ARMY MEDICAL LIBRARY FOUNDED 1836 WASHINGTON, D.C. í CAUTA SOBRE El, COLERA MORBO-ASIÁTICO ESCRITA POR EL EDITOR ®3 ^A MWWt^WA J0WWABA A UN AMIGO SUYO RESIDENTE EN LA ISLA DE CUBA. >'fnfmñgnT~-ii j ■ t ,4 ■ < , ' * ¿ni'/. Íd¡¡Ct{i% HABANA. IMPRENTA DEL GOBIERNO POR S. M. 1833. fé VW CAKTA SOBRE EL CÓLERA-MORBO ASIÁTICO, Escrita por el Editor de la Revista Cubana a un amigo suyo residente en la Isla de Cuba. Por fin, caro amigo, por fin llegó á nuestras playas el azote que ha recorrido tantos pueblos. La Habana ha sido el primer punto de esta isla asaltado por el cólera, y los millares de victimas que ha arrastrado al sepulcro, nos han traído el funesto desengaño de que no hay sexo ni edad, estado ni condición á quien perdone esta epidemia asola- dora. Con razón, mi buen amigo, desea V. tener noticias icerca de una enfermedad tan misteriosa: y ya que el cam- o es vasto y la materia interesante, yo quebrantaría las yes de la amistad, si en esta vez dejase de complacerle. -ecogeré pues, cuantos datos han podido venirme á la ma- i, y mezclándolos con mis reflexiones, los derramaré en l papel con ej orden posible y claridad. No espere V. in embargo, que yo me propase á caracterizar la enferme- dad, ni tampoco á esponer métodos curativos que esclusi- vamente pertenecen al imperio de la Medicina: queden re- servadas estas cosas para los facultativos, tque ni yo lo soy, ni menos me siento dispuesto á dar á V. imperfectas no- ciones de lo que ya está consignado en tajitas obras co- mo sobre la materia se han escrito. Mi plan es otro, y V. lo verá desenvuelto en el progreso de esta carta. OiilGEN DEL COLERA-MORBO ASIÁTICO PESTILENCIAL. Desde tiempo inmemorial existe en el Asia y en otros países cierta enfermedad llamada cólera morbo: nombre compuesto de la palabra latina morbus que significa enfer- medad, y de la griega cholé que quiere decir bilis; de suer- te que siguiendo la etimología de las palabras, cólera-mor- bo no es otra cosa que enfermedad biliosa ó de la bilis. La semejanza de algunos de sus síntomas con la epidemia que hoy está asolando el género humano, dio ocasión para que se pusiese un mismo nombre á enfermedades del todo di- ferentes. La que ahora se denomina cólera-asií tico pesti- lencial, apareció por la vez primera bajo el trópico de Cán- cer en Jesora, ciudad del Asia, plantada en el Delta del 388743 rio Ganges poco mas de 30 leguas al nordeste de Calcu- ta. Descubrióse el primer enfermo el 17 de agosto de 1817, y confundido el médico que le asistía al aspecto de sínto- mas tan estrahos y horrorosos, los atribuyó á un envenena- miento. Pero repitiéndose los casos y cundiendo el mal por otras partes, muy pronto se conoció que el mundo em- pezaba á gemir bajo un azote hasta entonces desconocido. No es muy fácil de decidir si esta enfermedad es del todo nueva, ó si existió en los siglos anteriores; y á tomar las opiniones de los hombres por la verdad de las cosas, no du- daríamos concluir que el género humanóla ha padecido en otras épocas. Montbrion piensa que es la misma que hizo perecer desde Dan hasta Ber-sabée 70.000 subditos del rey David; y cree también encontrar vestigios de ella en la historia hebrea de Josefo, y en las obras de Hipócrates y de Areteo de Capadocia, diciendo que de ella murió el emperador Trajano en el año 177. La peste negra que re- corrió en el siglo catorce el antiguo continente, matando según unos la tercera parte, y según otros las tres quintas de los hombres, es en concepto de algunos autores el mis- mo cólera-asiático que hoy padece la presente generación. De este sentir es también el célebre Dr. Broussais, quien enunciando su opinión como muy probable, se contenta con citar el testimonio de Villani historiador italiano. Aun- que poco se me alcanza en materias de medicina, pues que nunca me he dado á este género de estudios, todavia me atrevo á disentir de la opinión de profesor tan distinguido; y llevando por antorcha la historia de los tiempos en que apareció la peste ó muerte negra, describiré sus síntomas, para que cotejados con los del cólera-morbo, á primera lec- tura se conozca que no hay identidad entre las dos enfer- medades. Oigamos á Sismondi en su Historia de las repú- blicas italianas de la edad media. „En 1348 la peste infestó toda la Italia, escepto Mi- lán y algunos cantones al pie de los Alpes donde apenas se sintió. El mismo año salvó las montañas, se estendió á Frovenza, Saboya, el Delfinado, Borgoña, y por Aigues- Mortes penetró en Cataluña. En el mismo año abrazó todo el resto de Occidente hasta los rios del mar Atlántico, la Berbería, España, Inglaterra y Francia. Solo el Bravante pareció salvarse, pues apenas sintió el contagio. En 1350 avanzó hacia el n rte, é invadió á los Frisones, Alemanes, Húngaros, Dinamarqueses y Suecos. Entonces fue, y por 3 esta calamidad que la república de Islanda quedó destrui- da, pues fue tan grande la mortandad en esta isla glacial que esparcidos los habitantes dejaron de formar cuerpo de nación. „Los síntomas no fueron por todas partes los mismos.: En el Oriente, la sangre p- r la nariz anunciaba la invasión de la enfermedad, y al mismo tiempo era el presagio cierto de la muerte. En Florencia apareció al principio en las in- gles y en el sobaco una hinchazón mas grande que un huevo. Esta hinchazón que se llamógavocciolo (bubón,) se presen- tó después indiferentemente en todas las partes del cuerpo. Luego mas tarde, los síntomas mudaron, y el contagio se anunció las mas veces por manchas negras ó lívidas, gran- des y raras en unos, pequeñas y abundantes en otros, ma- nifestándose al principio en los brazos ó las piernas, des* pues en el resto del cuerpo, y que como el gavocciolo eran el indicio de una muerte próxima. El mal se burlaba de todos les recursos del arte; la mayor parte de los enfermos morían al tercer dia, y casi siempre sin fiebre, ó sin nin- gún accidente nuevo." ¿Y habrá quien diga que hay, no ya identidad, pero ni semejanza entre el cólera asiático y la peste negra del siglo catorce? Pero veamos si puede encontrarse alguna en el Boccacio y en otros autores contemporáneos, que asi la describen. „Los síntomas del mal variaban según los paises. En Oriente esperimentaban un flujo de sangre por la nariz: en Florencia una hinchazón en las ingles y en los sobacos que se llamaba gavocciolo, y este tumor apareció en lo sucesi- vo en las demás partes del cuerpo. Los indicios ó señales precursores de la enfermedad variaban aun en los paisea de poca estension, pero generalmente el contagio se daba á conocer por cierto número mas ó menos grande de man- chas negras ó lívidas. Los enfermos sufrían al principio laxitudes, desmayos y desganas; continuos vómitos les tras- tornaban el estómago, y finalmente, la sangre de los vasos salia por la nariz, por los pulmones, por los intestinos y por la via de la orina." Según esta descripción, ya se ve claramente que los vómitos son el único síntoma en que convienen las dos en- fermedades; ¿pero esto basta para clasificarlas de idénticas ni semejantes? ¿no aparecen vómitos en dolencias de dis- tinto género? ¿no dice el mismo Broussais que á la epido 4 mía reinante se le dio el nombre de celera por la seme- janza que tienen algunos de sus síntomas con otra enferme- dad distinta de ella? Pues entonces, ¿porqué uno solo tan vago y tan común como el vómito, ha de servir de funda- mento para confundir dos epidemias, cuyos síntomas soíi tan desiguales? Si recorriendo la historia de las pestes, encuentro al- alguna que sea, no idéntica, sino que tal vez se aseme- je á la muerte negra, es la que desoló la tierra en el siglo sesto de la era cristiana, cuando el emperador Justiniano estaba sentado en el trono de Oriente. Gibbon la descri- be en su Historia de la decadencia del imperio romano, y sus palabras son dignas de traducirse. „La fatal enfermedad apareció primero en el año de 542, en las cercanías de Pelusio entre el pantano Serbo- mano y el canal Oriental del Nilo. De allí trazando dos caminos, se estendió al este, pasando por la Siria, Persia y las indias, y penetrando al oeste á lo largo de la costa de África y del continente de Europa. En la primavera del se- gundo año, Constantinopla fue invadida de la peste por el espacio de tres ó cuatro meses; y Procopio que observó sus progresos y síntomas con los ojos de un médico, compitió con la habilidad y diligencia de Tucydides en la descripción de la plaga de Atenas. La infección se anunciaba algu- nas veces por las visiones de una imaginación desordena- da, y la víctima desesperaba al punto que oia la amenaza, y sentía el golpe de un espectro invisible. Pero el mayor número era sorprendido en sus camas, en las calles y en sus ocupaciones ordinarias por una fiebre ligera; pero tan Kgera, que ni el pulso ni el color del paciente daban nin- gún indicio del próximo peligro. Al mismo, al segundo ó al tercero dia se declaraba por la inflamación de las glándu- las, particularmente las de la ingle, sobaco y debajo de las orejas; y cuando estos bubones ó tumores se abrian, se en- contraba un carbón ó sustancia negra del tamaño de una lenteja. Si llegaban á hincharse enteramente y supuraban, el paciente se salvaba por medio de esta suave y natural sa- lida del humor morbífico: pero si continuaban duros y secos, inmediatamente se seguia un dolor, y el quinto dia era co- munmente el término de la vida. La fiebre iba acompañada muchas veces de letargo ó delirio; el cuerpo de los enfer- mos se cubria de pústulas ó carbuncos negros, síntomas de una muerte inmediata; y en las constituciones muy débiles j>ara producir una erupción, al vómito de sangre seguia do- lor en las entrañas. La plaga fue generalmente mortal para las mugeres: sin embargo un niño fue sacado vivo de su ma- dre muerta, y tres madres sobrevivieron á la pérdida de sus tres fetos infestados. La juventud era la edad mas peligro- sa, y el sexo femenino era mas susceptible que el mascu- lino; pero todas las clases y profesiones fueron atacadas in- distintamente con furor, y muchos de los que escaparon, fueron privados del uso de la palabra, sin quedar seguros de que el mal no volvería á invadirlos. Los médicos de Constantinopla eran hábiles y celosos; pero su arte queda- ba burlado con la variedad de síntomas y vehemencia de la enfermedad: los mismos remedios producían efectos con- trarios, y el éxito burlaba caprichosamente sus pronósticos de vida ó muerte." Tales son los síntomas de la peste que asoló la tierra en los dias de Justiniano: ¿y no es verdad que tiene mas se- mejanza con la peste negra, que no esta con el cólera- morbo? Por lo menos, en la peste del siglo sesto y también en la del catorce vemos tumores en las ingles y en los so- bacos que parece constituían el síntoma principal de la enfermedad, habiendo también en algunos casos vómitos de sangre. Mejores fundamentos tiene el médico Casas para ase- gurar que habrá siglo y medio que el cólera se padeció en las islas Filipinas, pues las memorias de este pais describen una epidemia bastante mortífera que iba acompañada de vómitos y evacuaciones abundantes, dolores en las entra- ñas, frialdad en la cutis, y muerte pronta. Si consultamos á los médicos de la India Oriental acerca del origen del cólera del siglo diez y nueve, ellos confiesan que no pueden dar una razón satisfactoria: pero en medio de la oscuridad que los envuelve, han encontra- do algunos documentos de los cuales se infiere que existió en tiempos muy remotos. Marcha ó historia geográfica de la enfermedad. Nacido el cólera en Jesora en agosto de 1817, mató en su cuna 6000 personas; y atendiéndose por varios puntos, llegó en el próximo setiembre á Calcuta, capital de las pose- siones británicas. Allí permaneció algunas semanas, y co- mo la ciudad es muy populosa, hubo dia de sacrificar 500 6 habitantes. En su marcha, corrió por un rumbo hasta lo* montes de Himalaya, subiendo á la altura de ocho mil pies sobre el nivel del mar, y por otro siguió la dirección de los caminos, y el curso de las aguas del Ganges y otros rios tributarios. Las grandes ciudades de Behar quedan despobladas por la muerte y la fuga: Benares, la ciudad santa de la India, pierde 15.000 habitantes: Allahabad, la mitad de los 20.000 de su población; y Lucknow, Agrá, JDelhi y otros pueblos se ven furiosamente atacados. Remi- te algún tanto sus fuerzas en la provincia de Bareilly, pero como si las reservara para saciarse en nuevas víctimas, asalta á mediados de noviembre el eentro del ejército in- gles, primero en Mundelah, y después en los distritos de Jubulpore y Sauger. Tan horrible fue la matanza en do- ce dias que de los diez mil hombres de que constaba, pe- jecieron tres mil por el cálculo mas bajo; y mientras algu- nos computan la pérdida en cinco mil, otros la elevan hasta ocho mil. Ved aquí una pintura de aquella escena espan- tosa. „Despues de haberse arrastrado por algunos dias en su manera insidiosa entre los que seguían el campamento, ganó en un instante nuevo vigor, y de golpe estalló en to- das direcciones con una violencia irresistible. Viejos y jó- venes, europeos y naturales, todos, todos estaban espues- tos á sus ataques, y todos caian igualmente bajo sus garras. Del 14 al 22 la mortandad fue tan grande que abatió á los espíritus mas fuertes. Los enfermos eran ya tan numero- sos, y aun continuaban cayendo en todas partes, que aun- que los médicos estaban dia y noche en sus puestos, no po- dían dar abasto á las necesidades. Todo el campo tomó el aspecto de un hospital. El ruido y bullicio casi insepara- ble de las grandes masas de gente reunidas, apenas se per- cibía; nada se veía sino individuos que ansiosamente pasa- ban de una división á otra del campo para inquirir por la suerte de sus compañeros muertos ó moribundos, y los gru- pos melancólicos délos indios que llevaban al rio los fére- tros de sus difuntos parientes. Ai fin aun quedaron privados de este consuelo; porque la mortandad llegó á ser tan gran- de, que no habiendo manos ni tiempo para retirar los ca- dáveres, se arrojaban á la quebrada inmediata, ó se en- terraban á la carrera en el sitio en que espiraban y aun al rededor de las tiendas de los oficiales. Todos los negocios babiaa cedido al cuidado de los enfermos. Ni podia entre- verse una sonrisa, ni escucharse mas sonido que los lamen- tos de los moribundos, y el llanto sobre los cadáveres. Es- pecialmente durante la noche, reinaba un triste y universal silencio, interrumpido solamente por los acentos dolorosos de los infelices que gemían bajo los síntomas del mal. Mu- chos de los enfermos morían antes de llegar al hospital; y aun sus camaradas, mientras los llevaban de los puestos avanzados para darles socorro, caian también repentina- mente atacados. Los naturales, creyendo que solo podian «ncontrar su seguridad en la fuga, empezaron á desertar en gran número; y los caminos reales y los campos por mu- chas millas al rededor quedaron regados con los cadáveres de los que habiendo abandonado el campo, ya invadidos de la enfermedad, sucumbían prontamente bajo sus efectos destructores." De allí pasa á Nagpore, corre atrozmente por el Dec- can, hace en Hussingabad estragos horrorosos, se escapa por el rio Nerbuda, derrámase por varias ciudades y dis- tritos, entra en Panwel, y por fin llega á la cosía Occiden- tal de la India presentándose en Bombay á principios de setiempre de 1818, un año después de haber aparecido en Calcuta. Pero como si ya estuviera cansado de tanta mor- tandad, aquella ciudad que contaba 140.000 habitantes, pierde entonces un número poco considerable. Mientras esto sucedía, la peste también avanzaba ha- cia el estremo meridional del Indostan , y siguiendo el rumbo de las cosías orientales, llega á Madras en octubre de 1818, pasa á Pondichery donde ataca la mitad de las 40.000 personas que entonces formaban su población, y de allí se estiende casi hasta el cabo de Comovin, término de la Península. Recorrida toda ella en el espacio de un año, la epidemia que habia viajado sin cesar desde su pri- mera irrupción, abatió algún tanto sus fuerzas con la en- trada de la estación impropiamente llamada invierno en aquellas regiones: pero reanimada con los calores del ve- rano de 1819, invadió nuevos lugares del Indostan, y re- pitió sus ataques en otros que ya habia visitado. Como el Delta del Ganges fue el foco primitivo de- esta enfermedad, también se fue propagando por la Costa oriental de la bahía de Bengala. En 1819 entró en Ara- can: de allí pasó á la península de Malaca: en 1820 aco- metió al reino de Siam, y Bankok su capital perdió 40.000 personas. En el imperio Burman le introdujeron las tro- 8 pas inglesas que marcharon contra él. Sucesivamente fue- ron invadidos los países de Cambodia y Cochin-China, y estando cercanos al imperio de la China, abrieron la puer- ta para que la enfermedad penetrase en sus vastos territo- rios. Cantón se vio ferozmente asaltado en 1820, y radi- cándose la peste al paso que cundía por varios puntos de aquella nación, Nankin y Pekín fueron en 1823 el teatro de la mas horrible mortandad. A los estragos del cólera en la China, dice un célebre periódico ingles, atribuyeron Jos comerciantes rusos en 1825 la diminución del comer- cio de Kiachta, emporio Ruso-Chino; y una carta del 27 de abril de 1827 escrita allí por el director ruso de las aduanas asegura, que la epidemia habia atravesado la gran muralla China, é invadido á los habitantes de la ciudad de Cocu-Choton situada en el gran desierto de Cobi. Ni se limitaron al continente los estragos de la peste: que también fueron progresivamente atacadas muchas is- las del océano Indico. Infestadas desde 1818 las costas de Coromandel, el cólera pasó el estrecho de Manar. En ene- ro de 1819 apareció en la isla de Ceylan; y de aquí fue lle- vado á la de Francia ó Mauricio por la fragata inglesa To- pacio, donde estalló en Puerto Luis en noviembre de 1819. JSus habitantes fueron atacados con tanta violencia que personas sanas y robustas espiraban en las calles dentro de pocos minutos. Los partes enviados al Parlamento británi- co por el gebernador Farquhar, fijan la mortandad en el número de 7.000 personas, que es casi la duodécima parte de la población de ia isla; pero hay también quien asegu- re como testigo ocular que murieron 20.000 personas, ó sea la cuarta parte déla población. De la isla Mauricio fue introducido en la de Borbon por un buque que desembarcó en enero de 1820 un con- trabando de negros cerca de la ciudad de san Dionisio: pero tan prontas y saludables fueron las medidas que se tomaron por el gobernador francés Milius, que solamente fueron atacadas en toda la isla 256 personas, y de este nú- mero no murieron sino 178, que es decir un individuo, por cada 1.500 dejos que componían entonces toda la pobla- ción. De varios puntos del continente se difundió en el es- pacio de pocos años á otras muchas islas. Sumatra y Pe- nang fueron invadidas en 1819, y la última, según di- cen algunos, perdió en tres semanas las tres cuartas partes de su población. ¡Mortandad espantosa, y que para creerse necesita de pruebas mas sólidas que ti simple testimonio de los viageros! Sumatra, Java y Borneo sufrieron la peste por la vez primera en 182i. Java perdió mas de 100.000 personas, y Batavia su capital mas de 17.000. Su primera invasión en Filipinas fue en 1820, y el 4 de octubre se pre- sentaron en Manila los primeros casos á oriilas del rio cau- daloso que divide la ciudad y sus estramuros. A la semana ya se habia propagado por toda ella y los pueblos inme- diatos; y siguiendo con fuerza en todo aquel mes y parte de noviembre, se retiró internándose en las demás islas y robando á Manila fn 14 dias 16.000 habitantes. En fin, Macao, Amboina, Molucas y otras islas fueron cayendo á su vez bajo el azote de la epidemia. Después de haber recorrido los países orientales del Asia, veamos cuales invadió en vuelta del occidente. En marzo de 1821 reinaba otra vez en Bombai; y en junio del mismo año apareció en la guarnición ingle- sa de las islas de Oimus y Kismé puestas á la entrada del golfo Pérsico. En julio fue atacada la ciudad de Máscate en la costa oriental de la Arabia: opinase que alli murieron 10.000 personas; y si damos fé al testimonio de algunos marinos ingleses, no habiendo ya brazos suficien- tes para enterrar los cadáveres, muchos fueron conducidos al mar y sepultados en sus olas. Mientras de Máscate se es- tendia á otros pueblos de la Arabia situados sobre la costa de aquel golfo, é invadía la isla de Bahrein, punto de gran concurrencia para la pesca de perlas; también se propa- gaba por la banda de la Pt rsia, haciendo en jubo de 1821 su entrada en Bender-AbouK hir, Kosrcm ó Gombroon, emporio de las mercancías de aquella nación y de la India brit nica. Después de haber matado allí la sesta parte de lo»habitantes, y apareciendo cada vez mas y mas sedienta de víctimas, tendió sus braxns para internarse á un tiempo por la Persia, y seguir su carrera á lo largo de las rostas en vuelta de Bassora. Shiras que contaba 40.000 habitantes, perdió 16.000 en menos de veinte dias. Yerd, Tabres y otras ciudades grandes y pequeñas de la Persia fueron ca- yendo sucesivarm nte bajo la plaga destructora: pero eií medio de la desolación general, Lpahan, la antigua capi- tal del reino, cortando toda comunicación con las comar- cas vecinas, se salvó por entonces de los estragos de la peíste. Incansable en ¡>u carrera, llega á Jas orillas del mar 2 10 Caspio en el verano de 1823, y asolando muchos desús puertos, se presenta en Astracán, ciudad plantada en la embocadura del Volga. Consternada la Rusia con la apa- rición de tan formidable enemigo en las fronteras de su territorio, dictó las providencias mas acertadas, y ahogado el mal por aquella vez al favor de un crudo invierno, car- gó de nuevo sobre el oriente derramándose por los anchos espacios de Tartaria. Entretanto que iba recorriendo las regiones de la Persia, nunca detuvo su marcha por las costas de aquel golfo. Las provincias turco-asiaticas son invadidas en 1821. De sus 60.000 personas pierde Bassora mas de 15.000 en catorce dias. En Bagdad sucumbe la tercera parte de los habitantes que parece llegaban á 80.000. Subiendo por el Eufrates, llegó ala ciudad de Annah, situada en los confi- nes del desierto que aparta la Arabia de la Siria: pero aproximándose el invierno, durmió hasta el verano de 1822. Entonces despertó con nuevo furor en las inmediaciones del Tigris y el Eufrates, se desvia del desierto, toma el derrotero de las caravanas, atraviesa la Mesopotamia, tras- pasa la frontera de Siria, rompe por Alepo, inunda aque- lla parte de la Turquía hasta la Palestina, y resollando en 1823 por varios puertos del Mediterráneo, levanta la cabe- za para infundir terror á la Europa. Con la peste ya en sus cercanías, Egipto viose también peligrosamente amenaza- do; mas establecidas las reglas sanitarias que por la me- diación del Cónsul francés recibió de Francia el virey Me- hemet-Alí, conjuró por aquella vez la tempestad que tan cerca tenia de sus fronteras. Por a juella vez digo, porque ocho años después fue invadido con furor. En mayo de 1831 azotaba la epidemia las provincias de Siria y Arabia. Congregados en esta los millares de peregrinos que de África, Turquía, Persia y otros puntos van anualmente á la Meca, para cumplir con los preceptos de la religión de Mahoma, la peste hizo en ellos, estragos espantosos; y aterrados con las tremendas escenas de Arafat, Mina y la Meca, huyeron á sus hogares derramando el contagio y la muerte por los pueblos donde pasaban. Por pronto que anduvo Mehemet-Alí encerrar las puertas del Egipto, ya la peste habia entrado en su ter- ritorio , pues el 1.° de agosto de aquel año habían muerto mas de 100 personas en el istmo de Suez. A mediados del mismo mes se presentó en el Cairo, y esta capital que no 11 bajaba entonces de 200.000 personas, perdió 32.000. Se- gún el testimonio de personas fidedignas, hubo dia en que la mortandad llegó á 1.400: número que si bien es asom- broso, no por eso es improbable, pues Volney hablando de la peste de Levante acaecida en el Cairo en 1783, dice que se vieron sacar por sus puertas 1.500 cad veres en un dia. Azorados sus moradores con los estragos de la enfermedad, se dan á la fuga, y conducidos por las aguas del Nilo, lle- van el mal á rumbos opuestos del Egipto, pues Roseta y Damieta plantadas en las embocaduras de aquel rio son no menos invadidas que las regiones de Siut. Mas dejémosle sepultado por ahora en este punto africano, y apresurán- donos á llenar el vacío que se advierte en el discurso de esta narración, pasemos á trazar los progresos de la epide* mia en los países europeos. Errante por las naciones asiáticas, repetia sus ataques en los pueblos ya invadidos: pero encerrada en aquellos lí- mites, luchaba por abrirse un nuevo teatro donde ensayar su fuerza destructora. Rompió al fin las barreras que la contenían, y haciendo su irrupción por tres puntos dileren- tes de la Rusia; entró primero por Ortmburgo á fines de agosto de 1828. Estendióse á toda la provincia de este nombre; pero las medidas sanitarias que temó el gobierno ruso, y mas que todo, los rigores de un crudo invierno, lo- graron apagar aquel incendio é impedir sus estragos. El segundo punto fue por las riberas del mar Caspio. En junio de 1830 reinaba el cólera en las provincias per- sas de Chirvan y Ma anderan: de allí pasó a varias ciuda- des de la costa meridional y occidental de aquel mar: en Tauris mató 5.000 habitantes: cruzó el rio Aras, penetro en la nueva Georgia, entró en Tiflis donde de 30.000 per- sonas perecieron 5.000, y atravesando el Cáucaso, encon- tró ya un vasto campo donde esparcirse, Astracán invadida algunos años antes, fue el tercer punto que le abrió las puertas de Europa Apareció en aquella capital en julio de 1830, y al mes ya habían muer- to en ella mas de 4.000 personas, y en la provincia de su nombre mas de 21.000. De alli se propagó á las provincias internas de la Rusia, y recorriéndolas con rapidez, lltgc a Moscow el 28 de setiembre á los dos meses de. haber-en- trado en Astracán. Aquella antigua capital del imperio ruso contaba entonces 300.0C0 habitantes, y desde el dia de la aparición de la epidemia hasta mediados de noviun- 12 bre ya habían sido atacados 8.130, y muerto de este núme- ro 4.385: p ;ro comí» el mal durase allí largo tiempo, se computó la mortandad en 10.000. El cólera se encaminaba sin cesar por distintos rum- bos hacia los confines del imperio, y en el discurso de to- do el año de 1830 recorre las provincias que se tienden hasta las fronteras de Austria, Polonia y Prusia; invade los puertos del Báltico, entra en el gran Ducado de Finlandia, y llega hasta Arcángel sobre las aguas del mar Blanco. San Petersburgo fué atacado el 13 de junio de 1831, y es- ta hermosa capital que según el censo hecho en el mismo ano tenia 448.221 habitantes, perdió 9.258. Prusia, Polonia, Austria y algunas provincias septen- trionales de la Turquía europea fueron invadidas desde loa dos primeros tercios de 1831. Es opinión común que las tropas rusas procedentes de países ya infestados, introdu- jeron el cólera en Polonia, y lo comunicaron el 10 de abril al ejército polaco en la sangrienta batalla de Igania. El en- tusiasmo guerrero que ardía en el pecho de aquellos valien- tes soldados, hizo pelear á mucos cuerpo • cuerpo con sus enemigos, y después de haberlos vencido, hubo algu- nos que se vistieron con sus despojos. Desde entonces, osea desde el 12 de aquel mes, la epi- demia se declar > en el ejército: el 16 llegó á Praga, el 19 á Varsovia, y esta capital victima á un tiempo de la peste y de la guerra, pierde millares de sus habitantes, y tras- mite el contagio á otros pueblos de aquella nación desgra- ciada. De Polonia pasó á Prusia desde fines de mayo, y ya en agosto habían sido infestados desde Varsovia hasta el golfo de Dantsick los pueblos que se hayan á las márge- nes del Vístula. El 15 de este mes entró en Custrin, y el 29 en Berlín; y aunque reinó cerca de seis meses en esta capital, la mortandad fue comparativamente muy corta, puesto que : las 16 semanas aun no habían perecido 1500 personas. Según el informe oficial de la academia de me- dicina de Berlín, murieron 20.000 habitantes en las ciuda- des de la Prusia, y 80.000 en los pueblecíllos y campos. La Galicia austríaca fué invadid i desde enero de 1831- pero las precaucionas que se tomaron y los fríos del invier- no, impidieron su propagación. Mas sus habitantes no go- zaron por largo tiempo de e-¡te beneficio, porque introdu- cido el mal por unos fugitivos de Polonia, hizo nueva es- 13 plosión en el próximo verano inundando sus poblaciones. Lemberg su capital, fue asaltada á mediados de mayo. También entró en Hungría, y este reino y la provincia de Galicia son los dos países de Europa donde el cólera ha causado mas estragos. La población de Galicia al tiempo de la invasión era de casi tres millones. Hasta mediados de noviembre habia tenido 259.805 enfermos, y perecido de este número 97.654. En la Hungría enfermaron hasta mediados de abril 558.339 personas, y de ellas murieron 237.408. Apoderado el cólera del Danubio, ya no fue po- sible contenerle, y Viena, la capital del imperio austríaco, empezó á sentir sus estragos desde el 1°, de setiembre de 1831; pero aunque el mal se radicó por algunos meses ha- ciendo dos erupciones, solamente contó 3.000 muertos. Turquía tampoco se libertó de los horrores de la pes- te. Las provincias europeas de Moldavia, Besaravia, Va- íaquia y Bulgaria fueron recorridas con gran mortandad. Yasy, capital de Moldavia, con la escasa población de 30.000 almas, hubo dia de enterrar 300 cadáveres; y en la ciudad de Bucharest llegaron á morir de 400 á 500 perso- nas diarias. Avanzando hacia el oeste, el cólera pasó de Prusia á la ciudad de Hambtirgo, y de aquí fue introducido en la Gran-Bretaña por un buque que llegó á Sunderland en octubre de 1831. Aunque fria ya la estación, la enferme- dad se radica, y estendiéndose en el rigor del invitrno por Inglaterra, Escocia é Irlanda, no perdona á Londres, Edimburgo, Dublin y otras ciudades principales. Los que han estudiado la historia del cólera, saben que la Gran- Bretaña es uno de los países donde ha causado menos es- tragos, y no se oirá sin asombro que la gran capital de Londres con una población de un millón cuatrocientos se- tenta y cuatro mil habitantes, solamente hubiese perdido tres mil doscientos cuarenta y ocho. Si de las islas británicas volvemos al continente euro- peo, observaremos que la enfermedad corrió de Prusia al reino de Hanover, y de Austria al de Baviera. Aproximán- dose cada vez mas á las fronteras de Francia, todo anun- ciaba que en breve entraría en esta nación: y ya á fines de febrero de 1832 había llegado casi hasta las márgenes del Rin. Pero ya fuese que desde aquí hubiese dado un gran salto, ya que atravesando el canal de la Mancha, hubiese llegado á Calais desde Inglaterra, lo cierto es que el 26 de marzo apareció repentinamente en Paris con gran asombro de sus habitantes. Desde entonces vuela por los depaila- mentos de Francia, é invadiendo la Bélgica por el norte para de allí pasar á Holanda-, por el sud y el esie se pro- paga a vanos puntos; pero caprichosa en su carrera, quiso respetar los Alpes y los Pirineos deteniéndose a sus pies. Suiza é Italia, España y Portugal, Dinamarca, Suecia y Noruega son las únicas naciones de Europa que hasta ahora se han escapado: ¡y plegué al Cielo que mas felices que las otras, puedan alejar de sus pueblos tan ter- rible calamidad! • . Buscando siempre el cólera nuevas víctimas que inmo- lar, atraviesa los mares que le separaban del Nuevo-Mundo; y conducido desde Dublin por un buque que llegó á Q,ue- bec, apareció en esta ciudad á principios de junio de 1832. De allí pasó inmediatamente á Montreal y a otros puntos del Canadá, y siguiendo la línea de las comunicaciones, penetró en los Estados-Unidos del Norte-América. La ciu- dad de Nueva-York fue invadida desde fines de junio, pero oculto el mal por algunos dias, no se descubrió hasta el 3 de julio. Perecen alli mas de 2000 personas; pero antes de matarlas, se esparce por una muchedumbre de pueblos y ciudades, y en poco tiempo recorre los estados de Pensyl- vania, Maryland, Virginia, las dos Carolinas y otros, lle- gando por último á Nueva-Orleans en noviembre del mis- mo año de 1832. Duró «en esta ciudad como tres semanas, pero desarrolló tanta fuerza, que mató 3000 personas so- bre poco mas ó menos, Desde que el Norte-América fue atacado, nuestros te- mores crecieron sobremanera: mas algunas medidas sanir tarias que se tomaron, fueron suficientes para impedir que en medio de nuestras continuas comunicaciones con aque- llos países infestados, el mal arribase á nuestras costas. Desaparece en unos puntos, afloja sus fuerzas en otros, dormita en muchos durante el invierno; pero tomándose estas alternativas engañosas como señalrs inequívocas de su absoluta estincion , nosotros abrimos de par en par nuestras puertas, cuando aun vivia en el corazón de aque- lla república el monstruo que nos habia de tragar. Cu- ba levanta sus cuarentenas el infausto dos de febrero, y mi patria tiene que llorar á pocos dias sobre millares de víctimas. Permítame V. caro amigo, que suspenda la plu- ma por un rato sobre materia tan importante, y que man- 15 teniendo en espectacion su justa curiosidad, examine, an- tes de trazar la funesta historia de nuestros males, algunos puntos que servirán para ilustración de V. y para prueba de mis razones. Duración y repetición del cólera. Desde la aparición de esta enfermedad en agosto de 1817 hasta principios de junio de 1833 en que destroza la isla de Cuba, van corridos casi 16 años. Pero se observa, que du- rante todo este período, no ha permanecido incesantemente en un pais, sino que después de haberle azotado por algún tiempo, ó se retira para no volver á él, ó solamente suspende sus rigores para atacarle de nuevo. En Ja India parece que ha echado profundas rai- ces, pues desde que nació, repite anualmente sus ataques ««usando masó mu nos estragos. En las ciudades que com- ponen las tres presidencias en que está dividido aquel pais, ya se contaban hasta el año de 1830 cuatrocientas treinta y tres irrupciones: á saber; 200 en las de la presidencia de Bengala; 178 en las de Madras; y 55 en las de Bombay. Es- ta ciudad y la de Calcuta han sido atacadas quince veces en el discurso de los 15 años que tiene el cólera de exis- tencia. Madras, Pondicheri, Benares, Dacca y otros pue- blos la han visto renovar en varios años. Las islas Filipinas la sufrieron en 1820, 1821, 1822, 1823 y 1830: pero Casas observa en su memoria, que .nunca se propagó en ellas con tanta rapidez como en el primer año de su invasión. La China, la Persia, y otras naciones del Asia han sido tam- bién el teatro donde el cólera ha hecho muchas veces sus destrozos. El período de cada irrupción en las ciudades del Asia, y principalmente en las de la India ha sido desde cinco hasta poco mas de cien dias; pero ordinariamente ha durado cua- renta. Sin embargo, en Agrá, Shiras, Bassora y en otros muchos parages solamente fue de 18 á 20 dias. En las ciu- dades muy populosas ha reinado 60; y en Calcuta no se estinguió sino después de 104. La invasión de Egipto fue en 1831; y la duración del cólera en los lugares invadidos no pasó de 40 dias. No te- nemos noticia de que haya reaparecido; pero si no se toman precauciones, es muy probable que haga una nueva irrup- ción, porque infestada la Siria que ha sido el teatro donde Í6 se han dado las batallas entre las tropas turcas y egipcias, ambos ejércitos han contraído la enfermedad. En cuanto á la duración del cólera en Europa se de- ben distinguir tres periodos, 1 ? El de su duración en ca- da nación. 2: El de su duración en cada ciudad; y i°. El de suduraeion m¡ día en cada pais. Al trazarla historia de esta epidemia, manifesté que no se habia introducido en Europa hasta 1830: ahora se verá con toda exactitud la épo- ca de sus invasiones, los lugares primeramente invadidos, y su duración en los países atacados. Moreau de jonnés ha publicado á principios de este año tees tablas que son las mismas que se insertan á continuación. He aquí laprimera. Pftises. Épocas de su intro- ¡jugares por Duración de su duccion. donde ha en- existencia. tradp. Imperio Ruso . . 13 de junio de 1830 Derbent.... 2 años b' meses Polonia........ Marzo de 1831... Horodlá.... lañolOmeseS Imp." de Austria 3 de mayo...... Tarnopol.... 1 año 8 mtses Prusia........ 27 de mayo..,.,. Plau........ laño 7 meses Turquíaeuropea Julio.,....,.,,, Roustchoult.. laño 6 meses Alemania....., 7 de octubre..,, Hamburgo... 1 año 3 meses Gran-Bretaña.. J3 de octubre.... Sunderland... laño 3 meses Francia....... J5 de M.» de 1832 Calais....... .... 10 meses gelgica........ 21 de abril...... Courtrai........ 9 meses Holanda,.,... 25 de junio...... Scheyeling.,, .... 6 meses Para la mejor inteligencia de esta tabla conviene ad- vertir, que el periodo que se señala á cada una de las inva- siones, no es el de la duración absoluta del cólera en cada uno de los países atacados, sino el del tiempo corrido en algunos de ellos desde el principio de la invasión hasta ene- ro de este año, fecha en que escribía Moreau de Jonnés. Hago esta advertencia, no solo porque este autor dice que todavía reinaba en aquel mes en algunas ciudades de Fran- cia y en otras partes del norte de Europa donde las auto- ridades ocultaban su existencia, sino porque yo mismo he leído en gacetas inglesas de este año, que el cólera habia continuado y reaparecido en las islas británicas, y particu- larmente en Irlanda. Es asunto de gran momento el saber si repetirá en Europa lo mismo que en Asia. El tiempo es todavía muy corto para decidir, puesto que desde su primera irrupción basta la fecha apenas han corrido tres años, y el resultado de 1833 influiri mucho en la resolución de problema tan importante. Mientras llega tan fausto ó funesto dia, con- I? sofamonos con saber, que invadido el norte de Europa en IbJi) y 18-íi, la epidemia no ha hecho nuevas irrupciones en aquella dilatada región ; y que en las capitales de San Pctersburgo, Moscow y Varsovia desapareció absoluta- mente desde 1831. Moreau de Jonnés observa que comparando la tabla anterior con la duración del cólera en el Asia, no podrá menos de notarse, que al paso que se va separando de su origen, y estendiéndose al oeste, el período de su existen- cia va siendo mas y mis corto. Aunque la observación es cierta en general, con t<»do, no es tan exacta como se su- pone, porque de la misma tabla aparece que siéndola Po- lonia, Prusia y Austria paises mas occidentales que la Tur- quía Europea, en esta habia durado rmnos que en aquellos. Las islas británicas son la nación mus occidental de la Eu- ropa, y aunque fueron invadidas desde octubre de 1831, todavía en enero de este año existia en varios pueblos de Irlanda: pero la Bélgica y la Holanda que están mas al orien- te, fueron visitadas, aquella en abril y esta en junio de 1832; y en verdad que á los pocos meses de su invasión ya no se hablaba de cólera en ellas. La duración de cada una de las irrupciones del cólera en las ciudades de Europa es generalmente mucho mas lar- ga que en Asia. Así se comprueba con la tabla siguiente. Dias. Dins. Edimburgo.......... 323 Arcángel............ 110 Paris................. 283 Hamburgo........... 107 Glasgow............. 277 Bruselas............. 102 Dublin..............250 Sheffield............. 100 Londres............. 250 Moscow*............ 100 Varsovia............. 230 La Haya............ 80 Wilna.............. 227 Rotterdam........... 72 Hull................ 200 Amsterdam.......... 65 Berlin............... 164 Praga, prim.a irrupción. 45 Abo................ 150 segunda ídem.. 122 Viena, prim.a irrupción. 140 Revel.............. 50 segunda idem.. 120 Magdeburgo......... 41 Gante............... 140 Memel.............. 40 Konigsberg.......... 133 Lubeck............. 35 Dantzick............ 132 Roulers (Bélgica..... 27 Stettin.............. 130 * Asi lo dice Moreau de Jonnés; pero la Revista trimestre de Londres asegura que duró cinco meses. 3 18 Esta tabla manifiesta'que Edimburgo es la ciudad de Europa donde el cólera ha durado mas, y Roulers en la que menos. Por consiguiente, la escala que ha corrido la duración de la peste en las ciudades de Europa, varía des- de 27 hasta 323 dias: esto es, desde poco menos de un mes hasta mas de diez y medio. En las villas y pueblos de Europa y particularmente en las ciudades invadidas en vísperas de invierno ha cesado pronto: pero en las po- pulosas y con muchas comunicaciones ha prolongado su existencia, pues regularmente no ha desaparecido antes de cien dias. Moreau de Jonnés ha sacado el término medio de la duración del cólera en las ciudades principales de cada nación europea invadida por este malj y el resultado apa- rece en su tercera y última tabla. Dias. Dias. En Rusia............ ICO En Inglaterra........ 130 En Polonia.......... 70 En Escocia.......... 100 En Austria........... 100 En Irlanda........... 18Q En Prusia............ 100 En Bélgica.......... 90 En Alemania......... 80 En Holanda.......... 70 Los fenómenos que en su duración presenta el cólera en Asia, Europa y América no se pueden esplicar de un modo satisfactorio. Vésele en Asia con una tendencia á perpetuarse, pues que repite con frecuencia sus ataques haciéndolos anualmente en algunos parages; mas al mismo tiempo se observa que quiere alejarse, porque pronto se retira de los pueblos invadidos. En Europa al contrario parece que quiere ausentarse, porque en los países que ha abandonado una vez, no se ha vuelto á presentar; mas por otra parte se empeña en permanecer, prolongando su du- ración en las ciudades invadidas. ¿Porqué en las del Asia, donde hay nv nos policía y conocimientos y donde el cólera tiene tanta fuerza, se detiene muchísimo menos que de Europa donde hay tantos recursos Dará rnmKnt;._ en las de Europa donde hay tantos recursos para combatir- le, y donde no presenta en general un carácter tan atroz? Al contemplar esta diferencia, el entendimiento lucha por encontrar su causa, y se ve como impelido á decir, que que- brantadas por el poder humano, prro no destruidas las fuer- zas de la epidemia, esta va disputándole el terreno y ar- raneándole por grados las víctimas que pretende libertar: mas en Asia, cuyos hijos son tan inferiores á los de Euro- pa, el mal no tiene contrario, y entregado á su furor, cor- re pronto sus períodos, llegando en breve á su término. Pero esta razón no cabe, cuando se reflexiona lo que ha sucedido en América. Ya hemos visto cuan rápidamente han pasado sus irrupciones en Quebec y Montreal; y en los Estados-Unidos donde las luces están tan derramadas, donde hay mas policía que en casi todas las naciones de Europa, y donde la masa del pueblo vive con mas comodi- dad que en todas ellas, la duración de sus ataques en las ciudades populosas ha sido muy corta con respecto á las de Europa. ¿Porqué pues tanta variedad? Ni el clima, ni el terreno, ni el género de vida, ni la ilustración de los pueblos, nada puede resolver el enigma. Mil dificultades asoman la cabeza por todas partes, y confundida la mente humana, no palpa sino tinieblas. ¿Mas se perpetuará el cólera en el mundo, ó desapare- cerá dentro de algún tiempo? Nadie puede resolver esta cuestión. De las pestes que han invadido á los hombres en *1 trascurso de los siglos, la viruela, el sarampión, la pla- ga, la sífilis se han trasmitido de generación en generación, y convertídose en funesto patrimonio de la especie huma- na. Pero otras han desolado la tierra por algún tiempo y desaparecido después, ó para siempre, ó para volver á visi- tar á los mortales en otra época muy remota. A cual de estas especies pertenezca el cólera, reservado está en los profundos designios de la Providencia. Influencia del colera en las castas, sexos, edades, y diferentes estados de la vida. Todas las escepciones que hasta aquí se han hecho acerca del cólera, han sido desmentidas por su misma his- toria. Nada hay mas falible que las reglas y proposiciones absolutas que se quieren establecer en una enfermedad tan caprichosa: asi es, que los seres que han sido respetados en un pais, en otro han sido víctimas. Gastas.—Habiendo el cólera recorrido ya las cuatro partes del mundo, todas las razas de que se compone la especie humana, han estado sometidas á su influjo, no solo en su pais natal, sino también en estraño suelo. En Asia han perecido indistintamente los naturales y los europeos. 50 -, En Europa han suio sacrificados muchos de sus hijos, fcn África, esto es, en el Egipto, han muerto los nativos a mi- llares, habiendo sucumbido también algunos europeos re- sidentes. Lo mismo ha sucedido en las islas de t rancia y de Borbon; y cuando el cólera atravesó los mares, y se pre- sentó en elNuevo-Mundo, los europeos y los americanos ya blancos, ya negros fueron atacados en Q,uebec, Montreal, Norfolk, Nueva-Orleans y en otros pueblos del Norte-Amé- rica. Entró la epidemia en la isla de Cuba ¿y qué es lo que hemos visto en ella? Hemos visto al blanco y al negro, al habanero y al europeo, hundirse juntos en la huesa. Pero en medio de la generalidad con que este azote descarga sus golpes, todavía se conoce que hay castas me- nos perseguidas. El mal parece que respeta hasta cierto punto á, los europeos y sus descendientes, pero que se en- carniza contra los asiáticos y africanos. ¿Y nacerá tan notable diferencia de una predisposición funesta que la na- turaleza ha dado á estos últimos? ¿Será que la suma de conocimientos que posee la raza europea le proporcio- ne ventajas sociales con que hacer frente á la enfen medad, y ya que no puede destruirla, puede á lo menos de- bilitarla? Para graduar con exactitud el influjo de ambas causas, seria preciso someter á los asiáticos y africanos ba- jo las mismas circunstancias en que viven los europeos: pero como esto no es asequible, debemos atenernos á con- geturas mas ó menos fundadas. Que los climas de Asia y de Europa son diferentes, nadie lo negará; y si es verdad que esta causa influye poderosamente en modificar las enfer- medades, se convendrá también en que aun prescindiendo del distinto grado de ilustración en que se hallan ambos continentes, la constitución física debe influir ya en favor ya en contra de los individuos. Se sabe que cuando el có- lera entró en Calcuta la vez primera, respetó á los europeos, y aunque al año siguiente los invadió, parece que les tuvo alguna consideración. No pretendo sacar de aqui ninguna consecuencia favorable para ellos, pues su corto núm< ro en proporción á los indios, su género de vida y sus recursos pueden esplicar muy bien la diferencia que se notó. Por otra parte, hay hechos contrarios que casi destruyen las razones que pudieran alegarse en su abono como favoreci- dos del clim^. El ejército del general Kastings perdió en pocos dias millares de ingleses, y los reveses que han es- jperimeutado en la India otros cuerpos europeos, claramen- te dan á entender, que aunque la fatiga de las marchas pro- penda a su mortandad, el europeo cuando no está auxiliado por las reglas de higiene, sucumbe lo mismo que el asiático. Triste observador de los estragos del cólera en la raza africana, puedo hablar de ella con mejores fundamentos que de la asiática. No cabe duda en que parte de la mor- tandad que ha esperimentado en nuestro suelo, proviene de la escasez é inmoralidad en que vive gran número de ellos: pero cuando se reflexiona que muchos asi libres co- mo esclavos gozan de mas comodidades que un número considerable de blancos, y que en medio de la juventud y -robustez y de todos los auxilios que sus familias ó sus amos les han prodigado, han sido cruelmente sacrificados por la enfermedad, la razón tiene que sucumbir á la evidencia de los hechos, y confesar que en la constitución de la raza afri- cana parece que hay un principio predisponente para el có- lera. Pero todavía este m; 1, como si se complaciera en que- brantar todas las reglas que se le quieren prescribir, viene á ofrecernos una anomalía aun en su misma raza favorita. Se nos dice por los autores, que el cólera generalmente se ceba en las personas d, biles y achacosas: asi lo hemos vis- to aquí; pero también hemos observado,-que cuando ha in- vadido los ingenios, muchas y muchas veces ha sacado sus víctimas de lo mas florido de los negros, dejando ilesos á los que por sus años y mísera consideración ya la muerte reclamaba. Soy el primero á reconocer el poderoso influjo de la ilustración: pero aunque por tal le tengo, no me parece muy exacto erigir en principio como algunos lo han hecho, que cuanto mayor es en un pueblo , tanto menor es el nú- mero de individuos atacados, y al contrario. Grande, incalculable es el poder de la ilustración ; pero medir por él solo los estragos de una peste, prescindiendo del in- flujo del clima, de las localidades y de un cúmulo de cir- cunstancias que reagravando á veces el mal, suelen ser en- gendradas por esa misma ilustración , es cerrar los oidos á las voces de la esperiencia. ¿Son los Húngaros y los hijos de la Galicia austríaca menos civilizados que las hordas casi salvajes que pueblan muchas provincias de la Rusia? Y si no es así ¿porqué la epidemia fue mas cruel entre los primeros que no entre los segundos? ¿Es Paris menos ilustrada que las demás capitales del continente europeo? ¿No saca por el contrario grandes ventajas á casi todas ellas en punto á ilustración, y mucho mas en materias de medicina? Y en- tonces ¿porqué trastorno de principios la epidemia ataco y mató proporcionalmente hablando mas hombres en París que en Viena, Berlín y otras capitales de Europa? ¿Hay en Nueva-Orleans y en la Habana menos luces esparcidas, que en muchos de los pueblos centrales de Europa? Y si tal no es ¿porqué ha sido la peste tan benigna con ellos, y tan cruel con los Orleaneses y los Habaneros? ¿No se ha vis- to con frecuencia que á los mismos pueblos del Asia suje- tos á sus repetidos ataques, el cólera á veces los ha ataca- do ligeramente, y otras los ha despedazado con furor? ¿Y podran estos contrastes esplicarse por solo el influjo de la ilustración? Verdad es que esta facilita grandes recursos en todas las calamidades; pero de aquí no se sigue necesariamente la pronta aplicación de sus medidas redentoras. Para esto se requiere actividad y patriotismo; y si faltan estos ele- mentos de la felicidad social, bien puede ser, como des- graciadamente sucede, que un pais de menos saber tome mejores medidas sanitarias que otro que raye en el zenit de las ciencias. Convengamos pues, en dar á la ilustración to- do lo que con razón se la debe, pero nunca estendamos su imperio hasta una esfera donde no alcanza. Sexos.—Generalmente se ha observado, que el cólera ataca mas á los hombres que á las mugeres. Esto no se pue- de atribuir á la desproporción de los sexos, porque aunque según los censos de muchos países nacen mas hombres que * mugeres, estas en el discurso de la vida esceden en núme- ro á aquellos. Los recios trabajos, las guerras, los naufra- gios, y las penas capitales que casi siempre recaen sobre el sexo fuerte, menguan constantemente la población mascu- lina, y dan muchas veces á la femenina una preponderan- cia numérica. Sin pretender generalizar esta proposición, basta saber que es cierta respecto de casi toda la Europa, que es cabalmente donde los estragos del cólera se han observado con mas certidumbre que en Asia. Atendiendo pues, á la diferencia numérica de los sexos, la mortandad de los hombres lejos de ser mayor debería ser menor que la de las mugeres. Prescindase, si se quiere, de toda diferencia numárica; concédase ademas que no solo nacen sino que también existen en todos los países mas hombres que mugeres : esto todavía dista mucho de la esplicacion dol fenómeno; porque siendo aun entonces muy corta la des- 23 proporción de los sexos, ía mortandad también debería ser- lo; y á la verdad que las tablas necrológicas dan una enor- me diferencia. En Astracán se observó que fueron ataca- das muy pocas mugeres aun con respecto á lo que comun- mente sucede: mas en Oremburgo ocurrió todo lo contra- rio, pues ellas fueron las mas espuestas á los rigores de la en érmedad; y en San Petersburgo hubo también en propor- ción á los sexos mucho menos hombres muertos que muge- res. Prescindiendo de estas y otras escepciones que pueda haber, es positivo que la enfermedad tiene cierta tendencia á invadir á los hombres mas que á las mugeres. Si esto pro- viene del distinto temperamento de los sexos, ó del gé- nero sosegado de vida de ellas, ó de ambas causas reuni- das, son cosas que se infieren, pero que no se saben con certeza. Recorriendo la historia de las pestes, el mundo presenta fenómenos contradictorios. Gentilis hace mención de una que apenas tocó á las mugeres, dirigiendo casi siem- pre sus ataques contra los hombres robustos. Botero refiere otra que solamente invadió á los jóvenes. Dionisio de Ha- licarnasio habla de otra que solo atacó á las solteras. La peste que sufrieron los rusos en 1738 respetó á los niños que no pasaban de ocho años; pero asaltó particularmente á las muchachas que habían entrado en la pubertad y á las mugeres embarazadas: siendo muy digno de notarse, que no eran invadidas, cuando no escedian de tres meses: pero de 1 is que estaban mas adelantadas, abortaron y murieron mu- chas. Edades.—Como el cólera ataca indistintamente á los adultos de todas edades, no debe hacerse mas diferencia que respecto de los niños, en quienes se observa general- mente que hace menos estragos. Brusseais dice, que la epi- demia los ataca, cuando sube á un grado muy intenso, y asi ha sucedido en la Habana, pues no empezaron á morir hasta que tom mucha fuerza. En algunos parages de Eu- ropa, han sido á veces mas, á veces menos. En Dan'zick ca- si la mitad de los muertos fué de personas que no llegaban á catorce años. En Francfort perecieron mas de dos ter- cios, pues de cada 33 muertos, 24 eran niños. De estos se compuso la quinta parte de la mortandad general en Ber- lín, y la sesta en Po-en. Clases y profesiones.—La gente pobre asi por su mu- chedumbre, como por ia falta de recursos, ya para preca- verse y curarse, ya para huir de los lugares infestados, es 24 f a que en general sufre mas el rigor de la epidemia. Hay sin embargo países donde los ricos han sido mas persegui- dos: asi sucedió en Dantzick cuya población fué atacada en todas sus clases; y también en Viena, cuya mortandad entre los ricos y nobles fué estraordinaria en proporción á su número. Los médicos y los asistentes de los hospitales, á veces han sufrido mucho, como se verá mas adelante, y á veces muy poco ó nada. Los zapateros y tejedores fueron de las clases que mas sufrieron en Konigsberg. Los alfareros de Posen tuvieron mayor mortandad respectiva. Los empleados en la cons- trucción de pozos, en las preparaciones mercuriales, y los carboneros que se creyeron exentos del cólera, han perdi- do el privilegio que se les quiso dar, pues han sido ataca- dos como las demás clases. Respecto de los carboneros y caleros tenemos en la Habana repetidos ejemplos, asi en los blancos como en los negros: y aun algunos han sido atacados en el acto mismo de apagar la cal. Aun las per- sonas empleadas en la estraccion del gas cloro y en hacer sus preparaciones han esperimentado algunas veces los ri- gores de la epidemia. Los militares ingleses é indígenas han sufrido mucho en la India; pero en Europa ordinariamente ha sucedido lo contrario respecto de las tropas europeas. Parece á primera vista que no debiera acontecer asi, porque viviendo amontonados, y dándose muchos sol- dados á vicios que se consideran como los mejores predis- ponentes para contraer el cólera, ellos debieran ser los mas perseguidos; pero el hecho es que generalmente salen mejor librados que muchas de las otras clases de la sociedad. Sin duda influye en esto, la regularidad de sus comidas, y la severidad de la disciplina militar, pues esta hace cumplir estrictamente todas las medidas sanitarias que se crean conducentes para su preservación. Esta causa deriva mu- cha fuerza de lo que sucedió en Berlin y en otras ciudades de Europa, donde se observó durante la epidemia, que el número de enfermos y de muertos era mayor en los martes miércoles y jueves que en los demás dias de la semana, á' consecuencia de los desórdenes que cometían los operarios los domingos y los lunes. Con todo, en algunos parages no ha dejado la tropa de padecer, pues en Konisberg, la par- te décima tercia de los enfermos, y la décima octava de Jos muertos fueron, militares: y en Dantziqk, pertenecían 2§ á esta clase, la quinta parte de los enfermos, y la séptima, de los muertos. Las personas dadas á la bebida estín muy espuestas á ser atacadas del cólera, y en todos los países donde abunda su número, ha perecido gran parte. Aquí en la Habana donde felizmente la embriaguez no es vicio popular, no he- mos tenido hechos suficientes para decidir si los ebrios han muerto en mayor porción que los que pertenecen á otras secciones del pueblo: antes parece, que atendido &u núme- ro, que sin duda es muy corto para una ciudad de mas de cien mil almas, perecieron menos de los que debieron mo- ijir según las reglas generales. A mí siempre jne ha llamado la atencion; que en la Gran-Bretaña y en los Estados-Uni- dos del Norte-América, donde el vicio de la bebida reina en la misa del pueblo, los estragos del cólera hayan sido me- nores que en otros paises donde no se consumen tantos li- cores. No ignoro que la epidemia ha sacrificado allí á mu- chos ebrios; pero al mismo tiempo observo, que sus ataques no guardan proporción con el total de su población, ni tampoco con el del número de personas entregadas á la be- bida. Asi me parece, que aunque la buena policía y gobier- no de aquellas dos naciones son contra-causas poderosas que neutralizan los desórdenes que acarrea la botella en la epi- demia del cólera, todavía se ha dado al uso de los licores una influencia exagerada, pues que al hablar de ellos se prescinde de la varia acción que ejercen los climas y del distinto temperamento que estos y otras causas producen. Acaso se han confundido los males de la bebida en si con las miserables consecuencias que arrastra; pero si estas se separaran de aquella, para poder apreciar su ver- dadero influjo, quizas se encontraría que llevo algún fun- damento en las dudas que propongo. Influencia del colera en los animales La acción mortífera de esta enfermedad se ha esten- dido también á ellos en algunos paises. En muchos go- biernos de Rusia y provincias de Polonia, y en toda la Galicia austríaca perecieron millares de bueyes, vacas y caballos. Lengua negra y muy hinchada, sed ardiente y diarreas de color negro, tales eran los síntomas de la en- fermedad en estos animales. En Prusia murieron muchos pollos y pichones; y en Berlín muchos estanques quedaron 4 *6 T * < sin los peces que los habitaban. En Liverpool se noto que desaparecieron casi todas las moscas, y en las cercanías de París murieron muchas aves. Según dice Ranken, se ob- servó en algunas partes del Asia donde reinaba el co- lera, que los camellos y cabras eran atacados de violentas diarreas. En una de las últimas invasiones del colera en la provincia de G.ulan perteneciente á la Persia, todos los huevos de los gusanos de seda fueron destruidos. En la Habana y en algunas haciendas vecinas, han muerto aun- que en corto número, algunos caballos, perros, gallinas y otras aves; siendo de advertir que algunos de estos anima- les murieron antes de haberse declarado la epidemia en la especie humana. Estos hechos guardan semejanza con los de otras pestes que han invadido también á hombres y ani- males. En el cólera se ha observado que los animales do- mésticos han sufrido mas que los salvages; y la diferencia puede consistir, ya en el género de vida de unos y otros, ya en que viviendo los primeros en los recintos infestados por el hombre, están mucho mas espuestos que los segundos á la acción mortífera de la peste. Congeturas sobre las causas del colera. Todas las que se han hecho hasta aquí, se pueden re- ducir á la tierra, á la atmósfera, y á los astros. Las exami- naré una por una, á fin de que se conozca que nada es mas fácil que precipitarse en el error, cuando se corre en pos de la verdad. Emanaciones de la tierra. Piensan algunos, que exhalando esta ciertos efluvios ó vapores, ha dado origen al cólera. Cuando hablan de va- pores, entiéndase que no se contraen á los que emite la tierra continuamente de su superficie, sino á otros veneno- sos que arroja de sus entrañas; y les parece que confirman su opinión, trayendo ejemplos de algunos paises donde se han sentido terremotos á tiempo de ser visitados por el có- lera, como dicen que sucedió en la India en 1820, en la Arabia en 1822 y en la Siria en 1823. En cuanto á los vapores, lo primero que ocurre inqui- rir es ¿quién ha probado su existencia? Y dado que existan resta todavía averiguar, si tienen la propiedad que se les 27 atribuye, porque la coincidencia de dos cosas no es razón concluyente para que una se suponga causa de la otra. Los terremotos que se mencionan por algunos parti- darios de esta opinión, prueban cabalmente lodo lo con- trario. Tembló la tierra en la India en 1820; ¿pero no apa- reció el cólera en ella desde 1817? Tembló en la Ar bia en 1822 ¿pero no se presentó en ella desde el verano de 1S21? Tembló en la Siria en 1823 ¿pero no estalló en tila desde 1822? Si los temblores hubiesen precedido á la apa- rición del cólera, ya tendrían alguna disculpa: pero ha- biendo sido muy posteriores á ella, no cabe razón que los justifique. Y sí esto no bajta para convencerlos ¿porqué Jos paises perseguidos de terremotos, y que por lo mismo están mas espuestos á la exhalación nociva de los internos efluvios de la tierra, no han esperimentado todavía la epi- demia á pesar de haber recorrido ya gran parte xlel mundo en el transcurso de diez y seis años? ¿Hay por ventura por- ción alguna de nuestro globo mas agitada en sus entrañas por la fue.rza de los terremotos, que la América española? ¿Y se ha presentado el cólera por eso en alguna de sus di- latadas regiones? La Islanda y otros paises del septentrión que coronan la tierra con los tremendos fuegos que arro- jan de -sus volcanes ¿porqué no han esperimentado ya la funesta visita del atroz enemigo que nos devora? Y en sen- tido contrario ¿porqué han caído bajo su azote algunos paises donde nunca ó rara vez tiembla? ¿Porqué Francia, sin preceder ni acompañar ningún temblor, fué invadida del cólera en marzo de 1832, y su pais vecino la Italia, donde se sintieron en el mismo mes y año, ni entonces ni después ha sido atacada? ¿Porqué fué á buscar para su cuna un sue- lo bajo y anegadizo, y no los áridos y encumbrados terre- nos, espuestos continuamente á las concusiones de la na- turaleza? ¿Porqué no ha ido á fijar su mansión en los paises mineros donde las entrañas de la tierra son un labo- ratorio constante, y donde las materias que en ella se en- cieran, tienen tantos respiraderos por donde desahogarse? Mas aun prescindiendo de estas consideraciones, yo no puedo concebir como proviniendo el colera de emana- ciones terrestres, sea tan lento en su carrera. La velocidad de un temblor es prodigiosa, y en una hora se propaga á largas distancias. Los efluvios que originan el cólera, de- ben salir entonces por cuantos conductos encuentren, é infestando repentinamente un gran espacio, el mal habría 2- de atacar en cin mismo dia á muchos parages distantes en- tre sí ¿Pero ts esto lo que sucede? ¿No vemos que invade Un pueblo, y que alli permanece días y semanas sin tocar á ninguno délos puntos inmediatos? ¿Cerno puede espigar- se, que la tierra vaya arrojando sus hálitos venenosos con tanta lentitud y en tan cortos espacios, que atacado hoy un punto, otro cercano no lo sea hasta de aquí á diez dias, otro que le sigue hastaAjuince, y así sucesivamente? Con- fieso que cuanto mas jflenso en esta materia, tanta menos entrada puedo darle en el plan de mis ideas. Pues que ¿los terremotos y las erupciones que hoy presenta la tierra, son nuevos en la naturaleza? ¿Han producido por ventura en otros tiempos los males que hoy afligen á la especie huma- na? Y si pueden producirlos ¿qué anamolia, qué trastorno general ha sucedido, que en medio de la diversidad de ma- terias que componen las distintas regiones de nuestro glo- bo, en todas, en todas ellas se estén exhalando 16 años ha vapores de una misma naturaleza, pues que no hay lugar donde no produzcan los mismos efectos, y exhalándose de un modo tan lento é incompatible con las violentas causas que debieran arrojarlos? Atmosfera. Aunque esta causa opera en el hombre de varios mo- dos, y es origen fecundo de muchas enfermedades; su in- fluencia debe limitarse á los casos que apoya la razón y demuestra la esperiencia. Que modifique los efectos del cólera, ya aumentándolos, ya disminuyéndolos, bien enten- dido lo tengo: pero que sea la causa primaria de donde naz- ca la enfermedad, he aquí lo que no puedo admitir. Exa- minemos la cuestión por partes, y veamos el grado de fuer- za que merece. Calórico, ó temperatura atmosférica.—Sise consultan las observaciones termométrícas hechas en varios paises antes y al tiempo de reinar el cólera, no se encuentra nada que justifique la congetura de qiie esle agente sea su causa. Si nace del mucho calórico, sus estragos debieran limitar- se á los paises muy calientes, reapareciendo en las épocas calorosas. Si proviene de una baja temperatura, entonces debiera reducirse á los lugares frios Ó templados, invadién- dolos en el invierno. Pero la enfermedad ataca en todos tiempos y á todos los paises; y su historia nos enseña que si en la India causó grandes desastres á los 106 grados del ter- rre metro de Fahrenheit, en Java casi a los 100, y en Mas- cate á los 122, sus fuerzas no se quebrantaron en las frias montañas de Himalaya, ni en las regiones heladas de la Ru- sia. No hay en la naturaleza una causa mas constante que el calórico, y espuesto siempre el hombre á su acción, es muy entraño que esas mismas afecciones á que tan acostum- brado esta, hayan venido á producir en la presente centuria un efecto tan singular. A despecho de las temperaturas, la enfermedad corre sus períodos, y entre los muchos que pu- diera citar, limitóme á los dos siguientes. En Varsovia hu- bo en abril con una temperatura baja mas muertos que nun- ca, y en julio con otra mucho mas alta, menos que en abril, pero mas que en los meses intermedios. En la Habana em- pezó con una temperatura algo templada, esta se mantuvo casi uniforme durante los primeros dias, pero el mal se au- mentó. Reventó después un noroeste, bajó y subió el ter- mómetro, mas el cólera á pesar de estas mudanzas, cre- ció mas y mas cada vez. Llegó por fin á su punto mas alto, empezj á disminuir, y aunque la temperatura aumentaba con los progresos de la estación, la epidemia seguía decli- nando. Concédase pues, que el calórico no es el principio creador de esta enfermedad; pero reconózcase al mismo tiempo, que modificando su causa, á veces influye en au- mentar, y otras en retardar y aun impedir sus progresos, pues en algunos parages ha enfrenado su furor durante el invierno, y en los paises asiáticos donde se ha hecho endé- mico, repite sus ataques desde abril y acaso antes, hasta la entrada de los frios. Pero esto no es tan constante como algunos pretenden, porque en Rusia continuó sus destrozos durante el invierno; y en el de 1831 á 1832 se fue acercan- do á las fronteras de Francia, en tales términos que ya en febrero habia llegado junto alas márgenes del Rin. En la Gran Bretaña atacó en octubre, y siguió estendiéndose por todas partes, sin que los frios pudiesen contenerla. Peso atmosférico.—Las observaciones barométricas no indican que este haya aumentado ni disminuido; y to- das las que se han hecho en varios paises desde la apari- ción del cólera hasta la fecha, dan las fluctuaciones medias de costumbre. Si se dice, que aunque el barómetro indica estas variaciones, no por eso se infiere que el hombre deje de sentirlas^ entonces es menester que se esplique, ¿como 30 estando acostumbrado á esperimentar otras mucho mayo- res, pues que en los paises situados fuera de los trópicos 1a escala barométrica marca en sus oscilaciones una diieren- cia de dos y tres pulgadas, como, repito, puede sentir la ma- quina humana aquellas que son tan ligeras y no estas que son tan considerables? Que fluctuaciones barométricas de gran momento no produzcan en el hombre efectos notables, y que otras imperceptibles le arranquen la vida, es uno de aquellos milagros que la naturaleza rechaza , y la sana ra- zón condena. Lo cierto es, que ora suba, ora baje el ba- rómetro, el cólera invade, mata y se retira; y que ni lof va- lles profundos donde el aire pesa mucho, ni la cumbre de las montanas donde pesa poco, se escapan de este azote universal. Humedad atmosférica.—Si el cólera solamente hubie- se atacado los climas húmedos, ya entonces habría algún indicio para atribuir á ella su origen: pero cuando aparece en los tiempos mas secos y en los lugares mas áridos, es pre- ciso convenir en que fuera de la humedad hay una causa que produce la epidemia. Cualquiera que sea el estado hi- grométrico de un pais, no por eso se ha libertado de la in- vasión del cólera. En las regiones ecuatoriales donde la evaporación media anual es de 80 pulgadas, en los paises tropicales del Asia donde es de 70, y en la Rusia donde so- lamente es de 20, en todos ha causado indistintamente gran- des estragos. Y para no dejar entre nosotros ninguna du- da, nos atacó en los meses mas secos del año según aparece de las tablas meteorológicas impresas al fin del número oc- tavo de la Revista Cubana, y de las luminosas y profundas observaciones que por encargo del Escmo. Sr. D. Mariano Ricafort hizo acerca de ellas D. José de la Luz, las cua- les se han insertado también en las páginas de ¡a misma Revista. Si la humedad es la causa primaria del cólera ¿porqué no ha existido desde siglos anteriores? ¿porqué no siendo ya. el clima de la isla de Cuba tan húmedo como en los tiem- pos pasados, el cólera aparece ahora por la vez primera? ¿porqué no nació en los lugares pantanosos y enfermizos del interior y de las costas poco pobladas? ¿porqué nos invadió en la estación mas seca del año, sin aguardar á que las abundantes lluvias humedeciesen nuestra atmósfera v re- mojasen nuestros sedientos terrenos? Cuando se observa. que han sido respetados de la epidemia general paises hú- 31 medos donde reinan enfermedades, hijas peculiares de la hu¡nedad, como sucede en Roma y otras partes con la Ma- laria ó fiebres intermitentes; cuando se observa que en la m.-ma India existen parages donde estas fiebres son mor- tíferas, y que el culera, ó no repite en ellos sus ataques, ó si los hace, no es con tanta fuerza como en otros secos: cuan- do se observa en fin, que reinando el cólera en una nación, como aconteció en Prusia, hubo en setiembre de 1831 pue- blos con fiebres intermitentes, pero sin colera; otros con ella, pero sin fiebres; y otros con las dos enfermedades á un tiempo, es forzoso concluir que la cruel epidemia del siglo diez y nueve no trae su origen de la humedad atmos- férica, ni tampoco de las fétidas exhalaciones de los sitios pantanosos. Absteniéndome pues de hacer nuevas reflexio- nes, me contentaré con trascribir lo que el Dr. Scott dijo en un informe al gobierno de Madras , en un tiempo en que aun no existían hechos tan claros sobre esta materia. „En las tablas meteorológicas, asi dice, se verá que las alturas medias del barómetro y del termómetro nunca va- riaron de una manera importante desde 1815 hasta 182L En 1817 la enfermedad no apareció. En 1818 se presentó en las pr.rtes mas setentrionales. En algunos parages el t'rmpo era entonces húmedo; en otros seco. ín algunos reinaban las lluvias periódicas ordinarias. El cólera pro- gresaba en todas situaciones, y no se estendió á los puntos mas meridionales hasta 1S19, cuando pudo decirse que las irregularidades de las estaciones anteriores ya habían per- dido sus efectos. Después de haber vuelto las estaciones á su orden regular, y mas últimamente después de haber pre- valecido un estado enteramente opuesto á el de 1818, esto es, una estación de una seca estraordinaria causada por la íalta de lluvias de los vientos del nordeste, el cólera des- graciadamente ha continuado todavía; esporádicamente en todas partes, y epidémicamente y con mucha severidad y mortandad en muchas de las tropas en marcha. Por tanto, si la irregularidad de las estaciones en 1817 y 1818 han da- do origen al cólera, concebimos que solamente puede ser de un modo indirecto y desconocido para nosotros, y su continuación, después de haberse originado una vez epi- démicamente, parece que no está unida en lo principal con ningún estado sensible del tiempo." Electricidad —Ved aquí la causa á que muchos atri- buyen el cólera-morbo; y aunque nadie esta mas dispuesto 32 que yo á reconocer el papel importante que este agente poderoso representa en la naturaleza, todavía no puedo seguir la opinión de los que asi piensan, pues que no exis- ten hechos ni sólidas razones en que apoyarla. Si reque- rimos las máquinas y los instrumentos inventados para des- cubrir y graduar la electricidad, el físico nos responde des- de su gabinete, que nada vé, nada observa en abono de tal congetura. ¿En qué pues se fundan entonces para afir- mar lo que no saben? Recorramos brevemente las razones que presentan. 1.a Dicen algunos que las máquinas eléctricas no se cargan en tiempos coléricos» Equivócanse enteramente, pues se cargan lo mismo que en tiempos no coléricos; y si hay en esto alguna diferencia, proviene únicamente del es- tado mas ó menos seco de la atmósfera, y de otras circuns- tancias harto conocidas de los físicos. Mas quiero conce- derles que las máquinas no se carguen. ¿Qué se infiere de aquí? Infiérese según ellos, que la atmósfera tiene muy po- ca electricidad; y partiendo de este dato, se dan la enho- rabuena creyendo haber encontrado la causa de la enfer- medad. ¡Engañoso raciocinio! La máquina eléctrica cuan- do se carga, recibe la electricidad, no del aire sino de la tierra. Si se aisla enteramente de ella, cesan al punto los fenómenos eléctricos que produce; si se restablece la co- municación, renacen al instante los efeCfcos interrumpidos: luego el aire no es quien provee á la máquina de electrici- dad; y no proveyéndola, la abundancia ó escacez del flui- do eléctrico que contenga, poco ó nada influirá en el es- perimento á que se refiere. No niego empero por esto que el aire deje de influir muy directamente sobre las maquinas eléctricas; pero esta acción es conservadora y no proveedo- ra: se reduce á mantener por medio de su sequedad y pe- so la electricidad acumulada en el conductor de la má- quina. De aquí es que cuando una bien acondicionada no se carga, la nulidad ó debilidad de sus efectos debe atri- buirse á la humedad y poco peso de la atmósfera, pero no á la falta de electricidad en esta. 2.a El cólera ataca los parages húmedos y pantanosos. Esto, en concepto de los partidarios del sistema eléctrico* es porque los vapores acuosos van cargados de electrici- dad, y puesta en contacto con el ser humano, produce el mal. ¿Pero no respeta á veces esos parages húmedos y pantanosos como veremos después? ¿No ataca también los 33 secos y aun los desiertos? ¿Las aguas corrientes y estan- cadas no han exhalado en todos tiempos vapores impreg- nados de electricidad? Y si asi ha sucedido, ¿porqué sola- mente ahora, y no en el transcurso de tantos siglos, se lia presentado la desastrosa epidemia? ¿No seria mas racional decir, que si el cólera es muy destructor en muchos paises húmedos, es porque la humedad desentona nuestra máqui- na, y la predispone a sentir los efectos de la causa oculta que produce el mal? 3.a Los vestidos de lana son muy saludables en los dias aciagos del cólera: conducen muy mal el fluido eléctrico; y como este es el principio que lo engendra , he aquí bien clara la utilidad de la ropa de lana, pues que impide que la electricidad se escape fácilmente de nuestro cuerpo. Tal es otra de las razones que alegan. Cierto es que los vestidos de lana son saludables; pero muy poco discernimiento se necesita para conocer que su virtud salutífera consiste en que preservan de la humedad atmosférica, en que abrigan muy bien el cuerpo, y en que manteniéndole siempre seco y en calor, la traspiración se conserva espedita; cosas que por esperiencia precaven de los ataques de la enfermedad. ¿Y saben los electricistas los errores á que los conduce su misma doctrina? Véanse aqui patentes. El primero es el pensar, que al hombre vestido de lana, la atmósfera no le roba la electricidad que la falta: pero teniendo al descubierto las manos y la cara, y estando el aire en contacto con estas partes, ¿no se esca- pará por ellos el fluido eléctrico para restablecer el equi- librio perdido? Figurémonos una barra de metal ú otro cuerpo conductor de la electricidad; supongamos que para impedir que la pierda, se le cubre de lanas, dejándole sin embargo desnudo por algún parage, ¿se piensa por esto, que si dicho cuerpo se pone en comunicación con otro se- diento de su electricidad, esta no se derramará, á pesar de aquellos ropages, por el punto que se dejó descubierto? Pues lo mismo con corta diferencia sucederia respecto del hombre. Consiste el segundo error, en que los vestidos de lana que se recomiendan como preservadores de la elec- tricidad humana, producirían un efecto contrario. ¿No mantienen el cuerpo en constante traspiración? ¿no com- prueba la esperiencia que los vapores alteran el estado eléctrico del cuerpo de donde salen? Y si lo alteran ¿no nos esponemos, como sucede en muchos casos, á que pier- da parte de su fluido eléctrico? Y perdiéndolo ¿no caen en abierta contradicción consigo mismos, recomendando co- mo preservador de la electricidad humana, lo que cabal- mente la arranca del cuerpo donde se quiere mantener? 4.a En algunas partes del cuerpo y principalmente en los pies y manos de algunos muertos del cólera se han ob- servado contracciones semejantes á las del galvanismo. Confieso que de cuantas razones se alegan, esta es la úni- ca que tiene algún fundamento: pero me parece que que- da muy debilitada, si se reflexiona: 1.° que las contraccio- nes solamente se notan en un corto número de cadáveres respecto al total de coléricos: 2.° que resta probar si son producidas por la electricidad, ó por otro estímulo que es- cita las partes que se mueven; y 3.° que aun cuando efec- tivamente procedan del fluido eléctrico, todavía no se in- fiere que este sea-la causa primaria de la enfermedad, pues muy bien puede acontecer, que siendo otro su origen, los efectos eléctricos que aparecen, sean el resultado del tras- torno general de la maquina y de la alteración de sus lí- quidos. Esto, y nada mas, creo que es lo que sucede. A juzgar por analogía, yo diría que esas mismas contraccio- nes que suelen observarse después de la muerte de algu- nos coléricos, prueban que la electricidad no es la causa inmediata del cólera. Los que sucumben heridos del rayo, caen en una inmovilidad absoluta, y los animales que el tísico y el químico sacrifican al golpe de sus aparatos eléc- tricos, no dan después de espirar ningún síntoma de vida. ¿Porqué pues no sucede lo mismo en todos los infelices in- molados por el cólera? Guardémonos, guardémonos de sa- car consecuencias sobre un punto tan incomprensible al hombre. La esfera de la electricidad abraza toda la natu- raleza. La atracción universal es quizas un efecto de ella ó quizas ella misma puesta en constante acción de un mo- do invisible para nosotros. Mas porque su imperio se es- tienda á tan anchos límites; porque nosotros no enten- damos los medios de que se vale para producir sus bran- des fenómenos-, ¿atinaremos con la verdad, suponiéndola autora de una epidemia que no puede esplicarse por los principios eléctricos? Los partidarios de esta opinión hablan vagamente de electricidad. No dicen si la atmósfera está cargada positi- va ó vitreamente, negativa ó resinosamente en los dias que preceden y acompañan el cólera. No prueban si la atmós- 35 fera comunica al hombre su electricidad, ó si por el con- trario la quita: en una palabra, nada fijan, ni nada cierto establecen. Mas para negar su influencia como causa efi- ciente de la enfermedad, basta contemplar que siendo los fenómenos eléctricos tan variables según las alturas y pro- fundidades de los paises, las estaciones y climas, la seque- dad y humedad de la atmósfera y de la tierra, y otras cir- cunstancias que todavía el hombre no sabe apreciar, el có- lera no se presentaría en todos tiempos ni en todas partes á despecho de una causa tan variable, y que á veces lejos de favorecer, contraría su aparición. Ora se considere la atmósfera en tiempos coléricos cargada de electricidad positiva ó negativa, ora pasando repentinamente de un es- tado á otro, y produciendo por esto tan estraña impresión en el ser humano; todavía no puedo concebir como el mal asalte tan en silencio, se fije en un punto por muchos dias, y haga sus nuevas irrupciones con tanta lentitud. Ningún cuerpo es mas veloz en su carrera que el fluido eléctrico, ni ninguno lucha con mas empeño por restablecer su equi- librio. ¿Y cómo suponer un trastorno tan estraordinario en sustancia tan poderosa, sin que las nubes se despedazen, arda el cielo en sus incendios, retumbe la tierra con sus rayos, y se estremezca la naturaleza? Pero lejos de presen- ciar tan terríficas escenas, una suave temperatura, un vien- to el mas apacible, un cielo claro y sereno, un aire seco y confortador, tales son los risueños indicios con que muchas veces se presenta la traidora enfermedad. Todo parece que respira entonces vida y alegría, y en medio del conten- to general esparcido por la naturaleza el hombre, solo el hombre miserable es víctima de la muerte. lientos.—Ninguna causa dista mas que esta del orí- gen del cólera. Recorriendo todos los vientos de la rosa niutica, no se observa que la epidemia sea compañera de ninguno en particular. Aquellos que se distinguen en un pais por sus buenas cualidades, aquellos que son el feliz precursor de la sulud y la vida, esos mismos han reinado por muchos dias; y lejos de poder atajar la violencia del enemigo, parece que le han dado nuevas alas para que mas se estendiese. Sin salir á lugares estraños, nuestra desola- da Cuba nos presenta ejemplos de tan amarga verdad. En- tró la peste, y pasaron algunos dias después de invadida la Habana, sin que sus estragos se sintiesen en Regla, Gua- nabacoa y otros pueblos inmediatos. Soplaban con frecuen- 36 cia las brisas mas agradables; bañaban todos esos puntos antes que la capital; sus habitantes empero vivían, cuan- do nosotros ruoriamos á centenares. Atácalos al fin el con- tagio, desarrolla entre ellos sus fuerzas, enérvase entre nos- otros, y cuando enmedio de estas alternativas volvemos los ojos para encontrar algún indicio en la mutación de los vientos, la esperiencia nos dice con voz muy alta que los sures secos de la estación y la brisa consoladora reinaban en todos esos lugares. ¿Y se podrá decir que procede del viento una enfermedad que reinando un mismo viento, aparece en un corto recinto, ya invadiendo unos puntos, ya retirándose de otros, ora encarnizándose aquí, ora perdien- do su furor allá? Cuando en la Siria y el Egipto soplan los vientos calientes del desierto, aquellos vientos venenosos que impregnados de gases nocivos llaman mofeta los ára- bes, todos los animales sometidos á su influencia esperi- mentan cu todas partes sus perniciosos efectos. ¿Porqué pues no sucede lo mismo respecto del cólera-morbo? ¿Porqué se detiene tanto en su marcha, y no sigue la rápida carre- ra del viento? ¿Porqué no se propaga siempre en su direc- ción, y no que muchas veces toma un rumbo contrario á su curso? No, no puede ser; la causa del celera-morbo no de- pende de los vientos. Alteración química del aire atmosférico.—Esta resul- taría si se aumentase ó disminuyese el número de sus prin- cipios constitutivos; ó si permaneciendo los mismos, varia- se la proporción en que se hallan. Que no se ha aumentado ni disminuido, ni tampoco alterado sus proporciones, apa- rece de !os diferentes análisis que se han hecho en varios lugares infestados. Viente y una partes de gas oxígeno, y poco mas de setenta y ocho de ázoe ó nitrógeno en volu- men con una corta cantidad de gas acido carbónico sujeta á variaciones , tales son los principios y la razón en que siempre se han encontrado en los valles profundos y en la cumbre de los montes, en el estío y en el invierno, en el ecuador y junto al polo, en el antiguo y en el nuevo conti- nente. A las orillas del Ganges, cuna fatal del cólera, se ha recogido y analizado el aire, pero se ha encontrado tan puro como el de los parages mas saludables. Cuando en abril de 1832 caian en París mas de ochocientas victimas por dia también se analizó el aire en los doce barrios de la ciudad- pero toda la delicadeza y sagacidad de los químicos fran- ceses no pudo encontrar la mas leve partícula estraña que. pudiese alterar su pureza. ¿Qué pues se infiere de aquí? ¿que no existen en la atmósfera, corpúsculos ó miasmas ca- paces de producir la enfermedad que padecemos? Dios me libre de sacar tal consecuencia. Cuando se contempla en la imperfección de nuestros sentidos, en la grosería de los instrumentos de que nos valemos para investigar la natura- leza, y en la prodigiosa divisibilidad de la materia, una jus- ta desconfianza debe presidir á todas nuestras operaciones; y lejos de afirmar que ciertos corpúsculos no existen en la atmósfera, debemos concluir que siendo inexactos nuestros medios de investigación, es muy probable, y en muchos ca- sos cierto que no hemos podido descubrir su existencia. Sé muy bien, que sin la intervención de corpúsculos ó mias- mas, los principios constitutivos de la atmósfera pueden por sí solos producir sensaciones estrañas y enfermedades, ya por un cambio de temperatura, ya por otras alteracio- nes que esperimenten ¿pero cuando se analiza el aire de las mortíferas llanuras de Cayena, y el de las inmediacio- nes de las lagunas Pontinas en Italia, y no se encuentra en él ningún corpúsculo que pueda indicar su estado de in- salubridad ¿quién podrá decir sin temor de equivocarse, que en aquella atmósfera no existe ningún vapor que se haya escapado á los recursos de la Química? La fetidísima at- mósfera de algunos hospitales y la de los cadáveres espues- tos al aire libre, ó encerrados de intento en una pieza, han sido también analizadas; pero ni se ha notado diminución en su cantidad de oxígeno, ni tampoco descubierto ningún corpúsculo estraño. Sin ser pues partidario de ninguna opi- nión, la esperiencia me autoriza á decir, que la atmósfera- contiene sustancias que se esconden á nuestros sentidos, y que quizá en estos principios ocultos yacen las semillas del mal que nos destruye. Bichos ó pequeños insectos venenosos.—Muchos si- glos antes de haberse inventado el microscopio, pensaron algunos que el aire contenia insectos que por su peque- nez se escapaban al sentido de la vista ; y á ellos atribu- yó Marco Varron el origen de las enfermedades. Sin dar á esta opinión tanta amplitud, algunos hombres de méri- to la han adoptado entre los modernos, atribuyendo las pestes á los insectos que á veces pueblan los aires; y cuan- do entre sus partidarios se cuentan Alessandri, Reaumur, y nuestro eruditísimo Feijoo; y en algunas universidades de Italia se ha sostenido que de-esos animalillos procede 38 la peste de Oriente, no debe causar estrañeza quede ellos se haga provenir también por algunos el origen del colera- morbo. Sin afirmar pues, ni negar lo que pueda ser, me li- mito á decir que no es improbable que asi sea. ¿Se duda de laexistencia de tales animalillos? Pues nada es mas posible. ¿Se inquiere el modo de trasmitirse? Pues nada es mas lacil, porque adheridos a las personas y efectos, pueden viajar con el hombre. Esto cuadra muy bien con dos hechos ya comprobados: 1 ; que independientemente de la dirección de los vientos y de otras afecciones atmosféricas, el cóle- ra invade y se estiendé en todos paises y estaciones: 2 ° que la epidemia siempre sigue las líneas de comunicación ya por agua, ya por tierra. Su propagación en los lugares in- vadidos, puede consistir en la reproducción de su especie; y la cesación del mal, tal vez nacer de su trasmigración ó muerte, pues hay insectos de corta vida. Si se me pregun- ta como dañan al hombre, puedo responder, que introdu- ciéndose por los poros, adhiriéndose á la superficie del cuerpo y derramando alguna sustancia venenosa, entrando por la boca ó la nariz en el acto de la respiración, asen- tándose sobre los alimentos que nos han de nutrir , ó mez- chndose con el agua ó con otros líquidos que hemos de beber. La invisibilidad ó estrema pequenez de estos insectos, nada prueba contra su existencia. Al hablar de la natura- leza química del aire, manif-sté cuan errónea es semejante opinión; y lo que entonces dije respecto de los corpúsculos inanimados, es también aplicable á los seres vivientes. El microscopio ha abierto un nuevo mundo á los ojos del hom- bre, y aunque la fuerza de este instrumento no puede re- velar á nuestros torpes sentidos los prodigios de la crea- ción, basta lo que nos enseña para que nuestro entendi- miento pueda formar alguna idea del inmenso poder de su autor. Malezieux descubrió con un microscopio unos anima- lillos veinte y siete millones de veces menores que un ara- dor. Lewenoeck observó otros, cuyo diámetro era mil ve- ces mas pequeño que el de un grano de arena común; y calculando sus magnitudes respectivas, resultó que cada animalillo era mil millones de veces mas grande que el grano de arena. Tan admirable era su pequenez, que se- gún dice el físico Beudant, se podian sostener millares de ellos en la punta de una aguja. Wolfio refiere haber visto en un grano de polvo quinientos huevos de los que nacie- 39 ron otros tantos animalillos: y yo pudiera también seguir reíiriendo á V. otros casos; pero como se encuentran en varios autores que estun á su alcance, en ellos podrá V. ver otros ejemplos tan instructivos como curiosos. Entién- dame V. bien, amigo mió; yo no creo que los insectos son la causa del cólera: enuncio solamente ui a opinión, y no teniéndola por absurda, he manifestado en su apoyo las razones que me han ocurrido. Raciocinar, no es creer: yo pruebo la posibilidad de una causa, pero no afirmo su exis- tencia. Influencia del sol y la luna. No ha faltado quien atribuya á estos astros la causa del cólera: pero Scott ofrece contra ella la prueba mas convincente que puede darse por medio de unas tablas que arregló, colocando de tal manera, ciento veinte ataques epidémicos de la enfermedad, acaecidos en distintos luga- res, y casi ocho mil casos de cólera en los hospitales, que cada uno de los dias del mes lunar tiene al margen su mortandad respectiva. Una ojeada que se eche sobre es- tas tablas, bastará para conocer que ni el sol ni la luna in- fluyen en los ataques epidémicos ni en los casos indivi- duales del cólera. Cometas. A estos astros que en tiempos pasados se les con- sideró como funestos precursores de grandes calamida- des en la naturaleza y en la política , se ha atribuido también por algunos el origen de la epidemia terrible que nos devora. Cuando las leyes que gobiernan y mantienen la harmonía del universo, eran un misterio para el hom- bre, se supuso que los cometas vagaban por la inmensidad del espacio, y que sus apariciones eran la triste señal de las desgracias con que el cielo queria afligir á la tierra. Pero descúbrese el gran principio de la atracción univer- sal, calcúlanse sus leyes, y desde aquel dia el errante co- meta queda encadenado á nuestro sistema planetario. Des- aparecieron entonces los temores hijos de la ignorancia y la superstición, pero la antorcha de las ciencias alumbran- do el camino que habian de correr aquellos astros, puso de manifiesto otros peligros que si no son probables, por lo menos no son imposibles. Los astrónomos anunciaron pa- ra 1832 la aparición de dos cometas: pero como uno de 40 ellos se habia de aproximar á la tierra en su carrera, al- gunos periódicos de Europa se atrevieron á decir que es- tos dos cuerpos chocarían. Muchos se alarmaron con tan triste vaticinio; mas otros le miraron como una novelería de ignorantes gaceteros. Entretanto, el cólera que anos antes habia estallado en Asia, avanza hacia la Europa, en- tra en ella, la recorre, y el hombre que siempre está dis- puesto á leer en los cielos la esplicacion de los fenóme- nos cuyas causas no encuentra en la tierra, en medio de su temor y su ignorancia, contempla á la epidemia como al mensagero funesto del choque tremendo que habia de esperimentar la tierra en 1832. Asi pensaron muchos, y aunque nuestro despreocupado pueblo jamas ha creído que el cólera tenga su origen en tan remoto principio, no es*- tara demás hacer algunas breves reflexiones para impedir que algunos estraviados por los mismos conocimientos que poseen, den á los cometas una influencia que no tienen. De dos maneras pueden ellos operar sobre la tierra^ ó por su fuerza atractiva, ó por la emisión de sus vapores. Probemos que ni una ni otra causa influyen en la produc- ción del cólera ó de otra peste. El número de cometas descubiertos desde principios de la era cristiana llega casi á 500, y según las observa- ciones que se han podido hacer, aparecen por término me- dio mas de dos al año. Ahora bien: si de ellos nacen las pes- tes ¿porqué la tierra no las esperimenta continuamente? Se dirá que es necesario que se acerquen á ella, pues no ope-* ran, cuando pasan á grandes distancias. Acerqúense en- horabuena; pero entonces ¿porqué no hubo cólera-morbo en aquellas épocas en que se aproximaron? ¿Y porqué lo lia habido desde 1817 sin la inmediación de ellos? Ese mismo cometa que tantos temores ha causado no es huésped nuevo para los hombres. Visítalos con frecuen- cia; es uno de los tres cuyos giros periódicos en torno de la tierra están bien conocidos; y llámasele el cometa de los seis años nueve meses, poique este es el tiempo que em- plea en hacer su revolución; y siendo tan corto su período ¿cuantas y cuantas no habrá hecho en el transcurso de los siglos, sin incomodar en ninguna de ellas con sus maléficas influencias á los míseros mortales? La lentitud con que marcha el cólera-morbo es in- compatible con la rapidez y estension de la fuerza atrac- tiva de los astros. Un cometa, cuya fuerza alcanzase hasta 41 nuestro globo, agitaría los vientos, levantaría las aguas a la manera que lo hacen el sol y la luna, y operando á un tiempo sobre una vasta superficie, ademas de acompañar al cólera tempestades y grandes mareas, su estragos apa- recerían simultáneamente en distintos y lejanos paises. Si vivimos hoy bajo el siniestro influjo de un cometa ¿porqué el cólera no se ha sentido de un golpe desde las costas del mar del Norte hasta las costas del mar del Sur, y des- de la punta de Maizi hasta el cabo de S. Antonio? Pero aun se puede decir, que los cometas influyen en la peste por medio de sus efluvios. Veamos como. Estos astros son un conjunto de vapores nebulosos en cuyo cen- tro está un núcleo ó punto luminoso, á veces impercepti- ble. Sigúelos casi siempre una cola iluminada, de mate- ria tan enrarecida, que aun pueden verse á su través las estrellas y planetas; y á veces es tan grande, que ocupa un gran espacio celeste: asi fué que las últimas partículas vi- sibles de la cola del cometa de 1680 distaban de él mas de cuarenta y un millones de leguas, y las del de 1789 mas de diez y seis millones. Se sabe por otra parte, que la atracción está en razón directa de la masa é inversa del cuadrado de la distancia; y como la masa de los cometas es poca, porque casi son un conjunto de vapores, resulta que es muy débil la fuerza con que atraen á cada partícula de la cola, particularmente á las que se hallan distantes. En estas circunstancias, bien puede ser que la tierra, cu- ya densidad es mayor que la de algunos cometas, entre en la nube dilatada de vapores que forman la cola, ó que atrayéndolos, sin entrar en ella, con mas fuerza que el co- meta á que pertenecen, caigan sobre nuesto globo, y ya por su naturaleza particular, ya por las nuevas combina- ciones que puedan formar, den origen á epidemias. Nadie negará la posibilidad de estos sucesos ¿pero se ha probado su existencia? ¿Ha coincidido la época de las pestes con la aparición de cometas cercanos á la tierra y que arrastran larga cola? ¿Anunció alguno de ellos á los habitantes del Asia el principio funesto del cólera en 1817? Y si tales vapores han existido ¿porqué se ha de suponer que son mortíferos y no salutíferos ó indiferentes á los ha- bitantes de nuestro globo? Caro amigo, el campo de las congeturas filosóficas es inmenso: pero ellas nacen del ce- rebro del hombre, y no del seno de la naturaleza. Yo creo que las que se han formado acerca del influjo de los come» 42 . . ías en las epidemias, han tomado su origen en los.estravioí de aquel, y no en los dictámenes de esta. Pero si el cólera no proviene de ninguna de «as causas mencionadas ¿de donde trae entonces su origen? feerá de algún gas nuevamente desenvuelto, ó de miasmas hasta ahora desconocidos, que reproduciéndose continuamente, se han ido propagando por toda la tierra? Bien puede ser, pero no lo afirmo. Lo único que creo es, que su causa es uniforme y trasmisible: uniforme, porque á pesar de la di- ferencia de climas y de la diversa constitución de los indi- viduos, los caracteres principales de la enfermedad han sido siempre los mismos en Asia y en Europa, en África y en América: trasmisible, porque se comunica de los infes- tados á los no infestados. Este último punto está íntima- mente unido con la gran cuestión del contagio, cuestión que paso á examinar en la siguiente pregunta. ¿EZ cólera es contagioso? Para que no divaguemos, es preciso fijar el sentido de las palabras. El nombre contagio se deriva de las voces la- tinas con y tango que significan tocar una cosa con otra. De aqui es, que contagio quiere decir contacto, ó tocamien- to de un cuerpo con otro; y que á las enfermedades que se comunican de este modo, se les dio el nombre de contagio-' sas. Pero como se observase que otras se trasmiten por efluvios, miasmas, ó corpúsculos que arrojan los enfermos sin necesidad de contacto inmediato; he aqui que á este modo de comunicación, se le llamó infección ó contagio me- diato, pues que se hace por medio de miasmas. Yo no sé si el cólera se comunica por contacto, por efluvios, ó de am- bos modos. Lo que sí quiero es, que la realidad de las Cosas no se sacrifique á los nombres, y que prescindiendo se la etimología de las palabras, se atienda al fondo de las ideas que nos han de conducir al acierto, y no á los inexac- tos sonidos que nos pueden precipitar en el error. Bajo de ésta esplicacion, cuando hablo del cólera como contagioso, entiéndase que quiero decir: una enfermedad que se tras- mite, que se comunica de los infestados á los no infestados, sea del modo que fuere esta trasmisión ó comunicación. Tal es mi creencia sobre este particular; y las pruebas en que me fundo, aparecerán desenvueltas en las siguientes propo- siciones. 43 1 .a Cuando el cólera ha invadido algún pais, siempre se ha propagado por él siguiendo la dirección de los cami- nos reales, el curso de los rios navegables y el de las demás lineas de comunicación por donde t> ansita el hombre. Pro- bemos esta proposición con la marcha de la enfermedad. Plantada Jesora en el Delta del Ganges, prontamente llegó el cólera á las márgenes de este rio caudaloso, y con- ducido por los botes que navegan en él, fue recorriendo gradualmente los pueblos de ambas orillas hasta la distan- cia de 400 leguas. El Betiva, el Gogra, el Chamboul y el Jumna que son sus rios tributarios, también le llevaron al interior: y de Allahabad, punto de confluencia del Jumna y del Ganges, se propagó á los distritos regados por las aguas de los otros rios que desembocan en los ya mencio- nados. Estendióse igualmente por el Burampooter y por el famoso Indo ó Sind. En la presidencia de Madras siguiólos caminos reales, atacando sucesivamente los pueblos principales por donde pasó; y según informe presentado al gobierno de aquel pais, recorrió en la parte oriental de la peninsula, las ciu- dades situadas desde Aska á Palamcotah con una regula- ridad asombrosa, asi en el tiempo como en la distancia. Partiendo de Nagpour, atacó en su marcha los pueblos del transito hasta que llegó á Jaulna. De este punto salen tres caminos reales, y esparciéndose por todos tres, invadió su- cesivamente las ciudades de la carrera. Por el que condu- ce á Panwel, encontró con las montañas de Chautz; pero cruzándolas por un desfiladero como si estuviera animado de cierto instinto para no apartarse de las huellas del hom- bre, llegó á aquella ciudad, y de allí pasó á Bombay. Tal fué la marcha con que se propagó el cólera en la India. Pero ¿cual es la razón porque siguió el rumbo de los ca- minos y el curso de los rios por donde se hacen las co- municaciones con el interior del pais? ¿Porqué fueron ca- si esclusívamente invadidos los pueblos situadosjunto á los caminos y márgenes de los rios, dejando salvas tantas y tantas poblaciones como tiene la península de la India? En el Asia oriental se propagó también siguiendo los medios de comunicación. Penetró en el interior del im- perio Birman corriendo por el rio Irawaddy. En el reino de Siam entró por el Meinam, y en la Cochin-China por el Camboya. Como la China y la Tartaria son paises desco- nocidos, me es imposible trazar en ellos su marcha. Re- 44 , , trocederé pues á el Asia occidental, y allí encontrare abun- dante materia con que ilustrar el asunto que me propongo. Llevado el colera á la Persia por el puerto de JJen- der-Abouschir, ó Gambrom, tomó el camino de las; cara- vanas, y con ellas se introdujo sucesivamente en heñirás, Yezd, Ispahan y Teherán.* De aquí se estendio por los caminos hasta las orillas meridionales del mar Caspio: y como de estos puntos partiese para invadir la Rusia por la provincia de Astracán, es muy importante trazar la marcha que siguió. Presentáronsele tres rutas para introducirse en ella, una por las comunicaciones marítimas del Caspio, y dos por tierra desde la Georgia hasta el gobierno del Cau- case De estas, una corre junto á la costa pasando por to- das las ciudades marítimas desde Bakú hasta Kislar, y des- de aqui hasta Astracán; y la otra se encamina al interior atravesando por Tabris, Erivan, y Tiflis capital de la Geor- gia. De Tiflis sale un solo camino que cruza el monte Caucaso por el único paso que existe, paso que se distin- gue con el nombre de Puertas del Caucaso. Los documen- tos oficiales, publicados por el gobierno ruso prueban indu- dablemente, segur, dice el Dr. Lichtenstadt, que el cólera pasó de la Georgia á la provincia de Astracán por los únicos tres medios de comunicación que existen entre los dos luga- res. De las márgenes del Caspio atacó en el verano de 1830 las ciudades de Amol y Reshd, y desoló á Tabris por segun- da vez. A mediados de junio la enfermedad estalló primero en la provincia de Sirvan y Salijani, y de allí gradualmen- te se difundió por la provincia de Bakú y Cuba, y por otros pueblos hasta el círculo de Elizabethpol. De aquí cor- rió por las orillas del Kur, y se presentó en las inmedia- ciones de Tiflis el 27 de julio. De Tiflis pasó á los pue- blecillos situados al pie del Caucaso, en el mismo camino recto que conduce á las puertas de aquel monte, y tocan- do todos los puntos intermedios, apareció en Mozdok, Zer- drin y Kizlar, al otro lado de la cordillera. Por el golfo Pérsico entró en Bassora, y de alli subió por el rio Tigris hasta Bagdad, y por el Eufrates hasta la ciudad de Anah junto á los limites del desierto de la Siria. En ella se detuvo y desapareció hasta que al año siguiente tomó el derrotero que llevaban las caravanas pasando por * Teherán, habiendo cerrado sus puertas, se salvó al principio , fué la enfermedad visitando á Cobourg, York y otros puntos de aquel pequeño mar don- de navegan varios vapores. De él se estendió á Búfalo ciu- dad plantada al principio del lago Erie; y como de allí sa- jen casi diariamente vapores para Detroit, también se pre- sento la enfermedad en el territorio de Michigan. Después de presentar estos hechos ¿cómo puede espli- carse, sin admitir el contagio, que el cólera siempre se di- funda por caminos reales y rios que sirven de medios de co- municación? ¿Cómo, que si solo se le presenta un camino solamente avanza por él; si este se divide en dos ó mas ra- males, él también se divide en otros tantos; si tiene que sal- var montañas, y en estas no hay mas que un solo paso pa'ra el homhre, el cólera es la única ruta que sigue? ¿Cómo que si los rios por caudalosos que sean, no tienen comunicacio- nes entonces no se propaga por ellos, siendo asi que cuando las hay, es el medio indefectible de que se sirve para es parcir sus estragos? ¿Cómo en fin, aparece siempre en su 47 marcha, ya por agua, ya por tierra, compañero inseparable del hombre, sin elegir nunca para senda de sus invasiones, ni los bosques ni los montes á donde no penetra la planta humana? Estas razones cobrarán mas fuerza, cuando se pruebe la proposición. 2.a Cuanto mas fáciles y frecuentes son los medios de comunicación de un pais, tanto mas pronto se propaga el cólera en él. En la Península de la India, que asi por los rios cau- dalosos que la bañan, como por pertenecer á los ingleses, es el pueblo del Asia que en punto á comunicaciones se acerca mas á la civilización europea, la enfermedad cor- rió de norte á sur 300 leguas en nueve meses; y atravesó en un año toda la Península de este á oeste desde la bahía de Bengala hasta la de Cambay, cuya distancia es de 450 leguas. En Persia donde las comunicaciones son menos fre- cuentes y mas lentas, la enfermedad no anduvo en la línea que mas se estendió, sino 300 leguas en un año: pero en el Caspio donde la navegación las facilita, se presentó el 15, de junio de 1830 en Bakú, ciudad plantada á las orillas de aquel mar; é invadiendo los pueblos maritimos, llegó á los 41 dias á Gourieff", que dista mas de 200 leguas de aquel punto. En Egipto corrió por el Nilo en mes y medio el es- pacio de mucho mas de 100 leguas, comprendido entre Siuty los puertos del Mediterráneo. Cuando invadió la Ru- sia por Oremburgo, su marcha fué muy lenta en esta pro- vincia casi despoblada: pero cuando en julio de 1830 en- tró por Astracán, entonces se precipitó como un torrente por el Volga y sus rios tributarios, inundando doce gobier- nos con una estension de 46.500 leguas cuadradas, y su- biendo hasta el Twer en poco mas de dos meses á la dis- tancia de 550 leguas. Estendióse con igual rapidez por las márgenes del Dniéper y del Don hasta Woronetz; y sin de- tenerle los frios del invierno, á los seis meses de su inva- sión ya habia recorrido el espacio de 700 leguas atravesaño do la Rusia desde las provincias del Caucaso hasta los go- biernos de Twer y Yarastaf. Las continuas relaciones que existen entre los distin- tos pueblos de Europa, llevaron en poco tiempo la enfer- medad por un rumbo hasta las islas británicas, y por otro hasla las fronterrs de Italia y de España; y á pesar de los medios con que intentaron atajarla, triunfó de todos ellos, pues en el corto período de veinte meses recorrió la Euro- pa desde la embocadura del Volga hasta las costas occi- dentales de Irlanda, y desde las aguas del mar Blanco has- ta las faldas de los Pirineos. Se ha observado en el Asia, que el cólera generalmente suspende sus estragos en el inviprno; de aquí fue que al no- tar Moreau de Jonnés que aquella epidemia no cesaba en Moscow á pesar de los fríos rigorosos de la Rusia, creyó encontrar la csplicacion de este fenómeno en el uso de las pieles de los habitantes de aquella ciudad, y en la temperatura caliente que mantienen las estufas y chi- meneas: pero á mí no me parece satisfactoria esta ra- zón, porque lo mismo ha sucedido, no ya en ciudades par- ticulares, sino en naciones enteras, y en naciones donde se usan pocas pieles. Opino pues, que el fenómeno se debe atribuir á otras causas, y que tal vez será la principal, el rá- pido é incesante comercio que tienen entre sí las naciones europeas. En octubre de 1831 se presentó en la Gran-Bretaña, ¿pero qué sucedió, no obstante de estar ya en la fria esta- ción? Sucedió, que sin embargo del aseo y admirable poli- cía de ese pueblo estraordinario, se difundió por todas par- tes en los meses mas rigorosos del invierno ¿y á qué atri- buir su propagación? Quizás no me engañaré si digo, que al tráfico inmenso de los pueblos de la Gran-Bretaña. Es muy digno de llamar la atención, que siendo el cólera en el Asia de un carácter mas atroz que en Europa, que habiendo en esta mucha mas policía y medios infinitamente superiores con que conbatirle, y que siendo los inviernos de los paí- ses europeos invadidos mucho mas fuertes que los asiáticos, pues que en la India propiamente hablando no hay invier- nos, es muy digno de llamar la atención repito, que el có- lera regularmente enfrene su furia en el Asia en la estación de los frios, y que en Europa invada y continúe sus ata- ques sin detenerse en su carrera. Cuando queremos levan- tar el velo que cubre esta enfermedad misteriosa, sombras y tinieblas nos rodean por todas partes; pero si decimos, que trasmitiéndose por medio del comercio humano, y que sien- do este incomparablemente mayor en Europa que en Asia, el mal no daba alli treguas ¿no percibimos un rayo de luz que aunque no baste para conducirnos á la resolución del problema, por lo menos nos alumbra algún tanto el tene- broso camino que pisamos? El Norte-América, pais que escepto la Gran-Bretaña, 49 tiene mas comunicaciones internas que todas las naciones del mundo, ofrece un ejemplo muy convincente de-la ver- dad que estoy probando. El 8 de junio estalló en Quebec, y ya el 6 de julio habia llegado al fuerte Gratiot hacia el noroeste á mucho mas de 300 leguas de Quebec. Aunque en la ciudad de Nueva-York no se declaró hasta el 3 de julio, sin embargo, empezaron á ocurrir algunos casos des- de el 27 de junio; y como su entrada pudo hacerse por va- rios caminos , la senda mas corta nunca sería menos de al- gunas 200 leguas. A fines de julio ó principios de agosto se estendió basta Norfolk; de suerte que en menos de dos meses recorrió de Quebec hacia el sud la distancia de m;.s de 300 leguas, y hacia el noroeste la demás de 300 en solo 28 dias. En noviembre apareció en Nueva Orleans, y cerno aun no hubiesen pasado cinco meses desde su invasión en Quebec, resulta que viajó en tan corto tiempo desde un estremo á otro de la República en la dirección de norte á á sud la distancia de mas de 800 leguas. Si no es contagioso ¿porqué su marcha lenta ó rápida en un pais está en razón directa de la lentitud ó rspidess de las comunicaciones hun anas' Si depende de la atmes- fera ó de otras causas ¿porqué todas ellas ligan su carrera á los pasos del hombre, y olvidándose enteramente de su influjo propio, vuelan, si el hombre vuela; y se retardan, si el hombre se retarda? Todo esto nos anuncia que el mal avanza con las comunicaciones; y pues ellas son el medio de propagarlo, fundada es la consecuencia deque su natu- raleza es contagiosa. 3.a El cólera en su marcha jamas ha saltado por encima de ninguna nación, dejando la mas cercana, y atacando la mas remota, respecto de la linea en que corre. De la India se propagó por el Asia Oriental entrando primero en el reino limítrofe de Aracan, y después en los de Camboya y Cochin-China. De este pasó á la China na- ción frontera; y de la China á la Mogolia. De Bombay fue llevado al golfo Pérsico, y atacadas aun tiempo la Persia y la Arabia, recorrió sucesivamente varias provincias de la Turquía Asiática hasta llegar al Egipto. De los puntos in- festados del Asia y contiguos á la Rusia pasó á este impe- rio, de él se propagó á la Polonia, al Austria, y á las pro- vincias limítrofes de la Turquía Europea; de Polonia corrió á Prusia, y de Prusia á Holanda. De la Galitzia austríaca invadió el reino de Hungría, y del de Hungría el de Baviera. 7 50 ' i • I a De Hamburgo atravesó el mar reciño, y entro en las islas británicas de donde fue llevado á Francia, y traído después al Nuevo-Mundo; y apareciendo primero en las posesiones inglesas del Canadá, pasó de ellas á los estados fronte- rizos de la República Americana. Si esta enfermedad no e< contigiosa, si depende de circunstancias atmosféricas o de otras causas físicas ¿porqué sigue una marcha regular respecto de las naciones, que hasta en algunos casos se puede pronosticar con acierto, su aparición en un país? Desde que se observó el orden en que avanzaba en el nor- te de Europa, m-ichos creyeron que Francia serla invadida en marzo de 1832, y funestamente el pronóstico salió cum- plido. Pero diráse que esta enfermedad algunas veces no ataca los lugares mas cercanos á una ciudad infestada, si- no que salta de uno á otro dejando puntos intermedios; y tal ha sido su capricho en ciertos casos, que ha formado un círculo recorriendo muchos pueblos de un distrito, y volviendo después á los que creian haber escapado. Pero como esta irregularidad solamente se nota en cortos recin- tos, y no en grandes espacios, pues siempre se le ve cor- rer de distrito en distrito y de nación en nación, es menes- ter que haya motivos particulares que produzcan esta dife- rencia. Y sin duda que se encuentran muy poderosos con solo reflexionar 1.° que la inmediación de un pueblo no apestado á otro que ya lo está, hará que los habitantes de aquel tomen para preservarse mas precauciones que los de pu blos distantes, pues el peligro no es tan inminente. 2.° Que los que huyen de una peste, procuran alejarse to- do lo pobible del lugar ya invadidor y no deteniéndose en el pueblo mas cercano á este, pasan á otro mas distante, á dond la confluencia de personas procedentes del punto infestado, puede introducir la peste fácilmente. 3.° Que marchando el cólera con el hombre, es muy regular que ataque de preferencia á los lugares que tengan relaciones con los infestados: de suerte que, dados dos pueblos, de los cuales uno diste media legua ó un cuarto de legua de otro apestado, pero con el que no tenga ningunas ó muy pocas relaciones; y otro que diste cuatro, seis, diez ó mas, pero con el que se halle en comunicación continua, claro es que el primero podrá libertarse del contagio, cuando ya el segundo esté devorado de la peste. 4.° y último. Que si á esto se agrega, como dice un escritor, la acción de otras 61 circunstancias sobre la población de un distrito, tales co- mo la situación saludable de una ciudad particular, la lim- pieza ó desaseo de algunos pueblos, y la abundancia ó po- breza de sus habitantes, tendremos causas suficientes que espliquen la propagación irregular del cólera en algunos cortos recintos. Pero estas consideraciones, no son aplica- bles á su marcha de nación en nación, pues las necesida- des mercantiles y los medios de satisfacerlas favorecen la uniformidad del movimiento en todas ellas, aunque el mo- do particular de propagarse pueda variar en cada una. Paréceme muy exacta la comparación que hace el mismo escritor, figurándose que el progreso de la enfermedad en grandes espacios, es semejante al de un viagero ó correo que está obligado á usar de 1< s medios de trasporte esta- blecidos por las aduanas, por los usos nacionales, y por el gobierno del pais por donde pasa; mientras la propagación del cólera en un distrito ó corto espacio sigue los movimien- tos de los que habitan en él, cuya voluntad no tiene trabas, y cuyos medios de trasporte están siempre á la mano. 4.a Cuando el cólera ha invadido un pais por la vez primera, siempre se ha presentado por las costas ó fronte- ras atacando al principio un corto espacio; pero espacio que ha estado en comunicación con lugares infestados. Empezando por las islas mas occidentales del mar de la India, se observa que en la de Francia ó Mauricio atacó primero por Puerto Luis, y en la de Borbon por la ciudad de san Dionisio, cuyos dos puntos se hallan sobre la costa y tienen relaciones mercantiles con la India. En la isla de Ceylan apareció primero en Jafíhapatan, y después en Co- lombo, pueblos maritimos muy cercanos á la costa de Co- romandel con la que están en comunicación; pero es de notarse, que distando entre si estos dos pueblos mas de 80 leguas, no pudo descubrirse á pesar de todo el empeño del gobierno, ni un solo caso de cólera en todo el espacio in- termedio. En Sumatra fué Achem el primer puerto inva- dido, Batavia en la isla de Java, y Manila en las islas Fili- pinas. Si se recorren todas las demás que han sido visita- tadas por el cólera, se encontrará, que un punto marítimo ha sido siempre el primer invadido. En la Arabia entró por Máscate, puerto que de algu- nos años á esta parte tiene bastante comercio con las cos- tas occidentales de la India; y en la Persia por Bender- .Abouschiró Gambroon, que por sus relaciones comerciales es la pW.a mas importante del golfo Pérsico. El istmo de Suez fué el primer punto atacado. En Rusia apareció pri- mero por las ciudades de Oremburgo y Derbent, la pri- mera linda con la Tartaria, y á la que llegan inmensas caravanas cargadas con las mercancías del Tibet, del Cabul y el Indostan, paises infestados por el cólera desde años anteriores; y la segunda, plantada á orillas del mar Caspio. En Polonia empezó según Moreau de Jonnés por Horodla junto á las fronteras. En Austria por Tarnopol situada también casi sobre las fronteras en la provincia de Galítzia. En la Turquía asiática por Bassora, ciudad que por su inmediación y comunicación con el golfo Pérsico, y por estar sobre las márgenes del rio Eufrates, se puede considerar como marítima. Así también debe serlo Kam- burgo, que fué el punto de Alemania donde primero apa- reció. En Holanda entró por Cheveling, pueblo de pes- cadores : en Bélgica por Courtray á poca distancia de la frontera de Francia, y en esta por el puerto de Ca- lais. Las islas británicas recibieron la peste pe>r Sunder- land, punto mercantil que se halla frente al continente europeo. En el nuevo mundo se presentó por primera vez en Quebec, ciudad que se comunica con el mar por el ma- gestuoso san Lorenzo. Finalmente, el primer punto ata- cado en la isla de Cuba ha sido la Habana, y de aqui se ha difundido á otros, siguiendo las comunicaciones maríti- mas y terrestres. Estos hechos dan margen á serias reflexiones acerca de la naturaleza contagiosa de la enfermedad. Y sino ¿por- qué en los continentes ó naciones no se presenta aun tiem- po por varios puntos, ocupando un gran espacio, como pa- rece que debiera ser, si dependiese de causas atmosféricas? ¿Porqué su entrada la hace siempre por las fronteras ó lu- gares á ellas inmediatos, y lugares que han estado en co- municación con paises infestados? ¿Porqué en las islas ha invadido siempre por las costasen consideración ninguna á su sequedad, altura, ventilación y demás causas que á veces influyen en su salubridad? ¿Porqué nunca ha sacado primero la cabeza por el cento de las naciones ó de las islas, ó por parag* s poco poblados, y de poca ó ninguna comunicación, cuando son cabalmente los lugares mas á propósito para verificarse las grandes afecciones atmosfé- ricas, pues que á ello contribuyen los inmensos bosques las copiosas lluvias, la abundante evaporación, y otras cir- 53 cunstancias que en muchos casos dan á esos sitios un ca- rácter insalubre, y á veces mortífero? Como argumento contra los hechos y reflexiones an- teriores podrá alegarse la opinión común de que el cólera se presentó en Francia primero por el centro que por las fronteras, puesto que París fué el primer punto atacado. Así se creyó al principio por algunos; pero investigaciones posteriores han manifestado que el puerto de Calais fren- te á las cercanas costas de Inglaterra fué el primer lugar de Francia donde el cólera estalló. Mas aun cuando asi no hubiese sido, la anomalía aparente que se cita, sirve para confirmar la naturaleza contagiosa de la enfermedad. Cuando ella entró en Paris, ya habiu penetrado en Lon- dres; y como el viage de esta capital á aquella se hace en un dia, desembarcando en Calais, nada estraño es que el contagio fuese llevado á Paris, ó por los pasageros, ó por sus efectos, ó de otro modo cualquiera, y que allí se comu- nicase sin ofender a los mismos importadores, pues mas adelante se verá que esto ha sucedido algunas veces. Aun prescindiendo de estos medios de introducir una peste, todavía puede aparecer en el centro de un pais, y á grande distancia de los puntos donde reina, sin que pierda su carácter contagioso, porque les animales pueden contraerla y trasmitirla a los hombres. El padre Kircher hablando de una peste, refiere que el portero de los Je- suítas de Roma fue invadido de ella por haber dado un puntapié á un perro que la tenia, y en otra ocasión, un cuervo que cayó muerto en una plaza pública de una ciu- dad de Italia, comunicó la peste á todos los niños que ju- garon con él, propagándose después á toda la ciudad. La larga distancia que medie entre eL punto repentina- mente atacado y los lugares donde reina la epidemia, no puede servir de obstáculo, pues las aves corren con su rá- pido vuelo muchas leguas en pocas horas. Algunos ejem- plos podría citar de su gran velocidad, pero me bastará el de un halcón de Henrique II rey de Francia, el que ha- biéndosele escapado, fue cogido á las 24 horas en la isla de Malta á 270 leguas del punto de donde partió. Si se con- sidera que los halcones no vuelan de noche, y que es pro- bable que entre la llegada del fugitivo á la isla y su cap- tura hubiese trascurrido algún tiempo, entonces se forma- rá una idea de la rapidez de su vuelo. La muchedumbre de hechos contenidos en las propo- 54 siciones anteriores, me parece que dan sobrado funda- manto para concluir que el cólera es contagioso. Pero que- riendo dar á esta materia toda la fuerza de que es suscep-' tibie, añadiré nuevos datos que prueben: primero. Uue individuos y paises no infestados, puestos en comunicación con otros infestados, contraen la enfermedad : y segundo. Que individuos y paises rodeados de la infección, pero sus- traídos de todo trato con los apestados, se han escapado del mal. En obsequio de la claridad, llamemos positivo al primer género de pruebas; y negativo al segundo. Pruebas positivas del contagio.—Empecemos por las tropas, las cuales á veces han recibido, y otras comunica- do la enfermedad á los lugares por donde han pasado. Un regimiento de caballería que salió de Elora donde no habia cólera, llegó á una villa donde reinaba; y habién- dose alojado un escuadrón en un templo viejo, por haber perdido sus tiendas, el cólera se declaró en el regimiento antes de haber salido de la villa: pero el escuadrón fue el que tuvo casi todos los enfermos. Un destacamento de Meerut entró en la ciudad de Delhi apestada entonces. Contrae la enfermedad, sigue su marcha, mézclase con otro cuerpo, y también se la comu- nica, El regimiento 34 que adquirió la peste en el camino de Bellary á Bengalore, fue trasmitiéndola á todos los pue- blos por donde pasaba; y cuéntase entre otras cosas, que un soldado indio que viajaba de Bengalore á Nundigrog, en cuyos dos lugares no existia el cólera, fue atacado al pasar por el campamento del regimiento 34, y murió. Los cuerpos que salieron de Madras para reforzar el sitio de Chanda en 1818, contrajeron la enfermedad al pa- sar por un pueblo apestado en las inmediaciones de Nag- por; y en su regreso á Madras fueron esparciendo el mal por todos los puntos donde marcharon. Las tropas de Nagpor acampan en Gaongong, pueblo infestado, y el mismo dia adquieren la enfermedad. Seis meses había que no se presentaba en Gooty ni un solo caso de cólera. Llega el primer batallón del regimien- to 16,° que á la sazón esperimentaba gran mortandad, é in- mediatamente reaparece , comunicándose también a los pueblos adyacentes. Cóntrájola asimismo un destacamen- to de artillería que hallándose en el mejor estado de salud acampó en el terreno que acababa de dejar el primer ba- tallón del regimiento 8.° donde existia la enfermedad. Cuando ocupj sus posiciones, aun yacían tendidos en el earnpo los cadáveres de algunos soldados. En noviembre de 1818 hallábase acampado sin nove- dad el ejército ingles en Terayt: reúnesele un destacamen- to que adquirió la epidemia al pasar por Jumna donde á la sazón reinaba, y cunde por todo el ejército con gran des- trozo. En mayo de 1819 llegó apestado á Hydrabad un des- tacamento de tropas europeas. Acampa casi á 200 varas frente á los cuarteles de artillería, y la enfermedad se pre- senta en este cuerpo que hasta entonces se habia conser- vado sano, Las tropas rusas que desde los apestados gobiernos de Ku sk y CherkofT marcharon contra la infeliz Polonia, infestaron las ciudades rusas por donde pasaron: introdu- jeron el mal en aquella nación, y después del combate glo- rioso de Igauia, los soldados polacos contrajeron la peste, y la llevaron á Varsovia. Ni es este el único ejemplo de con- tagio que ofrecen los valientes polacos. Sauvé, cirujano francés que estuvo muchos años al servicio de Polonia, re- fiere, que habiéndose acantonado el ejército en el local de un antiguo campo ruso, acostádose en la paja, y alojádose en las barracas de los soldados rusos, el cólera afpcó de nuevo á los polacos. Pudiera citar otros hechos; pero bas- tando los mencionados, los omito en obsequio de la bre- vedad. Respecto de los casos en que las tropas son invadidas por haber entrado en un lugar apestado, podrá decirse que adquieren la enfermedad, no porque sea contagiosa, sino porque sometidas á las mismas circunstancias atmosféricas que los habitantes del pais infestado, deben esperimentar efectos semejantes. Pero qué se responderá cuando se pre- gunte, ¿porqué las tropas apestadas trasmiten su enferme- dad >. los pueblos sanos por donde pasan? ¡Qué! ¿las circuns- tancias atmosféricas de los paises varian con la entrada de una compañía ó un batallón? Lo que hay de verdad es, que cuando el cólera invade las tropas, las persigue por muchas dias y á largas distancias, aunque muden de posición y de clima; y que los lugares por donde pasan, no solo son partí- cipes de sus estragos, sino que son primeramente atacados por los puntos mas cercanos al rumbo que llevan las tropas. Sin recurrir á estas bien pudiera formarse un lar- 56 go cat' logo de los casos en que individuos han recibido y comunicado la enferm dad : pero hallándose esparcidos muchos de ellos en el discurso de esta carta, me abstendré de reproducirlos, limitándome á presentar algunos ejem- plos mas. El Dr. Blumenthal refiere el caso de una muger que atacada del colera parió una niña invadida también de la misma enfermedad; y que salvada la madre, pereció la hija. En un puesto militar de la «India se observó, que ha- biendo pasado un caballero parte ele una noche con un co- lérico, fue atacaelo al dia siguiente. Asistiéronle dos oficia- les, y fueron también invadidos; pero nadie mas en todo el cuerpo espenmentó la enfermedad. Cuando se refl- xiona que entre muchas personas, ninguna padece sino solamen- te aquellas que se pusieron en comunicación inmediata con -un colérico, este caso no deja de ofrecer una congetura bas- tante fuerte en favor de la naturaleza contagiosa del cólera. Majana fue el primer ingenio de la Habana donde se declaró la epidemia ¿pero como apareció? Sacan del depó- sito de la Junta de fomento, donde ya existia el cólera, un negro perteneciente á aquella finca; llega á ella, atácale la enfermedad, muere, la comunica á los compañeros, y de allí, se propaga á otros ingenios del partido de Guanabo. A varios puntos de la jurisdicción de la Habana ha si- do llevado el cólera por los arrieros que han venido á la capital durante la epidemia. Que ellos hubiesen contraído el mal con su entrada en un pueblo infestado, puede espli- carse muy bien, ya se admita, ya se niegue el contagio; pe- ro que retirándose del foco de infección, comuniquen la en- fermedad á personas que distan muchas leguas de él, es un hecho que comprueba la naturaleza contagiosa del cólera. Hubenthal dice, que habiendo un labrador de Arka- tal, en los límites de la Persia, ido á visitar á un tio suyo en la villa de Neskutshne, fué invadido del cólera la noche de su llegada. Las cuatro personas que le asistieron, en- fermaron al dia siguiente, y tres de ellas murieron. La policía tomó inmediatamente las precauciones mas acerta- das para contener los progresos de la epidemia, y surtieron tan buen efecto que desapareció enteramente. Si la enfer- medad consiste en la atmósfera ¿porqué no fué atacado ninguno de los del pueblo que respiraban el mismo aire? y ¿porqué solamente fueron invadidos los que asistieron k UU colérico? 57 No puedo pasar en silencio una observación importan- te, y es que, cuando el cólera invade una casa, casi nunca se limita á una persona, sino que se comunica á otras. „Yó á lo menos, dice Broussais,no tengo ejemplo de que se halla cir- cunscrito á un solo individuo. No pretendo por esto que deje de haber alguna escepcion; pero á lo ínénos poseo mu- chas contrarias: cuando se me ha llamado á una casa para algún colérico, he tenido por cierto hallar dos, tres ó cuatro al siguiente dia ó al tercero. De aqui es preciso deducir que hay infección y comunicación del cólera á las personas que asisten y tienen relaciones inmediatas con el enfermo. Por otra parte, se ven personas en la misma casa bajo las mis- mas influencias que no se contagian; pero también se ad- vierte, que se declara en la misma casa, en diferentes pisos y en diferentes familias, cuyo género de vida no es el mis- mo; en fin parece que en las casas atacadas hay una cosa particular que predispone al cólera." En ningún pais se ha comprobado mas lo que dice Broussais, que en la Habana. Ejemplos hay de casas que solamente han tenido un colérico, pero casi siempre se ha verificado lo contrario. Muy común ha sido ver cuatro y seis cadáveres en una familia, y en algunas ha sido la mor- tandad ton espantosa, que han perecido diez y hasta trece individuos, y hubo una de rango distinguido en que mu- rieron once personas en el espacio de treinta y seis horas. La navegación suministra un cúmulo de casos en fa- vor'del contagio. En las pequeñas embarcaciones que de Panwell pasan con frecuencia á la islita de Bombay, llegó un hombre con el cólera, y dosde entonces se propagó allí la enfermedad. En la isla de Francia la introdujo la fraga- ta inglesa Topacio que tuvo en la navegación varios colé- ricos. A la de Borbon le llevó el Pic-Var procedente de la de Francia á donde reinaba el cólera, por medio de un contrabando de esclavos que desembarcó el 7 de enero junto á 4a ciudad deS. Dionisio. El 14 del mismo mes pere- cieron en ella ocho esclavos, y el número de muertos se aumentó en los dias posteriores. En Agosto de 1820, el Leandro que salió de Pondicheri lugar apestado, tocó en el puerto de Trincomalaee, dejó en él varios marineros ataca- dos del cólera, y la isla de Ceylan fue invadida segunda vez. El 3 de julio de 1830 se presentó en un buque de guerra que de Bakú, puerto infestado, habia arribado á Astracán: el 20 fueron invadidos tres hombres en esta ciu- 9 53 ...../» dad, y el 27 atacó los suburbios. El 29 de julio llego a Tchernoi-yar una barca con un marinero enfermo de coie> ra: el 8 de agosto apareció la epidemia en la ciudad y de allí se propa|ó á los pueblos vecinos. No puédemenos de mencionar que la primera víctima en uno de estos fue un soldado que llevó unos presos á Zaretzin, donde contrajo la enfermedad, y al retorno fue atacado de ella. Tampoco omitiré que los dos primeros casos que ocurrieron en Kra- moi-yár á poca distancia de Astracán, fueron un soldado y una muger que acababan de llegar de este último punto. En San Petersburgo le introduce un barquillo que bajó el Neva. En él apareció el primer colérico, y los dos segundos fueron un negociante que visitó el buque, y un guarda que se puso á bordo para cortar toda comunicación. A Riga le llevaron los marineros enfermos que procedentes de los paises apestados de la Rusia, bajaron por el Dwina con un convoy de centenares de botes cargados de comestibles. El ruin ínteres de algunos hombres, que muchas veces sa- crifican la salud de los pueblos á su utilidad personal, tra- tó de ocultar aun por medios criminales el germen de la peste. Válense de las sombras de la noche, arrojan al agua las víctimas que perecían; pero el contagio mas poderoso que ellos, rompe al fin por todas partes, y descubre los ma- nejos de la codicia mas detestable. Los individuos prime- ramente atacados en Berlin fueron tres hoteros de los que navegan en el canal que va á esa ciudad; y que habían lle- gado de puntos donde ya existia el cólera. En Sunderland es importado por un buque de Hamburgo que tuvo en la navegación algunos marineros muertos de cólera, y cuan- do estalló en la ciudad, los primeros enfermos vivían junto al muelle,. La fragata inglesa Wellington salió de New- Ross cargada de colonos irlandeses para Quebec. Antes de desembocar el rio Barrow, se declara el cólera en ella; in- timidanse los pasageros, desembarcan por las márgenes del rio, y en todos ios pueblos á donde entran, aparece el có- lera inmediatamente después de su llegada. En Quebec le introdujo el bergantín. Carrikcs de Dublín, cuya ciudad padecía el cólera al tiempo de su salida. Cuarenta y dos pasageros murieron en la travesía, y apenas fondea en las aguas del S. Lorenzo, cuando la epidemia invade las costas del Canadá. Finalmente á Nueva-Orleans le lleva el vapor Constitución que tuvo cinco coléricos, durante su navega- ción en el rio Mississipi. T a vista de hechos tan decisivos ¿se negará todavía que el cólera es contagioso? Yo observo que por mas es- trechas que sean las comunicaciones entre dos paises nú infestados, la epidemia nunca aparece en ellos, sean cua* les fueren sus climas, estaciones y circunstancias atmosfé- ricas: yo observo que los mismos paises exentos de la en- fermedad, la contraen, luego que se ponen en comunica- clon con ^gares infestados; yo observo en fin, que á la -lle- gada de un buque con enfermos coléricos, se sigue la apa- rición del mal en el puerto de su arribo. 1^ue una nave salga de Dublín ciudad apestada, que se lance al anc'ho mar, que allí le invada el cólera, que variando de vientos, de calor, de humedad, y de otras circunstancias atmosfé- ricas, la enfermedad le persiga por muchos dias renovando constantemente sus víctimas, que después de haber atrave- sado millares de leguas llegue aun nuevo clima donde sus habitantes gozan de salud, que el mismo dia ó á pocos de su llegada, estos empiecen á padecer un nuevo mal; pero que cabalmente es el mismo que han sufrido los desgraciados huéspedes que acaban de tocar en sus playas, y que estos Casos se repitan en otros muchos lugares, es por cierto 4ina serie de coincidencias que solamente se pueden esplicar por la naturaleza contagiosa de la enfermedad. Pruebas negativas ó aislamiento. Cuando en 1821 reinaba la epidemia en Persia, Te- herán su capital cortó toda comunicación con los paises infestados, y tomando las caravanas que habían de pasar por ella, el derrotero de Yerd; esta ciudad quedó apestada, y libre Teherán. La historia de la enfermedad eomprueba que los mismos paises que se han preservado de ella mientras no han tenido comunicación con los infestados, han sido atacados luego que la han permitido. En 1822 y 1831 se vio el Egipto amenazado por la peste que desolaba las provincias limítrofes de la Siria. En la primera época cer- jó sus puertas, y se salvó; mas en la segunda las dejó abier- tas, y fue invadido. En 1823 la Europa estuvo á punto de serl^ por Astracán; pero cortada todacomunicacion, se es- capó, Aquella ciudad fue asaltada de nuevo en 1830; pero no habiéndose tomado entonces las mismas precauciones la epidemia se difundió por casi toda la Europa. Teherán 60 ge preservó en 1821 por un completo aislamiento. ErflS29 descuida e^tas medidas, y hela ya victima de Ir peste. La Galicia austríaca fue invadida en enero de 1831: aislóse el mal, y Austria se salvó; pero introducido de nuevo y pro- pagado á mediados de aquel año por los fugitivos de Polo- nia, recorrió toda el Austria. Cuando la isla de Francia ó Mauricio fue apestada en 1819 por un barco procedente de Ceylan, el goberna- dor que no creia en el contagio de la enfermedad la dejó propagar por toda la isla, causando su desolación. Con tan triste ejemplo, el gobernador de la isla de Borbon estable- ció rigorosas cuarentenas, y aunque fueron burladas en 1820 por la maldad de los contrabandistas negreros, que introdujeron la peste en estuvieron en comunicación 33,50 ) con los sanos. 7,431 Severamente aislados. 7,98 Casas cerradas. 73,62 Comunicados. 11,33] Comuuicac» con personas sanas 6,32 )n , 7 95 ( ^asas cerradas. Argumentos contra el contagio. I f Algunos se han acostado en la misma cama con los coléricos: otros se han puesto sus vestidos, y aun varios mé- dicos han gustado la materia de los vómitos, é inoculádo- se con la sangre de los enfermos, sin que hayan contraído el cólera. Para que una enfermedad ataque á un individuo, no basta que exista la causa que la produce; es preciso ade- mas que aquel esté predispuesto para recibirla, y si falta este requisito, no por eso se dirá que la causa no existe ni que deja de ser, contagiosa, sino que su influjo no alcanza á 64 personas que por circunstancias particulares no están dentro de su esfera. Aun cuando no existiese esta razón, todavía prueban muy poco los esperimentos atrevidos de los médi- cos que se han inoculado, pues para que tuviesen alguna fuerza, seria preciso saber: primero, si el contagio esta en la materia de los vómitos ó en la sangre, porque puede con- sistir en efluvios que exhale el cuerpo, ya por la cutis o res- piración, ya por una y otra parte: y segundo, que aun cuan- do existiese en aquellas sustancias, resta averiguar sise ha tomado la cantidad suficiente, pues para ser afectado de un veneno, no siempre basta tornarlo, sino tomarlo en la dosis suficiente. El célebre Magendie observó, que cuando inyectaba en las venas de los animales la cantidad de dos á cuatro onzas de sangre colérica, se producían los sínto- mas del cólera; pero cuando era menor, entonces no se ob- tenía ningún resultado. Si la enfermedad que se presen- taba en los animales inyectados, era ó no cólera; y si los efectos de la inyección en ellos se pueden estender al hom- bre por analogía, son puntos no decididos: quédense pues en la clase de congeturas, pero congeturas que se encami- nan á debilitar la fuerza del argumento. Aun cuando el contagio existiese en la sangre ó en los vómitos, y estas sustancias se tomasen en cantidad suficiente; no se sabe. todavía si la inoculación es el modo de trasmitirlo, pues hay contagios que no se comunican de este modo. Y si tanto se ignora en esta materia ¿porqué se ha ele fallar con tanta arrogancia en cosas que se esconden á la inteligencia hu- mana? Yo siempre he celebrado la circunspección con que el Dr. Broussais se espresa en su memoria sobre el cólera- morbo; y ya que su opinión es la de uñ juez tan calificado, tengo el gusto de transcribir sus palabras. „Hay personas que se han inoculado con la sangre de los coléricos, otras que la han gustado y tragado, y otras que han impregnado sus vestidos con los escrementos de los coléricos: algunos han tenido el valor de acostarse á su lado en la misma ca- ma y bajo las mismas sábanas; en fin se ha hecho todo gé- nero de ensayos de esta naturaleza, y los que han practi- cado las espenencias, no han contraído el cólera: pero es de advertir que los hombres que han hecho estos ensayos eran hombres de valor; porque según todas las probabili- lidades, si iguales experiencias se hubiesen hecho por per- sonas pusilánimes, es probable que se hubieran infestado." Mas á pesar del valor, el Dr. Scoutetten de Berlin re- 65 fiere un caso que el doctor Calcagno repite en su tra- tado sobre el cólera-morbo impreso en la Habana. El Dr. Galow médico de aquella capital no creia en e! conta- gio. Untóse en los labios la sangre de un muerto colérico, sacada del corazón; restregóse el dia después la frente con el sudor de otro enfermo; retiróse ásu casa, acostóse á dor- mir en un sofá; pero al despertar, se sintió invadido ele la enfermedad, y murió en pocas horas. Cito este caso, no porque yo le tenga como decisivo, sino porque siembra algunas dudas sobre la cuestión que debato: y digo que no es decisivo, porque bien pudo el Dr. Galow ser atacado de resultas de sus esperimentos, ó de la influencia general de la epidemia reinante á que otros muchos estaban es- puestos sin hacer ningún ensayo. Si se pudiera probar que el Dr. Galow solamente fue invadido por la acción de la sangre y sudor que se untó, su muerte sería un ejemplo vic- torioso; ¿pero hay quien pueda asegurar que aun cuando no hubiese hecho ningún esperimento, el cólera no le habría atacado? 2° Si el cólera fuera contagioso, los médicos y asistentes de los hospitales serian invadidos en una proporción ma- yor que las demás clases de la sociedad. Aunque siempre fuese cierto lo que tan general- mente se enuncia, no por eso faltarían razones con que re- solver el argumento, sin que la enfermedad perdiese su ca- rácter contagioso. Todos convienen en que la gonte pobre es la que mas sufre los ataques de la epidemia por falta de recursos para tomar medidas preventivas, que son el mejor y único remedio conocido contra esta enfermedad. Los mé- dicos por su posición social gozan de comodidades, y el buen régimen de conducta a que casi necesariamente ios obliga su misma profesión, debe darles hasta cierto punto una garantia contra los ataques de la peste. Los practican- tes y asistentes de los hospitales se hallan en cuanto á re- cursos para preservarse casi en igual grado; de suerte que generalmente hablando se pueden considerar como una de las fracciones del pueblo menos espuestas á los tiros de la enfermedad. Enseña también la esperiencia, que el terror es una de las causas que mas predisponen para contraer el cólera; pero ningunas personas deben estar mas exentas de él que los médicos y muchos de los asistentes de los hospi- tales, porque la costumbre de ver enfermos de todo género, los familiariza con los peligros de las enfermedades, y les dá- aquella impavidez tan necesaria en los dias de calamidad. No quiero decir por esto, que todos, todos los médicos es- tén comprendidos en esta regla: hablo solamente en gene- ral, pues sé muy bien que en sonando la campana de la muerte, hay facultativos que tiemblan como el hombre mas pusilánime, Pero si á pesar de todas estas garantías, se quebranta el escudo epie parece debiera cubrirlos ¿qué dirán los que infundadamente les han dado la prerogativa de invulne- rables? Registremos los documentos, leamos los informes de algunos médicos ingleses residentes en la India, examine- mos las relaciones que nos han trasmitido otros facultativos sobre los estragos de esta enfermedad, y ellos nos ofrece- rán pruebas abundantes de los ataques que han sufrido en Asia y en Europa. Limitémonos pues á presentar hechos, y dejemos que por sí hablen. Mr. Craw médico de la India dice, que el hospital del regimiento 65 tenia treinta empleados, y que todos fueron invadidos. En el hospital de Seroor fueron también atar cados casi todos en una semana. En la-presidencia de Bom- bai enfermaron treinta y tres facultativos, y de este núme- ro perecieron trece; y para no repetir casos respecto de las posesiones británicas de la India, basta decir que los asistentes de los coléricos fueron invadidos en mayor pro- porción que el resto de los habitantes. En el lazareto de S. Dionisio en la isla de Borbon murieron todos los asis- tentes á escepcion de dos siervos: y en el hospital hubo también gran mortandad entre ellos. En las pequeñas islas de Ormus y de Kismé los m'dicosy cirujanos fueron las primeras víctimas. Tiflis perdió mucho antes de terminar la epidemia, la mitad de sus médicos. En Astracán pade- cieron también algunos de ellos, y en el hospital murieron muchos de los asistentes. En Yassi solamente sobrevivió uno á la epidemia ; y en Bucharest perecieron- casi todos. A los 41 dias do haberse presentado el cólera en S. Pe- tersburgo, ya habían sido invadidos veinte y cinco, y muer- to nueve de los 264 que entonces contaba aquella capital* y de los muy pocos que residían en Cronstadt, ya habían pe- recido-cuatro. En Moscow fueron atacados un 40 por 100 de médicos y cirujanos. En Saratow, los cuatro que habia fu yon invadidos desde el principio, y murieron tres. En Polonia, hubo gran número de enfermos entre los médicos asistentes y demás empleados de los hospitales En propor- 67 don á su número, los médicos sufrieron mas que las otras clases en las capitales de Austria y de Prusia. Finalmente, Brussais vio en Paris que cinco enfermeras de coléricos fueron atacadas en menos de 24 horas. Asi pudiera yo ir acumulando nuevos casos; pero los espuestos bastan para probar la falsedad del argumento que con frecuencia se repite. Para formar ideas exactas sobre esta materia, nunca se debe prescindir del poderoso influjo de la predisposi- ción. (Divídanse de ella los que comunmente dicen; „el có- lera no es contagioso, porque no se me ha pegado, a pesar de haber tenido coléricos, ó de haberlos visitado." Los que asi discurren, no reflexionan que las enfermedades conta- giosas no Jo son en igual grado, pues unas se trasmiten con mas facilidad que otras ; ni que aun cuando lo fuesen sin diferencia alguna, es imposible que sean atacados todos los individuos puestos en comunicación con los coléricos. Pues que ¿son iguales todas las naturalezas? ¿no vemos diaria- mente que una misma causa aplicada á distintos seres, ope- ra en ellos de diverso modo, produciendo á veces aun efec- tos contrarios? Por via de ejemplo puedo citar uno muy común entre nosotros. El guao, cuya planta es bien cono- cida en la isla de Cuba, inflama estraordinariamente la piel de unos; muy poco la de otros; y nada la de algunos. ¿Y se dirá por esto, que el guao aplicado á la superficie del cuer- po humano no tiene la propiedad de inflamarla? Pues lo mis- mo sucede respecto de la naturaleza contagiosa del cólera, aunque haya muchos individuos que puestos en contacto con los coléricos, no reciban de ellos la infección. 3 ? Se ha dicho también que la plaga y la viruela, que son contagiosas, no siguen los períodos regulares de au- mento, ma(lurez, declinación y estincion, sino que van au- mentando hasta que ya no encuentran víctimas, ó son re- primidas por algunos medios mas poderosos que ellas. De aqui infieren, que si el colera fuera contagioso, se iria re- produciendo de los efluvios ó secreciones de los individuos afectados, y no correría los periodos regulares que se le observan. Este argumento es muy defectuoso por dos razones. Primera: porque se quieren someter á una misma marcha pestes que siendo muy diferentes en su naturaleza y en sus efectos, no seria estraño que siguiesen distintas reglas. El mundo ha sido testigo de centenares de epidemias, y ei* uoa v^<_>iltagiuscis como errunc niun"' *>~ ^»~«,~" —~----j—¡-,-, las viruelas y otras pestes reconocidas portales no son tan caprichosas en su carrera: antes al contrario, siguen una marcha regular, y para mejor probarlo, dejaré que hablen por mí los Revisores de la Revista trimestre de Londres, ,,-Es imposible abrir un libro que contenga pormenores de la plaga, viruela, escarlatina y sarampión sin notar que cuando son epidémicas, siguen una marcha regular de au- mento, madurez, y estincion. La plaga de Londres en 1665 empezó en una familia en Westminster, aumentó gradual- mente, se estinguio aparentemente en el invierno, y revivió en la próxima primavera. La de Marsellas estalló primero entre unos carretilleros, de quienes se propagó la infección. Los primeros siete, capítulos de Russell que contienen la historia de diferentes irrupciones de la plaga en distintos logares, están llenos de hechos que contradicen la aser- ción de que no sigue períodos regulares. Sydenham que yió la plaga de 1665, y que vivió antes que se practicase la inoculación, describe la viruela como apareciendo á veces en un grado muy remiso, ó no existiendo absolutamente; empezando después á presentarse á la aproximación del equinocio de primavera, estendiéndose mas y mascada dia llegando á ser epidémica casi al otoño, abatiendo á la en- trada del invierno, y volviendo otra vez en el verano. El sarampión de 1670, dice el mismo médico, empezó muy temprano, esto es al principio de enero, y aumentando dia* ñámente, llegó á su altura en marzo: después declinó gra- dualmente, y se acabó en julio próximo." Al leer este párrafo que acabo de trascribir, nadie ne- gará, que enfermedades reconocidas por todos como con- tagiosas, guardan un orden regular en su incremento de- clinación, y estincion; y siendo la existencia de este ó'rden el apoyo en que algunos se fundan para negar la naturale- za contagiosa del cólera, tienen que caer en el terrible di- lema, ó de negar su carácter contagioso á la viruela el sa- rampión &c. ó de concedérselo también al cólera a pesar de Ja regularidad que sigue en sus períodos. 4? Algunos pueblos cercanos á otros infestados y aue han estado en comunicación con ellos, se han libertado d k epidemia. Ved aqui un argumento que se repite confre6 69 cuencia , y que se tiene como incontestable: pero veamos si lo podemos responder. Para que un lugar sea infestado, no basta que esté en comunicación con otro donde reina la epidemia: es preci- so ademas que sea llevada a él, que encuentre sugetos predispuestos á recibir la infección, y circunstancias favo- rables para propagarla. Nadie duda que el fuego quema; pero si se esparce sobre cuerpos incombustibles, se apaga- ra sin producir un incendio: caiga empero una sola chispa sobre un terreno regado de pólvora, y al punto se seguirá u a violenta esplosion. Asi como existe predisposición in- dividual, paréceme que puede decirse con bastante exac- titud que también la hay local; y que asi como muchas per- sonas quedan ilesas, aun viviendo en medio de la infección, del mismo modo hay lugares que se escapan de la epide- mia, á pesar de tener comunicaciones con los pueblos in- festados. ¿Pero de donde nace, que ciertos lugares resistan á la infección? Ved aqui lo que no se sabe. Entre las cir- cunstancias que pueden influir, una sola me atrevo á indi- car, á saber, el estado atmosférioo, pues aunque niego el influjo de la atmósfera como causa primaria del cólera, ja- mas negaré su acción como causa secundaria ó modificado- ra. Sentadas estas ideas, es muy fácil concebir que un pue- blo puede conservarse sano, aun teniendo relaciones con otro apestado, ya porque no haya contraído la infección ninguno de los individuos que van á él, ya porque lo resis- tan las circunstancias meteorológicas ó de otra especie que nos son desconocidas. Russell prueba con muchedumbre de hechos, que paises atacados de la plaga, han tenido relaciones con otros sin trasmitirles el contagio. Y si es- to sucede respecto de una enfermedad cuya naturaleza; contagiosa está generalmente admitida ¿porqué se ha de decir que el cólera no lo es, fundándose en la razón de que á veces no se propaga á pueblos con quienes se está en re- lación? Dentro de los muros de las mismas ciudades in- festadas existen individuos y familias que recorriendo las calles, y aun visitando los enfermos, se preservan de la peste. Pero si hallándose en comunicación tan estrecha, pueden pasearse triunfantes, ¿porqué no también cantar victoria ciertos pueblos que respecto de una nación pue- den equipararse á los individuos y familias de una ciudad? Porque el cólera no es contagioso, me responderán, y por- que únicamente proviene del estado atmosférico. ¿Pero no respiran todos la atmósfera? ¿no están sometidos á ella, in- cesantemente? Y siendo asi ¿porqué no enferman toaos. Ls pues forzoso confesar, que si muchos resisten á ella á pesar de su incesante acción, con mayor motivo se salvaran de la causa contagiosa que parece no ser tan estensa ni tan constante. No tan estensa, porque la atmósfera existe en todas partes, y los corpúsculos ó miasmas que la infesten,, tal vez se encontrarán esparcidos aquí ó allí; y aunque se hallen en abundancia, no es probable que formen una nu- be tan grande que envuelva toda una ciudad. No tan cons- tante, porque el aire está operando sin cesar sobre nuestro. cuerpo, asi esterior, como interiormente. Menzies opina que la porción de aire que por término medio entra en los pulmones á cada inspiración, es de 40 pulgadas cúbicas; y el Dr. Thomson dice, que esta es la cantidad que entra ó sale á cada inspiración ó espiración. Ahora bien, los espe- rimentos que se han hecho en varias personas para averi- guar las inspiraciones que se necesitan en un minuto, dan por término medio el número de 20, que multiplicado por las 40 pulgadas, forman el producto de 800 pulgadas de aire introducidas en los pulmones en un minuto. Conti- nuando el cálculo, resulta que en una hora se inspiran 48.000, y en 24 horas 1.152.000 pulgadas cúbicas de aire. Por esta demostración ya se vé, que si la causa del cólera consiste en la atmósfera, el hombre inspira en un dia una cantidad prodigiosa; mas si se atribuye á miasmas, aun cuando se suponga infestada toda la masa de aire que res- pira, el cuerpo humano no puede recibir esterior ni inte- riormente tanta cantidad de materia venenosa, porque con ella va mezclada gran parte de aire atmosférico, cuya ac- ción por si sola, lejos de producir algún daño, sirve para conservar los resortes de la vida, Invoquemos los hechos en apoyo del raciocinio, y la cuestión recibirá todo el grado de claridad de que es sus- ceptible. El médico ingles Haygarth en su Investigación acerca del modo de prevenir la viruela, enfermedad que todos reconocen como contagiosa, trae un pasage en que describe una irrupción de las que reinaron epidémicamen- te en Chester en 1777, y en la que se verificaron todos los fenómenos que muchos consideran como incompatibles con la naturaleza contagiosa del cólera, Helo aqui literalmen- te traducido. „La viruela fué epidémica en Chester desde mayo de 71 1777 hasta enero de 177S, esto es nueve meses, particu- larmente los seis últimos, en cuyo tiempo observé atenta- mente sus progresos. 1.° Al principio fueron atacadas dos ó tres familias, no vecinas inmediatas, sino que vivían en el mismo barrio de la ciudad. 2.° Después fueron invadi- dos los niños de un barrio; pero la enfermedad no se difun- dió en ellos como de un centro. 3.Q En ninguna parte de la ciudad se estendió uniformemente de un centro, sino que se propagó en alguna callejuela, donde todos los ni- ños de una vecindad jugaban juntos. 4.° Después fueron acometidos los niños pobres en varias partes de la ciudad, á distancias considerables, y en algunos parages á media milla unos de otros. 5.° Todavia en noviembre no habían si- do infestadas muchas partes de todas las calles principales; pero en diciembre y enero la enfermedad volvió á atacar á muchos que se habían escapado cuando estuvo en su ve- cindad algunos meses antes. 6.° En Hambridge que es una parte de Chester, separada del resto de la ciudad por el rio Dee solamente, no fueron infestados durante la epide- mia sino unos siete niños, aunque gran número de ellos son muy propensos en aquella parte á contraer la enferme- dad. 7.° En la calle del Rey que está en el centro de la ciudad, de 24 niños que nunca habian padecido la enfer- medad, solamente dos fueron atacados en una misma casa. 8.° Durante el estío y el otoño de 1777, mientras la epide- mia era general en Chester, una ó mas familias de muchos de los pueblos circunvecinos, como Cristleton, Barrow, Tar- vin &c, y algunas ciudades mas grandes como Nantwich, Neston ó¿c. fueron visitados por la viruela; sin embargo, la enfermedad no se difundió generalmente en ninguna de estas poblaciones. Como el estado del aire y el veneno va- rioloso fueron en estos lugares los mismos que en Chester ¿porqué el aire de ellos no fue igualmente infestado que el nuestro? 9.° En Frodsham empezó la viruela en mayo, y gradualmente se fue aumentando hasta hacerse notable- mente epidémica en una parte por varios meses; con todo, casi una mitad de la ciudad todavía se conservaba entera- mente desinfeccionada el 18 de noviembre de 1777. Por el contrario en Upton, pueblecillo á dos tercios de legua de Chester, de 24 niños que nunca habian sido atacados de la enfermedad, todos, escepto uno, que ciertamente estuvo también espuesto á la infección, padecieron la enfermedad en menos de dos meses. Daré la causa de su rápida propa- 72 gacion en las mismas palabras del cirujano Mr. Edwards, habitante muy instruido del lugar. „La enfermedad no ha sido propagada por el aire ó contigüidad de casas, sino que ha aumentado en proporciónala comunicación que las familias han tenido entre sí: ningún cuidado se tuvo en im- pedir su propagación, sino al contrario, parece que había un deseo geneial en que todos los niños la contragesen. Y después de haber visto que la viruela salta de un punto á otro aun á larga distancia, que vuelvea los para- ges de donde se habia retirado, y que ataca á los que an- tes no habia invadido; después de haber visto que reinan- do en la mitad de una ciudad, la otra mitad se conserva ilesa por muchos meses á pesar de estar en íntima comu- nicación, y de ser la viruela una enfermedad contagiosa ¿se dirá que el cólera no lo es, porque presenta los mismos fe- nómenos? 5C; El cólera ha entrado en paises donde había cuaren- tenas, luego no es contagioso. Él cólera no ha entrado, respondo yo, valiéndome del mismo raciocinio, en -paises donde ha habido rigorosas cua- rentenas; luego es contagioso. Pero aun cuando hubiese entrado, poco prueba el argumento. Las cuarentenas ca- si nunca son lo que deben ser, ni aun cuando sean lo que deben, casi nunca puede lograrse un aislamiento per- fecto, particularmente si ocupan por tierra una línea es- tensa, y están en la frontera de naciones que tienen mucha comunicación entre sí. Un militar desertor, un ciudadano fugitivo, un astuto contrabandista, un cúmulo de sucesos que ocurren frecuentemente en el discurso de la vida, bur- lan á cada paso la vigilancia del hombre. Los cuadrúpe- dos, las aves mismas susceptibles del contagio volando por encima de las bayonetas que forman los cordones sanita- rios, pueden introducir la peste en los paises mejor defen- didos. Volney, hablando de la de Levante, nos dice en su viage por el Egipto y la Siria, que los europeos residentes en el Cairo, se preservan del contagio, encerrándose con sus familias; pero que una vez pasó un gato por las azoteas de una casa á las viviendas de unos negociantes franceses, y comunicó la peste á dos de ellos, de los cuales uno mu- rió. Aun sin estas casualidades, bien puede trasmitirse una epidemia, cuando está muy difundida; pues á la manera que un gran incendio ya no encuentra límites que puedan contenerle, asi también una peste muy derramada en un 73 vasto continente, ronrperá por todas partes, é invadirá aun los parages mejor resguardados. Esto sin embargo no es lo común, pues la esperiencia enseña, como ya hemos vis- to, que los paises que han establecido cuarentenas, ó se han preservado de la enfermedad, ó caso de ser atacados, ha sido por haberse quebrantado las buenas reglas sanita- rias. No se diga pues por mas tiempo, que las cuarentenas son inútiles, parque sino siempre pueden contener la peste, por lo menos impiden muchas veces sus estragos. Nuevos argumentos contra el cólera pudiera reproducir aqui; pero siendo mas débiles que los anteriores, no debo detenerme en ellos por mas tiempo. Después de haber espuesto los hechos y razones que inducen á creer que el cólera es contagioso, es natural in- quirir. Primero: por cuantos medios se trasmite: y segun- do, qué tiempo puede correr entre el momento en que un cuerpo recibe el germen de la enfermedad, y los primeros síntomas de su aparición. En cuanto á la trasmisión, tres medios se pueden se- ñalar; á saber, el hombre, los animales y los objetos inani- mados. En el hombre se pueden distinguir cuatro estados: el de enfermedad, el de muerte, el de convalescencia, y el de salud. En el de enfermedad no cabe duda que comuni- ca el contagio, porque frecuentemente se ve que á la lle- gada de un colérico á un pais sano, sigue generalmente la epidemia. En el de muerte, no tenemos datos tan positi- vos, pues lo único que se sabe es, que de los empleados en los cementerios y en las funciones á ellos anexas, á veces mueren muchos, á veces pocos, y á veces ninguno. El Dr. Labrosse asegura que todos los presos de la cárcel de san Dionisio en la isla de Borbon, empleados en conducir los cadáveres al cementerio, murieron del cólera. Mr. Jame- son dice, que un soldado indio murió de la peste, y que los 5 compañeros que le llevaron á enterrar, todos fueron in- vadidos la noche siguiente, y murieron. En Buda murieron casi todos los carretoneros y sepultureros; pero estos casos y otros semejantes caen en el escollo de que como todos los habitantes de un pais infestado están mas ó menos es- puestos á la causa que produce la infección, no se puede saber si aquellas personas han bebido el contagio de los cadáveres, ó de la causa general predominante. Si un convalesciente del cólera conserva todavía las semillas del mal, es punto no decidido. Casos hay sin em- 10 74 bargo, en que esto parece cierto, pues el cólera se ha pre- sentado en paises sanos después de haber llegado un Du- que que si á su arribo al puerto, ya no tenia ningún enter- mo, los tuvo antes en la navegación. Asi sucedió con la fragata inglesa Topacio que llegó á la isla de Francia con algunos convalescíentes. Estos saltaron en Puerto Luis; y aunque el cólera estalló allí tres semanas después, se cree Con bastante fundamento que ellos fueron sus introducto- res. Esto, con todo, aun deja en pié la duda de saber, si la enfermedad se introdujo por los convalescíentes ó por los efectos del buque. En cuanto á la trasmisión del cólera por una persona sana, ó aparentemente tal, no creo que haya imposibilidad. Bien puede uno recibir la infección en sus vestidos ó de otro modo, llevarla á otra parte, y trasmitirla sin que es- perimente sus síntomas fatales, ya porque su constitución tenga fuerzas para sacudir el mal, ya porque no haya te- nido tiempo todavía para hacer en él su esplosion. Las comparaciones con otras enfermedades mas contagiosas que el cólera esparcirán un rayo de luz sobre esta región tenebrosa. Russell que como residente en Alepo escribió acerca de la plaga, dice, „los proveedores empleados por las familias encerradas, frecuentemente llevan la plaga á sus casas algún tiempo antes que ellos mismos sean inva- didos. Una persona empleada por mí para traerme noti- cias, y para visitar algunas veces las casa* infestada?, co- municó la plaga á su muger, quedando él sano durante la peste." Al testimonio de este observador distinguido,, agre- garé como muy singular el caso que refiere Mead en su Discurso sobre el contagio pestilencial. En 1577 estaba reunido en el castillo de Oxford uno de los tribunales de la nación inglesa; y asi los jueces, como todos los circuns- tantes que ascendían á trescientos, murieron por un vapor venenoso, que según algunos salió de la tierra; pero el lord Bacon, aquel hombre tan profundo en sus conocimientos como infame en sus operaciones, al observar que solo que- daron ilesos unos reos que de la cárcel fueron conducidos á aquel sitio, creyó con razón que la catástrofe nació de miasmas llevados allí por ellos. Acerca de la trasmisión del cólera por medio de los animales, nada cierto se sabe: que aveces lo contraen y mueren, es una verdad: que lo trasmiten á individuos de su especie, parece comprobado por muchos hechos; pero 75 que le comuniquen á otros seres, no pasa de congeturas. Cuando al cólera no se puede trazar otro origen en algunas islas y en otros parages donde se ha introducido, sin haberse descubierto ningún enfermo á bordo de lo's bu- ques que han llegado á aquellos puntos, temeridad seria negar que se trasmite por medio de cuerpos inanimados. Esta consideración unida á la marcha de las caravanas que en su rastro han ido sembrando el cólera, y su reaparición en algunos lugares después de haber estado adormecido por algún tiempo, dan bastante materia para concluir que los objetos inanimados pueden trasmitirlo á los seres vi- vientes. Pero asimismo se observa por otra parte, ejue no se comunica con tanta facilidad como por el hevmbre. Des- de el año de 1817 apareció en la India, y aunque existe un vasto comercio entre aquel territorio y la Gran Bretaña, el mal nunca penetró allí por esta yia. Parece, y es lo mas probable, que la larga distancia destruye con el tiempo el germen del contagio, pues hemos visto que mientras la Inglaterra se preservaba, algunas islas vecinas á los paises infestados del Asia, tragaron el veneno introducido por medio de los efectos mercantiles. Nuevos hechos vienen en apoyo de esta opinión. Desde l.° de junio hasta 31 de diciembre de 1831 entraron en Inglaterra de los puertos infestados del Báltico 732 buques cargados de lino y cáña- mo. Durante este tiempo arribaron también otros muchos con lana y pieles; pero ni entre los marineros ni entre nin- guna de las personas empleadas en los lazaretos para abrir y ventilar estos géneros, apareció caso alguno de cólera. ¿Mas se inferirá ele aqui que no adquieren el contagio, ni pueden trasmitirlo? Guardémonos de sacar tan absurda consecuencia. Lo único que podemos decir, si queremos acertar, es que en esos casos, los miasmas coléricos no se adhirieron á las mercancías, ó que si se adhirieron, muy pronto fueron esparcidos en el aire perdiendo su fuerza mortífera; ó que finalmente, las personas que estuvieron en contacto con ellos, no se hallaban predispuestas para con- traer la enfermedad. No puedo omitir otros hechos interesantes, menciona- dos por la Junta Central de Sanidad de Londres. Observa este ilustre cuerpo, que en los muelles, donde se descarga el lino y el cáñamo en San Petersburgo, llegaron en la pri- rnavera y el estío 1831 millares de toneladas proceden- tes del interior de Rusia donde reinaba el c¿lera al tiempo 76 70 J de salir aquellos géneros para la capital. Pues& P£8a' _ esto, cuando el cólera estalló en San Petersburgo, las per sonas empleadas en reconocerlos y clasificarlos, y i g neralmente pasaban la noche en medio de l™ ™«™> no fueron, ni los primeros atacados, m los que «ufrerontan severamente como otras clases de la población Lo mismo sucedió en todas las corderías de San Petersburgo, y en la manufactura imperial de lino de Alejandrofsky. Parece pues inferirse de todos los hechos y reflexiones anteriores, que el hombre vivo es el mejor vehículo del ce- lera; que si los muertos lo trasmiten, no es con tanta gene- ralidad; que aunque los animales lo contraen y comunican á los de su especie, su influencia en el hombre es proba- ble, pero no cierta; y finalmente, que los objetos inanima- dos, si bien pueden trasmitirlo, no poseen esta funesta pro- piedad en grado tan eminente como el hombre vivo. Pero ¿qué tiempo puede correr entre el momento en que un cuerpo recibe el germen de la enfermedad y los primeros síntomas de su aparición? He aquí el segundo punto que resta examinar. Un cuerpo de tropas auxiliares en la India al mando del coronel Adams, llegó en estado de salud á las inmedia- ciones de un pueblo infestado con el cólera, y la misma noche de su llegada enfermaron 70 soldados, y murieron 20 al siguiente dia. Sin duda que la fatiga de las marchas hizo que el mal estallase desde el instante en que empezó i ejercer su influencia sobre individuos tan predispuestos* Las tropas de Nagpore fueron también invadidas el mismo dia que acamparon en Gaongong, villa infestada. Un des- tacamento de Meerut entró en Delhi, y á los dos dias apa- reció el mal en algunos soldados. En el sangriento com- bate de Igania que duró todo el dia 10 de'abril y parte de la noche, las tropas rusas comunicaron el contagio á las polacas; y los primeros enfermos aparecieron el 12 en la, noche. Un regimiento de tropas que desembarcó en Madras en el mejor estado de salud después de 48 dias de navega- ción del cabo de Buena Esperanza, empezó á ser atacado al tercer día de su desembarque. La Comisión médica de Genova enviada á Viena y Hungría, fundándose en largas observaciones y en la es- periencia personal que adquirió en las cuarentenas del cólera, asegura en sus informes al gobierno sardo, que las personas que han absorvido el germen del mal. son general- 77 m^nte atacadas antes de lds fres dias, y siempre antes de los cuatro. Proposición enteramente falta segun se probará mas adelante. La Comisión médica de Londres que fué á S. Peters- burgo á observar el colera en esta capital, dice que segun sus observaciones, el tiempo trascurrido entre una sola espo- sicion al contagio y el subsecuente desarrollo del mal fué de uno á cinco dias. Pero á mí me parece que todo esto es inexacto, porque en una ciudad infestada, casi nunca es posible determinar el momento preciso en que uno contrae la enfermedad. ¿Se llamará momento preciso aquel en que alguno caiga enfermo en una casa, y desde entonces se su- ponga que ya han tomado la infección los demás que viven en ella? Nada mas erróneo. ¿Se llamará momento preciso aquel en que se lleve un individuo á los hospitales, se lo someta allí á varias pruebas, luego se le retire, y si tiene después la desgracia de que le ataque el cólera, se cuento como período de incubación el término trascurrido entra la hora en que se le hicieron los esperimentos, y el instante» fatal de ser invadido? Nada en verdad, mas falible. Un hombre puede permanecer largo tiempo en el foco mas in- mundo de infección, sin ser tocado de la peste; pero apar- tándose de este lugar, si se predispone al dia siguiente, ó des- pués, la enfermedad podrá asaltarle aun en medie de las maa fragantes aromas. Creo por tanto, que para que esas obser- vaciones fuesen decisivas, seria preciso que los sugetos sa- liesen de los pueblos infestados, y se embarcasen ó mar- chasen á otros donde no haya reinado la epidemia: porqu© entonces si les ataca, ya tenemos un punto fijo de dondo partir, contando el tiempo trascurrido entre la invasión del mal y el momento de la partida del individuo atacado. Y todavía así, no se logra toda la exactitud posible, porque bien pudo el enfermo haber absorvido el germen del con- tagio antes de su partida: pero al fin, de cualquier modo que fuere, el resultado siempre seria muy satisfactorio. De algunos casos que he procurado recoger, clara- mente aparece, que las semillas del mal pueden permanecer en el hombre sin causar efecto sensible hasta quince dias, y aun cerca de un mes. Del 20 de mayo al 24 de setiembre de 1831, llegaron á Inglaterra de los puertos infestados del Báltico diez y ocho buques; y habiendo tenido cada uno, un enfermo ó mas de cólera en su pasage, el mayor número de ataques ocurrió 78 antes de los cuatro dias, contándose solamente uno al sestO de la partida. La fragata inglesa Bruto salió de Liverpool, ciudad entonces apestada," el 18 de mayo de 1832 con colemos para Quebec, y el primer caso de cólera no se presentó hasta el •27; es decir, que de Ja salida del buepie á la aparición de •la enfermedad corrieron diez dias. En uno de los informes rusos está consignado el hecho de que habiendo salido dos personas de Oremburgo, donde reinaba la epidemia, y llegado á Uralsk donde no existia, hicieron una cuarentena de catorce días; pero pasado este término, fueron atacados y murieron. En otro informe dirigido al gobierno ingles desde S. Petersburgo por uno de sus médicos comisionados, se lee el siguiente párrafo que á la letra transcribo. „Por el mes de noviembre del año pasado, cuando el cólera epidémico estaba declinando en Casan; y cuando se estaban reuniendo de diferentes partes del imperio los p esos que se habian de traspellar áSiberia, varios de ellos fueron enviados de Casan á Perm, adonde llegaron casi en veinte y cinco dias. Todos estaban sanos al tiempo de su partida: ninguna contingencia ocurrió en el camino: el có- lera no existia en ninguna parte del pais por donde pasaron; y cuando llegaron á Perm, ciudad principal del distrito ó gobierno de aquel nombre, la enfermedad no se conocía allí, porque nunca habia llegado. Para que no pasasen por la ciudad, fueron llevados á la cárcel haciéndoles dar un rodeo. Pocos dias después de su llegada, el cólera estalló entre ellos, se cenn un ico á los otros presos de la cárcel, y murieron unos quince. Las otras dos personas solamente atacadas fueron dos soldados, uno de los cuales estuvo de centinela en la puerta de la cárcel, y el otro acompañó al cementerio los cadáveres de algunos presos. En virtud de las precauciones que tornó el gobierno de la ciudad y dis- trito, el cólera nunca apareció fuera de la prisión, y la ciu- dad quedo libre de la enfermedad." El párrafo que acabo de copiar, prueba tres cosas. I." Que el colera es contagioso, porque se comunica de persona á persona. 2.» Que también lo es, porque cortán- dole toda comunicación, se estingue sin propagarse. 3 a Que su germen puede conservarse por muchos días, sin enfer- mar al individuo que lo lleva consigo. Ni se crea que esta es una anomalía de la que puede 7fr inferirse cosa alguna contra la naturaleza contagiosa del cólera. Enfermedades que poseen este carácter en el punto mas elevado, presentan iguales fenómenos. Russell, tantas veces citado en esta carta, porque su nombre es insepara- ble del de la peste, se espresa así. „De lo que he observado en Alepo, estoy inclinado á pensar que la plaga rara vez esti oculta mas de diez dias, pero mayor esperiencia se necesita para determinar una materia de tanta importancia." Todavía son mas concluyentes las observaciones he- chas con la viruela, en cuya enfermedad se puede saber con exactitud el momento en que se trasmite el contagio por la inoculación. El baronDimsdaie,queenel siglo pasado se ocupó mucho en este género de esperimentos, leigró saber que de los inoculados que llegaban á infestarse, en unos aparecían los síntomas á los seis, y en otros á los catorce ó quince dias. Ignorándose pues, la naturaleza del cólera, y pudiendo modificarse de mil maneras segun el clima y la constitución de los individuos, ¿quién puede fijar todavía con precisión el tiempo que podran estar ocultas sus semi- llas sin brotar en el cuerpo humano? Mortandad causada por el cólera en diferentes naciones. Moreau de Jonnés y otros escritores han computado la mortandad general. Yo repetiré lo que ellos dicen; pero sin darle crédito á todo. De agosto de 1817 á mayo de 1831 ha habido en Asia y en Europa seiscientas cincuenta y seis irrupciones del cólera, sin contar con las que han acaecido en los paises bárbaros del Asia, y de las que no se ha podido tomar una noticia exacta. Moreau de Jonrtés calcula que en el período de los catorce años, han muerto en la India 35 millones de habitantes, que es decir, dos y medio por año: pero que- riendo limitarse á números bajos, los reduce á 18 millones; y como la población de la India se computa en ciento diez, resulta que ha perdido en catorce años casi la sesta parte de sus habitantes. No falta quien disminuya todavía este número, pues en una memoria en que se habla esten- samente del método curativo seguido por Mr. Gravier mé- dico de Pondichery, la mortandad de toda la India desde 1817 hasta 1825 solamente se eleva á cuatro millones y poco mis de medio; y suponiendo exageradamente, que en los seis años restantes hasta 1831 hayan perecido cuatro millo- 80* toes mas, tendremos que la mortandad de la n i ^jq_ Moreau de Jonnés hace subir en catorce anos a nes por el cálculo mas bajo, apenas llega según o os por el c/mputo mas exagerado, á poco mas de.ocho miHone y medio. En la Arabia pereció un tercio de ios de las ciudades atacadas. En la Persia un "«todelo•mis- mos. En Armenia un quinto. En la Mesopotam.a de un tercio á un cuarto. En la Siria un décimo cuyos estragos han variado mucho, pues dicen que en algunos parages ha muerto la mitad, y en otros, como en Trípoli, uno por cada doscientos. De 16000 atacados en la provincia del Caucaso perecieron diez mil. En Tiflis murieron tres cuar- tas partes de los enfermos, y dos tercios en Astracam. En mayo de 1831 ya habia perecido la vigésima parte de las provincias rusas atacadas. Finalmente, Moreau de Jonnés, después de haber calculado la mortandad de la India en 18 millones, dice que la del resto del mundo desde la China hasta Varsovia se puede considerar en treinta y seis millo- nes, que reunidos á la suma anterior, dan un total de cin- cuenta y cuatro millones de personas destruidas por el có- lera desde agosto de 1817 hasta mayo de 1831. Yo no negaré que una peste pueda arrebatar del nú- mero de los vivientes esos millones, y cuantos mas se quiera. ¿Pero dónde están los datos en que se funda Moreau de Jonnés para elevar á 56 millones la mortandad causada por el cólera en el espacio de catorce años. Yo creo que esto no puede saberse ni aun aproximadamente. Padrones con que se llenan los libros, nos dicen que la India, abrazando bajo este nombre les territorios mas acá y mas allá del Ganges, tiene 110 millones de habitantes; la China, según el Lord Macartney, 333; la Persia veinte; la Arabia diez; y asi sucesivamente: ¿mas quién podrá mirar estas cifras ni aun como resultados aproximados, cuando en unos paises son inexactísimos los censos, y en otros no existen, porque los pueblos que gimen bajo el pesado yugo de la religión de Mahoma, tienen preocupaciones supersticiosas contra la costumbre de empadronar? Y no sabiéndose su pobla- ción respectiva, ¿cómo aseguran que en este pais, por ejem- plo, pereeió la tercera parte de los habitantes, y en aquel la quinta? y dado que la supiesen ¿cómo han podido averi- guar la mortandad de cada pueb'o, cuando no existen tablas Oecrológícas que den razón de los muertos? Los mismos reparos se pueden hacer contra las 150 81 mil personas que se supone que perecieron en el Egipto- pero no tienen lugar respecto de la mortandad ele algunas n.iciones de Europa, porque en ellas se sabe, con |a exacti- tud qu.; permiten estas materias, no solo el total de habi- tantes, sino el de las víctimas inm.dadas por el cólera Por mas empeño que he puesto * n encontrar estados que repre- senten la mortandad de las naciones europeas invadidas ele la epidemia, mis esperanzas se han frustrado; y aunque he conseguido noticias fidedignas acerca de- algunas ciudades, ellas no son tan satisfactorias « n cuanto al total de mu. rtos ?L\*V1,SlI"ta8 l,ac,°"«s- Pues-Unidos. Y ni aun su tenguage es decisivo, respecto de todos los puertos, por- que no desmiente el rumor del cólera en Mobíla, sino que se limita á manifestar, que „wo habia sido conjirmado, y creia que carecia de fundamento." Pero dése al testimonio del Sr. Cónsul toda la interpretación que se quiera: eso nada vale contra la terrible verdad de que el cólera, desde que invadió el Norte-América en junio de 1832, ha permaneci- en él hasta la f.cha. He aqui las pruebas de esta aserción. El Correo semanal é investigador de Nueva-York en el número correspondiente a la st-mana que corrió desde el 17 hasta el 23 de f brero, inserta una noticia sacada de la Gaceta de Quebec del mismo mes. Tales son ¡^us pa- labras. „La Gaceta de Quebec dice, que no hay duda en que la semana anterior ocurrieron en Montreal varios ca- sos de cólera, de los que dos ó tres fueron fatales. La es- periencia y el carácter de la persona que ha d^do la no- ticia como asunto de deber público, es digno de todo cré- dito. A la verdad que no es nada improbable ni estraño que la enfermedad reaparezca aqui, como en otros paises, y asi en el invierno del Canadá, como en el de Mosccw." Tene- mos pues el gran dato de que en una ciudad frontera á los Estados-Unidos resucitó el cólera en medio de los frios mas rigorosos ; y como en aquella estación está helado el rio S. Lorenzo, que es el único que abre á Montreal su ceununica- cion con el mar, es forzoso concluir que las mal ahogadas semillas del contagio se conservaban todavía, ó en el mis- mo Canadá á que pertenece aquella ciudad, ó en la repú- blica de los Estados Unidos. Pero esto se dirá, da una con- getura, mas no un hecho convincente de su existencia en ellos, que es lo que nos interesa saber. Pues véase aqui probado lo que se quiere negar. En la misma acta ya citada, y que se publicó en el Diario del 2 de febrero, se dice lo siguiente. „Se leyó por el vice-secretario el oficio del Sr. Cónsul general de Espa- ña en los Estados-Unidos de América, dirigido al Escmo. Sr. Presidente, participándole que habia llegado á su noti- cia haber muerto en la ciudad de Boston el l.°de diciem- bre 19 personas del cólera maligno, como igualmente que aun no se habia estinguido esta epidemia en Neva Orleans." En el mismo Correo semanal é investigador deAueva- York, se publicó el siguiente anuncio. „Sentimos saber que esta terrible enfermedad (el cólera) todavía se prolonga en los estados del oeste. En Nashville, en el Estado d Tennes- see, ocurrieron nueve casos el dia veinte y uno de enero: 86 y en la semana anterior, la Junta de Sanidad fo aquella ciudad dio parte de diez casos y seis muertos. Yo llamo muy particularmente la atención sobre las palabras todavía se prolonga. Esto dice claramente, no que la enfermedad hubiese desaparecido y presentadose de nuevo en los asta- dos del oeste, sino que desde su invasión hasta las ultimas fechas habia permanecido en ellos. Ni se crea que el co- lera de Nashville, se redujo á ocho ó diez días en que hu- biesen ocurrido algunos casos sueltos, sino que alargó su duración, pues todo lo que nos dicen las gacetas de Nueva- Orleans, es que el once de febrero iba cediendo. Otros perió- dicos de los Estados-Unidos anunciaron también desde principios de marzo, que en el mismo Tennessee, en el distrito de Gallatin, se habian presentado varios casos de cólera. El que existia en Attaccapas, se fue desenvolviendo, y después de haber tomado un aspecto serio en Franklin, to- davía el Boletín de Nueva-Orleans del 22 de marzo nos ase- gura, que continuaba sus destrozos en las parroquias de S. Martin y Sta. María. Finalmente, la fragata Cinncinnati que salió de Nueva-York para Nueva-Orleans á principios de febrero, fue invadida del cólera á los cuatro días de su salida, y el 11 y el 12 de aquel mes tuvo diez marineros en- fermos. Estos hechos reunidos á la reaparición del cólera en Nueva-Orleans y á los estragos que está causando en va- rios puntos de aquel estado, bastan para probar que desde junio del año pasado en que entró en el Norte de América, hasta la fecha en que escribo esta carta, el formidable azo- te del siglo diez y nueve no ha salido de aquel vasto terri- torio. Y al contemplar las continuas comunicaciones que tenemos con los Estados Unidos, y la existencia del cólera, no solo en las fronteras del Norte, sino en las costas de la Luisiana ¿habrá quien pueda negar que nos vino de aque- llos paises? No faltará quien lo niegue; y para ello preguntarán ¿donde está el buque apestado que de allí entró? Como ya no habia cuarentenas, no se pudo saber cual fue; pero es una verdad, que en un barco procedente de Portland, de Newport, ó de Boston, murió después de su arribo á la Ha- bana, un marinero atacado de cólera la semana antes de haber estallado aqui. Bien conozco que contra esto se po- dra decir 1.° que no habiendo cólera en aquellas tres ciu- dades, mal podría introducirlo ningún buque procedente, de alguna de ellas; y 2.« que la navegación por corta que se suponga, será de diez ó doce dias, en cuyo tiempo hubie- ra debido aparecer el cólera a bordo, y no después de tan largo término. En cuanto á lo primero, hay quien crea que en Portland existian entonces algunos casos de cólera. De Boston ya se ha visto, que el primero de diciembre murie- ron diez y nueve personas; y es muy probable que en ene- ro y principios de febrero hubiese todavía algunos casos. Si el buque pues, salió de alguno de los puertos apestados, ya queda, sino destruido, por lo menos muy debilitado el primer argumento: pero como no sé fijamente si partió de Portland, de Boston ó de Newport, me desentenderé de es- ta razón, y avanzaré por otro lado. Para que un buque pue- da llevar el cólera á un pais ¿es necesario que el | uerto de donde sale, esté actualmente apestado? ¿no puede recibir el contagio de otro punto, por medio de los efectos que se envían? ¿no puede tocar en algún parage donde exista ó haya existido el mal, y tomar allí la infección? ¿no puede contraerla aun en alta mar, poniéndose en comunicación con otra nave que encuentre? ¿No acabo de citar el ejemplo de la fragata Cinncinnati que salió en febrero de Nueva- York para Nueva-Orleans, y en la navegación se declaró el cólera? ¿Pero existia entonces en Nueva'York? Dios nos libre de responder por la afirmativa; y no quedándonos mas recurso, confesemos á nuestro pesar, que un buque puede introducir el cólera en un pais, sin que el puerto de donde procede, se halle apestado ól tiempo de su salida. En cuanto á lo segundo, esto es, que siendo diez ó do- ce dias el término mas corto de la navegación de aquellos puntos á la Habana, el cólera debió de haberse declarado á bordo; es muy fácil responder 1." que bien pudo haberse declarado, mantenídose oculto por la falta de cuarentena, y haberse pres< ntado después en el puerto el nuevo caso de que llevo hecha mención. 2.' Que si este mismo caso, á pesarde haber ocurrido entre nosotros, permaneció ignora- do durante la epidemia, y solo en estos últimos dias es eran- do muy pocas personas han tenido conocimiento de él ¿con cuanta mas razón no estaría oculto lo que pudo pasar en alta mar, y cuando habría interesen esconder esos mismos sucesos. 3. Que habiendo manifestado en las páginas an- teriores de esta carta, que el hombre puede llevar consigo el germen del cólera por mas de 25 dias, sin atacarle los primeros síntomas, debe desde luego cesar la imposibilidad ■ a' ' re que se quiere suponer con una navegación de diez, quince ó veinte dias. Pero no valgan las razones que he espuesto; y aun crease, si se quiere, que el marinero lejos de ser el intro- ductor de la peste la contrajo en esta ciudad: todavía no se infiere de aqui, que ella hubiese dejado de venir de los Es- tados Unidos. ,. , , ¿No pudo entrar en nuestro territorio por medio de los efectos mercantiles? Sin haber aparecido ningún endrino á bordo de los buques, que do los paises vecinos ya apesta- dos llegaron á varios pueblos del Asia, el cólera los invadió. Asi se introdujo en las islas de C ylan, Sumatra, Java, Pe- nang, Singapore, las Molucas, Luzon deque es capital Ma- ní a, Ormus, Kirmé y algunos puntos del continente. ¿Ha- brá pues quien niegue entre nosotros que se pudo introducir del mismo modo? Estoseria el colmo de la obstinación. Cuan- do se reflexiona que jamas el cólera ha atacado ningún pais, sin que antes haya tenido relaciones con otro apestado; cuando se reflexiona que antes y ai tiempo de aparecer en la Habana, existia en algunos puntos de los Estados-Uni- dos, y que varios de estos, como es el de la Luisiana, no solo se hallan á muy corta distancia de esta capital, sino que tienen con ella continuas comunicaciones; cuando se reflexiona que á pesar de tan activo comercio, nos preser- vamos de la epidemia, mientras se guardaron las cuarente- nas, y que nos vimos "asaltados por ella, luego que se sus- pendieron; cuando se reflexiona en fin, que el pueblo de Ma- tamoros situado en las costas del Golfo de Méjico, y que tie- ne relaciones mercantiles con los Norte-Americanos, pero ningunas con la costa de África, ha sido también invadido y esperimentado muchos estragos, y que el mal ha reapareci- do en Nueva-Orleans y otros pueblos de la Luisiana; es ne- cesario confesar, que la irrupción del cólera en la isla de Cu- ba trae su origen de los Estados-Unidos del Norte-América. Introducido ya el cólera en la Habana, su propaga- ción fue gradual, pues no tomó un carácter formidable has- ta el tres de marzo en que se enterraron 56 cadáveres en el Cementerio general. A nuestros médicos cupo el honor de conocer la enfermedad desde los primeros casos que se les presentaron, y mas felices en su pronóstico que los fa- cultativos de otros paises, dieron una alarma oportuna pa- ra que los habitantes se preparasen. Aunque en los primeros dias, gran parte del pueblo no creyese en la existencia del Colera, nunca atribuyó las muertes casi repentinas que ocurrían á la maldad de algún envenenador, ni al influjo de causas siniestras. La Habana afortunadamente, no ha visto en su seno.los tumultos populares que agitaron á S. Peters- burgo en los dias aciagos del cólera, ni tampoco las san- grientas escenas que deshonraron á Paris, asesinando en sus calles á los inocentes que la furia popular designaba cómo autores de sus desgracias. No, nuestro pueblo ha su- frido en silencio los horrores de la epidemia mas destruc- tora que se encuentra en sus anales; y cuando el número de víctimas que diariamente espiraban, llevaron al corazón de todos el triste convencimiento de que el cólera nos ha- bia invadido, levantó con resignación los ojos al cielo, y adorando los decretos de la Providencia, unos buscaron asilo en los pueblos y campos vecinos, y otros esperaron la muerte sentados en sus hogares. Cuando se apague el in- cendio que devora las fértiles regiones de esta isla sin ven-, tura; cuando las noticias que puedan reunirse, prestaren materia para trazar el cuadro de nuestras desgracias, qui- zás entonces escribiré una página, ejue agregada al peque- ño volumen de nuestra historia, consignará á la posteridad la justa alabanza de las buenas acciones, y la severa repro- bación de las malas. Entretanto, mi pluma se limitara mis bien á dar un bosquejo, que no una noticia completa de los estragos del cólera en la Habana y en algunos de los para- ges ya invadidos. Mortandad en la Habana y otros pueblos de la Isla. Los datos acerca de la mortandad de la Habana se de- rivan de tres fuentes: 1.a de los estados de los comisarios de barrio intramuros, y de los capitanes de partido estramu- ros: 2.a de los asientos y cartas de oficio de las parroquias: 3.a de los cementerios. Comparando estas noticias, se en- cuentra una diferencia muy notable en los resultados; pero entre todas, las que mas se aproximan á la verdad, son las de los cementerios. Al principio puse gran empeño en reco- cer los estados de los comisarios; mas cuando tuve en mi poder nueve de los diez y seis barrios en que está dividida la parte intramuros de la Habana, y vi que solamente ele- vaban la mortandad á 686 personas, conocí que estaba per- diendo el tiempo, y que debia ocurrir á otras fuentes. Los 90 estados fíe las tres capitanías principales de partido de la pob,ación estramuros, aunque no representan toda la mor- tandad que hubo en ellos, merecen sin embargo algu- na consideración; y asi me parece conveniente insertarlos aquí. Partido de S. Lázaro desde el 25 de febrero hasta el 15 de abril. Blancos. Pardos y mo-renos liares. Pardos y mo-renos esclavos. Emancipados. "a v. 81 clusive.................... 3 Jesús María desde 1.° de marzo/ -153 hasta 20 de abril...........> Guadalupe desde 25 de febrero ? ^gg hasta 22 de abril inclusive. (1) $ Cerro desde el 4 de marzo hasta ) el 18 de abril. (2)..........\ Jesús del Monte desde el 4 de ) 39 marzo hasta 14 de abril......£ Ntra. Sra. del Pilar desde 3 de í marzo hasta el 22 de abril in- > 87 clusive...................S Totales generales.... ^047 32 38 53 127 185 422 16 30 122 Libres de color. Varo-1 Hem nes. bras. 25 48 56 68 231 383 94 13 55 36 104 86 204 388 477 4 12 106 Esclc V aro ues. 136 47 100 130 123 456 127 53 67 1022 J025 963 1417 J249 2380 Hem- bras. 71 60 88 158 116 297 9 17 49 865 2114 5>0-J "3 2 366 336 425 768 1196 2520 280 164 486 654Í 6541 Los dias de mayor mortandad que hubo en las parro- quias segun sus registros, fueron. Dias. Muertos. Catedral.............. 29 de marzo........ 29 Santo Ángel........... 28 ,, ........ 40 Espíritu Santo.......... 18 „ ........ 46 Santo Cristo........... 27 „ ........ 44 La Salud.............. 22 „ ........ 157 Jesús María............ 27 „ ........ 78 Cerro y Jesús del Monte. 19 „ ........ 21 Nuestra Señora del Pilar. 19 „ ........ 33 Si estos resultados fueran exactos, ó por lo menos dis- crepasen poco de la verdad, yo haria con gusto algunas (l) De el total de esta parroquia se ha deducido un corto número de personas que se sabe murieron de otras enfermedades. (2) El gran número de gente de color que aparece en la parroquia del Cerro, proviene de que allí se tomó razan de los negros muertos en el depósito de la Junta de Fomento, los cuales ascendieron á 124 desde el 4 de marzo que fue cuando estalló allí la enlerniedad, hasta el 13 de abril. comparaciones; pero cuando á estas cifras es preciso aña. dir algunos centenares, que por la incertidumbre de las clases que representan, vienen a trastornar todos los cálcu- los ¿qué será de las operaciones aritméticas que se funden éri elementos tan inciertos? Yo podria formar una serie de co- lumnas llenas de guarismos que aparentasen exactitud mate- mática; pero cuando se acercase ¿examinarlas un hombre de buen sentido, al instante me diría: „en vano trabajaste- tus cálculos son absurdos" Pasemos pues á los cemente- rios, que son sin dúdalos que mas se aproximan á la verdad. Cementerio general desde el 25 de febrero hasta el 20 de abril. Dias. Blancos. De color. Total ge-neral. Adultos. Párvulos. Adultos Párvulos. Febr.° 25 8 3 5 5 21 26 5 3 6 3 17 27 4 2 5 1 12 28 9 1 24 3 37 Marzo 1 7 1 20 7 35 2 6 )5 13 2 21 3 11 2 40 3 56 4 12 4 51 3 70 5 24 6 50 5 85 6 27 10 56 13 106 7 15 8 79 8 110 8 20 6 86 5 117 9 31 7 90 12 140 10 38 6 84 8 136 11 36 8 129 6 179 12 32 6 87 12 137 13 39 6 103 11 159 14 33 8 89 10 140 J5 32 13 146 14 205 16 38 10 111 16 175* 17 39 16 112 9 176 18 47 28 171 18 264 19 44 24 160 17 245 20 38 16 156 17 227 21 34 24 1J5 26 199 oo 78 1 27 209 19 333 23 60 J 22 215 , 17 314 94 Dias. Blancos. De color. Tota/ g-fi- Adultos. 57 | Párvulos. 20 Adultos. Párvulos. nerul. Marzo 24 162 13 252 25 54 20 165 22 261 26 72 39 183 30 324 27 46 21 102 12 181 28 59 19 82 15 175 29 30 11 53 16 110 30 31 5 51 12 99 31 17 8 23 9 57 Abril 1 25 8 23 4 60 2 16 6 23 6 51 3 12 2 17 7 38 4 12 5 14 2 33 5 10 1 5 6 22 6 10 6 12 3 31 7 6 2 7 5 20 8 6 4 2 4 16 9 10 6 7 3 26 10 3 3 3 2 11 11 5 3 8 2 18 12 8 5 11 7 31 13 1 4 14 3 22 14 7 3 14 3 27 15 7 3 10 4 24 16 4 3 11 4 22 17 4 9» 7 2 13 18 6 }5 3 2 11 19 6 5 4 2 17 20 2 5 8 3 18 Totales. . 1.293 484 3.436 473 5.686 Corren por la ciudad algunos estados manuscritos de la mortandad del Cementerio general que no concuerdan con este; mas yo le doy la preferencia 1.° porque cualquie- ra que se tome el trabajo de examinar aquellos, encontrará algunas veces que la suma total de la mortandad diaria no conviene con las distintas partidas que la componen; y 2.° porque la mayor discrepancia entre mi estado y los otros se hallaren los últimos dias de febrero, dias en que como to- 95 dos saben empezó el cólera, y en que fueron muy raros los que murieron de él. El 25 solamente murieron dos en el bar- rio de san Lázaro: el 26 ninguno; y no puede decirse que perecieron en otra parte, porque el cólera aun no ha- bía salido de aquel recinto. El 28 ya ocurrieron mas casos; pero nunca* para exagerar tanto la mortandad. En fuerza de estas razones ¿cómo se podrá creer que el 25 de febrero se enterraron en el Cementerio general 31 cadáveres; el 26, 69; el 27, 28; y el 28, 81, que es cabalmente la mortan- dad que señalan aquellos estados? El que aquí inserto, es copia fiel del que conserva el Capellán de aquel lugar, quien habiendo permanecido en él durante toda la epide- mia, tuvo por estas circunstancias y por el ejercicio de sus funciones la mejor ocasión de adquirir noticias exactas. Estado general de los cadáveres enterrados en el cementerio de los Molinos del Rey desde el 27 de mar o hasta el 11 de abril inclusive. Blancos. De color. ti CU Dias. tn cñ O cu S . ~ T3 -Q W3 C 15 £ o» 2'° s QJ "«3 o H Marzo. 27 32 55 6 )5 100 55 55 153 28 38 55 18 55 134 55 16 5) 206 29 27 15 15 12 62 31 11 8 181 30 6 14 4 8 35 47 8 12 134 31 19 14 6 10 51 35 5 7 147 Abril. . 1 15 15 8 6 28 30 13 7 122 2 14 13 & 7 22 31 6 4 105 3 13 12 9 5 11 27 4, 4 85. 4 5 3 8 3 10 16 3 2 50 5 5 11 5 8 13 20 5 3 70 6 8 10 3 2 13 17 10 5 6S 7 2 3 3 3 10 16 3 2 42 8 6 1 2 4 4 8 2 3 30 9 3 3 4 2 6 13 2 4 37 10 3 >j >? 55 3 4 1 55 11 11 3 « 1 55 6 55 55 "1 10 Totales. . 199 114 100 70| 508 295 104) 611 J451.J 96 La Marina perdió 33 hombres. De estos, 15 que mu^ rieron en el pontón Teresa, se enterraron en su cemente- rio particular. Los 18 restantes que murieron en el hospi- tal de san Ambrosio, fueron sepultados en el Cementerio general. El 18 de murzo se abrió en el Arsenal un hospital.pa« ra hombres. La mortandad empezó el 20 y cesó el 19 de abril inclusive. El total ascendió á 62 blancos, 67 libres de color y 105 esclavos, es decir á 234. De este número se enterraron unos en el cementerio de la Marina desde el 20 hasta el 24 de marzo; otros se quemaron desde el 25 hasta el 30; y otros se sepultaron en el Cementerio general ó los Molinos desde el 31 hasta el 19 de abril. Hallándose los cadáveres que vinieron á estos, inclusos en los estados an- teriores, se debjn rebajar del total, y como ascienden á 52, los 182 restantes forman un nuevo estado que contribuye a aumentar la mortandad. Helo aqui. Blancos. Libres Esclavos Total. 22 37 76 31 46 106 53 83 182 En Casa-Blanca se hizo un cementerio para los que alli muriesen, y desde el 17 de marzo en que se abrió has- ta el 17 de abril, dia en que se hizo en este mes el último entierro, hubo 13 blancos y 38 de color, formando el total de 51. En el cementerio del Cerro no solo se sepultan los ca- dáveres de esta parroquia, sino también los de la del Pilar; y asi los estados de él, como los de Jesús del Monte con- cuerdan con los asientos de las parroquias respectivas. Mas es preciso confesar, que ni aquellos ni estos dan una noti- cia exacta de la mortandad en los dias de la epidemia, ya porque muchos cadáveres no fueron llevado-! á los cemen- terios, ya porque otros fueron enterraelos sin haberse po- dido tomar constancia de su muerte. No habiendo pues Je Sepultados en el cementerio } de Marina desde el 20 > 17 hasta el 24 de marzo.... ) -Quemados desde el 25 has- > 2q Ja el 30 de marzo....... ) Totales___.... 46 diferencia alguna entre los asientos de estas tres parro- quias y los de sus dos cementerios.; no .-repetiré .lo que he qicno en el estado general de aquellas. . Haciendo un resumen por colores de toda la mortandad de la Habana segun los estados de ios .cementerios, se ob- tiene el siguiente resultado. Blancos. De color. Total. Cementerio general.....,..— 1.777 3.909 5.686 Molinos................._ 483 oo8 1.451 Cementerio de Marina, los > dei pontón Teresa......\ *** » 15 En el mismo cementerio,par- te de los muertos del hos- ^ 17 59 75 pital del Arsenal........ Quemados del mismo hos- pital..................... Casa-Blanca.............. Cementerio del Cerro...... Jesús del Monte........., 29 77 106. 13 38 51 255 511 766 69 95 164 2.658 5.657 8.315 Pero esta suma no da todavía la verdadera mortandad de la Habana. Los centenares de cadáveres que durante muchos dias se llevaron al Cementerio general, no daban ti mpo para contarlos: asi fue, que las guardias que dia y noche velaban á la puerta de aquel recinto, recibían los muertos segun las papeletas que les entregaban; y como muchas veces, á los carretones ya cargados de Codáveres se les echase uno nuevo sin el requisito de la papeleta, he aqui que necesariamente hubo algunas omisiones; y no temo incurrir en ningún esceso, si las computo en ciento. Ya he dicho, que en los cementerios de las parroquias del Pilar, Cerro, y Jesús del Monte, tampoco se pudo tomar razón de todos los muertos; y allí sin duda, el número fue proporcionalmente mayor, pues hubo dia de aparecer diez cadáveres arrojados al cementerio del Cerro, y á los que se dio sepultura, sin haberse asentado en los archivos. Para corregir pues, estas eunisiones, añadiré solamente, por un cálculo bajo, el número de 50, que viene áser un poco mas 13 95 del cinco por ciento sobre el total que aparece de los es- tados de aquellas tres parroquias: y si reunimos esta can- tidad á la anterior de 100, el gran total se elevará á 8.465. Aun es preciso hacer otra consideración. Durante la epidemia salieron de la Habana millarejde personas, cuyo número no me atreveré á fijar, por ser materia muy incier- ta; y como estas se sustrajesen del influjo de la epidemia en la capital, claro es, que recayendo entonces su acción destructora sobre menor número de individuos, sus vícti- mas ya no pudieron ser tantas, como si todos los vecinos de esta ciudad hubiesen permanecido en ella. Si se pudiera saber cuantos se ausentaron, seria muy fácil llegar á un re- sultado exacto, rebajando aquel número del total de la po- blación, y estableciendo después las proporciones entre los restantes y la mortandad general. Mas ya que esto no es dable, es preciso llenar este vacío del modo que se pue- da; y creo que en parte se logrará, haciendo una distinción ' entre mortandad en la Habana, y mortandad de los veci- nos de la Habana. Me esplicaré. Por mortandad en la Ha- bana quiero decir, la que ha habido en la misma ciudad, limitando su población á las personas que permanecieron en ella, durante la epidemia: y por mortandad de los veci- nos de la Habana, aquella que no solo comprende á los que se quedaron en ella, sino á los que salieron á los campos y pueblos inmediatos. Porque á la verdad, si algunos de es- tos han muerto del cólera, aunque fuera de la capital ¿de- ja esta por eso de haber perdido una parte de los indivi-1 dúos que componían su población? Si no se hubieran ab- sentado de ella, es muy probable que hubiese perecido ma-; yor número; porque Guanabacoa que fue el asilo generaL de las familias de la Habana, no sufrió proporcionalmente hablando, tantos estragos como la capital. Ademas de que- es bien sabido, que muchas persemas que contrageron el cólera en ella, fueron á exhalar el último suspiro á Guana- bacoa. Lo único que resta averiguar, es el número de per- sonas que murieron fuera de la Habana, y por fortuna, aque- lla villa nos ofrece un dato muy importante, pues habiéndose tenido el cuidado de clasificar los muertos de su población y los de otros puntos que se refugiaron en ella, se encuen- tra en el estado general de su mortandad desde el 11 de marzo hasta el 8 de mayo una partida de 127 pertenecien- te á los que no eran vecinos suyos; y muy bien puede su- ponerse, que casi todos eran de la Habana. Si á ester" 99 número se agregan algunas personas que también mu- rieron en los pueblos y campos adonde huyeron, no se exa- gera nada en decir que mas de 150 habitantes de la Ha- bana perecieron fuera de ella en los dias de la epidemia. Resulta pues, que desde el 25 de febrero hasta el 22 de abril la Habana perdió 8.615 personas. Segun el censo de 1827, la Habana, entendiendo por tal, la parte intramuros, Casa-Blanca, la Salud, San Láza- ro, Jesús María, Horcón, Cerro y Jesús del Monte, tenia 92.225 almas de población permanente, dividida en 44.087 blancos, y 48.138 de color. Comparando la población blan- ca con los muertos blancos, resulta una pérdida de 6,02 p§. La población de color con los muertos de color da U,7p*. El total de la población con el total de muertos, as- cendente á 8.315, da 9,01 p . Mas como aquel censo computa la guarnición y los transeúntes en 18.000, y en la mortandad general no se ha hecho deducción de ellos, es preciso agregar esta cantidad á la población permanente para elevar el total á 110.225, que comparado con los 8.315 muertos, da una pérdida de 7,5 p°. Pero el número 8.315 no da el total de los vecinos de la Habana que perecieron durante la epidemia: es preciso agregarle los 150 cadáveres en que computo las omisiones del Cementerio general, de! Pilar, Cerro y Jesús del Mon- te, y los 150 mas que murieron fuera de la Habana. Estas dos partidas reunidas á la primera, forman la suma de 8.6 i 5, que comparada con los 110.225 de población, da 7,8 p". Tal es el resultado que se saca, suponiendo que el censo de 1827 represente la verdadera población de la Ha- bana: pero con el respeto debido á la autoridad que le mandó formar, y con una justa consideración hacia las per- sonas que se encargaron de reunir sus materiales, séame permitido disentir de las cifras que contiene, y elevar la población de la Habana por un calculo prudente á ciento veinte mil almas. Segun este cómputo, la mortandad ge- neral de 8.315, viene á ser de 6.9 p , y la de 8.015, de 7,1 p°. No se crea empero, e,ue t»dos los muertos que indican estos números, han sido s;.cri;ficados por ej celera. Perdido entre nosotros el dato prcci >so de los casos de esta enfer- medad, no sabemos cuantas fueron las personas invadidas, ni tampoco las que murieron. Asi es que en los censos ne- 100 crológicos aparecen confundidos los cadáveres del cólera con los de otras enfermedades. ¿Y será posible entresacar aquellos de estos, y formar un estado que contenga sola- mente la mortandad causada por el cólera? Veamos si po- demos acercarnos a la verdad en asunto tan complicado. La mortandad media de la Habana en los cinco años anteriores, contando solamente con el i ementerio general desde el 25 de febrero hasta el 20 de abril, y con la parro- quia del Pilar desde el 3 de marzo hasta el 22 de abril in- clusive, se computa en 680. Rebajando este número de la mortandad causada por la epidemia, el total queda reduci- do á 7.935. Esta diminución seria mayor, si se hubiese in- cluido también la mortandad media de las parroquias del Cerro y Jesús del Monte en el quinquenio anterior; pero como es de poca, consideración, no altera mucho los re- sultados. Aunque estos números tuviesen toda la exactitud po- sible, caeríamos por otra parte en un escollo insuperable. Cuando el cólera invade con fuerza, muchas de las enfer- medades ordinarias degeneran en ella; de manera, que la mortandad media de un pais, ya no puede servir para tra- zar la linea divisoria entre los muertos de la epidemia rei- nante y los de las enfermedades comunes. Complícanse mas los datos, si se reflexiona, que la degeneración de es- tas, á veces es mayor, y á veces menor, pues no es tan cier- to, como generalmente se cree, que cuando reina el cólera, casi todos los enfermos mueren al fin de ella, aunque hayan sido otros los principios de las dolencias. En Paris hubo dia de fallecer de enfermedades ordinarias el mismo número de gente que en tiempos comunes. Del l al 2 de mayo mu- rieron 38 coléricos y 71 de otros males, que es la mortan- dad ordinaria de Paris. Del 2 al 3 hubo 119 cadáveres, y* los coléricos no pasaron de 40. En Nueva-York, del 28 de julio, mes en que se declaró el cólera, al 4 de agosto en que todavía reinaba con fuerza, murieron 580; de estos fueron de cólera 383, y los restantes, de otras enfermedades. Del 4 de agosto al 11 del mismo mes hubo 467 muertos, y de ellos 281 de cólera. El Obispo Heber en su escelente via- ge á la India refiere, que en 1824 y 25, años de su residen- cia alli, el cólera y las fiebres intermitentes reinaban á un tiempo en aquel vasto territorio Lo mismo observó en Pru- sia el Dr. Becker de Berlin, segun se ha dicho ya en otra parte de esta carta. Finalmente, en la Arabia hacia las eos- . 4<. _ j , . 101 tas del mar Rojo, el pueblo sufrió mucho en 1831 d. I es- corbuto, fiebre, y colera-morbo que le atacaron simultánea- mente. En medio de la incertidumbre en que nos hallamos pa- ra averiguar el número ele coléricos que perdió la Habana, y atendiendo por otra parte á que ios ataques de la epide- mia fueron tremendos entre nosotros, y que por la observa- ción de los facultativos, casi todas las enfermedades comu, nes degeneraron en cólera, me aventuro á decir, que una décima parte de los que mueren ordinariamente, vendría á escapar de la epidemia. Pero antes es menester rebajar de toda la mortandad, los cadáveres que positivamente se sa- be que fueron coléricos; tales son, los 33 de la marina, los 183 del hospital provisional de mugeres, los 234 del de hombres en el Arsenal, los 191 de la tropa de linea, y los 124 del depósito de la Junta de Fomento; que es decir, 765. Queda pues reducido el gran total de muertos á 7850; y deduciendo de aqui por una parte el décimo en que com- puto la mortandad causada por las enfermedades ordina- rias, y añadiendo por otra ios 765 coléricos antes rebaja- dos, sacaremos un total de 7.830 coléricos. Mas sea de esto lo que fuere, no se piense que aquí cesó ya la mortandad en la Habana. Los estados que em- piezan el 25 de febrero, y que acaban desde el 17 hasta el 22 de abril, solamente representan los estragos del período mas calamitoso que sufrimos: pero el cólera todavía no ha desaparecido de entre nosotros A fines de abril ocurrieron muy pocos casos: en mayo tuvo sus alternativas; y en junio ha continuado con mas fuerza que en el mes anterior. Los estados del Cementerio general dan una idea del faumento y declinación del cólera desde que se cantó el Te-Beum el 20 de abril hasta el 30 de Junio. Dias. Muert Abril 21.........~. 14 22............ 11 23............ 9 24............ 8 26............ 9 r 25............ 12 27............ 13 28............ 10 Dias. Muert» Abril 29............ 13 30............ 13 112 Mayo 1............ 10 2............ 7 3............ 15 102 Dias. Muert. ....... 8 5..... ....... 10 6..... ....... 6 ____ 13 ...... 8 ....... 7 ...... 9 ....... 9 ....... 13 13...... ...... 11 14...... ...... 12 15..... ....... 13 16..... ....... 11 ...... 7 18..... ....... 10 21...... ______ 11 ...... 11 22...... ...... 15 23...... ...... 14 24..... ...... 20 26...... ...... 16 27...... 29...... ...... 18 ...... 10 ...... 17 30..... ....... 17 31...... ...... 20 374 Muert* 10 25 9 ■ 7 ' 28 28 22 • 22 19 16 16 23 14 18 8 23 12 16 24 25 28 26 15 22 14 15 14 14 17 541 ' En mayo de 1832 se enterraron en el Cementerio ge- neral 425 cadáveres, esto es 51 mas que en mayo de este año; y á no haber sido por los casos de cólera que se pre- sentaron, la mortandad habría bajado mas, pues disminuida la población, y destruidos por la epidemia casi todos los enfermizos y demás gente en quienes se ceban las enferme- dades ordinarias, estas habrían encontrado poco pábulo du- rante algún tiempo. En junio de 1832 murieron segun los asientos del Cementerio general 363; mas en el mismo de Días. Junio 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. este año hay un esceso de 178: consecuencia necesaria de la gran seca que hemos pasado en la ciudad, de los calores estraordinarios que hemos sufrido, y del incremento que to- nu el colera por estas ó por otras causas. Cuantas sean las nuevas victimas de esta enfermedad no se sabe á punto fijo. Desde el 25 de abril hasta el 21 de junio inclusive ha llegado á mi noticia la muerte de 43 personas en la parroquia de Ntra. Sra. de Guadalupe. Y si esto ha sido en una sola ¿qué no ser,1 en las demás? Bien po- demos decir, que desde el 20 de abril hasta el último de ju- nio han muerto dé cólera en toda la Habana, por un cálcu- lo bajo, 250 personas, que agregadas á la mortandad gene- ral, forman el total de 8.865; y comparado con los 92.225 de la población permanente del censo de 1827, da poco mas de 9,6 p*; con la de 110.225 á que asciende la totalidad de dicho censo, 8,04 p¡J; y con la de 120.000 almas, poco mas de 7,3 p^. Aqui tiene V., amigo mió, la mortandad de la Habana, sino por un término fijo, a lo menos muy aproximado á lá verdad. Quizas se podrá haber deslizado alguna leve equi- vocación en estos cálculos; pero como en el número si- guiente de la Revista pienso tratar de nuevo esta materia, Teservo para entonces su amplificación ó rectificación si fuere necesaria. Circulan sobre este punto noticias muy exageradas. Citan padrones de 11.086 muertos y de 17.585: pero la mortandad que indican, no solo es relativa á la Ha- bana, sino á varios pueblos y campos de su distrito. Una reflexión muy sencilla basta para salir del error. El censo que contiene los 11.086 muertos, empieza el 25 de febrero y acaba el 30 de abril inclusive. El de los 17.585 empieza también el 25 de febrero, pero acaba el 31 de mayo. Ahórá bien: si hasta el 30 de abril solamente habian muerto 11086 ¿como pudo llegar la mortandad en la Habana el último de mayo á mas de 17 000, cuando la epidemia perdió sus fuer- zas desde abril, y de entonces acá ha sido muy corto el nú- mero de muertos en la ciudad? Mas antes de soltar de Id' mano los censos necrológicos de ella, daré á V. algu- nas breves noticias que considero importantes. Ya he di- cho, que los militares sufren gradualmente menos es-i tragos del cólera que otras clases de la sociedad, pues esto también se ha verificado en nuestro suelo. De la tropa de línea que.guarnece esta plaza, murieron desde el 25 de fe- brero hasta el 16 de abril inclusive 104 Estado mayor....... 7 oficiales............... 7 Habana...... .___. 3 oficiales y 42 de tropa.. 45 España*............ 1 gefe y. . . 37 ídem...... 38 Primero de Cataluña. „........ 19 idem...... 19 Voluntarios de mérito. „ ........ 15 idem...... 15 Lanceros del Rey.... „......... 8 idem...... 8 Barcelona.......... 1 oficial y 16 idem...... 17 Corona............. „........ 16 idem...... 16 Brigada de Artillería 1 gefe y... 19 idem...... 20 13 172 185 Agregando á este número un gefe de milicias de in¡- fantería, otro de caballería, y cuatro oficiales del depósito de transeúntes, tenemos un total de 191. Si la tropa de fla- nea de esta plaza se computa en 6.500 hombres, y la com- paramos con los 191 muertos, la mortandad que se saca, es de poco mas de 2,9 p£. Mucho ha influido en este resultado el establecimiento de hospitales en los cuarteles, y la prolija asistencia que se dispensaba en cada cuerpo á los que eran invadidos del mal. La tropa de línea que guarnece la Ha- bana, ofreció en los días calamitosos de la epidemia un rasgo digno de elejgio. Escitada por el Escmo. Sr. Gober- nador y Capitán General D. Mariano Ricafort pusoá dispo- sición de S. E. algunos millares de pesos en calidad de do- nativo para socorrer á los infelices que perecían por falta fie socorro; y la Habana en medio del luto que la cubría, Juvo el consuelo de ver, que la tropa que se alimenta de la sustancia del pueblo, derramase parte de esta misma sus- tancia en el seno de sus hijos necesitados. Esta acción ge- nerosa honrará siempre al gefe que la promovió, y á los subditos que la ejecutaron. La Casa de Beneficencia contaba el 1.° de marzo de este año 424 personas de todas clases. De las 73 del de- partamento de niños salieron para sus casas 45, y de los 28 restantes murieron 18. Del departamento de niñas en que habia 116, salieron 37, y de las restantes, solamente rnurieron 2. El de hombres depientcs tenia 92, y perecie- Es de advertirse, que de resultas de un fuego que hubo en la ciu- en los dias de la epidemia, este batallón tuvo 49 enfermos, y de mnriprnn 17 dad eo . ellos murieron 17. 105 j™ 25; y el de mugeres 48, de cuyo número murieron 11. mortandad estraordinana, y que no puede atribuirse al ter- ror que el cólera les infundiera. Finalmente, de las 424 personas de este establecimiento, ó mejor dicho de las 342 que quedaron dentro de sus muros, perecieron 68. h k- ,nosPital de san Lázaro donde parece que el mal había de causar muchos estragos por la naturaleza de la entermedad que padecen los leprosos, nos ofrece una prue- ba demostrativa de todo lo contrario. Cuando el cólera rompió allí, había 126 personas, y de estas, 102 eran enfer- mos. Con todo, solamente murieron 12 durante la epi- demia, ó mejor dicho, del 11 al 29 de marzo; y aun se cree fundadamente, que no todos perecieron de ella. Es- to es tanto mas de notar, cuanto los leprosos salen á la calle segun lo permiten los reglamentos de la casa, y cuanto esta se halla á muy poca distancia del Cementerio general, y al costado de la calle .por donde pasaban dia- riamente centenares de cadáveres. Por último, amigo mió, cerraré él triste cuadro de la mortandad de la Habana con el estado de los que diaria- mente se enterraron en todos los cementerios. Mortandad diaria en todos los cementerios según sus es- tados.* Di Muert, Marzo 25...... ..... 21 26 27...... .. .. 17 ..... 12 28....., 1..... 2...... .... 37 .... 21 4....... .... 80 5...... ..... 108 7....... 118 ___ 131 8....... .... 120 .... 156 Días. Muert. Marzo. 10___....... 160 11. 12. 13. 14. 15, 16. 17. 18 19. 20. 21. 22. 216 174 193 153 241 202 208 296 303 267 260 388 * Aunque la mortandad se estiende hasta el 22 de abril, se ad- vierte que la de este dia y la del anterior solamente comprende á la de la parroquia de Ntra. Sra. del Pilar. * 14 106= Dias. Muert. Marzo. 23........... 376 Abril. 24.. 25.. 26.. 27.. 28... 29.. 30.. 31.. 1... 2.. 3.. 4.. 5.. 6.. 7.. 8.. 326 303 396 389 435 325 261 224 196 167 143 96 104 114 73 52 Bía$. Muert. ,... 32 .... 35 12....... .... 38 13....... ___ 27 ..... 34 15....... .... 27 16...... ..... 26 17...... ___ 20 18....... .... 13 19...... ..... 1S 20....... .... 18 21...... ..... 2 .... 2 8.315 La máxima mortandad de Paris, cuya capital cuenta una población de 700.000 á 800.000 almas, fue el 9 de abril, y ascendió á 861. La de Nueva-York con mas de 200.000, llegó á 108 el 21 de julio. La de Filadelfia con mas de 160.000, subió solamente á 71 el 6 de agosto. Mas la Ha- bana, la infeliz Habana enterro el 28 de marzo 435 cadá- veres, contando solo con los estados de los cementerios. Para que se conozca toda la fiereza con que el cólera nos ha invadido, he formado una Tabla que contiene la mortandad de algunas ciudades de Asia, Europa, África y América. Ciudades. Jesora.. Banda.. Be nares Erivan.. Tiflis .. Manila. Basora. Bagdad. Trípoli. Shivas.. Población. Muertos 5» 6.000. 20.000 10.000—50 p*. 582.000 15.000—2,5 „ 150 000 —casi 20 p*. —id. 14.000—9,7 40.000 „ —mas de 30 p| „ —id. „ —0,5 pf. 16.000—40 p£, 107 Población. Casos. Muert 100.000 60.000 San Petersburgo................ 448.00 t.1 número de casos respecto de la po-^ blacion fue de................ El número de casos respecto de los muertos....................., Moscow desde el 16 de 'setiembre! hasta 3 meses después...........j 250.000 Enfermos respecto de la población Muertos respecto de idem......... Varsovia desde el 12 de abril hasta 31 de julio de 1831..........., Muertos respecto á la población..., Enfermos respecto á muertos......, Muertos respecto á los curados. Enfermos respecto á los curados. .. Lemberg....................... Enfermos respecto de la población . Muertos á idem................. Konigsberg..................... Enfermos respecto de la población. Muertos á idem................. R iffa......................... Tilsit........................ Posen........................ Casos íespecto de la población..... Muertos respecto de la población. . . ■ Dantzick....................... Casos respecto de la población..... Muertos respecto de la población. . . Viena........................ Amsterdan.................... Paris por el cálculo mas bajo....... Londres...................... Cairo........................ Cairo (segun Volney^............. Quebec desde 8 de junio hasta 5 de julio......................... Nueva-Yot;k desde 3 de julio hasta 17 de agosto..................... I3.J52 8.130 4.065 42.000 4.666 40.000 9.000 16.000 9258 _ 2,06 pj 2,9 „ 70,3 „ 4385 2144+ 3230 1.714 363 1034 3 1,7 1538 219 275 60.000 300.000 300.000 700.000 1474000 200 000 250.000 37.000 214 000 3333 10C0 3000 800 V12I2 3248 32000 32000 1421 199 2,1 G2 75 13 11,1 7,6 2,8 1,7 3,8 2,4 2,2 1,7 5,5 1,6 1 0,26 3 0,2 16 13 3,7 0,9 De la tabla anterior aparece que Banda y Shiras son las ciudades que mas han padecido, Amsterdan, y Lóndrefá las que menos. Las razones que he espuesto en las pági- nas anteriores de esta carta, me autorizan á desconfiar de Jos números que indican la mortandad de algunos pueblo* del Asia. % Restantes 297. 108 De la Habana se difundió el cólera á otros pueblos y campos de la isla. En Regla se presentó el 12 de marzo, y el 7 de mayo ya habian muerto 258 personas, sin contar con las que'han sucumbido después. En Guanabacoa ocur- rió el primer caso el 11 de marzo en un negro que el mis- mo dia habia llegado de la Habana; y desde entonces has- ta el 8 de mayo en que oficialmente se dijo que habia ce- sado, murieron 474 personas: pero como el mal continuo por algún tiempo mas, la mortandad es mayor. Es de ad- vertir, que de aquella suma se deben rebajar 127 á que ascienden los que de la Habana y otros puntos murieron alli. Hecha esta deducción, todavía la cantidad restante no indica el número de coléricos, pues que no se hizo ninguna diferencia entre estos y los que murieron de otras enferme- dades. Para aproximarme en lo posible á la verdad, debo sustraer también la mortandad ordinaria de Guanabacoa; y como en los dos meses de marzo y ahril de los cinco años anteriores, ha sido de 58 por término medio, el total de co- léricos muertos es de 289. Suponiendo que Guanabacoa tenga once mil almas, resultará que ha perdido 2,6 por 10Q. Pero es preciso considerar, que muchos de Los que en tiem- pos ordinarios mueren de las enfermedades comunes, pe- recen del cólera en los días de la epidemia, segun he dicho respecto de la Habana: asi es, que lo menos en que debe computarse la diminución de la mortandad por causas or- dinarias, es en §; y como la de Guanabacoa la he fijado en 58 para los dos meses de marzo y abril, he aquí que el total de muertos de cólera se eleva casi á 328, que respecto de la población dan una pérdida de 2,9. No partiendo estos cálculos de bases fijas, seria ridículo, someterlos á una pre- cisión matemática. Para satisfacer los deseos del público, insertaré en la Revista los estados de la mortandad de Re- gla y Guanabacoa, y también el de la de Güines con su ju- risdicion, cuyo total asciende á 1213. De Matanzas hablaria largamente, si los limites de es- ta carta me lo permitiesen. Básteme decir por ahora, que habiendo aparecido los primeros casos desde el 4 de mar- zo en tres negros esclavos que trabajaban en el barrio de Yumun, fue incrementándose cada dia hasta llegar á un grado espantoso; y aunque hace algún tiempo que abatió sus fuerzas, todavia el 10 de junio se enterraron trece colé- ricos, y hoy mismo no está exenta la infeliz Matanzas del formidable enemigo que la ha despedazado. Hablase de la 109 mortandad con mucha divergencia: quien la disminuye hasta 700, quien la eleva ñ 2.C00: ora este la computa so- lamente en 1.000; ora aquel la fija en 1.500; pero en el conflicto de tantas opiniones, yo me atrevo á decir que ya Matanzas se tendria por muy dichosa, si su mortandad no hubiese pasado de un millar. De los pueblos de Cuba ata- cados hasta ahora, ninguno, ninguno ha sufrido tantos es- tragos como Matanzas, y las escenas horribles que se repre- sentan en las pequeñas poblaciones de su distrito, destro- zan el corazón del hombre que las contempla. Víctimas y mas victimas caen unas en pos de otras, y cuando al espi- rar revuelven sus ojos para ver si hallan en torno suyo un médico, un socorro, un amigo que los consuele, solo en- cuentran por compañero á la muerte que los aguarda al pie de su inmundo lecho. Los ingenios de Matanzas han sido también ferozmente azotados. Los 18 que hay en los partidos de san Andrés y las Sabanillas, ya habian perdido á principios de juniomas de 700 negros. Ignoro todavía la mortandad de seis; pero la de los 12 restantes ha variado de un 23 á casi 60 por 100; siendo de advertir, que el ingenio Sto. Domingo de D. Domingo Aldama, cuyos negros eran los mejores de to- das aquellas fincas, perdió mas que ninguno, pues de 130 murieron mas de 75, No es dable calcular desde ahora las terribles conse- cuencias que el cólera ha de producir entre nosotros. En los paises recargados de población, y cuyos elementos so- ciales no son tan eterogéneos como los de la isla de Cuba, las pestes, aunque contrarias á los individuos á quienes destruye, son favorables á la masa de la población, porque pereciendo solamente vidas y no capitales, estos se repar- ten en menor número de personas, al paso que también se aumentan los medios de subsistencia; y como esta es la pa- lanca principal de la población, claro es, que á la mortan- dad causada por una peste, se sigue un aumento rápido de aquella. Mas esto no puede suceder en Cuba, porque cuando muere un esclavo, no solo muere un hombre, sino que perece un capital; y las familias que libraban en ellos su subsistencia, quedan arruinadas y confundidas en la mi- seria. Mas de diez mil esclavos llevamos ya perdidos, y las quinientas mil cajas de azúcar en que se computaba pa- ra este año la producción de la Habana y Matanzas, quizas vendrán á reducirse á trescientas cincuenta mil. Valuados los primeros á 300 ps. Uno con Otro ascienden a S.000.000; y el déficit de las segundas á 20 ps. caja, esto es, 18 para el propietario, y 2 para la Aduana, carretoneros &c. suben a otros 3.000.000. ¿Qué será de nosotros si el cólera se en- carniza de nuevo, ó si después de estinguirse repite sus ata- ques en los años venideros? Esto me conduce á la siguien- te pregunta. ¿Muerto que haya el cólera en Cuba, si es que llega a morir, resucitará para atormentarnos? No se espere de mí una respuesta decisiva ¿ni quien será tan osado que pretenda darla en materia tan incierta? Al ver que la isla de Cuba se halla en las regiones trópica* les del Septentrión, y que Jesora, cuna fatal del cólera, está situada casi á la misma latitud que la Habana, mu- chos creen, que asi como este azote recorre anualmente la India, asi también repetirá sus ataques en Cuba. Es verdad que la posición geográfica es uno de los elementos principales, á que se debe atender para juzgar del clima de un pais; y como Cuba se halla dentro de los trópicos, parece que hay razón para concluir, que tiene el mismocli- ma que muchas partes del Asia. Pero si se considera, que un cúmulo de circunstancias influyen esencialmente en al- terar y aun destruir los efectos que nacen de la situación geográfica, la identidad de climas que de ella se quiere in- ferir, nos conducirá á graves errores. No es mi intención decir, que el clima de Cuba sea contrario al de la India. Si en esta hay calor, también lo hay en aquella; si en esta hay copiosas lluvias, también las hay en aquella; si en esta es húmedo el aire, también lo es en aquella; si en esta hay un contraste entre los rigores del sol ardiente del dia y la grata temperatura de la noche, en aquella también lo hay: pero como la identidad de clima entre dos paises, no tanto proviene de que halla en ambos, calor, lluvias, y humedad, cuanto de los grados en que estas cosas se encuentren, com- binadas con los vientos reinantes, la naturaleza de los ter- renos, el estado de cultivo y de población, la situación in- sular ó continental, la vecindad ó larga distancia de los mares; he aqui como paises que al parecer debieran tener climas semejantes, son diferentes entre si. Compárense to- das estas circunstancias, y desde luego se conocerá, que la isla de Cuba y las tierras continentales de la India no son tan semejantes en su clima, como á primera vista parece. Aun en aquellos fenómenos en que mas concucrdají, to- «avia se nota diferencia. Muchos años pasan sin que suba «1 termómetro en Cuba á 92 grados de Fahrenheit; pero en algunas partes de la India comunmente pasa de ciento; y cuando el cólera atacó el ejército ingles en 1817 en las al- turas de Bengala, el termómetro indicaba de 106 á 112 grados, y el higrómetro de 90 á 100. En Cuba casi siem- pre soplan los vientos alisios, llamados brisas vulgarmen- te; pero en las regiones tropicales de la India reinan los monzones, que son unos vientos periódicos que soplan del nordeste al noroeste desde mayo hasta octubre, y del su- doeste desde octubre hasta mayo. Esto basta para cono- cer, sin agregar nuevas razones, que no habiendo tan estre- cha semejanza entre los climas de Cuba y de la India, la repetición anual del cólera en este pais no puede dar fun- damento sólido para decir que lo mismo debe suceder en Cuba. La esperiencia de las islas esparcidas en aquellos ma- res nos da un resultado consolatorio. Invadidas fueron mu- chas desde los principios del cólera; pero á mi noticia no ha llegado que la epidemia haya repetido en ellas, á escep- cion de la de Ceylan y las Filipinas. En la primera apa- reció en 1819, y fué intr< du'.ido segunda ve?, el año de 20 por un buque apestado. En las segundas se declaró en 1820 y repitió en 1821, 22, 23 y en setiembre de 1830; pero nunca se propagó con la fuerza y rapidez que al principio. Nuestras esperan as se deben aumentar, cuando con- templamos que muchas de aquellas islas están muy inme- diatas á un vasto continente donde el cólera se ha hecho endémico; que tienen relaciones mercantiles con sus puer- tos; y que ni el régimen de vida de sus habitantes, ni las medidas sanitarias de sus gobiernos propenden a impedir la reaparición del mal en ellas. Con todo, tan poderoso parece que es el influjo de las causas locales, que abando- nado el hombre á ellas, fia enteramente su salvación á los esfuerzos de la naturaleza. Lejos de nosotros el ejemplo» de tan imprudente conducta, y mas lejos todavía el que pensemos entregarnos á los delirios halagüeños de una va- na confianza. Delante de los ojos debemos tener siempre la terrible verdad de que el cólera no respeta climas, y que en los cálidos donde ha llegado á entrar, repite con fre- cuencia sus ataques. Cierto es que contribuye á tan funes- to resultado la indolencia de los gobiernos del Asia y la barbarie de aquellos pueblos; pero nadie se atreverá á ne- 112 gar, que el clima es uno de los agentes principales que con- curren á producirlo. Este es el lugar mas oportuno para deshacer la equi- vocación en que muchos están, dando á las localidades una. influencia que no tienen. Al ver que el cólera ha destroza- do en su marcha algunos paises, pero que ha sido menos severo con otros, se han formado las mas estravagantes con- geturas, y conveítídose en realidades las ilusiones de la fan- tasía. Si nos preguntamos ¿cual es la influencia de las loca- lidades en el .cólera-morbo? Responderemos con la espe- riencia, que nada sabemos. Los pueblos situados á las ori- llas del mar son invadidos lo mismo que los que distan cen- tenares de leguas de las costas. Si los lugares bajos son el teatro de la epidemia , sus escenas también se representan en los paises elevados. En Asia subió á Catmandou que se halla en las faldas délos montes de Himalaya, á ocho mil pies sobre el nivel del mar. Recorrió los pueblos del plano de Malwah á la altura de 3.000. Causó estragos horribles en el pais elevado del Deccan, sin perdonar á la ciudad de Poonah á 2.000 pies sobre el nivel del mar. Invadió á Er- zerum en Armenia, situado á 7.000. En la isla de Ceylan se remontó hasta Candy que está encumbrado mas de 2.000 pies; y trepando por el Caucaso, se precipitó por las llanu- ras de la Rusia. Terrenos húmedos y pantanosos han sido destrozados; pero sus rigores también se han sentido en los parages mas *. secos. Estos fueron atacados en Hungría con la misma fuer- za que aquellos. Ya se sabe que Calcuta, cuyo suelo es ba- jo y húmedo, ha padecido mucho: pero Madras, donde el terreno se compone de roca y arena, y cuya sequedad, se- gun la espresion del Obispo Heber, es tanta, que la gente puede vivir y dormir sin peligro en el suelo, ha sido y es una de las ciudades de la India mas atormentadas del cóle- ra. En la ciudad de Máscate, donde la única agua que se encuentra, es la de los pozos profundos que se hacen para remediar las necesidades de la población; en los demás putos de la Arabia, cuya árida península no tiene rios, bos- ques, ni pantanos; y en la ciudad de Cocu-Chotou situada en el gran desierto de Cobi, el cólera causó una mortandad espantosa. Para no caer en la misma equivocación que es- toy deshaciendo, es preciso advertir: l.°que no son húme- dos todos los paises que contienen aguas corrientes y es- tancadas; y 2.° que todos los húmedos no son siempre los 113 «las perseguidos del cólera. En cuanto á lo primero, pue- de un pais abundar de aguas, y no ser húmedo su clima, ya porque sea corta la evaporación, ya porque aunque sea mucha, el aire puede venir de un punto muy seco, y reno- vándose continuamente, disipar los vapores que se formen, llevándolos á otros parages. Entre los ejemplos que pudiera citar, me contentaré con el del Egipto, cuyo clima en gev neral es muy seco, y en donde el cólera atacó con una fuer- za estraordinaria. „Q,uizá, dice Volney, juzgarán algunos, que el Egipto, en razón de los calores, y de ese estado pan- tanoso que dura tres meses, sea un pais insalubre. Cabal- mente esto fue lo primero que me ocurrió á mi llegada; y al ver después en el Cairo las casas de nuestros negociantes si- tuadas á lo largo del kalidj, donde yace el agua estancada hasta abril, me confirma mas en mi juicio, y me persuadí que los hálitos acuosos debían causarles muchas enfermedades; pero la esperiencia desmiente esta presunción: las emana- ciones de las aguas posadas tan nocivas en Chipre y en Ale- jandreta, no producen daño alguno en Egipto. La causa me parece ser la continua sequedad de la atmósfera, man- tenida ya por la vecindad del África y de la Arabia, que sin cesar absorven la humedad, ya por las corrientes per- petuas de los vientos que no encuentran obstáculos. En comprobación, las carnes que se esponen al viento N., aun=- que sea en el estío, lejos de corromperse, se desecan y en- durecen como guijarro. En los desiertos se encuentran ca- dáveres desecados, tan ligeros, que un hombre levanta fá- cilmente con una man" ¡toda la osamenta de un camello.'' Para probar lo segundo, esto es, que todos los paises húmedos no son siempre los mas azotados, basta el ejem- plo de la Holanda. Caudalosos rios, "lagos y canales bañan} su superficie, y aun el terreno de algunas ciudades popu- losas está casi cubierto por las olas del mar, ¿pero cuáles fueron los estragos del cólera en esta nación inundada? Entre todas lasvdel continente europeo, ella y la Bélgica han sido las que menos mah.-s han i sperimentado. ¿Mas en qué consiste que otros paises húmedos han sufrido tanto? Yo no pretendo explicarlo; pero si me atrevo á indicar co- mo con causas, laclase de alimentos, el género de vida, el aseo, cierto estarlo particular del aire que nos es descono- cido', y un cúmulo de circunstancias ocultas que pueden combinarse para aumentar ó disminuir los (frotes de la enfermedad. El poder de la naturaleza y el poder del hom.- 15 114 bre, á veces trabajan de concierto, y á veces se ponen e$ lucha abierta. Si el cólera entra en un clima que favorece su acción destructora, y no es combatido por las causas que pueden debilitarle, sus estragos no tendrán término; pero cuando el hombre se prepara para resistirle, aunque no logre vencerle, por lo monos quebrantará sus fuerzas. No quiero decir por esto, que siempre que el cólera inva- de un pais, y causa en él poco daño, es porque los recursos del hombre han disminuido sus efectos perniciosos: sé muy bien, que el cólera, así como las demás enfermedades, tie- ne diversos grados de intensidad, y que prescindiendo de toda precaución humana, un pueblo puede ser invadido débilmente, mientras otro cuente la desgracia de ser ata- cado con fuerza asoladora. Todavía es imposible saber cual es la influencia de los terrenos húmedos en la propagación del cólera. ¿No difieren en su naturaleza? ¿no son á veees meros depósitos de agua, y á veces pantanos que pueden tener distintas sus- tancias en putrefacción? ¿No podrán exhalar, ora vapores acuosos solamente, ora vapores combinados ó mezclados con efluvios ó gases de diferentes especies? Y en medio de tanta variedad ¿no producirán distintos efectos en la má- quina humana? Y siendo esta modificada por los alimen- tos, la educación, y tantas, tantas causas como influyen en convertir al hombre en un proteo físico y moral ¿no habrá pueblos que vivan impunemente en las mismas circuns- tancias en que otros perecerían? Aun la misma naturaleza nos ofrece ejemplos que están en contradicción con las ideas de salubridad comunmente recibidas. Cuando el Obispo Heber visitó en 1825 la isla de Ceylan, observó con asom- bro en su viage de Colombo á Candy, que no es en los pa- rages mas húmedos é incultos donde las fiebres intermiten- tes reinan con mas fuerza, sino en las márgenes de los rios cuyas aguas cristalinas corren rápidamente sobre un lecho de rocas. A pesar de estas reflexiones, eomo los terrenos húme- dos generalmente influyen en dar al clima un carácter hú- medo; y como parece que la humedad atmosférica favore- ce la propagación del cólera, en igualdad de circunstan- cias deben preferirse los lugares secos. Respecto de la hu- medad atmosférica existen hechos que pueden ilustrar la materia. Es bien sabido que el cólera ataca principalmente de noche y por la mañana, horas en que la humedad.es ^15 mas sensible que en las demás: ¿pero esto será, porque pre- disponga los cuerpos á recibir el mal, ó porque efectiva- mente se desenvuelva, eobrando mas energía para hacer sus ataques? Lo primero es cierto; lo segundo es muy probable, pues las sustancias animales y vegetales se di- suelven con la humedad atmosférica mas fácilmente que sin ella. El alcanfor se volatiliza mas pronto en tiempo húmedo que seco. Lg mismo sucede con las piedras ca- lizas que se queman, pues arrojan el ácido carbónico en tiempo mas breve. Las cloacas y demás lugares inmundos son mas fétidos en los dias calorosos antes de la lluvia que después de ella^ y la razón es, porque la atmósfera está en- tonces cargada de humedad. He aqui también porque las flores huelen mas por la noche y la mañana que después que levanta el sol. Otros muchos easos jmdiera citar, pero me limitaré á uno que es muy aplicable á la materia. ,,La actividad del mas sutil de todos los venenos, dice el Dr. Paris en su Química Médica, la materia del contagio, es indudablemente modificada por el grado de humedad at- mosférica que influye en su solubilidad y volatilidad. Por otra parte, puede asegurarse, que AHarmatton, viento que se espenmenta en la costa occidental de África, entre el ecuador y los 15 grados de latitud norte, soplando del no- roeste hacia el Atlántico, y pasando sobre una vasta super- ficie de tierras áridas, necesariamente adquiere una hume- dad escesiva, y pone término á todas las epidemias como la viruela &c; y aun se diee, que entonces no puede la in- fección comunicarse fácilmente por el aire." Pasando de la humedad á la naturaleza de los terre- nos, se encuentran también algunas falsas teorías. Hay quien crea, que siendo secos los terrenos de formación an- tigua y primitiva, el cólera apenas se propaga en ellos; pe- ro ademas de que la esperiencia contradice estas ideas, el fundanl nto en que se apoyan, es falso, pues ya se ha visto que el cólera no se limita á los lugares húmedos. Tampo- co gozan de privilegio los parages que contienen aguas mi- nerales, pues sin salir de esta isla, Guanabacoa, san Pedro v Madruga, que son puntos elevados y secos, nos ofrecen una prueba de lo contrario. Al ver que los pueblos y ha- ciendas de la jurisdicion de la Habana, situados en tierra colorada no fueron invadidos del cólera al principio de la epidemia, hubo algún motivo para pensar que estaban exen- tos do ellaj pero cuando se empezó á difundir, muy pronto 116 se conoció, que atacaba los ingenios, sitios y cafetales, ora plantados en tierra negra¿ ora en tierra colorada. Su» em- bargo, todavía se nota que su propaga ion no es tan ge- neral ni sus estragos tan grandes com > en otros terrenos, ¿pero no provendrá esto, de que siendo cafetales casi todas las fincas que se hallan en tierra colorada, el trabajo no es tari recio como en los ingenios de la mi*ma tierra, y los ne grós por consiguiente tienen mas fuerza para resistir al mal? Por lo menos, en algunos ingenios de tierra colorada hd dado con tanta ferocidad como en los de tierra negra. Aun no es llegado el tiempo de sacar conclusiones gene- rales: el cólera sigue corriendo nuestros pueblos y campos; f presentando cada dia nuevos fenómenos, va destruyendo los cálculos y las esperanzas que 6e habian formado. En Si- ria, el territorio de Alepo hasta Antioquia ofrece un ter- reno semejante al colorado de la isla de Cuba; el cólera sin eiríbargo, atacó furiosamente aquellas ciudades y otros pun- tos del territorio. Parece pues, que si el color es toda la salvaguardia que se da, quebrantados están los títulos en tjue se funda. No ofreciendo hasta ahora ninguna garantía el clima ni los terrenos, es forzoso que la busquemos en nuestros Jiiopios recursos. Mas no vendré yo á escribir aquí un có- digo sanitario, enumerando una por una todas las precau- ciones que se deben tomar. V. no las ignora, mi buen ami- fo; y conoce tan bien como yo, que para libertar áese pue- lo de la calamidad que le amenaza, de nada vale publicar reglamentos, sí estos no se ejecutan con anticipación. He- chos son hechosi y papeles son papeles. Estos sirven mu* bnas veces para alimentar la vanidad y otras pasiones ras- treras; pero aquellos y solo aquellos son los que siempre socorren las públicas necesidades. Hay sin embargo, algu- nas medidas que nunca me cansaré de recomendar, y ojal» que se cumplieran en todos los puntos de la isla. Sea una de ellas el reunir fondos del gobierno ó de 4á caridad pública, para emplearlos, no tanto en auxiliar á los enfermos pobres, cuanto en prevenir que estos sean ata- cados del mal. Aquí, aqui esta el blanco á donde deben di- rigirse todos nuestros esfuerzos. Nómbrense en cada barrio f» en cada cuadra si menester fuere, vecinos honrados y amantes de la humanidad, para que visiten las chozas de] infeliz, examinen sus necesidades, les estiendan una ma- no generosa, y los salven de la muerte. Dé este modo se disminuirá el número de enfermos, y con pu diminu- ción se impedirán hasta cierto grado las terribles conse- cuencias que pesan sobre los pueblos heridos de la pes- te. Digna es de imitación la conducta que se observó en Erankfort, ciudad de mas de 60.000 almas, situada en las márgenes del Maine. Cada calle tenia su comisión de cóle- ra, compuesta de dos ó tres habitantes que merecian la con- fianza pública. Estos visitaban diariamente todas las casas; para ver si sus piezas estaban blanqueadas, para remover todas las inmundicias y aun las frutas y demás vegetales corrompidos, y para hacer que en cada casa hubiese á lo menos una tina de estaño donde bañarse. Repartióse entre los pobres un alimento sano; diéronseles vestidos de lana con que cubrirse; erigiéronse varios hospitales; preparóse toda clase de medicinas; asignáronse médicos á cada cuar- tel; y en una palabra, se hizo todo lo que dicta la pruden- cia humana. ¿Cual pues, fue el re ultado, cuando el cólera invadió á Frankfort? Fue cual debía esperarse de tanta vi- gilancia y esmero, pues hay autor que asegure, que ha sido uno de los pueblos del continente europeo que ha sufrido menos estragos. Y sin ir á buscar ejemplos lejanos, Fila- delfia puede también tomarse por modelo. El gobierno pa- gaba hombres para que cuidasen dia y noche del aseo de la ciudad: sus calles, no se regaban, sino que se fregaban diariamente: por toda ella se prepararon hospitales: las ga- cetas y los carteles daban al pueblo consejos saludables, indicándoles el régimen que debían guardar; y convertido el gobierno en padre amante de su pueblo, daba á los po- bres los socorros necesarios para precaverlos de la peste. Esta al fin entra en Filadelfia; mas á pesar de hallarse en un terreno bajo, de estar entre dos rios caudalosos, y de contener una población de ciento sesenta y dos mil almas, el dia de mas mortandad fue de 71. Si no se hubieran to- mado tan saludables medidas ¿cual no habría sido la suerte de Filadelfia? Lo mismo pudiera decir de Boston y de otroff pueblos de los Estados-Unidos. Al recomendar el aseo personal y doméstico, no se es- tienda V. á sacar la consecuencia, de que todos los pai- res limpios siempre sufrirán menos que otros sucios. E» esto hay mucha variedad; y bien puede suceder, que por causas particulares uno de estos salga mejor librado que otro de aquellos. Lo que yo quiero decir a V. es, quee¿ igualdad de circunstancias, los pueblos aseados esperimeup 318 tan en general menos estragos que los inmundos; y que si' ía inmundicia no perjudica en alguos casos, per o menos nunca aprovecha en los dias de epidemia. Hizome grande impresión lo que dice el Dr. íteimann, director de la poli- cía sanitaria de San Petersburgo, recomendando el aseo, pues en un pueblo inmediato á Rusia, compuesto casi todo de judíos, de poco mas de 800 que fueron atacados, murie- ron 700. No ignoro que en el Indostan, patria del cólera, el baño no solo es un deber religioso, sino un placer corpo- ral; pero esta ventaja ¿no se encuentra mas que compensada con la desnudez del pueblo, la muía calidad de los alimen- tos, las malas habitaciones, la humedad y otras causas que favorecen los progresos de la epidemial Observo, que al hablarme V. del aseo, ostenta una con- fianza ilimitada en el uso de los cloruros, y piensa que con ellos, ya esta exento de la peste: pero oiga V. mis ideas, y acaso convendrá conmigo. La utilidad de estas preparacio- nes consiste en el desprendimiento de un gas llamado cloro b clorina, que tiene la notable propiedad de absorver los corpúsculos ó miasmas fétidos de las sustancias animales y vegetales corrompidas, y otros malos olores que sino son ofensivos á la salud, lo son por lo menos al olfato. Absor- vidos ó descompuestos estos corpúsculos, la atmósfera se purifica; y de aqui la aplicación general de los cloruros en tiempos de epidemia. Yo también los recomiendo como las mejores sustancias desinfectantes que ofrece la Química: pero mi razón todavía no puede quedar enteramente satis- fecha con la idea de que el cloro neutraliza las causas que producen el cólera. Que destruye el mal olor de 1as sustancias vegetales y animales corrompidas; es una verdad comprobada per la esperiencia ¿pero hiede por ventura la atmósfera de los lu- gares infestados por el cólera? No. ¿Depende su causa de corpúsculos animales y vegetales? Se ignora. Y aun cuan- do se supiese ¿podrá decirse, no siendo fétidos, que son de la misma naturaleza que los fétidos? Y si no lo son, ó si por !o rnénos se duda que lo sean ¿podrá afirmarse en lógica ri- gorosa, que el cloro opera de un mismo modo sobr j unos que sobre otros? Bien conozco que la analogía es una do las razones mas poderosas de la Física y de la Química- pero la analogía en algunos casos es el suplemento de la ig- norancia humana, y no sería difícil de probar, que á veces ia analogía del hombre es la anomalía de la naturaleza. ... 119 Si del raciocinio paso á los hechos, mi desconfianza se aumenta. Yo he leido en autor fidedigno, que los emplea- dos en las preparaciones del cloro que en Europa se con- sideraron al principio como exentos de la enfermedad, fue- ron después víctima de ella: yo he visto entrar el cólera y apoderarse de varios miembros de algunas familias, en casas altas, secas, muy aseadas, y en que dia y noche se exhalaban sin cesar porciones considerables de gas cloro: yo he sabido que personas recogidas, y que vivían, si puede decirse asi, envueltas en una atmosfera de cloro, han ins- pirado con él, el germen de la muerte. ¿Y á donde ha volado entonces la virtud desinfectante del cloro? R-especto de los miasmas que exhalan los cuerpos corrompidos, poséela en alto grado: asi lo palpan mis sentidos, y lo admite la ra- zón. Pero si quiero estender su influjo á causas que no co- nozco, la esperiencia nada me enseña. De todos modos, de- be recomendarse el uso del cloro, pues ya sea que neutra- lice las causas que producen el cólera, ya sea que nada in- fluya sobre ellas, su utilidad es innegable, pues que puri- fica la atmósfera de todo mal olor, y mantiene en las ca- sas el aseo tan necesario en todos tiempos, y mucho mas en los dias de epidemia. Pero en su aplicación es preciso te- ner cierta medida, pues siendo un gas que cuando se res- pira puro, origina la muerte; si impregnado de aire atmos- férico no conduce á este resultado, por lo menos cuando se halla en porción escesiva, causa toz, sequedad en la nariz, irritación en la traquea-arteria, opresión en el pecho, y á veces dolor de cabeza y fiebre. Conviene guardar un justo medio para no caer en un escollo, por huir de otro; y la me- jor regla que se puede dar, es que el olor del cloro se sien- ta, pero no incomode en la pieza donde se esparce. Gran empeño se debe poner en impedir toda reunión de un concurso numeroso, luego que aparezca en ese pue- blo el primer caso de cólera. Si es verdad que la elevación de temperatura favorece su propagación, no se podrá ne- gar que aumentado el calórico por el hacinamiento de cuerpos humanos, la epidemia se desenvolverá con mas fuerza. Todos convienen en que la transición repentina de una atmósfera caliente á otra fresca, predispone á la enfer- medad- y he aqui lo que sucede en nuestro clima, princi- palmente si las reuniones son de noche. Debe también en tiempos de peste tenerse mucho cuidado en conservar la atmosfera lo mas pura que se pueda: pero encerrado un 120 gran concurso en las iglesias, en los teatros ó en otros pa- rages, el aire no puede renovarse libremente. El oxígeno que por una parte consumen las luces; los gases y vapores que por otra se desprenden en el acto de la combustión; y sobre todo, la cantidad de gas ácido carbónico que forma la respiración, dan á la atmósfera, junto con las causas an- teriores, un carácter muy dañoso en los dias de epidemia. Muchos hechos pueden citarse en comprobación de esta verdad. Existen en el Indostan algunos templos y lu- gares santos donde se juntan muchos peregrinos para so- lemnizar los ritos de su religión: pero estas reuniones, dan- do pábulo á la enfermedad, han multiplicado el número de sus víctimas. Cuando estalló en Tiflis, capital de la Geor- gia, el pueblo aterrorizado acudió á las procesiones y á otras ceremonias religiosas; mas la reunión de un gentío inmen- so favoreció los progresos del mal. ¿Quien causó las esce- nas espantosas de Vrafat y la Meca en 1831? Los peregrinos que se congregaron en las ciudades de Arabia para cum- plir con los preceptos de la religión de Mahoma. Las jun- tas políticas que se celebraron en Paris, mientras el cólera reinaba, siempre aumentaron sus estragos. Y sin ir á bus- car ejemplos de fuera, Guanabacoa nos ofrece algunos, pues se notó, que las procesiones y reuniones en los tem- plos propendieron á desenvolver el mal. No permita Dios que semejante conducta encuentre imitadores en los demás pueblos de Cuba. Norabuena que se implore la protección del Cielo en los dias de calamidad; norabuena que se le rindan fervientes adoraciones desde el silencio de los ho- gares, ó desde el retiro de los templos solitarios; pero las efusiones públicas de la piedad, y la pompa solemne de un culto religioso, resérvense para tiempos de menos turbación y conflicto. Dirase, que influyendo las afecciones morales en el or- den físico del hombre, es necesario reanimar en medio de las epidemias el espíritu abatido del pueblo; y que esto se con- seguirá abriendo los teatros, y permitiendo todo género de •diversiones. Tales son los ecos de las teorías; pero una voz imas profunda resu na en el fondo del cora on humano. En las horas di tribulación y calamidad, el hombre ni busca los atractivos de la escena, ni apetece los encantos del estrado. Perísnndo en la muerte que por todas partes le rodea, se olvi ! i de los placeres, y sin poder elevar su contristado espíritu á la esfera de donde-ha caído, no pide sino con- 121 suelos. Vayan en buenhoraá los teatros y públicos diverti- mientos los que heridos de la peste, reciban sus golpes con blanda mano: pero nosotros que hemos apurado el funesto cáliz de la amargura, nosotros que por dias y noches en- teros hemos visto nuestras calles henchidas de los carros fúnebres que conducían á nuestros difuntos hermanos á la mansión de la muerte, nosotros no podíamos pleta demostración. Jlños. Enero. Febrero. Marzo. Noviembre Diciembre. 1S31 93 103 110 52 .79 .1832 111 113 144 84 105 1833- 118 133 J5 55 55 De este estado aparece, que en noviembre y diciem- bre de 1832 en que existían cuarentenas, entraron mas bu- 123 ques que*en noviembre y diciembre de 1831 en que ñola» habia; y que en enero y febrero de este año y del pasado llegaron muchos mas que en los miamos meses de 1831 en que tampoco las hubo. Aun tenemos otra causa que es y debe ser objeto de los temores de las personas sensatas. A varios puntos de nuestras costas arriban cargamentos de negros africanos. Su introducción clandestina burla todas las medidas sanita- rias; y a ella se debe muchas veces la aparición de la virue- la, del sarampión, y sabe Dios de cuantas otras dolencias que aquejan la especie humana. Es verdad, que el cólera no ha entrado todavía en las regiones occidentales del África ¿pero quién negará la probabilidad de que las in- vada, cuando se hallan en relación con tantos paises infes- tados, y particularmente con nosotros, que quizá tendre- mos la desgracia de ser sus introductores en aquel desven- turado pueblo? Y si tal llega á suceder ¿qué será de sus ha- bitantes, y que será de nosotros, que arrancándolos de sus hogares, los traeremos á infestar nuestros pueblos y nuestros campos? Aun sin suponer que la peste los ataque en su pro- pio territorio ¿no corremos el inmenso riesgo de que arri- bando sanos á nuestras playas, pisen las cenizas del incen- dio que nos ha devorado, y que saltando una chispa, pren- da de nuevo en su naturaleza predispuesta, y encendiéndo- se otra vez la llama fatal, arda Cuba por larg o tiempo has- ta convertirse en pavesas? Tremenda es la crisis en que nos hallamos. Males fisicos nos destruyen, y males de otra especie amagan los restos de existencia que nos pudieran quedar. Un torrente despeñado por la naturaleza y por la política viene sobre nosotros. Nuestras fuerzas son insufi- cientes para resistirle. La voz de la razón, las lecciones de la esperiencia, los cálculos del ínteres, todo se conspira para decirnos, que la marcha que llevamos, nos conduce á la perdición. Si pasada esta primera borrasca, el cólera repite, ¿qué será de nuestra agricultura? Y sin agricultura ¿qué será de nosotros? Pero aun sin cólera ¿que será de nos- otros vuelvo á decir, cuando rompa la nube que se está tendiendo sobre los campos de Cuba? Los esfuerzos de una nación poderosa, apoyados en la opinión general de la Eu- ropa ahogarán nuestras débiles voces; y volviendo entonces de su delirio ios que se han alimentado de quimeras, reco- nocerán la amarga verdad, de que si hubiésemos promovi- do la introducción de otros brazos, eosarian los temores del .124 porvenir, florecería la agricultura, los padres áe familia morirían con el consuelo de dejar á su posteridad un patri- monio seguro; y sentada la patria sobre bases sólidas é in- destructibles, premiaría con el lauro de la inmortalidad á los que le dieran una existencia perdurable. APÉNDICE. Jlnalisis de la sangre de los coléricos. Cuando la sangre se coagula espontáneamente, se separa en dos porciones, que son un líquidp pálido amarillo verdoso que se llama suero, y un sólido rojo al que dan los químicos el nombre de cuajuror 6 crasament.0. Hay discordancia en los resultados del análisis de la san- gre de los coléricos. El primero que se hizo en Inglaterra fue por el Dr. Clanny, y comparándolo con el de la sangre de las personas sanas, infirió que en la de los coléricos habia: 1? menos cantidad de agua y fibrina: 2? esceso de materia colorante: y 3? falta total de los constitu- yentes salinos. El segundo químico que consideró esta materia limi- tándose al suero, es el Dr. O' Shaughnessy, y los resultados que obtuvo fueron, gravedad específica aumentada por la falta de agua, materia animal en cantidad considerable, y diminución de sales, particularmen- te, del carbonato de soda. El tercer análisis es el del Dr. Thomson; y conviene con el de Clanny en algunas cosas, pero no en otras. El cuarta y último es el de Andrews, quien atribuye la discordancia de los quí- micos: 1.° á la calidad de la sangre analizada: 2f á errores en los es- perimentos; 3? y principal; al distinto modo de hacer el análisis. De varios esperimentos que hizo Andrews con 1000 partes del suero de la sangre de los coléricos, y de sus comparaciones con el de las personas sanas, cuyo análisis fué practicado tiempo na por el Dr. Marcet, obtuvo los resultados siguientes. coléricas. Gravedad específica. 1.045 847,02 144,36 5,í)6 1,62 ,22 ,82 1000,00 Las pequeñas diferencias que se notan en las proporciones de las sales de los coléricos, son menores que las que ha* encontrado los quí- micos en el análisis de la sangre de personas sanas. Andrews recopiló en una tabla pequeña el resultado de seis espe- rimentos sobre la sangre. Los cuatro primeros peitenecen al cólera en suS últimos períodos, y los dos últimos á personas recien atacadas. Para Agua,................. Albumen ............. Cloridos de sodio y potasio Carbonato y fosfato de soda Sulfato de potasa........ Fosfatos terreos.......... Suero de personas Suero de persc sanas. Gravedad Gravedad específica. etpecíficd. 1.029 1.038 900,00 874,59 86,08 116,40 6,06 6,69 1,65 1,36 .35 ,25 ,60 ,71 1000.00 1000,00 II mayor exictitul coiiparó los productos de su análisis con el de Pre vost y Damas. Helos aquí. Colera. Cólera incipiente. Sangre sana. 1. 2. 3. 4. 5. 6. Prtvost y Dumas. Albumeny sales Glóbulos rojos. 78,43 10,00 11,01 ,51 73,11 13,21 13,38 ,30 74,93 11,60 13,21 ,26 76,07 11,69 12,24 80,35 6,99 12,66 77,93 9,43 12,34 ,30 78,39 6,69 12,92 El hecho mas importante que resulta de estas investigaciones es que las panículas colorantes de la sangre negra colérica existen en la mis- ma proporción que en la sangre sana, pues no varian de la cantidad or- dinaria sino en £ por 100; y como en la sangre de varios individuos sanos se encuentra mucha mayor diversidad, debe inferirse qae estas ligeras variaciones son independientes de su estado enfermo. De las investigaciones hechas nacen las siguientes conclusiones ge- nerales. Primera.—Que la única diferencia entre la sangre sana y colérica consiste en la falta de agua en el suero, y en un esceso consiguiente de albumen. Segunda.—Q,ue los ingredientes salinos del suero son los mismos que en la sangre sana. Tercera.—Q,ue los glóbulos rojos, y probablemente también la fibrina, son normales. Cuarta-—Q,ue la falta de fluidez en la sangre, la negrura de su co- lor, y el volumen del crasamente, son simples efectos del aumento de la viscosidad del suero. Tratado completo del colera-morbo pestilencial por el doctor don jüan francisco calcagno.—Tal es el título de un opús- culo que se ha publicado en la Habana durante la epidemia que aca- bamos de pasar. Si los límites de 'a Revista nos hubieran permitido formar un juicio crítico de él, habríamos tenido la satisfacción de ge- neralizar por medio de ella las doctrinas que contiene, y de pagar á su autor el tributo de justicia á que le hacen acreedor su aplicación y laboriosidad, por haber formado como dice él mismo un conjunto de lo mejor y verdaderamente útil que se encuentra en los autores que han escrito sobre la materia. El Dr. Calcagno divide su tratado en tres secciones. En la pri- mera traza la historia general del cólera, y examina su modo de pro- pagarse. En la segunda, describe los síntomas de la enfermedad, y re- fiere las observaciones que se han hecho sobre los cadáveres y sobre las causas y naturaleza del mal, esponiendo también los métodos cu- rativos seguidos en distintos paises. En la tercera trata de las medidas sanitarias que deben tomar los gobiernos y los particulares para pre- servarse del colera-morbo. Del mérito de la segunda sección, á los médicos toca juzgar, pues nosotros que no lo somos, nos limitarnos á decir en cuanto ú la primera y tercera, que su lectura ofrecerá ideas muy luminosas en la historia de la enfermedad. III Estado de la mortandad en el pueblo de Regla durante la epidemia dil cólera-morbo que empezó el 12 de marzo. t Adultos varones....................... ~* i blancos.. } ídem hembras......................... ¿¿ 112 «Párvulos varones...........»............ ^"W f ídem hembras........................ ;j* * L Adultos varones....................... ^ i „.„___ jldemhembras.......................... *-j\ 26 PARDOS... < D' l 31 \ Párvulos varones...................... "r V f ídem hembras........................ ~ ' ¿ Adultos varones....................... *?H / .,^T,r,.,^o ) ídem hembras........................ 5"> 120 MORENOS < n' i 7 í j Párvulos varones...................... 'V £ Ídem hembras......................... Total general.............. 258 Nota.-ÉI estado anterior comprende la pandad desde elI 12 de marzo hasta el 7 de mayo en que se declaro oficialmente su cesa cion; pero como antes de la primera fecha hubo algunos¡caaos, y ha» ocurrido otros después de la segunda, bien puede computaise el mi mero de muertos en 280. Estado de la mortandad en la villa de Guanabacoa en los dias de la VíShLwpIL^ el 11 de marzo de 1833 y termmó el 8 de mayo del mismo ano. 60 f Adultos varones...............•.............. " ) ídem hembras.............................. ^ blancos. . .< payólos varones............................ ^ ( ídem hembras.............................. „„, i Adultos varones...........................^ ; ídem hembras.............................. Jg ¡je color. . S párvulos varones.................-......... ,, C I«dem hembras..............................____ Total general...............474 Fiado de la mortandad en la villa de Güines y su jurisdicion desde Lstaao ae iu ^ ^ ^^ ^^ d 2Q ^ ma^ l Varones adultos..............-...... ^1 Vldem párvulos.....................■• *>\ 202 blancos. . . < Hembras adultas.................... ''Jj V f ídem párvulas.............-........ <_ > £ Varones adultos......................™f 1 ídem párvulos....................... —\ 1011 DE color. • ) Henil» as adultas....................~ i < ídem párvulas...............• •..... u* '_____ TotalscReral.f,...........1213 ERRATAS. . En la pág. 349 de la carta, línea 40, dice Ispahan, la antigua; léase: Teherán, la moderna. En la pág. 350 de la carta, lín. 37, dice, Mina: léase Medina. En la pág. 382, lín. 32, dice; se: léase, de. En la pág. 383, lín. 13, dice; Ganges: léase, Gunga. Cuando al principio de la página 392, di á entender que las caravanas del interior del Asia habian introducido el colera en Oremburgo, fue siguiendo la opinión de Moreau de Jonnés. Mas habiendo leído después en una de las se- siones de la Academia de las ciencias de Paris, que Hum- boldt, después de haber viajado por aquellas regiones, ase- gura que cuando el cólera estalló en Oremburgo, habia un año que no llegaba á ella ninguna caravana, y que sola- mente entró una, tres meses después de la esplosíon; es preciso creer que los Kirghis-Cosacos que habitan en las inmediaciones de Oremburgo, y que estaban entonces apes- tados, introdujeron el cólera en ella. JUL8 **• lJ -■ ^r NATIONAL LIBRARY OF MEDICINE nlm omqasib e f~V f^cf.; ";**• :Cf^ ¡^ ¿¿tf«^v*->£ ■*#* NLM041425162