LA FIEBRE AMARILLA. B' en M ¿decirte W £0Tí p 1 A1 O 11 f= iri f C3 I lOMLIUFIEa SOBRE LA FIEBRE AMARILLA Ó VÓMITO DJS VERACRUZ. Sus modos curativos y profilácticos al uso de los médicos y al alcance del pueblo, POR DOCTOR EN MEDICINA DE LA FACULTAD DE MONTPE- LLIER, (FRANCIA,) Y MIEMBRO CORRESPONSAL LA SOCIEDAD DE GEOGRAFIA Y ESTADIS- TICA DE MEJICO. Puebla, Febrero de 1866. Til». DE JOSE M. OSOÍÍIO. Sta, Clara núm. 6. as w n nnMiwfiO hhrfíii = E? 8 a? == ==•; = = g =£= fejVs'.fc'iV PREFECTO POLITICO DE VERAORUZ. SEÑOR: Tengo el honor de presentar á vd. este pequeño opús. culo resultado de sérias observaciones, é investigacio- nes, que me he dedicado á hacer sobre esta terrible en- fermedad. Vd. mismo ha conocido la importante nece- sidad de ofrecer mis trabajos á los habitantes del Depar- tamento, que tan justamente ha sido confiado á sus cui- dados y alta sabiduría' Por su desinterés, vd. ha sabido anitnar mis esfuerzos, pidiéndome le mandase lo mas pronto posible, todo lo que puede ser útil al bien de la humanidad doliente, y por lo mismo me apresuro á acceder á sus deseos y filan- tropía. Dígnese, Sr. Prefecto Político, aceptar este pequeño trabajo, como una débil muestra del deseo que tengo de secundar sus esfuerzos, y considerar este trabajo como una prueba de mi empeño en coadyuvar su alta sabidu- ría, y paternal solicitud, por el bien estar y conservación de los habitantes de Veracruz. Si vd. se digna aceptar este homenage, yo habré reci- bido la recompensa de mis trabajos, y alcanzado mi obje- to, puesto que mi obra, aparecerá bajo los auspicios de un hombre, cuyo nombre se asimila á todo lo que es útil á Méjico y á la humanidad. 0$?'. Sfawnccr-' INVESTIGACIONES SOBRE M 3WMÍÜ AilUiU O VOMITO DE VERACRUZ. Sus modos curativos y profilácticos al uso de los mé- áíccs y al alcance del pueblo. En todas las operaciones de fiebre amarilla, pre- domina una marcha rápida y violenta; pero no hay observador alguno, que no haya visto á la enfer- medad caminar con paso tranquilo, y terminar fe- lizmente, por los solos esfuerzos de la naturaleza; así como no lo hay, que no la haya visto caminar con rapidez y una violencia tal, que el primer pe- riodo encierra la invasión de la enfermedad y la muerte del enfermo, ó para espliearme mejor, que los tres periodos han sido totalmente aprocsimados y tan confundidos, que no han podido distinguirse. El color ictérico (amarillo) y el vómito negro, no son síntomas tan constantes, que no se observe falten en algunos enfermos; y lo repito para que 8 no se olvide, que en ciertos casos, no se debe inten- tar negar la ecsistencia de la fiebre amarilla, aun- que se note la ausencia de uno de los dos, y aun de los dos á la vez, lo cual es sin embargo muy raro, en cuanto á que la variación de los síntomas es enteramente variable, de modo que todos los que habitan en países donde reina esta enfermedad, los conocen tan bien, que seria inútil enumerarlos de nuevo. Sin embargo, es ■preciso convenir que hay varios, que se presentan casi constantemente en su curso, ó que á lo menos en ciertos casos pueden servir de diagnóstico, ó de pronóstico para la con- tinuación de su tratamiento, los cuales desde en- tonces merecen un estudio especial. Estos síntomas son: un fuerte dolor de cabeza hacia la frente, el hipo, las gangrenas parciales, las (pétechies) manchas, los bubones y los an- thrax. El dolor de cabeza frontal ha sido observado por todos los autores, y es común á todas las enferme- dades pútridas malignas, y es uno de los síntomas mas constantes de la fiebre amarilla, y va siem- pre en razón directa del peligro que esta enferme- dad trae consigo. El hipo que se observa algunas veces; es siem. pre de un mal augurio. Sucede también algunas veces, que los enfermos atacados de la liebre amarilla se hieren fácilmente en la cama, con motivo á su posición; las llagas se 9 cubren á menudo de úlceras gangrenosas, aunque este síntoma no es siempre mortal, sobre todo cuando el enfermo puede soportar la separación, sea natural, sea artificial de la parte que se encuen- tra en este estado. Yo he visto rara vez pete- chies (manchas), pero en santo Domingo, en Es- paña, en Nueva-Orleans y en las Antillas se han presentado con frecuencia, y he observado que si conservan un color de rosa, son de un buen augu- rio, y al contrario son una señal muy mala si cam- bian del color de rosa al violeta, y sobre todo al negro; si las manchas violetas 6 pardas se estien- den y aumentan sobre la piel la muerte se acerca. Hay aún otro síntoma que no olvido citar, es la secreción de orines negros; ella sobreviene á menu- do en la fiebre amarilla, é indica siempre utl gran peligro. Yo no he visto Jamas curar un enfermo, el cual á este síntoma le acompañase el del vómito negro. Entre los síntomas que constantemente se pre- sentan, citaré el color rojo de la cara, la brillantez de la vista, la sequedad de la boca, la frecuencia del pulso, la agitación general, el insomnio, etc. etc. Finalmente, la fiebre amarilla ofrece síntomas estraordinarios, pero esto sucede en todas las en- fermedades estenuantes agudas; ella ofrece sínto- mas comunes á todas las afecciones en general, porque dependen de la lesión de ciertas funciones 2 10 siempre alteradas, tan pronto como la enfermedad es general. En fin, ella ofrece algunos que le son mas espe- ciales y que sirven para darla á conocer y para guiar al médico en su tratamiento, aunque no hay mas que dos que sobrevienen constantemente, que sean verdaderamente características; el color icté- rico (amarillo) y el vómito negro: hemos visto aún que pueden faltar en algunos individuos, lo mismo que los demas caracteres de esta enfermedad. Antes de determinar lo relativo á los caracteres de esta enfermedad, haré observar, que algunas va- riaciones que se esperimentan en los individuos, no son jamás bastante notables para hacer reconocer la enfermedad, sobre todo, cuando se saben las cau- sas que la han provocado y la naturaleza de la en- fermedad reinante. En una epidemia hay síntomas que se manifies- tan mucho mas frecuentemente que en otras, y se- ria curioso, á no dudarlo, de poder señalar las cau- sas de este fenómeno, de saber si pertenece al cli- ma, á las constituciones admosféricas, á las cos- tumbres de los pueblos, etc., etc. Pero desgracia- damente la observación no ha podido aún ser re- suelta, y no tenemos aún datos para arriesgar una opinión sobre este asunto; y así sin ocuparme mas de ello, voy á pasar al estudio de las diferencias relativas á la intensidad y á las conclusiones. La fiebre amarilla, tomada individualmente es 11 una enfermedad siempre peligrosa, y á menudo mortal. No es considerada bajo este punto de vista, pero si relativamente al número de personas que ataca, que intento hablar de su intensidad. Esta enfermedad puede ser sporádica ó epidémica; el primer modo es el que ella adopta generalmen- te, y esto no es por la acción de circunstancias par- ticulares que adopta el segundo: en el número si- guiente haré conocer cuales son sus circunstan- cias. Muchos médicos convienen en mirar la fiebre amarilla, como una de las enfermedades que ter- minan generalmente sin crisis; sin embargo algu- nas veces se nota, y aun en cada epidemia, que la enfermedad afecta á los unos con preferencia á los otros. He visto epidemias que me presentaron crisis por diversas emorragias, por la salivación, por los vómitos, por las sales, y las gangrenas par- ciales; las de las sales y hemorragias fueron las mas frecuentes; no vi á ninguna, á lo menos, per- fecta por los orines ó por los sudores, tampoco vi por la ictericia, ni por los bubones. Berthe nos dice, que en la Andalucía, los sudo- res y los orines formaban con bastante frecuencia las crisis felices. En otra epidemia he notado á menudo, que los sudores, los orines túrbios y espetólas secreciones biliosas abundantes, al principio negruscas, y al fio amarillentas, fueron los medios de que la natura- 12 leza se sirvió para operar una crisis favorable. Considero también favorables les sudores que se presentan en el primer periodo de la enfermedad, sobre todo, en el primero ó segundo dia. Esta variabilidad en la conclusión de la enfer- medad es tanto mas importante de conocer, cuan- to que ella á menudo debe guiar al médico en el tratamiento que debe prescribir. Cuando él sepa que en una epidemia tal crisis le es favorable, buscará el modo de ayudarle, y al contrario, se opondrá á tal otra que la esperiencia le habrá demostrado serle perjudicial, acordándose, sin embargo, que no hay nada de absoluto en este caso, y que lo mas seguro es de contener al prin- cipio la enfermedad, cuando hay la menor duda sobre los resultados de la naturaleza. Carácter de la fiebre amarilla. Frecuentemente la enfermedad se declara en al. gunos individuos como por esplosion en el mismo momento de la afección; mientras que á otros, y es en su mayor número, está precedida de predo- minios sensibles; y es casi como en todas las en- fermedades, lasitud espontánea, disminución de fuerzas, falta de apetito algunas veces, displicen- cia para toda clase de alimentos, 6 bien para otros solamente, y particularmente para las substancias 13 animales, desaliento, dolores vagos, fatigas estre- ñías, pesadez de cabeza, vértigos, mas ó menos frecuentes, ademas un mal estar en la parte supe- rior del estómago, un estreñimiento de vientre, un fuerte dolor de cabeza, y á menudo un dolor fijo en las cienes, ó en el interior de las órbitas, lo en- cendido de los párpados que se estiendc á veces so- bre toda la conjunción, inquietudes generales de las cuales el enfermo no puede darse cuenta, y una alteración que comienza en la fisonomía. En general, cuando estos predominios son ligeros, la enfermedad es benigna, cuando se repelen en veinte y cuatro ó cuarenta y ocho horas, la enfer- medad, á no dudarlo, es grave; pero está libre de peligro, y su término es roas frecuentemente feliz, Cuando por el contrario, se manifiesta de una manera brusca, cuando los síntomas mas graves se presentan desde el principio de la inoculaciop, ca- mina ccn rapidez á su apogeo es constantemente mortal, si no se le oponen remedios enérgicos. En este periodo de inminencia, sucede una nueva aparición de fenómenos. Al principio, los sínto- mas que aparecieron aumentan su intensidad, la cefalalgia se vuelve mas viva, la postración de fuer- zas es estrema, y á menudo dura toda la enferme- dad, el mal estar que se siente en el estómago, se cambia en un dolor mas ó menos violento, las nau- seas y los erutos son reemplazados por vómitos de materias comunmente biliosas, algunas veces les 14 acompañan escalofríos; viene un calor abrazante, el pulso se vuelve fuerte, lleno y duro, las arterias temporales baten con fuerza, lo colorado de los parpados y de las conjunciones, después de haber invadido toda la cara, se cambia en un color mas 6 menos amarillo; y en general los enfermos sopor- tan con pena la impresión de la luz. Este estado de cosas dura dos ó tres dias y á veces cuatro; en- tonces la enfermedad se decide en bien, y todos los síntomas disminuyen la gravedad, 6 se cambia en peor, y entonces todos los accidentes aumentan, ó se le añaden otros nuevos. El aliento se vuelve fétido, la lengua se cubre de una costra mocosa que algunas veces parece negra. La respiración es molesta y difícil; los en- fermos exhalan profundos suspiros, y están ince- santemente atormentados por el vómito. Los hi- pocondrios que hasta entonces habían conservado su estado natural, se tumefacen y se vuelven sen- sibles al tacto; en el vientre se sienten Untuosida- des, que á menudo son seguidas de sales biliosas, cuyas materias son parecidas á las arrojadas en los vómitos, y exhalan un olor abominable, sin que por esto cesen los vómitos. En fin, cuando estos accidentes han adquirido cierta violencia, la marcha de la enfermedad au- menta de rapidez, y se ven llegar los sobresaltos de los tendones, los movimientos convulsivos, el hipo y el vómito negro. También sobrevienen 15 hemorragias por la nariz, la boca, las encías, y el canal de la uretra, la piel se cubre de manchas, y toma un color lívido y pardusco, el pulso se vuelve casi insensible. El bajo vientre se vuelve indolen- te, y los enfermos evacúan sin sentirlo, pierden sus fuerzas casi completamente; un sudor frió y pega- joso cubre la superficie del cuerpo de los enfermos; algunos vuelven aún con el vómito materias color de café entremescladas de finamientos; ellos las hechan sin esfuerzo y sin violencia. En fin, esta escena se termina mas ó menos pronto por la muer- te. En conclusión, reasumo, diciendo: que sea cual fuere el principio de la marcha de la enferme- dad, los síntomas característicos son siempre náu- seas al empezar, dolores en los miembros, un dolor cefalálgico mucho mas fuerte hacia la frente y las cienes, un sentimiento de molestia mas ó menos penoso en la región del estómago y al hígado, un color ictérico (amarillo,) un vómito (hacia al fin) de una materia parecida á la borra del café, hemor- ragias por la garganta, por las narices, el hipo y las convulsiones. La enumeración y el orden de estos síntomas no pueden dejar duda alguna sobre la naturaleza de la enfermedad que se declara de la misma mane- ra en casi todos los países y bajo todos ios climas en cualquier tiempo que ella aparezca. Ella pre- senta á no dudarlo, variaciones, pero no es la sus- tracción de algunos síntomas ó algunas interrup- 16 clones en su marcha que pueden volver á las en- fermedades diferentes entre sí. Dr. J. B. Sausier. «Z3 jík. ÍS* e INo hay alguna causa morbífica que no pueda volverse causa ocasional de la fiebre amarilla; que- rer ecsamlnarlas todas, seria tanto como querer pa- sar revista á la naturaleza entera, y aun cuando esto estuviese en mis facultades, no me tomaría este trabajo: yo quiero estudiar solamente la que tiene una acción mas directa sobre el origen de esta enfermedad. Las dos condiciones mas favorables al desarrollo de esta enfermedad, son: la plethora y la falta de costumbre á la acción del clima propio de esta en- fermedad, y esta es una verdad que se ha hecho muy popular en todos los países sujetos á la des- graciada influencia de la fiebre amarilla; que los seres débiles son mucho menos susceptibles á ella, que los seres fuertes. El hombre dotado de un temperamento sanguí- neo ó bilioso y de una constitución robusta, es mas pronto atacado; la enfermedad obra en él de una manera mas violenta, y con frecuencia su término es mucho mas funesto. . Las mugares están mucho mas expuestas que los hombres, y la resisten mucho mejor. En la 17- Habana en los «nos 1854 y 1855 de 2000 vícti- mas solo se cuentan 200 mugeres, y en Veracruz de 1500 solo se cuentan 61. Yo no sé de otra parte que hayan hecho un cálculo semejante, pero si alguna vez lo hacen, todos los autores van acor- des en denunciar resultados perfectamente seme- jantes. Las mugeres en cinta están nías predispuestas que las otras en esta enfermedad; y que á su vez provoca el aborto. Este accidente, sea dicho de paso, aunque siem- pre sensible, lo es menos, sin embargo, si hay lu- gar en el primer periodo de la enfermedad. La edad del vigor es la mas favorable para la lie- bre amarilla. Ella ataca de preferencia á los in- dividuos de veinte á treinta y cinco años, y á me- nudo les es funesta. Ella respeta bastante la ve- jez, y ataca poco á los niños. Todos los pueblos no están igualmente .tos á contraer esta enfermedad. La esperlencia ha demostrado que los de los países calientes no son jamás, ó rara vez, atacados. En algunas de las Antillas, donde ella es endémica casi todo el año para los estranjeros que van de países frios á tem- plados; ella no ataca mas que en circunstancias estraordinarias á los naturales del país, con tal que no hayan salido de él; porque si han estado acos- tumbrados á vivir en climas menos calurosos, á •Ti O •18 su vuelta están espuestos á contraer la enferme- dad. En los países donde la fiebre amarilla no come- te sus estragos mas que en determinadas estacio- nes del año, como sucede en Veracruz etc. etc., no se ha visto jamás que no haya ecsimido á los ha- bitantes. En algunos países en que aparece, los estranjeros están espuestos en sentido inverso del calor del clima al cual estaban habituados. Las personas acostumbradas á vivir en países pantanosos están menos espuestos á contraer la fiebre amarilla, que las que están habituadas á vi- vir en los países áridos, y en Veracruz siempre se ha visto que los habitantes si van por algunos dias á respirar el aire no menos caliente pero mucho mas puro del campo, en su regreso son mucho mas susceptibles. Hay ademas una costumbre que es preciso adap- tar en el país en que reine la fiebre amarilla, y es la que es relativa á la manera de ser en diversos agentes climatéricos. Los habitantes de Méjico acostumbrados á una temperatura que no esperi- menta mas de diez grados de variación en el año, cuando bajan á Veracruz; cuando reina la fiebre a- marilla, son mas fácilmente atacados que los Euro- peos que habitan un pais menos caliente, pero en que el calor es mas variable. Y los habitantes de Veracruz que están al abri- go de la enfermedad quedándóse en sus hogares la 19 pasan cuando van á la Habana, lo mismo que su- cede' á los habitantes de la Habana cuando pasan á Veracruz. Algunos individuos, por sus oficios parece que es- tán puestos al rbrigo de los ataques de la fiebre a- marilla; pero algunos otros, por sus oficios también, parecen estar mas propensos á contraería. Yo he observado siempre que los zurradores de pieles, los curtidores, los fabricantes de javon y de velas, y en general todos aquellos que respiran habitual- mente un aire mal sano, no son los mas a propósito para esta enfermedad. Al contrarióse ha visto que los cerrageros, los panaderos y todos los que se aprocsiman á menudo de los hornos son muy fácilmente atacados. Es preciso afiadir á estos últimos á todos los seres que entregados á los escesos de la bebida, de buena carne, al abuso de los placeres venéreos &c, se predisponen á todas las enfermedades. Es preciso contar también á todas las gentes de la clase po- bre, abatidas por la miseria, metidas en habitacio- nes angostas, viviendo en los bárrios mas mal sa- nos, pueden ellas dejar de ser las primeras vícti- mas señaladas por una enfermedad nacida esen- cialmente de la putrefacción. En fin, una última causa predisponente que a- cabo de señalar es el temor: sin duda todas las pa- siones predisponen mas ó menos á la fiebre ama- rilla: pero el temor es la que lo hace con mas fre- 20 cuencia. Ella representa un gran papel en todas las epidemias; ella puede obrar como causa gene- ral y como causa individual, esta manera es la que ella forma mas habitualmente. El temor es tanto mas terrible que no abandonando al indivi- duo durante la enfermedad, le impide resistir á los esfuerzos, 6 que, si ella desaparece, es casi siem- pre para dejar en su lugar una seguridad enga- ñosa. Entre las causas determinantes, señalaré el ai- re de la noche, el esceso de las mugeres, y de la mesa, y en fin, la esposicion prolongada á los ra- yos del sol candente. Desgraciadamente á los estrangeros, no aclima- tados que se esponen á la impresión del aire de la noche por las mugeres, es preciso abstenerse de ellas cuanto sea posible, en los países sometidos á una epidemia. En estos países se ha notado siem- pre que los recien casados eran constantemente víctimas de la enfermedad. Los vientos, las lluvias, el desborde de algún rio, pueden volverse en ciertos casos, causas necesarias de la fiebre amarilla. La fiebre amarilla se declara casi siempre en el tiempo de calor. Ella no ha dado jamas en los países fríos. Si ella hace sus estragos en las re- giones templadas, escoge aquellas en que las esta- ciones calientes se prolongan por mas largo tiem- po. y no se declara mas que a mediados de estas 21 <e« tac iones y desaparece tan pronto como llega el invierno. En los climas calientes en que la temperatura esta constantemente elevada, tales como las Anti- llas y una parte de las costas de Africa, la enfer- medad puede reinar todo el afio. En santa Lucia, por ejemplo, es casi sin cesar endémica para los estrangeros no aclimatados. En fin, en todos los países donde no reina, su intensidad y el número de personas que ataca, están en razón directa de la elevación del mercurio en el termómetro. Todos los autores van acordes sobre la verdad de estas observaciones, así que nadie reusa admi- tir el calor admósferico como causa necesaria de esta enfermedad, aunque sin embargo, se haya vis- to, en algunos casos, que esta enfermedad ha ce- sado por la acción misma del calor. Para que la fiebre amarilla pueda desarrollarse, no basta que el calor sea elevado, es preciso ade- mas que su acción sea mas ó menos sutil y mas ó menos continua, y que otras causas ocasionales concurran á ella, y que necesariamente modifiquen su acción. Este agente se encuentra aun someti- do á la influencia recíproca de un lugar de infec- ción, causa tan necesaria como ella misma. La fiebre amarilla existe comunmente en las poblaciones marítimas, y cuando ella penetra en el Interior de los países, es sobre todo remontando los 22 ríos y las orillas en que el curso del mar las lleva con su flujo. ¿Por qué esta enfermedad se establece de prefe- rencia en las orillas del occeano? Estas localidades presentan disposiciones parti- culares susceptibles de ayudar al desarrollo de una enfermedad suigéneris! El aire en alta mar es mucho mas saludable que en la aproximación de las costas, y los bu- ques que navegan cerca de la tierra, esperimentan comunmente mas enfermedades que los que se mantienen á distancia. Ya he visto atribuir estos efectos, no á la influencia del flujo y reflujo como lo habían hecho antes que yo, sino al hallarse en- tre dos admOsferas marítima y terrestre, que á la vez se componen de vapores formados por las aguas del mar y por todas las emanaciones que la tierra exhala. Después, yo creo que han tenido razón de colocar la admósfera marítima en el nú- mero de las causas generales de la fiebre amari- lla. Aun aquí hay lugar de recordar la composición del agua del mar que el movimiento casi continuo de ondulación ayuda á su descomposición. Es cierto que apesar de la gran cantidad de substan- cias salinas que contiene, se putrifica prontamen- te en el estado de reposo, y se ha observado que exhala entonces un olor mas fétido que el del agua dulce en putrefacción. 23 Cuando la marca, ó la elevación del mar baja, quedan charcos, en los cuales una cantidad de agua del mar se infiltra por las cavidades que se encuen- tran en la tierra, esta agua se corrompe, entonces exhala en la admósfera vapores dañosos. Es cierto que en el fondo del mar, puesto en des- cubierto por las retiradas de las aguas, cuando se verifica el reflujo, no altera algunas veces la salu- bridad de los habitaciones vecinas, porque viene pronto el flujo á recubrir su superficie de un agua nueva. Cuando el fondo del mar es arenoso ó pedrego- so tampoco resulta inconveniente alguno, pero al- gunas veces no es mas que un depósito fangoso, de donde se desprenden sin la influencia del calor del sol, exhalaciones maléficas. La ictericia, que ha hecho dar á esta enferme- dad el nombre de fiebre amarilla no parece tampo- co resultar del reflujo de la bilis en la sangre, ni de la falta de secreción sea de este humor, sea de la materia colorante. El hígado no ofrece á me- nudo alteración alguna, y se encuentra comunmen- te en la vejiga de la hiel, una cantidad bastante grande de bilis. La ittére se puede comparar con el color ama- rillo que toma la piel, en un lugar en que se ha recibido una contusión. En las contusiones hay al principio la extravacion de la sangre, por el e- fecto de la roplura de los vasos, y luego la separa- •24 cion de sus principios, á medida que se opera la resolución ó la absorción; lo que dá á la piel dife- rentes matices, y en fin, un tinte amarillo antes de que recobre su color natural. No se supondrá que en la fiebre amarilla haya vasos rotos, pero Ja sangre trasuda, corre y se deposita al mismo tiem- po que se verifica Ja sufusion. La presión del dedo sobre la piel descubre el co- lor amarillo de la faz, aun antes que la ictere se haya declarado. En esta enfermedad la ictere di- fiere de la ictericia propiamente dicha en que es á menudo mas obscura, mas sombría, ó de un color amarillento. Todo esto no depende de los principios constitu- tivos de la sangre en la fiebre amarilla como se ob- serva en la echimosa. La ictere, no seria, pues, mas que un efecto consecutivo de esta descomposi- ción, y concurriría con los otros síntomas á confir- mar la ecsistencia. Varios médicos no ven hoy en la fiebre amarilla mas que una gastritis: esta opinión me parece al menos incompleta, puesto que la gastritis propia- mente dicha, puede ecsistir independientemente de los principales fenómenos que acompañan á la fie- bre amarilla. El color negro de los líquidos arro- jados por los vómitos, y que se encuentra en la cavidad del estómago, ha podido hacer suponer en un estado gangrenoso de esta entraña; pero yo he visto que esta materia no es el resultado de la se- 25 paracion de los principios constitutivos de la san- gre que en esta enfermedad trasuda tan fácilmente por las aberturas naturales y por las superficies mocosas. Esta simple esplicacion es muy á propó- sito para hacer nacer dudas sobre la terminación de la fiebre amarilla, por la gangrena y sobre la preec- sistencia de la phlegmacia á que habría dado lugar. La mucosa gastro-intestinal es colorada, negra, colorada por la materia sanguinolenta; pero este color no basta para constituir una constitución or? gánica en el estómago ó del intestino, y es probar ble que se haya abusado á menudo por una ins- pección demasiado superficial por alguna de estas partes. Yo he curado varios enfermos que habían vomitado negro, la cura seria aun posible, si este formidable síntoma podía ser atribuido á la gan- grena del estómago. Para no dar demasiada estencion á esta memo- ■ - J ria, yo me ocuparé mas tarde del tratamiento de la fiebre amarilla, pero la terapéutica de esta en- fermedad no está bastante adelantada, para que sea sin interés el trazar el tratamiento popular a- daptado por los mejicanos, y las modificaciones que yo creo haber introducido. La voga popular de que gozaba en Veracruz, en el tratamiento de la fiebre amarilla me decidie- ron á servirme de él, sin renunciar con todo, á los otros medios terapéuticos que podían ser mas ó menos útiles á los enfermos. 4 26 Los mejicanos no se limitan á la sola adminis- tración de fricciones oleosas; desde la invasión ellos administran á los enfermos una ó dos lavativas de esta substancia para vaciar el intestino grueso; en seguida lo hacen beber por basos, hasta una bote- lla, y así provocan el vómito. Entonces vienen las fricciones sobre todo el cuerpo, después de las cuales el enfermo es envuelto con una frazada, y colocado en su cama. Repiten una ó dos horas después, cuando el enfermo ha trasudado bien, y continúan empleando el aceite en lavativas, en po- ciones y en fricciones, hasta al fin del primer pe- riodo, ó mas bien de la enfermedad, porque si con esto no se termina, y que los accidentes del segun- do periodo vengan á presentarse, entonces viendo á los enfermos como desesperados, les entregan á los médicos, en manes de los cuales, es preciso con- fesarlo, mueren casi todos. Una práctica seme- jante debe ser algunas veces peligrosa, y sin em- bargo sale bien, cuando la invasión ha tenido lugar, como sucede á menudo, después de la comida. El estómago repleto de alimentos si no ha llega- do á ser aun el asiento de la flucción mórvida que entonces constituye casi en él sola la enfermedad, tiene necesidad de ser desocupado de las substan- cias, cuya presencia no menos que favorecer esta congestión. Pero provocar el vómito doce ó vein- te y cuatro horas después de la invasión, es quizá llamar al accidente mas formidable de la enferme- 27 dad, el que contra el cual se estrellan luego los re- medios mas apropiados. He aquí cuales son las modificaciones que yo introduzco á los tratamientos empíricos de los mejicanos. Yo haré un bucn sirope de goma ó de cloporte, ó de tuétano de ternera, y le añadiré la mitad de buen aceite de oliva, mistura que admi- nistraré por cucharadas de media á media hora, y á mayores distancias, cuando habré obtenido algu- nas sales. La administración de este remedio era precedida á menos de indicación contraria de una lavativa estimulante de agua de accederá ó de a- gua de mar, después de cuyo efecto una embroca- ción oleosa era hecha en todo el cuerpo, pero mas particularmente sobre la región lumbal y sobre el abdomen. Esta embrocación era amonicada y continuada hasta el alivio. Cuando la fie- bre y el calor de la piel eran moderados, se repe- llan las mismas prescripciones de dos en dos ho- ras. Yo substituía el aceite de reciña al de oliva, cuando la ecsitacion era poco considerable, y que me prometía un efecto mas apropósito; pero una vez obtenido volvía á mi mistura simple. En al- gunos enfermos provocaba vómitos, y entonces seis ú ocho gotas de agua de canela, de éter, de yerba buena ó tintura de ópio, pudiendo soportarla. Hay sin embargo algunos, los que á pesar de todos estos correctivos no pueden guardarlo. Entonces es preciso limitarse á bebidas gomo- 2S sas ó á sirope de grosellas ó de cassis lige- ramente asidulada, y de la magnesia, por gramas en un vaso de agua gomosa; pero los enfermos se hallan muy bien con esta embrocación que fue sim- plemente oleosa ó amoniacal, los cuales la piden con instancia. Con el ausilio de este método, he obtenido á menudo muy buenos resultados. Ha- cia el fin del primer periodo los enfermos entran en convalecencia. mwifflN. Si la esperiencia justifica la esperanza que he concebido de este nuevo método de tratar la fiebre amarilla, yo no puedo hechar de menos una demo- ra, que me pone en el caso de comunicar mis ideas á los habitantes de los países donde predomina esta terrible enfermedad, á quienes está destinada esta memoria. En el periodo de invasión de la fiebre amarilla, yo propongo dar como bebida ordinaria la limona- da, ó mas bien el oxyerat ra'anique: (se prepara el vinagre ratanique; bien sea por la solución del estrado, sea con la raiz de ratanhia machacada, puesta en infusión en el vinagre, según el método usado por el vinagre scillitico con ó sin adición de espíritu de vino. Mas tarde cuando comienza la ictére y cuando el vómito negro es inminente, yo propongo dar dos ó tres veces al día la pccion de Riviere, cada dósi8 29 con treinta y dos granos de carbonato de potasa perfectamente neutralizada y no absorviendo la ha* medad del aire; se deberán disolver estos treinta y dos granos de carbonato en los dos tércios de un baso de agua azucarada y aromatizada con una cu- charada de café de agua destilada simple de yerba- buena ó de flores de naranjo; y para hacer espu- mar esta agua se echará una cucharada de sopa de vinagre ratanique, ó un poco menos si el vina- gre es muy fuerte. El enfermo deberá beber esta mistura con bastante rapidez, no solamente para tragar toda la espuma, si que también de manera que esta acabe de desarrollarse en el estómago- Se comprende que esta bebida espumosa es una especie de agua de soda ratanique. Así modifíca- la pocion anti-emética de Riviere, forma un aceta- to de potasa, una tierra pollada de tártaro estem- poráneo. A la propiedad del gaz áccido carbónico eminen- temente sedativo en el estómago, se reune la de la tierra foliada de tártaro, reconocida por los prácti- cos como el mas poderoso remedio para las afec- ciones del hígado; y en fin, la propiedad anti-he- morrágica del ratanhia. En el último periodo de la fiebre amarilla yo da- ría por gotas el agua de Rabel Kramerique y es- ther kramerique. Este remedio es también un es- celente preservativo de la fiebre amarilla. Ya que no puede lograrse que se estingan los 30 grandes focos de infección, sería esencial poder neutralizar su propiedad morbífica; digo que era permitido esperar que se encontrase algún dia un medio apropósito para ello, porque en efecto, sea cual fuese la naturaleza de las partes infectantes, no es alejarse de la razón, el pensar que existe en la naturaleza algún cuerpo opuesto, que pueda cambiar sus propiedades obrando sobre él; pero este cuerpo no lo hemos encontrado. Algunos médicos habían pensado que la fiebre amarilla no podía atacar al hombre mas que una sola vez en su vida; pero desgraciadamente nume- rosos ejemplos prueban lo contrario. Si esto fuese cierto, podría esperarse encontrar como en las viruelas, un medio, que obrando sobre la economía destruyese su aptitud para contraer esta enfermedad; pero no siendo esto así, es ridícu- lo pretender descubrir un preservativo contra el mal venéreo, ó la sarna, y esta es la razón por lo cual todos los medios que he señalado, han sido todos inútiles y han caído todos en el olvido. El solo medio de que un individuo pueda pre- servarse de la fiebra amarilla, es de huir de los lu- gares de infección, pero no siendo este medio siem- pre practicable, se han buscado los medios de dis- minuir á lo menos su suptibilidad. Con este ob- jeto se han hecho abrir ulceras de toda especie, se han dado purgantes, eméticos, sangrías, pero todo en vano, muchos observadores pretenden aún, que 31 estas precauciones lian sido perjudiciales, y debia ser así, por qué imaginarse, que un trastorno in- troducido en la economía, en el momento en que ella tiene necesidad de todo su integridad para re- sistir á una acción de ictére, puede ser de alguna utilidad. Las solas precauciones que deben po- nerse en uso, son: la aplicación rigorosa de las le- yes de la higiene, una atención ecsacta an evitar las causas ocasionales que he señalado, como siendo las mas peligrosas: tener una vida arregla- da, hacer un ejercicio moderado, seguir un buen régimen, evitar todo esceso, sin imponerse, sin embargo, demasiadas privaciones, evitar la ac- ción de los rayos del sol y de los aires de la no- che, y sobre todo, conservar un alma tranquila en medio del peligro, tales son los preservativos de la fiebre amarilla. Si una calle está infectada, obligar á los habi- tantes ha abandonarla, y prohibir acercarse á ella; si es un barrio, hacer lo mismo. Estos son á menudo medios bien inútiles, sin duda, pero puesto que ellos pueden arrancar algu- nas víctimas de la muerte, ¿no sería criminal si se permitiera olvidarlo? Cuando los buques llegan al puerto; y que los pasageros y marineros estén libres, si hay una ley á imponerles, ésta es la de obligarlos á separarse los unos de los otros, así no serán peligrosos aun cuan- do algunos estén enfermos; reunidos, aunque sa- 32 nos, pueden engendrar los focos de infección, y en consecuencia todas las enfermedades que resultan de ellos. Las mercancías merecen mucha mas atención, ellas han estado largo tiempo encerradas en un aire estancado, á menudo han sufrido humedad, y es- tán averiadas de ello, los centros de putrifaccion; de allá el peligro de acercarse ha ellas. Saqúen- se poco á poco de los lugares donde están encer- radas, espónganse en lugares amplios y bien si- tuados, sométanse en fin á la ventilación; y algu- nos dias después, se podrán hacer circular libre- mente en el comercio. PR1MERA OBSERVACION El 15 de junio de 1864 fui llamado á asistir á un joven como de 32 años de edad, pintor de pro- fesión, natural de Francia. Estaba sin conoci- miento, tenia la boca abierta; la boca, la lengua, los labios y los dientes, todo era negrusco, su cuer- po frió, su pulso era apenas perceptible, su pecho se levantaba apenas bajo la influencia de una res- piración casi acabada. Lo hice pasar en una pie- za solo, creyendo que llegaba á su fin, y casi sin esperanza. Sin embargo, animado por el orgullo de la conciencia emprendí someterlo a la medica- ción siguiente. 1 ? Prescribí la aplicación de vejigas de puer- 33 co llenas de agua caliente, en las estremidades, y fricciones de tintura de árnica, á lo largo de la es- pina dorsal; le hice administrar de diez en diez minutos, como bebida, tres cucharadas de vino de Burdeos (azucarado), y la poción siguiente; Vino de broux de noix 1 onza. Sirope de clavel 3 gramas. Tintura de canela.. 8 „ por cucharadas de hora en hora. Este estado fue el mismo durante dos dias. El primero encontré el pulso un poco rnas fuerte: vol- vió en sí, su lengua habia vuelto húmeda, y se quejaba de un fuerte dolor en la vejiga, y aun en el canal de la úretra. Estas partes estaban esce- sivamente inflamadas, y sentía grandes ansias de orinar, sin poder efectuar esta operación. Le prescribí de hora en hora una dósis de 3 gra- mas de decocion de vino de Genciana, acidulado de espíritu de nitro; y de media hora en media hora una cucharada de la pocion siguiente; Quiquina 5 gramas. Serpentaria de Virginia... 3 „ Agua azucarada de flor de naranja 1 50 Alcanfor div. av. llema de huevo. 1 „ Para bebida, limonada de grossellas. Por alimento, crema de arroz y sémola. Le hice aplicar una cataplasma emoliente y re- solutiva en las partes secretas. 5 34 Harina de linaza 250 gramas. Hacerla coser en consistencia conveniente en agua común. Jabón blanco raspado 60 gramas. Galvanum 10 „ El 18 el estaba bastante bien, pero la gan- grena le cubria casi toda la región. Hice dos escarificaciones tan profundas como me io permitían las partes sobre las cuales opera- ba mi instrumento. Hice animar las cataplasmas con la solución siguiente; Alcanfor 64 i Alcohol de 32 grados 450 > gramas. Vino aromático 60 j Hice sostener la misma medicación interna. El 19 quité todos los girones formados por las incisiones del día anterior, y la parte fue curada con el ungüento siguiente: Aceite de nueces 3 75 gramas. Styrax líquido 2 50 „ Resina Elemique ,2 50 „ Cera amarilla 3 50 onzas s. a. La misma cataplasma que el dia anterior fué puesta sobre las partes gangrenosas. El 29 comenzó á establecerse la supuración á medida que aumentaba las otras partes se limpia- ban y aparecía un color de rosa escarlata. Mi cliente empezó á salir después de haber he- cho uso durante mucho tiempo del agua de grose- 35 lia asidulada con el accido carbónico y de la de- cocción de quina. Tan pronto como suspendía su uso, la supuración se volvía de mala clase, y la fiebre reaparecía, y terminé su tratamiento con al- gunos purgantes ligeros. SEGUNDA OBSERVACION. El 15 de julio vi á una muger como ue veinte- y echo años de una constitución robusta y tempera- mento sanguíneo. Enfermó el día antes, y se que- jaba de fuertes dolores de cabeza hacia á las sie- nes. Estaba muy encendida, su respiración débil y frecuente, su piel seca y de un color acre; su len- gua también seca estaba encendida. Sed ardiente, pulso duro y seco, vientre adolorido sin tensión. Le hice dar dos sangrías en el dia, y ayudas con Semillas de lino. 15 gramas. Kaiz de altea. 15 „ Hágase hervir como un cuarto de hora en una cantidad de agua suficiente para obtener como medio litro de producto, á esto se le añade aceite de almendras dulces 4 gramas. Por agua usual, prescribí, agua de pollo nitrada. En el tercer dia la enferma esperimentaba so- breecsitaciones nerviosas, con una impaciencia y dolores en todo el cuerpo. La fiebre era fuerte, los orines colorados y raros. Hice continuar el ag 36 (le pollo, y prescribí el agua acidulada con espíritu de nitro dulcificado. El cuarto dia la enferma estaba un poco mejor. Su lengua era húmeda, y cubierta de un sarro blancuzco; su boca pastosa y amarga, todos los sín- tomas de irritación parecían haber calmado. Prescribí, Crémor tártaro.... 2 onzas. Tártaro estibiado. . 2 granos, en dos vasos de agua: La enferma no tomó mas de dos tercios del re- medio; vomitó mucha bilis verde y amarilla, con materias mucilaginosas y se sentó cuatro veces al servicio. El seis la enferma estuvo muy sofocada; su pul- so se volvió pequeño y convulsivo; le hice aplicar vegigatorios en las piernas y prescribí una pocion temperante. El séptimo, seguía el mismo estado que el día anterior; fatigas y agitación cstrema, profundes dolores en todo el cuerpo, piel abrazante, orín co- lorado y en poca cantidad, sobresaltos en los ten- dones, yo prescribí la siguiente pocion para que la tomase por cucharadas cada media hora. Agua destilada de lechuga.... 150 gramas, destilada de laurel ceresa. 15 ,, Sirope diacode 30 Accido eyanídrico 8 gotas. Como á las cutro de la tarde hice quitar los ve- gigatorios que produjeron mucha cerosidad. La 37 enferma no iba mas al servicio: su cara estaba co- lorada; tenia un fuerte dolor de cabeza y alguna opresión y arrojó alguna sangre por la nariz. Como a las seis de la tarde el pulso volvió concen- trado v le hice dar vino azucarado. A las nueve se puso tria, hice calentar su cama con una calen- tadora. y á cada planta de los pies y á cada lado del vientre, le hice poner una piedra de cal viva, cubiertas de antemano con unos lienzos mojados en agua, después de un lienzo seco, todo esto con el objeto de favorecer un sudor fácil, y para man- tenerla en un calor natural. Hacia las dos de la madrugada le hice tomar cada hora una cucharadas de la pocion siguiente, que continúo hasta las diez de la mañana. Theriaca 2 gramas. Tintura de canela* •• • 8 „ Infusión de giniébre .500 „ Sirope de grosella. 30 ,, El día noveno estuvo muy fatigada, estiramien- to de nervios, calambres, y como una fuerte pesan- tez en ios huesos, como si acabase de tener un lar- go viaje á pié, movimientos involuntarios en los tendones; el frió volvia, la respiración era muy trabajosa; el aire que se desprendía de su pecho era caliente, seco y de un olor de pirú la sangre de la nariz habla aumentado su abundancia, la lengua era húmeda, y la enferma sentía una debi- lidad estremada. 39 Entonces prescribí la pocion siguiente, por cu- charadas cada hora. Cocimiento de quina colorada.... 4 onzas.. De agua 1 libra. Espíritu de nitro 20 gotas. Sirope de ópio 3 gramas. Durante el dia le hice dar (res veces un poco de vino de Cassis, un poco dé caldo de tortuga y algu- nas cucharadas de crema de cebada. A las tres de la tarde del dia siguiente el pecho estaba penoso; parecía salir de un estado letárgico, dejando ecsalar una respiración fácil. Sin embar- go, la hemojragia nasal continúa con fuerza. A las ocho cayó en un estado de debilidad parecida á la del dia antes, sin perder, con todo, el conocimien- to; hice curar sus vegigatorios que se hallaban se- cos y cubiertos de una capa gangrenosa, con EL UNGÜENTOSTYRAX. insistí con el mismo tratamiento interior. El día doce, la encontré mejor, su sonrisa anun- ciaba la satisfacción, su color menos pálido; se ha- bía sentado dos veces al servicio arrojando mate- rias fétidas con aumento del orin; la piel estaba menos seca, un calor agradable, acompañado de una ligera transpiración habían hecho cesar todo dolor. Hice continuar los mismos medicamentos que el dia anterior. El dia eatorce, la enferma comen- 39 zó á recobrar sus fuerzas y á dormir. El calor era naturar, los orines abundantes y dedimentosos. El mismo tratamiento. En fin, el día 15, habiendo la enferma dormido toda la noche, se encontró bien, su lengua estaba cargada y la boca amarga. Le prescribí una li- monada purgante con citrato de Magnecia el cual produjo abundantes deposiciones. Al fin vino el apetito, y una salud perfecta. Dr. J. B. Saunier. Continuará en la segunda, entrega.