La Flor Humana TEXTO DE PUERICULTURA Camilo Muniagurría La Flor Humana TEXTO DE PUERICULTURA ELEMENTAL PARA USO DE LAS ESCUELAS PRIMARIAS DE NIÑAS DE LA REPÚBLICA ADOPTADO PARA LA ENSEÑANZA OFICIAL POR LOS CONSEJOS DE EDUCACIÓN DE LAS PROVINCIAS DE BUENOS AIRES, CORRIENTES Y SANTA FF. Por el Dr. Camilo Muniagurria Profesor de Enfermedades de Nifios y de Puericultura en la Facultad de Medicina Profesor de Puericultura en la Escuela Normal de Profesoras; Director de la Biblioteca Argentina; Miembro Honorario de la Academia de Medicina de Kío de Janeiro, etc. ROSARIO Buenos Aires LIBRERIA DE ANTONIO GARCIA SANTOS Moreno 500, esq. Bolívar 1923 ES PROPIEDAD DEL AUTOR. Talleres Gráficos argentinos L. J. Eosso y Cía., Belgkano 475 DOCERE PUERUS CUM DELECTATIO INFORME DE LA INSPECCIÓN GENERAL DE ESCUELAS DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES SOBRE “LA FLOR HUMANA” La comunicación elevada, par el Doctor Camilo Muniagurria a la Dirección General de Escuelas de la Provincia, por sus útiles observaciones sobre el senti- miento de la maternidad en las niñas pequeñas, no puede ser más interesante. Y está en lo cierto, indudablemente, al concluir que un aprendizaje tan íntimamente relacionado con la naturaleza humana, debe afirmar su raigambre, máis que en la inteligencia, en el alma de las niñas. Todo aprendizaje que despierte" y mantenga en ejercicio la afectividad, será un conocimiento de tal manera impregnado en el psiquismo infantil, que se ma- nifestará en la oportunidad propicia, inteligentemente, cariñosamente, decididamente, como expresión plena de inteligencia, de sensibilidad, y de voluntad. La mayor parte de los conocimientos que en la escuela se adquieren para desvanecerse en breve, han sido transmitidos solo intelectualmente. De completo acuerdo, pues, con la reflexión del autor sobre la nece- sidad perentoria de que la enseñanza debe ser intelectual y al mismo tiempo afectiva. N Pero esta orientación tiene todavía una mayor im- portancia, cuando se trata de conocimientos que tienden al mejor cultivo de esa “flor de carne e inocencia” que el doctor Muniagurria llama con exactitud pintoresca “La Flor Humana”. Es un libro escrito con tanto amor como arte. 6 La afectividad y el arte literario hermanados con las verdades de la didáctica, han producido páginas de tan sencilla delicadeza y real colorido, que se leen con hondo deleite. Se siente la emoción estética, como una resonancia íntima — que dijera Guyau — a través de nuestra. inteligencia y de nuestra sensibilidad. Es la armonía entre los pensamientos dilucidados y los sentimientos que se despiertan mediante la poesía que campea en muchas de sus páginas. En esa belleza — que debiera harmanarse con la didáctica en todos los libros destinados a los niños, — reside, a mi juicio, el valor fundamental de esta obra cuya lectura no requiere comentarios, y que significará un placer estético para las alumnos a quienes está dedi- cada, sin que tal excluya la adquisición de interesantes su autor habría realizado una obra inestimable por lo novedad y la belleza■ de la exposición, ¡Cuántos cono- cimientos útiles!... ¡Cuántas observaciones interesan- tes!. . . ¡Cuántas reflexiones atinadas y cuántas suge- rencias aprovechables se derivan de su simple lectura! Si como cabe suponer, desde la escuela, el libro penetra en los hogares y se difunde como lo merece, su autor, habría realizado una obra inestimable por lo valiosa, Considerando ahora el plan, que comprende los temas desarrollados y su ordenación, las máximas des- tinadas a ser fijadas en la memoria, el cuestionario y los ternas de conversación, esta Inspección General, abstracción hechai del aspecto científico, ajeno a sus dominios, pero plenamente garantido por las condiciones del autor, cree que responde a los propósitos perseguidos. Juan Francisco Jduregui Inspector general ARRULLO Duérmete mi ángel, Que yo estoy aquí, Con dulce cariño Velaré por tí. Duerme en mi regazo Mi prenda querida, Cual ave en su nido Del aura mecida. Que guarde la virgen Tu sueño tranquilo; Sonríe gracioso Durmiendo de un hilo. Tu madre te quiere, Tu madre te adora, Que Dios te bendiga Oh! mi flor de aurora! Duérmete mi ángel, Que yo estoy aquí, Con dulce cariño Velaré por tí. Cahlos Guido t Spano (Po«iía póstiima) LA FLOR HUMANA ¡ El niño pequeño: flor de carne y de inocencia, rea- lidad de ternura, promesa y esperanza del porvenir! Su cuerpo inmaculado, es el cofre en el cual se encie- rran los gérmenes de un destino. Su alma, naciente co- mo una aurora, se irradia en un suave resplandor. Dormido en su cu- na; arrullado por la suave canción mater- na ; prendido a su seno, que es para él como una fuente sa- grada, espera el por- venir en el vago ensueño de su ino- cencia. ¡¿Cuál será su des- tino ? Pensad en los pu- ros raudales que na- cen en las vertientes de las montañas. Avanzan por la pendiente como el niño por la vida: ¿cuál será su curso? El raudal no elije su camino; desciende en la pen- diente, se detiene en la cuesta, hasta cubrirla y rebal- sarla, bordea una roca, retrocede y rehace su camino, 10 SS encrespa en espuma y se derrama en catarata que irisa el sol, se desliza suavemente y se agota en el va- lle que la recibe y al que fecunda. Vosotras que le amais con la ternura llena de pie- dad que despiertan los seres indefensos y delicados como una flor, preparad, con todo afán e inteligencia, el cauce por el cual va a correr el nuevo raudal. El niño es puro, tierno, delicado y hermoso como una flor. ¿Le habéis contemplado alguna vez mientras dor- mía en su cuna caliente y blanda; o cuando la madre le ha colocado sobre el borde de su propio lecho y liberta por breves instantes sus brazos y piernas rolli- zas, que él agita lanzando pequeños gritos de alegría; o cuando prendido al seno materno, lo acaricia al mis- mo tiempo con una de sus manitas; o cuando balbucea sus primeras palabras o ensaya sus primeros vacilan- tes pasos? ¿Cuándo os lia parecido feo un niño sano, gordito y contento? Un niño sano es siempre hermoso. Las formas de las distintas partes del cuerpo y la relación y armo- nía que guardan entre ellas, son siempre regulares y perfectas. Todavía no se lian acentuado los rasgos que lian de servir, después, para caracterizar sus fac- 11 ciones y definir su tipo. Sus cabellos nacientes son fi- nos y suaves; su piel es uniformemente tersa y sonro- sada; sus brazos y sus piernas son rollizas, con sur- cos, tan graciosos, que parecen fueran sonrisas de la carne. En el tierno cuerpo del niño de hoy se compendia, como una promesa, el hombre de mañana, como en la joven y delicada planta del almacigo, el árbol frondoso que de ella proviene. La planta y el niño deben resistir la acción con- traria de los elementos. Los vientos, las heladas, los soles, las sequías, deforman la esbeltez de los tallos y aminoran el vigor de las plantas. Las enfermedades conspiran contra la salud de los niños. Las enfermedades y los errores en el manejo del niño, deforman su cuerpo y su alma como ciertos bandidos del siglo XVII, los deformaban para exhibirlos en los tinglados provocando la curiosidad y la risa de las plebes crueles e ignorantes. ¿Conocéis la historia que cuenta el gran poeta francés Víctor Hugo, en uno de sus admirables libros? Un buen día desapa- rece un niño durante una breve distrac- ción de la madre. Los miserables atormen- tadores, lo exhiben después en un circo, horriblemente deformado; todo su cuerpo está contrahecho en una especie de mue- ca total; durante el tiempo transcurrido, el niño ha sido encerrado, permanentemente, en un cacharro de porcelana, retorcido, al cual falta la tapa y el fondo por donde asoman la cabeza y los pies. Al crecer, el niño ha tomado la forma extravagante del cacharro. La miseria, la enfermedad, los errores, deforman también el cuerpo y el alma de los niños. ¡Defendámoslos con todo nuestro amor, con toda, nuestra compasión, con toda nuestra inteligencia! Para ello, aprendamos a defenderlo. LOS PELIGROS QUE AMENAZAN AL NIÑO El niño que inicia su vida, se encuentra rodeado de numerosos y graves peligros que pueden compro- meterla si no sabemos defenderlo en forma oportuna y eficaz. No es como los otros pequeños animales, a los cuales basta un protector seguro y siempre pre- sente: su propio instinto. Vosotras habéis visto muchas veces los pollitos que, apenas salidos del cascarón, asoman su cabecita graciosa, provista ya del fuerte pico, por entre el plu- món de la madre, que, así, les forma alrededor del cue- llo, como una graciosa bufanda, todo calor y todo blan- dura. En unas horas más, abandonarán el nido en el cual han nacido y seguirán en banda bulliciosa a la madre amante y precavida que la conduce explorando 13 y defendiendo el camino al compás de su do, do, ince- sante, a la búsqueda del granito y del gusanillo ali- menticio. El pollito sabe ya picar, aceptar lo que su madre le ofrece, y aun encontrar o elegir lo que le conviene. También el cordero o el ternero recién nacido, va por sí solo a buscar en la ubre materna la leche con la cual podrá satisfacer su hambre naciente. Si el niño fuera abandonado a sus propios recur- sos, perecería. ¿Por qué esa diferencia? ¿Por qué esa injusticia de la madre naturaleza, hacia la más perfecta de sus criaturas? No; la naturaleza sabe siempre bien lo que hace. Si no ha puesto en el niño un instinto suficiente, ha puesto en la madre una inteligencia y ello, por cuanto la vida de los pequeños animales es infinitamente más sencilla que la del niño. Tan sencilla es aquella, que basta el instinto; tan complicada es ésta, que apenas basta la inteligencia. Es inteligentemente que se debe defender la vida del niño. Para cuidar un niño, para protegerlo contra los peligros que lo amenazan, es necesario saber y para saber, es necesario aprender. ¿Creeréis, acaso, que es más difícil aprender vuestra lección de geografía o de gramática que aprender cómo se ha de manejar el delicado, el complicado organismo de un niño, para que no se enferme? Ciertamente que no. Pensad, en- tonces, cuánto mal puede hacer una madre, no obs- tante su inmenso cariño, si jamás ha aprendido a cui- dar su niño. Si repentinamente pusieran un jardín a vuestro cargo, cuántas plan titas pagarían con su vi- da vuestra inexperiencia; cuántas se secarían por ex- ceso o por falta de rmsro, o por exponerlas a los rigo- res del sol ó la frialdad de- las sombras! Necesitáis 14 aprender si no queréis ser, alguna vez, los malos jar- dineros que permitan la muerte de la más hermosa de las flores: la flor humana. Muchas veces habéis visto, sin duda, personas que, no obstante su ignorancia, pretenden aun dar conse- jos en este sentido. Os quiero recordar aquí una esce- na que el gran poeta Shakespeare escribió para su famoso drama “Hamlet”. Hamlet, príncipe de Dinamarca, estaba siempre callado, pensativo y triste, y su padrastro Claudio, que había sido el asesino de su padre, envió a su cortesano Polonio para que inquiriera la causa de tal tristeza. Polonio encontró a Hamlet en momentos en que una orquesta de músicos ambulantes se aprestaba a dar un concierto para distraerle de su melancolía. Polo- nio asediaba a Hamlet con toda clase de preguntas que el príncipe no contestaba. Cansado, al fin, Hamlet, 15 se dirigió a uno de los músicos y tomándole la flauta en que tocaba, se la entregó a Polonio diciéndole: — — ¡Toca!... — No sé tocar, Señor — contestó Polo- nio. — No importa, toca — insistió Hamlet — toca, toca. — Señor, cómo puedo tocar no sabiendo hacer- lo? — ¡Ah! — concluyó, entonces, Hamlet — se te fi- gura que soy más fácil de hacer sonar que una flauta? ¡ Cuántas personas hay que no son capaces de com- binar dos sonidos y que se consideran sabias para cui- dar el delicado organismo de un niño! La ignorancia es, pues, el primer peligro que ame- naza la vida de los niños. La ignorancia va a menudo acompañada de la bue- na intención. Ya no es el caso del cuento, muchas ve- ces repetido: el ciego que presta al cojo sus piernas y que dirigido por él, salva el abismo. Es al revés: la buena intención, que es siempre coja, cargando a la ignorancia, que es siempre ciega y marchando, ambas, directamente al precipicio. Muchos niños se enferman porque sus madres han escuchado consejos cojos y cie- gos, esto es, bien intencionados y erróneos. Unas veces, es la abuelita del niño. ¿Quién pue- de dudar de su cariño? Nadie, pero sí se puede dudar de su ciencia. Ella alegará, a menudo, en su favor, que ha criado muchos hijos y hasta que los ha criado sa- nos. ¿Recordará todavía de aquel que se enfermó gra- vemente porque, cuando tenía menos de un año, le dieron a comer una papa del puchero? Los viejitos son, a menudo, escépticos y conservadores. Escépticos, es, descreídos de todo lo que se ha aprendido des- pués que ellos cesaron de aprender; conservadores, es- to es, poco inclinados a modificar sus conocimientos, a menudo, erróneos. Otras veces no son las abuelas, sino las vecinas y comadres del barrio, siempre acomedidas, siempre bien 16 intencionadas, siempre ignorantes, nunca prudentes. El niño está enfermo: la comadre acude sin tar- danza. *— Es esto.. . — Es aquello.. . — Son los dien- tes.. . —- Está muy débil... -— Está empachado... — Denle un purgante... Aconsejan todo, menos lo razonable, lo prudente: — Llamen a un médico... — Concurra a un consultorio gratuito para niños... Antes de aceptar un consejo de nadie, una madre debe pensar si quien lo da está autorizado para ello. Cuando no es la ignorancia la que conspira contra la salud del niño, es la miseria, su compañera inse- parable. Los niños deberían ser todos igualmente ri- cos, esto es, deberían tener igualmente todo lo que necesitan para llenar sus necesidades. La pobreza y la riqueza, si son un mal o un bien — ¿quién lo sabe? —. deberían venir después, cuando el niño no fuese ya afectado por ellas en su salud, en su alegría, en su crecimiento. Al fin y al cabo, ¡ es tan poco lo que necesitan cuando son pequeñitos!... Tan poco y tan mucho al mismo tiempo, pues cada una de las pocas cosas que necesitan, vale un tesoro: el pecho y el co- razón de la madre, sol y aire, abrigo, alimento conve- niente. Pero los niños pobres no siempre gozan de estos pocos y valiosos tesoros. Hay madres que tienen que alimentar sus hijitos con alimentos inapropiados que los enferman gravemente, porque han tenido que ven- der el tesoro de su pecho, criando a otro niño cuya madre no puede o no quiere criarlo como le corres- ponde. El sol y el aire!... “La flor humana” es en- tre todas las flores, la que más necesita de estos ele- mentos de vida. Pero hay tugurios húmedos y som- bríos en donde el niño duerme, respirando el aire con- finado que contienen, en compañía de toda la familia, con las puertas cerradas para que no entre, demasia- do, el frío de las noches do invierno. Durante el día, 17 el aire y el soi no llegan tampoco hasta su cuna y por ello su carita en lugar de ser sonrosada como los pétalos de las rosas de primavera, es pálida como las hojas de las plantas que crecen al abrigo de la luz. La Miseria y La Ignorancia, son dos viejas - arpías que se nutren con el cuerpo sonrosado de los niños. LA COSECHA FATÍDICA La enfermedad y la muerte de los niños, son las consecuencias naturales de la ignorancia de los que deben cuidarlos y de su falta de recursos. Cada año mueren millares de niños pequeños en nuestro país. ¿Sabéis cuántos? Alrededor de 70.000, de 0 á 2 años de edad. Si al venir a la escuela, con el alma abierta a to- dos los sentimientos generosos y con la inteligencia preparada como una tierra joven y fecunda a reci- bir la semilla que vuestra maestra siembra todos los días en forma de nuevos conocimientos, os dijeran: — “Anoche, un horrible cataclismo ha arrebatado la vida a 70.000 niños argentinos”, — el horror cris- paría vuestros labios en donde florecen las sonrisas y vuestros ojos se llenarían de lágrimas. Y bien, ¿qué importa que sea en una noche o en un año? La mor- talidad de los niños pequeños es un cataclismo exten- dido en el tiempo, como una dosis de veneno en un vaso de agua: lo mismo mata. Los niños son como las plantas pequeñas de los almácigos: brotan muchas, pero son pocas las que se desarrollan para transformarse en árboles verdade- dos. Todo depende, naturalmente, del cuidado que les prodigue el jardinero. Si las riega, si las defiende del sol y de las heladas, si las trasplanta a tiempo, se- rán muchas las que se salven. Lo mismo pasa con el almácigo humano. Allí donde sus defensores natura- les, que luego aprenderéis a nombrar, aúnan sus es- 19 fuerzos, su inteligencia, la mortalidad se reduce con- siderablemente. Los países más adelantados defienden mejor sus niños. Los atrasados, pobres e ignorantes, los pierden por centenares de miles. Podéis tener una idea de esta situación, conocien- do lo que pasa en cualquiera de nuestras grandes ciu- dades, en Rosario, por ejemplo. Imaginaos 1000 niños recién nacidos. ¿Cuántos creeis que de ellos llegan a ser hombres, a pasar la edad de 15 años? Pues, solo alrededor de 600. De los 1000 niños mencionados, 200 mueren antes de cumplir un año; 150 mueren antes de cumplir dos años; 30 mueren antes de cumplir cinco años; 20 mueren antes de cumplir quince años. ¡ Qué malos jardineros debemos ser, para que tal cosa suceda! Podéis deducir que, cuanto más pequeños son los niños, más fácilmente mueren, y ello porque cuanto más pequeños, más delicados son. Para que un niño pequeño muera es suficiente, a menudo, que se lo re- tire del pecho de la madre, que es, como veremos más adelante, la fuente sagrada de su vida. Y no penséis que el niño sufre solo las consecuen- cias de un mal que es general, que si mueren muchos niños en una ciudad, es porque mueren, también, en número excesivo personas de todas las edades. No, desgraciadamente no es así, aun cuando siéndolo, la desgracia no sería menor. Por cada adulto que muere, mueren tres niños. Ni los viejos están en peores condiciones. Un vie- jo de 80 años tiene más probabilidades de vivir que el niño que sostiene en sus rodillas. Se explica que mueran los viejos, puesto que es la ley natural de la vida, y puesto que ellos han cum- plido con su misión sobre la tierra, prestando su amor 20 y sus cuidados a su familia y contribuyendo, en la medida de sus fuerzas, al engrandecimiento 'de su pa- tria, al mejoramiento de su raza, al bienestar de la humanidad. ¡Pero los niños, promesas de vida, flores de esperanza!... Defendamos al niño por amor, por amor a lo que es débil e indefenso. ¿Cuál de los dos es más fácil que muera? Defendamos al niño por patriotismo. El niño, se lia dicho, es el padre del hombre. Solo de las genera- ciones de niños sanos y vigorosos, podremos constituir definitivamente nuestra nacionalidad, en el porvenir. La riqueza, la prosperidad, su capacidad para defen- derse y triunfar, dependen, en un todo, del vigor de la raza y por consecuencia tienen su germen en las generaciones de niños que la inician. 21 Defendámoslo por humanidad. El niño triste y enfermo despierta, naturalmente, nuestra compasión. LOS DEFENSORES NATURALES DEL NIÑO Todos los que tienen, pues, en su corazón, senti- mientos de amor, de delicadeza, de belleza, de patrio- tismo, de humanidad, deben constituirse en los pro- tectores del niño; no importa la edad, el sexo o la condición. Pero en esta lucha por la defensa del niño, hay entidades y personas que están más cerca de él, y que son, por consiguiente, responsables directos de su vida. Ellas son: la madre, el médico, el maestro, el Es- tado. La madre está más que nadie ligada con su pro- pia vida a la vida del niño, porque, desde luego, es quien más lo quiere. ¿Cuál amor iguala al amor de una madre? Ese montón de carne rosada es, todavía cuando está prendido a su seno, una parte de su cuerpo y toda su alma. Vosotras habéis visto, alguna vez, con qué inmenso amor lo toma, delicadamente entre sus brazos, lo contempla acariciándolo con la mirada, lo arrulla con la canción que sale más de su corazón que de su garganta, lo acerca al blanco seno y le da, con su leche, una parte de su propia vida ¿Quién, quiere más a un niño que su propia madre? Pero su ternura no basta para defenderlo. Por el hecho de ser madre, una mujer no sabe cómo se cui- da un niño. La ciencia de ser madre, es la ciencia más útil para toda mujer, la primera que debe apren- der, la que nunca debe olvidar. Vale más para una 23 madre, saber cómo se prepara convenientemente nn frasco de leche, que saber que la tierra se mueve al- rededor del sol. Sabiendo lo primero podrá criar su Diño; aun cuando ignore lo segundo, los días sucede- rán sin interrupción a las noches. El médico sabe cuidar al niño preservándolo de la enfermedad y de la muerte. Cura las enfermedades y las previene. La ciencia de curar se llama Medicina; la ciencia de prevenir se llama Higiene. El médico sabe Medicina y sabe Higiene. Conoce la infinita complicación del cuerpo y el funcionamien- to, de sus partes u órganos. A él es, pues, a quien de- bemos recurrir, como recurrimos a un relojero cuan- do nuestros relojes se descomponen. ¿Quién se atreve- ría a entregar un reloj que estima, a la incompetencia de un ignorante? ¿Quién de nosotros no ha probado componer un mecanismo, un juguete, por ejemplo, ob- teniendo por resultado el de descomponerlo definitiva- 24 mente? Lo mismo pasa con el organismo del niño ca- da vez que manos torpes pretenden ajustar su deli- cado mecanismo. Los curanderos y charlatanes, son para los niños, como las manos torpes para los relojes. El maestro es el sembrador de la verdad. He aquí su símbolo: La frente alta, el paso mesurado y tranquilo an- te el camino libre; la boca sonriente, el pecho am- plio ; una mano recogiendo el delantal en donde se a venta la semilla que desparrama a todos los vientos con el gesto amplio que recuerda la irradiación de un resplandor. El maestro siembra las verdades, como el agricultor 'as semillas. El terreno es el alma fértil de la,s muchedumbres; los granos de verdad, pueden ger- minar en todos los ¡corazones; él los arroja en alas de los vientos, que son los libros, o srbre el te- rreno que holla su planta, que es el aula en la cual levanta su voz. Cada una de vosotras recibe ahora, en las páginas de esta car- tilla, una semilla que multiplica- rá en espiga. El Estado protege al niño directamente e indirectamente. Para lo primero, crea hospitales, asilos, consultorios gratuitos, gotas de leche, instituciones en lase uales se lo recoje, se lo cura, se lo alimenta. Para lo segundo, dictando leyes pro- tectoras, como las que evitan que las madres abandonen sus peqeuños, obligando a las fábricas, en las cuales trabajan como obreras para ganarse el sustento, a que El sémbrador 25 establezcan salas cunas en las cuales los niños pueden ser alimentados en los inttervalos de la tarea. LA CIENCIA DEL NIÑO Cada ciencia tiene un objeto de estudio. Así, La Higiene tiene por objeto la salud. La ciencia que se ocupa del cultivo de los árbo- les, se llama Arboricultora. La de las flores, Floricultura. La ciencia que se ocupa del cultivo del n:ño, la más hermosa y útil de las ciencias, se llama Puericul- tura. Se la llama así, porque los pueblos antiguos que hablaban en latín, llamaban puer a los niños. Por eso se dice pueril a lo que es propio del niño: una ocu- rrencia pueril, es una ocurrencia de niño; una alegría pueril, es una alegría de niño, etc. La ciencia de cuidar a los niños, como todas las ciencias, se ha formado poco a poco, por el esto. rzo de muchos estudiosos ‘y de muchos observadores que le han dedicado sus vigilias. Cada principio que en ella ha quedado definitivamente establecido, es el pro- ducto, no del capricho arbitrario de una persona, sino de la observación de muchos hechos, que han dejado un convencimiento. Un ejemplo concreto os permitirá comprender me- jor. Encontraréis én muchas páginas de este libro, máximas destinadas a fijar en vuestro recuerdo los principios fundamentales de la Puericultura; tomemos una, cualquiera de ellas, la que dice: “No debe hacerse el destete en verano”. ¿Podríais creer que tal regla ha sido sentada por mero capricho? No, ciertamente. Para establecerla co- mo principio incontrovertible, ha sido necesario sa- 27 ber, por la observación de millares y millares de ca- sos, que: Ningún alimento conviene mejor al niño que el pecho de la madre. Los cambios de unos alimentos por los otros, pro- ducen, a menudo, enefermedades del vientre. Estas enfermedades son relativamente leves en la estación fría y casi siempre graves en la caliente. Estas enfermedades producen la muerte de milla- res de niños. Y todavía, debéis pensar que todos estos razona- mientos y deducciones, se basan en otros más sutiles que los hombres de ciencia han establecido pensando y observando. Las verdades establecidas por la ciencia, no lle- gan, fácilmente, a ser comprendidas por todos y en todas partes. ¿Os habéis detenido alguna vez a con- templar un foco de luz en medio de una densa niebla? Para percibirlo claramente, fué necesario que os colo- carais muy cerca de él; a medida que os alejabais se iba haciendo menos apreciable, en forma de que, des- pués de mostrarse, solo, ante vuestros ojos como un débil resplandor, concluía por desaparecer, dejándoos en tinieblas. Lo mismo pasa con la ciencia, foco de luz que brilla entre la niebla de la ignorancia colectiva. ¡Cuánta gente que apenas percibe su vago resplandor! ; Cuánta que, al no percibirlo, asegura que no existe y se cree autorizada a erigirse, a su vez, en foco de ver- il sin poder irradiar más que sus errores, su inex- periencia, su falta de tino, su irresponsabilidad! La mejor prueba de estas verdades está en el hecho de que la Puericultura ha progresado y sigue progresando incesantemente. Sin embargo, recién en estos últimos tiempos, sus principio han sido estable- cidos en forma más definida y han sido agrupados. 28 ordenados, aprovechados, en forma de constituir una verdadera ciencia. Pero la necesidad de cultivar al niño, como el fundamento de una raza vigorosa en el porvenir, ha sido sentida desde la más remota an- tigüedad. Los espartanos, pueblo de la antigua Gre- cia, cuidaban de sus niños con toda su precaución y mi- nuciosidad. Sus métodos eran a veces bárbaros y es- taban en armonía con los conocimientos, con las nece- sidades y con los medios de que disponían. Los some- tían a una disciplina saludable y benéfica; los hacían vivir al aire libre, resistiendo la intemperie,, el sol, el frío y las fatigas; los ejercitaban en las luchas apenas tenían edad para ello, para que supieran de- fender las fronteras de su patria e invadir las agenas; en fin, cultivaban solo los niños sanos y robustos y exagerando su celo, llegaban hasta estrellar, contra los acantilados de sus costas, a todos aquellos que, habiendo nacido débiles y deformes, constituían una carga para el porvenir de la nación. Los tiempos y los métodos han cambiado, natu- ralmente. El destino de los hombres es ahora diferen- te y ya no está orientado hacia la guerra y la des- trucción que nuestra moral abomina, sino hacia el amor y el trabajo. Nuestra piedad se exalta ante el espectáculo del niño enfermo, triste y desvalido; tra- tamos de defenderlo y protegerlo en vez de destruirlo inhumanamente. Nuestra ciencia, sabia e inteligente, se funda, so- bre todo, en el conocimiento del organismo de los ni- ños y en la observación minuciosa de sus necesidades. Todo lo que nuestra ciencia nos dice que se haga, es porque razonablemente debe ser hecho. LOS PREJUICIOS Y ERRORES HAS DIFUNDIDOS SOBRE EL NIÑO Y SU HIGIENE I Que si duerme cuando llega la hora de la ración no debe sea* despertado. TT Que su llanto es siempre producido por hambre. III Que las enfermedades del vientre son producidas por la salida de los dientes. IV Que por haber tenido hijos, una mujer, es maestra en Puericultura. V Que las enfermedades de¡ la piel no deben curarse por temor de que se produzcan enfermedades internas. VI Que la primera medida que debe tomarse cuando un nino se enferma, es encerrarlo en una habitación sin ventilación y sofocarlo con cobertores. Vil » Que cuando un niño tiene fiebre1, no debe beber, o be- ber solamente bebidas tibias y desagradables. VIII Que se debe dar un purgante al niño recién na- cido. IX Que no se debe vacunar en verano y que b vacuna produce la viruela. X Que se debe envolver al niño como se envuelve un cigarrillo, impidiendo que realice el más mínimo mo- vimiento. XI Llamar empacho a las enfermedades del vientre y cuponer que el empacho debe ser arrojado mediante la acción de purgantes repetidos y enérgicos. XII Que ciertos amuletos — collares de cuentas, dien- tes de animales, bulbo de ajo, etc. — pueden evitar o curar las enfermedades. XIII Que, porque hay niños de admirable resistencia que, aun siendo pequeños, toleran los alimentos más indigestos por algún tiempo, todos los niños están en iguales condiciones. XIV Que cuanto mejor se cuida a un niño, más enfer- mizo se torna. XV Que algunos niños nacen con un frenillo debajo de la punta de la lengua, el cual es necesario seccionar para que no le impida mamar o hablar. EN MARCHA El organismo del niño, es más que una realidad, una promesa; más que un presente, un porvenir. Su alma como su cuerpo, inician una evolución que la conduce a una constitución definitiva; sus ideas son confusas; sus movimientos son casi todos involun- tarios; sus órganos, aun cuando funcionan, deben per- feccionarse y vigorizarse en el trabajo que cada uno de ellos realiza. En una palabra: el niño crece. La evolución de su vida se hace en varios pe- ríodos. El primero, es el de el niño recién nacido. Dura un mes. Todas vosotras habéis visto un niño de esa edad Es la Flor Humana todavía no abierta, como los boto- nes de rosa que encierran su perfume entre los pétalos apretados, hasta exhalarlo a los primeros besos del sol. Los párpados semicerrados, defienden los ojos con- tra la luz demasiado viva, todavía, para sus retinas; su piel es rojiza; su carita no sonríe; apenas se esbo- zan, en sus piernas y en sus brazos, algunos pequeños movimientos; su llanto es débil y lastimero como una súplica de protección y de ternura. Después viene el pe- ríodo comprendido entre el fin del primer mes y el fin del primer año, de 1 a 12 meses de edad. El niño es entonces un lactante y está caracterizado por este hecho funda- mental : 30 No puede ser separado del pecho de la madre sifi poner su vida en grave riesgo. Conviene que no olvi- déis este hecho importantísimo, sobre el cual volve- remos a insistir en nuestras próximas conversaciones. Entre el fin del primero y el fin del segundo año de vida, esto es, entre los 12 y los 24 meses, el niño puede ser separado del seno materno y así se caracte- riza el tercer período: el período del destete. Ya no le es, pues, indispensable esa. especie de licor maravilloso que evita las enfermedades y las cura cuando se han producido: la leche materna. Además, el niño tiene en su. boquita, 20 granos de arroz, 20 dientes blancos, pequeños, dispuestos a' tritu- rar todo lo que su apetito lo disponga y que la previ- sión inteligente de 1a, madre lo conceda. Cuando ha llegado a los dos años, se ha transfor- mado poco a poco, tanto, que hasta es posible distin- guir en él, cualquiera que sea su traje, si es un caDa- líero o una señorita. No es tan gordito. Sus piernas y sus brazos han perdido sus rollos y los rasgos de su fisonomía están más perfilados; sus cabellos empiezan a rizarse en bucles de oro o de azabache. Además este vigoroso hombrecito o esta delicada señorita, sabe dos cosas sumamente importantes: Sabe hablar. Sabe Geminar. Es verdad que estos dos progresos no han sido ad- quiridos repentinamente. Recién a los tres mases ha podido mantener su cabecita firme sobre los hombros, sin dejarla caer a un lado u otro, según la posición, a la manera de un fruto sobre su débil tallo; a los seis meses, ha podido mantenerse sentado en la cama, solo, sin necesidad de almohadones; a los nueve meses, pu- do tenerse en pie, ayudado por la madre, quien ríe de verlo tan gordito y tan miedoso: a los doce meses, re- cién se ha animado a dar los primeros pasos, pero, ¡ con qué vacilaciones, con qué temores! El conoce la ayuda 31 que puede prestarle un buen andador, una silla, una mano y hasta lo conveniente que es realizar las prime- ras intentonas, sobre un mullido tapete, mediante el cual, aunque caiga, no recibirá un porrazo demasiado doloroso. — ‘“Son las cuatro estaciones del año;’ — podríais deeir vosotras, para recordar mejor estos detalles. Cuando cumple su primer año, también sabe hablar mal o bien, pero al fin, hablar. ¿Habéis pensado, al escuchar su alharaca de gritos, de balbuceos, en el alegre piar de los pajarillos, al borde del nido, en pri- mavera? Al principio, los sonidos qne emite su gar- gantea, son inarticulados, sin intención de decir algo; grita, como mueve sus piernitas y brazos rollizos, o como sonríe y llora. Luego, imita los sonidos más sen- cillos que escucha a su alrededor, sin conocer su sig- nificado, exactamente como hacen los loros. En fin, me- diante un progreso que solo se completará muy tarde, da a cada uno de los sonidos que es capaz de producir, un significado suficiente para designar los objetos y expresar sus ideas, cada vez más complicadas a medí la que «ntra en edad y progresa en inteligencia. LA BALANZA Y EL METRO La marcha y el lenguaje no son las únicas mani- festaciones del crecimiento, ni son, tal vez, las más importantes y significativas. Bastará, para que comprendáis haceros recordar como, al prin- cipio, os fué fácil sostener en los brazos a vuestro delicioso hermanito cuando, dando to- das las seguridades de que ten- íIríais cuidado, vuestra madre os permitió que lo cargarais por algunos instantes y como día a día esta agradabilísima tarea se fué haciendo más pe liosa, hasta hacerse imposible. 33 Y no solo es más pesado, como podíais comprobar ;d cargarlo, sino también más grande, como lo demues- tra la necesidad de renovar su traje de vez en cuando. Concluyamos, pues, que los fenómenos más im- portantes del crecimiento, son: El aumento de peso. El aumento de estatura. El niño crece día por día, instante por instante, deteniéndose solo en el caso de que algo anormal se produzca en su organismo delicado. Para apreciar el aumento de peso, so hace uso de balanzas especiales, llamadas Pesa Bebés. Estas ba- lanzas deben ser seguras, cómodas, exactas y muy sen- sibles, esto es,' ca- paces de pesar dife- rencias de algunos gramos, lo que per- mite apreciar las ¡variaciones que el peso hace día por día. Un buen Pesa Bebés es sin duda el del modelo (pie veis en esta página. Tiene un platillo cómodo en donde se coloca al niño y dos pe'sas corredizas, una de las cuales, la de abajo, marca los kilos y la otra más pequeña, los gramos. Podéis apre- ciar, también, la presencia de un contrapeso corredizo que sirve para nivelar la balanza en el momento de realizar la pesada, haciendo que ésta sea bien exacta. 34 Se coloca el niño en la balanza, acostado como en una cuna si todavía es muy pequeño, o sentado como en un carrito (podríais hacérselo creer, que así es en realidad, para que le divierta y se quede quie- to) si ya es más crecido. Se corre primero la nesa de los kilos hasta encon- trar el lugar que contrabalancée más o menos el peso del bebé y luego, con la pesita de los gramos, se bus- ca el equilibrio perfecto. Para ello debéis fiiaros en el indicador y el tope que están a la derecha de la ba- rra, buscando que el uno quede, precisamente, frente al otro. Tened siempre paciencia, pues muy a menudo el niño, juguetón y movedizo, os dará bastante trabajo; podréis encañarle fácilmente, llamándole la atención hacia un chiche, y aprovechando el instante preciso de su inmovilidad, como cuando se va a sacar una fo- tografía instantánea. Podéis pesar al niño vestido o desnudo completa- mente. Si preferís la primera de estas formas, tendréis que descontar, después, el de los vestidos para tener el peso neto: una simple operación de resta os dará la cifra exacta. Cuando lo peséis desnudo, lo que es más secruro y más fácil, hacedlo de preferencia antes de meterlo al baño, en una habitación bien cerrada, para evitar un resfriado. Conviene pesarlo siempre a la misma hora, impi diendo que algunas circunstancias accidentales, como el hecho de haber tomado inmediatamente antes una ración de alimento, os induzca a error. Con una sola pesada exacta determinarías el peso, pero ¿de qué os serviría? ¿Es mucho? ¿Es poco? ¿Es mayor o menor que el de días anteriores? Una sola pesada no es, pues, suficiente. Es nece- sario hacer varias y compararlas entre sí. Bebe deter- 35 minarse, en una palabra, si el peso aumenta, sji queda estacionario, si disminuye. La balanza es así como el barómetro de la salud. K1 barómetro sirve, en efecto, para conocer el estado del tiempo, como la balanza el estado de la salud del niño. Buen tiempo, variable, mal tiempo, tormenta. Si el peso diario sube, buen tiempo. Si el peso diario se estaciona, variable. Si el peso diario baja, mal tiempo. Si el peso diario baja rápidamente, tormenta. Si el niño está evidentemente sano, si la navecilla de su vida navega viento en popa, con pesarlo una vez por semana es suficiente. Elegid un día cualquiera, siempre el mismo, de la semana. ¿Qué os parece el Domingo? El Domingo es el día del descanso y de la alegría en la familia. Por la mañana, el bebé ha sido especialmente cuidado,, mimado, “empaquetado”. Se le han arreglado con unas tijerillas apropiadas las uñitas de los dedos de los pies y de las manos (los dedos de los pies ¿no os han recordado, alguna vez, pequeñas cuentas de coral?); se le ha dado su baño diario, empolvado, per- fumado; ¿por qué no pesarlo también? El progreso realizado en la semana será comentado a la hora del almuerzo y llenará de alegría el corazón do toda la familia. En caso necesario, cuando el niño no está del to- do bien y se hace indispensable hacer más minuciosa- mente la observación, pueden realizarse pesadas dia- rias, aun cuando las pesadas semanales suministran el mismo dato dividiendo la cifra obtenida en conjunto, por siete, número de los días de la semana. De todas maneras, será indispensable, para com- parar unas cifras con las otras y poder obtener útiles deducciones, hacer anotaciones de peso. Podéis servi- ros, simplemente, de la página de una libreta a la cual adaptaréis un lápiz común, por medio de una cintilla. a objeto de tenerlo todo listo y elegantemente dispues- io, en el momento oportuno. Os doy como ejemplo la siguiente anotación, imi- tando la cual podéis hacer la del peso semanal de vuestro hermanito. El peso de Ravlito. Edad: 3 meses Marzo Domingo 4 5.200 11 5.410 210 grs. — 30 grs. 18 5.620 210 „ — 30 „ 25 5.830 210 „ 30 . Abril „ 1 6.026 196 „ — 28 „ „ 8 6.222 196 „ - 28 „ ,, 15 6.397 175 „ 25 „ ,, 22 6.572 175 25 29 6.733 161 „ — 23 „ Mayo „ 6 6.887 154 ,, 22 ,, „ 13 7.041 154 .. - 22 „ 20 7.181 140 ., 20 „ ,. 27 7.307 140 .. - 20 „ Junio „ 3 7.433 126 „ 18 „ 37 El Barómetro de la Salud marca buen tiempo en la vida de Raulito: su aumento lia alcanzado en algunos días hasta 30 gramos. Todo el mundo puede estar con- tento en la casa porque seguramente Raulito está per- fectamente sano; si no lo estuviera, su peso se esta- cionaría o haría un descenso más o menos brusco y pronunciado. Observando atentamente las ci- fras anotadas, podéis determi- nar un hecho muy inte- resante y es el siguiente : a medida que pasa el tiempo y que el niño crece de edad, el au- mento diario es menor. Mientras qno en Marzo ora do 30 «ira- nios diarios, más o monos, en Abril os solo de 2ó, y en Junio ya no llega sino a 18. ¿ Habéis observado alguna voz. có- mo la velocidad (|uo toma un qu i jarro, al despren- derse de la mano que lo arroja a la altura, dismi- nuye progresivamente sin desaparecer, a medida que sube? Lo mismo pasa con el crecimiento de los ñi- ños. Son como las planti- tas jóvenes a las cuales vemos alzarse rápidamente a ras del suelo, matizán- dolo de verde y creciendo varios centímetros en pocos días, para atenuar después su desarrollo y alcanzar su talla definitiva. 38 No podría ser de de otra manera, ¿os imagináis lo que su- cedería si el niño si- guiese creciendo du- rante su vida como crece en sus primeros meses ? Os propongo d siguiente problema: Si un niño recién nacido pesa 3.500 gra- mos y aumenta de pe- so, sin detenerse en 20 años, a razón de 30 gramos diarios, ¿cuán- to pesará, cuando lle- gue a esta última edad? Sacad la cuenta, a ver si coincide con la mía: pesará 220 kilos. Como un .hombre normal pesa más o menos 65 kilos, el de nuestro caso nos re- 65 Ks 220 Ks sultanía un gigante cuatro veces más pe- sado. Dejemos pues sen- tados los siguientes principios: El niño aumenta 30 gramos dianos en los primeros meses. Después, solo 20, 15 y 10 y aun 5 gramos diarios. 1 di» 6 meses 39 Mediante este progreso el niño que pesa alrededor de 3-500 gramos al nacer, dobla su peso a los seis meses. Al año pesa 9 kilos. A los dos años, 12 kilos. De la misma manera que aumen- ta de peso, numen- ía de estatura. El primer día de su vida, mide sólo 50 centímetros de largo. Recién a los cinco años dobla su tálla, y la triplica a los 14, edad, en que la estatura alcanza a 1.50. Ya se vé que aumenta más despacio de talla que de peso, pero no creáis por ello que aquél es insignificante. Si un niño recién nacido siguiera au- mentando dos centímetros mensuales como jumenta en su primer mes de vida, cuando llegara a la edad de 20 años, tendría una talla de 6 metros y cuando pa- 40 séara por las calles de la ciudad, rozaría con su som- brero los balcones del segundo piso de las casas, como le pasaba a Gullivier en el país de los liliputienses. EL PECHO Y EL CORAZON DE LA MADRE ¿Qué necesita una planta para vivir y crecer? Una buena tierra que la sostenga y la sustente, riego, aire, luz v calor del sol. 42 ¿Qué necesita un niño pequeño para crecer y pros- perar? Lo mismo: una madre que es como la tierra para la planta; la leche de sus senos, que es como el riego; su ternura que es como el aire, la luz y el calor. Las plantas pequeñas y los niños, tienen, pues, una gran semejanza real: viven y crecen, y para ello se alimentan, tomando, los primeros, los jugos necesarios en el seno de la tierra; los segundos, en el seno de la madre. Para que un niño crezca, es indispensable que dis- ponga de los materiales necesarios. De nada, solo se hace nada. La alimentación es la fuente de la vida. En el adulto, el alimento sirve solo para mante- nerlo tal cual es; en el niño sirve para algo más: sirve también para crecer. No os será difícil hacer una deducción sumamente importante: si para crecer es necesario alimentarse, el alimento que toma un niño está destinado a formar parte de su cuerpo mismo, a transformarse en niño. La leche de la madre es el alimento que más fá- cilmente se hace carne de niño. El niño que toma el seno de su propia madre, no es en realidad, más que una parte de ella misma. Con razón puede exclamar, con una ternura infinita en el corazón y en la voz: “¡Hijito mío!”... Como es la naturaleza la que ha dictado esta ley que es confirmada por el amor de la madre, cuando el niño se alimenta en esa forma, se dice que se alimenta naturalmente y hablamos de alimentación natural. Cuando el niño no puede alimentarse en esa forma, porque se lo impide cualquier circunstancia, hay que nutrirlo con otros alimentos que no provienen del pe- cho humano. Se dice, entonces, que se le alimenta ar 43 tificialmente y al método empleado se llama alimenta- ción artificial. Si yo os preguntara, sin más explicaciones y de- jando la respuesta a vuestro solo impulso: ¿Cuál es la mejor manera de alimentar un niño pequeño, por el método artificial o por el método natural? ¿Qué res- ponderíais? Estoy seguro que el coro de vuestras voces unidas por una sola convicción exclamaría de inme- diato : —¡ Por el método natural! No os equivocaríais, sin duda. ¡Ya lo creo! ¿Cuán- do la naturaleza ha sido sobrepa- sada en nada? ¿ Cómo puede compararse a una roja rosa de primavera, esas flores de trapo o ]) a p e 1 pintado con las cuales se trata inútilmen te de imitarla? El niño a pecho, es el em- blema de la ley natural cumplí da. Una madre que pudiendo hacerlo, no da de mamar a su pequeño, va contra las leyes de la natura- lezn, comete un delito, comete una inmoralidad. ¡Qué sencillez, que simplicidad en el cumplimien- to de esa obligación! La madre toma al niño dormido de su cuna, lo aplica dulcemente a su seno. El pequeño ser no tiene aun conciencia de lo que lo rodea. Sus ojos mismos es- tán entrecerrados para que no sean dañados por la luz 44 del día, demasiado viva. Xo conoce nada de lo que lo rodea, ignora del día y de la noche; no sabe lo que es bueno ni lo que es malo y lo mismo podría estar en presencia de un cordero o de un tigre, sin que sintie- ra el menor miedo. Puesto al pecho de la madre, sin embargo, es capaz de extraer por succiones repetidas todo el alimento que necesita su pequeño cuerpo para vivir y crecer. El seno materno lo provee de todo lo que le es necesario: un alimento tibio, — alimento y bebida — (pie satisface suficientemente su hambre y su sed, sin exceso ni falta; que es puro, ya que no con- tiene en su composición ni un solo elemento extraño, y tan propio que su organismo apenas necesita breves instantes para incorporarlo, transformándolo en una parte de sí mismo. ¡ Blanca y pura leche del seno ma- terno hecha carne sonrosada de niño! Comparad ahora esa rosa de primavera, (pie es la alimentación natural, con la de trapo y papel pintado, oue es la artificial. Ea leche de una vaca, ordeñada por las manos tos- cas y generalmente poco limpias de un tambero; reci- bida en una vasija; en contacto con todas las impu- rezas posibles (pelos del animal, pedacitos de paja y de estiércol del establo arrojados en la vasija por las sacudidas de la cola, moscas) ; leche que debe ser her vida, para evitar que se pudra, mezclada con agua, puesta en frascos de diversas medidas y en diversas proporciones, chupada, en fin, por el niño mediante una tetina de goma difícil de limpiar, la cual da, o un cho- rro demasiado abundante, o gotas demasiado pequeñas, para su energía. Y todavía, el niño tiene (pie incorpo- rar esto ,a su propio cuerpito: hacer su propia carne con una leche de animal. ¡Qué vigoroso tiene que ser un niño para (pie pueda realiz.ar esta transformación extraña, tan fácil cuando dispone de su alimento na- tural ! 45 Ya veremos después cómo el hombre se ha inge- niado para aminorar estas profundas diferencias que separan el alimento natural del artificial, haciendo con éste mezclas y combinaciones de todo orden, some- tiéndolo a maniobras complicadas, para poderlo usar en los casos excepcionales, en los cuales no hay otro medio de recurrir a él. Pero no olvidéis nunca, que el objeto es siempre acercarse al modelo, tra- tar de imitarlo en lo posible y que nunca se puede igualarlo. Nada hay — os lo he dicho y os lo seguiré repi- tiendo tanto como sea necesario para fijar perenne- mente la máxima en vuestro recuerdo — n£da hay que pueda reemplazar el corazón y el pecho de una madre. Cuando no se quiere comprenderlo, cuando, no obstan- te las razones y la experiencia de millares y millares de casos, se intenta contrariar esta ley de la natura- leza, ¡qué cruelmente impone su realidad! Un niño separado del seno materno es como una ¡llanta desarraigada que se marchita y muere en. poco tiempo. Comparad las fotografías que aparecen en esta página y permitidme que os cuente brevemente la his- toria de ambos niños, historia que es la .historia, repe- tida con ligeras variaciones, de millares de niños mar- chitados por la enfermedad, los unos, florecientes y fe- lices los otros. La niña gordita y sana ha sido criada a pecho por .su madre desde las primeras horas de su vida, Tiene actualmente 7 meses de edad y su peso es de 7.500 gramos, los cuales están, como véis, bien repartidos entre su cabecita, su cuello, su cuerpo, sus brazos y piernas rollizas. Cuando sonríe muestra ya', engarza- dos en el coral de las encías, dos perlas que son sus dientecitos. Duerme toda la noche, tranquila, y deja dormir a su mamá, quien, después de ponerla a pecho por una última vez antes de acostarse, está segura que 46 podrá reposar tranquila de las fatigas del día. Esta niña, es muy bien educada no obstante su corta edad, pues no exige su alimento sino a lina hora convenien- te, que sabe cuan d o llega, pues se lia acos- tumbrado tan bien a su régi- men, que reclama su comida un momento a lites de que la campa na del gran reloj del comedor dé las horas. Tiene siempre una son- risa en los labios y su parloteo ale- gre se parece al gorgeo de los pá- jaros. ¡ Qué inte- ligente y que amorosa ha sido 3a madre de este niño! Por nada del mundo hubiera ce- dido a las exigencias que le hicieron algunas amigas de dar a la niña algo más que su propio pecho. Ni una mi- ga, ni una gota de nada. ¿Para qué? ¿No tiene acaso, ya, alimento y bebida? ¿No aumenta entre 20 y 30 gramos por día? ¿No está contenta, no duerme bien, no está hermosa? Luego, para ella misma, ¡qué mayor satis- facción, qué mayor felicidad que ser la tierra fértil que sustenta con sus jugos y sostiene con su amor a la joven planta! Ahora, la historia del niño triste y enfermo. Tam bién reproduce con leves variantes la de los miles y miles de niños desgraciados a quienes ha faltado el 47 pecho o corazón de una madre y a veces ambos a la par. Tiene dos años. A los cinco meses de edad, la madre creyó que su leche disminuía. Hubo en el niño una ligera per turba ción . Concurrió una vecina que te- nía según dijo, gran experien- cia, pues había criado una por- ción de hijos; aseguró que es- taba muerto de hambre y acon- sejó .en seguida que le dieran un frasco d e leche de vaca La madre si- guió el consejo; como la situai- eión no cambia ba le «dió dos, luego tres. Su leche disminu yó entonces rá pi clamen te; t ¿por qué? Por- que como el bebé tomaba el frasco, ya no era puesto al pecho con frecuencia, y como la mejor manera que existe para que la leche aumente en el seno de la ma- dre, es hacer que el niño mame, cuanto menos mamaba éste, menos leche tenía aquélla. Llegó un momento en que la madre perdió toda su leche a causa de su im- prudencia. 48 Cuando el niño tenía 7 meses, estaba ya solo ali- mentado con frascos de leche a los cuales, por consejo de la misma vecina, se le agregaban otros alimentos. El desgraciado niño ya no era el mismo: su peso había bajado enormemente; estaba enfermo; tenía diarrea continua que lo agotaba. Así llegó a cumplir su año de edad. Contempladle ahora. ¿Qué será de él? Todavía podría encontrar su salvación volviendo a su alimento natural, suprimiendo los alimentos nocivos que lo han enfermado, retornando a lo que sería para él. lo que es la tierra para una planta desarraigada. NI POCO, NI DEMASIADO: LO SUFI- CIENTE El instinto maternal no dice a una mujer cuántas veces al día debe aplicar su niño al seno para alimen- tarle y cuánto tiempo debe hacerlo permanecer en él. Un niño alimentado solo a pecho, puede indiges- tarse, unas veces, morirse de hambre, otras: esa es la verdad. Una planta puede morir también por exceso o por falta de riego y la culpa no está en la tierra que la sostiene ni en el agua que la nutre sino en el mal jar- dinero que la cuida. Diréis: ¡Cómo! ¿No basta seguir la ley impuesta por la naturaleza, de alimentar al niño con el seno ma- terno? ¿Por qué la sabiduría que aquella demuestra cu cada uno de sus actos, es deficiente sólo en éste? ¿Acaso las madres de los animalitos, de los corderitos, de los terneros, de los potrillos tienen ciencia alguna? ¿Cuándo corrigen o ayudan a la naturaleza? Las ma- dres animales saben bien y sin haberlo aprendido, cuándo deben mamar sus pequeñuelos y éstos jamás se enferman de indigestión ni se mueren de hambre! A pesar de todo, yo os contesto, simplemente, afir- mándolo: es necesario hacer intervenir la inteligencia porque el instinto que dirige a los animales ha des- aparecido en la raza humana. Es claro que, en la gran mayoría de los casos, para que un niño se críe sano y vigoroso, solo es nece- sario que esté alimentado a pecho. La leche materna 50 es un alimento tan maravillosamente propio y bueno para el niño, tan adaptado a sus necesidades, tan fá- cilmente digerido, transformado e incorporado a su cuerpo, que basta que lo tome para que no se en- ferme. Esta maravillosa adaptación de la leche ma- terna al organismo del niño, contrasta con la de los otros alimentos con los cuales la ciencia ha tratado de reemplazarlo cuando, por cualquier circunstancia, no se dispone de aquél. Así, el niño puede mantenerse bien con estos alimentos artificiales, solo cuando sus canti- dades son estrictamente las que necesita y no mayo- res ni menores; en cambio, cuando el niño está a pe eho, tolera fácilmente los desarreglos, puede mamar cada momento todo lo que quiera, sin que se enferme o enfermándose solo levemente; en muchos casos, aun, este aLmento es tan excelente que no sólo es digerido y aprovechado sino que ayuda a digerir y aprovechar otros que no son tan buenos como él y que sin su ayu- da harían daño. Pero no siempre es así; algunas veces el niño que está alimentado solamente a pecho, se enferma porque toma demasiado o porque no toma bastante. En el pri- mer caso, el niño se enferma de indigestión; en el se- gundo de hambre. Cuando el niño es vigoroso y el seno abundante, es generalmente lo primero lo que pasa. El niño sano es glotón y cuando no está acostum- brado a un cierto orden y regularidad en el momento de sus raciones, a cada instante las solicita. No es que siempre tenga apetito: unas veces, tiene capricho; otras veces la madre interpreta mal sus deseos, en la gran mayoría de los casos, expresados con el llanto: apenas llora el niño, la madre — si nunca ha adquirido estos interesantísimos conocimientos como lo estáis adqui- riendo vosotras — cree que llora de hambre y creyén- dolo, trata de calmarlo, dándole el pecho. Ahora bien, 51 ¿por cuántas causas puede llorar un niño que no sea por hambre? No os serían suficientes los dedos de vuestras manos reunidas para contarlas. ¿Lo dudáis? Probemos: Un niño puede llorar: Porque tiene sed. Porque tiene frío. Porque tiene calor. Porque tiene sueño y no lo dejan dormir. Porque sus ropas están muy apretadas y no le de- jan mover a gusto los brazos y las piernas. Porque se lia mojado y está incómodo. Porque le pican los mosquitos o las pulgas. Porque le duele aquí. Porque le duele allá y acullá. Porque le da la gana y porque se siente bien llo- rando, como cualquiera de vosotras se siente bien rien- do, cantando o corriendo. ...y ya vuestros dedos se han agotado y aun yo podría seiruir contando para los dedos de otras muchas manos reunidas en ramillete, los motivos por los cuales llora un niño. Supongo, además, que no tendréis difi- cultad en explicaros por qué llora cuando le ocurren cualquiera de las molestias enumeradas. ¿Dudáis de que el niño pueda llorar porque tiene sueño y no lo dejan dormir tranquilamente.’ ¡ Pues esto es eiertísimo! Muchas veces el niño tiene sueño y como hay a su al- rededor demasiado ruido y demasiado movimiento de cosa§ y de personas, demasiada luz, demasiada conver- sación, se siente incomodado y empieza a llorar. La madre o la niñera que lo carga en ese momento, para calmarlo, lo pasea en sus brazos y como naturalmente lo que el niño necesita no es eso, sino silencio y reposo, se impacienta y llora cada vez con más energía. Si ese niño supiese hablar!... ¡Cuántas cosas bonitas'diría a su niñera que lo sacude como a un frasco de medid- 52 ñas, precisamente para que se calme y se duerma! Re- cordad siempre el caso de aquel “porotito” de tres años a quien su sirvienta hamaca furiosamente en su cuna, mientras canta a voz en cuello: “Duérmase mi niño, “Ya se va a dormir!”. . . El niño se incorpora a medias en su cama y le dice en su deliciosa media lengua: —Manela.. . —¿ Qué quiere rico ? —No me cante tanto, para ‘ ‘ ponerme norrnir ’'! Imaginad, pues, lo que pasa cuando la madre in- experta quiere arreglarlo todo con el pecho. El niño llora porque tiene sed: pecho; frío: pecho; calor: pe- cho. Otras veces llora porque habiendo ya mamado con exceso, se siente mal; tiene dolores de vientre como cualquiera que ha hecho excesos en sus comidas y co- mo por una parte, es naturalmente glotón y por otra, lo único que la madre le ofrece, para calmar sus mo- lestias, es el pecho, lo acepta agravándose, natural- mente. Llega un momento en que todo orden, todo régimen, toda regularidad, queda perdida. El niño llo- ra continuamente y continuamente está prendido al pecho que a cada momento solicita. Por la noche, la madre, que está muy cansada de las tareas diarias y 53 que no puede resistir ya al sueño, soluciona la dificul- tad abandonándole el pedio, mientras ella duerme. El niño no se le separa, así, en toda la noche; mama cuan- do él mismo se despierta y vuelve a dormirse sin sol- tarlo. Muchos niños han pagado con su vida esta gra- ve irregularidad. La madre dormida puede asfixiar su propio hijo, al darse vuelta en la cama, comprimiéndolo con su cuerpo, pues el cansancio no le permitirá per- cibir los débiles movimientos de defensa que éste haga. Podría argumentarse que alguna vez el niño pue- de llorar también porque tiene hambre. Nunca, si la madre tiene leche suficiente y es alaciado siguiendo las reglas que enumeraremos más adelante. Pero, ¿y si la madre no tiene suficiente leche? Tenéis razón: en este caso, el niño puede tener hambre y yo agregaré para (pie no lo olvidéis en toda vuestra vida, esta cosa terrible: El niño puede, aun, morirse de hambre sin que una madre, poco instruida, se dé cuenta de ello. ¡ Cuánto horror experimentaríais si os informaran que allí.. . a la vuelta de vuestra casa, un pobre hom- bre o una pobre mujer está muriéndose de hambre! Os imaginaríais, desde luego, todos los detalles del terrible suplicio: primero, las angustias sufridas por el ser miserable y desvalido; luego el estado de su cuerpo enflaquecido por el ayuno. Y bien, un niño pequeño puede sufrir iguales tor- mentos, llegar a igual estado de miseria, porque la madre no-tiene leche o porque teniéndola, no tiene su- ficiente energía para tomarla. La madre inexperta no se da cuenta de lo que pasa. Aplica al niño de vez en cuando a su pecho y supone que ha mamado lo suficiente. ¡Si el niño fuero ya más grande, es claro que haría respetar sus dere- chos, Sus gritos enérgicos y significativos, no dejarían 54 dudas sobre la razón de su protesta: ¡ tiene hambre! Pero ¿si el niño es pequeño y débil? Cuando lo ponen a pecho, hace todo lo que puede, pero hay casos en los que puede hacer muy poco, por- que no tiene fuerzas. Cuando lo retiran, no llora, por- que para llorar, también necesita cierta enerada y la poca que tenía, la ha gastado tratando de mamar.. . ¡sin sacar nada! Comprenderéis que, siguiendo este ca- mino, cada vez estará en peores condiciones, pues cada vez estará más débil. A esta situación se agrega una circunstancia, pa- ra agravarla aun más y que quiero haceros conocer a ñn de aue podáis defender y salvar la vida de mu- chos niños. Es la siguiente: Cuanto menos mama un niño menos leche produce el seno de la madre. De ello podréis deducir que un seno que ha sido abundante, se agota poco a poco si el niño no mama o mama con escasa energía y que por el contrario, que un seno escaso, se hace abundante cuando hay un niño que solicite de él su alimento, con toda la energía ne- cesaria y por repetidas veces. Es, pues, como si el cuerpo todo de la madre res- pondiera al llamado que hace todo el cuerpo del niño a las fuentes sagradas de su vida. ¡ Cuántas madres lian visto desaparecer el tesoro de su leche porque el niño no ha tenido energía! ¡ Cuántas madres han visto aumentar el tesoro de su leche porque un buen consejo ha hecho que el niño no fuera separado, demostrando cómo la repetición del estímulo hace que los senos sean abundantes y ge- nerosos ! Deducid, pues, lo que acontece cuando el niño, por debilidad no mama enérgicamente con el vigor de; sano o cuando el seno es, de por sí, escaso: 55 El niño cada vez más débil, el seno cada vez más escaso... i Si la madre no se da cuenta!. .. ¡Si es inexperta!... ¡ Si no ha aprendido como vosotras aprendéis L .. EL RELOJ DE LA MADRE Con mi reloj y una balanza, la madre puede de- fender a su niño contra las funestas consecuencias de las indigestiones y el hambre. Con estos dos instrumentos, al alcance de todo el mundo, la madre puede establecer de una manera pre- cisa y razonable el régimen de alimentación. ¿En qué consiste este régimen? He lo aquí compendiado en la siguiente máxima simple y fácil de recordar: El niño debe tomar, solo, el alimento que necesita. ¿Cuánto necesita? Ello puede ser determinado por: La madre que pone al niño al seno a horas con- venientes. El niño que mama lo que quiera, basta que no quiera más, hasta que haya satisfecho su apetito. El régimen, la regularidad en las comidas, es indispensable en los niños como en los grandes. ¿Qué pensaríamos de una familia que no ha esta- blecido en las horas de sus comidas un régimen re- gular y razonable? Si en lugar de las cuatro comidas habituales — desayuno, almuerzo, te y comida — cada persona de la familia comiera a horas diferentes, hoy una taza de caldo, luego, más tarde, un postre, un pla- to de guisado, etc., el desorden sería completo y no solo en la casa reinaría la mayor desorganización, sino que, también, todos estarían enfermos del estómago. El alimento debe, pues, ser ofrecido al niño en horas fijas y razonables. Estas horas deben estar dis- tribuidas en forma de dejar entre unas y otras el tiene po necesario para que una ración sea bien digerida y aprovechada, antes de que otra nueva sea ingerida. 57 El estómago del niño es un mecanismo destinado, a di- gerir su comida, como un molinillo a moler granos. Es necesario darle tiempo para que digiera cada ra- ción. Ya os he dicho, que el niño pequeño es, en reali- dad, muy comilón. Si yo os asegurara, ahora, que come más que un grande, sonreiríais sin creerme, pero no lo hagais antes de escuchar las razones que os pueda dar: a veces las cosas más inverosímiles parecen sen- cillas, después de una breve explicación. Veamos esta: Vn niño pequeño — de 1 año de edad, por ejem- plo — que pesa... ¿Recordáis cuanto?... 9 kilos... puede tomar 200 gramos de leche en cada ración. Un hombre de 70 kilos — que pesa entonces ocho veces más que el niño — debería poder tomar raciones ocho veces mayores, esto es, 1.600 gramos en cada una. ¿Quién es capaz de tomar más de un litro y medio de leche en cada vez ? Proporcionalmente un niño co- me más que un adulto. El hecho tiene una fácil explicación: el niño ne- cesita más alimento, porque crece. Una buena parte de los alimentos que toma el niño los emplea en crecer. A mayor cantidad de alimentos, mayor número de raciones, para no hacer demasiado voluminosa cada una de ellas, lo que podía dañar su delicado estómago. Así, si el adulto come cuatro veces por día, el niño pequeño debe comer cinco, seis y aun siete veces (cuan- to más pequeño, más veces, pues más rápidamente cre- ce. y más alimento necesita para crecer). Bo mejor será distribuir regularmente las racio- nes en las horas del día, dejando entre cada una de ellas un intervalo de tres horas, tiempo que permitirá, al estómago, digerirlas; pero también es indispensable tener en cuenta el reposo nocturno. La noche ha sido hecha para dormir, no para comer. Xo os imagináis, tal vez, las ventajas de aeostum- 58 brar al niño, desde los primeros días de su vida, a que no mame de noche. ¡ Cuántas molestias de menos para la madre, para el niño, para toda la familia, pa ra los sirvientes y hasta para los vecinos! Apenas todo el mundo duerme, el niño, mal acostumbrado, llora para que le den el pecho. La madre, rendida de can sancio, se hace la desentendida por un momento; aquél llora más fuerte, más fuerte... Hay que levantarse. Mama, pero como también ha mamado durante el día. resulta que la laclada de la noche le hace mal y al cabo de un momento llora otra vez porque le duele el vientrecito. La madre, para calmarlo, le vuelve a dar el pecho, lo que empeora, naturalmente, la situa- ción. Ya entonces no se calla; llora toda la noche, con teda la energía de sus pulmones; despierta a todo el mundo. Lo pasean en brazos: llora; lo hamacan: llora; le dan más pecho: llora. Llora siempre, porque está enfermo y le duele el vientre. ¡Y esto cuando todo el mundo se cae de sueño!. .. Pero no hay que echarle la culpa. No pasarían estas cosas si la madre hubiera aprendido el arte y la cien- cia de cultivar las planti- tas humanas. Lo mejor será proponer se un sistema y seguirlo, no separarse de él por na- da. Cuando llega la hora, si el niño duerme, se le despierta para que tome el pecho; si llora antes de la hora, pensar que es por otra causa cualquiera y de be averiguarla y remediar- la. La hora justa es la regla, no porque algunos mi- 59 ñutos más o menos vayan a causar una enfermedad, sino porque algunos minutos en una vez y otros mi- nutos en otra, son muchos minutos y todo el régimen corre el riesgo de alterarse al cabo de pocos días. En suma: Cuanto más pequeño, más raciones. Tres horas de intervalo, por lo menos entre una y otra ración. La hora exacta. Nada por la noche. Nada entre cada ración. Resumid estos simples principios de alimentación y hacedlo artísticamente como acostumbráis hacer pa- ra presentar a vuestra maestra las pequeñas composi- ciones prácticas. Os propongo el siguiente modelo que podríamos llamar pomposamente: El relio,i de la madre. Consultándolo, podéis determinar el régimen co- rrespondiente a cualquier mes del primer año de vida. El círculo externo corresponde a los primeros cuatro meses; el medio, a los cuatro siguientes: el interno, a ios cuatro últimos meses del primer año. Durante los primeros cuatro meses, el niño mama siete veces al día, a las: 5, 8, 11, 14, 17, 20 y 23 horas, tal cual indican los espacios sombreados colocados en el círculo externo. Desde las 23 a las 5 horas, hay un grueso trazo negro, representando las horas de sueño, que deben ser respetadas. Durante los cuatro meses siguientes, el niño mama seis veces al día, a las: 6, 9, 12, 15, 18 y 21 horas, tal cual indica el círculo medio. Desde las 21 horas a las 6 horas, reposo completo. Durante los cuatro últimos meses del primer año el niño mama solo cinco veces al día, a las: 6, 10, 14, 18 y 22 horas, tal cual lo indica el círculo interno. El reposo nocturno es de ocho horas, de 22 a 6 horas. Con estas sencillas indicaciones — ya véis cuan 60 sencillas son — la madre hace su parte; el niño hace la suya mamando todo lo que quiere y necesita. En todo caso, acostumbradlo a que mame todo de una vez, sin detenerse; cuando suelta el pecho y pretende dis- EL RELOJ DE LA MADRE traerse' es porque ya no tiene apetito y si aun lo tu- viera, que aprenda para otra vez... En general, 15 minutos son suficientes. ¡Con qué excelente apetito consume su ración! Al principio, pa- rece que todo su cuerpito participara alegremente del 61 trabajo que realiza su boquita; por eso lio se está quieto: sus piernas y brazos hacen pequeños movi- mientos que equivalen en él al meneo gracioso de la cola de los corderitos prendidos a la ubre materna. Una de sus manos acaricia el seno de la madre, la otra, pende a lo largo de su falda. Luego que su ape- tito va satisfaciéndose progresivamente, se aquieta, se queda dormido, suelta el seno. Una de sus mejillas, la que estaba en contacto con éste queda, debido a su dulce calor, coloreada en rojo, como las manzanas, del lado que el sol las besa en el árbol, con sus besos de luz y de calor. EL BARÓMETRO DE LA SALUD Veamos ahora el papel de la balanza, el útilísimo instrumento que con el reloj, constituyen para la ma- dre dos elementos insustituibles. Ya le hemos visto desempeñar un papel de pri- mer orden vigilando el crecimiento del niño, acusando inmediatamente el tiempo de bonanza o de tormenta. Si lo primero proporciona a la madre la satisfacción tranquila que da la seguridad de que todo anda bien en la salud del niño, lo segundo debe ponerla inmedia- tamente sobre aviso y despertar su inquietud. ¿Poi- qué esta detención en el peso durante unos días, du- rante una semana, quince días? ¿Por qué ahora este descenso más rápido? ¿Qué pasa? Cualquier cosa; lo importante es determinar en seguida, antes de que se produzcan males irremedia- bles, si la parte que corresponde a la madre lia sido bien cumplida, según las indicaciones que ya cono- cemos : ¿Mama a sus horas? •Nada entre las lactadas? ¿Nada de noche? Pero, podríais vosotras decir: Aun puesto a pecho a las horas convenientes, pue- de suceder que la madre no tenga leche suficiente y el niño esté con hambre, por lo cual no aumenta de peso. Así es en efecto, y vuestra reflexión me haría ver que comprendéis bien las interesantes cosas que os en- 63 seña este libro y que podríais aplicar vuestros conoci- mientos en un caso determinado. Será indispensable, pues, averiguar cuánto saca el niño del pecho de la madre cada vez que es puesto en él, en las horas indicadas. Ya comprenderéis que este dato es fundamental. Cuando un niño no está alimen- tado al pecho de su madre, su ración le es suministrada en un frasco graduado y nada más sencillo que saber lo que toma en cada vez y en cada día. Pero cuando su alimento pasa directamente del seno a su boquita, y de su boquita a su estómago, ¿cómo determinarlo? Solo la balanza puede decirlo con toda exactitud: la balanza se transforma entonces en una verdadera brújula que orienta para solucionar esta dificultad. Pesando al niño antes y después de mamar se pue- de saber lo eme mama por la diferencia que hay entre las dos pesadas. ¿Comprendéis? Es muy sencillo: Supongamos que el bebe pesa con ropa y todo — pues en este caso no liay, naturalmente, necesidad de desvestirlo — supongamos que pesa 8.900 gramos. La madre lo pone a pecho y después de mamar todo lo (pie pueda, lo vuelve a pesar; la balanza acusa enton- ces 9.000 gramos, lie sacado del pecho 100 gramos de leche. Con una sola pesada diferencial no pueden obte- nerse muchas deducciones, ya que el niño puede ma- mar unas veces, poco y otras, mucho, compensando unas con otras. Por esta razón, siempre es convenien- te haeef varias pesadas al día y durante varios días, para poder así sacar conclusiones verdaderas. La balanza dirá con precisión lo que el niño ma- ma ; a vosotras os toca saber cuanto debiera mamar y no tendréis otro remedio que aprenderlo, pero estoy seguro que lo haréis con todo gusto, pues ¿cómo creer, que no os ha interesado ya, más que nada, más que 64 las mismas muñecas, que todavía cuidáis o que ;ra ha- béis abandonado definitivamente, el cultivo de La Flor Humana! Así estaréis en condiciones de enseñarlo a todas las madres que lo ignoren. Podréis hacerlo re- cordando la siguiente regla, simple y exacta : Para saber la cantidad de alimento que debe to- mar un lactante en cada vez, se escribe en un papel un número 1, luego la edad del niño en meses, luego un número 0. Los tres guarismos indicarán la cantidad. Ejemplos: Kaiulit-o tóame 'tres mases de edad; sus raciones serán de 130 gramos. lí a u 1 i t o cumplió; ' cinco meses ; sus ra-! | ciernes serán de 150; ' gramos. i li a u 1 i t o cumplió nueve meses, sus ra- ciones serán de 190 gra os. V así sucesivamente. Pesando el niño, repetidas veces, antes y después de mamar, veréis, pues, si las cifras que acusa la ba- lanza coinciden con las que corresponden a la edad que tiene. Para poner las cosas en claro, destinad una de las páginas de la libretita que os sirve para hacer las anotaciones generales de peso. Supongamos el caso siguiente, que os puede servir de modelo: 65 Eaulito: Edad: 8 meses; ración 180 gramos. Fecha: 14 de Octubre. HORAS PESO antes de mamar PESO después de mamar MAMÓ (i 7.850 8‘.000 150 9 7.855 7.955 100 12 7.830 7.920 . 90 15 7.830 7.860 30 18 7.900 7.910 10 21 7.850 7.875 25 Así, en lugar de sus raciones de 18Ü gramos, el uiño saca solo raciones variables pero siempre esca- sas. Tiene hambre y por eso llora desesperadamente, i Qué hacer? ¡, Qué hacer? LAS MADRES POSTIZAS Muchos, limos no tienen madre, porque se les ha muerto o solamente la tienen a medias, porque no pu- dieron o no quisieron criarlos al propio seno, como es la ley de la naturaleza y del amor. Para defender es- tos niños abandonados es, a veces, indispensable bus- carles una madre postiza que reemplace, mal o bien, su propio pecho, ya que nunca podrá reempla- zar su corazón. Estas madres pos- tiz a s—c o mo podremos llamarlas nosotros, pa- ra establecer la in- mensa distancia que media entre las unas y las otras — son las nodrizas o amas de leche, como se les lla- ma siempre. Pensaréis de in- mediato que, si el se- parar un niño del pecho de la madre, es un grave mal> el en- contrar lo que puede remediarlo, al menos en parte, es un innegable bien: aun cuando no tenga el corazón de su madre, tendrá al menos un alimento natural, en el pecho de una mujer extraña. El niño, 67 que de1 otra manera hubiera tenido que criarse con ali- mento artificial, corriendo todos los riesgos y peligros que comporta, estará sano y gordito mamando al seno de la nodriza. Pero... ¡y el niño de la nodriza? ¿No es para él, también, la máxima sentada: nada puede reemplazar el pecho y el corazón de una madre? La leche de la madre pertenece al niño y nadie, ni aun la misma madre, tiene derecho de darle otro destino. La madre que abandona su hijo, comete una grave falta y quien la induce a ello es su cómplice res- ponsable. La madre del niño pobre lo abandona, en la ge- neralidad de los casos, para colocarse de nodriza, ur- gida por la necesidad. La alternativa que se presenta a una madre pobre, es terrible: la miseria o el aban- dono del niño. La madre pobre no piensa solamente en ella, piensa también en los otros niños, ya más gran- decitos, a quienes necesita alimentar, vestir, dar techo y protección. La escena es frecuente: La madre y el niño viven en una mala pieza de conventillo, poco ventilada y húmeda; no tiene tra- bajo y el alimento escasea terriblemente porque, no podiendo garantir el pago de sus compras, el poco crédito que había conseguido en el almacén, la pana- dería, la carnicería, le ha sido suspendido. Además, el dueño del conventillo exige el pago regular del al- quiler. ¿ hacer? El niño mama y progresa, pues su seno es abun- dante a pesar de su alimentación escasa y de mala calidad: un poco de pan, alguna taza de caldo obse- quiada por alguna vecina compasiva. Trata de re- solver la situación lavando y planchando, pero el trabajo que consigue es escaso y mal remunerado. Su leche misma empieza ahora a disminuir a consecuen- 68 eia de la falta de alimento. Algo hay que hacer. . . ¿colocarse?... Tal vez de mucama, pues para ser co- cinera se necesita una habilidad que ella no tiene. Re- curre a los avisos de los diarios. “Mucama se necesita, calle tal, N.° cual”. Pero... ¿y el niño? No la recibi- rán con el niño. ¿Dejarlo en poder de alguien? Tendría que pagarlo y para ello el sueldo de mucama es in- suficiente. Entonces, el otro aviso: “Ama de leche, se necesita”. Pilla tiene excelente, abundante leche, aunque aho- ra está un poco disminuida. Pero. . . ¿y su niño? ¿Qué hacer? ¿Mendigar? Con una parte de su sueldo pagará otra nodriza para su propio niño. Se resuelve y ofrece su leche que una familia rica acepta pagándole un buen sueldo. Tendrá mucha le- che disponiendo de la abundante, de la suculenta co- mida ríe la casa rica. ¿No podría criar los dos niños, el suyo y el otro? i Cómo pensarlo!.. . Buen sueldo yr buena comida, pe- ro toda la leche que produzca debe estar a la dispo- sición del niño, para quien se la pagan. Busca entonces y encuentra una mujer que ha perdido su propio hijito, pero que tiene todavía leche, porque para conservarla daba, algunas veces, el pe- cho al de una amiga. A ella se lo entrega con mil recomendaciones. El niño abandonado está entonces hermoso y sano. Tiene 4 meses y pesa casi 5000 gramos. Jamás le ha dado en sus épocas buenas o malas nada más que el pecho. —“Cuidado con darle otra cosa, que le puede ha- cer mal”. — Vendrá a. verlo cada 15 días, en el Do- mingo que la dejen de asueto. Le pagará la mitad de su sueldo, para que lo cuide bien. Le da de mamar una última vez, lo cubre de besos y se aleja con lágrimas 69 en los ojos y un triste presentimiento en el corazón. ¡Pobre niño abandonado! ¡Qué terrible aventura se inicia en tu vida! Cuando la nueva madre lo pone por primera vez al pecho, vacila un instante, mirando con grandes ojos la cara desconocida de la que se lo ofrece, hace algu- nos “pucheros”, pero, en fin, como el hambre aprieta, se prende, olvidando por completo el cambio. Chupa y chupa, pero aquello ya no es lo mismo. ¡ Qué escasez!.. . En fin, no se desanima, porque tiene hambre. Como el sueño lo asalta como cuando mamaba al pecho de la madre, después de algunos instantes, se queda dor- mido. Pero el sueño no es largo porque lo despierta otra vez el hambre; llora y lo ponen de nuevo al pecho; encuentra aun menos leche y la escena se re- pite cada vez en peores condiciones. Al cabo del día el niño está muerto de hambre y entonces llora y llo- ra: es su única forma de protestar y de pedir; llora y llora y no deja dormir a ninguno de los habitantes de la pieza: la mujer, el marido, la abuelita, los otros niños; lo hamacan, le dan a chupar una goma: todo es inútil, porque lo que él desea es, simplemente, que le den de comer Todo el día siguiente, el niño llora; al principio, la nodriza pobre, recuerda que ha prometido a la madre rio dar más que el pecho y así lo hace. Pero, ¿cómo hace callar al niño que evidentemente llora de ham- bre? Entonces, se decide a seguir el consejo de una de pieza: prepara un frasco de leche de vaca y se lo da. El niño lo toma ávidamente y se queda tran- quilo. Ya hallado el camino, la cosa se repite cada vez que el niño llora, pues casi no acepta el pecho. Pero la leche es mala, el frasco está preparado sin ningún cuidado de higiene y el niño después de dos o tres días, se enferma gravemente del vientre. Cuando la madre, aprovechando la primera salida, corre a ver 70 su niño, ¡en qué estado lo encuentraI ¿Es éste el mis- mo? ¿Que se han hecho sus mejillas de manzana ma- dura? ¿Qué se han hecho sus brazos y sus piernas rollizas? ¿Qué sus sonrisas, qué su hermosura? —Nada más que el pecho — dice la otra.. . — Yo tengo mucha leche: ¿para qué le iba a dar otra cosa? La madre toma su niño y se lo lleva consigo, pero, debe abandonarle de nuevo o perder su colocación y volver a su miseria. Averigua, y le recomiendan otra encargada, que seguramente tiene mucha leche, puesto que alacta un niño muy gordito, y tal vez podrá criar a los dos. Con ella lo deja después de hacerle mil recomendaciones idénticas a las que hizo a la pri- mera. Pero si ésta tiene leche, prefiere dársela a su propio hijo y alimentar con el biberón mal preparado al niño abandonado. Al mes ya no es el mismo niño. Está gravemente enfermo del vientre. En un mes ha perdido todo el peso ganado en cuatro de crecimiento. Cuando la ma- dre corre con él al consultorio del primer médico que le indican, las probabilidades de curación son muy re- ducidas, nulas casi: hace mucho calor» tiene una dia- rrea que lo agota; vómitos, fiebre... Muere. Mientras tanto el niño feliz ha progresado mediante el tesoro robado al otro: el seno de la madre. En treinta y tan- tos días ha aumentado como un kilo; mama abundan- temente cada tres horas. En las horas de la mañana sale con su nodriza en el gran automóvil todo prote- gido con cristales, a tomar aire y sol en el parque ve- cino. Por las tardes, su nodriza, vistiendo un vistoso traje apropiado, con su toca de encajes y sus blancos guantes de hilo, lo pasea en los brazos por la vereda de la plaza, deteniéndose solo, de vez en cuando, para que puedan admirarlo los amigos de la familia que panan accidentalmente. Estoy seguro que vuestro corazón se rebelará ante 71 esta flagrante injusticia. No creáis, sin embargo, que lo que os cuento es una pura fantasía. Con pequeñas variantes, es lo que sucede en 80 casos sobre cada 1,00 niños no criados por su propia madre. Por cada niño sano y hermoso que vemos pasear por las calles de la ciudad, en brazos de una nodriza lujosamente vestida hay, seguramente, otro enfermo, abandonado y miserable quien ha sido usurpado en su derecho sagrado al seno materno. La nodriza es un bien inmenso para un niño cuya madre no puede o no quiere alaciarlo, pero es una condenación fatal para el niño abandonado. Vuestra misión humanitaria os obliga a defender, más al niño abandonado y que tiene todos los derechos concedidos por la naturaleza y por el amor, que al (¡ue por cualquier circunstancia ha perdido los suyos y los usurpa a otro. Para ello, debéis hacer intervenir vuestra convicción, vuestros conocimientos, tratando que en los casos irremediables se aminore, en lo posi- ble, el mal que se va a producir a un niño inocente y desvalido. Debéis poner en juego todos los recursos posibles antes de permitir semejante atentado. El primero, el más importante tal vez, es trans- mitir la convicción, que debéis tener vosotras mismas, de que son pocas las madres que no pueden criar a su propio hijo. Para conseguirlo, lo primero es quererlo, y quererlo con todo el convencimiento de que se trata de cumplir una obligación impuesta por la naturaleza y por la moral. Es cierto que en algunos casos, la madre no tiene leche o la tiene en cantidad insuficiente, pero la difi- cultad puede ser vencida con paciencia y habilidad. Sabéis ya en parte, lo que se debe hacer: Insistir, insistir, insistir. Poner el niño al pecho más a menudo, puesto que 72 la mejor manera de que aumente la leche es hacer que el niño mame. Los Ínterval-os de las lacladas, pue- den reducirse sin inconveniente. En vez de las cinco, seis, siete veces que indica el reloj de la madre, ocho, nueve, y aun diez veces en las 24 horas. Mientras tanto, para que el niño no sufra hambre, deberá tomar provisoriamente otro alimento con el cual se completa la ración insuficiente de pecho. Ya veréis más adelante cómo se preparan los ali- mentos artificiales convenientes para hacer estos agre- gados. Por lo pronto, es necesario que aprendáis cómo debéis proceder si os toca aconsejar en un caso dado. Cada ración debe ser completada en lo que falta, haciendo tomar al final de ella, una dosis de alimento artificial. Imaginaos, para ser más claro, que se trata de completar la ración de un niño de seis meses. Cada una de ellas será — como ya lo sabéis de 160 gramos. Las pesadas diferenciales repetidas en varios días os han demostrado que el niño no alcanza a sacar esta cifra. En tales condiciones, no se puede perder tiempo, esperando que la madre produzca más leche. Esperán- dolo, completaremos con el alimento artificial elegido las Jactadas insuficientes hasta los 160 gramos normales. He aquí un ejemplo: Raulito: Edad, 6 meses. Fecha: 25 de Enero. HORAS SACÓ del pedio AGREGADO en alimen, art. TOTAL de ración 6 120 40 160 9 80 80 160 12 10 150 160 15 50 110 160 18 0 160 160 21 80 80 160 73 Espero que comprendáis y recordéis esta regia, realmente muy sencilla. Si con esta forma de alimentación — que se llama alimentación mixta, por cuanto se combina el método natural con el artificial — no puede conseguirse que la propia madre alacte su niño, o si por cualquier otra circunstancia se resuelve entregarlo a una nodriza, a una madre postiza, debéis intervenir activamente pa- ra que no se cometa el crimen de sacrificar la vida del niño que va a ser abandonado, exigiendo en toda forma que se le tenga en cuenta, al menos, y se haga por él todo lo posible para que su desgracia se ami- nore. La mejor conducta, la que todavía puede conci- liar los. intereses y conveniencias de los dos niños es la de dividir las ventajas de la lactancia entre am- bos, entre el niño rico que paga y el niño pobre que vende su derecho a la vida. El niño de la nodriza deberá ser admitido en la familia y cuidado como el otro. Las ventajas obtenidas en tal forma, son tan nu- merosas y positivas que compensan a la familia rica las molestias ocasionadas por el niño de 1a. nodriza. Procediendo así, se tendrá una nodriza más estable, ya que no se verá obligada, a cada momento, a correr al lado de su niño, enfermo por los descuidos de los encargados de alimentarlo. Como la nodriza está tran- quila teniendo su propio niño al lado, tendrá leche abundante, tanta, que bastará para lo con le- che. Tiene gusto por lo dulce y por lo salado y se NIÑO DE 15 MESES MENU Primera comida, a las 7 horas. 200 gramos de leche de vaca recién hervida, con 50 gramos de jalea, de cebada, o de quaker oats. Una corteza de pan, para roer. Segunda comida, a las 11 horas. Leche con jalea de cereales. Tercera comida, a las 14 horas. Una tostada ligeramente untada con manteca. 150 gramos de sopita de sémola. Una o dos cucharaditas de pulpa de manzana al horno. 100 gramos de leche de vaca. Cuarta comida, a las 18 horas. Leche con jalea de cereales. Quinta comida, a las 21.30 horas. ióO gramos de leche de vaca con 100 gramos de agua y cuatro cucharaditas a ras, de harina. 144 desespera cuando ve a sus hermanitos mayores co- miendo otras cosas de las cuales él querría también participar. Pero a este respecto, la madre' debe ser inflexible: Nada entre sus comidas, ni una miga, ni siquiera una miga, pues si el alimento es inapropiado para su edad, que sea poco o mucho, siempre le hará daño. —“¡Un pedacito, qué le va a hacer!” es la frase que se emplea a cada momento para dis- culpar el grave error de dar al niño cosas que no debe tomar. Ese pedacito es, una vez, un trozo de bizcocho ordinario, o una masa indigesta, un carame- lo, un poco del postre que se está comiendo en la me- sa a la cual el niño se acerca en brazos de su niñera. Cuando el niño recibe la golosina en isu boquita fresca y pura, hace un gesto de extrañeza, que el corro de la familia festeja con alegres risas y comentarios. A veces, una voz prudente hace la reflexión lógica: “Cui- dado, puede hacerle mal!”... Pero nadie resiste al influjo de la terrible frase: “¡Un pedacito, qué le va a hacer!” y la salud del niño sufre un grave atentado. Oponeos, pues, siempre a esos peligrosos juegos. La buena intención con la cual re realizan y el gran cariño que se tiene al niño, no evitan que “ese po- quito” le haga a veces tanto mal que eche a perder definitivamente todo lo que un trabajo inteligente y lleno de precauciones había hecho, hasta entonces, por la salud del niño. A los 18 meses debe aumentarse aun más su ra- ción. Se puede agregar a sus comidas, sopas de arroz bien hervido durante una hora, y puré de papas hari- nosas. En lugar de manzanas y para no cansar el gus- to, ciruelas frescas hervidas a las cuales se les ha sacado previamente el hollejo. Os presento dos tipos de menús, que pueden ser asados en los meses comprendidos entre 18.ü y el 24,’, NIÑO DE 18 A 24 MESES MENU Desayuno, a las 7.30 horas. 200 gramos de leche con 100 gramos de agua y cuatro cucharaditas a ras, de harina. Almuerzo, a las 11.30 horas. Un plato de sopa de quaker oats, bien cocido. Una cucharada de puré de papas harinosas, hecho con leche. Manzana al horno. Grizines. Lunch, a las 14.30 horas. 200 gramos de leche con 50 gramos de te claro. Una tostadita. Comida, a las 18 horas. 200 gramos de leche con 100 gramos de agua y cuatro cucharaditas a ras de harina. Complemento, a las 22 horas. 250 gramos de leche. NIÑO DE 18 A 24 MESES MENU Desayuno, a las 7.30 horas. 250 gramos de té con leche; una corteza de pan o una tostada con miel de abejas. Almuerzo, a las 11.30 horas. Sopa de arroz bien cocido. Una cucharada de puré de papas o de zanahorias. Manzana al horno. Lunch, a las 14.30 horas. 250 gramos de te con leche; una corteza de pan a roer. Comida, a las 18 horas. Sopita de tapioca o de sémola. Orema hecha con chuño y leche. Complemento, a las 22 horas. 250 gramos de leche. LOS DIENTES SIRVEN PARA COMER Vestid de nuevo vuestro blanco delantal orlado de ondulados encajes. Todavía ejercéis el oficio de cocinar para el niño. Ha cumplido los dos años. Tiene en su boquita 20 dientes bien firmes: 8 incisivos, cuatro arriba y cuatro abajo, que le permiten “incidir”, cortar los alimentos sólidos!, tales como la sabrosa tostada que tanto le agrada o el trocito de manzana que roe. A cada lado de ellos, un diente cuyo nombre recuerda los colmillos de los canes, en total, que le permiten desgarrar los alimentos. En fin, que están situados más atrás, arriba y abajo, los cuales le permitirán, aun, “ moler ” un trozo de galleta marinera. Todavía le faltan algunos que no saldrán sino cuando siea ya más grandecito, y cuando los que tiene ahora hayan sido reem- plazados por otros más enérgicos y mejor plan- tados en sus tiernas encías. La presencia de sus dientitos demuestra que ya puede comer algo. Démosle de comer, en- tonces, ñero , por ello, no dejemos de vigilar atentamente su régimen y la pre- paración de sus alimentos. Si vosotras no desmerecéis siendo cocineras de? 4 caninos 8 molares 146 niño, vuestra cartilla no desmerece transformándose repentinamente en un libro de cocina. ¡ Todo por el niño y para el niño! ¿Qué no haríamos por él? Cocinar para él es honroso y útil. Permitidme, pues, que os enseñe cómo preparar algunos de los postres que pue- den figurar, a'e vez en cuando, en su menú. Leche crema Se toma una cucharada, — de las de postre — de chuño y se le deja en remojo en una taza de leche Mientras tanto, se baten, en un plato hondo, dos ye- mas de huevo con dos cucharadas grandes de azúcar, hasta mezclar bien y luego se reúne en el mismo pla- to, con la taza de chuño y la leche) Se pone al fuego, en una cacerola, algo menos de medio litro de leche, y «se le agrega poco a poco, ba- tiendo continuamente, el preparado de leche, chuño, huevo y azúcar. Se dejar cocer a fuego lento, revol- viendo continuamente para evitar que se formen grumos. Budín de leche Se bate en una fuente cuatro yemas de huevo, un huevo con clara y yema y cinco cucharadas grandes de azúcar molida. El batido debe ser largo, hasta que se forme una espuma menuda. Mientras se lo conti- núa, se agrega, poco a poco, hasta una copa grande de leche hervida- de vaca. Se perfuma con una ramita de vainilla. Por otra parte, se prepara la budinera, poniéndola sobre la plancha, con tres cucharadas de azúcar y una o dos cucharadas de agua, y calentándola hasta que el almíbar empieza a formarse. Se unta con este almíbar todo el interior de la budinera y después de dejarla enfriar completamente, se la llena con la mez- 147 cía, la cual se cuece hasta el punto, en baño de Ma- ría, teniendo cuidado de colocar la cacerola sobre la plancha y de coronar la tapa con brasas. Leche con sémola Se mezclan lentamente 10 gramos de sémola con 250 gramos de leche caliente y se cuece por 15 minu- tos agitando siempre, y con »el agregado de 1 gramo de sal fina y 5 gramos de azúcar en polvo. De la mis- ma manera se prepara leche con harina de arroz o de avena. No podéis pedir, naturalmente, ia vuestra maes- tra (jue lleve su paciencia y su bondad hasta trans- portar a la escuela los útiles necesarios para hacer estas preparaciones en forma de mostraros práctica- mente su confección. Pero, en cambio, cuando estéis de regreso en vuestra casa, pedid a vuestra madre que os ayude y os guíe, que ella y vosotras saldréis gananciosas, pues habréis aprendido y realizado ,1a confección de sabrosísimos postres a los cuales no ha- rán, por cierto, mala cara ninguna de las personas de la familia. Nuevos alimentos podrán ser incorporados al me- nú de los niños que han pasado los dos años. Sus ra- ciones, más abundantes y variadas, deberán ser redu- cidas a cuatro, en las 24 horas. Podéis elegir, a conti- nuación, entre los tipos de menú que os propongo, adaptándolos a la edad, y a los gustos mismos del niño, los cuales deben ser tenidos muy en cuenta. NIÑO DE 24 A 30 MESES MENU Desayuno 150 gramos de te con leche. Tostadas con manteca, espolvoreadas con azúcar. Almuerzo Sopas de féculas de papas. Tostadas. Picadillo de pollo con puré de papas; zapallo; batata al natural. Leche crema. Lunch Leche y tostadas. Comida Sopa de sémola; Un huevo pasado por agua; tostadas: una manzana al horno1. NIÑO DE 24 A 30 MESES MENU Desayuno 250 gramos de leche. Tostadas. Almuerzo Sopa seca de fideos finos hervidos en un caldo, y secados al horno con un poco de manteca. Lunch ITn tazón de leche con sopa de galleta marinera. Comida Sopita de arroz con una yema de huevo batida. Picadillo de pichón hervido con papas al natural. Tostadas con miel de abejas. NIÑO DE 3 AÑOS MENU Desayuno 300 gramos de leche, con tostadas. Almuerzo Sopa. Bife de lomo de vaca a la plancha. Un huevo estrellado en leche hirviendo. Budín de leche. Lunch Té con leche y bizcochos. Comida Sopa. Corbina hervida. Espinaca con huevo. Dulce de leche o Compota de ciruelas. 149 Permitidme que os dé, antes de terminar esta úti- lísima conversación, algunos consejos, los cuales debe- rán ser tenidos fin cuenta, sobre todo, en el momento que os ocupéis de la comida diaria del niño a vuestro cargo. Hacedle comer lentamente y no engullir la comi- da: “quien come ligero digiere despacio”, dice el proverbio. No le hagais comer hasta hartarlo, sobre todo en verano. No le ofrezcáis alimentos groseros e indigestos para excitar su apetito cuando rechace sus alimentos ordinarios. En verano, menos alimentos que en invierno y más bebidas. Si un alimento es rechazado, repentinamente du- rante una comida, no debe ser ofrecido de nuevo has- ta la siguiente. Dar al principio de las comidas los alimentos útiles, por los cuales e'l niño demuestre menos inclina- ción- y al fin, los que no son indispensables. ALIMENTOS QUE NO DEBEN SER USADOS POR LOS NIÑOS Carnes Jamón, embutidos, cerdo, pato, ganso, pavo, ri ñones, hígado, tocino, carnes fritas. Verduras Tomates, cebollas, papas y batatas fritas o asa- das al horno, choclos, verduras fermentables (coliflo- les, repollos). Pan, tortas y confituras Pan con grasa, suns, tortas de frutas, masas 'de confitería, bombones, frutas azucaradas, dulces secos. Frutas Bananas, frutas fuera de estación, frutas madu- radas fuera del árbol, frutas verdes, frutas en exceso, frutas sin masticar, frutas sin mondar. LA MESA DEL NIÑO No creáis que el niño, aun muy pequeño, sea por completo indiferente a la belleza, a la limpieza, a la alegría. Sus impresiones son, por cierto, confusas y aun cuando supiera hablar no sabría explicarlas. Tam- poco sabría decir qué es lo que le agrada y qué es lo que le desagrada, pero eso no significa que para él no existan cosas que le son agradables y cosas que le son desagradables. Experimenta sus impresiones sin saber por qué, pero las experimenta. Mantenedlo encerrado todo el día en una pieza sola y sin atractivos para sus ojos y para sus oídos y se pondrá triste. Sacadlo a pasear por un parque lleno de sol, de verdes árboles, saturado de oxígeno, donde el gran silencio de la naturaleza es interrum- pido por el alegre trinar de los pájaros, y os mostra- 152 rá, de inmediato, su incontenida alegría con movimien- tos desordenados de sus bracitos, con sus risas, con sus exclamaciones inarticuladas, pero bien significa- tivas. Delante de una cara adusta, el niño se queda ca- llado y medroso. Una cara jovial y simpática lo atrae, le da con- fianza. Todos sus sentidos pueden llevarle sensaciones agradables o desagradables. Ama los colores brillantes y sugestivos. Si lo po- néis por delante un puñado de fichas multicolores, se empeñará en coger las rojas. No sabe, por cierto, distinguir un trozo de buena música tocada en el piano por un ejecutante experto, de los sonidos sin ritmo y sin ideas que él mismo es capaz de producir cuando la madre lo acerca al te- clado, dando sobre él, con sus dos manitas, enérgicos puñetazos; pero, ¿acaso no se 'encuentra, a menudo, adultos que están en las mismas condiciones? Sin embargo, el ruido del piano es agradable al niño y cuando está disgustado, tal vez porque los que lo rodean y lo cuidan no comprenden lo que desea y pide con sus grandes gestos impacientes, la mejor ma- nera de hacerlo callar de inmediato y sonreir bajo sus lágrimas, es producir un tintineo alegre, percu- tiendo una copa de cristal. Su gusto está también vivo y despierto desde que es muy pequeño, muy pequeño. Es por midió del gusto que recibe las primeras! impresiones del mundo, des- pués que lia nacido. Por eso ama con toda la ternura de que es capaz, la suave dulzura del alimento que, como de una fuente sagrada- surge, para él, del seno materno. Los olores le atraen un poco menos y cuando acer- cáis a -su naricita. para que huela, una gran rosa fres- 153 ca y perfumada, preferirá cogerla a plena mano, hun- diendo sus deditos entre los pétalos, que percibir su suave fragancia. Pero no penséis por ello, que los olores buenos y malos le son indiferentes en absoluto. Cuando la desgracia lo aleja del seno materno, al cual está acos- tumbrado, y debe alimentarse en el de una madre postiza, lo rechazará más de una vez, porque detesta el olor que se desprende de las pensionas poco escru- pulosas en su higiene. ¡ Y sus manos! ¡ Cuántas sensaciones recibe por su intermedio. ¡Las manos son sus cinco sentidos reunidos! Na- da conoce el niño del mundo. Todo necesita conocer. Si cualquiera de vo-otras, cierra los ojos y toca un objeto conocido, un libro, una copa, una flor, lo reconoce y los nombra sin vacilaciones. Pero ello es así, porque ya lo ha visto muchas veces, y después de verlo, lo ha tocado. Pero el niño pequeño no ha visto muchas cosas o las ha visto y no las ha tocado con sus mamitas. Para reconocer los objetos, es necesario haberlos tocado unas cuantas veces, después de haberlos visto. Si el niño no ha tenido jamás en sus manos una man- zana, no podrá reconocerla la primera vez que la tenga. Vosotras sí, sabéis que una manzana es algo de color verde claro, matizado, por un lado, en rojo, por el sol y para saberlo, habéis visto muchas man- zanas iguales, en los árboles, en las cajas de los ven- dedores, en las fruterías, en la mesa, en vuestro pro- pio plato de postre. Sabéis también que es esférica, con dos hoyitos en los polos, semejantes a los de las mejillas del niño cuando rí'e. Y lo sabéis porque mu- chas veces habéis pasado vuestros dedos por los con- tornos de su superficie; conocéis, además, gracias a que lo habéis percibido muchas veces, el olor inci- 154 tante que parece que os estuviera gritando: —¡ Dame un mordisco! Conocéis, además, el delicioso sabor de su pulpa fresca, porque más de una vez, habéis escu- chado la súplica que una manzana os ha hecho en su idioma de perfume y vuestros ocho incisivos han de- jado en ella otros tantos caminitos paralelos1. Pero el niño, ¿cuándo ha visto, tocado, olido o comido una manzana? Nunca, no sabe nada de ella como no sabe nada de las demás cosas del mundo en el cual está un poco cohibido, como un huésped en una casa extraña. Por eso trata de saber y por eso no sólo mira, con sus ojos que dilata el asom- bro, sino que también toca todos los objetos!, los lleva a su boca, trata de reconocerlos. ¿Lo habéis visto, más de una vez, cómo aprovecha el momento en que se despierta de una larga siesta, coge uno de sus pie- citos que ha quedado desnudo por el escurrimiento casual de un escarpín y lo aproxima poco a poco has- ta su boca para reconocerlo como una cosa rara? Dad- le una pelota, un anillo de marfil, cualquier cosa, y liará lo mismo, invariablemente. Porque recibe impresiones que, aun cuando no comprende, lo ponen mal humorado o contento; por- que aprende algo en cada ruido, en cada color, en eada forma, en cada gusto, en cada olor; porque es 155 necesario que su sensibilidad se acostumbre a la be- lleza, a la alegría y a la limpieza; por todo esto, de- bemos cuidarle del pequeño mundo que rodea su vi- da, como cuidamos el jardín entre cuyas frondas cre- ce una flor que nos es predilecta. La mesa en que come el niño, debe ser alegre, lim- pia y adornada. No nos fiemos demasiado de su aparente in- diferencia ; no, no es lo mismo para él que su comida de medio día y de la tarde, le sea servida sobre los tablones grasicntos o sobre el hule resquebrajado que las recubre, en una habitación mal iluminada destinada, en el hogar, a otros usios. El niño ne- cesita como el grande, de un mantel blanco y terso, de platos bonitamente adornados con figuras de peces, de frutas y de flores; de sus cristales refulgen- tes, de su pulcra servilleta, de su ramo de flores, y hasta de su pequeña caja de música, aun cuando ésta pueda ser alternada con la charla alegremente comu- nicativa de la madre. La comida entra por los ojos dice mi viejo pro- verbio y el que lo inventó pensó también en los niños. LA PURA BOCA DEL NIÑO ¿Conocéis algo más puro que la boca de un niño pequeño ? La leche de la madre que lo alimenta y el aire que a veces pasa por ella, cuando respira, no contie- nen microbios o éstos son tan escasos y encu:ntran en ella un medio tan poco propicio' a su vida, que no se multiplican con la rapidez prodigiosa que vosotras conocéis. ¡ Qué diferencia con la boca de un adulto, por cuidada que esté y qué diferencia, aun mayor, cuando no está cuidada! En el niño pequeño no existen intersticios denta- rios, esto es, los mil recovecos que dejan los dientes entre sus coronas y raíces y los bordes de las encías. En el grande, estos mismos intersticios dentarios, re- tienen fácilmente partículas de los alimentos que se trituran y desgarran, depósitos que sólo pueden ser im- pedidos por una vigilancia continua. Esos residuos ha- cen las delicias de nuestros viejos conocidos, los in- signes colaboradores de Puck, los microbios, que en- cuentran en las bocas mal cuidadas todo lo que ne- cesitan sus prolíficas familias para crecer y prospe- rar: humedad, calor suave, obscuridad, alimentos. Los residuos — fibras de carne, partículas de pan, de azú- car, de dulces, etc., — se descomponen bajo 1a. in- fluencia de los microbios, entran en putrefacción, tan- to más activa cuanto más tiempo permanecen en la cavidad. Además, con la boca comunican los órga- nos profundos, los pulmones y el estómago, a los cua les llega el aire y los alimentos. Cuando los micro- bios se han multiplicado en estos órganos, producien- 157 do sus enfermedades, invaden de nuevo la boca, ha- ciéndolas contagiosas. La boca de un adulto sano o enfermo tiene siem- pre infinitamente más microbios que la de un niño pe- queño. Pero la boca de un niño, por pura qua sea, puede ser invadida por los microbios si, por imprudencia o por falta de cuidados, permitimos que lleguen hasta ella, de cualquier manera. Su contaminación como eo el adulto, producirá la invasión de todo el organismo, produciendo las enfermedades. ¿Cómo llegan los microbios hasta la pura boca cíe un niño pequeño? Sabéis que no necesitan caminar, desplazarse por sus propios medios, y que les es suficiente un simple contacto para pasar de uno a otro objeto. Todo lo que el niño introduce a su boca o lleva simplemente a sus labios y que contenga microbios, deja microbios en la boca del niño. Los diversos objetos y las propias manos son los vehículos constantes de la infección. ¿ Qué es lo que no tocan las manos de un niño! Cuando no ha salido aún de su cuna, o de los brazos de su madre, se mantienen más o menos li- bres de gérmenes, pues solamente se han deslizado por sus propias ropas, por el seno que acaricia mien- tras mama, o por la boca que las besa suave y amoro- samente. Pero después, cuando empieza a abandonar la cuna y los brazos; cuando se arrastra sobre las al- fombras; cuando se apoya en los muebles; cuando trata de reconocer, acariciando sus propios zapatitos, cuyas plantas han trotado por las veredas de las plazas y de las calles; cuando coge la pelota que ha rodado continuamente, encontrando las humedades más repug- nantes, ¿cuántos microbios capaces de producir las más 158 terribles y variadas enfermedades pueden transportar- se por ellas hasta su boca ? Otras veces, no es el niño mismo... , Quién pue- de s e r , Dios santo! ¿ Quién puede atentar contra su pure- za ? A q u e 11 a terrible pareja que vosotras ya conocéis: L a Ignorancia y la Buena Inten- ción. Entre ambas lian inventado un terrible aparatito, digno émulo del que sugiriera Puck a su inventor; en la forma de un biberón mata niños: El Chupete El chupete es una tetina de goma parecida a la que ¡se adapta a un fraseo para transformarlo en mal biberón. Esta tetina es también hueca, pero sin agu- jero en la punta, y cuando el niño la tiene en la boca y succiona, succiona en seco, sin sacar nada. Alrededor de su base hay una redondela de hueso o de celu- loide que lo limita jaira que el niño fio se lo trague a fuerza de tanto chuparlo. En fin, la tetina va sujeta a una base de la cual sale un largo cordón. Lo podéis ver dibujado en esta página y no debéis olvidarlo jamás, mirándolo como a uno de los objetos más perjudiciales que se haya inventado contra la sa- lud del niño. 159 Cuando éste recién nace, no sabe, por cierto, que hay chupetes en el mundo. Un buen día, llora por cualquiera de las mil causas por las cuales puede llorar un niño, y entonces la Ig- norancia acom- pañada por la Buena Intención y personificadas ambas, en la abuelita o en la madre — que no han aprendido como todas vos- otras, cuando eran pequeñas, en la escuela, la manera de cuidar un niño — va al almacén de gomas o la prim,era farmacia, se compra un chupete y se lo pone al niño entre los la- bios. Este no reconoce el extraño objeto y lo arroja de su boca con un gesto; se lo vuelven a colocar, lo vuelve a arrojar y así hasta que ] o mantiene y a,prende a. suc- cionarlo. Desde entonces el niño se hace esclavo de este vicio, al igual que un fu- mador de su ci- garro, y un bo- rracho de su bo- tella. Todo s u consuelo es el chupete. Si su molestia no es tan grave, con él se consuela; cuando Un enviciado 160 tiene hambre, sed, calor, dolor, la madre interpreta mal su calma y se aprovecha de ella en beneficio de su tranquili- dad, pero con enorme perjuicio del niño mismo. ¿ Qué importa que tenga ham- bre, si el chupete lo hace callar? ¿Qué importa que por la noche sufra porque se ha mojado y por- que ai estar así mucho tiempo, su delicada piel está irritada entre las piemitas y la irritación le pro- dulce dolor? ¿Qué importa si el chupete siempre lo lia ce callar? El niño se duerme con el chupete en la boca. De vez en cuando, medio dormido succiona. ¿Qué traga después de succionar? Aire que penetra por entre la- bios y la tetina y que poco a poco va dilatando su estomaguito, produciéndole frecuentes y dolorosos cólicos que debe calmar, ¿cómo? Succionando el chu- pete. Así aprende a respirar por donde no debe, por la boca, en vez de respirar por la nariz que es por donde se respira normalmente. ¿Y de día? ¡Oh, de día!... El niño está sentado en su sillita de brazos o en su cochecito de paseo, o en los brazos de su madre o de su niñera. Tiene el chupete entre los labios, pero de vez en cuando, al iniciar un llanto o una sonrisa, lo deja caer. ¿Dónde El chupete favorece la respiración bucal 161 cae? En todas partes. A veces sólo entre las ropas en las cuales los aliados de Puck son poco numerosos; otras, cae al suelo y como la goma está humedecida por la saliva, recoge en su superficie todo lo peor que os podéis imaginar: los microbios de las enfermedades más terribles y repugnantes, que han sido traídos has- ta el piso de las habitaciones por las plantas de los zapatos de todo el mundo, se adhieren al chupete. La madre o la niñera lo recogen de inmediato y de nuevo se lo ponen en la boca al niño, unas veces di- rectamente, otras después de hacerlo pasar' por la propia boca, “para humedecerlo”. Algunas veces, en ñn, la madre toma la precaución de lavarlo en agua hirviendo. ¿Cuántas veces lo lava al día.1 ¿Cuántas veces cae el chupete al suelo? El chupete deforma la boca del niño y la llena de microbios tan terribles que pueden producir su muerte. Los microbios tienen predilección por la pu- ra boca del niño. Es para ellos como un campo vir- gen que deben conquistar. A la boca del niño llegan, como acabáis de verlo, adheridos a sus propias manos1, a los objetos, al chupete. Llegan también... conduci- dos en dos formas bien opuestas, por cierto, pero igualmente ofensivas por 162 Las moscas y los besos Un solo beso puede causar la muerte de un ni- ño, contagiándole una enfermedad mortal, tal como la tuberculosis, por ejemplo. ¿ Recordáis, aún, la escena de Ilamlet y Polonio ? Polonio quería averiguar si Ilamlet sa- bía que su propio padre el rey, había sido muerto por su pa- drastro Claudio. ¿Sabéis cómo dió muerte Claudio al padre de Ilamlet? Le sorprendió un día, dormido en el jardín y entonces vertió en su oído unas gotas de un terrible veneno. El padre de Ilamlet murió después, sin que nadie sospechara la causa. Pues bien, el beso fortuito dado sobre los labios de un niño, por una persona, que padezca de tubercu- losis o de cualquier otra enfermedad grave y conta- giosa,, puede contagiarle la enfermedad y producir su muerte, sin que después sea posible determinar la ver- dadera causa. Ahora bien, como no es fácil precisar si todos los que pueden besar a un niño son sanos, ninguno que no tenga derecho debe hacerlo, y nadie, ni la madre misma, debe besarlo sobre la boca. ¿Y las moscas? ¡Gusanos volantes! ¡Vehículo de todo lo que es sucio, repugnante y dañoso! Ellas tienen, como los microbios, el poder del nú- mero. Durante toda la estación caliente, las moscas ponen sus huevos en los estercoleros. El invierno im- pide que se desarrollen, pero apenas llegan las pri- meras lluvias y los primeros calores de la nueva pri- mavera, los millares de huevos incuban millares de gusanillos blancuzcos pequeños como puntos- al prin- cipio, que se desarrollan rápidamente después, hasta 163 adquirir el tamaño de las moscas adultas. Las alas crecen rápidamente y en pocos días el insecto está completo. Cuando menos riguroso lia sido el invierno, cuanto más cálida y húmeda es la primavera, más moscas hay en el verano. ¿Cuántas! ¡Millares, millo- nes, millares de millones!... Forman nubes obscuras y movedizas que se agi- tan sobre todo lo que atrae su insaciable apetito. Po- déis verlas en enjambre, revoloteando sobre los resi- duos y desperdicios, en los tarros de basuras, en los estercoleros, en los resumideros de las cloacas, en las escupideras en las cuales se recogen los esputos conta- giosísimos de los enfermos de tuberculosis, en los ba- cines en los cuales se depositan las deposiciones tam- bién sumamente contagiosas de los enfermos de fiebre tifoidea; sobre los cadáveres abandonados de los ani- males, sobre todo lo que es repugnante y dañoso. Pero no sólo allí: también sobre todo lo que no lo es, lo que nos pertenece y necesitamos, en nuestros alimentos, sobre todo. La mosca al posarse en los lugares infectos y re- pugnantes, lo hace para comer. Su voracidad es in- saciable. Todo lo investiga, todo lo recorre, levantado a veces por un corto vuelo, trasladada, otras, por una breve, carrera de sus veloces patas. Con su trompa aspira los líquidos y partículas y con ellas los milla- res de microbios que contienen. Cuando vuela de un lugar infecto y se posa sobre uno de nuestros alimen- tos, sus patas, su trompa y su vientre llevan millares de microbios que depositan en él. ¿Dónde no se posan las moscas después de haber- se saturado de inmundicia? Vosotras todas las habéis visto invadir las habi- taciones, las cocinas, las despensas, los comedores, los almacenes de comestibles, las confiterías y fiambrerías. Las habéis visto posarse y recorrer los utensilios y 164 Jas fuentes de alimentos, depositar en ellos sus excre- mentos que aparecen como puntitos negros. ¿Cuántos millares de microbios que han atravesado su intestino hay en cada uno de ellos? Las moscas se posan en los alimentos destinados al niño. La leche es para ellas un alimento favorito. Lo buscan en los tarros que los ordeñadores van lle- nando en los corrales y en los tambos; en los que los repartidores de la ciudad distribuyen de casa en casa; en el frasco que contiene ya la ración del niño y en la tetina que introduce en su boquita. A veces, mien- tras duerme, sobre el chupete que se ha deslizado de sus labios y también sobre sus labios mismos que en- treabre el sueño y la inocencia. SÍNTESIS N.° 3 LAS MOSCAS No tolere las moscas. No coma donde haya moscas. No compre alimentos en los almacenes en los cuales se las tolere. No permita que las moscas se posen en sus alimentos y especialmente en la leche. La mosca es el insecto más dañoso que existe. Puede contagiar LA TUBERCULOSIS, LA DIFTERIA, LA TIFOIDEA y en general TODAS LAS ENFERMEDADES INFECTO CONTAGIOSAS. fy La mosca es el más inmundo de todos los insectos. 4F | Nace en la inmundicia, vive en la in- mundicia y transporta la inmundicia. Cuando se comen alimentos *t¡|en los cuales las moscas se han posado, ™ se comen las mismas inmundicias que han comida ellas. La mosca es un gusano volante. DEFIENDA AL NIÑO SCBRE TODO, DE LAS MOSCAS Una se la mosca puede ocasionar la muerte de un niño ORG/ NTE Y PRESIDA EN SU PUEBLO COMITÉS DES- TINADOS A LA DEFENSA Y A LA LUCHA CCNTRA LAS MOSCAS. PROTEJA SU CASA Y SUS ALIMENTOS CCNTRA LA INVASIÓN DE LAS MOSCAS. Cuando Vd. se habitúe a no tolerar las moscas, una sola lo molestará y tratará de destruirla. Coloque una pantalla mata moscas en las manos de cada uno de sus hijos — Ellos se divertirán en matarlas y prestarán un gran servicio a la familia. SOL TIBIO Y AIRE FRESCO Haced que el niño crezca al aire libre y al sol, que así como las jóvenes plantas tiñen a su influjo sus hojas de intenso verde y sus flores de púrpura, su piel se colorea de persistente sonrosado. Sol tibio todo el tiempo que sea posible durante el día. Aire puro y fresco durante el día y la noche, mientras esté despierto, mientras duerma, durante el invierno y durante el verano. Un baño de sol no inunda sólo la piel, como un baño de agua. La irradiación del sol penetra profun- damente a través de ella y va a estimular la activi- dad de los órganos internos. Nosotros no podemos apreciar directamente este hecho, pues nuestros ojos ven sólo sus rayos luminosos y los objetos por ellos iluminados. Pero el sol tiene otros rayos que no ven nuestros ojos y que penetran hasta el interior mismo del cuerpo, sobre todo si no se interponen vestidos o cristales. El aire, en cambio, no penetra a través de la piel, pero invade la profundidad de los pulmones, como un torrente, cada vez que se respira. Inunda las profun- didades de estos órganos, y en su interior se pone en contacto con la sangre a la cual entrega el oxígeno que entra en su composición. El oxígeno del aire es indispensable a la vida; ni las plantas ni los animales podrían vivir sin él. El fuego no se enciende en su ausencia, Si eolo- 167 cáis bajo un vaso de eristail, una bujía encendida, veréis cómo, casi de inmediato, la llama languidece, y se extingue. ¿Por qué? Porque se concluye el oxí- geno que le permitía arder. Colocad en lugar de la bujía una pequeña planta con su maceta. Aun cuando en mucho más tiempo que el empleado por la llama para extinguirse, en varios días, la planta se secará. ¿Por qué? Porque también consume el oxígeno y ha agotado el del vaso. Todavía podríais realizar la experiencia con un animal pequeña que se asfixiaría dejándolo encerrado herméticamente. Pero no os aconsejo que lo hagáis, pues sería una crueldad indigna de quienes aprenden el modo de cuidar seres indefensos y delicados, como es el niño mismo. Pensad solamente en la sensación de alivio y de placer que experimentáis al respirar a pleno pulmón el aire fresco de. fuera, después de haber permanecido algunas horas en el local de un cinematógrafo, de un teatro, de una iglesia mal ventilada. Es como cuando se tiene apetito y se lo satisface con una buena comida. O como cuando se tiene sed y se la sacia con un vaso de agua fresca y pura. 168 El agua, el alimento y el oxígeno, son indispensa- bles al organismo y el del niño necesita más que nin- gún otro, satisfacer sn hambre de esos alimentos in- substituibles. Dejad, pues, que e/1 aire ¡pujro llegue hasta él, libremente y sin interpon erlle obstáculos de ningún género. Con él el apetito se multiplica, el peso aumen- ta, el color de la piel se hace sonrosado, las carnes fir- mes, la alegría y el bienestar continuos. ¡ Qué contraste, entonces, con los niños paliduchos y enclenques a quienes se mantiene siempre encerra- dos en las piezas por temor v de que se resfríen apenas las abandonen! Pero, si es que, precisamente, los ni- ños que menos se resfrían son los que están siempre al aire, al sol y aun al fresco, protegidos sólo por un abrigo conveniente. ¿No habéis visto, muchas veces, en vuestras excur- siones camperas, de vaca- ciones, a los niños peque- ños de los campesinos, apenas protegidos por una entreabierta camisa, desa- fiar 1 a intemperie del verano y del invierno, fuera de las rústicas viviendas a las que sólo penetran para dormir. ¿ Se resfrían ellas acaso? Podríais contestar, si no os convenciera lo que os digo: — ¡Sí, pero ellos están acostum- brados !... Pues bien, aconsejad a las madres que ha- bitúen a sus niños a la sana práctica de vivir al aire ilibre desde muy pequeños. En invierno con excepción de las muy tempranas y de las muy tardías, todas las horas deben ser aprovechadas para mantener al niño 169 al aire libre y al sol. El frío por sí solo, no debe impe- dirlo, ya que su cuerpecito puede resistirlo y acostum- brarse a él, protegido, si es excesivo, por un buen abri- go. El esplendoroso sol que en nuestros inviernos inun- da el espacio; que se tiende como una tenue gasa de oro sobre el verde de las praderas, en el campo; que baña los parques, las plazas, las calles de las ciudades; que entra como un torrente por las ventanas abiertas, o incinde la obscuridad como una flecha de oro, al pe- netrar por las hendiduras, llega al cuerpo de los niños para vigorizarlos, como llega a las corolas de las flores para teñirlas en suaves colores y al fruto de los árbo- les para hacerlos entrar en sazón. Cuando el niño es aún muy pequeñito, conducido en los brazos o en su cochecito, protegida su cabeza con una gorra liviana, puede realizar largos paseos en las mañanas de invierno y en las primeras horas de la tarde, aprovechando el intervalo de sus raciones. Cuando ha cumplido sus tres años, la acción del sol puede ser aprovechada en forma más directa, como Baños de Sol recibidos sobre el cuerpo desnudo. Estos baños son sumamente útiles y fáciles de realizar y vosotras de- béis ser las primeras en propagarlos, en la esfera de acción en que os tocase actuar en pro de los niños. En ningún caso como en este, puede hacerse me- jor la aplicación del viejo proverbio: “El sol alum- bra para todos’’. En efecto, aun en los hogares más humildes os será posible encontrar un sitio apropia- do, pero os recomiendo sobre todo las azoteas y terra- zas de las casas en donde el sol llega libremente. Pa- ra proteger al niño contra el viento, elegiréis el res- guardo de un parapeto o estableceréis una defensa apropiada, por medio de una alfombra tendida sobre 170 una cuerda, en forma de cortina. No debéis temer de- masiado al frío, pues el sol, con su suave calor, abriga como el cobertor de lana más confortable. Proceded en forma gradual y progresiva: primero, acostumbrán- dole a permanecer al aire libre durante algunas ho- ras ; luego despojándolo de sus abrigos y dejándolo solo con una ropa ligera; desnudando sus brazos y sus piernas; retirando su calzado; permitiendo sólo una ligera ropa de hilo sobre la piel y, por último desnudándolo completamente. La exposición, al prin- cipio, debe ser breve, de algunos minutos; pero au- mentando éstos diariamente, puede permanecer al sol completamente desnudo, entregado a sus juegos, du- rante una buena hora, obteniendo así enormes bene- ficios para su vigor y su salud. Elegid las horas convenientes. En invierno son preferibles las últimas de la mañana y en verano las primeras. 171 Son incalculables los beneficios que estos baños de luz y de calor producen en el delicado organismo de los niños. Vosotras habéis observado muchas veces el efecto producido por un veraneo en el campo, en las montañas, en las costas del mar. La piel se obscurece en las regiones de1 cuerpo que han estado directamen- te expuestas al sol. El apetito se multiplica, el peso aumenta y las enfermedades no retornan, con seguri- dad, en el invierno siguiente. Pues, el mismo resultado se obtiene con los baños de sol metódicamente organi- zados por una madre inteligente y bondadosa, tal cual es, sin duda, la de los niños cuya fotografía ilus- tra esta página de vuestra cartilla. Así como el sol debe bañar libremente la piel, el aire puro y fresco debe inundar la profundidad de los pulmones, donde se pone en contacto con la sangre a la cual abandona su oxígeno. Como la luz y el calor del sol, y aun tal vez en mayor grado, el aire puro y fresco es indispensable durante todas las horas del día y de la noche. IDónde tomarlo? ¿Dónde es puro? ¿Por qué un aire es impuro? ¿De dónde provienen las impurezas del aire? Permitidme que os lo explique y que comience por la última de estas preguntáis, para que podáis deducir las respuestas de las primeras. Las impurezas del aire de las habitaciones provie- nen de nuestra misma respiración. Cada vez que res- piramos, introducimos a nuestro cuerpo, a través de nuestros pulmones, una gran cantidad de aire, pero inmediatamente arrojamos, con la espiración, una can- tidad más o menos igual de aire usado, y por conse- cuencia, impropio para ser respirado de nuevo. El aire que entra es además de puro, fresco; el que sale, además de impuro, caliente, puesto que tiene la temperatura de nuestro cuerpo. Si respiramos en una habitación cerrada, esto es, 172 sin ventilación, poco a poco se irá consumiendo el ai- re puro, e irá aumentando el aire impuro, hasta que el aire sea completamente impuro, inadecuado para respirar; nuestro organismo sufrirá mucho, pues es- tará en las mismas condiciones que la llama encen- dida bajo una copa de cristal: tenderá a extinguirse. El aire de una habitación se1 parece mucho al agua de una palangana; no será limpia y pura sino a una simple e indispensable condición: que sea co- rriente, esto es, que se renueve de continuo, mediante un surtidor siempre abierto y un desagüe siempre su- ficiente. Para mantener puro y fresco el aire de una habi- tación, es necesario como en la palangana, tener una entrada de aire y una salida de aire. A esto se llama ventilación. Vosotras mismas podréis contestar, pues, ya las otras preguntas propuestas. Una habitación siempre cerrada, en donde han respirado durante algunas ho- ras, una o más personas, es un receptáculo de aire vi- ciado, como una palangana en la cual se han lavado muchas manos, lo es de agua sucia. Hay que despla- zar convenientemente el aire impuro de las habitacio- nes, ventilándolas, manteniendo una entrada y una sa- lida, una corriente de aire, sin que sea suficiente una entrada sola. Una puerta abierta no ventila una habitación, es necesario que haya dos, la una frente a la otra, pa- ra que se establezca una corriente. ¿Dónde el aire es puro? ¿Dónde respirarlo? En las habitaciones bien ventiladas y fuera de ellas, en el espacio libre. Allí también respiramos, arro- jando las impurezas, pero nunca podríamos hacerlo impuro, como no podríamos hacer impuras las aguas del inmenso Paraná por lavar en ellas nuestras manos. El niño, más que nadie necesita respirar contj- 173 n.uamente el aire puro y fresco durante el día y la noche. Durante el día no debéis permitir jamás que, estando sanito, permanezca encerrado en las habitacio- nes, y esto particularmente en verano. En la época de los grandes calores es cuando el niño más necesita del aire fresco y puro, para evitar las graves enfermedades del vientre que, como sabéis, son, entonces, tan frecuentes. Aun en la vivienda más modesta, siempre podréis encontrar un lugar un poco más fresco y más venti- lado, y si no existe en la casa nada aceptable, recu- rrid a la plaza o al parque más cercano; allí, en ple- no aire, bajo la sombra de los árboles, el niño, respi- rando libremente el aire puro, fresco y corriente, es- tá menos expuesto a enfermarse, que respirando el aire sobrecalentado y viciado por la respiración de otras personas y por ¡la suya propia. Asegurad también, durante la noche, una buena provisión de aire. El aire puro que puede contener una habitación, no es suficiente para el consumo de las ocho o diez horas que permanece cerrada durante la noche, sobre todo, si en ella duermen unas cuantas personas. Al cabo de un par de horas, ya no queda aire puro y respirable, y es el niño quien más sufre las consecuencias inmediatas de esta situación. Estableced pues la corriente de aire que atraviese la habitación, dejando una entrada y una salida de aire. Es natural que la cuna del niño no debe estar en dicha corriente, pues podría sufrir un enfriamiento perjudicial, sino a un lado de ella. La cuna del niño, como la cama de los padres que comparten con él la habitación, debe estar al mar- gen de la corriente de aire, como una ciudad está al margen del río que la provee de agua pura y lleva las aguas servidas, LA TUBERCULOSIS ES LA PLAGA MÁS TERRIBLE QUE AZOTA A LA HUMANIDAD SÍNTESIS N.o 4 Nada puede ser comparado a su poder de destrucción Se calcula que nuestro país pierde más de 15.000 personas al año, por tuberculosis. EL NIÑO ES QUIEN MÁS EXPUES- TO ESTÁ A CONTRAER EL MAL El niño atacado de tuberculosis muere de tuberculosis, o vive con- servando la enfermedad que se des- arrollará cuando grande. La tuber- culosis se inicia, pues, en la infancia. LA TUBERCULOSIS ES UNA ENFERMEDAD CONTAGIOSA producida por la penetración al or- ganismo de un microbio EL MICROBIO DE KOCH llamado así porque fué el sabio ale- mán Koch quien lo descubrió. EL CONTAGIO PROVIENE DE LAS PERSONAS Y DE LOS ANIMALES ENFERMOS La enfermedad se asienta, casi siempre, en los pulmo- nes, y la espectoración de los enfermos, arrojada por la tos, está cargada de millares y millares de microbios. El polvo de las habitaciones, de las aceras y calzadas en donde han caído y se han secado esos esputos, contiene microbios. La boca de los enfermos, sus manos y todo lo que tocan sus manos, los contienen también. LA LECHE DE LAS VACAS TUBERCULOSAS CONTIENE MILLARES DE MICROBIOS. LOS MICROBIOS DE KOCH ATACAN TODOS LOS ORGANISMOS pero los que son vigorosos, saben defenderse, vencen el ataque y no se enferman. Los organismos debilitados, son incapaces de defenderse y se enferman. LA TUBERCULOSIS PUEDE SER EVITADA DE DOS MANERAS: PRIMERO IMPIDIENDO EL CONTAGIO Evite al niño todo contacto, toda relación con tubercu- losos. Una persona que tose en forma crónica, es sospechosa de tuberculosis. La tos catarrosa de algunos viejos es fre- cuentemente producida por la tuberculosis. No permita que nadie que no tenga derecho, bese al niño en ningún sitio de su cuerpo. Nadie, ni la misma madre tiene derecho de besar a un niño en la boca. Combata, en el niño, el hábito de llevar las manos y los objetos a la boca. Los objetos y juguetes que ruedan por el suelo, son particularmente peligrosos en este sentido; tales, los zapatos, la pelota. Hierva la leche para matar los microbios de Koch que pueda contener. SEGUNDO AUMENTANDO LA RESISTENCIA Alimente bien al niño y hágale respirar día y noche aire puro y fresco. Inúndelo de sol. 174 El río de aire que pasa por la habitación arrastra el aire contami- nado y trae aire puro para los que duermen en su ribera. Examinad, para comprender mejor, el dibujo de esta página. Muestra la disposición habitual de los dormitorios en nues- tras casas. El río de aire fresco y puro que viene desde el patio, penetra en la habita- ción y corre por uno de sus lados. Las hechas blancas repre- sentan el aire puro, destinado al niño y a los padres que con él duermen. Las negras, el aire viciado, que también arrastra la corriente. CUANDO COGEIS UN PAJARILLO Cuando erais todavía más pequeñas de lo que sois ahora, tuvisteis, algún día la suerte de coger un pajarito. La suerte para vosotras, la desgracia terri- ble para el pajarito. Cayó, tal vez, del mido, que hasta entonces lo había pro- tegida, oculto 'entre el ramaje espeso de un gran árbol del ve- cino parque. Le co- gisteis suave y amoro- samente, llenas de lástima y de ternura. Le hicisteis, en el hueco de vuestras propias manos, un nido caliente y blando, tratando de alimen- tarlo entreabriéndole el piquito, lo más delicadamente que os fué posible, para depositar en él una tierna miga de pan ablandada en leche. Todos vuestros cui- dados, toda vuestra ternura y compasión os sirvie- ron — ¿lo recordáis! — para bien poco. El pajarito que vino a vuestras manos sano y vivaracho, se mar- chitó, poco a poco, corno una delicada ñor de carne y plumas y si no oís apresurasteis a devolverlo al árbol, desde el cual lo reclamaba el incesante piar de la pa- reja de padres, una buena mañana lo encontrasteis, sin duda, muerto en el nido artificial de género y al- godón, que le habíais preparado. El niño pequeño es tan delicado de manejar como un pajarito. Durante mucho tiempo los médicos más sabios no podían explicarse bien por qué los niñitos que habían perdido sus madres y que eran recogidos en los asilos. 176 en donde los cuidaban en común, con la mayor proli- jidad y la mayor inteligencia posible,, no prosperaban tan bien como los niños criados en sus propias casas, aun cuando para ello no se empleara tanta inte’igen- cia y tanta prolijidad. Aquellos siempre estaban tris- tes y paliduchos y crecían más lentamente. ¿Por qué? Porque estaban día y noche en la cuna, acostados, inmóviles, sin que hubiera nadie que los levantara, los cargara, los paseara, les sonriera, los acariciara, les hablara, los mimara, los quisiera. Faltaba, en una palabra, el corazón de la madre. Estaban en su cuna como los pajaritos que alguna vez cayeron en vues- tras manos. El corazón de la madre es para el niño como el nido para los pajaritos. Los actuales asilos son verdaderos hogares para el niño abandonado, en donde hay tanta ciencia como amor y delicadeza para cuidarlos. El niño no debe permanecer todas las horas del día, acostado en su cunita, inmovilizado entre sus pañales. Desde muy pequeño necesita una cierta variación en sus posiciones. Al principio, no puede realizarlas por él mismo, pues sus fuerzas son insignificantes, pe- ro la madre debe hacerle cambiar de posición durante las horas de reposo, acostándolo algunos momentos boca arriba y otros, a uno y otro lado. Así se evita también, que la cabe cita se deforme por la presión constante contra la almohada. Habéis observado alguna vez, con qué evidente placer estira y agita sus piernitas y brazos cuando la madre lo desnuda, después de colocarlo sobre el bor- de de su. propia cama, para cambiarlo. Si lia cumpli- do ya algunos meses, acompaña esos movimientos con pequeños gritos de alegría. Las madres suelen supo- ner entonces, erróneamente, que el niño presiente y espera el baño que desea con fruición. Pero en rea- 177 lidad, lo que produce su alegría es la libertad dé nici- ver sus miembros entumecidos, inmovilizados por lós pañales demasiado chos. Para levantarlo eü brazos y mantenerlo du- rante algún tiempo, tened sobre todo en cuenta su edad. Antes de lo® tres meses, “la primera esta- ción del año”, como lo dijimos en una de nues- tras anteriores conversa- ciones, es incapaz de man- tener su eabecita erguida sobre los hombros. Man- tenedlo, pues, sólo acosta- do, haciendo con uno de vuestros brazos una cómo- da cama y con el otro una suave almohada sobre la cual reposará su cabecita endeble. Más tarde, el mismo niño tiende a enderezarse, a incorporarse. Si os toca entonces cargarlo, siquiera sea por breves momentos, hacedle con vuestro ante- brazo derecho un asiento cómodo y con vuestra ma- no izquierda un respaldo seguro, constituyendo, no ya una cama, sino una confortable silla. 178 Si acaso alguna de vosotras es zurda, pensará que es preferible hacer el asiento con el brazo izquierdo, para ella más resistente, que con el derecho, como lo haría la generalidad. Si así fuera, que no lo haca, pues el niño, a la larga, se transformaría en un zurdo, como ella misma. Una persona es zurda porque quien la cargó en sus brazos o la condujo de una mano cuando era niño, fué también zurda. Una niñera o una madre zurda hacen generalmente un niño zurdo. ¿Por qué? Encontraréis la respuesta examinando las dos fi- guras de la página. En una, la niñera carga al niño sobre su brazo derecho, que siendo ella, manidextra, es el más resistente; el braclto izquierdo del niño que- da inmovilizado sobre su hombro, mientras que con el derecho toma todo lo que se le ofre- o e acostum- brándose e n esa f o r m a , desde el prin- cipio de su vida, a usar- lo con predo- m i n a n o i a. Cuando la ni- ñera es zurda, pasa precisa- mente todo lo contrario. Uno y otro caso se repi- ten si en lugar de cargar al niño, se le conduce de la mano, púas la niñera zurda toma siempre al niño 179 por la maiio derecha iumovizándola y dejando libre so izquierda que funciona y viceversa. Hacia el fin del sexto mes “en la segunda estación del año” el niño puede sentarse solo; antes de po- nerse de pie adoptando la posición definitiva y noble que le corresponde como señor del mundo, antes, en fin, de caminar con dos pies... caminará con... cuatro. Le habéis visto muchas veces gatear. ¡ Qué gra- cioso y qué natural es en él! El hombre gatea cuando es pequeño, como camina cuando es grande, sin que lo primero sea menos natural que lo segundo. Así lo ha dispuesto, en efecto, la naturaleza y lo han compren- dido los hombres de todos los tiempos, menos los de la época actual. ¿Conocéis la fábula de Edipo? Había un mons- truo horrible que devoraba a todos los hombres que no podían resolver el enigma que proponía. El rey prometió la mano de su hija al que venciera, y enton- ces Edipo, resolvió tentar la hazaña y fué hacia el monstruo. Este le propuso, entonces, el siguiente enig- ma: “Hay en la tierra un ser vivo que tiene cuatro pies por la mañana, dos al medio día y tres por la tarde; él es el único que puede cambiar de forma, y cuando tiene mayor número de piernas, anda más despacio”. Edipo contestó que era el hombre, que en la mañana de la vida, cuando es niño, gatea, al medio día cuando es hombre camina, y a la tarde, en la ancianidad, se ayuda con un bastón. El monstruo, vencido en esta forma por la inteligencia de Edipo. se precipitó por la falda de una montaña. Cuando los hombres creían en monstruos se per- mitía al niño el gateo, considerándolo como una fun- ción normal. ¿Por qué no dejar que nuestros niños gateen ? ¿Cómo dejar que el niño arrastre sus manitas por el mismo piso de la casa en que nuestros zapatos de- 180 positan todos los microbios que a elloiSi se han adherido por las calzadas, por las veredas, por las plazas? Los microbios que producen las enfermedades más terri- bles — la tuberculosis, entre otras — están sin duda, en el polvo que nuestras plantas han traído a las alfombras en que se arrastran los niños a gatear. Y vosotras conocéis la tendencia y la necesidad que tienen de llevar todas las cosas, sus mismas manos, a la boca. ¿Debemos, pues, renunciar a que el niño gatee? ¿Debemos alejarnos en esto de la naturaleza? ¡No! Nuestra inteligencia debe salvar el obstáculo. ¿Cómo? Preparándole espacio especial en donde pueda hacerlo libremente, sin temor a los microbios. Los ingleses que tanto cuidan de la higiene de sus niños han inventado para ellos los “Kickings Pens”. Colocan en el suelo una alfombra mullida que nadie debe pisar; la rodean de un cerco especial hecho de ma- derr y género y en él abandonan al niño con sus jugue- tes. En esa forma no corre ningún peligro y la madre puede, aun, ocuparse de ®us otros quehaceres domésti- cos, sin preocuparse mucho de él. El niño gatea libremente, hace sus primeras ten- tativas para ponerse de pie y aprende a bastarse a sí solo, ensayando sus fuerzas y realizando, mientras tanto, una gimnasia favorable. Así, tampoco nece- sita andador. Por mi parte, no os aconsejo los andadores, aun cuando estén bien construidos. El se acos- tumbra. en tal forma que, después no se de- cide a caminar cuando le faltan, y debe hacer 181 mía especie de segundo aprendizaje, más difícil que el primero, pues tiene miedo de soltarse sin ayuda. - Además, el a n d ador nunca es bastante segu- ro, pues sus meditas se detienen, a menudo, en los marcos de las puer- tas y -como el niño hace esfuerzos con sus piemi- tas para hacerlo mar- char, se vuelcan produ- ciendo su -caí d a . La comprensión que -el aro de sostén ejerce sobre el pecho, -completa el número de sus inconvenientes. Preferid en todo caso el soporte mantenido por la niñera, que veis en la ilustración. El niño no debe hacer peso alguno sobre él, pues, solo está destinado a guiarle, impidiendo que caiga cuando sus piemitas! flaqueen por cualquier circunstancia. Sollo más adelante, cuando su marcha sea segura, podréis con- ducirlo de la mano. Antes, no: los bracitos de los niños son -suma- mente delicados y un tirón brusco, dado por una mano firme para sostenerlo en mía caída o levan- tarlo de -la cuna en la cual está acostado o para hacerle subir un escalón, puede -ser suficiente para producirle mía quebradura de -sus débiles huesitos, o un desgarramiento de los nervios. He allí una niñera que levanta al bebé de un bra- 182 ya). Esta otra, lo toma delicadamente por debajo de ambos para 1a. misma operación de ascender el peldaño. ¿Verdad que la segunda es más precavi- da e inteligente? ¿Comprendéis añora, después de todas estas reflexionas y consejos, con qué suavidad, con qué exquisita delicadeza es necesario tratar un niño pequeño en su ma- nejo diario? Su sensibilidad es extrema para todo lo que lo rodea. El niño que nace y se ciña en el medio de un hogar formado por personas delicadas y suaves, va cons- tituyendo, poco a poco, su admita naciente, con las mismas 'modalidades de la de los que le rodean. Se habitúa, a 1a. calma y a la tranquilidad. Sus llantos son escasos, su s u e ñ o apacible. En cambio, su sensibi- lidad se trastorna cuando está sometido a continuas excitaciones surgidas a me- nudo, del mismo cariño que se le profesa. Si la madre lo cubre a. cada momento de besos apasionados, lo 183 habla, lo hace reír y saltar; si permite que los ami- gos y parientes, que llegan a horas sucesivas, hagan otro tanto, se lo mantendrá en una continua excita- ción que no puede ser sino nociva a su delicada sen- sibilidad. La repetición de* tales estímulos perturba, a menudo, su sueño, altera sus digestiones y crea un temperamento nervioso y excitable que es la inicia- ción del que lo caracterizará por toda su vida. El alma de los niños debe ser tratada con más delicadeza y cuidado, aun, que su propio cuerpo. EL BAÑO Todas las mañanas, a eso de las 11 horas, cuando la madre se lia desentendido algo de los quehaceres más apremiantes de la casa, y un momento antes de ofrecer al niño su pequeño almuerzo, dedica un buen cuarto de hora a lavarlo, “a empaquetarlo”, a perfu- marlo. Aconsejadle que lo habitúe al baño diario, desde muy pequeño, desde que ha pasado sus ocho o diez primeros días de vida. El baño es indispensable al niño como al adulto. En verano, el contacto del agua fresca sobre la piel, la libra del exceso de calor y de todo lo que ella mis- ma ha producido o se le ha depositado desde afuera— el polvo, el sudor, la pequeña cantidad de grasa que también segrega, etc. — y de esta manera sus poros quedan libres, entreabiertos y listos para funcionar nuevamente. En invierno el agua ligeramente tibia, produce el mismo resultado de limpieza, combate el frío y estimula las activas funciones de la piel. El hábito del baño ise establece, precisamente, en nosotros, como imprescindible, por la sensación de la necesidad satisfecha, que produce. Así se llaman las sensaciones agradables que se experimenta cuando el cuerpo llena sus necesidades: cuando se tiene hambre y se come, cuando se tiene sed y se bebe, cuando se tiene sueño y se duerme, etc. El baño es tan necesario, que tam- bién cuando se lo toma, da el mismo placer, la misma satisfacción. En el niño, el hábito se establece rápidamente y 185 él sabe manifestar el placer que le produce el agua ti- bia o fresca. ¿Le habéis visto más de una vez agitar sus piernitas y sus brazos con movimientos desordena- dos y lanzar gritos de alegría apenas la madre empie- za a librarlo de sus ropas? Su jolgorio es delicioso si ya no es muy pequeño y la temperatura del agua ha sido bien calculada para su necesidad y su agrado. Tanto le gusta su baño, que más de una vez, no ter- mina éste sin una “pataleta” de disgusto y de pro- testa por su parte. La temperatura del agua debe ser cuidadosamen- te reglada; el cuerpo del niño tiene para ella una sen- sibilidad admirable, se enfría y se calienta con la mayor facilidad. En ello se parece a todos los objetos pequeños como él, tatl mi alfiler. Habéis alguna vez liecho la experiencia de calentarlo a la llama de una bujía. Casi de inmediato se pone tan caliente, que ya no podríais tomarlo entre los dedos sin quemaros do- lorosamente; pero, en seguida también, antes tal vez, de lo que esperabais, se enfría y ya no hace daño. En cambio, si realizárais la experiencia con un grueso clavo, las cosas pasarían precisamente al revés: tarda bastante en calentarse, pero cuando se lia calentado, pasa mucho tiempo antes de enfriarse. El niño, como todos los objetos pequeños, se en- fría y se calienta con facilidad. El calor del verano le es, por ello, sumamente molesto y aun dañoso. Con- tribuye a enfermarlo gravemente provocando los tras- tornos llamados, en común, gastro enteritis estivales o del verano. El baño fresco y repetido, si acaso, dos y tres veces al día, es un recurso importante que uni- do al de la ventilación suficiente de la habitación en que duerme, a la permanencia en aire libre y puro du- rante muchas horas del día, a las ropas livianas, a la disminución de la cantidad y del número de las ra- ciones y al aumento del agua bebida, puede evitar la producción del mal. 186 El baño tibio es en cambio, el único que el niño puede tolerar en invierno. Como en el caso del alfiler calentado, el niño se enfría con gran facilidad y este enfriamiento es tanto más rápido y dañoso cuanto más pequeño es, cuanto menos edad tiene. Un baño demasiado frío puede oca- sionar hasta su muerte, provocando una grave enfer- medad del pulmón: una bronquitis o una pulmonía. En invierno, sobre todo, debéis, pues, multiplicar las precauciones. Aconsejad a la madre, desde luego, que elija una habitación donde no haya corrientes de aire colado. El aire colado por las rendijas de las puertas, enfría mucho la piel, sobre todo cuando está mojada, y vosotras recordáis, sin duda, la sensación desagradable que se experimenta cuando el viento se- ca sobre nuestro cuerpo una ropa humedecida. Naturalmente será preferible un buen cuarto de baño, pero si el del que disponéis es estrecho, frío o mal protegido, lo mejor será disponer todo lo necesario en el dormitorio mismo. Tener a mano todo lo necesario antes de desnudar al niño, es la regla fundamental. Si no lo hidiérais per- deríais tiempo, sufriríais doble incomodidad y expon- dríais al niño á un enfriamiento peligroso. Disponedlo todo ordenadamente: La bañadera. El agua. El termómetro. El jabón. Las toallas. El polvo de talco. El agua de Colonia. La ropa. El peine. La paciencia y la delicadeza más extremada. 187 Cualquier bailadera es buena si es limpia y de sufi- ciente capacidad, pero como en todo, hay unas mejores que otras. Rechazad, desde luego, los fuen- tones demasiado es- trechos o, demasiado playos, en los cuales el niño queda sumer- gido como en un pozo inaccesible- a toda maniobra, o condena- do a tomar solo un baño de asiento. Des- de luego, estas vasi- jas son destinadas generalmente a otros usos domésticos y sus paredes, nunca limpias, están recubiertas entonces de una capa grasicnta. Casi por el mismo precio de un fuentón, el comercio vende pequeñas bailaderas de hierro galvanizado, de forma cómoda, que podéis colocar sobre el asiento de dos sillas, evitándoos así la la incomodidad de estar de- masiado agachadas y de mojar vuestra falda con el agua del piso, al arrodi- llaros. Tales inconvenientes se evitan, naturalmente, con las cómodas bailaderas de hierro enlozado, dispues- tas sobre un soporte de madera y provistas de un desagüe. En todo caso, podríais preferir a todas das banade- ras de metal, la de lona plegadiza e impermeable que véis también en la ilustración adjunta. Ninguna tan cómoda y sobre todo tan barata. ¿Es también elegante? 188 Se parece en todo caso al catreeito plegable y alto sobre el cual se desviste y viste al niño, respectiva- mente. Si la falta de recursos os obliga a fabri- carla por vosotras mismas, no os ihará falta, como po- déis verlo en la ilustración, sino un buen metro cuadra- do, de lona común de catre, cuatro listones de madera y un peqeuño trozo de alam- bre, para eje. Si el niño es aún muy pequeñito, si está en los primeros días de su vida, es preferible que el agua sea hervida. En caso contrario, os bastará proveeros del agua común de bebida y, en todo caso, impedir que la trague durante el baño Reglad desde luego la temperatura del agua Baño fresco en verano, baño tibio en invierno. Fresco quiere decir, a la temperatura na- tural del agua. Si ésta proviniera de un pozo semi surgente, podría ser muy fría, aun en ve- rano, e impresionar demasiado la delicada sen- sibilidad del niño, por lo cual convendrá atem- perarla ligeramente. En todo caso, para evi- tarle la impresión desagradable de la entrada, entibiadla ligeramente, sin perjuicio de refres caria después, poco a poco, por un nuevo agregado de agua fría. El baño tibio es indispensable en invierno. Tibio y agradable es un baño a 36°. Servios para constatarlo de un termómetro de baño cuya columna es fácil de percibir, como podéis comprobarlo en el dibujo adjunto, tomado del natural. ¿Cuánto tiempo debe durar un baño? ¿Necesitáis, 189 acaso, reglas invariables? No. Observad por vosotras mismas. Depende del calor o del frío que haga, del pla- cer que experimenta el niño y que tan bien pone de manifiesto. Cuanto más pequeño y débil es, más corto debe ser el baño. Nunca más de 10 minutos de duración. Todo está, pues, listo. La bailadera bien limpia, con agua tibia o fresca según el caso; si acaso un reloj aL alcance de una ojeada furtiva; una mullida toalla turca con la cual, si hace frío, habéis envuelto un porrón de agua caliente momentos an- tes de usarla, para hacerla más absorbente y conforta- ble ; sobre una mesa a vues- tro alcance, un trozo de ja- bón blanco, y poco perfu- mado, el tarro de talco, el frasco de agua Colonia, el peine. Colocad al niño para desnudarlo sobre el cómodo catrecito propuesto o sim- plemente a los pies 'y al borde de la cama y descu- bridlo rápidamente. Ap ro ve chad este mo- mento para pesarlo, como os he recomendado en otra de 190 nuestras conversaciones. Os expliqué entonces que era el momento propicio, ya que, sumergido inmediatamen- te después en el agua, no hay enfriamiento perjudicial. Para transportarlo de la cama a la balanza, de la balanza al baño y del baño a la cama, así como para mantenerlo en el agua, si es todavía muy pequeño, ne- cesitaréis d e cierta habilidad. No basta, en efecto, cogerlo como a un íardito inanima- do, abarcando con vuestras manos reuni- das su cintura o su pechito. Así no sólo correríais el riesgo de dejarlo caer, sino de co mpr inrirl o d emas i ai - do, al tratar de evi- tarlo. Os a c o n s e j o, pues, la pequeña ma- niobra cuya explica- ción os resultará más comprensible si al leerla examináis, al mismo tiempo, los dibujos de la página. La mano izquierda sostiene con su palma la cabe- cita y el cuello, llegando con sus dedos entreabiertos basta la espalda. La derecha toma las dos piernitas un poco por debajo de las rodillas, dejando el dedo índice entre ellas. En realidad es la mano izquierda la que sostiene al niño, y la derecha lo fija. Cuando se sumer- ge en el agua, la mano izquierda continúa manteniendo la cabeza mientras la derecha queda en libertad y pue- de ser empleada para jabonarlo, friccionarlo ligera- mente, etc. Devolvedlo a la toalla tibia, en las mismas condi- ciones. Friccionadlo hasta enjugarlo completamente. 191 Empolvadlo luego, con tal- co, insistiendo, un poco, en los numerosos P'l iegues q u e separa n los rollos de sus bracitos y pier- nas. En fin, vestidlo rápi- damente, c o n elarte, la prolijidad y la higiene, que aprenderéis en nuestra pró- xima conver- sación. Loe ion ad su Qabecita con unas gotas d e a g u a d e Colonia y dis- poneos a darle su f r a s e o de alimento, pues lia llegado la hora, y el baño ha despertado en el pequeño personaje, ob- jeto de vuestra minuciosidad y de v u e s t r a t e r n u r a , un excelente ape- tito. SÍNTESIS N.° 5 EL PALUDISMO 0 CHUCHO El porvenir de nuestra raza, en lo que concierne a su salud y vigor, está seriamente amenazado en las provincias del Norte, y en menor proporción en algunas de las del Cen- tro y Litoral de nuestro país, por el desarrollo de esta pía ga que ataca sus poblaciones, sin distinción de sexo, edad o condición. El chucho mata por sí mismo, o 'debilitando el organismo y favoreciendo el desarrollo de otras enfermedades; la tu- berculosis, la gastro enteritis. Si no es la muerte, la degeneración del individuo y de la especie, es la consecuencia de la enfermedad. EL NIÑO PAGA EL TRIBUTO MÁS TERRIBLE. El chucho es producido por la penetración y multipli- cación en el organismo de un parásito especial, el PLAS- MODIUM que se alimenta de los glóbulos rojos de la sangre, destruyéndolos. Este parásito proviene de la sangre de otro enfermo, de la cual lo toma, all picarlo, un mosquito o zancudo de clase especial, que lo transporta y lo inocula al picar a un sano. COMO SE PRODUCE ESTA ES LA ÚNICA FORIVIA DE CONTAGIO. Para que el contagio se produzca, se necesita pues, el enfermo del chucho y el mosquito del chucho. No todos los mosquitos que pican al hombre pueden tras mitir la enfermedad. Esta particularidad es exclusiva id’e La HEMBRA DEL MOSQUITO LLAMADO ANOFELINO, el cual puede ser distinguido del mosquito común llamado CULEX por caracteres que les son propios y fáciles de apreciar en la figura de esta página. Culex Se posa horizontalmente a la pared. Aguijón fino. Cuerpo que forma ángulo o joroba con la cabeza y el aguijón. An ofelino Se posa perpendicularmen- te a la pared. Aguijón grueso. Cuerpo, cabeza y aguijón, en línea recta. Los anofelinos no pican ordinariamente durante el día. Su actividad se inicia después de la puesta del sol y termina en las primeras horas de la mañana. La hembra del anofelino pone sus huevos durante las estaciones templadas, EN LAS AGUAS ESTANCADAS. Las ninfas y las larvas se desarrollan, favorecidas, sobre todo, por la quietud y el calor, en quince o veinte días, estando así en condiciones de volar y de picar. Durante todo el tiempo de su desarrollo viven en el in- terior del agua, pero, SALEN, A SU SUPERFICIE PARA RESPIRAR CADA CIERTO TIEMPO, NO MAYOR DE CINCO MINUTOS, CONDICION SIN LA CUAL MUEREN. COMO SE EVITA DESTRUYENDO LOS ANOFELINOS Es más fácil hacerlo cuando están al estado larvario. Hacer correr y desecar las aguas estancadas en donde se desarrollan. Impedir que respiren, recubriendo la superficie de los charcos con substancias impermeables, tales como el kerosene. Colocar redes de alambre en los pozos, aljibes, tinajas y demás depósitos de agua potable. Emplear red ¡de alambre en las puertas y ventanas de las habitaciones; mosquiteros en las camas; defensa de las partes descubiertas cuando se permanece de noche al aire Ubre. Destruir los mosquitos dentro de las habitaciones median- te la combustión de polvo de Bufach o de azufre. PRECAVIÉNDOSE CONTRA SUS PICADURAS La presencia de enfermos en la familia o en la región, debe hacer multiplicar las precauciones. Eli enfermo mismo está obligado, por su moral y por su conciencia, a no ser la causa de difusión de la enfermedad. Para ello deberá curarse y evitar que los mosquitos lo pi- quen y transporten, asi, su propio mal a las personas sanas que viven en su proximidad. AISLANDO LOS ENFERMOS COMO SE CURA Haciendo uso de un medicamento maravilloso: LA QUI- NINA, Eli médico solo está en condiciones de resolver1 los múl- tiples problemas del tratamiento y a él deberá recurrirse siempre que sea posible. Cuando no lo es, los siguientes principios deberán ser tenidos en cuenta: Curar el mal de raíz y no sus manifestaciones más mo- lestas. Usar dosis suficiente de remedio. Prolongar el tratamiento por todo el tiempo necesario. LOS VESTIDOS ¿Qué diferencia hay entre lo lujoso y lo conforta- ble? Establecedlo, desde luego, afirmando que no es- posible tener lujo sin confort, pero que se puede tener confort sin lujo. El lujo es, pues, lo (pie sobra y pue- de ser suprimido en nuestro medio de vida sin pertur- bar para nada nuestra comodidad. El confort — pala- bra incorporada ya a nuestro idioma y proveniente del francés — por lo contrario, es la comodidad medida por las exigencias de nuestro refinamiento, y solo limita- da por lo que es superfluo o innecesario. Un mullido, cómodo y elegante sillón puede ser lu- joso si, además de tener esas cualidades, está construido con maderas grabadas en finísimas tallas hechas a mano e incrus- tadas con nacar o bronce y si su género es una tapicería de Persia o un gobelino maravillo- so de Francia. Pero no dejará de ser confortable por el hecho de poseer únicamente sus pri- meras cualidades, aun cuando su madera sea lisa y en su ta- pizado se hubiera empleado, solo, una vistosa faja o un suave terciopelo. Vosotras habéis visto, por otra parte, más de una vez, sacrificar el confort a una errónea idea de lujo. Tal silla es sumamente delicada y bonita, pero cuando os sentáis en ella, debéis mantener activamente vuestro equilibrio y aun vigilar atentamente su frágil resisten- cia, pues a cada pequeño movimiento oís crujir, signifi- 193 cativamente, las articulaciones de su armazón incrusta- do de preciosidades. Habéis también, por otra parte, apreciado el buen criterio práctico de muchas personas que no tienen lu- jo alguno, pero que se rodean de un buen entendido confort. El confort implica buen gusto y sentido prác- tico. El lujo implica sobre todo dinero. El niño aun pequeñito es capaz de apreciar el con- fort pero ni aun ya crecido se apercibe del lujo. Y esto, porque el confort no necesita un aprendizaje para in- corporarse a nuestros hábitos y el lujo, sí lo necesita. Es agradable satisfacer nuestra comodidad con un buen confort, como es agradable satisfacer nuestra sed con un vaso de agua fresca, o nuestro apetito con una sa- brosa comida. Se satisfacen las exigencias del lujo, como con mi buen cigarro se satisface el deseo de fumar. . . después de haber aprendido. . . Cubrid de cintas y encajes el vestido de un niño y le seguirá incomodando si es demasiado estrecho y si sus ropas interiores no son suficientemente suaves. Su- primid los adornos, haced su vestido confortable, y no solamente estará contento y de buen humor, sino que también, el funoionamieto de todas las partes de su cuerpo podrá realizarse en mejores condiciones. Si es posible y aun conveniente suprimir el lujo en todo lo que constituye el medio en el cual vive el niño, es imprescindible rodearlo de un confort bien en- tendido. El “kicking pen” en que gatea y juega, la mesa en que come cuando ya es más crecido, la cama en que duerme, el cochecito en que duerme y pasea, el baño, la ventilación, la luz: todo debe tener confort, enemigo directo del lujo y amigo íntimo de la higiene. Pero es en su ropa, sobre todo, en donde es nece- sario tener más en cuenta esta norma impuesta por el confort y la higiene. La ropa no es un simple medio de exhibir el lujo y el dinero que usan y tienen los padres 194 del niño. La ropa debe ser para éste, algo asi como el plumón para el pollito, 'esto es, un abrigo con- fortable y blando, que no oprima su cuerpo, que le dé calor sin sofocarlo, que lo defienda del contacto directo del aire y del polvo, que permita mantener su piel lim- pia y seca. Todas estas cualidades de blandura, ligereza, per- meabilidad, etc., son condiciones de confort e higiene y no de lujo. Pueden ser, pues, realizadas por una ma- dre pobre como por una madre rica, si para ello tiene recursos de habilidad e ingenio. Saber elegir los ma- teriales de la ropa y saber aplicarlos, es algo que no exige dinero. La ropa no debe comprimir el cuerpo del niño, ni cuando es ya más crecido. ¿Queréis una regla que os sirva siempre para juzgar de esta indicación? Pues hela aquí: Vuestra mano, introducida por un intersticio cual- quiera de la ropa, entre ésta y el cuerpo, debe poder recorrerlo en toda su extensión sin encontrar ligaduras que lo opriman. No penséis por ello que en tales condiciones la ro- pa no se sostendrá. Es un error. No penséis tampoco que el cuerpito del niño, al no ser sostenido por ella, como es endeble y delicado, podrá sufrir y deformarse, sobre todo en la cintura. Es otro error. Ambos erro- res son cometi- dos actualmente por la gran ma- yoría de las ma- dres argentinas. Ellas creen que para que la ropa no caiga, y para sostener la cintura endeble del niño, «La faja torturadora» 195 es necesario colocar una larga faja alrededor de ésta. Tal faja que, aplicada une las faldas de las eamisitas con el borde de los pañales, es hecha generalmente con una tela inextensible, dura y áspera para que mantenga su forma, la cual tiene el ancho de una página de esta cartilla y más de un metro de largo. Termina en punta por dos cordoncitos también inextensibles. La madre, después de cruzar adelante las faldas de las camisas y batitas, y de envol- ver las caderas y las piernitas con dos o tres pañales de abri- go, que aprietan lo más posible, arrolla la faja en cuestión alrededor de la cin- tura., haciéndole dar cuatro o cinco vuel- tas y termina por reforzarla, anudando los cordoncitos de su extremidad. El niño queda, entonces más envuelto y apretado que un cigarrillo. ¿ Recordáis lo que yo os decía de los ator- mentadores, de los niños robados, y de los cacharros de porcelana retor- cidos en los cuales los encerraban para deformarlos? El niño comnrimido en esa forma, es condenado a 196 la inmovilidad más completa. Son vanas todas las ten- tativas de arrollar y estirar sus piernitas entumecidas por la inmovilidad. Su vientre y su pechito no pueden expandirse libremente en cada movimiento de respira- ción, para hacer entrar el aire hasta la profundidad más recóndita de sus pulmones. Como durante la no- che, la linica modificación que la madre realiza es apre tar también los brazos, “para evitar — según asegura erróneamente a sus ami "as — que se rasguñe la carita y se despierte asustado”, resulta que el pechito se des arrolla mal y que queda siempre estrecho. Imaginad el tormento de esta faja torturante que le impide moverse y respirar! Imaginadlo, pensando lo que sufriríais vos otras mismas, ya (pie por ser más grandes, vuestro su- frimiento no sería mayor. No es cierto tampoco que la cintura del niño pe- queño necesite ser reforzada. Los niños de los salvajes del Chaco, no usan fajas y tienen, cuando hombres, una cintura fuerte y esbelta. Para sostener las ropas y evi- tar que entre frío, bastará con sujetar, por medio de uno o dos alfileres de gancho, los pañales a las ba titas, permitiendo que vuestra mano pase del pecho ai vientre sin encontrar opresión de ninguna especie. Combatid, pues, esta faja, como el chupete y el bi- berón infanticida: es innecesaria y nociva. Además de suelta, la ropa del niño debe ser suave, pues su piel es tan delicada y su sensibilidad tan ex- trema, que no tolera las asperezas. Un género un poco duro es suficiente para desagradarle y molestarle, por lo menos, si como en nosotros mismos, no debemos es- perar que la piel se lastime con el género de nuestra 197 ropa interior, para decir que eramos vestidos sin nin- gún confort. El niño siente la incomodidad de un gé- nero inapropiado, y aun cuando no sepa expresarlo con palabras, contribuye sin duda a producir su mal humor Las telas deben ser elegidas con cuidado. El con- tacto de las franelas, finas u ordinarias que sean, es sin duda desagradable, a juzgar por nuestras propias sen- saciones y esta mala cualidad se aumenta cuando lian sido lavadas varias v ces, pues al secarse se endurecen y se vuelven ásperas. Los tejidos de lana tampoco de- ben ser usados en contacto directo con la piel, pues son poco absorbentes y son molestos. Lo mejor es recurrir a la batista muy delgada que se suaviza aun más por el uso, para los pañales que en- vuelven las piernitas, y al tejido de lana y seda para las camisetitas. Este último no está ciertamente al al- cance de todos los bolsillos, pero es, en cambio, muy durable y en el caso de su empleo podría invertirse el viejo proverbio, sin que perdiera en su exactitud, en ia siguiente forma: “Lo caro sale barato”. En todo caso, una buena madre de familia, prácti- ca e inteligente, puede compensar el gasto hecho en unas cuantas camisetitas de lana y seda, comprando pa- ra afuera, para emplear como abrigos, materiales más baratos. En tal forma, se sacrifica un poco de lujo a un poco de confort. Como pañales de abrigo, basta una franela de poco precio, que resulta más práctica y más confortable y caliente para el niño, que una de mayor precio, más fina. ¿Sabéis por qué? Porque con el mis- mo dinero que podéis comprar un metro de franela fina, podéis comprar dos de franela de clase inferior. Ahora bien, un pañal de franela es tanto más abrigado en igualdad de condiciones, cuanto más vueltas se da con él alrededor del cuerpo, ya que, entre vuelta y vuelta, queda una delgada capa de aire que impide el enfria- miento. 198 Para completar el abrigo de las batitas, podéis usar con muchas ventajas los pequeños sweters, tejidos por vuestras propias manos en forma de poder dotarlos de las más elegantes formas y de los más variados colores. Con todos estos materiales podéis ya disponer el vestido de un niño pequeño, adaptándolo a la edad, a la estación, a la temperatura y hasta a vuestro gusto personal y a vuestros medios. No olvidéis solo que de- be poseer como cualidades fundamentales la soltura, la blandura, la suavidad, la limpieza, el confort, las con- diciones generales en fin, que os permitan exhibirlo como la realización completa del principio que ha de- bido guiaros para confeccionarlo: La ropa debe ser para el bebé lo que el plumón piara el pollito. CUNAS Y COCHECITOS Cuando el niño pequeñito no come, duerme; cuan- to más pequeño es, más duerme; cuanto más duerme después de comer, más crece. Comprenderéis que el sueño le permite crecer, cuando penséis que los alimentos que ingiere proveen al crecimiento y a las actividades de su cuerpo. Como mientras duerme la mayor parte de ellas cesan — no camina, no se mueve, no ríe, no mira, no come — el alimento que ha tomado durante el día, lo aprovecha en crecer y en engordar. Dejadle, pues, dormir todo el tiempo que desee. ¿Cuánto? Si está sanito, él lo sabrá mejor que vos- otras y se dormirá cuando necesite. Siendo muy peque- ño duerme casi todo el día, no despertándose, ni aun cuando el “reloj de la madre” avisa que la hora de su banquete ha llegado, y ella debe entonces despertarlo llamándolo, besándolo, haciéndole con los dedos un cos- quilleo ligero en la esquina de la boquita que él frun- ce entonces deliciosamente, provocando la risa y el en- canto de los que lo adoran. A veces esto no es suficien- te y para despertarlo recurre a otro medio más seguro: lo desnuda un poco, aflo- jando los pañales. ¡Es de verlo entonces desperezan sus brazos y sus piernas, encoger sus espaldas, alar- gar sus deditos como ma- nojos de finos pistilos. Si es varón, el padre pronos- ticará, riendo, que está destinado a ser un boxea- dor de fama; si es mujer, la madre pronosticará el porvenir de una agilísima bailarina! 200 A medida que crece, las lloras de sueño, disminu- yen. A los 6 meses duerme sin embargo todavía 1 ó horas sobre las 24 del día. El hambre interrumpe cada cierto tiempo este todavía largo y benéfico reposo de los niños que han pasado ya sus primeros meses. Si mediante una edu- cación inteligente se lia establecido un horario regu- lar en la alimentación, es él mismo quien reclama, des- pertándose, su Jactada a horas regulares. Durante la noche el largo intervalo de 7 ó 1) horas que hemos señalado puede seij¡ mantenido sin violencia alguna para el niño, que así pone en práctica, desde entonces, lo que ha de constituir la norma de toda su vida. La noche se ha hecho para dormir y no para co- mer. Si el niño no duerme, algo le pasa, algo que lo incomoda y le quita el sueño. ¿Qué será? Recordad que en una de nuestras primeras conversaciones hemos contado fácilmente hasta diez causas distintas por las cuales el niño podía llorar. Pues muchas más son las que pueden incomodarlo y no dejarlo dormir: el ham- bre, la sed, el frío, el calor, la opresión de las ropas, su humedad, algún dolor. Cuando la molestia es muy grande, el niño no duerme y llora. Otras veces puede permanecer des- pierto sin llorar. No tiene sueño y se pasa en su cuna con los ojos abiertos, jugando con un fleco de la col- cha, o ensayando imitar con la boca, una voz, tras otra vez, ¡el bufido de un caballito diminuto! ¿Qué puede producir su insomnio a este delicioso personaje que no piensa, seguramente, ni en importan- tes negocios, ni debe resolver graves problemas de fi- losofía? Recordad, el efecto que el café tiene sobre el sueño. Una tacita de café basta, a menudo, para des- velar toda una noche. una acción semejante a la que produce el café en 201 Jos grandes, produce en los niños alimentados al pecho de la madre o de la nodriza, las pequeñas can- tidades de alcohol que éstas hayan podido tomar en sus comidas o fuera de ellas. El alcohol que la madre toma pasa fácilmente a su leche y produce insomnio en el niño. No es necesa- rio que la madre sea una bebedora y que haya abusado de los licores. A veces basta para producir este efecto las dosis de cerveza o de extracto de malta que toma tratando de aumentar su leche. Cuan- do las cantidades son exce- sivas, puede producir no so lamente la falta de sueño en el niño, sino también agita- ción de día y de noche y hasta convulsiones. No lo olvidéis jamás: si os encontráis con un niño que duerme poco de noche o si está continuamente agitado,, nervioso, llorón, colérico, informóos, por si acaso, qué toma la madre en sus comidas y fuera de ellas. Unas copas de cerveza bebi- das en el almuerzo o en la comida pueden ya impedir que el niño duerma por la noche. Si el niño se pasa durmiendo la más grande parte de su tiempo, deducid la importancia higiénica que tiene el arreglo de la cuna, en la cual pasa la noche y del cochecito en el cual también duerme buenas ho- ras, defendido apenas por el abierto corredor de la casa o por el frondoso ramaje de los árboles, en los parques y en las plazas públicas. El café de los nifios pequeños. 202 ¡La cuna del bebé! ¡Cuántos amorosos desvelos en la madre para ha- cerla blanda, tibia, confortable, elegante! La cuna es el primer lujo del niño. La prodigalidad materna la ha provisto de blandos colchones, de blancas sábanas, de mullidas almohadas de pluma, de barandas tapi- zadas con rasos y enca- jes, de tupidas cortinas graciosamente replegadas con vistosos lazos de cin- tas. Algunas, están dis puestas en forma de que e niño pueda ser mecido y otras tienen una cortina accesoria que la madre tiende, cubriéndola por completo, tan pronto como su ídolo se ha quedado dor- mido, para que no lo mo- lesten ni la luz, ni las mos- cas y mosquitos. Las madres pobres no pueden comprar cunas lu- josas con barandas de bronce tapizadas de encajes. Entonces usan las modestas cunas he- chas de mimbre te- jido y cubren la cara del niño dormido con un pañuelo o con un diario ¿Cuál elegiríais vosotras para un hermanito ? Por cierto, la 203 primera. Es la más elegante y también la más con- fortable. Pues yo, no; no elegiría ni la una ni la otra. Prefe- riría arreglar una especial que podría ser lujosa o modesta, pero que sería, sobre todo, higiénica para el niño. ¿Qué le importa a la flor que el búcaro en el cual se marchita sea de fino cristal o de grosero ba- rro cocido? El lujo de la cuna aprovechará a la madre que de ella se envanezca; la higiene de una cuna apro- vecha sobre todo al niño, cuya salud defiende. Importa poco, pues, que sea de bronce o de ma- dera rústica. Cualquiera de ellas puede servir admira- Almohada Sábanas Toalla Turca Impermeable Colchón de lana Colchón de paja blemente a las necesidades del niño y satisfacer, aún, las exigencias de una elegancia suficiente. Colocad en cualquiera de ellas primeramente un colchón de paja y luego otro de bien cardada lana. Sobre el colchón último un buen impermeable blan- do y seguro, luego una toalla turca de baño y luego, recién, las sábanas. La almohada de plumas es sumamente dañosa, pues aun en invierno calienta demasiado la cabecita del niño produciéndole fácilmente un sueño intran- quilizado por pesadillas. La crin es más fresca y por ello más conveniente, 204 Las cobijas deben proteger al niño, nunca sofo- carlo. \ La madre tiene, a menudo, más en cuenta un po- co de frío que un exceso de calor y por la noche, an- tes de acostarse ella misma, multiplica las frazadas y cobertores de la cuna. Si el niño es pequeñito o si sus brazos y sus piernas lian sido reducidos a la im- potencia por una envoltura estrecha, no puede hacer otra cosa, para evidenciar su incomodidad, que llorar cuando se despierta bañado en sudor. Pero si tiene ya algunos meses, hace lo posible por librarse de la in- comodidad y entonces con unas cuantas enérgicas “pataditas” tira a un lado las cobijas y se queda des- nudo. Es entonces cuando corre el peligro de resfriar- se gravemente. La madre debe saber interpretar este re- sultado y aprender que, cuando el niño se destapa en la cama, es porque es- tá demasiado abri- gado. Lo más impor- tante de una cuna, desde el punto de vista higiénico, es el cortinado. Es indispensa- ble que, de cualquier clase que sea no obstaculice la circulación de aire. Su único objeto aceptable es el de proteger al niño dormido, contra los insectos, moscas y mosquitos, que puedan molestarlo, y en este caso, bastará la acción de una simple tela de mosquitero, la cual estará lejos de producir todas las molestias cu- los pesados cortinados de adorno, que sirven soio para 205 envanecer el amor propio o el amor al lujo de los padres poco inteligentes. El tul del mosquitero disminuye por cierto la cir- culación de aire en el interior de la cuna pero en gra- do menor. Pero el inconveniente puede ser salvado, arrastrándola hasta el “río de aire’7 en lugar de de- jarla solo a su margen, como se hace cuando hay frío o cuando el mosquitero no es necesario. La corriente de aire, por intensa que sea, se atenúa en tal forma al pasar por el tul, que si hicierais la experiencia de colocar sobre la cama una bujía encendida, veríais có- mo su llama oscila apenas ligeramente, aun cuando la corriente de aire tenga suficiente intensidad para apa- garla si la sopla directamente. Las cunas profundas con paredes sin enrejado, obran como si el niño estuviera en un pozo; difícil- mente puede llegar hasta sus pulmones una corriente de aire fresco y puro, y más aun si, como lo hacen ciertas madres poco precavidas, se recubre 1a, ca- ra del niño con un trozo de género o con el papel de un diario. En estas condiciones, cuando después de una siesta, se destapa al niño, se lo encuentra cubierto de sudor, con la cabecita ardiendo, las manos frías, la respiración agitada y ansiosa. Preferid, pues, en todo caso, hacerle dormir al aire libre, durante el día, al menos. La luz no inco- moda al niño que se acostumbra a dormir en ella. Evitad solo que reciba, directamente sobre los párpa- dos, los rayos del sol. Los corredores abiertos, el ramaje de los árbo- les pueden proteger, entonces, suficientemente al ni- ño que se duerme en su cochecito, especie de cuna ambulante. También éste debe ser fresco y ventilado, 206 A este respecto, debe tenerse muy en cuenta 1? acción de las capotitas, hedías generalmente en hule que se calienta inten- samente bajo ¡los rayos del sol, trans- formando su interior en un verdadero homo, situación que se agrava si está provista, como en el modelo de la página, de una cortina corre- diza que la cierra herméticamente. Si el niño duerme bajo un corredor o bajo un árbol, no la necesita; si está al sol, en lugar de evitar su calor, lo aumenta en for- ma inconveniente. Ninas Puesto que habéis leído con atención toda esta cartilla que ha sido escrita por vosotras, y para vosotras; puesto que recor- dáis con precisión cada uno de los preceptos que os permitirán ser las delicadas culti- vadoras de “LA FLOR HUMANA” — flor de carne e inocencia, que es el n i ño; — puesto que vuestra inteligencia y vuestro corazón se han nutrido, en sus páginas, de amor y de sabiduría, podéis consideraros, desde ya, como las madrecitas de todos los actuales niños argentinos, y como las generaciones de niños pequeños son la nación d9 mañana, podéis asegurar tam- bién que El destino de la Patria está en vuestras manos NOTA SOBRE EL METODO Destinada a las maestras El objeto de este libro, es el de exponer los con- ceptos fundamentales de la Puericultura, en la forma más amena posible, y tratando de despertar en el alma de las urnas a quienes está destinado, reacciones afec- tivas que sirvan de base al aprendizaje inmediato y a su aplicación ulterior. La maestra deberá empeñarse en concretar tales conceptos para presentarlos a lo atención y a la memo- ria de sus educandos, atribuyendo a cada uno de ellos el valor que tengan como preceptos higiénicos. A objeto de facilitar esta tarea, el texto ha sido compuesto en dos caracteres, correspondiendo lo que va impreso en negrita a las nociones fundamentales, establecidas como punto de partida o como conclusiones de los comentarios impresos en caracteres comunes. Esos mismos enunciados deberán ser utilizados por la maestra como tema de conversaciones o de compo- siciones escritas, realizadas, estas últimas, por las niñas, en sus casas, como deberes comunes. Van agregados a continuación algunos temas que también pueden ser utilizados en la misma forma. TEMAS DE CONVERSACIÓN que pueden ser desarrollados por la maestra en cia- ses especiales o servir como temas de composiciones escritas. I La vacuna. II El termómetro. III La mortalidad infantil en la ciudad. Estadística y oomentarios. IV Las características de un niño sano. V Los dientes; cronología. VI Una sola mosca puede llevar en sus patas la muerte para el niño. VII El farmacéutico no es el médico. Sabe preparar los remedios pero no aplicarlos. VIII Conducir a un niño al cinematógrafo o al teatro, és de mal gusto en la madre y altamente perjudicial para el niño. IX Hamacar al niño para que duerma, es crearse un' obligación penosa sin ninguna ventaja para él. X La ropa debe proteger al niño, no sofocarlo. XI La noche es para dormir, no para comer. XTI Consultar al médico cuando el niño se sienta mal y no esperar a que esté gravemente enfermo para ha- cerlo. XIII Si un niño se resfría por sacarlo de una habita- ción tibia al aire libre, la culpa no es del aire libre si- no de la habitación tibia. XIV Nunca debe cubrirse la cara de un niño que duerme. XV No limpiar la boca de los niños pequeñitos. XVI No pasear en los brazos al niño durante la noche. Si llora investigar la cansa, suprimirla y volverlo a acostar. XVII La leche de la madre pertenece al niño, y nadie, ni aun la misma madre, tiene derecho de darle otro destino. XVIII La salud es la belleza del niño y el pecho de la madre, que es la base de la salud, es por consecuencia una fuente de belleza. XIX Cuanto más tiempo se ha mamado siendo niño, más fuerte se será siendo hombre. XX Buenas raciones de buen alimento, intervalos sufi- cientes y regulares; nada entre las raciones: he allí, en resumen, la ciencia de la alimentación del niño. XXI Toda la felicidad de un niño pequeñito consiste en alimentarse bien y en estar confortablemente ins- talado. XXII Mal alimento, frío y humedad en los pañales, son las causas más frecuentes de llanto y de molestia. XXIII La regularidad en los hábitos actuales del niño inician la formación del carácter del hombre futuro. XXIV El niño, es el padre del hombre. XXV El grado de civilización de un pueblo, puede ser apreciado por la forma en que se cuida y se protege a sus niños.