•<<£<* ■ '■■'tM S« .; Tr\3T Ti Tí 11 f rt H * ¿ *: 11 iíi ' Ufe ? ' i ^ '' 1 ri ñ jlfl í ? |i^ .liüliUlíh fl NATIONAL LIBRARY OF MEDICINE Bethesda, Maryland ■(,> *<*■*. í/>>i. i'*»|<.\«Jj ,-íJÍ^:- ..' BIOGRAFÍA DEI, DOCTOR GUILLERMO RAWSOI DOCTOR JACOB LARRAIN TERCERA EDICIÓN HECHA PARA LA BIBLIOTECA DE LOS MAESTROS DE LA PROVINCIA */ LA PLATA Imp., Llt. y Encuad. de Sola Hnos. Sesé y Ca., calle 9 y 46 1893 EDITORE8 SOLA HERMANOS LA PLATA Diagonal 74 esquina 4(5 COltDOliA Calle Constitución N°.6G VJX-- \o.o Pptb'a \_ y- ^S ^-¿■^-^t^p-i<. \ h ' P R Ó L O Gh9^^¿ o vTn£¿> DK LA SEO-TJlíTlD-A. ZEIDIOIOlíT La aparición del presente trabajo, publi- cado en Chile en 1886, fué seguida de jui- cios en estremo favorables, emitidos por la prensa de éste y de aquel lado de los Andes, que mostró haber recorrido con vivo interés sus pajinas, atraída sin duda por la unánime simpatía que en todos despertara el distingui- do hombre público á quien estaba consa- grado. El biógrafo ha recibido como un estímulo esos benévolos conceptos, complaciéndose en ver que se ha reconocido sin contradicción el espíritu levando é imparcial que le ha guiado en su obra, lo que no escluye, por su- puesto, el error posible en las apreciaciones ó el vacío en los datos informativos, de que tiene forzosamente que adolecer este gé- nero de trabajos, por falta de elementos com- pletos para confeccionarlos. ¿2» — 4 — El escritor que logra decir la verdad, juz- gando con independencia los hombres y las cosas, porque ha tenido voluntad bastante para sustraerse á la atmósfera apasionada y restringida de su época, encuentra una satis- facción mui legítima en el buen éxito de sus tareas, acaso porque le asalta la idea de que puede concurrir con sus escritos, en una me- dida apreciable, á preparar los verdaderos y definitivos fallos de la historia. El Doctor Rawson tuvo ocasión de leer en vida los rasgos biográficos que habíamos tra- zado sobre su personalidad de hombre públi- co, encontrando en ellos verdad en los hechos, y rectitud y sanidad de criterio en las aprecia- ciones. —Cuando recibí en París el libro que V. me ha consagrado, nos dijo el Doctor Raw- son en Buenos Aires, por Febrero de 1888, lo he abierto con mano temblorosa, lleno de emoción y de reconocimiento; y le explicaré á V. la razón de mis impresiones. Siento una viva contrariedad siempre que se ocupan especialmente de mí, y no he podido nunca sobreponerme á esa contrariedad apesar de mi larga carrera de hombre público. —Sobre todo, nos apresuramos á interrum- — 5 — pirle, cuando se ocupan de V. personas que quizá'no tienen aptitud bastante parajuzgarlo. —Muy lejos de eso, observó con viveza. Pongo á salvo su competencia reconocida de escritor y la madurez de juicio que V. revela en las pajinas que me ha dedicado. La con- trariedad de que le hablo, nace de que creo no tener la significación que se me atribuye, de que soy enemigo de exhibiciones, y prefiero la vida modesta del hombre que está satisfecho de la consideración de sus conciudadanos, sin aspirar á las resonancias de la popu- laridad, ni mucho menos al brillo ofuscador de la gloria. —Permítame observarle, le repusimos, que V. es uno de nuestros principales hom- bres de estado, y no es posible evitar que su nombre, sus actos, sus ideas de político y constitucionalista sean objeto preferente de estudio por parte de sus compatriotas. —Así será; pero repito á V. que siento una violencia invencible en presencia de todo es- crito en que se trate particularmente de mi persona. El silencio de la vida privada cuadra mas á las inclinaciones de mi espíritu, que el estrépito, muchas veces halagador, de la publicidad. — 6 — —¿Señor, nos aventuramos á preguntar al Doctor Rawson, podría V. manifestarme su juicio sobre el trabajo biográfico que es mate- ria de nuestra conversación? —Con mucho gusto. Quiero ser franco con V., ya que así lo desea. Ante todo, debo reiterarle las espresiones de mi agradecimiento por la benevolencia de sus juicios á mi respecto; pero ha de permi- tirme que le haga notar los vacíos que en- cuentro en su interesante opúsculo. —Perfectamente señor; sus observaciones me serán de gran provecho, tanto mas cuanto que me esplico de antemano esos vacíos, que es fácil dejar cuando se escribe en el estranje- ro, sin documentos á la mano y ausente de las personas que pueden proporcionar infor- maciones exactas. --Bien, pues. Veo que V. no me asigna la verdadera participación que tuve en los trabajos políticos que se hicieron en el Inte- rior para preparar la caída del dictador Ro- sas. Fuera de los planes combinados entre los amigos, que buscábamos por todos los me- dios la desaparición del despotismo, yo traté de comprometer á varios personajes influ- — 7 ~ yentes de Cuyo y del Norte, que sostenían el bárbaro régimen de la tiranía, logrando incli- nar á algunos á la causa de la libertad. Mis esfuerzos se dirijieron, sobre todo, á ga- nar la adhesión del general D. Nazario Bena- vides al plan que en 185 i se preparaba para echar abajo á Rosas. Los trabajos que en- tonces se hacían tenían, como és sabido, ala provincia de Entro-Rios como centro de ac- ción, y al general Urquiza como principal eje- cutor de la campaña libertadora próxima á abrirse. El general Benavides era á la sazón el caudi- llo militar mas prestigioso de Cuyo, y su con- curso tenia una singular importancia con rela- ción á los sucesos políticos que se preparaban. Celebré con él sigilosamente repetidas conferencias, esforzándome en demostrarle la deleznable base en que descansaba la tiranía, delante de los trabajos que se hacían en la República para acabar con su ominoso siste- ma, que indudablemente no podría mantener- se por mucho tiempo mas. Presenté ante sus ojos el cuadro sombrío del despotismo imperante que degradaba al país, víctima des- graciada de una barbarie atroz y sin ejem- plo. — 8 — Píntele con vivos colores el envidiable papel que le estaba reservado en la campaña libertadora si, abriendo su corazón á las no- bles inspiraciones del patriotismo, se ponía decididamente al servicio de la causa sagrada de los pueblos oprimidos, contra el despotis- mo monstruoso entronizado en Buenos Aires, haciéndole presente por último que esa acti- tud era la que correspondía á la gloria de su nombre, el cual sería colocado en la historia entre los de los libertadores de la patria. Benavides se sintió inclinado á seguir el camino que yo me empeñaba en trazarle, porque no era ageno á los buenos sentimien- tos, ni indiferente á los honores de la fama. Pero habia en él un fondo de desconfianza, que nacia de la limitación de sus facultades y de su incapacidad nativa para comprender y dominar los planes de alta política. Estaba atento á la conservación de su gobierno vitalicio de San Juan, y á este úni- co propósito subordinaba "todas sus miras. Como se encontraba sirviendo á Rosas, podia servir mas tarde á Urquiza, con tal de se- guir siendo el arbitro esclusivo de su pro- vincia. A pesar de todo, el general Benavides se — 9 — comprometió formalmente conmigo á secun- dar el movimiento contra Rosas, y yo co- muniqué á los amigos de dentro y fuera del país que podíamos contar con su valioso concurso en la grande empresa de la regene- ración del país. Rosas veía, entre tanto, formarse la tor- menta que pronto debia estallar sobre su ca- beza, y se apresuraba á impartir con febril actividad sus órdenes á los caudillos que en el interior sostenían su poder. Benavides era uno de los hombres que mas confianza le inspiraban por su probada lealtad y su reco- nocida firmeza, y pensó en él para que organi- zase un ejército en las provincias de Cuyo. Sesenta mil onzas de oro le fueron enviadas con ese objeto, y el astuto caudillo se puso ostensiblemente á la obra en previsión de las ulterioridades. Benavides se dio maña para ganar tiempo y no concurrió á la acción de Caseros con el ejército que estaba encargado de formar. Preparaba su composición de lugar con la nueva situación presidida por el general Ur- quiza y se plegó decididamente á su política en el acuerdo de San Nicolás. Los que produjimos el movimiento revqlu- — IO - - cionario de San Juan en 1852 para poner tér- mino á su gobierno personal de veinte años, nos estrellamos contra el poder incontrastable del vencedor de Caseros. Esos trabajos, llevados á cabo con perse- verancia y celo patrióticos, los reivindico como un título que nadie puede negarme de defen- sor convencido de la gran causa liberal de mi país contra la detestable tiranía encarnada en Rosas. —Algunos hacen á V. el cargo de transi- gencia, al menos, con la dictadura, fundados en que Vd. desempeñó durante cinco ó seis años las funciones de diputado ala legislatura de San Juan, llegando hasta autorizar la mani- festación de ese cuerpo que conferia á Rosas el título de Gefe Supremo de la Confedera- ción, nos atrevimos á decir al Dr. Rawson, con el objeto de obtener, aun á riesgo de in- comodarlo, una declaración categórica sobre su actitud en la época de la tiranía. —Ese cargo lo han hecho muchas veces contra mí mis adversarios políticos, nos con- testó, pero con tan mala fortuna, que ha sido como el arma que se quiebra en manos del que la maneja antes de herir á aquel á quien va di- rigida. A este respecto diréáVd. que, una vez — II — terminada mi carrera de médico, tuve ne- cesidad de regresar á San Juan para sos- tener con el ejercicio de mi profesión á mi familia. La política no era mi especial vo- cación, ni me sentía arrastrado por ella. Abominaba del fondo del alma la tiranía que se enseñoreaba de la República, pero dada mi juventud y las condiciones pecu- liares de mi temperamento no me creía lla- mado á subvertirla. Cuando fui llevado, sin pretenderlo yo, á la legislatura, me hice cargo de los deberes de mi posición, sin que mi conciencia me acuse de haber tran- sigido jamás con el abuso ó con el crimen. En la Sala de Representantes de San Juan fui siempre franco opositor al régimen pre- sidido por Benavides, y mi presencia en el seno de aquella asamblea no fué inútil, porque impedí muchas veces con mi acti- tud y mi palabra, los excesos é irregula- ridades que se hacían sentir en una socie- dad dolorosamente trabajada por la acción corruptora y disolvente del despotismo. ¿Qué cargo puede hacerme nadie por ha- ber formado parte, durante algunos años, de una legislatura de provincia donde con- currí en la medida de mis fuerzas á ami- -- 12 -- norar los rigores de la tiranía? ¿Cree Vd. que una situación de oprobio solo puede combatirse eficazmente con las armas en la mano? ¿Acaso ignora nadie que hay en el seno de toda sociedad fuerzas latentes que actúan providencialmente en el sentido del bien, oponiéndose al crimen ó al vicio mo- mentáneamente triunfantes? No debe tampoco olvidarse que la situa- ción de San Juan bajo Benavides no era la misma que la de Buenos Aires bajo Rosas. La de esta provincia era horrible, mien- tras que la de aquella era relativamente so- portable por la temperancia de su caudillo y porque la acción del despotismo porteño llegaba debilitada por la distancia á las pro- vincias del interior. Tengo la convicción de haber cumplido, en mi carácter de hombre civil, con mi deber, y creo firmemente que la historia me hará justicia. En cuanto al acto de la legislatura de San Juan confiriendo á Rosas la investidu- ra de Gefe Supremo, le diré á Vd. que era una fórmula vana arrancada á la com- placencia de los amigos del tirano, desti- nada á reanimar los últimos momentos de su despotismo espirante. — 13 — Protesté con todas las veras de mi alma contra ese acto de degradación, y pueden dar testimonio de mi enérgica actitud en tales circunstancias personas que aun viven en San Juan y en Buenos Aires, y que se hallaron presentes á la histórica sesión en la cual desafié, con mi sola palabra, la có- lera insolente de la mashorca oficial. ¿Qué mas podía exigirse de mí en semejantes momentos? Y á propósito, permítame que le pre- gunte á mi vez, en qué se funda la clasifi- cación que Vd. hace en su libro de hom- bres de acción y hombres de pensamiento, y qué razones tiene para asignarles mayor importancia á los primeros que á los se- gundos? Me parece que esa clasificación es un tanto confusa y arbitraria. Vd. sabe que la idea gobierna al mundo, y sin embargo Vd. da á entender que la fuerza gobierna la idea. —Señor, le contestamos, acaso no he tenido la fortuna de explicarme bien sobre este particular. La clasificación á que Vd. se refiere tiene un fundamento lógico en la doble faz que constituye la personalidad humana—el pensamiento y el carácter.— — H — El primero refleja láintelijencia y el segun- do la voluntad. Es indudable que la idea es lo esencial, y la voluntad ó la acción su complemento necesario; pero están tan es- trechamente unidos éstos dos elementos constitutivos del individuo, que no es posi- ble separarlos sin destruir ó mutilar su en- tidad moral. Tome Vd. á Siéyes, por ejem- plo, dictando una constitución perfecta eñ teoría para la Francia y fracasando mas tar- de ante la acción absorvente y avasallado- ra de Napoleón, y tendrá Vd. al pensador eminente, al político profundo, impotente para imprimir una determinada dirección á los sucesos, mientras que otro hombre de dotes extraordinarias, de voluntad inflexi- ble los encamina á su placer, violentando su natural desenvolvimiento para plegarlos á sus miras. Napoleón formó dé los ele- mentos discordes que se agitaban en el seno de la Francia revolucionaria un imperio per- sonal y cesarista, fundado en el soló poder de su genio y en la fuerza invencible de su voluntad. Siéyes no habría podido, con toda su consumada habilidad de estadista, hacer de la Francia una república, tomando por base únicamente sus concepciones teóricas, porque era flaco en la acción. — i5 — Note Vd., entre nosotros, la influencia de Alberdi y la acción de Urqujza actuando so- bre la República Argentina antes y después de la caida de Rosas. Alberdi era en esos momentos el hombre mejor preparado en- tre ,(nuestros estadistas y sus escritos fue- ron, en su momento, una verdadera revela- ción páralos argentinos. Como publicista, dio la fórmula de la organización nacional y se hizo admirar de todos por la clari- dad de su talento y la elegante corrección de su estilo. Contémplelo Vd. después en la acción, y lo verá Vd. empequeñecido por las contradicciones de la pasión política, sin la voluntad necesaria para haeer triunfar sus ideas en el terreno de los hechos, sin el sentimiento enérgico del verdadero hom- bre de gobierno, que vá hasta las últimas consecuencias para lograr el prevalecimien- to de sus concepciones políticas. No era, pues, Alberdi el completo hombre de es- tado que las circunstancias demandaban, y su misión en la organización de la nacio- nalidad argentina ha quedado reducida á la de un propagandista teórico, á Ja de un vulgarizador de las buenas ideas de gobier- no que posteriormente se incorporaron á la constitución política definitiva del país. — i6 — Urquiza, como hombre de acción, tuvo el raro mérito de concentrar en su perso- na las fuerzas vivas de la revolución, pre- parada sin duda de antemano por nuestros hombres de pensamiento, porque estas dos fases de los hechos van siempre unidas en su desarrollo y resultados. Urquiza era, como militar, un producto genuino del caudillage provincial, engendra- do por la indefinida disgregación de los pue- blos que mas tarde formaron la unión nacio- nal. Tuvo sagacidad bastante para compren- der la gran misión que los acontecimientos le deparaban, y fué el glorioso vencedor de Rosas, porque tuvo el buen sentido de im- pulsar una evolución trascendental en la vida histórica de su país. Positivamente carecía de cultura intelectual, pero fué previsor al llamar á su lado á los hombres mas impor- tantes de todos los partidos, dejando libres el pensamiento y la acción de éstos en la obra de la organización nacional. Su título de vencedor pudo ofrecerle la tentación de convertirse de libertador en tirano, pero, en verdad, no tuvo tales pretensiones, ni los pueblos habrían tolerado un nuevo des- potismo después del que habían soportado por veinte años. — 17 — Ese hombre de acción ligó su nombre á un grande acontecimiento histórico—la caida de Rosas—y tuvo la gloria de presidir los primeros trabajos de la organización consti- tucional de la República. Es claro que ni Alberdi, que era un políti- co teórico, ni Urquiza, que era un hombre puramente de acción, responden al ideal que tengo formado del verdadero hombre de es- tado, porque no reunían en su persona las dotes de pensamiento y de carácter, consti- tutivas de las personalidades completas y superiores. Yo no entiendo que sea únicamente hom- bre de acción el individuo capaz de pro- ducir determinado género de hechos en el orden material, con entera prescindencia de sus calidades intelectuales, porque eso se- ría suponer que el gobierno de las socie- dades solo puede llevarse á cabo por me- dio de la fuerza bruta. Un hombre de alta inteligencia, de firme voluntad y de sentido práctico, que conoce la sociedad sobre la cual actúa y se mue- ve impulsado por las necesidades de su época, comunicando á sus ideas la viril y perseverante energía que las convierte en — i8 — hechos y las impone como verdades tangi- bles á la conciencia de su país en un mo- mento dado, reuniría, á mi modo de ver, las calidades constitutivas de un hombre de gobierno, capaz de producir trascenden- tales evoluciones en la vida de un pueblo,, con acción eficiente en sus ulteriores destinos. El pensamiento sin la voluntad no sal- va los límites de" la especulación teórica, y, la voluntad, sin ser movida é ilustrada por la inteligencia, queda, en los hechos, reducida á una facultad discrecional, que se manifiesta fuera de las leyes de la lójica eji las .relaciones racionales de causa y efecto que yirtualmente rigen los acontecimientos, cayendo por consiguiente en la mas es- téril impotencia. Tal es, doctor, el criterio que me ha guia- do en la clasificación de los hombres de gobierno, á que Vd. alude y que .. ha en- contrado ilójica ó contradictoria. ; —Otra deficiencia, dijo, el Dr. Rawson, que encuentro en su trabajo, consiste, en que Vd. no apunta las verdaderas cajusas que me obligaron á dejar la cartera del Interior en la administración presidida por mi querido arrugo el general. Mitre._,. — TO — El punto de mi desidencia en estas circunstancias estuvo en el hecho de la proclamación de la candidatura del Minis- tro Dr. Elizalde para la presidencia de la República, manifiestamente sostenida por elementos oficiales de la situación nacional. A este respecto he contraído un compro- miso sagrado con mi conciencia al cual he sido fiel toda mi vida: oponerme y recha- zar indeclinablemente toda candidatura ofi- cial que se apoye para surgir en los ele- mentos que manejan los gobiernos. Cuan- do de mi candidatura se ha tratado, he des- echado con desden y hasta con indigna- ción los ofrecimientos de caudillos políti- cos que han venido á poner á mi disposi- ción, los votos de las provincias ó de los pueblos, ganados por sus gobernadores y sus gefes militares, con completa prescin- dencia de la espontánea y libre voluntad de aquellos. Es una vergüenza, señor, lo que pasa en estos países. El oficialismo lo ha corrumpido todo; por su maldita in- fluencia las instituciones han perdido su ac- ción regeneradora y fecunda sobre la so- ciedad política; los gobiernos impuestos, engendrados énTas regiones del poder, es- -- 20 -- tan produciendo á cada rato revoluciones que deshonran la república y desacreditan en grado sumo á la América. Las revolu- nes se producen ordinariamente en víspe- ras de una elección presidencial ó al dia si- guiente de subir un gobernante al poder. Siempre se nota que en estas revoluciones está de por medio un candidato oficial, im- puesto por los hombres que se encuentran desempeñando el gobierno. De la com- presión viene el estallido de los partidos, burlados por los juegos oficiales. Esos mis- mos partidos se dislocan por que no tie- nen el punto de apoyo de la opinión li- bre, que les dá su equilibrio, haciendo po- sible su existencia orgánica. El oficialismo es la causa de todas nuestras desgracias, porque él impide las manifestaciones ge- nuinas de la opinión pública; y así Vd. vé que hace muchos años que no tenemos verdaderas luchas de partidos, ni eleccio- nes que apasionen al pueblo, porque éste está convencido de antemano que todo lo hace el poder oficial: inscripción, registros, candidatos y elecciones. ¡A cuanta distan- cia nos encontramos del gobierno libre! Su- prímase el oficialismo y estos pueblos re- -- 21 -- nacerán á la vida de las instituciones, que es la única aceptable y digna de un pue- blo civilizado! Volviendo á la candidatura Elizalde le diré que me opuse á ella, no por tratarse de Elizalde sino por ser su candidatura de origen oficial, lo que la hacía inadmisible y yo no podia concurrir á sostenerla, por lo menos indirectamente, con mi continua- ción en el Ministerio. No vacilé ni un instante entre hacerme cómplice de una evolución que yo repro- baba y el abandono de mi posición de mi- nistro en una administración á la cual es- taba vinculado por trabajos comunes du- rante cerca de seis años. —Si Vd. renuncia, me dijo el general Mitre, voy á llamar á Sarmiento para que lo reemplace en el Ministerio del Interior, y ya Vd. vé que él también es candidato á la presidencia. Yo le observé entonces que la candidatura Sarmiento aparecía sos- tenida por elementos que estaban fuera del gobierno, y que, en todo caso, ese nombra- miento no pasaría de quedar escrito sobre el papel, porque Sarmiento, en la eventua- lidad improbable de que lo aceptase, no — 2 2 — tendría tiempo para desempeñarlo, por ha- llarse en el estrangero y estar muy próximo el comienzo del nuevo período presidencial. Así sucedió en efecto, y yo abandoné el ministerio, consecuente con mis indeclina- bles ideas de no admitir ni apoyar jamás candidaturas oficiales. Me parece que valia la pena de hacer constar esto, ya que Vd. se ha ocupado con bastante detenimiento de mis actos de hombre público. —Tiene Vd., señor, mucha razón, le con- testamos, y la omisión solo se esplica por no haber tenido yo conocimiento exacto de los hechos que acaba de referirme. —Indudablemente es equivocado su jui- cio, prosiguió diciendo el Dr. Rawson, cuando Vd. me atribuye un criterio pura- mente teórico, porque he sostenido siem- pre que la ciudad de Buenos Aires no pue- de ni debe ser capital de la República, si ésta há de regirse en realidad por la for- ma federal de gobierno, que es el sistema constitucional adoptado. Yo planteo la cuestión en estos térmi- nos: O el país se organiza bajo el régi- men unitario, y entonces su capital lógica y tradicional tiene que ser Buenos Aires, — 23 — ó él se constituye, como lo está, de conformi- dad con el sistema federal de gobierno y en tal caso, es de toda necesidad sacar su ca- pital del centro mas poderoso que tiene, estableciéndola en otra ciudad de nueva creación, donde las autoridades nacionales puedan funcionar libres de toda coacion moral y material, lo que les permitiría go- bernar con entera independencia todo el país y sentir directamente sus aspiraciones legítimas, que es lo que constituye la ver- dadera opinión pública. Los que se di- cen partidarios de la forma federal de go- bierno y sostienen que Buenos Aires de- be ser la capital de la República, -viven en perpetua contradicción consigo mismos, por que son federales en teoría y unitarios en el hecho. Vea Vd. los Estados Unidos y la Sui- za, que son el modelo de los pueblos que se rigen por el sistema federal, con sus capitales de secundaria importancia, relati- vamente á otros centros mas poderosos que poseen, y se convencerá de la exac- titud de mis razonamientos. __Ha de perdonarme, doctor, que le diga, le interrumpimos, que los problemas — 24 — políticos y sociales no tienen en todas las naciones una solución uniforme. Entre nosotros, toflos esos problemas han tenido forzosamante que subordinarse á una fundamental exigencia;—la consoli- dación de la nacionalidad. La República Argentina ha surgido á la vida independiente, combatida por las turbulencias de la anarquía, que tomaba en cada provincia la forma del sentimien- to autónomo mas exagerado, á punto de parecer imposible, en ciertos momentos de nuestra historia, la empresa de organizar la unión nacional. La ciudad de Buenos Aires, por su po- sición geográfica, por sus antecedentes his- tóricos, por su ilustración y riqueza, ha sido siempre el gran centro de la socia- bilidad argentina, y en instantes supremos para la vida del país, el arca santa donde se ha salvado la civilización del Plata. Una nación en bosquejo, como era la nuestra treinta años atrás, no habría po- dido organizarse con la capital fuera de la ciudad de Buenos Aires, y hoy mismo, en que la unión nacional no es todavía un hecho indestructible, sería aventurado lie- — 25 — var aquella al centro geográfico del país ó á cualquier otro punto, desde el cual no podría el gobierno nacional hacer sentir inmediata y eficazmente su acción, donde estallase la revolución ó fuera alterado gravamente el orden público. Una capital en el desierto ó muy dis- tante de los centros poderosos de opinión presentaría débil en estremo al Gobierno Nacional y privado de los prestigios que son indispensables para el ejericicio de la autoridad, ya que desgraciadamente no son bastantes los que debería tener por la ley. La unión nacional seria nuevamente pues- ta en problema y habríamos vuelto al punto de partida, con las peligrosas consecuencias de una lamentable retrogradacion. Las formas de gobierno no son trasporta- das á capricho de un país á otro sin con- sultar las exigencias de su sociabilidad, sus antecedentes históricos y las peculiaridades de su carácter, que es necesario concordar con el régimen político que se quiere esta- blecer. La paz interna, la unión de los pueblos, el poder inconmovible de la autoridad cen- tral, han sido condiciones previas entre no — 26 — sótros para el establecimiento de un régi- men regular de gobierno, que nos diese el orden, el progreso y la libertad institucional. Cuando V. proponía á Villa María, por ejemplo, para capital de la República, na- die tenia confianza en la consolidación del orden, y todos miraban con recelo la po- sibilidad de que saliesen de la ciudad de Buenos Aires las autoridades nacionales. ¿Quién hubiera podido responder en esa época que Buenos Aires, Entre-Rios ó Cór- doba no hubiesen tenido pretensiones, mas ó menos acentuadas, de predominio regio- nal, para imponer su espíritu y tenden- cias al Gobierno Nacional, despojado de autoridad y fuerza bastantes, por la situa- ción en que se le colocaba, para reprimir tales pretensiones? No puede en manera alguna negarse que una nación de primer orden necesita de una capital en condiciones aceptables de repre- sentación esterior por su cultura, civiliza- ción y riqueza, de manera que imponga respeto y consideración al estrangero. Imagine, señor, lo que seria una capital mediterránea, sin fácil y rápida comunicación al litoral, sin edificios, sin población, sin — 27 — comercio, ni elementos superiores de pro- greso, que le diesen la espectabilidad debi- da á su importancia presente y futura. La capital de un país nuevo, que no es bien conocido, tiene que ser la sala de recibo donde lleguen los representantes estrange- ros á cultivar relaciones con él. Buenos Aires es, hoy por hoy, el único centro digno de albergar á las autoridades nacionales, con positivas ventajas para el crédito y buen nombre de la nación entera. Es posible, sin embargo, que con el tras- curso del tiempo puedan haber otras ciuda- des más indicadas por su posición é impor- tancia para establecer en ellas la capital permanente de la república, sin los incon- venientes que en la actualidad se presentan para sacarla de donde está. Una capital por el modelo de la de los Estados-Unidos, no puede tenerla hoy la Re- pública Argentina, sin correr el riesgo de dislocar el país, provocando imprudentemen- te la disolución nacional. La cuestión capital ha sido siempre deli- cadísima entre nosotros, y los países que la han resuelto sin dificultad no tienen los an- tecedentes históricos del nuestro. Provincia- — 28 — nos y porteños no han tenido otra bandera para perturbar periódicamente la república, ya sea que algunas provincias quisiesen te- nerla dentro de su territorio, ó que otras se resistiesen á admitirla en su seno. Puede ser que la solución últimamente dada á la cuestión capital no sea la mejor; pero pienso que era la que se imponía en las circunstancias presentes, para robustecer la autoridad del Gobierno Nacional y cerrar para siempre el período infausto de las re- voluciones. Estas ideas, que no he tenido todavía oca- sión de modificar, esplican los juicios de mi libro, que motivan sus apreciaciones. —V. discurre, observó el Dr. Rawson, bajo el supuesto de que la república se en- cuentra en el mismo estado que hace cin- cuenta años, olvidando en su argumenta- ción los progresos alcanzados. Tenga V. presente que la unión nacio- nal, como concepto político, no es ya una aspiración teórica de algunos espíritus su- periores sino un sentimiento profundamente arraigado en el corazón de todos los argen- tinos; que es un hecho positivo la cultura y mayor educación del pueblo; que el te- — 29 — légrafo y los ferro-carriles han suprimido las distancias; que nuestro territorio se pue- bla á gran prisa con la inmigración, hacien- do desaparecer el desierto, que era antes nuestro mudo é implacable enemigo; y que ese gobierno que V. supone aislado si se le saca de Buenos Aires, tendría su acción espedita donde quiera que se estableciese y sobre cualquier punto del país. Un gran centro como Buenos Aires no puede ser nunca capital de una nación regi- da por instituciones federales, sin sacrificar irremisiblemente todo el sistema, sobre todo cuando los estados que la componen son relativamente débiles, como sucede entre nosotros. El principio de equilibrio sobre el cual aquel reposa, queda virtualmente destruido por el desmedido poder de atracción que ejerce la fuerza mayor sobre las menores. Fíjese V. en lo que pasa hoy con la ca- pitalización de Buenos Aires. Las autorida- des nacionales están bajo la presión de la opinión, real ó ficticia, que se forma en la capital por la acción de los partidos que en ella actúan, y la influencia inevitable de la prensa diaria. — .3° ~ Las provincias no son tomadas en cuenta para nada; no tienen opinión pública, ni as- piran á formarla, porque todo lo libran á las evoluciones de los partidos de la capi- tal. Están reducidas, y han aceptado, con gusto el papel, á departamentos ó prefec- turas en un todo dependientes de la me- trópoli. ¿Acaso es esto otra cosa que unitarismo puro? El pueblo argentino no puede vivir in- definidamente bajo la autoridad del régimen federal, y practicando en el hecho el sis- tema unitario. Si esto fuera un engaño, todavía podia escusarse; pero la mistificación se hace cons- cientemente, consagrando como hecho le- gítimo el falseamiento de las instituciones, que debíamos practicar lealmente para ser grandes y felices. Ya V. ve que mi criterio, en cuanto á la cuestión capital se refiere, ha sido posi- tivamente práctico, como lo están, demos- trando las ulterioridades, en presencia de la solución que el debatido problema ha recibido. Estoy, pues, justificado y hasta tendría — 31 — motivos de estar satisfecho de mi previsión si no creyese que con la capitalización de Buenos Aires las instituciones federales han recibido un rudo golpe, que nos alejará cada dia mas de su práctica, conduciéndonos este bastardeamiento consentido del sistema, por caminos tortuosos cuyo término á nadie es dado señalar. Sabe V. que este asunto lo he tratado muchas veces en la legislatura de Buenos Aires y en el Congreso, y no tengo para que repetir las ideas ya emitidas anterior mente sobre el particular. —No ha prestado Vd. tampoco bastante atención á mis trabajos parlamentarios, con- tinuó diciendo el doctor Rawson, tal vez por que no ha estado en posesión de los da- tos y antecedentes que con ellos se rela- cionan. Le apuntaré solo mi actitud y traba- jos en el seno del Congreso y fuera de él cuando, en 1873, la Cámara de Diputados prestó su sanción al tratado de alianza con el Perú y Bolivia contra Chile en las se- siones secretas de aquel año. Tuve una de las satisfacciones mas grandes de mi vida al desbaratar los planes de esa ini- — 32 — cua alianza, que estuvo á punto de deshonrar- nos para siempre ante el mundo, consumando nuestra total ruina. Hice en la Cámara de Di- putados cuantos esfuerzos fueron imaginables para evitar la aprobación del tratado, que era sostenido con ahinco por los amigos mas influyentes de la administración Sarmiento. El resultado de la votación en la Cámara me fué contrarío, pues cuarenta y ocho vo- tos contra diez y ocho, dieron el triunfo á los partidarios de la guerra. Entonces re- doblé mis esfuerzos para conseguir que el Senado á cuyo estudio había pasado el tra- tado, deshiciese la malhadada obra que aca- baba de consumarse. Vi á los amigos, les comuniqué mis vistas sobre el asunto, traté de tocar las fibras mas íntimas de su pa- triotismo, les demostré cómo una guerra con Chile nos llevaba á una ruina segura, sin tener siquiera' la satisfacción de la justicia de nuestra causa, en razón de los medios subrepticios y desleales de que nos habría- mos valido para ajustar la proyectada alianza contra una república vecina y her- mana. Afortunadamente, contaba yo en el Senado con la amistad de D. Plácido Bustamante, quién JÓ me inspiraba suma confianza por su discre- ción y firmeza, lo que le daba en la Cá- mara merecido ascendiente. Le escribí, ga- nando horas, una carta en que procuré demostrarle que el tratado próximo á san- cionarse era contrario á todos nuestros an- tecedentes de política internacional, que siem- pre ha sido amplia, generosa y desinteresada. Que considerado el asunto del punto de vista de los intereses positivos, era un acto impremeditado y estéril, el cual traería á la república grandes males, sin proporcio- narnos ninguna ventaja. Como había el ma- yor empeño en que el Senado aprobase el tratado de alianza, volví á escribir, con febril impaciencia, una nueva carta al Senador Bus- tamente, tomando hasta las altas horas de la noche para compaginar mis ideas y tras- mitirlas al Senado en aquellos solemnes mo- mentos. Fueron para mí instantes de su- prema angustia, de ansiosa espectativa, los que trascurrieron hasta que el Senado se pronunció sobre el tratado cuyas principa- les cláusulas me parecían la consumación de un crimen que Íbamos á hacer pesar eternamente sobre la patria. Cuando recibí la noticia del rechazo del — 34 — pacto por el Senado, me sentí anonadado por una emoción de infinito placer, porque tenía la convicción de que habíamos salva- do á la república de una gran desgracia. Algún dia ha de conocer Vd. mis cartas á Bustamante y tendrá con ellas una idea apro- ximada de los patrióticos esfuerzos que hice en 1873 para apartar al país de las mas funestas complicaciones en nuestras relacio- nes internacionales. -—Admiro, señor, profundamente, su acen- drado patriotismo, su previsión de estadis- ta y su elocuencia, agregamos nosotros, sub- yugados por los prestigios irresistibles de su palabra. Coincido en un todo con sus vistas de política internacional y las aplau- do sin reservas. La América Hispana es, en los momentos actuales, un continente de civilización embrio- naria, que se agita entre dos corrientes opues- tas—la tradición colonial y el moderno es- píritu democrático, que pugna por inocularse en su estructura política y social. — La pre- sencia en el seno de su sociabilidad de esas tendencias contrarias, esplican la anormali- dad de su vida, el proceso penoso de su or- ganización, los frecuentes estallidos revolucio- — 35 — narios que hondamente lo perturban, y la indecisión de su marcha al recorrer el camino de los grandes progresos que está llamado á realizar en el porvenir. Solo la acción virtual de las instituciones, uni- da al conocimiento práctico de su mejor aplicación, puede regenerarlo ofreciéndole las amplísimas ventajas de la libertad y de la paz. Las guerras civiles que perió- dicamente se producen en sus distintas sec- ciones, entregan éstas á las furias de la anarquía, y las contiendas internacionales destruyen hasta en sus cimientos los gér- menes de su inconsistente civilización. Las guerras internacionales americanas son fatalmente destructivas, y de ahí la necesi- dad de evitarlas á toda costa. La guerra de los Estados del Plata contra el Paraguay dio por resultado el anonadamiento comple- to de ese desgraciado país, y la guerra he- cha por Chile al Perú y Bolivia, hirió de muerte la existencia de estas últimas nacio- nalidades. Los sostenedores exaltados de la gue- rra entre Chile y la República Argentina, fundados en los sentimientos de viva emu- lación que animan á ambas naciones, no - 36 - se han detenido á pensar que, en último resultado, una contienda armada entre ellas importaría la destrucción y ruina de los dos países mas adelantados de la América española. Encarada la cuestión del punto de vista de sus intereses positivos, es fácil prever que no hay en una guerra conveniencia al- guna para ellos, porque la República Ar- gentina no es conquistable por Chile ni Chile por la Argentina. Nosotros no consentiría- mos jamás en que los chilenos se estableciesen de una manera permanente de este lado de los Andes, y ellos resistirían toda ocupación nues- tra con carácter definitivo de aquel lado de la cordillera. Cada uno tiene su teatro na- tural y propio de espansion dentro del cual está llamado á desarrollarse, y sería una insensatez pretender ultrapasar sus infran- queables líneas geográficas. El arreglo de nuestras cuestiones de lími- tes está espresamente previsto en las cláusu- las del tratado de 1881, ya sea que se recur- ra á la transacción directa, si surgen algunas dificultades en la demarcación sobre el terre- no de nuestra frontera definitiva, ya sea que se acuda al arbitrage, como está de ante- — 37 — mano estipulado. Ninguna de las dos na- ciones podría eximirse de cumplir aquel tra- tado sin una manifiesta violación de la fé pública, que atraería sobre quien la come- tiese la reprobación del mundo civilizado. En un punto, sin embargo, aparecen in- conciliables nuestras vistas de política inter- nacional con las que tiene Chile. Este país aspira ostensiblemente á en- sanches territoriales para acrecentar su poder dentro de dominios mas extensos. La Re- pública Argentina, por el contrario, ha res- petado invariablemente la integridad de sus vecinos y ha cedido mas bien de sus de- rechos, como sucedió después de la guerra con el Paraguay, ó ha tolerado cercenamien- tos de su territorio, como los que le ha con- sentido á Bolivia. Sería pues, menester, para marchar de acuerdo á este respecto, que Chile modi- ficase su política de absorción y de conquis- ta, ateniéndose únicamente á los ya pode- rosos elementos que tiene para engrande- cerse. Creo que en principio la República Ar- gentina no necesita de alianzas con ningu- - 38 na nación vecina, y yo desearía que siguiese la misma política que Cobden aconsejaba á Inglaterra y Washington á los Estados Unidos: Nada de intervención en los nego- cios de los países vecinos, nada de alianzas anticipadas con otros países, que arrastran irremisiblemente á la guerra. En la hipó- tesis desgraciada de una contienda interna- cional, nuestra mayor fuerza estará en la justicia de nuestra causa y no nos faltarán aliados naturales sin necesidad de pactos clandestinos, que serían una negación odio- sa de nuestro probado desinterés y prover- bial lealtad en asuntos relacionados con nues- tra política internacional. Reconozco, pues, Doctor Ravvson, según las vistas que á la ligera acabo de mani- festarle, que ha hecho Vd. obra de patrio- tismo al oponerse á la sanción del tratado de alianza con el Perú y Bolivia, y que es Vd. por ello justamente acreedor á la gra- titud de la República. —Una última observación le haré Doc- tor Larrain, nos dijo el Doctor Ravvson al poner término á esta larga conversación. Creo percibir en el plan y desarrollo de su trabajo biográfico, que Vd. trata de prepa- ~ 39 ~ rar el escenario á algún personaje de mas alta figuración que la mia, y si tal es su intención, ha hecho mal en colocarme den- tro de un cuadro que no corresponde á las proporciones de mi personalidad. —No ha habido ningún designio espe- cial al trazar el plan de ese trabajo, le re- plicamos, y él solo responde al propósito de concurrir al estudio de la historia polí- tica de la República desde la caída de Ro- sas en 1852 hasta la federalizacion de la ciudad de Buenos Aires en 1880, tomando á los principales hombres que han figurado durante esa época como los representantes de la acción histórica, que dan la clave de los sucesos y los esplican por la participa- ción mas ó menos decisiva ó culminante que en ellos tuvieron. No es seguramente, nueva la idea de escribir la historia por medio del estudio de la vida de sus grandes hom- bres; por que estos afocan, diré así, en si mismos la luz de los acontecimientos, lo que permite esplicarlos con mas claridad, asignándoles sus verdaderas causas y ten- dencias. Así se esplica que, en ocasiones, me separe de la relación estrictamente biográfica, para esponer en orden lógico los 4o sucesos históricos, á que no es ageno, sin embargo, el personage biografiado, (i) (]) Lo que acaba de leerse son apuntes de una con- versación que tuvimos, el Doctor Rawson y yo, poco tiem- po después de regresar á Buenos Aires, él de Europa y yo de Chile en 18S8. Dejamos á esos apuntes la forma ligera en que los recojimos, para no alterar !a verdad de su contenido. El Autor I El estado actual de la América Españo- la trae preocupados á los hombres pensa- dores, los cuales, si bien consideran que es lento el camino que recorren las ideas en el mundo, hasta convertirse en institucio- nes progresivas con fuerza bastante para cambiar la condición de las sociedades, mas lenta aparece todavía á sus ojos la incor- poración de los buenos principios á la cons- titución de los pueblos de este continente, que han adoptado para su Gobierno la for- ma democrática, sin penetrar aun en su esen- cia, ni amoldarse á las condiciones de ca- pacidad política que presupone su ejercicio. Desde Méjico al Estrecho no se ven mas que pueblos empeñados en tentativas em- brionarias de gobierno republicano, fraca- sadas en todo ó en parte por incapacidad de adaptación al medio social, por falta de educación cívica ó perversión de criterio res- pecto de lo que son en la práctica las ins- tituciones libres. — 42 — Méjico se muestra impotente para im- plantar en su suelo las instituciones nor- te-americanas; las repúblicas de la Amé- rica Central no aciertan á reconstruir su antigua unidad, y pasan alternativamen- te por despotismos como el de Barrios ó por movimientos facciosos entre las peque- ñas nacionalidades que constituyen; Nueva Granada y Venezuela se hallan contamina- das del espíritu revolucionario y demagóji- co, aunque estén momentáneamente some- tidas á la presión de gobiernos como el de Nuñez en la primera ó el de Guzman Blan- co en la segunda; el Ecuador soporta des- potismos teocráticos ó liberales que han te- nido sus variantes desde García Moreno á Caamaño; el Perú espía de un modo terri- ble sus pasados desórdenes y corre el pe- ligro de desaparecer como nación por el azote de la guerra estranjera y los horrores mil veces mas funestos de la guerra civil; Bolivia hace penosos esfuerzos por dar á su población, en su mayor parte de oríjen indíjena, la aptitud de que carece para ha- cer una verdad del sistema republicano, al mismo tiempo que lucha por remover los obstáculos de su situación mediterránea; el — 43 ~ Paraguay es una sombra de nación á la cual falta la capacidad orgánica necesaria para llamarse tal, y está sometida á todos los inconvenientes de su aislada posición jeográfica; la Banda Oriental ha caído en la abyección de los gobiernos militares sur- jidos de las conspiraciones de cuartel; y Chile y la República Argentina, que son la plata labrada de esta América Meridional republicana, no han logrado todavía eman- ciparse del oficialismo tradicional que bas- tardea su réjimen político, obstando muy seriamente al pleno funcionamiento de las adelantadas instituciones que se han dado. Vése, pues, sin exajerar las sombras del cuadro, que es triste el estado presente de la América Latina y tan incierto como in- quietante su porvenir; porque las sociedades que se estienden sobre su vasta superficie, están muy distantes todavía de amoldarse á la idea y práctica del derecho como á su estructura natural, para ponerse en con- diciones de que en ellas se radiquen los prin- cipios del gobierno representativo, juntamen- te con las grandes conquistas de la libertad, que son su consecuencia. Si desgraciadamente no es posible pre- — 44 — sentar, en el estado actual de la América del Sud, pueblos que sirvan de modelo por las mejoras que hayan realizado en el ejer- cicio de las libertades políticas ó en el de- senvolvimiento de las instituciones civiles, por fortuna no faltan personalidades emi- nentes cuya vida y obras pueden ofrecerse como ejemplo á las jeneraciones del por- venir, que tienen que llevar adelante la tarea sucesiva de transformar las condiciones po- líticas y sociales de los pueblos americanos, á fin de prepararlos á realizar la trascenden- tal evolución que el tiempo está incubando en las entrañas de su sociabilidad. Nuestra atención se ha fijado en el Doc- tor Guillermo Rawson, que es una de las figuras mas austeras y brillantes entre los hombres de Estado de la República Argen- tina, por la rectitud del carácter, el raro po- der de su intelijencia y la abnegación desin- teresada de que invariablemente ha dado muestras en su honrosa vida pública. No son abundantes los materiales de que disponemos para llevar á término nuestro trabajo, en primer lugar, porque no cono- cemos ni tenemos noticia que exista nin- guna publicación destinada al estudio de la — 45 — vida del Dr. Ravvson, y después, porque la vida de este distinguido hombre de Gobier- o no, ha sido mas hablada que escrita, loque hace imposible reunir todos los hechos, da- tos, doctrinas ú opiniones que hubieran de servirnos para caracterizar fielmente su cul- minante personalidad. Este estudio crítico-biográfico ha de re- caer necesariamente sobre los actos públi- cos del personaje cuyos contornos nos pro- ponemos trazar, del mismo modo que sobre los discursos que ha pronunciado en los parlamentos como representante del pueblo ó como Ministro, llevando también nuestro examen á los documentos oficiales que ha producido y en los cuales se hallan metó- dica y majistralmente condensadas sus ideas de político y constitucionalista, sin olvidar los trabajos de médico é hijienista, que ha dado á la publicidad en estos últimos años. Muévenos también á entrar en este jé- nero de trabajos (i), aunque nos falte la competencia, y los elementos indispensables (1) Vóase nuestro ensayo crítico-biográfico sobre la Vida y Obras de don D. F. Sarmiento, próximo á publi- carse. - 46 - para ejecutarlos debidamente, el deseo que tenemos de contribuir en la medida de nues- tras fuerzas, á apartar á la juventud pen- sadora de nuestro país, de la tendencia, ya manifestada en varias de sus producciones, á ocuparse de asuntos ó cuestiones que versan sobre las cosas de la Europa anti- gua ó rrioderna, con preferencia á las de nuestra propia patria, lo que importa, en nuestro sentir, una dolorosa diversión de sus facultades del estudio de los temas que pue- den darles nombradía, agregando un nue- vo lustre á las letras argentinas, un tanto desmedradas en la actualidad por esta ines- plicable deserción de los que debieran cul- tivarlas. Escribir sobre los hombres y las cosas de Europa es una tarea relativamente fácil, porque se encuentran muchos materiales acu- mulados sobre cualquier tópico que se quie- ra tratar, reduciéndose de ordinario el tra- bajo á la mas acertada elección de aquellos; pero no siempre se logra interesar con esos temas al lector americano, quien, si quiere instruirse á fondo en el asunto, acude á las fuentes principales que lo ilustran, y si es mero aficionado á tener una noticia super- — 47 — ficial de las cosas, se conforma con lijeras referencias y no siente movida su curiosidad por asuntos ajenos á su país y al medio en que vive. Producir un libro sobre hombres y cosas de nuestro país, que aspire á los honores de serio, importa, por el contrario, una ar- dua labor intelectual sobre materiales pacien- temente acumulados, que es menester coor- dinar con acierto, poniendo el escritor en su comentario lo que tiene de su propia sustancia á fin de dar vida y colorido á los personajes que presenta ó á los cuadros que traza, sin perder de vista la verdad de los hechos y los dictados de la imparcialidad histórica. Hemos querido también seguir, en cuanto ha estado de nuestra parte, el sabio con- sejo que da el célebre historiador Mignet en estas palabras que se refieren á Fran- klin: «Honremos á los hombres superiores, presentémoslos para que los imiten, porque de este modo se formarán semejantes su- yos, y por cierto que nunca tanto como en esta época ha necesitado el mundo de esta clase de ejemplos. » No nos hacemos ilusiones acerca del me- — 48 — rito ó importancia de este ensayo, en que nos proponemos estudiar bajo sus diversos aspectos, la notable personalidad del doctor Ravvson, porque es el primer trabajo de esta índole que nos aventuramos á dar á la pu- blicidad; pues es notorio que hasta ahora hemos dejado correr nuestra vida entre las modestas tareas de la educación de la juven- tud y las labores anónimas é infecundas del periodismo político, habiéndonos consagra- do también á las tareas del foro, menos por vocación que por necesidad, todo lo cual puede muy bien no dar las aptitudes ni la preparación necesarias para escribir libros dig- nos de llamar la atención ó de alcanzar el favor público. II Llegaba á la provincia de San Juan, por los años de 1818 con el propósito de establecerse en ella, el ciudadano norte-ame- ricano don Aman Ravvson, natural de Mas- sachusetts, de profesión médico y de re- ligión protestante, que iba á buscar en aquel hospitalario suelo una nueva patria. Acojiólo con viva simpatía la sociedad san- \ — 49 — juanina, que veía en él un hombre útil por su noble profesión, á la cual pocos se habían consagrado hasta entonces en provincia tan apartada. A las aptitudes especiales de su ar- te reunía un carácter en estremo bondadoso que lo inclinaba á la filantropía en el ejer- cicio de su humanitaria carrera, granjeán- dole muy pronto una merecida popularidad. Entre nuestras poblaciones interiores, que el conquistador español colocó sin plan en el estenso territorio de la República Argen- tina, la de San Juan fué una. de las mas homojéneas por la pura raza de que se formó en su origen, revelando el temprano espíritu de progreso que la condujo muy de antemano á asimilarse los elementos cons- titutivos de una cultura superior. Aunque la Revolución de la Independen- cia había depositado, como un sedimento saludable en el seno de la sociedad recien emancipada, la semilla de las buenas ideas, su acción, sin embargo, se hizo sentir muy lentamente en los pueblos que se encon- traban situados á largas distancias del li- toral, que era por donde se podia recibir la influencia transformadora de la vida euro- ropea. Sea prematuro instinto de mejora- — 50 — miento ó aptitud especial para desenvolver la civilización naciente, es lo cierto que el pueblo de San Juan llamó la atención de propios y estraños por sus felices disposi- ciones de inteligencia y de carácter, colo- cándose bien pronto en estado de identifi- carse con el espíritu de la nueva época. Siempre ha constituido el bello sexo la porción mas distinguida de esa sociedad amable cuyos fundamentos no han logrado destruir los golpes multiplicados de nuestra primitiva barbarie, ni los posteriores desór- denes de nuestras reyertas civiles. Justo es decir, haciendo á un lado los debe- res de la galantería, que la mujer sanjuanina reúne en armónico conjunto las altas dotes del espíritu y del corazón, que ponen de relieve las manifestaciones de una voluntad firme, á la par de las delicadas inspiraciones del sentimiento, lo que constituye á la vez el en- canto y el poder irresistible de su sexo. Brilla, sobre todo, en la vida doméstica con la luz apacible de la virtud, que le da valor para recorrer los ásperos senderos del mundo, dignificándola en la buena suerte y fortale- ciéndola en la adversidad. La modestia y la belleza realzan su juventud, á la cual pres- — 5i — tan nuevos encantos, una imaginación risue- ña, convenientemente dirigida por una ins- trucción apropiada. Cuando, avanzando en la vida, los deberes de esposa y madre la han colocado en condiciones de desenvol- ver plenamente su personalidad, su carácter toma una acentuación enérgica, que trans- forma su ser convirtiéndola en el centro de afección de la familia, que sabe dirigir con sagaz acierto por los maravillosos influjos de la prudencia. No era en verdad don Aman Ravvson, hombre de corazón sencillo y bondoso, quien hubiera podido resistir á los encantos que como tentadora seducción presentaba la sociedad femenina de San Juan á los es- trangeros que por aquella época llegaban á ponerse en contacto con ella; y así, no tardó mucho tiempo en contraer matrimonio con la señorita doña María Jacinta Rojo de cuya unión nacieron dos hijos, siendo el menor de ellos, Guillermo, que vio la luz en la ciudad capital de la provincia el 2 5 de Junio de 1821. Los primeros años de la vida del joven Guillermo corrieron dichosos entre las ter- nuras de una madre piadosa y las suaves — 52 — inspiraciones de un padre inteligente, que comprendía, mejor que muchos en su tiem- po, la necesidad que hay de estudiar las primeras manifestaciones del espíritu de un niño para prepararlo convenientemente á re- cibir una educación esmerada, favoreciendo el desarrollo progresivo de sus facultades, en el sentido de su verdadera vocación. Li- mitábase la instrucción que por entonces se daba á los niños en las escuelas á la enseñanza de la lectura, escritura, catecismo, elementos de gramática, nociones de aritmé- tica y una que otra noción de geografía ge- neral que, por escepcion, se comunicaba á los niños de las familias mas distinguidas ó acomodadas. Las matemáticas, que son la gimnasia vigorizadora del espíritu, no eran conocidas sino de nombre, y los idiomas vi- vos, que forman el hilo conductor á los do- minios universales del conocimiento, no se enseñaban tampoco á la juventud, porque los pueblos de origen hispano habían here- dado de la madre patria el odio al estran- gero, que se estenclia también á su religión y á su lengua. El primer inconveniente con que trope- zaban los padres de familia que querían dar — 53 — una buena educación á sus hijos, era la falta de escuelas y de maestros capaces de co- municar á éstos una instrucción mediana siquiera, y en la medida que habían menes- ter para responder á las exijencias de la nueva vida en que había entrado el país. A un americano de los Estados-Unidos, como era el padre del joven Ravvson, debió lla- marle singularmente la atención este desva- limiento para educar en que se encontraba la sociedad en que habia nacido su hijo; y es evidente que no se resignó á dejarlo crecer en la ignorancia, porque tomó sobre sí la tarea de iniciarlo él mismo, con paternal solicitud, en el estudio de ramos que no se enseñaban á los niños en las escuelas, como nociones de historia natural, lenguas vivas, principios de álgebra y geometría, elementos de geografía, y otros conocimientos que debían prepararlo convenientemente para la carrera que mas tarde habia de seguir con tanto brillo. Pudo comprenderse, desde los comienzos de sus estudios, que estaba dotado de una in- telijencia clara, penetrante y robusta, con un raro poder de asimilación que le permi- tía hacer notables progresos en los ramos á que se dedicaba, distinguiéndose como el — 54 — primero entre los jóvenes de su jeneracion. Reunía, además, el joven Ravvson á sus so- bresalientes facultades intelectuales las apre- ciables condiciones de un carácter moderado y reflexivo, que lo arrastraba irresistible- mente á los estudios serios, á los cuales se consagró desde muy temprana edad con no- table aplicación y buen éxito. Contaba apenas diez y ocho años, cuan- do su padre, considerándolo con la prepara- ción bastante para cursar estudios superio- res, dispuso que pasase á Buenos Aires, en 1839, á seguirlos en el Colegio, instituto di- rijido á la sazón por los Padres de la Compa- ñía de Jesús y que funcionaba en el mismo local del convento de San Ignacio, que ac- tualmente ocupa el Colejio Nacional. Era entonces rector de aquel establecimiento de instrucción preparatoria el padre español D. Bernardo Pares, y acudía á frecuentar sus aulas la juventud mas distinguida de la ca- pital y las provincias, dando especial cré- dito á los estudios que allí se hacían, el renombrado padre Francisco Majesté, que dictaba la clase de filosofía, el padre Go- mila, que tenia á su cargo las cátedras de matemáticas y física, y el conocido padre — 55 — José Sato á quien le estaba encomendada la enseñanza de las lenguas vivas. Cualquiera que haya de ser el juicio que la historia forme acerca de la influencia que han ejercido los jesuítas en el desarrollo de la civilización de América, es lo cierto que ellos se han mostrado eximios en el arte de educar, organizando vastos establecimientos de enseñanza, donde se han formado hom- bres que han alcanzado merecida notoriedad en la República, como Ravvson, Gorostia- ga, Eduardo Costa y muchos Otros que han dado, con sus esclarecidos talentos, la me- dida de la instrucción que en aquellos ins- titutos recibieron. Inapreciables beneficios prestó al país, bajo la tiranía de Rosas, el Colejio de los jesuítas, pues educó á una porción consi- derable de la juventud de la época, en circunstancias en que la instrucción esta- ba poco difundida en el pueblo y cuando la ignorancia daba sólido asidero á la dic- tadura que sobre él pesaba. La influencia moral de la Compañía de Jesús subió poste- riormente de punto, en presencia de su viril negativa á profanar la religión y sus altares con el endiosamiento del tirano, siendo este - 56 - un noble acto de entereza que la historia debe recordar en su honor. Desenvolvíase, entre tanto, la intelijencia del joven Ravvson bajo la acertada dirección de sus maestros, y desplegaba relevantes dotes de espíritu que hacían presajiar el bri- llante papel que habia de desempeñar mas tarde en la política y en la vida constitucio- nal de su país, donde su figura se destaca entre las de primera magnitud por los nobles prestijios del saber y de la virtud cívica. Particular afición mostró por las matemáticas, los idiomas y las ciencias naturales, hacien- do notables progresos en el estudio de esos ramos, sin dejar de sobresalir también en las otras asignaturas que comprendía el plan de estudios vijente. Ponderan los condiscípulos de Ravvson el conjunto de bellas disposiciones que éste reveló en el aula, pues se distinguía entre sus compañeros por la claridad de su in- telijencia, guiada siempre por un criterio certero, que le servia eficazmente de ins- trumento de observación y análisis, dando realce al desarrollo espontáneo de su pen- samiento, una palabra fácil que se adaptaba con admirable docilidad á sus múltiples trans- formaciones. ■— 57 ~ Quiso su padre que se dedicara á la car- rera de la medicina á fin de que pudiera ser en San Juan el continuador de la humanita- ria profesión que le habia permitido hacer tantos beneficios á aquella sociedad, y se consagró con ahinco al estudio de las cien- cias médicas, cursando con brillo en la Es- cuela de Medicina de Buenos Aires los ramos que entonces se exijian para graduarse en dicha facultad. Así que hubo terminado su carrera en 1844, volvió á San Juan donde se entregó con éxi- to al ejercicio de su profesión, para lo cual no presentaba mayor obstáculo la grave si- tuación que habia creado á la Provincia y á la República la dictadura de Rosas. A su respecto habia dicho por aquel tiem- po el señor Sarmiento: «El Dr. Ravvson es un joven á quien sus talentos precoces y las recomendaciones de sus profesores han dado una reputación superior á sus años, en Bue- nos Aires mas que en San Juan. A estas dotes reúne un acendrado patriotismo, y una enerjía y nobleza de carácter que atempe- ran la moderación de su conducta y la unción de sus palabras (/). (1) San Juan y sus hombres. - 58 - III Aunque Ravvson no se sentía inclinado a tomar parte en la política, ya porque su car- rera no lo arrastraba fatalmente á ella ó por que eran aciagos los tiempos que corrían para el triunfo de las buenas ideas, pensó, sin embargo, que no serian del todo estéri- les sus esfuerzos en el sentido de hacer pre- valecer los principios de buen gobierno que el país necesitaba para constituirse, tenien- do en cuenta para realizar sus patrióticos propósitos la relativa holgura que dejaba á la Provincia el manso despotismo del Go- bernador don Nazario Benavides. En esta creencia, Ravvson aceptó el cargo de Di- putado á la Legislatura, á cuyo desempeño lo llamaron sus comprovincianos tan pron- to como llegó á San Juan, pues le habia precedido muy de antemano la fama de ser tan discreto por su carácter como notable por sus talentos. Entraba en los planes políticos del gene- ral Benavides atraer á su Gobierno los hom- bres de importancia que pudieran darle el prestigio de que carecía; porque si bien era éste pacífico y temperado, se resentía, no — 59 — obstante, del carácter personal y de familia, que es peculiar á una larga é irresponsable dominación. De los caudillos que hicieron pesar su po- der sobre las provincias del interior, como otros tantos resortes de presión movidos por la tiranía entronizada en Buenos Ares, fué Benavides el mas humano en el ejerci- cio de la autoridad y el mas tolerante con los enemigos políticos que tuvo á su frente. Como este caudillo no podia conservar la fuerza de su autoridad en la provincia de su mando sino á condición de servir fiel- mente la política de Rosas, mostró siempre un celo exajerado en la ejecución de las prácticas federales que dieron una fisonomía orijinal á ese triste período de la historia de la República. Si alguien pudiera dudar que los princi- pios son el alma inmortal de las socieda- des, y que el organismo vital y progresivo de éstas solo puede desenvolverse dentro de un réjimen legal bien ordenado, no habría mas que presentarle, por vía de contraste, el lamentable espectáculo que ofrecía la Re- pública Argentina bajo la tiranía de Rosas, fuera del imperio de la ley y completamen- te privada de sus derechos y libertades. La falta de una constitución escrita, de un código político nacional ó provincial, queche- ra formas regulares al gobierno en aquellos | malhadados tiempos, trajo, con la perver- sión del sentimiento público, una serie de abusos encarnados en los actos de manda- tarios que obraban sin sujeción á ninguna regla que definiera sus facultades ó limitara su poder, constituyendo el estado de des- potismo que pesaba sobre el país, como un resultado lójico de las causas mórbidas que trabajaban dolorosamente el organismo ru- dimentario de la sociabilidad argentina. Los pueblos no tenían, por desgracia, una tradición de gobierno libre que oponer á los avances del poder absoluto, el cual, en su demente ambición, pretendía adornarse con las formas irrisorias de una falsa legalidad, I prevalido de que esos pueblos no habían - sido felices en los repetidos ensayos que con anterioridad se habían hecho para implantar el gobierno constitucional. La porción sana de la sociedad, que so- portaba con vergüenza la ignominia del pre- j senté y contemplaba sombrío el porvenir con la perpetuación del despotismo, clama- ^ ba por ver establecido el réjimen institucio- — 6i — nal que habia de devolver á la nación sus derechos, á la ley su eficacia y á la liber- tad sus fueros; pero Rosas afectaba creer que el país no estaba en condiciones de dar- se una Constitución, á la manera del amo que piensa que el esclavo á quien oprime nunca está en condiciones de obtener su deseada manumisión. De ahí su obstinada resistencia á convocar un Congreso ó Con- vención que diera una Constitución general á la República, y su constante empeño de hacerse otorgar por las lejislaturas de pro- vincia la suma del poder público ó las facul- tades extraordinarias que, invocando lo ex- cepcional de las circunstancias, prorogaban su poder prestándole la sanción misma de los poderes públicos existentes. Esos actos, arrancados á los pueblos por los influjos irresistibles del terror, han quedado consig- nados en las pajinas de nuestra historia como un triste ejemplo de los males que enjendra el despotismo, cuya letal acción pervierte el criterio de los hombres mas enérjicos, aba- tiendo su dignidad. Muchas legislaturas, y principalmente la de la provincia donde ejercía inmediatamen- te su poder, se habían apresurado á investir — 62 — al dictador con las facultades extraordinarias, fundando semejantes actos de cobardía cí- vica en imaginarios pretestos de orden pú- blico, sujeridos por el miedo que les inspi- raba el tirano odioso de Buenos Aires. Con ser la provincia de San Juan el centro del Interior que menos habia sufrido bajo el régimen anormal de la época, por la relati- va mansedumbre de su caudillo, no pudo sus- traerse á la ley fatal de las circunstancias, que iba imponiendo sucesivamente á cada, pueblo la vergonzosa exigencia de investir al Gobernador de Buenos Aires de poderes omnímodos, como un espediente sui gene- ris para legalizar su dictadura. Tocóle tam- bién á San Juan su turno en estas manifes- festaciones de degradación arrancadas al espíritu enervado de los pueblos por la inicia- tiva de sus respectivos caudillos. Benavides, instado por el gobernador López, de Cór- doba, trató en 1849 de hacer que la Legis- latura confiriera á Rosas el título de Jefe Supremo, para lo cual consultó previamente á algunos vecinos de importancia, entre ellos al diputado Ravvson, que emitió su opinión en un sentido contrario á las vistas y propósitos del gobernador, combatiendo enérgicamente - 63 - el nuevo acto de abyección que se preparaba. El círculo dominante en San Juan agitó- se al solo anuncio de que el asunto iba á ser presentado por el Ejecutivo, en forma de proyecto de ley, á la aprobación de la Legislatura, donde encontraría resistencias que habían ele dar lugar á acalorados deba- tes. La exaltación del espíritu público en esos momentos, no provenia precisamente de la novedad de la idea que iba á discutir- se, puesto que era conocida y habia sido ya sancionada, con algunas variantes en la for- ma, por otras legislaturas de provincia, sino de que seria seriamente combatida en la Sala de Representantes, lo que ofrecía desde lue- go la perspectiva de un ruidoso debate, como San Juan no habia presenciado desde mucho tiempo atrás, porque el despotismo quisqui- lloso y absorvente, se avenía mal con la libertad parlamentaria, suprimida entonces por completo en la República. El rumor público venia señalando con mar- cada insistencia al joven diputado Guillermo Ravvson como el órgano caracterizado de la oposición que habia de hacerse al inmoral proyecto, y todos esperaban con viva ansie- dad el dia de la sesión en que se produciría - 64 - el debate destinado á combatirlo y á probar por primera vez las fuerzas del nuevo adalid que iba á oponerse con singular corage al vejamen que la corrupción triunfante se pro- paraba á imponer al pueblo de San Juan. Llegado el dia de la sesión, el gobernador desplegó un aparato verdaderamente terro- rífico, poniendo en movimiento las turbas mashorqueras, que se ostentan armadas en la barra de la legislatura, profiriendo amenazas de muerte, con el propósito de intimidar, aun á los espíritus mas 'fuertes, formando á su alrededor una atmósfera tal de presión que á nadie era dado sustraer- se á ella. Fácil fué descubrir en las figu- ras patibularias, á las cuales el traje colo- rado daba un aspecto siniestro, el ánimo agresivo de que estaban poseídas y la acti- tud decidida de acudir á las vias de hecho á la primera contradicción del sentimiento que las dominaba. La legislatura oyó en silencio la lectura del proyecto en que se otorgaba á don Juan Manuel Rosas el título de Jefe Supremo, y después de algunos instantes de solemne es- pectacion, pide la palabra el diputado Ravv- son, atrayendo sobre su persona las miradas - 65 - de todos. Joven de figura simpática, de ma- neras mesuradas y de lenguaje moderado y correcto, el diputado Ravvson se gana, al dar comienzo á su discurso, el ánimo de su auditorio, el cual, á medida que el orador avanza en la esposicion de .sus ideas, siente que se eleva con él á las regiones superiores donde la conciencia se transfigura por las inspiraciones del bien y de la justicia, dejan- do entrever el hermoso espectáculo de las instituciones libres, que únicamente pueden hacer la felicidad de los pueblos. Tan elocuente y sentido discurso despierta gran entusiasmo en favor de aquel novel políti- co, que habia mostrado con su actitud un valor cívico inusitado, un desprecio tan profundo por el despotismo que iba á recibir en aquel acto una nueva consagración, una conciencia tan clara de lo que es la dignidad humana, y sobre todo, un amor tan acendrado por la libertad que ve, con hondo pesar, proscrita de su país «Jamás, dice un escritor contemporáneo y comprovinciano de Ravvson, habia presen- ciado San Juan una escena mas solemne. Los Representantes escuchaban y dejaban correr sus lágrimas; la barra misma guardaba un — 66 — silencio religioso, sin poder sobreponerse á aquella emoción que causa la nobleza del sa- crificio, acaso la lástima de considerarlo inú- til.» Efectivamente, el inicuo proyecto fué sancionado, pero la protesta quedó ahí como una noble manifestación del espíritu libre, que los aluviones de fango de la tiranía no habían alcanzado á sofocar. Posteriormente se ha exhumado, con el propósito de dañar á Ravvson, la declaración de la lejislatura de San Juan que consagra aquel acto, suscrita por todos sus miembros, pretendiendo deducir de esta circunstancia, que llamaremos de forma, que ese distingui- do argentino habia sido alguna vez soste- nedor de la dictadura de Rosas, cargo que queda desvirtuado con la relación sencilla de. estos sucesos. Debe decirse en justicia que el Dr. Ravv- * son fué siempre francamente opositor á la dictadura de Rosas, la cual actuaba sobre San Juan por medio del gobierno personal de Benavides, con tendencias mas ó menos morijeradas aunque despóticas. Durante todo ese ominoso período, Ravvson no cesó de trabajar contra el réjimen existente, y su nombre y su acción de político se hallan liga- - 67 - dos á los esfuerzos que los unitarios de Cuyo y los argentinos emigrados en Chile hi- cieron para echar abajo la tiranía. No fueron parte á desviarlo de este camino las aten- ciones y honores que Benavides le dispen- sara á porfía, con el manifiesto designio de atraerlo á su causa. Ravvson pensaba, por el contrario, que podia influir eficazmente so- bre el ánimo de Benavides, no solo porque tenia confianza en las buenas inclinaciones del caudillo, sino porque creia que la máqui- na de la tiranía, con el desgaste de sus re- sortes de presión, en fuerza de su largo uso, estaba próxima á deshacerse, como se des- hace y quiebra en las manos el instrumento de que nos hemos servido durante mucho tiempo. Sentía Ravvson en 1850, que la ti- ranía se venia abajo por descomposición, y redoblaba sus esfuerzos para convertir á Be- navides á la evolución que traerían apare- jada los sucesos, produciendo en el país un cambio radical de cosas; pero Benavides se mostró refractario á esas influencias y no se plegó decididamente al partido del ge- neral Urquiza sino cuando éste dio en tier- ra con la tiranía en Caseros. Una fé profunda animaba al Dr. Ravvson — 63 — en el triunfo de los principios, y abrigaba la creencia de que su influencia benéfica, su acción lenta pero persistente sobre los hombres y los acontecimientos, habían de acabar con el despotismo de Rosas, sin vio- lentas sacudidas ni estallidos revolucionarios. Las ulterioridades vinieron á demostrar que tales vistas eran, en mucha parte, utópicas, puesto que la tiranía no cayó por el solo impulso de la propaganda, sino que fué ne- cesario descender al campo de la acción para arrancar de cuajo sus maldecidas raices. Este criterio teórico, que hace verlas cosas desde muy arriba, dejando escapar los de- talles que únicamente pueden hacer cono- cer á fondo la verdadera realidad con sus ásperas impurezas, ha inducido á este dis- tinguido hombre público en los errores que se notan en algunos de sus actos como po- lítico y personaje influyente en los negocios de su país. IV Don Guillermo Ravvson es un hombre de elevada estatura, lijeramente cargado de hom- bros por la elevación misma de su talla; su - 69 - cabeza es hermosa y de toques intelijentes; el pelo rubio hasta rayar en el rojo subido, que revela su oríjen anglo-sajon; la cutis son- rosada, que trasparenta la tendencia sanguí- nea del temperamento; la frente elevada y amplia, donde parece que campea con ente- ra libertad el pensamiento; los ojos peque- ños y de corte un tanto oblicuo; la nariz de líneas regulares, sin acentuación pronuncia- da; los labios finos y de una agradable mo- vilidad; y la barba algo escasa, recortada con esmero en la parte inferior de la cara hasta la altura de las mandíbulas y afei- tada en su parte superior. Esta fisonomía no ofrece, por la particularidad de sus ras- gos físicos, caracteres notables y salientes, si bien puede advertirse que la facción mas espresiva en ella es la boca, que pa- rece preparada al bien decir por la espon- taneidad, rapidez y dulzura de sus movi- mientos. El Dr. Ravvson posee un trato sencillo, natural y afable, que atrae sin esfuerzo por una corriente inevitable de simpatía hacia su persona, manifestando al ponerse uno en contacto con él, un noble corazón y una intelijencia nutrida que desborda -en — 70 — concepciones lógicas y brillantes, merced al dócilísimo instrumento de su palabra. Nadie podría acercársele sin esperimentar cariño y respeto á la vez en presencia de intelijencia tan superior, criterio tan recto y honorabilidad tan probada. Las esterio- ridades del hombre físico, predisponen de un modo favorable á tomar conocimiento del hombre moral, que es indudablemente susceptible de largos é interesantes estu- dios. V La mas prominente faz de la personali- dad del Doctor Ravvson, que le da una fisonomía especial entre nuestros hombres públicos, es la que se revela en sus so- bresalientes cualidades de orador. Ha sido en todos tiempos el don de la palabra, el arte de la elocuencia, un instru- mento poderoso de elevación en la vida ciu- dadana, que permite á los que lo poseen descollar entre sus contemporáneos, alcan- zando una envidiable popularidad, ya sea que tomen por campo de acción el vasto escena- rio de la plaza pública, como Demóstenes, — 7i — Cicerón y 0'Connell,óelteatro mas circuns- crito del parlamento, como Mirabeau, Pitt y Thiers. Hay, sin duda, una línea inconfundible de separación entre la elocuencia popular y la elocuencia parlamentaria, que tiene su razón de ser en la diversa naturaleza y objeto de ambos géneros de oratoria. A diferencia de la oratoria popular, que exige imágenes deslumbrantes, arranques vehementes de pasión, increíbles audacias de pensamiento, y afluencia impetuosa de palabra, la oratoria parlamentaria requiere pensamiento altísimo, sólida preparación, ra- zonamiento lógico y profundo, desarrollo dia- léctico de la idea capital que se toma por tesis, y habilidad suma de esposicion para encaminar al objeto propuesto todos los ar- gumentos y conclusiones. Distingüese sin esfuerzo que el orador popular se dirige á las muchedumbres y busca exaltar su imagina- ción recurriendo á las frases de efecto, á los rasgos patéticos que producen entusiasmo y arrebatan al auditorio; mientras que el ora- dor parlamentario se propone operar eficaz- mente, sin abandonar la atmósfera tranquila y desapasionada del razonamiento, sobre — 72 — espíritus serios y bien preparados para dis- currir sobre cuestiones que han de ser trata- tadas ante una selecta reunión de hombres. La exhubefancia de imaginación suele ser perjudicial á este género de oratoriaf que es por su índole esencialmente sobria y demos- trativa. Castelar, que es un incomparable orador literario, arrulla y deslumhra con su palabra en las Cortes Españolas; pero sus discursos no tienen bastante poder de con- vicción, porque deja disipar su espíritu en las flores de la retórica. Ha mostrado ser el Dr. Ravvson en su larga vida de parlamento, un orador al estilo de la escuela inglesa, dotado de robusta com- plexión intelectual, con sorprendentes facul- tades de raciocinio y de memoria, que lo po- nen en el caso de ostentar una vasta y me- tódica instrucción, bajo formas tan sencillas y trasparentes, que el arte, si lo hubiere, se esconde á si mismo en la esinerada espon- taneidad de su elocuencia. El orden estric- tamente lógico en que espone sus ideas hace que todas sus piezas oratorias sean nutridas en el fondo y de una nitidez tan correcta, que suelen rayar algunas veces en la monotonía de la uniformidad, aunque prue- — 73 — ben siempre la conciencia y preparación del orador. La forma que emplea en sus dis- cursos es irreprochable y está vaciada,.en un molde clásico que parece preparado de antemano para adaptar á su mas fiel espre- sion el pensamiento. Si, como ha dicho Jesucristo, los gran- des pensamientos nacen del corazón, el doq- tor Ravvson podría suministrar un eviden- te ejemplo de esta verdad; pues su oratoria, que es de ordinario fria y tranquilamente razonada, se anima con el calor de una inspi- rada elocuencia cuando la convicción le exalta ó el sentimiento del bien público enciende en él el fuego de la pasión al contacto de las grandes ideas. Por eso se muestra sobre- manera elocuente ya sea que proteste contra la tiranía de Rosas en el oscuro recinto de una legislatura de provincia, que oponga al poder refractario de Urquiza en el Con- greso de la Conferacion su palabra rígida y doctrinaria, ó que defienda, por ultimo, los mas altos intereses de su país en el seno de la representación nacional ó provincial y en los consejos de gobierno. Podría de- cirse que las Cámaras no han tenido en los últimos treinta años orador mas fecundo en — 74 — ideas ni paladín mas diestro en las nobles luchas de la palabra. Si de la tribuna par- lamentaria pasa á la cátedra del profesor, le vemos brillar igualmente por los presti- gios de su ciencia, haciéndose notar por la sabiduría de su método para comunicar á sus discípulos las verdades del ramo que profesa. El maestro ha sabido trasportar á los debates de la política el difícil arte de. es- poner con claridad la materia de su asunto, mostrándose, sin duda por esta razón, mas fuerte en la esposicion que en la réplica. A José María Gutiérrez se le ocurrió com- parar á Ravvson con el padre Jacinto; y aunque la facilidad de palabra de ambos y la contextura de sus oraciones les dá cierto parecido, difiere el antiguo predicador de la Iglesia de Nuestra Señora del Estadis- ta argentino, en que aquel tiene mas relie- ve literario en su palabra, respondiendo á la peculiaridad del genio francés," mientras que éste es un orador esencialmente polí- tico, de formas en cierto modo descarnadas, que procura dar á sus demostraciones una precisión científica, pudiéndose notar que la entonación de sus discursos es natural y apropiada, á diferencia del tono de las con- — 75 — ferencias de Mr. Loyson en las cuales to- dos creen percibir un dejo de salmodia que es inseparable de la oratoria sagrada, ade- mas de los ademanes del pulpito que ya no puede abandonar el célebre exclaustrado. La fama de ciudadano intejérrimo, de que merecidamente disfruta el Dr. Ravvson, pone el sello de la mas alta autoridad moral á sus ideas y hace que todos tengan absolu- ta confianza en la rectitud de sus procede- res y en la bondad de sus intenciones, que son siempre elevadas y patrióticas. Las distinguidas dotes que Ravvson reúne como orador y como político están servidas por un carácter honorable que se nutre de opi- niones sanas, permitiéndole al mismo tiem- po la moralidad de sus actos y la claridad de sus vistas ser siempre moderadamente enérgico en sus resoluciones; y aunque su temperamento suave se resista á las mani- festaciones violentas de la ira ó del despe- cho, muéstrase siempre firme en sus convic- ciones y jamás cede ante la coacción moral ó la presión material. Háse dicho que el principal defecto del Dr. Ravvson consiste en su debilidad de ca- rácter, y se ha repetido, hasta cierto punto - 76 - con éxito, ese cargo para amenguar su talla de hombre público. Nada mas antojadizo que esa afirmación á la cual pueden opo- nerse todos los actos de su vida pública, obe- deciendo á un mismo orden de ideas y á tendencias definidas que revelan la mas per- fecta unidad de acción y de pensamiento. Bastaría recordar al acaso, para desvanecer tal aserción, algunas situaciones críticas de su vida, en las cuales ha mostrado una no- table entereza de espíritu, como la revolu- ción de San Juan en 1852 contra Benavides, que él, entre otros, preparó valiéndole pri- siones y vejámenes; Ja medida estrema que importaba el decreto espedido por el Go- bierno general en 1867, que no tuvo incon- veniente en suscribir con mano firme, man- dando cerrar imprentas y desterrando ó constituyendo en prisión á periodistas que conspiraban abiertamente contra el orden nacional; además de la principal responsabi- lidad que asumió en el decreto gubernati- vo dictado por el vice-Presidente Paz so- metiendo á un consejo de guerra al general don José Miguel Arredondo. Ya que nos hemos propuesto estudiar á fondo la personalidad de Ravvson, presen- — 77 — tándola tal como la comprendemos, es opor- tuno decir aquí que el cargo de debilidad, tantas veces repetido contra él, tiene su fundamento en ciertas peculiaridades que caracterizan su ser moral. Es sabido que el general Mitre se ha hecho notar siempre por su imperturbable serenidad en la pala- bra y en la acción, que Sarmiento descue- lla por su enardecimiento de espíritu en el calor del debate, como se hacía notar Velez Sarsfield por la negligencia imperiosa de su abundante oratoria. De aquí que Mitre no se "altere jamás, aun en presencia de las si- tuaciones mas arduas; que Sarmiento, como Anteo, sienta redoblar sus bríos al contacto de los golpes que recibe; y que Velez Sars- field acosara á sus adversarios con abruma- doras invectivas, sátiras amargas ó sarcas- mos sangrientos. Cosa muy distinta le ha sucedido al Dr. Ravvson cuando ha presentado proyectos ó pronunciado sus meditados discursos en las Cámaras, sobre cuestiones que se han re- suelto de una manera contraria á sus ideas ú opiniones. Haciendo la debida justicia á sus perseverantes esfuerzos en pro de los intereses públicos y á la convicción patrió- - 7§ - tica con que siempre los ha defendido, sen- timos decir que los resultados adversos en las discusiones del parlamento suelen des- concertarlo hasta hacerlo víctima de una de- presión de espíritu casi cercana al despecho, que se manifiesta á veces en formas agre- sivas, perjudicando no poco sus bellas con- diciones de carácter. Después de un solemne debate, que se prolongó hasta altas horas de la tarde y que trajo como consecuencia el rechazo de las ideas de Ravvson—consagrándose el resul- tado por medio de una votación—el orador, visiblemente alterado, .se apresuró á tomar la palabra y dijo: «Noto que las sombras de la noche comienzan á invadir el recinto de la Cámara y desearía, señor presidente, que se mandara encender las luces para con- templar la espresion del rostro de los seño- res diputados que acaban de votar en contra de mi proyecto». Este rasgo de despecho y de sangrienta invectiva contra sus opo- nentes en ideas, muestra que, en tales cir- cunstancias, no mantiene la elevación de espíritu que da siempre respetabilidad á su actitud y merecido ascendiente á sus con- sejos. — 79 — Discutíase, en otra ocasión, en la Cá- mara de Diputados, un proyecto de refor- ma de la ley electoral, en que se tocó la conocida cuestión del voto público ó secre- to, encontrándose Ravvson en oposición de ideas con el Dr. Vicente F. López, y en ese debate notamos que, no obstante la bondad de las opiniones que sostenía, ma- nifestó una acritud inusitada al desautori- zar una cita de Pomeroy hecha por su con- tradictor. Como quiera que se juzguen estas aber- raciones de carácter, que se asemejan á in- termitentes abatimientos de espíritu, es in- dudable que están lejos de favorecerle; por que no falta quien crea que ellas ocultan un desmedido amor propio, apocamiento de ánimo ó mal reprimido despecho, lo que, á ser cierto, vendría á disminuir las propor- ciones de su culminante personalidad. Las facultades del orador, que podría- mos llamar esternas, completan el conjunto de calidades eminentes que dan al Dr. Ravv- son el primer rango entre nuestros orado- res parlamentarios. Tiene las maneras apro- piadas, el gesto espresivo y sin afectación, la voz de regular sonoridad y con poder — 8o — bastante para dominar el ámbito de una Cá- mara, la palabra clara, distinta, mesurada y persuasiva, con cierta cadencia que hala- ga el oido cuando los pensamientos se pre- cipitan relucientes por el ancho cauce tra- zado por ella, como ruedan y se precipitan las ondas doradas del Pactólo sobre las are- nas que fecundan sus corrientes. Volvamos nuevamente al estudio del hom- bre público, ya que queda bosquejada en breves rasgos la silueta del orador. VI La caida de Rosas puso en tabla y tra- jo como de improviso á las discusiones de la vida pública los problemas mas graves y trascendentales que se relacionaban con la organización política del país. Las primeras manifestaciones de la polí- tica iniciada por el general Urquiza después de Caseros, hicieron temer, con razón, el advenimiento de un nuevo despotismo en- carnado en su persona, si habia de tenerse en cuenta el restablecimiento de varias prác- ticas que existían bajo la tiranía, y el pro- pósito confesado de contemporizar con los — 81 — caudillos que en las provincias la habían sostenido. Esa peligrosa tendencia, revela- da en los actos del vencedor y en las ideas de los hombres que lo rodeaban, hacia ne- cesario oponerse con viril entereza al predo- minio de la política personal que se inaugu- raba bajo los poderosos auspicios del hom- bre que habia derribado la dictadura de Rosas y á quien la fuerza virtual de la vic- toria colocaba á la cabeza de la Nación, informe todavía en cuanto á su organización o constitucional. Aunque todos reconocían la urgente ne- cesidad de proveer, por lo menos proviso- riamente, á la creación de un poder nacio- nal que procediera á la organización política del país, consultando la opinión consciente de los pueblos, asaltaban muy fundados re- celos á los hombres del grupo unitario que habia trabajado sin tregua por socavar la base granítica de la tiranía, moviéndole cru- da guerra dentro y fuera del país, ya por la sublevación parcial de los pueblos, ya por los escritos que en el esterior la desacre- ditaban entregándola á la execración de la opinión contemporánea. Educación política, precedentes legales, — ¿2 — ideas claras de gobierno, prácticas adminis- trativas que condujeran por vias rectas á la reconstrucción nacional, todo habia de- saparecido por la acción demoledora del des- potismo que habia pesado sobre la Repú- blica durante veinte años. Perplejos se en- contraban los hombres de todos los partidos en presencia de los pavorosos problemas que eran llamados á resolver para poner or- den en el caos producido por la desapari- ción casi instantánea de la tiranía. ¿Habia de recurrirse en los trabajos de organización que iban á iniciarse, á los pre- cedentes establecidos por el Pacto Litoral de 1831, que aunque consagraba el princi- pio de gobierno federativo no era un acto nacional de soberanía sino un convenio re- jional en el cual no habían tomado parte mas que los gobernadores de las cuatro provincias litorales? ¿O era mas lójico con- sultar la opinión de los pueblos por medio de sus representantes directos, reunidos al efecto en una Asamblea donde estarían re- presentados los intereses y las aspiraciones de la Nación entera? Siendo mas conforme con la fundamen- tal idea democrática del gobierno* libre este - 83 - último temperamento, se adoptó, sin em- bargo, el primero, decretando el general Urquiza la convocatoria de todos los Go- bernadores de las Provincias á un Acuerdo en la ciudad de San Nicolás de los Arro- yos, que se reunió en Mayo de 1852. El Pacto emanado de esa Asamblea fué, como se sabe, resistido por el partido li- beral de Buenos Aires, por considerarlo ilegal y nulo en su oríjen, desde que habia sido acordado por una reunión de Goberna- dores de provincia, que no podían arrogarse la facultad de representar por sí y ante sí á los pueblos, comprometiendo su propia so- beranía en cuestiones graves como las que se relacionaban con la organización nacio- nal, en la cual los pueblos debían ser imprescindiblemente consultados por medio de sus representantes lejítimos, tanto mas cuanto que no existían en el país anteceden- tes lejislativos de carácter nacional en que apoyar los procedimientos que prepararon y condujeron á la ejecución del Acuerdo. Abrigaban también los opositores al pacto el fundado temor de que el país marchase al establecimiento de un nuevo despotismo, no solo porque Urquiza acababa de inau- - 84 - gurar una política personal y autoritaria, sino porque los gobernadores que acudieron á la Asamblea de San Nicolás habían sido los sostenedores en las provincias de la tira- nía derrocada, careciendo algunos de ellos, como el de Buenos Aires, hasta de la au- torización previa de sus respectivas legisla- turas. Aunque la provincia de Buenos Aires, que era el centro mas poderoso de la oposición á Urquiza, habia declarado por medio de su legislatura, en las famosas sesiones de Junio de 1852, que consideraba ilegal el pacto de los Gobernadoree, fué éste, sin embargo, aceptado por las demás provin- cias; y en su virtud fué investido el general Urquiza del cargo de Director Provisorio de la Confederación, facultándolo al mismo tiem- po para convocar un Congreso Constitu- yente con especial misión de dictar una Constitución para la República. De la resistencia que Buenos Aires opuso al acuerdo de San Nicolás, y del golpe de Estado que subsiguió á aquellas sesiones, nació la revolución de 11 de Setiembre de 1852, que produjo como resultado inmedia- to la separación temporal de la provincia -85 - y como consecuencia mas lejana- la modifi- cación paulatina de la política del general Urquiza, que tuvo desde entonces un cor rectivo bastante eficaz para determinar su marcha en el sentido de llegar mas tarde á la unión nacional bajo ciertas bases fija- das por la misma provincia disidente, cuya influencia fué al fin reconocida en la orga- nización definitiva del país. Ante un círculo de miembros del Con- greso, esclamaba el general Urquiza: «¿Qué hubiera sido de la República si triunfa la revolución de Setiembre? — En verdad, se- ñor Presidente, observaba el diputado Ravv- son con profunda intención ¿qué hubiera sido de la República si no triunfa la revo- lución de Setiembre?» Estas significativas palabras reflejaban las tendencias opuestas que concurrieron á pro- ducir aquel suceso y la manera diversa de apreciarlo, según el punto de vista en que se colocaron los actores de ese episodio de nuestras complicadas y laboriosas evolucio- nes internas. Es tiempo ya de hacer á los hombres y á los partidos la justicia severa de la historia, juzgándolos con la alta imparcialidad que se — 86 — impone á la razón emancipada de la pasión política que engendra la consideración actual de los hechos en que somos actores ó es- pectadores. El Acuerdo de San Nicolás, con todas sus irregularidades y anomalías, autorizó la con- vocatoria del Congreso Constituyente de Santa-Fé y éste, á su vez, dictó la Constitu- ción Nacional de 1853, fijando el punto de partida de la nueva era constitucional que desde entonces se inauguró para la Repú- blica. Buenos Aires, por su parte, sirvió de con- trapeso al poder político de los hombres de la Conferacion, corrigiendo sus tendencias, des- pués de reiteradas tentativas de unificación nacional, hasta que consiguió hacer triunfar sus ideas, dentro del régimen federal acepta- do por los pueblos, cuando en 1860 se le reconoció su derecho á revisar la Constitu- ción, introduciendo en ella las reformas que los principios mas adelantados del sistema y su propia seguridad le aconsejaron. El hecho del fraccionamiento del país en dos porciones distintas, vino á probar á pro- vincianos y porteños, después de siete años de aislamiento, que no podían ser dichosos - 87 - fuera de la nacionalidad y que cometian un un verdadero crimen manteniéndola dividida. El Dr. Velez Sarsfield habia dicho en el seno de la Convención provincial de 1860, en un discurso memorable, aludiendo á la disolu- ción del Congreso de 1827, á que él mismo contribuyó con su voto: «No, señores, yo no volveré á votar la disolución de la nación, ni pondré jamás el menor obstáculo á la unión de los pueblos, cualesquiera que sean las di- ficultades que se presenten.»" Los partidos que hasta ese momento ha- bían enarbolado la bandera mutilada de la nacionalidad, se encontraban también en el caso de decir, en presencia del estado ruino- so producido por la secesión: No volveremos á producir el fraccionamiento del país y man- tendremos á toda costa la unión, porque á ella están vinculados nuestro honor y nuestra felicidad. A la revolución de Setiembre en Buenos - Aires siguieron otras de carácter local en Corrientes, Tucuman y San Juan, que no te- nían por objeto desconocer el nuevo orden nacional de cosas presidido por Urquiza, sino únicamente emanciparse de los caudillos que seguían mandando á las provincias, aun des- — 88 ~ pues de la caida de Rosas, como á título de feudo. San Juan fué una de las primeras en de- cidirse á operar un cambio político de índo- le pacífica, aprovechando la ausencia de su Gobernador vitalicio, el general Benavides, que habia acudido al rendez vous político de San Nicolás. Ese simpático movimiento llevó al gobierno á los hombres mas distin- guidos de la provincia, figurando entre ellos como hombre de palabra y de consejo el Dr. Guillermo Ravvson, quien nunca habia ocultado su desafección por Benavides y su círculo, á pesar de los esfuerzos que aquel habia hecho para atraerlo á la situación que encabezaba, llegando hasta nombrarlo Se- cretario á fin de que lo acompañase en ese carácter al Congreso de Gobernadores, pró- ximo á reunirse. •■ ,. La revolución efectuada, que no tenia mas propósito que eliminar á Benavides del poder que discrecionalmente habia ejercido - por tanto tiempo en la provincia, no encon- tró acojida favorable en los consejos del Director Provisorio, hallándose de nuevo el partido liberal entregado á la merced del afortunado caudillo que veia asegurado su - 89 - patrimonio político bajo el réjimen creado por Urquiza, como lo habia tenido bajo la dictadura de Rosas. Tan pronto como Benavides volvió á la provincia y fué repuesto en el mando, el destierro, las prisiones y la persecución de los mas notables ciudadanos que iniciaron el movimiento revolucionario de 1852, fue- ron los medios que se pusieron en juego para sojuzgar las aspiraciones de un pue- blo que habia visto con júbilo la desapa- rición de la tiranía de Rosas; pero que, menos feliz que otros, no podia romper las ligaduras de su propio despotismo local. Las represiones se hicieron sentir prin- cipalmente contra Ravvson y otros ciudada- nos que, como hombres de ideas, inspiraban serios temores á la triunfante reacción fede- ral, siendo encarcelados y escarnecidos tor- pemente por los exaltados partidarios de Benavides. Delante de estas escenas de vio- lencia, Ravvson mostró gran enerjía de es- píritu y la firmeza de convicciones que las circunstancias exijian de los hombres que habían dirijido, en nombre de los mas no- bles principios, el sofocado movimiento. Estos sucesos sujieren otras reflexiones — 9o — que no es posible esplanar aquí sin exce- der las proporciones de este trabajo, por lo que nos vemos obligados á tocar, casi incidentalmente, los puntos conexos con este momento histórico, aun á riesgo de que se nos apliquen estos espirituales versos de La Fontaine. Bornons ici notre carriére Les longs ouvrages me fontpeur; Loin a"épuiser une matiére, On nen doitprendre qu-e la fleur\ La provincia de San Juan honró poste- riormente al Dr. Ravvson con sus sufragios para que la representara en el Congreso del Paraná, donde formó siempre á la par de Laspiur, Próspero García y algunos otros en las filas de la oposición liberal, contra la mayoría organizada que apoyaba al Go- bierno del general Urquiza. Ese pequeño núcleo de resistencia á la política desa- certada de la Confederación, que al fin labró su ruina, mantuvo viva con su actitud la fé de los pueblos en la definitiva organiza- ción del país bajo las bases de igualdad y justicia que solo podían hacer aceptable y duradera la unión nacional. Concurría tam- bién esa oposición á secundar los esfuerzos — 91 —- de Buenos Aires en el sentido de corregir los abusos de aquella política que parecía empeñada en ahondar mas y mas el abismo de la separación, por las intervenciones in- motivadas, la creación de derechos diferen- cíales, la ley de ciudadanía electiva para los hijos de estrangeros y otros actos igual- mente hostiles á los intereses de la pro- vincia disidente y á los déla misma nacio- nalidad. El diputado Ravvson combatió con firme- za todos esos actos, concurriendo á robus- tecer la actitud de protesta de Buenos Aires y haciéndola simpática por la bondad de los principios que proclamaba; y aunque los opositores al gobierno del Paraná di ferian en cuanto á los medios de llegar al fin co- mún de anularlo ó hacerlo desaparecer, pues los unos querían atacarlo directamente basta demolerlo, y los otros abrigaban el propó- sito de combatirlo dentro de sus propias posiciones hasta operar su trasformacion por la influencia benéfica de las ideas, es lo cierto que la acción perseverante de esta política de resistencias que se hacia sentir con enerjía en el Congreso, produjo, des- pués de cuatro ó cinco años, los resultados — 92 — apetepidos de matar por asfixia al Gobier- no del Paraná, formándole poco á poco el vacío de la opinión pública, que le alejaba sus mas importantes elementos. Juan María Gutiérrez, Carril, Pico, Go- rostiaga y otros personajes de viso del par- tido del general Urquiza abandonaban el Paraná para establecerse en Buenos Aires, desagradados del giro que tomaban las co- sas, y convencidos de que se venia abajo por impotencia la frájil estructura de la Con- federación. Con mas razón se vio alejarse de la ca- pital provisoria á los hombres del partido liberal que allí habían figurado como miem- bros del Congreso ó funcionarios de la Ad- ministración, contándose entre ellos Ravvson que fué á fijar definitivamente su residen- cia en Buenos Aires, donde sus amigos lo recibieron con muestras visibles de satisfac- ción, prometiéndose aprovechar, en tales circunstancias, el valioso concurso de sus ta- lentos, á cuyo efecto no tardaron en ofre- cerle una banca en la Legislatura, que reu- nía entonces en su seno á los hombres mas notables del país por su capacidad, espe- riencia, fortuna y posición social. En este — 93 — nuevo teatro va á desplegar el Dr. Ravvson dotes de político y constitucionalista, que no habia revelado en el Congreso de la Con- federación, y las cuales le darán una fiso- nomía propia como hombre de gobierno, con relación á un determinado orden de prin- cipios y tendencias en la política argenti- na, que han de constituir en adelante su credo, ó mejor dicho, su escuela. VII Ha dado en llamarse hombres de Estado á los afortunados políticos que, por vias rectas ó tortuosas, llegan á recorrer la es- cala de los puestos públicos, aunque no ha- yan dejado á su paso por ellos el mas lijero rastro de su labor, ni muestra alguna si- quiera de su iniciativa para probar la apti- tud y la conciencia con que los desempe- ñaron. Muy lejos de merecer ese título está la multitud de figurantes que se sucede en nues- tra escena política, moviéndose estérilmen- te sin producir una idea seria que concur- ra á operar una trasformacion saludable ó á imprimir un% dirección acertada al mane- — 94 — jo de los negocios del país que tiene la in- tención de dirijir. Las aspiraciones inconsultas, la instruc- ción superficial que no alcanza á ilustrar el juicio, el continuo cambiar de posiciones que acusa siempre ausencia de ideas de gobier- no y de moralidad política, la falta de con- sagración al estudio de los intereses socia- les, constituye la mas perfecta negación del hombre público en una democracia que, como la argentina, aspira á desenvolverse rápida- mente contando con la capacidad y acri- solada honradez de sus directores ó régulos, y con el desarrollo espontáneo de su es- traordinaria vitalidad. Los verdaderos hombres de Estado des- cuellan como la eminencia en la llanura en el estadio de la actividad social, donde se distinguen entre mil en medio de la confu- sión que produce el choque de los intereses opuestos y las luchas incesantes de los par- tidos, sin perder de vista la corriente lumi- nosa de ideas que da fuerza á su pensamien- to, trascendencia á su acción, autoridad á su palabra, capital importancia á su personali- dad política. El hombre de Estado h% de conocer á — 95 — fondo las necesidades de su país y de su época, revelando en el campo de la esperi- mentacion que sabe mover los resortes de la economía social, por la elección acertada de los elementos que las circuntancias y las condiciones especiales de su pueblo ponen á su alcance para llenar los altos fines del gobierno y de la administración. La voca- ción desinteresada por la cosa pública; las iniciativas fecundas que convierten el pen- samiento en acción; la visión clara de los sucesos que permite hasta cierto punto pre- pararlos y dirijirlos. de antemano; la pru- dente perspicacia que aconseja detenerse ó avanzar delante de los obstáculos, para com- batirlos por medios indirectos ó atacarlos de frente desafiando con ventaja las pre- cupaciones dominantes; el instinto que bus- ca la popularidad sin adularla y arrostra la impopularidad sin temerla; el propósito per- sistente de realizar grandes cosas, sin parar mientes en las banalidades de los círculos parásitos; la consumación, en fin, de esas trascendentales evoluciones que fijan época en la vida de una nación, ligando á ella de una manera perdurable el nombre de quien las preparó, son los signos característicos. - 96 - de esas personalidades eminentes que enjen- dran los acontecimientos mismos, marcando las mas importantes etapas de la marcha de la civilización en la historia. Sin salvar los límites de la edad contem- poránea, son hombres de Estado Cavour, que realiza la difícil obra de la unificación de Italia: Bismarck que establece la hejemonia alemana en Europa; Thiers que funda en Francia la República conservadora; D'Israeli que ensancha la preponderancia esterior de la influencia británica; Glasdtone que procu- ra con profunda sagacidad modificar la cons- titución política y social de su país, por la incorporación de tres millones de hombres al cuerpo electoral del Reino Unido, y algunos otros prohombres mas á quienes puede con justicia atribuirse una acción eficiente en la dirección actual de la política europea. En estas rudimentarias sociedades de Amé- rica, donde no está aun maduro el pensa- miento fundamental de su organización, se nota que son mui raros los hombres de Es- tado, y que los que se acercan á ese tipo solo lo son con relación al pequeño teatro en que han actuado y merced á determinadas cir- cunstancias de su época. — 97 — Bolívar, San Martin, Monteagudo, Riva- davia y Moreno son los estadistas que mas sobresalen en el primer período de nuestra revolución continental, advirtiéndose que los dos primeros ejercen una acción decisiva en los sucesos de su tiempo; y que los tres últi- mos, personificando la idea revolucionaria en su forma teórica mas elevada, dejan sin em- bargo en bosquejo su obra; acaso porque no se dieron cuenta cabal de las exijencias de nuestra sociabilidad y les faltó el tino ne- cesario para convertir á su servicio las cir- cunstancias, ó porque su intempestiva desa- parición de la vida pública les impidió reali- zar sus trascendentales designios. Entre los estadistas arjentinos de la última época, la crítica se detiene delante de los nombres de Alberdi, Mitre, Sarmiento y Ravvosn, que reflejan por su acción en los sucesos ocurridos de medio siglo á esta par- te, las fases mas importantes del movimien- to político de la Nación Arjentina. Don Juan Bautista Alberdi es el precur- sor de la idea política en que se ha vaciado la constitución de la república, el teorizador del sistema federal entre nosotros, el intro- ductor al país de las doctrinas norte ameri- ~ 98 - canas en su aplicación, mas ó menos acer- tada , á nuestra embrionaria organización constitucional, el vulgarizador injenioso de los principios que encontraron su fórmula concreta en el código político de 1853. Se ha movido como pensador en la vasta esfera de la ciencia social dilucidando temas litera- rios, políticos, históricos, económicos, jurídi- cos y de crítica artística y científica que le valieron en su tiempo una envidiable popu- laridad, porque en ellos lució sobresalientes talentos de escritor y polemista. Como publicista se ha revelado espositor hábil, de claro y elegante estilo, de espíritu flexible, rico en análisis minuciosos y ar- gumentaciones sutiles, que le han servido siempre para sostener sus atrevidas parado- jas ó sus hipótesis inverosímiles. Vivió cons- tantemente enamorado de ciertas fórmulas abstractas, yendo y viniendo en torno de ellas, jirando con increíble paciencia á su alrededor para sacar por diversos caminos las mismas conclusiones y volver á sentar las mismas premisas; á punto de que esta singular tendencia de su espíritu, lo ha con- denado á ser un metafísico rebuscado, un filósofo sin sentido práctico, que ha deja- — 99 — do trunca su misión de hombre público, por haber desertado del puesto de acción, contemplando desde lejos, durante cuarenta años, las cosas de su país, sin mezclarse en los acontecimientos que lo reclamaban como el obrero de su propia idea, aplicando un criterio apasionado y erróneo á situaciones que no podia juzgar bien por su ausencia voluntaría del teatro de los sucesos, en cir- cunstancias en que la nación operaba radi- cales transformaciones en su seno. De esa falta de sentido práctico, que em- pequeñece la figura de estadista de Alberdi, dan testimonio los capitales errores que co- metió como diplomático y como político, siendo ejemplo de ello la negociación del tratado con España en que se estableció el principio de la ciudadanía electiva para los hijos de estranjeros nacidos en la República, que traía aparejado para nosotros el mons- truoso resultado de hacer estranjera media nación, si, aceptado dicho principio, se hu- biera él estipulado, como tenía necesaria- mente que ser, con las demás naciones; y su inesplicable conducta en presencia de los sucesos políticos de 1880. El jeneral don Bartolomé Mitre es á la — IOO — vez hombre de acción y de pensamiento, y su principal y mas glorioso título á la con- sideración de sus conciudadanos, consiste en haber presidido á la reconstrucción definiti- va de la nacionalidad arjentina, fundiendo en un molde eterno la unión que constituye su grandeza. Concurren á dar fisonomía propia á su personalidad de estadista una intelijencia superior, sólidamente nutrida por vastos y perseverantes estudios, y un carácter elevado, abierto siempre á las no- bles inspiraciones del bien, que se retem- pla al calor del mas puro y desinteresado patriotismo. Periodista, historiador, poeta, militar, político y tribuno, su acción se ha hecho sentir en los negocios públicos de su país, desde la caida de Rosas hasta el pre- sente, persistiendo su nombre en la escena en medio de los mas variados accidentes y destacándose su figura de la superficie mo- vediza de los acontecimientos, con los in- contrastables prestijios del respeto y de la popularidad, como ningún otro hombre en nuestro país. Como quiera que el jeneral Mitre reú- na en su persona la mayor suma de ca- lidades positivas que se requieren en un -- IOI -- completo hombre de Estado, lo que le ha permitido ver con claridad los sucesos que era llamado á dirijir en los momentos mas solemnes de su vida, sus inclinaciones in- vencibles de hombre de partido, lo han arrastrado á cometer, á sabiendas, errores fundamentales, de que la historia impár- cial ha de tomarle cuenta mas tarde, y que la jeneracion presente puede señalar desde ahora al preparar sobre su personalidad de hombre público el juicio de la posteridad. Llama en verdad la atención que esta distinguido repúblico, que ha tenido la suer- te de comprender bien los arduos problemas de su época, haya sin embargo incurrido, en los hechos, en contradicción con sus pro- pias vistas políticas, prefiriendo servir los intereses de su partido, antes que las ideas por él preconizadas, como es fácil ponerlo en evidencia recordando determinadas si- tuaciones de su vida pública. Cuando el jeneral Mitre fué llevado, en 1862, por la lójica de los sucesos y la voluntad de los pueblos, á la presidencia de la República, se apresuró á formular un notable programa de gobierno que en- cerraba entre sus mas bellas promesas la -- 102-- de seguir una política de reparación y ol- vido en el interior y de la mas estricta neu- tralidad en el esterior. La primera parte de esa promesa fué cumplida en cuanto las circunstancias lo permitieron; pero en lo tocante á la política esterna, sufrió una gran desviación de aquel juicioso propósito de guardar, respecto ele los vecinos, la neu- tralidad mas perfecta. La fatal política intervencionista en los asuntos de la Banda Oriental, que lanzó á la revolución al jeneral Flores, sin mas razón que una pretendida solidaridad en- tre el partido colorado de Montevideo y el liberal arjentino cuyo poder creían al- gunos espíritus meticulosos asegurar por ese medio, y que trajo como consecuen- cia las complicaciones que precedieron á la guerra del Paraguay, tuvo por alma en el gabinete á los ministros Elizalde y Gelly, quienes lograron arrastrar al jeneral Mitre á ese camino sin salida, comprometiendo al fin á toda la administración. Era el es- píritu de partido sobreponiéndose á las inspiraciones del patriotismo previsor, que aconsejaba la mas absoluta prescindencia en los asuntos de los estados limítrofes y amigos. ~ io3 — El jeneral Mitre veía acercarse en 1867 el término de su Presidencia, y le preo- cupaba con razón la división del partido liberal, que distraia sus fuerzas entre va- rios candidatos de idéntica significación en el orden de las ideas, y quiso llamarle la atención sobre los peligros que para él enjendraba semejante estado de cosas, di- rijiéndole un manifiesto, que llamó su tes- tamento político, en el cual buscaba correjir la actualidad por la unificación del parti- do, declarando al mismo tiempo, que Paz, Elizalde, Sarmiento, Ravvson ó cualquier otro ciudadano de esos antecedentes y fi- guración política, eran candidatos lójicos del partido liberal y representantes jenui- nos de sus ideas y aspiraciones. Uno de esos candidatos, Sarmiento, ob- tuvo la mayoría de los sufrajios para la presidencia, y su elección importaba la con- tinuación del partido liberal en el poder, puesto que aquel ciudadano no tenia ni habia pertenecido jamas á otro partido. Pero he aquí que apesar de las esplícitas declaraciones del jeneral Mitre sobre el al- cance de esa elección, el grupo que habia sostenido la candidatura de Elizalde, em- — 104 — prende una oposición tenaz é implacable contra el Presidente Sarmiento, sin com- prender, por entonces al menos, que el par- tido liberal quedaba destrozado hasta ve- nir á su impotencia actual........ Hubo de cambiar de opiniones el jene- ral Mitre respecto de la nueva situación que acababa de crearse para coincidir con sus íntimos amigos que, con José María Gutiérrez á la cabeza, habían cavado un abismo de odios entre él y Sarmiento. Era el proselitismo de círculo que volvía á ofus- car su noble espíritu, poniéndolo en el caso de asumir una actitud que nada, ab- solutamente nada, ha correjido en la mar- cha ulterior de nuestros partidos militantes. Los movimientos revolucionarios de 1874 y 1880 fueron privada y públicamente con- denados por el jeneral Mitre antes de pro- ducirse, lo que no impidió que aparecie- ra después envuelto en ellos, sin mas motivo que querer seguir la suerte de sus amigos. Da, sin duda, gran popularidad el sacrifi- cio que conscientemente se arrostra cor- riendo la adversa suerte, de un partido; pero tales actos son, para un observador imparcial, debilidades imperdonables ó com- — 105 — placencias peligrosas que se convierten para un estadista de talla en otros tantos erro- res que han podido evitarse dominando el cúmulo de las circunstancias á fin de di- rijir con acierto los acontecimientos, para responder cumplidamente á las exijencias actuales y á la espectativa de la historia, que juzga tarde ó temprano, con inflexi- ble severidad los hombres y las cosas. Con todo, el jeneral Mitre es un gran patriota y un estadista de sobresalientes dotes, que hace honor á su país y á la América. Don Domingo Faustino Sarmiento com- parte con el jeneral Mitre la obra capitalí- sima de la organización constitucional del país, tiene una figuración de primera línea en los sucesos políticos contemporáneos, y posee facultades descollantes de estadista y hombre de gobierno; pero no debemos detenernos aquí en consideraciones sobre su personalidad, porque le tenemos con- sagrado un trabajo especial, (i) El examen de los hechos, ligados á la (1) Véase nuestro citado estudio sobre la vida y escritos de 1>. F. Sarmiento. -- IOÓ -- vida pública del Dr. Ravvson, que mas adelante hemos de presentar, nos permi- tirá estudiar en el campo mismo de la esperimentacion sus cualidades de estadis- ta, aplicando en nuestros juicios el criterio jeneral ya formulado, como piedra de to- que de nuestras observaciones. VIII Cuando las disidencias de los partidos son radicales y profundas, hay que entre- gar fatalmente á los heroicos tempera- mentos de la fuerza la decisión de sus querellas, para deslindar en el terreno de los hechos su preponderancia respectiva. La prolongada lucha entre Buenos Aires y las Provincias, que habia hecho nacer de ambos lados tantas enojosas rivalida- des, traia desgraciadamente las cosas á ese terreno antes de 1861; pues ni la ba- talla de Cepeda, que aquella perdió sin ser vencida, ni el pacto de 11 de noviem- bre de 1859, que fijaba las condiciones de llegar á la unión, ni las posteriores re- formas introducidas á la constitución por la provincia disidente en 1860, produjeron — 107 — el resultado de restablecer la deseada in- tegridad de la nación. Fué menester que los sangrientos suce- sos de San Juan, con la trájica muerte de los gobernadores Virasoro y Aberastain, echaran de nuevo en las vias de la con- tienda armada á los dos grandes partidos en lucha, hasta librar la batalla de Pavón, que determinó la preponderancia de Bue- nos Aires sobre la Confederación de las trece provincias, colocándola en situación de proceder, bajo su influencia, á la re- construcción de la nacionalidad. La disolución del Gobierno de la Con- federación, operada por la fuerza de los acontecimientos, hacia necesario proceder sin pérdida de tiempo á la reorganización de los poderes públicos nacionales, bajo los auspicios de la situación recientemente creada, afrontando los problemas que ha- blan puesto á la orden del dia los suce- sos. El general Mitre era, en su doble ca- rácter de Gobernador de Buenos Aires y vencedor de Urquiza, el hombre de las cir- cunstancias y á él le tocaba la patriótica tarea de unificar el país por los medios cons- — 108 — titucionales que condujesen con mas efica- cia á ese resultado, porque era el propósito que con mas urjencia reclamaba la opinión en esos momentos. La cuestión Capital de la República apa- reció una vez mas, como en 1825 y 1852, apasionando vivamente los espíritus por la recrudescencia de los viejos antagonismos entre provincianos y porteños, y pidiendo á los hombres de gobierno la solución que habia de dar la clave de la organización definitiva de la nación arjentina, tantas ve- ces tentada desde los tiempos de nuestra emancipación política. Investido el general Mitre por las pro- vincias con el título de Encargado del Po- der Ejecutivo Nacional, hasta que los pue- blos elijiesen presidente de la República y se instalase el Congreso que habia de dic- tar las leyes mas urjentes que la situación demandaba, pensóse también en conferirle otros poderes no menos necesarios para el logro de su delicada misión, debiendo ce- ñirse en un todo á las prescripciones de la Constitución reformada. A este objeto, no tardó en presentarse en el Senado de la Provincia un proyecto — io9 — de ley autorizando al Poder Ejecutivo para que invitase á las demás provincias á reu- nirse en Congreso, como también á aceptar y ejercer los poderes que le delegasen los gobiernos de las demás Iprovincias para convocar é instalar el Congreso Nacional en el punto que él designase. Ese pro- yecto llevaba envuelta, de una manera im- plícita, en sus términos, la solución de la cuestión Capital, con la serie de delicadas consecuencias que ella entrañaba respecto de la organización federativa del país, ra- zón por la cual produjo inmediatamente el efecto de dividir el partido liberal, den- tro y fuera de la Cámara, en dos frac- ciones intransijentes, que se apresuraron á tomar posiciones en la línea que les señalaban sus ideas y los antecedentes his- tóricos de la cuestión en debate. De antemano se sabia que el poder Eje- cutivo pretendía la federalizacion entera de la Provincia de Buenos Aires á fin de ins- talar en ella las autoridades nacionales, y que la Comisión del Senado, al presentar el aludido proyecto, respondía á idéntico propósito y se preparaba á sostenerlo por el órgano de oradores tan autorizados y elo- — no — cuentes como el Ministro Eduardo Costa y los Senadores Elizalde y Ravvson, que goza- ban de merecida influencia en la nueva si- tuación. El espíritu de localidad levantaba á su vez como bandera la autonomía de la provincia, y tenia sus jenuinos representantes en la Cámara en la persona de don José Mármol, orador mas elegante que sólido, y en don Adolfo Alsina, caudillo impetuoso y de pa- labra acerada, que habia de convertirse desde entonces en el jefe de la fracción autonomista desprendida del seno del partido liberal, al dia siguiente de la victoria. Como eran extremas las posiciones en que se encontraban colocados los sostene- dores del Gobierno y los partidarios de la oposición, el debate tenia que ser apasionado y ardiente, comunicándose el calor de la controversia á la opinión pública, que seguia con gran exaltación y avidez la marcha de tan interesantes discusiones. Mientras los auto- nomistas iban hasta negar en términos abso- lutos á los poderes nacionales el derecho de residir en el territorio de la provincia sin el expreso consentimiento de ésta, lo que importaba establecer que los demás Estados ■— III — podían ejercer la misma facultad, dejando á aquellos poderes sin tener donde fijar su residencia, los amigos del Gobierno, por su parte, querían al principio la federalizacion de toda la provincia, aniquilando totalmente de ese modo su ser político, y no presentaban otra solución que tendiera á armonizar ideas tan opuestas en cuestión de suyo grave y ocasionada á serios conflictos para la orga- nización nacional. La materia que entonces se trajo al debate político era de tal manera delicada, que si los autonomistas cedían, la provincia hubiese sido federalizada, y si los nacionalistas no hu- bieran sostenido los derechos supremos de la nación á constituirse yendo derechamente al establecimiento de su Capital, corría muy serios peligros la organización definitiva de los pueblos, precisamente en momentos en que el partido liberal entraba recien á dirijir sus destinos. Tal era el estado de la cuestión cuando el Senador Ravvson presentó, en un bien cons- truido discurso, una nueva fórmula que con- ciliaba hasta cierto punto las pretensiones opuestas, aunque no daba la solución radical y permanente de la cuestión Capital, que en — 112 — tales circunstancias preocupaba á los parti- dos. Como las ideas de ese discurso quedaron prevaleciendo en el debate y fué calcada so- bre ellas la ley de capitalización que posterior- mente se dictó, conviene á nuestro propósito llamar la atención y traer á examen sus pa- sajes mas notables. "Discutimos, decia el Dr. Ravvson, un proyecto por el cual se propone, entre otras cosas, autorizar al Gobernador de la provin- cia para que designe el lugar donde ha de reunirse el Congreso, no habiéndose pre- sentado objeción para autorizar al mismo á que lo convoque é instale. " Los señores Senadores que se oponen al proyecto en ese punto, desearían ver con- signada una declaración que escluyera la ciu- dad y territorio de Buenos Aires como asiento posible para la primera reunión del Congreso, mientras que las comisiones reu- nidas, de acuerdo en esto con lo proyectado por el Poder Ejecutivo, sostienen que la autorización debe ser absoluta y sin limita- ción. He ahí la cuestión. "La diferencia que existe entre la capital de una nación y la residencia de sus auto- ridades puede ser inmensa según el caso. La — ii3 — Constitución Nacional que nos rije, establece que habrá una capital, esto es, una ciudad ó territorio que será el asiento permanente de las autoridades federales, y en la cual ejer- cerán éstas una legislación esclusiva de toda jurisdicción provincial. " Pero como la República no tiene en el caso presente una capital que corresponda á la definición constitucional; como para de- signar ó crear esa capital es necesario que el Congreso esté reunido en alguna parte; y como puede ser materia de largo tiempo el establecimiento de esa capital, resulta que es constitucionalmente posible que las autori- dades de la Nación residan y funcionen en un territorio sujeto á la jurisdicción de cual- quiera de las provincias sujetas á la ley común. " Esta residencia sin jurisdicción local y que no tiene por lo mismo los caracteres distintivos de la capital de la República, es lo que yo llamo en contraposición á esta, residencia provisoria del Gobierno Nacional.. "Hay, pues, perfecta compatibilidad entre el orden nacional y el de la provincia, á tér- minos que pueden coexistir en el mismo lu- — H4 — gar ambos gobiernos sin embarazarse mu- tuamente en la respectiva esfera de su acción: las jurisdicciones de uno y de otro jiran en órbitas muy distintas aunque concéntricas, desde que el Gobierno Nacional no ha de ejercer, como lo haría en el territorio de la capital, una lejislacion y dominio esclusivo sobre el territorio que le sirve de asiento. (l) La coexistencia, pues, de las autorida- des nacionales con las provinciales, resi- diendo dentro de una misma sede terri- torial, la ciudad de Buenos Aires, era para el señor Ravvson la formula salvadora que, atendidas las circunstancias, definia la si- tuación y le daba el punto de apoyo que necesitaba para llegar á la reconstrucción nacional, hasta que se dictase la ley de Capital permanente, que habia de ser el coronamiento de la obra. Y puesto que un partido estaba dispuesto á no permi- tir la residencia de las autoridades nacio- nales en el municipio de Buenos Aires, previéndose además la oposición de la Legislatura á la sanción de toda ley ema- (1) Discurso del Dr. Rawson en la Sesión del Senado de Buenos Aires, el 20 de Febrero de 1802. — n5 — nada del Congreso que no dejase á salvo la integridad de la provincia, se hacia ne- cesario encarar la cuestión del punto de vista en que se habia colocado el Sena- dor Ravvson, aunque la solución propues- ta fuera mas de circunstancias que de le- galidad constitucional. Proponiéndose apo- yar mas fundamentalmente sus teorías, invocó, á falta de precedentes arjentinos, los que le suministraba la historia política de los Estados Unidos, y agregó, por via de ilustración que «También la Constitu- ción de los Estados Unidos establece que debe haber una Capital, esto es, un terri- torio nacional circunscripto, rejido esclusi- vamente por la legislación federal y que sea el asiento permanente de las autori- dades de la Union. Entre tanto, la nueva Constitución empezó á ponerse en prác- tica estando el Congreso y los demás po- deres nacionales en Nueva York y per- maneciendo allí hasta fines de 1789. En junio de este año se dictó la célebre ley que designaba el actual territorio de Wa- shington para capital de la República, au- torizaba al Poder Ejecutivo para gastar las sumas necesarias á fin de preparar — n6 — convenientemente en dicho territorio los edificios y establecimientos adecuados á us destino, y calculando que estos traba- jos preparatorios no podían estar termi- nados antes de diez años, disponía la mis- ma ley que en este intervalo el Gobierno federal con todas sus oficinas y accesorios se trasladase á la ciudad de Filaclelfia, ca- pital de Pensilvania, para continuar allí el ejercicio de sus funciones. En efecto, en Filadelfia residió el Gobierno durante esos diez años de preparativos y allí, bajo la presidencia de Washington, se establecie- ron las leyes mas notables y trascenden- tales y que mas han contribuido al afian- zamiento de la Constitución y al desen- volvimiento ulterior de aquella gran Na- ción. Residía al mismo tiempo en la ciudad de PUadelfia el Gobierno del Estado de Pen- silvania con su gobernador, su lejislatura y su judicatura, funcionando según la consti- tución propia del Estado; y estas dos enti- dades políticas coexistían perfectamente sin chocarse jamás» (i). (1) Discurso antes citado. — ii7 — Las referencias á la historia de los Es- tados Unidos, exactas en si mismas por lo que respecta al desarrollo político de ese país, no bastaban para aconsejar la solu- ción que allí se habia dado á la cuestión capital, en el sentido de aplicarla á la fija- ción de la capital definitiva de la República Arjentina, precisamente porque la ley fun- damental de uno y otro país habia creado un derecho político diverso que comportaba también soluciones perfectamente distintas. Si por la Constitución de los Estados Uni- dos, el Congreso tenia el derecho de esta- blecer en cualquier punto de la Union la ca- pital federal, permanente ó transitoriamente, sin el previo consentimiento de las lejisla- turas de los Estados, el Congreso Arjen- tino, teniendo por la Constitución la facul- tad de dictar la ley de capital, no podia sin embargo hacerla efectiva ó establecerla dentro del territorio ó territorios que hubie- ran de federalizarse, sin la cesión previa hecha por la lejislatura de ese mismo Es- tado; de modo que, por escepcion á las le- yes ordinarias que el Congreso dicta y que pueden ejecutarse directamente en cualquier punto de la Nación, la de la Capital no po- — u8 — dia cumplirse sin que el estado cuyo ter- ritorio se hubiese designado con ese objeto prestase su aprobación á dicha ley, tenien- do en consecuencia el poder de aceptar ó rechazar la federalizacion de todo ó parte de su territorio. Tenia, pues, la lejislatura de la provin- cia de Buenos Aires derecho para oponer- se á la capitalización de su ciudad principal, y de prevenir, por los medios legales, la federalizacion del mas importante de sus centros políticos y comerciales. Era bien esplicable que la consideración del proble- ma se encaminara en el sentido de estable- cer la capital en la ciudad de Buenos Aires, atendiendo únicamente á la consolidación definitiva del país, que necesitaba á toda costa de un centro importante que fuera la cabeza y el asiento de las autoridades na- cionales; pero, estando á las disposiciones constitucionales que rijen la materia, no podia dejar de reconocerse el derecho per- fecto de la provincia de Buenos Aires á rechazar el establecimiento de aquellas en su seno. La política inaugurada por el partido li- beral después de la batalla de Pavón, corría — ii9 — el riesgo de fracasar si hubieran triunfado las ideas y los propósitos del autonomismo porteño, que no solo se oponía decididamente á la capitalización de la ciudad de Buenos Aires sino que también negaba el territo- rio de la provincia para la reunión del Con- greso y residencia provisoria de las auto- ridades nacionales. Bien veía el partido liberal que, una vez privado de aquel poderoso centro de ac- ción y de opinión, quedaba herido de incu- rable impotencia para djrijir y llevar á cabo la obra de la reorganización nacional, que era el propósito primordial á que los hom- bres patriotas y bien intencionados subor- dinaban en esos momentos sus esfuerzos. Pretender consolidar la unión argentina sin la base de poder y prestigio de Buenos Aires que es su centro mas influyente é ilustrado, era una ilusión desgraciada, que hubiera demandado muchos sacrificios á los pue- blos, ademas de los que hasta entonces ha- bia costado á las jeneraciones pasadas la anhelada unificación de la patria. Solo encarnando la autoridad jeneral, re- cientemente creada, en el poder de Buenos Aires, era posible correjir esa despropor- -- 120 -- cion de poder, ese desequilibrio de fuerzas entre los diversos Estados de una federa- ción, con que vino á la existencia nuestra nacionalidad, y que, según lo ha hecho notar Stuart Mili, es el mayor peligro para la consolidación de un país que se consti- tuye bajo esa complicada forma de gobierno, como lo ha probado la duración efímera de la antigua confederación Germánica y la pro- pia Federación Argentina en sus largas lu- chas interiores por cuestiones de prepon- derancia entre Buenos Aires y las provincias y vice-versa. En el debate de la legislatura de Bue- nos Aires, que brevemente condensamos, quedó prevalente la solución propuesta por el Senador Ravvson, y se convino, ele con- formidad con ella, en los puntos que la pro- vincia aceptaría como base de la ley de Capital que poco tiempo después habia de dictar, como efectivamente sucedió, el Con- greso de la nación. En dicha ley se declaraba que la ciudad de Buenos Aires sería la residencia de las auto- ridades nacionales, con jurisdicción en tocio su municipio, hasta tanto que el Congreso dictara la ley de Capital permanente; que las — 121 -- autoridades provinciales continuarían del mismo modo residiendo en la capital, á no ser que creyeran mas conveniente trasla- darse á otro punto; que la capital seguiría teniendo, como en esos momentos, su repre- sentación en la lejislatura, en la proporción correspondiente al resto de la población de la provincia; que el Banco y demás estable- cimientos de propiedad provincial, queda- rían siempre bajo la autoridad del gobierno local; que los juzgados y tribunales provincia- les continuarían funcionando con jurisdicción propia dentro del municipio, garantiéndose también á la ciudad su réjimen municipal; y, finalmente, que la ley que dictara el Congre- so con arreglo á estas bases, fuese revisada, cinco años después de su sanción, por el Congreso Nacional y la Legislatura de la Provincia. La ley de capital que estableció la coexis- tencia de las autoridades nacionales y pro- vinciales en la ciudad de Buenos Aires, era pues, una ley de compromiso, como muy propiamente se la llamó en su tiempo, sujeta en su duración y efectos á la condición de ser revisada después de un determinado plazo. Tan pronto como hubieron trascurrido los -- 12 2 cinco años, la nación cumplió estrictamente el compromiso desprendiéndose de toda ju- risdicción sobre el municipio, y las autorida- des nacionales continuaron funcionando den- tro de él con simple residencia desde 1867 hasta 1880. Los posteriores sucesos han venido á demostrar que la ley del compromiso solo encerraba una solución de aplazamiento de la cuestión capital; porque si bien es verdad que ella ha permitido á las autoridades na- cionales y provinciales vivir bien avenidas durante dieziocho años, dentro del municipio de Buenos Aires, no es menos cierto que la exelencia de ese acomodamiento ha depen- dido mas de la buena voluntad de esos po- deres que de la eficacia de la combinación ideada por el Dr. Ravvson, no obstante que, según él, podían existir ambos gobiernos en un mismo lugar, sin embarazarse mútuamen- en su respectiva esfera de acción, jirando en órbitas distintas aunque concéntricas, sin chocarse jamás. Ha sido necesario que el problema se presentara por última vez involucrado en una cuestión de politica electoral, hasta pro- ducir los ruidosos conflictos de 1880, para — 123 — acabar con aquellas quimeras legales, en- trando francamente en la solución radical, definitiva, de la cuestión capital de la Repú- blica, fijándola para siempre en Buenos Ai- res, en las condiciones determinadas en la Constitución, no obstante la irregularidad de los hechos que precedieron á su estableci- miento. Al estudio de este trascendental problema de nuestra organización política ha consa- grado el Dr. Ravvson muy serias meditacio- nes, revelando en los discursos que ha pro- nunciado en diversas ocasiones en las Cáma- ras, que buscaba sus medios de solución en el desarrollo histórico del derecho federal americano, aplicado á nuestro modo de ser social y político, sin acordar mayor impor- tancia á los precedentes argentinos que ve- nían imponiendo á la cuestión una solución distinta de la que tuvo en su momento en los EstadosUnidos. Estableciendo en Buenos Ai- res la capital permanente de la Union Argen- tina, se ha colocado, á nuestro modo de ver, la piedra angular de la nacionalidad, que sera en adelante inconmovible, pues hade quedar vinculado para siempre á ese memorable acontecimiento el orden presente de la Re- pública y su grandeza futura. — i 24 — Una capital de nueva creación en el centro geográfico del país, en el desierto, distante de los grandes núcleos de población, en Villa María por ejemplo, como lo ha sosteni- do el Dr. Ravvson, difiriendo en este punto de las ideas de su partido, nada resolvía en el sentido de dar sólidas bases á la organiza- ción nacional, de modo que la pusiese en condiciones de asegurar la paz interna, al- canzado en el exterior la respetabilidad que ha faltado á la nación por sus periódicas perturbaciones civiles. La distinta ponderación de los Estados, el desequilibrio consiguiente á la despropor- ción de sus respectivas fuerzas, de que ya hemos hecho mención, quedaba siempre subsistente como una causa enjendradora de conmociones y guerras entre esos mismos estados, sin avanzar un paso siquiera en el penoso camino que habían recorrido los pueblos para consolidar la unión. Podrá decirse tal vez que con la capital en Buenos Aires se ha dado una fuerza desmedida al poder central; pero nosotros pensamos que en la economía de la organización federal es mas ocasionado á peligros el desproporcio- nado poder en los Estados, que el esceso de — T25 — autoridad en el gobierno general; porque, en el primer caso, las rivalidades entre las pro- vincias en presencia de la debilidad del poder regulador de sus relaciones, se convierten en actos de guerra civil, mientras que en el segundo, no es difícil que los estados pongan en juego, siempre que fuese necesario, sus medios de influencia dentro de la esfera legal en que se mueven, para correjir la ac- ción absorvente del gobierno nacional, cuyo poder, como se sabe, no se ejerce sobre las provincias de una manera incondicional y hasta el estremo de salvar las barreras cons- titucionales. El estadista Ravvson ha considerado la cuestión Capital de la República Arjentina del punto de vista de sus visiones patrióti- cas del porvenir que, indudablemente, la su- cesión de los tiempos depara á nuestra na- cionalidad; y, adelantándose á su época, ha imaginado una capital para una nación por el modelo de la de los Estados Unidos, sin medir la gran distancia que hay entre la realidad de nuestro estado político y social y la entidad ideal que en su ilusión jene- rosa quisiera ver reproducida en su propia patria. -- I2Ó — IX La política, como ciencia del Gobierno, no es solo un conjunto de principios teóricos ó de verdades abstractas, ele donde lójica- mente pueda surjir un determinado orden de especulaciones intelectuales, sino tam- bién un arte eminentemente esperimental en su aplicación á la organización y desenvol- vimiento de las sociedades. La pretensión de ciertos utopistas, dice Girardin, de hacer un orden de cosas perfecto para hombres imperfectos, se condena por sí misma. Mien- tras mas se aproximen sus proyectos á la perfección, menos susceptibles de ejecución serán: y las teorías destituidas de aplicación práctica son sueños vacíos, ó á lo mas, jue- gos de imajinacion más o menos curiosos ó recreativos. La política no es, pues, una ciencia especulativa ó ideal, sino una cien- cia esperimental que no es mas práctica si- no en cuanto es menos perfecta, (i) 1 odavía es mas exacto decir que en la vida tumultuaria de nuestras jóvenes demo- (1) E. Girardin. Etudes Politiques. — 127 — cracias, la política es á la vez pensamiento y acción, y que su estado actual exije á los ciudadanos llamados á dirijirla el sentido práctico que plantea y resuelve los grandes problemas sociales, comunicando á su inicia- * tiva la pasión del bien público, que compro- mete en las ardientes controversias de la prensa ó arrastra á las luchas encarnizadas de las asambleas populares, hasta hacer triunfar una idea ó caer estrepitosamente combatiendo por ella. Las eminencias de la política, que de al- guna manera encarnan las aspiraciones de una sociedad, no solo deben estar dotadas de una alta razón y tener claridad de vistas para conocer y dirijir sus mas complicados intereses, sino que también han de mostrar la capacidad necesaria para incorporarse de un modo activo y persistente á la labor de su tiempo, poniendo en evidencia la volun- tad decidida que convierte los proyectos en hechos y los principios en instituciones de perenne duración; porque esta última cua- lidad es la que principalmente caracteriza á los verdaderos hombres de gobierno. Conviene asimismo que el hombre de estado reúna en una justa medida las facul- — 128 — tades del político y del hombre de negocios, y que revele en sus múltiples aptitudes que si el poder de la intelijencia le permite pe- netrar á fondo en las intrincadas cuestiones á que van unidos estrechamente los intere- ses públicos, de igual modo posee las cali- dades positivas del carácter que dan fuerza bastante para entrar á los dominios de la vida real, donde es indispensable proceder con acierto y obrar con enerjía según lo aconsejen las circunstancias. Los pensado- res de gabinete, los políticos teóricos, que viven envueltos en la nube vaporosa de las especulaciones abstractas, son figuras de contornos luminosos que todos admiran por el efecto de la perspectiva, cuando se las con- templa desde la distancia destacándose de las cimas sociales; pero él pueblo busca en- tidades mas humanas, amasadas con el bar- ro de que uno mismo está formado, con las pasiones y defectos peculiares á la mul- titud, razón por la cual se siente ésta atraí- da hacia las personalidades que mas jenui- namente reflejan sus deseos y tendencias. Entre los hombres teóricos y los hombres prácticos hay la misma diferencia que exis- te entre la concepción de una idea y su mas — 129 — apropiada ejecución; los primeros sobresa- len en el campo de la especulación filosófica y los segundos en el de la acción; aquellos contemplan las cosas desde muy arriba y éstos las miran de cerca hasta tocarlas ma- terialmente para darse cuenta de su verda- dero estado, por mas ingrata que sea la ta- rea; los unos viven perpetuamente en las esferas de la ideolojía y los otros se mue- ven siempre en la atmósfera ajitada de los negocios, palpando con frecuencia sus incon- venientes y miserias, de donde resulta que los hombres teóricos se dejan arrebatar por las hermosas visiones de su fantasía, mien- tras que los hombres prácticos, mas preo- cupados del fin que de los medios, del éxito mas que de la bondad intrínseca ele las ideas, van en pos de su conveniencia,, y su activi- dad se siente amarrada á un positivismo desesperante. El Dr. Ravvson puede ser considerado, dentro de esta clasificación, como político teórico, no porque carezca de sentido prác- tico ni deje de tener, hasta cierto punto, las condiciones del hombre de negocios, sino porque su criterio de estadista obedece á una lógica inflexible, fundada en los principios — 130 — de una moral austera, que no consentiría en sacrificar jamás á las efímeras complacen- cias del éxito. ¡Cuántas personalidades polí- ticas, de deslumbrante figuración, ha. visto pasar esta América por el restrinjido escena- rio en que se desenvuelve el drama de los in- tereses públicos que, como las mariposas de brillantes alas, han dejado el polvo de oro ele sus teorías en el roce de los sucesos en que les ha tocado ser actores! El sentimiento ele la justicia, el respeto inviolable al derecho, la pasión entusiasta por la libertad, los fer- vientes anhelos por la felicidad común, no han sido en boca de esas individualidades mas que recursos de retórica, destinados á herir la imajinacion popular y á franquear el camino de las altas posiciones; porque, una vez colocados en ellas, han descendido al par- tidismo vulgar reproduciendo la vieja serie de abusos que constituye el lote fatal de nues- tra pobre herencia histórica, nada mas que porque no han tenido suficiente coraje para romper con lo rutina y entrar noblemente á realizar el ideal que habían concebido como pensadores y que tenían el deber de ejecutar como patriotas. Proviene esta palpitante contradicción en- — 131 — tre lo que se piensa y hace, del vértigo que arrastra ánuestra perturbada época ala po- sesión de los intereses materiales, impeliendo á tomar como por asalto las altas posiciones públicas, aunque se deje al paso el montón de ruinas de las instituciones sacrificadas á la pasión sensual del poder. Busca el espíritu, en presencia de este inmoral espectáculo, que se reproduce sin cesar á nuestra vista, los ejemplares típicos ele austeridad republicana que pueden ser presentados como modelo á lajeneracion presente, en medio del positivis- mo corruptor que subvierte las ideas, degra- da las conciencias y sofoca en jérmen las mas nobles inspiraciones de la virtuel cívica. La vida pública del Dr. Ravvson ofrece á los hombres de bien una lección edificante ele amor á las intitucíones, de valor civil y de consecuencia política, en contraposición á las apostasías y á las claudicaciones vergonzo- sas que han hecho de la política un tráfico, y una burla sangrienta de las mas sagradas creencias. P2xaminen.se los actos de la vida pública de este distinguido hombre de estado, estúdiese su actitud en las emerjencias ele la política, aquilátese su criterio en las cuestio- nes de derecho público, economía política, — i32 — derecho constitucional, estadística, inmigra- ción, hijiene, etc., etc., que se ha visto en el caso de tratar en los elevados puestos que ha ocupado., y se descubrirá siempre al filósofo profundo, al investigador sagaz que procura darse exacta cuenta de los intereses del pre- sente, proyectando sus elevadas vistas al por- venir y subordinándolo todo al triunfo de la verdad y á la gloria de su país. Pocos hombres públicos pueden decir, como el Dr. Ravvson, que han guardado estricta consecuencia entre sus ideas y sus actos, sin que haya jamás incurrido en esas contradicciones flagrantes que hacen du- dar de la sinceridad de las convicciones, y aun de la honradez de propósitos que los ha inducido á obrar en las frecuentes evolu- ciones de la política. Si los elevados puntos de vista desde los cuales ha considerado las necesidades de su patria, y la honorabilidad del carácter, juntamente con la austera severidad de su moral, le han impedido echarse á cuerpo perdido en las contiendas de los partidos para conquistar una popularidad callejera y convertirse en lo que se llama un hombre de acción, pasando sobre escrúpulos de con- — 133 — ciencia y reatos ele ideas, que son para los espíritus rectos obstáculos insuperables en el camino del éxito, nadie podrá dispu- tarle la gloria ele haber permanecido fiel á su credo de pensador y de hombre de go- bierno, en medio de una época de escepti- cismo oportunista en que comienza á ser objeto de escarnio el respeto á los prin- cipios y á la moral política. Un partido como el liberal, de honrosas tradiciones históricas, que ha desempeñado tan hermoso papel en las luchas de la or- ganización nacional, debió pensar, proce- piendo lójicamente, en elevar á Ravvson al gobierno, después de las presidencias de Mitre y Sarmiento, si hubiera tenido en cuenta los antecedentes, las aptitudes pro- badas de hombre de ciencia y esperiencia que hacían de su personalidad la mas ca- lificada y simpática en la República; pero una dolorosa desviación de aquellas no- bles tradiciones condujo las cosas por muy distintos caminos, apartándolo del puesto que en rigor le correspondía y desde don- de hubiera podido hacer grandes benefi- cios á su país. Este visible descenso en la marcha *de la política reconoce por causa la — 134 — lucha irregular y hasta cruel de los parti- dos, que los ha llevado con demasiada fre- cuencia á las soluciones ele fuerza, enjen- drando éstas á su vez la corrupción del voto público, con la perversión ele criterio que elimina las personalidades eminentes para sustituirlas con entidades mediocres, que son instrumentos abonados para ser- vir á todo jénero de ambiciones. A todo esto debe agregarse que el pu- ritanismo de Ravvson no le hubiera per- mitido, en ninguna ocasión, hacer uso de los medios poco honestos ele que á me- nudo se valen los aspirantes vulgares para elevarse á las encumbradas posiciones po- líticas. Para que "Ravvson hubiera llegado á ocupar la Presidencia de la República Argentina, habría sido necesario un ade- lantamiento mayor en nuestras costumbres públicas, condiciones de educación política para apreciar debidamente á los hombres superiores hasta formar conciencia ele la necesidad ele llevarlos al poder emancipán- dose de las trabas del oficialismo, de mo- do que la acción libre de los partidos con- curriese á poner al frente del gobierno á los mejores ciudadanos. — 135 — La disciplina actual de nuestros parti- dos hace imposible, por desgracia, la de- signación de hombres eminentes para el desempeño de las funciones públicas; y esta es la causa por que vemos alejarse de las agitaciones de la vida política á las per- sonalidades notables, como empujadas por políticos incipientes ó ambiciosos sin con- ciencia, que se apresuran á reemplazarlas sin tener la capacidad ni el patriotismo de aquellos á quienes sistemáticamente esclu- yen del manejo de los negocios guberna- tivos. Para que advengan nuevamente á la vida pública personalidades de la imporí tancia de la de Ravvson, es menester que se cambien ó modifiquen las condiciones en que al presente se desenvuelve la po- lítica; siendo de esperar que si la trans- formación no se produce por la espontá- nea iniciativa ele los hombres constituidos en autoridad, habrá ele hacerse sentir, mas tarde ó mas temprano, cuando el orden público haya tomado un carácter de con- sistente normalidad que haga imposibles las revoluciones periódicas y los consiguientes trastornos que subvierten profundamente la gerarquía sccial. — 136 — Vale infinitamente mas, para un hombre de conciencia, vivir en una modesta media- nía, guardando incólume el depósito de sus ideas, que alzarse á las cimas deslumbra- doras del poder hollando convicciones y creencias; porque la vida modesta es el santuario en que se asila el hombre vir- tuoso y su amor incorruptible á los prin- cipios su mayor timbre de gloria. Los ar- gentinos sienten por Ravvson el respeto que inspira la virtud, y la admiración que pro- duce una inteligencia luminosa, puesta in- variablemente al servicio del bien y de la verdad. La virtud cívica por pedestal, los desin- teresados servicios prestados á la República por aureola, el cariño de su pueblo por apoteosis: he ahí los grandes lincamientos con que puede ser diseñada su figura en la historia. X El interesante debate que tuvo lugar en la Lejislatura de Buenos Aires con motivo de la reorganización de los poderes públi- cos ele la nación, de que ya nos hemos ocupado, vino á poner nuevamente de re- — 137 — Heve la importancia del Dr. Ravvson como hombre de estado y orador de parlamento, tanto mas cuanto que á él pertenecía la fórmula de la coexistencia de las autori- dades nacionales y provinciales dentro del municipio, que fué aceptada como la única solución de las graves cuestiones que en aquellos momentos reclamaba la actualidad. La provincia de San Juan se apresuró á nombrarlo Senador al Congreso que en bre- ve se reuniría para coadyuvar á la tarea de reconstruir el país, dictando las leyes que las circunstancias exijian, después de los sucesos de 1862; pero apenas llegó á tomar posesión de ese cargo, cuando el el jeneral Mitre, elejido presidente de la ■República, lo llamó á desempeñar, con fe- cha 13 de Octubre del mismo año, el ele- vado puesto de Ministro del Interior, en la administración histórica que le tocó pre- sidir. Desde esa encumbrada posición iba á poner á prueba sus calidades positivas de estadista, entrando por primera vez á ocu- parse de las labores administrativas; y aun- que hasta entonces solo se habia hecho co- nocer ventajosamente en los parlamentos, - 138 - tenia sin embargo, la alta intelijencia que permite abarcar la complicación de los ne- gocios, juntamente con la acrisolada hon- radez que lleva siempre un criterio sano á la solución de todas las cuestiones ele es- tado, sin apartarse de los rectos senderos de la ley y de las conveniencias públicas. Habia de ser, ademas, el Ministro del In- terior en la administración que se inaugu- raba, el regulador pacífico de las relacio- nes de los gobiernos de provincia, recien- temente establecidos bajo los auspicios del partido liberal triunfante; y en verdad que la empresa no se presentaba despejada ele dificultades en presencia de los intereses en- contrados de las diversas localidades y ele la situación vidriosa que habia creado al país la pasada guerra civil, con el estado ele conspiración latente en que se mante- nía contra el nuevo orden de cosas el par- tido federal vencido. Era, pues, urjente anular las influencias del elemento reaccionario, hacer imposible toda resistencia que pudiera poner en pe- ligro la paz pública y desarrollar una polí- tica conciliadora en el propósito ele atraer las fuerzas vivas del país al servicio ele la •— í39 — nacionalidad, regularizando la marcha de los partidos bajo las bases inconmovibles de la Constitución, que por primera vez iba á ser la ley común de la nación integra- da, y seguramente que tan delicada misión era digna del espíritu elevado y prudente del ciudadano que acababa de ser colocado al frente del Ministerio del Interior. La labor de Ravvson en ese puesto, que desempeñó casi durante toda la administra- ción Mitre, fué tan variada como fecunda, constituyendo el período mas activo ele su vida pública; pero como un examen dete- nido de los trabajos que inició ó llegó á ejecutar nos llevaría acaso demasiado lejos, habremos de limitarnos, Cediendo á esa con- sideración, á los actos mas notables de su ministerio, en tanto cuanto ellos puedan contribuir á poner de relieve las aptitudes y los rasgos mas saltantes de su personali- dad de estadista, que es la que principal- mente nos proponemos hacer conocer en este estudio. A la iniciativa de Ravvson como ministro han quedado vinculadas muchas obras de utilidad jeneral, como la construcción de fer- rocarriles, establecimiento de líneas telegrá- — 140 — ficas, viabilidad interior, colonización, obras públicas, crédito y finanzas, mereciendoj es- pecial mención sus discursos pronunciado en el Congreso, con motivo de la discusión referente á la reforma del art. 67, inciso 1.° de la Constitución que, correlacionado con el art. 4.0 del mismo código, estable- cía como nacionales los derechos de espor- tacion hasta el año de 1866. La posterior reforma declarando nacionales, de una ma- nera permanente, esos derechos, se debe en mucho á la iniciativa de Ravvson, cuyas ideas prevalecieron por fortuna en la Con- vención ad hoc, contribuyendo de esa ma- nera á dar mas consistencia á la nacio- nalidad. Mayor importancia revistieron aun sus actos esencialmente políticos, por cuan- to trajeron á estudio cuestiones graves so- bre el derecho público y la organización constitucional del pais, á propósito de cier- tas medidas gubernativas emanadas de la administración ele que formó parte, como su comunicación á los gobiernos de Santia- go y Tucuman en que espone los princi- pios de la constitución sobre las relaciones de derecho entre los gobiernos de provin- cia, en circunstancias en que esos dos pue- — i4i — blos se encontraban próximos á echarse en la guerra civil, y su circular á los gobier- nos locales sobre las facultades del estado de sitio, que dio lugar. á la conocida discu- sión con el señor Sarmiento, gobernador de San Juan. La forma ele los documentos (memorias y notas oficiales) suscritos por el Dr. Ravv- son como ministro del Interior, ofrecen un modelo ele corrección de lenguaje y de ló- jica en el desenvolvimiento de la materia que tratan, distinguiéndose especialmente por el giro elevado de las ideas y la propor- ción adecuada de sus partes. Ravvson no es, en el sentido estricto de la palabra, un escritor ni un publicista que haya hecho profesión de dar á la estampa sus producciones, porque no ha sido esa su vocación ó por que ha tropezado con difi- cultades para verter sobre el papel sus ideas, como de ordinario sucede á los ora- dores para quienes la palabra hablada tiene encantos irresistibles, mientras que la pala- bra escrita encierra sus concepciones den- tro de la forma fatal del molde gráfico, ha- ciéndoles perder mucho de su primitivo vi- gor y lozanía. Todo lo contrario ocurre á — 142 — los escritores de profesión cuyo pensamien to corre impetuoso por el vehículo de la pluma, al paso que sienten morir la idea en los labios cuando pretenden encarnarla en la palabra viva. La escojida y abundante preparación de Ravvson en materias de derecho constitu- cional, lo colocaba en condiciones de tra- tar con tanto acierto como erudición las cuestiones conexas con la aplicación de la Carta Fundamental, en los casos en que pudieran aparecer en conflicto sus princi- pios ó suscitar dificultades en las energen- cias de la política, y asi lo manifestó en- las ocasiones que se "le presentaron. La célebre contravesia que orijinó la no- ta circular de 13 de Mayo de 1863, di- rijicla por el Ministerio del Interior á los gobiernos ele provincia sobre la facultad de declarar el estado ele sitio, merece ser re- cordada, no solo como un comentario lu- minoso ele ciertos puntos de derecho pú- blico federal, sino también como la esposicion de ideas de dos hombres de estado que, perteneciendo á dos escuelas opuestas de política constitucional, han ejercido positi- va influencia en los sistemas políticos que — 143 - después se han desarrollado, obedeciendo á la impulsión inicial dada por ellos. Esa discusión contiene, ademas, en jer- men, las ideas y tendencias que han de sus- tentar en adelante nuestros futuros partidos ele principios, al moverse dentro de la es- tructura constitucional á la cual está incor- porada la existencia misma del pais, pro- pendiendo los unos á robustecer el poder central con la mayor suma de facultades, y los otros á ensanchar la esfera de acción de la vida local, reivindicando para las auto- nomías provinciales atribuciones mas esten- sas y conducentes á asegurar su indepen- dencia interna, sin salir del orden nacional. Reduzcamos á sus términos mas compren- sivos los puntos culminantes de esa contro- versia, considerando en ella: i° los hechos; 2o la ley escrita; 30 la doctrina; 40 el caso constitucional. El triunfo alcanzado en Pavón por las ar- mas de Buenos Aires no produjo, como re- sultado inmediato, la pacificación de todo el país, ni hizo cesar la resistencia que al- gunos pueblos del interior oponian á la nue- va situación, prevalidos de la imposibilidad en que se encontraba la autoridad nacional — 144 " de acudir con presteza á reprimir los mo- vimientos subversivos, efectuados en pro- vincias lejanas donde el espíritu de revuelta encontraba los estímulos del aislamiento y de la consiguiente impunidad. El caudillaje, como la Hidra antigua, te- nia muchas cabezas que asomaban en diver- sas localidades amenazando producir la reac- ción contra los gobiernos regulares, crea- dos por la influencia del partido liberal, los cuales reunían á su alrededor los elementos mas cultos y civilizados que la reciente evolu- ción política habia hecho, por suerte, pre- dominar en la dirección de la cosa pública. La Rioja era la pépiniére que proveía á la montonera de caudillos prontos á dirijir y dar nombre á movimientos oscuros que tenían por objeto lanzar sobre las indefen- sas ciudades á las masas campesinas,, ávi- das de saqueo y de pillaje, ofreciendo un incentivo á sus instintos la debilidad en que se hallaban los centros poblados para opo- ner una resistencia seria á sus incursiones. Los gobernadores de provincia tenían que responder, por su posición y funciones, ele la conservación del orden público en la ju- risdicción de su mando, atendido su doble carácter de jefes de la administración local — 145 — y de ajentes naturales del gobierno nacio- nal. El alejamiento en que se encontraban de la Capital, que era el centro ele don- de debían recibir recursos, les imponía el primordial deber de prestijiar su autoridad, para proveer á la conservación de la so- ciedad y salvar la institución misma del go- bierno, amenazada de muerte por las masas alzadas que se proponían destruir los dé- biles planteles de civilización que se habían levantado á su amparo. Este escepcional estado de cosas recla- maba también medidas de escepcion, que algunos gobiernos creyeron deber tomar pa- ra conjurar los peligros que de cerca los rodeaban, moviendo ciertos resortes preven- tivos de autoridad con el propósito ele con- jurar los males que se veian venir, sin es- perar á que se produjesen para reprimirlos. La provincia de la Rioja era el teatro de una insurrección que buscaba estenderse á las demás provincias de Cuyo, proclaman- do planes reaccionarios que, si se les hubie- ra dejado tomar creces, habrían dado por resultado la subversión del orden público en todo el país, marcando una evolución retrógrada hacia la barbarie que acababa de ser vencida. ■— 146 — El gobierno nacional se vio en el caso de mandar fuerzas para sofocar esa insur- rección, aunque no en el número y calidad necesarios para abrir una rápida y decisiva campaña contra la montonera, tanto mas difícil cuanto que ésta no podia hacer guer- ra regular sino de recursos, consistiendo to- da su estratéjia en efectuar largas marchas evitando cualquier encuentro con la tropa de línea, para caer- después de improviso sobre las desamparadas poblaciones, que eran entregadas á la matanza y al saqueo. El gobierno federal confirió en estas cir- cunstancias el encargo de Director ele la guerra en Cuyo al teniente coronel don D. F. Sarmiento, Gobernador ele San Juan, quien procedió con actividad y pericia, dan- do nervio á las operaciones y consiguien- do que la montonera fuera batida en va- rios puntos por las fuerzas nacionales. El gobernador de San Juan declaró, en presencia de esta situación, en estado de sitio la provincia de su mando, con acuer- do ele la lejislatura primero, y después por si solo, á efecto de evitar que estallaran conspiraciones mashorqueras contra su auto- ridad y en connivencia con los rebeldes de — 147 — las provincias vecinas, que abrigaban el pro- pósito de derrocar el Gobierno que mas da- ño les hacia, por el vigor y eficacia con que desbarataba sus maniobras. No eran temores imajinarios sino peli- gros presentes los que habia que conjurar. El Chacho, Ontiveros, Elizondo y otros cau- dillos ele ese jaez, tenían revueltos á los pueblos de Cuyo y arrastraban consigo ele- mentos ele perturbación y desorden, que fué necesario vencer después en importan- tes hechos ele armas, en Lomas Blancas, Ojo ele Agua y las Playas. Algunos años mas tarde, 1866 y 1867, apareció amena- zadora y formidable la reacción con Juan Saa, Felipe Várela, Juan D. Vicíela y Carlos Juan Rodríguez á la cabeza, envolviendo á todo Cuyo en una guerra que no concluyó sino después ele haber librado las sangrien- tas batallas del Portezuelo, Vargas y San Ignacio, lo que probaba que habia razón sobrada para proceder con enerjía en el sentido de preservar á la sociedad ele los peligros reales que la amenazaban, reagra- vados con la circunstancia de no poder recibir del gobierno nacional por el inconve- niente ele ías largas distancias, los auxilios — 148 — que era necesario oponer á los progresos de la invasión, sobre pueblos que, como San Juan, ya conocían sus horrores con los atentados de 1858, después de la muerte de Benávidez, y los trájicos sucesos de 1861. Juzgó, sin embargo, conveniente el Go bierno Nacional desautorizar aquella decla- ratoria, dirijiendo la ya referida circular de 13 de Mayo, en la cual se establecía que la facultad de declarar el estado de sitio cor- responde esclusivamente al Congreso de la Nación, y solo durante el receso de este cuerpo, al Poder Ejecctivo, en los casos es- presamente determinados en la Constitución, no pudiendo los Gobiernos de Provincia en ninguna circunstancia ni por ninguna consi- deración, hacer uso de dicha facultad. Apreciando el Ministro del Interior la me- dida en sus efectos, hacia notar que con la declaración del estado de sitio provincial po- dia suceder que, mientras los habitantes de la República se encontrasen en la plenitud del goce de las garantías constitucionales, éstas se hallarían suspendidas donde aquel hubiera sido declarado, produciéndose un estado político tan insostenible como contra- dictorio, pues el gobierno general no podría — 149 — desentenderse de mantener, siempre que fuera requerido, el ejercicio de los derechos individuales, que en el orden nacional no ha- bían sufrido modificación alguna, dejando virtual mente sin efecto el estado de sitio provincial, ó aceptar los resultados de éste donde hubiera sido declarado, desestimando entonces las peticiones de los ciudadanos, fundadas en la Constitución que los ampara, no obstante, en el ejercicio de sus derechos y libertades. Recordaba también que ninguna constitu- ción de provincia confiere á la lejislatura, ni mucho menos á su gobernador, la facultad de hacer esa declaración, habiendo, el Con- greso suprimido de las constituciones de Mendoza, San Luis, La Rioja y Corrientes las disposiciones en que se consignaba esa facultad, cuando fueron sometidas á su revi- sión, concluyendo por hacer presente que tampoco pueden los gobernadores de pro- vincia hacer semejante declaratoria en el carácter de Comisionados Nacionales, pues, que, tratándose de una facultad que perte- nece ordinariamente al Congreso y que el Poder Ejecutivo solo ejerce por delegación, no podría él á su vez delegarla en otra autoridad. — 15o — El Gobierno de San Juan respondió á la circular del Ministro del Interior (i) soste- niendo el perfecto derecho de los gobier- nos de provincia á declarar el estado ele sitio dentro ele su respectiva jurisdicción cuando, amagados por insurrección ó inva- sión, la seguridad pública lo requiriese, y apoyando su tesis en los testos y jurispru- dencia ele los Estados Unidos y en los pre- cedentes legales de nuestra propia Cons- titución. No se hizo esperar mucho tiem- po la réplica al Gobierno ele San Juan (2) ampliando los fundamentos ele la circular y esponiendo iu extenso la teoría constitu- cional sobre la materia, en el sentido de demostrar que las facultades del Estado de sitio son esclusivamente del orden nacional y no corresponden, ni aun como facultad concurrente,, á los gobiernos ele provincia. 1 al es el resumen ele los hechos y circuns- tancias en (me el debate se produjo. Fácil le íué al Ministro Rawson encon- trar en las disposiciones ele la ley escrita (1) Nota del Gobernador de San Juan, de Junio'26 de 18C3. (2) Comunicación del Ministerio del Interior al Go- bernador de San Juan, fecha 31 de Julio de 1803. — mi — el funaamento de las ideas que determina- ron al Gobierno Nacional á llamar la aten- ción de los gobiernos de provincia sobre la insconstitucionalidad del estado de sitio, declarado por autoridades locales; pues le bastó recordar los términos del inciso 26, artículo 67 de la Constitución, que inviste al Congreso de la facultad de declarar el estaelo ele sitio en uno ó varios puntos del territorio nacional, en caso de conmoción interior, con el poder de aprobarlo ó sus- penderlo cuando hubiese sido declarado por el Poder Ejecutivo durante el receso de sus sesiones, no pudiendo éste, según el inci- so 19 artículo 86, hacerlo fuera de esc; caso, en las circunstancias y con las limitaciones del artículo 23, que no dejan lugar á du- elas respecto del oríjen, naturaleza y alcan- ce ele ese escepcional resorte de gobierno; y concluía por establecer que la facultad de declarar el estado de sitio reside ordi- nariamente en el Congreso, y que, aun en el caso en que el Presidente de la Repú- blica la ejercita, no es permitido á éste con- denar por sí y aplicar penas, limitándose solo su poder, respecto de las personas, á arrestarlas ó trasladarlas de un punto á otro — 152 — del territorio, si no prefiriesen abandonar- lo, todo con el cargo de dar cuenta á aquel cuerpo del uso que hubiese hecho ele di- cha facultad, sin que pueda deducirse, ni remotamente, de este conjunto de atribu- ciones legales el poder de los gobiernos de provincia para declararlo. No acordaba tampoco mayor gravedad á las circunstancias en que el estado de sitio habia sido declarado, y consideraba innecesario el uso ele aquella medida, no solo porque* no habia existido, según su opi- nión, peligro inminente que lo motivara, sino porque los gobiernos de provincia estaban provistos por la Constitución de otros me- dios eficaces de autoridad, á los cuales pue- den muy bien recurrir sin apartarse de la mas estricta legalidad. Determinando la na- turaleza y alcance de los poderes ó facul- tades con que la ley inviste al gobierno po- lítico, en circunstancias escepcionales, es- tablecía distinciones claras y precisas entre el estado de sitio, la asamblea, y la suspen- sión del habeas corpus, consistentes en que el estado de sitio, tal como lo define nues- tro código político, comprende en sus efec- tos á las personas y á las cosas, y suspen- — 153 — de todas las garantías constitucionales, se- ñalando formas especiales para disponer de las personas, en tanto que la suspensión del habeas corpus solo afecta á la libertad personal y priva á los ciudadanos única- mente de una parte de los derechos indi- viduales; debiendo entenderse que la asam- blea, que constituye propiamente el estado bélico, se refiere á la convocatoria de la milicia y á la vijencia de la ley marcial, apli- cable á los habitantes en armas, para lo cual están facultados los poderes provincia- les, en los casos y circunstancias que de- terminan el inciso 24 del artículo 67, y la parte final del artículo 108 de la Consti- tución de la Nación. Así, pues, aunque las leyes inglesas y norte-americanas den á toda autoridad po- lítica la facultad de suspender el habeas cor- pus, no ha de entenderse por eso que la facultad del estado de sitio corresponde en- tre nosotros á las provincias, porque aque- lla es considerada como una atribución que forma mas bien parte del derecho común, mientras que esta pertenece en rigor al or- den político y solo tiene con dicha suspen- sión una analojía parcial. — 154 — Encarando el Ministro Ravvson la cues- tión constitucional del punto de vista del origen que en nuestro derecho público tiene el poder que. ejercen el Gobierno Nacional y los Gobiernos de Provincia, sentaba el principio de que la^ soberanía nacional no es un agregado de las soberanías locales, por mas que la Constitución diga que las Provincias conservan todo el poder no de- legado por ella al Gobierno Federal; porque el punto de partida de la existencia legal de los poderes nacionales y provinciales está en la Constitución misma, la cual á su vez ha surgido de un acto extraordinario de la so- beranía del pueblo argentino, que quiso constituirse en nación bajo la forma repre- sentativa, republicana y federal, á cuyo objeto fueron creados los gobiernos ele la Nación y las Provincias, con las facultades y limitacio- nes cjue de acjuel supremo instrumento se desprenden. Quedaba, en consecuencia, eliminada por ociosa la cuestión histórica tan debatida de si en la formación ele la nacionalidad las Pro- vincias habían existido como entidades po- líticas antes que la Nación, ó si ésta prece- dió en su existencia á aquellas; pues si, — 155 — estando á la primera suposición, hubiera de admitirse que las Provincias en su capacidad de tales concurrieron á formar la Nación, seria menester convenir también en que un acto de su voluntad en sentido contrario podría conducir á disolverla siendo perfec- tamente legítimo que aquellas volvieran á reasumir su soberanía, si así lo estimaban conveniente No de otro mo'do discurrían los america- nos de la Confederación del Sud cuando inten- taron dividir en dos porciones la gran Re- pública ele los Estados Unidos, la cual encontró sin embargo, fuerza bastante para salvar del conflicto intestino, hasta sellar con sangre el principio de que la nación es una y perdurablemente indivisible en el es- pacio, en la ley fundamental y en la his- toria. Las estensas argumentaciones del Minis- tro del Interior fueron contestadas por el Gobernador de San Juan en escritos en que se defiende con gran fuerza de lógica y vi- gor ele estilo las prerogativas ele los Gobier- nos de Provincia, y se hace el estudio com- parado de los testos ele la Constitución Argentina y Americana, llegando a conclu- - 156 - siones de capital importancia en el terreno de la ciencia y de la doctrina constitucional. No se limitó el señor Sarmiento en la es- posicion de sus ideas á su nota de 26 de Junio de 1863, sino que se apresuró á darles mayor desenvolvimiento, con ocasión de haber aparecido posteriormente un folleto que contenia las piezas oficiales relativas á la discusión de este asunto, bajo el título del «Estado de Sitio segur? la Constitución,» en una serie de artículos que lleva por rubro «El Estado de Sitio, según el Dr. Ravvson,» donde se trata mas á fondo la cuestión, abundando en demostraciones que netamente procuraremos presentar para dar una idea clara de las conclusiones á que arriba. Todo gobierno tiene en sí, por el hecho de serlo, la capacidad de ejecutarse, y son inherentes á su naturaleza las facultudes que ha menester para conservarse con el objeto de responder á los fines de su institución, por lo que es contra razón y contra derecho despojarlo de los medios legítimos de de- fensa delante de la insurrección ó invasión que pone ó puede poner en peligro su exis- tencia. Las provincias son, ante la Constitución, ~ 157 — entidades políticas que constituyen gobier- nos perfectos, como el Nacional, para sus objetos especiales, y tanto los unos como el otro son la espresion de la soberanía del pueblo en su respectiva esfera de acción, surgiendo de esa misma soberanía la atribu- ción esencial de conservarse; de modo que si el estado de sitio es un poder legítimo y ne- cesario en el gobierno nacional, ha de serlo también en los de provincia, cuando se en- cuentren en el caso de proveer á su propia seguridad. La alteración inconsulta, en algunos pun- tos, del testo ele la Constitución Americana, que fueron trasladados á la Constitución Argentina, trajo graves perturbaciones en su aplicación al gobierno del país, por ha- berse desnaturalizado en ellos el sistema federal, restringiendo ó falseando el prin- cipio autonómico de las soberanías pro- vinciales, á punto de que fué necesario re- habilitarlo después, cuando, en presencia de los atentados cometidos por los gobier- nos de la antigua Confederación, que inter- venían descaradamente en los negocios de las provincias, se vio que era indispensable reformar la Constitución de 1853, como se - 158 - efectuó en la Convención de 1860, en el sentido de ensanchar la esfera ele acción ele las autonomías provinciales. No importaba otra cosa la eliminación ele la facultad concedida antes al gobierno fede- ral ele intervenir en los asuntos de las pro- vincias, sin requisición de sus autoridades constituidas; la supresión ele la atribución dada al Congreso ele revisar, aprobar ó de- sechar las constituciones provinciales; la desaparición del derecho que tenia el Senado de enjuiciar á los gobernadores, como igual- mente el retiro de la atribución de que es- taba investida la Suprema Corte de dirimir los conflictos entre los poderes públicos de una misma provincia, y la prohibición á los jueces federales de poder serlo á la vez de provincia, todo con el objeto de limitar á casos espresos y determinados las relacio- nes del gobierno federal con el de los estados, devolviendo ele este modo á éstos sus atri- buciones esenciales, con la capacidad que deben tener en el derecho público federal. La pretensión de hacer de las provincias meras tenencias de gobierno, importaría operar una reacción unitaria bajo el impe- rio del sistema federal, falsear á sabiendas — 159 — los principios fundamentales del gobierno proclamado, para llegar á formar en la prác- tica una jurisprudencia centralista ó unita- ria, en oposición á las instituciones fede- rales que se habia querido restablecer en su letra y espíritu al verificarse la última reforma constitucional, precisamente cuando una triste esperiencia acababa de enseñar á pueblos y gobiernos que las innovaciones ó enmiendas introducidas sin meditación en los principios reconocidos como los mejo- jores por la esperiencia ele pueblos mas adelantados que los nuestros, son errores eme estos pagan muy caro, porque su des- conocimiento ó violación se traduce en re- voluciones y desórdenes, como ha sucedido en la República Argentina, mientras se man- tuvo adulterado el sistema federal en el testo mismo de la Constitución. El poder concurrente que reside en los gobiernos de provincia, de convocar su pro- pia milicia con el objeto de repeler inva- siones y reprimir insurrecciones, en resguar- do de su amagada seguridad y secundando la'acción del gobierno federal, vendría á probar que también pueden ellos hacer uso en esos casos de la facultad ele declarar — 16a — el estado de sitio, que es análoga á la que confiere el estado de asamblea, declarado sobre plazas ó puntos que están bajo la ac- ción perentoria de la ley militar. De que el Congreso hubiese borrado de las constituciones locales de Mendoza, San Luis, la Rioja y Corrientes, cuando tenia el derecho de revisarlas, las cláusulas en que se atribuía á los gobiernos de provincia la declaración del estado de sitio, no se sigue necesariamente que ellos no puedan echar mano de dicha facultad en los mismos ca- sos que el gobierno nacional; porque es de derecho humano que toda autoridad constituida tenga el derecho de salvaguar- se á sí misma, sin que sea menester que una determinada ley lo consigne, pues que las declaraciones, derechos y garantías enu- merados en la Constitución, no deben ser entendidos como negación de otros dere- chos y garantías no enumerados, pero que nacen de la soberanía del pueblo y de la forma representativa de gobierno (art. 33 de la Constitución.) Las libertades individuales tienen, ademas, su limitación irreparable en el derecho supe- rior y primordial de la sociedad á precaverse — iói — contra presentes ó próximos peligros, y no ha de irse, en el sentido de ampliarlas, mas le- jos de lo que han ido Inglaterra y Estados Unidos, donde toda autoridad política, nacio- nal ó local está en posesión del poder tradi- cionalmente consentido, de suspender el ha- beas corpus, haciendo cesar el goce de las ga- rantías personales, siempre que razones de seguridad pública hagan necesaria, ineludible esta extraordinaria medida. Ni seria tampoco parte á justificarla supe- ditación de poderes, la relación ele dependen- cia que pretendería establecerse colocando al gobierno nacional sobre los de provincia, en abierta oposición con los términos de la ley, que ha querido que ambas entidades se muevan en órbitas distintas é indepen- dientes, dentro del orden constitucional en que están encuadradas, la suposición, no siempre exacta, de que falta á los últimos la capacidad é ilustración requeridas para el conveniente desempeño de sus elevadas funciones; porque semejante hipótesis es meramente circunstancial y podría condu- cirnos á una subversión injenérica de las instituciones, que vendrían á ser federales en la forma y unitarias en la realidad de -- IÓ2 -- los hechos, sin que exista otro motivo para cohonestar esta chocante contradic- ción la pretendida necesidad de mante- ner á los gobernantes de provincia bajo la tutela del poder central á fin de con- seguir que desempeñen con acierto su cometido, como si aquellos estuvieran siem- pre condenados á errar y éste se encon- trase en la posesión asegurada de la ver- dad, por el solo hecho de la distinta posición que ocupan los hombres llamados temporalmente á constituirlos. Examinemos ahora brevemente el caso constitucional, si lo hubo, suscitado con mo- tivo de esta interesante controversia cons- titucional. En el mecanismo del gobierno federativo corresponde solo á la Suprema Corte de Justicia establecer, en cada caso ocurrente, % la interpretación de las disposi- ciones de la Constitución, cuando un ciuda- dano se presenta en queja ante ella recla- mando del desconocimiento ó negación de los derechos que aquella le reconoce, pro- venientes de actos emanados de autoridad política ó judicial que notoriamente menos- cabe la libertad ó capacidad de derecho que esas mismas disposiciones constitucionales — 163 — le reconocen. De esto se deduce claramente que ni el Ejecutivo nacional, ni los Gobier- nos de Provincia tienen derecho para fijar por sí el sentido de los preceptos de la Cons- titución, dándoles una interpretación que pu- diera hacerse valer como jurisprudencia le- gal y establecida. En el caso del estado ele sitio declara- do en Cuyo por gobierno provincial, pudo creerlo el gobierno nacional ajustado ó no á la Constitución; pero no tuvo evidente- mente facultad para promover querella por tal causa al gobierno de San Juan, porque también pudo creer éste, como en verdad sucedió, que estaba igualmente investido de aquella facultad, y que solo tenia obliga- ción de dar cuenta de su uso á la Lejis- latura, como lo está el Gobierno Nacional en caso análogo de darla al Congreso para obtener su aprobación. Y como ningún ciudadano se habia pre- sentado ante juez competente quejándose por desconocimiento ó privación de sus de- rechos, á consecuencia de la declaratoria del estado de sitio en esa provincia, fué á todas luces improcedente el acto del Gobierno Na- cional desautorizando dicha medida, pues — 164 — ni el mismo poder judicial tenia derecho á abrir juicio sobre ella, á no mediar acción de parte interesada, desde que la Suprema Corte no procede de oficio para traer á su conocimiento los actos emanados de la au- toridad política, que en ningún caso es jus- ticiable ante sus estrados. Aun suponiendo que las conclusiones sa- cadas por el Gobierno Nacional de los tes- tos contitucionales que hacen referencia al asunto, fueran estrictamente conformes á los principios del sistema federal, no tendría, sin embargo, poder para fijar una interpre- tación auténtica de la Constitución, porque no es el poder llamado por la ley á darla; por manera que las opiniones del Ministro Ravvson ó del Gobernador de San Juan so- bre las facultades del estado de sitio ó sobre cualquier otro punto en materia constitucio- nal, no constituyen por si mismas interpre- tación legal alguna, ni pueden formar juris- prudencia, por mas que ellas sean el modo ele pensar autorizado de dos notables cons- titucionalistas y hombres de gobierno. Colocado el debate en este terreno, son irrefutables las conclusiones á que arriba el señor Sarmiento, demostrando que á ningún - i65 - resultado práctico podia llegarse con la in- tromisión del Gobierno Nacional en asunto en que el mismo confiesa no ser juez para decidirlo en justicia y de conformidad con las prescripciones legales, razón por la cual no tuvo, tan ruidosa discusión, ulterioridad alguna. Puede notarse que en esta controversia el doctor Ravvson domina la cuestión del punto de vista de la ley escrita por el exa- men concienzudo de los textos constitucio- nales, mientras que el señor Sarmiento abar- ca horizontes mas vastos en el desarrollo de la doctrina y penetra con sagacidad en el espíritu de la lejislacion federal para lle- gar á demostraciones tan nuevas como ines- peradas en el derecho público que surje je- nuinamente de los principios fundamentales de la Constitución. Las ideas sustentadas por ambos presen- tan el contraste de sus personalidades por la diferente escuela política á que pertenecen. Los principios sostenidos por el uno condu- cen al establecimiento del gobierno fuerte, autoritario, con poder bastante en las leyes para dirijir la sociedad, bajo la base firmí- sima del orden que conserva y no destruye — loó- la libertad, si bien la exajeracion de aquellos puede tender á disminuirla; los que el otro profesa llevan al gobierno moderado, eficien- te en teoría, que busca el predominio de la libertad amplia, casi sin limitaciones, desta- cándose de los términos estrictos de la ley sin modificación alguna que pueda amen- guarla en los hechos, aunque el escrupuloso respeto á las formas se convierta á veces en impotencia ó incapacidad en el ejercicio de los verdaderos medios de gobierno. Esta manera tan distinta de concebir la libertad no escluye en estas dos notables personalidades las aptitudes sobresalientes que son indispensables para el acertado manejo ele los negocios públicos, ni el pa- triotismo sincero y entusiasta que coloca sobre toda otra aspiración el engrandeci- miento y la gloria de la patria. Es de observar también que su diverjen- cia de vistas proviene menos de una diferencia radical en la manera de apreciar los puntos * capitales de la política argentina, que ele las calidades opuestas del carácter y ele las pro- pensiones contrarias ele espíritu, que son en el uno suaves, disciplinadas y concilia- doras, y en el otro, impetuosas, efervescen- tes y hasta cierto punto escéntricas. — 167 — XI El jénio organizador de Rivadavia dio á la provincia ele Buenos Aires, en institu- ciones muy bien calculadas, la estructura política y social que sirvió mas tarde de modelo á las otras provincias para consti- tuirse, obedeciendo á las peculiaridades del movimiento histórico que traía ineludible- mente aparejada la organización definitiva que hoy tienen. La acción demoledora del despotismo de Rosas relajó el vigor de esas instituciones, sin alcanzar, sin embargo, á destruir sus fundamentos, que fueron sustancialmente incorporados después á la carta política de 1854, la cual fué dictada en circunstancias anormales, pues la Provincia de Buenos Aires se mantenía entonces aislada del resto de la nación, después de haber sacudido, con el esfuerzo popular de Setiembre:, la influen- cia prepotente del jeneral Urquiza. Los hombres que concurrieron á dictarla no habían podido adquirir, en medio de las turbulencias de la época, la instrucción po- lítica necesaria para hacer una obra com- — 168 — pleta de legislación constitucional, tanto mas cuanto que en tales momentos se en- contraban empeñados en contrarrestar, por todos los medios, el poder del vencedor de Caseros, considerado como una ame- naza para la autonomía de la provincia, resintiéndose varias de sus disposiciones de la preocupación de espíritu que esas es- cepcionales circunstancias enjendraban en el ánimo de todos. Pero la nueva situación política de Bue nos Aires reintegrada á la unión argentina desde 1862, los incontestables progresos * de la razón pública, y el conocimiento mas cabal en los ciudadanos ele los principios de la ciencia del gobierno, habían conver- tido aquella Constitución en un edificio ve- tusto que amenazaba ruinas por la acción del tiempo y de los sucesos, haciendo de todo punto indispensable su reforma. A este efecto fué convocada una Conven- ción Constituyente, que inauguró sus sesiones el año de 1870, y se hallaron reunidos en su seno los hombres mas notables del país por su.posición, talentos y popularidad, figu- rando entre ellos Mitre, Ravvson, Quintana, López, Tejedor y muchos otros hombres — 169 — distinguidos pertenecientes á los diversos partidos políticos, que iban á llevar el con- curso ele • su ciencia y esperiencia á la obra de la nueva Constitución que habia dedar- se la provincia mas adelantada é importante de la República. Asi que se hubo presentado al estudio de la Convención el proyecto jeneral de reforma, suscitóse una interesante discusión á propó- sito de una enmienda propuesta por el Dr. Ravvson al preámbulo de la Constitución, que provocaba la dilucidación de graves y trascendentales problemas con relación á la naturaleza y orígenes de la soberanía popular y de la organización del gobierno libre. ¿De- bía decirse en el encabezamiento ó preám- bulo de la Constitución, que enumera las declaraciones, derechos y garantías: "Nos los Representantes del pueblo? ¿O era mas propio y exacto usar de esta otra fórmula, "Nos el Pueblo?" Esta sencilla enuncia- * cion ponia en tela de juicio cuestiones de positivo alcance en el derecho político, del punto de vista de la teoría y del desenvol- vimiento histórico de nuestras instituciones, como pudo verse en la amplia y elevada discusión á que dio lugar la consideración — 170 — de la enmienda, que fué sostenida é impug- nada con abundante copia de razones y de antecedentes legales, á punto de venir á demostrar que podia defenderse igualmente el pro y el contra, sin destruir ni alterar la esencia de las ideas capitales que sirven de fundamento lejítimo á toda Constitución política, dentro del sistema representativo y de las verdades reconocidas como la es- presion mas adelantada de las libertades modernas. El Dr. Ravvson defendió su proposición con sólida erudiccion constitucional y con un poder arrebatador de raciocinio que le permitía desplegar las dotes de su inspira- da y persuasiva elocuencia, esforzando sus argumentos para que el preámbulo de la Constitución quedara en esta forma: "Nos, el Pueblo de la Provincia de Buenos Aires, con el objeto de constituir un Go- bierno mas perfecto, afianzar la justicia, consolidar la paz interna, proveer á la* seguridad común, promover el bienestar jeneral y asegurar los beneficios de la libertad, etc, . . .' . " con cuya reforma quería dejar consignado de una manera, exacta y esplícita el principio de que to- — 171 do poder reside ordinariamente en el pue- blo, y que de él emana y á él vuelve, en mérito de su capacidad soberana, el derecho de darse una Constitución á la que virtualmente incorpora su existencia política y social, aunque haya de valerse de delegados para expresar su voluntad, en las condiciones de acierto y duración que reclama la elaboración ele su ley fundamen- tal; porque si bien nadie puede negar que el sistema representativo presupone la idea de que el pueblo no se gobierna directamente por sí sino por medio ele sus mandatarios lejítimos, no deja por eso de ser de suma importancia estatuir en el instrumento que se da para su gobierno la noción completa de la soberanía en cuya virtud dicta y san- ciona sus propias leyes y constitución, des- de que tal noción encierra el principio esencial de todo gobierno democrático. En el luminoso debate á q'ue dio lugar !a enmienda, sobresalieron los convencionales Mitre y Ravvson, desplegando ambos en esa ocasión gran lujo ele conocimientos para sos- tener las ideas contrapuestas dentro de las cuales debía naturalmente jirar la controver- sia, que fué fecunda en desenvolvimientos — 172 — filosóficos, apoyados en la esposicion de antecedentes históricos que se relaciona- ban con los oríjenes de la soberanía popu- lar en los pueblos antiguos y modernos, insistiendo especialmente los oradores en los precedentes arjentinos que se ligan á la histo- ria de nuestras propias asambleas y con- gresos. Desde la aparición de la democracia pu- ra, en los Estados de la Grecia hasta las Comunidades que se establecieron en algu- nos pueblos de Europa durante la Edad Me- dia, y desde la revolución de Inglaterra has- ta la de América y la Francesa, se procuró seguir en el curso del debate el derrote- ro más ó menos visible de las manifesta- ciones del espíritu democrático, que han venido consagrando el principio de la so- beranía popular, á la vez que la marcha esplendorosa de la libertad, transformándo- se en los tiempos hasta convertirse en ins- tituciones que hacen hoy el orgullo de los pueblos mas avanzados de la tierra. Despojada la idea de soberanía del ca- rácter absoluto que hasta época no muy le- jana se le ha querido atribuir, olvidando la racional limitación que ella tiene en las no- — i73 — ciones de verdad y justicia, que constitu- yen la esencia de toda ley moral, y de las cuales no es posible prescindir sin conspirar abiertamente contra los lejítimos fines que deben buscarse en la organización política y social de un pueblo, parécenos que las dos fórmulas en cuestión consultan igual- mente el principio de la soberanía popular como base y oríjen de toda constitución es- crita, ya sea que en ella se invoque el man- dato del pueblo para establecerla, ó que este mismo pueblo aparezca dándola y pres- tándole su sanción; porque en ambos ca- sos se hace referencia al poder ele quien emana primitivamente aquel acto especial de soberania. Puede ser mas lójico, mas democrático, mas popular si se quiere, decir en el enca- bezamiento de una constitución: «Nos el Pueblo»; pero no es mas exacto que este otro enunciado: «Nos los Representantes del Pueblo», si ha de atenderse á la ver- dad del procedimiento que hay que seguir para dictarla; porque lo cierto es que el pueblo delega siempre en un determinado cuerpo ó asamblea de ciudadanos elejidos de su seno, el poder de darse sus leyes. — 174 no siendo, por consecuencia, él quien di- rectamente las formula y sanciona. Reducida la cuestión á estos sencillos tér- minos, es fácil comprender que ella no tie- ne mayor importancia práctica y que, por lo que respecta á los precedentes de nues- cuerpos lejislativos y constituyentes, es pre- ferible la fórmula de «Nos los Represen- tantes del Pueblo» que usó el Congreso ele 1816 en la declaración de la Independen- cia, reproduciéndola también el Congreso Constituyente de Santa Fé al dictar la Cons- titución nacional. Adoptando, por el con- trario, la fórmula de «Nos el Pueblo», se- ría necesario someter á esté para su acep- tación la carta política que se dictase, siendo muy problemática la eficacia de tal proce- dimiento en el sentido de alcanzar la sanción de los principios mas adelantados ele buen gobierno, pues estas sociedades, formadas en su mayor parte de masas que tienen ape- nas una educación rudimentaria, no se en- cuentran todavía habilitadas para discernir con acierto del mérito de las verdades de la ciencia política, por cuya circunstancia no sería lo mas prudente librar á su juicio la definitiva sanción de la ley fundamental, — 175 — que solo pueden apreciar con conciencia los hombres instruidos, que, como es notorio, forman la mas reducida porción de un país. Sígnese, pues, de esto que son mas los inconvenientes que las ventajas que resul- tarían ele la adopción de esta fórmula, aun- que ella cuente en su favor precedentes au- torizados en la Constitución de los Estados Unidos y en las de algunos estados parti- culares, cuyos antecedentes legislativos di- fieren completamente de los nuestros; de- biendo tenerse presente que del mismo modo que la fórmula adoptada ya en nuestros códi- gos políticos no desvirtúa el principio de la soberanía popular y responde en su enun- ciación á lo que en realidad sucede cuando los representantes del pueblo, con especial mandato ele dictar una Constitución, la es- tablecen y sancionan, bastando para dejar establecido el principio en su forma mas avanzada, que debe someterse al pueblo toda idea de reforma parcial ó total ele la Constitución, pronunciándose á su debido tiempo en favor ó en contra de ella, como efectivamente quedó consignado en la nue- va ley política ele la Provincia. Estas y otras razones pesaron en el ánimo — 176 — de la mayoría de la Convención para no aceptar la enmienda; la cual, aunque esta- ba ligada á principios trascendentales en el derecho teórico, aparecía, sin embargo, con un alcance muy restrinjido del punto de vis- ta de la legislación positiva cuyas bases re- conocidas en el orden político, en nada venia á cambiar ó modificar la referida en- mienda. Otra innovación introducida por Ravvson al tomarse en consideración las declaracio- nes contenidas en el preámbulo ele la Cons- titución y que dio márjen á un interesante debate, por relacionarse con la solución de la cuestión relijiosa,. fué la que propuso en estos términos: «En ningún caso, la profe- sión de fé relijiosa será causa de inhabilidad política para el desempeño de los empleos ó funciones públicas de la provincia». Sábese el ardoroso apasionamiento con que fué discutida en la Convención de Bue- nos Aires la cuestión de si habia de con- signarse eh la nueva Constitución que el es- tado provincial concurre á sostener el cul- to católico, ó si debia establecerse que el Estado no tiene relijion ni costea culto al- guno, habiendo prevalecido entre estas dos proposiciones estremas, después de larguí- — 177 — simos debates, la idea de que la Conven- ción no tenia derecho de lejislar sobre la materia en presencia de las disposiciones terminantes que la Constitución nacional contiene al respecto. A los proyectos radicales de reforma de la fracción mas avanzada se oponía el artículo 2° de la Costitucion Federal, que declara que el Estado sostiene el culto ca- tólico, apostólico, romano, escluyendo por lo tanto, el derecho de las provincias pa- ra dictar leyes contrarias al espíritu y le- tra de esa esplícita declaración, en la cual tenia naturalmente que escollar cualquier reforma que se propusiese en el sentido de las soluciones que premiosamente re- claman los principios de la ciencia mo- derna. La enmienda formulada por Ravvson im- portaba sacar la cuestión del terreno esca- broso en que habia sido colocada al pre- sentarla estrechamente unida á la existen- cia legal de una relijion oficial ó de esta- do, para trasportarla hábilmente al délos principios constitutivos ele los derechos individuales, en cuanto dicen relación con la capacidad política de los ciudadanos, - i78 - ofreciendo al mismo tiempo una especie de solución intermedia entre los que abo- gaban por la abolición de todo culto ó re- lijion de estado y los que defendían el man- tenimiento esplícito de una relijion privi- lejiada, con arreglo á las prescripciones de la carta fundamental ele la República. La enmienda comprendía, en sí misma, el gran principio de la libertad de concien- cia, en cuanto consagra el derecho. de to- do ser racional á profesar libremente su creencia, sin que las leyes puedan, por cau- sa de opiniones relijiosas, restrinjir su ca- pacidad ó limitar sus facultades como miem- bro de una determinada comunidad políti- tica. Razones ele orden filosófico y de orden histórico hacían muy simpática la reforma propuesta; porque en realidad tendía á apar- tar los obstáculos que la antigua lejislacion habia creado para el desempeño de las fun- ciones políticas del Estado, por razón de la diversidad de creencias, exijiendo la profe- sión de fé católica como condición indispen- sable para ocupar los mas altos puestos del estado. Menester es confesar que los progresos — 179 — de la civilización, los.principios cada dia mas adelantados de la ciencia política, el ensan- che creciente de la acción individual, gravi- tan visiblemente en el sentido de la liber- tad ele creencias, que hace imposible el fa- natismo y las persecuciones de otras épo- cas, por causa de opiniones relijiosas. La igualdad ante la ley ele toda relijion que tenga por fundamento los principios de la moral cristiana, seria, en el derecho positivo, la espresion mas acabada de la libertad de conciencia, de la tolerancia re- lijiosa, que consagra el respeto á la opinión de todos, el ejercicio libre de las relijio- nes y los cultos, bajo el amparo del Estado que á todos alcanza y proteje por igual, cumpliendo con un alto deber ele su insti- tución, cual es el ele mantener á todos los individuos que lo componen en el goce de sus inalienables é imprescriptibles de- rechos. Bajo este réjimen ele justicia y de lega- lidad constitucional, diremos así, quedaría asegurado el ejercicio de todos los cultos, con positiva ventaja para la relijion de la mayoría de un país y sin menoscabo del derecho de otras comuniones á existir en — 18o — el Estado, consagradas al desempeño de su misión moral y ele propaganda, estimu- lando á la vez su celo en competencias sa- ludables con las demás relijiones ó sectas que se disputasen también, en el terreno de las creencias, el dominio de las almas. Concurría á demostrar la bondad ele la proposición de Ravvson, la serie de hechos históricos que prueban hasta la evidencia que siempre han sido opresoras las relijio- nes cuando se han hallado armadas del po- der civil, y que acaso solo á esta circunstan- cia se debe que se hayan convertido en per- seguidoras levantando hogueras y cadalsos para imponer ésta ó aquella creencia, pre- tendiendo ejercer una tiranía imposible so- bre la conciencia humana, que es incoher- cible en la inviolabilidad de su fuero, co- mo es libre el pensamiento en la íntima elaboración de su principio activo. Si en la antigüedad la relijion consiguió dominarlo todo, y en la Edad Media la Iglesia exajeró su influencia sobre los pue- blos á título de potencia educadora de las nuevas razas, la época moderna trajo, con las pacíficas transformaciones del Renaci- miento, la difusión de los jérmenes de la — 181 — independencia individual, cuya inoculación en el organismo de las sociedades nacien- tes, no podia tardar en producir los fe- cundos frutos de la libre investigación en la espansion jenuina de la conciencia eman- cipada. Y como la Reforma vino á poner en tela de juicio todos los problemas fi- losóficos y teolójicos, apasionando viva- mente los espíritus, vióse que una mera controversia de escuelas llegó á conver- tirse muy pronto en una cuestión social y política, que envolvió rápidamente á la Eu- ropa toda, dividiéndola en dos campos igual- mente irreconciliables. Los pueblos de la raza latina, que ha- bían permanecido fieles á la tradición ro- mana, obedeciendo á una tendencia jenial, sostenían los principios, doctrinas y tradi- ciones de la Iglesia Católica, mientras que los pueblos de orijen jermano, arrastrados también por tendencias de raza, abrazaron con entusiasmo la Reforma ele Lutero, rom piendo ruidosamente con la ortodoxia de la Iglesia á cuyo amparo habían nacido á la civilización. Las implacables luchas entre católicos y protestantes, que forman una pajina san — 182 — grienta y entristecedora en los anales de la historia moderna, harían dudar de la sa- biduría de las leyes de la Providencia, ac- tuando sobre los sucesos humanos, si el espíritu no descubriera en las consecuen- cias finales de aquel tremendo batallar, la solución de problemas pavorosos, que ha- bían traído perturbados á los pueblos du- rante muchos siglos; y que, una vez defini- dos por el proceso inesperado y misterio- so de los acontecimientos, han devuelto la paz al mundo y á los hombres sus dere- chos, desplegándose estos en su maravi- llosa variedad bajo la éjida protectora de gobiernos limitados y responsables. Así, pues, no habían de ser inútiles, te- niendo en cuenta sus efectos lejanos, las desoladoras guerras que por antagonismo de creencias se hicieron las principales na- ciones de Europa en los siglos XVI y XVII, persiguiendo el propósito de imponer por la fuerza una relijion esclusiva á todos los pueblos, puesto que los ulteriores sucesos vinieron á demostrar que era ese un pro- yecto quimérico cuya pretendida realización iba á conducir á resultados diametralmente opuestos y diversos, no solo en el orden - i83 - relijioso sino también en el político y so- cial. Católicos y protestantes encontraron en los reyes y príncipes campeones decididos de su causa, siendo de notar que si aque- llos tuvieron de su parte el poder formi- dable de Carlos V y Felipe II, no les faltó tampoco á éstos la gran influencia de Isa- bel ele Inglaterra, Gustavo Adolfo y otros soberanos de menor importancia, que se declararon defensores ele la Reforma, pro- duciendo de este modo el equilibrio de los elementos empeñados en la lucha, á punto ele hacer ver la impotencia en que respec- tivamente se hallaban las dos religiones ri- vales para destruirse, hasta el estremo de alcanzar el predominio absoluto ele una ele ellas en todo el continente europeo. Esta relativa debilidad, revelada en las peripecias de una larga lucha, tuvo sus vi- sibles manifestaciones^ en la promulgación del Edicto de Nantes, especie de transac- ción entre católicos y protestantes que sin hacer perder á los primeros sus antiguas posiciones, acordaba, no obstante, á los se- gundos suficientes garantías para la profe- sión y ejercicio de su culto, y la guerra — 184 — de Treinta Años cuyas directas é irreme- diables consecuencias condujeron á la esti- pulación ele los tratados de Westfalia, donde aparece pactada la tolerancia religiosa, que es elevada ele esa manera á la categoría de un principio incorporado al derecho público internacional, dejando de ser desde enton- ces una causa permanente de guerra entre los pueblos la diferente religión que pro- fesan. No menos contribuyó á impulsar el mo- vimiento emancipador ele los espíritus, afian- zando la plenitud de los derechos de la conciencia individual, la famosa Revolución de Inglaterra que, aunque fué ocasionada por las inconciliables pretensiones de los Estuardos y el Parlamento, trayendo pos- teriormente á mas espresa limitación las fa- cultades de la Corona y la capacidad del Poder Legislativo, también encendió el fa- natismo de secta entre las distintas agrupa- ciones religiosas del reino, hasta hacer nacer del exceso ele odio y destrucción entre ellas, la necesidad de reconocerse mutuamente una existencia legal, no sin haber provocado antes persecuciones como las que arrojaron á las playas de América á los Puritanos, .que - i85 - se apresuraron á fundar allí colonias bajo la amplia base de la tolerancia religiosa, ele que se habían visto privados en su pa- tria, siendo los católicos del Maryland los primeros en incorporar á la constitución de su colonia ese gran principio, como lo hicie- ron después las otras, siguiendo su ejemplo. Introdújose también en nuestro propio derecho, el principio de la libertad de con- ciencia en el tratado que la República ce- lebró con la Gran Bretaña en. 18 2 5, con- viniendo en que los subditos de esta nación no serian inquietados, perseguidos ni mo- lestados por razón de su religión, y que gozarían de una perfecta libertad de con- ciencia, con el derecho de ejercer pública ó privadamente su culto y establecer cemen- terios para los miembros de la comunidad protestante. La constitución nacional consigna, por fin, el mismo principio; pero con una limitación relativa á la capacidad política de los ciu- dadanos, cual es la de que el Presidente de la República pertenezca á la comunión ca- tólica, lo que daria á entender que, por ana- logía, los Gobernadores de Provincia y otros altos funcionarios deben profesar la misma — 186 -r- religion, para no ponerse en contradicción con lo que á este respecto exije la consti- tución general al ciudadano que ha de desem- peñar la presidencia. La enmienda propuesta por Ravvson ten- día á hacer desaparecer toda escepcion en el orden provincial, estableciendo que en adelante no seria la distinta profesión de fé religiosa causa de inhabilidad política para el desempeño de las funciones públicas. «Se trata, decia el Dr. Ravvson al sostener su enmienda, de declarar un principio ge- neral que complementa, á mi juicio, la li- bertad religiosa que se ha consagrado en el artículo propuesto;......el artículo no es mió, no invento nada; lo he tomado casi literalmente, separándome solo en la fraseo- logia, de todas las constituciones ele los Estados Unidos; y nótese bien que han querido prevenir la libertad religiosa con esta declaración. No es artículo mió sino ele las constituciones libres del mundo y me parece que estando discutiendo una cons- titución de este carácter, debe establecerse algo semejante, y que ahora, cuando se trata de asegurar esa garantía á los ciudadanos, es cuando debe aceptarse ó rechazarse esta proposición....» - 187 -" Eran ele dos órdenes los argumentos que se oponían á la enmienda: unos decían que tal declaración era innecesaria, porque su alcance estaba contenido en otro artículo del proyecto de constitución que se discutía, y los otros, que no solo era inútil sino pe- ligrosa, porque abría un campo ilimitado á las aspiraciones políticas de los individuos de todas las creencias, aunque éstas estu- vieran fuera de la fundamental idea cristiana, como las que profesan los mahometanos y mormones. Esta última argumentación des- naturalizaba, por su exageración, el alcance de la reforma, que no podría ser en ningún caso interpretada de ese modo, desde que nuestras leyes ko aceptan la poligamia como base de la organización de la familia, ni mu- cho menos la moral que surge de seme- jante organización social. La proposición de Ravvson fué rechazada en definitiva, no porque no se la creyese acep- table en sí misma, sino porque se pensó que ella no debia ser incluida en una cons- titución política de provincia, desvirtuando ó contrariando disposiciones terminantes de la constitución nacional. En nuestro concep- to, esa enmienda merece figuraren nuestro — 188 — código fundamental, cuando se presente la oportunidad de su reforma, porque ella con- densa la aspiración mas avanzada de los pueblos argentinos en esta materia. Altísimo honor refleja sobre Ravvson su noble iniciativa en defensa de la libertad re- ligiosa, que consulta el derecho de todas las religiones á vivir y á desenvolverse dentro del estado, sin los privilegios ó limitacio- nes que las convierten alternativamente en opresoras ú oprimidas, falseando la eleva- da misión moral que les corresponde lle- nar en las sociedades, (i) XII Existe como adherida á nuestras agrupa- ciones sociales tina especie de libertad, ele institución sudamericana, que se manifiesta por la revolución en permanencia, ya sea que ésta descienda de las alturas del poder en forma de arbitrariedad ó que surja con- vulsiva de las masas populares en movimien- (1) Como no aparecen en el Diario de Debates de la Convención de 1870 los discursos del Dr. Ravvson soste- niendo las reformas que propuso, por haberse estraviado en secretaria ó en poder de su autor las notas taquigráfi- cas, nos ha sido imposible seguir con exactitud en esta esposicion el orden de ideas desarrollado por el orador. — 189 — tos de sedición y de revuelta. Esta doble faz en que se encarna la idea revoluciona- ria en América, conduce igualmente, en su evolución final, á la anulación de las institu- ciones por las frecuentes irrupciones de fuerza que las niegan abiertamente, ó por el sistemático falseamiento de su espíritu en virtud de actos que revisten, sin embargo, todas las apariencias de la legalidad. La sociedad argentina ha vivido siempre trabajada dolorosamente por estas contra- rias tendencias, que la alejan de su normali- dad política, sin poder encontrar todavía su punto de reposo; pues las revoluciones pe- riódicas, coincidiendo con cada época de elecciones presidenciales, han causado al país males incalculables por la relajación de las costumbres políticas, la subversión de las ideas de buen gobierno, la impotencia de la opinión por la disolución de los partidos, la exajeracion en los gastos administrati- vos y el descrédito esterior, que es el cor- tejo obligado de sus consecuencias inevi- tables. El desarrollo lógico de este estudio nos pone en el caso de ocuparnos brevemente ele la revolución de 1874, al recordar los — 190 — términos del solemne debate que al año si- guiente se produjo en el Senado Nacional, con ocasión de discutirse el proyecto de ley de amnistía á los revolucionarios de Setiembre, y en el cual vuelven á aparecer colocados frente á frente los estadistas Ravv- son y Sarmiento, sosteniendo respectiva- mente sus opuestas ideas de gobierno, en su aplicación á los sucesos dé la época. Hermoso y único en la historia de la Re- pública fué el dia en que el Presidente Mi- tre, al terminar el período constitucional ele su gobierno, en 1868, entregó las in- signias del mando supremo, en medio de la mas perfecta paz, al Presidente Sarmien- to, operándose por primera vez en estas condiciones la trasmisión lejítima del poder, que si bien se renueva temporalmente en las personas que lo desempeñan, no cam- bia jamás en la espresion de su existencia legal y en la plenitud de sus atribuciones constitutivas. La elevación del señor Sarmiento á la presidencia, por el espontáneo concurso de la mayoría de la opinión, acompañada ele la circunstancia de haber surjido su candi- datura ele un núcleo opositor al partido go- — i9i — bernante, sosteniendo éste también por su parte una candidatura apoyada en valiosos elementos de la situación oficial, era un acontecimiento sin precedente en el país, que podia invocarse como un elocuente tes- timonio de la amplia libertad en que de- jaran al país sus mandatarios, hasta hacer posible el triunfo . del candidato que mas consultaba sus simpatías. Si tal hecho- honraba altamente al ciu- dadano á quien el pueblo habia dado sus sufrajios, no hacia menos honor al hombre que presidió esa escepcional situación de libertad electoral, preparando de este modo las evoluciones pacíficas ele la opinión bajo la influencia saludable ele las instituciones que solo pueden regularla y dirijirla. Las condiciones ele independencia de los partidos en que el señor Sarmiento subió al poder, su larga versación en los negocios públicos, el estado próspero en que encon- traba al país, los antecedentes probados que lo presentaban como amigo decidido ele Buenos Aires y también de las Provincias,1 puesto que era oriundo de una de ellas, ponían ele su parte toda la opinión nacio- nal, brindándole la ocasión de hacer un go- — 192 — bierno modelo para la gloria de su patria y de su propio nombre. La administración que le tocó presidir fué fecunda en nobles iniciativas que pron- to transformaron el país por el desenvolvi- miento portentoso de sus intereses materia- les. En el parlamento, en la prensa, en los comicios, en los círculos de opinión hubo libertad bastante para controvertir los inte- reses públicos atemperando* la acción gu- bernativa, como ésta á su vez procuraba contener los excesos de la oposición. No es nuestro propósito trazar aquí el cuadro ele la administración Sarmiento, en el cual hay, como en toda obra humana, con- trastes de luces y de sombras; sino circuns- cribirnos á los hechos que principalmente produjeron el movimiento revolucionario que estalló al terminar aquella. Sábese que venia preparándose pública- mente la candidatura de un ministro del Eje- cutivo para la presidencia de la República, alimentada y sostenida por todos los ele- mentos del poder oficial de la nación, y cu- ya presencia en el campo de la lucha elec- cionaria, tenia que causar necesariamente serias alarmas en la opinión, por la posi- — 193 - cion desventajosa en que el pueblo queda- ba colocado para combatirla. Es nuestra convicción, sin embargo, que el Presidente Sarmiento no tuvo interés per- sonal alguno en darse un sucesor en la per- sona de su ministro Avellaneda, y que fué completamente ajeno á la inmoral manio- bra que arrebató en el Congreso al parti- do nacionalista el resultado de aquellas reñi- dísimas elecciones de diputados cuyo espec- táculo hizo derramar lágrimas ele gozo al Dr. Ravvson, creyendo candorosamente en un feliz renacimiento del sufragio-libre, pre- cisamente cuando éste estaba próximo á re- cibir un golpe de muerte en el seno mismo de uno de los altos poderes públicos de la nación. Pero hay que convenir, en cuanto res- pecta á le existencia de una candidatura oficial, que el señor Sarmiento cometió el pecado de omisión, ya que no de acción, consintiendo en que esa candidatura se in- cubara y creciera al calor de la situación oficial que él presidia; porque si bien ha podido decir en su descargo que nada hizo para prestijiarla, jamás podrá justificarse an- te la historia de haberla dejado hacer cami- — 194 — no bajo los auspicios del poder nacional, olvidando que él habia sido el único presi- dente de República elejido pacífica y po- pularmente en Sud América, y que, á ese título, su aspiración suprema debió ser pre- sidir una elección libre del ciudadano que habia de sucederle en el gobierno, de su patria. La existencia de una candidatura oficial y la falsificación en el Congreso de la elec- ción de representantes por Buenos Aires en 1873, fueron dos hechos que dejaron consumada la revolución en las esferas del poder; y el movimiento armado que sobre- vino en Setiembre de 1876, la hizo estallar en las filas del pueblo con sus lamentables desastres y estériles consecuencias, como una dolorosa manifestación de esa libertad revolucionaria de nuestra invención, que to- ma asidero en el arbitrario encarnado en la autoridad á la vez que en la subvercion de ideas ele gobierno que acaban por estraviar el sentimiento de las masas populares. Así que hubo sido reprimida con mano fuerte la revolución; entrando á ejercer la presidencia el resistido candidato, se pensó zn normalizar la situación del país por la — '95 — adopción de una política reparadora ele los pasados estravios; y á ese efecto presentóse en el Congreso ele 1875 un proyecto de am- nistía general para los ciudadanos que habían tomado parte en el levantamiento del año anterior, conquistándose pronto en su favor las mas calorosas adhesiones de la opinión. Ocupaban á la sazón un asiento en el Senado como representantes de la Provincia de San Juan, el ex-presidente Sarmiento y el Dr. Ravvson, personalidades antagonistas que, como ya se ha visto, reflejan las dos tenden- cias opuestas de la política liberal argentina. La discusión del aludido proyecto iba á pro- ducir nuevamente el choque de esas dos ten- dencias, abarcando lógicamente en sus inci- dencias los actos de la administración de que uno de los contendientes habia sido gefe. La consideración en el Senado del proyecto de amnistía empeñó el debate entre los dos es- perimentados estadistas, quienes descendie- dieron con brios á medir sus fuerzas en la liza parlamentaria, con el propósito de estu- diar á fondo la situación general del país, del punto de vista de sus respectivas ideas, y con relación á las causas que habían pro- ducido los últimos sucesos. — 196 — El Senador Sarmiento y sus amigos que- rían la amnistía limitada, condicional y con casuísticas distinciones que neutralizaban en mucha parte sus efectos, exceptuando de ella ciertos hechos graves, como las ejecu- ciones llevadas á cabo por personas no in- vestidas de autoridad, que tuvieran los carac- teres indudables de crímenes ante la ley y el derecho de la sociedad y las naciones. Se propuso también, como medidas com- plementarias de la amnistía, un proyecto ó bilí de indemnidad para los actos de los que ha- bían ejecutado órdenes del presidente ó de cualquier otra autoridad legal con el objeto de reprimir movimientos de sedición ó rebe- lión, exonerándolos de toda consiguiente responsabilidad, aunque dichos actos hubie- ran sido irregulares ó adoleciesen de cual- quiera omisión, y otro por el cual se acordaba pensión á los inválidos y á las familias de los Guardias Nacionales que hubieran muerto en servicio de la nación, en las recientes funciones de guerra. Para fundar y sostener estos proyectos, el señor Sarmiento hizo una estensa esposicion de ideas, encaminada á poner de manifiesto los estragos del espíritu revolucionario que — 197 — ha desacreditado ante el mundo á la Amé- rica, eternamente perturbada por insurrec- ciones y motines, recordando al mismo tiem- po que las modernas revoluciones de Francia y España han sido fecundas en horrores y crímenes, pero absolutamente estériles para la causa de la libertad y de las instituciones. Con Webster, Laboulaye y Andrew, de- mostró la necesidad capitalísima de fundar sobre bases sólidas el principio de autoridad constituyendo gobiernos fuertes con poder bastante para detener y sofocar el movi- miento demoledor de las facciones, que tien- den á convertir la libertad en licencia, qui- tando á las leyes su fuerza conservadora del orden social y de los derechos de todos. "Va- mos mal", decia el señor Sarmiento, seña- lando los errores políticos del pasado, las dificultades presentes y las pavorosas espec- tativas del porvenir. Refiriéndose á la situación por que en esos momentos pasaba la República, presen- tó á un partido político alzándose contra las leyes buenas ó malas, del Congreso y contra las autoridades legalmente constituidas, que habían podido sin duda errar, pero cuyos errores nadie tenia el derecho de correjir — 198 — por medio de las revoluciones, en la aventu- rada suposición de que éstas pudieran corre- jirlos, corriendo el riesgo, casi seguro, de arrastrar al país á los abismos del desorden y de la anarquía. El otorgamiento ele amnistías plenas, al dia siguiente de los trastornos de Setiembre, le parecían tímidas concesiones á la impu- nidad y estímulos directos á nuevas intento- nas revolucionarias que acabarían por poner de manifiesto la incurable incapacidad de los pueblos de origen latino, y sobre todo de las democracias de Sud América, para im- plantar el gobierno libre, formando contraste con los pueblos de la raza sajona que pare- cen providencialmente destinados á asegurar para su sociabilidad las hermosas conquistas del self government. (1) Los casos de escepcion, que se hacian figurar en el proyecto de amnistía, desvir- tuaban sin objeto el alcance moral y be- néfico de la ley, desde que la amnistía no comprende por su índole mas que los (1) liaremos una esposicion detenida de las ideas y doctrinas sustentadas por el Sr. Sarmiento con oca- sión de este debate, en la obra que estamos preparando sobre su vida y escritos. — 199 — delitos políticos, no pudiendo ella estender- se en ninguna circunstancia á los crímenes comunes, que quedan siempre sometidos al juzgamiento de los tribunales ordinarios. Era por lo menos inútil poner esos casos en la ley, porque su enumeración no res- pondía á ningún propósito serio, y mas bien dificultaba el acuerdo necesario para llegar á la sanción de aquella. El senador Ravvson estaba, al contrario, por la amnistía lisa y llana, sin mas limi- taciones que las que trae aparejada su pro- pia naturaleza, á fin de que ella fuese una ley ele olvido, reparadora de los errores co- metidos por pueblos y gobiernos en la mar- cha política del país. Prescindiendo ele todo propósito sistemático de partido, no vaci- laba en condenar como verdaderos atenta- dos las revoluciones producidas por la fal- ta de educación cívica de las fracciones en que estaba dividida la opinión, ó por ac- tos abusivos de la autoridad, sustancialmen- te contrarios á la Constitución, por mas que apareciesen revestidos con Jas formas es- ternas de la legalidad. Toda vez que la asociación política se encuentre en condiciones de ejercitar la li- — 200 — bertad parlamentaria, el derecho de reunión, la independencia de la palabra escrita, co- mo otros tantos medios de que puede ha- cer uso para correjir las demasías de los gobiernos, las revoluciones carecen de todo título lejítimo; y aunque era esplicable la que habia estallado últimamente, en vista de la deliberada adopción en los consejos de la actualidad oficial, de una política sub- versiva de los principios constitucionales, inspirada en las doctrinas y actos del jefe de la anterior administración, el senador Ravvson no la justificaba en manera alguna é iba, en su severa apreciación de los he- chos, hasta condenar á sus propios amigos. Las luchas incesantes entre el gobierno y los partidos han de mantenerse en el terreno de la justicia distributiva, si no se quiere apartar á una sociedad de su norma- ralidad pacífica y legal, porque de otro modo el equilibrio se rompe haciéndose imposible el imperio de las instituciones que de antemano se encuentra ya falsea- das. «Todo pftder, decia el Dr. Ravvson, tratando de demostrar estas verdades de la ciencia política, tiende á ensancharse á espensas del derecho ajeno, y todo dere- -- 201 -- cho, que también es poder, tiende á pa- sar mas allá de sus límites en los actos de su defensa; y el resultado de esta ac- ción y reacción incesantes, cuando no pre- valecen las costumbres en las tradiciones, en la educación, el alto criterio moral, el respeto religioso á la Constitución y á las leyes, tiene que ser forzosamente, ó la opre- sión que humilla y degrada, ó la anarquía que todo lo trastorna y nada funda. De suerte que en los actos- populares, donde se van á decidir por el sufrajio las cuestio- nes que se debaten, los partidos proceden sin regla moral, y los gobernantes, fatal- mente ligados á un partido, le prestan de ordinario su cooperación para hacerlo pre- valecer» (i). En el propósito de poner en evidencia que no basta que un país se dé un de- terminado jénero de instituciones para que por esta circunstancia quede resuelto el problema de su organización política, y sin atribuir á privilejio de raza la aptitud de asimilarse sus perfeccionamientos, el se- (1.) Discurso pronunciado por el Dr. Rawson en el .Se- nado Nacional, en sesión de 10 de Julio de 1875. -- 2Ó2 — nador Ravvson esclamaba con patriótica convicción: «No fiemos mucho en la Consti- tución, pues solo seria de fiarse si tuvié- ramos lo que nos falta, esto es, la aplica- ción fiel, leal y honrada de ella. Eso es lo que nos falta, me parece á mí, y esto lo he meditado muchos años: no es la raza sajona la única que puede constituirse en gobierno libre y propio, en gobierno re- publicano y popular. Si así fuera, tendría- mos 150 millones de seres humanos que pertenecen á la raza latina en Italia, en Portugal, en España y en toda la América del Sud, tendríamos 150 millones conde- nados á desaparecer de la faz de la tierra, á ser absorbidos por otras razas, á vivir perpetuamente tomados como ejemplo de incompatibilidad para el gobierno propio, condenación que recaería también sobre sus hijos y las jeneraciones venideras á causa ele esa deficiencia ele raza. Yo no reconozco este hecho; al contrario, digo que está por hacerse todavía el esperi- mento, ó que no falta mas que un esperi- mento muy simple para demostrar á los que nos acusan, como pertenecientes á la raza latina de incapacidad, para demos- — 203 — trarles que somos capaces del gobierno propio, del gobierno libre; lo que nos falta es un gobierno honrado, el esperi- mento de un gobierno honrado que respe- te la Constitución hasta en sus menores detalles; un gobierno honrado que no se aplique á buscar subterfujios é interpreta- ciones forzadas de la Constitución, un go- bierno elevado, digno, que no se consagre á estimular ó á esplicar las violaciones de la Constitución, que no abrace, diremos así, la relijion del neolojismo, sino la re- lijion del fetiquismo, que es la susceptibili- dad superticiosa respecto ele la Constitu- ción. Esto es lo que nos hace falta» (i). Los actos de la administración presidida por el señor Sarmiento habian revelado la tendencia peligrosa de salir de la Constitu- ción, á pretesto de aplicarla en el sentido de su mas jenuino y trascendental espíritu, inventando una hermenéutica capciosa, ajus- tada á las circunstancias, que acaba por fal- searla y anularla. El resquicio por donde se introducía esa violación del sistema, era el artículo 33 de la (1) Dr. Jííiwson, en sesicn de 8 de Julio de 18Tó, — 204 — Constitución que habla de los derechos no enumerados en ella, como una puerta siem- pre abierta que deja ancho paso al arbitrario, por la invocación á las verdades del derecho natural, á los derechos esenciales y primiti- vos de la sociedad, que son anteriores y su- periores á toda constitución escrita, y los cuales se hallan perennemente en vigor, aun- que no estén consignados ni declarados es- presamente en ningún código. Y como ese artículo encierra, sin embargo, un hermoso principio de filosofía política, cuyo absoluto desconocimiento podría afectar el ejercicio de los los derechos y libertades que las ins- tituciones aseguran, era menester precaverse contra las exageraciones á que naturalmente se presta su desenvolvimiento teórico en la interpretación de la Constitución, que que- daría sujeta en la consideración de sus pres- cripciones fundamentales á la variable y antojadiza apreciación del criterio individual, viniendo á producirse en el orden político el fenómeno que se nota en el orden relijioso con la interpretación libérrima ele los testos evanjélicos, de existir tantas maneras de entender y aplicar la Constitución como in- térpretes ella tenga en los intereses y pa- — 205 — siones, sin cesar renovados, de los parti- dos. Aludiendo el senador Ravvson á un do- cumento suscrito por el señor Sarmiento en 1866, como Ministro Argentino en los Estados Unidos, en el cual se afirma, como un hecho legal y correcto, que en aquel país se cobraban durante la guerra derechos na- cionales á la esportacion, no osbtante las disposiciones espresas en contrario de la Constitución Americana, proviniendo esa grave aserción de una apreciación equivo- cada de lo que por entonces ocurría en aque- lla gran nación, cual era la de haber confun- do el establecimiento de la renta interna, que gravaba en esas extraordinarias circuns- tancias con impuestos los productos de los Estados, no como un derecho de salida á su producción, sino como un impuesto á determinados artículos de ella, el algodón por ejemplo, que se percibían en el lugar de su estraccion ó donde se encontraban de- positados, lo que era muy distinto á los de- rechos de esportacion, que jamás se han cobrado en aquel país, habiendo sido pu- blicado el espresado documento cuando en la República Argentina se trató de establecer -- 206 -- en la Constitución esos derechos, y en mo- mentos en que su autor era candidato á la presidencia, lo que implicaba que las ideas vertidas en él, formaban parte de su progra- ma de gobierno, aludiendo el senador Ravv- son á ese escrito, decíamos, se espresaba en estos términos. «Recordaré que la doctrina de aquel do- cumento sostiene que las constituciones es- critas tienen dos órdenes de prescripciones; las unas puramente económicas, administra- tivas ó convencionales, que pueden ser de- satendidas por los poderes públicos, siempre que una necesidad imperativa lo reclame; las otras que tienen su raiz en los principios eternos de la justicia y en el derecho natu- ral del hombre, éstas son inviolables con las escepciones que reclamen también ciertas circunstancias extraordinarias. Las constitu- ciones escricas, según este modo ele ver, no son ya una barrera para los que mandan ni una defensa para los derechos del pueblo; las constituciones no fundan, según eso, go- biernos de poderes limitados, sino que some- ten al criterio de los mandatarios del pueblo la desicion, la estension de sus propios po- deres, aun en aquellos puntos en que estén clara y terminantemente definidos.» -- 2Q7 — «Esta es la teoría del depotismo, señor Presidente, y lo que no me canso de ad- mirar es cómo ha podido ser introducida, así desnuda y descarnada, del país clásico ele la libertad. Qué mas quisieran los dés- potas de la tierra y los que rinden culto á la fuerza como medio de gobierno, los que miran hace tantos años con ojo sus- picaz y receloso el desenvolvimiento de la libertad y la prosperidad en los Estados Unidos, que el ver á esa nación grande en un momento de conflicto, renegando lo que ha sido su mayor gloria, es decir, la efi- cacia del gobierno constitucional y limitado para los grandes fines de una nación po- derosa y para superar las dificultades tre- mendas con que puede tropezar en su ca- mino. «Como quiera que sea, esta teoría fué importada entre nosotros, y una serie de actos ele administración ha venido á ser la práctica y á producir una serie de resultados deplorables cuyas últimas consecuencias he- mos alcanzado y que ahora nos proponemos remediar". El proyecto de ley de indemnidad, pre- sentado por la comisión del Senado para — 208 — completar el de amnistía, hablaba de actos irregulares, entre los que se quería colocar bajo el amparo de la legalidad, eximiendo por ende á sus autores de responsabilida- des civiles ó criminales, siempre que los hu- bieran ejecutado mediante órdenes de auto- ridad competente. Para el senador Ravvson la palabra irregularidad tenia una antigua filiación, un significado especial, característi- co, en las doctrinas y actos del señor Sar- miento como publicista y hombre de estado, que era menester recordar para formar cabal concepto del alcance del proyecto en discu- sión. En la guerra á muerte que el partido unitario hacia á la tiranía de Rosas, res- pondiendo á la política feroz desplegada por éste contra sus enemigos, ocurrió en cierta ocasión que en un encarnizado en- cuentro entre unitarios y federales, algunos de éstos fueron degollados por la nuca, y el señor Sarmiento, al referir el hecho, se limitaba á observar "cuan irregular era" esa manera de ejecución. La ejecución ordenada por el vencedor de Caseros del coronel Santa Coloma, el dia 3 de Febrero de 1852, habia sido — 209 — calificada por el señor Sarmiento en su campaña del ejército grande, de irregulari- dad, para dar á entender que el acto habia sido necesario, y hasta justificable, aunque se habian violado en él todas las formas legales. La decapitación del Chacho en Olta, por Irrazabal, habia sido aplaudida también por el señor Sarmiento, "precisamente por la forma", esto es, porque se habia prescindido de toda forma legal en aquella ejecución del incansable caudillo, reducido á la última estremidad por la tropa de línea, después de una larga y fatigosa campaña contra la mon- tonera que encabezaba. Irregularidades como estas no podían ni debían entrar en la amnistía, porque ello importaría consagrar la impunidad para los actos que, con los antecedentes espuestos, tendrían que ser comprendidos en esta ca- lificación, sentando para el futuro un prece- dente funesto que tendería á apartarnos cada dia mas de la legalidad con el des- conocimiento autorizado de sus formas im- prescriptibles. La supresión, por medio de un decreto, de la ley que creó la Oficina de Patentes — 210 —- de Invención, la modificación, por un pro- cedimiento análogo, de la ley que deter- minaba el establecimiento de un Diario Oficial y la intervención del Gobierno Na- cional en la provincia de San Juan en 1869, en que aparecía derrocado por las fuerzas federales el gobernador de ella, antes que el Congreso tomara conocimiento de los conflictos políticos sobrevenidos, eran he- chos que el senador Ravvson reputaba como la manifestación persistente de la Adminis- tración que terminó en 1874, á sobrepo- nerse á los mandatos de la Constitución, apoyando, no obstante, en ésta interpre- taciones antojadizas, aunque ingeniosas y orijinales, que sacan á las instituciones de su quicio, hasta poner en su lugar la ar- bitrariedad, que es la negación mas com- pleta de todo gobierno democrático, limitado y responsable, cuyas facultades y funciones le están de antemano señaladas en un de- terminado código escrito, de donde ema- na esclusivamente todo su poder. Si el señor Sarmiento habia dicho, refi- riéndose á la marcha jeneral del país, "Vamos mal", el senador Ravvson agregaba con pro- funda convicción, "No solo vamos mal, sino -- 2 11 — que vamos peor todavía" por la senda re- corrida, puesto que se ha vuelto á poner en problema, en presencia de esta política, la subsistencia misma ele las instituciones, á las cuales está vinculado el orden, la prosperidad y el crédito de la nación ar- jentina, en el momento actual y en las evo- luciones ulteriores del futuro. La consideración de la ley de amnistía empeñó el debate en el terreno de la po- lítica jeneral, viniendo á poner de mani- fiesto los errores de los partidos, las des- viaciones frecuentes de la Constitución en que habian incurrido alternativamente auto- ridades y pueblo, y la serie de desaciertos que llevaban al país por las sendas tortuo- sas del arbitrario y del desgobierno, pre- parándole de este modo un oscuro é incier- to porvenir. Deja, en verdad, una triste impresión en el alma ese debate retrospectivo y recrimi- natorio, en que dos estadistas de la talla de Sarmiento y Ravvson se detienen á se- ñalar con certero juicio los males que en la actualidad aquejan á la nación y los graves obstáculos que ha de encontrar en su ulte- rior desenvolvimiento, á tal punto que los -- 212 -- que asisten á tan memorable controversia se imajinan ver á la nación marchando, á la manera de un sonámbulo, con los ojos abiertos al abismo, sin que nadie pueda de- tenerla en la pendiente fatal en que va á hundirse. El resultado último de la discusión fué conceder una amnistía amplia y jenerosa á los ciudadanos comprometidos en el mo- vimiento insurreccional de Setiembre, como la habia pedido el Dr. Ravvson; pero cinco años después se veia el país envuelto de nuevo en la guerra civil, por la persisten- cia délas mismas causas que periódicamen- te lo han perturbado, habiéndose mostrado pueblos y gobiernos igualmente impoten- tes para estirparlas, no obstante las patrióti- cas advertencias de nuestros mas notables repúblicos, que de antemano se habian apresurado á señalar los peligros á - que estaban espuestos el orden y las institucio- nes, sin una fundamental reacción en la política seguida hasta entonces. No quisiéramos concluir de aquí que el partido liberal se ha mostrado impotente para colocarse á la altura de la gran mi- sión que le confirieran los sucesos, de re- — 213 — construir y gobernar la nación desde que se puso al frente de sus destinos en 1862; pero, es indudable que ha cometido gra- ves faltas de lójica, lamentables imprevisio- nes, que han amenguado su autoridad y bastardeado su influencia. Recordemos, sin embargo, para apartar el cargo que se le ha hecho ele haber te- nido una fé demasiado candorosa en Ja Constitución, que así como los errores del liberalismo moderno no han provenido, con- trariamente á lo que piensa Leroy-Beau- lieu, de su ciega confianza en la legislación escrita, que de todos modos es una gran conquista en la organización del gobierno libre, sino de un exagerado espíritu de in- novación, enemigo de lo pasado y aun de lo presente á título de progreso en las ins- tituciones, del mismo modo los errores del partido liberal arjentino no han nacido de su fé en los principios, lo que mucho le honra, sino de su educación teórica, de su tendencia á la utopía, que le ha hecho perder en sentido práctico cuanto cree ha- ber ganado el terreno quimérico de las idealidades. — 214 — XIII Un tipo digno de estudio en nuestra mi- litante democracia es, sin duda alguna, el médico político, que aparece de cuando en cuando, como escapado de su gremio y en deserción de su noble oficio, mezclándose á las evoluciones de la cosa pública, con la pretensión de haber 'descubierto los se- cretos de la ciencia política, como cree ha- ber penetrado hondamente en los arduos problemas de la vida y de la muerte á través de las funciones del organismo y á la luz de los principios de la ciencia que profesa. Como el médico cultiva, á la manera de los sacerdotes del antiguo Ejipto, una cien- cia misteriosa y semi-sagrada en cuyo san- tuario no es permitido entrar á ningún profano, piensa que debe rodear de un aparato solemne el ejercicio de su profe- sión; y así se le ve deslizarse con paso si- jiloso en la habitación del enfermo, reves- tido de una gravedad estraña y en medio de una situación que hace mas imponente todavía el delicado estado de aquel y la — 215 — dolorosa espectativa de los deudos. El mé- dico es para todos, en esos momentos, la personificación de la providencia, y tiene el paciente tan profunda fé en su ciencia, que seria capaz de tomar la muerte en pil- doras, si se la suministrara. Con apariencias de gran timidez y como si temblase ante la tremenda responsabilidad que su profesión le impone, acércase al lecho del enfermo, le toma el pulso, lo ausculta, ins- pecciona la lengua y otras cosas, da su receta en signos inintelijibles prescribiendo específicos, triacas ó eméticos y ordena un tratamiento que nadie se atreve á observar ó contradecir. Las palabras que pronuncia son breves, sentenciosas y cabalísticas, co- mo si cayeran ele la boca de un oráculo; sírvese para calificar los fenómenos que entran en el dominio de su arte, de un tecnicismo ó terminolojia que toma con frecuencia al griego sus mas raras termi- naciones y desinencias, ele modo que cuan- do alguien se aventura á preguntarle cuál es el mal que aqueja al enfermo, él pro- fiere en respuesta algunos vocablos ter- minados en ctis, en ¿lis ó en ema, que dejan en la mayor confusión al impertí- -- 2l6 -- nente curioso que se habia atrevido á le- vantar la punta del velo tras del cual se ocultan las verdades impenetrables de la medicina. El médico, en fin, se halla siem- pre poseído de la obstinada manía de la persecución á los curanderos, á quienes trata como á bestias dañinas, que causan irreparables destrozos en el campo espi- gado de la vida, mostrando el mas igno- rante desprecio por el arte de curar. Todo esto nos parece muy puesto en razón y no lo decimos en son de crítica, ni con la intención de reprochar el apa- rato de misterio de que hasta ahora apa- recen rodeadas las ciencias médicas; por- que comprendemos que demasiado lo ne- cesitan, dada la oscuridad de muchas cues- tiones que, no obstante los incontestables progresos realizados, no han alcanzado to- davía á ser resueltas de una manera com- pleta y satisfactoria. Estamos, asimismo, lejos de creer que el médico sea, como alguien lo ha definido, «un hombre que está á la cabecera del enfermo esperando que la naturaleza lo salve ó la medicina lo mate», por mas que la naturaleza y las leyes que la rijen hayan de ser siem- — 217 — pre el gran principio en que se estudie el proceso misterioso de la vida, y que el arte de la medicina no haya salido, aun en mucha parte, de la rejion nebu- losa de los tanteos y ensayos, en su do- ble tarea de prevenir las enfermedades y conservar "la salud, prolongando la exis- tencia. Estas breves referencias á la me- dicina y á los médicos, tienen simple- mente por objeto mostrar el resaltante contraste que existe entre el exajerado respeto que estos reclaman para su cien- cia y los escasos miramientos que guar- dan á la ciencia social, entre la desdeño- sa lástima con que oyen hablar á los profanos de los conocimientos en que son facultativos y el desparpajo con que ellos dogmatizan sobre materias ajenas á su especialidad, y muy principalmente entre el severo rigorismo con que defienden los fueros de su oficio y la arrogante audacia con que pretenden introducirse en los do- minios de la ciencia política, para con- vertirse ele la noche á la mañana en hom- bres de estado, imajinándose que es la cosa mas sencilla del mundo dirijir con acierto las sociedades, gobernar los pue- — 2l8 — blos y adquirir la alta intelijencia que exije el manejo de sus intereses, sin ha- berse tomado la pena de estudiarlos un instante; pues suponen equivocadamente que basta saber manosear un poco el vo- cabulario de la política, para sentar plaza de entendido en ella, aunque falte la lar- ga preparación que de antemano recla- man las vocaciones especiales. Un médico que aspira á transformarse en hombre político se apresura á adqui- rir las aptitudes de su nueva carrera, y está firmemente convencido de que ha al- canzado su objeto si lee una que otra vez la Constitución del Estado, hojea á la lijera algún resumen de derecho federal de Kent ó Story ó aprende ciertas defi- niciones del diccionario de Escriche, que es la vieja cartilla jurídica de los legule- yos, repasando, á guisa de erudición his- tórica, algunos interesantes episodios de la Revolución Francesa, ya que suele fal- tarle por completo el conocimiento de la propia historia nacional, sin olvidar la lec- tura de los periódicos, que son espende- dores inagotables de política á gusto del consumidor. Con este liviano bagaje se — 219 — persuade que puede rayar á la altura de un Metternich ó de un Bismarck y que las deficiencias de tan postiza pre- paración han de ser ventajosamente su- plidas con un injenio chispeante ó una palabra fácil, aunque gárrula y vacia, acom- pañada de esa entonación enfática y de- clamatoria que oculta siempre la flaqueza del raciocinio y la pobreza de instrucción. Pero como la política es una ciencia es- peculativa y esperimental, que exije para profundizarla las mas elevadas dotes de espíritu, unidas á un gran sentido prácti- co, pudiendo su estudio absorver por sí solo la vida entera de un hombre, pues comprende el conocimiento perfecto de las leyes que fundamentalmente rijen á las so- ciedades humanas, y la posesión de las esperiencias que estas han hecho en todos los tiempos para constituirse, buscando la armonía de sus múltiples intereses hasta llegar á establecer fórmulas netas de go- bierno, bajo las bases indestructibles del derecho, que vincula de una manera per- manente el orden social á la existencia del Estado, y la libertad ele los ciudadanos á la prevalencia de las instituciones garan- -- 220 -- tidas por éste, ha resultado que los médi- cos políticos han fracasado miserablemente, casi siempre, en su empresa de convertirse en estadistas, por carecer de la habilidad y competencia que solo dan los meditados estudios y la larga versación en el manejo de los negocios públicos. Es por desgracia un mal de la época, que nos trae radicalmente perturbados, la creencia, cada dia mas jeneralizada, de que todos son buenos para todo y que los in- dividuos son aptos, por el solo hecho de quererlo, para el desempeño de cualquier cargo, aunque él esté en abierta pugna con las dotes conocidas de quien aspira á poseerlo, ó con las calidades que natu- ralmente forma el ejercicio de determina- das profesiones, viniendo á producirse, á consecuencia de estos cambios, tan estraña confusión que ya nadie busca las aptitu- des sino la camaradería para el desempeño de las mas encumbradas funciones del estado. De ahí proviene también que los mé- dicos se transforman sin escrúpulo alguno en políticos, creyendo injenuamente que es tan fácil estirpar las dolencias sociales como curar un enfermo, el cual, sea dicho sin dañina intención, no siempre escapa vivo de sus manos. Así se esplica que si llegan á acertar una cura como médicos, yerran mil como políticos, lo que indudablemente los coloca respecto de la política, en el mismo nivel en que están colocados los curanderos respecto de la medicina. No operan, sin embargo, los médicos im- punemente su cuarto de conversión de una carrera á otra, sin que pronto se les vea des- cender de una manera yisible en el ejercicio de ambas, á tal grado que á menudo suelen inutilizarse como médicos, y rara vez pasan de ser en la ciencia del gobierno mas que mediocres curanderos políticos. Lástima no mas es que hagan su aprendizaje en la carne viva del pueblo, que es la materia vil de sus ensayos! Apresurémonos á hacer constar que el Dr. Ravvson no entra en el número de esos médicos que corren desalados en pos de una pasajera popularidad, volviendo la es- palda á la envidiable gloria que pudieron haber conquistado, si hubieran tenido la virtud de perseverar en el cultivo de la ciencia á que primitivamente consagraron sus afanes. Sea dicho en honor de este -- 222 -- ilustre ciudadano, que él ha sido el único médico-hombre de estado que haya pro- ducido la República, reuniendo en la dua- lidad de carreras tan opuestas las sobre- salientes cualidades que permiten desco- llar en una y otra, aunque no ha podido siempre aplicar simultáneamente, su activi- dad al preferente estudio que ellas reque- rían; pues cuando la fuerza de las circuns- tancias, mas que la de sus inclinaciones, lo hubo arrastrado á las luchas de la polí- tica, se apartó casi por completo de la práctica de la medicina para entregarse al estudio profundizado del derecho constitu- cional arjentino y americano, de la lejisla- cion comparada, del derecho público y ad- ministrativo, de la historia de las instituciones libres, de la estadística y las finanzas y de los demás ramos que concurren á poseer en toda su estension la ciencia social, como debe poseerla todo hombre de gobierno que tiene la alta conciencia moral de sus deberes, y cuyo acendrado patriotismo bus- ca constantemente alimentarse en las nobles inspiraciones del bien público. Ravvson no habría entrado nunca á tomar una parte principal en la política de su país, ni — 223 — á influir en la solución de los graves proble- mas políticos y sociales que lo han ajita- do, á no haber conseguido colocarse, á mérito de una sólida preparación, en con- diciones de llevar el valioso continjente de su saber á los consejos de gobierno donde tenían aquellos que ser dilucidados. Ahora se ha alejado por completo de la política para dedicarse de nuevo al estudio de la medicina y de las ciencias naturales, que se presentan como campo abierto á sus investigaciones, estimulando la actividad poderosa de su espíritu en el sentido de ofrecer á su patria, en obras de trascen- dental importancia, los sazonados frutos que ella tiene derecho á esperar de su larga esperiencia y de sus esclarecidos talentos. Los interesantes trabajos relacionados con la medicina y la hijiene que ha pu- blicado el Dr. Ravvson desde que abandonó la política, hacen presentir que no será in- fecundo para la ciencia su actual retiro de Europa, y que á la corona ele virtud cívica que ya ciñe su frente, podrá agregar en los últimos años ele su vida, la corona del sabio, que ha de brillar sin duda con esa luz apacible y perenne que ilumina las sen- das de la inmortalidad. -- 2 24 -- XIV No solamente es el Dr. Ravvson, como ya se ha visto, un hombre de estado de relevantes cualidades sino también un dis- tinguido médico, un profesor eminente y un apasionado filántropo, que ha conquis- tado en esa triple faz de su carrera pro- fesional, envidiables títulos al respeto y. es- timación de sus conciudadanos. Vése con frecuencia que las facultades. de los individuos suelen esterilizarse y per- derse en los primeros comienzos de su vida intelectual, por la desacertada dirección que se ha pretendido darles encaminándolas ar- tificialmente al cultivo de una falsa vo- cación, nacida de una observación incom- pleta de las verdaderas aptitudes de un joven ó del restrinjido número de carreras que se ofrecen á la noble aplicación de su ac- tividad, sin apercibirse de que los hombres llegan á ser mucho ó nada según que se consagren ó nó á la carrera á que posi- tivamente están llamados. Ravvson estaba adornado, afortunadamen- te para él, de las nativas dotes de inteli- — 225 ~ jencia y de carácter que son indispensables para el ejercicio ele la carrera de la medi- cina á la cual su padre lo destinara, con sagaz previsión, desde su juventud; porque poseía en alto grado un espíritu observador, decididamente inclinado al estudio y un no- ble corazón siempre dispuesto á interesarse en el alivio de los que sufren, unido á lo que los hombres del oficio llaman buen ojo médico, que en el facultativo es como un sesto sentido, que le permite descubrir á primera vista el cuadro sintomático de una enfermedad, determinando con precisión y acierto su diagnóstico, al propio tiem- po eme funda en la observación atenta ele los diversos síntomas con que aquella se manifiesta, el pronóstico de sus últimos re- sultados. Mientras la política no preocupó prefe- rentemente su espíritu, entregóse con asi- dua consagración á sus tareas de médico logrando formar, tanto en San Juan como en Buenos Aires, una numerosa clientela que sentía por él veneración y cariño á causa de su incontestable competencia científica y de la esquisita amabilidad de su trato, á lo que se anadia el desinte- -- 226 — res proverbial que siempre mostró respec- to de los lucros pecuniarios de la profe- sión. Debe decirse en honor de Ravvson que él no es ele esos médicos que creen que la ciencia exime de tener educación, ni menos de los que manejan su arte como un instrumento de esplotacion insaciable para levantar á su influjo caudales cuan- tiosos, arrancados á la angustia de la hu- manidad doliente, siendo justo recordar que, aunque ha ejercido la medicina en las épocas mas favorecidas y bajo los aus- picios de una reputación envidiable, jamás consiguió formar con ella ni una modesta fortuna siquiera. Con ríjida austeridad y como correspon- de á un hombre de conciencia, ha llenado siempre sus deberes de médico, no esqui- vando el sacrificio deliberado en circuns- tancias verdaderamente aflictivas para la ciudad de Buenos Aires, como cuando és- ta fué invadida por la epidemia del cólera en 1867 y 1868, cruelmente diezmada por la fiebre amarilla, de cuyo flajelo él mismo hubo de ser víctima en 1871 arrostrándolo todo con ánimo sereno, sin — 227 ' desertar un solo instante del puesto de peligro á que su profesión le llamaba y conquistándose con tan abnegada conduc- ta un honroso rango entre los benefacto- res de la población atribulada. La Facultad de Medicina de Buenos Ai- res, donde ha dictado durante largo tiem- po el curso de Hijiene pública y privada, no conserva memoria de un profesor mas elocuente ni mejor informado que el Dr. Ravvson en las materias de su especiali- dad, ni que haya reunido elotes mas com- pletas para el desempeño ele una cátedra, si ha de tenerse en cuenta la sólida ins- trucción eme ha sabido atesorar, la clara simplicidad del método que emplea en su enseñanza, la lójica nutrida ele su esposicion y la forma neta é insinuante con que presen- ta sus raciocinios, acomodándolos á la fácil y trasparente estructura de su palabra. Este concurso feliz de aptitudes espli- ca porqué las tareas ele profesor del Dr. Rawson han sido pata él una serie no interrumpida de triunfos, en que ha deja- do sentada para siempre su bien merecida reputación de hombre de ciencia y de in- comparable orador. — 228 — El curso 'de Hijiene Pública que dictó el año 1-874 fué notable por la masa de da- tos y observaciones con que ilustró la mate- ria, dándole tan subido interés que estudian- tes y aficionados, entendidos y profanos, acudían en gran número á escuchar sus lecciones. El estracto que de ellas publicó el joven Luis Maglioni (1) con el objeto de que sirviese de guia á los alumnos del ramo, da apenas una pálida idea del lujo de erudición que desplegó el profesor al esponerlas, mostrando gran laboriosidad en su preparación. El estimable trabajo del señor Maglioni tiene, no obstante, positi- vo mérito por la ordenada esposicion de los principios en que está fundada la hi- jiene, como por la verdad de los hechos que los comprueban, á todo lo cual hay que agregar las acertadas apreciaciones que convenientemente ilustran unos y otros. Los trabajos que hasta ahora lleva pu- blicados el Dr. Ravvson revelan todos una (1) Conferencias sobre Hijiene Pública, dadas en la Facultad de Medicina de Buenos Aires por el Dr. I). Guillermo líawson (año 1874), estractadas, anotadas y seguidas de un apéndice por Luis C. Maglioni. Puris, 1876. -- 229 -- tendencia filantrópica y altamente humani- taria, cual es la de propender á mejorar las condiciones hijiénicas de las poblacio- nes por la remoción de las causas mórbi- das que, de una manera permanente ó ac- cidental, pueden amenazarlas, alterando las fuentes de la vida y de la salud; ya sea que esas causas nazcan dentro de su pro- pio suelo ó que se orijinen de la comu- nicación ele pueblos distantes, por la falta de reglamentos adecuados de observación sanitaria. Descúbrese en los estudios ele Ravvson una solicitud tan delicada y una observa- ción tan prolija en el sentido de investi- gar los fenómenos que se relacionan con el bienestar del pueblo, con el mejoramien- to de su condición en cuanto lo permiten los recursos de una sociedad y los pre- ceptos de una sana conducta individual, que éste debe estarle profundamente re- conocido por los esfuerzos que en las es- feras ele la ciencia ha hecho para aliviar su suerte, inspirándose en los mas nobles y tiernos sentimientos respecto de sus se- mejantes. En estremo interesante es su Estudio — 230 — Demográfico de la población de la ciudad de Buenos Aires, que vio la luz pública, según entendemos, en 1882, y el cual con- tiene muy serias observaciones sobre el de- sarrollo de la población, causas de la morta- lidad y medios de prevenirla, estudiando este fenómeno con relación á la edad de los individuos, á las condiciones climatéri- cas bajo las cuales estos se encuentran, á las enfermedades que ordinariamente se producen y al medio hijiénico en que ha- bitual mente viven. Las cuestiones de saneamiento de la ciu- dad de Buenos Aires aparecen en ese tra- bajo iluminadas por las cifras comparadas de la esdística, con relación á otros gran- des centros, como Nueva York, Paris y Londres viniendo á ilustrar con ellas al pueblo y á las autoridades sobre el esta- do de abandono en que por muchos años se ha mantenido á aquella capital, á pun- to ele dar abundante alimento á las epi- demias mortíferas que por varias ocasio- nes la han aflijido. Ha sido menester esa terrible esperien- cia y estudios de la naturaleza de los que Ravvson ha emprendido con laudable em- — 231 — peño, para que sean cambiadas las con- diciones sanitarias de la población, con el establecimiento de aguas corrientes, ensan- che de plazas y calles, plantación de ar- boledas y otras mejoras que aseguran á la densa población de Buenos Aires el aseo, la luz, el aire y la holgura que antes le faltaba, apartando de ella las pestes que han cesado de visitarla de quince años á esta parte, debido, sin duda, á la transfor- mación favorable de sus condiciones hijié- nicas. De positiva importancia es también el estudio que ha hecho de la mortalidad de Valparaiso (i). Relacionando con certero juicio los datos estadísticos que le eran conocidos sobre esa ciudad, con la capa- cidad superficial de ella para determinar sobre esa base la densidad media de su población, y procurando darse cuenta de su estado hijiénico por la probable infec- ción del sub-suelo, á causa de la falta de desagües y de un servicio abundante de agua potable, juntamente con la colo- (1) Carta al Dr. D. Javier Villanueva, Buenos Aires, 1874. — 232 — cacion y estension mas ó menos adecua- da de los cementerios, y la calidad de los elementos constitutivos de la alimentación pública, llega á establecer de una manera concluyente que excede de toda proporción la mortalidad ele Valparaíso; pues es eleva- dísimo el número de defunciones respecto de la cifra total de la población, á punto de hacer dudar si algún error notable se mezcla á los cálculos de la estadística mortuoria, ó á la cifra jeneral del censo, siendo también muy posible que se consig- ne como defunciones de la ciudad las que proceden de algunos distritos circunveci- nos, que es lo que realmente sucede, pues los departamentos de Ouillota, Casablanca y provincia de Aconcagua envían á los hos- pitales de Valparaíso sus enfermos, circuns- tancia que haría disminuir en algo la pro- porción de su mortalidad sin quitarle, sin embargo, su excesivo y aterrante carácter. La memoria presentada por el Dr. Ravv- son al Intendente de la Municipalidad de Buenos Aires sobre Casas ele Inquilinato, encara de un punto de vista práctico la ar- dua cuestión de la suerte de la clase obrera, que vive adherida á los grandes centros de — 233 - población, arrastrando una vida miserable, en medio de todo género de privaciones, que degradan el cuerpo y el alma, sin espe- ranza de mudar de condición, como si una maldición terrible y fatal pesara sobre su destino. Antes que el problema pavoroso del pau- perismo se presente á golpear nuestras puer- tas, como se ha presentado hace ya largo tiempo en Europa, conviene que le salgamos al paso con positivos remedios ele solución y no con las descabelladas teorías de los socialistas que solo han conseguido pertur- bar la mente de las masas trabajadoras, em- peorando mas y mas cada dia su abyecta condición. No se hace desaparecer el mal crónico del proletariado con las quimeras ele una im- posible nivelación social ó con la aberración funesta de la propiedad en común, ni mucho menos con el pretendido derecho al trabajo, que suele aparecer algunas veces como una amenaza al orden social, introduciéndose ele una manera lamentable en las evoluciones políticas de las naciones, confundiéndolo to- do y acabando por aplazar indefinidamente los progresos que de Mn modo positivo fa- — 234 — vorecerian á esa misma clase obrera, con tanta frecuencia estraviada por la desorde- nada imajinacion de los utopistas. La esperiencia se ha encargado de poner ele relieve la esterilidad, cuando no los amar- gos frutos de semejantes teorías que á nadie pueden fascinar en presencia de lo que han hecho y alcanzado los nihilistas de Rusia, los socialistas ele Alemania, los comunistas de Francia, los dinamiteros ele Inglaterra, los cantonales ele España, los fenianos de Irlanda y Estados Unidos. Sobre el terreno de la vida real y dentro ele los términos conocidos en que ordinaria- mente se desarrolla ésta, caben planes ha- cederos de mejora social que puede llevar á cabo el lejislador, auxiliado por los nu- merosos medios que pone á su alcance la higiene moderna para elevar la condición de las agrupaciones menesterosas y asegurarles un modesto bienestar. Las grandes ciudades son colmenas hu- manas donde la población, como las abejas, se aglomera para librar la miel que parece le brindan las comodidades de la vida, aun- que en realidad solo beban la hiél á sorbos sus capas inferiores . A medida que los — 235 — habitantes aumentan por la reproducion ó por la inmigración, la propiedad territorial encarece, la edificación se multiplica, las ca- sas son de estension muy reducida y las habitaciones por demás estrechas, de modo que les falta el espacio, el aire y la luz indis- pensables para instalarse en ellas en buenas condiciones de vida y salud. Como por el exceso de población es muy subida la tasa ele los alquileres, las personas se aglome- ran en esas habitaciones, en número mayor que el que pueden contener, haciéndose di- fícil la vida en tales condiciones; por que cada una de éstas se convierte en un foco mal sano, donde reina una atmósfera viciada por las exhalaciones humanas, desarrollando jérmenes latentes de enfermedades que pue- den inficionar mas tarde á toda la población. Majistral es el cuadro que el Dr. Ravvson traza presentando á lo vivo á las infelices familias, amontonadas en estrechas y sucias viviendas, aspirando la muerte por todos los poros y arrojándola en miasmas deleté- reos á la población entera. Los sentimien- tos mas íntimos del filántropo abnegado pal- pitan en los rasgos de ese cuadro, que sintetiza también el pensamiento fundamen- — 236 — tal de su trabajo, el cual consiste en dotar á las clases pobres, por medios de fácil prac- ticabilidad, de habitaciones cómodas, en ex- celentes condiciones hijiénicas y de una ba- ratura al alcance de sus modestos recursos. Estas son las palabras del Dr. Ravvson, que testualmente reproducimos para no des- virtuar su hermosa idea. "Entre los problemas sociolójicos y eco- nómicos que se relacionan estrechamente con la Hijiene Pública, pocos hay que pue- dan compararse en importancia con el que se refiere á las habitaciones de los traba- jadores y de los pobres; no solo del punto de vista filantrópico, por lo que concierne á los necesitados, sino del de los intereses de la comunidad, en cuanto se relacionan con la salud- y con la vida. "Acomodados holgadamente en nuestros domicilios, cuando vemos desfilar ante no- sotros á los representantes de la escasez y de la miseria, nos parece que cumplimos un deber moral y relijioso ayudando á esos infelices con una limosna; y nuestra con- ciencia queda tranquila después de haber puesto el óbolo de la caridad en la mano temblorosa del anciano, de la madre des- — 237 — valida ó del niño pálido, débil y enfermizo que se nos acerca. «Pero sigámoslos, aunque sea con el pensamiento, hasta la desolada mansión que los alberga; entremos con ellos á ese recinto oscuro, estrecho, húmedo é infec- to donde pasan sus horas, donde viven, donde duermen, donde sufren los dolores ele la enfermedad y donde los alcanza la muerte prematura; y entonces nos sentire- mos conmovidos hasta lo mas profundo del alma, no solo por la compasión intensísi- ma que ese espectáculo despierta, sino por el horror de semejante condición. «De aquellas fétidas pocilgas, cuyo aire jamás se renueva y en cuyo ambiente se cultivan los jérmenes de las mas terribles enfermedades, salen esas emanaciones, se incorporan á la atmósfera circunvecina y son conducidas por ella tal vez hasta los lujosos palacios de los ricos. «Un dia, uno de los seres queridos del hogar, un hijo, que es un anjel á quien rodeamos de cuidado y de caricias, se des- pierta ardiendo con la fiebre y con el su- frimiento de una grave dolencia. El cora- zón de la madre se llena de ansiedad y — 238 — de amargura; búscase sin demora al médi- co esperimentado que acude presuroso al lado del enfermo; y aquel declara que se trata de una fiebre eruptiva, de un tifus, ele una difteria ó de alguna otra de esas enfermedades zimóticas que son el terror de cuantos las conocen. El tratamiento cien- tífico se inicia; el tierno enfermo sigue lu- chando con la muerte en aquella mansión antes dichosa, y convertida ahora en un centro de aflicción; el niño salva, en fin, ó sucumbe bajo el peso del mal que lo aqueja. «¿De dónde ha venido esa cruel enfer- medad' La casa es limpia, espaciosa, bien ventilada y con luz suficiente según las prescripciones de la higiene. El alimento es escojido y su uso ha sido cuidadosa- mente dirijido. Nada se descubre para esplicar cómo ese organismo, sano y vigo- roso hasta la víspera, sufriera de impro- viso una transformación de esta naturale- za. El enfermo ha sanado quizá y clamos gracias al cielo y al médico por esta fe- liz terminación, ó ha muerto dejando pa- ra siempre en el alma de la familia el due- lo y el vacio; pero no investigamos el orí- — 239 ~ jen del mal; las cosas quedan en las mis- mas condiciones anteriores y los peligros persisten para los demás. -Acordémonos entonces ele aquel cua- dro de horror que hemos contemplado un momento en la casa del pobre. Pensemos en aquella acumulación de centenares ele personas, de todas edades y condiciones, amontonadas en el recinto mal sano ele sus habitaciones; recordemos que allí se desenvuelven y se producen por millares, ba- jo aquellas mortíferas influencias, los jér- menes eficaces para producir las infeccio- nes y que ese aire envenenado se escapa len- tamente con su carga de muerte, se di- funde en las calles, penetra sin ser visto en las casas, aun en las mejor dispuestas; y que aquel niño querido, en medio de su infantil alegría aun bajo las caricias de sus padres ha respirado acaso alguna por- ción pequeña ele aquel aire viajero que va llevando á todas parte el jérmen ele la muerte. «Este cuadro, que parece una fantasía, es, sin embargo, la fiel traducción de los hechos como los estudia la ciencia y los confirma la esperiencia. Y si esto es así, — 240 — la sociedad entera, los ricos y los pode- rosos, lo mismo que los pobres y desgra- ciados, están solidariamente interesados en suprimir con todas sus fuerzas esos focos de infección, que desde las profundidades de la miseria envían tal vez la muerte pa- ra castigar la indiferencia ele los que viven en la opulencia ele las capas sociales supe- riores. «No pretendemos sujerir remedios para la supresión del pauperismo. Es un hecho á que está condenada la sociedad por cau- sas que la ciencia económica consigna: pe- ro, dado el hecho en cualquiera de sus for- mas, es, no solo un derecho, sino un de- ber imperioso el buscar los medios para atenuar los efectos deletéreos de calamidad social. No basta acudir con la limosna pa- ra socorrer individualmente la miseria; no basta construir hospitales y asilos de po- bres y mendigos; no basta acudir con los millones para subvenir á estos infortunios accidentales en aquella clase deprimida de la sociedad. Es necesario ir mas allá; es preciso buscar al pobre en su alojamiento y mejorar las condiciones hijiénicas de su hogar, levantando así su vigor físico y — 241 — moral, sin deprimir su carácter y el de su familia humillándolos con limosna. «Cuando hablamos .del pobre en este estremo ele miseria, lo presentamos en el lími- te de su decadencia; pero para llegar á es- ta profunda desdicha, ha debido seguir un camino descendente desde el nivel modes- to del trabajador que tiene que ganar su vida con el sudor de su rostro; é importa notar en cuánto ha influido el lugar mal sano que habita para conducirlo á tan las- timosa condición. «Ese obrero, gozando todavía de la ple- nitud de su fuerza, se alberga con su fa- milia en alguna de esas casas de inquilinato, y ocupa en ella, con el grupo que lo ro- dea, uno de esos recintos húmedos y os- curos que se cuentan por millares en las casas que llevan aquel nombre. El trabaja- dor, después ele haber gastado la enerjía ele sus músculos en la tarea de cada dia, vuelve al seno de su hogar buscando el descanso ele la noche. ¿Qué sueño profun- do y reparador le será posible bajo aque- llas condiciones insanas? Cada inspiración de ese infeliz lleva á sus pulmones, á su sano-re, á su cerebro y á todos sus ór- — 242 — ganos el veneno latente suspendido en el aire impuro que lo rodea; y en vez del repo- so sufre las influencias perniciosas deriva- das de esa causa, que debilita los proce- sos orgánicos de su nutrición y de su vi- da. Al dia siguiente ese padre de familia se levanta repugnando el trabajo por la pos- tración ocasionada en el reposo imperfecto de la noche y por ese envenenamiento lento á que ha estado sometido por tantas ho- ras. Siente que necesita volver á sus ta- reas; pero siente también que su cerebro y sus músculos no están habilitados para hacerles frente: y por instinto acaso, ó por la esperiencia de otros, comprende que necesita estimular artificialmente los resortes de su vigor postrado, recorriendo probablemente con ese fin al uso ele los estimulantes al- cohólicos. El primer efecto es el de una exi- tacion pasajera, bajo cuyo influjo el obrero puede volver á sus ocupaciones; pero este efecto es transitorio é incompleto; y suce- cede á menudo, por las mismas causas ele un dia, que se hace necesario en el siguiente y en los sucesivos, el uso del alcohol en cantidades crecientes, por lo común; y es- te infeliz trabajador, honrado, deseoso de — 243 — cumplir con sus obligaciones para consigo mismo, para con su familia y para con la sociedad á que está incorporado, va degradándose física y moralmente por la habitud contraída, hasta que termina des- pués ele algunos años ele lucha en uno de esos estreñios miserables, en el deli- riiuu ¿rcviens, en el hospital y en la muerte. La esposa sufre en la misma propor- ción los inconvenientes de aquella vida. I )ébil é incapaz de subvenir por sí mis- ma á las necesidades que pesan sobre su responsabilidad para sí y para sus niños, se arrastra poco á poco en esa lucha dolorosa, busca y halla trabajo fuera del hogar, y vuelve en la noche para encontrar quizá á sus hijos desolados, nerviosos, tal vez en- fermos y convulsos; todo ello porque esas criaturas no tuvieron en el dia aire puro y sano que respirar, ni recibieron sino en li- mitados momentos la luz del sol vivitican- te que todos necesitan. «Hé aquí la verdad de un hecho que puede comprobarse á cada instante. Y cuan- do se piensa que no son unidades limita- das en número las que sufren en esta forma — 244 — y con tal intensidad, sino que se cuen- tan por millares y por decenas de milla- res, aun en ciudades que empiezan á desenvolverse como la nuestra, es preciso mirar al porvenir y contemplar como un peligro gravísimo que puede hacerse sen- tir hasta las raices de la sociedad, la masa creciente de esos seres infortunados que viven para sufrir y que no alcanzan mas descanso que el de la muerte» (i). Encaminar el espíritu de asociación, que tantas maravillas ha realizado en el pre- sente siglo, á favorecer la condición ele los indijentes y de los trabajadores, llamando en su auxilio á la caridad, á la filantropía y aun al interés individual mismo, es obra de patriotismo y de humanidad en la cual puede y debe comprometerse noblemente la influencia de los hombres de corazón, unida á la tutelar y eficaz acción del po- der público. La carga que mas pesa sobre las fami- lias pobres en los grandes centros ele po- blación, es el pago del canon ó arrenda- (1) Estudio sobre Casas de Inquilinato. Buenos Aires, 1885. — 245 — miento de las casas ó alojamientos que ocupan, consumiéndoles ese gravamen la mayor parte de sus pequeñas entradas. Si al menos pudieran conseguir una instala- ción ele mediana comodidad y á corto pre- cio, tendrían la esperanza de cambiar de situación y no verían devorados sus aho- rros por el implacable alquiler mensual que las tiene encadenadas á una servidumbre sin término. A este mal, que parece irre- mediable, obviaría el establecimiento de so- ciedades de edificación de casas de inqui- linato, especialmente destinadas á éste ob- jeto, para arrendarlas á un módico precio, sin que por eso dejasen de dar un buen interés los capitales empleados en su cons- trucción. El doctor Ravvson hace notar que esas sociedades existen desde largos años en Londres y que la clase obrera ha consegui- do positivas ventajas ocupando los edi- ficios construidos por ellas, ya por la comodidad délas habitaciones, ya por su mó- dica locación. Recuerda las cuantiosas do- naciones hechas por el filántropo america- no Peabody, para construcción de casas para obreros en Estados Unidos, destinando — 246 — la renta de alquileres que ellas producen á levantar nuevas construcciones adecuadas al mismo objeto, con los mejoramientos que la esperiencia va sucesivamente aconsejan- do introducir en ese jénero ele obras, de modo que no solo provean á la mayor co- modidad de las clases destituidas sino tam- bién al progresivo aumento de la población trabajadora. Los cálculos estadísticos y económicos en que abunda para apoyar su tesis, son interesantísimos y encaminados á probar que en la ciudad de Buenos Aires es de premiosa necesidad la construcción ele ca- sas para obreros, que reemplacen á los actuales conventillos, esos focos perennes de infección, que pecan contra todos los preceptos de la hijiene. Tan filantrópico pensamiento podría ser llevado á cumplida ejecución mediante la eficaz iniciativa ele la autoridad política ó municipal, y el concurso de capitales aso- ciados, que encontrarían una provechosa colocación, á la vez que se aplicaban á una imperiosa exijencia social y á un deber sa- grado de humanidad, dado el extraordina- rio desarrollo de la capital de la República. — 247 — En las «Observaciones sobre Hijiene In- ternacional», que es el último trabajo que ha dado á luz el Dr. Ravvson, se estudian los diversos sistemas sanitarios adoptados en varios paises según los adelantos déla hijiene antigua y moderna, los procedi- mientos conducentes á establecer las cua- rentenas, los medios mas apropiados de impedir la invasión de los flajelos y las reglas de carácter internacional que seria conveniente establecer entre los pueblos, en circunstadcias determinadas. Si en el mundo civilizado están á la or- den del dia las cuestiones relativas al sa- neamiento de las ciudades, como el único medio de prevenir las enfermedades que enjendra la ausencia de buenas condicio- nes hijiénicas, á mayor abundamiento de- ben preocupar las que tienen por objeto impedir la propagación, de un país á otro, de las epidemias que fácilmente pueden trasmitirse por medio de la comunicación frecuente en que viven, como le ha sucedi- do á Buenos Aires, víctima por varias ve- ces del cólera y de la fiebre amarilla, im- portados del Brasil ó ele Europa. Muy posible y conveniente es que las — 248 — naciones puedan entenderse sobre el inte- rés vital de la conservación de su propia vida, y por eso el Dr. Ravvson se pregunta "¿Porqué no podría establecerse, pues, pre- via una convención especialmente convoca- da para este objeto, un Congreso, una Asam- blea en que tomaran parte la Europa y la América, que estuviera constantemente en función y que pudiera delegar á los sitios donde fuera mas reclamada su intervención personas competentes para estudiar las cues- tiones hijiénicas hasta sus mínimos detalles? Y cuando se percibiere por este medio la conveniencia ó la necesidad de instituir tra- bajos sanitarios, ¿porqué estas naciones así congregadas fraternalmente no podrían con- currir también con el dinero requerido para las obras de ese género, en la forma de empréstitos sobre el crédito de las nacio- nes favorecidas, para llevar á cabo los traba- jos con enerjía y con la menor pérdida del tiempo tan precioso? " Creo que los primeros efectos de un sistema semejante serian el nacimiento de la esperanza de mejores tiempos en aque- llas localidades, la atenuación de esas re- servas antagónicas que suelen crear senti- — 249 — mientos adversos de nación á nación, y el desenvolvimiento de la fraternidad que afian- zaría los intereses armónicos ele todos, no solo para los fines sanitarios, sino para re- solver sin encono y sin reticencias otras cuestiones ele diverso género que pudieran surjir entre las naciones congregadas, puesto que en lo concerniente á la salud, á la vida, al dolor y á la muerte estarían todas uni- das con un propósito unánime y perpetuo. (i) El Dr. Ravvson halla siempre, como se vé, en su bondadoso corazón, los medios ele poner la ciencia al servicio ele la humani- dad dirijiendo sus esfuerzos, no solo á evitar las calamidades que las epidemias misterio- samente importadas desencadenan sobre los pueblos como vientos de muerte, sino tam- bién á suprimir, por los influjos indirectos de esos mismos medios, el azote espantoso de la guerra, por la aproximación de las nacio- nes, el conocimiento perfecto de sus recí- procas conveniencias, la desaparición de las rivalidades que fomenta su respectivo aisla- miento, obligándolas á vivir armadas y en ace- (1) Observaciones sobre Hijiene Internacional, por el Dr. G. líawsun. Buenos Aires, 1885. — 250 — chanza constante unas contra otras, en nom- bre ele mentidos intereses, á los cuales sa- crifican su vitalidad, consumiendo en pura pérdida sus mejores fuerzas, segregadas de ese modo á la obra fecunda del progreso. La gruesa cifra á que ascienden en fcairopa los ejércitos permanentes, los abultados mi- llones que se gastan improductivamente en su sostenimiento, la enorme suma de fuerzas que esos ejércitos representan, arrebatadas á la acción benéfica del trabajo remunera- elor, son temas que le ofrecen materia para discurrir, apoyado en interesantes cálculos, sobre los beneficios ele la paz, mostrando losprodijios que bajo su amparo pueden rea- lizar las naciones. Aunque se vea muy distante ese bello desiderátum del Dr. Ravvson, delante del estado actual de la civilización, y que sus ideas no sean, por lo tanto, mas que la jenerosa aspiración ele un hombre ele bien, uno se siente arrastrado por el hijienista filósofo á esa escursion escéntrica á mun- dos casi ideales, rejidos por una perpetua armonía y ante cuyo hermoso espectáculo no se puede menos de esclamar: ¡guerra á la guerra y paz á las naciones en las trascendentales evoluciones ele su porvenir! — 251 — XV Imposible seria presentar la personalidad de hombre público del Dr. Rawson como un modelo digno de ser imitado por las jeneraciones nuevas, si no hubiese dado re- petidas muestras de esa austeridad de prin- cipios que se sobrepone á los impulsos tentadores de la ambición y á las seduc- ciones irresistibles del poder, apartando tocios los obstáculos que encuentra á su paso, para marchar derechamente á la con- secución de ideales superiores en las al- tas esferas del derecho y ele la libertad. Cuando un hombre ha conseguido lle- gar á las mas encumbradas posiciones, ha- biéndose conquistado en ellas prestijios tan lejítimos como duraderos, no se resig- na fácilmente á descender de las alturas en que se encuentra colocado y está mas bien dispuesto á transijir con sus propias ideas, á plegarse á las circunstancias, á dejarse arrastrar por la corriente de los sucesos, con tal de quedar flotando sobre su movediza superficie. Pero esa es la lí- nea de conducta ele los políticos vulgares, — 252 — que desgarran el ideal con febriciente mano para embarcarse precipitadamente en los acontecimientos á los cuales va vinculado el éxito. ¿Quién mejor que Ravvson hubiera po- dido quedar flotando en la vida pública de su pais, donde es umversalmente que-' rido y respetado por la notoria superiori- dad de sus aptitudes y la pureza sin man- cha de su patriotismo? Pues bien: esa personalidad amable cyya ductilidad de ca- rácter _ hubiera podido parecer apropiada para amoldarse á todas las situaciones, ha dado pruebas de una entereza tan superior de espíritu y de una rectitud moral tan elevada, que esos rasgos bastarían por si solos para hacer resaltar la sencilla gran- deza ele su figura política. Ministro influyente en la Administración histórica de Mitre y candidato á la presiden- cia de la República, por esa misma época, de una porción distinguidísima de ciudada- nos, rechazó como una vergüenza para él toda base oficial que pudiera servir para or- ganizar trabajos en favor de su candidatura, x .-. en circunstancias en que le habría sido muy fácil formarla, desde que desempeñaba el — 253 " cargo de Ministro del Interior en el gobier- no de la nación. Declinó, sin embargo, pe- rentoriamente el concurso que entonces le fué ofrecido de varias situaciones de pro- vincia, que habrían levantado su simpático nombre como bandera en la campaña electo ral de 1874. (1) No tenia mayor precio á sus ojos el honor de dirijir los destinos del pais sino á condición de ser elevado á tan alto rango por la espontánea y libre voluntad ele la mayoría de sus conciudada- nos, que lo habría colocado en circunstan- cias de hacer un gobierno de opinión, que se ajustase estrictamente á la constitución, afianzando la libertad para todos en el pleno ejercicio ele las leyes. Poco antes de los sucesos ele 1880, los amigos políticos de Ravvson quisieron lle- varlo al Congreso Nacional, representando por segunda vez á la Provincia de Buenos Aires en la Cámara de Diputados; pero él renunció formalmente su candidatura por (1) El prestigioso caudillo autonomista D. Adolfo Al- sina propuso, efectivamente, á Kawson levantar su can- didatura á la presidencia contando con el apoyo seguro de algunos gobernadores de provincia; pero este último declinó el ofrecimiento, protestando enéticamente no querer subir al poder por los medios oficiales. — 254 — medio ele una estensa carta, de la cual solo se han publicado algunos fragmentos, en la cual demostraba de una manera evidente la marcha desviada de los partidos por el aban- dono de los principios que en otros tiempos les habian dado significación y nombre, y la consiguiente subversión de propósitos que en esos momentos los animaba, concluyen- do ele aquí que le sería imposible repre- sentar en el congreso á su partido sin trai- cionar su propia conciencia ó defraudar las esperanzas ele sus electores. Hace tres años que el Congreso Argen- tino acordó, por unanimidad de votos y en virtud de su propia iniciativa, una pensión vitalicia al Dr. Ravvson concediéndole al mis- mo tiempo su jubilación del puesto de cate- drático ele Hijiene como una merecida recom- pensa ele los servicios prestados por él al pais en ese y otros importantes puestos públicos. Grande fué su perplejidad de ánimo pa- ra resolverse á aceptar la pensión que con tanta justicia se le habia señalado, y no se atrevió á tomar partido alguno en el asunto, sin esponer antes á sus amigos mas íntimos las dudas y vacilaciones que lo asaltaban en la exajerada escrupulosidad — 255 ~ de su conciencia. Decidióse al fin, siguien- do los consejos ele éstos, á admitir la pen- sión eme tan espontáneamente le fuera asig- nada por la representación nacional, si bien á condición de devolverla al pais en ser- vicios que él de alguna manera pudiera prestarle. Pidió con tal designio que el Go- bierno lo nombrase, como efectivamente lo nombró, representante ó delegado ele la Re- pública en los congresos científicos euro- peos á que ésta habia sido á la sazón in- vitada; pero una inesperada cuanto sensible desgracia de familia, el fallecimiento de su hijo único, le impidió por entonces desem- peñar aquella representación. Como por tal circunstancia quedara sub- sistente su compromiso moral ele devolver al pais en cualquier forma, por lo menos una parte de la pensión que le habia acor- dado, se apresuró á destinar la mitad de ella á la fundación de un premio anual en la Facultad de Ciencias Médicas para el trabajo mas notable sobre medicina que presentase cualquiera ele sus alumnos. Esa fundación ha quedado establecida bajo la denominación de «Premio Ravvson.» ¡Qué esquisita delicadeza en todos es^ — 256 — tos procederes! ¡Qué estremada escrupu- losidad ele conciencia! Y sobre todo ¡qué desprendimiento en medio de su digna po- breza y ante el positivismo logrero ele la época! Los discursos parlamentarios de Ravvson pueden ofrecer á su futuro biógrafo abun- dante materia para un estudio concienzu- do de su vida de hombre público; pero seria menester que esos discursos, disper- sos hoy en los Diarios de Sesiones ele las Cámaras, fueran cuidadosamente compila- dos y aun depurados de los consiguientes defectos de forma con que han sido pri- mitivamente recojidos. Ellos revelarían, jun- tamente con la fecundidad ele su intelijen- cia, la verdadera importancia de la tarea de estadista que le ha tocado llenar, la variedad de tópicos á los cuales ha lleva- do su esperta investigación y el sano cri- terio que invariablemente ha empleado al buscar una solución á los problemas polí- ticos y sociales de su pais. Entre los discursos improvisados de Ravv- son merecen recordarse: el que pronunció con ocasión de un banquete político dado en el Coliseum al jeneral Mitre, el que pro- — 257 — firió en la fiesta de inauguración del Telé- grafo, y su preciosa alocución dirijida á nombre del Comité de la Paz al Goberna- dor de Buenos Aires, pocos, elias antes de empeñarse la contienda armada de 1880. El corazón y la cabeza marchan al uní- sono en aquella organización privilejiada, por lo que es fácil notar que en sus inspi- radas improvisaciones corresponde siempre á un destello luminoso de intelijencia una apasionada esplosion de sentimientos, que alcanza á la manifestación mas acabada de la elocuencia. No atribuimos á este ensayo crítico mas mérito que el de la imparcialidad con que he- mos procurado escribirlo, como lo reque- ría el estudio de la vida de un personaje que se halla absolutamente alejado de las luchas ardorosas de la política, y que ve prolongarse sus dias como si se estuviera dando tiempo para asistir á su propia pos- teridad. Es tanto mas fácil guardar esa imparcialidad cuanto que este trabajo no tiene por objeto ensalzar á un hombre que se encuentre colocado sobre las cimas des- lumbradoras del poder, sino diseñar la fi- gura de un estadista ilustre que, aunque — 258 — privado actualmente del prestijio de las ele- vadas posiciones, se levanta todavía á ma- yor altura en la consideración y en el afec- to de sus compatriotas. LOS ÚLTIMOS AÑOS irxrutui.i» n> y 111 í.iiti: IIOXORES POSTUMOS A mediados de 1888 el doctor IJawson volvió á ausen- tarse de Huenos Aires para establecerse en Taris, don- de vivia entregado al estudio, que fué siempre su afi- ción favorita. La patria, la ciencia, sus amigos llenaban por com- pleto las horas solitarias de su noble vida, que se acer- caba á su ocaso como esos astros benéficos que corren á perderse en el lejano horizonte envueltos en apaci- bles sombras. La patria idolatrada, tanto mas querida cuanto mas distante se encontraba de ella, era la pasión vivaz que agitaba su generoso espíritu levantándolo unas veces á las regiones del entusiasmo cuando la contemplaba gran- de y gloriosa, y sumiéndolo otras en el mas profundo abatimiento cuando los errores de la política amenaza- ban apartarla de los rectos senderos del bien y de la libertad. Deliberadamente alejado de los negocios públicos, era espectador imparcial de los sucesos que se desenvolvían en su país y los juzgaba con un criterio exento de pa- sión, guiado únicamente por las inspiraciones del mas puro patriotismo. Pensador severo y régulo inflexible al emitir su juicio sobre los hombres y las cosas, el eminente repúblico se --- 2ÓO --- colocaba para apreciarlos en los puntos de vista mas elevados, sometiéndolos siempre á la piedra de toque de los grandes intereses públicos. Las veleidades de la opinión, las injusticias de los par- tidos, el olvido incalificable en que lo tuvo su provincia natal en los últimos años de su vida, no consiguieron arrancar jamás á sus labios un juicio acerbo, porque su alma serena y bien templada escluia el amargo repro- che que lo hubiera llevado, á la manera de Escipion, á quejarse alguna vez de la ingratitud de la República. Las almas escojidas que se repliegan sobre si mismas en la solemnidad de su retiro, encuentran en las medi- taciones profundas, en las investigaciones laboriosas de la ciencia, una fuente inagotable de consuelos. Üolatia mentís, como decia Cicerón. Rawson hallaba en el estudio una justa compensación á sus dolores y tenia en proyecto numerosos é impor- tantes trabajos, que solo necesitaban tiempo para ser condensados en otros tantos libros de positiva utilidad para la ciencia, que hubieran reflejado grande honor so- bre su nombre y sobre su patria. Dotado de una inteligencia clarísima, nutrida de pro- fundos conocimientos, tenia la propensión de comunicar á los demás lo que habia estudiado, con las observacio- nes que su propia reflexión le sugería, sin que se nota- se en el desarrollo de su asunto la menor pretensión de imponerse á los otros por su ciencia. La enseñanza, el profesorado, tenían para él un encan- to irresistible, porque se amoldaban á las dotes de su espíritu esencialmente comunicativo é investigador. Las cátedras de nuestras universidades y colegios no han tenido expositor mas hábil y metódico que Rawson en la materia que profesaba, porque reunía á una sólida y abundante preparación la facilidad asombrosa en el manejo de la palabra. Maestro de Historia é Inglés en el Liceo Federal de San Juan, profesor de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires y Catedrático de Higiene en la Facultad de Ciencias Médicas, dejó en sus lecciones destellos lu- minosos de su ciencia y en el corazón de los discípulos íntimos é imborrables sentimientos de afecto. --- 2ÓI -- Poseía Rawson un corazón admirablemente inclinado á los nobles afectos, y la amistad era para él un senti- miento delicado y profundo, que se empeñaba en culti- var con esquisito tacto y singular lealtad. Por eso su hogar en París atraia con irresistible atrac- ción á los argentinos que allí residían, como también á distinguidos sabios extrangeros que se honraban con su amistad y su trato. La bondad nativa de su índole, la afabilidad de sus maneras, la facilidad insinuante de su palabra, y el arte especial que poseía de establecer con las personas que trataba una corriente espontánea de sentimientos ínti- mos y duraderos, hacia que Rawson tuviese tantos ami- gos cuantos eran los individuos que habian tenido la di- cha de comunicarse con él. Tan bellas dotes no escluian, sin embargo, la rigi- dez de carácter y la energía de convicción, que daban á su personalidad los contornos de una severidad cato- niana. Recordaremos, entre otros, un caso especial, que pone de relieve su inflexibilidad de carácter. Los sucesos políticos de 1874 obligaron al Dr. Rawson á trasladarse á Montevideo, donde se hallaban á la sazón muchos emigrados argentinos. Uno de ellos, íntimo amigo del ilustre hombre de es- tado, se encontró asediado por el coronel D. Mariano Maza, de triste memoria, quien á toda costa quería co- nocer al Dr. Rawson y tener el honor de tratarlo. Xo pensó, sin duda, el intermediario oficioso en las di- ficultades del caso, y un buen dia y sin previo aviso, se encaminó á las habitaciones del hotel donde se alojaba el Dr. Rawson. Una vez dirigidas, como de costumbre, las palabras de presentación, don Mariano Maza estendió la mano en ademan de estrechar la de su interlocutor; pero el doctor Rawson, demudado por completo al oir aquel nombre, y tomando una actitud airada que revelaba la indigna- ción de que se sentía poseído, exclamó: «¿Es Vd. Violin y Violón, el matador de Cubas y de Avellaneda, el ejecutor de las matanzas de Catamarca en --- 2Ó2 --- 1811? Síes Vd. ese hombre, no puedo estenderle mi mano, porque si la justicia legal no se ha hecho efectiva en Vd. y la de la historia tarda en llegar, la de la socie- dad por'lo menos, debe recaer inexorable sobre Vd., con la repugnancia y el desprecio que necesariamente tiene que inspirar á los hombres honrados » Y volviendo el Dr Rawson la espalda á los visitantes, penetró en la pieza inmediata, profundamente impre- sionado con lo que acababa de pasar. La rectitud de ideas y la inflexibilidad de convicciones daban al Dr. Rawson este temple viril que contrastaba con la suavidad de su temperamento habitual. A fines de 1*89 la salud del distinguido hombre pú- blico comenzó á decaer visiblemente inspirando serios temores á la familia y á los amigos por la conservación de su vida. Los ataques de la asma crónica de que padecía eran mas frecuentes y el debilitamiento general tomaba cada dia mayor intensidad, lo que hizo necesaria una cuidado- sa asistencia médica. Una circunstancia inesperada vino a complicar gra- vemente el estado de la salud del enfermo. La aparición de una pequeña úlcera en el borde de la lengua, á la cual no se dio al principio mayor importancia, inco- modaba al paciente en tal grado que fué necesario con- vocar á junta de médicos para examinarla y acordar el tratamiento especial que requiriese. Los facultativos no estuvieron de acuerdo en el diag- nóstico, pero al fin prevaleció la idea de que era un carcinoma ó cáncer la pequeña úlcera que habia apare- cido en la lengua, por lo que era urgente proceder sin demora á operarla para estirparla ó detener su propa- gación. El 29 de Enero de 1890 fué operado el Dr. Rawson, habiéndose sometido antes al enfermo á la acción del cloroformo. Los facultativos creyeron al principio en los buenos resultados de la operación practicada, porque después de transcurridos tres días no habia manifestaciones de absorción purulenta que amenazasen la vida del enfer- mo, pero al cuarto dia la postración era completa y la crisis fatal se presentaba inminente. Sea que las fuerzas del paciente estuviesen en extre- mo agotadas*'» que la acción del cloroformo causase efectos inesperados en su debilitado organismo, es lo cierto que el fatal accidente ibaá producirse, según todas las apariencias, menos por consecuencia de la operación practicada, que por el tratamiento á que previamente había sido sometido. — 264 — Los misterios de la vida y de la muerte contrastan con las limitaciones de la ciencia, que no siempre alcanza á sondear su intensidad. En efecto, el dia 2 de Febrero á las 3 1/4 de la maña- na espiraba el Dr. Rawson en brazos de su familia y de sus amigos, produciendo el desgraciado suceso verdade- ra consternación. El dia 3 el telégrafo trasmitía á Buenos Aires, con la rapidez de la electricidad, la triste noticia, que pronto se estendió á toda la república convirtiéndose en un verdadero duelo nacional. El pueblo y las autoridades, la prensa y las asociacio- nes se adhirieron unánimes á las manifestaciones de condolencia que se hicieron en homenaje á la memoria del preclaro ciudadano que la república acababa de perder. El Gobierno Nacional dispuso la traslación á Buenos Aires de los restos del estinto, con los honores debidos á los méritos de tan esclarecido patriota, y el 27 de Abril llegaban al puerto de la capital dichos restos, siendo in- humados con gran pompa el dia 28 en el Cementerio del Norte. Los amigos y admiradores del elocuente orador resol- vieron erigirle un monumento en el Cementerio de la Recoleta, que fué solemnemente inaugurado el 29 de Setiembre de 1892. Sencillo y modesto como la personalidad á quien está consagrado, ese monumento guarda piadosamente los despojos mortales del virtuoso ciudadano, mientras vi- ve su recuerdo en la memoria del pueblo argentino, que velará con amor su sueño eterno. Como corona fúnebre del noble hombre público á cu: ya querida memoria está destinado este trabajo, agrega- mos los discursos pronunciados en París, en la estación del ferro-carril de Orleans, al ser repatriados sus restos, por nuestro ministro en Francia señor Paz, y por el Dr. J. A. Ocantos, como igualmente los pronunciados en la Recoleta por el General B. Mitre, y doctores González Catan, Larrain y Holmberg, en momentos de entregar aquellos á la morada de su último reposo. DR. JOSÉ C. PAZ MINISTRO PLENIPOTENCIARIO DE LA REPÚBLICA ARUENTIXA EN FRANCIA Señores:—Estos restos que tanto respeto nos inspiran, van á ser enviados á la tierra natal, cumpliéndose así los deseos y las disposiciones del Kxino. Gobierno de la República, que tengo la honra de representar en este acto solemne. Allá los espera ansioso todo un pueblo agradecido, para rendirle los honores postumos, que solo están reservados á los grandes ciudadanos que merecieron bien de la patria. Ellos eran, no ha mucho, la encarnación del Dr. D. Gui- llermo Rawson, cuyo nombre y cuya vida deberán ocupar un lugar prominente en los anales de la historia argentina. Todos hemos conocido esa figura culminante destacán- dose iluminada del cuadro de los acontecimientos que formaron la epopeya de nuestra reorganización constitu- cional. Miembro del gabinete, lo hemos visto cien veces en épocas difíciles y borrascosas marcando el rumbo á la nave del estado, con elevado criterio y espíritu sereno. Orador en nuestros parlamentos, personificaba la elo- cuencia persuasiva, el razonamiento profundo y el estu- dio de las ciencias morales y políticas. Hombre de administración, sus actos y su conducta fueron intachables, y la luz que de ellos se desprende será siempre fecunda para alumbrar el camino de la pro- bidad á los débiles y á los estraviados. Tal era el hombre en la vida práctica de los negocios públicos, y esta sola faz de su personalidad moral basta- ría para atribuirle el nombre de eminente ciudadano de que gozaba entre sus compatriotas, si no fuese que al — 266 — lado del estadista se mostraba no menos grande y robusta la figura del pensador y del apóstol. El Dr. Rawson sobresalía también por su profundo amor á la verdad y á los principios republicanos, y sus vastos conocimientos en la ciencia del gobierno, del mis- mo modo que el poder convincente de su palabra, hacien- do de él un maestro querido y acatado, le habian gran- jeado el respeto y la admiración de sus numerosos adep- tos. Es por ello que su escuela será fructífera en. el por- venir, y que sus ideas y sus sanas doctrinas han de so- brevivir por sobre todos los cambios y vicisitudes de las evoluciones sociales. ¡Felices los pueblos que cuentan entre sus hijos áesos atletas del pensamiento, porque nunca habrá barreras suficientes para cerrarles el paso hacia el porvenir! ¡Ydoblemente felices también si prueban que saben no olvidarlos, porque su recuerdo y el culto de su nombre será un lábaro luminoso en medio de las caídas y reac- ciones inherentes al desenvolvimiento de las sociedades humanas! Señores: dejo la palabra al historiador y á los biógra- fos, que á ellos mas que á nadie corresponde formar un juicio verdadero sobre tan preclaro ciudadano. Demos ahora un último adiós á estos despojos vencía dos, y al saludar reverentes el féretro que los encierra, hagámoslo con la conciencia de que cumplimos un sagra- do deber honrando al que, gobernante ó gobernado, in- fluyente en las esferas del poder ó simple particular en la vida privada, supo ser siempre leal y consecuente pa- ra con el pueblo y para con su patria ¡Dr. Guillermo Rawson! ¡<¿ue el mundo de los espíri- tus os dé la paz y la felicidad que vuestras virtudes me- recieron sobre la tierra! Dr. José Antonio Ocantos Señores: No hay sino lágrimas y flores sobre esta tum- ba, como símbolos del dolor y del amor de un pueblo que acaba de perder uno de sus grandes hombres. No están cerca de ella ni el recuerdo amargo, ni la pasión que ciega, ni siquiera la indiferencia que olvida. ¿Es porque el Dr. Guillermo Rawson fué el patriota honrado, el republicano sincero, el sabio eminente, el maestro insigne, el orador inimitable, el estadista distin- guido?— Sí, es por todo esto, señores, y es sobre todo poi- que fué hombre de bien, en el sentido mas amplio de la palabra, y porque tuvo en su buen corazón el envidiable secreto de saber amar y de hacerse amar de sus conciu- dadanos. Rawson muere y apenas la noticia funesta cunde entre los argentinos en París y la hace llegar el telégrafo á la patria ausente, el eco simpático del dolor responde en- tre sus compatriotas todos, para honrar la memoria de este hombre inolvidable.-Nadie lo discute, todos le ven en la eminencia de las alturas, todos le lloran, hasta sus adversarios políticos lo admiran,—y todos, todos á porfía rodean su tumba para rendirle la apoteosis condigna á sus talentos, á su virtud y á sus servicios Rara Rawson, señores, la justicia no ha sido tardía No es necesario esperarla de la posteridad, que también se la hará cumplida. En la vida y en la muerte la tiene ya por el voto unánime de sus contemporáneos, hecho escepcional entre nosotros, en.pie la pasión influye tanto sobre el juicio de nuestros estadistas, en los momentos mas solemnes. Es que Rawson es una gloria nacional tan pura, como pura fué su vida de hombre público. ¡ V cuántos títu- los tuvo para conquistarla ! El que ha oido su palabra suave, insinuante y sincera en toda la grandiosidad de su elocuencia, el que lo ha visto sereno v resignado, en el medio modesto en que vivia, recordando siempre los dolores y las glorias de la patria, el que ha seguido su vida pasoá paso, observando la grandeza y las tribulaciones de su espíritu, siente — 268 — todavía frescos los impulsos de la veneración que sabia inspirar con su palabra y con su ejemplo. Desde joven, su entrada en las aulas, en los círculos sociales, en los centros científicos, en los parlamentos, en los ministerios, es una sorpresa, una esperanza y un aplauso, que se prolonga hasta sus últimos dias y que repercute hasta en el fondo de su tumba, para no borrar- se jamás. En las aulas, sus maestros le aclamaban como «el ta- lento extraordinario de su generación». «Honrar á Rawson, dicen ellos, es honrarnos á nosotros mismos, es honrar á la universidad, á la patria, á la civilización.— Rawson es la aparición de un nuevo astro en el horizon- te de la ciencia, de una estrella brillante que nace para la gloria de la república, un beneficio del cielo, un pre- sente precioso, una impulsión al progreso y á la perfec- ción dada por la mano de Dios en el curso de la vida del género humano». ¡Qué honor insigne! A nadie le fué discernido igual en la historia de nuestras universidades, en que han brilla- do los más grandes talentos y en que se han formado las mas altas ilustraciones argentinas. Y el aplauso y la admiración de sus maestros sale del claustro y de la cátedra, para resonar en el escenario mas amplio de la vida pública, que lo esperaba ansiosa, como una promesa del futuro esfuerzo, para honor de su país y de su nombre. Desde luego, su carrera profesional le muestra el primero entre los médicos de su época. ¿Quién no verá en él la abnegación y la ciencia en todas sus manifesta- ciones? Creación suya es mas tarde la cátedra de higie- ne, que regentea por largos años, dictando allí sus leccio- nes elocuentes y profundas, que son un monumento de enseñanza y que han servido de modelo á los que le su- cedieron . Así como Sarmiento encarna en el pueblo la pasión de la escuela, cábele á Rawson haber despertado y hecho una pasión pública de su pasión por la higiene de nues- tras ciudades, que se traduce luego en leyes, ordenanzas y tratados, á que han servido y no poco los datos esta- — 269 — dísticos que, con paciente labor, recogiera el profundo demógrafo. Los parlamentos abren sus puertas al orador insigne. En las Cámaras del Paraná, en las de Buenos Aires, en el congreso nacional, se oyen siempre, con anhelosa atención, sus discursos imponderables, en que, ilustrando y resolviendo las mas arduas cuestiones, sobre todo en el orden constitucional y político, con su exposición cla- rísima, con el lujo de sus bellas descripciones y con el gran acopio de conocimientos, que ponia á su servicio su talento poderoso, seduce, subyuga y convence, como ninguno, al auditorio que le ha escuchado con encanto y nue le aplaude con admiración. Su actitud allí, como en los acuerdos de gobierno, co- mo en las demás posiciones que ocupara, revela todo un carácter. Siempre inflexible en sus convicciones, justi- ciero, hombre de ley, hijo del deber, no transije jamás con su conciencia, no se separa una línea de sus princi- pios, porque no quiere, ni debe caer en la vulgaridad vergonzosa de situaciones acomodaticias, que tanto da- ño hacen á la república. El parlamento está de duelo, porque no se oirá en mucho tiempo una pilabra mas elocuente ni más sin- cera, ni más grandiosa que la de Rawson, el príncipe de los oradores argentinos. Si le erigiese una estatua en el vestíbulo del templo de sus leyes, como la tiene Mirabeau en el parlamento francés, conmemoraría así su justo duelo y mostraría á los contemporáneos y á las generaciones que vienen, có- mo hacen el camino de la gloria los que entran al sagra- do recinto á representar al país. En el poder. Rawson deja entre otros, un recuerdo imperecedero. En medio de la lucha ardiente de los par- tidos y como para conjurar el peligro de una disolución nacional, con la segregación de las provincias, que era una amenaza de todos los dias, comprendió que ligarlos intereses económicos de éstas con las tradiciones de la historia y con el sentimiento del amor de hermanas era radicar y consolidar la unión de todas, y persiguiendo este noble propósito y á pesar de la penuria del erario — 270 — público, inicia, formula, impulsa y hace el ferro carril central, ligando con brazos de hierro el interior y el lito- ral de la república. Rawson deja aún el más grande de los servicios que le deberá su patria. El ejemplo que ha marcado su paso por la vida, haciendo escuela la moral política: escuela de verdad, que los mentidos políticos han llamado teó- rica, pero que, al fin, ha de triunfar, porque no lleva otra enseña que la ley, ni tiene otro móvil, ni otro obje- to que la grandeza de la patria. Abnegado, como Esquiú, declina en dos ocasiones so- lemnes su candidatura á la presidencia de la república, que se permiten ofrecerle gobernantes de provincia, y con que mas tarde le brindan noblemente los hombres más prominentes de una gran evolución.--Rawson no podría llegar á la presidencia sino por el voto libre y puro de sus conciudadanos, que no se consulta con los elementos oficiales, que siempre condenó como factor in- termediario en las luchas electorales, ni con el ruido es- trepitoso de las armas, ni con el derramamiento de la sangre en guerras fratricidas. Rawson deja algo más. Nos deja su pobreza! Pero una pobreza que envidiarán los ricos, porque, en él, es un título á la consideración de todos, y porque pudiendo ser rico, aspiró á algo más que á la fortuna. Pobres ricos! decia él de los que no sabían hacer el bien con sus riquezas. ¡Qué ricos son los pobres que, co- mo él, han sabido honrarse y glorificarse en su pobreza! Permitidme un rasgo de su vida íntimo . Rawson era modesto, y esta virtud, que le caracterizó siempre, le hace mirar, como una distinción inmerecida, la jubilación que le decretó el Congreso, y una manifes- tación análoga que le hicieran sus amigos y que recibie- ron con honor, en otras épocas, otros hombres ilustres. No he hecho nada, decia, pudiendo haber hecho algo, en servicio de mi país. Y Rawson, pobre como era, con su nobilísimo cora- zón, en que desbordaba siempre el sentimiento de la piedad cristiana, separa una parte importante de una y otra ofrenda, para aliviar, con una, al niño desvalido, y — 271 — para estimular, con la otra, el estudio déla ciencia médi- ca, como, si asociando estas ideas hubiera querido ver, después de sus días, con su propio esfuerzo, al ángel de la salud á la cabecera del doliente niño, para hacerle hombre y luego ciudadano. ¿Qué mas títulos, ni qué más servicios? ¿Cómo no in- clinarse con respeto ante el nombre de este hombre, que significa el talento en toda su grandeza y la honradez en toda su pureza? Mi rabean fué el gran orador de su época, y la Francia no le ha pedido otra cosa que su fama. La España no pide mas á Castelar, cuya elocuencia hace hoy el orgullo de sus parlamentos. Si la patria se honra con el renombre y con la honra de sus hijos, bastaría solo á nuestro orgullo nacional la fama del orador Rawson, como enorgullece á un pueblo la del primero de sus nobles guerreros ó la del más gran- de de sus grandes literatos ó poetas. Estos ligeros lincamientos con que he procurado en- cuadrar el tipo moral de este hombre esclarecido, no están, por cierto, á la altura del personaje, ni siquiera son un bosquejo de su fisonomia social 5' política. El historiador y el filósofo encontrarán en esa vida, ago- tada por el trabajo y por las angustias de sus últimos años, un estudio fecundo y provechoso, como que toda ella fué una enseñanza y un ejemplo. Rawson vive y vivirá en el corazón de sus conciu- dadanos. Enseñó y practicó las doctrinas del gobierno libre, y en su modesto retiro como en la vida activa, no tuvo otros horizontes ni otra aspiración, que agrandar la patria, con la observancia honrada de su constitución y de sus leyes. Hoy, señores, su espíritu está en el cielo y el templo . de su gloria en la patria amada. A ella van estos des- pojos, como reliquia consagrada por el amor de todos, que la madre cariñosa recibirá en sus brazos y guarda- rá, por siempre, entre lágrimas y flores- Dr. Rawson, amigo querido, el último adiós en nom- bre de vuestros compatriotas en París. Discursos proferidos en el Cementerio de la Recoleta al ser inhumados los restos del Dr. Rawson General Bartolomé Mitre Ciudadanos: El pueblo argentino recibe con amor y veneración en sus brazos, los restos del mas querido de sus hijos, repatriados por el gobierno de la nación, para conducirlos en triunfo á la mansión del eterno descanso, derramando sobre ellos lágrimas y flores, en medio de un coro de bendiciones. Llamado á ser el intérprete del amor y del dolor pú- blico en este acto solemne, creería ofender la memoria del mas modesto y del mas sincero de los hombres que haya producido nuestra tierra, tan fecunda en grandes caracteres, si pronunciase en honor suyo una sola pala- bra que no respondiese á la simpatía íntima que está en todos los corazones, y no obedeciera, interpretándo- la, á la voluntad de ultratumba, del que, superior á las vanidades de la vida y á las pompas externas de la muer- te, fué morahnente grande por instinto sano y por vir- tud nativa, encontrando la gloria sin buscarla, en el ca- mino del deber. Hay muertos que no hay palabras con qué llorar, por- que formando parte de nuestro propio ser en la vida y en la muerte, nos penetran como un sentimiento solida- rio, que palpita en las profundidades de la conciencia, identificándonos con su espíritu trascendental, y el doc- tor Guillermo Rawson es uno de ellos. Este es el homenage mas digno que puede tributarse á los hombres buenos, de alma selecta, que en la comu- — 273 — nion de las almas dejan impreso en ellas el sello indele- ble de su ser moral, y el Dr. Rawson que tuvo esta po- tencia asimiladora, lo ha merecido como pocos. No corresponde su elogio postumo á sus amigos y com- pañeros de trabajo en la lucha contemporánea, que com- parten con él su responsabilidad ante la historia, cuando él vibra al unísono en los labios de dos generaciones que han recibido la herencia de su ser intelectual y moral, trasmitida á los hijos de sus hijos, impregnando las al- mas con su esencia, y cuando es reconocido como un ge- nio familiar y benéfico en todos los hogares argentinos, cuyo espíritu es un elemento integrante del carácter na- cional, como el de Franklin en su patria, y que si nos faltase nos faltaría un principio de vida interna y una fuerza impulsiva de conservación y mejora dentro de nuestro organismo. Su elogio postumo corresponde principalmente á sus compatriotas agradecidos por cuya felicidad trabajó con desinterés, con inteligencia y fortaleza, sin pedirles nada en cambio y sin mas aspiraciones que las del bien co- mún, al ejercitar sus poderosas facultades, en el gobier- no, en la tribuna parlamentaria, en la cátedra de la en- señanza y en las meditaciones de su estudio, consagrán- dose con abnegación al alivio de los dolientes en las ca- lamidades públicas y en las privadas. El corresponde de derecho, como una continuación de su fecunda tarea, á sus colaboradores en la ciencia en sus diversas ramas, que dilataron junto con él la esfera de los conocimien- tos que han de servir y sirven á la mejora y al progreso de la comunidad argentina. Corresponde muy especial- mente á sus discípulos, que desde lo alto de su cátedra y durante la mitad de su vida han recibido en su palabra de miel, nutrida de saber, sus lecciones severas á la par que amables, qne les han dado su temple, formando escuela. Corresponde también á sus comprovincianos, como reparación del olvido en los últimos años de su vida, al hijo que mas honor les hace á la par de Sarmiento, de Aberastain y de Carril. Estos elogios fúnebres, formarán su corona cívica, su — 274 — corona científica y social, y esa corona de obrero del progreso, que reverdecerá en la cabeza de sus discípulos, iluminada por los reflejos de la luz inextinguible del maestro. Por lo que á mí respecta, concretando mi pensamiento y mi sentimiento: puedo dar testimonio de que jamás encontré en la vida, en dias de verdadera prueba, un ser mas bellamente dotado, que mas se acercase al ideal de la perfección moral. VA Dr. Guillermo Rawson era como hombre intelectual, un sabio, un constitucionalista, un gran orador, (pie po- nia sus grandes facultades al servicio de sus deberes, y como patriota, un representante de los principios funda- mentales de la democracia por gravitación espontánea y un republicano por temperamento, que amaba la liber- tad con pasión intensa. Pero era sobre todo un hombre de conciencia armoniosamente-equilibrada: un carácter que tenia en sí un resorte elástico pero bien templado de las voluntades persistentes en el sentido de sus creen- cias, un alma de gran elevación moral, que alcanzaba el nivel de las naturalezas superiores y reposaba en su cen- tro de gravedad, condensando en sí todas las grandes cualidades que hacen vivir y amar á los hombres aun mas allá de la muerte. Jamás la estatua humana se sentó con más equilibrio sobre pedestal mas inconmovible, alumbrado por luces mas apacibles. La arcilla en que se modeló, se ha roto; pero nos queda su espíritu, que vive y vivirá en nosotros y en nuestros descendientes, y en todos los que como él practiquen la virtud como un acto normal, busquen el bien con anhelo, amen la libertad por sí misma, crean en la justicia, perseveren en la verdad, sirviéndola siem- pre sin renegarla jamás, y sin capitular jamás con la mentira convencional ó impuesta por la fuerza. Estos son los títulos al amor, al agradecimiento, á la admiración de sus conciudadanos, que. lo hacen mere- cedor de la apoteosis popular que va á recibir, consa- grando ante los presentes y venideros su purísima glo- ria cívica y moral en la región de la inmortalidad en que ha entrado. Dr. Mauricio González Catán (En nombre de lu Facultad de Ciencia* Médicas y de su Kscuela) Señores: El alma entristecida contempla los restos mortales del que ha sido en vida grande en inteligencia, patriota ab- negado, orador sublime, constitucionalista notable, filó- sofo sobresaliente, médico higienista distinguido, amigo sincero y leal de los inmutables principios de la verdad. Tal ha sido nuestro inolvidable Dr. 1). Guillermo Rawson. Mi espíritu atribulado no acierta á espresar bien cuánto dolor le aflige ante la realidad de su infausta muerte. Aun parece me escuchar sus últimas palabras al despe- dirnos para su viaje á Europa, cuando con voz conmovi- da me decia: quiera el cielo concedernos la dicha de vol- vernos á ver. Tal vez presentía su próximo fin. Ah! con cuanto placer pasaban para mi las horas á su lado admirando la elocuencia magestuosa de su palabra, la elevación de su inteligencia, y la fácil y grata dicción con que expresaba su pensamiento, siempre sano y elevado. Va no podré oir mas la palabra cariñosa, siempre para mí querida, del amigo verdadero de casi medio siglo. Ya no volveré á escuchar de sus labios los sinceros \\>t<>s que por el porvenir feliz de nuestra patria hacia, reuniendo á los hermanos de todos los colores políticos bajo una sola divisa, trabajando por borrar los errores cometidos, aunándose para enaltecerla y darle la mayor gloria. Nuble y grande en ideas, tendencias y aspiraciones, ha sido y será siempre un modelo de pureza y perfección humana. Estudiante en los preparatorios, como en los superio- res, fué el primero de su tiempo, catedrático de filosofía- — 276 — de física y de higiene, llamó siempre la atención por la profundidad de sus conocimientos y contracción. Legislador en las cámaras provinciales, en el Congreso Nacional, y en la Convención constituyente, como en el ministerio del interior, sus proyectos y discursos llenos de erudición y pureza, son testimonio elocuente de su valer. Patriota de corazón y principios fué á morir en extran- jero suelo; empero su patria por quien tanto trabajó y á cuyo servicio consagró su vida, le llama á su seno, para que descansen en él sus restos queridos Los hombres de todos los partidos políticos, la repú- blica en masa, se han conmovido con la noticia de su muerte, y todos á una lamentan tan gran desgracia, y se asocian para tributar debido homenaje á su memoria. La Facultad de Ciencias Médicas de la capital federal ysu escuela están de luto por haber perdido alDr. Rawson, uno de sus primeros hombres de ciencia, como acadé- mico y profesor. Queriendo perpetuar su memoria ha dispuesto, entre otras cosas, colocar su retrato en el Salón de Grados, y su busto en el aula donde se dicta la clase de higiene, en conmemoración de haber sido el primer catedrático que dictó esta asignatura, desligada de la Patología gene- ral é historia de la medicina, con el lucimiento que todos le conocíamos, disponiendo también que el dia de la in- humación de sus restos, la Facultad y su escuela asistan en corporación, como lo hace, suspendiéndose las clases. Señores: cuando en horas angustiosas necesitemos de estímulos en la perseverancia, y valor cívico como con- tracción al estudio y valor moral, acordémonos, señores, del Dr. Guillermo Rawson, procuremos imitarle y sere- mos dignos siempre del aprecio de todos los hombres de buena voluntad. Ilustre amigo: en nombre de la Facultad de Ciencias Médicas y de su escuela, como del mió propio, me despi- do de vuestros venerandos restos, pidiendo al Todopode- roso os coloque entre los elegidos, y haga que nazcan en nuestra querida patria muchos hijos tan dignos como vos. Descansa en paz. Dr. Jacob Larrain íl'or l;i Provincia de San Juan) Los vecinos de la provincia de San Juan, como tam- bién los sanjuaninos residentes en esta capital, me han encargado que sea el intérprete de sus sentimientos en esta lúgubre ceremonia, pronunciando algunas palabras en homenage á la memoria del comprovinciano ilustre, que supo honrar la tierra de su nacimiento con hechos dignos de la gloriosa apoteosis que hoy le consagra la República. La generación á que D. Guillermo Rawson pertenecía ha tenido una parte muy principal en la formación de nuestro ser político, porque vino ala existencia en medio del caos revolucionario, y luchó con viril entereza en los tiempos aciagos del depotismo, hasta llegar á los dias difíciles de la organización de la nacionalidad, que es la grande obra cimentada por sus esfuerzos, y el título mas hermoso que pueda presentar al agradecimiento y al res- peto de la posteridad. ¡La nacionalidad! Hé aja el ideal querido del Dr. Raw- son, que daba luz á su mente y comunicaba savia generosa á sil corazón de patriota! Perteño en San Juan^ san jua- nillo en Buenos Aires, integracionalista en el Congreso del Paraná, sostenedor apasionado de la unión nacional en medio de la lucha ardiente de los partidos, porque tenia horror al localismo provinciano, como al localismo porteño, Rawson fué en todas partes y en todo momen- to argentino, profundamente argentino, sin veleidades separatistas ni falsos mirajes de patriotismo regional, que han estraviado mas de una vez el criterio de algunos de nuestros hombres de estado. El esclarecido patricio solo concebía la nacionalidad — 278 — argentina dentro del organismo fundamental de la cons- titución, que le ha permitido combinar sus diversos ele- mentos, desenvolviendo las fuerzas vivas que encierra, á través de capitales evoluciones en el orden social y po- lítico, que tienen que conducirla, mas tarde ó mas tem- no, á la realización de sus providenciales destinos. La imagen gloriosa de la patria engrandecida por la acción virtual de los principios, estaba siempre presen- te al espíritu del grande hombre, y era la luz que peren- nemente le guiaba en su vida pública, distinguiéndose sobre todo en ella por su respeto supersticioso al espí- ritu y á la letra de la constitución, (pie había estudiado á fondo, con la sagacidad del sabio y el amor del patriota, yendo á buscar en las fuentes del derecho político in- glés y americano los apartados orígenes de nuestro pro pió derecho, para conseguir por ese medio su mas genui- na aplicación entre nosotros. La inflexibilidadde ideas del doctor Rawson, hace de su personalidad el tipo mas acabado de austeridad republi- cana y de honradez política que podamos ofrecer como modelo digno de imitarse á la República Argentina y á la América; porque jamás declinó de su credo de hombre público ante las implacables exigencias de partido, ni perdió nunca de vístalos rectos senderos que conducían á la grandi .a y á la gloria de su país. La causa de la libertad argentina contóle siempre en- tre sus nobles defensores, probando con su enérgica ac- titud, en las mas arduas situaciones de su vida, que era enemigo irreconciliable de todo régimen personal, ya sea que estuviese encarnado en Rosas ó en Benavides, en Urquiza ó en Virasoro. Los sentimientos delicados que á menudo ajitaban su bondadoso corazón, solían dar á su voz una entonación patética, revelándose entonces el orador inspirado, de fá- cil y atrayente palabra, que subyugaba por el vigor del raciocinio y la belleza de la forma á cuantos tenían la suerte de escucharle. Vélasele á veces, en ocasiones solemnes, acudir á los influjos de su incomparable elocuencia para conjurar los grandes peligros que amenazaban perturbar la paz exter- — 279 — na ó interna, desplegando en tan difíciles circunstancias todos los recursos de su maravilloso talento, todas las fuerzas viriles de su espíritu, hasta prevalecer en su pa- triótico empeño de disiparla tormenta que se acumulaba sobre nuestras cabezas, consiguiendo al fin dejar despe- jado el horizonte, (pie él contemplabla después con sa- tisfacción jubilosa, como contempla el experto marino, que saca del naufragio á puerto de salvamento, la nave confiada á su pericia y cuidados. La provincia de San Juan, madre atribulada de tan predilecto hijo, vive en el presente, á la manera de Ate- nas, de recuerdos gloriosos, y vuelve la vista al pasado con un sentimiento de orgullo mezclado de tristeza, al divisar en el camino recorrido la figura de los ínclitos varones que le. dieron en otro tiempo significación y nombre en la República, cuando descollaban en el sacri- ficio Laprida y Aberastain, en la acción La liosa y Rojo, en los parlamentos, en.el gobierno y en la cátedra los Oro, Carril, Laspiur, Sarmiento y Rawson, (pie parece ser el último eslabón de la cadena de sus hombres ilustres. Por eso el pueblo de San Juan se asocia, con sentimien- tos de profundo pesar, al duelo público que en estos mo- mentos tribútala nación entera á su gran procer. Que el apacible espíritu de Rawson se cierna sobre nosotros como genio protector déla nacionalidad quecon- curnó á fundar, inspirándonos las grandes virtudes cívi- cas que practicó en vida, las cuales le han conquistado el mas puro y glorioso título á la admiración y al afecto de sus conciudadanos. Dr. Eduardo L. Holmberg Por la Sociedad Científica Argentina Señores: No es el momento oportuno de realizar fór- mulas de cortesía por el honor que la Sociedad Científica Argentina ha concedido á su representante en esta gran solemnidad, porque su único objeto ha sido expresar, por segunda vez, que ella quiere asociar su nombre co- lectivo á un acto de puro patriotismo, porque también es patriotismo celebrar con la apoteosis la exaltación de sus grandes ciudadanos á la gloria. Ella piensa que no es banal este tributo surgido del mas delicado sentimiento, y con tanto mayor motivo, cuanto que el Dr. Rawson, modelo de virtudes cívicas, lo fué también de aplicación incesante á la nobilísima tarea de escudriñar, en el seno de las cosas, los íntimos secre- tos encerrados allí por la mano invisible de las manos eternas. Dos grandes cualidades de alto brillo caracterizan el talento del doctor Rawson; su elocuencia y su actividad empeñosa en elever la higiene al rango que debe ocupar por su consorcio con la estadística y la medicina. Dotado de condiciones armónicas de organismo y de función, elevó su palabra en los parlamentos, en los con- gresos y certámenes científicos y en la cátedra, y ya sea como político, como médico, como estadígrafo ó como filósofo, ella fué escuchada siempre con curiosidad, con encanto y con asombro. Nada resistía al poder de aquella voz insinuante y do- minatriz que ora se deslizaba meliflua y blanda como la de una vertiente entre los musgos y suaves declives de una montaña; ora se enriquecía con chasquidos de espu- mas en las crestas de la mar salada; ora descendía, ronca y profunda á los negros abismos en que sepultado vivo el carbonero, pica la roca que ha de entregarle el dia- — 28l — mante de la industria; ora se elevaba con majestad ten- diendo alas de cóndor en el azulado aire, ó en las cavida- des del infinito estrellado, persiguiendo un rayo de luz perdido en lo insondado: ora tronaba y rugia con el es- trépito de un pueblo viril que defiende sus derechos con la espada de la justicia, y con la pólvora sagrada que se quema por la libertad. Pero todo esto no es todavia esa elocuencia, porque las combinaciones de sus formas y la variedad de sus mati- ces, entretegidos con la sutileza de un arabesco, levanta- ban, deprimían, exaltaban y llevaban el ánimo de una impresión á la otra, obligando á veces al pensamiento del auditorio á descuidar la importancia ó la grandeza de los temas, ó la'magnitud de las intenciones. Seria menester apartarse de toda imagen de realidad y penetrar en los dominios de la epopeya miltoniana, para encontrar su símil; era una elocuencia satánica con espí- ritu de ángel bueno. Lo incompleto de ciertos estudios, la vaguedad embrio- naria de muchas pesquizas que el mundo investigador iniciaba con el tesón propio de nuestro siglo, deslizaron alguna vez el error en sus alocuciones; pero lo pre- sentaba con tanta dignidad, lo revestía con tal decen- cia, lo entregaba con tal aristocracia en el sentido único y respetable de alta educación, que sus discípulos hubié- ramos deseado, mas de una vez, que fuese así la verdad comprobada. Pero el microscopio velaba por el brillo de nuestro si- glo, y era menester que entregase á la ciencia un grupo de organismos misteriosos, deducidos por el espíritu su- blime de Hipócrates. Millares de volúmenes han pasado á los archivos, desde el dia en que se pronunció por la intuición el nom- bre de «Microbio». En sus maravillosas peregrinaciones por las altas esfe- ras de la alegoría, halló el genio de los (¡riegos una ver- dad científica que nosotros dejaremos demostrada, como un tesoro inestimable, á nuestros descendientes, y consa- graron en sus creaciones mitológicas aquel germen fecun- -- 282 -- dísimo y prof ético dando por padre de Higia, diosa de la salud, á Esculapio, dios de la medicina. El descubrimiento reciente de aquellos organismos transforma por completo la medicina secular, y si es ver- dad que se pretende que la medicina del porvenir sea la higiene, ello no prueba sino la importancia del descu- brimiento y sus consecuencias; pero no la sustitución, porque Higia y Esculapio son dioses—y los dioses son inmortales! Era imposible que un filántropo como el Dr Rawson no dedicara el conjunto de sus aptitudes á resolver y es- tudiar, siquiera fuese con aplicaciones á su patria, una cuestión de elevada utilidad científica y social como era la higiene—porque es una de las prerogativas concedidas al genio por la naturaleza, la visión de los grandes proble- mas en los cuales se esconde un espíritu utilitario, no en- carnado en los egoísmos infecundos ni en las etapas ínfi- mas de la actividad humana, sino en los resplandores vivificantes del progreso, ese torrente indefinido, emana- do de la permutación de los hechos. Y era también una deuda, y tal vez una promesa. Fué padrino de tesis del Dr. Rawson: Claudio Mamerto Cuenca. Poeta, filósofo, médico y filántropo como él, el doctor Cuenca le dirigió estas palabras en una breve alocución déla ceremonia universitaria: «La medicina, Dr. Rawson, tiene una página en blanco; á vos os toca llenarla». Tenia entonces, y tiene aun la medicina muchas páginas en blanco; pero en la nacional, en la historia de nuestros esfuerzos por elevarnos hasta desempeñar la obra de un pueblo ilustrado, el nombre del Dr. Rawson irradiará sobre mas de una, simbolizando la personalidad de un luchador incansable que puso al servicio de una noble idea su talento, su saber, su elocuencia, su actividad, su honradez y su prestigio. Solo es fecundo lo que es útil. En la misteriosa evolución de los seres, no es dado á todas las inteligencias penetrar los secretos naturales de la compensación; pero cuando la piedad ha desenvuelto la idea de providencia—cuando el fatalista ha venerado — 283 — las decisiones del destino—cuando el estadígrafo ha esta- blecido la ley de la producción y del consumo,—ha sido porque la sabiduría humana penetraba en el santuario de la Verdad, y consignaba en símbolos multiformes y en distintos lenguajes, el concepto de uaa potencia uni- versal, resaltante; emanada de las fuerzas aisladas y complejas, en su tendencia al equilibrio. Grandes impaciencias agitan el corazón de los pueblos jóvenes y viriles, y en el andar tumultuoso de sus ensa- yos se asemejan al pedregullo de nuestros rios andinos. de aguas límpidas y profundas y en los cuales los frag- mentos de todos los colores se dislocan entremezclán- dose, pero formando siempre el fondo solido que da paso y apoyo al licor trasparente y fundamental de la vida. Si el roce los desgasta, se transforman en arena; si los elije un artista, los modela y los pule, y ejecuta con ellos un mosaico expresivo. Así somos nosotros con nuestras luchas. Movidos como el pedregullo por un impulso superior del genio nacional, los grandes artistas nos modelan y nos pulen - los unos con su elocuencia, los otros con su energía ó con su valor, los demás con su actividad ó con sus luces, y todos, siempre todos, con su abnegación y patriotismo. Invoco las imágenes haladas que flotan invisibles entre los laureles que cubren este sarcófago, y los testigos ma- nes de nuestros grandes patriotas, para que nos fortifi- quen en el andar tumultuoso de nuestros ensayos, dejan- do el recuerdo en el alma de los conciudadanos, menos deleble que el bronce maldecido de los Césares. Si la Paz no tiende su mano, tibia de gratitudes, sobre esta tumba, ¿dónde reposa el corazón que latiera con mas amor por sus semejantes? Pero todos sentimos ruido de vuelo de alas etéreas que conducen á la gloria. Abril ±i de 1*00. Dr. Wenceslao Escalante EN EL CÍRCULO MÉDICO ARGENTINO Señoras—Señores: Honrado por la digna asociación que ha preparado este acto, con el encargo de hacer el elogio de un emi- nente patricio, me sentía sin la elocuencia necesaria para desempeñarlo dignamente y elevarme á las alturas en que se cierne su figura inmortal. Ante el conflicto, entre la debilidad de mis facultades y el desempeño de una misión que no podía, que no quería rehusar como un homenaje de patriótica gratitud al gran ciudadano, he pensado que el medio de salvarlo era ponerme bajo el patrocinio y la sombra de su espí- ritu, y así be buscado su luz directa en las múltiples manifestaciones de su pensamiento, leyendo sus discur- sos, é interrogando a los documentos de sus trabajos de estadista. Y á medida que avanzaba en tan agradable investiga- ción aunque con la rapidez que un breve término me imponía, me fortificaba en mi resolución y recibía el aliento que presta el examen de los hechos gloriosos y el entusiasmo que comunican los ecos de aquella elo- cuencia encantadora que brotaba á raudales de un cora- zón purísimo, para animar los conceptos de una inteli- gencia superior. Los héroes como Rawson no necesitan de la decla- mación vacía, ni de la flores artificiales de la retórica para que se labre su elogio y se coloque su imagen so- bre sólido pedestal. Basta á su gloria inmarcesible la narración de los he- chos de su vida pública, como bastaría á la admiración de su elocuencia la reproducción de sus luminosos discursos. Es tan rico el mármol de su estatua, su vida misma la ha cincelado con rasgos tan bellos, que yo no puedo hacer nada para corregirla, ni mejor que, exhibirla en — 285 — su luz verdadera tal cual ella se ofrece á la ob- servación. La Convención provincial de 1870 dio cita á todas las notabilidades del país y el pueblo no pudo olvidar á Rawson señalándole una banca en tan distinguida asam- blea, para la que resultó doblemente electo por la ciu- dad y por la campaña. Allí ilustró los debates memorables con la sana doc- trina constitucional, defendiendo las prerrogativa de la Nación y los derechos de los Estados, cuya línea de contacto y separación trazó con matemática precisión; propuso que la constitución se sometiera directamente al pueblo mismo, proyectó é hizo sancionar declara- ciones transcendentales de derecho político, reconocien- do los derechos del pueblo, estableciendo el registro ci- vil y ampliando las garantías á la libertad de imprenta. También como verdadero hombre de Estado defen- dió el espíritu religiosos dentro de la libertad de cultos, trazando el cuadro magistral de la abnegación del sacer- dote argentino en medio de las escenas del dolor y la muerte, de la tremenda epidemia de 1871, en que él era testigo y actor distinguido como médico. Al mismo tiempo que desempeñaba con brillos sus funciones de Convencional proseguía activamente sus tareas de estadista en el Congreso Nacional, á cuya Cámara de Diputados lo habia llevado el voto de Bue nos Aires, que como centro culto ha tenido siempre marcada predilección por el talento argentino. Aún recuerdo los ecos de aquel memorable discurso fundando el proyecto que con sus colegas Costa y Cáce- res presentó para el estudio y construcción del ferro carril de Córdoba á á Jujuy. Desde sus primeras pala- bras saludando la reciente llegada del Central á Córdoba, se conquista la respetuosa y simpática atención de la cámara y de todos los oyentes. Un silencio profundo lo acompañaba en sus demostra- ciones sobre el sistema del proyecto y más cuando pedia se llevara pronto el ferro carril á los confines de la República, para «hacer sentir á las mas remotas regiones -** — 286 — las bendiciones de la unión nacional y despertar á nues- tros hermanos (pie duermen rodeados de soledad y de miseria.» Desarrolla enseguida el cuadro de los inmensos efec- tos económicos del ferro-carril y lo corona anunciando y percibiendo como en una visión luminosa el porvenir de la patria impulsada por los agentes del progreso como una «nación grande á la faz de las naciones, sobre la ba- se de nuestras antiguase inmarcesibles glorias.» El proyecto, después de luchar con obstáculos que no desmayaron á sus autores fué definitivamente sanciona- do y hoy es un hecho aquella línea férrea con todas las fecundas consecuencias, que anunció su decidido campeón. listo solo hubiera bastado para justificar su elección, pero Rawson tomaba parte activa en todas las cuestiones. La intervención á Entre-Rios, el deslinde de las facul- tades del P. E. y el legislativo, las prerrogativas de la cámara, la creación del Departamento de Agricultura que él inició, la desaprobación de los decretos inconsti- tucionales y la defensa de la inmigración expontánea contra medidas artificiales, fueron materia de sus nu- tridos discursos. Conservó siempre vivo su horror á la imposición ofi- cial y combatiendo por ello la elección de un Diputado por San Juan que era su amigo personal, dijo sin am- bages: «Yo preferiria, señor Presidente, que el Con- greso no existiera, sí él hubiera de ser compuesto de plenipotenciarios de los Gobernadores de Provincia.» Informa y defiende detenidamente el proyecto de ley de contabilidad que se sancionó: proyecta los límites provinciales, la sanción de puentes, de muelles y alma- cenes y la exploración- científica de los minerales de hierro; defiende la ley de reclutamiento, la naturaliza- ción de los extranjeros á quienes se dé tierras y el pro- yecto sobre creación del Departamento de Ingenieros, y discute las leyes de capital definitiva, de administración de Aduana y crédito público. Son dignas de notarse sus ideas sobre la creación del Banco Nacional, por el cual votó proponiendo modifica- — 287 — cioues que disminuyeran la ingerencia del Gobierno, para evitar el peligro de los Bancos de Estado que se convierten en instrumentos de corrupción y curso forzoso. Con motivo de un proyecto sobre una red de ferro- carriles se opone á que se discuta su construcción sin estudios previos y sin licitación, y combate el sistema de las garantías como si previera las fatales conse- cuencias á que habia de conducirnos después. Por ese tiempo también, desplegó activos y eficaces esfuerzos para evitar graves conflictos externos. Tarea imposible sería, señores enumerar todos los trabajos parlamentarios del Dr! Rawson, en esa época que fué la de su mayor actividad legislativa. Religioso en el cumplimiento de sus deberes, era un Diputado asiduo en su desempeño, y cuando su palabra no era requerida en la discusión, no faltaba nunca por lo menos su consejo privado siempre pedido por sus colegas. Terminado el período de su diputación, la Provincia de San Juan lo nombró su representante en el Senado Nacional. Era en 1*74 cuando los abusos del partido gobernante por una parte y las impaciencias culpables de la oposi- ción por otra, con motivo de la elección presidencial, habían caldeado la atmósfera política hasta el grado de que estallara la revolución de Setiembre. En una época semejante estaba todo absorbido por la política apasionada y Rawson como estadista indepen- diente no tuvo campo propicio para ejercitar sus ideas de progreso y de serena aplicación y desarrollo de la Constitución. Tuvo, pues, que pedir licencia para retirarse con el alma entristecida por el espectáculo de la guerra civil, él (pie se había conmovido de gozo mientras la lucha cívica se desarrolló en el terreno pacífico de la ley, cre- yendo que se inauguraban definitivamente los tiempos ilel juego regular de las instituciones y los partidos, que desgraciadamente no hemos alcanzado aún. Vencida la revolución en los campos de batalla, rena- cía con mas fuerza en la opinión y el espíritu extraviado — 288 — de los opositores que pública y apasionadamente desco- nocían la legalidad del nuevo Presidente. Al mismo tiempo y para irritar mas la enfermedad política asomaba la cabeza una tremenda crisis eco- nómica En tales circunstancias y como para apaciguar los espíritus enconados aparece un proyecto de ley de amnis- tía que sancionado en la Cámara de Diputados, dio lugar en el Senado á la lucha parlamentaria de dos tita- nes: Sarmiento y Rawson, senadores por San Juan. Sarmiento carecía de la disciplina que dan los estudios académicos é incurría en. el desorden de las ideas y de la exposición; mientras que Rawson brillaba por el mé- todo, la organización y la claridad de sus discursos. El primero con mayor espontaneidad de genio y edu- cación, relampagueaba con la audacia y la originalidad de su pensamiento no siempre exacto; en tanto que el segundo respetuoso de la ciencia como única depositarla de la verdad, no osaba suplirla con su iniciativa perso- nal y marchaba siempre á su luz plácida con paso mas seguro. En Sarmiento la imaginación mas brillante y viva era la decoración de sus ideas, que en Rawson re- cibían sus colores suaves de un. corazón mas delicado. Los acontecimientos políticos de todo género, la pVen- sa, la palabra, el club, el parlamento, la revolución y el gobierno habian arrastrado siempre á Sarmiento que no temia- salpicarse en su lodo y gozaba por el contrario «amasando el barro de los sucesos»; mientras que su colega doctrinario, principista y concienzudo, temia manchar las blanquísimas alas de su virtud y solo en- contraba aire apropiado para batirlas en la atmósfera culta de los parlamentos ó en las serenas regiones de un gobierno moderado, escrupuloso en el respeto de la constitución, que era su pauta. Ambos fueron grandes por su inteligencia, su patriotismo y sus servicios, pero Sarmiento con mas voluntad y acción nos ha dejado mas hechos; Rawson con mejor cultura moral nos ha legado mas ejemplos. ¿Dónde están sus reemplazantes en el escenario de la vida argentina? — 289 — El contraste de sus opuestas condiciones se reflejó en el memorable debate de 1875. El Senador Sarmiento, que acababa de sofocar una revolución, lanzaba sus imprecaciones contra el desorden y no quería que una amplia amnistía la dejara impune y cubriera hasta los delitos comunes. Vamos mal, repetía con referencia al sendero extra- viado de los partidos y dejaba sospechar que tal vez la raza no nos favorecía para el ejercicio de nuestras ins- tituciones. Quería la represión de la revolución como un delito y que se fortificara al P. E. para que sirviera mejor á la paz, al orden y á la libertad. Así se preocupaba mas de que se diera una ley de indemnidad que proyectó para cubrir las irregularidades de los agentes del P. E. en la guerra civil. Rawson por el contrario protestó contra esa in- demnidad que de un modo inusitado podia cubrir de- litos comunes sustrayéndolos arbitrariamente á la acción de la justicia ordinaria. Condenó la revolución armada, mientras habia liber- tad de reunión y de publicidad para realizarla pacífica- mente: pero caracterizó y condenó también los abusos del oficialismo que la habian provocado, diciendo á este respecto- Vamos peor. La culpa recaía entonces sobre los unos y los otros y era por eso lógica y preferible una amnistía amplia y completa de los delitos políticos para pacificar los es- píritus y empezar una vida mas regular. Porque él no creía en la ineptitud de nuestra raza para el gobierno republicano mientras no se hiciera un experimento que faltaba: «el experimento de un go- bierno honrado que respete la constitución hasta en sus menores detalles.1» Yo tuve la fortuna de oirle ese discurso magistral, y aún suena en mi recuerdo conmoviendo mi alma, aquel acento de profundo patriotismo con que pronuncia- ba la solemne frase de gobierno honrado, que él acariciaba co mo un ideal para su patria y que ninguno hubiera sido mas capaz de realizar en una época regular. Pero era un político demasiado alto para su tiempo — 290 — y prefirió su retiro de las encumbradas posiciones, á concesiones poco escrupulosas de la rijidez de sus prin- cipios. En buena hora que los sectarios del Dios Éxito traten de justificar sus claudicaciones á título de política práctica. ¿Pero qué ideas de virtud cívica quedarían á los pue- blos, si no aparecieran, aunque raros en su horizonte, los astros que brillan con la luz refulgente de la mas nítida probidad fundida con el talento superior? El talento, señores, es un don del cielo que por sí solo no puede constituir un mérito si no se aplica al bien. Es un instrumento poderosísimo que ha de manejar el que lo posee bajo la mas seria responsabilidad. Si lo prostituye sacrificando los fueros de la verdad á los goces materiales de la pasión ó del interés sórdido, si lo alquila por un precio cualquiera para defender la injusticia ó sacrificar la libertad y la riqueza pública, mas le valiera convertirse en la estupidez inofensiva pero honrada. Abominemos pues, con todo el odio al vicio, á esos falsos sacerdotes del bien público que lo sacrifican á su refinado egoísmo. Pero levantemos estatuas y colmemos con todos los honores de la veneración y de la gloria á los talentos eminentes como el de Rawson que jamás se apartaron de las sendas de la probidad, é hicieron de su saber pode- rosísima palanca para el bienestar y la dignidad de la patria. JUICIOS DE LA PRENSA Queremos dejar incorporados á este trabajo los princi- pales juicios que sobre él se han emitido para que el lector pueda formarse mas cabal concepto de su mérito, correspondiéndonos tan solo, al insertarlos, agradecer debidamente la benevolencia con que ha sido juzgado. El general Mitre, que es un escritor de talla cuyas obras históricas forman el timbre mas glorioso de su nombre, decia en La Nación: «El Dr. Ravvson es una de las mas simpáticas figuras contemporáneas de la República Argentina, cuyo rastro luminoso en la política, en la ciencia, en la cátedra, en la tribuna parlamentaria, en la legislación y en la literatu- ra nacional, ha quedado señalado con caracteres realza- dos por una gran elevación moral y poruña inteligencia poderosa aplicada al bien, y hoy asiste en vida al juicio tranquilo de su posteridad. Los rasgos prominentes de la vida del Dr. Rawson son populares, pero su biografía no habia sido escrita hasta ahora. El Doctor Jacob Larrain, actual secretario de la legación argentina en Chile, ha venido á llenar este vacío, tributando un merecido homenage á nuestro gran higienista y elocuente orador, en honra del pueblo que le vio nacer. En un elegante volumen de 202 páginas, se ha publi- cado por la acreditada casa editora de Igon hermanos, este trabajo del Señor Larrain, que lleva por título «El Doctor Guillermo Rawson». «Ensayo crítico-biográfico»' En él se estudia la personalidad del Doctor Rawson bajo diversos aspectos, que lo presentan destacado en el me- — 292 — dio en que se mueve, sirviéndole de fondo la historia contemporánea en que es actor. En su género y en su medida, es uno de los más be- llos trabajos biográficos con que cuenta la literatura ar- gentina, así por su composición, su método y su estilo, como por el espíritu que lo impregna. El autor parece haberse inspirado por sus formas y tendencias en la biografía de Franklin por Mignet, con cuyo personage tiene el Dr. Rawson mucha analogía. El mismo Doctor Larrain lo insinúa, cuando dice que ha querido seguir el consejo del historiador francés: «Honremos á los hombres superiores, presentémoslos para que los imiten, porque de este modo se formarán semejantes suyos, y por cierto nunca tanto como en esta época ha necesitado el mundo de esta clase de ejemplos. El Dr. Larrain, según lo anuncia en una nota de su libro, prepara la publicación de un trabajo del mismo género sobre la vida del general D. Domingo F. Sar- miento, en que expondrá á la vez sus ideas y doctrinas en presencia de las sostenidas por el Dr. Rawson». El Dr. Gregorio Criarte, que es un escritor concienzu- do, por su sólida preparación y las serias dotes de su es- píritu, emitia en La Patria el siguiente juicio, que se distingue por la sobriedad y exactitud de los conceptos. «Los acontecimientos y los hombres que han influido en la política argentina durante la tiranía de Rosas, y en el período de reconstrucción comprendido desde Caseros hasta el año 60, no han sido estudiados aún con impar- cial criterio histórico. Actores como son en el présente los personajes que figuraron en esa época, la crítica de sus actos y de sus cualidades se resiente por fuerza del espíritu de parti- dismo, ó adolece de la reserva y contemplaciones que se dispensan á los que aún no han pasado á la poste- ridad Alberdi, Rawson, Sarmiento. Mitre, López, Tejedor, descollantes figuras en el escenario de la historia patria, — 293 ~ representan la generación que eslabona lo presente con lo pasado, habiendo ella recibido la herencia de More- no, Belgrano y Rivadavia y preparado la situación que hoy usufructuamos. El Sr. Larrain ha llenado con su libro el vacío que he- mos mencionado. La biografía del Dr. Rawson comprende el estudio del escenario en que se ha desenvuelto su acción, el juicio de los acontecimientos en que ha intervenido y la in- fluencia que en su dirección ha tenido, desde el momento que aquel ilustre ciudadano actuó en la vida pública. Nadie como el Dr. Larrain se encontraba en condiciones mejores para abordar ese trabajo. Alejado de la política militante por su ausencia en el extranjero, moderado co- mo periodista, no obstante haberse inmiscuido en nues- tras luchas cívicas, con un espíritu predispuesto á perci- bir clara y francamente la verdad, y fortificado en esa atmósfera de independencia y rectitud que se respira en la cátedra, cuyo ministerio halervido largos años el Doctor Larrain, su libro ha recibido la influencia de tan benéfica circunstancia, aumentada por la preparación his- tórica y el acertado criterio filosófico del autor. Bien es cierto que el asunto se presta para una obra como la que se ha producido. El Dr. Rawson es, en efecto, una personalidad desco- llante en nuestra historia, así por sus cualidades perso- nales, como por la importancia de los acontecimientosá que ha vinculado su nombre, habiendo en su vida públi- ca páginas que pueden servir de ejemplo. Páralos contemporáneos del Dr. Rawson, su influencia en la política argentina es bien conocida; para los que liemos venido después de la época de labor en que aque- llos tomaron parte, el conocimiento de las circunstancias que los rodearon, y el papel que desempeñaron, es de suma importancia como un aleccionamiento para el por- venir. En este concepto, la biografía de que nos ocupamos es fecunda en enseñanza, porque demuestra las virtudes y defectos de los hombres que estudia, al mismo tiempo que indica los errores en que incurrieron, sin que esto — 294 — importe un juicio histórico definitivo, porque están re- cientes los sucesos en que* figuraron. Abona si, en fa- vor del biógrafo, el criterio imparcial que anima toda su obra. Estrictamente hablando, el libro del Dr. Larrain no es una biografía: es mas bien un estudio sobre la persona del Dr. Rawson. Asi lo ha comprendido también el au- tor, calificando de ensayo su trabajo. Aun cuando no sea completa la obra de que tratamos, los múltiples aspectos de la personalidad del Dr. Rawson han inspirado á su biógrafo páginas notables, juzgándolo como político, hombre de Estado, orador, sabio y filán- tropo en el ejercicio de su profesión especial. Como lo observa el Dr. Larrain, ha tenido muchos obs- táculos que vencer en la preparación de su libro, por hallarse dispersos los materiales que le han servido para confeccionarlo, á causa de la vida accidentada de nues- tros hombres públicos, ^uyas ideas y actos solo constan por lo general en la prensa, en los diarios de sesiones, en los archivos oficiales ó en las revistas, elementos que exijen tiempo y paciencia para coleccionarlos. Pero en cambio, el Dr. Rawson ha dejado la huella de su inteli- gencia y de su carácter en libros científicos, en publica- ciones especiales que contienen sus doctrinas en materia constitucional, y en informes técnicos que son del domi- nio público, todo lo cual ha podido facilitar la tarea de su biógrafo. Como antes lo hemos dicho, el Dr. Larrain estudia el teatro de los sucesos en que su personage descuella. A su alrededor se mueven otros hombres con los cuales aquel se encuentra vinculado estrechamente, y de quie- nes no puede prescindir el biógrafo, para mejor esplicar la vida que diseña. Mitre, Sarmiento, Alberdi, son objeto de juicios espe- ciales sobre su respectiva influencia en la política ar- gentina. Haciendo justicia á los méritos de cada uno, ca- lifica de contradictorios los hechos del primero con al- gunas de sus doctrinas, reconoce la escentricidad del se- gundo, y conceptúa al Dr. Alberdi como un ideólogo en los últimos años de su vida, colocando al Dr. Rawson en- tre ellos, como una fuerza moderadora, que si bien no se — 295 — acentúa por su iniciativa, responde siempre á los móvi- les del patriotismo y á la altura del carácter. Si la vida de nuestros hombres públicos se vincula á la historia patria, pudiéndose estudiar el desenvolvi- miento de ésta por la acción de aquellos, con sus in- fluencias recíprocas, la historia nacional, á su vez, ofrece caracteres de semejanza con la del resto de la América española, por sus antecedentes y los rasgos de la política interna. Asi lo ha comprendido el doctor Larrain, extendién- dose en sensatas consideraciones acerca de las causas que producen la situación deplorable, en la mayor parte de las repúblicas sud-americanas, para establecer en conclusión, que, si la historia de su organización interna no puede presentarse como un ejemplo á imitar, en cambio, descuellan personajes que sirven de consuelo y esperanza de mejores tiempos, al par que fortifican en la tarea de consolidar las instituciones libres. El biógrafo del doctor Rawson ha realizado una obra meritoria, asi del punto de vista histórico como también literario. La sana intención que le ha inspirado, el juicio recto que en toda ella se observa, la galanura y pureza del estilo, son otras tantas cualidades que asegu- ran el éxito del libro del señor Larrain, y hacen desear la inmediata publicación de los que prepara sobre asun- tos análogos al que ha inspirado el actual » El mismo diario ampliando sus anteriores comentarios agregaba: «El doctor Jacob Larrain, ventajosamente conocido entre nosotros por sus trabajos intelectuales, y actual secretario de nuestra Legación en la República de Chile, acaba de publicar un libro, titulado Ensayo crítico biográfico sobre la personalidad simpática del Dr. G. Rawson. • Tal vez seamos nosotros los menos habilitados para formar juicio desapasionado sobre el doctor Rawson, por los vínculos de amistad personal y de cariño que nos ligan á este señor; pero ¿quien entre nosotros no conoce al simpático tribuno, al médico profundo, al honrado patriota y hombre de estado que desdé 1852 — 296 — ha actuado en nuestra política, consiguiendo destacarse entre sus contemporáneos por sus talentos, por su in- mensa preparación científica y muy especialmente por el patriotismo sincero que guiara todos sus pasos. El Dr. Rawson merece de nuestra parte no solo cariño sino veneración, por la rectitud patriótica de sus con- vicciones. Hombre de orden, ha sido siempre enemigo declarado de toda revuelta ó revolución; por que abriga el pro- fundo convencimiento, que por medio de la fuerza siempre se destruye y muy pocas veces se puede cons- truir. Considera que el mal de las Repúblicas america- nas está en el militarismo, que nace y se desarrolla y domina por medio de los levantamientos de otros tiem- pos, ó de las revoluciones modernas—y ha mirado siem- pre con horror todo derramamiento de sangre, porque lo conceptúa inútil, perjudicial y hasta un crimen. Hombre independiente, aun dentro de su misino par- tido, en diversas ocasiones ha sabido salvar su respon sabilidad, protestando enérgicamente contra todo aquello que conceptuaba malo; y mas de una vez lo hemos visto profundamente impresionado ante lo que él consideraba error que podía arrastrar nuestro país al abismo déla corrupción y del desquicio. Político de escuela, espera del tiempo y de las evolu- ciones pacíficas, lo que otros buscan en los campos de batalla, y hombre de principios no sabe transigir con lo que conceptúa contrario á la ley óá la esencia de nuestro régimen constitucional. Federal por sentimiento y por convicción, fué siempre opuesto á la Capital de la República en la ciudad de Buenos Aires, aspiración fundamental para todos los que pensamos que, años más ó menos, tendremos que aceptar ó imponer el sistema unitario, como único capaz de garantirá nuestra patria la estabilidad y el natural desarrollo de sus fuerzas físicas, morales é intelectuales. Pero, el doctor Rawson en esta materia procede por con- vencimiento adquirido en el estudio de las instituciones norte-americanas, y siempre hemos respetado sus ideas aun cuando no estuviéramos conformes — 297 — Para nosotros no es posible en la República Argentina la práctica del régimen federal, debido á muchas causas, entre las que señalamos, la pobreza relativa, la falta de población, la carencia de centros poderosos de opinión que sirvieran de contrapeso á la ciudad y provincia de Buenos Aires. Para nosotros no es posible un régimen cualquiera fi nanciero y económico, en medio de estados grandes y pequeños, pobres y ricos, con gastos propios nacidos de máquinas gubernamentales inútiles y perjudiciales. Somos federales tratándose délas comunas, pero uni- tarios en cuanto al régimen político. Pero volviendo al doctor Rawson, su personalidad política se agranda á medida que el tiempe adormece las pasiones del partidismo y fecunda el sentimiento del patriotismo. Su honradez política se destaca bri- llante entre sus grandes dotes, y su figura simpática aparece rodeada de aureola de virtud á pesar de la distancia. El secretario de nuestra legación en Chile, no ha po- dido ocupar mas útilmente su tiempo. Es estudiando y juzgando los actos de ciertos hombres que el corazón se retempla, y que la inteligencia.se educa para bien del pais á quien uno sirve. Se dice que la lectura de los libros de Plutarco ha inspirado mas de una noble acción, y sin duda alguna, si mañana apareciera un Plutarco argentino, el doctor Rawson sería el primero en la ga- lería de sus grandes hombres.» El Fígaro, periódico de circunstancias donde Benja- mín Posse derramaba á raudales las dotes de su malo- grado talento, decia á propósito de la publicación de este trabajo biográfico: Rawson por Larrain. «Hemos recibido de la acreditada casa editora de Igon hermanos, un precioso librito escrito por Jacob Larrain: Ensayo Crítico Biográfico sobre la persona de Guillermo Rawson Está bien trabajado. El doctor Larrain no es un desconocido como escritor; —298 — durante diez años ha trabajado con brillo en nuestra tremenda prensa diaria, que agota y mata á los mas robustos en seis meses. Pero esta vez tenemos que reconocerle otro talento:' el de haber sabido escoger el asunto que va á tratar. Apenas habrá en nuestro pais una personalidad tan dulce y simpática, tan suave, tan mansa y atrayente como la del doctor Guillermo Rawson. Pues no hay mas que mansedumbre y dulzura ¡ahí donde ustedes lo ven! en el fondo del carácter de Larrain. • Por eso ha salido su libro tan completo, tan bien acabado, tan perfectamente redondeado: somos capaces de asegurar que no ha necesitado retocarlo para darlo á la prensa. Piensa con bondad, siente con dulzura y habla suave- mente sobre un asunto suave, dulce y bueno que en nada lo contraría y lo incomoda. Los párrafos, las páginas y los capítulos se suceden sin violencia, como las arenas en la playa, sin descar- gas eléctricas de nervios, sin estruendo, sin choques recios, sin gritos destemplados, sin.golpes de entusiasmo extraordinarios. ¿Y para qué? Si algo de esto halláramos en dicho li- brito nos apresuraríamos á decir: Este no es Larrain juzgando á Rawson.» Suscrito con las iniciales Y. E. M., que revelan al inspirado autor del Tambor de San Martin y Mi ahijado Mauricio, apareció el bien fundado juicio que dice asi: «La biografía de los contemporáneos, ha dicho un pu- blicista europeo, tiene dos grandes inconvenientes: el panegírico y la diatriba. El Dr. D. Jacob Larrain al escri- bir la vida del doctor Guillermo Rawson, ha probado de irrefragable manera que esa afirmación es inexacta cuando se trata de escritores seriamente penetrados de su misión. Solo Riva-Agüero pudo injuriar brutalmente á los paladines gallardos de la epopeya americana; solo la pluma venal de Pedro de Angelis pudo comparar á los — 299 — feroces tiranos del Plata, Rosas y Oribe, con los varones egregios de los buenos tiempos de Grecia y Roma. La vida del doctor Rawson es una de las mas puras y fecundas de la República Argentina. Es un tema que ofrece ancho campo al historiador para estudiar la socia- bilidad de una nación, para analizar sus instituciones políticas, para determinar sus adquisiciones científicas y trazar su movimiento literario. Hombre de estado, hombre de parlamento, en los ministerios y en los Congresos, ha ligado su nombre á reformas trascendentalísimas, y pronunciado discursos que quedarán en los anales oratorios como monumentos de elocuencia y erudición, médico selecto, de vasta y prof unda ciencia, ha llamado la atención de los sabios de Europa con sus trabajos sobre higiene, pudiendo de- cirse, sin cometerse una hipérbole, que es hoy el repre- sentante mas conspicuo de las ciencias médicas en América. Yida tan múltiple y completa como la del Dr. Rawson exije en el que quiera escribirla, una preparación espe- cial, una sólida y variada instrucción. El Dr Larrain ha salido airoso de la ardua empresa. Es un bello libro, desbordante de reflexiones luminosas,*de páginas traza- das magistralmente, de retratos históricos llenos de verdad y animación, de colorido y vida; es un libro que instruye y deleita, que estimula al bien y que fortifica al espíritu para los combates por la existencia. Su estilo firme y severo y lleno de reposo, es de una corrección irreprochable. El Dr. D. Jacob Larrain, que ha brilladoen las cátedras y en el periodismo, agrega un laurel mas á su frente con la Biografió, del Dr. liawson, y un nombre mas á la lista, ya gloriosa, délos historiadores argentinos. V. E. AL» Vn periódico de Entre-Rios, El Provincial, abría opi- nión sobre nuestro trabajo, vertiendo á su respecto las siguientes apreciaciones: — 300" — «El estudio crítico biográfico que acerca de este distin- guido personaje acaba de publicar el Dr. D. Jacob Larrain, ha sido favorablemente juzgado por la prensa seria de Santiago de Chile y de la capital de nuestra República. Aparte de las dificultades que el tema ofrece, porque un retrato, literariamente hablando, es una tarea que necesita un criterio recto y á veces severo, so pena de dejenerar en la apolojia de un hombre:—el del doctor Rawson, que es todo un carácter y uno de los persona jes que ha llevado una existencia tan pura como activa en los últimos treinta años de nuestra vida nacional, presenta las dificultades que son propias de un tema que en estado latente puede despertar nuestros afectos ó escitar las desafecciones que un hombre público suele acarrearse en su carrera, extremos ambos que pueden hacer sospechoso el criterio del que escribe. El Dr Rawson ha podido como primer hijienista, sus- citar mezquinos celos profesionales; como el primer orador parlamentario, ofender el amor propio de tanto fabricante de frases y palabras quenada dicen al espí- ritu; como constitucionalista, encontrar las resistencias de los que se ven anonadados bajo su argumentación sin réplica, y de cuyo hecho ya hemos tenido un ejemplo en 1862 cuando se trataba de las facultades de ios go- biernos provinciales para declarar el estado de sitio. El Dr. Rawson, como estadista, encontró algunas re- sistencias apasionadas, de las cuales supo triunfar con la pureza de sus intenciones y las verdades institucionales en que siempre supo inspirarse como hombre público. En la vida privada, su desinterés llevado hasta la ab- negación en bien de los demás, lo colocó más de una vez en el caso del sabio Bias, que no tenía mas que lo que llevaba consigo, su honradez inmaculada, su inteligencia robustecida por el estudio, y su genio, que fué la morti- ficación de los que se sentían pequeños á su lado. El Dr. Rawson, como el ciego de Albion, encuentra en bus mismos dolores, la resignación cristiana que solo es propia de los hombres justos. Este grande hombre, que en su ancianidad y honrada — 3o1 — pobreza se halla respetado y querido de todo?, es el tema del estudio que el Dr. Larrain acaba de publicar y que tanto honra al autor como al que es objeto de dicho es- tudio, porque sólo un sentimiento de justicia ha inspira- do la pluma del escritor, que no puede esperar de su obra otra remuneración que la satisfacción de su con- ciencia al exhumar, casi del olvido, una personalidad que puede y debe servir de modelo á las generaciones que vienen». La prensarde Chile publicó muchos y bien fundados juicios al aparecer esta biografía, y sentimos deveras no tenerlos á la mano para darles el lugar debido en esta nueva edición. El distinguido literato Don Miguel Luis Amunátegui decia, con referencia á nuestro trabajo en un artículo que dedicó al aniversario de la batalla de Maipú en 1886, las siguientes palabras: «Don Jacob Larrain acaba de dar á luz un interesante libro titulado El Doctor Guillermo Rawson. Ese libro empieza por una verídica y elocuente espo- sicion bosquejando á grandes pinceladas el estado actual de la América Española, que merece llamar la atención de cuantos anhelan la prosperidad de nuestro conti- nente. En cuanto á Chile, teñamos el sentimiento de hacer, con harto pesar y vergüenza, una rectificación al señor Larrain En Chile se ha empeorado, pero muy notablemente, eso que el autor denomina oficialismo tradicional. Por fortuna, aquende y allende los Andes, todos los buenos ciudadanos se han puesto de pié para atacar con toda la energía de sus fuerzas el monstruo de la interven- ción electoral, y para obtener la verdad de las institu- ciones políticas. Las ventajas que estos partidos sinceramente constitu- cionales y democráticos alcancen respectivamente sea en Chile, sea en la República Argentina, no pueden menos de servir á sus correligionarios del otro país, aun cuando — 3Q2 — mas no fuera con el poderoso y eficaz estímulo del ejemplo. Lo que chilenos y argentinos habernos menester es una victoria electoral de Maipo.» El señor Gabriel Rene Moreno, apreciabilísimo escritor boliviano que ha enriquecido la literatura de su país con notables producciones de carácter histórico y literario, manifestaba en un artículo que vio la luz en La Liber- tad Electoral de Santiago de Chile, los mas lisongeros juicios sobre nuestro trabajo, y nos cumple, al reprodu- cirlos, dejar consignados nuestros mas vivos agradeci- mientos á su autor. El Dr. Guillermo Rawson—Ensayo critico biográfico— Tal es el título de un pequeño libro en 8' de 200 pági- nas, que por la imprenta de Gutenberg, acaba de publi- car D. Jacob Larrain, Secretario de la Legación Argen- tina en Chile. Es un libro bien pensado y bien escrito, digno del re- conocido talento de su autor y de la importancia del tema. Porque Rawson es, por muchos títulos, uno de los po- líticos de la vecina República, mas digno de ser estu- diado. Como sucede en toda democracia que trabaja ardoro- samente por constituirse con los buenos y los malos, la política argentina lleva en el fondo algo que contamina sin remedio á los que son hijos legítimos de sus entra- ñas, algo á cuyo contagio se muestran refractarias sola- mente las naturalezas enteras y bien equilibradas. La figura moral de Rawson se destaca limpia y sere- na en lo mas arduo y revuelto de esa política, en "la em- presa tremenda que se llama la reconstrucción de la na- cionalidad argentina, empresa que comenzó á la caida de Rosas en 1852, y que tocó á su término con la capitali- zación definitiva de Buenos Aires el año 1880. Yeintiocho años de luchas incesantes, inflamadas de pasiones chicas y grandes, regadas con sangre y lagri- mas, sembradas con escombros en una sociabilidad cu- — 3°3 — yos elementos se entrechocan y repelen entre sí buscan- do para consolidarse sus puntos orgánicos de afinidad y de cohesión Mas bien que un relato en que se eslabonan unos tras otros los beehos que forman la vida pública del perso- nage, el libro dePseñor Larrain es una exposición de- mostrativa y razonada de la faena que ha cabido en los negocios públicos de su país al señor Rawson, desde que se dio á conocer en la escena de su provincia nativa, San Juan, hasta que sus méritos le llevaron á los mas altos puestos de la nación. Como hombre de parlamento, como administrador y como simple ciudadano, Rawson ha tenido su parte muy principal en la fábrica de ese gran edificio federal, que allá ha salido finalmente cimentado á la postre de tanto afán. De seguro es la obra común de una generación en- tera de viejos y de jóvenes, que habrá dejado esta he- rencia á su posteridad y á la historia. Y alienta verdaderamente observar, que cuando en presencia de los contemporáneos, hay alguien que trata de recoger un ejemplo enseñadorde los caracteres, des- prendido de un período histórico tan importante, sea co- uio lo ha hecho el señor Larrain en su presente ensayo crítico-biográfico, con levantado y sano criterio y á la vez con varonil independencia. Porque solamente con este brio de la pluma y con esta nobleza en los propósitos, ni los éxitos de la mediocridal, audaz, ni los triunfos del fraude y de la fuerza, que el escritor indica como plagas habituales de la política ar- gentina, son capaces con sus tintes chillones, de apagar en el cuadro de los hechos, la sencillez simpática del verdadero mérito; y antes bien sirven para enaltecer como en el presente caso, la soledad de un gran pa- triota» . La Union de Yalparaiso abría opinión en estos tér minos: — 3°4 — El Dr. Guillermo Rawson «Con este título ha dado luz en Santiago, un ensayo crítico-biográfieo, el Secretario de la Legación Argentina don Jacob Larrain. En esté libro de 202 páginas, en octavo menor, el se- ñor Larrain ha trazado con rara brillantez una época de la historia contemporánea de su país, y descrito una de las figuras mas culminantes de sus hombres públicos: el doctor Rawson, ese hombre publicó que, si puede tener defectos, cuenta con virtudes que lo han elevado á una considerable altura en el concepto de sus connacio- nales. De suma utilidad é importancia será la lectura de esta nueva obra que viene á enriquecer la historia america- na: Conjuntamente con nuestro agradecimiento por el envió de su libro, le enviamos al autor nuestras felici tachones». -------------------- i», La'Revista de Artes y Letras de Santiago de Chile consagró un meditado y estenso artículo crítico á la mo- nografía de Rawson, y sentimos no encontrarlo entre nnestros papeles para darle en este libro la colocación que le correspondería por la elevación de sus vistas y el raro talento de observación que revela su autor.