EL PALUDISMO Y SU GEOGRAFIA MÉDICA El LA REPÚBLICA ARGENTINA POR Elíseo Cantón Ex-interno del Hospital Español — Ex-cirujano de la Armada en la «Campaña del Chaco» — Ex-director del Establecimiento Balneario del Rosario de la Erontera—Fundador de varios Lazaretos para coléricos en Tucumán — Lau- reado por el Gobierno de la Provincia de Salta durante la epidemia de cólera del 86 al 87 — Redactor-colaborador de los «Anales del Círculo Mé- dico Argentino» — Presidente Honorario do la «Cruz Roja» (sección Tucu- mán)— Diputado Nacional, etc., etc. Obra laureada con el primer premio (medalla de oro y diploma) en el Concurso Nacional de Medicina celebrado por el «Círculo Médico Argentino» en Junio de 1891. CON UN MAPA SOBRE LA DISTRIBUCION GEOGRÁFICA DEL PALUDISMO BUENOS AIRES 2135 — Imp. «La Universidad» df. J. N. Klingblfuss y Ciít, Venezuela, 684 Mdcccxci Lema Contribuir al desenvolvimiento de la medicina nacional, es evitar á las generaciones presentes y venideras, innumerables causas mórbidas que minan su existencia. INTRODUCCIÓN Acudimos al llamado hecho por el « Círculo Médico Argentino » a cuantos deseen añadir una página más á la Historia de la Medicina Na- cional, para presentar esta pequeña obra, fruto de varios años de estudios y observaciones prac- ticadas en la región más septentrional de la República Argentina, al criterio científico del Jurado elejido para juzgar acerca de su mérito, y quien sabrá reconocer en ella, sino un trabajo digno por su naturaleza y forma del certamen que lo determina, cuando menos el móvil ele- vado que puesto al servicio de la humanidad le dió aliento y vida. Determinar geográficamente las Regiones Pa- lustres de la República Argentina, investigar minuciosamente sus causas, estudiar sus efectos y aconsejar los medios para combatirlos, tal es, concreto y sencillamente expuesto, el programa que nos proponemos desenvolver. El tema elejido no es novedoso sin duda al- VI gima, por que la existencia del paludismo en sus múltiples formas y variados tipos, es entre nosotros tan antigua como la América misma. Los primitivos habitantes de las vastas zonas dominadas por esta endemia, debieron ser sin duda alguna las primeras víctimas, y es así como los naturales del Perú conocían perfectamente las fiebres palustres y hasta el medio de com- batirlas, muchos siglos antes del descubrimiento de Colón. Siempre que los intrépidos conquista- dores atravesaron los territorios tropicales, tu- vieron que luchar con un enemigo más, el palu- dismo, que levantándose del suelo parecía haber hecho causa común con los nativos del país para defender palmo á palmo sus dominios. Llegando á los presentes días, lo tenemos aún casi como en los tiempos primitivos, convertido en soberano absoluto de las más valiosas re- giones de nuestro territorio, donde la vida para el hombre civilizado es, sino imposible, por lo menos difícil y penosa. Se pensará quizás que tratándose de la ende- mia más generalizada en la República Argen- tina, sea ya un tópico trillado sobre el cual nada quede por decirse, y que la historia de la Epidemiología de este país, no tendrá aún en blanco el capítulo destinado á la endemia palustre; pero sucede todo lo contrario, y pre- cisamente por esto hemos adoptado un tema que VII sin ser nuevo, es posible decir acerca de él, mucho que se ignora y más de lo que se cree. La entidad mórbida á cuyo estudio se dedi- can en los distintos países del viejo continente, obras tan importantes como numerosas, apenas si ha conseguido entre nosotros inspirar algunos ar- tículos de revistas y un número limitado de tésis. Sobre la distribución geográfica del palu- dismo, nada concreto se ha dicho; acerca de su etiología no se han hecho conocer más que causas generales, sin practicar un estudio de- tenido en cada una de las provincias donde la malaria reina endémicamente; de las condiciones climatológicas de todo el Norte de la República, en sus múltiples y variadas relaciones con el pa- ludismo, poco ó nada ha visto la publicidad; al rededor de las numerosas manifestaciones clíni- cas reina aun el mayor misterio; hé ahí, el vasto campo abierto á nuestro estudio é investigaciones. No eremos ciertamente ser los designados por la suerte para llenar en toda forma los claros apuntados, pues esta es tarea honrosa que permanecerá reservada para inteligencias de más talla y á plumas mejor cortadas que la nuestra, pero sí, tendremos la satisfacción de haber sido los primeros en tomar la iniciativa, abriéndonos paso por entre un camino escabro- so, lleno de dificultades y que aún quedará á recorrerse en más de un sendero importante. El paludismo, las fiebres intermitentes, la malaria, el impaludismo, el chucho, etc., etc., son nombres distintos, usados para determinar una misma entidad patológica, única en su n ituraleza como que nace bajo condiciones cosmo-telúricas determinadas, pero variada y múltiple en cuanto á sus modalidades sintomáticas se refiere, y que emplearemos indistintamente al correr de estas lineas. Resueltos á coadyuvar en la medida de lo humano, los nobles anhelos del «Circulo Médico Argentino», conducentes á fomentar por medio de concursos el desenvolvimiento de nuestra naciente Medicina Nacional, hemos dirigido una mirada investigadora en tales direcciones y no encontramos nada más adecuado á este fin, que el estudio de la endemia que abraza una dila- tadísima zona de nuestro país flagelando la ma- yor parte de su población, nacional y extranjera. Por otra parte, el conocimiento exacto de las provincias del Norte, donde el paludismo im- prime á la constitución médica reinante su fiso- nomía característica y propia, unido á los natu- rales sentimientos de progreso y humanidad que se despiertan cuando se vé el abatimiento en el alma y las huellas del sufrimiento físico pin- tadas en el rostro de centenares de personas, han obrado en nuestro espíritu, como causas determinativas, para emprender este trabajo. IX Deseamos, pues, hacer algo en bien de los que sufren, y con este objeto estudiaremos lo más extensamente posible el tratamiento de las fiebres intermitentes, dedicándole preferente aten- ción á la profilaxia de las mismas para aconse- jar con pleno conocimiento de causa, las medidas más conducentes á oponer en cada provincia una barrera insalvable contra la endemia pa lustre ó á abrirles de par en par las puertas de su destierro. Si las intenciones se cumplen y las esperan- zas que proyectamos en el porvenir se realizan, tendremos la satisfacción de ver que nos guia- ba la verdad cuando decíamos, en el pensa- miento tomado como lema, que : «contribuir al desenvolvimiento de la Medicin i Nacional, era evitar á las generaciones presentes y venideras, innumerables causas mórbidas que minan su existencia». Como deseamos que el contenido de las pá- ginas subsiguientes sea el reflejo fiel del cono- cimiento adquirido por la observación diaria de las fiebres palustres en el Norte de la República, en sus múltiples y variadas formas clínicas, no se mirará con extrañeza que omitamos descrip ciones y juicios acerca de algunas modalidades de que nos hablan varios autores europeos como estudiadas en otras naciones, pero que no se han presentado á nuestra consideración. Tratamos de un tema eminentemente nacio- nal, y tan sólo tomaremos reducido número de ejemplos al extranjero para establecer compa- raciones y hacer resaltar más ciertos contrastes. E. Cantón. Junio de 1891. REGLAMENTO Para el Concurso Nacional de Ciencias Médicas celebrado por el «Círculo Médico Argentino» el año de 1891 El «Círculo Médico Argentino» procediendo de acuerdo con las bases I y V y título XI de sus estatutos; Resuelve: Artículo Io —Celebrar un Concurso Nacional de Medicina en el año pró- ximo de 1891. Art. 2o —Los trabajos que se presenten á este concurso deberán consis- tir en memorias inéditas que se refieran exclusivamente á medicina nacio- nal, pudiendo también presentarse preparaciones anatómicas, piezas pato- lógicas y plásticas, preparaciones microscópicas ó instrumentos y útiles de aplicación á la medicina y á la cirugía, que no hayan sido dados á conocer al público antes de su presentación al certámen. Art. 8o — Los premios serán cuatro y consistirán en: Io Una medalla de oro, que no podrá exceder de media onza de peso efectivo, y se denominará: Primer premio; 2o Una medalla de plata del mismo peso que la anterior que se denominará: Segundo premio; 3o Una medalla de cobre que se denominará: Tercer premio; 4o Un diploma de honor que se denominará: Cuarto premio. Art. 4o —Estas medallas llevarán las siguientes inscripciones: En el an- verso: «El Círculo Médico Argentino á N. N.», y en el reverso: «Concurso del año 1891 —Premio al mérito». Art. 5o —Los premios de que habla el artículo 3o, incisos Io, 2o y 3o, irán acompañados de los correspondientes diplomas en pergamino, y firmados por el Presidente y Secretario de la asociación, y Presidente, Secretarios y miemlyos del Jurado. Art. 6o — Los que quieran tomar parte en este concurso, sean ó nó socios, presentarán sus trabajos antes del Io de Mayo de 1891, en la Secretaria de la asociación. Art. 7o —Las memorias serán anónimas y llevarán un lema, sin que se deduzca por algo su procedencia, é irán acompañadas de un pliego cerrado con igual lema al de la memoria, en el que constará el nombre del autor y su residencia. Art. 8o —Las preparaciones, aparatos, etc., vendrán embalados, sin nom- bre del autor, y acompañados de una memoria explicativa de la pieza, et- cétera, y un pliego cerrado en donde constará, el nombre del autor y su domicilio; este pliego cerrado llevará la misma marca que el embalaje. Art. 9o—El jurado encargado de examinar los trabajos y adjudicar los premios, se compondrá de siete miembros que serán elegidos por la asam- blea de una lista de veinte personas de reconocida competencia, que le será presentada por la Comisión Directiva. Art. 10. — La asamblea nombrará de entre los miembros de la Sociedad, dos Secretarios para el Jurado. Arí. 11. — El Jurado será constituido en presencia del Presidente de la asociación, el cual hará entrega al mismo de los trabajos que se hayan presentado, reservando los sobres que contengan los nombres y domicilios de los autores, para ser abiertos en el seno de la Comisión Directiva, después que se expida el Jurado. Art. 12. — El quorum para las reuniones del Jurado será compuesto de cuatro de sus miembros. Art. 13.— Para el estudio de los trabajos el Jurado nombrará comisiones de sus miembros, las que deberán presentarle informes escritos sobre el mérito de aquellos. Cada una de estas comisiones tendrá por cometido estudiar y dictaminar sobre el valor de todos los trabajos del concurso. Art. 11. — Expedidas todas las comisiones parciales y leídos todos los trabajos en presencia del Jurado, éste discutirá la importancia de los te- mas, el valor de las cuestiones que abarquen, su forma, su extensión y su carácter nacional. Art. 15. —Discutidos los trabajos, el Jurado, teniendo en cuenta el mérito absoluto de los mismos, acordará <5 nó los premios establecidos en el ar- tículo 3o. Art. 16.—El informe que el Jurado presente á la Comisión Directiva, debe contener todos los detalles relativos á los trabajos del concurso, asi como los fundamentos de su fallo. Art. 17.— El Jurado deberá expedirse antes del Io de Junio de 1891. Art. 18. — La distribución de premios tendrá lugar el dia 29 de Junio de 1891, aniversario de la fundación del «Círculo Médico Argentino ». Art. 19.— Las memorias premiadas pasarán á la Biblioteca de la aso- ciación, y serán destinadas al Museo de la misma, las piezas anatómicas, aparatos, etc. Art. 20.— Los trabajos q.ue no resultasen premiados, conjuntamente con los pliegos cerrados que contienen los nombres de sus autores, quedarán á disposición de estos en Secretaria. Art. 21. —Solicítese de la prensa de la capital y del interior, la inserción de esta resolución, y publíquese en «Los Anales del Círculo Médico Ar- gentino ». Buenos Aires, Julio 25 de 1890. Julio Méndez Armando Claros—Luis Beaufrére Secretarios DICTAMEN DE LA COMISIÓN ESPECIAL NOMBRADA POR EL JURADO PARA ESTUDIAR ESTA MEMORIA Sr. Presidente del Jurado, Dr. Pedro F. Roberts. Los que suscriben, nombrados en comisión para dictaminar sobre el trabajo intitulado El paludismo y su geografía médica en la República Argentina, tienen el honor de presentar al señor Presidente el informe que encierra nuestras apreciaciones sobre el libro en cuestión. La obra que hemos analizado con la debida de- tención, puede considerarse como la más completa que se haya publicado hasta hoy sobre el paludis- mo en nuestro país. El primer capítulo, que trata de la Climatología ó sea la geografía médica, ha sido desarrollado con un acopio tal de informaciones en su mayor parte personales, que lo hacen sin duda alguna el más importante del libro. El autor, al hacer una des- cripción minuciosa de cada una de las localidades palustres de las provincias de Salta, Tueumán, Ju- juy, Rioja y Catamarca, revela un conocimiento completo de estos lugares, de los cuales describe el suelo, las aguas, la vegetación, etc. Las observaciones meteorológicas reunidas y arre- gladas por la oficina meteorológica argentina, agre- gadas á otras que ha recojido el autor, le han servido de base para hacer deducciones de impor- tancia sobre la influencia que tiene el calor y el régimen de las lluvias sobre el desarrollo del im- paludismo. Para dar mayor interés á las deducciones gene- rales se han estudiado las estadísticas hospitalarias de las tres provincias de Salta, Tucumán y Jujuy, que son precisamente las más palustres de la Re- pública. Podemos decir, por último, que es difícil tratar la geografía médica de las fiebres palúdicas con más cantidad de elementos que los que se han uti- lizado en el libro sometido á nuestro juicio. Respecto de la Sintomatología, vemos que el au- tor en sus descripciones se ha separado de las que encierran los autores clásicos, pues su estudio á este respecto es fruto de una prolija observación personal; insiste más especialmente sobre los he- chos de su práctica, hechos por otra parte que han podido ser comprobados por uno de los que sus- criben. El autor del libro, con el propósito, como él lo ha manifestado en su introducción, de hacer un trabajo de carácter puramente nacional, ha hecho en sus páginas el menor número de citaciones de autores extranjeros, cosa que á nuestro juicio cons- tituye el principal mérito del trabajo. En el capítulo del tratamiento profiláctico, se en- cuentran desenvueltas con excelente criterio las medidas que deben adoptarse para hacer desapare- cer de las provincias palustres la enfermedad que tanto contribuye á retardar el progreso en cada una de ellas. Resumiendo, pues, nuestra apreciación sobre el libro El paludismo y su geografía médica en la República Argentina, debemos manifestar: Io Que reputamos á este libro como una valiosa contribución al estudio del paludismo en nuestro país. 2o Que su autor revela en él conocimientos es- peciales sobre la materia, y dotes de hábil obser- vador y de escritor correcto. 3o Que el libro que hemos analizado será de sumo provecho para todos aquellos que quieran estudiar una de nuestras principales enfermedades endémi- cas. 4o Que las indicaciones profilácticas que estable- ce de una manera clara y precisa, deberán reco- mendarse especialmente á los poderes públicos de las provincias palustres. 5o Que el mapa que acompaña al libro para de- mostrar gráficamente la distribución del paludismo en la República, es el primero que se publica entre nosotros y merece por lo tanto el aplauso de los amantes del progreso de la medicina nacional. Por las consideraciones expuestas y otras que podrán hacerse verbalmcnte, los que suscriben opi- nan que el libro El paludismo y su glogragía mé- dica en la República Argentina es acreedor al primer premio, ó sea medalla de oro,. y que el costo de impresión del libro debe tomarlo á su cargo el «Círculo Médico Argentino» como doble re- compensa al autor, que en medio de una época de indiferentismo ha sabido dotar á la medicina na- cional de un libro que siempre la honrará. Saludan al señor Presidente con toda considera- ción. Emilio R. Coni. Luis Güemes. FALLO DEL JURADO Al señor Presidente del Círculo Módico Argentino Dr. D. Julio Afeudes. Nombrados en jurado para dictaminar sobre el valor de los trabajos presentados al Concurso Na- cional de Medicina que el «Círculo Médico Argenti- no» celebra en el corriente año, prévio estudio y discusión de cada uno de ellos, hemos dado el si- guiente fallo, que tenemos el honor de comunicar al señor Presidente: Adjudicamos el primer premio (medalla de oro y diploma) á la obra titulada El paludismo y su geo- grafía MÉDICA EN LA REPÚBLICA ARGENTINA, CUyO lema es: «Contribuir al desenvolvimiento de la me- dicina nacional, es evitar á las generaciones pre- sentes y venideras, innumerables causas mórbidas que minan su existencia», y le hemos discernido esta alta recompensa en vista del extraordinario mérito de los capítulos que á la medicina nacional dedica esta memoria, de euyo estudio crítico el se- ñor Presidente encontrará detalles más extensos en las actas de las sesiones que hemos celebrado. Dando así por terminada nuestra misión, felicita- mos al señor Presidente por el éxito del concurso XVIII iniciado por la asociación que tan dignamente di- rije y nos complacemos en saludarlo con nuestra mayor consideración. Pedro F. Roberts, Presidente. Mauricio González Catan.— Emilio R. Coni. — Luis Güemes, Ignacio Pirovano. — R. Wernicke, Alfredo Lagarde. Secretarios: A. S. Lucero.— Nicolás D. Repetto. ERRATA pAg. ' ' LÍNEA DICE LÉASE 31 32 proposición proporción 41 26 Palustus Palustres 48 34 han sido obtenido ha sido obtenida 86 15 é independizarse á independizarse 92 16 raro rara 98 21 Aconquijo Aconquija 104 17 aljives aljibes 130 6 loma lomo 157 5 Javi Yavi 160 31 del Lobo de Lobo 166 32 puerto San Angelo fuerte San Angelo 173 2 en la elevada la elevada 180 25 una causa en causa 192 19 gruesos roles gruesos rales 195 5 microscópico macroscópico 197 2 palpehal palpebral 201 31 microscópico macroscópico 248 13 (polidepsia) (polidípsia) 249 2 lavava lavaba 302 13 agua para agua pura 352 19 12 p. m. 2 p. m. EL PALUDISMO Y SU GEOGRAFÍA MÉDICA EN LA REPÚBLICA ARGENTINA CAPÍTULO PRIMERO Geografía Médiea del Paludismo en la Repúbliea Argentina CLIMATOLOGÍA En el vastísimo y accidentado territorio de la República Argentina comprendido entre los 22° y 56° de latitud, encuentra el hombre no tan sólo las riquezas naturales diseminadas en todos los conti- nentes, sino también todos los climas, todas las producciones y casi todos los padecimientos conoci- dos por el mundo médico. Así pues, el paludismo, primitivo habitante de los países tropicales, cuenta en el nuestro con dila- tadas y florecientes zonas, donde tiene su asiento y todo el poder de un elemento esencialmente des- tructor. Por esto emprendemos su estudio investigando municiosamente sus grandes y pequeños centros de producción, tomando provincia por provincia y de- partamento por departamento, buscándole en los grandes centros de población lo mismo que en las campañas incultas y poco habitadas, para señalar- los á la consideración de los higienistas y legisla- dores á fin de que puedan contrarrestar, con medi- das acertadas, sus malos efectos, ó cuando menos disminuirlos ventajosamente. Hemos dicho que en la República Argentina tie- nen representación todos los climas, y efectivamente; la Tierra de Fuego, contrariamente á lo que su nombre indica, la Gobernación de Santa Cruz y la del Chubut, poseen un clima que con justicia puede clasificarse de frío; viene enseguida y á medida que se gana terreno hacia el norte, la zona templada, la más vasta y productiva del país, abrazando las provincias de Buenos Aires, Santa Fé, Córdoba, Entre Ríos, San Luís, Mendoza, San Juan y los Te- rritorios Nacionales del Sud; y finalmente tenemos predominando el clima cálido en los estados del Norte, Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Corrientes, Catamarea, parte de la Rioja y los Te- rritorios Nacionales del Norte. Es esta última circunscripción geográfica, la que principalmente interesa estudiar para el mejor des- empeño de nuestro cometido; pues en los climas fríos no se observa el paludismo y en los templa- dos muy rara vez, y esto accidentalmente en algún verano fuerte, pero sin revestir los caracteres de la endemicidad. La malaria no puede decirse que constituya una endemia generalizada en toda la República, en ma- nera alguna, pero sí, podemos presentarla como la única entidad mórbida que con el carácter endémico se extiende por una zona más considerable de su territorio, y como que no será fácil señalar otra que con igual carácter, ocasione mayor número de víc- timas en nuestro país. El paludismo con el carácter endémico, se halla 5 limitado únicamente á las provincias del Norte, y es la enfermedad que tiene el sello más eminentemente nacional; pues como desprendimiento inmediato del suelo, nació con el territorio mismo para aparecer más tarde, desenvolviéndose con sus múltiples y va- riadas formas, en los primitivos pobladores del con- tinente, quienes sanaban según la leyenda, bebiendo el agua de la fuente de los quinos. Como límite extremo en la aparición de las fie- bres intermitentes con el carácter endémico en nuestro país, podemos fijar los 29° de latitud que corresponde precisamente á la isoterma de 20°. Desde los 29° de latitud hasta los 56° que forma el límite Sud de la República, el impaludismo no existe en todas las modalidades en que será estudiado en esta obra, aparece en verdad alguna que otra vez pero esporádicamente ó limitado á un pequeño foco de infección, como aconteció en varios veranos mientras se efectuaban las grandes escavaciones practicadas en la construcción del Puerto de La Plata, durante las cuales sobrevinieron lluvias, que con los calores propios de la estación fueron causa de que numerosos operarios cayeran atacados por las tercianas. Pero estas pequeñas explosiones epidémicas y li- madas á un sólo sitio, no tienen importancia como anteriormente digimos, son casos accidentales como los que se producen en la misma ciudad de Buenos Aires cuando se abren las calles para hacer cloacas ó colocar caños de aguas corrientes y gas, sin que dependan de las condiciones climatéricas normales de la localidad. A contar desde los 29° de latitud hasta los 22° en que limitamos con Bolivia, acontece todo lo con- 6 trario, es decir, las fiebres palustus se vuelven más frecuentes, más persistentes y más graves, tomando los caracteres propios de la endemicidad. Es esta la gran zona donde el paludismo tiene sus focos más importantes, porque es allí donde un verano ardiente y continuado por ocho meses, unido á las lluvias torrenciales del estío y á un suelo car- gado de mantillo, le dan razón de ser en su doble aspecto de enfermedad endémica y generalizada. Examinaremos separadamente cada una de las provincias en que se divide tan dilatada como importante zona del territorio Argentino, y así tendremos oportunidad de estudiar y demostrar palmariamente, como es al Norte de la República Argentina donde cae la mayor cantidad de agua en forma de lluvias torrenciales, donde la intensidad calorífica llega á su más alto grado, donde la capa de tierra vegetal alcanza mayor espesor y donde se ostentan las montañas más elevadas, los bosques más exuberantes y los centros de población situados á mayor altura sobre el nivel del mar que tenemos en el país. Este conjunto de condiciones climatéricas impri- men á toda aquella rica y mal estudiada región, el tipo propio á los países tropicales y subtropicales con sus inmensas ventajas para la agricultura é industrias, pero también con los sérios inconvenien tes de los climas cálidos para los hombres que los habitan. No debe extrañarnos por otra parte, que el impa- ludismo haya elegido como campo de acción la parte septentrional de la República, por cuanto es un hecho de observación diaria que el paludismo, sea cual fuere el punto del globo donde se le estudie, dispara de los polos aproximándose al ecuador, á tal punto, que puede decirse acerca de su presen- cia y gravedad, que se halla en razón inversa de la distancia que lo separa de la línea ecuatorial. Es en virtud de esta ley y como se verá más adelante, que las provincias de Tucumán, Salta y Jujuy sobre todo, cruzadas por el trópico de Capri- cornio, son las más palustres de la República Ar- gentina. Pasemos á estudiar uno por uno los diversos es- tados del Norte donde reina endémicamente la ma- laria, procurando señalar en cada provincia los focos que se hagan notar por su reconocida insalubridad. Al entrar en este género de investigaciones, no podremos eximirnos de considerar con la detención que sea posible, todas aquellas causas que contri- buyen de un modo más ó menos directo á dar al territorio del Norte su naturaleza palustre. El sistema orográfico, la composición de las capas superficiales del terreno, los bosques, el sistema hidrográfico, los fenómenos meteóricos, lluvia, calor y vientos, se imponen á nuestro estudio como fac- tores poderosos y algunos de ellos indispensables en la génesis del paludismo. Serán, pues, tratados con todo el acopio de obser- vaciones y datos que hoyen día es posible obtener acerca de un territorio tan extendido, con centros de población separados por enormes distancias y sin vías rápidas de comunicación, y con la ayuda del conocimiento personal adquirido en el trascurso de varios años sobre la naturaleza de un territorio cuyo clima, flora y fauna ofrece variaciones admirables. 8 PROVINCIA DE SALTA. § I—Comprendida esta provincia entre los 22° y 26°20’ de latitud sud, y 63°30'—66°55’ de longitud oriental, forma conjuntamente con la de Jujuy el límite Norte del territorio Argentino. Vasta é importante zona es la que en este momento nos ocupa obligándonos á estudiar con especialidad su constitución tísica tan variable y admirable, ya se la mire del lado de las llanuras cubiertas de selvas inexploradas y surcadas por las grandes arterias que más tarde atraviesan y ferti- lizan la Gobernación del Chaco, ó por la región siempre admirablemente accidentada de los Andes. Los gigantescos cordones y cadenas de montañas que desprendidas de los Andes recorren la parte occidental de la República en toda su extensión, van á hermosear algo más de la mitad del territo- rio de la provincia de Salta, permitiéndole á la vez, disfrutar de los beneficios de todos los climas, desde el tropical de los departamentos de Rivadavia y Orán, hasta el muy frío y seco de todos aquellos cuyas serranías se ven coronadas por el blanco ar- genteado de la nieve. Su sistema orográfico importantísimo como el de todas las provincias del Norte, se halla constituido por una série no interrumpida de valles y cordones montañosos, cuyas ramificaciones paralelas algunas veces y divergentes por lo regular, se extienden en dirección Norte á Sud, formando mesetas de altura variable pero que á veces llega á varios miles de metros sobre el nivel del mar, y donde la agricul- tura encuentra condiciones especialísimas para su desenvolvimiento. La parte central, es decir, el núcleo de aquellas inmensas moles que se elevan desafiando el espa- cio, parece hallarse constituido de masas graníticas, que progresivamente desaparecen dando lugar á capas en las cuales predominan los cuarzos y el feldespato y que ocupan sitios más superficiales. Cuando se recorre la provincia por el Ferro-ca- rril Central Norte y se observa detenidamente los túneles y cortes atrevidos que se han practicado en un crecido número de montañas y especialmen- te en las que vienen á morir sobre la margen iz- quierda del río Mojotoro, se presenta la ocasión propicia para estudiar la constitución geológica de tan admirables levantamientos. Los elementos calcáreos abundan en el corazón de las sierras y lomas de menos importancia. El esquisto y las rocas metamórficas son igualmente elementos constitutivos de aquellos sistemas de serranías. Finalmente viene la capa de tierra vegetal, abun- dante y rica en las quebradas y faldas de las mon- tañas poco elevadas, donde dá vida y explendor á una vegetación subtropical que se extiende cubrien- do sus irregularidades y asperezas á la manera de un inmenso manto verde, mientras que en los cor- dones y picos más encumbrados vá disminuyendo progresivamente hasta desaparecer en absoluto, de- jando exhibir á los peñascos sus colores naturales, en la región de las nieves perpétuas. Entre los numerosos valles comprendidos en la zona montañosa y que llevan una dirección de Sud-oeste á Nord-este hasta terminar en los depar- tamentos de Orán, Anta y Rivadavia, el verdade- ramente agraciado por la naturaleza y elegido por el hombre para fundar sus poblaciones más impor- tantes, es el valle de Lerma. Limitado al Oeste por la sierra de San Lorenzo que se desprende de los picos nevados del Cerro Negro y del Castillo, una vasta meseta algo ondulada hacia la parte Norte, y plana y fér- til por el Sud, donde la agricultura cuenta para tomar mayor vuelo é incremento, con crecido nú- mero de manantiales y ríos que descienden serpen- teando de las quebradas y colinas inmediatas. A los atractivos naturales de un valle espacioso que ofrece en todas direcciones paisajes variadísi- mos y golpes de vista admirables, se une la ines- timable ventaja de poseer un clima algo más benigno que el de las llanuras. La elevación sobre el nivel del mar varía según los puntos entre 1.000 y 1.200 metros, causa que contribuye á suavizar los rigores del estío, pero que no basta á impedir el desenvolvimiento de la endemia palustre, como se verá más adelante. Entre los sistemas y cadenas montañosas que sirven de límites inter-provinciales, tenemos las se- rranías de la Lumbrera, de Santa Bárbara y de Maíz Gordo extendidas de Sud á Norte y que sepa- ran á Salta de Jujuy. Las montuosas cadenas de la Candelaria que arrancan al Norte, de las márgenes del río del Ro- sario para continuar al Sud hasta la provincia de Tucumán, son los cordones más orientales de la gran zona montañosa que nos ocupa. Sobre la naturaleza de la capa de tierra más superficial que presentan la generalidad de los va- lles y cañadas de la provincia de Salta, así como las de Tucumán y Jujuy, puede asegurarse, se halla constituida de una mezcla de materia orgánica, en diferentes grados de regresión, con elementos arci- llosos y cantos rodados más ó menos abundantes. El grado de su riqueza y exhuberancia, varía con la altitud y principalmente con el espesor de la corteza vegetal, pudiéndose no obstante afirmar, que todos ellos son fértiles y apropiados á numerosos cultivos, entre los cuales existe el muy valioso de la vid. Como desde luego se aprecia, la constitución físi- ca de esta importante zona de la provincia es su- mamente variada; la diversidad de alturas en sus cerros, la orientación y variedad infinita de los valles y gargantas, los numerosos ríos y arroyos, y final- mente la irregular distribución de las lluvias, son factores poderosos que imprimen á cada localidad una naturaleza propia y distinta de las demás. § II—La zona de las llanuras no menos valio- sa é importante que la anterior, si bien mucho menos poblada, reúne un gran interés para nuestro estudio. Toda la inmensa región que forma la mitad orien- tal de la provincia, la constituyen campos regula- res, ligeramente ondulada en algunos puntos, pero por lo general, planos y recubiertos de una abun- dante capa de mantillo. El vastísimo departamento de Rivadavia y la mayor parte de los de Oran, Anta y Candelaria, ofrecen aquel aspecto de uniformidad del terreno, no interrumpido sino por las sinuosidades de algunos ríos caudalosos y por florestas y bosques seculares donde la mirada del explorador aún no ha pene- trado, y que tanto contrasta con los accidentados panoramas de la región Andina. La vegetación que cubre su territorio es verdade- ramente tropical; en unos sitios, cam os abiertos y fértilísimos, constantemente irrigados por las lluvias é inmejorables para la ganadería; en otros, y espe- cialmente sobre las márgenes de los majestuosos ríos de San Francisco, Bermejo, Teuco y hasta del mismo río Pasaje ó Juramento cuyo cauce se halla muy hacia el Sud, el desenvolvimiento de la vege- tación superior es extraordinaria, admirable en todo sentido. La variedad de maderas contenidas en las dila- tadas selvas de la extremidad Norte de la provin- cia, es crecidísima y de gran importancia por las múltiples aplicaciones industriales á que se prestar. Allí vive el cedro, la tipa, el nogal, el pacará, el árbol de San Antonio, el cebil y tantas otras made- ras preciosas. Estos árboles que alcanzan proporciones gigan- tescas, unen sus copas á 15 y 20 metros de altura, fonnand así glorietas inmensas donde reina un ambiente húmedo tan favorable al desenvolvimien- to de los heléchos y de mil otras plantas á quienes matan los soles tropicales, y que allí crecen ampa- radas por la sombra y cubriendo el suelo con sus caprichosas hojas. Existen bosques en los cuales no se encuentra sino una sola clase de vegetales, como son los mon- tes de quebracho, y los cebilares, cuyas maderas y cortezas tienen gran estimación en la tanneria. La vegetación de las llanuras difiere bastante como se vé de la que crece en las pendientes de las montañas y valles elevados. Las frondosas sel- vas en cuya intricada ramazón se sustentan y viven una variedad crecida de orquídeas, musgos, lianas, enredaderas y tantas otras plantas trepadoras y parásitas que hermosean con la diversidad de sus flores aquellas bóvedas altísimas donde difícilmente logran pasar los rayos solares y que demuestran en conjunto los explendores de una flora tropical, desaparece más allá de cierta altura, 1.200 metros próximamente sobre el nivel del mar. En elevaciones superiores, los primores de la ve- getación disminuyen, las arboledas no se presentan con la misma magnificencia de las llanuras ó de algunos valles poco elevados como el de San Fran- cisco en la provincia de Jujuy por ejemplo: Los árboles degeneran en arbustos á medida que se as- ciende á los cordones más encumbrados, hasta que- dar reducida la vegetación á pocas especies arbo- recentes. Por encima de 3.600 metros tan sólo se encuen- tran variedad de cactus y algunas gramíneas que pueden vivir con muy poca tierra vegetal. Finalmente diremos que la rica flora salteña cuenta con un sin número de plantas medicinales, y que su aspecto y fisonomía cambia con los luga- res y especialmente con las alturas. Para evitar repeticiones, anticiparemos que los caracteres botánicos más salientes de los bosques de la provincia de Salta y con especialidad en la parte Norte de su territorio, así como el sistema orográfico, son de todo punto semejantes á los que ofrece á la consideración del naturalista la acciden- tada provincia de Jujuy, como que se encuentran á la misma latitud y limitada esta última, en tres de sus costados, por territorio salteño. La fauna y flora respectivas no presentan carac- teres distintivos de importancia mayor. § III—El sistema hidrográfico de una provincia tan feraz como ésta, no podía menos que contar con una red de canales de importancia proporcio- nal al desenvolvimiento de la vegetación. El número infinito de manantiales, arroyos, ria- chos, torrentes y ríos que nacen en toda la vasta extensión de la zona montañosa, por la fusión de las cúspides nevadas en unos puntos ó manando á borbollones en el fondo de las quebradas en otros, para pasar en seguida á fertilizar praderas, valles y mesetas, recorren trayectos sinuosos y en dife- rentes rumbos, pero que á la larga llegan á encon- trarse aumentando sus caudales hasta ir en último término y en el momento de abandonar las serra- nías, á dar origen á las dos grandes masas líquidas que atraviesan la parte llana de la provincia de Oeste á Este ó sean el Bermejo y el río Juramento ó Pasaje. El primero y más importante de todos, nace en territorio Boliviano, cerca de Tarija de los picos ne- vados del Tolomosa, desde donde corre en direc- ción Norte á Sud hasta internarse en la provincia de Salta, recibiendo las aguas del río de Itan que viene del este, de la cordillera de los Chirigua- nos, del río de las Pavas, de los Pescados, de Iruya y de cuantos otros salen de las quebradas y valles de los departamentos de Santa Victoria, Iruya y Oran. En este último recibe el Bermejo su afluente más importante, el río San Francisco que toma nacimien- to cerca del Abra de las Cortaderas á 4.000 metros sobre el mar y quien después de haber recorrido la provincia de Jujuy describiendo un inmenso arco de círculo, le arroja una respetable masa de agua re- cogida durante un trayecto de más de 100 leguas lineales. Las aguas de este río son transparentes y poco abundantes en el invierno, pero se vuelven túrbias y rojizas con las crecientes del verano, á causa de hallarse en ciertos parajes encajonadas por barran- cas elevadas y montuosas, las que, constantemente lamidas por la corriente, se desploman tiñendo el agua con el color de la tierra de las costas y aban- donando á merced del torrente, cantidades de árboles y palizadas que pueblan el lecho y las playas de casi todos los ríos torrentosos de esta región. El río San Francisco ó Grande como se le llama á su paso por Jujuy, es por otra parte el único re- servorio común de todo el exceso de agua que no aprovecha la agricultura de aquella provincia y que corre de Sud á Norte hasta desaguar en el Bermejo. En las costas del San Francisco, así como en las del río de las Piedras su afluente, las manifesta- ciones del paludismo son frecuentes y graves. Después de la confluencia del San Francisco, el río Bermejo se dirige al Sud-este cruzando el Chaco hasta una distancia de 150 kilómetros de Orán don de se divide en pleno departamento de Rivadavia en dos grandes brazos, el Teuco que corre al Norte y la continuación del Bermejo más al Sud: Así re- corren estos dos ríos navegables separados por una distancia de 30 kilómetros y sobre una longitud de 1000 kilómetros la mayor parte del Chaco Argentino, reuniéndose ambos poco antes de desembocar en el río Paraguay. En el departamento de Rivadavia recibe el Ber- mejo, después de su vifurcación, las aguas del río del Valle, quien á su vez toma todas las que bajan por las faldas orientales de las sierras de la Lum- brera y Maíz Gordo, formando los ríos del Dorado, de los Saltemos y otros. El río Bermejo carece en varios puntos de su trayecto de un cauce permanente, siendo esto causa como se comprende y motivo suficiente, no tan sólo para sus frecuentes cambios de lecho, sino también para inundaciones de consideración que llegarán á ser sumamente peligrosas el día en que se aproxime la población por tan apartados y desiertos lugares. Después del Bermejo, el río Pasaje es el curso de agua más importante con que cuenta la provincia. Sus primeros afluentes nacen en las cumbres ne- vadas del Acay (á ms 4300) distantes 150 kilómetros al Nord-oeste de la ciudad de Salta. De allí corre directamente al Sud irrigando los departamentos Calchaquíes, á la vez que recibe pequeños arroyos y riachos que descienden de las montañas de Quil- ines, de los Nevados de Cachi y varios otros menos importantes: Al llegar á Cafayate recibe el concurso de las aguas del río Santa María, y tomando desde este punto una dirección diametralmente opuesta á la que traía, se encamina al Norte donde baña y fertiliza los valles de los departamentos de Guachi- pas y de la Viña. En este último paraje se une al río Arias, curso de agua torrentoso que nace en las sierras de San Lorenzo á corta distancia de la capital de la pro- vincia, y que recibe en su trayecto el caudal líquido de los ríos de la Silleta, Pulareo, Chicoana, Osma, y el más importante del Toro cuyo nombre le viene de la laguna de donde toma origen y que se halla situado á 175 kilómetros al Nord-oeste de la ciudad de Salta. El río Arias se une al Guachipas en la extre- midad Sud del Valle de Lerma para encaminarse al este atravesando el cordón de la Pedrera hasta tomar, después de un trayecto de 50 kilómetros y en el momento de cruzar el camino nacional, el nombre de río Pasaje, nombre que conserva en todo su curso para cambiar recién en la provincia de Santiago del Estero por el de Salado. Durante su largo trayecto, el río Pasaje, recibe los siguientes afluentes: río de las Piedras, de Me- dinas, de las Cañas, de Castellanos, de las Víboras y tantos otros que bajan de los últimos contrafuer- tes orientales de los Andes. El aspecto del río Pasaje es pintoresco é impo- nente á la vez; acá se ven playas extensas cubier- tas de cantos rodados y por grandes palizadas que han ido depositando las crecientes sucesivas y más allá empinadas barrancas luciendo los variados co- lores de las capas terrestres más superficiales y co- ronadas por árboles inmensos que amenazan desplo- marse á cada instante. En las diferentes ocasiones que hemos pasado este río, en mensajería unas veces, á nado y en ferro-carril otras, hemos podido apreciar con exac- titud el gran ímpetu de su corriente. Durante el verano, es decir, en la época de las crecientes, es intransitable por otro medio que no sea el puente del camino nacional ó del ferro-carril Central Norte. Sus aguas teñidas de color ocre precipítanse con rapidéz arrastrando cuanto encuentran á su paso; ár- boles seculares arrancados de raíz se deslizan con una velocidad increible, y peñascos de todas dimensiones chocando al rodar por el fondo del agua producen aquel bramido ronco propio de todos los ríos crecidos de las provincias del Norte y que tan sólo podemos comparar á los últimos ecos de un trueno lejano. En conclusión diremos que las numerosas corrien- tes cuyas aguas van á pasar en definitiva á los grandes receptáculos del Bermejo y Pasaje, son ríos de lechos pedregosos y muy poco escavados, por manera que, con las lluvias torrenciales del verano no es raro verlos desbordarse inundando labranzas, campos incultos y hasta poblaciones de importancia; inconveniente que á los peligros del primer momen- to, trae aparejados otros más lejanos pero no menos lamentables por cuanto se refieren á la salud pública. Al entrar en todos estos detalles y pormenores relativos á la descripción física de la provincia de Salta, ha sido no solamente porque con ella carac- terizábamos toda la zona Norte de la República Ar- gentina que se extiende desde Tucumán á Bolivia, sino también, porque aquella provincia es como se verá luego la más palustre de nuestro país, y re- clamaba en consecuencia un estudio detenido y bien meditado, de cuantas causas pueden influir para la existencia de este punto negro, entre las bellezas con que profusamente la ha engalanado la naturaleza. § IV.—La temperatura media de un territorio lleno de accidentes y con una extensión de 128.266 ki- lómetros cuadrados y despoblados en su mayor parte, no puede determinarse de un modo general y preciso. Quizá estaríamos más cerca de la verdad, si di- jéramos que la temperatura del medio ambiente varía de un departamento á otro, que si pretendié- ramos fijar una cifra dada para toda la provincia. Mientras que en Rivadavia y Orán los rayos so- lares dejan sentir toda la intensidad de su poder calorífico, en Santa Victoria, Payogasta y Cachi, apenas si se nota alguna diferencia entre el verano y los días de primavera. Entre los límites extremos de las llanuras que se extienden al Chaco y los cordones más occidenta- les cuyos nevados picos se pierden entre las nubes, tienen cabida todos los climas.- La temperatura vá descendiendo proporcional- mente á la altitud, y así es explicable que hallán- dose esta provincia sobre el Trópico, presente loca- lidades dotadas de climas tan templados y agrada- bles como el de las provincias del litoral. Dan una idea sobre la diversidad de temperaturas del territorio salteño la série de isotermas que lo atraviesan de Norte á Sud, como puede verse en el mapa inserto al fin de la obra, y cuyas lineas ex- tremas son la de 22° correspondiente á los departa- mentos de Orán y Rivadavia, y la isoterma de +15° que recorre los departamentos limítrofes con Chile. Como se vé, el más activo y principal modificador climatérico que poseemos es la altura, y á tal punto es esto verdad, que sin abandonar la provincia puede pasarse de un clima caliente y húmedo como el de la villa de Orán, al frío y seco de la población de Iruya, situada á 2.660 metrps sobre el nivel del mar, y distante tan sólo un grado geográfico de la anterior sobre la misma latitud. A más de la menor densidad del aire en las capas superiores de la atmósfera, y que es causa de la disminución de temperatura en las comarcas eleva- das, existe otra de bastante importancia; nos refe- rimos á las brisas heladas que bajan de las montañas coronadas por las nieves perpetuas. Los centros de población que se hallan á mayor altura en la provincia de Salta, son la villa de Cachi, á 3.000 metros de elevación, y las de Poma, Payogasta, Santa Victoria é Iruya, cuya altitud varía entre 2 y 3 mil metros. § V — La distribución de las lluvias es igualmente variable en el vasto territorio de esta provincia. Con gran verdad podría decirse que los dos fenómenos me- teóricos más importantes, el calor y las lluvias, siguen una marcha idéntica en todos sus departamentos. Los más cálidos son á la vez los más favorecidos por las lluvias: Rivadavia y Orán reciben anualmente tanta cantidad de agua como el Chaco y la parte Norte de Corrientes, es decir un promedio anual de 1.500 milímetros cúbicos, una de las cifras más ele- vadas que se observan en nuestro país, pues única- mente en Misiones y sobre la margen derecha del río Pilcomayo se fia visto subir aquella cifra hasta 1.846 y 2.050 milímetros por año. Las regiones frías del Oeste de la gran zona mon- tañosa, son igualmente las más secas y olvidadas por las lluvias, á tal punto, que su cantidad anual no ex- cede á la muy reducida que recibe Catamarca y los distritos más occidentales de la provincia de Jujuy. En la parte media del territorio montañoso, la 21 cantidad de agua que descargan anualmente las nu- bes, es más regular y guarda un término medio por su menor abundancia. El valle de Lerma se encuentra en esa condición, como demuestra una série de observaciones meteo- rológicas llevadas á cabo por el Sr. Guasch y otras personas en la ciudad de Salta en el espacio de varios años. De ellas resulta que puede fijarse como promedio anual la cifra de 633,6 milímetros, como lo atestigua el cuadro que para mayores detalles in- tercalamos á continuación. En los departamentos de Anta, Candelaria, Campo Santo y parte de Metan, puntos de transición entre la serranía y las llanuras, la cantidad de agua de- rramada por las nubes es superior á la observada en el valle de Lerma, pero sin aproximarse á la de los departamentos del Norte. La cifra de 1.000 milímetros por año es el cálculo más exacto que por ahora es posible hacer para aquellas comarcas. Cantidad de agua caída en Salta en milímetros MESES 1873 1874 1875 1876 1879 1880 1881 1882 PROMEDIO Enero 369.0 186.2 45.8 80.1 64.3 157.9 150.6 Febrero 408.0 311.1 38.0 189.0 — 139.9 113.7 30.4 175.7 Marzo 349.0 82.8 38.1 127.8 — 105.6 112.7 43.0 122.7 Abril 10.0 54.9 17.2 83.6 — 16.6 28.3 13.5 32.0 Mayo 10.0 — 3.0 68.5 — 0.0 3.4 0.0 14.2 Junio — — 5.0 - — 0.4 0.0 0.0 1.4 Julio — 0.0 0.0 — — 0.0 0.0 0.0 0.0 Agosto — 8.0 1.2 — 9.5 0.0 0.0 0.0 3.1 Setiembre ... — 4.5 19.1 — 20.7 6.3 0.0 0.0 8.4 Octubre . ... — 15.1 16.6 — 10.9 25.2 0.0 14.1 13.6 Noviembre .. — 45.1 19.5 — 28.5 120.8 30.1 — 48.8 Diciembre... - 35.3 84.1 — 50.0 109.2 37.0 — 63.1 Total — — 287.6 - - 588.3 483.1 - 633.6 La marcha de las lluvias puede también seguirse por el desenvolvimiento de los bosques. Si en al- guna parte se presenta manifiesto y evidente el poder de atracción que ejercen los árboles sobre las lluvias, es en las provincias del Norte. La vegetación más lujuriosa de la provincia de Salta ostentan los departamentos del Norte, los mis- mos á quienes, como se ha visto, irrigan las lluvias con mayor profusión y frecuencia. Las montañas arboladas presentan una vegeta- ción más desenvuelta en las faldas y pendientes orientales, y es allí también donde las nubes, con- densándose más á menudo, dejan caer cantidades respetables de líquido, que después de impregnar las capas superficiales que revisten las praderas boscosas, se precipita al fondo de las cañadas donde forma arroyos y ríos. En las cadenas más encumbradas, como son el Nevado de Cachi, el Nevado de Acay, las cumbres Calchaquies, etc., etc., la vegetáción se extingue y las lluvias se ven reemplazadas por el granizo. La estación del año verdaderamente lluviosa es el verano. En el cuatrimestre que corre de Diciem- bre á Marzo es la época de mayores tormentas como es fácil apreciar en el cuadro precedente. Algunos años se adelantan las aguas y principian á ser frecuentes las lluvias en Noviembre; pero, en lo que sí son constantes, es en la época de su dis- minución á fines del mes de Marzo. En el resto del año, la cantidad de agua caída puede reputarse de insignificante; hay meses, como el de Julio, durante el cual y en varios años de observación no se ha visto caer ni una sola gota de aquel líquido en la ciudad de Salta, circunstan- 23 cia que explica el porqué de la sequedad de sus inviernos. Después de estas consideraciones sobre climato- logía general de la provincia, pasaremos á ocuparnos particularmente de cada uno de aquellos departa- mentos donde la malarie constituye la enfermedad endémica y dominante. § VI — El departamento de la Capital ocupa la extremidad Norte del espacioso valle de Lerma, y es uno de los más importantes y pintorescos con que cuenta la provincia de Salta. En su extensión relativamente pequeña, pues no excede á 1.200 kilómetros cuadrados, se hallan pre- ciosos campos cubiertos de verdor á quienes las ondulaciones y lomadas del terreno les dan mayores atractivos, sierras elevadas, y numerosos ríos y ria- chos que volverían á estos campos, si ya no lo fueran, aptos para toda clase de cultivos. La capa de tierra vegetal que reviste la superficie de este departamento, no es, en verdad, la de mayor espesor, pero basta y sobra para dar vida á una vegetación envidiable. La naturaleza del suelo es- algo arcillosa; á 30 ó 40 centímetros de la super- ficie ya principia una gruesa capa, mezcla de arena con cantos rodados, que le dan suma permeabilidad. La vegetación se encuentra admirablemente des- envuelta en las faldas orientales y con especiali- dad en algunas quebradas como la de San Lorenzo por ejemplo, donde árboles de todas clases y di* mensiones, estrechándose los unos á los otros,, conservan una atmósfera templada y húmeda aún en los días más cálidos del año. Los arroyuelos. que descienden de estas quebradas, lo hacen com~ pletamente cubiertos por el follaje tupido de los grandes árboles cuyas raíces y troncos lavan con- tinuamente, y por entre enredaderas gigantescas de donde desprenden porciones de materia orgánica que arrastran y depositan en los diferentes puntos de su trayecto. Gracias á su altitud, el clima de este departa- mento es bastante templado, como lo prueba el siguiente cuadro que hemos confeccionado con las observaciones publicadas por el Sr. Goold en los «Anales de la Oficina Meteorológica Argentina». PROMEDIO general de la Temperatura media observada en Salta durante los años 1873, 74, 75, 76, 79, 80 y 81 MESES < ¡J c 00 (Varones 1 2 3 Enero ¡Mujeres | Niños mres de 3 años — — 1 1 (Varones — — — Feb’roí Mujeres — 1 1 -- — 2 (Niños mr8S de 3 años — — 1 — — — 1 — - — — — — — 9 (Varones 1 3 1 - 5 Marzo ¡ Mujeres 1 2 1 — 1 — 1 — — — — 1 2 — 9 (Niños mres de 3 años — 2 2 1 i — 6 (Varones 1 3 3 — — 1 1 — — — — — — 9 Abril ¡Mujeres — 1 1 1 — 1 — — — — — i — 5 (Niños mres de 3 años — 7 1 — — 1 — — — — — — i — 10 (Varones 2 8 — 1 — 1 — — — — — — — — 12 Mayo-! Mujeres — 3 3 1 — 1 — - — — — 2 — 10 (Niños mres de 3 años 2 3 1 1 7 (Varones 1 1 1 3 Junio Mujeres — — 1 1 — — — — — — — - — — 2 (Niños mres de 3 años 1 2 3 (Varones — 3 2 — — — — — — — — — — — 5 JüLio » » X> .... 1836.0 Corrientes » * 5 x> » » .... 1440.52 1435.15 Ledesma y San Pedro » Jujuv 1200.8 1144.6 Tucumán Promedio en 4 años de observaciones 1023.6 J ujuy » 3 » » .... 651.21 Salta » 8 » » » .... 633.6 297.4 Catamarca 259.0 A primera vista se destacan las cifras enormes que corresponden á los Territorios Nacionales del Norte; Misiones, Villa Formosa y Villa Occidental constituyen hoy en día, la región más favorecida por las lluvias que posee la República Argentina. Cuando la población se extienda por aquellos des- poblados territorios, serán también los más palustres? Lo que podemos asegurar hoy por hoy es, que las provincias de Salta, Tucumán y Jujuy donde cae mayor cantidad de agua en el país después de los Territorios Nacionales, son las que forman la verdadera región del paludismo. Pero aún hay más en apoyo de la influencia ejer- cida por las lluvias; en las mismas provincias cita- das existen departamentos infinitamente más irrigados unos que otros y son estos á la vez, los que se hacen notar por su insalubridad. Las formas más graves del impaludismo azotan los departamentos de Ledesma y San Pedro en la provincia de Jujuy y es allí donde las nubes se condensan más á menudo, depositando doble canti- dad de agua comparativamente á la que recibe la ciudad Capital. En la región montañosa de la misma y sobre todo en los departamentos de Santa Catalina, Rin- conada y Javi completamente respetados por las fiebres, las lluvias son tan excepcionales como áridas y desmanteladas sus montañas más elevadas. En la provincia de Tucumán .sucede otro tanto. Toda la llanura y los primeros cerros montañosos for- man la zona predilecta de las lluvias; en las prime- ras cumbres de San Javier, de Lules, Famaillá, etc., las nubes derraman verdaderos torrentes de agua. Más al Oeste y hacia los valles de Tafí, Encalilla y Colalao, se vuelven cada vez más raras no pu- diéndose contar con los beneficios de la irrigación abundante y repetida. Ahora bien, quién no sabe que en las planicies de la provincia de Tucumán el paludismo reina endémicamente y que los valles de Tafí disfrutan de envidiable inmunidad? Se recordará que al hablar sobre las provincias de Catamarca y de la Rioja dijimos que su terri- torio no era ni podía ser de naturaleza palustre, y había razón fundada para pensar de este modo, por cuanto una región que tan sólo recibe al año de 200 á 300 milímetros de agua no podía jamás con- tener bañados, lagunas ó esteros, pues las lluvias ni siquiera humedecen la capa más superficial del suelo. Para que en estas provincias aparezca la malaria era necesario, indispensable, que se hiciera lo que desgraciadamente existe ya, es decir, estanques y represas artificiales alimentadas con intermitencias por acequias que reemplazan á las lluvias y que se encargan de difundir la enfermedad por las po- blaciones donde corren. Si en la Rioja y Catamarca, dada la temperatura ardiente de su clima, los veranos fueran tan llu- viosos como en Tucumán ó Salta, su territorio sería igualmente fértil é igualmente insalubre, pero con- tando como cuenta con un clima y territorio tan seco, la vida del paludismo será efímera y destinada á desaparecer tan pronto como cese la causa ac- cidental que le dá origen. En definiciva diremos, que el rol de las lluvias en la zona palustre, consiste en mantener siempre húmeda, durante el verano, la capa de tierra vege- tal; en formar lagunas, esteros y bañados que se agotan y llenan alternativamente convirtiéndolos de esta manera en activos focos de infección; en ali- mentar ríos, arroyos y manantiales que desbordan con facilidad inundando áreas extensas de campo, y en una palabra, en facilitar por todos los medios imaginables las descomposiciones y fermentaciones de la materia orgánica muerta, sobradamente abun- dante en las provincias del Norte. § V — Cada uno de estos poderosos agentes me- teorológicos cuyo estudio acaba de ser hecho por separado, son tan incapaces de producir por si solos y aisladamente la forma más ligera de fiebre intermitente, como de impedir su desarrollo y pro- pagación cuando se encuentran reunidos. Tierra vegetal, calor y agua constituyen tres ele- mentos que separadamente considerados nada pueden y nada valen bajo el punto de vista de la patoge- nia palustre, pero que una vez reunidas sus pro- piedades respectivas, producen desde la simple terciana hasta la continua y los accidentes perni- ciosos. Tucumán es provincia palúdica, porque su tierra reúne en una estación determinada del año aque- llos tres factores, y por igual causa merecen idéntica clasificación sus vecinas de Salta y Jujuy y cuales- quier otra que se encuentra en análogas condi- ciones. Estas tres causas citadas han sido en todas las épocas y en todos los países, las fuentes matrices y verdaderas de la infección palustre. La historia mórbida de muchas naciones así lo enseña. En la época de Sydenham, Londres tenía sobre una población muy inferior á la actual, más de dos mil defunciones anuales ocasionadas por estas fiebres cuya causa conocía perfectamente aquel sabio médico y que hizo desaparecer, agotando de- finitivamente algunos pantanos inmediatos á la gran ciudad. En Holanda, Italia, Francia y sobre todo en Africa donde las fiebres continuas y perniciosas hacen centenares de víctimas en las guarniciones militares, se cuenta con numerosos é idénticos ejemplos. Entre nosotros es en los departamentos del Sud de la provincia de Tucumán, por ejemplo, donde se encuentran reunidos los principales focos de infec- ción; las partes llanas de Famaillá, Monteros, Leales, Chicligasta, Río Chico y Graneros, dotadas de una tierra fértilísima cruzadas por ríos y manantiales numerosos, se hallan sembradas de esteros, bañados y lagunas constituyendo así una buena superficie que aprovechará ventajosamente la agricultura el día que se practiquen obras de saneamiento. El depar- tamento de Leales, principalmente, se encuentra cruzado de Norte á Sud, como lo vimos en el capí- tulo anterior, por un bañado respetable que quizás se podría agotar dando á sus aguas fácil salida al río Salí ó hacia alguno de sus afluentes más inme- diatos. ¿Qué de extraño pues, dada la riqueza del suelo, que con los calores y las lluvias del estío se vuel- van mal sanas las provincias del Norte ? Lo raro, lo anormal estaría en que no lo fueran, contando como cuentan con todos los elementos necesarios para serlo. La provincia de Salta, que con justicia hemos clasi- íicado de muy palúdica, ofrece ejemplos que demues- tran palpablemente los peligros que entrañan*las grandes lagunas durante los veranos, es decir du- rante la época del año en la cual se encuentran reunidos los agentes meteóricos ya expresados. Para no citar más que un ejemplo tomaremos el departamento del Rosario de la FYontera. La capital del mismo que lleva su nombre, es una población im- portante, ubicada en el centro de una planicie cuyo territorio es de naturaleza ligeramente arcillosa y bastante seco; su elevación sobre el nivel del mar llega á 800 metros. Se encontraría, como parece á primera vista, libre del alcance de las fiebres, sino aconteciera que una série de extensos bañados la rodean formándole un peligrosísimo sitio. Por el Norte hállanse los es- teros conocidos con el nombre de La Ciénega que no ocuparán una área menor de 60 hectáreas; al Sud, los Tres Ciénegos cuya extensión es igual á la mitad del anterior; hacia el Este, la laguna del Lobo, y por el Oeste, dilatados bañados que se conocen por los Ciénegos y que no tendrán una extensión inferior á 40 hectáreas. 160 161 Todas estas lagunas y esteros de aspecto com- pletamente idéntico á los que existen en Tucumán y Jujuy contienen una masa de agua que no obs- tante ser de alguna consideración se agota fácil- mente en los veranos poco lluviosos; el bosque sigue todas las sinuosidades de sus orillas contor- neándolas por completo y hasta es frecuente obser- var que del centro mismo de sus aguas se levantan frondosos ceibos y sauces; pocas veces se vé lim- pia su superficie, pues la cubren á menudo algas, y todo género de plantas acuáticas hasta dejarla completamente cubierta por una especie de manto herbáceo. Tal es el aspecto de estos grandes generadores del paludismo que extienden su esfera de acción á varias leguas á la redonda, asediando con las fie- bres á los habitantes del Rosario que aún tendrán que ser sus tributarios por muchos años. Del gran Ciénego situado al Sud-oeste de la villa del Rosario de la Frotera nace el arroyo del Agua negra, llamado así por el color oscuro y turbio de sus aguas, dotadas de un sabor muy pronunciado á barro descompuesto y que vá á desembocar en el río del Rosario de donde se surte la población para sus necesidades ordinarias. Basta señalar esta causa de infección para que se comprenda su gravedad y lo fácil que sería, no obstante,' hacerla desaparecer. El chucho de la frontera f) ha gozado siempre de una fama un tanto funesta pero bien merecida, por la tenacidad de las recaídas y el grado de postración suma en que deja á cuantos han tenido la poca fortuna (») Se llama asi á las fiebres contraídas en los puntos limítrofes en- tre las provincias de Salta y Tucumán. de adquirirlo. Hemos conocido á un joven de buena constitución, nacido en Tucumán donde vivió hasta la edad de 26 años, frecuentando sitios eminentemente palustres sin haber sufrido jamás un sólo ataque de chucho, y que pocos días después de haberse ex- puesto por espacio de algunas horas á la acción del aire impuro que se respiraba en los alrededores de una de las grandes lagunas del departamento del Rosario de la Frontera, con motivo de una par- tida de caza efectuada en el mes de Enero, fué víctima de un ataque franco de fiebre de primera invasión, con sus tres períodos bien marcados de escalofríos, calor y sudor. Estos accesos desapare- cieron al poco tiempo para ser reemplazados por las formas larvadas que de vez en cuando le re- cuerdan su presencia hasta hoy en día. § VI — Volviendo á la provincia de Tucumán, di- remos que á más de aquellas causas de enfermedad que la naturaleza parece haberse complacido en colocar á la par de una primorosa vegetación y de una tierra apta para infinitas producciones, existen otras fuentes de infección creadas por el hombre mismo. Se cultiva en la provincia y especialmente en al- gunos distritos del Sud, el arroz, obteniéndose ven- tajosos resultados si se mira la cuestión bajo el punto de vista agrícola y utilitario, más no así bajo la faz higiénica. Su grave inconveniente consiste en el modo de practicar el cultivo. Las plantaciones desde muchos años atras se efectúan en terrenos bajos, con el ob- jeto de poderlas inundar fácilmente cuando ya el arroz alcanza cierta altura y principian á nacer yerbas que perjudicarían su crecimiento si se las dejara vivir; desde este momento, se larga á las plantaciones tanta agua cuanta necesitan para man- tener en la superficie del suelo una capa líquida permanente, que se caldea con los soles del verano y mata cuanto pasto ó maleza nace por allí, dejando lleno de vida al arroz que no sufre el menor daño al permanecer en semejante baño tibio. Como sistema de cultivo no se puede negar que el diseñado es muy económico, pero se convierte á cada plantación de este cereal en un verdadero y peligroso foco de infección palúdica. Los labradores que se dedican á este ramo de la agricultura, son sin excepción alguna ejemplo de pa- ludismo inveterado, con infartos glandulares y en los que no es difícil ni raro observar el principio de la caquexia palustre. Hemos asistido algunos plantadores de Malvinas y del Manantial (parajes muy inmediatos á la ciudad) y todos ellos han sido sin excepción casos de lo más rebeldes al tratamiento específico; bien es ver- dad que vivían y pernoctaban sobre los mismo focos de la infección cuyas consecuencias procurábamos combatir. Como otra causa accidental de infección malárica, podemos recordar los movimientos de tierra que exigen la realización de ciertas obras, como ser: los terraplenes para caminos de hierro, la apertura de carreteras, los desmontes cuando van seguidos de la remoción del suelo para destinarlo á la agricul- tura, etc., etc., todos trabajos que, si se ejecutan durante el verano dan origen indefectiblemente al desenvolvimiento de una endemo-epidemia palustre. Mientras escribimos estas líneas, la empresa del Ferro-carril Central Norte, que ha continuado sus obras durante todo el verano efectuando grandes movimientos de tierra para levantar terraplenes y re- bajar montañas á fin de llegar cuanto antes á la ciu- dad de Salta, lucha con el serio inconveniente ocasio- nado por la disminución de brazos, pues hay cuadrillas compuestas de cien trabajadores de los cuales ni la mitad pueden desempeñar sus tareas diarias, encon- trándose el resto atacados por las fiebres reinantes. Con análogas dificultades se han encontrado todos los ferro-carriles que se internan en las provincias del Norte; cada vez que llegaba la época de las fiebres, se podía notar una verdadera paralización en las obras de la vía férrea. La apertura de caminos que dejan al descubierto una gruesa capa de mantillo, así como los trabajos de preparación de los campos que por primera vez aprovechará la agricultura, ponen bajo la acción di- recta de los rayos solares un suelo cargado de ma- teria orgánica é impregnado de humedad, constitu- yendo así una de las causas más importantes para la aparición de las fiebres. En el capítulo anterior hicimos mención de algu- nas pequeñas epidemias de fiebres intermitentes que se desenvolvieron con motivo de escavaciones practicadas durante los meses de verano en el puer- to de «La Plata», y si esto pasaba en una zona que no es palúdica, qué de extraño ver su repetición á cada momento en las provincias que lo son? Opinamos por otra parte, y aun que parezca extra- ño y hasta inverosímil, que un terreno virgen al ser hendido por el arado, se vuelve por este solo hecho una causa de infección palustre, que amenaza muy de cerca al agricultor. De esto no se debe sacar la consecuencia dema- siado absoluta y íalsa de que en los climas cálidos todos los labradores deben estar condenados á vivir eternamente bajo el imperio de las fiebres, pues tan sólo nos referimos á la tierra que se cultiva por primera vez durante el verano, que se halla perfec- tamente humedecida, y que abunda en detritus ve- getales, y de ningún modo á las plantaciones y cul- tivos subsiguientes que dan el inapreciable resultado de desterrar las intermitentes. El doctor Colin explica este fenómeno atribuyén- dolo á la disminución del poder vegetativo del suelo ocasionado por la repetición de los cultivos, pero nosotros pensamos que son más bien las plantas que obran á la manera de un verdadero sistema de drenaje sustrayendo al terreno no solamente una gran cantidad de agua, sino una buena parte de la materia orgánica que tan propicia es para el desen- volvimiento de la endemia, sustracciones que expli- can satisfactoriamente la disminución de las fiebres por la frecuencia de los cultivos. § VII—Cómo actúa el calórico sobre los terrenos palustres en la génesis de esta endemia? Su rol cuya importancia capital dejamos anotada, varía según que se trate de simples extensiones panta- nosas, es decir de un suelo bajo y cubierto de de- tritus vegetales é impregnado de agua, ó de verda- deras lagunas y bañados. En el primero de los casos, sus efectos son inme- diatos; actuando los rayos solares sobre la materia orgánica impregnada de humedad que contiene el limo de los terrenos bajos desprovistos de un con- veniente desagüe, la hace sufrir una verdadera des- composición, muy favorable al desenvolvimiento de los principios que, pululando en la atmósfera, llegan á ser introducidos en la economía por medio del aparato pulmonar y á dar como resultado un acceso febril á la vuelta de algunos días. Cuando se trata de lagunas extensas ó bañados como existen en la zona palustre de las provincias de Salta, Tucumán y Jujuy su modo de obrar varía un tanto; al principio su rol se limita á facilitar la evaporación del agua y á medida que esta desaparece, el bañado se vuelve cada vez más peligroso hasta llegar al grado de mayor poder infectante, que es el momento en el cual, queda bajo la acción directa de los rayos solares el limo depositado en el fondo de las lagunas. Este limo ó sedimento no tarda en comenzar su descomposición, conjuntamente con las plantas acuáticas que vivían en la superficie de las aguas estancadas. De aquí el gran peligro que entrañan las lagunas en los veranos fuertes y poco lluviosos cuando se encuentran algo próximos á un centro de población, pues es seguro que si llegan á agotarse ocasionarán una epidemia de fiebres intermitentes. Este es un hecho de observación conocido desde la más remota antigüedad: Empédocles detuvo los extragos de una epidemia que azotaba su ciudad, inundando los pantanos circunvecinos; los Holan- deses recurrían hasta hace poco á este mismo pro- cedimiento cada vez que los fuertes calores los amenazaban con la malaria. Los grandes fosos que se abrieron para la construcción de las obras del puerto San Angelo, se convertieron en verdaderos pantanos, que al desecarse en un verano ardiente originaron una epidemia palustre que Lancisi no consiguió hacer desaparecer sino llenando de agua aquellas grandes escavaciones. Los ejemplos de esta naturaleza que sería fácil multiplicar y que se repiten á cada paso entre nos- otros, demuestran muy á las claras que para los países donde es endémica la malaria por la existencia de lagunas ó de terrenos lacustres, y que no cuenta con el poderoso contingente de las obras de sanea- miento, son infinitamente más peligrosos los vera- nos calientes y secos que aquellos muy lluviosos. La humedad es un elemento esencial para la pro ducción de las fiebres en la clase de terrenos que no son pantanosos, y es por esto que se puede ob- servar en los veranos que vienen casi alternados los días de fuerte calor con los de abundante llu- via, el aumento en el número de los atacados por la malaria. No sucede así, como anteriormente se dijo, en las comarcas eminentemente cenagosas y donde el ma- yor peligro estriba en el desecamiento de sus la- gunas y esteros, que dejan al descubierto terre- nos de alubión fácilmente descomponible por la acción solar. Para estos son preferibles los estíos lluviosos que sostienen una capa permanente de agua en todos los estanques, la cual, obrando á la ma- nera de un cuerpo aislador se opone á las fermen- taciones. Estos fenómenos nos enseñan la norma de con- ducta que se ha de seguir siempre que se trata del saneamiento de una localidad expuesta á la acción de las emanaciones de una ó más lagunas. Las obras deberán iniciarse en el invierno y proseguirse con la actividad necesaria á fin de que los fuertes calores encuentren completamente seco el lecho de los estanques agotados. Si se falta á esta regla los resultados siempre serán contraproducentes. Mencionaremos como causas accidentales creadas por la rutina ó desconocimiento de los preceptos más rudimentarios de la higiene, el antiquísimo sis- tema de limitar las propiedades territoriales por medios de zanjas generalmente profundas y de gran extensión, muy apropiadas para reunir agua en el verano hasta rebosar, constituyendo así otros tantos estanques artificiales como fosas existen. Para hacer más seguros é infranqueables estos cercados, se les provée generalmente en el borde interno de plantaciones de cactus (penca), que al- canzan un gran desarrollo y cuyas hojas carnosas se desprenden con frecuencia del tronco principal para caer en el interior de las zanjas, donde unidos á un sin número de vegetales, sufren una rápida y activa descomposición. Félizmente un procedimiento tan lleno de incon- venientes tiende á desaparecer cada día. En la ac- tualidad ya existen ordenanzas municipales prohi- biendo terminantemente que se hagan zanjas para cercar propiedades dentro de los ejidos de las ciu- dades, disposición que contribuyó poderosamente á mejorar sus condiciones higiénicas, pero en el resto de las provincias aún queda un crecido número, y es por eso que nos hemos ocupado de ellas. La irrigación que bien reglamentada no produce sino beneficios, trae aparejada en ciertas provincias del interior un serio inconveniente, cual es, el que resulta de la falta de salida apropiada, hacia al- gunas de las grandes arterias, del excedente de agua que conducen las acequias y que no es apro- vechada para el regadío. Cada ingenio, cada plantador de caña y en ge- neral todo aquel que posee alguna propiedad agrí- cola algo extensa, lleva un caudal de agua superior á sus necesidades, de donde resulta un exceso de líquido que amenudo es conducido al río más inme- diato, pero en otros casos, y en esto estriba lo grave, los desagües de las acequias van á parar á lagunas ó bañados de gran exstensión, como acontece en la Reducción (provincia de Tucumán), donde las lagunas de Calimayo son alimentadas por el so- brante de las aguas que van al ingenio azucarero del mismo nombre. A más de las causas cuyo estudio acabamos de hacer y que contribuyen poderosamente á aumentar la insalubridad de las provincias, encontramos otras formadas igualmente por el hombre mismo y que no obstante ser de una extensión menor, actúan sin embargo con mayor energía por que se encuentran rodeando más de cerca á los habitantes de la ca- pital. Nos referimos á los fangos y lodazales que se forman con las primeras lluvias del verano en los suburbios de las ciudades. En las calles algo apar tadas del centro, no se practica con regularidad la extracción de basuras, quedando estas aglomera- das en el centro de las mismas; por otra parte carecen de pavimento y de niveles que faciliten el libre curso de las aguas, y es así como se explica que el tráfico unido á las lluvias, se encargue de con- vertir á la vía pública en un verdadero foco de in- fección palustre. Por esto es que son mucho más frecuentes las tercianas en las afueras de la población, que en los barrios más centrales donde los habitantes gozan de cierto grado de indemnidad, al revés de los otros que si duermen tranquilos es por ignorar que el bacilus malaria vela á sus puertas en constante acecho. Los focos más activos de producción malárica que ofrecen Catamarca y la Rioja, pertenecen como se recordará, al grupo de causas que venimos es- tudiando: Los pozos abiertos en el interior de las casas á objeto de conservar la cantidad de agua necesaria para el consumo diario de las familias, son los únicos causantes de la aparición del chucho durante el verano. Estas pequeñas pero numerosas represas, se ago- tan con frecuencia, así como las acequias que las alimentan, dejando unas y otras al descubierto un lecho fangoso donde abunda la materia orgánica y donde se producen bajo la acción solar desprendi- mientos de todo género. § VIII—Se puede preguntar—al ver á la malaria flagelando los suburbios de los grandes centros de población, donde se ha dicho por distintos autores, que las casas protegiéndose las unas á las otras forman una especie de muralla contra las fiebres y que es debido á esto que Roma fundada en el centro de un valle palustre ofrece un refugio contra la endemia de sus alrededores—¿qué suerte estará re- servada para los habitantes de la campaña y muy especialmente á los jornaleros, que viven en su mayor parte en casuchas miserables (ranchos), incapaces de ofrecerles resguardo alguno contra las inclemen- cias de la naturaleza y la infinidad de gérmenes que suspendidos en la atmósfera durante el día, des- cienden con el frío de la noche y forman esa especie de niebla ligera, que cubre la superficie del suelo lacustre y que puede vérsela en las primeras horas de la madrugada cuando los rayos solares aún no han tenido tiempo de disiparla? Cuando se examina de cerca el medio y las con- diciones en que viven nuestros peones, sin la menor salvaguarda contra los rigores del clima, no puede menos de causar extrañeza que las fiebres palúdi- cas no hagan en ellos mayores extragos Indudablemente al haber nacido en aquella tierra, la naturaleza les ha dado hasta cierto punto un grado de resistencia que se hallan muy distantes de po- seer los habitantes de los países no palustres. Los hijos del país llevan sobre los extranjeros las ven- tajas de la aclimatación, que al darles mayor grado de resistencia les permite á la vez entregarse á trabajos rudos y peligrosos, como son la plantación y el cultivo de la caña de azúcar y del arroz. En todas las provincias es posible efectuar idén- ticas observaciones á las citadas por Laveran, Co- lín, Forbes y tantos otros que han demostrado hasta la evidencia, en distintas colonias fundadas en Asia y Africa, que los oriundos del país son menos pre- dispuestos á contraer las fiebres que los extran- jeros. Entre nosotros aún existen muchos trabajos que por algún tiempo permanecerán reservados para el hijo del país únicamente, como son el cultivo del arroz, de la caña de azúcar, del tabaco y en tésis general todos aquellos que ponen al hombre en re- lación inmediata con el suelo. No pretendemos decir con esto que los criollos no sufran los efectos de la malaria, en manera alguna, pero sí que tienen mayor tolerancia para el agente morbígeno y que las formas que en ellos reviste son más benignas; viven si se quiere eter- namente achuchados, pero esto no les impide trabajar (ni entregarse á frecuentes libaciones), siendo hasta poco frecuente encontrar entre los peones casos de fiebres perniciosas que pongan en peligro su exis- tencia. Son estas ventajas nacidas de la aclimatación, quienes han hecho en otras partes dar la preferen- cia á los nativos del país sobre los trabajadores extranjeros, siempre que se trate de practicar algu- nas obras de saneamiento que puedan comprometer la salud de los operarios, y á esta norma de con- ducta tendremos que ceñirnos el día que entremos de lleno por esta era del progreso tan reclamada en los estados del Norte de la República. En apoyo de estas ideas apuntamos los siguientes datos que nos ofrece la estadística y que han sido tomados en la provincia de Tucumán. Hospital Mixto de Tucumán—Movimiento de palúdicos en 1889 Cuadro según la nacionalidad Sección Hombres Sección Mujeres Total por nacionalidad SECCIONES 10 GO G< 143 142 TUCUMANOS Argenti- nos £ « g OTRAS PROVINCIAS co 1 00 NORTE-AME- RICANOS EXTRANJEROS co 1 CO ALEMANES IO GO IO ESPAÑOLES IO co ON FRANCESES 4- 1 4^. INGLESES O 1 O ITALIANOS CO 1 CO ASIÁTICOS 4— 10 1 fe OTRAS NACIONES *^1 1 5 SIN ESPECIFICACIÓN cr 5C0 216 TOTAL GENERAL Si del total de 716 enfermos de ambos sexos que arroja el cuadro precedente descontamos los 117 cuya nacionalidad y procedencia no se indica en los libros del hospital, nos queda aún en la elevada cifra de 599 palúdicos, que bajo el punto de vista de su procedencia se dividen en la forma siguiente: Nacidos en la provincia de Tucumán 285: Oriun- dos de otras provincias argentinas 158: Extranjeros de diferentes nacionalidades 156. Como se encuentran, con relación á la aclimata- ción, en análogas desventajas los extranjeros con los argentinos que de diversas provincias afluyen á la de Tucumán en busca de trabajo, es natural que los englobemos para hacer más visible aún, la mayor tolerancia del nativo en contraposición de los peli- gros que amenazan á los que por primera vez habi- tan los climas cálidos, y es así como se obtiene 314 entradas de estos últimos al hospital, cuando las de los tucumanos no pasan de 285. El contraste se hace más resaltante aún en favor del mayor grado de resistencia del hijo del país, si se tiene en cuenta que la inmigración es una co- rriente de progreso que recién se ha conseguido atraer á la provincia pero que aún no pasa de ser una cifra muy reducida, de tal manera que la población extranjera propiamente dicha es de todo punto exi- gua, y sin embargo engrosa las cifras de la estadís- tica hasta llegar á más de la mitad de las entradas que proporciona toda la provincia de personas que han nacido en ella, f1) (*) No se extrañe que hablemos de toda la provincia porque efectiva- mente el Hospital Mixto sirve no tan sólo para los enfermos de la Capital sinó para los de la mayor parte de los departamentos, excepción hecha de Monteros que tiene su hospital propio. § IX—Una vez determinadas las condiciones que son favorables al desarrollo de la malaria, fácil sería deducir cuales son las profesiones que obran como causas predisponentes para las fiebres, sino viniera la estadística á confirmar hechos y evitar lógicas deducciones. Ella nos demuestra que el hombre se halla tanto más expuesto á contraer las tercianas, cuanto que sus ocupaciones habituales lo colocan en una rela- ción más inmediata con el suelo y cuanto más la- custre es la naturaleza del terreno en el cual trabaja. Los peones que se dedican al cultivo de la caña de azúcar (labor ingrata que se efectúa durante los meses de mayor termalidad, donde el trabajador pasa las horas más crueles del día medio perdido entre las afiladas hojas del cañaveral y respirando- una atmósfera caliente y húmeda), los aradores que preparan el suelo para plantaciones diversas, los desmontadores, los cortadores de material por el sistema primitivo, y muy especialmente los labra- dores que cultivan el arroz en medio de lagos arti- ficiales, son las víctimas inocentes de un enemigo invisible que tantos estragos ocasiona en todo el Norte de la República. Sobre 500 palúdicos asistidos en el Hospital Mixto, figuran 157 peones cultivadores, 50 jornaleros que también se ocupan en trabajos de campo, 70 alba- ñiles, 27 labradores que trabajan por cuenta propia, es decir sin patrón, y varias otras profesiones que para mayor claridad insertamos en el cuadro si- guiente, y que demuestran hasta la evidencia cuantos peligros guarda la tierra en sus entrañas para los que tienen que trabajarla y vivir de sus producciones. 175 Hospital Mixto Movimiento de palúdicos durante el año 1889, divididos según la profesión HOMBRES O te '6 £ MUJERES NÚMERO Peones 34 Albañiles 72 Jornaleros 50 37 Carpinteros 30 Labradores 27 29 Sirvientes 12 Dependientes 9 99 Herreros 8 Pintores 6 13 Mecánicos 5 Cocineros 9 Cocheros 5 Armeros 4 9 Alfareros 4 Médicos 1 31 Profesiones diversas 65 Sin especificación 40 32 Total 500 Totales | 216 Entre e1 gremio de las mujeres trabajadoras se pueden hacer análogas observaciones á las que dejamos anotadas con relación á los hombres. Las lavanderas que pasan su vida á la costa de los arroyos, acequias, y de lo que aún es peor de los estanques; las cocineras que ingresan al hospital procedentes en su mayor parte de la campaña donde desempeñan su oficio á la intemperie, las sirvientas, planchadoras, etc., etc., toda gente que vive en pésimas condiciones higiénicas, habitando en ranchos pobrísimos sin más pavimento que el suelo ni otro calzado que el que les dio la natura- leza, son las predestinadas á las fiebres palustres y á engrosar las cifras hospitalarias. Llama la atención á primera vista la enorme cifra de enfermos que arroja el cuadro anterior, 716 entradas de una sola entidad patológica á un hos- pital cuyo movimiento durante el año 1889 no pasó de 1515, es una proporcionalidad que muy pocas veces se tiene oportunidad de observar en las esta- dísticas hospitalarias, pues arroja un 47 °/'o á favor del paludismo. Sin embargo que tener presente que el gran desenvolvimiento tomado por la malaria durante ei año 1889 á consecuencia, entre otras causas, de la frecuente repetición de las lluvias, no se presenta todos los años, siendo en consecuencia excepcional la proporción anterior de un 47 °/o. Así en el año subsiguiente encontramos en el mismo establecimiento, bastante reducidas las en- tradas de chuche utos, al punto de no hallarse repre- sentados sino por un 25,36 °/o sobre el movimiento general que subió á 2216, reduciéndose los casos de paludismo á 562. Observaciones semejantes podríamos presentar de los hospitales de Salta y Jujuy, pero creemos que basta á nuestro objeto citar lo que pasa en una sola de las provincias palustres, Tucumán por ejem- plo, desde el momento que cuanto sobre ella se diga, respecto á la influencia de las profesiones, nacionalidad, sexo, color, edad, etc., etc., como cau- sas predisponentes, es de todo punto aplicable á sus vecinas más inmediatas. Algo semejantes son las cifras obtenidas del con- sultorio municipal que dirige el Dr. Avila. Sobre un total de 546 enfermos asistidos el año 1889, figuran 133 casos de la endemia reinante, de los cuales 50 eran de fiebres intermitentes propiamente dichas, de tipo terciario, cotidiano, etc., y 83 pertenecían á las formas larvadas de la intoxicación palustre. Si á estos resultados de la estadística que hablan muy alto contra la salubridad de Tucumán, se añade que casi no hay estado morboso alguno que no vaya complicado de paludismo en mil variadas formas, se concebirá la trascendental importancia que tiene para esta provincia el estudio que venimos hacien- do y muy especialmente el de la patogenia que nos llevará á la profilaxia de las fiebres palustres. § X—Por lo que se refiere á la influencia que puede tener la edad como causa predisponente para las fiebres, fácil es asegurar que desde la infancia hasta la vejez no hay época de la vida durante la cual el individuo no pueda ser víctima de la malaria. Existe sin embargo una aparente predilección por la edad viril, y decimos aparente porque si bien es verdad que la inmensa mayoría de los casos que se presentan en la clínica son de 21 á 25 años, no es en manera alguna porque la edad influya en ellos como una verdadera predisposición, sino por ser esta la época de la vida en la cual la lucha por la existencia coloca al hombre más al alcance de las mil causas que debilitando su organismo, lo vuelven apto y fecundo para la germinación de los microbios de la malaria. Hemos observado en el público repetidas ocasio- nes, niños de pecho de uno y dos meses de edad, con ataques francos de terciana, que revestían en ellos mayor gravedad que en los adultos por las dificultades del tratamiento y su menor resistencia vital. Se ha dicho que después de los 60 años son poco frecuentes las fiebres, y es natural, como es poco frecuente en los climas cálidos encontrar mortales á quienes les alumbre el sol de las 60 primaveras. Por otra parte, es raro que después de los 50 años se tenga necesidad de trabajar con tanta rudeza cpmo en la juventud, y por consiguiente se alejan las causas predisponentes verdaderas del paludismo que son las grandes fatigas y los trabajos de campo. Para formar el siguiente cuadro hemos conside- rado los casos según la edad, desde uno hasta 70 años, clasificándolos en secciones de cinco en cinco años. Hospital Mixto.— Cuadro según edades 1889 Palúdicos SECCION HOMBRES co 1 A 5 AÑOS 6 Á 10 AÑOS K> co 11 Á 15 AÑOS 4- 16 Á 20 años to -1 21 A 25 años s 26 A 30 años co 4— 31 A 35 años tO | 36 A 40 años v£> 41 A 45 años 8 46 A 50 años IO 51 a 55 años IO 56 A 60 años 61 A 65 años IO 66 á 70 años 1 TOTAL Este cuadro demuestra claramente que sobre un total de 500 enfermos, los de 21 á 25 años entran en la proporción de un 55,4 °/o, y que ninguno de los extremos de la vida gozaba de inmunidad para la afección que venimos estudiando. Del libro de estadística del Consultario Munici- pal, correspondiente al mismo año 1889, se han sacado anotaciones que concuerdan en más de un punto con las precedentes. Entre 133 atacados, se hallaban 3 cuya edad era de 0 á 1 año, 22 que tenían de 1 á 7 años, 9 de 7 á 14 años, 33 de 14 á 21 años, 42 de 21 á 28 años, 20 de 28 á 35 años, y 4 de 35 á 40. Son estas observaciones las que nos permien afir- mar que es la edad media de la vida, aquella que se encuentra rodeada de mayores peligros para la ad- quisición del paludismo. Bien entendido que nos referimos especialmente á la clase obrera; pues la gente acomodada de la ciudad se sustrae á los agen- tes perniciosos, y no engrosa las cifras de la es- tadística hospitalaria ni de la asistencia gratuita que dispensa la Municipalidad. Con relación á la influencia que pueda tener el color de las razas como causa predisponente para las fiebres de los pantanos, nuestra experiencia per- sonal no nos permite arribar á conclusiones termi- nantes. Está probado que en diversas comarcas insalubres del Africa, los negros son relativamente inmunes y que las fiebres nunca revisten en ellos la gravedad que entre los europeos. Esto mismo pasa con los nativos de Tucumán que pertenecen á la raza cobriza; tienen mayor resistencia que el europeo, pero como el número de estos últimos es tan limitado en la provincia, resulta que la inmensa mayoría de las entradas al hospital son de gente cuya piel tiene un color oscuro. Hospital Mixto.—Cuadro según color y sexo 18 8 9 COLORES BLANCO COBRIZO < O H 185 315 500 57 159 216 Total.... 242 474 716 De este cuadro que arroja la cifra de 242 enfer- mos de color blanco y de 474 de piel cobriza, no se debe sacar la conclusión errónea de que sean los últimos los más predispuestos á contraer las tercianas, pues como ya dijimos, es la gente traba- jadora, los peones y agricultores en general que á cada paso se hallan combatidos por los rigores de una naturaleza tropical, quienes pueblan las salas de los establecimientos de beneficencia, y es algo raro darse entre ellos con algún rostro que pueda clasifi- carse como perteneciente á la raza caucásica. Con relación al sexo, basta decir, que el hombre en esta afección no se exime de la ley general. Como en la mayoría de los estados patológicos es quien cae con más frecuencia que la mujer en los lazos del paludismo. Su género de vida á menudo activa y azarosa, y no pocas veces sus vicios, son las causas que contribuyen poderosamente á darle un privilegio tan poco envidiable. Entre los asistidos en el Hospital Mixto durante el año 89, figuran 500 hombres y tan sólo 216 mujeres, en un total de 716 chuchentos. § XI—Todo cuanto contribuye á debilitar el or- ganismo, ya sea de una manera accidental ó peren- ne, conviértese una causa predisponente de primer orden para la adquisición de las fiebres intermiten tes. Las fatigas prolongadas, la alimentación defec- tuosa ó insuficiente, los insomnios repetidos, las in- solaciones, los sudores profusos de cuantos trabajan bajo la acción directa de los rayos solares y espe- cialmente los desarreglos gastro-intestinales, son en- tre mil otras causas, las que conducen directamente á las tercianas y continuas palustres. Pero no hay entre las causas citadas, nada que pre- disponga más á contraer el chucho, como un ataque anterior. Es esta quizás la única enfermedad, que sobre no dar inmunidad, se convierte en el princi- pal factor de las recidivas. Quien la haya adquirido una vez, tendrá que sufrir su compañía por un tiempo ilimitado, y con el peligro de un nuevo ac- ceso febril en el primer desarreglo, lo que prueba la existencia en el organismo de un verdadero es- tado constitucional. Hemos podido observar un fenómeno apuntado por varios autores y consistente, en que personas que habiendo permanecido muchos años en una comarca palustre sin haber sido jamás molestadas por la endemia reinante, fueron sin embargo, al cambiar de clima, víctimas de un ataque franco de fiebre intermitente. Mencionamos el hecho, sin pre- tender explicarlo y limitándonos tan sólo á decir, que en los casos observados precedió al acceso fe- bril una indigestión, ocasionada sin duda por la diferencia de alimentos, y que este trastorno gastro- intestinal, quizás sería el que actuó como causa determinante; pero siempre habría derecho á pre- guntar, por qué no se produjo el mismo resultado en tantas indigestiones que se tuvieron durante la prolongada estancia en la región palúdica? Una de nuestras observaciones más importantes, se refiere á un señor español que reside en Tucu- mán desde treinta años atrás, jamás había salido de la provincia en tan largo espacio de tiempo, ni ex- perimentado síntoma alguno que pudiera atribuirse á la afección que nos ocupa. En Marzo del 88 hizo un viaje á Buenos Aires, y á los ocho días de su permanencia en la gran capital, fué acometido de fuertes escalofríos precursores de los períodos de calor y sudor. Con algunas dósis de quinina se evitaron las recaídas, pero el completo bienestar no sobrevino hasta su regreso á Tucumán. El hom- bre como las plantas se aclimata, y después de muchos años de existencia en una misma comarca no se trasplanta impunemente. § XII—No obstante ser endémico el paludismo en las provincias del Norte, hay meses del año en que las fiebres aparecen con una intensidad inusitada, y otros que gozan de tal privilegio de inmunidad, que permiten clasificar esta entidad patológica como una enfermedad invernante. En efecto, se ha observado á las manifestaciones de la malaria insinuarse débilmente con los primeros calores de Octubre, para continuar en proporción ascendente en los meses de Noviembre y Diciembre, hasta llegar á su mayor apogeo durante el cuatri- mestre que corre de Enero á Abril, época del año en la cual los nó aclimatados corren verdadero peli- gro, sobre todo si se ven en el caso de hacer giras por los departamentos insalubres, pues durante toda esta época suele notarse que la endemia adquiere un desenvolvimiento epidémico. En Mayo principia el período de declinación para desaparecer casi en absoluto durante los meses de Junio, Julio, Agosto y Setiembre, y decimos casi en absoluto, por cuanto los nuevos casos de infección que en esta época se producen son tan reducidos, que bien se podía con- siderar la endemia como definitivamente extinguida. Si la analizamos con relación á las diversas esta- ciones del año, veremos que anualmente toma los caracteres de la endemo-epidemia, desenvolviendo 183 su funesta actividad en todo el verano y otoño, es taciones que tanto en la provincia de Salta, como en las de Tucumán, Jujuy, Corrientes, etc., etc., comprenden la mayor parte de los meses del año, para pasar desapercibidamente en un invierno que por lo poco durable y benigno se entrelaza y con- funde con la primavera. Desaparece á no dudarlo, en estas dos últimas estaciones, la causa primordial patogénica, por de- cirlo así, de la malaria, desde el momento que no es frecuente observar en ellas las fiebres de primera invasión, pero esto no importa decir que no sobre- vengan recidivas y manifestaciones larvadas de una intoxicación palustre adquirida durante el verano ú otoño, y que para la malaria son, con diferencia de gravedad, lo que las manifestaciones terciarias á la sífilis, es decir, fenómenos tardíos de un estado constitucional determinado. Véase ahora como las cifras estadísticas, que son quienes dan fuerza y autoridad á todo raciocinio y deducción sobre estudios de esta índole, vienen en apoyo de las opiniones vertidas más arriba. Ellas han sido recogidas con gran esmero y pro- ligidad en los hospitales de las tres provincias más palustres que tiene la República Argentina, durante el año próximo pasado, habiéndolas dispuesto y or- denado de tal manera, en el cuadro que vá á con- tinuación, que fácilmente pueda leerse el movimiento de palúdicos de uno y otro sexo en los distintos meses del año. Hospitales Mixtos Entradas de palúdicos según los meses del año 1890 MESES TUCUMÁN SALTA JUJUY TOTAL GENERAL Hombres Mujeres 'IVXOX Hombres C/5 <5 IVXOX 1 Hombres Mujeres I TOTAL Enero 38 10 48 17 6 23 27 5 32 103 Febrero 43 14 57 31 1 32 22 3 25 114 Marzo 41 26 67 59 2 61 29 6 35 153 Abril 33 15 48 41 2 43 28 10 38 129 Mavo 43 29 72 29 5 34 17 4 21 127 Junio 36 22 58 17 i 18 11 3 14 90 Julio 22 10 32 17 i 18 3 1 4 54 Agosto 24 10 34 13 i 14 7 1 8 56 Setiembre... 25 10 35 5 4 9 6 3 9 53 Octubre 24 9 33 3 1 4 10 2 12 49 Noviembre .. 23 20 53 10 10 20 30 5 35 108 Diciembre... 25 10 35 13 3 16 22 9 31 82 Totai 377 185 562 255 37 292 212 52 264 1118 Sobre este cuadro tenemos necesidad de entrar en algunas explicaciones aclarativas de importancia. Desde luego aparecen en él algunas cifras relati- vamente crecidas en los meses que corren de Ju- nio á Octubre, sobre todo en la provincia de Tucu- mán, y esto podría muy bien hacer pensar que el invierno y la primavera en las provincias del Norte no son completamente inocuas á pesar de lo dicho anteriormente, y es por esto que deseamos escla- recer el punto. Es de todos sabido que el paludismo una vez que se adquiere, tarda en desaparecer y que repite infini- dad de veces con prescindencia absoluta de los meses y estaciones, siempre que no se toman las medidas precaucionales del caso, como sucede entre las clases sociales más inferiores. 185 No se trata pues en muchas, por no decir en la gran mayoría, de las entradas al hospital, de febri- cientes de primera invasión ó de casos de una infección nueva, sino de verdaderas recaídas ó de manifestaciones crónicas de la infección palustre que aparecen, como ya se dijo, en todo tiempo, y que constituyen precisamente las cifras anotadas en las casillas correspondientes á las entradas al hos- pital durante los meses de Junio, Julio, Agosto, Se- tiembre y Octubre. En todo el invierno las fuentes generadoras del paludismo no funcionan, desapareciendo en conse- cuencia los gérmenes que suelen difundirse por me- dio del aire y del agua, y los estados mórbidos á que dan lugar después de su entrada al organismo. Al confeccionar el cuadro precedente hemos dado cabida á cuantos enfermos traían un origen palus- tre, prescindiendo de la forma y tipo del ataque y sin establecer diferencias entre los casos de prime- ra invasión, con las recaídas, recidivas y manifesta- ciones crónicas, lo que explica que aún en los meses durante los cuales no hay actividad palúdica hayan ingresado á los hospitales cierto número de indivi- duos que venían siendo víctimas de la malaria desde tiempo atrás. Entre la marcha del calórico ó si se quiere de las estaciones, y la aparición sucesiva de la diversidad de formas revestidas por la malaria en los países tropicales, existe cierta correlación y armonía so- bre la cual deseamos llamar la atención del lector. Las manifestaciones larvarias, generalmente api- réticas y sin ofrecer un gran peligro para el pa- ciente, aparecen indistintamente en los diferentes meses del año, como que no responden á una in- fección inmediata, pero con las formas agudas del paludismo acontece lo contrario. Las intermitentes siguen la marcha de los calo- res, aparecen en el verano, duran todo el otoño para declinar y desaparecer en el invierno y pri- mavera. El tipo que revisten pertenece generalmen te al cotidiano y terciano, las cuartanas son muy raras. Con las formas más graves del impaludismo pasa otro tanto; solamente que en ellas es aún más visible la influencia del calórico. En cualesquier provincia que se estudie y observe la época de aparición de la continua palustre y de los accidentes perniciosos, será fácil comprobar que ellas principian con los meses de mayor termalidad, que se continúan hasta el otoño y que desaparecen en absoluto durante las dos estaciones restantes, invierno y primavera. La caquexia palustre se halla por su cronicidad en el mismo caso que las formas larvadas, son el resultado de una antigua y abandonada infección que llega, después de largo tiempo, á ocasionar gra- ves perturbaciones orgánicas, obligando á los pa- cientes á ocurrir al hospital lo mismo en el vera- no que en los meses de mayores fríos. En el cuadro siguiente hemos reunido todo el movimiento de palúdicos habidos en los hospitales mixtos de Salta, Tucumán y Jujuy (que son los únicos de donde ha sido posible obtener datos de importancia) durante el año 1890, y dispuéstolo de tal manera que sea fácilmente apreciable el núme- ro de entradas á los hospitales respectivos, por cada una de las manifestaciones clínicas del palu- dismo, en los distintos meses del año. Hospitales Mixtos Cuadro de las manifestaciones clínicas del paludismo divididas según las entradas en los diversos meses del año 1890 MESES Enero Febrero | O X < s 3 < Mayo O a? D orcnf o H í/5 O O < a x H a C/3 a g p u O Noviembre j Diciembre | < H O H 0 •«J Fiebre intermi- tente 27 36 38 31 44 41 n 5 12 20 12 10 287 S d o d H Formas larva- das y anóma- las 18 2! 26 14 27 16 21 29 23 10 27 23 255 O d +* A W Fiebre conti- nua 3 3 3 1 1 _ 3 4 2 " 20 Accidentes per- niciosos O a Caquexia pa- lustre. d ■*> Fiebre intermi- tente 20 30 50 34 32 14 '7 13 9 3 19 16 247 d 0} 0 'd d Formas larva- das 2 4 1 3 ii 1 22 Fiebre conti- nua i 2 5 1 1 10 A « Accidentes per- niciosos .... 4 1 1 _ _ 6 » Caquexia pa- lustre 2 3 1 1 7 >> d Fiebre intermi- tente 18 16 21 19 12 8 3 2 7 18 16 140 d Formas larva- das 5 4 4 2 2 8 25 O 'd Fiebre conti- nua 5 3 2 7 17 ’S Ü5 Accicentes per- niciosos i i i 7 1 11 M Caquexia p a- lustre 3 2 7 ii 7 6 4 5 7 5 8 6 71 Totai 103 114 163 129 127 90 54 56 53 49 98 82 1118 Como se aprecia desde luego, las formas más agudas y graves de la infección palustre, aparecen en las provincias del Norte (felizmente en pequeña escala) desde Octubre á Mayo, durante los ocho meses que como anteriormente dijimos, dura el ve- rano en aquellas regiones tropicales. Dentro de este mismo lapso de tiempo nótase por parte de la continua palustre, como de las in- termitentes y perniciosas cierta predilección hacia los meses de Marzo, Abril y Mayo, circunstancia que coloca á la cifra de las entradas correspon- dientes á estos meses, como las más elevadas de todo el año. Pero es el caso que en este trimestre la intensi- dad calorífica de los rayos solares disminuye de un modo sensible con relación al trimestre anterior, y sin embargo las causas de infección hacen mayor número de víctimas. A primera vista parece que hubiere una falta de relación de causa á efectos, más en realidad no sucede así. La temperatura baja algunos grados en verdad, sin perder por eso sus propiedades sobre las aguas estancadas y sobre la materia orgánica muerta' pero conjuntamente al calórico disminuyen las llu- vias de un modo extraordinario tanto en abundan- cia como en frecuencia. En consecuencia cuanto sitio contiene aguas detenidas, como ser lagunas, bañados, estanques etc., principian á agotarse, de- jando al descubierto superficies más ó menos exten- sas que infestan la atmósfera con desprendimientos mefíticos de todo género. Además en Abril y Mayo algunos árboles princi- pian á perder su follaje que arrastrado por el vien- to y por las corrientes, vá siempre á aumentar la proporción de materia orgánica susceptible de des- composición. La cifra de las formas larvadas del paludismo que figuran en el cuadro anterior, en la sección referente á Tucumán y que casi iguala á los casos de fiebre intermitente, necesita explicación. No son precisamente las 255 entradas que allí figuran, ca- sos de formas larvadas tan sólo, pues por un des- cuido al remitírsenos los datos, se han incluido entre ellas las fiebres de tipo anómalo, bastantes frecuen- tes en la provincia. La premura del tiempo ha im- pedido rectificar el pequeño error que dejamos se- ñalado. Haremos notar finalmente que el cuadro prece- dente confirma lo que anteriormente tuvimos ocasión de decir acerca de la frecuencia y gravedad de las fiebres que aumenta á medida que se aproximan de los polos al ecuador. En todo el año 1890 no figu- ra un sólo ingreso al hospital de Tucumán por ac- cidentes perniciosos ó caquexia palustre, miéntras que en los de Salta y sobre todo Jujuy situados á corta distancia del trópico, se observa un número regular de aquellos casos, y esto que se trata de establecimientos que prestan sus servicios á pobla- ciones dos y cuatro veces menores que la ciudad de Tucumán. § XIII—¿Qué tiempo dura el período de incuba- ción de las fiebres palustres? Difícil es responder á esta pregunta de un modo satisfactorio y terminan- te por los sérios inconvenientes con que se tropieza al tratar de averiguar el momento en el cual pene- tra al organismo el agente mórbido. En el caso que mencionamos el hablar del chucho de la frontera y que tuvimos oportunidad de obser- varlo cuidadosamente, el primer acceso febril sobre- vino recién ocho días después de haber permanecido varias horas aspirando las emanaciones de una gran laguna palustre. Pero un sólo ejemplo, en cuestio- nes de esta naturaleza, donde se halla de por me- dio la constitución individual variable hasta donde no es creíble de un sujeto á otro, nada vale cuan- do se trata de obtener conclusiones generales. Si se hubiera tratado de una persona más débil y mejor dispuesta á la infección malárica, quizás el mismo acceso de primera invasión se presenta- ra tres ó cuatro días antes. Hemos visto por otra parte, extranjeros recién llegados á las provincias adquirir las tercianas al cabo de quince días y un mes de permanencia en uno de los departamentos en que reina el palu- dismo. En vista de estas variaciones, es lícito pensar que el período evolutivo de los agentes patógenos del paludismo en la intimidad de los tegidos no se halla limitado á un término dado y preciso, sino que varía según las condiciones individuales de cada sujeto, y que todo raciocinio cuyo móvil principal sea el deseo de encontrar al período de incubación, un plazo fijo, será siempre una tentativa loable y encomiástica pero de todo punto estéril. (1) § XIV—Ha sido cuestión muy debatida en el mundo científico, la teoría del antagonismo de la fiebre palúdica con varias entinades patológicas como la tuberculosis, la disentería, la viruela, etc., etc- No recordaremos el debate sostenido durante lar- C1) Varios autores como Laveran, Griesinger y otros, mencionan casos de fiebres de primera invasión en personas que hacían varios meses y hasta un año que habían abandonado los países palustres del África para regresar á Europa. gos años entre el Dr. Bouclin partidario decidido y entusiasta del antagonismo y sus numerosos adver- sarios por más que él tenga mucho de instructivo, porque como ya tuvimos oportunidad de decirlo, hemos de sacrificar más de un deseo á fin de que, en las líneas que van corriendo no se vea sino el resultado de la propia observación. La que hemos recogido en varios años de trabajo, tanto en la provincia de Tucumán como en la de Salta y Jujuy, ha hecho nacer en nuestro espíritu ideas fijas y convicciones bien arraigadas que nos colocan de parte de los que no creen en el decan- tado antagonismo. La tuberculosis ha existido siempre en Tucumán y de una manera simultánea á las enfermedades de los pantanos, sin rechazarse nunca, y antes al contrario dándose la mano tan íntimamente que no es raro encontrarlas reunidos en un solo enfermo. El paludismo y la tuberculosis debilitando el orga- nismo, cada uno por separado, actúan como causa predisponente el uno para el otro. Fácilmente se comprende que un sujeto de ante- cedentes tuberculosis al llegar á la edad de los 20 á 2c años puede contraer una terciana la cual mi- nando su economía por medio de la continua des- trucción de los glóbulos rojos, prepare el terreno donde se han de desenvolver millares de tubérculos. Este trabajo de preparación hecho por las fiebres palustres en beneficio de la tuberculosis, lo hemos observado en el sujeto C. D. de 24 años de edad, agricultor de profesión ocupaao en Malvinas, paraje de mucho chucho, en el cultivo del arroz, y que vino á consultarnos por algunos síntomas que lo habían alarmado. C. D., tenía todas las huellas de un paludismo inveterado, las conjuntivas exangües, rostro lívido, terroso y demacrado, mirada apagada, pereza en los movimientos y una gran extenuación. Interrogado, aseguró haber sufrido el chucho desde muchacho, pero pocas veces se había curado porque no le gustaba ir al hospital y le faltaban recursos para hacerlo en su casa. En la época que nos consultaba, Febrero del año 1890, la fiebre le aparecía día de por medio é indefectiblemente á las doce meridiano. Lo que había despertado su alarma, era una abun- dante emóptisis tenida el día anterior al de la con- sulta y la fuerte tos que lo perseguía desde tiempo atrás. De noche lo debilitaban sudores abundantes, y la marcha y el menor esfuerzo le ocasionaban fatiga. La temperatura subía de noche y por la mañana. La espectoración abundante y de color amarillento. La respiración y el pulso acelerados. A la auscultación, se percibían gruesos roles en los dos pulmones y algunos focos congestivos donde no penetraba el aire. El hígado y el bazo habían adquirido un gran volumen. Los preparados de quinina hicieron desaparecer la terciana en un momento, pero la tuberculosis no cedió al tratamiento y concluyó por hacer desapa- recer al enfermo en algunos días más. En otros casos es el paludismo quien viene á complicar la marcha de la tuberculosis acelerando desfavorablemente su evolución, y es por esto que en Tucumán son tan empleados los preparados con quinina en el tratamiento de la tuberculosis, pues r>e llena una doble indicación; se baja la tempera- tura por una parte, y se impide por otra la com- plicación de las fiebres palustres, combatiéndolas eficazmente si ya existían en el sujeto tuberculoso- Se ha pretendido igualmente que las mujeres en cinta son inaccesibles á la malaria y que la preñez les dá cierto grado de inmunidad. Por lo que á nuestra experiencia se refiere podemos asegurar todo lo contrario. Es un hecho de todo el mundo aceptado que el embarazo se vuelve una causa de debilitación para la mujer, siendo por lo tanto insostenible pre- tender, que un organismo hasta cierto punto extenua- do sea más refractario al paludismo precisamente cuando tiene menos resistencia vital. Pensamos que si la preñez no es una causa predisponente para las fiebres, se halla muy distante de dar inmunidad. Para algunas embarazadas sube de grado esta complicación, por cuanto puede ir hasta ocasionar el aborto en ciertas mujeres predispuestas, y en más de un caso hemos visto, por otra parte, que el trata- miento específico de las fiebres intermitentes, no po- día ser aplicado á causa de las fuertes contracciones uterinas que despertaban los preparados de quinina, teniendo necesidad de recurrir á otros agentes me- nos eficaces. La disentería puede aparecer en un verano ú otoño de mucha fiebre y reinar conjuntamente con la malaria no tan sólo en una localidad bajo la forma epidémica, sino también en un mismo sujeto. Esta simultaneidad hizo pensar á algunos, que ambas enfermedades reconocían una causa común; pero hoy en día son bien conocidas las diferencias capitales de su patogenia respectiva. El hecho inne- gable de que algunos casos de disentería se curan con quinina, explícase satisfactoriamente si se tiene en cuenta que estos enfermos habían tenido tercia- ñas y que quizás continuaban con ellas cuando sobrevino la afección intestinal. En Corrientes, Tu cumán, Salta y Jujuy se propaga la disentería en la misma época del año que la malaria. Si el paludismo puede desenvolverse y actuar en un mismo sujeto en compañía de cualesquier otro padecimiento, no debe causar extrañeza verle reinar á la par de otras epidemias por graves y desola- doras que estas sean. Hemos visto, durante la terrible epidemia de có- lera en el verano del año 1886 al 87 que diezmó la ciudad de Tucumán, á las fiebres palustres revis- tiendo mayor gravedad que la que tienen ordina- riamente. En los días que precedieron á la llegada del 5o de línea que fué el importador del viajero del Ganges á las provincias del Norte, aquellas se presentaban acompañados de trastornos gastro-in- testinales, traducidos en vómitos biliosos y cámaras oscuras y repetidas, que alarmaban extraordinaria- mente á los enfermos por cuanto ya se creían víctimas del cólera. Hasta mucho tiemoo después de concluida la epidemia las fiebres conservaron su carácter bilioso y su mayor resistencia al tratamiento específico. Durante la última epidemia de viruela y en el mes de Agosto de 1890, que fué cuando alcanzó su máximum de mortalidad, ocasionando 600 defuncio- nes dentro los égidos de la ciudad, hemos asistido numerosos enfermos de tercianas y algunos pocos casos de fiebre continua. Estos hechos parecen indicar que el paludismo convertido en dueño y señor del suelo en que nace, y con derecho de domicilio, hospeda y se amolda bien á todas las epidemias, pero sin dejarse desalojar por ninguna de ellas, sea cual fuere su poder mortífero. 195 CAPITULO III ANATOMÍA PATOLÓGICA § I—Los progresos diarios de la anatomía pato- lógica, han venido á descorrer el velo que cubría hasta hace poco la causa íntima, generatriz de los diversos síntomas que caracterizan el paludismo. Los exámenes microscópicos eficazmente comple- mentados por las investigaciones de lo infinitamente pequeño, son los que han permitido descubrir lesio- nes propias y características de la infección palus- tre, demostrando que muchas de las alteraciones que se tenían como primitivas, no son sino efectos secundarios. Hoy en día deben abandonarse las ideas de Cho- mel, que decía al hablar de los accidentes pernicio- sos, no haber encontrado en las autopsias lesiones que dejaran completamente satisfecho su espíritu, y con mayor razón las erróneas y terminantes conclu- siones de Fleury y Moneret, al asegurar que en esta afección no se encuentra alteración alguna digna de mencionarse. Laveran, después de prolongados estudios y de una consagración que le honra, á las investigaciones microbiológicas, ha tenido la fortuna de descúbra- los microbios del paludismo, que denomina cuerpos kísticos núms 1,2, 3, y filamentos móviles; los cuer- pos kísticos núm. 3, parecen no ser otra cosa que los cadáveres de las dos primeras formas. Numerosas observaciones microscópicas practica- das en Argelia con sangre extraída de individuos palúdicos en todos los períodos de la enfermedad, le han permitido atribuir á estos pequeños seres, todos los trastornos funcionales y orgánicos que traen aparejados las fiebres intermitentes. Por nuestra parte, no podemos menos que lamen- tar la falta de un pequeño laboratorio, que nos habría permitido aportar sobre la materia, el con- tingente de la opinión propia, repitiendo las expe- riencias de Laveran. Pero ya que esto no fué posi- ble, no hemos dejado pasar oportunidad sin efectuar investigaciones anatomo-patológicas, estudiando con cuidado y atención, todo cuanto caía bajo el domi- nio inmediato de los sentidos, y muy especialmente ciertas y determinadas visceras como el bazo y el hígado, cuya alteración juega un rol tan importante en el proceso que nos ocupa. Para proseguir con método, nos ocuparemos por separado de cada una de las alteraciones que oca- siona el paludismo en la estructura de los diversos órganos y tegidos, según su gravedad y frecuencia. § II—La sangre es, según Laveran, el asiento predilecto de los microbios que ha descubierto y que tan sólo se encuentran en los atacados por la malaria, siendo por lo tanto natural sea el tegido primeramente alterado. No se necesita del microscopio para comprobar esta verdad; basta la simple vista y un ligero exa- men de la conjuntiva palpehal y de las mucosas, para darse acabada cuenta de la extraordinaria dis- minución de los glóbulos rojos en todos aquellos que son víctimas de las fiebres palustres. En los que sufren de tiempo atrás, se presenta la anemia con todos sus caracteres; á más de los indicados, la li videz del rostro, la debilidad muscular, las palpita- ciones cardiacas, la extenuación, la disminución de la albúmina y algunas veces la hidropesía, son los lamentables comprobantes de la desaparición de la mayor parte de los hematíes. El Dr. Kelsch, ha llevado á cabo una série de investigaciones importantes relacionadas con la dis- minución de los glóbulos rojos. Cada acceso febril hacía perder, según él, una cantidad de hematíes tanto mayor, cuanto la data de la fiebre era más reciente. Tomando como ejemplo un sujeto vigoroso cuya sangre al estado sano con- tuviera por cada milímetro cúbico cuatro millones y medio de glóbulos rojos, supongámoslo atacado por una fiebre de primera invasión de tipo cotidiano. Pasados cuatro días puede haber perdido á razón de dos millones de glóbulos rojos por milímetro cúbico, ó sea casi la mitad de los que tenía cuando se en- contraba sano; esta disminución puede ir hasta per- der un millón en 24 horas, pero desde el momento en que los hematíes quedan reducidos á tres millo- nes por milímetro cúbico, su desaparición se hace más lentamente aunque la fiebre se agrave y se vuelva perniciosa, doscientos mil, cien mil y hasta treinta mil por día. Cuando se produce la oligocitemia palustre des- pués de 20 ó 30 días de accesos intermitentes, la cantidad de los glóbulos rojos queda reducida á un millón y hasta quinientos mil por milímetro cúbico, en vez de los cuatro ó cinco millones que corres- ponden al estado normal. Igualmente ha observado Kelsch, el aumento de volumen de los glóbulos rojos; en vez de un diá- metro de 7 á 8 milésimos de milímetro que es su dimensión natural, se eleva á 10 y 13, fenómeno que se explicaría por la hidremia y por una especie de edema de los hematíes. Los glóbulos blancos sufren por su parte modi- ficaciones numéricas dignas de mencionarse. Hay que tener presente dos circunstancias: Io se trata de una fiebre simple ó de una caquexia, y en este caso la proporcionalidad de los leucocitos con rela- ción á los glóbulos rojos decrece visiblemente, de seis á ocho mil glóbulos blancos que normalmente se encuentran en un milímetro cúbico de sangre, se reducen á tres mil y aún hasta mil quinientos; 2o en la fiebre perniciosa el fenómeno pasa á la inversa, los leucocitos se multiplican tan extraordinariamen- te, que su cifra alcanza á treinta y cinco mil por milímetro cúbico, y en algunos casos se llega á en- contrar hasta un glóbulo blanco por cuarenta y ocho rojos, constituyendo así una verdadera leucocitemia. Kelsch cita el hecho, pero no lo explica. La destrucción de los glóbulos rojos y por lo tanto la anemia que es su consecuencia ipmediata, sería, á opinión de Laveran, obra exclusiva de los microbios del paludismo que viven á sus expensas. Cuando se practica la autopsia de un caso de paludismo agudo, de un acceso pernicioso por ejem- plo, no se distingue á simple vista, según el mismo autor, alteración alguna en la sangre que llame la atención del observador; más si se toma una pe- queña cantidad de ésta y se la coloca en el objetivo del microscopio, es fácil reconocer la existencia de ciertos elementos que son tan constantes en el pa- ludismo, como las manifestaciones cutáneas en las fiebres eruptivas. Nos referimos á las granulaciones pigmentarias que en una proporción más ó menos crecida se las encuentra en todos los tegidos; ciertos órganos como el bazo, el hígado, los centros nerviosos y la túnica interna de los vasos, son los sitios de mayor predi- lección. Estos gránulos de pigmento libre se los vé conjuntamente con elementos pigmentados de mayor volumen, flotando en la masa sanguínea entremezcla- dos con los glóbulos rojos: En la sangre de la vena porta, es al parecer donde se les ha observado en mayor cantidad. Los elementos pigmentados no parecen ser otra cosa que leucocitos impregnados de pigmento; el número de granulaciones que contiene cada uno varía al infinito, pero siempre se encuentran fuera de los núcleos, suspendidos en el protoplasma. Al- gunos presentan un sólo grano de pigmento, otros ocho ó diez dispersos irregularmente en la masa protoplasmática ó bien aglomerados en un sólo punto. Estas moléculas pigmentarias son de formas re- gulares, generalmente redondeadas y de una colo- ración que varía del gris oscuro al negro; son ellas las que dan al bazo, al hígado y varios otros órga- nos, el tinte gris apizarrado que les caracteriza.. Heschl las ha encontrado en crecido número asen- tadas en la membrana interna de los vasos cerebra- les, habiendo sido él en compañía de Meckel, los. primeros en observarlas. La incesante superposición de las granulaciones pigmentarias dentro de las ar- terias, puede llegar á obstruirlas por completo y á originar pequeñas embolias, cuyas consecuencias eran inexplicables antes del conocimiento de estos fenómenos, que han arrojado gran luz en la inter- pretación de los síntomas de los accidentes perni- ciosos. Sobre el origen de las granulaciones melaníferas, todos los observadores se hallan de acuerdo al atri- buirlas á la destrucción de los glóbulos rojos; serían los resultados de la obra destructora de los filamen- tos móviles descritos por Laveran. A más de los leucocitos melaníferos que ya he- mos estudiado, se encuentran en la sangre, cuando se practica el examen pocas horas después de la muerte, otros elementos pigmentados muy semejan- tes á los anteriores, razón por la cual se los ha confundido durante mucho tiempo, no obstante tener diferencias capitales. Los nuevos elementos son al parecer masas de sustancia hialina, regulares en sus formas pero sin que se distinga en ellas la existencia de un núcleo, como tienen los hematíes. En cuanto á las moléculas pigmentarias son com- pletamente idénticas en ambos elementos. Estas masas de sustancia hialina tienen una simi- litud completa con los cuerpos kísticos núm. 1 y nú- mero 2, que se encuentran cuando se examina una gota de sangre extraída de algún palúdico, y segu- ramente son los mismos que se observan en el cadáver donde pierden rápidamente su vitalidad. Es necesario hacer notar que si las necropsias se practican en casos de paludismo crónico, se en- cuentra invariablemente disminuida la cantidad de la masa sanguínea, las visceras y los tegidos se hallan exsangües, anémicos. El examen histológico de la sangre, no siempre revela la existencia de las granulaciones de pigmento, que son infaltables como hemos visto en los accidentes perniciosos, pero si se la toma del bazo se encontrará la pre- sencia del pigmento en una proporción variable. La pigmentación encefálica es raro observarla en las manifestaciones crónicas de la malaria. La leucocitemia tan frecuente como pronunciada en el paludismo agudo, no se la observa en el crónico, pero ni cuando se practica el examen de la sangre de individuos muertos por la caquexia palustre, según opinión de autorizados observadores. Para cerrar este capítulo diremos, que la mela- nemia es considerada hoy en día como la altera- ción más característica de la infección palúdica; es el síntoma patognomónico de la enfermedad. Las granulaciones pigmentarias, ya se formen como quiere Frerich por el proceso congestivo del bazo y en el seno mismo de la pulpa esplénica, ó bien como opina Kelsch en la masa sanguínea misma, lo cierto parece ser que nunca se los deja de ob- servar cuando se efectúa bien el examen histoló- gico. Otro carácter resaltante de la melanemia consiste, en que tan sólo se presenta en los que han adqui- rido las fiebres de los pantanos, sin que se le haya observado hasta ahora acompañando ningún otro proceso patológico (Marchiafava). § III — El sólo examen microscópico del bazo de un palúdico revela cambios importantes en la forma y en su peso. De largo y angosto que es en el estado natural, se vuelve globuloso y redondeado, descendiendo por debajo de las falsas costillas hasta llegar al extremo en algunos casos de ocupar por completo el hipocondrio izquierdo. Hemos visto en varios niños de pocos meses, bazos de dimensiones extraordinarias llenando casi por si solos la cavidad abdominal. Proporcionalmente al volumen aumenta su peso, y es así como se vé con frecuencia bazos que pe- san 600, 750 y hasta 800 gramos, ó sea cuatro veces más que lo normal. En varias autopsias que hemos practicado en los cadáveres de individuos que vivían bajo la acción de las fiebres intermiten- tes y que murieron por accidentes diversos, el peso mínimo del bazo fué de 382 gramos; casi igual al doble de la cifra natural que son 200 gramos. La causa inmediata de este aumento de volumen del bazo serían al parecer las hiperemias y exuda- ciones en el parénquima del órgano ocasionadas por la repetición de los accesos febriles. Laveran insiste en el reblandecimiento que experi- menta el bazo de los que sucumben bajo la influencia de un acceso pernicioso. Se vuelve según él tan poco resistente y friable, que los dedos se hunden al que- rerlo tomar, en la pulpa explénica, rompiéndose á me- nudo en el acto de extraerlo de la cavidadab dominal. La cápsula del bazo llega á adelgazarse tanto, que la ruptura expontánea de esta viscera ha sido observada por Maillot. El parénquina toma la con- sistencia de una papilla que se pega á los dedos y se deja disgregar por un chorro de agua. Más característico aún que la forma y tenacidad, es la coloración del bazo. Si se practica un corte en cualesquier sentido, no se obtendría la colora- ción normal de un rojo más ó menos vivo, sino un tinte oscuro apizarrado que alguien ha comparado con el color del chocolate disuelto en agua. Estos signos anatomo-patológicos son propios tan sólo del paludismo agudo. Histológicamente analizado el bazo, se ha encon- trado en él, á más del aumento hipertrófico de sus elementos constituyentes, trama fibrosa, parénquima, corpúsculos de Malpighi, vasos esplénicos, etc., todas las modificaciones que han sido estudiadas al ocu- parnos de la sangre. Los elementos pigmentados sin núcleo y las gra- nulaciones melaníferas son numerosísimas; disemi- nados en todo el parénquima del órgano son quie- nes le dan el aspecto negruzco que le caracteriza. Contribuyen á este mismo resultado los leucocitos melaníferos que, como los cuerpos hialinos, se hallan en mayor cantidad siempre que la autopsia es más inmediata á la muerte. No obstante encontrarse las moléculas pigmenta- rias impregnando la pulpa explénica, y lo mismo dentro que fuera de los vasos, permanecen exentos de su acción melanífera los tractos fibrosos que desprendiéndose de la cara interna de la cápsula acompañan las ramificaciones vasculares, así como los corpúsculos de Malpighi. En los cortes practicados sobre bazos pertene- cientes á individuos muertos de fiebre tifoidea ó de cualesquier otro padecimiento, se notará en el acto la falta absoluta de los elementos pigmentados. Las únicas lesiones que pueden observarse en estos casos son las consecutivas á todo proceso congestivo. Estudiado el bazo de los que mueren con las formas crónicas del paludismo, obsérvasele siempre aumentado de peso y volumen, en una palabra, hi pertrofiado. Comprimiéndolo entre los dedos se le nota resistente, con una consistencia que no posee en las formas agudas de la infección palustre. Con- tribuye para ello el engrosamiento de la cápsula de Glisson en cuya superficie suelen observarse placas blancas de periesplenitis. Son estos focos in- flamatorios que estableciendo adherencias entre la cápsula y el diafragma, predisponen á la desgarra- dura del bazo durante las fuertes contracciones del músculo tobique. En la superficie de sección, se aperciben las si- nuosidades de las líneas blanquecinas formadas por el engrosamiento del tegido conjuntivo que consti- tuye el armazón fibroso del órgano. Su coloración es siempre oscura, y examinado al microscopio descúbrense, como lo afirma Laveran, las lesiones propias de la congestión inflamatoria y de la cirrosis hipertrófica, siendo digno de notarse que no se observa casi nunca la cirrosis atrófica del bazo. Son estas alteraciones anatómicas las que traen aparejadas las perturbaciones funcionales de la glándula hematopoyética por excelencia. Los impor- tantes estudios llevados á feliz término por Malas- sez que ha demostrado la existencia de mayor nú- mero de glóbulos rojos en la sangre de la vena explénica que en la de la arteria, parecen haber concluido de una vez para siempre con la eterna cuestión que traía divididos á los fisiologistas más distinguidos acerca de las funciones del bazo. Las causas que alteran su extructura, interrumpen la hematopoyesis y por lo tanto son un agente im portante para el desarrollo de la anemia que se observa en los palúdicos. § IV — El hígado es otra de las visceras que ex- perimenta modificaciones importantes bajo la acción de los desprendimientos pantanosos. En las formas agudas de la enfermedad palustre, el hígado sufre un proceso congestivo que aumenta su peso y á la vez' el volumen. En algunas autop- sias nos hemos encontrado con ejemplares que pe- saban 2.000 y 2.200 gramos, cuando su peso normal según Sappey es de 1.500 á 1.800 gramos. Como se vé, el aumento del hígado no guarda proporción con el del bazo que es muy superior, como tuvimos oportunidad de observarlo anteriormente. Algunas veces las hiperemias violentas que se producen en los primeros accesos febriles, cuya existencia se revela por la sensación de plenitud y un ligero dolor en la región hepática, dan lugar á pequeñas extravasaciones sanguíneas que á su vez constituyen limitados focos hemorrágicos. El higado conserva su forma ordinaria por lo general; la superficie externa, lisa y reluciente como en el estado sano. Tan sólo la consistencia parece algo disminuida. Al practicar un corte sobre el higado, recién se encuentra el único carácter invariable y fehaciente del padecimiento originario, cual es la coloración un tanto oscura y achocolatada de su parénquisma. En la vesícula biliar se observa una bilis bastante espesa y oscura. Sometiendo al microscopio un corte de la sustan- cia hepática se ha observado que el tegido conjun- tivo no ha sido alterado y que las células hepáticas permanecen intactas. La congestión es más ó menos acentuada según los puntos que se exarñinen, pro- duciéndose en algunos, ligeros derrames sanguíneos. 206 Pero la única alteración constante, acá como en el bazo, es la presencia de las granulaciones pigmen- tarias en el interior de los capilares sanguíneos. Un rol importante juega este pigmento que puede venir por la vena porta ó nacer allí mismo, por que cuando abundan las granulaciones melaníferas, se aglomeran en el interior de los capilares hasta obtusar la luz del vaso. Esto es causa de que se ocasionen éxtasis en el campo de la vena porta, de que aumente la tumefacción hepático, de que la bilis se vuelva albuminosa y finalmente, de que algunas veces se presenten hemorragias intestinales. En las autopsias de la caquexia palustre no se hallan alteraciones que tengan grandes variantes con las que dejamos apuntadas. Se observa sí, que el hígado tiene mayor consis- tencia y que siempre se halla enfermo, pertenecien- do sus alteraciones á la congestión inflamatoria ó á la cirrosis. En la primera se le vé aumentado de peso y vo- lumen, dilatándose en el sentido de la mayor super- ficie; de un color rojo oscuro y con algunas placas blancas de perihepatitis en la periferia. En los bordes de los lóbulos se nota un tinte negruzco semejante al que existe en el centro de los mismos. Al microscopio aparece el tegido de la cápsula aumentada de espesor, los capilares dilatados é in- gurjitados de sangre de manera que comprimiendo las células hepáticas concluyen por atrofiarlas; esta presión ejercida igualmente sobre los conductitos bi- liares los imposibilita para hacer circular su con- tenido, obligándolos á dilatarse y á dar lugar á la reabsorción de la bilis que en último resultado se traduce por la hictericia. Es tan frecuente este sin- toma, que Boudin lo ha observado en las siete dé- cimas partes de los enfermos que asistió en Argelia. En varias localidades de nuestras provincias de Jujuy y Salta es igualmente frecuente la hictericia de origen palustre. Casi excusado es decir, que entre los hematíes se aperciben las infaltables granulaciones de pig- mento, si bien en menor cantidad que en el bazo. Estas congestiones pueden resolverse por la acción de las sales de quinina ó bien, si se las abandona, terminar por la cirrosis. A estar á la opinión de Laveran, la forma de cirrosis más frecuente en el paludismo crónico sería la atrófica. Numerosas observaciones que ha recogido han sido tomadas de entre los Arabes, eligiendo * cuidadosamente aquellos que no habían tenido há- bitos alcohólicos. En ellos encontró al hígado pequeño y disminuido de volumen, retraído, deforme y glo- buloso. Con el auxilio del microscopio, descubrió los signos propios de la hiperplasia del tegido conjuntivo, el cual formaba anillos que englobaban uno ó varios lóbulos, la atrofia progresiva de las células hepá- ticas, neoformaciones de canalículos biliares y en una palabra, todos los caracteres propios á la cirrosis atrófica, que en el paludismo se distinguen por la presencia de los elementos pigmentados en las ra- mificaciones vasculares. Podría suceder que en algún caso de cirrosis oca- sionada por la malaria, no existieran moléculas me- laníferas por que habiendo desaparecido la infección palustre, puede muy bien aquella afección continuar su proceso evolutivo. La forma hipertrófica de la cirrosis parece ser infinitamente menos frecuente que la anterior. En Argelia se la ha encontrada muy pocas veces. Excepcionalmente se puede observar también la degeneración amilóidea de los pequeños vasos que dan al órgano los caracteres del hígado moscado, y la transformación grasosa de las células hepáticas. § V—El riñón ofrece poco de anormal en los casos de reciente infección; no tiene el tinte apiza- rrado del bazo y del hígado, antes al contrario su coloración es la fisiológica y todo lo que á simple vista se puede percibir, consiste en una ligera hipe- remia del parénquima renal. Para descubrir la presencia de las granulaciones pigmentarias hay que recurrir al microscopio. El indica que tienen por sitio preferente el interior de los vasos sanguíneos y especialmente los glomérulos de Malpighi que las detiene á la manera de un filtro. El resto del órgano permanece intacto, ni el tegido conjuntivo ni los túbulis con su revestimiento epi- tedial experimentan modificación alguna. En las fiebres biliosas hematúricas, dice Pellarin, los riñones aumentan de peso y volumen; en la sus- tancia cortical se notan numerosas hemorragias in- tersticiales y la cápsula misma ofrece equimosis de extensión variable. Para los casos antiguos de fiebres palustres, Kiéner reconoce dos estados distintos en los riñones. El riñón ingurjitado, y el atrofiado. Según este autor, los riñones ingurjitados, se pre- !■ entan voluminosos y aumentados de peso, resis- tentes á la presión y de un color rojo sombrío. Histológicamente examinados, se vé á los capilares 209 fuertemente distendidos, siendo á veces tal la con- gestión, que se producen hemorragias intersticiales y en el interior de los túbulis; el epitelium de estos se vuelve granuloso y se descamna. Los riñones atrofiados tienen aún mayor consis- tencia, son redondeados y pequeños, y á menudo la cápsula se halla fuertemente adherida al tegido re- nal; la coloración más oscura que en los anteriores, tira al marrón. Con el microscopio se observan al- teraciones de la trama conjuntiva, de los túbulis y la existencia de pequeños kistes. En ambos estados de los riñones existe la impregna- ción pigmentaria que es la causa principal de las perturbaciones circulatorias y de la aparición de la albuminuria (Oppolzer y Frerichs). Este pigmento, á estar á los resultados obtenidos por Grohe, no es tan sólo un elemento transportado, sino que nace in situ. Para concluir con lo relativo al riñón diremos, que se ha observado indistintamente la nefritis epi- telial, la intersticial y la mixta, sin que hasta ahora sea posible establecer supremacia de frecuencia entre ellas. § VI—Los centros nerviosos tampoco se hallan libres de la acción del paludismo, aunque sus efec- tos no sean tan constantes ni las manifestaciones tan características como en otros tegidos. Si á los que sucumben de accesos perniciosos, sobre todo si son de forma delirante ó comotosa, se levanta la bóveda craneana, se apreciará á sim- ple vista la turgencia de las meningeas sobre todo hacia la convexidad del cerebro. Cuando se apartan las envolturas de la masa encefálica, la sustancia gris del cerebro aparece con una coloración mucho más oscura que de ordinario. El tinte más subido de la masa gris, débese por una parte á las gra- nulaciones de pigmento que se encuentran disemi- nadas por todo el organismo y por otra á la hi- peremia de las circunvoluciones cerebrales. Cuanto hemos dicho del encéfalo y sus envoltu- ras se aplica en un todo á la médula espinal y sus cubiertas. El aumento de la coloración descrita en la super- ficie del encéfalo, aparece conjuntamente con la de los núcleos grises del interior del cerebro, del bulbo y con la parte central de la médula espinal. En la sustancia blanca de la masa encefálica no se distingue nada de anormal. Cuando se practica el examen histológico sobre un corte de la sustancia gris de las circunvolucio- nes cerebrales, lo primero que llama la atención del observador es el crecido número de granula- ciones pigmentarias que oscurecen las ramificaciones vasculares. En algunos casos nótase á los capilares aumentados de volumen por efecto de la hiperemia. Pero nada hay que admire más por su constancia como la pigmentación; las granulaciones se disponen en mil variadas formas, á veces siguiendo la pared interna de los vasos toman la forma de rosario, otras se diseminan formando pequeños grupos sin orden ni concierto, y finalmente no es raro verlas superponerse después de adheridas á la túnica in- terna de los capilares, hasta que llega el momento en que obstruyen la luz del vaso constituyendo así un verdadero trombus pigmentario. Es de notarse que estas moléculas de pigmento se encuentran á la vez en los capilares de la sus- tanda blanca de los centros nerviosos y que si no se produce en ella la coloración oscura tan percep- tible á simple vista en la masa gris, es porque siendo muy limitado el número de vasos que la atraviesan, no bastan á comunicarle un tinte espe- cial, á la inversa de lo que sucede con las circun- voluciones cerebrales que contienen en su periferia una rica red vascular. Las mismas alteraciones tienen lugar con relación al color en la médula espinal y bulbo raquídeo; las granulaciones melaníferas que tachonean de negro á los pequeños vasos, vuelven más oscura la sustancia gris, y ocasionan por la continua superposición de moléculas, obstáculos serios á la circulación capilar. Estas son en suma, todas las modificaciones que se han observado en los centros nerviosos; las cé- lulas cerebrales y los elementos propios del bulbo raquídeo y de la médula espinal permanecen com- pletamente normales. Los pulmones y el aparato digestivo han sido objeto de prolijos é interesantes investigaciones sin que se haya conseguido descubrir nada caracterís- tico para el paludismo, si se exceptúan el pigmento vascular, que se encuentra lo mismo en los capila- res del peritoneo y de los intestinos, que en los que rodean los vesiculares pulmonares. Relativamente á los pulmones, Marchiafava hace una interesante observación: Según él, no se encon- traría en la neumonía aguda de los palúdicos el exsudado fibrinoso que caracteriza la enfermedad cuando se desarrolla en individuos que no han su- frido las fiebres de los pantanos. En aquellos la ex- sudación es de aspecto seroso y contiene una fuerte proporción de células epiteliales normales, de ma- ñera que se trata más bien de una neumonía des- camativa antes que fibrinosa, modalidad que explica por otra parte que el parenquina pulmonar presente los caracteres de la esplenisación antes que los de la hepatisación. También parece haber observado la existencia de los elementos pigmentarios conjuntamente con los hematíes en el interior de los alvéolos, de manera que se puede llegar á un diagnóstico cierto siem- pre que en los esputos se descubra la existencia de sangre y se los someta al examen microscópico. (*) Varios microbiologistas han extendido el campo de sus investigaciones al corazón y tegido muscular sin obtener resultados positivos. Tan sólo en la mé- dula de los huesos pusieron de manifiesto la pre- sencia de granulaciones pigmentarias exactamente iguales á las que se descubren en el bazo, hígado, etc., etc. Después de haber estudiado detenidamente las modificaciones anatómicas ocasionadas por el palu- dismo, podemos cerrar el capítulo con la siguiente conclusión: La alteración más característica descu- bierta hasta hoy en día y la única constante ya se trate de la forma aguda ó crónica del paludismo, es la presencia de los elementos pigmentados en la sangre en general y especialmente en la que con- tiene el bazo. (1) Marchiafava.—Contribución al estudio de las lesiones anatómicas de la infección palustre. CAPÍTULO IV SINTOMATOLOGÍA MANIFESTACIONES CLÍNICAS «Cuando se estudian ciertas clasi- ficaciones de las formas clínicas del paludismo, se queda asombrado de la complexidad de la materia y difícil- mente se llega á comprender como un mismo agente puede dar origen á enfermedades tan diversas. Laveran ». § I—Clasificación.—Desde la clásica división creada por Torti y representada en las múltiples ramifica- ciones de un árbol de quina que colocado al prin- cipio de su obra indica al lector su objeto y el plan á seguirse, hasta la más moderna de Guéguen, no se encuentra alguna que, levantándose por encima de las clasificaciones escolásticas, tienda á disminuir la multiplicidad de las subdivisiones y clases que llevan la duda y la incertidumbre al espíritu sin ventaja alguna para el clínico, agrupando las mani- festaciones accidentales del paludismo alrededor de entidades patológicas bien caracterizadas y constan- tes en su forma única, como que es único el agente de su producción. A Laveran es á quien pertenece la iniciativa en este sentido; en su importante tratado sobre las fiebres palustres, se encuentra una clasificación sen- cilla y clara, sin lujo de divisiones y casi completa. Decimos casi completa porque, como veremos luego, no dá cabida en su cuadro al grupo de las formas larvadas del paludismo, sin por esto negar en abso- luto su existencia. Para nuestro estudio, adoptaremos la siguiente clasificación que comprende todos los casos que hemos observado en el Norte de la República, y según creemos, los que se presentan en los demás países palustres: Io Fiebre intermitente (cotidiana, terciana y cuar- tana). 2o Fiebre continua palustre. 3o Accidentes perniciosos. 4o Caquexia palustre ó paludismo crónico. 5o Manifestaciones larvados del paludismo. Estas cinco categorías no son para nosotros sino otras tantas formas en que hace su aparición un sólo principio mórbido, único en su naturaleza y esencia (los microbios del paludismo) aunque va- riado en sus manifestaciones. La constitución física de los sujetos, los antece- dentes patológicos, las predisposiciones individuales unidas á las influencias climatéricas y al mayor ó menor grado de infección palustre, son las causas principales que actuando á la manera de un prisma, descomponen los efectos del paludismo para presen- tar al observador sus múltiples y variadas formas clínicas. El modo más común que tiene el paludismo para manifestarse, es bajo la forma de fiebre intermitente. Este es un hecho de observación universal y es por esto que la colocamos en primera línea en la clasificación precedente. Los tipos clínicos que reviste la fiebre intermi- tente, son según muchos autores, numerosísimos; pero, á decir verdad, y en este punto nuestra prác- tica concuerda en un todo con la de Laverán, du- rante varios años de experiencia no hemos observado en las provincias del Norte otros tipos que el coti- diano, terciano y cuartano. La doble terciana, doble cuartana, etc., ó con mayores intervalos, como la quintana, sextana, octana y tantas otras variedades de intermitencias que se han descrito, no diremos que no existan, sino que, ó son muy raras entre nosotros, ó la mala suerte no nos ha dejado obser- varlas una sola vez. Por otra parte, no somos los únicos en haber su- frido esta privación; distinguidos colegas que desde largos años atrás ejercen su profesión en las pro- vincias de Salta, Jujuy, Catamarca y Tucumán, nos aseguran no haber tratado otros tipos que los tres primeros. Las intermitencias demasiado largas se explican satisfactoriamente en algunos casos por la acción de los preparados de quinina, que suprimen uno ó más accesos sin curar completamente la in- fección. Para la segunda variedad de las fiebres compren- didas en el cuadro, no aceptamos, como se vé, el calificativo de remitentes con que algunas veces se las designa, porque las fiebres palustres no tienen más que dos modos de presentarse, ó con el carác- ter intermitente ó bajo la forma continua, y si bien es verdad que la continua palustre tiene sus remi- siones, esto no autoriza á cambiar por una modalidad de la fiebre, el nombre que le dá su verdadero carácter, cual es el de la continuidad. La fiebre tifoi- dea que es la más continua que se conoce, tiene tam- bién remisiones matinales, fenómeno común á la mayor parte de los estados febriles, y que no puede por lo tanto servir de carácter distintivo para la de- terminación de una entidad patológica determinada. Los nombres de fiebres sub-contínuas y de mias- máticas como se las suele llamar en las provincias, tienen, la primera los mismos inconvenientes que dejamos apuntados para la expresión de remitentes, y la segunda, el de traer al espíritu la idea de un principio gaseoso como causa generatriz de la en- fermedad, cuando hemos visto que reconoce un origen parasitario. El tercer grupo, comprende bajo el dictado de accidentes perniciosos, todos los síntomas inconstan- tes y graves que aparecen complicando cualesquiera de las dos formas anteriores, es decir, á las fiebres intermitentes y continua palustre, pero que no cons- tituyen por esto una nueva clase de enfermedad. Creemos que hay ventajas reales en clasificar y describir como accidentes perniciosos de las fiebres palustres, á las que se conocen como fiebres perni- ciosas, por cuanto esta última denominación trae aparejada la idea de una entidad mórbida especial, distinta de las fiebres palúdicas, idea que se debe desterrar por completo, pues el carácter de la per- niciosidad la dá el mayor grado de infección palustre del organismo traducido en la algidez de los sínto- mas y en manera alguna una causa patogénica dis- tinta á la de la malaria. Es, pues, á las fiebres palustres complicadas con accidentes graves, para quienes reservamos el nombre de accesos ó acciden- tes perniciosos. Sobre la caquexia palustre todos los autores reco- nocen que su nombre indica perfectamente la natu- raleza del padecimiento eminentemente crónico, sin que por esto se halle exenta de accidentes perni- ciosos. Llegamos finalmente á las manifestaciones larva- das del paludismo, que cierra el cuadro formado por las cinco clases á que pertenecen los diversos modos de manifestarse que tiene la infección palus- tre. Pensamos que el nombre de fiebres larvados con que generalmente se las describe no merece conservarse por inexacto. La palabra fiebre, importa decir aumento de combustión y elevación de tem- peratura y precisamente la generalidad de las ma- nifestaciones larvados del paludismo son apiréticas, siendo raro darse con alguna de ellas que venga acompañada de reacción febril. Como no se concibe la existencia de una enfer- medad sin elevación térmica y que sin embargo se le llame fiebre larvado, que sería lo mismo que decir fiebre anómala sin hipertereuia, es que no aceptamos aquella denominación, reemplazándola ventajosa- mente, á nuestro modo de ver, por la de manifes- taciones larvados del paludismo, que pueden ir ó no acompañadas de un ligero movimiento febril. Aunque hoy en día se ha restringido mucho la variedad de las formas larvadas de la malaria lle- vada por algunos autores al infinito, quizás por la especie de monomanía que existe en los países cá- lidos de atribuir al paludismo todo fenómeno insó- lito que se observe, no deja de causarnos extrañeza que Laveran no haya tenido la fortuna, como él dice, de encontrar un sólo caso de este género con el cual completar su colección de observaciones. Por nuestra parte, y á la par de todos los médi- cos que practican en las provincias del Norte, ob- servamos diariamente casos de manifestaciones lar- vadas típicas que no dejan en el ánimo la menor duda acerca de su naturaleza, desapareciendo rápi- damente bajo la acción de la quinina. En el estudio de las manifestaciones clínicas del paludismo comprendidas en este capítulo, seguiremos el mismo orden observado en la clasificación pro- puesta. FIEBRE INTERMITENTE § II—La fiebre intermitente ocupa el primer rango entre el número y la diversidad de las manifesta- ciones clínicas revestidas por el paludismo en nuestro país. Su gran frecuencia y extraordinaria preponderancia sobre las demás formas, nos pone en el caso de estudiarla preferentemente, no obstante ser esta una de las modalidades más benignas con que puede aparecer. En el hospital de Jujuy fueron asistidos durante el año pasado 264 atacados por la enfermedad rei- nante, y 140, es decir, algo más de la mitad, el 53 °/o de los entrados, eran casos típicos de fiebre intermitente. En el de Salta aún es mayor la pro- porción; sobre un total de 292 chuchentos que se asistieron en todo el año, correspondían á las inter- mitentes 247, ó sea el 84.5 °/° de los palúdicos. El movimiento de los enfermos de esta clase llegó en el hospital de Tucumán á 562, de los cuales nada menos que 487 padecían de accesos intermitentes de tipos regulares y anómalos (86.6 °/o). Las cifras anteriores indican á la vez que la gran preponderancia de la forma paroxística sobre todas las otras manifestaciones del impaludismo, la mar- cada tendencia de la endemia á ir aumentando de gravedad á medida que se aproxima al ecuador, ó lo que es lo mismo á los climas más ardientes. En efecto, mientras que vemos reinan las formas más benignas de la malaria en la provincia de Tucumán en la proporción de un 86.6 °/o, y en la de Salta con el 81.5 °/o, observamos que en la de Jujuy se reducen á un 53 °/°, lo que vale decir que el 47 °/o de los casos restantes corresponden á las formas graves, fiebre continua, caquexia palustre, etc., etc. En las provincias de Catamarca, la Rioja y Co- rrientes, repítense á cada paso idénticas observa- ciones, á tal punto de casi no conocerse otra clase de manifestación palustre que la intermitente. En ciertos departamentos del territorio catamarqueño suelen presentarse alguna rara vez ejemplos de ca- quexia y de fiebre continua, pero estos casos, como hemos dicho, son excepcionales. Las remisiones que separan los paroxismos febri- les que dan á esta clase de fiebre su verdadero carácter, presentan variaciones de tiempo merced á las cuales se hace posible la determinación de los tipos. Ya anteriormente dijimos que entre nosotros las intermitentes no revestían otros tipos que el cotidiano, terciario y rara vez el cuartano, y en consecuencia tan sólo de ellos nos ocuparemos, de- jando para observadores más afortunados la descrip- 220 ción de la doble cotidiana, terciana doble y todos esos tipos de que hablan la mayor parte de los autores y que á fuerza de ser complicados conclu- yen por parecer caprichosos. s La frecuencia de los tipos no es la misma en las distintas provincias donde reina el paludismo. Las tercianas dominan en la Rioja, Catamarca, Tucumán y Salta en una proporción que nos dá el siguiente término medio: tercianas 48 °/o, cotidianas 35 °/o, cuartanas 5 °/o, tipo anómalo 12 °/o. En la provincia de Jujuy, las cotidianas llevan la pr macía con un 53 °/o, en seguida viene la tercia- na con el 40 °/o, la cuartana con el 2 °/o y el tipo irregular con 5 °/o. Desde luego es fácil notar que las intermitencias que separan los accesos febriles tienden á disminuir cuanto más se aproximan al trópico. El tipo cuar- tano y terciano dominante en toda la parte Sud de la zona palustre de nuestro país principia á perder su frecuencia hacia la extremidad Norte: las remi- siones se hacen más cortas y los paroxismos repí- tense diariamente, de manera que las cotidianas y continuas constituyen las manifestaciones dominan- tes en toda la región tropical de nuestro territorio. Entre las formas intermitentes, las tenemos que son de primera invasión y de recidiva. Las de pri mera invasión tienen su época precisa y única de aparición, el verano y otoño; si en ella no se con- trae la fiebre desaparece todo peligro pues se tra- ta de una enfermedad verdaderamente invernante. Cuando se presentan esta clase de accesos que regularmente acometen á los extranjeros ó perso- nas recién llegadas á las comarcas insalubres, lo hacen indefectiblemente bajo tipo cotidiano y con el cuadro sintomático más característico que se puede observar de las fiebres intermitentes. Este tipo si es atendido debidamente desaparece en absoluto y con facilidad, pero si se le abandona puede tomar la forma continua, acarrear una anemia profunda y terminar por el estado caquéctico siempre difícil de combatir. La fiebre de recidiva, infinitamente más frecuen- te que la anterior, no reconoce estación alguna del año que facilite ó retarde su época de apari- ción. Los trastornos gastro-intestinales, las fatigas de todo género y cuanta causa contribuye á debi- litar el organismo, determina un acceso de chucho lo mismo en el invierno que durante el verano. Por esta clase de fiebre se explica satisfactoriamen- te el número de entradas de palúdicos que figuran en todos los hospitales de las provincias del Norte correspondientes á los meses de invierno, época co- mo se sabe de inacción para los focos de insalu- bridad. En las fiebres de recidivas falta á menudo esa sucesión regular y clara que, como veremos luego, ofrece el cuadro prodrómico y sintomático de las de primera invasión. El tipo que aquellas revisten es el terciano y alguna rara vez el cotidiano y cuarta no. Cuando se tiene por delante un caso de terciana, casi podríamos asegurar con muchos visos de ver- dad, que se trata de una fiebre de recidiva. Por lo demás, los diferentes tipos que revisten las intermitentes no tienen nada de constantes. Con frecuencia observamos casos de cotidianos que to- man el tipo terciano, tercianas que degeneran des- pués de algún tiempo en cuartanas y hasta á la continua palustre se la vé terminar por accesos in- termitentes. Sobre la hora de aparición de los paroxismos puede decirse otro tanto, la repetición no se hace con exactitud matemática; lo general es que el acceso unos días anticipe y otros retarde por espa- cio de algunos minutos y á veces de horas enteras, el momento de su invasión. La experiencia nos ha enseñado que el mayor número de los accesos intermitentes tienen lugar desde la madrugada hasta mediodía, sin que nos sea posible fijar una hora dada en la cual estos se repitan más á menudo. Por la tarde y principal- mente de las 4 á las 8 p. m. aparecen también con alguna frecuencia los paroxismos febriles. Cuando un sujeto se vé acometido por primera ves por la forma intermitente del paludismo, ofrece á la consideración del clínico el cuadro sintomático más completo que puede observarse entre nosotros y acerca del cual pasamos á ocuparnos. Desde luego principia por experimentar ciertas molestias premonitoras del acceso, tan conocidas para el paciente que puede al cabo de algunos días ir hasta señalar con bastante precisión la hora en la cual principiará el chucho. Estas sensaciones prodrómicas consisten frecuen- temente en un desfallecimiento general, muy apre- ciable sobre todo en las piernas que hacen un tan- to difícil ó perezosa la marcha, y acompañado de bostezos y pandiculaciones repetidas á cortos intér- valos. De parte del aparato digestivo obsérvanse también fenómenos bien acentuados; el apetito des- aparece en absoluto, la lengua algo saburrosa, y si se ha tomado algún alimento es frecuente que so- brevengan náuseas y vómitos. Un ligero dolor á la nuca y en la región lumbar hemos observado en buen número de casos completando las manifesta- ciones prodrómicas de la fiebre intermitente. En seguida sobreviene el primer período ó de escalofrío de la fiebre. Las extremidades de las ma- nos y de los pies principian á enfriarse á la vez que toman la coloración de un amarillo cadavéri- co, siendo inútiles las fricciones repetidas por que el calor no vuelve á presentarse hasta después de pasado este período. La sensación de frío que ya es bastante mortificante en la extremidades, comien- za á irradiarse bajo la forma de escalofríos fugaces hacia la periferia del cuerpo y muy especialmente en toda la espalda y trayecto de la columna ver- tebral. Estas impresiones van aumentando de frecuencia é intensidad hasta no dejar subsistente más que la sensación de frío general. En este momento toda la piel del cuerpo ofrece un tinte pálido, se halla seca y retraída; las uñas y la mucosa labial toman la coloración azulada; la sensibilidad táctil se embota, y algunas veces los escalofríos son tan intensos que el enfermo tiembla, cual si estuviera bajo la acción de un ataque con- vulsivo, y no se cansa de pedir se le abrigue lo más posible. Los movimientos respiratorios acompañados de castañeteo de dientes, son repetidos y entrecorta- dos; el pulso desigual, pequeño y frecuente, está en armonía con el estado isquémico de la piel. El dolor de cabeza, que al principio es poco intenso, se acentúa más y se localiza en la nuca ó en la frente, región supra-orbitaria; en este período sue- len aumentar los dolores lumbares; la lengua está seca y saburrosa; existen dolores en el epigastrio cuando se ha comido antes del acceso. La duración de este período es, en algunos paí- ses, de varias horas (1 á 6), pero en el nuestro, donde más bien tiene inclinación marcada á des- aparecer, se cuenta su durac'ón por minutos, de 20’ á 40’, más ó menos. No se crea que todos los atacados de fiebres de primera invasión ofrecen los síntomas descritos, por que hay muchos enfermos que tan sólo experimen- tan un ligero escalofrío, y otros en los que el acce- so principia directamente por la fiebre. Segundo período ó de calor:—El paso á este pe- ríodo se hace de un modo gradual, después de algu- nas alternativas entre el escalofrió y la sensación de calor que ya comienza á experimentar el enfermo. La piel pierde su sequedad y aspereza para vol- verse más suave y húmeda á la vez que más laxa; cambia su color amarillo por el rojizo, que se acen- túa sobre todo en la cara. Desaparecen en general los dolores que se localizaban en la región lumbar y en los miembros, pero no siempre pasa lo mismo con la cefalalgia, que por lo regular se exacerba considerablemente, favorecida quizás por el estado congestivo del cerebro. La temperatura axilar se eleva rápidamente hasta llegar á 40° que es el término medio que hemos observado entre las fiebres de primera invasión to- mando la temperatura hacia la mitad del acceso febril. El máximum encontrado por nosotros no ha pasado de 41°8\ En este período no es raro observar un poco de sobreexcitación nerviosa acompañada de movimien- tos respiratorios algo acelerados y de contracciones cardiacas enérgicas; en el cuello se vé latir con fuerza á las carótidas, y en la radial se percibe la impresión que dá un pulso lleno y duro; á la aus- cultación y particularmente en el foco pulmonar, se percibe un ruido de soplo isócrono al pulso, que no siempre esta bien caracterizarlo, ni es constante. La excreción urinaria es poco abundante, pero la orina, muy rica en úrea, tiene una coloración os- cura. Como síntomas inconstantes, se encuentran la di- latación de la pupila, que á veces es considerable, dolores á la presión en los hipocondrios y región lumbar. La sequedad de la boca y la sed molestan mucho á los enfermos en este período, lo mismo que la impresión de un calor intenso que se pro- paga á la periferia del cuerpo y que induce al pa- ciente á arrojar todas las cubiertas de la cama que en el primer período había solicitado con instancia. La duración de este segundo período es, en tésis general, de algunas horas. Tercer período ó de sudor:—Los caracteres cul- minantes de este período son la hiperhidrosis y la disminución gradual, hasta la desaparición comple- ta, de todos los síntomas arriba indicados. La sen- sación de calor interno con irradiaciones periféricas desaparece paulatinamente, á la vez que la cefa- lalgia. La humedad de la piel aumenta con rapidez hasta quedar completamente cubierta por una capa abundante de un sudor caliente que empapa todas las ropas del cuerpo y cama del enfermo en algu- nos casos, pues en otros es más moderada la tras- piración cutánea; la coloración rosada de la piel desaparece para dar lugar á la amarillenta ó pálida que conservan los enfermos durante toda la api- rexia. Las mucosas se humedecen y los movimientos res- piratorios son amplios y más tranquilos; el pulso, si bien continua algo frecuente, es más lleno y regular que en el período precedente. La cantidad de orina eliminada es mayor y menos cargada de sales, por que es sabido que por las glándulas sudoríparas se elimina una gran cantidad de ellas que en otras cir- cunstancias serían expulsadas por los riñones. A este estadio podría llamársele también período de sedación, por cuanto desaparece el dolor de cabeza y el de las otras partes del cuerpo si existía, lo mismo que la excitación nerviosa. Durante la tras- piración el enfermo experimenta una sensación de desfallecimiento general, que le sumerge en un sueño tranquilo y reposado, del cual despierta con un sen- timiento de bienestar relativo. La duración de este período es la más larga de todas, porque á veces se continua la traspiración, aunque muy disminuida y bajo la forma intermi- tente, durante todo el lapso de tiempo que dura la remisión. Se ha dicho en tesis general, que los ac- cesos de fiebre intermitente aparecen de la madru- gada á medio día y que el período de sudor puede prolongarse á veces en enfermos que han sufrido un acceso á las doce del día, hasta media noche; en otros tan sólo es apreciable su duración por me- dia ó una hora. Tal es la sucesión regular de un acceso típico de fiebre intermitente de primera invasión; pero la ob- servación de un cuadro sintomático semejante no es frecuente en el interior de nuestro país. El esca- lofrío y los pródromos tienden cada vez más á des- aparecer. Hoy en día el chucho principia en casi todos los casos de recidiva por el acceso febril y el dolor de cabeza que es muy constante. Esta su- presión del escalofrío es causa de que mucha gente trabajadora que antes lo ha sentido, no se considere enferma cuando tan sólo experimenta algo de calor y una fuerte cefalalgia que no saben á que atribuir, 3r que se entregan á sus ocupaciones habituales sin tomar antes el antídoto de la fiebre. En los tipos tereiano y cuartano es principalmente donde la fiebre se halla reducida á los dos últimos períodos de calor y sudor, y como son aquellos ti- pos los más frecuentes en las provincias, resulta que predominan en ellos estas formas de intermi- tentes degeneradas. Hay mucha gente, entre los peones principalmente, que vive luchando con esta clase de fiebres sin so- meterse á un tratamiento racional, por el horror que les inspira la sola idea de ir al hospital á unos, y á otros porque, encontrándose relativamente bien en la intermisión de los accesos, se resignan á lle- var esta vida de un sufrimiento continuo «hasta que Dios quiera» como ellos dicen. Esta gente tiene una facies particular, palúdica si se quiere, pero que les es característica: la cara algo demacrada, las conjuntivas exangües, los lábios azulados, las encías blancas y la coloración amarillo terrosa de su piel, que se acentúa particularmente en la cara y en las manos, induce á ver en ellos el principio de la caquexia palustre, tanto más si á esto se añade la debilidad de la palabra y la suma lentitud con que efectúan sus movimientos, que po- nen de relieve el estado de miseria orgánica en que se encuentran. Algunas visceras hállanse hipertrofiadas y particu- larmente el bazo, que á la palpación y percusión deja notar un gran aumento de volúmen; con el hígado pasa otro tanto, sólo que en este caso no hay que darle toda la responsabilidad del aumento de su vo- lumen al paludismo, porque una parte considerable de los enfermos tienen arraigados hábitos alcohó- licos. Al comprimir la región esplénica acusa el enfer- mo durante el estado febril y hasta en el período de remisión, cierta impresión de dolor vago y mal limitado que dura tanto como la causa que lo pro- duce. Entre uno y otro acceso el sujeto encuéntrase re- lativamente bien, pudiéndose dedicar á ciertas ocu- paciones manuales que no requieran gran esfuerzo. Aún existen algunas otras particularidades inte- resantes de la fiebre intermitente, sobre las cuales llama la atención. Entre los síntomas inconstantes de los accesos que no son de primera invasión figuran los sudores. En ciertos enfermos la hiperhidrosis es tan abundante que empapa materialmente la ropa de vestir obli- gándolos á cambiarlos por repetidas ocasiones, mien- tras que en otros, esto es lo general, el período de sudor hállase reducido á una ligera traspiración que tan sólo alcanza á humedecer la piel. Si se buscase una relación cualesquiera sobre la duración media de los tres períodos que constitu- yenel acceso intermitente no sería fácil encontrar- la, por cuanto el primero y último (frío y sudor) pueden faltar y faltan á menudo, ó bien se pre- 229 sentan tan atenuados que no los aprecia el médico ni el enfermo, de manera que es como si realmente no existieran. El único síntoma infaltable y al que parece que tiende á reducirse el chucho consiste en la hipertermia y los dolores de cabeza que son el compañero más constante. Qué tiempo dura todo un acceso intermitente con sus tres períodos? — Tampoco es posible responder de una manera categórica y absoluta á esta pre- gunta, pues la duración evolutiva del ataque varía tanto no solamente de un sujeto á otro sino en el mismo individuo de uno para otro acceso, que in- valida toda conclusión terminante. Sin embargo, pue- de decirse en tésis general, que entre cinco y diez horas se hallan comprendidas la inmensa mayoría de los casos, siendo muy raro que un paroxismo dure más de este tiempo sin tomar el aspecto de la fiebre continua. Pasada la fiebre, la mucosa labial se pone seca y agriétase con facilidad dando lugar á la salida de al- gunas gotitas de sangre, pero nunca tuvimos opor- tunidad de observar el herpes labial descrita por algunos autores como una consecuencia de los ac- cesos febriles. Lo que si hemos visto algunas veces ha sido la urticaria, en individuos que habían tenido ó que se encontraban bajo el peso de la terciana. Esta es quizás la única complicación cutánea ofre- cida por las fiebres palustres entre nosotros; pues lo que es manchas rosadas y pequeñas extravasa- ciones sanguíneas que dan á la piel un aspecto par- ticular, no hemos podido encontrar en las intermi- tentes ni en la forma continua donde fué buscada con especial interés. 230 Entre las complicaciones frecuentes y graves que hemos tenido oportunidad de tratar en las provin- cias de Tucumán y Salta, figura en primera línea las epistaxis. Casi siempre se producen durante el segundo período como que la sangre que fluye en él hacia la piel y las mucosas, impulsada por el movimiento febril, favorece su aparición. En el intérvalo de los accesos suelen también pre- sentarse estas hemorragias provocadas por el sol ó por otra cualesquier causa ocasional. Las epistaxis entre los palúdicos si se repiten con frecuencia y abundancia, deberán mirarse siempre como una complicación séria y que reclama inme- diata asistencia. Con ellas el estado hidrémico de la sangre aumenta rápidamente y las fuerzas del enfer- mo desaparecen en pocos días. En el Rosario de la Frontera tuvimos ocasión de asistir hemorragias nasales rebeldísimas que pusie- ron en peligro inminente la vida de varios enfermos de tercianas, y cuya completa curación no fué ob- tenida hasta después de haber abandonado el lugar donde habían adquirido la infección. Haremos notar de paso que la hematuria de origen palustre no se presenta jamás en nuestro país. Las diarreas también parecen no ser del todo ex- trañas á la influencia del paludismo, pues más de una vez nos ha sucedido prescribir las sales de quinina, que suelen ocasionar cámaras líquidas, á chuchentos que padecían simultáneamente de diarreas, y ver curarse las dos afecciones. Serían estos ca- sos simples coincidencias ó realmente la química obraría como un verdadero agente curativo para las corrientes exosmóticas del intestino? Por parte del aparato respiratorio no hay que ex- trañar aparezcan ciertas complicaciones de impor- tancia. En algunos veranos se nota que las intermi- tentes van acompañadas por congestiones pulmona- res que desaparecen fácilmente bajo la influencia del tratamiento específico. Por lo regular descubre el médico esta complica- ción á causa de la respiración fatigosa que conserva el enfermo después de pasado el acceso febril. El Dr. Arias nos comunica' haber tenido oportu- nidad de tratar en la provincia de Salta, verdade- ras neumonías palúdicas que se curaban con los preparados de quinina. Relativamente al número de ataques que puede llegar á sufrir un sólo individuo, no hay nada de más variable. Si continúa viviendo en la localidad palustre y todo lo espera de los esfuerzos de la naturaleza, los accesos se repetirán al infinito; pero si es sometido á un tratamiento apropiado y enér- gico la enfermedad puede quedar conjurada en el segundo ó tercer ataque. Es casi segura la reaparición de la fiebre después de pasada una temporada de remisión más ó ménos larga. Algunas veces ella responde á nueva infec- ción y se trata por lo tanto de una fiebre de recidiva; sin embargo lo más común es que sean casos de re- caídas, es decir, la continuación de la primitiva en- fermedad que no había desaparecido en absoluto. Los microbios del paludismo pueden vivir, según Laveran, en el organismo por largo espacio de tiempo sin dar lugar á la aparición de un nuevo acceso febril. Merced á esta propiedad de los mi- crobios de permanecer al estado latente, son ex- plicables los ataques tardíos que experimentan cier- tas personas después de varios meses de haber abandonado las comarcas ó regiones palustres. Estas recaídas son tanto más de temer cuanto más extenuada y débil se halla la constitución del enfermo y cuanto más antigua ha sido la infección y menos duradero y enérgico el tratamiento em- pleado. No hay que olvidar, tratándose de la fiebre inter- mitente, que un ataque de chucho lejos de dar in- munidad, crea una verdadera receptividad para los accesos subsiguientes. Finalmente, mencionaremos á título de observa- ciones raras, las contracciones uterinas que sufren algunas embarazadas cuando se hallan bajo la acción inmediata de un paroxismo febril. Hemos atendido dos casos de esta clase que terminaron por el aborto y en los cuales no era posible atribuir á otra causa el origen de las contracciones uterinas. La gran elevación térmica ocasionará la muerte del feto y consecutivamente las contracciones de la matriz? Parécenos verosímil por lo menos el mecanismo ó la causa del aborto explicada de esta manera, para los casos producidos durante ó poco tiempo después de un ataque violento de chucho. FIEBRE CONTINUA PALUSTRE § III — La continuidad de la fiebre palustre se acentúa á medida que se avanza hacia la parte Norte de la República. Las tercianas, frecuentes como dijimos en todo el Sud de la gran zona palúdica, se ven en la provincia de Jujuy superadas por la forma cotidiana, y de ésta á la continua no hay más que un paso. Con razón han llegado á pensar la mayor parte de los autores que practicaron largos años en Aus- tralia, Argelia y en Constantina que la fiebre con- tinua ó remitente como también se le llama, no era otra cosa que la resultante de una série de accesos cotidianos suficientemente prolongados para unirse los unos á los otros antes que la defervescencia tenga tiempo de bajar á la cifra normal. La naturaleza íntima de estas dos formas que reviste la infección no puede ser sino la misma. Donde las intermitentes reinan con mayor violen- cia, allí las continuas son más frecuentes. Cuando por razones de la estación desaparecen aquellas, no hay que pensar en las formas graves de las últimas. La continua palustre por otra parte hállase muy distante de ser una forma ni medianamente frecuen- te entre nosotros. El número de casos que anual- mente ingresan á los hospitales en los meses del verano y otoño no pasan de una reducida propor- ción, sobre todo si se los compara con las mani- festaciones intermitentes. El cuadro siguiente indica las entradas de fiebre continua según los meses á los hospitales de las provincias del Norte, comparativamente á las otras formas del paludismo durante el año 1890. MESES Hospital deTucumán Hospital de Salta Hospital de Jujuy FIEBRE CONTINUA co w «J < s a 5 h a o o fe TOTAL FIEBRE CONTINUA «í 2¡ * h a o o fe TVIOX FIEBRE CONTINUA OTRAS FORMAS TOTAL Enero 3 45 48 i 22 23 5 27 32 Febrero — 57 57 2 30 32 3 22 25 Marzo 3 64 67 5 56 61 2 33 35 Abril 3 45 48 i 42 43 7 31 38 Mavo i 71 72 i 33 34 — 21 21 fuñió 1 57 58 — 18 18 — 14 14 Julio — 32 32 — 18 18 — 4 4 Agosto — 34 34 — 14 14 — 8 8 Setiembre — 35 35 — 9 9 — 9 9 Octubre 3 30 33 — 3 3 — 12 12 Noviembre 4 39 43 — 19 19 — 35 35 Diciembre 2 33 35 — 16 16 — 31 31 Total 20 542 562 10 282 292 17 247 264 Este cuadro revela dos verdades de gran impor- tancia que n©s complacemos en hacer constar: la primera consiste en que la fiebre continua no aparece jamás durante el invierno, de manera que es una pirexia invernante; y la segunda en que pierde su frecuencia á medida que se aleja del trópico en dirección al Sud. Así las cifras anteriores dan en la provincia de Jujuy para la fiebre continua la proporción del 6,4 °/o sobre las entradas de palúdicos en general; en la de Salta el 3,7 °/o y en la de Tucumán que es la más distante de la región tropical el 3,5 °/o, siendo digno de notarse que las entradas de fiebre continua al hospital de Tucumán en el año próximo pasado han sido excepcionales por lo relativamente numerosas: durante el año 1889 los casos de esta naturaleza tan sólo llegaron á 8, en un total de in- gresos que alcanzó á la enorme cifra de 716 palúdi- eos, cifra que solamente habría dado á favor de la fiebre continua algo más del 1 °/o. Relativamente á las causas que dan origen á las manifestaciones continuas del paludismo ya se dijo más arriba que eran las mismas que habíamos apun- tado para las formas intermitentes, pero hay que añadir que es necesario mayor potencia infectante por parte de los focos palustres para que aquellas se originen. Mientras que una ligera infección se limita á producir uno ó más accesos intermitentes, la mayor impregnación de elementos palustres por parte del organismo será causa de la fiebre con- tinua. Los departamentos cenagosos y cubiertos de ba- ñados que se agotan expontáneamente durante el verano, constituyen las localidades más apropiadas á la continuidad de las fiebres. Las temperaturas elevadas pueden reputarse como la causa de más alta importancia en la génesis de esta clase de pirexia. Ella nace al abrigo y amparo de los fuertes calores para morir con los primeros fríos del invierno, por esto alguna vez hemos dicho, que la forma continua tiene limitado su campo de acción á las regiones tropicales, fuera de ellas le pasa lo que á las plantas cuando son llevadas á otros climas y no se las coloca en invernáculos. Hay por otra parte causas individuales predispo- nentes cuya influencia es indiscutible, como son los excesos en el régimen, el abuso de las bebidas al- cohólicas, los trabajos prolongados, la exposición por espacio de muchas horas á los rayos solares, las fatigas de todo género y en una palabra cuanto puede contribuir á debilitar la constitución del sujeto. La edad parece no tener influencia preservativa ó predisponente alguna, sin embargo nosotros no hemos visto casos de fiebre continua palustre entre los viejos, bien sea porque hallan pocos en el Norte, ó porque se exponen menos á las causas de in- fección, mientras que entre los niños y adultos asisti- mos cierto número. Al sexo femenino tampoco respetan estas fiebres, todos los años ingresan algunas enfermas á los hos- pitales procedentes de varios puntos de la campaña y de los suburbios de las ciudades. Como la fiebre continua es por lo regular una fiebre de primera invasión como las cotidianas, no hay que extrañar al ver la predilección que tienen por las personas no aclimatadas. De los ocho casos tratados en el hospital de Tucumán durante el año 1889, dos eran hijos del país y el resto procedían de varias otras provincias. No se crea tampoco que las personas robustas y de temperamento sanguíneo puedan considerarse inmunes, en manera alguna, antes al contrario pa- rece que la mayor resistencia orgánica despertara también una reacción más violenta al sentirse ata- cada por el bacilus malaria. A veces la fiebre continua no principia con su carácter de tal, sino que de una intermitente coti- diana pasa á la forma más grave de la continuidad. Además hemos observado en repetidas ocasiones que la fiebre continua en vez de terminar por una defer- vescencia rápida de todos los síntomas, lo hacía con accesos francos de fiebre intermitente, demostrando en ambos casos la estrecha relación que existe en la naturaleza de estas dos modalidades de un mismo agente morboso. Véase ahora el cuadro sintomático que más co- munmente ofrece la fiebre continua entre nosotros. t En tesis general se inicia la enfermedad, de un modo brusco, casi sin pródromos, y hasta sin escolofríos: cuando estos existen suelen ser de corta duración. El individuo se nota enfermo por el gran calor que siente y sobre todo por una intensa cefalalgia que es lo que más llama su atención. Estos dolores de cabeza que duran tanto como la hipertermia, tienen sitios preferentes para su localización, tales como las regiones supra-orbitarias y especialmente la occipital. El dolor á la mica como se le conoce vulgarmente, es en la provincia de Tucumán uno de los síntomas más constantes en todas las formas de la infección palustre: algunas veces aparece con gran intensidad y se irradia á toda la región pos- terior del cuello. A estos dolores hay que añadir los no menos frecuentes de cintura pero sí menos fuertes y aná- logos á los que se observan al principio de la vi- ruela, así como el quebrantamiento general de todos los miembros que obliga al enfermo á guardar cama. La piel encuéntrase ardiente y seca; al tacto dá una sensación de aspereza desagradable. No se notan manchas ni erupciones de naturaleza alguna. El termómetro indica una temperatura que varía de 39° á 40° en tésis general, pues en muchos otros casos se le vé subir hasta 41°. El ascenso térmico es suponible que sea tan rápido y brusco como el de la misma enfermedad, y decimos suponible por- que el médico no tiene oportunidad de observar éste período; cuando llega al lado del paciente la temperatura se halla en las cifras indicadas, es de- cir en su máximum. El ciclo térmico de la fiebre es bastante irregu- lar; las remisiones que oscilan al rededor de un grado suelen presentarse por la mañana para volver después de medio día á recuperar su elevada tem- peratura. Sin embargo de esto, no es raro observar exacerbaciones vespertinas que cambian completa- mente su ritmo. El pulso ofrece modificaciones importantes; su celeridad aumenta de un modo proporcional á la temperatura, alcanzando algunas veces hasta 120 pulsaciones por minuto; el ritmo es regular; fre- cuente y vibrante es la sensación que permite apre- ciar el dedo. Los movimientos respiratorios que en el adulto y al estado normal son de 15 á 16 por minuto, pueden duplicarse en el momento de las exacerbaciones, siendo entonces la respiración algo anhelante. La congestión ligera de la cara, la ingurjitación de las conjuntivas, la coloración oscura de la orina, con aumento considerable de la úrea, son consecuen- cias lógicas de la exageración de las combustiones. Por parte del aparato gastro-intestinal se notan las perturbaciones siguientes: lengua blanca, sabu- rrosa ó teñida de amarillo algunas veces por los vómitos biliosos; sed intensa que atormenta á los enfermos; anorexia completa y evacuaciones dia- rreicas algunas veces tan sólo, porque lo más frecuente es que haya estreñimiento. El vientre, ligeramente distendido, dá á la palpación de las re giones esplénicas y hepáticas una ligera sensación de dolor. El aumento de volumen del hígado y del bazo no es aún apreciable, por lo menos de un mo- do manifiesto, al principio de la enfermedad. Las epistaxis son frecuentes y se cohíben con facilidad. En vez de tomar la fiebre continua la forma gástrica que acaba de ser descrita, se suele presentar bajo la forma biliosa. En este caso predominan los vómitos biliosos y alguna rara vez aparecen las materias fecales teñidas de amarillo por el exceso de secreción hepática. La coloración ictérica de la piel no se presenta desde el primer momento, sino que poco á poco y á medida que desaparece el estado congestivo de la cara, se vé aparecer la co- loración amarilla que, como es sabido, se marca más en la conjuntiva palpebral. Las complicaciones por parte del aparato respi- ratorio no son raras en Tucumán; antes al contra- rio, es frecuente encontrarse con congestiones pul- monares y bronquiales, sobre todo á la llegada del otoño y que, siendo la consecuencia de una infec- ción palúdica, requieren un tratamiento particular. En esta forma de fiebre sumamente grave los sínto- mas más culminantes son: la tos, el delirio sobre todo nocturno, la cefalalgia intensa con zumbido de oídos y vértigos, la respiración frecuente-y anhelante, disminución del murmullo vesicular y de la sono- ridad normal del tórax á la percusión y, en una ‘palabra, todos los síntomas de la congestión pulmo- nar unidos á los de la fiebre continua. Con relación á la duración de esta fiebre, diremos que varía según que se la abandone á los propios esfuerzos de la naturaleza ó que se implante un tratamiento ad hoc. En el primer caso, los síntomas se agravan y pueden ir hasta ocasionar la muerte por las complicaciones que trae aparejada la continua pa- lustre, pero lo más general es verlas declinar lenta- mente en el transcurso de 15 á 20 días y terminar en- tonces por una fiebre intermitente. Cuando se plantea un tratamiento activo por el sulfato ó clorhidrato de 240 quinina á la dosis de 1,50 á 2 gramos diarios, se abrevia mucho la duración, pero nunca hasta el punto de concluir con la enfermedad en el breve espacio de cuatro días después de establecido este tratamiento, como dicen algunos autores haberlo observado en ios países palustres. Por nuestra parte, jamás hemos conseguido redu- cir la hiperterusia á una cifra próxima á la normal con la dosis de dos gramos diarios de clorhidrato repetidas por 8 días consecutivos y con el auxilio de baños fríos. Toda la acción de la quinina en estos casos se reduce á bajar la temperatura de 40° y á mantenerla entre 38° y 39° hasta la curación del enfermo. Tal es el cuadro sintomático que presentan la ge- neralidad de los atacados por la fiebre continua. Hay otros en los cuales se acentúan más todos estos síntomas, agravando como es natural la en- fermedad. El paciente toma entonces el aspecto tifoideo; ocupa la posición del decúbito dorsal, permanece indiferente á cuanto le rodea y sumido en una gran postración, que se aumenta por abundantes y repeti- das nasorragias. En otros casos dominan los sínto- mas nerviosos: hay insomnio, la cefalalgia no permite conciliar el sueño, sobrevienen vértigos, zumbido de oídos y hasta delirio durante la noche. No nos cansaremos de insistir en la falta que siempre hemos observado de toda clase de manifes- taciones cutáneas á pesar de la atención é interés con que han sido buscadas. El gorgoteo de las ilíacas no es raro encon- trarlo en algunos casos de fiebre continua acompa- ñada de cámaras líquidas, pero la presión en estos puntos es completamente insensible, al revés de lo que sucede en los tifoideos, mientras que compri- miendo á la altura de las falsas costillas del lado izquierdo, se ocasiona un dolor de intensidad variable. ACCIDENTES PERNICIOSOS § IV — Bajo el nombre de accidentes perniciosos vamos á estudiar cierto número de manifestaciones sintomáticas que en los países cálidos complican y agravan todas las formas de la infección palustre. No se trata, pues, de una entidad mórbida distinta en su naturaleza y modalidades del paludismo, como alguna vez llegó á creerse, sino de verdaderas com- plicaciones accidentales que sobrevienen durante el período evolutivo de la fiebre continua, de las in- termitentes y hasta de la misma caquexia palustre, ó si se quiere en otros términos, del predominio alcanzado por ciertos síntomas en virtud de su ex- traordinaria agudeza sobre todos los demás que caracterizan un ataque de paludismo, llegando de este modo á dominar completamente el cuadro sin- tomático primitivo de la afección cuya gravedad se vuelve por este solo hecho mucho mayor. Un conocimiento imperfecto acerca de la patoge- nia de las fiebres que presentan los carácteres de la perniciosidad, fué causa de que en tiempo de Torti, se tomara cada una de las manifestaciones poco comunes de un solo y mismo agente patoló- gico, como el reflejo caracterísco y fiel de otras tantas entidades mórbidas distintas, y de que se emprendieran clasificaciones complicadas y difíciles que afortunadamente ya hoy en día no tienen razón de subsistir sino á título de recuerdo histórico. En la actualidad nadie pone en duda que la per- niciosidad es un carácter especial de algidez que toman las fiebres palustres por razones de una in- fección más activa, ó de la predisposición de cada sujeto y de varias otras causas que pasaremos en revista á continuación, y es por esto que al con- feccionar el cuadro donde hemos clasificado las di- versas formas que reviste el impaludismo, no figuran las complicaciones que ahora estudiamos bajo el título de fiebre perniciosa, porque como se ha dicho con verdad, no se trata de una fiebre distinta á la fiebre continua ó intermitente y deseábamos alejar toda palabra que pudiera despertar la idea de cuales- quier otra clase de fiebre que no sea de origen palúdico. La frase de accidentes perniciosos nos pa- rece que llena perfectamente el objeto. Su sola enunciación ya indica que se trata á la vez de algo que no es constante pero que debe ser grave. Los accidentes perniciosos según la opinión de médicos que han asistido á centenares de casos, nunca aparece como manifestación primitiva de la malaria, es decir á título de accidentes de primera invasión, sino que complica regularmente las inter- mitentes y continuas. En el segundo ó tercer acceso de una terciana ó cotidiana se presentan intempes- tivamente los síntomas de la algidez; lo mismo acon- tece para con la continua palustre, en la cual jamás se observan los caracteres de la perniciosidad du- rante el primero ó segundo día del ataque, y sí tan sólo del tercero en adelante. En la forma caquéctica también suelen sobrevenir en el momento menos pensado complicaciones gra- ves, que concluyen en pocas horas con el paciente, siempre que no son dominadas á tiempo. Los accesos perniciosos tienen su época determina- da de aparición como la tienen las formas agudas de la malaria. En nuestras comarcas palustres se des- envuelven tan solamente de Noviembre á Marzo y su frecuencia varía con la latitud de los lugares. En Ju- juy y Salta todos los años se observan algunos casos; en Tucumán ya son muy reducidos y en Catamarca, la Rioja y Corrientes desconocidos en absoluto. En términos generales nos consideramos suficien- temente autorizados para afirmar que, los accidentes perniciosos en la República Argentina, difícilmente llegan á ocasionar cada año el número suficiente de casos para completar el cuadro mórbido de estas nuevas manifestaciones palustres. La proporción es completamente insignificante ya se la compare con las otras formas del impaludismo ó con las de la misma clase observados en otros países. Los entrados por accesos perniciosos al hospital de Jujuy durante el año 1890, han llegado á 11 en un total de 264 palúdicos, lo que vale decir que las complicaciones más graves de la malaria se hallan representadas en la provincia más tropical que po- seemos por un 4,1 °/°- Al de Salta entraron en la misma fecha 6 ataca- dos por accidentes perniciosos entre una cantidad de 292 enfermos de chucho, es decir el 2 °/o única- mente. Los libros del hospital de Tucumán corres- pondientes al año pasado no revistan un solo caso de estos accidentes, y en el anterior, es decir, en 1889 ingresaron dos enfermos de esta clase en un total de 716 palúdicos. Como se vé pues la perniciosidad es por fortuna entre nosotros el carácter más raro, excepcional se puede decir, de la fiebre palustre. Haremos notar en este punto que no deben to- marse por accidentes perniciosos, ciertas enferme- dades intercurrentes que complican la marcha de las fiebres sin agravarlas gran cosa y que á no ser así harían subir extraordinariamente la proporción de las cifras anteriores. Prescindiendo de toda clasificación que como di- jimos más arriba no tiene razón de ser en la ac- tualidad, pasaremos á la descripción sucesiva de cada uno de los accidentes perniciosos que hemos tenido oportunidad de tratar y que sabemos se pro- ducen, aunque muy rara vez, en la parte Norte de la gran zona palustre de la República. El acceso pernicioso de forma delirante no es cier- tamente de los más raros que se presentan á la consideración y estudio del médico. A semejanza de todas las otras formas de accesos perniciosos jamás aparece como una fiebre de primera invasión: regularmente complica las intermitentes cotidiana y terciana, acentuando de un modo extraordinario la agudeza de ciertos síntomas. A la hora correspondiente á uno de los accesos intermitentes, el paciente se nota acometido de un momento á otro, y sin manifestaciones premonitoras, por violenta cefalalgia: el pulso lleno y frecuente, late con energía; la temperatura elévase rápida- mente llegando hasta 41° y más; la piel seca y que- mante revela la gran hipertermia. La coloración de la cara se enciende, la fisono- mía animada y movible principia á reflejar impre- siones de todo género; el enfermo habla con preci- pitación y fluidez en los primeros momentos, pero en seguida esta locuacidad se vuelve incoherente y sin sentido; se agita en la cama con movimientos desordenados, arroja las cubiertas y se tiraría segu- ramente del lecho si no hubieran asistentes que lo sujeten. Este período de agitación y de delirio rui- doso que con razón tanto alarma á la familia del paciente, cede con facilidad en algunas horas á la acción de las sales de quinina, y las circunstancias imponen la necesidad de persistir en el tratamiento á fin de evitar en lo posible la repetición de un accidente que podría traer consecuencias fatales. Cuando por cualesqu'er circunstancia el enfermo no recibe los auxilios oportunos, el acceso delirante reaparece pronto, para terminar con la vida en me- dio de un estado comatoso. Afortunadamente, seme- jantes casos de abandono son muy raros. El accidente ó acceso pernicioso de forma tifoidea constituye la complicación observada con mayor frecuencia entre nosotros. Comunes en Jujuy hasta ser debido á ellos la mayor parte de las defunciones ocasionadas por el paludismo, permiten estudiarlas también con alguna frecuencia en Tucumán y sobre todo en Salta. El acceso de forma tifoidea elige de preferencia para complicar á la fiebre continua palustre, del mis- mo modo que vimos hace un momento á la forma delirante, eligiendo lafiebre intermitente para su apa- rición. Tampoco invade el acceso pernicioso á la fiebre continua en el primer día de su aparición (lo que importaría principiar la enfermedad por la compli- cación), sino del segundo ó tercero en adelante. Si se averigua la procedencia de los enfermos que ofrecen este género de complicaciones, es fácil des- cubrir que han permanecido por más ó menos tiempo en comarcas sumamente insalubres ó que contraje- ron la fiebre continua en terrenos lacustres ó pan- tanosos, mientras se efectuaba algún paseo ó se llevaba á cabo ciertos trabajos industriales. El último enfermo de esta clase que hemos asis- tido en la ciudad de Tucumán, era un niño de 14 años que venía de uno de los departamentos más reconocidamente palustres de la provincia; el día anterior al ataque y durante el mes de Febrero, había pasado la tarde pescando á la orilla de un gran estanque. La fiebre, que era de forma continua, habíase ini- ciado por un fuerte escalofrío. Cuando llegamos á su lado, segundo día de principiada la enfermedad, pudimos apreciar el siguiente cuadro sintomático, y la gravedad revestida por la dolencia, de un mo- mento para otro, como hasta la familia lo notaba. El enfermo hallábase en la posición del supino dorsal y en un estado adinámico bastante pronun- ciado, respondía difícilmente las preguntas que le dirigíamos: la piel, excesivamente caliente y seca, el termómetro puesto en el áxila subió hasta 41°1, el pulso latía 126 veces por minuto y era duro y fuerte: la lengua muy colorada en la punta, aparecía algo oscura hacia la base; salía temblorosa y daba al tacto la sensación de un cuerpo seco y áspero: los lábios se veían un tanto fuliginosos. Acusaba cierto dolor de cabeza en la región occipital. El vientre no presentaba nada de anormal, com- primiendo la región hipogástrica no se producía incomodidad alguna, solamente cuando en el examen se llegaba á ejercer presión por debajo de las falsas costillas del lado izquierdo anunciaba el enfermo que sentía dolor. Las cámaras normales y la orina poco abundante, pero muy cargada. Con dos gramos de clorhidrato de quinina que fueron administrados en el espacio de dos horas, todos estos síntomas perdieron gran parte de su gravedad: se persistió en el tratamiento específico y al cabo de veinticuatro horas había desaparecido todo peligro inminente; la fiebre declinó regular- mente sin que sobreviniera un nuevo acceso perni- cioso, y después de pocos días el enfermo se en- contraba perfectamente restablecido. Como consecuencia de tan graves complicaciones queda un estado anémico bastante duradero y que reclama cuidados esmerados y estricta observancia de los preceptos higiénicos. Una permanencia de 40 á 60 días en las regiones montañosas donde no reine el paludismo, es el mejor consejo que puede dar el médico á los convalescientes de esta y de todas las fiebres de origen palustre. Volviendo á los accidentes perniciosos de forma tifoidea diremos que es muy raro que maten con un sólo acceso. Cuando la infección ha sido suma- mente activa, la constitución del sujeto apropiada al desenvolvimiento de la fiebre, ó bien por que el tratamiento no es suficientemente enérgico ó por todas estas causas reunidas á la vez, sobrevienen un segundo y tercer acceso pernicioso que sumen al paciente en un estado comatoso del cual no sale más. Acceso pernicioso colcriforme: Esta es una compli- cación rara del paludismo que pocas veces se tiene ocasión de observar; por nuestra parte solamente recordamos haber asistido dos casos durante el ve- rano del 88, es decir un año después de la epide- mia del cólera que azotó cruelmente las provincias del Norte, y que llamaron con justicia nuestra aten- ción por la gran semejanza con los ataques de-cólera. Uno de los enfermos, mujer de 45 años, lavandera, y de hábitos poco higiénicos presentaba los siguien- tes síntomas: vómitos incoercibles, que habían sido alimenticios y biliosos al principio, pero cuando la vimos parecían simplemente acuosos; cámaras lí- quidas y repetidas, completamente incoloras. La lengua bastante limpia y seca, los lábios secos también y descoloridos. Lo que más mortificaba á la enferma era la sed devoradora (polidepsia) y los fuertes calambres que invadían especialmente las pantorrillas y extremidades inferiores. Las facultades intelectuales de todo punto nor- males; no había dolor de cabeza. El pulso pequeño, depresible y casi filiforme; la piel pálida y cubierta de un sudor helado, en una palabra los síntomas eran tan semejantes á los de un enfermo de cólera que no podemos dejar de confesar que habríamos clasificado como un caso típico de cólera indiano, siempre que en algún punto de la República hubiera existido el terrible huésped del Ganges, pues hasta el aspecto y la falta de .bilis en las deposiciones tenían mucha semejanza con las cámaras deiformes. En ese instante no había que pensar en los pre- parados de quinina, sólo que se los administrara bajo la forma de inyecciones hipodérmicas, pero como no tuviéramos á la mano los medios con que practicarlos, contuvimos los vómitos con el hielo y una solución de cocaína, prescribiendo para después varias hostias conteniendo quinina y morfina. El ataque sobrevino á esta mujer á la 1 p. m. de uno de los días más ardientes del mes de Enero mientras lavava á la intemperie sufriendo la acción directa de los rayos solares. Al día siguiente de tan fuerte acceso la enferma se hallaba sana aunque muy débil. Interrogándola supimos que desde doce días atras venía sufriendo accesos intermitentes de tipo terciano, sin haber hecho nada por curarse; el día de la complicación coleriforme debía venirle el chucho pero recién á las cuatro de la tarde, de ma- nera que el acceso pernicioso se anticipó tres horas. El acceso pernicioso comatoso, ó como también se le ha llamado apoplético y soporoso iniciándose desde un principio en su carácter de tal, es decir princi- piando el ataque por el coma, no hemos tenido ocasión de observarlo una sola vez, ni hemos oído á colega alguno de los muchos que ejercen en las provincias del Norte, que hayan asistido enfermos con esta clase de complicaciones, lo que nos permite suponer con algunas probabilidades que ó no existen en nuestro país ó bien que son sumamente raros. Los autores que en otras partes han estudiado los accesos perniciosos de forma comatoso hacen la des- cripción siguiente: En un acceso pernicioso delirante ó tifoideo y después del primero ó segundo ataque si no han sido atendidos con oportunidad y energía, sobreviene como lo manifestamos más arriba hablando de estas complicaciones, la postración y el coma que con- cluyen con los días del paciente: pero no es este el caso acerca del cual hemos dicho ser muy raro ó no existir en el país, por que la terminación por el coma es frecuente en muchos estados febriles, sino el que vá á continuación: Un sujeto que ha padecido algún tiempo atrás ó en el momento actual accesos de fiebre intermiten- te, se acuesta por la noche sin experimentar la más leve incomodidad y á la mañana siguiente se le encuentra sumido en un profundo coma. El enfermo no oye ni siente, permanece en silencio á toda clase de llamados y si se le pincha no se despiertan sino movimientos reflejos. Cuando se levanta y abandona alguno de los miembros, caen como materia inerte sobre el lecho. La cara aparece congestionada entre las personas de temperamento sanguíneo, y muy pálida en los anémicos; la piel casi siempre ca- liente, la temperatura entre 39° y 40° y el pulso acelerado y fuerte. Las pupilas algo dilatadas y perezosas para con- traerse bajo el estímulo de la luz. La deglución su- mamente dificultada, tan sólo pueden pasar líquidos y estos mismos con trabajo. La orina y materias fecales se escapan en algunos casos involuntariamente. Estas complicaciones comatosas tan graves como intempestivas, disípanse algunas vez con rapidez maravillosa: veinte y cuatro horas bastan á menudo para que un enfermo vuelva del estado de no ser al goce completo de sus facultades y movimientos, persistiendo tan sólo la sensación general y vaga de debilitamiento que deja todo padecimiento febril. La convalescencia es muy delicada y reclama grandes precauciones por que un nuevo acceso de coma sería de funestas consecuencias. A semejanza del acceso pernicioso comatoso se han descrito otros de una sintomatología no menos interesante y grave, tales son el acceso pernicioso álgido, el diaforético, el bilioso, el cardiálgico, el convulsivo, el dispucico y tantos otros caracteriza- dos por el predominio de un síntoma sobreagudo que domina la escena mórbida y acerca de los cuales nada diremos por cuanto nos falta la observación propia y tendríamos que reducirnos á repetir cuanto corre impreso en varias obras sobre estudios hechos en otros continentes por médicos distinguidos CAQUEXIA PALUSTRE § V—La caquexia palustre aparece en nuestras provincias representada en una proporción muy su- perior á las manifestaciones precedentes, y es na- tural que así suceda; desde luego sabemos que las intermitentes constituyen la forma dominante del paludismo, y la caquexia palustre no es á menudo otra cosa que la derivación ó la consecuencia direc-. ta de varios paroxismos febriles. La presencia de la caquexia es proporcional á la. naturaleza más ó menos perniciosa del terreno y por lo tanto á la gravedad de las fiebres en cada provincia ó localidad insalubre. Así tenemos en la ciudad de Jujuy, en cuyo hospital fueron asistidos 264 atacados por la malaria, 71 casos de individuos caquécticos en diferentes grados, lo que dá la pro- porción de un 26,8 °/o de las entradas al hospital correspondientes al año 1890 á favor de la forma crónica del impaludismo. En el hospital de Salta no ingresaron más que 7 enfermos de esta clase entre 292 chuchentos, ó sea un 2,3 °/o. Finalmente en el hospital de Tucumán no se recibió caquéctico alguno, como puede verse en el cuadro relativo á las ma- nifestaciones clínicas del paludismo en el capítulo dedicado ó la etiología del mismo, durante todo el 252 año próximo pasado; sin embargo en el anterior sucedió todo lo contrario, pues hubieron entradas que daban la proporción de un 3 °/o para el año 89, pero de todos modos esto prueba la rareza relativa del paludismo crónico en la provincia de Tucumán, comparativamente á las de Salta y Jujuy. Más al Sud aún, en la provincia de Catamarca, se dejan ver casos de esta forma que reviste á la larga la intoxicación malárica, pero con la diferen- cia de tener menor frecuencia y gravedad. Lo dicho basta para dejar una vez más probado la estrecha correlación creada por la naturaleza entre los diferentes tipos, formas y variedades del paludismo y la situación geográfica de los lugares con relación al ecuador. De Norte á Sud la endemia declina en nuestro país hemos dicho en más de una ocasión y todas las manifestaciones palustres estu- diadas hasta el presente, incluso la caquexia, vienen en apoyo de este aserto. La caquexia palúdica tiene la particularidad de aparecer únicamente en los países donde la malaria reina endémicamente; en los climas templados como son los de las provincias de Buenos Aires, Santa Fé, etc., podrán observarse algunos casos aislados de fiebre intermitente exporádica, pero síntomas ó principios de caquexia en ningún momento. Causas accidentales dan lugar, en ciertos veranos que se hacen notar por los fuertes calores, á la aparición de las tercianas en sitios donde regular- mente no existe esta afección, pero los casos que así se originan, curan fácilmente, no recidivan y la convalescencia es rápida, faltando de esta manera la continua é incesante destrucción de los glóbulos rojos, ocasionada como se sabe, por la repetición 253 de los accesos febriles ó mejor dicho aún, por el bacilus malaria, que es quien ocasiona la anemia notable de los caquécticos. Pero antes que nada debemos decir, qué entende- mos por caquexia palustre y si existe ó nó algún límite divisorio entre la simple anemia palustre consecutiva á uno ó más accesos febriles y el ver- dadero estado caquéctico. Para nosotros, la caquexia palustre es el estado de aniquilamiento orgánico consecutivo á las fiebres palustres y caracterizado por una profunda anemia y por la hipertrofia del baso. Todas las manifestaciones del paludismo son sus- ceptibles de terminar por el paso al estado crónico y de recorrer los diversos grados de la caquexia. Las intermitentes y la continua palustre dejan á veces después de un sólo ataque, huellas indelebles del empobrecimiento de la sangre; las recaídas se repiten favorecidas por el estado anémico, los gló- bulos rojos disminuyen en consecuencia extraordi- nariamente (de cuatro á cinco millones que hay por milímetro cúbico en el estado normal redúcense á un millón y hasta quinientos mil por milímetro cúbico después de una série de accesos), el bazo au- menta cada vez más de volumen, y el estado ca- quéctico aparece con todo el cortejo de síntomas que pasamos á estudiar. No es posible, como se comprende, determinar un límite preciso y claro en el cual concluya ese estado anémico consecutivo á todo ataque agudo de palu- dismo, sea cual fuere su forma y tipo, y donde prin- cipian los fenómenos de la caquexia: la primera es un escalón que necesariamente tiene que ser salvado para llegar á la segunda. Pero si esto pasa con las formas ligeras, es decir, con el principio de la, enfermedad, se halla muy distante de suceder lo mismo para los fenómenos caquécticos bien acen- tuados. Las personas que han llegado al período de la caquexia palustre ofrecen los síntomas y el aspecto siguiente: rostro más ó menos demacrado, piel su- mamente pálida y á menudo de un color amarillo terroso, la conjuntiva palpedral exsangüe, las escleró- ticas de un blanco azulado unas veces y amarillen- tas otras, los labios descoloridos lo mismo que las encías, enflaquecimiento general, las manos casi siempre frías y humedecidas como por una traspi- ración continua: el pulso débil, lento y depresible, siempre que no hay fiebre. El estado saburroso de la lengua, la anorexia y los trastornos gastro-intestinales, (vómitos y dia- rreas) son muy frecuentes en estos enfermos, ex- plicándose así que las asimilaciones sean siempre difíciles é insuficientes en todos ellos. Examinando el vientre se encuentran las altera- ciones más visibles y constantes de la afección. Re- gularmente se halla aumentado de volumen, salvo cuando hay diarrea que lo deprime un tanto. El enfermo tolera bien la percusión, palpación y todo examen que se practique en el abdomen, solamente cuando se deprime con cierta energía en el hipo- condrio izquierdo despiértase algún dolor: el bazo desborda las falsas costillas y se ofrece á la vista del médico aumentado en todo sentido; esta hipers- plenia llega á tomar proporciones increíbles en ciertos sujetos abandonados y que habitan sitios muy insalubres, como hemos tenido oportunidad de observar más de un ejemplo en el Rosario de la Frontera, de bazos que ocupaban por sí solos la mitad izquierda del vientre. No es menos frecuente encontrar también de parte del hígado cierto aumento en los diámetros normales, pero anteriormente ya se dijo cual era la parte de este fenómeno que debía atribuirse á los desprendi- mientos pantanosos, y cual al alcoholismo. La temperatura mantiénese de 36° á 39° casi siempre por debajo de la normal; el descenso térmico guarda relación con la disminución de la asimilación y de las combustiones. La menstruación disminuye y desaparece por completo. En un estado como este de aniquilamiento y pos- tración, los accesos intermitentes no desaparecen en absoluto, sino que se repiten bajo el tipo terciano ó cuartano y más á menudo aún de un modo com- pletamente irregular y anómalo: cada cuatro, seis ú ocho días, reaparece un acceso febril, sin escalo- fríos precursores y que pasaría desapercibido para el mismo enfermo si faltara el dolor de cabeza, como acontece algunas veces. Son frecuentes las palpita- ciones cardiacas y los soplos anémicos en el foco aórtico y pulmonar. En un grado más avanzado de la caquexia, prin- cipia el edema por la cara y las extremidades infe- riores, especialmente debajo de los maléolos, de allí marcha hacia el vientre y la ascitis no tarda en producirse. Las epistaxis con su frecuente y abun- dante repetición agravan el estado del paciente y obligan al médico á practicar el taponamiento como único medio de cohibirlas. La hematuria no se ha dejado ver por nosotros una sola vez. No hay albuminuria y el edema que se produce en los caquécticos, no responde á otra causa que al estado hidrémico de la sangre, y tiene la notable particularidad de desaparecer con prontitud por me- dio de la quinina y de un tratamiento tónico y re- constituyente. Cuando el anasarca aumenta y la afección se encamina mal, puede terminar con la muerte por me- dio de una nasorragia más fuerte que de costumbre, por una hemorragia intestinal, por un accidente pernicioso y por una serie de complicaciones sobre- venidas á menudo de parte del aparato respiratorio. Si el paciente ha sido sometido á una medicación enérgica y sobre todo si se ha conseguido hacerle cambiar de clima, la enfermedad toma otro camino; los tegidos se desedematisan, la ascitis desaparece á la par de las epistaxis, el hígado y el bazo dismi- nuyen de volumen y todos los síntomas en general declinan: sin embargo, la salud primitiva no se recu- pera fácilmente; la dispepsia y el estado anémico tar- da mucho en desaparecer, y el enfermo sufre durante esta larga convalescencia síntomas algo semejantes á los del principio de la afección. La menstruación no se restablece hasta más tarde. Parece que los músculos no recuperan toda su poten- cia contráctil, las piernas flaquean al andar, los movi- mientos por ligeros que sean ocasionan alguna fatiga, hay caimiento y una especie de cansancio perpétuo, que hace de sujetos jóvenes, viejos prematuros. Si esto pasa con el ser físico, qué no sucederá con la entidad moral? La apatía, el indiferentismo y el menosprecio habitual por todo cuanto rodea á estos enfermos y convalescientes, hace de ellos una nueva naturaleza muy distinta á la que antes po- seían; si eran activos se vuelven indolentes, si co- municativos, reservados y apáticos, cual si costara trabajo hablar, y finalmente si los conocimientos adquiridos no se pierden en la misma proporción que las fuerzas físicas, hay que confesar que los trabajos intelectuales se hacen sumamente difíciles por no decir imposibles. Lejos de los focos de infección, todos estos sín- tomas se atenúan paulatinamente y concluyen á la larga por desaparecer, permitiendo recuperar á los caquécticos un bien estar que jamás alcanzarían permaneciendo en las regiones palustres donde con- trajeron su mal. Como complicaciones frecuentes de la caquexia palustre, mencionaremos simplemente las neumonías, terribles por su gravedad, la nefritis y la cirrosis mucho menos comunes que la anterior, y por último como enfermedades consecutivas, la dispepsia cró- nica, neuralgias diversas y alguna rara vez estados paralíticos. MANIFESTACIONES LARVADAS del PALUDISMO § VI—Las formas agudas de la intoxicación malá- rica dejan consecutivamente á más del estado hidré- mico de la sangre, ciertos fenómenos patológicos especialmente manifestados por parte del sistema nervioso, que no tienen los caracteres propios á los accesos febriles, pero que indudablemente responden á la misma constitución médica reinante. Son en una pa- labra, manifestaciones tardías y casi siempre apiréti- cas de un estado constitucional palustre que no ha sido completamente curado. No todos los autores se hallan contestes en re- conocer la existencia de las manifestaciones larva- das del paludismo. Algunos de ellos opinan que observaciones deficientes y el hábito que hay en los países palustres de atribuir á la endemia cuanto padecimiento ó perturbación funcional se produce, ha sido causa para la creación de este último grupo mórbido compuesto por las formas larvados. Indudablemente existe mucho de verdad en este modo de pensar, se han exagerado siempre las com- plicaciones posibles y remotas del impaludismo y hasta confesamos que es muy cómodo para el mé- dico clasificar de chucho cualesquier padecimiento de origen algo oscuro y recetar quinina que si bien no hace tampoco deja tras sí nada que lamentar; con decir que se ha llegado á describir uretritis y reuma- tismos palúdicos está dicho todo. Pero de semejantes exageraciones, viciosas como toda doctrina médica demasiado generalizadora y que trata de convertir á un medicamento en panacea universal, á la nega- ción completa de toda manifestación larvado del pa- ludismo, existe una gran distancia separada por ex- tremos igualmente absolutos y erróneos y entre los cuales cabe un justo medio difícil de ser negado. Cuando se observa un sujeto que ha tenido ata- ques de chucho en repetidas veces, quejándose de una neuralgia supra-orbitaria ú occipital que principia todos los días á la misma hora, precedida ó acom- pañada de caimiento general, con ó sin traspiración y que bajo la acción de dos gramos de clorhidrato de quinina desaparece para no volver más en mucho tiempo, hay ó nó, preguntamos, razón suficiente para reconocer en la dolencia una causa palustre? Y no se crea que raciocinamos sobre un ejemplo supuesto á voluntad, porque los casos de esta na- turaleza son bastante frecuentes y no habrá médico seguramente entre los que practican en las provin- cias del Norte, á quien falten cierto número de ob- servaciones de esta clase. Por nuestra parte hemos observado y clasificado de manifestaciones larvados á los siguientes síntomas nerviosos: las neuralgias del quinto par, especial- mente las de la rama supra-orbitaria y que se deno- minan por el vulgo con el nombre de dolor clavo; las del occipital igualmente frecuentes y conocidos por dolor d la nuca; las intercostales, las ciáticas y el chucho á las muelas como vulgarmente se llama á las neuralgias dentarias. Los dolores de cabeza localizados en toda la fren- te ó más á menudo en las regiones temporales, acom- pañados de vómitos repetidos y que se conocen por jaquecas, no tienen regularmente otro origen que la endemo-epidemia reinante. Las jaquecas en las provincias palustres no solamente sobrepasan en frecuencia á las que se observan en otras localida- des inmunes al paludismo, sino que á veces se repi- ten á intérvalos casi iguales y se curan con quinina. Algunas pocas veces hemos asistido á personas que se quejaban de dolores á los huesos y de un estado de caimiento y apatía general que les im- pedía abrigar cualesquier otro deseo que no fuera el de permanecer acostados: estos dolores poco vi- vos se presentaban á horas diferentes, por la maña- na, á la tarde y en la noche ó madrugada. En estos últimos casos hemos recetado el ioduro de potasio sin conseguir mejoría alguna, salvo un caso en el cual habían antecedentes sifilíticos y palúdicos, y que se trataba de verdaderos dolores osteócopos. Los preparados con quinina hicieron desaparecer en todos los demás el desfallecimiento general y las sensaciones dolorosas de los huesos. Al hablar de los accesos febriles intermitentes, digimos que los dolores lumbares ó de cintura como el público les llama, tienen una reconocida constan- cia durante el paroxismo febril, y ahora añadiremos que después de pasado cierto tiempo, la hipertermia no se presenta en el mismo enfermo, pero si tan sólo el dolor de cintura, que el paciente explica al médico diciéndole ser el mismo dolor que sentía cuando se hallaba con el chucho, como que no se trata de otra cosa que de la misma dolencia bajo un distinto disfraz. En más de una vez hemos visto con satisfacción curarse ciáticas bastante rebeldes por medio de la acción específica de la quinina y de la tónica de los baños fríos. Hay que notar que los síntomas precedentes pue- den ir ó nó acompañados de cierto grado de reac- ción febril; en algunos casos la apirexia es completa y en otros la hipertermia tan ligera, que el paciente no la nota pero que el termómetro la avalúa en 6 ú 8 décimos. También es frecuente ver acompañar á las neuralgias, de lo que los enfermos llaman el pasmo, ó sea de una hiperhidrosis más ó menos abundante. Al tocarle las manos y el rostro, nótase á la piel cubierta por un sudor viscoso y casi siem- pre frío, de olor suigéneris, y que los palúdicos lo distinguen con el nombre de olor á chucho. Entre los atacados por las formas larvadas de la endemo-epidemia palustre, no es difícil descubrir vestigios de un estado anémico más ó menos acen- tuado y consecutivo siempre á las otras formas agudas de la enfermedad. Como síntoma de primera invasión jamás se obser- van las manifestaciones larvadas, por cuanto ellas son consecuencias tardías de la intoxicación malá- rica y nó fenómenos primitivos de reacción aguda. Por otra parte, todos los síntomas neurálgicos descritos hasta ahora, poseen un carácter ó mejor dicho propiedad que les es común á la vez que sirve para corroborar su naturaleza y origen, el cual con- siste en la rápida y fácil desaparición de todos ellos con el uso de las sales de quinina. Relativamente á la frecuencia de aparición de las manifestaciones larvadas en nuestro país, diremos que se hallan muy distante de ser escasas. Ellas se observan en la Rioja, Catamarca y provincias del Norte, aparecen en todas las estaciones del año y en todas las edades y sexos. Véase ahora la pro- porcionalidad que arrojan los pocos hospitales exis- tentes en las provincias y en los cuales se lleva alguna estadística: En el de Jujuy se encuentran para el año 1890, 25 casos de manifestaciones larvadas sobre un monto total de 264 ingresos, es decir, el 9,4 °/o. En el de Salta figuran 22 formas larvadas entre 292 atacados de paludismo que fueron asistidos en el mismo año 1890, cifras que dan una proporción de 7,5 °/o, algo inferior á la anterior. Del hospital de Tucumán no podemos citar números precisos á este respecto por- que como ya tuvimos oportunidad de manifestarlo anteriormente, al remitírsenos los últimos datos es- tadísticos correspondientes al año próximo pasado, fueron incluidos en una sola casilla las formas lar- vadas y las fiebres intermitentes de tipo anómalo, pero sin embargo podemos asegurar por lo obser- vado en los años anteriores, que la proporción de las manifestaciones larvadas es algo superior á la de las dos provincias anteriores. 263 CAPÍTULO Y DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL § I—En el capítulo anterior hemos estudiado con bastante detenimiento el conjunto de síntomas que caracterizan y distinguen cada una de las diversas formas y modalidades que el paludismo reviste, para no volver nuevamente á ocuparnos de ellas, sino en los casos de grandes semejanzas con otros esta- dos patológicos, semejanzas que dificultan sériamente el diagnóstico y que colocan al clínico ante proble- mas difíciles de resolverse en el primer momento. Con el primer grupo de las manifestaciones pa- lustres comprendidas en nuestra clasificación, no puede haber confusión ni dificultad alguna de diag- nóstico siempre que se practique un atento examen. La sucesión de los tres períodos de la fiebre inter- mitente no se observa en ninguna otra enfermedad. En verdad que los casos típicos son los menos, pero así mismo, uniendo al interrogatorio y antece- dentes del enfermo, su procedencia casi siempre de comarcas reconocidamente insalubres; el género de trabajo, agricultores, cortadores de material, desmontadores, quinteros, etc., etc., teniendo en cuenta, por otra parte, la estación del año en que las fiebres toman el carácter endemo-epidémico y los síntomas que ofrece el enfermo y que nunca faltan con más ó menos intensidad, hipertermía ter- minada por hiperhidrosis, neuralgia occipital, frontal ó lumbrar, sensibilidad deprimiendo la región espié- nica y con frecuencia el aumento de volumen del bazo; será siempre tarea fácil á todo médico la clasificación de una enfermedad que ofrece tantos elementos de diagnóstico. Pero si las intermitentes, sea cual fuere su tipo, tienen para el práctico la inestimable ventaja de presentar una sucesión sintomática que les es propia, característica y que excluye toda idea de otro pa- decimiento, no pasa lo mismo con las formas graves de la intoxicación palustre, razón por la cual cons- tituirán el principal tema de este capítulo. § II—La fiebre continua de forma ligera tiene, como vimos al ocuparnos especialmente de ella, ciertos síntomas y una marcha que es común á varios es- tados febriles, circunstancia que hace nacer en el espíritu dudas bien justificadas y difíciles de disi- parse en un sólo examen. En este caso encuéntrase la fiebre gástrica; ella aparece como la continua palustre de un modo in- tempestivo, con caimiento general, á veces con dolo- res de cabeza, hay hiperteremia continua con remi- siones matinales, polidipsia, anorexia, náuseas y hasta vómitos, lengua saburrosa, insensibilidad en las fosas ilíacas, estreñimiento ó diarrea y por último tienen de común hasta la época ó estación del año en que aparecen y que como se sabe es el verano. Bien se comprende las dificultades é incertidum- bres á que darán lugar esta comunidad de síntomas cuando se practica en los países de malaria, sin contar con el poderoso auxilio del examen micros- cópico, destinado hoy en día á servir de piedra de toque para los casos de esta naturaleza. Cuando un tan poderoso elemento de diagnóstico falta, como sucede á menudo, véase los medios y signos de que es posible valerse para diferenciar aquellos dos padecimientos. La fiebre continua como toda manifestación pa- lustre de primera invasión, vá regularmente prece- dida de escalofríos que no se observan en el emba- razo gástrico-febríl; los dolores de cintura son propios tan sólo á la continua palustre; la hipertermia acen- túase más en la fiebre infecciosa que en la gástrica, y no es raro ver en la primera producirse exacer- vaciones febriles durante las primeras horas de la mañana. Siempre que esta elevación térmica mati- nal se produzca, ya no puede haber lugar á duda sobre la clase de padecimiento de que se trata, por ser un carácter exclusivamente propio de la continua palustre. El estado del bazo no se halla en condiciones de dar mayores luces; en las fiebres de primera invasión sus diámetros consérvanse aún casi normales, siendo en consecuencia muy raro llegue á desbordarlas falsas cos- tillas; pero comprimiendo por bajo de las mismas es fre- cuente que los palúdicos acusen una sensación de do- lor, cosa que no sucede en los casos de fiebre gástrica. Si diera la casualidad de presentarse un enfermo en elv cual no fuera posible descubrir estos elementos de diagnóstico diferencial, aún quedan dos recursos de alta importancia: el microscopio, que señalaría ó nó la existencia de los microbios del paludismo en la sangre del paciente, y ciertos agentes terapéuticos. Los emeto-catárticos obran admirablemente en la fiebre gástrica, bajan la temperatura y la afección no tiende á reaparecer- en la continua son comple- tamente ineficaces, la fiebre sigue su marcha y tan. sólo cede á la acción de la quinina. En los casos de duda hemos procedido del modo siguiente: como el estado gástrico indica desde luego la administración de una vomi-purga, principiába- mos nuestro tratamiento recetando un medicamento con estas propiedades, y si al siguiente día continuaba la temperatura en su mismo estado, se administraba indefectiblemente una poción conteniendo quinina hasta la completa apirexia. Si se abandonara la fiebre continua á su marcha natural, lo probable es que sobrevinieran accidentes perniciosos que la complicarían sériamente, ó bien terminaría, en los casos más favorables, por accesos francos de fiebre intermitente. Por lo demás, y aunque el embarazo gástrico-fe- bríl sea algo frecuente en la zona cálida de la República Argentina, los casos en que no es posible hacer el diagnóstico diferencial con la continua palustre hasta después de haber recurrido al trata- miento específico, no son tan comunes como podría creerse, pues á más de los síntomas indicados, el hábito externo de los sujetos palúdicos les imprime una fisonomía especial, difícil de ser descrita, pero que el médico de los países palustres no olvida fácilmente. § III—La fiebre tifoidea es quizás el padecimiento cu- yos síntomas tienen un parecido más notable con los de la continua palustre, y como que esta última toma á menudo el aspecto tifoideo. En estos casos la necesidad de llegar á un diag- nóstico exacto aparece más apremiante que en los anteriores. A más de la importancia nosológica, hay que tener en vista que las indicaciones terapéuticas y hasta el pronóstico, no son el mismo en aquellas dos afecciones, circunstancias que colocan al médico ante una situación más difícil y comprometida. En el artículo dedicado á la forma continua de la malaria, ha sido fácil apreciar las grandes dificul- tades á vencer que presenta el diagnóstico diferen- cial con la fiebre tifoidea. Trátase de padecimientos que reinan á menudo conjuntamente en la misma estación, en un mismo lugar y hasta en la misma persona. De este último caso no nos ocuparemos porque, como se comprende, no hay en realidad diagnóstico diferencial alguno que hacer, desde el momento que se trata de dos estados morbosos que afligen á la vez á un sólo sujeto. No volveremos sobre la sintomatología de la conti- nua palustre para demostrar el grado de semejanza y los puntos de contacto que tiene con la muy cono- cida de la fiebre tifoidea, limitándonos tan sólo á señalar las diferencias que pueden servir para esta- blecer algunos caracteres distintivos entre ambos estados morbosos. Siempre que el médico llegue á la cabecera de un enfermo de estos, ya sea en las salas del hospi- tal ó en casas particulares, lo primero que debe averiguar es la procedencia del paciente: en todos los países de malaria existen localidades que los médicos conocen bien por las formas graves del paludismo que en ellos se originan, y si el enfermo reconoce tal procedencia, se habrá adquirido una importante presunción en contra de la fiebre tifoidea. Por el interrogatorio, fácil es saber si han habido fuertes y repetidos escalofríos: en caso afirmativo constituye un síntoma á favor de la fiebre continua palustre. El dolor que algunas veces determina la presión en la fosa ilíaca derecha pertenece únicamente á la fiebre tifoidea, pero como se sabe, no es constante y pierde por esta causa gran parte de su valor. El gorgoteo, la diarrea, el estreñimiento y la hi- persplenia del bazo carecen de toda importancia, por cuanto pueden existir ó faltar en cada una de aquellas pirexias. Las petequias son un síntoma importante de la fiebre tifoidea; en la palustre no se observan nunca, pero pasa lo mismo que con el dolor de la fosa ilíaca derecha, es decir, que puede faltar en los tifoideos mejor caracterizados por su sido térmico. Las exacerbaciones vespertinas, si se observan, harán pensar en una causa infecciosa de origen endemo-epidémico. Fácilmente se comprende que estos pocos sínto- mas, inconstantes en su mayor parte y de presunción otros, no bastan á establecer un diagnóstico diferen- cial tan delicado como el que nos ocupa, y á menudo hay que recurrir al tratamiento específico como único medio capaz de hacer la luz entre las tinie- blas que rodean el diagnóstico en ciertos enfermos de esta clase. Dos gramos de sulfato ó clorhidrato de quinina tomados diariamente por espacio de cuatro á ocho días pueden bajar á lo normal las hipetermias de origen palustre, miéntras que las tifoideas siguen á despecho de aquel agente su período evolutivo. Sin embargo, llamamos la atención hacia cierta clase de pirexias continuas que desde algunos años á esta parte principian á desarrollarse en Tucumán, y que por su extraordinaria duración y rebeldía á las sales de quinina, autorizan á colocarlas entre las tifoideas, pero, por otra parte, los accesos fran- cos de fiebre intermitente con que suelen concluir, autorizan igualmente á creer que se trataba de una continua palustre. ¿Cómo, pues, conciliar racionalmente la aparición en un mismo sujeto de fenómenos patológicos dia- metralmente opuestos y que sirven cada uno de ellos por separado para caracterizar entidades mór- bidas distintas? Tratábase quizás de verdaderos casos de fiebres tifoideas complicados de paludismo y en los cuales al llegar el momento de iniciarse la convalecencia reaparece la malaria en la forma propia á las reci- divas, es decir, con accesos intermitentes? Esta suposición parécenos la más verosímil y aceptable, para los que hemos tenido que interpretar las manifestaciones sintomáticas y clínicas del palu- dismo, sin el poderoso recurso de los exámenes mi- croscópicos de la sangre de los enfermos objeto de estas dudas é incertidumbres. El examen del líquido sanguíneo practicado al principio de estas fiebres prolongadas y terminadas por paroxismos intermitentes, nos habría dado la clave explicativa acerca de la verdadera naturaleza de esos fenómenos en apariencia contradictorios, con tan sólo encontrar alguno de los elementos del paludismo descubiertos por Laverán. La necesidad de las investigaciones histológicas, se impone cada día más como el único medio de resolver las dificultades que se levantan sobre el diagnóstico diferencial, de ciertas formas del palu- dismo, con otros estados patológicos. En los hospitales de nuestras provincias palustres debería existir así como una sala de operaciones, un laboratorio de histología donde los médicos en- contrasen los elementos necesarios para beneficiar á la humanidad sirviendo á la medicina. § IV—Los accidentes perniciosos, aunque de nú- mero muy reducido entre nosotros, dan lugar alguna rara vez á confusiones con motivo de la falta de antecedentes en ciertos enfermos y de la gran simi- litud de síntomas para con los de varios otros pa- decimientos. En efecto, los accidentes perniciosos de forma de- lirante y comatosa, pueden ser contundidos con la meningitis y la insolación, se entiende que cuando falten por cualquier causa los conmemorativos de la enfermedad, pues si el médico sabe que el deli- rio ó el coma han sobrevenido en personas que sufrían la acción del paludismo, no puede haber lu- gar á duda. Suprimidos los antecedentes en la sintomatología de aquellos padecimientos, es imposible encontrar elementos para arribar á un diagnóstico diferencial,, y ordinariamente no queda otro recurso que admi- nistrar fuertes dosis de quinina; si se trataba de accidentes perniciosos, al día siguiente cambia por completo la faz de la enfermedad, y si nó continúa la fiebre y el delirio ó el coma, atestiguando así la verdadera naturaleza del mal. Las dificultades para el diagnóstico es más probable que sobrevengan entre los accidentes perniciosos delirantes y la me- ningitis, que entre aquellos y la insolación, por cuanto esta última enfermedad es sumamente rara en el Norte de la República. Es realmente algo que llama la atención el ob- servar que en provincias dotadas de un clima ardien- te, donde se anotan como cifras máximas á la sombra las temperaturas de 41° y 43° centígrados, no se oca- sionen mayor número de casos de golpe de sol. Por nuestra parte, declaramos no haber tenido opor- tunidad, durante varios años, de asistir á un sólo enfermo de insolación. El examen histológico de la sangre se halla espe- cialmente indicado en todos los enfermos de esta clase que levantan dudas acerca de la naturaleza de su causa y con tanta mayor razón cuanto que, según parece, los elementos parasitarios del paludis- mo son infaltables en los accidentes perniciosos. Al ocuparnos de los accidentes coleriformes, tuvi- mos ocasión de hacer resaltar las dificultades que entrañaba el diagnóstico diferencial con las gastro enteritis coleriformes y también con el mismo cólera indiano, cuando se trata de localidades donde pue- den encontrarse reunidos estos dos terribles azotes de la humanidad, de manera que no volveremos so- bre el mismo tema en este capítulo. CAPÍTULO VI PRONÓSTICO § I—El pronóstico de las fiebres palustres con- siderado bajo el punto de vista geográfico, podemos decir en términos generales, que su gravedad au- menta á medida que se aproxima de los polos al ecuador. Por razones de su situación tropical las provincias de Jujuy y Salta y en seguida la de Tu- cuman son las más sériamente flageladas por la endemia palustre; después vienen las de Corrientes, Catamarca, la Rioja, separadas del trópico por ma- yor distancia y en las cuales la malaria aparece con formas mucho más benignas y tolerables. Estudiando el paludismo en cada provincia con relación á la gravedad respectiva de sus diversas formas y tipos, fácilmente se llega á notar las gran- des diferencias que las separan. Principiando por las manifestaciones larvadas, di- remos que ellas carecen de toda gravedad como que son la forma más benigna en que puede rea- parecer la malaria: con la quinina curan siempre. Las intermitentes, dado el cortejo de síntomas y los diversos tipos en que han sido estudiadas ante- nórmente, ya presentan cierta gravedad, sino pre- cisamente miradas bajo el punto de vista de la mortalidad que es mínima y en algunas provincias desconocida, por lo menos teniendo en cuenta las posterioridades. Los accesos intermitentes recidivan con frecuencia, dejan un estado anémico bien acen- tuado y cierto grado de aniquilamiento físico é in- telectual que predispone á toda clase de padeci- mientos, incluso á las formas más graves de la misma enfermedad. Las intermitentes de primera invasión curan fá- cilmente y no acarrearían mayores consecuencias si se abandonara el país en que fueron contraídas, pero como esto rara vez sucede, la enfermedad re- cidiva, haciéndose más difícil el tratamiento cuanto mayor es su antigüedad. Entre los enfermos atacados por la endemia que fueron asistidos en el hospital de Salta durante el año 1890, figuran 247 entradas por fiebres intermi- tentes y 5 defunciones, lo que arroja para la for- ma intermitente del paludismo una mortalidad del 2 °/o. Sin embargo, en los hospitales de Jujuy y Tu- cumán donde se han asistido 140 y 287 enfermos de esta clase respectivamente, no aparece una sola defunción: en el año 1889 fallecieron en el hospi- tal de Tucumán tres mujeres atacadas de intermi- tentes, en un total de 216 enfermas. Siempre en escala progresiva según el orden de gravedad, vienen después de las intermitentes la forma continua y los accidentes perniciosos. Estas formas que corresponden á un alto grado de into- xicación palustre, si no son pronto y debidamente atendidas dan lugar á funestas consecuencias. La fiebre continua corre el gran riesgo de las compli 275 caciones, siendo de notarse que los accidentes perni- ciosos de forma tifoidea constituyen entre nosotros una de las más comunes y graves. La mayor parte de las defunciones de fiebre continua palustre en la ciudad de Jujuy débense á esta causa. La mortalidad que para esta clase de pirexia, acusa la estadística del hospital de Jujuy, corres- ponde á un 23,5 °/o, pues entre 17 enfermos hubie- ron 4 defunciones en el año próximo pasado. Los datos obtenidos del de Salta, dan también una pro- porcionalidad que bastante se aproxima á la anterior; de 10 casos fallecieron 2, mortalidad que correspon- de á un 20 °/o. Al hospital mixto de Tucumán entraron en el año 1889 la cantidad de 27 enfermos de fiebre continua palustre entre hombres y mujeres: de estos sucum- bieron tan sólo 5, de manera que la mortalidad es aún menor en la provincia de Tucumán que en sus vecinas del Norte, como que no llega á más de un 18,5 °/°- Hacemos notar por ser muy elocuente, el gradual descenso de la mortalidad observada en las formas continuas del paludismo á medida que los centros de población se alejan de la línea tropical en di- rección al Sud. Los accidentes perniciosos ocasionan en Jujuy una mortalidad de 18 °/o y en Salta de 16,6 °/o. Consti- tuyen las complicaciones más graves de la malaria y si no se los combate á tiempo, un segundo ó tercer ataque vá seguido por la muerte. Finalmente llegamos á la más grave y rebelde de las complicaciones, ó mejor dicho de los estados á que puede alcanzar la destrucción orgánica pro- ducida por el microbio del paludismo, nos referimos 276 á la caquexia palustre. Esta es verdaderamente la forma más terrible y funesta hacia la cual pueden ir á parar todas las manifestaciones clínicas de ir malaria. El hombre que llega al período de la caquexia palustre se convierte en un ser inútil para sí mis- mo y para los que le rodean; es un hombre que no vive sino que vegeta, teniendo su vida á mer- ced de la primera enfermedad intercurrente ó á dis- posición de los caprichos de cualesquier accidente pernicioso que puede de un momento á otro cortar el hilo que sostiene tan mísera existencia. La proporción de la mortalidad asciende á una cifra extraordinaria; el 30,9 °/o se ha obtenido en en el hospital de Jujuy durante todo el año ante- rior; ingresaron 71 caquéctico y murieron 22. El movimiento de caquécticos habido en el hos- pital de Salta arroja una mortalidad de 28,5 °/o, que como se vé, no es mucho más baja que la anterior que digamos. Donde hay números que hablen tan claro como los anteriores, está de más insistir sobre la mayor gravedad de la caquexia comparativamente á las otras formas del impaludismo. A más de uno que haya leído los trabajos publi- cados últimamente sobre el mismo tema que venimos desarrollando, por algunos cirujanos de los ejércitos europeos encargados de custodiar ciertas posiciones poco salubres del Africa, le causará sorpresa ver que en nuestro país, menos ardiente y palustre que muchas colonias africanas, la mortalidad se eleve á cifras muy superiores á las que publican los ciruja- nos militares; pero todo esto siendo extrictamente exacto, tiene su explicación racional y científica. Una enfermedad de forma primitivamente benig- na pero abandonada á los solos esfuerzos de la naturaleza, puede acarrear consecuencias más fata- les, que la misma afección revistiendo mayor gra- vedad pero debidamente asistida desde el principio. Tal es sencillamente lo que pasa en nuestras provincias con la diversidad de las manifestaciones palustres. El abandono y la indolencia, por duro que sea decirlo, forman el carácter más resaltante de la in- mensa mayoría de nuestra clase obrera. Se ven acometidos por el chucho y toda la iniciativa toma- da en obsequio de la propia salud, consiste en que- darse quietos hasta que pase el acceso. Así pasa el tiempo, la anemia gana terreno y recién cuando alguna complicación séria despierta vivamente su atención, ocurren al consejo de un facultativo ó á las salas del hospital. Algunos llegan demasiado tarde, la enfermedad ha hecho tal cami- no y ocasionado tan graves perturbaciones funcio- nales, que la medicación más activa y mejor dirigida fracasa. Los caquécticos sobre todo, son por lo general gente del campo, que se resuelven á ir al hospital cuando ya no tienen otra esperanza de aliviar sus males y llegan como es natural en un estado la- mentable. Han pasado la vida alimentando los mi- crobios del paludismo para recordar del médico cuando ya estos séres infinitamente pequeños y da- ñinos no han dejado en el organismo casi nada por destruir. Pero, algo semejante á esto pasa con el soldado europeo que ha servido para confeccionar las esta- dísticas sobre las defunciones de palúdicos á que nos venimos refiriendo? Nó por cierto. Todos los cuerpos militares tienen sus botiquines, y médicos listos á combatir el primer ataque del enemigo invisible; á más cuentan con hospitales y estaciones sanita- rias donde van todos los convalescientes hasta ob- tener su completo restablecimiento. Por otra parte é independientemente de esta es- merada atención facultativa, las guarniciones se renuevan cada cierto tiempo á fin de evitar mayo- res consecuencias á unos mismos soldados. Con tan acertadas medidas profilácticas y cu- rativas, explícase que la mortalidad no pase de cifras reducidas é insignificantes; pero si á estas mismas tropas se las dejara permanecer nada más que un par de años, en condiciones medianamente parecidas á las en que viven nuestros peones y en general toda la clase menos acomodada de la po- blación del Norte de la República, estamos ciertos que el paludismo ocasionaría tales extragos, que la mortalidad revelada por nuestra estadística apare- cería exigua y hasta invorosímil comparativamente á la que se obtendría de las colonias y posiciones francesas en el Africa. Si fuera posible inculcar en un día, hábitos de vida algo más acordes con los preceptos higiénicos entre los que anualmente llenan nuestras salas de hospital, veríamos descender rápidamente el núme- ro de las víctimas hasta dejar reducida á esta ende- mia á la condición más favorable, de un padeci- miento que puede atacar á muchos, pero que por sí mismo no mate á nadie. Diremos pues, resumiendo, que la gravedad de las diferentes manifestaciones del paludismo nos obliga á colocarlas en él orden sucesivo siguiente: en pri- mer término, la caquexia palustre bien confirmada, como un estado de suma gravedad; en segunda lí- nea, la fiebre continua palustre y mayormente los accidentes perniciosos que las complican, sobre todo si tienen lugar á repetirse una segunda ó tercera vez en el trascurso de la misma enfermedad; des- pués viene la fiebre intermitente muy benigna al lado de las anteriores, pero con su gravedad rela- tiva por las consecuencias más ó menos tardías á que puede dar origen, y finalmente tenemos las for- mas lardadas, curables con facilidad por la quini- na, y única manifestación del paludismo que puede ser justamente clasificada de benigna. CAPÍTULO VII TRATAMIENTO PROFILÁCTICO § I — Dedicamos un capítulo especial á la profi- laxia del paludismo y no vacilamos en concederle mayor importancia que al tratamiento curativo mismo, porque somos de opinión que es mil veces preferible destruir los gérmenes mórbidos en su cuna de origen antes que ir á combatirlos en el organismo humano. Las fiebres intermitentes son sin duda aiguna un constante objeto de peligro para los habitantes de los estados del Norte y una verdadera remora para su progreso material, por cuanto alejan la inmi- gración, pero felizmente no se trata de dificultades insalvables y de peligros fuera del alcance de la mano del hombre, antes al contrario y si la higiene pública tiene conquistas por las cuales puede vana- gloriarse, la del saneamiento de las regiones pa- lustres es una de las principales. La malaria no pertenece á las enfermedades que nacen y se desenvuelven fomentadas por las agru paciones humanas, sino que por el contrario toma vida en la soledad de los bosques ó en las llanuras incultas y desiertas huyendo cual huye el salvaje de los centros de población. Así vemos las ciudades capitales de provincia disfrutando hasta cierto punto, de mayor respeto por parte de las fiebres tan comunes en los depar- tamentos de campaña, y así observamos también la extraordinaria disminución de los accidentes perni- ciosos y de la caquexia palustre desde algunos años á esta parte. Es que el paludismo pierde su malignidad á me- dida que la civilización avanza, y la estadística nos muestra que son las fiebres intermitentes, es decir las formas menos graves de la enfermedad, las que predominan en todas las provincias. Pero estas mismas intermitentes, elementos aún poderosos de un enemigo que se aleja, y por más que diariamente se clasifiquen de benignas pues no llegan á ocasionar la muerte sino muy rara vez por sí mismas, van dejando no obstante numerosos inválidos, tan aniquilados de cuerpo como deprimi- dos de espíritu y una reputación de clima insalubre altamente perjudicial á los intereses económicos de todo el Norte de la República. Catamarca, Tucumán, La Rioja, Salta, etc., etc., se encuentran por mil causas favorables en condicio- nes de triunfar ventajosamente de las fiebres, sin que esta empresa requiera los sacrificios porque pasaron los Romanos para el saneamiento de su campiña, ni los actuales esfuerzos de las colonias fundadas en Argelia, cuyos habitantes luchan con éxito contra un enemigo doblemente formidable, el paludismo y el clima abrasador. Para alcanzar tan precioso como anhelado fin, no basta que el higienista propale y encomie los ade- laníos de la ciencia moderna presentando el ejemplo alentador de otros países tan adelantados como el nuestro y que poniendo el dedo en la llaga indique el tratamiento más eficaz á seguirse, sino que es indispensable llegue á los gobiernos el convenci- miento de estos altos fines y á los particulares el de los propios y bien entendidos intereses, á objeto de que secunden eficaz y poderosamente tan loable iniciativa. Los gobiernos de provincias, reconocen y tienen la convicción más completa de que la inmigración es una de las principales palancas de su progreso, pero para atraer estas fuerzas vivas hacia el inte- rior del país es necesario decir al extranjero, en Tucumán, Salta y Jujuy no hay más chucho y que efectivamente así sea. Es por esto que sentamos como un principio, in- controvertible que, sanear las comarcas palustres es fomentar la inmigración. Salubrificando las pro- vincias se obtienen dos grandes ventajas, el engran- decimiento y la prosperidad del país por medio del bienestar de sus habitantes. Ha llegado el momento en que los estados del Norte arrojen para siempre el estigma de insalubres con que, á la manera del pesado grillete, detiene la celeridad de su paso por el sendero del progreso. Gobernantes y gobernados, todos tienen un alto rol que llenar prestando oídos á los sabios consejos de la higiene pública. Por nuestra parte investigaremos prolijamente en el presente capítulo todos los procedimientos y sistemas seguidos hasta hoy en día para el sa- neamiento de los países y comarcas palustres, indi- cando de paso todo cuanto á nuestro juicio sea más factible, económico y aplicable á cada una de las provincias donde reina endémicamente la malaria. Dos partes principales comprende el estudio de la profilaxia del paludismo: Ia—La profilaxia deí terreno, es decir, los medios que hay que oponer al desenvolvimiento de la malaria, y 2a—La profi laxia individual. PROFILAXIA DEL TERRENO § II — Al hablar de la geografía médica y de la etiología del paludismo, hemos visto que sus fuentes originarias se podían reducir á dos grupos impor- tantes; los lugares cenagosos, comprendiéndose por tales los estanques, lagunas, bañados, las márgenes fangosas de los ríos, etc., etc., y los campos incul- tos ó terrenos recientemente desmontados y que por primera vez surca el arado del agricultor. Los primeros, bastante diseminados en todos los departamentos de las provincias sin excluir los de las Capitales, constituyen sin duda alguna los prin- cipales y más activos generadores de las fiebres; pero ninguno de ellos tiene proporciones tan ex- tensas, que el agotamiento se vuelva una dificul- tad insuperable ó que requiera como las lagunas Pontinas el trabajo consecutivo de varias'genera- ciones. Anteriormente vimos que en la génesis del pa- ludismo áctuaban tres factores de todo punto indis- pensables: sol ardiente, tierra rica en materia orgánica y humedad, cuya combinación dá siempre como resultado el desenvolvimiento de las fiebres palúdicas. Esto sentado, basta suprimir cualesquiera de los tres elementos sirte qua non de la fiebre palustre para asegurar su desaparición. El primero de ellos, la intensidad del calor solar, escapa á los recursos del hombre y no hay que pensar en mitigarlo. Mas no acontece lo mismo con los dos restantes que pueden sufrir la acción directa de nuestros medios. La tierra cargada de mantillo y humedad, y el exceso de agua ya sea que forme bañados ó que permanezca como una sábana líquida á poca profundidad de la superficie, según se observa en la ciudad de Salta, son sérios inconvenientes que para removerse, requieren la aplicación de los sistemas de saneamiento que pa- samos á estudiar pero que se hallan muy lejos de ser irrealizables. Convencidos los higienistas de la necesidad abso- luta que hay en los climas calidos de agotar todo depósito de aguas estancadas, evitando la formación de otros nuevos, se decidieron por los sistemas del drenaje, que no consiste en otra cosa que en una red de canales abiertos al aire libre, ó de tubos muy porosos colocados subterráneamente y que ponen en comunicación los parajes que se desea desecar con el cauce de un río ó arroyo inmediato, siempre que la baja topografía de los terrenos palustres no per- mita aprovechar el caudal de agua que de ellos se extrae para la irrigación de plantaciones y de cam- pos vecinos. Tenemos pues el sistema de drenaje tubular, y el más sencillo de canales á cielo descubierto. No entraremos á discutir las ventajas de estos proce- dimientos que á menudo se dan la mano y se com- plementan; la naturaleza del suelo, su valor y el destino que se le piense dar, hacen inclinar la preferencia hacia uno ú otro de los procedimientos, ó que se adopten ambos á la vez. Los principales distritos de Inglaterra y especial mente las inmediaciones de Londres donde la pro- piedad tiene gran valor, han sido saneadas por el sistema tubular y el ejemplo de la Gran Bretaña se ha imitado con igual éxito por varias naciones europeas, á tal punto, que las ventajas del drenaje ya no se discuten hoy en día. El sistema tubular posee á más otra preciosa cualidad y es la de permitir que los terrenos á que se aplica puedan destinarse á la agricultura sin que la red de ago- tamiento obstaculice en lo más mínimo el trabajo del labrador. En cierta clase de terrenos palustres como son aquellos que sin llegar á formar lagunas ó panta- nos, permanecen eternamente húmedos y reblande- cidos por la existencia de una capa de agua per- manente en el subsuelo, reclaman el sistema tubular como un recurso no tan sólo de agotamiento, sino de aereación y fecundidad para el suelo mismo. Eugenio Risler ha dado una ingeniosa explica- ción acerca de la manera como los tubos de drenaje producen la circulación del aire por los intersticios de la tierra. Según él, durante cada lluvia y al penetrar el agua en dirección á los canales de desagüe, arrastraría por delante de sí el aire con- tenido en las grietas é intersticios del terreno, aire que se halla combinado con elementos perniciosos de todo género. En seguida viene la filtración lenta que poco á poco vá dejando cavidades que el aire se apresura á ocupar nuevamente y el que será desalojado á su vez por la próxima lluvia. Esta continua renovación de aire y agua, no se limita á efectuar una especie de lavaje eliminador de los principios infecciosos que guarda en sus en- trañas la tierra palustre, sino que el poder oxidante del aire favorece una série de combinaciones quí- micas, cuyo último resultado es aumentar su fer- tilidad. Barral dice; «el oxígeno del aire al penetrar en la capa de humus en todas direcciones, se pone en contacto con las materias orgánicas de la capa arable y se apodera de su carbono para formar una masa enorme de ácido carbónico. Esta se des- prende rompiendo las adherencias de las partículas arcillosas aparentamente soldadas unas á las otras, á la vez que sirve de disolvente á los fosfatos, carbonatos, á los óxidos, sulfuros, etc., poniendo así estas sales en condiciones de favorecer su ab- sorción por las raíces de los vegetales». Así se comprende y explica la trascendental im- portancia de un sistema de saneamiento que per- mite al hombre recoger abundantes y valiosas co- sechas de la tierra que antes producía tan sólo gérmenes de enfermedad y muerte, y que Graves tuviera sobrada razón cuando decía; « la extinción de la fiebre intermitente es la más clara y elocuente de todas las modificaciones causadas por el dre- naje ». No queda duda alguna de que este es el gran sistema reclamado para el saneamiento de nuestras provincias y por más que ellas no necesiten aumentar una fertilidad que poseen en alto grado; pero des- graciadamente es el caso, de que tan precioso medio se vuelve para las dilatadas zonas de una aplicación onerosísima y lenta. Tucumán, Salta y Jujuy, tienen vastas superficies que sanear, pero carecen de los medios para hacer frente á los fuertes desembolsos que demanda este procedimiento. El sistema tubular, como antes dijimos, es. aplicable tan sólo á las in- mediaciones de los centros de población donde el subido precio de la propiedad permite afrontar grandes gastos y sobre todo, cuando razones apre- miantes de salud pública, superiores á toda conside- ración, exigen no omitir sacrificio pecuniario alguno. El otro procedimiento, que se presta especialmente para desaguar lagunas, bañados, estanques, etc., con- siste en unir estos receptáculos de aguas detenidas por medio de conductos tan profundos como sea necesa- rio, á fin de que corriendo sus aguas de los unos á los otros, Amyan á desembocar en un canal recolector de mayor capacidad destinado á conducirlas á terre- nos de cultivos ó al cauce de algún río inmediato. De este modo se llega á formar una red de ca- nales de agotamiento en comunicación directa con el aire libre, pero susceptible de llenar cumplida- mente su objeto y que es, por otra parte, de pronta y económica realización. Una vez que se ha obtenido la desaparición de la masa de agua que cubría el bajo fondo de un lago palustre, y si se desea destinar esa superficie á la agricultura, que como hemos de ver más ade- lante es un medio eficaz de completar el saneamiento, se canaliza la parte de más bajo nivel en toda la extensión donde se vé el limo dejado por las aguas, y después, perpendicularmente á este canal central, se abren pequeñas zanjas á uno y otro lado del mismo, á distancias variables según el grado de humedad del terreno, y eligiendo con preferencia la dirección de las mayores depresiones. Estas zanjas colaterales hacen las veces de pe- queños tubos de drenaje, recogiendo continuamente las filtraciones del terreno y conduciéndolas al canal central quien á su turno las lleva al exterior. A veces no es necesario sino el trascurso de algunos pocos días para que el suelo quede completamente desecado y apto á todo cultivo, pues como se sabe no hay tierra mejor abonada que la del lecho de las lagunas y bañados. Un procedimiento tan sencillo como eficaz no de- bería dejar de ser empleado en todas las provincias palustres, él está al alcance de los Gobiernos por pobres que ellos sean y de los grandes y pequeños propietarios de tierras; los gastos que ocasiona son una insignificancia á la par de los beneficios que reporta; se gana salud y bienestar, y también el sitio que se conquista á las aguas detenidas. Ya se han hecho entre nosotros algunos felices ensa- yos que mencionaremos como dignos de imitarse: En el ingenio azucarero de «La Reducción», sito en el departamento de Famaillá, provincia de Tucumán, existían grandes lagos que formaban un estrecho sitio al establecimiento, quitándole, como era natu- ral, espacio y comodidad, á la vez que numerosos brazos para el trabajo. Hace dos años se mandó abrir un canal de algunas cuadras de largo con el objeto de dar salida á estas aguas, las que después de correr por espacio de quince días se agotaron por completo dejando al descubierto una superficie que no tardó en ponerse sólida y seca. La fábrica tiene en la actualidad menos enfermos de chucho y mayor comodidad y sitio para sus operaciones in- dustriales. Haremos notar que tan benéficos resul- tados costaron á los propietarios del ingenio un número reducido de salarios. 290 Algo semejante se hizo en el ingenio «San Pablo», situado en la falda de los cerros que corren al (Oeste de la ciudad Capital y uno de los más importantes con que cuenta la provincia. Había á pocas cuadras de la fábrica una buena zona de terrenos bajos y anegadizos que como fácilmente se adivina no re- portaban utilidad alguna. Permanecían perpétua- mente impregnados de agua y tan reblandecidos que un bastón penetraba varios decímetros sin la menor violencia, era en una palabra un suelo fan- goso con todos sus caracteres. El administrador del establecimiento, necesitando campo donde poder ensanchar los cultivos, resolvió agotar estos terrenos y al efecto se construyó un largo canal que corre por los sitios de más bajo nivel y que en último término vá á desaguar en el Manantial. Una gran parte de esta acequia ha sido cubierta con madera y tierra, de tal manera, que ha quedado transformada en un verdadero conducto subterráneo, ó si se quiere, en un tubo de drenaje á la rústica. Por este canal, corre continuamente el agua que proviene de las lluvias y la de las filtraciones de los cerros vecinos por entre las capas más profun- das, pues la superficie del terreno se ha desecado por completo hasta el punto que, donde antes no germinaba más que el paludismo, se contempla hoy en día un floreciente plantío de caña de azúcar. Estos dos ejemplos, y sin necesidad de recurrir al extranjero, donde encontraríamos muchísimos que citar, bastan para demostrar que el drenaje, y en especial este último sistema que es el más indicado para todos los departamentos de campaña, debe emplearse siempre que existan lagunas palustres hasta por un espíritu de especulación si no se quiere mirar los beneficios inmensos que reporta á la hi- giene pública. No debe perderse de vista cualesquiera que sea el sistema de drenaje por el cual se opte, que se hayan indicado no solamente para desaguar estan- ques y lagunas, sino para toda zona de territorio donde un exceso de humedad haga imposible la agricultura, é inminente el desenvolvimiento de la malaria. Siempre que se resuelva practicar trabajos de sa- lubrificación en los climas cálidos, no hay que per- der de vista esta cuestión previa, elegir cuidado- samente la época del año menos peligrosa, bajo el punto de vista de las fiebres, para su reali- zación. Nada más contraproducente, en efecto, que dejar al descubierto durante el verano el lecho de las lagunas; los rayos solares activan de un modo in- creíble las fermentaciones y descomposiciones de la materia orgánica contenida en el limo de lagunas y pantanos, y el paludismo adquiere una pandemi- cidad inusitada. Obras de este género emprendidas por los roma- nos y holandeses en distintas épocas y que tuvieron que continuarse en la estación de los calores, fue- ron la causa determinante de explosiones epidémicas que obligaron á inundar nuevamente las lagunas que no fué posible concluir de agotar y desecar durante el invierno. Miguel Lévy, refiere que los trabajos de deseca- miento emprendidos en Estaouéli (Argelia) hicieron perecer no obstante la rapidez con que se ejecuta- ron, ocho trapistas de 28 que habían dirigiendo los trabajos y 47 soldados de 150 que tenían á sus órde- nes inmediatas. Entre nosotros podemos citar un ejemplo conclu- yente y que demuestra hasta la evidencia los peli- gros que entraña para la salud y las grandes difi- cultades que trae aparejadas para las operaciones industriales mismas, el desecamiento de los terrenos cenagosos durante el verano. Algunos años atrás y por primera vez en la pro- vincia de Tucumán, pretendió el Sr. Quinteros po- seedor de una área de 100 cuadras cuadradas de terrenos, cubiertos en su mayor parte de lagunillas y pantanos (situado en Malvinas departamento de Famayllá) y conocido por el nombre de El Tarco, desecarlos por medio de canales de agotamiento á fin de que la agricultura pudiera radicarse en una tierra tan fértil como improductiva había sido hasta entonces. Al efecto hizo abrir una red de zanjas de profun- didad variable, destinadas á unir todos los ciénegos y sitios de más baja topografía, con un canal de ago- tamiento bastante espacioso que iba á desembocar después de un trayecto no muy corto al río Lules. Con una operación tan sencilla se obtuvo el éxito más completo; después de correr el agua por los canales durante un buen espacio de tiempo, se ago- taron las lagunas y ciénegos tomando el terreno la consistencia que antes no le permitía el exceso de líquido que lo impregnaba. Desafortunadamente para la salud de los trabaja- dores ocupados en la finca, el agotamiento no se obtuvo durante el invierno y dió lugar á que el cieno, depositado abundantemente con el transcurso de los años en los terrenos fangosos y en el fondo de las aguas estancadas, sufriera la acción corrup- tora de lós fuertes calores. La consecuencia inmediata fue, como es de presu- mir, una epidemia de fiebres palustres que no dejó en pié á uno sólo de los 40 peones ocupados en los trabajos de desecamiento. En el capítulo destinado á la etiología del palu- dismo, hemos visto que en los meses que van de Diciembre á Marzo la endemia alcanza á su máxi- mum de desenvolvimiento y por lo tanto las obras de saneamiento se hallan contra indicadas en este semestre. Ellas se iniciarán en los primeros días de Junio, agrupando todos los elementos necesarios, con la previsión que aconseja la experiencia, á fin de concluir cuanto antes con las obras de drenaje» pues si los trabajos se prolongaran hasta después de Noviembre, seguramente habría que añadir á los sacrificios pecuniarios el más lamentable de nume- rosas existencias. Los habitantes de la campaña que quieran verse libres del chucho, los dueños de ingenios interesados como el que más en disponer de brazos robustos y fuertes para las faenas del cultivo y elaboración de la caña de azúcar, deben recordar siempre que, el gran secreto para desterrar las fiebres palustres, estriba en no permitir la existencia de masas líquidas estanca- das y en sustraer durante el invierno el exceso de agua que impregna algunos terrenos desnivelados. Para esta clase de trabajos se dará la preferencia al hijo del país, pues como anteriormente tuvimos oportunidad de probar con datos estadísticos con- cluyentes, disfrutan los naturales de las provincias palustres de mayor resistencia para las fiebres que los extranjeros y que los mismos argentinos venidos de otros estados donde no es endémica la malaria. Se debe prohibir de una manera enérgica y ter- minante á los operarios, hacer uso para bebida del agua contenida en los sitios insalubres. La vía de absorción más activa y común de los microbios del paludismo es el aparato gastro intestinal y tan po- seídos de esta verdad se encuentran los europeos, que en las posesiones de Africa no se permite á las guarniciones tomar agua si no es en la forma de infusiones de té, café, eucalipto ó simplemente como agua hervida y dejada enfriar, á objeto de destruir por medio de la ebullición, los microbios del palu- dismo. Una medida de precaución tan sencilla como esta, es sin embargo de un gran poder preservativo. En los trabajos de la vía férrea que se construye á Jujuy, no se han puesto en práctica tan sabios con- sejos, los que á no dudarlo habrían reportado impor- tantes beneficios para la empresa y para centenares de obreros que, alucinados por los buenos salarios arrastran un peligro cuyas consecuencias no saben medir. El uso del agua hervida y dejada enfriar ó bien tomada en infusiones, constituye un elemento pro- filáctico de primer orden para el chucho como para el cólera. Se recordará por otra parte que una de las cau- sas activas y poderosas en el sentido de mantener la endemia palustre en todo su vigor, consiste en los frecuentes desbordamientos de los ríos arroyos y hasta acequias siempre que las lluvias son muy torrenciales. Toda la parte baja de la ciudad de Tucumán que corre al Este ha sido en repetidas ocasiones inundada por las crecientes del Salí. En la ciudad de Salta ocurre otro tanto con el río Arias cuyo lecho se halla á mayor altura que la población. En estos casos basta conocer el peligro para que se sepan las medidas de seguridad que deben adop- tarse á fin de evitarlo. La ciudad de Salta reclama como ninguna el es- tablecimiento de un sistema de drenaje tubular, pues la capa de agua que baña el subsuelo dará vida eternamente entre otras enfermedades á la en- demia palustre. Las depresiones del terreno que dá lugar á la formación de lagunas en las inmediacio- nes del Matadero deberían tener canales de desa- güe constantemente expeditos para el libre curso de las aguas, evitando si fuera posible la afiuencía de las mismas á estos sitios durante la estación lluviosa. Será necesario decir, refiriéndonos á las ciudades de Catamarca y de la Rioja, que los posos donde guardan el agua que han de usar para todas las necesidades de la vida, deben desaparecer anatema- tizados por razones de salud pública? Las Munici- palidades no deberían permitir la existencia de ma- yor número de acequias y canales que aquellos por los cuales pueda circular continuamente el agua, pues así se evitaría una causa más de insalubri- dad. (x) Un sistema de aguas corrientes por defi- ciente que fuera, libraría á estas ciudades de los posos ó represas y por lo tanto de las manifesta- ciones palustres que son su consecuencia inmediata. § III — Acabamos de pasar en revista los sistemas (') Véase el artículo sobre la provincia de Catamarca contenido en esta obra. y procedimientos más expeditos para el agotamiento y desecación de estanques y terrenos cenagosos y de ver que es empresa fácil suprimir el agua, uno de los elementos más indispensables en la génesis del paludismo; pero aún queda otro factor importante, excluyendo al sol, sobre el cual es posible actuar y que consiste en el suelo rico en materia orgánica, factor que dio origen á una nueva teoría de L. Colin fundada en la potencia vegetativa de la tierra. Colin opina, que cuando un territorio cubierto de una gruesa capa de humus ó mantillo y dotado de todos los atributos de fertilidad propios á los países cálidos, no emplea su fertilidad dando vida á una vegetación exuberante, deja escapar de la superficie emanaciones febrífugas. A su juicio, el poder de in- fección sería proporcional al poder vegetativo de la tierra, siempre que éste no fuera aniquilado por los cultivos repetidos. Con esta teoría concluye sentan- do como principio, que los cultivos son un medio útil para combatir las fiebres intermitentes. Nos encontramos completamente de acuerdo con su conclusión, pero disentimos sustancialmente en los medios, es decir, en la teoría que le sirve de fundamento. La tierra por si misma 3’ por rica que sea en materia vegetal, es incapaz de engendrar el paludis- mo sino se halla acompañada del calor y agua en cantidad suficiente; son los tres elementos reunidos, los únicos que pueden dar vida á la enfermedad que nos ocupa, pero aisladamente ninguno de ellos tiene semejante privilegio. Por otra parte es muy frecuente encontrar terri- torios vastísimos, cubiertos de una buena capa de tierra vegetal, que dá vida y explendor á bosques seculares como son los que se extienden cubriendo parte de las llanuras y por todas las faldas más orientales de nuestras montañas, y donde no obs- tante se asilan los gérmenes de la mal ría. Del mismo modo se observan, si bien es verdad que con menor frecuencia, campos áridos y desiertos donde sin tierra vegetal en abundancia, existen principios de infección palustre. Que los progresos de la agricultura sanean las localidades, es fuera de toda duda, pero el medio por el cual consigue tan benéficos resultados nos lo explicamos de la siguiente manera: Los drenajes por bien practicados que ellos sean, nunca llegan á desecar la tierra hasta el extremo de no dejar cierto grado de humedad, favorable á la endemia que se modifica extraordinariamente en al- gunos casos y hasta desaparece por completo en otros, pero que no es raro verla subsistir bajo al- gunas formas ligeras de la enfermedad. Se necesita pues algo que complemente la obra, un sistema de drenajes capilares dotados del poder necesario para sustraer del suelo el líquido que retenido por las moléculas de la tierra ha permanecido fuera del al- cance de los gruesos tubos ó canales de agotamien- to construidos por la mano del hombre. Tal es el rol que á nuestro juicio juegan los ve- getales por medio de las infinitas raíces que los ali- mentan; efectúan lo que se puede llamar ql drenaje capilar, completan la desecación de los terrenos y hacen imposible el desenvolvimiento de las fiebres. Existen además en los climas cálidos y en la zona Norte del nuestro por lo tanto, campos que sin ser cenagosos y sin que se les pueda aplicar un sistema de drenaje, que en estas circunstancias sería ino- 298 ficioso, recogen durante las lluvias del estío en sus ondulaciones la cantidad de agua necesaria para que el paludismo tome origen, y es precisamente en estas regiones donde las plantaciones de árboles y ciertos cultivos se hallan más indicadas como me- dios salubrificantes. La agricultura aleja los montes, (esas inmensas glorietas creados por la naturaleza y cuya hume- dad tan bien sienta al desarrollo de las tercianas), de los centros de población mejorando con rapidez el estado higiénico general. Existen departamentos como el de la Cruz Alta, por ejemplo, convertido en uno de los más salubres con que cuenta la provincia de Tucumán, propie- dad que debe principalmente á la extensión consi- derable que han tomado las plantaciones de la caña de azúcar desde pocos años á esta parte. La misma ciudad de Tucumán treinta años atrás, cuando los bosques la rodeaban tan de cerca que se podía decir llegaban á sus puertas y cuando los cultivos se hacían en pequeña escala; las fiebres dejaban sentir todo el poder de su perniciosa in- fluencia. Hoy en día, el consumo de las industrias y de la población han distanciado los montes á va- rias leguas de la ciudad, y ocupado su sitio dilata- das plantaciones de todo género de vegetales, que contribuyen, á la par de otras causas, al mejora- miento de las condiciones higiénicas y á hacer de la capital el centro más respetado por el paludismo. No aconsejaremos la predilección por una clase dada de cultivo, por que todos tienen en más ó menos grado el mismo poder salubrificante y por que en cada zona se debe elegir el que dé mejor rendimiento; pero tratándose de Tucumán, Confien- tes. Salta, Jujuy y el Chaco, todos puntos donde la industria azucarera adquiere de. día en día propor- ciones halagüeñas para el país, no tenemos incon- veniente en reconocer que la caña de azúcar es la destinada á modificar ventajosamente el clima de aquellos estados, y que el aumento de los plantíos debe estimularse hasta como medida aconsejada por razones de salubridad. Una sola salvedad tenemos que hacer á este res- pecto y es sobre el cultivo del arroz. En la forma que se práctica hoy en día, inundando las ce- menteras hasta dejarlas transformadas en un lago artificial, lejos de sanear se vuelven un foco activo de infección palustre. Más adelante indicaremos el medio de subsanar este grave inconveniente. Conocida la propiedad salubrificante de las plan- taciones, se puede decir con verdad, que la agricul- tura en los países cálidos es nó solamente una ma- nantial de riqueza para el hombre, sino una fuente de salud y bienestar para los pueblos. § IV—A más de la agricultura, contamos con otro poderoso medio para sanear aquellos terrenos cuyo grado de humedad no sea tal que exija la aplica- ción de alguno de los sistemas de drenajes descri- tos anteriormente. Este medio eficaz y generalizado en todos los países cálidos y hasta en los templados que se preocupan y ponen en práctica los adelantos de la higiene pública, consiste en las plantaciones de árboles de gran talla y especialmente de los que se caraterizan por la rapidez de su crecimiento. Tenemos en primera línea los eucaliptus, pertene- cientes á la familia de los mirtos y dignos represen- tantes de la magnífica flora Australiana. 300 Al parecer, el género eucaliptus fue descubierto por La Billardiere, en una expedición á la Tasmania llevado acabo por el año 1792, donde con gran asombro suyo observó árboles cuyas primeras ramas arrancaban recién á los 60 metros de altura. Este explorador describe algunos árboles cuyos troncos tenían 27 metros de circunferencia ó sea 9 metros de diámetro, y que llegaban en altura á más de 100 metros, es decir, á tanto como alcanzan las más encumbradas torres de los templos europeos; eran eucaliptus aque- llos gigantes del reino vegetal. Algunos años más tarde, en 1854, M. Ramel asom- brado del rápido crecimiento de estos vegetales que estu.lió cuidadosamente en el jardín botánico de Melbourne, fué el primero en remitir á Francia se- millas de eucaliptos y en vulgarizar el procedimiento de su cultivo. Desde entonces el género eucaliptus se ha exten- dido por toda la Europa y hasta en Argelia donde presta útilísimos servicios. A la República Argentina no hará 20 años que se introdujeron las primeras semillas, y no obstante los buenos resultados obtenidos, las plantaciones no han tomado la extensión que había derecho á es- perar. La provincia de Buenos Aires contiene el mayor número de los que existen en el país; cons- tituye un útil y precioso adorno para los estableci- mientos de campo, á la vez que proporciona un com- bustible inmejorable y barato. Pero más que en Buenos Aires, están indicadas las plantaciones de estos árboles en las provincias donde el paludismo es endémico. No todas las variedades de eucaliptos que pasan de 150, deben recomendarse por igual, pues varían en la celeridad del crecimiento que es lo que cons- tituye su principal mérito. Así, por ejemplo, son los eucaliptus glóbulnsx longifolia quienes más se hacen notar por esta virtud; en el jardín de Hamma cerca de Argel, Hardy, los ha visto crecer hasta 6 metros por estación. En el jardín de la avenida d’Eylau en París, el primer eucaliptus glóbulus que se plantó tuvo un desenvolvimiento de un metro por mes du- rante la buena estación. Nosotros que hemos cuidado prolijamente algunos centenares de ellos en la ciudad de Tucumán, no podemos decir que hayamos observado crecimientos tan extraordinarios como los mencionados, que á no dudarlo son excepcionales, pero sí, abrigamos la convicción de que no es posible encontrar otro ve- getal que los sobrepase en cuanto á rapidez de cre- cimiento, y que por lo tanto es el árbol indicado para los países en que dominan las fiebres de los pantanos. Desde luego se comprende cual será el gran poder de absorción de unos vegetales que crecen tan á prisa y que á la par de las materias sólidas sus- traídas á la tierra, tiene que ir el agua en una pro- porción infinitamente superior. Son tan ávidos de humedad que extienden sus raíces á distancias in- creíbles en busca del líquido deseado, y por medio de sus espongiolas suelen desecar la tierra en un rádio de cuatro metros á la redonda hasta el punto de no dejar vivir en esa superficie á los vegetales inferiores que cubren la tierra. En cualquier jardín ó quinta es posible observar que en las inmediacio- nes de un árbol de estos, no crece ni el pasto que se alimenta y vive á expensas de las capas más superficiales del suelo. En Australia no se encuentran terreno cenagosos en los parajes donde existen bosques de eucaliptus, como no se observan las fiebres palustres, tan co- munes y graves en otras comarcas donde faltan estos vegetales de porte gigantesco. Las experiencias practicadas por Trottier, dan una idea acabada sobre la potencia absorvente de estos árboles, que chupan el agua cual si fueran verdade- ras esponjas. Principió por colocar una rama de eucalipto á las seis de la mañana dentro un recipiente, que medía 30 centímetros de profundidad por 16 de ancho, completamente lleno de agua para abando- nándolo en seguida á la intemperie hasta las seis de la tarde. A esta hora (doce después de principiado el experimento) pesó nuevamente la rama y encon- tró 825 gramos en vez de los 800 que marcaba antes de introducirla en el recipiente con agua: Este por su parte había perdido 2600 gramos de líquido. Como el día hubiera sido demasiado ardiente, 43° y era suponible que el calor había contribuido por medio de la evaporación á disminuir el contenido del tacho, se colocó nuevamente al siguiente día el mismo receptáculo con igual cantidad de agua, al aire libre y por espacio de doce horas. La evapo- ración di ó una pérdida de 208 gramos, de tal suerte que descontando esta cifra de los 2600 gramos de la primera observación, se obtuvo siempre la can- tidad de 2392 gramos de agua absorvidos por la rama de eucalipto en el intérvalo de doce horas. De esta experiencia se saca en conclusión, que los eucaliptos pueden absorver tres veces su peso de agua en medio día, eliminándola en su inmensa mayoría. Sauliere íué de los primeros en aprovechar tan útiles propiedades, fomentando los plantíos en el molino de la Maisón Carrée, donde la vecindad de algunos focos infecciosos hacían imposible la vida por la gravedad de ías fiebres. A la vuelta de al- gunos años cuando los árboles habían adquirido cierto desenvolvimiento, la malaria se hizo tan rara que no se presentaba un sólo caso de fiebre inter- mitente. Igual resultado se obtuvo en una gran explota- ción de hierro magnético, llamada Motka-el-Haclid donde todos los operarios padecían las tercianas y se veían obligados á abandonar los trabajos durante el verano, pero desde que se importaron los euca- liptos la localidad se saneó de un modo admirable. Fundado en estas ventajas, era que Hardy daba el consejo que lo podemos hacer extensivo para los habitantes de nuestras dilatadísimas campañas, de rodear á cada casa en Argelia con plantaciones de eucaliptos á fin de crear, decía, verdaderas mu- rallas contra las fiebres. El poder salufricante de estos ejemplares perte- necientes á la familia de los mirtos ha sido puesto en evidencia en distintos países y en diversas épocas. Citaremos un último ejemplo por la importancia que reviste, tomado de una memoria presentada por Torelli al Senado italiano el 11 de Junio de 1880. En el sitio conocido por el nombre de las Tres Fuentes en las inmediaciones de Roma existe un viejo convento que durante largos años permaneció abandonado á causa de su insalubridad. Deseoso Pío IX de dar á esta propiedad un empleo útil, aceptó el ofrecimiento de los Trapistas quienes se obligaban á sanearla siempre que les fuera cedida la finca. Los religiosos efectuaron la primera plan- tación de eucaliptos en 1869, y siete años más tarde las condiciones higiénicas habían mejorado tanto que ya era posible pernoctar en el convento de la Tumba como se le llamaba, sin riesgo de confirmar tan lúgubre nombre, comodidad que no tuvieron los primeros años en que iban á pasar las noches á Roma para escapar á la malaria. Una comisión del Senado visitó en 1877 este pa- raje y asombrado de la modificación producida por tan sólo 2,500 eucaliptos, resolvieron ofrecer á los Trapistas 400 hectáreas en las cercanías del con- vento siempre que plantaran 100,000 de estos árbo- les en el espacio de 10 años en toda la comarca. Apesar de que las plantaciones sufrieron mucho con los fríos del año 1879, el número de los euca- liptos, que fueron plantados á razón de 25,000 por año, alcanzaba á fines del año 1881 á 55,000 y las fiebres palustres en el departamento de las Tres Fuentes eran cada vez menos frecuentes. (x) En la República tenemos un hecho práctico que merece especial mención. En la provincia de Buenos Aires y en el lugar conocido por el nombre de la Ensenada, poseía el Sr. Iraola un buen número de hectáreas de terrenos desnivelados y excesivamente húmedos, circunstancia que los hacía de poco valor é inestimables. A objeto de mejorar sus condicio- nes por medio de la desecación del suelo, efectuó (1) Recordando estos ejemplos presentamos á la Cámara de Diputados de la Provincia de Tucumán el arto 1889 un proyecto de ley acordando primas á todo propietario que exibiera una plantación de más de 2,000 eucaliptos: Esta idea buena en el fondo y susceptible de modificaciones en la forma, aún no ha sido tomada en consideración. una gran plantación de eucaliptos que no tardaron muchos años en convertir aquellos terrenos consi- derados como inútiles, en un expléndido y valioso parque. Más tarde la topografía general habíase modificado tan ventajosamente que el Dr. Rocha no encontró en estos lugares, sino cualidades favora- bles para colocar la piedra fundamental de la ciu- dad que inmortalizará su nombre, «La Plata». A más de la acción desecadora, se ha atribuido á estos vegetales un rol purificador; los desprendi- mientos aromáticos de sus hojas á juicio de varios autores, á la vez que embalsaman el aire destruyen los gérmenes del paludismo que pululan en la at- mósfera. No abrimos opinión al respecto, pero sí transcri- biremos el siguiente párrafo perteneciente á Gubler y con el cual nos encontramos acordes. «Cualesquiera que sea por lo demás la interpre- tación de estos hechos, la inmunidad que gozan con relación á las fiebres las fronteras cubiertas de eucaliptos, es ciertamente debida á la existencia de estos árboles embalsamados, cuya propagación in- teresa tanto á la higiene como á la industria, y es por esto que nos asociamos al llamado caloroso hecho, al Estado y á la iniciativa particular por M. M. Carlotti, Hardy y algunos otros hombres pre- ocupados de los intereses generales á objeto de extender tanto como sea posible las plantaciones de eucaliptos en las localidades pantanosas é insa- lubres de la Córcega y Argelia». Las hojas del eucalipto son muy usadas bajo la forma de infusión en los países insalubres; los co- lonos de Argelia, Córcega y los campesinos de las provincias de Valencia, Cádiz, Sevilla y Córdoba donde hay esparcidos algunos de estos árboles, los buscan con gran interés porque consideran un re- medio eficaz para las intermitentes. Ahumada citado por Gubler hace grandes elogios de esta propiedad del eucaliplus glóbulus, como una medicación de buen éxito y sobre todo económica para los pobres. El Dr. Régulus Carlotti que ha hecho un estudio especial sobre la acción terapéutica de las hojas y corteza del encaliptus glóbulus concluye aseguran- do que no tan sólo curan por lo general los enfer- mos de tercianas sino que en los casos rebeldes es cuando parece mostrarse más activa la medicación por el eucalipto. Las preparaciones que usaba, eran la esencia ó sea el eucaliptol, el agua destilada, el extracto y las infusiones. Según Gimbert, las principales propiedades del eucaliptol serían, disminuir el poder reflejo de la médula y la rapidez de las combustiones, facilitar la eliminación de la urea, estimular las funciones del gran simpático y la circulación capilar, dismi- nuir los movimientos respiratorios y finalmente de eliminarse por los pulmones y la orina. Por nuestra parte hemos recomendado siempre á los enfermos el uso de té de eucalipto, princi- palmente á los que procedían de parajes donde había mucho chucho, y con la mira de aprovechar no tanto sus pretendidas propiedades antitérmicas cuanto las ventajas del agua hervida, que como antes di- jimos es un precioso medio para evitar una nueva infección palúdica. Somos de opinión que las infu- siones de hojas de eucalipto debían generalizarse en la campaña conjuntamente á las plantaciones de los mismos. Las aplicaciones industriales del eucalipto relati- vamente á su variedad é importancia, corren pareja á las propiedades medicinales cuya reseña acaba- mos de hacer. Su madera, no obstante tratarse de árboles de crecimiento ligero, tiene la resistencia bastante para que dé buenos resultados aplicada á la ebanistería, carrosería y construcciones navales. En Argelia y Australia es muy usada para este último objeto, la gran cantidad de gomas-resinas que contiene entre las seldillas la vuelve imputres- cible: Algunos trozos de madera sumergidos en el agua han permanecido 25 años sin descomponerse. En las construcciones de los caminos de hierro son igualmente muy empleadas para durmientes por su larga duración. Para la edificación barata se obtie- nen tirantes eternos, respetados siempre por toda clase de insectos, sin duda por lo amargo de su resina (1). Para combustible, esta madera es inmejorable; arde con facilidad, desarrollando gran calórico, y el ascua que produce dura mucho tiempo (2). Esta es otra de las propiedades importantes y en vista de la cual se debe propender al fomento de la disemi- nación de los eucaliptos en todas las provincias. Las fábricas azucareras, las destilerías é industrias en general y las necesidades de una población siem- (*) Bien entendido, que para conseguir todas estas buenas cualidades de la mqdera, el eucalipto, como todos los árboles que sé destinan á este objeto, debe ser cortado en la época durante la cual la sabia circula menos. (2) En algunos puntos de Australia, como en la Carolina, donde el carbón es caro, se hace un consumo espantoso de esta madera por parte de los ferro-carriles, que la usan con gran ventaja por tenerla á la mano y por su poder calorífico. pre creciente, consumen una cantidad extraordinaria de leña por año, á tal punto que no es una exage- ración decir que la existencia de nuestros bosques se halla sóidamente amenazada. Cuán útil y previ- sor sería dictar una ley de bosques para que, á medida que desaparecen los montes naturales, fue- ran en parte al menos, reemplazados por otros de eucaliptos! En la provincia de Buenos Aires es muy estimada esta clase de leña para los hornos de quemar material. De la corteza que se vé desprenderse expontá- neamente, se obtienen varios productos industriales de importancia, aplicándolos á la curtiduría y fabri- cación de papel. En España y Portugal es empleada desde muchos años atrás en el curtido de pieles. La pi oporción de ácido tánico que contienen es en algunas variedades muy elevada; así por ejemplo, el eucaliptiis longifolia produce un 8,3 °/° de esta sustancia y el eiiealiptus odorata llega hasta 20,4 °/o. La riqueza en tánino de su corteza es una razón más para encomendar la propagación de estos ár- boles en Tucumán y Salta, donde la curtiduría se desenvuelve cada día más y cuando el precio de la cáscara del cebil se eleva considerablemente. Finalmente, tenemos las hojas del eucalipto, de las cuales por medio de la destilación se extraen diversas esencias que aprovecha la perfumería. Ocho kilogramos de hojas secas recogidas un mes atrás, han producido 489 gramos de esencia, ó sea un poco más de un 6 por 100, lo que prueba no so- lamente la abundancia de principios esenciales, sino también que las hojas conservan por mucho tiempo sus virtudes. M. Cloez, rectificando este aceite esencial, ha ob- tenido el eucaliptol, cuyas propiedades dejamos apun- tadas más arriba. Hemos entrado en todos los detalles que acaba de verse, porque deseamos vehementemente llevar á nuestros comprovincianos y á todo el que nos lea, la convicción de que, las plantaciones de eu- caliptos, si se hacen en grande escala, son las lla- madas, á la par de la agricultura, á modificar ven- tajosamente las condiciones de nuestro clima, y que, ya sea por sus virtudes profilácticas, ó si se quiere, mirado tan sólo como especulación financiera, no de- ben faltar jamás en ningún establecimiento de campo Se han preconizado, como ventajosas, las planta- ciones de otros árboles de ligero desenvolvimiento, como las acacias. No nos oponemos en manera algu- na, y hasta las consideramos de mucha utilidad, pero en segundo término. Las raíces de los eucaliptus corren á gran distancia y se distribuyen superficial- mente, de modo que sustraen toda la humedad de las capas más superficiales de la tierra, y en esto precisamente estriba su gran ventaja, desde el mo- mento que suprime uno de los elementos necesarios para la formación de los gérmenes de la malaria. Fuera de estos tres grandes sistemas de sanea- miento que acabamos de estudiar, existen otros medios de verdadera utilidad, reclamados por las con- diciones especiales del lugar ó el estado anti-higié- nico de una población. La ciudad de Tucumán, por ejemplo, para verse libre de las fiebres que fustigan los habitantes de los barrios algo apartados del centro, necesitaría principiar por nivelar sus calles, á fin de que el agua de las lluvias del verano tenga fácil salida y no dé 310 origen á la formación de pantanos. La parte Sud y Este, cuya topografía es sumamente baja y húmeda, requiere la aplicación de alguno de los sistemas de drenaje anteriormente descritos, pues como tuvimos oportunidad de hacer notar en el capítulo sobre la etiología, la primera capa de agua se halla en estos parajes á muy poca profundidad de la superficie del terreno. También dijimos que el río Salí había salido al- gunas veces de su cauce é inundado la parte baja de la ciudad; se impone, por lo tanto, la construc- ción de diques que mantengan las aguas en su sitio, evitándose así serios perjuicios á la propiedad y enfermedades á la población. El establecimiento de un sistema de aguas co- rrientes, es una necesidad cada día más sentida tanto en Tucumán como en todas las ciudades del Norte. En la actualidad, la población consume el agua conservada durante meses en los algibes, y la que reparten los carros aguadores que es levantada del Manantial y de los pozos situados fuera de la ciudad, en una palabra, agua de mala clase por donde quiera que se la mire, y en muchos casos el medio más activo para la propagación de las fiebres. El agua que ha de alimentar á Tucumán, debe ser tomada de un paraje donde no existan las mani- festaciones palustres, como hicieron los romanos, y por lo tanto no puede ser otra que la de las serra- nías, agua pura, bien aereada y sobre todo, sin gérmenes de paludismo. A estas propiedades, de un valor incalculable, se añade la circunstancia favo- rable de la proximidad de las montañas donde na- cen los manantiales más importantes, y lo que, á no dudarlo, abaratará las construcciones. El Gobierno ha celebrado un contrato el año 1889 con una empresa particular para la provisión de aguas corrientes á la ciudad, sin embargo, y por desgracia, las obras no se han principiado hasta la fecha. Difícilmente se encontrará otra ciudad que más reclame esta medida de alta higiene. Hoy en día la inmensa masa de la población pasa los rigores del verano sin saber lo que es tomar un baño. Cuando el rico como el pobre tengan á su disposición agua abundante y barata, Tucumán habrá dado un paso más en el sentido de su salubrificación, y los palú- dicos podrán contar con el poderoso recurso de los baños fríos para el tratamiento de sus dolencias. Por otra parte, y esto es aplicable á todas las capitales de provincia con raras excepciones, es de urgente necesidad se lleve á cabo el procedimiento, de la esterilización de las basuras por medio de la cremación, medida precaucional que venimos reco- mendándola desde cinco años atrás sin tener la sa- tisfacción de ser oídos por quien corresponde. La costumbre inveterada de arrojar estos detritus á los callejones apartados de la ciudad, para levantar su nivel, no puede ser más censurable por los peligros que entraña para la salud pública y hasta como una falta de aseo que habla muy poco á favor de las autoridades encargadas de velar por la higiene y limpieza de las poblaciones. Las Municipalidades deberían por los diversos me- dios á su alcance fomentar las plantaciones de eu- caliptos á ambos lados de las calles y caminos del municipio, los que preservarían al viandante de la intensidad de los rayos solares y de los inconvenien- tes de la humedad. Para la salubrificación del resto de la provincia hacemos extensivas todas las medidas de higiene pública que dejamos establecidas en el presente ca- pítulo. Agotamiento de lagunas, estanques y bañados; desecación de los terrenos cenagosos y muy húme dos por medio del drenaje, extensión de los cultivos y plantaciones de encaliptus, glóbulits y Ion,gifolia. Los Gobiernos tienen un rol importante que des- empeñar, dejando sentir su poderosa influencia é ini- ciativa de un modo favorable, á estas cuestiones de saneamiento. Tienen en sus manos los medios para prohibir la apertura de zanjas, cuyos inconvenientes dejamos señalados más arriba, como sistema de cercos para limitar propiedades, salvo el caso de que á éstas se les dé salida hacia algún arroyo ó acequia in- mediata, porque así harán las veces de un canal de drenaje desapareciendo los inconvenientes propios á las aguas que en ellas podían estancarse. En Mal- vinas hemos visto algunas de estas fosas por las cuales corría bastante cantid; d de agua procedente de las filtraciones, que iba á parar al Manantial. La agricultura y las plantaciones de eucaliptos pueden y deben ser estimuladas por medio de una ley de primas á la industria ó en cualquier otra forma que se estime más conveniente. El cultivo del arroz en las condiciones que hoy se efectúa, como ya dijimos, no se debe consentir por- que es y será siempre un foco peligroso de infec- ción palustre. No hay que temer por otra parte que con una prohibición semejante, pierde la provincia una de sus industrias más valiosas, porque no es de absoluta necesidad que el arroz se cultive por la vía húmeda llamaremos, inundando las cemente- ras de la manera como hoy se hace. En Valencia se cosecha este cereal de calidad superior y sin ningún peligro para el agricultor, por cuanto no se emplea el exceso de irrigación que entre nosotros, obte niéndose lo que se llama el arroz de sécano. ¿Por qué no se ha de seguir este sistema en Tucumán? Creemos que todo es cuestión de una reglamenta- ción especial y que no costaría gran trabajo introdu- cir tan importante innovación á la industria arrocera. Durante la administración del Sr. Quinteros, se confió, en virtud de una ley especial, el estudio de un plan general para la construcción de obras de sanea- miento é irrigación en la provincia de Tucumán, á una comisión de ingenieros competéntes. Iniciativas de gran aliento como ésta merecen todo nuestro aplauso; á realizarse, ella habría dado poderoso impulso á las industrias y trocado favorablemente las condi- ciones higiénicas de su clima. Desgraciadamente, la empresa es muy superior á las fuerzas y recur- sos de la provincia y queda suspendida como un problema financiero que resolverán, á no dudarlo, por partes ó secciones los gobiernos venideros. Obras de tal importancia y magnitud no son ta- reas que se realizan en un día ni en un período administrativo; se requiere tiempo, perseverancia, y á veces el trabajo incesante de toda una generación para llevarlas á término, y creemos que, ninguna de estas virtudes ha de faltar á los hijos de Tucu- mán para conseguir el engrandecimiento y bienestar de su provincia. Entre las fuentes de infección palustre creadas por el hombre mismo, tenemos algunas cuyos peli- gros pueden obviarse fácilmente por medio de la vigilancia del Departamento de Ingenieros. Las empresas ferrocarrileras al extender sus líneas, practican á ambos lados del camino de hierro, es- cavaciones tanto más considerables cuanto mayor ts la elevación que necesitan dar á los terraplenes. Durante los meses de mayor termalidad que á la vez son los de las lluvias, estos focos se convierten en lagos palustres, cuya longitud suele llegar á va- rias cuadras y su poder infectante á los viajeros y poblaciones más inmediatas á la línea (x). Obligando á las empresas, por razones de higiene pública, á dar fácil salida á estos depósitos de aguas corrom- pidas, y á no efectuar en lo sucesivo escavación alguna sin que vaya acompañada de su correspon- diente canal para desagüe, se habrá evitado así, una causa más de las muchas que contribuyen á la insalubridad de la provincia. Ultimamente recordaremos los serios inconvenien- tes que nacen, tanto higiénica como económicamente hablando por la falta de distribución regular y me- tódica del agua que se destina á la irrigación. En tésis general, cada ingenio azucarero lleva por su acequia un caudal de agua tanto mayor cuanto más pesa en la política provincial la influen- cia de su propietario, y lo mismo decimos de todo aquel que sin ser fabricante posee establecimientos agrícolas de alguna extensión. No se crea, sin embar- go, que un torrente de agua semejante se aprovecha diariamente para el riego de las plantaciones, por (*) En la estación «Cuatro Sauces», distante 20 kilómetros de Tucumán y sobre la línea del F. C. Central Norte, se forman todos los veranos grandes estanques con agua descompuesta y conteniendo un sin número de plantas acuáticas. El río Lules pasa á poca distancia y nada costaría unirlos á éste por medio de un canal de agotamiento. cuanto pasan días y semanas enteras sin tener un destino que reclame tal cantidad de líquido. Pero esta irregularidad, que si bien es verdad hace perder estérilmente buen número de marcos de agua que podían ser aprovechados por algún otro indus- trial, no es sin embargo, lo más grave á la faz de la higiene, sino que hay algunas acequias cuyo con- tenido no siendo aprovechado por la agricultura y en vez de ir á desaguar en el lecho de un río ó arroyo inmediato lo hacen en la primera laguna ó ciénego que encuentran á su paso. Así se explica la existencia permanente en algu- nos parajes como los del «Campo Redondo», de gran- des bañados y esteros que desaparecerán á la par de otros muchos, el día en que una reglamentación equitativa provea á cada industrial de la cantidad de- marcos de agua que requieran sus cultivos ó las necesidades de un éstablecimiento, impidiéndose á la vez que el sobrante líquido sea arrojado á otros puntos que á la corriente de los ríos. La mayor parte de las observaciones y medidas que dejamos anotadas como indispensables para quitar á la endemia palustre mayores elementos de vida en la ciudad y provincia de Tucumán, son per- fectamente extensivos á las de Salta, Jujuy y Co- rrientes cuyos territorios y climas tienen más de un punto de contacto y una identidad casi absoluta. PROFILAXIA INDIVIDUAL § V—El precepto profiláctico por excelencia sería el de no exponerse á la acción infeciosa de los paí- ses palustres, más no siendo esto posible, para la generalidad de los casos, pasaremos en revista la serie de consejos y medidas de precaución, que de- ben observar los que por primara vez llegan á una comarca insalubre, y cuantos tienen necesariamente que vivir de continuo en ella. La primordial condición á tenerse en vista, es la época del año durante la cual las fiebres no se encuen- tran en su período endemo-epidémico. Ya hemos dicho que durante el invierno permanecen aletargadas, por cuanto los focos palustres pierden su poder de infección, y es por lo tanto en esta estación que se emprenderán los viajes hacia los países cálidos. Por lo que á las provincias del Norte se refiere, podemos asegurar que en todo el semestre que vá de Mayo á Octubre, pueden ser recorridas con toda tranquilidad y sin peligro alguno para la salud del turista, i1) Siempre que el hombre no se encuentre en cir- cunstancias de elegir la estación propicia para sus viajes, ó que tenga que establecerse durante la mala época en una provincia de fiebres, será conve- niente no olvide las precauciones que pasamos á formular: Lo primero que buscará, mientras le sea posible, es fijar su residencia en un centro de población, eligiendo allí mismo los barrios ó calles más po- (1) Para corroborar esta afirmación referimos el hecho siguiente que es concluyente: En el departamento del Rosario de la Frontera (provincia de Salta ) que sin duda alguna es uno de los más insalubres, existe el Esta- blecimiento Balneario del mismo nombre, fundado en una de las múltiples cañadas que forman las últimas ramificaciones dirigidas al Xorte, de los cerros de la Candelaria. Pues bien, en los diez años que lleva de existen- cia, han recurrido á él algunos miles de bañistas durante la temporada balnearia que generalmente corre de Mayo á Octubre, y sin embargo no existe el caso de que uno sólo haya adquirido el chucho; siendo de notarse qu_- lo rodean no pocos bosques y que tiene la vecindad de algunas lagunas de consideración que lo hacen poco salubre en el rigor del verano. bladas, por que la experiencia enseña que las fiebres á veces frecuentes en los suburbios-de las ciudades, disminuyen y desaparecen á medida que se gana su parte céntrica. Se ha de procurar igualmente no se halle la habitación elegida en un sitio de bajo nivel que la colocaría en condiciones desfavorables. Toda la parte de la ciudad de Tucumán conocida por el bajo y que se extiende al Este, es muy visitada por el paludismo lo que no sucede en la parte alta de la misma. En todas partes se han efectuado idénticas obser- vaciones ; son sin duda el crecido número de casas que saneando una gran extensión de terreno y pro- tegiéndose las unas á las otras cuanto más inme- diatas se encuentran, las que permiten á los habi- tantes vivir en mejores condiciones higiénicas y resistir ventajosamente á la constitución endémica reinante. En Roma y en numerosas colonias de Ar- gelia y Australia, se vé á los barrios más centra- les completamente respetados por estas fiebres, que nacidas especialmente en las campañas despo- bladas, parecen retroceder ante las grandes agru- paciones humanas, que constituyen los pueblos y ciu- dades. Cuando hay que vivir en el campo, se ha de po- ner especial cuidado en la elección para construir las habitaciones, de la parte más elevada del te- rreno, guardando toda la mayor distancia posible de los lugares bajos y de naturaleza lacustre. Se rodeará la casa de eucaliptos y deberá dársele toda la como- didad que permitan los recursos del propietario por ■cuanto es ella quien le protege durante la noche de un sin número de causas favorables á la invasión de la malaria. Mucho se ha recomendado el uso de las ropas de lana y de la franela en especial, como medio de evitar los enfriamientos que según algunos son muy perjudiciales á la salud. Para todas nuestras provincias no tiene igual apli- cación este precepto y hasta lo consideramos con- traproducente por diversas razones, para algunas de ellas. En primer lugar tenemos á Tucumán donde nunca desciende tanto la temperatura durante la noche que pueda ocasionar en el período endemo-epidé- mico del paludismo un enfriamiento peligroso, no diremos para los que duermen bajo techo, pero ni aún para cuantos pernDctan sin más cubierta que la bóveda celeste y que por cierto no son pocos; por otra parte es completamente averiguado cuales son las vías de introducción de los microbios del paludismo á la economía humana, aparatos respi- ratorio y digestivo por medio del aire y del agua, para que se pretenda dar á la acción del frío un rol que dista mucho de tener; y decíamos ser con- traproducente el uso-de vestidos de franela durante el verano, porque con semejante abrigo, la traspi- ración aumenta considerablemente hasta el punto de encontrarse el individuo en una especie de baño turco de varias horas de duración y cuyo resultado real y positivo es debilitar el organismo, dejándolo como es natural más vulnerable al paludismo. (J) A nuestro juicio los trajes deben ser tanto más ligeros cuanto mayor sea la elevación térmica del medio ambiente. Se evitarán las fatigas excesivas y (1) La teoría que atribuía A la traspiración un rol eliminador de los principios morbosos contenidos en el organismo, no es admisible en la ac- tualidad, cuando se sabe que los microbios del paludismo jamás se pre- sentan en el sudor. la exposición por largo tiempo á los rayos solares por ser causas poderosas de dibilitación. Durante la noche es muy prudente no dormir al aire libre, porque al refrescar descienden de la atmósfera cantidades de gérmenes que pululaban en ella du- rante el día y que introducidos al pulmón durante las horas de reposo, es fácil y casi seguro se convier- tan en causa determinante de un paroxismo febril. Esto es á no dudarlo una de las causas más po- derosas que han influido en todos los tiempos sobre los ejércitos en campaña, ocasionándoles innumera- bles y sensibles bajas. Siempre que las exigencias de la táctica militar obligaba á ciertos cuerpos de tropa á acampar en una localidad palustre pasando la noche sobre el campo y durmiendo á la intem- perie, era seguro, dicen los médicos militares, que el número de atacados se presentaba muy superior al del resto del ejército. Las tropas navales que permanecen inmediatas á las costas insalubres y bajan tan sólo durante el día á ejecutar traba- jos diversos, pero que vuelven por la tarde á pasar la noche en sus navios, sufren mucho menos bajo este punto de vista. Cuando la comarca ó el paraje que se habita es sumamente peligroso, conviene á la llegada del estío abandonarlo durante la noche y retirarse á la po- blación más inmediata hasta el siguiente día, en que ya es posible con menos peligro regresar al trabajo. Sinó existe un centro de población vecino, se buscará un cerro ó sitio elevado donde pasar la noche, pues á veces bastan unos 400 metros de elevación por encima del nivel de los focos de infección, para que- dar completamente á salvo de las acechanzas de la malaria, y si ninguna de estas medidas precauciona- 320 les es posible adoptar, se pondrán en práctica los consejos que apuntaremos más adelante. Más de una vez se ha interrogado acerca de la altura mínima sobre el nivel del mar que pondría á salvo de las fiebres palustres; pero no es la elevación so- bre el nivel del mar la que hay que tener en cuenta para investigar la altura mínima á que desaparece la acción de la malaria, sino la elevación sobre las lagunas ó focos de infección. Está probado que los gérmenes del paludismo no se elevan por encima de 300 á 400 metros sobre las fuentes de origen; más como éstas pueden hallarse situadas á gran altura con relación á la superficie del mar, resulta la aparente contradicción de que en unos países las intermitentes desaparecen más allá de los 400 me- tros, al paso que en otros se las observa á los 1.000 y 2.000 metros de altura. Así se explica como en Italia, por ejemplo, Albano Frasead, situado á 390 metros por encima del nivel del mar, permanezca completamente libre de los desprendimientos de la campaña Romana, cuya to- pografía como se sabe es muy bája, al paso que en otras naciones, como Méjico, han observado Liber- maun y Coindet, las múltiples manifestaciones de la fiebre de los pantanos á más de 2.200 metros de elevación, á causa de algunas fuentes de infección inmediatas á los parajes donde dejaban sentir sus efectos y situadas más ó menos á la misma altura. (J) (*) En nuestro país hemos observado una verdadera epidemia de fiebre intermitente á 900 metros de altura y durante el verano de 1888. En esta época teníamos la dirección del Establecimiento Balneario del Rosario de la Frontera, que mencionamos anteriormente, y á fin de darle mayor am- plitud y aprovechar la estación en que no habían bañistas, se dieron prin- cipio á las obras de albañilería con un personal de más de 200 hombres Los ingleses han fundado en sus posiciones de las Indias Occidentales, numerosos establecimientos de sanidad (la sola presidencia de Calcuta cuenta con seis de ellos), que los llaman sancitorium y des- tinados como su nombre lo indica á facilitar la cu- ración de los numerosos enfermos procedentes de las insalubres villas de Bombay, Batavia y Calcuta. Estos sitios que á la vez sirven de refugio para todos cuantos quieren ponerse á salvo de las fiebres en el verano, no se elevan á más de 700 piés por encima del mar y disfrutan no obstante de completa salubridad, como lo ha observado Miguel Lévy. Los habitantes de las colonias francesas fundadas en la Guadalupe, acosados por los rigores del clima, se vieron en la necesidad de establecer en el campo de Jacob, territorio mucho más elevado que el lito- ral, un asilo de salubridad donde resguardarse de la malaria: y así las demás naciones europeas han te- nido que adoptar una norma de conducta semejante para salvaguardar la vida de sus colonos. Entre nosotros tenemos parajes montañosos de primer orden, con que nos brinda la naturaleza, para el establecimiento de residencias veraniegas, pero que desgraciadamente no sabemos aprovechar. Los en el mes de Diciembre. Las lluvias no se hicieron esperar al par de los calores, y mucho menos las tercianas, que desde el contratista al último, peón, no dejaron á uno sólo para que pudiera jactarse de su inmunidad. La tenacidad de las fiebres fué tal, que ocasionó varias defunciones, obligando á renovar el personal de trabajadores y á usar diariamente de los prepa- rados de quinina como tratamiento preventivo. No debe extrañarse que encontrándose situado el Establecimiento Balneario á 900 metros sobre el nivel del mar, según observación que practicamos con el barómetro Ane- róides, revista la malaria tanta gravedad, porque los focos palustres del f Rosario de la Frontera, se elevan hasta 800 metros, de manera que, tan sólo hay una elevación real de 100 metros por encima de las fuentes ma- trices de la malaria. 322 valles de Tafí en Tucumán, los Culchaquíes en Salta y los de la Puna en Jujuy, donde el verano pasa casi desapercibido y que se levantan desde 1.300 á 3.000 metros por encima del nivel que ocupan los sitios palustres de las provincias, (más ó menos 400 metros sobre el nivel del mar), forman la región verdaderamente respetada por las exhalaciones de toda la parte insalubre de su territorio. Como digimos al hablar de la geografía médica del paludismo, toda esta vasta zona sería la indica- da para que las poblaciones diversas de la llanura tuvieran á no grandes distancias, uno ó varios pun- tos, donde se reunirían ciertas comodidades para la vida de campo á lo accidentado y pintoresco de las serranías; estos parajes serían á la vez que puntos de recreo, verdaderos sitios de refugio para cuantos quisieran libertarse de los fuertes calores y de los peligros é inconvenientes que á ellos van apare- jados. Para obtener los beneficios que durante el estío pueden presentar aquellos elevados valles, se requiere únicamente la construcción de caminos suficiente- mente anchos y seguros, haciendo desaparecer los desfiladeros, que hacen en la actualidad un viaje penoso y difícil hasta para los hombres más ginetes, á fin de que, el transporte sea igualmente fácil para las personas de ambos sexos, y para sujetos sanos como enfermos. Los ingleses han abierto por medio de cortes efectuados en las faldas del Himalaya, vías públicas que conducen á los sanatorium, tan espaciosas como seguras, y por las cuales trafican vehículos de todo género y los carruajes-ambulancia donde se llevan los enfermos. 323 Esperamos que no pasará mucho tiempo sin que los Gobiernos se preocupen en facilitar la viabilidad hasta los valles más elevados, dando así impulso á varias industrias allí existentes, y abriendo las puer- tas que hasta ahora nos cierran la entrada á la re- gión más salubre de todo el territorio. Colalao del Valle, fundado á 1.700 metros por encima del mar; Quilmes, á 1.755 metros; Eucalilla, Amaicha y varias otras pequeñas villas situadas en los valles de Tafi, son efectivamente inmunes á las fiebres intermitentes, pudiendo asegurarse* que los casos de esta clase que allí se observan, son segu- ramente de personas de otros departamentos no montañosos, ó bien de sujetos que han contraído las tercianas durante una permanencia más ó menos larga en las llanuras pantanosas y que regresaron á su población con los gérmenes del paludismo; pero los desfiladeros que conducen á Tafí, hacen imposi- sible el viaje para la inmensa mayoría de la po- blación tucumana y la inmunidad de estos valles queda, por lo tanto, como un patrimonio exclusiva- mente reservado á los hijos de las alturas. La provincia de Salta, cuenta igualmente con Pueblitos que descansan sobre montañas de gran altura, lo que les hace impropios á la aparición de la endemia reinante. Cafayate, que tiene 1.650 me- tros de elevación; Tolombón, con 1.600 metros; San Carlos, Poma, Payogasta, y Cachi á 3.000 metros, se encuentran en estas condiciones por la benignidad de su clima seco y saludable. Jujuy cuenta igualmente con poblaciones como Santa Catalina situadas á la enorme altura de 3.550 metros y nos sería fácil citar análogos ejemplos de las otras provincias Andinas. No continuaremos con la enumeración que podría ser demasiado larga, de todas las localidades mon- tañosas que por su altitud pueden servir de esta- ciones sanitarias para los habitantes del Norte de la República, concretándonos á recordar que su grado de inmunidad es proporcional á la altura que las separa de los focos de infección, y que siempre que esta sea superior á 400 metros ya se pueden con- siderar como situadas fuera del alcance de los agentes perniciosos. En la-campaña es necesario tener especial cuida- do con el agua que se destina para el consumo. Hay regiones donde la capa líquida del subsuelo no dista más de un metro de la superficie del terreno y que al tomarla se le siente un sabor á barro descom- puesto característico; el agua de estos pozos no debe consumirse jamás sin antes hacerla hervir ó por lo menos filtrarla para disminuir el peligro, ya que esta última operación no lo hace desaparecer por completo. (a) Con mayor razón no se usará Hn antes tomar es- tas medidas, el agua de las lagunas, estanques y arroyos de poca corriente. La temperatura del agua en ebullición mata los gérmenes de la malaria, y es buscando esta propie- (1) La ciudad de Salta, fundada como se dijo anteriormente en un exten- so valle á más de 1.1X0 metros por encima del nivel del mar, tiene la primera capa de agua separada tan sólo de la superficie por una capa de tierra cuyo espesor varía de uno á dos metros. En muchos puntos basta cavar 50 centímetros para que filtre el agua. Se comprende cuales serán los inconvenientes de esta particularidad del terreno, ya se la mire bajo el punto de vista de la edificación, siempre difícil y húmeda, ó de los pe- ligros que entraña el uso de una agua que por encontrarse casi á flor de tierra, se mezcla fácilmente con las impregnaciones y residuos de la po- blación. dad que desde tiempo atrás viene siendo tan reco- mendado el uso del agua hervida como bebida ha- bitual para los climas cálidos, y á fin de hacerla más agradable al paladar, se la reemplaza ventajo- samente por las infusiones de té y café, que poseen á más la propiedad de estimular el organismo de- primido por los calores excesivos. Siempre ha sido cuestión de capital importancia la provisión de buen i clase de agua para los ejér- citos en campaña y empresas constructoras de ferro- carriles, pues no pocas de las epidemias que los han diezmado, reconocen otra causa que el consumo de aguas infestadas hecho por centenares de hombres que sedientos, se precipitan sobre el primer estanque que encuentran á su paso. Laverán, recomienda el uso de las infusiones de- quina como bebida diaria para los soldados y tra- bajadores que recorran sitios palustres en la mala estación; se funda para dar este consejo, en que los microbios del paludismo sumamente sensibles á la acción de la quinina, desaparecerían en absoluto del agua que se ingiera en esa forma, pero su sabor hace algo difícil la aplicación del consejo. Las bebidas alcohólicas que cuando se hace un uso inmoderado son tan peligrosas en los países tropicales, producen buenos efectos siempre que se las tome á dosis terapéutica, por cuanto actúan como estimulantes á la manera del té y del café tan usado por los Orientales, como un recurso para levantar las fuerzas deprimidas por un sol canicular. Nuestra gente de trabajo, lleva sin saberlo este precepto á la exageración, haciendo así, que el al- coholismo constituya una de las enfermedades fre- cuentes en las provincias, y de curación más difícil que las tenaces manifestaciones del mismo paludismo. Los extranjeros tienen á su disposición otro recurso profiláctico del cual disponen en último caso pero que para los hijos del país se hace de más difícil apli- cación: Nos referimos á su reimpatriación ó sola- mente al cambio de clima, en efecto, una vez que principia en el organismo la cadena mórbida donde cada eslabón lo constituye una manifestación distinta de la intoxicación malárica, no se conoce nada más eficaz para cortar el mal de raíz y prevenir las re- cidivas, y sobre todo la caquexia, que el alejamiento del país insalubre. No hay que esperanzarse con que el aclimatamiento vendrá poco á poco desterrando de la economía el mal común, por que la propiedad saliente de la en- fermedad que estudiamos, estriba en conferir una triste predisposición á las recidivas, y es tan sólo á costa de un tratamiento enérgico y perseverante, con la observancia estricta de los preceptos higiénicos que se logra alejar este peligro. Numerosas y lamentables experiencias han llevado el convencimiento á los cirujanos militares de la no aclimatación del soldado extranjero en los países febriles, sobre todo cuando llegan á él durante la estación endemo-epidémica; las bajas que sufren las tropas son numerosísimas y el medio más seguro de velar por su conservación, consiste en el fre- cuente cambio ó relevo de los cuerpos militares que hacen el servicio de guarnición en los climas cálidos. No obstante la continua renovación de las tropas, León Colin recomienda la reimpatriación de los sol- dados atacados por la fiebre en cualesquier momento ó época del año, y se felicita de haber observado esta norma de conducta durante toda su estancia en Civita-Vecchia (Italia), haciendo embarcar con destino á Francia á individuos cuyo grado de exte- nuación difícilmente les permitía tenerse de pié; sin excepción estos enfermos curaban rápidamente mien- tras que, cuantos permanecían en las inmediaciones de Roma seguían el proceso de la caquexia palustre y sucumbían á menudo con los accesos perniciosos. Buscando los favorables efectos del cambio de clima es que se ha recomendado la permanencia en alta mar, y la construcción á este objeto, de hospitales flotantes que se situarían á conveniente distancia de la costa para verse libres del alcance de sus desprendimientos. Allí recurrirían los enfer- mos militares hasta su completa curación y sin tener necesidad de emprender un viaje más largo de re- torno á su país, para conseguir el mismo resultado. Sin duda alguna el establecimiento de los hospi- tales flotantes reúne grandes ventajas, como esta- ción climatérica, para las expediciones militares que marchan á cortas distancias de las costas, pero en nuestro país no tiene hasta hoy en día aplicación inmediata posible; las provincias donde reina el paludismo, son sumamente mediterráneas y lo más factible, es obtener los mismos beneficios cambiando de residencia y eligiendo una localidad de todo punto salubre como hay tantas en la región Andina: Hemos mencionado el sistema, como simple dato ilustrativo. § VI — Entre los numerosos medicamentos reco- mendados y ensayados como preventivos de la ma- laria, es la quinina y sus preparados, el único que verdaderamente debe conservarse. Hasta no ha mucho tiempo la acción profiláctica de las sales de quinina ha sido objeto de vivas controversias, sostenidas principalmente por los médicos del ejército austriaco, quienes llegaron á conclusiones terminantes rechazando el pretendido poder preventivo de este medicamento. Según ellos, todas las experiencias que practicaron en las guar- niciones militares de Hungría, Pola, Komorn, etc., lo- calidades eminentemente palustres, sirvieron única- mente para corroborar sus afirmaciones de que el uso de la quinina no daba ventaja alguna, mostrán- dose inferior en todos los casos á la acción del extracto de nuez vómica. Es de advertirse que la dosis empleada por los cirujanos austríacos jamás excedió de 10 centigra- mos diarios por soldado, cantidad de todo punto insuficiente y que nos autoriza á pensar con León Colin, como que la causa real y verdadera de los insucesos que obtuvieron, fué únicamente la débil dósis del medicamento usado. Si bien es verdad que las soluciones de quinina por diluidas que se encuentren gozan siempre de un poder destructor sobre los microbios del palu- dismo, y que en esta virtud, bastarían los 10 cen- tigramos para esterilizar á cuantos se encontraban en el tubo digestivo, no lo es menos, que dichos gérmenes tienen en el aparato respiratorio otra vía igualmente expedita para su introducción en el orga- nismo, y que una vez refugiados en el torrente circulatorio, es necesario llegue hasta allí y en cantidad suficiente esta sustancia microbicida. Pero á más de las lógicas deducciones á que conduce la teoría, para dar una satisfactoria expli- cación de la falta de suceso que algunos observa- dores han sufrido con el uso de la quinina, tenemos por otra parte, numerosas experiencias llevadas á cabo en diversos países y la opinión autorizada de médicos distinguidos, que prueban hasta la evidencia la acción preservadora del medicamento que nos ocupa: Veamos algunos de estos casos más con- cluyentes. Los médicos ingleses, emplean á menudo aquel agente terapéutico, siempre que emprenden alguna excursión por lugares donde la intensidad de las exhalaciones telúricas, hacen inminentes los accesos perniciosos, como acontece á menudo en las costas occidentales de Africa, según las afirmaciones de Gryson. Copiamos textualmente la siguiente observación practicada por Gestin en aquel mismo continente: «En Asinia (costa occidental de Africa), los ofi- ciales de la Pcnelope efectuaron una excursión por las costas pantanosas del Tanoé que vá á desem- bocar en el lago Ay; todos habían tomado por pre- caución el sulfato de quinina; uno sólo, el comisario de marina confiándose en su inmunidad habitual, se abstuvo; ocho días más tarde era atacado por violentos accesos de fiebre intermitente biliosa; entre los otros, dos tan sólo experimentaron un ligero malestar ». La acción profiláctica de la quinina es hoy en día tan aceptada por los médicos ingleses y norte- americanos, que los primeros han conseguido hacer dictar ordenanzas militares donde se prescribe de un modo terminante la forma y' la dosis en que debe emplearse este medicamento, y' los segundos entre los que se cuentan Van Burén y' G. B. Wood, han presentado más de una vez, memorias intere- 330 sanies á la Comisión Sanitaria de los Estados Uni- dos de Norte-América, defendiendo su acción pre- servativa. (*) M. Al Bryson dice, «conforme el artículo noveno de las instrucciones dadas á los médicos de marina real, se observan las reglas siguientes cada vez que, en las regiones tropicales, se envían hombres á tierra para buscar agua, víveres ó para ser em- pleados en una labor fatigante: por la mañana en el momento de abandonar el navio y á su regreso por la tarde, el médico administrará á cada uno de ellos una dracma de corteza de quina pulverizada en medio vaso de vino; después de haber tomado ese medicamento cada hombre recibe otro medio vaso de vino puro que bebe inmediatamente. Cuando el vino falta á bordo se lo reemplaza por agua de la vida diluida en agua». En apoyo de esta medicación refiere las observa- ciones siguientes: « Veinte marineros y un oficial fueron enviados á Sierra-Leona para trabajar durante el día; á los primeros se les administró la corteza de quina, el oficial rehusó tomarla y fué el único atacado por la fiebre. Más tarde se desprendieron dos chalupas de la Hydra á objeto de explorar las riveras del Serbo; la expedición duró una quincena; cada día los tripulantes tomaban la quina en el vino, de con- formidad á las instrucciones recibidas, y ni un sólo hombre fué víctima de la insalubridad de aquella región que pasaba por ser la más malsana de la costa. El equipaje de una tercera chalupa perma- (’) Ensayos de higiene y de terapéutica médica: Traducción francesa por Evans, pág. 39. necio durante dos días tan sólo, en la misma época y en el mismo paraje; los hombres no tomaron el preservativo y todos ellos excepción hecha del ofi- cial que los mandaba, cayeron bajo la acción del paludismo». Apesar de los resultados altamente favorables al- canzados con esta medicación, se ha sustituido en la actualidad al polvo de quina por el principio activo que contiene, y según Laverán en las costas de Africa es de uso frecuente la solución alcohólica de sulfato de quinina mezclada con vino en la pro- porción necesaria para que 30 gramos de vino, con- tengan 0,25 centigramos de aquella sal. Colin refiere que el Dr. Thorel durante su viaje de exploración en la Cochinchina recorrió los lu- gares más insalubres, tomando próximamente 0,80 centigramos de sulfato de quinina por semana y sin haber sido molestado en ningún momento por la malaria: Los compañeros de expedición que imitaron su conducta, salvaron igualmente de la fiebre. Jilek de Pola, citado por Laverán, publicó la si- guiente observación: Setecientos treinta y seis sol- dados fueron alojados en un mismo cuartel de una localidad palustre; quinientos de éstos tomaron dia- riamente 0,10 centigramos de quinina, observándose tan sólo un 18 °/o de enfermos con fiebres ligeras, mientras que, en los doscientos treinta y seis res- tantes, que no tomaron la sal preservadora, subió la proporción de los atacados al 28 °/o, siendo de notarse el mayor grado de algidez que revestía la enfermedad en estos últimos. Creemos que basta de ejemplos para dejar bien sentado y fuera de toda duda, el rol preservador que está llamada á desempeñar la quinina y sus compuestos en la profilaxia del paludismo. Por lo que á nuestra experiencia se refiere, no podemos tener sino palabras de encomio para un medicamento que no lo hemos visto fallar una sola vez cuando ha sido usado con regularidad y mé- todo, es de advertirse que nunca lo hemos recomen- dado á una dosis inferior de 0,20 ó 0,30 centigramos diarios, cantidad perfectamente tolerada hasta por los niños y que permite al médico dar á sus clien- tes la seguridad de ser respetados por la malaria siempre que no cometan algún serio desarreglo. La cantidad de 0,10 centigramos, la consideramos exigua é impotente en muchos de los casos para contrarrestar el poder infeccioso de ciertas regio- nes palustres, sobre todo, cuando se trata de sujetos que tienen forzosa necesidad de trabajar rudamente en la mala estación y en las horas del día en que la intensidad calorífica de los rayos solares se vuelve una causa más de extenuación. Está probado ser la clase obrera y menestero- sa la preferida por las intermitentes y es por lo mismo quienes más necesitan de un preservativo eficaz. Las personas pudientes ó bien acomodadas de la población, se hallan menos expuestas á la acción de la fiebre, tienen menos motivos de debi- litación y por lo tanto una dosis menor de aquel medicamento les confiere inmunidad casi absoluta. Todo lo dicho es aplicable á los sujetos que no han subido ataque alguno de chucho, pero siempre que se trata de personas debilitadas por un acceso anterior, hay necesidad imperiosa de aumentar no solamente las precauciones de higiene general, evi- tando en lo posible todo trastorno funcional, sino también el número de centigramos de quinina que deben tomarse diariamente. Bien entendido que al hacer resaltar, con la série de experiencias que dejamos apuntadas, la inesti- mable virtud preservadora del sulfato de quinina y de cualesquiera de sus otras sales, no es en manera alguna para llegar al extremo de aconsejar su uso á todos los habitantes de una provincia ni de una ciudad porque con la proximidad del estío se acer- que para ellos la época de las fiebres, nuestro pre- cepto tan sólo es aplicable á cuantas personas por una ú otra causa, tienen que exponerse á la acción perniciosa de los terrenos palustres, ó bien, á los viajeros procedentes de climas donde no existe la malaria y que arriban al nuestro en la estación endemo-epidémica, y finalmente á todas aquellas constituciones débiles ó quebrantadas por algún pa- decimiento anterior y que ponen al individuo en un estado de verdadera receptividad morbosa. El espíritu de investigación no se consideró del todo satisfecho con esta conquista de la terapéutica y fué á buscar en otras medicaciones, un poder igualmente preservador del paludismo. Experiencias tendentes á este fin fueron empren- didas por Tommasi Crudeli, eligiendo sus hombres entre las cuadrillas de trabajadores ocupados en la construcción de los ferrocarriles italianos. Resumien. do las observaciones, dice así: «Sobre cuatrocientos cincuenta y cinco individuos sometidos á la me- dicación arsenical, trescientos treinta y ocho se curaron de las fiebres que tenían, ó bien fueron completamente preservados; para cuarenta y tres) el resultado fué negativo, y dudoso en los setenta y cuatro restantes». No contamos con el criterio que dá la experiencia personal para justipreciar tan laudables ensayos, pero desde luego resalta á la vista la inferioridad del poder proíilástico de la medicación arsenical comparativamente á la de la quínica, pues en la experiencia citada, Tommasi Crudeli obtuvo un 30 °/o de insucesos, proporcionalidad muy superior á la que arroja el uso de las sales de quinina. Por otra parte, Laverán hace notar al respecto y con justísima razón, que en estos ensayos no se procedió con la precisión que era de desearse: Desde el momento que se trataba de probar las virtudes preservativas de la medicación arsenical, no debie- ran incluirse para las observaciones, á sujetos cuyo or- ganismo se encontraba dominado, por el paludismo. Lo correcto habría sido, tomar dos grupos de 'opera- rios colocados en idénticas circunstancias y someter uno de ellos á los efectos de la medicación que se es- tudiaba, reservando al otro para que sirva de contra prueba, medida indispensable que no fue practicada. A nuestro juicio, el tratamiento arsenical juega un rol importante en esta materia, pero al mismo título que el alcohol, café, nuez vómica, hierro etc., en pequeñas dosis, como medicamentos tónicos y reconstituyentes, sin que se haya probado hasta la fecha, de una manera satisfactoria, su pretendida virtud profiláctica. § VII—En nuestras provincias, existen miles de hombres que viven del cultivo de la tierra en dis- tintas formas y que bien merecen cualesquier ini- ciativa, conducente á modificar su modus viven di, en un sentido más conforme á las buenas costum- bres de la gente civilizada. Al hablar de la etiología, hemos visto aunque á la ligera, el medio lamentable en que habita el jor- nalero y cuanta influencia tiene, un sistema de vida á todas luces anti-higiénica, para que la malaria ocasione entre ellos los mayores extragos. El sólo hecho de encontrarse á cada paso en contacto inmediato con el suelo que cultivan, es una causa bastante de infección palúdica, para que aún se le añadan otras, nacidas de la falta de habi- taciones apropiadas á los climas cálidos, de la no observación de un buen método en las horas de trabajo, de una alimentación insuficiente y de mil otros motivos de debilitación corporal. La estadística nos enseña que un 40 °/° * Geografía Mediga del Paludismo EN IiA * I EPÚlLÍCA argentina 55° Oeste de Greenwicli. ... isotermas ..Capitales de Previneta ■ Límites ínter Nacionales „ „ Provine! ales « Departamentales ..Esteros y Bañados ..Este color indica los 0 epart am entos muy palúdicos ... » - » « " poco palúdicos Los Nám, tros r.ontinba.a.iu.1 ind.ica.n el promedio a.nu.a.1 tLe/a. lluvia, en milímetros cúbicos. Es Gala =l:473oooo REFEKENGIAS B • * UT R.BauMANN, MAIPU 457. le ju*s argentina*. 3 kilómetros