NLM052991164 J&X/'AT-T* ESTROS POI? B. ESCOBAR. £. i-' ^- 'Í N i '"'' ^' '•-! MI i v J.O ¡ w ^-: J "i« Moderna Pv Librería y Papelería Nacional y Extranjera!¡ de JOSÉ LÓPEZ, Obispo 135, - HABANA. Periódicos N aeionales y Extranjeros. t3Éf"Liectura ± domicilio por $ 1 al mes y > 2 en toado HAJ'.ANA ilPOGRAFIA DE < L A LV C H A t'AI.I.K DK O-RF.ILLY Nl'M. '.I 1893 2578 ^/ Social zD. Q^/jLanuei ís. cJQJanao u ^eón. \Qcrfimonio de adlicúón, calino u &imba= fía, de &u diAcíbuto C?/ autoi. PROLOGO Hace muy poco tiempo, hallándome en uno de esos pueblos de Cuba que llaman de temporada, en que unos van en busca de la salud y otros del entretenimiento, pude observar, en la mesa del hotel donde comía, el curioso contraste entre las grandes atenciones de que era objeto un notable médico que figurará, sin duda, en las páginas de este libro, y la general indiferencia que rodeaba — si así puede decirse—al pobre cura. El Padre Juan — creo que este era el nombre del buen sacerdote—se ha distinguido siempre por la templanza de su carácter. Refléjanse en su rostro los sentimientos del buen pastor y la tranquilidad de la conciencia. Su vida es de intachables costumbres. Su conducta le ha cap- tado el amor de sus feligreses. Y sin embargo, allí, entre tantas señoras que asistían á sus misas, entre tantas devotas y tantos creyentes, el Padre Juan era una figura secundaria, mientras todas VI PROLOGO las miradas y todas las finezas so dirigían al mó- dico. Yo mo acordé de la fraso do Renán: «en el siglo xx el médico será sacerdote.» * * En otros siglos los curas y las monjas llenaban las casas de los enfermos. El médico—personaje que no gozaba do un prestigio tan grande, —ba- jaba modestamente de su muía, era conducido por los criados como un barbero, y si á fuerza de pócimas, fundadas en algún latinajo de su Hipó- crates ó su Galeno obtenía, algún resultado, la gloria se la llevaban los rezos y reliquias de la gente de sotana. Nunca me olvidaré de la impre- sión que me causó la lectura del relato de una de las primeras operaciones del trépano que se hi- cieron en el mundo, realizada por el ilustro Ve- salius, en aquel imbécil que se llamó el Príncipe Don Garlos, y que, como buen Austria, epiléptico y medio idiota, no merece los bonores de la le- yenda inmortalizada por el genio de Schillcr. El Príncipe, persiguiendo alocadamente á una buena moza, dícese que cayó por una escalerilla do pa- lacio, pegándose golpes tan fuertes que lo deja- ron moribundo. Ycsalius lo salvó y Felipe II atribuyó el hecho á los milagros de no recuerdo que santo y á las generales rogativas de las igle- sias de España. * * Los Doctores de quienes se ocupa esta obra, no correrán hoy el peligro de que obtengan sus triunfos eso resultado, sino entre gente muy in- docta, cuya opinión no debe preocuparles. Tam- poco correrán el de los ataques airados do un Petrarca ó la zumba de un Moliere, porque ol PRÓLOGO VII crédito de la medicina —no se yo hasta que punto tan merecido — está por encima de todo eso. Pe- ro su mal ¿por qué no decirlo? está en sus mismos compañeros. No hay peor enemigo del médico que el médico, porque no hay peor cuña que la del mismo palo. Aquella caricatura de Hogarth que pinta á los dos doctores tirándose los pomos á la cabeza, mientras la enferma se muero aban- donada en un sillón, tiene un fondo de verdad que la inmortaliza. Yo no sé por qué; pero es lo cierto (y puedo decirlo por propia experiencia) entro los abogados existe el espíritu de compañerismo. Los médicos no lo conocen. Para no hacerse — hay sus escepciones como en todo — una guerra cruda, necesitan ser, personalmente, muy buenos amigos. Al Dr. Bernardo Escobar, el oportuno y chis- peante médico-literato que se ha propuesto retra- tar en esto libro á varios de sus más afamados compañeros — lo conocí hace varios años, cuando yo era un niño y él casi un jovenzuelo. Ambos teníamos entonces furiosas aficiones literarias y acudíamos á La Discusión, periódico que se re- dactaba medio en castellano y medio en mandin- ga, bajo la dirección afortunada de D. Adolfo Márquez Sterling, en solicitud de que nos publi- caran nuestras producciones, dirigidas general- mente contra los artistas de alguna compañía de ópera ó drama. Él era más afortunado y á veces solían imprimirle, suscritas por Fra Diávo- lo, sus crónicas de teatros. Yo —como revelaba tanta falta do experiencia en mis trabajos —no obtenía esa fortuna; pero el bondadoso Escobar VIII PRÓLOGO se encargaba de dorarme la pildora, buscando siempre alguna disculpa á la redacción del perió- dico, sin amenguar las que él llamaba «bellezas» de mi estilo. Hoy, que tan cansado me encuentro ya de esta dura tarea de escribir para el público, sin otros beneficios, fuera de la material remune- ración de mi trabajo, que mil disgustos y mil compromisos de todo género ¡ cuánto daría por tener el don maravilloso de lanzar hacia airas los años, como cantó el poeta y volver á los tiem- pos aquellos en que la publicación de un artículo en el periódico de Márquez Sterling, era para Fra Diávolo y para mi, un verdadero aconteci- miento! * * La primera vez que volví á encontrarme con mi talentoso amigo Bernardo Escobar —que es ya un médico grave de sólida reputación — me anunció este libro y me pidió este prólogo. Ape- nas he podido conocer á Fra Diávolo en estas pá- ginas, tan llenas de donosura, de ingenio y do buen estilo. Las cualidades que entonces se anun- ciaban en el escritor, ya están formadas. La vo- cación es la misma y esta es una prueba elocuen- tísima de que las vocaciones son invariables. JUSTO DE LABA. PREFACIO. Queda prohibida la entrada á los críticos. Se suplica el silencio. No escribo este libro para los críticos. Esta es una obra para los de casa. Médi- cos, estudiantes de Medicina, han de leerla. Con- fío en que no serán muy exigentes respecto á la forma. En cuanto al fondo, la cosa varía. Se que mi librejo levantará alguna que otra ampolla; conozco que mi temperamento nervioso me hará ser pródigo con algunos; apasionado hasta la be- nevolencia con otros; á veces, duro y cruel. Si pego, no es por odio; menos, por envidia. Vivo lejos de Babilonia, y el mar, cuyo aire respiro, si templa el alma para la vida, hace fácil la lucha por la existencia. La pasión política no manchará mi pluma. No creo en Tirios ni Troyanos. Y me repugnan los módicos que hacen política. Me pa- recen saltimbanquis. La Patología no deja tiempo para votar, ni la clientela permite ir al Club. He procurado hacer artículos cortos. «El País» es el diario mejor escrito de Cuba. Sus editoriales me resultan enojosos, cuando son ¡extensos; á veces se me cae de las manos sin po- <■) I!. ENCORAR derlo evitar. No me conviene que estas semblan- zas se caigan de las manos del lector. A los susceptibles, una advertencia. Mis alusiones no son personales. Los médicos nos debemos al público. En mis juicios sobre ellos formo parte de ese público, cuyos errores censu- ro á mi vez. Si mi libro se vende, procuraré ha- cer una segunda edición correjida y aumentada. Entonces haré justicia y salvare omisiones. Bien entendido que los que alardeen de guapos no con- seguirán nada. A las arrogancias, opondré el des- den; á los insultos, el desprecio. A los procaces, no he de contestar. Queda prohibida la entrada á los críticos; y les pido perdón, pues no les regalo un ejemplar. Su- primo los envíos gratis del libro, porque así he- mos convenido mi editor é yo; porque no quiero que se figure nadie que le pido un juicio lisonjero; porque no escribo para regalar, sino para vender muchos ejemplares; Entiéndase que no tengo pretcnsiones, repito, de hacer una obra literaria. Escribo al correr de la pluma; no corrijo lo que escribo; y carezco de condiciones para mani- festar artísticamente el pensamiento por medio de la palabra. No aspiro á la gloria; me conformo con distraer al lector. Solo un ejemplar de mi libro merece dedicato- ria. El que retenga el editor. El único hombro que me ha brindado su dinero. Mis compañeros no me han ayudado para nada. Dicho sea en su honor. Nadie tendrá derecho á señalar á nadie con el dedo. El Cirineo, si le hay, seré yó. Bernardo Escobar Laredo. Diciembre 9 de 1892. I/a lira Martínez Carbajal. Es la primera cubana que obtuvo diploma de Médico Cirujano. Todavía recuerdo cómo la conocí. Fué en el cuarto de Catedráticos de Medicina. Me la presen- tó el Dr. Pulido Pagés, arrebatado prematura- mente á la enseñanza por el mal de Brigt. Era entonces una chica de dieciseis ó diecisiete años, trigueño-pálido, frente ancha, ojos obscuros, de fisonomía viva y animada. Mi futuro colega de entonces me hizo una grata impresión. Supe que estudiaba Ciencias y Medicina. El catedrático de Patología Quirúrgica se hizo elogios de ella; me habló de su aplicación, de su formalidad, de su modestia; del cariño que supo inspirar á sus com- pañeros, cuya conducta fué siempre fraternal- mente respetuosa para con ella. ¡He aquí, me di- je, un buen argumento en contra de los detrac- tores fanáticos ó injustos de la mujer cubana! Esta chica estudiosa, pensé, que aprende Me- dicina, que cursa Ciencias, no es seguramente una criatura indolente. Mi admiración por Laura Martínez Carvajal, creció al asegurarme Pulido Pagos que no obtenía notas por galantería del profesorado, sino en puridad de justicia; porque 4 P. ESCORAR estudiaba, porque sabía bien sus asignaturas. En 1891 vuelvo á verla en su casa, Obra pía 51, y la encuentro hermoseada por la maternidad, ha- ciendo la felicidad de un distinguido compañero : el Dr. Enrique López. ¡ Hermoso hogar éste, don- de la felicidad brilla con todos sus encantos, agi- gantados por esta mujer hermosa, modesta ó ins- truida que se llama Laura Martínez Carvajal de López! En oposición á la vulgar creencia de que las madres no pueden ocuparse de la Medicina, pue- de citarse á nuestra Doctora que, después de ca- sada, se ha hecho oculista. Posee grandes cono- cimientos en oftalmología; es muy hábil en el diagnóstico de las afecciones de la visión y si se dedicase á ejercer la oculística, algunos clientes perdería su marido. Pero él no pasará el susto. Ella, mujer lista y perspicaz, se siente madre cubana y esposa ejem- plar, y sabe que sus mayores triunfos los obtiene á diario realzando su hogar, formando el corazón de sus hijos, realizando la dicha de su marido, y no practicando iridectomias. Dr. Manuel V. Bango. No quiero empezar hablando mal del prójimo, y soy algo superticioso. El Dr. Bango es un hom- bre muy simpático y esta dotado de la virtud mas- cottal: lleva la felicidad donde quiera que vá. Con él van la gracia, la modestia, la afabilidad y la caridad. Pocos módicos conozco más simpáticos que el Dr. Bango. Miento; conozco pocos tan agra- dables como él. Dá gusto consultarse con este hombre rechonchito, de animada fisonomía, dul- ce mirada y ojos hermosos; que habla con gracia, que tiene miel en los labios cuando nó___sal y pimienta. Si este librejo fuera serio, el respeto y el cariño á mi sabio maestro me impedirían hacer su bio- grafía; escribo su semblanza aquí, en lugar pre- ferente, propter natura sua; es mascotto, y por- que no quiero extrenarme con ningún pelagatos. Es un hombre de mérito que ha sabido alcanzar una cátedra, formar una clientela y que ha tenido el talento de saber enseñar y mantener y acrecen- tar su reputación profesional. La envidia ha dicho de él que es desaplicado; que carece de sangre fría para operar: que vale menos que Z. Todas esas frases, que engendró la envidia y extendióla |¡ R. ¡ESCOBAR maledicencia, son chismes de vecindad; chinitas arrojadas por la gentuza del oficio aun tejado que no es de vidrio. Responden arrogantemente á ta- les sandeces, dando el mentís más rotundo, los nu- merosos clientes del Doctor, su cimentada y sólida reputación, y sus entusiastas discípulos; que saben lo que D. Manuel Bango y León vale cuando re- cuerdan sus enseñanzas en la soledad del campo. Desde la acera del Louvre ó de los pasillos de Pai- ret se hacen fácilmente frases mortificantes; pero no se enseña bien Clínica Quirúrgica ni se hacen buenas operaciones y diagnósticos ciertos y fijos. Si es poco estudioso, afirmación inexacta, no es suya la culpa. Le falta tiempo para atender á su cátedra, á su clientela y á su consulta. Su dis- curso inaugural del curso de 1892 á 93, y el folleto «Ojeda» revelan un talento superior, una exqui- sita cultura intelectual y una imaginación galana, ¡Juro á Dios que ninguno de esos malandrines los hubiera escrito! El Dr. Bango es hombre que tiene cosas. Gusta de la chanza. Su conversación rebosa gracia y sprit. Es de los que encanta charlando. Tiene don de gentes y____el don de la guasa. Como un discípulo le brindase intempestivamente unabre- va, el Doctor exclamó: «gracias, no fumo de Gru- sellas.» La chirigota resultó, la frase hizo fortuna, y muchos estudiantes de 1879 á 1880 recuerdan labromita. Como catedrático, es el de los que saben ense- ñar. Sus conferencias son de corte inglés. Mu- cho trigo; paja, la necesaria para que no se avente el trigo. Jamás repite un nombre propio de cirujano; y dice que los nombres propios se han inventado para olvidarlos. En cambio enseña NUESTROS MÉDICOS 7 mucha? ideas de diagnóstico y tratamiento y ex- plica con claridad y sencillez. Apesar de sus bromitas; y tal vez por ellas, sus discípulos sienten por él verdadero cariño. Sus- pende '¿ocas veces, las suficientes para no come- ter heregías y no aparecer hecho de pasta flora. No creáis que bajo esa apariencia bonachona se oculta un ser débil y melifluo. Nada do eso. Es hombre recto, enérgico, que sabe mostrarse al- tanero con oportunidad y que no tolera imposicio- nes. En el claustro de la Facultad le tienen su respe tico. Es su cerebro un cerebro superiormente dota- do. Pocas páginas se leerán mejor escritas que las dedicadas por el Dr. Bango á la memoria del \)r. Serafín Gallardo. Bien que era su amigo pre- dilecto, diríase que el alma del Dr. Bango, al cu- brirse de tristeza por la eterna ausencia de su compañero, empleó las mejores galas para hacer imperecedera aquella memoria. Dr. Cabrera. Saavedra. Es el Sr. Dr. Cabrera Saavedra (D. Francisco) hijo de las Afortunadas. Nació, si la memoria no me es infiel, en la ciudad de Santa Cruz de la Palma. Algunos le creen cubano; debido sin du- da á haber venido, siendo niño, á esta tierra; donde ha creado una familia que es el ídolo desús pensamientos. Unido á bella, discreta y virtuosa dama, no tiene más religión que la ciencia, ni más amor que su familia. Es alto, delgado, pelo castaño, miope, nariz aguileña, frente despejada. Tiene la mano blan- ca, pecosa, larga y fina. Verdadera mano de co- madrón. Ceño adusto de hombre pensador. Ama- ble sin afectación tiene, por singular contraste, gara de pocos amigos. Lejos de eso: es hombre leal, afable y cortés... sin afectación. Es de los dignos y decorosos por temperamento. La fran- queza es su rasgo genial característico. Gomo , médico, es su nota predominante. Pronostica con ruda, abrumadora, desgarradora franqueza. Es un tanto dejado en el vestir. De cuerpo ele- gante, prefiere la americana. A veces viste á lo Gutiérrez: fondo blanco con vistas á la espalda, NUESTROS MÉDICOS í) negras. Su aspecto exterior no recuerda al mó- dico famoso. Nadie adivina en él, á la simple vista, al aris- tócrata del talento. No tiene tipo de hostelero, como el Sr. D'r. Laudo, ni de estudiante medita- bundo, como el Sr. Dr. Gordon. Fumador en- ragé, enciende buenos tabacos. Por Larrañaga, v. g., y se deleita, mientras habla, en ver al hu- mo deshacerse en espirales. Repele á primera vista su seriedad, su continente severo de magis- trado de sala de lo criminal, pero tratadle y os encantará su amena, galana y animada conver- sación. Y cuenta que no había de medicina más que en consulta. No es de esos médicos necios y pedantes, que están eternamente dando cátedra de medicina al público profano. Ha sido el primero en practicar la ovariotomía en Cuba. Ha resuelto difíciles problemas quirúr- gicos; ha penetrado valientemente en hondas ca- vidades; ha segregado del cuerpo de nuestras mujeres órganos indispensables para la vida sexual, que se hacían incompatibles con la vida orgánica ; ha precisado dificilísimos diagnósticos quirúrgicos; ha salvado la vidaá varias infelices, ha hecho prodigios en una palabra. Y todo esto, que ha realizado brillantemente el Sr. Dr. Cabre- ra Saavedra, lo ha hecho con la impavidez del sabio y con la generosidad de un mártir, con una voluntad de hierro y con una constancia ina- gotable. Goza fama de avinagrado. Dícese de él que es mal criado, brusco, áspero. Y es que su ruda franqueza, la lealtad de sus sentimientos, no se avienen mucho con los convencionalismos del siglo. No entra él, de mal ni de buen grado, no 10 R. ESCORAR entra jamás, por idiosincracia de carácter, por hábitos de profesión, en esas componenda* nefas- tas en que la mentira se oculta falazmente con las galas y ei ropaje de la verdad. Repugna eso al modo de ser íntimo, sui generis, "personal del Dr. Cabrera Saavedra; de quien si no hubiera na- cido canario, pudiera creerse que era casteljano viejo, según es de franco, claro y compendioso para expresar su opinión. Reúne una circunstancia rara en los cirujanos: es un médico muy instruido. Sabe mucha medi- cina; en su cerebro hay una enciclopedia— de Patología Interna. Conoce profundamente las en- fermedades del sistema nervioso, tan difíciles de diagnosticar; domina la ginecología, en cuya rama ha obtenido grandes triunfos. Histólogo con- sumado, sus preparaciones son un modelo. Estudia más, mucho más que nuestros mejores estudiantes. No frecuenta los casinos. Jamás se le Vé en el teatro. Es activo é incansable. Visita numerosa y escogida clientela; atiende á su con- sulta; estudia, y cuida sus pájaros y sus flores. Extraño contraste! Este hombre serio, seco, ca- si avinagrado, riega á la caída de la tarde todos los días las flores de su azotea — Cuba 104 — con un cariño digno de una andaluza! En su alma penetra la poesía en figura de pájaros y flores. Fué político de buena fe. Miembro de la Iz- quierda, al fracasar esta simpática fracción se retiró á la vida privada. Levantó su voz en defensa de los cubanos cuando el integrismo rabioso les quiso negar idoneidad y moralidad para desempeñar puestos públicos. Los hijos de Cuba debemos guardar por este motivo profundo agradecimiento al doc- NUESTROS MÉDICOS 11 tor Cabrera Saavedra, que supo ser digno y ge- neroso defendiendo nuestros derechos. ¿Necesitaré decir que tiene entre sus compa- ñeros algunos enemigos? Sabido es que dime «cuantos enemigos tienes y te diré cuanto vales.» En cambio, su módico, y médico de sus hijos, y amigo intimo, es un hombre modesto, de verda- dero mérito: el Dr. Raimundo de Castro. Su mejor elogio : No es Académico. Dr. Raimundo de Castro. Es el hombro dulce, casi de miel, de la Facul- tad de Medicina. Sus acciones brillan siempre por la equidad; di ríase que sus nervios no tras- miten más que corrientes de dulzura; pensaríase que su y ó no lia sentido jamás los estremecimien- tos de la ira; toda su alma, todo su ser, su sonrisa de levita, están respirando bondad. Laredo, un estudiante atrevido y picaro, llegó á decir de él, en el cuarto de los internos, cuando llegaba Raimundo de Castro: Ahí viene San An- tonio de Padua. Y algún tiempo el efímero espacio de dos cursos, fué San Antonio de Pa- dua---catedrático de Clínica Médica. Sustituyó en esa cátedra á un gran novelador, al Dr. Félix Giralt. ¡ Contraste singular! Si aquel forjaba hermosas novelas clínicas, envueltas en galano ropaje que hacía más hermoso aun la ver- bosidad de Giralt, Castro, interpretaba la realidad clínica que lucía pura, que brillaba radiante, si- quiera su palabra poco fácil, y alguna vez rebelde, no la prestase los encantos de la forma, las ful- guraciones de un estilo florido. Y de tal modo y por manera tal brillan en nuestro maestro la modestia, la ciencia y la templanza, que no tiene enemigos; todos los médicos admiran y aceptan en él las condicionesapuntadas, que ninguno osa NUESTROS MÉDICOS 13 hablar mal de él; todos le respetan y le quieren. Es un consumado clínico. Pocos valorizan sín- tomas como él. No es frase mia, hija de mi agra- decimiento al maestro. Es hecho tangible, que se evidencia todos los días. Preguntad á las eminencias médicas de la Ha- bana, á un Bango, á un Cabrera Saavedra, á un Landeta, qué juicio merece el Dr. Castro (D. Rai- mundo) y todos ellos, hombres de verdadero saber, se harán lenguas pintando los méritos y conocimientos del hombre sabio que explica Clí- nica Módica en la Universidad de la Habana; conocimientos patentizados á diario en la cátedra, en la clientela, en las consultas con medios de nombradía. Los méritos del gran virtuoso suben de punto si se tiene presente que á su condición de clínico profundo reúne la de hábil cirujano. Él, Bango y Cabrera Saavedra brillan lo mismo en Cirugía que en Medicina Interna. Y cuenta que si los triunfos operatorios son deslumbradores para el vulgo; los diagnósticos profundos, las verdade- ras feligranas del arte clínico, representan para los médicos un triunfo legítimo, indiscutible. Como catedrático, carece de la elocuencia de Jover; su palabra es difícil, lenta, perezosa, á veces torpe; pero enseña clínica, enseña conoci- mientos prácticos. Su misión no termina en la cátedra; enseña en sus cartas á sus discípulos del interior de la Isla, que le consultan casos difíciles que la bondad del maestro resuelve siempre pacientemente. Si con una sola frase pudiera sintetizarse un juicio, diría de él que es la violeta de los clínicos de Cuba. Dr. Federico Horstman. Tiene cara de ligamento. Su fisonomía escuá- lida, prolongada, fea, proclaman su cometido. Es profesor de Anatomía Humana y Descriptiva. Tie- ne fisonomía de dómine; no le falta mucho para pa- recer una sombra humana, tan escaso de carnes le hizo Dios. Es un buen cirujano y un médico ilustrado. Donde brilla, donde luce, donde se ve realzado su valor científico, es en la cátedra. El Sr. Horst- man explicando se diviniza. Explica tan bien, sua- viza tanto las arideces de la Anatomía, que casi le gusta á uno la ciencia de Sappey. Da gusto oír- le enseñar. Se crece, se agiganta, se entusiasma; una ráfaga brillante envuelve su faz; tan bri- llante, que le circunda de una aureola de belleza. Aquello no es el espárrago serio que atraviesa el pórtico de San Isidro; es el sabio que realiza su misión educadora. Sabido es que la mayoría de los profesores de Primer curso de Anatomía son aficionados á sus- pender muchos muchachos. Como llegan á la fa- cultad casi niños se figuran que un suspenso mon- ta poco. Horstman suspende lo preciso, pero no NUESTROS MÉDICOS 15 sistemáticamente; y, sobre todo, enseña bien. Enseñanza buena, doblemente meritoria en el, pues los estudiantes tocan á vigésimo de cadáver. Y si alguno cree que he sido pródigo en el elo- gio de este feo y sabio profesor, sepa y entienda que no ha sido mi maestro ni es siquiera mi amigo. \ Dr. Juan B. Landeta. Es una reputación clásica, si se me permite la frase. Es el tipo genuino del médico de la buena sociedad. Clínico, observador, hombre de conoci- mientos profundos en Medicina, pudo en tierra extraña, como Raimundo de Castro, alcanzar clientela. ¡He ahí su mejor elogio! En cuanto al caballero, nada digamos. La ge- nerosidad, la hidalguía están personificadas en el, Dr. Raimundo Menocal. Si escribiera en la tierra clásica del toreo diría del Dr. Raimundo Menocal que es el Lagartijo.... de la Cirujía Cubana. Como el maestro cordobés tiene arte, es torero, y mata bien. Buen matador vale aquí por buen cirujano. Co- mo Rafael Sánchez Molina, es incansable en la brega. Entra Enero y acaba Diciembre, y el buen Doctor empieza operando y concluye operando. Pero dejemos estas comparaciones taurinas— doblemente odiosas á fuer de comparaciones, y á título de taurinas—y analicemos esta distinguida personalidad médica, que se llama el Dr. Menocal. Estudiante notabilísimo sigue siéndolo todavía á pesar de haberse casado—el matrimonio entre nosotros es pretexto de vagos, para no estudiar; á pesar de haberse formado una regular cliente- la; y á pesar de atender concienzudamente su servicio gratuito de Cirujía en el «Reina Merce- des.» La mayoría de nuestros cirujanos, si leen, leen solo Cirujía. Menocal lee mucha cirujía in- glesa, alemana y francesa y lee mucha medicina. Es de los cultos de la Cirujía y de los ilustrados de la Medicina. Su prematura seriedad, su taciturnidad de ci- I.s B. ESCORAR rujano á la inglesa, su estoicismo operando, lo han grangeado una reputación de hombre gravo; que agranda %\xmagestuosidad al fumar. Es uno de los fumadores más sibaritas que conozco. Viste siempre limpio, correcto; usa el clásico chaquet y no abandona el blanco pañuelo. Escu- driña cuando os mira y es de los que os estudia cuando habla. Y habla poco, lentamente; con ex- cesiva parquedad cuando habla científicamente. Su modestia es rayana á la humildad. Muchos valiendo menos, bastante menos que él, brillan más. Para los superficiales que no saben admirar el verdadero mérito, Menocal es una medianía. Para los observadores es un hombre superior- mente dotado, una hermosa realidad y una hala- güeña esperanza. Su modestia revélase en su alejamiento de la Academia y de la Sociedad de Estudios Clínicos. No funje como Casuso de orador de tanda. Habla raras veces. Y produce más que esos sinsontes de sillón académico, majaderos insustanciales, que van á hacerse reclamos con sus trinos. Menocal es de los cirujanos que sienten la be- lleza. En sus operaciones se revela hábil artista. Sus curas de fracturas y dislocaciones son her- moso ejemplo de lo que decimos. El mejor servicio de Cirujía de la Habana es el suyo. Y lo es porque todo se hace técnicamente; con la última expresión de la ciencia en acción. Ignoro si la mayoría de mis lectores opinará conmigo, pero si mi juicio peca de exajerado, respondan por mí los enfermos operados por Me- nocal y los médicos ilustrados, que admiran, en el joven Cirujano, á una de nuestras reputaciones mejor cimentadas. Dr. Juan Santos Fernández. Es uno de los virtuosos de la profesión. Ftyjo de un hombre rico estudió medicina. Primera virtud. Nacido en este país mercantil no ha sabido ha- cer granjeria de su influencia. Segunda virtud. Pudiendo haberse guardado su dinero, supo gastárselo en la Crónica, desde hace diecisiete años, y en el Instituto Bacteriológico. La calumnia que nada respeta, y la envidia, que todo corroe, han dicho que el Instituto era un ne- gocio brillante para el ilustre oculista. Estoy en el secreto de la cosa y puedo decir que le ha costado dinero. Soy imparcial y le hago es- ta reparación, tanto más veraz cuanto que no soy amigo del Sr. Santos Fernández ni pienso serlo. Como periodista profesional deja bastante que desear. El y los redactores de la «Clínica Médico- Quirúrgica» se han convertido en olimpo y de es- ta ridicula actitud resultan planchas bastantes frecuentes. Sirvan de ejemplo; los artículos «El hipnotismo y la sugestión» del Dr. Eduardo Díaz. Este señor no dice nada nuevo en ellos. Y el de- cano de la prensa módica, que presume de serio, formal y científico, publica esas traducciones de 20 B. ESCOBAR Berheim, Bouru et Bourot y esas copias do Sán- chez Herrero como cosa de valer. Y no es esto solo. Ahí está Joaquín L. Dueñas un pediatra tolerable, de redactor y jamás publi- ca nada nuevo ni bueno de Pediatría. El periódico—sigo aludiendo á la Crónica—no es solo para los redactores, es también para el pú- blico médico. Y el Sr. Santos Fernández solo publica trabajos de sus redactores y de algún co- laborador. Menos mal si este es un Madan, un Vila, un Coronado, pero se dan abortos. El Sr. Diaz, verbigracia. El Sr. Amoedo, cuyo artículo sobre la cocaína es de lo más infumable que se consume. Es indigno de un hombre serio, como el señor Santos Fernández, prohijar tales engendros; dig- nos de «La Caricatura» pongo por caso. Sin que todo lo dicho, que es muy cierto, sea obstáculo para confesar que «La Crónica» ha con- tribuido mucho á la cultura módica y al mejora- miento y defensa de la clave médica cubana. Sus campañas sobre «médicos militares», municipa- les y forenses son dignas del mayor elogio y enal- tecen á su redacción que jamás mancha la pluma, como otro colega habanero, con el lenguaje del arroyo. Hombre estudioso está siempre ala altura déla ciencia. Es un médico afable, cortés, instruido y discreto. Es de los pocos Académicos que traba- jan. Y no vociferan. Laborioso, activo, incan- sable en la brega, debe á estas condiciones la me- recida reputación de que disfruta. Como todo oculista habrá hecho algunos ciegos pero ha suprimido muchos, y evitado muchos más. Opera hábilmente. NUESTROS MÉDICOS '21 Se dice de él que está aferrado á algunos pro- cederes menos modernos. Si tal cosa es cierta está muy de conformidad con la enérgica constancia de su carácter. Se co- bra caro, cuando puede. Se hace pagar bien siempre. Es lo que exígela Moral Módica. Prac- tica muchas obras de candad; como médico y co- mo hombre, hace el bien por el bien. Tiene varios enemigos entre la gente del oficio. ¿Y como nó? Es el Mentor de varios muchachos. Tal vez pague él culpas de sus bebés. Ignoro pe- so y contenido. Recojo el rumor y prosigo. Perfecto ó defectuoso, mi lealtad me obliga á terminar esta semblanza con esta frase: Santos Fernández es de los cubanos que valen. Dr. Gabriel Casuso y Roque. «Señores Académicos: Deber reglamentario me impone la dolorosa tarea de hacer el elogio del que en vida fué Dr. D. Gabriel Casuso y Ro- que; dolorosa tarea porque tuve el gusto de ser su discípulo y al pesar que, la ausencia definitiva del Académico causa, únese la honda, intensa pena que mi alma sufre por la pérdida del sabio catedrático, del venerable Maestro, del tocólogo eminente, del cirujano experto que joven aún — apenas había cumplido cincuenta años — baja á la tumba.» «Su condición de catedrático enaltecióle sobre- manera. Hecho cargo de la enseñanza de la obs- tetricia, la antisepsia es su caballo de batalla. Convierte á sus discípulos á la nueva escuela, les predica la buena nueva, lea infunde los preceptos de la antisepsia; su fe inextinguible, su actividad incansable dan calor a las doctrinas microbia- nas, y la pobre mujer destinada á sufrir la fiebre puerperal por falta de limpieza, por no someterse á las reglas de la antisepsia, encuentra un reden- tor en el Dr. Gabriel Casuso y Roque que, após- tol de la doctrina pasteuriana, la divulga, la populariza, y enseñándola á sus discípulos la pro- NUESTROS MÉDICOS 23 paga del cabo de San Antonio á la Punta de Maisí.» «Señores Académicos: Bajo otro aspecto he de someter á vuestra consideración la memoria de mi sabio maestro. El Dr. Cabrera Saavedra (D. Francisco) había hecho la primera ovarioto- mía seria, científica en Cuba. Esta gloria le per- tenece legítimamente. Pero el vulgarizador de la ovariotomía; el ginecólogo que más veces la practicó, fué el Dr. Casuso. En un período de diecisiete años —de 1886 á 1903—practicó dos mil ovariotomías con 120 defunciones; lo cual da un 6 p.% de mortalidad, éxito no superado ni siquiera alcanzado por cirujano alguno hasta él.» « Periodista, desde 1890 en que funda el Pro- greso Médico, revélase defensor de los fueros profesionales. Su periódico conságrase preferen- temente á estas dos tareas; una: divulgar las nuevas ideas sobre la antisepsia, el tratamiento de la placenta previa, el del parto prematuro, etc. Otra se impone con ahinco, verdadero fervor: defender los derechos y los intereses de la clase médica. Era periodista en la buena acepción del vocablo. Enérgico, hábil, conciso; su estilo claro, contundente, demoledor, tenía arrogancias y energías con que defender los ideales, que El Progreso Médico sustentó á la raiz de su funda- ción: y que abandonó más tarde, en 1899, al con- vertirse en la Revista de Ginecología; publica- ción que proclama la laboriosidad y la ciencia del profesor de ginecología de nuestra Universidad y estimado Académico Sr. Dr. D. Rafael Weiss y Werson.» «Diversos y contradictorios juicios ha mereci- do durante su vida, nuestro malogrado compañe- ro do tareas; juicios dictados casi siempre por la 21 B. ESCOBAR pasión. El Dr. Casuso era para unos, hombre de verdadero valer; cirujano experto; hábil partero; Académico ilustrado, catedrático profundo, que enseñaba la última palabra de la ciencia; orador correcto y elegante, siquiera vehementísimo á veces, hasta llegar al apasionamiento. Opinaban otros que tales dictados los sugería el agradeci- miento de sus clientes y el cariño de sus discí- pulos; pues era Casuso y Roque hombre de ca- rácter agrio; de escasos merecimientos; cirujano socialista, muy dado á dar tajos y mandobles con el bisturí en la diestra; que su enseñanza era pu- ramente francesa, que se sabía bien de memoria á Ribemont-Desaignes; á Auvard; á Pinard; á Hernández (Eusebio), cuyos trabajos de tocología y ginecología estudiaba asiduamente, reteniéndo- los fielmente por ser hombre de alguna inteligen- cia y feliz memoria; que era procaz en la tribuna, amigo de lanzar apostrofes á los adversarios de sus doctrinas y muy dado á insultar á los periódi- cos profesionalesque opinaban por cuenta propia. No se oculta á los Sres. Académicos la dificul- tad de hermanar pareceres tan opuestos. A mí, el último de sus discípulos, para quienes fué el Doc- tor Gabriel Casuso y Roque un ídolo, según fué de intenso, profundo y expontáneo el cariño que nos inspiró, esta enejosa tarea náceseme harto difícil, ya que no irrealizable. Diré de él, que fué médico amante del estudio como pocos; peritísimo en ginecología y partos; práctico de felices disposi- ciones para el ejercicio del arte; catedrático con- cienzudo, afanoso por la enseñanza; hombre, en suma, de verdadero valer, que dio días de gloria á la cirujía cubana, que divulgó teorías útiles y humanitarias, que gozó de nombradía en el pú- NUESTROS MÉDICOS 2o blico y que alcanzó fama de compañero leal y de- fensor generoso de la clase medica. « Fragmentos del «Elogio del Académico Dr. D. Gabriel Casuso y Roque, hecho por el Dr. D. Arístides Mestre, en la sesión solemne celebrada por la Real Aca- demia de Ciencias la noche del 15 de Junio de 1903.» — «La Propaganda Literaria.»—Habana. — 1903. Dr. Joaquín L. Jacobsen. _______i______ Carita de alemán, en cuerpo criollo; por sus ojo cruza, mitigada por la alegría del sol de Cuba, la tristeza que flota entre las brumas del Danubio. Diríase que tiene mirada soñadora este alemanci- to rubio, escaso de carnes, sempiterno temeroso de Ja tuberculosis; este criollito por atavismo materno, que, si tiene como todo hombre sangre venosa y arterial, tiene también la energía sajo- na de acicate para la indolencia tropical, en que le sumergen nuestro sol y nuestro ambiente. Se engaña quien tal piense. Producto de dos razas que se completan en él, el Dr. Jacobsen es un hombre positivista; en su alma no anida más que un idealismo: el amor á su familia. Idólatra de su madre, de la madre de sus hijos, de sus hijos ; por su cerebro de hombre pensador, de médico experimental, no cruzan rachas de idealismo trasnochado ni por su alma ráfagas de lirismo estéril. Consume las energías, fecundas y acti- vas, de su cerebro en el libro, en la Revista de Ciencias Médicas, en la cátedra, en el Hospital, en la clientela civil. Es un hijo que hace honor á la Habana. NUESTROS MÉDICOS 27 Con notoria injusticia pasan los habaneros por ser nuestros madrileños; por hombres dados al lujo y á la malicia, entregados al sport. Joaquín Jacobsen es un mentís rotundo de tan lijera opi- nión. Es un obrero incansable. En la lucha por la existencia, ha trabajado con tenaz perseveran- cia. Siempre en la brecha, no descansa. De su casa al Hospital, del Hospital á la calle; de la vi- sita de enfermos á la consulta ; de la consulta á la Universidad. Sus triunfos en la prensa han hecho de la Revista de Ciencias Médicas el pe- riódico profesional más completo, más serio, más leído en la Isla de Cuba. ¿ Quién ignora que en la Universidad no se ha explicado, después de Pulido Pajes, nadie la Me- dicina Legal tan bien como Jacobsen ? Sus cursos de esta asignatura, en que ha iniciado á los discí- pulos en la Medicina Mental, son su mayor elogio. Los alumnos se hacen lenguas alabando la forma sencilla, elegante y correcta con que el profesor emite las verdades de la ciencia ; su asistencia en la cátedra; su hábil manera de tratar á los discí- pulos, que profesan al Dr. Jacobsen acendrado cariño y sienten por el hondas simpatías. Hace tres años explicó Patología Interna, y estuvo á un tiempo encargado de la Medicina Legal, y todo el mundo admiró los conocimientos profundos que posee en la primera y la brillante exposición que hizo de la materia en la segunda. Ha dedicado preferentemente su atención alas enfermedades del pulmón y á las afecciones car- diacas. Domina de tal modo esta rama del arte de curar que puede decirse que es un médico pro- fundo en esta especialidad. El Dr. Raimundo de Castro, una de nuestras legítimas celebridades 2« B. ESCOBAR módicas, se enorgullece en tener por discípulo al Dr. Jacobsen. El Dr. Cabrera Saavedra, el hombre eminente en clínica, le admite gustoso todos los días en con- sultas y elogia vivamente la modestia y la ciencia atesoradas por el Dr. Jacobsen. La opinión lau- dable de estos dos famosos médicos, glorias de la medicina cubana, habilísimos en el diagnóstico, no se otorga á un quídam. Quien la alcanza, como el Dr. Jacobsen, no la debe al acaso y sí al propio mérito. Dos palabras y termino. Ha logrado hacerse clientela en la Habana siendo habanero. Ha sido profeta en su pueblo. En su frente brilla la inteligencia ; en su mira- da, la modestia. Envuelve su faz una atmósfera de paz octaviana de hombre que persigue un ideal y vá tras él, reforzando y compensando corazo- nes, y haciendo tolerables pulmones averiados; y entregado á esta labor ingrata, redentora y noble, vive feliz nuestro ilustre compañero. Dr. Claudio Delgado. Me parece que le vi ayer por primera vez.... y fué hace doce años. Estaba yo en la consulta del Dr. Bango—Habana 51 —cuando veo entrar un hombre chiquito, decentemente vestido, que sa- luda familiarmente al amo de la casa, hace una reverencia con diplomacia oriental, y se sienta. Nos presentan. Cambiamos los saludos de rigor en casos tales, y... héteme aquí delante del bacte- riólogo Delgado. Aunque es hombre muy conocido, recordaré su aspecto exterior sempiternamente adusto, su ca- beza como de microcéfalo, su color de poma rosa, su aspecto de agente de cambios. En conjunto, un señor culto, serio, discreto, afable sin exageración. Oye misa y es de los que creen más.en Dios que en H sulfato de quinina. Es honrado, activo, trabajador. Bacteriólogo tenaz, persigue en vano en la sangre de los mos- quitos el microbio generador del vómito negro. Contraste singular. ¡Este bacteriólogo recalci- trante fué amigo inseparable de aquel gran clínico que se llamó Serafín Gallardo! Bien es verdad que su manía es disculpable; es una manía en co- mandita con Garlos Finlay. 30 B. ESCOBAR Tiene gracia peregrina este hombre serio, puritano, casi cuákero, en lucha permanente con ese museo de fieras que se llama la prostitución habanera. Maravilla pensar que Claudio Delgado, Director de Higiene, es el mismo Claudio Delgado que se baña en poceta en la playa de San Lázaro, todos los días del año, y es el mismo señor neo- católico que oye misa todos los domingos y fiestas de guardar! Mucho gasto nervioso debe hacer nuestro ilus- tre bacteriólogo para cumplir siquiera mediana- mente en la Dirección que desempeña. Su clara inteligencia, su voluntad de hierro, su intachable honradez, le sacan á flote. Otro que no fuera él hubiera naufragado. Enérgico, hábil, incansable en la lucha, se está coronando de gloria. La en- vidia malsana y la calumnia, que todo lo mancha, han pretendido empañar la pureza de este apelli- do prestigioso y, desde un periódico inmundo, han arrojado sus chinitas; siendo el tejado de acero, forjado por la virtud más acrisolada, las chinas han rodado al fango. Cuando todos le creíamos perdido para la fami- lia, el Dr. Delgado contrajo matrimonio. Su mu- jer, una excelente profesora de música, le ha cu- rado en parte su melomanía. Tiene música y buena, escogida, magistralmente interpretada, encasa. ¡ Cómo estará D. Claudio! ¡Lástima de brazo de mar en el cuarto de baño de casa! Estaría como el pez en el agua. El Director de Higiene es Académico. Es de los que hablan bien. Conoce profundamente el Regla mentó. Y dicen las crónicas que suele darle muy buenos palmetazos al Dr. Casuso. Este, que siem- pr3 está de tanda, ha tenido sus cojidas y el Doc- NUESTROS MÉDICOS 31 tor Delgado siempre al quite y oportuno. ¡Buena brega, buena! De un año á esta parte, apenas se le oye; va poco á la Academia, y si va, no habla. Su inter- vención da la nota discreta, gubernamental; doc- trinario; ortodoxo; piensa del Reglamento de la Academia lo que D. Antonio Cánovas de la Cons- titución de 1876. Su amigo predilecto es el Dr. Bango. Se expli- ca: ambos tienen aspecto de prelados romanos. Dr. Ignacio Plasencia. Bien dicen que las apariencias engañan. Dígalo el Sr. Dr. Plasencia. Su tipo de coronel retirado, oculta un buen cirujano. Su largo mostacho ne- gro, su faz alargada, su nariz prominente y ex- tensa, que se alza magestuosa sobre un montón de picarazones de viruela, su aspecto marcial, más le asemejan, á militar en reserva que á hom- bre de ciencia. Esto precisamente le justifica su dictado de Plasencia el bueno. ¿Y cómo no, siendo herma- no de Tomás? El distinguido cirujano del «Reina Mercedes» es una víctima de Coíl. Este, en una caja de fós- foros, le llamó el Verneuill cubano. Y si lo de cu- bano, resulta, porque es cierto; lo de Verneuill no resulta, porque es falso. Y falso de todo punto. Ignacio Plasencia dista mucho de ser el Verneuilt cubano. Para decírselo bastará la autoridad de Perico Coll. que hará unos fósforos muy malos, pero que no está autorizado para dar patentes de gran cirujano. Y habría que postergar al Doctor Bango, al Dr. Cabrera, al Dr. Menocal. Y esto no lo consiento yo. Yo, que me expongo á uoos NUESTROS MÉDICOS 33 garrotazos ó á una madrugada, pero qu * digo aquí la verdad, toda la verdad. Me paga el públi- co—si compra mi libro, si lee esto. —Debo ser franco, veraz, justiciero. Plasencia el bueno es un virtuoso. Hace su ser- vicio de Hospital gratis y lo hace bueno. Es cons- tante, asiduo, trabajador. Es mejor bisturí que Casuso, porque es más inteligente; menos bueno que Menocal, porque no poséelos conocimientos de este sempiterno fumador. De los tres, Menocal es el más técnico; Casuso, el más guapo; Plasen- cia, el más templado. Ocupa brillantemente su puesto en el «Reina Mercedes.» Él hace buenos diagnósticos; domina la Sífilis; conoce bien las afecciones de las vías urinarias; sabe abstenerse á tiempo ó intervenir oportunamente, en los grandes desastres trau- máticos; si no es un Hebra sabe tanto de derma- tología como Robelin.... ¿qué se le puede pedir? Gomo especialista alcanzó nombre. Su consulta es una exhibición de urinarios. Y una renta para D. Ignacio. Yo no sé, porque no tengo gran co- nocimiento ni pequeño del asunto, si técnicamen- te es un Guyon habanero—ó si se quiera un Delafosse —pero garantizo que hace cirujía délas vías urinarias con frecuencia y discreción. Tuvo una época en que era bastante mal cria- do. Su bilis le exasperaba por las mañanas. Los internos de San Felipe y Santiago le resultaban colagogos. Parece que íos del Reina Mercedes son más felices. Justo es confesar que no es un meli- fluo como Raimundo de Castro; pero tampoco es un avinagrado como el Dr. Cabrera Saavedra, ni un hurón adulterado por la cultura como el Dr. Casuso. .i m B. ESCOBAR No es una eminoncia ni una gloria; es un astro que brilla con luz radiante en el cielo de la Ciru- jía Cubana. Vá aquí, entre los que valen, por esfuerzo pro- pio. Si exagero, prefiero pecar de generoso que de injusto. Dr. Antonio M. de Gíórdon y de Acosta. Un solo hombre verdadero.... y siete Doctores distintos. Hombre útil: uno. El Fisiólogo. Merece que se le llame así porque sabe Fisiolo- gía, y porque sabe enseñarla. Es de los catedrá- ticos que ganan honradamente el sueldo. Con hombres como él, como Raimuno de Castro, como Manuel Bango, la Facultad de Medicina brilla. Perdonémosle sus siete Doctorados. ¿En qué había de entretener su viudez? Estudiando. Es la primera memoria de la Universidad de la Habana. El mal de Bright le suprimió^el único rival: el Dr. Pulido Pagés. En Venezuela fué Doctor en Medicina y Cirujía, á título de suficiencia, y en menos tiempo que canta un gallo, gracias á su memoria. Cuando explicaba Historia de las Ciencias Mé- dicas se sabía á Chinchilla mejor que un veterano se sabe la Ordenanza. De memoria ; ad pedem litteram; repetía frase por frase; precisando to- mo, capítulo, hoja y página. Su inteligencia es mediana, pero como la es- prime mucho en el laboratorio y en su cuarto; 3fí B. ESCOBAR como es un estudiante incansable, tenaz, perse- verante, resulta más inteligente de lo que real- mente es. Tiene aspecto de hombre insociable. Mira con vaguedad, camina á pasos agigantados, tiene ca- ra de hombre que no fuma ni bebe ni....; sus ojos verdes, inexpresivos, denuncian al sabio abstraí- do, ageno al medio, aislado de todos. Vedle explicar Fisiología Humana. No podréis saludar á Wundt ni al vetusto Beclard ni á Kuss ni á Duval: los amigos no se os darán á conocer. En su exposición hay las verdades esparcidas por todos los libros, desde Hermman á Magaz: hay la ciencia hecho, la ciencia formal, y hay lo propio, lo original, lo característico del Doctor Górdon. ¡Lástima que se precipite! Si hablara despacio, eligiendo la frase adecuada, luciría mejor. Pero, como dicen los ingleses, ke speaks by memory. Goza de merecidas simpatías entre sus discípu- los, que, como buenos muchachos, le dicen el caba- llito de los siete colores, (*) aunque vean en él al meritísimo profesor de Fisiología de nuestra Real y Pontificia Universidad. (1) Aludiendo á los siete colores de la muceta. Dr. Pablo Valencia. Vendió trapos nuevos, y hoy es catedrático. Esto hace* su apología. Es hombre de mérito, que todo se lo debe á sí mismo. Ascender de tendero de ropa á partero de fama y catedrático de Medi- cina, revela un esfuerzo titánico, gigantesco; de- lata una inteligencia superior. El Dr. Valencia es hijo de las Afortunadas. Hi- zo su carrera en Cuba. Lo conocí en 1880, explicando Obstetricia, En- fermedades de la Mujer y del Niño. Usaba patillas y espejuelos; ancha la boca, viva y penetrante la mirada; la nieve de ios años empezaba á blan- quear su cabeza y sus patillas. Alto, de medianas carnes, de andar rápido; explicaba de tres á cua- tro, la hora de la siesta, casi con tanta velocidad como la que empleaba en caminar. Sabía mucho á Joulin su explicación; había algo propio, bue- no, hijo de su práctica tocológica. Asistía con asi duidad y era hombre decente con sus discípulos. Le gustaba un poco la guasa y cierto día se las permitió con un tal Escobar, sobre el atavismo de los fetos, y dicen malas lenguas que ese día se encontraron los guardias con los metedores. Lle- gado el examen, se temió que el estudiante gua- 38 B. ESCOBAR son fracasase en Obstetricia. Nada de eso. Estuvo dichoso. Sacó bolas que sabía. Y el Dr. Valencia le dio «sobresaliente.» Donde se temía un rencor se halló una generosidad. Escobar no sabía para sobresaliente ni siquiera para notable. Sonó la flauta por casualidad. Goza fama de buen portero y es el comadrón de más clientela en la Habana. Sus condiciones personales le ayudan mucho. Es hombre fino, atento, amable, casi guachinango, y el único mé- dico isleño de nota que tiene cara de cristiano. Cubas es bastante feo y más prieto que un zapato, y el Dr. Gordillo es un monstruo de fealdad, tan feo que es el único competidor que acepta Rome- ro Leal. El venerable D.Nicolás Gutiérrez le reco- mendó mucho que siguiese vistiendo día criolla. Gasta todavía pantalón y chaleco blancos, cha- quet negro y zapatos de charol. Una operación do partos puso en peligro su vi- da. Sufrió una infección y estuvo muy delicado. Los cuidados del Dr. Cabrera Saavedra y un via- je á Canarias le devolvieron la salud. Es el decano de los tocólogos, y lleva su deca- nato con dignidad. Hombre modesto, .sencillo y enemigo de la farsa, ha encontrado en sus cono- cimientos y en su práctica, lo que otros han ido á buscar á la cuarta plana de los periódicos. Es un modelo de constancia y asiduidad. Ma- druga, visita su clientela, explica su asignatura, y se va á su casa. Todavía se muestra burgués en sus costumbres. Jamás se le ve á deshora como no sea parteando. Trabajó, trabaja, y no tiene una peseta; único punto en que apostató de su burguesía. Dr. Domingo Fernández Cubas. El Dr. Cubas es una popularidad como Valles, como el chino Inclán. ¿Quién no le conoce? Alto, delgado, amarilloso, de canas patillas, envuelto en su levitón; la burlona sonrisa reto- zando en el labio, pasea su escuálida figura con cierto aire de choteo, que encanta. Explica Patología general. Miento. Hace que la explica. Guasa guaseando pasan los días de curso, y llega Junio. Los alum- nos no saben ni Anatomía Patológica ni Clínica de Patología general. Que la aprendan con el Doctor Jacobsen ó con el Dr. Saladrigas, que han profe- sado cursos libres. Pero como estos dignos y es- tudiosos jóvenes no los profesan, que se.... espe- ren. O que se aprendan de memoria á Buchard, á Picot y á García Sola. Jamás me he exj ilicado esa suigeneris manera del Dr. Cubas. ¿Se á que fiará demasiado en la aplicación de la juv mtudcubana? ¿O su genio guas >n le impulsará á tomar como cosa baladí el abecé dario de la Medicina? 40 B. ESCOBAR Por lo demás, es médico de ojo clínico, alcan- zado tras largos años de práctica; doctor de nu- merosa c'ientela, y hombre de generales y mere- cidas simpatías. Habla con mucha gracia. Su voz dulce, su dejo isleño acriollado, la viveza de su imaginación, el caudal de anécdotas que atesora, le hacen ser un causeur agradabilísimo. Hombre sagaz, hábil y listo, necesita estas con- diciones para alcanzar y mantener, como alcanzó y mantiene, la confianza del gremio de tabaque- ros. Módico de éstos, hace años, se ha contagiado con su fraseología. Emplea algunas frases sucias y, cuando lo tiene á bien, le dice una desvergüen- za al lucero del alba. Sus cuentos de Boccacio han hecho universal la fama del Dr. Cubas. Los cubanos que no le quieran son unos cana- llas. Padre de cubanos, ha sabido ser digno, no- ble y generoso. En ocasión solemne el 21 de Noviembre de 1871 — supo ser veraz, enérgico y justiciero. Su elevada condpcta le ha hecho acree- dor al eterno agradecimiento de todos los cuba- nos. Su popularidad es inmensa entre los estu- diantes. Todos le idolatran por su honradez, su bondad y su noble y franco carácter. Una frase del Dr. Cubas hace más efecto que diez arengas rectorales. Todo lo que es, todo lo que vale, se lo debe á la propia persona de D. Domingo Cubas. De cuna humilde, condición pobre, ha llegado á médico de clientela, á catedrático de la Universidad, por es- fuerzo titánico de su voluntad, por sacrificios sin cuento, por constante, perenne obra de redención y trabajo. El día que muera, la juventud cubana estará NUESTROS MÉDICOS 11 de pósame. Su tumba será regada por el rocío de lágrimas de madres cubanas. Maldito sea el cubano que visite su sepulcro y no se descubra respetuoso ante la memoria au- gusta y venerable del varón justo, digno y noble que hoy se llama Domingo Fernández Cubas. Dr. Carlos de la Torre. Aunque apenas se llama Pedro, va aquí por de- recho de conquista. El sabio sin canas, á quien prodigara el venerable Poey, en ocasión solemne, tan hermosas frases; hizo justas, buenas ó im- parciales las predicciones de su maestro. El jo- ven naturalista es un hermoso ejemplo de lo que valen, en la lucha por la existencia, la constan- cia, el trabajo y la fé inquebrantable en el porve- nir. Pertenece Garlos de la Torre y Huerta á esa falange de virtuosos que se llaman Tomás V. Co- ronado, Joaquin Jacobsen, Enrique López y Ra- fael Weis. Obreros científicos incansables, ver- daderas hormigas de la ciencia, ni han necesitado la partida de bautismo para alcanzar nombre, ni han encontrado en la política una escalera por donde trepar hasta el cuerno de la abundancia como otros, siquiera sean tales sugetos, cerebral- mente topos...... Enseña desde niño. Casi adolescente era cuan- do explicaba en la «Gran Antilla.» Sus muchachos le idolatraban. Me parecía un levita. Su alma NUESTROS MÉDICOS 43 dulce y tierna ejercía la enseñanza, tan árida y y escueta, con un apostolado verdaderamente evangélico. Su naturaleza robusta triunfaba del aire infecto de esa inmensa cloaca, que se llama La Habana, y su cerebro soberbiamente surtido de fósforo no se agotó, ni siquiera se desequili- bró, engolfado en continua persistente labor. Era á un tiempo maestro de sus muchachos y discípu- lo de las Facultades de Medicina y Ciencia. Su vasta inteligencia, su gran memoria, le permitían llenar bien sus cursos; [pero hijo amantísimo de la Facultad de Ciencias ó hijastro de la Medicina; el opinar, vago'á veces, diverso siempre, á me- nudo difuso, de las autoridades médicas no se compadecía mucho con la verdad, una, sola ó in- discutible del binomio de.Newton ó con la senci- lla, exacta y bella descripción de los conirros- tros. El arte^de Galeno perdió un mal hijo y las ciencias naturales lograron un hijo, que ha sido, es y será el encanto de sus mamas. Donde nau- fragó el mediquillo, surgió el naturalista. ......A la caída de una tarde de Febrero de 189... estaba el que esto escribe en la estación ferro-carrilera de Santa Clara. Llega el tren de Gienfuegos y veo apearse á un joven grueso, tri- gueño pálido, que daba la diestra á una hermosa niña. Un apretado abrazo nos recordó tiempos felices. El viajero, era Carlos de la Torre, y la niña-, su hija mayor. Buenos camaradas, conver- samos largamente sobre nuestra vida pasada. Me admiró saber que el joven naturalista hacía estu- dios sobre la producción azucarera. He aquí, me dije, un hombre práctico y útil para el país. Bonito argumento contra Romero Robledo. Le animó á realizar su obra publicando sus observa- 44 B. ESCOBAR ciones y, si hubiera sido un Terry, lo hubiera en- viado á la Louisiana. Su mérito principal, la modestia. Su mayor virtud, el trabajo. La ociosidad huel- ga en el Diccionario para él. Su mayor timbre de gloria, haber sido el últi- mo amor de nuestro gran Poey. Dr. Antonio Díaz Albertini. Es el módico de Ja creme habanera. Tipo raro, feo, estravagante, más parece banquero judío que hombre de ciencia. Y lo es. Posee un buen ojo clínico; estudia, no se duerme en sus laureles y visita una larga y escojida clientela. Aunque parece más viejo de lo que es, dícese de él que pronto contará doce lustros. Su extrema seriedad, el mandato imperativo que anima su mirada, la fealdad distinguida de su cara desaparecen ante la cama del niño enfermo. Su voz adquiere dulzura, su mirada vuélvese tier- na, prodiga frases cariñosas, mima al enfermito, y se lo atrae con la fuerza de un imán. Lo he vis- to dominar á chicuelos mal educados con una ha- bilidad verdaderamente excepcional. Ignoro si es, en Medicina Interna una eminencia, pero sé decir que, en Pediatría, alcanzó y alcanza triun- fos. La envidia ha dicho horrores de él. No nece- sito saber más para declararle un hombre supe- rior. Jamás he visto que los gusanos provoquen siquiera comentarios. Las nulidades en nuestra profesión son estrellas que se corren. Los que va- 4fi B. ESCOBAR len, como el Dr. Díaz Albertini (D. Antonio), son astros que brillan con luz propia. Si me parece banquero judío, esto no impide para que sea un hombre de sociedad. Atento, fi- no, cortés sin afectación, es un verdadero caba- llero. ¡Lástima que hombre tan distinguido tenga ca- ra tan poco cristiana! Dr. José R. Montalvo. ¿Continúo el anuncio profesional? Módico de la Maternidad y especialista en en- fermedades de los Niños. Sus íntimos le dicen «Montalvito.» Figuraos un hombre bajito, gordito, casi rechoncho, her- mosa la cabeza, ancha la frente, casi bonita la cara, de bigote entrecano, rosada tez, fisonomía viva ó inteligente, manos finas, sonrosadas, aris- tocráticas; que anda con paso firme, ligero, y tendréis una idea casi exacta del Dr. Montalvo. Entre los chiquitos de cuerpo, pasa por la antíte- sis del Dr. Marfil: la belleza, al huir del rostro de éste, fué á hospedarse en la cara de Montalvito. Que resulta Montalvito por chiquito, por bonito, por guachinango y por finito. En su cuerpo hay embompoint; en su espíritu, hay viveza, gracia, sprit, zalamería, don de gentes. Cuando visitaba los olfálmicos de San Felipe y Santiago, me encantaba aquel hombrecito fino, afable, cortés, pulcro, de manito blanca y rosadi- ta, que abría cariñosamente los párpados de los enfermos. Lo que encanta en él es su cultura in- telectual; es de esos médicos que se multiplican. Conoce la política, tiene ribetes de literato; asiste IX R. ESCOBAR á la Junta Central del Partido Autonomista, y va luego á la Academia á la Sociedad de Estudios Clínicos, donde consume turnos con incansable y pasmosa frecuencia. D. José R. Montalvo se muestra siempre pulcro, vivo, buen polemista, aunque á veces se apasiona un tanto y tórnase demoledor. Su argumentación al discurso de Montano sobre el cólera, es vivo ejemplo de ello. Discutíase en la Sociedad de Estudios Clínicas, la noche del 3 de Octubre último y exclama Montal- vo: «He escuchado con gusto y prestado la aten- ción que se merece, el trabajo del Dr. Montano; pero si realmente, no tuviéramos noticias de los modernos descubrimientos sobre el cólera, nadie los sospecharía siquiera, por la lectura del trabajo que acabamos de oir. Tal parece que no existen los trabajos de Koch, que no se ha encontrado el bacilo vírgula, y que se trata de upa enfermedad desconocida.» Y no merece, ciertamente, el Doc- tor Montano, una diatriba tan enérgica. Tanto más, cuanto que los Montano no crecen, como los melones, en todas partes, y no es, seguramente, en la Sociedad de Estudios Clínicos, donde más se dan. Y es que la virulencia académica es conta- giosa. Desde que surgió Casuso con su caustici- dad, apareció Montalvo á competir con él en gé- nero oratorio. Por lo demás, concedemos al Sr. Di\ Montalvo sus dotes de oculista, pediatra y médico talentoso. Y es más: le creemos una personalidad médica de talla; pero convengamos en que la caridad no brilla en sus polémicas. Si este no fuera el país de los vice-versas, él estaría explicando «Enfermedades de la Infancia» en la Universidad, y Jover, Patología Médica. NUESTROS MÉDICOS 4Í) Porque Montalvo sabe, sabe explicar, y sabe con- servar alto su prestigio. Él y Jover cabrían bien en el Claustro. Deploremos su ausencia en un punto merecido, y compadezcamos el destino, que tiene sus crueldades con los hombres de saber y buena voluntad. i Doctor Antonio Jover. Catalán listo, de los de Remeneu; se hizo nom- bre apenas llegó á la Habana. Vacante la cátedra de Patología Interna, el Gobierno acordó sacarla áoposición. Se hicieron los ejercicios en el Aula Magna de la Universidad. La concurrencia era numerosa. Las oposiciones fuerou brillantes por parto del Dr. Jover. Hizo un diagnóstico diferencial entre la fiebre amari- lla, la fiebre biliosa y la hepatitis supurada, que echaba coco. Hubo que darle medio para cara- melos al Dr. Jover, y el público médico que era selecto —la prensa módica, la Academia de Cien- cias, el profesorado médico, el cuerpo médico docente, estudiantes del 5.°y 6.° año — le dio real y medro; y aplaudió la metódica exposición, la seguridad del conocimiento y el bello y galano ropaje con que el Dr. Jover abrillantaba sus só- lidos conocimientos en Medicina Interna. Su con- trincante el Dr. Antonio Saaverio, á pesar de su tupé sagastino, naufragó desastrosamente téc- nica y socialmente; pues sus frases impertinentes y majaderas no hacían mella en la dialéctica in- glesa del Dr. Jover. ¡Digo, y que el mozo venía de Londres! Su espíritu flotaba todavía en la NUESTROS MÉDICOS 51 bruma que envuelve las costas de Inglaterra y su cerebro, tonificado por el frío británico, era" un reloj suizo en cuanto á funcionamiento. ¡ Con qué gusto lo oían todos! Fungía de gato cazador, y ei Dr. Saaverio de guayabito de alacena. ¡Cómo vengaba el destino á nuestros compañeros de Colón! Todo en Jover atraía. La corrección de su ves- tir; su hermosa cabeza; sus modales distinguidos; la modestia, templanza y concisión con que expo- nía su tesis; la acerada, pulida, tersa y enérgica frase con que replicaba. Obtuvo un triunfo y alcanzó un nombre. Sus compañeros de la Facultad le recibieron con gus- to y desde entonces el claustro, que pudo recoger un parásito, albergó un buen profesor más; que supo mantener enhiesta la bandera tremolada con tanta honra por la Facultad de Medicina. Explicó siete años Patología Interna, hasta que salió á oposición la cátedra de Enfermedades de los Niños. No he sido su discípulo, pero sé, por algunos amigo? que lo fueron, que es hombre que asirte puntualmente; que enseña la última palabra de la ciencia y que explica admirablemente bien. Es sencillo, claro al par que florido y elegante, su estilo; lee lo último, escoge lo que estima útil, y lo expone con método. Tiene bastante clientela y tendría más si la Fama no le diese diploma de lyón. Como es buen mozo y elegante, Galeoto repite que la Fama no se equivoca, y tal vez sea nuestro hombre casto José, no siendo obstáculo para que se le crea un D. Juan. Conste que es buen clínico; que es mé- dico ilustrado, casi enciclopédico; y sepa el doctor 52 B. ESCOBAR Jover que recojo el maldiciente rumor, no para enojarle, sino para poner las cosas en su justo lugar. ♦ Dirige la «Quinta del Rey,» que ha convertido en una magnífica Casa de Salud; donde se reú- nen el confort más exijente y los últimos adelan- tos de la Medicina. Desempeña en propiedad la Cátedra de Enfer- medades de la Infancia, que ganó en buena lid; tanto más honrosa para él, cuanto que tuvo por contrincante á un médico tan competente en Pe- diatría como el Dr. Joaquín L. Dueñas. Su dis- curso de recepción ante el Claustro, no me gus- ta. Después de leído, no deja en el ánimo la impresión de lo bello y hermoso. Durante la ce- remonia debió parecer casi feo. ¡Y lo feo es tan antitético al Dr. Jover! Le he llamado de los de Remeneu, porque aun- que no es fósforo, brilla, fija y da explendor á la ciencia médica. Post-Data: Salvo error, creo ha tenido la dis- creción de no ser Académico. Se temería como buen inglés perder el tiempo. O sentiría el ho- rror de Montalvito y Casuso. Huiría el vértigo de los Académicos. Doctor Luís Cowley. Explica Higenia Privada y Pública. Ambas asignaturas, las desempeña bien. Son bonitas, se prestan á ser explicadas. Y Luís Cowdcy sabe hacerlo como Dios manda. Lo que no sabe él —y esto parece ser idiosin- cracia de familia—es captarse las simpatías de los muchachos. Si no es unHerodes como D. Rafael, su estimable hermano, ¿ veces hace de Valentín. Estos rigores de apreciación le proporcionaron sório disgusto no hace muchos años. Para más detalles dirigirse al Dr. Polanco. Por lo demás crean ustedes que el Dr. D. Luís Cowley es un hombrecito bajo, de patillas gran- des y descuidadas, de fisonomía picaresca, de tra- to fino y cortés; y hombre ilustrado, muy compe- tente en Higiene Social y---Secretario de la Junta Superior de Sanidad. Si á los muchachos les dan á elegir se quedan sin los dos Yo, con Luís. ¡ Yá no me puede reprobar! Doctor Rafael Cowley. Repitamos con la Mascotte: ¡oh que hermosa naturaleza! Cowley es grueso, ojiazul, alto, ro- sado, más parece detallista enriquecido que Doctor en Medicina. Y es lo último, y es catedrático, por oposición, de Terapéutica, Materia Médica y Ar- te de Recetar. Es el Herodes de la Facultad de Medicina de la Real Universidad de la Habana. Hijo de un hom- bre ilustre, cuya memoria todo el mundo adora, bendice y respeta, honra y prez un día de la Fa- cultad de Medicina, cúpole á su ilustre padre te- ner por heredero en la cátedra á este hermoso hijo cuya mayor alegría es dar un suspenso y explicar todo---menos Terapéutica, Materia Mó- dica y Arte de recetar. Se mostrará en sus con- ferencias muy químico, muy fisiólogo y muy bo- tánico; un tanto erudito, al parecer; pero esto no sirve á la cabecera del enfermo. Con sus lecciones no se aprende á llenar indicaciones (Terapéutica); ni á conocer bien ni mal los efectos fisiológicos ni terapéuticos de los medicamentos; ni á hacer bien una receta. A sus discípulos me atengo. Si alguno de ellos aprendió á recetar con él, á formular como Dios NUESTROS MÉDICOS 55 manda, que levante el dedo. Estoy dispuesto á rectificar. Andan por esos cañaverales los muchachos pa- sando más apuros que un forro de catre.... en noche de invierno y en casa délos pobres! No es suya la culpa. Jóvenes estudiosos y de imaji- nación viva, clara inteligencia, en su mayoría sa- len de la Universidad sin conocer el Arte de Re- cetar. Y salen así porque no se les ha enseñado á conocer bien los diez ó doce medicamentos más in- dispensables en la práctica Médica. En esto debe fijarse el Dr. D. Rafael Cowley y procure hacer buenos médicos y no eruditos á la violeta. Dr. Joaquín Lando. A poco, con dos letras más, se hubiera llamado «láudano.» Y resulta de Rousseau explicando Anatomía Topográfica, Operaciones, Apositos y Vendajes. Doce años hace que le oí por última vez, y todavía el eco de su voz extentórea — de grume- te — repercute en mi oído. Y estudiaba el buen hombre á no dudarlo. El proceder de Desault, el de Langembeck, el de Tillaud, el de Velpeau, todos los métodos habidos y por haber, los repetía el Doctor Laudo ad pedem texto. Si no enseñaba Cirujía, por lo menos explicaba anatomía regional y repetía procederes opera- torios. Es un catedrático decente, digno, que no comete injusticias ni se guía de influencias para suspen- der. No es una pantera, examinando, pero tam- poco peca de blando. Sus discípulos le quieren y á mi juicio se merece su cariño. Hace un buen Decano. Enamorado locamente del prestigio de la Facultad de Medicina, nada escatima, ni trabajo ni vigilias, ni visitas á Pala- cio, por ser edificada la casa donde se debe ense- ñar alguna ciencia médica. NUESTROS MÉDICOS 57 Lucha, trabaja, se afana por conseguirlo. ¿Lo alcanzará? Sábelo Dios. Si perece en la demanda, no será suya la culpa. Caerá un Decano digno, locamente enamorado de su Facultad, y su nombre pasará á la posteridad rodeado dol respeto de todos y del cariño de los médicos. Lector, saluda conmigo respetuosamente al doc- tor Laudo y grítale : Maestro, te tolero; Decano, te admiro. — ¡ Alma española, te compadezco! Dr. Enrique López. A todo señor, todo honor—y perdonen ustedes el galicismo.—Hagámosle una justicia. No surgió especialista. Fué á París, estudió; vio y aprendió. Su talento hizo lo demás. Su aspecto no es doctoral. Dista mucho de serlo. Rasgo que le celebro pues nada duele más á mi condición de módico que ver á ciertos doc- tores con aspecto de dependientes deGuillot. Con su bomba, su levita grasosa, ancha, faldona, y su seriedad de asnos, más se me antojan «fugitivos de tren funerario» que Médicos-Cirujanos. Suelo verlos en los pasillos de Tacón y Payret y me apiada profundamente su aspecto grotesco, cursi y.....fúnebre. Enrique López viste bombín y chaquet. Con su barba á lo Felipe II y su color sano, su aspecto burgués y su natural sencillo y modesto, más parece detallista enriquecido que oculista de fama. Y he cometido una injusticia. Cualquiera es oculista. Con extraer cataratas, acertando unas veces y haciendo tuertos y ciegos otras, pronto se alcanza fama de oculista. De esto á ser oftalmólogo, media un abismo. El doctor López es lo último. Conoce perfectamente las NUESTROS MÉDICOS 59 dolencias del aparato de la visión; diagnostica muy bien; plantea discretamente los tratamien- tos ; siendo á mi juicio el médico que con mejor fruto cultiva la oftalmología en Cuba. Y si algún malandrín envidioso dudase de mi afirmación contesten por mí,—sus monografías: obsorvaciones clínicas. — Notas Fisiológicas — 1890 — Habana — Ocular — Leprosy— (Trans- lated by Dr. G. Finlay — New-York — que honra á su autor, por ser el mejor trabajo de L^pra ocu- lar— publicado por los «Archivos ophtalmolo- gie»—y sus notables trabajos de la Revista de Ciencias Médicas y en los «Archivos de la Poli- clínica.» Su mejor elogio lo ha hecho el público. No visita enfermos. Solo da consultas y bu casa — Obrapía 51—se vé muy concurrida. No es rico. No ha hecho fortuna al casarse como otros. Y vive decorosamente. Compra muchos libros; posee magnífico instrumental. ¿Quién provee á todo este gasto? El con su tra- bajo profesional. Empecé haciéndole una justicia. Y termino, haciéndole otra. Es modesto. Dr. Joaquín L. Dueñas. Especialista en enfermedades de los niños; co ■ laborador de la Crónica Médico-Quirúrgica; miembro de la Sociedad de Estudios Clínicos. Fué derrotado en las oposiciones á la Cátedra de Enfermedades de la Infancia. Derrota honro- sa, pues el Dr. Dueñas hizo una brillante oposi- ción. El Tribunal le hubiera dado una cátedra, si hubiera habido dos vacantes. Fué un estudiante modelo, y continúa siéndolo. Se ha ocupado de Patología tropical, en cuya ra- ma ha emitido ideas propias y discutibles. El Dr. Silverio le salió al encuentro con tiquis-mi- quis, reparos y distingos; replicó Dueñas brioso, contundente y demoledor; arremetió segunda vez Silverio y seguimos como estábamos. Más labo- rioso que inteligente, es hombre de una constan- cia á toda prueba. Se propuso saber Patología Infantil, y lo consiguió; se empeñó en tener clien- tela y lo alcanzó. Es una hormiga en el trabajo, en lo constante; una ardilla, en lo activo. Vale, y vale doblemente, porque todos sabemos admirar en él la heroica lucha que ha sostenido y sostiene por la existencia. NUESTROS MÉDICOS 01 Para médico de niños le encuentro una condi- ción estimable: la paciencia. Deploremos que se haya quedado fuera de la Universidad. Celebremos en él la constancia, la íé y la virtud con que so entrega á una profesión penosa é ingrata. Doctor Rafael Weiss. Tiene tipo de agregado de embajada. Rubio el bigotito; castaños los ojos; rosa mate, la piel; cuer- po delgado; viste elegantemente, adoptando un airecito de aristócrata puresang. Fué ayudante personal del Dr. Bango. Estuvo dos ó tres años practicando con el simpático mé- dico de Habana 51, que tuvo buena sombra para Weiss. Rafael Weiss ha logrado hacerse clientela mer- ced al propio mérito, al estudio constante, á la observación clínica más rigurosa. Ha caído en ese océano, que se traga tantas reputaciones y no ha naufragado. Weis ha sabido nadar y ha na- dado á lo Boyton; con una diferencia en su honor, que su aparato especial está formado por un gran caudal de conocimientos tocológicos y por un ce- rebro perpicaz, observador, propio del práctico que no olvida la ciencia por el arte. Su reputación como partero está bien cimenta- da. Weiss es buen comadrón, en el sentido ex- tricto y lato del vocablo. Pasa por haber sido el discípulo predilecto del Dr. Casuso. De ser así tal predileción está j ustifl- NUESTROS MÉDICOS 63 cada en la pericia, asiduidad y estudiosidad del Dr. Weiss. Su consulta en la Policlínica, Obrapía 51, se vé muy concurrida. Si el módico nada deja que desear, el hombre tampoco se queda atrás. Rafael Weiss es un jo- ven fino, educado, cortés, amable, simpático, que se da á querer de todo el que le trata. ¡Como que se adaptó mucho á la mascotterie del Dr. Bango! Dr. Arístides Mestre Es un muchacho trigueño, bonito de cara, que fué naturalista, y ahora es colono de un ingenio de su mujer. Olvidó á Montano por Francisco Ja- vier Balmaseda. Tiene la generosidad de ser catedrático auxiliar de la Facultad de Ciencias. Secretario de la So- ciedad Antropológica, parece haberla hipnotiza- do. Dícese que desde que Mestre alcanzó la Secre taría, aquella no celebra sesiones. ¡Si le estará preparando los funerales! ¡Ah! Se me olvidaba. Es el orador necrológico. Dos necrologías le han alcanzado el membrete. Y pare usted de contar. Dr. Vicente Laguardia, Me parece estarle viendo en su sala de San José del antiguo Hospital de San Juan de Dios, hoy Reina Mercedes. Su cabeza entrecana, prematu- ramente por hondos disgustos morales; su cara, ceñida por dos patillas; su continente serio, ma- gestuoso, que hacía coquetón un chaquet de cor- te irreprochable; todo hacía de él un tipo distin- guido de médico de Hospital. Los internos le que- ríamos porque era fino y bien educado. ¡ La buena educación escasea tanto en los médicos de Hospi- tal ! Parecen los furrieles de la profesión. Vicente Laguardia era entonces, como el Doctor Cabrera Saavedra, como Raimundo Menocal, como el feo Casuso, de la gente estudiosa y pensadora. Daba gusto ir á San José. Aunque esta sala no brillaba por sus condiciones higiénicas, ilusionaba entrar en ella. Los enfermos eran rigurosamente obser- vados; se hacían bastantes diagnósticos buenos; los tratamientos eran la expresión de la última palabra de la ciencia. Laguardia desechaba ese padrón de ignominia que se llamaba Formulario de los Hospitales, donde la exactitud de la indica- ción se sacrificaba á la baratura de la droga; su terapéutica clínica utilizaba los nuevos agentes y 00 B. ESCOBAR desechaba juiciosamente el fárrago inmundo de la farmacología tradicional. Es de los médicos más ilustrados que conozco. Observador sagaz, ha sabido reunir datos precio- sos en su menografía sobre la Fiebre tifoidea ; trabajo que le acredita como clínico. No diré, que esto no hace al caso, si la tesis defendida en ese opúsculo es la mejor; pero sí repetiré que es un trabajo concienzudo. Es la primera autoridad de la Habana en De- mografía. Sus estadísticas son las más exactas y contienen preciosas enseñanzas, que, desgracia- damente para la gran ciudad, no utiliza ni siquie- ra conoce, su Muy Ilustre y desaseado Ayunta- miento. Auscultador excelente, posee extensos y pro- fundos conocimientos sobre las enfermedades del pecho. Y—condición laudable — ha tenido la vir- tud de no anunciarse como especialista. Es miembro de la Sociedad de estudios Clínicos y de la Academia de Ciencias. Hombre serio, seco, aunque cortés, no tiene don de gentes como Cubas, pero tampoco es un aislador de simpatías camo el Dr. Cowley (don Luis.) No ha tenido á su favor la suerte. Ni ésta le so- pló ni le sostuvo la política. Vale porque sí; por esfuerzo propio. Porque estudia, porque piensa. Es de los escojidos. Y por eso está fuera del mon- tón anónimo, donde va lo que se desecha, lo inú- til, lo estéril; montón donde retozan los cretinos y los vulgares. Dr. Gustavo López. De estudiante, era monomaniaco. Hoy es men- talista. Tenía la manía del Parque Central. No por el Parque, como ustedes comprenderán, sino por una chica bonita, elegante y graciosa, que en- tonces le sorbía los sesos, y hoy, ya señora de Ló- pez, le ha prodigado dos ó tres chicuclos hermo- sos y sanos que retozan alegremente. Era entonces, allá por 1879, un hermoso y apuesto galán, trigueño, de ojos negros, risueño, alegróte y retozón, que, como pelaba la pava, lle- gaba á la Clínica con ojos abotagados de mucha- cho dormilón y.... modorro. Pero en la aparien- cia. Era aplicado y, como no era topo, solía alcan- zar buenas notas. Era zalamero, dicharachero y picarón; siempre retozón, como todo joven de genio vivo, gustaba mucho de la guasa y su de- licia mayor era un choteo del Dr. Bango; serio señor dado como pocos á chotear al prójimo. Gus- tavo era la niña mimada de sus compañeros; y sus gracias y majaderías caían siempre como onza de oro. Por donde un muchacho hermoso como él. que pesaría 170 ó 180 libras, resultaba lijero. Tomó estado el chico de la de López y se hizo Interno de Mazorra. l>& poticia, que leí en «EJ 68 B. ESCOBAR País, » excitó la carcajada más homérica que dar- se pueda. Supe después por la Sra. do Ma'berti- sú compañero en Mazorra —que el Dr. Gustavo López cultivaba con éxito la Fronopatología, y si ustodes quieren probarlo pueden consultarse con él. Ahí van sus soñas: Obrapía, 51. Los jueves, de 11 á 1. Si urge pueden ustedes pasarse por Mazorra, Asilo de Alienados, Potrero de Ferro, Habana. Dr. Diego Tamayo. Trigueño, alto, serio, bien parecido, ha sido Bacteriólogo chez le docteur Santos Fernández, y es, desde hace años, médico de visitas de naves del Puerto de la Habana. Alumno notable de la Facultad de Barcelona, hubiórase abierto paso si no se le ocurre ir al La- boratorio. h<\ jjjetatura del Sr. D. Juan__lo saló. Preside la Sociedad de Estudios Clínicos. Y la preside digna y merecidamente. Hace un buen Presidente. Ilustrado, amable, discreto, prueba una vez más que los jóvenes sa- ben dirijir tan bien como los viejos. Y algunas veces, mejor. Vino de la ^ieja Europa en condiciones de ser experto clínico, observador sagaz y profundo, y abandonó la Medicina práctica por las nebulosi- dades del microscopio. Stemberg, Finlay y Ta- mayo se traen cierto choteo con la fiebre amari- lla. Mucha observación, mucho estudio... y nada más. Pónganse de acuerdo, cambien impresio- nes, y resultará algo práctico. Apena pensar que 70 B. ESCOBAR hasta ahora no hayan ustedes resuelto nada, á pesar de que los tres son talentosos y estu- diosos. En su trato interno, en casita, es hombre dul- ce, serio, afable. Nuestro hayamos es de los que atraen. Compañero digno, leal y consecuente, bien merece un puesto en esta galería. Dr. Francisco Vildosóla. Es el Felipe el Hermoso de la Facultad de Me- dicina. Brilla por su hermosura de cuerpo y de alma. Es un cumplido caballero. Hombre atento, fino, cortés, nadie acude á él sin oir una frase de atención. La Facultad no pudo hacer mejor elec- ción para el cargo de Secretario, que desempeña con asiduidad, celo ó inteligencia. Es uno de los virtuosos de la enseñanza. Nada más espinoso que explicar sin fijeza una asigna- tura. Suplir al propietario hoyen la asignatura A, mañana en la asignatura B, es difícil, enojoso cometido. Y Vildósola ha explicado á un tiempo Patología Interna ó Histología Normal y Patoló- gica ; asignaturas de diversa índole y que impli- can aficiones distintas. No es un orador fogoso como lo fué Arteaga, como era Pulido Pagos, pero expone bien, orde- nadamente, con sencilla elegancia y perfecta cla- ridad. En sus lecciones de fiebre amarilla se mostró más histólogo que clínico; pero demostró tener condiciones para la enseñanza. Posee un laboratorio bastante bueno. Después del de Santos Fernández, tal vez sea el mejor de la Habana. 72 B. ESCOBAR Bacteriólogo, histologista, personifica el módi- co de gabinete. Fué buen estudiante en Barcelona. Es leal y consecuente con sus compañeros de entonces, que le recuerdan siempre con gusto. Entregado hoy á las dulzuras del hogar que comparte con distinguida dama, vive feliz entre células y microbios, ageno á las luchas de la vida profesional. Doctor Eduardo Echarte. Serio, feo, trigueño, hosca mirada, duro el ce- ño, el Dr. Echarte resulta un tipo repulsivo. Conversando con él, oyéndole hablar parsimo- niosamente, su lenguaje fino y culto, sus mane- ras corteses, encantan; la impresión se borra y concluís por encontrarlo simpático. Es una hormiga de hospital. Hace su trabajo á ratos; constante. Ausculta mucho, con mucha calma, con mucho orden. Lee mucho. Ejerce en Marianao. Su clientela es poco nu- merosa. Sabido es que en la adquisición de aque- lla entra por mucho la suerte. El dueño de la mejor no es siempre el médico más instruido. Me parece Eduardo Echarte un buen mucha- cho. Y un medico ilustrado. Doctor Tomás Plasencia, En justicia Plasencia el malo. El malo, porque maldito si vale gran cosa. Ni cirujano, ni médi- co, ni catedrático; ni siquiera alienista. Habría que gritarle: «Usté no es ná, usté no es chicha ni limoná.» Es un fruto del sistema co- lonial, que ha surgido en la Universidad, como pudo haber surgido en una huerta. A un descaro otro mayor. Él tiene la osadía de ser catedrático auxiliar; yo tengo el cinismo de decirle todas estas lindezas. Porque las merece, las digo. Me he propuesto no mentir y procuro ser «Pepito» en el «Octavo no mentir.» Si este país tan rico, tan notable, tan generoso, no fuera tan desdichado, el Dr. Tomás Plasencia no sería catedrático. Sobre las desdichas de mi patria pesa ese caballero como los presupuestos crecidos de la oteicería madrileña. Ni más ni menos. Empecemos por decir que cuando explicó Me- dicina Legal, aquello no era Medicina Legal ni Cristo bue lo fundó. Mata, debía revolcarse en MUESTROS MÉDICOS 75 horrible danza epiléptica al verse profanado en los labios deD. Tomás. Y hablemos del hombre. Es educado, fino, atento y cortés. Un caballero muy correcto y un catedrático... infumable. Dr. Enrique Acosta. Pianista. Especialista en.. .rabia. Y Secretario particular scientifique del Dr. Santos Fernández. Repitamos con la Mascotte: ¡oh que hermosa naturaleza! Nuestro amigo es grueso, rechonchi- to; parece el hombre que vendió al contado, respira bonhomie,y afeitado, parecería cura pá- rroco por su aápecto de hombre robusto y feliz, que vive en paz con la tierra y el cielo. Es muy trabajador. Apenas visita enfermos. Se dedica á las inoculaciones antirábicas, en que es sin duda la primera autoridad en Cuba. Pas- teuriano intransigente, no tolera chinitas contra la obra del sabio Francés. Dígalo su discusión con los Doctores Martínez (el bactereólogo más discre- to de Cuba) y Fuentes. Acosta repetiría, si no temiera á la crítica, pa- rodiando á Mahoma: No hay más que una Medi- cina, la de los virus atenuados, y Pasteur es su profeta. Así como la libertad hay que aceptarla con to- das sus consecuencias, á Enrique Acosta hay que quererlo con todas sus exageraciones de escuela, porque, en el fondo, es un muchacho excelente, NUESTROS MÉDICO- 77 que se ha formado solo; y porque es un obrero in- fatigable de la ciencia. Trabaja mucho en la «Crónica», en el Instituto Batereológico y en la consulta del Dr. Santos Fernández. Si este trabajo asiduo le hará rico, no lo preguntamos. Si quiera no sea así, le mantiene sano; eterna- mente grueso, y eternamente joven. Dr. Juan Manuel Espada. Periodista, médico distinguido y especialista de renombre. Orador, que ha dado mucho juego en el Centro Gallego, es uno de esos farrucos con más letra que un escribano viejo. Ha sido médico de la Armada, y se le pegó de nuestros marinos de guerra la galantería, la dis- tinción y la amabilidad. Es un caballero muy distinguido y un hombre muy sociable. Regionalista caliente, delira por todo lo de su tierra. Ha librado rudas batallas en obsequio de sus paisanos y en esta generosa campaña, si no lo han faltado aplausos, no le han escaseado malos ratos y sinsabores. Cuando habla en el Centro Gallego y se calienta, vuélvese elocuente, mués- trase enérgico, hábil y entonces solo se le podría soltar un gallo: Waldo A. Insua; que es tan ca- liente como él, tan listo como él, y tan regiona- lista como Espada. Es un buen periodista, y un hombre de cultura intelectual muy superior. Goza de generales merecidas simpatías en la Sociedad Habanera, y especialmente en la Colonia Gallega, donde brilla por su talento» Dr. Esteban Borrero Echevarría. El primero de nuestros escritores médicos; el más hábil; el más original; el más profundo y el más intencionado. Posee una vasta erudición, de que no hace alarde al escribir, pero que se trans- parenta en sus artículos. El más famoso de sus escritos vio la luz en la Revista de Ciencias Mé- dicas en el número del Centenario de Colón. Na- da más hermoso, arrogante y viril. La forma es elegante, tersa, pulida, majestuosa. El fondo es enérgico, hábil, exacto. En «La Profesión Médica en Cuba» el autor retrata nuestra situa- ción de mano maestra; es un boceto breve, com- pendioso; exactísimo. Muéstrase un Sanguily en lo valiente; apostrofa atrevida y duramente al Gobierno; enaltece en breve y compendiosa frase á la juventud cubana. Por coincidencia singularísima de su talento, en Borrero Echevarría se maridan la teoría y la práctica. Es módico de reputación. Ejerce en Puentes Grandes. Es el colaborador de más ímpetu que tiene la Revista de Ciencias Médicas. Y ha probado, co- mo Várela Zequeira, que se puede entender de Fi- losofía y ejercer la Medicina. Tal vez su condi- 80 B. ESCOBAB ción de filósofo mejore su condición de médico. Y sin tal vez. Dotado de un espíritu superior, que abrillanta una instrucción enciclopédica, el Sr. Borrero Echevarría es una legítima esperanza de la Me- dicina Cubana. Dr. José Várela Zequeira A migo del País; filósofo; cirujano. Es un jo- ven de talento. Entiende mucho de Filosofía. Y practica hoy la Cirujía. En la Policlínica de 0brápía51, que honra á la Habana, es Várela Zequeira el cirujano. Como todo joven carece de historia. Pero no de nombre. Es muy conocido en los círculos científicos. Si no desmaya, si persiste en su tarea, el porvenir es suyo porque tiene talento. Ha probado que sirve lo mismo para un frega- do que para un barrido. Tan pronto es cirujano como filósofo. Que conserve la fe, y la gloria le batirá sus palmas. Realidad hermosa, porvenir lisonjero le sonríe. Nota bene. Es nn trigueño muy agraciado, Dr. Serafín Sabnecdo. El general de las corazonadas tuvo la i dan. de hacerlo Doctor en menos que canta un gallo. Nuestro estimable colega es un gallego apro- vechado, hábil, travieso, que hadado mucho jue- go.... en el Centro Gallego. De sus campañas en el centro regionalista, no hemos de hablar. Si le acreditan de audaz y truchimán para unos; otros le acusan de hombre exclusivista y apasionado. Ni quito ni pongo Rey. Me permito opinar que es un hijo amante de Galicia; que habrá podido equi- vocarse, pero que ha procedido como bueno. Por su educación literaria es hijo legítimo, y de los más provechosos, de la Universidad de la Habana. Provecho de ciencia y de tiempo. Quiso sentarse al lado de los Maestros y la suerte le fué adversa. Señalemos la legítima aspiración y de- ploremos el fracaso. Por él. No por los estudian- tes. Hombre apasionado, el Dr. Sabucedo se hu- biera conseguido muchos odios que... no le deseo. Se los hubiera conseguido porque pudo haber salido de la Inspección de los Servicios Sanitarios Municipales con grandes prestigios, y vive en ella vida odiosa, no envidiada; vida que pudo esqui- var sin su negativa á defender los fueros profe- sionales, los derechos del saber y las aspiraciones de la juventud módica cubana. ¡Con cuánta pena NUESTROS MÉDICOS 83 veo esta actitud del Sr. Sabucedo! En su país na- l:d jamás fueron los cubanos preferidos en con- cursos, oposiciones ni exámenes; y viene á Cuba Serafin Sabucedo, estudia, se recibe Módico, y cuando se encuentra al frente de los Servicios Sa- nitarios, pone todo su empeño en cerrar las puer- tas á sus compañeros de aulas. Negra ingratitud, abominable, capaz de empañar la reputación más limpia. Lo siento hondamente porque Sabucedo merece mejor suerte, por su laboriosidad, su cons- tancia y su talento. Tiene el mérito indiscutible de haberse forma- do solo y reparte con el Dr. Espada y con el señor Cora —médico de la Armada—las simpatías de la colonia gallega. Es hombre estudioso, que piensa lo que hace, observa bien á sus enfermos y sabe hacer buenos diagnósticos. Tuvo la debilidad de creer que el fenato de sosa curaba la fiebre ama- rilla, y los fracasos le curaron su manía. La mur muración le motejó de «hombre del fenato,» la frase hizo suerte y nuestro Doctor olvidó su teo- ría y se convirtió á la realidad. Al fundarse la « Asociación de Médicos Munici- pales» de la Habana, el Dr. Sabucedo cometió una pifia. Informó en contra. Informe que es un borrón, para el Dr. Sabucedo, que solo pudiera justificarse por una obcecación. ¡Pensaría que la Asociación, nacida al calor de una idea generosa, le quitaba atribuciones! Recordó el simpático ga- lleguito que su país natal confina con el Reino de Portugal, y se mostró con sus leales y dignos compañeros... portugués con mando! Actitud de- plorable que lamentamos sinceramente. El Dr. Sabucedo es Médico de la «Integridad Nacional.» Dr. Eduardo G. Lebredo Es el sportman de los chicos de Lebredo. Sportman vale aquí por su traducción literal: hombre de sport, es decir, dado á los ejercicios de sport. La versión libre de Santos Villa, aplicada á la policía de la Habana, no traduce mi pensamien- to y la excluyo puesto que se presta á comenta- rios. Eduardo es un joven trigueño, de mirada viva y expresiva (herencia paterna), que viste correc- tamente y gasta siempre sombrero de copa, que lleva con chic. Y no á guisa de muñidor. Carece de ese aspecto fúnebre, delator de la profesión, que caracteriza á varios apreciables sujetos que ejercen la Medicina en la Habana. Ni el ancho faldón de la mugrienta levita inglesa ni el arre- molinado pelo de la bomba, ni ese andar mages- tuoso, arrogante, de hombre satisfecho de Dios y de sí mismo, asoman en el cuerpo ni en el rostro de Eduardo Lebredo. Tiene aire de vigirita refi- nado. Surge, ai verle, la pregunta: ¿Mediquito ? ¿ Abo- gado? Es un muchacho de Inglaterra, de la acera del Louvre, que se decía antes de la innovación Villanal. Ha dedicado sus aficiones á la esgrima. NUESTROS MÉDICOS So Y bien pudo repartirlas con el base-ball. Su na- turaleza exigua, sus músculos de habanero, poco regados de sangre, hubieran ganado mucho con los flys y los outs. Lograron Mérignac y Brunet un aprovechado discípulo, que perdió « El Fé. » Es de los discretos de nuestra juventud médica. Instruido y modesto, no ha unido su ilustre ape- llido al ejercicio de especialidades ad magoren glorian argenti; ni ha dicho ni hecho necedades en la prensa ni en la Sociedad de Estudios Clíni- cos. Hace literatura, tira al florete, pasea por la acera, lee medicina, y prepara así sotto-voce, modestamente, su espíritu para las luchas profe- sionales. Que la esperanza no falte á sus alientos; que el éxito corone sus esfuerzos. Quiera Dios que lleve siempre, como hasta hoy, dignamente el apellido do su ilustre padre. Doctor Mario Lebredo. Fué á París; estudió y practicó en aquellos hos- pitales. i-*Es un muchacho listo, de clara inteligencia, llamado, si persevera, á ser una hermosa reali- dad mañana, pues hoy es una legítima esperanza. Sportman distinguido, sabe hacer una risposte y un diagnóstico bueno. Doctor Emilio Martínez. Bacteriólogo, anatómico y clínico. Su tesis del Doctorado: Diagnóstico Diferencial entre el Ictero grave y la Fiebre Amarilla, es lo mejor que se ha escrito en América sobre el asunto. El laboratorio del Reina Mercedes dá claras muestras de sus conocimientos en Histología y Bacteriología. Ha sido ayudante del Dr. Jorge Stemberg, en New York, que le cita encomiásticamente en su reciente trabajo sobre Fiebre Amarilla. Sus certificados en las casas de socorros le acreditan bajo el punto de vista médico—legal y de la precisión del diagnóstico; vale mucho. Aun- que nadie se sospecharía que bajo su apariencia de detallista robusto, se oculta un módico notable, hay que convenir en que lo es, en que vale. En enfermedades, de garganta aprés Desver- nine, W el primero — Consultas : Obrapia — 51. (1) La semblanza de este eminente especialista saldrá en la 2* se lie. Doctor Juan 1> Fuentes. Es el redactor profesional, digo, de las cuestio- nes profesionales, en la Revista de Ciencias Mé- dicas. Cualquiera creería al ver su aspecto bonachón de hombre feliz de Dios y de sí mismo, que su alma destila miel. Pero no todo el monte es orégano. Y sabe en sus artículos, ser agresivo, enérgico, mordaz ... cuando hace falta; adoptando generalmente tem- peramentos de templanza en sus escritos. Fue buen estudiante. Era un muchacho serio, que caminaba pausadamente; que le daba á todos sus actos un sello de vejez prematura. Tiene la constancia de la hormiga. Para él «qui vapiano, va lontano,» es la diosa de su conducta; diriase que medita un acto antes de realizar el siguiente. Estudioso, observador, de clara inteligencia, es de los buenos muchachos; de los que saben y no presumen; de los que huyen del oropel y se cuidan de sus enfermos y sus libros. Va aquí por propio derecho. Vale, y esto le basta. Doctor Julio Ziiñiga. Hoy, von Zúñiga, digo, de Zúñiga. ¡Salve, Bohemio ilustre! ¡Yo te saludo! Nuestro hombro que es pequeño, delgaducho, pelicano, negros ojitos, se crece ante una mujer, vieja ó joven, fea ó bonita, y se crece tanto, que ni unMiura tiene más intención que él. Es el don Juan de las casas de Socorro. Diz que se quedó cano de tanto amar. Duelista consumado, nuevo 'Tenorio, lo que él aquí escribió, mantenido está por él. Y no digo las dos primeras décimas, por- que D.Julio no se arrojó —como D. Juan — y porque D. Julio no tuvo cuanto consiguió—como D.Juan. — Pretender, pretendió mucho, según él y los chicos practicantes de las casas de soco- rros. Sus duelos debieron tener lugar en aparta- da callejuela, durante el silencio de la noche y con rondador callejero. Nadie vio padrinos ni oyó ruidos de pistoletazos ni aleteo de cuchilladas ni estocadas. Su mania : el eterno femenino. Su vestir de bohemio. Poca ropa, mala, sucia. Habla gangosamente. He ahí el secreto de sus triunfos amorosos. Su voz delata un hombre de corazón sensible. ¡ Y tanto! 90 B. ESCOBAR Recién introducido el yodoformo, se declaró hostil al medicamento. No lo usaba nunca. Y le atribuía la virtud de causar gangrena local. Peca de irrascible hablando con los hombres. Dígalo el Dr. Sterling cuando, en la casa de So- corro de la 1.a Demarcación, le regaló un biscuit al Dr. Zúñiga. Su entusiasmo por el aceite chalmoogra corre parejas con su aversión al yodoformo. Lo admi- nistra á todos sus enfermos por si acaso llegan á estar elefantiásicos. Y en este país de los vico-versas, ha llegado á Subinspector. Doctor José Otero. Subinspector de los Servicios Municipales. Técnicamente: un fósil. Su clínica, su terapéu- tica, su cirugía son antidiluvianas. En illo témporefué un Tenorio. Cultiva el amor hoy.. ..de ojitos. Hombre bondadoso, digno y buen compañero, está muy querido en el Cuerpo de Sanidad Municipal. Cobra al año 1.500 pesos oro----por estar sen- tado en su oficina. Conste que llegó á esa codiciada poltrona tras largos años de servicio; durante los cuales fué constante, activo y pundonoroso en el desempeño de los deberes de su cargo. No ha tenido más vicio que amar y.... ser in- fiel. Como á los músicos viejos, no le quedan más que el compás; compás que él lleva con los ojos. Doctor Federico Córdova. Escaso de carnes, de mediana estatura, pálido rostro y bigote poco poblado, tiene un detalle inol- vidable: sus párpados se agitan incesantes en con- tinuo momento. Diríase quo padecen baile de San Vito. Fué un tiempo Itálica famosa, digo, gozó en no lejana época fama de médico ilustrado. Hoy ni pincha ni corta. Es de los buenos del cuerpo forense. Si quiera discurre, y es hombre de algunos conocimientos. Si no limpia, fija y da explendor al servicio fo- rense ; tampoco lo empaña. Es hombre fino y cortés. Mira con impertinen- cia, propter natura sua; pero no es un Zúñiga, digo, un espadachín. Y es lo más que puedo decir á ustedes del Doc- tor D. Federico Córdova. Doctor Eduardo J. Plá Físicamente, un buen mozo. Intelectualmente, una ilustración. Socialmente, un distinguido caballero. Lo mejor de la casa. ¡Lástima que sujeto tan recomendable gaste patillas... toreras! Sr. Presidente de la Asociación de Médicos Mu- nicipales: Saludo á V. S. respetuosamente por su saber, por su lealtad, por su dignidad y por su aire torero, Doctor Secundino Castro La cara, la cara, no hablemos de la cara. Con decir que tiene cara de figura de cera está dicho todo. Careee de expresión. Estudia, discurre bien, y tiene conocimientos. Es Secundino, en cuanto al nombre. V es segun- do en conocimientos respecto á su hermano don Raimundo. Tiene alma de levita. Virtuoso, digno, pundo- noroso, figura en el Cuerpo con la aureola del trabajo y el prestigio de la dignidad. Sigue tenaz, constante, sin rendirse, su tarea de visitar pobres, y en este apostolado vive y vi- virá mientras la suerte no sea prodiga con él. Aunque, efecto sin duda de la idiosincracia, es modesto y no mete ruido, es uno de los médicos más ilustrados del Cuerpo Municipal. Doctor Guillermo Walling. «Guillermito de mi bida. Mestoy muriendo por tí. Procura benir ahorme sin falta esta noche. Tuya, Camelia. —La Lucha, 4 de Abril de 188... Correspondencia secreta. — Me explico que Ca- melia se muriera por Walling, y que le dijera Guillermito. Es bajito, delgadito, y bonito. Si señor, tiene una cara muy bonita. Franco, decidor, noble, generoso, simpático, es de esos hombres que con- quistan al que les habla. Hombre ó mujer, tiene uno quo encantarse apenas lo trate. Si tal nos resulta ¿que sucederá con Camelia? Car titas á La Lucha. El Dr. Walling, es muy estudioso. Está al día en terapéutica y en clínica. Ensaya lo último, observa detenidamente, forma su juicio y dese- cha el medicamento si no le resulta. Su modestia corre parejas con su hombría de bien. Su pala- bra, su palabra tan solo, es una garantía. Se ha formado una clientela gracias al propio esfuerzo; merced á continua, interminable labor. Es un verdadero self-made-man. Si estas líneas resultan enojosas para alguno. w; B. ESCOBAR sópase que no soy amigo del Dr. Guillermo Wa- lling. Justicia inspira mis frases, justo tributo de ho- nor á quien honor se debe. El, como Vicente Laguardia, como Eduardo Plá, hacen honor al servicio Médico Municipal de la Habana. ¿Porqué no tributarles un aplauso, débil tribu- to á su modestia, su saber y su constancia ? Dr. Teodoro de la Cerra y Díepna. Módico, per accidens. Escapó de la catástrofe en Noviembre de 1871, y dio con su cuerpo en Santiago de Galicia. Una vez se le ocurrió hacer algo, y estudió Medicina. Es chiquito y, como todos los chiquitos, vehe- mente, apasionado y enérgico. Es el menos Módico del cuerpo. Aunque llena su cometido lo mejor que puede, más le agradan los Girondinos que las teorías de Bouchard; pre- fiere hablar de los azares de la Guerra que de amputaciones y resecciones. Diserta admirablemente cuatro horas sobre la guerra de África con la competencia de un Gota- relo; pero no le habléis de Medicina. Se encoje- rá de hombros desdeñosamente y os describirá á Prim en los Castillejos. Por lo demás es buen muchacho, simpático é ilustrado; excelente compañero y escritor mili- tar del porvenir. 7 Doctor Francisco Reducirá Es el decano. El peso de los años ha encorvado su cuerpo. Es bajo. Usa bigote y patillas á lo Plá, digo, toreras. En sus mocedades fué estudioso. La edad y su antigua enfermedad, le han dis- gustado con los libros y casi agotado la sensibili- dad acústica. No ha perdido del todo sus ilusiones cuando todavía cree enterarse de lo que pasa en el pecho de sus enfermos. ¡ Es sordo... y auscul- ta ! ¡ Valientes cxtertores oirá el buen señor! Doctor Francisco Reyneri. Cuentan las crónicas que su maestro de prime- ras letras, pasó grandes penas y apuros. Pan- chito era una ardilla. Nunca en reposo, costó Dios y ayuda que aprendiera á leer, escribir y contar. Apenas reconoceriase hoy al chico revol- toso de la escuela en el señor alto, delgado, de rubio y largo mostacho, ojos verdes y escaso pelo, que se llama el Dr. Reyneri. Padece la monomanía de ser el Cicerone del servicio municipal. La Medicina mental le sabe á ecuación de segundo grado con varias incógnitas. No le entra. Ni á Cór- dova tampoco. Redactarán en amor y compañía unos cuantos certificados de demencia que resul- taría ecuaciones bicuadradas. No ha sido obstáculo esta afición para que el Dr. Reyüeri llene como médico su cometido. Y es además una buena persona aunque escasa de, pelo. Dr. Edelmiro Fernández Largo mostacho, abundante de carnes, ojos indefinibles, crespo el cabello, buena estatura, D. Edelmiro resulta más bien capitán do carabi- neros que Doctor en Medicina. En el tercero ó cuarto libro de la casa de so- corros de la tercera demarcación, escribió un tiempo, mojada la pluma en biliverdina, el bilio- so Dr. Cabrera Saavedra, este epitafio: « Se ad- vierte al médico de guardia Dr. Fernández, se fije en lo que hace para que no haga disparates.— Cabrera. » Digo epitafio, porque D. Edelmiro hablaba en un certificado de octava, costilla externa. Y solo muerto, y bien muerto, se puede hablar de costi- lla externa... rediós! Sin que esta frase genial del Dr. Cabrera Saa- vedra sea obstáculo para que el señor Fernández (D. Edelmiro) tenga alguna clientela y... cobre su sueldo, y tal, si señor y pues. Doctor Francisco Quesada Está apergaminado á fuerza de pensar en las neoíormaciones. Delira con las amputaciones, no por ellas ni por los amputados; y sí por la neo-formación celular en los muñones. Es médico do conocimientos; tiene buena memoria, es lo- cuaz y se expresa con elegancia ; habla con gra- cia y lo gusta hacer chistes. Más que la neo-for- mación y el chiste, le gusta... ¿á que no lo adi- vinan ustedes ? Sacarle á relucir un frijol al lucero del alba. Doctor Niiñez de Castro. Fué pintor de afición y estudió Medicina. Es médico de casas de socorros; alto, miope; ni gordo ni flaco; buena persona y muy amigo del Dr. Zúñiga. Surgió astrónomo de la noche á á la mañana. Diserta en La Discusión sobre pla- netas.... Es de esos hombres felices que carecen de his- toria. Es de los nuevos. Tiene conocimientos, y aunque no habla de estrategia, como Teodoro de la Cerra, tampoco tiene pelota por la ciencia mé- dica. Doctor Guillermo Benasach. Miope, narigudo... y Académico. Cree en aires colados y en pulmonías, pleure- sías y hepatitis á frigore. En cuanto el primer norte asoma las narices por la boca del Morro, ya está D. Guillermo cerrando puertas y ven- tanas. Para él, todas las heridas en la región precor- dial son graves. Y ni tanto ni tan calvo. La pren- sa módica extranjera refirió no ha mucho un ca- so de herida del corazón en que el herido sobre- vivió nueve días. El proyectil estuvo alojado en el mismísimo músculo cardiaco. Aparte de esta debilidad lamentable, repito quo es Académico, hombro culto, anciano respe- table y persona decente. Doctor Miguel Riada Figuraos á Paucho Quesada, en estatura, in- gertado en la grasa de Juan R. del Cueto, y os resultará Miguel Biada; que es un corazón exce- lente, un hombre inteligente y un médico de los que valen. Todos los que fuimos sus compañeros, tendre- mos, á fuer de trocarnos en ingratos, que recor- dar á Miguel Biada. Era el tipo del estudiante bo- hemio, en el sentido de que todo lo suyo era de los demás. Generoso como pocos, sus labios nun- ca podían negar; sus manos, siempre se abrían para dar. De carácter independiente, modesto, enemigo de la adulación, ageno á la lisonja, supo por propio esfuerzo hacerse hombre; estudió mu- cho, sin hacer alardes de aplicación; cerebro or- ganizado superiormente, nadie sospecharía al verle despreocupado, rosadote y bonachón, que debajo de esa capa de burgués se ocultaba un mó- dico ilustrado. Es de los nuevos del Cuerpo, pero es de los quo hacen falta. Querido de sus compañeros, pasa por hombre tribial porque no usa mugrienta levita ni bomba peluda; pero vale mucho más que algunos viejos, y es realmente un joven de legítimas es- peranzas. Dr. Augusto Figueroa y Riambau Físicamente, un hombrecito delgado, de sonri- sita entre mordaz y burlona, nariz prominente en que cabalgan unos quevedos de miope.—Mo- ralmente, un joven educado, fino, de corte haba- nero piuresang, sin las exageraciones del criollo mimado. Fué buen estudiante. Sobre todo en Clínica Mé- dica. Tímido, no brilló por exceso de modestia ó falta de ímpetu; pero alcanzó sobresalientes, por- que el chico estudiaba. Es una violeta en punto á delicadeza. Los practicantes de casas de socorros lo quie- ren con idolatría ciega; idolatría surgida expon- táneamente como débil recompensa á la extrema bondad y tierno afecto que inspiran los actos del Dr. Figueroa. Contemporáneos en la Universidad volvieron á encontrarse en los distritos municipales, este chi- co diminuto y ese hermoso muchacho que se lla- ma Juan R. del Cueto. Dv. Juan R. del Cueto. Su cuerpo está pidiendo, sistema Banting. Si se empeña en seguir engordando, pronto la obe- sidad envolverá su físico hasta exigirle una cura seria de enflaquecimiento. 'Y que carece, como Miguel Biada, de largos huesos donde extender sus tegidos adiposos. Por lo demás, Juan R. tiene buenos ojos, buen mirar, una boca muy graciosa y un bigote que da gusto. Es un burgués en sus hábitos. Viste decente- mente, come ricamente, fuma imperiales de Ca- runcho y conversa con sabrosura. Tipo criollo, posee esa guachinanguería que os encanta, os atrae y os seduce. Gusta de los cuentos de Boca- ccio y se ríe mucho y con ganas.... sobre todo, si está digeriendo. Así como Teodoro de la Cerra se sabe de me- moria la guerra Franco-Prusiana, el Dr. Cueto se sabe el Reglamento de las Casas de Socorros, las circulares, órdenes y disposiciones del Inspec- tor de los Servicios Sanitarios Municipales, como un chiquillo aplicado el Catón Metódico. Siempre quiere estar dentro del Reglamento. Primero renuncia á una Tártara ó á un Marengo, que dejar de cumplir el Reglamento. Única exa- NUESTROS MÉDICOS 107 jeración de su carácter; que por lo demás, vive encerrado en un marco de dulzura y bomhomie inalterable. Hermano del talentoso abogado José A. del Cueto, no posee la viveza de genio del catedrático de Derecho; pero en cambio sabe darse mejor vida. Goza feliz de una placentera existencia que comparte alegremente entro sus enfermos y sus imperiales. Doctor Enrique Porto. Vacunador, ortopeda, hombre ilustrado, se dedica á el Instituto de vacunación y á colocar aparatos ortopédicos. En Ortopedia no tiene ri- val. No le ha salido un Delfín como á Gordillo. Es de la gente buena del servicio Sanitario Mu- nicipal. Y de esos hombres prácticos que no tie- nen historia. Doctor Antonio Durios. Tuvo un ideal; luchó por él. ¿Qué le queda de su generosa aspiración, de su le en el porvenir de la patria? Una hendidura circular en la fren- te; estigma indeleble de sangre generosamente vertida... un cuerpo robusto, desarrollado por las inclemencias del tiempo, caldeado por el sol de estío, aguijoneado por las espinas de la maleza. Hoy vive tranquilo en la casa de socorros de la 3.a Demarcación. Doctor Enrique Portuondo Presumido, bajito, delgado, miope y bigotudo. Físicamente, un gomoso. Científicamente: uno de tantos. Cobra el suel- do; cumple exactamente los deberes de su cargo. Cuida más de su persona que de sus clientes, que si le dan para vivir, ni le quitan sueño ni le darán riqueza. Dr. Adolfo Robles y Vallecillos. Robles y Vallecillos : ¡ Qué abuso del reino ve- getal ! Tiene tipo de comisionista alemán. Rubio, bo- nito do cara, alto. Padece de palabrorrea, que diría García Sola. Habla mucho y seguido, y sin cansarse. ¡ Cansancio.... palabra inútil para él! Es in- cansable en hablar y en reclamar al Monicipio de la Habana... su plaza de medico supernume- rario, ganada en oposición, antes, bastante antes que el Sr. Saavedra. Conste que la plaza es de Robles y Vallecillos aunque Corujedo se llame «andana» y Saave- dra se haga el inglés de los caballitos ; dicho sea en honor de ese señor de los Robles y Vallecillos. Doctor Arturo Sansores. Gasta patillas colosales. Casi le llegan al epi- gastrio. Disertó sobre quistes ováricos. Y escribió la historia de « Plinio. » Dr. Anastasio Saaverio. Módico cirujano, Módico Higienista y propie- tario de Payret y socio de Borbolla, s. e. ú o. Es el Romero Robledo de los médicos haba- neros. Su osadía, como la de aquel funesto per- sonaje, no tiene límites. Dijo horrores del esfínter anal en las oposiciones á la cátedra de Anatomía, en que probó su suficiencia... escapándose por la tangente y tomando las de Villadiego. Más tarde contiende con el Dr. Jover y éste le sacude el polvo que fué un gusto. El destino ven- gó á nuestros compañeros de Colón, para quienes el Dr. Saaverio ni quiso ni supo ser médico. ¡ El verdugo de los médicos de Colón se dejó poner el sayo por el Dr. Jover en las famosas oposiciones! ¡ Triste reparación que el destino ofrece á los buenos, dignos y leales! Demostrado quedó en- tonces que el Dr. Saaverio no sabía Patología Interna, ni estaba en el camino de llegar t sa- berla. Él se cuidó de probar que sabe hacer negocios buenos, como el de Payret; que es de los dicho- 8 114 B. ESCOBAR sos de la política, pues debe al partido de la U. C. todo lo que es, todo lo que tiene y todo lo que re- presenta. Si no fuera médico higienista, no encajaría en en este libro, porque en el ejercicio de la profe- sión no es de los que brillan. Dr. Faiitaleón Machado. Bajo, aguileña la nariz, bigotes de granadero, y feo... como Picio. Se dice que fue buen módico, y que lo es toda- vía. Alguien dice que en sus mocedades se cuidó más de las ciencias módicas que hoy. Es verdad que entonces no era rico. Y hoy, si no lo es, tie- ne algo. Es una persona distinguida, de trato afable y maneras corteses. Y es higienista. Docto i' Francisco Rivero. Físicament,e un Walling... envejecido. El Dr. Rivero es una persona distinguida, culta, agradable. Os atrae su conversación. Es ameno, divertido, culto. Habla con alguna pausa. Posee una buena clientela en Guanabacoa, donde goza fama de médico de reputación. Entregado por completo al ejercicio de su pro- fesión y á los goces de su hogar, que enaltece con sus encantos virtuosa dama, no se levé perder el tiempo. Sus compañeros de Guanabacoa le creen algo exclusivista. Difícil discernir quién tiene la ra- zón. ¿Ellos? ¿El? Averigüelo Vargas? Desempeña hace años una plaza de médico hi- gienista. Doctor Juan Miguel Plá. Es el módico de nombradía en el Vedado. Hombre modesto, estudioso, de buen ojo clí- nico, demostró ser inútil... en los negocios. Dios le llamó por otro camino: el de la Medi- cina. Domina bien el arte del diagnóstico. Es propietario en el Vedado, donde ejerce con éxito lisonjero. Modelo de papas, vive entregado á su profesión y á las dichas de su hogar, que alegran unos án- geles de la tierra. Doctor José A. Tremols. Discípulo de Belén; estudiante aplicado y jo- ven elegante, de corte inglés; en 1878 era un lyon de nuestros salones. Su buena madre, se- ñora bondadosa que admitía en sus salones estu- diantes de medicina, no hubiera pensado nunca que el matrimonio, la edad y el agua de Vento, convirtieran á José A., aquel lyon de Compos- tela Street, en un burgués de tomo y lomo. Tan burgués, que más parece, físicamente se entiende, detallista retirado á buen vivir, que doctor en medicina. De estudiante, era un buen mozo, rubio, es- belto, elegante. Hoy es una botijuela. ¡ Efectos del agua de Vento! Es un módico estudioso, discreto, conocedor de la Medicina Moderna. No brilla en las Acade- mias ni en la Sociedad de Estudios Clínicos, no sé si por apatía ó porque no ha querido dejarse su- gestionar por algunos caballeros que sueñan que son sabios y les gusta que la lisonja repita el di- tirambo en sus oídos. Contemporáneo de Romero Leal, era su antí- tesis física. El y Gustavo López, eran los buenos mozos del curso. NUESTROS MÉDICOS 119 ¡Cuánto va de 1878 á 1893! ¡Hoy apenas se llama Pedro! Se dedica con buen éxito á las enfermedades de las vías respiratorias. Es un caballero muy distinguido. Y un buen padre de familia. Le queda de su primera juven- tud un gran cariño: El Parque Central. Doctor Cari!tos Scull. Vamos, que se me resiste. No lo puedo reme- diar. Eso del Dr. Scull me pone... de pata de gallina la piel. Dicho así: Garlitos Scull, me da gusto. Dr. Scull me suena extraño. Me parece que soy presentado á un caballero desconocido. Es como si me hablaran del Dr. Francisco Gutió rrez. Panchito Gutiérrez, el sobrino de D. Nico- lás, me suena grato. Es cuestión de acústica. ¿ Podréis llamar doctor á un hombre de fisono- mía ratonil, delgaducho, macilento, hediondo á cabo de tabaco, que viste inglesa y mugrienta le- vita y bomba color de ala de mosca? Dios le puso en el Reina Mercedes para hacer un pendant con Emiliano Nuñez. Esas dos caras se están dando bofetones. Fi- guran que Scull es Domingo de Carnaval y Emi- liano Nuñez____Domingo de Pasión. Alegría y tristeza que se quieren. Como que son de los vio- jos de la casa. El yerno de Zayas es un hombre agradable, atento y... decente. Cuando se ha sido Interno se sabe lo que vale la palabra decente, aplicada á un médico de hospital. Garlos Scull no es un sabio ni siquiera una no- MUESTROS MÉDICOS 121 tabilidad. Es modesto.' Diagnostica con discre- ción. Formula bien; formulando, eso sí, dentro del estrecho molde de los formularios de hospital, que responden á arsenales. Farmacológicos poco repletos y hasta muy limitados. Es de las me- dianías útiles que tanta falta hacen siempre; so- bre todo, en este país de eruditos á la violeta y de sabios de relumbrón. Aunque no es un encane- cido por el estudio, no creáis que es un perezoso. En las salas á su cargo se emplea lo moderno; se instituyen tratamientos serios y se piensan las cosas cuerda y discretamente. Socialmente tiene muchas simpatías. Tiene don de gentes. Es de los que se dan á querer. En mis tiempos era el niño mimado de los internos. Tan mimado que le dábamos pastelillos. En el ex- terior de su persona apenas se llama Pedro. Vis- te siempre desenfadadamente impulcro. Eterno bohemio, vive despreocupado de su ropa. Es de los que se lavan con jabón y traen grasa en los laldones de la levita. Así como Domingo Cubas ha ido á Saratoga con pantalón dril blanco, Car- los Scull sale siempre con paraguas. Era tan amigo de Panchito Gutiérrez, que se volvió Pan- chito Gutiérrez, digo, feo. Plata de buena ley, quisieran muchos fatuos parecerse á Carlos Scull. Scull en puerta, Gutiérrez á la vuelta. Dr. Francisco Gutiérrez. Sobrino de su tío Nicolás, se parece intelec - tualmente á él como un pitirre á un canario. No estudia. Cobra su sueldo. Receta mucho Emulsión Scott. Y procura co- mer sabroso. Y es más feo que Carlos Scull. Vamos, feo bis. Doctor Francisco Marill. Está dedicado al Reina Mercedes. Es uno de tantos hijos de crianza del Dr. Emiliano Núñez. Chiquito, cabezón, haragán, picarazado de vi- ruelas, resulta hermoso comparado con sus co- logas—y hermanos de crianza—Pancho Gutié- rrez y Carlos Scull. Es inteligente, pero vago, muy vago. Apenas estudia. Como todos los hombres chiquitos, mete bulla cuando camina. Para que lo sientan. Es el menos feo de los tres, pero es el más in- teligente. Gracias á su clara inteligencia, á su ojo clínico, ha podido defenderse en consultas. Hizo un viaje científico y se tornó mentalista. A poco se vuelve Montano, digo Antropólogo. Y basta de Marill. Doctor Cecilio Reol. Corría el año de 1879. Por las salas de San Felipe y Santiago discurría grave, serio, un jo- ven alto, feo, intensamente feo, calvo y macilen- to, de aspecto bondadoso. Era Cecilio Real. Alma de niño, era querido por todos sus com- pañeros. Pobre, escaso dé recursos, realizó una obra de gigantes. En un país como éste, donde cuesta tanto una carrera literaria, alcanzó el tí- tulo de Médico-Cirujano. Es un modelo de constancia, laboriosidad y energía digno de imitarse. Nególe Dios talento, pero le concedió aquellas tres grandes virtudes, que nuestro amigo atesora. Económico, modesto, afable, corazón sencillo, ageno al dolo, incapaz de una felonía, se ha gran- jeado la estimación de todos y es hoy uno de los Médicos Internos del «Reina Mercedes> más que- ridos de sus compañeros. Encarnación genuina por su mansedumbre, su paciencia y su aplicación, del verdadero Módico de Hospital, lleva el buen hombre en su rostro la expresión angélica del virtuoso que vó logrados NUESTROS MÉDICOS 125 sus afanes, recompensados sus desvelos. Diríase de él que es el alma de una hermana de la cari- dad encarnada en el cuerpo de un buen hombre. ¡ Dulce violeta del « Reina Mercedes, > yo te saludo! Doctor Romero Leal. Un colmo colosal de fealdad. Demostrador sem- piterno, verdadero caso práctico de las teorías Darwiniana, su mamá lo echó al mundo muy feo y vino la viruela y zas, dijo: Requetefeo, ¿ quién te quiere á tí? y me lo dejó tal como ustedes lo ven, lanzando cañonazos á la Estética. Calvo, prieto, chico, apenas parece hombre.... de puro ogro. Es listo, muy listo. Y muy activo. Trabaja incesantemente. Miembro distinguido do la Facultad Módica Particular de la Prostitución Habanera, bregando con vaginas y úteros de Lamparilla y Bomba.... se hizo ufiliógrafo. Cono- ce bien las afecciones sifilíticas y venéreas y su reputación en este sentido es merecida. Dios le hizo hombre de gracia y esto constituye un encanto para sus clientes. Las degradadas que él cura celebran sus frases picarescas y ca- riñosas. Tiene el mérito de haberse hecho á sí mismo. Pobre, siguió sus estudios; recibido Módico, lu- chó varonil por la existencia; su actividad le ase- guró el agiaco, y nuestro amigo vive con algún bienestar. NUESTROS MÉDICOS 127 Es Médico de los Bomberos Municipales. No os una Enciclopedia, pero tampoco es un adocenado. No alcanzará la inmortalidad, pero juro á Dios que no es ningún zoquete. Su loma es: ¡ Más feo que yo, nadie! Dr. Rafael Suárez Rruno. Los golosos de la milicia y las coronadas de Venus le creen oXToumier Cubano. Ni quito ni pongo rey. Solo sé que Suárez Bruno cura sífilis y venéreo; que está acreditado con el público y en vísperas de ser un Pinilla, y entiendo que es un hombre práctico. Tiene tipo árabe. Trigueño, ojos y pelo negro; de medianas carnes; risita perenne; nuestro espe- cialista camina con aire de nombre que ha realiza- do una empresa superior á sus fuerzas. Y lo es se- guramente, el haberse encontrado Módico sin clientela; establecerse en la Habana y procurarse honradamente una clientela que, si no dá para lujos, satisface al casero y al panadero, y propor- ciona el diario para la plaza. ¡Lástima que hombre tan popular como Suárez Bruno esté encariñado con la bomba! No la suelta ni á tres tirones. Abandonó la levita por el chaquet, ¿por qué no usa el hongo? No es capricho mío. Es que no resultan los sifiliógrafos con bomba. El y Romero Leal son los azotes de la Sífilis haba- nera. Benjamín de Céspedes, esa vijirita enciclo- pédica, debió hacerles un reclamo en la Prostitu- ción Habanera. Se lo merecen. ¡Con qué vigor NUESTROS MÉDICOS 129 atacan el chancro; ¡con qué constancia persiguen la blenorragia, ¡con cuánto ahinco destruyen las lesiones protopáticas de la sífilis. Dígalo el sifilo- ma del hígado en un asiático, tratado magistral- mente por el Dr. Romero Leal! Saludemos respetuosamente á el Dr. Suárez Bruno. Y supliquémosle el hongo. 9 Doctor Luis Montané. Laringólogo, antropologista, Médico de repu- tación, es el Dr. Luis Montano, una verdadera ilustración. Hizo su educación en Francia, pero no estéril- mente. Fué á París para volver ilustrado. Dicen que tiene sangre francesa en las venas. Agrego que tiene modales franceses, cultura parisién, estilo parisién y... hasta ciencia francesa. Y per- donen sus envidiosos. Los que envidian en Mon- tano su gallardía, su facilidad en hablar de asun- tos no módicos, sus' conocimientos generales, su cultura de hombre enciclopédico. Nada más fácil que un Módico entienda de cosas de medicina y un ingeniero de ingeniería; lo difícil, lo que tiene mérito, es hablar y entender, como habla y en- tiende Montano, de cosas agenas al arte médico. En eso ningún Módico de la Habana le supera. Montano sabe de ciencias morales y políticas, de literatura, de pintura. Es el Médico de la colonia francesa y el Módico oficial del Consulado Francés de la Habana. Cultiva con fruto la especialidad de enfermeda- des de las fosas nasales, garganta y nariz. MUESTROS MÉDICOS 131 Posee extensos y profundos conocimientos de Antropología. Y, recientemente, ha hecho bueno á Benjamín do Céspedes. Su estudio sobre el afeminam'iento, leído en francés en el último Congreso Módioo cu- bano, le ha acreditado como observador sagaz y hábil. En él se muestra el Zola de la literatura módica cubana; dicho sea sans ceremonie; sans facón et sans cumpliments. Doctor Juan A. O'Farril. Ramoncito, como le dicen en Colón. Es el émulo de Vargas, el conservador impú- dico del escándalo de Punta y Colón. Émulo, no en ciencia ni en especialidad. Vargas lo es en chanchullos electorales, y Ramoncito en enfer- medades de los niños. Los de Colón están familiarizados con Ramon- cito. Tanto, que cualquier día va Gordillo allá y le dirán Miguelito. Aunque chiquito de cuerpo tiene la viveza de la ardilla. Trabaja incesantemente. Partea á la hembrería del barrio y visita á los chiquillos. Los papas le idolatran. Ramoncito para aquí, Ramon- cito para allá, y con tanto Ramoncito, él, que ya es chiquito, se disminuye tanto, que ahorita se hace microscópico. Como á todos, se le mueren los enfermos, que no tiene la suerte de curar. Se ha formado á cos- ta de trabajo y laboriosidad. En el barrio de Co- lón le creen San Rafael. ¿Será por lo del pescado? A la sombra de Casuso quiso hacerse Cirujano, pero su pequeña mano no le dejó prosperar. Y algo que ayudaría la j?j£/<^m de Casuso, que para eso de dar sombra tiene mal ángel. Tiene la pa- labra Weiss para ratificar. O'Farril es feo, pero activo. Se cuida del arte, es cariñoso con los enfermos y... el emulo de Vargas. Dr. Vicente Benito Valdés. Flaco, trigueño, feo... .y simpático. Y hom- bre clínico, que sabe hacer un buen diagnóstico y hacerlo____sin presumir. Es el Sarah Bernardt de los médicos habaneros. Por flaco. Y por ta- lentoso. En cuaresma no sale á la calle. Es modesto y estudioso. Sabe más, mucho mas, que ciertos rinocerontes que fundan un pe- riódico, lo redactan en colaboración con la tijera, y llenan la cubierta con los nombres de cinco ó seis mediquillos desconocidos, que ensalzan al Di- rector de la publicación. Repito que es un clínico eminente pero un mal comerciante. Malo como cabo de tabaco jorro, que decimos en Vuelta-Arriba. Prueba al canto: Compró los baños de Belot muy caros y dejó á la Habana bañarse barato. Está esperando que Horstman salga del canuto, para meterse él dentro. Conste que, feo y flaco, vale. Es de lo mejorcito que puedo ofrecer á ustedes. Y cuando se enfermen procuren tenerlo cerca, si quieren salvar el pellejo. Como todo hombre de mérito, huye el mundanal ruido y sigue las huellas por donde han ido, los pocos sabios que en el mundo han sido. Doctor Albarrán. Pedro Albarrán es hermano de Joaquín, un cu- bano que dio y dá honra á España en París. La familia Albarrán es la familia Silvela de los módicos cubanos. Quiero decir que así como no hay un Silvela bobo ni tonto, tampoco hay un Al- barrán inepto ni desconocido. El de aquí, á quien alude ésta semblanza, goza de gran reputación en Sagua la Grande, donde ejerció con notable acierto y formó una escogida y numerosa clientela. Es un gran cirujano y un buen módico. Perfeccionó sus estudios en París, dedicando sus desvelos á las afecciones de las vías urinarias; en cuya rama es la primera autoridad de Cuba. Demos por cierto y positivo que Pedro Alba- rrán es un especialista. Nació con sangre de ci- rujano, es decir, con disposición para operar; estudió mucho, porque es hombre de cerebro su- periormente dotado; que asimila cuanto lee y á esos hombres el estudio les resulta grato por fá- cil y provechoso. Su arrogante figura, la corrección de su vestir, la finura de su trato y la guachinanguería—pas- sez-moi le mot — de su carácter hicieron lo de- NUESTROS MÉDICOS 135 más. Llegó á Sagua y, nuevo César, llegó, vio y venció. ¿Quare causa? Sus conocimientos en ci- rujía ; su extensa cultura módica; su persona agradable, fina, atenta; su zalamería, su carácter guachinango. Pedro Albarrán es de esos hom- bres que atraen, que seducen, que arrastran tras sí voluntades. Espíritu superior, alma generosa, en su corazón no alberga el odio ni anida la en- vidia. En la lucha por la existencia ha sabido ser grande, noble y generoso; merced á su cerebro dotado superiormente, á su alma dulcey tierna de niño inocente. Es un fiel idólatra del compañe- rismo. Pedro Albarrán triunfará en la Habana como triunfó en Sagua. Triunfará porque tiene talento, porque es trabajador, porque sane, porque vale. Prueba de ello es que su consulta—Prado 87— se vé concurrida todos los días de enfermos de las vías urinarias; á pesar del corto tiempo que lleva Albarrán ejerciendo, después de su regreso de París. En Pedro Albarrán no hay nada... fiado al nombre de familia. Todo en él es verdad: Cien- cia, simpatía y clientela. Doctor Erastus Wilson. Saludemos respetuosamente al extranjero dig- no, ilustrado y generoso que, viviendo en esa pocilga inmunda, donde todos los tíos adminis- tran la cosa pública se ha interesado por la salud pública y ha consagrado sus desvelos á propagar ideas salvadoras para el país, cuya higiene con- tribuye á mejorar. Ha sido el más fecundo de nuestros escritores médicos. En materias de higiene pública solo tie- ne un rival: el Dr. Aróslegui. El Dr. Delfín so vulgariza demasiado y resulta trivial. Caro, si bien fecundo, era un neurasténico que, en sus úl- timos años hablaba de la teobromina para hacer bombos al chocolate de Matías López, que es el peor de los chocolates que se expenden en Cuba. Reuniendo Wilson, méritos superiores á ninguno, por haber hecho su propaganda en el folleto y en el periódico cuando nadie se cuidaba de eso. Y no hoy, que hasta Joglar discute conManín, so- bre los microbios asturianos importados con las castañas. Hoy que toda la prensa se cuida de la Higiene, desde « El Comercio » hasta « Las Avis- pas. > Del Dr. Wilson como Médico nada diré. Ape- NUESTROS MÉDICOS 137 ñas se llama Pedro. Se dedica al arte dental. Lleva más de cuarenta años cuidando las bocas de las cubanas. Si escribiera sobre los extragos del ci- garrillo en nuestras dentaduras, mucho podría contarnos el buen Doctor. Fué indiscutiblemen- te durante largos años el mejor dentista de Cuba. Después le surgieron competidores y natural- mente la clientela se repartió, pero la reputación se mantuvo incólume. Fué y es un hombre de verdadero mérito. Dr. Gonzalo Aróstegui. Es el Ángel Pulido de la Habana. Entre nues- tros escritores módicos ninguno más brillanto que él, después de Esteban Borrero. Uno y otro son correctos, elegantes, sobrios. Borrero es más viril. Tienen algunos de sus artículos toques del estilo inglés, por exceso de precisión y por exce- so de energías. Aróstegui emplea esa forma ga- lana, elegante, propia del estilo de los escritores franceses. El Dr. Aróstegui delata, escribiendoy hablando, su origen meridional. Es un exaltado por la Higie- ne. Imaginación viva, inteligencia superior, me- moria feliz, retiene cuanto lee en los periódicos, librosy revistas extranjeras. Y digo extranjeras porque España en esta materia es gran consumi- dor y...productor nulo. Y digo nulo, porque Rodríguez Méndez (de Barcelona) es el único que se cuida de la Higiene, y los catalanes, aunque Cataluña pertenece á España, no son iguales al resto de los habitantes de la Península. Son, en cuanto á la producción literaria, en materia de Higiene, superiores á los demás. Gonzalo Aróstegui es un expositor brillante. Díganlo sus artículos de El País sobre sanea- NUESTROS MÉDICOS 139 miento de la ciudad de la Habana. El segundo es el mejor. Se adivina en él al hombre enamo- rado ciegamente de la Higiene, se percibe al sa- bio que propala ideas salvadoras y aspira á hacer- las llegar hasta las últimas capas sociales, con todo el entusiasmo del que sabe sentir lo bueno, lo verdadero, y lo bello. Si este país llega á mejorar sus condiciones de vida, mucho deberá á la prensa política de la Ha- bana, y mucha parte de esa gloria cabrá al Dr. Aróstegui. Tiene el mérito, escribiendo, de dorar la pie- dra. Ataca con vigor al adversario pero envuel- ve las ideas en una forma tan dulce, que el heri- do apenas siente el dolor. Ha llorado la pérdida de dos celebridades médicas francesas con tal sen- timiento y en frases tan patéticas, que la memoria retiene siempre el sentimiento hondo, inquebran- table de la ausencia de los sabios tal como si fuesen miembros queridos de la propia familia. Hay en el fondo de su carácter tal dosis de dulzu- ra, que Aróstegui os hace la impresión del hom- bre justo y bueno, temeroso siempre de ofender á Dios y á los hombres.Y veáse como esta idiosin- crasia del carácter de Aróstegui, como por este rasgo genial, Francia y Alemania se dan el abrazo en la Revista de Ciencias Módicas,» donde Jacob- sen sintetiza la impavidez sajona y Aróstegui la vivacidad francesa. Físicamente: Un Casuso hermoso, risueño, dulce y suave. Dr. C. M. Desvernine. La primera autoridad en Cuba, y una de las primeras de América en afecciones déla laringe. Ni más claro, ni más turbio. Desvernine es una honra para Cuba y para España, porque no crean usdes. que Madrid y Barcelona, aun contando buenos especialistas, lo mejoran. Eso quo digo no necesito probarlo. Ahí está el público indoc- to, el que necesita curarse; y ahí está el público docto, científico, el público de los congresos. Uno y otro prueban que es buena mi afirmación. Sur- gió Montano laringólogo é hizo algo durante la ausencia de Desvernine. Tornó este á los patrios lares y Montano se corrió á la Antropología. Si Desvernine no valiera como sabio laringólogo val- dría por su hermoso corazón. Protege desinte- resadamente á un módico estudioso, que cultiva con provecho la laringología. Aludo al Dr. Emi- lio Martínez. Tal conducta hace el elogio de Des- vernine ; su mejor elogio. Quien vale y mucho como él, y no abriga mezquinas pasiones, vale doblemente. Ha publicado sus estudios en el extrangero, donde le han granjeado legítima y merecida re- putación. NUESTROS MÉDICOS 141 En cuánto al hombre, brilla por su cultura su- perior, su trato amono y su fealdad. Es después de Romero Leal, el especialista más feo de la Ha- bana. Ha cometido la torpeza de no hacerse re- clamos ni darse bombos, pero el público que busca lo que necesita donde sabe lo puede encontrar, ha encontrado alDr. Carlos M. Desvernine en la calle de Cuba numere 52, donde el sabio médico cubano dá consultas de 1 á 5 todas las tardes. Si no anden ustedes bien de garganta ó de na- rices, véanse con Desvernine, en Cuba 52. Doctor Emiliano Núñez. El Hospital de San Felipe y Santiago ora un baldón de ignominia. Los enfermos desvalidos que iban á él encontraban la muerto. Ni la cien- cia de médicos eminentes, como Gallardo, ni lape- riciadecirujanoshábiles,comoBango,les evitaban aquel aire infecto, mefítico, letal, que intoxicaba la sangre ó infectaba, sus heridas. Aquello no era un Hospital. Aquello era el matadero. Urgía terminar de algún modo con aquel lamentable es- tado de cosas. La mano generosa y caritativa de la Sra. Santa Cruz de Oviedo había hecho un legado cuantioso. Se necesitaba una alma grande, generosa, mag- nánima, dispuesta al heroísmo, propensa al sa- crificio y surgió el Dr. Emiliano Núñez de Villa- vicencio. La limosna se perdía para el pueblo habanero si no iba á ser bien dada. Núñez emprende su apostolado, se prepara á su obra redentora; no se arredra ante las amarguras con que debía tropezar, trabaja, persevera ó insiste hasta que se coloca la primera piedra. La cari- dad inagotable del buen pueblo habanero hizo lo demás y en eso Hospital modelo que se llama Rei- na Mercedes se estarán besando sempijternamen^ NUESTROS MÉDICOS 14o te dos grandes almas: La Sra. Santa Cruz de Oviedo y el Dr. Emiliano Núñez. Su físico no hace adivinar al hombre superior. Parece un hostelero anciano. Color rojo, pelo ca- noso, cara de rechoncha, bajo; se pasea siempre con aire pensativo, hacia atrás las manos y el blanco pañuelo en la siniestra. Es hosco, bastante hosco. Parece un cabo de ronda pasando visita. Todo lo vé, todo lo husmea y sabe oler donde gui- san. Sin estas pesquisas de él, sin su honradez, sin su constancia, ¿ qué sería de los pobres enfer- mos ? Les defiende su gramo de pan y su litro de leche. Ahorra centavo que sea. Les buscó buen aire y les hace alegre su triste hotel. Cuantas reformas buenas hay en el «Reina Mercedes > á él se deben. Como lodo hombre superior, es modesto. En su gran obra, él vé sencillamente el cum- plimiento de un deber. En este peregrino país se dan cruces de Beneficencia por salvar á un catre de un incendio y, en cambio, á verdaderos filán- tropos como el Dr. Emiliano Núñez, no se otorga más distinción que... pagarle tarde y á regaña- dientes la asignación del < Reina Mercedes. > La carencia de recursos de dicho Hospital, hace en- carecer el mérito de su Director-Administrador. Cuando sobra dinero, todo es fácil. Lo difícil, lo meritorio, es repetir el milagro de los huevos de oro. Si su honradez le acredita, unida á su inteli- gencia, de buen administrador, enaltécele sobre- manera la buena Dirección que ha impreso al servicio módico del Hospital. En el « Reina Mer- cedes » el personal módico es escojido y trabaja bien. Se hace mucha y mucha buena cirujía. Des- 144 n. ESCORÁIS de los métodos clásicos que cultiva el Dr. Bango, hasta el método á la derniórebrevete s. d. g. que inaugura FrancoisDomínguez (a) Panchón. Núñez es un buen Médico. Conoce profunda- mente las enfermedades del sistema nervioso. Tiene regular clientela. Y eso que no se dá bom- bos, y siendo muy moral, no aspira á moralizar la profesión como cierto Catón. La posteridad, agena á la envidia de los con- temporáneos, hará justicia á los méritos excep- cionales del hombre noble, generoso y digno á cuya tenaz perseverancia y superior inteligencia se debe la existencia del Hospital « Reina Merce- des. » Dentro de cien años, quien lea este librejo, me perdonará lo mucho malo que contiene en ob- sequio al pudor con que le cierro. Broche de oro, es el nombre con que finalizo. IISTIDIOIEL Páginas Prólogo...................................................... v Prefacio..................................................... 1 Laura Martínez Carbajal................................ 3 Dr. Manuel V. Bango.................................... 5 » Cabrera Saavedra.................................... 8 » Raimundo de Castro................................. 12 » Federico Horstman.................................. 14 <> Juan B. Landeta...................................... 16 » Raimundo Menocal.................................. 17 » Juan Santos Fernández............................. 19 » Gabriel Casuso........................................ 22 » Joaquíu L. Jacobsen..................... .......... 26 » Claudio Delgado...................................... 29 » Ignacio Plasencia................................... 32 » Antonio M. de Górdon y de Acosta.............. 35 » Pablo Valencia....................................... 37 » D. Fernández Cubas................................. 39 » Carlos de la Torre................................... 42 » Antonio Díaz Albertini.............................. 45 » José R. Montalvo.................................... 47 » Antonio Jover........................................ 50 » Luís Cowley........................................... 53 » RafaelCowley.........................>................ 54 » Joaquín Laudo....................................... 56 » Enrique López....................................... 58 11 ÍNDICE Páginas Dr. Joaquín L. Dueñas................................... 60 « Rafael Weiss.......................................... 62 » Arístides Mestre...................................... 64 » Vicente Laguardia.................................... 65 » Gustavo López........................................ 67 » Diego Tamayo........................................ 69 » Francisco Vildósola.................................. 71 » Eduardo Echarte...................................... 73 » Tomás Plasencia...................................... 74 » Enrique Acosta....................................... 76 » Juan M. Espada....................................... 78 » Esteban Borrero Echevarría........................ 79 » José Várela Zequeira................................. 81 » Serafín Sabucedo..................................... 82 >■ Eduardo G. Lebredo................................. 84 » Alario Lebredo........................................ 86 » Emilio Martínez....................................... 87 » Juan B. Fuentes...................................... 88 » Julio Zúñiga............................................ 89 » José Otero............................................. 91 » Federico Córdoba.................................... 92 » Eduardo J. Plá........................................ 93 » Secundino Castro..................................... 94 » Guillermo Walling.................................... 95 » Teodoro de la Cerra y Dieppa..................... 97 » Francisco Regueyra.................................. 98 » Francisco Reyneri.................................... 99 » Edelmiro Fernández................................. 100 » Francisco Quesada.................................. 101 » Nuñez de Castro...................................... 102 » Guillermo Benasach.................................. 103 » Miguel Biada.......................................... 104 » Augusto Figueroa y Riambau..................... 1Q5 » Juan R. del Cueto.................................... 106 » Enrique Porto......................................... 108 » Antonio Durios....................................... 109 » Enrique Portuondo................................... 110 ÍNDICE III Páginas Dr. Adolfo Robles Vallecillos........................... 111 » Arturo Sansores........................................ 112 » Anastasio Saaverio................................... 113 » Pantaleón Machado.................................. 115 » Francisco Rivero..................................... 116 » Juan Miguel Plá....................................... 117 » José A. Tremols....................................... 118 » Carlos Scull............................................ 120 » Francisco Gutiérrez................................... 122 » Francisco Marrill...................................... 123 » Cecilio Reol............................................ 124 » Romero Leal.......................................... 126 » Rafael Suárez Bruno................................. 128 » Luis Montané.......................................... 130 » Juan R. O'Farril]...................................... 132 » Vicente Benito Valdés............................... 133 » Albarrán................................................ 134 » Erastus Wilson....................................... 136 » Gonzalo Aróstegui.................................... 138 » C. M. Desvernine..................................... 140 » Emiliano Núñez....................................... 142 NUESTROS POK B. ESCOBAR. >. J / ll 1¿l /7 -«-• ^ «>»- LÍB'RAUX ¿,Pr. is ::33 HA 15 ANA I I I» «Mi KAKI A l> K -«LA \.V (' II A. UALLF OK O-IÍEILF.Y XI'M. U 1515 f. .." *••■' I EN PREPARACIÓN: NUESTROS MKIUCOS.-(SE(íUNDA SERIE.) EL CURANDERISMO. 7722 A* NLM052991164