LOS TATUAGES LOS TATUAGES ESTUDIO PSICOLÓGICO Y MÉDICO-LEGAL EN DELINCUENTES Y MILITARES EL Dr. Francisco Martínez Baca MÉDICO MILITAR CON LICENCIA; PROFESOR DE PSICOLOGIA PEDAGÓGICA; DIRECTOR DE LOS TRABAJOS DE ANTROPOLOGIA EN LA PENITENCIARIA DEL ESTADO DE PUEBLA; MÉDICO DEL MISMO ESTABLECIMIENTO Y JEFE DEL EXPERTICIO MÉDICO-LEGAL. PUEBLA.-1899 MÉXICO TIPOGRAFIA DE LA OFICINA IMPRESORA DEL TIMBRE PALACIO NACIONAL 1899 Queda asegurada la propiedad literaria de esta obra, conforme á la ley. ÍNDICE DE LAS MATERIAS PRIMERA PARTE. CAPITULOS. PÁGINAS. Introducción i I. Historia del tatnage . . . . n 11. Origen del tatnage 23 111. Tatnage en los habitantes de las islas oceánicas 29 IV, El tatnage en el Continente Americano 35 V. El tatnage en los antiguos mexicanos yen otras tribus. . . 39 VI. Evolución del tatnage desde el punto de vista de las causas y de la estética 49 Desde el punto de vista de las causas que lo han hecho variar. 50 Bajo el aspecto estético. . ! 53 VIL Caracteres del tatnage indígena y del europeo. I. No hay relación en nuestros tatuados entre el oficio del individuo y el signo que llevan 57 11. Falta igualmente relación entre el delito yel signo. . 59 VIII. Clasificación y descripción de los símbolos y signos tatuados. I. Tatuages religiosos 63 11. Tatuages erótico-religiosos 69 111. Tatuages eróticos 71 IV. Tatuages simplemente decorativos 76 V. Tatuages decorativo-representativos 78 VI. Tatuages antirreligiosos 83 CAPÍTULOS. PÁGINAS. IX. División en Distritos del Centro y del Sur, según la proce- dencia de los criminales tatuados en el Estado de Puebla. 87 Apéndice al cap. IX 100 X. Cansas del tatuage 103 XI. Tendencias de nuestros delincuentes á ocultar sus marcas . 107 XII. Teorías atávicas de Lombroso y las de sus principales detrac- tores ni XIII. Análisis de la cuestión desde el punto de vista psicológico fundado en las teorías de Spencer, para probar el atavismo. 123 XIV. Diversas maneras de tatuarse entre nuestros criminales; se- mejanza con los procedimientos exóticos 139 XV. Experiencias para hacer desaparecer el tatuage por el proce- dimiento de Variot y otros procedimientos 145 XVI. Tatuage en la mujer criminal, en la prostituta yen los locos. 155 SEGUNDA PARTE. I. El tatuage en el soldado mexicano 165 11. Descripción del tatuage en los soldados del io9 regimiento, del 13 batallón y prisión militar, en 1894 175 111. División de los soldados tatuados según los Estados de la Re- pública de donde proceden 185 IV. Símbolos y signos con relación á los oficios, antes de ser sol- dados los portadores 187 V. Clasificación de los símbolos y signos 189 TERCERA PARTE. I. Historia fisiológica del tatuage 193 11. Del tatuage como medio de identificación 203 111. ¿Puede servir de guía á la medicina legal el tatuage mexi- cano para conocer la procedencia de un tatuado? . . . . 213 TV. ¿ Puede identificarse por el tatuage un cadáver que lleva tiem- po de haber sido inhumado ó que se encuentra en estado de descomposición? 217 V. ¿ Puede practicarse el tatuage en una persona dormida ó en estado de embriaguez? 227 VI. Tatnages transfigurados, borrados y desaparecidos. .... 233 CAPITULOS. VIL Tatuages para ocultar una alteración de la piel por defecto congénito ó adquirido. Noevi-materui, cicatrices viciosas, etc., etc 249 VIII. Tatuages accidentales é involuntarios 255 IX. Accidentes consecutivos al tatnage 261 X. Legislación y reglamentos 271 PÁGINAS. Fe de erratas 287 Tabla de autores citados 289 LOS TATUAGES. INTRODUCCION ¿¿I1' estudio qne me propongo hacer de una costumbre que \ se ha perpetuado en todos los pueblos del globo, no es J de simple curiosidad, como pudiera creerse; tiene por C principal objeto dar á conocer el estado moral é inte- lectual de los hombres qne, no obstante su participa- ción en el concierto social de los pueblos civilizados, permanecen estacionarios en las costumbres que adoptaron los primeros hom- bres, en virtud de un sentimiento casi inconsciente, y que, por cau- sas qne estudiaremos adelante, han llegado hasta nosotros. Quienquiera qne baya leído la historia de los primeros hom- bres que, para satisfacer las necesidades naturales de su conserva- ción, se extendieron por diversos lugares de la tierra, habrá visto qne, no obstante las perpetuas luchas que sostuvieron, tanto para adaptarse al medio, como para obtener de los pueblos más débiles lo qne á ellos hacía falta, sobrepujaba entre sus tendencias un sen- timiento, al qne obedecían inconscientemente, el de buscar algo que mejorara su condición física, para hacerse superiores á los demás. K1 sentimiento estético, por débil qne fuera en los primeros hombres, trataba de ejercitar sn acción en el propio individuo; y por actos casi inconscientes, á impulsos suscitados por simples percepciones exteriores, buscaba en los colores de la tierra el que Dr. MARTINEZ BACA. más excitara el sentido de la vista, el qne más contraste hiciera con el color de la piel, para llamar la atención de sus semejantes. De aquí nació la costumbre del tatuage. «Darwin insiste en la universalidad de esta costumbre.» « Quien quiera que lea con cuidado las interesantes obras de Tylor y de Lubbock, no puede dejar de notar la semejanza que existe entre los hombres de todas las razas, con respecto al gusto, al carácter y á la costumbre de adornarse. Es notable, dice, la pasión que tie- nen los salvajes por el adorno. Un filósofo inglés llegó hasta sos- tener que los vestidos fueron imaginados para servir de adorno, y no para procurarse abrigo.» El profesor Waitz dice también : «por pobre y miserable que sea un hombre, encuentra siempre placer en adornarse.» Th. Gauthier piensa á este respecto que «el hom- bre más bruto, siente, de una manera instintiva, que el adorno tra- za una línea de división infranqueable entre él y el animal; y cuan- do no puede adornar sus vestidos, borda su piel.» Eu fin, Spencer dice que «el tatuage constituye una manifestación artística en el hombre primitivo.» Podríamos llenar de citas un libro con las reflexiones y obser- vaciones de los grandes filósofos naturalistas, para probar que el tatuage marca el grado de civilización de los pueblos, y que, por consiguiente, cuando existe en un grupo de individuos pertene- cientes á una sociedad civilizada, este grupo, ó se ha detenido eu su progreso, ó ha retrocedido, por degeneración, hacia la época de las primeras sociedades. Esto pasa con los delincuentes de todas partes del mundo que, por obra de una regresión atávica, instintivamente tienden á se- mejarse al hombre de las primeras edades, en sus sentimientos y en sus costumbres. Por medio del tatuage, pues, puede estudiar- se al hombre desde el punto de vista estético y psicológico, y dedu- cir su grado de cultura, sus sentimientos, sus tendencias y pasio- nes, y aun su origen y procedencia respecto de las diversas partes del mundo. La etnografía, por consiguiente, tiene un filón que ex- plotar en este ramo de la Antropología, el tatuage. Juzgando ligeramente, y considerando esta costumbre como simple asunto de belleza, que es eu la forma en que más se le con- sidera, parecería, á primera vista, que el tatuage nada tiene que hacer con el estudio del criminal. Tal es la opinión del Sr. Proal. Pero el antropologista estudia al hombre, tanto exterior como iute- LOS TATUAGES. 3 nórmente; establece relaciones entre los factores externos é inter- nos, é induce del conjunto de estos fenómenos, el modo de ser mo- ral de los hombres. El hombre feo nos repugna, y el bien parecido produce en nosotros cierta atracción simpática, benéfica para él. Despreciar, pues, la belleza exterior de las gentes, es abandonar un elemento que nos sirve de criterio para juzgar bien de los hombres. Buscar sólo la belleza del alma, es querer ver por transparen- cia al través de los cuerpos opacos, y ver con la vista del miope á la distancia en que sólo el emétrope puede percibir. La belleza exterior determina en nosotros una poderosa atrac- ción, porque, excitando nuestro sentimiento estético, complace nuestro espíritu y lo mueve dulcemente hacia la simpatía, por el placer que ocasiona: y 3ra se trate de una mujer ó de un hombre, nos sentimos inclinados á recibirle bien y á prodigarle nuestras atenciones, por sólo su belleza exterior. El poder de atracción que algunos tienen sobre nosotros, des- cansa principalmente en su aspecto exterior, porque se hace agra- dable á nuestros ojos, y de esto resulta una ventaja para ellos. Por eso no puede negarse que el adorno, acrecentando la belleza, es de gran importancia; que el empleo de ciertos colores y artifi- cio, á fin de dar forma más ventajosa al cuerpo, dispone nuestro sentimiento estético en favor de quien lo sabe mover. No seduce lo mismo una mujer encorsetada, cuya coraza, por más que esté reñida con la higiene privada, dibuja suavemente la redondez de sus caderas, y hace más bello el tronco; que aquella que por no ceñir su busto, deja que sus músculos ostenten todo su vigor, aunque den á su cuerpo ese aspecto cuadrado de la mujer inculta y de aldea, formado por líneas rectas, que tanto chocan á la vista del ojo civilizado. Alfonso Karr, en su preciosa obrita titulada «Bajo los Tilos,» dice con mucha razón: «Me parece una tontería y una ridicula afectación, fingir que se desprecia la belleza del cuerpo, como ge- neralmente se hace. Por parte de algunos, ese desprecio es simu- lado, pues cuanto menos se ocupan en adornar y cultivar el alma, tanto más se cuidan, se lavan, se perfuman la cara y las manos, se ponen dientes postizos, se pintan venas y cejas, y se dan blanco y colorete » «Sólo se finge despreciar la belleza porque no se puede persua- dir á los otros de que uno es bello, como se les persuade de que 4 Dr. MARTINEZ BACA. uno es virtuoso. La belleza es, en el dominio de los sentidos, el juez que menos engaña al hombre; la belleza moral está fuera de su dominio. La mayor parte de los hombres están obligados á cree- ros por vuestra palabra, si les decís que sois virtuosos: no tienen igual confianza si les decís que sois bellos » «El hombre mal vestido inspira á los indiferentes lástima ó repugnancia, ape- sadumbra á los amigos, y él mismo, viéndose objeto de una espe- cie de desdén, tiene maneras bruscas y rencorosas, ó, sintiéndose por bajo de los otros, se vuelve tímido y torpe. Es preciso tener buenos trajes, aun cuando haya que robarlos, porque los gendar- mes, los alguaciles, los jurados, el fiscal, tendrán más atenciones para vosotros en el banquillo de los acusados, si estáis bien vesti- dos, que si vais harapientos; y vuestro mismo sastre será más to- lerante si le negáis el dinero, teniendo puesto el traje nuevo que le debeis.» Spencer dice: «El deseo de ser admirado ha sido, quizá, el pri- mer vínculo social, porque la vanidad del salvaje es mucho ma- yor que la del hombre civilizado. Se ocupa en su adorno, más que una de nuestras elegantes contemporáneas. Sufre, para hermo- searse, el cruel martirio de las picaduras, por medio de las cuales cubre su cuerpo de groseras imágenes; ó bien, cuelga de su labio inferior un pesado trozo de madera. Para merecer la aprobación de sns vecinos, signe la moda, no sólo en las picaduras, que antes de la invención de los vestidos era el único adorno posible, sino en sns costumbres y en sus opiniones.» 1 En fin, y para probar con la historia, que el hombre más in- culto es subyugado por el sentimiento estético, basta recordar que Hernán Cortés, en México, como otros conquistadores en lugares distintos del globo, domeñó la fiereza de los indios halagando su sentido estético con cuentas de vidrio y espejos corrientes, obte- niendo de ellos, en cambio, pedazos de oro y alhajas de valor. Pero el punto más importante desde el cual debe estudiarse el tatuage, es el psicológico. Los sentimientos tienen su lenguaje y se traducen exteriormente por movimientos más ó menos vio- lentos, según el grado de la emoción. Los sentimientos, en sns múltiples combinaciones, suscitan ideas que, á su vez, se traducen por movimientos; y en el indivi- duo que no es analfabético, determinan la acción de grabarlos en i Herbert Spencer. «Los fundamentos de la sociología.» LOS TATUAGES. 5 el papel, ó en cualquier lugar en que queden impresos. Cuando se carece del lenguaje simbólico de la escritura, la imaginación trata de dar forma al pensamiento, valiéndose de imágenes representa- tivas que expresen lo que se siente. No por otro motivo los pri- meros hombres se valían de la representación pictórica para trans- mitir sus ideas. Si, pues, esta serie de fenómenos obedece á un principio sociológico, el tatuage, que es una especie de geroglífico, nos dará á conocer los sentimientos, las inclinaciones y las pasio- nes de quien lo lleva. Supuesto esto, es natural buscar en esta clase de signos ó em- blemas, el modo de ser moral de un individuo; y como en los paí- ses civilizados, el tatuage sólo se encuentra, por regla general, en la clase de hombres delincuentes; la naturaleza de los signos, la región que ocupan y el número de ellos, nos dirán, aproximada- mente, el grado de perversión moral del individuo que se estudia. Hay que advertir que, aunque los signos emblemáticos de los delincuentes son semejantes en todos, psicológicamente, tienen, sin embargo, un origen distinto en el delincuente exótico, que en nuestros criminales. Los motivos que impulsan al criminal extran- jero á pintar su cuerpo, son de un orden pasional más violento, más significativo, y sns representaciones más gráficas; porque el sentimiento estético, en razón de sn mayor civilización, está más desarrollado y en concordancia con las manifestaciones de la na- turaleza. Si es verdad que los sentimientos que lo mueven á pin- tarse, son tan primitivos como en nuestros indígenas, en éstos, los emblemas no llevan el sello de la antipatía, que es tau frecuente en los símbolos de aquel, como el sentimiento de la venganza, ma- nifestación del rencor, que, no sólo se refiere á la infiel que lo en- gañara con un nuevo amante, representando este hecho doloroso con un corazón atravesado por un puñal ó una flecha, como lo ex- presan nuestros tatuados; sino que sus dibujos llevan inscripciones que representan ideas más abstractas y generales, como el odio á la sociedad, á un orden de ideas, ó á los agentes de seguridad pú- blica. Estas y otras razones que expondremos después, distinguen el tatuage de los delincuentes de uno y otro país. Para poder estudiar el tatuage de nuestros delincuentes, con todos sus detalles, hice primero una división de los portadores, se- gún sus residencias en el Estado, ya que procedieran de los Dis- tritos del Centro ó del Sur, por ver que estas dos regiones eran 6 Dr. MARTINEZ BACA. las únicas qne daban el contingente de criminales tatuados; clasi- fiqué á éstos en seguida, conforme á sus delitos, en homicidas, reos de lesiones y ladrones; y, por último, hice la clasificación de los símbolos y de los signos, con relación á sn gen nina significa- ción, ó á la interpretación que naturalmente se imponía, por la forma del dibujo ó las inscripciones que llevaban, apartándome un poco de las clasificaciones de Lacassagne y de Lombroso, no por simple capricho, sino por obedecer á una necesidad, supuestas la di- versidad y desemejanza de las figuras tatuadas de nuestros indíge- nas, respecto de las que generalmente usan los tatuados europeos. Hn la descripción qne hago de nuestros tatnages, no sólo he querido dar á conocer sus caracteres pictóricos, para lo cual han sido calcados y fotografiados, á efecto de que las reproducciones fueran idénticas; sino que he procurado, hasta donde ha sido po- sible, dar una idea fiel de la índole de nuestro delincuente, tras- cribiendo sus contestaciones qne más conformes estaban con la figura descrita, y suprimiendo mucho de lo que me decían, por creerlo inverosímil, pues es sabido cuán mentirosos son los delin- cuentes, y más aún los nuestros, debido á sn ignorancia, ó á la des- confianza heredada por las experiencias dolorosas de la raza, ó al temor qne tienen de ser castigados por la existencia de sus ta- tnages. Un punto qne nos ha parecido de mucha importancia, porque en él descansa la tendencia al tatnage, es el disentido por muchos antropologistas, y atacado, con alguna rudeza, por otros distingui- dos autores. Nos referimos al atavismo, qne con tan buenas ra- zones sostiene el ilustre antropologista César Lombroso, y del qne nos declaramos decididos partidarios, por ver en esa teoría el ver- dadero origen del tatnage. Quizá nuestras observaciones y los ra- zonamientos qne en ellas descansan, no tengan todo el valor que les atribuimos, porque nuestras experiencias y los conocimientos qne tenemos en la materia sean insuficientes para juzgar de un asunto qne exige un talento como el privilegiado del maestro de la Antropología criminal; y acaso, también, pequemos de audaces por habernos permitido el honor de impugnar á los ilustrados con- tendientes del Sr. Lombroso, dignos de respeto por sn saber y su talento, y émulos honorables del primero; pero nuestras convic- ciones nos llevaron hasta ellos, sin la pretensión, por otra parte, de salir vencedores en la demanda. LOS TATUAGES. 7 Parecía natural, en razón de la semejanza de costumbres, y por tener el mismo origen social, tratar del tatnage en el soldado, con la misma extensión con que lo hicimos al estudiar el del delin- cuente; pero al emprender dicho estudio nos encontramos que éste como aquel participaban de los mismos caracteres étnicos, y sus representaciones eran muy semejantes entre sí. La psicología, pues, del tatnage militar y el sentimiento estético que domina en él, son idénticos ó poco menos, por lo que omitimos el tratado especial, evitando así repeticiones. Considerando que siendo distintos los medios sociales y clima- tológicos de cada región en que la República se divide, distintas debían de ser las costumbres de sus habitantes, y, por consiguiente, las manifestaciones psíquicas, que debían traducirse por las marcas que los soldados se imprimieran, nos vino la idea de hacer con éstos lo que hicimos con los delincuentes tatuados, apartarlos por gru- pos, según la región territorial de donde procedían, para estudiar mejor sus emblemas y poder establecer un punto de comparación. Este estudio no nos dio otro resultado que el corroborar lo que ya habíamos dicho en la primera parte de la obra al tratar de los delincuentes tatuados en los diversos Distritos del Estado; y la ra- zón de la semejanza no es otra, que los soldados en quienes encon- tramos mayor número de tatuados, pertenecen á la región del Cen- tro, en la que se encuentra incluido el Estado de Puebla, que parti- cipa, poco más ó menos, de las mismas costumbres. Esto nos obligó á formular conclusiones que expusimos al final de la segunda parte de esta obra. Nuestra jurisprudencia nacional, como la literatura médica del país, carecen de ejemplos en que el tatuage haya tenido que des- empeñar un papel importante en la investigación de un delito, para encontrar á su autor é identificarlo. Nosotros, antes de emprender este trabajo, nos acercamos á los señores jueces de lo criminal, que por su larga práctica y experiencia en esta clase de asuntos, tu- vieran algunos datos que suministrarnos, para saber qué utilidad habían sacado de esta costumbre al tratar de identificar á un reo, ó en cualquiera de los negocios judiciales concernientes. Ningún dato pudimos obtener á este respecto, lo que confirmó en nosotros la creencia que antes liemos expresado, la cual teníamos por in- vestigaciones que habíamos hecho con los médico-legistas de otros lugares de la República. 8 Dr. MARTINEZ BACA. Y no podía ser de otro modo. Naciones más adelantadas que la nuestra en todo género de investigaciones científicas,como Francia y Alemania, emprendieron esta clase de estudios á mediados del presente siglo, con motivo de los trabajos de Follin, y del cuestio- nario que los tribunales de Alemania dirigieron al eminente mé- dico-legista Casper, quien con la honradez y prudencia que carac- teriza á los médicos de su clase, dijo que el asunto que se sometía á su criterio científico, era muy nuevo, para que sin un detenido y largo examen pudiera emitir un dictamen concienzudo. El campo tan vasto que tienen á su disposición los médicos europeos para estudiar todo asunto que se relaciona con su profe- sión, los elementos científicos de que disponen, y la valiosa coope- ración de sus gobiernos, hicieron que varias notabilidades médicas como Tardien, Hntin, Berchon, Lacassagne, etc., etc., se dedicaran á estudiar la naturaleza de las substancias que intervienen en los tatnages, la persistencia de éstos en los tatuados, para inducir del conjunto de sus observaciones, la importancia que podía y debía darse al tatuage para que sirviera como medio de identificación. El ilustrado médico de la marina francesa, Sr. Berchon, con motivo de sus viajes por toda el Asia, estudió con detención el asun- to que nos ocupa, y dio á luz una interesante obra que ha sumi- nistrado muy buenas enseñanzas á todos los antropologistas y médico-legistas que han querido ocuparse en estudio de una cos- tumbre que, á pesar de los siglos transcurridos y de los avances de la civilización, ha persistido en todos los pueblos, en fuerza de una ley atávica que muchos sociologistas no quieren admitir. Nosotros, con nuestras escasas fuerzas intelectuales, con los exiguos elementos científicos de que disponemos, y con el peque- ño contingente de observaciones que liemos podido recoger en el transcurso de cinco años que hace que nos dedicamos á este, en nuestro concepto, interesante estudio, nos atrevemos á publicar un libro que, aunque débil en enseñanzas, tiene, no obstante, la cualidad de ser, hasta donde es posible, original con respecto á nuestras costumbres sociales y á las conclusiones que nuestras observaciones nos han permitido inducir. La obra, según lo expuesto, lia sido propiamente dividida en tres partes principales. La primera comprenderá el estudio del tatuage del delincuente, desde el punto de vista psicológico, estéti- co y pasional. La segunda se ocupará con el mismo fenómeno en LOS TATUAGES. 9 el soldado de nuestro ejército, pero con menos extensión que en aquellos, por estar comprendidos éstos en la misma clase social que antes estudiamos, y para evitar repeticiones. La tercera, aca- so la más importante, para el médico y el médico-legista que de- cide muchas veces con su dictamen, del porvenir de un hombre ó de una familia, y para el abogado que se constituye parte del reo, ó para el funcionario, agente del Ministerio Público, ó juez, defensores de los intereses sociales que les están encomendados. Desde estos tres puntos de vista hemos procurado hacer el es- tudio con la extensión que nos ha sido posible, tomando de los pocos autores que se han ocupado en este punto de Medicina Le- gal, los datos más importantes que podrán servir para establecer una jurisprudencia, cuando nuestros Códigos penales sean llama- dos á juicio por nuestros hombres pensadores, á fin de reformar- los en consonancia con nuestra civilización, nuestras necesidades sociales, y el modo tan distinto que tenemos, ahora, de ver las co- sas en relación con la manera de juzgar de nuestros abuelos. El misoneísta se ve empujado, á sn pesar, á dar un paso por la senda del progreso. Ya no le aterran las penas del infierno, y sólo le preocupa la autorización del ignorante que guía y obscu- rece su conciencia. Ya se atreve á legislar en los parlamentos, sir- viéndole de norma los avanzados principios de Spencer, Stwart Mili, A. Compte y otros, porque las necesidades se imponen, tanto en el orden físico como en el intelectual y moral; y si esto es una verdad, no está lejos el día en que todos nuestros códigos reciban una profunda reforma, en el sentido de las ciencias positivas, que son las que dan á la razón práctica del hombre, la manera eficaz de normar la conducta, para llegar al fin que se propone, como ser que estudia y comprende las fatales exigencias de la vida. Francisco Martínez Baca. Julio de 1899. LOS TATUAGES. PRIMERA PARTE CAPITULO I Historia del Tatuage. á¿ L deseo de ser bello, de alcanzar los más ricos dones de I la naturaleza, no es sólo patrimonio de la humanidad; |EI“| los animales de cierta jerarquía zoológica, los que en razón de sn estructura anatómica se aproximan más al hombre, revelan en sus costumbres el instinto de mejorar sus condiciones físicas, para hacerse más accesibles á la concurrencia de los demás de sn especie, y aun obtener la acepta- ción de los otros para sn propia satisfacción. Muchos animales, sobre todo numerosos pájaros, experimen- tan este sentimiento estético. Darwin ha demostrado que la belle- za de los animales machos, en varias especies, resulta probable- mente del gusto estético de las hembras y de la selección sexual. La coquetería, como dice Letonrnean, es común en el reino ani- mal; pero en razón de sus limitadas condiciones fisio-psicológicas, el animal, inferior al hombre, no trata de modificar por medio del arte la apariencia de sn cuerpo. No obstante, M. Amade, que por mucho tiempo recorrió las florestas de la Cochinchina, afirma ha- ber visto nn pájaro perteneciente al género calaos, que con el au- xilio de un líquido amarillo secretado por unas glándulas situadas cerca de la cola, afeitaba con el pico las plumas caudales y las ma- yores de sus alas. Kn la fauna matmnagolica como en la ornitológica, la belleza 12 Dr. MARTINEZ BACA. física de los machos es superior á la de las hembras, y es para ellos un medio de seducción natural del que se valen para arrastrar á su pareja al abrazo. B1 hombre, bajo este aspecto, es inferior á la mujer, pero bien pronto trató de buscar en el adorno los medios de seducirla; de aquí que en todas las tribus salvajes actuales vea- mos al hombre más adornado que la mujer, hecho del cual pode- mos deducir que iguales costumbres adoptaron sus antepasados. Entre los restos de los antiguos hombres de las cavernas, exis- ten piedras ahuecadas con residuos de colores, ocre y otras subs- tancias que sin duda usaban para pintarse la cara; y digo la cara, porque en esa época el cuerpo del hombre estaba cubierto de pelo, y no es probable que haya tratado de embadurnarse con tintas. En los yacimientos magdalénicos se descubrieron tiestos con ma- terias colorantes, lo que liace suponer que los hombres de esa edad se pintaban el cuerpo; y esa tendencia á adornarse de tal manera, ha continuado hasta nuestros días, no sólo entre los salvajes que á falta de vestido adornan su piel, sino aun entre los pueblos que se dicen civilizados. Si recorremos la historia del tatuage á grandes rasgos, vere- mos que la pintura superficial fue lo primero que usó el hombre para adornarse. Moisés prohibió á los hebreos la costumbre de tatuarse; en el cap. XIX del Eevítico, dice á su pueblo: «Vosotros no os haréis incisiones para llorar á los muertos, y vosotros no os imprimiréis sobre el cuerpo ningún carácter de falsas divinidades.» En el Eze- quiel, ver. IX, 6., dice también: «Matad, destruid á los viejos, á los jóvenes, á las vírgenes, á los niños y á las mujeres, pero no os aproximéis á cualquiera que tenga marca.» Esto prueba que el pueblo judío tenía la costumbre de tatuarse, aunque otros pueblos del Asia occidental participaban de los mismos usos que en aque- lla época. En los pueblos de origen semítico, era también de uso pintarse el cuerpo. Mahoma, en el cap. IV del Coran, ver. 118, pág. 78, dice así: «Que la maldición de Dios sea sobre vosotros, dijo: Yo me apoderaré de cierta porción de tus siervos; yo los extraviaré, les inspiraré deseos, yo les ordenaré cortar las orejas.de ciertos animales, yo les ordenaré alterar la creación de Dios.» 1 1 M. Kasimirski, intérprete de la Legación francesa en Persia, traductor del Coran, pone abajo de este versículo la nota siguiente: Mahotna ha protestado contra ciertas eos- LOS TATUAGES. 13 Más lejos, en el cap. LXVIII, vers. 15 y 16, dice el libro de Malioma; «Este hombre que á la lectura de nuestro libro dijo: Estos son cuentos de los antiguos, nosotros le imprimiremos una marca sobre las narices.» Herodoto hace mención del tatnage en los thrasas; dice: «una piel marcada, llena de piquetes, atestigua un noble origen; aquel que no está tatuado, es de bajo nacimiento.» Luciano dice, hablando de los asirios: «todos se divierten ha- ciéndose piquetes, sea en las manos, sea en el cuello.» Tácito ha- bla de la coloración negra que los arias se ponían en la piel para tener 1111 aspecto feroz en tiempo de guerra.1 Diversos motivos han debido conducir al hombre á practicar el tatnage, y es natural que, en virtud de ley incontrastable del pro- greso, á la costumbre sencilla de pintarse el cuerpo, haya suce- dido la de grabarse, para que lo que sirve de adorno sea más du- radero y persistente. En su principio, como dijimos, el arte de pintar el cuerpo fué simplemente ornamental, y aun continúa así casi en todos los pue- blos de las islas oceánicas; y es natural que, en virtud del uso, haya tomado un carácter específico y servido después para distin- guir una tribu de otra, ó un clan de su tribu. De aquí la impor- tancia étnica del tatnage considerado bajo cierto aspecto. El tatnage no se practicó siempre con el mismo motivo; la evo- lución social lo ha hecho cambiar de objeto en ciertas épocas de su historia: y esta costumbre sencillamente ornamental, pasó á tener carácter religioso en diversos pueblos de Asia, de Africa y Grecia. Grecia y el Asia menor tuvieron su dios del tatnage. Páris, después de robar á la bella Elena del palacio de Mene- lao, se hace tatuar en el templo de Hércules para hacerse invio- lable.2 Los antiguos egipcios se trazaban en la piel los emblemas de Isis y de Osiris, y los sacerdotes se tatuaban los mismos signos. Los fenicios grababan en su frente los signos de su divinidad. Según Procopio, los primeros cristianos de Oriente y de Italia lumbres de los árabes idólatras. Los comentadores piensan que por las palabras »yo les or- denaré cambiar, alterar la creación de Dios,» Mahoma lia querido condenar la castración de los esclavos, las marcas impresas sobre sus caras y sus cuerpos, la costumbre de afilarse los dientes y el crimen contra natura, tanto entre hombres como entre mujeres. 1 Lacassagne. Los tatuages. Estudio antropológico y médico- legal, pág. 8, cap. I. 2 Herodoto. Historia, t. 11, cap CXIII. Dr. MARTINEZ BACA. se tatuaban con rayas de fuego en los brazos y en las palmas de las manos, el nombre de Cristo y el signo de la cruz. Y Bercbon dice, tomándolo de la misma cita de Procopio, que «los primeros cristianos habían tomado esta costumbre: quod Christi nomen permutti, vel crucis signum, in palmis aut brachíis innri sibi curarent. «No obstante la prohibición de los Padres de la Iglesia y aun de nn Concilio, no se ha dejado en Palestina la costumbre de tatuarse eu los brazos y eu los puños, el signo de la cruz ó el monograma de Cristo.» El viajero Thévenot se hizo también tatuar en 1658. «Empleamos, dice, todo el martes 29 de Abril en hacernos marcar los brazos, como hacen ordinariamente los peregrinos; son los cristianos de Bethleem, los que, según el rito latino, hacen esto. Ernesto Godard comprobó la persistencia de este uso en 1862, y podemos afirmar que aun está en vigor en Jerusalém, en donde constituye una verdadera industria para los mercaderes de objetos de devoción que hay cerca de la iglesia.» Nosotros tenemos en nuestra colección el tatuage de nn joven, hijo de uno de nuestros cónsules en Oriente, que en 1878 fue á Jerusalém en compañía de príncipes maronitas, y se hizo tatuar con todos sus compañeros. «El nos ha asegurado que el Gran Du- que Nicolás de Rusia tenía un dibujo semejante, hecho también en Jerusalém. Es, además, una costumbre frecuente en los pere- grinos á Italia, y Eombroso ha observado un gran número de ta- tuages en los visitantes del Santuario de Loreto.» 1 En el Levítico se prohíbe á los judíos toda especie de tatuage, y la misma prohibición hace el Coran en sus capítulos IV y EXVIII. «En la Nueva Guinea, los padres del culto de la Serpiente lle- van en los brazos, en el pecho y en la cara, cicatrices en forma de guirnalda, que representan flores, animales, y sobre todo serpien- tes. Esta operación los hace sagrados.» De la misma manera, según Alí Bey «todo árabe qne lleve en cada mejilla tres cicatrices paralelas, será por esto consagrado como esclavo de la casa de Dios.» 2 «En Nueva Zelandia, la mujer que no lleva el tatuage ortodoxo, grabado por un sacerdote, no puede gozar de la felicidad eterna.» «En la historia de China por Ma-Tien-Lin, que escribió en el siglo XII, se refiere la ceremonia completa del tatuage, que se eje- 1 Lacassagne. Eos tatuages. Estudio antropológico y médico-legal, pág. 10, cap. I. 2 Eacassagne y Magitot. Art Tatuage, del Diccionario enciclopédico. LOS TATU AGES. 15 cuta en la joven en el momento de sn matrimonio, en la isla de Hay-Han. Solamente en las clases nobles se acostumbra esta ce- remonia. Tan pronto como la niña llega á la edad nubil, los pa- rientes ofrecen una gran fiesta á todos los miembros de la familia. Las compañeras de la joven llevan las agujas y los pinceles, y le trazan de negro en la cara dibujos de flores, de mariposas, de in- sectos, finamente ejecutados. Los dibujos son grabados después por un artista, que es generalmente una vieja, y las imágenes tra- zadas por los piquetes, se desprenden de un fondo punteado que parece imitar un semillero de granos de mijo. La ceremonia se lla- ma Sieou-Mien.» «Hn Formosa, según Raoul, la misma ceremonia precede al matrimonio, en las mujeres, cuya cara queda enteramente cubier- ta de un tatuage muy cerrado.» Lo mismo se observa en las mujeres aínas de la isla de Yeso, en la embocadura del río Amor, y en la isla Taratai.1 El tatuage era también un medio de reconocimiento para los miembros de una tribu ó de una familia. «Se lee esta escena tan bien pintada en la Vida de los indios de la América del Norte, en la cual F. Cooper muestra al delaware, pronto á ser sacrificado por otros delawares, y que se liizo sagrado porque llevaba en el pecho la marca indeleble de la Tortuga, el escudo de su nación. Este es un signo verdaderamente sagrado que hace inviolable á aquel que lo lleva.»2 Los pieles rojas llevaban una marca distintiva ó tótem tatuada en el pecho, siempre una figura de animal bajo la protec- ción del cual la tribu se creía amparada. Es también un signo de posesión. En Argel las familias po- derosas hacían tatuar á sus esclavos de un modo uniforme para reconocerlos; y estos tatuages iban cambiando de carácter á me- dida que los esclavos pasaban de un dueño á otro, y en su piel traían la historia desde la familia ó tribu de que procedían hasta la del último poseedor. Pero estas marcas no eran un padrón de infamia como los estígmatos que se imprimían en la frente ó en el cuerpo de los criminales, de los esclavos fugitivos y de los pri- sioneros de guerra. Por el contrario, en la Polinesia el tatuage tiene una significa- ción heráldica, constituye un verdadero blasón, las armas de la fa- 1 Lacassagne y Magitol, art. Tatuages en el Dic. enciclop. de las cieñe, méd- -2 Dr. F. Delisle, Dic, de las ciencias antropológicas- Dr. MARTINEZ BACA. milia ó de la tribu, cuyos signos marcan ó las proezas del clan ó la rama de la tribu de donde procede. Así «en las islas Marque- sas, el tatnage paheke doble ó pillé (oblicuo bilateral) es destinado á los jefes principales; es de nn color azul. El tatnage paheke sim- ple (oblicuo unilateral) corresponde á los jefes secundarios, y el jiapü que consiste esencialmente en dos cintas blancas transver- sales en la cara, es común á los naturales del grupo sudeste (Cla- vel, Diccionario antropológico). Los tatnages de ese mismo género son practicados en casi to- da la Polinesia, en las Carolinas, en la Nueva Guinea, en la Nueva Caledonia, en el archipiélago Malayo, en la India, en Ceilán, en el Japón, en China, etc. Estos tatnages son análogos á los que se encuentran en las momias peruanas, en casi todos los indígenas de la América del Sur y del Norte, en los cábilas, los árabes, los egipcios, etc. (Dr. F. Delisle.)1 Como dijimos al principio de este capítulo, el sentimiento esté- tico mueve al hombre desde temprana edad, á hermosear su cuer- po para presentarse con más atractivos ante la mujer, y seducirla con sus encantos. En Laos (Asia) el hombre, para agradar á las mujeres y encontrar una esposa, tiene que tatuarse desde la mi- tad del tronco hasta la mitad de las piernas, en derredor, con ara- bescos, flores, cuadrúpedos, palomas, monos, etc., todo fantástico y semejante á lo que existe en los monumentos búdicos. Lo con- trario sucede con los dayacks (Borneo); en esa raza, las mujeres son las que sufren la dolorosa operación del tatnage para conquis- tar el amor de los hombres; semejante á lo que pasa con casi todas las prostitutas árabes que llevan cruces ó flores tatuadas en las mejillas y en los brazos; ó como las mujeres públicas marroquíes que tienen en los pechos puntos rojos ó placas de carmín.2 En la Nueva Zelandia, el tatnage constituye un adorno en las jóvenes, y lo practican en los labios con el objeto de encubrir su color rojo; la negrura de los labios es un signo de belleza, y de tal manera las madres cuidan de él, que durante la operación les can- tan á sus hijas: “déjate tatuar para que no se diga cuando entres á la fiesta: allí va una de labios rojos.” En todos los países y en todos los tiempos, la mujer, y más amenudo el hombre, se someten voluntariamente á torturas cruen- 1 Diccionario de las ciencias antropológicas. 2 Racassagne. Tatnage. EOS TATUAGES 17 tísimas para exagerar las formas con que la naturaleza los dotó y que adoptan, mediante su sentimiento estético, como la realiza- ción del tipo más bello. La mujer bosquimana hace gala de su es- teatopigia procurando mover durante la marcha las enormes ma- sas libro-grasosas que se depositan en sus regiones glúteas ; dichas mujeres se someten, según la creencia de algunos naturalistas, á uu régimen especial y á un tratamiento apropiado, con el fin de aumentar el estado lipomatoso de sus regiones glúteas. K1 boto- cudo, el más antiguo habitante del Brasil, rasga el labio inferior y los lóbulos de las orejas, á pesar del prognatismo que tiene, pa- ra atravesarse rodajas de madera (bombax ventricosa) semejantes á tapones de barril por su forma y tamaño, con el objeto de alar- gar estos órganos y hacer más hermosa su figura. Al australiano de Botany Bay no le bastaba pintar su cuerpo con tierras de colores rojo, negro y blanco, sino que se atravesaba el tabique de la nariz con un hueso del grueso de un dedo y de cinco pulgadas de largo, el cual era substituido por plumas de co- lores en ocasiones solemnes. Los esquimales del oeste del río Ma- kenssie se hacen una abertura en cada mejilla, y la ensanchan gradualmente hasta poder colocar en ella un adorno de piedra se- mejante á un botón; los ardras practican igualmente una incisión en cada mejilla, é invierten los labios de la herida hacia las orejas procurando que cicatrice en esa posición. Los ñanbanas, en el Africa meridional, se distinguen por una hilera de verrugas que se hacen intencionalmente en la piel de la cara, y que se extienden desde la frente en toda su altura hasta la punta de la nariz; y estas cruentas señales que, desde la más ligera incisión hasta las grandes y abultadas cicatrices, forman una variedad que puede someterse á una rigurosa clasificación, distinguen en cada país una tribu de otra, y aun á las familias; y son tan multiplicadas como los signos de la complicada ciencia de la heráldica. Y á estas cicatrices, que podría creerse las dejan al cui- dado de la naturaleza, las hacen afectar varias figuras, ya geomé- tricas, simples líneas rectas, círculos concéntricos, rombos, rayas entrelazadas en forma de estrellas; ya figuras de animales acuáti- cos, como lagartos, caimanes y tortugas. Los naturales de las is- las Alencianas, por ejemplo, se adornan la cara y las manos con figuras de animales cuadrúpedos, aves y flores; y entre los tungue- ses las figuras se reducen á líneas rectas y curvas. Dr. MARTINEZ BACA. Entre los cafres bachapines, los que se han distinguido en un combate, disfrutan el honroso privilegio de marcarse el muslo con una cicatriz larga y ancha, que hacen de un color azulado frotando con ceniza la herida reciente. La marca distintiva de la tribu de los buns (Africa) consiste en tres grandes cicatrices que parten del vértice de la cabeza y ba- jan por la cara hasta la boca, formando un relieve pronunciado que las hace muy aparentes. Ejecutan esta penosa operación sa- cando una tira de la piel y frotando después la superficie sangrante con aceite y cenizas de palma, lo que hace exuberante el tejido modular al formar la cicatriz. Los bornueses del Africa central cuentan en su cuerpo noventa cicatrices grandes, las cuales están repartidas de la manera si- guiente : cuarenta en la cara, veinte de cada lado; éstas parten de las comisuras de los labios y se dirigen hacia los pómulos y la mandíbula inferior; seis en cada uno de los miembros, tanto supe- riores como inferiores; cuatro en cada lado del pecho, y nueve en cada costado llegando hasta las caderas. Los insulares del estre- cho de Torres y del cabo de York, adornan también su cuerpo con anchas cicatrices, colocadas ya en los hombros, ya transversal- mente en el pecho, en número de dos ó tres. Los habitantes de Taima (Nueva Guinea), no contentos con las pinturas superficiales que hacen en su piel, provocan en los bra- zos y en el pecho abultadas cicatrices que representan flores, es- trellas y animales; á la misma dolorosa operación se someten los naturales de Formosu, y los altos personajes de Guinea ostentan su piel floreada á la manera de damasco, formadas las figuras por finas incisiones; otro tanto hacen las mujeres del Decán que por me- dio de estas finas incisiones en las cuales introducen colores, figu- ran flores y dibujos adamascados que llevan en los brazos, en el pecho y en la frente. Los dientes, como las otras partes del cuerpo, no escapan á las modificaciones con que el salvaje pretende embellecerse. Los reyangs de Sumatra, hombres y mujeres, tienen la bárbara costumbre de limarse y deformarse los dientes; las mujeres de Lampong los gastan hasta á nivel de las encías, otras tribus los hacen terminar en punta, y otras desgastan sólo el esmalte de estos órganos para hacerlos ásperos y que puedan recibir y retener me- jor la pintura negra, semejante al azabache, con que los adornan LOS TATUAGES. 19 casi todos. Algunas tribus africanas se liman también los dientes de varias maneras, y cada familia tiene sn moda propia. Cuando tratemos de las costumbres, á este respecto, de cada una de las tri- bus que poblaron las diversas regiones de México, veremos qne los aborígenes de la raza zapoteca se limaban los dientes en forma de sierra, quizá para sostener mejor la pintura de qne también hacían uso. Y en cnanto á pintura de los dientes, como objeto de adorno, ahí están las damas del Africa central que se los tiñen alternativa- mente de azul, amarillo y púrpura, y dejan algunos con sn color natural para qne el contraste haga resaltar más el afeite. Las uñas también tienen sn lugar en este concierto decorativo; las mujeres de qne acabamos de hablar, empiezan su tocado desde en la noche, envolviéndose cuidadosamente los dedos de las manos y de los pies con hojas de alheña,1 para qne aparezcan al día si- guiente teñidos de un bello color púrpura. En China las mujeres nobles se dejan crecer las uñas de las manos hasta alcanzar una longitud casi monstruosa, y para conservarlas en perfecto estado, tienen necesidad de llevarlas en cajas para impedir su ruptura. El asceta chino, como para significar qne su vida es enteramente con- templativa y qne no se ocupa de actos mundanos, se deja también crecer las uñas de las manos, qne toman, después de adquirir cierto desarrollo, las formas más extravagantes. En todas partes existió la costumbre de torturar la cabeza de los niños recién nacidos, para darles una forma especial en rela- ción con el sentimiento estético de cada pueblo y sus tendencias guerreras, para ostentar en la deformación de la cabeza el signo del valor. De aquí la costumbre de aplanar la cabeza de los niños por medio de cuerpos anchos y pesados, ú obligarla á tomar la forma de pilón ó de cono por medio de vendajes y compresas qne la opri- men constantemente, hasta que adquiere la forma deseada. Hipócrates nos habla de los cráneos artificialmente deformados de los macrocéfalos ó cabezas grandemente alargadas (nltra-doli- cocéfalos) del distrito del Mar Negro. En Constantinopla se hizo moda dar forma redonda á la cabeza de los niños, con objeto de qne se pareciesen á los individuos de la raza conquistadora. En el distrito del Río de Colombia, algunos indígenas qne se aplanan la cabeza, tienen la frente tan huida, que vista la cara por delante 1 Lubock. Orígenes de la civilización. 20 Dr. MARTINEZ BACA. tiene la forma de una pera con la base hacia arriba; mientras qne otros comprimen el vértice del cráneo hasta darle una forma opues- ta á la anterior; en fin, indígenas de otras muchas razas de Amé- rica, se deformaban notablemente el cráneo, y esta costumbre en- teramente privativa sólo era dado ponerla en vigor á los principes y sacerdotes como signo de su alta jerarquía. En cnanto al cabello, el hombre, no satisfecho con los dones qne la naturaleza le concedió, ha imitado de los animales inferiores lo único qne los adorna y embecelle; de las aves su plumaje, y el pe- lo de los cuadrúpedos. Exento el cuerpo del hombre de esas abun- dantes prolongaciones córneas que cubren la piel de los brutos, dispone éste su cabello de mil maneras: lo alarga ó lo acorta, ó lo suprime por completo con el único fin de adornarse. Eas consideraciones que hagamos á este respecto, nos permi- tiremos tomarlas íntegras de la obra de Lnbock, «Orígenes de la Civilización,» Dice este autor: « Por lo qne hace al cabello, varían mucho los usos de las diferentes razas; algunas se afeitan entera- mente la cabeza; otras se dejan una especie de cresta en la parte superior; los cafres una corona, el indio de la América septentrio- nal mira como cuestión de honor dejarse nn mechón de pelo para el caso en que tuviese la desgracia de ser vencido, porque lo con- trario sería burlar al vencedor, privándole del scalp, emblema de la victoria.» «Eos insulares del estrecho de Torres se rizan el pelo en lar- gos bucles á manera de canutos, y usan también una especie de peluca dispuesta del mismo modo. A veces se rasuran la cabeza y dejan una cresta transversal. En el cabo York se lleva el pelo cortado casi siempre. Las mujeres de Taima lo usan corto, pero formando nn bosque de ricitos derechos, como de pulgada y media de longitud; los hombres lo dejan de doce á dieciocho pulgadas de largo y lo dividen en seis ó setecientos ricitos ó trenzas; á cada una de estas se arrolla esmeradamente, á partir de la base, la del- gada película de una planta trepadora qne le da el aspecto de nn rollito de bramante; los extremos se dejan fuera unas dos pulga- das, se aceitan y se rizan.» «Los naturales de las islas de Pigi conceden mucho tiempo y atención al peinado. La mayor parte de los jefes tienen nn pelu- quero especial al cual consagran varias horas del día. Sus peina- dos miden en ocasiones, más de tres pies de circunferencia y Mr. LOS TATUAGES. 21 Williams vio uno que alcanzaba cerca de cinco. Eso les obliga á dormir sobre estrechas almohadas de madera para apoyar el cue- llo, las que no deben ser extraordinariamente cómodas. También se tiñen el pelo; y á veces prefieren el blanco, el rubio ó el rojo brillante.» «No pocos peinados son tan ingeniosamente grotes- cos, que parecen hechos á propósito para excitar la risa. Unos tie- nen promontorio de cabellos de color rojo encendido, en la coro- nilla y todo el resto de la cabeza calva. Otros llevan la parte del pelo corto, dejando tres ó cuatro hileras de mechones pequeños, como si tuviesen la cabeza sembrada de Conchitas. Otros presen- tan la cabeza tonsnrada, excepto un gran tufo en cada sien. , . En algunas de las islas del Océano Pacífico, los indígenas sue- len usar peluca ó trenzas de cabello postizo sobre su propio pelo, completamente teñido de rojo y distribuido en puntas semejantes á lenguas de fuego erizadas alderredor de toda la cabeza. En resumen, la pasión por el adorno de la persona, según se desprende de cuanto queda dicho, parece dominar entre las razas de la especie humana. LOS TATUAGES. 23 CAPITULO II Origen del Tatuage. A palabra tatnage es de origen oceánico; viene de la í) fjj frase polinesia tatau, que el polinesio alarga al pro- (? X I nunciarla como si se escribiera tataJiu, y está com- j \ puesta de ta} dibujo, impresión, yde tau, piel; 1 por lo mismo significa dibujo en la piel. «Por un error, dice Perchón, los ingleses han cambiado en tahoo la expresión oceánica que el célebre Cook por primera vez escribió tattow.2» Los alemanes escriben tatowiren. El Doctor Clavel hace derivar la palabra de Tiki, nombre del dios qne instituyó la operación del tatuage; mas parece imposible precisar el origen de éste: se refiere á una época tan remota, qne estudiando al hombre prehistórico, tanto en el antiguo como en el nuevo Continente, encontramos señales, huellas de qne los prime- ros hombres usaban el arte de pintarse. En las cuatro razas en qne han dividido al hombre fósil Qna- trefages y Hamy, en sn Crania éthnica 3, hay pruebas bastante convincentes qne justifican la creencia de qne el uso del tatuage data de la existencia de los primeros hombres. Respecto de las ra- zas de Constadty de Cro—Magnon, descubierta la primera, qne es la más antigua, en los valles del Rhin, en el Sena, en los Pirineos, en Italia, España, Suecia y hasta en América; y la segunda, prin- 1 Littré. Diccionario de la lengua francesa. 2 Lacassagne- Tatuage. 3 Quatrefages y Hamy. Crania éthuica. París, 1882. 24 Dr. MARTINEZ BACA. cipalmente en’ las grutas de Eyzies, se han encontrado en las esta- ciones paleolíticas al lado de los esqueletos, pequeñas provisiones de materias colorantes, collares y brazaletes de conchas, lo cual prueba que el gusto por el adorno no era desconocido del hombre primitivo.1 Las razas de Furfooz y de Grenelle que precedieron á las de Constadt y de Cro-Magnon, primeras razas humanas de la Euro- pa occidental, fueron exhumadas, la de Grenelle, de los aluviones del Sena, por Martin, y la de Furfooz, que vivía en las cavernas como los troglodistas del Perigord, por Dnpont.2 Esto hace creer que los hombres de Furfooz pertenecían á los primeros tiempos déla época cuaternaria. «Tenían amuletos,ador- nos de conchas, y se pintaban la piel con óxido de fierro »(Dnpont). Los trogloditas de Vezére y de Lesse tenían, como los pue- blos salvajes actuales y aun los civilizados, el hábito de tatuarse y embellecerse. En las cavernas exploradas en estos lugares, se ha encontrado polvo de la tierra roja llamada sanguínea, conchas, hue- sos perforados, piedras brillantes y pendientes diversos, lo que prueba todavía más, que el hombre prehistórico se pintaba y hacía uso de objetos distintos para adornarse. En el hombre de Mentón, descubierto por Riviére y que exis- te en el Museo de París, se han encontrado, en los huesos, seña- les de óxido de fierro y de manganeso, que parecen confirmar la idea del tatnage prehistórico. Por último, en las grutas funerarias artificiales, ahuecadas eu las rocas calcáreas con el hacha de pie- dra pulimentada, como en Champagne, Mame, Montereau, etc., al lado de los esqueletos se encontraron collares y brazaletes for- mados de dientes de fieras y de rodajas de piedra de cal, con los cuales se adornaban el cuello y los puños.3 Podemos decir que las fases que ha recorrido el arte de ador- narse, son cuatro: la pintura, los objetos pendientes, las escarifi- caciones y el tatnage, propiamente dicho. Remontándonos á la época paleolítica, comprobamos, que la pintura corporal, y el uso de adornos pendientes, fueron los primeros medios que el hombre puso en práctica para adornarse. 1 Ch. Debierre. El hombre antes de la historia. 2 E- Dupont. Estudio sobre la etnología de la edad del Reno en los alrededores de Dinaut-Sur-Mense. 1865-1866. 3 Debierre. El hombre antes de la historia. EOS TATUAGES. 25 Bu los yacimientos Magdalénicos, inspeccionados científica- mente por Henry Christy y Eduardo Lartet, se recogieron tazas en las que se molían pinturas para el tatuage, las mismas que usan aún los osajes1 de Missouri (América del Norte), para pintar- se. Bn esas vasijas sacadas de la estación Magdalénica, se han re- cogido pedazos de limonita ó sanguínea, que da un color rojo. Bn la gruta de Solutré el peróxido de fierro estaba unido al mineral de manganeso, que da un polvo negro cuando se le pul- veriza. B1 rojo y el negro, pues, fueron los primeros colores de que se sirvieron para pintarse nuestros antepasados de Solutré y de la Magdalena. Para algunos naturalistas, el tatnage ha debido comenzar á usarse solamente en la cara y á extenderse después al resto del cuerpo, atendiendo al mucho vello que lo cubría. Pero respecto de los objetos pendientes como adornos, se ad- mite su aparición juntamente con la de la pintura, porque el pelo del cuerpo no era obstáculo para su uso. B1 ejemplar más antiguo de adornos pendientes nos es suministrado por los que conserva- ba el hombre machacado de Laugerie-Basse, que, además de la pin- tura, pues que se encontraron con él vasijas de las que antes hi- cimos mención, llevaba adornos de frutos de ciprés distribuidos en el cráneo, los húmeros, las extremidades inferiores de los fémures y de las tibias, todos eu número de veinte.2 Los dientes de animales, perforados para dejar pasar un hilo y suspenderlos al cuerpo, han disputado á las conchas de mar y de río su lugar. Estos dos artículos de coquetería prehistórica es- tán tratados perfectamente por el geólogo Gabriel de Martellet, en su obra « Prehistoria,» ed., págs. 396 á 400, ála que remi- timos al lector que tenga curiosidad de conocer tales asuntos de Paleontología. Las incisiones ó escarificaciones que son la forma más simple del tatuage, aun cuando sea imposible afirmar que se hayan prac- ticado en los primeros tiempos del hombre, sucedieron al afeite de la pintura exterior; bien que éste, como los pendientes, continúa inalterable á pesar de los siglos, en los pueblos que por sus con- diciones geográficas se hallan alejados de la comunidad social ci- vilizada. Y aun esta última nos recuerda con su refinamiento de 1 Indígenas americanos de la familia dokota al sur de St. Euis Missouri. 2 Museo prehistórico número 164. París (Felipe Salmón). Dr. MARTINEZ BACA. costumbres, respecto al embellecimiento del cuerpo, que por lejos que estemos de nuestros antepasados, conservamos su herencia y aun la hemos hecho prosperar en fuerza del sentimiento estético, cuyo desarrollo está eu razón directa de la civilización. Las pinturas se usan juntamente con las incisiones ó escarifi- caciones del cuerpo, dentro de las cuales se introducen las tierras coloreadas para que resalten las gruesas y prominentes cicatrices que se hacen en la cara, en el tronco ó en las piernas. Hn toda la Melanesia, el tatnage se practica por medio de inci- siones, y se tiene cuidado de no dejar juntar los labios de la heri- da, que se hace con un pedernal cortante, para que resulten los re- bordes cicatriciales, blancos ó rojos, según el color que se aplican; dichas incisiones se ejecutan en las espaldas, el pecho, los brazos y las piernas, y constituyen un adorno muy estimado. Los neo— caledonios, los habitantes de la Nueva Guinea y aun los austra- lianos, usan esta clase de tatnage, por más que los polinesios, sus vecinos, hayan perfeccionado el arte de embellecer el cuerpo, por el tatnage propiamente dicho, tanto que Polinesia es el lugar de donde tomó su nombre, como al principio dijimos. La operación á la que se da el nombre de tatnage, conforme á la etimología, consiste en practicar en la piel, pequeñas punciones ó piquetes, con un instrumento en forma de peine, de dientes agu- dos, en número de tres ó cuatro, y por medio de los cuales se in- troduce la materia colorante que grabará indeleblemente la figura dibujada de antemano en la piel. Ksta forma de tatnage, como la practicada por incisiones en la que interviene la pintura, se combina también con las incisiones que llevan un fondo de piquetes muy finos, que sirven para ador- nar las cicatrices que motivan el tatnage. En la Nueva Zelandia, el tatnage por incisión es el que impe- ra; pero los piquetes finos del tatnage que le ha precedido, compli- can y adornan las incisiones. Esta forma neo-zelandesa de tatnage es privilegio sólo de los hombres, pues á las mujeres les está pro- hibido. Era además un signo de distinción y de seguridad entre los jefes de las tribus neo-zelandesas. En las primeras ventas de terrenos hechas por estos indígenas á los ingleses, el dibujo del ta- tuage facial servía de firma del vendedor y se ponía abajo del acta de venta como garantía del terreno. En otros archipiélagos polinesios, este tatnage era usado en tos TaTUAGES. 27 los dos sexos, excepto en la clase del pueblo; pero las mujeres 110 se tatuaban la cara sino solamente la parte posterior de los mus- los y ambas regiones glúteas, en donde se hacían imprimir dibu- jos caprichosos, negros y azules, que lucían con ostentación. 1 El tatuage se combinó también con los afeites ó pinturas su- perficiales. Eos antiguos señores europeos se pintaban y tatuaban á la vez, en lo que se distinguían de las clases inferiores. Eos pie- tas, los bretones, los germanos, se pintaban el cuerpo de azul. Eos celtas y los ilirianos se tatuaban de azul y negro.2 Hay otra especie de tatuage menos extendida que las anterio- res, acaso por consistir en una operación más dolorosa y tardía en sus resultados, cual es la de ulceración ó quemadura, usada toda- vía en la Nueva Caledonia, Después de hacer una incisión, ó una quemadura (que es lo más frecuente), se procura la ulceración de la herida impidiendo la cicatrización. Esto se consigue levantan- do la costra que se forma y avivando la herida; lo que da por re- sultado una cicatriz exuberante formada de gruesos botones car- nosos, y añaden á este doloroso procedimiento la torsión de los bo- tones por medio de una aguja.3 Eos procedimientos por quemaduras son diferentes según la forma que se quiere dar á la cicatriz. En unas partes se produce la quemadura con un pedazo de bambú encendido; en otras, como en la Nueva Caledonia, con las nervaduras de las hojas del coco- tero, que encendidas, se soplan constantemente para avivar el fue- go y quemar más profundamente la piel. Ea cicatriz que se pro- duce es abultada y está formada, también, por botones carnosos, porque se curan de la misma manera que las anteriores. El resul- tado de estas cruentas operaciones, es la aparición de figuras de relieve, bien formadas, en diversas partes del cuerpo, según el se- xo del individuo. Tal procedimiento se usa entre los papúas, los negritos, etc. Por último, hay otro tatuage que se produce por el paso de un hilo, á guisa de cedal, á través de la piel, entre la epidermis y la dermis; el hilo introduce á los tejidos la materia colorante de que va impregnado. Este tatuage, según Magitot, se distingue con el nombre de «tatuage subepidérmico,» y se usa principalmente en 1 Ch. Detourneau. Diccionario de las ciencias antropológicas. 2 Ch. Detourneau. (lug. cit.) 3 Dr. Javauo, Boletín. Soc. Antrop. 1877, pág. 33. 28 Dr. MARTINEZ BACA. las poblaciones boreales, esquimales, groelandesas, etc. (Dr. F. De- lisle.) De todo lo dicho, podemos concluir que hay cinco especies de tatuages, usados aún en diversas partes del mundo, y son: tatua- ge por picadura ó propiamente dicho; por incisión ó escarificación; por ulceración ó quemadura; snbepidérmico y mixto, que es la combinación de los tres primeros. En diversas partes de Europa y entre nosotros, el tatuage pro- piamente dicho es el que aún se practica; es el más extendido, y ya vimos que en Europa, desde la época prehistórica, ha debido usarse. En la actualidad se acostumbra solamente en las clases sociales inferiores, en las que parece existir una supervivencia de las tradiciones antiguas. LOS TATUAGES. 29 CAPITULO 111 Tatuage en los habitantes de las islas oceánicas. fffi R todos los lugares del mundo habitados por los hom- bres, no hay otros en que el tatuage adquiera mayo- res proporciones y constituya verdaderas obras de arte, que en los cuatro grupos de islas en que se di- ii vide la Oceanía, principalmente en el de la Malesia, vasto archipiélago que aloja en sus islotes cuarenta millones de indígenas malayos, y en el de la Polinesia que también presta gran contingente para el estudio del punto que tratamos. Las observaciones del Capitán Cook, que estudió las costum- bres de los habitantes de las islas oceánicas y los estudios de los Dres. Perchón y Clavel, que, hasta en sus menores detalles, lo hicieron de las islas Marquesas, nos servirán de guía en nuestro trabajo, para arreglar los apuntes que tenemos hechos de los ta- tuages de una gran parte de los insulanos. El contacto de los europeos con el indígena malayo ha hecho sentir su influencia en la práctica del tatuage, y puede decirse que hoy su uso está muy restringido, tanto en extensión como en sig- nificación y complicación, pues estaba eu razón directa de la je- rarquía de los jefes, de sn poder y de rango; así es que el tatuage constituía un verdadero blasón, y tenía sus reglas que indicaban el signo de la tribu y de la familia, así como señales propias que podrían llamarse insignias militares. En la mayor parte de las islas oceánicas, existen aún tatuado- res de profesión, lo qne es muy honroso y, sobre todo, lucrativo. Se 30 Dr. MARTINEZ BACA. distinguen tatuadores déla clase acomodada y de la clase baja, como en las islas Marquesas donde liay además tatuadores y tatuadoras, llamados los primeros, Toukouka, y Takelbis artail, las segundas. A los tatuadores de baja esfera, se les dice Toukouka Toupenoa, y á los de elevada alcurnia, Toukouka Hakaiki. El precio del tatuage era, á veces, un adorno de plumas, ó una diadema de conchas ó de escamas de tortuga (Dr. Berchon). Eu la actualidad, un tatuage extenso y complicado vale cien pesos (Dr. Clavel). En la Polinesia, el indio se tatuaba por primera vez á la edad de doce años; tenía esto todos los caracteres de una verdadera ini- ciación, á la que sólo los hombres podían asistir, y participar del festín, que los padres del operado ofrecían á los concurrentes. Delisle dice:1 «Por mucha voluntad que tuviera el individuo para dejarse tatuar, los sufrimientos qne debía soportar le hacían exhalar gritos de dolor, y era necesario sujetarlo enérgicamente. Eos ayudantes estaban encargados de este cuidado, mientras que los asistentes cantaban obstinadamente, acompañados de una or- questa de platillos y flautas, lo que producía una espantosa bata- hola, para apagar los gritos del paciente.» «Todas las regiones del cuerpo podían ser tatuadas; sin em- bargo, la forma variaba según el capricho del individuo, su sexo y el lugar que ocupaba el tatuage. Con el tiempo los dibujos han variado, según las descripciones hechas por los viajeros. Pies, to- billos, manos, labios, cara, orejas, hombros, miembros, tronco, ab- domen, tanto de los hombres como de las mujeres, estaban llenos de tatuages; los de las mujeres eran algunas veces de lo más cu- rioso y notable.» El Dr, Berchon dice que: « Naikeou, mujer del jefe de Taio-Hae, mostraba sin gran vergüenza á todo el que lle- gaba, un tatuage serpentino que el pudor no permite describir de una manera minuciosa. Tétonka Tétinitenía eu cada una de sus nalgas dos hombres muy singulares de una altura de treinta cen- tímetros. » Eos dibujos del tatuage, que son muy diversos, figuran botines, guantes ó adornos originales, como soles, arcos ó líneas trazadas cou una finura y una perfección notables. Eos hombres se figuran animales, como tiburones, lagartos, peces, cangrejos, serpientes ; ó plantas, principalmente el cocotero, así como figuras geométricas. i Dio. de Antropología. LOS TATUAGES. En las islas Marquesas las mujeres se tatúan tanto como los hombres, pero no por satisfacer las exigencias de la moda, sino por- que es una obligación para ellas desde que cumplen la edad de doce ó trece años. La joven que á esa edad no se ha tatuado no puede preparar el popoí, ni puede hacer pakoko, ni frotar aceite de coco á los muertos (Delisle); pero, según Cook, que también describe las costumbres de los marqneuses, las mujeres no se pintan. Los hom- bres, dice, se pintan todo el cuerpo de negro. La pintura que cu- bre el cuerpo de las personas de mediana edad, depende en cierto modo de la elegancia de las formas; los jóvenes se tatúan con co- lores menos negros y con tal gracia, que las mismas figuras que tienen en un brazo y en una pierna, tienen del otro lado; y estos signos no son ni de animales ni de plantas, sino líneas en espiral y semicírculos, y otras formas que dan un aspecto verdaderamente curioso. Los habitantes de las islas Sandwich tienen también la cos- tumbre de tatuarse, pero en el modo se acercan más á los de la Nueva Zelandia, que se imprimen varias líneas en la cara: unas en forma de espiral elegantemente dibujadas, y otras rectas, cru- zadas en ángulo recto. En las mujeres, las manos y los brazos son los únicos lugares señalados con puntos; pero existe en ellas tam- bién la bárbara costumbre de tatuarse la extremidad de la lengua. Según King, tal operación es el signo de luto por la muerte de un jefe ó por otro doloroso acontecimiento; en el bajo pueblo muchas veces es la señal de servidumbre y se usa para distinguir los es- clavos que han pertenecido á diversos jefes. En las islas de la Sociedad, entre los habitantes de la isla Taiti, que mereció-de sus descubridores (Capitanes Wallis y Cook), el título de « Reina del Océano Pacífico,» la operación del tatnage se hace por los progenitores á los jóvenes de uno y otro sexo, desde la edad de doce ó catorce años, como en casi todas las islas de la Polinesia. Pintan sobre muchas partes del cuerpo del joven diver- sas figuras, según el capricho de unos ó su fuerza de resistencia para el dolor; ó, en fin, según su condición social. Hombres y mu- jeres llevan, además, una impresión en forma de Z, en todas las articulaciones de los dedos, tanto de las manos como de los pies, y muchas veces, alrededor de la articulación tibiotarsiana (tobi- llo). Las figuras son de formas muy variadas; cuadros, círculos, medias lunas; figuras grotescas de hombres, de pájaros, de fieras 32 Dr. MARTINEZ BACA. y otros dibujos. Cook llegó á creer que muchas de esas impresio- nes tendrían algún significado; pero no le fue posible comprender el sentido. En las regiones glnteas es donde más se prodigan estos ador- nos, así como en las partes pudendas. El taitiano tiene vanidad en llevar signos decorativos en sus órganos genitales, y hombres y mujeres sienten gran placer en dejárselos ver. Los taitianos no se tatúan la cara; y Cook afirma que los in- gleses no vieron nn solo ejemplo contrario. Todos ellos llevan dibu- jados varios arcos de círculo paralelos, á los lados del tronco, en el lugar correspondiente á las falsas costillas; estos arcos tienen dos ó tres centímetros de ancho, y hay, además, una línea dentada que rodea la semicircunferencia. A Cook le pareció muy extraño que los taitianos se manifesta- ran tan celosos en llevar estos signos y que no fueran una señal de distinción, porque nunca vio ni hombres ni mujeres de edad avanzada, que no tuvieran casi todo el cuerpo pintado con ellos. La conjetura de que tal uso podría depender de nn principio supersticioso, le pareció tanto más probable, cnanto que, no pro- duciendo este uso ninguna ventaja, y sí dolores, costaría mucho adquirir tal costumbre por simple vanidad; pero si se pidiera la ra- zón de dicha costumbre á esos indios, acaso ninguno tendría cono- cimiento de ella. Escritores modernos aseguran que el tatnage, entre los taitia- nos, no es ya una simple cuestión de ornato y de vanidad, sino más bien una cosa intrínseca á la constitución política y religiosa de la nación; y que los hijos no se hacen independientes de la autoridad paterna, sino hasta después de haber tenido el último grado del tatnage. Banks vio hacer la operación del tatnage en una niña de trece años, y dice que usaban nn instrumento á manera de peine que te- nía treinta dientes, con el que hacían más de cien piquetes en me- nos de nn minuto, y de dichos piquetes escurría una poca de sangre. Por espacio de nn cuarto de hora sufrió la muchacha esta dolorosa operación con extraordinario valor; y cuando el dolor era insopor- table, lloraba, se retorcía y trataba de huir; pero una mujer la de- tenía con fuerza y la exhortaba á soportar la cruentísima opera- ción, la que no se hizo sino en una sola parte del cuerpo, porque la otra ya había sido pintada. LOS TATUAGES. Puede decirse que es general el tatuage entre los habitantes de la isla de Amicis. Además de pintarse los dientes de negro, los hombres se tatúan la piel desde la mitad del muslo hasta la cin- tura, y las mujeres hacen la misma operación en los brazos y los dedos. Algunos insulanos de Middelbnrgo, que andan enteramente desnudos, se tatúan la parte más sensible y delicada del cuerpo; los órganos genitales son el lugar de predilección para sus tatua- ges. Con razón el Dr. Lombroso al ver algunos tatuajes de cri- minales europeos situados en los órganos genitales, suponía que dichos delincuentes habían estado en alguna de las islas oceá- nicas. Pero los habitantes de la isla del Navegante no dejan lugar de su cuerpo en que no hayan pasado las puntas del instrumento ta- tuador; al ver á uno de esos salvajes parece que está vestido: tal es el dibujo fino y adamascado con que se ha cubierto todo el cuerpo. En la isla de Java, cercana á la de Sumatra, cuando los niños habían llegado á la edad de siete años, les señalaban en el cuerpo los contornos de ciertas figuras; á medida que avanzaban en edad y que salían victoriosos en la guerra, se reponían y aumentaban dichas figuras; de manera que este lento procedimiento de tatuage era una recompensa á sus proezas militares. En su origen fue un signo de distinción militar; pero en la ac- tualidad se usa por todos los habitantes sin necesidad de ser gue- rreros. Las mujeres se pintan poco; llevan una estrella en un hom- bro, y otras figuras en el dorso de la mano. Los de las islas de Borneo se pintan como los isleños de la Sonda, de que acabamos de hablar. En la Nueva Holanda, los jefes se pintan el cuerpo de varios colores, principalmente de rojo, blanco y amarillo (Grant). Los habitantes de la Nueva Irlanda, los guerreros en particu- lar, tienen la cara llena de puntos ó piquetes dispuestos en líneas espirales que, de las mejillas se extienden hasta las alas de la na- riz; llevan, además, en el cuerpo otras figuras negras ó azules. Cook no pudo saber si tales signos eran debidos al capricho del portador ó constituían señas particulares de distinción; y admite la posibilidad de lo segundo, atendiendo á las costumbres de otros pueblos salvajes cuyos clanes llevan iguales signos. Las mujeres se pintan solamente en los labios y en la barba, y algunas suelen Dk. MARTINEZ BACA. tatuarse la cara y pintarse la cabeza con nn emplasto rojo que pa- rece estar compuesto de ocre y granza f rubia tinctorum J. Hn el archipiélago del Espíritu Santo, se pintan de rojo y de negro ó de otro color que participe de rojo, pero rara vez de blanco, no solamente la cara y el cuello, sino las espaldas y el pecho, y presentan el aspecto de los clowns que tienen la mitad de la cara pintada de rojo y la otra mitad de negro. LOS TATUAGES. 35 CAPITULO IV El Tatuage en el Continente Americano. ¿¿ N el Continente Americano, tanto en los pueblos del | \ norte como en los del sur, la costumbre de pintarse el cuerpo y deformarse los órganos más visibles como L la nariz, las orejas, los labios y toda la cabeza, existe aún en las clases más alejadas del concierto social y más rehacías para abandonar los hábitos heredados de sus abuelos. Los esquimales practican el tatuage de una manera especial: dibujan primero en la piel la figura que se va á grabar, y pasan en seguida bajo las líneas del dibujo, entre la epidermis y la der- mis, una aguja provista de un hilo que va empapado de una mez- cla de aceite y de hollín, que, al pasar, deposita en los tejidos la substancia negra de que está impregnado. Este es el tatuage sub- epidérmico de que ya hicimos mención, y que es propio de las po- blaciones boreales, principalmente entre los esquimales y los groen- landeses ; se usa por los dos sexos, y las mujeres llevan una estrella en cada mejilla y líneas azules paralelas que parten del labio in- ferior, rodean la barba y descienden hasta la garganta. En la América del Norte está ya poco extendido el tatuage; pero hay tribus entre los pieles rojas que, siendo refractarias á la civilización, conservan la costumbre de pintarse el cuerpo de rojo, de donde viene el nombre con que se las distingue. Al N. E. de la América del Norte existen los kendis, separados del mar glacial por las tierras de los esquimales; y al S. E. de los kendis se extienden las tribus de los athapaskas ó chipewyans hasta 36 Dr. MARTINEZ BACA. la bahía de Hudson. En ellos aun existe la costumbre de embi- jarse la cara,1 cuando menos de rojo; pero el tatnage es poco usado y se reserva á las mujeres, que lo reducen generalmente á algunas líneas trazadas en la cara, con las cuales manifiestan su estado de nubilidad. Antiguamente, cuando el tatnage se hallaba eu su apogeo por el estado de barbarie de los pieles rojas, cada tribu tenía una marca distintiva ó tótem eu el pecho, generalmente una figura de animal bajo la protección del que se creía segura. Hay eu la América del Norte tribus como los athapascas, los algouquines y los indios de Delaware, que antes constituían una nación esencialmente guerrera, en quienes la afición á pintarse es notable, y para ello emplean de preferencia los colores rojo y ama- rillo. En el sur de los Estados Unidos existen restos de razas ex- tinguidas, representadas ahora por algunas tribus entre las que figuran la de los Cherokees, que 110 han renunciado á las primiti- vas costumbres de los aborígenes del norte. Más al sur, por la parte de Arkansas, se encuentran los salvajes á quienes llamaron co- manches, que pertenecen á la raza de los paducas y que, impulsa- dos por el deseo de adornarse, usan las plumas y la pintura en el cuerpo, y sobre todo en la cara. Por último, los apaches que no ha mucho existían en las mon- tañas de Nuevo México, refractarios á toda civilización y progreso, se pintan el cuerpo y principalmente la cara con colores demasiado vivos, entre los que sobresale el rojo. Los galibis son los representantes actuales de los caribes, raza que ocupó hace siglos una área considerable en la parte septentrio- nal de la América del Sur: Colombia, Venezuela, las Guayailas y pequeñas Antillas, y que á su vez formó parte de un grupo étnico importante, losguaraninos, que poblaron una gran parte del Brasil. Los galibis usan los cabellos cortados al ras en la mitad ante- rior de la cabeza, y los dejan crecer en toda sn longitud, en la mi- tad posterior. Aunque de poco pelo en la cara, se hacen la epila- ción en ella, y aun se arrancan las cejas. Andan casi desnudos, pues se contentan con velar las partes genitales. Usan el tatnáge de una manera particular: se pintan los pies y la mitad de las pier- nas, así como los antebrazos, con una substancia rojiza (elroucou j; las otras partes del cuerpo, con el jugo de ciertos frutos que tiñen 1 Véase la nota de Orozco y Berra en el capítulo siguiente. LOS TATUA OES. 37 de negro, y en las regiones que quieren adornar, se ponen dibujos más ó menos complicados. Además de esto, se perforan el labio in- ferior para introducir nn hueso delgado ó una varilla pequeña de madera, ó bien nn pedazo de metal. Bu ciertas tribus de los galibis, ese último adorno está reser- vado á las mujeres. Con tal motivo, debemos hacer mención de los botocndos, que forman la población más antigua del Brasil y que más se aproxi- man al tipo primitivo de sus pobladores. Este nombre, que subs- tituyó al de aimaras, les viene por los discos de madera del bombax ven tricosa, que se introducen en el labio inferior y en los lóbulos de las orejas mediante una incisión; parece de origen portugués, pues, en ese idioma, á los grandes tapones de los toneles se les llama botoqíies, y son parecidos á los discos que usan los aimaras que alcanzan grandes proporciones, de 4 á 6 centímetros de diá- metro. En el Perú, una de las distinciones reservadas á los individuos de sangre real, consistía también en perforarse los lóbulos de las orejas, operación que hacían con una espina. En los agujeros atra- vesaban dos cuerdas largas, como de 20 centímetros, ó colgaban dos grandes arcos pesados, que acababan por alargar los lóbulos á tal grado, que los españoles llamaban á estos indígenas «los hom- bres de las grandes orejas.» Otra distinción consistía en llevar arrollada á la cabeza una larga cnerda de múltiples colores, que servía de adorno muy par- ticular. La costumbre más general de los peruanos era la de aplastar, de adelante hacia atrás la cabeza de sus hijos, en la infancia, lo que verificaban comprimiendo entre dos tablas la frente y el occipucio, con el objeto de hacer la cara ancha y asemejarla á la luna llena. Mediante dicha operación daban á la cabeza la forma de un doble plano inclinado, cuyo punto de unión era el vértice de la cabeza. Es probable que los antiguos incas, aimaras, quichúas ó changos (alguna de las cuatro ramas en que se dividió el alto y el bajo Perú), se pintasen en el cuerpo una serpiente, siguiendo las costumbres que les inspiraba su mitología, pues que consideraban á ese reptil como guardián de los tesoros ocultos, y aun representaban al dios de las riquezas con dos serpientes entrelazadas, semejando un ca- duceo. 38 Dr. MARTINEZ BACA. Bn el Paraguay, las mujeres, al llegar á la pubertad, se apli- caban la pintura característica de la adolescencia; pintura que se reducía á una faja angosta que comenzaba á nivel del nacimiento del pelo y se prolongaba en línea recta basta la extremidad de la barba, dejando un espacio en blanco que correspondía al labio su- perior. Kn los ángulos de la boca ó comisuras de los labios, se pintaban dos rayas paralelas al cuerpo del maxilar inferior, que terminaban cerca de las orejas. Agregaban á este tocado dos círcu- los cuyos diámetros se extendían desde los ángulos externos de los ojos, basta la mitad de las mejillas. Ba tinta que usaban era violácea; y no se la ponían superficialmente, como los hombres, sino que la hacían penetrar en la piel por medio de puntas ó de espinas, constituyendo un verdadero tatuage. Algunas más coquetas se pintaban de rojo el tronco, los senos y un muslo. Hn el otro muslo dibujaban una especie de cadena con grandes anillos, que se ponían también en los brazos y en las espaldas; pero estos últimos adornos eran superficiales. (Aznra). LOS TATUAGES. 39 CAPITULO V El Tatuage en los antiguos mexicanos y en otras tribus. j os antiguos mexicanos, como todas las tribus que po- H GÍ u Uaron el Nuevo Continente, no fueron extraños al Ó / I adorno del cuerpo con el fin de embellecerlo, pues j AC \ que esta tendencia es inherente ála naturaleza hn- mana. Como hacían las tribus de la América del Norte y del Sur, la desnuda gente, sobre todo la nobleza, se adornaban las piernas y los brazos con anillos y brazaletes; con collares y con plumas el cuello y la cabeza, y también se taladraban los labios, las orejas y aun el tabique de la nariz, para hacer pasar por las aberturas canutillos metálicos, dentro de los cuales colocaban plumas de va- rios colores. Esta gente, autóctona ó no, era espléndida en sus adornos y en sus joyas, y la riqueza que sus reyes ostentaban en medio de sus tribus salvajes, igualaba á la de los monarcas del antiguo con- tinente. Entre los mexicanos, el rey y los principales señores usaban grandes pendientes en las orejas, en el labio inferior y en la nariz, previamente taladrados, así como pulseras, brazaletes, anillos y collares. La gente rica que no pertenecía á la nobleza, tenía joyas de perlas, esmeraldas, amatistas y otras piedras preciosas, engas- tadas en oro. Los adornos de la plebe consistían en collares de conchas, de cristal de roca y de ámbar. También se taladraban los dientes para incrustaren ellos pie- Dr. MARTINEZ BACA. dras preciosas ó pedazos de oro, como lo hacen con hilos de latón los dayaks de Borneo y los battaks de Sumatra. Pero los mexicanos no sólo usaban los adornos mencionados, sino que daban á la pintura gran importancia, como hacen los sal- vajes de otros países. Para este estudio tomaremos los datos de los más ilustres es- critores que se han ocupado en la historia de México. Lo mismo que en Europa, el hombre dejó en el continente ame- ricano huellas de su existencia, antes que la historia hubiera re- gistrado los primeros indicios de su paso. Como en el viejo mun- do, el hombre prehistórico dejó en los yacimientos cuaternarios del nuevo, las pruebas evidentes de su amor al adorno, según los trabajos del distinguido Ingeniero Don Mariano Bárcena, acerca del hombre prehistórico en el Valle de Ameca (Jalisco), próximo á la hacienda del Cabezón, en donde encontró restos humanos y con ellos objetos de obsidiana, denominados botones, «discos casi circulares con un horado que no corresponde al centro, pulidos por ambas caras, formados los bordes por percusión; servían para colla- res, pulseras y adornos.1 El mismo Sr. Orozco y Berra, al hablar del hombre prehistó- rico, (tom 2°- pág. 311), dice: «Las rocas duras fueron empleadas para formar adornos. De los más primitivos son las cuentas, que ensartadas en hilos de plantas ó tendones de animales, servían de gargantillas, pulseras, pendientes, etc. Las más antiguas parecen ser pequeños cantos rodados, tomados de los ríos; de cuarzo, dio- rita, feldespato, espato calizo,» etc. « Los hombres antiguos, sigue diciendo el Sr. Berra, se ador- naban también con bayas de algunas plantas, dientes y huesos de animales, conchas y caracoles. Hemos visto que en las excavacio- nes del Teqnixquiac se encontraron conchas de aguadulce y ma- rinas, perforadas para servir de adornos. Caracoles marinos nos ha regalado el Sr. Bárcena, sacados de un túmulo en el Estado de Jalisco, y el mismo señor encontró ostras en los túmulos de la Sie- rra Gorda. Servían como collares ensartados en hilos y según la forma que se les daba en ciertos casos, suspendidos á cuerdas pe- queñas, al chocar los unos contra los otros, debían hacer el mido como de cascabeles,» etc Más adelante dice: «De las cuen- tas de barro cocido, las unas son lisas, pintadas de colores brillan- 1 Orozco y Berra. Hist. de Méx. tom. II pág. 306. LOS TATU AGES. tes. Las finas son de mejor barro, y llevan en relieve labores y fi- guras, las cuales son á veces del mejor gusto.» Guillemin Taray re, en su obra « El hombre prehistórico en Mé- xico» pág. 178, dice: «Los objetos de los túmulos de casas gran- des (Chihuahua), son: brazaletes de hueso de búfalo con un apén- dice ancho agujereado para recibir un adorno colgante; collar de conchas marinas del Golfo de California ensartadas en un hilo de color obscuro del mismo origen que el tejido de las tumbas; bra- zalete para niño, compuesto de redondelas formadas de conchas, retenidas por dos piedras, la una roja y la otra azul; ésta parece artificial, recordando por el tinte y por el aspecto las piedras en- contradas en las tumbas de Egipto,» El P. Alegre dice que los misioneros del Zape (Durango), en- contraron en la cima de una roca donde brota una fuente, muchos ídolos y fragmentos de columnas, piedras de varios colores que servían para embijarse;»1 yen otro lugar dice, que, cavando el terreno para fabricar la iglesia « se hallaban á cada paso ollas bien tapadas, con cenizas y huesos humanos, piedras de varios colores con que se embijaban, metales y otras cosas, etc.» Respecto de los otomíes f olonca J, los más antiguos en el Aná- huac, que actualmente están derramados por los Estados de Mé- xico, Hidalgo y San Luis Potosí, que pueblan Querétaro y la ma- yor parte de Guanajuato, y aun se encuentran en los Estados de Tlaxcala y Veracruz, 1 «vestían los hombres pulidamente, aunque se les echaba en cara sobrecargarse de dijes y adornos en manera ridicula; usaban bezotes y orejeras, distinguiéndose por su valor y finura las piedras de los señores y guerreros, de los de la gente común; cortábanse el cabello á media cabeza, de atrás muy corto, dejándolo en la parte delantera crecido, á lo cual llamaban pio- cheque.» «Las mujeres, de niñas, se rapaban la cabeza; de mozas, deja- ban crecer los cabellos sin peinarlos, y sólo cuando ya habían sido madres se los componían. Ridiculas en el vestir como los hom- bres, eran apodadas por compuestas; traían zarcillos ú orejeras; se pintaban pecho y brazos de labores azules, haciéndolas perma- nentes punzando las carnes con lancetas; se emplumaban con plu- mas coloradas, pies, piernas y brazos; afeitábanse el rostro con el 1 Hist. de la Comp. de Jesús. Tom. I, pág 415. 1 Orozco y Berra, tom. 11, pág. 170. 42 Dr. MARTINEZ BACA. betún amarillo llamado tecozahuitl, sobre el cual ponían rojo en las mejillas; teñíanse los dientes de negro; las viejas se cortaban nn poco el pelo sobre la frente, atildándose como si fueran mozas.1 Los cuitlateca y los tlahiuca, rama de los otomíes, poblaban una pequeña provincia cuya capital era Cuauhnahuac, Cuernava- ca (Estado de Morelos), á la cual correspondía el territorio de Xi- huitza capitzalan, llamada así porque los señores que la goberna- ban traían unos chalchihuites 2 atravesados en las narices.3 Los yopi, ó y opines, actualmente tlapanecas, porque están redu- cidos en unos pueblos del distrito de Tlapa (Estado de Guerrero), eran llamados así, porque se pintaban de rojo, de donde tomaban el nombre de tlapanecas, que quiere decir hombres almagrados. Usaban ese color los sacerdotes y la gente del pueblo; y aun á sus ídolos los pintaban de rojo. Los enex te capan, que se extendían en las costas del Golfo, en la parte sur del Estado de Tamaulipas, la norte de Veracruz y la oriental de San Luis Potosí, habían llegado en barcos por la mar, según la tradición; tenían la cabeza ancha y chata, los cabellos te- ñidos de amarillo ó rojo, largos y sueltos sobre la espalda; los dien- tes se los agujereaban y se los limaban para hacerlos acabar en punta, los cuales eran teñidos de negro; se adornaban con plumas, joyas de oro y piedras preciosas. Se hacían notables, dice Saha- gún, «porque andaban con sus vergüenzas descubiertas, y se ho- radaban la nariz, ensanchaban el ahujero con hojas de palma, y ponían en el horado nn canutillo de oro dentro del cual atravesa- ban un plumaje colorado.»4 Los cuexteca (cuextecapan) dice á su vez el Sr. Orozco y Be- rra, en su tomo 111, pág, 293, «se embijaban 5 rostro y cuerpo de diversos colores; se emplumaban la cabeza con plumas de tornene (papagayo amarillo); traían por detrás unos espejos redondos, y colgados en las armaduras y en los pies cascabeles, cuechtli, de palo ó cobre, con los cuales hacían gran ruido; tenían un horado 1 Sahagún, tom. 111. pág. 122. 2 Piedra preciosa que se halla en algunas minas de la América; la hay de varios colo- res. Nuevo diccionario de la lengua castellana. 3 Sahagún, tom. 111, pág. 134. 4 Sahagún, tom, 111, pág. 132. 5 Bixa, bija. « Hay también unos arbolitos (en la isla española), tan altos como estado y medio, que producen unos capullos que tienen por de fuera como vello y son de la he- chura de una almendra que está en el árbol, aunque no de aquella color, ni gordor porque son delgados y huecos; tienen dentro unos apartamientos ó venas y estos están llenos de tos TATUAGES. 43 en la punta de la nariz por donde se atravesaban veriles, pederna- les y joyas de valor, etc. Los acaxes, antiguos moradores, de lo que ahora forman los Es- tados de Dnrango y Sinaloa, cargaban cuando iban á la guerra todos sus adornos y riquezas; uno de ellos consistía en una cola que hacían de tiras de gamuza teñidas de negro, la que se ama- rraban á la cintura con un cordel, para asemejar la cola de nn ani- mal; ponían además, en el punto que corresponde al sacro, nn es- pejo para hacer más ostentoso el adorno. Se pintaban la cara, los brazos y las piernas de amarillo ó de negro, con hollín que toma- ban del fondo de los comales. Y cuando volvían vencedores y traían la cabeza de un vencido, como testimonio de la victoria, en la fies- ta que hacían, se agujereaban el labio inferior y pasaban por el agujero un hueso como de cuatro centímetros de largo, hacían tantos agujeros como hombres habían matado. 1 Comunmente andaban desnudos; ceñían á la cintura nn cor- del al que colgaban cintas y borlas como de 15 ó 20 centímetros de largo, á guisa de flecos. Cuidaban con esmero el cabello que era largo y lo trenzaban con cintas blancas. En el cuello y en los puños llevaban grandes sartas de caracoles y conchas de mariscos. Se agujereaban el tabique de la nariz y se colgaban una piedra verde (esmeralda) ó chalchihuite; llevaban en las orejas muchos zarcillos de plata ó de cobre, cada uno con una cuenta blanca. Los xiximes, vecinos é irreconciliables enemigos de aquellos, eran de las mismas costumbres, solamente que trenzaban el cabe- llo con cintas de varios colores, como lo hacen ahora los indios de casi todos los lugares de la República. Los indígenas de algunas tribus de Sinaloa, como los tehuecos, los zuaques, los batucaris, etc., se pintaban la cara yel cuerpo con unos granos colorados, pegajosos como cera muy blanca ó viscosa. Destas hacían los in- dios unas pelotillas; con ellas se untaban y hacían coloradas las caras y los cuerpos, á gi- rones con la otra tinta negra, cuando iban á sus guerras: también aprieta esta color ó tinta las carnes. Tírase también con dificultad ; tiene un color penetrativo y no bueno: llamaban este color los indios «bija.» Casas, Hist. apologética, cap. XIV. El diccionario de la lengua castellana pone la bija como sinónimo de achiote (achiotl mexicano). De bija se deriva el verbo embijar, «pintarse de diferentes colores el pecho y el rostro para infundir terror y espanto á los enemigos.» «Era costumbre usada por la mayor parte de los indios, y muy es- pecialmente por los de tierra firme.» Véase: Voces americanas empleadas por Oviedo, al fin del tom. IV, pág. 593 de la edic. de Madrid, y del vocabulario de las voces provinciales de la América, en el Diccionario geográfico de Alcedo, al fin del vol. 59—« Nota de Orozco y Berra, Hist. de Mex., tom. 111, pág. 293.» 1 Orozco y Berra. (Eug. cit.) 44 Dr. MARTINEZ BACA. colores muy brillantes y se adornaban la cabeza con plumas de gua- camayo. Hn estas tribus la virginidad de la mujer gozaba de par- ticular estimación; las doncellas llevaban colgada al cuello una concha nácar artísticamente labrada, en señal de su estado, y cuan- do dejaban de serlo, antes del matrimonio, caía sobre ellas una afrenta que no soportaban. Los ópatas, cuyas tierras confinaban al norte con las de los pi- ntas y de los apaches, tenían la costumbre de que las madres pica- ran á los niños recién nacidos con una espina, alderredor de los párpados, para dejarles impresos muchos puntos negros, que for- maban arcos, lo cual, en concepto de ellos, realzaba su hermosura. Repetían la operación del tatuage á medida que el niño crecía; solamente que entonces no se limitaban á tatuar la cara sino tam- bién el cuerpo. Los indígenas de esta tribu, tenían por signo de distinción, unas cicatrices longitudinales y ondulantes, que los acreditaba de guerreros. K1 capitán que armaba de guerrero áun joven, le pro- ducía con una garra de águila, largas heridas en los brazos, desde el hombro hasta el puño y les daba una forma ondulante; infería otras á lo largo de los muslos y de las piernas y, por último, otras en el pecho. Las cicatrices que resultaban de esta bárbara operación, eran lucidas por los jóvenes guerreros con satisfacción grande. Los guachichiles, moradores en otro tiempo de los terrenos que ahora pertenecen á los Estados de Zacatecas y de Coahuila, tenían, como los ópatas salvajes, sus cicatrices que los acreditaban como valientes; valentía heredada de sus padres por medio de la opera- ción que sufrían desde niños. «Al nacer el primero de los hijos de una mujer, se reunían los parientes y muchos convidados, lo tendían sobre la piel de un venado, y en seguida los circunstantes le sajaban todo el cuerpo con huesos afilados ó dientes de anima- les, hasta dejarle hecho una lástima» salen á la guerra pintados los cuerpos con dibujos de animales y sabandijas, ador- nada la cabeza con plumas de colores.» 1 Los tobosos, que se extendieron por los lugares en que ahora están los Estados de Coahuila y Nuevo León, en la muerte de al- guno de sus parientes, se pintaban la cara figurando una calave- ra, con lágrimas en las mejillas para simular el pesar que les cau- saba su pérdida. i Orozco y Berra. Hist. de Méx., tom 11, pág. 233. LOS TATUAGES. 45 Los mayas consideraban el estravismo como un rasgo de her- mosura; para conseguirlo, las madres hacían caer sobre la frente de los niños, un mechón de cabellos, de manera que llegara hasta abajo de las cejas; los niños trataban de ver lo que había arriba de sus ojos, exageraban la acción de los músculos grandes oblicuos y hacían desviar el eje de la visión. La deformación de la cabeza era igualmente usada entre los mayas, sólo que era privilegio de los nobles y de los sacerdotes, como en el Perú, y como lo fué entre los zapotecas y otras tribus mexicanas del norte. El niño recién nacido era sometido á la crue- lísima operación de comprimirle la cabeza; lo colocaban boca aba- jo sobre un zarzo de otates, y le ponían una plancha de madera en la frente y otra en el occipucio; comprimían fuertemente hasta que al cabo de algunos días, había adquirido el cráneo la forma achatada, tanto de la frente como del occipital. Todavía iban más allá con las mutilaciones: se hacían escari- ficaciones para engalanar el cuerpo, por gentes entendidas, que, después de pintar las figuras que querían, cortaban la piel al con- torno de ellas é introducían en las heridas tierra negra ó carbón molido, con lo cual conseguían hacer indeleble el dibujo. Ya sa- nos, ostentaban diversas figuras de animales, como serpientes, águilas ú otras aves adornadas con diferentes labores. Los guerreros se pintaban la cara y el cuerpo de varios colo- res, con el fin de espantar á sus enemigos. Pernal Díaz del Cas- tillo, que fné pagado para conocer bien á dichos indígenas, dice que en el curso de una expedición guerrera, llevaban una coraza de algodón yen la cabeza penachos de plumas; y que se pintaban la cara de blanco y negro, y algunos con nu ocre rojo. De vuelta á la ciudad, se quitaban la pintura para substituirla con el tatua- ge indeleble; éste debía ser un privilegio para los guerreros y los nobles, porque á la gente del pueblo no se le permitía tatuarse. Cogollndo nos dice que se grababan en el cuerpo toda especie de dibujos y de figuras de animales, como águilas, tigres y ser- pientes, según el orden al cual pertenecían ; y Diego de Lauda afir- ma que los antiguos yucatecos eran considerados tanto más valien- tes cuanto más tatuados estaban. El guerrero joven comenzaba por tener una ó dos figuras sim- bólicas, pero á cada nueva víctima que hacía, pedía una nueva ins- cripción; de suerte que el cuerpo de los viejos héroes debía estar 46 Dr. MARTINEZ BACA. enteramente cubierto de jeroglíficos. Esas costumbres nos recuer- dan las de los neozelandeses y las de algunos indígenas de las islas del Pacífico. Se perforaban las orejas, los labios y las narices para colocar adornos de madera ó de metal. Las mujeres no se pintaban la cara, pero se tatuaban el cuerpo basta la cintura, á excepción de los senos, con labores más finas que las de los hombres. Eu algunas fiestas se pintaban de rojo, co- mo los varones, y ponían al color una goma aromática llamada iztah-te, y por medio de moldes ó patrones delineaban las figuras en el pecho, en los brazos y en las espaldas. Tenían los dientes limados en forma de sierra, lo cual practica- ban algunas viejas con ciertas piedras y agua; se hacían una hora- dación en el tabique de la nariz é introducían en ella un pedazo de ámbar; perforaban también los lóbulos de las orejas yse colga- ban ricos pendientes. Cuidaban mucho el cabello, que trenzaban y adornaban; y en esto se distinguían las doncellas de las casadas.1 Los zapotecas, semejantes á los mayas por sn ilustración y sus costumbres, usaban las mismas deformaciones y mutilaciones en la cabeza y en los dientes, con el fin de mejorar su estado físico. La deformación de la cabeza era un privilegio reservado á los príncipes y á los sacerdotes. Desde temprana edad se torturaba la cabeza del niño comprimiéndola por medio de unas correas anchas de cuero, que partían del occipucio, pasaban por el vértice de la ca- beza, llegaban á la frente y volvían hacia atrás después de haberse bifurcado en dos puntas, para poder ser amarradas en la parte pos- terior del cuello. Este procedimiento puede comprobarse, no tanto por la historia, cuanto por las señales que conservan nueve crá- neos zapotecas que me fueron remitidos procedentes del túmulo de Atenanco (Estado de Oaxaca), y que han sido identificados en una Memoria que presenté al Congreso Panamericano en las se- siones que celebró en México el mes de Octubre de 1895. La historia no dice si los antiguos nobles zapotecas se limaban los dientes al estilo de los yucatecos; pero á juzgar por el estado de los incisivos-, tanto superiores como inferiores, de los cráneos ya mencionados, y que considero de príncipes ó sacerdotes, que tienen los dientes limados por su cara anterior y borde superior, en for- ma de siérra, supongo que entre los zapotecas, al menos, los prín- cipes y sacerdotes se limaban los dientes. 1 Herrera, dec. IV, lib. X, cap. IV. LOS TATUAGES. 47 Se dejaban crecer el pelo, lo trenzaban y hacían caer á la es- palda. Es probable que esta costumbre también haya sido de la gente noble, pues entre los objetos extraídos del túmulo de Ate- nanco, hay dos pequeñas estatuas de cobre 1 que representan retra- tos de reyes zapotecas, con todas sus insignias, y tienen á la es- palda una larga trenza, que figura estar formada de su propio pelo. Esta costumbre era contraria á la de los zoques, actuales habi- tantes de las regiones montañosas del istmo de Tehnantepec, que tienen el raro gusto de rasurarse el vértice de la cabeza, á guisa de tonsura sacerdotal. Las mujeres zapotecas usaban grandes y anchas arracadas de oro (axorcasj en las orejas, y pulseras de piedras finas (sartales), así como collares de estas mismas piedras y de pedazos de oro. Torqnemada, hablando del aspecto físico del indio mexicano (ynéxica, tenochca), dice: «Afeaban y perdían aquellas dotes na- turales: las mujeres por el uso de algunos afeites, por llevar nacoch- tli ó pendientes muy pesados que les hacían las orejas deformes; porque las penitencias, pedidas por el ritual, les dejaban cicatrices y lacras; los hombres, por embijarse para salir á la guerra, por desfigurarse el labio, horadándolo para llevar el tentetl ó distintivo guerrero; porque por los zarcillos y sacrificios tenían las orejas lar- gas, aspadas y con excrecencias.»2 Las costumbres que á este respecto vamos á referir de los me- xicanos, darán también una idea de su gusto por el adorno, que los llevaba á mutilaciones por demás dolorosas, no obstante el grado de civilización que, en las últimas épocas del vasto imperio mexi- cano, alcanzaron sus habitantes. Moctecuhzoma, para premiar el valor de los tenochca, en uno de los encuentros que tuvieron con los indomables chalca, impuso una condecoración á sus guerreros; se les agujereó el tabique de la na- riz, y se pasó por él un manojito de plumas con joyas de oro, que tenía la apariencia de bigotes.3 Ceremonia análoga, que significaba lujo y además un honor, se practicaba con los que eran elevados al trono, el día de su exaltación. Se les sentaba en la silla real, junto al brasero sagrado; se les cortaba el cabello á la usanza de 1 Las estatuas de cobre á que me refiero, existen en el Museo de la Penitenciaría, juntamente con los cráneos y otros objetos. 2 Torquemada, lib. XIV, cap. XXIV. 3 Orozco y Perra, cap. 11. Durán, cap. XVIL 48 Dr. MARTINEZ BACA. emperador, se les horadaba la ternilla de la nariz y ponían en ella el acapitzactli, piedra cilindrica y delgada; les colocaban el bezotle ó tentetl en el labio inferior, zarcillos en las orejas, etc., y se ter- minaba el adorno con ponerles el copili en la cabeza. Otras muchas ceremonias seguían con motivo de ese notable acontecimiento. A la presentación del rey en el lugar de los sacrificios, con mo- tivo de las fiestas de la coronación, después de las felicitaciones de los sacerdotes, nobles y guerreros, aparecían los cuauhchime con los cabellos trenzados y la cara pintada de negro. Igual cosa ha- cían los sacerdotes ayudantes, pero estos se pintaban todo el cuerpo y las manos, y se teñían los pies de rojo. Ahuitzotl, para premiar el valor de los jóvenes guerreros que por primera vez tomaban un prisionero, les hacía cortar el cabello, de modo que les quedara solamente en el vértice de la cabeza un mechón del cual debía atárseles el plumero que les sirviera de dis- tintivo. Los méxica no sólo se pintaban con motivo de sus fiestas gue- rreras, sino que también lo hacían cuando algún acontecimiento les llenaba de regocijo. Así, cuando Ahuitzotl introdujo el agua á la ciudad de México, los sacerdotes salieron á recibir á la diosa Chalchiuhtlicue, con la cara pintada de negro, y el cuerpo de azul. EOS TATUAGES. 49 CAPITULO VI Evolución del tatuage desde el punto de vista de las causas y de la estética. ¿i N la naturaleza todo prospera, todo sufre modificacio- , nes en el sentido del perfeccionamiento; sus efectos se j manifiestan desde la forma más simple hasta los esta- l dos más complicados, en los cuales los primeros fenó- ! menos han sufrido transformaciones hasta llegar al último período de sn evolución, para volver á aparecer bajo nuevas formas, sin que se haya roto la continuidad ni terminado la fuerza que los inició, los sostiene y los hace progresar. Ya lo hemos dicho: el deseo de producir en los demás, y aun en sí mismo, una impresión agradable por el aspecto exterior, es una tendencia del hombre, y se acentúa más y más á medida que éste se civiliza. Para conseguirlo, ha recurrido al artificio, desde sus formas más simples hasta los trabajos más complicados y do- lorosos, en los cuales las deformaciones y las mutilaciones han desempeñado el principal papel. Pero no vamos á ocuparnos con la evolución que ha sufrido el gusto del hombre por el adorno, en la cual la historia de la huma- nidad señala tres fases, á que tendremos que ocurrir al tratar del atavismo del tatuage. Nuestro punto objetivo es una de estas fa- ses, el tatuage, y á él nos vamos á concretar. Lo consideraremos, pues, bajo dos aspectos de su evolución: el de las cansas que lo han hecho variar y el de la estética. I)r. MARTINEZ BACA. Desde el punto de vista de las causas que lo han hecho variar. En su origen, fué simplemente ornamental y decorativo; des- pués, extendiendo su dominio, sirvió para distinguir á los miem- bros de una familia, de una tribu, de un pueblo, á la vez que de adorno, caracterizando así tipos étnicos, y aun goza de todo sn fa- vor en ciertos pueblos que están apartados del comercio social. Este signo de distinción y de reconocimiento, se empleó después como signo de posesión. En Arabia los nobles hacían tatuar á sus esclavos, para reconocerlos donde quiera que los encontraran. Las religiones, entre ellas la cristiana, adoptaron el tatnage no como signo decorativo sino como señal característica de las mismas. Los primeros cristianos, como indicio de adopción de las doc- trinas de Cristo y de reconocimiento para ser admitidos á los tra- bajos que en favor de la religión de Jesús se hacían en las cata- cumbas de Roma, se marcaban con fuego, según Procopio, una cruz en la palma de la mano y en el antebrazo derecho; y hoy el rito de la Iglesia católica manda pintar una cruz en la frente á los fieles, cierto día del año, el miércoles de ceniza. Ostentan esa cruz con satisfacción, principalmente las viejas, y procuran sn duración lo más que sea posible. Los fenicios se grababan en la frente el signo de sn divinidad, y los egipcios se tatuaban en la piel los signos de Isis y de Osiris. Prácticas religiosas de este género se verificaron en diversas partes del mundo. En Polinesia, el bantismo .se hacía tatuando al niño. En la isla de Hai-Nan (China), la ceremonia del matrimo- nio, entre gentes nobles, se practicaba tatuando á la desposada. La misma ceremonia precedía al matrimonio en la isla de Formosa. Si en otro tiempo el tatnage sirvió para distinguir las tribus entre sí, hoy sirve al industrial, al artesano, al militar, al marinero, etc., para hacer saber á qué colectividad pertenece, y esto princi- palmente en los obreros de los países europeos, donde se encuen- tran los tatnages llamados profesionales, que permiten reconocer, sin equivocación, á qué grupo pertenecen sus portadores, sobre todo entre los marineros y los soldados. Entre los primeros casi no hay uno que no tenga sn marca indeleble para acreditar sn pro- fesión. El hombre de mar tiene una ancla ó un navio; el de gne- LOS TATUAGES. rra un fusil, ó cualquiera de las armas que se usan en el servicio militar. * - Las artes mecánicas están también representadas: el zapatero, el carpintero* el albañil, tienen respectivamente las insignias de sn oficio. Bn fin, los estímulos más nobles y las pasiones más exageradas de amor propio y de vanidad, en personas bien educadas y de noto- ria ilustración, dan una prueba de la altura á que fia llegado el ta- tuage, desde el punto de vista de las cansas que lo han hecho variar. Lombroso en sn obra El hombre delincuente, pág. 281, dice: «Bn las clases más elevadas conozco un caso de tatnage, por decirlo así, epidémico, que debo á la cortesía del Dr. Albertotti. Bste estuvo entre los alumnos del Colegio de Castellamonte en el momento en que esta casa iba á ser cerrada; veinte jóvenes, á punto de partir, se hicieron adornar con tatuages que hacían alusión al colegio que- rido, tales como el nombre del director, el de un compañero, etc. Todos, de seguro, ignoraban que el tatnage fué un uso de los bár- baros y de los galeotes.» A los miembros más prominentes de una sociedad, que eu ra- zón de sn estirpe están muy distantes de las cansas ordinarias que motivan el tatnage, la ley universal de la evolución los encuentra á sn paso y los presenta como tipos del fenómeno que estudiamos. El Universal, periódico que se edita eu la capital de la Repú- blica, dice eu su número del 12 de Mayo de 1894 lo siguiente que, sin duda, copia de un periódico extranjero: «Excentricidades londonenses.—La última extravagancia de las modas en Londres es el tatouage, ó sea la pintura del cuerpo eu diversos colores. B1 tatouage ha sido puesto en moda por el Duque de York, primogé- nito del Príncipe de Gales y futuro Rey de Inglaterra.» « B1 marido de la Princesa May tiene pintado el cuerpo como el último Juan Goudron de la marina inglesa.» «B1 tatnage de su alteza consiste en unas banderas inglesas entrelazadas y dibujadas en el antebrazo. La epidermis del Duque de York ha sido ilustrada por el profesor Williams, especialista en esta clase de trabajos, por los cuales no cobra menos de cincuen- ta libras esterlinas.» «Antes que el Duque de York, habían rendido culto á esta ex- travagancia de la moda, su tío, el nuevo Duque de Saxe Coburgo Gotha y el cuñado de éste, el gran Duque Alexis.» 52 Dk. MARTINEZ BACA. ((Algunos miembros de la Cámara de los Lores se hacen pin- tar, siguiendo el ejemplo de su futuro soberano, sus iniciales, es- cudos y divisas.» «Un viajero incansable, miembro del Parlamento inglés, su mujer y cinco hijos, han sido pintados también por el Profesor Williams, con sus nombres, apellidos y las señas de la casa en que viven, para que puedan ser encontrados fácilmente si algún día llegaran á extraviarse.» El mismo Príncipe de Gales, seducido por los bellos ojos de la hija del tatnador de Jernsalém, se hizo tatuar una cruz en el bra- zo izquierdo. La Princesa María, hija del Duque de Chartres, lle- va igualmente una áncora tatuada en el brazo; al menos así lo afir- ma la correspondencia de Berlín en el diario «La France.» 1 La pasión exagerada del valor comercial, la tendencia del co- merciante moderno á ilustrar y difundir el anuncio de sus mercan- cías, ha llegado á agotar su ingenio, y no contento con sus gran- des cartelones, excita las miradas del curioso y aun del hombre más indiferente, haciendo grabar en las grandes y anchas espaldas de un mercenario las figuras más grotescas, pero más bien acaba- das que el arte del tatuage puede producir. «El Mundo,» periódico ilustrado que se publica también en México (D. F,), en su número del 25 de Agosto de 1897, trae un grabado que representa á un hombre en cuyas espaldas se ha ta- tuado un dibujo extravagante, que anuncia un periódico de tantos como se publican en París, anuncio personal, indeleble, que será mostrado por donde quiera que el hombre vaya. Un caso reciente que da idea más clara del mercantilismo eu- ropeo, bajo la forma evolutiva del tatuage, es el que refiere un pe- riódico francés, «La Ilustración,» Diario universal, en su número 2,888, correspondiente al 2 de Julio de 1898. Dice así:« Un cuadro de hestoria. Hace algunos días un hom- bre vino al hospital de Poitiers é hizo la siguiente declaración: me llamo Gastón Leblanc-Ougnes; nací en Bourdeanx en 1871, soldado del 2o- de Zuavos, matrícula 88, en Oran. Actualmente muestro un fonógrafo. En Oran me hice tatuar por un artista ale- mán llamado Kroumschoeneder, en 95.» «Quince días después entré al hospital y permanecí en él 73, á consecuencia de mis tatuages.» 1 Dr. Emilio Eanrent. Eos habituados de las prisiones de París. Pág 529. LOS TATUAGES. 53 «El cuadro que tengo en la espalda 1 representa el asesinato de tres colonos europeos en la gran kabila.» «El dibujo ha sido copiado de un grabado que apareció en el «Journal Ilustré» en 95. » «Tengo en el cuerpo 43 tatnages, (de los cuales 11 personajes y 2 caballos existen en el cuadro). Habiendo oído hablar de una señora que hacía colección de cuadros, le ofrecí el mío por 5,000 fr. Como ella aceptó y consintió en pagar los gastos del hospital, ven- go á sujetarme á un tratamiento á fin de que se me quite el cua- dro de la espalda.» «Inútil es decir, agrega el redactor, que el médico del servicio rehusó categóricamente quitar la piel del pordiosero. Tenía 0.501" X 0.50.1”» « El tatuado tiene la intención de vender su piel después de su muerte.» Bajo el aspecto estético. Las consideraciones en que vamos á entrar no son simplemen- te históricas; el punto exige un estudio más detenido, y se refiere á las cansas que han impedido el desarrollo del dibujo que exige el tatnage, cuyo estado actual lo aproxima al del hombre primi- tivo. Los dibujos extraídos de la estación de la Magdalena y de otros lugares ó yacimientos de la edad de piedra y de la época del ren- gífero, grabados en fragmentos de cuerno de dicho animal, en pe- dazos de esquisto, de pizarra, etc., dejan ver que el principio de este arte fué tan sencillo en sus representaciones, como limitado en las concepciones del artista. Estos dibujos consistían en figu- ras de animales cuadrúpedos, como el reno, el ciervo, el caballo, el lobo, etc., y rara vez el trazo de un árbol, de una flor ó el bosquejo de un hombre; carácter que está conforme con el arte pictórico en la evolución del hombre. Los caracteres del dibujo manifiestan también lo que el hombre fué en su principio. Dureza en las lí- neas, rigidez en los contornos; pocas líneas curvas ú ondulantes, más bien siempre quebradas ó rectas; lo cual quiere decir que la 1 El periódico trae el grabado del individuo tatuado. 54 Dr. MARTINEZ BACA. mano del dibujante no era guiada por un suave sentimiento, sino por la violencia de la idea y la escasez de la imaginación. Hn es- tos bosquejos, después de formar la figura principal, venía el ador- no que caía sobre las líneas del dibujo, imprevisión muy marcada de aquel á quien falta el sentimiento estético. Por otro lado, la idea de la perspectiva no es adquisición del hombre salvaje, pues cuando tuvo la idea de la escritura pictórica por medio de dibujos de animales, de hombres, de plantas, etc., no reconocía ni primeros ni últimos términos, sino que todo se repre- sentaba en el mismo plano y con idénticos caracteres. Las concepciones de nuestros delincuentes, en lo que respecta á las imágenes que graban en su cuerpo, son casi iguales á las del hombre de la época del rengífero; y es que los criminales, aun los más inteligentes, como dice Corre, carecen del sentimiento estéti- co, porque el arte está más bien bajo la dependencia del sentimien- to que de la inteligencia, y tal como el hombre civilizado lo siente y lo comprende en todas sus manifestaciones, es desconocido para el criminal, porque, según la ingeniosa expresión de Bugenio Vi- ron, el arte no existe más que con la condición de expresar la emo- ción del artista. Pero todos los pueblos, aun los menos civilizados, tienen un arte que demuestra la existencia de un sentimiento estético, más ó me- nos rudimentario, según las impresiones que han despertado en los espíritus los espectáculos que la Naturaleza presenta, porque es la única fuente de emociones del hombre primitivo. Los hechos hu- manos no le emocionan tanto como las percepciones de las cosas naturales. Los dibujos de nuestros tatuados carecen de ese carácter pro- gresivo por que han pasado otros pueblos; el dibujo que pinta el pensamiento del autor, con imágenes adecuadas á las ideas que se quiere expresar, el jeroglífico, en fin, es desconocido entre nues- tros delincuentes; ni una sola vez lo hemos encontrado. Las flores, los arabescos, las líneas que decoran una imagen cualquiera, son muy raras en nuestros tatuages; parece que estos se sustrajeron de esa forma evolutiva por la que pasaron otros pue- blos, ó que permanecen en la infancia del arte sin haber podido sa- lir de su primer estado. Acaso esto último sea la verdad. Los dibujos que hace el delincuente para tatuarse son semejan- tes á los del niño, sin arte, sin sentimiento. La dureza yla rigidez LOS TATO AGES. 55 de las líneas revelan la poca sensibilidad de que está dotado sn es- píritu y la escasa inteligencia para comprender la idea que quiere representar. Las líneas rectas y quebradas con que forma su dibu- jo, indican la incoordinación de sus movimientos por la repetición de las conmociones moleculares nerviosas que transforman en mo- vimientos musculares, en gestos, en gritos, etc., las diversas emo- ciones de que es presa á cada instante. En nuestros delincuentes pasa otro tanto: la dureza de las lí- neas expresa la dureza de sus sentimientos; la escasa interpreta- ción que se puede dar á sus imágenes, indica la poca inteligencia que las lia sugerido y el exiguo sentimiento estético que poseen. Si se pasa la vista por nuestros tatnages, luego se descubren en ellos la dureza de sus líneas, la imperfección de sus perfiles y la poca exactitud de la imagen que se ha querido representar. La ima- ginación inventiva es excepcional en nuestros grabados, pues por rareza encontramos algún dibujo en que aquella haya intervenido y puesto de sn parte los elementos con que la dota la representa- tiva. Con excepción de los arabescos que decoran el nombre del he- ridor Fabián Vega, representados en las figuras LXXV y LXXVI de la plancha núm. XIII, no hallamos otra en que la inventiva de nuestros indígenas criminales haya tomado participio directo en las representaciones. La imaginación reproductora desempeña un papel importante en nuestros tatuados; éstos, á semejanza del salvaje, reproducen servilmente lo que los sentidos enseñan á sn escasa é inculta in- teligencia, y muchas veces hasta se valen de la misma figura que quieren grabar en sn cuerpo, la adaptan á la región, y pican sobre ella los puntos que han de quedar indelebles; es decir, que some- ten á la calca sobre sn cuerpo el dibujo que ha llamado sn atención, y en este caso, que es frecuente, la imaginación reproductora hace un papel enteramente pasivo. Si sn sentido moral los hace incapaces de apreciar lo bueno, no en la parte que pueda tener de provechoso para el individuo, sino considerado en abstracto, la falta de desarrollo del sentimiento es- tético, originada por la perversión del sentido moral, los hace inhá- biles para comprender lo bello, y por lo mismo, el arte, que más está bajo la dependencia del sentimiento que de la inteligencia. No por otro motivo las razas inferiores están tan mal dotadas de disposiciones artísticas. Las producciones de su imaginación, 56 Dr. MARTINEZ BACA. tratándose de pintura, por ejemplo, tienen en sus líneas la rigidez que se encuentra en las obras de los pueblos bárbaros; carecen de be- lleza, aun en el sentido más restringido de la idea. Y aunque lo bello es una expresión qne se aplica á un gran número de objetos di- ferentes en su naturaleza, es, no obstante, una abstracción por la cual designamos todo aquello qne produce en nosotros efectos pla- centeros, todo lo que nos conmueve y llena de admiración. « Pero en el hombre inteligente, cuyo campo de vida consciente es muy vasto, la conmoción nerviosa se transforma desde luego en sentimiento, en ideas después, si la fuerza no se ha agotado, en la acción reflejo-motriz.»1 Cosa rara: en individuos que, por aberración de carácter y otras causas que ya hemos explicado, tienen un tatnage que no pro- cede de fuente criminal, y se graban con caracteres indelebles las imágenes que desean; éstas obedecen, casi todas, á las reglas del arte y á las leyes de la estética, y forman un todo en armonía con el modo de sentir y de pensar del hombre civilizado, supuesto que el arte expresa siempre el estado de ánimo del artista; es decir, qne el tatnage que no ha salido de las cárceles ó de las prisiones reviste los caracteres de un verdadero dibujo, está conforme á sus preceptos y expresa en el fondo el sentimiento del artista, qne es lo qne cons- tituye el verdadero arte. Spencer dice qne, mientras más haya evolucionado el arte en una raza, más bello será su tatnage. En fin, podríamos hacer la síntesis de los dibujos de nuestros tatuados en estas pocas palabras; predominan los puntos y las lí- neas rectas; poco las curvas y, casi nada, las quebradas; las imá- genes, en lo general, no dan idea de la mente del autor. La simpli- cidad y la monotonía, la falta de expresión, de sensibilidad y de inteligencia, caracterizan los tatnages de nuestros delincuentes. 1 Eetourneau. L,a sociología según la etnología. LOS TATUAGES. 57 CAPITULO VII Caracteres del tatuage indígena y del europeo. 1. No hay relación en nuestros tatuados entre el oficio del individuo y el signo que llevan. i A interpretación que damos á los símbolos y signos de H (jf u nuestros tatuados, no está conforme ni con el oficio Ó / I q^e tenían en su vida de libertad, ni con el delito de que j l\C \ se han hecho reos los delincuentes. Los signos ó em- blemas profesionales que con frecuencia se encnen- tran en los criminales de otros países, son casi desconocidos de los nuestros. Cincuenta y siete tatuados hallé entre quinientos in- dividuos penados (n. 4%), y ni uno sólo en que aparecieran em- blemas profesionales. La figura XXIII de la plancha IV, referente al homicida número 56, parece una excepción: dicha figura repre- senta dos lanzas entrecruzadas, y unidas por un laurel en forma de ángulo, dentro del cual hay un corazón, y abajo de todo las ini- ciales de la mujer amada. Pero el penado de que hablo es zapatero, y las lanzas de la figura sólo pueden relacionarse con los tatuadores, si, como asegura el reo, unos soldados fueron los que le pintaron el tatuage cuando estaba ebrio. Esta relación tiene fundamentos de verdad por referirse á militares, porque, como veremos al tra- tar de los tatuages de éstos, la observación arriba expuesta tiene sus excepciones, pues únicamente entre soldados encontramos sím- bolos profesionales; aunque de ninguna manera tan gráficos y pro- 58 Dr. MARTINEZ BACA. pios, como los de los soldados europeos, cuyos tatuages indican las armas que portan, el cuerpo á que pertenecen; y aun pueden servir para identificar su clase en el ejército. Así es que los artilleros se pintan una granada ó dos cañones cruzados; los soldados de caba- llería, dos lanzas en disposición análoga, ó un caballo con sus for- nituras, etc. El oficio más común entre nuestra gente indígena y delincuen- te, es el de jornalero (véase el cuadro núm. III), y se comprende. Eos indios residen en las municipalidades y ranchos anexos, y su único medio de subsistencia es la agricultura; se hallan demasiado lejos de los centros de industria y de civilización, para que se les pueda creer partícipes de los bienes intelectuales y morales que aquellos traen consigo; emplean sus fuerzas físicas en el arado, desde muy niños, y sus actividades psíquicas están adormecidas por completo. Viven bajo un régimen enteramentepredator, sos- tenido por la necesidad que les impone su organismo y por las costumbres heredadas, que no han podido modificarse por estar sometidas, como todas, á la ley de adaptación. El indio, por estas razones, se aproxima al estado primitivo del hombre. La aurora de una civilización ya remota, se toca con las pos- trimerías de un siglo llamado de las luces, cuyo esplendor lucha por extinguir un pasado que el atavismo se empeña en sostener; y este factor, rémora del mejoramiento moral del pueblo indíge- na, sostenedor de sus costumbres primitivas, y el medio eu que vi- ve, lo mueven á manifestarse tal cual ha sido, y es aún, con res- pecto á la costumbre de pintarse el cuerpo. Eos otros oficios que aparecen en el mismo cuadro núm. 111, corroboran el principio que antes hemos asentado: las figuras ta- tuadas no recuerdan el oficio del portador, y por ellas no podríamos decir lo que fué eu su vida de libertad. No es el delincuente exótico que lleva eu su cuerpo las anuas de su oficio, como el noble en su carroza el escudo de sus armas; el delincuente que puebla las cárceles europeas, se pinta por lo ge- neral un instrumento del oficio que profesa: el albañil, la cucha- ra ó el nivel; el zapatero, una horma ó unas botas; el sastre, las tijeras, etc. Pero en nuestros tatuados, el signo está muy lejos de denunciar la profesión. El oficio que ejercían durante su libertad les deja recuerdos tan débiles, que, en el momento de ser estimu- lados á tatuarse en las prisiones, ya por simple imitación, ya por LOS TATUAGES. 59 una propuesta insistente de los compañeros, á la cual el amor pro- pio tan exagerado del delincuente no les permite resistir; ó en fin, por simple pasatiempo (por no dejar, como dicen ellos); el senti- miento religioso ó erótico que los domina, es el que excita sn ima- ginación; y sin más consideraciones para el porvenir, con toda la imprevisión del delincuente, graban en sn cuerpo el estigma in- deleble de la degradación, el signo que denunciará sn estancia en la prisión, la llave que les cerrará la puerta del taller, la mancha que les hará sospechosos á los ojos de los hombres honrados. 11. Falta igualmente relación entre el delito y el signo. Iguales consideraciones podemos hacer del signo con relación á los delitos. (Véase el cuadro núm. IV). Los homicidios, lesiones y robos, son los delitos que dan el principal contingente á nuestras prisiones; y por los signos y símbolos enumerados en el cuadro ya dicho, tampoco puede decirse que tengan relación con los críme- nes indicados. Es verdad que hay tatnages que son inspirados por el deseo de venganza, y que el signo revela el sentimiento de odio que el delincuente tiene contra aquel que le cansó el daño, sor- prendiéndole en sn acto delictuoso y castigándole por la falta co- metida. Este hecho es una prueba más en favor del atavismo res- pecto del tatnage, y reproduce una de las cansas que conducen al salvaje á grabar en sn piel los hechos más notables de sn vida que han producido en él gran impresión; pero nuestro indígena criminal es más reconcentrado en sus odios, más desconfiado, y espía la ocasión de hacerse justicia por sn mano; no denuncia al que le hizo nn agravio, tanto por tomar satisfacción de él, cnanto porque no es de hombres delatar á nn enemigo; y aunque el es- píritu de venganza es tal, que, el más inteligente y suspicaz ol- vida que el signo le podrá hacer reconocer ante sus jueces, el hecho es que en nuestros criminales, por una rara excepción, encontra- mos caracteres emblemáticos ó representativos del delito cometi- do. En ii 7 tatnages que hemos registrado, encontramos 4 á que podríamos dar la interpretación que buscamos, atendiendo á lo sig- nificativo de la pintura; y digo interpretación que podríamos darle, porque nuestros criminales se niegan con demasiada obstinación Dr. MARTINEZ BACA. á explicar el signo ó símbolo que llevan, temerosos de que una sola palabra agrave su situación. No vale tranquilizar su ánimo charlando amigablemente con ellos, para inspirarles confianza y obtener una respuesta que aclare el sentido de su signo; no vale hacerles ver el derecho que tienen para pintarse el cuerpo y escri- bir sus ideas en su propia piel, ya que no saben hacerlo de otra manera; el resultado final es que muy pocas veces logramos tener una contestación franca á nuestras preguntas con el objeto de ex- plicarnos el sentimiento que les movió á pintarse. La figura V de la plancha I representa al agente de seguridad pública que aprehendió al portador; y esto lo sospechamos, porque al preguntarle la significación de su tatuage, sonrió maliciosa- mente como recordando el sentimiento de rencor que le movió á retratar al que le causó tanto daño; y aunque asegura que cuando llegó á la cárcel estaba en completo estado de embriaguez, y que durante el sueño que ella le produjo fné tatuado, ignorando por esto la significación de la figura, no puede creerse tal aseveración, porque el delito que cometió fue el de robo, y éste no pudo ejecu- tarlo en estado completo de embriaguez, de manera que al llegar á la cárcel se hubiera producido el período comatoso que quita la sensibilidad, única situación favorable para los tatuadores. Creemos por esto que fné intencional, y que bien podríamos considerar este tatuage como signo de rencor, pero nunca como re- velador del delito que cometió el reo. Otro tatuage cuya interpretación nos puede llevar al conoci- miento de un hecho, sin esforzar la imaginación, es el marcado con el número XXX en la plancha número VII, el cual está en la cara posterior del antebrazo izquierdo del ladrón número 50, y repre- senta, á no dudarlo, á la persona robada. Corrobora esta idea la frase incompleta que existe en la cara posterior del antebrazo de- recho, que dice: «Nosoy,pero me » á la que se puede agre- gar la palabra aparezco y para completar el pensamiento del que quiso grabar el recuerdo de su hazaña. Bu las caras anteriores de los antebrazos del mismo individuo, hay un corazón atravesado por una flecha y una cruz; recuerdo amoroso, sin duda, el primero, y religioso el segundo. Todavía dicen más las flechas que algunos de nuestros tatua- dos, aunque un corto número, llevan en sus miembros, que son, como en los salvajes, los libros de su historia eu donde apuntan LOS TATUAGES. 61 el principio ó el término del acontecimiento más doloroso de su vida: la privación de la libertad. Así, vemos que el ladrón Guiñe- sindo Sánchez tiene en el antebrazo derecho las iniciales de su nom- bre yla fecha de su prisión, «12 de Mayo de 1894.» Este reo soli- citó que le dibujaran sus iniciales y la fecha en que comenzó á extinguir su condena; y aunque como todos, no quiso decir qué im. portancia tenía para él la fecha indicada; fué inútil su negativa porque ocurrimos á su ejecutoria, y ésta nos reveló lo que deseá- bamos saber, (véase la plancha IX, figura I). El reo á que me re- fiero lleva como algunos tatuados europeos, dos estrellas con una cruz en medio, en el antebrazo izquierdo. Insistimos mucho en averiguar la significación de este tatuage, pero todo fué inútil. Creemos que las estrellas se refieren á la creencia dolorosa de los que, no pudiendo dominar sus pasiones, son víctimas de las conse- cuencias naturales de sus actos, y atribuyen á su mala estrella sus propios infortunios. En la plancha XIII se ve el tatuage señalado con el número LXXVIII, que en el antebrazo derecho tiene el ladrón Adalberto Ramírez. Las iniciales «A. R. y la fecha 1888,» creemos que tam- bién se refieren á la época en que extinguió alguna condena an- terior á la que sufre actualmente, pues sólo tenía diez y nueve años cuando se tatuó, y ahora su edad es mayor. Manifiesta el reo mu- cho disgusto por su marca, como él la llama, porque dice que sólo los animales están marcados; y para probar si era cierto, le propuse borrarle su tatuage, haciéndole ver que era muy dolorosa la opera- ción. No obstante esta prevención, aceptó mi ofrecimiento, lo cual me hizo ver que sus palabras eran verídicas. Dice que se tatuó en su casa, lo que le ocasionó una fuerte reprimenda de su padre; y si así fué, la fecha indica algún acontecimiento notable de su vida, pero nada confiesa respecto á ella. Cuatro son, pues, los tatuages que, sin una investigación ri- gurosa, podríamos decir que se relacionan con los delitos, aunque no con la naturaleza de ellos. Los cuatro pertenecen á ladrones: de donde podemos inducir que, si entre nosotros, el tatuage denuncia al delincuente porque sólo él se tatúa, generalmente en la cárcel del distrito de donde procede, como más adelante veremos, no des- cubre la clase del delito, y por lo mismo no puede servir de medio de identificación. LOS TATUAGES. 63 CAPITULO VIII Clasificación de los símbolos y signos tatuados. I. Religiosos.—ll. Erótico-religiosos.—lll. Eróticos.—lV. Simplemente deco- rativos.—V. Decorativo-representativos.—VI. Antirreligiosos : en homi- cidas, HERIDORES Y LADRONES. ; f* las figuras emblemáticas y simbólicas que portan \v> y \ nuestros criminales, no nos dan á conocer sn modo de pensar, sí nos dicen mucho en cnanto á sn modo de sen- ACnSL i tir. Seis son los móviles que los impulsan á grabar en sn cuerpo signos y símbolos, á saber: sentimien- tos religiosos, erótico-religiosos, eróticos, simplemente decorati- vos, decoradvo-representativos y antirreligiosos. Hemos hecho esta clasificación, porque á ello nos obliga la significación de los símbolos y de los signos, y la que mejor nos dará á conocer el es- tado pasional de nuestros delincuentes en las tres categorías en que hemos encontrado el tatnage, ó sea en los reos de lesiones, en los homicidas y en los ladrones. I. Tatuages religiosos. Si pasamos la vista por el cuadro número IV, veremos qne el tatuage simbólico-religioso supera en número á todos los demás, y aparece de preferencia en los homicidas y en los ladrones. Si el sentimiento religioso es el que domina en la gente indígena y la in- 64 Dr. MARTINEZ BACA. duce á cometer actos de verdadero salvajismo, aun en el seno de nna sociedad bastante civilizada que no ha podido sacar á aquella gente de su estado social primitivo, por circunstancias ya expuestas en otro lugar; ese sentimiento se acentúa más en los homicidas y en los ladrones, porque es el que viene á completar el modo de ser moral de las sociedades predatrices de que forman parte. Como el salvaje implora el auxilio de su clan (muerto ya), al emprender nn acto de'depredación que será útil para la tribu, y queda satisfecho de su hazaña por haber cumplido fielmente los preceptos de aquel, así el criminal invoca el santo de sn devoción para que le saque con bien del acto delictuoso que va á ejecutar. Ya es un Santiago muy dado á las batallas y muy afortunado, el que acompaña al criminal en sus empresas; ya la patrona del indio mexicano, la Vir- gen del Tepeyac, nuestra señora de Guadalupe; ya, en fin, el sím- bolo de la redención, la cruz del Mártir del Gólgota, lo que el ho- micida lleva grabado eu su cuerpo. Kn las planchas VIII, IX, X y XII, tenemos las figuras del orden religioso que acabamos de indicar; todas son de homicidas, y he aquí una sucinta relación de lo que pudimos obtener de estos tatuados al tomar las calcas de sus dibujos. Las figuras XXXIX y XXXIX bis de la plancha VIII, corres- ponden al homicida núm. 77. Éste nos manifestó que, cuando fuá soldado, vio que sus compañeros de cuadra se tatuaban, y solicitó qne lo pintaran, haciéndose dibujar un Santiago en la región ma- maria derecha, y un San José en la región precordial. Estas figu- ras contrastan con un gran diablo que tiene eu toda la región dor- sal, desde la séptima vértebra cervical hasta la última lombar; pero dice que pidió le pintaran nna Virgen de la Soledad, y que, por tra- vesura le dibujaron el diablo, al que pusieron el nombre del reo, Gerardo Sánchez. (Véase la plancha XIV.) Tiene gusto en traer sn tatuage, y manifestó temor de qne se le borrara. El núm. 274, á quien corresponden las figuras XLIII y XLIV de la plancha IX, solicitó qne le tatuaran en la región precordial nna Virgen de Guadalupe para tener á quien encomendarse; yen el antebrazo derecho un Santiago para que le acompañe. Tiene, ade- más, en el abdomen, abajo del ombligo y en el antebrazo izquier- do, dos mujeres desnudas en posición deshonesta, como recuerdo de una querida que tuvo cuando fué soldado. (Véase la misma plan- cha IX.) LOS TATUAGES. 65 La figura LII de la plancha X corresponde también á otro ho- micida, quien solicitó igualmente que lo tatuaran, y le propusieron pintarle nn animal, lo que no aceptó, sino que prefirió traer la ima- gen de Santiago que tiene en el antebrazo derecho. En la misma plancha y con el nínn. LI, aparece el tatnage del heridor núm. 476: pidió que le pintaran en la parte media del pecho la Virgen de Guadalupe, con el objeto de que le acompañe siempre en todos sus viajes. La figura LVI de la misma plancha, es un diablo que tiene el homicida núm. 276 en el antebrazo izquierdo, La relación de este tatuado es original: dice que al ver á otros compañeros que se ta- tuaban, pidió que le pintaran nn Santiago; pero que no había mo- delo de donde copiar la imagen, y adoptó nn diablo. El contraste que hay en su declaración nos hace suponer, ó falta de fe en el pri- mero, ó la creencia de igual poder en el segundo, supuesta su exis- tencia. Interrogado sobre este punto, manifestó no creer en el dia- blo, agregando que si en él creyera, sólo á él se encomendaría. Para comprobar su dicho, le propuse borrarle su tatnage, y aceptó gus- toso, insistiendo en que se le hiciera desaparecer en una sola sesión toda la figura, lo que no realicé por no originarle muchos dolores. Este hecho nos prueba, ó su arrepentimiento, ó su falsedad, aun- que dada la vanidad del criminal, es probable que haya querido ha- cer ostentación de su falta de creencias ante el concurso de delin- cuentes que lo escuchaban. Por último, en la plancha XII tenemos las figuras LXVIII y LXIX del homicida núm. 226, que, como los otros que hemos vis- to, quiso que le tatuaran en la región precordial un Santiago para que le acompañara, y en la dorsal la Virgen de Guadalupe, por ser la patrona de su pueblo. La existencia de un tatnage simbólico-religioso, no siempre da á conocer el sentimiento del que lo lleva, sino, á veces, el del ta- tuador que propone sus servicios y escoge en su colección la figura que más le agrada, ó la imagen que más venera. Así pasó con el homicida núm. 227, quien dice que el Cristo que tiene en el ante- brazo izquierdo (plancha I, fig. I), no fué escogido por él, sino por el que le pintó la figura, sin consultar su parecer. Otros rehúsan acceder á la propuesta que les hacen y se resis- ten cuanto pueden á la violencia de que son víctimas, pero al úl- timo sucumben á la fuerza. Tal pasó con el homicida Baltasar, á quien ataron los brazos y sujetaron entre varios para tatuarle la 66 Dr. MARTINEZ BACA. custodia que trae en el antebrazo derecho. (Véase la fig. XVIII, plancha III). Aunque esto puede ser cierto, hay que poner en duda las palabras del indio, porque posteriormente le propuse borrarle su marca y no consintió. En la misma plancha 111 están las figuras XII y XII bis del homicida núm. 244. Éste dice que se le tatuó, durante la embria- guez, la primera figura que trae en el antebrazo izquierdo; respecto de la segunda, dice él con entera franqueza, que pidió le pintaran la Virgen del Rosario, buscando el amparo de ella en su proceso. La figura XIV de la mencionada plancha es de otro homicida que, en su ahinco por tatuarse un símbolo religioso, pidió que le calca- ran la marca de cierta clase de papel para cigarros, por haber en ella una cruz. Le propuse borrársela y no consintió; pero las re- flexiones que le hice cambiaron sus ideas, y ya se prestaba volun- tariamente á la operación, que no practiqué, por tener este delin- cuente el mal del pinto. La imitación indujo al homicida núm. 246 á solicitar de sus camaradas que le tatuaran la Virgen del Rosario (fig. XXX de la plancha VII), que tiene en la región mamaria derecha, para obte- ner el auxilio que de ella esperaba. La plancha XII nos presenta, además de las figuras ya indica- das, los tatnages de los reos núms. 335 y 40, señalados respectiva- mente con los núms. LXX y LXXIdel primero, y LXXII, LXXIII y LXXVI del segundo. El núm. 40 es un reo de lesiones á quien el sentimiento religioso movió á solicitar que le tatuaran las figu- ras ya indicadas, que conserva religiosamente dibujadas en un pa- pel. No cree en la Virgen de Guadalupe, y sí en María Santísima, «la del cielo,» yda la preferencia á las figuras que tiene pintadas en el pecho. El contraste que existe entre los tatnages del homicida 335, da una idea de sus sentimientos sanguinarios mezclados con el senti- miento religioso, tan mal entendido en esta clase de gente. A este reo le propusieron tatuarlo, y él eligió las regiones y los signos; en la región precordial dijo que le pintaran la custodia con los án- geles que lleva al lado, y en el antebrazo derecho un tigre, Cll3O nombre hizo grabar también. Le propuse borrarle sus tatnages y se prestó dócilmente á la operación. El número de tatnages religiosos en los reos de delitos contra la propiedad es menor, como hemos dicho, y los símbolos de este LOS TATUA GES. género se reducen, en sn mayor parte, á una sola cruz que, por lo general, tienen en la cara anterior del antebrazo derecho; y aun- que en muchos ladrones abundan las figuras de género distinto, sólo señalamos el signo religioso, porque es el que nos ocupa. Así sucede con los números 238 y 171 de la plancha 111, figuras XVII y XIX. El primero trae una cruz en la cara anterior del antebrazo derecho, y sostiene que, hallándose en estado completo de embria- guez, fué tatuado por otros presos, sin tener conciencia de lo que le pasaba. Sin embargo, posteriormente, no consintió que se le bo- rrara su cruz; y aunque puede muy bien haber sucedido lo que afirma, conformarse después el reo con el símbolo, por estar en armonía con sn sentimiento religioso, no creemos que haya sido ta- tuado sin sn voluntad, sino que el temor de ser castigado le obligó á eludir la responsabilidad. En idénticas circunstancias está el nú- mero siguiente. Asegura que llegó á la cárcel en estado de com- pleta embriaguez, y que le tatuaron en la región precordial la cruz que lleva. Como otros muchos reos han aseverado lo mismo, y des- pués han confesado sn falsedad, hay que poner en duda lo dicho por éstos, é inclinarse más á creer que el tatnage se hizo con la vo- luntad del portador. El ladrón núm. 28, cuya cruz aparece en la plancha VIII bajo el núm. XL, solicitó que le hicieran un modelo para tatuarse él, temeroso quizá de que los piquetes dados por otro le causaran Hin- cho dolor; pero, la posición de la cruz en la cara anterior del an- tebrazo derecho, su eje vertical paralelo al del propio miembro, lo regular de las líneas que forman la figura, y lo difícil que es en personas no educadas y no ambidextras dibujar con precisión pun- tos que sigan una dirección determinada, hacen suponer que no fné él quien se tatuó. En la plancha IX, señalado con el núm. XEIX, está el tatna- ge perteneciente al reo de robo núm. 196. Es una custodia, y arri- ba de ella hay una especie de panoplia donde están colocadas dos espadas cruzadas, y sostenido el todo por una figura parecida á una T imperfecta. Pidió el reo que le tatuaran una figura, sin especifi- car cuál; no le agradó la que ahora tiene, yle propusieron pintarle un hombre y una mujer, pero aceptó siempre la custodia por ha- ber visto que otros la tenían. Así, pues, el sentimiento de imita- ción, más bien que el religioso, lo movió á tatuarse la figura que lleva. 68 Dr. MARTINEZ BACA. Ba plancha XI está ocupada por los tatuages del ladrón M. Reyes, quien solicitó de sns compañeros que lo tatuaran, y les in- dicó cuáles habían de ser las figuras y qué regiones de su cuerpo habían de ocupar. Así, dijo que le pintaran en la región mamaria derecha un Nazareno, y en la izquierda una custodia; un caballo, un diablo que lleva debajo el nombre de Birján, un gato; en el antebrazo derecho, un venado, un corazón y una estrella; en el an- tebrazo izquierdo, en el dorso de la mano derecha, otra estrella, y en el puño de la misma mano una cruz. Propuse al reo borrarle sns figuras y me manifestó el deseo de conservarlas, con lo cual justificó su afición al tatuage. Bu este caso, como se ve, no fué el sentimiento religioso el único móvil que indujo á Reyes á pintar en su cuerpo caracteres tan disímbolos; pero, como sólo nos esta- mos ocupando con los signos y símbolos religiosos en los reos de delitos contra la propiedad, dejamos para otro lugar la interpre- tación de los signos que no tienen este carácter, para no introdu- cir confusión. Por último, los reos de lesiones números 341 192, ta- tuages están representados en las planchas IV y XIII, respecti- vamente, con los números XXI bis y LXXXI, traen; el primero dos cruces y la fecha del tatuage en el antebrazo derecho, y en el izquierdo otra cruz con el nombre del reo. Dice que por haber visto tatuados á algunos de sus compañeros, nació en él el deseo de imi- tarlos, y solicitó que le pintaran las cruces y agregaran á tina de ellas sn nombre por simple sentimiento religioso. B1 segundo de los reos citados dice, que él mismo se pintó la cruz que trae en el antebrazo izquierdo al ver que á otros los estaban tatuando. Bo mal hecho del símbolo y el lugar en que está corroboran esta ase- veración. B1 tatuage fué hecho con añil tiende á desaparecer, pues en algunos puntos apenas se nota. Posteriormente fué lla- mado este reo para proponerle la desaparición de sn marca; pero terminantemente se negó á ello, diciéndome que él se lo había pues- to por devoción. Aquí se ve claramente-que el sentimiento religio- so le movió á tatuarse, excitado por la imitación. LOS TATUAGES. 69 11. Tatuages erótico-religiosos. Sólo encontramos los tatuages erótico-religiosos entre los ho- micidas y los ladrones; todos los símbolos revisten el mismo ca- rácter: es un corazón, símbolo del amor, atravesado generalmente por una flecha y superado por una cruz más ó menos grande; algu- nas veces, abajo del corazón hay iniciales de las queridas ó de las mujeres amadas. Así, por ejemplo, la figura 111 de la plancha I, representa el símbolo erótico-religioso del homicida número 264, tatuado en el antebrazo derecho, con las iniciales de sus queridas Dolores y Margarita; es un corazón bien formado, atravesado por una flecha y sosteniendo una gran cruz. Encontramos en la plancha 111 los mismos símbolos, repre- sentados por las figuras XIII y XIV, de un ladrón y de un homi- cida, respectivamente. El primero, que trae en el antebrazo derecho un corazón con una cruz, dice que durante la embriaguez lo ta- tuaron, sin que él hubiera tenido conocimiento de ello; pero, como nos confesó que tenía una querida, es posible que haya solicitado el tatuage en recuerdo de aquella, lo cual hace dudosas la embria- guez de que habla y su falta de consentimiento. El segundo tiene también en el antebrazo derecho la misma figura, atravesada por una flecha; al principio, negó haber solicitado el tatuage é intentó y casi consiguió borrarlo raspándose con un ladrillo, de manera que fné necesario reconstruir la figura, valiéndose de las señales que aun quedaban y de las indicaciones del portador, cuando perdió el temor de ser castigado por su tatuage. Pasados algunos años, propuse á este reo borrarle su marca, que aun quedaba visible; y no obstante las razones que le expuse, se negó resueltamente, di- ciéndome que era un recuerdo consagrado á su novia. Por igual motivo se tatuó el ladrón núm. 50, de quien ya. he- mos hablado al tratar de los tatuages que pueden tener relación con el delito; la figura está en la cara anterior del antebrazo de- recho, y es un corazón con su cruz, atravesado por una flecha; está representada en la figura XXXIII, correspondiente á la plan- cha VIL El núm. 85, también ladrón, cuyas marcas figuran en la plan- cha II con los núms. XI y XI bis, trae en el antebrazo derecho Dr. MARTINEZ BACA. una cruz, y eu el izquierdo, un corazón con una cruz, atravesado por una flecha. Ambas figuras fueron hechas á instancias de él, obedeciendo á sentimientos que fácilmente reúne el indígena: el amor mundano y el amor religioso. La historia del homicida núm. 368, cuyos tatnages expone la figura XLI, plancha VIII, es parecida á la del delincuente de quien hablamos á propósito de la figura XVI, plancha 111. Aquel, como éste, solicitó que le pintaran en sus antebrazos una cruz y un co- razón con su cruz; la primera en el antebrazo derecho, el segun- do en el izquierdo. Trató de borrarse el corazón aplicándose una substancia cáustica, temeroso de ser castigado al saber que se es- taba reconociendo á todos los asilados de la Penitenciaría para bus- car sus tatnages; pero, cuando después de algún tiempo quise bo- rrarle la cruz, me suplicó que no lo hiciera porque á ambas figuras las tenía un grande afecto. La figura XXXVIII de la misma plancha, perteneciente al la- drón núm. 7, nos representa el mismo símbolo erótico con una gran cruz, que el ladrón trae grabada en el antebrazo derecho. So- licitó con otros compañeros que le tatuaran la figura ya dicha; no quiso dar ninguna explicación de su marca, y guardó la mayor reserva respecto de su significado. Tal parecía que una pasión ocul- ta lo movía á callar; pero, preguntado si quería que se le borrara su dibujo, contestó que se procediera luego, aunque le doliera, pues ya no quería traer lo que acaso no merecía sus recuerdos. Quizá algún desengaño, que le siguió hasta la celda de su prisión, lo obligó á tomar resolución tan violenta. La misma plancha VIII nos muestra otra figura semejante á la anterior, marcada con el número XXXVII, perteneciente al ho- micida núm. 247. Parece que la imitación fué el móvil que lo in- dujo á solicitar que le tatuaran la cruz y el corazón, que trae en el antebrazo izquierdo. B1 explica que tiene la cruz para que le acompañe, y que el corazón que le sirve de base, le corresponde, como si formara parte de ella. La exigua inteligencia de este in- dígena, Juan José, y el motivo de su tatuage, que no fué otro que la imitación, hacen creer qne este pobre de espíritu no pueda se- parar las dos figuras, por haberlas visto en otros, reunidas en esa forma. La imitación también impulsó al ladrón 401, á pedir que le pintaran un corazón con su cruz, en el antebrazo derecho (figura LOS TATUAGES. LV, plancha X). Dice que, al ver que otros se pintaban, le agradó tener una figura; pero tampoco explica el motivo real de su tatuage, pues niega con insistencia que sea el afecto á su mujer, ó á al- guna otra persona, lo que le indujo á tener ese símbolo erótico- religioso. Le propuse hacerle desaparecer su tatuage, y redonda- mente se negó á ello, lo que me hace suponer que la figura aludida tiene para él un recuerdo amoroso. Por último, y para dar fin á la explicación de los signos eróti- co-religiosos, hablaremos del tatuage del homicida núm. 207, que tiene eu el brazo izquierdo un corazón grande, atravesado por una flecha y superado por una cruz pequeña (figura LXXXII, plan- cha XIII). Éste también, al ver que otros se pintaban, solicitó que le pusieran la figura ya dicha, y, 110 obstante que el signo es un emblema amoroso, sostiene que sólo es un recuerdo de su estancia en la prisión. 111. Tatuages eróticos. Pasemos á los tatuages eróticos. Las figuras emblemáticas que representan este sentimiento son muy variadas y más ó menos sig- nificativas; pero todas dan una idea cabal del móvil que inclinó á tatuarse á los delincuentes. La mayor parte de las figuras perte- necen á jornaleros, y esto corrobora lo que hemos dicho anterior- mente. Kn cuanto á la clase de delincuentes que llevan estos tatua- ges, se hacen notables por su número los homicidas y los ladrones, aunque siempre preponderan los primeros sobre los segundos. Los corazones atravesados por una flecha, así como los nombres ó iniciales de las queridas, son frecuentes en todos los criminales, y los tienen pintados generalmente en los miembros superiores. Comparando estas representaciones eróticas con las que citan al- gunos autores extranjeros, se ve que los emblemas amorosos son semejantes en todos. Consúltese á propósito de esto lo que dicen Marro en su magnífica obra / caratteri dei delinquenti, en su ca- pítulo VIII, «Tatuaggio;» Lombroso en su Hombre delincuente y Lacassagne en su completo y científico trabajo Los tatuages, es- tudio antropológico y médico-legal. Los emblemas amorosos son se- mejantes en todos; pero la exageración del erotismo, la lujuria de 72 Dr. MARTINEZ BACA. que los tatuados exóticos hacen gala, la inventiva de esas imagi- naciones calenturientas, no son tan marcadas en nuestros crimina- les como en el europeo, en quien el desarrollo del sentimiento es- tético y la violenta pasión que le domina por la exaltación de sn sentido moral, influyen poderosamente para que sus pinturas luju- riosas sean gráficas y para que sea exacto el parecido de las figuras que se dibujan en la piel. En nuestros criminales no pasa lo mismo; por más que en su desequilibrado espíritu exista la misma idea, y por más que el sentimiento que los impulsa á tatuarse sea de la misma naturaleza; en ellos, como liemos dicho, el sentimiento es- tético es rudimentario. La lubricidad se nota poco en los tatuages de nuestros delin- cuentes, excepto en los de los homicidas números 36 y 274, cuyas figuras están representadas en las planchas II y IX: el primero tiene una mujer desnuda, de pie, cubierta sólo por un cendal; el segundo, dos mujeres también desnudas, una en el vientre, abajo del ombligo, y otra en el antebrazo izquierdo, ambas en cuclillas y abiertas de piernas. Posición que indica la parte que el tatuado quiso exponer en primer término. La lubricidad en el tatnage exó- tico no sólo consiste en la impudencia de la figura, sino en la re- gión en qne la coloca el delincuente. Entre 142 criminales exami- nados por el eminente antropologista italiano, 5 llevaban tatuages en el pene, y de éstos uno había pintado en su glande la cara de una mujer. En la misma región encontró Lacassagne 11 tatuages entre 1333 individuos tatuados, consistiendo principalmente en esto la obscenidad, además de algunas inscripciones maliciosas, ca- lambures,, á que tanto se presta la escritura francesa. El mismo distinguido Doctor encontró 280 emblemas eróticos, verdadera- mente lúbricos, de los cuales 176 eran bustos de mujeres; 35 de mujeres desnudas; 4 dibujos representando el acto del coito en po- sición de pie, y otros más cuya lubricidad no se podría reproducir ni aun describir. En la misma colección se ve que los que no lle- vaban el retrato de su amante, adoptaban por adorno una canti- nera ó una bailarina. El vientre, abajo del ombligo, es el lugar de preferencia para estas obscenidades y para inscripciones como las siguientes: Llave de amor, el placer de las damas, ella piensa en mi, etc. Por lo que respecta á la región que por sí sola puede constituir una obscenidad, entre nuestros criminales tatuados no hay uno, álo menos que nos EOS TATUAGES. 73 conste, en que las partes genitales sirvan de base para el tatuage, ni aun las regiones glúteas que, entre los pederastas europeos, son frecuentemente marcadas; y no porque falte en nuestras prisiones esa clase de degenerados, sino porque, como hemos dicho sn malicia no ha alcanzado tanto desarrollo. Pero, ¿á qué es debido ese erotismo que tanto se marca en el hombre delincuente? A que el sentido genésico, adormecido por la falta de acción, es excitado por los recuerdos y exige el cumpli- miento de la función fisiológica, la que, no satisfecha, aviva la ima- ginación, despierta los deseos y acrecienta el apetito; en estas con- diciones, el preso reproduce en sn piel una realidad pasada, ó da forma á un deseo de su ardiente fantasía. Y si á esto se agrega la lectura de libros más ó menos eróticos que, á título de premio, se permite á los presos como estímulo para perseverar en sn buena conducta, ó la vista frecuente de mujeres que, con el carácter de visitantes, invaden diariamente las cárceles y las penitenciarías, cansando la excitación de los presos con sus miradas curiosas ó compasivas y con sus trajes, se comprende que la imaginación exal- tada de aquellos y sus deseos cada día más contrariados, les hagan entregarse á la masturbación ó al placer de inscribir en sn cuerpo figuras obscenas que representen gráficamente el producto de sn acalorada imaginación. Si los directores de los establecimientos penitenciarios y los al- caides de las cárceles departamentales, estuvieran en condiciones de saber en qué grado de tensión nerviosa se encuentra el sentido genésico del delincuente aprisionado por tanto tiempo, procurarían evitarle los sufrimientos que le ocasionan los excitantes femeniles que ponen ante sn vista, é impedirían que las mujeres visitaran las prisiones. Pero entremos en la descripción de nuestros tatnages eróticos. Ya hemos dicho que en los homicidas es más frecuente esta clase de tatnage, y con ellos nos ocuparemos primero. La plancha II nos reproduce los tatnages de tres homicidas, entre quienes uno lleva en el antebrazo derecho el nombre de sn querida Isabel Cervantes; otro, en el antebrazo del mismo lado, el retrato de su querida, cubierta con nn cendal (fig. IX). Dice este delincuente que cuando le propusieron tatuarlo, le aseguraron que si sn amante le engañase sentiría luego dolor en los puntos de la figura: excitado así sn celo pagó porque le pintaran el retrato de 74 Dr. MARTINEZ BACA. aquella y abajo las iniciales del reo. El tercer homicida trae en el antebrazo izquierdo el retrato de sn querida, Trinidad; la pasión que, dice, tuvo por ella, lo obligó á solicitar el tatnage; pero cuando comenzaron mis investigaciones para ver qué reos estaban tatua- dos, éste como otros muchos, trató de borrarse sus marcas raspán- dose con un ladrillo el lugar ocupado por la figura, por lo que ésta aparece incompleta. El preso se excusó conmigo, diciéndome que se avergonzaba de tener una marca infamante é indigna de un hom- bre honrado, y por eso había tratado de hacerla desaparecer de sn cuerpo. Ya hemos dicho en otro lugar el móvil que impulsa á los delincuentes á borrarse las figuras; pero hay que advertir que si esto se observa más con los portadores de figura s que no son reli- giosas, sobre todo las eróticas y las representativas, es acaso por ser éstas las que denuncian de alguna manera el modo de ser moral del delincuente. La figura XXII de la plancha IV pertenece á otro homicida; está situada en la cara anterior del antebrazo izquierdo y formada por dos grandes iniciales, F. G., abajo de las cuales hay otras dos pequeñas, L. B.; las primeras corresponden al nombre y apellido del portador, y las segundas á las de la querida. Las primeras ini- ciales se ven incompletas, porque el reo, como otros muchos de quienes ya hemos hablado, trató de borrar su tatnage con un pedazo de ladrillo, temeroso de que le comprometiera; así es que hubo ne- cesidad de reconstruir la figura en una superficie escoriada, enro- jecida por la raspa y la caída de la epidermis. No fné posible re- construir bien las dos grandes iniciales, sino sólo la G.; y temerosos de una inexactitud, dejamos la primera letra con los rasgos que no alcanzó á borrar el cuerpo destructor. El homicida núm. 274, de quien hemos hablado, tiene, además de sus signos religiosos, dos mujeres desnudas y en posición bas- tante deshonesta, como recuerdo de una querida que tuvo cuando fné soldado; tiene también dos palomas, símbolo de amor, en me- moria de la misma mujer. (Véanse las figuras XLV, XLVI y XLVII de la plancha IX.) El núm. 202, preso por el mismo crimen, trae en el antebrazo izquierdo un busto de mujer, retrato de sn novia. Según dice, so- licitó que se lo pintaran, y añade que está incompleto, porque no obstante que se hallaba ebrio, le dolió mucho la operación é hizo suspender la tarea; pero, la circunstancia de encontrarse la marca LOS TATUAGES. 75 en la cara anterior del antebrazo izquierdo, y la posición que el busto guarda, hacen suponer que él mismo se tatuó. (Véase la figu- ra LXXX, plancha XIII.) La figura LXXVII de la misma plancha, pertenece á otro ho- micida: está situada en la región precordial, y consiste en un cora- zón atravesado por una flecha y superado por unas iniciales que no son las del reo: esta circunstancia y el lugar de la figura, indi- can que el sentimiento erótico movió al portador á solicitar el ta- tnage. No quiso revelar el motivo que tuvo, ni en qué lugar se tatuó, pero es probable que haya sido estando preso por algún de- lito distinto del que motivó su prisión actual; sólo dice que, en es- tado de embriaguez, pidió que le pintaran el corazón con las tres iniciales, por lo que, supongo, que éstas corresponden al nombre de una mujer amada. En la misma plancha está la figura LXXXV correspondiente á otro homicida, quien trae en el antebrazo derecho el nombre de Eugenia, que era el de su amada. En la plancha á que nos venimos refiriendo, se hace notable, por su imperfección, la figura LXXXIII que, en el antebrazo de- recho, trae el ladrón núm. 386. Solicitó éste que le pintaran una mujer, al ver que otros se tatuaban. El bosquejo de esta figura hu- mana parece ser más bien de hombre, é indica muy poca habilidad del tatnador, y acaso á esto sea debida la poca semejanza que tiene con una mujer desnuda. De todos modos, denuncia con ella el afec- to á un ser querido. El ladrón núm. 23 trae también en el antebrazo derecho una mujer vestida, que fué preciso reconstruir un poco, porque el preso trató de hacer desaparecer su tatnage, raspándose varias veces el lugar con un pedazo de ladrillo, temeroso, como otros, de ser per- judicado si se le encontraba la figura. Esta representa ála queri- da á quien consagró el recuerdo. Confesó el reo que solicitó ser tatuado, cuando se convenció de que en nada le perjudicaba la con- fesión, y, no obstante su primer empeño en hacer desaparecer su tatnage, no consintió después que yo se lo borrara, por miedo al dolor, según dijo, lo que no creo. (Véase la figuraXX, plancha IV.) Las figuras de las planchas V y VI, corresponden á un solo reo de delito de robo, cuya pena extingue en el establecimiento; pero anteriormente fué condenado por otro delito, cuando prestaba sus servicios en un cuerpo del ejército, en Veracruz, motivo por el cual Dr. MARTINEZ BACA. fué encerrado en el castillo de San Juan de Ulúa, en donde se ta- tuó las figuras mencionadas. Hn la plancha V están los retratos de algunas de sus queridas: dos, en la cara anterior de cada uno de los antebrazos; y otro, en la cara interna del muslo derecho. K1 retrato de la mujer que está en el antebrazo izquierdo, tiene una inscripción qne deja adivinar el sentimiento asociado al del erotis- mo, en el ánimo del delincuente, en el instante de tatuarse: dicha inscripción corresponde á la cara externa del miembro. La plancha VI representa nn gran diablo, qne ocupa casi toda la espalda del reo, quien refiere qne se le ofreció pintarle el após- tol Santiago, y por eso aceptó tan larga operación; pero, terminada ésta, no faltó quien le hiciera conocer sn engaño, lo qne originó qne todos rieran del chasco. Igual cosa pasó con el homicida Ge- rardo Sánchez, del qne ya hicimos mención. Las iniciales F. M. qne figuran en la plancha VIII con el núm. XLH, corresponde al ladrón Jesús Martínez. Dice qne, por ocio- sidad se pintó, y qne ignora lo qne significan las iniciales qne trae. Insistimos en conocer la verdad, pero no logramos qne fuera fran- co. Sin embargo, en la conversación pronunció el nombre de Vi- dencia Mendoza, cuyas iniciales corresponden á las del tatnage. Desea borrárselo, porque, dice, qne sólo los animales se marcan; pero acaso no sea esta la razón, sino el desafecto á la persona qne motivó el tatnage. IV. Tatuages simplemente decorativos. Los tatuages de este nombre son escasos, y tienen poca ó nin- guna significación. Si es verdad qne entre nuestros delincuentes, la mayor parte dice, de sus tatuages, qne se los hace por no dejar, por simple ociosidad, por gastar de cualquier modo las horas del día, caso en qne no tendrían significación psicológica ninguna; tam- bién es cierto qne, en nn grupo de figuras, más obedecen á senti- mientos qne de algún modo denuncian, ya por sí mismos, ya por la región qne ocupan, ó por inscripciones, ó por simples iniciales, el móvil qne indujo al tatnador; pero hay algunos tatuages á los qne no se les encuentra ninguna interpretación, si no es forzando mu- cho la imaginación inventiva, y en tal caso, toda inducción es falsa. LOS TATUAGES. 77 Así, por ejemplo, en las planchas, V, que corresponde al ladrón núm. 251, y XI, perteneciente al núm. 236, aparecen respectiva- mente las figuras XXVIII y LXVL La primera es una estrella que figura nn sol, y por la región que ocupa parece indicar que el reo intentó pintarse una condecoración, pero sin que, para él, tu- viera sn genuino significado, sino más bien por adornarse el pecho, porque la mencionada figura no le evoca recnerdo ninguno: por eso la colocamos entre los tatnages simplemente decorativos. La se- gunda corresponde á dos estrellas, mal dibujadas, por cierto, que tiene el portador: una en el antebrazo izquierdo, y otra en el dorso de la mano derecha. Ambas estrellas podrían tener la significación fatalista de haber precedido á nn nacimiento desgraciado; pero, en la rudeza de nuestros indígenas, no se conoce esta clase de repro- ches á la naturaleza, como hacen algunos criminales europeos que, sin saber por qué, niegan la vetusta é insostenible teoría del libre albedrío, y con la misma falta de fundamento, se hacen partida- rios del antiguo fatalismo; creen que, fatalmente, tienen que de- linquir, por haber nacido bajo una mala estrella. Así lo inscriben en sn piel, después de pintar sn simbólica figura: «nací bajo tma mala estrella.» No pudo, pues, en nuestro concepto, haber dado esa gráfica significación á la figura mencionada, el reo á que he- mos hecho referencia, sino que, como el anterior, decoró su piel, después de haber pintado las figuras que, á sn juicio, le recorda- ban algunos hechos, ó le producían sentimientos que quería per- petuar. Los homicidas 245 y 290, cuyas figuras están marcadas con los números XXXV y LVII de las planchas VII y X, respectiva- mente, tienen dibujadas en el antebrazo derecho uno, y en el iz- quierdo otro, dos cartas de la baraja española, que son, en aquel, la sota de espadas, y en éste, la sota de oros. Al decir de ambos delincuentes, la imitación los indujo á solicitar que les tatuaran las figuras aludidas, al ver que otros hacían lo mismo. H1 primero tiene también otros tatnages que representan una cruz y un águila, de que hablaremos después, y ahora sólo nos referiremos á las figu- ras antes mencionadas, que creemos fueron hechas por la afición de los citados reos al juego, y su predilección por dichas cartas, con las que adornaron sn piel como trofeo de las victorias alcanzadas en el arte de Birján. Bu la misma plancha X está la figura LIV que pertenece á 78 Dr. MARTINEZ BACA. otro homicida. Ks una mano con nn ramo de flores, dibujada en el antebrazo derecho. El portador de dicha figura solicitó que le copiaran nn dibujo que le agradó, cuando otros compañeros de pri- sión se tatuaban. No da explicación de sn tatnage, y aunque le propuse borrárselo, no aceptó mi ofrecimiento; lo que podría in- dicar que se trata de algo que, para él, tiene alguna significación; pero, como el tatnage de que se habla, es excepcional y no le en- contramos natural explicación, lo colocamos entre los simplemente decorativos, igualmente que los anteriores. En la plancha IX, tenemos la figura XLVIII, perteneciente á otro homicida. Representa, en nuestro concepto, una escena de cacería, y consiste en nn venado que está en el antebrazo izquier- do, y nn cazador con sn perro, en el derecho; de manera que, jun- tándolos, se completa la escena. Cuando estaba libre el portador, pagó, según dice, porque le tatuaran las figuras indicadas, y afirma que sólo quiso imitar nn venado que vio pintado, y con esta idea, por una asociación de contigüedad, surgió la de pintarse el caza- dor con sn respectivo perro. Pero es probable que se haya tatuado en la cárcel, que es lo común, y no en sn casa, lo que es excepcio- nal. También es fácil que dicha figura sea la representación de al- gún hecho de sn vida, y en este caso sería un tatnage de la catego- ría de los decorativo-representativos, que á continuación veremos. V. Tatuages decorativo-representativos. Bajo este nombre comprendemos los tatuages que, sin tener una representación simbólica del sentimiento que anima á los de- lincuentes á pintarse, son figuras puramente representativas que, en sn mayor parte, no tienen más significación que la cosa misma figurada, sin que la sensibilidad moral haya tomado participio en la acción. Estos tatuages son nn ejemplo elocuente del atavismo, pues nos recuerdan á los zacatecas primitivos vecinos de los cuachichilas y de los irritilas, que, para salir á la guerra, pintaban en sus cuer- pos dibujos de animales reconocidos como feroces, para infundir temor á sus enemigos; ó como los mayas que, «por simple gala 6 valentía, se labraban el cuerpo. Para ello pintaban sobre la carne LOS TATUAGES. 79 /as labores que querían, y los oficiales que de ello entendían sajaban delicadamente sobre el contorno, poniendo en las heridas cierta tie- rra negra ó carbón molido, con lo cual la pintura se hacía indele- ble. Aquella labor se llevaba a cabo poco á poco) no sólo por ser el dolor mucho, sino porque se enconaban y empodrecían las sajaduras. Ya sanos ostentaban figuras de sierpes, águilas, aves, animales con diferentes labores.»' Los naturales de Formosa imprimen en sn piel figuras de árboles, flores y animales; los abescuta se pintan igual- mente tortugas, caimanes y lagartos, animales que les eran muy conocidos. Los tuski no se imprimen señal ninguna, sino cuando han ejecutado alguna proeza de valor, como haber matado un oso, capturado una ballena, ó en tiempo de guerra.2 Nuestros indígenas delincuentes graban en sn piel los anima- les que les son más conocidos, por verlos casi todos los días, y les dan una sencilla interpretación deducida de sus costumbres; pero sin que se interese en ello sn sentido moral, sino simplemente sn parte intelectual, eu lo que se refiere á la imaginación reproduc- tiva. Corrobora esta opinión el hecho de que la mayor parte de los animales representados son venados, perros, gatos, palomas, águi- las, y rara vez un tigre ó un león; y todas estas figuras se obser- van en los jornaleros que, por razón de sn oficio, viven siempre en el campo. Véase el cuadro núm. 111. Esta clase de tatuages sólo se encuentra entre homicidas y la- drones, sin excepción alguna, dado que no la hemos visto ni una sola vez en otro grupo de reos. En cuanto á los otros signos decorativo-representativos, como hombres y fechas, su número es muy corto para fundar en ellos alguna deducción. También se encuentran en los reos de delitos de sangre y contra la propiedad. Empezaremos por las representaciones de animales. En el homicida 87, cuyas figuras están en la plancha I bajo los números VI y VII, se observan en el antebrazo derecho, un venado que tiene abajo su nombre, y en el antebrazo izquierdo, un león que lleva también el suyo, con letras más grandes. El de- lincuente, indígena, hizo que el tatuador copiara de 1111 dibujo en papel, el león y el venado, por imitar á otros que se pintaban idén- ticas figuras. Otro homicida trae igualmente, en cada uno de sus 1 Orozco y Berra. Historia antigua y de la conquista de México. Tomo 11, pág. 539. 2 Lubbock. Orígenes de la civilización. Dr. MARTINEZ BACA. antebrazos, un animal: del lado izquierdo un perro regularmente dibujado, y del derecho un venado que representa llevar encima á un hombre, que fué destruido con ácido sulfúrico, temeroso el reo de que interpretáramos la significación de su tatuage. La ope- ración dejó una cicatriz indeleble y algunos rasgos de la figura aludida. Este reo pagó porque lo tatuaran; ya hemos hablado de él en otro lugar. Un homicida tiene en el antebrazo izquierdo un tatuage que re- presenta la insignia nacional, y que figura eu la plancha 111 con el número XII. Si hemos de creer al reo, se hallaba en estado de embriaguez cuando se le hizo el tatuage; la operación fué sin su consentimiento y debido sólo á la voluntad del tatuador. Otro tatuage de la misma representación decora el antebrazo izquierdo del homicida número 245. Figura también el águila me- xicana. Dice el reo que quiso se la pintaran en recuerdo de las muchas que hay en su distrito, las que con frecuencia se paran en las cruces del camposanto. Debemos advertir, por sólo el deseo de no asentar una inexactitud, que esta sencilla relación no se refiere al águila real que habita en las regiones montañosas de la Huasteca Potosiua, sino al simple aguilucho que tanto abunda en los distri- tos del sur. Esta figura XXXIV, plancha VIII, es también 1111 signo de libertad, por la representación simbólica que tiene en nues- tro escudo de armas nacionales, sin que por esto se separe de la cla- sificación de los tatuages decorativo-represeutativos. La figura LXXI de la plancha XII corresponde al homicida 335, que tiene figurado eu el antebrazo derecho un tigre, al cual puso el respectivo nombre para que no se confundiera con otro animal. El contraste que hacen los tatuages de este delincuente es no- table: trae, como dijimos en otro lugar, eu la región precordial una custodia con sus ángeles, y eu el antebrazo ya dicho, el animal car- nicero, que quizá más simpatiza con sus instintos sanguinarios. El solicitó que le pintaran el tigre, como también el signo religioso que había de llevar eu el pecho. Cuando le propuse borrarle sus tatuages, aceptó de buen grado, y aun se sintió contrariado al ver que la leche de higuera no daba el resultado apetecido. El homicida 274, de quien ya hablamos al tratar de los signos religiosos y eróticos que se encuentran en la plancha IX, tiene en el antebrazo derecho, además del Santiago que en su oportunidad LOS TATU AGES. 81 indicamos, dos palomas, que significan sin duda el amor de que es- taba poseído hacia las queridas ó novias, representadas por las mu- jeres desnudas que se ven en la misma plancha. Los ladrones son también dados á la representación de anima- les, aunque con menos frecuencia que los homicidas. El salteador núm. 23 tiene en el antebrazo izquierdo un coyote (así lo llamó el reo), que se tatuó él mismo, según dice, sin tener por objeto darle una significación simbólica. Lo mismo sucedió con el ladrón tan- tas veces citado núm. 251, cuyos tatnages ocupan las planchas V y VI. Este reo, entre los tatnages de mujeres que tiene en distintas partes de su cuerpo, trae en la región mamaria derecha un venado, que calcaron en su piel de una marca de papel Génova. Dicho ani- mal, que se observa con alguna frecuencia entre los tatnages de nuestros delincuentes, tiene también su significación simbólica de libertad entre algunos presidiarios, aunque esta declaración no la hemos obtenido sino de un solo individuo, de quien hablamos ya. En otro lugar hablamos del ladrón M. Reyes, muy dado al ta- tuage de todo género (sus figuras ocupan toda la plancha XI); entre éstas existen la de un caballo y un gato, aunque el último parece más bien un león ; pero hay que conformarse con el nombre que le da el portador, ya que, por lo malo del dibujo, tanto puede ser uno como otro. El reo citado tiene el caballo y el gato en el antebrazo derecho, así como la figura que representa al diablo con el nombre de Birján, de la que hablaremos después; tiene, además, un venado en el antebrazo izquierdo. Ya dijimos que este delin- cuente dirigió la maniobra de su tatuage, indicando cuáles habían de ser las figuras y qué regiones habían de ocupar. No proporciona datos acerca de aquellos animales, y parece que sus figuras sólo son debidas al hábito de vivir entre ellos, pues es jornalero, y como todos los de su oficio, vive en una choza de paja ó de palma, en me- dio del campo. Le propuse borrarle sus tatnages, y me manifestó el deseo de conservarlos, deseo que respeté, conformándome en esto á los principios de Variot. La inscripción de números para significar una época de la vida, no es frecuente en nuestros criminales; sólo en dos delincuentes de ataques á la propiedad encontramos las inscripciones de fechas, que deben tener para los portadores recuerdos probablemente amar- gos, de algún día de su existencia, de la época en que esperan ob- tener su libertad ó del día en que se tatuaron; pues como se gra- 82 Dr. MARTINEZ BACA. ban dichas fechas en el cuerpo durante su estancia en la cárcel, es probable que indiquen el plazo en que ellos deben saldar sus cuen- tas con la sociedad que los hizo responsables de sus acciones, por el solo hecho de formar parte del organismo social, cualesquiera que hayan sido las condiciones fisio-psicológicas de sus autores. B1 dibujo representado en la plancha IX núm. L, pertenece al reo de asalto y robo Gnmesindo Sánchez, quien tiene en el ante- brazo derecho grabadas las iniciales de su nombre, seguidas de la fecha «12 de Mayo de 94.» Este preso solicitó que lo tatuaran, pero no quiso aclarar el significado de sus figuras. Probablemente la fecha se refiere á la época de su prisión, para recordarle el tiempo que debe durar su condena. En iguales circunstancias se encuentra, de seguro, el reo de robo Adalberto Ramírez, cuyo tatuage se encuentra representado en la plancha XIII, figura LXXVIII. Este delicuente tiene, como el anterior, en el antebrazo derecho, las iniciales de su nombre, y abajo de ellas, con números grandes, la fecha «1888.» Dice el reo, lo que no es creíble dada la edad de 19 años que contaba cuando se tatuó, que él mismo se pintó en su casa sin saber lo que hacía, y aun fué reprendido por su padre; pero no quiso dar explicación de lo que significa la cifra citada, por lo que suponemos que se refiere á algún acontecimiento notable de su vida, ó lo que es más probable, que señala la época de alguna prisión anterior á la que ahora sufre. Ee propuse borrarle el tatuage, dándole á entender que es algo dolorosa la operación, y no obstante esta circunstancia, aceptó que quitara de su cuerpo esa marca, que sólo los animales traen: términos que usó para expresarme su consentimiento. La tercera inscripción de fecha corresponde al reo de lesiones Juan Hernández, cuyo tatuage se ve en la plancha IV, bajo el nú- mero XXI bis. El sentimiento de imitación hizo á este hombre so- licitar que lo tatuaran, y pidió que le grabaran en el antebrazo iz- quierdo su nombre con una cruz, y en el derecho dos cruces con la fecha del día en que se tatuó. Hay que notar que en los tres reos que tienen fechas, precede á éstas el nombre, lo cual me hace suponer 1111 fenómeno de aso- ciación de tiempo y de lugar, entre el nombre del reo y la fecha que lleva. Las figuras de hombres que están comprendidas entre los ta- tuages decorativo-rep re sen tativos, corresponden igualmente á reos LOS TATUAGES. de delitos contra la propiedad; el primer tatuage de esta clase es el del núm. 270, y está representado en la plancha I, figura V. Como hemos dicho en otro lugar, este individuo sostiene que, estando en completa embriaguez, lo llevaron á la cárcel: fué tatuado durante el sueño congestivo, y que, por lo mismo, ignora la significación de la figura que tiene en el antebrazo derecho. Tal aseveración, como lo hicimos ver, carece de fundamento, pues parece que la figu- ra representa un agente de seguridad pública, al que, por vengan- za, le puso un pie de gallo, y lo conservó en sn cuerpo, para no olvidar que tiene cuentas pendientes con él. Idéntico móvil parece que impulsó al ladrón núm. 50 bzs} á ta- tuarse la figura XXX, plancha VII, que tiene en la cara posterior del antebrazo izquierdo, y que representa un charro, que fué des- pojado de su vestido por el ladrón aludido; y en recuerdo de su ha- zaña, se lo retrató, y se pintó en la cara posterior del antebrazo derecho esta inscripción ridicula; «No soy, pero me » Hu- biera completado el tatuador la frase, añadiendo la palabra «pa- rezco, » si las circunstancias que ignoramos le hubieran permitido hacerlo. La tercera figura que representa un hombre, forma parte de la escena de cacería que se ve en la plancha IX con el núm. XLVIII. Este tatuage corresponde á un homicida, y no parece hacer alusión á su delito; es probable que el dibujo sea la representación de al- gún hecho de su vida de libertad con el cual quiso decorarse. VI. Tatuages antirreligiosos. Llegamos á los últimos signos y símbolos de los tatuages de- corativo-representativos. Al principio de este capítulo dijimos que el sentimiento religioso de la raza indígena es primitivo, y le su- giere las más obscuras ideas respecto á la divinidad de la religión cristiana que se le hace profesar. El antropomorfismo, en toda su desnudez, se manifiesta con claridad á la escasa inteligencia del in- dio ; por esa razón, al poder de Dios hecho hombre, opone otro poder representado también por un hombre, el diablo, creencia robusteci- da por la leyenda bíblica de Luzbel, que es lo primero que se le enseña, porque antes de creer, aprende á temer. El indio cree, pues, 84 T)r. MARTINES BACA. en el diablo con sus cuernos y su cola, como la Iglesia lo pinta; y, concediéndole mucho poder, según le aseguran que tiene, le pide su protección, y aun le trae consigo dibujado, como otros un santo, para que lo ayude en sus empresas; pero la creencia en este ser ideal es tan obscura como la que tiene de Dios; y de aquí el con- traste que notamos en algunos tatuages, en los que, al lado de un Santiago ó de una Gnadalupana, por ejemplo, hay un diablo con to- dos los caracteres que la mitología cristiana le ha querido atribuir. El homicida G. S. lleva en la espalda un gran diablo, represen- tado en la plancha XIV, en la cual está reducido á un tercio de su tamaño, pues el original empieza á nivel de las últimas vértebras del cuello y acaba con las últimas lumbares; tiene, además, como en otro lugar lo dijimos, la imagen de San José, en la región pre- cordial, y un Santiago, en la mamaria derecha. Ea razón que ex- pone para eludir la responsabilidad de traer consigo un diablo, es que solicitó que le pintaran una Virgen de la Soledad, y, por tra- vesura, le dibujaron el diablo, con esta inscripción: «Es el diablo de G. S.;» pero, preguntado si quería que le borrara yo sus tatua- ges, se negó redondamente, y aun dijo que tenía gusto en traerlos. Esta negativa prueba hasta cierto punto que el sentimiento anta- gonista al religioso, tiene fuerza en el espíritu desequilibrado del delincuente, y deja duda sobre si fué travesura la que le hicieron al pintarle el diablo. Igual cosa pasó con el ladrón José de la Luz López, que tiene buen número de tatuages, cuyas copias ocupan toda la plancha V, y son del orden erótico y decorativo. Toda su espalda está ocupada por un gran diablo, el cual se encuentra representado en la plan- cha VI, reducido á los dos tercios de sn tamaño. Este delincuente dice que también fué engañado, pues le propusieron pintarle un Santiago, y le tatuaron el diablo. Menos creíble es el engaño en éste que en el anterior, pues se trata de un gran criminal que, antes de delinquir en el distrito de Matamoros (Izúcar), de donde procede, ocupó por mucho tiempo una bartolina en el castillo de San Juan de Ulúa (Veracruz). Era un gran ladrón, y, como dicen que el dia- blo tiene uñas muy grandes, y en esto se le parecía, quiso sin duda grabar su efigie, para que la influencia fuera más directa y más seguros sus golpes. En la plancha X tenemos otras dos figuras semejantes á las an- teriores, aun que pequeñas: una corresponde al homicida F. J., 3^ LOS TATUAGES. 85 la tiene en la cara anterior del antebrazo izquierdo, fignra LVL Dice este hombre que vió qne sus compañeros se tatuaban, y soli- citó que le pintaran nn Santiago; pero qne, no teniendo la figura para calcarla, pidió que le dibujaran el diablo. Sólo por una aso- ciación de ideas por contraste puede creerse en tal aberración de sentimientos, tanto más, cnanto qne el reo manifiesta no creer en el diablo, pues dice francamente que si en él creyera, se le enco- mendaría para salir siempre bien en sus empresas; pero el hecho de traer sn imagen prueba la creencia en él, y debe desecharse por improbable el qne no le hayan tatuado el Santiago por falta de mo- delo. Pero cuando le propuse borrarle sn tatnage, aceptó gustoso y aun quiso que le hiciera desaparecer toda la fignra en una sola sesión, á lo que no accedí por no cansarle muchos dolores. Quien no haya tratado mucho tiempo á los criminales, y no co- nozca por esto mismo sn perversidad, puede creer que lo qne dijo el reo á qne estamos haciendo referencia, es una verdad; pero lo expuesto por él no fué más qne una excusa para atenuar la respon- sabilidad que supone tener, como portador de sn tatnage, pues he notado qne casi á todos los tatuados les apena mostrar una marca, qne quisieran ocultar á los ojos de personas qne no son de sn co- munión social. La fignra LUI de la plancha indicada nos muestra otro símbolo semejante al anterior, con el agregado de una calavera qne la figura representa llevar en la mano izquierda. Este símbolo diabólico está en la cara anterior del antebrazo izquierdo del ladrón núm. 142, quien manifiesta con franqueza qne le propusieron tatuarle un dia- blo, y aceptó con la condición de qne fuera en el antebrazo izquier- do, para que, cuando le diera la mano al padre confesor, no le viera tal fignra. Este delincuente, como el anterior, dice qne no cree en el diablo, y, sin embargo, lleva sn imagen para qne lo acompañe; le propuse borrarle su tatnage, y aceptó con la condición de qne no había de dolerle la operación, lo cual no fué más qne un pre- texto para excusarse, porque, al terminar la entrevista, se rehusó. Por último, en la plancha XI, cuyas figuras corresponden al ladrón núm. 236, y de las qne ya nos ocupamos en otro lugar, apa- rece el mismo símbolo diabólico con el nombre de Birján, que tie- ne en el antebrazo derecho; está señalado con el núm. LXII, A este hombre, como á los anteriores, le propuse borrarle sus mar- cas, y manifestó deseo de conservarlas. 86 Dr. MARTINEZ BACA. Por lo expuesto, se vé que el símbolo de que se trata tiene su influencia en el espíritu supersticioso del indio delincuente, por más que diga que no cree en él, pues si así fuera, ni llevaría con- sigo su imagen ni rehusaría que se le despojara de una influencia que él cree benéfica, dado el poder que le atribuye; aunque, á de- cir verdad, esta creencia no es sólo patrimonio del indio, delincuente ó no, sino de todo espíritu mezquino é ignorante que, sin conoci- miento de los fenómenos de la naturaleza y de sus leyes, sin apre- ciar la evolución que ha seguido la humaninad, ha aceptado, de grado ó por fuerza, un ser ideal que sólo sirve para cohibir las ac- tividades intelectuales del hombre, y detenerlo en su carrera de perfeccionamiento, que es el fin que persigue. LOS TATUAGES. 87 CAPITULO IX División en Distritos del Centro y del Sur, según la procedencia de los criminales tatuados en el Estado de Puebla. ay un principio en sociología, fundado en las leyes na- T turales, que las costumbres de los hombres están de- y / \ terminadas por el medio eu que viven. Deseuteudiéu- donos de otros factores que por el momento no nos toca considerar, y atendiendo sólo al clima, que es el ele- mento que más ha sobresalido en nuestras investigaciones antro- pológicas, veremos que los delincuentes revelan un carácter étnico en los Distritos de que nos vamos á ocupar, con respecto á sus ta- tuages. Por supuesto, que el clima no es la causa exclusiva ó princi- pal del modo de ser moral y físico de los hombres, porque, si así fuera, todos los pueblos de regiones semejantes, tendrían entre sí caracteres también semejantes, y lo contrario sucedería con pue- blos cuyos climas fueran diferentes; lo que no es así. «Es cierto que los climas menos desemejantes pueden ser ha- bitados por razas que lo son más. Los lapones. los esquimales, los negritos, los papuas, ofrecen un doble ejemplo de razas autóctonas diferentes, viviendo una al de la otra bajo el mismo clima. Los an- tiguos mexicanos, de costumbres tan extraordinariamente crueles, y los antiguos peruanos al contrario, tan poco sanguinarios, eran, sin embargo, despueblos de origen común, de civilización igual y sometidos á una misma influencia climatérica» (Zaborowski). 88 Dr. MARTINEZ BACA. Pero las grandes alturas, como las profundas depresiones del suelo, tienen, no obstante, su influencia en los organismos, siquie- ra sea por el medio que los envuelve y los agentes que los excitan: el aire y la luz. Bu el Estado de Puebla se notan estas diferencias étnicas, ya se trate de los pueblos del norte ó de los del sur. El carácter de los habitantes de ambas regiones es diferente, y lo traducen en sus costumbres y hasta en su aspecto exterior. El indio de la sierra es taciturno, melancólico, resignado; su semblante revela un espí- ritu tranquilo, movido sólo por la necesidad de respirar el aire en- rarecido de sus montañas; pero de tal manera adaptado á su medio, que, cuando baja á las planicies, se vuelve torpe, miedoso, y trata de regresar á sus lares. Agil en sus movimientos, activo en sn tra- bajo, trata de sacar á la tierra el fruto de sus faenas para procurar el substento. Por el contrario, en las tierras bajas de las regiones del sur, el hombre es diferente en su aspecto y en sus costumbres; su vida está sobreexcitada constantemente por los agentes exteriores: el calor, la luz y la electricidad. Su semblante revela la agitación de que es presa en ciertas horas del día, para caer después en la flo- jedad y en el abandono, que es su estado normal. Favorecido por el clima, que pone á su disposición los frutos de la tierra con tan poco trabajo cultivada, no se preocupa por el modo de vivir, y la lucha por la existencia se debilita en sn acción, hasta dejar sólo al organismo el cuidado de restablecer el equilibrio funcional. Vio- lento en sus pasiones, de imaginación viva, se exalta con el menor excitante moral, acrecienta la idea que suscitó el movimiento, y en- tra en lucha casi salvaje para vengar la ofensa que se le infirió. Sus necesidades limitadas y casi siempre satisfechas, no dan lugar al desarrollo de la vida intelectual y social, como en los países que gozan de un clima templado; y de aquí el poco progreso que se no- ta, por lo general, en los pueblos de esas regiones. No sucede así en las regiones del centro. Estimulado sin ce- sar por las condiciones de su existencia, el hombre se hace indus- trioso, precavido y económico; ama una vida que debe eu parte á sus propios esfuerzos; procura la sociedad en que poder desarro- llar sus facultades intelectuales, y en ella su ideal encuentra le- gítimas satisfacciones; y sus sentimientos superiores, moral, esté- tico y social, alcanzan un rápido y seguro progreso. Por esto es LOS TATUAGES. 89 que en las regiones templadas se aglomeran la mayor parte de los hombres. El Estado de Puebla, por sn situación topográfica, tiene un cli- ma templado en las llanuras, caliente en los Distritos del sur, y frío, en los del norte. De aquí su división en tres regiones: la del norte, la del centro y la del sur. La región del norte en el Estado comprende los Distritos de la sierra, que son: Hnachinango, Zacatlán, Alatriste, Tetela, Zaca- poaxtla, Tlatlanqnitepec y Teziutlán. Todos estos Distritos tienen sus representantes en la Penitenciaría, y el contingente de crimi- nalidad de cada uno de estos lugares es proporcionalmente menor que el de los Distritos del centro y del sur; pues aquellos dan un 19% de los asilados, mientras que estos últimos dan la enorme pro- porción de 45%, para los del centro, y de 37%, para los del sur. A pesar de esto, en atención á que el delincuente es dado al ta- tuage, debimos encontrar algunos individuos tatuados originarios de la sierra, cuando practicamos el registro general entre los pe- nitenciados; pero no fue así, pues con excepción de 11110 de Teziu- tlán, que excluimos del cuadro general por no servir como dato estadístico, no había de los procedentes de aquella región, quien tuviera dibujos en el cuerpo; circunstancia que, para explicarla satisfactoriamente, exigiría entrar en el estudio de otros detalles que nos alejarían de nuestro objeto. En el estudio estadístico que vamos á emprender, sólo nos ocu- paremos con los distritos del centro y del sur, comparando entre los individuos de ambas regiones, todos los detalles que hemos creí- do deber reunir para formar un concepto délo que es el delincuente tatuado en el Estado de Puebla, ya que no tenemos derecho á de- cir en la República Mexicana; aunque, como veremos al tratar del tatuage en nuestros soldados, sus símbolos y signos tienen tanta semejanza con los de los delincuentes, que nos sería permitido dar- les el título de nacionales, por haber reconocido el tatuage en in- dividuos procedentes de casi todos los lugares de la República. El Cuadro primero1 nos pone de manifiesto el estado social que guardábanlos delincuentes cuando se tatuaron; por él vemos qne los solteros, con poca diferencia, son iguales en número en los distri- tos de ambas regiones; que los casados, en razón del clima y otras circunstancias del medio, preponderan en los distritos del sur; y 1 Véase el cuadro primero. Dr. MARTINEZ BACA. que los viudos, aunque en corto número, deben abundar más don- de bay más casados. Se explica igualmente que los delitos de sangre se presenten con más frecuencia en las regiones calientes que en las templadas, y que los delitos contra las cosas, á causa de la mayor civilización eu los distritos del centro, sean en menor numero que en los del sur, en donde aquella no penetra sino venciendo grandes dificul- tades que opone el medio ambiente. Esto último nos da también, en mi concepto, la razón de por qué hay mayor número de tatua- dos en individuos procedentes de los distritos del sur, que de los del centro; pues de los 57 tatuados registrados en la época á que ya nos hemos referido, y limitando la observación á tres clases de delincuentes: homicidas, reos de lesiones y ladrones; hay un 37% en los del centro, y un 63% en los del sur. Notable proporción que patentiza el estado social de los habitantes de esta última región. Los móviles que impulsaron á nuestros delincuentes á solicitar el tatuage, son de orden sensitivo y pasional, y en este fenómeno representan el principal papel los sentimientos erótico y religioso, ya aislados, ya combinados el uno con el otro, cosa frecuente entre nuestros indígenas. El tatuage erótico es escaso en las dos regiones de que nos estamos ocupando, y en ambas, casi igual en número; lo mismo sucede con el combinado ó sea el erótico-religioso. El religioso se ve que es más frecuente en las regiones del sur. Los otros senti- mientos más primitivos, como el del amor propio, el del rencor y el de la venganza, no son de los que mueven violentamente á ta- tuarse, como se ve en el cuadro que analizamos. El sentimiento de imitación, bien comprobado, y el antirreli- gioso, no se hacen notables por su número entre los tatuados de una y otra región, por lo que no debo hablar de ellos, sino hasta que se trate de las causas del tatuage en otro lugar. No obstante lo dicho, vemos que la mayor parte de los indivi- duos tatuados solicitaron la operación, y que á muy pocos se les propuso; lo que nos da á entender que el motivo principal es el ex- citante que produjo en ellos la vista del tatuage en otros; excitan- te que los movió á solicitar la operación, pero impulsados á su vez por otro sentimiento, que el que representa la figura que motivó la solicitud. Así, pues, la solicitud puede venir de dos fuentes: ó porque al LOS TATUAGES. ver el individuo un tatuage quiera tener la misma figura, y este fenómeno si es de simple imitación; ó porque al ver que otro se ta- túa, por ejemplo, un corazón, movido por nn sentimiento erótico, se le excite otro sentimiento, el religioso supongamos, y solicite qne le pinten una cruz. Bu este caso el fenómeno imitativo es más complexo; es la asociación de un fenómeno sensitivo con otro in- telectual ; la excitación de un sentimiento acallado hasta entonces, causado por un estado de conciencia de simple percepción exterior. Por lo mismo, el sentimiento de imitación por el cual se solicita el tatnage, tiene dos orígenes inmediatos: el qne proviene de un motivo ó el qne proviene de nn móvil, es decir, la excitación fun- dada en razones de orden intelectual y la excitación fundada en ra- zones de orden sensitivo. Comparando los símbolos y signos de la bien escrita obra so- bre el tatnage, de Lacassagne, en la que se llaman «emblemas,)) con los qne portan nuestros delincuentes, ya en el número ó en los signos representados, y estableciendo una proporción entre los in- dividuos reconocidos por el Dr. Lacassagne y los reconocidos por mí, vemos que de 378 individuos (entre soldados y delincuentes), el mencionado Doctor registró 1,333 tatuages, ó sea una enorme proporción de 352.6%, mientras qne en 663 delincuentes (todos pe- nitenciados) qne reconocí 1 obtuve 117 tatuages, ó sea 17.7%. Aceptando el principio racional del distinguido Doctor qne liemos citado, de qne «el mayor número de tatuages da, casi siem- pre, la medida de la criminalidad del tatuado, ó á lo menos la apre- ciación del número de sus condenas y de sn permanencia en las prisiones,)) resulta que nuestro pueblo bajo es menos delincuente qne el europeo, lo qne parece estar en contradicción con una ley sociológica: qne las buenas costumbres de los hombres están en razón directa de sn civilización; y como la costumbre del tatnage recuerda la barbarie de un pueblo, la civilización del mexicano no puede compararse con la del europeo, resulta al parecer contra- dictorio el principio. Pero, entre otras razones qne hay para qne el punto qne analizamos no haga excepción á la ley antes dicha, citaremos la siguiente: el delincuente europeo está más en contac- 1 Aunque los tatuages observados por mí, también comprenden los de militares, y éstos en su mayor parte (nos referimos á la clase de tropa), son delincuentes, dado el sistema de reclutamiento actual; hacemos alusión aquí solamente á los tatuages recogidos en la Penitenciaría del Estado, pues de los militares formamos una sección aparte. Dr. MARTINEZ BACA. to con individuos que proceden de lugares en donde el tatnage es nna ley casi universal. Así, refiriéndonos á Francia, sus posesio- nes en Africa y en Oceanía dan contingente á sus cárceles, y de- lincuentes de todas partes del mundo van también á las prisiones europeas, en donde excitan con sus dibujos el sentimiento de imi- tación de los otros. Hsto hace que el número de tatuados sea muy grande, no obstante su instrucción y su civilización, pues la pri- mera circunstancia no se opone al paso de una costumbre que se extiende hasta las primeras clases sociales en las que ha sufrido una especie de selección. El distinguido profesor de Medicina Legal, de la Facultad de Lyon, divide los tatuages, según el dibujo representado, en siete categorías, á saber: i(?, emblemas profesionales; 2°, militares; 3?, patrióticos ó religiosos; 4", inscripciones; s°, amorosos y eróticos; 6°, emblemas ó metáforas; 7?, emblemas fantásticos é históricos. De éstos, los últimos son los que más abundan, y los patrióticos y religiosos los que en menor número se registran. En segundo tér- mino de frecuencia se encuentran los amorosos y eróticos. En el estudio que sobre el tatuage hace el notable y distinguido antropologista Dr. Lombroso, en su obra Liuomo delínquente, abar- ca un conjunto de 6,784 individuos, de los cuales 3,886 eran solda- dos y 2,896 criminales, comprendiendo en este número á las pros- titutas y los soldados delincuentes. Nos ocuparemos, por ahora, solamente con los tatuados crimina- les, sean civiles ó no, puesto que el uso del tatuage es común en los delincuentes y aun en ciertos lugares civilizados, sobre todo en Italia, donde alcanza grandes proporciones. En 3,048 individuos que examinó Lombroso, encontró 167 ta- tuados, ó sea una proporción de 7.9 por ciento para los adultos, y de 40 por ciento (?) para los menores, clasificados según sus pro- fesiones, en albañiles, carreteros, mineros, carpinteros, panade- ros, etc. Distingue los tatuages según los símbolos á que hacen alusión los dibujos, en cuatro clases, á saber: signos de amor, de religión, de guerra y de profesión. Los signos de amor son los menos numerosos, y corresponden principalmente á los lombardos y á los piamonteses; consisten es- tos signos en nombres ó iniciales de la mujer amada, escritos con letras mayúsculas y que se refieren á la época del primer amor; en uno ó en muchos corazones atravesados por una flecha; en dos ma- LOS TATUAGES 93 nos entrelazadas; en una mano con una flor; ó, en fin, en un dís- tico amoroso. Los símbolos de guerra son frecuentes, como es natural, entre los militares, puesto que son sus signos profesionales. Los símbolos religiosos son los más frecuentes después de los militares, y según las palabras del autor citado, «parecen muy na- turales á aquel que conoce el espíritu devoto del pueblo italiano.» Esto no nos cansa extrañeza, porque entre nosotros hay idéntica razón. La mayor parte de estos dibujos consiste en una cruz sobre una esfera; en un corazón rodeado de cirios, y que es especial á los lombardos; en la imagen del Santísimo Sacramento, particular á los napolitanos; en un crucifijo, ó en el retrato del santo patrón. Según el autor ya dicho, hay un tatnage peculiar á los rumanos de Chieti y de Aquila, dibujo transformado por los tatuadores, que se reduce á una H mayúscula, adornada por una línea transversal, y generalmente, superada de una cruz.1 Este dibujo se encuentra en los calabreses los lombardos, que fueron á Ancona, después á Loreto, ya. por casualidad, 3ra en peregrinación, y que desearon con- servar un recuerdo de este acontecimiento en su propio cuerpo. (1. c.) Pero un carácter general de los criminales tatuados europeos, que hacen notar los distinguidos antropologistas Lombroso y La- cassagne, y que contrasta con el de nuestros delincuentes, es la obscenidad del dibujo, por sí mismo ó por la región del cuerpo en la cual está grabado. En 142 criminales examinados por Lombroso, 5 llevaban el ta- tuage á lo largo del pene; uno de ellos figuraba con el glande la cabeza y la cara de una mujer, de manera que la boca correspondía á la abertura del meato urinario; otro, en el dorso del miembro vi- ril llevaba las armas de la casa de un tercero, en la mis- ma parte, el retrató de su amada; otro, las iniciales de su querida; y, por último, el quinto, un ramo de flores. Lacassagne recuerda que sus observaciones á este respecto son mucho más numerosas, pues tiene anotados 35 dibujos de esta clase, en la colección de 378 individuos tatuados que observó. En el estudio que Marro hizo de 156 delincuentes tatuados (no dice entre cuántos criminales), los signos que más abundan son los eróticos y los religiosos; siguen después, por orden de frecuencia, los dibujos de animales y, entre éstos las serpientes ocupan el pri- 1 Los tatuages. ( Lacassagne.) 94 Dr. MARTINEZ BACA. mer término; vienen en seguida las cabezas de caballo ó de burro, á que tienen predilección los tatuados italianos, que menciona di- cho autor. Pero el ilustre profesor no da interpretación ni á la fre- cuencia de los signos ni á su representación, y se desentiende, ade- más, del motivo que indujo á los reos á escoger esas figuras más bien que otras, no obstante que ponen de relieve su verdadera in- clinación á tatuarse. Entre nuestros tatuados, se hacen notables los delincuentes de los distritos del sur, por ser los únicos que tienen dibujos de ani- males. Sobresalen, por su frecuencia, las figuras de venado; vienen después en orden decreciente las de los carniceros, como perros, coyotes, leones, tigres y gatos; en último lugar, las de los caballos; pero no se registra en los criminales del Estado de Puebla, ni uno solo que traiga una serpiente, tan usada por delincuentes italianos, según Marro. Haciendo un resumen del cuadro particular á que nos estamos refiriendo, en lo relativo á los símbolos y signos de los tatuados del centro y del sur, veremos que los tatuages de los del sur es- tán en una proporción de más de 50 por ciento que en los del cen- tro; que los tatuages religiosos figuran en un 28.2 por ciento para los del sur, y sólo eu 5.9 por ciento para los del centro; que los eróticos, con poca diferencia en favor de los del centro, son casi iguales en los de ambas regiones; y, por último, que los decorativo- representativos, entre los cuales se colocan las figuras de animales, corresponden, excepto cuatro, á los tatuados de los distritos del sur, de los cuales es el primero el de Matamoros. «El carácter especial del dibujo, según su localización, y sobre todo, el número de los tatuages, dice Eacassagne, son la manifes- tación de esta vanidad instintiva y de esta necesidad de ostenta- ción, tan características del hombre primitivo ó de los criminales natos.» En efecto, el lugar que ocupan los tatuages yel número de ellos, hablan muy alto en contra del buen estado moral de un ta- tuado, pues su perversión física y moral estarán de una manera ge- neral en razón directa del número de figuras que tiene, de su repre- sentación y de la región ó regiones que ocupan. Un delincuente que se ha dejado tatuar todo el cuerpo, supone poca sensibilidad física y grande exaltación moral, erótica, religiosa óde cualquier otro orden. Si á la representación del dibujo se agrega que la región LOS TATUAGES. 95 en que está, afecta por su naturaleza el pudor del hombre civilizado, la obscenidad del portador será más manifiesta que la de aquel que sólo revela lubricidad por la figura misma. Esto pasa con los tatuados exóticos, eu los que la región ocupa el dibujo; el número de figuras y sus representaciones, indican el grado de perversión moral, y por lo tanto, aquello de que pueden ser capaces eu la tortuosa senda del crimen. Copiamos eu seguida el cuadro de Eacassagne, que indica el número de tatuados y la distribución de sus figuras, según las di- ferentes regiones del cuerpo. Sitio dk los tatuages. de Numero LOSSUOETOS TATUADOS. Kn los brazos y el vientre solamente . . i En el vientre solamente 4 En los brazos y en los muslos solamente. 6 En el pedio solamente 8 En el pene ii En todo el cuerpo 29 En los dos brazos y en el pedio .... 45 En el brazo izquierdo solamente .... 59 En el brazo derecho solamente 88 En los dos brazos solamente 12/ Estos tatuages, estudiados por el distinguido autropologista francés, son por demás curiosos. Refiere en su obra tantas veces citada, que un delincuente estaba tatuado eu todo el cuerpo, y que su tatuage representaba el uniforme de un general ó de un almi- rante; que otros tenían inscripciones eu la cara; uno tenía eu la frente esta leyenda: martirio de la libertad; otro, esta profecía: el baño me espera. El vientre (abajo del ombligo) fue siempre el sitio de dibujos lúbricos yde inscripciones pornográficas, tales como: llave de arnor) placer de las damas, ella piensa en mí, etc. En su vasta colección de tatuages, ha encontrado los de 15 individuos que tenían en el pene figuras alegóricas, de las cuales 11 consistían en una bota con su acicate; pero la interpretación de esta figura no es la que generalmente se le ha dado al considerarla como un signo de pe- Dr. MARTINEZ BACA. derastía, sino que representa un juego de palabras que, por su obs- cenidad, me excuso de expresar. El pecho es reservado para los grandes dibujos decorativos é inscripciones amorosas. En el dorso se encuentran los más gran- des tatnages; las figuras tienen una longitud hasta de cU’qo. Las regiones glnteas son también el sitio de dibujos lúbricos, entre los que sobresalen por su frecuencia, aquellos que represen- tan los órganos genitales. Lombroso también nota lo común del tatuage en la cara ante- rior del antebrazo; después, en el pecho y en las espaldas (princi- palmente en los marinos), en los dedos en forma de anillo y en los órganos genitales. Para este eminente antropologista, no habría un delincuente con un tatuage más ó menos lúbrico en la región dorsal ó en los órganos sexuales, que no hubiera estado en las islas oceánicas ó permanecido algún tiempo en las prisiones. Ha notado igualmente que ciertos signos son característicos de los lom- bardos ó de los piamonteses, y que corresponden á los emblemas amorosos. Consisten en iniciales del nombre de la mujer amada, en corazones traspasados por una flecha, en dos manos entrelaza- das, ó bien en una flor ó en un dístico amoroso. Refiere que los pastores de Lombardía y los napolitanos son muy dados á los sig- nos religiosos, que consisten en una cruz sobre una esfera, en un crucifijo ó en la representación del Santísimo Sacramento (una custodia). Como Lacassagne, el autor citado dice que la extensión del ta- tuage á todo el cuerpo, es un carácter especial del hombre criminal; como aquel, encuentra también tatnages en la parte más visible de la cara, la frente. Uno tenía esta inscripción: Muerte á los Bur- gueses; otro, un gorro frigio con las letras W. M. qne querían de- cir « viva Mazzini;» por último, cita á otro cuyos tatnages recor- daban los acontecimientos más notables de su vida, con ideas de venganza. Ya en otro lugar hablamos de los tatnages obscenos y de las re- giones que ocupaban; éstas son las mismas que nos señala Lacas- sagne. Marro, en su obra ya citada, señala también las regiones en que con más frecuencia se encuentra el tatuage en los delincuentes, á saber: LOS TATUAGES. 97 Sitio de los tatdages. Numero DE LOS SUGETOS TATUADOS. En el antebrazo izquierdo . . . . . . . 21 En el antebrazo derecho. . . . • • • • H En los antebrazos . . . . 23 En el pecho • • • • 5 En la mano • • • • 7 De estos tatnages dos solamente eran obscenos y 31 eróticos; es la mayor cifra de la lista que trae dicho autor. En nuestros delincuentes, como se verá en el cuadro núm. 1, las regiones tatuadas son las mismas que en los criminales euro- peos, con excepción de la de los órganos genitales y las glúteas. Las más generalmente ocupadas son : la del antebrazo derecho por su cara anterior; luego viene la de ambos antebrazos; después la del antebrazo izquierdo, y por último la del pecho. De las otras regiones, apenas merecen mención la del dorso (espalda), el vien- tre, la mano y el brazo. Hay que advertir que en la lista que uos da el Sr. Lacassague de las regiones ocupadas en sus tatuados, nos habla de los brazos y nunca de los antebrazos; y como anatómicamente en los miem- bros superiores hay dos regiones, suponemos que cuando dice: «en el brazo izquierdo solamente, en el brazo derecho solamente,» se quiso referir á los antebrazos, porque en efecto, son las regiones más generalmente ocupadas en los tatuados, sean delincuentes ó no. En nuestros tatuados, el antebrazo derecho es el que predo- mina, y creo que tratándose de esta región, lo mismo pasa en todos los que se tatúan. La razón en mi concepto es psicológica. El niño, por razones fisiológicas que no son del caso exponer, ins- tintivamente da la mano izquierda con más frecuencia que la dere- cha, y en él este movimiento es provocado por un excitante exte- rior, como cuando se le da la mano. Después de la primera infancia este fenómeno cambia de lado, no sólo porque las necesidades se satisfacen mejor con el miembro superior derecho, sino porque la educación, y por lo mismo el hábito, obligan al niño á servirse de preferencia de la mano derecha, á menos que sea ambidextro ó zurdo. De aquí es que, instintivamente, el que va á ser tatuado presenta con más frecuencia el antebrazo derecho que el izquierdo. Pero las regiones referidas, como sitio del tatuage, no son igual- 98 Dr. MARTINEZ BACA. ' mente usadas por nuestros delincuentes, según que procedan de los Distritos del centro ó de los del sur. Aceptamos ya como princi- pio antropológico la conclusión del eminente Doctor Lacassagne: «el número de tatuages que lleva un hombre está en razón direc- ta del grado de su criminalidad ó de su frecuencia en delinquir;» y conforme á lo que dijimos de que los habitantes de los Distritos del sur son más delincuentes que los del centro, el principio ante- rior queda corroborado por el hecho que de que los antebrazos y el pecho, están tatuados en una proporción de 75% para los prime- ros, y de 80% para los segundos. La precocidad en el tatuage distingue á los criminales, dice Lom- broso. Ha encontrado marcas en niños de 7 á 9 años; yen 89 cri- minales, 66 habían sido tatuados entre los 9 y los 16 años. Para confirmar este hecho, que contraría las aseveraciones de Perchón y de Tardieu, según el Dr. Lacassagne, presenta el mismo Doctor en su obra tantas veces citada, un cuadro que indica las edades á que se tatuaron 95 individuos delincuentes. Kn él aparece que un niño fué tatuado á la edad de 5 años; otro, á la de 6, y cuatro á la de 7. El mayor número de casos se observa entre los 16 y 18, y de- crece entre los 19 y los 20; de donde se deduce que casi la tercera parte de estos individuos, se tatuó antes de la edad de 20 años. Nuestro cuadro núm. II no nos da caso alguno de qne un de- lincuente haya sido tatuado antes de la edad de 18 años, ni después de los 61, á pesar de que ingresan en nuestras cárceles individuos de esta edad y aun mayores. Encontramos el número más alto en- tre los 21 y los 30 años, para decrecer de los 40 á los 60; y aunque algunos de estos delincuentes, interrogados acerca de la edad á que habían sido tatuados, contestaron que á la de 10 años, 110 dimos cré- dito á su dicho, porque el aspecto del tatuage indicaba ser más re- ciente de lo que querían hacer creer sus portadores, y porque, como veremos adelante, los tatuages se practican siempre en las cárce- les, y á éstas no ingresan individuos de menos de 18 años, lo cual confirma nuestra aserción. Así, pues, la precocidad del tatuage eu nuestros delincuentes, no constituye 1111 carácter como eu los criminales exóticos. Corro- bora esta apreciación el hecho significativo de que eu la visita que hice á la Casa de Corrección de esta ciudad, para reconocer á los niños delincuentes que en ella había, sólo encontré un tatuado en- tre 50 asilados, próximamente. Era éste un joven de 17 años, de LOS TATUAGES. 99 oficio pastor, del Distrito de Acatlán (del sur), en donde se tatuó á la edad de 12 años, en su casa. Ingresó en dicho establecimien- to por el delito de rapto, y le encontré en el antebrazo izquierdo una cruz en su peana. Este hecho prueba la rareza del tatnage en nuestros jóvenes pervertidos, en quienes, no obstante estar inicia- dos en la carrera del crimen, no se encuentra el carácter que los dis- tinguidos antropologistas, Lacassagne y Lombroso, reconocen en los criminales de aquellos países. El lugar donde el criminal se tatúa, no tiene otro interés que la confirmación de lo que se ha dicho con respecto á los móviles que lo inducen á tatuarse. Ningún sitio más á propósito para inspirar ideas y sentimien- tos, en relación con el modo de ser moral del delincuente, que aquel donde expía su culpa, que le sugiere, ya ideas de venganza, ya recuerdos placenteros de su borrascoso pasado, en que, sin rienda ni limitación, se entregó á placeres de todo género, ya, en fin el te- mor á nn porvenir remoto, que le hace recurrir á sus obscuras y mal definidas creencias, para impetrar la conmiseración y el con- suelo. Por esto la cárcel es el lugar en que el criminal graba con caracteres indelebles, las diversas emociones de que es presa. Nuestro cuadro núm. II manifiesta que de los 57 tatuados, 50 sufrieron la operación en la cárcel;1 sen el cuartel y2en su casa. Respecto de estos últimos debemos admitir que fueron tatuados igualmente en la cárcel de su Distrito, porque los signos que lle- van, indican la imitación y la conmemoración de nn hecho dolo- roso. Los soldados y los marineros que sin ser delincuentes se ta- túan, lo hacen en los cuarteles, unos, y en los buques, otros. Entre los soldados se nota que se tatúan los más perversos é indiscipli- nados, ó los que proceden de las cárceles por delitos simples que no merecieron larga retención. En consecuencia, por lo que hace á nosotros, podemos estable- cer que, el portador de nn tatnage, sólo pudo haberlo adquirido en la cárcel, en el cuartel, ó á bordo de nn buque. 1 El Castillo de San Juan de Ulúa es también una prisión para ciertos delitos comunes. Dr. MARTINEZ BACA. Apéndice al capítulo IX. Después de terminada la primera parte de esta obra, ingresaron en el establecimiento, entre otros delincuentes, seis individuos cu- yos tatuages anexo á este capítulo, por creerlos interesantes. Los tatuages, que en seguida describiré, no vienen más que á corroborar lo dicho en los capítulos VII y VIII, y á aumentar el contingente de los ya descritos. Todos ellos han sido fotografiados directamente, de los indivi- duos que los llevan; y tanto por la claridad, como por su relativa perfección, que hacen excepción á los anteriores, merecieron ser tomados directamente. El primero, cuyo retrato presentamos en la plancha XV, co- rresponde al reo de lesiones de uno de los Distritos del centro (San Juan de los Llanos). Este reo lleva, como se ve, una gran inscrip- ción en el pecho, que se refiere á la creencia que tiene en el poder de Dios, y en la fuerza de la fe para que lo ayude en todos sus actos. Solicitó que le tatuaran dicha inscripción; y, habiéndole pregun- tado si su confianza en Dios se extendía hasta para sus actos de- lictuosos, contestó afirmativamente lleno de satisfacción. Su oficio es el de jornalero, su estado soltero, de 35 años de edad, y lo tatuaron en la cárcel. Tiene un año de tatuado, y la operación se practicó, según dice, con tinta de escribir. La inscripción está bastante clara para haber podido impresionar la placa, no obstan- te el color amarillento de su piel. El segundo es un homicida, originario de uno de los distritos del norte (Tezintlán), cuyos tatuages componen la plancha XVI. El primer tatnage de esta plancha, figura LXXXVIII, está coloca- do en la cara externa del brazo derecho, cerca del hombro: represen- ta una mujer con la camisa y collar que visten nuestras indígenas; pero el tatuado niega que tenga este retrato alguna significación para él, pues, como las demás figuras que porta, dice que se las ta- tuó un inglés; lo que es muy creíble vista la perfección de ellos, por la habilidad que tienen los extranjeros para esta clase de ope- raciones, en virtud del desarrollo de su sentimiento estético. La figura LXXXIX es más interesante todavía. Fné tatuada con el objeto de disimular ó encubrir las iniciales B. P. R. que antes te- LOS TaTUAGES. nía el preso en la cara anterior del antebrazo del mismo lado, y qne corresponden al nombre y apellido de su novia, qne después de muerta, dice él, no quiso }ra tenerlas. Algo consiguió el tatnador del objeto qne se propuso con las letras B. y P., porque los rasgos de la primera de ellas, se confunden con las rayas de las medias de la figura; y la segunda, parece formar el puño de la espada que atraviesa el corazón. La tercera figura ó sea la XC, representa un puñal de regulares dimensiones á juzgar por el puño y la extensión de la herida; y por la región qne ocupa, parece atravesar el corazón del portador. Este inequívoco signo de venganza no lo confiesa el reo, sino qne se vale de la frase común entre ellos, de ... . «por no dejar,» para evadir la respuesta; pero por el aspecto fisonómico de este delin- cuente, parece tener malas pasiones; y acaso por odio inextingui- ble, hizo qne le grabaran en su cuerpo el instrumento qne, más tarde, servirá para consumar la venganza. La última figura de la plancha qne estudiamos, representa una ancla, grabada en la cara anterior del antebrazo izquierdo. Este signo técnico creemos que, en efecto, no tenga ninguna significa- ción para el portador, y sí mueva el espíritu del que la tatuó, por la representación que simbólicamente se le da, la esperanza. Es hombre como de 28 años, mestizo, soltero, carpintero, y tatuado, según dice, fuera de la cárcel, con tinta de china, hace tres años. La plancha XVII contiene los tatuages de los homicidas Pom- poso Barrera y Paulino Acosta, ambos originarios de Chiantla (Distrito del sur) yde oficio pastor. Los dos se tatuaron en la cár- cel. El primero lleva dos tatuages, bien claros, como si hubieran sido tatuados recientemente. La figura marcada con el núm. XCII es la inscripción de su nombre y apellido, y una cruz abajo de éste; se halla colocada en la cara anterior del antebrazo derecho, y el otro tatnage, figura XCIII, en el antebrazo izquierdo, por su cara anterior. Ambos tatuages fueron hechos con humo de ocote, y á pesar de los siete años que lleva de tatuado, las figuras conservan bastante claridad. Se tatuó á los veinte años. El otro individuo es portador de cuatro tatuages, de los cuales sólo dos representamos en la mencionada plancha. El primero de éstos, marcado con el núm. XCIV, representa á una mujer desnu- da, en la actitud que se ve, y no hay para qué decir el móvil qne lo indujo á tatuarse personalmente, la figura aludida. La sola po- 102 Dr. MARTINEZ BACA. sición de ésta y el lugar que ocupa, indican claramente que él mis- mo se la tatuó; está colocada en la extremidad superior y cara in- terna de la pierna derecha, abajo del cóndilo interno, H1 segundo, figura XCV, es un venado que ocupa la cara anterior del antebrazo derecho. Esta figura, como la semejante del otro reo, las calcaron de una marca de papel para cigarros. Los dibujos de ambos reos fueron hechos con humo de ocote, y llevan de tatuados dos años. Los otros dos tatnages, que uno de los presos lleva en la región precordial, y el otro, en el lado derecho del pecho, son respectiva- mente, una custodia y una virgen de Guadalupe; pero estas figu- ras ni están muy claras ni bien dibujadas. La plancha XVIII corresponde á los tatnages de dos homici- das, uno de Cholnla (Distrito del centro), y otro de Chiantla (Dis- trito del sur), y á las fotografías de dos pedazos de piel tatuada que se conservan en el Museo del establecimiento, y de las que después trataremos. La figura XCVI representa una espada con las iniciales del reo D. P. y las de su querida J. T. Está colocada en la cara anterior del antebrazo derecho. Tiene, además, en el antebrazo izquierdo, el retrato de su querida; pero por estar muy borrado (el tatnage lleva dos años de existencia), no se pudo fotografiar. La figura XCVII, correspondiente al reo de Chiantla, es un ve- nado, que, como los otros, fné calcado de la marca del papel para cigarros, y lo trae en la cara anterior del antebrazo derecho. Este tatnage está perfectamente claro, lo que hizo fácil su reproducción. No pasó lo mismo con la figura de un Cristo que trae en la región precordial y que apenas se distingue, no obstante que hace año y medio que se tatuó. Se comprende, y así lo expresa el tatuado, que las figuras que son apenas perceptibles, es debido á lo superficial- mente que se introdujeron las agujas en el momento de tatuar. Estos dos últimos asilados son de oficio pastor, solteros, de 25 años uno y de 35 el otro; ambos tatuados en la cárcel, y con igual subs- tancia, humo de ocote. LOS TATU AGES. 103 CAPITULO X Causas del tatuage. | n. odos los autores que en esta obra llevamos enumerados, cuya opinión he consultado respecto á las causas que I mueven al hombre á tatuarse, están conformes en la influencia que tienen los factores de orden moral, que á continuación referimos. La venganza, la vanidad y la excitación del apetito genésico, según Corre; la pasión del odio, agrega Marro; la religión, la imitación y la ociosidad, añade todavía Lombroso, son, en conjunto, las causas determinantes del tatuage. Pero todas estas causas 110 son igualmente influyentes en el ánimo del delincuente; se comprende que el temperamento y el estado pa- sional del hombre, juntos con las circunstancias especiales que con- currieron en la comisión de su delito, deben superar en unos más que en otros, como factores determinantes del fenómeno. Todavía más: es tan complejo, en mi concepto, el fenómeno; procede de fuentes tan distintas, aunque de la misma especie (por venir todas de sentimientos primitivos), que se necesita, para su buena inteligencia, hacer una clasificación de las cansas que llevan al sujeto á tatuarse. Las cansas son de dos órdenes: principales y accesorias, ó sean, remotas y próximas. Las primeras se refieren á la fuente de donde procede la tendencia á adornarse, que no es otra que el atavismo, en que nos ocuparemos más adelante. Las segundas ó accesorias, son de las que accidentalmente intervienen para la verificación del fenómeno, y las que no pueden invocarse sino en pequeña parte, en favor de los delincuentes, según la opinión de Lanrent. Dr. MARTINEZ BACA. Nosotros, que hemos meditado este punto, juzgamos como Lau- reut y Lacassague, que las causas arriba mencionadas no son igual- mente poderosas, aun tomadas aisladamente, sino que entre las ac- cesorias, la principal es la ociosidad, la holganza, el no tener qué hacer; se tatúan «por matar el tiempo,» como decían á Lacassague algunos de sus tatuados; «por no dejar,» como me han dicho á mí aquellos á quienes he preguntado el motivo de su tatuage. Lombroso y otros autores creen que la vanidad es la causa más poderosa del tatuage eu los delincuentes actuales, lo que hace que se pinte la mayor parte de ellos sus figuras en el pecho ó en la cara anterior de los antebrazos, principalmente del derecho. Pero la vanidad supone el deseo de parecer bien para atraerse las miradas de los demás; y si es verdad que esta afición es común á todos los hombres y por eso buscan el adorno, también lo es que el delincuente, al tatuarse, no tiene la idea del bien parecer:1 prime- ro, porque no descubre sus marcas, sino por excepción, y no puede servir de satisfacción, como adorno, aquello que se oculta y causa vergüenza; segundo, porque los tatuages, entre muchos delincuen- tes, tienen por origen próximo un sentimiento primitivo, como la venganza, el odio, el amor salvaje ó impúdico, ó no tienen signifi- cación para los portadores, como los imitativos ó los hechos por simple pasatiempo, y este conjunto de hechos está lejos de recono- cer como causa principal la que le asigna el Dr. Lombroso. Hl Dr. Laurent opina que el delincuente se tatúa por mera di- versión, y que generalmente el malhechor no trata de producir nin- gún efecto al tatuarse. Dice que, interrogados por él, casi todos no sabían por qué estaban tatuados, y que los estimula el espíritu de imitación ó el de ociosidad. En efecto, la ociosidad es, entre las causas próximas, la que más influye eu el ánimo del delincuente para producirse esos tremendos grabados que, no obstante su disvulnerabilidad, han debido Gestar- les muchos dolores primero, y muchas contrariedades después. La ociosidad es causa de malos hechos, porque la actividad física inconsciente y la psicológica espontánea, buscan fatal y necesaria- mente un empleo, so pena de insoportable contrariedad para el sugeto. Un niño no podría vivir si se le impidiese dejar de hacer algo i Al hablar de la evolución del tatuage, hicimos la división de las causas que lo han hecho variar, y en ella no encontramos esta causa como fundamental. LOS TATUAGES. 105 en todos los momentos de su vida de vigilia. Si tiene en la mano nn lápiz, garabatea muebles, paredes, cnanto encuentra, con el in- tento de dibujar los animales que le son más conocidos, como pe- rros, caballos, y por último, el hombre; si por acaso tiene unas ti- jeras, la primera víctima es él mismo: las pestañas, las cejas, el pelo y, por último, la ropa, caen bajo el filo del instrumento, y se- guiría haciendo destrozos, si la madre no pusiera fin, por el mo- mento, á esa actividad inconsciente, que se hace más clara más eficaz, á medida que el niño crece. Toda facultad que se ejercita es acompañada de algún goce, tanto mas expresivo cnanto mas cohibido estuvo el sngeto para poner en acción dicha facultad; este placer proviene del desahogo de la fuerza nerviosa, cuya tensión aumenta en proporción que se impide el efecto de la descarga, que debe transformarse en movimiento. Cuando el criminal, que por naturaleza es flojo trata de ex- cusarse de todo trabajo, está sujeto á la inacción, á no hacer nada, como sucede en ciertos establecimientos penitenciarios en que rige el sistema celular, pide á gritos algo que hacer, cualquier trabajo que lo prive del suplicio de la inacción, que dice ser mil veces peor que el de la privación de la libertad. J. Astor, en su interesante obra sobre la prisión celular, dice á este respecto: «La gran mayoría de los prisioneros se compone de perezosos, ociosos; de gentes que nunca han querido hacer nada. El aislamiento, sin embargo, les es tan pesado les causa un fas- tidio de tal modo insoportable, que están unánimes en reclamar trabajo, desde que se les somete á este régimen de prisión.»1 El director del presidio de Mazas, decía en su relación de 1883 : «Respecto al trabajo, puedo decir que no ha3r más que una voz en la casa; todos los detenidos, desde su entrada, reclaman el trabajo. Los detenidos aislados encuentran en el ejercicio un precioso ali- mento á su actividad, y un derivativo á las ideas negras que los persiguen.» Esto prueba con toda evidencia, que la ociosidad induce al pre- sidiario, al soldado, al marinero, á pintar su cuerpo con las figuras que le sugiere la exaltación de su sentimiento. Y esta aserción se prueba con el hecho contrario, con él fenó- meno elocuentísimo, de que salen de los presidios menos individuos tatuados, tiende á declinar esa costumbre tan generalizada en otro 1 J. Astor, «Ensayo sobre la prisión celular en Francia y en el extranjero.» Dr. MARTINEZ BACA. tiempo, desde que nuestros gobiernos, menos guerreros, más civi- lizados, moralizados y amantes de la vida industrial y pacífica, se fian posesionado del principio filosófico y positivo, de que el tra- bajo regenera al fiombre, y han encendido esa antorcha civilizado- ra en los cuarteles y cárceles, impidiendo la ociosidad fecunda y nociva. LOS TATUAGKS. 107 CAPITULO XI Tendencia de nuestros delincuentes á ocultar sus marcas. ARA iacer resaltar la resistencia de nuestros criminales | á lucir sus marcas, y probar una vez más que la vani- / íír J dad, amor Pr°PÍ° YOl deseo de parecer bien á los y |Ov£ demás, aunque sentimientos todos primitivos y fnen- tes del tatnage, no influyen directamente en aquellos, empezaremos por transcribir nn párrafo de la bien escrita obra del Dr. A. Corre, titulada Los criminales, caracteres físicos y psicoló- gicos. Dice así: « Para reconocer el valor desde el punto de vista que nos ocupa, sería necesario ver la dosis de estoicismo que nn ban- dido puede afectar en medio de sus compañeros, por cinismo ó por vanidad. Los criminales gustan de las posiciones y de los tatna- ges; son para ellos una credencial, siempre visible, de sus proezas; una protesta permanente óun desafío á la sociedad. Son los perga- minos que lian adquirido á precio de nn sufrimiento no reconocido, bajo pena de desmentir sn reputación.» Estas elocuentes palabras que traza la bien cortada pluma de Corre, dan una clara idea de lo afecto que es el delincuente europeo á mostrar sus tatnages, por más que esta regla general tenga sus excepciones, como adelante veremos. En nuestros criminales tatuados sucede todo lo contrario; ocul- tan por todos los medios que les es posible las figuras que tienen en el cuerpo. Cuando se les manda desnudar para hacer alguna Dr. MARTINEZ BACA. inspección, aunque no la motive el tatnage, se manifiestan recelo- sos y avergonzados de descubrirse delante del médico; substraen hábilmente á las miradas investigadoras del facultativo los tatúa- ges que portan. Con una astucia ampliamente desarrollada, el de- lincuente tuerce sus miembros ó los dobla con viveza para impedir qne sean vistas sus marcas. Si el pecho es el lugar del tatuage, al quitarse la camisa se inclina fuertemente hacia adelante para cu- brir con la cabeza ó por la simple posición la parte tatuada: al le- vantarse recoge la camisa entre las manos, y la lleva al pecho apa- rentando tener frío. Si la figura está en un antebrazo, qne es lo frecuente, el criminal se quita la camisa con rapidez y la deja pen- diente del brazo qne tiene la figura; si en el vientre ó en los mus- los, aparenta bien un falso pudor qne le impide descubrir la región, y se resiste cnanto puede á bajar sus ropas, las cuales son reempla- zadas por las manos para encubrir, cuando no puede más. Cuando está en las piernas el tatnage, el portador baja el calzón con vio- lencia y lo suspende á la altura en qne se encuentra la marca. Todos, en fin, hacen lo posible por ocultar sus tatnages,y cuando han sido descubiertos, aparentan cierta extrafleza, y pretenden ha- cer creer qne no saben cómo les pintaron eso. Muchos tratan de excusarse diciendo qne fue por ociosidad,por no dejar, es decir, sin objeto; otros, qne estando ebrios, los compañeros de prisión los pin- taron, y qne al despertar se encontraron con eso. Pocos, muy pocos son los qne después qne se les descubrió lo qne con tanto cuidado ocultaban, expresan el motivo qne los indujo á tatuarse: y los qne esto hacen son los qne, movidos por una pasión amorosa, desean perpetuar el nombre de su amada, grabándolo en su propio cuerpo. Bs tal la persistencia en ocultar sus tatnages y la culpabilidad ó participio qne tuvieron en la operación, qne generalmente recu- rren al pretexto de la embriaguez, estado en qne dicen se encontra- ban cuando los tatuaron. En algunos puede ser esto una verdad, y el Dr. Banrent afirma qne en idéntico estado han sido tatuados muchos de los tipos qne le sirvieron para tratar este punto en su magnífica obra Los habituados de las prisiones de París; pero por eso no disminuye de importancia el hecho de la ocultación obsti- nada de los tatnages. M. Tarde dice respecto á la ocultación y á la causa próxima del tatnage, lo siguiente: «Todo esto es una pura diversión; ó por la pasión desocupada, es insignificante é inútil. El malhechor no trata LOS TATTTAGES. 109 de producir ningún efecto divirtiéndose así, dibujando figuras de fantasía sobre las partes de sn cuerpo que oculta hahitualmente.» Acaso canse extrañeza la explicación que voy á dar del fenó- meno al ver el motivo en qne lo fundo, toda vez que es en un sen- timiento ajeno, por lo regular, al presidiario y al hombre poco ci- vilizado; pero la manera de conducirse el tatuado al ser reconocido, la identidad de cansa qne expresan todos al ser interrogados res- pecto á la ocultación de sus tatnages, y por último, la semejanza de estos hechos en individuos qne están fuera de la jurisdicción de los reglamentos penitenciarios, me hacen aceptar como 1111 hecho cierto la cansa qne yo atribuyo á dicha ocultación. El muy bajo nivel intelectual de nuestros indígenas delincuen- tes, qne no tienen conciencia de lo qne son ni de lo qne valen, so- cialmente hablando; qne no saben si pueden disponer libremente de sn propia persona, haciendo de sn piel el libro de la historia de sus hazañas, de sus amores, etc., podría hacer suponer qne la in- sistencia en ocultar sus tatnages era debida al temor de ser perju- dicados con la agravación de sn pena, dada la ignorancia qne tienen en asuntos de justicia. Pero he notado también esta obstinación en individuos qne no tenían motivo para temer reprensión alguna, porque en el momento á qne refiero mi observación, no había autoridad qne temer. Quiero hacer alusión á este hecho: durante quince años reconocí como mé- dico militar, á individuos de todas partes de la República para sa- ber si tenían las condiciones físicas é intelectuales qne la ordenanza exige en el soldado, ya se presentaran voluntariamente á prestar sns servicios, ya se les llevara como contingente de los distritos para cubrir las bajas en los cuerpos: durante ese tiempo he obser- vado constantemente qne estos individuos ocultaban sus tatnages con la misma viveza qne los asilados de las prisiones, no obstante qne no debían abrigar temor ninguno de mostrarlos. Les he pre- guntado el motivo de sn reserva y la significación de las figuras qne aparecen en sus brazos, y aun éstos se han negado á respon- der, pretextando ignorancia. No es, pues, el temor lo qne los induce á ocultar sus tatnages: es la conciencia, aunque obscura, de su propia degradación social; la denuncia de las faltas qne los condujeron á las prisiones, de donde sacaron el estigma qne los avergüenza; el sonrojo qne les cansa llevar en el cuerpo el signo de sn perversidad ó de sn degenerada Dr. MARTINEZ BACA. pasión, por más que en muchos de ellos la figura representativa que portan, sea de aquellas que uo indican perversión de sentimien- tos, como una cruz ó un corazón. Bu las prisiones y en los cuarteles, cuando saben los asilados que el reconocimiento tiene por objeto la busca de tatuages, es tal la impaciencia que les viene por borrárselos, que se frotan fuerte- mente la piel con un pedazo de ladrillo hasta hacerse sangre, para presentar su antebrazo, al tocarles el turno, con su inscripción ape- nas perceptible, pero eu cambio bien inflamada la región. Muchos de esos desgraciados á quienes he preguntado la razón que tienen para ocultar sus tatuages, me han dicho que les da ver- güenza que les vean su marca, y añaden que, como estaban torna- dos (ebrios), cuando los pintaron, no quieren que les vean eso. Con motivo de reconocer los tatuages en algunos cuerpos del ejército, residentes entonces en esta capital, pasé á los cuarteles para solicitar de los jefes el permiso respectivo. Se formaron las compañías ó escuadrones para hacerlos pasar ante mi vista, plaza por plaza, en la pieza reservada al efecto, y los soldados que nada tenían se mostraban sin resistencia; pero cuando tropecé con el primer tatuado, copié sus figuras y lo sometí al interrogatorio con- ducente á mi objeto; cundió el alarma por todo el cuartel, y los defensores de la Nación se manifestaron ofendidos porque se les sometía á una inspección que les avergonzaba. Así se expresaron algunos soldados á quienes no faltó el valor civil necesario para emitir su opinión ; pero uo obstante esta buena razón, fueron todos reconocidos, y corroboré la idea de que la vergüenza es el senti- miento que los induce á ocultar lo que eu otros pueblos es motivo de vanidad. Traté de borrar algunos tatuages para probar la eficacia del procedimiento de Variot, y otros más vulgares; y muchos á quie- nes propuse la operación, se manifestaron decididos á aceptarla, pues veían la manera de descargarse de un peso que les era inso- portable. Y si otros muchos rehusaron someterse á la dolorosa prueba, uo fué por el deseo de conservar sus marcas, sino temero- sos de sufrir un dolor, para el que no tenían la fuerza de voluntad necesaria, pues es frecuente en los criminales que alardean de va- lientes, palidecer y temblar de miedo al considerar el dolor que tie- nen que soportar, si se les propone una pequeña operación quirúr- gica para la que no se hace necesario el cloroformo. LOS TATUAGES. CAPITULO XII Teorías atávicas de Lombroso,y las de sus principales detractores. oT'fSx ADA mAS difícil Para nosotros, que tratar un punto de n* Q \ nuestro estudio ya debatido por notables antropolo- \ /7) I gistas, y tenérnoslas que ver con eminencias que, más °}) [f | de una vez, lian conmovido ásn ilustrado auditorio con la elegancia de sn palabra y la fuerza de sus ar- gumentos ; pero nuestras convicciones nos llevan á levantar la cara ante tan altas personalidades, y con el respeto que nos infunde sn nombre y con el temor de ser vencidos en la India, vamos á ex- poner nuestras ideas acerca de la teoría atávica de Lombroso. Pero, como en toda discusión hay que partir de un punto ad- mitido como cierto por ambas partes, que sirva de base á los razo- namientos aducidos por los sostenedores de doctrinas opuestas; nos permitimos exponer aquí algunas definiciones que de atavismo han dado algunos naturalistas, para que nos sirva de punto objetivo en la teoría que nos proponemos sostener al lado del eminente antro- pologista italiano. Dicen así: «Se designa por atavismo el hecho de la aparición en un individuo determinado, animal ó vegetal, de caracteres que no poseían sus antecesores directos, pero cuya existencia se de- muestra en seres que, por otros títulos, pueden considerarse como figurando entre sus antepasados,))1 «Atavismo (de atavus, abuelo). En fisiología, semejanza con los abuelos. Esta semejanza se encuentra en las formas y en las aptitudes.»2 1 Dic. de antropología, pág. 142, J. 1,. de Lanessand. 2 Dic. de Medicina. E- Littre y Ch. Robín. 112 Dr. MARTINEZ BACA. «Atavismo. Se llama atavismo (del latín, atavus, antepasado), la tendencia que tienen los descendientes modificados y cruzados, á tomar uno ó muchos caracteres de la capa primitiva.» 2 El fundador de la escuela moderna antropológica sostiene una doctrina basada en la observación frecuente de los hechos, por los cuales induce que la causa primordial del tatuage en el criminal, no es otra que el atavismo. « Pero la primera, la principal causa que ha extendido entre nosotros esta costumbre es, según me pa- rece, el atavismo, ó este otro género de atavismo histórico llamado la tradición.» Estas son las primeras palabras con que el Profesor italiano sella su doctrina, contraía cual se han levantado un gran número de antropologistas extranjeros, que no consideran el tatua- ge, ni como signo de criminalidad, ni mucho menos como fenóme- no atávico. En otro párrafo del interesante capítulo primero de la tercera parte de su obra, tantas veces citada, «El hombre criminal,» pág. 286, continúa diciendo: «Nada más natural que ver un uso tan ex- tendido en los salvajes y en los pueblos prehistóricos, reaparecer en las clases que, lo mismo que los bajos fondos marinos guardan la misma temperatura, han conservado las costumbres, las supersti- ciones, hasta los himnos de los pueblos primitivos, y que tienen como ellos, las pasiones violentas, una sensibilidad aletargada, una vanidad pueril, una marcada inacción, y aun muchas veces la des- nudez. Tales son en los salvajes los móviles de esta costumbre ex- traña. » Y termina diciendo, á este respecto: «La influencia del atavismo y de la tradición me parece confirmada por el hecho de que encontramos este uso tan difundido entre los pastores y los campesinos, tan tenaces en sostener antiguas tradiciones. Se le en- cuentra aún en Italia, y sobre todo, en Lombardía, en el Píamen- te y en las Marcas, en donde la población es de origen céltico. Ade- más, de todos los pueblos de Europa, los celtas son los únicos que han conservado este uso hasta los tiempos de César.» Si se detiene el lector á meditar un poco sobre el sentido de esos conceptos, sin prevención ni ánimo deliberado de atacar, verá que lo asentado por el Dr. Lombroso está conforme con la observación, con la tradición y con la historia de los primeros pueblos. En efecto, si en lugar de juzgar al hombre en el presente lo consideramos en sus edades primeras, con sus antecedentes bioló- 2 Emilio Eerriére (Darwinismo). LOS TATUAGRS. 113 gicos, selectivos y hereditarios; si de ese conjunto de condiciones fisiológicas, psicológicas y sociales, lo arrancamos con su pasado para transportarlo al presente, y compararlo con cierta clase de miembros de nuestra sociedad que, por una regresión atávica y he- reditaria, han constituido una familia de degenerados, y han forma- do una sociedad en todo conforme con las exigencias predatrices del. pasado; si la identidad de caracteres los asimila; si sus necesi- dades orgánicas y psicológicas no están en condiciones de adaptarse al medio actual, 110 es extraño que, consciente ó inconscientemen- te, obedezcan á fuerzas superiores é incontrastables, que los obli- guen á observar una conducta enteramente semejante á la de sus antepasados. Pero esta doctrina tiene detractores, y entre ellos se encuentran ilustres campeones como los Sres. G. Vidal, profesor de Derecho criminal en la Facultad de Derecho de Toulouse y miembro de la Academia de Legislación, y Luis Proal, magistrado del tribunal de Apelación de Aix, á qnienes nos hacemos la honra de contestar sus apreciaciones, respecto á la doctrina atávica del tatuage en el hom- bre criminal. Dice el Sr. Vidal: «La prueba de la pretendida vuelta atávica hacia las costumbres del hombre primitivo y salvaje, que represen- taría para Lombroso el delincuente nato, falta; y no nada de común más que el nombre, entre el tatuage del salvaje y el del criminal.» 1 El ilustrado Sr. Vidal, en su empeño de encontrar razones y aliados que lo auxilien en el ataque que dirige contra la teoría atá- vica de Lombroso, atribuye al Dr. Marro, sostenedor de las ideas de su compatriota, conceptos que, entresacados de su doctrina, de- bilitan la idea, desvían el pensamiento y hacen cambiar la opinión del lector hacia el lado que más conviene al impugnador. « Marro, dice el autor aludido, no participa del parecer sistemá- tico del Dr. Lombroso, y no está dispuesto, como éste, á ver en el menor signo encontrado en el delincuente, una manifestación de regresión atávica hacia el estado primitivo y salvaje. El da (Ma- rro), al uso del tatuage una explicación mucho más simple, más natural y más aceptable, en lo que se refiere á numerosos indivi- duos militares, marineros y obreros en quienes se encuentra.» Y 1 G. Vidal. Principios fundamentales de la penalidad en los sistemas más modernos. Segunda parte, cap. X, pág. 531, Dr. MARTINEZ BACA. á continuación entresaca del capítulo VIII ( Tatuaggio) de su obra «I Caratteri dei delinquenti,» pág. 180, los párrafos 6(- y 7°, á los cuales agrega el deformándolo, y suprimiendo del y(- las dos últimas líneas, que son el complemento del pensamiento del autor y la comprobación de sus observaciones, en armonía con las del Dr, Lombroso. Dichas líneas dicen así: «Pero las verdaderas oficinas del tatnage me resultaron ser la casa de corrección, el cuar- tel y, por último, el baño.» Deforma el párrafo 5” del capítulo citado que agrega á los pá- rrafos que compone, porque el Sr. Vidal dice: «Los motivos que llevan á estos hombres al tatnage son, nos dice Marro, «la reclu- sión forzada en ciertas épocas del año y á ciertas horas del día, y también el espíritu de imitación.» 1 El párrafo 5(-’ á que me vengo refiriendo, dice así: «Entre los normales por mí estudiados no se encontraron tatuados; pero esto no quita que no existan y especial- mente entre los marineros y los militares que, en la reclusión for- zada en cierta época del día ó del año, y en los de espíritu imitativo, pueden dejarse inducir ála práctica de esta operación.2 Indagando cuántos guardias carceleros del establecimiento fueron tatuados, vine en efecto á descubrir dos solamente, en cuarenta, lo que im- portaba nada más el 5 por ciento. Pero éstos no figuran entre los examinados por mí; uno de ellos era alcohólico desenfrenado; el otro, al contrario, de conducta buena.» Este párrafo, íntegramente copiado y bien meditado, corrobora la opinión del Dr. Lombroso, respecto de que el tatnage se encuen- tra de preferencia en los delincuentes, sobre todo, entre los mari- neros y los militares; lo que no quita que se encuentre en los nor- males, aunque por rara excepción. Pero no es este el párrafo que más dice en favor de la teoría atá- vica, y que el respetable Sr, Vidal tuvo cuidado de suprimir. El párrafo 2o- del capítulo ya citado, es la expresión franca, sincera y entusiasta del modesto cnanto inteligente médico en jefe del real manicomio de Tnrín, hacia la teoría de Lombroso, y que nosotros tenemos á honra insertar aquí en el idioma en que está, para tra- ducirlo después en nota separada, y para que se vea que no cam- biamos su sentido, haciendo lo mismo que el Sr. Vidal, en nuestro empeño de sostener la doctrina de la escuela italiana. 1 G. Vidal, ob. cit., pág. 531. 2 I caratteri dei delinquenti, por Antonio Marro, pág. 180. LOS TATUAGKS. Dice así: «Al Lombroso spetta il mérito di avere peí primo messo in luce il valore complesso di questo segno nei delinquenti; il quale mentre puó fornire indizi preziosi per stabilirne l’identitá, giova del parí á mettere in luce le peculiaritá, biologiche é psichi- che dei delinquen ti stessi; l’insensibilitá física compagua de la inórale, rivelata dairiudifferenza con cui esse sopportauo le doloro- se operazioui del tatuaggio; e, dal lato psíclríco, lavauitá atávica si- mile a quella dei selvaggi, che haniio simile uso; e oltre a ció le passioui delbodio, della vendetta e de la voluttá, messe in lucemolte volte dalla natura stessa del tatuaggio e che avviciuano parimenti uel lato inórale il delinquenti al selvaggio. w1 La claridad de estos conceptos no deja duda de la opinión del Dr. Marro. Admite, como Lombroso, la semejanza, no sólo en la parte física, por lo que respecta á la sensibilidad para aceptar el tatnage con la misma indiferencia que el salvaje, sino, y principal- mente, en lo que se refiere á las facultades psíquicas, que tanto se asemejan, en el criminal, á las del salvaje El testimonio, pues, del distinguido antropologista y jefe del manicomio de Tnrín, está en contra de las ideas que le atribuye el eminente jurisconsulto, y debe dejarlo en el lugar que le corres- ponde y con sus propias ideas. «El Sr. Tarde (continúa diciendo el Sr. Vidal), critica la idea preconcebida del fundador de la escuela antropológica.» «Es un hecho curioso dice él (Tarde), que en ciertas clases inferiores de las poblaciones civilizadas, entre los marineros y aun entre los solda- dos, pero sobre todo en el mundo de los delincuentes, nunca en los locos, notamos que se practica por excepción el uso de hacerse in- cisiones figurativas en la piel. ¿Es esto un resto conservado por atavismo, como lo quiere Lombroso (diremos en todo caso, por tra- dición, porque la herencia no tiene que ver nada aquí), del tatnage que se supone haber sido generalizado en nuestros groseros ante- pasados? Me parece infinitamente más probable admitir, que es el 1 A Lombroso pertenece el mérito de ser el primero de haber puesto en luz el valor complexo de este signo en el delincuente; el cual, mientras pudo suministrar indicios pre- ciosos para establecer la identidad, ayudó del mismo modo á poner en claro la peculiaridad biológica y psíquica de los delincuentes; la insensibilidad física, compañera de la moral, revelada en la indiferencia con la cual ellos soportan la dolorosa operación del tatuage; y del lado psíquico, la vanidad atávica, semejante á la de los salvajes, que tienen igual uso; y además, la pasión del odio, de la venganza y de la sensualidad, puestas de manifiesto mu- chas veces en la naturaleza misma del tatuage y que asemejan igualmente, en lo moral, el delincuente al salvaje. Dr. MARTINEZ BACA. efecto, no de una tradición de los abuelos, sino de una moda impor- tada por los marineros ó los militares, á ejemplo de los salvajes actuales con quienes lian estado en contacto » El testimonio del Juez de Instrucción de Sarlat, Sr. Tarde, es muy respetable, y bien hizo nuestro ilustre adversario en invocar su apoyo; solamente que estuvo desacertado en la elección del pá- rrafo que escogió para apoyar su tesis, porque es el más vulnerable en la cuestión. Es vulnerable, porque no es consecuente el autor del párrafo con la idea que acepta primero de ser «en todo caso por tradición;» y luego que es infinitamente más probable que no sea el efecto de una tradición ; y después la exclusión por completo de la herencia qne nada, según dice, tiene que ver aquí. Yo me voy á hacer la honra de. contestar estas objeciones, y trataré de probar, que la tradición tiene una poderosa influencia en el tatuage de los criminales, y que la herencia sí tiene que ver aquí, puesto que es la que desempeña el principal papel en la doctrina atávica. Tradición es el conjunto de costumbres que se han sucedido de padres á hijos en una familia, ó de generación en generación, en un pueblo; ó concretando, la relación existente de los tiempos modernos con los prehistóricos. Felipe Salmón 1 dice: « Me parece más fácil á primera vista, re- lacionar los tiempos modernos con los prehistóricos por medio de la tradición ; sin embargo, reflexionando se encuentra un cierto nú- mero (de ejemplos), y vamos á citar algunos.» « Entre los griegos, la edad de bronce olvidada, se encuentra del todo viva en la costumbre de cortar solemnemente, con instrumen" tos de bronce, ramas sagradas del monte Ida.» «Los túmulos de los dólmenes han sobrevivido al través de la edad de bronce, de la primera edad del fierro de la época inarnia- na (gauloise), para florecer en la época de los galos, entre sus con- temporáneos y aun entre nosotros. Además, ciertos túmulos son siempre sostenidos por el uso inconsciente de arrojar una piedra, al pasar, volviendo la cabeza.» Y entre nosotros es aún frecuente ver á la gente del pueblo, en las inhumaciones de sus muertos, to- mar un puño de tierra, besarlo y arrojarlo dentro de la sepultura. « La trepanación practicada durante el período neolítico con los sílex, se continuó durante las edades siguientes por medio de ins- x Dic. de Antropología, pág. 1063. LOS TATUAGES. 117 trunientos de metal; se la encuentra hasta en la época carlovingia, en Francia, en el Aures, en Montenegro, etc., donde hay trepana- dores herederos de los otros; y no hay que confundirla con la de los cirujanos » « La tradición no es menos manifiesta en los vestidos, el cuida- do de la cabellera, el adorno. Los brazaletes, los collares, los pen- dientes, sobreviven después de un lejano origen; los alfileres, los alfileres de seguridad (fibules), las agujas magdaléuicas de hueso, han atravesado todos los tiempos, y nosotros las tenemos hoy de acero, siempre según el modelo antiguo. Los hilos, las telas, datan desde la época robenhansienne» (Suiza). Nosotros, para hablar de la evolución del tatuage, no hemos hecho más que seguir las costumbres tradicionales de los pueblos, costumbres que se han modificado á medida de su civilización, pero que no por eso han perdido su carácter. Además, el solo procedimiento de escarificación ó acupuntura con introducción de materia colorante, prueba el hecho de la tra- dición ; porque los procedimientos usados antiguamente se han transmitido de pueblo en pueblo, ó de delincuente eu delincuente para perpetuar su uso. Nada más tradicional que el tatuage carac- terístico del marinero y el peculiar del soldado, sobre todo, el del primero. Más aún, en la antigüedad, las adúlteras, los esclavos y los pri- sioneros eran marcados con un signo indeleble. En la época pre- sente, en ciertos pueblos (Jalisco), las adúlteras y aun los adúlte- ros llevan generalmente en la mejilla izquierda una larga cicatriz, castigo del cónyuge agraviado, que les hace recordar por todos los días de su existencia, la falta cometida. No ha muchos años, 1830, existía en Francia el tatuage de Es- tado, la marea de los galeotes con el fierro al rojo. (T. F.) Y nues- tros baños, nuestras prisiones, nuestros cuarteles aun nuestros hospitales, nos ofrecen numerosos ejemplos, como un recuerdo del pasado que está unido por la tradición con el presente. La herencia desempeña, como dijimos al principio de esta dis- cusión, un papel importante en el tatuage del hombre criminal. La herencia, según Ouatrefages, «es la fuerza eu virtud de la cual el antecesor tiende á repetirse en su producto.» Pero la herencia se manifiesta bajo muchas formas, se hace sentir en los carac- teres que constituyen el tipo de la raza, que sobresalen unos más Dr. MARTINEZ BACA. que otros á causa de las acciones antagónicas que obran en el pro- pio organismo. Kstos caracteres se acentúan en la parte física ó fisiológica, ó en la moral, ó en la intelectual, y pueden suprimirse por completo de un individuo á otro, en una ó muchas generacio- nes, si bien puede reaparecer después el tipo de los primeros gene- radores, que es lo que se llama herencia de vuelta. El Dr. F. Delisle dice, hablando de la herencia: «Se consideran muchas formas de herencia: la herencia directa que reproduce el tipo de uno á otro generador; Ja herencia indirecta que no repro- duce el tipo de los antecesores sino la semejanza de otros parien- tes de la línea colateral; la herencia de vuelta por la cual reaparece el tipo de uno de los abuelos ó el de una generación más lejana. A esta acción de la herencia de vuelta se refiere lo que se distingue con el nombre de atavismo, etc.» Y esta herencia de las facultades morales é intelectuales, de los instintos y de las pasiones salvajes, que tienden á reproducir los antepasados en algún miembro de una familia, está apoyada por numerosos ejemplos que la ilustración de mi distinguido adversario me excusa de referir, pero que en todo caso, la teratología y la patología del espíritu pueden probar. Sabido es que no todos los miembros de la prole que proceden de un .criminal son criminales, y que los exceptuados pueden re- producirse en varias generaciones sin que aparezca la tendencia al crimen; pero después de varías generaciones, reaparece un delin- cuente cuyas tendencias al vicio, al homicidio y al tatnage, susci- tada esta última por la presencia de otros tatuados también crimi- nales, son notorias; y todos estos fenómenos son el resultado de la herencia de vuelta, y por lo mismo atávicos. «Me parece más probable, dice el Sr. Tarde, admitir que es el resultado de una moda importada por los marineros ó los á ejemplo de los salvajes con quienes han estado en contacto.» Pero olvida el Sr. Tarde que hay muchos criminales que nunca han es- tado en contacto ni con marineros ni con militares; que los lugares en que siempre han residido, teatro de sus hazañas, los ponen fuera de las influencias que les atribuye; que por ejemplo, en el Estado de Puebla, los criminales que delinquen en los distritos, sobre todo en los del sur, no saben si hay marineros que importen la moda del tatnage, y sin embargo se tatúan, sin que sus figuras se parez- can ni á las de aquellos ni á las de los soldados; que por último, á estos individuos que están fuera de la influencia de la moda, no se LOS TATUAGES. 119 les ocurre, de seguro, pintar su cuerpo, sino hasta que entran en la carrera del crimen y se les abren las puertas de las cárceles para alojarlos en sus inmundos recintos. Por la descripción de nuestros tatuages en las tres categorías de delincuentes, podrá ver el distinguido Juez de Sarlat que los ta- tuages de nuestros indígenas (y me refiero sólo á ellos porque for- man la mayoría), son distintos de los de los hombres de mar y tam- bién de los de los soldados, node nuestros nacionales, cnyosdibnjos, como veremos adelante, son idénticos en forma }r significación á los de nuestros criminales, sino del soldado extranjero cuyo tatuage es peculiar. Por ellos podrá ver que ninguno manifiesta las costum- bres ó la moda por la influencia del contacto; y que si es verdad que los supuestos transmisores del tatuage 110 enseñan la forma sino la costumbre, ésta debía imponerse eu todas las clases de una sociedad, y sin embargo, esta costumbre sólo se encuentra en el hom- bre delincuente. El ilustrado Sr. Proal, Magistrado del Tribunal de Apelación, combate también la teoría del atavismo, y niega á priori el prin- cipio inducido por la observación y comprobado por la experiencia, cual es la insensibilidad física del criminal, y le extraña que el dis- tinguido antropologista Sr. Lombroso, establezca una semejanza de naturaleza entre éste y el salvaje, como consecuencia de un es- tado regresivo de la constitución anatomo-fisiológica de aquel. Acepta el Sr. Proal que el uso del tatuage está muy extendido en- tre los salvajes, y que « está inspirado no sólo por la afición al ador- no, sino también para indicar la tribu y la familia á que pertene- cen, como sirve para distinguir al amo del esclavo.» Admitiendo, por nuestra parte, que los únicos móviles que obli- gan al salvaje á tatuarse, son los indicados por dicho señor, cree- mos que no tiene en cuenta que estos móviles son estados evolu- tivos del fenómeno tatuage, cuya semejanza la encontraremos con los signos usados por el delincuente, pues, como eu aquel, en las clases que dan contingente de criminalidad más efectiva, soldados, artesanos, jornaleros y marineros, los signos que portan distinguen un grupo de otro. Como aquel, el delincuente escribe eu su piel los acontecimientos de su vida que le han causado más honda im- presión ó el sentimiento que le domina; como en aquel, los senti- mientos egoístas son los móviles principales de sns actos; yel odio, el rencor, la vanidad, el amor propio, el erotismo en toda su des- 120 Dr. MARTINEZ BACA. nudez y el sentimiento religioso en su forma más simple, son las manifestaciones más gráficas de sus tatuages. Hay más: sin entrar nosotros en la ímproba tarea de sostener lo que con tanta lucidez y acopio de observaciones demostró el ilustre antropologista de Tu- rín, á saber, la semejanza de naturaleza entre el criminal y el sal- vaje, diremos que el tatuage se observa en una proporción conside. rabie en el hombre criminal, como no se ve en el hombre honrado, en el que por una rara anomalía aparecen los estigmas de las pri- meras generaciones de la humanidad, pero dependiente eso de un trastorno psíquico, si aquel es de la clase elevada de la sociedad, ó bien por una costumbre ya decadente en los pueblos del Africa. Corrobora esta opinión lo dicho por el Dr. Marro en el párrafo que ya citamos, pág. 280, por el cual se ve que entre los norma- les que estudió 110 encontró tatuados, aunque no niega que no exis- tan, como no lo niego yo, pero entendiendo por normales los no delincuentes. Concluye diciendo el Sr. Proal: « Porque el tatuage se usa en- tre los soldados, los obreros y los marineros, como entre los crimi- nales, ¿debe hacerse de ello indicio de criminalidad?» Sí, contes- taremos nosotros, porque, por regla general, los soldados, los obreros y muchos marineros, que son criminales ó cuyas tendencias al cri- men son notables, son los que se tatúan; porque, con raras excep- ciones, el obrero se tatúa en la cárcel, y no ha ido allí por su buen procéder; porque el soldado que se tatúa en el cuartel, según el tes- timonio de sus compañeros, es el faltista, el indisciplinado, el ebrio consuetudinario, el camorrista, el qne tiene su hoja de servicios tan manchada, como manchado está su espíritu por la herencia que de sus padres ó de sus abuelos trae, robustecida por el medio vicioso en que ha vivido. «Hs en la triste categoría de los criminales, dice Lombroso en la pág. 263 de su obra «El hombre criminal,» en la que el tatuage afecta un carácter particular, 3/ es el más repartido.» «Hemos visto más arriba que actualmente, en la milicia, el ta- tuage es ocho veces más frecuente en los detenidos que en los sol- dados libres. Esta observación es de tal manera común, que habiendo preguntado yo mismo á un soldado por qué no tenía tatuage, me respondió: Porque estas son cosas que hacen los galeotes. Un sabio médico de ejército, el Dr. Saggini, me ha afirmado que se considera á priori á los hombres tatuados como malos soldados ; que nosotros estamos 111113" Hjos de la época en que el tatuage era considerado LOS TATU AGES. 121 como prueba de virilidad, en que era aceptado en el ejército pia- montés por los soldados más valerosos ( 1848-1850).» «Toda vez que está inspirado por la afición al bien parecer, que es común á todos los hombres,» continúa preguntando el respeta- ble Sr. Proal: «¿por qué deducir que constituye un signo caracte- rístico del criminal?» Ya lo dijimos: en el criminal, el tatuage 110 es inspirado por el bien parecer, como no siempre fué inspirado eu el salvaje por el simple deseo de adornarse. El tatuage en el criminal obedece, como causa principal y directa, á rencores no extinguidos, á venganzas no satisfechas; á pasiones, en fin, que cual las del sal- vaje, tienen que dejar eu su cuerpo hondas huellas, para producir en su ser moral fuertes emociones, eu razón de la resistencia á la conmoción de los elementos moleculares nerviosos, para producir estados de conciencia reales. El tatuage, pues, constituye, por regla general, un signo de cri- minalidad, porque eu razón de 1111 fenómeno evolutivo, no es el adorno su principal incentivo, ni la vanidad de parecer bello; que si hay vanidad eu el tatuage, está eu los límites del propio delito, y demasiado restringida, pues su campo de acción sólo se extiende á los mismos criminales. Figura entre los honorables combatientes de la teoría del Dr. Lombroso, el distinguido médico-legista Dr. Eacassagne, quien cree que «la causa principal de este uso (el tatuage), no es el ata- vismo,» como lo sostiene el maestro de Turín, «sino más bien, la necesidad eu las personas analfabéticas, de expresar ciertas ideas. » Su excelente monografía « Los tatuages,» que con tan buen éxito he consultado repetidas ocasiones, me hace creer que, no obstante lo ya dicho por el Dr, Eacassagne, se inclina más bien á aceptar la teoría que nos ocupa que á combatirla, por las ideas que expresa y que adelante copiaremos. Sin embargo, diremos al distinguido médico de Eyon que, así como el salvaje y el hombre primitivo, por ser analfabéticos, ex- presaban sus ideas por medio del jeroglífico ó representaciones pic- tóricas, el criminal analfabético expresa sus ideas eu la misma forma; y es tal la influencia del atavismo á este respecto, que el delincuente que no es analfabético y que puede por lo mismo expre- sar sus pensamientos por medio de la escritura, se vale de la repre- sentación pictórica ó del jeroglífico para expresar lo que piensa ó lo que siente. 122 Dr. MARTINEZ BACA. El Sr. Eacassagne dice en la página 88 de su obra: « Recono- ciendo con Darwin y Lombroso la influencia atávica sobre la ma- nifestación de una costumbre casi generalizada á toda la especie humana primitiva, yo creo, sin embargo, que, visto el mayor nú- mero de tatuages simbólicos, es necesario darse cuenta de las ten- dencias del fetiqnismo que, aunque más frecuentes y más espontá- neas hace un siglo, son, sin embargo, inherentes al organismo humano.)) Más abajo y en la misma página, dice: «Eos antiguos hacían como los modernos, y en los muros de Pompeya se ha en- contrado un grupo de inscripciones y de dibujos que tienen más de una relación con los tatuages » « Los tatuages hablan en nuestra época absolutamente el mismo lenguaje, y nosotros tene- mos más de treinta dibujos que expresan la misma idea que el gra- fito de Pompeya.» Pero no son estos los puntos en que con más franqueza se ex- presa el Dr. Eacassagne, respecto al atavismo. En la pág. 81 de su misma obra, estudiando las causas que, según Eombroso, influ- yen en el tatuage, dice así: «q‘-1 Pero la primera y más importante de las causas es, según Eombroso, el atavismo, ó esta especie de atavismo histórico, la tradición, puesto que el tatuage es uno de los caracteres especiales del hombre primitivo, 6 de aquellos que viven aún al estado salvaje.» Y luego en la pág. 82, hablando del Dr. Paoli, de una nota que publicó sobre los tatuages en el estableci- miento de locos de Génova (1879), y que fué analizado por el Dr. Cougnet, en la cual éste observó que, de 18 locos tatuados, 11 eran criminales y 7 locos comunes, dice: «Los otros 11 eran manifies- tamente criminales, como lo prueba Cougnet, y entran en la cate- goría estudiada por Eombroso, En resumen, esto es una nueva prueba de las relaciones del tatuage y del atavismo, puesto que, como se sabe bien, el atavismo no tiene ninguna influencia sobre la locura.» Ea copia textual de estos dos párrafos, tomados de las págs. 81 y 82, expresan, en mi concepto, la creencia que tiene el autor de «Eos tatuages,» de la relación estrecha que existe entre el tatuage del criminal actual, el tatuage del salvaje y el del hombre primitivo. LOS TATU AGES. 123 CAPITULO XIII Análisis de la cuestión desde el punto de vista psicológico fundado en las teorías de Spencer, para probar el atavismo. A RECE que cuanto hemos dicho en el artículo anterior, Vy/' | sería suficiente para probar la teoría del atavismo; pero / J Hay en las costumbres de los pueblos, tanto de los an- y fo© tiguos que guarda la historia como de los modernos, detalles tan semejantes, conservados y reaparecidos por la tradición unos, y por la herencia de vuelta otros, que bien vale la pena hacer un análisis comparativo para corroborar la doc- trina que sostenemos. El principio sentado por Lombroso, de que el hombre criminal es un salvaje nacido en medio de una sociedad civilizada, con las ideas y el gusto estético del hombre de las primeras edades; es en nuestro concepto el más justo que por la observación se ha podido inducir. En efecto: entre el criminal y el salvaje, psicológicamente con- siderados, no es grande la diferencia; el atavismo los une. Existiendo en las primeras edades de los hombres los mismos sentimientos, y las tendencias á satisfacer las mismas necesidades; el tatuage, como asunto decorativo primero, y después como medio de perpetuar las glorias personales, etc., etc., era general en todos los hombres, y universal en todas las tribus existentes entonces. De la vida predatriz á la vida industrial y pacífica, transcurrieron siglos; las costumbres cambiaron, y en los pueblos civilizados y medio civilizados en que el vestido se hizo una necesidad, el tatua- ge dejó de tener razón de existencia. De general que fué primero 124 Dr. MARTINEZ BACA. en todos los hombres y pueblos, se hizo particular á ciertos indi- viduos en que la influencia de la civilización no tuvo el mismo éxi- to que en otros, y especial á ciertos pueblos que han permanecido apartados del comercio social sin poder disfrutar de sus beneficios. En los pueblos civilizados, las generaciones se han sucedido sin que el tatuage haya aparecido, sino como un fenómeno raro que sólo se descubre en la hez de la sociedad. Como esta clase so- cial es la que se manifiesta refractaria á las buenas costumbres, en ella reaparecen los signos de las costumbres primitivas, y se mar- can unos más que otros. Y todavía en estas últimas capas sociales, los signos regresivos del salvajismo no son generales en todos sus miembros, pues en un grupo de criminales es menor el número de tatuados que el de los que no se están; y esta costumbre salvaje tiende cada día más á desaparecer, hasta que por último los casos sean tan excepcionales, que ellos mismos vengan á comprobar la teoría del atavismo. Este atavismo no sólo se prueba en el delincuente, sino hasta en la clase elevada y civilizada de la sociedad, si bien como nn fe- nómeno raro. Antiguamente, cuando el tatuage se hizo un signo de distin- ción, el clan ó jefe de una tribu era el único que se tatuaba; después, los sacerdotes, los príncipes, y por último la nobleza. Hoy, el futu- ro jefe de una nación, el Príncipe de Gales y la nobleza inglesa, los lores, se tatúan para significar su jerarquía y condiciones sociales. Cuando hicimos la historia del tatuage, dimos á conocer las cos- tumbres, respecto al adorno, de los primeros pueblos y de los que aun permanecen en el estado salvaje; y la etnografía de las nacio- nes civilizadas nos suministra millares de ejemplos con los que po- demos recordar los usos de los primeros hombres, y relacionarlos con las modas actuales que el refinamiento social ha hecho reapa- recer. La moda, esa entidad abstracta que explota la vanidad del hombre civilizado, herencia del salvaje, no es más que la aparición, desaparición y reaparición de las costumbres de nuestros abuelos. Es la costumbre primitiva que evoluciona en razón de las fuerzas sociales que la sostienen, y la decadencia de esta misma costumbre, hasta quedar hundida en el olvido, si fuerzas sociales nuevas no la hacen reaparecer un tanto modificada. Es, en una palabra, la com- binación de los factores externos con los factores internos que evo- lucionan, hasta cierto límite, para decaer hasta cierto límite; pues LOS TATUAGES. como dice Spencer: «La teoría del progreso continuo, admitida sin restricción, es casi tan insostenible como la decadencia continua.» 1 La moda, pues, que es la diosa que todo el mundo adora, y su- miso se rinde á sus mandatos, nos da los extremos de una cadena con los cuales podemos unir el pasado con el presente, para ver que las tres fases del adorno porque ha pasado la humanidad, con las costumbres inherentes á ciertos pueblos, no son más que fenóme- nos atávicos que corroboran la teoría del tatuage en el hombre in- culto y en el delincuente. Los procedimientos, pues, á los cuales ha recurrido la huma- nidad á medida que ha ido civilizándose para satisfacer el deseo in- vencible de adornarse, pueden reducirse á tres fases ó categorías, que son; i? Los afeites y el tatnage en todas sus formas. 2” Las deformaciones y las mutilaciones étnicas. 3(-’ Los peinados, las jo- 3ras y los vestidos. De estas fases algunas han desaparecido del seno de las socie- dades civilizadas; otras luchan por sostener su imperio en el sexo débil, la mujer, y otras han vuelto á hacer su aparición después de muchos siglos de ausencia. I. Los afeites, después de haber extendido su dominio en toda la superficie del cuerpo, y en todos los pueblos de las primeras eda- des, hoy sólo se limitan á la cara de la mujer de cierta clase social, y de vez en cuando, á la de la más elevada. Las costumbres que sigue la mujer civilizada á este respecto, nos recuerdan los usos de algunos pueblos que permanecen aún en el estado primitivo. En ciertos pueblos de la Senegambia, las mujeres se tatúan de azul índigo las encías y los labios: nuestras mujeres de cierta je- rarquía social, nunca la gente del pueblo, se pintan las encías y los labios de rojo. Los polvos dentríficos más preferidos de nues- tras mujeres, son aquellos en cuya composición entran el carmín, la rubia y otras substancias que dan color rojo. En cambio, las mu- chachas de Nueva Zelandia se tatúan los labios de negro, por ser una vergüenza tenerlos rojos. Pueblos hay en Arabia f NiffaJ, don- de las mujeres se pintan el cabello y las cejas de azul, y los pár- pados con khol\ los labios de amarillo, y se enrojecen con el henné los dientes, las manos y los pies. Nuestras mujeres más civiliza- das, tanto del antiguo como del nuevo continente, para agrandarse 1 Spencer. Los fundamentos de la sociología. 126 Dr. MARTINEZ RAGA. los ojos, se pintan las cejas y las pestañas de negro (con sulfuro de antimonio), y una raya negra en el ángulo externo de los pár- pados completa la ilusión. Para hacerse más interesantes, pintan de azul obscuro la base del párpado inferior, con lo cual dan á la fisonomía una expresión de tristeza que contrasta con el tinte rojo de las mejillas. En la actualidad, entre las novedades últimamente importadas de Europa, con el objeto de embellecer á las mujeres de nuestra alta sociedad, viene el Henní?, (Lawsonia inérmis. L.)1 cosmético con que se pintan de un bello rubio los cabellos, para hacer con- traste con sus ojos negros dar más realce ásu hermosura. Antiguamente, las mujeres de Oriente, las encumbradas damas lo mismo que la última mujer del pueblo, se pintaban de blondo los cabellos, las cejas y las pestañas. Han pasado muchos siglos, y vuelve á aparecer en nuestra sociedad una moda que se perdió en las pasadas generaciones. Entre los afeites colorantes, el rojo es el que ha tenido mayor aceptación; es,puede decirse,tan antiguo como la humanidad;exis- te aún en los pueblos que se conservan en el estado salvaje, y se aleja de nuestros centros de civilización, para albergarse solamente en las celdillas de los teatros y en nuestras mujeres de gran mundo. No obstante esto, en la Europa moderna, como en nuestros círcu- los sociales de más elevada categoría, el colorete hace su aparición en ciertas épocas, como la de ópera, la de grandes bailes, etc., no hace aún medio siglo que nuestras más elegantes damas no po- dían presentarse en sus salones ó en la calle, sin que antes no se pintaran de carmín las mejillas, los párpados y los labios. En la Roma antigua, el afeite se había hecho un medio de con- servar la salud; toda mujer honrada, antes de salir á la calle, de- bía embadurnarse la cara con una untura negra y pegajosa ,2 Mu- rió esa moda, y hoy, toda mujer honesta no puede presentarse en público, si antes no se ha puesto en la cara, el cuello y las manos, alguno de esos polvos blancos ó color de rosa que se expenden en las grandes droguerías ó perfumerías. No obstante el tatuage, los neo-zelandeses usaban con dema- 1 Género de plantas de la familia de las Salicarieas. de las cuales una especie, la Henné, es un arbusto del Oriente, de madera dura, cultivado por los árabes, de cuyas hojas, seca- das y reducidas á polvo, se hace una pasta que se aplica sobre la parte que se quiere pintar de color de león.—Dic. de med. Littré y Robín. 2 Ch. Letourneau. Dic. de Antropología. LOS TATU AGES. 127 siada profusión, el afeite rojo; los hombres como las mujeres lleva- ban siempre en la mano un peda/o de ocre rojo, para sostener el color que daban á sus mejillas, á la frente y á todo el cuerpo. Hoy nuestras damas cargan en cajas más ó menos apropiadas, con sn respectiva borla de nutria, su inseparable polvo, que sostiene la ter_ snra de la piel, que cubre ciertos defectos de ella, y la hace aparecer blanca ó apiñonada, cuando muchas veces es bien subida de color. Los hombres de nuestra época prestan también contingente para asimilarlos á los recuerdos históricos de nn remoto pasado. Los sari (Persia), ya viejos se pintaban el cabello y la barba de ro- jo; en Bagdad (Turquía), preferían el azul. Entre nosotros,-los viejos que se resisten á manifestar los años que han vivido,.con pretexto de la higiene de la vista, á la que hacen daño los reflejos de la luz sobre el blanco de sn bigote, se pintan el cabello, la bar- ba y el bigote de negro, ya usando el simple cosmético, compuesto de cera, grasa y hollín; ó bien con tinturas que tienen por base las sales de plata, que ennegrecen los cabellos al contacto de los sulfures. Las mujeres que pueblan las orillas del río Niger (Africa), se pintan las uñas de nn rojo púrpura, y las de ciertos lugares del Asia, de amarillo. No hace treinta años, nuestras elegantes damas se pintaban de color de rosa las uñas, y otras se las doraban; las dejaban crecer para cortarlas en forma de pico, y, para que no se quebraran, llenaban el hueco de ellas con una pasta color de rosa. Todo esto, además de significar nn adorno, implicaba la idea de que, quienes lo usaban, no se ocupaban de trabajos manuales. En China, las uñas largas eran nn símbolo de nobleza, y las señori- tas llevaban cajas de plata para protegerlas. Los ascetas chinos las dejan crecer en proporciones monstruosas, como para significar que llevan una vida religiosa, y no se ocupan en cosas mundanas. En- tre las actrices siamesas, era nn signo de aristocracia llevar las uñas largas. Todo esto ha desaparecido, y apenas quedan huellas de esos usos; el guante fné sn sudario. El color de los dientes fné nn hecho en el que se fijaron 11111 cho los pueblos salvajes. Los pobladores antiguos de Asia y Afri- ca, se pintaban los dientes de rojo, azul ó amarillo. En el archi- piélago Malayo, y casi en todas las islas oceánicas, se los pintaban de negro; lo mismo hacía el antiguo zapoteen. En China se los pin- taban de amarillo, porque era vergüenza tenerlos blancos, como los 128 Dr. MARTINEZ BACA. de los perros; y nosotros para tenerlos blancos, como los de los ani- males carniceros, nos los frotamos frecuentemente con cepillos rí- gidos, porque nos da vergüenza tenerlos amarillos, color debido á la edad ó al poco aseo qne con la boca se tiene. Hn fin, las australianas llevaban pintadas en las piernas rayas blancas rojas, entrecruzadas, semejando las correas que usaron los primeros guerreros para sostener los músculos de las pantorri- llas. No hace muchos años nuestras damas elegantes usaban cin- tas negras ó de color, entrecruzadas sobre las medias, para soste- ner el zapato bajo, á la vez que para adornar la pierna; cintas á las que impropiamente se les llamó cáligas, como perversión de la pa- labra qne recuerda la pequeña bota qne, hasta media pierna, usaba el soldado romano. 11. Las deformaciones y las mutilaciones. La idea de modificar la forma del cuerpo, de mutilar ciertos órganos, de deformarlos, en fin, con el objeto de mejorar su aspecto exterior, según el sentimien- to estético qne en los pueblos ha dominado, caracteriza la segun- da faz de la evolución del adorno, y nos recuerda en su estado ac- tual, que su fuente no ha sido otra qne el gusto y las costumbres de las razas primitivas, modificado aquel, perfeccionadas éstas, y extinguidas algunas, por no poder sostenerse en medio de las cos- tumbres qne impone nuestra civilización. No nos ocuparemos con las deformaciones de la cabeza, qne se han hecho en casi todos los pueblos del mundo; costumbre que ha desaparecido en la mayor parte de ellos, aunque existe sin embar- go, con diversos motivos en algunos lugares del Asia, de América 3' de Europa; pero sí con las deformaciones de las otras partes del cuerpo, qne, ya solas ó combinadas con las mutilaciones, no tuvie- ron otro objeto que mejorar la condición estética del hombre. En China, por ejemplo, la deformación de los pies para hacerlos pequeños era general, principalmente en la nobleza; ha desapare- cido de esta clase social y sólo se conserva en la gente del pueblo. Entre nosotros, esta costumbre también ha decaído; no hace mucho nuestras elegantes damas torturaban sus pies en zapatos demasiado estrechos, con tacones de madera de cinco centímetros de altura y 111113’- oblicuos hacia adelante, para hacer aparecer el pie más peque- ño, lo qne ocasionaba que algunas mujeres apenas pudieran andar; 3t todavía, para hacer más difícil la progresión, usaban los tacones he- EOS TATUAGES. 129 rrados, lo que producía caídas de fatales consecuencias, además de las afecciones uterinas por andar siempre cuesta abajo, pues á eso equivalía llevar el tronco hacia atrás para conservar el centro de gra- vedad. Entre las deformaciones actuales importadas de Europa para la mujer, existe la del tronco, moda universal en la gente civilizada que no puede prescindir de estrechar su cuerpo por medio de una coraza llamada corset, hecha rígida por varillas de acero ó de ballena ó de otate que la rodean, lo que con perjuicio del funcionamiento normal de los órganos abdominales, reduce él volumen del talle para darle forma agraciada. Peveille dice que es un instrumento de tortura, en el cual se ponía á las jóvenes desde edad muy tierna. Haremos rápidamente la historia del corset, tomando los datos de Larousse. Generalmente se cree que es de invención moderna, pero Home- ro en su Iliada se refiere al corset, cuando al describir el ropaje que llevaba Juno ( Era de los griegos), al querer seducir á Júpiter, habla de las dos cinturas que dibujaban el talle de la diosa; la una, dice, era bordada con franjas de oro; la otra, tomada de Venus, estaba adornada con todas las riquezas que sugiere la fecunda imaginación. En Atenas y en Roma los corsets tenían por objeto, en un prin- cipio, disimular los defectos del talle; después las cinturas que lle- vaban no sólo servían para estrechar el talle, sino para levantar los senos y aumentarlos de volumen, sostener las espaldas y reducir el volumen del vientre. En todos los pueblos cultos, las caderas salientes, el talle del- gado, el pecho y el cuello voluminoso de las mujeres, han excitado el sentimiento estético del hombre. Elfasolee mamillaris de los antiguos tenía el mismo objeto que el corset moderno: las mujeres griegas y las romanas procuraban tener un talle esbelto y un pecho saliente, como signos de belleza; así como una cintura áncha y un vientre voluminoso eran signos de deformidad. Para conseguir lo primero, Sirénus Lammonicus, médico del Siglo 111, conociendo la necesidad del bien parecer en la mujer, empleaba ciertos tópicos qué, según él, evitaban el des- arrollo de la cintura y procuraban la esbeltez del talle, lo que le dio mucho nombre y mucho dinero. El corset filé no sólo adminículo de la mujer; los hombres también lo usaban, y en éstos las varillas eran de madera de tilo. 130 Dp. MARTINEZ BACA. El refinamiento en las costumbres romanas vino á dar fin con el corset como con las demás piezas del vestido, que se redujo todo él á una simple túnica ceñida en la cintura. En la edad media el corset volvió á aparecer, pero entonces no fue más que un simple corpino que sujetaba el cuerpo sin compri- mirlo. En 1532, Catalina de Médicis introdujo en Francia el corset que importó de Italia, y el cual pronto se extendió por toda Europa. Roderic Ambrosio Paré fueron los primeros campeones en la lucha contra el corset, y se empeñaron en demostrar los inconve- nientes de la constricción del talle. En vano Mataigne y Riolan señalaban también los daños, y el abate Quillet criticaba en el pulpito el uso del corset; las damas francesas persistían en estrechar su talle. Re}’es y Emperadores trataron de desterrar de sus Estados esta moda tan perjudicial, y no lo consiguieron. José 11, para inspirar á la mujer honrada aversión por el corset, sometía á las mujeres de mala vida á sufrir la pena infamante de llevar corset y paniers. Ea revolución francesa dio fin con todos estos signos de coque- tería, y los corsets, paniers y polissons desaparecieron por algún tiempo. Durante el nuevo imperio, el corset hizo su reaparición en la corte de Francia; pero no ya como en el tiempo de Catalina, sino que estrechaba más el talle, los senos quedaban más levantados y el pecho más descubierto. En 1812 fué la época en que las mujeres se estrecharon más el talle, y entonces Napoleón decía al Dr. Corvisart: «este vestido, de una coquetería de mal gusto, que martiriza á las mujeres y mal- trata su progenitura, me anuncia gustos frívolos y me hace pre- sentir una decadencia próxima.» Ruis XVIII decía á madama Ca}da: «vos seríais la mujer más liúda de mi reino si despreciárais una moda tan absurda, si abau- donáseis este horrible corset que afea la naturaleza.» En fin, el corset ha sido atacado por todos los hombres grandes poderosos, y ha resistido á su poder. Cuando Francisco Ise hizo cortar su largo cabello, al día siguiente todas las largas cabelleras cayeron. Cuando Ruis XIV criticó á las damas de su corte por el gran moño que traían arriba de la frente, hizo caer en la misma tarde aquellas cofias. El Júpiter Olímpico que con una palabra de- LOS TATUAGES. 131 rribaba tronos, nada pudo contra el corset; y el viejo rey, habituado á ver á los cortesanos obedecer sus menores deseos, encontró en el corset un rebelde contra el cual se estrelló su poder. (Larousse.) No es remoto qne esta moda que tantos males ha acarreado á la disposición pelviana de la mujer, desaparezca muy pronto para volver quizá más tarde modificada, reduciendo las dimensiones lon- gitudinales del corset. Las negras del Africa central se procuran una deformidad qne consiste en el engrasamiento de ciertas partes del cuerpo, las re- giones glnteas, considerado como el ideal de la belleza femenina etiope. Hoy, las mujeres de nuestra alta sociedad tienen la peregrina idea de imitar la csteatopigia1 de la hotentote, poniendo cojines en las caderas y en la región sacra (paniers y polisson ), para aumen- tar sn volumen y señalarlas al través de las ropas.2 En cnanto á las mutilaciones étnicas, no nos referiremos más qne á aquellas que, como las deformaciones, tuvieron y tienen por objeto mejorar la condición estética del hombre. Estas se refieren á los dos sexos; pero han persistido más en la mujer, en razón de sn tendencia invencible á adornarse. Todos los miembros del cuerpo, y sobre todo las partes más salientes de la cara, fueron objeto de mutilaciones, de las cuales muchas se conservan aún en los pueblos salvajes,y otras son restos de la tradición hereditaria qne los pueblos civilizados se resisten á abandonar. Se sabe qne las mujeres de Skoptsy (Rusia) se hacen amputar los dos senos con el objeto de eludir las funciones de la maternidad, porque estos producen la relajación de esos órganos, la del vientre, y marchita, además, la frescura del semblante, por las atenciones consiguientes á ese natural deber. Existe una secta re- ligiosa muy extendida en el imperio ruso, que tiene por objeto im- pedir qne se produzca la maternidad, y al efecto, practica la ampu- tación de los senos. En nuestras órdenes religiosas (la Compañía de Jesús), con el mismo objeto, se procura la atrofia de los senos, 1 Del griego stear, grasa, y pign> nalga, nalga grasosa de los hotentotes. Livingstou. Dic. de Litré y Robín. 2 Paniers, especie de cuerpo de basquiña, emballenado, análogo á nuestras crinolinas modernas, que servía para extender los vestidos de cada lado arriba de las caderas- Los paniers se llamaban familiarmente los ascendientes bastardos. Polisson. Piezas de lienzo almidonado que las mujeres traían antes debajo de sus ro- pas, para dar amplitud á sus formas. Dic. de Pierre Larousse. Dr. MARTINEZ BACA. la que se consigue por medio de compresiones persistentes y me- tódicas, que acaban por hacer desaparecer esos importantísimos órganos. Las mutilaciones dentarias tuvieron por objeto principal hacer agradable la fisonomía, y aun hoy, más que asunto de higiene y de necesidad, la ablación de muchos dientes y la adaptación arti- ficial de otros, obedece á un sentimiento estético. Los africanos del alto Nilo (Mantegazza) se arrancaban los cuatro incisivos superiores para no parecerse á los animales; la mis- ma costumbre tenían los antiguos peruanos; y Ilo3', muchas per- sonas, principalmente las mujeres, sufren el dolor de la extracción de los caninos superiores, cuando son muy desarrollados, por no parecerse á los animales carniceros. Recordamos con este motivo lo que dijimos al hacer la historia del tatuage, respecto al adorno en los dientes, practicado por muchas tribus antiguas, como los de Borneo, los battaks de Sumatra y los antiguos mexica- nos, que hacían perforaciones en sus dientes incisivos superiores, para incrustarse pedazos de metal y piedras preciosas, como los reyes mexicanos; y aun hoy nosotros, tomando por pretexto las ca- ries dentarias, en lugar de pastas blancas para cubrir esas perfo- raciones patológicas, preferimos las aurificaciones, para mostrar nuestros dientes adornados. Con las mutilaciones ya dichas coinciden las de los labios, muy frecuentes en ciertos lugares del Africa y del Brasil; las del tabique de la nariz, usadas por los neo-zelandeses, neo-guineos, australia- nos y antiguos mexicanos, y la perforación de las alas de la nariz, para suspender anillos de oro, y de que hoy apenas se recuerdan algunos ejemplares entre los árabes, los antiguos egipcios y judíos. Bu los pueblos cultos todas estas mutilaciones han desaparecido por completo, y sólo queda la tradicional y salvaje costumbre, exis- tente en todos los pueblos, de perforar los lóbulos de las orejas de las mujeres, desde la edad más tierna, con el fin de colgar adornos de todas clases; única costumbre que se ha perpetuado en las cla- ses más elevadas de las naciones civilizadas. En ciertos pueblos del Asia, del Africa, de la América del Sur (Brasil), etc., distienden á tal grado los lóbulos de las orejas con el peso y tamaño de sus adornos, que los agujeros alcanzan pro- porciones de cuatro y cinco centímetros de diámetro, y soportan pesos de ciento cincuenta gramos (Delisle). En el Brasil en la LOS TATU AGES. 133 Judea, las mujeres introducen en esos órganos grandes pedazos de madera; en la Melanesia, pedazos de escamas de tortuga y rollos de lienzos muy voluminosos: en otros pueblos, arillos de cobre, de oro, de marfil ó de cualquiera otra substancia. Entre nosotros (el pueblo civilizado, y aun el medianamente culto), á los pocos días del nacimiento de la niña, se llama á la par- tera ó al médico para que taladre las orejas de la recién nacida, y pueda más tarde ostentar las joyas que la fortuna le depare; siendo esta perforación, desde la más tierna edad, el signo distintivo del sexo. En otros pueblos, como el bajo de Italia, y en esa raza des- graciada, originaria de Egipto, según algunos etnógrafos, que se lia extendido por España; esa de piel atezada, de pelo negro, largo y un tanto rizado; la gitana, en fin, ostentan en sus orejas, los hom- bres como las mujeres, grandes arracadas de oro, que contrastan con la expresión viril de su semblante. Pero ya en ciertas clases sociales esta costumbre tan primitiva tiende á decaer; ya hay madres que se resisten á permitir que se perforen las orejas de sus hijas, y muchas jóvenes de buena socie- dad he visto yo que no tienen agujeros en dichos órganos. Las mutilaciones han llegado, en los pueblos bárbaros, hasta los órganos genitales,tanto de los hombres como de las muj eres. Aunque por diversos motivos, sobre todo por el religioso, han llegado mu- chos pueblos del Asia y del Africa á mutilar los órganos sexuales, como sucede entre los judíos respecto de la circuncisión, en los hom- bres y las mujeres, consistiendo en éstas, en la excisión de las nin- fas. Otras veces son los celos y las grandes pasiones eróticas la causa, como sucede en el Oriente con la infibulación, ya para comprobar la virginidad de las jóvenes en el momento del matrimonio, ya para asegurarse de la fidelidad de la mujer cuando el marido está ausen- te. En fin, se practica la castración, ora por la poca confianza en la castidad de las mujeres de un harém, ora por la poca ó ninguna que inspiran los servidores de éste. Por último, en la lucha cada vez más encarnizada por la existencia, en que la conservación de la prole se hace cada vez más difícil de sostener, los australianos y algunos pueblos civilizados de Europa, para evitar la fecunda- ción de sus mujeres, se mutilan el canal de la uretra practicando una abertura en la región del perineo. Nosotros no nos referimos sino á esas mutilaciones de los ór- ganos sexuales masculinos, que tienen por objeto mejorar el as- Dr. MARTINEZ BACA. pecto personal del individuo, haciendo que sus formas sean más redondeadas, sus maneras afeminadas, su voz del gadaliasta conse- guir que el registro de ella sea lo más elevado, como sucede con los escogidos para cantar en la Capilla Sixtina,los cuales desde su más tierna edad son sujetados (?) á la castración para cultivar su voz y hacerlos apreciables como cantores. Kn la actualidad, el uso de rasurarse no es otra cosa que un resto de las mutilaciones acostumbradas antiguamente entre los pueblos del Africa y del Asia; una de esas mutilaciones consistía en la epilación directa, ó por medio de unturas para hacer caer el pelo de la cabeza, de las cejas, y aun del monte de venus, como lo hacían los andamanes y botocndos. Los antiguos peruanos no estaban conformes con su barba, por considerarla fea, y se la arran- caban : lo mismo hacían los insulares de Lavón y los filipinos que epilaban su barba con pinzas de plata, las cuales colgaban del cuello, para arrancar prontamente el primer pelo que se notase en la cara. Hn otro tiempo, el hombre civilizado no se cortaba el pelo de la cara, ni aun el sacerdote de la religión cristiana, porque era lo que le daba carácter. Hoy hemos vuelto á la epilación por medio de instrumentos demasiado cortantes; y es raro encontrar un hom- bre aseado con pelo en la cara, excepto el bigote; muchos por ra_ zón de su oficio, como el fraile, el comediante y el torero, llevan la faz desprovista de pelo, semejándose por ello á las mujeres. 111. Los peinados, las joyas y los vestidos. H1 amor por las joyas y el gusto por los grandes y extraños peinados, en que el cabello largo se presta á satisfacer las más raras exigencias de la moda ó la aberración enfermiza del sentido estético, han sido en todos los tiempos y en todos los países, el patrimonio de los dos sexos. Pero esas inclinaciones tienden á desaparecer en el sexo fuerte, prin- cipalmente en el muy civilizado, aunque no en el del grupo social más elevado, en el cual el refinamiento de la moda lo hace afemina- do; persistiendo, no obstante, con todo el esplendor en nuestras mujeres, como vivió y vive aún entre las mujeres de ciertos pue- blos salvajes. Sin temor de equivocarnos, podríamos decir que, tantas cuan- tas son las formas de peinados que se usan en las islas Fidji, tantas han pasado por las cabezas de nuestras elegantes damas. A los grandes peinados de mil formas que se suceden en un siglo, siguen LOS TATUA GKS. 135 otros no menos vistosos, pero siempre molestos, que hacen, no obs- tante, la dicha de la mujer civilizada. Los bucles, los crepés, los grandes rizos y largas trenzas, los antihigiénicos postizos, tales como las enormes castañas, que aparecieron en el mundo civiliza- do á mediados de este siglo y destronaron á los antiestéticos abul- tados que, por medio de dos grandes cojines, se levantaban de cada lado de la cabeza, para hacerle competencia á la misma que ador- naban ; las empolvadas y coloreadas pelucas que murieron en Euro- pa con el siglo pasado, pero cuyo uso existe aún en algunas islas del Océano Pacífico, son otras tantas formas de peinados que re- corrieron su período cíclico en menos de cien años, para reapare- cer quizá en el siglo venidero. La calvicie, ese eterno martirio de la coquetería femenil y aun masculina, fué sin duda la causa de que el europeo copiara del in- sulano uno de sus más sencillos adornos de la cabeza. La peluca, según algunos, es de origen italiano; las primeras fueron blondas porque eran hechas de los cabellos de los gaullois y de los germanos, y fueron de grande estimación para las muje- res romanas, que vieron en la negrura de sus cabellos una sombra que hacía su semblante demasiado severo, por lo cual prefirieron llevar los blondos cabellos de los gaullois. Según el abate Thiers, la peluca hizo su aparición en Francia durante el reinado de Luis XIII (1629); Pero este adorno adquirió todo su esplendor en la época de Luis XIV. En ese tiempo suce- dieron á las pelucas blondas, las blancas, y por último las negras, que caían en gruesos bucles sobre las espaldas de los hombres. Este adorno sufrió varias modificaciones á mediados del Siglo XVIII. Según la jerarquía de la persona que la usaba, así era el color de su peluca; la nobleza la usaba blanca, los doctores en ambos dere- chos, negra: y al plebeyo le era prohibido usar esta clase de ador- no, lo mismo que el espadín en la edad media. Durante el Direc- torio, el uso de la peluca se extendió á todas las clases sociales: mujeres de la más baja estofa lucían sus pelucas blancas y largas, hasta que en 18 de brujnario año VIII (10 de Noviembre de 1799) cayó con el Directorio el postizo, que no debía usarse ya más, por ser simple adorno que inventó la coquetería. Ala elegante y rizada peluca del siglo pasado, sucedió el sim- ple casquete que la calvicie exigió del arte, en las primeras décadas del presente siglo. Cabelleras más ó menos artísticas, simulando el 136 1)r. MARTINEZ BACA. color del pelo de la persona que lo usaba, fueron las encubridoras de muchas calvas, y aun de muchos años, siempre por la tenden- cia al bien parecer. Hoy son raros los hombres que usan esa clase de peluca, á pe- sar de su calvicie, por considerarla ridicula. No obstante, en las postrimerías del Siglo XIX, como para demostrar una vez más que la aparición, desaparición y reaparición de las costumbres de las generaciones pasadas, son una ley de la evolución social, la peluca blanca tiende á hacer su nueva entrada eu el mundo elegante, em- pezando por imitarla con polvo blanco, puesto en la cabeza hasta cubrir el color del pelo. Desde la edad de la piedra tallada, hasta la presente, los hom- bres, como las mujeres, han manifestado gran placer eu llevar adornos colgantes y adheridos á diversas partes del cuerpo; el cue- llo, los brazos y antebrazos, las piernas, los dedos, y diversas par- tes de la cara, como las orejas, las narices y los labios, han sido los lugares destinados para lucir ó lucirse en ellas, las prendas que se tienen como objeto de lujo. Los collares, los brazaletes, los ani- llos (ó ajorcas) eu las piernas, y sortijas eu los dedos; los zarcillos, aretes ó arracadas, en las orejas; los chalchihuites y tubos de me- tales distintos, en la ternilla ó tabique de la nariz; los botoques de madera ó de otra substancia, en incisiones hechas en los labios, son y han sido siempre adornos más ó menos valiosos, conocidos con el nombre genérico de joyas. Las conchas de los ríos y de los ma- res, los dientes y huesos de animales, los pequeños guijarros de va- rios colores, perforados y enhebrados, fueron los primeros collares, alhaja preciosa que los hombres de aquella edad usaron. Al aparecer los metales como el cobre, el fierro, el bronce, el oro, la plata, etc., los collares cambiaron de forma, y á las simples cuerdas adornadas con objetos tan disímbolos, como dientes de ani- males, pedazos de ámbar, que al roce constante con el cuerpo ad- queríau forma globular; rodajas de azabache, de lignito, de cuartzo rojo, de cristal de roca, etc., sucedieron los torces de bronce, de fie- rro, de oro, y después de plata; anillos más ó menos anchos que cubrían y adornaban el derredor del cuello, y que hoy como re- cuerdo atávico usan los militares con el nombre de gola, en forma de media luna, colgado al cuello cuando están de servicio. Hoy el collar sólo es adorno de la mujer; y aunque no se aviene con nues- tras costumbres el llevar como las mujeres andamanes, las falan- LOS TATUAGES. 137 ges de los pies y de las manos, pertenecientes á los parientes muer- tos, en collares y ensartados á guisa de cuentas, vemos á nuestras damas cubrir sus gargantas con gruesos hilos de perlas, aderezos de brillantes y piedras finas de color: vemos también á nuestras jóvenes de la clase media usar sendos collares de coral é hilos de perlas falsas, y á la pobre indígena lucir sus enormes cuentas de ám- bar amaiillo, de vidrio de varios colores, que con ardiente y atávico deseo adorna su cuello como el de la mujer prehistórica. No sienta a nuestras civilizadas costumbres llevar como recuerdo de nuestros parientes muertos, los huesos de sus pies y de sus manos ensarta- dos á guisa de cuentas y puestos á manera de collar, como lo hacen los andamanes; pero vemos aún individuos que llevan por adorno y á manera de perlas ó brillantes engastados en un fistol ó en un ani- llo, los pequeños dientes de leche de sus hijos ó parientes. Todavía hoy, á la muerte de un pariente ó de un ser querido, los deudos tra- tan de conservar algo que haya formado parte de su individuo: si es mujer le arrancan una trenza; si es hombre un mechón de pelo, y lucen esos despojos como viva representación del que fué, en forma de sortija ó de cordón para reloj, á manera de bejuquillo, ó en fin, guardan aquellos restos dentro de un medallón que cuelgan al cue- llo como un adorno.1 En la época robenhausiana2 hicieron su aparición los anillos de los dedos en los hombres. Pedazos de concha redondeados y per- forados al diámetro de los dedos, formaban el adorno de esa clase. Si los anillos de los dedos fueron en su origen un simple adorno, se unió después á esto un uso que tuvo su cuna en Egipto y Babi- lonia. Las sortijas de oro entonces tenían grabados en un piedra tallada el nombre ó iniciales de su dueño, ó simplemente en el mis- mo metal, y servían de sello. La sortija-sello, pnes, caracteriza la segunda época de su aparición, y aunque todavía se ven algunas con ese carácter, hoy sólo tiene por objeto el motivo que le dió ori- gen, adornar las manos y lucir en ellas perlas y brillantes que la moda actual ordena. Inútil es hablar de aquellas joyas que los pueblos salvajes usan y los civilizados rechazan; este punto lo hemos tratado en la his- 1 Después de la toma de Querétaro y del fusilamiento del Archiduque Maximiliano, se dijo que cuando su cuerpo fué embalsamado se había vendido á un alto precio el cabe- llo y el pelo de sn blonda barba, el cual era lucido después por damas de la misma pobla- ción en medallones, sortijas y bejuquillos. 2 Nombre sacado de la estación neolítica de Robenhausen. ( Suiza.) Dr. MARTINEZ BACA. toria. Pero á medida que la razón se desarrolla y que el hombre se civiliza, las costumbres de los pueblos cultos se moderan, sus pro- cedimientos se simplifican, sus gustos se restringen, sus modas se limitan, y todas aquellas exageraciones en el adorno tienden á des- aparecer, y se hace más artística la manera de adornarse. No obstante que pertenece el vestido al último período evolu- tivo del adorno, punto también que hemos señalado, nos saldría- mos del objeto que nos hemos propuesto en la presente obra, si nos ocupáramos con él y con las transformaciones que ha tenido en la humanidad. Sólo diremos con Letourneau: «el gusto por los ves- tidos de colores chillones, se ha atenuado mucho por el de los me- dios tonos que lo ha reemplazado en los pueblos civilizados. Pero las mujeres usan todavía frecuentemente los grandes peinados, los afeites y las joyas, aun con mutilaciones auriculares, y vestidos de corte y matices abigarrados. Los adornos, así como ciertas costum- bres oficiales de los militares, de los magistrados, de los clérigos, nos representan supervivencias que quedan por desaparecer.» LOS TATUAGES. 139 CAPITULO XIV Diversas maneras de tatuarse entre nuestros criminales. Semejanza con los procedimientos exóticos. a práctica del tatnage por picadura ó acupuntura, entre nosotros es con poca diferencia, la misma que en Euro- n / I pa, y principalmente que en la mayor parte de las (y \ islas de la Polinesia. Los procedimientos se han trans- mitido de pueblo en pueblo, y según su ilustración así se han perfeccionado hasta constituir un arte que, aceptado co- mo profesión por algunos, les produce buenas ganancias y les pro- porciona un modo honesto de vivir. Estos traficantes de las debili- dades humanas tienen sus álbums en donde los amantes al tatnage escogen las figiiras que están más en consonancia con la pasión que los domina; tienen también planchas grabadas de antemano y ar- madas de agujas para formar la figura, las que aplicadas sobre la parte del cuerpo que se quiere tatuar, dejan la impresión en pun- tos sangrantes, pero que en razón de la violencia con que se hace la operación, producen poco sufrimiento. El Dr. Lacassagne, en su obra tantas veces citada, describe el procedimiento ordinario que emplean en Francia los delincuentes para tatuarse. ((C habiendo manifestado la intención de tatuarse hizo venir á S , compañero de detención, hábil tatnador, que comenzó la operación el 30 de Diciembre de 1879, á las tres de la tarde.» 140 Dr. MARTINEZ BACA. « El candidato, habiendo expresado el deseo de ser tatuado en la región glútea, se acostó sobre el vientre (boca abajo), en nn banco; el tatnador, de acuerdo con C sobre el dibujo que había de ejecutar, trazó los contornos con el auxilio de una pluma hume- decida con tinta ordinaria. Mediante tres agujas finas núm. 10, fijas en nn pequeño pedazo de madera con un hilo y humedecidas con un poco de tinta de China diluida en agua, hizo las primeras pi- caduras introduciendo oblicuamente las agujas á una profundidad de medio milímetro. Hecha esta primera operación, aparecieron al- gunas gotas de sangre en la superficie picada, pero en muy pequeña cantidad.» «Terminado el primer trazo, el tatnador volvió á picar una se- gunda vez sobre el tatnage, introduciendo las agujas á nn milíme- tro, y tan exactamente como fné posible en las primeras picaduras. La operación terminó, y las gotas de sangre se hicieron más abun- dantes. Una media hora después comenzaba la inflamación de la parte tatuada,» etc.1 El mismo autor dice que generalmente el tatnador emplea di- bujos hechos en papel aceitado, en el que pica los principales ras- gos con un alfiler; aplica el papel sobre la parte que va á tatuar, y pasándole después negro de humo (hollín) por encima, reproduce en la piel los caracteres del dibujo. Otras veces, si el tatnador sabe dibujar bien, traza con la pluma en la piel el dibujo que va á eje- cutar. Algunos tatnadores no hacen más que una sola serie de pique- tes; otros vuelven á picar una segunda vez, á fin de hacer los con- tornos de la figura más aparentes. En el primer caso las agujas son introducidas desde luego á un milímetro de profundidad de la piel, dirigidas oblicuamente y estando los tejidos fuertemente tendidos á fin de evitar el dolor, según algunos tatnadores; pero de seguro para que salga el dibu- jo con más exactitud. Terminada la operación, el artista lava la superficie picada con el líquido que tiene más á la mano, agua, sa- liva ú orines. Las substancias de que más uso hacen en Francia para el ta- tnage, son la tinta de China y el bermellón (cinabrio); otras veces emplean el carbón finamente pulverizado y suspendido en agua, ó tinta azul, y muy pocas veces el añil. i Lacassague. «Ros tatuages,» pág. 16. LOS TATUAGES. 141 Para los Dres. Perchón, Lacassagne y otros autores que se han ocupado con este asunto, la tinta de China ocasiona poca inflama- ción consecutiva á los piquetes dados para tatuar: no pasa lo mis- mo con el bermellón, que cansa un prurito y una irritación que obligan á los tatuados á rascarse las costras que caen prematura- mente y arrastran consigo las partículas colorantes del cinabrio; además, desaparece prontamente la figura hecha con esta substan- cia, pues que en tatnages de cinco á diez años, dichos autores han demostrado la ausencia de coloración roja. El carbón en polvo, dicen estos mismos señores, dura menos tiempo que la substancia antes dicha, aunque determina menos ac- cidentes inflamatorios. El Dr. Marro ha visto que la substancia generalmente adopta- da para tatuarse, es el carbón de madera finamente pulverizado ó el papel quemado, para el color azul; yla pintura roja para el pro- pio color. Describe de esta manera la técnica del tatuage expuesta por un tatnador; dice así: «se raya con la punta de la aguja sobre la piel, para señalar el sitio en donde se ha de hacer la incisión. Se aplica el carbón finamente pulverizado y humedecido con agua, y después se pica con la aguja hasta que salga la sangre; en segui- da se golpea con la mano para que penetre bien el carbón.» Nosotros tenemos poca experiencia á este respecto, porque co- mo veremos adelante, el bermellón, la tinta de China y otras subs- tancias colorantes, no son usadas por nuestros tatnadores, y por otra parte, no hemos tenido ocasión de presenciar una operación de tatnage para seguir su proceso. Hablaremos, pues, de lo que sabemos, según los datos que á duras penas hemos podido arrancar á nuestros tatuados. El procedimiento usado siempre en ellos, es la acupuntura. Co- mienzan por construir el instrumento, que consiste en dos popotes, ó bien en dos astillas delgadas de madera, de una longitud como de tres ó cuatro centímetros, entre las cuales colocan tres ó cinco agujas delgadas, que atan fuertemente con un hilo, distantes una de otra como dos milímetros. Otras veces distribuyen las cinco agu- jas en un pequeño zoquete, de modo que colocan tres en una hilera y dos en otra, en sentido paralelo. Este es el instrumento general- mente usado; pero, según me dijo un marinero mexicano, había visto otro que, por la incorrecta descripción que de él me hizo, de- 142 Dk. MARTINEZ BACA. be ser semejante al escarificador usado en flebotomía, el cual, en lugar de cuchillas, lleva agujas que por medio de cierto mecanis- mo salen en la disposición que la figura lo requiere, y después, por medio de un resorte, penetran simultáneamente en la piel, y dejan grabada en un instante por puntos ó piquetes la figura deseada. Este instrumento es muy semejante á los que usan en Europa los tatuadores de profesión, y de los cuales el Dr. Eacassagne nos lia hecho una descripción exacta. El método operatorio que usan nuestros tatuadores está divi- dido en dos procedimientos, que son: el directo y el de calca. El primero consiste en pintar directamente la figura, con tinta común ó con el líquido que van á emplear para fijarla, bien con un popote ó con una astilla de madera terminada en punta; antes de que se seque la tinta, se introducen las agujas oblicuamente en la piel, previamente tendida para que penetren con facilidad; las agujas introducen el líquido por capilaridad; después se frota la parte pi- cada con un exceso de tinta, para hacer penetrar ma}Tor cantidad en los piquetes. El procedimiento de la calca consiste en dibujar previamente la figura en un papel, que se humedece en agua y se adhiere des- pués á la piel por tatuar; sobre este papel se pica con una aguja un poco gruesa los contornos de la figura, hasta penetrar en la piel á cierta profundidad; terminada esta primera operación se despega el papel y queda marcado con puntos sangrantes el dibujo calcado; acto continuo se frotan con polvo de carbón, muy fino, los piquetes que han dejado abiertos las puntas de las agujas. Otras veces nuestros tatuadores toman una figura de antema- no grabada en papel, como la marca de fábrica de alguna mercan- cía; la perforan en sus contornos por medio de un alfiler ó de una aguja, la colocan encima de la piel, y golpean después sobre ella con una bolsita que contiene polvo muy fino, generalmente de car- bón, ó bien humo de ocote (hollín). Levantan en seguida el papel y quedan los puntos negros del carbón que han dejado pasar los agujeros. Señalada así la figura, pican la piel en donde quiera que haya puntos con agujas mojadas en la substancia que se quiere introducir, como humo de ocote, polvo de carbón, papel quemado, en suspensión en un líquido cualquiera; agua, vinagre, petróleo, aceite, sebo fundido ó tinta de escribir. Pocas veces usan una materia colorante como el añil ó cual- LOS TATUAGES. quiera fuclisina; nunca el bermellón, pues de estas substancias no disponen en las cárceles ó en los cuarteles, que son los lugares en donde generalmente se tatúan. Los accidentes que sobrevienen después de la operación, generalmente son ligeros: una inflama- ción circunscrita á la región tatuada, algunas veces infartos de los ganglios cercanos y una reacción de poca importancia, limitada al lugar operado en una extensión más ó menos grande, según el ta- maño del tatuage. Los fenómenos relativos á cada uno de los pi- quetes, se reducen á la aparición de pápulas semejantes á las de la urticaria, coronadas por un punto negro y más ó menos doloro- sas, según el líquido que lia servido de vehículo para introducir la materia colorante. Uno ó dos días después desaparecen, dejando en cada punto negro una pequeña costra, que cae después de diez ó quince días, ó antes, cuando los tatuados se las arrancan con las uñas, por el escozor que les producen. Por lo expuesto se ve que los procedimientos puestos en uso por nuestros presidiarios para tatuarse, son muy semejantes á los de los europeos, y puede decirse que á los de cualquiera parte en donde el tatuage se use todavía; por más que esta costumbre vaya decayendo á causa de la civilización y del poco tiempo de que dis- ponen los reos en las penitenciarías, por el trabajo obligatorio á que en ellas se les sujeta. En cuanto á la duración de los tatuages que hemos estudiado, no me es permitido decir si su permanencia es transitoria, por más ó menos tiempo, ó es definitiva. Tengo á la vista mis observacio- nes, y entre ellas registro tatuages que llevan de practicados de uno á veinte años, todos hechos con polvo de carbón y humo de ocote. No puedo decir si, en razón de su mayor ó menor claridad, tienden á desaparecer, porque para esto tendría que comparar el estado que guardaban en su principio, con el que conservan en la actuali- dad. Pero, á juzgar por el aspecto que presentan hoy, en compa- ración con el de hace cuatro años, que fué cuando comencé mis observaciones, debo confesar que no han cambiado en nada; que el más antiguo, el de veinte años (aunque el preso dice que cuenta veintiocho), conserva el mismo aspecto azulado que le reconocí desde un principio, sin que yo pueda decir que tiende á desaparecer. Es verdad que he visto tatuages hechos con carbón, tan poco claros, que me ha sido preciso refrescarlos con tinta de escribir, para determinar su figura y poder sacar la calca, y estos tatuages 144 Dr. MARTINEZ BACA. llevaban poco tiempo de practicados; lo que me ha hecho suponer que fueron mal ejecutados, y no adquirieron, desde su principio, la claridad que es común en ellos. Por otra parte, como la gente en que he hecho este estudio es tan ignorante y de tan mala fe, no ha podido contestar á mis preguntas, ni me han merecido crédito las noticias que me ha suministrado. LOS TATUAGES. 145 CAPITULO XV Experiencias para hacer desaparecer el tatuage por el procedimiento de Variot y otros procedimientos. n E nos acusará, como á Variot, de inhumanos, por ha- . v ber producido en algunos penitenciados ligeras infla- maciones y elevaciones de temperatura, pues que, al ilVfciy decir de los falsos altruistas, tales dolores no debieran ' producirse en el hombre ni aun con el carácter de ex- perimento científico, por no tener derecho á obrar sobre el cuerpo de que él sólo es dueño? ¿Se nos tachará de complicidad con el delincuente, por tratar de hacer desaparecer del dominio de la identificación, las señales indelebles con que más tarde pudiera reconocerse al reo que hubiera alcanzado su libertad por medio de la fuga? ¿Se nos dirá, por último, que tal operación es inútil, porque no tiene ningún valor científico, ni obedece á ningún principio de moral ? Contestando á los amantes del misoneísmo, á los de filantrópi- cos sentimientos, á los que creen que se dañan con esta operación las pesquisas de la justicia; y á los moralistas que juzgan incon- ducentes tales procedimientos, diremos: que, como el médico de la enfermería central de las prisiones de París, nunca procedimos al destatuage sin conseguir anticipadamente el pleno consentimiento del reo y sin manifestarle la clase de operación que íbamos á eje- cutar, así como los pequeños accidentes á que estaba expuesto; conquistada su voluntad, procedimos, sabiendo que tales marcas 146 Dr. MARTINEZ BACA. avergüenzan y mortifican á los delincuentes, motivos por los cua- les las ocultan; que, como el tatuage los inhabilita para entraren comercio con las gentes honradas, pues es de pública notoriedad su mala procedencia, se prestan gustosos, los que tal cosa compren- den, á ser despojados de su estigma, del que se creían portadores por todo el resto de su vida. Como lo dice la autorizada voz del eminente Dr. Bertillón, que declaró en una carta reproducida por un gran número de diarios, con motivo de una acusación que se hizo en contra del Dr. Variot, por haber ensa}'ado su procedimiento en presidiarios tatuados: «los taiuages no son más que signos de identificación accesorios, á los cua- les se puede dar poca importancia, porque la cicatriz que deja su des- trucción, es un signo que podrá probar tanto como el mismo tatuage.» En efecto, todo procedimiento de destrucción de un tatuage, deja como consecuencia, una cicatriz más ó menos extensa en el lugar que ocupó la figura; esta cicatriz es informe, ó bien reproduce el dibujo que la operación ha hecho desaparecer, cuando aquella se ha limitado solamente á los puntos tatuados; así es el caso que aca- bo de presenciar en un loco, que tenía en la cara externa del brazo derecho las cicatrices muy regulares que habían dejado cauteriza- ciones, hechas acaso con ácido sulfúrico; dichas cicatrices consis- tían en pequeños círculos, como de tres milímetros de diámetro, blancos (el loco era de raza blanca), un poco hundidos, y que de- jaban adivinar que había existido en ese lugar una flor con su tallo y dos hojas, todo grabado por medio del tatuage. Otro caso se re- fiere á uno de mis operados, á quien borré una cruz, y quedó una cicatriz roja cpie recordaba perfectamente la figura borrada, tanto más cuanto que la cicatriz tenía bordes muy salientes. En cuanto al valor científico que se niega al asunto de que tra- tamos, diremos que, las ciencias como las artes, sólo han adelan- tado merced á las múltiples observaciones y repetidas experimen- taciones que el hombre ha puesto en práctica, para conseguir el perfeccionamiento humano; y que hoy, precisamente, su valor es- triba en la imposibilidad en que está la ciencia para hacer desapa- recer las huellas de un signo de identificación, que la medicina legal aprovecha en su favor, y que más tarde, prosiguiendo por el mismo camino, quizá no pueda utilizar, si llega á perfeccionarse el proce- dimiento de destrucción de un tatuage, sin dejar huellas que denun- cien su existencia. EOS TATU AGES. 147 Hn cuanto á lo último, nada podemos decir, porque la moral de los pueblos cambia con su civilización, por más que se diga lo con- trario. Entremos, pues, en la historia de nuestras observaciones, por el empleo del procedimiento de Variot1 yel de los ordinarios ó vul- gares, como son aquellos en que se usa el jugo lechoso de higo verde y la leche de mujer. Julio 8 de iBgy, á las 11 lis. 20 rns. A. M.—A la hora indicada procedí á borrar el tatnage de Evaristo Santiago, núm. 7, reo de robo, conforme al procedimiento de Variot y siguiendo sus indica- ciones. A los pocos momentos de haber pasado el lápiz de nitrato de plata, aparecieron los puntos negros y se levantó la piel en forma de papillas, en cuyos vértices estaban los puntos negros indicados. El paciente manifestó dolor en el momento de la operación, do- lor que se acentuó más un poco después. En este estado, hice la curación, poniendo un algodón y una venda, con el objeto de que no se infectaran los piquetes. Día g.—Levantada la curación, se vió que la piel que había sido cauterizada estaba levantada como en un vejigatorio, y que abajo de ella había un pus líquido; el resto de la piel por donde había pasado el cáustico, estaba arrugada. Los piquetes estaban negros con una auréola pequeña, blanca; pero estos piquetes ó puntos ne- gros no estaban levantados como el primer día. El dolor persistió hasta el momento de la segunda curación. Día 10.—La superficie cauterizada, cuya epidermis se levantó, presenta el mismo aspecto. Hay poco dolor, y comienza la cicatri- zación. 1 Procedimiento de Variot. Se vierte sobre la piel tatuada una solución concen- trada de tanino; después, con el auxilio de un juego de agujas, como las que fabrican los tatuadores, se hacen picaduras cerradas sobre toda la superficie de la piel que se quiere des- colorar, introduciéndose así en la parte superficial de la dermis cutánea cierta cantidad de tanino. Se pasa después, frotando fuertemente sobre todas las partes picadas, un lápiz de ni- trato de plata ordinario. Se deja, durante algunos instantes, la solución concentrada de sal de plata, obrar sobre la epidermis y la dermis, hasta que se vean desprenderse las picaduras en negro. Se enjuga en seguida la solución cáustica, dejando la superficie tatuada de un co- lor negro por la formación de tanato de plata, que se ha producido en las capas superficiales de la piel. Pídase el consentimiento del tatuado. 148 DR. MARTINEZ BACA. Día ij.—El aspecto de la dermis desnuda es el de un tejido rojo, sin inflamación. Eos puntos cauterizados tratan de separar- se del resto de los tejidos. Día 16.—Eos piquetes ó puntos cauterizados que formaron pe- queñas escaras, lian caído en su mayor parte, y lian dejado peque- ños huecos que tienden á llenarse y á dejar intacta la piel, que está ligeramente rosada y dolorosa aún. Día ig.—Eos huecos producidos por la caída de las pequeñas escaras tienden, unos, á llenarse, y á cerrarse, otros; la piel va tomando su coloración normal. El 31 de Agosto reconocí por última vez el tatnage, Ea opera- ción dejó unas pequeñas cicatrices, como de dos milímetros de diá- metro, circulares y abultadas, brillantes y del color de la piel; el resto de ésta se reparó. Estas cicatrices borraron incompletamente la figura, y dejaron huellas muy marcadas. Cinco años hace que el reo se tatuó, haciendo uso del humo de ocote con sebo y petróleo, frotando con esta pasta los puntos que las agujas habían dejado al penetrar, después de dibujada la figura en la piel. Cuarenta y cinco días hace que usé el procedimiento de Variot, y las huellas qne dejó parecen indelebles. El mismo día 8 y á la misma hora, procedí á borrar el tatnage de Félix Carrillo, núm. 142. Este manifestó que durante la opera- ción y después de ella, había sentido poco dolor, siendo en su con- cepto más grande el que experimentó cuando le tatuaron el diablo que tiene. Eos piquetes siguieron la misma evolución qne queda referida en la observación anterior, y la curación fué la misma. Día g.—En este penado se observó lo mismo que en el ante- rior, al levantar la curación. Quité la epidermis que ya estaba com- pletamente desprendida. Eos puntos negros tenían el aspecto ya descrito; traté de desprenderlos, pero no fué posible. Día 10.—Ea vesicación qne se formó signe su curso; los pun- tos presentan el mismo aspecto qne el día anterior, y la parte de piel descubierta nada tiene de notable, si no es una ligera hincha- zón, poco ó nada dolorosa. Día ij.—Hoy examiné la superficie desnuda de la piel tatua- da, y el aspecto que presenta es el siguiente: dermis de color rojo; LOS TATUAGES. 149 los puntos cauterizados tienen la misma apariencia que los días anteriores; pero las escaritas correspondientes á los puntos caute- rizados, tienden á desprenderse. No hay inflamación de los tejidos cercanos, ni dolor fuerte. Día 16.—En este tatuado aun no caen las pequeñas escaras producidas por la cauterización, y la esfacela es más manifiesta; la piel es un poco más rosada que en el anterior, y el dolor más fuerte. Día ig.—Han caído las escaras en sn mayor parte, }r han de- jado huecos más grandes que los descritos en la observación ante- rior, lo que prueba que la cauterización fué más profunda; la piel está menos congestionada y menos dolorosa. El mismo día 31 de Agosto reconocí por última vez este tatnage que traté de borrar. Las cicatrices están como queda descrito tra- tándose del penado anterior; son circulares, abultadas 3" del mismo diámetro, aunque aquí se j untaron algunas por la proximidad de los piquetes y quedaron alargadas y brillantes. La piel que separa las cicatrices quedó completamente reparada. Parece qne se ha borrado el tatnage; pero lo remplazan las ci- catrices de que hemos hecho mención, las qne parecen indelebles, por haber alcanzado la escara qne formó la cauterización, hasta la mucosa de Malpigi, y destruido todo el espesor de la dermis. Cua- renta y cinco días hace qne se empleó el procedimiento. Tres años hace qne se tatuó el penado, 3" el procedimiento qne usó fné el de dibujar primero la figura en la piel, y picar después con tres agujas juntas, empapadas en una tinta compuesta de vina- gre y humo de ocote, la cual penetraba á la vez qne las agujas. El preso está descontento del procedimiento usado para borrar su tatnage, tanto por lo qne le hizo padecer, como porque deja hue- llas qne revelan la existencia de su marca. Le insté para que se dejara borrar otra figura, y no aceptó. En las mismas consideraciones entró el núm. 7. PE 9 de Julio empleé el mismo procedimiento de Variot, en el reo de homicidio Simón Guadalupe, núm. 245. Visto qne en los anteriores la cauterización fné 111113" fuerte 3" extensa, procedí con alguna reserva; aquí me limité á cauterizar exclusivamente los 150 Dr. MARTINEZ BACA. puntos impregnados por el tanino, esperé un momento, y apenas comenzaban á aparecer los puntos negros, sequé la parte para evi- tar el exceso de cáustico. Día 10.—Examinado el tatnage de Simón Guadalupe, se vio que sus piquetes, aunque abultados, están cubiertos con la capa de tanato de plata que se formó. No hay dolor. Día 12.—La superficie cauterizada tiene la misma apariencia, aunque está más abultada; picada con una aguja, salió de cada punto una gotita de pus. No hay signo de desprendimiento de la epi- dermis para que deje descubierta la superficie cauterizada y se pueda ver la evolución de los puntos cauterizados. Día /j. —La superficie cauterizada conserva el mismo color negro; pero los puntos picados ayer, están deprimidos y como hen- didos. Una auréola ligeramente inflamatoria, rodea la parte cauteri- zada, la cual está pocodolorosa. Aun no hay señales de desprenderse la escara. Día /ó.—Continúa en el mismo estado la parte cauterizada, pero está más dura y los puntos se deprimen un poco más. No hay señales de desprendimiento de la escara. El 31 de Agosto reconocí también á este preso. Como en los anteriores, no desapareció del todo el tatnage. En éste, el desprendimiento de las escaras dejó unas pequeñas cicatrices encima de la figura, las que no impiden que ésta se vea bien. Las cicatrices son tan superficiales, que con el tiempo desaparecerán 3- dejarán el tatnage en el mismo estado^ Once años hace qne este preso se tatuó, y el procedimiento usado fné el mismo qne en los anteriores. El propio día 9 volví á tratar de borrar al preso uúm. 55, Joa- quín Huerta, reo de homicidio, el tatnage que el año de 1894 pre- tendí quitarle por el procedimiento indicado. Este preso tiene la piel un poco fina (raza mestiza), por lo que después de haberle picado y cauterizado, le hice un lavatorio con solución de cloruro de sodio, para quitar el exceso de nitrato de plata, y esperé que apa- recieran los puntos negros. Día 10.—El tatnage del mencionado preso tiene el mismo as- pecto que el día anterior, con ligero abultamiento de la parte cau- terizada, sin desprendimiento de la epidermis. LOS TATU AGES. 151 Día 12.—La parte cauterizada apareció más abultada que el día anterior y un poco blanda, por lo que creí qne debajo de ella había pus, y piqué en varios puntos con una aguja; por cada piquete sa- lió una pequeña gota de pus; lavé la parte y la dejé en tal estado hasta el día siguiente. Día ij.—El mismo abultamiento en los puntos cauterizados, qne están un poco duros y sin pus, excepto uno. Aun no tiende á desprenderse la escara. Día 16.—El estado de la cauterización de este tatuado es más permanente qne el del anterior. Los puntos todavía están muy abul- tados, con pus concreto en la superficie. La piel conserva el mismo estado qne los otros días. El 31 de Agosto reconocí por último á este tatuado. La figura no ha desaparecido, solamente está un poco confusa, de manera qne no es posible reconocer lo qne representa. No dejó cicatrices inde- lebles, porque las agujas no penetraron en todo el espesor de la dermis. El preso cree qne á esto se debió el mal éxito. Hace veinte años qne se tatuó por el mismo procedimiento ya citado, con humo de ocote y aguardiente. El día 23 de Julio procedí á borrar el tatnage de Francisco Jai- me, nú 111. 276, con jugo de higo verde. Deposité un poco del líquido lechoso en el brazo del individuo y comencé á picar con las agujas en los puntos qne indicaban el ta- tnage; dejé 1111 rato el líquido en contacto con las picaduras, y des- pués lavé hasta que aparecieron unas pápulas correspondientes á los piquetes; todas estas pápulas estaban rodeadas de una auréola rojiza que indicaba una congestión local. Al día siguiente las pá- pulas habían desaparecido, y sólo quedaba el enrojecimiento: ade- más, un poco dolorosa y algo inflamada la región. Reconocido el preso á los pocos días, se vio qne sn tatnage ha- bía vuelto á su primer estado. Cuatro años hace que se tatuó. En la misma fecha procedí á borrar el tatnage de Blas Carlos, núm. 335, con el mismo jugo de higuera. El procedimiento fué el 152 Dr. MARTINEZ BACA. mismo, y los fenómenos enteramente iguales á los de la observa- ción anterior, tanto los que siguieron á la operación como los obser- vados al día siguiente. Reconocido algunos días después el tatuage, observé que con- servaba su claridad, como si nada se le hubiera hecho. El día 4 de Septiembre del mismo año intenté de nuevo borrar este tatuage, que tanto empeño manifiesta el preso en hacer des- aparecer, y en esta vez hice uso de leche fresca de mujer. El pro- cedimiento de las agujas fué el mismo: .puse un poco de líquido encima de la figura, y luego piqué; á pocos momentos se levanta- ron como de relieve las letras que habían sido picadas y se rodearon de una auréola algo roja y un poco dolorosa. El día 6 del mismo mes vi al preso, y noté que su tatuage con- servaba el mismo estado que antes de la operación. Todos los fe- nómenos subsecuentes de levantamiento de la piel y el dolor ha- bían desaparecido, y los piquetes no dejaron huellas. El preso insiste en que se use otro procedimiento más eficaz, pero lo aplacé para otro día. Seis años tiene su tatuage. El día 4 de Septiembre propuse á Manuel Pérez, núm. 386, bo- rrarle con leche de mujer su tatuage, que hace más de un año tiene. Se resistió al principio con pretexto de que le dolería mucho, pero le aseguré lo contrario, y aceptó. Piqué una parte de la figura ba- ñada cou el líquido mencionado, que estaba fresco; pasados algunos minutos comenzaron á levantarse los puntos picados, á enrojecerse la piel y á doler mucho, según manifestó el paciente. El día 6 del mismo mes revisé el estado del tatuage, y observé que no había cambiado, y que ni aun las agujas habían dejado hue- llas de haber atravesado la piel, que estaba lisa y de color normal, como si nada hubiera pasado en el período transcurrido de cuarenta y ocho horas. Propuse al penado emplear otro procedimiento, y con esa resis- tencia pasiva, propia del que se cree impotente, pero que revela una voluntad inquebrantable para oponerse á las decisiones de otro, EOS TATUAGES. 153 guardó silencio absoluto. Le insté que me manifestara su volun- tad, y no pude sacarlo del mutismo que empleó para contrariar mi resolución, y para no contraer responsabilidad con una oposición franca. Desistí de mi propósito por no tener derecho á imponerle mi voluntad, y volvió el reo á su taller, satisfecho de que hubiera sido respetado el derecho que le concede la naturaleza. Anteriormente, el 25 de Agosto de 1894, comencé mis experi- mentos y observaciones para comprobar la eficacia del procedimiento de Variot, en los núms. 227, 12, 85, 238 y 55, cuyos tatuages te- nían, respectivamente, una antigüedad de 3, 9, 8, 11 y 16 años. En todos estos tatuados, los fenómenos observados después de la ope- ración, fueron enteramente semejantes á los de arriba descritos, y como en ellos, los resultados fueron también negativos. Después de cuatro años volví á ver el estado que guardaban los tatuages de los cinco presos marcados con los números arriba dichos, y ahora su aspecto y claridad son iguales á los que guarda- ban antes de la operación, excepto en el núm. 55, en quien dos ve- ces empleé el procedimiento á que hago referencia, y en el cual la parte que traté de borrar está menos clara y menos legible el nom- bre sobre el cual procedí. Debo hacer notar aquí, que el procedimiento que mejor resul- tado ha dado á los delincuentes para hacer desaparecer sus tatuages, aunque muy doloroso y grosero y que expone á grandes inflama- ciones, es el de frotar fuertemente la parte tatuada con un pedazo de ladrillo, remojando con frecuencia la piel con agua, con objeto de ablandarla, y arrastrar la epidermis desprendida hasta llegar á la capa mucosa, sobre la cual continúa la acción del ladrillo, para que se desprendan las partículas de carbón que se habían alojado en ese tejido. Por ejemplo, el tatuage del núm. 55, que está grabado en la plancha 11, fig. X bis, fué borrado por este método. La ca- beza de la figura, que es sobre la cual recayó la acción del ladrillo, ha desaparecido completamente, y en la actualidad, el lugar que ocupó está perfectamente limpio, como si nunca hubieran penetrado en esa piel partículas de carbón (humo de ocote), que fué la subs- tancia que empleó este individuo, suspendida en aguardiente, por- que con este líquido se aviva más el color, según me dijo. En conclusión: de los nueve tatuages tratados por el procedi- miento de Variot, uno dio un resultado completo; otro dejó en su 1)r. MARTINEZ BACA. lugar cicatrices deformes é indelebles (aunque no en parte visible J, pero que revelan la existencia anterior de nn tatnage; y, en los siete restantes, el resultado fné negativo. Los procedimientos ordinarios con la leche fresca de mujer y el jugo reciente de higo verde, dieron también resultados negativos. No obstante eso, el Dr, Marro dice á este respecto lo siguien- te : « Para hacerlo desaparecer, emplean la leche de higo, ó también la leche ordinaria, en la cual mojan igualmente el alfiler, que re- pite la figura impresa con otros tantos nuevos puntos. Se logra así, en algunos casos, desvanecerlo, de modo que no deja más que la huella que indica el lugar del tatnage, como pude reconocerlo yo mismo en algún caso.» Bstos usos son también muy comunes entre nuestros presos, y su creencia es firme respecto al buen éxito que se obtiene. Un marinero, criminal, me dijo en tono de satisfacción : «yo puedo qui- tarme esto cuando quiera, con un secreto que tengo. » Preguntado por mí cuál era ese secreto, excusaba decírmelo, pero al fin conse- guí que lo revelara, yme dijo con aire misterioso: «con leche de pecho de mujer.» Pero el resultado práctico es que yo, no obstante mi empeño, no he conseguido ningún buen éxito que corone mis trabajos. Sé que hay otros procedimientos, como el de la aplicación de un vejigatorio sobre el tatnage; el levantamiento de la epidermis y la raspa de la dermis, para extraer de este tejido las partículas carbonosas; el que usan los kábilas cuando sus hijas se van á ca- sar, que consiste en aplicar sobre la parte tatuada una mezcla de cal viva yde jabón negro;1 y otros de menos importancia. Pero ni he tenido tiempo de experimentarlos, ni nuestros presidiarios se prestan á esta clase de experiencias, muchos por el deseo de con- servar sus tatuages, y la mayor parte temerosos del dolor que su- ponen ha de ocasionarles la operación. i A. Eacassagne. Eos «Tatuages,» pág. 8, LOS TATUA GRS, 155 CAPITULO XVI Tatuage en la mujer criminal, en la prostituta y en los locos. N todas partes y en todas las épocas se ha visto que la mujer se tatúa menos que el hombre. Raro con- traste entre las sociedades civilizadas y las salvajes: en éstas, la mujer cede al hombre su propensión na- tnral á la coquetería, y se contenta con las gracias y atractivos qne le dio la naturaleza. El hombre salvaje, con respecto al adorno, todo lo tomó para sí; parece qne el egoísmo lo heredó del bruto, á quien la naturaleza le concedió mayores galas: plumas de bellos colores en los machos, si son aves; más gallardía y esbel- tez en las formas, si son cuadrúpedos. En aquellas, al contrario, la mujer no satisfecha con los encantos selectivos qne la naturaleza puso á su disposición, para domeñar al hombre se vale del artificio, y á su belleza natural agrega las portentosas invenciones del arte para seducirlo. En los pueblos civilizados, en donde á pesar de la lucha ven- tajosa de la inteligencia, no se ha logrado desterrar al salvaje; allí donde existe, vuelve á verse el fenómeno de qne la mujer, en su estado primitivo, se tatúa menos qne el hombre. Si visitamos una cárcel de mujeres otra de hombres, en donde el delito y todo género de malas costumbres se reflejan en los sem- blantes de las unas de los otros, y los sujetamos áun escrupu- loso examen, el hallazgo de tatuages en la mujer delincuente es- tará en una proporción inferior á la del hombre. El testimonio de Lombroso y de tantos antropologistas euro- 156 Dr. MARTINEZ BACA peos corroboran este aserto. Kn «La Donna Delinquente, La Pros- tituta e Donna Nórmale,» obra dada á luz el año de 1893 por los señores C. Lombroso y G. Perrero, encontramos un brillante artículo, que nos vamos á permitir extractar; dice así: «Mientras que en el hombre delincuente es casi un carácter especial el ta- tnage, no pasa lo mismo en la mujer, en quien no se observa, sino una mínima proporción, que hasta puede pasar inadvertida. Sobre 1175 mujeres condenadas, estudiadas por Lombroso, Gamba y Sal- soto, no se encontraron más que 13 tatuadas, ó sea una proporción de 2.15%. (?) Pero es distinto en las prostitutas, sobre todo en las de la última escala social; en éstas la proporción es muy fuerte, sin contar los lunares falsos, en la cara, que entonces triplicaría la proporción. «Segre, en Milán, De Albertis en Genova y Lombroso en Tu- rín, estudiaron 2161 mujeres de esta clase, y encontraron 36 ta- tuadas, ó sea 2.5% (?) de las reconocidas.» «Los caracteres principales del tatuage son negativos; pero se nota la ausencia de los signos religiosos, «uno sólo, sobre 33,» y la frecuencia de los recuerdos amorosos, «24 sobre 33,» entre los cuales se encuentran 3, que se refieren á amores lesvicos. Los sig- nos consisten en nombres y apellidos, que hacen un total de 31; en corazones atravesados, 6; en cabezas de hombres, 3; y en pro- verbios, 2.» «Entre estas mujeres una traía sobre un pecho el retrato de su amante.» «Las prostitutas de París no dibujan más que las iniciales ó los nombres de sus amantes, seguidos de la inscripción siguiente:para toda la vida, la que generalmente va tatuada entre dos flores ó en- tre dos corazones. Pocas veces hay alusiones obscenas.» « Los lugares de preferencia, son ó las espaldas ó los senos. Las viejas seductoras de muchachas, para hacerlas sus amantes, traen el nombre de su amada entre el pubis y el ombligo, tatuado con grue- sos caracteres. La prostituta Rasny tenía cubierto el cuerpo con los nombres y las iniciales de sus amadas, así como las fechas de sus nuevos amores, que aumentaron de manera que le cubieron el cuerpo.» «La edad más frecuente en que se tatúan es de 18 á 24 años.» « Parent-Dnchatelet ha visto que los tatnages son más frecuen- tes en las jóvenes más degradadas, que acostumbran tatuarse y bo- LOS TATUAGES 157 rrarse sucesivamente el nombre del antiguo amante. Nota igual- mente que las viejas prostitutas se tatúan nombres de mujeres.» «Kn la prostitución de las mujeres es frecuente encontrar la tendencia al delito; así, sobre 28 mujeres públicas, De Albertis su- pone que 15 habían estado en la cárcel; 10 habían entrado varias veces, y una había ingresado en el Establecimiento de detención 24 ocasiones. Nueve estaban cubiertas de cicatrices, lo que prueba su tendencia á la riña. El sentido moral faltaba en las 28, y en 20 el sentimiento religioso.» « Berghe, en una escrupulosa observación hecha en Dinamarca, confirma lo anterior. En 800 prostitutas encuentro 80 tatuadas, en- tre quienes 49 lo fueron por sus queridos, y las otras habían sido tatuadas, ó por sus amigas, ó en la casa de corrección, ó en la de de- tención de policía, ó por último, en la casa de alguna de esas muje- res cuyo oficio es seducir á las jóvenes. En éstas, como en las demás estudiadas por Eombroso y De Albertis, sus tatuages consistían en iniciales, nombres de los amantes, y sólo 8 traían figuras alusivas, y todos los tatuages eran rojos ó negros.» « Entre éstas, 5 habían sacrificado el recuerdo de una inclinación anterior, tatuándose sobre el nombre antiguo el del nuevo amante. Esto se observa más en Francia. Berghe encuentra semejanza y constancia de tendencias en los signos que usan, tanto las mujeres de Francia como las de Italia.» « El lugar del tatuage son las extremidades superiores, rara vez el pecho ó la pierna, aunque en 7 dinamarquesas vio que sus ta- tuages ocupaban ó una rodilla ó las dos.» « Observa también que en Génova pasa lo que eu París; las mu- chachas que pertenecen á la clase más baja de la sociedad, son las que se tatúan.» « Nunca ha encontrado tatuages obscenos, y observa igualmente que el tatuage es frecuente en las mujeres públicas, mientras que en la alta prostitución es raro, y falta completamente en las clan- destinas.» «Resume sus observaciones de 1502 mujeres, todas jóvenes, es- tudiadas eu los años de 1886 á 1890, que habían sido curadas eu la división reservada del Vestne Hópital de Copenhague, en estas po- cas cifras: 31 solamente tenían tatuages, de las cuales 15 muy jó- venes habían sido tatuadas por sus amantes, y las otras por sus amigos ó los amantes de sus amigos. Dr. MARTÍNEZ RAGA. «Muchas mujeres,» dice Lacassague (obra citada, pág. 15), «se hacen tatuar granos de belleza (limares), moscas, que se encuen- tran en la comisura de los labios, en el labio superior ó en el infe- rior, sobre la mejilla, ó cerca de la abertura externa de los párpados. Tengo tres observaciones de prostitutas, cuyos dibujos representan un retrato, ó la inscripción del nombre de un antiguo amante, y junto ó sobre el otro brazo el retrato ó el nombre de una mujer. Di- bujos de 16 prostitutas de diferentes casas públicas de Medea: algu- nas de estas mujeres eran de la provincia de Argel, y otras del sur de la provincia de Constantina. Me habría sido fácil coleccionar ma- yor número de tatuages, pero la monotonía y la insignificancia de los dibujos hacía este trabajo tan fastidioso como inútil.» Lombroso persiste en su bien concebida idea respecto al tatuage como signo atávico, y hace de nuevo un estudio en la mujer delin- cuente tatuada, que es á la vez la prostituta la más viciosa, la más degradada y la que pertenece á la clase más baja de la sociedad. «Bu conjunto—dice—aunque este carácter del tatuage se encuen- tre en una proporción menor en la mujer delincuente, el 2 por mil que en el criminal junto con el militar y el joven, cuya proporción es de un 32 ó un 40%, con un mínimo de un 14%. En la prostituta la proporción se eleva á 2.5%, y se triplica si se considera el ueo-ta- tuage de reciente introducción. Bu Dinamarca sin el neo-tatuage se llega ála proporción del 10%. Esto se explica porque la tatuada criminal es á la vez prostituta, sin que una circunstancia se sume con la otra. Debe tomarse en consideración que esta clase de mu- jeres son de las más viciosas y de las más degradadas, las cuales llevan sus tatuages en partes cubiertas del cuerpo, como en los pe- chos, en los muslos, principalmente las dinamarquesas y las france- sas, en quienes la multiplicidad del tatuage llega á 9, á 11 y aun á 15 en cada una. Se confirma también que los fenómenos atávicos son más frecuentes en la prostituta que en la criminal común, y en ambas, dos veces más raro que en el hombre criminal.» «El tatuage, pues, difiere en la mujer criminal, que es también prostituta, de un modo notable, pues nunca se encuentran ni signos epigramáticos, ni obscenos, ni de venganza, sino signos de los más comunes, é iniciales, lo que se explica por el menor ingenio por la menor inteligencia.» « A esto se agrega la explicación atávica que hemos dado para el tipo, al que se une doblemente, porque la mujer salvaje se tatúa LOS TATUAGKS. 159 también menos que el hombre en iguales condiciones, y sus signos son más simples.» «Entre los natchez,1 por ejemplo, sólo los guerreros se tatúan; en Polinesia, en las islas Marquesas, mientras el hombre parece vestido completamente por el tatuage que le sirve para indicar su valor y su grado de nobleza, los signos de honor por los enemigos vencidos como también la posesión; las mujeres no se graban más que 1111 signo delicado en los pies, en las manos y en los brazos á manera de guantes.» «En Nouka-Hiva sólo la mujer noble puede llevar algunos ta- tuages más caracterizados que los populares: la hija de un jefe traía una serpiente, cuya cabeza parecía entrar en la vulva, y otras dos figuras de hombre en las nalgas, evidente alusión erótica. «En Arabia, especialmente las prostitutas, están tatuadas en las manos, en los antebrazos y en los brazos, con guirnaldas, ara- bescos ó líneas circulares.» «El uso del tatuage se ha perdido casi en la mujer japonesa y en la birmana, en la Nueva Zelandia y en la India; en el Toba se ha reducido á dos ó tres líneas en la barba ó en el labio, para in- dicar su nubilidad ó aumentar su belleza. Puede decirse que eu la mujer actual, la manía por aumentar su belleza, es más grande que en la mujer primitiva, verdaderos brutos de carga y de satis- facción de las funciones genésicas, en quienes el simple y primi- tivo ornato no exigía ni tiempo ni duración, como en los hombres que lo practicaban, no sólo como rito religioso, sino también para constituir un archivo heráldico. Así, pues, la simplicidad del ta- tuage en la mujer criminal prostituta, es un carácter atávico. » En cuanto al lugar del tatuage, Pareut-Duchatelet ha obser- vado que las mujeres nunca se tatúan las partes del cuerpo que están siempre descubiertas, ó que pueden descubrirse en los actos de la vida común; y que generalmente, se tatúan en la parte más alta de los brazos, en los deltoides, ó debajo de los senos ó en el pecho. Nota igualmente que las tatuadas jóvenes llevan siempre ins- cripciones de hombres, mientras que las mujeres grandes traen generalmente nombres de mujeres; y que el lugar de preferencia para estos tatuages, Cu estas últimas, es el espacio que media en- x Indígenas de la América septentrional, eu el Estado de Misisipí. Dr. MARTINEZ BACA. tre el pubis y el ombligo; conducta que explica la depravación mo- ral de esta clase de gentes. . Para comprobar lo asentado por nosotros al principio de este artículo, y que se corrobora por los notables antropologistas que hemos citado, no queda más que agregar nuestro pequeño contin- gente de observaciones prácticas. En la visita que practiqué al departamento de mujeres en la cárcel de ciudad, el 12 de Junio del corriente año (1898), para es- tudiar los caracteres del tatnage de la mujer delincuente, me en- contré en presencia de 76 desgraciadas, pertenecientes todas á la clase ínfima de la sociedad. De ellas, 25 estaban sentenciadas por varios delitos, y las demás, arrestadas por faltas leves á los regla- mentos de policía. Reconocidas todas prolijamente para cerciorar- me quiénes estaban tatuadas, no encontré más que tres, todas jó- venes, pero cuyos tatnages consistían en varios lunares en la cara; ocupando de preferencia, ó el labio superior ó el inferior, hacia las comisuras, ó alguna de las mejillas. Practicaron su tatnage, intro- duciendo debajo de la piel con nn alfiler, una masa formada del hollín que se deposita en el exterior de los utensilios de cocina, y de grasa. Poco ha que salieron de este antro de desgracia y corrupción cinco mujeres que tenían tatnages de carácter erótico, y que sus compañeras se encargaron de describírmelos, debido al conocimien- to exacto que tenían de ellos, por lo conocidas que les son las por- tadoras, en virtud de la frecuencia con que entran en la prisión, por sus repetidos escándalos en los cuarteles y casas públicas donde habitan. Una, (á)«laBola,» tenía nn hombre desnudo en la cara ex- terna y superior del brazo izquierdo. Otras dos, las iniciales de sus amantes, en el brazo también izquierdo; otra, el nombre de su amante en el antebrazo derecho, y la última, una canastilla en el pecho: todas prostitutas y camorristas, escoria de la última clase social. Ninguna llegaba á treinta años de edad. Otra mujer, soldadera del 3er' Regimiento, encontré en la visi- ta que practiqué á dicho cuerpo, con igual motivo. Era una joven de 20 años, de Yucatán, soltera y tatuada por su amante. En el antebrazo derecho tiene el nombre del amante, « Leonardo Mateos,» con letras muy claras; abajo del nombre nn corazón atravesado con una flecha, y más abajo una flor. En el seno izquierdo lleva el nombre de su padre, «Nicanor Martínez,» y en el hipogástrio, arriba IvOS TATUAGRS. 161 del pubis, formando un arco que abraza toda la región, esta signi- ficativa inscripción: «El recreo de los hombres.» Cinco años hace que fue tatuada, y las figuras conservan una perfecta claridad. Suponiendo existentes las cinco mujeres, que casualmente ha- bían salido en los días próximos á mi visita, y sin contar como le- gítimos tatuages los falsos lunares que las tres mujeres llevaban en la cara, serían cinco tatuadas, para ochenta y una asiladas que habría en el momento á que me he referido con la suposición di- cha. Estas mujeres hacen un promedio de 6.6%, proporción mucho mayor que la obtenida por los Señores Segre, De Albertis y Lom- broso. Estas, como aquellas de que nos hablan los autores aludi- dos, y otros á cuyo testimonio hemos recurrido, eran á la vez que delincuentes, prostitutas 3r de la última clase social. Sus tatuages eran sencillos y semejantes, en carácter, al de los europeos, for- mando excepción solamente uno de los que porta la soldadera del 3er Regimiento, pues aunque todos eróticos, la obscenidad no se manifiesta más que en el de ésta, sin que haya necesidad de repe- tir la inscripción. Mi carácter de médico militar, puesto en acción durante 15 años, me hizo conocer la índole de las soldaderas y sus costumbres. Vi- ven con el soldado en ciertas horas del día y de la noche; son pe- leoneras, procaces y celosas; su prostitución no tiene límites, y no obstante, pocas muy pocas, son las que están tatuadas, y sus tatua- ges se refieren á inscripciones de nombres, siempre de hombres, y muy pocas veces signos impudentes. El Dr. Sinety, médico de la prisión de San Lázaro, ha reco- gido cierto número de tatuages en las prostitutas de su servicio. Casi todas habían sido tatuadas jóvenes y casi siempre por su pri- mer amante. 1 En cambio el Dr. Soresina, en 1000 prostitutas de Milán, no encontró ninguna tatuada. Debo á la benevolencia del Sr. Dr. Rafael Orea, médico en jefe de la inspección de sanidad de mujeres públicas eu esta ciudad, los datos que á ellas se refieren sobre tatuage; porque en los diez años que lleva eu este servicio de salubridad pública, ha debido encon- trar, caso de haberlos, una serie de tatuages capaces de contrariar el principio ya establecido, de que la mujer se tatúa menos que el hom- bre, en cualquier estado de degradación social que se la considere. 1 B. Laurent. Ros habituados de las prisiones, pág. 528. Dr. MARTINEZ BACA. La mujer prostituta, de la ultima escala social, es camorrista y pendenciera, y de simple trastoruadora del orden público, pasa á ser gran delincuente; cambiando, por consiguiente, su carácter de asilada en un bnrdel, por el de asilada de una prisión. Así, pues, entre la mujer delincuente y la prostituta, no hay más que esta diferencia: la una lia delinquido, y la otra está pronta á delinquir. Los datos que me lia suministrado el estimado Sr. Dr. Orea, se refieren á una observación de diez años consecutivos, durante los cuales lia tenido oportunidad de inspeccionar más de 70 mujeres á la semana, que concurren á la inspección de sanidad, conforme al Reglamento de Policía. «En este largo período de tiempo, dice el Sr. Dr, Orea, en contestación á la carta que en forma de cues- tionario me permití dirigirle, «he podido formarme juicio de que el tatnage es bastante raro entre las prostitutas, pues sólo he visto cuatro casos; tres en mujeres españolas, y otro en una mexicana. De las primeras, una tenía el tatnage sobre la región precordial, consistía en el delineamiento de un corazón, atravesado por una flecha. La segunda lo presentaba en la cara anterior del muslo derecho, y estaba formado por dos iniciales: la tercera estaba ta- tuada en la cara anterior del antebrazo, tenía una letra, y á la úl- tima se le veía en el dorso de la mano derecha el complicadísimo dibujo de una mujer. Dos de ellas dijeron haber sido tatuadas por sus amantes; las otras dos no quisieron dar detalles.» El sencillo y técnico relato del Doctor aludido, á quien pública- mente le manifiesto mi agradecimiento, por la bondad é inteligen- cia con que se sirvió contestar algunos puntos de mi cuestionario, no contestando los demás por ser ajenos de su estadística, corro- boran el principio que antes hemos sentado, y que los antropolo- gistas italianos y franceses sostienen con mayor número de obser- vaciones. « Los baños y las prisiones—dice Corre,—han encerrado y en- cierran aún (cuando no han guardado sus víctimas para el cadalso), cierto número de verdaderos locos desconocidos por la ciencia; pero más bien arrancados á la protección de ésta, por la oposición de las viejas doctrinas metafísicas que dominan todavía entre nues- tros juristas.« LOS TATUAGES. No hay para qué insistir en qne el delincuente y el loco se se- mejan por sn estado psicológico; y qne, aproximándose ó alejándo- se más ó menos de los linderos de la razón, constituirán, ó nn hom- bre normal, ó nn degenerado, cuya impulsividad por exceso del excitante ó por la falta de voluntad (abulia), para resistir el acto sugerido por la excitación, lo habrá hecho caer en la categoría de hombre criminal. La falta de sensibilidad moral, como la falta de sensibilidad física, en ambos, los aproxima en sns costumbres, y por ultimo, siendo semejantes las condiciones de sn reclusión, se observan en estos secuestrados iguales tendencias. El preso, como el loco, hace de la pared el sitio de sns pensa- mientos, y el lienzo de sns dibujos; el uno como el otro, permane- cen en la ociosidad más completa,1 y, sin embargo, el loco no se tatúa. Lombroso, en sn obra repetidas veces citada, «El hombre cri- minal,)) pág. 287, establece la diferencia con respecto al tatnage, entre el delincuente yel loco. En efecto, dice, «aunque sea some- tido, como el primero, á la reclusión forzada, y pase su tiempo en la ociosidad; aunque sufra pasiones violentas, y qne recurra á los pasatiempos más extraños; qne pula las piedras, desgarre sns ves- tidos y sn carne, ensucie las paredes y emborrone papel, es raro que trace sobre su piel verdaderos dibujos. Sobre 800 locos qne he observado en Pavía y Pesaro, no he visto más qne 4 que estuvie- sen tatuados, y los cuatro lo habían sido mucho tiempo antes de haber padecido sn primer acceso de locura. M. M. Zani, en Reggio; Sivi y Severi en Sienne, han hecho las mismas observaciones, qne han tenido á bien comunicarme.» «Algunos locos tatuados qne han encontrado, 46 sobre 1,137 hombres (4.07* ), y 8 sobre 1,206 locas (casi nn 6.0%), habían per- manecido antes en las prisiones.» «Ved aquí una nueva prueba—continúa el autor citado,—de la influencia atávica sobre el tatnage; porque la locura no es casi nun- ca congénita, y por consiguiente, no resulta más que del atavismo. » El sabio De Paoli (Tatnage en el manicomio de Génova, 1880), ha encontrado 19 individuos tatuados, sobre 278 locos, pero entre los 19 había 11 qne provenían de las prisiones; de los 8 restantes, 1 En la mayor parte de las cárceles de nuestro país y de los manicomios, no se pro- cura trabajo á los secuestrados. 164 Dr. MARTINEZ BACA. uno pertenecía á la sociedad de camorristas, y los otros 5 habían sido tatuados fuera del asilo, durante su vida de soldados ó de ma- rineros. Las visitas que yo practiqué á los manicomios de hombres y de mujeres (Santa Rosa y San Roque), con el objeto de buscar el tafuage en los enajenados, fueron tan infructuosas en uno como en otro establecimiento. No obstante, en más de 50 locos que exa- miné muy detenidamente, no encontré más que un anciano como de 70 años, de raza blanca y soldado en su juventud; traía dos ta- tnages, uno en el antebrazo izquierdo, de color azul, bastante bo- rrado, pero se conoce la figura sin esfuerzo; es un corazón atrave- sado por una flecha. El otro existía en la cara externa del brazo derecho, era una flor rodeada de un laurel; pero parece que se trató de hacerlo desaparecer, aunque la figura conservaba sn aparien- cia, debido á unas pequeñas cicatrices circulares, blancas, que da- ban perfectamente la forma del antiguo tatuage. El aspecto de las cicatrices denota la antigüedad del tatuage; y la circunstancia de haber sido soldado en sn juventud el loco á que nos referimos, nos hace suponer que el tatuage se practicó an- tes de que el individuo perdiera la razón. En el manicomio de mujeres (San Roque), el resultado de mi visita fué completamente negativo. En 46 enajenadas que examiné, la mayor parte perteneciente á la clase baja, no hubo una que presentara siquiera indicios de haber sido tatuada ó haber tratado de tatuarse. Entre éstas, había algunas delincuentes, y muchas quizá prostitutas, pero ni en unas ni en otras encontré el signo que, según Lombroso, distingue al criminal del loco. Reuniendo á los asilados de ambos sexos, resulta la proporción mínima de 1 %, y este caso tan aislado tiene que excluirse, porque el tatuage encontrado corresponde á una época muy lejana á la en que perdió el individuo la razón. No cerraré este capítulo sin cumplir con el grato deber que la gratitud me impone, dando pú- blico testimonio de mi agradecimiento al Sr. Dr. Alberto Moreno, director de ambos establecimientos de dementes, por su benevo- lencia y galantería al prestarme ayuda en el reconocimiento de los enajenados de uno ú otro sexo; y así, reciba el estimable compañe- ro las seguridades de mi estimación. LOS TATUAGES. 165 SEGUNDA PARTE CAPITULO I El tatuage en el soldado mexicano. yL sistema de reclutamiento en la República es bien di- #eX3} , ferente del de las demás naciones, yno obstante las |— leyes constitucionales que determinan la manera de cubrir el servicio militar, nuestras necesidades se im- ponen, y tienen que aplazar para más tarde el cumpli- miento de sus preceptos; para cuando la ilustración y cultura de nuestro pueblo lo hagan apto para conocer sus derechos y cumplir sus obligaciones. Esto trae como consecuencia natural, que no pueda hacerse efec- tivo el respeto á las libertades individuales, y haya necesidad, en bien de la colectividad honrada, de apartar de su seno elementos heterogéneos que, por no adaptarse á las condiciones del organis- mo social, rompen su equilibrio, producen su daño, y éste reobra eu su propia defensa, favoreciendo su conservación. Como es fácil suponer, por los conceptos arriba expuestos, el soldado de nuestro ejército está muy lejos de pertenecer á la clase de los hombres normales que componen nuestra sociedad, pues co- mo ya lo indicamos, aquel está constituido por gente viciosa y de- lincuente que, no teniendo cabida en la sociedad honrada donde vive y en donde ejerce sus depredaciones, es expulsada de ella; y, para impedir que vuelva, se le encierra en los cuarteles y se le educa eu las cuadras, en donde adquiere, por un medio puramente coer- Dr. MARTINEZ BACA. citivo, cierta disciplina que le enseña el modo regular de vivir y conducirse con los demás de su clase, hasta adquirir, en razón de la repetición de sus actos, un hábito que normaliza su conducta, de lo que obtendrá acaso provecho, después de licenciado ó del tér- mino de su enganche, al entrar de nuevo en el comercio con los hombres honrados. De lo expuesto se deduce, que el tatuage de nuestros soldados debe ser semejante con el del delincuente que acabamos de estu- diar; pero esta semejanza se refiere solamente á los individuos que de las cárceles han pasado á los cuarteles, ó á aquellos que, al final de su vida crapulosa, buscan, como último refugio á sus vicios, un cuerpo del ejército, donde se enganchan, ya como reemplazos ó bien como voluntarios; pero no es igual para los individuos que han adquirido sus tatuages en las cuadras de los cuarteles, pues en és- tos, los signos y símbolos se diferencian un poco de los. signos y símbolos de los otros, por-el carácter que revisten, el que está en relación con su vida actual y con las costumbres nuevamente ad- quiridas. Antiguamente, las cárceles daban un buen contingente de ta- tuados al ejército, los cuales se distribuían por todas partes de la República, y estimulaban á sus compañeros á seguir su ejemplo, lo que hacía más y más extensiva esta bárbara costumbre. Kn la época de nüestras contiendas políticas, cuando el contin- gente de hombres trabaj adores y honrados que daban las poblaciones no alcanzaba á cubrir las bajas que producían nuestras constantes y desastrosas guerras intestinas; cuando alguno de los caudillos de los ejércitos beligerantes, republicanos ó conservadores, entraban en alguna población, como en país conquistado, abrían las puertas de las prisiones á todo delincuente allí encerrado, para engrosar las filas de su destrozado ejército, y que prestaran su contingente de sangre, ya ála Patria, ya al partido. Como quiera que en la época á que me refiero, los reglamentos carcelarios eran muy diferentes y no tenían por objeto regenerar al criminal, ni hacerle adquirir hábitos de trabajo, los delincuentes allí hacinados, en medio del ocio en que vivían, gastaban el tiempo en pintar sus miembros con figu- ras más ó menos simbólicas. Era notorio, en ese entonces, que los cuerpos de ejército que venían de Occidente, sobre todo los proce- dentes de Jalisco, se componían, en su mayor parte, de los soldados tatuados. EOS TATU AGES. 167 Esta coincidencia era debida al lugar de donde salían, y éste no era otro que la prisión establecida en el centro del lago de Chapala (Jalisco), especie de baño mal organizado, dada la época de igno- rancia en los sistemas penitenciarios. En esa época podía verse que el signo más frecuente en el sol- dado de Chapala, como se le llamaba en las poblaciones del centro, era una culebra, que generalmente llevaba tatuada en los brazos y antebrazos, la que se enrollaba en espiral á lo largo del miembro ó atravesaba, á guisa de tahalí, el pecho del individuo. Pero esto es un caso particular que sólo tiene importancia co- mo hecho histórico, y nosotros debemos referirnos á los caracteres que son comunes á los soldados de nuestro ejército, cou respecto al tatuage. Estudiaremos cada uno de los puntos que les corresponden, y que ya clasificados, nos sirvieren para formar el cuadro general con que nos vamos á ocupar. (Véase el cuadro V,) I. Edad actual.— Conforme á nuestras leyes, un ciudadano no tiene obligaciones para con la Patria, sino cuando ha llegado á la mayor edad, ó sea á los 21 años, no siendo casado;1 y aunque de estas sagradas obligaciones no se exime sino hasta cuando su esta- do físico no le permite cumplirlas, ó sea en la ancianidad; respecto al servicio militar la ordenanza ha puesto un límite á estas obli- gaciones y exige un máximum de edad de 45 años.2 Por eso es que en nuestros examinados no encontramos ni menores de 18 años ni mayores de 45. Y como la mayor parte de los hombres que ingre- san al servicio militar, su edad oscila entre los 25 y los 30 años, es natural que en este medio encontremos mayor número de soldados tatuados. Este punto estadístico nos dice que, cuando reconocimos á los soldados que componían los cuerpos icV regimiento, 13° bata- llón, prisión militar y 3er. regimiento,3 sus edades eran desde 20 años hasta 41, y que el mayor número de tatuados se encontraba entre los individuos que tenían de 26 á 30 años. 11. Edad en que se tatuaron.—Ya dijimos que muchos individuos sientan plaza de soldados, ya tatuados, fenómeno que no debemos 1 Artículo 34 de la Constitución general de la República. 2 Artículos 21 y 23. Ordenanzas del Ejército y armada de la República ( 1B97). 3 El reconocimiento que hicimos en este cuerpo no nos dió resultado, porque dos es- cuadrones estaban de partida y el resto de servicio. Dr. MARTINEZ BACA. atribuir al cuartel; también dijimos cuál era la fuente principal que daba el mayor contingente para el ejército, y que el delincuente exótico militar es precoz en la manifestación del tatnage. Vamos á ver si en el soldado mexicano como en éste, hay preco- cidad en el tatnage, ó también en esto se diferencia. Lacassagne dice que: «el deseo de tener tatnages se muestra á buen tiempo en estos individuos »(en los delincuentes militares );y,ácontinuación, da una lista de los jóvenes y niños que, desde los 6 años hasta los 20, se habían tatuado antes de su entrada en el cuartel. Por esta lista se ve, que la proporción de tatuados aumenta desde la edad de 6 años hasta los ió, y decrece desde ésta hasta los 20. Nosotros no tenemos tal precocidad entre nuestros delincuen- tes, militares ó no; y, aunque en los primeros el tatnage se anti- cipa un poco más que en el simple delincuente, la precocidad no es el signo que los caracteriza. Ea edad á que se tatuaron.los sol- dados á que nos referimos, nos la manifiesta el cuadro ya indicado; él nos dice que 8 individuos se tatuaron de los 12 á los 15 años; que el mayor número de tatuados se encontró entre los que tenían una edad de 16 á 20 años, y que después la proporción iba decre- ciendo á medida que se llegaba á la edad adulta. De estos hechos se deduce, que la edad más frecuente en que se tatúan nuestros sol- dados, es de los 16 á los 25 años. 111. Oficio.— Este es un dato que debemos tener presente cuan- do tratemos de la relación que puede haber entre el signo ó símbolo que llevan como marca, con el oficio que tuvieren antes de ser sol- dados. En la gente de nuestro pueblo, sobre todo la que vive en el centro de las capitales, su oficio se deriva de las fuentes de riqueza de que dispone un Estado. Así, en los' Estados del centro, Zacate, cas, Guanajuato, Hidalgo, etc., la mayor parte de los hombres son mineros; pero, en general, respecto de toda la República, los oficios son muy variados, y la colectividad que sobresale es la de los ior- naleros, por ser la más extendida en la clase pobre. Entre nuestros soldados por mí estudiados, la mayor parte es de jornaleros, el grupo que sigue en número es el de zapate- ros ; pero ya veremos que ni aquellos ni éstos se distinguen por sus emblemas respectivos, como sucede en el soldado europeo con res- pecto á su oficio. Así, Eombroso refiere que en una estadística que levantó de las profesiones de los tatuados, antes de ser soldados* LOS TATUAGES. 169 encontró que en Lombardía y en las Marcas, en 134 individuos, 40 campesinos, 9 albañiles, 8 pescadores y los demás panaderos, car- pinteros y mineros de Carrara, estaban tatuados. IV. Lugar donde se tatuaron.— Si no debe de atribuirse una influencia decisiva al cuartel, sobre los tatuados que allí existen, es, por lo menos para el mal soldado, el sitio á propósito para dar rienda suelta á sus tendencias atávicas respecto al tatuage. Mu- chos son los hombres que ingresan en el cuartel ya tatuados, pero son más los que dentro de él se tatúan. Para el mal soldado, cual- quier lugar en que esté desocupado es á propósito para marcar su piel y hacer marcar la de sus compañeros que se encuentran en idénticas condiciones morales. Y el mal soldado, el indisciplinado, el que por sus faltas en el buen servicio es castigado y encerrado en el calabozo, es el que procede así, porque la ociosidad es la causa ocasional del tatuage; y el soldado, en ese encierro, está exento de todo servicio que le distraiga y le ocupe las principales horas del día. Esto es tan cierto, que en nuestro escaso número de tatuados recogidos de 756 soldados, correspondiendo 26 al icé* regimiento, 13 al 13? batallón y 5 á los de la prisión militar, cuyo número de presos ascendía á 37, dieron una proporción de ¡.6r/( para el primer cuerpo, de 3.5% para el segundo y de 13.5% para los últimos. Si, pues, el cuartel induce al tatuage, el soldado preso, que por esta circunstancia se asemeja al delincuente común, robustece la causa que lo determina al fenómeno. En 756 soldados 28 se tatuaron en el cuartel y 6 en la cárcel, lo que da una proporción de 3.7% para los que en el cuartel se ta- tuaron y una muy pequeña fracción para los otros. De 5 que en su casa se tatuaron, según lo manifiesta el cuadro á que nos estamos refiriendo, debe ponerse en duda sn procedencia y admitirse que haya sido en uno ó en otro punto de los arriba in- dicados, pues es muy raro, y más entre nosotros, que la gente del pueblo se tatúe en su casa. V. Estados á que pertenecen.— Escaso fué el número de soldados que tuvimos oportunidad de examinar, y á esto es debido que no estén representados en nuestro cuadro individuos de cada uno de los Estados de la República. Esta falta nos impide hacer una clasi- Dr. MARTINEZ BACA. ficación completa y poder decir con alguna certidumbre cuáles son, entre los hombres que componen nuestro ejército, los que más se tatúan; y aunque en el referido cuadro están comprendidas todas las divisiones territoriales de la República, excepto los territorios de la Baja California y de Tepic, no están, sin embargo, incluidos todos los Estados que pertenecen á cada una de estas divisiones. Por el examen, pues, que hagamos de los soldados tatuados, ve- remos que los Estados de Veracrnz, Oaxaca, Gnanajnato y Puebla son los que dieron mayor contingente al tatuage, sobresaliendo en- tre todos éstos el de Gnanajnato. No podemos ni sospechar cuál sea la razón de esta preponderancia, porque no nos es permitido atribuirlo ni al oficio ni al medio en que viven, pues en idénticas condiciones se encuentran Zacatecas é Hidalgo, que son Estados tan mineros como el de Gnanajnato, y no nos dan la proporción que el Estado dicho, como pudiera creerse si pasara entre nosotros lo que sucede en Italia con los mineros de Carrara. No obstante, de- bemos advertir que los cuerpos del ejército, al hacer sus excursio- nes por diversos lugares de la República para dar guarnición á al- guna plaza, van cubriendo sus bajas con gente que toman de los puntos por donde pasan, y ha podido suceder que á Gnanajnato le tocara dar sn contingente al 13? batallón cuando pasó por dicho Estado, originando así la coincidencia de que todos fueran mine- ros, sin embargo de que el número que señalamos con ese oficio no corresponde al de soldados tatuados procedentes del Estado á que nos referimos; pero esta objeción tiene poca importancia, porque nuestros obreros, al filiarse como soldados en el ejército, no siem- pre confiesan el oficio que tienen. VI. La interpretación que damos al sentimiento como cansa del tatuage en nuestros soldados, la tomamos del signo óde la figura cuya idea representa. En nuestros soldados predomina el senti- miento erótico, como en nuestros delincuentes el religioso; 3’ á es- tos dos sentimientos debemos referirnos principalmente, por ser los móviles generadores del tatuage, no solamente en nuestras clases bajas de la sociedad, sino aun entre las europeas de iguales condi- ciones. Para corroborar nuestro aserto, antes de entrar en con- sideraciones á este respecto, comparemos los cuadros IyV, y ve- remos que en 57 criminales tatuados, 23 llevan símbolos religiosos sin contar los combinados con otros signos, lo que da una propor- LOS TATUAGES. cíón de 40.35%. Kll 44 soldados tatuados 7 llevaban emblemas re- ligiosos, sin entrar en cuenta los combinados con otros signos, nú- mero que arroja una proporción de 9.06%. En los emblemas eró- ticos sucede lo contrario. En 57 criminales registramos 12 que llevaban signos que hacían alusión al amor, y si excluimos como en el caso anterior los signos combinados, la proporción será de 21%. En los soldados aparecen 24 que llevan emblemas de amor, agregando á este número 3 de representaciones obscenas entre los 44 tatuados ya dichos, y excluyendo también los signos combina- dos, la proporción no es otra que la de 54.5%. Esta aclaración nos autoriza á decir que el tatuage religioso en los militares es nn fenómeno que se presenta pocas veces; y como entre nosotros, pasa lo mismo en el soldado europeo. Brancaleone, en 559 soldados delincuentes que examinó, entre los cuales encontró 70 tatuados y de los que recogió 100 figuras em- blemáticas, 4 solamente eran religiosas, y éstas se reducen á sim- ples cruces. Lombroso, en 1147 soldados de artillería italiana encontró 134 tatuados, divididos en piamonteses, napolitanos y toscanos; de és- tos, sólo en 15 napolitanos y 19 lombardos encontró tatnages que hicieran alusión á asuntos religiosos. Eacassagne, en 1133 tatna- ges tomados de 378 soldados pertenecientes al 2° batallón de Africa y á penitenciarios militares, encontró 24 figuras que eran religio- sas. Tardien, á sn vez, en 100 tatnages encontró 8 religiosos, y yo en 127 tatnages recogidos en 47 soldados correspondientes al icA regimiento, 13? batallón y una parte de la prisión militar, vi que 7 se referían á asuntos de religión, preponderando el símbolo de la cruz que daba el carácter religioso al tatuage. No sucede lo mismo con el tatuage que tiene por incentivo un sentimiento erótico; y aunque á este respecto, tratándose de los hombres en idénticas condiciones fisiológicas, se encuentran los de- lincuentes y los militares, y deben ser movidos por el mismo mo- tivo á practicarse tatnages del mismo orden, la clase militar es más favorecida en aventuras amorosas y la que más recuerdos tiene de sus luchas, como también la que más víctimas abriga en las cua- dras de sus cuarteles. Todas estas circunstancias reunidas, cons- tituyen un motivo poderoso para que el tatuage erótico y de repre- sentaciones obscenas sobresalga al de otro género en la propia clase militar. 172 Dr. MARTINEZ BACA. Consultando las estadísticas que lian formado los autores que nos sirven de guía en esta materia, vemos que el tatuage erótico es el que está más extendido en la clase militar. Lacassague, en r 333 tatuages, de que ya hemos hablado, encontró 280 emblemas amorosos. Bu la tabla ya citada, de Braucaleoue-Ribaudo, apare- cen 62 signos de amor, contándose entre éstos las representacio- nes obscenas, y todos ellos estaban distribuidos entre 70 soldados delincuentes. En los 100 tatuages de Tardieu, 26 tenían interpre- tación erótica y representaciones obscenas. Entre los soldados ita- lianos, solamente los lombardos y los piamonteses hacen excep- ción á la regla general; son demasiado fanáticos para que, al lado de sus emblemas religiosos, apareciesen los eróticos, como sucede entre nuestros soldados y los indígenas delincuentes. En nuestro cuadro V, que es el general de donde hemos toma- do los datos para hacer las deducciones respectivas, resulta que en 84 símbolos y signos, 55 se refieren al amor, lo que da una pro- porción de 65.4%, y recordemos ahora, como una prueba más de que el sentimiento erótico en el soldado es bastante manifiesto, que cuando hicimos la descripción de los tatuages de nuestros delin- cuentes, hemos debido observar que, las figuras obscenas que en- contramos, correspondían á individuos que las habían adquirido durante su vida militar. VIL Los símbolos y los signos que llevan nuestros soldados, son semejantes á los que portan nuestros delincuentes, tratándose de emblemas religiosos; pero respecto á los eróticos se nota algu- na diferencia. Por ejemplo: los corazones aparecen generalmente, atravesados por un puñal, y en los delincuentes, por una flecha. Los decorativo-representativos, en los primeros, se refieren á insignias militares, mientras que en los segundos, consisten en animales que tienen una representación menos abstracta. Además, en los soldados encontramos algunos signos técnicos, que faltan por completo en los delincuentes. VIII. Las regiones tatuadas tampoco escapan ála diferencia, tanto por el número de los signos, como por el lugar que ocupan algunos de ellos. Así, los antebrazos, región generalmente ocupada en los que se tatúan, cambia con frecuencia, del derecho al izquier- LOS TATUAGES. 173 do, ya que se trate de soldados ó de criminales. En los primeros, la región más frecuentemente ocupada es el antebrazo izquierdo, y eu los segundos, el derecho. El pecho, á juzgar por el cuadro que analizamos, no es la región escogida por el soldado para ta- tuarse, mientras que eu los delincuentes es una de las más usadas. Dicho esto, entremos eu la descripción del tatuage eu la clase social que estudiamos. LOS TATU AGES. 175 CAPITULO II Descripción del tatuage en los soldados del 10° regimiento, del 13° batallón y prisión militar en el año de 1894. j os tatuages que vamos á describir carecen de repro- ducciones en esta obra, porque el tiempo de que dis- / / I poníamos para hacer las calcas y pasarlas á nuestra \ colección, era insuficiente para la tarea. Como, por otra parte, el interrogatorio que debiera recaer sobre el asunto de la marca, para investigar la causa de su existencia, se hacía difícil por la presencia de los superiores del soldado, que le impedía contestar con libertad; las consideraciones que hagamos á este respecto, serán tomadas de la descripción de la figura que el soldado porte, procurando, en cuanto nos sea posible, evitar la monotonía consiguiente á este género de descripciones. La benevolencia de los Sres. General Mariano Ruiz y Coronel Juan Duran, jefes de los cuerpos ya enunciados, que me dispensa- ron el favor de permitirme el reconocimiento de sus soldados, así como la del no menos caballeroso Mayor del 10? regimiento, J. M. Casillas, que bondadosamente me acompañó en mi enojosa ta- rea, me obliga á hacerles presente mi reconocimiento, y público el testimonio de mi gratitud. Empezaremos, pues, por los soldados del 10” regimiento, y seguiremos en el orden en que los hemos colocado al principio del capítulo. En el lerIer escuadrón se registraron 3 tatuados. Un soldado lle- vaba en el antebrazo izquierdo una cruz en su peana; en el dere- cho, un corazón. Tiene en la actualidad 30 años; es casado, del 176 Dr. MARTINEZ BACA. Estado de Puebla y comerciante, en sn vida civil. Otro en el bra- zo izquierdo tenía dos iniciales J. 8., probablemente las del nom- bre de sn amada. Actualmente cuenta 36 años; fué panadero antes de ser soldado, y sentó plaza en el Estado de Aguascalientes, de donde es originario. El último, también soldado, portaba en el an- tebrazo izquierdo la figura de un círculo dentro del cual había cin- co puntos, dispuestos como los de nn dado. Es casado; carrocero de oficio, de 38 años de edad, y del Estado de Guanajuato. En el 2°- escuadrón, encontramos cinco con marcas, todos sol- dados, los cuales llevaban: el primero nn corazón atravesado por una flecha, en el antebrazo izquierdo. Este soldado pretendió bo- rrarse su tatuage con ácido nítrico, según declaró, cuando le pre- gunté el origen de una cicatriz que cubría parte de la figura. Tenía 16 años cuando se tatuó en el cuartel del 3er regimiento: hoy cuenta 30; es casado, su oficio fué el de zapatero, y es originario de Puebla. El segundo, una cabeza de mujer con las iniciales del portador, J. P., una de cada lado; arriba una inscripción que decía « martirioy venganza; » y abajo una espada y una palma entrecru- zadas. Más abajo, el nombre de la mujer, Juana Romero, y más abajo aún, la fecha de 1878, que coincide con la edad que tenía cuando se tatuó, 16 años. Así, pues, la fecha se refiere ála época de su inscripción. Todo este conjunto de figuras lo lleva en la cara anterior del antebrazo derecho. Su edad es ahora de 32 años, soltero, talabartero de oficio antes de ser soldado. Se tatuó en 'el Hospital de Oaxaca, de donde es él originario. Este soldado, como -el anterior, trató de hacer desapa- recer sus tatuages frotándose con nn pedazo de ladrillo, cuando supo que se trataba de reconocer á los que llevaban marcas. El tercero, en el antebrazo izquierdo, un corazón atravesado con una espada, en el derecho, las iniciales A. O, probablemente las correspondientes al nombre de la mujer amada. Tenía 26 años cuando se tatuó; hoy cuenta 33. Ea operación se le hizo en la cár- cel de Atlixco (Puebla), y entonces su oficio era jornalero; es ca- sado y del Estado ya dicho. El cuarto lleva por única marca en el antebrazo izquierdo, dos iniciales, A. C. Tampoco son las de su nombre, y es probable que sean las de algún ser amado. Hace un año que se tatuó; actual- mente tiene 29. El cuartel fué el lugar de su tatuage. En su vida de libertad fué panadero; es casado y originario de Zacatecas. LOS TATU AGES. 177 El último tatuado del mencionado escuadrón lleva en el ante- brazo izquierdo una mujer vestida, levantando una pierna, con las iniciales del portador, abajo de ella. Este individuo también inten- tó borrarse la marca con el instrumento más usado entre ellos, el ladrillo. Muy joven, tiene 19 años y hace 2 que se tatuó. Su marca la adquirió en el cuartel del batallón. Soltero aún, jornalero de oficio y del Estado de Tamaulipas. El 3en escuadrón, fné el que dio mayor contingente de tatua- dos, diez por todos; entre éstos se cuenta un sargento yun cabo. Empezaremos por el de más jerarquía militar; el sargento, qne lle- va en el antebrazo derecho una cruz formada de puntos, contando cinco por cada uno de sus travesaños. Tiene actualmente 22 años de edad, y hace uno que se tatuó, siendo ya sargento, lo que es raro, y su marca, que es muy poco aparente, la obtuvo en una cua- dra de su cuartel. Actualmente es casado, fué carpintero y nació en el Estado de Oaxaca, El cabo tiene, como su sargento, una cruz grande en el ante- brazo derecho. Diecisiete años contaba cuando se tatuó y ahora al- canza 23. En la cárcel de su pueblo, Altotonga (Veracruz), con- quistó su estígmato religioso. Es soltero, y antes de ser soldado, fué jornalero. De los soldados, uno lleva, también eu el antebrazo derecho, una calavera (cráneo), con dos huesos largos, entrecruzados por base. Además, las iniciales de su nombre J. C., dispuestas, una arriba y otra abajo de la figura dicha; 22 años tenía cuando se ta- tuó en el cuartel del 5“ regimiento, y hoy es un hombre de 28, sol- tero, y en su vida de libertad fué jornalero, guanajuatense. Otro, en el antebrazo izquierdo lleva una inscripción que dice: «Juana Ordaz,» el nombre de su querida. Este es un joven de 24 años de edad, y que hace 4se tatuó en el cuartel del ien regimien- to, de guarnición entonces en .Guanajnato, de donde es él origina- rio. Soltero y de profesión minero. El tercero de los soldados lleva, como el anterior, en el ante- brazo izquierdo un corazón atravesado con un puñal y rodeado de un laurel; abajo las iniciales A. N., que no son las de su nombre. Joven también, de 28 años; 19 tenía cuando se tatuó en el cuartel de uno de los cuerpos residentes en Oaxaca, de donde es él. Su oficio fué el de tejedor, y lleva algunos años de ser casarlo. El cuarto, en la misma región lleva idéntica figura que el an- 178 Dr. MARTINEZ BACA. terior, menos el laurel y las iniciales. Este hombre se tatuó en la cárcel de Atlixco (Puebla), distrito en que nació. Tiene 29 años, y hace 2 que se marcó. Es casado, y antes de ser soldado fué jor- nalero. Otro, también en el antebrazo izquierdo, lleva un corazón y las iniciales M. S., que tampoco corresponden á las de su nombre y que deben ser las de su amada. Hoy tiene 22 años, y 13 contaba cuando se tatuó, en su casa, según dice; cordobés (Veracruz), sol- tero y jornalero cuando vivía en la casa de sus padres. El sexto, como los demás, en el antebrazo izquierdo lleva igual- mente un corazón atravesado con su arma favorita, un puñal, y abajo una mujer vestida, y de cada lado una inicial, I. R; la pri- mera que corresponde al nombre de su amada, y la segunda, al apellido de él. Dos años hace que se tatuó, y hoy tiene 25. Su mar- ca la adquirió en el cuartel del ler- regimiento. Es soltero, y antes de ser soldado, jornalero de una de las haciendas del Estado de Guanajuato, de donde es originario. El penúltimo de los soldados del 3er- escuadrón, tiene en el an- tebrazo derecho un corazón atravesado con un puñal y coronado con una cruz. Actualmente tiene 28 años, y se tatuó á la edad de 21, en el cuartel del 10® batallón. Su oficio, cordelero, soltero de Guanajuato. El último muestra igualmente en el antebrazo derecho un mi- litar, con la espada en la mano la pistola en la cintura. Primer ejemplo que vemos de tatuage profesional. El portador tiene ac- tualmente 30 años, y hace 6 que se tatuó en el cuartel del ba- tallón. Su lugar de nacimiento es Aguascalientes; su estado, ca- sado y su oficio tejedor. El 4° escuadrón cuenta entre sus miembros 8 tatuados, que lle- van varias figuras en los antebrazos y en las piernas, de carácter erótico y aún obsceno la mayor parte de ellas. El primero es un cabo que porta en cada antebrazo un cora- zón atravesado con un puñal. Se tatuó ála edad de 20 años y hoy tiene 30. Sus marcas las adquirió en el cuartel, siendo soldado del 17 batallón. Es soltero, de oficio zapatero y del Estado de Puebla. El que sigue es soldado, de edad de 23 años, de 21 cuando se tatuó. Lleva en el antebrazo derecho, una mujer y un hombre, de pie, en posición de ejecutar el acto carnal; en el izquierdo, una ancla y abajo una estrella, con puntos alderredor. LOS TATU AGES. 179 Es probable que el emblema del ancla lo haya adquirido á su paso por algún puerto de la República, por el contacto que tuviese con los marineros; y tanto es así, que el cuerpo á que perteneció (25 batallón), estuvo mucho tiempo de guarnición en Veracrnz. La pareja deshonesta la obtuvo en el cuartel del batallón ya dicho. Fné también zapatero; su lugar de nacimiento Zacatecas, y su es- tado soltero. El tercero es un trompeta, que como el anterior tiene los ante- brazos marcados. En el derecho presenta un corazón atravesado con un puñal, y en el izquierdo las iniciales L. N., que por no co- rresponder asn nombre es probable que sean las de su querida. Un año hace que se tatuó en el cuartel; hoy tiene 21. Su lugar natal, Matamoros I. (Puebla). Su oficio curtidor y su estado soltero. El cuarto tiene en el antebrazo izquierdo un corazón atravesado con una flecha. Lo tatuaron en el cuartel de Ingenieros, á cuyo cuerpo perteneció primero. Es joven de 25 años, y hace tres que se marcó. Sn estado civil es casado, su tierra es Orizaba (Vera- cruz), y su oficio jornalero. Otro lleva una cruz chica en el antebrazo izquierdo, y dice que en sn casa se tatuó. Su marca cuenta 12 años de existencia; él tiene ahora 32. Es de Puebla, casado y de oficio jornalero. El sexto es el que más tatuages lleva en su cuerpo. En el ante- brazo derecho se ve una mujer vestida y un corazón ; ambas figuras son el recuerdo de sn novia, según me dijo. En el antebrazo iz- quierdo 1111 soldado. En la cara anterior del muslo derecho aparece una mujer desnuda levantando una pierna, y en la cara interna de la pierna del mismo lado, una bandera; otro ejemplo de tatnage característico del militar. Este hombre sentó plaza de soldado muy joven; 15 años tenía cuando se tatuó en un cuartel de Oaxaca, de donde es él; actualmente cuenta 30 años. Desde muchacho desem- peñó el ofició de alfarero, y nunca ha sido casado. El séptimo tiene también un tatnage nada edificante. En el an- tebrazo derecho lleva la figura de una mujer desnuda, abierta de piernas y en cuclillas, con una inscripción que dice; «¿Qué me ves ? » « ¿ Qué, no has visto ? » Y en el antebrazo izquierdo el nombre de Felicitas García, con la fecha en que se tatuó: 1881. En ese entonces tenía 15 años; hoy apenas cuenta 22. El hospital, según dice, fné el lugar de su tatnage. Es soltero y carpintero de oficio. El punto de su nacimiento, Oaxaca. Dr. MARTINEZ BACA. Por último, el octavo es un soldado de i‘l clase, que lleva en el antebrazo izquierdo una estrella con varios puntos alderredor. Se resistió á decir en qué época y en dónde había sido tatuado; sólo confiesa que tiene 29 años, que es soltero, de oficio jornalero y del Distrito Federal (México). El 13 batallón nos dio un contingente de 13 tatuados, de los qne la mayor parte pertenecen ála primera y cuarta compañías. El primero, joven de 29 años, presenta en la cara anterior del ante- brazo izquierdo una ancla que le propusieron pintarle y aceptó. Dice que la ejecución de su tatuage fué en la cárcel de esta ciudad ( Puebla), cuando apenas contaba 16 años; 13, pues, hace que porta su marca, y ésta aun conserva un buen aspecto. Su oficio fué toci- nero, y lleva algunos años de casado. El otro, de la primera compañía, es un jornalero de 25 años, sol- tero aún, y que se tatuó eu la cuadra de su cuartel hace 2 años. Lleva eu el antebrazo izquierdo las iniciales de su nombre, B. A., y eu el derecho un corazón. Es hijo del Estado de Puebla, como el anterior. El tercero es de Guadal ajara (Jalisco ), de 33 años, zapatero, ca- sado; y cuenta que preso en la cárcel y en estado de ebriedad, le ta- tuaron en el antebrazo izquierdo una mujer vestida con una palma eu la mano. Once años tiene de su tatuage, y aun conserva la me- jor apariencia. El último de esta compañía es un hombre de 35 años, del Es- tado de Guerrero, soltero y de oficio panadero. Confiesa qne hace 14 años se tatuó en su casa, grabándose eu el brazo derecho una mujer vestida y parada eu 1111 laurel, con el nombre de ella abajo: «Guadalupe Montero.» En el antebrazo del mismo lado lleva nn diablo qne fuma una pipa, y eu el antebrazo izquierdo 1111 corazón atravesado con una flecha. El número de tatnages y las figuras tan alusivas, denuncian al portador como un gran delincuente y como inverosímil el hecho de que se haya verificado eu su casa la ope- ración de su tatuage. La segunda compañía registra entre sus miembros sólo dos ta- tuados. Uno es de 27 años, del Estado de Oaxaca, jornalero, sol- tero aún, y que siendo soldado del batallón de artilleros se tatuó LOS TATUA OES. en su cuadra personalmente; los tatuages que trae en el antebrazo izquierdo son dos corazones atravesados con una flecha y la ins- cripción de un nombre abajo, «Juana Alvarez;» 13 años hace que lleva su tatnage, y ni la que entonces tenía para ser soldado, ni el emblema amoroso tan característico, admiten la posibilidad del he- cho que denuncia. Lo probable es que haya sido en la cárcel en donde entró por un delito que oculta. El segundo es nn joven de 22 años, del Estado de Gnanajuato, también soltero yde oficio rebocero. Dice que tenía 10 años cuando se tatuó en sn casa. Trae en el antebrazo izquierdo nn corazón y una mujer vestida, cuyo tatnage no se terminó; yen la cara interna de la rodilla derecha, otra mujer desnuda, la cual tiene una de sus piernas en el muslo del sujeto, y la otra en la pierna del mismo; quedando, por consiguiente, la figura abierta de piernas cuando el portador está de pie, y cerradas cuando éste dobla el miembro. ¡ Ta- tnage usado en cierta clase de delincuentes de costumbres depra- vadas, y la pluma se resiste á describir el papel que la figura des- empeña ! La obscenidad que se descubre en esta última figura, nos hace creer que la declaración de este soldado es de todo punto falsa; que no fné sn casa sino la cárcel donde tuvo origen sn tatnage, y qüe la edad que entonces tenía no era la de un niño, sino la de un hombre de espíritu pervertido, á pesar de sus pocos años. La compañía también fné escasa en el contingente que nos suministró: sólo dos tatuados encontramos. Uno era un soldado de 29 años, de México (D. F,), casado, tatuado en el cuartel. En el antebrazo izquierdo trae nn caduceo. Un año hace que se tatuó. El otro es de Gnanajuato, minero, soltero. Se tatuó en el cuar- tel, hace 6 años. Lleva en el antebrazo derecho una cruz dentro de nn laurel, y abajo un corazón. Por último, la 4Á1 compañía nos suministró 5 tatuados, no obs- tante que sólo examinamos 70 hombres, por estar el resto de ser- vicio. El primero es un hombre de 27 años, del Estado de Qneré- taro, soltero, de oficio yesero. Un italiano lo tatuó, en sn casa, hace 6 años. Tiene en el antebrazo derecho una mujer desnuda con un bastón en la mano, y en el izquierdo una sirena. Otro, es nn joven de 20 años, del Estado de Hidalgo, minero, también soltero, y que lleva en el antebrazo izquierdo las iniciales de sn nombre. Dice que él mismo se las pintó, pero no es de creerse, Dr. MARTINEZ BACA. porque no tienen la posición que debieran, si él se las hubiera mar- cado. Cuatro años lleva de tatuado. K1 tercero es de Gnanajnato, casado yde oficio ladrillero; cuenta actualmente 26 años y 5 de tatuado. En el antebrazo derecho apa- rece una mujer vestida, con unas flores en la mano. Este soldado se tatuó en el Hospital militar. El cuarto es del mismo Estado que el anterior, de 29 años, ca- sado y platero de oficio. Doce años hace que lleva en el antebrazo derecho nn corazón con una cruz, y debajo de éste, las iniciales T. 8., probablemente las correspondientes al nombre de sn amada. El ultimo de esta compañía es 1111 soldado de 21 años, del Es- tado de Oaxaca, soltero, de oficio jornalero, }r que en la cárcel de sn pueblo le tatuaron, hace 5 años, en el antebrazo derecho, nn co- razón ceñido por nn laurel. En el año de 1894, en que el 13" batallón guarnecía esta plaza, se hallaban en el cuartel, en virtud de disposiciones superiores, los presos militares que antes residían en Veracrnz. Esta circunstan- cia hizo que tuviera yo ocasión de visitarlos, á la vez que visité el cuerpo á que hago referencia. Treinta y cinco fueron los criminales militares que pasaron por mi vista, y de éstos, 5 se hicieron notables por sus tatnages, que voy á describir. Uno marinero, de 26 años, tatuado á bordo del « Independencia,» tenía en el antebrazo izquierdo una bailarina, y en el derecho el busto de una mujer que, según dice, el americano que lo tatuó trató de representar á la reina de Inglaterra. Es de Veracrnz, soltero y lleva 7 años de tatuado. Intentó borrarse sus marcas, sirviéndose de la leche de mujer; pero según sn confesión, no le dió buen resul- tado. Otro procesado, de 30 años, casado y del Estado de Gnanajnato, llevaba en el antebrazo izquierdo una cruz, aunque según me manifestó, carecía de fe religiosa. Diez años lleva de tatuado, ylo marcaron en el cuartel. ' El tercero es de 41 años de edad, de Monterrey ( Nuevo León ), soltero, y que hace 18 años lleva en el antebrazo derecho nn cora- zón atravesado con una flecha; abajo las iniciales del nombre de LOS TATUAGES. 183 su padre, y en el izquierdo, la Virgen de Guadalupe: ambos tatúa- ges se los hicieron en el cuartel. El cuarto es 1111 sargento 2® del 23? batallón, de igual edad que el anterior, del Estado de Veracruz, casado y que hace dos años le tatuaron en su cuartel, la misma imagen de Guadalupe, perfecta- mente dibujada, que trae en el antebrazo izquierdo. El último es un marinero, como el primero de los procesados de este grupo, y del mismo Estado. Su edad es de 28 años, soltero, y hace 5 que se tatuó á bordo del mismo «Independencia.» Va- rios tatuages ocupan diversas regiones de su cuerpo. Ell el an- tebrazo derecho una mujer vestida, y abajo de ésta, 1111 nombre, «Juana.» En el izquierdo otra figura semejante con el nombre de «Merced,» más dos corazones abajo del nombre: todas estas figu- ras son el recuerdo de sus amantes, según lo confesó, aunque con cierta vacilación. En la región pectoral derecha, un escorpión, y en la del vientre un ratón con una grande inscripción que la de- cencia me impide revelar. Por los procesados tuve noticia que existían entre ellos otros tatuados que habían pasado al hospital, los cuales fueron recono- cidos por mí, pero no incluidos en los cuadros, por 110 haber podido tomar sus generales, eu razón de su estado. No obstante, me aper- cibí de que uno de ellos, marinero, traía en el antebrazo derecho una cruz, adornada con dos ramilletes, uno de cada lado, y abajo las ini- ciales A. V.; eu el izquierdo otra cruz. Que otro llevaba, en el ante- brazo derecho, también una cruz rodeada de un laurel, y abajo de- éste un corazón. Y que un tercero, ambulante del Hospital militar, traía en el antebrazo derecho un corazón atravesado con un puñal. Por la breve descripción que acabamos de hacer de nuestros ta- tuages militares, se puede juzgar de que las grandes y violentas pasiones que impulsan al soldado europeo para adquirir sus mar- cas, como el amor, la venganza, el odio, la lascivia y la tendencia obscena contra natura; que con tan negros colores nos las pintan los que se han ocupado, como nosotros, eu esta materia, están re- tratadas en nuestros soldados con tan pálidos colores, que apenas dan una idea de aquellas pasiones, las que originaron en éstos los tatuages. Sólo la pasión erótica, manchada algunas veces con la obsce- nidad, se extiende con profusión sobre todos los miembros de nues- tros soldados tatuados. 184 I)R. MARTINEZ BACA. Iniciales y nombres de mujeres amadas; corazones que evocan recuerdos de seres queridos, y laureles que decoran estos recuer- dos, son los signos que campean en los brazos de nuestros tatuados. Un grito de venganza, acaso por un amor ultrajado, es la única voz que se levanta entre los 44 soldados marcados que presentamos. Por lo demás, esos signos pornográficos que abundan en las co- lecciones de Braucaleone-Ribaudo, Lacassagne, etc., etc., y que dan la medida del grado de exaltación psíquica de los portadores, no se encuentran, sino por excepción, entre nuestros soldados. LOS TATUAGES. 185 CAPITULO 111 División de los soldados tatuados, según los Estados de la República de donde proceden. A riamos querido formar una estadística completa con cl todos los datos que el caso exige, para apreciar con jus- A A ) I ticia, causa determinante del tatuage eu los soldados J (A f* que componen nuestro Cuadro estadístico núm. VI; pero en la imposibilidad de acopiar elementos, por lo difícil de su adquisición, nos limitamos á interpretar los obtenidos, conforme al estudio que hemos hecho de la materia. Notamos, desde luego, que el contingente de tatuados que dan las poblaciones del Centro, es más grande que el de las otras partes de la República; y aunque mayor es el número de poblacio- nes de esta división territorial y que casi todas están comprendidas en nuestro cuadro, esto no obstante, hay otra explicación. La formación de los cuerpos del ejército tuvo su origen en di- versos lugares de la República, formándose naturalmente de los natos del lugar y de los avecindados en él, que siempre están en minoría. Como los cuerpos del ejército en que recayó mi investigación fueron formados en las poblaciones del Centro, los individuos ta- tuados que he debido encontrar, pertenecen en su mayor parte al lugar, más uno que otro que ha desertado de algún cuerpo que procede de cualquier región, por ejemplo, del Golfo, y que viene á sentar plaza de voluntario en cuerpos que proceden de las pobla- ciones del Centro, Dr. MARTINEZ BACA. Si mis reconocimientos hubieran sido practicados en cuerpos formados de individuos de la frontera, acaso los tatnages que yo hubiera encontrado serían de género distinto; porque sabemos que á medida que cambian las costumbres de un pueblo por el lugar en que vive, varían también sus sentimientos, y que el mal soldado expresa los suyos por medio de sus emblemas. Así me explico la preponderancia de los soldados tatuados, en poblaciones que están comprendidas en la división del Centro, como en la que nos en- contramos. Nuestra clasificación, pues, formada de individuos procedentes de cada una de las divisiones territoriales de la República, tiene por objeto conocer los emblemas que más frecuentemente usan los soldados de un punto con relación á otro; y la interpretación que damos á estos emblemas, está tomada de la misma figura, que aun- que escasa en detalles, indica, sin embargo, la idea que represen- ta. Por ejemplo, los tatnages obscenos, que no son frecuentes en los soldados originarios de las poblaciones del Centro, es probable que, si buscásemos este carácter entre los tatuados, de cuerpos pro- cedentes de las poblaciones del Golfo, quizás veríamos comprobado el principio de Lombroso, esto es, que la obscenidad en el tatuage es peculiar de las poblaciones oceánicas y aun de las que están próximas á los océanos. Por estas razones las observaciones que se desprenden del estudio que se haga del Cuadro núm. VI, tendremos derecho para afirmar que en las poblaciones del Centro predomina el tatuage erótico, sin llegar á la obscenidad, sino por rareza; el decorativo, como la expresión del sentimiento estético, y el técnico, que es la excepción de la regla general expuesta arriba. No podemos decir otro tanto de las poblaciones del Golfo y del Pacífico, porque sus representantes simbólicos están en una mino- ría tan notable, sobre todo los emblemas que presentan los tatua- dos de los lugares del Golfo, que ningún principio podemos formu- lar sin riesgo de que nos conduzca al error. Los emblemas fronterizos, por lo que se ve en el cuadro que nos sirve de guía, no han llegado hasta nosotros; tendríamos que ir á buscarlos á los lugares de su residencia, para hacer inducciones tan próximas á la verdad, como las que asentamos respecto á los tatnages de los soldados originarios de las poblaciones del Centro. LOS TATUAGES. CAPITULO IV Símbolos y signos, con relación á los oficios, antes de ser soldados los portadores. 7A V* dando en la primera parte tratamos de la relación que i ' pudiera haber entre el oficio óel delito, con el signo I/ot) ó emblema que lleva el delincuente, vimos que esta relación era excepcional; pues en 57 delincuentes ta- v tnados, sólo respecto de dos pudo decirse, con algún fundamento, que hubiera relación entre el tatnage y el delito de que se hicieron reos. El soldado mexicano, por pertenecer á una clase especial que se identifica con las europeas del mismo género, y de otras partes, parece que debiera seguir la regla de tales colectividades, llevando como emblemas de sn tatnage, los correspondientes á su oficio mi- litar. Un fusil ó una bandera, si era soldado de infantería; una he- rradura, un caballo ó una lanza, si de caballería; ó en fin, un ca- ñón ó unas balas en pila, si de artillería. Pero muy lejos está de significar con su tatuage el arma á que perteneció en su vida mi- litar. Como el artesano criminal, por excepción, lleva algún em- blema militar, que justifique de presente el batallón ó regimiento en que sirvió. El soldado mexicano, por surgir de la clase obrera, conserva sus modalidades, y manifiesta todos los caracteres de la clase de donde procede; pero sin que haya en su tatuage la señal del oficio que ejerció durante su vida civil. No es el artesano europeo que generalmente con el tatuage que lleva, da una idea bastante aproximada del oficio que ejercía antes de sentar plaza de soldado, lo que hace que su tatuage se tome como elemento de identificación. Dr, MARTINEZ BACA. Lombroso ha observado con frecuencia que los aldeanos, alba- ñiles, bateleros y panaderos, en Lombardía; en Carrara, los mine- ros ; en Venecia, los carreteros; yen Nápoles los pescadores y pas- tores, llevan los signos de sn oficio al sentar plaza en el ejército italiano. Lacassagne hace la misma observación. Bn 100 soldados que habían sido tatuados antes de ingresar en el ejército, llevaban los signos ó emblemas de su profesión. Marro, en algunos tatuados que observó, encontró emblemas profesionales, como atresos de marina; pero los portadores no eran marineros. Yo, á mi vez, también he visto emblemas profesionales, como caduceos, anclas, etc., cuyos portadores estaban muy lejos de que les correspondiera el signo que llevaban. Bn nuestros soldados, cuya procedencia hemos dicho ya, los sig- nos que llevan son alusivos á sus sentimientos, sobre todo al eró- tico, pero nunca nos hemos encontrado un dibujo que represente el instrumento de que hiciera uso el artesano cuando ejerció su profesión. B1 Cuadro núm. VII, que nos manifiesta el número de símbo- los y signos que portan nuestros soldados, con relación á los ofi- cios que antes ejercieran, corrobora nuestra aseveración. La mayor parte de las artes están representadas en el Cuadro dicho, y no hay un solo signo que nos haga inferir qué oficio tuvieron los soldados tatuados. Sus emblemas son semejantes á los de los delincuentes que ya estudiamos, con esta diferencia: que en aquellos, los sím- bolos religiosos son los más numerosos, y en los soldados, por lo menos los del Centro, los emblemas eróticos, en todas sus formas, son los que llenan el Cuadro á que hacemos referencia. Si tomamos de la clase militar y de la delincuente el oficio que más abunda, que es el de jornalero, se apreciará mejor la diferen- cia,- Bn el Cuadro VII, referente á los militares, aparecen 12 indi- viduos, de oficio jornaleros, y 2 que traen signos religiosos: en el Cuadro 111, que se refiere á los oficios que tuvieron los delin- cuentes, hay 33 del mismo oficio 3O símbolos de religión. Los oficios, pues, que ejercieron los soldados de los cuerpos que estudiamos, en su vida de libertad, no tienen significación en el ta- tnage militar, como tampoco la tienen en el del delincuente. LOS TATU AGES. CAPITULO V Clasificación de los símbolos y signos. AY tanta semejanza en las marcas que se imprimen nuestros soldados, con las que traen los delincuentes \ A \ de acá, que la clasificación que hemos hecho de los sím- éJ bolos y signos de éstos, es en todo semejante, ála que vamos á establecer respecto de los de aquellos. Si hubiéramos tenido oportunidad para hacer un estudio psico- lógico del soldado, como lo hicimos del delincuente, y hubiésemos podido recoger la historia de nuestros soldados tatuados, á más de hacer la clasificación de los delitos relacionándolos con los tatna- ges, habríanos conseguido también demostrar que, siendo los ta- tuados de la misma clase social, sus tatuages tienen que ser tam- bién los mismos. No es, pues, de extrañar que, con excepción de los tatuages téc- nicos, las denominaciones en unos y en otros sean idénticas; y si esto es así, hemos admitido como una consecuencia lógica, que los móviles que impulsaron á nuestros soldados á tatuarse, son de la misma naturaleza y clase que en nuestros delincuentes. Es de sentirse que no tengamos elementos psíquicos á que re- ferir los símbolos y signos que vamos á enumerar, y por eso lo relacionamos solamente con el número de individuos que los lle- van; lo cual corroborará lo que á este respecto hemos dicho en el capítulo primero de esta parte. I. Tatuages religiosos.—Es tan corto el número de símbolos de este género, que en 7 individuos que los llevan, apenas 10 figuras les son alusivas. Pero ya dijimos en otro lugar que, nuestro sóida- Dr. MARTINEZ BACA. do no es muy dado á los asuntos religiosos, á lo menos desde que nuestras leyes de reforma independieron la Iglesia del Estado, pues antes de esta época gloriosa, que tanta sangre costó á la Patria, para aniquilar el principio de «religión y fueros,» el ejército era obligado á las prácticas religiosas; y en ese tiempo de obscuran- tismo, no era difícil que el soldado trajera una cruz pintada en un brazo, como lema del principio que defendía. El jornalero, por su rusticidad é ignorancia, tiene que ser más religioso que otra colec- tividad social cualquiera; y sin embargo deque en nuestros soldados tatuados el número de gente del campo es mayor que otra cual- quiera, sólo dos traen signos religiosos. Se comprende que la dis- ciplina del cuartel, cierta ilustración que allí adquieren, los apar- tan del sentimiento dominante en esta clase de gente. 11. 'Fatnages erótico-religiosos.—Más escasa es aún esta clase de signos en el soldado, que en el delincuente. En éste, vimos fre- cuentemente la figura alegórica del corazón estar superada por una cruz, ó acompañarle un símbolo religioso, ya al lado de aquel ó en otro punto diferente. En el soldado, además de ser escaso en sus manifestaciones simbólicas el sentimiento erótico-religioso, el nú- mero de los portadores de tales símbolos alcanza una proporción muy pequeña. El signo erótico-religioso en el soldado, nada lo caracteriza; y si lo clasificamos como tal, es porque, al lado de la figura del co- razón, había la de una cruz ólade un santo, esto en tres indi- viduos solamente; existiendo el verdadero signo erótico-religioso en un solo individuo, y este era jornalero. 111. Tatuages eróticos.—Es, como hemos dicho, el sentimiento dominante en el soldado; y por consiguiente, el militar que se ta- túa, si no lleva el signo que indique su profesión, lleva por lo me- nos un corazón, en recuerdo de algún ser querido. En nuestros tatuados militares es raro el que no tiene un símbolo que despierte en quien lo ve, la idea de un sentimiento erótico más ó menos puro. El corazón atravesado por un puñal, es el signo que más domina, y como siempre, en los campesinos que son los que dan mayor contingente á nuestro ejército. Las mujeres vestidas y aun desnudas, aunque éstas en corto número, son las que siguen en orden de frecuencia, al símbolo de LOS TATU AGES. 191 amor. No le basta al rudo soldado llevar en recuerdo de su amante las iniciales de su nombre grabadas en su brazo, sino que trata de reproducir en su piel la imagen de la persona querida, como el hombre civilizado procura hacerse del retrato de la que es dueña de su corazón. No obstante; las iniciales de las mujeres tienen para el soldado gran predilección, pues muchas veces, abajo de la figura que supone el retrato de ella, se encuentran las iniciales de su nombre. IV. Tatuages simplemente decorativos.—Ninguna significación tienen estos tatuages. En vano se esfuerza la imaginación en aso- ciarles una idea que haya motivado la impresión de la figura; á todo resiste: tan carente así es de sentido. Parece ser un simple adorno que, como dice nuestra gente inculta, se hizo «por no dejar;» de aquí que los señalemos con el nombre que encabeza este párrafo. V. Tatuages decorativo-representativos.—No pasa lo mismo con estas figuras que decoran los miembros de algunos soldados, aun- que pocos; son la representación más ó menos abstracta pero ale- górica de alguna imagen que conciben; son como en el tatuado de- lincuente, los animales con qué están más en contacto. Nuestro soldado, si no acostumbra grabar en su cuerpo emblemas de gue- rra como lo hace el europeo, representa, aunque muy pocas veces, algunos signos que dan idea de su sentimiento guerrero. Así, dos soldados del icN regimiento tenían tatuado cada uno en el ante- brazo izquierdo un militar, y otro en la pierna derecha una ban- dera. Pero estamos muy lejos de parecemos, siquiera, al soldado francés ó italiano, que como el artesano de esos lugares, trae en su cuerpo la señal del oficio que ejerce. Muy lejos de encontrar, como Lacassagne, 149 emblemas militares entre 1333 tatuages; ó como el eminente Lombroso que en 446 tatuages napolitanos, 48 piamon- teses y 348 lombardos, registró respectivamente 10, 19 y 18 emble- mas que hacían alusión á la milicia. Brancaleone Ribaudo, en la 8C-1 tabla de su obra El militar de- lincuente, dice que en 255 tatuages vió 12 que se referían á asun- tos militares. Y yo, en 754 soldados sumados de los cuerpos 13? batallón y icV de caballería, más una sección de la prisión militar, de los que obtuve 94 tatuages, 3 solamente encontré que correspondían á asun- I)r. MARTINEZ BACA. tos militares. Lo que quiere decir, que el tatuage del orden militar no es frecuente entre nosotros. VI. Tatuages técnicos.—A juzgar por el oficio de los portadores, los tatuages de este nombre tampoco tienen significación para quie- nes los llevan. Dos anclas que aparecen entre nuestros tatuages, una la trae un soldado de oficio carnicero, y la otra un zapatero. El caduceo existe en el antebrazo de uno de los soldados delincuen- tes y que se negó á decir su oficio. Estas circunstancias, tan desfavorables á la índole de los por- tadores con lo elevado de la idea que da el signo, prueban que, ó los portadores de las anclas son marineros, y en este caso corres- ponden á su oficio, ó pertenecen á industrias tan humildes como las que manifestaron, y entonces no tienen significación para los que las llevan. Este segundo caso es muy frecuente, pues el tatua- dor generalmente escoge las figuras que le son más conocidas ó las que más ejercita, por lo cual el tatuado no hace más que el papel del lienzo de un pintor. VIL Tatuages irreligiosos.—Apenas es digno de mencionarse este tatuage en el soldado, pues el ejemplar que aparece no debe atribuirse al cuartel, porque el individuo que tiene el signo á que hacemos alusión ( un diablo fumando una pipa), no fue tatuado en el cuartel, sino que ya llevaba su tatuage, cpie sin duda lo obtuvo en alguna prisión, aunque diga que se tatuó en su casa. De esta serie de emblemas con denominaciones distintas y es- tudiadas cada una en particular, podemos hacer la inducción si- guiente : En el soldado mexicano procedente de las poblaciones del cen- tro, la forma de tatuage que predomina es la erótica, sin que tenga por carácter la obscenidad, tan frecuente en el soldado europeo. LOS TATUAGKS. 193 TERCERA PARTE CAPITULO I Historia fisiológica del tatuage. j A poca atención que se le ha dedicado, entre nosotros, á la práctica del tatuage, no sólo desde el punto de X V | vista médico, sino desde el punto de vista etnológico, hX I tan á propósito para juzgar de las costumbres civili- zadas de un pueblo; la poca importancia que se le atribuye como elemento de investigación, respecto de gentes de cierta clase social, para conocer siquiera aproximadamente, su ma- nera de sentir, explica la ausencia casi completa de datos médicos 3* médico-jurídicos, en nuestra literatura técnico-nacional y en nuestros Códigos penales, que tienen por objeto la investigación y la sanción de un delito. La universalidad de la costumbre del tatuage y la perpetuidad de esta costumbre hasta nuestros días, 110 obstante su antigüedad, hacen extraño que hubiera escapado esta materia á las miradas in- vestigadoras de nuestros escritores, cuyo talento les hubiera per- mitido profundizarla, y más si se atiende á que, antes de ahora, pudo ser de importancia en nuestros asuntos judiciales. Hasta hoy, puede decirse, el tatuage se ha considerado entre nosotros más bien como asunto de curiosidad, que como elemento que pudiera prestar sus servicios ála ciencia médico-jurídica. De aquí la falta de datos para contribuir, á este respecto, al desarrollo de nuestra ciencia médico-legal; yde aquí también la necesidad de Dr. MARTINEZ BACA. ocurrir á los autores extranjeros que se han ocupado con alguna detención en esta materia; para que nos alumbren con sus luces en el tortuoso y desconocido camino que vamos á recorrer. La historia médica del tatuage, y el estudio fisiológico que se hacía indispensable para conocer la evolución de un fenómeno que, para los médicos antiguos y el vulgo en general, se creyó indele- ble, data de la mitad de nuestro siglo. Los médicos del siglo pasado no sabían explicarse cómo la ma- teria colorante que se introduce en los tejidos, para constituir un tatuage y hacerse indeleble, resistiese el movimiento incesante de composición y de descomposición, que se verifica en toda nuestra economía. Y la creencia general que admitía la persistencia inde- finida de un tatuage, y la imposibilidad de explicarse científica- mente las modificaciones que pudieran sufrir en nuestro organis- mo las substancias empleadas en el tatuage, debieron alejarlos de todo estudio de investigación. Follin, ayudante de Anatomía de la Facultad de Medicina de París, en 1849, fué á quien tocó la gloria de haber descubierto la emigración de las materias colorantes que entran en el tatuage, del punto en que primero se han depositado, hacia las regiones más ó menos lejanas de nuestro organismo. La carta que con este motivo dirigió á la Academia de Medi- cina de París, en la sesión del 5 de Junio del propio año, abrió una nueva vía á las investigaciones judiciales, probando que los tatua- ges estaban lejos de tener la persistencia indefinida que se les atribuía. «Examinando, decía su carta, los ganglios axilares de indivi- «duos que llevaban en los antebrazos tatuages de color rojo, he «visto que estos ganglios estaban llenos de una materia particular, «de un color análogo al que se encontraba en las partes tatuadas. « Así, al corte, estos ganglios estaban regados de granos de un color «rojo, muy vivo. Yo he disecado los ganglios axilares de indivi- « dúos en quienes los antebrazos estaban cubiertos de tatuages azu- «les, y este color era perfectamente reproducido en los ganglios. «Sin embargo, no quiero concluir nada de semejante examen, por- «que se encuentra frecuentemente en los ganglios normales una «materia colorante que tiene, con el azul de Prusia, cierta seme- «janza en su coloración. «Recientemente he visto en la piel del muslo de una mujer LOS TATU AGES. 195 «placas de tatuage rojo, muy numerosas y muy claras. Traté de «examinar los ganglios linfáticos que existían en grande abun- «dancia en la región crural. Casi todos estaban (permítaseme la «expresión), rellenos de una materia colorante muy viva. «Tuve á honra, señor Presidente(Velpeau),el mostrarlosávos, «y el presentarlos también á muchas personas, entre las cuales ci- «taré á los Sres. Bayer y Gosselin. La existencia de bermellón «pareció evidente á todo el mundo; sin embargo, quise que la quí- « mica viniese á dar á esta opinión, la garantía de una certidum- «bre. El Sr. Lecconte, preparador del Colegio de Francia, tuvo la «deferencia de someter al análisis químico los ganglios en cues- «tión. Las masas ganglionares, trituradas con cal viva, han sido «calentadas fuertemente en un tubo de vidrio; un vapor negro, «desprendido de la masa cubierta, se depositó sobre la superficie «interna del tubo. Se lavó, con el auxilio del papel Joseph, esta « materia negra, y filé fácil demostrar que estaba llena de gran can- «tidad de glóbulos mercuriales, visibles á la simple vista. « Este aislamiento del mercurio fue pareció probar, de una 111 - « ñera evidente, que la materia roja encontrada en los ganglios, era «verdaderamente, el bermellón.)) Y terminaba así la elocuente cuanto instructiva carta: «El deseo que tengo de someter al exa- «men químico los ganglios llenos de bermellón, no me permite «poner estas piezas en presencia de la Academia; pero en la «primera ocasión me apresuraré á hacerlo. Por lo demás, creo ne- « cesario prevenir á las personas que deseen entregarse á esta clase «de exámenes, que este transporte del bermellón no se opera sino «lentamente. Individuos recientemente tatuados, 110 tienen aún en « sus ganglios la materia colorante.» La historia de estos hechos, tan importantes, no tuvieron más influencia en el mundo científico, de aquel entonces, que el entu- siasmo que causa un descubrimiento por los nuevos horizontes que abre para el adelanto de otras ciencias. Fué preciso un aconteci- miento sensacional, verificado en 1852, para que el tatuage fuese estudiado desde el punto de vista médico-legal. Casper, el sabio profesor de Berlín, con motivo del asunto Schall, acusado de haber asesinado á su compañero,Ebermann, fué el pri- mero que consideró el tatuage en sus investigaciones médico-le- gales. Se trataba de reconocer en Ebermann (experticio verificado cinco meses después de su muerte), si era posible sacar algunos 196 J)R. MARTINEZ BACA. indicios de las marcas del tatuage que, se sabía, existían en los bra- zos del occiso. La notable consulta que dirigió al tribunal, á este respecto, terminaba con estos precisos y juiciosos conceptos: « Hsta cuestión es enteramente nueva, y como no existe en la literatura médica ningún precedente, yo no puedo resolverla sino por inves- tigaciones personales.» Casper, decía, en fin, en ese trabajo: «Yo no puedo decir qué influencia tengan en la desaparición de las mar- cas del tatuage, la individualidad, el género de vida y la profundi- dad de los piquetes, porque el asunto es muy nuevo.» Después, en la magnífica obra de medicina legal que más tarde escribió y en la que resumió sus propias observaciones, las de Hu- tin y las de Tardien, lanzó al mundo científico esta interesante conclusión: « Las marcas de los tatnages pueden desaparecer com- pletamente, durante la vida, y desaparecen en un gran número de casos. Su existencia anterior puede probarse por el estado de los ganglios linfáticos correspondientes.» Pero al distinguido Dr. Ernesto Perchón, médico principal de la marina francesa y caballero de la Legión de Honor, se debe el estudio completo del tatuage, desde el punto de vista anatomo-fisio- lógico, médico-legal, patológico, y de sus aplicaciones quirúrgicas. Él trazó, con mano maestra el camino que deberá seguir el perito para ilustrarse en este género de cuestiones, cuando tenga que re- solver asuntos médico-legales que se refieran al tatuage. Abrazó en cuatro grandes conceptos el estudio fisiológico del tatuage y sus modalidades: 1? Desde el punto de vista de la natu- raleza de las materias colorantes usadas. 2" Del modo operatorio por el cual estas materias han sido introducidas en diversas partes de nuestro organismo. 3° De las condiciones especiales del medio ó lugar en que las substancias han sido colocadas; y 4? Del con- flicto que puede sobrevenir entre las substancias y el medio. En efecto, la naturaleza de las materias empleadas en el tatua- ge, es una causa poderosa para producir las modificaciones en cier- tos dibujos, ya haciéndolos inalterables, y a cambiándoles de color, ó bien determinando su desaparición, más ó menos lentamente. Ya dijimos, á este respecto, que los trabajos de Follín dieron ori- gen á las investigaciones fisiológicas de Casper, de Hutin y de Tardien; que estos sabios corroboraron la opinión emitida por el pri- mero, y demostraron que, la emigración de ciertas materias colo- rantes, no era un hecho excepcional, sino que el cinabrio (berme- LOS TATUAGRS. 197 llón ), de preferencia, era el que frecuentemente presentaba este fenómeno tan singular. Citaremos las observaciones de Hutin, con respecto á la natu- raleza de las substancias introducidas al practicar el tatuage. Sus observaciones datan del año de 1853. Sometió ásu inspección 506 pensionados tatuados, del Hotel de Inválidos de París, los cuales se habían marcado con diversas substancias, como bermellón, pól- vora molida, tinta de China, tinta de escribir, polvo de carbón, azul de los blanqueadores (mezcla de una parte de añil y 8 de ácido sul- fúrico, diluido en agua) y carmín. De todos esos individuos, 182 habían sido tatuados con un solo color (no dice cuál); 78, con el ber- mellón ; 52, con la pólvora; 45, con tinta de China; 4, con tinta de escribir; 1, con el azul ya dicho; 2, con polvo de carbón, y 3, con un negro indeterminado. De los 78 marcados con el bermellón, 16 conservaban sus tatnages con toda claridad; en 19, las figuras habían palidecido; las encontró parcialmente borradas en 32; 3' en los 11 últimos individuos, las marcas habían desaparecido com- pletamente. En los tatnages hechos con pólvora, notó una claridad muy aparente, en 32. En 10, sobre 52, las figuras habían palidecido;}' en los 10 restantes, estaban borrados parcialmente. En los mar- cados con tinta de China, la persistencia había sido de más tiem- po: en 39 individuos, sus dibujos no manifestaban ninguna modi- ficación ; en otros 4, eran poco claros; y en los 2 últimos, el tatuage estaba, en parte, destruido. De las marcas practicadas con tinta de escribir, dos habían pa- lidecido; y las que se ejecutaron con las substancias restantes, no se les notó alteración. De estas investigaciones resultó que el bermellón es la mate- ria que más pronto y parcialmente se modifica, y que de las subs- tancias negras, la más durable es la tinta de China. Tardien, en una estadística que formó de 39 individuos, rela- tiva á la práctica del bermellón, de la tinta de China, la pólvora y el azul de los blanqueadores, obtuvo resultados idénticos. Cier- tamente que, si son dignas de fe estas observaciones, no tienen una base sólida sobre que descansar, porque falta saber si las épo- cas en que se tatuaron los observados, fueron también anotadas comparadas; si sus edades se tomaron en consideración, y si las con- diciones individuales de los tatuados, más el sitio en que se les Dr. MARTINEZ BACA. practicaron sus marcas, entraron como factores, para concluir de esto, que son más duraderos y persistentes los tatuages practica- dos con substancias negras, principalmente la tinta de China, que con materias colorantes, especialmente el bermellón. Estas razones, que me parece deben tomarse en consideración para formar un recto criterio sobre la naturaleza de las substan- cias y de las modificaciones que sufren en el organismo, son las que nos llevaron á concluir que, los tatuages pueden palidecer, bo- rrarse ó desaparecer, con más ó menos lentitud, según las subs- tancias empleadas al tatuar. La manera de practicar esta operación, el grueso de las agujas ó de los instrumentos punzantes que se empleen, el número de puntas introducidas, la dirección que se dé á las agujas al pene- trar en la piel, y la profundidad á que hayan llegado, así penetra- rán más ó menos bien las substancias en la dermis, y favorecerán ó contrariarán las condiciones de absorción y emigración de las materias colorantes. Las condiciones personales del individuo que se somete á la operación del tatuage, como la finura de la piel, la riqueza vascu- lar de la región, etc., etc., serán circunstancias que influyan en la persistencia ó en la desaparición de las figuras. El último punto es, acaso, el más importante para el médico- legista, y en el que el Sr. Berchon dio á conocer su grande espí- ritu de observación, pues ninguno antes que él, había hablado de la reacción en que pudieran entrar las materias colorantes con los tejidos que se encontraran en contacto con ellas. Desde luego, divide el fenómeno en dos épocas distintas y su- cesivas : la primera, comprende el período de los dos primeros me- ses de la operación; la segunda, más larga, y que llama «período de estado,» tiene por límite el momento en que las figuras han adquirido, como él dice, derecho de domicilio eu los tejidos. En el primer período, después de los fenómenos inmediatos que siguen al tatuage, como la rubicundez, el calor y tumefacción de la parte tatuada, el escurrimiento de uu líquido serosanguino- lento, y aun algunas gotillas de sangre que cubren los puntos pi- cados; es difícil distinguir los contornos de las figuras. El hincha- miento de los tejidos, y la angioleucitis superficial que la complica siempre, y que muchas veces se extiende hasta el derredor de los piquetes, cubre por lo general los contornos de las figuras. Este LOS TATUAGES. estado inflamatorio se sostiene durante ocho ó quince días, según que sea más ó menos agudo, ó que la gravedad del caso haya obliga- do al tatuado á recurrir á los tópicos recomendados por los tatuado- res, tales como fomentos de simple agua fría ó de agua salada; fricciones lepetidas con saliva ó con orines, etc., etc. Durante este período agudo y hasta el fin del primer mes, se nota un fenómeno curioso, señalado primeramente por Berchon, 3' que puede servir de guía para conocer si un individuo se ha tatua- do recientemente; me refiero ála amplitud de las ra}ras que forman el contorno de las figuras, las cuales rayas parecen más anchas de lo que serán definitivamente. Tienen el aspecto de las huellas que deja el nitrato de plata cuando se emplea para limitarla invasión de la erisipela. Hacia el fin de la quinta ó sexta semana comienza la descama- ción de las capas epidérmicas; y la integridad de la piel, la suavidad 3' transparencia de los puntos picados, se verifica al cabo de dos me- ses, y en ocasiones más tarde. En el período de estado hay fenómenos que es necesario estu- diar, porque en él se producen varias veces las reacciones ó con- flictos, como llama Berchon, entre las substancias introducidas y los tejidos en donde quedan depositadas. Muchos tatnages adquieren con el transcurso de los años, colo- raciones distintas de las que tuvieron en su origen. El rojo del bermellón, se vuelve violeta; el negro brillante de la tinta de Chi- na, se cambia muchas veces en azul, cuyo tinte es más ó menos vivo; 3T el tatuage practicado con pólvora molida, es frecuente verlo pasar, del negro mate al azul obscuro. Para algunos, estos fenómenos tendrían su explicación, en la combinación que se produciría por el contacto de las materias co- lorantes con los tejidos adyacentes, lo que parece racional creer. Pero el ilustre Berchon lo atribuye más bien á la impureza de las substancias, á la cantidad de éstas, depositadas en un punto cir- cunscripto de la piel, y á la finura de ésta, ó á su más grande vi- talidad. Hay, por último, un punto 111113" importante en la historia fisio- lógica del tatuage, 3r que tampoco había sido estudiada sino hasta que el médico de la marina francesa lo estudió. Se refiere á los efec- tos que el desarrollo del cuerpo, con la edad, debe tener necesaria- mente sobre los dibujos. Eas investigaciones de este sabio médico 200 Dr. MARTINEZ BACA. lo han llevado, si no á formular conclusiones, por lo menos á poder certificar la realidad de este hecho, el aumento de extensión de las imágenes en muchos sujetos observados. Estas imágenes, dice Berchon, presentaban una separación sensible de los puntos más exteriores de la figura; y así es como él se explica una de las cau- sas que influyen en el debilitamiento, desaparición ó irregularidad, por lo menos, que sobreviene con el tiempo en algunos tatuages. Para terminar, expondremos brevemente las teorías fisiológicas sobre las modificaciones del tatuage, en la desaparición comple- ta ó incompleta. Follín fué el primero en sostener que la pene- tración mecánica de las substancias, especialmente del bermellón, en los ganglios linfáticos, era la causa de la desaparición de los ta- tuages. Tardien, después déla publicación de los trabajos de Follín, dedicó su atención al estudio de los diversos mecanismos por los cuales las imágenes del tatuage pueden desaparecer, y concluyó que hay tres medios para la desaparición fisiológica del tatuage. iPor destrucción química al contacto del aire. 2() Por el desecho ó expulsión de los dibujos, practicados muy superficialmente, con las láminas epidérmicas sucesivamente formadas. 3*-) En algunos casos, por el mecanismo señalado por Follín y confirmado por los trabajos de Cl. Bernard. Hutin creyó en el poder del frotamiento continuado para hacer desaparecer en todo ó en parte las imágenes tatuadas, ya. por la ac- ción de cuerpos pesados que se sostienen en los miembros supe- riores, ya por el roce de los vestidos, según la afirmación de ocho inválidos, en un tiempo albañiles y carpinteros, que atribuyeron este efecto al ejercicio de sus respectivas profesiones. Berchon, cuyas investigaciones en este punto de fisiología fue- ron concienzudas y prolongadas, admite cinco modos principales por los que pueden desaparecer ó por lo menos palidecer ciertos ta- tuages. El primero consiste «en el arrastre hacia afuera de las ma- terias colorantes colocadas muy superficialmente en la piel, para que puedan ser substraídas al movimiento incesante que hace caer las láminas epidérmicas epiteliales » Segundo: admite con Tardien, que «la transpiración puede te- ner las mismas consecuencias para los dibujos poco profundos y cuyos colores son menos fijos que los de base de carbón » «Una tercera causa de diminución en la claridad de los tatna- ges, es el desarrollo fisiológico del cuerpo » LOS TATUAGES. 201 Cuarto. «El camino por penetración de los colores del tatuage, descubierto por Follín y reconocido más tarde por Casper y Tar- dieu, es sin contradicción un modo de desaparición fisiológica más constante y más frecuente » El quinto modo «consiste en las modificaciones químicas y por decirlo así intersticiales que pueden experimentar las materias colo- rantes introducidas en la piel por las agujas de los tatuadores. . .» En conclusión, para terminar la historia fisiológica del tatuage que á grandes rasgos hemos bosquejado, diremos con Tardieu lo que decía al fin de una memoria que á este respecto escribió: « Por «indelebles que se hayan reputado y que realmente sean, en general, «las impresiones del tatuage, es cierto que pueden desaparecer espon- «tónicamente, aun en tiempo muy corto, aunque no hayan sido hechas « muy superficialmente sobre una parte en que el tegumento ofrezca «poco espesor, y sobre todo con colores poco sólidos, tales como el ber- « mellón y los líquidos vegetales azules ó rojos.» LOS TATU AGES. 203 CAPITULO II Del tatuage como medio de identificación. ¿i L tatuage, dice Tardieu, no difiere en principio de to- ípG) I, das las demás señales exteriores, naturales ó acciden- tales, que pueden servir en quienes las llevan para distinguir un individuo de otro; antes por el contra- rio, constituye un elemento más ó menos importante en el servicio de la identificación médico—jurídica; y no hay nece- sidad de esforzarse mucho para comprender que el tatuage, por sus formas tan variadas, sus dibujos tan extraños, y hasta cierto punto su lenguaje, tiene un carácter más significativo que una cica- triz cualquiera de la piel. En efecto, si las cicatrices son muchas veces signos evidentes, que dado su aspecto, dirección y conformación, permiten recons- truir las circunstancias que concurrieron en un acontecimiento; los tatuages en medicina legal son, según la frase de Lacassagne, cicatrices parlantes, en las que concurren caracteres especiales de permanencia, ó por lo menos dificultades para hacerlas desapare- cer, y que sin tener una confianza absoluta en los datos que nos pueden suministrar, se llega por éstas á determinar, en casos du- dosos, la clase social á que pertenece el portador de tales señales, su edad, sus pasiones dominantes, su profesión y su nombre, así como la fecha de ciertos hechos que tienen relación con el que se trata de identificar. En el bosquejo que hicimos de la historia fisiológica del tatua- ge, vimos que los dibujos practicados por los procedimientos hasta 204 Dr. MARTINEZ BACA. hoy conocidos, no son absolutamente indelebles, por más que de- jen huellas de sn existencia los que han desaparecido; pero de este hecho surge la necesidad de examinar aparte los signos existentes y los no existentes, ó sean los signos positivos y los signos nega- tivos, reservando el estudio de estos últimos, para tratarlo en el capítulo VI. Nos ocuparemos, pues, con los signos positivos. Se llaman así: «aquellos que pueden resultar directamente de la inspección de los tatnages y de sn descripción; sea para establecer la filiación de los individuos, sea para comprobar los testimonios ó para negar la individualidad en el caso de silencio ó de simulación de un acu- sado; cuando estas investigaciones son ordenadas, ya en el vivo, ya en el cadáver, y que puede ser desconocido ó mutilado.» 1 Como dijimos, los signos positivos del tatnage pueden dar las generales, más ó menos completas de la persona que se trata de identificar, y suministrar aún datos especiales para la comproba- ción de un hecho, cuyo autor se trata de averiguar. Edad. Tardien cree que el tatnage no se practica en Europa más que excepcionalmente, antes de la edad de 15 años, y gene- ralmente entre 20 y 25. Hntin declara que, en 506 tatuados, 141 lo habían sido antes de la edad de 20 años; pero que el mayor número, 285, se habían hecho tatuar entre los 20 y los 25 años, decreciendo después la proporción á medida que se alejaban de la edad adulta. Berchon opina que no es raro encontrar el tatnage en niños recién nacidos, lo que ha podido comprobar en los hospita- les de infancia, y por declaraciones de muchas parteras que le han asegurado que frecuentemente usan de este medio, cediendo á las súplicas de las madres que tratan de procurarse indicios para re- conocer á sus hijos cuando cesan las causas que las obligan á de- positarlos en los orfanatorios ó casas de cuna. Que es menos raro aún encontrar los signos del tatnage en sugetos que no han llega- do á la edad de ió años, como pasa en los Liceos, en donde basta la práctica de esta mala costumbre en un solo estudiante, para que todos sigan sn ejemplo. Por lo demás, opina este autor, que es en- tre los 20 y 30 años cuando ordinariamente se practica el tatnage en Europa; pues sabemos que hay otros puntos en donde esta cos- tumbre sigue desde los primeros años de la vida, en Oceanía prin- cipalmente. 1 Berchon Historia médica del tatnage, pág. 59. IvOS TATUAGKS. 205 Nuestras observaciones nos llevan á las mismas conclusiones que al ilustre Berchon, pues en 101 individuos tatuados, que es el número á que ascienden nuestros reconocidos y sobre los cuales versan nuestras descripciones, hemos podido ver que 14 practica- ron sn tatnage de los 12 á los 20 años; 52, de los 20 á los 30; 25, de 30 á 40; 7, de 40 á 50 y 3 de 50 á 60. El máximum, pues, de la práctica del tatnage entre nosotros, oscilará entre 20 y 30 años, y decrecerá de uno á otro extremo, ya. que se aleje de la juventud para la infancia ó que se acerque de la edad adulta para la vejez. Respecto de las mujeres, en quienes como hemos visto la práctica de esta costumbre es menos frecuen- te; el número de dibujos, la región en que están colocados y el sexo que representan, serían los factores que nos sirvieran de criterio para jiizgar de la edad ó de la época en que habían sido tatuadas; pues es sabido que en Europa, las viejas se tatúan en la región del vientre, entre el pubis y el ombligo, retratos de mujeres que han sido sus queridas; y las jóvenes en el pecho, debajo de los senos, en los hombros y en las piernas, frecuentemente llevan marcados los nombres de sus amantes, las fechas de sus deslices ó la figura de un hombre en recuerdo de sn amor. Entre nosotros ni una ni otra cosa es frecuente, pues vimos al tratar del tatnage en las mu- jeres, que esta costumbre no ha sido muy aceptada en las de la última clase social, que es la que se tatúa. Como las afirmaciones del médico legista hacen fe jurídica, y sirven de guía al juez para formular sus conclusiones, es necesa- rio que el sngeto que se trata de identificar sea estudiado en sn ta- tnage, desde todos los aspectos que éste puede presentar. En el capítulo anterior vimos el estado que guarda nn tatna- ge dos ó tres meses después de practicado, así como el cambio de coloración por el transcurso del tiempo, principalmente si ha sido hecho con substancias tales como el bermellón, las. fnchsinas y el azul de anilina. Estos datos servirán para juzgar si el tatnage que se examina es de época reciente ó lleva de practicado algunos años, sin poder precisar cuántos, pero que el concurso de otras mu- chas circunstancias podrá decidir de la persona de que se trata, cuando por el examen de la figura se sospeche de sn clase social, de sn profesión, acaso de sn nombre de los hechos que se rela- cionen con la edad probable del individuo. Dr. MARTINEZ BACA. A. Clase social.—No se trata aquí de las personas que pertene- cen á clases elevadas de la sociedad, en las que el tatnage es excep- cional, y esto sólo en Europa, en donde la aberración del sentido estético hace descender á algunos altos personajes de sn distin- guido puesto, para igualarse al último industrial que se confunde con la hez de la sociedad, sino de los individuos en quienes es fre- cuente la costumbre de tatuarse, y los que por tener que ver con más frecuencia con la justicia, tratan de eludir sn acción borrando las huellas aparentes de la identificación. En Europa, donde los jóvenes de cierta edad empiezan á con- currir á los talleres que los pone en contacto con los obreros, los soldados ó los marineros tatuados, no tardan en seguir sn ejemplo haciéndose tatuar los emblemas que caracterizan sn profesión. Ea estancia frecuente en las salas de policía, en los hospitales, ó en los cuarteles por el servicio militar obligatorio, favorece la extensión del tatnage con los caracteres peculiares de la sociedad en que se hallan. Pero entre nosotros, que no hay más fuente del tatnage que la cárcel ó el cuartel, y cuyas marcas, como hemos visto ya, tienen mu- cha semejanza, difícil sería distinguir la clase de la sociedad á que pertenecía un individuo, como no fuera (en términos muy restrin- gidos ), entre la civil y la militar. Eos tatnages de ambas clases so- ciales son semejantes; pero se diferencian en que los corazones, por ejemplo, que en la civil están atravesados por una flecha, en la mi- litar lo están por un puñal ó una espada. En la primera, es fre- cuente ver esos corazones superados por una cruz, y en la militar falta frecuentemente. En los tatnages de los civiles es muy común ver confundidos los signos eróticos con los religiosos; en los tatna- ges de los militares los signos religiosos no acompañan á los em- blemas de amor. B. Profesión.—Eos tatnages profesionales son, seguramente, los más importantes desde el punto de vista de la identificación, los que tienen un lenguaje más significativo, los que dieron á Tardien los medios para identificar á una de las víctimas de los asesinos Eescnre y Gonsset, cuyo cadáver, aunque en parte descompuesto por la putrefacción, conservaba en un brazo las figuras bien mar- cadas de los instrumentos de carpintería, para ser reconocido por el carpintero Chanvin. LOS TATUAGES. 207 Tardieu ha encontrado entre los artesanos los signos distinti- vos de sn profesión : ha visto que el zapatero lleva grabada una bota; el tonelero, martillos, cepillos y otros útiles del oficio; los car- pinteros, ordinariamente una sierra; el albañil, nn compás, una es- cuadra ónn nivel; los herreros, dos martillos ónn yunque; los car- niceros, generalmente una cabeza de toro, cuchillos anchos y una maza; los herradores, una gran herradura de caballo, etc., etc., sien- do permitido decir que todas las artes en Europa tienen sus repre- sentaciones en el tatuage. Berchon cree que los emblemas del ta- tnage y el examen de todas las condiciones de estos dibujos, son la fuente más rica de información que se puede imaginar, y que el obrero, más que el militar y el marinero, se presta fácilmente á in- ferencias de este género. Ha reconocido muchas veces en los bra- zos de los individuos sometidos á nn examen, cuál era la profesión que en ese tiempo tenían ó la que habían tenido, según la edad de sus tatnages. Ha visto en centenares de hombres que se presenta- ban para ser admitidos en los talleres de fabricación de víveres para la marina, emblemas que luego denunciaban la profesión que te- nían. Los panaderos luego descubrían un San Honorato, vestido de obispo, con mitra y una cruz en la mano, con las palas del hor- nero y las balanzas. Casi todos los de este oficio llevaban dibujos que hacían alusión á la fabricación del pan. No pasa lo mismo entre nosotros, en que las marcas del tatuage son independientes del oficio ó profesión que tienen los portadores. Ya hemos visto en la primera parte de esta obra, que el tatuage de nuestros delincuentes no tiene relación ni con el oficio ni con el delito que han cometido; por consiguiente, identificar la pro- fesión de uno de nuestros tatuados por sus marcas, sería dema- siado raro, porque lo común es que sus tatuages se refieran á asun- tos de religión, de amor, ú otros sentimientos ajenos del oficio que ejercen. C. El nombre yla fecha que llevan tatuados muchos delincuen- tes como único signo, ó abajo de la figura principal, son señales más probables para su identificación. En nuestros indígenas tatua- dos es frecuente ver pintado el nombre del portador al lado del de la amada, ó bien el retrato de ésta y el nombre de aquel. Otro tanto pasa con las fechas que se inscriben los delincuentes, que general- mente indican el término de sn condena ó el principio de ésta. Otras 208 Dr. MARTINEZ BACA. veces es el recuerdo del acontecimiento que más los ha conmovido, lo cual puede servir de indicio que, asociado con otros antecedentes, podrá permitir al médico-legista dictaminar, con toda reserva, so- bre el asunto de la identificación. Para terminar, citaremos algunos ejemplos de los más notables que registra la historia médico-legal del tatuage, los cuales nos harán apreciar mejor la importancia que tiene en la medicina jurí- dica esta clase de marcas. «Hay probablemente en este siglo pocos procesos que hayan excitado mayor interés público y hayan dado lugar á una discusión más prolongada, que el conocido con el nombre de «asunto Tick- borne» (proceso civil Tickborne contra Lushington, 1871-1872, y proceso criminal Castro ó Tickborne, Agosto de 1873). El asunto versaba sobre la identificación de una persona. Un hombre que de- cía llamarse Rugerio Tickborne reclamaba ciertos bienes, lo que dio lugar ante los tribunales comunes á un proceso de expulsión que duró ciento tres días, á consecuencia del cual á este hombre se le denegaron sus pretensiones, y fué juzgado en seguida por im- postura. Después de un proceso sobre este segundo punto, que tuvo una duración sin ejemplo de ciento ochenta y ocho días, el preten- diente fué reconocido culpable de impostura y condenado á servi- dumbre penal. « Rugerio Carlos Tickborne había naufragado en Abril de 1854. Ninguno de los que se encontraron con él en el buque había sido visto después; no se oyó nunca hablar más de él. Ya en 1852, época de su partida para Inglaterra, el verdadero Rugerio tenía, en la parte interna del antebrazo izquierdo, ciertos tatuages de color azul, representando una cruz, un corazón y una áncora. Estas marcas habían sido vistas, distintamente, antes de su partida para Ingla- terra y durante un período de seis años, por su madre, su tutor y cierto número de amigos de uno y otro sexo, á los cuales había mostrado sus dibujos en épocas distintas. Lord Bellew, compañero de Rugerio en la escuela, declaró que, en 1847 Y 011 1848, había visto en el brazo de aquel la cruz, el corazón yel áncora, y que él mismo había añadido á estos símbolos las letras R. C. T,, hechas con tinta indiana, y de una longitud como de media pulgada. El mismo día que había tatuado el brazo de Rugerio, se tatuó él una áncora en el brazo. Todo había sido hecho el mismo día y con los mismos objetos. Veinticinco años habían pasado desde que se ta- LOS TATUAGES. 209 tuaron uno y otro; el áncora existía aún, y el testigo mostró su brazo al jurado eu apoyo de su declaración. « Se probó en seguida que, como se había sangrado al verdadero Rugerio en los brazos, en los piés y en la sien, antes de su salida para Inglaterra, debía tener las cicatrices que indicaran este hecho. Siendo niño, había tenido en el brazo, durante dos años, un caute- rio que, ya sano, dejó una cicatriz ancha y profunda. Estos hechos fueron' atestiguados por muchos testigos dignos de fe. La depre- sión existente en el brazo, á consecuencia del cauterio, había sido vista por ellos durante nueve años. Tales fueron los hechos, pro- bados de un modo satisfactorio, por referirse al heredero legítimo. « Doce años después del naufragio de«La Bella,» el demandante Castro, que residía eu Australia, presentó por primera vez sus pretensiones á la herencia, anunciando que él era Rugerio, y que había sido salvado del naufragio. Pero se probó que él obró de ese modo, después que los diarios australianos publicaron unos avisos ofreciendo una recompensa por el descubrimiento de cualquier su- perviviente de « La Bella.» «Se recogió gran cantidad de testimonios, en pro 3' en contra de la identidad del demandante. Nosotros no consideramos aquí mas que las pruebas médicas, sacadas de los tatuajes y de las cicatrices. Este hombre no tenía sobre su persona ninguna marca de tatuage, ni ningún signo que indicase que había sido tatuado. Su médico, el Dr. Lipscombe, lo examinó con un resultado negativo, desde este punto de vista; y para añadir más fuerza á esta prueba, el de- mandante sostuvo que nunca había sido tatuado. En cuanto á las cicatrices, la prueba fué igualmente negativa, Sir W. Fergusson, llamado como testigo por él, y otros cirujanos, examinaron sus bra- zos, su frente y sus piés, sin encontrar cicatrices semejantes á las que podrían seguirse á una sangría. El tenía unas señales en los piés, cerca de los maléolos, pero no habían sido producidas por inci- siones hechas para la sangría del pie. No tenía ninguna marca ni depresión en el brazo, donde el verdadero Rugerio había tenido un cauterio. « A menos que nosotros consintamos en admitir que un hombre puede ser tatuado y no tener ningún conocimiento del hecho, es decir, que haya sido tatuado sin tener conciencia, y que todas las marcas hayan desaparecido antes que él las haya visto, es imposi- ble que el demandante hubiera podido ser Rugerio Carlos Tick- 210 Dr. MARTINEZ BACA. borne, heredero de los bienes. La persistencia de las marcas había sido probada por Lord Bellew. Lo misino paso con las cicatrices. Ninguna de ellas hacían plausible la historia del demandante, y, agregado á esto, las marcas del tatnage contrariaban en lo abso- luto su aserción.» « Apoyándose solamente en estos hechos médicos, había mucho para rechazar su demanda y convencerle de impostura; pero había una acumulación de pruebas basadas en hechos anteriores: la edu- cación, los viajes y las costumbres del heredero perdido, mostraban claramente que se trataba de una falsa demanda. Lo sorprendente es que este impostor haya podido, por tanto tiempo, escapar de la justicia é imponerse á un gran número de personas.» Un hecho parecido al que acabamos de relatar, se encuentra en las memorias de Vidocq, cap. IX, titulado: «La voz de la sangre.» « Después de haberse evadido del baño de Brest, Vidocq se hizo pasar por otro individuo llamado Duval, desertor de la fragata « La Cocarde.» Arrestado Vidocq por el delito de deserción, encontró en la prisión á otro marino, que le hizo más fácil la substitución de persona.» «Yo no sé quien seáis, le dijo á Vidocq; pero de seguro vos no sois el hijo de Duval, porque éste ha muerto, hace dos años, en San Pedro (Martinica). Aquí, ninguno sabe nada: tanto orden hay en nuestros hospitales de las colonias. Ahora ya puedo daros muchos datos respecto á su familia, para que podáis pasar por el mismo Duval ante los ojos de sus parientes: esto es tanto más fácil cuanto que él partió de la casa paterna muy joven. Para más seguridad, podéis fingir un debilitamiento de espíritu causado por las fatigas del mar y por las enfermedades. Hay más: antes de embarcarse Augusto Duval, se hizo tatuar en el brazo izquierdo un dibujo, co- mo lo hacen la mayor parte de los soldados y de los marineros. Yo conozco perfectamente este dibujo: era un altar, coronado de una guirnalda. Si vos queréis haceros poner en un calabozo con- migo, por quince días, yo os haría las mismas marcas, de manera que todo el mundo os equivoque. » Vidocq se explicó el interés que le llevaba á su compañero, por el deseo de que están animados to- dos los detenidos, de burlar á la justicia. Para ellos, desviarla, de- tenerla en su marcha ó inducirla en error, es un placer de venganza que compran á precio de algunas semanas de calabozo. Los dos compañeros se hicieron fácilmente castigar.» LOS TATUAGES. «Apenas estábamos encerrados, cuando mi compañero comenzó la operación, que resultó perfectamente. Consistió, simplemente, en picar el brazo con muchas agujas reunidas en hacecillo y hu- medecidas en tinta de China y carmín. Al cabo de quince días los piquetes habían cicatrizado, hasta el punto que era imposible re- conocer desde qué tiempo habían sido hechos. Mi compañero apro- vechó este retiro para darme nuevos detalles sobre la familia Dnval que conocía desde niño, y de la cual, creo yo, era pariente, pues me enseñó un gesto de mi homónimo. Estas enseñanzas fueron un gran recurso para mí, porque á los diez y seis días de detención en el calabozo, se me vino á sacar para presentarme á mi padre, que el comisario había mandado llamar. Mi compañero me había pintado á este personaje, de manera que no era fácil equivocarlo. Al aparecer, yo le salté al cuello: él me reconoció; su mujer, que llegó un instante después, me reconoció también; un primo y un tío, igualmente: heme aquí Augusto Dnval. No era posible du- darlo; el mismo comisario quedó convencido; pero esto no bastaba para ponerme en libertad. Como desertor de «La Cocarde,» yo de- bía de ser conducido á San-Malo y sujetado á un consejo de gue- rra. A decir verdad, todo esto no me espantaba, porque estaba cierto de evadirme en el camino. Yo partí, en fin, bañado en lágrimas de mis parientes y lastrado con algunos Inises más » El mismo Vidocq refiere que él reconoció á dos forzados que se habían evadido de la prisión, gracias á sus tatnages. La ciencia médico-legal no está muy abundante en ejemplos de esta naturaleza; pero los expuestos arriba, principalmente el de Tickborne, prueban que el experto puede encontrarse en presencia de hechos semejantes, cuando se trate de aducir pruebas para cer- tificar la identidad de una persona. Obedeciendo á esta necesidad, que hace ya algunos años se hacía sentir en Europa, fueron expedidas varias ordenanzas en Fran- cia, por el ministerio respectivo, como la circular del 26 de Agosto de 1831, en la que recomendaba á los directores de los setableci- mientos penitenciarios la inscripción y la descripción de los tatua- ges que tuvieran los presidiarios el día de su entrada. El reglamento del 27 de Octubre de 1808, y los arts. 200 y 206 de la orden del 29 de Octubre de 1820, exigen que se haga una es- tadística muy exacta, del estado y de las señales ó signos de los detenidos. 212 Dr. MARTINEZ BACA. H1 Ministerio del Interior, en 23 de Octubre de 1849, dirigió á los prefectos una circular en los siguientes términos: «Yo os su- plico invitéis al director á recoger, con el mayor cuidado posible, todos los signos particulares que afecten al aspecto exterior del cuerpo (del detenidoJ; porque con el auxilio de estos signos, el in- dividuo que no quiera reconocer, cómo siéndole aplicable una con- dena anterior, está materialmente obligado á confesarla. Es útil, sobre todo, recoger las figuras representadas por el tatnage, y no indicarlas solamente en las generales del tatuado.»1 1 « Los Tatuages. » Estudio antropológico y médico-legal, por el Dr. A. Eacassagne, París, 1881. LOS TATU AGES. 213 CAPITULO 111 ¿Puede servir de guía á la medicina legal el tatuage mexicano, para conocer la procedencia de un tatuado? p N el capítulo anterior hemos visto que, si bien el arte- | q>G) sano, el campesino, el soldado yel marinero europeos, |™"l llevan los signos distintivos de su profesión, y que esto puede servir para determinar el gremio á que perte- nece un individuo, y de indicio probable para su iden- tificación; entre nosotros faltan estas huellas, que inadvertidamente desechan nuestros delincuentes, pero que utilizan para enervar la acción de la justicia, y quitar al médico-legista la huella que le indicara el camino para llegar á una de las pruebas de la identifi- cación. Cosa igual podríamos decir respecto de los signos que pudie- ran servir de guía para determinar, con más ó menos probabilidad, el lugar de donde procede un individuo á quien se tratara de iden- tificar, por la forma de los tatuages que tuviera, si éstos fuesen especiales para cada localidad, como sucede en algunos lugares de Europa, Italia y Francia. No obstante, cuando estudiamos el tatuage de los criminales, por los distritos de que procedían, según que fueran del Centro ó del Sur, pudimos notar que los individuos que procedían de los dis- tritos del Sur, se hacían notables por las figuras de animales que les servían de marca; sobresaliendo entre éstas, la del venado pri- mero, y después las de los carniceros, como perros, coyotes, leones y tigres: que estas figuras sólo eran frecuentes en los individuos Dk. MARTINEZ BACA. de los distritos del Sur; y entre éstos, principalmente, el de Mata- moros (Izúcar). La estadística que con este motivo levantamos, nos hizo ver también que los tatnages de los individuos procedentes de los dis- tritos del Sur, están en una proporción de más de nn 50%; lo cual quiere decir que, tratándose de marcas que representen animales, las probabilidades que haya para inclinarse á creer que nn indi- viduo es procedente de los distritos del Sur, estarán en una propor- ción como de nn 50 %, escogiendo de preferencia entre los lugares de esta región, el de Matamoros. Se entiende que esta observación se refiere sólo á las presun- ciones que, en vista del tatnage, hagan nacer en el espíritu del médico-legista, que tal ó cual individuo es procedente de nn dis- trito del Sur, pues en cnanto al examen general de la persona, hay caracteres exteriores que dicen más que nn tatnage. Podría servir como signo de presunción, aunque menos cierto que el anterior, el numero de tatnages que nn individuo tiene, pues nuestras observaciones nos hicieron aceptar esta conclusión; que los delincuentes de los distritos del Sur tenían más tatnages que los del Centro, porque estos últimos no tienen más de dos generalmen- te ; y este carácter prueba más bien el grado de delincuencia, pues hace sospechar fundadamente, por los diversos signos que traen, cuando al lado de nn emblema erótico aparece nn símbolo religio- so, que estas marcas han sido hechas en épocas distintas y en las diversas veces que han sido aprisionados los delincuentes: carácter que, como dijimos en otro lugar, se extiende no sólo al delincuente común, sino al militar; y no solamente en nuestro país, sino en todas partes, como lo prueban el testimonio de Lacassagne, Per- chón, Tardien, etc., etc. Un hecho negativo vendría en auxilio del médico perito, cuan- do se tratara de sostener la procedencia de nn delincuente tatuado, afirmando que era del Norte. Se recordará que cuando hicimos la clasificación de los criminales, por las regiones que ocupaban en el Estado, apartamos los del Norte, por no haber encontrado en nin- guno de ellos marcas de tatnage. Este carácter negativo en los de- lincuentes del Norte, que hace excepción á la regla general en el Estado, puede aprovecharse para sostener con algún fundamento, que el individuo tatuado cuyo origen se discute, no pertenece á nin- guno de los distritos del Norte. LOS TATUAGES. 215 El carácter de nacionalidad, y más aún de localidad en una na- ción, deducido por el tatnage, es muy marcado en Europa, y se presta para hacer apreciaciones médico-jurídicas, que nosotros no podemos hacer. Berchon dice en la pág. 72 de su obra « Historia médica del ta- tnage, » lo que signeLo mismo se dice de los emblemas que pueden indicar la nacionalidad de los individuos.» « R. P. Lesson había dicho antes en una carta-noticia que publi- có, que la dirección del espíritu de un pueblo no permitía vacilación á la vista del pecho de un español ó de un portugués, sobrecargado de ex-votos, de crucifijos, de madonas; y el de un francés, recubier- to de emblemas galantes y belicosos. Sin pretender exagerar, se puede ir más lejos y descubrir en ciertos tatnages las diferencias provinciales, cuando se conoce por uno mismo, con mucha preci- sión, el carácter, las costumbres y las tendencias de los diferentes habitantes de un mismo país. Sin embargo, no se podría conceder una certidumbre absoluta á las enseñanzas tomadas de esta fuen- te, por razones que se comprenden; el hombre es en todas partes, como decía Montaigne, muy ondulante y diverso.» «Considerados estos signos de tatnage,» dice Eombroso,1 que no tienen nada de particular; que se encuentran en los criminales, como en los campesinos, pastores, marineros, etc., pueden venir en auxilio de la justicia y de la medicina legal, para identificar al individuo, y hacer conocer sn país y los acontecimientos más no- tables de sn vida. Nosotros, en los capítulos de historia y de evolución del tatna- ge, dimos á conocer los caracteres distintivos de esta costumbre en la mayor parte de los pueblos, civilizados ó no, que usan esta clase de marcas. Entonces vimos, por ejemplo, que los campesinos de Pavía llevan un tatnage que representa el instrumento de que hacen uso para desollar las ranas; de manera que al verles sn ta- tnage, con poco temor de equivocarse se podría designar su país y su oficio. Eos mineros de Carrara llevan como distintivo tatnages en los dedos, que simulan anillos. La gente baja de Lombardía y del Piamonte usa casi exclusi- vamente el nombre ó las iniciales de la mujer á quien quiere, con grandes letras mayúsculas. La mujer, que poco se tatúa, encnen- 1 Profesor de medicina legal en la Universidad de Turín, 216 Dr. MARTINEZ BACA. tra su excepción en ciertos lugares de Francia, y de Italia princi- palmente. Hn Verona, la policía lia podido descubrir que las pros- titutas que han estado en la cárcel, llevan como recnerdo nn corazón ó unas iniciales, etc., etc. Podríamos multiplicar estos ejemplos, recordando lo que he- mos dicho, para demostrar que el tatnage puede servir de medio más ó menos seguro para indicar el lugar de procedencia de nn in- dividuo; pero bien entendido que la utilidad que presta es dema- siado restringida, que debe usarse con bastante reserva para no in- currir en error tan lamentable en el médico-legista, y que por últi- mo, estas apreciaciones sólo pueden hacerse en Europa, donde el tatnage es tan variado, tan característico en cada clase social y tan especial de ciertas localidades, que permite hacer la distinción en- tre una y otra. LOS TATUA GES. CAPITULO IV ¿Puede identificarse por el tatuage un cadáver que lleva tiempo de haber sido inhumado ó que se encuentra en estado de descomposición? fAL fue la pregunta que eu 1852 los tribunales de Ale- mania dirigieron á los más entendidos médico-legis- tas de Berlín, llamados á declarar sobre un hecho que hasta esa época la ciencia médico-jurídica no regis- —-—traba en sus anales: se trataba de saber si eu un cadá- ver que había sido encontrado cerca de Berlín, en estado que hacía difícil su identificación, era posible reconocer los signos suminis- trados por los testigos. Tres exhumaciones habían sido hechas para comprobar los da- tos manifestados por los testigos, y como algunos de esos datos hacían suponer que el cadáver pertenecía á un mercader de bestias llamado Gotlieb Ebermann, fné preciso buscar con cuidado los sig- nos que pudieran dar á las presunciones una verdadera certidumbre. En efecto, se sabía que á Ebermann se le habían aplicado en los puños, ocho años antes de sn muerte, ventosas escarificadas di- vas cicatrices debían existir, y que además tenía en el antebrazo izquierdo dibujos tatuados, que representaban un corazón con las iniciales G. E. Circunstancias especiales desviaron por muchas ocasiones las investigaciones de Injusticia, y fné preciso una se- gunda exhumación practicada cinco meses después de la muerte, de la que en razón del grado de putrefacción del cadáver, no se pudie- ron obtener los datos que se buscaban. En consecuencia, la Corte creyó de su deber abrir una investigación especial, á fin de resol- 218 Dr. MARTINEZ BACA. ver el punto sobre la desaparición posible de las cicatrices ó de los tatuages de qne se había hablado. Como el punto en cuestión aparecía por primera vez, el problema se hizo difícil; y no fue extraño qne al interrogatorio de los jueces, correspondiesen dos respuestas casi contradictorias. Uno de los médicos declaró que las cicatrices de las ventosas, aunque palidecían con el tiempo,dejaban sin embargo huellas apre- ciables, y qne el tatuage bien practicado era absolutamente indele- ble. El segundo experto afirmó qne las cicatrices de las escarifica- ciones podían desaparecer siempre que hubiesen sido hechas muy superficialmente; pero no se atrevió á pronunciar una sola palabra respecto al tatuage. Ante pareceres tan contrarios, el tribunal ocurrió á un tercer experto que por su ilustración y su saber debía resolver el punto. Casper fné el designado por la justicia para llevar el testimonio de su autoridad profesional y la comprobación de sus experiencias per- sonales. Para resolver las dificultades y llegar á dilucidar un punto de doctrina tan recientemente establecido, Casper escogió cierto nú- mero de inválidos de la casa real de Berlín, entre los cuales espe- raba encontrar un buen número de tatnages, y los sujetó á su ob- servación. De estos hombres, 36 llevaban dibujos practicados en épocas distintas de su vida: pudo observar que en tres las marcas del tatuage habían palidecido, y qne en otros sus tatuages habían desaparecido parcialmente, dejando de ser aparentes en otros sol- dados, y por último, que en otro inválido el tatuage no había dejado rastro de su existencia. En la audiencia pública en qne expuso sus investigaciones, pudo mostrar todavía á otro hombre del pueblo que se había ta- tuado con cinabrio en su juventud, y que por ese entonces sus bra- zos estaban completamente exentos de toda marca. Sus conclusiones fueron las siguientes: «puesto que en nueve casos se encuentra por lo menos uno en el cnal el tatuage ha des- aparecido con el tiempo, pudo muy bien haberse borrado en Eber- mann durante la vida, y no haber podido, por consiguiente, ser visto después de la muerte. En consecuencia, las marcas del tatuage pue- den desaparecer, y desvanecerse así las dudas relativas á la iden- tidad del individuo asesinado.» Una afirmación tan categórica, dice Berchon, no estaba justi- LOS TATUAGES. 219 ficada, y es probable que la manera en que Casper desarrolló apriori la cuestión de la desaparición posible del tatnage, no implicaba tal exageración ó generalización. El postillón Schall fné condenado á muerte, y esta decisión del tribunal fné debida á las conclusiones violentas de Casper, por lo que los médicos de Francia protestaron, y entre otros el Dr. Aqui- les Chérean escribía en La Unión Módica del 16 de Noviembre de 1852, entre otras cosas,lo siguiente: « Lejos de nosotros la triste idea de querer turbar la conciencia de nuestro compañero, por las observaciones quizá intempestivas ante una cuestión que no ha sido aún profundizada tanto como lo merece. Al leer los detalles lúgu- bres de este proceso criminal, se siente uno, no obstante, presa de cierto malestar, y se pregunta si las conclusiones de Casper son ri- gurosamente deducidas de los hechos suficientemente observados y de una cuestión científica ampliamente elaborada.» Esta severidad con que fné juzgado por los médicos franceses de aquella época el médico-legista de Berlín, prueba una vez más que no se deben perder de vista las consecuencias que acarrean las afirmaciones de los médicos-legistas, que á menudo son definitivas, y que por lo mismo es preciso que todo asunto jurídico que se so- mete al criterio científico del médico experto, sea estudiado con to- dos sus detalles y hasta donde la ciencia alcanza, para llegar por lo menos con la tranquilidad de espíritu á las conclusiones que de los hechos bien estudiados se deduzcan. Pero volviendo á nuestro punto de partida, es posible, si no siem- pre fácil, llegar á descubrir la existehcia de un tatnage por las hue- llas que deja en el organismo. Tardieu dice que la gangrena y aun la descomposición de los tejidos, hasta cierto punto, no impide re- conocer anatómica ó químicamente la materia con que fué practi- cado un tatnage, y muchas veces la forma que afecta la figura. Así fué como Chauvin, compañero de la víctima de los asesinos Les- cure y Grousset, pudo identificar su cadáver, ya en parte descom- puesto, por los tatuages que aún conservaba, los cuales representa- ban instrumentos de carpintería que fácilmente pudo reconocer. Pero aun suponiendo desaparecido el tatnage, bien por la muti- lación de los miembros en que existía, bien por la pérdida de los tejidos á consecuencia de la descomposición de éstos por haber en- trado en un período avanzado de putrefacción, es posible, no obs- tante, llegar á descubrir su existencia, y probada qne sea, servir de 220 Dr. MARTINEZ BACA. elemento de identificación, cuando se declare por los testigos que el individuo de que se trata, llevó durante su vida una marca de ta- tnage en tal ó cual región. Los hechos que hemos referido en la historia fisiológica del ta- tuage, comprobados primero por Follín, y después por Casper,Hu- tin, Berchon y otros, prueban que puede ser de mucha utilidad, ex- tendiendo las investigaciones á los ganglios linfáticos, próximos á la región del tatuage, ó á los del tronco, principalmente los de las axilas; porque el estado de los ganglios, cualquiera que sea, no se opone á este género de investigaciones, por las cuales, y con el auxilio de la química y del microscopio, se llegan á descubrir las substancias que se emplearon en la práctica de las marcas. Los ganglios linfáticos sometidos al análisis químico, pueden dar una prueba casi absoluta del transporte de la materia colorante que se empleó, particularmente del bermellón. Estas masas gangliona- res, trituradas con cal viva y calentadas después fuertemente, en un tubo de vidrio, si se trata de la última substancia, se despren- de á poco momento un vapor negro que, condensándose, se depo- sita sobre la superficie interna de la pared del tubo. Esta materia negra de la condensación, recogida en un papel Joseph, es fácil ver á la simple vista que está llena de pequeños glóbulos de mer- curio, Follín cree que hasta en el canal torácico pueden encon- trarse las materias colorantes de un tatuage, que han penetrado á través de los vasos linfáticos. Wirchorw,1 no admite que cuerpos extraños, de esta naturaleza, puedan atravesar los ganglios linfá- ticos. « Algunas partículas, dice, que penetran en los linfáticos, la corriente las lleva, no obstante su peso, á los ganglios más próxi- mos, en donde son detenidos y la linfa se filtra. No se ha visto nunca á estas partículas pasar los ganglios; llegar á una parte más lejana, ó á un órgano más profundo. » « Pero es evidente, dice á su vez el inteligente Dr. Lacassagne, «que si la aguja del tatua- dor abre un vaso linfático, puede pasar una partícula que, rápida- mente, será transportada al ganglio vecino. Pero esto es la excep- ción; lo probable es que estas partículas gasten las paredes de los vasos linfáticos y los penetren. Esta desgarradura que se produce lentamente, depende también de la naturaleza de las substancias colorantes; y así se explica cómo el negro de humo (hollín), que entra en la composición de la tinta de China, teniendo partículas i Wirchorw. Patología celular. 4a edición 1874. LOS TATUAGES. 221 más finas y menos angulosas que e-1 bermellón (cinabrio), dé por esto á los dibujos mayor tenacidad.» Las experiencias micrográficas de los médicos franceses y ale- manes, sobre todo las decisivas de Follín, no admiten duda respec- to á la emigración de las materias colorantes, minerales, que han penetrado debajo de la piel, en la práctica del tatuage. Pero lo más frecuente será que se trate de saber, por el juez que hace las investigaciones conducentes al esclarecimiento de un hecho criminoso, si la piel de un cadáver puede conservar las im- presiones del tatuage practicado durante la vida. Como pueden concurrir muchas y variadas circunstancias que concreten el caso, debemos suponer el más frecuente, y será aquel en que el cadáver haya permanecido mucho tiempo en el agua, ó en cualquiera otra substancia, capaz de detener los avances de la pu- trefacción de la piel y de su desaparición. Las experiencias de Hutin, Rayer, Tardieu, Lacassagne y las nuestras, prueban hasta la evidencia, que la piel del hombre re- siste á las maceraciones más prolongadas, y al contacto de subs- tancias cáusticas que se encuentran disneltas en el agua de mace- ración ; lo que quiere decir, que un tatuage puede permanecer en la piel, por el tiempo que esta resista á la acción destructora de la descomposición cadavérica. Como Lacassagne, en sus experiencias, se refiere á las de los autores antes citados, no haremos más que transcribir las del pro- fesor de medicina legal, en la facultad de medicina de Lyon, y en seguida las muestras que vendrán á justificar lo que han sosteni- do los profesores franceses. «Yo he repetido por mi parte—dice Lacassagne—las experien- cias de Rayer, Hutin y Tardieu, y he hecho macerar en el agua fragmentos de piel recubiertos de tatuages, y he demostrado que éstos resistían perfectamente.» «He visto muchas veces tatuages en ahogados cii}ra putrefacción era muy avanzada. Parecía en ese momento que la distensión de la piel hacía más evidente el dibujo; más tarde, no obstante la coloración rojo-morena de la piel, la dis- posición general del dibujo pudo ser distinguida. La descripción siguiente, dada por M. Máximo del Campo,1 ha sido bien obser- vada. El otro era un hombre de cuarenta años, inflado, hinchado, verde y lívido; parecía que, al poner el dedo solamente, sobre el i Del Campo, Memorias de un suicida. 222 Dr. MARTINEZ BACA. vientre abovedado, se hacía un agujero. Sn boca torcida, su nariz medio devorada por los peces; sus ojos, de los que no estaban más que las órbitas, daban á la cara un gesto siniestro y grotesco: la extremidad de las manos y de los piés caían en colgajos, como tra- pos viejos mojados. Un tatnage se dibujaba en el bíceps del brazo izquierdo, que representaba un altar, de donde salía una llama ro- deada de estas palabras; « Siempre para 7ni Elisa ». Nosotros, recordando que Hutiu al hablar del « Examen de los tatuages sobre el cadáver» dice: « Después de la muerte, si se ras- pa la piel ó se corta un pedazo muy delgado de la dermis, de ma- nera de no quitar más que una parte del espesor de un tatnage que ha quedado aparente, se puede siempre encontrar la materia colorante, difundida en el tejido dérmico; extraerla con la punta de un escalpelo ó de una aguja y depositarla sobre una lámina de vidrio ó una hoja de papel blanco, ayudándose para esto de una lente. Igualmente se pueden desprender algunas partículas, la- vando en un vaso de agua una porción de piel tatuada y cortada en pedazos.» Los medios qne posee la química pueden, en ciertos casos, in- dicar su composición. Recordando esto, nos vino la idea de apro- vechar la piel tatuada de un cadáver, para hacer el examen mi- croscópico del tatnage, á la vez que someterla, por algún tiempo á la maceración, en un líquido que contuviera substancias corro- sivas y materias decolorantes por sn acción cáustica, como el lí- quido de preparación de M. Wickerschenner, ó de conservación de las plantas y de animales. La piel que primero nos sirvió para estas experiencias, fué la de un homicida qne tenía varios tatna- ges en el cuerpo, y que, por su edad avanzada, les di muchos años de existencia en su cuerpo, supuse por esto poca fijeza de la ma- teria colorante que los formara. Un gran tatnage qne traía en la espalda, representaba la figura con qne pintan al diablo. Traía otros en la cara interna del muslo; eran dos grandes cruces, y en el antebrazo izquierdo, el signo de Jesús. Como la piel más fina era la de la cara interna del muslo, de esta tomé, para hacer la preparación histológica, de la cual se encargó el inteligente Dr. Manuel Vergara, ayudante del labora- torio de Antropología, á la vez que profesor de histología normal y patológica y encargado de los trabajos de bacteriología en el Co- legio del Estado. LOS TATUAGES. 223 El informe que rindió el estimable Doctor, es el que íntegra- mente copiamos. Dice así: « Estudio microscópico de un fragmento de piel tatuada, PERTE N ECI ENTE Á un reo de la Penitenciaría del Estado. » « Esta piel fué preparada por el procedimiento ordinario que «empleamos en el establecimiento para la conservación de piezas «anatómicas; pero circunstancias muy especiales en el caso hicie- «ron que permaneciera en el líquido de Wickerschenner más tiem- «po del que convenía, y por esta cansa se le desprendió toda la «capa córnea de la epidermis, quedando sólo la capa mucosa de « Malpghi y las capas dérmicas subyacentes. La capa de Malpghi «se retrajo desapareció con el tiempo; pero la figura dibujada en «la piel persistió con una claridad admirable. « El fragmento que sirvió para hacer la preparación histológica «tenía una dureza de pergamino, por lo cual se hicieron sumamente «difíciles la inclusión y práctica de los cortes. Obtuve, sin embar- «go éstos, de un espesor de veinte á veinticinco milésimos de mi- «límetro; fueron coloreados con violeta de metilo al alcohol, y he «aquí los resultados que obtuve por medio del examen microscópico. « Han desaparecido enteramente todas las capas epidérmicas, «con excepción de algunas papilas, en las cuales difícilmente se « distinguen restos de formas celulares. Se han conservado en buen «estado todas las capas dérmicas, en las cuales pueden distinguirse «en algunos puntos, islotes diminutos de tejido adiposo, cuyas cé- «lulas fueron perfectamente fijadas. Inútil es decir que todos los «elementos vasculares y nerviosos desaparecieron enteramente; «otro tanto podemos decir de las glándulas cutáneas. En los luga- « res del corte, correspondientes á las líneas de la figura que existía «en la piel, se observan grandes masas de carbón, de formas irre- « guiares, colocadas en los intersticios que quedan entre los hace- «cilios conjuntivos de las capas superficiales de la dermis. Estos «intersticios son, seguramente, las paredes de los orígenes de los «vasos linfáticos. A medida que se aleja uno de las capas superfi- «dales se aproxima á los medios y profundos, se ve disminuir, 224 Dr. MARTINEZ BACA. «gradualmente la cantidad de fragmentos carbonosos, los cuales «desaparecen en las capas vecinas del tejido celular subcutáneo. «Cosa notable: en los restos de papilas, aun cuando correspondan «á las líneas de la figura, sólo por accidente suelen encontrarse al- « gimas partículas de carbón. En los espacios situados entre los « puntos que correspondían á líneas de la figura, se encuentran muy «pocas masas carbonosas. « De lo anterior creo que se puede concluir, que las substancias «con que se practica el tatuage se localizan primitivamente en las «capas epidérmicas y dérmicas de la piel; pero, por el trabajo de «regeneración constante de las capas epidérmicas, al cabo de cierto «tiempo se eliminan todas las substancias que existían en las cé- «lulas .de ellas y permanecen solamente en los linfáticos y en los «intersticios del tejido dérmico, haciendo así permanente la figura «tatuada, la cual se ve por transparencia. Quizá, si el tatuage se «practicara de modo que la materia calorante no pasara los límites «de la epidermis, al cabo de cierto tiempo desaparecería entera- « mente la figura dibujada. Convendría hacer algunas experiencias «para resolver este punto.» Muy semejante á esta fue la observación del Dr. Variot, mé- dico de la enfermería central de las prisiones de París, quien, an- tes de poner en práctica su procedimiento para destruir los tatua- ges, y queriendo, como dice el Dr. Emilio Laurent, «basarse sobre datos científicos, y quitar á sus investigaciones todo carácter em- pírico, comenzó por estudiar la disposición y la situación de las par- tículas colorantes del tatuage, en el espesor de la dermis. Hizo cortes en los tatuages quitados á los cadáveres de los criminales muertos en la prisión de la Salud, con grande escándalo de la ad- ministración. Al examen microscópico demostró que las partícu- las colorantes, las partículas del carbón, se colocaban en la capa media de la dermis., y que ellas f laspartículasJ, tenían una ten- dencia á agruparse, sistemáticamente, alderredor de los vasos san- guíneos. » El testimonio de Eaurent y de Variot son bastantes para dar fuerza á nuestras observaciones, y demostrar con éstas que el ta- tuage se conserva en la piel de un cadáver por todo el tiempo que dure ésta, y cualquiera que sea el líquido eu que se sumerja. La última parte de esta conclusión está sostenida por los experimen- tos de Lacassagne y los nuestros, que repetimos varias ocasiones LOS TATUAGRS. 225 y que confirman el hecho. Nosotros tuvimos eu maceracióu, hasta quince días, las pieles tatuadas de los cadáveres; y el líquido que las contenía era el de Wickerschenner, que como se sabe, tiene en disolución potasa cáustica, ácido arsénico y otras substancias que podrían influir, más ó menos, en la decoloración de las figuras ta- tuadas, al ponerse eu contacto con ellas. En nuestro museo de Antropología existen varios ejemplares de estas pieles, preparadas por el procedimiento arriba dicho, y que dos de ellas las representamos en las figuras 98 y 99 de la plancha XVIII. Por ellas se ve que el tatuage no sufrió modificación; y aunque la substancia que generalmente usan para tatuarse nues- tros delincuentes, es el polvo de carbón ó el hollín (negro de hu- mo), que por su insolubilidad y naturaleza 110 tienen acción sobre él las materias decolorantes; este hecho prueba, por lo menos, que los tatuages practicados con las materias negras antes indicadas, resisten á la maceracióu en líquidos que, por su naturaleza, podrían influir eu otros para hacerlas desaparecer. Por lo expuesto podemos concluir, con algún fundamento, que puede identificarse por el tatuage un cadáver que lleva tiempo de haber sido inhumado, ó que se encuentra en estado de descomposi- ción, con las condiciones que hemos establecido en el presente ca- pítulo. LOS TATUAGES. 227 CAPITULO V ¿Puede practicarse eltatuage en una persona dormida ó en estado de embriaguez? ara res°Uer este problema de fisiología experimental, y i í&s | ver hasta dónde pnede imputarse la responsabilidad 7 AA9 y á aquel á quien se le atribuye el daño personal, habrá que estudiar el fenómeno tanto en la fisiología nor- mal como en la patológica, y deducir de este estudio si es posible que se verifiquen los casos que proponemos, y que acaso tenga que resolver el médico perito, por presentarse ante los tribunales imputaciones de esta naturaleza. No creemos preciso hacer nn estudio detallado de los fenóme- nos fisiológicos del sueño y de las teorías modernas que á este res- pecto han aparecido: para nuestro objeto bastará señalar los signos que lo constituyen, y toda persona podrá darse cuenta de ellos, por ser fenómenos enteramente subjetivos. El sueño es la supresión temporal de los estados de conciencia, la suspensión de las impresiones exteriores primero, y la detención de la elaboración cerebral después; es, en fin, la cesación de las reacciones motrices encefálicas conocidas bajo el nombre de movi- mientos voluntarios. Una excitación periférica producida por una impresión exterior, provocará movimientos reflejos simplemente medulares, pero nunca movimientos determinados por acciones vo- litivas; así, pues, durante el sueño los movimientos suscitados por impresiones exteriores, no tienen relación con el trabajo cerebral, por haberse suspendido toda reacción motriz consciente. Cuando el sueño en un hombre es completo, el sugeto es semejante al ani- 228 Dr. MARTINEZ BACA. mal al que se le acaban de quitar los hemisferios cerebrales; en el uno como en el otro, todo movimiento voluntario desaparece; en cambio, los movimientos reflejos suscitados por excitaciones de los centros medulares, se han exagerado. Si por ejemplo, producimos nn cosquilleo en la planta del pie de una persona dormida, retraerá después de nn momento la pierna sobre el muslo, como lo hará una rana decapitada á la que se le ha colocado en una pata una gota de agua acidulada. Si producimos en el mismo animal una irritación más fuerte, la acción refleja consiguiente es más general, y un mo- vimiento de huida se despierta como tendiendo á excusarse del do- lor. En el hombre dormido cosa análoga sucede; una molestia cual- quiera, como la posición forzada de un miembro, el piquete de un insecto, etc., etc., determinan movimientos completos de desaloja- miento, cambios de actitud en el lecho renovados frecuentemente, y que no obstante, son del orden de los fenómenos puramente me- dulares. Pero estos movimientos que el sugeto ejecuta real y positiva- mente para excusarse de un dolor, ¿no son conscientes? El cerebro, órgano generador de la idea, del sentimiento y de la volición, desempeñará mejor sus funciones cuanto mejor se eje- cuten las funciones de circulación y de nutrición de dicho órgano. Abandonemos las viejas teorías de que el cerebro se congestio- naba durante el sueño fisiológico, y aceptemos la de Durham, Cl. Bernard y otros modernos fisiologistas, que han demostrado de una manera satisfactoria por sus experiencias, ya en el animal (el pe- rro), ya en el hombre, por casos patológicos, que el cerebro durante el sueño se pone pálido, exangüe, y disminuye de volumen; fenó- menos consiguientes á la diminución notable de sangre en los va- sos cerebrales, hasta el extremo de hacerse.los capilares incoloros é invisibles. Hay, pues, anemia en el cerebro durante el sueño, como proba- blemente hiperhemia, ó por lo menos éxtasis sanguínea en el ca- nal vertebral, como resultado de la derivación. Las experiencias fisiológicas demuestran que los estados de con- ciencia serán tanto más claros cnanto la circulación periférica y ce- rebral sean más activas. Durante el sueño la circulación periférica se debilita, porque permaneciendo en reposo los agentes excito- motrices (órganos de los sentidos), el corazón retarda su acción, la respiración se hace igualmente lenta, y por consi- LOS TATUAGES. 229 guíente el elemento que estimula el movimiento molecular nervio- so, para producir un estado de conciencia. Si, pues, hay anemia en el cerebro, y la circulación de la piel se debilita, los estados de con- ciencia producidos por un agente exterior de cierta intensidad, se- rán demasiado obscuros ó casi unios, Y si á este estado fisiológico se agregan circunstancias especiales subjetivas, como estado com- pleto de reposo del cerebro por fatiga cerebral ó cansancio muscu- lar; embotamiento de la sensibilidad física, ya por la región del cuerpo que se excite (cara externa de los antebrazos y de los mus- los), ó ya por el estado neuropático ó histérico del individuo (anes- tesia), ó circunstancias accidentales objetivas, como el numero de agujas ó puntas que exciten la piel, el grado de agudez de estas pun- tas, la distancia que medie entre una y otra punta,1 y por último, la duración del excitante, se explica que un individuo dormido pro- fundamente pueda ser picado repetidas veces sin que tenga concien- cia del hecho, y por consiguiente ser tatuado durante su sueño. Hsta teoría está comprobada por un hecho recogido por Lacas- sagne.2 «Yo, en fin, he observado áun individuo—dice el autor ci- tado—portador de unos tatuages en la parte anterior de los muslos. Estos tatuages habían sido hechos en la prisión mientras que dor- mía, por apuesta con uno de sus codetenidos que había afirmado poderlo tatuar durante su sueño sin despertarlo. La primera vez la operación pudo llevarse á cabo; al despertar el individuo se en- contró tatuado en el muslo derecho un pequeño tatuage del diáme- tro de una pieza de dos francos, y que representaba una abeja. La segunda vez el tatuado se despertó durante la operación, cuando el dibujo no había sido terminado; en efecto, no había trazado más que el perfil de una figura humana.» Este hecho, aunque aislado, prueba la posibilidad factible de que un individuo pueda ser tatuado durante su sueño, y despertar sin haber tenido conciencia de la ope- ración. El sueño producido por la embriaguez da lugar á fenómenos 1 Se sabe por la fisiología del sistema nervioso y por las experiencias del Dr. Moricourt, que en ciertas regiones del cuerpo ( cara externa de los antebrazos y de los muslos, princi- palmente ). cuando dos puntas agudas penetran á menos de dos centímetros de distancia una de otra para los antebrazos, y de tres centímetros para los muslos, se siente como si pe- netrara solamente una punta, determinando una sensación de dolor apenas perceptible. —Metaloterapia y metaloscopia aplicadas al tratamiento de las enfermedades nerviosas, por el Dr. J. Moricourt. 2 Obra citada, pág. 107. 230 Dr. MARTINEZ BACA, fisio-patológicos, capaces de poder resolver el segundo punto en cuestión. La ingestión de alcohol, según su cantidad, su calidad y el es- tado de la viscera que lo recibe, produce perturbaciones funcionales en la mayor parte de los órganos; pero para nuestro objeto, sólo nos detendremos á considerar las que se verifican en el órgano más importante, siquiera fisiológica y anatómicamente considerado, el cerebro. Las experiencias de Claudio Bernard y otros fisiologistas, prueban que, á la ingestión de cierta cantidad de alcohol se produce, al cabo de un tiempo más ó menos largo, cierto estado anormal del cerebro con perturbaciones psíquicas que pueden llegar hasta la pérdida completa del conocimiento, de la sensibilidad y de la mo- vilidad, y aun hasta la muerte, si las perturbaciones cerebrales lle- gan á exagerarse. La intoxicación alcohólica al estado agudo, es la que nos puede suministrar los datos que buscamos, y sólo á ella nos vamos á referir. Este estado agudo tiene tres períodos, pero para nuestra demos- tración, nos bastará con el segundo y el tercero, por ser en éstos en los que se verifica el fenómeno del sueño, y en los que se des- arrollan los accidentes morbosos, celulares nerviosos, que deter- minan los fenómenos de la embriaguez por intoxicación alcohó- lica. En este segundo y tercer período, obrando el alcohol primero en su estado natural sobre la célula nerviosa, y después en sus derivados, producirá una alteración funcional en la célula, que por su vitalidad, luchará por sostenerse en su estado normal. Esta alteración se traducirá primero, por una excitación, y después por un período de depresión más ó menos largo en el que viene el sueño. La depresión que se manifiesta en el sugeto, no es otra que la fa- tiga resentida por las células de la sensibilidad, y que comprende las de la percepción consciente. Los Sres. Briand y Chaudé, en su medicina legal, definen el alcoholismo agudo como «una verdadera intoxicación, caracteriza- da por la perturbación de la sensibilidad, de la motilidad y de las funciones orgánicas é intelectuales.» Refiriéndose al segundo y tercer período de la embriaguez, di- cen : «Si la embriaguez aumenta, hay ausencia completa de la ra- zón, algunas veces delirio furioso, otras veces propensión al sue- ño, etc. Un sueño profundo y largo tiempo prolongado, acompa- ñado de una abundante transpiración, trae al fin la calma.» LOS TATUAGES 231 « Otras veces, en lugar del sueño reparador sobreviene un ador- mecimiento comatoso, un estado apoplético, que puede persistir durante dos ó tres días y terminarse por la muerte.» Los Dres. Hidalgo Carpió y Rniz Sandoval, en su «Compen- dio de Medicina legal,» dicen, hablando del tercer período de la em- briaguez. «Sea porque se continúe bebiendo, ó por el efecto de lo que se ha bebido, viene el tercer período-, entonces el individuo no puede sostenerse más en pie, tiene que sentarse, ó caer al suelo; ya sólo balbnte algunas palabras, generalmente desvergüenzas; la sensibilidad se embota; la percepción se pierde; ya ni ve, ni oye, ni entiende; todas sus facultades mentales entran en suspensión; todavía puede ejecutar algunos movimientos desordenados, y más adelante entra en un profundo sueño, etc., etc.» Todas estas citas son prueba elocuentísima de que, durante el segundo, y más en el tercer período de la embriaguez, se pierde la sensibilidad, se au- senta la razón, y 1111 sueño soporoso más ó menos largo, substituye á la vida intelectual del hombre, á la que se vuelve con trabajo y sin ningún recuerdo, generalmente, de los acontecimientos que se produjeron al iniciarse este último período. Estos fenómenos, que son de diaria observación, y en los que se ve que la insensibilidad física desempeña el principal papel du- rante el sueño congestivo de la embriaguez, prueban que es fácil producir una serie de piquetes, más ó menos profundos y por un tiempo más ó menos largo, sin que el individuo que los recibe tenga conciencia de'ellos al despertar. Para comprobar este hecho podría- mos ocurrir al testimonio de muchos tatuados en nuestras cárceles, que refieren haber sido marcados durante su estado de embriaguez; bien porque en ese estado los llevaron á la prisión, produciéndose allí después el sueño congestivo, ó bien porque se embriagaron dentro de la misma prisión,1 hasta el grado de perder el uso de sus facultades físicas é intelectuales, y no darse cuenta de lo que pa- saba por ellos durante ese período. Es frecuente oír decir á nues- tros presidiarios cuando se les pregunta la significación de su ta- tuage. «No sé, porque como estaba tomado (borracho) cuando me picaron, quién sabe qué quedrían poner.» El Dr. Emilio Lanrent, en su obra « Los habituados de las pri- 1 En las cárceles de los distritos no se observa régimen carcelario ninguno, ni los me- dios de vigilancia de que disponen, son suficientes para impedir la entrada de bebidas em- briagantes. Dr. MARTINEZ BACA. 232 siones,» dice, hablando de los motivos que impulsan al delincuen- te á tatuarse, lo siguiente: «Otros se dejan tatuar un día de em- briaguez. El tatuador va al mercado de vinos, hace tomar á alguno dos ó tres vasos de vino juntamente; hace después su panegírico; elogia su habilidad, la inocencia de la operación que no se siente nada; la finura y la elegancia de los dibujos, y finalmente, el des- graciado se hace grabar por una módica suma, una bailarina ó un soldado en el brazo.» En otro lugar, refiriéndose ála interpreta- ción que debe darse á los dibujos que llevan los tatuados, dice: «Yo no sé, pero es necesario tener en gran cuenta esto: que el indivi- duo ha sido muchas veces tatuado durante la embriaguez, ó en un momento de fastidio, etc.» Estas citas y otras que podríamos transcribir, más los fenóme- nos fisio-patológicos que brevemente hemos expuesto, prueban su- ficientemente que, un individuo en completo estado de sueño pro- vocado por la embriaguez, puede ser tatuado sin tener conciencia del hecho, al volver á su estado normal. LOS TATUA GEvS. 233 CAPITULO VI Tatuages transfigurados, borrados y desaparecidos. KM os dicho en el primer capítulo de la primera parte C 1 de esta obra, que los nombres de algunos pueblos que A / ) | conserva la historia, no tuvieron otro origen que la J ( costumbre que tenían de pintarse el cuerpo y que era especial en ellos. Los bretones, según la opinión de Dalechamp y de otros autores, tomaron el nombre de pictas ó pic- tones por la costumbre tradicional de picarse el cuerpo y dejar las huellas en puntos negros. « Algunas naciones, dice Dalechamp, aseguran las insignias que le son propias, no solamente en sus vestidos, sino aun en sus cuer- pos; tales son los estígmatos de los bretones.» « El pueblo picta no ha traído su nombre de otro uso, que el de marcar el cuerpo con un punzón, para encerrar el jugo expri- mido de una planta del país, de manera de llevar las cicatrices co- mo un carácter de raza.» «Las mujeres Scythas, dice Atheneo, marcaban á las mujeres thrasas, por medio de punzones, al extremo que parecían pintadas. Muchos años después, estas últimas, víctimas de ese ultraje, se pintaban por el mismo medio el resto de la piel, para borrar de alguna manera esta especie de estígmato de desgracia, á fin de que este sello injurioso y vergonzoso, fuera disimulado bajo la apa- riencia de bonitos dibujos, y que el deshonor velado y como oculto, fuese calificado de belleza. » «Evidentemente, dice Berchon á este respecto; las mujeres thrasas habían desesperado de poder obtener de otra manera la 234 Dr. MARTINEZ BACA. destrucción de esos signos de ignominia, y tomando una resolu- ción valerosa, tuvieron el orgullo de adoptar como un signo de dis- tinción, lo que les recordaba un ridículo funesto.)) «Los antiguos, sigue diciendo el Sr. Berchon, ofrecen no pocos ejemplos de estas soberbias determinaciones, que exigieron á los artificios los medios de ocultar las marcas, que creían no poder ve- lar de otro modo á los ojos de todos.» «Rufus cubrió su frente de marcas semejantes á las que debían usarse más tarde, y Martial aseguró que era el medio más fácil que se había inventado para enmascarar un tatnage.» Estas citas nos dicen que desde la antigüedad se pensó en trans- formar las marcas del tatnage, por la creencia que se tenía de que eran indelebles. Todavía en cierta clase de gente peligrosa para la sociedad, que tiene interés en desviar las investigaciones de la justicia, sin hacerse sospechosa, recurre al ingenio de hábiles ta- tuadores, para hacer que le transformen una figura en otra y quitar á aquella un medio de identificación; y si muchas veces es fácil descubrir el engaño por la iuperfección con que ha sido hecha la transformación, debido á la poca destreza del tatnador, hay otras en que se necesita positiva habilidad, y sospechar por otras circunstancias, que el ihdividño de que se trata es el que se busca, para reconstruir las figuras que fueron pintadas primero. Berchon, que da el nombre de tatuages substituidos ó sobreañadidos á los que nosotros calificamos con el de transfigurados, cita algu- nos ejemplos, por lo que se ve que en Europa es frecuente la trans- figuración. Un mariscal (herrador), que había cambiado su oficio por el de herrero, se hizo transfigurar su tatnage, que consistía en una herradura, por 1111 yunque, en el que majaban dos obreros con sus respectivos martillos. Otro, de oficio carnicero, que llevaba co- mo insignia una cabeza de toro tatuada en un antebrazo, disimuló perfectamente esta, por una rosa ampliamente abierta. Menos feliz fue un panadero que trató de ocultar el nombre de su amada Adela, con el tradicional sombrero de Napoleón I, el cual dejaba leer dis- tintamente el antiguo amor, que no pndo disimular. Por último, un marinero tatuado de los piés á la cabeza, había hecho ilegible un gran tatnage que le cubría toda la espalda, que recordaba por una larga inscripción, el odio, acaso motivado, que tenía á los agen- tes del orden público. Estos hechos imponen al médico-legista la necesidad de exa- LOS TATUAGES. 235 minar atentamente el tatuage que porta un individuo, antes de emitir su opinión sobre las presunciones que hagan nacer en su espíritu las circunstancias que son motivo de la identificación. Nosotros, en nuestro cuaderno de observaciones, tenemos so- lamente un caso de transfiguración; en el que se ve que el artista, aunque un poco hábil para el tatuage, como lo prueba la figura 89 de la plancha XVI, no lo fue para enmascarar las iniciales B. P. R., que el tatuado tenía empeño en desfigurar. El tatuado es un homi- cida, y las letras 110 corresponden ásu nombre. Como se ve, no fuá muy afortunado para conseguir lo que deseaba; y á mi interroga- torio contestó con bastante franqueza, diciéudome que la mona no tenía otro objeto que desfigurar las iniciales del nombre de su amada, á quien ya no quería. Pero la B, es la única letra que se oculta con las ligas que representa llevar la figura: con la P, poco consiguió, aunque el contorno del cuerpo algo disimula el rasgo principal de la letra; y en cuanto á la última inicial, la imaginación inventiva del pobre artista no alcanzó á encubrirle un solo rasgo. No es frecuente, pues, entre nosotros esta clase de transfigu- raciones, que como hemos visto, es el artesano europeo que al cam- biar de oficio cpiiere llevar el emblema del nuevo que adoptó. 11. En la división que hicimos de los tatuages, en el capítulo 11, reservamos para el presente tratar de los tatuages negativos, que no obstante la designación de negativos, tienen importancia en medicina legal; pero antes de entrar en materia, creemos que debe preceder una explicación respecto á las palabras «borrados» y « desaparecidos,» con que encabezamos el presente capítulo, los cuales términos corresponden á la denominación de tatuages ne- gativos. Creemos que la acción de «borrar» tiene menos extensión que la de « desaparecer,» y que en el caso en que aplicamos la primera palabra, suponemos la acción destructiva de la mano del hombre para quitar la forma á lo que estaba hecho, dejando sin embargo huellas de lo que antes existió. En las acepciones que tiene esta palabra, están las de « raspar, raer, ó desfigurar de otro modo, en términos de ponerlo ininteligi- ble, si no de hacer que desaparezca completamente.» 1 Y como en efecto, los tatuages que llamamos «borrados,» son los que el por- 1 Diccionario de la lengua castellana por una sociedad literaria. 236 Dr. MARTINEZ BACA. tador trata de quitarse violentamente, ya raspando la piel con cuer- pos duros y ásperos, hasta destruir la primera capa de la dermis, pero dejando huellas de la violencia, capaces de atestiguar la forma de lo qne antes era; bien por medio de procedimientos quirúrgicos ó químicos, qne no obstante el método con qne se procede, dejan huellas suficientes para reconstruir, muchas veces, la figura qne se destruyó. La palabra «desaparecer» encierra una idea más lata qne la de «borrar.» Es la acción lenta de la naturaleza, por la qne, en el caso qne tratamos, va dejando de percibirse claramente nn tatna- ge, hasta hacerse obscuro y extinguirse al fin. Es «dejar de verse un objeto qne se estaba mirando» (Diccionario de la lengua); «de- jar de existir» (Salvá). En efecto, los tatnages se llaman desapa- recidos, porque contrariamente á la creencia antigua, y conforme á las observaciones de Follín, Casper, Tardien, Hutin y otros, van desapareciendo lentamente, al cabo de nn número de años, más ó menos largo, según las circunstancias de que antes hicimos mé- rito al tratar de la fisiología de este fenómeno. Diremos, pues, qne se llaman tatuages negativos aquellos cu- yos dibujos se supone han sido borrados, ó han desaparecido con el transcurso del tiempo, pero qne dejan sin embargo huellas para dirigir las investigaciones del médico-legista. La literatura médica antigua trae documentos qne prueban, hasta cierto punto, qne los médicos griegos, como los árabes, se ocupaban en borrar por procedimientos más ó menos empíricos, las marcas qne el despotismo del vencedor imponía á los pueblos ven- cidos en señal de servidumbre. Soribonins Largns, médico de la época del emperador Clau- dio, refiere qne nn intendente, Sabinus Calvns, llevado accidental- mente á consecuencia de un naufragio, á una prisión de esclavos, había sido marcado por medio de nn tatnage, y del cual estigma de ignominia lo libró Tryphon, á costa de gran trabajo. Soribonins Largns, autor de nn tratado de Medicina, en el capítulo « Adstig- mata tollenda medicamenturn,» después de aconsejar el empleo de medicamentos corrosivos para ese objeto, da la fórmula qne le sir- vió á Tryphon para quitar á Sabinus Calvns el tatnage de que fné víctima: fórmula compuesta de cabezas de ajo blanco, trituradas con cantáridas de Alejandría, vino de azufre, bronce de moneda, cera y aceite. LOS TATUAGES. 237 Galeno menciona la eficacia del ranúnculo contra el tatnage, en virtud del principio acre, que hace irritantes y aun cáusticas á la mayor parte de las especies, eficacia qne acredita en sn obra: «Siniplicium medicamentorum.» El mismo autor sanciona la práctica de los tatnages impresos en las manos, en los muslos y en el vientre, por cansa de evasión, de robo ó de glotonería, alegando la utilidad de castigar el órgano qne hacía el mal. La tradición ha llevado á las obras de los médicos árabes, he- rederos directos de los griegos, las mismas prescripciones. Avi- cenno, con el título de 4/guassem,» curación de los estígmatos, señala algunos procedimientos como el siguiente: « Las dos recetas qne hemos dado en el capítulo de las Ephélides, pueden destruir los estígmatos. Puede bastar también, lesionarla parte con el ni- tro, y cubrir con gluten durante una semana, y mantenerlo con nn vendaje; lavar después, ó bien frotar la región con sal, y volver á aplicar el gluten, hasta qne se haya quitado con él, el negro del « alguassem.» «Si esto no basta, cesará el tratamiento; pero se picará el trazo del tatnage y se verterá anacardo en este brazo, para que ulcere y destruya los dibujos.» Marcelns 1 aconsejaba moler el escremento de pichón, mezclarlo con el vinagre y aplicarlo sobre la región en qne hubiese marcas. Y, por si esto no bastare, agregaba á la an- terior receta el remedio tradicional, aunque inocente, qne de boca en boca se ha transmitido hasta nuestros delincuentes actuales, y que en prescripción formal mandaba hacer una mezcla de leche de mujer, de miel y de aceite, y aplicarlo igualmente en la región tatuada. Aetiusfes bastante explícito al hablar de los medios eficaces para borrar dibujos trazados en la piel. Dice: «Cuando queremos borrar de las profundidades de la piel los estígmatos de este géne- ro, nos servimos de las mixturas siguientes: Tritúrese cal, una parte; glasto 3 asado, una parte con lejía de los bataneros. Prepá- rese y limpíese la región, regándola con nitro; séqnese y háganse unciones repetidas. La misma preparación es eficaz contra las be- rrngas llamadas « mirmecias.» 1 Marcelli de medicamentis liber. C. XIX. 2 Aetii, Medici grseci tetrab. 11. sermo. IV. 3 Glasto: planta de la que se saca una fécula que reemplaza al íudigo. 238 Dr. MARTINEZ BACA. Podríamos multiplicar las citas de otros muchos médicos de la antigüedad, por las que se llegara al convencimiento de que la prác- tica de borrar los estígmatos ó marcas del tatuage, no es invención que la necesidad haya sugerido al delincuente para substraerse á las pesquisas de la justicia, sino una necesidad más general, que la barbarie de las costumbres de los siglos pasados impuso á los médicos de aquellas lejanas épocas, para aliviar, ó por lo menos intentar aliviar el cansado espíritu del desgraciado, que por cual- quiera circunstancia se veía sometido al cruel martirio de la marca. La cautividad, la esclavitud, la traición, el sacrilegio, el domi- nio por conquista, ó como castigo ejemplar de los delitos comunes, eran las causas más frecuentes para marcar, por medio del tatua- ge, ya la frente, ya las manos ó la espalda del desgraciado que se hacía acreedor de tamaño ultraje. El tatuage no era solamente un castigo, una humillación, ó uno de tantos martirios que imponía el fuerte al débil; era un me- dio de comunicación, un ardid de la guerra, un medio seguro de transmisión. En este caso el tatuage, previamente convenido, ser- vía para transmitir una consigna. Así Polipoenns y Anlu-Gelle,1 grababan en la cabeza de un esclavo el tatuage convenido; le de- jaban crecer el cabello para que ninguno lo pudiese leer; y aquel á quien iba dirigido tan singular mensaje, no tenía más que recu- rrir al barbero para descubrir el secreto que á la cabeza del esclavo confiara. La calumnia era también castigada con el tatuage, según la ley Rhemmia, así como la falsa delación, según Plinio, que en su pa- negírico de Trajano reclama los más duros suplicios para esta clase de criminales. Suetonio, testigo ocular de este género de castigos, dice que el capricho de un bárbaro emperador bastaba para ordenar esta hu- millación á los hombres libres más honorables, y que el número de víctimas de esta clase fué más grande en los primeros reinados del imperio romano, como Séneca lo asevera en uno de sus tratados. Séneca, en su libro « Los Beneficios,» dice que Quintiliano, en una causa, no se detenía para mandar aplicar los estígmatos á un hombre libre, y sin estar seguro de su identidad. Refiere la historia de un soldado á quien el rey Philipo de Ma- cedón ia hizo tatuar en la frente las marcas que denunciaran su 1 Pablo Zacchias. Cuestiones médico-legales, pág. 565. LOS TATUAGHS. 239 avaricia y su ingratitud que mostró al reclamar, por gratificación de sus servicios, la propiedad de un pobre hombre que antes le ha- bía salvado la vida en un naufragio.1 En cambio, Valerio Máximo cita el ejemplo de un esclavo á quien el proscrito Autius Restio mandó tatuar en la cara; y que para salvar la vida de aquel que tan cruelmente lo había tratado, se hizo pasar por Restio, dejándose quemar vivo, para hacer creer en la muerte dé su amo. El tatuage fuá 1111 medio que se empleó para retener á cierta clase de obreros contratados, como también á los soldados para el servicio del Estado. San Ambrosio dice á este respecto, que ordi- nariamente se tatuaba el nombre del jefe del Estado, y que sobre estas marcas se prestaba el juramento militar. Para muchos auto- res esta práctica no tenía otro objeto que el de oponerse á las nu- merosas deserciones consumadas por los soldados de Roma, cuando ésta, no pudieudo contar con el civismo de sus degenerados hijos, formaba sus ejércitos de hombres mercenarios, tomados de todas las naciones; y esta práctica era un medio seguro para reconocer á estos mercenarios y poderlos vigilar durante su permanencia en las ciudades de los emperadores romanos. El carácter penal é infamante de esta costumbre tan extendida en todos los pueblos de la antigua Roma, debía traer como conse- cuencia natural, la investigación de los medios eficaces para hacer desaparecer, aunque incompletamente, las pruebas de una servi- dumbre que, aun comprada á precio de oro, dejaba intacta la pena dictada por el tirano, y atestiguaba, ó el deshonor de las faltas co- metidas, ó el recuerdo de una esclavitud, después de salir de ella á costa de grandes sacrificios. Parece, pues, natural que las investigaciones de los médicos de aquellas épocas se dirigieran á encontrar los métodos más efica- ces para borrar violentamente y aun á costa de grandes dolores, los estígmatos que eran padrones de infamia y de deshonor. No sólo la literatura antigua trae documentos que prueban la práctica de una costumbre que se imponía por una necesidad im- periosa, sino que existiendo aún el uso del tatuage, aunque por causas distintas de las indicadas arriba, existe igualmente la ten- dencia del hombre á borrar de su cuerpo lo que en un momento de exaltación amorosa, de fanatismo religioso ó del sentimiento de 1 Séneca. «Los Beneficios,» t IV., cap. XXXVII, pág. 204. 240 Dr. MARTINEZ BACA. venganza, grabó en su piel, en testimonio de un hecho ó de una idea cuyo recuerdo se arrepiente de llevar. Ks por tanto natural que persista en buscar los medios, por vio- lentos que sean, para deshacerse de la presencia de lo que le per- judica, ó por lo menos le molesta. Parent-Dnchatelet fué acaso el primero en publicar las pruebas de la prosecución de un uso que quizá se creía extinguido desde que dejó de existir el tatuage for- zado. « Después de algunos años, dice, las prostitutas han encon- trado el medio de borrar sus inscripciones, de manera de poder inscribir un nuevo amante ó borrar á aquel que le ha precedido. Emplean para esto, se dice, un licor azul, que no es otra cosa que índigo disuelto en ácido sulfúrico. Con auxilio de un pincel frotan la parte marcada; la epidermis se levanta, y con ella la parte del corion sobre el cual se había fijado el cuerpo extraño colorante. De esta operación no resulta más que una pequeña cicatriz nunca deforme, un poco menos coloreada que el resto de la piel, y algo arrugada. En la prisión de las Magdalenas he podido demostrar la existencia de 15 cicatrices de esta clase, sobre los brazos, la gar- ganta y el pecho de una joven que no tenía más que 25 años.» Tardieu, Hntin y Perchón, citan ejemplos de tatuages que han sido borrados por medio de frotamientos repetidos con cuerpos du- ros, ó como afirmaron algunos viejos soldados que fueron borrados los suyos, volviendo á picar la figura con agujas humedecidas con leche de mujer; y aunque esta práctica es muy antigua, no se ha acreditado, por más extendida que esté en el vulgo la creencia de su eficacia. Pero es un hecho que se puede borrar un tatuage, y que los medios preconizados para obtener un buen resultado, cam- bian según que se obre directamente y con más ó menos violencia sobre la piel, ó que se busque una acción especial sobre los dibu- jos tatuados, provocando reacciones químicas respecto de las ma- terias colorantes que se han introducido en el tatuage. En el primer caso, tenemos los frotamientos violentos y repe- tidos hasta desprender la epidermis, para seguir obrando sobre las capas de la dermis, ó bien produciendo una vesicación por medio de revulsivos, para levantar la epidermis y la primera capa de la dermis, que es en donde generalmente quedan depositadas las subs- tancias del tatuage. El el segundo caso, se trata de obrar, ya directa, ya indirecta- mente, sobre las materias colorantes que se han introducido en la EOS TATUAGES. j y 3. 1a realización de este pensamiento tienden las experien- cias de Variot, las observaciones de Casper, de Tardien, de Berchon y otros, y mis propias experiencias que he citado al final de la pri- mera parte de esta obra. Respecto á los procedimientos mecánicos para borrar violenta- mente un tatnage, hemos citado muchos en que el delincuente y el soldado, por temor ó por vergüenza, se habían frotado la parte tatuada con un ladrillo hasta hacerse sangre, provocando una fuer- te inflamación que necesitó algunos días de cura, pero que en cam- bio consiguieron arrancar por la fuerza una marca que no querían llevar ó que no querían que se les viera. Laurent cita ejemplos semejantes; y todos los antropologistas que se han ocupado dete- nidamente con el tatnage, como Berchon, Lacassagne, Lombroso, Marro, etc., etc., citan varios ejemplos en que los cuerpos duros y los líquidos cáusticos, obrando directamente sobre la piel, habían destruido los tatnages, la cual operación estaba acreditada por las cicatrices más ó menos aparentes y deformes que presentaban los portadores. Berchon en su obra repetidas veces citada y consultada por no- sotros con bastante provecho, trae ejemplos de distinguidos médi- co-legistas, como Casper y Tardien, que comprueban los esfuerzos más ó menos felices de algunos tatuados, obrando directamente sobre sus marcas, y de los cuales ejemplos nos permitimos la honra de transcribir los siguientes: Observación IX.— «El marinero H., de segunda clase, se me presentó en Marzo de 1862, y mi atención se dirigió á un hincha- miento considerable del antebrazo derecho. Al principio creí en la existencia de un tatnage reciente; pero examinando las líneas ta- tuadas, vi que no tenían los caracteres ordinarios que suceden á la inmediata operación, y que se podía distinguir con alguna aten- ción los puntos azules de un dibujo antiguo, levantados por decirlo así, por puntos rojos, debidos á la introducción de una substancia irritante debajo de las primeras materias colorantes. Supe enton- ces, que él había querido desembarazarse de una imagen de mari- nero, dibujado de pie, con las manos apoyadas sobre una áncora muy grande. Este dibujo data de ocho años. El tatnador recurrió á una substancia rojiza, desconocida para el tatuado, pero de ac- ción muy cáustica. Ea coloración azul del primer tatnage no exis- 242 Dr. MARTINEZ BACA. te; la piel presenta un aspecto rosado, como de carne; las líneas tatuadas están ligeramente salientes arriba del resto de la piel, y dejan escurrir un pus seroso. El éxito no fué del todo completo; pero en el estado local, nada puede hacer suponer que se estable- cerá una cicatriz adherente, ó aun aparente (lo que un examen he- cho muchos meses después nos probó.)» Este hecho, como se ve, nos demuestra la eficacia del procedimiento y la posibilidad, por consiguiente, de encontrar cuerpos colorantes que reobren sobre los ya existentes, sin el peligro de dejar hondas huellas de un an- tiguo tatuage. No puede encontrarse mejor modelo de relación médico-legal, respecto á procedimientos para borrar un tatuage, que el caso sin- gular referido por Tardieu. Dice así: Observación X.— «Aubert es acusado de robo con fractura, cometido el año de 1843: reclama para sí una sentencia en ejecu- ción de la cual habría sido detenido en la casa central de Poissy, desde Diciembre de 1841 á Diciembre de 1843, Y como pronunciada contra él bajo el nombre de Salignon.» «El registro en el depósito de los condenados de París, trae la siguiente relación: Salignon, sobre el brazo izquierdo: un pedes- tal, dos corazones, un perro, un amor; sobre el brazo derecho: un hombre, una mujer, un perro, dos corazones, Cicatrices de viruela, muy aparentes. En Poissy dijo que se llamaba Salignon ; tenía ta- tuado en el brazo derecho un hombre, una mujer, un perro, dos co- razones y un amor.» Sobre el brazo de Aubert no hay ya señales, y á esto ha respon- dido que han desaparecido las líneas debido á reactivos químicos. « El Presidente de la corte de Asises me encargó que visitara á Aubert, con el objeto de que examinara yo si había en sus bra- zos señales del tatuage arriba indicado; que inquiriera con él el procedimiento que había empleado para hacer desaparecer este ta- tnage, y dar mi opinión para saber si el procedimiento qne indicara el acusado era practicable y podía dar el resultado que pretendía haber obtenido; si no dejaba señales y si existían en el brazo de Aubert. « Sus declaraciones consisten en decir que se hizo tatuar los bra- zos en dos épocas distintas, la primera en 1840, la segunda en 1846; esta operación fué hecha por uno de sus amigos, dibujante de París, LOS TATUAGES. 243 por medio de picaduras muy ligeras y tinta azul vegetal. La ope- ración no fué seguida de ningún fenómeno local, y ni produjo do- lor ni hubo Linchamiento. Sobre el brazo derecho habían sido figu- rados un busto de mujer y dos iniciales, J. S.; en el brazo izquierdo un sepulcro monumental rodeado de ramas. En 1846 solamente se añadió una urna, dibujada por los mismos procedimientos. En esta última fecha, es decir seis años después, el busto no se veía ya. La urna, aunque más reciente, no duró mucho tiempo. En fin, Aubert dijo que á los cinco meses no quedaban señales más que del sepul- cro. Estas señales son las que hizo desaparecer con el procedi- miento siguiente: «Se aplicó durante una noche un emplasto compuesto de po- mada acética. Ala mañana siguiente hizo un lavado con álcali, re- petidas ocasiones en toda la superficie tatuada, siguiendo á este la- vado fricciones con ácido clorhídrico diluido. Al cabo de diez días toda señal de tatuage había caído con la epidermis. La piel se re- formó en seguida gradualmente, sin que sea posible decir después de cuánto tiempo tomó el aspecto que vemos hoy, cinco meses des- pués de la operación que acabamos de indicar eu los mismos tér- minos que empleó el detenido. « A primera vista, cuando se examinan los brazos del llamado Aubert, es imposible reconocer la menor señal del tatuage; se ob- serva solamente una cicatriz muy aparente de vacuna en el lugar escogido ordinariamente para la inoculación. Pero explorando los brazos con una viva luz, recorriendo su superficie con mucha aten- ción y con el auxilio de una lente, se llegan á distinguir algunas líneas regulares que hacen ligera saliente y se marcan por un co- lor de un blanco mate, sobre el tinte uniforme de la piel, en las par- tes que las-rodean. Cuando la vista se habitúa á esta inspección delicada, se pueden seguir con certidumbre estas líneas, y recons- truir con precisión ciertos dibujos, y al'mismo tiempo cerciorarse de que no existe en los brazos, antebrazos, cuello, pecho, ni en las manos, ninguna señal de tatuage. « Encontramos, es cierto, en la parte superior del brazo derecho, al nivel del bíceps, bajo la forma de una cicatriz blanca apenas vi- sible, dos letras, L. S. ó Y. Z. En el antebrazo una cicatriz chica triangular; pero ni en el brazo ni en el antebrazo derecho había la menor apariencia de dibujo. Eu el brazo izquierdo, hacia la parte media, se dibujan, bajo la forma de una línea delgada blanca, los 244 Dr. MARTINEZ RAGA. contornos de una tumba, abajo de la cual se reconocen aún dos co- razones. «Tales son, en realidad, los únicos signos de tatuage que se en- cuentran en los brazos de Aubert. Nos queda que apreciar el valor de estas constancias, y reunir por una parte las declaraciones del detenido, y por la otra las indicaciones relativas al llamado Salig- non y consignadas en la orden del Presidente de la corte de Asises. « Notaremos en primer lugar, que consta que Aubert ha llevado en los dos brazos ciertos tatuages hoy borrados, pero que aun se distinguen. Al mismo tiempo agregamos que estos tatuages son del todo diferentes de aquellos que se han observado en el detenido Salignon, y en parte conformes á aquellos que dice haber llevado el llamado Aubert. «Por otra parte, en razón del aspecto de las cicatrices lineales que hemos descrito del estado de las partes adyacentes, es fuera de duda que los tatuages cuyas huellas hemos encontrado, han sido borrados en una época mucho más antigua que la que ha indicado Aubert, y que la operación que describió data de más de cinco meses. «La operación puede haber sido hecha siguiendo el procedi- miento que describió, sin desconocer la extrema habilidad con que lo puso en obra, aunque no haya sido aplicado más que á un ta- tuage muy superficial. Los efectos, aún aparentes, son una prueba más de la no existencia de otros tatuages, que sostiene haber tenido el acusado hace más de diez años en el brazo. «Bu resumen, Aubert lleva en los dos brazos señales de tatua- ges, pero diferentes completamente de los dibujos que habrían exis- tido en el detenido Salignon, y aun los medios que ha empleado Aubert para borrar los trazos cuyas huellas hemos encontrado, no habrían podido ser aplicados á otros tatuages, sin que las señales quedasen aún aparentes.» Tardieu, para cerciorarse de los resultados de la operación des- crita por Aubert, sometió á la experiencia á un enfermo de los de su servicio médico, que traía un tatuage en el antebrazo derecho. El éxito favorable fué completo; pero por perfecto que sea, dice Tardieu, puede suministrar algunas huellas que sirvan como me- dio de identificación. LOS TATUA GKS. 245 111. La explicación que dimos en la « historia fisiológica del ta- tuage,» respecto á la posibilidad de la desaparición lenta de esta clase de marcas por la acción natural de las fuerzas orgánicas, nos excusaría de volver á tratar esta materia. Pero el valor que dimos á los signos positivos del tatuage para servir como medio de identificación, vendría ahora á debilitarse si lo que dijimos entonces fuese la regla general, y la persistencia de un tatuage la excepción Lejos de esto, puede decirse que aten- diendo á los años que la naturaleza emplea para debilitar poco á poco la claridad de un dibujo hasta obscurecerlo aun perderlo en- tre los tejidos que antes ocupara; visto que, entre los autores le- gistas que han emprendido esta clase de estudios, no confor- midad, ni respecto al tiempo que han tardado algunos tatnages en desaparecer, ni en cnanto al número ó proporción que aparece de sus observaciones, resulta que la desaparición de un tatuage debe considerarse como 1111 fenómeno que exige muchas circunstancias para realizarse, así lo hicimos ver en el capítulo que antes hemos citado; recordando ahora que los tatnages que con menos dificul- tad desaparecían, son aquellos en que se había empleado el cina- brio ó algún jugo vegetal que más fácilmente entrara en combina- ción con los tejidos que le rodeaban. Insistiendo en la rareza de la desaparición, y comparando los resultados que obtuvieron Tardieu, Casper y Hntin en el estudio que emprendieron, se ve que no ha3r uniformidad en sus observa- ciones. Tardieu, por ejemplo, obtuvo una proporción de 1 sobre 25 en los enfermos del hospital de Lariboisiére; Casper 1 sobre 6, no obstante que el tatuado alemán hace uso con más frecuencia del bermellón, que conforme al estudio que hizo Follín á este respecto, las materias mercuriales desaparecen más fácilmente del lugar en que primero se depositaron, que cualquiera otra substan- cia; Hntin, 1 sobre 11. Berchon ha emprendido estudios del mis- mo género, no ha encontrado más que un número muy reducido de desapariciones parciales y de dibujos en que el color se había debilitado. Por lo que ámí toca, puedo decir, así lo he expresa- do en alguno de los capítulos de la primera parte cuando me ocupé en la descripción de los tatnages, que algunas veces me había visto obligado á reconstruir y á refrescar los rasgos de algunos tatua- ges, que casi se habían perdido en la piel, demasiado obscura de la mayor parte de los tatuados. Pero esto era la excepción, no obs- 246 Dr. MARTINEZ BACA. tante que, según algunos médico-legistas, los tatuages hechos con carbón,substancia que emplean nuestros tatuados, son los que des- aparecen más pronto, por más que Berchon en sus investigaciones haya demostrado que los tatuages practicados con tinta de China, son los más persistentes; lo que de ser cierto, implicaría una con- tradicción, porque la base de la tinta de China es el carbón. Reuniendo las observaciones de todos los médicos que se han ocupado en la desaparición fisiológica del tatuage, parece que po- dríamos llegar ála siguiente conclusión: Un tatuage es tanto más susceptible de desaparecer, cuanto más tiempo haya transcurrido desde la época de su inscripción; mientras más superficialmente haya sido practicado, y con más seguridad, si la substancia em- pleada es una sal de base mercurial. Pero nada tan difícil como someter los ejemplos de desapari- ción de dibujos tatuados, á una regla general, por lo difícil que es cohonestar las condiciones subjetivas y objetivas de que hemos hablado. Recordando lo que dijimos al hacer el análisis de la memoria de Hutin, con respecto á las substancias que habían sido emplea- das en los tatuages de 506 individuos, y los que habían palidecido y aun desaparecido por la naturaleza del color empleado, podemos completarla ahora, considerándola con respecto al tiempo que te- nían de duración los mencionados tatuages, para que se vea cuán lejos está de ser exacta la proposición anterior. De los 506 tatua- ges, 342 eran muy aparentes, después de un tiempo de 4 á 65 años; 117 habían palidecido, yel tiempo de duración era de 10 á64 años; 47, después de una existencia de 28 á 60 años, habían des- aparecido completamente. Esta sucinta relación corrobora la idea que tenemos de lo difí- cil que es asentar una regla respecto á la desaparición de un tatua- ge, por el tiempo que lleva de su inscripción ó por la substancia con que ha sido practicado. El ilustre médico de la marina francesa, el que ha hecho un estudio más prolijo y científico del tatuage, Berchon, dice á este respecto las siguientes autorizadas palabras: «Aunque sea fuera de duda que los tatuages han podido pali- «decer, borrarse parcialmente, ó aún desaparecer, se engañaría «ciertamente aquel que admitiese que generalmente es así. « Nada sabemos de cierto sobre la duración absoluta de las imá- LOS TATUAGES. 247 « genes; y si la observación parece suministrar datos más comple- jos respecto á la duración relativa de los dibujos trazados con tal «ó cual substancia, según tal ó cual modo operatorio, etc., etc., «nada autoriza á generalizar los hechos que la experiencia está «lejos de confirmar.)) LOS TATUAGES. CAPITULO VII Tatuages para ocultar una alteración de la pie!, por defecto congénito ó adquirido. Noevi materni,” cicatrices viciosas, etc. empleo del tatuage como procedimiento quirúrgico, /q-'Gó I, para enmascarar, disimular ó encubrir defectos bien aparentes de la piel, principalmente de la cara, ora >1 sean ori§en congénito como las manchas maternas, Ir noevi niatenii, ya accidentales como el desarrollo vi- cioso de una cicatriz, no es muy antiguo en la historia de la medi- cina legal. Quizá los primeros médicos que emprendieron este género de operaciones, fueron los Dres. Paoli (de Laudan) y F. L. Cardier. El primero, después de muchos ensayos, acabó por sostener que el procedimiento más eficaz para dar á los noevi materni el color normal de la piel, era la mezcla compuesta de cinabrio y de carbo- nato de plomo. Los trabajos ingeniosos de Cardier están llenos de enseñanzas respecto al mismo asunto. Las sales de plomo, de zinc, de sílice y de aluminio; el fosfato y carbonato de cal, el sulfato de barita; el mármol, en fin, finamente pulverizado con el añil, la goma guta, el bermellón y el carmín, más otros colores de base de carbón, co- mo la tinta de China, la pólvora etc,, etc,, fueron las substancias sobre las que recayeron sus experiencias con el objeto de dar á la piel que ocupaba la mancha materna, su color natural. Este autor trata de explicar la eficacia de su método eu el tratamiento de los noevi materni, }ra morenos ó amarillos, de la manera siguiente; 250 Dr. MARTINEZ BACA. «El exceso de pigmento depositado en la piel, que es lo que constituye la nosvi, es expulsado por la presencia de una materia extraña que irrita los tejidos y los inflama: la poca supuración que proviene de la inflamación de estos tejidos, arrastra con ella poco á poco el pigmento; la membrana pigmentaria modificada en su modo de acción, y quizá desorganizada á consecuencia de la ope- ración, no secreta más pigmento, y se asegura la curación.» Alentado por los buenos éxitos que obtuvo en este género de experimentos, extendió su método á las manchas producidas por la dilatación varicosa de los vasos capilares de la superficie de la piel, y aun á los tumores eréctiles, pigmentarios ó no; pero con- fiesa ingenuamente haber fallado como en otras tentativas que hi- zo para decolorar ciertos tatuages. Persistiendo en sus ensayos, llegó á enmascarar, por medio del tatuage, el estado pecoso de algunas personas, y aun llegó á afir- mar que su método podía prestar servicios de importancia para co- lorear las cicatrices en los individuos de raza blanca ó negra. Estos hechos han quedado ignorados por la mayoría de los mé- dicos, y olvidados por algunos que nunca tuvieron la idea de com- probar la bondad de tales procedimientos. Sólo Schuh, médico de Viena, inspirado quizás en los métodos de Cardier, tuvo la idea en 1858, de aconsejar el empleo del cinabrio para dar á los labios, for- mados por la queiloplastía, el color rojo por medio del tatuage. Es posible que los métodos de Cardier hubieran dado algún resultado en las manchas pigmentarias lenticulares (efélides), y en las manchas cutáneas ó nceevus {Spilus), }ra azules, amarillas ó ro- jas, en que el exceso del pigmento de la piel caracteriza la afección ; pero hay que hacer una distinción de esta clase de afecciones, para ver que los nosvi vasculares, formados de capilares arteriales ó ve- nosos, desde la simple mancha vascular venosa hasta los tumores eréctiles ó aneurismas cirsoides, hay un campo muy extenso, en que los métodos de Paoli y de Cardier pueden tener su buen éxito en los casos simples, y fallar siempre y aun acarrear cierta grave- dad, en los casos en que las manchas dependen de la gran canti- dad de capilares arteriales, y que constituyen el estado patológico denominado aneurismas cirsoides. El ilustrado Sr. Perchón dice á este respecto lo siguiente: « Con algunas reservas, nos creemos autorizados para decir que, en cuan- to á nosotros, el tatuage puede responder á las necesidades que im- LOS TATUAGES. pone el tratamiento de los noevi materni, de entre los cuales los tra- bajos más modernos no parecen eficaces, más que la excisión ó la ablación. Estos últimos procedimientos no son siempre tan inofen- sivos para qne no haya necesidad de hacer ensayos previos de un método menos radical. Es fuera de duda qne la inflamación acciden- tal ó provocada de muchos noevi, ha podido terminarse por resolu- ción, y producir en el tejido del tumor una transformación modu- lar, equivalente á una curación. Nuestro amigo el profesor Broca lo hace notar en su bello Tratado de los tumores, y resulta de las investigaciones de Aug. Berar y de las del autor que acabamos de citar, que el trabajo curativo no se limita solamente á la capa su- perficial inflamada ó gangrenada. Puede alcanzar las capas sub- yacentes y penetrar hasta una profundidad de un centímetro. No se podrá, pues, rechazar un medio que puede ser útil en algunos casos determinados. Añadamos qne la excisión ó la ablación son generalmente imposibles cuando las alteraciones cutáneas tienen una gran superficie ó se colocan en ciertas partes del cuerpo,» Otro hecho que no ha caído bajo el dominio de todos los que ejercen la medicina legal, y cuya observación, por lo mismo, no carece de interés, es el empleo qne en ciertos lugares hacen del ta- tuage para enmascarar completamente las cicatrices que resultan de las heridas, sobre todo en la cara, así como las coloraciones de la piel, accidentales ó morbosas, qne los portadores tienen interés en ocultar, ya por implicar un simple defecto, ó porque en esa se- ñal está el testimonio de un hecho delictuoso, ó es el signo carac- terístico de sn identificación. Debo recordar que, con este motivo, se suscitó en la Sociedad Antropológica de París (1860), una disensión sobre el color de las cicatrices en las diferentes razas humanas. P. Labat, Camper, Cru- veilhier y Richat sostuvieron que el color de las cicatrices, en to- dos los pueblos, era blanco; Gordon, Virey, Pechlin, Cooper y Hunter, se propusieron demostrar que, en cada raza, el color de las cicatrices iba adquiriendo poco á poco su color especial. En esta discusión, casi interminable, Berchon sirvió de intermediario ha- ciendo notar en sn comunicación presentada á la misma Sociedad, qne el tatnage explicaba la contradicción qne existía en el seno de la Sociedad, como en las obras de los autores que se habían ocu- pado de la coloración de las cicatrices en la raza negra. «Es nece- sario recordar, decía, que los negros tienen la costumbre de cubrir 252 Dr. MARTINEZ BACA. sus heridas, voluntarias ó accidentales, con carbón finamente pul- verizado, n otras materias negras reducidas á polvo impalpable, para evitar precisamente el contraste que liaría la cicatriz con la coloración normal de-su piel. Curaciones de esta clase con carbón, añil íi otra materia colorante, incorporada ó no á la grasa, son es- peciales en el Senegal después de la operación religiosa de la cir- cuncisión. Costumbres que pueden servir, terminaba diciendo, para conciliar en muchos casos las opiniones tan contradictorias emi- tidas sobre la coloración de las cicatrices en las razas blancas y negras.» El método de Schuh en la queiloplastía, para colorar los labios, y la explicación tan amplia que da de su método, prueba la posi- bilidad de ocultar cicatrices dándoles el color correspondiente al de la piel; y de aquí que el médico-legista se halle eu la necesidad de conocer este ardid, para evitar ser sorprendido en un interroga- torio jurídico, ó dar una opinión que, por ignorancia, puede favo- recer los fines de un malvado y perjudicar los derechos de un ino- cente. Para mayor claridad en esta materia, nos vamos á permitir tra- ducir de la interesante obra de Berchon, tantas veces citada, el mé- todo operatorio de Schuh, titulado por él: Sobre el tatuage empleado para imitar el rojo de los labios, después de la queiloplastía. Omitimos las consideraciones en que entra el autor del proce- dimiento y los detalles de las circunstancias que concurrieron en la operación queiloplástica de la niña en quien primero puso en prác- tica el tatuage, que podemos llamar quirúrgico, y sólo nos ocupa- remos eu conocer la manera como procedió después de la operación. Advertiremos, sí, que el autor del procedimiento empleó primero la cochinilla, creyendo que esta substancia daría el resultado que buscaba; pero después de aplicarla, vió que el rojo era muy débil, y escogió el cinabrio, sorprendiéndose del rojo natural que dió á los labios. « me una papilla no espesa. Se marcan exactamente con una pluma «y tinta, los contornos superiores ó inferiores de los dos labios, te- «niendo cuidado de dibujar bien la forma natural del orificio bu- acal, para saber el ancho que debe darse á la mucosa bucal, cerca «de las comisuras, y la pequeña salida de la piel, sobre la línea me- tí dia, arriba y abajo. Seca la tinta, la aplicación del color se hace LOS TATUAGHS. 253 «con alfileres bien acerados, preparados para este objeto. Se rodea «cada aguja con seda encerada, de modo que queden libres, arriba «de la punta, cerca de cuatro milímetros. Diez ó doce de estos al- «fileres se retinen por medio de un hilo, se les humedece en el co- tí lor y se introducen muchas veces á la profundidad de dos ó tres «líneas en el labio. «Se debe comenzar por picar sobre el borde marcado con tinta, « y se tatúa más tarde el resto de la región. Como el color se ago- «ta, es necesario tener la precaución de humedecer las agujas des- «pnés de dos ó tres piquetes: por supuesto que escurrirá siempre « una poca de sangre. Enjugándola ligeramente, se asegurará uno « de los puntos que no han sido picados ó que no lo están suficien- «teniente. El dolor es evidentemente muy ligero, porque la sensi- «bilidad por mucho tiempo está embotada en los colgajos. Cuando « se ha servido uno de la piel del brazo, el dolor es siempre muy dé- «bil. Es necesario dejar el color sobre la superficie tatuada hasta «el día siguiente. Cuando se vea que algunos puntos son menos «rojos que otros, se puede remediar fácilmente. « Una larga experiencia debe mostrar cuál puede ser el tiempo «que dure tal coloración. En la observación citada, el color no ha «disminuido después de año y medio. Mi opinión es que el empleo «del tatnage en la cirugía antoplástica es un recurso que no se debe «despreciar.» Hay, en fin, manchas en la piel que no son originadas ni por nn exceso de pigmento, ni por el estado varicoso de los vasos, y que constituyen las diversas especies de nosvi materni; sino que dependen de un estado inflamatorio crónico de las glándulas cutá- neas, que es sitio de la afección, y que se marcan por un estado roji- zo muy aparente, sobre todo en los momentos de agitación, después de las comidas y separaciones de régimen. Estos estados barrosos (conperossé ), que constituyen las diversas especies de acnea, sobre todo la rosácea y que aparecen en las narices, en las mejillas y en el pecho, son estados que afean el rostro ó que constituyen por lo menos nn testimonio de identificación. Con este motivo, Berchon cita el caso de un marinero que tenía una ancha placa de acnea rosácea, de un rojo muy vivo y unifor- me en la parte superior del pecho, quien había sacado partido de ella haciéndose tatuar una diosa de la libertad agitando una ban- dera tricolor, y la cual mancha había servido para el gorro frigio 254 Dr. MARTINEZ BACA. y la túnica de la diosa, así como para el rojo de la bandera, al cual le había asociado, por medio del tatuage, otros colores que comple- taban el dibujo. El defecto estaba tan perfectamente disimulado, que no daba á sospechar, á primera vista, la existencia de una afec- ción de la piel, de la que podía haber sacado partido la justicia. Refiere también que en nueve sugetos, las cicatrices que tenían estaban tan artísticamente disimuladas, que esto motivó la comu- nicación que dirigió á la Sociedad de Antropología de París, el año á que antes nos hemos referido. Lacassagne, por su parte, presenta el ejemplo de otro individuo que tenía en un muslo una cicatriz lineal, de forma regular, y que se hizo tatuar sobre ella un puñal que parecía penetrar en las carnes. Estos ejemplos bastarán para estar prevenido cuando se trate de inspeccionar á un individuo en quien se sospecha la existencia de una alteración de la piel, congénita ó adquirida, y que tiene interés en ocultarla. LOS TATU AGES. 255 CAPITULO VIII Tatuages accidentales é involuntarios. '■ V\y '' ESDE Pullto c^e vista psicológico y médico-legal, los r* l' í£ \ tatuages tienen importancia, aun cuando sean produ- I cidos accidental ó involuntariamente, ya por la apli- J cación de ciertos métodos terapéuticos, por las reac- ciones químicas que se verifican en la superficie de la piel, por las conflagraciones accidentales de la pólvora en la cara, y en fin, por todas aquellas marcas más ó menos duraderas que constituyen cierta deformidad, por alterar el aspecto regular y normal de la fisonomía; y aunque muchas veces el agente pro- ductor de tales marcas no es un ser inteligente ni dispone de vo- luntad, como son los casos fortuitos en que fatalmente se produce el fenómeno, si la causa que lo ha de determinar se ha puesto en acción, otras veces sucede que el hombre se hace responsable de estos efectos por haber estado en s’u mano evitar la producción de la causa, y que su ignorancia en el caso ó la negligencia con que pro- cedió, hicieron posible la realización de un fenómeno que, sin esas circunstancias, no se habría realizado. Como ejemplos del primer caso, tenemos los accidentes sobre- venidos por el ejercicio de ciertas profesiones, en las que los instru- mentos ó medios que se emplean son de aquellos que accidental- mente,ó por solo el ejercicio pueden producir manchas masó menos extensas en las manos, en la cara ó en cualquiera otra parte del cuerpo; como sucede con los tintoreros, mineros, polvoristas, co- heteros ó pirotécnicos; y en los militares en que su profesión los 256 Dr. MARTINEZ BACA. coloca en condiciones de sufrir accidentes provenidos ó causados por la conflagración de la pólvora. Hs frecuente ver á nuestros industriales tintoreros llevar las manos y aun los brazos pintados de azul, como resultado del con- tacto constante del añil que emplean para teñir la hilaza con que hacen los rebozos corrientes. En estos hombres, el color que la tinta ha dado á la piel de las manos y de los brazos, en virtud de una acción endosmótica ó de absorción del líquido colorante, resis- te al lavado, con cualquier líquido, y á todas las substancias que se usan para decolorar la piel sin atacarla. Eos obreros que trabajan en las minas de carbón de piedra, y que en razón del oficio, andan casi desnudos, no es raro ver en suá semblantes, en los brazos, en las espaldas y en los muslos, puntos ó rayas negras que han dejado los fragmentos de carbón que han penetrado en la piel, al desprenderse de las bóvedas y chocar con- tra los miembros de los operarios. Eas conflagraciones de la pólvora dejan también en la cara ó en cualquiera parte del cuerpo, ya al obrero que la trabaja y que á menudo se ve expuesto á terribles explosiones, ya al pirotécnico que dirige la maniobra en las fiestas que se celebran con cámaras y cohetes, ya al simple espectador, que es víctima sin poderlo evi- tar, de la violenta explosión de una bomba salida del castillo, hue- llas más ó menos visibles por su amplitud y que constituyen ver- daderos tatuages por la gran cantidad de carbón de los granos de pólvora no quemados que han penetrado en la piel. Al militar, en las grandes acciones de armas ó por simples ac- cidentes de cuartel, vésele llevar en la cara las señales de su arrojo eu el primer caso, ó el recuerdo de su imprudencia en el segundo, pero que eu ambos no son otra cosa que puntos negros más ó menos numerosos que cubren una parte de la cara, y que como en los casos anteriores son tatuages accidentales. Tengo un hecho histórico como ejemplo de lo primero, que recogí de la batalla de Hpatlán (Matamoros ) 1876, eu mi época de médico militar. El Sr. R., ca- pitán entonces del BC-'8C-' de infantería, hoy coronel, ála mañana si- guiente del combate fué á consultarme sobre lo que debía hacer para quitarse de la mitad de la cara multitud de puntos negros, que no eran otra cosa que granos de pólvora incrustados al dispararle á quemaropa su adversario. Tenía el aspecto del tatuage adamas- cado de un isleño—marqués. Fué preciso hacer con la punta de una LOS TATUAGES, 257 lanceta, tantos piquetes como granos de pólvora tenía incrustados en la cara, para el fin de despojarlo de nn tatnage qne afeaba y desfiguraba sn semblante. En iguales condiciones que los casos anteriores, tenemos los tatnages que se lian producido en virtud de combinaciones quími- cas, teniendo por sitio la piel de la cara, que no obstante lo tem- poral del accidente, alarma á la persona que es víctima de él, y la mueve á consultar al médico la causa de sus manchas y el medio eficaz para deshacerse de ellas. Ejemplos de esta clase los tenemos en ciertas damas, que para blanquear su piel, hacen uso sin saber- lo, de preparaciones de plomo, de bismuto, etc., como la toalla de Venus y los polvos llamados de arroz; substancias cpie puestas en contacto por algún tiempo con las aguas sulfurosas termales que existen en ciertos lugares de la República,' establecen combina- ciones entre sí, y forman sulfures de bismuto, de plomo, etc., que manchan la piel de negro, de manera bastante aparente para ne- cesitar del médico y de la química á fin de volver á la piel su co- lor normal. Dos veces he sido consultado para hacer desaparecer manchas negras de esta clase. En un caso se trataba de un niño á quien después de habérsele aplicado por varios días fomentos de agua de Goulard, se le ordenaron baños sulfurosos, y como se compren- de, bastó el primero para qne se verificara la combinación del sub- acetato de plomo con la sal de azufre que existe en las aguas ter- males de esta población. El otro fué de una señorita forastera, qne después de haberse puesto su afeite para blanquear la piel, fué in- vitada á tomar un baño sulfuroso, con el cual inmediatamente se tiñó la piel en negro; lo que hizo reír á las amigas que la acom- pañaban, porque sabían de lo que se trataba: llena de alarma, se creyó víctima de una desgracia para toda la vida, cuando vio qne el blanco mate de su cara se había cambiado en un gris apizarra- do, con manchas más ó menos obscuras. Los ejemplares de tatnages accidentales que acabamos de refe- rir, tienen poca importancia en la práctica de la medicina legal, por- que sólo se refieren á accidentes que, conocidos por el vulgo y por gente de mala intención, pueden convertirse en hechos intenciona- les, y dar ocasión al médico perito para determinar el grado y la naturaleza del daño en la parte ofendida. Pero hay otros tatnages 1 En la capital del Estado de Puebla hay varios establecimientos balnearios con abun- dantes manantiales de aguas sulfurosas. 258 Dr. MARTINEZ BACA. que, aunque accidentales, implican responsabilidad por parte del ac- tor, cuando concurren las circunstancias de que hicimos mérito al principio de este artículo. Hl Dr. Grandclément (de Orgetet), ha llamado la atención sobre los graves accidentes que sobrevienen por la aplicación de las hojas del tafetán negro inglés. Cita el caso de una señora de 30 años de edad, á quien se le aplicó á la edad de 405 un pedazo de dicho tafetán en la nariz, y la coloración negra que dejó persistió aun á la edad indicada. Cosa idéntica pasó con otra dama á quien se le aplicó un tafetán de igual clase en una bosa frontal, y la mancha negra que dejó permaneció por muchos años. Alfonso Rober y Mauricio Reynand han señalado también la persistencia de manchas, después de la aplicación de moscas de Es- paña (cantáridas) y de vejigatorios. Ea administración, al interior, de nitrato de plata cristalizado y prolongada por mucho tiempo, además de los trastornos gástri- cos que ocasiona, da á la piel en general, y á la cara principalmente, un aspecto verdoso ó negruzco, que en forma de manchas irregula- res persisten indefinidamente y se hacen indelebles. El uso de esta sal que mucho tiempo se tuvo como eficaz para la desaparición de los ataques epilépticos, trajo como consecuencia del daño que señalamos, la contrariedad de los pacientes al hacér- seles portadores de tales manchas y los disgustos originados á los médicos que han sido llevados á los tribunales para responder por los daños de que se han creído víctimas los clientes. Grisolle cita el caso de un noble que arrastró á los tribunales á su médico, por ha- berle dejado en la cara, después de la administración prolongada del nitrato de plata, manchas negras que no pudo hacer desaparecer. Podríamos hacer valer aquí, cómo siendo cansa de un experti- cia, las manchas negras y violadas en la cara que han ocasionado las aplicaciones del lápiz de nitrato de plata fundido, hechas de una manera maliciosa é intencional, como pasó con el conserje de la Escuela de Medicina de México (D. F. 1870), á quien los internos del establecimiento castigaron por sus delaciones, y en quien des- pués se creyó que esas manchas no eran más que las equimosis de las contusiones sufridas por el desgraciado conserje. Eos tatnages involuntarios son aquellos que se practican sin la voluntad de quien los lleva, ya porque no prestó su consentimiento para la operación, ya porque la figura que le pintaran no fué la convenida, sin que haya podido oponerse al fraude. EOS TATUAGES. 259 En el capítulo V de esta tercera parte, propusimos la cuestión de si se podía tatuar á una persona que estuviera dormida ó eu es- tado de embriaguez, y entonces nos pareció que, dadas las circuns- tancias que señalábamos, era posible y factible practicar un tatuage sin la voluntad y sin el conocimiento del portador. Ponemos esta última condición, porque puede haber casos en que un tatuage se practique con el conocimiento del portador, pero sin haber otor- gado su consentimiento, ó aun en contra de su voluntad, como cuando un individuo es tomado por la fuerza, sujetado y obligado á más no poder á soportar los dolores de una operación para la que no prestó su voluntad. Uno ó dos casos de este género quedan citados en la primera parte de esta obra, al hablar de la descripción de los tatnages. Se trataba de un individuo que decía haber sido ama- rrado por sus compañeros de prisión, y tatuado en contra de su vo- luntad, no obstante los esfuerzos que había hecho para evitar seme- jante ultraje; y es fácil comprender, dadas las circunstancias del caso concreto, lo factible que es el que un individuo sea sujetado por varios, privado de sus movimientos y obligado á sufrir la vio- lencia. Por involuntarios podríamos tener también aquellos tatnages que un individuo trae, sin ser la figura que convino con el tatna- dor, y para la cual prestó sólo su consentimiento; pero que por el lugar que escogió el portador, no pudo presenciar la operación y se hizo víctima del engaño ó mala fe del operador. Así sucedió con dos tatuados citados en la primera parte, quienes refieren que la gran figura que en las espaldas traen y que representa al dia- blo, no fué pintada con el consentimiento de ellos, sino que se les propuso pintarles á uno un Santiago y al otro la Virgen de la So- ledad. Si aceptamos como cierta la relación que ambos hacen de sus tatnages, la que en uno de ellos puede serlo por la manera ma- liciosa con que le pusieron el nombre del portador, se verá la forma más simple que puede haber del tatuage involuntario. Este sería el lugar más á propósito para hablar de los tatnages simulados, de los cuales Berchon es el único que presenta ejemplos y se expresa en los términos siguientes: «Ha}q en fin, hechos que parecerían inverosímiles, si no se co- «nociese la habilidad casi increíble con que ciertos individuos se « han servido de los medios más extraños para desviar las investi- «gaciones de la justicia en su provecho. Nos referimos á los tatúa- Dr. MARTINEZ BACA. «ges simulados por medio de pinturas, artísticamente hechos en di- ce versas regiones del cuerpo, ó sobre tatnages antiguos.)) « Los empleados de la policía han tenido ocasión de encontrar «ejemplos que no dejan duda, y la casualidad me hizo descubrir un «caso de este género en un prisionero; pero es fácil descubrir el «fraude por una inspección escrupulosa, por el frotamiento, ó me- ce jor por lavados con agua simple, jabonosa ó alcalina.» A continuación cita el hecho histórico tomado de un pasaje de Satyricon, por el cual descubrió que los romanos se servían de ta- tnages semejantes á los nuestros para marcar á sus esclavos. Se trataba de dos libertinos que habiendo ultrajado á dos altos personajes, trataron de evadir la acción de Injusticia, tomando pa- saje en un navio que casualmente pertenecía á la pareja ultraja- da, que iba á bordo. Después de muchas vacilaciones, uno de sus amigos les dio el consejo siguiente: «Mi criado, dijo Eumolpe, es barbero; va á rasuraros en el 1110- «mentó á los dos, no solamente la cabeza, sino también las cejas; «en seguida trazaré diestramente en vuestras frentes una inscrip- «ción que indicará que vosotros habéis sido marcados por deserción. «Estos estígmatos, de vergonzoso suplicio, desfigurarán vuestras « caras y pondrán en ridículo la sagacidad de aquellos que os buscan. « Eumolpe cubrió la frente de sus dos amigos con enormes ca- «racteres, imprimiendo las señales ordinarias de los esclavos fugi- «ti vos. Desgraciadamente un pasajero atacado de mal de mar (ma- « reo), se apercibió de la operación y delató á Eumolpe con el patrón «del navio. Al día siguiente el barbero confesó su delito, y los su- «puestos esclavos fueron llevados á la presencia de los personajes. «La dama Tryphena, engañada por la apariencia, creyó que eran «realmente dos esclavos; pero Lycas, menos crédulo, tomó una es- «pouja mojada, lavó la cara de ellos y en el momento descubrió la « superchería.» Ho}' que las artes están tan adelantadas, no sería difícil que se encontrase un medio de fijar en la piel un dibujo por medio de tin- tas, que sin atacar los tejidos, persistiese un tiempo más ó menos largo, bastante á esperar las lentas decisiones de nuestra justicia penal. LOS TATUAGES. 261 CAPITULO IX Accidentes consecutivos al tatuage. : íuT STAMOS en condiciones de conocer las fatales conse- f_¿X I cuencias que lian debido originar ála salud, la intro- ■s!" II ducción en la piel de materias nada asépticas; que á la irritabilidad consiguiente á la permanencia de cuer- i pos extraños en el interior de los tejidos, se añaden los elementos sépticos é infecciosos de que muchas veces van im- pregnados los líquidos que sirven de vehículo á las substancias que se introducen, como el desaseo de los instrumentos de que se valen los tatuadores, y por último, de las condiciones individuales de los tatuados. Los viajeros que han escrito sobre las costumbres de los poli- nesios, entre los cuales se encuentra el misionero Ellis y M. Moé- renhont, refieren casos de muerte nada extraordinarios por cierto, que han sobrevenido á consecuencia de la operación del tatuage, Moérenhout, que vivió muchos años en Tahití, y que conoció las bárbaras costumbres de los habitantes del Grande Océano, refiere que los dolores causados por los piquetes eran tan agudos, que á los niños de 8 á 10 años en quienes se practicaba la operación, su- cumbían á resultas de ella, aunque el tatuage se operase en sesiones interrumpidas. El misionero Ellis hace las mismas observacio- nes en su obra «Investigaciones polinesias;» refiere que muchos in- dígenas sufren grandes inflamaciones á consecuencia del tatuage, y por las cuales algunos de ellos sucumben. Muchos autores ingleses en sus viajes por la Nueva-Zelandia, entre otros John Liddiard Midiólas, confirman lo anterior. Mari- Dr. MARTINEZ BACA. ner, en su obra sobre las islas Tonga, dice lo siguiente: «Durante «el tiempo en que se practica el tatnage, y algunas veces por los «dos ó tres meses siguientes, el binchamiento de las glándulas in- «guíñales es notable, y tienden casi siempre á la supuración. Los «abscesos se abren con el filo de una concha, antes que la natura- «leza dé libre paso al pus; lo que se considera como el mejor tra- «tamiento. En otras circunstancias se les abandona á su curso «natural.» La obra del ilustre Berchon, de la cual nos permitimos tomar las notas subsecuentes, trae idénticas observaciones de muchos via- jeros que han podido comprobar como él, los accidentes que sobre- vienen á consecuencia del tatnage. «Las citas precedentes, dice, no pueden dejar ninguna duda sobre la realidad de las consecuencias mortales posibles de esta operación; ellas serán útiles, sin embargo, porque antes que noso- tros, ningún autor había tenido el pensamiento de hacer la historia patológica retrospectiva, que nosotros vamos á exponer. » Y á con- tinuación refiere una serie de observaciones de varios autores, á que no permite dar cabida la peqneñez de este libro, pero entre las cuales vamos á tomar las que creamos de más importancia para nuestro objeto. En éstas se halla la observación de Parent-Duchatelet, que se refiere al interesante hecho de una joven que trató de substituir un tatnage antiguo por nuevas líneas, que como consecuencia tra- jeron su muerte; lo que el autor refiere en los siguientes términos: « Hace más de un año que esta operación, en apariencia tan sim- « pie, costó la vida á una joven. Esta desgraciada, queriendo borrar «un nombre que torpemente había inscrito en el pliegue del brazo «izquierdo, determinó en esta parte una enorme inflamación que «no se pudo vencer y de la cual sucumbió.)) Casper refiere nn caso semejante, aunque no terminado por la muerte, pero en que la inflamación destruyó completamente los tejidos donde radicaba el tatnage, en el término de pocas semanas. En fin, las grandes y extensas inflamaciones complicadas por erisipela; las angiolencitis y las gangrenas, más ó menos extensas para hacer necesaria la amputación de nn miembro ó parte de él; las inoculaciones, por último, de ciertos virus transmitidos acciden- talmente en el momento de la operación, constituyen otros tantos peligros consiguientes al tatnage. EOS TATUAGES. 263 Respecto á la transmisión del virus sifilítico por medio del ta- tuage, la historia moderna de la medicina legal consigna entre sus páginas casos desgraciados de esta naturaleza. Hntin refiere el hecho de un militar á quien se le inoculó el virus sifilítico por las picaduras de su tatuage. «Un militar, dice Hutiu, se hizo tatuar eu el hospital de Val- «de-Gráce, hace treinta años, por un venéreo atacado de chancros «en el pene y en la boca. Virgen aún, estaba perfectamente sano. «El que lo tatuó 110 tenía más que practicar algunas picaduras. La «tinta de China de que se sirvió se había desecado en una concha, «y para diluirla, tomó repetidas veces de su propia saliva con la « extremidad de las agujas, inoculando así una sífilis que trajo gra- «ves accidentes, y según el paciente, fué preciso amputarle el « brazo. «Tardieu menciona el caso de un hinchamiento doloroso y per- «sisteute del pene, sobrevenido eu circunstancias análogas.» Lacassagne cita las observaciones del Dr. Robert, médico ma- yor de primera clase, quien publicó una Memoria interesantísima sobre las inoculaciones sifilíticas accidentalmente producidas por el tatuage.1 El referido autor dice lo siguiente: «En Naucy 8 hombres del 41 45 n 3 Puebla 7 Símbolos.< Mujeres vestidas 7 ,, 46 3- 50 ,, 4 Distri- Ch olula 2 Mujeres desnudas .... 3 » 51 á 61 „ 3 tos á que Distritos del Centro. Huejotzingo 4 Eróticos. ' Iniciales de queridas . . . 6 Solteros 28 pertene- Atlixco 4 Nombres de queridas . . . 6 cen. Chalchicomula 2 Iniciales de reos 6 Estado. . -i Casados 25 Libres (S. Juan de los Llanos). 2 Nombres de reos 1 Viudos 4 Jornaleros 33 r Tecamachalco 4 Simple mente decorativos r Hombres 8 3 Arrieros 4 Distri- Matamoros 14 Fechas 2 Zapateros Panaderos Carpinteros Coheteros 2 2 2 2 tos á que pertene- cen. Distritos del Sur. Chiautla Tepexi Acatlán Tehuacán 4 5 4 5 Signos . .< V» ■Vi 8 so f i rs> w e puebla Museo antropológico. Plancha núm. XVII. Fúm. 37. Homicida—Antebrazo derecho.—Inscrip- ción de su nombre. Fúm. 44. Homicida. —Pierna derecha: región in- terna superior. Fúm. 37. Homicida—Antebrazo izquierdo -Calca- do del papel para hacer cigarros. Fúm. 44. Homicida. —Antebrazo derecho. Calcado del papel para hacer cigarros. Fotografías de los tatuajes de los homicidas números 31 y 44, tomadas directamente de los originales. 'Sfemíenciaría Museo antropológico. Plancha núm. XVIII. Núm. 122. Homicida.— Antebrazo derecho. Inicia- les del reo y de su querida. Núm. 264. Homicida.—Antebrazo derecho. Cal- ca del papel para hacer cigarros. Núra. 260. Ladrón.—Muslo izquierdo. Piel tatua- da y conservada. Núm. 260. Ladrón.—Antebrazo izquierdo. Piel tatuada y conservada. Fotografías de los tatuajes de los homicidas números 122 y 264, y de dos fragmentos de piel tatuada y conservada, tomadas directamente de los originales.