¿ií* ^feC0UB»ÜOtU\U»e Jfleairina. TOMO IX. GUATEMALA papelería de EMILIO GOUBAUD CALLE REAL. LIBRERÍAS DE VIANA Y BAILLIE BAILLIERE : uEN LAS P,ROVIM;iAí> uulmTe SU SUSCRIBE AL MUSEO CIENTÍFICO Y*¿ACETA MEDICA. \oo Calilo TRATADO COMPLETO DE SEGUNDA PARTE, DE LAS ENFERMEDADES EN PARTICULAR. CLASE SEGUNDA. Enfermedades que no se refieren á órganos determinados. ORDEN PRIMERO. DE LAS FIEBRES. CAPITULO CUARTO. De las fiebres eruptivas. ARTICULO PRIMERO. De las viruelas. »La palabra viruela se deriva de la latina varus, con la cual designa Celso ciertos granos pustulosos del rostro (Van-Swieten, Comment. in aphor. Boerhaavi, t. V, §. 1379), y según otros de varius, moteado, salpicado de man- chas. «Sinonimia. — Euphlogia, Rhasis; varióla Boerhaave, Juncker, Sydenham; varióla, Sau- vages, Linneo, Sagar, Cullen, Swediaur; fe- bris variolosa, HoQmann, Yogel; sinochus va- rióla, de Young; empyesis varióla, Good; si- nochus variolosus, Crichton; bothor de los árabes (Avicena). «Definición.—Las viruelas, dice Borsieri, son una afección exantemática, febril, conta- giosa, de corta duración, siempre primaria, y que determina en la superficie de la piel una erupción de pustulitas rojas, muchas ve- ces furunculosas (flizacias), parecidas á gra- nos, y que ocupan primero la cara, el cuello, la piel del cráneo; aespues el pecho, los hom- bros , las manos y las demás partes del cuerpo. Adquieren muy pronto el volumen de un gui- sante pequeño; supuran al cabo de un tiempo bastante corto; forman costra, y dejan en su lugar una mancha roja que desaparece len- tamente, y muchas veces una depresión ó una cizatriz indeleble [Institutionum medecince prac- tica?^ .III, p. 158, en 12.°; Venecia, 1817). Esta definición de Borsieri, que reproduce los prin- cipales caracteres de la afección, da también de ella una idea muy completa; sin embargo nos parece que debe modificarse del modo si- guiente : las viruelas son una pirexia esencial, contagiosa, aguda, que da lugar á un exantema caracterizado por la erupción de vesico-pústulas, que se manifiestan en numero 'variable en la ca- ra , en el cuello, en el pecho y en todo el cuerpo, y que recorren en el espacio de dos septenarios próximamente, las diferentes fases de su evo- lución. «Divisiones.—Hánse introducido en el estu- dio nosográfico de las viruelas tantas especies de divisiones, que es muy difícil hacer de ellas una historia metódica y general. Si por no des- ZÍ0241 G DE LAS VIRUELAS. cuidar algunos pormenores importantes, se les concede un valor exagerado, es muy fácil describir como enfermedades distintas, sim- ples variaciones de síntomas ó modificaciones patológicas, que recibe la erupción de las en- fermedades con que se complica y de gran nú- mero de causas que daremos á conocer su- cesivamente. Nos esforzaremos por presentar las viruelas como un tipo patológico que se compone sin duda de muchas individualida- des, pero cuyos diferentes miembros no se de- ben separar demasiado, si no se quiere incur- rir en distinciones sutiles y perjudiciales en la práctica. »La mas importante de todas las divisiones, está fundada en el desarrollo normal v regular de la erupción, que recorre sus períodos en un tiempo poco mas ó menos igual en todos los casos, distinguiéndose por caracteres claros y bien marcados. Llámanse viruelas regulares, normales, legítimas, puras, verdaderas, las que ofrecen este tipo; y Sidenham, á quien se debe esta división, denomina irregulares, falsas, bastardas ó adulterinas, aquellas cuya erupción presenta, ya en su curso, ya en su forma, modificaciones que dan á la enferme- dad una fisonomía enteramente diferente y mayor gravedad. «Las viruelas anómalas, que solo son formas mas ó menos variadas del tipo normal, se han distinguido según el carácter de la afec- ción cutánea: 1.° en varicela pustulosa umbi- licada ó varioloides; 2.° en varicela pustulosa conoidea; 3.° varicela pustulosa globular; 4.° varicela vesiculosa; 5.° varicela papulosa. Intimamente convencidos de que tienen el mismo origen que las viruelas, las describire- mos con Rayer, Cazenave y otros, como espe- cies y variedades, después de haber dado á conocer las viruelas normales que son el tipo de las demás. «También se ha tomado en consideración el mayor ó menor número de pústulas que com- ponen el exantema y que representan á menudo bastante bien la gravedad de la afección. Side- nham y todos los autores que le han sucedido han llamado viruelas discretas, aquellas cu- yas pústulas están muy separadas entre sí, aunque sean á menudo muy numerosas; y dan el nombre de confluentes á las que deter- minan pústulas muy próximas, que forman reuniéndose chapas purulentas estensas. Háse creado la denominación de viruelas coherentes, para designar una erupción en la que se to- can las pústulas aunque sin confundirse y for- man grupos mas ó menos aproximados: «ita «aliquaí et quasi racematim hic illie congestaj »ut multa cohacrant mutuo et quosdam fere «corymbos imitentur» (Borsieri, loe. cit., pá- gina*17l). «Mead ha propuesto dividir las viruelas en simples ó benignas y en graves ó malignas [De natura et generíbus variolarum en Opera Omnia, t. I, p. 311, en8.°;Paris, 1757). Las viruelas graves son lasque, ya siendo discrclas ó yaconlluentes, van acompañadas del desar- rollo incompleto é irregular de las pústulas, de ansiedad, de postración, delirio, coma, de- bilidad del pulso, hemorragias, etc. Esta dis- tinción se ha aceptado por casi todos los mé- dicos que han observado las viruelas, y mere- ce conservarse. Solamente observaremos que las causas que hacen malignas á las viruelas son, ora complicaciones viscerales, como una pulmonía, una enteritis ó una hemorragia; ora la alteración de la sangre ó la falta de reacción en el organismo. En otros casos el •peligro depende de que no puede verificarse la erupción, en razou de alguna de las causas que acabamos de indicar, de condiciones in- dividuales, de una enfermedad anterior, del estado de preñez, etc. «Las viruelas discretas son á menudo benig- nas; pero no deben mirarse como sinónimas eslas dos palabras, porque vemos diariamente enfermos que sucumben de resultas de las vi- ruelas discretas. Lo mismo se puede decir de las viruelas confluentes, las cuales no siempre son malignas por mas que sean numerosas las pústulas. Las viruelas discretas pueden ser re- gulares ó irregulares, benignas ó malignas; mas no debe darse á estas espresiones dema- siada importancia, sino buscar la causa de las modificaciones que presenta la erupción, ya en su curso, ya en sus caracteres, etc. «Las viruelas son naturales ó espontáneas, cuando se desarrollan á consecuencia del con- tagio, y artificiales 6 inoculadas cuando las provoca la inoculación del virus varioloso: son esporádicas si atacan á algunos enfermos aisladamente, y epidémicas cuando se ceban en muchos individuos á la vez. ^Divisiones adoptadas en este artículo.—Las diferentes condiciones morbosas que han de- signado los autores y descrito separadamente con las denominaciones antes indicadas, se en- contrarán naturalmente comprendidas en las divisiones que vamos á indicar. Estudiaremos: 1.° las viruelas simples regulares ó normales; la lesión cutánea, los síntomas locales, gene- rales y el curso; 2.° las viruelas graves ó malignas, en cuyo capítulo se describirán es- pecialmente todas las alteraciones anatómicas que se encuentran en los sugetos que mueren durante el curso de la enfermedad. Con el tí- tulo de especies y variedades daremos á cono- cer: 1.° las viruelas inoculadas; 2.° la vario- loides; 3.° la varicela pustulosa conoidea; 4.° la varicela globular; 5.° la varicela vesi- culosa; 6.° la varicela papulosa; 7.° las vi- ruelas cengénitas; 8.° las viruelas modificadas por la vacuna. «La etiología y el tratamiento general ocu- parán su lugar acostumbrado. DE LAS VIRUELAS. 7 Viruelas simples, regulares, normales, discre- tas ó medianas. «Anatomía, patológica.—Solo nos propone- mos estudiar en este capítulo las lesiones co- munes á todas las viruelas, y que consisten en las alteraciones de la piel, de las membra- nas mucosas y de la sangre. »Alteraciones de la piel propias del exantema varioloso.—De las investigaciones del doctor Petzholdt de Leipsic resulla, que desde el pri- mer período de la erupción, cuando esta to- davía consiste solo en una simple pápula, es- tan ya Yeblandecidas las capas mas profundas del epidermis y casi destruida su adherencia al dermis, sin que haya todavía ninguna ca- vidad [Recherches sur les pustules^ varioli- ■ques, etc., estr. en Arch. gen. de méd., t. II, p. 315; 1838). Mas adelante el reblandeci- miento del epidermis se aumenta; se reúne un poco de líquido en sus capas mas profundas, y se forma una cavidad pequeña, que se llena de serosidad y cuyas paredes estanconstituidas por el epidermis adelgazado y levantado. La vesícula está ya entonces desarrollada y el lí- quido que contiene es una serosidad perfecta- mente trasparente y alcalina. Después, cuan- do ya la vesícula es mas voluminosa y se ha- lla á punto de pasar al estado de pústula, el líquido es todavía trasparente, aunque el epi- dermis esté ya opaco y parduzco. Rilliet y Bar- thez se han cerciorado de que la vesícula no está cubierta de falsa membrana, y de que el color blanco del epidermis depende única- mente de la maceracíon de esta membrana en el líquido vesicular [Traite clinique etpratique des maladies des enfants, t. II, p. 451, en 8.°; Paris, 1843). «Tampoco se encuentra falsa membrana en la vesícula umbilicada, y si solo serosidad. Esle líquido levanta el epidermis en la circunfe- rencia de la vesícula; al paso que su centro está retenido por un filamento que parte del dermis inflamado. Según el doctor Petzholdt, las glándulas cutáneas están hinchadas y tie- nen una figura piriforme. Si la vesícula reside en un punto en que se abra el conducto es- cretorio de una de dichas glándulas, esle re- siste al principio y lira del epidermis hacía sí, formando un ombligo; pero el derrame de ma- yor cantidad de líquido en la vesícula, con- vertida ya en pústula, la supuración y quizás el reblandecimiento del citado conduelo, pro- ducen su rotura, y entonces deja el grano de ser umbilicado. La abertura del conducto es- cretorio puede conocerse en la piel macerada en alcohol. Pelzholdt cree que la caida del pelo acompaña á la destrucción de este con- ducto, pero puede no obstante volver á salir cuando no se ha destruido totalmente la glán- dula (p. 317). Rilliet y Barthez esplican del mismo modo la producción del ombligo (pági- na 451), y Rayer la atribuye al disco seudo- membranoso de que vamos á hablar (ob. cit., p. 531). «Rilliet y Barthez admiten entre el período vesicular y el pustuloso otro intermedio, que se verifica del cuarto al quinto dia de la erup- ción, y durante el cual se efectúa la secreción de una falsa membrana, producida por el cuer- po papilar del dermis inflamado. Rayer, que la ha estudiado con Young, ha hecho de ella una descripción muy buena, que no podemos me- nos de reproducir teslualmente. «Encuéntrase por encima del dermis una capa se'udo-mem- branosa, que forma la sustancia de la pústula, y representa un cono truncado, de media línea de grueso poco mas ó menos, según la magni- tud del grano. Consiste en una materia de co- lor blanco mate, bastante fuerte, pero algo friable, é ínlimamente unida con la superficie interna del epidermis, con la que parece con- fundida ; pero no eslá tan adherida á la super- ficie del dermis. En las pústulas mas adelanta- das se echan de ver algunos espacios pequeños, una línea sinuosa, y por último una cavidad pequeña y anfractuosa, entre la superficie es- lerna del dermis y la capa blanca anormal de que acabamos de hablar. Estos intervalos ó es- ta cavidad se encuentran llenos de un líquido seroso. En las pústulas de la cara, mas adelan- tadas que las de las demás regiones, el líquido, opalino ya y mas abundante, no solo existe en las cavidades de las pústulas , sino que se in- filtra por su circunferencia por debajo del epi- dermis. Esta membrana, levantada de este mo- do , puede desprenderse en colgajos considera- bles. Debajo de ella , en los sitios correspon- dientes á las pústulas, se observan muchas prominencias redondeadas, irregulares y sepa- radas por depresioues sinuosas escavadas en la piel. Esta corrosión apárenle del dermis no existe sino en los puntos ocupados por las pús- tulas supuradas. Él epidermis parece que está algo engrosado; pero la maceracion demuestra que no es asi» (ob. cit., p. 529). El disco seu- do-membranoso se parece bastante en ciertas pústulas á un anillo, cuyo borde eslerno fuese mas prominente ó mas grueso que el interno. El ombligo de la pústula corresponde á la por- ción central y deprimida del disco ó anillo membranoso, que da al grano «el aspecto de una tacita ó de un alvéolo ele panal.» El cuer- po papilar hinchado corresponde al centro del disco, y su circunferencia masó menos depri- mida recibe el borde eslerno de este mismo disco. Algunas veces están remplazadas estas eminencias por cavidades pequeñas ó por ero- siones del dermis (p. 532). »Cotugni, á quien se deben investigaciones anatómicas muy completas acerca de la estruc- tura de la púslula variolosa, dice que su pri- mer pensamiento fue atribuir el ombligo de la púslula á la presencia de los pelos que se ha- llau introducidos como un clavo en la piel; pe- , ro como le fue fácil descubrir que no todas las ' pústulas estaban atravesadas por pelos, se de- 8 DB LAS VIRDELVS. dicó á hacer nuevas investigaciones, y se cer- cioró deque la causa de ser umbilicadas la ma- yor parte de las pústulas, es la existencia de una gláadula sebácea y de su conducto, del que ha sacado un buen dibujo (Cotugni, De sedibus variolarum syntagma, p. 2Gi, en 1 2.<>; Viena, 1771). Las investigaciones de Petzholdt confirman las de Cotugno. Débese también á este último autor la descripción del anillo blan- quecino que rodea el ombligo (albidus annu- lus), donde él cree que empieza á efectuarse la supuración antes de estenderse á la base (p. 267), y considera la tumefacción del cuer- po de Malpigio como una de las principales causas de la pústula. Parece que Petzholdt no observó la exudación seudo-membranosa, ó mas bien la equivocó con el cuerpo muco- so de la piel: cuticulam autem elevabat inter- medium mucosum corpus gelatinte instar ex- pansum , nulla partium separatione aut caui- tate intercedente(p. 203). No se concibe fácil- mente cómo ha consagrado Deslandes la mayor parte de su memoria á defender la opinión es- puesta por Cotugno con tanta claridad, y que propende á establecer que cada grano de vi- ruela tiene por base el orificio de un poro, y resulta de la inflamación de los conductos exhalantes [Sur les b'outons de la varióle, en Remie medícale, t. III; p. 327; Paris, 1825). Rilliet y Barthez han observado que la fibrina que constituye el disco seudo-membranoso se deposita primero en el dermis, bajo la forma de puntitos aislados, que corresponden á otros fiuntos amarillentos que se advierten encima de as pústulas y á los cuales llaman punteado de color; mientras que el líquido seroso interpues- to entre estas granulaciones librinosas da al epidermis un color pardo trasparente, que con- trasta con el punteado amarillento. Creen es- tos autores que las zonas concéntricas que di- cen haber visto en las pústulas, dependen de la reunión de los puntos membranosos (p. 452). Esta esplicacion, aun admitiendo que sean ciertos los hechos en que se funda, nos parece poco satisfactoria. «El doctor Sebastian de Groninga ha visto, que los vasos de las porciones de piel donde se han desarrollado las pústulas variolosas, for- man una redecilla muy visible; que se dirigen hacia un centro común, y proceden de uno ó dos troncos vasculares que circunscriben el área de la pústula; pero no puede decidir si la redecilla vascular es de nueva formación ó re- sulta de la inyección de los vasos existentes (Estr. de British and foreign reoiew, julio, 4829; en Arch. gen. de méd., t. VI, pág. 79; 1839). »El doctor Petzholdt ha observado en el der- mis correspondiente á las pústulas una promi- nencia del cuerpo papilar, cuyos vasos son ro- jos , están inveclados y contienen pus; en otros casos ha visto como Rayer depresiones y ero- siones en el dermis. Dice también haber halla- do en todas las pústulas umbilicadas, escepto en las de las manos y de los pies, muchos ori- ficios , que no.son otra cosa, seiíun él, que los conducios cscfetorios de las glándulas cutá- neas. Asegura que las porciones de piel en que no hay granos presentan «una materia blanca, puriforme, que está adherida como en las pús- tulas , y que se halla interpuesta entre el plexo vascular»; pero en ninguna parte describe la seudo-membrana de las pústulas. Gendrin di- ce que en el espesor del dermis hay una espe- cie de tubérculo, cuya estructura es multilo- cular con las areolas llenas de un fluido diáfa- no y viscoso [Mém. sur la nature et-la conta- gión de la varióle, etc., en Journ. de méd., t. XCVIII, p. 333). Dejamos á este métrico la responsabilidad de su opinión. «Las investigaciones anatómicas de que aca- bamos de hablar ilustran mucho la naturaleza del exantema varioloso. Efectivamente, vemos á no dudarlo, que empieza por una congestión y una turgencia inflamatoria del cuerpo papi- lar (estado papuloso); que en el segundo gra- do se establece una secreción debajo del epi- dermis, que se ha reblandecido y desprendido del dermis inflamado (estado vesiculoso); que en el tercer grado del exantema se agrega á esta secreción otra de plasma ó de linfa orga- nizaba, que está probablemente contenida en la serosidad ; de suerte que es muy probable, como cree Rayer, que en el segundo período ó en el estado vesiculoso se desarrolle ya la seudo-membrana. Si el trabajo ílegmásico que se verifica en el dermis solo tiene cierta inten- sión , y se conserva en un grado que solo co- nocemos por sus efectos, la pústula no contie- ne mas que el disco fibrinoso con una cantidad mínima de serosidad purulenta ó de pus; pero en otros casos se segrega este último líquido en gran proporción. Asi lo han comprendido sin duda alguna Rilliet y Barthez, cuando enseñan que la dermitis variolosa está constituida , ora por una hiperemia de las capas sub-epidérmi- cas, en cuyo caso solo se verifica una secreción serosa primero y después plástica; ora por una flegmasía mas intensa de estas mismas capas, que supuran ose ulceran, quedando entonces cicatrices indelebles en la superficie de la piel (p. 453). Añadamos, para acabar este cuadro, que las variadas formas que pueden presentar las viruelas modificadas (V. especies y varie- dades) dependen precisamente de la intensión y de la mayor ó menor rapidez con que se efec- túan los fenómenos locales de la dermitis va- riolosa: ora aparece una pústula, que se redon- dea y concreta sin perder su forma ni llegar á ser umbilicada; ora permanece el grano tras- parente, ó se llena de un líquido sanguíneo. En este último caso, á las variaciones que es- periraenta el trabajo morboso cutáneo, que de suyo son tan numerosas, ha venido á añadirse una condición morbosa general. En el curso de este artículo 'trataremos de considerar bajo este punto de vista las erupciones variolosas y va- rioliformes, y las represeataremos como sínto- DE las VIRUELAS. 9 mas locales, que están á un mismo tiempo bajo la dependencia de una causa general, consti- tuyendo su determinación morbosa esterior, y bajo el imperio de una acción patológica ente- ramenle especial, cuyas principales formas pueden modificarse, sin dejar por eso de per- tenecer á la misma enfermedad. »De las alteraciones que se encuentran en las membranas mucosas.—Los autores antiguos se ocuparon mucho de las viruelas internas: unos admitieron que podían desarrollarse las pústu- las en todas las visceras; otros indicaron que las únicas partes en que se observaban eran las membranas mucosas. Fernelio dice haberlas encontrado en el hígado, en el bazo, en los pulmones y en todas las partes internas (De abdit. rer, caus., lib. II, cap. 2); Baillou, Horstius, Ambrosio Pareo, Mead, Borsieri (ob. cit.. p. 285) y de Haen sostienen la mis- ma opinión; pero le fueron desfavorables las esactas observaciones de Cotugno, quien jamás habia visto pústulas en los órganos interiores de los muchos cadáveres sometidos á su ins- pección, lo que atribuye á la humedad conti- nua de las partes (p. 154). En dos casos en que salia al esterior la membrana mucosa del ano se desarrollaron en ella pústulas variolosas (p. 152). Concíbese que en semejante circuns- tancia, pareciéndose por su estructura la mem- brana mucosa á los tegumentos estemos, está en aptitud de contraer las mismas enfermeda- des. Haller y Tissot no han encontrado nunca las pústulas de las viruelas mas allá de la fa- ringe, y los autores que han citado hechos en favor de la opinión contraria, han confundido las viruelas con úlceras de distinta naturaleza. «Los tubérculos del peritoneo ó .de la muco- sa intestinal, las glándulas de Brunero hiper- trofiadas, las falsas membranas y las úlceras simples ó de otra especie, se han tomadd en ocasiones por pústulas variolosas. Generalmen- te se admite, que los únicos órganos en que ueden desarrollarse las pústulas son las mem- ranas mucosas ocular, nasal, bucal y las del exófago, de la laringe, de la tráquea, del pre- pucio y de la vulva (Rayer, p. 533). «Cuando se examina á tiempo la cavidad bu- cal , se ven en la bóveda palatina, en los la- bios, en la cara interna de los carrillos y en varios puntos de la lengua , unas manchitas blanquecinas, redondas ú ovales, aisladas ó reunidas en grupos, y colocadas en la mem- brana mucosa enrojecida é hinchada. El epi- teliura, que está reblandecido y blanquecino en los puntos correspondientes á las vesículas, se rompe muv pronto , por hallarse macerado por los líquidos contenidos en la boca (Petz- holdt, p. 318). Estas pústulas no tienen ombli- go. El curso de estos granos es muy rápido; la seudo-membrana pustulosa, perceptible ya desde el segundo ó tercer dia , persiste duran- te cuatro ó seis y se desprende, dejando con bastante frecuencia una ulceracioncita ó ero- sión, que se cura sin cicatriz visible (Rilliet v TOMO IX. Barthez, ob. cit., p. 459). La pústula aue se desarrolla en los puntos que acabamos ae in- dicar se diferencia de la de la piel, en que su curso es mas rápido, carece de ombligo, se destruye con rapidez el epitelium, no se forma costra * y la ulceración del dermis es nula ó se cura muy pronto sin dejar cicatriz. «En la lengua las pústulas se presentan en forma de manchas blancas, debidas á despren- dimientos parciales del epitelium; este es ar- rastrado con el moco ó permanece adherido bajo la forma de un hongo en el vértice de la papila lingual. Petzholdt, de quien sacamos estos pormenores , ha encontrado las glándu- las de la faringe y las de la boca posterior, hi- pertrofiadas y con sus orificios entreabiertos, y lo mismo las esofágicas, que se hallan á menu- do en las inmediaciones de las pústulas. Estas tienen todos los caracteres que hemos señalado á las pústulas de las membranas mucosas. El epitelium esofágico se reblandece; se levanta formando vesículas, y después se destruye, dando lugar á ulceraciones. «La hipertrofia del aparato folicular de las membranas mucosas merece fijar tanto mas la atención de los patólogos, cuanto que se en- cuentra también en las glándulas aisladas y acumuladas de los intestinos, según las obser- vaciones hechas por Petzholdt (p. 3201, Rilliet y Barthez (p. 492) y Rayer (p. 534). Conviene notar la relación que existe entre la hipertrofia de los folículos mucosos y la de las glándulas cutáneas, porque conduce necesariamente á comparar bajo este aspecto las viruelas con el exantema del conducto intestinal, tan constan- te en la fiebre tifoidea. «Despojada la membrana mucosa de las fo- sas nasales del moco que la cubre, se observa su rubicundez , su inyección y sus úlceras su- perficiales. Las mismas alteraciones se encuen- tran en la laringe y en la tráquea: el epitelium está rablandecido y levantado por un líquido blanquecino y puriforme, que según Petz- holdt se derrama debajo de él. En.cierta época se reblandece y rompe el epitelium, y se ve un pus semejante al moco sobre la membrana mu- cosa inflamada y cubierta de ulceraciones. Es- tas son á veces muy numerosas, superficiales ó profundas; invaden el tejido celular subya- cente ; pero nunca penetran hasta los cartíla- gos. Las glándulas están voluminosas y sus orificios muy perceptibles. «Los bronquios presentan las mismas altera- ciones, por lo menos hasta los ramos de tercer orden. «Las pústulas de los pequeños labios, de la entrada de la vagina, de la cara interna del prepucio y del glande se parecen mucho á las de la piel; solo que se deprimen antes; la seudo-membrana y el epidermis reblande- cidos se caen muy pronto, y la pústula llega a su madurez. La glándulas mucosas se hipertro- fian , y se activa su secreción. n Estado de la sangre. — Réstanos indicar la 2 • 10 DE LAS VIRUELAS. única alteración común á todas las viruelas, es ( decir, la que presenta la sangre. Lo que traen los autores antiguos acerca de las propiedades físicas de este liquido deja mucho que desear; porque se olvidaron á menudo de fijar la natu- raleza de las complicaciones, y de tomar en cuenta las condiciones morbosas que hacen variar la composición de la sangre. Hablan de la existencia de una costra gruesa, de cuaja- rones pequeños, retraídos, en una palabra, con todos los caracteres físicos de la sangre infla- matoria. Andral y Gavarret han analizado la sangre en cinco casos de viruelas y dos de va- rioloides, en diferentes períodos del exantema, y han encontrado que en los cinco casos de vi- ruelas confluentes permanecían los glóbulos en su proporción normal, escepto en uno en que eran hemorrágicas las viruelas. En cuanto á la fibrina se nota mucha desigualdad en su pro- porción: vérnosla á menudo aumentarse como en las flegmasías después de la primera san- gría; pero este aumento es pequeño, y nunca llega al grado que corresponde á la inflama- ción. «Sin embargo, puede preguntarse, di- cen los autores que citamos, si por mínima que sea esta elevación de la fibrina (4,4), no indicará que se refleja en la sangre el trabajo flegmásico de la piel. Si no se marcan mas las alteraciones de la sangre propias de la flegma- sía, es sin duda porque la dermitis variolosa solo constituye uno de los elementos de otra enfermedad mas general, de quien recibe la sangre sus modificaciones. No de otro modo vemos que en la fiebre tifoidea la inflamación de los folículos intestinales tampoco ejerce al parecer influencia en la fibrina, que disminu- ye no obstante la existencia de tal inflama- ción.» (Recherches sur les modifications de pro- portion de quelques principes du sang, p. 68, en 8.°; París, 1840). Cuando se forma costra en la superficie del coágulo, es blanda y como gelatinosa, y si se la comprime se la priva de su suero , reduciéndola á una película bastan- te delgada (.Andral, Essai d'hématologie, pá- gina 67, en 8.°; Paris, 1843). En otra parte espondremos las deducciones que se pueden sacar legítimamente de estos estudios acerca de la sangre (V. naturaleza). «Sintomatologia.—Hánse distinguido en la evolución del exantema varioloso muchas fa- ses ó períodos, que merecen conservarse en una descripción metódica, porque se encuentran en todas las viruelas cuando tienen un curso regular. Los períodos que generalmente se ad- miten son: 1.° el de incubación: 2.° el de in- vasión ó de pródromos; 3.o el de erupción; 4.° el de supuración; 5.° el de descamación! «Sidenham llama tiempo de separación al que trascurre desde la aparición de las vesícu- las hasta el momento en que supuran las pús- tulas, y período de espulsion al en que se ve- rifican la supuración y la desecación de las mismas [OEuvr. compí., trad. de Jault, t. I p. 150, en 8.<>; Montpellier, 1816). Boerhaavé y Van-Swicten admiten tres períodos: el pri- mero corresponde al de invasión; el segundo empieza cuando la erupción, y se estiende has- ta la supuración; y el tercero desde la supu- ración hasta el liñ de las viruelas (aforismo 1396, p. 74). «Todas estas divisiones, fundadas en el es- tudio de los síntomas locales y principalmen- te en las diferentes fases del exantema, son en rigor admisibles. Sin embargo, si reflexio- namos que se pueden multiplicar ó disminuir á voluntad, según que se consideren como otras tantas fases distintas los diversos cam- bios que sobrevienen en la erupción, ó que por el contrario solo se quiera ver en ellos fnodi- ficaciones accesorias, vendremos á no distin- guir en el curso de las viruelas mas que tres grandes períodos: 1.° el de invasión que prece- de á las viruelas; 2.° el exantemático, al que se refieren los estados papuloso, vesicular y pustuloso; 3.° la desecación del exantema y la descamación. »Período de incubación.—El período de in- cubación es el tiempo que pasa desde el ins- tante en que ha penetrado el virus varioloso en la economía, hasta que se manifiestan los primeros fenómenos de la enfermedad. Ignó- rase la duración esacla de la incubación, que unos hacen llegar hasta ocho dias y otros á veinte. Mas adelante nos ocuparemos de este asunto (V. Etiología). »Primer período ó período de invasión, es- tado de contagio de Boerhaavé y Van-Swie- ten. — Los enfermos son acometidos desde el primer dia de trio y escalofríos, seguidos de mucho calor y de gran dolor de cabeza (Si- denham, ob.. cit., p. 137, en 8.°; Montpellier, 1816). Los escalofríos vuelven por intervalos ir- regulares, seguidos muy pronto de náuseas, de Vómitos y de un calor general con disposi- ción á sudar (Sidenham); al mismo tiempo se observa una agitación bastante grande, an- siedad, cansancio sumo, una debilidad mus- cular muy marcada, dolores erráticos en las articulaciones ven la espalda, y un dolor fijo característico en los lomos (lumbago). Otros síntomas se encuentran también," aunque de un modo no tan constante, como son: agita- ción llevada hasta el delirio, que es entonces fugaz ó poco intenso, sopor, postración, ru- bicundez del rostro, lagrimeo, estornudos, dolor abdominal, estreñimiento en los adul- tos y en los niños, etc. Ahora estudiaremos ca- da uno de estos síntomas en particular. «La fiebre de invasión, llamada también fie- bre primaria ó de erupción, es constante y mar- ca el principio de la enfermedad, acerca de lo cual están de acuerdo todos los autores. Ri- lliet y Barthez no la han visto faltar sino una vez (loe. cit., p. 439). En algunos casos es muy ligera y tan suave, dice lluxham, que los en- fermos no la echan de ver [Essai sur la petite vérole, en Essai sur les fiévres, p. 181, en 12.°^ París, 1775). Cuando la fiebre es intensa, se DE LAS VIRUELAS. II acelera el pulso; se aumenta la temperatura de la piel; se pone el rostro rubicundo, y la ce- falalgia es muy fuerte; los enfermos sienten < una ó muchas veces al dia escalofríos seguidos de calor, tienen una agitación bastante gran- de ó están abatidos y soporosos. A veces pre- senta la calentura una ó muchas exacerbacio- nes notables, principalmente por la tarde, y después adquiere toda su intensión, que con- serva hasta el momento de la erupción. «El dolor lumbar, indicado muy bien por Rhasis como un signo precursor de las virue- las (Rhasis, de variolis,^. Mead, Opera om- nia, t. I, p. 304, en 8.°, Paris, 1767), aun- que es casi constante, puede sin embargo no existir: sobreviene el primero, el segundo ó el tercer dia de la invasión, y dura algunas ho- ras ó muchos dias. A veces tiene una violen- cia estraordinaria; al paso que otras es tan li- gero que los enfermos hacen poco caso de él; pero el médico debe buscarle siempre con mu- cho cuidado, porque constituye uno délos mejores signos de la enfermedad. La raquial- gia puede estenderse también á la espalda. Si- denham ha notado un dolor hacia las aurí- culas del corazón (p. 137); otros le han ob- servado en el epigastrio é hipocondrios, en el vientre, en el pecho, en la faringe y en la laringe (Rhasis, loe. cit., p. 364), en cuyo úl- timo caso le acompaña una disnea intensa. Estos dolores, cuya causa es difícil de deter- minar, son síntomas puramente nerviosos y que.no pueden esplicarse por ninguna lesión: lo mismo decimos de los dolores musculares y articulares y de la cefalalgia. «A estas alteraciones de la sensibilidad de- bemos agregar el delirio, el insomnio, los .en- sueños penosos, la soñolencia, el estupor y la postración, que llegan algunas veces á un grado estraordinario. El sopor, los accesos epi- leptiformes y las convulsiones, que colocan los autores entre los síntomas de la enfermedad, se encuentran con mas frecuencia en los jó- venes según Sidenham (p. 137). Estos acci- dentes, que se observan principalmente en la invasión de las viruelas graves y confluentes, pueden hacer creer que va á desarrollarse una meningitis ú otra afección cerebral. Debemos advertir al práctico, que las alteraciones ner- viosas de que acabamos de tratar varían de intensión y de frecuencia en las diferentes epi- demias, y según la edad, la predisposición y las diversas condiciones que imprimen tantas modificaciones á los síntomas de la enfer- medad. «Las náuseas, los vómitos, la sed, se de- claran muchas veces desde los primeros dias; al propio tiempo se pierde el apetito y se po- nen rojos la punta y bordes de la lengua; pe- ro por lo común nocambia este órgano de as- pecto, ó solo se cubre de una capa blanqueci- na, masó menos gruesa. Rilliet y Barthez han observado á menudo en los niños dolores epi- gástricos y umbilicales (p. 439). El estreñi- miento les ha parecido á estos autores un sín- toma muy frecuente. La diarrea debe consi- derarse como un fenómeno bastante raro , y tanto que Sidenham no le ha visto jamás en las viruelas discretas (p. 140). »La rubicundez con hinchazón del rostro y cefalalgia, la invección délas conjuntivas, el lagrimeo y un dolor de garganta mas ó menos ligeros, son síntomas no acostumbrados, pero que no obstante se manifiestan con bastante frecuencia para que se deban tener presentes en el diagnóstico, puesto que contribuyen á hacerle menos seguro. »No creemos que deban figurar entre los síntomas precursores la tos, la epistaxis, los estornudos, el flujo menstruo y la diarrea, de los cuales hablan algunos autores. Morton in- dica como síntomas del principio: la rubicun- dez del rostro, el prurito de las narices, los estornudos, la tos, la ronquera y la tumefac- ción de las amígdalas [Opera omnia, t. I, en 4.»; Leid., 1737). .. J «Es difícil trazar el modo de sucesión de los síntomas precedentes; pues respecto de este punto hay demasiadas variaciones, y si puede decirse que en general se manifiestan en primer lugar la fiebre, la cefalalgia, e! lumbago, las alteraciones nerviosas, y después las náuseas v los vómitos; también debe re- conocerse, que no siempre existe este encade- namiento de los síntomas, siendo precisamente las modificaciones que suele ofrecer la-sinto- matologia las que mas dificultan el diagnósti- co de la enfermedad en su primer período. »La duración del período de invasión se ha fijado por todos los autores en tres ó cuatro dias; Morton la hace llegar á tres días en las viruelas benignas [de Apparatu, loe. cit., pá- gina 49). «La erupción de las viruelas discre- tas se verifica ordinariamente el cuarto dia de la enfermedad, dice Sidenham, comprendien- do en este número el dia primero; algunas ve- ces se presenta algo antes, y muy pocas des- pués» [loe. cit., p. 138). Van-Swieten [Com- ment.inaph.,loc.cit., p. 45), Borsieri [loe. cit., p. 176), y todos los autores modernos están unánimes acerca del particular. «Sidenham establece, que cuanto mas se an- ticipa la erupción al cuarto día, mas grave es, y que las viruelas confluentes son mas preco- ces que las discretas [loe. cit., p. 140). Otros sostienen también con razón, que cuanto mas se retarda la erupción, ó en otros términos, cuanto mas trabajo le cuesta desarrollarse, mayor es su gravedad. Esta opinión nos pa- rece tan fundada como el axioma formulado por Sidenham, á pesar de los hechos referidos por Violente, quien dice haber observado vi- ruelas benignas, en las que el exantema no se habia manifestado hasta el sétimo diacontan- do desde la invasión (en Comment. de Van- Swieten, p. 45). Morton se espresa con toda esactitud cuando dice, que tanto mas grave es 1 la enfermedad, cuanto mas se aleja del estadio 12 DE LAS VIHUELAS. de tres dias. Quodcirca quantum áspatio trium dierum hoc stadium ultra citravedeflectit, tan- tummorbus malignilatem suamproait [de Ap- paratu, p. 49). Deben los prácticos tener muy presentes estas palabras de Morton. »Segundo periodo; período exantemático; pe- riodo de erupción y de supuración.—Durante el segundo período, que se llama de erupción y que preferimos designar con el nombre de exantemático, es cuando se ve aparecer el efecto morboso cutáneo. Esle pasa por tres es- tados patológicos diferentes, manifestándose sucesivamente bajo las formas de pápulas, de vesículas y de pústulas; formas que constitu- yen otras tantas edades distintas de una mis- ma afección cutánea, ó si se quiere hablar con mas esactitud, tres fases de una enfermedad de la piel que termina por descamación. Es- tudiemos separadamente los síntomas locales y generales. «A. Periodo papuloso de las viruelas; pri- mera edad del exantema:—Síntomas cutáneos ó locales.—«Principia la enfermedad por ru- bicundeces pequeñas, redondeadas, aisladas, que se ponen muy pronto prominentes, lle- nas, sólidas, y en una palabra, papulosas; tienen de medía á una línea de diámetro, un color rojo masó menos vivo, y desaparecen con la presión del dedo, para volver á apare- cer inmediatamente; se manifiestan desde lue- go en el rostro, alrededor de la boca y de la barba4 en la frente, en el cuello, y poco des- pués en los miembros, en el tronco, en las manos y en los pies.» Rilliet y Barthez, de quienes hemos tomado esta descripción [loe. cit., p. 444), han hecho algunas observacio- nes importantes acerca del estado patológico aúe varaos estudiando. Cada pápula está ro- eada de una aureola roja de dimensión varia- ble, y cuando son muchas se tocan las aureolas, resultando una superficie de color encarnado vivo, uniforme y como erisipelatoso, cubierta de una multitud de asperezas pequeñas, que se ven y tocan muy bien con la yema del dedo, y que dan á la piel un aspecto rugoso y granu- jiento. La cara es la parte en que se marca me- jor esta disposición. Durante uno ó dos dias se verifican muchas erupciones sucesivas de pús- tulas, que van aumentando de volumen y se desarrollan en veinticuatro horas próximamen- te. El período papuloso dura ordinariamente de uno á tres días; sin embargo se le ha visto rolongarse hasta el cuarto ó quinto (Rilliet y arthez). Concíbese muy bien, que las varia- ciones de que se ha hecho mérito respecto de la duración total de la erupción, deben encontrar- se también en cada una de sus fases secunda- rias. En rigor se podría establecer antes del desarrollo de las pápulas otra fase marcada únicamente por manchitas rojas. »B. Segunda edad del exantema varioloso; período vesicular.—Al segundo ó tercer dia se perciben en las pápulas unos puntitos promi- nentes , duros y trasparentes, que se han com- parado con puntas de agujas. La trasforma- cion de la pápula en vesícula empieza por el rostro, v se estiende sucesivamente á las pápu- las que* cubren las demás partes del cuerpo; de manera que la erupción vesicular se com- pone de muchas erupciones parciales y suce- sivas. Las vesículas, mas pequeñas que las pá- pulas, ocupan al principio la parte mas pro- mínenle de estas últimas; pero luego se en- sanchan y las cubren enteramente, y entonces se presenta alrededor de ellas una aureola de color encarnado vivo, ó de un tinte mas claro v que tiene de una á media línea de atocho. Este colores mas subido hacia la vesícula que en la circunferencia. La vesícula, puntiaguda el primero y algunas veces el segundo dia, y de un color pardo brillante con cierta especie de trasparencia, presenta el segundo y tercer dia en su centro un punto opaco, que corres- Sonde á un aplastamiento de su vértice, don- e no tarda en manifestarse una depresión, que se llama ombligo por comparación con la ci- catriz hundida que existe en el vientre. Ri- lliet y Barthez han visto en las vesículas que forman ombligo del segundo al cuarto día de la erupción, una multitud de depresiones pe- queñas, semejantes á las que se producirían punzando con una aguja fina, y que en cierto modo son ombligos mas pequeños. Designan este aspecto de la vesícula con el nombre de punteado de forma, para distinguirle del pun- teado de color; el cual se manifiesta en el mo- mento en que la vesícula se convierte en pús- lula. «Las vesículas se desarrollan ordinariamente el segundo y rara vez el tercer dia de la erup- ción, y asi "como se encuentran todavía pá- pulas cuando ya se han presentado las vesícu- las, del mismo modo suelen permanecer estas últimas en las regiones en que han aparecido mas recientemente cuando ya están bien for- madas las pápulas en otras partes. Pero es fácil comprender, que no se encuentran nunca reu- nidas las pápulas y las pústulas. »La duración del período vesicular e¿ de tres á cuatro dias, lo que unidoRecidivas. — Admítese generalmente que las viruelas no atacan mas que una vez á un mismo sugeto , y esta proposición está á cu- bierto de toda crítica. Adviértase sin embargo, que las viruelas pueden reproducirse por se- unda y aun tercera vez en un mismo indivi- uo, aunque hayan sido intensas la primera y dejado señales visibles de su pasada existen- cia. Si fuese preciso invocar el testimonio de los autores que han referido ejemplos de este género, podríamos formar una lista muy lar- ga. De llacn en su Befutation de Vinoculation cita con una erudición estraordinaria todas las observaciones hechas sobre este asunto por los mas ilustres prácticos (Ratio medendi, t. VIII, p. 339 y sig., en 12.°; Paris, 1774), y entre otros por Decker, quien conoció una joven que tuvo las viruelas cinco veces. Etmuller asegu- ra que muchas personas mueren sin haberlas padecido; al paso que otras las sufren muchas veces. Staipart, Van der-Wiel, Craanen y Blanckard han sido testigos de hechos seme- jantes , conviniendo todos en decir, que el se- gundo ataque es á menudo mas violento que el primero y desfigura mucho mas á los enfermos. Por lo demás todos los médicos aceptan en el dia estos hechos, y son muy pocos los que sos- tienen con los árabes que las viruelas no vuel- ven nunca segunda vez. Frank cree también, que puede un mismo sugeto ser atacado dos veces de viruelas, é invoca el testimonio de una multitud de autores (p. 177). Borsieri re- TOMO IX. #fiere igualmente muchos ejemplos de viruelas "confluentes en que se vieron dos ó tres recidi- vas (loe. cit., p. 165). Sin embargo , es mucho mas frecuente no observar mas que varioloides y aun varicelas en los sugetos que han sido ya atacados de esta enfermedad. Viruelas complicadas (graves, malignas , tifoi- deas). «Definición. — Mead llama viruelas malig- nas á las que vienen acompañadas de una fie- bre maligna, no supuran completamente, ó llegan con trabajo al período de madurez (loe. cit., p. 314). Tissot denomina asi á las virue- las, cuyas pústulas son pequeñas, acuosas, ico- rosas , negras, acompañadas de manchas pur- púreas y de hemorragias, v en cuvo curso se observan la adinamia, la debilidad del pul- so , una fiebre incesante con exacerbación irre- gular, y un delirio ligero, pero continuo (Bor- sieri , p. 174). Si quisiésemos indicar las dife- rentes definiciones que han dado los autores de las viruelas malignas, nos seria fácil mani- festar, que esta palabra no representa una for- ma diferente de las demás; sino que solo es- presa el peligro que en ciertas viruelas corren los enfermos en razón de condiciones morbosas muy diferentes, que varaos á examinar y á determinar en lo posible. «Desde luego vemos que la misma intensión de la erupción y de los síntomas locales , pres- cindiendo de cualquier otra condición mor- bosa, puede dar á las viruelas un carácter grave, como se observa en las confluentes, de las que suelen perecer los enfermos, sin que semejante resultado pueda referirse á ninguna complicación. En todos los demás casos la gra- vedad de las viruelas depende de una compli- cación , ora local, ora general. Entre las com- plicaciones: 1.° unas son esenciales y están bajo la dependencia inmediata del trabajo mor- boso de la piel (erisipela, absceso, flemón, otitis, oftalmía, gangrena, etc.), ó de una en- fermedad visceral accidental (laringitis, neu- monía, bronquitis, anasarca); 2.° otras con- sisten en una alteración de la sangre (hemor- ragias, pústulas negras, etc.), ó en una alte- ración profunda de la inervación (viruelas con síntomas adinámicos y atáxicos). «De lo dicho resulta, que la espresion de ma- lignidad que se ha empleado para designar ciertas viruelas, no indica mas que la gravedad del mal, y que debe buscarse la causa del pe- ligro que corren los enfermos en las lesiones locales ó generales que vamos á estudiar. »I. Viruelas complicadas con un estado ge- neral.—Alteraciones cadavéricas.—En muchos casos de viruelas graves que han producido la muerte, ya al principio de la erupción, ya du- rante el curso del período de supuración ó des- pués de él, no se encuentra absolutamente ninguna alteración cadavérica. En vano se es- plora con el mayor cuidado cada viscera y cada tejido; pues la anatomía patológica nada dice, 18 DE l.\S VIRUELAS. ni nos revela ninguna alteración que pueda esplicar la muerte de los sugelos. llace poco que hemos observado tres variolosos, en quie- nes no hemos podido encontrar ninguna alte- ración bien marcada. Lofc autores que citan muchos hechos de esle género, dicen haber comprobado la congestión de la piamadre y de la membrana coroidea, de lo que han habla- do también Michell y Bell (Ilistoirc des affec- lions carioleuses et varioloides qui ont régné á Philadelphie; Journ. des progres, t. II, pági- na 13'i; Paris, 1827) y Dance. Dice esle au- tor haber visto toda la redecilla de la piamadre inyectada y formando una membrana de un color rojo "uniforme; la sustancia cerebral sal- picada de punios encarnados, y los ventrícu- los del cerebro llenos de serosidad (Recher- ches sur les allerations que présentent les visee- res dans l'escarlaline et la varióle; Arch. qén. de méd., t. XXXIU.p. 481; 1830). Estas alte- raciones solo deben considerarse como efectos de laenfermeJad, pues fallan en muchos casos. «Mas importancia debe darse á la fluidez de la sangre y á su presencia en gran proporción en muchas visceras. Las cavidades del corazón contienen una sangre fluida, semejante al agua con vino, y á esta cualidad particular del lí- quido circulatorio debe atribuirse sin duda al- guna el tinte encarnado de la cara interna de las arterias. Algunos autores han considerado sin razón esle tinte enteramente cadavérico co- mo vestigio de un color patológico. Tanchou ha querido referirle á una arteritis (Recherches d'anatomie patologique sur l'inflamalion des vaisseaux dans la varióle; Journal compl. du Diction. dessciences medicales, t. XXXIII, pá- gina 90; IS25). Rilliet y Barthez han encontra- do congestiones del hígado y del pulmón, hi- pertrofia y reblandecimiento del bazo como en la fiebre tifoidea, y el riñon voluminoso, in- fartado de sangre y reblandecido en su super- ficie; considerando, sin razón á nuestro pare- cer, estas últimas lesiones como indicios de una nefritis (ob. cit., p. 493). «Ya hemos hablado de la hipertrofia del apa- rato folicular de las membranas mucosas gas- tro-pulmonales, que ha sido tan bien estudiada par Petzholdt, y de la cual habían hecho ya mérito otros autores, y especialmente Mitche'll, Bdl y Dance. Los dos primeros observaron hi- pertrofia y ulceración de las papilas lenticula- res de la lengua, rubicundez, invección ó ero- sión del conducto faríngo-esofágico, manchas oscuras ó un punteado rojo vivo, purpúreo, en el tejido subraucoso del estómago, délos in- testinos delgados y mas rara vez de los grue- sos, áum2nto de volumen del bazo y del híga- do (mem cit., p. 136). «He encontrado en las viruelas, dice Dance, pústulas varioliformes en la farings , en la laringe y particularmente en la traqueartería; señales de congestión en el cerebro y en las meninges; rubicundeces en forma de picaduras é inyecciones de la mem- brana mucosa del estómago, y por último un desarrollo notable de la mayor parle de los fo- lículos intestinales» (mem/cit., pág. 490). La hipertrofia de las glándulas de Brunero y de Peyero es tanlo mas digna de llamar la men- ción, cuanto que existe en la escarlatina y en la liebre tifoidea, siendo en esta última un carác- ter anatómico casi constante. Encuéntrase al- gunas veces sangre en la cavidad uterina, principalmente en las mujeres que han tenido dolores lumbares violentos. Uno de nosotros ha abierto hace poco tiempo á una joven muerta en su clínica médica del hospital del Buen So- corro, y ha visto una inyección muy marcada de la sustancia gris en el abultamicnto lumbar de la médula; la enferma habia muerto con dolores atroces en los lomos, y antes que pu- diese desarrollarse completamente la erupción de las viruelas. La consistencia de la médula era natural, y el útero, perfectamente sano, no contenía sangre. «Hasta aquí solo hemos hablado de los des- órdenes cadavéricos, que no pueden referirse mas que á la causa desconocida de las viruelas; pero hay otras lesionesdc naturaleza y asiento bien determinados, y que hacen el papel de complicaciones: tales son los abscesos metas- táticos producidos por una reabsorción puru- lenta, las laringo-bronquitis simples ó mem- branosas, la hepalizacion del pulmón, etc. Nada de particular tenemos que decir acerca de estas complicaciones, y con mayor razón debemos pasar en silencio los desórdenes ca- davéricos , que dependen de enfermedades en- teramente estrañas á las viruelas, y que algu- nos autores han descrito inútilmente. «Síntomas. — Sidenham , Morton, P. Frank y Borsieri han trazado un cuadro de las vi- ruelas malignas, al cual seria imposible aña- dir nada. En la forma mas grave , que se llama erisipelatosa, la cual ha sido tan bien descrita por Morton, acomete al enfermo en el período de invasión una fiebre viva; el pulso se pone acelerado, débil y pequeño, la piel seca; obsérvanse alteraciones nerviosas considera- bles, lipotimias, cefalalgias violentas, dolores en la región lumbar, coma, delirio, movimien- tos convulsivos en los miembros, saltos de ten- dones, ansiedad, insomnio, sed viva, náuseas, vómitos , diarrea y aun cámaras disentéricas. «En el segundo período es tardía ó prema- tura la erupción «al paso que se manifiesta una eflorescencia erisipelatosa en diferentes partes del cuerpo; la cara se cubre de repente de un número prodigioso de pústulas que na- cen tumultuosamente de una sola vez; en otros casos salen poco á poco, y por decirlo así, con dificultad, un corto número de granos, presen- tando caracteres que los distinguen de los de las viruelas discretas, y anuncian sus rela- ciones con los de las viruelas anómalas é irre- gulares» (P. Frank, Traite de médecine prati- que, t. I, p. 285, en 4.»; Paris, I8Í2'. Los síntomas generales son una fiebre intensa pos- tración, delirio y hemorragias, sobreviniendo DE LAS VIHUELAS. 19 la muerte al fin del período de erupción, ó al primero ó según Jo dia de fa supuración. «Los enfermos que presentan los síntomas que acabamos de describir corren grandes pe- ligros, aunque no todos perecen. Ora se po- nen soporosos ó les acometen delirio, saltos de tendones, y mueren con los síntomas atáxicos que estudiaremos mas adelante, advirliendo que muchas veces se aplastan repentinamente las pústulas veinticuatro horas antes de la muerle; ó bien se descolora de pronto la au- reola roja, disminuye ó adquiere un color lí- vido. Orase ponen rápidamente blanquecinas las pústulas, ó se llenan de sangre y sucumbe el enfermo. IIjv un género de muerte, no muy raro, que debe "el práctico conocer bien, y que se observa en las viruelas confluentes durante la erupción y aun la desecación. Llegado el enfermo á alguno de estos períodos, sin pre- sentar hasta entonces ningún síntoma capaz de alarmar al médico, se muere de repente y sin que pueda esplicarse su muerte, ni por la au- topsia, ni por la interpretación de los síntomas. «La segunda forma, que describen Borsie- ri y Morton con el nombre de viruela saram- pionosa, se diferencia de la precedente (virue- la erisipelatosa), en que la rubicundez erisipe- latosa está limitada á la cara, sin que se per- ciba ninguna pústula; mientras que en los miembros las hay discretas y semejantes á las de las viruelas benignas. El primer dia de la erupción es dilicil distinguirla del sarampión; pero el segundo y el tercero se ven las pústu- las aplastadas, sin formar punta y de color azulado, como si contuviesen sangre. El pri- mer dia de la supuración se pone toda la cara blanca como un pedazo de pergamino. »Sidcnham observó algunas particularida- des importantes en las viruelas irregulares y graves délos años 1670, 1671 y 1672 (ob. cit., p. 236). Vio en el cuerpo pústulas rojas, inflamadas y reunidas por chapas, entre las cuales se elevaban, principalmente en los mus- los, unas vesículas llenas de serosidad, seme- jantes á las que podría producir una quema- dura y que después de rotas dejaban la piel negra y cSfacelada. «En otros casos estaba cubierto todo el ros- tro de una materia espesa y reluciente, que no era amarilla ni parda, «sino de un rojo su- bido, semejante al de la sangre cuajada y que diariamente, á medida que maduraba el tu- mor, se aproximaba mas al color negro, hasta que por último se ponia toda la cara como el hollín» (loe. cit., p. 237). Los sugelos á quie- nes sobrevenían vesículas con gangrena ó esta costra negruzca, morían poco después de la! erupción. Acompañábase á menudo esta for- ma de una calentura intensa, tialismo y di- senteria. »Las viruelas malignas, sanguíneas, he- morrágicas (variólas sanguinem) están caracte- ! rizadas por la erupción de pústulas, llepasde sangre y mezcladas con petequias. Sidenham observó en la epidemia de 1674 unas viruelas, cuyas pústulas eran negras como el hollín y venían acompañadas de gangrena (p. 232). De Haen vio en algunos sugetos que echaban san- gre con la orina, sobrevenir la muerte al quinto dia de la enfermedad. Estas diferencias de as- pecto de las pústulas no tienen por sí mismas ninguna importancia; pero anunciau una al- teración profunda de la sangre, que hace casi siempre mortal la enfermedad. «Haller ha hecho una descripción muy esac- ta de las viruelas que llama confluentes pú- tridas, y cuyo principal sínloma consiste en las hemorragias. Al cuarto ó quinto dia de la enfermedad y segundo ó tercero de la erup- ción, salen al mismo tiempo que las pústulas, unas manchas azuladas ó enteramente negras, y en algunos casos un exantema miliar. Pre- ceden á la erupción un lumbago violento, do- lores pleuríticos y esputos de sangre, y al mis- mo tiempo hay una tos fuerte y delirio (Oppusc. patholog., p. 112; Lausan, 1755). «Háse distinguido también, solo por la forma de las pústulas, otras viruelas de que debemos tratar aquí, porque son graves y porque las anomalías que entonces ofrece la erupción de- penden de complicaciones. Las viruelas cris- talinas, serosas ó linfáticas, son aquellas en que las pústulas contienen una serosidad traspa- rente, mas ó menos espesa, y que no llegan nunca á supurar; pero esta erupción no es quizá de naturaleza realmente variolosa. Las viruelas silicuosas, ampollosas, enfisematosas, se distinguen por sus pústulas vaciasen parte, y no se diferencian de las precedentes, sino por ¡a forma y por la naturaleza de la materia que contienen. Las acuminadas, córneas ó verru- gosas, son unos tumores duros y sólidos que no contienen líquido. «Mitchell y Bell describen con el nombre de viruelas sonrosadas una erupción, que pertene- ce á las viruelas confluentes erisipelatosas, «y que está caracterizada por el color vivo ó car- mesí de la cara, la cual se halla enteramente cubierta de una erupción abundante de pápu- las ó de vesículas de color perlado.» «Las viruelas tuberculosas, mas comunes en los negros, consisten en unas pápulas anchas, que se convierten en eminencias duras, ás- peras, tuberculosas en su base y aplanadas en su centro (mem. cit., p. 134)." «No nos detendremos mas en las modifica- ciones que pueden ofrecer las pústulas «y que han dado lugar á muchas sutilezas de los au- tores» (P. Frank. loe. cit., p. 285). Pasemos ya á describir los síntomas generales de las formas graves de las viruelas. »Los síntomas generales, que se observan mas particularmente en la época de la erup- ción, son una fiebre intensa, que se aumenta por las tardes, y no disminuye mucho com- parada con la que habia en el período de in- vasión. Persisten la cefalalgia, el dolor de los lomos, el delirio, las convulsiones y el sopor, 20 de ias Viruelas. y se maniiiesla el tialismo, como también la i diarrea. H.icía el cuarto dia de la erupción se aumenta la fiebre; pero las pústulas brotan con dificultad; en ocasiones permanecen apla- nadas ó salen muy pocas, aunque el apáralo febril y los síntomas generales sean muy in- tensos. En algunos sugetos se declara por pri- mara vez el tialismo ó bien cesa; es muy gran- de la dificultad de tragar y provoca esta ac- ción acerbos dolores; la piel, cuyas costras están levantadas por la supuración", exhala un olor repugnante, y las materias que suminis- tran las partes denudadas pegan los tegumentos á las ropas de la cama. «El enfermo tiene de- lirio y estupidez; respira difícilmente, con la boca abierta y árida, las manos temblonas y cogiendo motas; desciende á los pies de la ca- ma y todo su cuerpo ofrece el aspecto de una quemadura. Sobrevienen hemorragias consi- derables por los ríñones, por el útero, por la cámara, por la nariz y por muchos órganos á la vez. Los intersticios de los granos se van cu- briendo de manchas negras y de vesículas lle- nas de serosidad, síntomas que anuncian la gangrena» (P. Frank, p. 286). «Muchas veces se ve acometido el enfermo de una diarrea copiosa, que agota sus fuerzas y le hace perecer en una época poco distante de la descamación; ó bien le consume una fie- bre sintomática de alguna de las complicacio- nes que describiremos mas adelante, y arras- tra de este modo hasta el dia treinta su des- graciada existencia (Borsieri, p. 214). «La descamación de las viruelas malignas se halla espuesta también á muchos acciden- tes, tales como el edema, la anasarca ú otras enfermedades que se presentan en la piel, co- mo las parótidas, las escaras del sacro, los fle- mones, etc. »Il. Viruelas complicadas con una lesión lo- cal. I.° Complicaciones que residen en la piel.— Hablaremos ante todo de las complicaciones que en el curso ó en la terminación de las vi- ruelas pueden sobrevenir: 1,° en los tegumen- tos estemos, y 2.° en el tejido celular subcu- táneo y los miembros. »Las complicaciones ocurren en dos épocas muy diferentes de las viruelas; en el curso de la erupción, ó cuando se efectúa la descama- ción y durante la convalecencia. Entre las que afectan á la piel, unas están íntimamente en- lazadas con el trabajo flegmásico que en ella se verifica, tales como la erisipela, la oftal- mía, la otitis, las erupciones cutáneas de dis- tinta naturaleza, el divieso, el flemón, etc.; y otras son enteramente independientes, co- mo el sarampión y la escarlatina, y constitu- yen enfermedades intercurrentes." «A. Erisipela.—En las viruelas confluen- tes se-observa ordinariamente la erisipela del duodécimo al decimoquinto dia, presentándo- se, ya en la cara, ya en el tronco y miembros. Esta" complicación", que no es rara, y de la cual uuo de nosotros tiene á la vista dos ejem- plos, es producida por la irritación que sos- tienen las costras amarillentas, secas y adhe- rentes que cubren la piel; muchas veces tam- bién por el trabajo flegmásico renovado á con- secuencia de las maniobras imprudentes que hacen los enfermos para que se caigan las cos- tras, ó en fin, por el mal estado de la consti- tución. Si la erisipela se manifiesta en la cara, permanecen hinchados los tegumentos, por mas que trascurra el duodécimo dia; ó bien se vuche á presentar la tumefacción después de haber cesado; la piel cstá.roja, caliente y cu- bierta todavía en varias parles de escamas del- gadas ó de costras desiguales, gruesas y dé- bilmente adheridas ó incrustadas en el dermis. Obsérvansc asimismo en los tegumentos fisuras que destilan una serosidad pajiza ó traspa- rente, la cual se concreta y forma costras nue- vas; ó bien se levanta el epidermis de nueva formación, formando pústulas anchas de ec- tima. Asi continúa á veces la flegmasía cutánea mientras dura la descamación , y entonces la hinchazón, que es constante en los períodos de erupción y de supuración, persiste aun des- pués de esta época, y pasa en ocasiones al te- jido celular, como diremos mas adelante. «Cualquiera que sea el período en que se manifieste la erisipela, siempre constituye una complicación desagradable, ya porque "anun- cia la persistencia de una irritación cutánea, ya porque depende del mal estado del sólido vivo y determina el desarrollo de una fiebre, que podría llamarse terciaria, ó mejor de com- plicación, y que remplaza á la fiebre secun- daria. Esta suele haber desaparecido ya ente- ramente; pero algunas veces se continúa sin interrupción con la fiebre de complicación. Re- comendamos á los prácticos queobser,ven bien estas diferentes fases del movimiento febril; porque le harán descubrir con facilidad la exis- tencia de las complicaciones. Hemos visto fre- cuentemente á la erisipela producir de esta manera y sostener la calentura durante la de- secación, y después del décimosesto ó décimo- octavo dia de la erupción. Esta erisipela es á veces difícil de conocer; pues se confunde con la rubicundez que naturalmente hay en la piel durante la descamación, y solo puede cono- cerse por la persistencia de la tumefacción de las partes. En otros casos se presenta con sus caracteres habituales, y forma líneas irregula- res en el tronco ó en los miembros. «Esta complicación puede ser mortal, ob- servándose entonces una fiebre con paroxismos por las tardes, sequedad de la piel v de la len- gua, sed viva, vómitos, diarrea y saltos de tendones: á menudo aparecen un delirio, libero ó intenso, y el coma, en el cual sucumben los enfermos. «J. Frank dice, que las viruelas producen algunas veces la adherencia del prepucio con el glande, ó la destrucción del frenillo ó del himen (Médecine pratique en Encyclopédie des srien- ces medicales, t. II, p. 177, en 8 <•; Paris, 1837) DE LAS VIRUELAS. 21 »B. Erupciones cutáneas de diferente natu- raleza.— Miliar.—Han observado los autores, y por nuestra parte hemos visto muchas veces, 3* ue al cuarto ó quinto dia de la erupción , ó urante la supuración, se presentan unas ve- sículas miliares, muy confluentes y dispuestas en gran número en los intervalos de las vesico- pústulas; pero esla erupción no hacia variar en nada el curso de las viruelas. »No haremos mas que mencionar el ectima, las vejiguillas de rupia, el penfigo y las pe- tequias, cuyas erupciones anuncian siempre un estado general muy grave. En algunos ca- sos se ha observado una erupción papulosa ó vesicular, producida por la aplicación del em- plasto de Vigo c^n mercurio al rostro; com- plicación que es enteramente accidental (Ui- drar giria). »C Oftalmía.—Casi siempre existe una in- flamación mas ó menos intensa en la conjun- tiva palpebral y ocular, cuando se desarrollan en esta membrana una ó mas pústulas. Algu- nas veces solo se observa una simple conges- tión, que se disipa muy pronto. Cuando se de- desarrolla una queratitis, como se ve en las viruelas discretas y confluentes, y aun en las formas benignas, se ponen los ojos lagrimosos y se abren con dificultad; están rojos, inyecta- dos en totalidad ó solamente "en aquellos puntos en que se presentan las pústulas, y hay foto- fobia. En otra forma está remplazada la in- yección inflamatoria por una ulceración, y si no nos oponemos á la destrucción de la córnea, pueden vaciarse los ojos, ó bien se forma una cicatriz indeleble que impide la visión. Reco- mendamos eficazmente á los prácticos que exa- minen con atención el estado de los ojos en todo el curso de las viruelas, y que no se de- tengan por la dificultad de abrir los párpados hinchados; pues á menudo se reblandece la córnea y se perfora en muy poco tiempo. »D. Otitis.—En el período de supuración, y mas á menudo aun durante la descamación, se estiende la flegmasía cutánea á los oídos, ó se desarrolla en eilos como complicación inter- currente , fluyendo por uno de estos órganos ó por ambos una materia puriforme abundante. Esta otorrea viene acompañada de dolor, sor- dera , calentura y algunas veces cefalalgia (J. Frank). También puede sobrevenir la caries de la porción petrosa del temporal, y una sor- dera incurable (loe. cit., p. 177). Borsieri ha- bla de esta complicación (p.218), que hemos podido observar en muchos enfermos. »IIáse dicho que la cavidad de las fosas na- sales podía taparse por cicatrices viciosas (J. Frank, p. 177); pero esta complicación es cs- cesivamente rara. y>Supuracion del tejido celular y de las glán- dulas.— Abscesos, diviesos. — Es muy común observar la formación de muchos abscesos sub- cutáneos en el período de descamación y en la convalecencia de las viruelas discretas ó con- fluentes y benignas. Se desarrollan á menudo sin venir precedidcs de ningún siderca leeal muy marcado , y los úciccs síntcnics que lla- man la atención de los enfermos, cuando es ya muy evidente la fluctuación en el feco puru- lento, consisten en un peco de dolor y en la aparición de un abultan iento pequeño eh cual- quier parte del cuerpo. Algunos de estos lumorcítos son enteramente superficiales, y constituyen verdaderos diviesos; otros, mas voluminosos y situados mas profundamente, disecan los músculos y tienen dimensiones con- siderables. Los hay que ofrecen todos los ca- racteres de un absceso metastático; se forman con prontitud; vienen acompañados de una rubicundez muy baja, y conlienen un pus ro- jizo y mal elaborado. Por el contrario otras veces se manifiestan con los síntomas de un flemón circunscrito y poco intenso; pero este caso es mucho menos frecuente que el prime- ro. Ordinariamente se presentan en los miem- bros y mas rara vez en el tronco. «La causa de estos abscesos variolosos sus- cita muchas cuestiones, que aun están por re- solver. ¿Serán un resultado de la depuración, y como una especie de depósito crítico y salu- dable, formado por una materia dañosa, cuya eliminación se complete de este modo, y que represente en grande á la pústula variolosa? Esta opinión antigua se halla ya desterrada; pero pudiera preguntarse , si ño habrá sido reabsorvido el pus y llevado después por dife- rentes puntos al tejido celular de log miembros y del tronco. Sin embargo, no es ad misible se- mejante teoría; porque el paso del pus á la sangre está'marcado por síntomas graves, y especialmente por los que caracterizan la fiebre purulenta, y en los abscesos variolosos no se observan tales síntomas. Estos abscesos son muchas veces de buen agüero, y aparecen en la convalecencia, en una época en que se en- cuentra ya la descamación muy avanzada ó terminada; de manera que todo induce á creer que resultan de un trabajo flegmásico, que ha pasado de la piel al tejido celular, viniendo en cierto modo á acabar y estinguirse en él. » Abscesos metastáticos y reabsorción purulen-' ta.—Cuando se forman abscesos metastáticos durante la descamación ó la supuración, aco- meten al enfermo escalofríos ó fiebre, ó se au- menta esla si ya existia : al mismo tiempo hay delirio, agitación, sequedad de la lengua, sed viva, vómitos, etc. Después se manifiestan uno ó muchos abscesos en los miembros, en el tron- co ó en la cara , presentándose á veces gran número de ellos , como en el caso citado por Braire (Propositions de médec'me el de chirur- gie, tesis núm. 31; Paris, 1831). Se han .en- contrado también abscesos en los pulmones; de lo cual refiere un caso Andral (Clinique medí- cale, t. I» p. 278, 3.a edic). Los síptemas ti- foideos de la reabsorción purulenta se declaran cuando todavía eslan las pústulas en plena su- puración. En tales condiciones han observado asimismo la reabsorción purulenta Castelnauy tn DI LAS VIP.l'F.I W. Ducrest (Recherches sur les cas dans lesquels on observé les abcés múltiples, en Mem. delWcad. de méd., i. Xll, pig. 10; ISÍ6). L >s antiguos admitían el paso del pus á la sangre cuando observaban los citados accidentes. Lo que acer- ca de esto dice Van Swictcn prueba que cono- ció bien este asunto. «Cuanto masacre es la materia purulenta, y cuanto mas tiempo hace que se ha absorvido y mezclado con los humo- res, mas fiebre escita y mas desórdenes causa. Varían estos según las pariesen que se depo- sita el pus: si en el cerebro, sobreviene un de- lirio repentino y furioso; si en el pecho, resul- tan sofocación ó úlceras, etc. (loe. cit., p. 105): no tienen otro origen varias fiebres llamadas malignas.» «Rilliet y Barthez han observado y descrito unos abscesos, que ocupan principalmente las inmediaciones de las coyunturas; suceden á la hinchazón y á dolores vivos de estas partes, y simulan enteramente un reumatismo articular". Estos autores se inclinan á creer, que la fleg- masía de que hablamos reside en las partes es- ternas de las articulaciones y en su tejido sero- fibroso, y «que constituye un reumatismo ar- ticular secundario, que se diferencia del pri- mitivo por su grande propensión á supurar» (p. 498). Esta opiniones inadmisible, porque la terminación de un reumatismo de tal espe- cie seria siempre mortal; al paso que de ocho enfermos observados por los autores que aca- bamos de citar solo sucumbió uno. «Al lado de estos abscesos furunculosos co- locaremos otra complicación mas grave, p0ro mas rara que la precedente, y de la cual tene- mos á la vista en este momento dos ejemplos: hablamos del flemón que sobreviene después de la descamación de las viruelas. Manifiésta- se en las mismas condiciones patológicas que los abscesos, solo que nos ha parecido mas grave: el desprendimiento de las partes , aun cuando se haya dado pronto salida al pus; la abundancia de la supuración, y el desarrollo de erisipelas consecutivas y de una fiebre in- tensa, traen comunmente una terminación fa- tal. Uno de nosotros ha visto recientemente un enfermode estos, que no se curó sino al cabo de dos meses, después de sufrir muchas incisio- nes en las piernas y de esfoliársele varias par- tes fibrosas. »F. Gangrena.—En algunos casos se for- man pústulas de ectíma en los dedos de los pies ó de las manos, en la estremidad de la na- riz ó en las inmediaciones de las orejas, ó bien se acumula pus por debajo de las costras. Por último, en el curso de las viruelas graves se presentan mortificaciones parciales, que ocu- pan el sacro, el gran trocánter y los talones. Sagar dice haber visto la mortificación de la mandíbula , de la nariz y de las partes situa- das en la boca posterior (en Borsieri, p. 220). I Advertimos sin embargo, que la gangrena es ! una complicación rara de las viruelas (V. vi-' nielas malignas). ' »G. Sarampión , escarlatina. — El saram- pión , dice J. Frank, se manifiesta algunas ve- ces al mismo tiempo que las viruelas, y enton- ces retarda ó altera el curso de estas; en otros | casos aparece inmediatamente después, v lo | mismo sucede con la escarlatina (pág. 174)- Cuando se desarrollan estos dos exantemas du- rante el curso de las viruelas, se mezclan los síntomas de esta última erupción con los del otro exantema, y resulta un trastorno notable en la sintomatologia. Rilliet y Barthez han vis- to manifestarse las viruelas y la varioloides en estas condiciones patológicas La angina cscar- lalinosa , el lagrimeo, el coriza, la bronquitis y la neumonía lobulicular, dan á conocer fá- cilmente, ya la escarlatina, ya el sarampión; y la liebre de erupción marca el principio de uno ú otro de estos exantemas (p. 513). La coincidencia del sarampión con las viruelas se ha observado muchas veces en las epidemias de esta última afección. di. La anasarca, tan frecuente en la es- carlatina, es por el contrario muy rara en las viruelas. Rilliet y Barthez solo la han encon- trado tres veces; en un enfermo pareció ser la csposícíon del cuerpo al frió la única causa de la hidropesía. »2.° Complicaciones que tienen su asiento en el aparato digestivo.—La estomatitis, el tia- lismo, el vómito y la diarrea, no pueden consi- derarse como complicaciones, sino cuando son intensos y tienen cierta duración. » A. Enfermedades del aparato digestivo.— No es muy raro observar la estomatitis simple y diftérica , la angina gutural y abscesos de las amígdalas; cuyos accidentes tienen á menudo relación con el desarrollo de numerosas pústu- las variolosas, y resultan del trabajo inflama- torio, que ha podido retardarse hasta la época de la descamación. «No es raro, dice Huxham, que estén la len- gua y el fondo de la garganta cubiertos de una película muy densa, adherente, blanquecina ú oscura; lo que da á estos órganos el mismo aspecto que si se hubiesen escaldado. El esó- fago y la tráquea se encuentran comunmente en el"mismo estado (p. 224). «La salivación , que es un síntoma tan fre- cuente de las viruelas en el adulto, no puede considerarse como una complicación, á menos que resulte de la persistencia de la estoma- titis variolosa, lo que es raro, ó del uso de pre- paraciones mercuriales. Sidenham , y después de él otros autores, consideran como un signo de mal agüero la supresión ó disminución del flujo salival. «La saliva, que basta el dia un- décimo de la enfermedad era clara y fluía con facilidad, se pone espesa, viscosa y amenaza sofocar al enfermo. Las bebidas que"toma caen fácilmente en el pulmón, y son espelidas por la nariz con una tos violenta ; la voz está ron- ca; sobreviene un sopor profundo, y muere el enfermo» (loe. cik . p. 147). Esta funesta com- plicación , observada por Sidenham, dependía DE LAS VIRUELAS. 23 sin duda de alguna afección interior, de una angina ó de una laringo-bronquitis grave. «El tialismo es bastante raro en la infancia, v se manifiesta desde el cuarto ai undécimo dia (Rilliet v Barthez, p. 494). Ya había observado Sidenham, que la salivación sobrevenía á me- nudo en el momento de la erupción ó un dia ó dos después, dependiendo muy probablemen- te del desarrollo de pústulas en la membrana mucosa. Al dia undécimo cesa el tialismo al mismo tiempo que la tumefacción del rostro, y por el contrario se aumenta la de las manos (p. 144). Hallé se ha ocupado de estos fenó- menos en una memoria que no ofrece ningún interés (Mémoires de la societé royale de médé- cine, p. 423; 1784 y 1785). «El vómito y la diarrea, que se manifiestan durante el periodo de erupción, aumentan la gravedad del mal. Estos síntomas pueden de- pender de una irritación gastrointestinal, que es mas común en los jóvenes que en los adul- tos. La tumefacción .el calor del, vientre, el estreñimiento seguido de diarrea ó alternando con ella, anuncian el desarrollo de la enteri- tis; la cual ha de procurarse contener muy pronto, según aconseja Sidenham (p. 144). >:B. Enfermedades de las vias respirato- rias.— La voz, que siempre está alterada en el curso de la erupción variolosa , puede ofre- cer las mismas alteraciones en una época mas adelantada, ó cstinguirse enteramente. Estos síntomas, que dependen al principio de la erupción de pústulas desarrolladas en las in- mediaciones de la laringe ó en la cavidad de este órgano, adquieren á veces mucha inten- sión , y se prolongan mas allá del tiempo or- dinario. Sin embargo, es raro que no terminen felizmente , á menos que sobrevenga una afec- ción tuberculosa independiente de las viruelas. Por lo demás debemos observar, que la afonía y la ronquera dependen muchas veces de una simple tumefacción de la membrana de la la- ringe, y aun en algunos casos de la hinchazón de los tejidos que forman la parte posterior de la garganta. «La inflamación de la laringe resulta á me- nudo del desarrollo de pústulas que se con- vierten en úlceras. La tos , la disnea, la afo- nía, la ronquera y á veces una sofocación que simula enteramente la que caracteriza elcroup, son los síntomas que distinguen esta fatal complicación. Algunos sugetos conservan toda su vida las alteraciones de la voz. «El croup es una complicación muy rara, 3 ue se observa sin embargo cuando reinan epi- émicamente las viruelas en los niños. »La bronquitis es mucho mas frecuente, no siendo raro observar los y los signos físicos de la enfermedad, en el momento de la supuración de las pústulas y aun mas tarde: Morton la ha visto en el período de supuración {loe. cit., pá- gina 76). Borsieri ha indicado bien las causas de esla tos, que atribuye,, ora á una simple congestión catarral de la mucosa ó á una peri- neumonía, ora al desarrollo de pústulas en la ¡ laringe ó en la boca posterior (faringo-bron- quitis, p. 219). «La neumonía es una complicación mucho menos común en las viruelas que en el saram- pión , y que aumenta la gravedad de la enfer- medad principal. Cousture, á quien se debe una buena tesis acerca de las viruelas compli- cadas (núra. 14, en 4.°; Paris, 1829), dice que de 27 cadáveres de niños muertos de vi- ruelas en 11 ha visto señales de neumonía; en 10, laringitis pustulosas; en otros 10, flegma- sías gastrointestinales, y en 7, petequias de la mucosa digestiva (p. 31). La flegmasía del pulmón afecta en semejante caso las formas lobular ó lobulícular, y se manifiesta, ya du- rante la erupción, ya en la convalecencia. La persistencia y el aumento de la fiebre, la tos y los signos físicos suministrados por la auscul- tación y la percusión, son los sin lomas que re- velan la existencia de la pulmonía de los ló- bulos mayores: las formas lobuliculares son mas difíciles de diagnosticar. Rilliet y Barthez hablan de la neumonía franca como de una complicación rara, y consideran la congestión serosa como carácter frecuente de la que ocurre en las viruelas (p. 503); pero semejante altera- ción no puede referirse á la inflamación. Bar- rier dice que la flegmasía del pulmón se ma- nifiesta sobre todo bajo la forma lobular (Trai- te pratique des maladies de l'enfance, t. II, pá- gina 683, en 8.°; Paris, 1842): mas adelante hablaremos de la hemotisis. »C. Alteraciones nerviosas.—Algunos en- fermos son acometidos durante la invasión ó la erupción, de un delirio que suele ser ligero y durar solo hasta el momento de la erupción. . §¡ se manifiesta mas tarde, puede considerarse como una complicación; pero este caso es su- mamente raro. Sidenham ha observado tam- bién el coma (p. 147). »D. De algunas otras complicaciones.—So- lo haremos mención de los conatos frecuentes de orinar, de la retención y de la incontinencia de orina, de la hemaluria y de la fiebre inter- mitente. »Las afecciones de los ríñones son muy ra- ras en las viruelas (Rayer, Traite des maladies des reins, t. II, p. 428, en 8.°; París, 1848). »Influencia de las viruelas en la preñez.— Cuando se declaran viruelas en una mujer em- barazada, puede considerarse su estado, aun- que fisiológico, como una complicación, á cau- sa de los peligros que hace correr á la enferma. Dice Serres que es raro que en este caso no sobrevenga el aborto, cuando son confluentes las viruelas, «no porque el feto esté enfermo, ni porque padezca el mismo como se ha dicho las pústulas; sino por las consecuencias natu- rales de un síntoma muy común en las mujeres que padecen viruelas, cual es la metrorragia. Si se declara este accidéntele sigue el aborto, y casi siempre es su consecuencia la muerte. De 27 enfermas entradas en el hospital de la 2! DE I.\S VIRIEIAS. Piedad, 22 abortaron y murieron, 4 no abor- taron y se curaron, y sol;) una se salvó des- pués de haber abortado.o (Conüderations nou- velle-; sur la varióle et son traitement. Gazette medícale, p. 78, en 4.°; 1832). De estos hechos resulta evidentemente, que la coincidencia de las viruelas con el aborto es un signo casi cierto de muerte (p. 79). «Gariel no ha hecho masque reproducir la opinión de Serres [Sur quelques poinls de l'his- toirede la varióle, les. cit., en 4.°; Paris, 1837). Atribuye las hemorragias y el aborto en las embarazadas ala violencia del lumbago; pero no concebimos como puede este ocasionar tales accidentes, y aun añadiremos que, si á veces adquiere mucha intensión en semejantes cir- cunstancias, es á causa del trabajo morboso 3ue se verifica en el útero. Ya hemos hablado e un caso de lumbago atroz, que se presentó en una enferma de nuestra clínica, en el cual no se observó metrorragia, ni se encontró des- pués de la muerte sangre en la cavidad uteri- na , que por lo demás no contenia producto al- guno de concepción. »Chaigneau na combatido con hechos deci- sivos la opinión de Giriel, y refiere en sus té- sis muchas observaciones, que prueban que las mujeres embarazadas no abortan con tanta frecuencia como se dice, aunque tengan dolo- res lumbares muy intensos. Cuando se verifica el aborto, no siempre le sigue la muerte, como lo acreditan las observaciones recogidas por Chaigneau en la clínica de Pablo Dabais. Si las viruelas son confluentes, las embarazadas están muy espueslas á abortar; cuyo trabajo patológico se efectúa, no al principio durante los dolores lumbares, sino mas adelante en el período de supuración: entonces es cuando muere el feto y es espelído mas ó menos inme- diatamente (Chaigneau, D¿ l'influence de la varióle sur la grossssse, tés. núm. 21 , en 4.°; Paris, 1847). »Influencia de las viruelas en las enfermeda- des.—Lo gravedad de las enfermedades inter- nas, cualesquiera que sean, se aumenta mu- cho con las viruelas. Rilliet y Barthez dicen no haber visto nunca curarse los niños que tenían pulmonías ó afecciones intestinales, cuando les atacaba la erupción variolosa. Ei una joven de catorce años, el desarrollo de una varicela suspendió el curso de un baile de San Vito, que no volvió á presentarse mas (loe. cit., pá- gina 520). »Ti)is pulmvial.—Los detractores de la va- cuna no han dejado de decir, que impidiendo esta el desarrollo de las viruelas, favorece el de los tubérculos pulmonales; porque, según sus idejs, las viruelas son un medio de que se vale la naturaleza para depurar los humores y arrojar fuera del organismo las materias escro- fulosas y tuberculosas. Si ei el dia, dicen, h-iy tantos tísicos y escrofulosos, es porque se vacuna á la miyor parte de los hombres. \o p)dc:uos abordar esta cuestión, que interesa á la vez á la patología interna y á la higiene pu- blica. S >¡o diremos, que antes de responder a los que aseguran que la vacuna no preserva de las viruelas sino produciendo la tisis, seria pre- ciso que hubiesen presentado argumentos cien- tíficos de algún valor. Nos limitaremos, pues, á examinar la influencia que puede tener la erupción accidental de las viruelas en los tu- bérculos pulmonales en sus diferentes pe- ríodos. •> Admítese generalmente, que las viruelas aceleran el curso de esta enfermedad. Rilliet y Barthez, que han tenido mas ocasión que otros de estudiar esta influencia, han deducido de la observación de cincuenta y nueve casos las conclusiones siguientes: «l.° las viruelas que se desarrollan en los tuberculosos eligen con frecuencia á los que no están lodavia bajo la influencia de una diátesis general declarada; 2.° la diátesis tuberculosa declarada modifica las viruelas y las hace irregulares; 3.° cuando los tubérculo^ no son numerosos, las viruelas propenden á hacerlos pasar al estado cretáceo y á curarlos» (p. 522). La tercera conclusión nos parece algo aventurada; pues no hemos encontrado en los datos suministrados por los autores ningún hecho que pueda legitimarla completamente. «III. Viruelas complicadas con una enfer- medad general.—Ya hemos indicado implícita- mente la mayor parle de estas complicaciones, • al tratar de las viruelas malignas, ¿i estuviese la ciencia mas adelantada, si se conociese esactamente la naturaleza de las alteraciones de los líquidos ó de los sólidos, que producen las viruelas malignas, quedarían estas natu- ralmente comprendidas en la historia de las , viruelas complicadas, ya con una enfermedad visceral, ya con una alteración de la sangre. «Tres grupos principales de síntomas se pre- sentan mas particularmente en las viruelas complicadas con un estado general: l.° he- morragias por diferentes vías; 2.° síntomas del estado adinámico y pútrido; 3.° síntomas del estado atáxico. Trazaremos rápidamente el cuadro de cada una de estas complica- ciones. y>Viruelas complicadas con hemorragias (vi- ruelas negras, escorbúticas, petequiales).— Los síntomas locales y generales de las virue ■ las se modifican singularmente por esta grave complicación, que tan bien se ha estudiado por los autores, y que era tan frecuente y terrible en el curso de las epidemias de viruelas que se observaban en el último siglo antes del descubrimiento de Jenner. Una alteración de la sangre, quizá la disminución de la fibrina y por consiguiente de la plasticidad de este lí- quido, son las causas probables de las virue- las hemorrágicas. o Algunas veces, dice llux- ham, vienen acompañadas las viruelas de una fiebre maligna ó petequial, en la cual está en- teramente destruido el tejido de la san»re¿ (loe. cit., p. 178). ° DE LAS VIRUELAS. $3 oLos síntomas precursores son á menudo graves, difíciles vientos en presentarse; el dolor lumbar es violento; hay delirio, ansie- dad, una agitación estraordinaria y algunas veces movimientos convulsivos pasageros, y una liebre intensa con pulso pequeño y débil y calor seco de la piel. La erupción se verifica con trabajo, y cuando se presentan las vesico- pústulas, son pequeñas, poco prominentes, chalas y de volumen muy diferente. Permane- cen mas largo tiempo en el estado de pápulas que en el de viruela simple, y tienen un tinle azulado muy marcado; la aureola que las ro- dea es pálida y mal delineada; en una pala- bra, se ve manifiestamente que un trabajo morboso general impide que se desarrolle li- bremente, y con los caracteres que debe tener, la determinación morbosa local. Aparecen muy pronto entre las pústulas unas manchas de "púrpura, que son casi siempre, según Si- denham (p. 148), un presagio de muerte. «A veces se ven en diferentes puntos, en el vér- tice de las pústulas, unas manchas negras, que cuando mas tienen el tamaño de una cabeza de alfiler, con una depresión en su centro.» (Si- denham.) «Estas manchitas se ponen negras, gangrenosas, y á veces se llenan de sangre po- co tiempo después de su erupción» (Huxham, loe. cit., p. 178). Verifícase la hemorragia en lo interior de las pústulas, en su aureola ó en los intervalos que las separan. Rilliet y Barthez, que han examinado cuidadosamente las pús- tulas en que se habían efectuado derrames san- guíneos, han observado que unas veces estaba la sangre mezclada con serosidad ó formando un cuajaroncito aplicado al dermis, y otras se hallaba equímosada esta parte del tegumento. Cuando se reúnen las vesículas sanguíneas, forman unaS ampollflas como de peníigo, se- mejantes á granos de lírosella (loe. cit., pági- na 508). «Pueden verificarse exhalaciones y flujos de sangre por la piel escoriada, en cuyo caso es el derrame bastante corto, ó por la superficie de las membranas rauoiosas, especialmente de la nariz y el recto, ó por los ríñones (Morton, p. 74). Sidenham ha observado en los jóvenes la hematuria y la hemotisis al principio de las viruelas y antes de la erupción (p. 148). La hemorragia pulmonal no es muy rara; Rilliet y Barthez han encontrado apoplegias pulmona- les en jóvenes atacados de viruelas malignas (p. 510). Uno de nosotros ha observado recien- temente una apoplegia lobulícular diseminada, en dos enfermos atacados de viruelas graves, que sucumbieron en las salas del hospital del Buen Socorro, y que presentaron también muchos equimosis en la membrana interna del estómago, debajo de la serosa del corazón y en la pleura. »Otra especie de hemorragia, que debe cui- darse de no confundir con la precedente, es la que depende de la plétora, y por consiguiente de la riqueza de la sangre; la cual lejos de TOMO IX. estar empobrecida, fluida v dispuesta á tra- sudar por todas partes, se halla por el contra- rio rica en glóbulos. Dícese que la epistaxis, la hematuria y la hemotisis, son entonces salu- dables y no"tienen la gravedad de las hemor- ragias atónicas ó por disminución de la fibri- na, de que hemos hablado ya. Aun no se ha hecho su historia; pero lo que se sabe de ella basta para que el práctico esté prevenido y no forme el mismo pronóstico en ambos casos. Háse dado el nombre de viruelas inflamatorias á lasque se manifiestan con un aparato infla- • matorio y hemorragias críticas, en jóvenes y en sugetos de constitución fuerte y que hacen uso de buenos alimentos. «Los síntomas generales que acompañan á las hemorragias por empobrecimiento de la sangre, son los de los estados tifoideo y atáxi- co, de que vamos á hablar. ^Viruelas complicadas con síntomas adinámi- cos ó tifoideos. —Su causa es desconocida; aun- que se puede suponer que, ora dependen de una lesión de la sangre mas ó menos semejan- te á la precedente, ora de una alteración sép- tica de este liquido. Esta complicación se co- noce por los síntomas propios del estado tifoi- deo, á saber: sequedad, estado fuliginoso de la lengua y de los dientes, sed viva, aliento v sudores fétidos, meteorismo, pulso pequeño', débil, lánguido, saltos de tendones, subdeli- rio, gangrenas de diferentes partes, etc. »En casos muy raros dependen estos sínto- mas de la penetración del pus en la sangre, v entonces se encuentra esle líquido en diferen- tes parenquimas. Parecía á primera vista que la puoemia, ó alteración de la sangre por el pus, debería ser una complicación frecuente de las viruelas. Efectivamente, ¿cómo esta enfer- medad , que engendra una cantidad tan consi- derable de apostemas cutáneos, no ocasiona mas á menudo el paso del pus al torrente circulatorio? ¿Por qué el pus depositado en la piel no se absorve y mezcla con la sangre? Nadie es capaz en "el dia de resolver estas cuestiones, que solo puede deslindar la patolo- gía humoral. Así es que nos limitaremos á es- tablecer el resultado clínico, de que la infec- ción purulenta es una complicación rara en las viruelas. » Las viruelas complicadas con síntomas atá- xúos se presentan con los mismos síntomas que la forma precedente,.síntomas que va he- mos descrito muy por menor al hablar de las viruelas malignas. «Especies y variedades.—Réstanos solo dar á conocer aquellas formas particulares «de la erupción variolosa, que muchos autores han considerado como erupciones enteramente di- ferentes, y que la mayor parte de los médicos de nuestra época describen con fundamento como viruelas modificadas por ciertas influen- cias patogénicas, de que luego nos ocuparemos. Las viruelas que nos parecen merecer una descripción particular son las siguientes: 4 1.° las viruelas inoculadas; 2.° la varioloides; 3.° las viruelas del feto. Anles diremos algunas palabras acerca de las vi.nielas sin erupción. »Viruelas sin entpci'o»».—Ludwig vio decla- rarse en algunos enfermos la liebre variolosa sin que hubiese erupción. P. Frank dice que esta fiebre, limitada al primer período, se disi- pa enteramente y liberta al sugeto de la reci- diva, como si hubiera tenido erupción (loe. cit., p. 282). Esta fiebre y los síntomas de in- vasión de las viruelas se han observado mas particularmente en la época en que se hacia | la inoculación. Efectivamente, después de es-! ta operación puede suceder que supuren las pústulas .primitivas y aparezcan todos los sín- tomas de la infección menos los granos. Mu- chos autores niegan la existencia de esta fie- bre variolosa sin erupción. Bojsieri asegura, que se ven aparecer todos los síntomas de in- vasión propios de las viruelas; pero no traza su descripción, reraplazándola con raciocinios acerca de la causa probable de esta fiebre. Por lo demás añade, que se la reconoce porque el sugeto ha estado espucsto al contagio; por la constitución epidémica reinante; por los síntomas comunes á todos los exantemas y los propios de las viruelas, y últimamente porque cesa sin ninguna erupción notable (loe. cit., p. 373). »I.° Viruelas inoculadas (Varióla; insititUe, sive artificiales).—Cuando se hace penetrar el virus varioloso debajo del epidermis por me- dio de la operación conocida con el nombre de inoculación, se produce el desarrollo de unas viruelas, que se dife/encian de las espontáneas ó naturales por diversos caracteres, y que los autores del último siglo han tenido ocasión de estudiar mas á menudo que los médicos de nuestra época. »E1 primero y segundo dia de la inoculación no se nota absolutamente nada; pero el ter- cero1 se manifiesta un picor y una inflamación ligera en el punto que ha recibido el virus. »El cuarto dia aparece una manchita circu- lar y semejante á una picadura de pulga; se aumenta el prurito, y el enfermo siente un po- ca de dolor en la axila y en la parte superior del brazo. «El quinto dia se forma una pústula promi- nente é inflamada; el dolor de la axila se au- menta, } á veces también se manifiesta otro se- mejante en el hombro y en la ingle. Los en- fermos se quejan de pesadez de cabeza, de cefalalgia, de dolor en los lomos, de debilidad y de anorexia. »El«dia sesto se aumentan los síntomas lo- cales; la pústula se llena de serosidad traspa- rente, y su aureola se pone encarnada, mani- festándose muchos granos puntiagudos y pro- minentes con calor y prurito. «Al mismo tiempo crecen los síntomas ge- nenies: el aliento es fétido; la lengua está sucia; hay escalofríos y caior alternados, can-1 s.moio sumo, sed, náuseas, vómitos, insora-1 de las Viruelas. nio, inquietud y pulso acelerada. listos sínto- mas, que caracterizan la fiebre de erupción se manifiesta al quinto ó sesto dia, contando des- de el de la inoculación (il>rsieri, p- 324 . «El sesto dia ta púslula blanquea y se de- prime en su centro; la aureola se estiende y se pone mas encarnada, y la piel de los alre- dedores está hinchada y dolorida; «por la tar- de tienen los enfermos cefalalgia, horripila- ción, calor, soñolencia y frecuencia de pulso» P. Frank. »E1 octavo dia está la pústula en plena su- puración; los síntomas febriles se aumentan, i como también la soñolencia y la agitación, y se observan asimismo rechinamiento de dien- tes, náuseas y dolores epigástricos. »La erupción general se presenta ordinaria- mente tres ó cuatro dias después de la fiebre, v como hemos dicho que esta se desarrolla el sesto ó el sétimo dia, la erupción general se efectúa por consiguiente el noveno ó el déci- mo , empezando á conlar desde la inserción del virus varioloso. «Octava enim vel nona die ab insitione, papular prodire solcnt,» dice Van- Swicten (loe. cit., p. 45). Algunas veces se re- tarda la erupción hasta el dia once. «Del décimo al undécimo dia, dice Pedro Frank, y algunas veces mas tarde, se verifica una erupción general, á no ser que basten las pústulas de inserción. Ordinariamente los gra- nos son en corto número; pero presentan todos los caracteres de las viruelas ordinarias natu- rales. La materia de que están llenos es igual- mente contagiosa. Es raro que la erupción sea considerable, y mas aun que sea maligna; lo que sin embargo sucede alguna vez, sin que se pueda esplicar en qué consiste» (p. 302). »í)el decimotercio al decimocuarto dia ve- mos completarse la erupción: las pústulas, se- mejantes á las de las viruelas regulares, cre- cen, se eslienden, se hacen globulosas, se llenan de pus, se.rodean de unaaureola roja, y el dia quince se hallan en plena supuración. Es de notar que la liebre secundaria ó de supu- ración falta enteramente, á no ser que :;ea considerable el número de pústulas. Cuando se verifica la desecación, presenta la pústula un punto negro en su centro; se concreta el pus, y forma una costra amarillenta ú oscura, que al caerse deja cicatrices rojizas y superficiales. Estas suelen borrarse con el tiempo, sin que quede señal alguna de la erupción artificia). »Diferencia entre las viruelas inoculadas >/ las espontáneas.—La intensión de los síntomas locales y generales varia mucho; sin embargo preciso es confesar que es menor en las virue- las inoculadas, las que rara vez vienen acom- pañadas de complicaciones. La erupción es be- nigna, casi nunca confluente, y el período de supuración á menudo muy corto, como igual- mente la desecación, que se efectúa como en las viruelas benignas (Borsieri, p.326). La fie- bre secundaria no existe ó es muv leve. La de erupción puede no ir seguida de" la aparición DE LAS VIRUELAS. 57 del exantema (febris variolosa sine variolis), y sin embargo no por eso queda menos preser- vado el sugeto de un ataque ulterior de virue- las. Dícese que ha habido casos en que, sin desarrollarse las pústulas de inoculación, se ha efectuado no obstante la erupción secundaria. v Analogía.—En resumen, vemos que los ca- racteres de estas dos erupciones son entera- mente idénticos, y solo se diferencian por la benignidad de las viruelas inoculadas. A esta diferencia debe atribuirse la boga de que gozó esta operación antes del descubrimiento de la vacmm. »2.ü Viruelas modificadas, viruelas falsas, bastardas, ilegítimas, anómalas, volantes; va- rióla; spuricB, illegitima;, volatice. «Llámanse viruelas falsas todas las erupcio- nes variolosas, producidas por el virus del mis- mo nombre, y cuyos síntomas locales ó gene- rales están modificados. Se ha aumentado mu- cho el número de viruelas modificadas, y á fuerza de distinciones sutiles é inapreciables ha venido á ser su historia muy difícil y os- cura. «Rhasis conocía una viruela falsa, que no preservaba de las verdaderas. Dícese que Fra- castor quiso llamar á esta erupción modificada ústulas volantes (pustulte volaticce). Amato usitano había manifestado en 1551 en Ancona, que los niños que habían tenido ya viruelas padecían á menudo dicha erupción. Sidenham sabia muy bien que las viruelas que llama bastardas no impiden contraer las legítimas (ob. cit., p. 137). Borsieri comprende bajo el título de viruelas ilegítimas, las linfáticas, las verrugosas, las benignas ó acuminadas (loe. cit., p. 334). Van-Swieten admite tres espe- cies: la primera (steenpocken) ó córnea; la segunda (waterpocken) que corresponde á la linfática ó cristalina, y la tercera (windpocken) á la silicuosa (ob. cit., p. 10). »Eichhorn , á quien se debe un estudio no- table de todas las formas de la erupción va- riolosa, las multiplica demasiado á nuestro parecer. Basla para él que haya un solo gra- no umbilicado, para referir la erupción á la varioloides, y entonces da al grano ej nombre de pústula: el grano de la varicela es una ve- sícula no umbilicada. La naturaleza del líquido contenido en una ú otra es indiferente. Las varicelas no producen nunca mas que varice- las, sea por inoculación, sea por contagio, y resultan de un contagio propio y diferente del de las viruelas. Admite en los vacunados: 1.° unas viruelas verdaderas; 2.° la varioloides pu- rulenta; 3.° la linfática, que no es varicela, porque es umbilicada; 4.° la verrugosa; 5.° la papulosa, en cuya erupción son umbilica- das algunas de las "pápulas; 6.° una fiebre va- rioloides en los sugetos que se han espueslo á contraer las viruelas. «Las varicelas que distingue son: 1.° las va- ricelas vesiculosas, ampollosas ó globulosas; | 2.° las celulosas ó pustulosas, cuyas varieda- ¡ des son: A. las lenticulares ó linfáticas; B. la i verrugosa; C. la conoidea ó acuminada; D. | la esponjosa. Los caracteres de que se sirve para separar las viruelas y varioloides de las varicelas, y que pertenecen únicamente á las primeras, son: al principio unas induracionci- tas que se trasforman en pápulas, el ombligo de las pústulas, las costras en forma de seg- mento de cono y los bordes recorlados de las cicatrices. »Las viruelas modificadas ó falsas se dife- rencian de las verdaderas en caracteres cuyo valor es imposible desconocer, si bien es cierto que se ha exagerado. Estas erupciones se-ma- nitieslan principalmente en sugetos vacunados, ó que han tenido viruelas naturales ó inocu- culadas, ó son refractarios á este virus y al de la vacuna; no vienen acompañadas de fiebre de supuración, y si la escitan es muy lige- ra, y rara vez presentan complicaciones; re- corren con rapidez sus períodos, y dejan menos á menudo que las viruelas cicatrices cutáneas indelebles. «En este grupo de viruelas modificadas hay que distinguir ademas las varioloides, cuya pústula se parece á las viruelas en.su ombli- go, en su falsa merübrana, y en que recorre casi los mismos períodos; pero se diferencia en que falta la fiebre secundaria. Las varice- las pueden constituir un segundo grupo, que solo se diferencia de la erupción precedente, en que. la pústula ó la vesícula no son umbilica- das y en su corta duración (un septenario). Ya hemos indicado los caracteres diferenciales que les ha señalado Eíchhorn. «No creemos deber enumerar aquí las mu- chas especies que han indicado los autores mo- dernos. Solo describiremos las siguientes, ad- mitidas por Rayer, y que en efecto son las mas importantes: 1.«las varioloides; 2.° las varicelas pustulosas conoideas; 3.° las globu- losas; 4.° las papulosas; 5.° las varicelas ve- siculosas. «1.a especie. Varioloides, varicela pustulosa umbilicada (Rayer); viruela adulterina (Siden- ham); varicela truncada vacunal (J. Frank).— The mitigated, modified small-pox, de los in- gleses; Üngeanderte, modiñeirte Pocken, va- riolid, de los alemanes; Óspa lagodzana, de los polacos. «Puede reconocerse fácilmente la varioloi- des por el conjunto de sus síntomas y por su curso; pero cada síntoma considerado aisla- damente no tiene gran valor. «Los síntomas del período de invasión son enteramente los de las viruelas, á veces lige- ros, y en otros casos muy intensos y aun alar- mantes, aunque la erupción solo se componga de un corto número de pústulas. El período de invasión es de tres á cuatro dias según unos, de dos y rara vez de tres según J. Frank (pá- gina 208), y de tres dias según Jahn. Estos dos últimos autores dicen que puede verificarse la erupción sin que la preceda fiebre (Jahn, Sur 28 DR i.AS V1RCEL\S le diagnoüic des mtlvliei vario!eus las principales opiniones que se han emi- tido aaerea de esta grav^ cuestión, empezando par los h.solios generalmente admitidos, y que ante lodo conviene recordar. »La varioloides es producida evidentemente por el mismo virus quo las viruelas regulares. Efectivamente, todos los autores convienen en queso declara duraata las epidemias de virue- las: 1.° en los sugetos que han tenido, ya vi- ruelas regulares ó ya una varioloides ü otra especie de viruelas modificadas; 2.° en los que han sido vacuaad)s; 3.° ea los inoculados cuaalo se usabaei'a operación. En la epide- mia de viruelas de Marsella, de 3 ),000 vacu- nadas 2,0)) fueron atacados de viruelas fal- sas y algunos de las legítimas, y de 2,000 que habían tenido las viruelas naturales 20 próxi- mamente se vieron acometidos de la enferme- dad reinante, y de este número parecieron 4: de 8,000 que ño estaban vacunadas 4,000 pa- decieron las viruelas y murieron 1,000 (véase la obra deRiyer,p. 572). «Estudiemos una después de otra cadp una de estas condiciones patológicas. El desarrollo posible de la varioloides en los que han tenido viruelas,'y reaíproaaaiinte da la; viruelas en losqua haa sido afamados de varioloides, ha hecho deJacir á muchos autores, que las virue- las y la variólo;lis constituyen uaa sola y única eafermaiad, producida por un virus ideático; aspücanJo solamente las diferencias qu3 se observaa, por la circunstancia de que el virus varioloso no produce mas que la vario- loides: 1.° calos saltos que han tenido ya virualas ó una viriotoid js; 2.° en los qua re- siste! á la asaba viralai'.a ca raz)i de una ia;nu:iid\l natural ó adquirida; 3.° en los que han sido refractarios á las viruelas y á la \a- cuna. «La varioloides p:ie le desarrollarse en los sugetos vacunados, v entonces es indudable que el organismo, modificado favorablemente por el virus vacuno, opone cierta resistencia ala intoxicación variolosa, y hace esperimen- tar al virus una modificación t-il, que solo re- sulta una varioloides poco peligrosa. Seria ¡inútil aducir pruebas en apoyo de.esta pro- | posición, formulada de un modo general; pero si respecto de ella eslan acordes los autores, ; no asi cuando se trata de determinar hasta que ' punto y en qué circunstancias es ineficaz la ¡vacuna: este estudio le haremos en otra parte , (V. Vacuna). Por ahora solo diremos que se ¡ ha pretendido que la varioloides se declara principalmente: A. enlosquc fueron vacuua- ; dos en una época remota ; B. cuando no se han : hecho bastantes picaduras; C. cuando la va- j cuna ha perdido su acción pasando de unos á ; otros y se ha hecho necesaria su renovación; : D. cuando no ha sido regular la vacuna, ni se- I guido su curso, ni se han formado bien las ci- catrices; E. cuando ha transcurrido poco tiem- po desde la vacuna hasta la intoxicación mias- i mática. Mas adelante examinaremos estas aser- ciones (V. Vacila). | «Gendrin ha procurado asentar, que la va- rioloides inoculada á sugetos que no hayan sido vacunados ni tenido viruelas, se reprodu- ce con sus síntomas, su curso y sus caracteres propios, y nunca se convierte en verdaderas viruelas (mera, cit., p. 263). Los numerosos hechos referidos por los autores del último si- glo, testigos de los efectos de la inoculación, prueban que puede ocasionar viruelas con- fluentes; sin embargo, como muy á menudo son benignas, todavía pudiera en casos ur- gentes recurrirsc á esta operación, como ha he- cho Guillon con el mejor éxito en una epide- mia observada por él en Saint-Pol de León (Mem. sur l'inoculat. de la varioloide; Bull. des se. méd. deFerussac, t. XXIV y XXV). El doctor Sacco, que admite la identidad de las viruelas y de la varioloides, ha visto al pus su- ministrado por las pústulas de esta última, determinar una erupción con todos los carac- teres de las viruelas regulares (De vaccinatio- nis necessitate, etc., dissert. méd., 1;>;>2,. Steinbrenner ha obtenido los mismos resulta- dos [Traite ds la vaccine, p. 380, en 8.°; Paris, 18i6). Una de las ventajas de las viruelas ino- culadas es, según ciertos autores, preservar de las viruelas con mas eficacia que la vacuna. «Entre varias personas inoculadas ó vacuna- das que se espongan á los miasmas variolosos las primeras, dicen álitchell y Bell, se. liber- tarán probablemente de su influencia mejor que las segundas; pero sí unas y otras esperi- inentan los efectos del contagio, las proba- bilidades de curación eslan en favor de las vacuna lis (meai. cit ; Journ. des progr p¿. • DF. LAS VIHUELAS. 31 gina 148). Resulta, pues, que en último ana-! ni falsas membranas. Se forma luego una cos- lisis está la ventaja á favor de la vacuna. (trita (J. Frank, p. 209). Las variedades desig- «Los autores que niegan que la varioloides ¡ nadas con el nombre de verrugosas benignas y sea idéntica alas viruelas, han hecho las si- j de pustulosas duras y ovales (Vogel, ap. Bor- guientes objeciones á la teoria de la identidad: ¡sieri, p. 335), corresponden á aquellas vari- 1.°la varioloides existia antes del descubrí- celas papulosas que llama Frank varicella solí miento de Jenner; 2.°. si fuese idéntica no de hería declararse en los sugetos que han sido inoculados (Ruster, mem. cit., p. 117}; 3.° la varioloides y la vacuna pueden marchar jun- tas sin alterarse una ú otra (Kustcr). Estos ar- gumentos, y otros que pasamos en silencio, nos parecen poco decisivos. «Moreau de Jonncs ha pretendido, que la varioloides es una enfermedad nueva, distinta de las viruelas, é importada á Europa hace veinte años desde América é Inglaterra (Bull. des se. méd., diciembre, 1826). «La comisión desee ns. «4.a Variedad. Varicela vesiculosa;. varicela linfática ó cristalina (P. Frank, Sauvages, Dorsieri y otros). Chiken-pcx de los ingleses. —Esla variedad es muy incierta, y su historia estriba en observaciones incompletas y de es- caso valor. Ké aquí la descripción que de ella ¡ hace Rayer. El primer dia de la erupción se presentan manchas rojas, superficiales, oblon- gas ó circulares. Al dia siguiente se forma en- cima de estas pápulas una vesícula puntiagu- da ó redondeada. Al tercero el líquido conte- nido en las vesículas se vuelve amarillento, y pasado este tiempo se vacian por su circunfe- rencia. Hacia el quinto dia se nota en el centro de la-vacuna de Paris se decidió en 1824 y 1828 por la identidad de la varioloides y de las viruelas, creyendo que la primera de estas , erupciones solo es una modificación de la se-i unacostrita adherente á la piel, y aireueaor gunda» (Steinbrcnner, ob. cit., p. 377). Tra- una linfa opaca, que da á la vesícula una fol- laremos con la mayor estension de todo lo re- j ma umbilicada. Al sesto dia remplazan á las ve- latívoá este asunto en el artículo destinado á ¡ sículas unas costras parduzcasóamarrillentas, la vacuna. i que se caen al sétimo ú octavo dia sin dejar »1 ,* Variedad. Varicela pustulosa conoidea; mas vestigio que una manchita roja. varicela verrugosa, swine-pox de los ingleses, j «Esta varicela, que apenas altera las fun- ciones, es á veces confluente, y entonces pue- de dar lugar á los síntomas generales de una varioloides. Háse dicho que inoculado el líqui- do de las vesículas podía reproducir la misma erupción y aun las viruelas legítimas. La va- ricela vesiculosa se trasmite por contagio y se manifiesta en las epidemias de viruelas, ora sola, ora mezclada con varicelas pustulosas. Eichhorn dice haber visto reinar la varicela ve- siculosa sola bajo la forma epidémica (Raver, p. 596). »Influencia de la vacuna en las viruelas.— Ahora que hemos estudiado y que conocemos ya las anomalías que presentan las viruelas, estamos en el caso de determinar cuáles son las que dependen de la influencia de la vacuna, y de qué modo modifica este virus al variolo- so, ya inmediatamente después de su intro- ducción en la economía, ya al cabo de mucho mas tiempo. »Influencia actual ó inmediata de la vacuna en las viruelas coexistentes. —Están divididas las opiniones acerca de los efectos que resultan de esta influencia recíproca. Unes la niegan completamente, y dicen que las des erupcio- nes se desarrollan y siguen su curso habitual sin modificarse; otros por el contrario sostie- nen que sin duda alguna se modifican mutua- mente. «Woodwille había observado en algunos va- cunados el desarrollo de una erupción variolo- sa, que tomó al principio por una erupción de vacuna secundaria; hasta que mas tarde reco- noció su verdadera naturaleza (Bappcrt sur le coicpox et sur lJ inocula lien de cette maladie, Irad. por Aubcrt, en 8.-; París, 1SC0). Odier, Esla espacie,"indicada por Van-Swieten, se caracteriza por la aparición en diferentes re- giones del cuerpo de unas papulilas.rojas, so- bra las cuales se presentan muy pronto unas vesículas acuminadas de vértice blanquecino. Su base, poco inflamada al principio, presenta al tercer dia una aureola muy marcada; al sesto se marchita la pústula, y al sétimo se se- ca. Nótase entonces una costra amarillenta ú oscura, muy dura y prominente, que se cae desde el octavo al noveno dia. Esta erupción se presenta en las mismas condiciones patoló- gicas que la precedente. «2.a Variedad. Varicela globulosa, hives de los ingleses.—En esta especie se desarrollan pápulas en el momento de la erupción, y vein- ticuatro horas después aparecen vesículas grandes, globulosas, cuyo centro tiene un co- lor blanco mate. Del tercero al cuarto dia se ensanchan las pústulas, y presentan en el cen- tro un matiz opalino, el cual depende de la presencia de un disco seudo-membranoso, que según Uayer no se diferencia del de las virue- las «sino en que no se estiende á toda la su- perficie de la pústula» (p. 589). El sesto dia se aplastan las pústulas y al octavo ó noveuo se secan enteramente. Las costras se desprenden sin dejar cicatrices; las cuales, sin embargo, persisten algunas veces. «3.a Variedad. Varicela papulosa, horn pox nerles de los ingleses.—Rara vez se manifiesta sola, sí:ío que casi siempre se encuentran al mismo tiempo pústulas conoideas y globulo- sa*. La varicela que indicamos se conoce en el desarrollo de pápulas grandes, rojizas, só- lidas, y que no contienen ni líquido, ni pus, 3! de las unrr.LAS. en su mamria sobre la inoaulacioa da la va- cuna ( ¡;aabra, año IX', s atiene una opinión que parece muy probable. Dice que, cuando se inoculan á un misma tiempo la vacuna y las vi- ruelas, se desarrollan simailaacamante las dos afecciones. Sapoaiaado que ianga un niño el germen de las viru.alas, se muifiestaa estas antes ó después da la vacuna, según la época en que haya contraído la primara da estas dos enfermedades. Si las viruelas han precedido á la vacuna, recorrerán sus fases, sarán discre- t is ó confluentes, simples ó petequiales, abso- lutamente lo misma que si hubiesen estado arladas y sin ninguna complicación: las pús- tulas tienen su carácter ordinario , y propagan el contagio. En este caso no se manifiesta la vacuna. «Hamos tenido, dice, cuatro casos de esta especie; en los cuales se declararon las viruelas al cuarto ó al quinto dia de la inocu- lación de la vacuna, la que por este accidente vino á ser inútil. Das de estos cuatro niños han muerto; los otros dos se han curado, sin que se pudiese notar ninguna diferencia entre sus viruelas y las comunes.» Si por el contrario el desarrollo de la vacuna precede al de las vi- ruelas, la primara de estas dos enfermedades modifica á la segunda , haciéndola siempre muy benigna v perfectamente semejante á las viruelas inoculadas; porque la mayor parte de los granos abortan, y los demás, aunque á la verdad supuran, solo duran seis dias, no tie- nen olor ni vienen acompañados de fiebre se- cundaria. , «Hemos referido circunstanciadamentelajloc- trina da Oiicr; porque la espone con estraor- dinaria claridad, y porque ademas está perfec- tamente conforme"con los hechos que se han recogido después, pareciéndonos que repre- senta fielmente la opinión dominante en el dia, y que debe adoptarse. Hcrpin la ha sostenido, después de haber estudiado dia por dia y com- parativamente lasdiferentes fases de cadaerup- cion (Mc:;n. sur l'influence reciproque de la var. et de la vac., et en particulier de la coincidence de ees deu.x éruptions, en Gazctte medícale, pá- gina 8i9, en 4.°; París, 1828). De los hechos analizados por este último autor se deducen las siguientes consecuencias: «1.° siempre que se iaocula la vacuna antes de la aparición de los pródromos de las viruelas, si<íue aquella su curso ordinario , sin sufrir modificación; 2.° si aparecen los pródromos de las viruelas el se- cundo ó tercer dia de la vacuna (durante la incubación], no se modificarán las primeras, y tendrán el curso y los caracteres que les son propios. Lo mismo debe suceder respecto del cuarto dia, según las observaciones de Odier; de donde se infiere de un modo mas general, que mientras no se haya manifestado la pústu- la de la vacuna (ordinariamente se presenta al cuarto dia), no se modifican las viruelas; 3." si las viruelas empiezan del quinto al sesto y quizá hasta el octave esclusive (tiempo de in- cremento de la pústula de la vacuna , su curso \ I paree mas rápido, sin (ue los caracteres de las pústulas sean muy diferentes de los de las viruelas ordinarias, guardando, por decirlo asi, un término medio entre las viruelas pri- mitivas y las consecutivas; 4.° por último, las viruelas que sobrevienen desde el octavo dia de la vacuna, es decir, después del total desarro- llo de e2i , Legendre (Da developpement simullané de la vaccine et de la varióle; en Arch gen de méd., t. VI, p. 21 , 4.a serie, 184í J, Tardieu (sobre el mismo asunto , Arch. gen. de méd., p. ')'¡'), nov., 1845], Clerault, cuya notable tesis con- tiene las principales observaciones que se han publicado acerca del particular(.0» developpe- ment simullané de la varióle et de la vaccine, tesis inaug., núm. 183, en 4.°; Paris, 1845¡, E. Lu lers y J. Frank (loe. cit., p. 202). Estos autores han discutido cstensamente el asunto; mas por desgracia hay entre ellos un completo desacuerdo acerca de muchos puntos: indi- quemos no obstante las .modificaciones que suelen ofrecerlas viruelas influidas por la va- cuna. «Las viruelas modificadas de este modo tie- nen todos los caracteres de la varioloides ó de la varicela. Clerault indica las particularidades siguientes, como propias de las viruelas vacu- nosas: 1.° período de incubación ó de erup- ción prolongado; 2.» erupción irregular en cada parte del cuerpo; 3.° curso mas rápido de este período: las pústulas supuran algunas veces al tercer dia, y la duración de la erup- ción es de cinco á ocho (p. 16); 4.° la erup- ción es benigna, discreía, sin síntomas graves ni fiebre secundaria , y tiene, en una palabra, todos los caracteres de la varioloides ó de la varicela. De 111 casos cuenta Clerault 70 va- rioloides, 6 varicelas, 15 viruelas algo modi- ficadas, 8 viruelas regulares y 12 mortales; lo que da una mortandad de 1 "por 9 y -3-. Este autor insiste en creer, contra la opinión de Bousquet (Traitede la vaccine, p. 117, en 8.°; Paris, 1833), que la, favorable modificación que esperimenta la enfermedad, depende por lo común de la vacunación hecha durante el período de incubación; infiriendo de aqui que en las epidemias de viruelas es preciso vacu- nar á los niños muy tiernos, aunque se los su- ponga atacados ya"de la enfermedad (p. 43). Legendre admite que la influencia de la vacu- na sobre las viruelas es tan lo mas marcada v eficaz, cuanto mas adelantada se halla la erup"- cion de la primera en el momento de la apari- ción de las segundas. La vacunación, practicada durante los pródromos ó en el primer dia de la erupción variolosa, puede dar resultados; pero DE L»S VIRUELAS. 33 sin modificar el curso de las viruelas (memo- ria citada, p. 41). «Legendre cree que debemos guardarnos de vacunaren semejantes casos, porque la vacuna acelera la evolución de las viruelas, y deter- mina un aumento de debilidad, que es á menu- do mortal (mem. cit., p. 41). Pero esta opi- nión no se funda en ninguna base sólida , pues ¿á quién se podrá persuadir que la vacuna puede ser peligrosa y aumentar la debilidad? Diremos con Clerault que en una epidemia de viruelas debe el médico vacunar indistinta- mente á lodos aquellos que no han sufrido esta operación y que están espuestos al contagio. Socquct, médico de Chambery, vacunó en me- dio de una epidemia á cuarenta niños, y todos se preservaron de las viruelas^ menos uno en quien se desarrollaron al mismo tiempo que la vacuna, siendo poco graves sus síntomas y sus consecuencias (tés. cit., pág. 39). Eichhorn aconseja vacunar por medio de cuarenta ó cin- cuenta incisiones,'cuando se reconocen los pró- dromos de las viruelas (V. vacuna). »¿En qué época de su desarrollo influye la vacuna favorablemente sobre las viruelas? Es difícil responder á esta pregunta de un modo absoluto. Según hemos visto ya, Herpin ase- gura que las viruelas siguen su curso sise ma- nifiestan sus pródromos del segundo al tercer dia de la vacunación, y con mas motivo aun si se declaran al cuarto ó quinto dia de haberse practicado dicha operación. Clerault refiere muchas observaciones, que prueban queeslas proposiciones son demasiado absolutas. Efec- tivamente , en un caso fueron las viruelas be- nignas , aunque se presentó la erupción antes del desarrollo de la vacuna; en otro se modi- ficaron sus síntomas, no obstante haberse ve- rificado la vacunación durante la fiebre prima- ria , etc. (p. 30). «Eslas observaciones y algunas mas que po- dríamos referir, demuestran que es imposible limitar la influencia de la vacuna sobre las vi- ruelas, y mas aun determinar las épocas en que comienza y acaba la acción recíproca y neu- tralizados de los dos virus. Por lo deínas es preciso que haya sido poco evidente en muchos casos, puesto que no na faltado quien la nie- gue completamente. ¿Cómo se puede conciliar esta acción neutralizadora del virus vacuno so- bre el varioloso, si como suponen muchos au- tores, las viruelas y la vacuna son una misma enfermedad? Estas cuestiones se encuentran todavía envueltas en tinieblas, como todas las demás que tienen por objeto el estudio de los virus. Exigen por lo tanto nuevas investigacio- nes, y merecen la atención con que las estu- dian los patólogos que dan mucha importancia á las alteraciones humorales en la producción de las enfermedades. Mas adelante trazaremos las reglas del tratamiento que debe el médico seguir en las epidemias de viruelas (V. vacu- na , Oportunidad y condiciones de la vacuna- ción, etc.). TOMO IX. »3.° • Viruelas del feto, viruelas congénitas, variohe fcetuum sive neo-natorum.—Desígnan- se con este nombre las viruelas que se desarro- llan en el feto, cuando está todavía contenido en la cavidad del útero. Hállanse divididos los autores acerca de este asunto en dos bandos opuestos: unos, á cuyo frente está el ilustre Cotugno, sostienen que el feto, mientras reside en el útero, no puede contraer las viruelas; otros por el contrarío se deciden por la afirma- tiva. Cotugno examinó sucesivamente con una erudición , y sobre todo con una crítica dignas de-mejor causa, todos los hechos referidos por los autores que habían admitido la existencia de las viruelas congénitas; y respecto de este punto no podemos hacer mas que remitirnos al pasage tantas veces copiado de su libro (Dese- dibus variolarum , ya citado , p. 124 y sig.). Fernelío, Foresto, FabricioHildano/Pechelin, Doloeus, Barlolin, Etmuller, Hagendorn, Van der Wiel, Schenk , Plater, Augenius, Rho- dius y Mauriceau, son los principales autores que han observado y descrito las viruelas con- génitas. No seguiremos á Colugno en la crítica, muchas veces injusta, que hace de ciertas ob- servaciones publicadas por sus antecesores , y menos aun en sus discusiones teóricas, que nos interesan muy poco. Solo sí confesaremos con él, que se han "confundido algunas veces con las pústulas variolosas, las flictenas que pro- vienen de la putrefacción del cuerpo del feto, á las que añadiremos ademas las pústulas cha- tas, el penfigo y el ectima. Hasta se han equi- vocado algunas veces con las cicatrices de las viruelas los vestigios de erupciones de diferente naturaleza; pero estos errores no destruyen la autenticidad de varios hechos referidos por los autores ya citados y de otros contenidos en las obras modernas (Rayer, Atlas des maladies de la neau.—Gerardin, Bull. de l'Acad. de méd., t. VIH, p. 297). «Serres no ha encontrado ninguna señal de pústula variolosa ni en la piel ni en las mem- branas mucosas de veintidós fetos, dados á luz por mujeres atacadas de viruelas. Este autor no cree posible el desarrollo de las pústulas en la piel húmeda y rodeada por todas partes por el agua del amnios (mem. cit., p. 79). «Por nuestra parte admitiremos con la ma- yor parte de los autores, que nacen niños de to- do tiempo ó prematuramente con erupciones variolosas en diferentes períodos; que unos presentan cicatrices muy evidentes de viruelas; que otros mueren poco "después de nacidos, y que muchos sobreviven , presentando las cica- trices naturales de las pústulas. Respecto de la madre, ora ha estado enteramente exenta de viruelas, en cuyo caso no ha hecho mas que trasmitirlas á la" criatura, ora , y es lo mas co- mún , las ha contraido también. Las madres que en estos casos no han participado de las vi- ruelas, es porque las habían tenido ya ó es- taban vacunadas. « «Tomamos la siguiente descripción de una • 3* T)E LAS vir,rn.',s. es-denle té>is publicada por Chaigneau, la cual contiene cuanto se ha escrito acerca de este asunto é indicaciones bibliográficas precio- ! sas (l>e l'in¡lnenc?,de la vqriole sur la grosscsse, ' etc., p. 29. núm. 21 , en V.°; París, 1817). «La duración del período de incubación es variable: unas veces es la erupción de una misma fecha en la madre que en la criatura, y 1 parece haberse desarrollado simultáneamente; | otras ha sido atacado el feto después de la ma- i dre. Los síntomas de invasión se ignoran. j »La erupción está caracterizada como en el adulto por la salida de pápulas y después de pústulas de carácter umbilicado, rodeadas por una aureola: como la cara y las manos no se hallan mas espucstas al aire que las demás par- tes del cuerpo, no presentan mayor número de pústulas. Estas no son nunca confluentes, y llegan próximamente á un centenar en todo el cuerpo, desarrollándose sucesivamente. «Chaigneau cree, que si se verifica el perío- do de supuración hallándose aun el feto en el seno materno, no supuran las pústulas, sino que les sucede lo que á las de la mucosa de la laringe y de la traqueartería (tés. cit., p. 31). Efectivamente Iacontinua humedad en que es- tá sumergida la criatura reblandece el epider- mis , y forma una especie de baño al rededor de la "piel, impidiendo que sigan su curso ha- bitual los fcnómeuos de la dermitis variolosa. «No hay desecación propiamente dicha , es decir, costras que acaben por caerse; sino que las pústulas , bañadas sin cesar por un líquido, terminan por resolución ó se ulceran como las de las membranas mucosas, cicatrizándose sin dejar ningún vestigio. «Los elementos anatómicos de la pústula son los mismos que en el adulto: se ha encontra- do la falsa membrana que viste el epidermis y el disco seudo-membranoso; pero no hay se- ñal de supuración. »No ofrecen grandes diferencias las viruelas congénitas comparadas con las ordinarias. Pa- ra esplicar su desarrollo en los niños cuyas ma- dres no han contraído la enfermedad, es pre- ciso admitir una resistencia muy fuerte á la acción del virus en la madre, la cual casi siem- pre está vacunada , inoculada, ó ha padecido ya la erupción. Asientan los autores un hecho singular, á saber: que en las preñeces dobles se ha visto atacada de viruelas una de las dos criaturas solamente. «Diagnóstico de las viruelas.—Pueden las viruelas confundirse fácilmente con otras en- fermedades durante el período de invasión. ToT das las fiebres continuas, y especialmente la tifoidea, dan lugar á un movimiento febril yá una reunión de síntomas generales, que se pa- recen mucho á los provocados por las viruelas; pero se reconocerá esta última afección en la existencia del dolor lumbar. Si este faltase, ! convendría averiguar con cuidado si el sugeto ' tenia señales de vacuna; aunque no se ha de \ dar demasiada importancia á este signo, pues muchas veces ataca la enfermedad á sugclos vacunados. La duración del periodo de inva- sión de las viruelas es de tres ó cuatro dias; por lo que si persistiesen los síntomas genera- les mas allá de esta época, nos darían lugar á sospechar la existencia de una liebiv tifoidea ó de otra afección. No debe omitirse tampoco preguntar al enfermo si se ha espucslo al con- tagio. «Los dolores vivos de los miembros, la ce- falalgia intensa, el delirio , la agitación, algu- nos movimientos convulsivos de lascstrcmida- des, y la calentura violenta, pueden hacer creer que va á desarrollarse una meningitis ó una encefalitis, sobre todo en los jóvenes, no siendo en realidad otra cosa que los signos pre- cursores de las viruelas. En estos casos se debe tratar de averiguar si existen los signos deque hemos hablado (dolor lumbar, falta de vacu- nación previa y contagio), y examinar atenta- mente la superficie cutánea; pues á veces la viva inyección de la cara induce al práctico á sospechar la próxima erupción de las viruelas. «Los pródromos del sarampión y de la escar- latina pueden imjtar á los de las viruelas. En la primera de estas dos afecciones el coriza, el lagrimeo, el romadizo, el estornudo, el picor, la tos, la alteración de la voz y la rubicundez de los ojos, son fenómenos característicos cuan- do se encuentran reunidos; algunos de ellos pueden existir en las viruelas; pero nunca son tan intensos, y por otra parte la falta del lum- bago y las cicatrices de la vacuna hacen mas positivo el diagnóstico. »AI principio se distinguen difícilmente las viruelas de la escarlatina; porque la cefalalgia, los vómitos, la fiebre, el cansancio cscesi- vo, etc., se encuentran en ambas afecciones. La deglución es dolorosa y la garganta está roja en la escarlatina, lo que no sucede en las vi- ruelas; pero estos signos diagnósticos son in- suficientes, y á menudo cuesta mucho trabajo reconocer la verdadera naturaleza de la enfer- medad. «El infarto gástrico y la fiebre tifoidea no pueden distinguirse de'las viruelas durante los cuatro ó cinco primeros dias: la mucha inten-. sion de la fiebre, y el abatimiento considera- ble de los enfermos", podrían sin duda darnos á conocer en muchos casos la existencia de la fie- bre tifoidea; pero cuando se manifiesta esta enfermedad con sus mas ligeros matices, son los síntomas muy moderados y casi iguales en las dos afecciones. «Aun durante el período de erupción, á* lo menos en el primero y mas rara vez en el se- gundo dia, el médico mas consumado en la práctica de su arte puede tener todavía funda- mento para dudar acerca de la naturaleza del mal, y suponer la existencia de un sarampión ó de una escarlatina incipientes. El atento exa- men de la superficie cutánea descubre en el rostro, uniformemente encarnado, una multi- tud de granitos prominentes, que se perciben DE LAS fácilmente con el dedo, y que dan á la piel un aspecto rugoso; los síntomas generales acaban de ilustrar el diagnóstico. «Por último, se podrían confundir las virue- las con la erisipela de la cara , con las pústulas del muermo, con las del ectima simple ó sifilí- tico , con la sifílíde pustulosa; pero basta saber estas causas de error para evitarlas con faci- lidad. «Pronóstico. — «Las viruelas, dice Frank, ejercen mas estragos que la peste, según los cálculos de Sussmilch, Tralles, Dimsdale, Ra- mazzini, Bruce, Tissot y Percival, sin contar con los sugetos que sucumben á las consecuen- cias de esta enfermedad» (p. 174). Las pala- bras de J. Frank son muy esactas, hablando de las viruelas que reinaban en el siglo último y antes del descubrimiento de la vacuna. Las epidemias eran entonces frecuentes y muy mortíferas. Según Bousquet, la mortandad ac- tual de las viruelas es un noveno. Hcrpin ha calculado un décimo en la epidemia que ha ob- servado en Suiza (mem. cit., Gaz. méd., pá- gina566). «El pronóstico de las viruelas debe fundarse en varias consideraciones, que vamos á exami- nar rápidamente , y que se deducen: 1.° de la constitución , de la edad y del sexo; 2.° de los circunfusa; 3.° de los síntomas locales; 4.° de las complicaciones. «A. Signos pronósticos sacados del estado del sugeto.—Edad.—Los recien nacidos y los niños de pecho corren mas peligro que los que han llegado á una edad mas avanzada, pasan- do, por ejemplo, del tercero ó cuarto año (Bor- sieri, loe. cit., p. 225; P. y J. Frank , p. 289; loe. cit., pág. 175). Rilliet y Barthez atri- buyen la gravedad del mal por una parte á la frecuencia de las viruelas anómalas en esta edad, y por otra á la importancia y á la fre- cuencia de las complicaciones (p. 530). «La pubertad y la proximidad á la primera mens- truación hacen correr grandes peligros, y lo mismo sucede con la cesación de las reglas. La vejez es todavía mas temible» (P. Frank, p. 289). «Herpin , que ha hecho investigaciones muy importantes acerca de la proporción de los muertos de viruelas en las diferentes edades y según los sexos, ha obtenido los curiosos re- sultados que vamos á citar. Por término medio han muerto en un año en Paris, desde 1811 á 1822, un individuo de cada 1400 habitantes próximamente, y en Ginebra desde J80I hasta 1829, un individuo por cada 2700; es decir, que proporcionahnente á la población mueren en Paris doble número de individuos que en Ginebra. En la capital de Francia se ha aumen- tado la mortandad desde 1817. »EI curso de las epidemias de Ginebra no es análogo al de las de Paris. «En este último punto las defunciones au- mentan desde el nacimiento hasla los cuatro años; disminuyen basta los quince, paraau- ,iRCELAS. £3 i mentar luego hasta los veinticinco y volver á disminuir en adelante. El primer año déla vi- da ofrece á proporción de los siguientes muy pocas defunciones. Herpin dice «que hay una edad en la que generalmente hacen mas"vícti- mas las viruelas que en los años que la prece- den ó siguen, es decir, una edad crítica, que es la de veinte á veinticinco años» (mem. cit., p. 626). Estos datos estadísticos confirman en cierto modo las ideas generales emitidas per los autores sobre la gravedad de las viruelas en las diferentes edades. Serres atribuye el me- nor peligro de las viruelas en los niños á que su piel es mas perspirable y mashaliluosa (Con- siderations nouvelles sur la varióle; Gaz. méd., p. 59, en 4.°; Paris, 1832). »B. Sexo.—Ignórase la influencia del sexo en la mortandad; aunque sin embargo resulla de la estadística de Herpin, que en Paris y en Ginebra han muerto de viruelas mas jóvenes del sexo masculino que del femenino en la pro- porción de 4:3 desde 1811; pero desde 1801 hasta 1825 la proporción solo ha sido de 14:13 en Ginebra (p. 626). «Hemos visto que la preñez espone á la mu- jer á bastantes peligros, porque las viruelas provocan á menudo el aborto; accidente muy grave y en concepto de algunos médicos pre- cursor en tales circunstancias de una muerte segura. Varner dice vio abortar á todas las mu- jeres embarazadas que habían contraído las viruelas. Ya hemos manifestado en otra parte que este pronóstico es esacto, pero que sin embargo no debe establecerse de un modo ab- soluto. »C. El pronóstico deducido del estado de la constitución, de las fuerzas y del tempera- mento de los sugetos, es demasiado incierto para que deba dársele grande importancia. Se- gún Frank, los valetudinarios, los escrofulo- sos, los gotosos , los escorbúticos, los afecta- dos de venéreo y los hipocondriacos, están mal dispuestos para triunfar de las viruelas; pero en tales casos hay verdaderas complicaciones, que como otras muchas aumentan la gravedad del pronóstico. »D. No puede deducirse ningún signo pro- nóstico cierto de la estación; solamente recor- daremos , para que se tenga presente^, el resul- tado obtenido por Herpin, quien dice que en Paris y en Ginebra se observa en la primavera el mínimum de defunciones, el máximum en otoño , y en el verano mas que en el invierno (mem. cit., p. 626). Ludwig asegura que el exantema varioloso es mas benigno en invier- no y en verano que en primavera y en otoño. Según Sidenham lasepidemias.son roas benig- nas y regulares cuando empiezan en primave- ra , y graves cuando se manifiestan en enero. Bousquet dice que el otoño y la primavera son las estaciones en que las viruelas hacen mas estragos , y que cesan en invierno (loe. cit., p. 436). «Hay mucha diferencia relativamente al rr. LAS MR»JKL\S as viruelas esporádicas v la pronóstico, entre epidémicas. Estas últimas son siempre muy graves, a causa de la irregularidad de su cur- so y de la frecuea ia de sus complicaciones. Son mas benignas al principio y al fin de las epidemias (Borsieri, p. 226). »Resumiremos en algunas palabras y de un modo aforístico el pronóstico , sacado de los síntomas locales ó generales. » A. Síntomas de invasión generalmente fu- nestos.—Dolor violento de los lomos y de la cabeza, escalofrió muy intenso, mucha sed, sudores abundantes, gVanlcs convulsiones en los jóvenes, vómitos repelidos y tenaces, ia- somnioósopor, yactilation,qucjidoscontiouos, temblores de los" pies y de las manos, delirio, adinamia ó eslado atáxico, pulso débil, de- primido, desigual, prolongación de los sínto- mas de invasión mas allá de su término ordi- nario. Los signos contrarios son de buen agüe- ro. Vénse también aparecer en el período de invasión ciertos síntomas graves que hacen presagiar unas viruelas malignas, y que en los estadios sucesivos se presentan con mas cla- ridad: tales son las hemorragias por diferen- tes vías, las petequias, la dificultad de respi- rar y una diarrea copiosa (saludable, según algunos, cuando es moderada). »B. Erupción y supuración.—Los sínto- mas de mal agüero son los siguientes: I.° Sín- tomai locales. Imposibilidad ó dificultad de verificarse la erupción; salida prematura de los granos que se presentan antes del tercer diá, ó retardada hasta después del tercero de la invasión; "su desarrollo en la cara, que está muy encarnada é hinchada desde el principio con una multitud de pápulas; la poca disten- sión de las vesículas, que permanecen depri- midas, poco ó nada prominentes y tienen un matiz pálido ó azulado; la aureola mal deli- neada, poco estensa y del mismo color. El período de supuración suministra signos muy importantes. «El enfermo corre los mayores riesgos cuando se observa un carácter anor- mal , no solo en algunas pústulas, sino en casi todas; cuando la materia no esperimenta coc- ción; cuando los granos se ponen pálidos, lívidos, arrugados, blanduchos, insensibles, y se aplastan; cuando desaparece la tumefac- ción de lo*s espacios intermedios, sin que la remplace la de los pies- y de las manos» (P de e^tar toda la cara llena de una erupción abundante. Lo mismo sucede, según Si- denham, cuando la hinchazón disminuye ó desaparece antes del dia undécimo sin haber atacado las miembros-, pero no debe admitir- se sin restricciones esta opinión del médico inglés. »C. Considéransc como signos generales funestos la persistencia y el incremento de la fiebre después de la erupción, \ aun se tiene por mas grave la exacerbación de esta fiebre durante ía supuración, sobre todo si viene acompañada de cefalalgia, de ansiedad , de delirio, de disnea y de aceleración de los mo- vimientos respiratorios. «Cesación del tialismo.—Sidenham y otros autores han exagerado mucho la importancia de este signo para el pronóstico. Persuadidos de que el flujo salival es útil para la depura- ción de los humores, le veían cesar con temor, ya durante el período de supuración, ya des- pués de concluido este, á no ser que sobrevi- niera alguna secreción saludable. Lo cierto es que en el dia no se puede deducir de este fe- nómeno ningún signo pronóstico cierto: lo mismo diremos de la diarrea. «Diarrea.—Se ha creído que el flujo intesti- nal es saludable en el adulto durante la inva- sión, y por el contrarío grave cuando conti- núa ó se aumenta en el período de erupción. En los niños, dice Sidenham, es ventajosa una diarrea moderada, con tal que no sea muy intensa, ni dependa de alguna enfermedad in- testinal loe. cit., p. 144). Estamos persuadidos de que esta aserción no es esacta; el estreñi- miento ó las cámaras naturales son siempre mas favorables que la diarrea. «Los signos que con razón deben mirarse como funestos son: el delirio, la soñolencia, el coma, la ronquera, la afonía, la dificultad grande de respirar ó de tragar, los dolores vivos de la garganta, y en los niños el rechi- namiento de dientes y las convulsiones. «Desde Sidenham han dicho los autores, que los enfermos corren el mayor riesgo el dia un- décimo cuando son atacados de viruelas con- fluentes (Sidenham, Borsieri, P. y J. Frank"), y que en las discretas este mayor peligro es en el octavo dia. Por nuestra parte nada po- demos decir acerca de este punto, llilliet y Barthez han observado que este pronóstico ca- Frank, p. 290). Débense colocar también en- j rece de esactitud en los niños, y afirman que tre las viruelas graves las muy confluentes, ¡ se verifica la muerte desde el sesto hasta el decimocuarto dia en las criaturas de mas de cuyos granos se tocan principalmente en la cara, y cuyas pústulas vienen acompañadas de una rubicundez erisipelatosa ó como la del sarampión; lasque se llenan de una serosidad roja ó de sangre, en vez de un verdadero pus blanco y homogéneo; las que están encima de ulceritas gangrenadas v se trasforman en flic- tenas ó ampollas grandes. iV< de funesto agüero el que esté poco hinchado el rostro, ó que se límite la tumefac- ción á los párpados y los labios, sin embargo cinco años atacadas de viruelas anormales, y* antes del octavo dia si son de tierna, edad' y las viruelas secundarias» (loe. cit., n. 533). «Todavía está el enfermo espuesto á peli- gros en los períodos de desecación, v de des- camación. Los accidentes que son de temer en esta época de la enfermedad, y que indican Frank, Borsieri y todos los autores, consisten en las diversas complicaciones de que hemos hablado ya en otro lugar. DE LAS VIRUELAS. 37 »D. Las complicaciones deben ser el prin- cipal elemento del pronóstico; porque efecti- vamente son las que dan la malignidad á las viruelas, determinando en los síntomas gene- rales y locales las modificaciones que acaba- mos de examinar, y que solo tienen algún va- lor para el pronóstico, porque revelan la exis- tencia de lesiones viscerales ó de alguna en- fermedad general. Las complicaciones mas pe- ligrosas, y que casi siempre acarrean la muer- te ,son las hemorragias por diferentes vias, 'co- mo la epistaxis, la hematuria, las petequias y las pústulas sanguinolentas (Sidenham, Mor- ton). Los síntomas adinámicos ó de putridez, acompañados muchas veces de las hemorra- gias que acabamos de indicar y de gangrena, son de malísimo agüero. Entonces es cuando se verifica irregularmente la erupción variolo- sa, sale mal, se detiene y recorre con difi- cultad sus períodos basta el momento fatal. «Ademas de eslas complicaciones, hay otras que dependen de enfermedades de las vias respiratorias, del tubo digestivo ó de algún otro órgano: la atenta investigación de cada una de ellas conducirá al médico á un pronós- tico esacto. La pulmonía, la laringo-bronqui- tis, las oftalmías, etc., ponen en peligro la vi- da de los enfermos. «Etiología. — Edades.— Herpin deduce de una estadística muy reducida, puesto que solo se refiere á unos 84 enfermos, que los niños de menos de un año están menos espuestos á las viruelas que los de cualquier otra edad (mem. cit., p. 565), y Rilliet y Barthez dicen 3ue la enfermedad es mas frecuente después e los seis años (p. 536). Puede decirse que la infancia y la juventud son las dos épocas de la vida en "que se manifiestan mas á menudo las viruelas. Va hemos dicho en otro lugar, que el feto contenido en el seno materno podía con- traer las viruelas, ora recibiese el germen de su madre, ora le trasmitiese esta el virus sin afectarse ella misma. Los ancianos están lejos de hallarse exentos de padecer esta enferme- dad y de haber comprado por una larga exis- tencia una especie de inmunidad preservativa: para no presentar mas que un ejemplo, pero de los mas ilustres, citñrenios áLacépéde, que murió de viruelas á los setenta y ocho años. »Sexo.—Se ignora si el sexo constituye una causa predisponente. En la epidemia observa- da por Herpin, las niñas estuvieron menos espuestas á las viruelas que los varones en la proporción de 3 : 4 (p. 566). «Todas las razas de hombres pueden con- traer el mal, inclusa la negra; ni perdona á los animales, pues ataca á los caballos, á las vacas, á los monos y á los perros (J. Frank, p. 167). Sin embargo, Rayer cita varios au- tores que han intentado en vano provocar las viruelas en los animales (ob. cit., p. 553). «Difícil nos seria determinar con esactitud el papel que hacen como causas predisponen- tes, el temperamento, el trabajo de la denti- ción, la pubertad, la prcíez y otras influen- cias. Las enfermedades de los sugelcs sometí- dos al con.tagio parece que, lejos de favorecer su desarrollo, mas bien les penen al abrigo de las viruelas; sin embargo, hay muchos ejem- plos de viruelas secundarias. «Senes está persuadido de que la condicicn que mas se opone al desarrollo de las pústu- las variolosas es la humedad, y en esto consis- te, según él, que la cara y las partes habi- tualmenle secas sean atacadas con mas fuerza ; que las demás, y que la sequedad del aire, | los vientos del norte, del sud y del este, los | climas calientes y abrasados y las estaciones del año en cuyo "curso se encuentran las con- diciones higrométricas de que acabamos d^e hablar, favorezcan el desarrollo de las virue- las y hagan tan intensos los síntomas cutáneos. De la misma causa hace depender Senes la frecuencia de la erupción en los pueblos del mediodía. En Dinamarca, Polonia, Noruega, Suecia y las partes mas septentrionales de Ru- sia, apenas hay un atacado de viruelas por ca- da 100 personas; mientras que en el mediodía se cuenta uno por cada 30 ó 40 (mem. cit., pág.59). «Contagio.—La causa incontestable de las viruelas es una materia virulenta, que se des- prende del cuerpo de los enfermes y que re- produce invariablemente la enfermedad con to- dos sus caracteres. No se conoce su naturaleza íntima ni su modo de obrar, y se ignora si con- siste en una sustancia fija, una materia viru- lenta sólida, ó en un cuerpo sutil, impalpable y miasmático. Las investigaciones délos quími- cos nada absolutamente enseñan acerca de es- te particular (Analyse des croutes varioliques, por Lassaigne; Journ. de chimie medícale, to- mo VIII, p. 734, en 8.°; Paris, 1823). «El contagio se efectúa evidentemente en muchos casos por el contacto inmediato; las películas que se desprenden de la piel del en- fermo, las reciben con facilidad los sugetos no , vacunados que le rodean; y aun los que están á mucha distancia. «Se trasmite por el contac- to de los pacientes ó de los que han fallecido de viruelas, por los muebles y por las demás co- sas infectadas, como por ejemplo, las cartas, los insectos y las lancetas; se comunica tam- bién por el aire á la distancia de algunos pa- sos, lo mismo que por el aliento de los enfer- mos» (Frank, p. 169). Esta especie de propa- gación supone que la atmósfera puede servirle de vehículo, como se verifica en las epidemias de los pueblos pequeños, donde el contacto inmediato y mediato propaga la enfermedad á casi todos los habitantes con estraordinaria rapidez. «Para que el agente virulento pueda deter- minar las viruelas, es necesario que exista en el organismo cierta aptitud á recibirle y ela- borarle. Ya hemos observado en otra "parte, que esta disposición á contraer la enfermedad i era tan grande en algunos sugetos, que la pa- 38 Di. LAS virpelns. dccian dos ó tres veces durante su vida (véise recidicis), de lo cual citan algunos ejemplos los autores. Por el contrario hay personas tan refractarías á la acción del virus, que no han padecido una sola vez la enfermedad, aunque se hayan espuesto a menudo á contraería. La membrana mucosa pulmonal y la superficie de la piel de la boca y de la nariz son las vias por donde penetra el virus varioloso. «El tiempo que tarda el virus en producir efectos apreciables, ó en otros términos, el tiempo de la incubación variolosa es muy di- fícil de determinar. J. Frank cree que el virus puede causar un efecto instantáneo, y cita una observación en apoyo de su-dictamen; pero este hecho nada prueba (p. 170). Se ha hecho llegar la duración de la incubación á uno ó dos*septenarios, á diez ó doce dias (Rayer, pá- gina 515). Rilliet y Barthez deducen desús in- vestigaciones , que cuando menos dura tres ó cuatro días, y que á lo mas se estíende hasta cuarenta y seis, «sin afirmar positivamente que llegue en realidad á estos números estre- naos» (p. 535). «Tratamiento.— El tratamiento de las virue- las debe comprender: l.° la profilaxis; 2.° el tratamiento de la erupción en sí misma y en sus diferentes períodos; 3.° el tratamiento interno de las viruelas simples; 4.° el de las viruelas malignas, y de las complicaciones. «1.° Tratamiento profiláctico. — Vacuna.— Consiste en practicar la vacunación, acerca de lo cual nos remitimos al estudio que haremos en el artículo inmediato de esta operación pre- servativo (V. Vacuna). Antes del descubrimien- to de la vacuna se usaba otro tratamiento pro- filáctico,, por el cual se trataba de producir voluntariamente una erupción benigna de vi- ruelas, que preservaba de los ataques graves de esta enfermedad. Se da el nombre de ino- culación á la operación por cuyo medio se de- termina el desarrollo de las viruelas, procu- rando de este modo hacerlas mas leves. Esta operación se halla enteramente abandonada en , ej día, y no debe recurrírse á ella, á no ser en los casos sumamente raros en que, no pu- diendo el médico absolutamente procurarse va- cuna, quiera oponerse á los progresos desas- trosos de unas viruelas epidémicas. simulación.—Dicese que la inoculación se practicaba desde tiempo inmemorial en la Chi- na, en la ludia por los bramas, en Arabia, en Georgia y ea Circasia. Sprengel asegura, que los habitantes de estas provincias inoculan á las niñas pira conservarles su belleza, y que los pueblos de Berbería hace mucho tiempo que conocía esta operación. «Sin embargo, añade, ea ninguna parte sí practica tan fre- cuéntemete co.uoea Grecia, donde se in-ea- tó, sinqii fdise impórtala da la Georgia... ya á principios del siglo XVsausabí enCons- tantinoola. Lis primaras nolicias que de ella tusemos ditm cisi de esta épica, y las de- bennsá Euuiauil Tnnmi, mi Jico do dicha ' ciulad^ Santiago Pylaríni, cónsul veneciano en S.nirna, v Samuel Slaau'geiisiíerna, mé- dico del rev'de Suecia» Sprengel, Histoire de la médecinc,-l. VI, p. 37, en 8.°; Paris, 1813). Diose á la inoculación el nombre de mé- todo grit'¡i'), y fue introducida en Inglaterra por ladv'Worthly Montagu, mujer del emba- jador inglés enC mstantínopla.' Esta operación se estendió rápidamente desde las islas britá- nicas á toda la Alemania, y por último á Fran- cia. Suscitáronse entonces discusiones muy acaloradas entre los médicos de mas fama, que se dividieron en dos bandos. Entre los defen- sores mas ardientes de la inoculación deben citarse: La Condamine, Tissot, llaller, Tron- chin, Benjamín Franklin en América, y por último la Facultad de medicina de Paris, la cual, consultada por el parlamento (1764), se decidió en favor de la nueva operación. Uno de sus antagonistas mas decididos fue de Ilacn (Refutation d*. 109). Bhasis dice también, que cuando se verifica una erupción de pústulas abundante, es necesario abrirlas sin demora con una lanceta, para estracr el pus que con- tienen. Ambrosio Pareo da asimismo el consejo de despuntar, el vértice délas pústulas con una aguja de oro ó de plata, para evitar la erosión del dermis y las deformidades de la cara. Por el contrario Morton se declara contra esta práctica; Diemerbroeck la censura, afirmando que no influye en la profundidad y deformi- dad de las úlceras. Sin embargo Van-Swieten, que discutió este punto de terapéutica con su natural sagacidad, cree que es muy ven- tajoso abrir las pústulas, quitarles ef pus y cubrirlas en seguida con un emplasto ó con fomentos emolientes (loe. cit., p. 111). Fún- 6 DE LAS MRULL' dase en una observación hecha por él y otros , autores en las pústulas de la espalda, de las nalgas, de las partes p tsteriores de los mus- los y de las que se presentan en el periné: los] granos de oslas diferentes partes, que se rom- j pon muy pronto por el roce de las ropas de i la cama y por los movimientos del enfermo,! no dejan ni con mucho tantas y tan hondas ci- j catrices como los granos de tacara. Parece-' nos, según ya queda dicho, que esto depende principalmente de que las dilcrenlcs regiones del tronco están sustraídas á la acción del aire y de la luz, y rodeadas de un vapor húmedo y de una temperatura igual, resultando de aqui un efecto semejante al que se observa en las 'pústulas de las membranas mucosas y de la piel de los fetos, que han contraído las vi- ruelas mientras estaban dentro del seno ma- terno. Por último creemos que el emplasto de Vigo con mercurio, y quizá las unturas oleosas, obran en gran parte de la misma manera. Co- tugni atribuye á la humedad el desarrollo in- completo de las pústulas; por lo que aconseja las lociones frecuentes para hacerlas menos vi- sibles. »Mas sea de esto lo que quiera, el abrir las pústulas, y sobre todo el tratamiento tópico y emoliente, aconsejado por los antiguos y por los médicos árabes, nos parece una práctica cscelente y digna de todo elogio: muchas tri- bus árabes del norte.del África la observan todavía, y no hay duda que promete muchas ventajas sin ningún inconveniente. «Débese abrir con la punta de una lanceta tolas las pústulas de la cara, enjugando con cuidado el pus deque están llenas; después se lavan con agua templada, y se repiten es- tas lociones muchas veces al dia. En el in- tervalo se aplican á la cara y se renuevan ince- santemente unas esponjitas ó compresas, em- papadas en cocimiento de malvavisco ó ea una mezcla de leche y agua tibia. J. y P. Frank (p. 291), Borsieri (p. 330), y los mas ilustres prác- ticos se han decidido en favor de esta medi- cación enteramente local. Si están los enfer- mos rodeados de asistentes cuidadosos, que durante cuatro ó cinco dias y á cada momento del día y de la noche renueven estos fomentos emolientes de la cara, no habrá que temer, ni la hinchazón, ni la erisipela consecutiva, ni las deformas cicatrices que tan á menudo se observan en las viruelas confluentes. Los mis- mos cuidados, únicos por cierto que pueden dar alguna importancia al tratamiento tópico de que acabamos de hablar, son igualmente necesarios ea los períodos de desecación y de descamación. Las costras suelen caerse tarde y difícilmente, porque permanecen como in- crustadas en el dermis, ó bien porque se for- man debajo de ellas supuraciones consecuti- vas de este tejido: en tales casos se hallan tam- bién formalmente indicadas las aplicaciones emolientes. En muchos enfermos la aglutina- ción de los parpados, la rubicundez de las conjuntivas, aunque exii.tas de ulceraciones, y la obturación dolorosa de la abertura ante- rior de las narices, exigen también el uso uc lociones con el cocimiento de malvavisco y ia leche tibia. Piorri ha insistido particularmente en los buenos efectos que se pueden obtener separando pronto de la superficie cutánea el pus abundante que la cubre. Quiere con ra- zón que se enjugue cuidadosamente leda la malcría purulenta, y que se desprenda tam- bién las costras por medio de baños repelí,', s con frecuencia. «El uso de los baños tibios repetidos diaria- mente ó cada dos dias, empezando desde el período de desecación, es de mucha utilidad para combatir los accidentes de que acabamos de hablar, y también para disipar la picazón incómoda, el calor y el escozor, que sienten muchos sugetos en la superficie cutánea. Uno de nosotros los usa frecuentemente, y con muy buen resultado, en los enfermos de sus salas, y cree que en los hospitales producen todavía mejores efectos que en la practica particular; porque son el medio mas espedito de conser- var la limpieza, que difícilmente puede ser lan esmerada en dichos establecimientos como en el seno de las familias. «Las unturas hechas con el aceite de almen- dras dulces ó de olivas, ó con manteca , son útiles para ablandar las costras y para favore- cer la descamación, al mismo tiempo que sua- vizan la piel. Asi es que deben prescribirse constantemente desde el noveno ó décimo día; pero no pueden remplazar á los baños locales ni á los tópicos emolientes de que hemos há*- blado, y cuyo uso se continúa durante el úl- timo período de la erupción. «Para concluir con todo lo relativo á las atenciones que deben tenerse con el enfermo, diremos que es necesario mudar con frecuen- cia las ropas de la cama, cuidando no obstan- te de preservarle del frió, y renovar á menudo el aire que le rodea y que se carga de mias- mas de un olor fétido. Hasta se ha aconsejado hacer salir de la cama al paciente, si se lo per- miten sus fuerzas. Es ademas preciso que en • todos los períodos de la enfermedad se sos- tenga una temperatura de 15 á 16.° del cen- tígrado en la habitación que ocupa el enfer- mo; que se le impida romperse las pústulas, quitarse las costras, y en una palabra irritarse el dermis. A los niños hay muchas veces ne- cesidad de atarles las manos cuando duermen. Por último es muy importante rio abrumarles con el peso de las "ropas, ni escilar la traspi- ración. ^Tratamiento interno de las viruelas regu- lares.—'Cuando la fiebre de invasión es mode- rada, y los síntomas locales prometen unas viruelas poco#confluentes, convienen los au- tores casi generalmente, en que se debe aban- donar la enfermedad á su curso natural, y no emplear tratamiento interno. Puede asentarse como regla, que ui las viruelas benignas v DE LAS VIP.CLLAS. í? regulares debemos limitarnos á una cspecta- cion atenta y al uso de algunos díluentes. «Muchos autores recomiendan la sangría ge- neral en el período de invasión, cuando el su- geto es fuerte, pictórico, el pulso está desar- rollado, lleno y duro, la piel calurosa y ar- diente, y la cara encendida, con dolor de cabeza y respiración difícil; ó bien sise ob- serva sopor, coma, delirio, convulsiónesete. J. y P. Frank, Pitcarn, Freind y otros muchos autores cuyos nombres pasamos en silencio, se han pronunciado en favor de este método de tratamiento, que consideran ventajoso para facilitarla erupción y evitar las complicacio- nes. No referiremos íos argumentos, poco va- lederos por ciclo, con que pretenden demos- trar la eficacia de las emisiones sanguíneas generales. «En la forma benigna son entera- mente inútiles, dice Tissot, en la muy leve y en las malignas perjudiciales, y en las com- plicaciones pueden repetirse con ventaja.» Es- tas juiciosas palabras de Tissot no necesitan comentarios, y deben servir de guia en la te- rapéutica. A no haber indicaciones especiales abstengámonos de sangrar; pues aunque se ha pretendido que la sangría hace la erupción mas benigna y menos confluente, abreviando su duración, semejantes aserciones no se fun- dan en ningún hecho demostrado- ¿A quién se persuadirá que puede alterarse impune- mente una erupción , que debe tener un curso regular, y que solo es el síntoma de una enfermedad general? Aun dado caso que se lograra modificar la erupción, se producirían sin duda graves accidentes, de Jo que se ha visto mas de un ejemplo. «Del mismo modo debe desecharse el uso de los purgantes, como los tamarindos, el ni- trato de potasa y otros medicamentos, y con mas razón los cordiales y él régimen calefa- ciente, tan combatidos por Sidenham. «Todo el tratamiento de las viruelas simples y confluentes, pero benignas, está reasumido en estas prudentes palabras de Sidenham: «No he observado jamás ningún mal efecto, cuando se ha dejado obrar á la naturaleza, la cual no molestándola logra siempre en el debido tiem- po sus fines, separando y arrojando al este- rior la materia variolosa con el orden y por la vía mas convenientes; de manera que "con es- pecialidad en los jóvenes y en los tempera- mentos fuertes, no necesita ni de nuestros au- silios, ni de nuestros remedios, ni de nuestra industria, siendo por sí misma muy fuerte, muy rica y muy hábil... Si es imprudente ó peligroso animar demasiado la ebullición de la sanare por un régimen calefaciente ó por los cordiales, no lo es menos disminuirla por las sangrías, lavativas, vomitivos, purgantes ú otros remedios de este género» (ob. cit., pá- gina 153). Nada podemos añadir á una tera- péutica tan bien descrita, y que se halla en la actualidad adoptada por todos los médicos. »Las bebidas dulcificantes y mucilaginosas deben tomarse en bastante cantidad y á una temperatura elevada si se verifica la erupción con trabajo, y casi frías cuando es confluente el exantema y viene acompañado de un apa- rato febril muy intenso: durante el período de supuración se'ha aconsejado acidularlas. ^Tratamiento de algunos síntomas.—Exigen un tratamiento especial muchos fenómenos propios de ja enfermedad, que no son bastante graves para poderse considerar como compli- caciones. «Para combatir la cefalalgia y precaver la esecsiva erupción de la cara, se ha aconse- jado poner una ó mas veces sanguijuelas du- rante la invasión á los tobillos internos. Estas depleciones se han prescrito cuando hay un dolor vivo en la faringe ó un tialismo abun- dante. Las aplicaciones de sanguijuelas en las inmediaciones del cuello, las bebidas emolien- tes y las cataplasmas, moderan á menudo la salivación. La angina faríngea puede detener- se por medio de los gargarismos emolientes ó algo acidulados, y mas rara vez á beneficio de las cauterizaciones hechas con el ácido clorhí- drico. Las pústulas de los párpados, y sobre todo las de la córnea, exigen cauterizaciones prontas y lociones astringentes frecuentes. «Sidenham no quiere que se contenga el tialismo ni la diarrea. «Cuando la debilidad hace progresos ó el enfermo, estenuado porla supuración cutánea, presenta una calenturilla lenta y aun diarrea, conviene tratar de alimentarle pronto con be- bidas feculentas y vino, y entonarle con la quina y con las demás sustancias que indica- remos mas adelante. «Tratamiento de las viruelas malignas.—Pa- ra comprender bien las reglas á que está so- metida la terapéulica de las viruelas malignas, es preciso tener en cuenta que la malignidad de la enfermedad depende: 1.° de una afec- ción general, y 2.° de una afección local. «En las viruelas graves hemorrágicas no conviene de ninguna manera sangrar ni de- bilitar al enfermo. «Esto nos indica, dice Hux- ham, cuan absurdo es proponer en general un régimen cálido ó refrescante para todas las es- pecies de viruelas sin distinción. El método de Sidenham es bueno en ciertas circunstancias; en otras es preferible el de Morton; en una palabra, cada caso particular exige su trata- miento, y al médico corresponde aplicarle con esactitud» (ob. cit., p. 179). »El tratamiento de Morton consiste en el uso de las preparaciones de quina y de los csci- lantes; medios que creía principalmente indi- cados cuando se manifestaba la fiebre exacer- bante en el tercerestadio de la erupción, cuan- do había hemorragias (Oper. omnia, loe. cit , t. I, p. 120 y sig.) y en las formas adinámica y atáxica de la enfermedad. Efectivamente tal debe ser el tratamiento d6 las viruelas graves. «lluxham empleaba los remedios mas cáli- dos, cuando la erlipcion estaba descolorida y DE LAs VIUM.IAr-'. no podia verificarse, ó cuando se ponían lívi- das las pústulas. En tales casos daba los pol- vos de conlrayerba, la mirra, el almizcle, el azafrán, el alcanfor, la triaca, el mitridato ó la confección cardiaca (ob. cit., p. ¿06). En las viruelas negras y confluentes prescribía los ácidos minerales y las preparaciones de qui- na (p. 212). «Cuando la erupción se verifica con dificul- tad y salen pocas pústulas, y esas pálidas ó azuladas y acompañadas de síntomas genera- les graves, de dolores violentos, de convulsio-. nes ó de delirio, suele encontrar el práctico grandes dificultades, sin saber qué partido to- mar en tan críticas circunstancias. ¿Deberá practicar una sangría suponiendo que la natu- raleza está oprimida por un aumento de fuer- zas; ó deberá escitar fuertemente el organis- mo con bebidas estimulantes y aromáticas, como el agua de canela, de menta, de valeriana, el vino de Málaga, el nitrato de amoniaco, el alcanfor, el almizcle, etc., ele, tratando al mismo tiempo de producir una erupción mas fácil y mas abundante por medio de los baños calientes, hechos á veces estimulantes con la harina de mostaza ó con sustancias alcalinas? Este es uno de los puntos mas difíciles de la terapéutica. Sin embargo no es permitido va- cilar, cuando se echa de ver que no puede ve- rificarse la determinación morbosa cutánea, ya en razón de una complicación interna cuyos síntomas son fáciles de apreciar, ya por la ac- ción de una hemorragia, ó por el estado de postración en que ha caído el sugeto. Enton- ces es cuando la minuciosa investigación de los síntomas ilustra notablemente la terapéu- tica. Casi siempre que se dificulta la erupción, consiste en la enfermedad de una viscera; con todo es necesario conceder una parle muy esen- cial á las alteraciones de la sangre y á la per- turbación de lodo el sistema nervioso, que se nota á veces en los que padecen viruelas anor- males: la quina, los antiespasmódicos, como el almizcle, el castor y la valeriana, merecen en tal caso la preferencia y salvan en ocasio- nes á sugetos que parecían destinados á una muerte cierta. Uno de nosotros ha sido testigo recientemente de dos hechos de esle género. Los baños generales sinapizados y el uso de estimulantes al interior, produjeron una erup- ción, que estaba entorpecida solamente por al- teraciones nerviosas sin ninguna complicación visceral. »En el dia , que pueden fundarse las indi- caciones curativas con alguna certidumbre, preciso es confesar que las preparaciones de quina, el estrado y principalmente el polvo, \ a solos, ya mezclados concebidas que con- tengan ácidos vegetales, que el licor anodino de Hoffmann, en fin que los vinos de España ó'de Burdeos, convienen en las viruelas malig- nas, caracterizadas por sudores abundantes, por un estado de postración estremada ó por una fiebre exacerbante, que no puede referirse á una lesión conocida. Los Iónicos fijos se hallan también indicados en el estado í.laxo-adinaun- co que acompaña á los periodos de la supura- ción ó la desi amacion. En semejantes circuns- tancias las Unturas de castóreo, el almizcle, la asafétida y el alcanfor, deben darse á dosis altas y asociarse con el vino y con las pre- paraciones de quina. Lis vejigatorios en los miembros tienen lugar en estos casos espe- ciales, como igualmente en los sugetos aco- metidos de estupor, soñolencia ó desaliento. «La aparición de pústulas gangrenosas, de escaras, de abscesos metaslálicos, de una eri- sipela ambulante, de sudamina, del fuligo de los dientes, etc., exigen el uso de una medi- cación tónica enérgica, cualquiera quesea la época en que aparezcan tales complicaciones. El opio debe proscribirse. De todos los medi- camentos que se usan en el tratamiento de las viruelas malignas, el que mejor éxito ha te- nido es la quina, administrada bajo todas las formas, en tisana, en poción , en lavativas, y asociada con el vino, con los amargos y con los antiespasmódicos. ^Tratamiento de las complicaciones. —Los abscesos subcutáneos y los forúnculos se com- batirán por aplicaciones emolientes y se abri- rán pronto: lo mismo decimos de los flemones, que muchas veces disecan la piel y los mús- culos en mucha estension. Este tratamiento lo- cal debe secundarse siempre por la adminis- tración interior de sustancias tónicas y amar- gas y por un régimen reparador bien elegido. «La erisipela, las erupciones miliares y las supuraciones del dermis, deben tratarse con los tópicos emolientes, las cataplasmas, y sobre todo los baños libios repelidos con frecuencia. Recomendamos sobre todo este tratamiento lo- cal, cuando las pústulas de las manos y de los pies causan dolores agudos en estas partes. La abertura de ¡os granos consuela también mu- cho á los enfermos. »La oftalmía producida por la ulceración de las púslulas se tratará con los colirios astrin- gentes y con la cauterización por medio del nitrato de plata ó de un colirio formado con esta preparación farmacéutica (2 á 4 granos por onza de agua destilada). Las instilaciones de láudano aprovechan cuando hay dolores agudos en el ojo. «La otitis se combatirá con las inyecciones de agua tibia repetidas frecuentemente, v con aplicaciones de sanguijuelas detras de las ore- jas; y la angina y dificultad de tragar, con gar- garismos emolientes, narcóticos ó acídulos: estos últimos sirven para limpiar la garganta de las mucosidades espesas y tenaces que es- tan adheridas á ella. Con un pincel empapado en una mezcla de miel rosada y de ácido hi- droclórico se podrá cauterizar ligeramente las seudomembranas, que cubren á veces los pi- lares, el velo del paladar y otras partes de la boca. •Tialismo —Sidenham y otros autores, que DE LAS VIRUELAS. 45 veían en la salivación un medio empleado por la naturaleza para arrojar al esterior la ma- teria variolosa, aconsejan como cosa muy im- portante, respetar y sostener el flujo hasta el undécimo dia (Sidenham, ob. cit., pág. 166). Hasta quiere Sidenham que se escite la secre- ción de que hablamos, ora dando cerveza á los enfermos, ora administrándoles, cuando son adultos, 14 gotas de láudano ó una onza de ja- rabe de adormideras en una bebida preparada con algún agua destilada (p. 168). En el dia solo se considera el tialismo como un síntoma, que no exige tratamiento especial; pero si la salivación es tan abundante que molesta al pa- ciente, debe investigarse su causa. Cuando depende de una erupción confluente de pústu- las en el interior de la boca, es imposible ha- cer otro remedio que los gargarismos emolien- tes, narcóticos,) mas adelante los astringen- tes. Es raro que él tialismo se prolongue mas allá del período de supuración y del principio de la desecación. El infarto doloroso de las glándulas cervicales y de toda la mandíbu- la inferior exigen el uso de tópicos emolientes, de cataplasmas, y principalmente de baños ti- bios prolongados. La supresión del flujo sali- val resulta del desarrollo de alguna complica- ción, contra la cual ha de dirigirse el trata- miento, si se quiere reproducir el tialismo; aunque su presencia carece absolutamente de importancia. «Diarrea.—La diarrea era en concepto de Sidenhan una evacuación crítica, tan constan- te en los niños como el tialismo en los adultos, y asi es que no quería se la detuviese, ni ha- cia caso de ella en el tratamiento (loe. cit., p. 169). Sin embargo en los jóvenes la entero- colitis y la enteritis son enfermedades dema- siado graves para haberlas de respetar, y nun- ca haríamos mal en detenerlas prontamente, porque desordenan el curso de la erupción y muchas veces ocasionan la muerte. Cuando la diarrea es poco intensa, cede al uso de las be- bidas emolientes y mucilaginosas ó de las as- tringentes, al del subnitralo de bismuto (20 á 40 granos para los niños de dos á cuatro años y mas aun para los adultos), alas cataplas- mas emolientes y á las lavativas amiláceas ó ligeramente narcóticas. En los sugetos robus- tos se puede aplicar sanguijuelas al ano ó usar lavativas preparadas con la ratania ó el ácido bidroclóríco (12 gotas ó mas por ocho onzas de agua) ó el nitrato de plata. »La ansiedad, la agitación general y las con- vulsiones, que se presentan durante la invasión, se combalen ventajosamente con bebidas en cuya composición entran el jarabe de diaco- dion, el laudan/) ó el opio y algún antiespas- módico. Mas de una vez ha favorecido la erup- ción el uso de estos medicamentos, los cuales sirven también para calmar la cefalalgia vio- lenta que sienten muchos enfermos. Las san- guijuelas aplicadas á los tobillos, los pedilu- vios irritantes, los sinapismos ambulantes en los miembros inferieres, pueden también uti- lizarse para ccmbalir el se per, el estado co- matoso y el delirio, que se presentan, }a en la invasión, ya en les demás períodos de la enfer- medad. Con tedo observaremos, que estas al- teraciones de la inteligencia j de la motilidad distan mucho de ser siempre dependientes de lesiones «preciables, sino que suelen consistir en alteraciones dinámicas, en cuao caso las sangrías y las emisiones sanguíneas hechas en la base del cráneo son mas perjudiciales que útiles, produciendo por el eontiario buenos resultados los narcotices y los antiespasmó- dicos. «Las neumonías no deben combatirse con los mismos agentes terapéuliccsque la pulmo- nía simple. Sin proscribir no obstante la san- gría , de la que dice Huxham haberobservado buenos efectos en semejantes circunstancias (loe. cit., p. 221), creemos debe emplearse con reserva este medio. Hasta pueden remplazarle según la necesidad los Iónicos, como la quina asociada al alcanfor , al almizcle, al vino y á los alcoholados, cargados de principies aromá- ticos. Los vejigatorios son asimismo un esee- lente recurso. «El infarto gástrico y les síntomas biliosos se combatían frecuentemente por los antiguos con el emético administrado á dosis vomitivas, ó muy diluido, ó en una poción mezclado con sales alcalinas, tamarindos, sen, etc. Esla com- plicación es bastante rara; pero si secrétese útil dirigir contra ella un tratamiento especial, se debería ebrar con mucha cautela, pues los purgantes y los vomitivos pueden producir una derivacion"dañosa hacia el tubo intestinal. »En las vii uelas complicadas con los esta- dos adinámico y atóxico (viruelas versátiles, nerviosas), se verifica con trabajo la erupción. Entonces puede ser muy útil un baño libio ó estimulante, y hay querecurrir al tratamien- to tónico, cua os agentes hemos indicado ja, á saber: las preparaciones de quina, las po- ciones alcanforadas y etéreas, el amoniaco v el vino. Cuando hay "temblores, saltos cíe ten- dones , y el pulso está duro, desigual, etc., se añade con ventaja el almizcle, el castóreo y la valeriana; y se aplican al mismo tiempo sina- pismos y vejigatorios. Se renovará y manten- drá algo fresco el aire de la habitación; se mu- dará al enfermo á menudo y se le harán locio- nes tibiasrepetidas en la cara si se ha verificado ya la erupción , etc. Todos los autores convie- nen en que esta medicación es la mas eficaz en las viruelas malignas, adinámicas y aláxieas (P. Frank, p. 296, J. Frank, p. 181 /llux- ham, p. 197, Borsieri, p. 267, etc.). «La convalecencia es muchas veces larga v penosa en las viruelas confluentes, y princi- palmente en las formas graves de la enferme- dad, quedando en su consecuencia una debi- lidad eslraordinaria y una eslcEuacion pro- longada. El tratamiento ha de ser entonces casi esclusivtmentc higiénico: debe tomar el i6 DE L\s ea ferino alanos b ifns tibios, pira limpiar completamente la piel y escitar su función pers- piratoria, estimulándola se^ua la necesidad con baños sulfurosos ó aromáticos, con fric- ciones simples ó coa franelas impregnadas en líquidos odoríferos. Cuando n) se desarrolla el apetito, s> pie IcaJ ninislrar algua laxante, el ruibarbo á las h iras de comer, ó algunas dosis de quioa. El régimen alimenticio debe llamar parlicularmenle la atención del médi- co. Los alimentos han de ser tónicos y repa- radores, recomendándose el uso del vino añe- jo y de Imana calidad, como el de Burdeos ó de'Borgoña. Conviene que el convaleciente pa- see á pie ó ea carruaje, ande al aire libre, tome el sol y empiece á ocupar su imagina- ción en cosas agradables como las lecturas in- teresantes. Por último, si á pesar de todos es- tos cuidados no se completa la convalecencia, se tratará de averiguar cuál es la causa que detiene el restablecimiento total, y se encon- trará á manad) en el desarrollo de una afec- ción orgánica, coma la tisis pulmonal ó la en- teritis ulcerosa cróaiea ; enfermedades que suelen manifestarse por primera vez durante las viruelas, ó recibir de ellas un funesto im- pulso. «Naturaleza.— No trataremos de penetrar la naturaleza íntima de las viruelas, pues cuan- to desde Rhasis se ha escrito sobreesté pun- to no es mas que un conjunto incoherente de hipótesis, que seria enojoso referir. Aun pue- de repetirse en el dia lo que decia Sidenham hace cerca de dos siglos: «¿En qué consisten esencialmente las viruelas? Confieso que lo ig- noro absolutamente, ni creo que nadie lo sepa mejor que yo.» Sin embargo mas adelante se deja decir, que consisten esencialmente en una inflamación de la sangre y de otros humores; pero inflamación de diferente especie que las demás, y que la naturaleza procura disipar, digiriendo y atenuando en los dos ó tres pri- meros dias las partículas inflamadas, y echan- i dolas después á la superficie del cuerpo, para [ formar allí una multitud de abscasitos, por cuyo medio se desembaraza enteramente de ellas (p. 149). Esta idea de Sidenham de que la enfermedad es una fiebre con espulsion de , la miteria morbífica, se encuentra ligeramen- i le modificada en las doctrinas de sus suceso- , res. Federico Hofnnann cree «que las virue- ¡ las son una fiebre aguda exantemática y con- j tagiosa, en la cual la materia tenue, cáustica,! corrompida, inflamatoria y ulcerativa, se es-j pele por la superficie de la piel mediante un ! movimiento crítico, y determinando de paso síntomas muy graves» (Op>ra omnia, t. II, p. 49, en fol"; Ginebra, 1761). »Cullea profesa la misma opinión. «El con- tagio de las viruelas obra, dice, como un fer- mento sobre los flui los del cuerpo humano, y los asimila en gran parte á su misma natura- leza; escita al principio la fiebre y tres ó cua- tro dias después produce una erupción de gra-! ■'ir.rci."!. nos» (¡<:icment.i de Méderinepralinie, t. II, p. 3-13, en 8.°; Paris, 1819). Todos los auto- res del último siglo abrazaron esla doctrina. Las viruela, son una eaferui >dad especifica, producida par la penetración en la economía, mediante la absorción, de una materia viru- lenta, que al cabo de cierto tiempo de incu- bación produce el desarrollo de una enferme- dad enteramente semejante á la que le ha dado origen. La secreción purulenta del dermis en- gendra una materia virulenta, dolada de las mismas propiedades que el primer virus, y de este modo se perpetúa la enfermedad. Otro ar- gumento, que no dejaría ninguna duda, si to- davía la hubiera, de que la enfermedad es* vi- rulenta por su naturaleza, se infiere de la preservación, que únicamente puede provenir de otro virus, el cual por esta y oirás razo- nes se ha considerado como idéntico al vario- loso (V. Vacuna). «En todos tiempos ha llamado la atención de los autores la semejanza que hay entre las viruelas y la peste: ambas, dice "'íertens, se trasmiten por contagio y presentan en su prin- cipio cefalalgia y vómitos; la una está carac- terizada par bubones, la otra por pústulas, es- pecie de bubones de poco volumen. En cuanto aparece cada una de estas afecciones esterto- res, remilen sensiblemente los síntomas, y ambas se curandespuesde la supuración, cuan- do esla es de buena naturaleza. En las dos en- fermedades se forman petequias y diviesos. Importa sin embargo no exagerar la esactitud de esta comparación , á la cual podríamos aña- dir aunalgunos otros rasgos, que no ilustrarían mucho la naturaleza de las viruelas. Lo único que haremos observares, que anuías enfer- medades pertenecen á la gran clase de las afecciones virulentas, y figuran en ella al lado del muermo, de la pústula maligna y de la si- filis, otro de los venenos humanos. «Los autores antiguos consideraban gene- ralmente la enfermedad como una alteración humoral, que clasificaban entre las afecciones cutáneas junio al sarampión y la escarlatina. No hay necesidad de decir que la lesión cu- tánea no es mas que un síntoma de la fiebre variolosa, la cual no puede clasificarse entre las enfermedades específicas de la piel, v lo mismo decimos de la escarlatina y del sara'm- pion. Aquí se presenta una serie de cuestiones sumamente importantes para la patogenia. ¿No indican las pústulas una flegmasía intensa del dermis? ¿y no procederán de este trabajo fleg- másico las secreciones plásticas y purulentas? Todo hace creer que estos dos efectos proce- deu de uaa dermitis, como la llama Piorrv. Será si se quiere uaa dermitis especial, suige- neris, mas no por eso dejará de tener los prin- cipales caracteres délas inflamaciones, las fal- sas membranas, la formación de pus. Los que no admiten posibilidad de que se forme pus sin que esté inflamada una molécula sólida viva, deben decir sin reticencia, que la supu- DE LAS VI ración vaiioicsa es ora flegmasía ci¡(¿r.ea. Fcr ttra parte la exudación de la linfa plástica en la púslula es olro argumento en favcr de la existencia incontestable de la flegmasía de la' piel. Hasta aquí ro parece haber dificultad for- mal ; pero las análisis hechas por Andral y Ga- varret, en vez de dar á conocer un aumento considerable de la fibrina de la sangre, como debería suceder en una flegmasía cutánea tan estensa, con hinchazón del tejido celular sub- cutáneo y rubicundez de la membrana muco- sa de los ojos y de la garganta , nos enseñan que dicho elemento no está sensiblemente mo- dificado respecto á su cantidad (Recherches, etc., p. 69). Es muy reparable semejante opo- sición entre los resultados de la análisis quí- mica y los síntomas cutáneos evidentemente inflamatorios. En cuanto al sarampión y á la escarlatina pudiera sostenerse que el exante- ma no era una dermitis; pero tal opinión se- ria insostenible respecto de las viruelas. No tratamos de esplicar esta contradicción; solo recordaremos que en otro exantema intestinal, la fiebre tifoidea, laallcracion de las glándu- las de Peycro, que muchos autores consideran como inflamatoria, tampoco aumenta la can- tidad de la fibrina. Verdad es que en este úl- timo caso la alteración de los folículos dista mucho de lencr un carácter inflamatorio tan marcado. En otro lugar hemos manifestado nuestra opinión acerca de este punió. (V. Fie- bre tifoidea). «Hemos comparado las viruelas con las en- fermedades de virus fijo é inoculable, tales como la peste, el carbunco, el muermo y la sífilis. Ahora debemos establecer también otra relación entre la misma enfermedad y la fie- bre tifoidea, en la cual la lesión intestinal con- siste igualmente en una especie de exantema, que, como la púslula de las viruelas, no es mas que un efecto de la enfermedad. Oblíga- nos á hacer este paralelo la consideración de que se encuentran en ambas enfermedades no pocas condiciones morbosas semejantes: con- tagio posible, cierto según algunos médicos, incubación y síntomas de invasión que nunca faltan; ademas la gravedad de los síntomas generales del mal no siempre está en relación con la intensión del exantema en las viruelas, y menos todavía en la fiebre tifoidea. Hállanse en las dos enfermedades, cuando son muy vio- lentas, manchas hemorrágicas, gangrenas, disposición frecuente á las hemorragias, la adinamia y la ataxia. .En ej cadáver hay las mismas congestiones délos parenquimas, en los que se encuentra una sangre muy difluen- te; y durante la vida aparece este fluido alte- rado del mismo modo, porque hemos dicho que la fibrina se conservaba en la misma propor-j cíon fisiológica ó aumentaba muy poco en las! viruelas , y es sabido que en la fiebre tifoidea j no disrainuve esle elemento de la sangre sino j cuando la dotínenteria es muy intensa. Pero' lo que todavía es mas notable, es que el apa- [ 1ÜLLAS. 17 rato folicular de Irs n.in licr.es miccffssc L¡- pciliífa (n Irs viudas cerne en !a fiebre ti- foidea, surque en mcrcr grado y sin ofrecer la alteración pnpia de esla última calentura. «En una r.cscgufa metódica deben colocar- se las viruelas entre las fiebres esenciales y primitivas, es decir, enlie aquellas cuya cau- sa nos es enteramente desccr.ccida. Por su ori- gen totalmente específico figuran al lado de las enfermedades virulentas, y per su exante- ma cutáneo junto al sarampión, la escarlata y cerca de la liebre tifoidea. Cerno esla última", tienen un exantema cutáneo y otro interior ó enantema; solo que mientras el primero es constante y muy intenso, está reducida á su mínimum la lesión intcstina.l: en la dotínen- teria por el contrario, la erupción pustulosa es- tá en lo interior, y la piel solo presenta el exantema rosáceo lenticular. Podríamos llevar todavía mas adelante estas curiosas compara- ciones; pero sin embargo no se debe exagerar su importancia, y si las hemos indicado rápi- damente, solo ha sido porque no acostumbran mencionarlas los autores, y porque pueden ser útiles á los nesógrafos. lino de nosotros ha insistido mucho en sus cursos públicos de pa- tología interna acerca de este asunto, al tratar de la distribución, nosclogica de las enferme- dades. «Clasificación.—Todos les autores antigües han comprendido en su pirelologia la histeria de las viruelas, dando con esto un ejemplo que hubieran debido seguir los cosógrafos moder- nos. Linneo las coloca en su clase de enfeime- dades febriles exantemáticas y contagiosas, en- Iré la peste y el sarampión, las petequias y la sífilis. «Vogel considera las viruelas como una fie- bre compuesta (el. l,fcbrcs, crd. 2 compositor) y las coloca entre las mismas enfermedades que en la clasificación de Licr.co. Samanes las pone en la clase III, flegmasías, crden !.° exantemáticas, al lado de la peste, dtl pcuíi- go, etc. «Cullen las mira cemo ur.a pirexia (el. I), y las refiere secundariamente al crden de les exantemas ó fiebres eruptivas (ord. 3): Estas fiebres, dice, son producidas en general per la acción de un contagio particular; empe- zan por la calentura, á la cual sucede una erupción en teda la superficie del cuerpo. Es- le género de enfermedad no aparece comun- mente mas que una sola vez en la vida. El ilustre nosógrafo de quien hablamos, que supo apreciar mejor que nadie la mayor parte de las enfermedades nerviosas, y cuya obra nun- ca llamará suficientemente la atención- de los patólogos, aproxima las viruelas al sarampión, á la escarlatina y á la peste (Elementsdeméde- cine, t. II, p. 1; véase también Genera morbo- rum, p. 177, en 4.°; Edimb., 1771). «Historia y bibliografía.—Mucho se ha es- crito con el objeto de decidir si los antiguos conocían las viruelas: les datos necesaries, r.u 48 para resolver esta cuíslion, sino para estu- diarla, se eaoatrarán ea las obras siguientes: flliha, Variolarum anlijuitates nunr. primuin eGnciscrutre, eñ í.°; Brisg. 1773.—G muer, Variolirum antiquitates ab Arabibus solis rc- petenlr, en 4.°; .lena, 1773; el mismo Pro- griim.ita et fragmenta medicorum arabum et graxorumde viriolis,qíii.°;.Tena, 1786a 17S7). Cualquiera qu3 sea la opinión que se forme acercada la a otij;i;d il'de las viruelas, es lo cierto que los milicos griegos y latinos solo hioieron de ellas ¡nlicaciones muy .dudosas y controvertibles. «Si estos autores ,"dice Frank, hubiesen conocido las viruelas, es indudable que las habrían descrito, como hicieron con las demás enfermada les, de un modo tan cla- ro que no habría en el día lugar á discusión» (Médecine pratiqne, tra 1. francesa, en Enr/- clopedie' des sciences meticales, t. II, p. 161, en 8.°; Paris, 1837). Tal esla opinión de Van- Swieten (Comment'., t. V. p. 2), de Borsieri (p 157) y de otros muchos. Se dice que los pri- meros qui conocieron las viruelas fueron los árabes en 372 de la era cristiana, es decir, ea la época del nacimiento de Mahoraa. Esta fecha resulta de ua miauscrito árab¿ di que habla M3ad(£)„' origine vdriolarum en Opera omnia, t. 1, p. 3)2, ea 8.°; Pans, 1737). Ea tal caso, según e( cítalo Maal, la enfermedad se ha- bría manifestado en África y particularmente en la Etiopia, y pasado de allí á Egipto (en 6i0 de la era cristiana); propagándola después los sarracenos por España y por tola Europa hacia liiies del siglo décimo y durante el un- décimo y duodécimo, y contribuyendo sin duda las cruzadas á estender sus estragos (Dimsadale's, ap. J. Frank, p. 161). '«Según el doctor Wliitelaw Ainslie, «cual- quiera que sea la diversidad de las opiniones relativamente á la época en que empezaron las viruelas á ejercer su funesta influencia en la especie humana yá su sucesiva propagación, se conviene generalmente en quien fué el pri- mer autor que escribió sobre esle asunto. Re- fiere Rhasis que Aaroa de Alejandría, escritor •célebre del tiempo de Mahona, dió'alguaas noticias acerca de esta enfermedad» (Recher- ches sur l.i varióle et -tur l'inoculation, en Jnur- ml des projrés, t. XVII, p. 15; 1829). Des- pués de Airón los autores árabes que escri- bieron de viruelas, son por orden de fechas: Bachtish.ua, Juan, hijo de Mésué, y Rhasis, ape- llidado el Sabio, á quien se debe una buena descripción y sobre todo escelentes consejos para el tratamiento del mal. Floreció en Bag- dad á principios del siglo X.. Pocock fija la fecha de su muirle en 9 50. Su libro ha sido traducido machas veces, y entre otras indica-. remjs la traducción que se encuentra ea las obras di Mía i (0,)iri o.naii, elic. antes cit., t. I, p. 332, y en la de Paulct liistoire de la pzlite o':role, e i I 2.°; Paris, 17'iS . Ensebio de Slile, qua ha publicado una noticia biblio- grá!i;a sobre lis oiruil.is entre /os medios ara" DE I AS MRCEIA9. bes, nos da á conocer con mucha esactitud la clase de servicios hechos por Hhasis á esta parle de la m «licina; manifestando que insis- tió con cuidado acerca de las indicaciones te- rapéuticas quaaun seguimos en el dia, y cu- yo mérito se ha querido atribuir demasiado es- clusivamente á Sidenham Journal comple- m'ii'ürede sciences mJliedles, t. XXMI, pá- gina 193, 1828). «Antes de pasar adelante, debemos recor- dar, que se;ai:i varios historiadores, des- | de 563 hasta 3:;S djvastó la Francia una epi- demia de virualas (Sprengel, JUstoire de la 'médecine, t. II, p. I3S, París, 1813); pero es 'muy dudosa la verdadera naturaleza de esta 'enfermedad. El doctor Whitelaw Ainslie ase- ! gura que las viruelas habían hecho estragos en 1 la China mucha tiempo antes que se conocie- \ sen en Europa.; y sojuii algunos autores, son originarias de la India, cuyos habitantes con- sideraban esta afección como una deidad , de- 1 dicándole altares (Voyage aux hules orientales, ¡Whitelaw, l>c. cit.,\>. 13). \o tardó la Amé- 1 rica en recibir de los europeos la terrible en- fermedad que llevaban consigo. En 1317 pa- i decia ya este azote la isla de Santo Domingo. j El norte de Rusia estuvo por algún tiempo li- j bre de viruelas; pero en el año de 1733 se pa- ' decían ya en las regiones hela las de la (iroe- 1 landia." «No es á nuestro parecer Sidenham el único autor que merece ponerse al frente de los que han escrito acerca de las viruelas. Morton de- be ocupar casi el mismo lugar. Sin embargo, suscribimos á los elogios que le prodiga Boerhaabe cuando dice: «la descripción de Si- denham está trazada con tantocuidad%que ape- nas he podido añadirle cosa alguna importan- te aunque la heleidoinuchasveccs»(aph.137(), t. V). Preciso es reconocer que la observación atenta de los síntomas y de su curso natural sugirió al médico inglés escelentes conside- raciones acerca del tratamiento. Impugnó el régimen y el tratamiento eseilantes á que se condenaba á los enfermos, y consiguió hacer triunfar una terapéutica prudenle, que se di- ferencia poco de la que se usa aun en el dia. Según Salle ya la había formulado Rhasis con toda claridad en el siglo X. La descripción que nos dejó de la enfermedad el médico inglés se encuentra principalmente en sus Constitutions epidemiques de 1667 á 1669 [(Euvres com- pletes, trad. de.Iault, t. I, ch. 2, p. 136, en 8.°; Montpellier, 1816. V. también c. 4, p. 28). «Colocamos en la misma línea que la rela- ción hecha por Sidenham, el tratado completo de las viruelas que se debe á Morton, y aun añadimos que por nuestra parte encontramos á este último autor mas completo que á Si- denham. Efectivamente, prescindiendo de las prudentes observaciones de Sidenham sobre el curso general, sobre ios principales sínto- mas y sobre el tratamiento de las viruelas DÉ LAS VIRUELAS. Id está muy distante de haber hecho una relación tan completa como la de Morton. En la obra de este, todos los síntomas se estudian con muchos pormenores; se examinan en todas sus fases, en todas sus formas graves y en todas sus complicaciones, sin esceptuar ningu- na; por último, todos los signos pronósticos se encuentran apreciados sucesivamente con mucha estension. La terapéutica nada deja que desear, y aun en el dia no se encontraría una descripción de las viruelas preferible á la suya (Opera omnia, 1.1, p. 3o y sig., en 4.°; Líon, 1735). En vista de este inmenso trabajo, que en ocasiones puede tildarse de largo y confuso, nos hemos preguntado ^or qué se citará con tanto elogio la obra de Sidenham, y no tendrá igual fama la de Morton. Coloca- mos después de la obra de Sidenham el opús- culo que consagra Mead á las viruelas (De variolis et morbillis, opera omnia, t. I, pá- gina 301; Paris, 1757) y que contiene datos preciosos. »Tambien los hemos encontrado de grande utilidad en el Essai sur la petite vérole de Huxhara (Essai sur les fiévres, en 12.°; Paris, 1765); en cuyo opúsculo se hallan trazadas con talento las reglas del tratamiento de las viruelas simples y complicadas. Citaremos también á Cotugni (De Sedibus variolarum syntagma, en 12.°; Viena, 1771) á Boerhaavé y á Van-Swieten (Commentar., t. V, p. I, en 4.°; Paris, 1773, trad. con este título por Duhaume: Traite de la petite verole, en 12.°; Paris, 1776; con la traducción de la obra de Dehaen, De variolis en Bat. méd., t. I, p. 11, cap. 3) y á Sarcona {Trattato del contagio del vajuolo, en 8.°; Nap. 1770). «Borsieri en sus Institutionum medicina; praetica; (t. III, en 12.°; Venet, 1817), ha pu- blicado una relación de las viruelas, en que las espone con tantos pormenores y un orden tan metódico, que no pueden compararse con ella ninguna de las descripciones de esta en- fermedad conocidas hasta el dia. Este libro, del que apenas hacen mención algunos auto- res, contiene una esposicion crítica y comple- ta de todas las obras que hasta entonces se habían publicado. Es imposible encontrar una erudición mas profunda, mas discreta y de mejor gusto, que la que brilla en la obra de Borsieri. Estamos seguros de que si podemos contribuirá divulgar su importancia, hare- mos un servicio al lector, quien encontrará en este libro una descripción escelente de las viruelas. «El tratado de medicina práctica de P. Frank (t. I, p. 279, en 4.°; Paris, 1842) y el de J. Frank [Praxeos, trad. franc. en Ency- clopedie des sciences méd., t. II, en 8.°; Pa- ris, 1837), aunque son muy útiles como libros de consulta, están lejos de tener la importaji- cia de las obras que hemos citado anterior- mente. Encuéntranse también buenos mate- riales acerca de las viruelas en la disertación T OMO IX. ^En todos los casos, cuando ha fallado la operación, se aconseja repetirla al cabo de quince dias, y si la segunda tentativa fuese también infructuosa, hay que aguardar algu- nos meses antes de hacer la tercera. La espe- ríencia ha demostrado, que muchas veces pa- sado cierto tiempo se desarrolla mcjor'la va- cuna (Guersant y Blache). «Se ha visto no desarrollarse la vacuna has- ta después de la octava, décima, undécima y aun vigésima operación. «Pudiera deducirse de aquí, dice Husson, que no hay una resis- tencia que se pueda llamar absoluta, y que no debe dejarse de insistir en la vacunación, mientras no se obtenga el efecto deseado. Puesto que no se sabe cuándo debemos pa- rarnos, ¿no será mejor multiplicar los ensa- yos que adormecerse en una seguridad*enga- ñosa?» » Procedimiento operatorio.— Vejigatorio.— Osiander preconiza el procedimiento que con- siste de desnudar uña pequeña porción del dermis por la aplicación de un vejigatorio, y ponerla en contacto con vacuna líquida ó se- ca, ó con costras reducidas á polvo, etc. Este medio se halla abandonado, porque «tiene el doble inconveniente, dice Husson, de produ- cir en el sitio de inserción una irritación, que propende mas bien á impedir que á favorecer la absorción de la vacuna. Ademas, la acción específica de este fluido aumenta el eretismo de la parte, la inflama, y determina úlceras rebeldes, cuyo producto no sirve para otras inoculaciones.» r>Incision.—Se hace en la piel una incisión de línea y media á dos de largo; se separan los bordes de la solución de continuidad, y se pone entre ellos un hilo empapado en vacuna, cubriéndole con un trocito ae tafetán engoma- do, que se sostiene con una compresa y al- gunas vueltas de venda. Al cabo de dos ó tres días se quita el aparato, y si ha prendido la vacuna se separa el hilo; pero este medio fa- lla muchas veces, ó produce solo una vacuna falsa, y obrando el hilo como un cuerpo es- traño,"determina una irritación dañosa. «El procedimiento por incisión ha sufrido una modificación importante en estos últimos años: ya no se usa el hilo; sino que se corta la piel, y por decirlo asi se araña, con una lanceta cargada de humor vacuno. Este s» deposita en el fondo de la herida á medida ue el instrumento corla la piel, y se presla esde luego á la absorción. Este modo de va- cunar se usa mucho en los Estados Unidos, v Bousquet, que le supone tan bueno como lá picadura, se inclina á creer que debe prefe- rirse á esla en los adultos {loe. cit., p. 43). ^Picadura.—Puédese usar una aguja de co- ser, un alfiler, una aguja acanalada, unaagu- DE LA VACUNA. 53 ja de plata ó una lanceta acanalada ó de dar- do; pero en general se da la preferencia á la lanceta ordinaria ó á la de grano de avena. «Se pone muy tirante la piel con la mano izquierda, mienlras que con la derecha se in- troduce oblicuamente de arriba abajo por de- bajo del epidermis, hasta profundizar media lí- nea ó una, la lanceta cargada de antemano y conducida de manera que la punta vaya de plano. Después de haber dejado permanecer el instrumento en el centro de la picadura duran- te algunos segundos, se le saca con suavidad en sentido inverso áel en que se ha introdu- cido. Háse aconsejado dar algunos movimien- tos á la lanceta; no retirarla sino apoyando el dedo en la picadura, como si se la quisiera en- jugar, y aplicar alternativamente las dos ca- ras del instrumento, después de sacado, á la so- lución de continuidad; precauciones que pue- den considerarse como inútiles. «Debe procurarse picar superficialmente para que no salga mucha sangre, pues de lo con- trario pudiera esta arrastrar consigo la vacuna, lo que podría inutilizar la operación. Sin em- bargo se ha visto desarrollarse los granos de un modo regular, en casos en que había pene- trado profundamente la lanceta en la piel y aun en los músculos (Bousquet, loe. cit., pá- gina 44-45). «Las picaduras no exigen ningún aparato protector; basta dejarlas secarse por algunos minutos, é impedir que se irriten con el roce de una tela tosca ó de un vestido estrecho, etc. «Este cuidado puede parecer bien entendido, dice Bousquet; pero le creo supérfluo; pues la absorción de la vacuna se verifica con una rapidez estraordinaria, y por decirlo asi en un instante indivisible. Itard ha-hecho lo posible por evitar la infección, sin haberlo'podido con- seguir; ha lavado las picaduras en el instante' en que acababan de hacerse, con agua pura, con una disolución de sal amoniaco, con clo- ruro de sosa ; pero inútilmente; las pústulas se desarrollaban como siempre. Cubrió las pica- duras con una ventosa, hizo salir mucha san- gre, y no obstante se manifestaron á su tiempo los granos» (Bousquet, loe. cit., p. 48). «No es necesario ningún tratamiento con- secutivo : los sugetos vacunados pueden espo- nerse al aire, á no ser muy baja la tempera- tura. «El procedimiento por picadura es el que se halla mas generalmente adoptado. «Varia la operación en algunos pormenores, según que se vacuna de brazo á brazo ó con humor conservado, y según que este es líqui- do ó seco. »Vacunación de brazo á brazo.—El grano de vacuna no debe tener mas que siete ú ocho dias. Se le abre en muchos sitios con el ins- trumento que debe servir para la operación, cuidando ele hacerlo por la superficie y por los bordes; porque si nos acercásemos mucho á la base, se mezclaría con la vacuna cierta canti- dad de sangre. El líquido fluye al esterior, y entonces se le recoge con la punta de la lan- ceta y se procede á la operación. vVacunacion con vacuna conservada liqui- da.—Cuando el humor vacuno está contenido en tubos capilares, se rompen las dos estre- midades de estos; se adapta á una de ellas una pajita hueca y se aplica la otra sobre un cris- tal plano, soplando con mucha suavidad por el canutito de paja; hasta que quede una linea ó línea y media de vacuna en el tubo. Es in- dispensable esta última precaución, porque si se descuidase, podria suceder que el aire insu- flado alterase el virus.... Si la vacuna estu- viese en los tubos propuestos por Fiard, bas- taria romper la punta y calentar la ampolla, con lo cual sale el líquido por el solo efecto de la dilatación del aire... Cuando ha bajado la vacuna al cristal, se la coge con la lanceta y se la inocula como en la vacunación de bra- zo á brazo (Guersant y Blache). «Vacunación con vacuna seca.—Ya se con- serve la vacuna en una lanceta, en una chapa de marfil, en cristales, hilos, lienzo ó de cual- quier otra manera, es preciso diluirla con una gotita de agua fría ó de saliva, y agitar la disolución hasta que no contenga ningún grumo y haya adquirido una consistencia mu- cilaginosa. Entonces se carga el instrumento y se procede á la operación. «En cualquier caso no debe esponerse la vacuna al contacto del aire y de la luz, hasta el momento en que se vayaá hacer la ope- ración. »Sitio de inserción.—Se puede vacunar en todas las partes del cuerpo: en la cara, en el cuello, pecho, nalgas y en la parte interna de los muslos y de las piernas; pero el sitio de elección es la parte superior de la cara ester- na del brazo. En las mujeres se debe cuidar de no acercarse demasiado al hombro ni á la parte inferior del brazo, á fin de que no que- den descubiertas las cicatrices, cuando se pon- gan vestidos muy escotados ó de manga corta. »Número de inserciones.-Jenner y Woodwi- lle no hacían mas que una inserción; pero como no en todas las picaduras prende la va- cuna, en el dia se hacen dos ó tres en cada brazo. Fundándose el doctor Eichhorn en una teoría que examinaremos mas adelante, acon- seja practicar ocho, diez, veinte y sesenta y dos picaduras. ; «Estas deben distar unas de otras un espa- cio de dos pulgadas y inedia según Sacco, y de quince líneas según Husson y Bousquet; pero Guersant y Blache creen que basta que haya un intermedio de cinco á ocho líneas. «Cuando el instrumento está bien cargado pueden hacerse tres ó cuatro picaduras segui- das. Sin embargo Guersant y Blache aconse- jan con razón que se lave y seque cada vez el instrumento para cargarle de nuevo. »C. we ia vacuna—llámase la vacuna ver- dadera, legitima, cuando ejerce su acción pre- 36 DE U VACUNA. servadora, y falsa cuando falta esta acción. La vacuna verdadera es regular ó irregular, anómala, simple ó complicada. Estudiemos ca- da una de estas formas. »1.° Vacuna VERDADERA, SIMPLE, LEGITIMA, regular.—Los fenómenos producidos por la vacunación se han dividido en tres períodos: 1.° de incubación ó de inercia; 2.° de erupción ó de inflamación; 3.° de desecación. «Período de incubación.—Empieza en cuan- to se hace la operación. «Fórmase casi cons- tantemente al rededor del sitio en que se in- serta la vacuna, un círculo ligeramente rojo y superficial, del diámetro de 10 á 12 líneas, v que desaparece al cabo de algunos minutos. Este primer fenómeno es un indicio bastante cierto del buen resultado de la inoculación, y denota una infección primitiva, una absorción instantánea del fluido vacuno por los orificios de los vasos que se acaba de abrir. Cuando se ha borrado este círcnlo, y algunas veces durante el tiempo que tarda en borrarse, se eleva la picadura bajo la forma de media len- teja, de color sonrosado; y esta ligera eleva- ción, que dura mas que el círculo, desapa- rece como él en el espacio de algunos minu- tos. Desde esta época hasta el tercero ó cuarto dia , se caracteriza el primer periodo por una falta total de caracteres anormales en la parte vacunada, sin que se observe en ella ningún cambio: la pequeña cicatriz que resulta de la abertura de la piel en nada se diferencia de la que produciría un instrumento desprovisto de vacuna'» (Husson, loe. cit., p. 409). «Bousquet no da ninguna significación par- ticular al círculo que se forma al rededor de la solución de continuidad cutánea. Según él «es común á todas las picaduras de cualquiera naturaleza que sean, y no tiene relación es- pecial con la vacuna» (loe. cit., p. 53). «No hay ningún síntoma general; el sugeto no tiene desazón, ni sensación alguna estra- ña; nada que manifieste la presencia del virus vacuno en la economía. o Periodo de erupción.—Hacia el fin del ter- cer dia ó á mediados del cuarto, algo mas pronto en verano y mas tarde en invierno, ofrece cada picadura una prominencia peque- ña, de color de rosa claro y mas sensible al tacto que á la vista; el quinto dia de la ino- culación, ó segundo de la erupción, sobresale mas el grano, se percibe mejor y causa un Ir2"*; gero prurito; algunas veces empieza á depri- mirse por el centro-^pero otras no existe esta disposición, y entonces no ofrece todavía nin- gún carácter particular que pueda indicar su naturaleza. El sesto dia toma el grano un as- pecto característico; se ensancha, se aplasta, se ahonda en el centro (grano umbilicado) y presenta un color blanquecino que tira algo a azul, imitando el reflejo de la plata ó del ná- car : al mismo tiempo se rodea de una aureola inflamatoria, de media á una línea de ancho. Al sétimo dia se deprime el rodete circular, al paso que la aureola se esliendo. Al octavo exis- te una verdadera pústula, de una á dos líneas de ancho, de color blanco ligeramente azu- lado, deprimida en su centro y rodeada de una aureola roja, que desaparece á la presión del dedo. Durante el noveno y décimo dia hace todavía progresos la púslula; el rodete circu- lar se ensancha, crece y se llena mas de pus; la aureola está mas viva, mas roja, desapare- ce con menos facilidad á la presión, y adquiere un diámetro de una á dos pulgadas, envian- do irradiaciones rojas al tejido celular inme- diato. «La piel que cubre la aureola se en- gruesa; forma á veces prominencia en el brazo y toma el nombre de tumor vacuno; parece como si hubiera en este sitio una erisipela flemonosa. A simple vista tiene la pústula un aspecto granulado y ligeramente punteado en su superficie; pero si se la examina con el len- te, aparece compuesta de una cantidad deve- siculillas llenas de un fluido muy trasparente. Encuéntranse á veces en la aureola unas ve- sículas bastante grandes y muy manifiestas, que contienen un fluido tan claro como el del grano principal» (Husson, loe. cit., p. 411). Si se han hecho muchas picaduras muy pró- ximas entre sí, se reúnen las aureolas y for- man una sola chapa. «Gendrin ha disecado algunas pústulas de vacuna que habían llegado á este período de su desarrollo, y observado en ellas las siguien- tes disposiciones. «En el centro del grano, en la depresión umbilical y debajo de una lámina epidérmi- ca, delgada y blanda, hay una cantidad de pus amarillento, bastante "denso, acumulado en una especie de folículo infundibuliforme que forma el ce»tro de la pústula. La cantidad de esta materia purulenta es en general pro- porcionada á la estension de la picadura y á la irritación producida por el instrumento que se ha usado. Cuando se quita este abscesito con la punta de una aguja, queda la pústula uniformemente plateada y reluciente y cu- bierta con una película, formada por una lá- mina epidérmica mas densa y resistente que el epidermis levantado por las flictenas. Sise quita esta película haciendo una sección ho- rizontal, sale el fluido vacuno en gotitas tras- parentes de las celdillas en que está conteni- do. La disposición de estas gotitas indica la délas separaciones déla pústula, las cuales aparecen estar dispuestas circularmente en dos filas concéntricas. Distínguense con facilidad por medio del lente los tabiques radiados é irregulares, entre los cuales quedan las espe- cies de alveolos que contienen la vacuna. Estos alveolos se hallan aislados y no comunican entre sí, y cuando se dividen con la punta de la lanceta"los tabiques que los circunscriben, se mezcla con un poco de sangre la vacuna que sale de ellos. (Histoire anal, des inflamations. t. I,p. 428). »Durante los dias noveno v décimo se ma- DE LA VACUNA. 87 nifiestan ordinariamente algunos síntomas ge- nerales mas ó menos marcados, pero nunca muy intensos. Obsérvase un ligero movimien- to febril, caracterizado por el calor de la piel, la aceleración del pulso, abatimiento, palidez y rubicundez alternadas de la cara. Siente el sugeto dolores mas ó menos agudos en las glándulas axilares, que presentan un ligero infarto, y algunos niños tienen náuseas, vó- mitos ó diarrea. »E1 undécimo dia la pústula permanece es- tacionaría ó empieza ya á marchitarse, el vi- so argentino se altera, y muy luego se estre- cha la aureola, se vuelve pálida y amarillenta; el liquidó contenido en la pústula se pone me- nos trasparente y menos viscoso. Al fin del un- décimo dia concluye el período de erupción ó de inflamación. «El doctor Eichhorn da mucha importancia al movimiento febril que se manifiesta durante este período, y le divide en fiebre de incuba- ción y en fiebre de erupción. «Según el médico de Gotinga, la fiebre de incubación es muy manifiesta en los sugetos que no son .escesivamente apáticos y que han sufrido de ocho á doce picaduras; aparece el tercero, cuarto ó quinto día después de la va- cunación,y está caracterizada por una pali- dez particular de la cara, con sed, calor ar- diente en las palmas de las manos, acelera- ción del pulso y de la respiración, inquietud, abatimiento, insomnio, algunas veces náu- seas, vómitos, y muy pocas convulsiones y eclampsia. La duración de la fiebre es por lo común de seis horas , rara vez de doce y de veinticuatro á lo mas. En algunos casos se pro- longa la fiebrede incubación hasta que aparece la de erupción, es decir, hasta el décimo dia. «En los individuos poco irritables á quienes se han practicado de ocho á doce picaduras, no se manifiesta la fiebre de incubación, sino al sesto, sétimo ú octavo dia; entonces coin- cide y se continúa con la de erupción, que algunas veces se hace mas intensa; General- mente, cuando el número de pústulas es el que acabamos de decir ^no tarda en desarrollarse la fiebre primaria; pero cuando solo hay cua- tro ó seis, no se suele presentar antes del oc- tavo dia. Tiene, .pues, el número de pústulas mucha influencia en el desarrollo de la fiebre de incubación : cuando hay una sola no se ob- serva calentura, hasta que llega á su mayor grado de intensión la rubicundez aureolar. «La fiebre de erupción se manifiesta hacia el décimo dia, y su intensidad está en razón directa con la de la fiebre de incubación. «Hay pues en la vacuna, como en las vi- ruelas, dos fiebres distintas, pero hasta cierto punto dependientes entre sí, siendo la prime- ra análoga á la que precede á la erupción de todos los exantemas» (Sur la fiévre d'incuba- tion et son importance dans la vaccine en Bu- llétin des sciences medicales de Ferussac, t. X, p. 336 341; 1827). TOMO IX. «Mas adelante indicaremos el importante papel que se ha atribuido á la fiebre Je incu- bación de la vacuna. «Período de desecación.—El duodécimo dia la depresión central de la pústula adquiere la apariencia de una costra; el fluido se entur- bia y temía un color opalino; la aureola se po- ne pálida, y se descama el epidermis. El dia trece la desecación progresa desde el centro á la circunferencia; el rodete circular amarillea y se estrecha; si se le abre se vacia entera- mente y da una materia puriforme; parece que eslan destruidos los tabiques, y que en vez de las divisiones primitivas no hay mas que una cavidad. El dia catorce adquiere la costra la dureza de cuerno y un color leonado análogo al del azúcar de cebada, debido al parecer á la solidificación de la materia contenida en el rodete circular, que se estrecha cada vez mas. Del decimocuarto al vigésimolerciodia, la cos- tra sólida, dura y lisa, es suave al tacto, ad- quiere un color mas subido, parecido al de la caoba, y conserva casi siempre la depresión central primitiva. A medida que se deprime el tumor de la vacuna, se va elevando la cos- tra sobre la piel, y por fin se cae del dia vein- ticuatro al veintisiete, rara vez mas tarde; en ocasiones la remplaza otra mas delgada y ama- rillenta, que se desprende también al cabo de algunos dias. «Es necesario él contacto del aire para que se formen las costras de la vacuna, tanto que habiendo tapado Sacco varias pústulas con cris- tales de reló, se reabsorvió la materia en gran, parte, desprendiéndose la piel en escamas sin formación de costras y sin existencia ulterior de cicatriz notable (Trattato de vaccinazione, etc., Milán, en 4.9, p. 52; 1809). Gendrin di- ce haber impedido la formación de la costra, cubriendo el brazo con cataplasmas ó fomen- tos durante los dias noveno y décimo. «La cicatriz de la vacuna es redondeada, profunda, como estampada, cubierta de ra- yas y sembrada de una multitud de puntitos negros, que corresponden sin duda á las célu- las de la pústula (Bousquet). La cicatriz es al principio pardusca; pero luego se vuelve su- cesivamente roja, amarilla, y por último mu- cho mas blanca que la piel inmediata, pare- ciéndose entonces á las cicatrices producidas por una quemadura, un moxa ó un vejigatorio que ha supurado mucho tiempo. «Tal es el curso ordinario de la vacuna en los niños. Resulta, dice Sacco (loe. cit., p. 45), que los fenómenos esenciales y característicos son locales v pertenecen esclusivamente á la pústula; torios los demás son accesorios y co- munes á todas las enfermedades de la piel. «En los adultos y en los viejos se modifica algún tanto el curso de la vacuna: la pústula es menos plana, menos umbilicada, menos regular y de un color mas empañado; el ro- dete menos limpio, la aureola no tan viva y menos intensa. Los fenómenos generales sou 8 58 nr. la i mas marcados, la fiebre mas común y mas vi- va, el infarto doloroso da los ganglios maxi- lares mas frecuente y mas considerable (Bous- quet, loe. cit., p. 55-57). »En los negros y los mulatos camina la va- cuna con mas rapidez: la vesícula se rompe desde el sesto dia; la aureola del negro solo se distingue de la piel inmediata por su color cobrizo y una elevación circunscrita; la cica- triz conserva un color rojo (Dupuitren, Hus- son , loe. cit., p. 413). »2.° Vacuna simple, verdadera, irregular, anómala.—Sin dejar la vacuna de ser legítima ni perder su acción preservadora, puede di- ferir mas ó menos del cuadro que acabamos de trazar. Estas variedades pueden resultar de la marcha de los granos, de los fenómenos esenciales y de los accesorios. «Variedades relativas al curso.—Son las mas frecuentes, y se verifican casi esclusivamente en el primer período, pues una vez formadas las pústulas, dice Bousquet, siguen su curso acostumbrado con paso igual, sin precipitación ni retraso. «La incubación puede ser mas corta de lo acostumbrado; se ha verificado la elevación de las picaduras en todo el segundo día. Es- tos casos son raros y deben inspirar siempre alguna duda acerca de la legitimidad de la Yacuna. «La incubación se prolonga á menudo mu- cho mas allá del tercer dia; háse visto no em- pezar la erupción hasta el 7.°, 8.°, 10.°, 15.°, 20.°, ó 30.°, y Sacco cita un caso en el cual no se manifestaron los granos hasta al cabo de un año (loe. cit.,n. 48). «Se han visto granos producidos por una misma vacuna, que se han desarrollado su- cesivamente y con muchos dias de intervalo; de suerte, dice Sacco, que habia pústulas en desecación cuando otras apenas se manifes- taban. Por el contrario, en otras ocasiones, repetida la vacuna por segunda ó tercera vez, se ha observado el desarrollo simultáneo de las pústulas producidas por las primeras, las segundas y las terceras picaduras (Sacco, loe. cit., p. 48-49; Bousquet, loe. cit., p. 60). «Frébault ha visto á la vacuna recorrer sus períodos hasta el fin con toda regularidad, y después resucitar digámoslo asi de sus mismas cenizas y seguir de nuevo su curso como lo hiciera al principio (Bousquet, loe. cit.). Du- claux asegura haber visto seis meses después de una vacuna regular desarrollarse un tra- bajo absolutamente semejante en los. puntos en que se habían manifestado las primeras pús- tulas. Por último la vacuna legítima puede re- correr todos sus períodos en el espacio de ocho ó diez dias. ^Variedades relativas á los fenómenos esen- ciales.—Pueden ser las pústulas de vacuna me- nos anchas, menos umbilicadas; la aureola es en ocasiones considerable, y en otras se de- sarrolla al rededor de las pústulas una eSpe- 'AC UNA, cíe de erisipela. Husson ha visto atacado de inflamación todo el brazo. «Ordinariamente salen tantos granos como picaduras se han hecho; pero á veces, á pe- sar de todas las precauciones posibles, solóse forman uno ó dos granos de seis ú ocho pi- caduras. En otros casos mas raros se obser- van mas granos que picaduras. El desarrollo de estas pústulas supernumerarias se esplica fácilmente cuando se manifiestan en superfi- cies privada de epidermis, atribuyéndolas á una inoculación accidental y posterior, de- bida á haberse rascado los sugetos, desgar- rándose los granos primitivos. Pero no siem- pre son consecutivas laspústulassupernume- rarias, sino que pueden manifestarse al mismo tiempo que las que resultan de la inoculación, y en puntos distantes de la inserción (Bous- quet, loe. cit., p. 61; Gillet, des Anomalies de la vaccine en Journ. de méd., t. I, p. 339; 1843). También pueden desarrollarse conse- cutivamente sin necesidad de nueva inocu- lación. «El doctor Richard cuenta que un niño de cuatro años, muy indócil, se rompió las pús- tulas de vacuna el dia 7.° y chupó el virus di- ferentes veces. Cuatro días después le sobre- vino una erupción en el cuerpo, de cincuenta y tres pústulas de vacuna (Gillette, loe. cit.). Los numerosos esperimentosque demuestran cuan inofensivos son los virus introducidos en las vias digestivas, no,permiten aceptar este hecho sin reserva. Sin embargo el doctor Ri- chard asegura que el líquido contenido en las pústulas de dicha erupción secundaria se ino- culó con buen resultado á diez y siete niños. »Cazenave y Schedel admiten la existencia de las erupciones generales de vacuna. «Son, dice, viruelas muy ligeras, modificadas por la vacuna» (Abregé prat. des malad.de lapeau, p. 207; París, 1838). Esta opinión es esacta si se la aplica á ciertos hechos observados por Woodwille (Bapport sur le cowpox et sur l'ino- culationde cette maladie, trad. de Aubert; Pa- ris, 1800. Obs. 62, 63, 67, 68, 69, 71, 72, 73, 74) y por Rennes (Notice stur quelques accidents de la vaccine, etc., en Arch. gen. de méd., t. VI, p. 457); pero no puede sostenerse en vis- ta de otros hechos observados mas reciente- mente. Aubri ha referido la observación de una niña de cinco dias, en la que se desarro- llaron en los miembros inferiores y en el bajo vientre once pústulas al sétimo dia de una va- cuna regular. Estas pústulas consecutivas, se- mejantes en todo á las de vacuna, siguieron un curso muy rápido, y algunas de ellas se deprimieron sin dar lugar á costras; pero re- cogido el líquido que contenían é inoculado á muchos niños, se siguió constantemente á su inserción el desarrollo de una vacuna perfec- tamente regular (Sobre una erupción general de vacuna, etc., en Arch. gen. de méd., t. XII p. 130; 1841). «No debe confundirse la vacuna general con DE LA VACUNA. 59 las varioloides, las varicelas ni las erupciones vesiculosas, pustulosas ó papulosas que pue- den manifestarse consecutivamente á la vacu- na. Los caracteres que pertenecen á estas di- ferentes erupciones, y el curso de la compli- cación ilustrarán el diagnóstico. El líquido contenido en los granos de la vacuna general determina en otro sugeto el desarrollo de una vacuna regular. «Vaccina; sive vaccinis, fiebre de la vacuna.- ¿Pueden faltar completamente las pústulas y los fenómenos locales? ¿Puede la vacuna ejer- cer su acción preservadora sin manifestarse mas que por sus fenómenos generales? Muchos observadores responden á estas cuestiones por la negativa; pero militan en contra de su opi- nión algunos hechos, que nos parecen peren- torios. Pistono, Petiet y Cazáis vacunan varias criaturas con todo el cuidado apetecible; no se desarrolla ningún fenómeno local; pero ha- cia el sesto ú octavo dia sienten los sugetos de- sazón general, un movimiento febril bastante intenso, algunas náuseas y aun vómitos: este estado morboso dura una semana próximamen- te, y transcurrido este tiempo se somete á los niños muchas veces, sin resultado, á nuevas inoculaciones, ya del virus vacuno, ya tam- bién del variólico (Gillette, loe. cit., p. 340). «Durante la epidemia de Nantes en 1825, fueron vacunados sesenta sujetos desde la edad de diez años hasta la de veinticuatro. Todos sintieron desazón, cefalalgia, escalofrios y ca- lentura; pero á ninguno le sobrevino erup- ción. Estos vacunados estuvieron muchos me- ses espuestos á todas las probabilidades de la epidemia, y aun se rozaron con los variolosos, sin que ninguno adquiriese el contagio; se les hicieron nuevas inserciones, ya del virus vacuno, va del varioloso, y no se obtuvo re- sultado (feousquet, loe. cit., p. 313 y sig.). ^Variedades relativas á los fenómenos acce- sorios ó generales.—Los síntomas generales son algunas veces nulos, ó por lo menos muy li- geros; otras por el contrario presentan una in- tensión no acostumbrada: los sugetos tienen una calentura violenta, vómitos, delirio, con- vulsiones ó hemorragias. El doctor Gregory refiere la observación de una vacuna pete- quial, hemorrágica: las pústulas eran negras y estaban como llenas de sangre; habia nu- merosas petequias en todo el cuerpo y con particularidad en la cara, en el cuello y en los brazos; una contusión ligera en la sien pro- dujo un equimosis estenso, y salió un poco de sangre por las narices y por la oreja iz- quierda. La vacuna fue regular en su curso v el enfermo se curó (Gillette, loe. cit.,\>. 339)". »Las anomalías relativas á los fenómenos generales se manifiestan esclusivamente en los sugetos flojos, debilitados, de mala constitu- ción, linfáticos, etc. "Vacuna verdadera complicada. —Prescin- diendo de las. viruelas, á cuya complicación consagraremos un párrafo especial, nos limi- taremos á decir que la mayor parte de las enfer- medades pueden acompañar á la vacuna. Exa- minando las diferentes observaciones leidas en la Academia de Paris, resulta que se han ob- servado: la disenteria, las parótidas, la fiebre tifoidea, el sarampión, la escarlatina, la fie- bre intermitente, el histerismo, el reumatis- mo articular agudo, etc. Ora se desarrollan las dos afecciones regularmente y siguen cada una su curso acostumbrado; ora esperimenta la vacuna alguna modificación. Las enferme- dades epidémicas suspenden muchas veces el desarrollo de las pústulas. En un niño acome- tido del sarampión al undécimo dia de la va- cuna se detiene inmediatamente la marcha de esta última; el dia 22 están las pústulas en el mismo estado que al principio de la erupción intercurrente; pero en cuanto esta termina, continúan recorriendo con regularidad sus pe- ríodos de supuración y de desecación. El tra- bajo de la vacuna se ha suspendido cuatro dias por una disentería, quince por una inter- mitente terciana doble que sobrevino duran- te la vacunación, y un raes á consecuencia de accesos de histerismo (Gillette, loe. cit., pá- gina 342). «Taupin ha hecho acerca de este asunto es- tensas investigaciones, que merecen referirse. »En las enfermedades médicas y quirúrgi- cas apiréticas no se modifica en manera algu- na el curso de la vacuna, ya sobrevenga an- tes ó ya después la complicación. En la icteri- cia y en la clorosis los granos vacunos parecen participar de la enfermedad; adquieren el co- lor amarillo ó pálido y anémico esparcido por todo el cuerpo; pero no se retardan en su apa- rición y desarrollo. La vacuna inoculada en los niños atacados de afección tuberculosa ade- lantada, se desarrolla siempre muy tarde, ra- ra vez antes de los diez días, en algunos casos después de los quince, veinte y aun veintisiete, y recorre sus períodos con estraor- dinaria lentitud. Cuando se practica la vacu- nación en sugetos atacados de fiebre tifoidea ó de una flegmasía torácica (pulmonía, pleu- resía, bronquitis intensa), se retarda con cor- tas escepcionesel desarrollo de los granos has- ta el período de declinación de la enfermedad. En los sugetos atacados de flegmasía general ó de meningitis sucede todo lo contrario, pues en ellos prende y sigue su curso la vacuna tan regularmente como en medio de la mejor sa- lud. Cuando la vacuna coincide con liebres eruptivas (sarampión, escarlatina, rosa, urti- caria, penfigo), se retarda su desarrollo si se hace la inoculación durante los pródromos de estas enfermedades, y si alguna de ellas so- breviene en un sugeto vacunado, se suspende el cprso de la primera afección, y no continúa hasta después de la curación de la fiebre in- tercurrente» (Dict. de méd., loe. cit., pági- nas 406-407). «Vacuna verdadera complicada con viruelas.- Ya hemos estudiado en el artículo anterior 60 DF. LA VACUNA. V. Viruelas) la influencia que ejerce la vacu- na en las viruelas; aquí solo trataremos de las modificaciones que imprimen las viruelas en la vacuna. «¿Qué fenómenos resultan de inocular si- multáneamente virus vacuno y virus varioloso? «Según Woodwille, Odier,"Bousquet y otros muchos autores, se desarrollan la vacuna y las viruelas con sus fenómenos característicos, y cada una de ellas sigue su curso acostumbra- do sin presentar ninguna modificación. «Con- siderados en sí mismos los virus vacuno y va- rioloso se hallan tan lejos de destruirse mu- tuamente, que si se inocula una mezcla de ambos, da lugar á dos erupciones perfectamen- te diferentes, que corresponden á su doble origen» (Bousquet, loe. cit., p. 119). «Según Willan, Luders, .Rayer y algunos otros, las dos erupciones se modifican recí- procamente: la pústula de la vacuna es mas pequeña y de curso mas lento, y la aureola y el infarto subcutáneo (tumor vacuno) apenas se perciben. «Cuando se ha inoculado la vacuna antes de la aparición de los pródromos de las viruelas, sigue, según Herpin, su curso acostumbrado sin ninguna modificación (Mem. sur l'influen- ce reciproque de la varióle et de la vaccine, en Gaz. méd., 1832, p. 847-852). Efectivamente muchas veces sucede asi (V. Gillette, mem. cit., p. 343); pero en otros casos, cuando se vacuna á sugetos sometidos desde mucho tiem- po al contagio, se modifica manifiestamente la erdpcion provocada durante el período de in- cubación; «En las circunstancias en que la vacuna sigue inmediatamente á las viruelas (dice Legendre, loe. cit., p. 24) ejercen estas en su curso una influencia evidente: las pús- tulas recorren con mas lentitud todos sus pe- ríodos; la aureola inflamatoria apenas se co- noce, y el infarto de las partes subyacentes es casi imperceptible y á menudo falta entera- mente.» Según Clerault la pústula se marchi- ta y seca antes del duodécimo dia; no existe el infarto de los ganglios subaxilares, y des- pués de la caida de las costras no se encuen- tran cicatrices profundas, reticuladas y estam- padas, como en la vacuna regular. «Clerault ha reunido 40 observaciones de vacuna complicada con viruelas, y ha visto que en 35 casos presentó la vacuna las modifica- ciones que acabamos de indicar (tés. cit., pá- gina 25-26). «Según Guersant y Blache, cuando se ino- cula la vacuna durante los pródromos de las viruelas y los dos primeros dias de la erup- ción , marchan por lo común las dos erupcio- nes simultáneamente, sin influir una en otra. Añaden estos autores que la vacunación prac- ticada del tercero al cuarto dia de la erupción de las viruelas no da lugar á ninguna erup- ción (loe. cit., p. 407). «No puede establecerse ninguna regla fija acerca de este punto, si bien parece que los hechos inclinan á creer, que la enfermedad cu- ya infección ha existido antes neutraliza a la otra, ó al menos minora sus efectos Gillette, loe. cit.). »Se vacunó á un joven durante el primer día de una erupción variolosa, y esta siguió su curso y recorrió sus diferentes períodos con mucha rapidez, sin que se desarrollara lava- cuna. Enlró la varioloides en su período de descamación, y entonces se manifestaron las pústulas de vacuna, caminando á su vez tan rápidamente, que al sesto día tenían el aspecto que no suelen presentar hasta el quince ó diez y seis (Tardieu, De la modificaron de la va- rióle par la vaccine, en Arch. gen. de méd., t. IX, p. 340; 1845). «Bousquet niega formalmente la influencia reciproca de las viruelas y la vacuna. «Sé muy bien, dice, que hay ejemplos, aunque muy raros, en que la vacuna ha suspendido por al- gunos días el curso de las viruelas, y recí- procamente otros mas comunes, en que las viruelas han detenido repentinamente la va- cuna ; pero esta suspensión es pasagera, y ape- nas ha terminado una erupción su curso, cuan- do vuelve la otra á continuar el suyo, preci- samente en el punto mismo en que se había parado; de manera que la duración tolal es siempre la misma, sino.ique se verifica en dos tiempos en vez de efectuarse en uno. En cuan- to á la intensión de los síntomas, la vacuna en cuyo curso sobrevienen las viruelas, no es ni mas grave ni mas benigna que si no ocur- riese ninguna especie de accidente» (loe. cit., p. 120-121). Los hechos reunidos por Legen- dre y Clerault y la observación de Tardieu es- tan en oposición con esta doctrina. »Vacunilla.—Rayer llama de este modo: 1.° á las erupciones pustulosas, contagiosas y de naturaleza y aspecto de vacuna, que produce la inserción del virus de este nombre, y que á veces recaen en individuos que han tenido viruelas ó han sido vacunados; 2.° á la va- cuna incompleta, ya por falta de actividad del virus vacuno, ya por una especie de inaptitud del sugeto á sentir su influencia; 3.° á la va- cuna modificada que se desarrolla durante el período de incubación de las viruelas, ó que procede de una inoculación simultánea de es- tas y de la vacuna (Traite theor. et prat. des maladies de la peau, 1.1, p. 621 y sig.; Pa- ris, 1835). «Estas erupciones,"dice Rayer, son ála va- cuna lo que las varicelas á las viruelas, y tie- nen por carácter distintivo el poder reprodu- cir la vacuna por la inoculación del humor contenido en las pústulas. «Desde el primero ó segundo dia, ó cuando mas desde el tercero, se inflaman las picadu- ras y se forman pústulas, por lo común circu- lares, con los bordes aplastados é irregulares, y medio llenas por el humor que contienen, el cual es siempre poco abundante y de un 1 color amarillo trasparente. La aureola es al- DE IA VACUNA. que durara tanto mas tiempo cuanto mas se haya disminuido la sus- ceptibilidad. La preservación es nula ó incom- pleta, cuando se vacunó en época anlerior á la predisposición , á la susceptibilidad necesaria para el desarrollo de la fiebre de la vacuna. Varias causas, á menudo inapreciables, pueden anular ó disminuir la preservación, siendo im- posible distinguir los casos en que esta es com- pleta, de aquellos en que es nula ó insuficiente (V. Steinbrenner, loe. cit., p. 447-485). «La doctrina mista defendida por Steinbren- ner es la que nos parece mas admisible; pero no podemos menos de convenir, en que todas estas teorías están fundadas principalmente en hipótesis. Felizmente tienen poca importancia para el práctico. Cualquiera que sea la opinión que se acepte, preciso es reconocer que las vi- ruelas atacan muy á menudo á los vacunados, único punto que "convenia probar (V. revacu- nación). »¿Tiene el cowpox una virtud preservativa mas segura ó mas persistente que la vacuna? Degenerará esta por sus escesivas trasplanta- ciones de uno á otro sugelol También en esta cuestión se encuentran dos doctrinas opuestas, que vamos á esponer en pocas palabras. »1.° JLa vacuna degenera por sus trasplanr taciones de uno á otro sugeto. —Jenner reco- mendaba tomar el cowpox lo mas á menudo que fuera posible, ó en otros términos, aconse- jaba á los módicos regenerar la vacuna siempre que tuviesen ocasión; ya fuese que tuviera el presentimiento de que su acción podría debili- tarse por la transmisión sucesiva de hombre á hombre, ya que se lo hubiera enseñado la es- períencia, lo cierto es que miraba al parecei esta regeneración como una necesidad (Ser- res, Informe cit., p. 638). «Aikins, Meyer, los médicos de Alemania y- los de Wurtemberg emitieron lá opinión de que la vacuna debía degenerar por sus trasmi- siones sucesivas; pero Brisset fue el primero que en 1818 formuló claramente esta doctrina, fundándose en los argumentos siguientes. »Los virus sifilítico y varioloso parecen ha- ber degenerado, y debe" haber sucedido lo mis- mo con el vacuno. »EI número de casos de viruelas en los va- cunados se aumenta con el de las generaciones de la vacuna. En 1809 había en Inglaterra un caso de viruelas por cada 36 vacunados; pero esta proporción ha ¡do siempre en aumento, de manera que en 1822 se contaba un caso por cada tres y medio. Si la proporción no es cu Francia igual, es porque se ha aumentado su- DE LA VACUNA. 69 cesivamente el número de las pústulas de va- cuna, y por consiguiente su fuerza preserva- dora. En Francia todos los individuos vacuna- dos desde 1799 á 1802 con el cowpox solo sufrieron una ó dos picaduras, y se han preser- vado; de .1802 á 1805 fue preciso, para conse- guir el mismo objeto, aumentar el número de las pústulas, y desde 1806 á 1808 no ha sido completa la preservación, sino en los sugetos á 3uienes se hicieron por lo menos seis pica- uras. «Los fenómenos generales y locales produ- cidos por la inoculación del cowpox«ó de una vacuna nueva, son mucho mas enérgicos que los que determina la inserción de una vacuna que ha sido trasplantada muchas veces. «Las cicatrices que suceden á la inoculación del cowpox, ó á una vacuna nueva, son mas le- gítimas, que ltfs que resultan de la inserción de una vacuna que ha esperimentado muchas tras- plantaciones (Brísset, fíeflex. sur lavaccineetla varióle, etc.; Paris, 1828). »Las pruebas aducidas por Brisset en favor de la degeneración de la vacuna, se han reprodu- cido y corroborado por Goelis, Walter, Kausch, Seiler, Wolf, Gregory, Franque, Meyer,Lu- ders, Medicus, Oegg," Kaiser, Naumann, etc. (V. Steinbrenner, loe. cit.,p. 490-498). «Nícolai observa, que el virus lísico tomado de los perros comunica la rabia al hombre, y que sin embargo no se forma en esle un virus Íiropio para engendrar de nuevo la misma en- érmedad. «Si pues el virus lísico no se repro- duce después de esta única trasplantación,pué- dese admitir que el virus vacuno, sí bien no hay duda que se reproduce, se altera al me- nos por una sucesión de trasplantaciones.» Ni- colai cree que la vacuna degenera después de la tercera generación. (Erforschung der allei- nigen Ursachen der immer haufigern Erschei- nungen der Menschenblattern bei Geimpften; Berlín, 1833, p. 14-27). «La patología comparada suministra unejera- lo mucho mas concLuyente que el que se aca- a de citar. «Para evitar los estragos de la mor- riña en el ganado lanar, se ha recurrido á rae- nudo á la inoculación. Cada año se inocula á todos los corderos, empleando el virus sacado del animal que está menos enfermo, y de este modo se continúa, usando siempre el virus del cordero mas sano. Por este procedimiento se obtiene á la décima trasmisión un virus mas bien local, y que rara vez ocasiona una morri- ña general «"(Serres, Informe cit., p. 639). »En 1833 ensayó Fiard resolver la cuestión por medio de esperimentos. «Sí el \irus vacuno, decia Fiard, no ha de- generado á consecuencia de las trasmisiones regulares que le han conservado hasta el dia en el hompre, debe, como en los primeros tiempos de su introducción en Francia, gozar de la propiedad de ser trasladado de nuevo del hombre á la vaca y recíprocamente.» Ahora bien, de 70 vacas de diferentes especies ino- ' culadas con la vacuna actual, solo pudo obte- ner Fiard seis ó siete veces una erupción mu- cho menos desarrollada que la vacuna ordina- ria , y la materia de esta erupción inoculada á varios niños no dio resultado alguno (Informe á la Academia sobre las vacunaciones de 1833). «No hablaremos de los esperimentos hechos por Fiard en 1828 con el pretendido cowpox recibido de Inglaterra, puesto que se suscita- ron dudas muy legítimas acerca del origen de aquel virus. «En 1814 hizo Fiard esperimentos compara- tivos, que le indugeron á creer que la degene- ración del virus se manifiesta por el curso mas rápido de la erupción. Observó que con el vi- rus de ocho años la desecación de las pústulas empieza desde el noveno dia, y es ya completa desde el trece al catorce; con el virus nuevo la desecación empieza en la misma época., pero no se completa hasta el décimosesto ó décimo- sétimo dia. »En 1835 y 1836 se hicieron repetidas veces en Alemania inoculaciones comparativas, y siempre fueron mucho mas marcados los fe- nómenos locales y generales con el virus nue- vo que con el antiguo (Ebermayer, Klug, Bier- mann, etc.). «En 1836 hizo Bousquet en Francia esperi- mentos muy importantes con el cowpox des- cubierto en Passy. Habiendo inoculado com- parativamente con el virus nuevo y con el antiguo, vio que el primero producía constan- temente una vacuna mas hermosa, mejor des- arrollada y mas persistente. «Pasado el sétimo ó el octavo dia , se verifica muy pronto la de- secación con el virus antiguo; al paso que con el nuevo sigue aumentando todavía, y tarda casi doble tiempo en completarse.» Diez ó" do- ce niños vacunados con el virus nuevo se reva- cunaron con el antiguo, y en todos falló la operación. Inoculado el virus antiguo por tres picaduras y el nuevo por dos á un número igual devacunados, produgeron el primero 628 granos y el segundo 776. La linfa de las pús- tulas de la vacuna nueva sirve todavía para la reproducción el undécimo y aun el décimo- quinto dia; al paso que el de la antigua pierde sus propiedades mucho antes de esta época. El virus nuevo produce una reacción general mu- cho mas intensa. De 14 ó 15 personas revacu/- nadascon el virus nuevo se han obtenido seis ó siete erupciones de vacuna ; con el antiguo no se habría conseguido probablemente ni una sola erupción buena (Bousquet, Notíce sur le cowpox decouvert a Passy ; Paris, 1889). «Steinbrenner ha hecho también inoculacio- nes comparadas, si no con el cowpox, con la vacuna muy nueva v con la antigua, y ha vis- to sin género de duda, que la primera produce constantemente una erupción y una fiebre mu- cho mas desarrolladas (ob. cit., p. 527-553). »La doctrina de la degeneración de la vacu- na está casi generalmente adoptada en Alema- nia, y á pesar de las negativas sistemáticas de 70 DI LA VACUNA. la Academia de medicina, cuenta en el dia con ■ muchos partidarios en Francia. »2.° La vacuna no ha degenerado, y pre- j serva tan completamente como el cowpox.—lía- se dicho que no está probada la degeneración de los virus sifilítico y varioloso ; si la sífilis y las viruelas hacen en el dia menos estragos, y se manifiestan bajo formas menos graves, dé- bese á los progresos de la civilización, de la higiene pública y de la medicina. Ni tampo- co está demostrado que sean tanto mas fre- cuentes y graves las viruelas en los vacunados, cuanto nías antiguo el virus (V. Steinbrenner, loe. cit., p. 521 y sig.); antes al contrario, es- ta enfermedad ataca en la misma proporción á los vacunados de los primeros y de los últimos años (Thomson). «Las pústulas de vacuna son en el dia lo que eran hace diez y ocho años (Thomson); la in- tensión de los fenómenos producidos por la va- cunación no disminuye por la antigüedad del virus, y aun admitiendo que tal sucediese, no estaríamos autorizados para concluir que era menos completa la preservación. Lo mismo po- demos decir de las cicatrices. «Creemos que es imposible decidirse con certidumbre en la cuestión que nos ocupa; pues no hay estad ístícas'que demuestren de un modo seguro, que se ha aumentado con la an- tigüedad de la vacuna el número de viruelas en los vacunados. Los esperimentos de Fiard , de Bousquet y de Steinbrenner manifiestan, que la inserción del cowpox ó de un virus nuevo produce fenómenos mas intensos que la de un virus antiguo; pero está la preservación en ra- zón directa de la intensidad de estos fenóme- nos? Generalmente se responde por la nega- tiva. «Las viruelas, dice Serres (Informe cit., pá- gina 646), desarrolladas en el colegio de So- réze atacaron á cuarenta discípulos, de los cuales solamente dos no habían sido vacuna- dos. El director hizo revacunar á todos los de- más hasta el número de trescientos, y desde este instante cesó repentinamente la epidemia. »En mayo de 1831 reinaban las viruelas en Mantua; se presentaron en la casa de espósi- tos, invadiendo á doce; se revacunó á los de- mas hasta el número de doscientos, y se de- tuvo el contagio. «¿Qué mas se puede pedir á la supuesta va- cuna degenerada que cortar las epidemias de viruelas? Qué mas se hubiera podido exigir de las vacunaciones hechas poco tiempo después del descubrimiento de la vacuna? »¿ Hay necesidad de renovar la vacuna? En qué época y porqué medios ?—No estando aun definitivamente resuelta la cuestión de la de- generación deja vacuna, y habiendo demos- trado la esperiencia que el virus nuevo es mas intenso que el antiguo, y su inserción mas se- gura, no se puede negar la utilidad y conve- niencia de la regeneración de la vacuna. «No se sabe por cuantas generaciones puede pasar el virus sin debilitarse , y es imposible señalar una época determinada á la regenera- ción. Conviene renovar el virus, encuantose observa que es menor el desarrollo de las pús- tulas; que la desecación es mas rápida; que disminuyen la auréola y los síntomas generales, y que es mas precoz la caida de las costras, y las cicatrices menos buenas. Por otra parte no hay ningnn inconveniente en regenerar la va- cuna con cortos intervalos. «El medio mas sencillo y seguro de regene- ración, el que debe preferirse á todos los de- más, y el único en que hasta el día puede te- ner confianza la ciencia (Serres), consiste en recoger el a ¡rus de las vacas que padecen el cowpox espontáneamente y por contagio. Por desgracia no siempre es "fácil, y asi es que Serres recomienda á los observadores que en- cuentren vacas en tales condiciones , no limi- tarse á trasportar el virus al hombre, sino tam- bién procurar trasladarle á oíros animales de la misma especie. Es preciso recordar ademas que existe un cowpox legítimo y otro falso VV. Hering, Veber Kuhpocken an Kiihen; Stut- gard, 1839). »Háse propuesto inocular la vacuna humana á las vacas; pero los resultados de estas opera- ciones han sido muy variables, y aun nulos en la mayor parte de los casos. Porotra parte era preciso determinar, si la vacuna humana se re- genera pasando al organismo de la vaca, y no están de acuerdo los autores acerca de este punto. Unos pretenden que el animal vuelve el virus tal como le ha recibido (Bousquet); otros aseguran que la linfa se debilita por esta traslación en lugar de adquirir mas fuerza (Jonh Barón), y Serres por el contrario, cree que hay regeneración, fundándose en esperi- mentos comparativos que se han hecho en Ba- viera. «Gassner, Thielé, Celly y Reiter pretenden, que habiendo inoculado pus varioloso á las va- cas , consiguieron que se desarrollase un cow- pox legítimo , cuya linfa trasladada á varios niños, produjo pústulas muv buenas de vacu- na ; pero Caleraan , Ring , Sacco , Naumann, Fiard , Bousquet y otros han repetido este es- perimento sin resultado (V. Steinbrenner, loe. cit., p. 612-616). «No hablaremos de los esperimentos intenta- dos con la grease de los caballos y con la mor- riña del ganado lanar; porque ademas de ser en corto número, no han dado resultados im- portantes (V. Steinbrenner, loe. cit., p. 606. Serres, Informe cit., p. 647). »E. De la revacunación. -La Cuestión de la revacunación no se agitó formalmente, hasta que lo hizo el doctor Harder en 1823. Cierto es que por entonces se habían hecho ya muchas tentativas (Steinbrenner loe. cit., "pág. 684 y siguientes); pero no habían tenido eco. Ha- bían sido estériles muchas revacunaciones, y los casos en que produjeron resultados se es- pigaban diciendo, que Ya erupción obtenidaera DE LA VACÜiNA. 71 solo una vacuna falsa ó una vacuna local, de ; las que pueden desarrollarse aunque no haya aptitud para la vacuna ó para las viruelas , y que por consiguiente no probaba de ninguna manera la necesidad de la revacunación. »Harder aseguró, que la erupción producida por la segunda vacunación podia ser una va- cuna legítima aunque modificada (vacunilla), fundándose en que, habiendo inoculado su pro- ducto á sugetos no vacunados, habia consegui- do verdaderas pústulas de vacuna. Sus inves- tigaciones le condujeron á concluir, que en los sugetos que hacia ya catorce años que estaban vacunados, producía á veces la revacunación una vacuna modificada, cuyo desarrollo no podía atribuirse sino al renacimiento de la susceptibilidad (Vermischte Abhandlungen von prakt. Aerzten aus Petesburg, página 102, 2.a Sammlung, 1823). «La obra de Harder llamó mucho la aten- ción de los médicos de Alemania, y no tarda- ron en nacerse repetidos esperimentos. Wol- fers, Hufeland, Thomson, Coindet y Dufresne de Ginebra, confirmaron las aserciones de j Harder, y aunque las impugnó Dornbluth (Hu- ¡ felanás' journal, número de noviembre, 1826), | se le puede replicar con razón, que sus oh- i servaciones recaían en circunstancias dife- j rentes, puesto que todos los revacunados por i él eran niños de menos de diez años. «No tardaron los gobiernos en tomar parte en la cuestión: se hicieron revacunaciones ge- nerales en los ejércitos de Prusia (1831) y de Wurtemberg, y siguieron este ejemplo la ma- yor parte de los Estados pequeños de Ale- mania. «La epidemia de viruelas que en 1831,1832 y 1833 se estendíó á- casi toda Europa, dio un nuevo impulso á las revacunaciones. Efectiva- mente estaba demostrado que las viruelas, y sobre todo la varioloides, se manifestaban en muchos vacunados; que las varioloides no eran otra cosa que viruelas modificadas; que el as- pecto de las cicatrices no daba indicios útiles respecto de la preservación, y en vista de he- chos tan bien establecidos, no era permitido desechar la única probabilidad de salvación que se presentaba. »La doctrina de Harder no tardó en acep- tarse generalmente en Alemania. En 1836 se Eublicó en el reino de Baviera un aviso al pue- lo recomendando y mandando á todos la re- vacunación; en 1838 se hizo esta obligatoria en Rusia, y ya se habia tomado una disposi- ción semejante en Dinamarca y en los demás países del norte de Europa (Y. Steinbrenner, loe. cit., n. 197-299; 715-728). «En 1834 se llevó la cuestión de la revacu- nación á la Academia real de Medicina de Pa- rís (Informes sobre las vacunaciones de 1832); pero apenas llegó á discutirse una vez , y se declararon inútiles y casi peligrosas las re- vacunaciones; doctrina que se reprodujo mu- chos años , sin apoyarla en argumentos for- males ni en una demostración satisfactoria. «En 1838 intervino la Academia de cien- cias por medio de Breschet, y se abrió en Francia á la revacunación una era nueva. Des- pués de indicar los notables progresos que habia hecho la revacunación en los países in- mediatos, después de demostrar por los resul- tados obtenidos toda la trascendencia de esta cuestión, declaró Breschet que la población de Francia podia correr graves peligros, si los médicos y el gobierno permanecían inertes sin tratar de ilustrarse; proponiendo por lo tanto señalar un premio de 10,000 francos, y formar un programa, que contuviese cinco cuestiones relativas á la preservación absoluta ó temporal de las viruelas por medio de 1.a va- cuna, á la degeneración de esta, y á la utilidad de la revacunación (Rapport sur le prix de médecine et de chirurgie de l'année 1837, fon- dation Montyon; Y. Gaz. méd., 1838, pági- na 522-539). «En el mismo año de 1838, fué consultada la Academia real de Medicina por el ministe- rio de Instrucción pública acerca de la opor- tunidad de una revacunación general en los colegios reales. Precisada asi esta corporación á dar su parecer, hubo de romper su sistemá- tico silencio, y abrió una discusión que fué muy animada. La "doctrina de la revacunación com- batida por Villiers, Rochoux, Cornac, etc., fué defendida ó protegida á lo menos por Dou- ble, Louis, Chomel, Bousquet, Guersant, Bouillaud, etc. Se propuso hacer una investi- gación; pero la Academia rechazó semejante proposición y respondió al ministro. «No es necesario someter á una segunda vacunación á los discípulos de los colegios al terminar sus estudios» (Sesión del 2 de octubre, 1838). »Esta sentencia académica fué violentamen- te atacada por la prensa facultativa. Dezeime- ris desplegó, para demostrar los peligros á que daba lugar, una perseverancia y una ener- gía dignas de elogio. »En 1840 la Academia de Medicina , apoya- da en un informe de Villeneuve, declaró casi sin discusión «que la revacunación, que por otra parte no tenia inconvenientes, no debia establecerse como regla general, porque era inútil» (Rapport sur les vaccinations de 1838). En 1841 Gaultier de Claubry hizo adoptar las conclusiones siguientes: «Por completo que sea el éxito de la revacunación, no prue- ba necesariamente que la primera operación haya cesado ya de preservar al sugeto, y la se- gunda vacunación no libra mas de las proba- bilidades de las viruelas que lo que ya libraba la primera. El gobierno no debe favorecer la revacunación, y menos prescribirla como me- dida general» (Rapport sur les vaccinations de 1838). En 1842,1843 y 1844, se establecieron las mismas conclusiones, apoyadas por decirlo asi en la única consideración, de que la reva- cunación destruiría la confianza, todavía poco estendida, del pueblo en los efectos preserva- 11 DE LA VACt'.NA. tivosde la vacuna. ¡Miserable fundamento, que rechazan á la par la ciencia y el buen sentido! Como si la confianza del pueblo pudiera per- derse mas por esta causa, que por el desarrollo de las viruelas en los vacunados. «El 10 de marzo de 1N45, leyó Serres en la Academia de ciencias el notable informe que hemos citado muchas veces, y cuyas conclu- siones relativamente á la revacunación son las siguientes: «La revacunación es el único me- dio que posee la ciencia, para distinguir los va- cunadosque están preservados definitivamente, de los que no to están sino en grados mas ó menos pronunciados. El éxito de la revacuna- ción no constituye una prueba cierta de que los sugetos estuviesen destinados á contraer las viruelas, sino solamente una probabilidad bástanle grande de que podia el mal desar- rollarse particularmente en algunos de ellos. En tiempos ordinarios debe hacerse la revacu- nación desde los catorce años en adelante; pero en los de epidemia conviene adelantar esta época» (loe. cit., p. 661). «En el raes de julio de 1845, la Academia de Medicina comprendió la necesidad de modi- ficar sus antiguas doctrinas; pero lo hizo con indecisión y perplegidad. «Insuficiencia posi- ble de la vacuna, preservación temporal, de- generación del virus, admitida si no como prin- cipio, á lo menos en sus consecuencias; todo esto, dice Steinbrenner (loe. cit., p. 354), se encuentra en su informe; pero estas grandes verdades están como restringidas y achicadas, en vez de confesarse esplícita y claramente.» «Tal es aun en el dia el estado de la cuestión en Francia. El gobierno ha permanecido es- pectador pasivo de esta lucha; pero esperamos, que advertido por la Academia de ciencias, é ilustrado por los resultados obtenidos en el res- to de Europa, creerá muy pronto deber reco- mendar y mandar oficialmente las revacuna- ciones generales y regulares. «Estudiando con atención los innumerables datos, que durante mucho tienipo mas bien han oscurecido que ilustrado la cuestión de la revacunación, nos ha llamado la atención una circunstancia, á la que no vacilamos en atri- buir la esterilidad de los debates que se han sostenido, y la deplorable contradicción que reina entre conclusiones sacadas de unos mis- mos hechos. «Los autores que se han ocupado de esta doctrina, como defensores ó impugnadores, han creído todos deber sujetar la revacuna- ción á teorías hipotéticas, relativas á la acción preservadora de la vacuna, á la degeneración del virus, ala susceptibilidad ó aptitud para la vacuna ó para las viruelas, en una palabra, á puntos de patogenia y de predisposición to- davía oscuros é insolubles quizá para siempre (véase el párrafo precedente): de aqui las dis- tintas interpretaciones y las discusiones sin fin ni resultado posible. »Larevacunación es esencialmenteunacues- lion de observación, de hechos y de estadística. »Es constante que la revacunación, hecha después de los catorce años, da un resultado completo en la tercera purte de los sugetos próximamente, un resultado incompleto en cerca de la cuarto parte, y negativo en los cinco dozavos poco mas ó menos. Esta aser- ción se funda en muchas cifras, cuyo valor no puede ponerse en duda (V. Steinbrenner, loe. cit., p. 701 y sig.—Guersant \ Blache, loe. cit., p. 433 y" sig.). Ahora bien", si se conside- ra el buen éxito de la revacunación como prueba del renacimiento de la aptitud para las viruelas, la cuestión queda con esto decidida; mas si por el contrario se profesa la doctrina opuesta, puédese abandonar esle primer hecho como de ningún valor, pues hay otros cuja significación es absoluta y fuera de toda inter- pretación teórica. «Está rigurosamente establecido por estadís- ticas dignas de crédito, que durante cierto número de años han acometido á los vacuna- dos varioloides y aun viruelas confluentes mortales. Nuda importa que este hecho haya dependido de que la preservación por la va- cuna fuese solo temporal, de la degeneración de este virus, do las vacunas falsas, del uso de un humor alterado, de la destrucción de las pústulas de la vacuna por la inlluencia de circunstancias accidentales ó de otra causa cualquiera: atengámonos solo al hecho. «Está demostrado, por otra parle, que el estado de las cicatrices de la vacuna no sumi- nistra ningún dato, ni permite en manera algu- na prever si las viruelas atacarán ó respetarán á un sugeto. «Esto supuesto, quedaría juzgada la cues- tión, si se consiguiese demostrar que la re- vacunación detiene las epidemias variolosas y hace infinitamente mas raras las viruelas en los vacunados. Pues esta demostración se ha hecho de un modo perentorio, y acerca de es- te punto lo mejor que podemos hacer es dejar hablar á Serres. «En el colegio de Soreze y en la casa de espósitos de Mantua, atacaban con violencia las viruelas á los niños vacunados; se los re- vacunó, y se detuvieron instantáneamente los progresos'del mal. «En Alemania los doctores Roesch, Elbé, Bauer y Rotor cortaron epidemias de viruelas haciendo la revacunación. «El doctor Ilorlocher evitó, por medio déla revacunación, que penetrase la epidemia en su distrito, á cuyos alrededores atacaban las viruelas á vacunados y no vacunados. »Las segundas vacunaciones fueron igual- mente preservadoras en manos de los docto- res Wagner/Fritz, Naumann, Schachl, Tis- cherdorf, Mang, Bordili, Koeklin v de los médicos dcHamburgo, en las epidemias de Ginebra y de Malta 1832), en la de Estrasbur- go 3836 y 1837) y en la de \antes (1841). ..La revac macion del ejército prusiano -des- DE LA VACUNA. 7:1 de 1833, ha cstirpado en él casi completamen- te las viruelas; porque por los años de 1836, ¡ 1837, 1838 y 1839 no pasó el término medio ; de las varioloides en todo el ejército de nueve por año. < «En el reino de Wurteraberg de 14,384 mi- I litares revacunados, no hubo en cinco años mas que un solo caso de varioloides, y solo | se observaron tres en el mismo espacio de tiempo entre 29,864 paisanos revacunados. «Últimamente, en 44,248 revacunadps no j se han visto en cinco años mas que cuatro ca- sos de viruelas; mientras que en los cinco años precedentes se habían contado en sugetos ¡ vacunados 1056 casos (Serres, informe cit., p. 658-660). «Diremos, pues, con Serres: «el contraste de estas cifras basta por si solo para que que- de establecida la utilidad de las segundas va- cunaciones, cuya aplicación nunca se reco- mendará suficientemente.» »F. He la necion terapéutica de la vacuna. —Jenner habia creído, que se podría utilizar la vacuna en el tratamiento de las enferme- dades crónicas y en el de los accideutes á que da iugar la dentición. Se han hecho después un número considerable de investigaciones en este sentido; pero no han dado resultados va- lederos. Háse atribuido á la vacuna una acción mas ó menos favorable sobre las escrófulas, las enfermedades cutáneas, la clorosis, la ra- quitis, la coqueluche, las calenturas intermi- tentes, la tisis pulmonal, el endurecimiento del tejido celular, la sordera, la jaqueca y las neuralgias; pero no está probada la esactitud de estos asertos. «Si se ha logrado á veces al- guna mejoría, dice Husson, debe atribuirse á la vacuna considerada como causa de irritación prolongada, ó de un movimiento orgánico que acelera la circulación y que procura una supu- ración mas ó menos larga, y no á la vacuna considerada como preservativo de las viruelas» (art. cit., p. 340). La misma opinión han pro- fesado constantemente los redactores de los diversos informes de la Academia de Medicina, y es también la de Guersant y Blache. »VA libro de Jenner produjo una inmensa sensación en Inglaterra; estudióse inmediata- mente el nuevo descubrimiento y se ensayó por muchos prácticos, entre los cuales ocupan el primer lugar Pearson y Woodwille. «Jenner dio á conocerla virtud preservativo del cowpox, insistiendo en la semejanza que hay entre las viruelas inoculadas y los fenó- menos producidos por la inoculación acciden- tal del virus vacuno, y suponiendo que las dos enfermedades tienen su primer origen en una fuente común, es decir, en una afección del caballo denominada grease (aguas en las piernas). Habiendo observado viruelas en su- getos vacunados, trató de indagar la causa de esta infracción de la ley general, y descubrió la vacuna falsa, sus caracteres y sus diferen- tes causas (Further obs. on the variolcevaccinw or cowpox; London, 1799). »Pearson sometió las aserciones de Jenner á la sanción de la esperiencia, y las confirmó muy pronto en todos sus puntos: sin embar- go no cree que el cowpox tenga su origen en el grease (An inquiry concerning the history of the cowpox, etc.; London, 1798). «Woodwille vacunó á un número muy cre- cido de individuos, y obtuvo el notable resul- tado, de que la afección local iba á menudo acompañada de una erupción pustulosa gene- ral, que consideró como inherente á la vacu- na; opinión que le indujo á mirar la vacuna como una variedad de las viruelas. Este mismo autor reconoció mas adelante, que las erupcio- nes generales eran viruelas modificadas, que se habían desarrollado al mismo tiempo que la vacuna, en razón délas condiciones en que hacia sus esperimentos (Report of a series of inoculations, etc.; London, 1799, trad. por Aubert; Paris, 1800). »El 2 de junio de 1800 se vacunaron 30 ni- ños en Paris con el virus enviado de Londres; pero no habiendo salido enteramente bien esta primera tentativa, pasó Woodwille á la capi- tal de Francia é hizo nuevos esperimentos. El 7 de febrero de 1801, merced al celo del du- que de La Rochefoucauld, de Frochot y de Thouret, se fundó en" Paris una casa especial para la inoculación de la vacuna, y se puso bajo la dirección de una comisión central de vacuna, de que fue secretario Husson. En el curso de este mismo año publicó esle autor una obra, que dio á conocer la actividad y la sagacidad desplegadas por ba comisión central, que se hizo acreedora á los mayores elogios. Los escritos de Husson son todavía hoy una de las fuentes mas fecundas áque se puede acu- dir para hacer la historia de la vacuna, y de ellos hemos sacado muchos materiales (Éech. historiques et medicales sur la vaccine, etc.; Paris, 1801; Dict. des sciences medicales, t. LVI, p. 362-444; Paris, 1821). »No tardó en esparcirse la vacuna por la ma- yor parte de Europa, principalmente por Ale- mania, Hannover é Italia, y salieron a luz in- numerables publicaciones. No reproduciremos aquí la estéril enumeración que se encuentra | en los diccionarios, y tampoco podemos en- traren un análisis, que nos cslraviana dema- siado, v que por otra parte no ofrecería nin- gún interés al práclico. Los auc deseen cono- cer todos los pormenores de la historia de la vacuna, encontrarán conque satisfacerse en la obra de Steinbrenner, á la cual nos remi- timos: por nuestra parte nos limitaremos á in- dicar los escritos de mas importancia. «Aikins publicó un trabajo, que se puede considerar como el resumen esocto de todas las opiniones que se habían profesado hasta su época acerca de la vacuna. Asienta este autor, que la intensión de los síntomas y el color azu- lado de las pústulas no pueden considerarse como condiciones déla preservación; distin- gue las erupciones generales que son propias de la vacuna, de las que le son estrañas y que deben mirarse como complicaciones; reconoce la posibilidad y aun la existencia de las vi- ruelas en los vacunados, y añade que seria poco racional pedir al cowpox mas seguridad que á las mismas viruelas (A concise view of all the most important faets concerning the cowpox; London, 1801). «Sachse reasume las opiniones dominantes por entonces en Alemania; proclama la acción profiláctica de la vacuna; describe muy esac- tamente sus síntomas, distinguiendo de ellos los que pertenecen á las malas cualidades del virus, á los vicios del procedimiento operato- rio, etc., y rechaza la posibilidad de las vi- ruelas en los sugetos vacunados con buena va- cuna (Beobachtungen und Bemerkungen über die Kuhpocken; Berlín, 1802). »Hácia1805 aparecieron las primeras ob- servaciones de verdaderas viruelas, legítimas ó modificadas, después de una vacuna que se tuviera por buena y suficiente, y desde enton- ces dio principio para la vacuna una era de luchas y de combates. Se puso en duda la pre- servación de las viruelas por este medio, y se dirigieron los ataques mas violentos contra el descubrimiento de Jenner. »En 1806 proclamó Willan la existencia de las viruelas en los vacunados, é hizo su des- cripción; pero demostró al mismo tiempo la favorable influencia que ejercía la vacuna en esta enfermedad , añadiendo que aun las vi- ruelas modificadas apenas se manifestaban una vez en 800 vacunados. Hizo Willan también una serie de esperimentos acerca de la inocu- lación de las viruelas en personas vacunadas ya desde cierta época, y concluyó que, si la vacuna no preserva de las viruelas de un rao- do absoluto, á lo menos evita sus peligros (On vaccine inoculation, en 4.°; London, 1806). «No reproduciremos aquí la indicación de los trabajos que se han publicado sobre la ino- culación en los vacunados, v sobre los dife- rentes puntos que se refieren'á esta importante DE LA VACUNA. 75 materia, porque ya queda hecha en los párra- fos precedentes "(V. Acción profiláctica de la vacuna y Bevacunacion), y en el artículo que hemos consagrado á las viruelas. «En 1809 apareció el tratado de Sacco, que contiene una buena descripción de la vacuna, y al cual han añadido poco las investigaciones ulteriores (Trattato di vaccinazione., etc.; Mi- lán, 1809, en 4.°, trad. por Daquin; Pa- ris, 1813). «El tratado de Bousquet es la obra mas com- pleta y metódica que se posee sobre la mate- ria : el autor ha modificado luego sus opiniones en algunos puntos; pero toda la parte descrip- tiva merece el mayor elogio. Hemos sacado de esta obra numerosos materiales (Traite de la vaccine, etc.; Taris, 1833). «La colección de los informes dados en la Academia de medicina por la comisión de va- cuna, contiene una multitud de hechos impor- tantes y de preciosas noticias, y la hemos con- sultado con provecho. »No queremos hacer mención en esta biblio- grafía general de todos los libros ó memorias en que solo se ha tratado de un punto parti- cular de la historia de la vacuna, pues ya los hemos indicado en los párrafos anteriores. Sin embargo, en razón de su importancia, debe* mos recordar las obras de Eichhorn (Handbuch über die Behandlung und Verhütung der conta" gios-fieberhaften Exanthemen;Berlín, 1831) y de Heim (Historisch kritische Darstelung der Pockenseuchen, etc.; Stutgard, 1838), y los notables informes de Breschet y de Serres. »E1 libro de Steinbrenner es una enciclo- pedia inmensa, donde se encuentran reunidos todos los datos que se han publicado acerca de las viruelas en los vacunados y de las revacu- naciones. Poseyéndole no se necesita hacer mas investigaciones bibliográficas; porque comprende el análisis y la crítica de cuanto contienen de importante la librería y la pren- sa médicas francesa y de todos los países, ha- biéndonos ahorrado mucho tiempo y trabajo (Traite sur la vaccine ou Recherches historiques et critiques sur les resultáis obtenus par les vac- cinations et revaccinations, etc.; Paris, 1846)» (Monneret y Fleuby , Compendium de médecin nepratique, t. VIH, p. 394-421) ARTICULO TERCERO. Del sarampión. «Sinonimia. — Rubéola, de Linneo, Sagar, Cullen, Darwin, Swedíaur, Willan; morbilli, Sidenham, Morton, Junker, Vogel, Crichton y Pínel; febris morbillosa, de Hoffmann; cau- ma rubéola, deYoung; exha-nthesis rubéola, de Good; phamicismus, de Ploucquet; syñocha morbillosa, de Crichton; sarampión, rougeole, de Alibert, Rayer, Cazenave y Schedel, G¡- bert; dermitis morbilosa, hemo-dermitis mor- bilosa, de Piorry. »Definición.—La mayor parle de los patólo- gos consideran todavía el sarampión como un exantema, como una afección local de la piel y de Jas mucosas; y aun algunos solo ven en esta enfermedad una dermitis. «Elsarampión, dicen Guersant y Blache (Dict. de méd. , to- mo XXVII, p. 656), es un exantema caracte- rizado por unas man* hitas rojas y por una afec- ción simultánea del sistema mucoso.» Esta de- finición, masó menos desarrollada, esla que se encuentra en casi todas las obras de noso- grafía. Sin embargo, es indudable que no está en relación, ni con la naturaleza de la enferme- dad, ni con las doctrinas médicas de nuestra época. «Nosotros definiremos el sarampión dicien- do que es una enfermedad general, una pire- xia epidémica, esporádica y contagiosa, con determinación morbosa hacia la piel y mem- branas mucosas, caracterizada especialmente por unas manchitas exantemáticas, aisladas, distintas, semilunares, por coriza y por bron- quitis. «División.—Hánse introducido muchas divi- siones en la historia del sarampión. Las conser- varemos, porque tienen mucha importancia práctica; pero procuraremos distribuirlas con mas método que se ha hecho hasta ahora. Asi pues dividiremos nuestro artículo del modo si- guiente : «A. Sarampión benigno, normal, simple, vulgar, ordinariamente esporádico. 1,° saram- pión regular; 2." sarampión esporádico ó epi- démico irregular. »B. Sarampión anormal.—1.° á consecuen- cia del predominio de los síntomas cutáneos; sarampión sin catarro, rubéola spuria : 2.° á consecuencia del predominio de los síntomas mucosos; sarampión sin exantema, febris mor- billosa. »C. Sarampión maligno, ordinariamente epidémico y complicado: 1.° con una lesión lo- cal ; 2.° con una lesión general. • «Indicaremos como una variedad la enfer- medad que los autores alemanes describen con el nombre de rotheln. «Alteraciones anatómicas.—Las lesiones que corresponden al sarampión son poco conocidas; ni podía ser de otra manera, puesto que el sa- rampión simple, normal, rara vez termina en la muerte, y en los sarampiones anormales ó malignos se refieren las alteraciones á alguna complicación. Por otra parte sabidas son las di- ficultades que presenta el estudio anatómico- patológico de los líquidos, y cuan insuficientes son los conocimientos que acerca de este pun- to posee la ciencia. «Vogel cree que las manchas exantemáticas tienen su asiento en el epidermis; pero en el dia se admite, que están formadas por una in- yección de los vasos que se distribuyen por las capas profundas del cuerpo mucoso. «El aspecto de la rubicundez, dicen Rilliet y Barthez (Traite clínique et pratique des mala-* 7G DEL SAIUMPION. dies des enfaiits, t. II, p. 711; Paris, 1NI3) y la falta de dolor local, indican que la afección es superficial, y que el corion no participa de la inllamacion;" la hinchazón y la forma de las manchas parecen probar, que la hiperemia san- guínea se verifica en un tejido susceptible de aumentarse de volumen y de limitar esta con- gestión. Ademas la circunstancia de ser raras la descamación y las infiltraciones consecuti- vas, parece quecscluye, no menos que el as- pecto de la erupción ,*la idea de que resida la enfermedad en la red linfática. Por estas razo- nes es probable que la inflamación ocupe la red vascular de la piel.» «En la boca, en la faringe y en las vias res- piratorias y digestivas, se suelen encontrar ru- bicundeces, que parecen existir también en el cuerpo mucoso de las membranas que cubren estas cavidades. «Lieutaud y muchos patólogos alemanes ase- guran haber encontrado manchas exantemáti- cas en las visceras, y principalmente en los pulmones, en el hígado, en el bazo y en los ríñones; pero las observaciones mas esactasde los modernos no justifican esta aserción, sien- do probable que hayan equivocado los equimo- sis y las petequias con las manchas exantemá- ticas. «Jahn y Eisenmann pretenden, que hay en las membranas mucosas un enantema entera- mente semejante al exantema de la piel; y Jahn y Schonlein llegan hasta decir que este enante- ma puede estenderse á las membranas del cere- bro y á la túnica interna de los vasos sanguíneos; pero éstos autores no han dado pruebas anató- micas satisfactorias que apoyen su opinión. El doctor Helft ha sostenido también esta doctri- na; mas solo la funda en los fenómenos sinto- máticos que daremos á conocer mas adelante. «En dos enfermos muertos sin ninguna com- plicación importante , han encontrado Rilliet y Barthez un reblandecimiento y un color rojo venosR en todos los órganos; no se habia coa- gulado la sangre en ningún punto; tenia un color rojo venoso, y parecía haberse embebido y penetrado en todos los tejidos (loe. cit.). Ca- si constantemente hay un estado de congestión mas ó menos caracterizado en todos los órga nos, y especialmente en el bazo. «Las glándulas de Brunero y de Peyero pre- sentan algunas veces un desarrollo análogo, aunque menos considerable, al que se encuen- tra en la escarlatina y en las viruelas. «Andral y Gavarret han examinado la san- gre en siete enfermos atacados de sarampión, á los cuales se hicieron nueve sangrías, y siempre han visto que la fibrina se conservaba en los límites de su cantidad normal y aun me- nos (3,6-2, 6), sin que se haya presentado nunca costra, á no haber alguna" complicación inflamatoria; en cuatro casos ofrecieron los glóbulos un aumento notable, y siempre ha si- do su número tanto menor, cuanto mas dista- ba del principio de la enfermedad la época en que se observabau (Andral y Gavarret, Re- cherches sur les modifications de prop_ortions de i quelques principes du sang , p. 70 , 71 ; París, 1840.-Andral, Essaid'hematologie palhologi- | que , p. 66-67; Paris, 1843). «Sin embargo, añade Andral, puesto que la disminución de la fibrina no existe necesaria- mente , claro es que no debe ser esta alte- ración de la sangre la causa de que proce- da la enfermedad; pero lo que parece incon- testable es, que el agente específico á que debe su origen, obra en la sangre de manera que pro- pende á destruir la materia espontáneamente coagulable. Si la acción de esta causa es poco enérgica, ó si la economía la resiste, no se ve- rifica la destrucción de la fibrina; pero si por el contrario continúa obrando la causa con to- da su intensidad, y las fuerzas orgánicas no tie- nen la suficiente energía, empezará la destruc- ción de la fibrina, ya desde el principio mismo de la enfermedad, lo que es muy raro, ya en un período mas ó menos adelantado. «Téngase presente que oslas palabras de An- dral se aplican, no al sarampión en particu- lar, sino á las pirexias y á las fiebres erupti- vas consideradas en general; é insistimos en este punto, porque reconocemos que las inves- tigaciones que se han hecho acerca de la sangre no han dado aun resultados muy positivos res- pecto de la fiebre tifoidea ni de las eruptivas. Por lo que hace al sarampión , la fluidez de la sangre, conocida ya por los antiguos, esla única alteración cuya existencia no puede po- nerse en duda. «SÍNTOMAS.—A. Sarampión normal.-1 ." Sa- rampión regular.— Los síntomas del saram- pión se distribuyen en cuatro períodos: el primero, llamado de incubación; el segundo de invasión (stadium mvasionis, stadium con- lagii, de Rosen; apparatus efflorescentia;, de Morton); el tercero ó período de erupción (sta- dium eruptionis, status morbi, de Morton), y el cuarto, llamado período de descamación. Al- gunos autores, y en particular Rilliet y Bar- thez, no admiten el primer período, y consi- deran como pródromos los fenómenos que ca- racterizan el segundo; pero no podemos adop- tar tal opinión, porque estos fenómenos perte- necen ya á la afección rubeólica, y solo pueden considerarse como pródromos relativamente al exantema cutáneo, el cual, según hemos di- cho, no constituye por sí solo la enfermedad. Naumann subdivide el tercer período en perio- do de erupción y período de estension del exan- tema (Handbuch der medicinischen klinik, to- mo III, p. 665-670; Berlín., 1831); pero esta distinción , aunque admisible en rigor, no lie ne importancia práctica ni nosográüca. Conser- varemos por consiguiente los cuatro períodos que hemos indicado mas arriba. «Período de incubación.—líase visto presen- tarse el sarampión veinticuatro horas después de la acción del contagio; pero ordinariamente tiene la incubación una duración mas larga, DEL SAttAMPION. 77 que Gaubio fija en seis dias , Home en siete, y Vandenbosch en catorce. Según Willan este período dura de seis á diez y seis dias, según Gregori de ocho á veintiuno, y según Rilliet y Barthez de cinco á veinticinco, treinta y aun cincuenta y ocho. De siete niños cuya enfer- medad parecía haberse desarrollado incontes- tablemente por contagio, cinco fueron ataca- dos álos doce dias, al paso que los otros dos no enfermaron hasla los veintiséis; de lo que concluye Trousseau, «que las condiciones que necesitan para desarrollarse los gérmenes con- tagiosos son variables y enteramente descono- cidas» (Quelqucs mots sur la rougeole, en Journ. deméd., t. I, p. 258; 1843). Podrá ser asi, ¿pero sabemos en qué época se depositó el germen en los cinco niños primeros? ¿Sufri- rían la acción del contagio al mismo tiempo que los otros dos? ¿Cómo determinar en unos y otros el momento en que empezó el período de incubación? Estas mismas dificultades se presentan siempre qué se trata de fijar la du- ración de la incubación, y no son tan fáciles de desvanecer como creen sin duda Trousseau (loe. cit.) y Bouchut (Manuelprat. des mal. des enfants., p. 490; Paris, 1845). En último aná- lisis los esperimentos de inoculación son el me- jor medio de llegar á un resultado positivo; veamos pues lo que nos enseñan respecto de este punto. En los sugetos inoculados por Ho- me se manifesló el sarampión hacia la tarde del sesto dia ; en los que inoculó Michael de Katona aparecieron los primeros síntomas en el curso del sétimo dia (V. etiología). «Hacia los dos últimos dias del período de incubación sienten á veces los enfermos una ligera desazón, abatimiento y cefalalgia; pe- ro estos accidentes, únicos que pueden con- siderarse como pródromos, son siempre lige- ros y á menudo apenas se advierten. «Período de invasión.—Ya se manifieste el sarampión en medio de la salud mas florecien- te (sarampión primitivo) como sucede las mas veces, ya se presente en el curso ó en la con- valecencia de otra enfermedad (sarampión se- cundario), casi siempre empieza repentina- mente. «El sarampión , dice Borsieri, empieza co- mo todas las fiebres agudas; se pasa el primer dia de la enfermedad entre escalofríos y lla- maradas de calor, que se suceden alternativa- mente. «La fiebre es en efecto uno de los síntomas mas constantes; falta muy rara vez y marca ordinariamente el principio del mal; en oca- siones no se manifiesta hasta el segundo dia, después de los fenómenos que indicaremos mas adelante; al principio es poco intensa, pero va aumentándose durante todo el primer pe- ríodo; Rilliet y Barthez aseguran, que en el mayor número de casos faltan los escalofríos; el calor es seco, ó bien, aunque menos á me- nudo, viene acompañado de sudores, ya ge- nerales ó ya limitados á la cabeza. En general el movimiento febril está en relación directa con la intensión que ha de tener la enferme- dad, y muchas veces se aumenta notablemen- te por las noches. Desde el segundo dia, y en ocasiones desde el primero, se presentan síntomas que se pueden considerar como ca- racterísticos, manifestándose los mas constan- tes y notables en las fosas nasales, en los ojos y en los órganos torácicos. «La mucosa nasal está irritada é hinchada, sintiéndose en ella un prurito muy incómodo; los enfermos estornudan muy frecuentemente, y les fluye de las narices una cantidad mas ó menos considerable, y á veces muy abundan- te, de un moco trasparente y acre: en algunos casos se observan epistaxis abundantes y re- petidas (Borsieri, Naumann). «Los ojos están doloridos y lagrimosos; la conjuntiva inyectada y á veces teñida unifor- memente de un color de rosa mas ó menos vi- vo (Naumann); los párpados se hallan hincha- dos; los enfermos sienten en ellos una picazón muy incómoda, y á veces dolores lancinantes bastante vivos; no pueden soportar la impre- sión de la luz, y hay un flujo de lágrimas acre y muy abundante. »Por lo que hace á los órganos respiratorios se observa disnea, respiración corta, frecuen- te, laboriosa y con suspiros, tos seca, áspe- ra, de un timbre particular, ronca, laríngea, ferina. «Este carácter es tan notable, dicen Guersant y Blache, que con solo oírla tos y sin ver al enfermo, casi se'podria anunciar la inminencia del sarampión». Ora es rara la tos y poco fatigosa, ora incesante y muy incómo- da ; algunas veces se reproduce por accesos mas ó menos largos. »A los síntomas que acabamos de indicar, se agregan algunas veces otros accidentes, sobre todo hacia el tercero ó cuarto dia. »La lengua está blanca pero húmeda; las amígdalas rojas, hinchadas, haciendo que la deglución sea difícil y dolorosa; la garganta está seca; se siente en ella un calor muy vi- vo, una sensación muy desagradable de cos- quilleo, de picor; los ganglios linfáticos déla parte superior del cuello se encuentran casi siempre hinchados y doloridos (Piorry); el vo- lumen de las glándulas submaxilares se au- menta algunas veces, observándose un tialis- mo mas ó menos abundante (Naumann). La sed es muy viva; se pierde completamente el apetito, y algunos enfermos tienen dolores mas ó menos fuertes en la región epigástrica; pero son raros los vómitos de materiales alimen- ticios ó biliosos, y si se presentan es ordina- riamente el primer dia, cesando al siguiente ó al otro, aunque á veces no se manifiestan hasta el tercero ó cuarto dia. »En algunas ocasiones hay estreñimiento; pero con mucha mas frecuencia, y sobre todo en los niños durante la dentición, se observa por el contrario una diarrea biliosa abundan- te , acompañada algunas veces de sensibili- 78 DEL SARAMPIÓN dad y de tumefacción del vientre (Naumann) »La orina es bastante á menudo escasa, tur se parecía al de la escarlatina harto mas que al del sarampión. Muchas veces permanece y presenta los caracteres siguientes: color i igual la forma del período de invasión todo el 1 ' tiempo que dura una epidemia; pero se mo- difica en las siguientes, variando en cada una de ellas. Las constituciones médicas reinantes tienen una influencia manifiesta en la forma de este segundo período del sarampión. »En la epidemia de 1670, observada por Sidenham, tuvo la enfermedad una regulari- dad notable; los síntomas seguían un curso creciente desde el primer dia hasta el cuarto, en que empezaba el periodo de erupción (Me- decine pratique, edic. de l'Encyclop. des scien- ces méaicales, p. 117; Paris, 1835). En la epi- demia que reinó en Ginebra en 1832, presen- taban por el contrario los fenómenos del pe- ríodo de invasión una diversidad estraordinaria; «muchos niños no se acostaban hasta la vís- pera del dia de la erupción y aun este mismo dia; en otros precedían los primeros síntomas cuatro, cinco y aun ocho ó diez días á la apa- rición délas manchas rojas, y aun hubomu- bia subido, mucha acidez, aumento de densidad y de la proporción del urato ácido de amo- niaco; sedimentos espontáneos ó determinados por el ácido nítrico; aumento de laurea, de los cloruros, de los sulfatos y accidentalmen- te de una proporción mínima de albúmina (Guersant y Blache, loe. cit.,n. 658). La es- crecion de la orina se verifica á veces con do- lor y con tenesmo vesical (Naumann). «Rayer habla de sudores abundantes de un olor particular y dulzaino (Traitetheor. et prat. des mal. de la peau, i. I, p. 173; París, 1835). »El sistema nervioso suele hallarse intere- sado; los enfermos se quejan de un cansancio general, sumo; sienten mucho dolor de cabe- za, de lomos y de miembros; están desapaci- bles, tristes y abatidos, y con mucha frecuen- cia se hallansumidos durante el dia en un so- por mas ó menos profundo, que por la tarde y noche se convierte en agitación, ansiedad, á veces en delirio; las convulsiones son raras ! chos, que después de haber tenido tos, estor aun en los niños; Rilliet y Barthez no las han observado mas que una vez en que se limita- nudos y lagrimeo, se ponian momentánea- mente en tal estado, que parecia no deberse ron al globo del ojo. Borsieri habla de movi- ¡ temer que sobreviniera la erupción; y sin era- mientos convulsivos de las manos, y Rosen asegura haber observado una verdadera eclam- psia. «Heim (flufeland's journal, n.° de marzo, p. 86; 1821) dice que durante los seis pri- meros días de la enfermedad exhalan los en- fermos un olor particular, análogo al de las plumas de ganso recién arrancadas; Heyfelder ha observado que este olor es mas fuerte por la mañana que por la tarde, y que se mani- fiesta sobre todo cuando hay muchos enfermos aglomerados en un espacio reducido. Meissner, Wildberg, Guersant y Blache, Rilliet y Bar- thez, etc., no han podido comprobar "nunca la existencia de este fenómeno. «Mandt pretende que el aliento de los suge- tos atacados de sarampión es de un olor agrio tan intenso, que causa una impresión desagra- dable en los ojos y en la garganta de los que se acercan (Naumann, loe. cit., p. 669); aser- ción que no se ha confirmado mejor que la de Heim. «Los diferentes fenómenos morbosos que acabamos de enumerar, se combinan entre sí de muchas maneras; de suerte que el período de invasión está lejos de tener siempre una misma fisonomía. Él coriza, la oftalmía y la tos, son síntomas casi constantes, y por lo común dominan á todos los demás; pero fal- tan algunas veces ó se marcan poco, predo- minando, ya la angina y los accidentes gás- tricos ya'los accidentes nerviosos. En la epi- demia descrita por Trousseau apenas se mani- festaban el lagrimeo, el estornudo, la tos ferina v el movimiento febril, al paso que las diar- reas y los vómitos eran abundantes y rebeldes; de manera que el principio de la enfermedad bargo al cabo de tres ó cuatro dias se presen- taba de nuevo la fiebre, y se cubrían de man- chas» (Loinbard, Note sur l'epidemie de rou- geole qui á régné a Genéve en 1832, en Gazette medícale, p. 89; 1833). »Var¡a singularmente la duración del pe- ríodo de invasión; por lo común es de cuatro ó mas bien de tres á cinco días; pero puede no esceder de diez y ocho ó vcinticualro horas, ó por el contrarío llegar hasta siete, ocho, diez y quince dias (Guersant y Blache, loe. cit., p. 659). De 40 casos de sarampión nor- mal observados por Rilliet y Barthez 1 vez faltó el período de incubación. 1----duró solo algunas horas. 8---------1 dia. 11---------2 dias. 7--------3 dias. 8---------4 días. 2---------5 dias. 2---------7 dias. «En una epidemia descrita por Trousseau y Bouchut, ora tenia el período de invasión su fisonomía y duración habituales (tres ó cuatro dias), ora pasaba casi desapercibido y apenas duraba 12 horas. «Le indicaban una desazón y algo de agitación al acercarse la noche, la rubicundez ligera de los ojos y algunos estor- nudos: á la mañana siguiente se presentaba el período de erupción» (Bouchut, ob cit. p. 491). r.En el sarampión primitivo son siempre mas marcados los accidentes que en el secundario. «Período de erupción.—Este tercer periodo se caracteriza esencialmente por la aparición y el desarrollo del exantema cutáneo. «Se presentan en la frente, en la barba, en DEL SARAMPIÓN. 79 las megillas y al rededor de los labios, unas manchitasexantemáticas.quesc estienden muy pronto al pecho, al tronco y á los miembros. Estas manchas, bastante semejantes á las de la fiebre tifoidea ó á las viruelas incipientes, se parecen también á las picaduras de pulga; tienen desde media hasta cuatro líneas de diá- metro; son distintas entre sí y están separa- das por intervalos mas ó menos considerables de piel sana; en general son redondeadas, pe- ro pueden presentar formas muy diferentes; sus bordes son desiguales y recortados, y su superficie, ligeramente elevada sobre la piel, está dura y como papulosa. El color de estas manchas es rojo mas ó menos subido, el cual desaparece momentáneamente con la presión del dedo ó estirando la piel; algunas veces se ponen pálidas en muy poco tiempo, volvien- do á presentarse el coior con toda su intensi- dad, cuando hace el enfermo esfuerzos mus- culares, con la tos, gritos, etc. «El color, di- cen Guersant y Blache, presenta muchos ma- tices diferentes en un mismo día, y se hace mas vivo durante los recargos febriles, siendo á veces tan marcado este aumento de la rubi- cundez, que parece que se han desarrollado manchas nuevas.» «La erupción tiene los mismos caracteres en todos los puntos que ocupa. Sin embargo, las manchas de la cara son en general mas prominentes y rojas, y varia según el sitio la intensidad del color." «La rubicundez es or- dinariamente mas viva en el rostro, á veces en el abdomen y en los muslos. También tie- ne la erupción"un color mas oscuro y mas violado en la espalda y en todas las partes mas bajas durante el decúbito; sin embargo, no siempre puede hacerse la comparación del color de las diferentes partes del cuerpo; por- que la rapidez del curso del exantema y Jas diferencias en la época de la erupción de las distintas partes del cuerpo, hacen variar fá- cilmente el color, que es mayor un dia en un punto y al siguiente en otro.» (Rilliet y Bar- thez, loe. ct'í.,p.685). «Algunas veces forman las manchas una elevación bastante considerable, constituyen- do verdaderas pápulas (sarampión granuloso), Jas cuales pueden ser cónicas y parecidas á vesículas; pero desde el tercer "dia se aplas- tan y toman la forma y el aspecto de man- chas de sarampión. «A medida que progresa la erupción, va siendo mas considerable el número de man- chas, y se reúnen por sus bordes para formar medias lunas, semicírculos ó superficies irre- gulares y bastante anchas, en las cuales sue- len distinguirse aun los puntos aislados pri- mitivos. Sin embargo, algunas veces se con- funden completamente las manchas, y forman una superficie roja, continua; disposición que se manifiesta sobre todo en el rostro, y que ordinariamente solo ocupa una estension po- co considerable, aunque puede también ser general. En una epidemia descrita por Gen- dron, era tan abundante la erupción, que no habia ningún intervalo entre las manchas (Acad. royale de méd., sesión del 27 de fe- brero, 1827). «En una misma epidemia de sarampión normal pueden observarse muchas variedades en la forma y disposición de la erupción. «En la mayor parte de los niños, dice Lombard, hablando de la epidemia de Ginebra, presen- taba Ja erupción las manchas recortadas y ! angulosas características del sarampión; eñ j otros enfermos eran circulares, redondeadas ; y bastante distantes entre sí, como en la ro- , seola; algunos niños tenían en los primeros ! dias de la erupción pápulas ó conos prominen- tes, esactamenle semejantes á las pústulas incipientes de las viruelas; por último, en un enfermo nuestro existieron verdaderas vesí- culas, é hicieron tan dudoso el diagnóstico, que durante dos días creímos tener á la vista unas viruelas» (loe. cit., p. 90). »Laerupción empieza, seguh hemos dicho, por la cara; pero en algunos pocos casos se manifiesta primero en el abdomen ó en los miembros, estendiéndose después por toda la superficie del cuerpo. Ordinariamente se com- pleta en el espacio de veinticuatro ó de cua- renta y ocho horas, y permanece estacionaria por un tiempo casi igual ó menor, aunque á veces es mas largo. En general la duración de este período es de tres ó cuatro dias; no obs- tante puede prolongarse hasta seisú ocho, y en un caso observado por Réveillé-Parise es- taba la erupción todavia en su mayor vigor diez dias después de su aparición (Gaz. méd., p. 360; 1835). «En la tercera parte de los casos de saram- pión observados por Boudin, venia acompa- ñada la erupción de sudamina en el cuello y el vientre, y en un caso esta sudamina era tan abundante, que cubría toda la superficie déla piel, sin dejar espacio alguno vacio que llegase al tamaño de una peseta (Boudin Be- cherches sur les complications qui acompagnent la rougeole diez l'enfant, tesis de Paris, 1835, p. 11,n.°91). »Rufz observa con razón que esta circuns- tancia es poco importante, puesto que hay su- daminas en casi todas las afecciones febriles de los niños. »A1 mismo tiempo que se manifiestan en la piel las manchas del sarampión, v antes á veces (Heim, Guersant y Blache), "se suele ver en la bóveda palatina, en las amígdalas y en la faringe, un punteado de color de ro- sa, del cual han hablado muchos autores, pero sobre todo Heim, Marc d'Espine y Guer- sant. Este color rojo, que se diferencia nota- blemente del que se encuentra en la escar- latina , está formado por manchas semejan- tes ,á las del exantema cutáneo, y que dis- tintas y aisladas primero, no tardan en ha- cerse confluentes. Marc d'Espíne asegura, que so DEL SUlAMPION. la erupción palatina es un síntoma cons- tante. »Ya hemos dicho que, según muchos pa- tólogos alemanes, no se limita la erupción á la mucosa bucal v faríngea; sino que invade toda la cstensíon de las mucosas digestiva, res- piratoria y génito-urinaria; de manera que forma un verdadero enantema. El doctor Helft ha sostenido esta doctrina en una obra re- ciente, que ha merecido llamar la atención de los observadores, y cuyas principales con- clusiones son las que siguen: «Hay constantemente en el sarampión, como en la escarlatina, un enantema que ocupa to- das las mucosas de la economía; este enan- tema precede al exantema, y la erupción cu- tánea solo es la propagación" de la erupción del tegumento interno al esterno. A la pre- sencia, pues, del enantema deben referirse los fenómenos morbosos que se observan en las vias digestivas y respiratorias, en las fo- sas nasales, enjos ojos, etc.; fenómenos que ofrecen su máximum de intensión durante el período de invasión. La exactitud de estas proposiciones se demuestra por el examen microscópico de la saliva, de los esputos, de las mucosidades nasales, de la orina y de los materiales arrojadoj por el vómito y" por las cámaras. Efectivamente, descúbrese siempre en estos productos escretorios un número con- siderable de corpúsculos membranosos, que no son mas que laminillas del epitelium , des- prendidas por la descamación de las manchas mucosas del sarampión. Estos restos de epi- telium se manifiestan antes de la descama- ción de las manchas cutáneas, y aun á menudo desde el principio del período de erupción. «La intensidad de la erupción mucosa está en razón inversa de la del exantema cutáneo y recíprocamente. »En cuanto á si el enantema se esliende has- ta la membrana interna de los vasos sanguí- neos, añade Helft, no lo he podido averiguar; porque no he tenido ocasión de examinar con el microscopio el suero de la sangre (Ueber die Desquamation des Epitheliumsder Schleimhüu- te in den akuten Exanthemcn, en Journal fñr Kinderkrankhe'iten, 1.1, p. 10; Berlín; 1843). «Todos los observadores, y en particular Girardín, habían comprobado ya que la re- gularidad de la erupción cutánea depende or- dinariamente del estado de las vias digestivas y respiratorias; pero este hecho no implica ne- cesariamente la existencia de un enantema, y las observaciones de Helft necesitan justifi- carse por medio de observaciones mas nume- rosas y detalladas. »Los síntomas que hemos indicado al trazar el cuadro del periodo precedente, continúan ó se agravan hasta que llega á su máximum la erupción. »El pulso conserva los caracteres que tenía en el período de invasión; es ancho, lleno, ó bien blando y pequeño, y da 116, 120 y aun 132 pulsaciones por minuto, mientras progre- sa el exantema; pero en cuanto este llega á su apogeo, es decir, hacía el torcer dia ordina- riamente, disminuye de pronto el número de pulsaciones arteriales, reduciéndose á I 12,108 y aun 12. Sin embargo, algunas veces per- manece el pulso acelerado, aun cuando em- piecen á ponerse descoloridas las manchas, y sin que haya ninguna complicación (Guersant y Blache). «El calor está generalmente en relación con la frecuencia del pulso; pero no es raro que persista un dia mas, aunque haya disminuido el número de las pulsaciones. En los niños de muy corta edad permanece en ocasiones ele- vado el pulso, aunque desaparezca el calor. Este es seco y acre; los sudores se presentan rara vez, y cuando existen son generales y abundantes, ó parciales y ligeros; se mani- fiestan al fin de la calentura, en el momento de disminuir la erupción, y apenas duran uno ó dos dias (Rilliet y Barthez, loe. cit., pági- na 695). »E1 sarampión es una de las fiebres eruptivas en que está menos elevada la temperatura animal; el término medio comprobado por Roger, ha sido de 38° 47, el máximum 40° el mínimum 37°,75. En once adultos ha no- tado Andral nueve veces un grado intermedio de 38 á 39.° y una vez 40.° sLa elevación de la temperatura está en razón directa con la intensidad de la erupción y la gravedad de la enfermedad; llega á su mayor grado al principio de la erupción, y disminuye en una proporción regularmente decreciente hasta el fin del mal; está en rela- ción directa con la frecuencia del pulso, pero no tanto con la de la respiración (Roger, De la teniperature chez les enfants á l'etat physiolo- gique et pathologique en Arch. qén. de méd., t. VI, p. 144-147; 1844). «El coriza es intenso; obsérvase á veces una blefaritis muy marcada; el borde délos párpados está rojo y segrega un moco espeso, y la conjuntiva puede hallarse muy inyectada hasta el punto de formar un verdadero que- mosis. «Algunas veces hay una disnea considera- ble durante el primero y el segundo dia del exantema, sin que la auscultación pueda es- plicar este fenómeno. Quizá, dicen Rilliet v Barthez, deberá atribuirse esta opresión á la fluxión sanguínea que se verifica en toda la estension de las vías respiratorias. »La tos se hace algo menos ronca, mas lle- na y húmeda y menos frecuente. La voz es- tá ordinariamente en relación con la tos. Sin embargo, la primera es en ocasiones ronca cuando la segunda es clara; al paso que en otras la voz es normal y la tos resonante. En general la alteración del timbre de la tos precede siempre á la de la voz. • 'lVa auscultación suministra resultados va- riables. Rilliet y Barthez han observado en un DEL SAttAMPION. SI estado perfectamente normal los ruidos respi- ratorios en la quinta parte próximamente de sus enfermos, precisamente en aquellos cuya erupción era mas simple y mas discreta. En todos los demás casos han existido en la parte posterior y en los dos lados del pecho, es- tertores que indicaban la existencia de una bronquitis estensa: estos estertores fugitivos y raros ó intensos y permanentes, eran húme- dos ó secos y algunas veces ofrecían alterna- tivamente estos dos caracteres. «Las encías están á veces hinchadas, ro- as, sanguinolentas, cubiertas de seudo- nienibranas y ulceradas en su borde libre. La lengua permanece ordinariamente natural; sin embargo, puede ponerse roja, volumino- sa, inflamada, y cubrirse de aftas, ele, etc. «La rubicundez de la boca y de la laringe aumenta la sensación de calor y de sequedad que esperimentaba el enfermo "duranle el pe- riodo de invasión; manifiéstase un ligero au- mento de la hinchazón de las amígdalas y de las glándulas submaxilares, y á veces sobrevie- ne un edema ligero de la campanilla; persis- ten la sed y la inapetencia; es raro el estreñi- miento, antes bien existe á menudo una diar- rea poco abundante, cuya duración no escede de dos ó tres dias. «Hemos notado alguna que otra vez, dicen Rilliet y Barthez, después de terminada la erupción, sobrevenir una diar- rea abundante y repentina que solo duraba un dia.» Según varios autores se manifiesta constantemente la diarrea antes de la edad de cinco años. «Período de descamación.—Por lo común hacia el cuarto dia de la erupción , es decir, hacia el sétimo ú octavo de la enfermedad , se ponen pálidas las manchas del sarampión , y disminuyen de tamaño , porque desaparece su aureola rosácea; se aplastan y toman uq color empañado , amarillento , como cobrizo ; sus bordes no están ya recortados; se borra la pro- minencia , y no se verifica ninguna mudanza en el color morboso, aunque se comprima las manchas con el dedo. Este decremento es or- dinariamente gradual, no obstante que Guer- sant y Blache le han visto verificarse rápida- mente en algunos casos de sarampión benigno. «Habitualmente van desapareciendo las man- chas del sarampión con el orden con que se han presentado ; pero algunas veces se invierto el orden ; de modo que en vez de empezar á po- nerse pálidas las de la cara , conservan estas la vivacidad de su color, mienlras que se de- coloran las del abdomen y los miembros, poco tiempo después de haber adquirido su color regular (Rilliet y Barthez , loe. cit., p. 688). «Muchas veces, dice Trousseau , cuando ha sido muy vivo el color del sarampión, deja en la piel, y sobre todo en la de los brazos y pier- nas*, unas señales que persisten por uno, dos y aun por cuatro septenarios. Eslas manchas ocu- Kan los puntos en que era mas intensa la ru- icundez del sarampión ; son poco visibles TUMO IX. cuando el niño está tranquilo; pero adquieren un color mucho mas subido cuando grita ó se agita. »La desaparición de las manchas viene acom- pañada con bastante frecuencia de una desca- mación furfurácea; el epidermis se desprende en escamas pequeñas, bajo la forma de un pol- vo harinoso, y solo en casos muy raros en que la rubicundez" ha ocupado superficies estensas, se ve levantarse el epidermis en pedazos ma- yores (Gendron, loe. cit.). Muchas veces solo está hendido, y en el mayor número de casos no hay ninguna especie de descamación ( Si- denham, J. Frank, Rilliet y Barthez). «Todos los que han escrito sobre efsarampión han ha- blado de la descamación como de un fenómeno esencial, que constituye en cierto modo una consecuencia necesariade la erupción; pero no sucede asi en los niños. Se verifica la desca- mación en la cara, y aun en este sitio se nece- sita mucha atención para descubrirla; pero en el cuerpo no se la ve sino en casos sumamente raros» (Trousseau, loe. cit., p. 826). »La esfoliacion no tiene lugar antes del sé- timo día ; pero puede ser mucho mas tardía: ora se manifiesta en todas las partes en que ha habido manchas; ora se limita á la cara, al pecho ó solo á los párpados (Guersant y Bla- che); viene á menudo acompañada de un picor muy desagradable, el cual se siente hjffcta el décimo ó duodécimo día (Rayer). . «Durante este último período disminuye gra- dualmente la intensidad de todos los acciden- tes: desaparecen la fiebre , el coriza, la oftal- mía y la angina; cesan desde el cuarto dia las náuseas y los vómitos, y hacia el sesto el calor, la opresión y el insomnio (Rayer). «La tos continúa después de haber desapa- recido todos los demás síntomas, y a menudo se prolonga durante toda la convalecencia. Suele venir acompañada de una especloracion característica: los enfermos arrojan esputos es- pesos, de color amarillo verdoso., redondeados, semilunares , perfectamente aislados entre sí, y que nadan en una gran cantidad de moco viscoso y trasparente, ofreciendo en una pala- bra una semejanza perfecta con los esputes de los tísicos, ó mas bien con los que se observan en la laringitis. Esta espectoracion, que han descrito particularmente Andral (Becherches sur l'expectoration, p. 27; Paris, 1821), Louis (Journ. hebdomad., t. VIH, p. 439), Chomel y otros, tiene mucha importancia para el diag- nóstico, como veremos mas adelante. «Curso de la enfermedad.—La regularidad del sarampión depende de la armonía y del or- den con que se suceden los diferentes fenóme- nos que hemos descrito mas arriba, á saber: «El período de invasión, cuya duración es de dosá cuatro dias, hallándose caracterizado por la fiebre, el coriza, la oftalmía y la bron- quitis, fenómenos que siguen un curso regu- larmente progresivo. «El periodo de erupción , durante el cual se 11 S2 DEL SAKAM.MON. ve desarrollarse el exantema en veinticuatro ó cuarenta y ocho horas, y seguir en aumento los síntomas del períod)de invasión, que perma- necen después estacionarios por treinta y seis ó cuarenta y ocho horas, empezando ya á dismi- nuir los fenómenos concomitantes. «Por último, el periodo de descamación, que se prolonga por seis ú ocho dias, y durante el cual desaparecen gradualmente las manchas y todos los demás accidentes morbosos. «Tal es en resumen el cuadro del sarampión regular. «La duración de la enfermedad varia entre ocho y diez y seis dias. >;La terminación es casi constantemente feliz. Iliiliet y Barthez no han observado un solo ca- so de muerte entre todos los niños que han si- do atacados de sarampión normal , primitivo y I simple (loe. cit., p. 74i). La convalecencia es de corta duración, y baslaa algunos dias para que recobre el enfermo su estado primitivo de salud. «Recidivas.—Rosen asegura que durante una práctica de cuarenta años na ha visto un solo individuo que haya sido atacado dos ve- ces del sarampión, y Barón viene á decir lo misino; sin embargo, no puede ponerse en du- da la posibilidad de las recidivas. Genovesi y de Haen (loe. cit.) han visto manifestarse el sarampión hasta tres veces en un mismo indi- viduo (Borsieri, loe. cit., pág. 105-107); y se hau observado casos muy numerosos de recidi- vas por Baillíe, Duboscq de la Roberdiére {Journ. de méd., t. LXVII1, p. 253), Cazenave (Journ. hebdom., t. IV, p. 301), Rayer, Guer- sant, Lombard, Behr, etc. El doctor Moore ha visto una recidiva seis semanas después de un sarampión regular perfectamente caracterizado (Journ. des connaissances médico-chirurg., nú- mero de noviembre, p. 212; 1839); Guersant y Blache han observado un niño, que padeció en el espacio de seis semanas dos erupciones muy regulares de sarampión, separadas por la aparición de una varioloides. >2.° sarampión irregular.—Llamamos sa- rampión irregular, con Sidenham y Borsieri, al que sin dejar de ser simple y benigno, pre- senta en su fisonomía y en el orden de los sín- tomas algunas circunstancias, que se separan notablemente de las que se observan en el sa- rampión regular. Decimos notablemente, por- que nunca es esactamente igual el curso de la enfermedad, y no debe considerarse como ir- regular el sarampión, porque se observe una ligera separación de las formas que habitual- mente presenta. »El sarampión irregular es ordinariamente se- cundario , y la irregularidad se manifiesta des- de el período de invasión. La fiebre es mas in- tensa que de ordinario, ó bien poco marcada; algunas veces no se manifiesta hasta el segun- do dia, y en vez de seguir un curso crecieate, va disminuyendo en algunos casos. Guersant y Blache la han visto cesar casi completamente la víspera de la erupción , para volver a pre- sentarse con mavor intensidad cuando apare- cen lasprimcras'manchas; también puede fal- tar completamente; hay predominio exagerado de las alteraciones digestivas y nerviosas; la angina es muy marcada, las amígdalas están muy hinchadas, y se presentan vómitos repe- tidos ó una diarrea abundante; por último so- brevienen delirio y convulsiones. El coriza es menos intenso; pero son mas frecuentes las epistaxis que en el sarampión regular, y se ob- serva á menudo una disnea considerable, que no se esplica por el examen del pecho. En ge- neral el coriza, la oftalmía y la bronquitis son poco marcados ó nulos. «Siéntense á veces dolores muy agudos en las paredes del pecho , en los hombros, en el cuello y en las caderas. «No "siguen los accidentes un curso unifor- memente progresivo; sino que hay intermisio- nes y exacerbaciones irregulares. «Cuando el sarampión irregular es secunda- rio, apenas dura dos días el período de inva- sión , y son poco marcados los síntomas que le caracterizan; falta muchas veces, manifestán- dose la erupción sin que la preceda ningún fe- nómeno morboso (de 28 veces 14). Por el con- trario, en el sarampión irregular primitivo el período de invasión tiene á menudo de dos á cinco dias de duración (Rilliet y Barthez, loe. cit., p. 681-684). «La enfermedad recobra con frecuencia su curso habitual: en cuanto se presentan en la piel las manchas del sarampión; en otros casos ofrece el período de erupción anomalías no me- nos caracterizadas que las del precedente; y por último, en otros no se manifiesta la irregu- laridad sino durante la erupción, habiendo si- do regular la invasión. «La,erupción no empieza por la cara , sino que las primeras manchas se manifiestan'en los hombres y en las demás partes del tronco (Si- denham): ora se estiende el exantema progre- sivamente por toda la superficie del cuerpo; ora es parcial y limitado á una parte del tron- co, á uno ó mas miembros, á las nalgas, al pe- cho, etc. Gendron ha observado un caso en que el exantema no ocupaba mas que la cara, y por el contrario Rilliet y Barthez no han visto "nun- ca limitarse la erupción á la cara, y sí fallar á menudo en esta región, aunque existiese en to- das las demás. «Las manchas tienen un color de rosa pá- lido y no adquieren el vivo que se observa en el sarampión regular; permanece la erupción empañada y descolorida. Algunas veces pre- sentan las manchas el color habitual; pero de- saparecen poco á poco sin empanarse y sin presentar el color cobrizo. Por último en cier- tos casos tienen las manchas un color subido de heces de vino. «Los síntomas concomitantes de la erupción se hallan igualmente modificados; la fiebre persiste; el pulso es pequeño; los sudores se DEL SABAMPION. sn hacen mas raros aun que en el sarampión re- gular, son tardíos y solo consisten en un sim- ple mador. Los labios están hinchados, rojos y sanguinolentos, la lengua encendida; la ru- bicundez del velo del paladar es menos pro- nunciada, y sin embargo la angina es mas in- tensa; la diarrea es mas frecuente y prolon- gada, y el vientre está tenso y dolorido. «El período de descamación presenta también algunas anomalías; la erupción desaparece á menudo de repente, antes de la época habi- tual, ya para no presentarse mas, ya para vol- ver á aparecer al cabo de uno ó dos dias. Ri- lliet y Barthez aseguran, eme la descamación es más frecuente que en el sarampión regu- lar; pero Sidenham ha visto lo contrario. «En los sarampiones irregulares de 1674, dice (loe. cit., p. 138), se veia rara vez desprenderse el epidermis en escamitas farináceas al fin de la enfermedad; al paso que en los sarampiones regulares de 1G70 era esto tan común como al fin de la fiebre roja.» «El curso y la duración del sarampión irre- gular ofrecen modificaciones, que están en re- lación con las que se observan en los síntomas. «La duración del exantema rara vez escede de la del sarampión regular; antes á menudo es menor. Por lo demás, como observan con razón Rilliet y Barthez, no es tanto la dura- ción total de la enfermedad como la de uno ú otro de sus períodos, la que se halla mo- dificada. «La terminación es casi siempre feliz; sin embargo puede sobrevenir la muerte, y en es- tos casos funestos solo se encuentran eñ Ja au- topsia Jas alteraciones poco caracterizadas que hemos indicado al principio de este artículo. »B. Sarampión anómalo. — 1.° Sarampión sin catarro. — Willan ha descrito esta forma del sarampión. «El curso y los fenómenos es- tertores de la erupción son los mismos que en el sarampión ordiuario; pero no viene acom- pañado de catarro, de oftalmía ó de fiebre. Há- sc observado un intervalo de muchos meses y aun años entre esta variedad y un sarampión acompañado de estado febril que se manifes- taba después. Esta especie de sarampión de- saparece por lo común tres ó cuatro dias des- pués de la erupción infebril» (Bateman, Abregé pratique des maladies de la peau, p. 96, trad. de Bertrand; Paris, 1820). «Rayer dice que ha visto á muchos niños de una misma familia, que habitaban en una sola casa y algunos dormían en un mismo cuarto, ser acometidos de un sarampión ca- tarral muy marcado, á escepcion de uno solo, cuya enfermedad presentaba los síntomas del primer estadio y los de la erupción, menos los fenómenos bronquiales. «Los sarampiones sin catarro, considerados como efecto de una causa epidémica, ¿serán, dice el citado autor, análogos á las varicelas observadas en las epidemias de viruelas?» Es dificil distinguirlos de ciertas roseólas, á no ser por su causa: y cuando son esporádicos no hay medio de reconocerlos» (Ráyer, loe. cit., pá- gina 175). «Por el contrario Guersant y Blache asegu- ran con Willan, que en el sarampión sin ca- tarro es la erupción idéntica á la del sarampión vulgar, con la diferencia, añaden, de que pa- sa el primer período sin catarro, fiebre ni of- talmía. «Hemos dicho que en ciertos sarampiones ir- regulares son algunas veces muy poco marca- dos la fiebre, la bronquitis, el coriza y la of- talmía; ¿pero podrán faltar completamente estos fenómenos morbosos, y no se habrán ca- lificado de sarampión sin catarro ciertas ro- seólas ó eritemas, en una palabra, afecciones completamente distintas del sarampión? Tal pudiera creerse, porto menos relativamente á Rayer. »2.° Sarampión sin exantema.—La mayor parle de los patólogos modernos atribuyen á Sidenham la descripción de esta forma "de sa- rampión; pero este es un error, pues Siden- ham vio la erupción durante la epidemia de 1674, solo que se verificaba, ya de un modo prematuro, yatardio, manifestándose prime- ro en los hombros y en las demás partes del tronco. «De Haen, Bang, Gregory, Guersant y Bla- che, dicen haber visto en varias epidemias de sarampión, algunos individuos que presenta- ban todos los síntomas del mal, escepto la erupción. Rayer ha observado muchas veces sarampíoncs*cuya erupción era incompleta; pe- ro nunca ha visto que faltase enteramente. «Es dificil decidirse acerca de la naturaleza de la enfermedad, cuando no hay ninguna erupción en la piel, en el velo del p'aladar, en la faringe, etc. La los ferina no es un fenóme- no patognomónico, y para dilucidar esla cues- tión, todavía oscura, seria preciso haber com- probado la existencia de un enantema con el auxilio de los signos indicados por el doctor Helfft. l »C. Sarampión complicado.— El sarampión complicado es muchas veces secundario; pero puede también presentársela complicación en el curso de un sarampión primitivo, sobre to- do cuando el exantema es confluente ó irregu- lar. Sin embargo en este último caso se lia de cuidar mucho de no confundir el efecto con la causa. Algunas veces es el sarampión irregu- lar antes de presentarse la complicación; pero otras muchas no se manifiesta la irregularidad sino consecutivamente á la afección intercur- rente, y entonces es producida por esta, y no debe referirse al sarampión considerado en sí mismo. »a. Sarampión complicado con una lesión local—1.° Estomatitis?.—Rilliet y Barthez di- cen que es rara, porque no la han observado masque dos veces; pero por el contrario la han visto muy frecuentemente Kapeler (Jour- ' nal general des hópitaux, p. 81; 1829) y otros K4 DEL SARAMPIÓN. muchos observadores Está caracterizada por la hinchazón y el reblandecimiento de las en- cías, con resudación sanguínea y ulceraciones, felidez del aliento, etc.; la lengua participa á vcivs de la inflamación, está roja, gruesa y sale de la boca con dificultad. Esta complica- ción no suele ser de gravedad, y cede fácil- mente á un tratamiento apropiado. »2.° Earingo-laringitis. —La rubicundez eritcmatosa de la faringe y de la laringe per- tenece á las lesiones propias del sarampión normal, y es preciso que esta alteración esce- da de los" límites ordinarios, para que pueda mirarse como una complicación. Considerando Iidüct y Barthez la cueslion bajo esle punto de vista, han contado entre sus 160 enfermos, 24 faringitis, 19 laringitis y 16 faringo-laringitis; pero observan que, si en este caso dominaron las flegmasías de la garganta , debe atribuirse a la inlluencia de la escarlatina que reinaba al mismo tiempo que el sarampión. «Estamos con- vencidos, dicen estos autores, de que la larin- gitis es mas propia del sarampión que la farin- gitis.» Ea la epidemia que reinó en el hospital de niáos, ea 1809, existió la angina laríngea en las dos torceras partes de los enfermos (Cam- paignac, Disserlalion sur la rougeole, tés. de París, p. 10, n.° 45; 1812); en la observada por Lombard se manifestó la inflamación de la laringe con mucha violencia en todos los en- fermos (loe. cit., p. 91). «La faringitis es ordinariamente ligera, y está caracterizada por la rubicundez de la mu- cosa y la hinchazón de las amigdafas y del velo del paladar. Sin embargo algunas veces es mas inténsala inflamación; se verifica una exuda- ción sanguínea, se reblandece la mucosa, y presenta erosiones y ulceraciones superficiales. »La laringitis es á menudo intensa: en la sesta parte de los casos referidos por Rilliet y Barthez era simple la inflamación; en casi la mitad habia ulceraciones ó erosiones; en la quinta parte falsas membranas, y una vez se observó la laringitis edematosa. «La laringitis espasmódiea es bastante fre- cuento: Rilliet y Barthez la han visto en la quinta parte de los casos. Los enfermos presen- taron síntomas muy marcados, tales como do- lores, ronquera ó afonía, tos metálica, etc.; v sin embargo la autopsia no reveló ninguna lesión (loe. cit., p. 718 y siguientes). «La faringo-laringitis no ejerce una influen- cia notable en los caracteres y en el curso de la enfermedad, y se manijiesta en todas las especies de sarampión. Dechaut ha visto empe- zar la difteritis por las amígdalas, para esten- derse á mas ó menos distancia. La exudación scudo-meinbranosa se verificaba incesantemen- te, renovándose con intervalos muy cortos, y ordinariamente se infartaban los ganglios y se formaban,abscesos debajo de la raandibula"(De ii rengeole irregulier. et pompliquée, tés. de Paris, p. 25; 1842). En la epidemia que reinó en LómLe- hácja fines de 1842, encontró á me- nudo el doctor West unas chapas scudo-mem- branosas en el velo del paladar, en las amíg- dalas, en la faringe v aun cu toda laestension del esófago. También había seudo-membranas y úlceras" en la epitílolis y en la laringe (Jour- nal der Kinderkaiikheilcn; abril, 1844). Duran- te la epidemia que reinó en 1837 y 1N38 en el distrito de Bisigbeim, se observaron muchos casos de croup, el cual se manifestaba en el periodo de descamación (Hauff, Median Ab- ita ndlungen; Stullgard, 1839). »:5.° ' Bronco-neumonía.—Rilliet y Barthez han observado en 147 niños atacados de sa- rampión 24 bronquitis, 7 neumonías y 58 I bronco-neumonias. De 20 casos de muerte rc- ¡ cogidos por Lombard, 13 habían llegado á tal I eslremo a consecuencia de flegmasías. Dechaut ha encontrado la neumonía en casi todos los ; sugetos cuva autopsia ha practicado (tesis cit., pág. 16). " «La complicación puede sobrevenir en tres épocas diferentes: 1.° durante el período de in- vasión ó en los primeros días de la erupción; y entonces ejerce mucha influencia en el saram- pión y modifica estraordinaríamente sus carac- teres "y su curso; 2.° duranle el decremento de la erupción, en cuyo caso no la modifica; 3.° durante la convalecencia, es decir, del duodécimo al vigésimo dia, y entonces n ejerce inlluencia alguna en el sarampión, ni está bajo su dependencia. Leger ha visto ma- nifestarse casi siempre la neumonía entre el cuarto v el octavo dia (Essai sur la pneumonie desenfants, tés. de París; 1823, núm. 46, pá- gina 26-29). «La bronquitis ocupa ordinariamente la ba- se de los pulmones y los bronquios menores, los cuales esperímentan á veces una dilatación mas ó menos considerable. Esla bronquitis es en ocasiones seudo-membranosa; «pero nunca nos ha sucedido, dicen Rilliet y Barthez, en- contrar falsas membranas en los bronquios pa- sado el sesto dia de la bronquitis rubeólica.» «La neumonía es ordinariamente doble (7 veces de cada 9, Boudin), y puede limi- tarse á los lóbulos inferiores ó ser general; casi constantemente es lobulicular y maniclonada; llega rápidamente al tercer grado y á la supu- ración; se prolonga á veces bastante tiempo; adquiere un aspecto de cronicidad, y solo pro- duce la muerte al cabo de veinticinco ó de treinta dias (Rufz, loe. cit., Rilliet y Barthez, loe. cit., p. 712 y siguientes). »4.° Pleuresía.—Dechaut y Barón la han observado muchas veces. Ora sobreviene en los primeros dias aislada ó junta con la neu- monía; ora no se manifiesta sino quince, veinte ó treinta días después del sarampión. Es sub-aguda, insidiosa, y cuando se la cono- ce suele haberse verificado ya un derrame considerable Dechaut, tés. cit., p. 18). Bou- din ha visto complicarse el sarampión con la- pleuresía ó cop la pleuro-perineumonia seis veces de cada diez (les. cit., p. 19). DEL SARAMPIÓN. 85 »5.° Flegmasía gastro-intestinal.—Es la mas frecuento después de la bronconcumonia, según Rilliet y Barthez, los cuales la han en- contrado 4G veces en 167 casos. Guersant y Blache creen que tan crecida proporción de- pende de haberse hecho la observación en su- getos caquécticos y debilitados por su larga permanencia en el hospital. »Obsérvanse vómitos repetidos y rebeldes y una diarrea abundante que enflaquece en po- co tiempo á los enfermos. En la autopsia se encuentra la mucosa gastro-intestinal inflama- da y reblandecida; Dechaut dice haber ha- llado mas de veinte veces el reblandecimien- to gelati ni forme del estómago, veste mismo observador ha descrito las alteraciones si- guientes. «Los folículos intestinales están casi siem- pre desarrollados, forman una elevación de medía á una línea, presentan un color lívido hemorrágico y afectan una forma como de frambuesa, sin hallarse ulcerados. Los gan- glios mesenléricos eslan desarrollados, rojos, hinchados... Los intestinos gruesos se encuen- tran casi constantemente inflamados, princi- palmente en el ciego, en la S iliaca del colon y en el recto, y la membrana mucosa aparece roja, arrugada" y ligeramente hinchada. Los folículos están ordinariamente mas desarro- llados y tienen el tamaño de granos de mi- jo ó de"cañamones» (tés. cit., p. 20-22). «Boudin ha encontrado en tres casos en la corvadura mayor del estómago cinco á doce ulceraciones, que tenían de dos á tres lí- neas de diámetro; sus bordes estaban aplas- tados, y la mucosa destruida en las tres cuar- tas partes de su grueso v reblandecida (tesis cit., p. 26). »La mucosa de los intestinos gruesos está á menudo allerada; Boudin y Rufz la han en- contrado roja, engrosada y" reblandecida en casi toda su estension; algunas veces llena de un sinnúmero de ulceraciones pequeñas, de media á una linea de diámetro, irregularmente redondeadas, con los bordes cortados perpen- dicularmente y el fondo de un color agrisado. En ciertos casos habia en toda la superficie de los intestinos membranas falsas, dispues- tas á manera de islas, que tenían la estension de tres á cuatro líneas de diámetro y eran de forma redondeada mas ó menos irregular. Estas falsas membranas ofrecían próximamen- te un cuarto de línea de grueso y apenas se hallaban adheridas á la mucosa subyacente. «Conviene observar con Rilliet y Barthez, que á veces niños que han tenido una diar- rea abundante, no presentan después de la muerte ninguna lesión aprcciable del tubo digestivo; al paso que oíros en quienes se encuentran lesiones graves, solo han tenido síntomas poco notables. De todos modos, en tos casos de muerte observados por Rufz exis- lió constantemente la diarrea durante las dos terceras partes del curso de la enfermedad, y en mas de la mitad de los sugetos curados se observó este síntoma. aunque con menosabun- dancia v tenacidad, durante la convalecen- cia, lluxham v Svdenham habían indicado ya la frecuencia de la diarrea en el saram- pión. «La enteritis se manifiesta bastante á me- nudo en el período de invasión ó el dia mis- mo de la erupción, v entonces ordinariamen- te es ligera. Otras veces no sobreviene hasta la descamación, en cuyo caso habitualmente es grave. »Esla complicación es mas frecuente en el sarampión irregular que en el regular; pero no modifica por sí misma el curso de la erup- ción. Muchas veces se asocia á la bronco neu- monía (Rilliet y Barthez, loe. cit., p. 721 y siguientes). »Lombard dice que muchos niños han evacuado ascárides lumbricoides durante el primer período del sarampión; Dechaut en- contró á menudo en los intestinos lombrices reunidas en pelotones y en cantidad de quince á veinte; el mismo aii.or ha visto invagina- ciones, que considera como dependientes de una enteritis grave. Todas estaban en la pri- mera porción de los intestinos delgados; com- prendían de tres á cinco pulgadas de intestino v tenían diferentes disposiciones; el calibre del tubo intestinal estaba considerablemente estrechado, pero sin que hubiese obliteración completa (loe. cit., p. 21). »6.° Meningo-encefalitis.—Rilliet y Bar- thez aseguran (loe. cit., p. 736) que los acci- dentes cerebrales muy rara vez constituyen una verdadera complicación, pues solo los han encontrado cinco veces (dos veces convul- siones, unacontractura y dos delirio intenso), sin que ninguna de ellas los acompañasen le- siones cerebrales. «Dechaut declara (loe. cit., p. 151 que la en- cefalitis, como lesión principal, aislada ó jun- ta con la neumonía ó la enteritis, es una com- plicación frecuente y que se encuentra en las Ires cuartas partes de los fallecidos: Lom- bard la ha notado bástanles veces. «En los niños se caracteriza principalmente por el sopor, los saltos de tendones, los movi- mientos convulsivos de la cara ó de tos miem- bros, y algunas veces por verdaderas convul- siones" En los adultos se observa muy á me- nudo delirio, agitación, etc. «Encuéntrase casi constantemente en la au- topsia una congestión sanguínea de todos los vasos del interior del cráneo, sin derrame de serosidad en el tejido celular sub aracnoideo, y el estado arenoso de la sustancia cerebral con color sonrosado de la parto cortical sin reblandecimiento (Dechaut). k »De trece sugetos que tuvieron convulsio- nes, vio morir Dechaut á nueve. Los acciden- tes cerebrales son graves; se manifiestan principalmente en los niños de menos de cin- co años, y sobrevienen, ya desde el principie 86 DE!. SARAMI'ION. del sarampión, ya del duodécimo al décimo- quinto dia. »E> preciso no atribuir á una mcningo-cn- ecfalifis el delirio simpático que tan frecuen- temente acompaña al sarampión (Lombard); peros" evitará el error, recordando que este último se manifiesta por la tarde para cesar á la madrugada siguiente, y no viene acompa- ñado ni de sopor ni de convulsiones. »7.° Rinitis, oftalmía, otitis.—Los fenó- incnos que se observan en los ojos y en las fo- sas nasales pueden ser bastante intensos para constituir una verdadera complicación. «En dos casos ha encontrado Dechaut las fo- sas nnsalcs llenas de materia purulenta con- creta; la mucosa estaba alterada, desprendida, y hasta los mismos huesos reblandecidos. «En una epidemia observada por Heifelder, se ha presentado el sarampión acompañado muchas veces de oftalmía purulenta: todos los autores han observado casos análogos (Bou- din, Rufz, etc.). La flegmasía ocular puede manifestarse desde el principio; pero á me- nudo aparece durante el período de descama- ción ó después, hacia el décimo ó duodécimo diadela enfermedad. «Obsérvanse en ocasiones en el período de la erupción ó después de él, todos los sínto- mas de la otitis y especialmente un flujo puru- lento y fétido por el oído. Dechaut ha encon- trado en dos casos pus en las cavidades del oido interno, con alteración déla membrana mucosa y perforación del tímpano (loe. cit., pág. 24). »8.° Abscesos. — Algunas veces, aunque con menos frecuencia que en las viruelas, se forma en el tejido celular subcutáneo un nú- mero mas ó menos considerable de abscesos; los cualesse encuentran sobre todo en el cue- llo, en la región sub-maxilar y en los miem- bros, y se forman con mucha rapidez. Dechaut ha visto escoriarse los dedos y presentarse en ellos unos fleraoncitos, que en poco tiempo daban lugar á la pérdida de una ó dos fa- langes. «No deben confundirse los abscesos múlti- ples con los metastáticos; pues los primeros no resultan de la mezcla del pus con la sangre, y en general no constituyen una complicación grave. «Rilliet y Barthez han visto seguir al saram- pión una erupción furunculosa muy abun- dante. «9. Anasarca.—Esta complicación es mu- cho menos frecuente que en la escarlatina. Ri- lliet y Barthez solo la han observado seis veces en 167 casos de sarampión, y Rufz no la ha visto mas que una en 84 casos (loe. cit., pág. 322). Unas veces es el edema poco considerable y li- mitado á las piernas y á la cara, y otras gene- ral , llegando rápidamente á un grado estremo. «La anasarca viene acompañada de albumi- nuria en la mitad de los casos próximamente, según Guersant y Blache, y entonces se pre- senta la afección renal en estado agudo (Y. En- fermedades de los ríñones). «La hidropesía se manifiesta ordinariamente durante la convalecencia: Rilliet y Barthez la han visto desarrollarse dosde el dia doce del sarampión al treinta y uno. Unas veces se disi- pa al cabo de algunos dias; pero otras se pro- longa por muchos meses , y viene á terminar de un modo funesto. »b. Sarampión complicado con una lesión general.—1.° Sarampión hemorrágico, saram- pión negro , rubéola nigra.—Desde el principio ó hacia el sétimo ú octavo día de la erupción (Willan) presentan las manchas un color de heces de vino , violado ó n^gro ; no desapare- cen á la presión del dedo, y se convierten en verdaderos equimosis, análogos á los de la púr- pura simple. Al mismo tiempo sobrevienen á menudo hemorragias por la nariz, por la boca, por las encías, por el estómago, por los intes- tinos , por las venas y por la vejiga. «Esta forma es muy grave : después de la muerte se encuentran en la mayor parte de los órganos equimosis é infiltraciones sanguíneas, que indican una alteración de la sangre. «En general el sarampión hemorrágico se manifiesta en individuos débiles, mal consti- tuidos, y cuyas fuerzas eslan gastadas por la miseria ó por enfermedades anteriores. Rayer lo ha observado muchas veces en niños, que es- taban atacados de tubérculos pulmonales , de ceco-colitis crónicas, y aniquilados por la diar- rea y por la fiebre héctica (loe. cit., p. 176). Sin embargo, en ocasiones se desarrolla el sa- rampión negro en sugetos fuertes y pictóricos. En el primer caso, dicen Rilliet y Barthez, el sarampión es primitivo y atáxico; en el segun- do secundario y adinámico. «No debe confundirse el sarampión hemor- rágico con el color amarillo que presentan al- gunas veces en el período de descamación las manchas del sarampión regular y benigno. »2.' Gangrena.—Rilliet y Barthez han ob- servado la gangrena rubeólica once veces en 167 casos ; Rufz no la ha visto sino dos en 84. «Apenas se manifiesta la gangrena sino en sarampiones complicados ya con otra afec- ción, y solo se desarrolla cñ época en que ha desaparecido la erupción, desde el dia trece hasta el treinta y á veces mas tarde. « Resulta de este hecho, dicen Rilliet y Barthez (loe. cit., pág. 729), que se podrian considerar las gan- grenas como consecuencia de otras enfermeda- des desarrolladas en el curso del exantema, y no como efecto de la misma fiebre eruptiva; pero si se repara que estas gangrenas sobrevie- nen frecuentemente en el curso de las compli- caciones del sarampión, y muy rara vez en el de estas mismas enfermedades cuando son pri- mitivas ; nos convenceremos de que el saram- pión es, por lo menos en este caso, una causa predisponente de la mortificación. Finalmente, la ultima prueba de que la gangrena no debe atribuirse solo á las complicaciones rubeólicas DEL SARAMPIÓN. 87 es que se desarrolla á veces después del saram- pión en niños que no han tenido ninguna otra complicación importante.» »La boca es el sitio mas común de la gan- grena rubeólica (8 veces de 11), la cual ocu- pa , ora las encías y el pliegue gingivo-labíal correspondiente, ora las comisuras , ora cual- quier otro punto de la cara interna de las me- gillas, y puede eslenderse hasta la piel é inva- dir una estension mas ó menos considerable de la cara: otras veces se propaga hacia la faringe (3 veces entre 11). «El curso de la mortificación es rápido; las encías se reblandecen y ulceran ; los bordes alveolares se destruyen , y los dientes se caen; en ocasiones son atacados los mismos huesos; se abren comunicaciones con las fosas nasales, y se destruye una gran parte de la bóveda pa- latina. La lesión se estiende muy á menudo á las partes laterales de la lengua (Dechaut, tés. cit., p. 28). « Plus semel, dice Huxham, no- »tavi faucium et orís gangraenam, maxillae, »porro et vomeris ossis cariern.» «Después de la gangrena de la boca, la del pulmón es la mas frecuente (de 11 casos 4 ). Puede manifestarse desde luego; pero ordi- nariamente se desarrolla en núcleos de neu- monia lobulicular. «Hay muchos ejemplos de gangrena de la laringe (Nouv. biblioth. méd., t. IV, pág. 63; Journ. gen. des hópit., p. 101 ; 1828). «Dechaut ha observado en las niñas mu- chos casos de gangrena del ano y de la vulva, que ha referido con razón á la influencia del sarampión (loe. cit.): á menudo ocupa la gan- grena simultáneamente muchos órganos. »3.° Fiebres eruptivas.—Rilliet y Barthez han visto juntarse con el sarampión t veces la escarlatina y 12 las viruelas. Vogel, Macbride, dellaen y Roux, han citado hechos semejantes; Rufz considera como ejemplos de complicacio- nes rubeólicas cinco casos, en que se manifesU> ron las viruelas quince ó veinte dias después de la desaparición del sarampión. No podemos participar de esta opinión: en tales casos se trata de una enfermedad ulterior, que puede no tener relación alguna con la afección antece- dente. Para admitir la complicación, seria pre- ciso que se manifestase la fiebre eruptiva al mismo tiempo que el sarampión ó durante su curso. «Cuando las dos enfermedades se desarrollan simultáneamente, casi siempre se modifica el sarampión ; es anómalo ó irregular; mientras que la escarlatina ó las viruelas siguen su cur- so habitual. Sin embargo, algunas veces se rehacen las dos afecciones una sobre otra, y se modifican ambas. Por último, Macbride y Rufz dicen haber visto las viruelas y el sarampión recorrer juntos sus períodos con toda regula- ridad. «Ordinariamente una de las dos afecciones es mas pronunciada que la otra. Rilliet y Bar- thez citan un hecho, en el cual fueron ambas erupciones alternativamente mas intensas: es raro no obstante que el sarampión domine á la escarlatina. « En el mayor número de casos, dice Montfalcon (Dict. ¡les se. méd., t. XLIX, p. 135), cuando se han contraído al mismo tiempo el sarampión y las viruelas, se suspen- de el curso de estas; y cuando , terminado el primero , vuelven las viruelas á seguir su cur- so, son ordinariamente benignas.» Sin embar- go, no es raro ver que las viruelas suspenden el curso del sarampión. «Los síntomas generales y demás están en relación con la intensión relativa de cada una délas erupciones; pero en el mayor número de casos sucede, que la intensión de las compli- caciones se halla en razón inversa con la de las erupciones. Asi es que cuando domina la escarlatina, la bronquitis es mas grave; y si por el contrario se hace mas marcada la erup- ción rubeólica, aparece la angina con mas vio- lencia (Rilliety Barthez, loe. cit., p. 733). »4.° Sarampión-pútrido, maligno, adiná- mico.—Hánse descrito muchas veces bajo este nombre las diferentes especies de sarampiones complicados que acabamos de enumerar, y Borsieri ha llamado sarampión maligno al irre- gular. «Nosotros solo trataremos aqui de aquella especie de sarampión, en la que sobrevienen síntomas generales muy graves, sin encontrar- se después de la muerte ninguna lesión local. »E1 período de invasión dura mas ó menos; viene acompañado de abatimiento, cansancio sumo, dolores en los miembros, vómitos, diar- rea y alteraciones cerebrales; la erupción, que se manifiesta á veces desde el segundo dia, es incompleta, pálida, y tiene un color rojo muy subido, sembrado de petequias y de sudamina; es irregular, y desaparece al cabo de poco tiem- po; la lengua esta seca , negruzca y hendida, los dientes fuliginosos; se desarrollan aftas en la boca; el enfermo tiene mucha postración; en una palabra, se manifiesta un verdadero estado tifoideo, y no tarda en sobrevenir la muerte, después de haberse anunciado por cámaras in- voluntarias y por un coma mas ó menos mar- cado. Obsérvanse á menudo gangrenas de la piel, de la boca, del pulmón, etc. (Naumann, loe. cit., pág. 678-680). En la autopsia no se encuentra, para esplicar esta forma de la en- fermedad, sino mucha fluidez de la sangre yun reblandecimiento general de todos los órganos. »5.° Sarampión complicado con tuberculi- zación.—Hánse sostenido opiniones contradic- torias respecto de las relaciones que puede haber entre el sarampión y la tuberculización. Unos pretenden que el sarampión es una causa de tubérculos y que produce por sí mismo el desarrollo de los mismos; otros aseguran que la enfermedad febril solo puede cuando mas dar lugar al reblandecimiento de tubérculos preexistentes; otros por último no ven entre et sarampión y los tubérculos mas que una sinw pie relación de coincidencia. 88 DEL SAliAliPION. »En nuestro sentir, dicen Rilliet y Barthez (loe. cit., p. 7^9j, es incontestable que el sa- rampión favorece el desarrollo de los tubércu- los, y de nuestras observaciones resulla que de once sarampiones primitivos, poco mas o ineuos, uno lia dado lugar a esle accidente.» «Pero en otro sitio de su obra reconocen los mismos autores, que el desarrollo de la tuber- culización no tiene ninguna relación con la du- ración o el curso del exautema; el cual no de- termina el deposito tuberculoso, sino en tos ni- ños que han estado bajo la inlluencia de otras causas (V. Tisis pulmo>al). •Rufz cree que no hay en la ciencia ningu- na proposición mas aventurada, que la preten- dida influencia del sarampión en el desarrollo de los tubérculos, apoyando su opinión eu las consideraciones siguientes. »De 38 casos de sarampión seguido de muer- te, solo 8 veces se han encontrado tubérculos; cuya proporción no cscede seguramente de la en que se encuentra la misma lesión en cual- quiera otra serie de niños muertos de otras en- lermedades. «En los casos en que existían tubérculos, no se hallaban estas producciones morbosas mas reblandecidas que en oirás circunstancias, ni eran mas numerosas, ni estaba mas enfermo el tejido celular que las rodeaba (Rufz, loe. cit., p. 320). «No creemos que el sarampión pueda ser una causa de tubérculos; pero sí pensamos con An- dral y con la mayor parte de tos patólogos, que determina bastante a menudo el reblandeci- miento de estas producciones ya formadas, el cual, sin la fiebre erupliva, no hubiera tenido lugar sino mucho después. «Pero sea de esto lo que quiera, preciso es admitir con Rilliet y Barthez, que la tubercu- lización acompaña al sarampión de dos mane- ras diferentes. »1.°" El niño contrae la fiebre eruptiva es- tando bueno; el exantema es normal ó anor- mal; la fiebre persiste con intensión y violen- cia , igualmente que la tos, sobrevienen señales de neumonía ó faltan completamente estos sig- nos, ó bien se desarrolla un estado tifoideo. El enfermo muere al cabo de cuarenta ó cincuenta dias, y la autopsia demuestra una tuberculi- zación" de forma aguda y las mas veces ge- neral. »2.° Acomete al niño el sarampión en me- dio de una salud buena; el exantema es nor- mal ó anormal; se quita la fiebre ó mas bien disminuye en la época ordinaria; pero la tos persiste;" el enfermo queda incompletamente curado, permanece débil, no recobra sus car- nes, y se manifiestan accesos febriles por las lardes; últimamente se hace evidente la tisis y se verifica la muerte al cabo de algunos meses v aun de un año. «Añaden Rilliet y Barthez, que la tisis tu- berculosa que sigue al sarampión es de ordi- nario general, pero con predominio casi cons- tante de la tuberculización ganglíónica, y so- bre lodo bronquial. «CURSO, DL1IAU0N Y TERMINACIÓN DIL SARAM- rio.\ complicado.—Según hemos dicho, el cur- so del exantema es casi constantemente irregu* lar, y la lerminacion a menudo lunesta, prin- cipalmente en los niños de corla edad. De 1u4 casos de sarampión complicado, recogidos por Rilliet y Barthez, se contaron 57 muertos (toe. cit., p. 744), \ de 38 casos de muerte de que habla Rufz, 26 pertenecían á niños de dos a cinco años y 11 a niños de cinco a diez; des- pués de esta edad solo ocurrió una termina- ción funesta. «Por lo demás no se puede establecer nin- guna regla general; porque las circunstancias de la enfermedad vanan seguu la naturaleza de la complicación. «Especies y vauiedades. — Muchos autores alemanes, y entre ellos Reil, Hufelandéllil- denbrandt, han descrito con el nombre de Bolheln y de Bubeola un exantema, cuya exis- tencia es todavía problemática para los pató- logos franceses, y su naturaleza aun muy os- cura hasta para nuestros comprofesores de la otra parle del Rhin. Hé aquí los caracteres que se han señalado á esta afección. «El período de invasión está constituido por la reuuion de los fenómenos que pertenecen al sarampión y á la escarlatina. La angina tonsi- lar es bastante intensa, y por el contrario la los y la oftalmia menos pronunciadas que en el sarampión: muchas veces hay dolores ar- ticulares. «La erupción se verifica del segundo al cuar- to dia; empieza ordinariamente por el tronco; pero no sigue ningún orden en su desarrollo; está constiluida por manchas irregulares, an- gulosas y prominentes, que esceden á menudo de la estension de un duro y tienen mas rubi- cundez y mayor alteración "por el centro que por los bordes; suelen desarrollarse flictenas entre las manchas exantemáticas. Ordinaria- mente desaparece la erupción hacia el cuarto dia» y jamás dura mas allá del sétimo según unos, y del décimo según otros. «Hay quien dice que la descamación se verifica como en el sarampión, y otros afir- man que se efectúa cu forma de fracmentos estensos de epidermis (Naumann, loe. cit., pa- gina 711.—Paterson, The Edimburgh med. and surg. journal, núin. de abril; 1840). . «Ora reina la rubéola al mismo tiempo que el sarampión, ora se presenta después de este, ora por último aparece sola constituyendo epi- demias mortíferas. «¿Será la rubéola, como piensan algunos pa- tólogos, un sarampión modificado, anómalo, ó una escarlatina irregular? O será como quie- ren Heim, Naumann y Paterson, una indivi- dualidad morbosa que deba ocupar en los cuadros nosotógicos un lugar separado entre el sarampión y la escarlatina? ¿O representará el exantema que los dermatólogos describen DEL SARAMPIÓN. 89 con el nombre de roseóla? Las descripciones que se encuentran en los autores son dema- siado incompletas para poder fundar una opi- nión acerca de estas cuestiones. «Diagnóstico del sarampión. — Sarammon regular, simple.— Cuando la enfermedad es primitiva, puede algunas veces conocerse des- de el principio; es decir, desde el primero ó segundo dia del período de invasión. La tos, el coriza y la oftalmía, acompañando á un mo- vimiento febril, son síntomas casi patognomó- nicos, sobre todo si se manifiestan durante una epidemia rubeólica en un niño que se ha puesto en contacto con enfermos atacados de sarampión, etc. «Sin embargo, bastante á menudo» y prin- cipalmente cuando los fenómenos morbosos son poco marcados, no se hace positivo el diagnóstico sino en la época de la erupción; los matices que separan los primeros síntomas del sarampión, de los pródromos de la fiebre tifoidea, de la meningitis, de la grippe, de la coqueluche, etc., son ligeros, inconstantes, variables, y en tales circunstancias solo puede formarse un diagnóstico fundado en probabi- lidades (V. Rilliet y Barthez, loe. cit., pági- na 704 y sig.). «El sarampión secundario es ordinariamente imposible de prever; «sus síntomas precurso- res se confunden con los de la enfermedad primitiva, ó solo se manifiesta por un movi- miento febril que nada tiene de característico.» «Desde la aparición de las manchas exante- rriáticas, se hace el diagnóstico fácil y cierto, ya sea el sarampión primitivo ya secundario. La forma, la disposición de las manchas (man- chas poco estensas, recortadas, aisladas, en medía luna y ligeramente prominentes), pre- sentan caracteres patognomónicos que es im- posible desconocer, y no creemos sea necesa- rio hacer en este lugar, á imitación de algu- nos autores (J. Frank,.Naumann, etc.), el diag- nóstico diferencial del sarampión, de la ro- seóla, de la escarlatina, de la urticaria, de la miliar, de la erupción tifoidea, de la púrpu- ra, etc. • «Al principio de la erupción, sobre todo cuando el sarampión es granuloso, se puede equivocar esta enfermedad con las viruelas; pero en estas son diferentes los síntomas del período de invasión; las manchas son ordina- riamente menos numerosas, menos aproxima- das, y por otra parte se presentan muy pron- to las pústulas características. «Sarampión irregular.—Es en general mas difícil el diagnóstico, y varían sus elementos según la naturaleza de "las anoraalias que pre- senta la enfermedad. «Muchas veces es imposible conocer el sa- rampión antes de la erupción, y en ocasiones ni aun esta disipa del todo la incertidumbre. »En estos casos, la escarlatina es la afec- ción con que se puede confundir el sarampión, error tanto mas difícil de evitar, cuanto que TOMO IX, la escarlatina puede ser también irregular y presentar anomalías que la hagan parecerse á la erupción que nos ocupa. «No es raro, dice Chomel (Gazette des hópitaux, p. 442, n.' de julio, 1845), encontrar, ora en los hospitales, ora en la práctica civil, algunos enfermos que unos caracterizan de sarampión y otros de es- carlatina.» «Hé aqui los caracteres diferenciales que deben tenerse presentes, y en los cuales in- siste particularmente Chomel. «En el sarampión, aun siendo irregular, la tos, el coriza y la oftalmía son ordinariamente mas marcados, y la angina menos intensa; los síntomas cerebrales son mas raros, mas tardíos y menos violentos; el período de invasión es mas largo; las manchas rubeólicasson irregu- lares, no simétricas, presentando entre sí di- ferencias de forma, de tamaño, de color y de elevación; el color escarlatinoso es uniforme, y cuando la erupción es punteada, las man- chas son perfectamente regulares. En la es- carlatina no hay nunca petequias ni equimo- sis. En el sarampión no se presenta la hin- chazón de las manos que se observa en la es- carlatina , y esta no viene acompañada de esputos semejantes á los que hemos dicho ser tan frecuentes en el sarampión. «En la escarlatina, dice Chomel, se en- cuentra con bastante frecuencia una erupción miliar en ciertas partes del cuerpo, hacia las axilas, las ingles y las regiones inmediatas á las articulaciones, cuya erupción no tiene lu- gar en el sarampión.» Esta proposición pare- ce demasiado absoluta; ya hemos dicho que muchos observadores han visto al sarampión acompañado de una erupción miliar mas ó me- nos abundante. »En la escarlatina se verifica la descamación en superficies estensas, y son mucho mas fre- cuentes las complicaciones de reumatismo y de anasarca. »Sarampión anómalb.—E\ sarampión sin ca- tarro solo puede reconocerse cuando presen- ta la erupción sus caracteres patognomónicos. El sarampión sin exantema es siempre dudoso: en esta variedad tienen los esputos mucho va- lor, y si se comprobase la descamación del epitelium, suministraría un elemento precioso para el diagnóstico. y>Sarampion complicado.—El diagnóstico de la fiebre eruptiva es ordinariamente el del sa- rampión irregular, y el de las complicaciones varia según su naturaleza. «Importa al práctico reconocer lo mas pron- to posible, si la enfermedad ha de ser regular y simple ó irregular y complicada. «Será de temer un sarampión grave, si el período de invasión se estiende mas allá de cuatro dias, si se observan accidentes cerebra- les, opresión y epistasis; si la erupción no em- pieza por la cara, y si viene acompañada de pe- tequias. «El pronóstico del sarampión primitivo, re- 12 30 DEL SAIU MIMON. guiar y simple, es favorable; Rilliet y Barthez uo han visto sucumbir á un solo niño de esla forma de la enfermedad. «Hay una preocupación entre los médicos, y sobre todo en las familias, dice Trousseau Joc. cit., p. 239), por la cual se cree que el sarampión es tanto menos mortífero, cuanto mas confluente es el exantema. Importa saber que este es un error grave, y que la confluencia de la erupción es de tan mal agüero en el sa- rampión como en las viruelas.» «En general la rápida desaparición del exan- tema es un mal signo, porque muchas veces indica el desarrollo de alguna complicación, de alguna flegmasía visceral; pero esta regla tiene muchas escepciones. «En algunos enfer- mos cuya erupción es benigna, disminuye rá- pidamente el exantema, y al segundo dia han desaparecido las manchas", sin que por eso de- bamos inquietarnos ni temer ningún acciden- te, con tal que por otra parte no coincida esta desaparición con algún desorden funcional gra- ve» (Guersant y Blache, loe. cit., p. 661). «Consultando las tablas de mortandad de Rilliet y Barthez, se ve que el sarampión ir- regular primitivo ó simple termina en la cu- ración cinco veces de cada seis; que el saram- pión regular primitivo y complicado, el irre- gular primitivo y complicado, y el irregular secundario y simple, son mortales en la mitad de los casos; y que el sarampión irregular se- cundario y complicado es mortal casi siempre ('27 casos "de 30), «Entre las complicaciones la pulmonía y la gangrena son las mas graves, sobre todo en Jos niños de corta edad. «Cuando el sarampión reina epidémicamen- te, hay que tener en consideración para el pronóstico el carácter general de la epidemia y la época en que se encuentra: tal epidemia es mortífera, mientras que tal otra es muy be- nigna. En general todas son poco graves al principio; aumentan rápidamente de intensión al cabe de cierto tiempo, y decrecen después de haber permanecido estacionarias algunas semanas; aunque á veces son mas funestas en la época de su terminación, como se ve- rificó en la epidemia que reinó en el hospi- tal de los niños en 1840 (Guersant y Blache, loe. cit., p. 667). «Por otra parte, á igualdad de circunstan- cias, es mas grave el pronóstico cuando se ma- nifiesta la enfermedad en una mujer embara- zada ó recién parida, en los recien nacidos, en los niños de muy tierna edad y en los viejos. »La mortandad del sarampión, considerada en general, es á la de las viruelas, según Black, como 1 es á10 óá 12. «Reuniendo muchas notas estadísticas, he- mos encontrado 186 muertos por 1654 enfer- mos, ó próximamente I por cada 9, 4; pero este resultado es dudoso, si se considera que Rufz, Rilliet y Barthez han contado 128 muer- tos por 251 enfermos, esto es, 1 porcada 2. «Etiología.—Causas predisponentes.- Edad.- Ya habia dicho Billard (pie el sarampión es mas frecuente después que antes de la pri- mera dentición; Rilliet y Barthez han obser- vado con mas frecuencia la enfermedad desde los tres á los cinco años y de los cinco á los diez. Hé aqui lo que resulta de sus observa- ciones. De 167 sugetos atacados de sarampión 25 tenían de 1 á 2 años. 72------de 3 á 5. 50------de 6 á 10. 20—----de 11 á 15. «Cuando la enfermedad se desarrolla en una mujer embarazada, puede la criatura salir al mundo opn un sarampión congénito. Hildanus, Girtanner, Rosen, Vogel, Guersant y Blache, etc., citan ejemplos de este género. «Vogel y Sydenham han observado que la enfermedad es mas rara en los niños de pecho que en los recien destetados. »Pasados los quince años es raro el saram- pión; puede sin embargo desarrollarse en su- getos de edad muy avanzada ; Weisenberg le ha visto en un hombre de cincuenta años; Heim en una mujer de sesenta y seis,(Nauraann, loe. cit., p. 689). »Sexo.—Asegura Percival que el sarampión ataca con preferencia á los varones; Rilliet y Barthez han contado 92 niños y 75 niñas; pero otros observadores han encontrado una rela- ción inversa, ó por lo menos una frecuencia igual en ambos sexos. «En todas estaciones se han observado epi- demias de sarampión, y fío está demostrado que sean mas frecuentes á fines de invierno. »Enfermedades anteriores.—De 160 casos de sarampión observados por Rilliet y Barthez ha sido primitiva la enfermedad 116 veces. En los 44 casos de sarampión secundario no ha sido posible atribuir el menor influjo á una afec- ción con preferencia á otra. y>Causasdeterminantes. —Contagio.—El sa- rampión es contagioso por infección, y se con- trae con tanta mas facilidad, cuanto mas próxi- mos están los sugetos al focó*de infección y cuanto mas intenso es este foco. Asegura Gen- dron que la enfermedad puede trasmitirse por el intermedio de un individuo sano, es decir, por relaciones indirectas. La mayor parte de los patólogos admiten estas proposiciones; pe- ro no convienen tan generalmente en que el sarampión sea contagioso por inoculación. Sin embargo Home en 1758 , Spcranza en 1822, v Michael de Katona en 1842, han hecho espe"- rimentos que parecen concluyentes. «Speranza practicó con una lanceta una le- ve incisión en una de las manchas mas esten- sas y mas inflamadas, de manera que se tíñese de sangre la punta del instrumento, haciendo en seguida algunas picaduras en el brazo de un individuo sano; al cabo de algunos dias vio desarrollarse un sarampión regular v be- nigno. Este esperimeuto se ha repetido muchas DEL S.»RAM1'J0N. 91 veces con el mismo éxito (Biblioteca italiana, número de agosto, 1825). Míchael de Katona ha rnezclado sangre sacada de las manchas del sarampión en el momento de la eflorescencia, y ha practicado el mismo ensayo^con humor lagrimal, y de 100 esperimentos, en 93se si- guió al cabo de siete dias el desarrollo de un sarampión muy benigno (V. Gazette medícale, p. 401; 1843). «Es de sentir que no se hayan hecho en nuestros hospitales esperimentos continuados v numerosos, para poner en claro un punto de fa ciencia acerca del cual se hallan todavía di- vididas las opiniones. «Ciertos sugetos, en razón de condiciones individuales que se escapan completamente á nuestra penetración, son toda su vida, ó solo en épocas variables, refractarios á la acción del sarampión. «Epidemias.—El sarampión puede desarro- llarse esporádicamente; pero por lo común es epidémico, y entonces tiene caracteres particu- lares que predominan mientras dura la epide- mia. Las condiciones atmosféricasque presiden á estos fenómenos nos son enteramente desco-^ nocidas. Las epidemias de sarampión suceden á menudo á las de coqueluche, de grippe ó de viruelas. «Tratamiento.—Profilaxis.—Los únicos me- dios profilácticos que tienen una eficacia in- contestable consisten en alejarse del foco de infección y de los lugares en que reina la epi- demia, y en el aislamiento. Hánse alabado el alcanfor (Tott), el azufre (Tortual, Ilufeland'S journal, número de febrero), las fumigacio- nes cloruradas (Berndl); la belladona (Mandt), una mezcla de vino antimoniado de Huxham y de oximiel escilítico, los purgantes, etc.; pero no ha confirmado la esperiencía la acción pre- servativa de estos medicamentos. «Hásealabado la inoculación, no para pre- caver el desarrollo de la enfermedad, sino pa- ra sustituir un sarampión benigno á otro quizá grave. ^Tratamiento curativo.—El tratamiento del sarampión simple regular ó irregular, primi- tivo ó secundario, es casi esclusivamente hi- giénico. La permanencia en cama, las bebi- das tibias, emolientes ó diaforéticas (infusión de violetas, de gordolobo, de malva, de bor- raja, de flores cordiales, etc.), la dieta, una temperatura uniforme (de 13 á 15° R.), una luz suave y el alejamiento de todas las causas de enfriamiento, son los únicos medios á que hay necesidad de recurrir; pues una medica- ción activa seria mas perjudicial que útil. Hollmann, Dehaen y otros muchos médicos, han propuesto sangrar siempre una ó mas veces al principio de la enfermedad, con el ob- jeto de favorecer la erupción, hacerla regular, y precaver las complicaciones; pero se ha re- chazado este método con tanta mas razón,1 cuanto que las emisiones sanguíneas son en general peligrosas en el tratamiento del sa- rampión, y no deben usarse mas que en tos casos en que las reclama imperiosamente al- guna complicación flegmásica intensa y grave. «No solo, dice Chomel (loe. cit.), no "se debe abusar de las emisiones sanguíneas, sino que es preciso usarlas con mucha moderación y prudencia. No se deberá sangrar, sino en los casos en que pueden desarrollarse accidentes inflamatorios susceptibles de hacer peligrar la vida.» «Sí el coriza, la oftalmía ó la tos se hacen muy intensos, se prescribirán baños emolien- tes, colirios de la misma clase, un looc blanco ó alguna pastilla de ipecacuana. »La convalecencia exige algunas precaucio- nes. No se debe permitir al enfermo levantar- se de la cama, ni esponerse al aire, antes de que haya terminado la descamación; el ali- mento debe aumentarse por grados, cuidando de que no produzca diarrea, ni vómitos, ni ninguna otra alteración de las funciones di- gestivas. «Por una preocupación demasiado general, se administran los purgantes en la convalecen- cia del sarampión; Guersant y Blache impug- nan esta práctica. Sin embargo, puede darse con ventaja algún minorativo, par^a combatir el estreñimiento ola tos; la cual persiste á me- nudo mucho tiempo después de haber des- aparecido el exantema. En este último ca- so aconseja Rayer aplicar un vejigatorio vo- lante al pecho "ó bien uno sostenido en un brazo. «El sarampión complicado exige una medi- cación mucho mas activa que las que acaba- mos de indicar; pero conviene tener presente una distinción. Cuando la complicación se manifiesta en el período de invasión ó al prin- cipio de la erupción, sucede ordinariamente que el exantema está pálido, que hay pocas manchas ó desaparecen de pronto desde el primero ó segundo dia. En todos estos casos, la primera y mas importante indicación es reanimar ó hacer que se presente de nuevo' el exantema. Aconséjanse al efecto las bebidas calientes y sudoríficas, el acetato de amoniaco, los baños calientes, los de vapor, los frios y las afusiones y lociones de igual naturaleza (Bateman, loe. cit.—Thaer, Bevue medícale, 1.1, p. 127; 1832). Chomel alaba los rube- facíenles ambulantes por toda la superficie del cuerpo: «bajo su influencia, dice este práctico eminente, hemos visto volver casi milagrosa- mente á la vida á sugetos que parecían desti- nados á una muerte inevitable.» «Trousseau rechaza con energía Jos esci- tantes generales. «Si recordamos, dice, que la erupción no es discreta sino en razón de las flegmasías que complican la enfermedad, se comprenderá fácilmente que los escitantes ge- nerales, cualquiera que sea la forma en que se administren, han de favorecer mas bien las-flegmasías accidentales que el exantema.» Por el contrario, los escitantes locales sen 92 DF.L SARAMPIÓN. muy útiles, y eulre ellos da Trousseau la pre- ferencia a la "urticacion. • Los vomitivos, ven particular la ipeca- cuana, han hecho ámenudo muy buenos ser- vicios. «Cuando se manifiesta la complicación en el decremento de la erupción ó después de terminada, no debe pensar el médico en el exantema, sino combatir enérgicamente la enfermedad consecutiva por los medios apro- piados y conocidos, que no es de este lugar enumerar. Pero ha de tener presente al mis- mo tiempo, «que siendo de naturaleza especí- fica las flegmasías consecutivas al sarampión, se alivian con menos seguridad y no ceden tan fácilmente al método antiflogístico.» Es preci- so, pues, que las emisiones sanguíneas sean menos abundantes y repetidas que en las in- flamaciones ordinarias (Guersant y Blache, loe. cit., p. 682). Este precepto, aunque con- trario al que establecen Sidenham y Frank, se halla generalmente adoptado enefdia. «En ningún exantema, dice Frank, se puede san- grar con mas seguridad, cualquiera que sea el período del mal, sin esceptuar el de inva- sión, que en el sarampión verdaderamente inflamatorio, sobre todo si viene acompañado de flogosis de la laringe, de la traquea, de los bronquios, del corazón ó del tubo alimen- ticio. Ni la diarrea, ni la infancia se oponen á la sangría. La tos algo fuerte con dificultad de respirar y de estar echado, indica por sí sola las emisiones sanguíneas cuando el enfermo está predispuesto á la tisis.» »En el sarampión adinámico se obtienen buenos resultados con los escitantes generales, los tónicos, los aromáticos, la quina y los vejigatorios. «Naturaleza y asiento.—Clasificación en los tu.ADRos nosológicos.—Pinel coloca el sa- rampión entre las flegmasías cutáneas. eEI estado morboso primitivo y esencial del sa- rampión, decía Bourgeois (Journ. gen. de méd., t. LXXXH, p. 22), es una lesión fleg- másica del sistema mucoso, que al principio se fija en un solo punto, pero luego se es- tiende á toda la contigüidad del sistema der- moides.» Muchos autores han considerado el sarampión como una inflamación simultánea de los sistemas dermoídeo y mucoso. Ningún patólogo sostendría en la actualidad que el exantema de que hablamos es una afección local. Ya habia comprendido Foderé, tque los elementos del sarampión, cualesquiera que sean, están formadosen la sangre»; pero des- graciadamente añadió que estos elementos producen la secreción de un vapor muy acre y cálido. >EI sarampión es una enfermedad general, procedente de una alteración primitiva de la sangre, y que se da principalmente á conocer por lesiones en el sistema mucoso y cutáneo. Corresponde á la gran clase de las pirexias, y especialmente al orden de fiebres eruptivas. >>Historia y bibliografía.—Fcrnclio, Senner- to, Wedel, Trillcr, Saumaíse, Willan y Ba- teman sostienen que el sarampión era conoci- do de los médicos griegos, los cuales la des- cribieron con tos nombres de erisipela, de exantema, de ecthyma, de phlysacia, etc. Wi- llan (Miscellaneous works comprising an inqui- ry inlo the anliquitij ofmeasles, Londres, 1821) y Bateman (loe. cit., p. 98 y siguientes) han hecho muchos esfuerzos para aducir pruebas en apoyo de esta doctrina; pero los escelen- tes comentarios de Grunncr han demostrado que el primer conocimiento del sarampión de- be referirse á Rhasis. Aun este médico árabe solo hizo una descripción incompleta del sa- rampión , sin distinguirlosuficientemente de la escarlatina ni de las viruelas; confusión que reinó mucho tiempo en la ciencia. Senncrlo (Méd. prat., lib. IV, cap. 12), Diemerbroeck (Tractatus de variolis et morbillis, cap. 414) y otros muchos consideran el sarampión y las viruelas como dos grados de una misma en- fermedad; Morton (Op. medica, t. I, De fe- bribus inflammatoriis, cap. 3; De morbillis el febre escarlatina, en 4.°; Lugduni, 1737) reunía el sarampión con la escarlatina, y no veía en estas dos enfermedades sino dos va- riedades de una sola afección. »J. Hoffmann (De febribus, sect. cap. 8), Dehaen (Rat. méd., t. IV, p. 87),.Rosen (Trai- te des maladies des enfants, cap. 14) y Stork (lnstrum. méd. prat., t. I) fueron quizá los primeros que procuraron establecer la indivi- dualidad del sarampión; la cual quedó defi- nitivamente asentada por Sydenham y por Borsieri. «Sydenham (Opera med., t. I, p. 120-143, en 4.°; Ginebra, 1769) describió las epidemias de sarampión regular é irregular que reinaron en Londres en 1760 y 1764; y su descripción nada deja que desear relativamente al estudio del exantema rubeólico. El trabajo de Borsieri (Inst.med. pract.Venetiis, t. Ill, p. 104; 1817) es todavía uno de losraascompletos que se pue- den consultar en el dia: divide la enfermedad en benigna y maligna, y estudia muy circuns- tanciadamente todas las cuestiones que se re- fieren á su historia. Aprovechando ademas las investigaciones de sus antecesores, reasume todo cuanto se habia escrito sobre la materia hasta su época. «Una vez descrito con esaclítud el exantema, solamente la anatomía patológica podia sumi- nistrar nuevos elementos al estudio del sa- rampión, y especialmente al del sarampión complicado. Asi es que se necesita llegar has- ta nuestra época, para encontrar trabajos de algún valor. El tratado de Roux (Traite sur la rougeole; Paris, 1807) contiene algunas obser- vaciones interesantes. »Entre los autores modernos que mas han ilustrado la historia del sarampión complica- do, citaremos en primer lugar á Boudin (Rech. sur les complications qui acompagnent la rou- DEL sarampión. ítt geole chcz l'enfant, tesis de Paris, 1835, nú- mero 91), Rufz (Journ. desconn. méd. chir., número de febrero; 1836) y Dechaut (De'la Rougeole irregulierc et compliquée, tesis de Pa- ris, 1842); pero debemos añadir que han su- ministrado datos preciosos los observadores que se han ocupado de la neumonía y pleu- resía de los niños, y del croup, y que en las di- ferentes colecciones periódicas hay disemina- dos muchos casos prácticos de algún valor (V. Rayer y Rilliet y Barthez). «Por último haremos una mención muy es- pecial de estos dos últimos autores, porque su trabajo es ciertamente el mejor que poseemos, y de él hemos sacado frecuentemente materia- les para este artículo (Traite clinique et pra- tique des maladies des enfants, t. II, p. 673; Paris, 1843). «Los dermatólogos apenas han estudiado el sarampión sino bajo el punto de vista del exan- tema; de modo que no consultando mas que sus obras, se obtendría un conocimiento falso é incompleto de la enfermedad. «Es útil estudiar los diferentes caracteres que puede adquirirla enfermedad en cada epide- mia. No enumeraremos la infinidad de memo- rias que se han publicado; pero sí citaremos como mas interesantes las de Gendron (Rev. méd., t. XIII, p. 536), Dufau(Ann.de lamed. phys., número de abril, 1828), Lombard (Gaz. méd., q. 89; 1833), y las de Joaritsma (Guer- son una Julius Magaz., cuad. 1; 1830), Wolff (Diss. de morbillorum epidemia ann. 1829 y 1830 Bonnmqrassata, Bonn, 1831), Heyfelder (Studien im Gebiete der Heilw'issenschaft, t. II; Slutgard, 1839), y Hauff (Medie. Abhandlun- gen; Stuttgard, 1839).» (Monneret y Fleury, Compendium de méd. prat., t. VII, p. 421-440). ARTICULO CUARTO. De la escarlatina. «Sinonimia.—Febris miliaris rubra de Hux- ham; scarlatina deSauvages, Vogel, Sagar, Juncker, Cullen, Frank, Swediaur; scarlatina febris, Sidenham; rossolia, Hoffmann; púrpu- ra, Juncker; purpura scarlatina, Borsieri, por- phyrisma, Ploucquet, exanthesis rosolia, Good; febris rubra , Heberden ; tiphus scarlatinus, Chrichton; tiphus scarlatina, Young; febris scarlatino-miliaris anginosa, Brunning; morbi- lli confluentes, rubéola confluens, de difereutes autores. «Definición y divisíon. — La escarlatina es una enfermedad general, una pirexia epidé- mica, esporádica y contagiosa, con determi- nación morbosa hacia la piel y las membranas mucosas, y caracterizada especialmente por la angina y el color rojo subido, ora esparci- do uniformemente por la superficie cutánea, ora dispuesto en forma de chapas estensas. »La escarlatina es la menos frecuente de las fiebres eruptivas: en 427 casos reunidos por Gueriant y Blache se cuentan 213 de virue- las ó varioloides, 267 de sarampión y 157 de escarlatina (Dict. de méd., t. XXVIII, p. 173). «Haremos en la historia déla escarlatina la división que hemos adoptado para el saram- pión. «A. Escarlatina benigna, normal, simple, vulgar, que ordinariamente es esporádica. a< Escarlatina regular; b. escarlatina irregular. »B. Escarlatina anormal: a. por el predo- minio de los síntomas cutáneos, escarlatina sin angina; b. por el predominio de los síntomas mucosos, escarlatina sin exantema, angina es- car latinosa. »C. Escarlatina maligna, que ordinaria- mente es epidémica y complicada: a. con al- guna lesión local; b. con una lesión general. «Alteraciones anatómicas. — La escarlatina simple, lo mismo que el sarampión, termina muy rara vez por la muerte, y deja en pos de sí lesiones poco características y que se apre- cian con dificultad. La mayor parte de las al- teraciones que se encuentran en el cadáver pertenecen á complicaciones, y no debemos ocuparnos de ellas en este lugar. «Dícese que la descomposición pútrida es mas pronta en los cadáveres de los individuos 3ue han muerto de escarlatina; algunos 'días espues de la muerte se desprende muy fá- cilmente el epidermis, sobre todo hacia el co- xis y los trocánteres. «Cuando sobreviene la muerte al principio de la erupción, no queda ordinariamente nin- guna señal del exantema; pero si no sucum- be el enfermo hasta el tercero ó el cuarto dia, vénse en la superficie cutánea unas manchas lívidas, violadas, mas ó menos estensas, mas ó menos numerosas. Estas manchas, que rem- plazan á las exantemáticas que se observan du- rante la vida, dependen, según ciertos auto- res, de una inyección del tejido reticular. Pits- chaft, Ester y Biehl, dicen que es su asiento la red vascular de la piel, el tejido reticular de Malpigio; y por el contrario, Rilliet y Bar- thez se inclinan á ereetf, que la lesión ocupa el sistema linfático, apoyándose en las consi- deraciones siguientes: «La erupción escarlatinosa se propaga con rapidez poruña superficie estensa; su rubi- cundez es enteramente superficial y subepidér- mica; por consiguiente reside entre el corion y el epidermis; la caida tan general y tan cons- tante de esta última membrana parece indi- car, que la rubicundez ha interesado al tejido que está en contacto inmediato con ella; el cual, como todos saben, es una red linfática estensa, que se inyecta fácilmente y está situa- da por encima de la redecilla capilar sanguí- nea que constituye el cuerpo mucoso de la piel; por consiguiente no repugna creer que el exantema escarlatinoso afecte con preferen- cia al sistema linfático superficial» (Traitecli~ ñique et pratique des maladies des enfants; Pa- rís, 1843, t. H, p. 598-599). H DE LA r.SCVRLATINA. «Esla hipótesis, añaden Rilliet y Barthez, tiene la ventaja de esplicar la frecuente exis- tencia de las anasarcas y de los derrames se- rosos que se presentan á consecuencia de la ••scarlatina; porque desde luego se concibe el íntimo enlace que debe haber entre estas infil- traciones subcutáneas y un obstáculo á las fun- ciones exhalantes y absorventesde la piel. Por otra parte, siendo la escarlatina una enferme- dad general, es probable que se eslienda á to- dos los linfáticos de la economía; de donde se infiere que provistas todas las membranas se- rosas de una red linfática abundante, deberán presentar también modificaciones en sus fun- ciones, y de aquí la posibilidad de derrames en estas cavidades. Por último la misma ana- logia nos inclina á creer que la inflamación bucal y faríngea de la escarlatina reside espe- cialmente en la red linfática de estas mucosas,! procediendo de aqui tal vez la circunstancia de que estas flegmasías sean seudo-membra- nosas. «Cualquiera que sea el valor de los argu- mentos de Rilliet y Barthez, no pasará su opi- nión de ser una mera hipótesis, mientras no se demuestre con investigaciones analómico-pa- tológicas esactas. «La membrana mucosa bucal y faríngea ofrece alteraciones análogas á las que se no- tan en la piel. Muchos patólogos alemanes, y en particular Jahn, Eisenraan y Schoenlein, aseguran que hay manchas exantemáticas en todas las mucosas, y principalmente en la in- testinal; pero esto no se halla suficientemen- te demostrado. Rilliet y Barthez han encon- trado casi siempre la mucosa respiratoria en estado sano: rara vez era muy subido su co- lor sonrosado (loe. cit., p. 597)" Por el contra- rio, dice Rayer que presenta una rubicundez uniforme en todos los casos, y el mismo autor ha visto la mucosa gástrica roja y sembrada de equimosis pequeños (Traite théor. et prat. des mal. de la peau, t. I, p. 209; Paris, 1835). «Las membranas serosas, y especialmente la piamadre, se halhfh á menudo inyectadas. «El color rojo de las meninges, dice Jahn (Quel- ques réflexions sur les caracteres de la scarlati- ne et sur les traces qu'elle laisse dans les cadavres, en Journ. complém. des &c. méd.,l. XXXVI, pág. 399), tiene el mismo aspecto que el del exantema eslerno, lo que le distingue muy bien del que produce la inflamación.» Asegu- ra ademas esle patólogo, que se encuentran ordinariamente manchas rojas en la membra- na interna de las arterias y de las venas. Hay congestión en la mayor parte de los órganos, y el cerebro presenta" un punteado rojo mafc ó menos intenso. El bazo está ordinariamente aumentado de volumen y reblandecido ; los pulmones, el hígado y los ríñones, se encuen- tran á menudo ingurgitados de sangre y con monos consistencia que en el estado normal. «Las principales lesiones que deja en pos de sí la escarlatina, dice Dance, son conges- tiones sanguíneas simples, pero cuyo número y eslension compensan en algún modo su pro- fundidad; congestiones que se manifiestan con caracteres bien marcados, que penetran en el interior de las mucosas, y que se eslienden por las visceras como por la piel. Asi es que se encuentran las mucosas gástrica y pulmonal de un color rojo, lívido y uniforme ; petequias esparcidas por toda la eslension del conducto digestivo; derrames sanguíneos en la red de la piamadre, fluxiones hemorrágicas en el in- terior del conducto intestinal, y derrames san- guinolentos en las pleuras (Dance, Bech. sur les alterations que presentent les viscéres dans l'escarlaline et la varióle, en Arch. gen. de méd., t. XXIH, p. 320-349; 1880). «Las glándulas de Brunero están con bastan- te frecuencia desarrolladas, y no es raro que las de Pcyero se hallen prominentes, rojas y algo'reblandecidas; en algunos casos son los ganglios mesentéricos mas voluminosos y me- nos consistentes. «Por lo demás no hay ninguna relación en- tre estas alteraciones intestinales y los síntomas que se observan durante la villa. «Los enfer- mos de escarlatina que después de la muerte nos han presentado alteraciones de las glándu- las de Pcyero, de los ganglios mesentéricos y del bazo,"no habían tenido durante la vida sín- tomas tifoideos; al paso que aquellos en quie- nes habia tomado esta forma la escarlatina nos han presentado pocas ó ninguna alteración ca- davérica tifoidea» (Rilliet y Barthez, loe. cit., p. 598). «Parece que la sángrese manifiesta bajo as- pectos muy variados: unas veces es muy fluida, bastante negra, ó bien serosa y clara, sin pre- sentar en ninguna parle cuajarones abundantes y sólidos; otras por el contrario está coagulada en numerosos cuajarones resistentes y en parte fibrinosos (Rilliet y Barthez, loe. cit., p. 577; Guersant y Blache, Dict. de méd., t. XXVHI, p. 192). «Puédese dudar si para establecer, en atención á estos caracteres variables, que la escarlatina y el sarampión no vienen acompañados de una misma alteración de la sangre, se habrán to- mado suficientemente en consideración Jas com- plicaciones, y mas si se considera que el aná- lisis ha dado á Andral y á Gavarret unos mis- mos resultados en ambos exantemas, esto es: conservarse Ja fibrina en los límites de su can- tidad normal, y aumentarse notablemente el número de glólmlos, que han llegado en la es- carlatina á 136 y 146 (Becherclies sur les mo- difications de proportion de quelques principes du sang dans les maladies, p. 73; Paris, 1840). «Síntomas.—A. Escarlatina normal, a. Es- carlatina regular. —Admitiremos como en el sarampión euatro períodos en el estudio sinto- mático de la escarlatina: 1.° período de incu- bación; 2.° período de invasión; 3.° periodo de erupción; 4.° período de descamación. Naumann subdivide el tercer período en período de erup- DE LA ESCARLATINA. 95 cion y período de eflorescencia; división que no tiene ninguna importancia, y da lugar á re- peticiones fastidiosas. «Período de incubación. — Créese general- mente que el período de incubación de la es- carlatina es mas corto que el del sarampión; pero no están de acuerdo los autores acerca de su duración: dice Bateman que dura de tresá cinco dias (Abregé prat. des malad. de la peau, p. 106, trad. de Bertrand); Cazenave y Sche- del creen que su duración es de tres á seis dias (Abregé prat. des maladies de la peau, p. 46; París, 1838); Guersant y Brache que de tres á siete (loe. cit., p. 173), Gendron que ordi- nariamente no escede de cuatro (Journ. des conn. méd.-chir., número de enero; 1835), y Guerctin asegura que puede prolongarse hasta doce ó quince días (Arch. gen. de méd., to- mo XIV, p.284; 1842). Mondiere ha visto des- arrollarse la erupción cuatro dias después de haberse comunicado un niño sano con otro que tenia escarlatina; pero este autor dice con ra- zón que reina todavía una completa incerti- dumbre acerca del tiempo que el miasma pro- ductor de la escarlatina puede permanecer sin acción en la econoraia (Rapport sur une epidé- mie descarlatine, etc., en Revuemedie, t. I, p. 174-175; 1842). »Período de invasión. — Sea primitiva ó se- cundaria la escarlatina, se declara ordinaria- mente' de un modo repentino, y lo mas fre- cuente es que invada por la tarde ó por la no- che (Cazenave y Schedel). El primer síntoma que aparece es comunmente la fiebre, pues entre 80 casos Rilliet y Barthez solo la han visto faltar enteramente, ó no manifestarse has- ta el momento de la invasión, en 4. El escalo- frío es raro, y el movimiento febril no se ma- nifiesta sino por el calor y la aceleración del pulso, el cual ofrece 110,120 y hasta 140 pul- saciones por minuto. Sin embargo, en algunos casos hay escalofríos pasageros que alternan con una sensación de calor intenso (Mon- diere). >»La fiebre persiste y aun va en aumento du- rante todo el período de invasión. El movi- miento febril viene acompañado de desazón, cansancio general*, inapetencia, sed, dolores en los lomos y en los miembros inferiores, y algunas veces, aunque raras (Rilliet y Barthez), se quejan los enfermos de uña cefalalgia fron- tal mas ó menos intensa. Obsérvanse á menudo náuseas, vómitos de materias alimenticias ó biliosas, y aun pueden estos últimos constituir por sí solos el principio de la enfermedad. « A veces, dice Mondiere (loe. cit., p. 175), falta- ban todos los pródromos, y en medio de la sa- lud mas perfecta en la apariencia, y cuando estaban los sugetos entregados á las ocupacio- nes domésticas ó á los trabajos del campo, se veían acometidos de repente de náuseas, segui- das prontamente de vómitos biliosos mas ó me- nos abundantes. En la epidemia que he obser- vado fueron constantes los vómitos.» «La lengua se presenta cubierta de una capa ligera blanca y amarillenta en su base; en su punta y bordes está roja. Algunas horas des- pués de haber invadido el mal, empieza á ser dolorosa la deglución, se hinchan las amígda- las, v presentan, igualmente que la faringe, el velo del paladar y sus pilares, un color rojo mas ó menos marcado. Las punzadas dolorosas que se sienten en la garganta se propagan á veces hasta la trompa de Eustaquio, producien- do de este modo zumbido de oidos y una es- pecie de sordera (Mondiere, loe. cit.). Rilliet y Barthez solo han notado dos veces una diar- rea poco abundante, y muy pocas son las en que hay estreñimiento/) dolores de vientre po- co intensos y generales. «Las funciones respiratorias rara vez se al- teran. «Interim, dice Borsieri, quaedam pec- «toris oppresio , respirationem dificilem atque »¡na3qualem redens, supervenit, etquandoque «tussicula sicca, sed non ita molesta nec cons- «tans, ut in morbillis.» (Borsieri, Instit. me- die, pract., Venetiis, 1.111, pág. 57 , en 12.°; 1817). »En el sistema nervioso pueden presentarse fenómenos mas ó menos graves: ora se encuen- tran los enfermos soporosos, como en una es- pecie de coma; ora por el contrario hay agita- ción, insomnio, una exaltación notable de Ja sensibilidad, y delirio, que puede ser intermi- tente ó continuo, en cuyo último caso la alte- ración de la inteligencia es un síntoma de mal agüero. En los niños se observan á veces cofn- vulsiones, ataques épileptiformes ó eclampsia (Borsieri, loe. cit.). «La duración del período de invasión varia desde doce horas hasta cuatro dias; pero ordi- nariamente no se prolonga mas allá de veinti- cuatro á cuarenta y ocho horas. Rilliet y Bar- thez han visto con bastante frecuencia presen- tarse la erupción á las doce, diez y ocho y veinticuatro horas, y nunca la han visto tar- dar en manifestárselas de dos dias (loe. cit.y p. 574). «Los síntomas que caracterizan él período de invasión varían á menudo según las epidemias, ó en una misma epidemia según los individuos. Pue/len faltar completamente, como sucedió una vez entre veinticuatro casos de escarlati- na regular observados por Rilliet y Barthez (loe. cit. ,p. 575). » Período de erupción.—El tercer periodo es- tá caracterizado por la presencia del exantema cutáneo. Este no ofrece la circunstancia de em- pezar por ciertospuntos tan constantemente co- mo en el sarampión; por lo común se manifies- ta al principio en el cuello y en la cara, para eslenderse en seguida por toda la superficie del cuerpo; pero á menudo empieza por el tronco y aun por los miembros. «Asegura Jahn que la erupción escarlatinosa propiamente dicha viene precedida de unos puntitos rojizos casi de color de carne, mas ó ' menos separados entre sí, que no esceden del 96 PB LA ESCARLATINA. tamaño de una punta de alfiler, y que con na- da pueden compararse mejor que con las pica- duras de pulga próximas ya á borrarse. •¡Estos puntos, añade Jahn, son los primeros gérmenes del exantema escarlatinoso , y asi es que examinando atentamenle la piel con el len- te durante los pródromos de la enfermedad, no solo se puede decir con certidumbre si esta se- rá ó no escarlatina, sino que también se podrá prever, con arreglo al número de puntitos, si ha de ser fuerte ó leve (loe. cit., p. 387). «El exantema escarlatinoso está caracteriza- do por manchas de dimensión variable, con bordes desiguales y dentados, que no forman la menor prominencia en la piel, y desapare- cen con la presión del dedo, para volverá pre- sentarse inmediatamente (scarlatina plana, maculosa, Uevigata, de Vogel y de Naumann). «Al principio están las manchas aisladas y separadas por intervalos de piel sana; pero estos intervalos presentan muy pronto un co- lor sonrosado, que se confunde poco apoco con el de las manchas; se estienden, se reú- nen, y por último adquieren los tegumentos un color general de escarlata. «Las manchas escarlatinosas tienen un color uniforme de rosa vivo, en cuyo fondo se ven unos puntitos esparcidos de color rojo mas su- bido, que forman un jaspeado muy notable, y dan á las manchas un aspecto granuloso bas- tante regular. Las dimensiones de estos puntos varían desde las de una cabeza de alfiler has- ta fas de una lenteja (Naumann, Handbuchder med. klin., t. III, p. 741). »EI color de la escarlatina es muy variable. c A veces no presenta la piel mas que un lige- ro matiz encarnado, semejante al de la rosa; otras tiene un color de cangrejo cocido, y á me- nudo presenta el verdadero color escarlatinoso (color flammeus puniceus). En otras ocasiones ofrece un tinte carmesí ó de grana, y en no pocas toma la rubicundez un viso mas claro ó semejante al del minio, como si constase de una mezcla de encarnado y amarillo. El color rojo se vuelve con frecuencia purpúreo, como si se hubiese echado vino tinto debajo del epi- dermis, ó violado. He visto algunos casos en que se notaba una blancura igual á la de la cal, como derramada en cierto modo debajo de las manchas rojas (scarlatina variegata, de Reíl). No es raro que existan al mismo tiempo muchos de estos diferentes matices de rubi- cundez, ó que se sucedan, ya rápida ya len- tamente. Ef exantema recorre á menudo una serie regular de colores, siendo, por ejemplo, el primer dia de color de carne, el segundo rojo, el tercero rojo subido , y el cuarto pur- púreo. En ciertos casos una misma mancha es mas clara, casi blanquecina en un punto, de color rojo claro en otro, rojo subido y rojo azulado en los demás» (Jahn, Reflexionscriti- ques sur la scarlatine, en Journ. complem. des se. méd., t. WXXVH, p. 450, 151). * Rilliet y Barthez observan, que estas varie- dades de color dependen de la intensidad rela- ¡ liva del fondo v de los puntos que constituyen las manchas: cuando faltan ó son poco nume- rosos los puntitos de color subido, la erupción, aunque viva , es mas clara y su color merros intenso, y si por el contrario dominan , el co- lor de la erupción es mas fuerte y adquiere un tinte rojo de frambuesa muy intenso. »ElI color morboso, ordinariamente menos vivo por la mañana que por la noche, es siem- pre mas subido por las tardes, sobre todo en el tercero y en el cuarto dia (Rayer, loe. cit., p. 202), y se aumenta su intensión durante los paroxismos. Dice Jahn que se observa fre- cuentemente en todo el curso del exantema ó en algunos desús períodos, ya al principio ya en el estado ó hacia el fin, una alternativa continua de aumento y de disminución de la rubicundez; en términos que durante algunas horas es apenas sensible ó casi nula , ha- ciéndose en seguida muy fuerte y muy viva por masó menos tiempo. Esta fluctuación es a veces casi regular, típica y sujeta á épocas fi- jas; pero por lo común no sigue ninguna re- gla. Frecuentemente sucede que la rubicu ndez solo es movible y pasagera en ciertos puntos del cuerpo , al paso que en otros es lija y per- sistente, y aun se ha visto una porción del exantema movible al principio perder este ca- rácter. Por último, en muchos casos no# sufre el color ningún cambio en todo el curso" de la enfermedad. »En general el color morboso es muy inten- so en la cara, formando en ella manchas de un tinte subido y uniforme. Es á menudo muy vi- vo en el abdomen, en los muslos , en las in- gles y en las axilas. En la parte posterior del tronco adquiere el exantema un color mas os- curo. El punteado se señala perfectamente, y el color general de la piel no es ya de rosa vi- vo, sino de violeta. Mondiere (loe. cit., p. 178) ha visto casi siempre el color mucho mas su- bido en los ríñones, en las nalgas y en las ar- ticulaciones, cuyo hecho se ha comprobado por otros observadores. Cuando la erupción in- vade con preferencia una porción de la piel, presentando en ella un color muy intenso, las demás partes no suelen ofrecer mas que una erupción sonrosada v pálida (Rilliet y Barthei, loe. cit., n. 576-577). «Por lo demás nada puede decirse en gene- ral acerca de este punto. «Muchos exantemas, dice Jahn (loe. cit., p. 153), se presentan en sitios determinados de la piel, los cuales pue- den considerarse como puntos de concentra- ción , como otras tantas especies de focos , co- mo puntos atacados con preferencia, y en Jos cuales se manifiesta la erupción con mas abun- dancia. Nada de esto sucede en la escarlatina; pues se observa, que ora es mas violenta y pro- nunciada en unas partes del cuerpo, ora en otras.» «Ordinariamente la erupción cscarlatinosa es general y ocupa toda la superficie del cuer- DE LA ESCARLATINA. 97 po; pero algunas veces es parcial, y está limi- tada á ciertas partes solamente. «La forma de las manchas escarlatinosas es muv variable; por lo común son redondeadas ú ovales, y tienen la estension de la palma de la mano ó mas; pero muchas veces son irre- gulares, pequeñas., configuradas de diversos modos, con bordes desiguales, recortados y límites poco marcados. Estas diferentes formas se hallan á menudo mezcladas; una misma mancha suele presentarlas alternativamente. Con frecuencia también conserva el exantema su primitiva forma durante toda la enferme- dad (Jahn). «La piel está tirante, seca y dolorida al tac- to; su superficie , generalmente lisa, está ar- rugada como carne de gallina en algunos pun- tos, y particularmente en la parte esterna y posterior de los brazos y de los muslos (Rayer). «*En ocasiones viene acompañada la escarla- tina de un prurito muy intenso, ya general, ya parcial y limitado á algunas regiones ; ora se siente la comezón todo el tiempo que dura la enfermedad, ora solo existe en ciertos pe- ríodos, como al principio ó por el contrario hacia el fin. En muchos enfermos falta com- pletamente el prurito (Jahn, loe. cit., p. 152). »A veces se manifiestan pápulas en las ma- nos, en el .pecho y en los miembros (scarlatina granúlala, papulosa, morbillosa, de Vogel y j de Naumann). Rayer ha observado algunos hechos de esta especie (loe. cit., pág. 202), é igualmente Strecker (Rust's magaz., t.XXVIII, j cuad. 3). Casi constantemente se desarrollan ' vesículas miliares en diferentes regiones del cuerpo (scarlatina phlietenosa, miliaris, mili- formis, de P. Frank y de Naumann). «Uno ó dos dias después de la aparición de las manchas, cierto número de puntos escarlati- nosos toman un color mas subido y aumentan de volumen; se reconoce por medio del tacto que forman una ligera prominencia por encima de la piel, y muy pronto dan origen á una ve- sícula pequeñísima, que en razón de la persis- tencia del punto rojo primitivo se encuentra rodeada de una aureola estrecha, la cual se distingue , aunque con dificultad, de la man- cha propiamente dicha por su color rojo mas marcado. La vesícula es siempre trasparente al principio; pero mas adelante varia su aspecto: ora conserva hasta su desaparición la forma que acabamos de describir; ora adquiere mas desarrollo sin que su aureola participe de él, y entonces se trasforma á veces en pústula. Tam- bién puede suceder que la aureola se estienda y la vesícula permanezca estacionaria. El cur- so regular parece ser aquel en que la vesícula y la aureola aumentan á la vez. Las vesículas escarlatinosas jamás son confluentes; el líquido que contienen desaparece constantemente pa- sado el primer dia; entonces se marchitan , y en ciertos casos no tardan en caerse, al paso que en otros persisten hasta la descamación, la cual empieza entonces por estos puntos (Jahn, TOMO IX. Journ. complem. t. XXXVI, pág. 383-389;. «Háse creído, dice Jahn , que estas vesícu- las pertenecen á la miliar y dependen de-una complicación de esla con la escarlatina; opi- nión errónea, pues la exislencia y el desarrollo de las vesículas escarlatinosas son inseparables del movimiento exantemático. »Las vesículas escarlatinosas se manifiestan principalmente en gran número al rededor del cuello, en las ingles, en las axilas y en los pliegues de los brazos, y según Chomel sumi- nistran un elemento precioso para el diagnós- tico diferencial de la escarlatina y del saram- pión (V. Sarampión). oReuss, Stork, Vogel é H¡I*denbrand han visto escarlatinas acompañadas del desarrollo de ampollas, de flictenas considerables, seme- jantes á las de la erisipela ó del penfigo (scar- latina vesicularis, variolosa, pemphigoida). En un caso observado por Reuss habia mas de veinte ampollas esparcidas por la cara, cuello, pecho y estremidades (Naumann, loe. cit., p. 745-746). «Al mismo tiempo que se desarrolla la erup- ción, se manifiesta ordinariamente una tume- facción mas ó menos considerable en los píes ó en las manos , cuyas articulaciones no pueden estenderse ni dobíarse (Vogel, De cognosc. et curand. morb., §. 151. Borsie'ri, p. 57 y sig.). La tumefacción invade á menudo la cara, y es- pecialmente los párpados, los cuales no pue- den separarse uno de otro (Mondiere, p. 178. Jahn, Journ. compl., t. XXXVII, p. 152); por último , asegura Lorry que en algunos casos se estiende á todo el tejido celular del cuerpo. Es- ta tumefacción no debe confundirse con el ede- ma escarlatinoso (V. Complicaciones). «Algunos autores pretenden que cesa de ve- rificarse la traspiración en las manchas escar- latinosas; pero otros aseguran lo contrario. «La estension y la intensidad de la erupción escarlatinosa siguen en aumento tres ó cuatro dias; algunas veces llegan á su máximum des- de el segundo, pero por lo común progresan hasta el cuarto, y luego permanecen estacio- narias por uno ó dos dias. Es pues de cuatro á seis dias la duración del período de erupción, es decir , mucho mas que en el sarampión; pe- ro estos límites no son fijos. «Por lo común, dicen Rilliet y Barthez (p. 578), no quedan ya señales de la rubicundez escarlatinosa al sesto dia. No obstante, hemos visto no durar la erup- ción mas que cinco dias, ó estenderse hasta el sétimo, octavo y aun el décimo, pero nunca mas.» Dice Jahn que ha visto invadir la erup- ción toda la piel en algunas farras y aun mani- festarse súbitamente en toda la superficie de los tegumentos. Asegura el mismo autor que la duración del período de erupción puede no es- ceder de una hora; mientras que De Haen y Borsieri pretenden que puede llegar á cuatro dias. Estas aserciones necesitan confirmarse, y en todo caso solo se aplicarían á hechos escep- cionales. 13 DE LA ESCARLATINA. «Desde el principio del periodo de erupción y durante todo su curso, se notan en el fondo de la boca, en el velo del paladar, en las amíg- dalas, en la faringe , y á veces en las encias, en la mucosa bucal, eh la lengua y en los la- bios, unas manchas rojas semejantes á las cu- táneas, y variables como estas, por su forma, dimensiones y color. Ora es general la rubi- cundez, ora parcial; las amígdalas y la úvula están hinchadas y cubiertas de chapas blan- das, delgadas, blanquecinas y pultáceas, al- gunas veces de seudo-raembfanas parduscas, amarillas ó blancas, pequeñas, delgadas, la- minosas y que se desprenden con facilidad, ó aue son por el contrario muy adherentes. El epósito seudo-membranoso"cubre en ocasio- nes toda la porción visible de la faringe, for- mando una capa delgada, trasparente, ó bien del grueso de media á una línea. «Las falsas membranas no se manifiestan desde el principio de la angina escarlatinosa; sino que aparecen al segundo ó tercer dia, y á veces solo se presentan hacia el quinto, sesto décimo y aun undécimo, «La angina escarlatinosa viene casi siempre acompañada de un dolor mas ó menos vivo, que se aumenta con la presión hecha hacia los ángulos de la mandíbula, yjcon los esfuerzos para deglutir; esta acción es trabajosa, como también la de hablar; la voz es ronca. Los gan- glios submaxilares están ordinariamente hin- chados y doloridos. «La angina presenta como el exantema mu- chas variaciones», dice Jahn, á quien hay que citar continuamente cuando se escribe la his- toria de la escarlatina. «Por lo común precede la angina al exante- ma; pero frecuentemente se declara al mismo tiempo; á veces se presenta después que este, ó cuando se halla en su declinación, y rara vez sobreviene durante la descamación. "Su curso sigue á menudo los mismos pasos que la erup- ción; de manera que su mayor grado de in- tensión corresponde al de la "eflorescencia; pe- ro también puede estar en razón inversa con el exantema. Se la ha visto desaparecer y repro- ducirse como este en todo ó en parte, por un tiempo mas ó menos largo» (loe. cit., p. 155). «Rilliet y Barthez han comprobado esta ir- regularidad en el curso de la angina y aun en el desarrollo de las falsas membranas. «La angina escarlatinosa está sujeta á una especie de intermitencia, es decir, que después de haber seguido su curso durante algunos días disminuyen los síntomas, pr.ra aumentarse muy pronto y recobrar su primera intensión. Las falsas membranas desaparecen en ocasio- nes desde el segundo dia para no manifestarse de nuevo; pero lo mas coraun es, ó que per- sistan durante tres, cuatro ó mas días, ó que si desaparecen pronto sea para volverse á presen- tar» (loe. cit., p. 603). «Pfeufer pretende que la angina es mas in- tensa en los niños de diez á doce años de edad; pero Naumann asegura que es mas violenta en los adultos (loe. cit., p. 147). «La mayor parle de los autores consideran la angina como un fenómeno esencial y cons- tante de la escarlatina; mas adelante veremos que no es asi, y que por una parte puede fal- tar completamente, mientras que por otra sue- le ya manifestarse sola, \a presentar una in- tensión que la trasforma en una verdadera complicación. «Algunos médicos alemanes, y en particular el doctor Helfft, afirman que la rubicundez es- carlatinosa no se limita á la faringe, sino que ocupa toda la estensiou de las mucosas diges- tiva , respiratoria y génito-urinaria , constitu- yendo un exantema interno ó enantema. En otra parte hemos espuesto los argumentos en que se funda esta doctrina (V. Sarampión). «El período de erupción presenta, ademas del exantema cutáneo y de la angina, un conjunto de síntomas que "vamos á estudiar rápida- mente. «La fiebre conserva la misma violencia que en el período de invasión mientras crece el exantema, disminuyendo en seguida lentamen- te, para desaparecer del lodo en el momento en que empieza á disminuir la rubicundez es- carlatinosa. «La temperatura animal es mayor que en ninguna otra fiebre eruptiva. Andral ha obser- vado en siele adultos que el máximum era de 40° 75 , y el mínimum 39°. Roger ha visto en siete niños llegar el máximum á 4C°75, el míni- mum á 38°, término medio 39°, 39: Nasse y Currie pretenden que el termómetro puede su- bir hasta 43°; Torrencí, según d'Ozanam ha contado hasta 52; pero dice Roger que es pre- ciso haya aqui un error de consideración. «La elevación de la temperatura está en ra- zón directa con la intensión de la erupción y la gravedad de la enfermedad; pero no siempre se halla en relación con la frecuencia del pulso y de la respiración (Roger, De la temperature chez les enfants, etc., en Archives génér. di méd., t. VI, p. 141-143; I8U). »Para poder apreciar la temperatura es in- dispensable hacer uso del termómetro, «por- que, dice Jahn (loe. cit., p. 156), el médicoy el enfermo creen á menudo que hay un calor muy grande , aunque no lo indique el termó- metro.» Asegura el mismo autor que muchas veces escede poco el calor del grado ordina- rio, ó solo se aumenta en algunas regiones de la piel, y precisamente donde no hay exantema. «La piel está seca; los sudores son casi nu- los ó poco abundantes; apenas se observan si- no durante uno ó dos dias y mientras sigue en incremento la erupción. Es rouv importante estudiar la perspiracion cutánea* puesto que Rilliet y Barthez han visto que los enfermos que traspiran se libertan ordinariamente de la anasarca. »Las fuerzas se sostienen ; el enfermo se acuesta indiferentemente de espaldas ó de cual- DE LA r?CARUTlNA. ?3 quier lado, y su aspecto nada presenta de par- ticular. . «Los ojos están brillantes, animados y algu- nas veces encarnados y lagrimosos. «Estos sín- tomas, dicen Rilliet y Barthez, aunque mas propios del sarampión, se encuentran en mu- chas escarlatinas; obsérvanse el primero ó el segundo día; pero regularmente no persisten sino durante el incremento , y rara vez en to- do el curso de la erupción » (loe. cit., p. 585). «Losagugeros de las narices, ora están se- cos y pulverulentos, ora humedecidos por un moco mas ó menos abundante, y puede haber un verdadero coriza. Rilliet y Barthez han ob- servado una vez una epistaxis abundante, acae- cida al cuarto dia de la erupción de una escar- latina simple. «Los labios y las encías están hinchados, se- cos, encendidos y en ocasiones sanguinolentos; la lengua se despoja poco á poco de la capa blanquecina que la cubría; adquiere un color rojo subido, y su superficie se pone tan lisa, que parece cubierta de barniz; otras veces so- bresalen sus papilas de manera que toma el aspecto de la fresa (Guersant y Blache). Con bastante frecuencia se desarrollan en la boca aftas en número mas ó menos considerable; el aliento es fétido, y hay un tialismo mas ó me- nos abundante (Naumann). «La sed continúa siendo viva, el apetito nulo; son muy raros los vómitos, y á veces hay una diarrea poco abundante y de corta duración, ó un estreñimiento ligero ;"el vientre puede estar tirante y dolorido. Estos síntomas coinciden ordinariamente con la diarrea ó con un aumen- to de volumen del hígado ó del bazo. «Las funciones respiratorias no están altera- das; cuando mas se observa en ellas un poco de aceleración durante los primeros dias de la erupción. «Las alteraciones nerviosas de que hemos hablado mas arriba pueden también manifes- tarse en esta época ; Rilliet y Barthez han no- tado casi constantemente durante el período de incremento una cefalalgia, una agitación ó un delirio, mas ó menos intensos. Estos fenó- menos desaparecen á medida que se verifica el decremento del exantema, á no ser que de- jen de ser simpáticos ó que dependan primiti- vamente de alguna complicación. » Período de descamación. — El decremento de la erupción se anuncia por las modificacio- nes que esperimenta la rubicundez escarlati- nosa : esta adquiere primero un color rojo su- cio, que se-decolora poco á poco volviéndose : sonrosado, y por último desaparece completa- mente. »La descamación empieza ordinariamente después de la desaparición de la rubicundez. Sin embargo algunas veces, cuando la fiebre ha sido intensa y la erupción abundante , se manifiesta en el período de estado de la enfer- medad. Por último en algunos casos no se des- prende el epidermis hasta dos ó tres semanas después de la terminación (Vicusseux, ÍJe l'a- nasarque á la suite de la fiévre scarlaline, en Journ. de méd., chir. et pharm., t. III, p. 12, aña X). »Jahn y Mondiere aseguran que puede fal- lar completamente la descamación: este últi- mo la ha visto lambien retardarse hasta el vi- gésimo ó vígésimoquinto dia, y renovarse dos veces en el espacio de un mes (loe. cit., p. 187). «No es raro, dice Jahn, que se repita la des- camación dos veces ó mas, y entonces la se- gunda unas veces se parece á la primera y otras no» (loe. cit., p. 154). «La descamación sigue en general el orden con que han aparecido las manchas exantemá- ticas; empieza por el cuello y por la espalda; en seguida se manifiesta en los brazos y en las manos, y por último en los píes (Vieusseux). Sin embargo hay muchas escepciones de esla regla. Cuando la enfermedad ha sido ligera, la esfolíacion epidérmica es á menudo poco abun- dante, de corta duración, y puede pasar casi desapercibida; en caso contrario es muy mar- cada y se prolonga por diez, quince, veinte, treinta dias y aun mas (Rilliet y Barthez). Jahn dice que no hay relación constante entre la in- tensidad de la erupción y la de la descama- ción; que no pocas veces, en la escarlatina par- cial , las partes de la piel en que no ha habido exantema son las que dan mas escamas. «En ocasiones viene acompañada la desca- mación de un prurito violento (Borsieri). "Cuando la angina ha sido ligera, se ven desprenderse colgajos del epitelium, á veces estensos y á menudo muy pequeños, de la len- gua y de la faringe. En los casos de angina viólenla, la descamación del fondo de la boca es unas veces sensible y otras poco marcada (Jahn). «La esfoliacíon del epidermis puede verifi- carse de diferentes modos que conviene cono- cer, aunque solo fuese, según dicen Rilliet y Barthez, para tener medios de asegurarse de si una erupción que no se ha tenido á la vista ha sido realmente una escarlatina. «Tomaremos de los autores que acabamos de citar la minuciosa descripción de este fenó- meno. «Suele levantarse el epidermis encima de una elevacioncíta redondeada, no puntiaguda, que al principio tiene el tamaño de una punta de alfiler. Estas elevacioncitas adquieren muy pronto las dimensiones de una vesícula de su- damina; pero se diferencian de estas por la falta de líquido, por la flacidezdel epidermis y por su curso y aspecto opalino. «Una vez llegada la prominencia á este pun- to, y á veces antes, se rompe su centro, y ya no queda masque un círculo epidérmico, que se ya ensanchando por el desprendimiento su- cesivo de la membrana, hasta que se junta con los círculos inmediatos y se confunde con ellos; resultando entonces que la superficie de la piel presenta una multitud de islotes irre- 100 DE LA ESCARLATINA. guiares, formados por porciones de epidermis en parte desprendidas por sus bordes y de una eslension variable; especies de escamas del- gadas, que se desprenden muy pronto comple- tamente y se caen en épocas variables. «En algunos niños conservan las elevaciones del epidermis su apariencia de sudamina ar- rugada; no por eso cesa el desprendimiento epidérmico, antes se esliendo por las partes inmediatas, conservando su mismo aspecto; de manera que la reunión de la seudo-sudamina ' forma una superficie masó menos estensa, so- bre la cual el epidermis levantado desigual- mente , sostenido por algunos sitios y siempre opalino y seco, da á la piel un aspecto parti- cular. Sin embargo tarde ó temprano se rompe el epidermis levantado, y cae en escamas mu- cho mayores ó en colgajos estensos, delgados é irregulares. «En algunos casos raros se cae el epidermis en cscaraitas furfuráceas semejantes á las del sarampión.» «La caída del epidermis presenta algunas variedades, según el grueso de esla membra- na en las diferentes regiones del cuerpo. La descamación, tal como se acaba de describir ultimamente, se verifica en el cuello, pecho y abdomen; en la cara es raro observar seu- do-sudamina; el epidermis se esfolia en forma de escamitas pequeñas. En las estremidades de los miembros se desprende en colgajos esten- sos, conservando su forma y apariencia, solo que parece mas blanco y mas grueso: hánse visto colgajos de siete pulgadas de largo y tres de ancho (José Frank). A veces forma el epi- dermis desprendido una eubierta completa á uno ó mas dedos, y aun á la mano ó al pie. En algunos casos, que por otra parte parecen muy raros, se desprenden y caen hasta las uñas (Withering, Navier; v. J. Frank, t. II, p. 112; Graves, Gaz. méd.,n. 32G; 1837). «Rilliet y Barthez han observado una rela- ción bastante constante entre la vivacidad de la erupción y la abundancia de la descama- ción, asi como también entre la forma de am- bos fenómenos. A la erupción con punteado sucede la descamación por seudo-sudamina, que se desprenden antes de formar escamas considerables, y á la erupción sin punteado sucede la descamación por trozos estensos. Los mismos autores han visto también que una des- camación abundante y general impide á menu- do el desarrollo de la anasarca. «En el momento en que empieza á perder su color la erupción, se alivian todos los fenó- menos morbosos y disminuyen por grados, de- sapareciendo ordinariamente del todo desde el principio de la descamación. vCurso y duración de la enfermedad.—Di- remos como en el sarampión «que la regu- laridad del mal consiste en la armonía y en el orden de sucesión de los diferentes sínto- mas morbosos;» pero debemos añadir, que Ja regularidad es mucho menos común y menos marcada en la enfermedad que nos ocupa, »La escarlatina es una afsecion esencial- mente va)-¡able en sus caracteres sintomáticos y en su curso. Los limites del período de in- vasión varían entre doce horas y cuatro dias; la duración del período de erupción es ordi- nariamente de seis dias; pero según muchos autores puede limitarse á algunas horas y lle- gar á cuarenta dias. El período de descamación no escede á veces de tres á cuatro dias, pero otras se prolonga á un mes. Por último, la du- ración total de la enfermedad varia entre diez y cuarenta dias. «No obstante puede decirse en general, que la escarlatina debe considerarse como regular cuando se comprueba la existencia de sus tres períodos de invasión , erupción y descamación, cualquiera quesea la duración de cada uno de ellos; cuando el exantema es general, tiene un color encarnado de frambuesa, y se aumenta y disminuye gradualmente; y cuando se pre- senta una "angina, cuya intensidad está en re- lación con la del exantema, sin esceder nun- ca de ciertos límites, ni determinar accidentes graves. vTei'minacion.—Si se considera la escarlati- na en general, haciendo abstracción de su for- ma, es preciso decir con Bretonneau: «Varía su intensión mas que en ninguna otra flegma- sía exantemática. Esta enfermedad, estraordi- nariamente benigna en ocasiones, se reduce á una simple indisposición; al paso que en otras es sumamente grave y no menos mortífera que la peste. No solo pueden observarse las mayo- res diferencias bajo este aspecto en las distin- tas epidemias que se suceden en un sitio de- terminado; sino que se notan igualmente en el curso de una misma epidemia, y en cir- cunstancias idénticas de estación, localidad y familia» (Aphorismescliniquessur l'escarlatine, en Journal des connaissances médieo-chirurg., número de mayo, 1834, p. 267). f »En una epidemia de que habla Bateman, í solo murió un enfermo de cada treinta y seis; ; mientras que Lehmann ha visto llegar la mor- tandad á uno de cada ocho, y GílberlBIaneá uno de cada cuatro, y aun Rilliet y Barthez han observado una proporción mas desventa- josa en el hospital de niños, puesto que de ochenta y siete atacados de escarlatina sucum- bieron cuarenta y seis. «Diferente es el caso si solo se considera la escarlatina regular y simple, pues entonces la terminación es casi constantemente feliz; Ri- lliet y Barthez no han visto morjr un solo en- fermo de esta forma de escarlatina, de la cual se puede decircon Sidenham y Bretonneau que no es masque una ligera indisposición. Mon- diere afirma haber visto terminaciones prontas y francas á consecuencia de sudores abun- dantes. y>Recidivas.—La mayor parte de los autores aseguran que la escarlatina no ataca nunca dos veces á un mismo individuo; Willan no ha ob- DE lA ESCARLATINA. 101 Servado en 2000 sugetos mas que una solaes- cepcion de esta lev; sin embargo refieren ejem- plos auténticos de"recidivas; J. Frank (loe. cit., pág. 127), Landcullc (Journ. de méd., 1763, t. XVIll,' p. 409), Bicker, Neumann y Cramer (Rust's Magaz., tomo XXV), Elwert (ibid., t. XXXI). Hamillon (Gaz méd., 1833, p. 810), Heyfelder (Studien im Gebicte der Heilwisscns- chaft, t. II, p. 60), Wood, Rayer (loe. cit., pá- gina 210) y Rilliet y Barthez (loe. cit., p. 583). Jahn asegura haberconocido una mujer de cua- renta y dos años, que habia tenido siete veces la escarlatina, y Henrici pretende haber visto hasta diez y siete recidivas (Naumann, loe. cit., p. 783). »b. Escarlatina irregular.—Llamamos es- carlatina irregular á la que, sin dejar de ser simple, se aleja notablemente del conjunto de síntomas y del curso que hemos indicado. «El período de invasión puede faltar comple- tamente, manifestándose entonces la enferme- dad por la repentina aparición del exantema (Mondiere, p. 186). Otras veces es muy corto y no dura mas que algunas horas; aunque en el mayor número de casos es mas largo que en la escarlatina regular, manifestándose la erup- ción entre el segundo y el tercer dia, es decir, un día después que en la escarlatina legítima. «Los fenómenos morbosos no se diferencian generalmente de los de la escarlatina regular. Sin embargo no se presenta la fiebre tan á me- nudo desde el primer dia (Rilliet y Barthez) y aun puede faltar completamente; de manera, dice Jahn, que los niños continúan sus juegos sin quejarse. «Los síntomas del período de invasión, ora son muy leves ó casi nulos, ora exagerados: en este último caso es muy viva la fiebre des- de el principio, acompañada de vómitos tena- ces (Mondiere), de diarrea y de accidentes ce- rebrales. A veces se observan fenómenos in- sólitos , tos, coriza, lagrimeo, en una palabra los síntomas que ordinariamente preceden al sarampión. «La erupción es muchas veces parcial, li- mitada al cuello, á las rodillas, alas flexuras de los brazos, alas ingles, al tronco, á los píes y á las manos (Mondiere); ó si es general, no empieza por la cara, y aun puede no ma- nifestarse en esta parte en ningún período de la enfermedad. »En ciertos casos tiene el exantema muy poco color, el cual consiste solo en un tinte general sonrosado, que se diferencia poco del color normal de la piel y desaparece al cabo dedos ó tres dias. «Esta forma, dicen Rilliet y Barthez (loe. cit., p. 570), termina por una curación tan completa como pronta; pero no siempre sucede lo mismo, y aun es preciso desconfiar del curso demasiado rápido de esta erupción in- completa, porque pueden sobrevenir acciden- tes mortales. A veces también se desarrolla esta escarlatina pálida en los niños anémicos y debilitados por enfermedades anteriores, y en particular por la entero-colitis; en cuyo caso agrava el estado del paciente, añadiendo una enfermedad nueva á la que existia; pero en compensación se halla menos espuesla á com- plicarse con accidentes graves é instantá- neos.» «En otros casos es el color morboso muy subido, violado, uniforme, y sin los puntitos que regularmente le acompañan; y á veces se ven una multitud de manchitas de color violado ó rojo vinoso, esparcidas por los tegu- mentos. «Esta variedad, que podría llamarse escarlatina negra ó hemorrágica, por la ana- logia que tiene con la variedad del mismo nombre que en ocasiones presenta el saram- pión , no suele ser mas grave que las demás» (Mondiere, loe. cit., p. 186). «La fiebre y los síntomas generales no es- tan en armonía con la intensidad y la estension de la erupción; la angina es muy violenta y el exantema muv ligero, ó viceversa. «La escarlatina irregular tiene en general un curso mas rápido y una duración mas corta que la legítima. La terminación es ordinaria- mente feliz, cuando el mal es primitivo y sim- ple; pero no sucede lo mismo cuando la es- carlatina irregular simple es secundaria (de 7 casos, 5 muertos; Rilliet y Barthez, loe. cit., p. 635). »B. Escarlatina anómala.—a. Escarlatina sin angina.—Sucede á menudo que aun cuan- do sea muy pronunciada la erupción escarla- tinosa, es muy ligera la angina; observándose únicamente una rubicundez casi inapreciable en la garganta, sin molestia al deglutir ni hin- chazón délos ganglios submaxilares; pero es sumamente raro que falte enteramente la an- gina. Cítense sin embargo algunos ejemplos en que tal ha sucedido, debiéndose observar que en estos casos era siempre irregular la erupción. »b. Escarlatina sin exantema.—Admiten esta variedad Fothergíll, lluxham, Stoll, Ro- sen, Ramsey, Baleinan, Aascow yBang; pero la niegan muchos patólogos. No obstante han probado definitivamente su existencia los tra- bajos modernos de Dance (loe. cit.), Breton- neau, Trousseau, Taupin (Essai sur lascarla- tine sans exantheme, en Journal des conn. méd. chir., p. 151, núm. de octubre, 1839), Gerardin (el mismo periódico, p. 106; núme- ro de marzo, 1840), Graves (Gaz. méd. p. 326; 1837) y Carriére (el mismo periódico, p. 694; 1843, etc.). «Bretonneau y Trousseau han demostrado en efecto que la angina escarlatinosa no pue- de confundirse ni con la angina simple ni con la diftérica (V. Diagnóstico), y Mondiere ha re- ferido algunos hechos que no dejan duda acer- ca de este punto. «He visto, dice (loe. cit., pá- gina 186), faltar hasta la mas remota señal de erupción, sin que me fuese posible descono- cer el carácter de la afección epidémica; pues 102 DE LA ESCARLSTINA. como si no hubiese bastado el conjunto de to- dos los demás síntomas para diagnosticar bien la enfermedad, solía aparecer la anasarca en algunos de estos casos como en los enfermos que habiau tenido una erupción abuudanle.» »La escarlatina sin exantema, se manifiesta sobretodo cuando hay epidemias escarlatino- sas, y entonces puede ser muy común: de 13 enfermos observados por Trouseau, 8 pade- cieron exantema y angina simultáneamente, y 5 angina sin exantema [Mem. sur un épidémie d'anqine escarlatineuse, etc., en Arch. gen. de méd., L XIV, p. 285; 1842). «El período de invasión no presenta ordina- riamente nada de particular, y el médico espe- ra la aparición del exantema; pero solo pro- gresa la angina, mientras que la piel perma- nece intacta, por mas que algunas veces se ha- ga asiento de una comezón viva y mas ade- lante de una descamación muy marcada. «La angina puede ser ligera y no diferen- ciarse de la que hemos de Tito mas arriba; y entonces es casi siempre feliz la terminación. Pero en el mayor número de casos la angina es muy grave y presenta todos los caracteres de la que vamos á estudiar en seguida al tratar de las complicaciones. »C. Escarlatina complicada.—Las compli- caciones de la escarlatina se manifiestan en circunstancias muy diversas: unas casi no se desarrollan sino durante los períodos de inva- sión y de erupción; al paso que por el contra- rio hay otras que no suelen sobrevenir sino en el período de descamación; eslas no acom- pañan ordinariamente mas que á la escarlatina irregular; aquellas se manifiestan indiferente- mente en todas las formas de la enfermedad. Es imposible presentar, respecto de este pun- to, consideraciones generales de algún valor. «a. Escarlatina complicada con una lesión local.—1.° Faringitis.—Casi nunca adquiere la angina su máximum de intensión, ni mere- ce el nombre de complicación, sino durante las epidemias. Algunas veces acompaña á un exantema escarlatinoso regular; pero ordina- riamente se presenta con erupciones irregu- lares; por último se manifiesta á menudo sola (escarlatina sin exantema). Ora precede á la erupción, ora aparece con ella y ora se retar- da hasla el período de descamación y aun mas adelante. «Los síntomas generales (fiebre, cefalalgia, agitación, delirio, etc.) son ordinariamente muy marcados. Desde el principio hay fuerte dolor de garganta; la deglución es difícil; la faringe presenta un color violado que se es- tiende rápidamente á toda la mucosa bucal y á la lengua; las amígdalas eslan hinchadas como también los pilares, el velo del paladar y la campanilla. Esta hinchazón, que parece resultar en parte de una infiltración submu- cosa, puede hacerse considerable y obstruir casi completamente el istmo de la garganta: entonces la respiración es dificil, sibilosa, la deglución casi imposible, las bebidas refluyen en parte por la nariz, y la voz está lomada, ronca v aun casi abolida. «Nótase desde el segundo ó tercer día una capa purulenta, gris o saniosa, estendida por toda la mucosa faríngea, la cual está reblan- decida; las amígdalas se hallan infiltradas de pus y muy blandas, ó bien duras y volumino- sas; sus folículos se encuentran llenos de una materia gris y solida y con los tabiques for- mados por un tejido blanco, sonrosado, duro y resistente (Rilliet y Barlhez, loe. cit., pági- na 606). Otras veces se presentan primero en las amígdalas, estendiéndose muy pronto ñor todas las partes flogosadas, unos copos scuao- memhranosos, caseiformes, pulposos, poco adherentes y blanquecinos. Las amígdalas es- tán como llenas de cortaduras, y las falsas membranas que las cubren aparecen hundi- das en el órgano , como si este hubiese perdi- do una parte de su sustancia (Gueretin, loe. cit., p. 286-287). «Los copos caseiformes se trasforman muy pronto en verdaderas seudo-membranas, que se presentan bajo la forma de chapas amari- llentas, gruesas, adherentes y á veces muy estensas. En Jos casos mas graves se manifies- tan desde el primer dia estas falsas membra- nas (Gueretin). «Cuando se quita una chapa seudo-membra nosa, se encuentra debajo de ella una superfi- cie escoriada y sanguinolenta. «Al cabo de veinticuatro ó de cuarenta y ocho horas, se ponen las falsas membranas parduzcas y semejantesá escaras; se despren- den y dejan descubiertas unas escoriaciones ó úlceras masó menos estensas: estas últimas se manifiestan á veces sin que haya precedido ningún producto seudo-membranoso. «Pueden las alteraciones ser superficiales y constituir unas simples erosiones serpiginosas. Otras veces por el contrario, son profundas y se estienden hasta el tejido submucoso y aun hasta las fibras musculares; en tal caso tienen desde algunas líneas hasta una pulgada de diámetro y son irregulares, desiguales, con los bordes cortados perpendicularmente y muy marcados; comunmente están situadas en la faringe y á menudo en las amígdalas, mani- festándose igualmente detras de la laringe y en el conducto faringo-laringeo (Rilliet y Bar- thez, loe. cit., p. 697). » Coriza.—Cuando la angina es intensa, sa prolonga á menudo la inflamación hasta las fosas nasales, las cuales se ponen calientes, secas y doloridas: entonces es muy difícil la respiración y no queda libre hasta que espelen los enfermos por las narices un líquido puri- forme ó restos scudo-nicmbranosos. Huxham, que hizo una descripción escelente de la an- gina escarlatinosa (Nouvel essai sur lesdiffe- rentes espéces de (iévres, p. 442; Paris, 1784), observó á menudo esta complicación, la cual ha sido también frecuente en las epidemias 63 LA ESCARLATINA. 103 estudiadas por Witering (On the scarlat fever an sore throat; London, 1779) y por Gueretin. La flegmasía invade mas rara vez la trompa de Eustaquio y el órgano de la audición (Hamil- ton, loe. cit., p. 812). Kennedy ha visto for- marse abscesos en el oído interno y esfo- liarse los huesccíllos del oído (London med. chir. review, núm. de octubre, 1843; estr. en Arch. gen. de méd., t. IV, p. 8); 1844), Heí- fclder (loe. cit., pág. 5S-63) y Rilliet y Bar- thez (loe. ai., pág. 627) citan muchos casos ¡ de otorrea acaecida á consecuencia de la es- carlatina. «Laringo traqueáis.—En la epidemia ob- servada por Hamilton, se estendió siempre la inflamación de la faringe á la epiglotis, á la laringe, á la tráquea y muchas veces á los bronquios (loe. cit., p. 811). Gueretin ha vis- to varios hechos de esta especie, y Rilliet y Barthez han encontrado la mucosa de la epi- glotis, de la laringe y de la tráquea, roja, re- blandecida y cubierta de falsas membranas, semejantes á las que se forman en la.faringe (loe. cit., p. 608-609). Godcn y Berndt han observado frecuentemente esla complicación (Naumann, loe. cit., p. 759). «Barrier ha visto una escarlatina simple, que terminó repentinamente por la muerte al no- veno dia á consecuencia de una asfixia ful- minante producida por un edema de la glotis [Journ. des conn. médico-chir., número de julio, p. 3; 1842). «Parótidas.—Con este nombre se ha descri- to, como observa Bretonneau, no tanto la inflamación de las glándulas salivales, como la de los ganglios submaxilares y del tejido celular cervical. «Siempre que hay una angina escarlatinosa medianamente intensa, se infartan los ganglios submaxilares; pero en ciertos casos toma esta tumefacción mucho incremento y se estiende á todo el tejido celular del cuello. «Las regiones submaxilares están tirantes y doloridas á la presión; los ganglios adquieren un volumen considerable; no pueden separar- se las mandíbulas, y son muy difíciles la de- glución y la respiración; Mondiere ha visto morir asfixiado á un niño, cuyos ganglios for- maban á cada lado del cuello" tumores del ta- maño de un puño (loe. cit., p. 182-183). Con bástanle frecuencia se forma pus en los gan- glios, y se abre paso al esterior, sobrevinien- do supuraciones muy largas y úlceras que tie- nen todos los caracteres de las escrofulosas (Ri- lliet y Barthez, Mondiere). «En algunos casos invade la inflamación todo el tejido celular del cuello; estese pone volu- minoso y rígido, y no tardan.cn formarse vas- tas colecciones purulentas. Esta complicación ha sido frecuente en las epidemias observadas por Lemercier en el departamento de la Ma- yenne (Journal compleméntaire des se. méd., 1. XXI, p. 97) y por Vose en Liverpool (Gaz. méd., o. 16í; 1832). «Kennedy (loe. cit.) ha visto estenderse los infartos del cuello hasta las clavículas y los músculos pectorales. Ora solo había un derra- me de linfa en el tejido celular del cuello, sin formación de absceso; ora se encontraba una supuración difusa ó circunscrita. Las coleccio- nes purulentas de la región cervical posterior han determinado en muchos casos la caries de las vértebras. «Puede la supuración corroer un vaso im- portante del cuello, y dar lugar á una hemor- ragia prontamente morlal (Keunedy); Mondie- re (loe. cit., p. 182) ha observado la ulceración de un ramo de la arterfa maxilar interna (V. también Arch. gen. de méd., t X, pág. 493; 1841). Por úllinio en algunos casos existen ver- daderas parótidas (Kreisig Hufeland'sjournal, t. XII, p. 43). «Los graves accidentes que acabamos de in- dicar, solo se observan ordinariamente cuando hay alguna complicación general (V. Escarla- tina maligna). Cuando la angina, por mas que sea algo intensa, conserva el carácter de le- sión local, rara vez termina funestamente. Gueretin no vio un solo caso de muerte fuera de la forma maligna [lo*, cit., p. 289), y lo mismo sucedió en la epidemia descrita por Trousseau, aunque acometió á muchos indi- viduos (loe. cit., p. 542). »2.° Bronco-neumonia.—La bronquitis es rara. Rilliet y Barthez solo han visto morir á un niño, en el quinto dia de una escarlatina complicada con angina y con una bronquitis sofocativa muy estensa. «La neumonía es mas común, aunque no frecuente. Hamilton asegura que es casi cons- tantemente la causa de la muerte en los enfer- mos que sucumben con anasarca; pero Rilliet y Barthez solo han observado la pulmonía un corto número de veces. Empezaba hacia el duodécimo ó decimoquinto dia de la enferme- dad, y cuando sucumbían los en ferinos no so- lían presentar aun mas que algunos núcleos lobuliculares diseminados (loe. cit., p. 625). »3.° Entero-colitis.—En 87 enfermos han observado Rilliet y Barthez 18 veces fenóme- nos que podian depender de una complicación intestinal. Por la autopsia se han comprobado entero-colitis foliculosas, inflamaciones crite- matosas ligeras y poco eslensas, ó un reblan- decimiento simple de la mucosa. Estas enteri- tis leves no tienen ninguna influencia en el curso ni en la terminación de la enfermedad. »4.° Accidentes cerebrales.—«La escarlati- na, mas que ninguna otra fiebre eruptiva, se complica durante su curso con accidentes ce- rebrales graves, los cuales hacen prontamente mortal la enfermedad.» «Los síntomas cerebrales se manifiestan, ora antes de la erupción, ora durante el curso de la misma, y se diferencian poco de los que ca- racterizan la meningitis (vómitos, estreñimien- to, cefalalgia, convulsiones, gritoshidro-en- cefálicos, delirio, pérdida del conocimiento, lOi DE LA E>CARLAT[N\. coma, disminución de la sensibilidad, enfria- miento, etc.). Son sin embargo demasiado va- riables, para que podamos comprenderlos en una descripción general. »Es circunstancia muy notable, que por gra- ves que sean los accidentes cerebrales, casi nunca vienen acompañadosde alteraciones muy marcadas del cerebro ó de sus membranas; la única lesión que se encuentra algo á menudo es una congestión mas ó menos intensa de es- tas parles; la cual, ora ocupa las venas ma- yores y los senos, ora la redecilla de la pia- madre, ora la sustancia cerebral. Muy rara vez hay un ligero derranie'de serosidad en las ma- llas de la pia-madre ó en los ventrículos late- rales. En un caso en que fueron muy violentos los accidentes cerebrales, no pudieron descu- brir Rilliet y Barthez ninguna alteración no- table (loe. cit., p. 620-624). «En la escarlatina maligna es en la que se manifiestan los síntomas cerebrales con mas frecuencia y gravedad. Willan ha visto seguir- se la inania á varios accidentes cerebrales acae- cidos en el curso de una escarlatina. »5.° Inflamaciones serosas.—La pleuresía, la pericarditis y la peritonitis, son complica- ciones muy raras. Los derrames que se encuen- tran á menudo en las cavidades serosas no son de naturaleza inflamatoria, y se refieren á la hidropesía, de la cual nos ocuparemos mas adelante. «Weissemberg ha observado una meningitis raquídea que terminó por la muerte en quin- ce horas (Naumann, loe. cit., p. 761). «Reumatismo.—Roesche (Medie, correspón- dete. Blalt, t. XIV, n.° 97), Wood (Gaz. med., p. 118; 1837), Reid (ibidem, p.554), dicen haber observado con frecuencia durante el cur- so de la escarlatina, dolores articulares acom- pañados de rubicundez y de tumefacción. Ken- nedy ha encontrado pus en varias articulacio- nes grandes y enlas esterno-elavieulares; la membrana sinovial estaba roja, los cartílagos corroídos, y desprendidas las epífisis (loe. cit.) «Kreyssig ha visto un reumatismo general tan intenso, que no se podia tocar la piel del enfer- mo sin que le hiciese gritar el dolor (loe. cit.). »7.° Hidropesía, anasarca.—La anasarca es una complicación muy frecuente de la es- carlatina, sobre todo eñ los niños; Rilliet y Barthez la hau observado en la quinta parte de sus enfermos. Ordinariamente sobreviene, según Vieusseux, á las dos ó tres semanas de la erupción; Wells dice que se presenta habi- tualmente veintidós ó veintitrés dias después de la fiebre eruptiva; Hamilton la ha visto re- tardarse hasta pasadas cinco semanas; pero también la ha observado muchas veces desde el principio del período de descamación (loe. cit., p.813). Según Guersant y Blache no se manifiesta jamás pasada la décima semana, y cuando se desarrolla en época posterior, no de- be considerarse como dependiente de la fiebre eruptiva (loe. cit , p. 164). »La anasarca puede seguir á todas las for- mas de la enfermedad. Rosen y Willan ase- guran que aparece sobre todo cuando la erup- ción ha sido muy intensa, y que es tanto mas considerable cuanto mas abundante ha sido la descamación. Frank afirma por el contrarío, que la anasarca se encuentra principalmente después de las erupciones muy benignas. Pe- ro las observaciones de Vicusseux, de Meglio y de los autores contemporáneos, prueban que se manifiesta lo mismo cuando la escarlatina ha sido benigna y regular, que cuando ha sido grave y anormal. «La anasarca se presenta con todos los ca- racteres que la hemos asignado al estudiar la enfermedad de Bright, advirliendo que la hi- dropesía del tejido celular se acompaña toda- vía con mas frecuencia y rapidez, de derrames en las cavidades serosas (pleuras, pericardio, peritoneo y aracnoides). Ora no hay masque un derrame, ora existen en casi todas las ca- vidades serosas. En este último caso, ó bien se verifican á un mismo tiempo las diferentes hidropesías, ó no aparecen sino sucesivamen- te (Rilliet y Barthez, loe. cit., p. 164): la as- citis y el hidrotorax son las mas frecuentes. «El edema del pulmón y el de la glotis so- brevienen también con bastante frecuencia. «La hidropesía es cálida, febril, activa, agu- da, ó bien fría, apirética, pasiva. En otra parte hemos indicado las diferencias sintomáticas que separan estas dos formas (V. Enfermedad de Bright). Solo recordaremos que las hidro- pesías escarlatinosas, en su forma mas aguda, pueden traer consigo accidentes mortales en el espacio de cuarenta y ocho y aun de doce horas (Rilliet y Barthez). «La hidropesía escarlatinosa no se acompa- ña de albuminuria tan frecuentemente como se ha creido. Reuniendo Guersant y Blache sus observaciones con las de C., Barón, Becque- rel y Rilliet y Barthez, han comprobado que falta la albúmina en la tercera parte de casos próximamente (loe. cit.. p. 164). «Cuando no hay albuminuria, no presentan los ríñones ninguna lesión apreciable; en el caso contrario se comprueba ordinariamente la existencia de la alteración granulosa de dichos órganos; pero esto no es constante: Kennedy (loe. cit.) ha encontrado los ríñones perfecta- mente sanos en muchos casos de hidropesía es- carlatinosa con albuminuria. «Por otra parte ha demostrado Bayer, que puede desarrollarse la nefritis albuminosa á consecuencia déla escarlatina, sin producir hidropesía. «Cuando existe la alteración granulosa de los ríñones, nunca se encuentra en sus grados mas adelantados, ni se estiende la lesión hasta la sustancia tubulosa. Rara vez procede Ja muerte de la hidropesía ó de la enfermedad de Bright; sino que ordinariamente depende do una complicación secundaria nueva, y espe- cialmente de la neumonía (Hamilton, loe. cit.), 6B LA ESCARLATINA. JC5 Esta última aserción se aplica principalmente á las hidropesías de forma crónica. «Todos los observadores, á escepcion de Heim y de algunos otros, consideran el frío y el enfriamiento como la causa mas ordinaria de la hidropesía escarlatinosa. Vieusseux (loe. cit., p. 9) y Meglin (Mém. sur l'anasarque, á la suite de" la scarlatine, en Journ. de méd , chir. etpharm., 1811 , t. XXI, p. 36 asegu- ran no haber visto un solo ejemplo en que no se pudiese conocer que la causa del mal habia sido la esposicion prematura del enfermo al aire ó al frío. Por lo que hace al modo de obrar de esta causa, nos es desconocido. «En el mayor número de casos, dicen Guersant y Blache, coincide la hidropesía con la nefritis albuminosa; pero se ignora sí produce el Irio los efectos morbosos directamente en la piel, ó sí dará lugar á la infiltración serosa por el intermedio de la afección de los ríñones.» »No entraremos aqui en mas pormenores, porque ya en otro lugar hemos tratado dees- tas importantes cuestiones con la conveniente estension (V. Anasarca y enfermedades de los ríñones). »b. Escarlatina complicada con una lesión general.—1 ."Escarlatina maligna, tifosa, ner- viosa, pútrida, séptica, cynánquico gangreno- sa.— Hay una forma muy notable de escarla- tina maligna, en la cualno revela el examen cadavérico ninguna lesión capaz de esplicar la gravedad de los fenómenos sintomáticos y Ja rapidez con que terminan funestamente (es- carlatina nerviosa). »EI enfermo tiene desde el principio una fiebre muy violenta , escalofríos frecuentes, sed inestinguíble, cefalalgia muy intensa, dolo- Tes articulares vivos, postración extraordina- ria, diarrea, vómitos biliosos tenaces y abun- dantísimos , enormes según la espresion de Bretonneau; la respiración es trabajosa, muy frecuente, sin que la auscultación y la percu- sión indiquen la menor alteración de los ór- ganos torácicos; la piel tiene en algunos si- tios una sequedad acre y ardiente, al paso que en otros esta como helada, lo cual sucede prin- cipalmente en las megillas y en los pies; los ojos están inyectados, Ja cara alternativamente espresiva, animada, abatida y estúpida; sobre- viene delirio, intermitente al principio, pero que muy pronto se hace continuo, acompa- ñándole convulsiones ó un estado casi coma- toso. «La erupción ora es parcial, incompleta, pá- lida; ora por el contrario general y muy in- tensa. La piel se pone de un color rojo, lívido violado, turgente y dolorida al mas ligero con- tacto, y parece que hay erisipela (escarlatina erisipelatosa). Algunas veces es poco pronun- ciada la angina, otras medianamente intensa y acompañada del desarrollo de falsas mem- branas en la faringe y en las fosas nasales [es- carlatina inflamatoria). »Todavía siguen en aumento los accidentes generales durante el período de erupción; el pulso es escesivamente frecuente, débil, des- igual , irregular é intermitente; el aliento féti- do; la respiración precipitada é incompleta; las cámaras se verifican involuntariamente, y al mismo tiempo está meteorizado el vientre; las manchas escarlatinosas adquieren un color azulado; la piel se cubre de un tinte ictérico general, y no tarda la muerte en terminar la escena. En la autopsia no se encuentran mas que algunas alteraciones poco caracterizadas y que hemos indicado ya al principio de este ar- tículo (Navíer, Dissertalion sur plusieurs ma- ladies populaires; Paris, 1753.Borsieri, loe. cit., p. 65 y sig.-—Dance, loe. cit., p. 323-336.— Gueretin, loe. cit., p. 289 y sig.). «En la segunda forma de la escarlatina ma- ligna [escarlatina adinámica) se encuentran fe- nómenos sintomáticos y anatómico-patológicos, que indican una alteración grave, y que son mas que suficientes para esplicar la muerte. En esta forma pueden distinguirse dos varie- dades principales. «Escarlatina hemorrágica.—La enfermedad se presenta con los caracteres de la escarlatina benigna; pero durante el periodo de erupción se verifican hemorragias intersticiales y por exhalación. »E1 color exantemático se vuelve lívido, vio- lado, negruzco; la piel se cubre de petequias, de puntos negros semejantes á picaduras de pulgas, de manchas jaspeadas subepidérmicas, de livideces semejantes á las que presenta la piel de los cadáveres que han estado en un pla- no desigual; á veces se encuentran verdaderos equimosis, eslravasaciones sanguíneas pareci- das á las de la púrpura hemorrágica. Los mis- mos fenómenos se manifiestan á menudo en la mucosa del velo del paladar, de las amígda- las y de la faringe. En ocasiones se levanta el epidermis por una serosidad sanguinolenta, y entonces se notan burbujas negruzcas semejan- tes á las de ciertos penfigos. • En la autopsia se encueutra una infiltración sanguínea ó varios focos sanguíneos pequeños, circunscritos en la sustancia del dermis y en el tejido celular subcutáneo é íntermuscular (Broussais, Ozanam v Naumann): también hay petequias lívidas debajo del epilelium del esófago, del estómago y de los intestinos (Dan- ce, loe. cit., p. 332); los pulmones contienen núcleos apopléticos (Rilliet y Barthez, pági- na 628). »Eo bastantes casos se ha visto sobrevenir hemorragias abundantes repetidas y rápida- mente mortales, por la nariz, por la"boca, por los intestinos y por las vias urinarios. «Hállanse eii la autopsia derrames sangui- nolentos en las pleuras, en el pericardio, en el peritoneo , en la cavidad ¡ntesliual y en la vejiga. » Escarlatina gangrenosa.-—En la angina es- carlatinosa epidémica ataca algunas veces la gangrena á la faringe y á la boca; pero esta 14 105 B» LA ESCARLATINA. complicación no es tan frecuente como dicen ! algunos autores, que han equivocado las cha- passeudo-membranosas con las escaras, siendo de notar que bajo este aspecto se diferencia esencialmente la escarlatina del sarampión. Ri- lliet y Barthez solo han observado tres casos de gangrena (dos gangrenas de la boca y una de la faringe y del pulmón). Guersant y Blache han visto muchos (loe, cit., p. 160); Navier habla de gangrena del esófago y de (a tráquea. «Heífeloer ha encontrado dos gangrenas de la cara, de Jas cuales una había sucedido ó una parótida terminada por supuración. • La escarlatina maligna es ordinariamente epidémica, y por lo común predomina en ella la angina (escarlatina anginosa), siendo la erupción irregular, parcial ó hemorrágica; mu- chas veces se manifiesta sola la afección de la garganta (angtna escarlatinosa, angina sin exantema), El curso de la enfermedad es rápi- do y la terminación frecuentemente funesta, tanto que se ha comparado esta escarlatina con la peste. Comunmente sobreviene la muerte del tercero'al sétimo dia; pero á menudo tarda mu- cho mas (Bretonneau, Trousseau): en la epi- demia de Paris de 1743 vio Bateman morir- se algunos enfermos á las nueve horas de calentura. o2.° Escarlatina complicada con una fiebre eruptiva, — La escarlatina puede complicarse con el sarampión y con las viruelas, y ya en otra parte hemos indicado la recíproca influen- cia que tienen entre sí estas fiebres eruptivas (V. Sarampión). «Baudelocque ha observado una escarlatina y viruelas simultáneas en un enfermo que hacia seis semanas padecía una púrpura simple (Gaz. méd., p. 312; 1834); el doctor Spadafora ha recogido varios heonos análogos (Gaz. méd., p. 2^4; 1836). »3.° Escarlatina complicada con tuberculi- zación.—Los tubérculos son una complicación tan rara, que Rilliet y Barthez han llegado á creer «que la escarlatina es contraria á la ín- dole tuberculosa» {loe. cit., p. 628). En otra parte hemos manifestado nuestra opinión acer- ca de esto (V. Tisis pulmonal). «Especies y variedades.—Escarlatina puer- peral. Dance ha referido dos ejemplos de es- carlatina puerperal: en el primero se manifes- tó la enfermedad al sesto mes de la preñez; al segundo dia de la fiebre eruptiva se verificó el aborto, y la enferma murió repentinamente durante la noche, sin que en la autopsia se notase alteración alguna capaz de esplicar la muerte. En el segundo caso se declaró la escar- latina al dia siguiente de un parto natural, y sobrevino la muerte al cabo de ochenta horas: el examen cadavérico dio los mismos resulta- dos (Dance, mem. cit., obs. 1 y11). íMalfatti ha descrito una epidemia de escar- latina puerperal, en la que el color exantemá- tico era muy subido y estaba sembrado de manchas violadas; teman las enfermas una sensación viva de frío, deliraban, estaban agi- tadas por convulsiones, y morían casi todas en muy poco tiempo (Uufeland's journ., t. XII, p. 120). «El doctor Senn ha observado en la Mater- nidad una epidemia escarlatinosa que atacóla vigésiraaquinla parte de las paridas. La enfer- medad se manifestaba al segundo ó tercer dia del parto, cuando la fiebre láctea; el periodo de invasión era en general muy corto y muchas veces casi nulo; la erupción, ya era general, muy intensa, violada, ya parcial. fugaz y sin descamación consecutiva. Desde el principio y durante todo el curso de la enfermedad habia fiebre violenta, dolores en los miembros y en la región lumbar, escalofríos irregulares, vó- mitos biliosos abundantes y repetidos, diarrea, delirio y disnea. En los casos que terminaron funestamente había sido muy rápido el curso de la enfermedad, sobreviniendo la muerte á los dos ó cuatro dias, y anunciándose por la irregularidad del pulso y la dificultad de res- pirar. En las autopsias no se encontró ningún vestigio de metritis ó de peritonitis, solo sí una congestión simple de la mayor parte de las vis- ceras (Senn, bssai sur la"escarlatine puerpé- rale, tesis de Paris, 1825, núra. 155). «Diagnóstico de la escarlatina.—Escarla- tina regular.—No se puede formar un diag- nostico cierto antes de la erupción, porque los fenómenos que caracterizan el período de in- vasión no se diferencian sensiblemente de los que preceden á las demás fiebres eruptivas y á la mayor parte de las afecciones agudas. Ver- dad es que las viruelas se anuncian por vómi- tos y por un dolor lumbar intenso; que el sa- rampión viene precedido de coriza, tos y la- grimeo; pero estos pródromos no son constan- tes, y por otra parte pueden existir en la escar- latina. «Cuando se anuncia esta por fiebre, abati- miento, cefalalgia ó diarrea, no podría distin- guirse de la calentura tifoidea. «Si la escarla- tina, dicen Guersant y Blache, empieza con delirio ó con vómitos, en nada se diferencia del primer período de la meningitis.» «Es pues imposible adquirir una completa certidumbre durante la invasión; pero puede no obstante el médico contar con algunas pro- babilidades. Cuando el sugeto se encuentra en un lugar donde reina una epidemia escarlati- nosa , cuando es joven y ha estado en contacto con alguno que padeciese la enfermedad, debe creerse que probablemente sobrevendrá una escarlatina. Este diagnóstico será mas positivo, si se presenta una angina con los caracteres que luego resumiremos. «La erupción hace desaparecer todas las du- das: la forma, la disposición, el color de las manchas escarlatinosas, y la presencia de la angina, son signos patognomónioos que no se pueden desconocer. »Escarlatina irregular. — En este caso ni aun la misma erupción disipa enteramente la DE LA ESCARLATINA. Í07 jncerlidumbre; porque es ordinariamente par- cial , pálida , fugitiva, acompañada de una an- §ina poco intensa, etc., siendo á menudo muy ificii distinguir la enfermedad del sarampión irregular, de la roseóla y del eritema. Ya hemos indicado en otra parte las circunstancias capa- ces de ¡lustrar algún tanto estos casos difíciles, los cuales han decidido á ciertos patólogos ale- manes á establecer la existencia de una fiebre eruptiva (rubéola, rótheln) intermedia entre el sarampión y la escarlatina (V. roseóla y sa- rampión), ó "constituida según otros por la reu- nión de estas enfermedades (Stoeber, Clinique des mal. des enfants., Strasbourg, 1841). «Escarlatina anómala. Escarlatina sin angi- na. — Cuando el exantema es muy marcado, cuando presenta todos los caracteres de la erup- ción escarlatinosa, no tiene ninguna dificultad el diagnóstico; pero en el caso contrario casi siempre se ve el práctico en la necesidad de permanecer en duda. ^Escarlatina sin exantema.—La angina es- carlatinosa , solo puede confundirse con la fa- ringo-amigdalítís simple y con la angina dif- terítica. Las consideraciones siguientes servi- rán para establecer el diagnóstico diferencial. «Será probable que se trate de una angina escarlatinosa si el enfermo se encuentra en un pueblo en que reine una epidemia de escarlati- na, si es joven, si no ha padecido esta enfer- medad, y ha estado en contacto con los aco- metidos por ella. »En la angina simple no hay un color mor- boso tan subido, tan generalmente estendido por las amígdalas, el velo del paladar y la fa- ringe; con frecuencia solo está afectada una amígdala ; los ganglios submaxilares no se ha- llan hinchados, y nunca se observan parótidas ni tumefacción del tejido celular cervical. «La distinción entre la angina escarlatinosa y la diftérica es mas difícil. Trousseau (loe. cit., p. 557) y Bretonneau (Noticesur Vemploi de l'alun dans la diphthérite en Arch. gen. de méd., t. XIII, p. 29; 1827) han estudiado cui- dadosamente esta importante cuestión de diag- nóstico, y han indicado los caracteres diferen- ciales siguientes: Angina escarlatinosa. Angina difterilica. Alteración es traordi- ñaría de la circulación y de la respiración desde el principio; diarrea, vó- mitos, cefalalgia y á me- nudo delirio. Tumefacción conside- rable y rubicundez muy Movimiento febril efí- mero, apenas sensible. Las funciones orgánicas y las de la vida de rela- ción están tan poco al- teradas , que por lo co- mún los niños, aun des- Íiues de hallarse muy pe- trosamente atacados, conservan su apetito ha- bitual y continúan sus juegos. Tumefacción poco considerable de una de viva de las dos amígda- las , det velo del paladar y de la punta de la len- gua. Cubre simultáneamen- te las dos amígdalas, la lengua, el velo del pa- ladar y la cara interna de las megillas, una se- creción de color blanco de leche; la inflama- ción escarlatinosa inva- de también simultánea- mente todos los punios de las superficies mu- cosas que debe ocupar; y aun pudiera decirse con verdad que los in- vade en un mismo ins- tante, porque las dife- rencias de estructura bastan para esplicar al- gún ligero relardo en la aparición de la flogosis y el matiz particular de su aspecto. Al mismo tiempo persiste ó se au- menta la fiebre, muchas veces es el pulso irregu- lar y se manifiesta de- lirio. El curso de la enfer- medad es muy agudo, y cada una de sus fases tiene una duración limi- tada. La enfermedad no tie- ne tendencia á invadir las vias aéreas; las con- creciones blancas des- aparecen poco á poco, y la voz, que estaba tanto mas alterada, cuanto ma- yor era la tumefacción de las amígdalas, reco- bra su timbre natural en cuanto cesa este sín- toma. las amígdalas; rubicun- dez viva alrededor de la concreción pelicular; la lengua y el velo del paladar conservan su color natural. La falsa membrana no cubre al principio mas 3ue una de las amíg- alas; se adelanta poco á poco estendiéndose á la manera de un líquido, y pasa de una amígda- la á otra, invadiendo antes el velo del pala- dar y la parte posterior de la faringe y de las fosas nasales; la infla- mación difterilica, emi- nentemente local, se propaga desde un solo punto con mas ó me- nos rapidez á las super- ficies que invade gra- dualmente : al mismo tiempo cesa la fiebre y se restablecen todas las funciones. La enfermedad viene acompañada á menudo de vesículas, que ocupan las partes laterales del cuello, las muñecas y Ningún término fijo li- mita los progresos su- cesivos de la difteritis, que propende á hacerse crónica, si la oclusión de las vias aéreas no abre- via su duración. La enfermedad tiene una tendencia estraor- dinaria á propagarse á ■ los conductos aéreos. Los primeros síntomas se disipan casi entera- mente ; vuélvese fácil,, no dolorosa la deglu- ción ; pero de repente sobreviene tos y la voz se altera. La tos es seca, rara, corta, ronca y al último apagada; la voz, que se habia hecho ron- ca, solo parece ya un soplo de aire que pasa- se por un tubo de metal; la respiración se dificul- ta, manifestándose la disnea por accesos cada vez mas próximos y el enfermo perece asfi- xiado. No se observan nunca vesículas, descamación ni anasarca. 108 DE LA ESCUUAT1NA. Si se modifica la in- flamación diacrítica por medio de un tratamiento tópico, se recobra la sa- lud en el momento en que termina la enfer- medad local. Está casi probado que perecen todos los suge- tos acometidos de an- gina diftérica, si se aban- dona la enlermedad á sí misma. las flexuras de los pies; hay siempre una desca- mación cuüinea, ya ge- neral , ya parcial, y á veces sobreviene ana- sarca. El tratamiento tópico, que modifica de la ma- nera mas satisfactoria la inflamación seudo-mem- branosi, no abrevia el mal, ni disminuye sus peligros, ni pone á los enfermos á cubierto de accidentes consecutivos mas ó menos graves, ni de una convalecencia mas ó menos penosa. Las epidemias mas mortíferas de angina es- carlatinosa apenas se llevan una tercera ó quinta parte de los que son atacados de ellas, cualquiera que sea la medicación que se em- plee: por lo común es mucho menor la mor- tandad. »Escarlatina complicada.—Guando la es- carlatina es secundaria, casi siempre es irregu- lar, y muchas veces muy difícil de conocer; |icro "cuando por el contrario sobreviene la complicación durante el curso de la fiebre eruptiva, el diagnóstico de esta se halla com- prendido en alguna de las condiciones que hemos enumerado mas arriba. «Pronóstico.—El pronóstico varía según la forma de la enfermedad: la escarlatina regu- lar, simple, primitiva ó secundaria, termina casi siempre felizmente; la irregular simple, de poca gravedad cuando es primitiva, termi- na con bastante frecuencia en la muerte cuan- do es secundaria (de cada 7 casos 5 muertos, Rilli.:t y Barthez); por último, la escarlatina coaiplicada, sea regular ó irregular, primitiva ó secundaria, hace siempre formar un pro- nóstico grave, que está no obstante en relación con la naturaleza de la complicación. En 57 casos de escarlatina complicada, han contado Rilliet y Barthez 49 muertos (loe. cit., pági- na 635). «De lo que acabamos de decir resulta, que el pronóstico es favorable si la calentura es moderada, la angina poco intensa, los sínto- mas cerebrales y ¡os vómitos poco violentos ó nulos; si se manifiesta la erupción al cabo de veinticuatro ó de cuarenta y ocho horas y marcha regularmente; y que el pronóstico es dudoso, cuando después de ser muy pronun- ciados los fenómenos del período de invasión, no se manifiesto la erupción hasta al cabo de cuatro ó cinco dias, y sigue un curso irre- gular. »Ls de temer una terminación funesta, si el color exantemático es pálido, fugaz, ó por el contrario muy intenso y violado; si la angi- na toma el carácter seudo'-membranoso y sobre todo gangrenoso; si se forman colecciones pu- rulentas estensas en el tejido celular cervical, y si se desarrollan falsas membranas en las fo- sas uasales. »La forma atáxícaes mas grave que la adi- námica, y constituyen síntomas de mal agüero las convulsiones, lacontractura y la parálisis. La escarlatina puerperal es casi constantemen- te mortal. «Debe el práctico ser reservado en su pro- nóstico, aun después de la desaparición del exantema, en razón de las colecciones serosas que todavía pueden sobrevenir, y por último se ha de tener en consideración la forma ge- neral de la epidemia reinante. «Etiología.—Causas predisponentes.-Edad. —Los 87 casos de escarlatina, observados por Rilliet y Barthez, se hallan distribuidos del modo siguiente respecto á la edad. De 1 á 2 años.....46 De 3 á 5........23 De 6 á 40........32 De 11 á 15........16 «La enfermedad es sobre lodo frecuente de tres á diez años; pero sin embargo no respeta ninguna edad. Se han ohservado casos en que era congénita (Baillou, Tortual, Ferrario); se la ha visto en los recien nacidos, en los adul- tos, y por último, aunque rara vez, en lo» viejos. Guersant y Blache no han observado ningún ejemplo pasados ios cincuenta años. »El carácter epidémico tiene á veces, según varios autores, una influencia notable respecto de la edad. Ciertas epidemias se ceban casi esclusivamente en los niños, mientras que' otras apenas atacan mas que á los adultos (Naumann, loe. cit., p. 781). »Sexo.—Pretenden algunos autores que el sexo femenino es atacado con mas frecuen- cia; pero los hechos recogidos por Rilliet y Barthez contradicen esla opinión (52 varones y 35 hembras). Guersant y Blache creen que la escarlatina, como la mayor parte de las en- fermedades contagiosas, río tiene semejante preferencia. Frank asegura que hasta la edad de veinte años eslan igualmente espuestos los dos sexos, pero que después de ella , lo están las mujeres mas que los hombres, sobre todo las que se hallan delicadas y las paridas. «Enfermedades anteriores.—Rilliet y Bar- Ihez han contado 33 escarlatinas secundarias por 52 primitivas, y nunca han observado que siga esta erupción mas bien á una enfermedad queá otra. «Causas determinantes.—Contagio.— A pe- sar de que Dawics, de Reich, de Goede y de Torlual, niegan la naturaleza contagiosa de la escarlatina, casi todos ios patólogos la ad- DE LA BsCAULATlNA. 10.) miten. «Scarlatina, dice Borsieri, orítur á «miasmate exleriore, quod in aere volitat, aut ■contagione et contacto suscipitur.» «¿En qué época, preguntan Guersant y Bla- che, es mas de temer el contagio, y hasta cuándo es susceptible de comunicarse la en- fermedad? Nada de esto se sabe de un modo positivo.,Creemos sin embargo, que la pro- piedad contagiosa de la escarlatina no siem- pre se estingue, ni aun después de pasado un mes.» »EI contagio por infección se verifica por medio del contacto inmediato ó mediato. Al- gunas veces se trasmite por otra persona, que aunque sirve de intermedio, se libra de la en- fermedad. «Es dudoso que la escarlatina sea contagio- sa por inoculación, á pesar de lo que dicen Miquel de Amboise y Maudt. «Epidemias.—La escarlatina es esporádica ó epidémica; siéndonos completamente descono- cido el miasma que determina su desarrollo. «Las epidemias escarlatinosas se observan en todas las estaciones; sin embargo, aparecen con mas frecuencia en primavera y en ve- rano. «Las condiciones epidémicas iraprimen.á me- nudo en la enfermedad un carácter particu- lar, que conserva todo el tiempo que dura su influjo: tal epidemia es sumamente benigna, al paso que tal otra es mortífera; en esta pre- domina la angina, en aquella el exantema; en unas los síntomas gástricos é intestinales son los que presentan mayor intensión, en otras los cerebrales, etc. «Tratamiento.—Profilaxis.—Ran preconi- zado la belladona como un preservativo espe- cífico muchos observadores, y especialmente Masius (Ilufeland's Journal, núm. de mayo, 1813), Berndt (ibid. núm. de agosto, 1820), Muhrbeck (ibid. núm. de febrero, 1821), Me- glin (Journ. de méd., núin. de noviembre, 4821), Dusterberg (Ilufeland's Journal, nú- mero de octubre, 1822), Behr (ibid., núm. de agosto, 1823.—Y. Notice sur l'emploi de la belladonecontrelascarlatine, porErn. Martini; en Arch. gen. de méd., t. V, p. 264; 1824), Lemercíer, Godelle (Revue medícale, t. II, pá- gina 366; 1843), ele. »De las observaciones de Schenck (ilufe- land's journalf, n° de mayo, 1812), Berndt (loe. cit.), é Hillenkamp (Arch. gen. de méd., t. I, p. 4251; 18i1), parece resultar que de 840 individuos que tomaron la belladona en diferentes epidemias, solo fueron atacados de escarlatina 22. Por olra parte J. Frank, Wag- ner (Horn's Arch., números de marzo y abril, 4824), Lehinann [Arch. gen. de méd , t. XVl' p. 136; 1828), Kreysig, Puchelt, Wildberg y otros muchos observadores de gran mérito (V. J. Frank, edic. de l'Encyclop. des se. méd., t. II, p. 128 y sig.), han negado la eficacia preservativo de la belladona. »Es dificil decidirse entre estas opiniones contradictorias, que ambas tienen la preten- sión de apoyarse en hechos decisivos, y de- seamos con Guersant y Blache, y con Rilliet y Barthez, que se someto la cuestión á nuevos ! esperimentos. Sin embargo, si se reflexiona que la reputación de la belladona tuvo por origen los sueños homeopáticos y la absurda ó enga- ñosa esperimentacion de Hahnemann, no se puede menos de participar de la prudente in- credulidad de J. Frank. «Hé aqui las diferentes fórmulas que se han usado para administrar la belladona: R. extr. de belladona 3 granos; agua destilada una on- za; espíritu de vino rectificado veinte gotas. Se da dos veces al día tantas gotas como años tiene el sugeto (llufeland). R. extr. de bella- dona un grano; agua de canela media onza. A los niños de un año se les administran dos ó tres gotas por mañana y tarde, y porcada año mas que tengan se añade olra gota (Berndt,). R. extr. de belladona un grano; agua de flo- res de naranjo cuatro onzas; de espíritu de vi- no rectificado una dracma ; de jarabe simple media onza. Se da de medía á una cucharada délas que se usan para el té, por mañana y tarde (Pitschaff, Gumpert). «Hánse alabado también el agua de brea, el azufre dorado de antimonio y los calomelanos (Ilufeland's journal ,t. XVI, p. 175.-—Journal de Royer, Corvisart et Leroux, t. XXI, p. 152; 1311), los ácidos minerales, ya esterior ya interiormente en gargarismos (Sims, Neumann, Godelle), las fumigaciones de ácido muriático, nítrico ó piroleñoso, etc., ele.; pero la acción de estos pretendidos preservativos es todavía mas problemática que la de la belladona. «Según Frilze y Lehmann, Miquel de Am- boise (Arad, franc. de med., sesión de 7 de oc- tubre, 1834) dice haber precavido el desarro- llo de la escarlatina inoculando el humor sa- cado de las manchas escarlatinosas en estado de eflorescencia, por medio de una lanceta: esta aserción necesita también comprobarse. «En último análisis preciso es confesar con J. Frank, que en el estado actual de la cien- cia el mejor modo de preservarse de la escar- latina es alejarse de ella. «Tratamiento curativo.—Escarlatina simple, benigna, regular.— Nadie se muere de escar- latina sí procede el médico acertadamente, di- ce Sidenham; y J. Frank manifiesta, que si se quiere tratar con buen éxito esta enfermedad, es preciso confiarla á la naturaleza; proposi- ciones que son en efecto muy esactas aplicán- dolas á la escarlatina simple." «Había, y aun no se ha desterrado, la cos- tumbre de dar á los enfermos en abundancia bebidas calientes, diaforéticas y sudoríficas, contra la cual han clamado con razón Siden- ham, Zimmermann, Cullen, Quarin, Boehm y J. Frank. «Por una preocupación antigua, dice Mondiere (loe. cit., p. 191 y sig.), se abru- ma con mantas y se atasca de bebidas calien- tes á todos los escariádnosos; con cuya per- 110 DI I.A ESCARUTINA. judicial rutina he visto muchas veces aumen- tarse la fiebre y hacerse mas intensa la sed, que ya antes era insoportable ; como también agravarse los síntomas cerebrales, que cierta- mente se hubieran disipado sin medicación ac- tiva.» «Deberá colocarse al enfermo en una habi- tación cuya temperatura se sostenga á 14.° de Reaumur*; solo ha de estar moderadamente abrigado; se le darán, según la sed, bebi- das acídulas á la temperatura de la estación y aun frías (Bateman), y se le someterá á una dieta completa, contentándose con vigilar el curso de la enfermedad para precaver ó com- batir las complicaciones. Cuando hay estre- ñimiento, se combatirá con lavativas ó con al- gún laxante suave, y si la angina fuese intensa se prescribirá un gargarismo emoliente. Tales son los únicos cuidados que requiere la escar- latina simple. «Hay un precepto importante, que debe se- guirse"rigorosamente durante toda la enfer- medad y aun mucho después de su desapa- rición, y que consiste en resguardar á los en- fermos de corrientes de aire, del frío,, de la humedad, de las alternativas repentinas de temperatura, y en una palabra, de todas las causas que según hemos visto producen la ana- sarca, que sobreviene á menudo en la escarlati- na mas simple y regular. Borsieri, Yieusseux y Meglin insisten con razón en este punto. «Nihil vero perniciosius est, dice Borsieri, «purpura scarlatina laborantibus, cuam ea «prsesente, corpus detegere, aut é lecto sur- »gere, et diu extra raorari, aut incaute aeri «paullo frigidiori seso exponere.» «Los medios de precaver la anasarca con- sisten en tener al enfermo en cama conser- vando un grado de calor moderado mientras dure la enfermedad, y en su cuarto después de concluida. El término de la reclusión de los enfermos depende de la estación, de la dura- ción de la enfermedad, y sobre todo de lo que se prolongúela descamación. Cuando el tiem- po es frió ó solamente fresco, no se debe de- jar salir á los enfermos hasta que hayan pasa- do seis semanas, empezando á contar desde el fin de la fiebre. Las primeras salidas han de limitarse á paseos cortos y en las horas de mas calor, evitando los sitios"lrios ó frescos, y los espuestos al viento. En invierno no solo deben estarse en casa los enfermos durante las seis semanas, sino ni aun pasar á un aposento mas frió. Se ha visto sobrevenir la anasarca por haber permanecido algún tiempo junto á una ventana cerrada, donde era mas frió el aire que en el resto de la habitación» (loe. cit., p. 7-22-24). «Meglin reproduce estos preceptos, cuya esactitud habia comprobado hartas veces,"y añade que la impresión de un aire muy ca- liente produce á veces la anasarca, de! mismo modo que la de un aire frió. «Recuerdo, dice, haber visto algunos niños con anasarca, por haber salido, contra lo que les tenía preveni- do, á la cuarta semana de la escarlatina, du- rante los ardientes calores del mes de agosto» (loe. cit., p. 36). «Escarlatina maligna, gravó, anómala.— Hánse propuesto diferentes medicaciones con- tra la escarlatina grave, y vamos á darlas á conocer sucesivamente , aunque dejando aun lado una multitud de remedios cuyo uso en nada se funda, y cuya fastidiosa enumeración puede verse en Frank y en Naumann. «Andrew Dewar ha alabado las emisiones sanguíneas, diciendo que deben emplearse en todos los casos de escarlatina en el momento déla erupción (sangría de 16 onzas), y ase- gurando que en una epidemia muy mortífera, de 483 enfermos solo perdió 3, merced al uso de esta medicación (The Edinb. med. and surg. journ., t. XLIV, p. Sü-Artk. gen. de méd., t. X, p. 240; 1836). Otros médicos, por el con- trario, rechazan absolutamente las sangrías, va sean generales, ya locales (Clark, Withe- ring); pero es preciso mirar con igual recelo ambas opiniones, esclusivas á fuer de siste- máticas. «Cuando la fiebre es moderada y la respira- ción está libre, cuando los accidentes cere- brales son ligeros ó nulos, cuando la erupción sigue un curso regular y no amenaza ninguna complicación, las emisiones sanguíneas desar- reglan la marcha natural de la enfermedad, y predisponen al paciente á las complicaciones. Por el contrario, en circunstancias opuestas es casi siempre útil hacer una ó mas sangrías ge- nerales ó locales, según la edad, las fuerzas del sugeto, la gravedad de los accidentes, etc. «Plenciz, Borsieri, Vogel, Y. Frank, Krei- sig, Mondiere, Rilliet y Barthez, Cazenave y Schedel, Guersant y Blache, Senn y otros mu- chos observadores distinguidos, han compro- bado las ventajas de las emisiones sanguíneas en la escarlatina de forma inflamatoria; pero recomiendan con razón que no se recurra á ellas, sino cuando la fuerza y la frecuencia del pulso y la temperatura del cuerpo indiquen claramente la existencia de una reacción ge- neral escesiva. Efectivamente no debe confun- dirse la forma inflamatoria con la adinámica, porque en esla última las sangrías aumentan la postración y precipitan el curso funesto de la enfermedad. «Currie ha puesto en uso las afusiones frias (Medical reports on the effeets of water cola and warm as a remedy in fever and other diseases; Liverpool, t. I, p. 31, t. II, p. 122; 1814); y le han seguido Gregory, Reíd (Medical and physicaljourn., t. IX, p\ 27), Kolbany (Beo- bachtungen iiber den ISulzen des lauen una ¡tal- ' ten Waschens, im Scharlach fieber; Presburg, 1808), Nasse [Hufeland's journal, número de octubre; 1811), Pfeufer, Harder, Henke,Gian- nini y otros muchos prácticos ingleses y ale- manes. «Goeden y Lodge quieren que se recurra D2 LA ESCARLATINA. 111 siempre á las afusiones frias, y Currie las usa- ba hasta como medio profiláctico. «La constante eficacia y la innocuidad del agua fría en la escarlatina, dice Bateman, se han comprobado por el espacio de veinte años de un modo muy manifiesto, y es una des- gracia que algunos prácticos quieran obstinar- se todavía en considerar esta práctica como un ensayo, repitiendo siempre sus ridiculas hi- pótesis acerca de la repercusión de la materia morbosa... Por lo que á mí hace las he em- pleado constantemente en la escarlatina, si- guiendo los principios terapéuticos estableci- dos por el doctor Currie, y nunca he visto el menor inconveniente. Lejos de dar esta prác- tica malos resultados, ha sido siempre tan efi- caz , que ningún otro remedio se puede compa- rar con ella'» (Bateman, loe. cit., página 118- 449). «Cuando estuvo Schedel en Graefenberg y en Freiwaldau, vio tratar muchos (jasos de es- carlatina por la hidropatía, y asegura orne esta medicación facilita la erupción y modera los accidentes nerviosos y la calentura: todos los enfermos se curaron sin que uno siquiera fue- se atacado de anasarca. «Comparando el tra- tamiento hidropático de la escarlatina y del sarampión con el que está adoptado general- mente, es imposible, dice Schedel, que dejen de llamar la atención las ventajas que ofrece el primero» (Examen clinique de l'hidrothéra- pie, p. 160-180; Paris, 1845). De mas de 3O0 enfermos tratados con las afusiones frias por Currie, Colbany, Nasse, Petz, etc., no su- cumbió ninguno. «Aunque Bateman asegura que en la escar- latina mas benigna se obtienen muchas venta- jas de las lociones hechas en las manos y en los brazos, ó la cara y el cuello, creemos que cuando la enfermedad es simple , regular, be- nigna, es inútil ó á lo menos innecesario, re- currir á las afusiones frias; pero también opi- namos con Henke, Biett, Rilliet y Barthez, Guersant y Blache, y Schedel, que el agua fria interior y esteriormente es preferible con mucho á las emisiones de sangre en la forma inflamatoria, y que constituye el único reme- dio verdaderamente eficaz en la forma adiná- mica, cuando el pulso es pequeño y se mani- fiestan desde el principio los síntomas cerebra- les, caracterizados por la agitación alternada con el sopor, siendo al propio tiempo el exan- tema parcial, pálido y fugaz. En estos casos vemos al cabo de algunos minutos disminuirse la frecuencia del pulso y la sed, humedecerse la lengua , presentarse una traspiración gene- ral, ponerse la piel húmeda y suave, reani- marse los ojos, y á estos signos manifiestos de mejoría seguir la calma y un sueño reparador (Bateman, loe. cit., p. 418). «Es muy sensible que un temor vago y poco fundado haya privado hasta ahora á los médi- cos franceses de someter á una observación am- plia y regular la medicación propuesta por Cur- rie y empleada con buen éxito por tantos prác- ticos estrangeros. «El agua fria se ha usado de diferentes rao- dos. Courrie colocaba al enfermo en un baño y le echaba cinco ó seis cubos de agua fria; Nas- se, Petz, Belitz (Gaz. méd., p.742; 1834) ha- cen lociones simples con el agua pura ó mez- clada con vinagre; Horn coloca al enfermo en un baño de agua tibia, echándosela fria en la cabeza. »Nq se debe olvidar que la acción sedante del frió suele cesar al cabo de algunas horas, y que es necesario renovar las afusiones en cuanto se reproduzcan los accidentes, sopeña de hacer la medicación ineficaz y aun peli- grosa. »Sudoríficos.—Nos hemos declarado contra los sudoríficos considerados como método ge- neral de tratamiento, y también los desecha- mos en los casos en que solóse usan para acti- var ó para reproducir la erupción. Como dice con razón Trousseau (V. Sarampión), los esci- tantes locales son muy preferibles en estos ca- sos á los generales, y asi, en vez de las bebi- das calientes y del acetato de amoniaco, sus- tituimos los rubefacientes ambulantes por toda la superficie del cuerpo (Chomel), los baños de vapor, la urticacion (Trousseau), y sobre todo el agua fria, que según la observación de Bateman es al mismo tiempo un febrífugo , un sudorífico y un calmante. r*Purgantes y vomitivos.—Stieglitz, Fodéré, Stoll y Tissot quieren que se administre el emé- tico desde el principio de la enfermedad, y que en seguida se den por tres ó cuatro dias pur- gantes suaves, para provocar tregó cuatro cá- maras en las veinticuatro horas. Los médicos ingleses y americanos alaban los calomelanos solos ó mezclados con el ruibarbo ó la jalapa, y Henke da á los niños de diez años dos á tres granos de mercurio dulce dos ó tres veces al dia. Hamilton, Binns y Bateman aseguran que los purgantes moderan la angina, regularizan la erupción y precaven la diarrea. Gueretin ha observado siempre que los vomitivos fatigan á los enfermos y apresuran el abatimiento, y cree por el contrario con Bretonneau, que los pur- gantes á cortas dosis, administrados durante el período febril (calomelanos, 2 granos; jalapa, 3 á 5, tres, cuatro ó cinco veces al dia), son la terapéutica mas eficaz de la escarlatina ma- ligna (loe. cit., p. 300). »La medicación purgante no es. peligrosa, como han pensado algunos autores; pero solo parece realmente útil, cuando la escarlatina viene acompañada de un estado saburroso de las primeras vias, de infarto gástrico ó de un estreñimiento pertinaz: fuera de estas circuns- tancias debemos contentarnos con mantener el vientre libre. Sin embargo, en ciertas epide- mias se han usado con buen éxito los purgan- tes como medicación general (Bretonneau,Gue- retin). * Estimulantes,—La quina, los ácidos mine- 113 M5 U EfCATU.ATISA. • rales, el alcanfor, el almizcle, el cloro y el amoníaco (Journ. des con. méd.-chir., número de julio, p. 32; 1813), se han alabado contra la forma adinámica y contra la escarlatina acompañada de síntomas cerebrales graves; y en efecto, estos medicamentos son útiles algu- nas veces; pero también á menudo son inefi- caces, y aun según Plencíz y Stieglítz perjudi- ciales (Naumann, loe. cit.,p. 873). Nosotros creemos que son preferibles las afusiones frias. «Escarlatina complicada.—Angina.—Cuan- do la angina es moderada, debemos contentar- nos con prescribirgargarismos emulientesferr/iía de cebada con miel), ó ligeramente astringen- tes ¡cocimiento de puntas de espino con miel; agua de cebada con jarabe de moras). Cuando es muy intensa y viene acompañada de una flogosis viva de la faringe, de hinchazón con- siderable de las amígdalas ó de los ganglios submaxilares, ó de mucha dificultad de respi- rar, producen á menudo un alivio notable la sangría general ó las sanguijuelas aplicadas al rededor del cuello ó detras de las apófisis mas- toides. Rilliet y Barthez quieren que se apli- quen de ocho á doce sanguijuelas en los niños de siete á quince años, y que se dege correr la sangre durante cualro o cinco horas: «Si el enfermo, dicen, no tiene suficiente fuerza para soportar esta emisión sanguínea, vale mas abs- tenerse de hacerla, porque los anelides aplica- dos en número insuficiente podrían aumentar los accidentes locales.» Mondiere hacia muchas aplicaciones sucesivas de dosá cuatro sangui- juelas cada una, para sostener un flujo sanguí- neo continuo. «Antes dcemplear las evacuaciones sanguí- neas, es preciso cerciorarse bien deque no las contraindica el estado de las fuerzas y del pulso. «Cuando se manifiestan seudo-membranas en la faringe, la mayor parle de los patólogos reco- miendan cauterizar inmediatamente tos partes flogosadas por medio de un pincel humedecido con ácido hidroclórico ó con una disolución de nitrato de piala. Mondiere trataba de obtener una cauterización mas profunda, llevando hasta dichas parles la estremidad de un rollitode pa- pel fuerte empapado en agua, en el que estaba envuelta cierta cantidad de nitrato de plata en polvo. »En la epidemia que observó Gueretin re- nunció'cnterainenleá las cauterizaciones, desde que vio que no hacían mas que sostener la flo- gosis de la garganta, aumentar la fetidez del aliento y la hinchazón de los ganglios del cue- llo. «Resolví, dice este médico, no ocuparme de la garganta sino de un modo secundario, y aunque la faringe y los pilares, etc., estu- viesen cubiertos por todas partes de seudo- membranas, me limitaba á disponer gargaris- mos emolientes ó ligeramente astringentes , y aun aluminosos cuando queria hacerlos deter- sivos y resolutivos (1 a 1 y media dracnias d-'í alumbre en siete onzas de líquido, cinco ó seis veces al dia). Mas rara vez prescribía algu- na insuflación con el alumbre de roca profiri- zado» (loe. cit., p. 301 ). «Bretonneau usa á menudo el gargarismo siguiente: R. agua, cuatro onzas; alcohol, me- dia onza ; vinagre, dos dracmas; acetato de plomo diez granos. «Cuando la angina adquiere el carácter gan- grenoso, aconsejan los autores gargarismos Ió- nicos v detersivos ÍR. de quina, 500 partes; ácido hidroclórico dilatado .'; miel rosada, 30. R. cocimiento de quina, 50 partes; alcohol al- canforado, 15; disolución de cloruro de óxido de sodio, 40), y Wendt quiere que se de al mismo tiempo interiormente la serpentaria vir- ginaria (R. raiz de serpentaria I á2 dracmas; agua hirviendo, 6 onzas: infúndasc por media hora, y añádase después de colado: agua de canela simple y jarabe de flor de naranjo, ááme- dia onza) y el alcanfor ^R. alcanfor pulverizado medio á 1 grano; goma en polvo y azúcar blan- co, áá 1 onza: un papel cada dos horas). «Accidentes cerebrales. — Si recordamos que los accidentes cerebrales casi nunca son produ- cidos por una flegmasía del cerebro ó de sus membranas, comprenderemos la ineficacia de las emisiones sanguíneas generales ó locales. «Las sanguijuelas aplicadas al cuello ó detrás de las orejas, para combatir los síntomas cere- brales, no han producido jamás efectos marca- dos , dice Guerelín, y á veces han dado lugar á una postración rápida y temible.» Los revul- sivos al conducto intestinal y á la piel son mas eficaces; sin embargo es preciso desconfiar de los vejigatorios, pues dejan á menudo superfi- cies seudo-membranosas y gangrenosas (Gue- retin). «Las afusiones frias constituyen ciertamente la mejor medicación, en especial cuando los ac- cidentes cerebrales se manifiestan desde el principio y acompañan á la forma atáxica. «La diarrea cede muy á menudo á la admi- nistración de un purgante salino. Los vómitos ' son ordinariamente rebeldes y se resisten al ¡ opio, al éter y á las aplicaciones desanguijue- í las al epigastrio; no obstante, en ocasiones se [ calman con las bebidas frías. La anasarca se ; combate muchas veces con ventaja por las eva- cuaciones de sangre (forma aguda), por los ¡purgantes y por los diuréticos (V. anasarca, ' enfermedades de lor ríñones y enfermedad di ¡ bright). i «Naturaleza y asiento. — Clasificación. - Seria inútil reproducir todas las hipótesis y to- das las absurdas teorías que se han emitido i acerca de la naturaleza de la escarlatina (véase i Naumann, loe. cit., p. 794 y sig.; José Frank, \ loe. cit., p. 113 y sig.). Soló recordaremos que ¡Sidenham atribuía la enfermedad á una efer- ¡vescencia de la sangre; Morton á una fiebre ! inflamatoria general; que Wendt, Pfeufer, ¡Goden, IMschafl, Fuchs y Pinel la consideran como una flegmasía cutánea análoga á la que constituye la erisipela , v que Suodelin U DE LA ESCARLATINA. 113 atribuye á una lesión del sistema nervioso. «En el dia todos convienen en que la escar- latina es una enfermedad general, una pirexia, cuya causa nos es aun enteramente descono- cida. «Historia y bibliografía.—Es imposible de- cidir con certidumbre si ciertospasages de los médicos griegos se refieren ala escarlatina, y se conviene en que Ingrassias fue el primero que indicó claramente esta enfermedad (De tu- moribus prceter naturam, tract. I, cap. I; Ña- póles, 1552). «Senerto enumeró los principales síntomas déla escarlatina: las manchas exantemáticas anchas y de color lívido, la descamación en formado escamas ? la angina, el delirio, la tu- mefacción de los pies y de las manos. La enfer- medad, dice, es grave y á menudo funesta [Med. pract-, Witemberg, t. II, c. 12; 1654). «Morlón confundía el sarampión con la es- carlatina, tanto que en su concepto no eran mas que dos grados de una mjsma enfermedad (Oper. med» 1.1, 4e febrib. iriflam., cap. 111); pero se estableció definitivamente la distinción de estas dolencias por Hoffmann (De febrib., sed. I, cap. 8), de Haen ( Ratio medendi, par- te 1, cap. 7), Juncker, Vogel, etc. «Sidenham describió unas epidemias de es- carlatina muy benigna, que reinaron en Lon- dres desde 1661 hasta 1675 (Oper., sect. 6, cap. 2). «Borsieri hizo una descripción de la escarla- tina, tan exacta como completa, y de la cual han tomado mucho los autores mas modernos (Instituí, med. pract., en 12.°, t. III; pág. 55; Venetiis, 1817). »No queremos enumerar todas las monogra- fías que desde principios del siglo XVIII se han publicado acerca de la escarlatina, y cuya lar- ga lista se encontrará en J.Frank; pero indi- caremos sin embargo, como dignos de ser con- sultados especialmente, los escelentes trabajos de Storch (Pract. und theoret. tractat. von Scharlach fieber; Gotha, 1742), de Plenciz (Tractatus de scarlatina, en Op. phis. med.; Viena, 1762), de Kreyssig (Abhandlung uber Scharlach fieber; Leipsic, 1802), de Stieglitz (Versuch einer Prüfung und Verbesserung der jetz gewohnlichen Éehándlung des Scharlachs- Ilannover, 1807), de Pfeufer {Der Schar- lach, etc.; Wurzburg, 1819) y de Goden (Von der Wcsen des Scharlach f; Berlín, 1822). »Jahn (Hufeland's journ., 1829 , st. 11, pá- gina 85; st. 12, p. 19.—Journ. comp. des se méd., t. XXXVI, p. 387; t. XXXVII, p. 149) ha descrito todas las variedades de la erupción y de la descamación escarlatinosa. Mucho he- mos tomado nosotros de su trabajo, como igualmente de la memoria de Mondiere (Bevue medícale, t. I, p. 191; 1841) y del escelente artículo de Rilliet y Barthez (Traite clin, et prat. des mal. des enfants, t. II, p. 567; París 1843). »Han estudiado particularmente la angina TOMO LX. D escarlatinosa: Brunning^üTísí. febr. scarlatin miliaris anginosa?; Vesel, 1792), Withering (Account of the scarlatina fever and sore throat; Londres, 1779), Huxham (JSouvel essai sur les differ. espéces de fiévres; Paris, 1784), Sims (On the scarlatina anginosa, en Mem. of the med. soc. of London, 1.1), Trousseau (Mém. sur une épidemie d'angine couenneuse scarlatineu- se, en Arch. aén. de méd., 1829, t.XXXI, pá- gina 541) y Gueretin (Mém. sur une épidemie d'angine scarlatineuse, en Arch. gen. de méd., 1842, t. XIV, p. 280). »Heister (Compend. méd. prat., cap. 4, pá- gina 82), Stoll (Aph. de cognos. et cur. feb., pág. 206), Rosen (Traitedes mal. des enfants, cap. 16, pág. 293) y Borsieri han indicado la anasarca escarlatinosa; pero los que principal- mente han estudiado esta complicación han si- do Vieusseux (De l'anasarque á la suite de la fiévre scarlatineuse, en Journ de Leroux, Bo- yer et Corvisart, t. III, p. 3, año X) y Meglin (Mém. sur l'anasarque á la suite de"la fiévre searlat., en el mismo periódico, t. XXI, p. 48; 1811). «En 1831 comprobó Peschier en la orina de un enfermo atacado de anasarca escarlatinosa la presencia de sangre, urea y una cantidad considerable de albúmina (Journ. de chimie méd., de pharm. etde toxicol., t. VII, p. 410; 1831); pero á los ingleses, y particularmente á Hamilton (Gaz. méd., 1833, p. 810), es á quienes pertenece el honor de haber indicado claramente la causa orgánica mas común de esta hidropesía (V. anasarca, enfermedades de IOS IUÑONES Y ENFERMEDAD DE BRIGHT)» (MONNE- ret y Fleüry, Compendium de médecine prafi- que, t. VII, p. 462-484). ABTICULO QUINTO. De la calentura miliar. Bajo este nombre comprendemos la miliar propiamente dicha y el sudor miliar, que con- sideramos como dos formas de una sola afec- ción , esporádica la una y epidémica la otra; pero como muchos autores las describen sepa- radamente, seguiremos nosotros este ejemplo, que redundará en beneficio de la claridad. \.° De la miliar. • «Sinonimia. — Millet, pourpre blanc, fiévre pourprée, de los franceses; febris miliaris, pur- purata, miliaris rubra, alba, exanthema mi- liaria, fiebre miliar, de varios autores. Omiti- mos otras denominaciones que se aplican-mas particularmente á la forma epidémica. «Definición.—Las definiciones que han dado los autores son bastante variables; sin embar- go, convienen en considerar como caracterís- ticos de la enfermedad los síntomas siguientes: 1.°el movimiento febril; 2.° la manifestación de sudamina ó de vesículas miliares; 3,« v al- 114 D6 LA (ALKMIUA MILIAR. gunos añaden la aparición de sudores abun- dantes. «Pústula?, hvcsccntes cum oleoso foli- ado sudore petechiis interspersis» (Selle, Ru- diment. piretolog., p. 210). «Las discusiones que se han suscitado acer- ca de la existencia de la miliar distan mucho sin duda de haber terminado; sin embargo, no se puede menos de convenir en que los traba- jos de los médicos que han escrito de medio siglo á esta parte sobre las fiebres, han ilustra- do notablemente la cuestión de que vamos á ocuparnos. Efectivamente han llegado á de- mostrar, que la erupción miliar se manifiesta en afecciones muy diversas, cuya naturaleza y asiento son muy conocidos; restando tan solo averiguar si hay una fiebre miliar esencial, idiopática , es decir, que esté constituida sola- mente por el movimiento febril y el exantema miliar, del mismo modo que la escarlatina, el sarampión y las viruelas, las cuales son pire- xias distintas de todas las demás, caracteriza- das por un exantema particular. Describiremos brevemente esta afección, para examinar des- pués si debemos admitirla en el cuadro noso- lógico. «Síntomas.—1.° Erupción miliar.—La piel, principalmente en el tronco, cuello y flexuras de las articulaciones grandes, se cubre de una multitud de vesículas del tamaño de un grano de mijo, llenas de un líquido trasparente, y que están encima de una superficie de color rojo vivo, la cual forma al rededor de ellas una aureola encarnada (miliar roja). Cuando estas vesículas están llenas de un líquido opaco, de color blanco lechoso, lo que sucede veinticua- tro á treinta y seis horas después de su apari- ción, forman lo que los autores llaman miliar blanca. Cuando se secan, se pone la piel rugo- sa, y se cubre de asperezas que el tacto da á conocer fácilmente t notándose en los mismos puntos una esfoliacion epidérmica escasa. En veinticuatro ó cuarenta y ocho horas se secan las vesículas miliares; pero sobrevienen mu- chas erupciones sucesivas, y se las ha visto reproducirse hasta doce y quince veces segui- das (Ozanam , Hist. méd. des maladies épidém., t. II, p. 216 , en 8.»; Paris, 1835). «Los enfermos se quejan de un calor ardien- te , de escozor y picor en todo el cuerpo, cu- yos síntomas preceden á menudo á la aparición de las vesículas miliares y acompañan á los su- dores. «Encuéntrase á cada paso confundidas con* las miliares que acabamos de describir otras erupciones, que se diferencian enteramente de ellas, como petequias y manchas producidas por la estravasacion de la sangre debajo del epidermis ó en la sustancia misma del dermis. Hánse descrito también con el nombre de mi- liar las vesículas de sudamina, que son en efecto vesículas miliares trasparentes, desarro- lladas en la piel, sin cambio del color de la misma, que es el principal carácter que las distingue. «Hay tres especies de erupciones' miliares, dice Ozanam, según las descripcio- nes hechas por los autores: la primera consiste cu unos granitos cristalinos llenos de un liqui- do claro y trasparente (sudamina, hidroa); la segunda en granos incrustados en una inan- chita purpúrea, y la tercera en granos rojos como la mancha» (loe. cit., p. 2I9). También se ha dado el nombre de sudamina á las pápu- las tifoideas, y asi se esplica que hayan consi- derado algunos á las fiebres de este nombre como calenturas miliares. »2.° Sudores.—La existencia de los sudo- res es un hecho tan constante en la fiebre mi- liar, como la erupción que acabamos de des- cribir. Los sudores son á menudo abundantes. vaporosos; tienen un olor á vinagre, á moho, a aceite rancio ó paja podrida, etc. Gastellier, Allioni, Lepecq de la Clolure y todos los auto- res que han escrito sobre la fiebre miliar, han notado estos sudores abundantes, los cuales se parecen enteramente á los que se observan en el sudor miliar: mas adelante insistiremos en este hecho, que establece, ya que no una iden- tidad completo entre la fiebre miliar idiopática v la epidémica, á lo menos una notable ana- logía. »3.° Fiebre.—El movimiento febriles cons- tante; precede á la aparición del exantema cu- táneo y á los sudores, que muchos autores han considerado como crisis de la enfermedad. Márcase el principio de la fiebre por un es- calofrió ligero, con dolor lumbar, cefalal- gia, pesadez de cabeza é insomnio, á cuyo» fenómenos morbosos remplaza muy pronto un calor ardiente de todo el cuerpo. Obsérvanse exacerbaciones del estado febril, cuya repeti- ción se anuncia por escalofríos erráticos y desazón, ó solamente por un aumento en la cefalalgia, abatimiento, delirio, calor y es- traordinaria sequedad de la piel. Gastellier dice, que la fiebre puede afectar el tipo de terciana y hacerse después continua con re- cargos. Debemos prevenir al lector, que todas estas variaciones en el estado febril y los de- mas síntomas de que acabamos de hablar, se esplican fácilmente por la diferente naturale- za de las enfermedades á que se ha dado el nombre de fiebres miliares. ^Síntomas variables.—Reuniendo todos los síntomas de que han hecho mención los dife- rentes observadores de epidemias de fiebre miliar, se ha formado un cuadro completo de la enfermedad; ¿pero qué confianza merece semejante descripción, hecha con partes hete- rogéneas, y puede decirse sacadas de casi todas las afecciones del cuadro nosológico? Asi es que solo por obedecer á las exigencias ue nos impone nuestra posición de historia- ores, nos decidimos á sacar los materiales de nuestra descripción de la obra de Allioni y de Gastellier, que pasan por ser los que mejor han estudiado la fiebre miliar. «Empieza esta por el escalofrió, al cual' si- guen dolores contusivos y como reumáticos DE LA CALENTURA MILIAR. 113 en los miembros, calor ardiente en lodo el cuerpo, cansancio sumo, náuseas, vómitos, dolor en la garganta é inquietud; los enfer- mos sienten muy pronto una cefalalgia á me- nudo violenta, dolores en el epigastrio, en el vientre, sed, borborigmos; tienen evacuacio- nes de vientre líquidas, serosas y algunas ve- ces verminosas, y por último secubre la piel de un sudor abundante y de la erupción miliar característica. Obsérvañse ademas alteracio- nes notables, que parecen puramente ner- viosas, en las vias respiratorias: disnea, ansie- dad precordial, dolores en la base del pecho y en los hipocondrios. El pulso es pequeño, con- traído y débil; pero se eleva á menudo des- pués de la aparición de los sudores y de la erupción miliar y se acelera á veces durante el dia con los demás síntomas; la orina pre- senta variaciones bastante grandes en su color y cantidades, pues tan pronto es pálida, tras- Íiarente y cruda, como sedimentosa, roja ó acticinosa. «Allioni, que ha intentado reunir los dife- rentes síntomas de la fiebre miliar en cuatro períodos, coloca en el primero las alteraciones generales, tales como la cefalalgia, el can- sancio, la adinamia, los vértigos y los fenó- menos nerviosos, cuyo asiento común está en los intestinos, á saber, la cardialgía, la flatu- lencia, el estreñimiento y el meteorismo. En el segundo se manifiestan los sudores y la erupción miliar, el movimiento febril, etc. En el tercero figuran los síntomas que pertenecen á la tisis, á la apoplegia, á la gastritis, á la enteritis, á las hidropesías y á una multitud de enfermedades, que el autor considera como complicaciones. «Creemos inútil insistir mas tiempo en una sintomatologia, que solo puede haberse for- mado áespensas de muchas afecciones internas, bastante diferentes entre sí. Los únicos sínto- mas que pueden atribuirse con alguna razón á la fiebre miliar son: los sudores, la erupción, el movimiento febril, á menudo remitente, las alteraciones nerviosas, la debilidad profunda en que caen los enfermos, la cefalalgia, los dolores de los miembros, del pecho y del vien- tre: la opresión, la cardialgía, la ansiedad general, y sobre todo la persistencia del mo- vimiento febril y de la debilidad, que no pue- de esplicarse por ninguna enfermedad visceral bien caracterizada. i>Miliar sintomática.—Nadie en el dia pone en duda que la erupción miliar se manifiesta en el curso de las diversas enfermedades que varaos á enumerar. Observábase frecuente- mente esta erupción y los síntomas que se la atribuyen en las recien paridas, cuando habia la costumbre de escitar mucho las funciones perspiratorias de la piel con bebidas calientes y aromáticas, con ropas*de cama de mucho abrigo, é impidiendo la renovación del aire.La erupción miliar con síntomas graves, adinámi- cos y atáx icos, se manifiesta ademas en las mujeres que padecen peritonitis ó metritis puerperal, y principalmente infecciones pu- * rulentas. Uno de nosotros ha tenido ocasión de ver una fiebre miliar en tres enfermas, que habian sido atacadas en la Maternidad por la fiebre llamada puerperal. Tales son las cau- sas mas ordinarias de la fiebre miliar de las recien paridas, de lo eme nos podemos con- vencer repasando las obras consagradas al es- tudio de esta calentura (Gastellier, Sur la fiévre miliaire des femmes en couches; Pa- ris, 1779). «La condición que mas favorece la erup- ción miliar es la existencia de sudores abun- dantes y la de un movimiento febril, intenso y continuo. Debemos sin embargo reconocer, que se necesita la intervención de alguna otra causa para que se desarrolle la fiebre miliar, puesto que falta en algunos sugetos que pre- sentan reunidas las dos condiciones de que acabamos de hablar, á saber, los sudores y el movimiento febril. Efectivamente, los que padecen tisis pulmonal ó un reumatismo arti- cular intenso, traspiran abundantemente, y rara vez sin embargo son atacados de fiebre miliar, si bien pueden presentar sudamina. »La miliar se observa también en el curso de ciertas fiebres llamadas inflamatorias: la hemos comprobado igualmente en dos sugetos, que nos habian presentado los signos mas mar- cados de una fiebre tifoidea. Acompaña muy á menudo á la escarlatina, y aun es un signo bastante constante de ella, tanto que se debe buscar la erupción miliar al rededor de las axi- las y de las grandes articulaciones, cuando se tiene alguna duda 'sobre el diagnóstico de la fiebre escarlatinosa. Por último, es uno de los signos patognomónicos del sudor miliar. «Fiebre miliar esencial, idiopática.—¿Ha- brá una fiebre miliar esencial? Esta es la úni- ca cuestión que nos resta agitar, y que me- rece detenernos algunos instantes. Dice Si- denham, que si bien puede desarrollarse la miliar espontáneamente, es aun con mas fre- cuencia provocada por el calor de la cama y de las ropas y por los remedios escitantes. Dé Haen, que es quien mejor ha escrito de la fiebre miliar, observa ante todo con su saga- cidad habitual, que es preciso no confundir con la verdadera miliar las manchas purpú- reas y las vesículas de sudamina, y dice en seguida que apenas ha observado en su hos- pital un caso de fiebre miliar cada año (líalio medendi, pars VIII, t. IV, p. 97, cap. III, en 12.°; Paris, 1764). En otro pasage de sus es- critos asienta, que el exantema miliar se ha hecho mas raro y menos grave, desde que se ha renunciado al" tratamiento escitante en las fiebres (Tractatus de febrium divisionibus, to- mo IV, p. 55). Foderé asegura, que en cua- renta años de observaciones no había visto una sola miliar idiopática (Rech. et observ. crit. sur l'eruption et la fiévre connues sous le nom d'eruptwn miliaire; Strasbourg, 1828.—Le- 11G ron.ss«r/« epidemies, l UI, p. 233) que ha publicado acerca de las fiebres miliares ilel Piainonte una obra citada a menudo por los autores que hablan de estas calenturas, confiesa que los resultados de la inspección cadavérica son muy variables, y que la erup- ción se manifiesta en enfermedades muy di- ferentes (Tractatus de miliarium origxne, pro- gressu, natura et curatione; Turin, 1/58; y 2.a edic, en 8.°; Turin, 1792). »IIemos tratado de buscar con cuidado en las memorias mas recientes observaciones de fiebre miliar idiopática, es decir, de aque- lla en que la calentura y la erupción cons- tituyen toda la enfermedad. Algunas he- mos encontrado, pero no son mas que casos particulares de sudor miliar, aunque ñolas consideren como tales los autores que las traen. Ruef ha referido uno de estos casos de fiebre miliar, recogido en la clínica de Lobs- tein, y aunque le hemos leído con cuidado, no hemos encontrado ninguna diferencia en- tre la descripción que hace y el sudor epidé- mico (Arch. gen. de méd., t. I, p. 365,2.a se- rie; 1833). Él mismo autor lo reconoce así, pues que con tal ocasión recuerda las funestas miliares observadas epidémicamente en mu- chas comarcas de Francia. «Hemos preguntado también á algunos mé- dicos que tienen una larga esperiencía, si ha- bian observado fiebres miliares idiopáticas, y nos han respondido afirmativamente; pero cuando hemos querido averiguar si las enfer- medades á que se referían habian sido casos de sudor miliar esporádico, se han mostrado du- dosos , y recordado muy bien que los sudores acompañaban siempre á la erupción, y que la mayor parte de los síntomas generales se pa- recían á los del sudor epidémico. Concíbese, pues, cuan legítimamente se puede dudar de la existencia real de la fiebre miliar; y asi es que sin negarla del todo, nos inclinamos mu- cho á creer que esta fiebre idiopática no es otra cosa que el sudor miliar en el estado esporá- dico, como creemos probarlo con la identidad casi completa de los síntomas, que no presen- tan otras diferencias que las dependientes de la forma epidémica de la enfermedad. Nadie duda en admitir la existencia de la fiebre in- termitente perniciosa y del cólera esporádicos, ¿por qué pues no ha de haber también sudo- res miliares esporádicos? Tales son, á nuestro parecer, las únicas fiebres miliares que deben admitirse; mientras que observaciones ulterio- res no destruyan esta opinión, de la que no se han ocupado aun detenidamente los auto- res que han escrito acerca de la calentura mi- liar. «Historia y bibliografía.—Hipócrates, Bai- llou vBonet han hablado de la miliar; en el tratado de Ozanam (loe. cit., pág. 193, l. II; IS35: pueden verse las citas sacadas de estos autores. Solo indicaremos aqui las obras mas importantes, sin detenernos en una crítica que DK LA CALENTURA MILIAR. Vllioni, , va queda hecha en el curso de esle articulo: iluxham (Fssai sur les fievres), de Ilacn (Ratio medendi, part. V, cap. I; part. Mil, cap. Ill; part. IX, cap. IU), Stoll Uédccine prattque, t. 11), Allioni [Tractatus de milúirum origine, progresu, natura, et curat., 1738; y en 8.°, 2.a edic: Turin, 1792\ Gmelin (De ¡erre milia- ri, 1752), Pujol (Óbserv.sur la fiev. mil. epir dém.; Paris, 1783),Lepccq de la Cloture (G'o- llect. d'observ. sur les mal. et constituí, épidém.; Paris, 1778, en 4.°), Gastellier (Traite déla fiévre mil. des femmes enconches, en 8.°; Mon- targis, 1779, y Traite de la fiévre mil. epid., en 12; Paris, 1784), Borsieri, cuyo trabajo es el mas completo y erudito que poseemos (¡ns- titutionum medie, pract., cap. 1, t. IV, en 12.°; Venet., 1817), y Foderé (Rech. et observ. crit. sur l'erupt. et les fiévres connues sous le nom d'emption miliaire, Strasbourg, 1828)» (Mon- neret y Fleury, Compendium, etc., t. VI, pá- ginas 85-88). 2.° Del sudor miliar. «Sinonimia.—Miliaria, de Linneo, Cullen y Swediaur;miliaris febris, Vogel y Webster; nova febris, Sidenham ; exanthema miliare, Borsieri; exanthema miliaria, Parrisch; febris purpúrala miliaris, Hoffmann; emphlysis mi- liaria, Good; febris purpurea, Junker; febril esserosa, febris puncticularis, morbus milia- rium, purpura miliaris, purpura alba, febris vesicularis, hydroa, sudamina, febris culicaris, miliaris sudatoria, de diferentes autores; suettt de los franceses. «Definición y división.—La enfermedad que desde principios de este siglo se ha observado y descrito con el nombre de sudor miliar y de sudor de Picardía, es una afección cuya indi- vidualidad se halla perfectamente asentada, y que tiene síntomas marcados y caracteríslicos. Pero es muy dificil saber de un modo satisfac- torio, qué relaciones existen entre esta enfer- medad y la fiebre miliar idiopática, la enfer- medad cardiaca de Erasístrato, de Areteo,de Celio Aureliano, y el sudor inglés descrito por los escritores del siglo XVI. «Hemos asentado en el precedente artículo, que la fiebre miliar idiopática de los autores no es probablemente mas que la forma ligera, benigna y esporádica, del sudor miliar, y es- cusamos repetir las consideraciones en que he- mos fundado nuestra opinión. «Hecker (Der englische schweiss; Berlín; 1834] y Littré (Gazette medícale, p. 333 y sig.; 1835), se han dedicado al estudio compara- tivo del mal cardiaco, del sudor inglés y del de Picardía; pero á pesar de su inteligencia y esfuerzos, no han podido conseguir una so- lución completamente satisfactoria, en razón de que solo tenían á la vista descripciones in- completas y oscuras. Nosotros, después de ha- ber meditado largo tiempo este asunto, cree- mos poder establecer, que las tres afecciones DEL StJDOÚ MILIAR". ll' que acabamos de nombrar eslan unidas entre sí por muchas analogías, y que si las separan algunas desemejanzas, pueden quizá esplicar- se por las grandes modificaciones que ha pro- ducido en la fisonomía de la mayor parte de las enfermedades epidémicas el curso progre- sivo de la civilización. ¿Habremos de diferen- ciar el sudor inglés del de Picardía, porque en el primero fuese el principio mas repenti- no, mas instantáneo, el curso mas rápido v la terminación mas á menudo funesta? Según Hec- ker, la falta total de erupción en el sudor in- glés es un fenómeno diferencial importante; fiero Tyengius hace positivamente mención de a existencia de una erupción, la cual por otra parle no es constante en el sudor de Picardia. Ademas, siendo diferente en estos dos casos el curso de la enfermedad, podría faltar en el pri- mero la erupción, y por el contrario mani- festarse en el segundo, sin que por eso haya razón para decir que son dos afecciones dife- rentes t ¿n'o se observan hechos análogos en la fiebre tifoidea, en la peste, etc.? «Los antiguos, dice Littré (loe. cit., p. 336), vieron desarrollarse, en el tercer siglo antes de J. C, una enfermedad caracterizada por sudores escesivos, acompañados de un peligro estraordinario. A fines del siglo XV afligió al norte de Europa otra enfermedad análoga, y que solo se diferenciaba de aquella por el efec- to que producían el frió y la humedad. Pero después de cinco invasiones sucesivas, desa- pareció completamente el sudor inglés, y en- tró con la enfermedad cardiaca de la antigüe- dad en el dominio de los hechos históricos. Cien años después de la última manifestación del sudor inglés hablaron los médicos del su- dor de Picardía, que solo se diferencia del pri- mero por la erupción miliar. Últimamente, á principios de este siglo se presentó en una ciudad pequeña de Alemania una enferme- medad temible, desconocida en todas partes, y cuyos caracteres recuerdan los del antiguo sudor inglés. Estos hechos son muy curiosos; pero manifiestan cuan incompleta es nuestra patología, en cuyo cuadro se echan de menos tan graves acontecimientos. Con el transcur- so del tiempo se presentan ciertas enfermeda- des nuevas y cesan otras, y no son solo los climas los que modifican lasafecciones corpo- rales de la humanidad, sino que también ejer- cen su influencia las épocas. Hay sin duda en- fermedades de todos los siglos y de todos los países; pero hay otras, por decirlo asi, flotan- tes, que varían de edad á edad, fenómeno que quizá hubiera sido dificil prever de antemano. El tiempo trae al mundo nuevas combinacio- nes entre los elementos patológicos. En qué sentido y con qué objetóse verifica esto, es cosa que no nos enseñan nuestros esludios, to- davía demasiado cortos y poco profundos.» »La historia de las enfermedades epidémi- cas justifica de continuo estas palabras, ema- nadas de una prudente filosofía, y parece de- ' mostrar que la fiebre miliar idiopática, el sudor de Picardía y el inglés, solo representan nue- vas combinaciones entre los elementos patológi- cos de una sola enfermedad. «Considerando la cuestión bajo este punto de vista, definiremos el sudor miliar: una afec- ción general, una pirexia endémica y epidémi- ca , acompañada de alteraciones variables y mas ó menos marcadas de los diferentes aparatos; pero caracterizada principalmente por sudores escesivos, á los cuales se agrega las mas veces una erupción vesículo-pustulosa. «Después de estudiar aisladamente, según nuestra costumbre, los diferentes grupos de síntomas que caracterizan el sudor miliar, es- tableceremos tres formas: 1.° la ligera, benig- na, á la cual corresponde el sudor esporádico (fiebre miliar idiopática de los autores), y que constituye los casos menos graves délas epi- demias de nuestro siglo, y aun ciertas epide- mias en totalidad (epidemias de los departa- mentos del Oise y del Seine-et-Oise en 1821; epidemia del departamento de Couloraraiers en 1839); 2.° la formaintensa, que representa los hechos mas graves de las epidemias de nues- tro siglo, ó la fisonomía general de ciertas epi- demias particularmente mortíferas (epidemia del deparlamento de la Dordogne en 1841); y 3.° la forma grave (sudor maligno), de la que han ofrecido pocos ejemplos las epidemias de nuestro siglo (epidemia de 1841); pero que ha dominado en 1812 en la epidemia de Roettin- gen (Franconia) y representa la enfermedad tal como la observaron los escritores de los si- glos XV y XVI (sudor inglés). «Alteraciones anatómicas.—Parrot es el úni- co autor contemporáneo que ha observado una epidemia mortífera de sudor miliar, y que ha- biendo tenido ocasión de hacer muchas autop- sias, ha dado una descripción anatómico-pa- tológica de algún valor. La mayor parte de los pormenores de que nos vamos" á ocupar están sacados de su trabajo. «Aspecto del cadáver.—«Hominum hoc mor- »bo ereptorum cadavera cito intolerabiliter «fcetent et intumescunt.» Esta aserción de Allioni (Tractatio de miliarium origine, pro- gressu, etc., p. 65; Augusto Taurinorum, 175S) la ha comprobado Parrot en Condrieux en 1841. ¿No hubo un cadáver, dice este obser- vador, en quien no se presentase inmediata y completamente la putrefacción. Las livideces cadavéricas existían casi constantemente, tan- to en la parle anterior del cuerpo, como en la posterior. Estos equimosis eran ordinaria- mente mas pronunciados en la cabeza, la cual se ponia horrible y como surcada en todos sen- tidos, en unas partes por líneas de color de violeta, y en otras por sinuosidades verdosas, viéndose en algunas manchas negras como de golpes , las cuales se acompañaban á me- nudo de una hinchazón, que se encontraba también mas comunmente en la cabeza que en ninguna otra parte, y que contribuía á dar- 118 del svnon MILIAR. le aquel aspecto monstruoso» (Parrot, Histoi- re de Tepidunic de suelte miliaire qui á regné en 1841 dans le département de la Dordogne en Mém. de VAcad. roy. de ,níd., t. X, pági- na 454; 1843). «Aparato digestivo. El estómago está habi- tualmente sano (Parrot); sin embargo presen- ta algunas veces su membrana mucosa un color rojo mas ó menos subido, dependiente de la inyección de sus vasos capilares (Rayer, flistoire de iepidemie de suelte miliaire qui a regné en 1821, dans les départements de l'Oise et'de Seine-et-Oise, p. 153; Paris 1822); Bour- gcois ha encontrado en él algunas chapas vio- ladas, negruzcas y un ligero reblandecimien- to (Barthez, Gueneau de Mussy y Landouzy, Histoire de l'epidemie de suelte miliaire qui á regné en 1831) dans plusieurs -communes de Tarrondissement de Coulomniers en Gaz. méd., p. 673-674; 1839). «Rayer indica que la rubicundez estomacal se prolonga á veces á los intestinos delgados, en los que sin embargo no es tan perceptible. Parrot no ha encontrado ninguna lesión en los intestinos, ano ser en algunos casos una in- yección hipostática mas ó menos estensa, y una ligera hinchazón, ora de las glándulas deBru- nero, ora de las de Peyero (loe. cit., p. 455). En un caso comprobó Bourgeoís la existencia de una erupción vesiculosa, que ocupaba todo el ileon y los intestinos gruesos; las vesícu- las parecían umbilicadas, lo que dependía de ser trasparente su parte media, y salía de ellas un líquido de color blanco anacarado (loe. cit., p. 673). «Parrot ha visto casi siempre que el hígado escedia una tercera parte de su volumen or- dinario , sin que por lo demás presentase nin- guna alteración de consistencia ni de color. «El bazo está ordinariamente hipertrofiado, y casi constantemente reblandecido; su tejido se puede deshacer fácilmente con los dedos, y Parrot le ha visto en dos casos reducido á una papilla negruzca. «Aparato respiratorio.—La membrana mu- cosa de la laringe y de la traquea está ordi- nariamente roja, y los pulmones siempre muy llenos de sangre, sobre todo en su parte pos- terior, y presentando á menudo por delante unas chapas enfisematosas, numerosas y muy circunscritas (Parrot). »Aparato circulatorio.—Según Allioni, la lesión mas importante, y muchas veces la única que se presenta en el sudor miliar, con- siste en una congestión sanguínea general del sistema venoso; aserción que han comproba- do todos los observadores modernos. Los senos de las meninges están casi siempre llenos de una sangre espesa, negra y fluida. Los tron- cos arteriales mayores presentan algunas veces en su membrana interna un color rojo de ama- ranto (Parrot). »La sangre que se saca durante la vida, nun- ca se cubre de costra; el coágulo es ancho y blando, el suero muy abundante. Después de la muerte so encuentra la sangre en estado d« fluidez, de dillueucia (Parrot, loe. cit., pa- gina 456). «El sistema nervioso solo presento lesiones variables y poco importautes. Parrot ha en- contrado, ora adherencias parciales de las meninges, ora el punteado rojo y un reblan- decimiento ligero del cerebro, ora ufa derra- me mas ó menos considerable de serosidad en los ventrículos. «Síntomas.—Pródromos.—En el mayor nú- mero de casos empieza la enfermedad repen- tinamente durante la noche, en medio de la mas completa salud, y sin que la haya anun- ciado ningún fenómeno precursor. Manifiés- tase también á menudo al despertarse los su- getos ó después de comer (Parrot). Otras ve- ces por el contrario, dos, tres ó-cuatro dias, y en ocasiones solo algunas horas antes del sudor, sobrevienen desazón, cansancio, cefa- lalgia supraorbitaria, dolores en las articula- ciones, particularmente en las rodillas y en las muñecas, un dolor epigástrico ligero, náu- seas , vómitos y cólicos. En algunos casos ha visto Parrot anunciarse el sudor miliar por una indigestión. «El principio de la enfermedad se carácter^ za constantemente por un sudor abundante, al cual precede á veces un escalofrió poco es- tenso y de corta duración. »1.° Sistema cutáneo.—Siempre se mani- fiestan sudores de una abundancia y de un olor especiales, tanto que constituyen el ca- rácter de la enfermedad. «El fenómeno de los sudores continuos desde la invasión hasta el linde la enfermedad, dice Rayer (loe. cit., p. 168), es tanto mas digno de atención, cuan- to que existe constantemente y en un grado notable, cualquiera que sea la forma del mal, Esta continuidad, esta uniformidad de los su- dores, observados en condiciones morbosas diferentes, es en verdad admirable.» «El sudor se exhala continuamente por toda la superficie del cuerpo, y no mas en la fren- te ni en la cara que en las demás partes, siendo tan abundante, que muchas veces cor- re por el suelo el agua que se esprime tor- ciendo las ropas (Parrot). Meniére ha visto individuos que se habian mudado de camisa veinte y treinta veces en una noche, y que continuaban con el mismo flujo tres ó cuatro dias (Note sur l'epid. de suette miliaire qui á regné dans le departament de l'Oise, en Arch. gen. de méd., t. XXIX, p. 101; 1832). Levan- tando las ropas de la cama sale un vapor es- peso , que se condensa muy pronto formando como una verdadera lluvia (Rayer, Meniére v Parrot). «El sudor exhala un olor sumamente féti- do, que Rayer y Moreau (Mém. sur Tepidemit miliaire qui á regné en 1821 dans le départe- ment de l'Oise, en Journ. hebdomadaire, to- mo VUI, p. 262; 1832) han comparado al de del scüor miliar. Ü9 la paja podrida, y Meniére al del agua ligera- mente clorurada ó al de las evacuaciones colé- ricas. «Los sudores, dice Parrot, tienen un olor característico, que no puede olvidarse cuando se ha percibido una vez; pero no acier- to á compararle con ningún otro, porque no sé ninguno que se le parezca, ni que tenga la menor analogía con él» (loe. cit., p. 436). Me- niére no ha observado el olor á paja podrida, sino en los enfermos que tenían mala cama, compuesta en su mayor parte de paja vieja, en cuyo caso, añade, ya se concibe de donde provenia el olor. «Mientras el sudor cubre la piel, esta se ha- lla jugosa al tacto, con el cual se advierte una sensación particular, que Parrot considera co- mo un signo patognomónico. «Para quien tiene hábito de observar la afección de que tratamos, dice este práctico, no es difícil diagnosticarla atrevidamente con solo esta sensación.» «La temperatura cutánea es tanto mas ele- vada, cuanto mas grave la enfermedad. «Los sudores se manifiestan casi constante- mente desde el principio, y cuando mas des- de el segundo dia; son menos abundantes ha- cia el cuarto ó quinto, y en general cesan ha- cía el sétimo ó el octavo, aunque algunas ve- ces se prolongan hasta el décimo ó el undéci- mo. Durante los paroxismos, se aumentan los sudores aun en el período de decremento, ha- ciéndose entonces tan abundantes como al principio. Por el contrario en los intervalos de remisión no suele presentar el enfermo mas que un simple mador (Barthez, Gueneau de Mussy y Landouzy, loe. cit.,p. 645). «Algunos sugetos sienten unos pinchazos mas ó menos incómodos, sin ninguna erup- ción ulterior. * Erupción.—En el mayor número de casos viene el sudor miliar acompañado de una erup- ción vésico pustulosa especial; pero este sín- toma no es constante como han asegurado al- gunos autores (V. Rayer, ob. cit., p. 178-180. —Moreau, loe. cit., p. 264). »La erupción se anuncia siempre por un pru- rito mas ó menos vivo, que se siente princi- palmente durante los paroxismos, y que ocupa con particularidad la espalda y los miembros, y algunas veces viene acompañado de una agitación viva y de saltos de tendones. Ora sienten los enfermos una simple comezón ó una sensación de entorpecimiento y de.rigidez en los brazos y en las muñecas; ora tienen do- lores vivos, y entonces es difícil contenerlos en la cama y obligarlos á estarse quietos (Barthez, Gueneau y Landouzy). En general la intensi- dad del prurito está en relación con la abun- dancia de la erupción y el volumen de las ve- sículas. Relativamente* á la época de la inva- sión , á la intensidad, á la duración, etc., pre- sentan el prurito y la erupción variedades y modificaciones análogas (Rayer). «Algunas veces del segundo al tercer día, ordinariamente del tercero al cuarto y á me- i nudo del tercero al quinto, rara vez entre el quinto y sesto, y por último en algunos casos ! entre efsétimo y octavo, aparece una erupción vesículo-pustulósa, que Rayer ha descrito muy bien. »La erupción miliar empieza á presentarse primero en los lados del cuello, en la nuca, hacia las axilas y debajo de los pechos en las mujeres; obsérvase en seguida en la espalda, en las caras internas de los brazos, en el bajo vientre y en la parte interna de las piernas y de los muslos. Esta erupción se verifica tam- bién algunas veces de un modo sumamente irregular, ya de arriba abajo ya de abajo arri- ba , en diferentes partes del cuerpo. «Ora se desarrolla general y rápidamente, cubriendo todo el cuerpo en" veinticuatro ó treinta y seis horas; ora parcial y lentamente, de manera que ya se deseca ó desaparece la erupción en los puntos en que se presentó pri- mero, cuando empieza á manifestarse en otras partes. En algunos casos la erupción, circuns- crita al principio á una parte del cuerpo, se estiende luego, y después de recorrer diferen- tes* regiones , aparece de nuevo en la que habia acometido primero. También puede manifes- tarse la erupción incompletamente el primer dia, verificándose luego una nueva aparición de granos al siguiente ó al inmediato» (Rayer> loe. cit., p. 170-171). En la epidemia de'Ve- soul no se manifestó la erupción en la cara ni en los brazos (Pratbernon, Notice sur la suetU miliaire epidemique a Vesoul en 1837, en Bevue medícale, t. III, p. 199; 1838). »En general la erupción es mas marcada ha- cia el lado de la flexión que hacia el de la es- tension. Es discreta y confluente, y se cono- cen muchas variedades de ella. »Miliar roja. — Está caracterizada por unas granulacioncitas duras , rojas , cónicas , que ponen áspera la piel, y cuya disposición vesi- cular solo se conoce por medio del lente. En los primeros momentos tiene á veces esta forma el aspecto del sarampión. «Miliar vesiculosa, vesículo-pustulósa.—Las vesículas son mucho mas grandes, pues tienen el tamaño de un grano de mijo ó de un caña- món; su base está rodeada de una aureola de color encarnado vivo , y contienen un líquido trasparente y amarillento , que mas adelante se enturbia y después se pone blanquecino y como lechoso. A menudo se encuentran espar- cidas por diferentes puntos verdaderas pús- tulas. » Miliar ampollosa, flictenoides.—En esta forma se observa un número mas ó menos con- siderable de ampollas , cuyas dimensiones va- rían desde las de un guisante hasta las de un napoleón: las mayores se parecen á las que se observan en el penfigo , y ordinariamente es- tan formadas por la reunión de muchas ve- sículas. ^Miliar blanca.—-Consiste en una multitud de vesículas muy pequeñas, sin aureola, que HO DEL SCDOR MILIAR. contienen un liquido semejante al agua desti- lada , elevándose bajo la forma de granulacio- nes perladas ó de gotitas diáfanas, sobre las cuales se puede pasar el dedo sin romperlas, y que no se perciben sino estendiendo la piel y mirándola muy oblicuamente (Rayeri. Las ve- sículas que caracterizan esta variedad pertene- cen á la sudamina. Ora no se encuentra mas que una sola de las variedades que acabamos de describir; ora se hallan todas reunidas en un mismo enfermo; ora aparecen sucesivamente en el curso de la enfermedad. «La miliar roja se disipa á veces en muy po- co tiempo, sin dar lugar á ninguna descama- ción; «de lo que se debe concluir, dice Rayer, que no existe ningún fluido mas que la san- gre en el mayor número de granos, ó que se reabsorve el humor que contienen.» «Ordinariamente se aplastan ó se rompen las vesículas al cabo de cuatro ó cinco dias, y so- breviene una descamación, tanto mas marcada y abundante, cuanto mas copiosa y considera- ble ha sido la erupción. Cuando esta es discre- ta , la descamación se parece á la del sararn- pion, y cuando confluente, á la de la escarla- tina (Parrot). »En la miliar roja han visto á veces Barthez, Gueneau y Landouzy no sobrevenir la desca- mación, hasta ocho ó diez dias después de ha- ber cesado todos los fenómenos perceptibles de la enfermedad. «En algunos enfermos queda después de la desaparición de las vesículas una mancha roja é irregular, que se borra con la presión del dedo, y se cubre al cabo de uno ó dos días de una descamación furfurácea. «Suele la erupción desaparecer repentina- mente, cuando sobreviene alguna complicación ó una flegmasía visceral (Rayer). «En la epidemia de Coulommiers empezó siempre la erupción por la región dorsal y la parte anterior del tórax, en cuyo sitio era siem- pre mas confluente. En seguida invadía los miembros , principalmente por el lado corres- pondiente á la flexión, siendo á menudo mas considerable en las estremidades superiores que en las inferiores. Muchos enfermos tenían granos en la piel del cráneo y en la barba, y aun algunos aislados, diseminados por la cara ó concentrados al rededor de los párpados. Ra- ra vez se los encontraba en las palmas de las manos ni en las pkintas de los pies. «La aparición de la erupción vieneá menu- do acompañada de una modificación notable de los demás síntomas: la cefalalgia desaparece; disminuyen los sudores, y se alivian los sínto- mas gástricos; al paso nue muchas veces se aumenta la disnea. Habiéndole llamado la atención á Rayer esla coincidencia, se pregun- ta sisaria sintomática la enipeion de una írri- laiion de las visceras, y en particular de la membrana mucosa del estómago, ó si habría alguna relación entre los sudores y la erup- ción; pero no ha podido contestar satisfacto- riamente á estas preguntas (V. ob. cit., pagi- na 175-178). »2.° Digestión. — Hánse distinguido dos grados de Irritación gastro-intestinal: en el Erimero está la lengua desde el principio cu- ierta de una capa gruesa y pardusca ; sus bor- des y su punta no se hallan rubicundos; la sed es nula ó poco viva, á pesar de la abundancia de los sudores; el apetito está disminuido ; el epigastrio poco dolorido, aun cuando se le comprima mucho; no hay vómitos; ordinaria- mente tienen los enfermos un estreñimiento te- naz mientras dura la enfermedad, y el vientre permanece flexible é indolente. «En el segundo grado , ora desde el princi- pio, ora en el momento de la erupción, se cu- bre la base de la lengua de una capa amari- llenta muy gruesa; los bordes y la punta de este órgano se presentan rojos, y su superficie seca; la sed es viva; el epigastrio está dolorido; sobrevienen náuseas y vómitos de materiales biliosos y viscosos, con tensión en.el epigastrio y ansiedad, y algunas veces hay diarrea. Ra- yer ha observado en un caso un verdadero flu- jo disentérico. «Algunas veces se desprende el epidermis de la lengua , en la cual se verifica una desca- mación análoga á la de la piel, y entonces ofrece este órgano un color encarnado vivo, y están prominentes sus papilas fungiformes. De- penderá esta descamación del epitelium del desarrollo de una erupción en la lengua? Ra- yer , Barthez, Gueneau y Landouzy no han visto nunca vesículas en ella, pero sí muchas veces en el velo y bóveda del paladar (loe. cit., p. 646). «Muchos enfermos tienen aftas y exudacio- nes seudo-membranosas en las encías, y en algunos se observa una angina poco intensa. «Respiración.'—Desde el principio esta fre- cuente la respiración , y los enfermos suspiran y se esfuerzan para hacer inspiraciones gran- des. A veces tienen una disnea muy graduada, y se les figura que van á perecer sofocados. Meniére (loe. cit., p. 100) cree que la opresión depende de una congestión sanguínea que se verifica á la vez en el corazón y en los pulmo- nes ; pero destruyen esta opinión los resultados negativos que dan constantemente la percusión y la auscultación (Rayer, Barthez, Gueneau y Landouzy). Rayer cree que la disnea y la an- siedad precordial dependen de una lesión fun- cional de los nervios neumo-gástricos y tris- plánicos. «La bronquitis no se ha observado nunca en la epidemia de Coulommiers, y ha sido muy rara en la de Seine-et-Oise. Por el contrario se ha manifestado casi constantemente en la de Mareuil en 1835 y en la de Condrieux en 1841 (Parrot, loe. cit., p. 439). »La neumonía es rara y debe considerarse como una complicación. »Cireulacion. —Ordinariamente, ano haber DEL SUDO". MILIAR. Hl complicación, no se observa mas que una lige- ra aceleración del pulso, la cual es mas mar- cada en el momento en que se verifica la erup- ción. Sin embargo, en la epidemia de Dordog- ne casi siempre se marcaba el principio de la enfermedad por latidos tumultuosos del cora- zón , acompañados de ansiedad precordial. Aplicado el oído al pecho, se le sentía levan- tarse como en el aneurisma mas considerable; y no obstante, la auscultación y la percusión demostraban que no habia ninguna lesión or- gánica del corazón (Parrot). «Los enfermos tienen muy'á menudo latidos violentóse incómodos en la región epigástrica, y Rayer se ha cerciorado de que se verifican en el"tronco opisto-gástrico y en las arterias que se distribuyen por las corvaduras del es- tómago. «En la epidemia de Coulommiers tuvieron muchos entermos epistaxis abundantes y repe- tidas. «Aparato génito-urinario.—Parece que han variado singularmente en las diferentes epide- mias las relaciones del sudor miliar con el flu- jo menstrual. «Cuando la enfermedad, dice Rayer (loe. cit., pág. 197), se declaraba en la época del flujo menstrual, se verificaba esta evacuación como en el estado normal, á no ser que se presentase alguna lesión mas ó menos grave de un órgano importante. Hasta sucedía en ocasiones que aparecían los menstruos en su época acostumbrada, y seguían su curso or- dinario en medio del mayor desorden funcio- nal.« Barthez , Gueneau y Landouzy han visto verificarse los menstruos, ora regularmente, ora con retraso, ora al contrario antes de la época acostumbrada (loe. cit., p. 647). «En la epidemia de la Dordogne se adelanta ban las reglas. El número de mujeres que tu- vieron los menstruos estando con la enferme- dad fue verdaderamente prodigioso (Parrot, loe. cit., p. 440). «Parrot ha visto á muchas mujeres abortar en el momento de ser acometidas por el sudor miliar. «Las orinas son en general raras y subidas de color; del tercero al quinto dia de la enfer- medad tienen á veces los sugetos frecuentes ganas de orinar ó una disuria pasagera, acom- pañada de dolores hipogáslricos, de escozor, de calor en el conducto de la uretra y de te- nesmo vesical; de modo que tres ó cuatro ve- ces se vio obligado Parrot á recurrir á la son- da. Por el contrario , en otros dos casos de los que refiere este práctico habia incontinencia de orina. »Inervación.—En el sistema nervioso se ob- servan alteraciones marcadas y muy importan- tes, pero sumamente variables. «La cabeza, dice Parrot [loe. cit., pág. 441), estaba siempre dolorida, y por lo común en la región frontal. Este síntoma no faltaba jamás; era tan constante como los sudores, y se mani- festaba como ellos v con ellos al principio de TOMO IX. la enfermedad , siendo uno de los mas tenaces y de los últimos en desaparecer, tanto que persistía á menudo en la convalecencia, y á ve- ces no abandonaba á los enfermos ni aun des- pués de haberse restablecido. En la generali- dad de los casos habia falta casi completa de sueño , y el ¡hsommio era quizá mas completo en la convalecencia que durante la enferme- dad , siendo muchas veces el solo y último sín- toma que retardaba la curación.» «En la epidemia de Coulommiers apenas se manifestaba la cefalalgia á no ser en el período de invasión, v á menudo faltaba completa- mente (Barthez, Gueneau y Landouzy, pá- gina 646). «La cefalalgia , dice por el contrario Menié- re (loe. cit., p. 101), ocupa en general la re- gión supra orbitaria ó el vértice, estendiéndose á menudo á toda la cabeza; es gravativa, mo- lesta; persiste sin aumentarse, v no.parece de- pender de un aflujo de sangre al cerebro.» «Los en fermos se hallan ordinariamente aba- tidos, agitados é inquietos; su ansiedad llega á veces á un grado estraordinario y ejerce una influencia muy perjudicial en la terminación de la enfermedad. «Esto es tan cierto, dice Pigné, que algunos individuos de mayor ener- gía que los demás, acometidos del sudor mi- liar cuando con mas intensión reinaba, rehu- saron acostarse, y sin embargo recorrió en ellos la enfermedad todos sus períodos sin presentar ninguna gravedad» (Notice sur l'epidemie de suelte qui a regné dans le departamenl de la Dordogne, en Gaz. méd., p. 248; 1842). ««Barthez, Gueneau y Landouzy han visto á veces sobrevenir síncopes en medio de los paroxismos, y este síntoma les ha parecido agravar el pronóstico. «Cuando la enfermedad es muy grave y los paroxismos muy violentos, suelen manifestar- se alteraciones nerviosas, que unas veces son sintomáticas y otras resultan de una compli- cación, de una flegmasía del cerebro ó de las meninges. Entonces se observa delirio, con- vulsiones, coma, en una palabra, todos los síntomas de la meningo encefalitis. «Rayer ha visto muchos enfermos en quie- nes siguieron un delirio furioso, convulsiones v aun la muerte, á emisiones de sangre dema- siado abundantes é inoportunas (loe. cit.> pá- ginas 188 189). «Las fuerzas están ordinariamente deprimi- das desde el principio, y á menudo se hace muy grande la postración. «En muchos casos persistía largo tiempo la debilidad, aun después de haber cesado los demás síntomas, y se pro- longaban notablemente la dificultad de andar y los dolores de las articulaciones, principal- mente de las rodillas. Esta debilidad era pro- porcionada á la gravedad del mal» (Barthez, Gueneau y Landouzy , loe. dí.,p. 188-189). «Los sentidos tara vez están perturbados; sin embargo Parrot ha observado en muchos en-" fermos amaurosis, zumbido de oidos, sordera 46 1!2 mil. SUDOR MILIAR. y perversiones fantásticas del olfato y del gusto. • dCurso, duración, terminación.—A. Sudor ! miliar benigno, ieve.—Algunas veces se de- clara de pronto la enfermedad; pero por lo co- mún se anuncia de antemano por los síntomas precursores que hemos indicado, y especial- mente por laxitud, inapetencia , cefalalgia, náuseas, etc. (período de invasión). El princi- pio de la enfermedad se caracteriza por la apa- rición de los sudores; estos son moderados; el pulso se presenta blando y desarrollado, el vientre y el estómago indolentes, la lengua húmeda y cubierta de una capa ligera, y la respiración libre (periodo de sudores). Hacia el tercero ó cuarto día, y á veces mucho antes. y aun pocas horas después del principio (De- france, Considerations sur la suette miliaire qui a regné epidemiquement á Auxi le Cháteau pendant les mois de juin et juillet, 1832, en Journ. complém. des sciences méd., t. XLIII, p. 379), se acelera ligeramente el pulso; es mas abundante el sudor; el enfermo tiene agi- tación, ansiedad y opresión; se sienten pun- zadas mas ó menos agudas en la piel, y se ma- nifiesta la erupción (período de erupción). En cuanto se desarrolla esta completamente, dis- minuyen los sudores y la cefalalgia, y la con- valecencia sigue inmediatamente á la desca- mación, la cual se verifica en cuatro ó cinco dias (período de descamación). «La duración del sudor miliar benigno no escede nunca Se tres septenarios. Ordinaria- mente dura catorce días, muchas veces solo ocho ó diez, y aun es mas corta en los casos en que parece faltar completamente la erup- ción (Gastellier, Traite sur la fiévre miliaire epidémique, p. 32; Paris, 1784). «La convalecencia es rápida, y solo viene acompañada de un poco de debilidad. »B. Sudor miliar intenso.—La enfermedad empieza casi siempre repentinamente. Cuando se anuncia por pródromos, se caracterizan estos por una postración grande, cefalalgia violen- ta, dolores en los miembros, vómitos, insom- nio, presentimientos tristes, ansiedad, y al- gunas veces epistaxis y delirio. «Los sudores son muy abundantes v acom- pañados de agitación, opresión, ansiedad pre- cordial, i veces delirio, convulsiones y disuria. Todos estos accidentes se reproducen por acce- sos con intervalos cortos, y la enfermedad pre- senta el aspecto de una fiebre remitente, y aun á veces de una intermitente (Parrot). »Hácia el tercer dia se agrava el estado del enfermo; el pulso se pone mas frecuente, con- vulsivo é intermitente; se aumentan la ansie- dad , la agitación, la disnea y las palpitaciones, y sobrevienen lipotimias. «La erupción se verifica hacia el cuarto dia, y entonces sigue la enfermedad diferente cur- so, según la terminación que debe tener. Cuan- do esta ha de ser favorable, disminuyen gra- dualmente los accidentes; en cuanto se efectúa la erupción desaparecen los paroxismos, y se hace la enfermedad una verdadera liebre con- tinua; empezando la convalecencia hacia el octavo dia, casi al mismo tiempo que la des- camación. «La convalecencia es ordinariamente larga; los enfermos se quejan de debilidad, de ce- falalgia , de insomnio y de inapetencia duran- te quince dias, un mes ó mas; permanecen flacos mucho tiempo y con una palidez que tie- ne un carácter tan particular, que con el au- xilio de este signo se puede conocer fácilmente que un sugeto acaba de padecer el sudor mi- liar. Algunos tienen diviesos ó erupciones pus- tulosas (Parrot, loe. cit., p. 444). La conva- lecencia, que es de larga duración, viene fre- cuentemente acompañada de anorexia y de in- digestiones (loe. cit., p. 203). Gastellier (loe. cit., p. 45) habla de un enfermo, cuya conva- lecencia alteraban accesos de fiebre, dolores de cabeza, indigestiones y una dificultad casi insuperable de hacer el menor movimiento. Este desgraciado no se atrevió á ir solo por la calle en cuatro meses: tenía la cara y todo el aspecto como si hubiese pasado un ataque de apoplegia y de parálisis; parecia estúpido, y su modo de andar era el de un hombre em- briagado. «Las recaídas son bastante frecuentes, y de- penden generalmente de desarreglos en el ré- gimen, de imprudencias de cualquier olra naturaleza ó de la impresión del frío. Nunca son graves, y consisten en sudores continuos, poco abundantes, acompañados de una erup- ción vesicular ó de muchas sucesivas. Parrot no ha visto sobrevenir nunca la muerte á con- secuencia de una recaída. «Cuando la enfermedad ha de terminar en la muerte, en vez de disminuir los accidentes después de la erupción, se aumentan. «Sienten los enfermos una desazón general y no acos- tumbrada que les inspira los mas tristes pre- sentimientos; la respiración se hace difícil, frecuente, entrecortada y acompañada de cons- tricción epigástrica y de sofocación; muy pron- to caen los pacientes en un estado comatoso, precedido rara vez de delirio, y sucumben con todos los síntomas de una congestión cerebral ó pulmonal. «Generalmente sobreviene la muerte hacía el quinto ó sesto día, algunas veces al sétimo ó décimo, y á menudo depende de alguna com- plicación, de una flegmasía pulmonal ó en- cefálica; en cuyo casóse ve ordinariamente desaparecer de pronto la erupción. »C. Sudor miliar grave, maligno, fulmi- nante.—La enfermedad empieza siempre re- pentinamente por sudores escesivos, acompa- ñados de palpitaciones y de una angustia ines- plicable. «Inmediatamente, dice Sinner, fluyen torrentes de sudor fétido por toda la superficie del cuerpo, y se siente en la espalda un dolor dislacerante. Este dolor desaparece muy pron- to en ocasiones; pero si se estiende al pecho, se renuevan las palpitaciones y la angustia, DIL sudor millA, 123 desfallecen los enfermos, se ponen rígidos los miembros y termina esta escena en la muerte á las veinticuatro horas.» «No todos los enfermos, continúa Sinner, sucumben al primer ataque; en algunos, des- pués de haberse presentado el pulso suma- mente pequeño y débil, se sienten de nuevo dolores dilacerantes en las partes estertores, pesadez y rigidez en la espalda, y el pulso y la respiración recobran su regularidad, aunque el sudor continúa corriendo. Esta calma es su- mamente engañosa; porque vuelven á aparecer de improviso las palpitaciones y la pequenez del pulso, y entonces por lo común es inevi- table la muerte.» «Cuando la enfermedad sigue su curso, no sobreviene ordinariamente ninguna erupción cutánea; pero si esta se manifiesta, se caracte- riza por vesículas miliares de diferente forma y color, por ampollas semejantes á las del pen- iigo y aun por peteejuias. Los enfermos no sien- ten el picor general que precede á la erupción de la miliar ordinaria, y la descamación nun- ca es regular. »E1 sudor miliar de Rottingen duraba seis días; pero el mayor peligro estaba en el pri- mero. Desde el segundo disminuía el sudor y perdía todas sus malas cualidades; de manera ue no quedaba ya sino una traspiración ahum- ante sin accidentes capaces de inspirar temor (Sinner, Darstellung der epidem. Frieselkran- kheit die im Jhare 1802 zu Rottingen herrschte; Wurzburg, 1803). «Parrot (loe. cit., p. 402) ha visto sucumbir algunos enfermos á las cuarenta y ocho, vein- ticuatro, seis y aun tres horas; pero desgra- ciadamente no ha hecho una descripción par- ticular de esta forma grave de la enferme- dad. »E1 doctor Hecker ha reasumido en un breve cuadro los principales caracteres del sudor in- glés , es decir, de la enfermedad epidémica que tantos estragos causó en Inglaterra en 1485, 1506,1517,1528y 1552; en Alemania lósanos 1648, 1715, 1732,1742; en Holanda en 1666; en el Piamonte en 1755, y en el Languedoc en 1782, etc. «La enfermedad se presentaba sin pródro- mos; ordinariamente empezaba por un escalo- frío corto y un temblor que en los casos mas graves se trasformaba en convulsiones. Otras veces principiaba con un calor moderado, que iba siempre en aumento y que aparecía sin causa conocida en medio del trabajo, á me- nudo por la mañana al salir el sol, ó bien en medio del sueño; de manera que los enfermos se despertaban sudando. Muchos tenían desde los primeros dias un hormigueo desagradable en las manos y en los pies, el cual se conver- tía en dolores lancinantes y en una sensación muy dolorosa debajo délas uñas, á cuyos sín- tomas se agregaban, ora calambres, ora una laxitud tal de las estremidades superiores, que los pacientes no podían levantar los brazos. Durante estos accidentes se les hinchaban á algunos los pies y las manos. »Varios enfermos tenían un delirio furioso, la mayor parte de estos se morían. Quejá- anse todos de un dolor muy fuerte de cabe- za, y al cabo de poco tiempo sobrevenía el coma, que por lo común terminaba en la muer- te. Atormentaba á los pacientes una angustia horrorosa mientras conservaban el uso de los sentidos; tenían la respiración estremadamen- te dificil; en el corazón se les notaban tem- blores y latidos continuos; accidente que ve- nia acompañado de una sensación incómoda de calor interno, el cual en los casos funes- tos ascendía á la cabeza y determinaba un de- lirio mortal. * Al cabo de algún tiempo, y en muchos des - de el principio, se manifestaba un sudor fétido en todo el cuerpo, y que corria en abundan- cía. A veces sobrevenían convulsiones, obser- vándose también náuseas y aun vómitos, sobre todo en aquellos á quienes habia cogido la in- vasión con el estómago lleno. »En el primer momento interesaba el mal la espalda, los hombros , \in miembro , y se sen- tían en este punto dolores agudos. A veces de- terminaba la cefalalgia un delirio locuaz. Los sudores se manifestaban con alternativas de exacerbación y de remisión. «La convalecencia era larga y penosa , y los enfermos permanecían á lo menos ocho dias en un profundo abatimiento. Las recidivas fueron frecuentes (Hecker, Der englische Schweiss; Berlín, 4834.—Littré, art. cit., p. 333, 334). «Prescindiendo de la erupción, ¿no se en- cuentran en este cuadro todos los fenómenos que caracterizan el sudor miliar de este siglo? «Diagnóstico.—El sudor miliar es siempre fácil de conocer. « Los síntomas, dice Parrot, tienen un carácter tan claro, tan marcado, que estoy bien seguro de que ningún médico se ha- brá equivocado nunca en el diagnóstico. Ni sé que haya en el cuadro nosológico ninguna en- fermedad, con la cual tenga la menor analo- gía el sudor miliar ni que pueda confundirse con él.» «Efectivamente, creemos inútil seguir el ejemplo de Naumann, haciendo resaltar los caracteres diferenciales que separan el Sudor miliar del reumatismo , del sarampión , de la escarlatina , del eczema , etc. (Handbuch der medicinischen klinik., t. III, pág. 28; Berlín 1832). «El pronóstico varia como en todas las en- fermedades epidémicas, según el carácter ge- neral de la epidemia , y bajo este aspecto ofre- ce la mortandad diferencias muy notables. «En los siglos XV y XVI hizo el sudor inglés tantas víctimas como" la peste, como las epi- demias mas mortíferas. En 1485 perdió Londres la mayor parte de sus habitantes; en 1506, por el contrario, fue muy peca la mortandad; pero en 1517 y en 1528 se vrb la Inglaterra diezma- da de nuevo. No se poseen datos numéricos m DF.L SID0R MILIAR. exactos sobre la mortandad de esta epidemia; . pero fue cscesiva , si hemos de juzgar por el espanto que se apoderó de todo el reino unido. La enfermedad pasó al continente: Hamburgo perdió I, I Oü habitantes en 22 dias, y en Dant- zig murieron 3,000 personas. En 1551 perecie- ron en Shrewsbury 960 habitantes en el espacio de algunos dias, y fue tan grande la mortandad en todo el reino, que un historiador dice que quedó despoblado (Littré, art. cit., p. 334). «Las epidemias que se han presentado en nuestro siglo han sido en general poco mor- tíferas: en 1821, entre 1980 enfermos se con- taron 102 muertos , es decir, 1 por cada 19,4 (Rayer, loe. cit., p. 210); en 1841 acometió á la sétima parte de la población de las comar- cas invadidas , y murieron la 13.a parte de los enfermos (Parrot, loe. cit., p. 448). La epide- mia de 1839 fue mas grave , porque hubo un muerto por cada 8,2 enfermos (Barthez, Gue- neau de Mussy y Landouzy, loe. cit., p. 611). «Según Alfioni los hombres, y entre estos los mas fuertes, robustos y sanguíneos, están mas espuestos á morirse; los sudores parciales, sobretodo los del tronéo, son de mal agüero; también debe temerse una terminación funesta cuando se suprimen los sudores súbitamente en el momento de la erupción , y cuando des- aparece esta de pronto. Ademas , cuanto mas tardía es la erupción, mas grave es la enfer- medad (ob. cit., p. 60 y sig.). En 1821 fue la mortandad de 1 por cada 13 en los hombres y de 1 por cada 28 en las mujeres (Rayer, loe. cit., p. 213). Gastellier (loe. cit., p. 102) ase- gura que un ligero dolor de garganta , acom- pañado de una especie de romadizo es un sig- no infalible de muerte. «Nunca he visto , dice, curarse ningún enfermo que tuviese este sín- toma.» «La forma que adquiere la enfermedad en un principio tiene evidentemente mucha influen- cia en efyronóstico; no obstante, se ha de pro- ceder con mucha reserva en este punto. «Si «cautus fueris, dice Belloc , non fides signis »etiam inelioribus.» Parrot recomienda tam- bién no prometer nunca la curación, aun cuan- do sean poco alarmantes los síntomas; porque efectivamente , después de haberse manifesta- do la enfermedad bajo las apariencias de la forma mas benigna, se hace de pronto y sin causa apreciable rápidamente mortal. «Ya volveremos á hablar de este hecho , al cual da mucha importancia Parrot relativa- mente á la naturaleza y al tratamiento del su- dor miliar. «Etiología.-Causas predisponentes.- Edad.— El sudor miliar no respeta ninguna edad. Sin embargo ataca con preferencia á los adultos de 20 á 4-0 años. Hé aqui un cuadro de 1504 en- fermos presentado por Rayer: De 1 mes á 1 año. 15 De 1 año á fO años. 78 De 10 á 20 años.----227 De 20 á 30 años.--- .59 De 30 á 40.------- 497 De 40á50.------- 346 De 50 á 60.------- 199 De 60 á70.------- 74 De 70á75.------- 8 De 84á87.------- 1 »De 597 enfermos observados por Parrol, 580 tenían de 18 á 35 años. r>Sexo.—Reuniendo los datos numéricos de Rayer á los de Parrot, Barthez , Gueneau y Landouzy , se ve que de 2864 enfermos, 1071 eran mujeres, y 1193 hombres. «Temperamento. — Casi todos los enfermos observados por Parrol eran fuertes, robustos, de constitución atlética.—Profesión. El exa- men de las profesiones no ha suministrado ningún resultado importante á Rayer (loe. cit., p. 214 y sig.) ni á Parrot ((loe. cit., pág. 461- 462).—Modificadores fisiológicos. Parrot asegu- ra que la preñez, la lactancia y el estado puer- peral, predisponen singularmente á las mujeres á contraer el sudor miliar.—Modificadores hi- giénicos. Los trabajos corporales escesivos, los malos alimentos, los escesos y la miseria, se han considerado como causas predisponente» enérgicas por la mayor parte de los autores; pero las observaciones de Parrot desmienten completamente esta opinión. Efectivamente en la epidemia de 1841 la clase que mas padeció fue la de obreros acomodados; la clase inferior (mendigos, jornaleros miserables, etc.) fueron acometidos en una proporción infinitamente menor. «La observación ha demostrado tam- bién evidentemente, que cuanto mayor era la aglomeración de los sugetos , tanto menor era proporcíonalmente el número y gravedad de los casos» (Parrot, loe. cit., p. 464). »Causas determinantes. — Contagio. — Nada prueba que el sudor miliar se propague por infección, y puede asegurarse que no es en- fermedad virulenta; porque los esperimentos que se han hecho para inocularla, solo han da- do resultados insignificantes ó completamente negativos (Lepaulmier, sesión de la Academia real de medicina del 12 de setiembre de 1826; Parrot, loe. cit., p. 465-467). Moreau (loe. cit., p. 271) no ha observado siquiera un hecho en favor del contagio, y los que cita Rayer no tie- nen suficiente valor.* ^Endemia, epidemia. — En el siglo XV no traspasó el sudor miliar los límites de la Ingla- terra , y lo mismo sucedió en 1506; pero en 1517 pasó el estrecho, y se manifestó con fuer- za en Calais; en 1528, después de haber de- solado la Inglaterra, invadió á Hamburgo, Zwickau, Dantzig, Augsbourg, Colonia, Franc- fort-sur-le-Mein, Estrasburgo, la Holanda, Di- namarca, Suecia, Noruega, Polonia, Lituania y Lívonia. «En 1551 volvió á presentarse en Inglaterra, donde hizo terribles estragos. »En mas de un siglo no se volvió á oír ha- DtL SÜD0U MÍLlAtt. 125 blar del sudor miliar; pero en 1653 se ínani- festóeu Francfort sur-le-Mein; en 1660 en Aus- burgo; en 1666 en Baviera; en 1675 en Ham- burgo; en 1684 en Londres; en IG89 en Phi- lipsbourg; en 1694 en Sajonia; en 1734 en Plymouth , y por último en 1758 en el Piamon- te* donde le observó y describió muy bien Allioni (V. Littré, art. cit.). «En 1718 se lijó el sudor miliar en Francia, donde continúa endémicamente en algunas co- marcas; invadió la Picardía y la Norraandia, y desde aquella época vojvió á aparecer con fre- cuencia en estas dos provincias. Asi es que se manifestó en 1773 (epidemia deAbbeville des- crita por Bellot), en 735,1747,1 750 (epidemia de Beauvais descrita por Bover), 1753, 1754, 1758, 1759, 1768,1769,1772, 1774, 1781, 1783, 1791, (epidemia de Corbeil, descrita por Andry, Poissonnicr, etc.). «El sudor miliar ha ejercido también sus es- tragos en otros puntos de Francia, pero con in- tervalos mas distantes: en 1737 reinó en Or- leans; en 1735enFresneux,Conflans yJouy, etc.; en 1739 en el Soissonnais; en 1740 en Berthonville; en 1747 en Paris; en 1754 en Etarapes; en 1756 en el Bourbonnais, en 1757 y 1765 en Auvergne; en 1767 en laProvenza; en 1771 en Montargis (epidemia descrita por Gastellier); en 1782 en el Languedoc (epide- mia descrita por Pujol); en 1784 en Lion (véa- se Rayer, obra citada, p. 421 y sig.; Ozanam, üist. méd. des maladiesépidémiques, t. III, pá- gina 194 y sig.; Paris, 1835). «Desde principios de esté siglo, á escepcion de la epidemia deRoettingen de 1802 , apenas se ha manifestado el sudor miliar mas que en Francia. Las principales epidemias desde esta época han sido las del Bajo-Rhin en 1812 , de TOise y Seine-et-Oise en 1821 (epidemia des- crita por Rayer), de l'Oise en 1832 (epid. des- crita por Meniére) del Pas-de-Calais en 1832, de Coulommiers en 1839 (epidemia descrita por Barthez, Gueneau y Landouzy) y de la Dor- dogne en 1841 (epidemia descrita por Parrot). «Rayer y Parrot han hecho laboriosas inves- tigaciones con el objeto de descubrir la natu- raleza de los modificadores que dan por resul- tado la existencia endémica y la propagación epidémica del sudor miliar; pero el atento es- tudio de las condiciones geológicas, climatoló- gicas, atmosféricas, topográficas, etc., solo ha suministrado á estos observadores datos in- seguros, desmentidos muchas veces por el curso irregular y caprichoso de la enfermedad. «En la epidemia de Condrieux se vio apare- cer el sudor miliar repentinamente á conse- cuencia de una tempestad violenta; desapare- cer de pronto al cabo de cinco dias, habiendo sobrevenido un viento norte, y presentarse de nuevo á consecuencia de un viento sud-oeste, para volver á disiparse bajo la influencia de un viento nord-este, y asi sucesivamente muchas veces repetidas; « de manera, dice Parrot (loe. cit., p. 459), que se presentaba y recrudecía siempre con el viento sud-oeste , V se retiraba con el nord-este.» «Este hecho ofrece sin duda mucho interés; pero está lejos de indicarnos la causa próxima del sudor miliar. Por otra parte no pertenece mas que á una epidemia , y en otras circuns- tancias se han hecho observaciones contrarias. Lo mismo sucede con todo lo relativo á la cau- sa de la enfermedad que nos ocupa. »En la epidemia de la Dordogne se manifes- tó el mal del mismo modo en el norte, en el sur, en el este y en el oeste ; en la de Seine- et-Oise se estendió casi con igualdad hacia el norte v hacia el sur; pero adquirió cuatro veces mas desarrollo hacia el este que hacia el oeste. »En ocasiones parece detenerse la enferme- dad por un bosque ó por un rio, y en otros ca- sos va siguiendo su dirección. »En 1832 precedió en muchas partes el su- dor miliar al cólera , y en 1841 ha seguido á otras*fiebres eruptivas. ¿Qué se puede concluir de aqui? «Apreciando con rigor los hechos, es impo- sible atribuir una influencia positiva y conocida á la humedad , á los terrenos calcáreos , á las variaciones termométricas y barométricas, á los pantanos, á las aguas estancadas, etc. (V. Ra- yer, loe. cit., p. 359-377; Parrot, loe. cit., p. 457-467); de manera que después de las observaciones mas minuciosas tenemos que re- petir con Sidenham: «Inde circa morborum «epídemicorum originem doctior non eva- «serim!» «Tratamiento.—! .° Tratamiento higiénico.^ Aunque se choque de frente con preocupacio- nes demasiado eslendidas , y que ciertamente han hecho muchas víctimas , es preciso guar- darse de cargar de ropa á los enfermos, y de atascarlos de bebidas calientes y escitantes. Conviene abrigarlos con moderación, mudar- les con frecuencia las ropas, renovar á menu- do el airé de su habitación , y someterlos á to- dos los cuidados que exige una limpieza escru- pulosa. Las bebidas frescas y acídulas, lejos de ofrecer inconveniente, son tan útiles á los en- fermos como agradables. Débese cuidar mucho del estado moral de los sugetos, procurando que desechen ese terror de cuyos funestos efec- tos ha hablado Pigné. »Nunca se dará demasiada importancia á los preceptos que acabamos de esponer; pues á pesar de su aparente vulgaridad, tienen una influencia capital en el éxito de la afección que nos ocupa. »2.° Tratamiento farmacéutico. — Hánse alabado muchas medicaciones en contra del sudor miliar; pero debemos ante todo mani- festar á los prácticos que ninguna de ellas puede erigirse en método general de trata- miento; pues, como sucede en la mayor parte délas enfermedades epidémicas, el medica- mento que ha dado mejores resultados en una epidemia, suele en otra ser ineficaz; de modo que en cada una hay que tener en cuenta la 156 DEL SIPOR ¡BILIAR. forma de la enfermedad y las circunstancias que la acompañan. Comunmente se necesita un período de pruebas mas ó menos largo, pa- ra poder establecer definitivamente el tra- tamiento propio de la epidemia que se ob- serva. «Emisiones sanguíneas.—Las sangrías ge- nerales y locales fueron siempre provechosas en la epidemia de 1821; á las primeras apa- riencias de plétora general ó local, se procedía á sangrar repitiendo la operación una ó mas veces. Cuando habia cefalalgia, se aplicaban sanguijuelas á los tobillos, y cuando irritación gástrica, al epigastrio. A algunos enfermos se les aplicaron mas de 200 sanguijuelas en el espacio de cuatroá siete dias (Rayer, loe. cit., p. 397-399). «Sin embargo, Rayer conoce que deben usarse con circunspección las sanguijuelas; que los fenómenos que con ellas se combaten, desaparecen sin su auxilio después de la erup- ción, y que las emisiones sanguíneas multi- plicadas dan á menudo lugar á alteracio- nes nerviosas graves y prolongan la conva- lecencia. «Gastellier, aunque muy aficionado á las emisiones sanguíneas, manifiesta que no son comunes los casos ^n que están indicadas, y añade que las ventajas que de ellas se sacan cuando mas parecen convenir, no equivalen á los innumerables inconvenientes que tiene su abuso (loe. cit., p. 119-124). »En 1839 y 1841 no se emplearon sangrías generales; pero se recurrió á menudo á la aplicación de sanguijuelas al epigastrio en nú- mero de diez á treinta, para calmar la cons- tricción epigástrica, la opresión, la ansiedad, las palpitaciones, y siempre se obtuvieron efectos favorables; «sin embargo, añaden Bar- thez , Gueneau y Landouzy, fundándose uno de nosotros en la naturaleza enteramente ner- viosa de los accidentes, se limitó á combatir- los con los antiespasmódicos, los opiados y los revulsivos, sin emplear las emisiones san- guíneas en ningún caso, y su práctica fué constantemente feliz» (loe. cit.,n. 675). i>Purgantes.—Rayer condena los purgantes de un modo absoluto; pero Barthez, Gueneau y Landouzy «no han observado cosa alguna que pueda justificar este anatema,» si bien reconocen que los purgantes son por lo menos inútiles en la mayor parte de casos, pues para combatir el estreñimiento basta recurrir á las lavativas emolientes ó ligeramente escitantes, añadiéndolas aceite, sal, etc. «Los observadores contemporáneos apenas hacen mención del emético. Sin embargo, Gastellier le alaba como «uno de los mejores remedios que pueden usarse en la miliar, no solo como evacuante, sino también como al- terante.» Quiere que se administre al princi- pio, antes de la erupción: «Al sétimo día de la enfermedad, dice, casi nunca era ya tiempo de usarle» (ob. cit., p. 127-130). Rayer des- echa los vomitivos; pero su esclusion se fun- da en las doctrinas que en 1821 hacían mi- rar al emético como un medicamento incen- diario. «Los narcóticos y los antiespasmódicos no se usaron en 1821; mas en IS2Í) y 1NU fueron á menudo útiles para calmar losdolores epigás- tricos y abdominales, la constricción epigás- trica, las palpitaciones y las sofocaciones. Gastellier proscribe el opio. »Los médicos que consideran los sudores como esfuerzos del movimiento crítico de la naturaleza, proponen los sudoríficos; pero la esperiencia los rechaza. Rayer cree que pue- den prescribirse con ventaja para provocar la erupción (loe. cit., p. 407), pero aun en este caso particular preferimos á su uso el de los escitantes locales, como los rubefacicntes, la urticacion, etc. «Los tónicos son provechosos cuando la en- fermedad ofrece una forma adinámica. Gaste- llier prescribía el vino con conocida ventaja, cuando observaba intermitencia en el pulso, languidez, congojas, ú otros síntomas que anunciaban una postración general (loe. cit.} p. 164). «La quina se ha prescrito como tónico hacia el fin de la enfermedad; mas parece que en la epidemia de 1841 ha sido el remedio he- roico y esclusivo en todo el curso del mal. «Después de declarar Parrot que el sudor miliar de la*Dordogne no era una enfermedad propia de los pantanos, de las que se curan con quina específicamente; añade que se pre- sentaba sin embargo con todos los caracteres de una fiebre remitente perniciosa, cuyo úni- co remedio eficaz era el sulfato de quinina. «El sudor del Oíse, dice Parrot, ha podido ser solo una enfermedad de tipo continuo; pero el de la Dordogne fué una afec- ción de tipo remitente. Este departamento es el pais de la intermitencia, y no hay en él ninguna enfermedad que no tome este tipo ó que no pueda afectar la forma periódica.» «Teniendo en consideración los hechos re • feridos por Parrot, es preciso reconocer que la epidemia de 1841 ha presentado algo de par- ticular en su curso, y que si no se observaren accesos perniciosos muy bien caracterizados, lo cierto es que el sulfato de quinina tuvo una influencia muy favorable en el curso de la en- fermedad, y que en algunos casos hasta pare- ce haber evitado la terminación funesta. «Dábamos, dice Parrot, el sulfato de qui- nina, si no en gran cantidad, á lo menos á do- sis repetidas durante los cuatro primeros dias. la primera administración no dominaba los accesos hasta el punto de evitarlos completa- mente; pero modificaba ventajosamente su energía, disminuía su duración y los retarda- ba. Sin embargo, sucedía algunas veces qi.e dando una dosis alta, contenia el acceso y ha- cia abortar la enfermedad al cuarto ó quiulo dia» (loe. cit., p. 470). DEL SUDOR MILIAR. 127 «Parrot ha prcsorito con ventaja el azoalo de potasa á altas dosis. «En la epidemia del Bajo-Rin, se usaban con buen éxito las lociones frias, cuando des- pués de la sangría continuaba la piel seca y con un calor acre y ardiente (Schahly Hessert, Précis historique et pratique sur la fiévre mi- liaire qui a regné epidémiquement dans plu- sieurs communes du Bas-Bhin en 1812; Estras- burgo, 1813). «Naturaleza, asiento, clasificación.—Bellot, Rayer, Pujol y Gastellier atribuyen el sudor miliar á la presencia de materiales pútridos, de levaduras de igual naturaleza en las primeras vias, ó á una bilis degenerada y estancada en la veiiga, y Bellot añade que esta enfermedad pútrida viene acompañada de una alteración, de una rarefacción de la sangre. «Rayer se niega á ver en el sudor miliar mas aue una gastro-enteritis ordinaria ó una in- araacion simple de la piel, creyendo que esta enfermedad debe colocarse al lado de las vi- ruelas, de la escarlatina y del sarampión, en la clase de las flegmasías "que ocupan simultá- neamente muchos tejidos (loe. cit., p. 382-384). «Bouillaud no admite la existencia del su- dor miliar como entidad patológica; en su con- cepto no es otra cosa que una forma de suda- mina, un accidente, un síntoma común á mu- chas enfermedades febriles, esporádicas ó en- démicas, contagiosas ó no contagiosas, acom- pañadas de una diaforesis abundante y de cierta duración. Después de establecida esta opinión, reproduce Bouillaud la descripción de Rayer, colocando la miliar al lado del eczema, en el orden de las inflamaciones vesiculosas de la piel (Traitede nosographie medícale , t. II, p. 238 y sig.; Paris, 1846). »Én vista de las circunstanciadas y esactas descripciones que han hecho los observadores contemporáneos, y de los caracteres especia- les suministrados por la anatomía patológica, la etiología, los síntomas y el curso de la en- fermedad, nos parece imposible negar la in- dividualidad del sudor miliar. Admitida esta, nos parece también imposible colocar la afec- ción de que tratamos, sea entre las flegmasías > que atacan á muchos tejidos, ó entre las cu- táneas, y menos aun entre las flegmasías ve- siculosas, puesto que muchas veces ni aun se presentan vesículas. »E1 sudor miliar no presenta ninguno de los caracteres de las flegmasías; pertenece mani- fiestamente á la clase de las enfermedades ge- nerales, de las fiebres, y solo por esta razón la colocamos al lado del sarampión, de la es- carlatina y de las viruelas. «Historia y bibliogbafia. — Hánse fundado algunos en varios parages de Hipócrates (V. Rayer, ob. cit,, p. 475), para decir que los an- tiguos conocian el sudor miliar; pero nada jus- tifica esta aserción, y si los escritos de Pujol se consideran por muchos autores como insu- ficientes para demostrar la individualidad de la afección que nos ocupa, ya se deja conocer cuanto mayor será la duda y la oscuridad en vista de algunas palabras muy confusas del padre de la medicina. »La primera descripción positiva del sudor miliar parece deber referirse á la epidemia de Leipsic de 1652, observada por Welsch (His- toria medica novum puerperarum morbum con- tinens, Leips. disputado, die 20 aprilis 4655). »Kaye describió el sudor inglés, y ya he- mos manifestado que se encuentran en este autor los principales caracteres de la enferme- dad, que en el dia es epidémica en ciertas co- marcas de Francia (Joh. Caii Britanni de ephe- mera britannica, en8.°;Lond., 1721). «Allioni publicó en 1758 un tratadito acerca del sudor piamontés; el cual contiene unos aforismos sobre el pronóstico, que después ha confirmado la observación (Tractatio de milia- rium origine, progressu , natura et curatione; Aug. Taurin, 1758). «Bellot es el primer escritor francés que tra- zó el cuadro completo de la enfermedad de ue vamos hablando, y no podemos resistir al eseo de manifestar por una cita, cuan poco difiere su descripción de las que debemos á los escritores contemporáneos. «Hanc nulla fere antecedunt morborum sig- »na praenuncia. Sed súbito miserum adoritur «stomachi dolor gravans, ingensque virium lap- »sus. Aut dolet caput, aut caput obtundit do- »lor. Angunt pectus suspiria, spiritusque diffi- «cillime trahitur. Summo extorretur corpus «incendio, rore acri putidoque diffluens..... »Horis aliquot elapsis, accedunt jactationes «corporis et pruritos intolerabiles. Efflorescunt »supra cutem denso agmine pustulae rotundae «rubrae.... Alvuscuandoque soluta cuandoque »compressa est. Urgent vigilias, vel si quae spes «affuíget somni, hanc horror brevi discutit. «Quibusdam é naribus stillat sanguis.» (An/e- bri pútrida) Picarais suette dict® sudorífera en 4.°; Paris, 1733). «Boyeren 1740 ven 1761 (Méthodeásuivre dans le traitement des differentes maladies epi- démiques aui régnent le plus ordinairement dans la generante de Paris, en 12.°; Paris, 1761) y Pujol en 1782 (V. GEuvres méd., t. III, pá- gina 261), añadieron muy poco á la descrip- ción de Bellot. Pujol indica lá estraordinaria abundancia del sudor y su olor fétido, distin- guiendo cuatro especies de erupciones, «que tienen todas de común el venir siempre pre- cedidas de punzadas muy incómodas.» »En 1784 publicó Gastellier su Tratado de la fiebre miliar epidémica (Paris); el cual nos ha sido muy poco útil; pues su estilo es poco científico, y sus descripciones, hijas mas bien de la imaginación que de la observación, poco severas. Si la individualidad del sudor miliar se fundase solo en las descripciones de Gaste- llier, nos hubiéramos visto muy perplejos para decidirnos. «En 1822 apareció la obra de Rayer, en la 158 DEL SUDOH MILIAR. cual se encuentra una enumeración bien hecha de los síntomas del sudor mjlíar, asi como in- ¡ vestigaciones históricas y bibliográficas muy preciosas. Hemos tomado mucho de esta obra (Ilistoire de Tepidemie de suette miliaire qui a regné en 1821 dans les départements de l Oise etdeSeine-ct Oise, Paris, 1822). Moreau (Mem. sur Tepidemie miliaire qui a regné en 1821, dans les departamento ae l'Oise, en Journal hebdomad., t. VIH, p. 247; 1882), y Pratber- non (Notice sur la suelte miliaire épidémique de Vesoul, en Bevue medícale, i. 111, pág. 194; 1838) no han añadido nada á la descripción de Rayer. «Debemos hacer muy particular mención de la memoria de Parrot, que nos ha suministra- do los datos mas esactos y completos de cuan- tos hemos encontrado, para formar nuestro tra- bajo (Histoire de l'épidémie de suelte miliaire qui a regné en 1841 dans le département de la Dordogne, en Memoires de-l'Academie royale de médecine, t. X, p. 386; Paris, 1843). «Seriamos injustos si no citásemos con elo- gio la memoria de Barthez, Gueneau de Mussy y Landouzy (Histoire de l'épidémie de suelte miliaire qui a regné en 1841 épidémiquement dans plusieurs communes de l'arrondisement de Coulommiers en 1849, en Gazette medícale, pá- gina 609, 1839). «Fodéré (Lecons sur les épidémies, etc., to- mo III, p. 216; Paris, 1824), y Ozanam (His- toire medícale genérale et particulier des mala- dies épidémiques, t. II, p. 193; Paris, 1835), solo dan algunas noticias bibliográficas poco útiles acerca del sudor miliar, y tanto en tos diferentes diccionarios como en la mayor parte délos tratados de medicina, tampoco se en- cuentran mas que pormenores incompletos ó inesactos, é ideas patogénicas erróneas ó nu- las; de modo que la historia del sudor miliar se encuentra todavía esclusivamente en las monografías que hemos compulsado y citado.» (Monneret y Fleury , Compendium de médecine pratique,t. VII, p. 581-595). CAPITULO «¿IIYTO. S)B LA CALENTURA PUERPERAL. «DefinívIiojv. —Apenas hay una enfermedad cuya historia sea tan oscura como la de la fie- bre puerperal. A pesar de los numerosos escri- tos que han salido á luz en estos últimos años, los hombres mas competentes emiten todavía las opiniones mas contradictorias, y el que so- lo consulte los autores para formar su opinión sin el auxilio de su espe.riencia y juicio perso- nales, se verá en la mayor perplegidad. «Efectivamente, unos (Tonnelle, Des fiévres puerperales observées á la ñiaternilé de Paris pendant Tannée 1829, etc., en Arch. gen. de méd., t. XXII, p. 345; 1830) refieren todas las alteraciones que pueden sobrevenir en las re- cien paridas a una entidad patológica, que lla- man fiebre puerperal, y bajáoste nombre des- criben peritonitis, metritis y flebitis uterinas que nada presentan dr particular, á no ser el desarrollarse en las recién paridas, y las modi- ficaciones que el estado de puerperio induce en los síntomas, curso y terminación de la fleg- masía (V. Peritonitis puerperal y enfermedades del útero). «Otros no quieren aplicar la denominación de fiebre puerperal mas que á una sola altera- ción siempre igual; pero ya la refunden en la peritonitis epidémica de las recien paridas (Cor- dón, A treatiseon the épidemie puerperal fever of Abeerden; Londres, 1795.—Gasc, Diss.sur la mal. des femmes á la suite des couckes, tesis de Paris, 1802. — Gardien , Traite complet d'acouchements, t. lll, p. 367; Paris, 1824.— Baudelocque, Traite de la peritonitc puerperal; Paris, 1830, etc.), ya en la flebitis uterina,ya últimamente en una inflamación de los vasos linfáticos de la matriz. «No existe fiebre puerperal, sino enfermeda- des puerperales diferentes entre sí, dice á su vez el doctor Heim.... Es imposible confundir las diferentes enfermedades puerperales bajo el nombre genérico de fiebre puerperal, y no hay forma alguna que corresponda á tal deno- minación. ¿Qué puede significar este nombre sino una calentura procedente del parto? Pero semejante fiebre no existe » (Traite sur les ma- lad. puerperales, etc., p. 9-11 ; Paris, 1840). Tardieu participa también de esta opinión. «ISo hay una enfermedad puerperal siempre idénti- ca, dice; las mujeres se encuentran después del parto en condiciones fisiológicas muy espe- ciales, de las que participan todas las funcio- nes del organismo sano ó enfermo, y en el es- tudio y conocimiento de los males que las ata- can se ha de tener presente este estado puer- peral, porque es el que esplica la generalidad de los hechos y su enlace común.» Tardieu no admite la existencia de una fiebre puerperal propiamente dicha, de una fiebre puerperal esen- cial, á no ser en los casos en que después de la muerte no se halle ninguna alteración anató- mica apreciable (Observations et recherches cri- tiques sur les differentes formes des affections puerperales, en Journ. des conn. médico-chir., número de diciembre, 1841, p. 233-234). «Voillemíer reconoce que se manifiestan en la fiebre puerperal lesiones muy diferentes; pe- ro cree que todas tienen un carácter común y se refieren á una misma causa general: son flegmasías supuratorias producidas por una diátesis purulenta ( V. puouemia). Propone por lo tanto este autor sustituir el nombre de fiebrt puerperal con el de fiebre puogénica de las pa- ridas (Histoire de la fiévre puerperale qui a regné épidémiquement á Thópital des cliniques pendant l'année 1838, en Journ. des conn. mc- dico-chirurgicales, número de diciembre, 1839, p. 221). Bouchut se adhiere también á esta opi- nión. «La fiebre puerperal, dice, es una afec- ción general dependiente de una modificación DE LA CALENTURA PUERPERAL. 120 de la composición de la sangre , de donde pro- ceden innumerables variedades de lesiones pa- tológicas , que todas tienen por carácter común una tendencia á la supuración» (Eludessur la fiévre puerperale, en Gaz. méd., p. 101; 1844). »No hablaremos de los que no han visto en la fiebre puerperal mas que una enteritis, una metástasis láctea, etc. «La mayor parte de las opiniones que aca- bamos de referir son manifiestamente exagera- das. Es indudable que se ha dado una signifi- cación viciosa á las palabras fiebre puerperal, aplicándolas á lesiones locales simples, á la me- tritis, á la peritonitis, á la flebitis y á la lín- fangitis uterinas, á los abscesos de la pequeña pelvis, etc., que se manifiestan esporádica ó accidentalmente en las recien paridas; pero tampoco es dudoso que se ha incurrido en un gravísimo error negando absolutamente la exis- tencia de la fiebre puerperal. «Efectivamente, ¿cómo no ha de ser una afección especial, una individualidad morbosa distinta, la enfermedad epidémica ó endémica, que durante un espacio de tiempo mas ó me- nos largo hace perecer á casi todas las recien paridas? ¿Será el estado puerperal, es decir, el parto lo que esplique la generalidad de los hechos y su enlace común, cuando vemos que la epidemia ejerce su influjo en las mujeres que no están ya en el puerperio y hasta en hombres? Esto es tan cierto, que Pablo Dubois ha visto durante ciertas epidemias de fiebre Kuerpcral, que algunas matronas de los esta- lecimientos inficionados eran acometidas en la época de la menstruación, de una enfermedad que por sus síntomas y por las lesiones cada- véricas se asemejaba estraordinariaraente á la 2uediezmaba á las paridas; y Marchessaux ha emostrado , que durante una epidemia de fie- bre puerperal que devastaba las salas de Du- bois en el hospital de las clínicas, los operados del mismo hospital en las salas de Cloquet mo- rían la mayor parte de flebitis, de reabsorcio- nes purulentas, de gangrena de hospital, etc. ¿Pueden acaso esplicarse por una afección lo- cal esas muertes rápidas y fulminantes', que sobrevienen en la mayor parte de las epide- mias de fiebre puerperal? ¿y no prueban que hay una alteración de todo el organismo la ge- neralidad y la diversidad de las lesiones anató- micas? Por otra parte ¿no es preciso confesar con P. Dubois y con Bourdon (Notice sur la fiévre puerperal, etc., en Bevue medícale, nú- mero de junio , 1841, pág. 348 y sig.), que si estas lesiones anatómicas son muy diversas, los síntomas y el curso del mal tienen , prescin- diendo de algunas modificaciones de forma, un sello particular y especial siempre uniforme? ¿Estamos todavía en el caso de negar á una enfermedad un sitio separado en los cuadros nosológicos, porque no la haya localizado per- fectamente la anatomía patológica? ¿Es posible cerrar los ojos á la evidencia de los hechos patológicos mas importantes v significativos, TOMO IX. porque tropecemos con algunas dificultades de patogenia y de diagnóstico? La solución de to- das estas 'cuestiones la encontraremos en el notable artículo publicado por Dubois. «Por muchos años , dice este autor, ha esta- do borrada del cuadro nosográfico la fiebre puerperal, y no se hablaba mas que de perito- nitis ó metro-peritonitis puerperales, del mis- mo modo que otros no veian mas que gastro- enteritis. La reacción en favor de las fiebres á que se da ahora el nombre de tifoideas debia refluir también en el modo de considerar las afecciones agudas de las recien paridas, y la anatomía patológica, cuyos eminentes servicios seria injusto desconocer, ha conducido como por la mano á este resultado. Sabíase por ella que si la alteración de los folículos intestinales era á veces muy poco considerable ó entera- mente nula, aun en los casos de éxito fatal, lo mismo sucedía con la peritonitis ó con la me- tro-peritonitis puerperales. La anatomía pato- lógica confirmaba, no solo la falta ó la insufi- ciencia de alteraciones apreciables, como en la fiebre tifoidea, sino hasta su diversidad, á pe- sar de la semejanza ó la identidad casi perfecta de los síntomas. Efectivamente, ademas de la peritonitis y de la metro-peritonitis, ademas de la putrescencia del útero indicada ya por Boer, ¿no se ha hablado también en estos últimos años de flebitis y de línfangitis uterinas, de di- ferentes alteraciones de la mucosa intestinal, en particular de su aparato foliculoso, de lesio- nes simultáneas de muchas serosas, de una es- pecie de puogenia general ó de diátesis puru- lenta; alteraciones todas que se han encontra- do sucesivamente en epidemias al parecer se- mejantes, pero que á menudo solo tenían de común su escesiva gravedad y la ineficacia de los medios empleados para combatirlas; alte- raciones observadas también en una misma epidemia en diferentes paridas, ci$a enfer- medad habia presentado iguales síntomas y se- guido un mismo curso? No puede concluirse de lo que viene dicho, que una causa común y sin duda muy general, una misma alteración primitiva, puede obrar en algunos casos con tanta violencia en los principales Gentros de la vida, que no tenga tieinpode formarse una alte- ración secundaria, y que sea la muerte la con- secuencia pronta y casi instantánea de seme- jante acción? Por olra parte, en vista de tantas y tan diversas lesiones con un aparato sintomá- tico casi igual, ¿no se debe admitir también la preexistencia y el influjo de una sola causa, de una sola alteración primitiva con efectos diferentes, simples á veces y otras complexos, según los casos?.... Nunca nos cansaremos de repetirlo: antes de las alteraciones locales preexiste algo que no está localizado; hay al- guna cosa general engendrada por un agente específico desconocido en su esencia, y que penetra por infección, quizá por contagio; hay alguna cosa que altera casi todas las funciones de la economía, v que se revela á veces antes 17 i,¡o DE LA CVLt.MLRA P'JERPERVl. de la esptosion del mal, por diferentes síntomas precursores; cierto cosa en lia que se cree con- sistir en una alteración de la sangre. ¿Quién puede desconocer en vista de tales caracteres una afección general, una de aquellas enfer- medades á que los patólogos modernos dan to- davía el nombre de fiebres? No es pues dudosa para nosotros la existencia de una fiebre puer- peral» (Dict. de méd., t. XVI, pág. 336-338; Paris, 184 2). «Conformándonos con las doctrinas que he- mos espuesto ya muchas veces en nuestra obra (véanse los artículos precedentes acerca de las fiebres), y apoyándonos en las consideraciones que acabamos de presentar y en la autoridad de los patólogos mas recomendables de nues- tra época, admitimos la existencia de una fie- bre puerperal, que definimos de este modo: Una enfermedad general, esencialmente epidé- mica ó endémica, infectante, caracterizada por alteraciones casi siempre semejantes de la ma- yor parte de las funciones, de curso muy rá- pido y de terminación con mucha frecuencia funesta, acompañada de lesiones anatómicas muy diversas y á veces nulas, pero caracte- rizada principalmente en el mayor número de casos por una tendencia general al reblande- cimiento, á la gangrena, y sobre todo á la su- puración. «Esta definición conservará siempre su esac- titud, cualquiera quesea la causa próxima de la enfermedad; ya dependa de un envenena- miento miasmático, de una reabsorción pútri- da ó purulento, de una generación espontánea de pus, ó de cualquier otra alteración general (V. Naturaleza). Ademas nos permite evitar las faltas en que han incurrido por una parte los que han querido localizar el mal, y por otra los que han tratado de' determinar la naturaleza de la alteración general primi- tiva. 4. «División.—Hánse introducido muchas divi- siones en la historia de la fiebre puerperal, describiendo separadamente la forma inflama- toria, la mucosa ó biliosa, la tifoidea ó adiná- mica, laatáxica, la nerviosa y la apoplética: Lasserre ha dividido la liebre puerperal en es- pontánea, ó que se desarrolla desde las prime- ras horas que siguen al parto, hasta el mo- mento en que propende a desarrollarse la fie- bre láctea; y en secundaria ó que sobreviene durante los fenómenos febriles que preceden y preparan la secreción láctea (Rech. cliniques sur la fiévre puerperale, tesis de Paris, p. 8, n.° 269; 1842). No daremos mucha importan- cia á estas diferentes formas; pues aunque sa- bemos que cada una de ellas puede manifes- tarse con caracteres muy marcados, no solo en algunas enfermas, sino en todas las que se observen durante una misma epidemia; también es muy cierto, que estas formas se suceden ó asocian á menudo entre sí, y que no eslan en relación con las modificaciones de la alteración general primitiva que constituye I la enfermedad, sino con lesiones locales conse- cutivas v secundarias. • Nos proponemos establecer en este artículo la individualidad de la fiebre puerperal, y por consiguiente trataremos de hacer resaltar los caracteres generales anatómico-patológicos y sintomáticos que constituyen realmente la en- fermedad, colocando ensegundo termino los fenómenos accesorios variables, que solo mo- difican la forma sin cambiar el fondo. Asi pues, haremos primero la descripción gene- ral de la fiebre puerperal, y luego nos ocupa- remos, en el párrafo consagrado al curso, du- ración y terminaciones del mal, de las (¡¡fu- rentes formas que este puede ofrecer. Entonces será cuando describamos las fiebres puerpera- les inflamatoria, biliosa, tifoidea y fulmi- nante. «Anatomia patológica.—Al tratar de las le- siones anatómicas y de los síntomas de la fie- bre puerperal, importa separar los fenómenos casi constantes que se refieren ó la naturaleza misma de la enfermedad, de los fenómenos variables que por decirlo así, solo son acci- dentales: los primeros se describirán circuns- tanciadamente; pero no haremos mas que in- dicar los segundos, porque pertenecen á afec- ciones que ya hemos estudiado en otros para- ges, y que'pueden considerarse como meras complicaciones. «Alteraciones Casi constantes que deben refe- rirse á una lesión general primitiva.—Sangre. —La sangre tiene una fluidez notable; no exis- ten coágulos en los vasos ni en el corazón; la que se saca durante la vida por medio de la sangría, ofrece la misma fluidez y no se coa- gula ó solo forma un cuajaron imperfecto. «La sangre, dice Bouchut (loe. cit.), se présenla en todos los casos de fiebre puerperal con ca- racteres físicos diferentes de los que tiene por punto general. Asi es que no se halla coa- gulada en el cadáver, sino por el contrario líquida, de un color rojo pálido, algunas ve- ces amarillento y que tiñe mucho las paredes de los vasos con" que está en contacto. Sacada de un sugeto vivo y examinada en la vasija que la contiene, presenta un cuajaron blando, que se desgarra con facilidad y cubierto á me- nudo de una costra no homogénea y friable. Por el análisis se encuentra un aumento, á ve- ces muy considerable, de hematosína, y la fi- brina se presenta en cantidad menor de la normal. Este elemento está reducido á la pro- porción de 1 á2 en 1000.» «Al principio de la enfermedad, dice Botrel, nos ha ofrecido la sangre por única alteración, un aumento de fibrina; pero si se hubiese he- cho el análisis en el último periodo, creemos ue hubiera dado resultados muy diferentes. fectivamente, hemos vi.-to siempre este lí- quido negruzco, fluido, sedimentoso, pre- sentando grumos semejantes á la jalea de grosella mal cocida, y algunos coágulos poco ' voluminosos y fáciles de romper. El endocardio DE LA CALEN rCílA PUERPERAL. '131 y la membrana interna de las venas ofrecían constantemente una imbibición muy notable» (Mem. sur l'angioleucite uterine puerperal en Arch. gen. de méd., t. VIH, p. 8; 1845). «De'sentir es que los autores que acabamos de citar se hayan contentado con aserciones tan vagas, sin dedicarse á hacer investigaciones mas rigorosas. Nos inclinamos á creer que en la fiebre puerperal, como en el lifus y otras grandes pirexias, hay una disminución de la fibrina ¿pero en qué época de la enfermedad se puede comprobar esta disminución en la forma inflamatoria? La cantidad de la fibrina debe ser mucho mayor del término medio nor- mal en los casos en que hay peritonitis, flebi- tis, metritis ó línfangitis. ¿Serian casos de lie- bre puerperal de forma tifoidea sin ninguna flegmasía estensa ó intensa los en que ha visto Bouchut la fibrina reducida á la proporción de 1 á 2? Bolrel ha encontrado un aumento de fibrina al principio de la enfermedad, porque la epidemia que observó estaba caracterizada por una línfangitis uterina. En el último pe- ríodo, dice, se hubieran obtenido resultados diferentes; pero la enfermedad terminó mu- chas veces por infección purulenta, y enton- ces ofrecería la sangre una alteración espe- cia! que pertenecería esclusivamente á la com- plicación. ¿Se han tenido en cuenta todas es- tas circunstancias? Permítasenos ponerlo en duda. »Bouchut hace también mención de otra al- teración de la sangre: en una mujer que no presentaba ninguna lesión de los parenquimas de los vasos, vio con el microscopio en medio de los glóbulos rojos ordinarios sin alteración alguna, un número considerable (130 á 150) deglój^ilos mas voluminosos, incoloros, fran- geados en su circunferencia y reunidos en grupos de 4 á 10, ó bien aislados, á los que considera como glóbulos de pus (loe. cit., pá- gina 90). Sin ocuparnos en este lugar de la cuestión de puogenia suscitada por Bouchut con motivo de este hecho, diremos que si es- tos glóbulos eran realmente de pus, debe atri- buirse su presencia á una infección purulenta consecutiva, y noá una alteración primitiva de la sangre (V. Puoubmia). Pero con solo tener en cuenta el número de estos glóbulos, cree- mos poder asegurar que no eran glóbulos de pus ni blancos, sino simplemente glóbulos ro- jos alterados. Nuestra convicción respecto de este punto, es tanto mas profunda, cuanto que en otro sitio de su memoria se esplica Bouchut en estos términos: «Los glóbulos, en parte des- coloridos, tienen algunas veces un volumen mas considerable que en el estado normal, y son menos regulares en la circunferencia; en mu- chos enfermos estaban completamente desfi- gurados y ofrecían los caracteres de los gló- bulos purulentos» (loe. cit., p. 101). Ahora bien, esta descripción se aplica evidentemen- te á las modificaciones de volumen, de forma y de color que esperímentan constantemente los glóbulos sanguíneos poco tiempo después de haber salido de tas venas. Es claro que se ha engañado Bouchut acerca de la naturaleza del fenómeno que ha observado, como también acerca de la importancia patogénica que le ha concedido. También nos creemos obliga- dos á poner en duda el considerable aumento de la hematosina anunciado por este autor, has- ta que se demuestre completamente. «Reblandecimiento, gangrena.—El útero, masó menos reducido, y de una forma mas ó menos regularmente globulosa, presenta una lesión que se puede considerar como constante, porque se ha encontrado en todos los casos ob- servados por Tonnelle, Voillémier, Bour- don,etc La superficie interna de la matriz está cubierta por un detritus de un grueso va- riable, de color de heces de vino ó negruzco, glutinoso, negruzco, sanioso y pegado á toda la pared interna, pero principalmente á la parte donde estuvo inserta la placenta; el cual séquito fácilmente con el mango del escalpe- lo, y tiene, ora un olor loquial particular, ofa una^fetidez de putrefacción insoportable. De- bajo de esta capa semi-líquida puede estar perfectamente sano el tejido uterino (Voillé- mier). «En las epidemias muy intensas, cuando so- breviene la muerte al cabo de algunas horas, solo se halla á veces por la autopsia la lesión que acabamos de describir y el estado de fluidez de la sangre, sin que exista ninguna otra alteración apreciable. «El tejido uterido presenta muy frecuen- temente un reblandecimiento parcial ó gene- ral mas ó menos considerable; tiene un color pardo agrisado; se desgarra con la mayor fa- cilidad y se aplasta con el dedo, y á veces está reducido á una especie de putrílago di- fluente dé un olor gangrenoso (metritis gan- grenosa de los autores, putrescentia uteri de Boer). En algunos casos se forman escaras, cuya separación da lugar á la perforación de la matriz. Danyau ha descrito bien este re- blandecimiento" gangrenoso (Essai sur lame- trite gangréneuse, tesis de Paris, 28 agosto; 1829). Bourdon ha encontrado dos perforacio- nes situadas cerca del cuello uterino, una á la derecha y otra á la izquierda: esta, que permi- tía la introducción de tres ó cuatro dedos, era irregular, con su contorno reblandecido y co- mo difluente; habia invadido la vagina por la parte posterior éinferior, y permitía comuni- carse ampliamente la cavidad peritoneal con el interior del útero. La primera de estas perforaciones, que era mas pequeña, estaba obliterada por una escara rojiza, bastante re- sistente, que impedia la comunicación entre las dos cavidades (mem. cit., p. 384), «Se encuentran á veces en la vagina altera- ciones semejantes á las que acabamos de des- cribir: Botre l ha hallado este conducto rojo, equimosado y perforado en su tercio superior (loe. cit., p."7). Las partes anexas del útero 132 DF. LA CALR.NTLRA l'LEnrtUAL. están á menudo reblandecidas; Tardieu lia visto los ovarios reducidos á putrilago, y Bo- Irel los ha cnconlrado simpre hipertrofiados, reduciéndose con mucha facilidad a una pulpa amarillenta. »En todos los casos observados por Bour- don habia un reblandecimiento mas ó menos marcado de las mucosas gastro-intestinal y vesical, de los pulmones, del hígado, del bazo, de los ríñones, del corazón y en oca- siones del cerebro. Tonnellé ha visto igual- mente el reblandecimiento de todos los ór- ganos. «Muchos autores han hallado reblandecida la mucosa gástrica. Chaussier, Tonnellé, Pa- blo Dubois y Voíllemier, han observado per- foraciones gangrenosas del ventrículo. En un caso que cita Tonnellé el fondo del estómago tenia tres aberturas, cada una déla magnitud de un duro, con los bordes desiguales, fran- geados, sumamente blandos y de un color os- curo muy subido (mem. cit., obs. 6). • «La mucosa inteslinal está á menudo reblan- decida en toda su estension; presenta á veces á la allura del íleon úlceras mas ó menos nu- merosas, superficiales ó profundas, redondea- das, y cuyos bordes son delgados y cortados oblicuamente (Bourdon, loe. cit., p. 384). »La mucosa vesical puede estar también re- blandecida y presentar manchas gangrenosas (Bourdon). «El corazón, el hígado y los ríñones apare- cen flojos, friables y susceptibles de aplastar- se con los dedos. Este reblandeéimiento es todavía mas notable en los pulmones y sobre todo en el bazo, que ordinariamente tiene un volumen mas considerable y está reducido á una especie de papilla saniosa. Tonnellé ha encontrado en un caso un foco gangrenoso de3 á 4 pulgadas de estension, que ocupaba el centro del pulmón derecho; su cavidad es- taba llena de fracraentos negruzcos y fétidos y de un líquido espeso del mismo color y olor (mera, cit., obs. 6). Por último, ha visto este autor escaras anchas y profundas, que ocupa- ban la totalidad de. las dos mamas, el sacro, la parte anterior de los muslos y ambos talo- nes (obs. l-í). »Cuando ha sido muy rápido el curso del mal , sobreviniendo la muerte al primero ó segundo dia (forma tifoidea), solo se encuen- tran por lo común en grados diferentes las al- teraciones que acabamos de describir, sin que haya pus en ningún punto de la economía. aCuando la enfermedad es prontamente fu- nesta, dice P. Dubois (art. cit., p. 351), no se encuentra ni inflamación del peritoneo, ni me- tritis, ni pus en los vasos, en el tejido celular ó en losmÚ6eulos: un poco de serosidad li- geramente turbia ó sanguinolenta en la cavi- dad del peritoneo „ sin inyección de esta mem- brana, y á veces también en las demás serosas; un liquido semejante infiltrado en el tejido ce- Jnlar sub-perítoneaJ de la pequeña pelvis, de las fosas iliacas v de las paredes abdominales, una fluidez notable de algunos órganos,en par- ticular del corazón v del útero, y una verda- dera putrefacción de esla última entraña en algunos casos; el reblandecimiento del hígado, de los ríñones, del pulmón y sobre todo del bazo, que está como pulposo y mas á menudo hipertrofiado; el color negruzco con semi flui- dez ó fluidez completa de la sangre contcnidn en el corazón y en los vasos mayores, y cu ocasiones un desarrollo notable de todo el apa- rato folicular de los intestinos: tales son las alteraciones apreciables que nos revela la ins- pección cadavérica. En una palabra, no se en- cuentra ninguna señal de inflamación, ó si se observa alguna, es tan ligera, que no basta pa- ra esplicar por sí sola la muerto, particular- mente una muerte lan rápida.» ^Supuración. — Siempre que haya durado muchos dias la fiebre puerperal, podemos estar ciertos de antemano de que habrá pus en algun punto de la economía: en vista de este hecho notable ha propuesto Voillemier sustituir el nombre de fiebre puerperal por el de liebre puogénica de las recien paridas; denominación que rechazamos con Dubois, «porque designa, no la alteración primitiva, sino un efecto se- cundario que no siempre se produce.» «Preséntase el pus en cantidad muy variable y en muy diferentes sitios: ora se ven derra- mes purulentos considerables en la cavidad del peVitoneo, de las pleuras, ó en las articulacio- nes; abscesos en los músculos ó en las visce- ras, pus acumulado en los vasos venosos y lin- fáticos del útero ó en los ligamentos anchos y redondos, en las trompas y en el mismo tejido uterino; ora solo existe una colección purulen- ta muy pequeña en el espesor de la mafriz, un poco de pus en una trompa ó en un ligamento. Las diferentes flegmasías que se manifiestan en tales casos constituyen en nuestro concepto otras tantas alteraciones secundarias y varia- bles: las indicaremos siguiendo próximamen- te el orden de su frecuencia. »Alteraciones locales, secundarias y varia- bles.—Peritonitis.—La inflamación del perito- neo es muy frecuente; á veces es general; pe- ro por lo común está limitada á la región hipo- gástrica, al peritoneo que reviste la matriz y la pequeña pelvis. En ocasiones solo hav una rubicundez arborizada, que depende de la in- yección de los vasos que se distribuyen por el tejido celular sub-seroso; pero ordinariamente se encuentra un derrame purulento considera- ble y falsas membranas gruesas. En algunos casos apenas hay un vaso de una serosidad ce- trina ó ligeramente turbia. Solo una vez ha ob- servado Voíllemier una peritonitis hemorrágica (V. peritonitis puerperal). ^Metritis.—Independientemente de la lesión que ya hemos descrito de la superficie interna, y de la inflamación de la túnica esterna, se encuentra á menudo inflamado el tejido propio de la matriz ; está rojo ó pardusco , reblanae- DE LA CALENTURA TÜERPERAL. 133 nido, y contiene un número mas ó menos con- siderable de colecciones purulentas del volu- men de un guisante. listos abscesilos se forman ordinariamente mas cerca de la superficie es- lerna que de la interna, hacia las partes late- rales y el fondo del órgano, en el tejido celu- lar que existe en la base de los ligamentos an- chos y al rededor del cuello; rara vez ocupan lascaras media y posterior (Tonnellé, Voílle- mier). «Pudiera creerse, dice Voíllemier, que el pus de estos pequeños focos correspondía á va- sos abiertos; pero si se trata de introducir un estilete en los tejidos, no se encuentra ninguna salida, y cuando se quito el pus con un chor- rito de agua, se nota una escavacioncíta per- fectamente limitada, en la cual estaba la ma- teria como enquistada» (loe. cit., p. 4). «Tonnellé (loe. cit., p. 352) ha encontrado á menudo pus depositado en la superficie inter- na del.útero, bajo la forma de granulaciones parduscas, próximas entre sí, del aspecto del muguet; en otros casos se halla cubierta la ca- vidad uterina, total ó parcialmente, de uña capa de pus concreto, espeso y amarillento. «Haya ó no pus en el útero, suele hallarse también en los ligamentos anchos, en los re- dondos, en las trompas y en los ovarios (véase metritis y ovaritis). Bidault y Arnoulthan en- contrado casi constantemente los ovarios volu minosos, reblandecidos é infiltrados de pus, y cortándolos han visto á menudo las vesículas de Graaf llenas del mismo líquido (Note sur l'épidémie de fiévre puerpérale qui a regné á Tllótel-Dieu annexe etá l'hópitai Saint-Louis, pendant les années 1843 et 1844, en¿7a.z. me- dícale, 1845, número del 2 deagosto, p. 484). Voíllemier nos ha manifestado que algunas ve- ces, después de buscar en vano el pus en todos los puntos de la economía, concluía por en- contrar una corta cantidad en una trompa ó en un ligamento redondo. «Melro-perilonitis.—Es raro que la flegma- sía se limite al peritoneo ó á la matriz: ordi - nariamente se encuentran reunidas las altera- ciones gue acabamos de indicar. «Línfangitis.—Es muy frecuente, y consti- tuye á menudo la principal alteración. La han observado y descrito Cruveilhier (Anal, patho- logiquedu corps humain, ent. 13, 1. I, II, III), Nonat (De la metro-peritonite puerpérale com- pliquée de Tinflammation des vaisseaux limpha- tiques de l'ulerus, tesis de Paris, número 98; 1832), Duplay (De la suppuration des vais- seaux limphñtiques de Tuterus á ha suite de Taccouchement, el mismo periódico, t. X, pá- gina 308; 1836) y Botrel (Mém. sur l'angio- leucite uterine puerpérale, en Arch. gen. de méd., t. VII, p. 416; 1845). «Los linfáticos supurados tienen un volumen íjue varía desde el de un alfiler grueso hasta el de una pluma de cuervo; á veces presentan en algunos puntos abultamientos, cuya cavidad podría contener un guisante grande ó una ju- dia (Tonnellé), una avellana ó una almendra (Botrel). Se hallan ordinariamente á los lados del ulero, hacia el cuello, en la superficie de los ligamentos anchos y de los ovarios: se dis- tinguen fácilmente de las venas por su posición superficial, por la delgadez de sus paredes, por sus tortuosidades, y por los abullamienlos quede trecho en trecho presentan. A veces no esceden los límites del útero; convergen hacia los ángulos de este órgano, y se pierden en el nacimiento de los ligamentos anchos; pero á menudo pasan á estos últimos, se enlazan con el tronco de las venas ováricas, cubren los ovarios y forman muchas tortuosidades delan- te y á los lados de los músculos psoas, diri- giéndose en seguida á los ganglios lumbares (Tonnellé Duplay), álos que están situados de- lante de la vena cava y de la arteria aorta (Bi- dault y Arnoull), ó álos que circunscriben el receptáculo de Pecquet (Tonnellé, Botrel). «Botrel ha visto línfangitis mucho mas es- tensas: en un caso, dos vasos linfáticos llenos de pus partían del plexo linfático situado á la* altura de la base del sacro en el lado dere- cho, y dirigiéndose casi paralelamente hacia arriba y afuera pasaban, uno por encima del riñon para perderse entre este órgano y el hí- gado , y el otro sobre la vena renal, en la que terminaba muy cerca de su punto dedemergen- cia. Otro vaso tomaba origen en un ganglio lumbar y se perdía cerca del lóbulo major del hígado, y otros dos subían hasta el hipo- condrio izquierdo cerca del bazo. Muchas ve- ces se han visto vasos linfáticos supurados, que salían de los ganglios lumbares y llegaban mas arriba de los vasos renales. Botrel habla de algunos que se abrían evidentemente en la vena porta á una pulgada de la cisura del hí- gado, en el origen de la vena azigos ó en las venas renales (mem. cit., Arch. gen. de méd., t. VIH, p. 3-5; 1845). «Háse visto en un caso un vaso linfático vo- luminoso lleno de pus, quesaliade un ganglio situado en la cuarta vértebra lumbar, subía directamente á lo largo del raquis, pasaba por la abertura aórtica del diafragma é iba á abrir- se unas dos pulgadas mas arriba en el con- ducto torácico (Botrel (loe. cit., p. 5). «Velpeau, Nonat, Tonnellé y Duplav han encontrado pus en el conducto torácico/ ^Flebitis.—Ordinariamente está limitada la inflamación á los vasos uterinos; pero algunas veces se estiende á las venas hipogástricas, ilíacas y crurales, presentándose con todos los caracteres anatómicos que la pertenecen (véa- se Enfermedades del útero). »Noes la flebitis uterina tan frecuento como se ha creído en vista de los escritos de Dance (De la Phlébite uterine, etc., en Arch. gen. de méd., t. XVIII, p. 473; 1828), siendo desde luego mucho mas rara que la lintitis. Mas no por eso se ha de decir con algunos, que se ha equivocado Dance tomando la inflamación de los vasos linfáticos del útero por la de las ve- 134 DU in CVIINTCIA rrERPERAI. ñas. Por otra parte se han observado casos' bastante numerosos da fiebre puerperal con I flebitis por la mayor parte de los autores y es- pecialmente por'Tonnellé, Duplay (Quehues observations tendant a éclairer l'histoire de la phlebite á la suite de l'accouchement, en Arch. gén.dem'd., t. XI, p. 58; 1836) y Bouchut. La inflamación de las venas uterinas era la alteración mas frecuente y el principal carác- ter anatómico de la epidemia observada en la Maternidad porDucrest. «Colecciones purulentas de las articulaciones, del tejido celular y de los músculos.—Es fre- cuente encorrlrar una cantidad mas ó menos considerable de pus en una ó mas articulacio- nes, y con especialidad en las de la rodilla y cadera, y mas rara vez en las del codo, mu- ñeca, pie, etc. Ordinariamente resulta la su- puración de una verdadera artritis, y se halla inflamada la membrana sinovial (7 veces de cada 8, Bouchut) y los huesos hinchados y reblandecidos (4 veces de 8). A veces por el contrario no presentan ninguna alteración las superficies articulares, y entonces debe consi- derarse la colección purulenta como un absceso metas tát ico. «Las colecciones articulares vienen acompa- ñadas casi constantemente de flebitis, de linfi- tis, de peritonitis con derrame purulento, ó de abscesos musculares, viscerales, etc. Sin em- bargo, en algunos casos solo se encuentra pus en las articulaciones, de lo cual nos ha dado á conocer ua ejemplo Dubois. «Hállase muy á menudo pus en el teji- do celular adyacente al peritoneo de la pelvis paqueña, y se desarrollan también con bas- tante frecuencia inflamaciones ílemonosas en el tejido celular de los miembros y especial- mente al rededor de las articulaciones. «Ducrest ha observado flemones circuns- critos en las inmediaciones de la mayor parte de las articulaciones y principalmente de las de los dedos, y Boucliut los ha visto al rede- dor de la rodilla y de la muñeca. «Estos flemones respetan ordinariamente la articulación; la cual sin embargo se afecta en algunos casos, ya simultánea ya consecutiva- mente, pudiendo entonces establecerse comu- nicación entre las colecciones purulentas extra é intra articulares. «Los abscesos musculares son bastante co- munes y deben referirse siempre á la infección purulenta; es decir, que vienen acompañados de flebitis ó de línfangitis uterinas, y que tie- nen los caracteres propios de los abscesos lla- mados metastáticos (V. Puohemia). General- mente están situados lejos del tronco, en la cara posterior de los miembros, en los múscu- los del antebrazo, en las pantorrilias (Voille- raier). Sin embargo, Tardieu los ha encon- trado en los músculos de la pared abdominal (mem. cit., obs. 1). Eran muy frecuentes en la epidemia observada por Ducrest. »Abscesos viscerales, llamados metastáticos. —Vienen siempre, comolos musculares, acora- panados de flebitis ó de lirifitis y deben refe- rirse á la infección purulenta. So manifiestan en los pulmones, en el 'ugado, en el bazo, en el cerebro, en los ríñones, etc. ;V. Puohe- mia), y los han observado y descrito princi- palmente Dance, Tonnellé,"Duplay, Tardieu y Botrel. «Aparato respiratorio.—Ademas del reblan, decimiento y de los abscesos metastáticos que acabamos de indicar, presentan algunas veces los pulmones la hepalizacion gris, cuya alte: ración es á menudo doble y muy estensa. H¡ tejido pulmonal está reblandecido é infiltrado por una gran cantidad de pus. Esta lesión no debe referirse como quiere Tcssicr (De In diathése purulente en l Exprricnce, núm. del 23 de agosto, 1838, p. 257J á la diátesis pu- rulenta ó á la fiebre del mismo nombre, sino simplemente á una pulmonía, cuyo curso han modificado las circunstancias en" que se en- cuentra el enfermo (V. Complicaciones y Puo- hemia). Debe distinguirse con cuidado la hc- patiza.cion gris de los abscesos metastáticos del pulmón. «Hásc comprobado á menudo en la parte posterior é inferior de los pulmones la altera- ción que se ha designado con el nombre de ingurgitación, de neumonía hipostática, y que tantas veces se presenta en la fiebre tifoidea (Bidault y Arnoult). «De todos los órganos contenidos en el pe- cho, dice Moreau (Recherches sur la fiévre puerpérale epidémique observée á la Maternité de Paris en 1843 y líiíi, tesis de París, nú- mero 205, p. 31)," el que mas á menudo se halla afectado es la pleura. Su alteración con- siste en muchos casos en adherencias rrias ó menos numerosas de sus dos hojas, y en un derrame sero-purulenlo.» Efectivamente, es- tas lesiones suelen pertenecer á la pleuresía, y adviértase de paso que esta es muy á menu- do doble (Bidault y Arnault); peroeii otros ca- sos hay derrames purulentos en la pleura, sin que la" membrana serosa presente la menor al- teración de estructura. Estos últimos derrames se refieren á la infección purulenta producida por la flebitis ó la liufitis (V. puoniriiA). «Aparato circulatorio.—El estado de la san- gre, el reblandecimiento del corazón y la fle- bitis son casi las únicas alteraciones del siste- ma circulatorio: rarísima vez se han encontra- do derrames purulentos en el pericardio. Estos se presentan bajo los dos aspeetqs que hemos indicado al tratar de los derrames de la pleura. «Aparato digestivo. — Independientemente del reblandecimiento de la mucosa gastro-in- testinal, se ha comprobado en ciertas epidemias (Moreau, tesis cit., pág. 29.—Bidault y Ar- noult, mem. cit., pág. 484) una alteración, de ue por primera vez ha hablado Ducrest, v que espues ha descrito muy bien Lassorre. «Las alteraciones, dice este médico, que se han encontrado en las vias digestivas á conse- DE LA CALE.NTUUA POERPLRAL. cuencia de la fiebre puerperal me parecen muy importantes. Todos los autores que han habla- do de las enfermedades de las recien paridas esponen cuidadosamente las alteraciones fun- cionales graves que sobrevienen en este apa- rato; pero guardan silencio acerca de sus le- siones.» «Las glándulas de Brunero adquieren un desarrollo morboso mas ó menos considerable, y constituyen una especie de erupción, que re- side en la "parte inferior de los intestinos del- gados. A veces se nota al mismo tiempo en el estremo superior, pero únicamente desde la segunda porción del duodeno, y aun en algún caso en la primera porción y en la parte piló- rica del estómago, un engrosamiento de la mu- cosa, que se pone blanquecina, desigual y co- mo granugienta, como si presentara folículos de Brunero casi confluentes y aplastados. En todos los casos observados por Laserre se dete- nía la erupción precisamente en el borde libre de la válvula íleo-cecal. «El volumen de los tumorcitos apenas esce- de de un cañamón; son redondeados, y no se hacen puntiagudos hasta que propenden á des- aparecer ; su color blanco opaco permite verlos con facilidad; su número es variable; en ge- neral es menos abundante y estensa la erup- ción en la parte superior de los intestinos del- gados que en la inferior, y disminuye á medi- da que se separa de una ó de otra estremidad. Estos lumorcitos parecen residir en la capa mas superficial de la mucosa, con la cual forman cuerpo, sin adherirse á los tejidos subya- centes.» «La erupción se desarrolla muy rápidamen- te: se la encuentra con todos sus caracteres en mujeres que han sucumbido algunas horas después del parto y que gozaban antes de buena salud; permanece estacionaria cierto tiempo, y propende á desaparecer próxima- mente desde el segundo día; de modo que se puede creer que al cabo de un mes no quedan ya ni aun vestigios de ella. «Las glándulas de Peyero están con frecuen- cia alteradas; son ligeramente prominentes y rojizas, aunque sin inyección apreciable; su su- perficie es reticular, con mallas bastante an- chas , y la mucosa de sus inmediaciones se ha- lla reblandecida, friable y algunas veces ul- cerada. «Laserre ha encontrado esta alteración en mujeres muertas treinta horas después de ha- ber empezado los primeros accidentes. «Casi siempre se observa simultáneamente la lesión de los folículos de Brunero y la de las chapas de Peyero; pero nunca deja de presen- tarse alguna de ellas mas desarrollada que la otra. La lesión de los folículos aislados perte- nece principalmente á las fiebres puerperales mas graves y mas rápidamente mortales: la de las chapas de Peyero no se manifiesta aislada- mente sino en casos escepcionales (Lasserre, tesis cit., p. 72-74). «Sabemos que recientemente, y durante una epidemia de fiebre puerperal, se han observa- do en las recien paridas muchos casos perfec- tamente caracterizados de calentura tifoidea, y seria importante investigar si hay alguna rela- cion entre este hecho y las alteraciones arriba descritas. Debemos decir sin embargo, que La- serre asegura haber encontrado siempre la le- sión de los folículos aislados ó acumulados, y que Ducrest la ha observado igualmente en todos los casos (Lasserre, loe. cit., p. 72). «Los intestinos están algunas veces disten- didos por gases fétidos , y contienen á menudo una enorme cantidad de mucosidades, que cu- bren toda su estension y forman una capa grue- sa y adherente , principalmente hacia el fin del íleon (Lasserre, loe. cit., p.75). «Moreau ha hallado constantemente, con pocasescepciones, ora lombrices, ora, y mas a menudo , tricocéfalos (tés. cit., p. 29-30). «Lasserre ha notado en todas sus autopsias un infarto mas ó menos marcado de los gan- glios mesentéricos, los cuales en algunos casos estaban rojizos y friables. «El hígado y el bazo no presentan ninguna alteración digna de mencionarse, á escepcion del reblandecimiento y los abscesos metastáti- cos de que ya hemos hecho mención. «Sistema nervioso.—Ya hemos dicho que se encuentra á menudo un reblandecimiento de las capas corticales del cerebro y aun de toda la sustancia de este órgano, independiente- mente de esla alteración, se nota á veces en las mujeres que han tenido delirio ú otres acciden- tes cerebrales, un punteado rojo mas ó menos marcado, y una inyección de las meninges (Bouchut,"Bidault y Arnoult). «También pueden manifestarse en el cerebro V en las cavidades aracnoidea , craniana y es- pinal, colecciones de pus consecutivas á la in- fección purulenta. «Sistema huesoso—Ducrest (Quelques recher- ches sur une production osseuse, trouvée dans le cráne des femmes en couches; Paris, 1844 , nú- mero 12) y Moreau (tesis cit., p. 31 36) des- criben minuciosamente una alteración de los huesos del cráneo , que han encontrado 132 veces en 329 mujeres muertas después del parto ; pero es evidente que esta alteración se refiere al estado de gestación y no á la fiebre puerperal; y como por otra parte ha asentado Ducrest que no ejerce ninguna influencia en los síntomas de la calentura de que hablamos, que no determina vómitos, ni cefalalgia, ni delirio, ni ningún otro accidente cerebral (té- sis cit., p. 13), no creemos deber esponer aquí los caracteres anatómicos de los osteoíitos cra- nianos. «Las alteraciones que acabamos de enume- rar se combinan de muchas maneras entre sí, ya según las diferentes epidemias , ya según Jas enfermas. Tardieu y Bourdon las han en- contrado todas; Duplay ha comprobado casi siempre la reunión de la peritonitis , de la lin- • 1i« DE LA OLENTtM riRRPLItVL. litis y del reblandecimiento del útero, y Botrel la de la peritonitis, de la linlitis y la infección purulenta. (1 irdíen, Case , Tonnellé y Huge- ner han hallado principalmente la peritonitis, y Nonat la ha'visto también reunida con la lin- litis. La flebitis uterina se ha presentado muy frecuentemente á Dance, Duplay y Ducrest, y muy rara vez á Voíllemier y Bouchut. Por últi- mo , en una misma epidemia se ha observado casi esclusivamente la línfangitis en tal hospi- tal , la metro-peritonitis y la flebitis en otro. Dubois no encontraba pus en ningún órgano en el hospital de las clínicas, cuando en la mis- ma época lo hallaba Moreau por todas partes en la Maternidad. Es imposible determinarlas circunstancias que tanto influyen en la natura- leza y asiento de las lesiones anatómicas. «Sintümatologia.—Principio.—La enferme- dad se manifiesta en épocas que varían en ca- da individuo y en cada epidemia. En la rela- ción trazada por Lasserre se ve, que tenia lugar la invasión entre las veinticuatro y treinta y seis horas después del parto , rara vez al fin del segundo día , y nunca pasado esle tiempo; en la epidemia observada por Moreau empeza- ba el mal el segundo día, algunas veces el tercero , y rara vez el cuarto; Voíllemier y Bouchut lian visto declararse por lo común la enfermedad del segundo al cuarto dia; por úl- timo , Bidault y Arnoult han observado en oca- siones los primeros síntomas unas seis horas después de! parto , ordinariamente del segun- do al tercer dia , y con bastante frecuencia del cuarto al quinto." «Hemos dicho ya que teniendo en conside- ración Lasserre la época del principio, divide la fiebre puerperal en espontanea y en secun- daria. Muy pronto veremos, que pueden efecti - vamente legitimar esta división modificaciones importantes en los síntomas, curso, termina- ción , pronóstico, etc. «liara vez se anuncia la enfermedad por fe- nómenos precursores, tales como desazón, can- sancio y cefalalgia, pues casi siempre es re- pentino é instantáneo su principio. Hemos visto á Dubois examinar á una recien parida con el mayor cuidado en el momento de la visita, in- quiriendo el estado de todos los órganos , sin encontrar el menor síntoma, y sin haber sali- do aun de la sala tener que volver al lado de la misma enferma, que habia sido acometida de unos escalofríos violentos, sobreviniéndole después todos los demás síntomas de una fiebre puerperal, que medía hora antes no habia po- dido sospecharse. Mas de una vez se ha mani- festado esta enfermedad repentinamente en 1 medio del sueño de las pacientes, que se des- piertan asustadas y acometidas de un temblor general (Voíllemier, loe. cit., p. 6). «Síntomas esenciales. Escalofrió.—El esca- lofrío es en la mayor parte de casos el primer fenómeno morboso que revela la enfermedad. Se manifiesto ordinariamente por la tarde ó du- • ranteJa noche; ora es muy violento, ora poco marcado; ora continuo, ora intermitente, (man- do es muy intenso, viene acompañado de cas- tañeteo dé dientes, y siempre se resiste á to- dos los medios que se emplean para hacerle cesar; su duración varia entre ocho ó diez mi- nutos (Moreau), un cuarto de hora (Voílle- mier), una hora, hora y media ó tres horas (Bidault y Arnoult). Comunmente es general; pero algunas veces es parcial, y se sient^ á lo iargo de la columna vertebral ó en los miem- bros inferiores. «No suele haber mas que un solo escalofrió; sin embargo, enocasiones se reproduce irre- gularmente muchas veces el mismo dia. «El escalofrío viene siempre acompañado de aceleración del pulso y de la respiración, y de un estado angustioso, que se pinta en el rostro de la enferma sin conocimiento suyo. Al mis- mo tiempo se observa á menudo" postración, estupor y alteraciones de la inteligencia. «Muchas veces no sigue al escalofrío una reacción franca; «con dificultad entran en calor las enfermas; el pulso apenas se eleva, y solo adquiere mas frecuencia; la piel está caliente y seca en el tronco, pero no tanto en los miem- bros; en los casos mas graves, el pulso en vez de rehacerse después del escalofrió, va por el contrario debilitándose cada vez mas; las en- fermas no se quejan de frío; pero el calor está notablemente disminuido, sobre todo en las estremidades. En ciertos ocasiones sobreviene un sudor viscoso, limitado casi siempre á la cara y al pecho. La respiración, sin ofrecer ninguna modificación local apreciablc, se pone alta, frecuente, costal, y, cosa notable, en los casos en que apenas existe ó es nula la reac- ción son mas marcadas estas alteraciones de la respiración» (Lasserre, tés. cit., p. 44-45). »>No debe confundirse el escalofrío de la in- vasión con los escalofríos vagos, erráticos y poco marcados, que se manifiestan en una épo- ca mas adelantada de la enfermedad, y que in- dican la penetración del pus en el torrente cir- culatorio. «El escalofrío falla completamente en algu- nos casos; pero cuando existe anuncia casi ciertamente, sobre todo en tiempos de epide- mia, la invasión de la fiebre puerperal. «Mu- chos casos se han presentado, dice Voíllemier, en que por haberse espuesto al frió las recien paridas, ó por haber sufrido una impresión moral viva, les ha acometido un escalofrío li- gero , seguido de un movimiento febril bastan- te intenso, sin que estos accidentes havan te- nido consecuencias graves; pero estos casos han sido raros, y solo se han observado en épocas en que el estado sanitario era muy satisfacto- rio; pero cuando se deja sentir la influencia epidémica, se puede asegurar de un modo casi seguro, que todo escalofrío bien caracterizado es el principio de una fiebre puerperal» {loe. cit.,\>. 6). r v «Dolores abdominales. —Existen casi «ras- antemente , y Voíllemier solo los ha visto fal- DE LA CALtNTCRA PCErtPERAL. 137 tar una vez. Se presentan ordinariamente du- rante el período de reacción que sucede al es- calofrío. Algunas veces acompañan á este, le preceden ole siguen con el intervalo de algunas ñoras. Cuando falta el escalofrió, constituyen ellos el principio de la enfermedad. «En algunos casos raros es general el dolor; pero por lo común no ocupa mas que un punto limitado del abdomen, y en particular las dos ingles ó una de eUas, la región hipogástrica ó la lumbar. «Unas veces no se estiende, es obtuso, y so- lo se hace vivo cuando se comprime la parte, ó con la tos ó los esfuerzos del vómito; otras se generaliza con mucha rapidez y presenta todos los caracteres del dolor que acompaña a la peritonitis aguda. Entonces está el vientre meteorizado, las enfermas no pueden sopor- tar el peso de las ropas de la cama, de las ca- taplasmas, ni el mas ligero contacto, y los dolores les arrancan gritos continuos. «Si la enfermedad, dice Voíllemier, se ma- nifiesta en una época muy próxima al parto, cuando no han cesado todavía los cólicos ute- rinos, ocasionan dolores intolerables las con- tracciones de la matriz. «Cualesquiera que sean la intensión y la estension del dolor, siempre se calma y desa- parece al cabo de cuarenta y ocho horas ó ha- cía el tercero ó cuarto dia, v nunca persiste hasta el fin de la enfermedad. «El meteorismo acompaña constantemente al dolor abdominal, aunque se manifiesta en épo- cas y en grados muy variables: ora aparece desde el principio; ora no se presenta hasta el tercero ó cuarto dia; ora favorecido por la tla- cidez de las paredes abdominales llega rápi- damente á su máximum y vuelve al vientre el volumen que tenia antes del parto; ora por fin se desarrolla lentamente sin llegar á hacerse tan considerable. «Cefalalgia.—Al escalofrió sucede inmedia- tamente , ó al cabo de uno ó dos dias, una ce- falalgia mas ó menos intensa; unas veces es frontal, muy violenta, y cede á los medios con que se la combate; otras por el contrario es general, no muy fuerte, pero tenaz. «Vómitos.—Son muy frecuentes; pero en casi todas las enfermas observadas por Bidault y Arnaull faltaron al principio del mal; apa- recen en las primeras veinticuatro horas ó ha- cia el tercero ó cuarto dia, y vienen repenti- namente, precedidos de náuseas. Son intermi- tentes y cesan al cabo de algunos dias, ó con- tinuos y duran hasta la terminación del mal; en ocasiones después de haberse manifestado al principio, cesan hacia el segundo dia, para volver en seguida. «En algunos casos se acompañan los vómi- tos de esfuerzos muy violentos, á menudo inú- • tiles y muy cansados y dolorosos para las en- i fermas; otras, y especialmente hacia el fin de ¡ la enfermedad, solo se observa una especie de j regurgitación. «Al menor esfuerzo para beber ! TOMO IX. ó para mudar de postura, afluyen los líquidos á la boca de las enfermas, que mas bien que vomitarlos los dejan salir» (Voillemier). «Las materias vomitadas son constantemen- te biliosas, líquidas, verdes, y contienen co- pos del mismo color semejantes á las algas (Voíllemier). Muchas veces arrojan inmediata- mente las enfermas todos los líquidos que se introd ucen en su estómago. «Pulso.—El pulso, durante el escalofrió, es siempre pequeño y concentrado; pero se eleva mas ó menos durante la reacción, manifestán- dose ora lleno y duro, ora dilatado y depre- sible: muchas 'veces en lugar de dilatarse se hace cada vez mas miserable. Sus caracteres pueden variar repetidas veces en un mismo dia sin causa conocida, y es dificil apreciarlos de manera que puedan servir para el diagnóstico y el pronóstico. En ocasiones no se rehace el pulso hasta después de una emisión sanguí- nea; y por el contrario en otras la pérdida de seis ú" ocho onzas de sangre basta para hacerle mas miserable. «A menudo, dice Voíllemier, sobreviene por las tardes un movimiento fe- bril, y el pulso, que habia sido muy pequeño todo el dia, adquiere entonces una luerza á la cual sigue muy pronto mayor debilidad.» «La frecuencia del pulsosuministra indica- ciones mucho mas significativas y constantes; siempre es muy grande y desde el principio se cuentan ordinariamente"110 ó 120 pulsaciones por minuto, y muchas veces desde el segundo ó tercer dia llega esle número á 140 y aun a 150. «En ciertos casos, dice Voillemier, que deben tenerse muy presentes cuando se estu- dian los síntomas de la fiebre puerperal, basta por sí sola la esploracion del pulso, para apre- ciar perfectamente el estado de las enfermas. He visto mas de una vez á Dubois desatender y considerar como pasageros algunos sínto- mas, como ligeros escalofríos, desazón , ce- falalgia y dolorcillos abdominales, con tal que se conservase tranquilo el pulso, y siempre los hechos han confirmado esj,e modo de pen- sar. Por el contrario, cuando en una parida atacada de fiebre puerperal cesaban los dolo- res y habiajín alivio notable de todos los sín- tomas, pero el pulso conservaba mucha fre- cuencia, era preciso permanecer alerta, por- que aun no estaba vencida la enfermedad» (loe. cit., p. 7). «Alteración de la cara.—La alteración de la cara es uno de los fenómenos mas constantes y notables de la fiebre puerperal. Se manifiesta desde el principio y llega en poco tiempo á su mayor grado. «En el espacio de algunas ho- ras las enfermas, que antes tenian la fisonomía mas tranquila y rebosando salud, presentaban una completa descomposición de su rostro: las raegillas pálidas, los labios entreabiertos y temblorosos, la vista estraviada, ia cara con- traída y cubierta de sudor con señales marca- das de singular y profundo padecimiento» (Voi- llemierV Los ojos están muy hundidos en las 18 138 DK LA CVLE.MÜKA PÜEaPF.llAL. órbitas y rodeados de un círculo negruzco, los labios lívidos y las ventanas de la nariz secas y pulverulentos. •Ora se anima el rostro dorante la reacción, para alterarse de nuevo si continúa la enfer- medad haciendo progresos; ora persiste la al- teración primera hasta el fin, aumentándose sin cesar. «Voillemier ha observado en varios casos, dos dias antes de la muerto, movimientos con- vulsivos de los labios y do los párpados, que aun siendo muy repetidos, se verificaban sin conocimiento de las enfermas. «Postración.—Las enfermas caen desde el principio en una postración que puede desa- parecer en parte durante la reacción, pero que no tarda en reproducirse para persistir hasta el fin, y aun á veces dura toda la convalecen- cía : enmuchos casos hay un estupor que pue- de llegar hasta el coma. «Síntomas accesorios variables. — Indepen- dientemente de las modificaciones y de los cambios que se observan en los fenómenos esenciales que acabamos de enumerar, se en- cuentran síntomas accesorios, cuya existencia no es segura, y que varian en diferentes epi- demias y aun en los diversos individuos: va- mos á indicarlos rápidamente «Aparato digestivo.—A pesar de la opinión de Baudelocquo está la lengua algunas veces cubierto de una capa blanca, amarillenta ó fu- liginosa (Dubois, Voillc uicr, Moreau). El alien- to tiene en ocasiones una fetidez particular. »En varias epidemias ha sido constante y tenaz el estreñimiento; en otras se ha mani- festado desde el principio una diarrea abun- dante y rebelde; pero á menudo alternan el estreñimiento y la diarrea. En general la diar- rea que sigue al estreñimiento es poco grave, y aun favorable; al paso que la que aparece desde el principio es casi siempre de funesto agüero. «Las materias escretadas son amarillas, os- curas y verdosas; líquidas, viscosas ó bilio- sas; casi constantemente fétidas y del olor de las materias animales en putrefacción; nunca contienen sangre. En algún caso vienen las evacuaciones alvinas acompañadas de tenesmo [Bidault y Arnault), y á menudo se verifican involuntariamente. «Aparato respiratorio.— Las funciones res- piratorias pueden no alterarse de modo alguno; y otras veces sin que haya ninguna lesión pul- monal, se hace angustiosa la respiración, corto y frecuente. Moreau ha contado 42 ¡nspiracio- ues por minuto, y ha visto prolongarse la dis- nea durante un "dia entero (tés. cit., p. 17). Botrel ha observado 68 movimientos inspírate- nos en casos en que estaban ingurgitados los pulmones. Las alteraciones de la respiración dependen á menudo de las complicaciones {pleuresía, neumonía, abscesos metastáticos, pulmonales, etc.). • Aparato circulatorio.— Bidault y Arnoult han visto petequias en la parte interna de los muslos v de las piernas. Dividiéndolas en el cadáver", so vcia que estaban formadas por un ligero derrame sanguíneo sub-epidérmico (me- moria citada, p. 483). «Aparato g¿nilo-urinario. — \ »3.° Fiebre yuerperal tifoidea.—Se mani- fiesta ordinariamente en las cuarenta y ocho horas que siguen al parto, y á veces poco tiempo después de su terminación (fiebre puer- peral espontánea de Lasare). El escalofrió inicial es casi constante, muy intenso y de duración muy larga; desde el principio so- brevienen repentinamente un meteorismo con- siderable, una diarrea felida, vómitos conti- nuos, rebeldes y por regurgitación; el dolor abdominal es general o por lo menos muy eslenso y sumamente agudo, la cefalalgia es menos fuerte, pero menos circunscrito y mus rebelde. El pulso late de I -20 á 150 veces por minuto y aun mas, es débil, deprimido y im- duoso y á veces irregular; la respiración es acelerada, fatigosa, corta y anhelosa, y la des- composición de las facciones suele llegar á un grado estraordinario. La cara está angustiosa, pálida, cubierta de sudor viscoso y como bar- nizada (Voillemier); algunas veces se prescntn cíanosada. Los ojos eslan empañados, huraños y la pupila dilatada é inmóvil; la postración es considerable y los músculos se hallan flácidos, «Estos fenómenos siguen un curso creciente, sin que los inlerruinpa ningún movimiento de reacción. «La cara, dice Dubois (loe. cit., pá- gina 350), no se colora, sino que permanece de un color blanco empañado, anacarado, casi característico, acompañado de manchas pur- púreas en las mejillas, de color aplomado de los párpados y retracción de las facciones.» Los vómitos son continuos, provocados por el menor movimiento y por la introducción de cualquier cantidad de líquido en el estómago; las cámaras son involuntarias; casi no se per- cibe el pulso; se presentan equimosis en las estremidades inferiores, y en ocasiones sobre- viene delirio por las tardes. «Esta es la forma que con mas frecuencia se observa en las grandes epidemias, y puede decirse que la muerte es su terminación casi inevitable, sobreviniendo al cabo de algunas horas, y que no sin razón han comparado los autores esla enfermedad con el tifo, el cólera y la peste. «En la autopsia no se encuentra mas que un poco de serosidad turbia ó sanguinolenta en la cavidad peritoneal, pus en las venas, en los linfáticos del útero, ó solamente en una trom- pa, en un ligamento redondo ó en una arti- culación. Muchas veces solo se comprueba la alteración de la sangre, el reblandecimiento de los órganos y la lesión de las glándulas de Brunero. »4.° Fiebre puerperal fulminante.—Algu- nas horas después del parto, á veces antes de la espulsion de las secundinas ó mientras esta se verifica, se presenta una disnea intensa; se altera la cara y toma un color violado; se ierden los sentidos; el cuerpo se enfria; se ace imperceptible el pulso, y los latidos del corazón quedan reducidos á un débil temblor ue se advierte esplorando esta región. Mani- éstanse estos fenómenos todos juntos y de repente, mas bien que sucediéndose uiíos á otros, y la muerte termina la escena algunas horas y aun algunos minutos después del par- DE LA CALEML'Ra PUERPERAL. MI tu (Moreau , tés. cit , p. 18 y sig). Por la au- topsia no se comprueba ninguna alteración ca- paz de esplicar una terminación lan rápida- mente funesto. «Diagnóstico.— Durante las epidemias, y sobre todo en los focos de estas, es casi siem- pre fácil el diagnóstico, cualquiera que sea la forma que tome la enfermedad; pero no suce- de lo mismo en los casos aislados de fiebre puerperal esporádica, pues entonces suele ser muy difícil distinguir la forma inflamatoria de la metro-peritonitis puerperal simple. Sin em- bargo, esta viene en general acompañada de síntomas inflamatorios muy marcados; el pul- so es menos débil y menos deprimido; la cara no se altera tan pronto ni tan profundamente; la postración es menos rápida, menos repen- tina, y el dolor abdominal es mas intensoy me- nos circunscrito. «La forma tifoidea no puede confundirse con ninguna otra enfermedad; pero la fulminante es á menudo difícil de diagnosticar aun des- pués de la muerte. «Legallois habiacreidoya,quealgunasdelas muertes rápidas observadas poco tiempo des- pués del parto debian referirse á la introduc- ción del aire en las venas del útero (Des ma- ladies occasionnées par la resorption du pus en Journal hebdomadaire, t. III; 1823); mas re- cientemente Baudelocque (Academia de medi- cina, sesión del 28 de mayo de 1839), Vasseur y Amussat, han referido hechos que parecen militar en favor de esta opinión, y en fin Lio- nel acaba de publicar una observación casi concluyente (Lionel, Sur un cas de mort prompteaprés un acouchement naturel, etc., en Journ. de chir., número de agosto; 1445, pá- gina 234). A pesar de estas autoridades v de estos documentos, no está todavía decidida la cuestión, y cuando mas solo por la autopsia cadavérica podría, como hemos dicho, demos- trarse en la actualidad, si la muerte habia sido producida por una fiebre puerperal fulminante ó por la introducción del aire en las venas. «Algunas veces es difícil distinguir al prin- cipio la fiebre puerperal de la láctea. «En cier- tos casos, dice Voillemier (loe. cit. p. 11), en que cuarenta y ocho horas después del parto pre- sentaba una mujer cefalalgia, ligeros escalo- fríos y un movimiento febril bastante intenso, al mismo tiempo que un poco de dolor en la región hípogástrica, era imposible decir si se iba á desarrollar la fiebre láctea ó una calen- tura puerperal. No eran estos los síntomas or- dinarios de la secreción láctea; pero se podia suponer con razón que estaban modificados por la influencia epidémica. Y efectivamente, sucedía á menudo que se abultaban los pechos sin presentarse mas accidentes; pero algunas veces en medio de estos primeros síntomas so- brevenía un escalofrío violento, y rauy pronto dejaba de ser dudosa la existencia de la fiebre puerperal.» »Botrel diagnosticaba siempre con seguri- dad la invasión de la fiebre puerperal, cuando oia quejarse á una parida, de sed, de tener la boca pastosa y seco el paladar; cuando la veía fruncir los labios, y por último cuando com- probaba la existencia de esa especie de triste- za y de indiferencia tan especial, que no pue- de describirse, al mismo tiempo que un volu- men escesivo de la matriz, la persistencia de los cólicos ó de los retortijones uterinos y á veces un dolor obtuso en la región sacra. «Admitida la existencia de la fiebre puerpe- ral, se ha tratado de establecer alguna relación entre sus síntomas y sus alteraciones anató- micas; pero cuantos esfuerzos se han hecho hasta el dia para conseguirlo han sido inútiles. Sin duda que en la forma inflamatoria se pue- de reconocer la existencia de un derrame en la cavidad del peritoneo; se puede descubrir colecciones purulentas superficiales, sospechar el desarrollo de abscesos metasláticos; pero es imposible saber durante la vida, si al hacer la autopsia se enconlrará pus en las venas, en los linfáticos, en el tejido celular de la pelvis pequeña, en una ó mas articulaciones, en las trompas ó en los ligamentos anchos ó redon- dos; sí el pus existe en todas estas partes, en varias ó en una de ellas solamente. Los esca- lofríos irregulares que se han indicado como propios de la flebitis (Nonat), se manifiestan en la angioleucitis, y muchas veces pertenecen esclusivamente á la penetración del pus en el torrente circulatorio. En la metritis aislada, dice Botrel, no se observan ni los síntomas de la peritonitis, ni los que indican la intoxica- ción purulenta; en la flebitis la inflamación no ataca la serosa abdominal, y si el mal se es- liendo á las venas iliacas, sobreviene dolor cu su trayecto y una flegmasía alba dolens; la angioleucitis viene casi siempre acompañada de peritonitis y de infección purulenta conse- cutiva, y no" produce nunca edema de los miembros inferiores. Estos caracteres diferen- ciales no se presentan, ni aun en los casos mas sencillos, de un modo tan marcado como piensa Botrel, y desaparecen enteramente en aquellos mas frecuentes,en que se manifiestan simultáneamente las alteraciones del peritoneo, de la matriz, de las venas y de los linfáticos. »Pronóstico. — El pronóstico de la fiebre puerperal es siempre grave, y mas cuando la enfermedad reina epidémicamente, ó se pre- senta en el período de estado ó en el de au- mento de la epidemia; cuando se desarro- lla en una época muy próxima al parlo, ó su invasión es repentina y el escalofrió ini- cial fuerte y prolongado"; cuando desde el principio es miserable el pulso, la alteración de la cara profunda, el meteorismo grande y acompañado de una diarrea fétida, y por úl- timo , cuando no se presenta reacción ó esta es "poco marcada. La supresión completa de los tequios, la disnea sin alteración de los pul- mones ni de las pleuras, son en general signos fatales. Ademas, á igualdad de circunstan- 14! DE U f.UEMTÜRA rtEIlPEUAL. cias, la forma tifoidea debe inspirar mas te- mores que la inflamatoria. •Complicaciones.—La infección purulenta es la mas importante de las complicaciones que se observan en la fiebre puerperal, pero no ton frecuente como pudiera creerse, sobre lo- do si se consideran los abscesos llamados me- tastáticos como indicio necesario de su exis- tencia (V. Puohemia). Sobreviene en general hacia el fin de la enfermedad, cuando ha du- rado esta muchos dias, y ordinariamente no se reconoce hasta después de la muerte. «También se ha indicado por los autores la neumonía; pero han solido confundirla con los abscesos metastáticos del pulmón, con la congestión y el reblandecimiento del tejido pulmonal. Lo mismo sucede con la pleuresía, que debe distinguirse de los derrames puru- lentos formados en la pleura á consecuencia de la penetración del pus en el torrente cir- culatorio. «Hánse observado muy recientemente en los hospitales de Paris muchos casos de fiebre tifoidea hacia el fin ó durante la convalecen- cia de la puerperal. Cazeaux nos ha dicho, que en repelidos hechos de esle género observa- dos por él, soba caracterizado la calentura tifoidea por todos los síntomas que habilual- mente la acompañan, pero presentándose siem- pre bajo la forma menos grave. «Etiología. — Causas predisponentes. — In- fluencias atmosféricas. — Doublet, Chaussier, Dugés, Baudelocque y otros muchos autores, aseguran que la fiebre puerperal es mas fre- cuente en los paises fríos y húmedos y du- rante el invierno; pero lo niegan Nolte, Whi- te, Tilomas y Cooper. Voillemier (loe. cit., pá- gina 223) cree que la influencia de las esta- ciones frias no es constante; pero que las va- riaciones de temperatura, la esposicion al frío ó á una corriente de aire inmediatamente des- pués del parto, son causas ocasionales que es imposible desconocer. Laserre, que ha estudia- do con un esmero digno de elogio las causas de la fiebre puerperal, ha obtenido los resul- tados siguientes. »L>e 27 epidemias de fiebre puerperal ob- servadas en la Maternidad desde 1830, se han manifestado 16 durante los meses de enero, febrero, marzo, octubre, noviembre y diciem- bre. En el mismo hospital, desde 1830 á 1841, hubo 18,108 partos durante los seis meses fríos, y 868 defunciones ó 7TB; durante los seis meses 465 fa- de calor se contaron 15,956 partos y llecimientes ó -1-. o Una temperatura moderada parece ser fa- vorable al desarrollo de la fiebre puerperal es- pontánea; mientras que la forma secundaria de la enfermedad es mas frecuente durante los tiempos frios ó muy cálidos. .*. •Ciertas variaciones barométricas parceen ejercer una influencia incontestable en el de- sarrollo de la calentura puerperal. Asi es que , ma espontánea, los descensos de la presión at- mosférica. »La forma espontánea es frecuente con los vientos sud y oeste; al paso que la secundaría cuando soplan los vientos del norte (Lasserre, tes. cil., p. 26-32). *Todas estas proposiciones se fundan en un número do hechos insuficiente, por lo que ne- cesitan sancionarse por una observación mas continuada. «Aclimatación.—Lasserre establece que la forma espontánea es mucho mas frecuente y mucho mas á menudo mortal en las mujeres que no están aclimatadas en la capitel; pero que esta aclimatación no tiene mucha influen- cia en la forma secundaria: hé aquí los nú- meros que sirven de base á esto proposición. «De 132 mujeres atacadas de fiebre puerpe- ral, 70 hacía menos de Iros meses que esta- ban on Paris y 62 hacia bastante mas tiempo. Entro las 70 primeras hubo 44 fiebres puer- perales espontáneas y 39 fallecimientos, 26 fiebres puerperales secundarias y 11 falleci- mientos : entre las segundas se presentó 32 ve- ces la forma espontánea sucumbiendo 25, y 30 veces la secundaria, muriendo 12. «En la epidemia observada por Botrel, de 22 enfermas 3 habitaban en Rcnnes hacia ya bastante tiempo, y todas las demás hacia poco que habian llegado del campo. Por el contra- rio, entre las paridas que no habian sido ala- cadas, el mayor número vivían ya en la ciu- dad hacia mucho tiempo (loe. cit., p. 12). «Se hallan las paridas tanto mas espuestas á contraer la liebre puerperal, y la gravedad del mal es tanto mayor, cuanto menos tiempo han permanecido en el hospital. De 791 mu- jeres que habian estado mas de ocho dias en el hospital, fueron atacadas 32, de las cuales murieron 18; y de 518 que habian estado me- nos de ocho dias, hubo 32 atacadas y 17 muer- tas: de 1,020 mujeres que entraron en el hos- pital ya de parto, fueron atacadas 68 y murie- ron 52 (Lasserre, tés. cit., p. 15). «Constitución.—Bajo el punto de vista déla frecuencia la fiebre puerperal espontánea está en razón inversa de la robustez de la constitu- ción, y la forma secundaria en razón directa. «Modificadores higiénicos.—Xas malas con- diciones higiénicas durante la preñez, como el habitar en casas húmedas, poco ventiladas ó demasiado pequeñas, los alimentos malos ó escasos y los padecimientos morales, favorecen mucho el desarrollo de la fiebre puerperal y aumentan su gravedad, principalmente en la forma espontánea (Lasserre, loe. cit., p. 16). Voillemier cree también que la debilidad pro- ducida por la miseria es una de las predispo- siciones mas fatales. El abuso de los licores espirituosos durante la preñez parece que no tiene ninguna influencia (Voillemier, loe. cit., p. 227). «Partos precedentes.—La fiebre puerperal es le suelen favorecer, principalmente el de la for i mas frecuente y mas grave en las primerizas DE LA CALE.XTÜRA. PUERPERAL. 143 que en las que va han tenido muchos hijos.. Lasserre (loe. cit., p. 17) dice que de 1,025 pri- merizas hubo 89 enfermas, délas cuales 66 murieron, v que de 1,314 que habian tenido otros partos se contaron 43 enfermas y murie- ron 21. Botrel asegura que los JL de las en- fermas observadas por éVcran primerizas (loe. cit., p. 10). «Duración del parlo.—Han emitido los au- tores acerca de este punto opiniones contradic- torias: unos creen que un parto de mucha du- ración es una causa predisponente muy enér- gica; al paso que otros atribuyen la misma influencia á un parto muy pronto, y no pocos aseguran que la duración del parto ninguna influencia tiene en el desarrollo de la fiebre puerperal. Estos disidencias pueden muy bien depender, dice Lasserre, de que el fundamen- to de las estadísticas y los límites asignados á las divisiones admitidas en la duración del par- to, no han sido iguales en todos los casos. Voi- llemier cree que la fiebre puerperal que sucede á un parto muy pronto suele ser efecto de un estado general patológico, del cual ha depen- dido la rapidez del parto. «Lasserre dice que la frecuencia y la gra- vedad del mal crecen en razón directa de la duración del parlo, apoyándose en los resul- tados siguientes: de 845 mujeres cuyo parto habia sido corto (seis horas á lo mas)", se con- taron 29 enfermas y 19 muertas; de 1,198 que habian tardado una cosa regular (de 6 á 18 horas), hubo 57 enfermas y 34 muertas; v de 206 cuyo parto habia sido largo (mas dé 18 horas), enfermaron 46 y murieron 34 (tés. cit., p. 18). «Afirma Bolrcl, que la administración del cornezuelo de centeno no carece de influencia en el desarrollo de la fiebre puerperal, y lo mismo dice de la flacídez y la inercia del ule- ro que puede sobrevenir después del parto. «Manipulaciones de obstetricia. — Muchos autores pretenden que las manipulaciones de obstetricia en nada influyen para que se de- sarrolle la fiebre puerperal; pero en el día ape- nas es posible sostener esta opinión. Voillemier coloca en primera línea los partos laboriosos, Eero como causa ocasional: «los partos mas la- oriosos, dice, no suelen ir seguidos de nin-> gun accidente, cuando es satisfactorio el estado de las enfermerías; pero son casi siempre mor- tales cuando hay epidemia.» De 14 partos con aplicación de fórceps ó versión contó Voille- mier 6 de fiebre puerperal (loe. cit., p. 227). De 44 mujeres á quienes se aplicó el fórceps, se hizo la versión ó se cslrageron las secun- dinas, vio Lasserre desarrollarse la enferme- dad en 14 (tés. cit., p. 19). «Contracciones uterinas.— Ordinariamente al dia siguiente del parto, dice Voíllemier (loe. cit., p. 230), casi todas las recien paridas, es- cepto las primerizas, tienen cólicos uterinos variables en su duración y en su intensidad. Lo mas común es que los cólicos cesen por sí mismos sin reclamar ningún auxilio; pero en la epidemia que he observado, los he visto mas de una vez desarrollarse en época mas próxi- ma al parto, repetir con mas frecuencia v pre- sentarse con mas intensión. Si entonces se des- cuidaban estos accidentes, los dolores que solo existían por intervalos, se hacían continuos; después, de circunscritos que eran, seestendian hacia los ríñones, y se declaraba la fiebre puer- peral. En muchos casos era demasiado directo el enlace enlre esto causa y el principio de la enfermedad para que fuese posible descono- cerle.» »La retención de la placenta y las pérdidas uterinas no tienen una acción bien demostrada eu el desarrollo de la fiebre puerperal. y»Causas determinantes.—Epidemias y ende- mias.—La fiebre puerperal [depende comun- mente de una influencia epidémica, que invade á toda una población y aun á una estension de terreno mas considerable; pero también la pro- duce á menudo una endemia circunscrita á límites mas estrechos, como por ejemplo las salas de un hospital ó la localidad destinada á las parturientes. Ademas cuando se manifiesta una epidemia, la enfermedad es mucho mas frecuente y mas grave en los asilos ó casas de maternidad que en la práctica civil. »Háse procurado determinar la naturaleza del agente epidémico por el estudio de la tem- peratura, de las variaciones atmosféricas, de los vientos, de la composición del aire, etc.; pero solóse han obtenido resultados contradic- torios ó poco importantes. «La mayor parte de los observadores han atribuido las epidemias ó la acumulación de paridas en un mismo sitio, á menudo dema- siado estrecho; á las emanaciones que pro- vienen de las ropas impregnadas del líquido que constituye los tequios; á la mala disposi- ción de los hospitales, que espone á las muje- res al frío, á la humedad y á las variaciones repentinas de temperatura, ó que no permite una ventilación suficiente; á la inmediación á las letrinas y salas de disección; á lájja de lim- pieza, y á las emociones morales vivas y depri- mentes". Voillemier, Lasserre, Bidault y Ar- noult no vacilan en conceder mucha influencia á las condiciones anti-higiénicas que acabamos deenurííerar, atribuyéndoles en gran parte las frecuentes y mortíferas epidemias que diezman en Paris la Maternidad y el hospital de las clí- nicas. Lasserre ha demostrado por un estado de los partos y de las defunciones, ocurridos en la Maternidad de 1830 á 1841, que cuando es muy considerable el número de partos, se au- menta la mortandad en tales términos, que se duplica la proporción del número de muertos; y que las probabilidades de fiebre puerperal son tanto mas grandes, cuanto menos atmósfera .ocupa una parida y mas dificultades hay para "renovarla (tés. cit., p. 21-24). «Dubois hace á esta opinión fundadas obje- ciones. Observa que el hospital de partos da lí; r>Ei.\ cu-enti-iu pcrnr.nAL. Dublin y el de la Cité de Londres reúnen todas las condiciones apetecibles de salubridad, y que sin embargo no están mas á cubierto de la fiebre puerperal que los hospitales de Pa- ris. «¿Por qué razón, dice Dubois, sin que hayan variado las condiciones higiénicas de unhospítal ni de sus inmediaciones, sin que tampoco haya disminuido notablemente la po- blación ni el número de partos, se ve, no di- gamos sin escepcion , pero rauy á menudo, permanecer satisfactorio el estado sanitario, ó á lo menos ser muy raros y aislados los casos de esta enfermedad? El hospital general de partos de Wcstminster en Londres, que solo contiene de cuarenta á cincuenta camas, muy bien construido y distribuido, y perfectamente asistido en todos conceptos, está rodeado de alcantarillas abiertas, que reciben todas las in- mundicias del cuartel de Lambeth. Esta cir- cunstancia se ha tenido muy en cuenta al es- tudiar el desarrollo de las epidemias, horroro- samente mortíferas, que devastaron aquel esta- blecimiento en 1828, 1829,1835,1836 y 1838; pero por qué continuando las mismas circuns- tancias, no se manifiesta la enfermedad en los años intermedios á no ser en la forma esporá- dica? ¿No parecía por otra parte que la in- fluencia de los miasmas que se elevan de aque- llas alcantarillas debía ser particularmente de- letérea durante los calores? Pues bien, durante los primeros y últimos meses del año es cuando ejerce mas estragos la enfermedad, siendo no- table que en el espacio de doce años, desde 1827 hasta 1838, no haya sucumbido ninguna parida en el mes de julio. «¿\o vemos, continúa Dubois, que la fiebre puerperal ejerce sus estragos entre las muje- res aisladas que son asistidas fuera de los hos- pitales por parteras acreditadas? ¿No observa- mos esta enfermedad con sus mas graves ca- racteres en la práctica civil , en medio de las circunstancias higiénicas mas favorables? ¿quién no ha visto en tiempos de epidemias esceder la mortandad de las casas particulares á la de tos hospitales? Ademas ¿no empiezan algunas^idemias por las poblaciones, antes de devastar las casas de maternidad? Ya se ha- bian presentado varios casos graves en dife- rentes barrios mucho antes que la epidemia de abril de 1811 estallase en la Maternidíd, y los que después se manifestaron en Paris, lejos de proceder de irradiaciones de aquel gran fo- co, dependían solo de una influencia gene- ral, que estendia sus estragos por todas par- tes, con tal que encontrase condiciones favo- rables á su acción» (Dubois, loe. cit., página 340-342). »En la época en quedos, tres y á veces cua- tro recien paridas estaban en una misma cama en el llótel-Dieu, la mortandad era I de <5. En el dia, á pesar de todas las mejoras que se. han introducido en el servicio de los hospita- les, aun llega la proporción de los muertos á i.por cada 22 en la Maternidad , y á I por ca- da 20 en el hospital de las clínicas {Voillemier, loe. cit., p. 225;. «¿Como esplicar las irregularidades y lases- traordinarias circunstancias que se observan algunas veces en el desarrollo de la fiebre puerperal? En la epidemia descrita por Mo- reau se marcaron ciertos dias por la manifes- tación repentina de la enfermedad en todas las mujeres que habían parido á un tiempo; al pa- so que se libertaban las que lo habian verifica- do la víspera ó el dia siguiente. «La fiebre puerperal, dice Moreau (tés. cit., pág. 11), se presentaba , digámoslo asi, por grupos. Toda? las paridas de un mismo dia eran acometidas juntas de unos mismos accidentes, y sucedía á menudo que todas las de una misma serie sucumbían; de manera que en la época en que reinaba la epidemia con mas violencia , el dia del parto era uno de los elementos que hacían formar un pronóstico mas ó menos grave.» Du- bois dice haber visto manifestarse únicamente la fiebre puerperal, cuando estaban deservicio en la Maternidad determinadas discípulas de la clase de parteras. »En vista de todos estos hechos, creemos con Dubois que la fiebre puerperal es producida por un agente epidémico, desconocido en su esencia y en su origen, como por ejemplo el que produce el cólera ; que este agente", una vez puesto en actividad, se ceba donde encuen- tra disposición , y hace naturalmente mas víc- timas donde hayinayor número de individuos predispuestos, es decir, en los hospitales y en las clases pobres de la sociedad. nContagio.—líase querido fundar el conta- gio directo ó mediato de la fiebre puerperal en hechos que por confesión de la mayor par- te de los patólogos son insuficientes por su nú- mero y por su calidad. Una embarazada , por ejemplo, asiste á una enferma atacada de fie- bre puerperal; pare algunos dias después, y se ve acometida de esta enfermedad ; muchas pa- ridas que ocupan consecutivamente una misma cama van todas sufriendo la calentura de que hablamos, al paso que no tienen ningún acci- dente las demás de la sala; una mujer es ala- cada después de haberla asistido un médico que acaba de estar en contacto ó de hacer la autopsia de una mujer afectada de fiebre puer- peral. ¿Cómo es posible distinguir en estas di- ferentes circunstancias el contagio del influjo epidémico? Los hechos de la especie de que acabamos de hablar son muy raros y esccpcio- nales; al paso que en los hospitales se ven otros muchos que militan en favor de la opinión contraria. «A los primeros síntomas morbosos que se desarrollan en una parida, dice Lasser- re (loe. cit., p. 26), se la hace pasar á la en- fermería; por manera que deja la sala en que estaba, antes que la afección haya llegado á un punto en que pueda admitirse el contagio. Por consiguiente todos los casos que se desarrollan en las mujeres sanas que van pariendo después, no deben referirse á este origen, á no admitir DE 1A CALENTURA PUERPERAL. 145 que el germen de la enfermedad se trasmite por el intermedio de individuos sanos. Si la lie- bre puerperal fuese contagiosa, ¿cómo una pa- rida de las que solo tienen ligeros accidentes podria dejar de contraer la enfermedad, rodea- da de sus compañeras moribundas, de las cua- les solo la separa en ocasiones una distancia de dos pies?» Botrel opone á la doctrina del contagio hechos y objeciones de un valor in- contestable (loe. cit., p. 14 y sig.). «Dubois, que no es tan partidario del conta- gio como algunos creen, reconoce que la tras- misión contagiosa de la fiebre puerperal no se halla demostrada; pero dice que no es imposi- ble, por lo que conviene tomar precauciones, aunque puedan ser inútiles (loe. cit., p. 342). Somos enteramente de esla opinión; pero aña- diremos que deben desecharse con energía ciertas precauciones que por evitar el contagio favorecen la infección; precepto de suma im- portancia , en que es forzoso insistir. « En la Maternidad de París, dice Lasserre (loe. cit., p. 26), todas las salas están dispuestas á pro- pósito para impedir los efectos del contagio; pero esta disposición hace incompleta y dificil la ventilación, condición que tiene harto mas influencia que el contagio en el desarrollo de la fiebre puerperal.» «Háse querido colocar la causa próxima de esta fiebre en una infección pútrida ó purulen- ta: discutiremos esta opinión en otro párrafo (V. naturaleza y asiento). En cuanto a la in- troducción del aire en las venas, si puede veri- ficarse y simular una fiebre puerperal fulmi- nante (V. diagnóstico), no cabe referirla ni co- mo causa ni como epifenómeno ala enfermedad de que nos ocupamos. «Tratamiento.— Profilaxis. — Hemos visto que la liebre puerperal es mas frecuente en las mujeres que no están habituadas al hospital y en las que han sufrido durante la preñez los efectos déla miseria, lo cual debiera tenerse muy en consideración. «En la Maternidad no se recibe á una mujer embarazada, dice Las- serre (loe. cit., p. 80), antes del sétimo mes de la preñez, y aun para esto debe comprome- terse a no abatidonar á su hijo.... Besulta de aquí, que es muy corto el número de admisio- nes, y que se rehusa un asilo á las mujeres mas miserables, á las que carecen de los medios necesarios para criar á sus hijos. No hallándo- se estas desgraciadas en estado de trabajar en época tan avanzada de la preñez, ó no encon- trando trabajo, sin recursos y muchas veces recien llegadas á Paris para ocultar las conse- cuencias de su falta , viven en la miseria mas espantosa durante los dos ó tres últimos meses de la gestación, y da lástima oírles trazar el cuadro de sus padecimientos.... Debieran ad- mitirse sin restricción desde el sétimo mes|le la preñez, sobre todo las primerizas. Quizá perdería algo en esto la moral; pero la huma- nidad ganaría mucho.» "Quisiéramos que fuesen oídas tan genero- TOMO IX. sas palabras; ¿no es ya tiempo de que cumpla la sociedad los deberes que la impone la situa- ción de tantas infelices? «Seria preciso también, añade Lasserre, que las mujeres embarazadas no estuviesen tan completamente aisladas como están de sus pa- rientes y amigos, á quienes apenas pueden ver sino con el intermedio de una reja, en un locu- torio oscuro y rauy estrecho. «Estas consideraciones se aplican particular- mente á la Maternidad de Paris; pero en gene- ral se puede asentar respecto de todos los hos- pitales: »1." Que seria útil multiplicar las casas de parturientes, de modo que en cada una de ellas solo se recibiese un corto número de mu- jeres. »2.° Que es indispensable tener un minu- cioso cuidado en la elección del local y en la distribución interior de las casas de partos. Es- tos establecimientos deben reunir todas las condiciones de salubridad, es decir, hallarse situados en parages elevados, secos, al abrigo de la humedad y de toda emanación perjudi- cial ; no contener nunca mas que tres ó cuatro mujeres en una misma sala bastante grande, para que cada una tenga suficiente atmósfera, y estar construidos de modo que permitan evi- tar las repentinas variaciones de temperatura, las emanaciones de las letrinas y de los cuar- tos destinados á las ropas sucias" etc. »3.° Que no debe dejarse nunca de lavar, fumigar y someter á lociones cloruradas, los di- ferentes objetos de cama que hayan servido para las paridas. »En la práctica civil, como en la de los hos- pitales, debe recomendarse eficazmente la ven- tilación, es decir, la renovación frecuente v completa de la atmósfera; una minuciosa lim- pieza; mudará menudo las sábanas, fajas v paños; hacer abluciones é invecciones con co- cimiento de malvavisco templado; retirar la ropa blanca impregnada por los tequios, por las materias fecales y la orina de la madre v de la criatura; procurar el descanso del cuerpo y del espíritu, y abstenerse en cuanto sea posible de las manipulaciones de la obstetricia, facilitando ó las enfermas los auxilios higiéni- cos y médicos necesarios, á fin de moderar y dirigir convenientemente los fenómenos de la fiebre láctea y las contracciones uterinas que siguen al parto. ^Cuando se descuidaban los accidentes que traen consigo las contracciones uterinas, dice Voillemier, se declaraba la fiebre puerperal; pe- ro nada era mas fácil que contener la acción de esta causa enteramente ocasional, adminis- trando dos cuartas partes de lavativa con vein- te gotas cada una de láudano de Sidenham, con lo cual se restablecía la calma. En tiempos de epidemia las precauciones que acabamos de indicar adquieren una importancia capital. «Tratamiento curalko.—t La fiebre puerpe- ral tiene de común con todas las enfermedades 19 in Ot LA CALENTURA Pl'ERPKIlAt. que se manifiestan bajo la forma epidémica, que cada epidemia ofrece en cierto modo su carácter propio, á veces desconocido al princi- pio, y que no se revela sino por los primeros resultados del tratamiento. Es una verdad bien sabida en la actualidad, y que ha puesto fuera de duda la historia de muchas epidemias, que en virtud de este carácter propio, y á pesar de la engañosa apariencia de los síntomas, prueba mal ó bien tal ó cual modo de tratamiento.» «Estas palabras de Dubois, confirmadas por la esperiencia diaria, csplicaránlas restriccio- nes que nos veremos obligados á introducir en el estudio terapéutico de la fiebre puer- peral. «Emisiones de sangre.— Solo convienen en la forma inflamatoria, en los sugetos robustos, cuando el pulso está duro v lleno, y la postra- ción y la alteración de ía cara ño son muy marcadas. «No se puede negar, dice Voille- mier (loe. cit., p. 98], que se han conseguido bastantes resultados favorables por las emisio- nes sanguíneas; pero ha sido siempre cuando la afección solo reinaba esporádicamente, ó en algunas epidemias raras en que.ofrecía una forma inflamatoria muy marcada.» Sin embar- go, aun en las circunstancias que acabamos de indicar, es menester usar con mucha pru- dencia las evacuaciones generales y locales, pues muy frecuentemente la sangría, aunque se haga en vista de las mas urgentes indica- ciones, va seguida de accidentes muy graves. « Aun en los casos en que presentaba la enfer- medad una forma flegmásica muy evidente, no recurría Dubois á la sangría sino con mucha desconfianza, y aun asi, después de una eva- cuación de seis" á ocho onzas, se veía cambiar de pronto la escena , sucediendo á la exaltación de las fuerzas una debilidad estraordinaria: el pulso, que antes era duro y grande, se hacia undoso y deprimido, y en una palabra, se ma- nifestaban todos los síntomas tifoideos. ¿Qué hubiera sucedido en tales circunstancias, si en vez de haber obrado con tanta prudencia, se¡ hubiese sangrado hasta el síncope como quiere Gutch, ó bien se hubiesen sacado veinticuatro onzas desde el principio de la enfermedad, co- mo hacían Armstrong y Hey? Otras veces las emisiones sanguíneas produjeron un alivio no- table; pero desús resultas cayeron las enfer- mas en una gran debilidad, y la convalecen- cía fue larga v dificil» (Voillemier, loe. cit., pág. 98). »En la epidemia descrita por Moreau fueron siempre dañosas las sangrías generales; por poco copiosa que fuese la evacuación, caían las enfermas en una debilidad estraordinaria y en una postración casi completa; bastaba á veces la aplicación de algunas sanguijuelas, para pro-. ducir prontamente la pequenez del pulso, y habia necesidad de apresurar la caida de los anelides, interrumpiendo asi repentinamente ha salida de la sangre (tés. cit., p. 23). »En resumen, cuando la enfermedad se pre- senta con síntomas inflamatorios bien marca- dos, y el pulso esta duro y lleno, hay que ha- cer una sangría de seis á ocho onzas , y si des- pués de esla emisión sanguínea permanece lo mismo el pulso ose desarrolla todavía mas, se puede sacar otra nueva cantidad de sangre; pe- ro si por el contrario se debilita el pulso, es preciso detenerse. «Ensayando asi las fuerzas de las enfermas, y dispuestos á renovar las emisiones sanguíneas ó á suspenderlas según los resultados, se obtienen, dice Voillemier, todas las ventajas de esta medicación, sin que sean de temer los graves accidentes que puede acarrear su uso inmoderado.» «Cuando la enfermedad solo présenla algu- nos síntomas inflamatorios dudosos, es preciso limitarse á una aplicación de sanguijuelas fcli> 10 á 30), hecha en los puntos donde residen los dolores, vigilando cuidadosamente el esta- do del pulso y de las fuerzas. «Las emisiones sanguíneas, usadas con dis- cernimiento y conforme á las reglas que aca- bamos de establecer, han sido muy útiles en la epidemia descrita por Botrel. «Cuando la enfermedad ofrece , ya desde el principio, ya en cualquiera otra época de su curso, el carácter tifoideo, deben rechazarse las emisiones sanguíneas. «Las sanguijuelas aplicadas á los muslos, á la vulva ó al ano, con objeto de reproducir el flujo loquial, rara vez son eficaces, y aun en el caso de presentarse el flujo, se observa ordi- nariamente que este no ejerce ninguna influen- cia en el curso ni en la terminación de la en- fermedad, «Baños, cataplasmas, inyecciones.—Los ba- ños tibios rara vez son útiles ; fatigan á las en- fermas; provocan escalofríos, á pesar de las precauciones mas minuciosas , y aumentan la fatiga de la respiración. Voillemier dice, que en los casos presenciados por él fue siempre necesario volver á llevar á las enfermas á su cama al cabo de ocho ó diez minutos, y mu- chas veces, añade , eran mas fuertes los dolo res al salir del baño que anteriormente. «Las cataplasmas, que no deben aplicarse inmediatamente encima de las picaduras de las sanguijuelas , tienen una eficacia dudosa, y ordinariamente no pueden las enfermas sopor- tar su peso. «Las inyecciones con el cocimiento de mal- vavisco, de adormideras , de manzanilla, de sabuco, y con el agua ligeramente salada, producen siemprealgun alivio, cuandocllíqui- do está tibio y se le hace llegar hasta el útero. ^Vomitivos".—Después de los resultados ob- tenidos por Doulcet, se ha ensayado muchas veces la ipecacuana (20 granos, sola ó con un gypano de tártaro estibiado), y ha solido ser útil ejLmanos de Desormeaux," Moreau, Cerar- dllr etc. «La ipecacuana, dice Dubois, pro- duce en algunos casos efectos maravillosos, deteniendo ó curando la enfermedad como por encanto.» Estos felice*; resultados se obtienen DE LA,.-CALENTURA PUERPERAL. 147 principalmente en la fiebre puerperal de forma biliosa. «Ora son útiles los vomitivos desde el prin- cipio y en toda la duración de la epidemia; ora solo hacia el fin , y en este último caso , dice -con razón Moreau", quizá se debe atribuir la terminación favorable, mas bien á este período de declinación que al tratamiento empleado. Este remedio ha sido á menudo ineficaz y aun dañoso: Botrel no le ha usado jamás. «Purgantes.—Los purgantes, administrados con discernimiento, producen casi siempre bue- nos efectos: en la forma inflamatoria son nece- sarios para combatir el estreñimiento tenaz que existe por lo común, y al contrario, en la ti- foidea suelen contener la diarrea. «Cuando la enfermedad invade con vómitos abundantes y tenaces, la administración de un emeto-catár- tico puede tener muy buenos resultados. Cuan- do la diarrea es copiosa ó persiste demasiado, y no han bastado para contenerla los astrin- gentes ligeros ni los opiados, los purgantes, y sobre todo los salinos, suelen suspender todos los accidentes, usándolos por uno ó dos dias á dosis cada vez mayores» (Lasserre, loe. cit., p. 9i>). Sin embargo, conviene saber que en al- gunos casos los purgantes pueden dar origen á las diarreas, ó exasperarlas, sin que sea po- sible contenerlas después. »EI aceite de ricino , el agua de Sedlitz y los sulfates de sosa y de magnesia son los me- dicamentos que habitualmente se usan; los ca- lomelanos , tan preconizados por los ingleses, cuentan en Francia pocos partidarios. Cuando el estreñimiento es tenaz, puede ser muy útil el aceite de crotontiglio. »Escitantes.—Cuando después del escalofrío inicial hay poca ó ninguna reacción, perma- nece el pulso débil y la piel está seca, se debe tratar de provocar la traspiración y de estimu- lar las fuerzas. Las bebidas calientes y aromá- ticas, el té, el árnica , el acetato de amoniaco líquido (1 á 3 dracmas en una poción de agua de menta), la limonada alcoholizada, las fric- ciones secas y los sinapismosambulantes, hacen en tales circunstancias muy buenos servicios; aunque muchas veces solo producen una reac- ción pasagera , y no modifican el curso de la enfermedad. «Los baños de vapor tomados en la cama han producido resultados muy variables: unas ve- oes han sido útiles durante el escalofrió; otras solo han calentado momentáueamente la piel, sin que se rehiciera el pulso, y otras en fin han determinado sudores pasageros, aumentando la debilidad (Lasserre, loe. cit., p. 94.—Mo- reau, tés. cit., p. 24). -| »Tónicos.—Los autores convienen en reco- nocer que los tónicos (quina , pociones aromá- ticas, vino) solo están indicados durante la convalecencia. «En el curso de la enfermedad, en vez de sostener las fuerzas, dice Lasserre, aumentan la diarrea, producen muchas veces vómitos, y hacen mas manifiesta laadinamia. «Mercuriales.—También se han usado en la forma inflamatoria de la fiebre puerperal las fricciones mercuriales en los muslos y en el vientre; medicación que ya hemos estudiado en otra parte (V. peritonitis puerperal). Solo " recordaremos, que unos han recurrido á ellas desde el principio de la enfermedad, mientras que otros solamente las han prescrito en un período mas avanzado. Dubois considera los mercuriales como un recurso accesorio muy in- fiel , y no los emplea sino en el curso del se- gundo período (Voillemier, loe. cit., p. 100). Sin embargo, confiesa que se les deben servi- cios incontestables (Dubois, art. cit., p. 357). «Hánse administrado los calomelanos á altas dosis (de 20 á 60 granos en las veinticuatro horas), y en algunos casos han producido una acción favorable muy marcada (Moreau, tesis citada, p. 26). «El nitrato de potasa y el aceite esencial de trementina, tan alabados por los ingleses, se han administrado sin éxito en las epidemias de Bennes (Botrel, loe. cit., p. 150 y sig.). »Con harta frecuencia son ineficaces las me- dicaciones que acabamos.de enumerar, y el práctico se encuentra reducido á emplear una medicina de síntomas. «Entonces deberá con- tentarse con combatir los dolores por medio de cataplasmas emolientes y aplicaciones narcó- ticas; el meteorismo algunas veces por la apli- cación del hielo; la diarrea por el láudano, los amiláceos y los astringentes; los vómitos por •el agua de Seltz , el hielo y el láudano; la fe- tidez de los tequios por las inyecciones dirigi- das hasta el útero; el delirio por el láudano en ocasiones, y mas á menudo á beneficio de revulsiones á las estremidades inferiores; y úl- timamente la debilidad por algunos tónicos li- geros, cuando el estado del estómago permita administrarlos» (Dubois, loe. cit., p. 357). »A pesar de los cuidados mas ilustrados y asiduos, se resiste muy frecuentemente la fie- bre puerperal á los auxilios del arte, y en la forma espontánea epidémica se ve casi siempre condenado el médico á una penosa impotencia. «Naturaleza, asiento, clasificación.—Na- die pretende en el dia que la fiebre puerperal sea una enfermedad local, una flegmasía de la matriz y del peritóueo, una flebitis ó una lin- fangitis uterina. «"Voillemier, Bouchut y algunos otros consi- deran la calentura puerperal como una fiebre purulenta ó puogénica; pero sin esplicar bas- tante el sentido patológico que dan á esta de- nominación. Si quieren decir que la fiebre puerperal depende de una alteración general, -en virtud de la cual se desarrollan flegmasías supuratorias en diferentes órganos, anuncian generalizándole demasiado, un hecho anató- mico-patológico, que ninguna luz dá sobre la naturaleza de la enfermedad; pero si como pa- rece indicarlo Bouchut, consideran la fiebre puerperal como constituida por una creación espontánea de pus, por una trasformacion pu- 148 DE LA CaLEMCtlA PUERPERAL. rulenta de la sangre, emiten una hipótesis con- tra la cual arguye la sana observación; porque por una parte es" bastante rara la infección pu- rulenta en las enfermas atacadas de fiebre puerperal, y por otra, cuando se manifiesta, siempre se encuentra la razón de su existencia en una flegmasía primitiva de los sólidos. Ade- mas ya veremos mas adelante que es imposible admitir la generación espontánea del pus. (V. püohevha). «¿Pueden los líquidos contenidos en el útero esperimentar, bajo la influencia de ciertas con- diciones atmosféricas, la descomposición pútri- da , siendo la fiebre puerperal un simple efeclo de la alteración de estos líquidos? Ya tratare- mos en otra parte de esta cuestión con el de- tenimiento que merece (V. septicouemia). «La generalidad y la diversidad de las lesio- nes anatómicas que se encuentran en la fiebre puerperal, la semejanza de sus síntomas á pe- sar de la diferencia de las alteraciones, la pe- 2ueñez del pulso, la postración , la alteración e las facciones, el curso rápido del mal, la imposibilidad de esplicar en algunos casos la muerte por el examen cadavérico, y el desar- rollo epidémico de la afección; son circunstan- cias que concurren á demostrar, que la fiebre puerperal es debida á una alteración general primitiva, producida poruña intoxicación mias- mática, por una infección específica, cuyo agen- te se oculta completamente á nuestras inves- tigaciones. «La fiebre puerperal debe colocarse segu- ramente en ta clase de las pirexias, al lado del tifus, y nos inclinamos mucho á creer que en su forma mas pura (fiebre puerperal tifoi- dea) el tifus puerperal viene acompañado de una disminución de la fibrina de la sangre; pero no debe suceder lo mismo, por lo menos al principio, en la forma inflamatoria, y res- pecto de este punto ha espuesto Andral con- sideraciones sumamente interesantes. »Es sabido que durante los tres meses últi- mos de la preñez el término medio de la fi- brina escede al del estado fisiológico (medio 4, máximum 4,8), y que este incremento de la fibrina llega al mas alto grado hacia el último mes de la gestación (medio 4,3); sabido es también que en las especies vacuna y oveju- na, es la sangre mas rica en fibrina durante el preñado que en el estado de vacuidad. Aho- ra bien, dice Andral (Essai d'hématologie pathologique, p. 104; París, 1843), si durante los últimos meses de la gestación y después del parto tiene tendencia la sangre a tomar el carácter de las flegmasías ¿no podrá haber cierta relación entra esta modificación del lí- 3uidó sanguíneo y el desarrollo de esos acci- entes especiales, de aspecto generalmente flegmásico, que tan á menudo atacan á las re- cien paridas? ¿Deberá considerarse el ligero esceso de fibrina que existe en su sangre como una causa predisponente de dichos accidentes? En este caso la alteración de la sangre perte- neciente al estado flegmásico precedería á la manifestación délas lesiones que caracterizan este mismo estado en los sólidos. «Imitando la prudente reserva de Andral, lo único que podemos hacer es llamar la aten- ción de los observadores acerca de estas im- portantes cuestiones. «Historia y bibliografía.—Encuéntransc en Hipócrates, en Celso y en Avicena, algunos pasages que se refieren á la fiebre puerperal. Esta enfermedad reinó epidémicamente en Leipsick. en 1552, en Copenhague en 1672 (V. Ozanam, Histoire medícale des maladies epidemiques, t. II, p. 14; Paris, 1835); pero no ha llamado la atención de los patólogos hasta el siglo XVIII. Denman (Essays on tht puerperal fever and on puerperal convuhions London, 1768), Hulme (Á treatise on the puer- peral fever; London, 1772) y Leake (Practical observations on the childbéd fever; London, 1774) han dado descripciones de esta calentu- ra , que aun en el dia no carecen de verdad. «En 1782, Doublet (Mémoire sur la fiévre a laquelleon donne le nom de fiévre puerpérale en Journal de Bacher, t. LVIII, p. 502) y Doulcet (Mémoire sur la maladie qui a attaqué en differents temps les femmes en couches á THotel- Dieu de Paris; París, 1782) publicaron histo- rias, que se han querido considerar como du infartos gástricos, pero que pertenecen mani- fiestamente á fiebres puerperales de forma biliosa, y á epidemias en las cuales fué In ipecacuana un medicamento heroico. Por lo demás estos autores solo hicieron una descrip- ción incompleta, entreteniéndose en numerosas v cansadas divagaciones con el objeto de pro- bar que la enfermedad depende de una metás- tasis láctea (V. Doublet, Nouvelles recherches sur la fiévre puerpérale; Paris, 1791). «Hunter, Johnston y Waither y Cruíkshank, habian indicado que la fiebre puerperal no es mas que una peritonitis; opinión que desarro- lló notablemente Gasc en 1802, y que adopta- ron Broussais, Gardien, Laenncc, Baudeloc- que, etc. «Después de haber reinado muchos años la doctrina de la peritonitis, fué atacada sucesiva- mente por Tonnellé, Dance y Duplay, que la sustituyeron, digámoslo asi, por lade la fle- bitis y la línfangitis uterinas. «Finalmente en estos últimos años se han presentado nuevas opiniones, negando unos la existencia de la fiebre puerperal considera- da como entidad patológica, para admitir so- lamente enfermedades puerperales, es decir, afecciones diferentes que solo tienen de co- mún su desarrollo en las paridas; y oíros por el contrario defendiéndola individualidad de la fiebre puerperal. »Para que esta noticia bibliográfica tenga alguna utilidad, clasificaremos los autores se- gún que hayan adoptado una ú otra de las opi- niones que acabamos de indicar. ■La metro-peritonitis se ha considerado co- de la calknti mo el carácter esencial de la fiebre puerperal por muchos prácticos, entre los que figuran: Case (Dissertation sur la maladie des femmes á la suite des couches, etc.; Paris, 1802), Brous- saís (Ilistoire des flegmasies croniques), Laen- nec (Journal de médecine de Corvisart, t. IV y V), Gardien (Traite de accouchements; París, 1824) y Baudelocque (Traite de perilonite puer- pérale; París, 1830). «Suponen que la inflamación de las venas ó de los linfáticos del útero desempeña el prin- cipal papel: Dance (De la phlebite uterine et de laphlebite en general, en Arch. gen. de méd., t. XVIII, p. 473, 1828), Duplay (Quelques observations tendant a eclairer l'hisloire de la phlebite uterine, en Arch. gen. de méd., t. XI, p. 58; 1836. — De la presence du pus dans les vaisseaux lymphatiques de l'uterus á la suite de Tacouchement, en Arch. gen. de méd., t. X, p. 308; 1836) y Botrel (Mém. sur l'angioleuci- te uterine puerpérale en Arch. de méd., t. Vil: p. 4I6;1845). «Los autores que acabamos de nombrar no se detuvieron cuanlo fuera menester en el es- ludio patogénico de la fiebre puerperal; pero se les debe una escelente descripción de las principales lesiones anatómicas que se en- cuentran en esta afección. «Heim (Traite sur les maladies puerperales; París, 1840) y Tardieu (Obs. etrech. critiques sur les differentes formes des affections puer- perales en Jour des con. médico-chir , núme- ro de diciembre; 1841, p. 226) han tratado de probar que no existe la fiebre puerperal, sino solamente enfermedades puerperales, so- bre cuya doctrina hemos hablado ya. «Entre los autores que han mirado la fiebre puerperal como una enfermedad general pri- mitiva, dependiente de una alteración de la sangre, presentando á pesar de las diferente*s lesiones locales un conjunto de síntomas y un curso casi siempre idénticos, colocaremos en primera línea á Tonnellé (Des fi&vres puerpe- rales observées a la Maternité de Paris, etc. ■en Arch. gen. de méd., t. XXII, p. 345; 1830), Boberto Lee (Researches on the pathology and treatment of some of the most important di- seises of women; London, 1833), Voillemier Ilistoire de la fiévre puerperal qui a regné épidémiquement, etc. en Journal des conn. médico-chirurgicales, número de diciembre; 1839, p. 221) Rigby (Asistemof midwi fery, p. ?6»; London, 1841) y Laserre (Rech. clini- gucs sur la fiévre puerperal, tesis de París; 1842, núm. 269). En seguida mencionaremos á Bourdon (Notice sur la fiévre puerpérale et sur ses differentes formes en Bevue medícale, número de junio; 1841, p. 348), Moreau (Re- cherches sur la fiévre puerpérale epidemique, tesis de París; 1844, núm. 205), Bidault y Ar- noult (Note sur une épidemie de fiévre puerpéra- le, etc., en Gaz. méd., n.° 31 , p. 481; 1845). «Por nuestra parle, según viene dicho, he- ! wos adoptado completamente las doctrinas de ha puerperal. Ii9 estos últiraos escritores. Sus trabajos, y casi esclusivaraente los de Voillemier y Lasserre, son los que nos han servido para la formación de este artículo, y en ellos encontrarán con qué satisfacer susdeseos los que quieran for- marse una ¡dea exacta de las causas y de la naturaleza de la fiebre puerperal. Hállanse datos importantes acerca de algu- nos puntos de la historia de la calentura puer- peral en los escritos de Danyau (Essai sur la metrite gangreneuse, tesis "de Paris, 28 de agoste; 1829), Nonat (tesis inaug.; Paris, 1832, núm. 98.—Mém. sur la metro-peritonilt puerpérale en Bevue medícale, núm. de mar- zo , 1837), Hey (.4 treatise on the puerperal fe- ver; London, 1815), Naegelé (Schilderung des Kindbettfiebers, etc., Heidelberg, 1812), Gooch (On account of some of the most important oliscases of women; London, 1829), y Chur- chíll (Observations on the diseases incident lo pregnaney and childbed, Dublin, 1840). «El artículo de Dubois en el Dictionnaire de médecine es insuficiente como descripción; pero reasume de un modo muy notable la fi- losofía de la historia de la fiebre puerperal» (Monneret y Fleury , Compendium de méde- cine pratique, t. VII, p. 218-241). CAPITULO SESTO. calenturas epidémicas graves reunidas por algunos con el nombre genérico de tifls. ABTICULO PRIMERO. Del tifo de Europa. «Sinonimia.—Tabardillo; peste; fiebre pes- tilencial, maligna; fiebre de los campamentos; fiebre militar, de los hospitales; fiebre noso- comial, de las cárceles, carcelaria, de los bar- cos ó de los navegantes, de los lazaretos; fiebre petequial, punticularó con manchas (en razón de las petequias que la acompañan); fiebre de Ñapóles, de Genova, de Liorna, de Hungría; tifo contagioso de Mayence (nombres lomados de los puntos en que ha reinado esta enferme- dad).—Sinochus putris, febris cum punticula, febris hungárica. «Definición.—El tifo, dice Ilildenbrand, es una fiebre de una especie particular como las viruelas, contagiosa, exantemática, que tiene un curso regular y un síntoma constante, el estupor con delirio ó tifomania. Esta definición es muy esacta y basta para dar una idea gene- ral de la enfermedad. Pudiera ser todavía mas completa, diciendo que el tifo es una fiebre esencial, continua, que acomete á muchos in- dividuos á la vez, se desarrolla bajo la influen- cia de causas locales, miasmáticas, y se tras- mite por contagio, caracterizándose por estu- por, debilidad muscular, delirio, alteración de los sentidos, desarrollo de petequias y de un exantema cutáneo. «División.—Acabamos de esponer en la de- finición precedente los caracteres con que los i Mi DEL TIFO. autores antiguos pretendían distinguir el tifo de todas las demás fiebres. Si se nos replica- se que esta definición no dista mucho de la que hemos dado de la fiebre tifoidea, y aun que se aplica esactamenle á esta última , responde- ríamos que nos parece imposible en el estado de incertidumbre en que estamos acerca de los caracteres diferenciales de arabas enfermeda- des, formular una definición que solo sea apli- cable al tifo. Los que las consideran como dos afecciones idénticas, pretenden que no se dife- rencian sino en que una de ellas es mas inten- sa, reina epidémicamente y se trasmite por contagio (tifo). Muchos hechos, analogías y trabajos científicos, de que hablaremos mas adelante, militan en favor de la identidad del tifo y de la fiebre tifoidea,y por nuestra parte estamos dispuestos á admitirla; pero como te- nemos la costumbre de no sacrificar nunca á nuestras opiniones personales las doctrinas que no se conforman cera ellas, describiremos el- tifo como una afección enteramente especial, como una calentura distinta de la tifoidea, y solo cuando hayamos completado del todo su descripción , y "antes de pasar á la parte histó- rica y bibliográfica, haremos un paralelo entre las dos enfermedades. Entonces veremos si con- viene concluir que son idénticas ó diferentes. » Anatomía patológica. — Preséntase desde luego una dificultad, que se ha de reproducir en cuantas ocasiones tengamos que citar datos recogidos anles de la época en que se ha em- pezado á conocer bien la fiebre tifoidea. Efecti- vamente, si en una monografía publicada acer- ca del tifo se hace mención de lesiones ó de síntomas enteramente semejantes á los que se presentan en la fiebre tifoidea, puede soste- ner que se trata de esta fiebre y no del verda- dero tifo, el que no admita la identidad de las dos enfermedades; y al contrario el que bus- que pruebas en favor de esta identidad, se ser- virá de los mismos hechos para asentar una opinión contraria. Hecha ya esta observación, examinemos lo que dicen íos autores acerca de las alteraciones anatómicas del tifo. «Hildenbrand, cuyo notable escrito nos ser- virá de guia en el curso de este artículo, re- fiere que la inflamación de los intestinos, com- probada por las autopsias cadavéricas, es un fenómeno sumamente común. «La cavidad del vientre está llena de gases, las manchas gan- grenosas esternas son mas; estensas, en mayor numero, y mas notables, en los sitios que es- taban comprimidos antes de la muerte» (Hil- denbrand, Du typhus contagieux, suivi de quel- ques consideralións sur les moyens d'arreter ou de éteindre la peste de guerre ou nutres mala- dies contágieuses, trad. por C. Gasc, p. 155y 158, en 8.°; Paris, 1811). Casi todos los mé- dicos franceses que describieron el tifo que reinó en Francia en 1814 , hablan de las man- chas gangrenosas de los intestinos. Pelletrin en una relación que hizo de la epidemia de tifo observada en el hospital déla Sarpétriére de Paris, asegura haber encontrado casi siempre rubicundeces en el tubo digestivo y erosiones en su interior, sobre todo hacia el fin del íleon y hasta en el ciego, y los ganglios mesentéricos voluminosos (.Sur le typhus, tesis, núm. 131; 1814). Fouquicr ha visto manchas lívidas y muchas úlceras gangrenosas en la superficie de los intestinos (Gaultier de Glaubrv, ík l'identité du typhus et déla fiévre t\Jpho\de, p. 79, en 8.°; París, 1844); pero como observa Montault,es imposible dejar de conocer que es- tas lesiones faltan en algunos tifos, y que no se pueden referir á los diversos grados ó for- mas de la enfermedad de las glándulas de Pc- yero como en la dotinenleria (Montault, Mé- moire en réponse a cette question: fair connattre ■ les analogies et les differences qui existent en- tre le tifus et la fierre typhoíde, en Mém. de l'Acad. de méd., t. VIII, p. 185; 1838). Al des- cribir Herzog un tifo exantemático, que reinó en el ducado de Posen en 1829 y 1830, dice que el conducto intestinal presentaba manchas lívidas, jaspeadas por arborizaciones de color mas subido, y que el hígado y el bazo estaban llenos de sangre (extr. en Gazette medícate, pá- gina 289, en 4.°; 1833). Landouzy ha visto las alteraciones características que presentan los intestinos en la fiebre tifoidea, en sugelos fallecidos de un tifo carcelario, del que ha hecho una buena descripción (Mém. sur Tepi- demie de typhus qui a regné á Beims en 1839 v 1840; Arch. gen. deniéd., t. XIII, p. 307; 1842). «A estos hechos se pueden oponer otras ob- servaciones contradictorias, de las cuales re- sulto que los intestinos no han presentado cha pasduras, estampadas ni reticulares, ni tam- poco las úlceras de la fiebre tifoidea. Pellico! no las ha visto en la epidemia de tifo desar- rollada en 1830 en el baño de Tolón (Arch. gen. de méd., febrero, 1830, p. 2(55). Fleurv ha hecho la misma observación (Mémoires de l'Acad. de méd., t. III, p. 518). El doctor Gc- rhard de Filadelfia no ha encontrado tampoco en la epidemia de que ha sido testigo, lesiones en los intestinos, en los ganglios mesentéricos ni en el bazo. De 50 cadáveres examinados con la mayor atención, solo una vez halló afecta- dos los folículos; «de modo que no existía'en el tifo epidémico la triple lesión que consti- tuye el carácter anatómico de la dotinenteria, á pesar de haberla buscado con el mayor es- mero» (Du typhus qui a regné a Philadelphit pendant l'année 1836, exlr. del The american journ., febrero y agosto de 1837, en el perió- dico TExperience, 1838, p. 241-305). Tam- bién faltaba en cuati*» sugetos que murieron del tifus fever y observados por Shattuck (es- tracto de una memoria de Valleix, Du typhus fever et de la fiévre tt/pho'idc d'Anqlelerre; Arch. gen. de méd., t. VI, p. 264; 4839): las glán- dulas de Peyero y de Brunero estaban ente- ramente sanas. El doctor Stewart indica los resultados siguientes, que ofrecen mucho inte- DEL UPO. ni res; de 101 casos de tifus fever, cuya necros- copia tuvo lugar en la eqferraeria.de Edimbur- go, estaban bien marcadas en 29 sugetos las chapas^lípticas, mas ó menos ulceradas en 7, y perforadas en 2. En 10 autopsias que hizo el doctor West, solo una vez encontró hiper- trofiadas las glándulas de Peyero y dos las glándulas solitarias: nunca vio ulceraciones. En 42 autopsias hechas por Reid, las glándu- las de Peyero estab'an manifiestos 24 veces, apenas visibles 6 veces, invisibles sin el lente 11 veces. Stewart concluye de estos datos, que en el tifo es nula la alteración intestinal, y que forma por el contrarío la lesión caracte- rística de la fiebre tifoidea (Considerations sur le tiphus et la fiévre tipho'ide, exlr. del Edinb. medie, and sur. journ., oct., 1840; por H. Ro- ger, en Arch. gen. de méd., t. IX, p. 316; 1840). En resumen nos encontramos con dos ordenes de hechos conlradictorios relativamen- te á la anatomía patológica: unos propenden á demostrar que la lesión intestinal es la mis- ma en el tifo que en la fiebre tifoidea; mien- tras que otros por el contrario tienen tenden- cia á probar, que es nula en la primera de estas dos enfermedades. Es cierto que se puede sa- lir fácilmente de este embarazo, diciendo que el tifus fever, el tifo y la fiebre tifoidea son tres afecciones diferentes, ó bien que cuando los folículos intestinales están enfermos hay complicación de fiebre tifoidea; pero esto no es mas que eludir la dificultad. «El doctor Thielmann, médico del hospital de San Pedro y San Pablo en San Petersburgo, acaba de dar una minuciosa descripción de una enfermedad llamada darmtyphusen Alemania y, en Rusia. En la memoria que ha publicado, de la uuc uno de nosotros (Fleury) ha hecho una traducción inédita, comprende bajo este nom- bre dos afecciones: una que ofrece la altera- ción característica de las glándulas de Peyero, y otra que absolutamente no la presenta; re- sultando que la primera corresponde á la fie- bre tifoidea, y al tifo ó tifus fever de los in-r gleses la segunda. «La membrana mucosa de los intestinos del- gados y de los gruesos no presenta alteraciones según "unos (Shaltuck), y está roja é inQV- mada según otros (Hildenbrand, p. 155). Gaul- tier cita el nombre de todos los observadores que han comprobado en la membrana interna intestinal la existencia de úlceras, colores lí- vidos, en una palabra, de alteraciones en las cuales es efectivamente muy fácil reconocer los desórdenes que pertenecen á la fiebre ti- foidea (ob. cit., p. 256 y sig.). Las mismas va- riaciones se observan respecto de los ganglios linfáticos. Stewart los ha visto hinchados en siete casos (mem. cit , p. 320); Reid los ha encontrado sanos en 25 sugetos, hipertrofia- dos en 4, y muy grandes y reblandecidos en uno (Extr. de la mem. cit. de Stewart, p. 321). «La perforación de los intestinos es una alte- ración propia de la fiebre tifoidea, y que nunca se ha observado en el tifo» í'Montanlt, mem« cit., p. 380). • »El bazo está hipertrofiado y reblandecido, aunque sin embargó algunas veces no tiene al- teración apreciable. Gerhard dice haber en- contrado la hipertrofia y el reblandecimiento del bazo en el tifus fever, pero con menos fre- cuencia que en la fiebre tifoidea (de cada cin- co ó seis casos uno). La vejiga está á menudo roja y distendida por la orina. »El tejido hepático está ingurgitado desan- gre, reblandecido, y se rompe con facilidad; el volumen del órgano se halla aumentado. Obsérvanseen los pulmones, y casi esclusiva- raente en su base, todas las formas de con- gestiones qué se han descrito al hablar de la fiebre tifoidea. El corazón está blando, fácil de desgarrar y lleno de una sangre fluida, di- suelta y sin consistencia; su membrana inter- na y la de los vasos grandes están teñidas de sangre. «Reina la mayor ¡ncertidumbre respecto de las lesiones del cerebro. Muchos autores han considerado como alteraciones propias del tifus varias complicaciones accidénteles,enteramen- te r.strañas á esta enfermedad, ó ciertos afec- ciones del cerebro que antes se habian con- fundido con ella: tales son, por ejemplo, el reblandecimiento y la inyección cerebrales, las exhalaciones scro-puruléntas de la piamadre', el derrame de serosidad en los ventrículos (Horn, Sur les collections d'eau dans Torgane cerebral, en la obra de Hildenbrand, p. 311), las alteraciones propias de la meningitis espi- nal y de la mielitis, etc. Una congestión ligera de las meninges y de la pulpa cerebral, y la infiltración serosa de la piamadre, pueden con- siderarse como las únicas lesiones frecuentes del tifo. «Asi pues el estudio anatómico patológico conduce á admitir, que la hipertrofia de las glándulas intestinales, de los ganglios mesen- téricos y del bazo, y las congestiones sanguí- neas de los parenquimas, son las únicas altera- ciones propias de la enfermedad. Verdad es que en sentir de otros observadores es por el contrario la integridad de la membrana interna de los intestinos el carácter distintivo del tifo. «Síntomas.—Para describirlos mejor,1 los to- maremos de una obra escrita en una época en que no se habia tratado aun de hacer del tifo y de la fiebre tifoidea una sola enfermedad; utilizando después algunos datos mas moder- nos, sacados de autores que no han podido con- fundir estas afecciones, si en realidad son di- ferentes. Elegiremos, siguiendo el ejemplo de P. Frank, la descripción de Hildenbrand, por- que contiene un análisis profundo de los.sín- tomas que caracterizan el tifus (Traite de mé- decine pratique, trad. de Goudareau, t. I, p. 61, en 8.°; Paris, 1842), y tendremos también á la vista la obra de J. Frank (Praxeos,- trad. franc. en Encyclop. des sciences medicales, 1.1. p. 402). 1S2 BEL «Incubación.—liase pretendido que la pene- tración del miasma contagioso-en el individuo que contrae lá enfermedad, se revelaba por una sensación estraña y singular, por una especie de conmoción; pero Hildenbrand y otros auto- res aseguran que no hay nada que anuncie el envenenamiento miasmático. Ignórase la du- ración del período de incubación; pero se cree 3ue puede variar desde algunas horas hasta oce ó quince dias. «Pródromos ó síntomas precursores.—No se observan mas que en los casos en que la en- fermedad principia de un modo lento, y con- sisten en las alteraciones funcionales siguien- tes : pesadez de cabeza, cansancio sumo, en- torpecimiento de los sentidos, tristeza, insomnio ó sueño no reparador, temblor de las manos, fetidez del aliento, dolores de los lomos y an- siedad epigástrica. La duración de los pródro- mos entre el contagio y la invasión nunca dura menos de tres días ni pasa de siete (Hilden- brand, ob. cit., p. 39). «Primer septenario.—Periodo de invasión ó período inflamatorio, exantemático, de irrita-' cion (Hild.).—Está marcado por un escalofrío intenso, acompañado de horripilaciones, de lla- maradas de calor, de sed, dolor de cabeza fuerte, y de una postración tan grande, que los enfermos se acuestan casi inmediatamente. En la mayor parte de los sugetos se observa el pri- mer día una sensación como de embriaguez, desazón y vértigos «que es quizá el síntoma mas constante» (Hild., p. 48), náuseas, vómi- tos :tc íuc mas in- tenso, y apareció antes que en la liebre tifoi- dea; pero era menos estrepitoso, menos locuaz y violento que en esla, cuya diferencia no nos parece demasiado notable." La cefalalgia, los salios de tendones, la contracción iibrilar, la postración estraordinaria desde el principio, la rubicundez de los ojos y el brillo particular de estos órganos, la sordera, el olor amonia- cal ó á ratones', fueron síntomas constantes, y que hemos estudiado suficientemente para no tener necesidad de volver á hablar de ellos. Del cuarto al quinto dia se presentaba una erupción de equimosis pequeños, violados ó negros, de inedia línea á cinco de ancho, di- ferentes de las manchas sonrosadas lenticu- lares ó pápulas; estas eran mas raras, me- nos numerosas, limitadas al abdomen y al pecho, y se manifestaban después que las petequias; las vesículas de sudamina apare- cían pocas veces. «En el aparato digestivo se observaban náu- seas y rarísima vez vómitos; los demás sínto- mas abdominales, tan constantes en la doti- nenteria, tales como el meteorismo, el rugido de tripas, los dolores abdominales, la diarrea- Y la hipertrofia del bazo, faltaban enteramente. Landouzy observó estertores sibilantes, muco- sos y subcrepítantes, y advirtió asimismo que el pulso y la sangre no presentaban nada de particular (Mém. sur Tepidemie de tiphus, etc., Arch. gen. de méd., t. Allí, pág. 12 y sig.; 18Í2). «Diagnóstico.—Las únicas enfermedades con que se puede confundir el tifo son la fiebre ti- foidea y el tifus fever. Las analogías y las di- ¡ ferencías que existen entre estos afecciones se comprenderán mejor cuando acabemos de ha- cer la historia nosográfica del tifo. «Pronóstico.—Gaultier ha tratado de inves- tigar el grado de mortandad en las diferentes epidemias. En Gaeta de 400 conscriptos re- fractarios murieron 300, ó sean las tres cuartas partes; en Dantzick los dos tercios de la guar- nición y una cuarta parle de la población, se- gún Desgencltes; en Torgau, de 25,000 hom- ; bres que escaparon de los desastres de la cam- ! paña de*1813, perecíerun 13,448 en cuatro ■ meses , es decir, mas de la mitad (Dict. des ¡ se. méd., t. XV, p. 457); en Amberes, duran- te el bloqueo de 1814, sucumbieron mas de ! la mitad de los enfermos, y en Mayence, 25,000 ¡ de 60,000, ó las cinco duodécimas parles. | Sin embargo, no siempre ha sido lan gran- de la mortandad: en Posen, en 1830, no perdió Herzog sino una octava parte de sus en- fermos; Delirase una décimaoctava parte de los prisioneros españoles tratados en Alhy, y Lan- ! douzy una octava. De los enfermos atacados j del tifo y tratados en el hospital de la Cari- ' dad en 1814 murieron una tercera parte [De | Tidenlité , etc., p. 308 y sig.); J. Frank dice 1 que sucumbe la décima parte de los enfermos DEL TIFO. Ibi (loe. cit., p. 433). Es visto pues que el pro- j nóstico debe variar singularmente, según las ' localidades y las diferentes condiciones higié- nicas en que se encuentran los pacientes, y según el período de la epidemia. Al principio de la que describió Gerhard el pronóstico era mas grave, y á medida que la afección fue ¡ atacando menos gente, se hizo mas favorable, j Dice este autor que llegó á una tercera parte , la mortandad de los que no fueron tratados ' hasta una época ya adelantada do su mal, y á una sélíma parte" la de aquellos que reunían condiciones opuestas (loe. cit., p. 313). El pe- i ligro , como observa muy bien J. Frank, de- j pende particularmente del carácter particular déla epidemia. «Efectivamente, añade, en algunos casos, á pesar de todos los cuidados imaginables, apenas se salva un enfermo de cada siete; al paso que en otros, quizá con peor asistencia, apenas se pierde uno por cada veinte» (loe. cit., p. 435). De todos modos se ha de pronosticar con mucha circunspección acerca del éxito de la enfermedad. «El tifo acomete sin distinción á los suge- tos robustos y á los débiles. Los que mejor resisten son los que no han llegado á los vein- te años, las mujeres, los que no cometen nin- f;un esceso, ni padecen privaciones ni fatigas, os de constitución dura, los soldados que han sufrido ya las vicisitudes déla guerra, ani- mosos , aguerridos y aclimatados en el foco epidémico. «Es mas mortífero el tifo cuando esliendo sus estragos por la población de una ciudad grande, por un hospital, una cárcel, en una palabra, siempre que haya acumulación de enfermos, y es mas peligroso al principio que al fin de las epidemias. Los síntomas que au- mentan la gravedad del pronóstico son los si- guientes: postración suma, estupor profundo, delirio, coma que sobreviene rauy pronto, car- fologia , saltos de tendones, temblor general, alteración de las facciones, ceguera, sordera completa, aparición de equimosis grandes, de manchas lívidas, de parótidas, de gangrena de la piel, meteorismo, dolores vivos del ab- domen , hipo y diarrea continua (Hildenbrand, pág. 172). Las formas adinámica, atáxica, y sobre todo la fulminante, dejan poca esperan- za de salvar á los enfermos. Todavía es mas fa- tal el pronóstico cuando se presenta alguna complicación, como por ejemplo el infarto fralmonal, la disenteria, las aftas de la boca, a gangrena, la erisipela y las hemorragias in- testinales. Por el contrarío, se debe esperar una lerminacion feliz, cuando el tifo recorre sus períodos con regularidad; cuando los sín- tomas, especialmente la adinamia, el estupor y las alteraciones de los sentidos, no adquie- ren mucha intensión; y últimamente cuando se alivia el mal bajo la influencia del trata- miento. •Etiología.—No podemos agitar ahora las cuestiones á que dan lugar el contagio y la in- fección, porque habríamos de entrar en discu- siones agenas de este silio. Nos limitaremos pues á determinar las circunstancias higiénicas en que tiene su origen el tifo. nlnfeccion.—Antes de indicar las causas que dan lugar al tifo por infección, recordemos 3ue siempre se puede sostener que la enferme- ad se ha comunicado por contagio, puesto qua nunca faltan sugetos sanos ó enfermos ó quie- nes pueda acusarse de haber propagado el mal. Sea lo que quiera de esta dificultad , que lar- dará mucho tiempo en resolverse rigurosamen- te, se puede establecer que el tifo se ha des- arrollado muchísimas veces en sitios en que se hi.bian aglomerado hombres sanos ó enfermos. En este último caso adquieren notable activi- dad las emanreíones desprendidas de los cuer- pos enfermos y de las materias líquidas que sin cesar suministra el organismo, y producen un foco temible de infección miasmática. «Las epidemias de tifo debidas á esta cau- sa son desgraciadamente muy numerosas, y las guerras del imperio han proporcionado fre- cuentes ocasiones de observarlas desde 1792 hasta 1814 Ora se desarrolla esla enfermedad en las cárceles, navios ó ciudades sitiadas; ora en las casas destinadas á hospitales, bastando á veces para producirla una reunión de hom- bres, aunque sea en corto número, en un sitio estrecho y mal ventilado. Kcraudren atribuye el tifo que reinó en Tolón en 1829 á la acu- mulación de galeotes que se habian reunido en un pontón. (Nota comunicada á la Academia de medicina, Arch. gen. de méd., tomo XXII, pág. 266.) El doctor Faure vio morir del ti- fo en Rezan á muchos prisioneros franceses, encerrados por los tusos en salas espacio- sas cuya temperatura se habia aumentado (te- sis de Martin, Essai sur le tijphus, n. 279, p. 25, en 4.°; Paris, 1835). También se pre- sentó esta afección en un depósito de mendi- cidad establecido en Vilvorde en 1805; pero cuidados bien entendidos, la ventilación, la limpieza y la desinfección, le hicieron desapa- recer. En las cárceles y en las plazas sitiadas, donde el soldado suele verse obligado á refu- giarse en casamatas, las exhalaciones que se desprenden de los cuerpos generalmente nada limpios, y de los restos de materias animales que se van acumulando en torno suyo, contri- buyen á que se desarrolle el tifo. Este adqui- rirá todavía mayor intensión cuando se reúnan enfermos en un hospital demasiado pequeño para contenerlos, y donde á pesar de esto haya que colocarlos estrechando las distancíasy mez- clando los febricitantes con heridos, cuyas es « tensas lesiones en supuración vician la atmós- fera estraordinaríaraente. El aire no renovado prepara el desarrollo del tifo y precipitan su invasión los miasmas exhalados incesantemen- te de los enfermos. Algunos ejemplos memora- bles vienen en apoyo de lo que acabamos de decir. ¿Después de la desastrosa campaña de Mos- 153 DEL TIFO. row, llegaron á "Wilna los restos del ejército , francés; pero los hospitales que la incuria y la odiosa rapacidad de una administración impu- ra habian dejado llenarse y carecer de todo, a pes.ir de los recursos que se habían prodiga- do, fueron invadidos por iufinidad de infelices mutilados por el frío y por las heridas. El ejér- cito ruso ocupó á su vez la ciudad. En vastas salas abiertas á lodos vientos, aunque con una temperatura de 28 grajos bajo cero, se exha- laba un olor pestífero de los moribundos cu- biertos de úlceras, de los cadáveres amonto- nados á lo largo de las paredes, y aun á veces encentados por miserables que espiraban de hambre. Con todo esto reinaba el tifo, un ti- fo terrible, acompañado á menudo de bubo- nes, de ántrax y del esfaecto de los.miembros. De 30,003 prisioneros perecieron 25,000. El contagio pasó á la ciudad y murieron en ella 8,000 judíos, que habian cargado con el pilla- ge de los franceses y traficado con los despojos délos muertos» (Martin, tés. cit., tomado de la Histoire de Tepidemie de Wilna en 1812, p. C. Gasc; V. también La, introducción de Sch- nurrer, Malériaux pour servir a Thistoire des epidemies et des contagions). La acumulación fue también la causa del tifo que se desarrolló en enero de 1813 en Dantzick, donde se halla- ban reunidos 30,000 hombres: en el espacio de cinco meses hubo I3,OOJ enfermos y 4,000 muertos (Tort, dissert. inaug., n. 149, en 4.°; Paris, 1817). »En 1813, después de la batalla de Lcípsick, se llenó Torgau de uua multitud de heridos. Habiendo sido bloqueada la ciudad, la defensa de la plaza exigió trabajos que impidieron ocu- parse de sanear los hospitales, con lo que no tardó en desarrollarse un tifo horroroso, del que perecieron casi todos los sitiados: de 26,000 hombres de guarnición murieron en tres meses 14,000, y una tercera,parto de los habitantes (Gilíes de la Tourette, dissert. inaug., n. 71, en 4.°; París, 1815). «Ardy nos ha trazado el triste cuadro délos horrorosos padecimientos que esperímentaron los soldados y los desgraciados habitantes de Mayence, durante el bloqueo de esta plaza en 1814. La acumulación y. los miasmas forma- dos por las lluvias y por la putrefacción de los cadáveres de hombres y caballos, fueron las causas del tifo endémico que hizo tan grandes estragos, y del que murieron cerca de 20,000 hombres de la guarnición.y millares.de habír tantos (tés. cit., p. 9-10). «Podríamos multiplicar las observaciones de tifo, que no han tenido otro origen que la acu- mulación de heridas y de, febricitantes en los hospitales, ó de prisioneros,en pontones, etc. En estos sitios es donde se manifiesto la infec- ción con mas facilidad, y donde recibe una ac- tividad estraordinaria de todas las causas que hemos enumerado. El tifo que nace de esto modo es el que los médicos llaman con Hil- denbrand tifo esporádico contagioso, para dis- tinguirle del que se trasmite por contagio', al que han llamado tifo comunicado. Estas dos de- nominaciones tienen mucha importancia; por- que enseñan al patólogo que puede la enfer- medad declararse espontáneamente en medio de las condiciones insalubres que acabamos de examinar. Tal es el verdadero sentido que debe darse á estos nombres. «Contagio.—La calificación de Ufo contagio- so que han dado todos los médicos á la enfer- medad de que se trato, represéntala opinión mas generalmente admitida acerca de su cau- sa. Supónese que se desarrolla el mal primi- tivamente por una verdadera infección y des- pués se trasmite por contagio, de modo que es infeccio-contagioso; admitiendo que la tras- misión tiene lugar directamente por el mismo enfermo, ó indirectamente por los cuerpos.quo han recibido el miasma. «La propagación directa ó contagio inmediato se verifica por las emanaciones que se despren- den de la piel de los enfermos, y de las queso impregna el aire espirado. Este modo de tras- misión se ha llamado infección orgánica ó con- tagio vivo; la infección orgánica ó contagio muerto tiene lugar cuando comunican el mal sustancias inanimadas (Hufeland). J. Frank cree que las deyecciones alvinas y los demás líquidos animales, como la orina , la bilis y la sanare, pueden trasmitir la enfermedad á los médicos, á los alumnos, á los enfermeros, etc. (loe. cit., p. 418); y por el conlrario Hilden- brand no admite que la sangre, la orina ni las materias fecales, coutengan el principio conta- gioso, y sí solamente el pus, la pituita y la linfa (p. 117). Según este autor el contagio se . desarrolla verosímilmente en la época de la apa- rición del exantema. Todo induce á creer, que los gases y el vapor acuoso exhalados por la piel y por la superficie pulmonal son los agen- tes mas ordinarios de la trasmisión del conta- gio; á lo que podemos añadir que la sangre es probablemente el líquido que con mas seguri- dad trasmitiría la enfermedad por inoculación, Hildenbrand no cree que el virus tífico conser- ve su propiedad contagiosa por mas de tres me- ses^p. 124). Gerhard dice que el contagio exis- te generalmente en el aire, ó combinado con el sudor acre y caliente de los enfermos, En una ocasión un enfermero ocupado en afeitará un sugeto, que murió algunas horas después, res- piró su aliento que tenia un olor nauseabundo, y á los pocos minutos fue acometido del tifo. Otro, levantando á un paciente próximo áes- pirar, sintió en su piel el sudor acre de este desgraciado, y fue acometido de la misma afec- ción. El citado autor no vacila en asegurar que esta calentura puede propagarse por contacto inmediato, habiendo visto contraer el lifo á los enfermeros ¡, á las hermanas y á los médicos* y atacar sucesivamente á todos los individuos,de una misma familia ó á todos los habitantes da una misma casa (mem. cit., p. 244). A. los he- chos citados por Gerhard se pueden oponer bas- DEL TIFO. 159 tantos objeciones, como por ejemplo, la de que se esplican igualmente por la infección que por el contagio. Sin embargo en los diferentes ti- fos que ha habido durante las últimas guerras del imperio, perecieron de esta enfermedad una multitud de cirujanos militares, que la ha- bian contraído locando á los pacientes y dedi- cándose con valor á los deberes de su profe- sión. Ordinariamente eslienden el tifo por los diferentes puntos de su tránsito los soldados, los convoyes de prisioneros ó de desertores, llevándole á mas ó menos distancia del punto primitivo de infección. Tal fue por ejemplo la causa de la terrible epidemia de tifo que se desarrolló en 1814 en muchos departamentos. Los habitantes de la Alsacia, de la Lorena, del Franco Condado y de Borgoña, recibieron esta enfermedad de los soldados franceses que hacían al enemigo una guerra encarnizada. El tifo llegó hasta Paris, donde invadió con fuerza todos los hospitales. Estos hechos y otros mu- chos mas prueban evidentemente que la afec- ción se trasmite ordinariamente por contacto directo. La infección se verifica cuando viven hombres sanos en una atmósfera en que ha ha- bido enfermos. Podrían citarse muchas epide- mias de tifo, que han diezmado cuerpos de ejér- cito, que habiéndose apoderado de una ciudad cuya guarnición estaba acometida de esle mal, fueroná ocupar los silios que acababan de aban- donar los enfermos. «Las observaciones mas á propósito para de- mostrar la propagación del tifo por via de con- tagio, son las que se refieren á sugetos enfer- mos, que trasmiten su afección á toda una fa- milia ó á lodo un pur.blo donde no existia antes de su llegada. Al hablar de la fiebre tifoidea hemos citado los hechos de este género, cuya historia nos han conservado Leuret, Gendron Bretonneau (p. 249). Gaultier de Claubry los a reunido todos en su obra, añadiendo otros muchos que no dejan la menor duda acerca del contagio del tifo (ob. cit., p. 354 y sig.). «El contagio mediato ó propagación indirecta del tifo puede verificarse por la atmósfera pro- pia que rodea á cada enfermo, y también por los miasmas que las ropas trasportan á largas distancias; pero este último modo de propaga- ción es menos fácil de probar. Los vestidos, las ropas blancas, la lana, las pieles, la paja y el heno, en una palabra, todos los objetos que han estado en contacto inmediato con los cuerpos de los enfermos, trasmiten, según J. Frank, la afección (loe. cit., p. 419). Los individuos sa- nos pueden llevar el miasma en sus vestidos, y comunicarle á las personas con quienes están en relación. Estos miasmas adheridos á los ves- tidos ó á las ropas de la cama tienen mucha ac- tividad. Refiere Pringle que de 23 obreros de Gante, encargados de recomponer las mantas que habian servido para cubrir á los soldados enfermos, diez murieron del tifo. Así es que debe mandarse á todos los administradores de los hospitales, que renueven enteramente, ó hagan lavar con todas las precauciones nece- sarias, las camas y ropas que hayan estado en contacto con los enfermos. Ya hemos dicho que Hildenbrand no cree queel contagio pueda con- servar su actividad mas allá de tres meses. J. Frank refiere el hecho, poco verosímil á nuestro parecer, de una joven que contrajo el tifo por haberse puesto el vestido de una persona que muriera de él hacia seis meses (loe. cit., pág. 420). Omodei habla de un caso de contagio, en que el miasma permaneció la- tente en los vestidos durante ocho meses. Fra- castor, Jordán, Lind é Hildenbrand , conside- ran que el contacto de los cadáveres no puede propagar la enfermedad; Bockel y J. Frank sos- tienen por el contrario, que puede verificarse el contagio de esle modo, y particularmente por los cabellos, por la barba v por el vello (p. 419). «La condición atmosférica que favorece mas el desarrollo del tifo , es el aire húmedo y ca- liente; la sequedad, el mucho calor y el frío detienen su marcha. Sin embargo debemos de- cir que hay tañías escepciones de esta regla, que seria preferible no establecerla. Efectiva- mente, ¿no se ha visto reinar el tifo en Euro- pa desde principios de este siglo, en todos los lugares, en todos los climas y en todas las es- taciones del año? El desastroso tifo de Wilna hizo sus estragos en el mes de enero de 1813, y hemos dicho que produjo muchas víctimas estando la temperatura á 20° bajo cero. Se ma- nifiesta en todas las latitudes; pero es mucho mas raro en la América meridional, en Asia y en África, que en Europa. Se necesitan nuevas .observaciones para dar á conocer osadamente la distribución geográfica del tifo por el globo. «Nada hemos dicho hasta ahora de la in- fluencia epidémica, porque esta enfermedad no es de aquellas que proceden de ciertas cua- lidades desconocidas del aire. La alteración de este fluido por los miasmas procedentes de la infecciones un efecto consecutivo, que debe distinguirse de la infección misma. Sin razón ues se ha dado algunas veces al tifo el nom- re de enfermedad epidémica, á no ser que llamemos asi á toda enfe/medad que ataca á muchas personas á la vez. Pero no creemos nosotros que deba ser este el sentido de la pa- labra epidemia (t. III, p. 359). «Bespecto de las causas individuales ó hi- giénicas que pueden favorecer el desarrollo del tifo, son comunes á todas las enfermedades contagiosas, y nos bastará indicar: las emocio- nes morales debilitantes, la nostalgia , la des- moralización del soldado, la debilidad, los malos alimentos, los escesos en las bebidas al- cohólicas, etc. Las condiciones contrarias con- tribuyen á alejar la afección. «La circunstancia que preserva del tifo con mas seguridad es un ataque anterior del mis- mo. Como la fiebre tifoidea y los demás exan- temas, precave de todo ataque ulterior á los que le han padecido; los cuales pueden vivir 160 DEL TIFO. en medio de la epidemia sin temer su influen- cia. Pringle sin embargo cree que puede ma- nifestarse muchas veces en un mismo sugeto. La permanencia en los hospitales y en las ciu- dades grandes constituye una especie de acli- matación saludable , y "los que la han adquiri- do resisten mejor que los demás. «Sexo.—Tiene poca influencia en la dispo- sición á contraer el tifo (J. Frank, loe. cit.— Gerhard, p. 245). Si ataca con menos frecuen- cia á las mujeres que á los hombres, como observan algunos autores, depende de que estas se hallan menos espueslas al contagio. Pero lo que está sólidamente asentado es que la frecuencia de la enfermedad difiere mucho según las edades. J. Frank, Omodeí é Hilden- brand dicen que ataca mas rara vez á los niños y á los viejos; semejante en esto á la fiebre li- toidea , que hemos visto ser mas frecuente desde los 18 hasta los 30 años. La verdad es que tanto en la primera como en la segunda de estas enfermedades gozan los jóvenes impúbe- res de cierto inmunidad, aunque ya hemos vis ■ to que no es rara la fiebre litoidea desde los 9 á los 14 años (V. calentura tifoidea). Entre 200 niños del asilo de Filadelfia no vio Gerhard uno solo atacado de este mal, y en la ciudad no observó mas que un número muy corto. «Es- ceptuando, dice, la infancia, las demás eda- des no parecen ejercer inlluencia alguna: asi es que de 66 blancos, 35 tenían menos de35 años , y 31 pasaban de esta edad» (mem. cit., p. 243j. El doctor Reid asegura que el tifo es muy frecuente en el último tercio de la vida, de 50 á 75 años (Recherches statistiques et ana- tomo-pathologiques sur le tiphus d'Angleterre, extr. délos periód. ingl. , en Archives gen. de méd., t. I, p. 211; 1843). Estas observaciones propenden á establecer que el tilo se diferen- cia en este punto de la fiebre tifoidea. Sin em- bargo, no tiene razón Gerhard en decir que no se manifiesta nunca esta última fiebre mas allá de los 35 años , pues los datos que hemos espuesto en otro lugar prueban lo contrario (V. FIEBRE TIFOIDEA). «La constitución, el temperamento y los cambios en el género de vida, no ejercen al pa- recer una influencia rauy notable. Los sugetos robu6tosson atacados con la misma frecuencia Sue los débiles y delicados (J. Frank, Omodeí, erhard, etc.). Las estaciones no tienen tam- poco importancia bajo el punto de vista etio- íógico. »EI género de vida , la miseria y toda espe- cie de privaciones se han considerado como causas predisponentes para contraer el tifo. «Las clases mas pobres, cualquiera que fuese su ocupación, dice Gerhard, oslaban eviden- temente mas espuestas á la enfermedad que las acomodadas; lo cual dependía quizá de que los individuos pertenecientes á las primeras habitaban en sitios reducidos y mal ventila- dos» (pág. 246). Esta esplicacion nos parece bastante probable, y está en relación con la influencia conocida de la infección , y con par- ticularidad del contagio, que son las únicas causas del tilo. El autor del artículo tymus del Dictionnaire de médecine (2.a edic, to- mo XXIX, p. 859; 1844) atribuye á la suma miseria del pueblo irlandés la frecuencia del tifo en los hospitales de Dublin. «Estenuados por los trabajos mas duros, apenas ganan con que poder acudir á su subsistencia, y es- puestos casi desnudos á las injurias del aire, millares de desgraciados sufren lodo el año el rígo.r del hambre y duermen en sitios reduci- dos, donde casi nunca se renueva la atmósfe- ra , y donde los persiguen sin tregua pensa- mientos tristes.» El doctor Alison ha publicado una memoria insistiendo mucho en la influen- cia de la miseria como causa del tifo (Edinb. med. and surg. journ., 1840). No es posible negar el valor de estos hechos; los cuales de- ben hacer admitir que el organismo, modifica- do por las causas debilitantes, adquiere mas aptitud para recibir la acción del miasma tifoi- deo, sin la cual, á pesar de todo, no podría des- arrollarse la enfermedad. Rochoux esplica muy bien esta ¡dea cuando dice: « Las fatigas, toda especie de escesos, las privaciones, las emocio- nes morales vivas y penosas, que por cierto no dejan de tener influencia en la producción del mal, hacen sin embargo un papel secundario en comparación del miasma tifoideo, cuya acción es tan enérgica» (Le tiphus nosocomial et la dothinenterie sont ils la mememaladie?—Ar- chives gen de méd., t. VIH, p. 155 ; 18401. «Los autores colocan ciertas enfermedades entre las causas que favorecen el desarrollo del tifo. J. Frank considera como tales el es- corbuto, la sífilis, la tisis y las fiebres inter- mitentes (pág. 423). Oraodei, Hildendrand y Gerhard creen por el contiario que los lisíeos están exentos de la infección; Boudin sostiene, apoyándose en la autoridad de Lind, que los escorbúticos no son atacados del lifo (artículo typhus , Dictionaire de médecine , pág. 852); Pringle cree que las afecciones venéreas v la salivación precipitan su desarrollo. Los epilép- ticos contraen esta enfermedad como los de- mas, según lo demuestran Frank (loe. cit.) y Neret (tés. cit., p. 9). El estado puerperal, las úlceras acompañadas de supuraciones abun- dantes, y las lesiones crónicas, parecen facili- tar también la invasión del tifo. Esta.opinión y otras parecidas se apoyan probablemente en algún error de diagnóstico, habiéndose toma- do quizá por tifo los síntomas tifoideos graves que son propios de las reabsorciones purulen- tas y sépticas, y el estado adinámico produ- cido por las afecciones viscerales. «Del estudio etiológico que acabamos de hacer resulta, que las dos únicas causas evi- dentes del tifo son la infección y el contagio, y que las restantes solo desempeñan cuando mas el papel de causas predisponentes. «Tratamiento. — Profilaxis. — Es preciso obrar como en las enfermedades contagiosas, DEL TIFO. IS1 y observar todas las precauciones que se acon- sejan en tales casos. Resumiremos en pocas palabras los preceptos que deben guiar al mé- dico en semejantes circunstancias. Hilden- brand (p. 271) y J. Frank (loe. cit., p. 440) han tratado de este" asunto con mucha estension. En los hospitales conviene ante todo: 1.° ais- lar los enfermos atacados de tifo y separarlos de los demás; 2 o oponerse á la acumulación; para cuyo objeto no solamente es preciso no aumentar el número de camas, sino dismi- nuirle cuando no pueda verificarse convenien- temente la ventilación de las salas, en cuyo caso es preferible poner los enfermos en co- bertizos á dejarlos en salas estrechas ó mal sanas; 3.° mantener la mayor limpieza por todos los medios posibles; k.° destruir los miasmas y desinfectar la atmósfera de las sa- las á beneficio de fumigaciones cloruradas; 5.° purificar todo lo que sirve para el uso de los enfermos, ya por medio de cloruros, ya destruyendo ciertos objetos como tos jergones de paja, ó ya sometiéndolos á un blanqueo convenientemente dirigido; 6.° prohibir las comunicaciones entre los enfermos y los sa- nos; 7.° diseminar los enfermos para evitar la formación de un foco de infección, que será tanto mas peligroso, cuanto mas concentrado esté y reducido á mas estrechos límites. Há- llase á menudo el médico en gran perplegidad al querer obedecer esta prescripción, porque tiene que evitar dos escollos: ni conservar el foco de infección, ni tampoco diseminarle en términos que se propague el mal á sitios dic- tantes. »La profilaxis que deben observar los médi- cos y las personas que cuiden á los enfer- mos, consiste en la observancia de las reglas siguientes: no prolongar sin necesidad las re- laciones inmediatas con los enfermos; no res- pirar muy de cerca su aliento ni el aire que se desprende de sus camas; conservar una limpieza esmerada; mudarse con frecuencia la camisa y los vestidos; no visitar á los pa- cientes en ayunas, ni cuando esté el cuerpo indispuesto ó debilitado por escesos, por tra- bajos mentales, disgustos, temor, etc. «Concluiremos el estudio profiláctico del tifo, observando que el presentarse tan pocas veces esta enfermedad de treinta años á esta parle, depende sin duda alguna del estado de paz de que goza la Europa, de los ince- santes progresos déla civilización y la higie- ne pública, que no perdona medio "para hacer desaparecer las afecciones que dependen de la insalubridad y de la miseria. Quizá acabe el tifo por desaparecer enteramente de los sitios en que antes ejercía sus estragos, como ha sucedido con otros azotes del género hu- mano; en cuyo caso la fiebre tifoidea, especie de typhus mitior, seria la enfermedad que le remplazase. «Tratamiento farmacéutico*.—Las diferentes medicaciones que se han propuesto'para com- TOMO IX. batir el tifo, son esaclamente las mismas de que hemos hablado ya en el estudio nosográ- fico de la fiebre tifoidea; consisliendo por lo tanto en los antiflogísticos, los tónicos, los es- citantes, los específicos, etc. Así pues, remi- tiremos al lector á lo que dejamos escrito en su lugar correspondiente, limitándonos ahora á estudiar los efectos de cada una de estas medicaciones. »1.° Medicación antiflogística.—Las san- grías generales se han considerado como da- ñosas por casi todos los autores, y como me- recedoras de una completa proscripción, á no haber una indicación particular muy evidente. J. Frank cita la larga lista de los médicos que se han declarado contra la sangría, y la de los que se han decidido en favor suye (p. 449), y debemos decir que el número de los pri- meros y el de los segundos es casi igual. Pa- récenos que Hildenbrand formuló un juicio acertado cuando dice: «En muchos, y aun en la mayor parte de los casos de tifo, la sangría es un "medio perjudicial, no solo en el período nervioso, sino aun en el inflamatorio. Otras veces, cuando tiene el tifo un curso fácil y regular y en sugetos fuertes y pletóricos, la sangría es un remedio indiferente, y en reali- dad no tan temible como algunos han creído» (p. 197 y 198). Estas palabras recuerdan lo que decía Bordeu de la sangría en las fiebres malignas (V. Fiebre tifoidea, p. 2i.fi). En el sitio de Dantzick, observaron los oficiales de sanidad que sucedía á la sangría una adina- mia mortal (Martin, tés. cit., p. 61). Gerhard reprueba su uso en los cases graves (mem. cit., p. 344). Todos los autores convienen en reco- nocer, que si se usa después del primer sep- tenario pone en peligro la vida de los en- fermos. «Las sangrías locales se hacen por medio de sanguijuelas ó ventosas, aplicadas á la base del cráneo, á la nuca ó á las ventanas de la nariz. Algunos médicos dicen haber obtenido de ellas buenos resultados en el primer perío- do de la enfermedad, y efectivamente dismi- nuyen la cefalalgia y á veces el estupor. Es inútil hacer sangrías locales en el vientre; pues según la mayor parle de los autores, no existen lesiones en los intestinos, ni síntomas abdominales. «La aplicación á la cabeza de paños empapa- dos en agua fría, ó del hielo, produce efectos muy variables; ora calma la cefalalgia, el de- lirio, el estupor y el coma; ora no preduce ningún efecto notable. Currie ha alabado las afusiones de aguafria en todo el cuerpo. »2.° Medicación evacuante.—Casi todos los autores han preconizado, el emético y la ipe- cacuana, con los cuales han conseguido cura- ciones positivas y rápidas en muchas epide- mias. «Son pocas las fiebres en que nos pode- mos prometer una utilidad tan manifiesta del tratamiento por los vomitivos» (Hildenbrand, p. 189). Siendo tan raros en el tifo, según" 162 DEL TIFO. los autores, los síntomas abdominales y las formas mucosa y biliosa, no se comprende tan bien como en la fiebre tifoidea la acción favorable de los emeto-catárticos. Pero sea de esto lo que quiera, no hay duda que han si- do útiles en manos de tantos médicos, que es preciso admitir el hecho, prescindiendo de toda esplicacion. Se deben administrar al prin- cipio de la enfermedad, sin reparar en los sín- tomas del primer período que se han califica- do de inflamatorios. «Combínanse á menudo los eméticos con los purgantes, haciendo que estos sucedan á aquellos. Respecto de la acción de estos me- dicamentos, reina mucha incertidumbre en- tre los autores, y aun los que reprueban su uso en un pasage, suelen aconsejarle en la página siguiente. Dice Hildenbrand «no hay indicación alguna racional á favor de los pur- gantes, y por el contrario la esperiencia con- firma que son dañosos» (p. 199), y mas ade- lante, «puede haber casos en que los purgan- tes moderados y no muy repetidos propor- cionen ventajas reales en el tifo, cuando por ejemplo se trata de arrojar del cuerpo mate- rias nocivas» (p. 201). Del mismo modo se es- plican los demás autores. «Los catárticos mas usados son las sales al- calinas, el aceite de ricino, los calomelanos, el ruibarbo y los tamarindos. El temor de pro- vocar la diarrea y de detener el sudor, que de- tenia á los antiguos haciéndoles proscribir los purgantes, no es bastante motivo para renun- ciar á esta medicación. Diremos mas: la esac- ta semejanza de los síntomas abdominales del tifo .y de la fiebre tifoidea debe inducir al práctico á.ensayar un tratamiento que tan bue- nos efectos produce en esta última afección. «Medicación tónica y estimulante.—Es la que cuenta mas partidarios, y la que se usa mas generalmente en el dia. La quina, el al- canfor, el árnica; las infusiones aromáticas de valeriana, de manzanilla y de cálamo aro- mático; las aguas de serpentaria de Virginia y de contrayerba; el alraizcler el castóreo, el amoniaco, el espíritu de alinderen), el éter, el vino, etc., son los agentes mas activos de esta medicación. Huxham da la preferencia al vino, y Pinel atribuye la curación del tifo que padeciera él mismo al vino de Arbois (Nosogr. philos; Principes du traitement des fievres, 1.1, p. 295). Pringle y Lind han obte- nido muy buenos resultados empleando en el segundo septenario los escitantes después de los emeto-catárticos dados en el primero; y tal fué también la práctica de Hildenbrand en una epidemia de tifo que reinó en Galitzia en 1806. Después de un vomitivo y de un pur- gante esperaba hasta el sétimo dia, y enton- ces recurría á los vejigatorios aplicados á las piernas, á la infusión de angélica, al licor anodino de Hoftmann y al alcanfor en polvo* (p. 213). Esta medicación mista nos parece preferible á las demás. Gerhard obtuvo en el tifo de Filadelfia escelentes efectos de la ad- ministración del acetato de amoniaco, y sobre todo de los tónicos fijos, tales como: la tintu- ra de quina compuesta de Hiixhain, el coci- miento de esta misma corteza acidulado con el ácido nítrico alcoholizado, el vino de Es- paña á la dosis de6 á 8 onzas, el éter, mas rara vez el aguardiente, el carbonato de amo- niaco y el alcanfor (p. 316). Esta medicación se empleaba sobre todo en el segundo período contra la adinamia y la ataxia, absolutamente como en la fiebre tifoidea. «Los linimentos estimulantes, el calor seco, aplicado por medio de arena caliente, los sinapismos ambulantes en los miembros, los vejigatorios en las piernas, en los muslos ó en la nuca, y las afusiones frias, forman parte de la medicación estimulante. Estos agentes pro- mueven al mismo tiempo una revulsión, que es principalmente útil, cuando predominan so- bre los demás síntomas la postración, el estu- por ó los fenómenos atáxicos. »4.° Medicación empírica.—Se compone de agentes cuyo modo de obrar nos es descono- cido, y que ensayados empíricamente, han de- mostrado propiedades curativas mas ó menos dignas de atención. Entre ellos se cuentan: 1.» los cloruros usados interior y esteriormen- te por Fleury en Tolón, y por ílerzog en Po- sen, sin ninguna ventaja notable; 2.° el tárta- ro estibiado á dosis altas: Rasori le administró en la fiebre petequial de Genova (1799 y 18001 desde el principio y en toda la duración del mal. «Prescribía, dice, de 5 á 8 granos, y ave- ces mas, por día, en una gran cantidad de la bebida acuosa que mas gustaba al enfermo, ha- ciéndosela tomar á dosis cortas» , y añade ha- ber obtenido de su uso muy buenos resultados [Histoire de la fiévre petech., etc. pág. 36). El doctor Mazzini asegura igualmente haberle probado bien esla medicación; 3.° el deutoxido de mercurio, con el que se proponía Valli com- batir directamente la alteración de la sangre: daba este medicamento á la dosis de dos gra- nos , repetidos cinco ó seis veces al dia sin in- conveniente, y añadiremos nosotros sin resul- tado (V. la tesis de Martin, p. 62); 4.° el sul- fato de quinina, dado por Gerhard á la dosis de doce granos en disolución y muy ponde- rado por este médico, quien le atribuye pro- piedades tónicas que están lejos de bailar- se comprobadas; 5.° el opto: Sidenham quiere ue se administre el láudano á dosis cortas al n del segundo septenario; pero no produce ni el bien ni el mal que se dice, é Hildenbrand le cree no sin razón mas á propósito para aumen- tar el estupor (pág. 220); 6.° los calomelanos; Hildenbrand, que los usó muchas veces, ase- gura que son perjudiciales (p. 224); 7.° \os pol- vos de Dower; J. Frank los administró con muy buen éxito en el tifo de Wilna de 1812 (pá- gina 460). »5.° Medicacmn especiante y racional.—En el tifo, como en la fiebre tifoidea, conviene DEL TIFO. 1C3 esperar y observar con atención los fenómenos morbosos á medida que se desarrollan, para es- tar en disposición de combatirlos desde el mo- mento que pasen de ciertos límites. No hay pues que apresurarse á establecer un trata- m iento, que cualquiera que sea podrá mny bien no malar, pessima medendi methodo non om- nes trucidantur; pero tendrá el inconveniente de alterar los fenómenos naturales, antes de que se sepa la dirección que conviene seguir (quo vergit natura eo ducenda). Por otra parte, deben meditarse mucho aquellas prudentes pa- labras de Hildenbrand: «No hay remedio ni método de tratamiento que no haya producido alguna vez en las fiebres buenos efectos, y que por consiguiente no haya sido alabado. Vemos igualmente, sobre todo en las crisis, que me- dicamentos muchas veces contrarios han pare- cido contribuir á la «uracion, siendo asi que probablemente la naturaleza obraba sola y aun vencía los obstáculos que le oponía el método curativo» (p. 227). El médico alemán era tan enemigo de todo tratamiento sistemático, y tan persuadido estaba de la favorable influen- cia de la naturaleza, que cuando fue atacado del tifo en 1795, no quiso someterse á medi- cación alguna. Después de tomar un vomitivoy de hacerse una sangría, no usó mas que aguas de limón y de cebada, y entró en convalecen- cia el dia catorce (p. 180). «Las reglas que hemos trazado para el tra- tamiento racional de la liebre tifoidea son las mismas que se prescriben en el tifo (V. p. 260), y lo que hemos dicho de la profilaxis de aque- lla se aplica igualmente á la de este. Supon- gamos ahora que un médico, desprendido de todo espíritu sistemático, sea llamado para com- batir esta enfermedad: empezará por seguir con atención la evolución de los síntomas, me- dir su intensidad y oponerse á los accidentes fatales que pudieran sobrevenir; procurará tra- tar los síntomas predominantes por los medios racionales que hemos indicado, y sobre todo las formas de la enfermedad marcadas por el predominio de ciertos síntomas. Entonces es cuando podrá escoger, óralos tónicos fijos ó los estimulantes difusivos, para oponerse á los estados adinámico y atáxico,^ ora los vejiga- torios al pecho ó el sulfato de quinina, ya para contener una congestión pulmonal inminente, ya para combatir los accesos de fiebre remiten- te ó intermitente (V. Fiebre tifoidea). Se ocu- pará de precaver ó combatir las complicacio- nes á medida que se presenten ó que se tema su desarrollo, y con esto solamente le faltará asegurar la convalecencia obligando al enfer- mo á seguir las reglas de una buena higiene. Deberá rodearle de un aire seco y renovado con frecuencia; escitarle la piel con baños tibios, jabonosos ó alcalinos; disponerle fricciones con agua y vinagre ó con líquidos alcohólicos y es- timulantes , y alimentarle con sustancias tóni- cas y reparadoras en poco volumen. Las bebi- das serán acidulas, y durante las comidas con- sistirán en vino aguado. Es saludable el ejer- cicio', porque imprime cierta actividad á todas las funciones, y principalmente porque de este modo sale el enfermo de la atmósfera en que ha pasado tanto tiempo; de modo que cuando la debilidad no permite absolutamente el uso de este medio, es necesario mudar á los en- fermos de cama, secar las sábanas, esponerlas al aire y al sol, en una palabra, ventilarlas. /•Identidad del tifo y de la fiebre tifoidia.- Para discurrir con acierto sobre esta cuestión, es necesario examinar sucesivamente, si las al- teraciones, los síntomas, el curso, la duración y la etiología son las mismas en ambas enfer- medades, ó si hay diferencias muy marcadas entre una y otra. Pero al hacer este estudio, nos encontraremos á cada paso con aserciones contradictorias. »Anatomía patológica. — Diferencias. La mas marcada de todas, y la que por sí sola bastaría para no confundir las dos enfermeda- des, si la admitiesen todos los autores, consiste en que faltan en el tifo la lesión de las glán- dulas de Peyero, la hipertrofia de las glándu- las mesentéricas y del bazo, las perforaciones intestinales y las ulceras de la faringe, del esó- fago y de la epiglotis. La esplenizacion pulmo- nal es rara en el tifo; y por el contrario las al- teraciones del encéfalo son mas constantes y mas graves que en la calentura tifoidea (Mon- tault, mem. cit., p. 381.—Pellicot, Arch. gen. de méd., 1830, pág. 265.—Fleury, Mém. de H'Acad. de méd., t. III, p. 518.—Gerhard, loe. cit., p. 246.— Valleix y Shattuck, Arch. gen. de méd., t. VI, p. 265, 1839, etc.). Gerhard dice haberle llamado mucho la atención el es- tado de integridad del tubo digestivo. «Identidad.—Ducastaíng enGaeta, Ardy, Laurent y Magnin, en Mayenza, Pellerin en París y Landouzy en Beims" han observado las mismas alteraciones intestinales que en la fie- bre tifoidea: las congestiones sanguíneas del hígado y del bazo, la blandura del corazón y de los músculos, la fluidez de la sangre, la pronta putrefacción de los cadáveres; en una palabra, todos los desórdenes cadavéricos ofre- cen una perfecta semejanza. »Asi pues la única conclusión que en rigor podría sacarse del paralelo que acabamos de presentar, es que la enfermedad de las glándu- las es menos constante y menos marcada en el tifo que en la fiebre tifoidea. «Síntomas.—Diferencias. Son muy ligeras y se ha necesitado toda la atención de los ob- servadores para comprobarlas. Son en compen- dio: aparición rápida é intensidad muy grande del estupor, de la tifomanía y de los "desórde- nes nerviosos ataxo-adinámicos ; estado bri- llante y vidrioso de los ojos (Hildenbrand); erupción en los miembros y en todo el tronco: 1.°de un exantema morbiliforme de pápulas rosáceas lenticulares; y 2.° de petequias for- madas por hemorragias subepidérmicas de di- mensiones variadas. Estas dos erupciones tan IGi DEL TIPO. distintas por su naturaleza, no son igualmente frecuentes en el tifo Bischoff considera como la única característica de esta afección el exan- tema rosáceo. Gaultier adopta esta opinión, apoyándose en hechos observados por muchos autores. Pringle ha visto dicho exantema en el tifo de los campamentos, Rasori en el de Ge- nova, y Rochoux sostiene que es el signo ca- racterístico de la enfermedad (mem. cit., en Arch. gen de méd., t. VI,, p. 150; 1840). »Por otra parte Gerhard (mera, cit., p. 305) y Landouzy (loe. cit., p. 22) consideran como una erupción propiadel tifo laspelequias(panc- ticulce, peticulw); las cuales son según ellos mas constantes y generales que las pápulas ti- foideas. «También se ha considerado como propio del tifo el olor particular á paja podrida, ó fétido, amoniacal, que se desprende del cuerpo de los enfermos, y se dice igualmente que las gangrenas, las parótidas, los furúnculos, el án- trax y los carbuncos, son mas frecuentes en la misma enfermedad, al paso que los síntomas abdominales son ligeros ó faltan completa- mente. «Identidad.—Encuéntranse en el tifo como en la fiebre tifoidea, dice con razón Gaultier, pródromos perfectamente idénticos; la cefalal- gia constante, gravativa ó lancinante; el delirio no menos constante, pero variable en cuanto á las diferentes formas con que se manifiesta y en cuanto á su intensidad y la época en que se desarrolla; las hemorragias nasales que so-' brevienen poco mas ó menos en la misma épo- ca; un exantema rosáceo lenticular, especial en los dos casos, de una estension variable; las manchas petequiales, las vesículas de suda- mina; la frecuencia de la gangrena de las par- tes comprimidas y las úlceras accidentales; al- gunas veces los equimosis y las parótidas; los caracteres del pulso, que á pesar de la resis- tencia y fuerza que presenta al principio, se pone prontamente débil y deprimido; en una palabra, no se puede menos de reconocer la identidad mas completa entre ambas afeccio- nes (p. 241). La soñolencia , el coma, el olor pútrido, la sensibilidad del vientre, el me- teorismo, la diarrea, los estertores sibilante y subraucoso, se han atribuido por muchos auto- res á una y otra enfermedad. «Besulta pues, que soto quedan algunos li- geros matices en los síntomas. Petequias, fe- nómenos abdominales mas ligeros, menos cons- tantes ó nulos, tales son las únicas diferencias que separan el tifo de la calentura tifoidea. «Forma, curso y duración.—Una y otra en- fermedad pueden presentarse bajo las formas fulminante, adinámica, atáxica, lenta, infla- matoria, biliosa y mucosa, ofreciendo el mis- mo curso exacerbante y á menudo accesos re- mitentes é intermitentes. Es tal la identidad que bajo este punto de vista existe entre las dos afecciones, que no hemos creído deber ha- oer una descripción especial del curso y de las formas del tifo; porque no hubiéramos hecho mas que reproducir los pormenores que ya quedaban descritos en otro lugar {V. Fiebre tifoideaV El Ufo no dura ordinariamente sino dos septenarios; la fiebre tifoidea suele pasar de este término (Chomel, p. 336); de manera que todos convienen en que el curso del pri- mero es mas rápido que el de la segunda. «La intensión de la enfermedad y él pro- nóstico son muy variables en ambos casos; sin embargo el tifo contagioso es en general mu- cho mas grave que la fiebre tifoidea. »Etiologia.—Diferencia. La infección y el contagio son dos causas incontestables del ti- fo, de lo que no dejan duda alguna los hechos que hemos referido anteriormente. Muchos autores no consideran contagiosa la fiebre ti- foidea. «Identidad. — La fiebre tifoidea y el Ufo no atacan mas que una sola vez á cada indivi- duo La primera, según Bretonneau, Leuret, Gaultier, etc., es eminentemente contagiosa; desapareciendo de este modo á sus ojos la di- ferencia que pretenden establecer los que ven en la fiebre tifoidea una enfermedad no con- tagiosa , y solo conceden al tifo esta funesta propiedad. «Tratamiento.—Identidad de medicaciones, iguales ventajas y reveses en ambas enfer- medades. «Conclusiones.—Puede decirse sin temor de ser desmentido, que la suma de las analogías escede con mucho á la de las diferencias; las cuales consisten respecto del tifo: 1.° en el predominio de algunos síntomas, como por ejemplo, las petequias y las alteraciones ner- viosas; 2.° en la falta ó poca intensión de los síntomas abdominales y de la lesión intestinal. Si este último carácter fuese constante y le admitiesen todos los autores ¿bastaria por sí solo para separar completamente el tifo de la fiebre tifoidea? No lo creemos así, fundados en las observaciones irrecusables de fiebres tifoideas sin lesión intestinal (V. Fiebre tifoi- dea), y ademas en la estraordinaria analogía que nos ofrecen los casos de viruelas graves, en que se verifica la muerte sin estar todavía muy marcada la erupción: á veces solo so encuentran unas cuantas vésíco-pústulas di- seminadas por el cuerpo, y sin embargo bas- tan en unión con los demás síntomas para ca- racterizar la enfermedad. Chomel se mani- fiesta dudoso acerca de la identidad de arabas enfermedades (loe. cit., p. 336); Louís (t. II, p. 313) y Rocnoux admiten una separación marcada entre ellas; Montault duda también (mem. cit.), y Gaultier se decide por la iden- tidad. Por nuestra parte, llamándonos la aten- ción la analogía del tifo y la fiebre tifoidea, mucho mas que sus diferencias, nos hallamos muy dispuestos á confundirlas en una sola y única afección, de la cual el tifo sería la forma mas grave, con la propiedad de trasmitirse evidentemente por contagio, y la fiebre tífoi- DEL TIPO. 165 dea una especie de lifo espontáneo y no tan grave, que por condiciones higiénicas favora- bles no adquiere tanta intensión, ni llega tal vez á hacerse contagioso. «¿Serán una misma cosa el tifo y la enfer- medad descrita por los ingleses con los nom- bres de tifus fever y de continued feverl Va- lleix procura establecer, pero fundándose solo en siete observaciones recogidas en Londres por Shattuck, que el tifus fever es entera- mente distinto de la fiebre tifoidea (mem. cit., en Arch. gen. de méd., t. VI, 3.' y nueva se- rie, 1839); aloque añade que ignora comple- tamente si será idéntico al tifo de los campa- mentos (mem. cit. de Landouzy, Arch. gen. de méd., t. XIII, p. 307, 1842): Gerhard des- arrolla esta opinión en su memoria, y Louis la adopta enteramente. «El tifus fever, dice, no reside como la afección tifoidea en los órganos de la digestión, ni se le puede designar asiento alguno; por cuya razón creemos estar en el caso de decir con Valleix, que pudiera consi- derarse como una fiebre esencial» (Louis, Recherches analomiques, pathologiques et thé- rapeutiques sur la fiévre typhoide, t. 11, pági- na 322, en8.°; Paris, 1841). Según los auto- res que preceden, resulta que el tifus fever es enteramente distinto de la fiebre tifoidea; pe- ro ignoran si el primero es enteramente idén- tico al tifo de los campamentos. Ya se deja conocer cuan importante seria resolver es- ta cuestión. Entretanto, si nos servimos de los datos suministrados por los que han des- crito el tifo carcelario para probar que este es idéntico á Ja fiebre tifoidea, nos responden, que cuando se han encontrado lesiones intes- tinales características, es porque se trataba de una calentura tifoidea y no del tifo de los campamentos; así como por el contrario cuan- do faltan absolutamente las lesiones intestina- les, dicen que ha habido tifo continuo. Pero esto no es mas que eludir la dificultad, y en tanto que nuevas observaciones no aclaren enteramente este punto de patología, nos pa- rece mas prudente permanecer en duda. «Naturalera y clasificación.—Todo lo que hemos dicho de la naturaleza de la fiebre ti- foidea se aplica enteramente al tifo; advir- tiendo ademas que si la falta de toda lesión in- testinal fuese un hecho bien demostrado, tendríamos que admitir al tifo nosocomial co- mo una fiebre esencial por escelencia, y no seria posible ver en él una gastro-enteritis ni una enteritis foliculosa. «Historia y birliografia.—Rasori, á quien se debe una historia completa de la fiebre pe- tequial , cree que probablemente fué conoci- do de Hipócrates, como lo acreditan diferen- tes pasages en que habla el médico griego de fiebres acompañadas de pústulas negras y lí- vidas. Galeno'las menciona también (Method. medendi, libro V, cap. 12). «Se dirá quizá, dice Rasori, que Hipócrates y Galeno descri- bieron fiebres pestilenciales y no petequiales, y que por lo"} mismo los exahtemas que men- cionan no deben considerarse como petequias» (Histoire de la fiévre petechiale de Genes, tra- ducción de Fontaneilles, p. 200, en 8.°; Pa- ris, 1842). Efectivamente no son tan exactos las palabras de estos dos autores, que dejen de quedar grandes dudas acerca del origen remoto del tifo. Herodoto, Actuario y Vcge- cio, escritores del siglo IV, se ocuparon de ti- fos con petequias según Ozanam (Bíistoire medícale des maladies épidémiques, t. III, pá- gina 122, en 8.°; París, 1835). Aecio,que floreció en el siglo V ó en el VI, según Línd y Freind, indica muy claramente las petequias de las fiebres malignas (Basori, pág. 203; Frank, loe. cit., p. 390). Rhasis las describe entre los signos de la fiebre sinoca, y Actua- rio, que vivía en 1300, habla de esta en- fermedad como quien la conocía por haberla observado y oído hablar frecuentemente de ella. «Fracastorio pasa por ser el primero que la describió bien en el siglo XVI (1546). Este autor indica claramente el verdadero carácter de las petequias comparándolas con picadu- ras de pulga (De morbis contagiosis, lib. II, cap. 6). Antes de él, Santiago de Partibus (Jacques Desparts) que fué testigo del tifo epi- démico de Turnay, su patria, en 1450, Ni- colás Nicoli de Florencia en 1491, y Nicolás Massa en 1540, habian hablado ya de la fie- bre petequial (ap. Rasori, p. 221). «Muchos autores hacen datar la primera invasión del tifo de fines del siglo XV. «Apa- reció en Hungría en 1560 entre los soldados del emperador Maximiliano II; se propagó por casi toda Europa después de la conclu- sión de la paz, y no suspendió sus estragos has- to el siglo siguiente» (J. Frank, loe. cit., pá- gina 392). Fué conocido con* el nombre de febris hungárica ó pannonica, y hallo un há- bil historiador en Daniel Senerto. En 1577 se vio nacer en las cárceles de Oxford una epi- demia, que produjo un gran número de vícti- mas. Según Hildenbrand la peste de Nimes de 1574, la de Dinamarca de 1613 y 1652 y la de Leyden en 1669 (descrita por Silvio de le Boe), y otras muchas, tampoco eran mas que el tifo ordinario. «Las epidemias de tifo se sucedieron casi sin interrupción en todo el curso del siglo XVIII, é hicieron grandes estragos en casi todos los pueblos de Europa. Pringle describió muy bien la que padeció el ejército inglés desde 1742 hasta 1745 (Observations sur les maladies des armées, etc., c. 7), indicando con el mayor cuidado todos los síntomas de la enfermedad. Los caracteres de las petequias y de las demás erupciones cutáneas, la espresion facial, la adinamia, el delirio, el estado atáxico, los saltos de tendones, etc., se encuentran des- critos en la obra de Pringle; por manera que poco deja que desear, y Ta hubiéramos toma- do por modelo de nuestra descripción, si no 166 DEL TITO. hubiéramos preferido sacar nuestros mate- riales de la notable producción de Hilden- brand. «La obra de Hildenbrand (Du tifus conta- gieux, trad. por Gasc, en 8.°; Paris, 1811) contiene la relación mas esacta y al mismo' tiempo mas juiciosa y concienzuda,"quese pue- de hacer del tifo. Los términos de que se vale para espresar sus ideas médicas el autor ale- mán, se parecen mucho á los que se usan en el dia, pudiéndose asegurar que es el libro que contiene mas datos acerca de la afección que nos ocupa; tanto, que le han copiado con algunas variaciones la mayor parte de los au- tores que han tomado el tifo por asunto de sus tesis en 1814 y 1815. Hemos indicado algunas de estas disertaciones en varios parages de nuestro artículo; el lector que quiera consul- tarlas encontrará en ellas pocos datos nuevos. Gaultier de Claubry las ha analizado con mu- cha esactilud en su concienzudo trabajo (De Tidentité, etc.). «Encuéntrase en la Historia de la fiebre pe- tequial de Genova durante los años de 1799 y 1800, por Basori (Milán, 1812, trad. franc, por Fontaneilles, en 8.°; Paris, 1822)* una descripción poco notable y llena de digresio- nes sobre los estimulantes, el brownismo y las doctrinas en que el médico italiano fijaba en- tonces su atención. Entre los autores que han publicado escritos provechosos á la ciencia ci- taremos á J. Frank (Médecine pratique, Ency- clopedie, t. I, en 8.°; Paris, 1835), las memo- rias de Montault y Gaultier de Claubry. Este último, partidario de la identidad, sacrifica demasiado al deseo de acumular pruebas irre- cusables en apoyo de la opinión que sostiene, y asi es que el plan de su obra, y muchas ve- ces sus descripciones, se resienten de esta pre- vención. Sin embargo, no se puede menos de reconocer que ha hecho un libro sumamente útil y lleno á la vez de erudición y de investi- gaciones clínicas (De Tidentité du thyfus et de la fiévre tiphoide, en 8.°; Paris 1844). «La obra de Gaultier no es masque la me- moria modificada que diera á luz en contesta- ción á la pregunta de la Academia de medici- na : «Dar á conocer las analogías y las diferen- cias que existen entre el tifo y la fiebre tifoi- dea en el estado actual de la ciencia» (Mém. de TAcad. de méd., t. VII, pág. 157; 1838). A esta memoria nos parece preferible la de Mon- tault, que se contenta con poner unos enfrente de otros los hechos que militan en favor y en contra de la identidad (Y. la misma colección, p. 1S5). «Hemos citado repetidas veces, y por lo mis- mo nos creemos dispensados de examinar cir- cunstanciadamente , las memorias de Fleury, Keraudren, Herzog, Rochoux, Stewart, Reid, Gerhard, Valleix y Landouzy. Concluiremos remitiendo al lector á los estudios históricos y bibliográficos que conliene nuestro artículo so- bre la fiebre tifoidea« (Monnebet y Flecry, Compendium de médecine pratique , t. 8.", pá- gina 279-296). ARTICULO II. De la fiebre amarilla. «Llámase asi esta fiebre por el color amari- llo que adquiere comunmente la piel de los enfermos que la padecen. «Sinonimia. — Typhus icterodes , de Sauva- ges; elodes icterodes , de Vogel; febris malig- nabiliosa America?, de Moultrie; conlinuapu- trida icterodes Carolinensis, de Macbride ;sy- nocus icterodes , de Currie; bilious remitting yellow fever , de Rush; febris India? occidenta- lis maligna flava, de Mackitríck; causus tro- picus endemicus, de Moselcy; bullam fever, de Chisholm; concentrated endemic fever, de Rob. Jackson; ochropyra, de Swediaur; causus, fié- vreardiente, de Edw. Miller; fiebre gastro- adinámica, de Pinel; tifus miasmático, atóxi- co, pútrido, amarillo, ae Bally; tifus náutico, de Audouard; gastro-enteritis, de Broussais; enfermedad espasmódico-lipiria, de Chabert; vómito prieto, vómito negro, de los españoles. «Definición.—El nombre de liebre amarilla que se da á la enfermedad que estudiamos, tiene el inconveniente de dar á entender que la ictericia es un fenómeno constante , lo cual no es esacto; pero si se atiende á que los de- más síntomas , como el vómito negro, el estu- por y las hemorragias, no son mas invariables, debe preferirse dicho nombre, que se halla generalmente aceptado, y que en nada pre- juzga la naturaleza y asiento del mal, que toda- vía son desconocidos. Fácilmente se comprende la dificultad de definir una enfermedad cuyas causas son tan oscuras y sus síntomas variables; sin embargo, teniendo en cuenta todas las cir- cunstancias de la afección y de los fenómenos con que se manifiesta en los países donde rei- na endémicamente, se consigue reunir algunos de sus caracteres principales. Según nosotros, puede definirse diciendo: que es una enferme- dad pirética general, que afecta un curso conti- nuo , remitente ó intermitente, acompañada d» hemorragias por la nariz , la boca y el tubo di- gestivo, de vómitos negros, de color amarillo de la piel, de hemorragias sub-epidérmicas y subcutáneas, y de neuralgias violentas, que tienen su asiento en la cabsza, en el raquis, el epiaastrio, los ríñones y los miembros. El es- tudio profundo de la fiebre amarilla demuestra que pueden faltar uno ó mas síntomas de los que acabamos de referir, sin que por eso deba negarse la existencia de dicha fiebre; asi como tampoco bastan por sí solos los signos mas constantes de la enfermedad, como la ictericia y las hemorragias, para poderla admitir. Entre todos los accidentes que suele ofrecer, los mas característicos son las hemorragias por dife- rentes vias , y la estravasacion de sangre en el tejido celular subcutáneo y en los órganos DE LÁ fiebre amarilla. 161 principales. Este carácter sintomatológico, de- mostrado también por la abertura de los cadá- veres, aparecerá con toda su importancia cuan- do vayamos indicando las alteraciones anató- micas mas importantes. «División.—La fiebre amarilla se manifiesta con síntomas que varían según los parages donde se observa y los individuos á quienes ataca, y según que la epidemia esté empezan- do ó haya llegado á su declinación. Asi es que han distinguido los autores muchas variedades de ella, y ya las mencionaremos después que estudiemos las formas que afecta mas comun- mente. En la descripción que vamos á presen- tar, procuraremos comprender únicamente los hechos mas positivos y claros que se hallan en las obras que tratan de la fiebre amarilla, y asi podremos referir en pocas páginas lo que hemos estraido de una multitud de escritos, donde se encuentran muchas repeticiones, dis- cusiones inútiles sobre la naturaleza, trata- miento y causas de la enfermedad, errores evidentes y digresiones en fin que de nada sir- ven á la ciencia. «Anatomía patológica.—Se poseen datos bas- tante precisos, aunque á veces negativos, acer- ca de las alteraciones que se encuentran en los cadáveresde los que sucumben á la fiebre ama- rilla. Algunos autores colocan en la misma lí- nea que las lesiones principales otros desórde- nes completamente secundarios, ó que nada tienen que ver con la enfermedad, como por ejemplo las estrecheces de la aorta y la infla- mación del corazón (Ardevol Jaime). Pasa- remos en silencio estas alteraciones, que de ningún modo pertenecen á la fiebre amarilla, deteniéndonos tan solo en las que dependen íntimamente de la causa que la produce. «Color amarillo de la piel.—Toda la cubier- ta cutánea presenta un color amarillo de ocre ó de limón, que rara vez falta , aunque á ve- ces silo sobreviene después de la muerte. Hay también al mismo tiempo en diferentes puntos del cuerpo, especialmente en las partes poste- riores, en las que están mas bajas y en los miembros abdominales, varios equimosis vio- lados y negruzcos, de dimensiones variables. Ademas de estos vestigios hemorrágicos sub- cutáneos, que sobrevienen después de la muer- te , existen otros en ios párpados , la frente y las partes laterales del cuello, dependientes de la hemorragia intersticial verificada duran- te la vida. Todos los autores han encontrado el color amarillo y las manchas equimosadas de la piel; pero no están de acuerdo sobre la causa que los determina. Audouard sostiene que el primero no depende de la presencia de la ma- teria amarilla de la bilis que produce l,a icteri- cia, sino del principio colorante amarillo de la sangre, que penetra en los tejidos; y que el otro principio negruzco, menos fijo y siempre mezclado con los líquidos, es el que da origen á los equimosis, siguiendo la ley de la grave- dad (Relation histor. et medie, de la fiév. jaun. qui a regné á Barcelone en 1821, p. 201 , en 8.°; París, 1822). Ya el doctor Ffirth habia di- cho, que las materias del vómito negro debían sus caracteres á la sangre exhalada en el estó- mago y no á la bilis. Desmoulins fue el primero que renovó esta opinión, y la hizo estensiva al color amarillo de la piel. Apoyándose en que se observa el mismo color en la ictericia de los recien nacidos, sin que haya mas que un iras- torno en la circulación sanguínea; que en cier- tas razas de hombres es efecto de una acción molecular que se verifica en la red vascular y en el cuerpo mucoso de Malpigio; y por últi- mo , en que se hallan intactos los órganos que segregan la bilis , creyó deber inferir: que no se aumenta esta secreción en la fiebre amari- lla; que el color de la piel resulla de una ela- boración que sufre la sangre en la red vascu- lar del dermis, hacia el cual se verifica una congestión ó fluxión, análoga á la que produce al mismo tiempo las hemorragias de las mem- branas mucosas intestinales; y que la fiebre amarilla, casi siempre precedida de petequias y de equimosis, no es realmente otra cosa que una especie de equimosis general (Desmou- lins , Sur Tétat anatomique de la peau et du tissu cellulaire sous-cutané dans la fiévre jaune; en Journ. complem. du Dict. des scien. medie, t. XII, p. 45; 1822). Esta opinión cuenta en su favor esperimentos directos y analogías po- derosas. También suelen encontrarse de color amarillo el tejido adiposo y la serosidad. Ma- zet ha visto á esta coloración dominar por pun- to general en todos los tejidos y humores (Re- lation abregée d'un voyage fait en Andalousie pendant Tepidemie de 1819, en Journal com- plementare du Dict. des se. méd., t. VIII, pá- gina 196; 1820). «Otro hecho anatómico , todavia mas gene- ral y constante que el que acabamos de estu- diar, es el derrame de sangre fuera de los va- sos y su estravasacion en muchos órganos. En la piel se observan petequias ó equimosis de dimensiones variables; las conjuntivas están finamente inyectadas, ó hay una sufusion san- guínea debajo de la membrana mucosa; en los párpados, la frente, los lados de la cara, el trayecto de las yugulares y el escroto, se pre- sentan chapas negruzcas equimosadas, ó man- chas violadas, que desaparecen cuando se ha- cen incisiones en la circunferencia de los pun- tos infiltrados (Histoire medícale de la fiévre jaune observée en Espagne, por Bally, Francois yPariset, p. 340, en 8.°; Paris, 1823). Puede la sangre penetrar en el tejido celular inter- muscular: en algunos individuos se la ha visto derramada en el escroto, el cual se presenta entonces tan negro, que á veces se ha supuesto que existia una gangrena. «A esta clase de hemorragias subcutáneas pudieran referirse las que se efectúan después de la muerte por la nariz, las encias, la len- gua, el velo del paladar y el intestino recto. Encuéntranse también vestigios hemorrágicos 169 de la fiebre amarilla. en las pleuras% costal y pulmonal, debajo de la aracnoides y en los" órganos parenquiraa- tosos. «Estado del cadáver.—El color lívido del ca- dáver, que le da un aspecto repugnante, ha engañado á mas de un observador, haciéndole creer que la putrefacción se establecía mas pronto que en otros casos. Asi puede suceder en algunas circunstancias; pero generalmente no es mas rápida la putrefacción ni mas des- agradable el olor. La rigidez cadavérica se ha observado en un gran número de indivi- duos, y en otros se conserva mucho tiempo el calor. »Aparato circulatorio; estudio de la sangre encontrada en el cadáver y estraida de las ve- nas.—No puede leerse la relación de las epi- demias de fiebre amarilla, sin que llamen la atención las notables y constantes lesiones que ofrecen la sangre y los órganos circulatorios. Estas lesiones, unidas á la frecuencia de las hemorragias que afectan puntos tan diversos, tienen mucho valor, y podrán tal vez condu- cirnos un dia á descubrir la alteración de la sangre que da origen á la fiebre amarilla. El pericardio contiene una serosidad cetrina abun- dante en algunos sugetos y normal en otros (Mém. de Rufz sur la fiévre jaune qui a regné a la Martinique, de 1838 á 1841; véase el es- tracto de esta memoria en la obra siguiente: Chcrvin , De Tidentité de nature des fiévres d'origine paludeenne de differents types, en 8.°,- París, octubre, 1842). Los médicos fran- ceses enviados á Barcelona encontraron der- rames sanguíneos bastante considerables en el pericardio y una sangre negruzca y coagu- lada en el ventrículo derecho (Hist. méd., etc., p. 348). Calel ha visto la misma lesión en una epidemia de fiebre amarilla que reinaba en la Martinica en 1838. Pero según Chervin es bas- tante rara , puesto que no la ha encontrado ni una sola vez en mas de quinientos cadáveres de individuos muertos de esla enfermedad (De Tidentité, etc., p. 17). «El corazón, especialmente sus cavidades derechas, y los grandes vasos, están llenos de una gran cantidad de sangre, en parte fluida, y negruzca , y en parte coagulada. Todos los autores han encontrado concreciones fibrínosas amarillentas , muchas veces bien organizadas y resistentes, que llenaban las cavidades de- rechas, especialmente la aurícula, y se prolon- gaban con frecuencia por los grandes vasos si- tuados en la base del corazón. También la aor- ta las contiene en ciertos casos; pero es mas comun encontrar en ella sangre negra y fluida. En la actualidad está bastante adelantada la historia de estas concreciones, para que no ha- ya duda en que deben formarse después de la rauerte, ó al menos en los últimos instantes de la vida. Los diversos esperimentos hechos so- bre ellas por Audouard prheban que están compuestas, lo mismo que las que se observan en otras muchas enfermedades, de fibrina y de una gran cantidad de serosidad (ob. cit., pág. 172). Phvsick v Cathrall comparan con bástanle esactitud la sangre negra , fluida y pegajosa, que contiene el corazón, á la de las personas que han sido muertos ó heridas por el rayo. Pero todavía se parece mas á la que exis- te "en el corazón de los que han sucumbido á una fiebre perniciosa (V. calenturas intermi- tentes). Audouard ha hecho esta compara- ción , sirviéndose de ella para demostrar que estas últimas enfermedades tienen analogía con la fiebre de ultramar (Recherches sur la contagión des fiévres intermitientes; Paris, 1818). Savaresy (De la fiévre jaune engéné~ ral, et en particulier de celle qui a regne á la Martinique en 1804, en 8.°; Ñapóles), Devé- ze (Traite de la fiévre jaune, pág. 61 , en 8.°; Paris, 1820),Bally, Audouard y Chabert,etc., han comprobado "la fluidez de la sangre en muchos cadáveres. «El corazón se halla á veces vacio, y su te- jido firme y resistenle como en el estado nor- mal: en otros casos está pálido, flojo y cede al mas ligero esfuerzo. «Parece, dice Delmas, que este órgano importante se halla en un es- tado de raaceracion» (Recherches hist. et méd. sur la fiévre jaune, p. 15, en 8.°; Paris, 1805). Este reblandecimiento se observa asimismo en los grandes tifos y en la peste. El color rojo del endocardio, de las arterias y de las venas, es efecto de la imbibición cadavérica, y no puede considerarse como vestigio de una infla- mación. Muchos autores le han concedido un valor que no tenia, por haber desconocido esta verdad (Ardebol Jaime, Remarches touchantla cardite intertropical, appelée vulgairement fie- bre jaune en Espagne, en 8.°; 1833). Dutrou- lau ha observado en las venas cavas, la arteria pulmonal y los grandes vasos, un tinte rojo, que atribuye con razón á la imbibición cadavé- rica (Epidémie de fiévre jaune á la Martinique, desde febrero de 1839 á julio de 1841, p. 10; Dissert. inaug., núm. 52; 1842). «Stevcns, que ha estudiado las alteraciones de la sangre en la fiebre amarilla, dice que este líquido pierde su sabor salado, lo cual de- pende de que las materias salinas que deben unirse á él se consumen antes de penetrar en el torrente circulatorio, ^unque esta opinión no se halla fundada en ningún esperimento positivo , le mueve sin embargo á prescribir en el tratamiento las sales alcalinas y la quina, di- ciendosobre este punto: «desde que se haadop- tado esto método curativo, ha desaparecido en gran parte el terror que inspiraba la fiebre amarilla » (The Lond. medie, and phys. journ., junio, 1830). Escusamos añadir que estas de- clamaciones enfáticas son tan falsas como la pretendfda alteración en que se fundan. To- davía no se ha hecho un solo análisis químico de la sangre que merezca alguna confianza. | «Dulroulau ha visto á la serosidad de la san- gre, tratada hasta la saturación por el ácido ní- ' trico, dar un precipitado de albúmina de color DE LA FIcBKE AMARILLA. 169 azul verdoso, lo que parece probar la presen- cia de la materia colorante de la bilis en la sangre (tés. cit., p. 13). Bochoux ha notado que la sangre es rutilante, cuando se obtiene por una sangría practicada en las primeras cuarenta y ocho horas de la enfermedad; que después sé cubre de una costra que debe lla- marse imperfecta , y el coágulo es blando, di- fluente, negruzco y en todo igual al.de las grandes pirexias, particularmente al del tifo y la fiebre tifoidea. Si este médico ha visto formarse en algunos casos una costra gruesa y densa, es porque entonces existia probable- mente alguna complicación de naturaleza in- flamatoria (Recherches sur la fiévre jaune et reuves de sa non-contagion dans les Antilles; aris, 1822). A los médicos franceses que pre- senciaron la epidemia de Barcelona les llamó la atención el estado de la sangre , parecién- jdoles que estaba privada de fibrina, menos ro- to, no tan capaz de coagularse ni de dividirse en coágulo y en suero. Besulta de aqui, que la sangre, en cierto modo disuelta, adquiere una fluidez tan considerable, que se estravasa en todos los tejidos, trasuda á veces por la piel del escroto y demás partes del cuerpo, y su porción serosa parece tener en disolución la parte plástica, cuya cantidad se halla tal vez disminuida. Sabidoes que en el estado normal, cuando se abandona la sangre á sí misma, se separa la fibrina espontáneamente del suero, y arrastrando consigo los glóbulos sanguíneos y la materia colorante, constiluye el coágulo ó crúor que nada en la serosidad. Es probable que esta propiedad que tiene la fibrina normal de coagularse y separarse de los demás ele- mentos de la sangre se halle alterada en la fie- bre amarilla, y tal vez esté igualmente dismi- nuida la cantidad de fibrina, siendo menor de 3 partes por cada 1000 de este líquido. »Aparato respiratorio.—Encuénlransc equi- mosis en diversos puntos de la pleura visceral, y alguna vez un derrame de serosidad sangui- nolento en el saco pleurítico. El parenquima pulmonal suele estar ingurgitadodc una sangre negra hacia las partes mas bajas, y es mas friable en estos puntos, donde existe una con- gestión sanguínea considerable, pero pasiva y estraña á la inflamación. A veces hay sangre exhalada en el interior de los bronquios como en otras muchas visceras. Las demás alteracio- nes deben atribuirse á las enfermedades que complican la fiebre amarilla. Las hepatizacio- nes y gangrenas de que hablan los autores no son otra cosa mas que infiltraciones de sangre, análogas á lasque se designan infundadamen- te con el nombre de neumonías tifoideas. A los médicos que fueron enviados á Barcelona, les pareció que los pulmones presentaban al es-> terior, con mas frecuencia que en otros cadá- veres, la materia negra melánica (Hist. med., etc., p. 347). Louis ha observado en la epi- demia de Gibraltar estas manchas negras, ó masas del mismo color, y le parecieron reunir TOMO IX. todos los caracteres de la apoplegia pulmonal (Recherches sur la fiévre jaune de Gibraltar de 1828; Mém. de la Societé medie, d'observat., p. 61, en 8.°; Paris, 1844). «Aparato digestivo.—Melanema ó materia negra contenida en el tubo digestivo.—La lesión cadavérica de mas importancia que permite distinguir anatómicamente la fiebre amarilla de las demás enfermedades, es la presencia en el tubo digestivo de una gran cantidad de sangre, que ha esperimentado diferentes grados de alteración. Encuéntrase á veces este líquido puro y fluido en la cavidad gástrica, llenán- dola casi enteramente, como se observó en la epidemia de Barcelona en la octava parte de los cadáveres(Relac cit., p. 353). Mas comun- mente se halla en el estómago y los intestinos cierta cantidad de una materia, enteramente análoga á la que se arroja por el vómito y las evacuaciones ventrales en los últimos tiempos de la vida. Baíly la designa con el nombre de melanema (De '/*íaoc¡, negro y de «*,*«, sangre), que indica muy esactamente su composición. En las siete décimas partes de las necropsias practicadas en Barcelona era sanguinolento es- te líquido. En el estómago es siempre fluido, rojizo, con vestigios todavía del color propio de la sangre; ó bien homogéneo, violado, como las heces del vino, ó negruzco y semejante á los posos del café. Cuando se le examina en es- te último estado, se distingue en él fácilmente una parte serosa, en la que nadan copos negros, que mas pesados que la porción fluida, se pre- cipitan comunmente á la parte inferior del va- so donde se recogen. La materia negra no se coagula; es siempre divisible, fluida, y se mez- cla fácilmente con la serosidad cuando se agita el líquido. Algunas veces en lugar de esto ma- teria negra se encuentra en el estómago .una papilla parduzca, poco consistente, parecida á la linaza disuelta y alterada (Bally, Francois, Paríset, ob. cit., p."353). Cuanto mas distante se halla del estómago la materia negra, tanto mas consistente, negra, homogénea, pultá- cea y pegajosa se presenta (Audouard, Bally y todos los que observaron la epidemia de Bar- celona). También puede ser agrisada y aun blanquecina, sobre todo en la primera por- ción del intestino delgado. Seria nunca aca- bar si indicásemos todos los cambios de color y consistencia que pueden presentar las ma- terias del melena. Fácil es imaginarse cuan- to deben variar, considerando que están cons- tituidas por una sangre que esperimenta dife- rentes grados de alteración en la cavidad in- testinal , ya mezclándose con los líquidos con- tenidos en la misma, ó ya por una especie de digestión. »EI melanema ha sido objeto de numerosos análisis químicos. La materia negra, gustada por Paríset, Bally, Francois, Payrachs, far- macéutico de Barcelona, Audouard, Chervin, etc., les ha parecido tener un sabor salado y algo picante, y otras Yeces insípido, soso y 170 di la piediie nauseabundo. Chcrvin le ha hallado un gusto de sangre bien marcado, v en otros casis amargo, acre y como corrosivo. Ha sido tra- tada por una "multitud de reactivos: Calhrall ha encontrado en ella un ácido predominante, que se inclina á considerar como hidroclórico. Analizada por Laugíer, profesor de química del museo de historia natural, le ha parecido contener una sustancia albuminosa, otra oleo- sa y ácido hi:lro-sulfúrico (Hist. méd. de la fié- vre jaune a Barcel., p. 629-636). Pero el solo hecho que este químico presenta como cierto es la existencia de la albúmina. Si se tiene pre- sente que en la época en que se hizo esle aná- lisis (1822), se ignoraban todavía las diferen- cias que separan la albúmina de la fibrina, y que aun en la actualidad es dificil esta distin- ción , podrá deducirse que la albúmina encon- trada por Laugier, no era muy probablemente otra cosa que la fibrina de la sangre. Su aná- lisis es de mucha importancia bajo este aspec- to, y prueba que la materia negra no es mas que fibrina mezclada en proporción variable con la parte colorante de la sangre, ó en otros términos, sangre alterada. «Habiendo sometido Audouard el melanema á la acción de diversos reactivos, establece que la materia negra «está compuesta de dos par- tes bien distintas, una serosa y otra glutinosa ó mucosa; que la que se encuentra en los in- testinos es de la misma naturaleza, con la sola diferencia de que le falta la serosidad, y de que parece haberse elaborado y hecho homo- génea por el trabajo de la digestión» (ob. cit., p. 163). La parte serosa no es masque el sue- ro de la sanare, y la glutinosa la fibrina: si á estose añade la "materia colorante negra, se tiene el melanema y todas sus variedades. «Habiendo examinado el doctor Bone los lí- quidos vomitados, ha encontrado en ellos la materia de las bebidas, bilis, un líquido pa- recido á la tinta de China, otro gris semejante ¡ á la orina, sangre parduzca, fluida y grumo- i sa. Este médico opina que el verdadero vómito ' negro no es mas que sangre alterada á su paso ¡ al través de los capilares de la membrana ve- j llosa (en el art. Fierre amarilla del Dict. de méd., 2.a edic, p. 275). Las observaciones he- chas por Gillkrest nada añaden á loque ya se ■ sabia. El doctor Jackson Samuel refiere," que ! habiendo observado Bhees el melanema con el j microsiopio solar, descubrió en él millares de | aniraalillos vivos, que estaban muertos é ¡nmó- ¡ viles en la materia recogida de ios cadáveres ! (Onaccount of the yellpw or malignant fever., p. I 81; Filadelfia). Algunos autores atríbuven la materia raeláníca ala presencia de una gran i cantidad de bilis; pero esta opinión no puede j resistir el menor examen, y está generalmente ! abandonada. Todos los médicos se hallan de acuerdo en que el melanema no es otra cosa que sangre alterada en diferentes grados, y esta es la opinión que sostiene Louis en su notable me- moria (loe. cit., p. 70). ' amarilla. «El estado de las membranas del tubo diges- tivo ha fijado particularmente la atención cil- ios observadores, sobretodo en la época en que una doctrina oclusiva colocaba en ellas el asiento de la mayor parle de las enfermedades. Va veremos que'las investigaciones anatómicas de mas de un autor se resienten de las ¡deas que en esta época dominaban. La membrana serosa está porto común sana, a veces algo seca, inyectada y pegajosa (meni.de Rufz): en algunoscadáveres se encuentra una serosidad sanguinolenta en la cavidad periloneal, y aun según varios autores sangre coagulada hacia los mésentenos (Deveze, ob. cit., p. 64). Se hn hablado mucho de gangrenas del estómago; pero los que han creido observarlas se han de- jado engañar por el color negro de la mem- brana interna de este órgano , debido al con- tacto de la sangre fluida que contiene. Esta viscera ofrece esteriorraenle un color amarillo mas ó menos subido, semejante al que toma la piel; y ora se halla distendida por sangre ó ga- ses, ora contraída y bastante pequeña (Uo- ehoux, ob. cit.). Casi todos los autores convie- nen en que la membrana interna del estómago presenta vestigios evidentes de inflamación, y vamos á examinar las pruebas en que se apo- yan. Hume, Deveze, Bally y otros muchos, que "han inspeccionado cierto número de cadáveres, no han podido encontrar el menor vestigio de flogosis gástrica, lié aquí pues una serie de ob- servaciones , que prueban desde luego que puede existir la fiebre amarilla sin lesión al- guna del tubo digestivo, y que por lo tanto es independiente de semejante lesión. Puede es- tablecerse , según las relaciones publicadas por los médicos de diversos países, que la mem- brana mucosa del estómago presenta con fre- cuencia coloraciones rojas. Bochoux, que las ha estudiado cuidadosamente, dice que la mem- brana interna está cubierta de mucosidades mezcladas con sangre, eslendida en forma de chapas ó de una capa continua; que entre sus pliegues se hallan depositados coágulos ó pe- queñas estrias de sangre negra; que se notan en su cara interna, en la cuarta ó quinta parte de su estension, chapas sonrosadas y capila- res muy inyectados, á veces de color azul ó negruzco; que ora es dicha membrana de un color gris, ora amarillo; ya tiene un grosor de muchas líneas y está recorrida por numerosos pliegues, y ya aparece blanda, despegándose con facilidad de la túnica celulosa, y que en fin es las mas veces firme y resistente (ob. cit., Anat. pat.). Estos pormenores anatómicos son muy esactos, v se diferencian poco de las des- cripciones hechas por los autores; pero la in- terpretación que les da Bochoux nos parece, lo mismo que á otros médicos, difícil de soste- ner. Desde luego asentaremos, que las diver- sas lesiones que se acaban de»referír, no prue- ban de ningún modo la existencia de la infla- mación. Basta hallarse iníciadoen las investiga- ciones de anatomía patológica, para saber que DE LA FIERRE AMARILLA. ni una membrana poesía en contacto con mate- rias sanguinolentos fluidas y alteradas, como hemos dicho mas arriba, debe presentarse ru- bicunda en divcrt-os grados, según la cantidad y calidad de los líquidos acumulados sobre ella, la situación del cadáver, el tiempo que ha trascurrido después de la muerte, y sobre lodo sejuin la fluidez may or ó menor de la san gre. Va hemos visto que la que se exhala por los tejidos, lo mismo que la que contienen to- davía los vasos, está disuella, muy fluida y con disposición á inliltr; rse como por endos- mosis en los tejidos con quienes se halla en contacto. ¿Cómo pues no admitir que una gran parte de estas rubicundeces dependen de la imbibición cadavérica? Muchas veces no se quitan aunque se laven, porque la materia co- lorante se halla muy combinada con tos teji- dos Ademas de e*ta rubicundez , debida á una causa completamente física, se encuentran pe- queños equimosis submucosos, enteramente parecidos a petequias ó á manchas de púrpura hemorrágica, ó una inyección general muy li- na, ó bien tn fin inyecciones arborizadas de la red vascular submucosa; cuyas alteraciones indican, ya hemorragias intersticiales, ó ya un esfuerzo hemorrágico hacia la mucosa gas- tro-intestinal. Estas lesiones en nada se dife- rencian de las que se encuentran en los suge- tos que han padecido hematemesis, una he- morragia intestinal ó bronquial, y de ningún modo deben considerarse como pertenecientes á la inflamación. Bufz, que se halla muy ver- sado en el estudio de la anatomia patológica, ha observado estas mismas lesiones, y no las considera como vestigios de flogosis. Louis nie- ga también la existencia de Ja gastritis (loe. cit., p. 82). «Puede juzgarse de la perplegidad en que se encontraban acerca de estas lesiones los médicos enviados á Barcelona, por la lectura del pasage siguiente, o Parece que el primer. periodo está consagrado á la irritación verda- dera ó falsa del estómago. de donde provienen las mucosidades y la bilis, como por espre- sion; que el segundo pertenece á la acción que prepara la trasudación, los derrames de sangre y lo que se llama hemorragias pasi- vas, y que el tercero se halla destinado á la formación del melanema» (ob. cit., p. 389). Escusamos decir que estas son meras supo- siciones, enteramente opuestas á la verdade- ra naturaleza de las lesiones indicadas mas arriba. «La opinión sostenida por Audouard, cuyos notables escritos citaremos con frecuencia, fa- vorece las ideas que nosotros hemos emitido. «Parece muy probable, dice este médico, que la rubicundez masó menos estensa y gra- duada que se encuentra en el tubo digestivo, sea un estado patológico secundario; y estoy convencido que depende mas bien de la pre- sencia de la materia negra ó del humor que contribuye á formarla, que de un estado infla- matorio preexistente en el estómago ó los in- testinos» (ob. cit., p. 162). «Las diversas coloraciones rojas y parduz- cas que se encuentran en el tubo digestivo, pueden también depender de una congestión hemorrágica, procedente de la causa descono- cida de la fiebre amarilla, y desarrollada con- secutivamente, como sucede en las remiten- tes perniciosas y continuas, con las que tiene la enfermedad de que tratamos tantos puntos de contacto. En arabos casos existen conges- tiones bastante considerables en muchas vis- ceras; pero asi como, según veremos mas ade- lante, no deben atribuirse á una acción irri- taliva en las fiebres de los pantanos, del mis- mo modo creemos que en la calentura ama- rilla reconocen causas muy distintas. La mem- brana gástrica no está engrosada ni endureci- da: algunas veces es mas friable y aun se re- duce á papilla; cuyo reblandecimiento se es- plica por la maceracion que esperimenla en los líquidos depositados en el estómago. «Los intestinos delgados contienen una ma- teria negra, semejante á la que se halla en el estómago. Su membrana presenta manchas equimosadas de cortas dimensiones, que sin embargo á veces son muy anchas y ocupan la tercera parle ó la mitad de la túnica interna. En la mayor parte de los casos no son mas que pequeñas petequias. «Se hallan a veces en diferentes puntos las glándulas de Brunero desarrolladas en forma de granos de mijo; pero nuuca están alteradas las de Peyero, ni existen ulceraciones; lo que distingue anatómicamente la fiebre ama- rilla de la tifoidea (Louis, mera, cit., p. 93). «Los intestinos gruesos contienen mas rara vez que los delgados derrames sanguíneos. Su túnica interna presenta las mismas alteracio- nes que la membrana que tapiza lo restante del tubo digestivo; pero los vestigios hemor- rágicos que en ella se encuentran son mucho mas raros y menos estensos. Las glándulas mesentéricas y el páncreas se hallan casi en su estado normal. Pugnet dice que las prime- ras suelen estar ingurgitadas (Mémoire sur les fiévres de mauvais caractere du Levant et des Antiltes, p. 363, en 8.°; Paris, 1804). «Hígado.— El hígado presenta alteraciones bastante variables: ora está muy ingurgitado de sangre, la que fluye en gran cantidad cuando se le corta; ora "se halla pálido, ané- mico, y su volumen no escede de el del estado normal. La lesión que se ha encontrado mas constantemente es el color amarillo de ruibar- bo que adquiere [Commis. de Barcel., p. 355,), y que Louis considera como el único carácter anatómico esencial y constante de la fiebre amarilla. Unas veces es un color de manteca fresca, de paja, café y leche claro; otras un amarillo de gutagamba, de mostaza, naranja ó aceituna. Existe al mismo tiempo una se- quedad marcada de su tejido, y su cohesión se aumenta con mas frecuencia que disminu- 172 DE LA FIEBRE AMARILLA. ve (Des caract. anat, de la fiévre jaune en los Arch. gen. de méd., t. VI, sept. 1839, y mem. cit., p. 102). Luis hizo .sus observacio- nes en treinta cadáveres. El doctor Putnam ha notado lo mismo en la epidemia de Bos- ton en 1835 (Loís, Rech. anat. ya cit., pági- na 288). Dutroulau dice, que habiendo prac- ticado mas de cien autopsias, siempre en- contró el hígado de un color anormal, que variaba desde un amarillo bajo al de azafrán, y en algunos casos de un gris claro. «El as- pecto del tejido, cuando se le corta, es bas- tante parecido al de su superficie; solo que algunas veces está sembrado de puntitos co- mo la harina de mostaza desleída.» El tejido hepático le ha parecido también mas seco (Dissert. cit., p. 12). Es visto, pues, que este médico encontró esactamente la misma alte- ración que Louis. Sin embargo, no tiene tal vez toda la importancia que este le concede. Bufz, cuyo testimonio invoca, no halló mas que dos ó tres veces el color amarillo de que nos ocupamos, y Chervín dice también que falta con bastante frecuencia, y que no es raro encontrar el hígado en el estado normal; añadiendo ademas, que este órgano tiene á menudo un color amarillo en las liebres re- mitentes y en las intermitentes de los países cálidos, y que por lo tanto la lesión anatómi- ca citada por Louis no es característica de la fiebre amarilla (De Tidentité, etc., p. 49). «La vesícula biliaria, ora está Ménade una bilis espesa y viscosa, roja ó negra, ora va- cia, y algunas veces contiene coágulos san- guíneos ó sangre mezclada con bilis (Louis, Des caract. anat., p. 76). Sus paredes están casi siempre dañadas según Bochoux, quien las ha visto de un rojo castaño ó rojo vivo y muy inyectadas (loe. cit.). Bufz ha observado también la misma lesión (loe. cit.). A escep- cion de los coágulos de sangre que encontró Louis una vez en la vesícula, nada mas de particular le ha ofrecido este órgano, como tampoco los conductos biliarios. Besulta, pues, que las lesiones del aparato escretorio de la bilis son variables, muy secundarias, y que muchas veces faltan enteramente. »El bazo, que por lo comun está sano, se halla en ciertos casos considerablemente hi- pertrofiado; desciende por debajo de las cos- tillas, y se adelanta hacia el estomago: su te- jido es blando y se reduce á una especie de papilla de color de heces de vino. «Los ríñones, cuyo volumen y consistencia son naturales, están á veces llenos de una sangre negra, que fluye en abundancia cuan- do se los corta. La vejiga, ora está llena de una orina amarilla y trasparente, ora vacia. En ciertos casos contiene sangre derramada, y su membrana interna está llena de petequias y equimosis, que sin razón se han tomado por gangrena de las túnicas. a Encéfalo y sus dependencias.—Los senos de la dura madre y los vasos de la pia madre suelen estar distendidos por una sangre negra fluida; pero no están alteradas dichas mem- ranas y conservan su grosor y consistencia normales. Kn algunos casos se forman su fu- siones sanguíneas y verdaderos equimosis en el tejido celular sub-aracnoídeo, ó bien una infiltración albuminosa. La cavidad aracnoí- dea y los ventrículos contienen muy poca se- rosidad. Las sustancias blanca y gris conser- van su color y consistencia naturales; aunque sin embargo se hallan congestionadas, conm lo prueban las gotitas de sangre negra que flu- yen de las superficies divididas. En algunos cadáveres se ha observado un derrame san- guíneo entre la dura madre y los huesos de! cráneo, ó entre las hojas de la aracnoides. La terminación del cordón raquidiano y la cola de caballo están muchas veces bañadas on el líquido espinal, que es muy abundante. Ha- biendo los médicos enviados por el gobierno francés á Barcelona, examinado comparativa- mente la cantidad de esta serosidad en las enfermedades, asentaron que el hidroraquis pertenecía mas particularmente á la fiebre amarilla que á ninguna otra afección (ob. cit., p. 346). Puede suceder que la alteración de la sangre haga mas fácil Ja separación de la serosidad, como nos induce á creértela fre- cuencia de los derrames serosos y sero-san- guinolentos que se encuentran en el cadáver; pero esto lesión se halla completamente subor- dinada á la enfermedad de la sangre. Por lo demás la médula y los nervios que nacen de ella no ofrecen ninguna alteración. «Diremos en resumen, que los desórdenes que revela la autopsia cadavérica, demuestran que la sangre está profundamente alterada, y que se estravasa bajo todas formas (hemor- ragia, color amarillo, melanema) y en todos los tejidos. Las diversas coloraciones amari- llas, negras y rubicundas, los equimosis, el vómito negro, la ictericia, las evacuaciones albinas sanguinolentas y la mayor parle de las inyecciones vasculares que se observan en los tejidos, no son masque diversas formas de la hemorragia, y efectos consecutivos de la al- teración de la sangre. «Síntomas.—Para hacer una descripción ge- neral-de la fiebre amarilla, no basta estudiar una sola epidemia, porque existen entre ellas diferencias bastante notables. Sin embargo, las epidemias que han reinado en Europa presentaban los mismos síntomas observados en las Antillas y en América. Dividiremos la enfermedad en tres períodos, como lo hacen Deveze, Francois, Bally, Pariset, Audouard y la mayor parte de los autores. «Primer período.—La invasión del mal es por lo comun pronta é instantánea, pasando el individuo de la salud mas perfecta á la enfer- medad, y rara vez se verifica de una manera lenta, durando dos ó tres dias la invasión. Empieza la enfermedad por un escalofrió rauy marcado, el cual es único y regular, ó bien DE LA FIERRE AMARILLA. 173 se renueva por espacio de tres dias, rempla- ¡ zándole luego un calor vivo, acompañado de una cefalalgia muy intensa, dislacerante, que ocupa la frente, las órbitas, los ojos y las sie- nes. Otras veces se fija el dolor en el vértice de la cabeza y no es tan violento. El insomnio es también uno de los primeros síntomas que se observan; el enfermóse despierto á cada instante con ensueños penosos; la inteligen- cia se halla torpe en algunos, y muchos es- perimentan un terror considerable, que les nace temer una muerte cierta. El atontamien- to y la especie de asombro que se hallan re- tratados en su rostro son signos importantes de la enfermedad. Se manifiesta muy pron- to una raquialgia intensa, que ocupa las mas veces los lomos, pero que también se pro- longa á las regiones cervical y dorsal. Y no se limitan los dolores á estas parles, sino que se difunden á los miembros superiores é inferio- res, especialmente á los músculos de los bra- zos y los hombros. En las colonias se los de- signa con el nombre de barrazos, porque pa- rece como sí se hubiesen magullado las car- nes por una violencia esterior. También suelen existir dolores en la regiones epigástrica y um- bilical. «La cara está con frecuencia animada y las megillas algo rubicundas. Las conjuntivas se inyectan el primero ó segundo dia y se cubren de lágrimas; en algunos individuos" tienen un color de escarlata y están muy penetradas de sangre. Los ojos se ponen brillantes, y la pu- pila contraída según unos, y dilatada según otros. Todavía no existe el color amarillo, aunque sin embargo en ciertos casos se le ob- serva ya el tercer dia en las escloróticas. «Loslabíosofrccen su aspecto natural, ó están algo mas secos; la lengua blanquecina y á veces roja y encendida en su punta; la boca pastosa; hay inapetencia y un poco de sed. En la región epigástrica se siente desde los primeros dias in- comodidad, fatiga ó peso. Muchas veces tienen los enfermos una verdadera gastralgia, y otras un dolor, que solo se manifiesta cuando se com^ prime la región del estómago. Este órgano se' ha conservado indolente en muchas epidemias. Comunmente aparecen el segundo y á veces el primer dia algunas náuseas, seguidas muy luego de eructos y vómitos. La materia de estos no es todavía característica; hállase for- mada por mucosidades claras y sosas, que mas tarde se vuelven amargas y contienen en ciertos casos pequeñas estrias sanguinolentas. Los vómitos son raros al principio, y en mu- chas epidemias han faltado en esta época del mal: en otras empiezan desde la invasión y .persisten en todo el curso de la fiebre. Los eructos, llamados algunas veces náuseas secas, hacen espeler los gases contenidos en'el tubo digestivo. «El abdomen-está casi siempre flexible, in- dolente y no meteorizado, aunque á veces se halla dolorido hacia el ombligo, donde algu- ¡ nos enfermos esperimentan dolores sordos. i El estreñimiento es un síntoma predominante, y las evacuaciones que provocan los laxantes no contienen todavía materia sanguinolenta. «La respiración es fácil, y solo se precipitan los movimientos del tórax, cuando trastornan el ritmo de la función los dolores y la agita- ción que padece el enfermo. A veces existe una ligera tos seca y fatigosa. El calor es bastante variable, pues "ora es natural, y ora seco y ar- diente, acompañado en algunos casos de sudor. El pulso, que late de ochenta á noventa ve- ces por minuto, según los médicos que fueron enviados á Barcelona, ofrece caracteres bas- tante variables: unos dicen haberlo encontrado frecuente y vivo, nunca ancho, grande ni in- termitente, y otros fácil de deprimir: en una palabra , no tienen sus cualidades gran impor- tancia semeiológica. Las orinas son raras; á ve- ces se pone amarilla la piel hacia el tercer dia, y cuando el mal hace rápidos progresos, se notan manchas jaspeadas y violadas en las estremidades inferiores. »Es visto, pues, que el primer período de la enfermedad, aunque no se halla todavía caracterizado por síntomas marcados, contiene sin embargo los rudimentos de sus principa- les signos. Loque debe especialmente notarse en esle período son: los escalofríos de la inva- sión , la cefalalgia, y especialmente la raquial- gia lumbar, el dolor de los miembros, del epigastrio y del ombligo, las náuseas, los vó- mitos, los eructos y la escasez de las cá- maras. «Segundo período.—La distribución de los períodos es algo arbitraria; porque es impo- sible asignar límites rigurosos á fenómenos cuya intensión y duración varían según los casos. Téngase en cuenta sobre todo, que es- tas variaciones son rauy considerables según que se observen los enfermos al principio, ha- cia la mitad ó al fin déla epidemia; pues las individualidades morbosas son entonces tan diversas, que no siempre es fácil reconocerlas. La duración del segundo período de la fiebre varia desde algunas horas á tres ó cuatro dias. La cefalalgia disminuye ó es remplazada por una sensación de peso; la cara tiene todavía un color de rosa ligero hacia las megillas, aunque á veces se pone pálida y de un tinte amarillo , que se propaga también á las con- juntivas. Los labios permanecen rubicundos, la lengua blanca y húmeda; la sed es nula ó disminuye si existia, y son menos frecuentes las náuseas y los eructos. Los vómitos empie- zan en este período ó bien continúan; el dolor epigástrico es menor, y el vientre está flexible é indolente; el apetito renace algunas veces, pero es peligroso satisfacerle, y las evacuacio- nes ventrales, asi como las orinas, son mas raras. El pulso se debilita, descendiendo pro- gresivamente hasta pasar por debajo del tipo normal, á medida que se acerca el tercer pe- riodo. Muchas veces conserva el ritmo que CJi DE LA FIEBRE AMARILLA. tenia en el primer período En la fisonomía se hallan retratadas el estupor y el abatimiento; los sentidos se encuentran mas obtusos; hay vértigos é insomnio; la inteligencia se con- serva sin embargo intacta, y las fuerzas mus- culares suelen sostenerse lobastanle, para que puedan los enfermas bajarse por sí solos á hacer sus deposiciones. El tinte amarillo es mas notable en los ojos y en el cuello; las materias vomitad is están mezcladas con san- gre; algunos enfermos padecen ligeras epis- taxis, v se manifiestan por último esas temi- bles hemorragias sub epidérmicas, que anun- cian la alteración profunda de la sangre y la gravedad del mal. El pecho, los brazos, los muslos y la cara, se cubren de numerosas pe- tequias "redondeadas, y aun en ciertos casos, de equimosis bastante anchos. «Sé da á este período el nombre de período de calma ó de remisión; porque anuncia al parecer una disminución real de los acciden- tes y una terminación feliz déla enfermedad: su duración puede ser cuando mas de uno ó dos dias. «Tercer periodo.—Empieza comunmente el cuarto ó quinto dia, aunque aparece antes cuando la liebre larda solo cinco dias en ter- minar de un modo cualquiera. Su duración varia entre algunas horas y tres dias. En esta época es cuando se manifiestan las hemorra- gias por diferentes puntos. La piel toma un co- lor amarillo rauy intenso, que llega hasta el de azafrán ó de ocre: muchas veces está mas pálida, y se ha comparado su color al de las camuesas blancas rauy maduras ó al de ciertos manzanas. El color amarillo es mas intenso después de la muerte, haciéndose entonces muy marcado, aun cuando lo estuviese poco durante la vida. Al mismo tiempo se cúbrela piel de mauchas negruzcas, formadas por la sangre estravasada debajo del epidermis; las que á veces no son mas que petequias pe- queñas, que existen solas ó mezcladas con equimosis. Las primeras ocupan mas especial- mente la cara, el cuello y las estremidades, y son pequeñas, redondeadas y de un color son- rosado ó parduzco. Los segundos consisten en manchas hemorrágicas mas considerables, y dan un aspecto espantoso á los enfermos, cuan- do aparecen en la cara ó en el contorno de los párpados. Es fácil formarse una idea de la alteración que en este caso presenta la cara, figurándose un color amarillo de ocre, las rae- gillas rubicundas, los párpados de un negro de plomo, las comisuras de los labios sangui- nolentas y los ojos muy inyectados (Histoire méd. de la fiévre jaune, etc., p. 433). En el escroto y el pene se han observado algunas veces chapas negras, consideradas por unos como de naturaleza gangrenosa, y por otros como simple efecto de una hemorragia subcu- tánea. Varios observadores dicen haber visto, que los vejigatorios se cubrian de escaras du- rante la epidemia de Barcelona; donde se pre- sentaron también diez ó doce casos de paróti- das, que no son raras en la Martinica. En ocasiones se forman abscesos en el espesor de estas glándulas, como también en otras par- tes; pero estos últimos dependen de la sangre derramada en los tejidos y no de una infla- mación flemonosa. «Las conjuntivas se hallan tan rubicundas é inyectadas de sangre, que parece á cada ins- tante que va á derramarse este líquido al es- terior. Efectivamente, por esta via se verifica el flujo sanguíneo en cierto número de epide- mias. Catel dice, en una memoria leída re- cientemente á la Academia de medicina (1842), haber observado hemorragias por los ojos en tres enfermos del hospital de la Martinica. «Suele fluir por la boca una sanare negruz- ca, que sale de los labios , de la lengua , del velo palatino y de las encías. La lengua se ha- lla resquebrajada, y puede rezumarse la san- gre por sus aberturas. La hemorragia bucal es mas comun en los niños que en los adultos; sin embargo, es de los síntomas mas constantes de la fiebre amarilla. También fluxe la sangre con abundancia por la nariz, en cuyo caso toma el aliento un olor fétido, que es prudente no res- pirar. No siempre existen las hemorragias ba- cales; pero cuando sobrevienen constituyen uno de los signos que mejor caracterizan la enfermedad: muchas veces persisten en todo el curso del mal y aun en la convalecencia. La cantidad de sangre es en ciertos casos bastante considerable para bañar la cara y el cuello del enfermo. Estas hemorragias no pueden hacer- nos prever el éxito que temlrá la afección. «El estado de la lengua es bastante variable; pues ora está blanca y cubierta de una capa mucosa espesa, que se desprende por chapas, dejando lisa y rubicunda la membrana muco- sa ; ora negra, parduzca y tostada como en la liebre tifoidea. Su color negro es mas raroque las demás alteraciones morbosas. Puede con- servarse húmeda y limpia , ó cubierta de una ligera capa mucosa en algunos puntos; mien- tras que está seca, roja ó barnizada de sangre en otros. En algunos individuos se altera tam- bién su forma , presentándose puntiaguda, có- nica, contraída , ó ancha y aplanada. Suelen sentirse en ella dolores muy vivos á causa de las grietas que presenta. Frecuentemente se halla temblorosa y se mueve con dificultad y lentitud, dificultando asi la articulación de los sonidos. »La deglución es en general fácil, y se efec- túa sin dolor. Los eructos son un síntoma casi constante, y aun suelen prolongarse en toda la convalecencia. Los gases se espelen en cier- tos casos con dolor y en cantidad bastante con- siderable; no tienen ningún sabor, aun- que algunos enfermos dicen que son ácidos y acres. «El vómito negro es un síntoma, que unos consideran como constante, y otros como de- masiado variable para que pueda mirarse DE LA FIERRE AMARILLA. 17ü como cnracleristico del mal. Su grado de fre- j cuencía no puede indicarse de una manera precisa; porque ofrece numerosas variaciones, según las epidemias: en unas se ha pre- sentado en casi todos los enfermos graves, y en otrasapenas ha existido (Louis, mem. cit., pág. 282). Sin embargo, puede decirse que el vómito es uno de los fenómenos morbosos mas frecuentes de la fiebre amarilla, prescindiendo de la naturaleza de las malcrías arrojadas, cu- va composición varia bastante según los casos. Muchas veces se espele por el vómito una san- are pura tan abundante , que inunda la cama leí enfermo. Difícilmente se comprende cómo raeden los individuos resistir muchos días á tan considerables pérdidas de este líquido. En algunos se efectúa el vómito sin ningún esfuer- zo y por regurgitación: sale la sangre de la boca en forma de oleadas negruzcas, y se der- rama sobre el mismo enfermo. «A la heuatemesis sucede comunmente el vómito de materias negras. Sin embargo, á ve- ces se espelen estos desde el principio , y no puede distinguirse la sangre pura en el liquido vomitado. Ya hemos dicho las propiedades fí- sicas y químicas que tienen las materias vomi- tadas ; hé aqui sus principales variedades: 1.° son acuosas v formadas en parto por las hebi- llas; 2.° mucosas v biliosas; 3.° enteramente sanguinolentas, v" 4.° eslan constituidas por la sangre alterada" en diferentes grados. En es- te último caso se parecen al poso del café ó al hollín disuelto en agua , ó bien son casi com- pletamente serosas, ó análogas á la fibrina gru- mosa y descolorida, sin que tengan mas que una corta proporción de materia colorante ne- gra: otras veces son muy negras y parecidas á la tinta de china. De todos modos, por mucho que varié el aspecto de las materias negras, siempre son un signo positivo de gastrorragia. La sangre se exhala en el estómago; pero cuan- do se espele al esterior, haesperimentado ya los cambios que le hacen sufrir el trabajo de la di- gestión v los líquidos gástricos. Si esta espul- sion se verifica poco tiempo después de haber sido exhalada la sangre, sale esta casi pura. Puede suceder también que la gastrorragia se efectúe sin que la sangre salga al esterior, en cuyo caso se encuentra en el cadáver la cavi- dad gástrica llena de sangre alterada. Por úl- timo hav enfermos ;que vomitan alternativa- mente sangre pura y materias negras. Fácil es imaginarse cuántas variaciones puede ofrecer el síntoma conocido con el nombre de vómito negro. «La epigastralgía y el dolor de la región umbilical son bastante comunes, pero no cons- tantes. Los dolores que sienten los enfermos les causan ansiedad, agitación y una angustia que les hace dar gritos; en ciertos casos se au- mentan con la presión; suelen preceder á la hemorragia gástrica, y también existen sin ella. Estos dolores , especialmente los del om- bligo , se observan en el tercer período. El ca- lor uvo, la sensación de peso ó de opresión, y la incomodidad que se manifiestan en dichos puntos, losatribuven algunesautores á la in- flamación del tubo digestivo; pero ya hemos demostrado que esta no existe, y por lo tanto es preciso buscar la causa de este síntoma en el desorden de la inervación gastro-intestinal. «El vientre está flexible y no meteorizado, lo que establece una diferencia bastante mar- cada entre la fiebre amarilla y el lifo de Euro- pa. Ya hemos dicho que en los dos primeros períodos hay estreñimiento, el cual persiste á veces en el tercero. Cuando cesa espontanea- mente ó por la acción de medicamentos, los escrementos son al principio agrisados, mez- clados con sangre, y después parduzcos, ne- gros, espesos y pegajosos; las defecciones ne- gras ó melena preceden ó siguen á la hemate- mesis. Son en general poco frecuentes, á no ser en los casos graves, cuando la enfermedad sigue el curso rápido del cólera morbo. Mu- chas veces fluye sangre por el ano sin concien- cía del enfermo, y en tal caso procede de la membrana mucosa'del recto y de las inmedia- ciones de su abertura esterior. «La orina es con frecuencia amarilla , acei- tosa y tiñe mucho el lienzo ó el papel que se sumerja en ella; otras veces presento un color parduzco y contiene una proporción de sangre bastante considerable. La cantidad de este lí- quido se halla disminuida, y muy á menudo llega á suprimirse , como lo demuestra la va- cuidad completa de la Vejiga. En otros casos hay retención de orina, por hallarse paraliza- das las potencias espulsivas. Aigunos enfermos esperimentan al orinar una sensación de calor. En las mujeres se observan abortos y metror- ragias, que hacen mucho mas grave el mal. Los niños contraen á menudo la fiebre amarilla, y no tardan en sucumbir cuando son recien na- cidos. »EI pulso pierde su frecuencia , y vuelve á descender á su tipo fisiológico, ó no late mas que cincuenta y aun cuarenta veces por minu- to. Es tal la debilidad de la circulación en mu- chos enfermos, que no se oyen ni sienten los latidos del corazón, y el pulso se hace insensi- ble. Este es blando en el mayor número de ca- sos, regular y fácil de suspender con la pre- sión del dedo. Algunos sugelos se quejan de palpitaciones incómodas. Escusamos volverá hablar del estado de la sangre, pues ya nos liemos ocupado de él suficientemente; aunque repetiremos sin embargo, que está profunda- mente alterada; que es negra, difluente y d¡- suelta, como decían los antiguos; que no goza de la propiedad de separarse en coágulo y sue- ro; que se concreta desordenadamente ó en un coágulo blando, donde se hallan confundidas la parte fibrinosa, la materia colorante y el sue- ro ; que jamás se forma sobre el coágulo ese depósito-librinoso que constituye la costra per- fecta , á no ser que haya una complicación de naturaleza flegmásica, y en fin que la altera- 173 DR LA F1EBRB AMARJLU. cion de las propiedades Tísicas y probablemen- te químicas de la sangre es la causa de las nu- merosas hemorragias que se observan en esta terrible enfermedad. «La temperatura disminuye gradualmente, y las estremidades se enfrian en los últimos tiempos del mal. La piel se pone fria, sin cu- brirse de un sudor viscoso, como sucede en otras muchas afecciones, y pueden conservar- se los miembros en un estado glacial durante dos ó tres dias. Entonces es cuando se debilita el pulso, haciéndose insensible y filiforme. La disminución de la temperatura prueba que la calorificación se halla alterada tan profunda- mente como las demás funciones. »La respiración , que es la menos afectada, se va haciendo mas lenta en la última época del mal, y su primer tiempo llega á ser casi in- sensible. En algunos enfermos es suspirosa y con opresión ó incomodidad en la región pre - cordial. El aliento es fétido ó de un olor nau- seabundo, y la temperatura del aire espirado nada tiene de particular. La tos es un fenóme- no que no pertenece realmente á la fiebre ama- rilla. El hipo se manifiesta en la mayor parte de los enfermos y es muy pertinaz. «El estupor , la inquietud y el terror, se au- mentan mucho en el tercer periodo. Los des- órdenes de la inteligencia varían Cstraordina- riamente; pero con todo el delirio es muy co- mún. Generalmente es poco intenso, sin" que llegue nunca al furor: algunos se levantan de la cama sin saber lo que hacen, y otros están ira- pacientes, de mal humor y coléricos, como su- cedió al desgraciado Mazet, que fue víctima de su sacrificio en la epidemia de Barcelona. Sin embargo, muchos enfermos conservan has- ta el fin toda su razón. Cuando sobreviene el delirio, nunca es continuo, y es mas frecuente de noche que de dia. Existe á veces un estu- por muy considerable, y algunos caen en un coma profundo. Cuando" hay sueño, se halla interrumpido ó alterado por ensueños, ó bien reemplazado por el coma. »La sensibilidad general y especial se halla también perturbada. La cefalalgia, la epigas- tralgia y el dolor persisten y aun se aumentan en muchos enfermos, y solo en un corto nú- mero se pone insensible la piel. Los sentidos de la vista y del oído permanecen normales y aun escitados, mas rara vez abolidos; pero suelen embotarse en los últimos instantes de la vida. El rostro se arruga, y las conjuntivas, que tienen un color de azafrán, se inyectan de nuevo con mas intensión. La pupila nada pre- senta de fijo, pues unas veces está dilatada y otras normal. Los párpados suelen hallarse muy contraidos, siendo dificil separarlos para examinar el ojo. «Muchos enfermos padecen movimientos convulsivos y temblores en todos los miem- bros. Las convulsiones se propagan á veces hasta la cara, y se han observado saltos de tendones en bastantes epidemias. La contractu- ra, que vn hemos notado en los párpados, pue- de existir también en los músculos de losmiem* bros v en los del tronco. Los brazos eslan a veces vueltos convulsivamente en el sentido de la rotación ó en una flexión intensa, y los mus- los doblados sobre el vientre,. Tampoco se ha- llan exentos de espasmos tónicos los músculos del cuerpo y del cuello. El colapso de las fuer- zas es bastante frecuente, permaneciendo en- tonces los enfermos en una inmovilidad casi completo, y volviendo los miembros á caer por su propio peso cuando se los levanta, sin que estén paralizados. «lié aquí un cuadro que manifiesta la fre- cuencia relativa de los diferentes síntomas; pe- ro no debe perderse de vista que le hizo Du- troulau en la epidemia observada en la Marti- nica en 1840 y 1841. «Primer período: fisono- mía característica invariable ; cefalalgia cons- tante , pero en diversos grados, y que cesaba con prontitud; dolores nefríticos y articulares, 25 veces entre 30; síntomas febriles en su ma- yor grado, 22; moderados, 8; sed viva, 29; lengua cargada y roja, 11; vómitos, 6;-epi- gastralgía, 6; estreñimiento, 17, y supresión de orina, 3. «Segundo período: curados durante el pri- mer período 11; 19 pasaron al segundo, en- tre los que tuvieron ictericia 17; agitación con- tinua 7; dolores variables 10; falta de dolor 9; aliento característico 19; exudación sanguí- nea por la boca 11; sed viva 3; vómitos suma- mente negros 6; de color variable 10; hipo7; deyecciones negras 4; de color variable 11; ce- sación de la fiebre 17; fiebre 2; supresión com- pleta de orina 11; hemorragia nasal 9; por las picaduras de las sanguijuelas 4, y accidentes nerviosos 5. Las parótidas y las hemorragias no se han observado en los 30 casos de muerte (Hist. cit., p. 24). »La convalecencia se establece en general con prontitud; pero aquellos en quien ha sido muy grave la en lermedad, conservan todavía por al- gún tiempo pesadez de cabeza, vértigos, in- somnio, dolores lumbares, eructos y peso en el epigastrio. Las fuerzas se recobran con bas- tante rapidez; pero algunos esperimenlan por intervalos temblores en los miembros. Muchas veces persisten las náuseas, son lentas las di- gestiones y sobrevienen fácilmente diarreas. La piel no conserva largo tiempo el color aman lio ni el tinte lívido de las petequias y los equi- mosis. Sin embargo no siempre se resuelven tan pronto estos diversas coloraciones, pues se ha visto persistir la ictericia un mes después de haber cesado la fiebre. «Resumen. — Para resumir los principales signos de esta enfermedad, copiaremos el si- guiente estrado de la Historia médica de la fie- bre amarilla: «Dolores frontales, raquialgia, dolores profundos en el epigastrio y al rededor del ombligo, eructos frecuentes y náuseas, vó- mitos al principio mucosos, á veces biliosos, después sanguíneos y al fin parduzcos ó ne- DE LA FIEBaE AMARILLA. 177 gros; estreñimiento, y á la conclusión eva- cuaciones alvinas de materias negras; supre- sión de orina; hemorragias pasivas de sangre negra y fluida por la nariz, boca, estómago, intestinos, vejiga, y rara vez por los pulmo- nes; hemorragias subcutáneas y sub-epidér- micas; impresión de terror ó de inquietud es- presada en la fisonomía y en el lenguage; co- loraciones amarillentas de la piel; pulso vivo en el primer período, y natural ó debilitado en los otros dos; calor intenso al principio, mo- derado en el segundo período y casi estingui- do en el tercero» (ob. cit., p. 543). »Cürso, duración, terminación.—La fiebre amarilla afecta con mas frecuencia que cual- auiera otra enfermedad aguda un curso y una uracion variables, que no solo difieren según los parages donde invade, sino también según los individuos. En los adultos es mas rápida y grave que en los niños y viejos. Mata á veces á los enfermos en uno ó dos dias v aun en al- gunas horas (fiebre amarilla fulminante). Son en muchos casos tan rápidos los dos primeros períodos, que se confunden entre sí, y enton- ces sobreviene la muerte con prontitud. Cuan- do el mal se prolonga mas allá del octavo ó undécimo dia, puede esperarse una terminación feliz. La duración relativa de los periodos nada tiene de fijo: en algunas epidemias apenas es apreciable el primero, y aparecen desde el principio la ictericia y la hemorragia bucal. La duración media de la fiebre amarilla es de un septenario; pero no es raro que esceda mucho de este límite. Chervin v Bufz dicen haberla visto continuarse hasta el vigésimo dia (Cher- viu, De Tidentité. p. 9). «Descripción de la fiebre amarilla remitente b intermitente.—Puede presentarse el mal bajo las formas continua, remitente é intermitente. En la primera, que es la que mas especial- mente hemos estudiado, hay exacerbaciones mas ó menos marcadas por las tardes, ó por lo menos se han observado en muchas epidemias de fiebre amarilla, y especialmente en el Cabo por Bally (Typhus d'Amérique ou fiévre jaune, ya cit., p. 206). Gilbert, médico del ejército de Santo Domingo en 1802, dice que esta en- fermedad se parecía en ciertos casos á las re- mitentes , y estaba sujeta á exacerbaciones y á remisiones {Hist. méd. de Tarmée de Saint-Do- mingue, p. 67). Valentín, Deveze y Dalmas han observado también el tipo remitente é inter- mitente (Deveze, ob. cit., p. 55). Los médicos que han estudiado las diversas epidemias de liebre amarilla que han reinado desde hace quince años en las Antillas, casi todos convie- nen en que puede presentarse la enfermedad con el tipo intermitente. Catel la ha visto tras- formarse en fiebre intermitente, y en otros casos por el contrario convertirse esta en amarilla (Situation de Thópital du Fort Bo- yal pendant le premier trimestre de 1841). El doctor Camescasse, cirujano de primera clase de raarina, que estudió la epidemia de Gua- TOMO IX. dalupe en 1838, observó que la fiebre amari- lla se presentaba muchas veces bajo la forma intermitente (Relation de deux epidémiesde fié- vre jaune, etc., p. 287). También pudiéramos citar en apoyo de esta opinión el testimonio de Keraudren> Jouvert, Maher, Berthulus y de otros muchos médicos, cuyos trabajos han sido analizados por Chervin en su escelente opús- culo sobre la identidad.de la naturaleza de las fiebres de origen miasmático (p. 69). Es indis- pensable tener conocimiento de esta obrita pa- ra discurrir con acierto sobre el asunto que nos ocupa. «La existencia de la fiebre amarilla en for- ma intermitente es en la actualidad un hecho incontestable. Dutroulau trae noticias intere- santes acerca del particular: «De noviembre á mayo reviste también la fiebre amarilla el tipo intermitente, circunstancia importantísima que se ha de tener muy en cuenta al establecer el tratamiento. La vuelta de los accesos nada tiene de regular, siendo imposible decir á qué tipo pueden referirse con preferencia. De treinta y dos casos que me son propios, una mitad al menos no han tenido mas que seis á doce ho- ras de apirexia, durando los accesos de vein- ticuatro á cuarenta; en la cuarta parte era el tipo cuotidiano é irregular, después de un pri- mer acceso de dos ó tres dias; y en los restan- tes solo se marcaba la intermitencia por sudo- res fríos y depresión del pulso con frecuencia durante algunas horas. Los accesos eran siem- pre mas largos que la apirexia. El primero se parecía al primer período de la fiebre conti- nua, y la ictericia no se manifestaba hasta el segundo ó tercero» (dissert. cit., p. 25). Los buenos efectos que se obtienen á veces con el sulfato de quinina prueban también la exis- tencia de la fiebre amarilla intermitente. En la que existió en Barcelona hubo muchos ca- sos con remisión pronunciada (Hist. medie, etc., p. 195; Andouard, Relat. hist. et méd., p. 67 y 276). El doctor Yanauld, proto-médi- co de Guadalupe, asegura que el tipo de la fiebre amarilla es incierto, comunmente con- tinuo y á veces remitente (Dissert. sur la fié- vre jaune, p. 10; Paris, 1808). La fiebre ama- rilla intermitente no se caracteriza tanto por las renovaciones periódicas del movimiento fe- bril , como por la exacerbación de uno ó de la mayor parto de los fenómenos morbosos , los dolores, el delirio, el vómito negro, las he- morragias, etc. «Pugnet dice que «la fiebre amarilla de las Antillas tiene siempre el carácter esencial de las tercianas dobles; pero no en todos los ca- sos es bastante marcado. Es muy dificil ob- servarlo cuando el mal propende á seguir un curso continuo; algo menos oscuro cuando tie- ne remisiones, y bien manifiesto cuando con- serva su tipo elemental. Algunas veces sigue con este tipo hasta que termina; pero otras em- pieza como una intermitente terciana, y ter- mina como una continua perfecta. Hay casos 23 178 HE LA PIE también en que sigue un curso diametral mente opuesto; pues empezando con las apariencias de una tí abre continua, se mantiene asi por dos ó tres dias, dejando entrever después al- gunas remisiones, y terminando en fin por ac- cesos de terciana doble. Nunca he visto que uní sola especie afecte tan diferentes formas; paro sea cualquiera la que se observe, siem- pre resulta que es tanto mas grave cuanto mas se compone, y que su descomposición anun- cia mamar peligro» (Mém. sur la fiévre, ya cit., p. 379; 1804). En vano buscaríamos en los es- critores contemporáneos una descripción mas esacta, ni consideraciones mas juiciosas, sobre las formas intermitente y remitente de esta en- fermedad; formas que en muchas obras moder- nas ni aun se hallan indicadas. Ya volveremos á hablar de las íntimas relaciones que existen entre las fiebres de los pantanos y la amarilla, cuando tratemos de las causas de esta última. »La terminación se verifica sin crisis. Sin embargo muchos, autores consideran como ta- les la ictericia, el vómito negro, la abundan- cia de la orina, la salivación, las hemorragias intestinales, las gangrenas y los bubones, etc.; pero escusamos decir que es abusar de la pa- labra crisis aplicarla á semejantes fenómenos m otbosos. Por lo demás ya nos ocuparemos de este asunto al hablar de los signos pronósticos. »La terminación funestase anuncia comun- mente por la agravación del mal, el curso rá- pido de los síntomas, y sobre todo por la in- tensidad del vómito negro, del color amarillo y do las hemorragias, por el hipo y por el do- lor frontal. «Las regaio.vs son á veces frecuentes; sue- len provocarlas los estravios del régimen y pue- den ser mortales. Luzeau ha observado diez y siete en el espacio de un trimestre, producidas por esta causa. La ictericia aparecía en las pri- maras veinticuatro horas, y era mas frecuente lana larte que en los primeros ataques (Du- troulau, tés. cit., p. 30). Estas recaídas se ve- rificaban en casos ea que la fiebre habia sido ligera é incompleta. «Rscidivas.—Se ha dicho que los individuos que han padecido ya la Gebre están exentos de ella para siempre; pero esta opinión, demasia- do esclusiva, se halla desmentida por algunos hechos, si bien puede afirmarse que el medio mas seguro de preservarse de ella es haberla pasado una vez. Entre quinientos casos anota- dos por Dutroulau, solo hubo ocho recidivas; v la comisión anglo-l'raaaesa de Gibraltar no observó mas que una entre 9,000 personas. (Louis, mem. cit., p. 235.) » Especies y varieoades. — Las especies de fiebre amarilla que nos parecen mas importan- tes son las que se refieren al tipo que afecta: por lo tanto admitiremos: 1.° una fiebre ama- rilla continua: 3.° otra remitente; y 3.» otra intermitente. También se ha descrito una fie- bre amarilla esporádica y otra epidémica (Ge- rardin, de Nancy, Mém. sur la fiéore jaune, IB AMARILLA. etc., en 8.°; Paris, 1820). La primera es, según este autor, la que se desarrolla en los lugares donde reina endémicamente, y solo ataca aun corto número de individuos, tomando el nom- bre de epidémica cuando invade á muchos. Pe- ro esta distinción no puede aceptarse, porque es imposible establecerla en el inayor número de casos. Tampoco puede distinguirse la fiebre amarilla en endémica é importada; porque este punto etiológico ofrece muchas dudas. Pasa- mos en silencio las variedades que se han que- rido establecer según la duración, la intensi- dad de algunos síntomas, etc.; bases todas de- masiado inciertas para servir de apoyo á des- cripciones algo precisas. «Un autor inglés, John Wilson, divide la fiebre amarilla en inflamatoria y congestiva; pero basta recorrer su descripción, para con- vencerse de que las palabras que emplea son tan viciosas como las ideas que se hallan des- tinadas á espresar. Efectivamente, en la fiebre amarilla inflamatoria no hay un solo fenóme- no que merezca realmente esto nombre. Tara- poco están mejor establecidos los signos de la congestión (V. el art. Fiebre amarilla del Dict. de méd., 2.a edic, p. 294). No hemos encon- trado en las obras que tratan de la fiebre ama- rilla distinciones bastante positivas para fun- dar en ellas especies diversas. En cuanto á las variedades, son tan numerosas como los grupos de síntomas, que se modifican se nunca se presenta mas que en las localidades donde pueden desarrollarse estas pirexias; 3.° cuando en las regiones equinoc- DE la fiebue amarilla. 181 ciales arrebata á las personas no aclimatadas, las fiebres periódicas atacan generalmente á los criollos y á los antiguos residentes; 4.° los fe- nómenos metereológicos, que ejercen una in- fluencia tan notable en el curso de la fiebre amarilla, la tienen igualmente en el de las fie- bres periódicas; 5.° los miasmas trasportados por los vientos pueden desarrollar ambas en- fermedades; 6.° los lugares bajos, encajona- dos y mal ventilados, las calles estrechas, les corredoresy los callejonessin salida, suelen ser invadidos por una y otra afección; 7.° los mias- mas productores de estas enfermedades tienen mayor actividad de noche que de dia; 8.° la fiebre amarilla, lo mismo que las intermiten- tes, ataca con preferencia á las personas no aclimatadas; 9.° invade con particularidad, del propio modo que estas últimas, á los suge- tos tuertes y vigorosos, que se trasladan de los climas septentrionales á los meridionales; 10 los que han contraído la fiebre amarilla y las intermitentes aceleran su restablecimiento de- jando el lugar pantanoso en que habitan; y 11 se parecen mucho los caracteres que pertenecen á estos dos órdenes de fiebres, como por ejem- plo el color de los ojos, el asiento y naturaleza déla cefalalgia, la ictericia, la duración del mal, el estado morboso del estómago, la natura- leza de las materias vomitadas, la inmunidad que se adquiere con el primer ataque y el éxito del tratamiento.» «Si se compara, añade Cher- vin , una fiebre intermitente ligera con una fie- bre amarilla muy intensa, no hay duda que se encontrarán diferencias muy notables entre los síntomas; pero si se ponen en parangón una fiebre remitente algo intensa con una fiebre amarilla benigna ó de mediana gravedad, no se encontrará ninguna; porque, como dice el doctor Repey, hay un término en que se con- funden de tal modo estas calenturas, que no constituyen mas que una sola enfermedad , ó por mejor decir son una misma afección bajo diversas formas y en diferentes grados» (obra citada, p. 95). No puede negarse que los mé- dicos que tratan de unir, si no de confundir enteramente, la fiebre amarilla con las remiten- tes biliosas, tienen en su favor gran número de pruebas, tomadas del estudio de los sínto- mas, de las causas y del tratamiento de ambas enfermedades. «Causas.—Lugares en que se ha manifestado la fiebre amarilla.—-Un cuadro hecho por Mo- reau de Jonnes da una idea de la frecuencia de la enfermedad según los parages.De 775 irrup- ciones considerables de fiebre amarilla que se han verificado en 325 años, 227 han atacado en América, 92 en la del Norte, 19 en la del Sud y 116 en las Antillas; 43 en Europa, 4 en África; 136 bajo la zona tórrida y 138 en la zona templada boreal (ob. cit., p. 345). Los sitios en que se la observa con mas frecuen- cia son: las Antillas, la Martinica, Guadalu- pe, las Barbadas, la Dominica, Santa Cruz, la Jamaica, Cuba, Santo Domingo, la Améri- ca del Norte hasta Quebec, los Estados-Uni- dos (Charleston, Boston, Filadelfia, Nueva- York, Wilmington, Baltimore, Hudington, Norfolk, Providencia, etc.), la Luisiana (Nue- va-Orleans), las Floridas, todo el litoral del golfo de Méjico (Méjico, Veracruz), la Amé- rica meridional, Colombia, Venezuela, las Guyanas, el Perú y el Brasil. En el antiguo continente ha reinado mas particularmente en España (Barcelona, Cartagena, Gibraltar, Cá- diz, Medinasidonia, Málaga, Sevilla, Grana- da, etc., las islas Baleares); en Italia (Libur- no), en África (Senegal, Sierra Leona, islas Canarias y de la Ascensión) y en Francia en Marsella y en La Rochela. Las Antillas se con- sideran como la cuna de la fiebre amarilla; pero no está demostrada esta opinión, y solo sí debe reconocerse, que se hallan reunidas en ellas todas las condiciones higiénicas que en- gendran el mal y lo hacen endémico; condi- ciones que pueden también existir en otros parages y dar igualmente origen á la en- fermedad* que nos ocupa. Moreau de Jonnes establece en su cuadro geográfico de las irrup- ciones de la fiebre amarilla, que no ha llega- do á esceder del 8o grado de latitud austral (Fernambuco en el Brasil) y del 46° de latitud boreal (Quebec en el Canadá), y que se ha es- tendido desde el 92° de longitud occidental (Nueva-Orleans) hasta Liburno, bajo el 8o de longitud oriental; de modo que se ha obser- vado en una estension de 54° de latitud , de los que 23 pertenecen á la zona templada bo- real y 31 á la tórrida. Besulta, pues, dice Boudin, que la esfera de la fiebre amarilla tiene al menos 1,500 leguas del Sud al Norte, y mas de 1600 de Oeste á Este; espacio que siendo esactamente de 100 grados, forma mas de la cuarta parte de la circunferencia del globo (Geographie medícale, página 10). La Facultad de medicina ha fijado en el 48° de latitud septentrional el último límite don- de ha podido llegar el tifo (Keraudren, Be la fiévre jaune observée aux Antilles et sur les vaisseaux du roi, p. 17, en 8.°; Paris, 1823). Tales son los límites mas comunes de la fiebre amarilla. No pretendemos que no los haya traspasado nunca; pero es preciso mirar con prevención las aserciones contrarias emi- tidas por los autores. Moreau de Jonnes habla de un oficial atacado en Moscow de fiebre amarilla, aunque ya la babia padecido otra vez (55° de latitud). El doctor Dufifot ad- mite sin discusión varios hechos de esta na- turaleza, yj les añade otros todavía menos concluyentes (Etudes sur la fiévre jaune, pá- gina 21, n.° 158, tesis; Paris en 4.°). «Temperatura.—La fiebre amarilla es una enfermedad, que nace evidentemenleen medio de ciertas condiciones higiénicas que importa ante todo estudiar. Los parages donde se des- arrolla con mas frecuencia están situados á la embocadura de tíos que arrastran gran can- tidad de detritus vegetales, donde las aguas 1S1 DE LA FIEBRI AMARILLA. se hallan estancadas y las habitaciones mal construidas ó espuestas á los efluvios panta- nosos. Es necesario también quesea algo ele- vada la temperatura atmosférica. Yalentin di- ce que la fiebre amarilla se presenta solo en la estación mas caliento, cuando el aire es sofo- cante y poco movible, como en los meses de julio, agosto, setiembre y octubre (ob. cit., p. 85). «Dos son las únicas causas que pueden considerarse como indispensables para la pro- ducción de esta enfermedad: el calor atmos- férico y un foco de infección, siendo preciso que la acción de aquel sea elevada, y mas ó menos súbita y continua» (Deveze, loe. cit., p. 115). La Facultad de medicina en su infor- me al ministro del interior fijó en 26° cent, el mínimum de la temperatura atmosférica nece- saria para el desafrollo de la fiebre amarilla (Keraudren, ob. cit., p. 17). Lefort cree que no hay nada que temer cuando el termómetro no sube mas de 18.° cent. Aubert ha visto sin embargo declararse la fiebre amarilla bajo una latitud de 40° grados septentrionales y una longitud de 60,5, marcando únicamente el termómetro 15° cent. Arejula la ha obser- vado en Cádiz en una época en que no pasaba el calor de 13° cent. Estes últimos casos son raros; pero nos obligan á establecer que aun no puede fijarse de un modo invariable los grados de temperatura y de latitud necesarios para el desarrollo de la fiebre amarilla. Ke- raudren nos dice en su opúsculo lleno de he- chos interesantes, que los navios que pasan de las Antillas á Terranova se libertan com- pletamente de la fiebre á medida que se acer- can á este último punto. Escusamos decir que no basta la existencia de una temperatura ele- vada y de la humedad atmosférica para espli- car el desarrollo de la fiebre amarilla; pues en las Indias, en Egipto, en Siria y en otros mu- chos parages donde no hace menos calor, no por eso se observa esta cruel enfermedad. »Estaciones.—El estío y el otoño son las es- taciones en que reina la fiebre amarilla en arabos hemisferios. En el boreal y en las An- tillas se designa con el nombre de hibernage la estación que comprende los meses de junio, julio, agosto y setiembre, que es cuando se manifiesta comunmente la enfermedad. Sin embargo, se la observa muchas veces en otras épocas del año. La temperatura de Gibraltar era muy fria cuando reinó la epidemia en 1813. Benjamín Rush dice, que continuó ha- ciendo estragos en Filadelfia en los meses de noviembre y diciembre; y pudiéramos citar gran número de hechos semejantes. n Humedad.—Todas las causas que hemos examinado hasta ahora, solo tienen al pare- cer una influencia secundaria en la producción de la enfermedad, puesto que se desarrolla en condiciones higiénicas muy diversas; veamos si hay otras de una influencia mas positiva. A medida que nos acercamos al Ecuador, son mas abundantes las lluvias, y el aire está mas car- gado de humedad. Por otra parte, los parages en que es endemica la fiebre, están regados por grandes corrientes de agua; los pueblos construidos á su embocadura (el Mi>si>sipí, el Orinoco, las Amazonas), frecuentemente nial edificados y bañados por las aguas del mar, reciben de un modo continuo los miasmas que se desprenden de las aguas estancadas; sus calles suelen ser estrechas y mal ventiladas; sus puertos están obstruidos y sus calles poco limpias. En Nueva-York, dice Deveve, los primeros parages que invade el mal son los alrededores del Sund, que siempre se hallan muy infectos; y en Baltimore el punto donde se reúnen todos los marineros. En Charleston empieza la epidemia al sudeste de la ciu- dad, etc. (ob. cit., p, 168). Podríanse hallar sin duda en la mayor parte de los pueblos de América ó en los que rodean el litoral del gol- fo de Méjico, causas manifiestas de insalubri- dad; mas siempre queda una objeción difícil de resolver: ¿por qué no se desarrolla la fie- bre amarilla en todos los puntos donde se ha- llan reunidas las perniciosas influencias á que se atribuye su producción? Cuántos pueblos y puertos de mar no están sujetos al mismo calor y á los mismos efluvios, y sin embargo no co- nocen la fiebre amarilla! Mas adelante vere- mos las condiciones higiénicas que concur- ren á la producción de las fiebres intermiten- tes (V. calenturas intermitentes), y como son las mismas con corta diferencia las que reinan en los lugares donde nace la fiebre amarilla, no queremos enumerarlas aqui, remitiendo al lec- tor á lo que entonces diremos sobre este punto. «No mencionaremos las opiniones contra- dictorias emitidas sobre los vientos, conside- rados como causa de la fiebre amarilla. Estos .pueden servir de vehículo á los efluvios y 'miasmas que se desprenden de un foco de in- fección. Diremos, sin embargo, que la fiebre amarilla invade muy á menudo, aun reinando los vientos que se reputan como mas saluda- bles, y recíprocamente. »Infección y contaaio.—Tres son las opinio- nes que hay sobre la trasmisión de la fiebre amarilla: 1.° unos quieren que provenga siempre de un foco de infección mas ó menos circunscrito, y que para contraerla los suge- tos hayan de estar dentro de su esfera de ac- tividad; 2.° otros sostienen que se comunica primitivamente por via de contagio; 3.° y en fin, hay quien dice que la infección es su ver- dadera causa, pero que una vez provocada la enfermedad, puede engendrar á su vez un principio contagioso y trasmitirse por este medio. No hay un solo punto en medicina, so- bre el crue se nayan sostenido mas controver- sias. El número de volúmenes que se ha pu- blicado en favor ó en contra del contagio es prodigioso, y seria muy pesado reproducir las largas y fastidiosas discusiones, que se han promovido para aclarar el origen ole la fiebre amarilla. En la actualidad, el partido de los DE LA FIEBRE AMARILLA. 183 auti-contagionistas, á cuya cabeza deben colo- carse Benjamín Rusb , Moultrie, Valentín, Deveze, Miller, Dalmas, la mayor parte de los médicos de los Estados-Unidos y de las Antillas, y sobre todo el animoso Chervin, á quien debe la ciencia los dalos mas preciosos acerca del particular, es el predominante, y cada dia se le agregan nuevos partidarios. «Los médicos que atribuyen el origen de la fiebre amarilla á un foco mas ó menos circuns- crito de infección, hacen notar: que unas ve- ces se desarrolla en las inmediaciones de un puerto sucio y cenagoso., ó de un pantano don- de se pudren maderas ú otra especie de de- tritus; que en los buques puede también por la poca limpieza, la naturaleza de su cargamen- to, ó la aglomeración de hombres á bordo (los que trafican en negros), presentarse la fiebre amarilla, lo que debe proceder de infección v no de contagio; que á medida que se acumu- lan personas en ciertos puntos por efecto de las cuarentenas ó de los cordones sanitarios, se hace mas activo el foco de infección y ma- yor el número de enfermos; que por el con- trario diseminando los sugetos sometidos á la infección, desaparece bien pronto el mal; que los hombres que cuidan de los enfermos no son atacados con mas frecuencia que los que viven en el foco infectante, y que una vez sustraí- dos á la influencia de este, se libertan de la enfermedad; que las mismas personas no tras- miten á los lugares sanos y ventilados el ger- men de la afección que deberían llevar, y que en fin, es imposible inocularse la enfer- medad deglutiendo las materias del vómito negro (V. los atrevidos esper. de Ffirth en Deveze, p. 240). Este último esperiraento no tiene tanto valor como se ha creído; pues en efecto muchas otras materias procedentes de elaboraciones análogas, se introducen impu- nemente en el estómago y en las vias digesti- vas. Por lo demás la fiebre amarilla no puede trasmitirse tampoco por inoculación. El ani- moso Ffrith dice haber hecho en la nueva Jersey (América del norte) toda especie dé tentativas para inocularla, sin haberlo conse- guido nunca. Deveze, que se ha herido mu- chas veces practicando autopsias, no ha espe- rimentadojeraásel menor accidente; y tomis- mo les ha sucedido á Savaresy, Dalmas y va- rios otros. «Los partidarios del contagio pretenden de- mostrar que la fiebre amarilla es eminente- mente contagiosa, ateniéndose especialmente al estudio de hechos particulares, y á un exa- men profundo de todas las circunstancias que lian presidido al desarrollo de las diversas epi- demias. Los que defienden la infección se va- len precisamente de los mismos hechos, y tra- tan de probar á sus adversarios que los habian observado mal, desnaturalizándolos á veces, y que en todos los casos pueden atribuirse á la infección los efectos atribuidos al contagio. Asi se han combatido siempre los partidarios de ambos sistemas, emitiendo constantemente aserciones contradictorias en el terreno de las epidemias particulares. Una discusión de esta naturaleza se entabló con motivo de la fiebre de Barcelona. «Al ocuparnos de la bibliografía indicare- mos las obras en que se halla mas especial- mente controvertido este punto de etiología; pues no podemos entrar aqui en semejante dis- cusión , que ademas no ofrecería ningún inte- rés. Solamente diremos, que los partidarios de la propiedad contagiosa de la fiebre amarilla se hallan indudablemente en minoría en los mismos países donde reina habitualmente esta enfermedad, y en Francia entre los médicos y cirujanos de la marina, que han tenido fre- cuentes ocasiones de observarla. En vano ha procurado Berthulus defender la doctrina del contagio, pues ha sido victoriosamente impug- nado por Chervin (Reponse á diverses allega- tions de M. Berthulus, touchant le mode de propagation de la fiévre jaune, en 8.°; Paris, enero, 1843). En dos tesis sostenidas recien- temente en la Facultad de medicina de Paris por dos cirujanos de la marina, se rebate enér- gicamente la doctrina del contagio. «Jamás he visto, dice Desruisseaux, que la fiebre amari- lla se trasmitiese por contagio, y casi la tota- lidad de los cirujanos de la marina que la han observado en las Antillas, la consideran poco contagiosa (De la fiévre jaune á la Martinique, en 1839, 1840 y 1841, p. 12, n.° 26, en 4.°; 1843). Suquet es igualmente de esto opinión, Ícree con la mayor parte de los médicos que an visitado las Antillas, que la causa del mal reside en las emanaciones miasmáticas que se desprenden de los pantanos salinos, unidas á un calor muy fuerte. Tal le pareció ser el ori- gen de la epidemia que reinó á bordo de la fragata Tlptiigenie (Obs. sur la fiévre jaune; diss. inaug., núm. 172, p. 35, en 4.°; Paris, agosto, 1843). «Audouard pretende que la fiebre amarilla proviene de las embarcaciones que trasportan á los negros, ó de navios mal cuidados y de la acción de detritus vegetales y animales en putrefacción. Fundado en esto le da el nom- bre de tifus náutico de las embarcaciones con- ductoras de negros; y añade que desarrollada al principio en este foco de infección, puede trasportarse á otro punto por contagio (en Be- cueil de mémoires sur le tiphus nautique;-Con- sider. hygien. sur le typhus naut., en 8.°; Pa- ris, 1825). Lefort, proto-médico de la marina de Fort-Royal, y los doctores Reider y Chis- holra, sostienen igualmente que la fiebre ama- rilla debe su origen á las emanaciones que se desprenden de las aguas. «Dutroulau, cirujano de marina, autor de una tesis que ya varias veces hemos citado, dice que no conoce un solo caso que milite en favor del contagio, á pesar de no haber omi- tido diligencia para busearlo. Ni en los cuar- teles, ni en las embarcaciones, de donde vie- m DE U FIERRE AUARU.Li. nen todos los enfermos, han hallado los mé- dicos un solo ejemplo; pero han podido obser- var focos de infección bien circunscritos (pá- gina 18). Sin embargo, no se atreve á afirmar esle autor que la fiebre amarilla no pueda ser contagiosa, y hace notar, que la calentu- ra tifoidea, que no goza de esta propiedad en Paris, la tiene en el campo según la opinión da personas que merecen alguna confianza. »En vista de los testimonios contradictorios que hemos encontrado en las diversas obras que tratan del contagio, no podemos menos ie permanecer en duda. El pasage siguiente, tomado del informe de la comisión encargada de examinar los documentos de Chervin con- cernientes á la fiebre amarilla, espresa con bastante esactitud loque piensan en la actuali- dad, mas todavía que en ia época en que se le- yó, la mayor parte de los médicos. c¿Se quie- re saber la impresión que ha dejado en nues- tro ánimo la lectura de tan considerable nú- mero de escritos, auténticos en su forma, y redactados casi todos en sentido del no conta- gio? Respondiendo que dicha impresión ha sido favorable á este sistema, espresamos la-opi- nión casi unánime de los miembros de la co- misión; la que después de haber examinado los documentos que le han sido entregados, de haberlos leído, analizado y discutido uno por uno, opina: que admitiendo como esactos los hechos que contienen, merecen llamar mucho la atención; que aumentan considerablemente el número de casos favorables á la opinión que sostiene el no contagio de la fiebre amarilla, y que concurrírian poderosamente á convertir en principio esta opinión, si semejante cuestión pudiera resolverse en el estado actual de la ciencia» (Acad. de méd., sesiones del 15 de mayo y 19 de junio, 1827). No creemos que en la actualidad pueda tampoco resolverse de un modo absoluto; pero diremos sin embargo, que los hombres mas ilustrados se inclinan á que no es contagiosa la calentura amarilla, y aconsejan que se obre como si absolutamente no lo fuera. «Aclimatación.—Cuando el mal reina en Eu- ropa ó en otro punto que en la Zona tórrida, no se hallan mas exentos los indígenas que los estrangeros. No sucede lo mismo en las Anti- llas ni en los parages donde es endémica la liebre amarilla; pues ataca con un furor sin igual á casi todos los europeos, especialmente cuando ha pasado poco tiempo desde su llega- da á aquellos puntos. Según Deveze, en los países en que reina endémicamente se hallan tanto mas espuestos los forasteros, cuanto mas frió es el clima de donde proceden (ob. cit., p. 107). «En los parages en que solo es accidental, como sucede en algunas provincias de los Es- tados Unidos, ninguno se halla exento de pa- decerla. Un hecho muy notable, y que favo- race la identidad de origen de la liebre ama- rilla y de la de los pantanos, es que las per- sonas naturales de países pantanosos resisten mejor que las que están habituadas á vivir en un terreno completamente distinto. No pueJe señalarse de un modo preciso el tiempo que necesitan los estrangeros para aclimatarse. Shecut opina que puede creerse uno seguro después de diez años, y otros limitan á seis este espacio de tiempo. «Los indígenas que dejan su país por mu- chos años, y pasan á habitar una región mas fria, adquieren aptitud para contraer el mal, aunque no tanta sin embargo como los que son completamente estrangeros. Bally refiere que su suegra, nacida en el Canadá, y que habia habitado treinta años en las Antillas, fue ata- cada de fiebre amarilla después de haber per- manecido dos años en el Norte. Los negros, i quienes se cree exentos de padecerla, la con- traen tomismo que los estrangeros, cuando vienen de países frios ó templados. «Predisposiciones.—Los niños pueden con- traerla, aunque mas rara vez que las personas de veinticinco á cuarenta años, y es menos frecuente en los viejos. Dícese también que los que gozan de un temperamento sanguíneo y bilioso están mas espuestos á ella; que los hom- bres la adquieren mas fácilmente que las mu- jeres, v que en estas es una predisposición el embarazo. Admitimos con reserva semejantes aserciones, que se encuentran reproducidas en muchas enfermedades. «Hablaremos ahora de las causas ocasionales de la fiebre amarilla? Lo son todas las que ejercen alguna influencia en la producción de cualquiera enfermedad , y principalmente las emociones morales, el temor, la cólera, etc., la fatiga muscular, una insolación fuerte y pro- longada, los escesos de la mesa, los alimen- tos irritantes, y sobre todo las bebidas alcohó- licas, la esposicion al frió de la noche ó á la humedad, la supresión de la traspiración y los escesos venéreos. Ya se deja conocer que se necesita ante todo la intervención del miasma que desarrolla la fiebre amarilla. «Tratamiento.—1.° Profiláctico.—Varia se- gún las ideas que se tengan sobre la causa de la fiebre amarilla. En efecto, si se atribuye al contagio la causa del mal, es evidente que de- be prescribirse el establecimiento de cuarente- nas , el aislamiento completo de las personas y enseres que provienen de los parages epide- miados, y en una palabra todas las precau- ciones sanitarias de que hablaremos al tratar del contagio en general. Los partidarios de las cuarentenas están ahora en minoría ; no pue- den demostrar que la fiebre amarilla sea siem- pre trasportada, y por otra parte los hechos que invocan en apoyo de su doctrina se han rebatido con argumentos harto poderosos, para que al meuos no permanezcamos en duda so- bre el origen de la afección de que tratamos. ¿Deberá pues procederse como si fuera eviden- temente contagiosa? Creemos que no; y los au- tores que han escrito mas recientemente sobre 1)E LA IIEBRE AMARILLA. 18'J esta materia, no vacilan en proscribir todas las medidas que tienen por objeto aislar las per- sonas sospechosas, produciendo asi un foco de infección, ó aumentando la intensidad de los que ya existían. »Én la actualidad se aconseja generalmente considerar á la fiebre amarilla como si proce- diese de infección , y tomar en su consecuen- cia todas las medidas que dicta una sabia hi- giene. Recuérdese que el foco infectante puede ser una ciudad situada en tal posición ó cons- truida de tal modo, que en ciertas épocas del año, y bajo la influencia del calor , de la hu- medad y de la fermentación de materias vege- tales y animales, se engendren en ella efluvios de naturaleza específica, que trasportados por el aire formen una atmósfera morbosa de ma- yor ó menor estension y actividad. El foco in- féctente puede ser también la concha de un puerto, los fosos ó canales alimentados por aguas del mar, ó bien un navio. En todas es- tas circunstancias conviene tomar las siguien- tes precauciones: hacer que se ventilen to- das las partes de los edificios públicos, que reine en ellos la mayor limpieza , que es- tén cerradas las habitaciones mal situadas ó insalubres, y que los habitantes salgan del fo- co de infección y vayan á vivir al campo á los parages mas altos. «Cuando llega á un puerto un buque mer- cante, es preciso hacerlo descargar por los in- dígenas, para que nose fatigue la tripulación; abrir las escotillas, ventilar la sentina del bu- que, sacar afuera las mercancías, y lavar la cala y el entrepuente. Si sobreviene la fiebre amarilla mientras la embarcación está á la ve- la , deberá evitarse la acumulación de personas y ventilar el buque por medio de hornillos ó de otros aparatos. Cuando se halla el buque en parage donde es endémica la fiebre amarilla, deberán evitar tos marineros la acción dema- siado enérgica délos rayos solares, no come- ter ningún esceso, y acostarse á bordo todas las noches. Las grandes maniobras conviene que las hagan gentes del país, y en caso de te- ner que valerse de los marineros, se dispondrá que trabajen por la mañana y al anochecer (véase sobre la profilaxis de la fiebre amarilla de los buques la memoria citada muchas veces de Keraudren: De la fiévre jaune observé aux Antilles, etc., p. 60 y sig. Repetiremos que I en ningún caso deben ponerse en cuarentena las tripulaciones ni los cargamentos, y solo sí! examinar si se han tomado todas las precau- | ciones á bordo de los buques, para que no se , conviertan en focos de infección; y cuando se tenga la certidumbre de que están infectados [ por la naturaleza de los géneros que traspor -' tan, procurar inmediatamente hacerlos salu- dables por medio de la ventilación y las fumi- gaciones cloruradas, ó diseminando las mer- j cancias. | «Las personas no aclimatadas que habiten los paises donde reina endémicamente la fiebre TOMO II. amarilla, deben evitar cuidadosamente los me- nores estravíosdel régimen, y sobre todo los escesos en los alcohólicos, las fatigas, la in- solación, el enfriamiento y la esposicion del cuerpo á los efluvios pantanosos. Tampoco de- ben olvidar que reinando la fiebre amarilla en los parages donde se descomponen continua- mente materias vegetales en ciertas épocas del año, las precauciones higiénicas que mejor la evitan son las mismas que se aconsejan en la profilaxis de las fiebres de los pantanos. Ya he- mos indicado la notable analogía que hay entre la causa de estas fiebres y la del vómito ne- gro, y ahora añadimos que no es tampoco me- nor bajo el punto de vista terapéutico. «¿Hablaremos en este lugar de los medica- mentos que se consideran como preservativos de ia fiebre amarilla, tales como la quina, los eméticos, los purgantes, las fricciones oleosas, los exutorios, las sangrías, etc.? Estos agentes terapéuticos, lejos de ser ventajosos, perjudi- can , y por lo tanto deben proscribirse. «Tratamiento curativo.—Se han empleado y alabado sucesivamente casi todos los medica- mentos de la materia médica, y sin embargo se conviene en reconocer, que no existe un solo método terapéutico aplicable á todos los cases de fiebre amarilla, y que por el contrario es preciso dirigirse según las indicaciones que se presenten. Tratemos pues ante todo de exami- narlas, para indicar después el modo de satis- facerlas. ^Conviene no perder de visto que se ignora enteramente la naturaleza de la fiebre amari- lla , y que solo pueden considerarse sus sínto- mas como signos de una grave y profunda al- teración de la sangre, procedente al parecer de un envenenamiento miasmático. Se han alabado mucho los efectos de la sangría, hecha al principio , cuando hay signos de eretismo ó un estado inflamatorio; pero no es tan fácil co- mo creen algunos autores demostrar la exis- tencia de estos estados morbosos, y és muy dudosa la utilidad de las emisiones sanguí- neas, tanto en el primer período de la fiebre, como usadas en concepto de medicación ge- neral. Deveze aconseja practicar en el primer período sangrías cortas, y prescribe los baños tibios, las lavativas, las aplicaciones emolien- tes ó de agua fria sobre el abdomen, y de agua con vinagre y nitro en la frente (ob. cit., pá- gina 268). El médico que sea llamado para asistir á un enfermo muy postrado y con dolo- res muy intensos en la cabeza, el raquis y los miembros, debe disponer pociones aromáti- cas con el alcanfor, el éter y el licor anodino de Iloffmann , la quina, la iíntura de canela, el almizcle , los* ácidos y las bebidas acidula- das, heladas ó muy frías. Si se notan exacer- baciones en los síntomas, por ligeras que sean, debe emplearse la quina, y mejor el sulfato de quinina , como diremos mas adelante. Cuando las hemorragias son abundantes y rebeldes, suelen ser útiles las bebidas acidas, el zumo 24 Wi DE la Fia.:;r. AMARILLA. de limón y el de naranja y el agua helada. Las l.n-ivvaes frias al epigastrio producen también 3lgun alivio. ^Sangriis.—Han sido alabadas por Rush, quien hacia de ellas un abuso increíble, y que- na se repitiesen muchas veces al dia. Mose- ley, Morgan, Thomas, Rochoüx y gran núme- ro de médicos, dicen haber obtenido por su medio escelentes efectos. Rufz opina también que las emisiones sanguíneas considerables, empleadas desde el principio del mal, son uno de los medios mas eficaces; y dice que entre 14 enferraos á quienes pudo sangrar en las primeras veinticuatro horas, murieron únicamente 2 (mem. cit., p. 37). Sin embargo, Valentín observa que aceleran la postración (ob. cit., p. 200); Pugnet teme igualmente sus funestos efectos (ob. cit., p. 370); los mé- dicos que fueron á Barcelona declaran que les parecieron peligrosas (Relat. méd., etc., p. 378), y Arejula, Savaresy, Gilberty Bally las proscriben. No obstante, es preciso decir que la mayor parte de los autores que han es- crito en estos últimos tiempos sobre la fiebre amarilla (Chervin, Rufz, Dutroulau Desruis- scaux , etc.), opinan que la sangría general, hacha con moderación y desde el principio, puede ser de alguna utilidad. Cuesta trabajo admitir sin repugnancia un medio, que sustrae á la economía un líquido estimulante de que tanto necesita para reaccionar conlra la pro- fiínda debilidad en que se hallan todas las funciones. «Aunque se presenten en todas partos equimosis y hemorragias pasivas y sal- ga la sangre, digámoslo así, por todos los poros, no es porque haya demasiado movi- miento; pues por el contrario, se halla tan aniquilada la fuerza plástica dé la sangre, que algunas veces no puede contenerse su salida después de las aplicaciones de sanguijuelas, sino apelando á una compresión muy prolon- gada» (Relat. méd., etc., p. 579). »Es preciso proceder con mucha reserva en el uso de sanguijuelas y de ventosas escarifi- cadas. Se aconseja aplicarlas á las sienes, á las apófisis mastoides, á la nuca, á lo largo del raquis, á la región lumbar y al epigastrio, repitiéndolas muchas veces si no ceden los dolores. Los médicos que mas insisten en es- tas evacuaciones locales son los que admiten la existencia de flegmasías parciales, y como esto es una mera hipótesis, y todo prueba por el contrario que semejantes fenómenos depen- den de un simple desorden nervioso, debemos aceptar conrtlesconfianza los resultados favo- rables que se atribuyen á esta medicación. Las ventosas escarificadas tienen el inconve- niente de producir muchas veces la gangrena Pugnet, ob. cit., p. 370). «Eméticos.—Han inducido á usar estos me- nos los vómitos y las náuseas que atormen- tan á los enfermos (Vomitas vomitu curatur). Valentín, Ameller, Palioní yArejula dicen haberlos empleado con baen éxito. Deveze, J Mosclcy y J. frank los proscriban, y puede decirse que están bastante general mente des- terrados del tratamiento de la fiebre amarilla; pues en efecto, las hemorragias gástricas y la presencia de sangre en el estómago, que son las principales causas de las náuseas y de los vómitos, contraindican de un modo positivo el uso de los eméticos. «Purgantes. —Pueden usarse al principio ó durante el curso de la enfermedad, siempre que haya estreñimiento; pero conviene elegir los purgantes suaves, como los calomelanos, el maná, la pulpa de tamarindos, el aceite de ricino, el tarlrato de potasa y otras sales alea- linas. Rush prescribía 14 granos de jalapa y 10 de calomelanos, y este remedio fué muy útil en Filadelfia. Los ingleses preconizan mu- cho los calomelanos, que usan con frecuencia, ya como purgantes, ó ya como alterantes y sia- logogos. «Sudoríficos y escitantes cutáneos.—Siendo los sudores en muchos enfermos de feliz pre- sagio, se ha procurado imitar á la naturaleza escilando la piel por medio de bebidas calien- tes, preparadas con la manzanilla, la melisa, el té, la tila, las hojas de naranjo, el acétalo de amoniaco y las tinturas de almizcle y al- canfor. También se usan las bebidas acidula- das con el zumo de limón y el vinagre. Al mismo tiempo se recomiendan los baños ca- lientes, cuidando al salir de estos de cscitar la superficie cutánea por medio de fricciones irritantes, ó de fomentos calientes hechos con el ron, el vinagre, el zumo de limón ó el aguardiente, ó á beneficio de fuertes sinapis- mos aplicados sucesivamente á diferentes par- tes del cuerpo. Estos agentes derivativos y completamente estimulantes, son muy titilen en el tratamiento de la fiebre amarilla, y unidos á los tónicos y escitantes internos", constituyen la medicación mas racional y po- derosa, y la que tal vez ha tenido mejor éxito. Luego describiremos una muy notable esta- blecida por Pugnet, y se verá que hace en ella un gran papel laescitacion cutánea. . «Revulsión.—Los vejigatorios aplicados á las estremidades inferiores, a los puntos do- loridos, á la nuca , á los lomos y al epigastrio, producen un alivio instantáneo, pero que no suele persistir. Deveze, Hillary, Parísscl, Ba- lly, etc., los aconsejan. Generalmente convie- nen cuando la rreacoion es nula y la postración aparece desde el principio constituyendo uno de los síntomas predominantes. Los vejigato- rios tienen el inconveniente de gangrenarse y de dar salida á una cantidad bastante consi- derable de sangre: el moxa fué empleado con buen éxito por los médicos franceses enviados á Barcelona (Relat., p. 585). «El uso del frío interior y esteriormente, en forma de bebidas heladas, ele afusiones sobre la cabeza y de baños frescos ó fríos por inmer- sión, puede ser útil cuando hay motivo para esperar algo de la reacción consecutiva. El frío DE LA FIEBRE AMARILLA. 187 obra en este caso como tónico y también pue- de detener las hemorragias. Se han propuesto igualmente las fricciones con el aceite comun ó el de almendras dulces y con rajas de limón. Este último agente constituye la parte esen- cial del tratamiento de los mulatos de Santo Domingo. Se hacen fricciones con el limón en todo el cuerpo del enfermo, y se le deja apli- cado en la frente, en el epigastrio, en las mu- ñecas y en los tobillos, ó bien se usan com- presas "empapadas en el zumo. Al mismo tiem- po se prescribe por bebida este zumo dilatado en agua, y se echan lavativas con el mismo y con melote. Este tratamiento, completamente empírico, ha sido preconizado por algunos médicos, y parece al menos tan eficaz como otros muchos. Los zumos de naranja y de li- món son muy eficaces en el tratamiento de las hemorragias escorbúticas y aun del mismo escorbuto, y no es esta analogía la única que podría establecerse entre la fiebre amarilla y esla última enfermedad. «Diuréticos.—El nilrato de potasa no ejerce absolutamente ninguna acción apreciable, co- mo tampoco las demás sustancias tenidas por diuréticas. En efecto, cuál puede ser la utili- dad de semejantes remedios? No se halla sus- pendida la secreción urinaria á causa del des- orden general de todas las funciones? se ha visto que los diuréticos favorezcan la secreción urinaria en el cólera asiático? nQuinay sus compuestos.—Los médicos es- pañoles, tanto en Europa como en Améri- ca, han usado mucho la medicación tónica, empleando con buen éxito la quina á altas dosis. Sarabia, Bobadilla, Lagasca, Arejulay La Fuente prescribían en 48 horas cantidades muy considerables, y con tanta mas ventaja, cuanto mas cerca se hallaba el enfermo de la invasión. Valentín, Lefoulon, Leblond y Pug- net la daban al principio de la fiebre. Según la comisión médica de Barcelona, debe ad- ministrarse la quina lo mas cerca posible de la invasión, y para que obre cual conviene, pres- cribirla en sustancia á dosis altas y repetidas (p. 587). Este modo de tratamiento por la qui- na es de mucha importancia y merece fijar la atención de los médicos. También Audouard la aconseja á altas dosis (ob. cit., p. 201). To- maremos de Chervin ja relación de los médi- cos que atribuyen grandes virtudes á este me- dicamento. G.üyon la administraba desde el primer período; porque esta enfermedad debe considerarse, según él, como una especie de fiebre perniciosa (Journ. méd. chir., junio 1839, p. 231). Lefort la prescribía después de las emisiones sanguíneas y obtenía muy bue- nos resultados (De la saignée et du quinquina dans le traitement de la fiévre jaune, p. 32). Chabert daba el sulfato de quinina en el se- gundo período á dosis altas sin que precediera la sangría (epid. de Veracruz). El doctor Che- vé lo empleó con buen éxito, en 1830, en la isla de Gcrca. Los médicos de Nueva-Orleans lo usaron mucho durante la terrible epidemia de 1837. En 1839 se renunció á él en gran parte; y sin embargo, dice el doctor Thomás, que fué muy eficaz en estas dos epidemias (Gaz. deshóp., 30 áe ]u\io de 1842). «Estos hechos y otros muchos que se citan en las obras, no "dejan duda alguna sobre la eficacia de la quina y del sulfato de quinina; mas para que produzcan estas sustancias buen resultado, es preciso usarlas desde el princi- pio y á dosis altas. Siguiendo este método, sin debilitar demasiado al enfermo con san- grías, y agregándole el uso de bebidas frias, | particularmente de zumos ácidos véjeteles, se instituye la mejor terapéutica de todas las que se han"empleado contra la fiebre amarilla, y la que mas probabilidades reúne á su favor. ' Por lo demás, si en cierto número de epide- ! mias pueden ponerse en duda los felices re- sultados de esto medicación, no asi al princi- pio y á la conclusión de todas aquellas, que participando de la naturaleza de las fiebres intermitentes, son debidas á iguales causas, y por consiguiente han de combatirse con el mismo medicamento. Debe el médico obser- var cuidadosamente los síntomas de la fiebre amarilla, y en cuanto llegue á descubrir, no una remisión que muchas veces no existe to- davía , sino exacerbaciones transitorias en el aparato sintomatológico, no ^.vacile un mo- mento; combata el mal inmediatamente con altas dosis de sulfato de quinina, y verá ceder muchas veces los síntomas de la fiebre. Tén- gase presente que en muchos parages la fiebre amarilla es una fiebre de quina, como dicen los médicos de los paises donde son endémicas las intermitentes; y fundados en la analogía de síntomas y de origen, llegaremos á dominar una de lasafecciones mas terribles de las co- marcas ecuatoriales. Aconsejamos eficazmente á los facultativos de las colonias, que usen con atrevimiento el sulfato de quinina, no á la dosis de 8 á 10 granos, sino á la de 112 á 1 dracma, y que no teman la acción irritante de este medicamento en una enfermedad que nada absolutamente tiene de inflamatoria. Nosotros lo hemos administrado en un núme- ro bastante considerable de enfermedades, pa- ra adquirir la certidumbre de que puede dar- se impunemente á dosis muy altas (V. Mon- neret, Mémoire sur le traitement du rhumatis- me par le sulfate de quinine á forte dose; Jour- nal de médecine, enero, 1844). La'quina es un medicamento heroico, cuando la fiebre ama- rilla afecta el tipo de terciana doble ó la forma remitente biliosa, ó bien cuando tomando de pronto los accidentes graves una forma per- niciosa pero intermitente, amenazan los dias del enfermo en el primero ó en el segundo acceso. «Tónicos. — Las medicaciones brownianas cuentan en América gran número de partida- rios. Entre los medicamentos que las C6nst¡- tuyen debemos citar: la quina, la raíz de 881 DE LA FIEBRE AMARILLA. serpentaria virginiana, la tintura de canela, las aguas destiladas aromáticas de menta, de melisa, de salvia v el vino de Madera. »Kl opio ha sido aconsejado por Bruce, lackson é Hillary y proscrito por Deveze y gran número de médicos franceses. Se han alabado también la corteza de angostura, la pimienta de Indias, el agua de cal, el carbón vegetal y el aceite de trementina. Fundado Stevens en las ideas teóricas de que ya hemos hablado ( Anat. patol.), opina que pueden restituirse á la sangre los principios cuya fal- ta constituye la enfermedad, administrando las sales alcalinas; pero esto no es mas que una mera hipótesis. «No podemos hacer otra cosa mejor, para teririinar lo relativo á la terapéutica de la fie- bre amarilla, que copiar las notables líneas escritas por Pugnet, en las cuales están re- sumidas las reglas de un tratamiento racional y las mejores bases en que puede fundar el médico su terapéutica. «Cuando era llamado á asistir á sugetos afectados de fiebre amari- lla, los consideraba como si padeciesen una liebre de los pantanos rauy perniciosa, y exa- minaba por lo tanto: 1,° si esta fiebre presen- taba remisiones sensibles, y 2.° qué órganos eran los que se hallaban principalmente inte- resados en los espasmos.» Prescribía este mé- dico desde las primeras horas los rubefacicn- les á los brazos y muslos, aplicándolos cua- tro ó cinco horas "después á las piernas y an- tebrazos, y volviéndolos ó poner alternativa- mente en las mismas partes. Hacía envolver el tronco con franela, ó con un lienzo empa- pado en partes iguales de agua caliente y vi - nagre, renovando muchas veces esta aplica- ción. Prescribía enseguida el éter, el alcan- for, el almizcle, y cuando empezaba aponer- se pastosa la piel, daba la quina en cocimien- to muy concentrado, unida al tartrato de po- tasa ó al vinagre, asociándole la serpentaria virgíniana, el ácido hidro dórico , ó ei aceta- to de amoniaco y el nitro. Insistía con la qui- na, haciéndola tomar reducida á polvo fino en una poción gomosa, y uniéndola con el opio cuando se manifestaba diarrea. Empleaba con utilidad los astringentes y el alumbre para contener las hemorragias. Se abstenía de las evacuaciones sanguíneas y de los vejigatorios, para evitar la gangrena y las hemorragias que los suceden. En la convalecencia continuaba también con la quina á corlas dosis, y acon- sejaba el vino añejo, el ron, los analépticos escogidos y un ejercicio moderado (loe. cit., p, 365 y sig.). «Naturaleza y clasificación.-La fiebre ama- rilla ha puesto en gran perplegidad á los no- sógrafos que han intentado fundar su clasifi- cación en la anatomía patológica y la localiza- ron de las enfermedades. En efecto, ¿dónde rolocar el asiento de una enfermedad tan ge- neral como esla calentura? Sauvages, Cullen, Pinel y otros nosógrafos, hicieron una clase de las pirexias, donde venia naturalmente á co- locarse la fiebre amarilla. Para los médicos que no tienen preocupación alguna sistemática, es- ta afección es una calentura ó pirexia esencial, es decir, una enfermedad general con fiebre, en que existen lesiones graves, pero que no son la causa del movimiento febril. Este, co- mo una de tantas alteraciones, es un simple efecto de la causa desconocida que prodúcelos síntomas del mal; empieza antes que ellos, y frecuentemente disminuye y aun cesa aunque ellos persistan y aumenten de intensidad. Mu- chos autores modernos la incluyen entre las enfermedades generales, y la consideran co- mo una pirexia continua con alteración de la sangre. Militan en favor de esta doctrina los he- chos relativos á la alteración de las cualidades físicas de aquel líquido, que está claro, difluen- te, y sceslravasa en todos los tejidos, filtrán- dose al través de las membranas, ya durante la vida ó ya después de la muerte. Pudiéramos añadir que semejante alteración de la sangre ha sido demostrada por Stevens, quien ha en- contrado en ella menos fibrina, disgregados los glóbulos y la materia colorante, y disuelta esta última en el suero, si las investigaciones ana- líticas de este médico nos inspiraran completa confianza. Las numerosas y abundantes hemor- ragias que se verifican durante la vida, prue- ban queeslan profundamente alteradas lascua- lidadcs de la sangre. Por último, la gravedad de los síntomas, y sobre todo su generalización en la economía entera, no permiten dudar que la alteración de este líquido es el punto de par- tida de todos los desórdenes graves que so- brevienen con tanto rapidez; pues lesiones tan generales no pueden menos de reconocer una causa igualmente general. Por otra parte, la que produce la fiebre amarilla es, según todas las probabilidades, un envenenamiento mias- mático, ocasionado por los efluvios pantano- sos; y del mismo modo que las calenturas in- termitentes perniciosas y las continuas de los pantanos, con quienes tiene la fiebre amarilla tontos puntos de contacto, forman pirexias esenciales, en las que el movimiento febril constituye todo el mal; asi también, añadien- do á este movimiento febril, continuo ó inter- mitente, las hemorragias intestinales y sub- epidérmicas, se tendrá la fiebre amarilla. Hay pues muchas razones para creer, que estas en- fermedades resultan de un envenenamiento de la sangre, ó de una septicohemía como la lla- ma Piorry. ¿Trataremos ahora de indagar cuál es esta lesión de la sangre, y cuál el elemento de la misma que se halla alterado en sus pro- porciones ó cualidades? Semejante empeño ser- viría solo para estravíarnos en un laberinto de inútiles y vanas teorías. «Las diversas inyecciones y hemorragias ca- pilares que existen en las membranas del tubo" digestivo, se han considerado por algunos co- mo vestigios de una inflamación gastro-intes- tinal; pero los incesantes progresos de la ana_ DE LA FlLBftE AMARILLA. 189 touiia patológica han desvanecido bien pron- to semejantes pretensiones. Asi pues no de- be considerarse la fiebre amarilla como una gastro-enteritis, ni tampoco como una me- ningitis ó una hepatitis; pues las hemorra- gias de las meninges y el cambio de color del hígado no son mas que alteraciones secun- darias. «Historia y rirliografia.—La fiebre amari- lla no reinó jamás entre los griegos y latinos, ni en la> costas del Asia menor. El causus ó fiebre ardiente , que cree Valentín ser la fiebre amarilla, no es mas que una remitente bilio- sa ó una intermitente inflamatoria. Las fiebres con ictericia, vómitos y deyecciones negras de que habla Hipócrates, pertenecen al orden de las remitentes. La peste de Atenas, en la que se ha querido también ver la fiebre a marilla, no tenia semejanza alguna con esta enferme- dad. Sin detenernos mas en las falsas asimila- ciones hechas por los autores, y rebatidas por Littrc(art. Fiebre amarilla, p. 311, Dict. de méd., 2.* edic), diremos solamente que Mo- selcy, Dalmas y Tommasini hacen datar de tiempos muy remotos la primera aparición de esta enfermedad. «Las primeras nociones acer- ca de la fiebre amarilla, dice J. Frank, deben referirse á la época del descubrimiento de las Américas; pues al menos la descripción del se- gundo viage de Cristóbal Colon permite hasta cierto punto sospechar, que reinaba entonces esla calentura entre los españoles que venían de aquel país.» Oviedo refiere que la fiebre amarilla empezó á diezmar los españoles que en 1494 se hallaban construyendo la Isabela en Santo Domingo. Lospriraerosestablecimien- tos que se formaron en muchas de las Antillas fueron asolados por la fiebre amarilla, ó al me- nos por una enfermedad que puede con funda- mento considerarse como tal (V. Moreau de Jonnes, Monographie histor. et medie, de la fiévre jaune, en 8.°; Paris, 1820; consúltese también sobre la parte histórica á Oviedo, His- toria general de las Indias, en fol., 1547, li- bro II; Dutertre, Histoire genérale des Anti- lles francaises, en 4.°; Paris, 1667). No se sabe á punto fijo si la fiebre reinaba ya endémica- mente en los pueblos que conquistaron los es- pañoles, ó si apareció por primera vez después que se establecieron estos en las Antillas. Se na dicho también que habia sido trasportada desde Siam, en la India oriental, á la Martini- ca en 1681 ó 1690, y aun desde Marsella. Su- cede con la fiebre amarilla lo mismo que con la sífilis, acusándose mutuamente los pueblos de habérsela trasmitido: en el continente de América dicen que el contagio vino de las An- tillas; en estas que había sido importado de Siam ó del África, y en España que les fue co- municado por los americanos. En la obra de Moreau de Jonnes se hace una mención muy completa de las principales epidemias que se han manifestado en las Antillas en diferentes épocas: este médico ha formado un cuadro cro- nológico, que no deja de ser interesante para la historia de la fiebre amarilla. »En todas las monografías que se han pu- blicado sobre esta enfermedad se estudian sus causas, y especialmente su modo de trasmi- sión. Sin embargóla cuestión sobre la propie- dad contagiosa del mal se halla controvertida de una manera especial en las siguientes obras: 1.° En favor del no contagio: Chervin: Exa- men des principes de Tadministration sanitai- re, en 8.°; Paris, julio, 1827. — Reponse au discours de M. Audouard, en 8.°; Paris, se- tiembre, 1827.—Reponse aux allegations de M. le docteur Gerardin , en 8.°; 1828.— Exa- men critique des pretendues preuves de conta- gión de la fiévre jaune observée en Espagne, en 8.°; julio, 1828: trabajo muy completo que conviene consultar. — Examen des nouveltes opinions de M. le docteur Lassis, concernant la fiévre jaune, en 8.°; agosto, 1829.—De Topi- nion des médecins americains sur la contagión ou la non contagión de la fiévre jaune, en 8.°; Paris, diciembre, 1829.—Reponse á diverses allegations de M. le docteur Rerthulus , en 8.°; Paris, enero, 1843.—Pelition presentée ala Chambre des députés pour demander la suppres- sion inmediate des mesures sanitaires relatives á la fiévre jaune, en 8.°; Paris, 1843. Tales son los numerosos documentos reunidos por el infatigable Chervin sobre esta cuestión, y que forman hasta cierto punto las piezas del proceso que sostuvo casi solo con el mayor áni- mo, y muchas veces con buen éxito, contra los partidarios del contagio. A él se debe el honor de haber atraído casi todos los médicos á la causa del no contagio, y la satisfacción que debió causarle este triunfo haría sin duda me- nos penosos los últimos instantes de su vida. Ya otros muchos antes que Chervin habian sos- tenido el no contagio; de cuyo número son Benjamín Rush, de Filadelfia (Medical in- quines and observations, etc., en 8.°; Filad., 1793: Facts intended to prove the yellow fever not to be contagions), á quien sin razón colo- can algunos entre los contagionistas; Deveze, Dalmas, Valentín, Savaresi, de Humboldt, Rochoux, Lefort, Dariste, Smith, Caldwell, Chabert, Stevens, Tomasini, Defermon, etc. (Rullétin des sciences medicales, t. XV; Paris, 1828). »2.° En favor del contagio.— Empezaremos por los médicos á quienes combatió Chervin mas especialmente; tales son Bailly, Francois y Paríset' (Ilistoire de la fiévre jaune en Espagne, et particuliérement en Catalogue, en 8.°; Pa- ris, 1823), Audouard (Relation hisloriqueet medícale de la fiévre jaune de Rarcelone, en 8.°; Paris, 1822.-Considerations sur Torigine et les causes de la fiévre jaune, en 8.°; y Be- cueil de mémoires sur le typhus nautique, en 8.°; Paris, 1825), Keraudren (De la fiévre jaune observée aux Antilles et sur les vaisseaux du roí, en 8.°; Paris, 1823), Gerardin, Mé- moire sur la fiévre jaune, en 8.°; Paris, 1820), 190 DE LA FIEIíHE amarilla. R. V. Prus (Refulation de Topinion du doc- teur Deveze sur la non-contagion de la fiévre jaune, en 8.°; Paris, 1823), y no haremos mas que citar los nombres de los que han apo- yado también esta doctrina, como son: Hay- gart, Milchill, Hillary, Schotte, Lining, Chís- holm, Wright, Caillot, Moreau de Jonnes, llerthe, Arejula, Palioní, Bonneau ySulpicy, Mac-Gregor, Gilbert, Blanc, etc. »Ya hemos dado á conocer suficientemente en este artículo las fuentes bibliográficas á que hemos recurrido, y nos bastará indicar aqui sumariamente las obras que contienen una descripción esacta de las alteraciones anatómi- cas y de los síntomas propios de la fiebre ama- rilla : Chisholm, An essay on the malignanl peslilential fever, etc., en 8.°; Lond., 1799. —Pugnet, Mémoire sur les fiebres de mauvais raracteredu Levant et des Antilles; París, 1804. Describe este autor la enfermedad de una ma- nera rápida; pero da muestras de una gran sa- gacidad y de un espíritu observador poco co- mún.—Dalmas, Recherches historiques et me- dicales sur la fiévre jaune, en 8.°; París, 1805. Esta obra solo contiene una descripción muy imperfecta de la fiebre amarilla. —Baílly, Du typhus d'Amérique, ou fi.ivre jaune; Paris, 1814.—Valentín, Traite de la fiévre jaune d'Amérique, etc.; Paris, 1813.—Keraudren (ob. cit. mas arriba). —Deveze, Traite de la fiévre jaune , en 8.°; Paris, 1820. Es imposi- ble escribir con mas claridad y concisión una obra, que encierre tantos hechos y una apre- ciación tan exacta de todo lo que se habia pu- blicado anteriormente; porto cual recomenda- mos su lectura, lo mismo que la de los tratados siguientes: Audouard, Belation historique de la fiévre jaune qui a regné a Rarcelone en 1821, en 8.°; Paris, 1822; Baílly, Francois y Parí- set , Histoire medícale de la fiévre jaune obser- vée en Espagne et particuliérement en Catalog- ne , en 1821, en 8.°; Paris, 1823; y sobre to- do las Recherches sur la fiévre jaune de Gibral- tar de 1828 (en Mém. de la Societé medícale d'observation, 1844). Esta importante memoria la redactó Louis con datos recogidos en unión con Trousseau » (Monneret y Fleury, Com- pendium de méd. prat., t V, p. 481-506). ARTICULO TERCERO. De la peste. «Sinonimia.—Aupu , de Hipócrates y Gale - no; pestilentia, de Celso y Plimo; pestis, de Sidenham, Sauvages, Linñeo , Juncker y Cu- llen, febris pestilentialis, de Hoffmann y Vo- gel; typhus pestis, de Young; anthracia pestis, de Good; exanthema pestis, de Parrish; loi- mopyra, deSwediaur; fiebre adeno-nerviosa, ti- fo de Oriente, tifo africano, de diversos au- tores. «Reunidos todos los libros que se han escri- to sobre la peste, formarían una biblioteca considerable; pero los que hayan tenido el va- lor , ó como nosotros la obligación de recor- rerla , no habrán tardado en convencerse de que esa inmensa reunión de volúmenes solo contiene un corto número de documentos ver- daderamente científicos respecto de la enfer- medad que nos ocupa. Solo se encuentran en ella relaciones, mas bien literarias que médi- cas, de epidemias de peste; disertaciones in- terminables é inútiles sobre el contagio y sus medios preservativos; enumeraciones fastidio- sas de recetas empíricas ó ridiculas. No debe- rá pues estrañar el lector, que nuestro trabajo solo contenga citas de algunos autores escogi- dos entre los modernos. Ademas procuraremos huir de todos los pormenores relativos al con- tagio y á las cuarentenas; cuestiones que no carecen por cierto de actualidad ni de impor- tancia, pero que pertenecen mas bien á la hi- giene pública que á la medicina. Nos propone- mos estudiar la peste especial y esclusivamen- te bajo su aspecto práctico. «Definición.—«Est autem pestis, dice Díe- «merbroeck (Tractatus de peste, en 4.°, p.2; «Amsterdam, 1665), morbus coramunissimus, «peracutissimus, perniciosissimus et máxime «contagiosus, ex maligno et oceulto spiritibus «caloríque notivo tota substanlia infestissimo «inquinamento ortus, á quo omnium viscerum, »et imprimís cordis, functíones laíduntur.» »Segun Assalini (Observ. sur lamal. appe- lée peste, etc., p. 1; Paris, 1801 , año IX) es la peste « una enfermedad que ataca á un mis- mo tiempo á muchos individuos, y cuyos sín- tomas principales son: la fiebre, los bubones, las gangrenas parciales ó carbuncos, la pérdi- da de las fuerzas, el dolor de cabeza y el deli- rio , á cuyos accidentes sucumbe generalmente el enfermo al tercero ó al quinto día.» «Savaresi ( Mém. et opuscules physiques et médicaux sur TEgipte, p. 132; Pans, 1802) define la peste: «un tifo muy grave y sumamen- te contagioso, acompañado siempre de la erup- ción de bubones y carbuncos, y con freeuen- cia de petequias miliares y manchas purpúreas ó lívidas, y que tiene por lo regular una ter- minación funesta.» «Según Fodere (Dict. des se. méd., t. XLl, p. 74; París, 1820), la peste es «una enfer- medad eminentemente contagiosa, que tiene siempre su primer origen en Levante; que produce bubones, carbuncos, petequias y otros exantemas; que va generalmente acompañada de una fiebre muy aguda; que es prontamente mortal; que se estiende con gran rapidez, y que en su período de incremento mata gene- ralmente las dos terceras partes de los en- fermos.» »Hé aqui la definición algo larga que da Clot de esta enfermedad (De la peste observée en Egipte, p. 6; Paris, 1840): «La peste es una enfermedad.epidémica, cuya causa, como la de todas las epidemias, se esconde á nues- tros medios de investigación. Tiene por carac- DE LA TESTE. 191 tcr especial desarrollar bubones, carbuncos y petequias. Sigue una marcha aguda, y presen- ta mas ó menos gravedad, según los períodos de la constitución epidémica. Obrando algunas veces con una energía increíble sobre las fun- ciones de inervación y sobre los sólidos y flui- dos, determina en ellos lesiones profundas, que se resisten á la acción de la terapéutica. Pero generalmente estos diversos síntomas se desenvuelven con menos intensidad y tienen una terminación favorable, ora por los esfuer- zos aislados de la naturaleza, ora por los auxi- lios de una medicina sintomática racional. Úl- timamente, esto enfermedad, endémica en to- do el Oriente, no se propaga nunca por infec- ción ni por contagio, sino que se desarrolla únicamente bajo la influencia de las causas que la han producido, y cesa y desaparece con ellas.» «En estas diferentes definiciones vemos re- producidas las opiniones contradictorias que dividen á los médicos sobre la cuestión del contagio. Mas adelante examinaremos el estado actual de esla cuestión; por ahora solo hemos querido someter al juicio del lector las varias definiciones que se han propuesto. Por nuestra parte adoptamos la siguiente: «Es la peste una enfermedad general febril, una pirexia endémica, epidémica y contagiosa, según unos, no contagiosa, según otros, pro- ducida por un envenenamiento miasmático, rá- pidamente mortal cuando llega á su grado mas alto de intensión, y caracterizada principal- mente por bubones, hemorragias esternas ó in- tersticiales (petequias, manchas purpúreas), gangrenas parciales (carbuncos, manchas, pus tulas carbuncosas) y desórdenes nerviosos muy graves. »Alteraciones anatómicas. — Estudiaremos los diferentes aparatos, indicando las lesiones que son peculiares á cada uno de ellos, y nos ocuparemos en seguida de las gangrenas, que ciertos autores dicen haber hallado en casi to- dos los puntos de la economía, y cuya existen- cia d3be ser objeto de discusión. «1.° Aspecto del cadáver.-Los cadáveres de los apestados, dice Clot (loe. cit., pág. 82), no presentan ese aspecto espantoso que han tra- zado los pintores y los poetas con todo el hor- ror que les inspiraba su imaginación, y con arreglo á descripciones hechas por médicos que ó no habían visto la enfermedad, ó la ha- bian exagerado notablemente. «La rigidez cadavérica nada tiene de nota- ble; sin embargo, Rigaud supone que era muy pronunciada en la epidemia de Alejandría en 1835; mientras que Pugnet asegura que los cadáveres ofrecen una blandura y una ¿"acidez notables. Según Clot, la putrefacción no es mas pronto que en los demás casos; pero ase- guran lo contrario Pugnet y otros varios auto- res. En lo general conserva el sugeto sus car- nes, á no ser que la enfermedad haya durado mucho tiempo ó vaya acompañada de diarrea. No están contraidas las facciones ni hay esa al- teración profunda de la cara que se observa por ejemplo en el cólera. «xidemas de las petequias y de los equimo- sis que sobrevienen durante la vida, se obser- van muchas veces grandes livideces cadavéri- cas, situadas en las partes mas declives ó en las regiones posteriores. Los cadáveres de los su- getos que han sucumbido en poco tiempo, sue- len presentar un color violado de la cara y el rostro, que les da un aspecto semejante al de los individuos muertos de apoplegia ó de asfi- xia (Clot). «Cuando los enfermos mueren rá- pidamente y sin auxilios, dice Rigaud, se ob- serva en la cabeza, en el cuello, en los miem- bros torácicos, en el pecho y en la región epigástrica, una coloración azul, violada, ne- gruzca y diseminada irregularmente en forma de grandes chapas. Puede decirse de estos su- getos, como observó perfectamente Broussais respecto de los cadáveres de los coléricos, que parecen haber sido frotados con moras.» »2.° Aparato respiratorio.—Rara vez pre- sentan las pleuras vestigios manifiestos de in- flamación (Clot). Sin embargo, dice Bigaud que las ha encontrado siempre de un encarna- do muy vivo. También se hallan muchas veces en su cavidad derrames serosos ó serosanguí- nolentos (Traitedéla peste, etc., por Chicoy- neau , Soullícr, Bertrand, etc.,p. 402; París, 1744.—Aubert, De la peste ou typhus d'Orient, p. 139; Paris , 1840.—Rigaud, véase la obra citada de Clot, pág. 93), y en algunos casos adherencias mas ó menos "íntimas y antiguas entre los pulmones y la pleura parietal. »El aspecto esterior de los pulmones es co- munmente sonrosado, y otras veces pálido, amarillento ó de un jaspeado azul. En su parte posterior tienen estos órganos un color de vio- leta subido (Rigaud), que debe atribuirse á la hipostasis; y comprimiéndolos se esprime una mucosidad espumosa y sanguinolenta. «En al- gunos individuos , dice Clot, que no habian ofrecido durante la vida ningún síntoma ca- tarral, aparecía la mucosa bronquial visible- mente inflamada» (loe. cit., p. 86). Falta sa- ber si en estos casos era la rubicundez simple- mente cadavérica. »3.° Aparato circulatorio.—Clot y Aubert han encontrado frecuentemente derrames se- rosos ó serosanguinolentos en el pericardio , v Rigaud asegura que siempre ha hallado eñ él media, una libra y aun mas de sero- sidad. «El corazón , dilatado por una gran canti- dad de sangre negra, fluida ó coagulada, pre- senta siempre un volumen considerable, y tie- ne dimensiones que esceden en una tercera parte, una mitad y á veces el duplo (Soullier, ob. cit., p. 261), ó el triplo (Duvigneau)', de las dimensiones normales. Esla alteración, nota- da casi constantemente por los médicos que hicieron la descripción de la peste de Marse- lla de 1720. ha sido comprobada por todos los 1!>2 DE LA PE^TE. observadores contemporáneos (Pugnet, Clot, Rigaud, Aubert, Duvigneau, etc.). »KI aumento de volumen del corazón de- pende de la distensión de sus cavidades, y sobre todo de las derechas, que contienen mu- cha sangre negra y grumosa, en la que sobre- nadan coágulos amarillentos ó rojos. Las cavi- dades izquierdas están casi vacias. En un caso la distensión del ventrículo derecho habia pro- ducido la roturado esta cavidad y un derra- me considerable en el pericardio '(Traite de la peste, p. 201). »EI tejido del corazón no está comunmente tes v mucho mas numero-ns. Presentan varias formas: ora la de manchitas encarnadas ó lí- vidas, semejantes á las picaduras de pulga (pc- I tequias); ora la de chapitas de diferentes vo- , lúmenes y de un encarnado mas ó menos vivo . (manchas purpúreas)'; ora en fin la de manchas • cstensas y negruzcas (cquimo>.is\ «Soullier dice haber encontrado infinidad de , manchas purpúreas en la dura-madre; lam- ¡ bien se halla un número mas ó menos consi- derable de petequias en la superficie de la nia- ¡ yor parte de las serosas, de la aracnoides, de las pleuras parietal y visceral, de la hoja se- alterado en su color ni consistencia (Soullier, I rosa pericardiaca, parietal y visceral, y en loe. cit.); sin embargo puede hallarse pálido, i las túnicas serosas del estómago, de los intes- tinos, del hígado y de los diferentes órganos reblandecido, como macerado y fácil dé des- garrar con los dedos (Larrev,"iV¿m. de chir. militaire, t 1, p. 326.-Pugnet). «Congestión venosa.—El sistema venoso pre- senta constantemente un estado de congestión rauy notable; las venas mas delgadas adquie del abdomen. Bcrtrand ha visto chapas pur- púreas, del tamaño de una lenteja, en la su- perficie de la vejiga de la hiél (loe. cit., pági- na 398). Hállanse formadas estas manchas por una cantidad mayor ó menor de sangre derra- ren un volumen considerable, y se dibujan cía-! mada en el tejido celular subseroso. Aubert ramente sobre las membranas y les demás te- jidos; en todas partes se encuentra una red venosa muy desarrollada. Todos los vasos del cerebro, de sus cubiertas, de su sustancia cor- tical y de la medular esterna é interna, asi como los senos, están infartados de una san- greespesa y negruzca (Soullier, loe. cit., p. 26 lj. A veces están muy dilatados los plexos coroideos, y se distinguen vasos muy notables en las pleuras, el pericardio, las diferentes merabranasserosas del abdomen(epiploon, mé- sentenos, etc.) y la mucosa gastro-intestinal. Dice Rigaud que esta dilatación es mas sensi- ble en las venas yugulares; Duvigneau ha vis- to muchas veces la vena cava inferior de un volumen igual al de los intestinos delgados. Aubert insiste particularmente en la conges- tión de las venas raquidianas y de todos los va- sos de la médula: las arterias están vacias. » Hemorragias. —Constituyen seguramente lino de los caracteres anatómicos mas notables de la peste. »Es muy frecuente hallar sangre derramada y mezclada con serosidad, en proporción mas o menos considerable, en los ventrículos la- terales del cerebro, en el tejido celular sub- aracnoideo, encefálico y raquidiano (Aubert, loe. cit., p. 137-168), en la pleura, en el pe- ricardio, en el tejido celular sub-peritoneal, en el que rodea las venas, al rededor de los grandes vasos de la pelvis, en el tejido celu- lar inmediato á los bubones, etc. En un caso referido por Aubert (loe. cit., p. 193), se ha- llaba toda la médula espinal nadando en una sangre negruzca, mezclada con serosidad. En ciertos casos, mas raros todavía, se ha encon- trado sangre den amada en el estómago, en los iutestinosy en la vejiga (Lacheze, ISole sur la peste observée en Eqipte en 1835, en Bull. de TAcad. de méd., t.'l, p. 356; 1836,-Clot, loe. rit.. p. 88). «Las hemorragias intersticiales son constan- (loc. cit., p. 161) encontró un derrame con- siderable de sangre en la meninge que viste la parte superior del hemisferio cerebral iz- quierdo. «Frecuentemente presenta la mucosa del cs< tómago, de los intestinos y de la vejiga, gran- des chapas encarnadas, oscuras, equimosadas y manchas petequiales (Soullier, ob. cit., p. 261; Rigaud, ob. cit. p. 94). En dos casos existia un derrame sanguíneo bastante consi- derable en el tejido celular intermembranoso de la vejiga déla hiél (Clot, loe. cit.,n. 88). «En algunos casos se han encontrado en los nervios puntos rojos, determinados por estrava- saciones de sangre en el neurilema (Lacheze, mem- cit., p. 356). Aubert vio en la cara in- terna y anterior de la cavidad raquidiana, en- frente del cuerpo de cada vértebra, equimo- sis de sangre negra, y en la dura-madre, á la salida de cada par de nervios, una alteración análoga (loe. cit., p. 137). «Hállase alguna vez sangre derramada y reu- nida (focos apopléticos) en el tejido de los pul- mones , del hígado, de los ríñones y del bazo. «Sangre.—«La sangre que se obtiene san- grando á un individuo atacado de peste, dice Lacheze (mem. cit. pág. 354), no se conduce como la que se saca en otros casos de enfer- medad ó del hombre sano. No se verifica la separación del suero y el crúor, ni forma la capa fibrinosa llamada costra inflamatoria; si- no que todos los elementos de su composición permanecen en el estado de mezcla, constitu- yendo un líquido de consistencia cremosa, que se altera con la mayor facilidad.» «Tiene la sangre mayor densidad que en el estado sano, y un color oscuro y tan negro en las arterias como en las venas;" es lívida y presenta en su superficie gotitas oleosas, seme- jantes á los ojos que hace el caldo; á veces exhala un olor particular (Bulard, De ¡apeste oriéntale, p. 96; Paris, 1839). DE LA PESTE. 193 »Rochet ha hecho dos análisis de esla san- gre, que le han dado los resultados siguien- tes (Clot, ob. cit., p. 103). 100 partes dieron la primera vez: (Agua.......... 35,576 Coágulo.. < Fibrina......... 0,624 (Materia colorante. . . . 3,800 'Agua.......... 54,420 Albúmina y materia co- lorante........ 4,704 Materia mucosa estrae- Suero ' -tiva......... 0»232 ', Hidroclorato de sosa y f de potasa....... 0,408 r Carbonato de sosa y ma- \ teria crasa...... 0,212 \ Acido hídro-sulfúrico. . señales abundantes. La segunda vez produjeron: \ Agua.......... 36,760 Coágulo.. < Fibrina......... 0,606 ' Materia colorante. . . . 2,640 (Agua.......... 54,180 Albúmina y materia co- lorante........ 4,944 Materia mucosa estrae- Suero ; t'va......... 0,252 ' '' iHidrocIorato de sosa y i de potasa......". 4,408 i Carbonato de sosa y ma- I teria crasa...... 0,216 \Acido hidro-sulfúrico. . señales abundantes. »4.° Aparato digestivo.—Emangard (Clot, ob. cit., p. 90) dice que á veces está llena la boca de un líquido blanquecino, y los dientes fuliginosos; pero ningún otro autor menciona esta circunstancia. «Según Rigaud (Clot, loe. cit., p.94) la fa- ringe y el esófago suelen ofrecer un color son- rosado y aun violado. «Mas de una vez, dice este médico, he encontrado el esófago ente- ramente sano hasta el orificio cardíaco, don- de se manifestaba de repente y sin transición sensible una flogosis intensa.» »El estómago está frecuentemente dilatado por gases, y casi siempre contiene una canti- dad masó menos considerable de un líquido amarillo, verdoso ó negruzco, viscoso, seme- Í'ante á una mezcla de bilis, sangre y aceite. *a mucosa, comunmente normal, presento en otros casos una coloración morbosa, que varia desde el rosa y encarnado vivo, hasla el en- carnado oscuro, violado, aplomado y aun el verde bronceado. Esta coloración es, ora gene- ral, ora parcial, y se presenta bajo la forma de manchas ó de chapas: á veces no existe mas que en los repliegues de la mucosa (Ri- gaud). En los individuos cuya enfermedad se ha prolongado, presento esta membrana un co- lor rojo oscuro, apizarrado, y está reblandecida en muchos puntos, ofreciendo ademas ulcera- TOMO IX. ciones superficiales en el sentido de las an- fractuosidades que forman sus repliegues. Las úlceras nunca interesan mas que la mucosa: pero suelen ser profundas, de bordes inver- tidos, írangeados y con el fondo negro '^Clot, ob. cit., p. 87). oGeueralmente participa el duodeno del es- tado morboso del estómago; pero es meno& pronunciada su lesión. En un caso citado por Clot (ibidem) contenia un coágulo, que ocupaba enteramente su cavidad y se adhería con bas- tante fuerza á la mucosa, y que separado, de- jaba descubiertas muchas ulcerillas por don- de se habia verificado la hemorragia. «Según Rigaud, tiene siempre el peritoneo un color sonrosado ó encarnado vivo, y ser- pean debajo de esta membrana gran núme • rodé vasos infartados de sangre negra, del calibre de una paja en los sitios donde tienen mayores dimensiones, y que van á confun- dirse por innumerables ramificaciones irray delicadas, con el tejido adiposo subyacente tiñéndole de un rojo vivo. Este tejido adiposo ofrece en ocasiones el aspecto de una papilla pulposa de color de heces de vino; otras veces es enteramente puriforme y se repliega sobre sí mismo á la altura del colon transverso (Clot, loe. cit., p. 96). «Los intestinos delgados presentan esterior- raente un aspecto sonrosado; están siempre arborizados de un modo muy notable, y olp- cen, según Rigaud, las mismas lesiones que el estómago cuando se halla alterado. No obs- tante, todos los autores están conformes eji asegurar, que no se encuentran en ellos ulce- raciones. Lacheze (loe. cit., p. 356) dice que nunca se hallan afectados los folículos de Brunero ni las glándulas de Peyero. En mu- chos casos se han hallado lombrices, y Rigaud contó 27 en un solo individuo. Las intestinos contienen á menudo un líquido análogo al que se observa en el estómago (Soullier). «Los intestinos gruesos están siempre en el estado normal, si se esceptúa la válvula ileo- cecal, que suele aparecer lívida y con ulcera- , ciones análogas á las del estómago, que se es- tienden á veces hasta el apéndice vermicular (Clot). Según Rigaud, está frecuentemente estrechado el colon. »El hígado tiene siempre un volumen muy considerable, y á veces doble del que presen- to en el estado sano. En los casos referidos por Soullier (toe. cit., p. 339-340) llenaba los dos hipocondrios. Generalmente no va acompaña- da esta hipertrofia de ninguna alteración de tejido (Soullier), y depende de una congestión sanguínea muy intensa. En ocasiones está el tejido hepático jaspeado ó reblandecido (Au- bert, loe: cit,,\>. 139). »La vejiga de la hiél, dilatada por una bilis verde y viscosa, puede tener un volumen dos ó tres veces mas considerable que en el estado sano; presenta á menudo las petequias qu« hemos descrito, y suelen estar'engrosadas sus 25 Mí 1>E 1 .\ rtstr paredes á consecuencia de un derrame san- guíneo ó sero-sanguínolento, verificado en el tejido celular ínter membranoso. «El bazo, según Lacheze (loe. cit., p. 353), está aumentado de volumen y reblandecido en todos los casos en que mueren los sugetos con los síntomas propios de la peste. Aunque esta aserción es demasiado absoluta, puede decirse que comunmente tiene dicha viscera un volu- men triple del natural, v está reblandecida hasta el estado de papilla (ftertrand, Clot, Du- vigneau y Aubert). «Muchas veces, dice La- cheze, es imposible tocar y manejar este ór- gano sin desgarrarlo.» No obstante, Eman- gard lo ha visto presentar un color encarna- do y una consistencia igual á la del hígado, y Aubert lo ha observado también de un volu- men doble ó triple y notableraente aumentado de consistencia (loe. cit., p. 153). «Enuncaso citado por Bertrand (loe. cit., p. 899), estaban hinchadas y como putrefactas las glándulas salivales. »5.° Aparato génito-nrinario.—Los ríño- nes, rodeados á veces de un tejido celular in- fartado de sangre, presentan en su superfi- cie grandes equimosis, y su tejido congestio- nado y reblandecido, tiene un color subido de violeta. A veces se encuentran coágulos sanguíneos en las pelvis, los uréteres y la ve- jiga. La mucosa de esta última se halla gene- raiciente sana; pero en ocasiones presenta perequias y equimosis. »6.° Sistema linfático.—«El sistema gan- gliónico estaba siempre mas ó menos afectado; phes aunque alguna vez no se encontrase nin- gún bubón, lo cual era raro, investigando cuidadosamente los sitios predilectos, se halla- ban constantemente algunas glándulas infar- tadas. En algunos casos no existían estas al- teraciones, sino en los plexos glandulares con- tenidos en las cavidades. Frecuentemente era fácil seguir las glándulas infartadas, partiendo de las regiones cervicales, axilares é inguina- les, hasta las cavidades del tórax ó del abdo- men. Yo he visto algunas estranguladas en las aberturas de comunicación, como por ejem- plo en el arco crural. Las glándulas situadas a lo largo de las vértebras, las que se encuen- tran en el trayecto de los grandes vasos abdo- minales y las mesentéricas, tenían en ocasio- nes el volumen de un huevo de gallina» (La- cheze, mera, cit., p. 355). Se han hallado ganglios del tamaño de huevos de ganso. «En el primer grado de alteración están los ganglios endurecidos é inyectados; pero des- pués se presentan jaspeados, rojizos, lívidos, cenicientos, violados, de color de heces de vino, reblandecidos en parte ó en su totalidad, y ofrecen pequeños focos de supuración, ó es- tan completamente reducidos a un putrílago purulento. Cuando la alteración llega á este punto, se aglomeran los ganglios, constitu- en masas irregulares y forman una especie e rosario con los mas inmediatos. Los gan- glios cervicales se reúnen cou los de los me- diastinos v la axila; los axilares con los que rodean á los bronquios, v los inguinales con los del abdomen al través del arco crural. «Cuando los ganglios están profundamente alterados, participa de la lesión el tejido ce- lular inmediato; el cual está infiltrado de se- rosidad, sangre y pus, formando una especie de putrílago negruzco, en cuvo centro flota la masa de ganglios aglomerados. A veces se confunden los ganglios indurados con el tejido celular circunyacente, constituyendo una ma- sa carnosa, dura, rojiza y coiiio homogénea (Aubert). »7.° Sistema nervioso.—a. Cerebro espi- nal.—En el cráneo y en el conduelo raquidia- no están infartados de sangre los vasos de la dura madre, y á veces se hallan equimosis en esta membrana; las colocadas debajo de ella están inyectadas, lívidas, y en ocasiones inflamadas. ííánse encontrado frecuentemente adherencias mas ó menos estensas entre la aracnoides y el encéfalo, sobre todo en la convexidad de los hemisferios, como también cierta cantidad de serosidad infiltrada en el tejido celular sub-aracnoideo. A esta serosidad suele mezclarse una porción mayor ó menor de pus ó de sangre: también se han observado como dejamos dicho, verdaderas hemorragias sub-aracnoideas. «Hay congestionen el encéfalo, que presenta el estado arenoso y el punteado rojo. Al cor- tarlo suelen aparecer un sinnúmero de gotitas desangre. Los ventrículos laterales contienen cierta cantidad de serosidad clara ó sanguino- lenta, y están infartados de sangre los plexos coroideos. Muchos autores hablan de una dis- minución de consistencia en la sustancia cere- bral: «lo que mas llamaba la atención en el cráneo, dice Pugnet, era el colapso del cere- bro y del cerebelo, y la especie de fluidez que habian adquirido las dos sustancias de que se compone.» Aubert (loe. cit., p. 139) observó también un reblandecimiento general del ce- rebro. ¿Se habrá contado suficientemente con el efecto cadavérico, que en las latitudes en que se observa la peste debe ser pronto y enérgico? Lo dudamos tanto mas, cuanto que Duvigneau y Emangard dicen no haber obser- vado ninguna alteración apreciable de la masa encefálica. »b, Gran simpático.—Aubert es el prime- ro y el único que ha descrito ciertas alteracio- nes, que en su concepto son constantes y tie- nen mucho valor (V. Naturaleza). Según este observador, los ganglios cervicales, y mas es- pecialmente los torácicos, y á veces los se- milunares, están sonrosados, rojos, de color de heces de vino, y presentan puntos mas os- curos ó estrias y chapas sanguinolentas ó par- duzcas [loe. cit., p. 139-152). «Esta lesión, dice Aubert (p. 274), es constante, y tanto mas intensa, cuanto mas rápida y violenta ha sido la enfermedad.» DE LA PLSTE. 193 «Clot combale esta aserción, y afirma que en ' el Cairo y en Damiela ¡(Duvigneau, Eman- gard) no se han encontrado nunca las altera- ciones indicadas por Aubert, á pesar de las in- vestigaciones mas prolijas. «El citado autor, dice Clot, no habia observado que las manchas rojas, especie de petequias que presentan los ganglios, suelen ser dependientes de infiltra- ciones sanguíneas efectuadas en el tejido celu- lar circunyacente ; y que en los demás casos estos pequeños equimosis resultan de la rotura ó de la trasudación de los ramos venosos que serpean por el neurilema, constituyendo una impregnación y no una rubicundez inflamato- ria de la pulpa nerviosa» (Clot, ob. cit., pá- gina 102). «Ya se deja conocer que no podemos nos- otros dirimir este debate; pero afortunada- mente no tiene la cuestión la importancia que se le ha querido atribuir (V. naturaleza). »8.° Gangrena.—Al tratar de los síntomas describiremos la lesión gangrenosa de la piel, 3ue ha recibido de los loiraógrafos el nombre e carbunco, y aqui hablaremos solamente de las gangrenas internas. »En la escelente descripción de la peste de Montpellier, que nos han transmitidoChicoy- neau, Soullier, Bertrand, Deidier, etc. (1720), se encuentra casi siempre anotada la existen- cia de carbuncos y de pústulas carbuncosas en la pleura, el pericardio, los pulmones, el es- tómago, el páncreas, los intestinos, el epi- ploon, los mesenterios, el hígado, el bazo, los linones, los ligamentos anchos, etc. (ob. cit, págs. 278, 339, 399, 407, 408). Bertrand ha visto carbuncos que ocupaban el centro fréni- co (p. 404), la superficie esterna de la vena pulmonal (pág. 406) y el origen de la aorta (p. 40). «Pero el carbunco, dice Clot (ob. cit., pá- gina 76), es una enfermedad del sistema cutá- neo , y no puede desarrollarse en otra parte; lo cual hace creer que se han tomado por car- buncos interiores las alteraciones de los folícu- los mucosos intestinales, los equimosis, etc. »A esto opondremos en primer lugar un he- cho tomado del mismo Clot, y es el siguiente: «En un enfermo se observó una especie de pús- tula negra, redonda, perfectamente circuns- crita y prominente, situada en el borde cor- tante del lóbulo hepático derecho; la superficie peritoneal correspondiente tenia un color ama- rillo subido. iSeria un carbunco esta lesión? No nos atrevemos á afirmarlo» (Clot, ob. cit., p. 87). «Es ademas muy dificil suponer, que hayan incurrido en tan grosero error profesores de un talento reconocido. Los historiadores de la peste de Marsella consideran evidentemente las palabras carbunco y pústula carbuncosa co- mo sinónimas de gangrena y manchas gangre- nosas, y aun se valen indistintamente de estas diversas denominaciones: «.el diafragma, dice Bertrand, se hallaba gtwgrtnado en las inme- diaciones del ligamento suspensorio, en .una estension de doce líneas, y el bazo lo estaba igualmente.» También habla de gangrenas de la parte posterior de la dura-madre, délas meninges y de los pulmones. ¿En el caso si- guiente no"equivale de un modo manifiesto la palabra carbunco á la de gangrena? «Debajo de la clavícula, dice Soullier, en los tres pri- meros espacios intercostales, existia un carbun- co de cuatro dedos de ancho, que habia inva- dido todo el espesor de los músculos intercos- tales, y que se percibia bien por dentro.» (obr. cit., p. 262). «A esto sin embargo puede oponerse la difi- cultad de esplicar cómo esas gangrenas inter- nas, tan comunes en la epidemia de Marsella, no se han notado por ningún observador con- temporáneo. ¿Formarían acaso el carácter par- ticular de la epidemia de 1820? No seria im- posible; pero se necesitan ulteriores observa- ciones, para dilucidar este punto importante de anatomía patológica. «Por lo demás no hay duda que los antiguos confundieron muchas veces bajo el nombre de carbuncos simples, hemorragias intersticiales ó focos sanguíneos mas ó menos considerables, que dando á los tejidos una coloración negruz - ca , y dislacerando su trama, simulan la exis- tencia de una gangrena. Ya hemos dicho en el artículo anterior, que algunos autores habian cometido este error en la descripción de la fie- bre amarilla (véase esta enfermedad), y Au- bert cree que se ha verificado lo mismo en la peste. «Nunca he visto, dice este .autor, car- buncos internos, y esto me hace temer que se hayan equivocado los autores que hablan de ellos , tomando por carbuncos las chapas ne- gruzcas que forma la sangre estravasada. En efecto, he tenido ocasión de observar en las serosas de las dos cavidades torácica y abdo- minal algunas manchas de esta especie, ne- gras, redondas, y cuyo color resaltaba sobre el de los tejidos"inmediatos» (ob. cit-, pá- gina 253). «Hemos descrito las diferentes lesiones que pueden hallarse en los apestados; mas no por eso se crea que son características y constan- tes; pues hay casos en que no se comprueba casi ninguna alteración. «Cítase una joven de 16 años, que murió en seis dias á consecuencia de una enfermedad caracterizada por todos los síntomas comunes de la peste, y especialmente por dos bubones en las ingles, cuyo cadáver presentaba los va- sos del cerebro un poco mas infartados que en el estado natural, ligeramente engrosados el corazón y el hígado, y la vejiga de la hiél, es- tómago é intestinos llenos de una bilis verdosa (Soullier, ob. cit., pág. 264). Aubert refiere muchas autopsias, en que no se comprobó otra cosa que un estado congestivo del sistema ve- noso. . )Resulta pues, que laanatomia patológica no permite en su estado actual localizar la -peste, 19G PE LA P K3TE. y que es preciso repetir con Clot, que «en ésta enfermedad nunca está dañado un so- lo órgano, un solo aparato ó sistema, sino que son generales las alteraciones, y pare- ce que la economía entera ha sufrido la in- fluencia del agente deletéreo» (ob. cit., pági- na 98). «Síntomas. — La sintoraatologia es induda- blemente la parte de la historia de la posteen que los archivos de la ciencia suministran ma- teriales mas numerosos, circunstanciados y positivos, y sin embargo, á pesar de esta in- mensa riqueza, nos vemos sumamente perple- jos al ocuparnos de este asunto. No lo estraña- rán nuestros lectores, si reflexionan que en es- ta enfermedad, como en la mayor parte de las epidémicas, varían notablemente los carac- teres sintomáticos, según las localidades, los individuos, las diferentes epidemias, las di- versas épocas de cada una de ellas, etc. No es posible pues trazar una descripción general de la peste , y ahora mas que nunca nos feli- citamos de haber adoptado en esta obra un orden que nos permite ser completos sin dejar de ser esactos. Estudiaremos aisladamente los fenómenos morbosos que se han observado en la enfermedad que nos ocupa, y al tratar de su curso, indicaremos los diversos modos con que estos fenómenos se asocian y suceden. Sin em- bargo, para ofrecer desde luego al lector el cuadro mas esacto posible, comenzaremos por los fenómenos mas constantes y característi- cos, siguiendo después el orden de frecuencia que hemos creído poder establecer en vista de las principales relaciones y observaciones pu- blicadas por los loimógrafos. »1.° Bubones.—El bubón puede conside- rarse como el síntoma característico y patogno- mónico de la peste (Rayer, Neuf années á Constantinople, t. II, p. 250; Paris, 1836). A veces constituye por sí solo casi toda la en- fermedad, y cuando falta, suele ser muy dificil determinar con esactitud la verdadera natura- leza de los fenómenos que se observan (Véase diagnóstico). «El bubón, dice Savaresi (ob. cit., p. 156), va comunmente precedido de un dolor vivo y una fuerte tensión en la parte donde debe apa- recer, y al segundo ó tercer dia se verifica su erupción , acompañada de una rubicundez fle- raono¿¡a.» No siempre se observan estos fenó- menos : á veces se desarrollan los bubones des- de el principio al mismo tiempo que los prime- ros síntomas; otras se presentan 24 ó 48 horas después de la invasión de la enfermedad, ó bien no aparecen sino al cuarto ó quinto dia ó en el último período de la misma. Según Aubert se presenta el bubón indiferentemente al principio, á mediados ó á fines del mal, aun- que es mas frecuente lo segundo (loe. cit., pá- gina 250).' Según Estienne en la mayoría de los casos aparece el bubón del tercero al quin- to día. »A veces, sobre todo en el último período, se desarrollan los bubones con una rapidez es- traordinaria, v llegan á supuración en pocas horas: son grandes, flácidos, sin inflamación ni dolores notables; los enfermos se sienten ali- viados, se levantan y comen; pero algunas ho- ras después mueren'repenlinamcnte (Mertens, Traite de la peste, p. 50; Paris, 1784). «Generalmente los bubones, mas ó menos voluminosos, y acompañados de un dolomías ó menos agudo, se desarrollan con lentitud,y cuando llegan al volumen de una avellana ó de una nuez, se presentan bajo la forma de un tu- mor redondo ú oblongo, liso ó abollado, sin cambio de color en la piel. En este estado pue- den terminar los bubones por resolución ; pero esto parece depender de influencias epidemi- » cas cuya naturaleza nos es desconocida: así, \ por ejemplo, en las epidemias de Moscou ("Mer- tens, loe. cit., pág. 49), del Cairo y de Ale- jandría (Clot, obra citada, pág. 44), se veri- ficó con mucha frecuencia la resolución, y al contrario fue esta muy rara durante la epide- mia de Egipto. Savaresi no la ha observado nunca (loe. cit., p. 197). «La terminación mas frecuente del bubón es la supuración. Cuando esta se forma, se hace el tumor mas prominente, se inflama la piel, se enrojece, se adelgaza, yá veces se gangrena. Abierto espontánea ó artificialmen- te el tumor, fluye una cantidad mas ó menos considerable de pus de color natural, y des- pués una materia sanguinolenta, seguida fre- cuentemente de la espulsion de un copo grueso de tejido celular mortificado. A veces exhala el pus un olor infecto, como sucedía casi siem- pre en la peste de Marsella. «Según Lacheze (mem. cit., p. 952) no su- puran las glándulas infartadas sino con dos condiciones: «que haya sobrevenido un alivio en los síntomas generales, es decir, que se haya juzgado la peste, y que sea tal la lesión glandular que no pueda verificarse la resolu- ción.» »En la peste de Londres, si hemos de dar crédito á Hodges, se vieron bubones que se di- sipaban el dia mismo que aparecían, volvien- do á presentarse y á desaparecer alternativa- mente. Esta peligrosa alternativa durabaá ve- ces bastante tiempo; mas no la presentaban todos los bubones que desaparecían, puesto que algunos se disipaban para siempre (Traite de tapeste, p. 35-36). «En algunos casos, generalmente los mas graves, se infartan y vuelven hacia fuera los labios del bubón abierto, y apoderándose la gangrena de la úlcera, se estiende en profun- didad y en superficie, y da lugar á accidentes funestos. En un caso referido por Estienne, ha- biéndose abierto espontáneamente un bubón inguinal, se presentó la gangrena y determi- nó una hemorragia por erosión, que hizo in- dispensable la ligadura de la arteria iliaca es- terna (Mémoire sur la peste observée a Alexan- drieen 1834-1835, en Journ. des conn. médi- DE LA PESTE. 197 co-chirurg., núm. de febrero, 1837, p. 59). Por lo demás pueden ocurrir accidentes del mismo género en afecciones diversas de la pes- te. Uno de nosotros (Fleury) ha observado un hecho, que en tiempos de epidemia pestilen- cial habría dado lugar probablemente aun er- ror de diagnóstico. Una enferma tenia un bu- bón sifilítico en la ingle derecha, el cual se dilató con una larga incisión el 9 de enero de 1838. Hasta el dia quinto no tuvo ninguna no- vedad, y parecía que iba á verificarse rápida- mente la cicatrización; pero sobreviene una fiebre tifoidea, que adquiereen poco tiempo ca- racteres graves; el 25 aparece la úlcera del bu- bón sanguinolenta y de mal aspecto; se invier- ten é infartan sus bordes, y se suprime la su- puración ; el 29 se presenta la gangrena, existe un desprendimiento considerable que deja des- cubierta la arteria, y la enferma se halla su- mida en un estado adinámico muy alarmante. El 2 de febrero se practicó un gran desbrida- miente ; se estirparon las porciones despren- didas, y se aplicó con prudencia,pero con ener- gía , un hierro candente sobre toda la super- ficie de la úlcera. Esta cauterización, auxiliada por un tratamiento interno tónico (vino, qui- na , etc.), contuvo los progresos de la gangrena é hizo desaparecer los síntomas adinámicos mas graves. El 6 de febrero se habia desprendido la escara; caminaba la úlcera á su cicatriza- ción, y habia un alivio considerable en el es- tado general. El 30 de marzo era completa la curación. «Los bubones se cicatrizan con mas ó menos rapidez, según el estado general del enfermo, la gravedad de la afección, el modo de abrirse el tumor, los tópicos que se le aplican, etc. (Estienne, loe. cit.). «Los bubones se presentan en las regiones siguientes, y con mayor frecuencia en las que primero se designan. »1.° En la parte interna y superior de los muslos, tres dedos mas abajo del arco crural, en el punto en que se hace superficial la vena safena iuterna. »2.° En el pliegue de la ingle, donde se presentan los bubones venéreos. »3.° En el cuello , en las glándulas situa- das debajo de la apófisis mastoides en el án- gulo de la mandíbula. »4.° En la axila, donde son superficiales ó profundos. »5.° En la cavidad poplítea, donde son ra- ros, habiéndose observado cuatro veces en la peste del Cairo, y una sola por Aubert en la de Alejandría. «Finalmente, Savaresi ha visto presentarse los bubones en la parte interna y media de los muslos, y en los brazos sobre el tercio inferior del bíceps (loe. cit., p. 196). «Debemos añadir que Aubert considera los bubones cervicales como los mas frecuentes, mientras que Clot opina lo contrario. ¿Presentan los bubones algunas particulari- dades, propias del asiento que ocupan las glán- dulas alteradas. «Los bubones crurales son oblongos, dirigí- dos de fuera á dentro, y de arriba á bajo; tienen la base ancha; adquieren con frecuen- cia un volumen considerable; determinan, un dolor muy intenso, y siguen por lo regular un curso lento. »Los inguinales dificultan la progresión é imprimen al píe un movimiento de desviación hacia afuera (Estienne, loe. cit.), y aunque son poco voluminosos, superficiales, y entran muy luego en supuración , son no obstante los mas peligrosos; porque van casi siempre acompa- ñados de bubones internos, desarrollados sobre el trayecto de los vasos ilíacos, en la pelvis, detras de la rama horizontal del pubis, y en la fosa iliaca. La palpación permite á veces comprobar la existencia de estes bubones in- ternos, y determina frecuentemente un dolor muy agudo, considerado por Clot como una señal cierta de muerte (toe. cit., p. 33). «Me ha sucedido en las pestes graves, dice Aubert (loe. cit., p. 252), tener que tratar un solo bubón inguinal, que habia madurado y supurado, ce- sando completamente la enfermedad. Creíase ya el enfermo fuera de peligro, cuando cerca de la abertura antigua se presentaba otra nueva, y sondando se descubrían trayectos de comu- nicación con otros focos situados bajo el arco crural. Declarábase á poco tiempo la diarrea; sobrevenían dolores abdominales y todos los síntomas de la peritonitis, y el enfermo sucum- bía sin remedio. En la autopsia se encontraban supuradas todas las glándulas de la región iliaca.» «Los bubones cervicales, bastante frecuentes en los niños (Savaresi), son comunmente poco voluminosos. Cuando adquieren ciertas dimen- siones, dificultan los movimientos de la mandí- bula y los actos de la deglución y la respira- ción (Clot). «Los bubones axilares, comunmente muy pe- queños , son dolorosos y acompañados de pun- zadas violentas en el hombro ó en las paredes del pecho. Sin embargo anuncian poco peli- gro. «La axila, dice Aubert, es el sitio mejor que puede escoger el bubón para fijarse.» «Generalmente, según Merlens (loe. cit., p. 50), existe un solo bubón en el muslo ó en la axila; pero Lacheze asegura por el contrario, 3ue es muy raro hallar infartada una sola glán- ula, y casi siempre lo están muchas en dife- rentes" regiones. Por lo común se cuentan dos y á veces tres ó cuatro bubones; pero rara vez pasan de este número (Braver, loe. cit., pá- gina 241 ,-Clot, loe. cit., p" 33). «Cuando se desarrollan á un mismo tiempo dos bubones, ocupan aveces ambas ingles, con menos frecuencia ambas axilas, y por lo re- gular la ingle v la axila de un mismo lado (Mertens, p. 50)", ó bien la ingle de un lado y la axila opuesta (Traite de tapeste, p. 35). sHemos analizado bajo el punto de vista del 198 DE LA DESTl-. número y asiento de los bubones, ciento cua- renta observaciones distintas, y nos han dado las cifras siguientes: »E;i 123 casos existia un solo bubón. «Ea 106 era el bubón inguinal y ocupaba 64 veces el lado derecho y 42 el izquierdo (En las observaciones que hemos reunido, se con- funden bajo la denominación de bubones in- guinales los de la ingle y los de la parte su- perior interna del muslo). »En 11 casos era el bubón axilar, residiendo siete veces en el lado derecho y cuatro en el izquierdo. »En 6 era cervical, y ocupaba cuatro veces el lado derecho y dos el izquierdo. »En 1 se desarrolló en la parte media de la espalda. «En 1 ocupaba la región pubiana. «En 13 casos habia dos bubones distribuidos del siguiente modo: 8 veces un bubón en cada ingle. I vez ambos bubones en la ingle de- recha. 1 vez un bubón en la ingle derecha y otro en el ángulo derecho de la man- díbula. 1 vez un bubón en la ingle derecha y otro en el ángulo izquierdo de la man- díbula. 1 vez un bubón axilar izquierdo y otro en la región sub-clavicular del mismo lado. 1 vez un bubón axilar izquierdo y otro cervical del mismo lado. «En 1 caso habia tres bubones, dos inguina- les y otro en la parte interna é inferior del brazo derecho. «En 1 caso se desarrollaron seis bubones, tres en la ín^le derecha, uno en la izquierda y uno en cada axila. »ResuIta del estado anterior, que los bubo nesse presentan con mucha mas frecuencia á la derecha que á la izquierda. ¿Cuál será la razón de esta preferencia? »2.° Carbunco (Pústula gangrenosa, án- trax, chapa gangrenosa, etc.).—«El carbun- co, dice Mertens (p. 51), es una mancha gan- grenosa de la piel parecida á una quema- dura , de cuya semejanza procede acaso su nombre.» «Nosotros consideramos con Aubert (pá- gina 233) al carbunco como segundo signo ca- racterístico de la peste, aunque según Lacheze (pág. 353;, no se le encuentra en mas de la mitad de los casos. jLos carbuncos van seguidos casi siempre, v con mas frecuencia precedidos, de bubones (Mertens}; pero á veces se presentan solos, anticipándose á todos los demás síntomas (Trai- te de la peste, p. 35). »E1 carbunco principia por una comezón y un dolor sumamente agudo en el punto que debe ocupar; á poco aparece una manchita en- carnada, muy semejante á una picadura de pulsa, la cual se ensancha y forma en su cen- tro una pequeña vesícula, que se rompe gene- ralmente al rascarse el enfermo. Sin embamo, no sucede asi cuando la postración es muy grande, y entonces se convierte la vesícula en una flictena llena de serosidad rojiza, y que puede adquirir sin romperse el diámetro de una pulgada ó mas. «Esta flictena acaba no obstante por abrir- se, presentando un punto central negruzco, en cuyo alrededor se establece una nueva ve- sícula circular, llena de serosidad como la anterior, con su borde concéntrico en los con- fines de la porción mortificada, y el escéntrico en las partes vivas. El diámetro de este círculo vesicular se ensancha á cada instante, esten- diéndose á proporción la superficie de su por- ción central y gangrenada. Puede el carbunco estenderse asi por todo un miembro. Abando- nado á sí mismo, no se detiene ni deja de pro- gresar, hasta que sobreviene un alivio en los síntomas generales» (Lacheze, mem. cit., pá- gina 353). »Clot(ob. cit., p. 34) describe tres formas de carbunco: »1.° Manchas encarnadas de 4 á 5 líneas de diámetro; vesícula central y llena de un líquido amarillento y después negruzco, que se abre y deseca al cabo de dos ó tres días. Estos carbuncos, los mas benignos de todos, son rauy superficiales y solo destruyen por de- cirlo asi el epidermis: á veces se reúnen va- rios, formando una chapa irregular mas ó menos estensa. »2.° La inflamación gangrenosa invade todo el espesor de la piel y aun el tejido celu- lar subcutáneo; hállase constituido el carbun- co por un tumor ligeramente prominente, al cual no tarda en remplazar una escara de una á dos pulgadas de diámetro, que se despren- de por supuración, dejando descubierta una úlcera redonda, cuyos bordes parecen haber sido cortados por un sacabocados (ántrax). »3.° La inflamación se propaga á superfi- cies frecuentemente muy estensas, v la gangre- no interesa rápidamente la piel, eí tejido ce- lular subcutáneo, los músculos y aun á veces los huesos. »Se han encontrado carbuncos en todas las partes del cuerpo, á escepcion de la piel del cráneo y de las caras palmar y plantar de las manos y los pies; preséntanse con frecuencia en las raegillas, en el cuello, en el pecho, en la espalda, en los miembros, en el vientre, en el escroto, en los grandes labios, etc. Se- gún algunos autores son los miembros inferio- res su asiento predilecto. Mertens y otros aseguran que á veces se desarrollan sobre los bubones, y Clot encontró uno en lo interior de la garganta. «El número de los carbuncos es muy vario. Savaresi contó desde uno hasta diez "ó doce; pero pueden pasar de esta cifra, Clot refiere el caso de un enfermo, que tenia mas de treín- DE LA PESTE. 190 ta carbuncos superficiales diseminados en la pierna derecha (loe. cit., p. 34). «El carbunco no es por sí mismo un sínto- ma grave. «Por mi parle, di£ Aubert, nun- ca he visto que tuviera el carbunco conse- cuencias funestas.» Sin embargo, cuando la gangrena invade grandes superficies, ó se ma- nifiesta en la cara, en el cuello, al nivel de tendones ó de vasos importantes, de la larin- ge, etc., puede producir peligrosos accidentes. «Se ha visto a la gangrena invadir el ángulo interno del ojo, y destruir el saco lagrimal; dejar descubierto todo un lado de la mandíbu- la, una gran estension de la tibia ó ks vasos v nervios colocados en el ángulo maxilar (Clot*, loe. cit., p. 34). «¿Indica la presencia de un número consi- derable de carbuncos mayor gravedad en la dolencia? En este punto no están acordes los autores. Los historiadores de la peste de Mar- sella dicen, que los carbuncos, bajo cual- quiera forma que aparezcan, son una señal in- falible de muerte; y por el contrario Aubert asegura, que no es la peste llamada carbun- cosa la que ofrece mas peligro, y Clot no duda afirmar que la benignidad ó intensión de los carbuncos están en razen inversa de la intensión ó benignidad de la enfermedad. «En general, dice este autor (pág. 35), los car- buncos de la segunda y de la tercera espe- cie, lejos de ser un síntoma funesto, eran casi siempre de buen agüero. Se ha visto presentar- se los carbuncos con mas frecuencia á la ter- minación de ciertas epidemias, cuando había perdido el mal la mayor parte de su gravedad. »3.° Petequias, equimosis, manchas pur- púreas. Constituyen el tercer síntoma caracte- rístico de la pesie. «Tumores in emunctoriis frequentissimi, et ínter omnia symptomata pestis certíora signa erant, sicut etiam car- bunculi et exanthemata ac proinde vulgares his tribus indiderunt nomen pestis» (Diemer- broeck, ob. cit., p. 22). «Las petequias no se presentan por punto general, sino en los casos desesperados y en los últimos dias de la enfermedad, y anuncian constantemente una muerte próxima. »Las manchas petequiales son de color de rosa, de púrpura, roio, violado ó negro, y siempre tonto mas subido, cuanto mas gra- ve la enfermedad. Sus dimensiones varían des- de la de un puntito casi imperceptible, hasta las de una lenteja. Pueden ocupar todas las partes del cuerpo; pero se encuentran sobre todo en el cuello, en el pecho y en los miem- bros. Son raras en la cara, y a veces se pre- sentan en la mucosa palpcbral, gingival y lin- gual. Comunmente es considerable su núme- ro. En ocasiones está toda la piel matizada de infinidad de puntitos lívidos y de líneas cru- zadas, semejantes á las que pudieran hacerse con un látigo (Mertens, p. 52). En otros casos son confluentes las petequias y forman chapas anchas é irregulares. «Fúim&Dse ecn bástente frecuencia en el te- jido celular* guhulcneo, poco antes de la muerte, grandes derrames de sargre, que fe presentan bajo la forma de equimosis mas ó menos estensos. «Dicmerbroeok da mucha importancia á las petequias: «Ncs tertia, cuaTta, quinta, sexia- »ve imo et séptima die prcdeunlia rubra exan- «themata contagicsissinae luis, et plerumqut «mortis instantis cerlissimum iEdicium dedisse «vidimus; nam in tela hac peste vix viginti »cum maculis rutris evaserunt; cum purpu- «reis, unum tanlum; cum nigris aut violrceis, «nullum evasisse covimus» (loe. ní.,p. 22). »4.° Desórdeves nerviosos.—ün casi todos les casos de peste se presentan desórdenes mas óreenes graves de la inervación; pero no ofre- cen un carácter especial, ni se diferencian sen- siblemente de les que se observan en la fiebre tifoidea; cuya circunstancia habrá influido sin duda en el ánimo de les autores que han dado á la peste el nombre de tifo de Oriente. y>Locomoción.—Generalmente es muy consi- derable desde el principio el quebranlamiento de las fuerzas; los miembres parecen magulla- dos; esperímentan los enfeimos laxitudes es- pontáneas, y andan de un modo incierto y vacilante como les beodos, basta que al fin no pueden sostenerse, y se ven obligadesá hac^er cama. Muchos no pueden desnudarse, y se tienden inmediatamente en decúbito dorsal, sin adoptar ya otra postura (Savaresi, Ice. cit.' p. 198, 199). Cuando la enfermedad llega á un gr?do mas alto, se imposibilitan del todo los mcvimientcs, y pierden los pacientes la fa- cultad de moverse y aun la de levantar los brazes; la palabra es dificil, entrecortada, torpe, y á veces está completamente abolida. Clot ha visto muchos casos, en que se presenta- ba la mudez al terminar la calentura, persis- tiendo durante la convalecencia y aun algún tiempo después. »En algunos casos se aumenta y pervierte la acción muscular en los momentos de reacción y de delirio; hay agitación , saltos de tendones y convulsiones en los músculos de la cara. «Facultades intelectuales y morales.— El en- torpecimiento y el estupor acompañan casi siempreá la peste, y se presentan por lo común desde el principio y á veces antes que ningún otro síntoma. Conservase la inteligencia; pero son confusas las ideas y lentas las respuestas. El miedoejerce mucha influenciaen las faculta- des intelectuales y morales, y por punto gene- ral en todo el desarrollo y terminación del mal. «Uno de los síntcmas mas frecuentes de la peste es el delirio, el cual ora va precedido de •una violenta cefalalgia , ora se presenta de re- pente, constituyendo el primer síntcn a de la enfermedad (Traite de la peste, p. 33). Es agi- tado , locuaz, furioso ó tranquilo, y va comun- mente seguido de un coma profundo, acom- pañado en les casos mas graves de suma agi- tación. Tienen los enfermes vistores y aluci-- too »E LA PESTE. naciones horribles. A veces alternan el delirio y el coma, calmándose constantemente el pri- mero de estes síntomas al aproximarse la muer- te, que es en todos los casos tranquila y sin agonía (Lacheze, mem. cit., p. 351). xL'n ciertas epidemias han sido atacados muchos enfermos de monomania suicida, y han intentado y aun conseguido ahogarse ó estran- gularse. Durante la peste de Marsella se arro- jaron muchos portes ventanas (Bertrand, Be- lation hist. de la peste de Marseilte, etc., pági- na 166; Colonia, 1721). »Se ha visto en varios casos permanecer la inteligencia intacta hasta el último momento. En la peste de Nimega fue muy raro el delirio (Diemerbroeck, loe. cit., p. 21). En la de Lon- dres principiaba la enfermedad por el coma. «Desde la invasión de la enfermedad se apo- deraba de tos apestados un adormecimiento mortal, semejante al que pueden producir los mas fuertes narcóticos, y del cual no bastaban á sacarlos los gritos y las voces mas fuertes. El sueño letárgico era tan repentino é imprevisto como el delirio, y solia atacar en medio de las ocupaciones mas activas, física y moralraente hablando; de modo que podia un individuo, du- rante la conversación mas animada, callar y cerrar los ojos de repente, doblar la cabeza y caer en un sueño profundo» (Traitede tapes- te, p. 33). «Sensibilidad.—Comunmente está embotada la sensibilidad general, aunque también pue- de hallarse exagerada durante Jos momentos de reacción. «Una cefalalgia general ó parcial, y las mas veces frontal, aparece con los primeros sínto- mas, y suele persistir hasta la terminación. Comunmente es el dolor escesivo, intolerable, y arranca gritos al enfermo; pero en algunos casos es obtuso, poco intenso, y desaparece á los tres ó cuatro dias. »En la peste de Londres «no se calmaba la cefalalgia sino con la eslincion completa de la sensibilidad; era continua y tan intensa, que escedia á los mayores tormentos. Les parecía á los enfermos que se les iba á romper la cabe- za en mil pedazos, y este suplicio inesplícable continuaba hasta el último suspiro» (Traite de la peste, p. 33). «Frecuentemente se hacen sentir dolores pa- sageros y lancinantes, ó persistentes y gravati- vos, en la espalda, los lomos, el pecho, los hombros y los miembros: no hablamos aqui de los que produce el infarto de las glándulas, y que hemos indicado al tratar de los bu- bones. i>Organos de los sentidos.—A veces está la. piel fria como el mármol (Traite de la peste,' p. 34). Comunmente está caliente y aun abra- sando ; unas veces lívida y terrosa", otras ama- rilla é ictérica. Cúbrese frecuentemente de su- damina y de vesículas miliares, y aparecen á menudo en diferentes regiones del cuerpo, y principalmente en la cara, el tronco y el escro- to, erisipelas lívidas, gangrenosas y de muy mal carácter. «En la peste^e Londres se observaban su- dores estraordínarios que corrían á torrentes, de modo que estaban los enfermos inundados en sudor hasta la terminación del mal. Este su- dor ofrecía colores rarísimos, y eraríanqueci- no, anaranjado, verde, negro, encarnado ó purpúreo; «lo cual no era indiferente, puesto 3ue la diversidad de los colores solia decidir el destino del enfermo, anunciándole la cu- ración ó la muerte.» Era de olor tan fétido, que ocasionaba vértigos y deliquios, y tan cáustico que parecía quemar los sitios por donde pasaba [Traite de la peste, p. 34). No hemos querido omitir esta singular descripción; pero dejamos al lector el cuidado de interpretarla. «Los ojos se hallan á veces inyectados y la- grimosos; el globo ocular prominente; la con- juntiva de un blanco sucio, gris, amarillento é ictérico; la pupila frecuentemente dilatada; la mirada es triste y apagada, ó bien por el contrario amenazadora y brillante , y espre- sa generalmente el delirio, la ansiedad y el terror. «Según Brayer, los ojos brillantes, la mirada fija, feroz y como hidrofóbica y la alteración pronta y desusada de las facciones, son los sín- tomas mas característicos de la peste (toe. cit., p. 249). Cholet insiste también en los signos suministrados por el órgano de la vista (Mémoi- re sur la peste, p. 91; Paris, 1836). «Frecuentemente está la vista turbada y os- curecida. «El oido, el olfato y el gusto están disminui- dos ó. abolidos. »5.° Desórdenes de la digestión.—En gran número de casos principia la enfermedad por vómitos; los cuales pueden persistir hasta el fin, ó bien por el contrarío cesar al cabo de al- gún tiempo, remplazándolos las náuseas. «Las materias vomitadas son biliosas, ver- des , porraceas y negruzcas, y exhalan á veces un olor infecto (Hodges, Peste de Londres, 1664). Pueden contener sangre; pero es bas- tante rara la hematemesis. »Se ha visto en algunos casos conservarse y aun aumentarse el apetito; pero generalmente está completamente abolido. En la peste de Londres tenían los enfermos horror á los ali- mentos. «Los manjares mas apetitosos les eran insoportables, y les causaba su vista náuseas y vómitos, que no disminuían esla repugnancia.» «Generalmente es inestinguible la sed; pero no siempre se presenta este síntoma. «Sitis est «symptoraa quod pestem frecuenter comitatur, «sed non semper: et quamvis Rondelctíus di- «cat esse symptoma á peste inseparabíle, nos «temen multes etiam absquesití peste laboras- «seetextinctosfuissevidiraus.» (Diemerbroeck, Idb. cit., p. 21). «La mucosa de los labios y de las encías está pálida; los dientes suelen hallarse cubiertos de fuliginosidades; la lengua presenta comun- DE LA PESTE. 201 mente un barniz blanquecino ó blanco anaca- rado (Lacheze), y está en muchos casos seca, encarnada, agrietada y negruzca. »En ciertas epidemias se han observado fre- cuentemente aftas y anginas de mal carácter. «Inmediatamente después de los primeros vómitos se manifiesta una diarrea, que presenta caracteres, por decirlo asi, especiales, indica- dos por todos los autores, y en particular por Diemerbroeck. «AIvi excretiones in peste non «sunt símiles illis quae ¡n alus alvi fluxibus •contingunt seu sunt fcetidissíma}, túrbida), •confusas, liquida}quidem, veruraquasiolea- »ginosa}« loe. cit., p. 21). Hacia la lerminacion del mal son involuntarias las cámaras. «En la peste de Marsella arrojaban muchos enferraos una cantidad considerable de ascári- des lombricoides, y contenían frecuentemente sangre las deposiciones. «Savaresi (loe. cit., p. 126) asegura que los vómitos y la diarrea se suprimen muchas ve- ces al manifestarse el delirio. «En muchos casos se observa un estreñi- miento tenaz, que persiste hasta la termina- ción de la enfermedad. »6.° Desórdenes de la circulación.—El pul- so es casi siempre pequeño, deprimido y mi- serable, y aunque se desarrolla en los momen- tos de reacción, pronto vuelve á tomar aque- llos caracteres. Su frecuencia presenta grandes variaciones; á veces no sufre alteración nota- ble , y solo da 70, 75 ú 80 pulsaciones por mi- nuto;" pero otras veces se cuentan 100 y hasta 140. La fiebre suele ir acompañada, sobretodo al principio, de escalofrios mas ó menos vio- lentos é irregulares, que ó bien duran tres, cuatro ó cinco horas , ó bien no pasan de me- dia ó una. En ciertos casos es remitente Ja fie- bre; pero al apreciar sus caracteres, es necesa- rio tener en cuento el influjo que ejercen en el pulso el desarrollo de los bubones, los carbun- cos , etc. «Ademas de las hemorragias que se verifican en el tejido celular (petequias, equimosis), fluye"á veces cierta cantidad de sangre en la superficie de las diferentes mucosas, y sale al esterior con las materias de los vómitos ó de las evacuaciones alvinas, con la orina ó por la vulva. «Lahemorragia nasal, según Savaresi (loe. cit., p. 199), es rara y no dura mucho tiempo; aparece al cuarto ó quinto dia, y precede á me- nudo á la muerte. «En ciertas epidemias hay una tendencia muy marcada á las hemorragias, las cuales sobrevienen bajo la influencia de causas muy leves. «Eu ocasiones diceChicoyneau (loe. cit', pág. 353), después de haber hecho aplicar el cauterio sobre los bubones, sucede que sin que este haya interesado mas que los tegumentos, ni por consiguiente se hayan abierto mas vasos que los capilares del cutis, fluye la sangre en tanta abundancia, que no se puede contener el derrame.» TOMO IX. »1.° Desórdenes de la respiración.—Cuan- do todos los demás fenómenos morbosos han adquirido gran intensidad, suele hacerse la respiración corta , laboriosa y entrecortada , v entonces se cuentan á veces 40, 50 y aun 60 inspiraciones por minuto. Sin emba'rgo, en otros casos, á no ser que existan complicacvo- nes por parte del pecho, no se observa ningún desorden respiratorio. «Hablan algunos autores de una tos seca, fa- tigosa y que se reproduce por-accesos; pero como no se ha esplorado el pecho, no es fácil determinar la naturaleza de este síntoma. «El hipo se manifiesta con bastante frecuen- cia hacia la terminación de la enfermedad. • «8.° Trastornos de las funciones urina- rias.—las orinas rara vez están modificadas. «Optimi colorís et sedimenli sunt urinm, sa- ^norum urinis símiles, vel parum mutatá}» (Diemerbroeck, toe. cit., p. 21). Unas veces son abundantes , páiidas y descoloridas; otras por el contrario, raras, espesas, encarnadas y sedimentosas; otras en fin mezcladas con san- gre. Al acercarse l¡i muerte se hallan á veces completamente suprimidas. «Curso, duración y terminación. — Va he- mos dicho que se observan grandes diferencias en el carácter y en el curso de la peste, ya en las diferentes epidemias, ya en las diversas épocas de una misma epidemia, y ya finalmen- te en razón de condiciones individuales que se esconden á nuestra investigación. . »Hemos indicado , según Hodges, los sudo- res estraordinarios que formaban el principal carácter de la peste de Londres. En ciertas epi- demias sucumbían en pocas horas los enfermos á consecuencia de un estado comatoso, sin ha- ber presentado bubones ni carbuncos. Unas veces predominaban los vómitos, la diarrea y las hemorragias; otras consistía principalmen- te la enfermedad en numerosos carbuncos di- seminados en anchas superficies, y oteasen fin constituían los bubones casi por sí solos la afec- ción. «En la peste de Atenas (499 años antes de Jesucristo), según Tucídides, se observaban principalmente los síntomas del catarro y déla perineumonía, y eran atacados los miembros de gangrenas, que los corroían como el fuego de San Antonio. «La peste de Constantinopla (542 después de Jesucristo) fue notable por los vómitos desan- gre, las anginas y una diarrea pertinaz é incu- rable. «En la deBrescia (1577) dominaban los vó- mitos biliosos y negros, las evacuaciones féti- das y las hemorragias bucales. »Por lo demás debemos recóViocer con Oza- nam (Hist. méd. des mal. épidémiques, t. IV, pág. 5; Paris, 1835), que es dificil saber á qué atenerse respecto de los diferentes caracteres asignados á las epidemias acaecidas en tiempos remotos; ya porque bajo el nombre de peste se . han confundido ciertamente enfermedades de 26 20! DB LA PESTE. diversa naturaleza , y ya porque las descrip- ciones de estas epidemias nos han sido trasmi- tidas mas bien por historiadores que por mé- dicos. «Teniendo en consideración los síntomas, el curso y la terminación de la enfermedad, se han establecido varias formas, clases ó grados, de peste. «Chicovneau {Traite, de la peste, pág. 234) divide todos sus enfermos en cinco clases; di- visión muy criticada por Bertrand (loe. cit., p. 379), y que en efecto no se apoya en ca- racteres bastante esactos. En el dia están gene- ralmente conformes los autores en reconocer tres grados en la peste. Nosotros seguiremos la práctica comun, aumentando una cuarta cla- se , formada de ciertos casos de peste fulmi- nante, que manifiestamente deben ocupar un lugar especial, y cuya existencia necesita so- meterse á nuevas investigaciones. «Primer grado. Peste leve ó benigna. — El primer grado de la peste se anuncia comun- mente por pródromos muy insidiosos y varia- bles. Esperimenta el enfermo un ligero esca- lofrío , seguido de calor y aceleración del pul- so, desazón general, laxitudes espontáneas y cefalalgia frontal mas ó menos intensa; tiene ademas náuseas y á veces vómitos y diarrea. Este estado se prolonga a I minos dias; pasados los cuales sobrevienen dolores poco intensos, pero que se aumentan con la presión , con las contracciones musculares y los movimientos de los miembros. Estos dolores se hacen sentir en las ingles, en las axilas, en uno ó muchos puntos; presentan remisiones y exacerbacio- nes, y van acompañados de fiebre , inapeten- cia, náuseas y vómitos, cubriéndose la lengua de un barniz blanquizco. A poco se ven apa- recer uno ó muchos bubones , y á veces man- chas carbuncosas en mayor ó menor número, pero siempre superficiales. Entonces se calman ó desaparecen completamente los síntomas ge- nerales; los buboues terminan por resolución, induración ó supuración; se cicatrizan los car- buncos, y no tafda en efectuarse la curación (Samoilowitz, Mém. sur la peste, p. 129; Pa- ris, 1782.—Clot, ob. cit., p. 29). «Muchas veces, aun cuando estén supurando los bubones, no se ven obligados los enfermos a guardar cama y continúan atendiendo á sus ocupaciones; «de modo que sin abatimiento de fuerzas ni cambio en su modo de vivir, se pasean por las calles y plazas públicas, curán- dose ellos mismos con un simple emplasto» (Traite de la peste, p. 228). «Este primer grado constituye comunmente la pesie esporádica; se presenta en la decli- nación y hacia el fin de las epidemias, y pue- de ir seguido de los grados que vamos a des- cribir. «Segundo grado.—Son mas intensos los pródromos; obsérvanse casi simultáneamente escalofríos violentos, vértigos, postración su- ma, atontamiento y estupor; es vacilante el paso v la palabra entrecortada; sobrevienen náuseas, vómitos de materias biliosas, ne- gruzcas y fétidas, v diarrea; está la lengua roja, seca y frecuentemente negruzca y res- quebrajada, los dientes fuliginosos, el pulso contraído y frecuente; es nulo el sueño ó in- terrumpido por ensueños espantosos, y suele haber un delirio violento ó tranquilo. «Del segundo al cuarto dia aparecen los bu- bones, los carbuncos y las petequias, y enton- ces varia el curso de la enfermedad. »Se hace continuo el delirio, caen los en- ferraos en el coma y mueren del cuarto al quinto dia. «O bien se disminuye la intensión de los síntomas generales; el pulso desciende desde 120, 130 ó 110 pulsaciones á 90, 80 y aun 71»; se contienen la diarrea y los vómitos; se po- ne húmeda la lengua; se limitan los carbun- cos; desaparecen las petequias; se resuelven, endurecen ó supuran los bubones, y el enfer- mo entra en convalecencia del sesto al octa- vo dia. »En otros casos es menos rápido y mas irre- gular el curso de la enfermedad. Persisten los síntomas generales, ofreciendo alternativa- mente remisiones y exacerbaciones; supuran los bubones; invaden los carbuncos grandes superficies, y hasta el dia 14 ó 20 no comien- za á marcarse la terminación de la enferme- dad, entrando el enfermo en convalecencia, ó sufriendo una agravación que no tarda en con- ducirlo al sepulcro (Clot., ob. cit., p. 29-30). »El segundo grado puede suceder al prime- ro; pero frecuentemente aparece de pronto en el período medio de las epidemias. «Tercer grado.—Peste grave, maligna.— Principia la enfermedad de repente y con su- ma violencia. «Está un hombre hablando y parece completamente sano; siente vértigos de pronto; se ve obligado á meterse en caiua, y se encuentra atacado de la peste» (Hamont, De la peste, en Gaz. des hópitdUx, núm. del 29 de noviembre, 1844). La postración, el es- tupor, los vómitos, la diarrea y la alteración del rostro, llegan rápidamente al último es- tremo; el delirio no tarda en ser remplazado por un coma profundo; se cubre el cuerpo de petequias lívidas y negruzcas y de numerosos carbuncos, muy estensos en profundidad y en superficie, y termina la muerte esta escena á las 24 ó 48 horas (Mertens, loe. cit., p. 47 v 48.—Estienne, loe. cit.—Aubert, ob. cit", p. 227). »En algunos casos, muy raros, sobreviene reacción hacía el tercer día; se eleva el pulso; aparecen bubones, y pasa la enfermedad al se- gundo grado. «Esta forma de la peste aparece de pron- to y sin grados intermedios, y es la que se observa casi esclusivamente al principio v en los periodos de aumento y de estado de las epi- demias, y la que reinó durante el primer mes de la peste del Cairo (Clot, loe. cit., p. 31). DE LA PESTE. 203 «Cuarto grado.—Peste fulminante.—En la calle, en medio de una conversación, durante la comida, en el sueño, sin pródromo ninguno, sobrevienen de repente una postración suma, hemorragias, vómitos y evacuaciones alvinas fétidas; el pulsóse hace miserable é intermi- tente; el rostro se contrae; caen los enfermos en el coma y mueren en pocas horas (pestes de Londres y de Marsella). «Obsérvese de paso, que existe una analogía muy notable entre estas diferentes formas de la peste y las que ha presentado en Europa el cólera asiático. «Mortandad.—La peste es una de las enfer medades epidémicas mas mortíferas; diezma las poblaciones con espantosa rapidez, y des- pobló en la edad medía los países en que ejer- ció sus estragos. Según los historiadores , la mortandad ha llegado comunmente á la mitad, á los dos tercios y aun á los seis sétimos de los habitantes. En, 1348 hizo en Avignon 60,000 víctimas; en 1629 perdió Milán 160,000 ciu- dadanos, y Venecia 94,236 en once meses; en 1679 llegó el número de los muertos en Viena á 122,849; en 1720 murieron en Marsella 40,000 de 90,000 habitantes; en Tolón 13,160 de 22,000; en Arles 8,110 de 12,000. En 1771 perdió Moscou 80,000 habitantes de 150,000 (Mertens); en 1423 la ciudad de Corcyra solo conservó 1,000 de sus 7,000 habitantes. Úl- timamente la peste de Egipto de 1718 arrebató 200,000 hombres en el corto espacio de cin- cuenta días (Paríset, Mém. sur les causes de la peste, en Anuales d'higiene publique, t. VI, p. 263, 1833). «Probablemente serán exageradas estas di- ferentes cifras; pero si se reflexiona que aun en nuestros dias ha sido tanta la mortandad, que el Egipto perdió 50,000 habitantes duran- te la epidemia de 1834 y 1835, no dejaremos de prestar alguna fé á las aserciones de los historiadores. «Es de sentir, dice con razón Clot (loe. cit., p. 63), que no se hayan formado en las dife- rentes epidemias cuadros que indicasen el nú- mero de los atacados v el de los muertos; por cuyo medio habría sido mas fácil juzgar de la mayor ó menor intensión de la enfermedad en las diversas épocas, y establecer términos de comparación entre las pestes de los tiempos pa- sados y las de nuestros dias. Puede no obstan- te afirmarse sin temor, que desde los últimos siglos ha disminuido mucho la malignidad de esta afección, puesto que en la última epide- mia de Egipto hemos podido convencernos de que el número de los muertos no pasó de la tercera parte del de los atacados.» «Recidivas.—En la actualidad es indudable que puede la peste atacar muchas veces á un mismo individuo, no solo en épocas diferentes, sino durante el curso de una sola epidemia. Diemerbroeck (loe. cit., p. 292) cita varios ejemplos de recidivas, tomados de diversos au- tores ú observados por el mismo. En la peste de Marsella se vieron algunos individuos ata- cados hasta tres veces por la enfermedad. Es- tienne (loe. cit., p. 57) observó también he- chos análogos. «Diagnóstico.—«A pesar de la fisonomia ca- racterística y especial que presenta la peste, ha sucedido muchas veces, sobre todo al prin- cipio de las epidemias, haberse equivocado los médicos sobre la naturaleza del azote, y no haber reconocido su verdadero carácter, hasta I mucho después de su aparición; y este error de diagnóstico no se ha cometido solo por mé- dicos vulgares, sino que han incurrido en él hombres del mayor mérito, como Mercurial en 1576 en la peste de Venecia, y Pedro Pa- rigi en la de Malta en 1592. En Milán el año 1629, y el 1630 en Parma, en Verona y en Florencia, no sospecharon los profesores la na- turaleza déla enfermedad, hasta que ya habia hecho los mayores estragos. Chicoyneau y Verny en 1720 no reconocieron el carácter de la peste de Marsella, sino tres meses después de su desarrollo. Al aparecer el azote en Moscou en 1771, afirmaron muchos médicos que no podia ser la peste. En la de Malta en 1813 se desconoció también la enfermedad; y final- mente, nosotros mismos hemos presenciado equivocaciones de esta especie en Ja invasión de la última peste de Egipto.» «Las principales causas de estos errores de diagnóstico son: la negligencia en el estudio de una enfermedad que es tan rara en muchos paises; la dificultad de reconocer una afección que nunca se ha observado; la falta de espre- sion característica en la epidemia naciente; la aparición tardía de los síntomas patognomóni- cos y la diversidad de los mismos; y finalmen- te la semejanza de la peste con otros muchos estados morbosos» (Clot, ob. cit., p. 65 y 66). «Creemos que estos errores, indicados por Clot, deben atribuirse mas bien que á la difi- cultad misma del diagnóstico, al descuido con que se mira el estudio de la peste, á la igno- rancia de los profesores, y al sentimiento ins- tintivo que nos hace dudar de la existencia de una gran calamidad. En nuestra opinión, todo médico instruido reconocería en la actualidad el verdadero carácter de una epidemia pesti- lencial, y, sea dicho de paso, creemos firme- mente que las declaraciones de Chicoyneau y de Verny no tuvieron olro okjeto, que ei de restablecer Ja tranquilidad y el orden, altera- dos en una gran ciudad por las alarmas del contagio. »De todos modos vamos á procurar esta- blecer el diagnóstico de la peste sobre las únicas bases que á nuestro entender deben admitirse. oinútil nos parece el paralelo establecido por algunos autores entre la peste y la fiebre tifoidea, las viruelas, la disenteria", la apo- plegia, la liebre intermitente perniciosa, las escrófulas y la sífilis, siendo preferible á nues- tro entender investigar si existen' en la peste 104 DI LA PESTE. síntomas patognomónicos, cuya existencia in- dique positivamente la de la enfermedad, y cuya falta haga incierto y casi imposible el diagnóstico. «Diremos con Clot (p. 66), qne el estupor, la postración*, el pulso, el estado de los ojos y de la lengua no suministran ningún signo característico; pero no seguiremos su opinión cuando añade: «que los bubones y carbuncos no tienen valor alguno tomados aisladamente, va porque no siempre se desarrollan en la pes- te, ya porque suelen observarse también en diferentes afecciones.... Es poco racional con- tar solamente con algunos síntomas aislados, para establecer el diagnóstico de la peste.... Lo que se necesita es reunir los diversos signos ijue presenta la enfermedad, para poder for- mar juicio en vista de todos ellos» (p. G8). «En efecto, estamos muy lejos de negar que deben tenerse en cuenta todas las circunstan- cias del mal antes de formar el diagnóstico; pero también creemos, que la presencia de los bubones ó de los carbuncos se ha de conside- rar poco menos que como condición sine qua non de la existencia de la peste, si no se quie- re incurrir en un error no menos funesto que el de desconocer esta afección, y que á nues- tro modo de ver se ha cometido muchas veces, cual es el de referir á la enfermedad reinante en tiempos de epidemia todos los estados mor- bosos que se presentan al médico. «Aubert refiere como ejemplos de peste en el primer grado las observaciones siguientes. »18 ele abril. Entró un soldado en el hos- pital á las diez de la mañana. Llevaba tres dias de enfermedad: al principio habia tenido do- lor de cabeza, que continuaba á su ingreso en el establecimiento.—Estado actual, á las cua- tro de la tarde: ha cesado el dolor de cabeza; ojos naturales, lengua sonrosada en los bor- des y blanca en el centro; ninguna sed; no hay vómitos, dolor de estómago ni de vientre; dos deposiciones naturales; dolor de ríñones; orinas libres; pulso precipitado é imposible de contar; respiración pura y normal. — Trata- miento: tisana de cebada y limonada. »19. 60 pulsaciones, pulso lleno, ningún dolor, lengua blanca como el dia anterior. »20. El mismo estado. (Sopa y arroz coci- do con manteca.) »22. 80 pulsaciones regulares; lengua na- tural, de la que ha desaparecido el barniz blan- quizco.-Cuarta parte de racion.-Convalecencia. x>24. Media ración. »25. Alta, perfectamente curado (loe. cit., p.426). «¿Puede verse en este enfermo un caso de peste? ¿No se necesito estar sumamente preo- cupado para interpretar asi una saburra gás- trica tan leve y sencilla? »Hé aqui un estado morboso menos carac- terizado y mas ligero todavía, á que se dio el nombre de peste en primer grado. »17 de abril. Entró Abibi en el hospital; se sentía malo desde el dia anterior. Frió al principio, dolor de cabeza, lengua blanca, nin- gún dolor en los ríñones ni en el vientre; falta de inyección en los ojos; 90 pulsaciones por minuto; no hay bubones, carbuncos ni pete- quias; palabra dificil, inteligencia libre, aba- timiento (poción vomitiva, cebada y dieta). »18. Ha cesado el dolor de cabeza, lapa- labra es mas libre y el enfermo ha vomitado seis veces (cebada y dieta). «19. Está la lengua natural y la palabra li- bre; 80 pulsaciones (una panatela). «20. Se siente bueno el enfermo (sopa). »22. Convalecencia (cuarto de ración). »26. Sale curado el enfermo (Aubert, loe. cit., p. 177). «lié aqui una observación mucho mas es- traordinaria, por cuanto se la presenta como ejemplo de peste en tercer gkado. »29 de abril. Entra en el hospital Ornar Araf, enfermo hacia dos dias; su paso es va- cilante y su inteligencia obtusa; está sumido en una especie de coma vigil; rostro abotagado, dificultad de hablar y dolor de cabeza; lengua encarnada, cubierta de un barniz blanquecino; ningún dolor de vientre ni de ríñones; estreñi- miento; orina ligera; no hay carbuncos, bu- bones ni petequias.—Tratamiento: sangría de doce onzas, limonada y dieta. «24. Otra sangría de quince onzas, que no presentó serosidad; dolor de cabeza; 111 pul- saciones; alivio general de los síntomas. »25. 104 pulsaciones; es menos dificil la palabra, pero queda siempre algún coma y do- lor de cabeza. Los demás síntomas algo" ali- viados. »26. Dolor de cabeza; lengua encarnada; se va desprendiendo el barniz blanquizco; 100 pulsaciones y pulso lleno (limonada, poción go- mosa y dieta). «27. Ha cesado el dolor de cabeza; la pa- labra es siempre algo dificil. Las cámaras con- tinúan suspensas, y la orina libre, lengua en- carnada; 112 pulsaciones; ha desaparecido la inyección de los ojos (el mismo tratamiento). "»28. El mismo estadp. «29. Lengua roja; no hay dolor de cabe- za; el enfermo se siente bien; tiene la pala- bra un poco difícil, y no percibe ninguna in- comodidad. El pulso está muy elevado y llega á 124 pulsaciones; ha hecho el paciente dos deposiciones duras (sangría de nueve onzas, cebada y limonada). «30." Lengua de un color de rosa natural; 100 pulsaciones; ningún dolor; alivio general; la inteligencia y la palabra están perfectamen- te libres (limonada y panatelas). »1.° de mayo. El mismo estado, »3. Lengua natural; pulso 80 pulsaciones (dos panatelas y limonada). »4. Dice el enfermo que se siente muy bien (sopa y dos panatelas). «6. Cuarta parte de ración; convalecencia completa. DE LA TESTE. 205 »9. Media ración. »14. Curado. «En cualquiera otro tiempo que el de una epi- demia pestilencial, añade Aubert (ob. cit. p. 148), habría podido sostener un médico que no tuviese gran conocimiento de la peste, que este caso no pertenecía á la enfermedad rei- nante; pero se engañaría de seguro.» De mo- do que Aubert pretende que se considere este caso como un ejemplo de peste en tercer gra- do, aun fuera de las épocas de epidemia pes- tilencial; es decir, que la peste ejerce conti- nuamente sus estragos en Paris, y que dia- , riamente estamos viendo en nuestros hospitales gran número de apestados, que apenas nos atrevemos á incluir entre los casos de fiebre tifoidea leve! «Hemos referido estensamente estas observa- ciones, porque no tardarán en servirnos para apreciar la curabilidad de la enfermedad; pero desde ahora nos autorizan á afirmar, que no se llegará nunca á trazar una historia científica y razonada de la peste, si continuamos reunien- do elementos tan heterogéneos. «Los casos de peste fulminante en que se ve á los enfermos sucumbir en pocas horas sin bubón v sin carbunco, son sumamente raros y no se han estudiado bastante todavía. Acaso no pertenezcan á la peste, y deban referirse mas bien á la fiebres perniciosas. Pero de todos mo- dos, si se esceptúan estos casos, los apestados presentan constantemente alteraciones de las glándulas linfáticas ó manchas gangrenosas, y es muy importante, repetimos, asignará estas lesiones un carácter patognomónico; si no se quiere confundir con la peste estados morbo- sos que le son enteramente estraños, como sa- burras gástricas, fiebres tifoideas ó pernicio- sas; error tanto mas fácil de cometer, cuanto que es bien sabido, que en todas las constitu- ciones epidémicas ofrecen la mayor parte de las enfermedades agudas un aspecto particular que las acerca á la enfermedad reinante, aun- que sin modificar su naturaleza. oEl bubón, dicen algunos, no se presenta de una manera constante en la peste, y lejos de pertenecer esclusivamente á esta afección, puede sobrevenir en otras enfermedades, co- mo la fiebre amarilla, sin cambiar su natura- leza ni su nombre» (Boudin, Geographie medí- cale, p. 43). «Pero justamente sostenemos nosotros, que es dudoso que la mayor parte de los hechos de peste sin bubón correspondan á esta enferme- dad, y que si ha podido faltar este síntoma en •dgunos casos bien comprobados, por lo me- nos se han visto constantemente los carbuncos, que constituyen en nuestro juicio otro de los síntomas patognomónicos. »S¡ en efecto han existido bubones en la fie- bre amarilla, habrán sido muy raros; porque no los menciona ninguno de los observadores modernos que nos han dado las descripciones mas completas y esactas de esta afección (V. el artículo anterior). De todos modos esla cues- tión es estraña al diagnóstico, puesto que no hay confusión posible entre la liebre amarilla y la peste. «Pronóstico.—Se han ocupado mucho los autores del pronóstico déla peste; pero no han emitido una sola proposición á la cual no pue- da oponerse una proposición contradictoria sos- tenida con iguales fundamentos. No nos sen- timos con bastante valor para reproducir, si- guiendo el ejemplo de Littré (Dict. de méd., art. peste, t. 24, p. 30), los cuarenta aforis- mos de Diemerbroeck (loe. cit., p. 97-100), y el lector nos agradecerá sin duda que no le en- señemos «que los acometidos de la peste en las lunas nueva y llena se hallan en peligro de muerte; que las epistaxis son muy peligrosas en los dias críticos, y mortales en'los no críti- cos» etc. «De Ja comparación de los signos-pronósticos indicados por los diferentes loimógrafos, resul- ta que es casi siempre imposible anunciar con alguna certidumbre el desenlace de la enfer- medad. «La peste, dice Chenot (Tractatus de peste, p, 93; Venecia, 1766), es un verdadero Proteo, que toma en poco tiempo diferentes formas; presenta nuevos fenómenos, y ofrece escenas sumamente variables por su origen, sus relaciones, sus progresos y sus consecuen- cias, no solo en diversos enfermos, sino tam- bién en cada individuo. Ora es un ligero ata- que que precede á una serie imprevista de ma- les; ora una violenta sacudida que termina felizmente. Unos se curan contra toda esperan- za, cuando parecían condenados á morir por la gravedad de la afección; otros perecen en po- cos dias por mas que apenas se creyesen en- fermos, y no pocos se pasean con las aparien- cias de la mejor salud, y sin embargo mueren algunas horas después. «Oigamos ahora á Pariset revestir este cua- dro con la viveza de su estilo. «Inmola la peste en una epidemia lo que perdona en otra; el sexo, la edad, el tempe- ramento, la profesión, el régimen, los hábi- tos , ora preservan, ora ocasionan la enferme- dad. Con síntomas benignos mata, con sínto- mas violentos respeta la vida. En un mismo año, en unos mismos parages, y con uiucha mas razón en años ó en parages diversos, es alternativamente benigna ó mortal. Los esfuer- zos críticos, los bubones y carbuncos, unas • veces son favorables y otras adversos. Cede al invierno y desafia al invierno; cede al calor y desafia al calor. Tal remedio útil hoy, será ma- ñana pernicioso, y asi procede en todo con una variedad y una versatilidad, que nosotros cali- ficamos de anomalía y de capricho, y que son efectos necesarios de" mil causas que se ocul- tarán siempre á la sagacidad humana» [loe. cit., p. 307). «Resulta, pues, que los signos pronósticos varían completamente de significación en las diferentes epidemias. En unas se curan común- iOfi DS l.A I P mente los niños y los viejos, y en otras pere- cen casi todos. En estas son circunstancias favorables el embarazo, el parto, la erupción de las reglas, v en aquellas son mortales; los carbuncos y íos bubones, orase consideran como fenómenos críticos favorables , ora como signos precursores de la muerte. «En igualdad de circunstancias varia el pro- nóstico según los períodos de una misma epi- demia. En el primero es constantemente fu- nesto, y puede decirse con L. Frank (De peste, dysenteria et ophthalmia cegyptiaca; Viena, 1820): «omnis homo peste affectus omni- no pro perdito haberi potest.» El pronóstico es incierto en el segundo periodo y favorable en el tercero. »Hé aqui los únicos signos sobre cuyo va- lor están algo de acuerdo los autores. »La peste es mas funesta para los estrange- ros que para los indígenas. Estienne (loe. cit., p. Gl) perdió la sétima parte de sus enfermos árabes y la mitad de los europeos; Aubert el quinto de los árabes y la mitad también de los europeos. »Se consideran como signos favorables la claridad de la orina, el estreñimiento, la tras- piración abundante, la aparición del bubón fiácia el tercero ó cuarto dia y la tranquilidad del ánimo. «Entre los signos funestos se cuentan: el mie- do, los vómitos y la diarrea incorregible, la falta de bubones,"su depresión repentina, su tardanza en supurar, ó su desarrollo en el cue- llo, detras del arco crural ó en la fosa iliaca; los carbuncos situados en la cabeza, en el cue- llo y á lo largo de la columna vertebral; el de- lirio, las convulsiones, las orinas turbias, la supresión de la secreción urinaria, la he- maturia , la cianosis y las petequias negruz- cas. «Causas. -— 1.° Endemia.—Origen. Paríset, Lagasquiey Guilhon creen que la aparición de la peste en'el mundo no data mas que del año 542 de nuestra era. «La peste de Oriente, dice Pariset (loe. cit., p, 272), es una enfermedad nueva, que comenzó en el bajo Egipto, se es- tendíó por la Palestina, Bizancio, la Liguria, España, las Galias, Marsella, etc., y no desa- pareció sino después de haber asolado la tierra durante 52 años.» «De estas premisas saca Pariset las conse- cuencias siguientes. «La peste es endémica en Egipto, donde na- ce espontáneamente y se desarrollaría por sus causas peculiares, aun cuando no existiese en el resto de la tierra (p. 302). Siempre que se ha presentado la peste fuera de su dominio en- démico , como por ejemplo en la Europa occi- dental , se ha propagado por medio del con- tagio. »No podemos aceptar estas diversas propo- siciones; porque, aun admitiendo como admi- timos con Pariset, que la denominación de peste se haya aplicado en la antigüedad á todas las 'ESTE. enfermedades epidémicas mortíferas; que bajo este nómbrese haya descrito el tifo, las fie- bres perniciosas y las disenterias; aun recono- ciendo con él queciertasdescripciones de peste no pueden aplicarse á esta enfermedad tal co- mo hoy la conocemos, no por eso es menos positivo que Rufo trazó, siguiendo á Dionisio, á Dioscórides y á Posidonius,' un cuadro cuya significación patológica solo admite una inter- pretación. «Los pormenores en que entra Rufo, dice Littré (loe. cit., p. 45), la fiebre, el delirio, los bubones en las axilas y en las infles, el país en que reinaba la enfermedad (Egipto, Siria, . Libia); todo esto prueba indudablemente que su descripción se refiere á la peste oriental ó del bubón. Ahora bien, Rufo de Efeso vivia en tiempo de Trajano, que reinó por los años 98 á 117 después de Jesucristo, y los médicos Dionisio, Dioscórides y Posidonius son de épo- ca anterior. Es visto pues, que existió la peste antes del primer siglo de la era cristiana, y que por lo tanto no es posible fijar la fecha de la primera aparición de este azote.» «Si estudiamos ahora, bajo el punto de vista de la cronología y de la geografía, las dife- rentes epidemias de peste, llegaremos forzosa- mente á las siguientes conclusiones: «No es la peste una enfermedad propia del Egipto: si hoy es endémica en aquel pais, es porque la civilización ha acumulado y circuns- crito en esta parte del globo los modificadores higiénicos que presiden á su desarrollo; pero estos modificadores pueden estar y han estado reunidos en otras localidades, y en cualquiera pueden tener y han tenido por resultado el desarrollo de una epidemia pestilencial. Bajo su influencia, y por via de propagación epi- démica y no de propagación contagiosa, se ha presentado la peste en varias* épocas y en di- ferentes paises del globo. «Aubert ha hecho las investigaciones mas prolijas para justificar esto última manera de considerar el carácter endémico de la peste, y creemos que lo ha conseguido completamente". (De laprophylaxie genérale de ¡apeste; Paris, 1843). «Demuestra este autor, que desde el año 1491 antes de Jesucristo hasta el 263 de nuestra era, es decir durante 1754 años, estuvo el Egipto libre de la peste; porque habia llegado á un alto grado de civilización, y sus habitan- tes observaban las leyes de la higiene pública y privada. Pero habiendo decaído la civiliza- ción y descuidádose las medidas higiénicas, aparece la peste en Alejandría el año 269 de nuestra era. Hacia el 336 se renuncia á los em- balsamamientos; se entierra los muertos en las iglesias, en las plazas públicas y en las ca- sas , cubriéndolos apenas con algunas pulgadas de tierra;, se abandonan á la mas horrible su- ciedad las casas particulares, las calles, las ciudades...y en 542 aparece una epidemia, que asóla con sus estragos todo el mundo. Cuál es DE LA PESTE. 507 la parte esacta de influencia que, en medio de estas diversas circunstancias, corresponde á la cesación de los embalsamamientos? Esta es una cuestión secundaria, que no merece una larga discusión, tanto mas cuanto que no es suscep- tible de una solución rigurosa (V. Pariset, me- moria citada, p. 277; Labat, Anuales de mé- decine physiologique, t. XXV, p. 727; Burdin, Journ. gen. de méd., núm. 2 de junio, 4830; Clót, ob.cit., p. 190-192-212-216). »La Grecia no conoció la peste en mas de rail ochenta y tres años; pero en el siglo XVI fue conquistada por los turcos, que llevaron á ella la devastación y la miseria, y apareció la peste tomando el carácter de endémica. «En Dalia ejerció la peste horribles estra- gos desde el año 500 antes de Jesucristo hasta el de 300, cuando los romanos, ocupados de guerras intestinas ó remotas, eran estraños á toda civilización. Penetra en Italia la civiliza- ción turca y griega, y cada dia se hacen mas raras las epidemias. Desde el año de 500 al 400 se contaron diez pestes, y solo una en el siglo que precedió á la era cristiana. Vuelve la Italia a ser presa de los bárbaros, y la peste recobra su imperio: ocho epidemias se cuentan en el siglo XIII, once en el XIV, quince en el XV; pero entra de lleno este país en las vias del progreso, adelantándose al resto del mundo, y desde entonces, el siglo XVI ofrece solo nue- ve pestes, mientras llega á su máximum la en- fermedad en el resto de Europa. Después so- brevinieron dos pestes en el siglo XVII y nin- guna en el XVlll. »La invasión de los bárbaros que destruyó el imperio romano, hizode la Europa vasto foco de peste, la cual siguió paso á paso las vici- situdes de la civilización. El siglo XIV contó nueve epidemias de esta clase*, el XV, en que renacieron las ciencias y las letras, seis; y el XVI, en que el movimiento civilizador comu- nicado por las cruzadas, la emancipación de las clases proletarias y el renacimiento de las letras y artes, fue coñtrarestado por nuestras guerras religiosas, que trajeron nuevas des- gracias y miserias, hubo trece. Cuando la ci- vilización volvió á emprender su marcha pro- gresiva, se disminuyó también la frecuencia de esta enfermedad, y asi ocurrieron cinco pestes en el siglo XVII y una en el XVIII. Desde 1720 hasta 1844 no ha vuelto á presentarse esta epi- demia. «No seguiremos á Hubert en su relación de lo ocurrido en Inglaterra, en Alemania y en España; pero insistiremos en las conclusiones que emanan de sus interesantes trabajos. »En todos tiempos y lugares ha retrocedido y desaparecido la peste ante la civilización, re- produciéndose otra vez con la decadencia y la barbarie: las mismas causas han producido siempre iguales efectos. »La peste que hoy aflige al Oriente, no exis- tia allí en tiempo de la civilización egipcia, griega y romana; mientras que devastaba de continuo á la Europa occidental, sumida en la barbarie. «Hoy se han trocado los papeles: la Europa se halla libre del azote, y el Oriente está su- jeto á él. Destructores por escelencia, los tur- cos han echado por tierra todos los restos de la civilización griega y romana, y han hecho del Levante un vasto foco productor de la pes- te , foco que no desaparecerá sino con ellos. «La peste fué estinguida en Oriente por la civilización, y la barbarie la trajo de nuevo: á la civilización toca pues volver á destruirla, entendiendo por civilización el influjo combi- nado de la agricultura, de la industria, de las ciencias y de la higiene. «Estudiando las cosas en su estado actual, se encuentran las causas del carácter endé- mico que ofrece la peste en Egipto, en la mi- seria, en el desaseo, en las costumbres de los habitantes y en la naturaleza del pais. Es pre- ciso leer la memoria de Pariset, para formarse una idea de la horrible situación en que ha- ce poco se encontraba todavía el Egipto; de aquellas poblaciones apenas cubiertas de an- drajos, alimentándose de maiz y muchas ve- ces de raices; aquellos inmundos muladares, sirviendo de asilo comun al hombre y á las bestias; aquellas ciudades infectas, enterradas en montones de inmundicia; aquellos inmen- sos focos de putrefacción animal y vejeta!, derramados en las ciudades y en los campos. «Por lo demás el Egipto ño parece haber cambiado mucho desde 1831, puesto que Au- bert escribe todavía en 1843: «Lo primero que encuentra el observador al desembarcar en las costas de Egipto, es una tierra baja que se estiende basta los límites del horizonte, y una población cubierta de andrajos, que habita una ciudad arruinada, donde se hallan completa- mente olvidadas todas las leyes higiénicas. Si deja las orillas del mar, atraviesa pantanos; si se dirige hacia el Cairo ó hacia el Delta, ha- lla por do quiera en el alto Egipto tierras in- cultas y pueblos derruidos. Si se interna en I las ciudades, encuentra calles estrechas y tor- tuosas. Si su posición le permite introducirse en las casas, solo ve en ellas desaseo y miseria. En la construcción, en la distribución de las habitaciones, en los vestidos y en los alimen- tos , en todas partes va palpando el abandono con que se mira la higiene pública y privada» (Véase también Hamont, Mémoire sur la peste en Gazette des hópitaux, núm. del 31 de octu- bre, 19 y 28 de noviembre de 1844). »Es incontestable ademas, que la humedad de un suelo bajo y no accidentado, la eleva- ción de la temperatura, las inundaciones del Nilo y la abundancia de las aguas del invier- no (Hamont), son otras tantas circunstancias inherentes al Egipto, que aumentan mas y mas la funesta influencia ejercida por los focos de infección pantanosa, los de putrefacción ani- mal, las costumbres, los usos, el fatalismo de los niños, el temor al contagio de los otros, 508 »E LA PE>TE. es decir, por todas las causas que la voluntad del hombre y los progresos de la civilización pueden atacar v destruir. «Laendcraicídad, por otra parte, no perte- nece esclusivaraente al Egipto, como aparece de las siguientes líneas tomadas de Clot: «La enfermedad es endémica en toda la costa oriental y meridional del mediterráneo; pero esta enderaicidad no es igual en todas partes. Los principales centros de desarrollo son el Egipto, la Siria y Constantinopla. La afección se hace menos frecuente á medida que nos acercamos á la Grecia y al Adriático por una parte, y al estrecho de Gibraltar y á Berb'eria por otra. Finalmente, no siempre "in- vade con igual frecuencia todos los puntos de uu mismo país. En el alto Egipto es mas rara la afección que en el medio, y en este mas también queenei bajo. El litoral de la Siria está mas espuesto al influjo epidémico que el Líbano ó los terrenos interiores, y las orillas del Bosforo mas que el continente de la Tur- quía Europea y Asiática (ob. cit., p. 231). «Fácilmente"se conoce, que en todos los pa- rages anteriormente enumerados se encuen- tran la mayor parte de las causas de ende- raicidad que hemos indicado respecto del Egipto. «Haysinembargo hombres sistemáticos, que se niegan todavía á reconocer la endemicidad de la peste; pero ¿no basta para destruir su opinión, recordar que todos los buenos ob- servadores declaran haber visto constantemen- te en Oriente casos mas ó menos numerosos de peste esporádica? »2.° 'Epidemia.—Puesto que algunos mé- dicos no quieren colocar la peste entre las en- fermedades epidémicas, preciso nos es recor- darles con Clot (ob. cit., p. 225): «1.° Que la peste se presenta en épocas determinadas, es decir, que aparece á fines del otoño ó á principios de invierno, para aca- bar en el mes de junio. »2.° Que va muchas veces precedida de cambios meteorológicos mas ó menos aprecia- bles, y que su aparición suele anunciarse por fiebres de mal carácter, viruelas, afecciones furunculosas, etc. »3.° Que la influencia epidémica se hace sentir en la generalidad de los individuos, ma- nifestándose por dolores glandulares en las axilas y en las ingles, abatimiento, postración } vértigos. »4.° Que la peste es benigna ó maligna, circunscrita ó general, sin que puedan atri- buirse estas diferencias á ninguna causaapre- ciable. »5.° Que en su desarrollo, en su curso y fisus terminaciones, presenta la misma fiso- nomía que las enfermedades epidémicas. Los accidentes son al principio poco numerosos, pero van seguidos casi siempre de la muerte; á medida que se propaga y estiende el mal, s» hacen menos mortíferos sus efectos,'y al fin de la epidemia es casi» siempre favorable el pronóstico. »6.° Que las circunstancias atmosféricas influyen frecuentemente en el número y ía mortandad de los enfermos, que se aumentan con los vientos del Sur v disminuyen con los del Norte. »7.° Finalmente, que los hechos de loca- lidades exentas del azote, al lado de otras aco- ladas por él; de pueblos diezmados por la peste inmediatos á otros respetados; de cuar- teles en que no aparece la enfermedad, mien- tras que ejerce sus estragos en los inmediatos; de barreras arbitrarias que limitan el mal, co- mo una catarata, etc., lejos de combatirla teoría de la epidemicidad, la apoyan y favore- cen ; puesto que también concurren en la ma- yor parto de las enfermedades tenidas umver- salmente por epidémicas, como el cólera, la grippe,etc. »No enumeraremos todas las epidemias de este, que se han descrito ó indicado por los istoriadores y por los loimógrafos; porque esta larga lista no suministraría á los prácti- cos ningún dato útil, y se encuentra ademas en los escritos de Papón (De la peste ou les epoques memorables de ce fleau, t. II, p. 249; Paris, año VIII), de Ozanam (Ilistoire medíca- le des maladies epidémiques; Paris, 1835, to- mo IV, p. 5), de Guyon (Des principales pestes qui ont regné dans le nord de TAfrique occi- dentale, en Gazette medícale, p. 377; 1838) y de Aubert (De la prophylaxie genérale de la pes- te, p. 11-38; Paris, 1843). Solo recordaremos ue es imposible decidir el verdadero carácter e muchas de las epidemias que figuran en es- tos cuadros. »3.° Contagio.—No hay cuestión en medi- cina, que haya sido y sea mas controvertida que la del contagio de la peste. No reproduciremos aqui el largo debate que hace cincuenta años se sostiene con unos mismos argumentos, re- petidos incesantemente con pretensiones de nuevos. »L¡ttre (loe. cit., p. 82) cree que para for- marse una ¡dea de esta cuestión, conviene exa- minar sucesivamente cuanto se ha dicho sobre la propagación de la peste en las regiones don- de es endémica, y su modo de aparecer en los países donde habitualmente no existe; pero ¿qué resultado han producido las 40 páginas de citas testuales, que ha tenido la paciencia de estraer de las obras de Lacheze, Aubert, Bulard, Chicoyneau, Fodere, D'Antrechaux, Mertens, Calvert, Morea, Albrecht, Granville, Gosse, etc.? «Bertrand pretende que la peste de 1720 fue traída á Marsella por un navio procedente de Seyde y de Trípoli. Deidier afirma que los pri- meros casos de peste se manifestaron antes de la llegada del buque, y Bertrand niega la exis- tencia de estos hechos" ó la exactitud de su in- terpretación. Hé aqui {a eterna discusión, que se reproduce siempre al presentarse una epi— demia. ¿Cómo depurar la verdad entre estas aserciones contradictorias? «En 1823 v 2í estaba construyendo el bajá de Egipto una fábrica de algodón en Kelioub; los cimientos del edificio se abrían en un para- ge lleno de sepulcros antiguos y modernos. Un dia á las doce de la mañana se queja un can- tero de dolor de cabeza, envíanío á su casa, y á las cuatro estaba ya muerto. En el mismo dia perecieron ocho "personas que componían su familia, presentando bubones y carbuncos. La ciudad se inficionó muy luego, y cundió la peste hasta el Cairo» (Pariset, mem. cit., pá- gina 306). «Pero esta peste se esplica mejor por la epi- demia que por el contagio. «Se conservaban hacia algunos años encer- rados en un baúl los efectos de una persona muerta de peste; abre un fraile la caja, se apo- dera de su contenido, y á los pocos dias es atacado por el mal.» (Hamont, Aúnales d'hi- gienepublique, t. VI, p. 485; 1831). «Para que tuviera este hecho una significa- DE L\ MSTE »3. 209 Las comunicaciones esplican siempre suficientemente la marcha de la peste. »4.° Desde la instalación de los lazare- tos en Europa se ha presentado la peste con mucha menos frecuencia, y ha quedado con- finada en estos establecimientos. »5.° ¿De que la peste sea una enfermedad epidémica deberá deducirse que no es conta- giosa? De ningún modo. Las viruelas son con- tagiosas y se hacen muchas veces epidémicas (Littré, loe. cit.). »A estos argumentos , que parecen perento- rios , responden los no contagionistas. »1.° Es notorio que la peste ha respetado muchas veces localidades en que nada se habia hecho para ponerse á cubierto del contagio; mientras que se ha desarrollado con su mayor intensión en parages sometidos al aislamiento mas rigoroso (Aubert, ob. cit., p. 42-55.— Clot, ob. cit., p. 299-309.—Cholet, mem. cit., p. 29-37). »2.° Si la peste respeta hasta cierto punto as comunidades religiosas, los establecimien- cion precisa, seria necesario que acompañasen I tos públicos y á los cristianos, débese atribuir, á su relato todas las pruebas imaginables de i no al aislamiento, sino á las ventajas de sus autenticidad, y que se nos diesen á conocer todos los pormenores, en vez de limitarse, co- mo hace su autor, á un simple aserto. «Lo mismo sucede con todos los hechos aná- logos. En cuanto á los que se verifican en el centro del foco epidémico, y en los cuales ve- mos manifestarse la peste mas ó menos tiempo condiciones higiénicas (Aubert, ob. cit., pá- gina 38 y sig.—Clot., loe. cit., p. 307). »3.° Está sobradamente demostrado, que la peste apareció en Occidente antes que tuviese comunicación alguna con Oriente, y por et contrario muchas veces, en la época de su ma- yor actividad comercial con el Levante, no después de un contacto cualquiera, ¿cómo es j han participado de la peste los países europeos, posible distinguir la influencia de la epidemia de la del contagio? «Vemos pues, que se reproducen en este caso todas las dificultades que se presentan cons- tantemente al tratar de distinguir las epide- mias de los contagios, y no insistiremos en una discusión, que hemos tenido y tendremos repetidas ocasiones de esplanar en esta obra. «Supuesto que el examen de los hechos par- ticulares no conduce á una solución satisfacto- ria, veamos si tienen mas valor los generales. »Los contagionistas se apoyan en las propo- siciones siguientes: »I.° Es notorio que la peste respeta con frecuencia las comunidades religiosas y tos es- tablecimientos públicos que se hallan rigorosa- mente aislados, y que ataca especialmente á á pesar de la falta de lazaretos, cordones sani- tarios y demás obstáculos á la libre importa- ! cion de la enfermedad (Clot, loe. cit., p. 276- ! 292.—Emangard, Mémoire sur la peste, p. 52- Paris, 1839). »4.° Aun admitiendo la preexistencia de la enfermedad en Levante, nada prueba que la importación haya dejado de verificarse por la via epidémica. »5.° No es fácil esplicar.el curso de la en- fermedad por las comunicaciones. Ha asolado la peste á Keneh y á Suez sin tocar á la Nubia ni á la Arabia, y"es constante que á pesar de las mas fáciles "comunicaciones nunca se ha presentado esta enfermedad , llamada conta- giosa, en los dos últimos paises (Aubert, Dele, prophilaxie, etc. , p. 3). los turcos y árabes, que no toman ninguna i »6.° Los lazaretos datan de fines del sigte precaución" contra el contagio, ensañándose j XV, y la estincíon de la peste en Europa no se menos en los cristíiinosquesesugeton al aisla- l verificó hasla el XVIII, doscientos años des- miento (Floquin, Documents relatifs á la con- tagión déla peste, en Gazetemedícale, p. 417; 1838). »2.° Siempre que ha aparecido la peste en Europa, reinaba hacia algún tiempo en Levan- te una epidemia pestilencial; lo cual prueba que la enfermedad ha sido importada de Orien- te á Occidente (Segur-Dupeyron, Becherches historu/ues et stalistigues sur les causes de la peste; Paris, 1837.—Littré, art. cit., página 124). TOMO IX. pues de la creación de tales establecimientos. En los tres siglos anteriores se habian contado 105 epidemias; en los tres que siguieron á su instalación hubo 143 (Aubert, loe. cit. pá- gina 54). »7.° En la epidemia de 1834-1835, come en todas las pestilenciales, se ha visto morir personas que se sujetaban a! aislamiento ma* severo; mientras que otras, continuamente es- puestas al contacto de los apestados en los hos- pitales y en los baños, oran respetadas por la 110 DE LA VISTE. dolencia (Aubert., ob. cit., p. 42-47.—Clot, loe. cit., p. 302-306-309-326.—Cholet, me- moria citada, p. 37-44). »8.° Existen hechos positivos de no conta- gio en la peste esporádica; porque si la prue- ba positiva del contagio es dificil la negativa es muy fácil (Aubert, loe. cit., p. 67-79). »9.° Los contagionistas , en Levante y en nuestros lazaretos de Europa, dice Aubert (pá- gina 80), solo admiten una via del contagio, el contacto mediato ó inmediato. En este siste- ma se escluye totalmente el aire; para infec- cionarse es "preciso haber tocado á los enfer- mos; se puede permanecer en medio de los apestados y de objetos contagiados, con tal que se guarde "la distancia de cuatro ó cinco pies. Aceptada esta teoria, declaro que nunca he visto ni nadie me ha podido enseñar un solo caso de contagio.» «10. Si la peste es contagiosa por infección, y los miasmas que exhalan los apestados bas- tan para comunicar la enfermedad, debieran contraerla la mayor parte de los individuos es- puestos á su acción; propagándose el mal por infección, debiera hacer mayores progresos á medida que reina mas tiempo y ataca á ma- yor número de individuos. Pero nada de esto se verifica. »11. Si la peste es una enfermedad virulen- ta, debe, como todas las afecciones de esta na- turaleza, dar lugar á la formación de un pro- ducto morboso, que inoculado determine'en un sugeto sano fenómenos análogos; debe invadir á la gran mayoría de los individuos que hayan sufrido el contacto; debe tener como todas las enfermedades virulentas una marcha regular, progresiva, prevista y casi siempre idéntica; -desarrollarse en todas las latitudes, en todas las estaciones y en todas las circunstancias imaginables; debe necesitar mucho tiempo pa- ra propagarse en todo un país , y contenerse ante las barreras que se le oponen. Mas nada de esto sucede (Clot, obra citada, pág. 262- 264). »Es innegable que estas consideraciones va- len mas que las aducidas por los partidarios del contagio, y asi lo reconocen los mismos Pari- set y Bulard cuando dicen: «qjie no obra el contagio sino en cuanto se halla favorecido por la constitución epidémica» (Des esperiences a faire pour determiner la proprieté contagieuse ou *ion contagieuse de la peste, en Gaz. méd., p. 194; 1838); y en otro parage «que la peste no es siempre contagiosa, pues entonces esta- ría desierto el Oriente; pero que lo es algu- nas veces» (mem. cit., p. 307). »Si entramos ahora en el campo de los con- tagionistas, los hallaremos en la mas completa anarquía. «¿Cuál es la naturaleza del contagio!—Según unos el agente pestilencial es un insecto (Kir- cher, Linneo, Manget, Traite de la peste, p. •Í8); según otros un gas, un compuesto de va- por húmedo, de aire y de materia animal, un producto de elaboración patológica, un vi- rus, etc. «¿Cómo se trasmite el contagio! Unos dicen que á cierta distancia (contagio á distancia, miasmático, infección); otros aue por el con- tacto solamente (contagio virulento); y otros que por ambas vias (Diemerbroeck , loe. cit., p. 57). «iQué espacio atraviesa el miasma contagio- so? «Si se trata de una persona infecta, dice Giovanelli, y que se halla encerrada en una es- tancia donde no circule libremente el aire, pue- de decirse que toda la atmósfera de esta habi- tación es peligrosa; pero si se trata de un en- fermo espuesto al aire libre, está demostrado que la esfera de infección no se estíende mas allá de cinco pies geométricos.» Diemerbroeck y Chenot hablan por el contrario de personas á quienes ha atacado la infección atravesando grandes distancias. «¿.Por qué vias penetra el miasma en la eco- nomía para infectarla? Por la absorción pul- monal y cutánea y por las vias digestivas según Manget, por las tosas nasales según Mead, y por los vasos linfáticos según Bulard. «La mayor parte de los contagionistas mo- dernos creen que es indispensable el contocto. Grassi asegura que puede colocarse una per- sona á pocas líneas de un apestado sin tener nada que temer. «Todo el que se preserve del contacto de los apestados se librará indudable" mente, dice Estienne» (mem. cit., p. 56). y>l.De qué naturaleza debe ser elconlacto? To- dos ios contagionistas declaran que se contrae la peste, no solo tocando á un apestado, sino también á un objeto que haya sufrido el con- tacto del enfermo. Pero cesa "esta unanimidad, cuando se trata de determinar si pueden con- taminarse todos los cuerpos ó algunos solamen- te, es decir, volverse contagíferos impregnán- dose del virus pestilencial. «La lana, el algodón, la cerda, el lino, la estopa, el cáñamo, las plumas, los pelos de los animales, los cabellos, el papel, los ves- tidos , las frutas frescas ó secas, y todas las es- pecies de granos se consideran generalmente como cuerpos contaminables; pero los cuerpos grasos, el pan, la carne, el tabaco, los líqui- dos, las maderas y los metales se han decla- rado refractarios por Mercurial, Diemerbroeck, Savaresi (loe. cit., p. 168), etc.; mientras que Roch, Frank, etc., no les conceden ningún privilegio. «Si consultáis las leyes y reglamen- tos sanitarios, dice Aubert (De la reforme des quarantaines, etc., p. 6; Paris, 18441, veréis en ellas que hay diferencia de capacidad pes- tífera entre el cobre viejo trabajado, el cobre nuevo trabajado también y el cobre en bruto ó en panes; las monedas y las medallas son du- dosas, pero los metales viejos son muy suscep- tibles.» «¿Qué duración debe tener el contacto para producir la enfermedad? Refiere Howard que una flor, cuyo pesfume habian respirado impu- DE LA PESTE. 2! I nemente dos personas, comunicó la peste á un tercer individuo. Estienne (loe. cit.) asegura que el contacto mas ligero basta para provocar la aparición de la peste. «Aparece un caso de peste en una casa ri- gorosamente sometida al aislamiento; en vano se pone en tortura la imaginación para averi- guar por donde ha podido introducirse el con- tagio; pero después de las investigaciones mas inútiles se presenta un rayo de luz al enfermo, quien recuerda que pocos dias antes habia lan- zado desde su torre una cometa, cuya cola ha- bia tocado seguramente la casa inmediata don- de habia muerto un apestado! (Clot, loe. cit., p. 306). »Fácil nos seria formar una larga lista de miserias análogas, que algunos médicos no dudan presentar gravemente como otras tantas pruebas del contagio. «l.En qué época de la enfermedad se desar- rolla el principio contagioso? Verdón i y Die- merbroeck creen que un individuo que no pre- sente todavía ningún síntoma de peste, con so- lo estar sometido á la incubación, es ya sus- ceptible de comunicar la enfermedad, pudiendo esta, en razón de predisposiciones individua- les, desarrollarse en el contaminado antes que en el contagífero (Diemerbroeck, loe. cit., pá- gina 66). Muchos autores son de la misma opinión; otros creen que no se desarrolla el principio contagioso hasta que la afección ha adquirido ya cierta intensión, y Diemerbroeck (loe'cit., p. 64) confiesa que" es el contagio menos peligroso, cuando proviene de un indi- viduo cuya enfermedad debe terminar por la curación; al paso que es funesto cuando ema- na de un apestado destinado á la muerte. Manget asegura que el contagio pierde su violencia á medida que se acerca el término de la enfermedad; mientras que Savaresi lo cree mas activo durante la agonía (loe. cit., p. 169). «Heobservado constantemente, dice este au- tor, que los que tenían la desgracia de tocar á un apestado agonizante ó en un período ade- lantado de la enfermedad, adquirían general- mente el contagio.» Desgenetes y Savaresi (p. 169), suponen que el contagio se disipa cuando cesa la fiebre y después de la muerte. «Ningúnapestado, dice Savaressi, ha trasmi- tido su enfermedad estando sin calentura; ningún cadáver ha comunicado el contagio, á no ser que este se verificase por las sábanas, por los efectos ó por los cabellos.» Otros auto- res sonde opinión contraria. «Cuánto tiempo conservan los cuerpos contu- maces_ la propiedad de trasmitir la peste?— Belativamente á esta cuestión se han propala- do absurdos no menores que los que antes de- jamos indicados. El principio contagioso per- manece intacto en un pedazo de cuerda, en una tela de araña, durante diez, veinte y treinta años. Cuenta Diemerbroeck un caso, en que se comunicó la peste por el contacto del pie con una porción de paja, que después de haber servido á un apestado, habia quedado espuesta todo el otoño y el invierno a la llu- via , al frió y á la nieve*(/oc cit., p. 364-365). Estienne refiere un hecho, que parece probar que el contagio puede conservarse muchos si- glos. «En Liorna, dice, se descubrió una mo- mia, y el primero que la tocó fué atacado de la peste» (loe. cit., 57). «Cuanto dura la incubación.—Generalmente están de acuerdo los autores, hecha abstrac- ción de todas las teorías del contagio, del no contagio, de la endemia y de la epidemia, en que el período de incubación varia según el es- tado esporádico ó epidémico de la enferme- dad, la época de la epidemia, las condiciones individuales, etc. »En la invasión de las epidemias suele la incubación durar solamente algunas horas, y á veces no existe. Generalmente dura dos, tres ó cinco dias. «Algunos autores antiguos creían que el pe- ríodo de incubación se podia prolongar mu- chos años; pero en la actualidad los contagio- nistas mas exagerados le asignan once dias como el término mas largo. Aubert ha tratado de demostrar que nunca pasa la incubación de ocho, y aun de cinco dias. Este punto de doc- trina es de suma importancia para la cuestión de las cuarentenas, y Aubert lo ha tratado con esmero. «Nunca, dice este autor, he visto, ni en las epidemias ni en las endemias, que el período de incubación pasase de cinco días... Hace ciento veinticuatro años que se ha decla- rado siempre la peste en alto mar, ocho dias á Jo sumo después de la partida.» (Aubert, De la reforme des quarentaines, et des lois sanitai- res de la peste, p. 80-82; París, 1844). » Acabamos de dar una ligera idea de las con- tradicciones , dificultades y tinieblas, que en- vuelven la doctrina del contagio de la peste. Un medio se ha intentado, que parecía á pro- pósito para disipar la incertidumbre; pero des- graciadamente no ha correspondido alas espe- ranzas que hiciera concebir: hablamos de la inoculación. «Inoculación.-No nos ocuparemos de los es- perimentos que se han hecho, ya en anima- les, ya en sentenciados á muerte, durante las epidemias de Marsella (1720), Moscow (1771), Constantinopla (Walli, Journ. de méd., n.° de mayo 1811), y Tánger (1818-19); porque no presentan las condiciones que en tales circuns- tancias se requieren. Sabido es también el va- lor que debe darse á la famosa inoculación de Desgenettes. Por consiguiente nos atendremos solamente' á los esperimentos intentados por Clot y Bulard durante la epidemia del Cairo de 1834 y 35. »Dos sentenciados se pusieron camisas y pantalones de sugetos apestados, impregna- dos todavía de un sudor abundante, y perma- necieron treinta horas eñ las camas de los enfermos. Ambos fueron atacados de la pes- te, uno al cuarto y otro al quinto dia; el pri- 212 DE LA PESTE. mero sucumbió y el segundo salió curado. «Bulard hizo quitar a un apestado la caini- ta que llevaba puesta desde el dia anterior, y aplicándosela inmediatamente á la piel, la con- servó cuarenta y ocho horas: el resultado fué completamente negativo. «seis inoculaciones se practicaron en sen- tenciados á muerte, con sangre, con serosidad tomada de una flictema carbuncosa y con el pus de un bubón, y solo en uno de estos in- dividuos se manifestaron al tercer dia algunos síntomas generales dudosos y un bubón inci- piente, que se disipó rápidamente y no llegó á supurar. íClot se inoculó con sangre y con el pus "de un bubón, v no tuvo resultados (Clot, ob. cit., p. 353-357). «¿Qué debe inferirse de estos hechos? Por nuestra parte creemos que los esperimentos de inoculación son decisivos y destruyen com- pletamente la supuesta existencia "del virus pestilencial. En cuanto á las dos primeras ob- servaciones ¿demuestran la propiedad conta- giosa? Seguramente que no. «¿De qué valor, dice Clot (p. 353), pueden ser unos esperimentos, hechos en tiempo de epidemia en un hospital atestado de enfermos, y en gentes colocadas en medio del foco de infección?» »Los esperimentos de inoculación y de con- tacto, couio dice Chervin, nunca serán deci- sivos en favor del contagio, si no se hacen le- jos del foco epidémico, en una localidad donde no reine la peste. wLlegado ya el momento de resumirnos, lo haremos aunque con alguna dificultad. «Confesamos que nuestras convicciones es- tan en favor del no contagio; pero no hemos visto la peste, y entre los contagionistas hay hombres cuya autoridad es incontestable, y á cada paso tropezamos con hechos que es preci- so negar, ó aceptar como pruebas de contagio! «Sí solóse tratase de un punto de doctrina médica, nos limitaríamos á trasladar aqui lo que digimos á propósito de la fiebre amarilla: «En vista de los testimonios contradictorios que hemos hallado en los diversos escritos con- sagrados al esludio del contagio, no podemos menos de quedar en duda. No creemos que esta cuestión pueda resolverse en la actuali- dad de una manera absoluto; pero debemos decir, que los autores de mas nota están dis- puestos á no admitir el contagio, y aconsejan que se obre absolutamente como" si no exis- tiera.» «Mas la cuestión del contagio de la peste está intimamente unida con la de las cuaren- tenas, cuya importancia política y comercial es tan grande, que importa adoptar un parti- do y pronunciarse resueltamente. Colocándo- nos en este terreno, no vacilamos en decir que debe abandonarse enteramente la doctrina del contagio. 5 i.° Causas predisponentes. —■ Edad. En ge- ncral eslan los niños mas espucstos ó la peste que los adultos, v estos mas que los viejos; pero en este punto se observan grandes varia- ciones, según las diferentes epidemias. Por ejemplo, la peste de Marsella perdonó á los ni • ños.—Sexo. Una de las causas predisponentes parece ser el sexo femenino; sin embargo se dice que en ciertos epidemias se libraron casi todas las mujeres.—Temperamento, constitu- ción. Háse visto á la peste, ora atacar con pre- ferencia á los individuos débiles, linfáticos y nerviosos, y ora por el contrario escoger sus víctimas entre los vigorosos y fuertes.—Pro- fesion. Todos los individuos que por su profe- sión tienen que ocuparse en trabajos penosos v escesivos, ó sufrir la intemperie de las esta- ciones , se hallan mas espucstos á la peste. Los autores hablan de una epidemia en que pere- cieron todos los panaderos.—Bazas. En Egipto la raza negra es comunmente la peor tratada; después vienen ios nubianos, luego los árabes del Hedzas v del Yemen, y luego en fin los europeos, v entre estos con especialidad los malteses, los griegos, los turcos, y general- mente los habitantes del mediodía de Europa (Clot, loe. cit., p. 7). Investigando con cuida- do las causas de esto predisposición según las razas, se las encuentra en gran parle en las di- ferentes condiciones de higiene, de profesión, de miseria, etc., en que viven cada una de ellas.—Causas fisiológicas. El estado de emba- razo, de-parturición^ y la época menstrual, se colocan generalmente entre las causas predis- ponentes; según casi todos los observadores, las causas morales ejercen mucha influencia, y con especialidad el miedo.—Causas higiéni- cas. A esta clase de modificadores pertenecen las verdaderas causas predisponentes de la pes- te. La miseria, el desaseo, la acumulación de muchas personas, una alimentación insuficien- te y de mala calidad, la imposibilidad de pre- caverse del frió y de la humedad, son las cir- cunstancias que mas enérgicamente favorecen el desarrollo de la enfermedad, haciéndola ejercer sus mayores estragos en los negros, los nubianos, etc.—Causas patológicas. Los indi- viduos que tienen úlceras abiertas ó padecen de irritación aguda de la mucosa gástrica ó la piel, se hallan protegidos hasta cierto punto contra la peste; y por el contrario los que tie- nen afecciones crónicas de las vías digestivas, del hígado ó de los ríñones, y los escrofulo- sos, rara vez dejan de padecerla. »3.° Causas determinantes.—Las emocio- nes morales vivas, las grandes fatigas corpo- rales, la impresión del frío, los estravios del régimen , son las únicas causas que pueden in- dicarse con alguna certidumbre. «Es tan grande, dice Clot, el terror que inspira la peste á los francos, que ha ocasio- nado el desarrollo de la enfermedad en per- sonas á quienes se ha dado la noticia de la muerte de un pariente, un amigo ó un veci- no... He visto muchos individuos atacados á DE LA PESTE. 213 causa de una marcha forzada.... Otros son in- vadidos por haberse espuesto á una corriente de aire ó vcstídose mas ligeramente que de costumbre. Los soldados caen enfermos casi siempre después de una noche de guardia.... Pero de tedas las causas determinantes, nin- guna mas poderosa que los estravios del régi- men: un esceso en las bebidas alcohólicas ó una comida demasiado abundante, van segui- dos con mucha frecuencia de la invasión de la enfermedad» (loe. cit., p. 10-11). «Tratamiento.—Profilaxis general. La pro- filaxis general se debe proponer un triple ob- jeto: l.° proteger los países donde la peste no es endémica contra la importación de la en- fermedad: 2.° evitar el desarrollo de la peste en las regiones en que es endémica: 3.° con- tener su propagación en los puntos donde reine. «Las cuarentenas se han establecido para im- pedir la importación de la ppste, y su existen- cia se funda en la doctrina del contagio. No volveremos á ocuparnos de esta teoria, y tam- poco nos incumbe dilucidar la cuestión de las cuarentenas en sus relaciones con la higiene pública, la economía política y comercial. Nos contentaremos pues con declarar que el resul- tado incontestable de las investigaciones de Aubert (De la prophilaxie genérale de la peste; Paris, 1843.-/>e la reforme des quarantaines et de lois sanitaires de la peste; Paris, 1844) es que las cuarentenas, prescindiendo de las doctrinas del contogio ó del no contagio, no han preservado nunca á la Europa de la pes- ie; que hace mucho tiempo se infringen á ca- da paso los reglamentos; de modo que si exis- ten todavía las cuarentenas relativamente al inmenso perjuicio que causan al comercio , á la marina y á las comunicaciones con Levan- te , están casi suprimidas de hecho respecto de su presunta acción preservadora. Ademas con Jas últimas medidas adoptadas por la Ingla- terra y el Austria, han venido á ser comple- tamente ilusorias las cuarentenas francesas, y no pueden tener mas resultado que el de abo- lir las relaciones comerciales y políticas de la Francia con el Oriente. «Un solo medio hay para precaver constan- temente á la Europade la peste, y es el de destruir en su cuna el foco pestilencial; pero esta destrucción no puede efectuarse sino por medio de la civilización , es decir, por el de- sarrollo de la agricultura y por la esacta apli- cación de todas las leyes de la higiene públi- ca y privada. «Resulta de las líneas anteriores, que sola mente la civilización puede hacer que con- siga la profilaxis general los dos primeros objetos que le hemos asignado. Esta opinión la espuso perfectamente Savaresi, cuando dijo que para estirpar la peste es necesario: «1.° Desecar todos los pantanos y lagos de Egipto. »2.° Limpiar anualmente sus canales. «3.° Distribuir las aguas del Nilo, de mo- do que no escedan de la cantidad que nece- sito para fertilizarse la tierra. o 4.° Plantar árboles al rededor de las ciu- dades y aldeas, en los caminos, y particular- mente en las orillas de los ríos y de los grandes canales. «3.° Perfeccionar todos los ramos de la agricultura. «6.° Mejorar la condición de los fellahs y de los artesanos, procurándoles una alimen- tación mas sustanciosa, habitaciones mas sa- nas y vestidos mas apropiados. «7.° Disminuir la molicie y los escesos de los ricos. «8.° Inspirar á los egipcios el amor al tra- bajo y la afición á los ejercicios corporales. <;9.'° Mantener la limpieza de las poblacio- nes, sacando fuera los escombros y estiércoles. «10. Construir los cementerios en parages convenientes. «11. Introducir en Egipto una parte de las costumbres y de la policía de Europa. «12. Instruir á los habitantes en la medi- cina y en las ciencias, é inspirarles afición á las artes y oficios» (mem. cit., p. 213-214). «Estas proposiciones son mas ó menos apli- cables á todos los países en que es endémica la peste (V. endemia). «Las siguientes palabras de Mertens indi- can brevemente los medios que debe emplear la profilaxis, para oponerse al desarrollo de la peste. «A pesar de aquel sinnúmero de muertos, dice Mertens hablando de la peste de Moscou de 1771, no sé que hayan padecido la peste sino tres individuos de la nobleza, muy pocos de la clase media, y solo trescientos estrange- ros de la mas ínfima estraccion; todos los de- mas pertenecían al proletarismo ruso» (ob. cit., p. 40). «En efecto, es un hecho constante, que la peste se presento siempre, y se propaga cou | mayor violencia, en las clases pobres. «Por con- siguiente, en cuanto se manifieste la dolencia debe la autoridad tomar medidas eficaces, no solo para limpiar los barrios que le parezcan mas insalubres, sino también para facilitar a las familias pobres que los habiten, los medios de procurarse una alimentación mejor y una habitación mas sana» (Cholet, mem. cit., pá- gina 100-101). Estas medidas serán mas efi- caces, que las de encender grandes hogueras, quemar pólvora, destruir los objetos contuma- ces , purificar las casas, etc. ^Profilaxis particular.—El aislamiento y el espolio son á los individuos lo que las cuaren- tenas á las naciones, v se apoyan igualmente en la doctrina del contagio. No indicaremos todas las precauciones recomendadas sobrees- tá base; porque creemos que la higiene es la única que puede suministrar los verdaderos preservativos de la peste. Una vida regular y sobria, en que se eviten los escesos de todo género (alcohólicos, venéreos, etc.), Jas gran- íu D* l\ PESIE. des fatigas físicas é intelectuales y las emocio- nes- morales vivos, con la precaución de poner- se á cubierto de las variaciones atmosféricas, v de atender á las ocupaciones habituales, sin hacer caso de la enfermedad; hé aqui cierta- mente la mejor profilaxis de la peste. «Tratamiento curativo.—Siendo tantos y tan variados los fenómenos que se presentan en la peste, no les ha sido posible á los loimógrafos sistematizar el tratamiento de esta afección. Sin embargo, Galeno, Botal, Sidenham, Asa- lini, Brayer, Emangard y Cholet, preconizan mucho las emisiones sanguíneas. Este último (mem. cit., p. 103) pretende que al principio, cuando no hay bubones ni carbuncos ó hace poco tiempo que se han presentado, se prac- tiquen sangrías copiosas, proporcionadas á la fuerza y á la edad del enfermo, y repetidas con cortos intervalos. Cuando hay vómitos, es pre- ciso abstenerse de las emisiones generales, y aplicar sanguijuelas al epigastrio. «Casi todos los prácticos que han tenido apestados que tratar, han recurrido á las emi- siones sanguíneas en circunstancias dadas; pe- ro las rechazan unánimemente como medio general de terapéutica. «Savaresi dice que la indicación principal es escitar, sin fiarse en falsas apariencias de sa- burra, de plétora y de diátesis esténica (me- moria citada, p. 202). Por lo tanto prescribe el alcanfor, el almizcle, el éter sulfúrico, el amoniaco, los ácidos minerales, el alcohol, el vino , el café, el agua de menta, la tintura de canela, etc. «Los escitantes se emplean generalmente en el período de colapso ; pero se desechan igual- mente como medicación general. «Chicoyneau, Verny, Soullier, Deidier y Bertrand usaron casi siempre en la peste de Marsella los escitantes, los sudoríficos y los cordiales, asociados con los vomitivos y á ve- ces con las sangrías. • Mertens (loe. cit., p. 74 y sig.) administraba los sudoríficos y los escítantes, seguidos de la quina y de los ácidos minerales. «Samoilowitz (Mémoire sur la peste, p. 158 y sig.; Paris, 1783) comenzaba dando un vo- mitivo^, ipecacuana, 4 granos; emético, 2; crémor de tártaro, 8; para una sola toma), que solia repetir dos ó tres veces, disponiendo después lociones en todo el cuerpo con agua tibia mezclada con vinagre. Luego que se pre- sentaba un ligero sudor, prescribía la quina (escrúpulo y medio de quina en polvo cada cuatro horas). "Asegura el mismo autor haber salvado mu- chos apestados sumidos en un colapso profun- do y en un estado desesperado , por medio de fricciones en todo el cuerpo practicadas con nieve, repelidas tres ó cuatro veces al dia, y prolongadas una hora ó raas, es decir, hasta la aparición de síntomas de reacción. Desgra- ciadamente las aserciones de este loimógrafo merecen poca confianza (V. Bibliografía). >Gossc (oh. v\i.) principiaba el tratamiento por un vomitivo enérgico (4 ó 5 granos de emé- tico), y administraba enseguida el sulfato de quinina á altas dosis , como en las fiebres per- niciosas. Clot ha esperimentado esta medica- ción, y según dice sin éxito. r>Los vomitivos, el opio, el mercurio (friccio- nes mercuriales y los calomelanos interiormen- te), las fricciones oleosas y el fósforo (Aubert) se han ensayado también con resultados muy variables. «Fundándose Aubert (ob. cit., p. 211-249) en una opinión patogénica de que nos ocupare- mos mas adelante, ha introducido en la tera- péutica de la peste el hachisch, planta análoga al cáñamo, y funda para el porvenir grandes esperanzas en este medicamento. «En 11 casos mortales, dice, se salvaron 7 enferraos y mu- rieron 4.» En efecto, seria muy satisfactorio este resultado, si no hubiese exagerado Au- bert , como creemos, los benéficos efectos del hachisch. Es de advertir que se prescribió esta sustancia hacia la terminación de la epidemia, es decir, cuando el pronóstico es siempre mu- cho mas favorable. Ademas, de los siete casos mortales terminados por la curación, en seis no se presentaron vómitos, carbuncos ni pete- quias; en tres se asoció la administración del hachisch con sangrías, y en dos con sangrías v lavativas de quina; de"donde resulta, que el hachisch no se administró solo sino en dosen- fermos atacados de peste leve. «En la peste, como en todas las enfermeda- des cuya naturaleza nos es desconocida y que no se esplican por la anatomía patológica, hay que atenerse á una medicina sintomática. «Si se presentan fenómenos inflamatorios, ya al principio, ó ya durante el curso de la enfermedad (período de reacción), se comba- tirán con las emisiones sanguíneas generales o locales, con los revulsivos y los refrigerantes. Sin embargo, puede establecerse de un modo general, que no deben prodigarse las evacua- ciones de sangre, y que se ha de proceder con mucha circunspección en el uso de este medio. «Los síntomas adinámicos, como la postra- ción y el coma, ya aparezcan al principio (pes- te grave), ó ya no se desarrollen hasta el fin (período de colapso), reclaman los escitantes, los sudoríficos y los cordiales. Acaso seria útil hacer nuevos esperimentos con el hielo. «Las preparaciones de quina y los tónicos son los medicamentos cuya eficacia está mas demostrada; tanto, que constituyen la verda- dera terapéutica de la peste. «Los vomitivos no han sido útiles sino al principio, y cuando estaba claramente indica- do su uso por el estado de la lengua, la natu- raleza de los vómitos, la coloración ictérica de la piel, etc. «Los bubones y los carbuncos reclaman á veces una atención particular. «Bubones.—Se han emitido opiniones muy diversas relativamente á la terapéutica de los DE LA PESTE. 215 bubones: unos los consideran como una com- plicación funesta, y procuran hacerlos abortar por medio de fricciones mercuriales, de em- plastos fundentes, de la compresión, etc. Convencidos otros de que resultan de un es- fuerzo critico saludable, ponen todo su empe- ño en acelerar su desarrollo por medio de los madurativos y aun del hierro candente, aplica- do á la piel intacta ó en el fondo de una ancha incisión , de modo que llegue el cauterio hasta los ganglios infartados. «Estos diversos métodos no han ejercido nunca una influencia apreciable en el curso y terminación de la enfermedad, y están casi del todo abandonados. »E1 tratamiento de los bubones pestilencia- les difiere poco del de los venéreos. Cuando el infarto gangliónico va acompañado de dolores agudos, se recurre á las cataplasmas, á las aplicaciones emolientes y á las sanguijuelas. En el momento que se hace sentir la fluctua- ción, se practica con el bisturí una ancha inci- sión en el tumor, procurando, si se forman desprendimientos, desbridar y practicar con- tra-aberturas , para evitar la estancación del pus. Si la úlcera toma un color sucio , y la ci- catrización camina con lentitud, se la cura con un cocimiento aromático ó de quina. «Cuando los carbuncos son benignos y cir- cunscritos, solo reclaman aplicaciones emo- lientes , y después de caídas las escaras, una simple cura con cerato ó hilas empapadas en un líquido clorurado. Cuando presentan mal aspecto y amenazan invadir grandes superfi- cies, no se debe vacilar en recurrir al hierro candente, para contenerlos progresos de la gangrena y evitar los fenómenos de reabsor- ción. »En resumen, ¿qué se puede esperar de la terapéutica en el tratamiento de la peste? Muy poco, responden Clot, Duvigneau, Lacheze, Estienne y todos los prácticos ilustrados de buena fé. »Hemos leído con la mas escrupulosa aten- ción las observaciones publicadas por los loi- mógrafos mas recomendables, y nos hemos convencido de que todos los ejemplos de cura- ción pueden reducirse á las tres clases si- guientes: »1.° Estados morbosos variables , cuyo diagnóstico es dudoso, y que no ofrecen nin- guno de los signos característicos de la peste; de modo que se verifica la curación cualquiera quesea el plan adoptado, y aun solo con el método espectante. »2.° Peste leve, que se presenta sobre to- do hacía el fin de la epidemia, y en la que se verifica la curación como el caso ante- rior , sin que sea posible atribuir con certidum- bre la menor influencia á tal ó cual medica- ción. »3.° Peste grave, en que es muy rara la curación, verificándose en circunstancias muy diversas, y sin que sea posible preverla. Al- gunas veces la facilita al parecer la medica- ción que consiste en combatir los fenómenos morbosos á medida que se manifiestan , con el auxilio de los medios que hemos indicado; pero esta misma medicación suele ser inútil en ca- sos enteramente análogos. Por consiguiente es imposible determinar la parte que corresponde á la terapéutica en los tratamientos seguidos de buen éxito. «Naturaleza y asiento. — Háse ejercitado mucho la imaginación de los loimógrafos en la investigación de la causa propia de la peste , y sería tan pesado como inútil reproducir todas las hipótesis que se han emitido, desde la que atribuía la enfermedad á una causa divina, hasta lasque la referían á una colección bilio- sa (Chicoyneau, Verny (Traitede la peste, pá- gina 279)", á la presencia de un insecto (Lin- neo, etc.), ó á una gastro-entero-meningitis (Roche y Sansón, Nuevos elementos de patolo- gía médico-quirúrgica). »Aubert cree (ób. cit., p. 273-277) que la peste tiene su asiento en los ganglios nerviosos del gran simpático, y que depende de un enve- nenamiento miasmático. »La primera parte de esta proposición es en nuestro concepto inadmisible. Concediendo á Aubert, aunque aun admite duda, que la le- sión descrita por él sea constante (V. Alter. anatóm.), nada prueba que sea primitiva ; y por el contrario debe considerarse como un simple efecto de la congestión sanguínea que se observa en todos los órganos y en todos los tejidos de la economía. »La congestión sanguínea general de que acabamosde hablar,esla única lesión anatomo- patológica que se puede mirar como caracte- rística y constante; siendo de notar que del mismo modo, aunque en diferentes grados, se encuentra también en la fiebre amarilla, en el cólera y en las calenturas intermitentes per- niciosas. Ahora bien, si á esta congestión se agregan poruña parte las alteraciones que se han comprobado en la constitución física y química de la sangre , y por otra las hemorra- gias que existen en casi todos los casos de pes- te grave y mortal (petequias, equimosis, he- matemesis, melena, hematuria), nos inclina- remos á creer, que debe colocarse esta enfer- medad al lado de la fiebre amarilla, y que está probablemente constituida por una alteración de la sangre. »En cuanto á la causa de esta alteración, es difícil dejar de referirla á un envenenamiento miasmático, ven este concepto creemos con Boudin, que la peste corresponde á esa gran familia patológica de las enfermedades panta- nosas, en que figuran la fiebre amarilla, las in- termitentes y acaso el cólera morbo asiá- tico. «Boudin apoya esta opinión en sólidos argu- mentos, que no creemos inútil referir. «1.« El suelo arcilloso es el que mas favo- rece el desarrollo délas fiebres pantanosas, v se 116 DÉLA PESTE. encuentra asimismo en las localidades donde reina endémicamente la peste. »2.° Se observan muchas fiebres inter- mitentes v aun perniciosas, cuya naturaleza pantanosa*es incontestable, en todos los para- ges en que es endémica la peste. »3.° Una vez desecados los pantanos, se ha visto desaparecer de Londres y de otros muchos lugares la peste, al propio tiempo que las fiebres intermitentes graves que remaban también en ellos. »La estación mas propicia á la peste es asimismo la que favorece el numero y la gra- vedad de las fiebres pantanosas. »5.° Las inundaciones, que en Egipto po- nen término á la peste, producen iguales efec- tos en los países en que reinan las intermi- tentes. »6.° La elevación del suelo sobre el nivel del mar, que tan eficazmente influye en el nú- mero, la gravedad y la existencia de las fie- bres de los pantanos', ejerce la misma influen- cia sobre la peste (véase Geografía médica, pá- gina 31). »7.° La supresión de la traspiración cutá- nea es una de las causas ocasionales comunes á arabas formas patológicas. »8.° La aclimatación obra de una manera eficaz é idéntica en el desarrollo de la peste v en el de las fiebres de acceso. »9.° Las epidemias de peste van muchas veces precedidas, seguidas y aun acompaña- das, de fiebres pantanosas. »10. El bazo, cuyas lesiones tienen tan íntima relación con las enfermedades de ori- gen pantanoso, está reblandecido y considera- blemente aumentado en casi todos los casos de peste. «En vista de las consideraciones que prece- den, dice Boudin, me creo autorizadoá infe- rir: 1.° que la peste no tiene nada de comun con el tifo; 2.» que hay muchos argumentos en favor de la analogía de la peste con la fa- milia nosológica de las enfermedades produ- cidas por la intoxicación de los pantanos» (Geographiemedícale, p. 43-47). «Clasificación en los cuadkos nosológicos.— Sauvages clasifica la peste entre las enferme- dades inflamatorias (clase lll), y especialmen- te entre las exantemáticas (orden l), donde se halla colocada al lado de las viruelas, del pen- > figo, del sarampión, de la fiebre miliar, de la púrpura, de la erisipela, etc. «Pinel la considera como una fiebre esencial ó primitiva, adeno-nerviosa (clase I, or- den VI), es decir, como una calentura atáxica con alteración simultánea de las glándulas. «Estas denominaciones, añade Pinel (Noso- grnpkic philosophique, t. 1, p. 11; Paris, 4818), fundadas sin duda en ciertas aparien- cias estertores y en algunos signos de lesión funcional, no están de manera alguna desti- nadas á espresar la naturaleza íntima de la enfermedad, objeto eterno de vanas discusio- nes y de controversias, que deben evitarse en adelante.» «Rostan (Cours de mé.lecine clinique, 1.11, p. 647 y siguientes; Paris, 1830) coloca la peste entre las enfermedades cuyo asiento no es mas que probable , ó aun enteramente desco- nocido; emitiendo sobre estas afecciones y so- bre la peste en particular ideas muy csaeías y juiciosas. «En estas enfermedades, dice, las altera- ciones orgánicas no son el fenómeno princi- pal, sino un efecto ó resultado secundario de una causa particular, que es la que constituye el mal, pero cuyo modo de obrar se ignora. La peste es un envenenamiento miasmático, sien- do muy probable, y aun otros dirían positiva- mente cierto, que la causa tóxica ejerce su acción sobre los fluidos del organismo y des- pués sobre los tejidos.» «Historia y uibliogtufia.—El origen de la peste se pierde en la noche de los tiempos, y en los autores raas antiguos hay pasagesquese aplican evidentemente á esta afección. Desde el siglo XV se han publicado monografías y rc- I laciones de epidemias; pero es necesario con- ¡ fesar que dejan generalmente muchas dudas sobre la naturaleza de la enfermedad, y que solo contienen en su mayor parte descripcio- nes insuficientes. »En esle corto resumen solo indicaremos aquellas obras, que con razón ó sin ella se han incluido entre las que suministran datos positivos é importantes para el estudio de la peste; y á este fin no empezaremos mas allá de Diemerbroeck, es decir, de la peste de'Ni- megade 1635-1637. «El libro de Diemerbroeck (Tractatus de peste; Amslerdam, 1666) es inferior á su re- putación. En él se encuentran 120 observa- ciones, que aunque muy incompletas, pueden consultarse con utilidad, y un resumen bas- tante satisfactorio de los escritos de los auto- res antiguos; pero la parle dogmática es muy poco científica. Diemerbroeck apenas enumera los síntomas de la peste; mientras que consa- gra un largo espacio á historias de contagio y á ideas impropias de un médico, como ñor ejemplo, la naturaleza divina de la enfermedad y la profilaxis teológica. »Hodges (4;/,u.'Aí>/«, sive pestis nuperir apud populum Londinensem grassunlis nurra- tio histórica; Londres, 1672) describe la epide- mia que diezmó á Londres en 1665, y refiere hechos tan estraños á las observaciones de los autores modernos, que escita las sospechas mas fundadas sobre su veracidad ó sus cono- cimientos médicos. «La peste de Marsella de 1720 es en realidad el punto de donde dala la historia médica de speste. Bertrand (Relalion hislorique de la peste de Marseille, en 8.°; Colonia, 1721) describe la epidemia mas bien como historía- dorque como médico; pero Chicoyneau, Ver- ny, Soullier y Deidier, hicieron investiga- DE LA PESTE. 217 ciones verdaderamente científicas, abrieron cadáveres y dieron una descripción de la en- fermedad que hemos consultado frecuente- mente con provecho. Estos autores defienden la doctrina del no contagio con la mas plausi- ble energía, apoyando sus argumentos en el admirable valor con que desafiaron un peligro, considerado como inevitablemente mortal. Sus trabajos se hallan reunidos en un solo volumen ÍTraite des causes, des accidents et de ta cure de apeste; Paris, 1744). «La epidemia de 1720 dio origen á otros es- critos , entre 1 os cuales citaremos los de Astruc (Dissertation sur la peste de Provence; ?dont- pellícr, 1720), Antrechaux (Relalion de la peste de la ville de Toulon; Tolón, 1721) y Fournicr (Observation sur la nature et le traitement de la fiévre pestilcntielle; Dijou, 1787). »En 1771 asoló á Moscow y gran parte de la Rusia una violenta epidemia, que fué descrita por Samoilowitz, Orraeus y Mertens. «La obra de Samoilowitz (Mémoire sur la peste qui, en 1771, rabagea Tempire de Rus- sie, etc.; Paris, Estrasburgo y Moscow, 1783), se ha citado con frecuencia, aunque difícil- mente se hallará un libro peor. Su autor, mas bien cortesano que médico, se ocupa princi- palmente en celebrar á Catalina II y á las au- toridades rusas en un estilo ampuloso y de- testable. Sus aserciones son completamente sospechosas, y el párrafo siguiente puede ser- vir de muestra para juzgar la parte científica de este libro. Después de asegurar que había contraído tres veces la peste en el curso de la epidemia, y que á su parecer habia sido por inoculación, añade: «Cuando dilataba los bubo- nes, tenía buen cuidado de limpiar perfecta- mente el bisturí ó la lanceta; pero sin embar- go llevaba siempre conmigo estos instrumen- tos; de modo que podrían considerarse como un medio de inoculación?... Convengo, añade, en que no seria una inoculación verdadera, puesto que no habia incisión de la piel; y por eso digo una especie de inoculación» (ob. cit., p. 201). «Orraeus (Descriptio pestis quee anno 1778 in Jania, etc., 1771 in Moscua grassata est; Petersburgo, en 4.°, 1784) y Mertens (Trai- te de la peste, contenant Thistoire de celle qui a regnéáMoscow en 1771; Viena, Estrasburgo v Paris, 1784) han publicado relaciones dig- nas de consultarse, pero muy inferiores á las de los loimógrafos franceses de 1720. «Durante la guerra de Egipto (1798), fué observada y desorita la peste por Larrey, Des- genettes, Assalini, Savaresi y Luis Frank. «Larrey (Relation historique et chirurgicale de Tespedition de Tarmée dOrient; Paris, 1803) y Desgenettes (Histoire medícale de Tarmée d'Orient; Paris 1802) solo dieron una sucinta descripción de la enfermedad; Assalini (Ob- servation sur la maladie appeleé peste, etc.; Paris, año XIV) no tiene otro mérito que el de TOMO IX. defender el no contagio; Savaressi, que por el contrario es conlagionista, publicó una des- cripción que nos ha servido de mucho y que merece ser leida (Mémoire et opuscules physi- ques et médicaux'sur TEgypte; Paris, 1802); otro tanto diremos de la de Frank (De peste, disenteria et oftalmía cegyptiaca, en 8.'; Vie- na, 1820). «La epidemia que reinó en Constanlinopla y en Egipto en 1834 y 35, dio principio á una era importante en la historia médica de la pes- te. Por los hechos que recogieron y publicaron los loimógrafos de esta época, por el cuidado con que estudiaron los síntomas y el curso de la enfermedad, y por sus investigaciones ana- tómico-patológicas, hicieron grandes servicios á la ciencia, y á ellos se debe la posibilidad de dar hoy una descripción científica y casi com- pleta de la peste. Si los autores que vamos á citar profesan opiniones diversas relativamen- te ala propiedad contagiosa y á la naturaleza del mal, existe entre ellos una notable con- cordancia en cuanto á la sintomatologia y á la anatomía patológica, pudiéndose decir que se les deben los verdaderos fundamentos de es- tas dos partes esenciales de su estudio. «Encuéntranse pues descripciones circuns- tanciadas y esactas en los escritos de La cheze (Note sur la peste observée en Egipteen 1835, en Bull. de TAcad. de médecine, t. I; 1836), Cholet (3Iémoire sur la peste qui á reg- né épidémiquement á Constantmople en 1834; Paris, 1826) y Estienne (Mémoire sur la peste observée á ÁÍexandrie, ele, en Journal des conn. médico-chirurg.; 1837, número de fe- brero).. »Aubert publicó sobre la peste una obra im- portante, que contiene un sinnúmero de do- cumentos preciosos á que hemos recurrido muchas veces. Sin embargo, es de sentir que no utilizase el autor las observaciones conteni- das en su libro y los numerosos hechos que tuvo ocasión de "observar, para trazar una des- cripción didáctica capaz de dar al lector una idea completa de la peste (De la peste ou ty- phus d'Orient, etc.; Paris, 1'840). »EI libro de Clot es un resumen metódico de todo lo que habian escrito los principales loimógrofos, y de los trabajos,á que ha dado origen la epidemia de 1834 á 1835. Es lastima que no se encuentre en él una crítica mas severa; pero la justicia obliga á confesar que este libro constituye un verdadero tratado y basta por sí solo para dar un conocimiento bi- bliográfico muy suficiente de la peste (De la peste observée en Egipte, etc.; París, 1840). «Háse censurado generalmente como inesac- ta la obra de Bulard, autor estraño induda- blemente á las ¡deas científicas de la época, y probablemente á toda instrucción médica. No queremos hacer un análisis mas severo, por respeto á las cenizas de un hombre que dio muestras de valor, aunque su libro no esto llamado á ejercer ningún influjo en el estudio lis DE \.K TESTE. de la afección que nos ocupa (De la peste orién- tale, ele; Paris, 1839). «Las epidemias de 1635, 1720, 1771, 1798 y 1834 representan las eras verdaderamente científicas de la historia de la peste , y han si- do hasta cierto punto la base de nuestro bos- quejo histórico y bibliográfico. Vamos ahora á indicar algunas" relaciones de epidemias mas circunscritas, y varias obras citadas en los ar- tículos de los diccionarios. «Encuéntranse pormenores muy útiles para Ja sintomatologia en las relaciones de Grass (Historia compendiosa pestis in confiniis Sile- sice grassantis, anno 1708; en Ephem. na- tura? curios., cent. 1 y 11), de Stceckel (An- merkungen bey der Pest dieano 1709 in Dant- zig grassirrte; Harabourg, 1710), deSchrei- ber (Obs. et cogitata de pestilentia qua; ann. 1738-1739 in Ucrania grassata est; Petersbur- go, 1729), deMackensie (Several Lelterscon- cernig the plague at Constantinople, en Philos. transad., años 1752 y 1764), de Russel (A treatise of the plague, containig an account of the plague of Aleppo, 1760-1762; Londres, 1791), de Grohraann (Ueber die in Jahre, 1813; in Bucharest herrschende pest; Leipzig , 1816) y de Tully (The history of the plague as it la- iely appeared in the islands of Malta, Gozo, Corfú; Londres, 1821). «Las relaciones de Morea (Sloria dclla peste di Noja; Ñapóles, 1817) y de Gossc (Belation de la peste qui á regnéen Grcce en 1827-1828; París, 1838) merecen una mención especial. »Las obras de Papón (De la peste ou les épo- ques memorables de ce fléau, etc., 2 volúmenes en 8.°; Paris, año 8) y deBraver (Neuf années á Constantinople, 2 vol. en 8.°; Pans 1836) pertenecen mas bien á la literatura que á la medicina. Papón se ocupa casi esclusivamente de los medios profilácticos, y'se detiene mu- cho á enumerar las precauciones indicadas por los contagionistas mas exagerados. «Terminaremos este articulo dando á cono- cer los principales autores que se han ocupado especialmente en defender ó atacar la doctrina del contagio. »En pro del contagio.—Frascator (1556) fue el inventor del contagio, y según Fray Pablo Scarpi, sostuvo esta opinión por apoyar la po- lítica del Papa Pablo lll y hacer trasladar el concilio de Trcnto á Bolonia; Diemerbroek, Hodges, Bertrand , Mead (De peste liber; Lon- dres, 1723), Samoilowitz,Mertens, Desgenet- tcs, Larrey, Savaresi, Pugnet (Mém. sur les fiévres de mauvais caractere, etc.; Lyon y Pa- ris, 1804), Sotíra, Morea, Granville (On the plague and contagión ? Londres, 1819), Pariset, Lagasquie y Guilhon (Mém. sur les causes de la peste, en Ann. d'hygiene publique, tomo VI, 1831), Gooch (An account of some ofthe most important diseases peculiar to women, p. 365; Londres, 1831), Segur-Dupeyron (Rech. his- loriques el statisliques sur les causes de la peste; Paris, 1837), Estienne, Lacheze y Floquin (Do- cumente relatifs a la contagión de la peste , en Gazette medícale, etc., p. 417; Paris, 1838). «Contra el contagio. — Chicoyneau, N erny, Souillier, Deidier, Astruc, Chirac, Assalini, Cholet, Gosse, Bravcr, Emangard, Duvig- neau, Clot y Aubert "(Obras cit.; De la pro/i- laxie genérale de la peste; De la reforme des guarantaines et des lois sanitaires de la peste; París, 1844).» (Monneret y Fleury, Compen- dium de médecine prat., t. VI, p. 419-448). CAPITULO lili. De la grippc. «Este nombre, dice Landouzy, se deriva sin duda de la espresion francesa vulgar agripper, que quiere decir coger de repente y con vio- lencia.» Según J. Frank, la denominación grippe viene de la palabra polaca chrypka, ro- madizo. «Sinonimia.—Catarrhus epidemicus, Sauva- es, Good, Swediaur; rheuma epidemicum, auvages; catarrhusá contagio , Cullen; febris catarrhalis epidémica amphimerina anginosa, Huxham; defluxio catarrhalis, Young; morbus catarrhalis, Ehrmann; intemperie, angina epi- démica, de diversos autores. «Definición.—La grippe en concepto de mu- chos es una bronquitis epidémica, es decir, una inflamación de los bronquios modificada por una constitución epidémica; definición cjue no merece tal nombre. Andral (Cours de pathologie interne, 1.1) describe la grippe como una va- riedad de la bronquitis aguda; los autores del Diccionario de medicina y cirugía prácticas se han contentado en la palabra grippe con remi- tir al lector al artículo bronquitis. Pínel, José Frank (Prax. med., edición de TEncychpedie des scien. méd., t. 1, p. 181) y otros médicos han considerado por el contrario la grippc co- mo una fiebre catarral, es decir, como una en- fermedad general con determinación hacia la mucosa de las vias aéreas. Sin perjuicio de ma- nifestar mas adelante nuestra opinión sobre la naturaleza de la grippe, lo único que queremos establecer aqui es, por una parte que no se pue- de llamar bronquitis á la grippe, porque la in- flamación de los bronquios no es mas que uno de tantos síntomas, y no de los mas esenciales déla grippc; y por otra, que siéndonos desco- nocida todavía la causa próxima de esta enfer- medad, no podemos definirla sino por medio de la enumeración de los principales desórde- nes que determina en las funciones. Sentado esto, definiremos la grippe: Una enfermedad esencialmente epidémica, caracterizada por una debilidad general notable, cefalalgia gravativa, dolores contusivos en los miembros, cansancio, laxitudes espontáneas, y una inflamación mas ó menos viva de la mucosa de las fosas nasales, de los bronquios ó del tubo digestivo. »Division.—Muchas divisiones se han intro- ducido en el estudio de la gri npe: unos la han 0E LA GRIPPE. 219 distinguido en leveé intensa; otros en simple y complicada. Recamícr (Sesión de la Acací. de med. del 1 i de febrero de 1837) la divide en inflamatoria, biliosa y nerviosa; y Landouzy, en su Memoria sobre la arippe de 1837, coro- nada por la Facultad ae medicina de París, cuyo manuscrito ha tenido la bondad de comu- nicarnos, admite, con algunos autores, la di- visión de la enferraermédad en encefálica , to- rácica y abdominal. «Las distinciones que acabamos de enumerar se apoyan todas en las modificaciones que im- primen á los caracteres esenciales de la grippe, ya los diversos grados de intensión que pueden presentar los síntomas habituales de la enfer- medad , ya el predominio de este ó aquel or- den de fenómenos, ya en fin la aparición de desórdenes insólitos ," que no existen en la ma- yoría de los casos. Corresponden por lo tanto á las diversas formas sintomáticas que se suelen encontrar en una misma epidemia, y no pue- den considerarse como divisiones generales ad- misibles en el estudio de la grippe. Si se las aceptase como tales, no habría ninguna razón para no establecer una nueva división con el título de grippe neumónica; porque la neumo- nía, que tan á menudo acompaña á la grippe, es ciertamente un fenómeno no menos importan- te que la tos y los vómitos. «No estamos ya en los tiempos en que podían admitirse las divisiones deSauvages, que Re- camier sin embargo parece intenta resucitar, puesto que considera como síntomas propios de la grippe complicaciones puramente fortuitas, ó accidentes casuales , estableciendo, ademas de las especies indicadas, las de grippe convul- siva, sincopal, hemoptóica , delirante , erupti- va , paralitica, epiléptica, reumática , etc. In- útil es que hagamos resaltar los vicios de seme- jantes divisiones ; pues como dice oportuna- mente Landouzy, tanto valdría establecer un nombre particular para cada individuo. «Alteraciones anatómicas. — No siendo la grippe una enfermedad mortal por sí misma, y no correspondiendo á este lugar la descrip- ción de las lesiones orgánicas producidas por las complicaciones á que sucumben los enfer- mos , poco tendremos que decir en este pár- rafo. «La sangre de los atacados de grippe, dice Nonat (Recherchessur la grippe, en Arch. gen. de méd., II serie), se ha presentado en algunos casos con su color y consistencia ordinarios; pero en otros habia esperimentado una dismi- nución en su plasticidad: estaba el coágulo se- parado del suero, pero menos resistente y de fractura menos lisa que en el estado normal. ;.Será por ventura esto alteración de la sangre la causa de todos los desórdenes funcionales; ó en otros términos, dependerá la grippe de un envenenamiento miasmático? Posible es, aun- que no lo podemos afirmar. Por otra parte Vigía asegura haber encontrado muchas veces la sangre cubierta de costra, sin que existiese complicación de neumonía, de pleuresía ni de reumatismo (Arch. gen. de méd., II serie, to- mo XIII, p. 235). «De sentir es que no haya sido objeto de in- vestigaciones detenidas el eslado de la sangre en estos enfermos; pues tal vez con su auxilio se hubiera podido resolver la cuestión propues- ta por Nonat. «En esta enfermedad suele estar roja y mas ó menos inyectada la membrana mucosa de las fosas nasales, del velo del paladar, de la fa- ringe y de la laringe. En la grippe llamada to- rácica está muchas veces la mucosa bronquial rojiza , flogosada y aumentada de espesor en las últimas ramificaciones bronquiales; otras presenta un encarnado vivo , uniforme y es- carlatinoso, y están los tubos aéreos mas o me- nos obstruidos por mucosidades, ora espumosas y claras, ora espesas, viscosas, amarillentos y opacas. Mayor vio la mucosa aérea cubierta de una capa raembraniforme ó poliposa , que se distinguía especialmente en algunos puntos inflamados de la cara posterior de la traquea y en el intervalo de los anillos cartilaginosos de este conducto (Mémoires de la societé medícale de Genes, t. II). «Magendie, Nonat y Cazeaux, han visto tapi- zados algunos tubos bronquiales por concrecio- nes blanquecinas, cilindricas, seudo-membra- nosas, semejantes á lasque se encuentran en el croup , y que según Nonat son producidas por la influencia epidémica. No discutiremos aqui esta opinión, y solo advertiremos, que es- tas falsas membranas nunca se han encontrado sino en tubos bronquiales pertenecientes á por- ciones hepatizadas del pulmón; de modo que su historia corresponde á la de la neumonía. «A veces están los pulmones obstruidos ó in- fartados de sangre, sobre todo en sus porcio- nes posterior é inferior. «Sintomatologia. — Principiaremos, según nuestra costumbre , por estudiar aisladamente cada uno de los síntomas que pueden manifes- tarse en la grippe , y en seguida demostrare- mos las diversas maneras con que se asocian, para constituir las diferentes formas sintomá- ticas que presenta la enfermedad que nos ocupa. «Postración.—Una debilidad escesiva, y que no guarda proporción con los demás sintomas de la enfermedad; debilidad que se manifiesta desde el principio, puesto que suele constituir el primer pródromo, y que persiste comun- mente mas ó menos tiempo después de la cura- ción ; es uno de los fenómenos mas constantes y característicos de la grippe. Esta debilidad se aumenta progresivamente, ó llega de pronto á su máximum. A veces está limitada á los miem- bros inferiores ; pero comunmente es general; hay postración de fuerzas, v se encuentran los enfermos sumamente abatidos. «Esta postra- ción es muchas veces tan grande, diré Landou- zy , que los sugetos, aunque llenos de salud en la apariencia, se ven obligados á hacerse He- 220 i>e la omite. var, por no podcv? sostener de pie, y aun los hemos visto caer espontáneamente como para- lizados y sin fuerzas para mover siquiera los brazos.» »Dolores musculares.—Los dolores muscula- res conslituyen olro de los síntomas mas cons- tantes de la "grippe: pero varían singularmente luí asiento é intensión. »Los dolores de cabeza nos ocuparán en un párrafo especial. «Muchas veces tienen los enfermos todo el cuerpo dolorido; están cansados, quebrantados, y esperímentan laxitudes espontáneas, sin que ninguno de estos síntomas se baga sentir con especialidad en algún punto. En otros casos, que también son frecuentes, hay dolores con- lusivos en ios miembros y los ríñones : no pa- rece , dice el paciente, sino que me han dado de palos. Los dolores de las piernas pueden ad- quirir mucha violencia, en cuyo caso no dejan andar al enfermo y le obligan á detenerse en su marcha; se estienden á las articulaciones y aun á lo largo del raquis, sobreviniendo ave- ces un verdadero lumbago. «Frecuentemente tienen su asiento los dolo- res en la región cervical y en los hombros, di- ficultando los movimientos de la cabeza, y constituyendo uh tortícolis. «Tampoco es raro que los dolores ocupen las regiones esternal y dorsal, los lados del pecho y el epigastrio , sin que sea posible referirlos á ¡os esfuerzos de tos, á la existencia de una neumonía ó de una pleuresía, ni á los vómitos Vigía, loe. cit., p. 239). Finalmente, se ha visto manifestarse el dolor en los lomos y en la región del hígado; pero estos casos son escep- cionales. »En general los dolores musculares de la grippe se aumentan con la presión y el movi- miento, y á veces cambian de asiento como los reumáticos. «Cefalalgia—La cefalalgia es un tercer sín- toma constante de la grippe, común á todas sus formas. «A veces no existe raas que una pesadez de cabeza ó un dolor ligero, y otras por el contra- rio son los dolores intensos, intolerables y acompañados de una sensibilidad exagerada de los tegumentos del cráneo, de la cara y del cuello (epid. de 1830). En algunos enfermos, dice Vigía', es la cefalalgia el síntoma mas do- loroso y mas molesto. Ora es continua, tenien- do siempre igual intensión; ora se calma duran- te el dia y se exacerba por la noche.» >>En ocasiones la cefalalgia es general y ocu- pa indo el cráneo; pero comunmente se limita á la frente, á las regiones supra-orbitarias , á la raiz de la nariz y á la región occipital. Algu- nos enfermos esperímentan dolores muy agudos en los oidos, los cuales pueden provenir de la estension de una inflamación anginosa á la trom- pa de Eustaquio, aunque también suelen de- pender de una simple lesión de la sensibi- lidad. »í.a cefalalgia se presento casi siempre des- de el principio de la afección, y unas \cces persiste hasta el fin, y otras desaparece al ca- bo de algunos dias. En muchos caxts debe atri- buirse á la inflamación de la membrana muco- sa de las fosas nasales; pero en otros es esen- cialmente nerviosa. «Alteración de las facciones.—Pretenden va- rios autores, que la mayor parle de los que pa- decen la grippe tienen las facciones contraidas, y presentan un rostro análogo al de los coléri- cos. Esla alteración del rostro se observó espe- cialmente en la epidemia de 1782; en la de 1837 la comprobaron unos (Richclot, Recher- ches sur les épidémies de grippe, etc., en Arch. gen de méd., U serie, t. VII, pág. 328; Presse medícale, febrero, 1837); al paso que otros no la observaron; «Nunca encontramos esta alteración , dice Landouzy; habia sí, co- mo en todas las enfermedades epidémicas, un ligero trastorno en las facciones, producido por el coriza y la conjuntivitis; pero no nos pa- reció comparable esta alteración conja que se observa en el cólera. En los casos de grippe in- tensa tenia el rostro mas analogía con el de los tifoideos; pero entonces habia por lo regular neumonía.» ^Calambres. — A veces se sienten en los miembros ligeros calambres (epid.de 1785 y 1830). Durante la epidemia de 1837 notó Lan- douzy en algunos casos calambres bastante fuertes para hacer sospechar la existencia del cólera. Pero es mas frecuente observar saltos de tendones y temblores nerviosos en las manos. «Desórdenes encefálicos.—Durante la epide- mia de 1782csperimentaban por las noches al- gunos enfermos pictóricos suma agitación, an- siedad y aun delirio. «En los viejos predispues- tos á las afecciones apopléticas, dice Landou- zy, produjo alguna vez la grippe, en lugar de una simple cefalalgia, síntomas que simulaban hasta cierto punto los de una congestión cere- bral.» Esto médico solo encontró dos veces la parálisis; pero Recamier parece haberla obser- vado con frecuencia, puesto que fundado en la existencia de este síntoma establece una grip.- pe apoplética ó paralítica. Sin embargo, ílour- mann , que observó los efectos producidos por la misma epidemia en la Salitrería, no hace mención de esta forma (llourmann , Influence de la grippe sur les vieilles femmes de Thospice de la Salpétriére, en Arch. gen. de méd., 11 se- rie, t. XIII, p. 328). «Sea de esto lo que quiera, en la mayor par- te de los casos no puede la parálisis referirse á la grippe. Cuando existe es producida comun- mente por una verdadera congestión cerebral, estraña al carácter epidémico, y que debe con- siderarse como una complicación, que pudiera haber sido provocada por cualquier olra enfer- medad aguda. «Fiebre.—El pulso varia singularmente, no solo de epidemia á epidemia y de enfermo á DE l.A GRIPPE. 221 enfermo, sino también en cada individuo. Estos diversos estados, como dice juiciosamente Rai- gc-Delorme (Dict. de méd., artículo grippe, t. XIV, p. 305) revelan mas bien un desorden nervioso general, que una inflamación franca. El pulso es á veces lleno y duro; otras blando y deprimido, y su frecuencia, aumentada ape- nas en algunos casos , llega en otros hasta cien pulsaciones por minuto. Raige-Delorrae cita un caso de grippe, en que el pulso no daba mas que 45 á 50 pulsaciones por minuto. «Generalmente se anuncia la fiebre por es- calofríos. « Hemos visto, dice Vigía, en el cur- so de una simple bronquitis y de otras muchas enfermedades, anunciarse por escalofrios la in- vasión de la grippe, que no tardaba en mani- festarse con los síntomas que le son propios.» El estado febril disminuye casi siempre duran- te el dia. La exacerbación empieza por la tar- de ; sigue una parte de la noche , y termina á la madrugada generalmente por sudor. »Hemorragias.—En casi todas las epidemias de grippc se han observado epistaxis mas ó menos frecuentes y abundantes: Landouzy ha visto salir de una sola vez hasta diez onzas de sangre. También han solido presentarse hemo- tisis. Durante la epidemia de 1675, y en el departamento de la Vienne durante la de 1837, se observaron frecuentemente metrorragias, que no podían evitarse con las emisiones san- guíneas. Durante la epidemia de 1729 se no- taron petequias y púrpura hemorrágica. Es de sentir que los autores no hayan estudiado raas cuidadosamente estos diferentes fenómenos, que parece se deben referir auna alteración de la sangre. «Coriza.—El coriza es uno de Jos síntomas mas constantes de la grippe. En la epidemia de 1837, que citaremos m lidias veces en razón del carácter de generalidad que presentó y del cuidado con que fue descrita, nunca faltó este síntoma en ninguna de las formas de la enfer- medad. «Si pareció no existir en ciertos casos, dice Landouzy, es porque le ocultaban otros síntomas.» »El coriza se presenta desde la invasión de la enfermedad , y del mismo modo que las laxitudes espontáneas, puede considerarse como uno de los primeros pródromos. Por lo regulares intenso, y va acompañado de hinchazón de la mucosa de las fosas nasa- les, y de pérdida del gusto y del olfato; á veces están secas las ventanas de la nariz; pe- ro raas comunmente son asiento de un flujo se- roso abundante. Durante la epidemia de 1743 eran casi continuos los estornudos. Los párpa- dos están encendidos, hinchados, y los ojos, un tonto inflamados, soportan difícilmente la luz; por último, hay epífora. «Oftalmía.—Durante la epidemia del año XI se observaron conjuntivitis demasiado in- tensas para poderse atribuir al coriza; los do- lores se propagaban hasta el fondo de la órbi- ta , y se afectaban alternativamente ambos ojos, y en ocasiones muchas veces seguidas cada uno de ellos. «Angina.—Se observa con frecuencia en la grippe una inflamación superficial de la úvu- la, y aun anginas tonsílares y faríngeas, acom- pañadas de una sensación de constricción en la garganta. En algunos casos están hinchadas y doloridas las parótidas. Alteración de la voz. —La voz se pone co- munmente ronca de resultas del coriza, la an- gina y la tos. Pero hay casos en que se obser- va esta alteración y aun una afonía completa, sin que pueda atribuirse á otra causa que a una lesión de la inervación. «Tos.—La tes se observa en la generalidad de los casos; pero suele ser muy ligera y aun faltar completamente, existiendo todos los de- mas síntomas de la grippe: este hecho es muy importante. Otras veces es la tos frecuente, in- tensa, dolorosa, y constituye el primer sínto- ma de la enfermedad. «Respecto de la tos debe hacerse una dis- tinción. Puede ser puramente nerviosa, y en- tonces es seca, sin espectoracion ó con espec- toracion serosa, acompañada de alteración de la voz , de afonia ó de uua disnea mas ó me- nos intensa; persiste durante todo el curso de la enfermedad, y muchas veces después que han cesado los ciernas síntomas, y se reprodu- ce por accesos, mas frecuentes y largos duran- te la noche. Pero en otros casos ofrece la tos diferentes caracteres: si bien es seca al prin- cipio, no larda en determinar la espectoracion de esputos sero-mucosos, mucosos ó purifor- mes, aunque según Landouzy mucho menos abundantes que en las bronquitis simples y francamente.inflamatorias. J. Copland ha emi- tido una aserción completamente opuesta (A Dict. of pract. med., art. influenza , t. II, pá- gina 427). .»La cuestión de los estertores se ha resuelto de diversos modos por los prácticos, que ade- mas han incurrido en la falta de no esplicarse con claridad sobre este punto. «Hay pocos en- fermos, dice Landouzy, en quiénesademasde los ruidos ordinarios cíe la bronquitis, no haya demostrado frecuentemente la auscultación es- tertores crepitantes ó subcrepilantes en diferen- tes partes del pulmón, á veces el soplo tubu- lar , y muy á menudo un estertor mucoso di- ferente del bronquial ordinario, y otros ruidos particulares, que no se pueden referir á nin- gún tipo.» lié aqui ahora como se espresa Vi- gía acerca del particular: «Fuera de los casos de complicación catarral, faltaba el estertor por lo menos en la mitad de los enfermos, aun cuando hubiera mucha disnea. El murmulló respiratorio era puro cuando no habia espec- toracion, y en algunos casos, á pesar de una es- pectoracion abundante, no se oia ninguna es- pecie de estertor, quizá porque la frecuencia de la tos desembarazaba continuamente los bronquios del moco que segregaban. Con mas frecuencia hemos reconocido cierta aspereza 12! I>E LA GMPPf. del ruido respiratorio. Finalmente, en algunos enfermos que en el momento de la invasión de la grippe gozaban de buena salud y no estaban resfriados, observamos casi todos los estertores de las bronquitis: el mucoso, el de ronquido, y alguna vez, aunque mas rara , el sibilante y el subcrepitante (loe. cit., p. 233). »J. Copland (loe. cit., p. 428) considera la bronquitis como una complicación de la grip- pe, y afirma que cuando esta es simple, no se percibe ningún estertor. «En nuestra práctica particular, la auscul- tación aplicada á la enfermedad de que tra- tamos, no nos ha suministrado esas anomalías ó fenómenos inesplicables. Cuando la tos es nerviosa , seca, acompañada ó no de disnea, no se oyen nunca estertores húmedos; por lo regular es perfectamente natural el murmullo inspiratorio; en algunos casos parece un poco áspero, y en otros, mas raros todavía, se nota el estertor sibilante. Cuando Ja tos va acompa- ñada de una espectoracion mucosa ó serosa, mas ó menos abundante, ya se admita en este caso una bronquitis simple ó una bronquitis específica, ya se considere esta lesión como uno de los síntomas de la grippe ó como una complicación, se oyen los estertores ordinarios de la bronquitis, los cuales desaparecen mo- mentáneamente cuando quedan limpios los bronquios de resultas de la tos. Siempre que hemos oido el estertor crepitante, ó el soplo tubular, hemos hallado la razón de estos fe- nómenos en la presencia de una neumonía. Fi- nalmente, en los enfermos que no tenían sín- tomas de grippe torácica, nunca hemos perci- bido especie alguna de estertor. «Disnea.—El coriza , la angina, la bronqui- tis, que acompañan á la grippe, ó cualquiera enfermedad anterior (enfisema pulmonal, bron- quitis crónica, enfermedad del corazón) que ha- ya venido á agravar la afección epidémica, pueden producir una disnea mas ó menos in- tensa; pero á veces no está la dificultad de res- Íiirar en relación con la causa á que parece re- érirse, y este era, según VLgla, uno de los principales caracteres de la epidemia de 1837. Hay casos mas raros, en que es suma la dis- nea y llega hasta la asfixia, sin que se esplique este síntoma por la auscultación ni por el exa- men cadavérico (grippe sofocante, asfixiante). «Desórdenes digestivos.—En la mayoría de los casos están ligeramente alteradaslas fun- ciones digestivas; hay anorexia, sed mas ó menos viva, náuseas,'amargor de boca; en- cuentra el enfermo mal gusto á todas las be- bidas; está la lengua húmeda, blanca ó ama-, rilla, á veces pegajosa y encendida en su pun- ' ta. Pero en todas las epidemias se ven enfer- mos con síntomas mucho mas pronunciados, como son vómitos, diarrea, ó por el contrario un estreñimiento tenaz. «Vómitos.—Este síntoma suele proceder de los esfuerzos de la los, en cuyo caso sobre- viene después de esta, y solo produce la es- pulsion de las sustancias que se han intro- ducido en el estómago; pero también puedo ocurrir cuando la tos es casi nula, y depender de un estado morboso de las vias digestivas. Muchas veces, y sobre todo al principio de la enfermedad, hay vómitos frecuentes y abun- dantes de materias biliosas. En los enfermos observados por Vigía en 1837, era el vómito raro en los hombres y casi constante en las mujeres, advirtiendo que por lo común se pre- sentaba una sola vez al principio de la enfer- medad. «Diarrea.—En el último período del mal (epid. de 1743), y á veces por el contrario al principio (Vigía, epid. de 1837), se presenta una diarrea masó menos abundante, de ma- terias mucosas, serosas ó biliosas, y aun en algunos casos raros una verdadera disenteria. Vigía dice haber observado con mas frecuencia la diarrea en los hombres que en las mujeres (loe. cit., p. 234). «Estreñimiento. — Este síntoma es raro, y Landouzy lo ha visto constantemente coincidir con una cefalalgia intensa y tenaz. «Tales son las diferentes lesiones funciona- les que pueden observarse en la grippe. Rés- tanos ahora demostrar cómo se enlazan unas con otras. «La grippe, como todas las enfermedades epidémicas, se compone de dos órdenes de sín- tomas: unos esenciales, constantes, que forman digámoslo asi el fondo déla enfermedad; y otros accesorios, variables en las diferentes epi- demias y aun en los diversos casos, que cons- tituyen su forma. » Los síntomas esenciales son: la debilidad general, los dolores musculares, las laxitudes espontáneas y el cansancio; los accidentales com- prenden todos los demás desórdenes funciona- les que hemos enumerado, y que tienen su asiento en alguna de las tres'grandes cavida- des del cuerpo: la cabeza, el pecho ó el ab- domen. «Los síntomas esenciales no faltan nunca; pero en algunos, aunque pocos casos, pueden no aparecer los primeros, sino después que se han desarrollado ciertos síntomas accesorios. «Pero cualquiera quesea el orden en que se hayan presentado estos fenómenos, puedeu aso- ciarse de cuatro modos; de donde resultan otros tantos grupos, que comprenden todas las divisiones establecidas por los autores, v espe- cialmente por Recamier: 1.° se manifiestan diversos síntomas accesorios durante el curso de la enfermedad, sin que ninguno de ello* predomine lo bastante para dar á la grippe un tipo particular (grippe simple, grippe ligera): 2.° presentan mucha intensiou los sintonías encefálicos, y predominan sobre todos los de- mas (grippe encefálica): 3.» dominan los sín- tomas torácicos (grippe torácica): 4.a se colo- can en primera línea los desórdenes digestivos (grippe abdominal). Antes de describir cada uno de estos casos en particular, debemos ocu- DE LA GRIPPE. 2!3 parnos délos pródromos de la grippe, sobre los cuales no ejerce al parecer influencia al- ; guna la forma ulterior de la enfermedad. «Pródromos.—La grippe se manifiesta á ve- ces repentinamente: en este caso no la anun- cia ningún pródromo, y el sugeto cae enfermo como herido de un rayo (blitzcatarrh de los au- tores alemanes). Esta invasión era la mas fre- cuente durante la epidemia de 4729 (Schnur- rer, Chron. de Seuchen, t. II, s. 274). Pero generalmente se anuncia la enfermedad mu- chos dias antes por los fenómenos que prece- den á la mayor parte de las afecciones agudas, como desazón, cansancio, laxitudes espontá- neas, dolores vagos en los miembros, calam- bres , escalofríos, cefalalgia, náuseas, vómitos, etc. Cuando ya se halla establecida la epide- mia y ha reinado algún tiempo, no es fácil equivocarse sobre la naturaleza de estos pró- dromos y de la enfermedad que anuncian; pero al principio de la epidemia se suelen cometer errores de diagnóstico, y es muy frecuente creer que estos fenómenos anuncian la inva- sión próxima de un exantema, de una fiebre tifoidea, ó del cólera (cuando los calambres son muy fuertes y acompañados de vómito ó diarrea), etc. En semejantes casos es casi im- posible formar un juicio esacto, hasta que se va desarrollando la enfermedad. No obstante, cuando los fenómenos pertenecen á la grippe, la gran postración de los enfermos, que sin embargo conservan las apariencias de la salud, y la intensión de la cefalalgia y de los dolo- res que se hacen sentir en los miembros y en los ríñones, son síntomas bastante significati- vos. Por fin aparece la grippe con los signos que la caracterizan, y toma una de las cuatro formas que vamos á describir. nGrippe simple, ligera. — En esta primera forma de la grippe se encuentran reunidos los síntomas esenciales y los accesorios, encefá- licos y torácicos; pero ninguno de ellos pre- senta mucha intensión, y la enfermedad ter- mina pronto y felizmente. Casi siempre faltan del todo los desórdenes digestivos. Hay tos, cansancio, postración ligera, cefalalgia, co- riza moderada v fiebre escasa ó nula; sin em- bargo se acelera el pulso por las tardes, y á veces sobreviene también disnea. El apetito se conserva ó está ligeramente disminuido; hay amargor de boca y sed mas ó menos viva. Los dolores contusivos de los miembros suelen constituir el síntoma mas marcado. ^Grippe encefálica, nerviosa.—En esta for- ma son mas pronunciados los síntomas esen- •ciales; apenas se perciben los abdominales y torácicos, y presentan por el contrario mucha intensión los encefálicos. La cefalalgia es vio- lenta y domina todos los demás desórdenes funcionales; porto comun se hace sentir al nivel de los senos frontales; el coriza es in- tenso y va acompañado de un flujo abundante por las narices, y aun de epistaxis; están hin- chados los párpados; los ojos inflamados no pueden soportar la luz; hay epiforay á veces una conjuntivitis muy intensa. En esla forma es en la que se observan saltos de tendones, calambres, movimientos convulsivos (grippe convulsiva), agitación, insomnio, y en ocasio- siones delirio (grippedelirante), lipotimias fre- cuentes (grippe sincopal), disminución notable de la sensibilidad y del movimiento (qrippe pa- litica, apoplética) y una sordera momentánea. Ademas hay dolores muy agudos en los oidos, en el cuello, entre los hombros y en los miem- bros; dolores que abandonan un sitio para trasladarse á otro (grippe reumática). «Grippe torácica.—En esta forma, que suele anunciarse por escalofríos, no existen por lo regular fenómenos abdominales; son mas ó menos pronunciados los síntomas esenciales, y aunque pueden ser intensas la cefalalgia y el coriza, predominan sobre todo los desórdenes torácicos. La tos aparece desde el principio, y no tarda en hacerse penosa, casi continua, acompañada de dolores agudos en el pecho, depleurodinia, disnea, y una alteración nota- ble de la voz. Esta tos depende comunmente de una bronquitis intensa: disminuye cuando se establece una espectoracion mas ó menos abundante de esputos mucosos; pero también puede tomar en esta época un carácter nervio- so, en cuyo caso persiste largo tiempo. A ve- ces tienen los enfermos una ó varias hemoti- sis (grippe hemoptóica). En ocasiones se hace estremada la disnea, y sucumbe el enfermo en poco tiempo á una verdadera asfixia (grippe asfixiante, grippe sofocante, catarro sofocati- vo). A su tiempo veremos cuáles son las le- siones que determinan estos accidentes (véa- se terminación). «Aunque podríamos describir aqui la neu- monía, que tan á menudo se desarrolla en el curso de la grippe torácica, y que han coloca- do algunos autores entre los síntomas propios de esta forma, nos abstendremos de hacerlo, porque semejante afección, lejos de ser un sín- toma ó una complicación, contituye una nueva enfermedad que remplaza á la primitiva. «Grippe abdominal.—-En esto forma son casi nulos, ó muy poco pronunciados, los síntomas encefálicos y torácicos, y por el contrario muy marcada la postración y la alteración de las facciones. La enfermedad principia muchas veces por vómitos frecuentes y abundantes de materias biliosas; está la boca pastosa y amar- ga, la lengua cargada y amarillenta, y la voz ronca, á consecuencia de la inflamación que suele ocupar las amígdalas, la faringe y las parótidas. Al cabo de algún tiempo sobrevie- nen dolores abdominales agudos y una diarrea mas ó menos abundante. »No se presentan con igual frecuencia las cuatro formas que acabamos de indicar: en las epidemias ordinarias está en primera línea la grippe simple, v vienen después la torácica y la encefálica, siendo la abdominal la que se observa menos á menudo. La edad y el sexo 12 * DE l A GlUPPf:. de los enfermos ejercea bastarde influjo en las formas del nial. La grippe torácica es mas co- mún en los viejos, en las mujeres y en los ni- ños. Kn estos últimos suele hacerse nerviosa la tos. La grippe encefálica intensa, con epífora, oftalmía, etc., se manifiesta con preferencia en las mujeres. «Curso, duración.—La grippe recorre ordi- nariamente con regularidad sus diversos pe- ríodos, y dejando aparte los casos de complica- ción ó de circunstancias escepcionales, no pre- senta alternativas marcadas de mejoría y exa- cerbación, á no ser que bajo este nombre se comprenda la agravación que esperímentan de uoche algunos síntomas, como la fiebre y la tos. Sin embargo, Vigía ha visto casos, en que después de disipados casi enteramente los do- lores, recobraron pronto y sin causa conocida su primera intensión, y sepretendeque duran- te las epidemias de 1775 y 4782 tomó muchas veces el mal el tipo intermitente; aserción que probablemente deberá traducirse diciendo, que en dichas epidemias se complicó la enfermedad con fiebres intermitentes. El curso de la grippe es esencialmente agudo; pero á menudo suce- de que dejan deserto uno ovarios síntomas, y continúan largo tiempo en un grado raas re- miso. «La duración de la enfermedad varia desde tres ó cuatro diasá dos septenarios, y aun pue- de ser mas larga, si no se considera como ter- minada, hasta que se ha restablecido comple- tamente la salud. Muchas veces persiste el síntoma predominante uno, dos ó tres meses después de haber desaparecido la grippe. La postración, la cefalalgia, los dolores de los miembros y la tos, son los fenómenos que mas generalmente retardan la completa curación, sobre todo en las mujeres. «Terminación.—Casi nunca es la grippe una enfermedad mortal por sí misma. Mas adelante veremos que algunas epidemias se han tenido por mortíferas; pero esto depende evidente- mente de una mala interpretación de los he- chos. Del aumento de mortandad durante las epidemias de grippe, relativamente á los tiem- pos ordinarios, se ha inferido que sucumbían á esta afección muchos enfermos; pero esta consecuencia es falsa. Cuando ataca la grippe á individuos afectados de tisis pulmonal, de bronquitis crónica, de enfisema pulmonal, de asma, de afecciones crónicas del aparato di- gestivo ó del sistema nervioso, ejerce una in- fluencia perjudicial sobre estas enfermedades; las agrava; hace mas rápido su curso, y mas prontamente funesto su desenlace. Entonces se aumenta la mortandad; pero este aumento no es debido á la misma grippe, sino á las afeccio- nes primitivas que viene á complicar y estimu- lar. «En los individuos atacados de tisis pulmo- nal, dice Landau, es en los que principal- mente ejerce la grippe una influencia funesta. Esta complicación acelera de un modo espan- so el curso de la tisis, y hace morir en pocos dias á infelices, que sin la aparición de la epi- demia, habrian sin duda alguna prolongado uno ó mas meses su penosa existencia» (i\rch. gen. de méd., segunda serie, t. Xlll, p. 445). Grisolle niega esta acción de la grippe sobre el curso de la tisis pulmonal; pero la han com- probado Landouzy, Vigía, Richelot y todos los ouc han observado la epidemia de 1837, y aun la mayor parte dcJos autores antiguos. «Hay mas: no seria difícil demostrar con hechos numerosos, que puede la grippc provo- car el desarrollo inmediato de una tisis pul- monal aguda, en personas que solo estén ame- nazadas de tubérculos. Landouzy cita varios ejemplos de esle género: llegábanlos enfer- mos al hospital con una grippe torácica in- tensa; csplorándoles el pecho con cuidado, no se encontraba mas que una bronquitis, sin que la auscultación ni la percusión indicasen siquiera la presencia de tubérculos en los pul- mones; y sin embargo dos meses después de la invasión de la grippe oslaban los pacientes en el tercer periodo de la tisis pulmonal. «En los viejos atacados primitivamente de catarro crónico ó de asma, determina ave- ces la grippe una secreción bronquial espu- mosa y abundante, que puede ocasionar á los enfermos una muerte rápida por asfixia. «No obstante, en ocasiones sucumben enfer- mos, que disfrutaban de escótente salud antes de ser atacados por la grippc; pero aun en ta- les casos, rara vez depeude la muerte de es- to afección, sino de complicaciones o en- fermedades consecutivas (neumonía). Es por decirlo asi una escopeten el que sobrevenga la muerte sin afecciones anteriores, ya por efec- to de la estension de la inflamación á los ca- pilares aéreos, vapor una secreción bronquial espumosa, que" puede presentarse en los vie- jos aunque estén exentos de catarro crónico preexistente, y producirles una asfixia (grippe asfixiante, sofocante). «Por consiguiente la curación debe mirarse como la terminación casi segura de la grippe. Generalmente se verifica á consecuencia de la disminución progresiva de todos los síntomas de la enfermedad; pero también puede efectuar- se de un modo mas repentino, á favor de cier- tos fenómenos críticos. Los sudores, la diar- rea, las erisipelas estensas, las erupciones cu- táneas -(grippe eruptiva), una espectoracion abundante, una emisión copiosa de orina blan- quecina que deja depositar, un ligero sedi- mento, se cilan especialmente por los anti- guos, como fenómenos que juzgan con mas fre- cuencia la enfermedad. Durante la epidemia de 1837, no sobrevinieron terminaciones de esta especie. «Nunca, dice Laudouzy, hemos hallado esos feuóraenos críticos, que describen los historiadores de las antiguas epidemias de grippe.» Sin embargo, Bouillaud cita un ca- so, en que coincidió el restablecimiento de la salud con la aparición de una erupción miliar. DE LA OIUPPE. 225 >No siempre es fácil fijar esactamente la época de la terminación definitiva de la grippe, en razón de los síntomas persistentes de que hemos hablado. «Convalecencia, recidivas. — Los enfermos conservan en algunos casos una postración y languidez general, que hace larga y penosa la convalecencia. Por lo tanto deben evitar cui- dadosamente los eslravios del régimen, el frío, la humedad y los cambios repentinos de temperatura, si no-quieren esponerse á recidi- vas, que suelen ser mas graves que la primera enfermedad. Según dice Brown, cuando en 1833 terminó el mal por la muerte, fué casi siempre á consecuencia de recidivas. «Diagnóstico, pronóstico. —El diagnóstico de la grippe no presenta ninguna dificultad, sobre todo cuando se halla establecida la epi- demia: la debilidad general, los dolores de los miembros y la alteración de las facciones, distinguen la grippe encefálica de la jaqueca Ír del coriza simple, y no permiten confundir a grippe torácica con una bronquitis ordina- ria. La grippe abdominal, sobre todo cuando va acompañada de vómitos, diarrea y calam- bres., puede equivocarse fácilmente con un cólera leve; pero el curso de la enfermedad, la naturaleza de las deyecciones y la presencia de la tos y del coriza, por poco marcados que sean, bastarán para formar el diagnóstico. «Cuando la grippe está exenta de compli- caciones primitivas ó consecutivas, y no tiene el enfermo una edad muy avanzada, es siem- pre favorable el pronóstico. No sucede lo mis- mo en circunstancias opuestas. La grippe no ejerce al parecer una influencia marcada en las enfermedades del corazón, ni por punto general en las afecciones agudas. Por el con- trario es muy funesta su acción sobre las afec- ciones crónicas de los órganos respiratorios y digestivos y del sistema nervioso. «Cuando se manifiesta desde el principio la afonía ó una alteración notable de la voz, es un signo de mal agüero, que comprobó Lan- douzy en todos los enfermos destinados á mo- rir de tisis pulmonal consecutiva. «Complicaciones. J. Copland coloca la bron- quitis intensa entre las complicaciones conse- cutivas de la .grippe, y llama grippe complica- da al conjunto de síntomas que hemos deno- minado grippe torácica. No imitaremos noso- tros al autor inglés; la bronquitis forma parte de los síntomas propios de la grippe, y no se la puede considerar, unas veces como síntoma y otras como complicación, según el grado de intensión que presente. Cuando mas podría darse el nombre de complicación á la bron- quitis capilar que en ocasiones padecen los enfermos. «Es frecuente la neumonía durante las epi- demias de grippe, y se manifiesta á menudo en las personas atacadas ya por la influencia (33 veces en 125 enfermos observados por Lan- dau; loe. cit., p. 439; 25 en 200 observados TOMO IX. \ por Lepellelier; Acad. Roy. de méd., sesión del 14 de febrero, 1837). Este accidéntese ha considerado por unos como un síntoma esen- cial de la grippe (Landau); por otros como una complicación, producida por la estension de la flegmasía bronquial al tejidopulmonal(Nonal); v por otros en nn como una afección particu- lar coexistente, provocada, no por la enferme- dad primitiva, es decir por la grippe, sinp por la misma constitución epidémica de que esta depende (Landouzy). Esta última opinión es la que nos parece más probable; pues como pro- curaremos demostrarlo, es mucho mas racio- nal admitir una neumonía gríppica ó mas bien epidémica, que una grippe neumónica. En efec- to las consideraciones siguientes son á nuestro juicio perentorias. «La neumonía que se desarrolla durante la constitución médica, bajo cuya influencia se presenta la enfermedad epidémica llamada grippe, se diferencia de la neumonia ordina- ria inflamatoria, por su modo de invadir, por sus síntomas, su asiento, su curso, sus termi- naciones, y en fin por el método terapéutico que le es aplicable. «Esta neumonia modificada es también al parecer epidémica, y puede desarrollarse pri- mitivamente en sugetos sanos, y sobre todo en los enfermos que aunque atacados de grippe, no tienen tos ni bronquitis. «Resulta evidentemente de estos hechos, que la neumonia epidémica no debe conside- rarse sino como una enfermedad que acom- paña muchas veces á la grippe, y que no sien- do por lo tanto ni síntoma, ni co"mplicacioa de esta última, corresponde su descripción á la historia de la inflamación del tejido pulmonal (V. Neumonía). Asi, pues, nos-con ten taremos- con advertir al práctico, que es frecuente en los enfermos de grippe; que tiene una marcha oscura (neumonia latente, lobulicular); que muchas veces es difícil de reconocer, aunque se esplore atenta y diariamente el pecho de los enfermos; que pueden faltar sus síntomas ra- cionales (dolor de costado, esputos sanguino- lentos); que aumenta la gravedad del pronósti- co, y en fin, que exige un tratamiento parti- cular. «Rara vez va acompañada la grippe de complicaciones consecutivas. Estas se •hallan comunmente en relación con la forma de la afección primera. Asi, por ejemplo, la grippe encefálica puede determinar en los viejos una congestión ó una hemorragia cerebral, y en los adultos fuertes y pletóricos, una meningi- tis ó una otitis. La grippe torácica puede oca- sionar el desarrollo de una pleuresía ó de una asfixia por la espuma bronquial, y finalmente la grippe abdominal se complica á veces con enteritis ó disenteria. Inútil es advertir que es- ta regla tiene sus escepciones, y aue asi como pueden reunirse y comhinarse de diversas ma- neras las formas de la grippe; asi también se ha observado que uo siempre las complicaeio- 29 l«6 DE LA GniPPE, nes corresponden á estas formas; pudiendo sobrevenirla meningitis en el curso de una grippe abdominal, la disenteria durante una grippe encefálica, etc. El reumatismo agudo constituye también una complicación que se ha observado con frecuencia. «Etiología.—A. Causas predisponentes.— La edad no parece ejercer ninguna influencia" en el desarrollo de la grippe; pues no hay un soló dato estadístico que permita suponer, que no ha tenido la enfermedad la misma frecuen- cia relativa en los hospitales comunes, en la Salitrería, y en el Hospital de los niños: otro tanto diremos del sexo. La grippe* no parece atacar con preferencia, como la mayor parte de las enfermedades epidémicas, á Tas perso- nas débiles y enfermas; ni alteran su curso el temperamento ó la constitución. En general la agravan las afecciones crónicas; pero no fa- vorecen su desarrollo. En una palabra, no se conocen causas predisponentes de la grippe. »B. Causas determinantes. — Contagio.— Algunos autores han tratado de establecer que la grippe se transmite por contagio; pero no han podido suministrar ninguna prueba con- cluyeme de su aserto, y los hechos en que se apoyan encuentran una esplicacion mas natu- ral en la constitución epidémica. «Epidemia.—Digímos al principio que la grippe era una enfermedad esencialmente epidémica; y en efecto, el influjo epidémico es hastael día la única causa conocida de esta afección. Raige-Delorme cita una observación, que establece, según él, la existencia de una grippe esporádica; pero sin tratar de examinar si esta observación podría interpretarse de di- ferente modo, es indudable que no se debe fundar una opinión fija sobre un hecho úni- co y poco concluyente. »Corao en todas las enfermedades de este género, se ha bjiscado, y algunos han creído hallar, la Tazón de la influencia epidémica en las condiciones atmosféricas; pero una inter- pretación imparcial de los hechos prueba que no es fundada ninguna de las aserciones emi- tidas acerca del particular; y para defender esta opinión, nos bastaría demostrar las con- tradicciones en que han caido los autores, in- vocando sucesivamente el frió, y el calor, la sequedad y la humedad, Ja presencia ó falta de los vientos, etc. En efecto, si comparamos entre sí las diferentes epidemias de grippe, vemos que unas han reinado en invierno otras en eslío, primavera ú otoño; unas tuvie- ron su origen durante un frió muy rigoroso, otras con una temperatura igual y suave y otras en fin durante un fuerte calor. ' «Reconociendo Landouzy con Raige-Delor- me , «que la grippe se desarrolla igualmente en todos los climas, en todas las estaciones, con todas las temperaturas, en una palabra, en todas las condiciones atmosféricas é higié- nicas posibles», cree sin embargo que ejercen mucha influencia en su desarrollo las varia- ciones imprevistos, marcadas y repelidas con frecuencia, en el estado Icrmométrico, baro- métrico ó higroniélrico de la atmósfera. La mis- ma opinión sigue Lepellctier, quien coloca en primera línea entre las causas de la grippe el frío húmedo; Bouillaud, sin rechazar la idea de Una causa epidémica, opina que puede en- contrarse en la .constitución atmosférica una esplicacion suficiente de la grippc y de su modo de propagarse (V. Acad. de méd., sesión del 14 de febrero; 1837), Pero repetímos que esta opinión no se halla justificada por los he- chos. La grippe se presentó.en Ginebra en 1830 con una temperatura muy igual; lo mismo sucedió en Francia en la epidemia de 1833; y por el contrario ¿cuántas veces no hemos visto sobrevenir variaciones atmosféri- cas repentinas y muy marcadas en todo el año, siu que se manifestara tal enfermedad? «De lo que acabamos de decir no queremos se deduzca que no damos ninguna importancia á la constitución médica, ni le concederaos.el menor influjo como causa determinante de la grippe; lo único que intentamos sostener es, que esta causa no reside en las variaciones de temperatura, sino en fenómenos eme no pueden apreciarse todavía con nuestros medios actuales de investigación; por lo cual acepta- mos completamente la siguiente proposición de Landouzy, que parece modificar el sentido un tanto absoluto de las que habia emitido ante- riormente el mismo autor: «Admitimos como causa de la grippe , aunque sin poder asegu- rar nada de fijo, la existencia de una consti- tución médica particular, es decir, de un esta- do meteorológico, que produce mientras dura ciertas enfermedades idénticas, en suficiente número para constituir una epidemia: si es- te estado reside en el aire, si tiene su asien- to en el suelo , ó si dimana de las influencias siderales, tan despreciadas porque son desco- nocidas , esto es lo que no podemos determinara «Si no nos es dado descubrir la naturaleza de la constitución epidémica que produce la rippe, por lo menos debemos estudiar cuida- osamente las diversas manifestaciones con que anuncia ó da á conocer su presencia. Se han hecho en este sentido observaciones inte- resantes. «Por mas que se haya escrito sobre los sín- tomas precursores y los fenómenos de todo gé- nero que anuncian ks grandes epidemias, dice Landouzy á propósito de la grip'pe de 1837, siempre ha sido tarde cuando- se ha fijado en ellos la atención, y esos presagios ciertos en que insisten todos los antiguos , esos grandes signos generales, por los cuales podia pronos- ticarse infaliblemente la irrupción de una en- fermedad epidémica, han'pasado siempre des- apercibidos á los ojos de los patólogos mas consumados. Asi ha sucedido con la grippc; pues si ha solido anunciarse su inminencia con alguna anticipación , ha sido únicamente por inducciones fundadas en la marcha de las epi- DE LA GRIPPE. 227 demias anteriores, por analogías sacadas del estado en que se encontraba la Inglaterra; pe- ro de ningún modo por grandes signos precur- sores-, que tal vez un dia se lleguen á conocer con esactílud, pero que indicados solo hasta aqui en los libros de los epidemiólogos, no se han analizado sino después dé trascurrida su época, y cuando ya no era posible someterlos ala observación.» »Ningun fenómeno meteorológico anunció la invasión de la epidemia de 1837; pero ya dos meses antes se habian hecho mucho mas raras que de costumbre las enfermedades agudas graves , como la neumonia, la fiebre tifoidea, los exantemas , etc., y ademas veíamos pro- longarse la convalecencia de los enfermos por síntomas generales, ciue persistían después de disiparse la afección local que los ocasionaba, y que no se esplicaban por ninguna lesión. «Muchas veces, dice Landouzy, ignorantes como estábamos de la constitución epidémica particular, nos dábamos á creer que podían existir signos de tisis que hubieran escapado á un primer examen, y esplorábamos nuevamen- te los órganos, sin hallar nada que pudiera es- plicarnos los dolores insólitos y la postración que esperimentaban los enfermos.» «A veces la influencia epidémica, antes de atacar á los hombres, ejerce sus estragos en los animales, y produce epizootias (epid. de 1580, 1733 y 1775). «Las epidemias de grippe duran poco en una misma localidad, estendiéndose en corto tiem- po á un número considerable de personas; pe- ro cambian de sitio con rapidez, é invaden su- cesivamente una estension considerable de país. Casi siempre se ha visto invadida á un misino tiempo toda Europa; sin embargo, al- gunas epidemias han sido circunscritas (epide- mias de 1658, 1663, 1669 y 1822). Se ha ob- servado esta enfermedad en todas las partes del mundo; su marcha geográfica es irregular, y no puede en general asignársele una línea de propagación. Con todo, desde la epidemia de 1782, se ha creído observar que tenia tenden- cia á marchar del Este al Oeste. «Siguiendo el plan que adoptamos respecto de la dotinenteria (véase esta enfermedad), vamos á dar ahora una lista analítica de las epidemias de grippe cuya descripción nos han trasmitido los autores. Este es el único medio de demostrar hasta qué punto se modifican en esta afección, como en todas las del mismo gé- nero, en razón del genio ó carácter epidémi- co., los síntomas, el curso, las terminaciones y el tratamiento de la enfermedad. »La palabra §rippe data del siglo XVII; an- tes de esta época se habian descrito bajo la de- nominación de enfermedades catarralesafeccio- nes rauy diversas (angina , coqueluche, bron- quitis, fiebre-tifoidea, etc.), y dádose á ciertas epidemias nombres, que después han recibido una aplicación muy diferente, ó que carecen en el dia de significación. Estas circunstancias, unidas á la oscuridad y brevedad de las des- cripciones y ala insuficiencia de los pormeno- res, hacen"que muchos autores no quieran que pase la historia de la grippe de la época que empieza en 1580. «Los médicos que escribie- ron antes del siglo XV, dice Raige-Delorme, no nos dejaron ninguna descripción de epide- mia, que pueda referirse con alguna certidum- bre á la enfermedad que se designa con el nombre de grippe ó de influenza.» «Estamos muy lejos de suponer que deban re- ferirse á la grippe todas esas epidemias á que los antiguos dieron el nombre de catarrales; pero creemos sin embargo, que se encuentran con anterioridad al año 1580 descripciones que ofrecen tanta analogía con las de estos últimos años, que es imposible desconocer que perte- necen á una misma enfermedad. Hé aqui los datos en que nos apoyamos: «1.° Según Naumann, pueden considerar- se como epidemias de grippe las que reinaron en Europa en 876 y 1173; pero es necesario confesar que no seria fácil justificar esta aser- ción. »2.° Otro tanto puede decirse de las epide- mias que se manifestaron en Francia en 1239 y 1311, y en Italia en 1233, que Ozanam (Hist. méd. des épid., t. I, pág. 95) refiere á la grippe, y de las que en 1357y 1359 in- vadieron la Francia y la Alemania, y que según Naumann fueron de la misma natura- leza. »3.° En 1335 reinó en Alemania una epi- demia, caracterizada principalmente por tos y síntomas cerebrales, á la cual sucumbieron muchos viejos (Schnurrer, Chron. der Seu- chen, 1.1, §.352). »4.° Valesco , médico de Tárente, habla de un catarro que en 1357 atacó á las nueve décimas partes de la población de Montpellier, y arrebató ó casi todos los viejos. El tratamien- to consistía en cocimientos pectorales, ligera- mente sudoríficos, lavativas y diela. Esta epi- demia se hizo sentir en Toscana, y apareció otra vez en Italia en 1400. »5.° Esteban Pasquíer (Recherches de la Frunce; Paris, 1643, lib. IV, cap. 28) ha- bla en los términos siguientes de una epide- mia que se presentó en Francia en 1403. «Mas de cien mil personas perdieron en Paris el ape- tito , la sed y el sueño; estos enfermos se ha- llaban privados de todas sus facultades corpo- rales, y no se atrevían á moverse. El mas.cruel de sus padecimientos era una tos que los ator- mentaba noche y día; sin embargo, ninguno murió, aunque las convalecencias fueron muy largas, pasando comunmente seis semanas des- de que se restablecía el apetito hasta la com- pleta curación.» Landouzy no vacila, y con fundamento, en referir á la grippe esta epide* mia. Efectivamente, en la descriñcion de Pas- 3uier se encuentran los principales caracteres e la grippe: la postración , los dolorescontu- sivosde los miembros, la tos, la convalecen- 178 DE LA QR1PPK. cía larga, y la terminación constantemente fa- vorable. »6.° En 1410 se presentó la epidemia con una exaltación rauy notable de la sensibilidad cutánea, siendo tan violento la tos, que deter- minaba roturas y muchas veces el aborto (Schnurrer, loe. cit., p. 361). »7.° En 1411 reinó en Paris una epidemia, cuyo síntoma dominante era la tos. «Algunos hombres á fuerza de toseF contraían hernias inguinales, y muchas embarazadas aborta- ron.» Sin embargo no sucumbió ningún en- fermo. »8.° En 1411 se declararon dos epidemias en Francia con algunos meses de intervalo. Una de ellas fue descrito por Mezeray: «un catarro estraño, á que se dió el nombre de coqueluche (á causa de una especie de gorro, llamado coqueluchon, que se usaba en aquel tiempo para precaverse del frió), atormentó á toda clase de personas, y produjo tal ronque- ra, que estuvieron silenciosos mucho tiempo el pulpito, el foro y los colegios. Esta enferme- dad causó la muerte á casi todos los viejos que la padecieron (Abregé chron. de Thistoire de France; Amsterdam ,1696, t. III, p. 190). La otra epidemia, descrita por Pasquier, recibió el nombre de dando. »9.° En 1427 se manifestó una epidemia que se llamó ladendo, y que atacó á casi toda la población. Principiaba por dolores en los rí- ñones, «seguidos de una tos tan pertinaz, que en las iglesias no podia oirse la voz de los pre- dicadores.» »10. En 1438 se declaró, según Carli, en Verona un catarro epidémico, que recorrió des- pués toda la Italia y fué funesto á los viejos y a los niños. »11. En 1505 recorrió.la Italia y la España una epidemia, de la cual dice Gaspar Torre- Ha: «Paucís pepercit, senibus máxime cum rau- • cedine, gravedine,jnolesta tussi distilationi- »busque per superiora, comitente febre.» «12. En 1510 apareció una epidemia cuyos caracteres resume asi Sennerto: «Communis »illa porro ómnibus decantata gravedo anhelo- »sa anno 1510, in omnes fere mundi regiones »debacchata, cura febre, summa capitis gra- »vítate, cordis pulmonumque angustia atque •tussi, quamquam multes plures atligit quam •jugulavit.» (De qbditis rerum causis, 11b. II, cap. 12). Mezeray, que también habla de esta epidemia, asegura que iba acompañada de fiebre ardiente y de terribles delirios, y que sucumbieron muchos enfermos. Sauvages (No- sol., 1.1, p, 486) hace de esta enfermedad una fiebre maligna con el nombre de cephalitis ept- demicus; «pero su descripción, dice Raige- Delorme, no está basada sino en el testimonio de Mezeray, y las pocas palabras de este his- toriador no bastan para destruir la idea que se forma por la relación de Sennerto.» »13. Marcelo, Donato, Paradin y Tro- chorus hacen mención de dos epidemias ca- tarrales, que aparecieron en 1515 y 1543 (Oza- nam, be. cit., p. 100). «14. En 1555 reinó en Francia una epide- mia, que recibió el nombre de coqueluche, y que según algunos autores fue semejante á la de 1510, »15. En't1557 se manifestó una epidemia, descrita por muchos autores, y entre otros por Estaban Pasquier, que se espresa en los tér- minos siguientes. «En medio del verano de 1557 viraos reinar por espacio de^ cuatro dias un catarro, que fue ca6i comun á'todos, y que consistía en una destilación estraordinaria por las narices, un gran dolor de cabeza y una fiebre, que duraba en unos doce y en otros quince horas poco mas ó menos, y que se cu- raba después repentinamente sin el auxilio del médico» (loe. cit.). Valleriola (Soc. mcd.comm. appen., cap. II), da una descripción que de- bemos referir, porque se diferencia poco de las que se han hecho de la grippe en estos últimos años. «La enfermedad estaba caracterizada por los síntomas siguientes: dolor gravativo de ca- beza, respiración dificil, ronquera, escalofrios, liebre y tos vehemente, que amenazaba so- focar al enfermo. Esta tos era los primeros dias seca y sin esputos; pero hacia el sétimo ó el catorce sobrevenía una espectoracion de mate- rias muy viscosas y difíciles de desprender, y otras veces de un humor claro y espumoso. Des- de entonces disminuían progresivamente la tos y la dificultad de respirar. Mientras estaba en su fuerza la afección, se quejaban los enfer- mos de laxitud, de pérdida de las fuerzas y del apetito, disgusto, inquietud, languidez y vi- gilias. En unos se juzgaba el mal por diarrea, y en -otros por sudores. Todas las edades, lo- dos los sexos y todas las profesiones,t fueron atacados á un mismo tiempo de esta epidemia. Solo fue funesta á los niños que no tenían bas- tante fuerza para espectorar. El tratamiento mas eficaz no consistía en las sangrías ni en los purgantes, que eran mas nocivos que úti- les. Los remedios mas provechosos fueron los lamedores y las pociones pectorales, que cal- maban la tos y favorecían la espectoracion.» Sin embargo, esta epidemia tomó en algunos puntos otros caracteres; ó tal vez reinaron otras epidemias á un mismo tiempo en dife- rentes localidades. Asi es que en Nimes (Ri- verio, Operaomnia; Lyon, 1633, en fol.,pá- gina 136) en Holanda, (Foresto, Obs. et curat., lib. VI, obs. 1 y 2), y en Palermo (Ingrassias, Informazione del pestífero morbo, etc.), pare- ció consistir la epidemia en una angina gan- grenosa. Mercado dice que la enfermedad iba acompañada de una calentura terciana doble, que por poco no arrebata la mayor parte de los enfermos (De inter. morb. curat., lib. I, p. 143). Según Cardan se presentó en Lombar- dia la epidemia bajo la forma de-calarro sofo- cativo, y sucumbían los enfermos con tonta rapidez, que se los creía envenenados. >/16. En 1580 se manifestó en toda Europa, DE LA GRIPPEt 229 y aunen Asia y África, una epidemia, sobre cuyos caracteres están unánimes todos los co- mentadores, no pudiéndose concebir ninguna duda de que era la grippe, tal como se obser- vó en 1837. Salius Diversus (De febre pestilen- ti tractatus, Harderwich, 1656, p. 66-67) Wier (Opera; Amsterdam, 1660, p-. 778), Sponisch ¡Idea medid, etc.; Francfort, 1582, p. 102), Cornaro (Observationum medicinal., en 4. , cuad. 6, pág. 11), Zacuto Lusitano (Opera; Lyon, 1649,1.1, p. 919), y Sennerto (Opera; lio. IV, cap. 15), indicaron todos los síntomas característicos de ésta enfermedad; la cefalal- gia gravativa, la tos, la debilidad, la termi- nación favorable y la persistencia de la debi- lidad y de la tos, después de cesar los demás síntomas. El número de los enfermos fue in- menso: «Vix invenire queas (dice Salius Di- oversus) qui ab iis morbis, fuerit iramunis.» En Sajonia atacó la enfermedad á los cuatro quintos de la población, presentándose en al- gunas localidades fenómenos poco comunes, como lipotimias, un estado soporoso y otros accidentes muy alarmantes, entre los cuales cita Sennerto una modorra continua. En Ale manía halló Bockel tumefacciones de las pa- rótidas y flujos purulentos por los oidos. La enfermedad terminaba casi siempre por la cu- ración. Es notable el siguiente pasage de Di- versus : «In sanitatemque omnes terminaban- »tur, praeter eos qui valetudinarios, vel debi- «les, vel senes, vel qui angusto essentthora- »ce distillationibusobnoxii, vel infirmos, vel «eos qui pravo utebantur victu, quique in »03gritudine ipsaausi sunt indiscriminatim, et «sine ratione vivere aggrediebantur.» Wier in- dica igualmente esta benignidad de la epide- mia: «Fere omnes sanitati fuerunt restituti, »adeo utex inille vix unus interierit.» «La enfermedad terminaba por sudores co- Íliosos (Herisch); pero entonces se prolongaba a convalecencia por espacio de treinta ó cua- renta dias (Sennerto). No obstante parece que fué mortífera la epidemia en algunas localida- des: Sennerto, Wier y Schenck aseguran que en Roma sucumbieron mas de nueve mil per- sonas; según Riverio, en Nimes morian frené- ticos muchos enfermos; y se£ún Villalba, Ma- drid quedó enteramente despoblado. Estas aserciones no merecen completa confianza, por- que muya menudo se contradicen los autores. Asi por ejemplo Mercado, que también prac- ticaba en España, no habla de la mortandad anunciada por Villalba; antes al contrario dice que apenas moría-un enfermo entre mil, si bien asegura por otra parte, que cuantos se sangraron murieron en el primer acceso. «¿Có- mo es, dice Raige-Delorme, que en una enfer- medad ton poco grave ejerció la sangriauna in- fluencia tan perniciosa?» El mejor medio de tratamiento era abandonar la enfermedad ^los esfuerzos de la naturaleza (Mercado). Wier in- dica también que la sangría era muy nociva, atribuyéndole la gran mortandad observada en Roma, y Foresto, por el contrario, dice que el mejor método de tratamiento era principiar por una sangria. «17. En 1590 y 1591 reinó en Italia una epidemia, caracterizada por fiebre muy aguda, acompañada de coriza y tos; el asiente de la enfermedad era generalmente la cabeza, y asi es que todos los pacientes caian en un delirio frenético, y morian al octavo ó décimo día (Sansonius, Mercurius gallo-belgicus, 1.1, li- bro IV). Se cuenta que solo en la ciudad de Roma murieron de esta afección mas de se- senta mil personas desde el mes de agosto de 1590 hasta igual época del año siguiente. Esta circunstancia suscita alguna duda sobreda na- turaleza de la epidemia. «18. Una epidemia semejante reinó en Francia y en Italia en 1593 (Ozanam, loe. cit., p. 112). «19. En 1597 observaron una epidemia ca- tarral Zachias en Ñapóles y Schenck en Ale- mania; pero no se encuentra ninguna descrip- ción de ella en los autores. «20. En 1627 se manifestó en Ñapóles, y recorrió toda la Italia, una epidemia entera- mente semejante á la de 1580, caracterizada por romadizo, tos, ronquera y anginas (Zac- chias, Qucest. méd. leg., lib. III, tít. 3). «21. En 1647 invadió una epidemia calar- ral toda la América del Norte (Schnurrer, loe. cit., §186). »22. Willis dió una descripción de la epi- demia de Londres de 1657 y 1658, que se re- fiere manifiestamente á la grippe. La enferme- dad estaba caracterizada por coriza , tos, mal de garganta, lasitudes espontáneas, dolores gravativos en las espaldas y en las piernas, y postración. Se observaron á menudo epistaxis-, esputos sanguinolentos ó deyecciones estriadas de sangre. Las personas sanas salían bien li- bradas; pero los viejos y enfermos sucum- bían á consecuencia de una congestión pulmo- nal. Comunmente terminaba la afección por sudores críticos (Willis, Opera omnia, Ams- terdam, 1682; ¿eFebribus, cap. 17, 1.1, pá- gina 143). »23. En 1663 se presentó una epidemia se- mejante en los Estados venecianos, y atacó á mas de sesenta mil personas en ocho dias. «24. En 1669 recorrió la Holanda y la Ale- mania una epidemia, de la cual da Etmuller la descripción siguiente: «Los síntomas gene- rales eran tos, romadizo, cefalalgia gravati- va, dolores en los lomos y en todos los miem- bros, y fiebre mas ó menos ardiente. Esta en- fermedad no era peligrosa; en los jóvenes pro- ducía epistaxis, en otros diarrea, y terminaba comunmente por sudores» (Ozanam , loe. cit., p. 114). »25. En 1675 reinó en Presburgo y en toda la Alemania una epidemia cuya naturaleza era evidentemente gríppica; pero no murió nadie de ella (Ephem. des curieux de la nat., dec. I, año 6-8, obs. 213). Esta afección se mani- 230 DE LA CKIPPE. festó también en Francia, donde se estendió á toda clase de personas, «cebándose tanto en las embarazadas, que hizo morirá la mayor parte de ellas, unas con fluxiones de pecho, y otras á consecuencia de abortos acompañados de menorragía» (Peu, Pratique des accou- chements). ^ «26. Ettraullcr y Sydenham describieron la epidemia que reinó en Alemania é Inglaterra en 1776. El primero de estos autores indica como síntomas dominantes: el coriza con es- crecion mucosa abundante por las narices, un dolor gravativo y tensivo en la cabeza, una disnea, á veces tan violenta que amenazaba so- focar álos enfermos, la alteración de la voz y la atonía. Los opiados y los diaforéticos ligeros formaron la base del tratamiento. En Londres, dice Sydenham, principiaba la enfermedad por dolor de* cabeza, y era muy frecuente la neu- monia. Las sangrías reiteradas fueron muy no- civas, y casi todos los enfermos tratados por esle método sucumbieron. «27. Durante el año 1679 se esperímentó en Francia y en Inglaterra una epidemia de la misma naturaleza (Ozanam, loe. cit., p. 120). «28. En 1691, una epidemia procedente de Hungría, se estendió por la Carniola, la Stiria , la Carintia, el Tirol, el país de los Gri- sones, la Suiza y las orillas del Rhin. Ofre- ció esta afección varias formas, y solia ir acom- pañada de síntomas graves (movimientos con- vulsivos, sopor, delirio); unos padecían diarrea, otros estreñimiento, y la mayor parte se cu- raron (Ozanam, loe. dt.,n. 121). »29. En 1695 reinó en Paris y en Roma una epidemia semejante á la de 1580, é hizo morir muchos niños. »3Q. En 1699 se declaró en Breslau una epidemia, que atacó especialmente á las perso- nas de 20 á 30 años de edad y de un tempe- ramento melancólico: por lo regular sobreve- nía una fiebre intermitente cotidiana, acom- pañada de anginas, aftas, delirio y diarrea. Es dudosa la naturaleza de esta epidemia. »3i. Baglivio no hace mas que indicar una epidemia catarral, que se presentó en Roma en 1702. «32. En 1709 reinó la grippe en Prusia y en Italia, atacando especialmente á los hom- bres y á las clases pobres, v presentando ade- mas desús síntomas esenciales, dolores reumá- ticos, anginas, y esputos de sangre, y una tos y disnea muy violentas. La enfermedad ter- minaba por epistaxis, diarreas ú orinas abun- dantes críticas, y pocas veces fue mortal. Lan- cisi la describió con mucho esmero. »33. En 1712 se observó en Tubingen una epidemia catarral, en que la tos y la ronquera persistían durante la convalecencia. Cuando se descuidaba la enfermedad, degeneraba en perineumonía. «34. Nauraan habla de una epidemia de grippe que reinó en España en 1716. »35. En 1729 fué invadida toda la Europa por una epidemia, catarral, descrita porHoff- mann, Beccaria y Morgagni. Los que menos espuestos estaban eran Tos niños. Los dolores en los miembros, el romadizo, la opresión de pecho, la ronquera y la tos, eran los síntomas raas comunes y marcados. También fueron muy frecuentes ros síntomas cerebrales (deli- rio, desvarios, soñolencia, lipotimias). Todos los dias se manifestaba una exacerbación ge- neral, y hacía el cuarto ó séptimo sobrevenían á veces exantemas anormales, simulando pe- tequias. Solia juzgarse la enfermedad por ori- nas sedimentosas, sudores abundantes, diar- reas biliosas, ó una espectoracion de humores cocidos. El tratamiento consistía en una san- gría al principio, y en seguida bebidas diafo- réticas. «Locw (Ephem. des cur. de la nat., t. III, apénd., 78) da una descripción de esta epide- mia, que difiere de la anterior en muchos puntos: la enfermedad fué muy grave en los países bajos y húmedos, y en los inundados por las lluvia"s. En Ferrara, Ravena, Pavía y España, hizo muchas víctimas; en Londres mu- rieron 908 personas en solo una semana. Cuan- do la afección catarral era simple, terminaba del cuarto al sétimo dia por una epistaxis, una ligera espuicion de sangre, hemorroides fluen- tes, ó una menorragia. En los casos graves que terminaban por la muerte, sobrevenían síncopes, delirio, convulsiones, perineumo- nías, congestiones en el cerebro, frenitis, ó una fiebre lenta, héctica y consuntiva. La san- gría al principio y los diaforéticos formáronla base del tratamiento. «En Suiza no murieron mas que viejos y niños: la tos, la disnea, la diarrea y horripi- laciones casi continuas, fueron los principales síntomas (Scheuckzerj, Ephem. des cur. de la nat., t. IV, App., obs. 4). «En Bolonia predominaron los síntomas en- cefálicos; pero también se hicieron sentir do- lores muy agudos en la región precordial, al nivel del esternón, y en los lados del pecho, terminando la enfermedad al cabo de dos, tres ó cuatro dias, por epistaxis ó sudores críticos. Los que menos padecieron fueron los niños y las clases inferiores (Beccaria, Ephem. des cur. de la nat., t. III, obs. 48). »En Viena fueron atacadas mas de 6,000 personas, que enfermaban de repente como he- ridas de un rayo (Schnurrer, loe. cit., p. 274). »36. En 1731, según Perkins, reinó la grippe en Boston. «37. En los últimos meseS'del año de 1732, se manifestó la epidemia catarral mas gene- ral y mas larga que se ha observado hasta el día." Empezó á mediados de noviembre en Sa- jonia y en Polonia; desde alli se estendió á Alemania, Suiza é Italia, y en seguida se pre- sentó por el mes de diciembre en Inglaterra y Escocia. Infectó la Flandes en los primeros dias de enero; se declaró en Paris á media- dos del mismo mes; pasó á Irlanda en el de DE LA GttlPPE. 231 febrero y luego á Italia y España. Comunicóse después al nuevo continente, donde se decla- ró primero en la nueva Inglaterra; pasó á las Barbadas y á la Jamaica, y desde allí se di- rigió al sudoeste, difundiéndose en el Perú y Méjico. Esta epidemia continuó ejerciendo sus estragos durante los años 1734,1735, 1736 y 1737, principiando siempre á recorrer los paí- ses del nordeste de la Europa, y adelantán- dose progresivamente hacia el sudoeste (Oza- nam, loe. cit., p. 138-147). Vamos áresumir ras principales descripciones que de ella se pu- blicaron. »En Italia (1732) predominaban los síntomas encefálicos: la cefalalgia tenia por asiento las órbitas y los senos frontales; á veces estaban alterados ó abolidos el olfato y el gusto; otras se hacían sentir dolores muy agudos en los .oidos, y era muy frecuente la afonía. La en- fermedad, poco peligrosa esencialmente, se juzgaba del tercero al decimocuarto dia por sudores, epistaxis, una espectoracion abun- dante ó una escrecion de materias espesas por las narices. Los viejos, los asmáticos, los tísi- cos, los flatulentos, los caquécticos, sucum- bieron casi todos, trasforraándose la enferme- dad en catarro sofocativo, en pleuresía, en perineumonía, en angina y en vómica. Una cefalalgia atroz era algunas veces precursora de una apoplegia siempre mortal, y no per- donó la enfermedad sexo ni condición, ata- cando con preferencia á las mujeres y ó los niños. El abuso de las sangrías fué muy no- civo. - »En Escocia (1732) se observáronlas tres formas del mal (encefálica, torácica y abdomi- nal) : la abdominal se presentaba especialmen- te en los niños. Todos los enfermos tenían dis- posición á sudar, y sudando se verificaba la curación; los que no fueron sangrados tuvie- ron hemotisis; no era la afección mortal por sí misma, sino por las complicaciones, las cua- les hicieron sucumbir á muchos viejos, pobres, tísicos, y sugetos atacados de lesiones cróni- cas, sobre todo de pecho. «Dos meses antes de la aparición de la epi- demia habian sido atacados de coriza y de tos todos los caballos de la ciudad y sus alrededo- res (Med.essays andobs.; Edimb., 1737, t. II, p. 26). »En Inglaterra (1733) predominóla forma encefálica, presentándose en casi todos los en- fermos romadizo, estornudos escesivos é im- portunos, insomnio, vértigos, cefalalgia vic- íenla, delirio ligero y zumbido de oidos. A veces se juzgaba el mal el dia cuarto , quedan- do solo una tos pertinaz con postración de fuer- zas; regularmente terminaba por evacuaciones biliosas ó poruña erupción de pústulas, y era muy grave én los niños y en Jos viejos caco- químicos. La tos que quedaba después, hacia en ocasiones degenerar la enfermedad en una ti- sis mortal (Huxham, Obs. de aere et morb. epidem.; Lónd., 1752, 1.1, p. 79). Huxham fue el primero, que hablando de esta epidemia, usó la .palabra influenza. «En Polonia (1734-1735) los síntomas pre- dominantes fueron lasitudes espontáneas, pos- tración y dolores contusivos en los miembros. La enfermedad se complicó muchas veces con accidentes, que hicieron su carácter mas oscu- ro y dificil de conocer. Durante los meses de noviembre y diciembre fue raas frecuente la forma torácica, sobreviniendo Ja tos desde el momento de la invasión. En los demás del in- vierno la afección catarral se fijó mas bien en el cerebro. La enfermedad terminaba de un modo critico por sudores, orinas, vómitos, diarrea, ó una espectoracion de buen carácter. «En cuanto al tratamiento, se observó que el método escitante provocaba una erupción miliar ó petequial, y el demasiado refrigerante ocasionaba metástasis al cerebro y al pecho (frenesí, perineumonía). Los medios curativos que mas aprovecharon, fueron la sangría al principio, y después las bebidas pectorales ni- tradas. «En Alemania (1737) no se observó ningún síntoma predominante: los niños y los viejos estaban menos espuestos á contraer la afec- ción; pero cuando la padecían los últimos era mortal. «Casi todos los autores atribuyen las epide- mias que recorrieron la Europa desde 1732 hasta 1737, á las continuas variaciones de tem- peratura que tuvieron lugar en esta época. «38. En 1742-1743 invadió una nueva epi- demia la Holanda, la Inglaterra, la Francia y la Italia. La enfermedad recibió en Francia por primera y,ez el nombre de grippe, y fue des- crita por Goelieke (Diss. de febre catarrh. mine epidem. grassante; Francfort, 1741), Buchner (Diss. de febre catarrh., etc.;Erford, 1742) y Juch (Diss. de febre catarrh. cum tussi et coryza complícala, etc.; Erford, 1743, etc.). Se ma- nifestó en una estación muy fría; no tenían los hombres memoria, dice Juch, de un tiem- po tan crudo: por espacio de cinco meses es- tuvieron soplando de continuo los vientos del este y del nordeste. Se observaban los sínto- mas encefálicos y torácicos reunidos. Los jó- venes y las personas sanguíneas tenían epis- taxis saludables, y en los viejos sobrevenían neumonías. Generalmente fue nociva la san- gría. «En Sajonia (1742) fueron muy frecuentes las pleuresías, las perineumonías y las angi- nas, notándose que sucumbían los enfermos á quienes no se sangraba. «En Milán (1742) se observó con preferencia la forma «torácica, y fueron muy comunes las neumonías. «En Inglaterra se-presentaron reunidos los síntomas encefálicos y torácicos, observándose frecuentemente neumonías y reumatismos agu- dos. La fiebre degeneraba á menudo en tercia- na ó semi-terciana. La sangría era indispensa- ble al principio; pero repetida abatiá dema- S32 DE LA GRIPPE. siadolas fuerzas. La enfermedad se juzgaba comunmente por orinas ó por diarrea. ■ »En algunas localidades fue mortífera esta epidemia. «39. En 1745 reinó una epidemia catarral en algunas partes de Alemania. Afectó la for- ma encefálica v no fué grave. «40. Durante el invierno de 1753 se ob- servó en el Beauce, y hasta en los alrede- dores de Paris, una epidemia catarral, que solia ir complicada con pleuresía y con neu- monia. «41. En 1756-1757 se manifestó la grippe en Heilbrunn y en el litoral de la Mancha. En la primera localidad el síntoma dominante fue una disnea tan grande, que desde el principio se creían los enfermos á los bordes de la tum- ba, y á la cual sucedían saltos de tendones y movimientos convulsivos. «42. En 1758 fué invadida una gran parte de la Escocía por una epidemia catarral, que presentó todas las formas conocidas (encefálica, torácica, abdominal), y fué muy benigna. »43. En 1761 reinó en Fano, en Italia, una grippe torácica ligera. «44. En 1762 se manifestó una epidemia muy estensa, que recorrió la mayor parte de la Europa, del este á el oeste. «En Alemania apenas se libertó una décima parte de la población. La forma predominante fué la encefálica. La enfermedad se juzgaba comunmente al tercer dia por espectoracion, sudores ó diarrea (Mertens, Febris catarrha- lis epid., anno 1762 Yienne observata; en Obs. méd., t. II, p. 1; Ehrmann, Diss. de morbo catarrh. hoc anno inter nos epidem.; Estrasburgo, 1762). »En Inglaterra y en Escocia se presentó la epidemia con los mismos caracteres. «En Francia, donde recibió la enfermedad los nombres de baraquette, petite poste, petit courrier y toilette, distinguió Razoux tres variedades de grippe: la primera correspon- diente á la forma encefálica ligera; la segun- da á la encefálica intensa,y la tercera á la to- rácica (Razoux, Mémoire sur les rhumes epi- demiques, etc. en Journ. de Roux; Paris, 1763, t. XVIH,p. 112). »45. Villalba habla de una epidemia ca- tarral, que recorrió la España y una parte de Europa en 1767, j que fué observada en Nor- mandía por Lepecq de la Cloture. En esta epi- demia se hallaban reunidos los síntomas ence- fálicos y torácicos y era muy intensa la disnea. La enfermedad parecía afectar particularmen- te el genero nervioso (grippe nerviosa de Re- camier); y aunque presentaba síntomas impo- nentes, era bastante benigna. »46. En 1770 reinó* en Champagne una grippe encéfalo-torácica, cuyo mejor remedio fué la sangría en la invasión y después el emético. «47. En 1773*se manifestó una de las epi- demias mas notables de grippe, la cual recor- rió toda la Europa, atacando principalmente á los caballos v á los perros. «En Alemania se presentó esta epidemia después de una primavera y durante un estío calientes y secos, observándose casi esclusiva- raente la forma abdominal: los purgantes li- geros fueron el remedio mas eficaz (Stoll, Ra- ciomedendi, p. 1-22). «En Inglaterra describieron esta epidemia A. Fothergill (Mém. ofthe méd. soc. of Lon- don, t. III, p. 30), Pringle, Heberden (Me¿. obs. and'inquiry, t. VI), Reynolds (Mém.of the méd. soc. of London, t. VI, p. 340), Whyte (Ibid., p. 383), Thomson (Ibid., p. 402) y Campbell (Ibid.,n. 405, etc.). Recorrió los di- ferentes condados, no ejerciendo su influencia en ninguno de ellos por mas de tres semanas ó un raes. Generalmente era repentina la inva- sión, y se presentaban reunidos todos los sín- tomas de la enfermedad, la cual tomaba ha- cia su declinación el carácter de una fiebre in- termitente, rebelde á la quina. La mortan- dad fué poco considerable, á no ser en los ni- ños v asmáticos. La epidemia respetaba ciertas localidades. »En Bath y en Backer se observaron diar- reas, disenterias, neumonías y tisis. »En Francia dominó al principio la forma encefálica, y rara vez fué mortal, como no re- cayera en niños ó en ancianos. Generalmente terminaba por orinas, diarreas ó sudores, y en las recidivas se observaba tos y suma pos- tración (Ozanam, loe. cit., p. 175). Luego cambió de forma la enfermedad, predominan- do los síntomas torácicos, y entonces eran nocivas las sangrías. Últimamente, al termi- nar Ja epidemia, se presentaba el mal acom- pañado de postración de fuerzas, y era mor- tal para los individuos afectados de lesiones crónicas (Saillant, Tableau historique et rai- sonné des epidemies calarrhales, vulgairement dites la grippe, depuis 1570 jusques et y com- pris celle de 1780; Paris, 1780). Perkins (Huí. de la soc. roy. de méd. ele París, 1776,1.1, pá- gina 206) é Hillary aseguran que esta epide- mia se propagó hasta América. »48. En 1780 se presentó en Francia, y se estendió luego á Inglaterra, un catarro epi- démico que recibió los nombres de granada ó de generala. »En Francia se habian observado cambios repentinos de temperatura. Al principio hacia mucho frió, y la enfermedad tomó la forma torácica intensa (catarro sofocativo), acompa- da de neumonia; pero habiéndose mejorado el tiempo, predominó la forma encefálica. »En general, dice Saillant,'duraban poco estas afecciones, y se curaban casi espontánea- mente. »En Inglaterra atacó la epidemia las cuatro quintas partes de la población; fué mas inten- sa en las ciudades que en los pueblos, y mas leve en los niños que en los adultos; reinaba menos de seis semanas en cada provincia, y DE LA C.IPl'E. 233 los sugetos atacados no tardaban mas de quince dias en curarse (Ozanam, loe. cit., pá- gina 183). »Segun Wester, aquel mismo año reinó la grippe en América, y desde allí pasó á Rusia el año siguiente. «49. En 1782 se declaró en el norte de Europa una de las epidemias mas notables de grippe que se han observado. . «El 2 de enero de esle año se notó en Pe- tersburgo una variación estraordinaria de tem- peratura: el termómetro de Farenheit, que estaba á 35° bajo 0, subió á 5o sobre O, de mo- do que en el espacio de una noche hubo una va- riación de 40°. En el mismo dia fueron ataca- das cuarenta mil personas de una epidemia catarral, que muchos médicos atribuyeron á este cambio repentino de temperatura (Oza- nam, loe. cit., p. 184). Otros por el contrario pretenden (VVcster) que la enfermedad habia sido importada de América. José Frank ase- gura que no se manifestó la epidemia en Pe- tersburgo hasta el raes de febrero, y que sa- liendo de Astrakan, habia llegado á'esta capi- tal pasando por Tobolsk. Sea de esto lo qué quiera, lo cierto es que se propagó el mal á Alemania, Holanda y Francia, recorriendo, dice J. Frank, no solo la Europa, sino el mun- do entero. «En Viena fueron atacadas las tres cuartas partes de la población. La enfermedad iba acompañada de suma postración, de síntomas torácicos y encefálicos reunidos, y de dolores vivos, que se hacían sentir en la espalda, en el cuello, en la parte superior del esternón y en la laringe. Por lo comun perdonaba á los ni- ños, y ejercía principalmente sus estragos en los viejos, en los asmáticos y en los tísicos. Se observaron pleuresías, neumonías y enteritis, que venían á complicar la afección domi- nante. ^50. Durante el estío de 1788 fué muy variable la temperatura de Paris, observándo- se diferencias de 8, 10 y 12 grados en un mis- ino dia, á las que siguió el desarrollo de una epidemia catarral. Generalmente predominó la forma encefálica; pero tampoco fué rara la ab- dominal; los enfermos sentían dolores agudos en los dientes, en los oidos y al nivel de las articulaciones. Por lo regular terminaba el mal en dos ó tres dias. /«En Austria bajóla temperatura á20°desde eH7 de noviembre; en diciembre disminuyó el frió, y este cambio de temperatura produjo, dice Careno, un catarro epidémico que atacó á mas de la mitad de los habitantes. Esta vez predominó la forma encefálica, y no murieron mas que algunos viejos. «51. En 1799 se declaró en Rusia una nue- va epidemia, en la que se observaron reunidos los diferentes síntomas de la grippe, predomi- nando al parecer la forma torácica. La enfer- medad se juzgaba del quinto al sétimo dia' por esputos fáciles y copiosos. TOMO IX. »52. En 1800 se manifestó en Lyon y sus alrededores una epidemia, en que predominó la forma encefálica. Casi todos los enfermos que murieron, presentaron delirio y convulsio- nes parciales ó generales en los últimos dias, observándose también con frecuencia dolores odonlálgícos y una sordera pasagera. La diar- rea fué alternativamente favorable ó funesta. Sobrevinieron erupciones miliares frecuentes, como también perineumonías que se presenta- ban desde los primeros dias. Los niños y las mujeres se curaron casi en su totalidad, y por el contrario sucumbieron todos los tísicos. «53. La epidemia de 1802 á 1803 fué muy notable. «En Rusia fué el síntoma predominante una tos seca, nerviosa, violenta y tenaz, que no dejaba un momento de descanso al enfermo, que se reproducía por accesos y en forma con- vulsiva como la coqueluche, y que solia durar mas de cuarenta dias. «En Francia no habia sido ton general la grippe desde la epidemia de 1775. Atacó mas particularmente á los trabajadores y á las cla- ses pobres, y predominó la forma" encefálica conoftalmia, anginas, dolores de oidos, pa- rótidas, insomnio ó soñolencia.»La enfermedad no presentaba ningún síntoma grave, y termi- naba comunmente por una epistaxis critica abundante. Aveces sobrevenían síntomas de perineumonía, y sólo en este caso eran útiles las sangrías. Generalmente se observaron bue- nos efectos de los vomitivos. «Los mismos caracteres presentó la enfer- medad en Lombardia, con la diferencia dé ob- servarse mas á menudo la forma abdominal.* En aquel pais fué larga la convalecencia y acompañada de tos y de frecuentes recidivas". »54. De 1803 á 1812 se manifestaron epi- demias en varias localidades; pero ninguna de ellas fué estensa. Las principales las des- cribieron Gasc (Mémoire sur une fiebre catar- rkale observée á Tourneins vers la fin de 1805, et le commencement de 1806; en Ann. de la Sbc. de méd. de Montpellier, t. VIII, p. 193), Barrey (Rapport sur une épidemie de fiebre ca- tarrhale qui a regné dans le village de la Tour- de-Serre, du l.er mars au 12 avril 1807, en Ann de la Soc. de med. de Montpellier, to- mo II, p. 305), Py (llisloire d'une fiebre ca- tarrhale qui á regné á Narbonne pendant les quatre premiers mois de 18IO, en ibid., tomo XXlll, p. 301), y Maynec (Mémoire sur la fie- bre catarrhale, qui pendant le premier se- mestre de 1810 a regné épidémiquement dans le département du Lot, en ibid., t. XXVI, pá- gina 209). Estas epidemias, muy circunscritas, nada ofrecían de particular. «55. En 1813 reinó en Tours una epidemia catarral, que duró cerca de seis meses, bajo la influencia de largas y frecuentes vicisitudes en la constitución atmosférica. Hizo sentir su in- fluencia en tedas las enfermedades intercur- rentes; ofreció con frecuencia la forma abdo- 30 tu DE LA GRIPPE. minal, y la acompañaban muchas perineumo- nías (Tarín, Observations cliniques sur les ca- tarrÜes épidémiques qui ont regné a Tours pen- dant les six premiéis mois de 1813, en ibid., t. XXXIII, 313). »56. De 1830 á 1833 volvió á recorrer la grippe una parle del globo, siguiendo un cur- so digno de notarse. «Después de haber reinado en los países si- tuados al Este de la Europa, se presentó en París á mediados del eslío de 1831, siendo muy general, pero al mismo tiempo muy leve. Al principio solo se observaron las formas en- cefálica y torácica; pero á la terminación se hizo predominante la abdominal, acompaña- da de diarrea, postración estraordinaria, es- pasmos, y calambres, de modo que constituía una verdadera transición al cólera. «En el mismo año se presentó la grippe en la isla de Jaba; á mediados de julio de 1832 invadió las de Panang y Malaca; en 1833 vol- vió á Francia, donde iba siguiendo al cólera, y ocupando las localidades que este acababa de dejar, y por último invadió la América; «de suerte que, dice Raige-Delorme, liecha abslraccion de la rapidez de su marcha, la grippe de 183,3, siguió esactamente el mis- mo camino que la epidemia del cólera.» En Francia hubo muchos individuos que pasaron la grippe precursora del cólera (1831); pa- decieron en seguida esta enfermedad (1832), y volvieron á ser atacados de la grippe que le sucedió (18-33) (Ríchelot, Recherches sur les épidemies de grippe, et en parliculier sur l épidemie qui á regné en 1833 á Paris en Arch. gen. de méd., 2.a serie, t. Vil, p. 238, y t. VIH, p. 435.—Sigonowitz, Mittheilun- en uber das im Fruhjarh 1833 in Danzig errschende epidemische katarrhal-fieber; en Rust's Mag., bd. XL, th. I, § 56). «El doctor Ward (Transaclions ofthe medi- cal and physical society of Calcutta; Calcuta, 1833, t. VI), hadado una descripción de la epidemia de las Indias, que copiaremos para demostrar la identidad que en todas partes presenta esta afección. Se manifestó la enfer- medad bajo la forma de un catorro intenso, que invadía de repente, y en muchos casos empezaba por escalofríos. Los síntomas mas frecuentes eran: fiebre ardiente, languidez suma, postración repentina de las fuerzas, cefalalgia á veces muy intensa, pesadez su- praorbitaria, dolores musculares intensos en varias partes del cuerpo, pero raas particular- mente en los miembros inferiores; frecuentes náuseas y á veces vómitos, tos continua y fa- tigosa sin espectoracion al principio, v acom- pañada en ocasiones de dolor en el" pecho* apretura de garganta, dificultad en la deglu- ción, ligera inflamación de los ojos, aumento de secreción lagrimal, estornudos, flujo abun- dante de un moco claro y acre por las narices, sed viva, anorexía en la mayor parle de los casos, y lengua cargada de una capa blanque- cina. Mientras duraban los síntomas febriles, era considerable la depresión de las fuerzas y de la energía moral; pasaba el enfermo no- ches agitadas, y se hacían mas intensos en es- la parte del díala tos y los síntomas catarrales. Estos fenómenos duraban con mas ó menos energía dos, tres, y rara vez cuatro dias; después de los cuale"s se disipaban gradual- mente, dejando al enfermo en un estado de abatimiento y languidez. «57. Llegamos ya á la epidemia de grippe, mas notable por su estension , y que mejor se ha descrito, cual es la de 1837 (1). «Presentóse primero en Londres á principios de enero, y recorrió toda la Inglaterra, inva- diendo en seguida la Dinamarca, la Suecia, Alemania y Francia. A fines del mismo mes habia ya adquirido mucha estension en Paris, y en íos primeros dias de febrero se declaró casi al mismo tiempo en Suiza y en todos los puntos de la Francia. »Las localidades ejercieron una influencia bastante notable en la forma de la enfermedad. «En Londres fué acometida casi toda la po- blación; hubo muchos casos graves, y se au- mentó rápidamente la mortandad. En ía forma intensa sobrevenían dolores lumbares y articu- lares, una tos y una postración estraordina- rias; tomaba el catarro el carácter sofocativo, y sobrevenía la muerte por asíixia. «En París se habia notado dos meses antes de su invasión una disminución notable en el número ordinario de las afecciones agudas, y una postración que prolongaba notablemente la convalecencia de todos los enfermos. Gene- ralmente presentó la epidemia sus tres formas (encefálica, torácica y abdominal), siendo esta última la mas rara y la mas intensa. Fueron muy frecuentes las neumonías (Landouzy, Mémoire sur Tépid. de grippe de 1837; Lan- dau, Mémoire sur la grippe de 1837, etc., en Arch. gen. de méd., 2." serie, t. XIII, p. 443; Vigía, Resume des observations faites dans le service de M. Bayer, médecin de Thóp. déla Charité, sur Tepidemie de grippe qui á regné á París; en ibid., p. 226; Petrequin, Bech.pour servirá Thistoire de la grippe, etc., en Gaz. méd. de Paris, 1839, n.°51). «Según Andral, en Passy predominaban los síntomas abdominales. «En el departamento del Loira inferior se observó casi siempre una oftalmía leve, y no cundió mucho el mal en las aldeas (Gazetteme- dícale de Paris, t. V, p. 193,. «En Nantes hubo muchas menos neumonías ue en Paris, y apenas se aumentó la mortan- ad(Príon, Gazette medícale, n.° del 1.° de abril, 1837). »En el departamento de la Vienne solia ir (1) Después de escrito este artículo se ha ob- servado la epidemia de 1818, enteramente análo— . ga á las anteriores. (iY. del T.) DE LA GRIPPE. 235 acompañada la grippe de hemorragias, y principalmente de epistaxis y de metrorragias; y sin embargo no terminaba funestamente si- no en las personas atacadas ya de enfermeda- des crónicas. »En Lyon todos los estrangeros eran acome- tidos uno ó dos dias después de su llegada; fué frecuente la neumonia, y casi se duplicó la mortandad (Gubian, Histoire de la grippe en Lyon; Lyon , 1837). «Reboullét describió la grippe de Estrasbur- go, que no presentó nada de particular (Rap- port sur la grippe qui á regnéá Strasbourg.; París, en8.°, 1838). «En Ginebra fué atacada casi la mitad de la población. La enfermedad hizo sus principales estragos en los viejos, y tomó con frecuencia la forma abdominal. Fué rara la neumonia, y los vomitivos produjeron muy buenos efectos. «En Brescia iba acompañada la grippe, se- gún Gíbelli, de una inflamación de todas las membranas mucosas y serosas (Annali univ. di medie, d'Omodeí; diciembre , 1837). «Hemos consagrado tanto espacio al cuadro cronológico y analítico que antecede; porque la mejor manera de dar bien á conocer una en- fermedad epidémica, es hacer una descripción sucinta de sus diversas apariciones. Ya antes de ahora, al ocuparnos de la disenteria, ha- bíamos adoptado este método, cuyas ventajas han podido apreciar nuestros lectores (V. Di- senteria, entre las enfermedades del aparato digestivo). «Tratamiento.—«El tratamiento de la grip- pe, dice oportunamente Landouzy , debe va- riar según el tipo que afecta la enfermedad; pero como esta consiste mas bien en la reunión de muchos síntomas combinados, que en una alteración especial de uno ó mas órganos ó aparatos, resulta que este es uno délos casos en que raas conveniente puede ser el trata- miento sintomático, y tener mas rigorosa apli- cación las doctrinas eclécticas.» «En la grippe leve, cualquiera que sea su forma, !a permanencia en cama ó en casa, la dicta, las bebidas emolientes ó ligeramente diaforéticas, los pediluvios sinapizados, y las lavativas emolientes ó ligeramente laxantes, son los únicos medios á que se necesita recur- rir; y aun suele terminar la enfermedad es- pontáneamente en pocos dias, sin el auxilio de ninguna medicación. «Cuando la grippe se presenta con síntomas francamente inflamatorios, son siempre útiles las emisiones sanguíneas. Sin ser tanesclusi- vos como Wier, creemos que el abusar de es- te remedio lleva consigo el riesgo de aumen- tar la postración y ocasionar accidentes adiná- micos graves; pero de esto á proscribir en- teramente las emisiones sanguíneas, como han hecho algunos autores, hay una distancia in- mensa. «Cuando la en fermedad va acompañada de un movimiento febril intenso, debe preferirse la sangría general, la cual suele calmar los dolores de los miembros y ríñones, y disminuir la cefalalgia. Por el contrario, deberán em- plearse las sanguijuelas y las ventosas escari- ficadas, para combatir los dolores y las infla- maciones locales, aplicándolas loco dolenti, y según las circunstancias, al cuello, á las apófisis mastoídes, al nivel del hoyo supraes- ternal, á los lados del pecho, al ano, etc. «En la forma abdominal son muchas veces útiles los vomitivos. No pocos autores han creí- do poder formular del siguiente modo un tra- tamiento general para la grippe: una sangría al principio, y en seguida un vomitivo; y aunque han sido demasiado absolutos, no por eso es menos cierta la utilidad de esta medicación en el mayor número de casos. En 1837 la empleó constantemente uno de noso- tros, esceptuando solo los casos de contraindi- cación formal, en los enfermos admitidos en la Casa real de sanidad, salas del Sr. Durae- ril, y obtuvo rauy buenos resultados (emético 1 á 2 granos, ó ipecacuana 12 á 24). «Fundándose en que la grippe termina con frecuencia por orinas, diarrea ó sudores crí- ticos, han aconsejado muchos médicos ad- ministrar en todos los casos, á dosis elevadas, ora los sudoríficos, ora los diuréticos, ora en fin los purgantes, según que se indicaba la crisis hacia la piel, los ríñones ó el tubo diges- tivo. Pero la observación no confirma semejan- te doctrina, fundada en la teoría de las crisis. Los diuréticos no han sido nunca útiles, y los purgantes han solido ser nocivos, bastando remediar el estreñimiento cuando existe, y mantener libre el vientre, por medio de ligeros minorativos. Mas provechosos son en general los sudoríficos, los cuales suelen calmar la los y disipar los dolores de los miembros: «En la invasión, dice Landouzy, es cuando mas convienen los sudoríficos , entendiendo por in- vasión, no los primeros días, sino las prime- ras horas de la enfermedad. En una palabra, se han de provocar los sudores en cuanto principie el sugeto á sentirse indispuesto; por- que entonces es cuando son verdaderamente preservativos, y si no proporcionan una cura- ción completa, por lo menos hacen abortar hasta cierto punto el mal, y este se manifiesta solamente por sus síntomas mas generales.» Somos enteramentede la opinión de Landouzy; pero debemos advertir al lector, que el abuso de los sudoríficos aumenta muchas veces la postración de los enferraos, y puede acarrear inflamaciones encefálicas ó pulmonales. «Ciertos síntomas de la grippe reclaman muchas veces por sí solos una medicación es- pecial. . »Los dolores generales suelen disiparse, co- mo hemos dicho, por los sudores, y también se calman con prontitud por los baños. Los do- lores locales que ocupan los hombros, las ro- dillas, el cuello, ó cualquier otra parte, deben combatirse con tópicos emolientes y calmantes Í3B DE LA GIUPPE. [cataplasmas laudanizadas), con fricciones se- cas, aromáticos, oscilantes (aguardiente al- canforado, linimento amoniacal) ó narcóticas (bálsamo tranquilo y láudano), con sanguijue- las y ventosas secas ó escarificadas, aplicadas al sitio del dolor. Cuando son inútiles todos estos medios, se emplean casi siempre con éxito los sinapismos, y mejor todavia, los ve- jigatorios al sitio dolorido. »La tos, tan fatigosa para los enfermos, se calma, cuando es nerviosa y seca, con las pre- paraciones opiadas. Uno de nosotros ha em- pleado con éxito, en la Casa real de sanidad, coatra este síntoma y la disnea, la fórmula si- guiente : R. estrado de belladona, cuatro gra- nos; estrado gomoso de opio, un grano; jarabe de valeriana, c. s.; para doce pildoras, de las cuales se toma una cada dos horas. «Cuando la tos va acompañada de espeóto- racion, y esla es difícil, se echa mano de pas- tillas de ipecacuana y del kermes. La tos que persisto mucho tiempo después de los demás síntomas, se disipa en ocasiones por medio de un vejigatorio, aplicado á la parte anterior del esleruon ó al espacio inter-escapular. »La diarrea reclama á veces una medicación especial: con este objeto se administrará la ipecacuana á dosis refractas (un grano cada seis horas), el kermes mineral, el cocimiento blanco de Sydenham, las lavativas laudaniza- das y almidonadas y el diascordio. »La postración constituye en algunos enfer- mos el síntoma mas alarmante. En tales casos empleaba Brown el vino desde el principio. También es muy útil la quina en estas circuns- tancias, como en aquellas en que toma la en- fermedad la forma remitente ó intermitente. »Noeseste el momento oportuno de ocu- parnos del tratamiento de las complicaciones; el cual deberá variar según la naturaleza y de- mas circunstancias de cada una de ellas. «Naturaleza y asiento.—Muchos autores consideran la grippe como una simple bronqui- tis; para unos es esta bronquitis inflamatoria, para otros por el contrario espasmódica (Lepelle- tier). Sin detenernosáenumerar las infinitas di- ferencias que separan la grippe de la inflama- ción aguda de los bronquios, nos limitaremos á responder á los últimos, que no puede fun- darse la naturaleza de una enfermedad en la existencia de un solo síntoma, y mucho menos cuando este es inconstante, como sucede en la grippe, que unas veces presenta el carácter espasmódico y otras el opuesto. A los demás íontestaremos", que la grippe existe frecuente- mente sin tos, y por consiguiente sin bron- quitis. «La opinión que consiste en considerar la grippe como una inflamación simple ó especí- fica de los bronquios, se halla generalmente abandonada. «Recaraier supone que la grippe es un exan- tema de la mucosa aérea. Pero contra esla opi- nión militan las mismas objeciones, que no permiten considerar como una bronquitis la afección que nos ocupa. En efecto, ¿como es- plicar p(« una alleracion local los fenómenos generales tan notables, que acompañan á la enfermedad, ó mas bien que la constituyen esencialmente? qué seria entonces la grippe en los casos en que no ofrece ningún síntoma del aparato respiratorio? «Si consideramos el conjunto de síntomas de la grippe, dice Raige-Delorme, su desarrollo bajo la forma esclusiva de epidemia, y el cur- so que sigue propagándose á considerables dis- tancias y aun á veces á grandes porciones del globo; no podremos menos de ver en ella uua enfermedad sui generis, producida como la peste negra del siglo XIV ó como el cólera de nuestro siglo, por una causa desconocida, pero general; una enfermedad que afecta, aunque no en alto grado, las funciones vitales por de- cirlo asi, del mismo modo que lo hacen estas dos últimas epidemias, y todas las que produ- cidas por infección, como el tifo, la fiebre amarilla, la peste y las disenterias epidémicas, se asemejan á un envenenamiento miasmático; una enfermedad general, en fin, que se tra- duce por algunos síntomas locales, importantes sin duda como caracteres específicos, pero que no son mas que signos de una condición orgánica, puramente accesoria y secundaria, que no puede constituir por sí sola la enfer- medad. En una palabra, creemos que la irri- tación ó la inflamación de la membrana muco- sa nasal, bronquial y faríngea, no es sino el efecto de una alteración mas profunda, cuya existencia es ton evidente en la grippe como en los envenenamientos por gases deletéreos.» «Hemos citado testualmente este pasage de Raige-Delorme; porque espresa perfectamente nuestro modo de pensar, y porque rara vez se encuentra en los diccionarios una opinión pa- togénica tan sólidamente establecida. «¿Dónde pues deberá colocarse la altera- ción general que constituye la grippe? «El sis- tema que me parece primitiva y mas particu- larmente atacado por la grippe, dice Landau (loe. cit., p. 447), es el nervioso: de aqui di- manan la debilidad muscular, la cefalalgia que sobreviene de repente en personas sanas, la pequenez y lentitud del pulso, y la tos in- tensa y tenaz que molesta á los enfermos ¿Qué otra cosa puede ser sino un fenómeno nervioso, esa tos intensa que no se esplica por ninguna lesión? De qué puede proceder sino de una alteración del sistema nervioso, esa pos- tración, esa indiferencia y esa insensibilidad tan extraordinarias? ¿No se hace indispensable referir á la misma causa los síntomas de asfi- xia observados en otros enfermos?» . »No es ciertamente nuestro ánimo negar que el sistema nervioso se halla atacado en la grippe; ¿pero lo está primitivamente? Esto es lo que no nos parece tan bien demostrado como supone Landau. No siempre es pequeño y lento el pulso; y ademas todos los síntomas DE LA GRIPPE. 237 enumerados por Landau pueden producirse directamente por una alteración de la sangre, ó por una alteración consecutiva del sistema nervioso. »La analogía que existe entre los síntomas esenciales de la grippc y los producidos por ciertas intoxicaciones, nos inclina á colocar en la sangre la alteración desconocida que cons- tituye esta enfermedad. ©Historia y bibliografía.—Los pormenores históricos y bibliográficos en que hemos entra- do al enumerar las diferentes epidemias de grippe, abreviarán mucho está parle de uues- tro artículo; pues no queremos incurrir en re- peticiones enojosas é inútiles. «Nada se encuentra en los autores antiguos que pueda referirse á la grippe; sea porque esta afección epidémica no se haya manifes- tado por primera vez hasta el siglo XIV, sea porque antes de esta época no se la hubiese reconocido ni estudiado. «Las afecciones catarrales, dice Ozanam, no eran desconocidas de los antiguos, y asi es que Hipócrates habla de esta enfermedad en la tercera sección de sus aforismos, en sus predicciones ó pronósticos y en sus descripcio- nes. Pero como el padre de la mediciua, y todos los grandes maestros que escribieron después de él, habitaban climas muy calien- tes y próximosá los trópicos, no habian ob- servado la constitución epidémica particular que produce esta afección; primero porque era rara en aquellas latitudes, y ademas por- que siendo efímera y poco estable, no entraba realmente en lo que llamaban los antiguos constituciones epidémicas.» «Sea de esto lo que quiera, no hay duda que hasta el siglo XIV no se encuentran des- cripciones que puedan referirse al estudio de Ja grippe. Ozanam (Histoire medícale genérale et particuliere des maladies épidemiques; Lyon, 1835, 2.a edic.) y Saillant [Tableau historique et raisonné des épidemies catarrhales, vulgaire- ment grippe, depuis 1510 jusque et y compris celle de 1780; Paris, 1780) han resumido to- dos los materiales relativos á las epidemias de esta enfermedad desde 1239 hasta 1812. «Desde 1580, época en que apareció la epi- demia ton bien descrita por Salius Diversus, hasta 1837, se han publicado un sinnúmero de monografías que ya dejamos indicadas; pero no contienen raas que historias aisladas de epidemias, y en la actualidad puede decirse ue no existe todavía un solo tratado completo e la grippe. »La memoria de Landouzy es lo mas es- tenso que poseemos, y lo que mas en rela- ción se halla con el estado actual de la cien- cia: contiene una descripción general hecha con método, v está redactada sobre escelentes ba- ses. También citaremos las memorias de Ri- chelot, Nonat, Vigía y Landau. «El artículo de Raige-Delorme, en el Dic- cwuariode medicina, es un buen trabajo, y seria de desear que se le pareciesen otros mu- chos de los que se hallan á menudo en obras de esta especie. «Los artículos de J. Copland y de la gran Enciclopedia Inglesa son insuficientes y poco dignos de las obras á que corresponden. En cuanto á Naumann solo dedica algunas líneas á la grippe, y aun esas perdidas en medio de un caos, en que están mezcladas y confundidas como al acaso las afecciones mas diversas de los órganos torácicos» (Monnehet y Fleury, Compendium de médecine pratique, t. IV, pá,- gina 417-437). CAPITULO OCTANO. De las calenturas intermitentes. «Desígnase con el nombre de intermitente una fiebre ó pirexia caracterizada por tres sín- tomas principales, que son: frió, calor y su- dor. La reunión de estos tres fenómenos cons- tituye lo que se llama un acceso de fiebre. Há- llase separado cada acceso del inmediato por un intervalo, que puede estenderse desde al- gunos minutos hasta muchas horas, y durante el cual no existe ó es casi nulo el movimiento febril. «Sinonimia.—Febres periódica}, de Plinio; febres intermitientes et remitientes, déla ma- yor parte de los autores; dialeipyra, de Swe- diaur; tifo por accesos ó pantanoso, de Au- douard; fiebre lymnhémica, de Boudin; esple- nopatia é hypersplenotrofia, dePiorry. «División general del artículo.—Resulta de la definición anterior, que bajo el nombre de fiebre intermitente solo debería entenderse en rigor una afección febril de este tipo, es decir, un estado morboso compuesto de movimiento febril y apirexia marcada y distinta. Sin em- bargo, hay afecciones que es preciso clasificar entre las fiebres intermitentes, aunque algunas de ellas estén exentas de todo movimiento fe- bril (fiebres larvadas), y otras se hallen carac- terizadas por una fiebre continua, con exa- cerbación ó sin ella (seudo-continuas y remi- tentes). Vemos, pues, que en la gran clase de las fiebres intermitentes se hallan comprendi- das enfermedades: 1.° con movimiento febril intermitente; 2.° con exacerbación; 3.° con movimiento febril continuo; 4.° sin fiebre. Estas últimas, que se llaman larvadas, tienen por carácter fundamental ofrecer síntomas que, aunque diferentes en su asiento y naturaleza, se reproducen con regularidad en lodo ó en parte. «Todos los médicos que han escrito sobre las intermitentes, y que han observado estas enfermedades en los parages en que reinan de una manera endémica, están de acuerdo en atribuir las diferentes apariencias que pueden presentar, á una causa invariable y única, cuya naturaleza procuraremos determinar mas ade- lante. También han reconocido, que sus sínto- 138 mas, aunque diferentes entre sí, tienen un fondo comun y ceden al uso de la quina con igual facilidad. Siguiendo, pues, el ejemplo que nos han dado tos autores mas recomenda- bles, describiremos en este artículo todas las enfermedades que reconocen la intermitencia como uno de sus elementos, vaya ó no unida al movimiento febril. Estas enfermedades pue- den clasificarse del modo siguiente: »1.° Fiebres intermitentes simples. »2.° Fiebres perniciosas. »3.° Fiebres remitentes. »4.° Fiebres sub-continuas ó seudo-conti- nuas de los autores. »5.° Enfermedades llamadas fiebres lar- vados. »EI plan que seguimos en esta obra nos im- pone la obligación de describir, no solo la fie- bre intermitente, sino también todas las en- fermedades que presentan este tipo como uno desús caracteres, formando por decirlo asi, una patología especial. Los italianos designan esta clase de afecciones con el nombre de en- fermedades de quina; espresion que significa con bastante esactitud la idea que debe for- marse de la causa y sobre todo del tratamiento de la enfermedad."Para indicar Audouard la identidad de los grandes tifos (peste, fiebre amarilla y calentura tifoidea) con las fiebres intermitentes graves, llama á estas últimas ti- fos por accesos ó pantanosos; espresion que no carece de esactitud ni de energía, pero que no es aplicable á todos los casos (Recherches sur la contagión des fiévres intermitientes, en 8.°; Paris, 1818). Recientemente ha propuesto Boudin sustituir á esta denominación la de afecciones limnhémicas ó por intoxicación pan- tanosa (*t(*vti, pantano, y aip«, sangre, es decir, alteración de la sangre por los efluvios de los pantanos) (Traite des fiévres intermitien- tes, etc., en 8.°, p. 5; Paris, 1842). Aunque nos inclinamos á creer que las enfermedades que los italianos llaman de quina, son producidas por un agente que parece tener su principal origen en los paises pantanosos; no obstante, como esta opinión no se halla admitida aun por todos los médicos, y como seria ademas peligroso sustituir á espresiones viciosas, pero consagradas por el lenguaje médico, otras palabras que no tuviesen mas fundamento que una opinión probable, pero en manera alguna demostrada; creemos conveniente advertirá nuestros lectores, que al valemos de las deno- de las calenturas 1NTEIIMITBNTBS. como se ve en las fiebres con ti- ra i ten tes, nuas. »Hav también otras afecciones, distintas de las qué acabamos de indicar, y que pueden sin embargo presentar como ellas intermiten- cias ó simples exacerbaciones, como se verifi- ca en la tisis pulmonal, la cual en ocasiones ofrece desde su invasión accesos verdadera- mente intermitentes, como lo atestiguan entre otros varios hechos, dos observaciones recien- tes que hemos tenido ocasión de hacer en los hospitales militares. Pero la forma mas común de estas enfermedades es la remitente; la cual acompaña también á las reabsorciones puru- lentas, á las supuraciones, á la fiebre hectica, cualquiera que sea su causa, y á un sinnúme- ro de afecciones. También puede observarse in- termitencia perfecta en las neuralgias y en mu- chas otras neurosis. Se distinguirá cuidadosa- mente estos casos, de aquellos en que la inter- mitencia depende de la misma causa que las calenturas intermitentes. En tales circunstan- cias produce muy buenos efectos la quina, y por el contrario es inútil este medicamento en las fiebres intermitentes falsas, dependientes de una afección visceral bien caracterizada. Se ha de cuidar también de no confundir las enfermedades seudo-interraitentes con las afec- ciones complexas, formadas por una fiebre de este tipo y una enfermedad visceral. Diaria- mente vemos en los paises pantanosos neu- monías ó pleuresías, que se revelan por verda- deros accesos febriles; pero entonces hay dos enfermedades que se influyen reciprocamente, y la esperiencia ha enseñado que debe aplicar- se á cada una de ellas una medicación especial. De este punto nos ocuparemos con mas esten- sion á su debido tiempo. ARTICULO I. De la fiebre intermitente. «Sinonimia. — Fiebre intermitente simple, franca, benigna, legítima, regular, mani- fiesta. «Principiamos Ja descripción de las enfer- medades intermitentes por el estudio detenido de la fiebre intermitente simple. Hállase esta compuesta de un cortísimo número de elemen- tos morbosos, libre de toda complicación y acompañada de síntomas tan característicos, que es fácil distinguirla de cualquiera otra minaciones enfermedades de los pantanos, en- afección. Era, pues, interesante bosquejar des- fermedades de quina, ele., para designar las \ de luego sus principales caracteres, á fin deque afecciones que reinan endémicamente en cier- puedan distinguirse en lo sucesivo al través de tos paises, no pretendemos afirmar de un mo- ! las complicaciones y accidentes variados que do absoluto, que los efluvios de los pantanos ' suelen confundirlos. Ante todo diremos con sean la única causa de tales dolencias, sino Fournier y Vaidy, que la fiebre intermitente que cedemos á la necesidnd de usar de di- es un género de enfermedad esencial, del que chas palabras, por falta de otras que indi- quen esactamente una clase de afecciones, que no siempre son fiebres, como sucede en las calenturas larvadas, ni enfermedades inter- constituyen otras tantas variedades los tipos cuotidiano, terciano, cuartano, etc.; los cua- les no alteran su etiología, su diagnóst ico, ni su tratamiento (art. Fiévre intermitiente del de la. fiebre intermitente. 239 Dict. des scienc. méd., p. 300). Stoll, Boer- haavé y J. Franck, admiten la existencia de una fiebre intermitente simple, legítima. Nepple dice, que esta enfermedad se presenta muchas veces en los paises pantanosos, y los médicos que ejercen en ciudades donde no es endémi- ca la fiebre intermitente, tienen frecuentes ocasiones de observarla. Repelimos, pues, que por ella debíamos empezar nuestra descrip- ción. «Anatomía patológica.—Hiperemia del ba- zo.—Preséntase con tanta frecuencia este au- mento de volumen del bazo en el curso de las fiebres intermitentes, que puede considerár- sele como uno de los principales caracteres de la enfermedad. Sin embargo, al mencionar este síntoma en el capítulo consagrado á la anatomía patológica, no pretendemos asegu- rar que sea la causa de la pirexia intermitente; pues únicamente lo consideramos como una simple alteración coexistente, única que se encuentra por lo regular al hacer las inspec- ciones cadavéricas. Este síntoma se ha conoci- do desde la mas remota antigüedad, como una de las consecuencias ordinarias de la calentu- ra intermitente. Hablando Hipócrates de los hombres que beben aguas pantanosas, dice: «Bibentibus autein splenes semper esse mag- anos, plenos et compresos.» Y en otro parage cita la historia de un enfermo, que murió de una calentura ardiente, y en quien se obser- vaba cierto tumefacción en el bazo: «Lien tu- »more rotundo intumuit.» Fernelio v Baillou indican también las obstrucciones del bazo. Sidenham dice, que las fiebres de otoño que acometen á los niños, no terminan hasta que principia á hincharse y endurecerse el bazo, opinión que carece enteramente de fundamen- to (Opera omnia, traduc. de Jault; fiebres in- termitentes de los años 1661, etc., pág. 149). Lancisio indica también esta alteración, aun- 3ue sin detenerse áesplicarla. Hoffuiann habla e la congestión y obstrucción de la vena por- ta y de las visceras abdominales (Opera omnia, t. II; deFebribus, cap. 2, en folio; Ginebra, 1761). Morgagni refiere, con su erudición ha- bitual, los principales casos de hipertrofia del bazo que habian observado losjptores (Hipó- crates, Polibio, Hoffmann, Vercellon, Mau- chart, etc.) y los que presenciara él mismo, indicando con la mayor claridad las relaciones que existen entre esta hipertrofia y las calen- turas intermitentes, y citando especialmente los hechos recogidos por Weiss, quien había observado que los sugetos que tenían obs- trucciones del bazo, las debían á fiebres in- termitentes anteriores ó á síncopes continuos (De sedibus et causis morbor., en. XXXVI, §. 18, p. 389, edición de Chaussier.—Véanse también las cartas XX, §.31 y 32, y XXX, §. 52). Todos los autores que han tratado de la acción de la quina, han procurado averiguar si el infarto del hígado y del bazo debe atri- buirse al uso de este medicamento. Portal di- ce que en las cuartanas se hincha general- mente el bazo, y Senac y Lieutaud insisten también sobre las alteraciones de esla viscera. Cleghorn observa, que en cerca de cien cadá- veres de individuos que habian muerto á con- secuencia de tercianas biliosas en la isla de Menorca, encontró constantemente hipertro- fiado el bazo, hasta el punto de pesar cuatro ó cinco libras, y enteramente reblandecida su sustancia. Mas adelante hablaremos del estado que presenta esta viscera en las fiebres per- niciosas y remitentes. «Pero el que mejor ha estudiado la hipere- mia del bazo es Audouard, quien apoyándose en la íntima correlación que existe entre esta lesión y la fiebre intermitente perniciosa, pro- pone que se de á esta última el nombre de fie- bre esplénica. En su concepto la afección del bazo es el fenómeno patológico mas constante en la calentura intermitente, aumentándose su gravedad á medida que es mas pernicioso el carácter de la fiebre (Becherches sur la con- tagión, p. 73). Reservaudo para después ma- nifestar nuestra opinión en este punto, nos contentaremos por ahora con recordar, que este aulor ha conocido y descrito perfectamen- te todas las condiciones que favorecen el des- arrollo del órgano citado, refutando victorio- samente la preocupación, muy comun por en- tonces, de atribuir á la quina las diversas obs- trucciones viscerales (Sur Torigine des virus, en los Anuales de la Societé de médecine prati- que de Montpellier, julio, 1808.—Nouvelle therapeutique des fiévres intermitientes, p. 43 y siguientes, en 8.°; Paris, 1812.—Becher- ches sur la contagión des fiévres intermitientes, p. 70 y siguientes, en 8.°; Paris, 1818). To- dos estos escritos contienen solamente el ger- men de la doctrina, que desarrolló después Au- douard con todos sus pormenores en otra me- moria (Mém. contenant des recherches sur le siége des fiévres intermitientes.—Journ. gene- ral de médecine, mayo y junio, 1823). Ha com- probado este autor en mas de cien cadáveres la existencia de la obstrucción del bazo; la cual consiste á su parecer en una congestión sanguínea, que puede ser bástente considera- ble para hacer que se derrame la sangre en el tejido erectil de esta viscera, rompiéndolo y reduciéndolo á una pulpa blanda. Este reblan- decimiento solo se verifica en las intermitentes perniciosas. Declara el autor en esta memoria del modo mas formal, que el aumento de volu- men del bazo es la causa de los accesos fe- briles, pero que antes de verificarse este au- mento, se halla alterada la sangre por el mias- ma de los pantanos; de modo que la lesión de la sangre es la verdadera causa de la fiebre in- termitente, y la congestión del bazo la causa deterrainante del acceso febril; diferencia muy importante, que no se ha comprendido bien por los autores que han defendido ó combatido la opinión de Audouard, pero que resalta evi- dentemente con solo fijar un poco la atención 240 DE LA FJEBIIE INTERMÍTELE. en cualquiera de sus obras. La lectura de la memoria inédita, presentada por este profesor ala Academia de las ciencias , y las espira- ciones claras y terminantes que el misino nos ha comunicado, nos ponen en el caso de ase- gurar que esta y no otra es su opinión, de la que hablaremos" raas detenidamente en otra parte de este artículo (V. Naturaleza). Pinel no admitía la alteración del bazo, suponiendo que es difícil distinguirla de las simples va- riedades de estructura (Audouard, Becherches sur la contagión des fiévres intermitientes, pá- gina 73). •Cervcau, Recamier, Trousseau y Breton- neau han encontrado reblandecido y aumen- tado de volumen el bazo en diez y siete casos de fiebre intermitente perniciosa. Baílly, y particularmente Piorry, han estudiado con el mayor cuidado las hipertrofias de este órgano (Piorry, Mém. sur Tétat de la rale dans les fiévres intermitientes, en la Gazette medícale, n.° 49, julio, 1833, p. 393). Desde la publi- cación de los escritos de Piorry se ha fijado mas en este punto la atención de los observa- dores, y aunque no adoptemos su opinión so- bre el papel que haca esta hipertrofia en la producción de las calenturas intermitentes, no podemos menos de reconocer que ha ejer- cido mucho influjo, como se verá mas adelan- te, en la terapéutica de estas calenturas. «En la fiebre intermitente simple que estu- diamos, la única lesión visceral que se en- cuentra en la generalidad de los casos, es la hipertrofia del bazo. Esto viscera tiene en su estado normal 3 á 4 pulgadas de longitud y casi la misma latitud; y aun Piorry disminuye su longitud hasta 3 pulgadas, ó á lo mas 3"y 9 líneas. Cuando se hipertrofia llega á adquirir dimensiones muy considerables; puede ofre- cer 8 á 10 pulgadas de largo y 5 ó 6 de ancho, habiéndose encontrado algunos que pesaban 10 y 12 libras. En 130 casos de fiebres inter- mitentes de varios tipos, que nos presenta Pior- ry, el término medio del volumen del bazo era de 5 pulgadas, el máximum de 9 112, y el mí- nimum, en un solo caso, de 4 pulgadas. Casi siempre era igual el desarrollo del bazo en sus tres dimensiones (Piorrv ,. Traite de diagnos- tic, t. II, p. 272, en 8.°; Paris, 1837"). En la notable memoria presentada por Piorry á la Academia de ciencias en 28 de noviembre de 1842, se encuentra quede 165 observaciones, 3ue comprenden sin duda las que acabamos e indicar, se examinó el bazo en 161, y se en- contró en 154 que escedia su yolumen del es-* tado normal, adviniendo que en los siete ca- sos restantes no se había hecho la esploracíon con todo el cuidado necesario. Aunque gene- ralmente ocupa la hipertrofia todos los puntos del órgano, parece sin embargo en algunos casos mas perceptible en una de sus estre- midades. No existe ningún dato preciso acer- ca del volumen que puede adquirir en las in- termitentes délos países cálidos; pues sola- I mente se dice de un modo vago que ofrece di- mensiones considerables. «Hemos recibido de muchos cirujanos mili- tares, residentes en África, documentos pre- ciosos, éntrelos cuales figura la esploracíon atento del volumen del bazo. De ellos resul- ta que este órgano conserva sus dimensiones naturales en gran número de casos. Bueno hubiera sido que se fijase este número. Entre- tanto no podemos menos de quedar en du- da; pero advertiremos á nuestros lectores, que para fijar exactamente los límites del bazo por medio de la percusión se necesito mucho hábito, y'que es fácil equivocarse respecto de este punto. «¿Cuál es la naturaleza de la hipertrofia? Si observamos el modo como se verifica esta al- teración, hallamos que al propio tiempo que adquiere el bazo mas volumen, se endurece y se pone mas frágil y quebradizo. En las fie- bres perniciosas se reblandece y convierte en una especie de papilla de color de heces de vino. Pero estas alteraciones no pueden des- cubrirnos la verdadera naturaleza de la en- fermedad. La opinión mas general y mas an- tigua es que consiste en una congestión san- guínea, y para probarlo se aducen las consi- deraciones siguientes: El bazo es un órgano eminentemente vascular y erectil, al cual afluye la sangre frecuentemente, estancándose en él con la mayor facilidad. La rapidez con que desaparece la hipertrofia esplénica, cuan- do es reciente y no se halla alterada todavía la testura del órgano, demuestra que la hipe- remia es la causa principal de la lesión que nos ocupa. Cuando esta hiperemia se ha repe- tido muchas veces ó ha persistido largo tiem- po , como sucede en los sugetos que han sufri- do muchos accesos de fiebre intermitente sin curarse radicalmente de esta enfermedad, se altera la estructura del bazo, se endurece su tejido, y entonces es cuando debe tomar la le- sión el nombre de hipertrofia. Por consiguien- te, creemos que seria mas conveniente lla- marla hiperemia ó congestión sanguínea, es- copleando los casos en que se ha modificado la nutrición del^órgano á consecuencia de las incesantes cdjtoesliones de que ha sido asiento por la larga ouracion del mal. Se ha creído generalmente, que la congestión esplénica pro- venia del movimiento concéntrico impreso á la sangre, que, rechazada por el espasmo ge- neral durante el estadio del frió, se dirigía con preferencia hacia las visceras interiores. Pero admitiendo esto teoría, es muy difícil es- plicar porqué se dirige la sangre" con prefe- rencia hacia el bazo; pues aunque Audouard atribuye este fenómeno á la mavor facilidad que encuentra esle líquido en atravesar la ar- teria esplénica nue lasdemns ramas del tronco celiaco (Nouvelle thérapeutique des fiévres in- termitentes, p. 49), estas espiraciones mecáni- cas no merecen ocuparnos un momento. Por lo demás, este autor, que ha observado con DE LA FIEBRE INTERMITENTE. 241 rara sagacidad todas las condiciones que pre- siden al desarrollo del bazo, atribuye aun simple derrame sanguíneo (ob. cit., p. 41). Ad- viértase ademas, que á pesar de esta hiperemia incesante, nunca se encuentra supuración; de modo que es imposible suponer que la afec- ción del bazo sea de naturaleza inflamatoria. También suele encontrarse alguna vez en la cápsula fibrosa chapas blancas cartilaginosas y tabiques de la misma naturaleza en lo in- terior del órgano; pero este fenómeno solo se observa á consecuencia de fiebres intermiten- tes prolongadas. »Síntomas de la fiebre intermitente simple. —El conjunto de fenómenos morbosos cons- tituye lo que se llama paroxismo ó acceso de fiebre intermitente; y de aqui provienen los nombres de fiebre de acceso, periódica ó paro- xlstica con que se ha significado este movi- miento febril. Distínguenseen cada paroxismo tres fenómenos predominantes, que son: frió, calor y sudor. El tiempo que dura cada uno de estos "síntomas se llama estadio; y por consi- guiente hay tres estadios, de frió, de calor y de sudor, cuya reunión forma el acceso ó pa- roxismo. Mientras duran estos tres estadios, se observa ademas de los síntomas que acaba- mos de indicar, un movimiento febril muy manifiesto; y por la circunstancia de cesar esle movimiento al cabo de cierto tiempo, se ha dado á la enfermedad que nos ocupa el nombre de fiebre intermitente. Se llama apire- xia todo el tiempo que pasa entre la cesación del movimiento febril y demás síntomas del úl- timo estadio, y la nueva aparición de los mis- mos accidentes. La duración de la apirexia y de los paroxismos varia, como veremos mas adelante, según las diferentes especies de fie- bre. Los cinco caracteres principales de toda calentura intermitente son: l.° la existencia de los tres estadios que constituyen el pa- roxismo febril; 2.° la apirexia; 3.° la pe- riodicidad ó vuelta regular del paroxismo; 4.° el infarto del hazo; 5.° la eficacia de la quina. «Síntomas precursores.—El acceso puede ir ó no precedido de síntomas precursores: en es- te úllimo caso siente el enfermo desazón, la- xitud, dolor en los miembros, á lo largo del raquis y en los lomos, tristeza, cierta langui- dez y cefalalgia; busca con gusto el calor aun antes que se haya presentado el estadio del frío; bosteza con "frecuencia; se estira y siente debilidad; se contraen pocoá poco sus "faccio- nes ; se hace mas pronunciado el frió, y no tar- da en presentarse el escalofrió. «En los paises pantanosos va precedida mu- chas veces la invasión de la fiebre de fenóme- nos, que revelan una modificación enteramente especial en la constitución del incjividuo. Se oba calorificación. «E. Orina.—Todos los autores han obser- vado con la mayor atención las diversas alte- raciones que sobrevienen en la orina durante el curso de la fiebre intermitente. General- mente se cree que la orina es clara, transpa- rente, sin sedimento, ó como vulgarmente se llama cruda, durante el periodo del frío; que se va oscurecíendoen elestadiodelcalor,yquede- ja depositar un sedimento abundante, latericio y algunas veces blanquizco en el de sudor, prin- cipalmente cuando esle es copioso. Este depósi- to se ha considerado como crítico, y frecuente- mente se ha exagerado su importancia en los escritos de los antiguos; pero una observación mas ilustrada nos enseña hoy, que semejante síntoma no es peculiar de la fiebre intermi- ! tente, sino que también se observa en las con- tinuas y en las inflamaciones. «El aumento de densidad de la orina y la disminución de la parte acuosa que contiene en su estado normal, son fenómenos peculiares del movimiento febril, y deben encontrarse por consiguiente en las fiebres intermitentes, pero solo mientras dura el paroxismo. Estas cualidades de la orina favorecen la formación del depósito de ácido úrico y de urato amonia- cal que se observa en tales casos (Recquerel, Semeyotique des uriñes, p. 289, en 8.°; Pa- ris, 184 ). lluxham, Baílly y otros varios auto- res, dicen, que no siempre lian encontrado se- dimento en las orinas; y sin embargo, Bailly da mucha importancia á este sinloma, y re- ' cuerda la opinión de Torli y de los médicos italianos, que en los casos en que es dificil el diagnóstico de la enfermedad, no vacilan en considerarla como una liebre intermitente ó de quina cuando observan dicho sedimento. (Bailly, obra citada, p. 501). No estaraos nos- , otros "muy dispuestos á admitir que los sedi- mentos urinarios sean la crisis de los accesos febriles; y sin embargo, no podemos menos de notar, que antes de proscribir enteramente esta opinión, debe tenerse presente que los autores que la han profesado, escribían sobre : las fiebres intermitentes de los países cálidos, respecto de los cuales seria una temeridad ne- gar sin mas antecedentes la existencia de ta- les terminaciones críticas. Hombres dignos de fé, que han practicado la medicina en dichos paises, aseguran que las enfermedades tienen en ellos una tendencia marcada á terminar felizmente por medio de crisis. Últimamente, no debemos olvidar que Hipócrates, colocado ¡ en un clima enteramente diferente del nuestro,! estableció su doctrina de las crisis sobre he- i chos que merecen por lo menos examinarse de- tenidamente. «Cuando los enfermos han tomado el sulfa- to de quinina á altas dosis, se encuentra fácil- mente este medicamento en sus orinas, derra- mando en ellas algunas gotas de ioduro iodu- i rado de potasio, el cual forma inmediatamen- te un precipitado de color de naranja, muy pa- recido al polvo de canela ó de quina amarilla. Este precioso reactivo, del cual nos hemos ser- vido frecuentemente en el curso de nuestros esperimentos sobre el sulfato de quinina, des- cubre la cantidad mas pequeña de esta sal, y no puede inducimos á error; puesto que no produce efectos parecidos en ningún otro caso, cualquiera que sea la enfermedad que padez- can los sugetos. También puede conocerse la presencia de la quinina examinando el líquido por medio del microscopio, el cual descubre cristales poliédricos prolongados, agrupados en forma de abanico ó de hojas de helécho, y mas comunmente irregulares y casi amorfos. «Dicen los autores que en el estadio del frío se suspenden comunmente las reglas y el flujo loquial; se suprime la secreción de las glán- dulas mamarias, y se desecan las hemorroides y las úlceras. Esta supresión de flujos natura- les ó accidentales puede tener muy malas consecuencias, y es muy urgente acudir á re- mediarlas con una medicación febrífuga, opor- tuna y enérgica. «Durante el mismo período está embotada la sensibilidad general; se ejercen con dificul- tad las facultades intelectuales, especialmente 1a atención y la memoria, y suele haber algu- na confusión en las ideas. Cullen habla del delirio que sobreviene a la invasión del frío ó del calor; pero este síntoma debe considerarse como una complicación, asi como el estado comatoso y sub-apoplélico. Suele presentarse \ una cefalalgia muy fuerte, acompañada de la- tidos en las arterias temporales, al empezar el I estadio del calor. Muchas veces se sieuten al mismo tiempo dolores en la región dorsal y lumbar y en las articulacioues de los miem- bros. Estos diferentes síntomas no son mas que perturbaciones de la inervación, que sobrevie- nen durante el frío, y mas amenudo durante el calor, y se disipan durante el estadio del sudor. Gouzée , médico belga, dice haber ob- servado siempre durante el acceso febril un dolor bastante vivo en la región dorsal. «Apirexia, intermisión.—A los síntomas que acabamos de describir, sucede un estado que se aleja muy poco del habitual de la sa- lud, cuando la fiebre es benigna y de corta duración, y recaeen un individuo robustoquela sufre por primera vez. Asi es que algunos en- fermos, no sintiendo debilidad, pérdida de ape- tito, ni incomodidad alguna en esie período, se creen perfectamente curados. Pero estos casos no son tan frecuentes como suponen mu- chos médicos; pues regularmente conservan los enfermos después del acceso, cefalalgia ó pesadez de cabeza, y debilidad de las estremi- dades inferiores; tienen amargor ó pastosidad en la boca, sed , y en algunos casos dolor epi- gástrico y rubicundez en la lengua (Maillot, obra cit., p. 23.) Cuando el enfermo no reco- bra enteramente la salud durante la apirexia, se da á esta la calificación de incompleta, la cual DE LA F1EBR2 INTERMITENTE. 247 se observa con mucha frecuencia en los paises húmedos y cálidos, y depende generalmente de la existencia de lesiones oscuras del tubo di- gestivo ó de otras visceras esplánicas. En este caso, aunque no se disipa enteramente la fie- bre, no se la puede clasificar tampoco entre las remitentes. Debe fijar el médico toda su atención en estas apirexias incompletas; pues suelen indicar que la fiebre va á convertirse en perniciosa, ó al menos hacen temer recaídas contiuuas y congestiones sanguíneas viscera- les, capaces de matar al enfermo (fiebre per- niciosa, apoplética, delirante, etc.). Es pues indispensable combatir cuidadosamente y sin perder tiempo las citadas complicaciones. «Cuando la apirexia es completa , se disipa poco á poco el mador; recobra la piel una temperatura suave; vuelve el pulso á su ritmo normal, haciéndose en algunos casos mas len- to; renace el apetito y se efectúan perfectamen- te las funciones digestivas. Pero es preciso no dejarse alucinar por este último-signo, cre- yendo que es perfecta la curación solo porque se haya restablecido el apetito; pues se vé con frecuencia que los enfermos que con mas ins- tancias piden alimento, suelen estar atacados de afecciones viscerales crónicas. «Curso y duración: división y descripción de los diferentes tipos de las fiebres intermi- TENTES.—La principal división de estos fiebres está fundada en la repetición mas ó menos fre- cuente del acceso febril, que es la que cons- tituye el tipo de la enfermedad. 1.° Se lla- ma cuotidiana, cuando no hay mas que un acceso cada veinticuatro horas; 2.° terciana, cuando hay dos accesos en tres dias, quedando el enfermo en el segundo en estado apirético; 3.° cuartana, cuando la intermisión es de dos dias; 4.» quintana, cuando repiten los accesos de cinco en cinco dias ; 5.° sestana, cuando se presentan cada seis dias; 6.° septimana, si aparecen cada siete dias; l.°octana, si cada echo; 8° nonana, si cada nueve, etc. Algunos autores han descrito fiebres que volvían al dé- cimo dia (decimales); al décimoauínto (quin- decimales); al mes (mensuales); á los dos meses (bimensuales); á los tres (trimestrales), ó al ca- bo de un año (anuales) (V. Franck, que indi- ca las obras donde se encuentran ejemplos de estas fiebres de largo período; loe. Cit., pági- 106). Se han suscitado dudas sobre la verda- dera naturaleza intermitente de las fiebres cu- ya apirexia dura mas de ocho dias; y muchos autores no reconocen mas que cuotidianas, tercianas, tercianas dobles y cuartanas. «Háse fundado otra división , no menos im- portante sobre el número de accesos que se presentan en un dia. El tipo doble es aquel en que se corresponden los accesos en dias de- terminados. 1.° La cuotidiana doble consta de dos accesos cada veinticuatro horas, separados entre sí por una apirexia manifiesta; 2.° La terciana doble no tiene mas que un paroxismo diario; pero con la particularidad de ser el del primer dia semejante al del tercero, ya por- que ofrece la misma intensión, ya por princi- piar á la misma hora, ya en fin, por ir ambos acompañados de algún síntoma notable, ó ya por reunir al propio tiempo todas estas cir- cunstancias. Asi pues, la terciana doble es una cuotidiana, cuyos accesos alternan en in- tensión , forma ú hora de presentarse; en tér- minos que se corresponden entre sí perfecta- mente los accesos de los días pares y los de los impares. A no ser por esta particularidad, se confundiría fácilmente una terciana doble con una cotidiana. »3.° En la terciana triple hay dos accesos en los dias primero y tercero, y uno solo en el segundo y cuarto, etc. » 4.° En la terciana cuádruple hay dos pa- roxismos diarios que se corresponden cada dos días; de modo que el acceso doble del prime- ro se parece al del tercero, y el del segundo al del cuarto. »5.° La cuartana doble tiene en cuatro dias tres accesos de fiebre, y un dia de apirexia. Los accesos se verifican en el primero, segun- do, cuarto y quinto dia, y la apirexia en el tercero ; correspondiendo la intensión del pri- mer acceso á la del cuarto, y la del segundo á la del quinto, en lo cual consiste el carácter de esta doble cuartana. »6.° La cuartana triple tiene, como las cuotidianas, un acceso diario; pero se obser- van en ella dos accesos débiles y dos fuertes, correspondiendo el primero al cuarto, el se- gundo al quinto, y el tercero al sexto. «Debe distinguirse del tipo doble que acaba- mos de esplicar, el tipo duplicado. La terciana duplicada es aquella en que hay dos accesos al dia separados por otro dia de apirexia; la cuar- tana duplicada presenta dos paroxismos cada' cuatro dias; la triplicada, tres accesos, en el' cuarto, séptimo y décimo dia, con apirexia en los intermedios. «Los diferentes tipos que acabamos de indi- car pertenecen á la fiebre intermitente regular, que es en la que se presentan los estadios y lá apirexia con los caracteres que les hemos asig- nado en la descripción de la calentura intermi- tente simple. Pero en otros casos se dá á la fie- bre el nombre de irregular ó anómala, por- que ofrece algunas particularidades en la for- ma de los síntomas, en su modo de sucederse, ó en la intermisión misma. La irregularidad puede provenir: 1.° de los síntomas. Unas ve- ces faltan el primero ó el segundo estadio, y principia el acceso por el calor ó el sudor; Otras empieza por el sudor, y termina por el frió, y entonces se dice que hay inversión de los estadios. Algunos autores refieren ha- ber visto suceder la apirexia al estadio delca- lor, principiando el acceso por sudor seguido de frío. Hay también anomalía en los sínto- mas, cuando se presenta un fenómeno insólito, como una neuralgia, diarrea, tos pertinaz, etc. (Franck, obra citada, p. 103); ó cuando el 248 DE LA FllBnK iNTBUMITENIg. frío, el calor ó el sudor, ocupan solo un lado del cuerpo ó se fijan en una ó mas regiones, corao la cara, los brazos, los dedos, ó el bajo vientre. Pero semejantes accidentes no deben recibir el nombre de fiebre intermitente (fie- bres tópicas ó particulares de los autores); asi como tampoco las calenturas larvadas, que se han colocado sin razón en esta clase, puesto 2ue no van acompañadas de frió, calor, ni su- or. Ya hemos dicho que si las reservamos un lugar al fin de este articulo, es únicamente con el objeto de demostrar la relación que exis- te entre ellas y la periodicidad. »2.° Se han establecido otras divisiones no menos importantes, según la forma y la dura- ción de la apirexia. Cuando esta es completa y la fiebre se disipa enteramente, se dice que es intermitente la calentura. En la remitente no hay apirexia completa, sino una simple re- misión de los síntomas, pasada la cual, reco- bran estos de repente su primera intensionk Se llama paroxismo ó acceso , la exacerbación pe- riódica de los síntomas, particularmente del movimiento febril, y remisión ó remitencia, la calma imperfecta que los separa. Las remiten- tes, dice Torti, se distinguen de las continuas en que no siguen un curso permanente y re- gular, sino por el contrario, presentan gran- des irregularidades, que dependen mas bien de las cosas esteriores que de su naturaleza. Este autor da el nombre de fiebres proporcio- nadas ó.proporcionales (febres proportionatm seu proportionales), á aquellas remitentes cu- os síntomas tienen un período peligroso y de eclínacion que recorren con bastante regula- ridad (Therapeuticespecialis, etc. , p. 584). «La fiebre subcontinua, llamada también seudo continua, es aquella en la cual no pue- de descubrirse remitencia ni apirexia, sino una continuidad perfecta en los síntomas, que presentan, sin embargo , una fisonomía parti- cular, semejante á la de una fiebre periódica. »De lo dicho se deduce, que no hay en rea- lidad mas que dos especies de fiebres: 1.° una intermitente , discreta y legítima (Torti), y 2.° olra intermitente, falsa ó ilegitima (no- tha). Torti dá á estas últimas el nombre de fiebres sub-intrantes, siendo el primer autor ue las incluyó entre las intermitentes. «La ebre sub-intrante, dice, es aquella en que principia el segundo acceso (sub-intrat alter), antes que haya cesado enteramente el prime- ro. Cuando la terminación de un paroxismo va seguida muy de cerca de la invasión de otro, pero se efectúa completamente, toma la fiebre el nombre de comunicante ó co-alterna, y participa de la verdadera naturaleza de las in- termitentes. Por el contrario, si no ha termina- do enteramente el primer acceso cuando prinr cipia el segundo, se llama sub-intrante á esta fiebre, que principia á diferenciarse sensible- mente de la intermitente legítima, y propende á trasformarse en continua proporcionada« obra cit., pág. 581). La opinión de Torti ilus- tra mucho la historia de las liebres intermiten- tes, estableciendo una división importante que debe tenerse siempre muy en cuento. Por nuestra parle repetimos con él, que no hay en realidad mas que una fiebre intermitente, que es aquella que está caracterizada por tres es- tadios separados del acceso siguiente por una apirexia completa, y que las demás son todas intermitentes falsas." Ya trataremos de investi- gar las causas de la continuidad de estas fie- bres ; se las ha designado con el nombre de remitentes y de seudo-continuas ó sub-conti- nuas, porque se ha observado que participa- ban mas de la naturaleza de las fiebres pe- riódicas que de las continuas; y esta conside- ración importante, ¡bajo el punto de vista de la terapéutica , ha movido á los autores á des- cribirlas á continuación de las intermitentes regulares, cuyo ejemplo hemos seguido tam- bién nosotros. «Se llama la fiebre anticipante, cuando se adelanta sucesivamente la invasión de los ac- cesos, haciéndose mas corta la apirexia , y re- tardante, cuando sucede lo contrario. Ya he- mos dicho que se le dá el nombre de sub-in- trante cuando se alcanzan unos accesos á otros. »3.° También se ha tomado por base de la división de las fiebres intermitentes, la aparición insólita de algunos accidentes gra- ves, capaces de producir la muerte. La fiebre perniciosa es una calentura periódica que po- ne en peligro la vida del enfermo, y lo hace perecer en muy poco tiempo. La gravedad de la terminación es la única consideración en que se apoya esta división de las fiebres. Un sugeto muere en el estadio del frío, otro con las señales de una fuerte apoplegia, otro con de- lirio, etc.: en todos estes casos se llama la fiebre perniciosa, y asi es que puede convenir este nombre á las remitentes, las intermitentes y las sub-continuas. Se han dividido también las fiebres en malignas y en benignas, cuya dis- tinción se ha establecido según las complica- ciones y la mayor ó menor gravedad del pro- nóstico". «La fiebre intermitente se presenta bajo mu- chas formas: ora es endémica, es decir, que afecta á gran número de individuos estable- cidos en ciertas localidades, cuya descripción haremos mas adelante (v. Etiología); ora espo- rádica, esto es, que afecta á algunos indivi- duos aislados, como sucede en París y en mu- chos países en que no se encuentran reunidas las causas productoras de esta clase de calen- turas. Es de advertir, que los enferraos que las padecen esporádicamente, traen muchas veces su germen de los países en que reinan de una manera endémica. La fiebre intermi- tente puede ser también epidémica, cuando la constitución atmosférica favorece singularmen- te su desarrollo en los paises en que reina en- démicamente. Hay otra distinción establecida portes antiguos, y que merece conservarse cuidadosamente, cual es la que divide las ca- DE LA FIEBRE INTERMITENTE. 249 lenturas periódicas en otoñales, invernales, vernales y estivales. Ya veremos á su tiempo, que favoreciendo el calor atmosférico los eflu- vios pantanosos, contribuye á hacerlos raas activos y los introduce mas fácilmente en la economía. También han creído algunos auto- res, que ciertas estaciones son capaces de aumentar la gravedad de la fiebre, variar su tipo, añadirle nuevas complicaciones, etc. »Frecuencia relativa de los diferentes tipos de /os fiebres intermitentes simples.—Antes de es- tudiar las causas que hacen variar el tipo de las fiebres, conviene investigar por medio de datos estadísticos la frecuencia relativa de ca- da uno de estos tipos. Nepple, que ha recogido sus observaciones en los paises pantanosos de la Bresse, ha encontrado en 386 fiebres , 198 cuotidianas, 115 tercianas , 59 cuartanas y 14 perniciosas (obra citada, p. 300). Maillot, dice, que en Bona de 2338 fiebres intermitentes, 1598 fueron cotidianas, 730 tercianas y 26 cuartanas; y en Argel, de 776, las 599 cuoti- dianas , 171 tercianas y 6 cuartanas.» Re- sulto pues, que de 3586 fiebres, las "2379 han s'do cuotidianas, 1116 tercianas y 91 cuarta- nas; de modo, que las cuotidianas están res- pecto de las tercianas en razón de 2 á I. Pero no en todas las localidades se comprueba tan notable diferencia. En Francia apenas existe (Maillot, obra citada, p. 10); lejos de eso, cree Faure que son. mas comunes las tercianas que las cuotidianas ó tercianas dobles , y sobre todo mas que las cuartanas ( Des fiévres intermitien- tes, p. 78 en 8.°; Paris 1833). El doctor Brown, en un artículo muy incompleto de la enciclo- pedia inglesa, indiea también la opinión de que las tercianas son mas frecuentes que las cuotidianas y cuartanas ( The cyclopedia, art. Feber, t. II,"p. 220 en 4 ° ; Lónd). Hoffmann sostiene también, que el tipo cuotidiano es el que se presenta con menos frecuencia. Fer- nelio es de la misma opinión. Piorry, por el contrario, infiere de sus datos estadísticos, que de 152 fiebres observadas en Paris, han estado las cuotidianas respecto á las de los demás ti- pos en la proporción de 94 á 54. »En otro estado de fiebres intermitentes observadas en Paris, vemos que en 118 ca- sos se contaron 46 cuotidianas, 60 tercianas y 12 cuartanas. (Besumen des traitemens de fiévre intermitiente dans les hópitaux de Paris, Jour. complem. t. XXV, p. 370). «Estos estados tendrían mas Valor, si sus autores hubiesen cuidado de indicar en ellos los diferentes meses del año en que se mani- festaban las fiebres y.la temperatura de cada raes; pues estas dos circunstancias ejercen in- dudablemente mucho influjo en el tipo de las enfermedades que nos ocupan; de otro modo, es imposible sacar ninguna conclusión definU liva de um>s datos estadísticos que se contradi- cen entre si. Nepple observa en Francia raas fiebres cuotidianas que de los demás tipos; Piorrv hace la misma observación en Paris; TOMO IX. pero Fernelio, Hoffmann y los autores del Be- sumen (Journ. complem.), dicen que son Jas mas raras. Maillot afirma que son muy comu- nes en África, y por el contrario Faure, que ha practicado principalmente en Grecia, ase- gura que son mas frecuentes en aquel pais las tercianas. «Boudin cree que hay una relación rigorosa entre el desprendimiento de la materia mias- mática y el tipo de la fiebre; de modo, que la progresión en la dosis del miasma lleva con- sigo una progresión correspondiente, que hace cada vez mas continuo el tipo de la enferme- dad. «Asi que el tipo terciano, que domina en el norte de Europa, es dominado á su vez en los paises cálidos por los tipos cuotidiano, re- mitente y aun continuo.» El influjo de las es- taciones "produce efectos análogos en el norte de África, donde las tercianas de invierno son remplazadas sucesivamente por las cuotidia- nas, las remitentes y continuas (obra citada; p. 121). Esta opinión" no se diferencia mucho déla que profesa Audouard desde 1823, de la cual hablaremos mas adelante; pero Bou- din hace depender especialmente el tipo de la dosis del miasma , y Audouard añade á esta causa el grado de calor, la duración de la insolación, y la mayor ó menor alteración de la sangre por el agente pantanoso. «Los dife- rentes tipos de las fiebres pantanosas, dice Boudin, desde el mas raro hasla el continuo, deben considerarse como la espresion de una intoxicación progresiva por el miasma pire- logenésico, intoxicación cuyo grado mas ele- vado corresponde en igualdad de resistencia á la continuidad mas completa, asi como el mas débil determina los accidentes mas distan- tes entre sí, ó lo que es lo mismo mas intermi- tentes.» (p. 123). «Esta opinión merece examinarse con cui- dado por los médicos que ejercen en África; pero cualquiera que sea su valor, siempre es- tablece un hecho, que se encuentra enunciado en-casi todos los autores que han escrito sobre las fiebres intermitentes, á saber; que á medi- da que es mas elevada la temperatura de un país y mas calurosa la estación, mas inmedia- tos son los accesos. Fodere dice,* que las fiebres pantanosas de los paises cálidos son por lo re- gular remitentes biliosas, y que las de los frios tienen un curso mas prolongado (Traite de hi- giene publique). »De la hora de los accesos y del influjo de los climas y estaciones.—Según la opinión mas admitida, los accesos se presentan por lo regu- lar de madrugada en las cuotidianas, de diez á doce del dia en las tercianas, y de tres á seis de la tarde en las cuartanas. Las notas si- guientes pueden servir para aclarar hasta cierto punto esta cuestión. Según las observa- ciones de Nepple, de 60 cuotidianas se ha presentado el acceso: en 23 casos de las ocho á las diez de la mañana; en 14 de once á dos < de la tarde; en 10 de dos á seis; en 5 desde 32 150 DE LA FIFBRE INTERMITENTE. las diez de la noche hasta las cuatro de la madrugada, y en los ocho restantes á horas variables. «De 49 tercianas se han presentado 18 de ocho á diez de la mañana; 9 de once á dos de la tarde; 10 de dos á seis: 6 desde las diez de la noche hasta las cuatro de la madrugada, y las otras seis en horas variables. »De 32 cuartanas se han observado 6 des- de las doce á la una del dia; 21 desde las dos á las seis de la larde; 4 durante la noche, y 6 á horas variables. «En resumen, de ocho á diez de la mañana se han visto 41 casos; de dos á seis de la tarde otros 41; de once á dos déla tarde 29; desde las diez de la noche á las cuatro de la mañana 15, y los 15 restantes á horas va- riables. «Para que estos estados fuesen algo mas concluyentes, seria preciso que sus autores no comprendiesen en una misma suma las fiebres intermitentes simples y las complicadas, las antiguas y las recientes; ademas de tener en cuenta la diferencia de las estaciones, de la temperatura y de los diferentes meteoros que pueden ejercer mas ó menos influencia. El misino Nepple reconoce que las fiebres de ciertos años, como por ejemplo, las de 1826, presentaron mas ejemplos de invasiones veri- ficadas por la tarde, que las de otras tempora- das; que aparece mas constantemente el pa- roxismo de ocho á diez de la mañana cuando es mas completa la apirexia y mas reciente la fiebre, y por último, que las complicaciones y el paso de una estación á otra son otras tantas circunstancias que aceleran la manifestación del acceso. Las importantes observaciones he- chas por un práctico tan sagaz como Nepple, prueban á lo menos que es necesario reunir mayor número de datos, cuidando de adicio- nar solo unidades de una misma especie, para llegar á algún resultado positivo en esta cuestión. «Faure, que hace representar el principal papel en la producción de las fiebres inter- mitentes á la insolación y al calor, ha com- probado que los 19/20 de los accesos que se manifiestan durante el estío, principian de dia, siendo provocada su aparición por la salida del sol y su elevación sobre el ho- rizonte. En España y Grecia jamás se presen- tan de noche los accesos en verano. En Es- trasburgo y en Montpellier «invaden también las fiebres con preferencia durante el dia, siendo mucho menor el número de las que se manifiestan de noche» (obra citada, p. 79, 81). Maillot ha formado un cuadro bastante com- Íileto de las horas á que se han presentado as 2338 fiebres observadas en Bona, y de él resulta, que en las dos terceras partes se mani- festaron los accesos desde el medio dia á la media noche, cualquiera que fuese su tipo, me- nos el cuartano; que el mayor número de las cuotidianas y tercianas invadió á las diez de la mañana (230 cuotidianas y 87 tercianas), y que las menos de uno v otro tipo se presenta- ron desde las nueve hasta las doce de la noche (47 cuotidianas y 17 tercianas). oP0r consiguiente no es exacto que los accesos cuo- tidianos tengan, como se ha dicho, el privilegio casi csclusivo de presentarse por la mañana, pues mas bien sucede esto en las tercianas» (obra citada p. 11). La única conclusión que puede deducirse de este resumen estadístico, es que las fiebres intermitentes se presentan mas particularmente de dia, cuyo resultado está conforme con el de los demás observadores. No sucede lo mismo en cuanto á la hora á que invaden de preferencia las tercianas y las cuo- tidianas, pues según queda dicho, declara Mai- llot contra la observación de los demás auto- res, que las primeras recidivan mas frecuente- mente por la mañana que las segundas. Rela- tivamente al influjo de las estaciones sobre la hora de los accesos, se ha observado que en los tres meses raas cálidos del año, julio, agos- to y setiembre, de 643 liebres intermitentes, las 353 se manifestaban desde las ocho alas doce de la mañana; en los meses de noviem- bre, diciembre y enero, época de las lluvias, de 982 aparecían á las mismas horas las 528; de modo que guardan casi la misma propor- ción; y de aquí infiere el autor, que no ejerce la temperatura el influjo que se habia creído sobre la repetición de los accesos (obra citada p. 11). «En el resumen de 118 casos de fiebres in- termitentes observadas en Paris, vemos que 12 ocurrieron en invierno, 37 en primavera, ki en estio y 27 en otoño. En invierno 3 cuotidia- nas, 4 tercianas y 5 cuartanas; en primavera 23 tercianas, 10 cuotidianas y 4 cuartanas; en estío 22 cuotidianas, 20 tercianas y ninguna cuartana; y en otoño 13 tercianas, 11 cuotidia- nas y 3 cuartanas (memoria cit., Journ. com- plem. p. 375). «En una memoria muy interesante, escrita por Audouard sobre esta materia, se procura demostrar, que la insolación y el calor ejercen mucho influjo sobre la periodicidad; que estos agentes aumentan la fuerza nociva del miasma pantanoso, y en una palabra, que hay una relación íntima entre las estaciones y el tipo de las fiebres, siendo proporcionada la grave- dad de estas al espacio de tiempo que perma- nece el sol sobre el horizonte (Memoria inédita, y Mém. contenantdes recherches sur lesiégedes fiévres intermitientes, Journal general de méde- cine; mayo y (junio, 1823). Convencido Au- douard de que el influjo solar v la revolución diurna ejercen una acción escitante, que él llama positiva, sobre el sistema vascular, y oca- sionan la congestión del bazo, les atribuye una gran parte de la producción del tipo. Teniendo mas intensión los rayos solares en la estación del calor, y haciéndose sentir mas tiempo que en las demás épocas del año, son por consi- guiente mas fuertes y duraderas la escitacion DE U FIEBRE lNTiSBUlTiiME. 2Ü1 vascular y la congestión esplénica, y esto hace que se aproximen los accesos y que sea la fie- bre cuotidiana ó terciana doble, como se ob- serva en efecto durante el estio y á principios del otoño. Entrada ya esto última estación, no se halla tan escitadó el sistema vascular, y asi es, que domina un tipo medio entre la cuoti- diana y la cuartana, que es la terciana. En el invierno disminuye la acción positiva del in- flujo solar, aumentándose el influjo negativo de la revolución nocturna, y asi es que se hacen mas frecuentes las cuartanas. «Es de ad- vertir, dice el autor de estos ingeniosas ideas, que las cuotidianas y tercianas que reinan en la estación mas calurosa, se hacen perniciosas, pero nunca se convierten en cuartanas» (Mém. cit.,n. 335). La opinión de Audouard pue- de resumirse en estos términos: insolación fuerte y prolongada durante la estación del calor; escítacion vascular y congestión del ba- zo mas considerable y raehos capaz de resolu- ción; proximidad de los accesos; fiebre cuoti- diana ó terciana doble y paroxismos por las mañanas; durante la estación del frió, menor intensión delinflujo solar, efectos mas débiles, accesos raas distantes, fiebre-terciana y pa- roxismos por las tardes; influjo y efectos inter- medios durante el otoño; y en invierno, fiebre cuartana, accesos por las tardes, y en algunos casos de noche. Sin aceptar nosotros en mane- ra alguna esta ingeniosa hipótesis, no podemos menos de advertir que tiene en su favor gran número de hechos, como ha podido advertir el lector. Sydenham habia observado también, que las fiebres de primavera y las de otoño se diferencian entre sí respecto de sus sínto- mas, terminación, tipo, duración, etc. Nepple dice que las calenturas de invierno y otoño no presentan síntomas tan violentos y largos como las del estio. En esta estación rara vez es sim- ple la fiebre intermitente endémica), y lo con- trario sucede en invierno. Les autores que la han observado en África y en los paises caluro- sos, confirman esta opinión con el resultado de su práctica. Creemos que estos hechos son su- ficientes para demostrar, que es muy notable el influjo de las estaciones en las calenturas in- termitentes. «Conclusiones generales.— Hemos indicado ya anteriormente, que las notas estadísticas sobre el tipo de las fiebres y horas en que se presenta el acceso, solo podrán tener alguna importancia, cuando se consideren separada- mente las fiebres simples y las complicadas; las recientes y las antiguas; las estaciones y los climas en que se manifiestan; el trata- miento de que se ha hecho uso; las calenturas que se presentan por primera vez, y las que recidivan, etc. Mientras no se haya hecho un trabajo de esta especie, no podrá "sacarse nin- guna conclusión rigurosa de los datos conte- nidos en diferentes obras. Lo único que podrá decirse, y eso no de un modo absoluto, es que Jos accesos de las fiebres se presentan en ge- neral mas bien de dia que de noche, y que á proporción que son mas inmediatos unos á otros, propenden mas á manifestarse por las mañanas; de modo, que las cuotidianas y ter- cianas invaden por lo regular antes del me- diodía y las cuartanas por la tarde ó durante la noctíe; que las calenturas aparecen por las mañanas; con tanta mas frecuencia, cuanto mas cálido es el pais y mas calurosa la estación, y por último, que predominan las cuotidianas en estio, las tercianas en primavera y otoño y las cuartanas en invierno. Agregúese á esto, que en todo lo dicho puede inducir notables mo- dificaciones la constitución epidémica de cier- tos años. «De LAS DIVERSAS ESPECIES DE FIEBRE INTER- MITENTE.— Espuestas ya en su mayor parte las principales circunstancias que caracterizan las varias especies de fiebre, y no siendo fácil ha- cer una historia completo de cada una de ellas, porque no se hallan en la ciencia los datos necesarios, nos limitaremos á insistir so- bre los puntos mas conocidos de los princi- pales tipos. «Fiebre cuotidiana.—la sinonimia de esta fiebre está llena de incertidumbre, habién- dose admitido y desechado alternativamente por diferentes autores las denominaciones si- guientes: k/*s. Gr.—E,uiTpt7ceio:, según algunos autores, aunque otros aplican este. nombre á la terciana.—Febris cuotidiana de los latinos. «Algunos autores dicen que es muy rara esta enfermedad, y. Mercurialis asegura que no la observó mas que una vez en el espacio de 40 años. Hoffmann afirma también que no es muy comun este tipo; al paso que otros autores lo tienen por el mas frecuente de to- dos. Solo puede esplicarse la opinión de los autores antiguos, admitiendo que confundie- ron las fiebres cuotidianas con otras de distin- ta naturaleza, ó que se encontraban en loca- lidades que no favorecían su desarrollo. J. Franck., dice, que los caracteres atribuidos por Galeno ala fiebre intermitente cuotidia- na, pertenecen en realidad á la héctica (obra citada, p. 124). Y en efecto, ha ocurrido niu- chas veces confundir con la fiebre intermiten- te el movimiento febril sintomático que acom- paña á una supuración visceral, siendo la ti- sis pulmonal la enfermedad que ocasiona mas frecuenteraente este error. Algunos enfermos tienen diariamente un acceso febril intermi- tente, antes que la auscultación y los fenó- menos morbosos puedan revelar la presencia de los tubérculos pulmonales; hasta que se ha- ce continuo el movimiento febril y se anuncia la lesión por sus síntomas ordinarios. Nosotros hemos presenciado dos casos de esta natura- leza, en que los accesos eran francamente in- termitentes. Pero en tales circunstancias es mas frecuente observar la forma remitente, que también puede inducir á error, porque los 152 DE LA FIEBRE INTERMÍTEME. enfermos solo atienden al acceso diario, y el medico, que por lo regular los visita en los in- tervalos, no suele descubrir fácilmente la verdadera naturaleza del mal. En general de- be considerarse como sospechosa toda fiebre de aspecto intermitente, cuyo acceso se pre- sente por las tardes; pues ya hemos visto que en la intermitente diaria legítima, invade por lo regular el paroxismo antes de las diez de la mañana. Añádase á esto, que en las fiebres in- termitentes falsas es ligero y de corta dura- ción el frió, muy prolongado"el calor, y el su- dor escaso y de corta duración. La calentura cuotidiana se ha considerado porForestoy otros autores, como mas larga, rebelde y "grave, que las demás intermitentes; pero esta opi- nión, debida indudablemente al error en quo ha solido incurrírse confundiendo la fiebre in- termitente legítima con las calenturas remi- tentes ó intermitentes sintomáticas de enfer- medades viscerales, se halla en la actualidad desmentida por la esperiencia. Si la cuotidia- na resiste á veces mas tiempo que las demás, es por la dificultad que hay en administrar la quina por la poca duración de la apirexia. »La liebre cuotidiana es una enfermedad co- mún en los paises cálidos y en el estio, ca- racterizada por una apirexia completa y por tres estadios de bastante duración. Cuando es perfectamente simple, puede tomarse como modelo de los síntomas propios de los demás tipos. Se ha dicho que las cuotidianas se con- vertían en remitentes, y luego en continuas; pero este último cambio depende siempre de una complicación ó de un error en el diag- nóstico , que hace tomar por fiebre intermi- tente una flegmasía latente acompañada de paroxismos. »Supone Bailly, que á medida que distan menos entre sí los accesos intermitentes, debe terminarse mas pronto la enfermedad, ya por la muerte, ya por el restablecimiento de la salud, y añade que las cuotidianas y las ter- cianas dobles tienen generalmente la misma duración que las enfermedades agudas, es de- cir, que cesan á los dos septenarios (obra ci- tada, p. 514). Las cuotidianas deben tener mas tendencia á degenerar en continuas que las demás fiebres periódicas; pues basta para ello que se prolonguen los accesos, ó que se anticipen los paroxismos, haciéndose al mismo tiempo mas largos los últimos estadios; pero repetimos, que debe buscarse siempre la causa de esla trasformacíon en el desarrollo de algu- na otra enfermedad. »2.° Fiebre terciana.—Tpnxios sr^ÍT¡>f, Hi- pócrates.—Febris terciana thrytceophia, hemi- tritea de los latinos. »En la terciana, es mas intenso y largo el pe- ríodo del frío que en la cuotidiana, aunque menor que en la cuartana. (Cullen, loe. cit., p. 87). Esta enfermedad, que unos consideran mas rara y otros mas frecuente que la cuoti- diana, puede ser simple ó doble como dejamos dicho. La terciana doble tiene un paroxismo diario, siendo semejantes l»»s de los días pares. Al-unos autores creen que no se diferencia esta especie de la terciana simple. En la triple hay dos accesos en el primero y tercer día y uno solo en el segundo y cuarto : esta espe- cie es al parecer la hemitritea de Galeno (Bos- quillon , anot. á la obra de Cullen, p. 126), La terciana duplicada tiene dos accesos cada dos dias y un dia intercalar apirético. Pudiéra- mos indicar las diferentes opiniones de HofT- mann, Celso, Galeno, Morton y otros auto- res, acerca de esta calentura y la"sinonimia de las tercianas; pero no queremos entrar en una discusión estéril sobre materias que no ofre- cen en el dia ninguna especie de interés. Al- gunos médicos sostienen, que son enteramente infundadas todas estas distinciones, y que no debe reconocerse otra especie de terciana que la legítima. «Según Hipócrates la terciana legítima ter- mina cuando mas al séptimo acceso. (Afor., sect. IV, s. 59). J. Franck dice, que la tercia- na es la mas fácil de curar entre todas las in- termilentes, y confirma la opinión de Hipócra- tes sostenida por Foresto, quien asegura haber visto ceder espontáneamente muchas, tercia- nas al tercero ó quinto acceso, si bien obser- vó otras que duraban un mes ó mas entre los pobres y gentes del campo. «Algunos autores afirman que las tercianas simples ó dobles son de mas corta duración que las cuotidianas. Pinel refiere, que del nú- mero total de tercianas que reinaron en el hospital de la Salpétriére durante el otoño del año sesto, terminaron raas de la mitad al noye- no acceso ó antes de este término. De 60 fiebres de este tipo las 36 se curaron al 2.°, 3.°, 4.° ó 5.° acceso , de las 24 restantes algunas cesa- ron al 12.°, 13.° ó al 14.°, y cuatro de las mas tenaces se prolongaron hasta el 31 ó el 32. El otoño del año séptimo, de 22 tercianas en- tre simples y dobles 11 terminaron al 10.° acceso ó antes. Maillot ha hecho varios espe- rimentos, con el fin de averiguar si cedían naturalmente las tercianas al 7.° acceso, y no ha observado que tal se verificase (obra cit., p. 12). Aunque no demos demasiada impor- tancia á estos resultados, vemos por lo menos en ellos que la fiebre intermitente puede ter- minar espontáneamente, y á veces en un pe- ríodo muy corto; observación que no es ente- ramente inútil parala práctica, pues nos ha- ce ver, que si la enfermedad puede cesar sin tratamiento activo, debemos ser muy circuns- pectos en admitir las propiedades febrífugas de las sustancias que se han considerado co- mo succedáneas de la quina. Cuántos medi- camentos no deberán la celebridad de que go- zan á esa tendencia que tienen las intermi- tentes á curarse por sí solas al cabo de cierto número de accesos! Pero esta observación es aplicable solo á las fiebres intermitentes de Paris, Madrid y otras ciudades, donde son es- DE LA FIEBRE INTERMITENTE. 253 porádicas tales calenturas, pues las que rei- nan endémicamente en los paises cálidos y pantanosos, tienen mucha mas tenacidad. «No es cosa fácil en el dia comprobar las aserciones de los autores antiguos sobre el curso de las fiebres intermitentes abandona- das á sí mismas; porque la gran facilidad que ofrece la quina para cortarlas desde los pri- meros accesos, hace que generalmente se las modifique desde el principio; al paso que los médicos antiguos se veian obligados por la ineficacia de sus medicamentos á presenciar simplemente los esfuerzos de la naturaleza. «La terciana puede convertirse en cuotidia- na, en cuyo caso principian á prolongarse los accesos antes que se verifique la trasformacion completa de un tipo en otro. Werlhoff dice, que en las tercianas es por lo regular muy grave el tercer paroxismo, y que si por el con- trario es leve, indica que'la enfermedad se- rá corta y de poca intensión. (De febribus, secc. I). »3.° Fiebre cuartana. TiTxprccus xvints Hipócrates.— Febris cuartana, Celso, Sauva- ges, Hoffmann y Cullen.—Triteophya, Sauva- ges.—Tritwus, Linneo. »La cuartana es mas comun en invierno y primavera y en los países templados ó trios, que en eslío ven los climas calidos, presen- tándose comunmente sus paroxismos por la tarde ó durante la noche. El frío de esta calen- tura es raas largo que el de las demás, y le acompañan dolores en los músculos, y particu- larmente en los lomos. Galeno dice, que el ca lor no es tan fuerte en ellas como en las ter- cianas. Generalmente el paroxismo es mas cor- to que en los demás tipos. J. Franck observa, 3ue los individuos atacados de esta enferme- ad quedan luego en un estado caquéctico muy pronunciado. Nepple asegura que la ha visto Irecuentemente en la Bresse sin ninguna complicación. Rara vez se convierten las cuar- tanas en cuotidianas. «Hipócrates y Galeno consideran exenta de Eeligro esta forma de intermitente (Epid. Vi- vo 1. secc. 3; de Art. curat. ad Glauc., lib. I, c. 8); pero Foresto no admite enteramente es- ta opinión, y dice haber visto epidemias de cuartanas bastante peligrosas (Comment. in Hipp. Epidem., lib. I, § IV). Hipócrates dis- tingue las cuartanas de estio y las de otoño, y añade que estas últimas son mas duraderas. (Aphor., secc. I, aphor. 25). JEtius y Fernelio pretenden que las cuartanas no atacan dos ve- ces á un mismo individuo (lib. V, c. 82; de Abditis rerum causis, lib. 11, cap. 13); pero esta opinión está desmentida por un sinnúme- ro de observadores antiguos y modernos, y no merece ninguna confianza. « Oíros muchos hechos, no menos contradic- torios, pudiéramos presentar sobre esta clase de enfermedades; pero terminaremos advir- tiendo, que si bien es cierto que las observacio- nes de los antiguos se diferencian mucho de las nuestras bajo diversos aspectos, también lo i es que se hallaban colocados en circunstancias ¡ muy diferentes, y que la privación de un me- dicamento heroico, como el que nosotros po- iseeinos, los constituia en la triste necesidad ! de ser meros testigos de accidentes que noso- í tros vemos muy rara vez. Mas tarde aun, el sulfato de quinina ha venido á hacer una nue- va revolución en el tratamiento de las fiebres intermitentes, pudiendo decirse que han va- riado enteramente de aspecto el curso, la du- ración, las complicaciones, los movimientos críticos, y en una palabra, toda la patología de estas enfermedades. Asi debemos advertir al lector, que nos hemos valido de los datos inser- tos en obras posteriores al. descubrimiento de la quina, y sobre todo del sulfato de quinina, á fin de que nuestra descripción de las fiebres intermitentes estuviese conforme con lo que enseña la observación actual. El que recorra las obras antiguas y las compare con las pu- blicadas de veinticinco años á esla parle , en- contrará tales diferencias, que no podrá menos de preguntar si han descrito estos autores unas mismas enfermedades. Téngase muy pre- sente esta circunslancia al leer las obras con- sagradas al estudio de las fiebres intermiten- tes , sin olvidar tampoco que la diferencia de estaciones, de climas y de epidemias, influye profundamente en el carácter de la enfermedad que nos ocupa. » Complicaciones comunes a todas las fiebres intermitentes.—Solo nos proponemos tratar en este momento de aquellos estados del organis- mo que pueden acompañar á todas las fiebres in- termitentes , cualesquiera quesean su intensión y su tipo. Consisten estas complicaciones en los estados esténico ó inflamatorio, gástrico, mucoso, y según algunos autores el reumático y el bilioso. «A. Fiebre intermitente inflamatoria (fiebre intermitente angioténica dePinel). — « La fie- bre intermitente inflamatoria , dice J. Franck, que ha descrito perfectamente esta forma, principia ordinariamente por un escalofrió muy fuerte, aunque de corto duración, se- guido de un calor intenso; se ponen encendi- dos la cara, los ojos y toda la piel, y laten con fuerza las arterias, principalmente las temporales y las carótidas. Aparecen síntomas catarrales, y suele salir sangre de las narices» fobra cit., p. 125). En algunos casos presen- ta la piel manchas de urticaria ó de una erup- ción semejante á la del sarampión ó. la escar- latina. Está dolorida la cabeza, y hay escita- cion cerebral, ó soñolencia y modorra. Nótase disnea, acompañada de tensión en el epigastrio y en los hipocondrios. Está limpia la lengua, es viva la sed, el apetito nulo, y las orinas quemantes , con un abundante sedimento late- ricio. En el tercer estadio es poco abundante el sudor, y se prolonga durante la apirexia. La sangre eslraida de. la vena se cubre de costra. Si tratamos de investigar las circunstancias en m HE LA FIEBRE INTKRMiTEISTB. que aparece el estado inflainatorio, veremos que se presenta particularmente en los sujetos robustos, que no han estado espucstos al influ- jo nocivo y debilitante de los pantanos; en las, mujeres embarazadas ó en la época de la pri- mera menstruación; en los individuos pictóri- cos; en los hemorroidarios; en los que se ha- llan predispuestos á enfermedades inflamato- rias ; en los que hacen uso habitual de los es- pirituosos; á consecuencia de la supresión de hemorragias habituales (Franck, loe. cit.), y en primavera y durante los estíos secos (Nep- ple, ED. Hidropesías. Colocamos esta enferme- dad entre las complicaciones, porque no pode- mos ver en ella, ni un efecto del movimiento febril intermitente, ni una crisis saludable del mismo, como habian supuesto algunos autores. Todos los observadores antiguos y modernos han comprobado la existencia de estos derra- mes de serosidad en el tejido celular y en va- rias cavidades esplánicas, especialmente en el abdomen, y sin embargo ignoramos toda- vía su causa en el mayor número de casos, y aun puede decirse quereina en este punto la oscuridad mas completa. Solamente en ciertas obras modernas hallamos un cortísimo núme- ro de autopsias, que pueden dar alguna luz acerca de la lesión que ocasiona estas hidrope- sías. Puede variar la lesión que nos ocupa, ya por su asiento, ya por la época de su aparición. «Las congestiones serosas ocupan á veces el tejido celular esterior, produciendo un edema, limitado á los maleólos, á las estremidades inferiores, á los miembros superiores ó á la cara, y en algunos casos el anasarca. Las de- mas hidropesías se efectúan en la cavidad del peritoneo, y rara vez en las de la cabeza ó el pecho. Esta enfermedad se presenta en épocas muy diferentes, ya durante el curso de la fiebre, ya en el momento de su curación, y ya por último después que se ha disipado ente- ramente. Claro es que en buena patologia no debieran colocarse en una misma línea hidro- pesías que se manifiestan en condiciones tan di- ferentes. Prueba es del atraso en que se halla esta parte de la ciencia, la frecuencia con que vemos todavía á los autores hablar de obstruc- ciones de las visceras, de supresión ó retro- pulsion del sudor, etc. El atento estudio de los síntomas y la esploracíon detenida de las le- siones viscerales, con particularidad de las que residen en el hígado y los ríñones, son los que están llamados á disipar las tinieblas que en- vuelven esta parte de la historia de las liebres. «La ascitis que se forma durante el curso de la fiebre, se ha atribuido por Maillot á un trabajo irritativo ó á una especie de congestión en el peritoneo, que se va aumentando sucesi- vamente en cada acceso. Admite también este autor otra especie de ascitis producida por un infarto de las visceras abdominales, sobre cuya naturaleza no da ninguna esplicacion, y que puede á su entender ocasionar la hidropesía por el mecanismo indicado por Lower y Boui- llaud (obra citada, p. 248). Pero esta esplica- cion es sumamente vaga. Tampoco tiene mas valor la hipótesis de Nepple, quien atribuye el anasarca, la ascitis y el hidrotorax que sobre- vienen en el curso de la fiebre intermitente, á la disminución del sudor en los individuos que se ven obligados á permanecer á campo raso 256 DE LA PIBBRK INTERMITENTE, durante el paroxismo febril. Considera asi- mismo este autor como causa de la hidropesía la hiperemia esplénica, y el entorpecimiento de la circulación venosa abdominal (v. Mem. cit. de Nepple, p. 613). »Cuando las hidropesías se manifiestan des- pués de disipada la liebre, indican que esta na sido larga y violenta, y que.ha cedido in- completamente al método curativo. Syden- ham, Nepple y otros autores, han observado que se iba graduando la hidropesía á medida que cesaba la fiebre, ya espontáneamente, ya por el uso de la quina. Dependerá en este caso de ración y sus alteraciones de los ríñones, desconocidas de los autores que han escrito sobre las fiebres intermitentes? Es probable que mas de una vez se hayan ocultado estas lesiones aun á los observadores mas modernos, mucho mas cuan- do no indican i-iquiera que hayan tratado de hallarlas, y si hablan alguna vez de autopsias cadavéricas, son sus aserciones demasiado va- : gas para que podamos fundar en ellas ningu- ¡ na opinión. Refiriendo Nepple la abertura , del cadáver de un individuo que habia presen- ' tado durante su enfermedad una anasarca! acompañada de sofocación y disnea, dice ha-' ber encontrado llenos de líquido el pecho y el vientre, y muy dilatadas y adelgazadas las ca- vidades derechas del corazón Estos desórde- nes, que para la mayor parte de los médicos serian indicios de una enfermedad del cora- zón, son para Nepple una prueba de que la hidropesía habia dependido de la disminución progresiva de la circulación, que habia sucedi- do al movimiento febril. (Mem. cit., p. 613). Confesemos pues, "que estas hidropesías tienen probablemente su origen en una de esas le- siones viscerales que influyen, según la opi- nión general, en la producción de tales enfer- medades, y que si cesa la fiebre intermitente cuando ellas se presentan, es porque las le- siones orgánicas interrumpen casi siempre el curso de las afecciones periódicas sustituyéndo- las completamente. ¿No vemos á cada paso trasformarse la fiebre intermitente en conti- nua, á consecuencia precisamente del desar- rollo de alguna afección local? «También pueden'presenlarse hidropesías en los individuos 'que han padecido muchas ve- ces la liebre intermitente, y cuya constitución está profundamente deteriorada; en cuyo caso no es fácil señalar la causa de que dependen las colecciones serosas, aunque pueden atri- buirse con probabilidad á alguna enferme- dad del hígado, del bazo, del tubo digestivo ó de los órganos torácicos, y en general á to- das las causas morbosas que hemos indicado anteriormente. También debemos recordar, aunque solo en el concepto de una hipótesis Srobable, la parle que puede tener en la pro- uccion de esta enfermedad la alteración que sufre la sangre por la acción de los mias- mas pantanosos (V. Hidropesías in general, t. 1.°) «Recidivas.—Pocas enfermedades hay tan sujetas á recidivas como la fiebre intermi- tente; pero no debe confundirse con la reci- diva la recaída de una calentura, cuyos ac- cesos se han interrumpido por algún tiempo sin curarse enteramente. Comentando Galeno un pasage de Hipócrates, en que compara es- te los accesos de la fiebre cuartana con los períodos de una enfermedad continua, dice que deben contarse los paroxismos, porque el las fiebres intermiten- tes fiebres con- cuartana, dice que los convalecientes deben tener presente, durante mucho tiempo, el dia del acceso, á lin de evitar el frió, el calor, la fatiga y todas las causas que pudieran reproducirlo (de Me- dicina, lib. 3, cap. 16). Van-Swieten cita el ejemplo de un cuartanario, que á los cinco meses de estar perfectamente curado, recayó en el dia mismo correspondiente al acceso. (Comment. in aphor., 157. obra cit., t. II). Se ha creído por mucho tiempo, que las re- cidivas de las fiebres intermitentes depen- dían de no estar la causa morbífica suficiente- mente elaborada para ser espelida al este- rior, y Torti habla de calenturas en que el fermento febril permanece adherido á las vis- ceras: «fixa radix, assidue reproductiva novi fermenti consimilis« (obra citada, p. 47); añadiendo que estas fiebres, aunque benig- nas, están sujetas á recidivas continuas. La administración de la quina cura. fácilmente los accesos; pero no siempre impide su repro- ducción. Verifícase esta con frecuencia toda- vía en los paises pantanosos, aunque no tan- to como antes del descubrimiento de la qui- na y del sulfato de quinina. Todos los días entran en los hospitales militares de Francia enfermos que no pueden curarse de las fie- bres intermitentes contraídas en África, mien- tras permanecen sujetos al influjo de aquel clima, y cuyas calenturas, aunque general- mente "benignas, se convierten á veces en - perniciosas, ó se complican con alguna afec- ción intestinal, que arrastra á los pacientes al sepulcro. La época de las recidivas es muy variable; sin embargo asegura Nepple que por lo regular se verifican entre el dia once y el veintiuno en las cuotidianas y tercianas, y entre el veinte y cuarenta en las cuarta- nas. «Las recidivas de la fiebre intermitente de- penden de caus;. i que merecen estudiarse. Los autores q ue hacen representar un gran papel en la producción del mal álos humo- res y á la bilis, dicen que son necesarios cierto número de accesos para espeler fuera de la economía el principio morboso, y por esta razón aconsejan que no se administre : desde el principio la quina , ni se procure DE LA FIEBRE INTERMITENTE. 2í¡: curar muy pronto la enfermedad. Sin dete- nernos á refutar estas doctrinas, de las cua- les volveremos á hablar mas adelante , dire- mos tan solo, que á no ser en los casos en que las complicaciones exigen se modifique el tratamiento, la reírla general seguida por los médicos es tratar de curar la fiebre intermi- tente desde su principio; con cuyo método se evitan las recidivas y se destruye con tiempo el hábito funesto que contrae la economía de reproducir fenómenos intermitentes. «La segunda causa de las recidivas es la congestión de alguna viscera, y especialmente del bazo. En el dia están de acuerdo la mayor parte de los médicos en no dar por terminada la curación de la fiebre, hasta que se ha disipa- do enteramente la congestión del bazo, reco- brando este su volumen normal. Piorry ha lla- mado la atención de los médicos sobre este im- portante punto de patología, aconsejando que no se interrumpa la administración del sulfato de quinina, hasta haberse asegurado bien por medio de la percusión de que ha recobrado el bazo su tamaño natural. Esta terapéutica es" sobre todo indispensable cuando los sujetos habitan en paises en que es endémica la fiebre intermitente, cuando han padecido muchas veces esta enfermedad y no están completa- mente curados, sintiendo en ciertos dias una especie de desazón ú otros síntomas vagos. «Las enfermedades viscerales, tales como la congestión del hígado, la irritación gastro- intestinal, la disenteria y aun la simple diar- rea, reproducen á cada instante los paroxis- mos febriles, y hacen dudosa la convalecencia de los enfermos. Los cirujanos militares de África observan diariamente hechos de esta naturaleza, que deben inducirnos á considerar las citadas enfermedades, sobre todo las de los órganos digestivos, con otras tantas causas determinantes de la fiebre, en los sugetos pre- dispuestos á contraerla por razón del clima ó de la permanencia en parages pantanosos. En estos casos obra como una causa escitante la afección visceral, y es indispensable curarla para impedir la renovación de los accesos. «Las causas que mas influyen en la frecuen- cia de las recidivas en el ejercito francés de África son: los estravios en el régimen, los escesos en el vino y demás espirituosos, el uso de alimentos de mala calidad ó tomados en cantidad escesiva durante la convalecen- cia, la esposicion al frió, la fatiga y las priva- ciones de toda especie á que están espuestos aquellos soldados. Asi lo demuestran de una manera indudable los anales de la cirugía mili- tar, las comunicaciones oficiales de los médi- cos del ejército, y las que han tenido la bon- dad de dirigirnos algunos de ellos, entre los cuales citaremos á los doctores Gasc, Riets- chel, Maillot y Boudin. Varios autores han atribuido á la congestión intermitente del bazo la repetición de los accesos febriles; pues di- cen que estableciéndose esta congestión fisio- TOMO IX. lógica de un modo intermitente, bajó el in- flujo de la digestión y de la revolución diurna, no era de estrañar que fuese tan fre- cuente la repetición de los accesos, sobre to- do en los paises cálidos, donde es muy activa esta última causa. Para esplicar asi las" recidi- vas, es preciso admitir ante todo que la hi- peremia esplénica es la causa de la fiebre in- termitente, opinión que no está de manera al- guna demostrada. Pero cualquiera que sea la esplicacion que adoptemos, siempre terán igualmente positivos los hechos que hemo9 in- dicado. El habitar en un parage húmedo, mal sano y pantanoso, es la causa mas Cierta de recidiva, en los sugetos que no pueden acli- matarse ó que padecen alguna enfermedad visceral. «El diagnóstico de la fiebre intermitente simple es fácil, y no debemos detenernos en él; pero como la intermitente mas benigna pue- de transformarse en una perniciosa muy gra- ve, importa mucho conocer los signos que in- dican esta funesta terminación. Todos los mé- dicos que han tenido ocasión de observar el curso de la fiebre intermitente en los paises cálidos, que es donde se verifica esta transfor- mación, aseguran unánimemente que es impo- sible preverla. Maillot ha visto repetidas veces los accesos mas benignos convertirse de la noche á la mañana en perniciosos (p. 338). Siempre que observe el médico alguna irrita- ción visceral, complicaciones con otras enfer- medades, ó la aparición de síntomas insólitos, debe alarmarse y«adoptar sin pérdida de tiem- po un tratamiento enérgico. Es inútil adver- tir que hablamos solamente de las fiebres de acceso que reinan endémicamente en ciertos paises. «El diagnóstico de una fiebre intermitente consiste en establecer su tipo con presencia de los síntomas que hemos indicado al trazar la historia de cada especie; en reconocer si es simple ó complicada, reciente ó antigua, ó últimamente en prever el curso que ha de seguir. «Pronóstico. — Habiendo examinado sepa- radamente cada uno de los tipos, solo nos resta hablar del pronóstico general de la fie- bre intermitente. Varia este mucho, según que las calenturas son esporádicas ó endémi- cas. Las últimas son siempre mas funestas que las primeras; están mas sujetas á recidivas, y se complican mas frecuentemente con enfer- medades viscerales. Dicen muchos autores, que son raas graves las fiebres epidémicas que las esporádicas, y las de Otoño que las de otras estaciones; pero aunque deban tomarse muy en consideración estas circunstancias, no puede fundarse de ellas ninguna regla general de pronóstico; porque varían á cada paso se- gún las diferentes epidemias y localidades, y porque en último resultado, las complicacio- nes son las que suministran el verdadero ele- mento del pronóstico. Para establecerlo, de- 33 2oS db la pirbre intermitente. ben tenerse presentes las enfermedades ante- j riores, la constitución del sugeto, y sobre to- do su régimen de vida. La intemperancia, los escesos alcohólicos y venéreos, la ineficacia de los remedios antiperiódicos, y el hecho mismo de haberse presentado otras recidivas, hacen mas grave el mal. También es útil ave: riguar si están aclimatados los individuos, y si ha sufrido su constitución las alteraciones que le imprime la permanencia en paises panta- nosos «Mortandad en las fiebres intermitentes.—- El número de individuos que sucumben á esta clase de fiebres varía mucho según las localidades; de modo que no podrá estable- cerse un término medio general hasta que se hayan reunido gran número de cuadros estadísticos. De 96,001 enfermos admitidos en el hospital del Espíritu Santo en Roma, murieron 8,879, ó cerca de una décima parte (Bailly, Tableaux du mouvement de Thópital du Saint-Esprit). Coutanceau dice, quede 12,000 sugetos atacados de esta fiebre murieron 3,000, ó lo que es lo mismo l de cada 4, en la epidemia que reinó en Burdeos en 1805 (Notice sur les fiévres pernicieuses qui onl reg- né a Bordeaux en 1805). En el hospital de Monlluel murieron 113 enfermos de 1,352 que entraron en los seis últimos meses del año 1826, 1 de cada 12 (Nepple, ob. citM pá- gina 297). En el hospital de Bona entraron 22,330 enfermos desde el 16 de abril de 1832, hasta el 16 de marzo de 1835, y murieron 2,513, 1 de cada 9 poco raas.ó menos (Mai- llot, obra citada, p. 276). Para que por estos datos pudiera calcularse la mayor ó menor gravedad de las fiebres, seria preciso separar las intermitentes benignas de las perniciosas, las simples de las complicadas, las recidivas de los primeros ataques, indicando ademas si son endémicas, esporádicas, ó epidémicas; en una palabra, separar los elementos comple- jos que á cada paso se encuentran reunidos. «Etiología.—Estudio de los pantanos.— Entre las diferentes influencias morbíficas que contribuyen á la producción de las fiebres in- termitentes, la que menos duda ofrece es la que egercen los pantanos. Dase este nombre á una colección de aguas estancadas, que cu- bren una tierra fangosa, y que contienen ma- terias vegetales y animales en estado de fer- mentación. Cuando este fondo cenagoso se queda descubierto por la evaporación espon- tánea de las aguas ó por la intervención de la mano del hombre, toman el nombre de pan- tanos desecados, y el de húmedos cuando no los abandona enteramente el agua. Hay mu- cha diferencia entre estas dos especies de pan- tanos; pues los primeros son un manantial continuo de efluvios deletéreos, mientras que los segundos los producen en menor canti- dad y solo en ciertas épocas del año. Existen otros pantanos en que penetra el agua del mar, ya naturalmente, ya conducida de in- j tentó, y que se llaman por esta razón panta- nos salados. .. . «Estado físico de los pantanos.—Sotodas las especies de pantanos que acabamos de in- dicar, egercen igual influencia en la salud de los habitantes: los salados son los mas perni- ciosos de todos. Todavía no ha descubierto la química las numerosas reacciones que se veri- fican á consecuencia de la mezcla del agua dulce con la salada; aunque se cree que re- sulta de ella una fermentación repentina y rá- pida, bajo el influjo de esa fuerza de catálisis, que tan profundamente ha estudiado Berze- lius. La charca de Martigucs, en las costas de la Provenza, entre Marsella y el Ródano, es un manantial continuo de fiebres intermiten- tes. Cuenta Gaetano-Giorgini, que los panta- nos formados por el Arno y el Serchio, en el Estado de Masa, eran invadidos por el agua del mar hasta el año de 1741 , en cuya época se construyó una esclusa para separar lasaguas dulces de las saladas: con lo cual desapare- cieron las fiebres intermitentes que diezmaban antes aquellas poblaciones. En 1778 y 79 se destruyeron en parte estas obras, y volvieron á entrar las aguas del mar, reproduciéndose inmediatamente las fiebres, que desaparecie- ron otra vez así que se repararon las esclu- sas, presentándose de nuevo en 1784, cuando se arruinaron estas enteramente. Los habitan- tes de Montignoso, colocados en circunstan- cias análogas, solicitaron del gobierno un au- xilio semejante, y obtuvieron los mismos be- neficios con la construcción de una esclusa. Lo propio sucedió á los de Montrone en 1818, y á los de Tonfalo en 1820 (Motard, Des eaux stagnantes et en particulier des marais et des desechements; tesis sostenida en el concurso para la cátedra de higiene, p. 37, en 4."; Pa- ris, enero, 1838). Los pantanos que existen en la embocadura de los grandes nos de Eu- ropa, Asia y América, están formados en par- te por las aguas del mar y por la considerable cantidad de detritus vegetales y animales que en tales parages se va depositando. De aqui proceden los grandes estragos que egercen en t estos paises las fiebres intermitentes, remiten- tes y perniciosas, y acaso también la calentu- ra amarilla, que reina endémicamente en cier- tas localidades (Nueva Orleans, las Antillas). «No en todas las épocas del año hacen sen- tir los pantanos su funesto influjo con igual energía. En los paises cálidos, la rápida eva- poración producida por los rayos solares, deja en poco tiempodescubierto el fango que consti- tuye su fondo, ó por lo menos reduce las aguas á una corta cantidad, en cuyo estado, entrando en fermentación las materias animales v vege- tales depositadas en ellas , exhalan una gran cantidad de efluvios, que van á egercer su ac- ción en todos los individuos colocados á cierta distancia, lo cual ha hecho creer á muchos médicos que era contagiosa esla clase de ca- lenturas. DE LA FIEBRE INTERMITENTE. S59 »Para apreciar rigorosamente el grado de insalubridad de un terreno pantanoso, hay que tener presente que las aguas estancadas traen su origen de cinco causas principales: 1." de la cantidad de lluvia que cae anual- mente en cada país; 2.° del número de los rios, torrentes y arroyos que lo riegan; 3.° del flujo y reflujo del mar que inunda las tier- ras bajas "situadas en las costas; 4.° de la re- tirada del mar que abandona ciertas playas, y de la disminución de las aguas de muchos lagos; 5.° de la construcción de estanques, lagunas, canales, fosos, etc., abiertos por la mano del hombre. Ademas, es preciso tener en cuenta la configuración de los terrenos ba- jos que reciben todas las aguas de las tierras inmediatas, y su diversa composición geológi- ca. Así, por ejemplo, los terrenos arcillosos dan paso difícilmente á las aguas, las cuales no encontrando mas salida que la evaporación, se renuevan con lentitud, y forman al cabo de cierto tiempo depósitos pantanosos. Tales son las condiciones físicas que favorecen la forma- ción de los pantanos; pero hay otras, no me- nos dignas de estudio, y sin las cuales no ejercerían las aguas estancadas un influjo tan funesto. Nos referimos á la vegetación y á la presencia de gran número de animales. »Montfalcon ha hecho una descripción minu- ciosa de todas las variedades de plantas que se crian en los pantanos de agua dulce y en tos de salada. Tales son la sosa, la salicornia y el ta- marisco en las aguas saladas; y una flora de las mas ricas y variadas en las dulces (Histoire des marais, p. 22 y siguientes, en 8.°; Pa- ris 1824). Cuando las aguas son poco abun- dantes, se crian en ellas juncos, cañas y me- niantos, «á las cuales suceden otrasplantas que necesitan menos riego, como las umbelíferas^ las lisimaquias, las salicarias, los ranúnculos, Jas alisraáceas, etc. A estas se agregan, cuando el suelo es suficientemente pantanoso, varios arbustos de raices sumergidas, como los arán- danos, los lodanos ó jacuarzos, y otros muchos, que aumentan los productos de la descompo- sición lenta que se verifica en el fondo de las aguas.» (Motard, disert. cit., p. 18). El estudio de la flora de los terrenos inundados no ha dado resultados muy positivos hasta el día, pues se ignora cuales son los vegetales cuyos detritus engendran mas particularmente el miasma que provoca la fiebre intermitente. Solo existen hipótesis respecto de este punto. Humboldt cuenta aue Jos americanos miran las raices del nopal y del manzanillo como la causa productora de las fiebres. Este sabio vla- gero cree que el desarrollo de la calentura amarilla depende de que quedan descubiertas durante la marea descendente las ovas, fucos, y medusas, que nacen en las playas del golfo de Panamá. «En el departamento de Ain se atribuyen generalmente las enfermedades de otoño á una planta muy comun en los terre- nos pantanosos del bajo Bresse, llamado atesta ó grama de olor (anthoxantum odoratum).y> (Statistique dudepart. de TAin,. obra citada de Boudin, p. 60), Nepple dice, que esla planta exhala un olor soso y nauseabundo, que pro- duce vértigos y una especie de cefalalgia va- ga; pero no cree que pueda determinar la fie- bre. Boudin ha hecho varios esperimentos, que parecen indicar que el rizoforo, él calamus y la chara vulgaris están dotados de propiedades febriferas, y que existe en los pantanos una ve- getación especial;, cuyas emanaciones son las causas reales y directas de la intoxicación (p. 58); pero semejante opinión está lejos de hallarse demostrada. El agua que sirve para la maceracion del cáñamo deja desprender emanaciones, que provocan fiebres intermiten- tes endémicas en ciertas localidades. Si la ma- ceracion se hace en un agua viva y corriente, presenta pocos inconvenientes. Montfalcon ci- ta varios hechos que prueban que un pueblo situado en la mas favorable posición puede hallarse espuesto á las fiebres intermitentes, por el solo hecho de existir en sus alrededores charcas de macerar el cáñamo. «El cultivo del arroz se hace necesariamen- te' en terrenos pantanosos, y que por consi- guiente reúnen todas las condiciones favora- bles para la producción de las intermitentes. Asi es que las poblaciones del Piamonte , del Milanesado v de la Carolina en América , se ven diezmadas anualmente por estas enferme- dades. «Pero no son las materias vegetales las úni- cas que alteran las cualidades del agua; sino que ademas se engendran en los pantanos á favor de su vigorosa y abundante vegetación, un sin número de insectos, reptiles, infusorios, moluscos y animales de toda especie, cuyos cadáveres se mezclan con el detritus de los ve- getales. Resulta de aqui una capa mas ó me- nos gruesa de fango ó cieno, en la cual se es- tablece una fermentación rápida bajo la doble influencia del calor y del aire; fermentación ue se efectúa con una intensión notable cuan- o el limo está cubierto por una capa de agua muy ligera, y mucho mas cuando recibe inme- diatamente el contacto del aire y de los rayos solares. «De las principales localidades en que es endé- mica la fiebre intermitente. — La Francia con- tiene gran número de departamentos cubier- tos de pantanos en mucha parle de su esten- sion. En el departamento de Indre hay mas de 10,000 fanegas de tierra ocupadas por charcas. La Bresse es la porción ¡Dundada de este pais, que se ha hecho tristemente célebre por sus fiebres. Lo mismo sucede con la Sologne, cu- yo suelo estéril é inculto está sembrado de charcas en la mayor parte de su estension. La Bresse y la Dorabes, que forman las partes principales del departamento de TAin, están inundadas en una estension de cerca de 30 le- guas. La Caraargue es una isla formada por el limo que arrastra el Ródano hacia su emoo- 260 DE LA FIEBRE INTr.RMITF.NTE. cadura; en términos que sobre una superficie de 72 leguas cuadradas, apenas se encuentra una sesta parte de tierra cultivable, compo- niéndose la porción restante de pantanos y de- hesas. Hallándose la frecuencia y la intensión de las fiebres en relación con la estension de los pantanos, puede formarse una idea bastan- te aproximada de las influencias endémicas que obran en cada país, con solo tener á la vista un cuadro que contenga las cantidades relativas de agua estancada que se encuentran en cada localidad. «Las lagunas Pontínas de Italia han adquiri- do una triste nombradia, y han servido de teatro á las observaciones de gran número de autores distinguidos. Tienen una estension de 42 millas de largo, por 18 de ancho, y están rodeadas de colinas por el lado de la costa, y por tierra, de montañas de poca elevación pro- cedentes de los Apeninos. Se estienden desde Cisterna á Terracina, y forman una cuenca, á donde van á parar las aguas del Amaceno, del Affente, del Scaravazza, del Cávala y del Ninfa, que bajan de las montañas inme- diatos. Esta cuenca recibe también las aguas ), no debe confundirse de nin- gún modo con ese color amarillento ligero, que produce la acción viva de los rayos solares en los habitantes de los paises meridionales. La caquexia de los habitantes de los pantanos es un estado muy complejo, que resulta de lesio- nes muy diversas por su asiento y naturaleza, v entre las cuales es una de las mas frecuentes ía hipertrofia del hígado ó del bazo. «El hábito hace en parte refractaria á la eco- nomía á las funestas influencias que en ella ejer- cen los pantanos. Asi esque los indígenas de las comarcas mas insalubres adquieren cierta in- munidad que los preserva de las intermitentes. Los árabes que sirven en el ejército francés, sufren como los europeos todas las fatigas de la guerra, y con todo adquieren menos á me- nudo la fiebre, y cuando la contraen, es gene- ralmente mas benigna. Por lo demás, muchos indígenas no logran aclimatarse sino después de padecer repetidas veces la calentura, y aun asi quedan ton espuestos como los estrangeros á recidivas que á nadie perdonan. «Pero ¿son los efluvios pantanosos la única causa que produce las fiebres intermitentes, en términos de que al desarrollarse estas en una localidad se infiera necesariamente que han penetrado en ellas dichos miasmas? Si enton- os LA FIEBRE INTEinilTF.NTE. demos por pantano cualquiera porción de agua ida en que nava materias vegetales y estancada en que nava hlhu^ -.rv..- ■ animales, que fermentan bajo el influjo ücl calor, no hav país alguno en que no pueda atri- buirse la fiebre intermitente a la acción de es- tas causas; v corao ademas pueden las emana- ciones trasladarse por los vientos de unos pun- tos á otros y á considerables distancias, puede sostenerse siempre con cierto probabilidad que han venido miasmas de paises lejanos y panta- nosos. Cuenta J. Franck, que visitando en cierta ocasión con su padre el monte San Go- tardo, se admiró de encontrar en él algunos en- fermos de intermitentes; pero que cesó su estra- ñeza, luego que le indicaron los frailes la exis- tencia de un pantano formado junto el naci- miento de Rhin y del Tesino (ob. cit., p. 412). Las fiebres intermitentes esporádicas son las únicas cuyo origen se halla rodeado todavía de alguna incertidumbre.Sin embargo, enlaspo- blacíones donde solo reinan accidentalmente, pueden atribuirse á la construcción de canales y á todas las demás operaciones en que el hombre tiene que cavar la tierra y remover un suelo fangoso y cubierto en muchos casos de detritus vegetales y animales. También se desprenden en gran cantidad estos efluvios no- civos en los desmontes de terrenos, especial- mente cuando antes estaban ocupados por grandes lagunas y bosques. Refiere la histo- ria, que cuando los europeos se trasladaron por primera vez á América ó á otros paises para fundar en ellos coloniasagrícolas, losdicz- raaron de una manera cruel las fiebres inter- mitentes, remitentes y continuas. Todos saben Sue cuando se hizo en Paris la limpia del rio mvre, reinaron casi endémicamente las lie- bres periódicas, y que lo mismo sucedió cuan- do se construyeron las alcantarillas que recor- ren toda la ciudad. En una palabra, siempre que por una causa cualquiera se desprenden efluvios de una tierra húmeda é impregnada de materia vegetal, se presenta la fiebre inter- mitente como un efecto constante de esta cau- sa, hasta cierto punto específica. También se debe tener presente, que las estaciones caluro- sas aumentan la intensión de los miasmas. «Muchas localidades se hallan al parecer exentas de estas enfermedades. Bontius dice, que no las observó en la India oriental (de Methodo medendi, lib. V, cap. 44 y 45). La misma inmunidad gozan el cabo de Bucna- Esperanza, la isla de Santo Tomás, la Islandia y muchas partes de la Suecia (Linnaius, Ily- photesis nova de febrium intermitentium causo, en Amoenit.academ. diss. I.volum. 1). J. Frank da una indicación precisade las obras en que se refieren estas observaciones (loe. cit., p. 111). El límite geográfico de las fiebres intermitentes solo se conoce en el hemisferio boreal. «Se manifiestan, dice Boudin, dentro de cierto grado de latitud norte, que varia según los paises. Asi es que mientras en el Asia menor llegan apenas al grado 57, se estienden en el DB LA PlEBftí INTERMITENTE. 265 oeste de la Ensopa hasta las islas Schetland, y pasan mas allá del grado 63 en la Suecia; de de modo, que el límite septentrional de las fie- bres intermitentes, forma una especie de curva que coincide al parecer esactamente con la líneaisothermicade Humboldt.» (obr. cit., p. 124.—V. también Elementa nova geographice medicinalis, scripsit Ysensee, Berolini; 1833). «Del calor y de las vicisitudes atmosféricas. —Acabamos de ver que los efluvios de los pantanos se consideran generalmente como la única causa de las fiebres periódicas. Los de- mas modificadores de que tenemos que hablar no hacen olra cosa que facilitar la acción de los miasmas, ya dándoles mayor actividad, ya pre- disponiendo la.economía á recibir mas fácil- mente su influjo. Esta y no otra es la modifica- ción que ejercen en el organismo el calor at- mosférico y la insolación, según el dictamen de muchos"autores modernos, y con especiali- dad de los señores Audouard y Boudin, cuya opinión nos parece la raas fundada, á pesar de las razones que contra ella ha aducido Faure. Sostiene este que la proximidad y el influjo de los pantanos no son circunstancias esencia- les para la producción de las fiebres intermi- tentes, y luego añade: «pero son una causa tan poderosa, que aun sin haber precedido es- travios en el régimen, pueden dar origen por sí solos á estas afecciones intermitentes» (obr. cit., p. 66). Semejante declaración desvanece lo ?ue pudiera tener de esclusiva la opinión de aure, y hace á nuestro entender incomprensi- ble el empeño de este, en atribuir solo al calor ó mas bien á las alternativas de calor y frío, un influjo único en la producción de las enferme- dades que nos ocupan. «Los hechos que cita Faure para demostrar que son estas las causas generales de las fiebres en los diferentes paises de Europa, no nos pare- cen tan decisivos como él los supone. En va- '" rios puntos de Grecia, en Modon por ejemplo, fueron atacados de fiebres los soldados sin que existiese pantano alguno en aquellas inmedia- ciones; pero esto se esplica, como dice Boudin, por la falta de cultivo de las tierras, la estanca- ción de las aguas y la proximidad de los alrede- dores de Navarino. Roux asegura haber encon- trado pantanos en todas las localidades donde observó Faure fiebres intermitentes. (Notices topographiques sur Navarino, Modon et Po- tras, p. 46,55 y 57.) Faure cita también el Acro- Corinto edificadosobreunaaltura bastante consi- derable, Vostitza (la antigua iEgium), Místra,en las inmediaciones de Esparto, la antigua Egina, y otras muchas ciudades del Peloponeso, como ejemplos de parages donde se observan nume- rosos casos de fiebres intermitentes, aunque estén situados agrandes alturas, y sin que sé encuentre en sus inmediaciones ningún panta- no; pero ya hemos visto que este hecho no es enteramente esaclo. Como al lado de estos pa- rages se encuentran otros enteramente exentos de fiebres, dice Faure, para esplicar esta dife- TOMO IX. rencia, que es mas igual en ellos la temperatura, y que no eslan espuestos alas vicisitudes que los otros (obr. cit., p. 55). Pero no advierte sin duda que incurre en una petición de principio, esto es, que supone probado lo que trata de probar, y lo mismo sucede con los demás hechos que cita. Las fiebres intermitentes que observó en Pamplona, dice que nopodian depender sino del calor y délas variaciones atmosféricas, «por- «que aunque se encontraba á dos leguas al po- diente de aquella plaza un terreno bastante «considerable que se cubría de agua en invier- »no, no se le podia dar el nombre de pantano, «en razón de que se secaba enteramente antes «dellegarel estío» (obr. cit., p. 96). No creemos necesario demostrar la insuficiencia de estas pruebas, ni lo contrarias que son hasta cierto punto á la opinión de Faure. De noticias mas re- cientes, que llegaron á manos de este autor des- pués de concluido su libro, resulta que sobre el Mont-Louis, en los Pirineos Orientales y á una altura de 1,600 metros sobre el nivel del mar, se observan fiebres intermitentes entre los sol- dados de la guarnición; y que también las hay enPrats-de-Mollo (en los.Pirineos Orientales), que está situado á la misma altura, y en Puy- cerdá y Madrid , que gozan también de mucha elevación (p. 264.) No hay duda que la altura de las ciudades no precave á sus habitantes de las fiebres periódicas; pero no está demostrado en manera alguna que no reciban efluvios de las aguas estancadas que existen en las monta- ñas ó en sus alrededores. Ademas seria necesa- ria conocer esactamente la esfera de actividad de los miasmas pantanosos, para asegurar que no llegan hasta los parages en que nó se descu- bre ningún agua estancada. Por último, falta saber si la dirección y la intensión de los vientos que soplan en los terrenos elevados, no esplican suficientemente el desarrollo de las fiebres por el trasporte de las emanaciones deletéreas. El calor atmosférico y la insolación egercen indu- dablemente mucho influjo en la producción de las fiebres intermitentes; pero no bastan por sí solos para determinarlas. En el mayor numera de casos parece indispensable la intervención de un agente específico, emanado de las sustan- cias vegetales maceradas en el agua. En los pai- ses septentrionales se desarrollan mas difícil- mente las calenturas periódicas; asi es que rara vez se observan en San Petersburgo, á pesar de hallarse esta ciudad rodeada de pantanos. (J. Franck, loe. cit., p. 113). En los paises cálidos disminuye la exhalación de los miasmas du- rante el invierno, en cuya estación son también menos frecuentes y mas benignas las fiebres. Pero no- cesan estas enteramente ni aun en me- dio deLfrio' mas riguroso, pues las ha visto Franck reinar con intensión en Vibra el mes de febrero cuando .marcaba 20 ó mas grados de frío el termómetro de Reaumur, y en una época en que estaban completamente helados tos pan- tanos, y por consiguiente no podían despedir ex- halación alguna (obr. cit., p. 414). Ciertos au- 34 1W »B LA FIEBRE INTBRSUTtNTE. lores creen, que condensando el frió los mias- mas, los hace masactivos; favorece su absorción, Ír contribuye de este modo á la producción de as fiebres "intermitentes. Asi se esplica que el descenso de la temperatura, que no produce en el organismo otros efectos que los de alterar la calorificación y las funciones respiratorias, pue- da convertirse en una causa puramente ocasio- nal de los accesos febriles, cuyo origen debe buscarse en otra parte. «Audouard, que atribuye la fiebre álaconges- tion del bazo, se ve en la necesidad de admitir aue esta misma congestión depende de una in- uencia intermitente, la cual se egerce por la sucesión del dia y de la noche; porque según su teoría «á medida que se eleva el sol sobre el horizonte, se escitan con mas fuerza los siste- mas vascular y sanguíneo; hay esceso de he- matosis ó exuberancia de sangre, de donde nace una disposición muy inmediata á las congestio- nes sanguíneas, que se efectúan principalmente en los órganos parenquimatosos, y con especia- lidad en el bazo. Asi pues el momento de la revo- lución diaria en que se halla el sol á mayor altura, debe indudablemente favorecer las con- gestiones de que hablamos.» Tal es la acción positiva que egerce el dia sobre el organismo. Luego añade el mismo autor: «La escitacion vascular desaparece durante la noche, en cu- ya época , disipándose la congestión en todo ó en parte, remite la fiebre, tanto porque cesa la causa de escitacion, como porque no existe ninguna lesión fija en un órgano irritable.» La hinchazón del bazo, que solo se disipa parcial- mente, concurre con la vuelta del sol á producir una nueva congestión y por consiguiente un segundo acceso, reproduciendo asi las mismas alternativas bajo el influjo que egerce la suce- sión del dia y de la noche. Aunque esta opi- nión no tiene otro valor que el de una hipóte- sis ingeniosa, es indudable que las vicisitudes del dia y de la noche deben influir de algún modo en la periodicidad de los fenómenos fe- briles. Tal vez provenga de la revolución diur- na de que acabamos de hablar, la mayor faci- lidad con que se contrae la fiebre al ponerse el sol, en las primeras horas de la noche y á Ja madrugada, que en lo restante del dia; si bien es cierto que este fenómeno puede asimismo atribuirse, á que siendo mas abundante en di- chas horas el vapor del agua, retiene mayor cantidad de miasma y favorece mas su intro- ducción en la economía. y>Estaciones.—Las diferentes épocas del año obran en la producción de las intermitentes, en razón de las diversas cualidades que tiene en ellas el aire atmosférico: el grado de hume- dad y calor, las variaciones de temperatura la dirección de los vientos y la cantidad de las lluvias, son otras tantas causas que aumentan la intensión de los miasmas pantanosos, v pro- ducen epidemias de fiebres intermitentes. Én los Eaises situados entre los trópicos se desarro- an las calenturas con toda su violencia du- rante el invierno, es dccir,.dcsdc principios de enero hasta mediados de abril. En esta época del año , son continuas las lluvias, y hace un calor cscesivo; se alteran con la mayor rapi- dez las sustancias vegetales contenidas en los pantanos, y se hace mas enérgica y sensible la acción de los miasmas deletéreos. Entonces son pocas las personas no aclimatadas que re* sisten al influjo de toles causas, y asi es que en el Senegal, en Madagascar, en la Guyana francesa, y sobre todo en el litoral del golfo de Méjico, es el invierno la época del año en que se observan mas intermitentes. «Epidemias.—Las fiebres intermitentes que acabamos de ver desarrollarse de un modo endémico en los países pantanosos, ó reinar esporádicamente en aquellos terrenos donde rara vez hacen sentir su nociva acción los eflu- vios, pueden desenvolverse también bajo el influjo de una constitución epidémica. Línd habla de una epidemia de fiebres intermitentes y remitentes, que asoló la mayor parte de la In- glaterra desde 1765 á 1767. Schnurrer cita muchos ejemplos semejantes (t. II, p. 480 Chronikder Seuchen). Littré trae la descrip- ción de una epidemia de intermitentes, obser- vada en 1558 en toda Inglaterra (art. fiubre, Dict. de méd., pág. 599). Nepple dice, que es- tas enfermedades no se desarrollan nunca de un modo epidémico, sino en los paises en que hay pantanos y lagunas. Guyon refiere coa todos sus pormenores la historia de una su- puesta epidemia de fiebres intermitentes, que no ofrecian en verdad semejante carácter, como puede verse en los párrafos siguientes que co- piamos de este autor. (Reflexions sur les cau- ses, les formes diverses, le siége et la terapeuti- que des fiévres intermitientes, tesis 178; Paris 1836). «Estábamos á bordo de un navio de guerra que salió de Rochefort el 14 de julio de 18-22, cuando se hallaba la canícula en.su mayor actividad. Quince dias antes de nuestra partida, entraban diariamente en el hospital de la ciudad 50 ó 60 enfermos: de nuestra tripulación solo fueron atacados dos, y al sa- lir el navio gozaban de la salud mas comple- ta les 80 hombres de que se componía. A los dos dias de habernos dado á la vela, fuimos acometidos por una violenta borrasca ( durante la cual tuvieron que luchar nuestros marine- ros contra el mal tiempo, y las innumerables fatigas que traen consigo esla clase de manio- bras. Pasada ya la borrasca, y muchos dias después de restablecida la calma, se declaró en el navio la fiebre intermitente, sin que hubiese precedido ninguna variación atmosfé- rica, enfermando en pocos dias la cuarto parte de la tripulación. A los quince dias se desva- neció enteramente, sin que durante nueslra travesía volviese á caer ninguno enfermo » (tests citada, p. 11). Estrañamos mucho «¡6 no haya conocido el autor de esla observación que los sugetos atacados de. intermitentes du- rante el viage, habian contraído el germen de DE LA FIEBRE esta enfermedad en Rochefort, cuatro ó cinco días antes de su partida , desarrollándose des- pués el mal á consecuencia de las fatigas es- cesívas que les hizo sufrir el mal tiempo. El solo hecho de los 50 enfermos que entraban diariamente en el hospital, demuestra la exis- tencia de una causa miasmática poderosa, que obraba sobre todos los marinos que se encon- traban entonces en Rochefort. Pudiéramos ci- tar otros muchos hechos de igual valor, aduci- dos para probar que las fiebres intermitentes se desarrollan bajo el influjo de una constitución epidémica. Sin negar nosotros que pueda exis- tir alguna vez esta causa, debemos por lo me- nos manifestar, que no hemos encontrado en ninguna obra moderna suficiente número de he- chos capaces de formar nuestra convicción; por lo cual somos en este punto de la opinión de Nepple, de que la fiebre intermitente epidémi- ca solo se ha observado en los paises panta- nosos. Por consiguiente, puede asegurarse que se ha confundido las mas veces Ja epide- mia con la endemia. ^Contagio de las fiebres intermitentes.—La apariencia contagiosa que han podido presen- tar estas fiebres, depende de que atacan las mas veces á muchos individuos reunidos en una localidad y sometidos á un mismo influ- jo miasmático. Hemos insistido con repetición, en lo dificil que es distinguir la infección del contagio, cpmo lo prueba la oscuridad que envuelve todavía la etiología dé la liebre ama- rilla y de la peste. Pero respecto de las fie- bres intermitentes no puede suscitarse duda alguna, pues apenas hay un solo médico que las crea transmisibles por via de contagio. El mismo Audouard , que sostuvo en olro tiempo la opinión contraria en sus Investigaciones so- bre el contagio de las fiebres intermitentes (en 8.°; Paris, 1818), ha reconocido su error en virtud de nuevas observaciones. Hállanse reu- nido^ en la obra de este médico todos los hechos que pueden favorecer la opinión de los sostenedores del contagio; pero basta leerlos con alguna atención, para convencerse de que el desarrollo de la fiebre puede esplicarse siempre por medio de la infección. Por otra parte, Lancisi, Lanzoni, Torti y los demás autores de quienes están tomadas dichas ob- servaciones, no hablan en ninguna parte de un modo positivo de la existencia del conta- gio; pues solo se sirven de esta palabra en los casos en que la fiebre intermitente simple es- taba complicada con alguna otra enfermedad. Adviértase por último, que los ejemplos de contagio se han tomado generalmente de esas grandes epidemias, en cuyo curso suelen rei- nar las enfermedades mas complexas. «Las exhalaciones fétidas que se desprenden de las materias animales en putrefacción, y de los detritus de la misma naturaleza que se encuentran con abundancia en las grandes ciudades, no han egercido nunca al parecer un influjo bastante evidente en el desarrollo INTERMITENTE. 267 de las fiebres periódicas. Bailly observa, que en el barrio mas desaseado de Roma, que es el que habitan los judíos, llamado Ghetto, no se observan mas casos de fiebres que en los demás de la ciudad (obr. cit. p. 127). Mar- sella, cuyo puerto recibe todas las inmundi- cias de la población, está exenta de fiebres intermitentes endémicas. Al hablar de la infec- ción, veremos que el tifo y todas las demás enfermedades acompañadas de postración y fenómenos tifoideos reconocen mas especial- mente por causa, la fermentación pútrida de las sustancias animales. «Mencionaremos, para concluir, algunas causas cuya influencia es muy dudosa: tales son la disposición hereditaria, la época de la menstruación, un enfriamiento repentino, las emociones morales, los errores de régimen, el esceso en las bebidas, el acto venéreo, etc. En una palabra, todas las modificaciones ca- paces de perturbar momentáneamente las fun- ciones, pueden obrar como causas ocasionales en la producción de las fiebres intermitentes; pero son insuficientes para determinarlas, cuan- do no está preparado anteriormente el orga- nismo por la introducción de los miasmas. «Creen algunos autores, que pueden tras- mitirse estas fiebres por medio de la lactan- cia , aun cuando no las padezca la madre ó la nodriza , y citan este hecho como una prueba de que se altera la sangre por el miasma de los pantanos; pero quién se atreverá á decir 3ue no pudo la criatura recibir por otro coñ- udo el germen de la enfermedad que se supone existia en la atmósfera, á cuya influen- cia estaba sometida juntamente con su nodri- za ó su madre? «Dícese generalmente, que las fiebres pe- riódicas constituyen una enfermedad propia de la especie humana, y que no atacan nun- ca á los demás animales (Stahl, Theoria médica vera , par. 11, p. 710). Montfalcon refiere va- rios hechos poco convincentes, con el objeto de demostrar esta aserción (obr. cit. p. 137.) Metaxa, célebre veterinario italiano, no admi- to tampoco la posibilidad de las fiebres inter- mitentes en los cuadrúpedos.. Torti] sostiene que la periodicidad pertenece esclusivamente á la patologia humana. Baylli, que ha desen- vuelto estensamente la cuestión de saber si las fiebres intermitentes se presentan solo en el hombre, deduce de los varios hechos que consiguió reunir sobre este punto de patologia comparada , que las emanaciones pantanosas determinan en los animales pirexias continuas y alteraciones semejantes á las del hombre; pero que este tiene el triste privilegio, de ser afectado de pirexias intermitentes (obr. cit., p. 2 y siguientes). Persuadido este autor de que la situación egerce un influjo decisivo en la periodicidad de las enfermedades , infiere por una consecuencia forzosa, que todas las causas morbíficas que producen en el hombre calen- turas intermitentes, solo pueden determinar- 2C8 n. i.v r: ¡"r.E las continuas en los animales. Pero esta opi- nión, dictada evidentemente por consideracio- nes teóricas, no merece tenerse en cuento. Es- peremos que la veterinaria moderna nos propor- cione datus suficientes para resolver esta cues- tión, y contentémonos entretanto con decir, que no está suficientemente demostrado toda- vía que los animales se hallen exentos de pa- decer calenturas intermitentes. mDel antagonismo entre ciertas enfermedades y la intoxicación de los pantanos.—No se co- nocen bastante todavía las afecciones internas ue se cscluyen recíprocamente; pues aunque ice, por ejemplo, Schoenlein que la coque- luche precave del sarampión y la escarlatina del tifo (Schccnleins allgmeine und espezielle Pathologie und Therapie), esta opinión no se ♦ halla adoptada por el mayor número de médi- cos. Se han hecho varios" ensayos para averi- guar, si ciertos virus escluyen otras afeccio- nes; si el veneno de la víbora puede curar la rabia; si la vacuna produce et mismo efecto íespeclo de la coqueluche, etc., etc. Conti- nuando Boudin este importante estudio, se ha esforzado en demostrar que existen relaciones de antagonismo ó incompatibilidad entre el envenenamiento miasmático pantanoso por una parte y la fiebre tifoidea y los tubérculos pulmonales por otra. «Asi como tiene ca- da país, dice este autor, sus reinos vegetal, animal y mineral, que les son propios y pecu- liares; del mismo modo posee también un rei- no patológico especial, y tiene sus enfermeda- des propias y esclusivas que son antagonis- tas ó incompatibles con otras.» (obr. cit., p. 69). Esta opinión, que tiene el mérito de la novedad, y que puede llegar á ser fecunda en resultados terapéuticos, ha sido perfectamente desenvuelta por su autor, quien cita en su apoyo numerosos hechos, algunos de los cua- les "varaos á referir en razón de la importancia del asunto. Principiaremos recordando á nues- tros lectores, que muchos médicos se incli- nan en el dia á admitir la opinión de Cher- vin, sostenida ya por otros varios autores que han escrito sobre la fiebre amarilla, res- pecto á la completa identidad de origen en- tre esta enfermedad y las fiebres intermiten- tes, continuas y remitentes, producidas por los miasmas pantanosos. (Chervin, Sur Tiden- tité de nature de la fiévre jaune et des fiévres paludeennes, en Gaz. méd. de 1842). Boudin es el autor que mas ha insistido en demostrar las muchas analogías que existen entre estos afecciones: dice que en África suelen tomar las intermitentes un aspecto colérico, y que en su opinión las enfermedades que reinan en el ejército inglés, situado en las orillas del Ganges, no son otra cosa que formas mas ó menos variadas de la intoxicación pantanosa.. Mas dificil sería demostrar la identidad de na- turaleza de la peste y estas mismas fiebres; y sin embargo, militan á su favor la calidad' del suelo y la geografía física de los paises en INT. i.M,TESTE. que tiene su origen esta terrible afección. Agregúese á esto la opinión de muchos auto- res que consideran la peste como un producto de infección. No podemos hacer mas que in- dicar ligeramente algunas ideas sobre una ma- teria, cuya importancia comprendió muy bien la Sociedad real de medicina de Atenas, cuan- do la sujetó á un concurso en los términos siguientes: «Cual es la influencia de los países de Grecia, en que reinan endémicamente las fiebres intermitentes, sobre el desarrollo y el curso de los tubérculos pulmonales» (Gazette de Augsbourg, junio, 1842). Boudin ha reunido documentos preciosos sobre esta materia, y de ellos vamos á estractar lo que sigue. «La tisis pulmonal y la fiebre tifoidea son dos enfermedades en cierto modo incompatibles con las calenturas intermitentes, según el tes- timonio de algunos autores. Bonnafont (Geo- graphie medícale de TAlgerie en Rec. des m¿- moires de médecine milit., etc.) y Anlonini di- cen que en Constantinopla son muy frecuentes las fiebres tifoideas y la tisis; al paso que no se observan mas fiebres intermitentes que las im- portadas de otros paises. Todos los médicos militares que vienen de África, convienen en que es muy rara en aquellas comarcas la tisis pulmonal ;"que solo se observa en los estranie- ros que han contraído su germen en otros cli- mas , y aun en ellos se contiene su curso al ca- bo de algunos meses de permanencia etf el pais. Estas observaciones movieron á varios médicos de Paris á solicitar una medida gene- ral, por la cual se dispusiese que todos los en- fermos de tisis pulmonal fuesen enviados á África; pero la discusión que se suscitó con este motivo en la Academia de Medicina no produjo ningún resultado. De todos modos es un deber de los médicos militares y de los hom- bres estudiosos en general, analizar profunda- mente esta grave cuestión, indecisa hasta el dia para la mayor parte de los médicos. El doctor Green de Nueva Yorck dice, que los habitantes de Whitehale, en la América del norte, están exentos de contraer la tisis pul- monal; pero que padecen á menudo fiebres in- termitentes, que son muy comunes en aquellos paises. En Rullan era desconocida la tisis, has- ta que desaparecieron las fiebres intermitentes á consecuencia de haberse desaguado un pan- tano que habia en aquellas inmediaciones. Alarmados con esto los habitantes, restablecie- ron las cosas en su primitivo estado y desapa- reció al momento la tisis, manifestándose en su lugar otra vez las enfermedades periódicas. Este hecho, referido por Boudin, están es- traordinario, y seria ton concluyente si estu- viese demostrado, que es preciso" no admitirlo sino con mucha reserva. El Gasterland, en Sui- za, situado entre los lagos de Zurich v de Wa- lenstaed, estaba asolado en otro tiempo por las fiebres intermitentes ocasionadas por fas aveni- das periódicas del río. Habiéndose desecado el pais, se manifestó de repente la tisis pulmonal, DE LA FIEBRE INTERMITENTE. SC9 desconocida hasta entonces entre aquellos ha- j hitantes (Estr. de la cliniq. de Schoenlein). Aun- I que pudiéramos suscitar algunas objeciones contra estos hechos, preferimos dejarles todo su valor, esperando que se discuta con la esten- sion y profundidad que merece este punto im- portantísimo de patologia interna. «La segunda enfermedad incompatible con la fiebre intermitente es, según Boudin, la calen- tura tifoidea. Lo único que nosotros podemos afirmar es, que hemos recibido cartas de mé- dicos militares del ejército de África, asegu- rándonos haber observado en los soldados al- gunas fiebres, caracterizadas anatómicamen- te por la alteración de las glándulas de Peyero; pero añadiendo al mismo tiempo, que son in- comparablemente mucho mas raras estas enfer- medades que en.Europa. Asi pues, sin admitir en manera alguna como una cosa demostrada la doctrina del antagonismo patológico, diremos únicamente, que ciertos hechos indican que en los paises donde son raras ó faltan del todo las disenterias y la fiebre intermitente, son comu- nes la calentura tifoidea y la tisis; es decir, que se escluyen hasta cierto punto las enfer- medades periódicas y de los intestinos gruesos por una parte, y la tisis pulmonal y las afec- ciones de los intestinos delgados por otra. El supuesto antagonismo que quiso establecer Broussais entre las afecciones de pecho y las del abdomen carece de fundamento. «Tratamiento de las fiebres intermitentes. Profilaxis.—La fiebre intermitente es una de aquellas enfermedades que puede el hombre hacer desaparecer casi enteramente de los lu- gares que habita por medios higiénicos muy conformes con los adelantamientos de la civili- zación. La historia nos suministra gran núme- ro de ejemplos, que demuestran hasta qué Eunto puede dominar el hombre las innumera- les causas de enfermedad que amenazan su existencia. En prueba de esto citaremos un so- lo hecho, que acredita la poderosa influencia de los recursos de la higiene pública. Las lagu- nas Pontinas, donde el hombre no vive, sino muere, según la enérgica espresion de uno de sus habitantes, estaban cubiertas en otro tiem- fio de ciudades ricas y florecientes, de las cua- es se encuentran todavía numerosos vestigios. En la actualidad se calculan en 60,000 las víc- timas que producen anualmente las calenturas pantanosas en la campiña de Roma, en la Tos- cana y en lodo el litoral de la península ita- liana. Pronycíta en comprobación de los bue- nos resultados que tuvieron las obras mandadas ejecutar pflr Pió VI en las-lagunas Ponlinas, el censo hecho desde 1801 á 1811, que présenla una disminución de 1/16 partes de los muertos á consecuencia de intermitentes. (Motard, tesis cit., p. 41). Las marismas de la Toscana, que tienen tan triste celebridad por sus fiebres per- niciosas, y la mayor parte de la alta Italia, re- claman para su salubridad la ejecución de grandes obras, que solo puede emprender un gobierno liberal, ilustrado y benéfico. Seria preciso escribir un tratado muy largo, aunque muy interesante, para desenvolver debidamen- te esta vasta cuestión de higiene pública. Pero esto nos haría entrar en pormenores, que no pertenecen de un modo indispensable al estu- dio patológico de la fiebre intermitente; y asi nos limitaremos á decir en pocas palabras cua- les son los medios que puede emplear la hi- giene para hacer mas saludables los terrenos pantanosos. Prony ha descrito tan minuciosa- mente como se puede desear los diferentes tra- bajos que conviene ejecutor para desecar los pantanos (Description hydrographique et histo- rique des marais Pontins, etc., en 4.°; Pa- ris, 1823.) Estos medios consisten: 1.° en impe- dir la introducción de las aguas; 2.° en dar sa- lida á las que se hallan detenidas; 3.° en con- centrar en el mas corto espacio posible aquellas á que no se pueda dar corriente. También pue- den hacerse desaparecer las aguas estancadas: 1,° procurándoles una salida por donde corran; 2.° sustituyéndolas con terreros, con cuyo nombre se designa esos depósitos de fango y arena que arrastran las aguas hacia la embo- cadura de los rios. Para desecar un pantano por este método, se procura dirigir hacia él la corriente de un rio fangoso, cuyas aguas van elevando gradualmente el suelo ó álveo del pantano con las capas de materiales sólidos que llevan consigo. Asi se han desecado varios pantanos en Italia, y este mismo método se ha propuesto para desaguar las lagunas de Ostia por medio del Tiber. La isla de la Camargue está formada en parte por las arenas que arras- tra el Ródano hacía su embocadura. También pueden hacerse mas salubres los terrenos pan- tanosos, agotando sus aguas por medio de má- quinas hidráulicas, de vastos sifones, etc. Igua- les resultados se han obtenido haciendo pasar por los pantanos la corriente de algún rio in- mediato, como lo hizoEmpedocles, que libertó por este medio á los Salentinos de una epidemia cruel que devastaba su ciudad; ó dando direc- ción á las aguas estancadas á beneficio de ca- nales ó diques. La canalización del Claise ha contenido sus avenidas, disminuyendo la in- salubridad de la Brenne. También es muy con- veniente que los gobiernos vigilen el cultivo del arroz, la raaceracion del cáñamo, la espióla- , cion de hornagueras, el establecimiento de las pesquerías, de las fábricas de vidrio ó de hier- ro que exigen grandes depósitos de aguas es- tancadas, el desmonte de los terrenos vírgenes oque han estado mucho tiempo incultos, la construcción de canales, y finalmente, los cor- tes de maderas que dejan descubiertas aguas estancadas, cuyos miasmas no habian hecho sentir todavía sus funestos efectos. «Los soldados se hallan mas espueslos que las demás clases á esperimenlar el pernicioso influjo de los terrenos pantanosos en que ha- cen la guerra, y á los médicos de ejército cor- responde aconsejar las medidas necesarias pa- 170 DE L\ FIEBRE INTERMITFNTK. ra ponerlos á cubierto de este peligro; deber que han llenado en todos tiempos con un celo é inteligencia dignos de los mayores elogios; pudiendo asegurarse que la mortandad que ha diezmado los ejércitos de Europa en muchas ocasiones, no ha debido nunca atribuirse á impericia ó negligencia de los médicos, que han dado siempre los consejos mas oportunos, sino á los errores y descuido de la administra- ción militar, que compromete en no pocas oca- sioneslla salud y los interesas del soldado. »Los medios "que opone la higiene general á la acción perniciosa de los efluvios pantano- sos son de dos clases: unos que egercen su ac- ción sobre el clima y el pais mismo, y otros que se dirigen á los individuos. Ya nos hemos ocupado de los primeros; pero aun nos falta indicar algunos. El habitante de un país pan- tanoso debe establecerse lo mas lejos posible de las aguas estancadas que producen las fie- bres, eligiendo su casa en el parage mas ele- vado, y consultando sobre todo la dirección habitual de los vientos, para no abrir ventanas ni otra clase de aberturas en la parte del edi- ficio espuesta á los aires procedentes del pan- tano. Tratará ademas, sí puede, de interpo- ner una especie de muralla entre su habita- ción y el foco miasmático, por medio de una ó muchas filas de árboles, teniendo rauy presen- tes los servicios que han hecho las plantacio- nes, y de que ofrece tantos ejemplos la histo- ria antigua y moderna. Se aprovechará de la disposición que ofrezcan las colinas y monta- rlas inmediatas, para preservarse de las ema- naciones pantanosas, y en ocasiones le será fá- cil dar salida á las aguas por medio dTERMITENTK. del de su maestro, Antonio Frassoní. y los mé- ■ dicós de Roma. Siguió modificando después su método hasta tal punto, que para estar seguro de administrar la quina á la mayor distancia posible del acceso que se proponía cortar, la daba al principio ó al fin del anterior, decla- rando formalmente que su intención no era oponerse á aquel acceso. Dividía la cantidad de quina en dosis muy desiguales; la primera mas alta, y compueslapor lo menos de la mitad de la porción total; las siguientes mas cortas, de- biéndose tomar la última dos horas antes de la invasión del paroxismo. »2.° El segundo método fué preconizado por Talbot, y sobre todo por Sydenham, que se lo apropió "en cierto modo, y tuvo también por partidario á Morton: desígnasele generalmente con el nombre de método de Sydenham ó mé- todo inglés. Puede resumirse en el precepto siguiente: Dar la quina en la época mas dis- tante del paroxismo que se espera. Esta fórmula, que es rauy útil en el tratamiento de la fiebre intermitente simple, debe seguirse invariable- mente en la perniciosa, si no se quiere que peli- gre la vida del enfermo, como también en las sub-intrantes de que trataremos á su tiempo. El método de Sydenham es el que se halla adoptado raas generalmente en el dia. Su apli- cación es fácil, puesto que siempre se sabe cuándo cesa el acceso febril, y que por otra parte hay menos inconveniente en propinar un febrí- fugo antes que haya terminado el estadio del sudor, que en darlo cuando principia la fiebre. Por este método puede hacerse abortar el ac- ceso inmediato; al paso que no hay semejante probabilidad dando la quina como aconseja Torti. Aun en las fiebres cuotidianas de largos paroxismos, y que por consiguiente tienen ten- dencia á convertirse en continuas, puede hacer- se que tomen el remedio los enfermos durante la apirexia (V. Bretonneau, Essay clinique sur les pévres intermitientes. Análisis crítico inserto en Journ. des conn. méd.-chir., p. 175, 1833). «Están muy divididas las opiniones acerca de Fas dosis á que debe administrarse el sulfato de quinina. Talbot usaba el vino de quina á dosis considerables, pero distribuidas en muchos dias. Sydenham y Morton se conformaban con este método de administración: el primero se servía de la quina asociada con un opiado, prescribiéndola á dosis cortas, muchas veces al dia y por espacio de algún tiempo (quina en polvo l onza; conserva de rosas blancas2onzas; mézclese: para tomar mañana y tarde el grueso de una nuez moscada en los dias de apirexia). «Torti aconsejaba un método muy distinto, indicando con toda esactitud la fórmula que se debe seguir, y cuyas reglas enuncia en los tér- minos siguientes: no se creaque 6 escrúpulosde polvos de quina administrados en seis dias ten- gan la misma actividad que dados en una sola dosis. Esta verdad es de la mayor importancia en la práctica, y por su medio se esplica cómo unos médicos curan con facilidad una fiebre in- termitente antigua conOú 8 dracmas de quina; mientras que otros no consiguen tal vez el mis- mo efecto con 3 ó 4 onzas. En efecto, conviene dar de una vez 2 dracmas el primer dia y con- tinuar con 1 sola en los dos inmediatos; dejar después una semana de intervalo, y propinar en seguida 1|2 escrúpulo todas las mañanas por espacio de otros seis ú ocho dias, con cuyo método se evitan seguramente las recidivas. No de otro modo 1 libra de agua, derramada de una vez sobre carbones encendidos, es sufi- ciente para apagarlos; al paso que no producirá seguramente el mismo efecto una cantidad do- ble del mismo líquidp derramada gota á gota y con largos intervalos (Therapéutice, edil. cit., p. 117). En la fiebre simple no daba Torti mas que 2 dracmas de quina. «La medicación febrífuga, tal como acabamos de copiarla de Torti, ha sido adoptada por Bretonneau: 3ó4 dracmas de quina amarilla real, dice este médico, bastan comunmente para suprimir un acceso de fiebre intermitente legítima, si se las administra de una vez. Pero la misma cantidad fraccionada deja de produ- cir igual efecto. Asi es que pueden darse hasta 2 onzas de quina en el espacio de cinco ó seis dias durante lasapirexias, sin conseguir que se suprima la fiebre; mientras que se obtiene este resultado con 4 dracmas administradas en una dosis. Estas deben aumentarse á proporción de la inminencia del peligro.» (loe. cit., p. 135; Paris, 1833). «Existen pues dos métodos muy diferentes de administrar la quina, ó el sulfato de quinina, pues cuanto se diga de una de estas sustancias puede aplicarse esactamente á la otra: el pri- mero consiste en administrar una cantidad con- siderable del febrífugo en una sola dosis, y el segundo en fraccionarla y distribuirla durante los dias de apirexia. La mayor parte de los mé- dicos han adoptado el segundo método, que es el de Sydenham ; pero en los paises en que es endémica la fiebre se prefiere el de Torti. Mai- llot, que ha esperimentado comparativamente ambos métodos, dice que las dosis moderadas de sulfato de quinina abrevian los accesos, pero no los suspenden del todo, siendo nece- sario insistir tres ó cuatro veces en la adminis- tración del remedio; al paso que una sola dosis de 16 á 18granos es por lo regular sufi- ciente para suprimir los accesos. «Prescribien- do el sulfato de quinina á las dosis que indica- mos, se abrevia mucho la duración del trata- miento, haciéndolo al mismo tiempo menos costoso, puesto que se emplea menos sulfato de quinina para obtener una curación completa, que administrándolo por las reglas ordina- rias» (obra citada, p. 362). «En las fiebres intermitentes simples,queson las únicas que estudiamos en este momento, se consigue cortar los accesos por cualquiera de ambos métodos, sobretodo cuando son es- porádicas ó importadas. Sin embargo, cuando son endémicas y los individuos se hallan some- DE LA FIEBRE INTERMITENTE. 277 tidos todavía al influjo miasmático que les pro- dujo la enfermedad , es indudable que merece la prefereucia el método de Torti, y aun si he- mos de atender á los numerosos hechos obser- vados por uno de nosotros al estudiar los efec- tos del sulfato de quinina, debe establecerse como regla general, que conviene administrar este medicamento de una vez á dosis altas y á la mayor distancia posible del acceso inmedia- to, esto es , en el momento de terminar el an- terior. Asi, por ejemplo, en las cuotidianas no debe perderse un momento en propinar el fe- brífugo, luego que termine el paroxismo febril, y lo mismo decimos de las cuotidianas y ter- cianas dobles, etc. En las tercianas y cuartanas simples tiene el médico mas tiempo de obrar, y aun puede temerse que se disipen entera- mente antes que llegue el acceso, los efectos producidos por el sulfato de quinina, si la ad- ministramos conforme á las reglas que acaba- mos de establecer. Esta es sin duda la razón que han tenido los autores, para aconsejar que se tome el febrífugo diez horas antes del acce- so en las tercianas y cuartanas, ó que se dé, como hacen otros, todos los dias de apirexia. La observación nos ha enseñado algunos por • menores sobreesté punto, que merecen tener- se en cuenta al administrar el sulfato de qui- nina. Hasta el dia ignoramos absolutamente el modo de obrar de este medicamento : tampoco conocemos la causa íntima ó primitiva de la fiebre intermitente, y aunque supongamos que esta depende de un envenenamiento producido por el miasma de los pantanos, no podemos decir si la quina obra á la manera de un con- traveneno, ó solo modificando el sistema ner- vioso. Lo cierto es que los efectos terapéuticos del sulfato de quinina en el hombre afectado de otra enfermedad distinta de la fiebre inter- mitente, no se manifiestan hasta el momento en que empiezan á observarse perturbaciones nerviosas, corao zumbido de oidos, sordera mas ó menos completa, mareos, vértigos , al- teración de la vista, y un estado general ente- ramente semejante al que ocasiona la embria- guez. Estos fenómenos, cuya intensión es muy variable, y que nosotros hemos producido cons- tantemente administrando de media á una dracma de sulfato de quinina en el reumatismo articular agudo, se disipan las mas veces á las doce horas, y constantemente á las veinti- cuatro después de suspendido el uso del reme- dio. En las calenturas intermitentes no hay ne- cesidad de elevar las dosis hasta producir toles efectos; pero de todos modos estos hechos nos indican, que los efectos del sulfato de quinina desaparecen con mucha rapidez , y por consi- guiente que no se debe administrar este medi- camento en las tercianas y cuartanas sino doce horas antes de la época á que corresponda el acceso. Acaso pudiéramos establecer este prin- cipio como regla general,si hubiésemos podido ensayar completamente las dosis de sulfato de quinina en todos los tipos de estas fiebres. Con- cluiremos, pues, resumiendo lo que viene di- cho en estas palabras: cuando se haya de com- batir en un pais pantanoso una fiebre intermi- tente y convenga hacerla abortar sin demora, sedara el sulfato de quinina en una dosis tal, que determine algunas de las perturbaciones nerviosas que antes hemos indicado (por lo regular bastan para esto 16 á 18 granos); ad- ministrándole inmediatamente después del ac- ceso en las cuotidianas y sub-continuas, y doce ó quince horas antes en las tercianas y cuar- tanas. Es de advertir que desde el descubri- miento del sulfato de quinina se ha propinado este medicamento con suma timidez, y que aun profesan muchos ideas poco exactas acerca de su acción. La doctrina de Broussais,que domi- nó en las escuelas durante algunos años, ejer- ce todavía su funesto influjo en esta cuestión de terapéutica. La mayor parte de los médicos están persuadidos de que no se pueden dar 18 ó 20 granos de sulfato de quinina sin inflamar el estómago; pero estos temores son evidente- mente quiméricos, y á no ser en algún caso raro de contraindicación, se tolera muy bien este medicamento por los órganos digestivos. Asi es que no debe temerse aumentarla dosis, cuando interesa cortar con prontitud una fie- bre intermitente. «No basta haber suprimido los accesos de la fiebre; sino que es necesario también impedir su reproducción con el uso hábilmente dirigido de la quina. Ya hemos dicho que el ilustre Tor- ti administraba dos dracmas de esta sustancia en los dos ó tres dias inmediatos á los del ac- ceso, y que suspendiéndola después por espa- cio de ocho dias, volvía á dar media dracma todas las mañanas en los ocho siguientes. Por último, aconsejaba que pasadas otras dossema- nas volviese á tomar el convaleciente una drac- ma repartida en seis dias. Werlhof, después de cortar las tercianas, dejaba descansar al en- fermo siete dias, y le administraba en seguida la quina por espacio de otros siete. En las cuo- tidianas y cuartanas suspendía el medicamento por espacio de catorce dias, y volvía ádarlo en el decimoquinto , el decimoctavo y vigésimo primero. Esta medicación es una consecuencia necesaria de la teoría de Werlhof sobre las semanas paroxísticas. »Sydenham, siguiendo el método de Talbot, que prescribía su famosa tintura á dosis de- crecientes , cortaba la fiebre según las reglas que antes hemos indicado, y en seguida , si era terciana ó cuartana, suponiendo que la primera volvía á presentarse al cabo de siete dias y la segunda á los catorce, administraba de nuevo el medicamento cinco dias después de la cesación de la fiebre en la terciana, y á los diez ó doce dias en la cuartana. Este méto- do no se diferencia esencialmente del de Torti, seguido todavía por gran número de médicos, y que consiste en suspender cinco ó seis dias el febrífugo, y volverlo á dar en igual cantidad, aunque á distintas dosis. s ».\epple dice haberle enseñado la esperícn- cia, «que hay mas inconveniente en prolongar el uso del febrífugo, que en suprimirlo asi que falta el primer acceso; que no se evitan las re caidas con el uso demasiado repetido de la quina; que esto sustancia acaba por irritar las membranas mucosas gástricas, disponiéndolas á flegmasías crónicas e;i los sugetos irritables, y que por lo mismo es mas útil renovar su ad- ministración en la época en que acostumbre recidivar la fiebre; época que, aunque varia- ble, puede fijarse generalmente entre los días once y veintiuno para las cuotidianas y ter- cianas, y entre el veintiuno y el treinta pa- ra las cuartanas)) (obra citada, p. 148). Tam- bién estos preceptos son casiidénticos á los de Torti y Sydenham, aceptados por Van-Swie- ten y Stoíl. Es necesario distinguir esle méto- do, mas ó menos modificado por los autores, pero siempre preferible á los demás, del que consiste en dar la quina por espacio de cierto tiempo á una misma dosis, y después sucesi- vamente á dosis decrecientes. Cuando se pro- cede de este último modo, no larda en obser- varse en los individuos sometidos á la medica- ción una escesiva repugnancia á continuar el uso de la quina, teniendo que abandonaren muchos casos este medicamento, que ocasio- na inapetencia, dolores epigástricos y per- turbación de las funciones digestivas. ^lai- llot cree que «cuando se han suspendido los accesos febriles, es enteramente inútil conti- nuar mas de uno ó dos dias el uso del sulfato de quinina» (obra citada, p. 365). «Concluiremos, pues, aconsejando con la mayor parto de los autores, que no sedé la quina eu dosis decrecientes después de cortar los accesos, sino que se suspenda casi inme- diatamente su administración, para volver á continuarla en las épocas presuntas de los pa- roxismos, corao lo ordenanTorliy Sydenham. »Se observa en muchos casos que desapare- ce la fiebre con facilidad, pero se reproduce de un modo indefinido, cediendo siempre á la Juina. Las causas mas comunes de estas reci- ivas son: el habitar en los paises donde son endémicas las fiebres, las variaciones atmosfé- ricas, los errores de régimen y los escesos á que se entregan los convalecientes. Las recidi- vas exigen para su curación dosis mas conside- rables de sulfato de quinina ; pero debe adver- tirse al enfermo, que no serán muy duraderos los buenos eíectos de esto medicamento, si no se sujeta á un régimen severo, ó si no aban- dona el pais en, que tuvo su origen la calentu- ra. En semejantes circunstancias suelen pro- ducir los mejores resultados el opio, los vomi- tivos v las medicaciones perturbadoras. «Dabij el enfermo continuar usandoel sulfato de quinina mientras permanezca hipertrofiado el bazo, á no ser que presente esto viscera una induración ó alteración crónica de distinta na- turaleza que no le permita disminuir de volu- men , lo cual es fácil de conocer por la percu- DE LA F1KBRE INTERMITENTE. sion.Recurriendoácsteraétodo,sevcdism¡nuir poco á poco la tumefacción del bazo bajo el in- flujo de la quina, cuva administración no debe suspenderse hasta haberse asegurado de que ha vuelto esto entraña á sus límites naturales. Los antiguos estaban privados de este signo precioso que debe scrvirde regulador en la te- rapéutica. Desde que se tiene en cuenta la hi- pertrofia del bazo, las recidivas son mucho raas raras, y es rauy probable que hayan descui- dado esta importante práctica los autores mo- dernos, que se quejan todavía de la frecuente reproducción de las intermitentes. Aconseja- mos á los médicos que ejercen su profesión en paises pantanosos, que sigan la regla que aca- bamos de establecer, teniéndola siempre pre- sente en su memoria antes de abandonar el uso del febrífugo. «Delarséuico.—Pocos remedios tomados del reino mineral, dice Gasc en sus Advertencias sobre el uso del arsénico en las fiebres intermi- tentes, han sido objeto de tantos ensayos é in- vestigaciones como el arsénico; pero untíshan exagerado mucho las ventajas y otros los in- convenientes de esta sustancia, alejándose to- dos de la verdad (Journ. comp., t. I, p. 220, en 8.°, 1818). Los alemanes son los quemas se han servido de este remedio en el tratamien- to de las fiebres intermitentes. Slahl habla de dos enfermos, que murieron áconsecuencia del arsénico que se les propinó para curarlos de una calentura intermitente de que estaban afectados (ap. J. Franck, obra citada, p. 157). En la disertación de Hartes se encuentra el nombre de lodos los autores antiguos y moder- nos que han hecho uso de este medicamento, y se leen también varías observaciones hechas por el autor cuando ocupaban la Alemania los ejércitos franceses (1808 y 1809): de 22 en- fermos, entre los cuales habia 14 afectados de cuartanas regulares, 3 de cuotidianas legíti- mas, 1 de cuotidiana anómala, I] de tercianas simples y 2 de cuartanas dobles, se curaron los 20 con solo el uso del arsénico, no habien- do tardado los otros dos en salir del hospital en perfecta convalecencia. En algunos de ellos se observaron cólicos y diarrea pasageros; pero en la mayor parte empezó á modificarse el tipo y la intensión de la fiebre desde el tercero ó cuarto dia. Al principio se alteraban los esta- dios ; se acortaban los paroxismos, haciéndose el frió casi insensible en unos enfermos, y fal- lando en otros el período de calor. En casitodos se cortó la liebre al tercero ó cuarto acceso; en algunos se efectuó la curación al segundo, y si á veces se reprodujo el mal , débese atribuir á la corla cantidad de las dosis. El autor de quien hablamos empleaba el arseniato de sosa disuel- to en un cocimiento de cebada, al cual anadia seis ú ocho gotas de tintura de opio (de Ár.sEn la fiebre intermitente complicada con infarto gástrico simple, puede darse con utili- dad un emético durante la apirexia, y provocar evacuaciones alvinas con los calomelanos, el ruibarbo ó algún purgante salino. También convienen perfectamente en este caso las bebi- das acídulas, preparadas con frutos azucara- dos. Algunos administran asimismo los laxan- tes en la forma biliosa, sin necesidad de usar antes los vomitivos. «En los casos en que atormenta al enfermo ana cefalalgia intensa, que se aumenta durante los accesos, y puede hacer temer que sobreven- da el delirio, convieneadrainistrarle cierta can- tidad de opio, de láudano ó de jarabe de ador- mideras. »En ninguna de las formas que afecta la fiebre intermitente son tan difíciles las conva- lecencias y frecuentes las recaídas como en la biliosa; lo cual depende sin duda, de que que- da siempre cierta irritación en la membrana mucosa digestiva, ó de que no se disipa ente- ramente la congestión del hígado. Es, pues, necesario que el médico tenga este hecho muy presente, para seguir con perseverancia el plan que se haya propuesto, seguro de que mientras exista alguno de los signos propios de la con- gestión del hígado ó de la irritación gástrica, es muy de temer que no sea franca ni muy du- radera la convalecencia. Agrégase á estolo-di- fícil que es imponer un régimen severo á un hombre que se cree enteramente curado, y en quien sin embargo el menor estravio higiénico reproduce los accesos, haciéndolos tomar en pocos dias la forma remitente. En tales cir- cunstancias puede acabar la calentura por ha- cerse continua, acompañada de disenteria, hi- dropesía ú otras afecciones que lleven al pa- ciente al sepulcro. «El tratamiento de la fiebre intermitente pi- tuitosa, es decir, complicada con una irrilacion secretoria de las membranas mucosas, y con especialidad de los intestinos gruesos, no'se ha descrito convenientemente por los autores, sin duda á causa de no haber estos fijado bien su atención en el estado morboso á que nos refe- rimos. Así, pues, solo diremos unas cuantas palabras de ciertos diarreas simples, que se ob- servan en algunos sugetos, y que al parecer los alivian, y aun en ocasiones abrevian la ter- minación de la enfermedad. En esta complica" cion se ha aconsejado la ipecacuana y el opio, cuyo principal efecto es moderar el flujo intes- tinal. «Tratamiento de las hipertrofias del bazo y del hígado.—Hemos dicho que la congestión del bazo es una lesión sumamente común en las fiebres periódicas, y que por consiguiente no se la debe considerar como una complica- ción, á menos que no sea considerable y muy antigua. De esto ultima clase de congestiones nos ocuparemos especialmente en este párrafo. Siempre qne una fiebre intermitente vuelve á reproducirse á pesar del uso metódico del sul- fato de quinina á altas dosis, permaneciendo el vientre tumefacto, distendido y aun dolo- rido en el hipocondrio izquierdo, "debe fijar el médico toda su atención en el bazo, investigan- do por medio del tacto y de la presión cuál es la naturaleza de la lesión anatómica; si con- siste en una simple congestión con aumento de volumen, ó en una hipertrofia acompañada de induración, ó en una de esas degeneraciones que no dejan ninguna esperanza de obtener una resolución completa. Es necesario distin- guir cuidadosamente estos dos casos; porque asi corao la congestión , por antigua que sea, puede disiparse enteramente por medio del tra- tamiento que vamos á indicar, la induración crónica le resiste en el mayor número de casos. Bally y Piorry son los que" han dado á conocer las particularidades raas importantes de esta complicación. Cree el primero que la hipertro- fia del bazo, por considerable que sea, cede al uso de la quina, siempre que no haya tuber- culoso cáncer. «Tengo como cosa demostrada, dice Piorry, que las hipertrofias del bazo que dependen de depósitos de materia tuberculosa, de carcinomas ó de una alteración profunda de Jos tejidos, no ceden nunca al sulfato de qui- nina, cualquiera quesea la dosis á que se dé este medicamento. Lo único que se puede con- seguir es, que las porciones alteradas del bazo 3ue hayan conservado su estructura natural isminuyan de volumen proporcionalmente á la cantidad de sulfato de quinina que se ha- ya usado» (Mem. leída á la Acad de ciencias, concl. 37). A pesar de la exactitud de estas ob- servaciones, como es imposible determinar ri- gurosamente durante la vida la naturaleza de la alteración, siempre es preciso obrar como si tuviésemos la certidumbre de que solo exis- te una simple hipertrofia ó congestión del bazo. «En todas las obras escritas sobre las fiebres periódicas se encuentran indicadas estas diver- sas alteraciones del bazo. Los habitantes de los paises en que son endémicas las intermitentes llaman torta de la fiebre al tumor que forman en el vientre la hiperemia del bazo y del hí- gado, ó las colecciones serosas abdominales. Los antiguos, y entre ellos Torti, sabían muy bien que el mejor modo de curar las hidrope- sías producidas por esta causa, era administrar 581 DE LA FIEBRE la quina á dosis muy elevadas (obra citada, p. 179). Pero los autores modernos han enri- quecido la ciencia con documentos mas preci- sos, y que no dejan nada que desear. Piorry es el que mejor ha estudiado los efectos del sul- fato de quinina sobre la tumefacción del bazo. En la actualidad casi todos los médicos están conformes en que deben combatirse con ote medicamento los infartos que se refieren á la existencia actual ó pasada de una fiebre inter- mitente; siguiendo en esto á Bally, que hace mas de quince años publicó el resultado de las investigaciones que habia hecho para ilustrar este punto importante de la terapéutica. «Para que los infartos esplénicos cedan al sulfato de quinina, es necesario usar dosis muy considerables de este medicamento , á no ser que la hipertrofia sea ligera ó de una época re- ciente. Pueden administrarse desde 20 á 40 granos, continuando hasta que vuelva el bazo á su estado normal: la percusión nos indicará el momento preciso en que debe suspenderse el uso del medicamento. Si vemos que no dis- minuye la hipertrofia, se aumentara progresi- vamente las dosis , y en todos los casos deberá continuarse su uso algún tiempo después de haber conseguido la resolución de la enferme- dad. Los médicos que egercen en paises donde son endémicas las liebres, no deben temer au- mentar gradualmente las dosis de quinina has- ta media ó una dracma, contal que lo hagan poco á poco, y sin que el enfermo se sienta in- comodado. Los accidentes que provoca este re- medio no son tan comunes, como suponen los médicos que no han egercido su arte en paises pantanosos. «La sangría general y las aplicaciones repe- tidas de sanguijuelas y ventosas escarificadas sobre la región del bazo, no tienen un influjo bastante manifiesto sobre la hipertrofia de esta viscera, y solo pueden ser útiles cuando se ad- ministra "al misino tiempo el sulfato de quinina, La aplicación de ventosas se halla indicada mas especialmente en los casos en que existe algún dolor ó una sensación de plenitud é incomodi- dad en el hipocondrio izquierdo. «Es muy rápida la disminución de volumen del bazo bajo el influjo de la administración del sulfato de quinina. Piorry la ha comprobado de un modo muy sensible cinco minutos des- Suesde tomado el medicamento: muchas veces isminuye dos ó tres pulgadas de un dia para otro. El autor que acabamos de citar dice que es inútil insistir en el uso de dicha sal, cuando no disminuye el volumen del bazo administrán- dola á dosis de media á una dracma al dia; pues entonces es probable que exista alguna de esas lesiones que no se modifican con este re- medio (Piorry). Hemos tenido ocasión de ad- ministrar el "sulfato de quinina á altas dosis, por ejemplo de 1 1|2 dracmas, en el reumatismo articular a^udo, sin observar otros accidentes que una amaurosis pasagera en un caso, v una hematuria en otro; mas no por eso creemos 1NTERMITE>TE. I que deban elevarse las dosis de este medica- mento sin grandespre3 !. B-urlin admite como Alionar 1, la alteración de la sanare por los miasmas pantanosos solo q ie esnlica el tipo de la fiebn oír las proporciones raas ó menos graduarlas de osle ven-no ; mi Mitras que Au- douard le atril)ave únieame;>' * el movimiento febril, vs'ihordina la rep'!;rion.ó sea el tipo de la calentura, á la congestión dd bazo . qie se verifica par intervalos mas ó meaos aproxima- dos, S'í'ia la intensión de las rausas que su- pone capaces de determinarla. No se ha concre-1 todo Boudin en su teoría á la consideración de las fiebres intermitentes, y en esto ha hecho un servicio conocido á la patología; ha demos- trado que la intoxicación de los miasmas pan- tanosos da lugar á una porción de enfermedad des especiales, que no se presentan esclusiva- raente con la forma periódica,cqmose ha creído por mucho tiempo; sino que afectan también la remitente y continua, constituvendo asi diver- sos estados morbosos, cuya afinidad y origen comun se han desconocido frecuentemente. Ya en 1836 habia considerado Maillot la calentura intermitente bajo este punto de vista, reunien- do en una descripción general los tipos conti- nuos, remitentes é intermitentes, de las liebres producidas por miasmas pantanosos (Traite des fiév. in/ermit., etc.). Por lo demás, este rao- do de considerar las calenturas de quina, está completamente desenvuelto en la admirable obra de Torti, de donde han sacado sus princi- pales inspiraciones los autores que acabamos de citar. »Maillot atribuye las fiebres intermitentes i una lesión del sistema nervioso en general, y especialmente del eje cerebro-espinal. Rechaza la idea de una neurosis, y opina que la calen- tura intermitente depende de « una irritación que tiene por carácter anatómico una hiperemia de la materia nerviosa y de sus cubiertas» (pá- gina 326). La anatomía patológica está rauy lejos de apoyar esta doctrina. Guérin de Ma-» mers supone que las calenturas de acceso son una neurosis del eje cerebro-espinal. Nepple ve en la intermitencia un fenómeno nervioso, producido por el fluido de este nombre, que se traslada rápidamente al punto irritado, concen- trándose alli de un modo estraordinarío, y oca- sionando momentáneamente una congestión, que á su vez produce todos los fenómenos loca- les y generales de la inflamación , etc. (obra cit., p. 292). Para qne esta hipótesis'tuviese algún fundamento, seria necesario probar que existe un punto irritado , é indicar el sitio de tal irritación. «Piorry, que ha estudiado con mucho esme- ro la etiología de las fiebres periódicas, no quie- re que las produzca directamente una alteración persistente de la sangre. Parécete que los mias- mas pantanosos obran sobre el bazo y ocasio- nan su hipertrofia, y por lo tanto una fiebre in- termitente, á consecuencia de su absorción y de una acción especial que egercen sobre el ór- gano esplénico (Recher. sur les maladies de la' rale, 1843, prop. 14). El carácter intermitente y periódico de las neuralgias y de las fiebres de acceso; la identidad que los autores anti- guos establecen entre las llamadas liebres lar- vadas y las verdaderas fiebres intermitentes; la facilidad con que unas y otras ceden á la acción del sulfato de quinina; la frecuente coinciden- cia de ciertos neuralgias v fiebres de acceso, coincidencia que les da un carácter pernicioso; y finalmente , la íntima relación que existe en- tre la marcha de algunas neurosis y la de los DE LA FIEBRE INTERMITENTE. 283 accesos febriles; todas estas consideraciones demuestran, según Piorry, de la manera mas evidente, que el punto de donde parten las fie- bres Ínterin i ten tes es el sistema nervioso, y par- ticularmente la porción de este sistema que corresponde al bazo ( prop. 19). La hipertrofia esplénica es la causa mas comun de las fiebres de acceso: todas las alteraciones orgánicas y las contusiones de esta viscera , la esplenitis, las neuralgias del ovario izquierdo, del nervio intercostal y del útero, pueden producir calen- turas periódicas, con tal que esté enfermo el bazo ó participe de los padecimientos de los órganos inmediatos (prop. 6 y siguientes). Adoptando Piorry la opinión emitida por Au- douard, sostiene que siendo la hipertrofia del bazo un hecho constante en todas las fiebres intermitentes, á ella se debe atribuir precisa- mente la causa de la intermitencia febril. Tales son las últimas conclusiones de los largos estu- dios de Piorry sobre este asunto; conclusiones dictadas poruña profunda convicción, que no ha hecho sin embargo demasiados prosélitos. «Indicadas ya las causas higiénicas á que se ha hecho desempeñar cierto papel en la pro- ducción de la intermitencia febril, y discutido el valor de cada opinión, diremos para termi- nar todo lo relativo á objeto tan importante: 1.° que la causa de la calentura intermitente es un agente especial, cuyo origen debe buscarse en la infección: 2.° que este agente es un ver- dadero veneno, que penetra en la economía y altera la sangre; y 3.° que causa en el sistema nervioso un trastorno profundo , pero intermi- tente, que se revela por lesiones de la calorifi- cación v de la circulación, y por congestiones viscerales, siendo entre estas Ja mas constante la hiperemia esplénica, que sin embargo no puede considerarse como causa, sino como efec- to del movimiento febril. «Clasificación en los cuadros nosograficos.— Las liebres intermitentes se han colocado por los patólogos mas antiguos en una clase sepa- rada muy distinto. Sauvages las incluye en su orden tercero de fiebres, después de fas remi- tentes. Vogel, Cullen y Sagar hacen de ellas también una clase aparte. El espíritu de siste- ma ba estravíado á algunos nosógrafos moder- nos, hasta el punto de hacerles desconocer esta distinción, consagrada por los autores de todas las edades. Pínel comenzó por negar la exis- tencia de la liebre intermitente simple, y en verdad que no sabemos esplícarnos cómo un ta- lento tan eminente ha podido dudar de un he- cho que nos enseña á cada paso la observación clínica mas superficial. Decidido á no conside- rar la fiebre intermitente corao una enfermedad distinta, se creyó autorizado á incluirla en las ; divisiones nosográficasque habia adoptado para las calenturas continuas, y la agregó á las fie- bres biliosa, mucosa, adinámica, etc., consti- tuyendo una desús formas (Nosograph. philo- soph , o.a edic, 1.1.). Broussais ha sido todavía menos feli/. que Pinel, proponiéndose destruir TOMO IX. Ja esencialidad de la fiebre intermitente y refe- rirla á la irritación intestinal. «En el estado actual de la ciencia, la calen- tura intermitente es todavía una fiebre, una pi- rexia esencial, es decir, una enfermedad febril, cuya causa se nos oculta, y que forma un gé- nero muy distinto en el orden de las fiebres. «Los médicos que han escrito sobre las calen- turas de los paises calientes, dice Littré, las han dividido en intermitentes , remitentes y conti- nuas ; los que han descrito las de los paises frios han adoptado la misma división. ¿Pero las con- tinuas de los unos son las continuas de los otros? De ninguna manera, y sin embargo por una y otra parte se han cometido frecuentes errores, es decir, que los patólogos de los paises calien- tes han asimilado nuestras fiebres á las suyas, y recíprocamente (traduc. de Hipócrates). Hé aquí, pues, como seria necesario clasificar las fiebres intermitentes: en lugar de fijarse en la forma sola del aparato febril, se debe conside- rar la causa misma que lo determina, y de este modo resulta, que las fiebres de los pantanos ó calenturas de quina constituyen un grupo aparte de pirexias, en las cuales puede ser el movimiento febril intermitente, remitente 6 continuo. El origen y el tratamiento común de estas tres formas de calentura aconsejan se- mejante división. Quisiéramos también que se considerase la fiebre de los pantanos de la ma- nera que Sagar, Sauvages , Cullen y la mavor parte de los nosógrafos del último siglo, es de- cir, como un grupo de enfermedades que pue- den complicarse con otras afecciones. Asi ten- dríamos fiebres intermitentes, remitentes y continuas, y en cada uno de estos tres órdenes principales se describirian como otras tantas especies particulares, los diferentes tipos con sus complicaciones : la intermitente terciana, por ejemplo, puede ser: 1.° simple; 2.° remi- tente; 3.° continua, y complicarse con exante- mas, ó en fin con accesos perniciosos: noses- plicaremos dentro de poco sobre este punto. ABTICULO SEGUNDO. De las calenturas intermitentes perniciosas. «Fácil es convencerse por la lectura de di- ferentes obras que tratande lafiebre perniciosa, de que se ha designado frecuentemente con este nombre una pirexia, no siempre en reali- dad intermitente, sino con remisiones mas ó menos marcadas. Algunas veces es totalmente continua; en otros casos, en fin, depende su gravedad de la existencia de alguna complica- ción. Es evidente que importa hacer cesar se- mejante confusión en los nombres y en las co- sas, si se quiere escribir con alguna claridad la historia de las fiebres perniciosas. Nos pare- ce, pues, que para dar al lenguage médico alguna precisión, es necesario establecer ante todo, que el carácter pernicioso de una fiebre producida por los miasmas pantanosos, puede MO DK US CAlMTimAS intermitentes perniciosas. presentarse: i.9 en la fiebre francamente in- termitente; 2.° en la remitente, 3.° en la con- tinua; y que por consiguiente, hay fiebres per- niciosas de quina en los tres modos patológicos áque da lugar la intoxicación pantanosa. La gravedad de una fiebre no puede servir para constituir un orden separado de calenturas, Íiuesto que se puede encontrar igual peligro en as tres formas que acabamos de indicar. Por lo tanto, quisiéramos que en la historia de las fiebres de los pantanos solo se tuviese en cuen- to la continuidad, la remitencia y la intermi- tencia del movimiento febril, y que se diese: 4.° el nombre de fiebre intermitente perniciosa, á la que ofrece un movimiento febril intermi- tente, mas un síntoma grave, ó una lesión de- terminada de un órgano ó de una función, ca- paz de acarrear la muerte del sugeto; 2.° el de calentura remitente perniciosa, á aquella uyeo movimiento febril continuo ofrece paroxismos interrumpidos, en los cuales se manifiesta un síntoma insólito, ó alguno de los fenómenos propios déla fiebre, pero capaz por su violen- cia de comprometer la vida; 3.° y en fin, el de fiebre continua perniciosa á la pirexia cuyo mo- vimiento febril es continuo , y pone en peligro la existencia de los enfermos por una de las causas arriba indicadas. El único carácter co- mun á estas tres especies de fiebres, consiste en que son determinadas por los efluvios pan- tanosos, ó por un miasma particular, y que ce- den ordinariamente al uso de la quina, ó por lo menos son ventajosamente modificadas por este agente terapéutico. Repetimos que á nuestro modo de ver, la gravedad de una fiebre no es el elemento mas esencial y que deba dominar á los otros; antes que él ha de colocarse la con- sideración, mucho mas importante, de lacausa 2ue determine el daño (miasma pantanoso), y el remedio que puede hacerle cesar (quina ). Ahora nos resta investigar la causa que produ- ce la malignidad de las fiebres intermitentes, continuas y remitentes; y este es precisamente el estudio que varaos á hacer con algún dete- nimiento. Pero ante todo conviene dar á cono- cer las calenturas perniciosas descritas por los autores. «División de las fiebres perniciosas.—Sau- vages, Linneo, Vogel, Sagar y Cullen colocan la fiebre intermitente perniciosa en los diferen- tes tipos de la intermitente. Así, por ejemplo, al describir Cullen la intermitente terciana, habla sucesivamente de la terciana simple, de la terciana remitente, de la complicada con ac- cidentes perniciosos, tales como el síncope, convulsiones, delirio, coma, etc. (fiebre per- niciosa), y después de la complicada con una inflamación, exantema ú otra enfermedad (ter- tianapetechialis, scorbutica , miliaris), termi- nando con las liebres tercianas subcontinuas (Genera morborum, el. 1. Pirex. ord. 1. febres; Elements de méd. pratiq , t. I.). Este modo de considerar las fiebres de (juina es escclente y abraza los tres tipos principales (interm., re- mil., confín.); teniendo ademas la ventaja de manifestar las afinidades naturales que existen entre las diversas especies, cualquiera que sea su tipo. Es sensible que se haya abandonado por tanto tiempo semejante clasificación. Si no temiésemos separarnos del orden generalmente seguido , hubiéramos estudiado el carácter per- nicioso de cada fiebre en cada una de las tres clases de pirexia, sin establecer un orden se- parado. Los autores que han escrito últimamen- te sobre las fiebres intermitentes y han com- prendido que era preciso volver áesta idea, si se quería establecer un plan terapéutico conve- niente y verdaderamente eficaz; y no es otro sin duda el objeto que se han propuesto al de- cir, que si bien debía tomarse el tipo en la mas detenida consideración, era ante todo necesa- rio atender á la causa de la enfermedad y ásu tratamiento mas apropiado. Volveremos a ocu- parnos mas de una vez de este asunto, asi co- mo de las importantes deducciones que de él se desprenden; porque seria imposible formarse una idea exacta de las fiebres intermitentes, si no se las considerase bajo este punto de vista. »E1 célebre Mercado, que tuvo el mérito de ser uno de los primeros que describieron con el mayor cuidado las fiebres perniciosas, las divi- de en seis grupos (de Febre essent. caus. p. 396; Francf., 1629). Las esplicaciones. humorales 3ue le sirvieron para establecerlos, no merecen etenernos un instante. Torti, que se aprove- chó de los trabajos de Mercado, y define como él la fiebre perniciosa, divide las intermitentes en benignas y malignas; estas comprenden las perniciosas, que él llama febres comitatce, caracterizadas por un síntoma grave que puede hacer creer la existencia de una enfermedad. La otra clase de fiebres malignas se compone délas intermitentes, que denomina solitarias (solitaria;), y que no dan lugar á síntoma al- guno predominante y bien caracterizado, sino á fenómenos morbosos muy variados, y que ade- mas tienen una tendencia marcada á hacerse continuos. «Las fiebres malignas perniciosas, que él llama comitatw, se dividen, según el síntoma que las acompaña, en colicuativas y en coagula- Uvas. La colérica, la disentérica, la atrabiliaria, la cardiaca y la diaforética, pertenecen á las colicuativas; la sincopal, la álgida , la letárgi- ca alas coagulativas. Las fiebres solitarias ó subcontinuas comprenden también calenturas perniciosas; pero Torti no les asigna división alguna. Son muy importantesestasdistinciones, porque comprenden casi toda la sintomatologia de las fiebres perniciosas. Las descripciones de Torti, de las que tomaremos muchos pasages, son verdaderos modelos que nadie ha sobrepu- jado (Terapeut. spec., etc., lib. III, cap. 1). »x\o nos ocuparemos délas divisiones pro- puestos por Grimaud (Cours complet des fiévres), porSwediaur (Nova nosolog., t. 1 n 32) por , Montgellaz (obra cit.), etc., porque no tienen sentido preciso , ni fundamento alguno. Ali- DE LIS GALENTURAS INTERMITENTES PERNICIOSAS. S91 bert las divide en tres clases diferentes, según que se hallan mas particularmente trastornadas la sensibilidad, la motilidad ola caloricidad (Traite des fiév. pernic. interm., en 8.°; Pa- ris, 1804). Describe sucesivamente: 1.° la co- lérica ó disentérica; 2.° la hepática ó atrabilia- ria; 3.° la cardiálgíca; 4.° la diaforética; 5.° la sincopal; 6.° la álgida; 7.° la soporosa; 8.° la delirante; 9.° la perineumónica; 10 la reumá- tica; 11 la nefrítica; 12 la epiléptica; 13 la convulsiva; 14 la cefalálgica ; 15 la disnéica; 46 la hidrofóbica, 17 la afónica; 18 la catar- ral; 19 la ictérica; 20 la exantemática. Po- cas de estas especies merecen conservarse. «Bailly descríbelas fiebres intermitentes per- niciosas, delirantes, convulsivas, álgidas, sin- gultantes, cefalálgicas, epigastrálgicas , colé- ricas y plcuriticas (obra cit.,p. 154). «Maillot establece, que las fiebres intermiten- tes pueden referirse á lesiones: 1.° del aparato cerebro-espinal; 2.° de los órganos abdomina- les; 3.° de los órganos torácicos. En el primer orden se encuentran las fiebres comatosa , de- lirante, álgida, tetánica, epiléptica, hidrofó- bica, cataléptica, convulsiva y paralítica; en el 2.» las fiebres gastrálgica ó cardiálgíca, la colérica , la ictérica, la hepática, la esplénica, la disentérica, la peritonítica; y en el 3.°las ca- lenturas sincopal, cardítica, neumónica y pleu- ritica. «Se podria multiplicar singularmente el nú- mero de las fiebres perniciosas, si hubiéramos de crear otras tantas especies como síntomas y complicaciones se presentan, capaces de modi- ficar la fisonomía y la marcha de las calenturas intermitentes. Es necesario ante todo tener en consideración la gravedad de los fenómenos, y negar el nombre de fiebres perniciosas á aque- llas cuyos síntomas, si bien insólitos, no suelen acarrear la muerte á los pacientes. Torti ha sido menos pródigo que ningún otro autor en estas divisiones , y por lo que á nosotros toca, pro- curaremos imitar su prudente reserva. «No podemos menos de protestar altamente contra ciertas denominaciones, que emplean muchos autores de obras recién publicadas. Intitulan sus observaciones: fiebres perniciosas con gastrocéfalo-meningitis, gastro-enteritis, irritación hepática, ileo-colitis, encefalitis, etc. Las lesiones encontradas en el cadáver están muy lejos de legitimar semejantes denomina- ciones, que parecen dictadas por doctrinas mé- dicas que es preciso dejar á un lado, si se quiere ilustrar en algún modo la etiología, tan oscura todavía, de las fiebres pantanosas. Ademas, ¿por qué no contentarse con indicar el síntoma predominante, en lugar de darle un valor se- meiológico rauy controvertible, y que puede interpretarse por cada uno de los observadores de un modo diferente? Dado caso que se ob- serve una fiebre con síntomas de irritación gas tro-encefálica, lo que conviene es indicarlos, y tratar de describirlos cuidadosa y fielmente, á (in de que no se pueda negar su existencia. «Caracteres generales de la fiebre intermi- tente perniciosa.—1.° Sacados de la anatomía patológica.—Si hay una cuestión patológica que pueda esclarecerse por el estudio de las alte- raciones cadavéricas, es sin contradicción la que agitamos en este momento. Efectivamente, si por descripciones esmeradas y recogidas por hombres á quienes sea familiar la anatomía patológica, se llegara á establecer con toda claridad, que en las fiebres perniciosas no se descubre lesión alguna que pueda considerarse como la causa de la muerte, se haria un in- menso servicio á la ciencia, por mas que el re- sultado solo fuese negativo. Supongamos por el contrario, que se encontrase una serie de le- siones bastante constantes, y sobre todo que se pudiesen deslindar los desórdenes pertenecien- tes á la fiebre, separándolos de los determina- dos por complicaciones ó por enfermedades accidentales, ¿no se habría adelantado rauchí- simoen el estudiode las calenturas perniciosas? Basta recorrer las obras consagradas á este gé- nero de investigaciones, para asegurarse de que no se ha hecho semejante trabajo; que muy frecuentemente se han considerado las congestiones cadavéricas, ó formadas durante la vida, pero independientes de la inflamación, como vestigios de una flogosis; y que mas de una vez se han referido á la fiebre de acceso lesiones que de ningún modo le correspondían. Algunos autores han sabido evitar este escollo, y por lo tanto los consultaremos con preferen- cia para establecer nuestras descripciones. «¿Está el bazo constantemente alterado en su testura y aumentado de volumen? Es impo- sible contestar á esta pregunta de una manera absoluta; sin embargo, es el órgano qne se presenta con mas frecuencia alterado. Au- douard tuvo ocasión de inspeccionar gran nú- mero de cadáveres en el hospital de Venecia en 1806, y encontró en los sugetos que habian muerto de fiebres perniciosas, el bazo muy vo- luminoso, ingurgitado de sangre y reblande- cido , sin otra alteración notable. En 1807 y 1808 repitió la misma observación en Boma. «Reconociendo con el tacto los órganos de los enfermos acometidos de fiebre perniciosa letár- gica, no manifestaban dolor alguno sino cuan- do se les examinaba el hipocondrio izquierdo. Entonces, aunque privados de conocimiento, alejaban la mano del esplorador, revelando su fisionomía que alli estaba su mayor padeci- miento. Efectivamente, se notaba que el bazo sobresalía del nivel de las costillas falsas, y si sucumbía el enfermo durante el acceso se le encontraba del peso de seis á siete libras, in- gurgitado de sangre y blando hasta el punto de poderse sumergir los dedos en su sustancia con la misma facilidad que en el queso de nata.» (Mémoire contenant des recheren. sur le siége des fiévres intermit., en Journ. génér. de Ímedec., año 1823, p. 245). Encontró Audouard esta alteración en enfermos que habian presen- tado los síntomas de una fiebre apoplética, de t»2 DE LVS CALENTCRAS INTERMITF\TE< PERNICIOSAS una soporosa ó carótica, vde una nerviosa. Los sintonías hubieran podido hacer creer que el foco de la dolencia estaba lejos del abdo- men, y que el bazo no participaba del mal. Sin embargo, se hallaba esto viscera volumi- nosa, blanda, invectada de sangre y convertida en putrílago como en los demás sugetos. Hán- se hallado estos desórdenes, hasta en indivi- duos que habian perecido en el primer acceso de una intermitente perniciosa (memor. cit. p. 247). Vaidy ha señalado igualmente la tu- mefacción del bazo (Recueil de mém.de méd. de chir.etdepharm. milit., t. VIII; Paris, 1820). Bailly, Nepple, Maillot, y otros muchos mé- dicos han encontrado lesiones análogas. Algu- nas veces se rompe el bazo, y al hacer la au- topsia no se encuentra en su lugar, sino una papilla negruzca, y el detritus del parenqui- ma esplénico (fiebre perniciosa esplénica). Solo por medio de cuadros estadísticos muy exac- tos, podrá saberse si está siempre alterado el bazo en las liebres perniciosas. En veinticuatro casos de fiebres perniciosas, comatosas, deli- rantes y gastro-cefalálgicas, ha encontrado Bailly doce veces el bazo difluente y dos veces roto; y en cinco perniciosas epigastrálgicas se ha visto el bazo muy blando ó roto y el hígado igualmente reblandecido. «El hígado es el órgano, que después del ba- zo, se presenta con mas frecuencia alterado. Su tejido esta ingurgitado de sangre, algunas ve- ces mas blando, y su volumen aumentado. En ocasiones, ofrece la membrana mucosa gastro- intestinal una inyección sanguínea, que acaso dependa también de esa disposición congestiva que acompaña á la fiebre intermitente. En cuanto á las alteraciones halladas en las demás visceras, varían según la forma de la fiebre perniciosa. «Encuéntrase á menudo en el cadáver de los enfermos que sucumben la hiperemia de los centros nerviosos vde sus cubiertas, y aun Maillot procura establecer, que bajo el aspecto anatómico, el primer hecho digno de observar- se es la hiperemia de los grandes centros ner- viosos, llevada al mas alto grado en las fiebres perniciosas. La congestión de los vasos de la piamadre, la infiltración sero-sanguínolenta de su tejido, el estado arenoso del cerebro y de la médula, son los desórdenes materiales que dejan estas calenturas (Rech.surles fiévr. mt. du nord de la Frunce, p. 34, t. V; 1835, París). «Segúnciertos observadores, dependen siem- pre estas calenturas de alguna enfermedad vis- ceral. «No creo, dice el Dr. Rietschel, médico «militar, que la perniciosidad sea un carácter «de las fiebres intermitentes elevadas á mas «alto grado; parécerae que depende de cora- »plicaciones estrañas á la fiebre misma, y for- tunadas al mismo tiempoó antesque ella. Cuan- »do se dice liebre perniciosa "ó subcontinua, se «espres i la marcha ó la terminación del acce- »so, pero no la causa de esta marcha y de esta «terminación. Para ello seria necesario decir: »liebre intermitente, cu vos accesos se han mul- «típlicado v aproximado bajo la influencia de «la afección de tal ó cual órgano. Cuando el «órgano afecto es esencial á la vida, cuando la «cesación de sus funciones acarrea necesaria «y prontamente la muerte, la fiebre es perni- ciosa.» Las ideas emitidas por el observador que acabamos de citar, *el que nos inspira la mayor confianza, merecen tomarse en consi- deración; pero se suscito contra ellas una di- ficultad que ya hemos espuesto anteriormente: si las lesiones que se encuentran en los cadá- veres fuesen constantes, lógico seria atribuirles la forma remitente y la perniciosidad de las fiebres; pero como existen otros hechos igual- mente incontestables, en quemo han aparecido tales lesiones, hay motivo para dudar que sean ellas en efecto las que determinen la maligni- dad y la subcontinuidad cuando existen: aqni está el punto de la dificultad. «Síntomas comunes. —La fiebre perniciosa puede afectar al principio la forma y la marcha de una calentura intermitente perfectamente simple, y no aparecer los síntomas graves hasta el cuarto ó quinto acceso. En este caso es im- posible prever que la fiebre será perniciosa (Nepple, obra citada, p. 93). Bailly pretende que se anuncia por la espresion de la cara, que está menos alterada que en las fiebres conti- nuas. Este signo es de muy poco valor. El mas característico de todos se saca de la rapidez con que llegan los síntomas intermitentes á su mas alto grado de intensión; rapidez que casi nunca se observa en la fiebre continua, y que trae consigo un estado de angustia y ansiedad, que pertenecen esclusivamente á los paroxis- mos intermitentes(yVejDp/e; obra citada, p 94), Es muy variable lá época en que* aparece el ac- ceso pernicioso: unas veces es antes del terce- ro, como en algunos ejemplos que ha visto Se- nac, después del tercero ó cuarto (Lautter, Hist. méd. Luxemb., pág. 20; Voulonne, Mémoire sur les fiévres intermitientes, pág. 70). En oca- siones se prolongan los síntomas, y uno de los estadios, como por ejemplo el del trio ó el del calor, adquiere grande intensión. En otros ca- sos se manifiesto un fenómeno insólito que constituye un verdadero pródromo: el enfermo esperimenta cefalalgia , vértigos , debilidad estraordinaria, soñolencia: siempre que tal sucede es de temer que se haga perniciosa la fiebre. Lo mismo se observa cuando sobreviene cualquier desorden en los estadios. Última- mente puede principiar esta fiebre sin síntoma alguno precursor, y con una violencia tal, que al primero ó segundo acceso se verifique la muerte. J. Franck admite tres especies de lie- bres perniciosas: 1.°laseuque adquiere tal violeucia la enfermedad en uno de los estadios, que amenaza á la vida; 2.° las en que siguen los estadios según costumbre, sin ofrecer un carácter pernicioso, pero se presenta algún síntoma grave (como vértigo, disentería, ele.;: DE LAS CALENTURAS INTERMITENTES PERNICIOSAS. 293 7 3.a las en que toraan los accesos la forma de una enfermedad peligrosa (obra citada, pá- gina 105). »Se eucuentran amenudo en los síntomas del acceso febril ciertos caracteres, que indi- can la gravedad de la fiebre. Generalmente es muy intenso el frió, y acompañado de dolores en los huesos y miembros, de mucha desazón, de borborigmos , de quebrantamiento general, y algunas veces de náuseas, vómitos, ansie- dad epigástrica, y disnea. El calor es ardiente, v parece que se establece como con trabajo; la piel está árida y seca; la sed es insaciable; el sudor que sucede al segundo estadio, es co- munmente parcial, viscoso y frío, y tan abun- dante que se vé inundado el"enfermo, y la de- bilidad se aumenta. En cuanto á los sínto- mas estraños que pueden presentarse son nu- merosísimos, y constituyen las especies de fie- bres perniciosas de que luego nos ocupare- mos. A pesar de las grandes variaciones que ofrece su sintomatologia, se puede definir con Nepple la fiebre perniciosa: «Una pirexia ca- racterizada: por la aparición repentina de sín- tomas peligrosos y muy graduados, que en el mayor número de casos anuncian una altera cion profunda de las propiedades vitales y las funciones del cerebro, ya primitiva, ya secun- daria ó simpática; por la disminución de estos síntomas, una vez llegados al summum de in- tensión; por su cesación completa en el espa- cio de doce á treinta y seis horas, y por su re- petición periódica con alguno de los tipos de la fiebre intermitente ordinaria» ( obra ci- tada, pág. 92). Esta definición es la mas clara y exacto que se ha presentado de le fiebre perniciosa, y puede servir para distinguirla de , la fiebre continua y remitente. » La fiebre perniciosa se presenta con todos ■los tipos; sin embargo, elige con preferencia el de terciana. Es tan frecuente este tipo, dice Tourdes en su escelente disertación, que Mer- cado y algunos otros le tienen por peculiar de esta fiebre. La forma doble .terciana es la que mas comunmente se manifiesta. Esta variedad comprende el mayor número de fiebres cuyos accesos repiten todos los dias. Voulonne le ha referido casi todas las subintrantes malig- nas. Sprengel va todavía mas adelante, pues atribuye el tipo terciano á la mayor parte de las remitentes, y uadie ignora cuan estensa es -esta categoría. La existencia de la fiebre cuo- tidiana ha sido objeto de largas controversias. Senac no la cuenta entre las verdaderas fie- bres. Mercurial no la encontró una sola vez en su larga práctica de 40 años. Lázaro Riverio no vio mas que un caso entre seiscientos de fiebres intermitentes. En nuestros dias se ha- lla generalmente admitida esla fiebre; pero se cuida menos de distinguirla de la terciana doble, que ha venido casi á confundirse con «lia. El ¿tipo cuartano es mas raro ; y efectiva- mente mal se concilia la violencia de los sín- tomas con su completo silencio por espacio de dos dias consecutivos» (Gabr. Tourdes, Essai surlafiév. pernicieuse, dissert. inaug., p. 16; Estrasburgo, en 4.°, 1832). »En la fiebre perniciosa exenta de toda com- plicación es completa la apirexia, y los sínto- , mas graves se disipan tan perfectamente, que un médico poco instruido creería con facilidad totalmente curado al enfermo. Mas por lo co- mun la marcha de la fiebre es irregular y muv insidiosa. Luego se acorta la apirexia, porque se prolongan los estadios, y llega un momento en que la fiebre es subintrante, es decir, que no ha concluido todavía el último estadio, cuando va se presentan los del acceso siguiente. A menudo también se hace remi- tente la fiebre perniciosa, ó propende á la con- tinuidad. Asi es como debe concebirse la pro- ducción de las remitentes, y la transformación de las verdaderas intermitentes en continuas, ya simples, ya perniciosas. También se la pue- de esplicar de otra manera: si está probado que las calenturas continuas producidas por tos miasmas de los pantanos no son, como las in- termitentes, sino uno de tantos modos del en- venenamiento miasmático, no se concibe por qué una dosis dada de veneno, obrando sobre un organismo que no siempre se halla dispues- to de la misma manera en la época de ca- da acceso, no pueda provocar en circunstan- cias favorables un movimiento febril conti- nuo; con tanta mas razón, cuanto que vemos resultar desde luego el mismo efecto de la ac- ción directa del miasma pantanoso. Van-Swie- ten (Comment., §. 518), Pringle, Lancisi, Nepple y otros autores no dudan admitir esta transformación morbosa. Senac se esplica muy terminantemente sobre este punto: «es inne- gable, dice, que las fiebres intermitentes pue- den hacerse continuas , cambiando totalmen- te de forma sin variar de género , y con- servando únicamente paroxismos mas ó menos apreciables.» (De recóndita feb. natura, pági- na 28;. Los signos que anuncian, según Torti, el tránsito de la liebre intermitente perniciosa á la continuidad, son: el predominio del calor sobre el frío; las exacerbaciones mas intensas entes dias pares; la irregularidad del pulso; la sed y sequedad de la lengua; la escasez de orinas. Estos signos no tienen gran valor, ó por lo menos son insuficientes. Lo que debe guiar al médico es la observación atenta de to- dos los signos que proporcionan la ausculta- ción y percusión de las diferentes visceras. Es raro que con el auxilio de una investigación ilustrada, no se llegue á'descubrir la lesión ó el trastorno funcional que da á la fiebre la gra- vedad, ó la forma continua que amenaza to- mar. «La duración de los estadios de la fiebre perniciosa es variable: cuando se desarrollan según su orden habitual, puede sucederque el frió ó el sudor se prolonguen hasta -que su- cumba el eufermo, como sucede en las fiebres álgida y diaforética. En los casos en que el M4 de las Calenturas intermitentes perniciosas. acceso no hace morir al paciente, dura mas estómago é intestinos, tales como los dolores de que cu la fiebre benigna, pudieodo llegar á 16 Ír aun á 48 horas. Rara vez deja de sobrevenir a muerte antes del cuarto acceso; y es regla admitida generalmente, no esperar al segundo Eiroxismo sin establecer un plan conveniente. n casos rauy raros son remplazados los ac- cesos perniciosos con otros benignos bajo la influencia esclusiva de las fuerzas medicatrices de la naturaleza; pero es necesario no fiarse nunca en tan halagüeña terminación, siendo un axioma práctico que se debe obrar como si hu- biese de morir el enfermo en el segundo acce- so. Puede ocurrir la muerte en todos los esta- dios de la fiebre; De-IIaen, Van-Swieten y Morton establecen que se la observa principal- mente en el periodo del frío; opinión que ha sido admitida por los autores modernos. Algu- nas veces sobreviene durante el del calor, en medio de los síntomas que acompañan á este estadio. Lo que mas llama la atención cuando el sugeto sucumbe durante el frió, es una pro- funda adinamia, y un notable colapso de todas las funciones de la economía. Al estudiar cada especie de fiebre perniciosa en particular , ve- remos que comunmente no se puede esplicar la muerte por las lesiones cadavéricas ; ó que son estas demasiado variables, para que pueda referírselas con razón el éxito funesto de la en- fermedad. Bailly, que se ha ocupado de esta cuestión, ha querido presentar una teoría com- pleta de la muerte en las fiebres perniciosas. Admite que puede acontecer: 1.° por con- centración délas fuerzas, como sucede en el frió de una calentura álgida; 2.° por la reacción y la alteración de las funciones de mas impor- tancia; 3.° por laescesiva pérdida de líquidos; 4.° por una consunción rápida de las tuerzas nerviosas; 5.° por una alteración especial de estos mismas fuerzas; (J.° por alteraciones lo- cales consecutivas (obra cit., p. 506-523). Ños parece que no bastan tan vagas espiraciones, para ilustrar en gran manera el punto que nos ocupa, y que hubiera valido mas indicar con todos sus pormenores Jas lesiones halladas en los cadáveres, discutiendo su valor, que entregarse á esplicaciones enteramente hipoté- ticas, que nada enseñan. « Reglas generales del tratamiento.—Debe el médico tener rauy preseutes estos prudentes palabras deLautter: Si hay una enfermedad en que el médico sea arbitro de la vida ó de la muerte, es sin contradicción la calentura perniciosa.» Porto tanto, ha de procurar re- cabeza, delirio, rubicundez de la lengua , do- lor epigástrico, etc., etc.? Esta grave cuestión, hija hasta cierto punto de preocupaciones teó- ricas, se ha dilucidado por la mayor parte de los autores y resuelto en diferentes sentidos. Fed. Hoffmann daba vomitivos y polvos atempe- rantes en las tercianas dobles que se hacían perniciosas al tercer acceso. Pringle, Slraclc, Quarin, Senac, etc., quieren que se practique una larga sangria; Bailly la recomienda de una manera espresa (obra cit., p. 330); y desgra- ciadamente han sido del mismo dictamen «asi todos los autores que han escrito bajo la im- presión del temor escesivo que les inspiraba la inflamación. Tomando por signos de este tra- bajo patológico todos los trastornos nerviosos y los fenómenos de congestión , tan comunes en las calenturas perniciosas, y ton temibles en apariencia, creyeron que era necesario comba- tir este fantasma creado por el espíritu de sis- tema, sin echar de ver las deplorables conse- cuencias de tan funesta práctica. Ha sido nece- sario cierto valor é independencia de carácter, para hacer abandonar á los prácticos una medi- cación que se habia hecho casi general. «Foderé refiere, que al principio de su prác- tica creía deber atacar con la sangria y los vo- mitivos los síntomas graves que se le presen- taban. Pero instruido muy luego por la espe- riencia, dejaron de intimidarle las crueles cefalalgias periódicas, las apariencias de sa- burra, las náuseas, losvómitos, las evacuaciones alvinas , que se han tomado después por signos de gastro-cefalitis ó de gastro-enteritis; cono- ció que estos accidentes no eran sino la sombra de la enfermedad, y abrazó las ideas mas sanas de los médicos, que como Restaurand, Morlón, Torti, Voulonne y otros, no dudaban en admi- nistrar inmediatamente akas dosis de quina (Lepons sur les epidemies, t. II, p. 231). ¿Por qué una práctica tan juiciosa y saludable se ha visto abandonada de los hombres imbuidos ea la doctrina de la irritación? ¡De cuántos reveses los hubiera libertado l «Hasta que se haya demostrado por pruebas irrecusables, sacadas del estudio de las lesio- nes cadavéricas, que los variados accidentes que presentan las hebres perniciosas dependen en realidad de la inflamación ó de cualquier otra lesión ; hasta que se haya probado que es- tos desórdenes no son efecto de la misma fie- bre intermitente, sostendremos con Foderé, Nepple, Maillot y los observadores mas anti- conocer inmediatamente el carácter pernicioso guos, cuyos nombres hemos citado tantas ve- de la fiebre, a fin de no perder un instante en administrar el sulfato de quinina. «Prontitud, actividad, atrevimiento, energía, hé aqui las dotes que deben presidir el tratamiento» (Mai- llot, ob. cit., p. 367). »¿Se debe empezar combatiendo con el au- xilio de s,infrias generales ó locales, vomitivos ú otros medicamentos, los fenómenos morbosos que se observan, procedentes del encéfalo, del ees, que es necesario administrar sin la menor tardanza el sulfato de quinina. « Es preciso combatir con la mayor premura la repetición de los fenómenos. Después podremos , en caso necesario, ocuparnos de la lesión material á menos que esta fuese una grave inflamación pre- existente al acceso; porqueentoncesseriaindis- pensable comenzar por ella» (Nepple, obra cit.. p. 182). En circunstancias mucho mas raras de DE LAS CALENTURAS INTERMITENTES PERNICIOSAS. 295 loque se ha dicho, se debesacarsangrede la ve- na cuando lareaccion general es muy violenta; pero al misraojiempo se administrara la quina. < »Por lo general es necesario elegir el tiempo de la intermisión para dar el febrífugo. No obs- tante, si la fiebre es subintrante, no hay que dudar en hacerle tomar desde que comienza el acceso á disminuir de intensión, y durante el estadio del sudor que se prolonga hasta el pe- ríodo siguiente. No comprendemos los motivos que han hecho proscribir el uso del sulfato en el paroxismo febril; no hay duda que si se pue- de es preferible administrarle durante la inter- misión y en la remisión; pero si no existen ni una ni otra, y hay motivos para temer un éxito funesto en el acceso inmediato, ¿será prudente retroceder en vista de semejante necesidad? Creemos que, si los autores han manifestado suma repugnancia á prescribir la quina en se- mejantes casos, es porque han creído hasta estos últimos tiempos, que este medicamento era un agente terapéutico muy irritante y ca- Íiaz de acrecentar la intensión de los fenómenos ebriles. Luego demostraremos que estas ideas son enteramente falsas, y se apoyan en un co- nocimiento imperfecto de la verdadera acción del sulfato de quinina sobre la economía. Di- remos, pues, resumiendo este punto capital de terapéutica, que si no se puede administrar el febrífugo en la apirexia o en la remisión , es necesario prescribirlo inmediatamente en cual- quier época del paroxismo. «Cuando la fiebre perniciosa es verdadera- mente intermitente, la administración del sul- fato de quinina es muy fácil; las reglas que hemos espuesto al hablar de las intermitentes simples, se aplican rigorosamente á las perni- ciosas , y no hay variaciones posibles en este punto. Se da el febrífugo inmediatamente des- pués del acceso y lo mas lejos posible del pa- roxismo siguiente, y esto en las cuotidianas, en las tercianas dobles y en los demás tipos, aun cuando existan uno ó dos dias de apirexia. Hay mas: siempre será útil y nunca dañoso, se- guir administrando el sulfato de quinina mien- tras dure la apirexia. Se encuentran en las obras variaciones bastante grandes sobre las épocas en que debe administrarse el sulfato. Por nuestra parte ya hemos indicado de una manera clara y terminante las reglas que cree- mos deben presidir al uso de este remedio, evi- tando asi no pocos accidentes y la muerte mis- ma en el tratamiento de las fiebres. »El uso reciente del sulfato de quinina en el tratamiento de la fiebre tifoidea y del reuma- tismo articular agudo , ha contribuido á dar á conocer las verdaderas propiedades de este agente terapéutico, sobre el cual apenas tenía- mos algunas nociones incompletas. Debemos, fracs, utilizar para la historia terapéutica de as fiebres perniciosas los importantes trabajos de que ha sido objeto esta sal en su aplicación á las citadas enfermedades. A los médicos ita- lianos, á Giacomini, á Broccha, Briquet y Me- lier se debe la gloria de haber llamado la aten- ción de los prácticos sobre las propiedades del sulfato de quinina. Uno de nosotros ha hecho recientemente investigaciones especiales acer- ca de este asunto, consignándolas en una me- moria que leyó á la Academia de Medicina, y de la cual sacaremos deducciones importantes pa- rad tratamiento de las fiebres de acceso (Mon- neret, Memoria sobre el uso del sulfato de qui- nina en el tratamiento del reumatismo articu- lar, leída á la Academia de Medicina en se- sión de 27 de junio de 1843). «Los médicos que han empleado el sulfato de quinina en el tratamiento de las fiebres in- termitentes, no se han atrevido á elevar sus do- sis, temiendo que provocasen demasiada irri- tación local y escitacion general. Diez y seis ó veinte granos es la cantidad que ordinariamen- te se prescribe, sin pasar nunca de un escrú- pulo ó cuarenta granos. Nosotros lo hemos administrado á veintidós enfermos atacados de reumatismo agudo y á otros diez de diversas afecciones, á la dosis de una á una y media dracmas. No le hemos visto producir acci- dentes gastro-enteríticos y tíficos sino en seis casos, y esos después de haberle continuado por espacio de ocho y doce dias. Asi, pues, aunque creemos que es capaz de determinar accidentes gastro-intestinales con mas frecuen- cia que suponen algunos autores, nos parece demostrado que en el tratamiento de las liebres de acceso se le puede administrar sin inconve- niente á la dosis de cuarenta á sesenta granos por muchos dias seguidos. Por lo demás, como hemos visto en nuestros esperimentos que le toleran mucho mejor los enfermos que no tie- nen calentura, ó la tienen muy ligera, resulta que hay esta garantía mas para prescribirle sin temor durante la apirexia de las fiebres pe- riódicas. También es de creer que se soporte fácilmente la citada dosis, dándola sola mente por algunos dias en la fiebre perniciosa remi- tente ó continua. Por lo demás, para aumentar las dosis, deben tenerse en cuenta los trastornos nerviosos, tales como el vértigo, la paracusia, la sordera y el zumbido de oidos. Bueno es es- tar prevenidos de que estos síntomas son casi constantes cuando se usa el sulfato de quinina ó la quina, á fin de no atribuirlos á la enferme- dad, como se ha hecho en algunos casos de fie- bre intermitente. También es muy útil saber, que el uso inmoderado del sulfato de quinina puede hacer caer á los sugetos en un estado de abatimiento y de colapso, que se parece mucho al estado tifoideo. Una vez conocidos estos efec- tos tóxicos ó venenosos del medicamento, se puede aumentar las dosis hasta que se mani- fieste algún trastorno nervioso. Cuando se le pone al enfermo turbada la vista, ó percibe di- versos ruidos, y se le va la cabeza al sentarse en la cama, podemos estar seguros de que el sulfato obra en él-eficazmente; y entonces se uede suspender momentáneamente su uso. rapero conviene saber que estos efectos, que / Í96 DE 1 AS CALENTURAS lMERMiTENTr^ PERNICIOSAB. aparecen muy pronto, un cuarto de hora ó me- dia hora después de la administración de diez y seis á diez v ocho granos y aun menos de sulfato, se disipan con igual rapidez; y como esta sustancia no obra á nuestro entender en la curación de la fiebre intermitente, como en la dei reumatismo, según hemos tratado de pro- barlo en otra parte, sino imprimiendo una per- turbación profunda, pero pasagera, en todo el sistema nervioso, es necesario sostener estos efectos en un grado moderado durante algún tiempo. Diremos, pues, á los médicos que ten- gan que combatir una fiebre perniciosa: admi- nistrad durante la apirexia ó en el paroxismo, si no podéis de otra manera , una dosis de sul- fato bastante considerable para producir en cor- to grado los trastornos nerviosos de que acaba- mos de hablar; cuando los veáis disminuir, repetid una nueva dosis, pero un poco menos considerable, y estad seguros entonces de que el medicamento producirá el efecto que deseáis. ¿Es preciso dar en todos loscasos una dosis tal que resulten trastornos nerviosos? Nos pa- rece que no ; pero como es imposible saber con anticipación cuál es la cantidad necesaria, y sin embargo importa en un caso de fiebre per- niciosa rápidamente mortal, asegurarse de que es suficiente la dosis para evitar el acceso, cree- mos que el desarrollo de los trastornos nervio- sos es una medida fiel de la acción egercida por el medicamento. Teniendo en cuento estos tras- tornos, para aumentar, disminuir ó alejar las dosis, estaremos seguros de que no adminis- tramos sino la cantidad de sulfato necesaria pa- ra curar la fiebre intermitente, sin perjudicar á los enferraos. «Talesson las reglasque creemos deben guiar á los prácticos en el uso del sulfato de quinina. Aplicándolas con algún rigor, lograrán segura- mente triunfar de las fiebres periódicas, y tal vez sea menor el número de las perniciosas que resistan á la quina. Por lo menos tendrán ven- cido el obstáculo que se hallaba diariamente en el tratamiento de esta terrible forma de pi- rexia, y que consistía en la dificultad de reco- nocer cuál era la dosis necesaria para detener los accidentes. Cada autor daba preceptos di- ferentes respecto de este punto. Torti quiere que se administre la quina á dosis desiguales; la primera mas alta , comprendiendo la mitad de la cantidad total del febrífugo, y las restan- tes sucesivamente decrecientes. Esta manera de administrar la quina es ciertamente preferible á todas las demás, porque determina desde luego una perturbación nerviosa, fácil de sos- tener con las dosis cada vez menores de los dias inmediatos. Nuestros estudios sobre la acción del sulfato confirman en todas sus partes los efectos observados por Torti. Llamamos con confianza la atención de los prácticos hacia las nuevas ideas, que nos han sugerido las concien- zudas y largas investigaciones que hemos he- cho sobre este objeto, y á las cuales ha tenido á bien asociarse And raí. »Otra importante observación debemos hacer sobre el tiempo que ha de durar la administra- ción de la quina. Nos hemos cerciorado de que el sulfato se espele rápidamente de la economía por la secreción urinaria, y que al cabo dedos ó tres dias no se encuentra ya cantidad alguna apreciante en las orinas; y ionio hemos demos- trado que los trastornos que determina se disi- paban rápidamente, es necesario, si se quiere evitar las recidivas de la fiebre, continuar ad- ministrándolo largo tiempo después que esta haya cesado. Si los intervalos apiréticos están bien marcados, se le dará veinticuatro horas solamente antes de la repetición presunta del paroxismo; pero se tendrá cuidado de prescri- bir una dosis tal, que baste para ocasionar al- gún trastorno en los sentidos. «El sulfato de quininadebeadministrarseá la dosis de 20, 30 y aun 60 granos en una poción gomosa y suficientemente acidulada, para que esté la sal enteramente disuelta: entonces pasa el sulfato al estado de bisulfato, y su acción es mucho mas enérgica. La poción debe ser de cuatro onzas y lomada á cucharadas. Si urge la necesidad y se teme la invasión del acceso, se puede dar de una vez 20 granos del sulfato: al cabo de media hora se obtendrán de seguro efectos pronunciados. Es raro que los enfermos vomiten la poción. Si hubiese precisión de usar la quina, se pondrían de 3 á 6 dracmas en una poción acidulada, y se daria desde luego la mitad. Torti hacia tomar hasta 6 dracmas en una dosis, pero difícilmente tolera el estómago tan grandes cantidades de polvo; mientras que es muy raro que devuelva 16 á 20 granos de sulfato de quinina disuelto en una bebida. Es pues muy preferible esta última prepara- ción: algunas veces se le añade un grano de opio, cuando no puede el estómago conservar el medicamento. Pero creemos que son mucho mas seguros los efectos del febrífugo cuaudo se le administra solo. Si el estómago estuviese inflamado (es preciso no usar esta palabra sin bastante fundamento), ó bien no pudiese sufrir el contacto del sulfato de quinina, loque es mas raro de lo que generalmente se cree, se le administrará en lavativa á una dosis doble de la que se prescribe en poción. Pero repetímos, que no debe echarse mano de este modo de ad- ministración, sino cuando sea imposible intro- ducir el febrífugo por otra via. Inútil es añadir que no se ha de ensayar ningún otro medica- mento en el caso de fiebre perniciosa. «Importa mucho tener en cuenta las compli- caciones en el tratamiento de las fiebres perni- ciosas, como en el de las intermitentes simples. La plétora imprime á la reacción febril una es- teesiva energía, y aumenta la intensión de los síntomas, particularmente de la congestión fa- cial, de la cefalalgia, del delirio, del calor y de la temperatura febril. Una sangria hecha á tiempo puede obrar favorablemente, v hacer mas eficaz la acción del sulíalo de quinina; pero como esta reacción solo aparece exagerada poi DE LAS CALE>TÜRAS INTERMITENTES PERNICIOSAS. 29" la plétora, y en último resultado, la causa des- conocida del movimiento febril domina siem- pre á los demás fenómenos, la quina será el medio que raas directamente la combata. Si se advierten signos indudables de congestión he- pática, esplénica, cerebral, etc., puede ser muy útil la sangria local; pero téngase también presente, que estos no son mas que acciden- tes , ó para servirnos de las palabras de Cullen, determinaciones morbosas subordinadas siem- pre á la fiebre, y que la principal indicación es obrar contra esta por medio de la quina. Aun en el caso de no poder dominar el mal y de que enseñe la autopsia que ha sobrevenido la muer- te por el hígado, el cerebro, el bazo ó los in- testinos, no se ha de decir que ha causado la quina estas lesiones, sino únicamente que ha sido impotente para prevenirlas. Debe el médi- co impedir ó moderar las congestiones con el ausilio de ventosas, sanguijuelas y otros me- dios que producen una deplecion sanguínea fa- vorable; pero repetímos que esta medicación es secundaria: hay otro elemento de la enfer- medad que conviene apresurarse á combatir, y es la intermitencia febril. «A. Fiebre perniciosa soporosa, apoplética, letárgica, febris cum caro, cataphora, cari causa, tritoeophia comatosa (C. Pisón).—Sinto- tomatologia.—Predomina durante el paroxis- mo, y va aumentándose cada vez mas, un sopor 3ue sobreviene al principio ó al declinar, y esaparece con la fiebre. Tomaremos de Torti la descripción de esta fiebre y de otras for- mas. Está el enfermo amodorrado y vuelve á dormirse desde el momento que se le deja de escítar; no puede retener las preguntas que se le hacen ; habla con trabajo; no sabe espre- sar sus pensamientos aunque tenga concien- cia de su estado; balbucea, titubea, emplea una espresion por otra, mutila las palabras como si tuviese la lengua paralizada. Muy luego se hace mas profundo el sopor; se pos- tra , y es tal el estado de insensibilidad en que cae, que no le escitan las friegas, ventosas, vejigatorios, ni aun el fuego. Si el hipo viene á aumentar estos síntomas, sobreviene inevita- blemente la muerte al tercero ó al cuarto ac- ceso (Torti, lib. III, cap. 1, obr. cit., p. 281). La respiraciones lenta, estertorosa; el aspecto del enfermo es del estado apoplético raas com- pleto. El pulso era frecuente en el mayor nú- mero de enfermos observados por Werlhof (Ob- sero. de febrib., f. XIV). No hay parálisis pro- piamente dicha (J. Franck, t. III, pág. 20), las pupilas están inmóviles, contraidas ó dilatadas. «La calentura comatosa se presenta sobre todo con el tipo terciano, simple ó doble, y aun cuartano, sobre todo en los niños y los vie- jos. Morton cita una observación notable y bien circunstanciada, de la que fué objeto un niño de doce años (de Proteifonnifeb. interm. genio, lib. XXV, 1.1, p. 59; Leiden, en 4.°). La obser- vación 26 es también un ejemplo de esta clase. «Alteraciones cadavéricas; su valor.—El exac- TOMO IX. to conocimiento de las lesiones encontradas en los cadáveres de los sugetos que sucumben á la fiebre soporosa, es el único que podría ayudar á resolver una cuestión importante, que promue- ve el estudio de las fiebres perniciosas, y que debemos abordar desde luego, porque se pre- sentará á cada instante y en cada especie de calentura. ¿Será la fiebre comatosa una inter- mitente simple, desarrollada en un sugeto cu- yo cerebro estuviese enfermo anteriormente, presentando, ya una hiperemia habitual, ya un reblandecimiento ó ya otra lesión? Asi parece suceder en algunos"casos; y á este propósito citaremos un ejemplo de los mas marcados, ublicado recientemente por Gilette. Un hora- re de 56 años de edad cayó en la demencia, y habiéndosele trasladado á un pais donde rei- nan endémicamente las fiebres intermitentes, fué acometido de todos los síntomas de apople- gia: el hábil médico á quien se debe esta ob- servación , creyó reconocer la fiebre soporosa de Torti, y administró el sulfato de quinina: to- dos los accidentes se disiparon con prontitud y se restableció el sugeto completamente. Seis meses después apareció el mal con el mismo tipo; pero esta vez fué impotente la acción del sulfato, y sucumbió el enfermo. En la autopsia se encontró una hiperemia cerebral de fecha antigua, á la cual se referia la demencia, y un reblandecimiento, que parecía haber acarreado la muerte. «Los accesos, dice Gilette, fueron notables por su repetición regular y sus inter- mitencias completas; cesaron, á pesar de su marcha progresiva, tan pronto como se admi- nistró el sulfato; y el enfermo en lugar de pre- sentar después de esta curación síntomas que pudiesen hacer sospechar el reblandecimiento incipiente, se encontró, por el contrario, mas ágil, mas libre en sus movimientos: esta mejo- ría se sostuvo á lo menos durante dos meses. Si bien creo deber alejar la idea de que pu- diera concurrir la enfermedad encefálica á la producción del tipo intermitente, no sucede lo mismo con respecto á la forma soporosa que se agregó á¡este tipo. La congestión cerebral, que tan frecuentemente acompaña á los accesos de fiebres intermitentes, vino en cierto modo á aumentar la que sostenía hacia ya dos años la causa de la demencia, produciendo síntomas análogos á los de la apoplegia, como en los en- fermos citados por Torti. Mas adelante hizo nuevos progresos la enfermedad cerebral; se agravó, y el paciente tuvo también accesos; pero accesos menos regulares en su curso é in- termitencia, que concluyeron brevemente por convertirse en una fiebre remitente» (Journ. deMédec, pág. 82, inarz., en 8.°; Paris, 1843). «Hé aqui pues un hecho, al que podríamos añadir muchos otros, que prueba desde luego, 3ue cuando una fiebre intermitente viene á esarrollarse en un sugeto que tiene algún ór- gano afecto, puede tomar un carácter perni- cioso bajo la influencia del trabajo patológico que en dicho órgano se verifica. En este caso 38 59g D8 US CALENTURAS IKT la gravedad del mal y la forma que reviste, están igualmente subordinados á la lesión an- tecedente. En olro sugeto se hallan irritados los intestinos, existe una disenteria, y la fiebre perniciosa afecto la forma disentérica. ¿Se ne- cesitan aun otras pruebas no menos decisivas? No nos faltarán por cierto consultando á los autores modernos. Un sugeto es acometido de neumonía, que se anuncia por los signos ordi- narios; pero hé aqui que al mismo tiempo se declara una fiebre intermitente; inmediata- mente recibe el curso del mal una modificación notable. En la apirexia persisten los signos facilitados por la auscultación y percusión; pero la dificultad de respirar, la tos y el mal estar, cesan casi completamente. Viene el pa- roxismo; se agravan todos los síntomas locales y generales, y el enfermo sucumbe. Escusado es añadir que se encuentra una lesión aprecia- ble en los desgraciados que mueren de esta fiebre perineumónica perniciosa. Otro tanto pudieramosdecirdelas fiebres perniciosas pleu- rítica, nefrítica, hepática, y otras muchas, de que nos ocuparemos mas adelante. Por ahora nos basta establecer, que la fiebre perniciosa comatosa no es algunas veces mas que una ca- lentura perniciosa, complicada con enfermedad cerebral, y especialmente con hiperemia y he- morragia. ¿Es esto decir que suceda lo mismo en todas las fiebres? Seguramente que no: lo qu3 pensamos es que se necesitan nuevas ob- servaciones, circunstanciadas y.en gran núme- ro, para poder saber con alguna aproxima- ción en qué proporción se hallan estas fiebres perniciosas complicadas con las perniciosas simples. Por ahora no es fácil resolver esta cuestión. En efecto, los autores que han re- ferido ejemplos de fiebre soporosa perniciosa, no han hallado siempre iguales alteraciones. Bailly indica las siguientes: 1.° Fiebre coma- tosa convulsiva: inyección estremada de toda la aracnoides, color mas oscuro de la sustan- cia gris del cerebro. 2.° Ídem: viva inflamación de la aracnoides; serosidad entre las circunvo- luciones ; ingurgitación de los vasos que ser- pean por dicha membrana; inyección de los vasos de la lira. 3.° Ídem: inyección de la aracnoides; color oscuro de la sustancia corti- cal; serosidad amarilla entre las circunvolucio- nes; estado arenoso del cerebro; un poco de agua en los ventrículos. 4.° Ídem: inyección y engrosamiento de la aracnoides; ingurgitación de los vasos que serpean por las circunvolu- ciones. 5.° ídem: inyección de ta aracnoides; serosidad en la gran cavidad cerebral. 6.° Ídem: muchas onzas de sangre; aracnoides muy ad- herida á la dura madre por granulaciones pro- cedentes de una inflamación antigua; estado muy arenoso de la sustancia cerebral (obr. cit., obs. I á la Vil). No podemos referir mas por estenso los hechos que se encuentran en la obra de Bailly. Leyéndolos con atención, ape- nas y no sin trabajo, se consigue formar una idea de la naturaleza de las lesiones, y aun- RHITESTES PERNICIOSAS. que el autor las titula aracnitis ó encefalitis, no se puede ver en ellas sino vestigios de una hiperemia de la pía madre y de un estado de congestión del cerebro, y aun á veces simples alteraciones cadavéricas comunes á muchas y diversas afecciones. Nada, pues, hallamos en estos hechos que pueda sacarnos de la incerli- durabre en que estaraos relativamente á la na- turaleza y asiento de las lesiones propias de las fiebres perniciosas comatosas. «Eu ciento treinta cadáveres inspeccionados en Groninga en 1826, se encontró 24 veces una congestión meníngea ó encefálica, y una colo- ración raas morena de la sustancia cortical, cuya densidad estaba aumentada. En las fie- bres perniciosas el parenquima medular esta- ba salpicado de puntos rojos, y habia sangre negra estravasada y coagulada en la superlicic del cerebro (Tourdes, tés. cit., p. 101). En Rio Janeiro, después de una comatosa heraiplética, se hallaron los vasos cerebrales ingurgitados; el parenquima reblandecido, y equiraosada la tienda del cerebelo. Tourdes ha visto en un caso un derrame de sangre en la superficie del cerebro, y una inyección considerable de las meninges en otro (loe. cit., p. 404J. »En dos casos de fiebre soporosa mas remi- tente que intermitente, observada por Nepple, no existía lesión apreciable del cerebro ni de las meninges; la sustancia cerebral estaba mu- cho mas blanca, y los vasos exangües; los ven- trículos contenían un poco de serosidad. «Te- nemos que admitir, dice este autor, ó que la concentración nervioso-vascular que se veri- fica á cada acceso en los órganos abdominales, constituye al cerebro en la astenia mas pro- funda, ó que se efectúa una concentración puramente nerviosa en la pulpa cerebral, que estingue su vitalidad. Esta última suposición rae parece la menos verosímil» (p. 97). No se concibe cómo, después de semejante declara- ción, supone Nepple que el estado comatoso puede también depender de una congestión sanguínea ó de una flegmasía. Las necropsias citadas por Bailly le han hecho incurrir en esla contradicción. «Maillot ha encontrado en los cadáveres de sugetos muertos de fiebre comatosa, el tejido de la pia madre y los vasos de la periferia del cerebro inyectados; en un caso la pia madre raquidiana inyectada y roja, la sustancia gris inyectada en la estension de dos pulgadas en la región cervical, y en la de 6 a 7 líneas al nivel de las últimas vértebras dorsales (ob- serv. XXVIII). En otro caso, una inyección fina y roja de la pia madre, la sustancia medular generalmente inyectada y ligeramente reblan- decida, como también la del cerebro, y por último un reblandecimiento blanco, fluido, de 6 á 8 líneas, á la altura de las últimas vérte- bras del dorso (obs. XXXIX, y. también las obs. 3.a, 6.a, 14.a y 14.a). «Resulta del examen que acabamos de ha- cer, y de las observaciones publicadas por di- DB LAS CALENTURAS INTERMITENTES PEBNICIOSAS. 299 . ferentes médicos: 1.° que no existe conformi- dad entre los resultados necroscópicos que se han obtenido: 2.° que las lesiones mas fre- cuentes son: la congestión sanguínea de las membranas, el salpicado rojo del cerebro y la exhalación de serosidad en las cavidades ce- rebrales: hay motivo para decir que estas son las únicas lesiones propias de la fiebre perni- ciosa. Por lo demás, puede dudarse que sean la causa de los síntomas y de la muerte, puesto que han faltado en muchos casos, particular- mente en los dos observados por Nepple. Pué- dese sostener, que la congestión de las menin- ges y del cerebro es un efecto de la intermi- tencia febril, como lo son también las conges- tiones hepática y esplénica. Últimamente, las citadas observaciones permiten suponer, que en los casos en que se han encontrado hemor- ragias en las meninges, en la pulpa cerebral, adherencias entre las dos hojas de la aracnoi- des, reblandecimientos y otras alteraciones en la sustancia del cerebro, dependían estos des- órdenes de una complicación, que ha podido marchar rápidamente hacía una terminación funesta bajo el influjo de la intermitencia fe- bril. Si se-confirmase esta doctrina, seria pre- ferible llamar á estas fiebres intermitentes so- porosas, intermitentes complicadas con tal ó cual lesión; reservando el nombre de perni- ciosas soporosas legítimas, para lasque solo viniesen acompañadas de las congestiones en- cefálicas de que antes hemos hablado. »Nos hemos detenido algún tanto en el exa- men crítico de los hechos de que se compone la historia de la fiebre soporosa; porque de este modo quedaremos dispensados de repetir incesantemente las mismas observaciones al es- tudiar las demás fiebres de esta clase, y porque no hemos visto que se discutan en ninguna obra, ni aun de las mas modernas, las cues- tiones que acabamos de promover. No tenemos la pretensión de haberlas resuelto; solo hemos querido indicar, en una especie de programa, la serie de investigaciones que convendria em- prender para llegar al conocimiento exacto de las fiebres perniciosas: á los médicos estable- cidos en los puntos donde reinan endémica- mente estas enfermedades, es á quienes cor- responde continuar con fruto esta tarea. «Tratamiento.—"So repetiremos lo que he- mos dicho sobre el tratamiento general de las fiebres perniciosas; las reglas que en- tonces hemos establecido deben seguirse rigo- rosamente, en lo que concierne al sulfato de quinina. Si el enfermo es pletórico, aconseja Franck aplicar algunas sanguijuelas en la ca- beza, ventosas escarificadas en el dorso, can- táridas á las piernas, y lavativas con vinagre ¡obra cit., t. 3.°, p. 30). Maillot recomienda las sangrías: la abertura de la temporal, la aplicación de sanguijuelas y ventosas á la ca- beza, afeitada previamente, las aplicaciones de agua fria, los vejigatorios y sinapismos, le han surtido buen efecto (obra cit.,p. 401). An- tes que todos estos medios, ó por lo menos al mismo tiempo, es necesario administrar el sul- fatóle quinina á la dosis de 40 á 60 granos, que se disminuirá progresivaraente á medida que vayan cesando los accidentes. »B. Fiebre perniciosa delirante.—El delirio se manifiesta algunas reces en la forma coma- tosa; pero puede también constituir el síntoma predominante de la fiebre, é imponerle su nombre. Maillot nunca ha visto al delirio su- ceder al coma; mientras que este puede seguir al delirio: sin embargo, admite que puede venir un acceso delirante después de otro co- matoso. Los sugetos nerviosos, irritables, tris- tes, ó sumergidos en alguna desazón penosa, se hallan raas dispuestos á esta enfermedad. La cefalalgia, que generalmente existe durante el intervalo apirético, se hace mas intensa du* rante el segundo estadio; los ojos están bri- llantes, inyectados; la cara rubicunda, ani- mada; la piel caliente, el pulso duro y acele- rado; todas las arterias laten con violencia. El enfermo se agita mucho; procura salir de la cama; vocea, canta, y presenta el cuadro de síntomas de la encefalitis. Suele enfriarse la piel. La muerte sobreviene repentinamente sin que le preceda el coma (Maillot, p. 31). «Es generalmente dificil separar la forma delirante de la convulsiva; porque en muchas observaciones se ve que los enfermos atacados de la primera han presentado movimientos convulsivos, rechinamiento de dientes y en- ervamiento de las mandíbulas. Frecuente- mente también sucumben en el coma; de suer- te que se mezclan entre sí las formas convul- siva, delirante, comatosa y cefalálgica. Asi .pues, no debe darse demasiada importancia á tales distinciones, fundadas solo en el predo- minio de tal ó cual síntoma, y que por lo mis- mo pueden multiplicarse de un modo indefi- nido. »J. Franck dice, que puede provenir el de- lirio, ya de una encefalitis latente, ya de una irritación verminosa, ó de una afección del hí- gado, ya de una sensibilidad particular del sistema nervioso, ó finalmente, de una cons- titución anual desconocida(tom. 3.a,pág. 156). Maillot refiere minuciosamente los resultados de muchas necropsias, que dan alguna luz so- bre la causa de la fiebre delirante. En el pri- mer caso (obs. 4.a) estaba la pia madre inyec- tada de un rojo vivo; ra aracnoides opaca al ni- vel de muchas circunvolucionesy y el tejido celular sub^aracnoideo infiltrado de serosidad lactescente; el cerebro muy congestionado; los plexos coroidebs rojos; los ventrículos llenos de serosidad sanguinolenta; la pia madre ra- quidiana inyectada de un encarnado subido; la sustancia medular dura, consistente, pero sin inyección,' marcada. En el 2.° caso (obs. 5.a) se encontraron las mismas alteraciones; la in- yección y la opacidad de la pia madre en igual grado; el cerebro congestionado, pero duro; la sustancia gris muy inyectada; las menibra- 300 DE LAS CALENTURAS INTERMITENTES PERNICIOSAS. ñas raquidianas rojas é inyectadas. Lo misrao sucedió en las observaciones 12.a, 13.a y 15/ Los pormenores de anatomía patológica en que entra Maillot dan mucho valor á sus observa- ciones; manifiestan que se efectúa una cor- riente sanguínea hacía los centros nerviosos y sus cubiertas, dando ñor resultado una con- gestión, que cuando no llega á disiparse du- rante la apirexia y por el uso del sulfato de quinina, acarrea graves accidentes y los sín- tomas de una fiebre perniciosa soporosa, de- lirante ó convulsiva. ¿Podrá esplicarse por la predisposición y por el hábito contraído a con- secuencia de congestiones anteriores, el des- arrollo de los fenómenos perniciosos? No siem- pre es fácil averiguar el estado anterior de los enfermos. De todos modos es preciso no con- siderar estas hiperemias de las membranas y de la sustancia del cerebro, sino como un mo vimiento fluxionario del fluido sanguíneo, y no como vestigios de una inflamación. Pueden eorapararse con las congestiones que se obser- van en el hígado y el bazo; solo que en razón de la estructura raas delicada de los centros ner- viososyde las importantes funciones de que es- tan encargados, determinan accidentes mas formidables y la muerte. No porque se hayan comprobado semejantes alteraciones, hemos de concluir que se conoce la causa de la muerte, y que se puede esplicar la producción de los síntomas observados durante la vida; porque las mismas lesiones se encuentran en la forma soporosa, que en la convulsiva, la delirante y la álgida. Hay, pues, alguna cosa que se nos oculta enteramente, y que tal vez no revelará jamás la anatomía patológica. «El tratamiento que debe emplearse para ausiliar la acción del sulfato de quinina, es el mismo que en la forma comatosa. »C. Fiebre perniciosa convulsiva.—Nepple cita un curioso ejemplo de esta fiebre. Al es- tablecerse el período de calor, sobreviene un delirio sombrío con movimientos convulsivos repentinos, alternados con una quietud per- fecta: el enfermo prorurape en gemidos pro- fundos; rechina los dientes; fija sus ojos hura- ños y como furiosos en las personas que le ro- dean y les dirige palabras insultantes. En el enfermo de Nepple, cesó el paroxismo al cabo de 14 horas, y el sulfato triunfó rápidamente del mal (obr. cit., p. 79). »Puédense colocar entre las fiebres perni- ciosas convulsivas la cataléptica, la epiléptica, la tetánica y la hidrofóbica; pero las obras mo- dernas no contienen observación alguna autén- tica de estas formas de calentura perniciosa. Lo que dicen los autores acerca del particular, no puede satisfacer á un observador severo. Es posible que durante el curso de una fiebre intermitente sobrevengan movimientos tetáni- cos, horror al agua, ó una especie de estado cataléptico; pero estes casos son raros. Se han tomado por fiebres perniciosas, epilepsias é hidrofobias, cuyos síntomas afectaban una pe- riodicidad mas ó menos completa, pero que en realidad no eran masque fiebres larvadas?ópor mejor decir, enfermedades con síntomas inter- mitentes (V. EPILEPSIA V FIERRES LARVADASJ. »D. Fiebre perniciosa álgida.—Es una de las mas graves que pueden presentarse. Constitu- ye con las formas comatosa y delirante las tres fiebres que se encuentran con mas frecuencia. «Sí se esceptúan algunos casos fáciles de de- terminar, tales corao la rotura de una viscera, una apoplegia pulmonal, etc., es de creer, dice Maillot, que casi siempre que sobreviene la muerte en las fiebres intermitentes perni- ciosas, es á consecuencia de un acceso deli- rante, comatoso ó álgido, y que estos Ires es- tados, juntos óseparados, constituyen la perni- ciosidad de tales afecciones.» Según Torti, el estadio del frío se prolonga indefinidamente y constituye todo el acceso, de manera que no adquiriendo el pulso desarrollo alguno, y per- maneciendo muy baja la temperatura de la piel, pudiera creerse al cabo de muchas horas que todavía estaba el enfermo al principio del acceso (loe. cit., p. 280). Las observaciones de Maillot no están de acuerdo con esta descrip- ción. Ha visto ordinariamente manifestarse los primeros síntomas del estado álgido durante la reaccipn, aunque esla hubiese empezado con las mejores apariencias. «En las intermi- tentes simples no guarda proporción la sensa- ción de frío con la disminución real de la tem- peratura de la piel; mientras que en la fiebre álgida no advierte el enfermo el frío, cuando ya tiene helada la periferia.» Hemos dicho que en el primer período de la fiebre, lejos de estar la temperatura del cuerpo mas baja que en el estado normal, era roas elevada, y que Ja sen- sación del enfermo estaba en desacuerdo con la realidad. ¿Habrá en la calentura álgida dis- minución real del calórico? La esploracíon por medio del termómetro es la única que puede responder. Se debe sospechar el principio de una fiebre álgida, cuando se ve en medio ó al fin del período de reacción, retardarse el pulso, Ealidecer los labios y decolorarse la lengua. a disminución de la' temperatura se efectúa desde las estremidades al centro: se enfrían los pies, las manos, la cara; la piel está como un mármol; la lengua pálida, blanca, húme- da, fria, lo mismo que el aire que sale del pe- cho. El calor se reconcentra en el abdomen, y no se disipa hasta el último momento; el pulsó se retarda, se hace cada vez mas raro, y al fin desaparece. «La voz se oscurece; las con- tracciones del corazón se hacen raras, peque- ñas, incompletas, apreciables únicamente por la auscultación; las facultades intelectuales están intactas, y el enfermo se complace en este estado de reposo, sobre todo cuando su- cede á una violenta calentura. Su fisonomía aparece inmóvil, y está retratada en su cara la mas completa impasibilidad; tiene las faccio- nes descompuestos.» (Maillot, p. 33}. Torti compara la lisonomia del enfermo con la de DE US CALENTURAS INTERMITENTES PERNICIOSAS. 301 un cadáver. Bailli se manifiesta sorprendido: de la espresion de tranquilidad estampada en la cara de los sugetos (obr. cit., p. 235 y 495). Imagínese, dice, un hombre de rostro sosega- | do y tranquilo, dando de vez en cuando algún 3uejido y articulando palabras que indican un olor bastante intenso (gemebundus, Torti), y se tendrá una ¡dea de este enfermo. La voz está apagada, la palabra entrecortada , los ojos vi- driosos, hundidos, azulados solamente cuando hay vómitos y deyecciones coléricas; la lengua algunas veces seca y cubierta de mucosidades negruzcas. «Cuando el enfermo resiste al peligroso en- friamiento del primer acceso, la piel recobra su calor; el pulso se tranquiliza, y se mani- fiesta una viva escitacion cerebral, seguida del restablecimiento completo. Esta terminación favorable no es la mas comun: ordinariamente se ve que el enfriamiento se prolonga muchos dias, y acaba dulcemente y sin agonía con el enfermo, que conserva las facultades de su inteligencia. El curso de esta fiebre es muy insidioso, dice Maillot en la notable descrip- ción que de ella ha publicado. «No hay perso- na cuya vigilancia no haya sorprendido; el que no está familiarizado con la observación de esta especie de accidentes, toma comunmente por una grande mejoría, debidaá las depleciones sanguíneas, la calma que sucede á los fenóme- nos inflamatorios, y mas de una vez en seme- jantes circunstancias no ha venido el desenga- ño, sino después de la muerte repentina del en- fermo (p. 33). Nunca he visto repetir por ac- cesos los síntomas que constituyen la fiebre ál- gida : apenas me han presentado algunas veces remisiones apreciables. Una vez establecidos, siempre han marchado incesantemente hacia la muerte, cuando no se conseguía dominarlos» (p. 35) »Se ha colocado en el sistema nervioso el asiento de la fiebre álgida; la marcha de la en- fermedad y la naturaleza de los accidentes que causan el peligro, dan lugar á pensar que eslan aniquiladas la inervación y la calorificación. Pero ¿á qué causas se debe atribuir esta pro- funda lesión del sistema nervioso? Es imposi- ble contestar. En un caso observado por Maillot, encontró una congestión cerebral intensa, y nada mas (obs. 16); en otro la aracnoides opaca, lactescente; las glándulas de Pacchioni desarrolladas; adherencias de la dura madre; serosidad gelaliniforme infiltrada en el tejido celular subaracnoideo; la sustancia cerebral inyectada; la gris del cerebelo reblandecida; la consistencia de la raédula oblongada mayor que de ordinario (obs. 17). En un tercer caso la pía madre y la aracnoides finamente inyec- tadas en la parte superior de los hemisferios; la sustancia cerebral salpicada de rojo; el ce-. rebelo blando; en el conducto raquidiano se- rosidad abundante; la pia madre inyectada y roja desde la octata vértebra dorsal;" las sus- tancias de la médula, sobre lodo la gris, con- gestionadas y rojas; un reblandecimiento blan- co de muchas líneas al fin de la porción cervi- cal; dureza de la raédula en todos los demás puntos (obs. 18). En un cuarto sugeto estaba la aracnoides opaca en muchos puntos; la pia madre cerebral y raquidiana muy inyectada; el cerebro de regular consistencia (obs. 19). En otro enfermo se hallaban inyectados los vasos del cerebro y de la pia mad re (obs. 21). «Algunas de las precedentes alteraciones no tienen ningún valor: tales son las infiltracio- nes serosas de la pia madre, y ciertas inyeccio- nes .de esta membrana vascular, que ton co- munmente se encuentran en rauy diversas en- fermedades. En cuanto á los reblandecimientos de la raédula, sumamente difíciles de compro- bar, no parecen ser de mucha importancia. Queda, pues, la congestión encefálica y délas membranas, que debe considerarse mas bien como un efecto de la fiebre perniciosa, que co- mo su causa; con tanta mas razón, cuanto que se la observa en las demás formas de la fiebre intermitente, y puede colocarse en la misma línea que las congestiones hepática y esplénica. «La fiebre álgida debe combatirse por altas dosis de sulfato de quinina (40 á 60 granos) y por escilantes difusivos, como el éter, las tintu- ras a!cohólicas*de canela y de almizcle, asocia- das al sulfato; por sinapismos enérgicos ambu- | lantes sobre los miembros y el dorso, y por friegas en el raquis, que se cubre con un lien- zo empapado en agua amoniacal. Se podría asimismo producir una estimulación saludable, haciendo fricciones irritantes con una franela empapada en esencia de trementina, ó apli- cando cuerpos muy calientes en diversos pun- tos del cuerpo. Maillot aconseja las lavativas etéreas, que le han parecido muy provechosas. Es necesario abstenerse cuidadosamente de practicar emisiones sanguíneas, porque nos es- pondriaraosá matar á los enfermos, impidien- do que se estableciese la reacción. »E. Fiebre perniciosa diaforética.—Es muy insidiosa, y principia sin que síntoma alguno revele su gravedad. Empieza el acceso como de costumbre, por escalosfrios, por temblores y frió, seguidos muy luego de calor y un sudor que Karece aliviar al enfermo. Sin embargo, mas ien crece la fiebre que disminuye, aumentán- dose su intensión proporcionalmiente al sudor, que inunda al enfermo, y cuva temperatura es muy fria; «sicque perpetuo algens et sudans, sicut cera liqualur, dissolvitur et déficit» (Torti, p. 278). El pulso es acelerado, débil y peque- ño; la respiración trabajosa y frecuente. La in- teligencia conserva toda su integridad, y el enfermo se siente morir. A menudo sucumbe inopinadamente después de haber pasado con felicidad los demás estadios del acceso. En este caso corre un sudor muy abundante y frió por todo el cuerpo, que se'halla tan heladp como el mármol. Torti ha dado una descripción muy circunstanciada de esta fiebre, de que él mis- mo se vio acometido, y de ía cual se libertó 702 DE US CALKTnrnAS INTERMITENTES PERNICIOSAS. con mucho trabajo (loe. cit., cap. 2, lib. IV]. »F. Fiebre perniciosa colérica y disente- rica.—J. Franct admite una fiebre perniciosa vomitiva, que no es la colérica ni la disenté- rica de Torti (obr. cit., t. V, p. 476). No cree- mos fundada esta distinción, aunque la hayan aceptado Wilís, Morton, Manget, Sauvages, Morgagni, Borsieri, Strackíus y Puccinotti. «Durante el primer estadio de la caleutura se presentan vómitos y deyecciones, formadas de bilis pura, amarilla ó verde y muy abun- dante. Luego se observa hipo; la voz es pro- funda y ronca; los ojos están hundidos; hay ansiedad y mucho ardor epigástrico; las sienes se cubren de sudor; el pulso se debilita; se enfrian y palidecen las estremidades; en una palabra, se manifiestan todos tos síntomas del cólera-morbo. Difiere de él, sin embargo, esta fiebre perniciosa, en que son los fenómenos mas violentos todavía, y siguen las alternati- vas y períodos de la fiebre corao la sombra al cuerpo. Pueden determinar la muerte cuando menos se píense (Torti, p. 275, yobs. particul., p. 400). El frío glacial de todo el cuerpo, los síncopes prolongados ó interrumpidos por es- fuerzos frecuentes de vómito, seguidos ó no de la espulsion de materiales biliosos, cholerica; húmida et siccaj, son también síntomas impor- tantes de esta fiebre, que, según Nepple, solo se compone del periodo de invasión principal- mente , y de una terminación insensible (ob. cit., p. 87). Ordinariamente afecta el tipo ter- ciano (Torti). «Se prescribe el sulfato de quinina en po- ción, asociado al láudano de Sydenham. Se elige el intervalo apirético para administrar el febrífugo; y si no lo soporta el estómago, se le puede combinar con alguna bebida fria y aci- dulada. Mas de una vez sorprende ver cómo tolera el estómago la poción febrífuga, cuando algunos minutos antes arrojaba casi inmedia- tamente todos los líquidos ingeridos en su ca- vidad. »No se encuentra en los cadáveres de los sugetos que sucumben á esta fiebre lesión al- guna que pueda esplicar la muerte. Ei reblan- decimiento del corazón y la ingurgitación del sistema vascular mesentérico se han indicado por Antonini y Monard, que han inspecciona- do muchos cadáveres de sugetos atacados de fiebre colérica; pero estas alteraciones no tie- nen ninguna relación directa con la enferme- dad. En cuanto al reblandecimiento del híga- do y del bazo, es común á todas las fiebres intermitentes (Recueilde mémor. deméd.ehir. et pharm., t. 35, p. 36). »Torti coloca la fiebre intermitente disenté- rica entre las calenturas perniciosas. Maillot no cree que deba dársele este lugar, aunque reconoce que puede ofrecer el carácter perni- cioso, cuando sobreviene en su curso un acceso comatoso, delirante ó álgido. Torti procedió con harto rigor en la elección de las fiebres que comprendió con el nombre de perniciosas, para que no supongamos que tendría ocasión de observar calenturas disentéricas de mucha gravedad. Esta fiebre da lugar á evacuaciones alvinas esecsivamente abundantes, constitui- das por materias mucosas ó mucoso-sanguino- lentas, y precedidas de violentos cólicos, de dolores en el epigastrio, tenesmo, y una sen- sación corao si se desgarrasen las membranas del estómago y de los intestinos: algunas ve- ces hay síncopes y enfriamiento general. La fiebre es raas intensa que en la forma colérica; pero ocasiona mas rara vez el enfriamiento, la ansiedad y los sudores: puede determinar hi- po, suma inquietud, coloración subida de las orinas, y rubicundez y sequedad de la len- gua. En este caso debe sospecharse algnna complicación; porque la fiebre tiene tendencia á hacerse continua. Esta tendencia se ha ob- servado porNepple (p.88) y por Maillot (p. 39). Este último autor dice, que unas veces precede la colitis á la fiebre y otras es posterior, y que frecuentemente se suspenden los accesos, v sin embargo persiste la inflamación intestinaf; «hecho que demuestra la independencia que Euede haber entre estas dos enfermedades.» a existencia de un flujo disentérico ó de un estado flegmásico del intestino, puede conver- tir una fiebre intermitente simple en pernicio- sa; en cuyo caso es la complicación la que constituye el peligro. »G. Fiebre hepática ó atrabiliaria.—El sínto- ma predominante es un flujo de vientre, pare- cido á las lavaduras de carne, y designado por los antiguos con el nombre de flujo hepático. Aparece este síntoma al principio 6 al fin del acceso; el material de las deposiciones es muy abundante, seroso ó sero-sanguinolento, y se escreta sin dolor alguno. Pronto se observa una estremada postración, frialdad en las es- tremidades, debilidad del pulso, la voz aguda y muchas veces apagada, y los ojos hundidos en las órbitas; la inteligencia permanece ínte- gra. Todos estos síntomas desaparecen el dia de la apirexia; pero si no es completa la remi- sión, se debe temer el siguiente acceso; porque adquieren mayor intensión todos los acciden- tes; se aumentan el flujo de vientre y la debi- lidad , y se verifica la muerte al segundo ó tercer paroxismo. En algunos casos son las es- creciones de sangre negra, unas veces líquida, otras concreta, r no pocas medio coagulada y medio disuelta. 9i esta deyección, frecuente-' mente mencionada por Hipócrates, y llamada vulgarmente atrabiliaria, es escesivaraente rei- terada, se acompaña muy luego de los sínto- mas mas alarmantes, tales como la desapari- ción del pulso, ta frialdad y lividez de los miembros, la cara hipocrática, etc. (Alibert con ref. á Torti, Traitedes fiév. pernic, p. 15). Es probable que en las fiebres hepática v atra- biliaria, que rara vez se han observado por los autores modernos, exista alguna complicación, cuya naturaleza y asiento solo puedan revelar las investigaciones cadavéricas. Acaso también DE LAS CALENTURAS INTERMITENTES PERNICIOSAS. 303 estas dos formas, y sobre todo la última, no sean mas que variedades de la fiebre disen- térica. «En algunos enfermos puede la congestión hepática Uegar, como la esplénica, hasta el pun- to de producir la hipertrofia, el reblandeci- miento y aun la rotura del órgano, y la estra- vasacion de la sangre en su parenquima. La determinación fluxionaria sanguínea que en tales casos se verifica, puede ocasionar la muerte. Generalmente han buscado los auto- res la causa de la terminación funesta y de la gravedad de la fiebre en otras visceras, sin conceder á estas graves congestiones toda la importancia que tienen. Audouard ha propues- to dar el nombre de fiebre esplénica á la que se acompaña de semejantes alteraciones en el bazo, y se podría también llamar fiebre hepá- tica á aquella cuyo peligro depende de la con- gestión escesiva del hígado. «La fiebre perniciosa ictérica es también una de esas entidades morbosas, cuya creación se ha basado probablemente en hechos mal ob- servados ó incompletos. Cuando una calentura de esta especie ocasiona la muerte de los su- getos al segundo ó tercer paroxismo, es que existe alguna enfermedad en el hígado, estó- mago ó intestinos, ó una de esas hiperemias considerables de que hemos hablado anterior- mente. Si la ictericia depende de la conges- tión visceral no desaparece en la apirexia; y aun puede curarse la fiebre, yalcabode muchas semanas persistir lodavia la coloración. Es preciso no confundir con la fiebre ictérica per- niciosa , la intermitente simple biliosa, en la cual se observa también la ictericia juntamente con los fenómenos biliosos que hemos descrito anteriormente (v. fiebre intermitente simple), y que proceden de una congestión pasagera del hí- gado, ó de una irritación secretoria del mismo órgano, escitada simpáticamente por una gas- tro-duodenitis. » En las fiebres perniciosas cuyo síntoma predominante está en los órganos del abdomen (colérica, disentérica, hepática, ictérica) con- viene añadir al sulfato de quinina otros agen- tes terapéuticos. Se combatirán las congestio- nes sanguíneas ó la irritación, si fueran real- mente ta causa de los síntomas observados, con el ausilio de aplicaciones repetidas de sangui- juelas y ventosas escarificadas á diferentes puntos del vientre. En la fiebre disentérica se asociará el opio á la quina; en la hepática y en la esplénica el mejor medio de prevenir una terminación funesta, es practicar una ó mu- chas sangrías generales. »H. Fiebre perniciosa cardiálgíca (fiebre car- diaca, cardítica; febres cardiacie legitima; de Torti).—Algunos enfermos sienten durante el frió ó al principio del calor, una sensación do- lorosa de mordedura en la boca del estómago con náuseas y vómitos. A estos se agregan des- fallecimiento , descomposición de las facciones, pequenez del pulso y oscurecimiento de la vista. La cardialgía es bastante fuerte para arrancar al paciente profundos suspiros, gritos y alari- dos. Estos accidentes se manifiestan frecuen- temente en la fiebre terciana al segundo ó tercer acceso; si se prolongan durante una gran arte del paroxismo, es de temer que sucum- a el enfermo antes del quinto acceso (Torti, p. 277 á 414). Torti refiere circunstanciada- mente la historia de una muger atacada de esta fiebre, y que sentía en el estómago dolores 3ue comparaba á la mordedura de un perro; aba gritos, suspiros, y hacia esfuerzos inú- tiles para vomitar, cayendo á cada instante en el síncope; se le cubrían las sienes de sudor, se le debilitaba el pulso, se le descomponía la cara, y no parecía sino que iba á morir de un momento á otro (p. 15). La administración de la quina en polvo hizo desaparecer este alar- mante cuadro de síntomas. «I. Fiebre perniciosa sincopal. (Torti). Pue- de existir el síncope como síntoma primitivo y aislado en una fiebre perniciosa, sin que alcan- cen su causa el enfermo ni el médico. Sobre- vienen frecuentes desmayos; cuando el sugeto hace algún movimiento ó procura volverse, cae desfallecido; su pulso es pequeño, frecuente, intermitente; hay sudores en el cuello y fren- te, mareos, languidez;, las fuerzas se estinguen, se hunden los ojos, y seria continuo el vértigo si no se tuviese cuidado de escilar al enfermo con olores. La apirexia es por lo general com- pleta; pero no por eso es menos inminente el peligro, sobreviniendo la muerte si no se tiene la fortuna de evitar el siguiente acceso (Torti). «No tenemos datos positivos para saber si las formas cardiálgíca, sincopal y algunasotras, dependen de enfermedades del estómago, del corazón, ó de los grandes vasos. La auscul- tación y percusión, y las investigaciones de anatomía patológica,son las únicasquepodrían esclarecer este punto de etiología de las fiebres perniciosas. »J. Fiebres perniciosas neumónica y pleuri- tica.—Torti no hace mención alguna de estas fiebres, que deben eseluirse del número de las perniciosas. Que pueda verificarse durante el paroxismo de una fiebre intermitente una con- gestión ó una inflamación pulmonal, una he- morragia (fiebre hemoptóica) ó una exhalación de serosidad en las pleuras (fiebre pleurítíca), lo admitimos fácilmente con los autores que han descrito tales accidentes. Reconocemos ademas, que pueden dirigirse las congestiones con preferencia á los órganos torácicos en vir- tud de una predisposición individual, ó de una enfermedad incipiente de estas visceras; pero considerar semejantes afecciones como fiebres perniciosas, es abusar de las palabras. «Todavía se han descrito fiebres perniciosas afónica, asmática ó disnéica, laríngea y cru- pal; pero nos contentaremos con nombrarlas, sin perder el tiempo en ocuparnos de ellas. Lo mismo diremos de las liebres peritonítica, ne- 301 frítíca, exantemática, gangrenosa, reumática Í' catarral: la mayor parte de estas fiebres son arvadas, y por otra parte muchas de ellas no merecen el nombre de perniciosas , porque no acarrean por si mismas la muerte de los suge- tos. Si se hubiera de crear una fiebre por cada síntoma predominante que se manifiesta en el curso de las pirexias intermitentes, se podria multiplicar indefinidamente su número. Imite- mos la prudente reserva de Torti, que solo des- cribe siete especies, que creyó distinguir en medio de los innumerables hechos que tuvo á la vista. «Serian necesarias observaciones raas cir- cunstanciadas que las que poseemos, para sa- ber: 1.° si la fiebre neumónica es intermi- tente ó remitente; 2.° si está caracterizada por los tres estadios; 3.° si la neumonía existe an- tes que la fiebre; 4.° en fin, si la lesión del órgano pulmonal es producida por la calentu- ra, ó si no hace masque complicarla. Hemos tenido ocasión de observar una neumonía com- plicada con fiebre periódica: el movimiento fe- bril se hizo continuo, y aunque se exacerba- ban los síntomas neumónicos á las horas cor- respondientes á los accesos, persistieron de una manera evidente en los intervalos. Un médico militar, que está mucho tiempo há en África, el doctor Ríetschel, nos ha asegurado haber visto neumonías y pleuresías durante el curso de las fiebres intermitentes. Afectaban enton- ces una%archa particular; empezaban ó cre- cían repentinamente á las horas de los accesos; su curso era rauy rápido, y terminaban pron- tamente por la muerte ó la curación. Las au- topsias demostraban las lesiones comunes en tales enfermedades. Estas afecciones pulmona- les y pleuríticas son raas frecuentes entre los indígenas que entre los franceses (V. Remi- tentes). «Algunos autores sostienen, que Jas fiebres perniciosas no son mas que intermientes com- plicadas , ó intermitentes en que se disipan rauy imperfectamente después del acceso las congestiones encefálica, raquidiana, pulmonal, gastro-intestinal, hepática y esplénica, deter- minando la muerte en el acceso inmediato. Pe- ro se han observado algunos hechos contrarios á esta opinión. Háse visto sobrevenir rápida- mente la muerte, sin que pudiera descubrirse la menor lesión en los cadáveres. «Terminaremoscoaunaadvertencía, que nos han sugerido las observaciones de fiebres.per- niciosas publicadas recientemente. Los dife- rentes estados morbosos á que se ha dado el nombre de gastro-encefalitis, de gastro-ente- ritis, de colitis, de encefalitis, no merecen eu nuestro concepto semejantes denominacio- nes. Porque un enfermo presente una rubicun- dez mas ó menos marcada de la lengua, dolo- res en el epigastrio, vómitos, etc., ¿se con- cluirá que tiene una gastritis? No admitirá se- mejante opinión el que vea que se disipan estos accidentes durante la apirexia, curándose en DK LAS CALENTURAS INTERMITENTES PERNICIOSAS. dos ó tres dias con 14 ó 16 granos de sulfato de quinina v una aplicación de 40 sanguijuelas. ¿Habrá quien pueda persuadirse que el enfer- mo en quien veia Desruelles una encefalitis remitente cuotidiana estaba realmente afec- tado de esto enfermedad, si repara que cedió en cuatro dias, sin el socorro de la quina, y por las emisiones sanguíneas solamente (Journ. univers. de médec., t. XV). Las pretendidas gaslro-colilís, encefalitis ventero-colitis, no suelen hallarse mejor probadas que tantas otras inflamaciones admitidas por los autores. Yol- veremos á ocuparnos de este punto; porque es de mucha trascendencia para el tratamiento de las calenturas de acceso, y ya es tiempo de exigir alguna mas exactitud en el lenguagc médico. »¿Se observa en los animales la fiebre inter- mitente perniciosa? Dupuy ha procurado de- mostrar en dos artículos del Journal pratique de médecine veterinaire, que los carneros que viven en parages pantanosos ó en sus inmedia- ciones, y en las praderas que han estado inun- dadas secándose luego por los calores del es- tio, contraen fiebres intermitentes perniciosas con abultamiento del bazo. Nepple dice, que sus investigaciones le inclinan á admitir que los mamíferos no están sujetos á contraer lie- bres periódicas (obr. cit., p. 13). Delafond, prefesor en la escuela de Alfort, nos ha comu- nicado una noto, en la cual declara no haber observado nunca estas fiebres en ninguna es- pecie de animal doméstico. Es indispensable no confundir con ellas una enfermedad muy comun en los carneros, y que se conoce con el nombre de enfermedad de sangre ó del bazo, Esto afección, que reina de una manera endé- mica en gran número de localidades, y parti- cularmente en la Brie, la Beauce y otros pa- rages fértiles del mediodía de Francia, da lu- gar, entre otras alteraciones, á derrames san- guíneos en el conducto intestinal, los ganglios linfáticos y el tejido del bazo, que está hiper- trofiado, negro, pesado y casi siempre reblan- decido (véase sobre este" punto el notable es- crito publicado por Delafond, Traite sur la maladie de sang des beles á laine,, en 8.°; Pa- ris, 1843). Esta enfermedad puede ser una al- teración séptica de la sangre, determinada por las emanaciones proeedentes de las materias animales y vegetales azoadas de los pantanos. Se cura por la administración de la quina, y alejando el rebaño de los focos de infección. «Hemos dicho hablando de la fiebre intermi- tente simple, que no 6e la habia observado en los animales, y que un veterinario italiano re- chazaba su existencia. Sin embargo, militan en contra de esta opinión el testimonio de Ro- det y Lecharpentíer, aue la han visto en los ca- ballos (art. fiebre, del Diction. de méd. et chir. prat., p. 38); y de Damoiseau (Corresp.de Pro- magede Feugré, t. IV), Clichv (Becueil de méd. veter., t. Vil y VIH), v Bertrand (Journ. des veter. du Midi, t. 11, p. 33), que la han obser- DE US FIEBRES REMITENTES. 30'j vado en el caballo, mulo y buey. Los anima- les se han curado por la administración de co- cimientos concentrados de café tostado, de quina en polvo á la dosis de 1 á 2 onzas, y de sulfato de quinina á la dosis de 10 granos. Los cocimientos de genciana han dado también buenos resultados (not. comunic. por Dela- fond). ARTICULO TERCERO. De las fiebres remitentes. «Sinonimia . — Fiebre paroxismal, Avicena; continua periódica, Sennerto'; continua propor- cionada, Torti; remitente, Huxham, Pringle; continente , Morton ; continua , exacerbante, paroxistica, de diferentes autores. No es fácil establecer la sinonimia de esta fiebre: muchos médicos creen que pertenecen á ella Jas sino- cas de la escuela hipocrática, la hemítrilea de Galeno, el causón de Celso, y la fiebre ardiente de otros. Littré refiere las calenturas, cuya des- cripción se encuentra en los libros de las epi- demias, á las remitentes y perniciosas de los paises cálidos (véase Historia v Bibliografía). «Definición.—Boerhaavé, Stoll y Voulonne dicen, que la fiebre remitente se compone de una intermitente y una continua. «Acidentes continuos con aumentos periódicos, que anun- cian su exasperación por escalosfrios y su de- clinación por sudores, que pueden hacerse de repente perniciosos, y que ceden á una medica- ción particular; tales son los hechos que carac- terizan la fiebre remitente» (Maillot, p. 160). Efectivamente, se encuentran en la definición de Maillot los verdaderos caracteres de la fie- bre remitente. Añadiremos, sin embargo, que también es necesario tener en cuenta otro ca- rácter, sacado de la misma especificidad de la causa que la determina. Tiene, corao todas las fiebres intermitentes, su origen primitivo en un envenenamiento miasmático; es una fiebre pantanosa y de quina. Estos dos caracteres fun- damentales son los que sirven para distinguirla de otras fiebres remitentes, que no son de la misma familia, y que podrían confundirse con ella, si nos guiásemos únicamente por la defini- ción que dan algunos autores. La fiebre sinto- ceso, durante el cual hay acrecentamiento y exacerbación de los síntomas, y de la remisión, que es un tiempo de calma, durante el cual se encuentra mucho mejor el enfermo, esperi- menta una disminución notable eu los acciden- tes, quedando sin embargo en un estado febril, que persiste en el mismo grado ó disminuye hasta la invasión del paroxismo siguiente. «Para formarse una idea exacta de la fiebre re- mitente, dice Baumes, es necesario considerarla en su marcha aguda y sostenida, entrecortada por una serie mas ó "menos periódica de exa- cerbaciones semejantes, aunque distintos y for- madas por síntomas, que en su corla duración emanan de la naturaleza misma de la enferme- dad, y no corresponden á causas manifiestas» (De Tusage du quinquina dans les fiévres remit., p. 13, eu 8.°; Paris, 1790). Es, pues, la fiebre remitente una calentura de especie particular, que ocupaun término medio entre la continuay la intermitente. Comparada con la continua puede parecer intermitente, y recíprocamente comparada con la intermitente puede parecer continua. Por eso sin duda han dado muchos autores el nombrede continuas ó intermitentes á verdaderas calenturas remitentes. En efecto, según que el hecho que llama mas la atención del médico sea la continuidad ó la intermiten- cia imperfecta del movimiento febril, asi pue- de considerar la fiebre como continua ó como intermitente. Sin embargo, todos los observa- dores, aunque penetrados de las íntimas rela- ciones que tienen las remitentes con las demás fiebres, han convenido en hacer de ellas una clase aparte, y al darles el nombre de remi- tentes, han reconocido positivamente las afini- dades que las unen á las continuas é intermi- tentes. «El paroxismo se anuncia generalmente por un frió ó sensación de fresco en las estremida- des, en general mas ligero, superficial é inde- terminado que en la fiebre intermitente. Cuan- do es profundo, se debe temer una terminación funesta, y que exista alguna flegmasía ó conges- tión grave (Nepple, ob. cit., p. 129). Se ha notado también, que era mas intenso y mejor marcado el estadio del frió cuando estaba para terminar favorablemente la fiebre. Parece en- tonces que antes de curarse pasa de la forma mática de la tuberculización pulmonal, de la I remitente ala intermitente. En los demás casos, flebitis, de la peritonitis puerperal, de las su- rgeneralmente ocupa el calor la mayor parte de puraciones, etc., ofrece igualmente exacerba- ciones, con frío, calor, y algunas veces sudor; eo una palabra, es tan remitente como la ca- lentura que debe designarse esclusivamente con este nombre. El origen miasmático y la eficacia de la quina, establecen una diferencia marcada entre estos diferentes estados mor- bosos. «Descripción general de la fiebre remiten- te.—Baumes ha dado una descripción general de estas pirexias, que deja poco que desear, y que por consiguiente nos servirá de guia en este artículo. Cada período se compone del ac- TOMO IX. la exacerbación. Él sudor es apenas sensible en las remitentes; pero si los síntomas disminu- yen de violencia y se pronuncia mas la re- misión, se hace mas largo y marcado (Nepple). Tenemos, pues, en último análisis, que los estadios se marcan tanto mejor, cuanto mas se aleja la fiebre de la continuidad para pasar á una intermitencia mas perfecta. Nepple esta- blece , que el tipo remitente se trasforraa siem- pre en intermitente antes de curarse la calen- tura, y que se hace continuo cuando se agrava la enfermedad. «Este mismo tipo vuelve á pre- sentarse comunmente dos ó tres dias antes de 3', 306 DE LAS FIEBRES REMITENTES la muerte; el frió glacial y el temblor anuncian una terminación funesta.» «No siempre son fáciles de establecer los ca- racteres que corresponden á la fiebre remitente de los pantanos: hé aqui sin embargo los que nos parecen mas importantes. Es necesario: 1 .• que la fiebre reconozca por causa un enve- nenamiento específico; en una palabra, aue sea una calentura de la misraa familia que las in- termitentes verdaderas; 2.° que las lesiones que compliquen la fiebre sean secundarias y no constituyan el fondo de la enfermedad; 3.° que los paroxismos se sucedan periódica- mente y concierta regularidad; 4.° que en la remisión haya una disminución bien marcada de tos síntomas y desaparicioa de algunos de ellos, aunque subsista la fiebre (la ausencia del frió no basta para dejar de considerarla co- mo remitente); 5.° que la raoditi fuen ventajo- mente las preparaciones de la quina; 6.° en fin, que no recorra los períodos propios de las afec- ciones continuas, y pueda detenerse de pronto y a la manera de las fiebres intermitentes. Creemos que una pirexia que ofrezca los ca- racteres que acabamos de marcar, será siempre fácil de distinguir de una remitente que no pro- ceda de los pantanos y de otras enfermedades continuas que pudieran simularla. No se olvide 3uc aunque la fiebre remitente toma algunos e los síntomas de las afecciones continuas, no por eso deja de ser uno de los miembros raas distintos de la. vasta familia de las intermi- tentes. «Baumes, á quien se debe un estudio muy profundo de las fiebres remitentes, dice con razón, que presentan un carácter distintivo en la rapidez de la marcha del paroxismo. «Asi es, dice, que en toda fiebre remitente se ob- serva que marcha hacia su mas alto grado, y se aleja de él en seguida, con una especie de movimiento acelerado; de suerte que siempre será fácil reconocer una exacerbación de esta calentura, comparando el cambio del estado del enfermo de bien á mal, ó de mal á bien, con la brevedad del tiempo en que se ha veri- ficado semejante transformación: esta idea la debemosá Voulonne y Senac» (ob. cit., p. 16). «Generalmente preceden al paroxismo dolor y pesadez de cabeza, desazón, una sensación de laxitud y de flojedad; la boca está amarga, la lengqa seca; hay sed viva; las palmas délas* manos son asiento de un calor incómodo; el pulso se pone acelerado y pequeño, Los en- fermos se auejan de una incomodidad que no saben á que órgano referir. En el momento del acceso, el frió, vago ó bien caracterizado, cor mienza por las estremidades, que están páli- das; se sienten alternativamente escalofríos y llamaradas de calor; algunos movimientos con- vulsivos en los miembros; muchas veces una escitacion general que llega hasta el delirio, y en otros casos modorra y aun coma. La cara está pálida, los ojos lánguidos. A medida que fuerte el calor; el pulso se desarrolla y está mas desenvuelto ; la respiración se torna dificil y suspirosa, y sobrevienen náuseas y vómitos. En este estadio es cuando se manifiestan mas ordinariamente el delirio, el coma y otros ac- cidentes estraños y perniciosos; la lengua se pone mas seca y cargada; la sed es mas ar- diente, y se presentan hipo, náuseas y vómi- tos biliosos, y deposiciones de la misma natu- raleza. La intensión de este estadio es variable; se prolonga durante la mayor parte del paro- xismo. Cuando mas intenso es el calor febril, se queja el enfermo de ligeros escalofríos que recorren los miembros ú otras partes de su cuerpo (algores caloribus mp>is intermitlunlur, Lind). El sudor no se manifiesta comunmente sino doce á quince horas después del estadio del calor; se establece con trabajo, á no ser que propenda la fiebre remitente á la curación y á la intermitencia perfecta. A veces también su- cede lo mismo cuando ha de ser funesta la ter- minación : en este caso se enfria la piel; se hace glacial el sudor; hay temblores, delirio y to- dos los síntomas de una fiebre perniciosa. «Terminada la exacerbación, conservan los enfermos debilidad, sequedad en la boca., sed, anorexia.y náuseas. Si la enfermedad progresa, se aumentan todos los síntomas espresaoos eu el paroxismo siguiente. El dolor de cabeza, la cardialgía, las náuseas, los vómitos, las eva- cuaciones alvinas, la sed y la sequedad de len- gua, son mas marcados; los dientes y todo lo interior de la boca se cubren de una capa fuliginosa y negruzca; el aliento es fétido y quemante. La remisión que sigue es mas corta y menos evidente que la primera. Finalmente, si muere el enfermo al tercero ó cuarto acceso, que no deja de ser frecuente, sobreviene un delirio intenso ó un coma profundo; las eva- cuaciones alvinas se verifican involuntaria- mente; el pulso es irregular, imperceptible; un sudor frío y viscoso inunda todo el cuerpo, y en particular la cara y el cuello; el rostro se altera y presenta movimientos convulsivos; se observa carfologia y saltos de tendones; la pos- tración llega hasta el punto de resbalarse el en- fermo hacia los pies de la cama como si fuera un cuerpo inerlte; se enfrian y ponen lívidos los estrenos, y sucumbe el paciente en medio de fuertes convulsiones. «Corrípiunturconvul- sionibusquse tragediam claudunL» (Lind, dis- sert. cit.) «Acabamos de indicar los síntomas raas co- munes de las fiebres remitentes: ahora deba- mos añadir que son variables, y que el cua- dro que presentan es tan movible, y se halla tan sujeto á variaciones, como las diversas en- fermedades que pueden complicar las fiebres remitentes, y que propenden á hacerlas conti- nuas. Baumes no considera como síntomas esenciales y constantes sino: 1.» el frió y el estado espasroódico que le acompaña; 2. el calor y la agitación febril que le sigue; 3.° la se establece el segundo periodo, se hace mas I relajación general y las remisiones de la fiebre DE LAS FIEBRES REMITENTES. y de los diversos accidentes de que hemos he- cho mención (ob. cit., p. 26). Ya hemos indi- cado los que á nuestro modo de ver caracteri- zan una fiebre remitente, mucho mejor que los signos á que concede Baumes una importancia exagerada. «Tipo.—-La fiebre remitente afecta todos los tipos, pero con preferencia el cuotidiano y el terciano doble; lo que atribuye Nepple al es- tado de irritación permanente en que se en- cuentran los órganos. Nunca la ha visto este autor presentar el tipo cuartano, ni aun el terciano simple (p. 131). Se encuentran, no obs- tante, en la obra de Laveran dos observacio- nes de fiebre remitente terciana y una de ter- ciana doble. (Documents pourserv. a Thist. des malad. du nord del'A frique: Recueilde memoires de médec. chir. et pharm. milit., t. III, p. 45, en8.°; París, 1842}. Baumes dice que puede manifestarse con el tipo cotidiano, constituyen- doentonces laamfiemerinadelos griegos, y con el terciano (Véase Menuret, fíecueil d'observ. de médec. des hopit. milit., t. II, p. 144). Cuando el acceso dura de treinta á cuarenta y ocho horas, recibe la enfermedad el nombre de terciana prolongada (hemitritea de los anti- guos). También admite Baumes una remitente cuartana, llamada tetrartofia por Lautter. No haremos reflexión alguna sobre estas dife- rentes opiniones; la observación es la única uue puede ¡lustrar semejante materia. Nepple dice «que cada tipo en particular es indife- rente en sí mismo, y solo sirve al práctico para fijar la época en que conviene admi- nistrarlos febrífugos, puesto que no da lugar á ninguna indicación especial.» «Alteraciones cadavéricas.—Las lesiones que se encuentran en las fiebres remitentes libres de toda complicación, son la congestión de los vasos de la pia madre, y tal vez de la masa cerebral: á lo menos tal es el resultado de las necropsias hechas por Maillot. Ya hemos dicho que dejan mucho que desear, y no pueden ser- virde modo alguno para disipar la íncertidum- bre que reina todavía sobre tan importante ob- jeto. En una observación de Nepple, que he- mos citado en otro lugar, estaba el cerebro un poco menos consistente, pero sin ninguna otra lesión, y todos los vasos vacíos de sangre, á pesar de que habia muerto el enfermo ele una fiebre remitente con gastro-duodenitis é in- farto sanguíneo del hígado. «Tratamiento.—Sea cual fuere la idea que se forme de una fiebre remitente, ya se admita que depende en parte de lesiones locales, ó so- lamente de un envenenamiento miasmático, siempre importa recordar, que la intermiten- cia es el fondo del mal, y por consiguiente, que la primera indicación es administrarla quina ó sus preparados con el fin de cortar la perio- dicidad. Nepple, que concede tanto influjo á las enfermedades de los órganos en la produc- ción de la remitencia, reconoce sin embargo, que la acción ventajosa de la quina prueba el 307 predominio de la irritación periódica, y que esta tiene bajo su dependencia á la irritación permanente, viniendo á ser la causa principal de todos los fenómenos que se observan (p. 134). Debe pues formar el sulfato de quinina la parle mas importante del tratamiento; pero preciso es saber la época á que conviene administrar- lo. Muchos autores aconsejan combatir pri- mero la flegmasía visceral con las sangrías generales ó locales, ó establecer simultánea- mente las medicaciones antiperiódica y antiflo- gística: otros procuran ante todo aprovechar durante la remisión un momento oportuno para dar el sulfato de quinina. Creemos que es dificil marcar reglas invariables para toaos los casos; únicamente diremos al práctico, que conviene empezar indagando, ábeneficio de los admirablesprocedimientosde investigación con que se ha enriquecido el arte del diagnóstico, en qué estado se halla cada viscera; y en el caso de existir alguna lesión, cuál es su natu- raleza y asiento. No hemos de dejarnos aluci- nar por ideas sistemáticas, apoyadas en tal ó cual doctrina médica; sino tener siempre pre- sente que está en nuestras manos la vida del enfermo. Después de satisfechas todas estas condiciones, ya podremos tomar algún partido. Cuando la congestión ó inflamación de un ór- gano haga temer que el paroxisrao determine un trabajo patológico incompatible con la exis- tencia, es preciso apresurarse á prevenirle, ó á lo menos á disminuir su intensión, por las emisiones sanguíneas locales y generales, que producen comunmente buenos resultados; pero al mismo tiempo es indispensable oponerse á los funestos efectos de la intermitencia febril prescribiendo la quina, que es el único reme- dio capaz de curarla. La intermitencia es la que sostiene y agrava la fiebre continua , haciendo que á cada paroxismo «los órganos dispuestos ya á la estimulación reciban una nueva esci- tacion, que persiste todavía cuando aparece el paroxisrao siguiente» (Nepple, p. 135). »En las fiebres remitentes importa, mas que en ninguna otra, evitar la repetición de los ac- cesos; porque pueden hacerse perniciosos al segundo ó tercer paroxismo. Por desgracia se desconoce frecuentemente esta verdad, dejando seguir su curso á las fiebres remitentes, que de resultas de tal descuido terminan harto á "menudo por la muerte. Es preciso no omitir diligencia alguna para poner fin á una inter- mitencia febril tan peligrosa, sobre todo cuan- do se ejerce en pais donde es endémica la fie- bre, ó mientras reinan ciertas constituciones estacionales. Bajo la influencia del calor y la humedad reunidos, vemos en mas de un caso la fiebre intermitente hacerse remitente y to- mar un carácter pernicioso. Hipócrates y Lind las han visto ensañarse con violencia en los años calientes y lluviosos. «¿Debe ser la dosis del sulfato de quinina tan elevada como en las fiebres perniciosas? Se puede responder por la negativa, á lo me- 3Q8 DE LAS FIEBD nos en la mayoria de los casos. Sin embargo, nos parece que muchos médicos manejan cou demasiada timidez este febrífugo, y que á esto deben atribuirse en gran parte los reveses que esperimentan. Eligiendo el momento en que empieza á pronunciarse la remisión de una ma- nera evidente, se puede propinar sin inconve- niente 20 á 40 granos de sulfato. Para dar este consejo, nos fundamos por una parle en que le hemos prescrito á altas dosis en las enferme- dades mas febriles y mas claramente inflama- torias, sin que hayan resultado grandes incon- venientes; y por olra, en que vemos que no ha producido efecto alguno funesto en fiebres re- mitentes, que dicen los autores estaban com - piteadas con gastro -cefalitis ó gastroenteritis. «Si no han existido tales enfermedades y no había mas que síntomas que simulaban dichas inflamaciones, es una razón mas para no alar- marse tan pronto y llevar adelante el uso del sulfato de quinina. Apenas leñemos necesidad de decir, que no por eso se han de despreciar enteramente los fenómenos que anuncian una lesión visceral, y aun un simple trastorno fun- cional : es necesario obrar con circunspección y según las circunstancias. En una fiebre re- mitente disentérica se asociará la quina á los opiados; en las irritaciones gástricas se la po- drá dar en lavativas; pero esle último medio de administración es infiel, y exige mucha vi- gilancia por parte de las personas que rodean á los enfermos, sobre todo en los hospitales ci- viles ó militares. «Descripción de diversas especies de fiebres remitentes,—El estudio de las diferentes lie- bres remitentes, cuya descripción nos han da- do los autores, suscita ante todo una cuestión que está envuelto en tinieblas y en dificultades sin cuento: ¿se compone la liebre remitente de una intermitente que sirve de base á la enfer- medad , y de síntomas accesorios cuya causa debe buscarse en la lesión de alguna viscera, lesión que desempeñaría entonces el papel de complicación? Tal es el dictamen de Nepple, Maillot y otros muchos escritores. ¿O bien es una liebre intermitente, que en razón de la con- siderable dosis de veneno miasmático pantano- so introducido en la economía, propende á hacerse continua, no siendo las lesiones y tras- tornos funcionales que se observan mas que efectos y determinaciones morbosas secunda- rias? No podemos responder de una manera osítiva á estas cuestiones. Parécenos sin em- argo, que del profundo estudio que de ellas hemos hecho resulta, que las complicaciones viscerales son por lo comun la causa de la con- tinuidad febril, después de haber sido á su vez un efecto de la intermitencia febril simple. El lector podra juzgar por sí mismo, cuando haya- mos descrito las fiebres remitentes y analizado los hechos que contienen en la actualidad los anales de la ciencia. «Baumes distingue tres series de fiebres re- mitentes: las que empiezan por un simple es- REMITENTF.S. calofrió; las que por un frió general ó local; y en (in, Lis en que no se observa ninguno de estos Mnioiuas. Dejemos á un lado esta divi- sión, que no tiene importancia alguna, y que ademases infundada, puesto que los paroxis- mos de una misma fiebre pueden ofrecer sín- tomas diversos. «Nepple reprueba toda especie de división en el estudio de las liebres remitentes; no admite remitente legitima, porque para él toda remi- tente se compone de una irritación fija febril que sostiene la fiebre continua, y de una irri- tación periódica que hace intermitente la fie- bre. Puede haber pues en su concepto tantas especies de fiebres remitentes, como complica- ciones se presentan en las diferentes visceras. Los títulos de las observaciones que ha publi- cado en su notable obra, indican claramente su modo de pensar sobre la causa de la remi- tencia febril; helas aquí: 1.° fiebre remitente inflamatoria; 2.° gástrica aguda; 3.° gastro- cardílica; 4.° gástrica aguda con irritación ce- rebral; 5.° gastro-celalica ; 6.° calentura con gastro-duodenitis é ingurgitación sanguínea del hígado; 7.° inflamación del encéfalo; 8o in- flamación de los bronquios, 9.° pleuro-neu- inonia. Fácil es concebir, que de este modo pueden existir otras muchas remitentes, bas- tando para ello imaginar lanías complicaciones como se quiera. «Maillot ha adoptado en todas sus partes la doctrina de Nepple, y señalado la complica- ción principal en todas sus observaciones (ob. cit., cap. 5.°). • Copland, que describe con cuidado las fie- bres remitentes, admite las especies siguientes: 1.° remitente simple; 2.° inflamatoria; 3.° bi- lioso-ínllamatoria ; 4.° maligna adinámica; 5.° remitente complicada : A. con inflamación de la mucosa del estómago y del duodeno; B. del intestino delgado (disenteria); C. con enfermedad del* hígado; D. con enfermedad del cerebro; E. del pulmón; F. con otras afec- ciones variables, tales como la erisipela, la gangrena, etc.; 4.° remitente crónica (Diclion. of pract.medec; art. fiebre intermitente, p.946, en 8.°; Lónd.) Escepto esta última especie, de la que ha dado Macculloch una descripción bástanle \aga(Essay on the remit. andintermit. diseases, etc.; Lónd, 1828], las demás se han observado y descrito por todos los autores; pero con denominaciones diferentes. Parécenos que deben conservarse, y varaosá presentar sucin- tamente su historia, aunque con algunas mo- dificaciones. «Hemos dicho, que la perniciosidad no es un carácter que pertenece propiamente á la lie- bre intermitente; es un accidente, un modo de terminación, que puede depender: 1.° de la in- tensión misma de la acción deletérea egercida por el miasma pantanoso, ya porque este haya penetrado en gran cantidad en los líquidos, alterándolos profundamente, va porque haya obrado sobre un organismo debilitado ó inca- DE LAS FIEBI DE IAS FIEBRES REMITENTES. 309 paz de resistir sus efectos; 2.° de cualquier en- fermedad grave preexistente á la intoxicación, ó que la venga á complicarla; 3.° en fin, de la violencia las congestiones sanguíneas y de otras determinaciones morbosas que lleva con- sigo la intermitencia. Concibiendo de este mo- do la perniciosidad, fácil es prever que se pre- sentará todavía con mas frecuencia en el curso de las fiebres remitentes que en el de las in- termitentes. Y en efecto, puesto que la remi- tencia supone un envenenamiento miasmático mas enérgico, ó la existencia de una compli- cación, según la doctrina que se admita, re- sulta evidentemente, que las calenturas remi- tentes tendrán mucha tendencia á terminar por la muerte ó á pasar á la continuidad febril. Este es un hecho establecido por lodos los ob- servadores modernos. «Desgraciados los indi- viduos que, afectados de flegmasías crónicas, especialmente de los órganos digestivos, tienen la imprudencia de habitar paises pantanosos desde el mes de julio al de octubre: se espo- nen, dice Nepple , á ser víctimas de una fiebre remitente perniciosa.» El médico que egerce en una comarca donde son endémicas las fie- bres intermitentes, no debe olvidar jamás que las remitentes se hacen frecuentemente perni- ciosas, considerándolas por lo tonto como una afección cuyo desenlace es siempre dudoso y el pronóstico sumamente reservado. «Divisiones.—Puédese establecer en el estu- dio de las calenturas remitentes la siguiente división: 1.° fiebre remitente simple; 2.° con fuerte reacción del sistema vascular; 3.° con predominio de síntomas biliosos sin lesión apre- ciable del hígado; 4.° con predominio de sínto- mas gastro-inteslinales; 5.° con trastorno pro- fundo de la inervación. La fiebre remitente se complica ademas con enfermedades: A. de los centros nerviosos; B. del sistema respiratorio; C. del circulatorio; D. del estómago o de los in- testinos; E. de la sangre. «Fiebre remitente simple,.—Muchos autores niegan su existencia, porque es imposible, di- cen, que deje de encontrarse una función mas trastornada que otras, y aun una enfermedad bien caracterizada de cualquier órgano. Es ra- ro sin duda que no predomine un síntoma ó lesión de tal ó cual aparato; sin embargo, hay cierto número de fiebres que merecen conser- var el nombre de remitentes simples. Tomare- mos dos ejemplos de las observaciones referi- das por Laveran. Se presentó un enfermo con cefalalgia frontal, epistaxis, pulso lleno y fre- cuente, lengua limpia, borborigmos en la re- gión iliaca izquierda, y muchas deposiciones de vientre en las primeras 24 horas. En los cuatro dias siguientes continuaron los mismos síntomas, pero en disminución, bajo la influen- cia del sulfato de quinina, que produjo una curación perfecta (raeinor. cit., p. 41). ¿Se po- drá llamar á esta fiebre remitente, calentura disentérica? Quien tal hiciera se manifestaría bien poco exigente respecto del cuadro sinto- matológico. En un segundo enfermo seobserva- I ron debilidad, calambres, cefalalgia por las tar- ! des, ¡insomnio, fiebre, piel caliente y seca, pulso duro y frecuente, lengua roja y seca, meteorismo, borborigmos, diarrea de materia- les biliosos. Los dos dias siguientes fueren mas ligeros los paroxismos de la taide, v se efec- tuó la curación después de haber hecho uso del sulfato de quinina (obs. XII, memor. cit., p. 42). En este caso como en otros muchos que podríamos citar, no ofrecieron los síntomas predominio conocido, y se equilibraron , con corta diferencia en todos los sistemas orgáni- cos. Fácil nos sería probar, que muchas fiebres llamadas remitentes con gas tro-cefalitis, con gastro enteritis ó gastritis, han sido calenturas remitentes perfectamente simples. «Esta primera forma se presenta en sugetos cuyas visceras en general se hallan en buen estado; debe combatirse desde luego y decidi- damente con el sulfato de quinina, cuyas do- sis pueden aumentarse sin temor. «1.° Fiebre remitente con predominio de sín- tomas inflamatorios.— Está caracterizada por una reacción muy enérgica del sistema vascu- lar sanguíneo, por cefalalgia, algunas veces delirio pasagero, escitacion cerebral, soñolen- cia, rubicundez y turgencia de la cara, vérti- gos, latidos incómodos de las arterías, sensi- bilidad de los ojosa la luz, insomnio, hemor- ragias nasales, pulso fuerte y frecuente, calor intenso y sudores muy ahundantes. Esta fiebre depende comunmente de una constitución ro- busta, y de ese predominio de la parte globu- lar de la sangre que constituye la plétora; con frecuencia es también una manifestación del estado inflamatorio ó congestivo de alguna viscera. Debe incluirse entre las formas de la fiebre remitente simple. En este caso la inter- mitencia febril obra mas particularmente sobre el sistema vascular, en virtud de una predis- posición individual, esplicada ó no por las cir- cunstancias que anteriormente hemos dado á conocer. »2.° Fiebre remitente con predominio de sín- tomas biliosos. Preferimos servirnos de esta es- presion, porque no prejuzga en manera alguna la causa mal conocida de tales fenómenos. Por el contrario, llamando á esta fiebre remitente con gastro-cefalitis , se da una esplicacion en lugar de un hecho incontestable. Esta fiebre es rauy comun en parajes pantanosos, calien- tes y húmedos. El calor y la humedad egercen una influencia incontestable en su desarrollo, y asi es que se hace frecuente cuando el estio y el otoño son calientes y lluviosos. Observa- ción es esta que se ha confirmado en todos tiempos y paises. La calentura se ensaña con preferencia en los europeos que van á habitar ¡as regiones intertropicales, y reina endémica- mente en la India, donde se la ha estudiado con el nombre de calenturas remitentes biliosas. Estas remitentes son á menudo enfermedades bien caracterizadas del hígado. Lind ha dado 310 DE LAS FIEBRES REMITENTES. una descripción muy interesante de la fiebre remitente biliosa , cuva parle principal se en- cuentra en la historia que hemos trazado al ocuparnos de las remitentes en general. Sin re- producir aquí todos los síntomas que presenta, debemos sin embargo referir sus caracteres principales : cefalalgia fuertísima ; postración suma; quebrantamiento de los miembros ; es- calofríos de variable intensión; llamaradas de calor; piel seea y árida ; pulso vibrante , duro y muy frecuente; náuseas, vómitos biliosos re- petidos, deposiciones de vientre de la misma índole; sed intensa; sequedad y rubicundez de la lengua que se cubre de una capa negruzca; ansiedad epigástrica; dolores y sensación de constricción en los hipocondrios; alteración de las facciones; delirio, carfologia, temblores en los miembros, saltos de tendones; modorra, co ma; sudor abundante y general ó limitado á la frente, cara y cuello; remisión de todos estos síntomas graves, y rara vez apirexia completa. Al segundo ó tercer acceso adquieren todos los síntomas una intensión estremada, y muere el enfermo con todos los signos de la fiebre remi- tente soporosa , convulsiva ó álgida. El color ictérico de las conjuntivas y de la piel, el do- lor en el hipocondrio, el sedimento en las ori- nas, y la presencia en las mismas de la mate- ria colorante de la bilis, que se hace evidente por el color verde que toman cuando se les añade ácido nítrico y sobre todo algunas go- tas de una disolución del ioduro iodurado de potasio, son mucho menos marcados en la re- mitente biliosa simple, que en la complicada con alguna enfermedad del hígado. «El tratamiento de la fiebre biliosa ofrece grandes dificultades, y reclama el uso combi- nado de los antiflogísticos y el sulfato de qui- nina. ¿Tiene alguna ventaja el uso de los vo- mitivos y purgantes? Muchos médicos alaban los efectos de los calomelanos, que en su opi- ' nion hacen mas eficaz el sulfato de quinina. Muchas veces conviene limpiar las primeras vías con el auxilio de un emético ; pero esta medicación exige grandes precauciones, y está lejos de convenir en todos los casos. »3.° Fiebre remitente con predominio ole síntomas gastro-intestinales.—No basta para eolocar en esta división una fiebre remitente, que haya algunos vómitos y muchas deposicio- nes alvinas en las veinticuatro horas; es nece- sario que estos síntomas sean bastante intensos, para hacer temer que sobrevenga un acceso pernicioso colérico ó álgido. A veces aniquila á los enfermos un flujo disentérico abundante, que determina una debilidad gradual ó un es- tado sincopal grave, yen ocasiones un frío mor- tal. Entonces termina la remitente por un ac- ceso pernicioso que arrebata al sugeto. Es ne- cesario estar prevenidos del peligro que llevan consigo estos dos síntomas, vómito y flujo di- sentérico, á fin de combatirlos con la quina cuando acompañan á un movimiento febril re- mitente. Las evacuaciones sanguíneas locales, repelidas muchas veces, el uso de los opiados, del sulfato de quinina , y finalmente la dieta absoluta, forman la base de la medicación que conviene adoptar en semejantes casos. *4.° Fiebre remitente con predominio de los trastornos de la ¿¡inervación.—Copland descri- be con el nombre de remitentes maligna y adi- námica varias fiebres, que muchas dependen evidentemente de enfermedades viscerales y de complicaciones. Juzgúese si no por los sinl tomas que enumera, y entre los cuales se en- cuentran los siguientes: eolapso general; cefa- lalgia intensa; debilidad mental, subdelirio- dolores ea los lomos, ansiedad, opresión; pul- so pequeño, irregular; ojos inyectados; lengua oscura, roja y seca; supresión de las orinas; reacción imperfecta y aun imposible, en el seguid do estadio; en los casos mas graves, vómitos, coloración amarilla déla piel, hemorragias por la membrana interna de los intestinos, delirio v la muerte en un espaeio de tiempo que varia desde el cuarto al sétimo dia. Esta fiebre remi- tente toma las formas cerebral, tifoidea, gás- trica, biliosa, según los casos , y se la observa frecuentemente en las regiones intertropicales (obr. cit., p. 946). Sin ocuparnos en deslindar esta confusa sintomatologia , haremos no obs- tante notar, que existe cierto número de fiebres remitentes, cuyos síntomas son variables é irre- gulares en su curso, imitando bastante bien á los que se observan en la forma atáxica de las fiebres tifoideas: en este caso se hallan á nuestro modo de ver muchas calenturas remi- tentes, calificadas de delirantes ó de complica* das con gastro-enteritis y gastro -cefalitis. La inyección de las membranas y el estado areno- so'de la sustancia cerebral no bastan para des- viarnos de esto opinión, ni nos impiden consi- derar dichas fiebres como pirexias con simple trastorno de las funciones del sistema nervio- so cerebro-espinal. Los síntomas que indican esta forma son: frió débil ó intenso, acompaña- do de temblores , dolores generales, gemidos continuos, gritos, cefalalgia, delirio, sed, lengua roja y seca , movimientos convulsivos y estremada frecuencia der pulso. Estos sín- tomas cesan enteramente, ó queda un esta- do de postración considerable; vuelve á pre- sentarse el delirio; se altera la cara; sobre- viene rechinamiento de dientes, movimientos convulsivos, saltos de tendones, resolución de los miembros, y sucumbe el enfermo. En las obras antiguas se halla descrita esta forma de la fiebre remitente con el nombre de malig- na, pútrida, adinámica, porque se parece mu- cho á las fiebres continuas conocidas con estas denominaciones. ¿Puede el estado tifoideo, que se presenta en tan gran número de afecciones, declararse también en el curso de las fiebres remitentes, y darles una fisonomía particular? No tenemos datos para contestar de un modo terminante. «Fiebres remitentes complicadas.—Se en- cuentran en las remitentes, como en las ínter-- DE LAS FIEDI niítentcs, las tres complicaciones que hemos descrito con los nombres de estado inflamato- rio, gástrico-saburrosoy gáslrico-bilioso(V.FiE- bues intermit.) En este artículo no trataremos mas que de las enfermedades con lesión evi- dente quepuedcn complicar la fiebre remitente. »A. Fiebre remitente con lesión de los centros nerviosos .So deben referirse á esta complica- ción todas las fiebres remitentes que se acom- pañan de delirio, convulsiones y coma; porque estos síntomas dependen muy á menudo de un simple trastorno funcional. Seria incurrir en repeticiones inútiles presentar una descripción de esla fiebre, que se parece enteramente por sus síntomas, su curso y terminación, casi siem- pre fatal, á una calentura perniciosa comatosa, delirante, convulsiva ó álgida. «Aunque algunos admiten que las lesiones halladas en los cadáveres de los sugetos que mueren de esta fiebre son la causa del movi- miento febril, es preciso considerarlas como complicaciones; porque en cierto número de casos se observan exactamente los mismos sín- tomas, sin encontrar lesión alguna. Las que los aulores dicen haber comprobado son: la con- gestión mas ó menos fuerte de la pia madre, la rubicundez de la aracnoides, el estado are- noso y la congestión de la sustancia cerebral, algunas veces la disminución de consistencia de estos órganos y de muchos puntos de la mé- dula espinal, como también la hiperemia de las membranas raquidianas. Sin poner en duda la exactitud de estas necropsias , haremos notar sin embargo, que se ha podido tal vez conce- der á dichas lesiones un valor de que carecen. Quien lea sin prevención las obras en que se refieren estos hechos, se sorprenderá de ver que se han encontrado unas mismas lesiones en las fiebres intermitentes simples, pernicio- sas, remitentes ó continuas, que han ocasionado la muerte de los enfermos; de manera, que apenas se puede creer, que desórdenes que se manifiestan en condiciones tan diferentes, sean efectivamente la causa de los síntomas que se les atribuyen. Ya hemos agitado otra vez esta cuestión; pero nos vemos precisados á repro- ducirla de una manera si cabe mas formal, tra- tándose de las fiebres remitentes complicadas. Algunas lo están efectivamente con lesiones cerebrales. He visto en Medeah y en Argel, dice Ríetschel, meningitis que marchaban co- mo las fiebres intermitentes, y crue al cuarto ó quinto dia terminaban por resolución ó acar- reaban la muerte. Se hallaba pus concreto en las meninges. La enferraedad se anunciaba por soñolencia; los ojos estaban empañados, las pupilas dilatadas é.inmóviles y el pulso apo- plético (nota comunicada). «Ya hemos descrito de una manera general las reglas de tratamiento aplicables á esta fie- bre corao á las demás. Una vez conocidas, fácil es adaptarlas á este caso y á todos los de que nos falta tratar. »B. Fiebre remitente con enfermedad de los IS REMITENTES. 311 órganos respiratorios.—En este caso es eviden- te la complicación, y en la descripción que nos han dado los observadores, vemos presentarse de un modo manifiesto los caracteres de la in- termitencia febril y los de una afección ordina- riamente continua y pirética. En otro lugar describiremos circunstanciadamente la historia de una epidemia de neumonías remitentes, ob- servada en el cantón de Aubin , departamento de Aveyron (V. Epidemias en general). En esta enfermedad, que mas bien merecía el nombre de fiebr.e remitente cuotidiana complicada con neumonia, se presentaron todos los síntomas de la fiebre intermitente, combinados con los de la continuidad febril: frió, temblor, cefalal- gia, delirio, sudores abundantes, accesos que empezaban al anochecer y cesaban á Ja madru- gada del siguiente dia; esto en cuanto á la in- termitente : tos, esputos herrumbrosos y vis- cosos, disnea estremada, coloración intensa de las raegillas, etc., por lo tocante á la neumonia, ó en otros términos, á la continuidad del mo- vimiento febril. Háse atribuido esta epidemia á una constitución médica reinante; pero las in- vestigaciones hechas de algún tiempo á esta parte acerca de las calenturas producidas por los miasmas pantanosos, nos inclinan á creer que dicha constitución no haria mas que favo- recer el desarrollo de la neumonia, y que la fie- bre remitente seria efecto de un envenena- miento miasmático; aunque nada dice de esta causa específica el médico á quien debemos la descripción de esta enfermedad. La sangria /ue dañosa, y las preparaciones de la quina triun- faron con seguridad.de la fiebre remitente neu- nómica. Los triunfos obtenidos con ¡el auxilio del febrífugo demuestran evidentemente, que el elemento esencial de la afección era la fie- bre intermitente, y que bastó combatirla con el antitípico para disipar la neumonia. Era, Kues, la continuidad febril un elemento mor- oso secundario, dominado por la periodicidad; El estudio de estas remitentes neumónica^ prueba asimismo que la medicación anliperió^- dica debe ocupar siempre el primer lugar, y que no debe intentarse el tratamiento de lá fiebre continua, sino con mucha circunspección y después de haberse convencido de que ,ha,de producir alguna utilidad. «Nepple observó durante los meses p'e febrero, marzo y abril de 1825 una epidemia de pleure- sías y neumonías, que acometió á los-habitan- tes de Montluel. Muchas de estas pulmonías se complicaban con remitentes. Cita el autor un ejemplo notable de fiebre remitente perniciosa con pleuro-neumonia, que se combatió por los antiflogísticos y el sulfato de quinina- La admir nistracion tardía de este medicamento,hizo pro- bablemente que se prolongara la calentura, en laque no egercieron al parecer mucha influen- cia las sangrías. »£n otros casos se asoció Ja fiebre remitente auna inflamación de los bronquios, ó á.un simple infarto pulmonal. La percusión y laaus- 912 DE L\* FIEBKES REMITi:>Tl>. cultacion son los únicos medios con cuyo auxi- lio se puede seguir la marcha y progresos de las enfermedades de las vías respiratorias. Es, pues , importante recurrir á este género de es- ploracíon, siempre que se sospeche la existencia de alguna complicación en la cavidad torácica. Los signos que entonces se observan son los mismos que en los casos comunes; pero los sín- tomas generales y el movimiento febril afectan el curso propio de las afecciones intermitentes, y dan á la enferraedad una índole especial. »C. Fiebre remitente con lesión del aparato circulatorio.—La fiebre remitente llamada car- ditica se acompaña de latidos violentos del corazón, dolores angustiosos en la región pre- cordial, de cierta especie de compresión hacia esta misma parte y de sofocación inminente en el estadio del frió (Nepple, p. 208). Las remi- tentes sincópales dan lugar á los misaios sínto- mas, y ademas á lipotimias repetidas, que sue- leo ocasionar la muerte del sugeto ( fiebre re- mitente perniciosa sincopal). Todas estas afec- ciones están rauy distantes de ser simples , y resultan por lo comun de enfermedades del corazón ó del pulmón. He visto en un caso de fiebre sincopal, dice Rietschel, vestigios de una antigua neumonía doble con derrame; los pul- mones no habian recobrado aun su volumen natural, y estaban mas densos y mas pequeños que en el estado ordinario (nota comunicada). »D. Fiebre remitente con enfermedad de los intestinos.—La inflamación del estómago es una causa de fiebre remitente mucho mas rara que lo que suponen algunos autores. Si para admitir esta inflamación baslase observar en los enfermos náuseas, vómitos, sed y la rubi- cundez llamada infundadamente estado gastriti- co de la lengua, no hay duda que seria muy comun. Pero estos síntomas dependen ordina- riamente de un trastorno de la innervacíon ce- rebral, y lo prueba la rapidez con que se disi- pan, unas veces espontáneamente durante la remisión, y otras por efecto del sulfato de qui- nina, que seria mas á propósito para agravar que para combatir la flegmasía gástrica, si real- mente existiese. «Otro tanto se puede decir de las irritaciones inflamatorias de los intestinos gruesos. Sin embargo, estas son mas positivas v se observan frecuentemente en los paises cálidos y panta- nosos. En África padecen á menudo los solda- pos franceses fiebres remitentes disentéricas ó simplemente diarréicas. En esta calentura, ca- racterizada tanto por el número de evacuacio- nes de vientre corao por su naturaleza, son los sudores menos abundantes , ó faltan entera- mente; durante los paroxismos se hacen raas intensos los dolores abdominales, la lengua es- tá mas encendida, la sed es raas marcada y el pulso mas frecuente. La intensión de los dolo- res de vientre y el considerable número de de- posiciones debilitan á los enfermos, que su- cumben á veces en medio de un acceso de fie- bre álgida ó comatosa. *Es preciso no confundir las disenterias que acompañan á la pirexia intermitente con las que la siguen, aunque unas y otras dependan de una enfermedad del intestino. Después de la fiebre intermitente conservan los enfermos un trastorno notable de las funciones digesti- vas. Tienen apetito y se empeñan en comer, contra el dictamen del médico, resultando de aquí que los alimentos les causan una sensación de peso; que se les hincha el vientre después de las comidas; padecen verdaderas indiges- tiones y lienen evacuaciones ventrales frecuen- tes, formadas por alimentos mal digeridos. Con intervalos bastante cortos se repiten accesos de fiebre remitente, y muchas veces intermiten- te, que impiden á los sugetos restablecerse completamente. No es raro en África ver en- trar á un enfermo cinco ó seis veces en el hos- pital en una misma estación. La menor fatigo, el mas pequeño estravio en el régimen, las va- riaciones atmosféricas, reproducen la remitente disentérica, hasta que aniquilado el sugeto cae en un estado de marasmo y de caquexia de que es imposible sacarlo. Cuando sucumbe, se en- cuentra en los intestinos gruesos un sinnúmero de ulceraciones en diferentes períodos; unas recientes, otras caminando á la cicatrización ó enteramente curadas. Tal es la lesión que im- pideá tontos enferraos verse libres de la fiebre, y ocasiona la muerte á muchos árabes de las tribus (D. Rietschel, nota comunicada). »E. Fiebre remitente con enfermedad del hí- gado.—La fiebre remitente biliosa de la India es ordinariamente una pirexia complexa, que resulta de la periodicidad febril y de una lesión hepática bien caracterizada. Es común en los paí- sescálidos, y especialmente en la India, donde la han estudiado los médicos ingleses, que la han confundido muchas veces con otras calenturas, y se acompaña, según Copland, de varias le- siones del hígado: la hipertrofia, la congestión, el reblandecimiento y la supuración, son las al- teraciones que raas á menudo se observan. Ya hemos indicado los síntomas de esta enferme- dad, al trazar los caracteres comunes á todas las fiebres remitentes y los que son propios de la calentura remitente con predominio de las fun- ciones secretorias del órgano hepático. «F. Fiebre remitente con alteración de la san- gre.—La aparición de petequias, equimosis es- corbúticos en los miembros y hemorragias na- sales y gastro-intestinales, se han indicado por los autores mas antiguos, que las han visto apa- recer en el curso de remitentes perniciosas, acompañadas de ese estado adinámico ó pútri- do que designamos hoy con el nombre de esta- do tifoideo. Estos síntomas son en general de mal agüero, y anuncian una terminación pron- tomento funesta. •Copland coloca en el número de las com- plicaciones de la fiebre remitente las ulce- raciones, la gangrena, los exantemas, la erisi- pela y el reumatismo. Aun pudiéramos añadir á esta lista otras muchas eufermcdadcs; pero DE LAS FIEBRES CONTINUAS. $1f~ como no alteran en manera alguna los sínto de la fiebre remitente, nos bastará indicar son posibles. ARTICULO CUARTO- De las fiebres continuas. «Sinonimia.—Fiebres sinocas pútridas de las escuelas antiguas; fiebres continuas continentes de Torti; fiebres pseudo-continuas de algunos autores. Se las ha nombrado así, porque simu- lan una fiebre continua ordinaria, sin dejar de pertenecer á la gran familia de las intermiten- tes. En este sentido es en el que las llama J. Franck fiebres intermitentes larvadas. Se les deben referir también las fiebres pútrida, ner- viosa, maligna y pestilencial de los paises ca- lientes. En África las designan comunmente los soldados con el nombre de fiebres calientes. Las espresíones de fiebres continuas de los pan- tanos, fiebres continuas de quina, y tifus pan- lanoso (Audouard), indican exactamente la naturaleza de estas fiebres. «Definición. Las fiebres continuas, dice Tor- ti, son aquellas que no presentan exacerbación ni remisión alguna apreciables, y que solo constan desde el principio hasta el fin, de un acceso único, y afectan una continuidad per- fecta, ya permanezcan en un mismo estado, ó ya marchen siempre en aumento ó en disminu- ción (ob. cit., p. 548). Seria imposible dar una idea mas cabal y completa de la calentura con- tinua. Lo que vamos a esponer no será mas que un comentario de la definición de Torti. «Las fiebres intermitentes, remitentes y con- tinuas no son en rigor otra cosa que diferentes grados de una misma afección, que se marca por paroxismos mas ó menos completos. En las intermitentes son manifiestos los accesos y la intermitencia febril; en la remitente no hay raas que disminución regular y periódica del movi- miento febril y de los demás síntomas, y en la calentura continua persiste el aparato febril sin remisión ni exacerbación apreciables, y el ob- servador que no consultara mas que la marcha de Ja enfermedad, sin tener en cuenta su pri- mitivo origen , encontraría todos Jos caracteres de una fiebre continua esencial. Hasta cierto punto la espresion de pseudo-continuas aplica- da á estas liebres carece de exactitud, porque induce á creer que la calentura no es realmen- te continua. Sin duda alguna no es de la misma naturaleza que las pirexias no pantanosas, y solamente bajo este punto de vista puede con- siderarse como falsa la continuidad; pero en cuanto á los síntomas y á la marcha del mal, nadie negará que su continuidad es real y posi- tiva. «No se crea, dice Maillot, que una vez establecidas las afecciones continuas, ofrecen en sus síntomas alguna circunstancia que nos revele su afinidad con las afecciones intermi- tentes. Cualquier médico, trasladado desde el norte de Francia á las enfermerías de Argel, TOMO IX. vería en todas ellasgastro-cefalítis, verdaderas afecciones continuas, y las trataría como tales. Este error es inevitable, porque ya no hay re- mitencia, subintrancia ni paroxismo de que valerse para ilustrar el diagnóstico (Becher. sur les fiévr. intermit. du nord de T A frique, p. 21, br.; Paris, 1835). Las fiebres continuas pantanosas se distinguen de las remitentes, en que aquellas no tienen remisión distinta, ni pre- sentan los estadios de la fiebre intermitente co- mo sobrepuestos á una fiebre continua. «Síntomas. Las fiebres continuas acometen al mismo tiempo y en los mismos parages que las intermitentes y remitentes; y esle es un hecho que establece la filiación ó consanguini- dad, por decirlo asi, de estas diversas enfer- medades. Maillot y otros muchos observadores dicen, que en África suelen verse las intermi- tentes remplazadas por fiebres del mismo tipo con complicaciones, después por remitentes, y últimamente por continuas. « Bajo la influencia de la elevación de temperatura, las fiebres in- termitentes simples del invierno degeneran en intermitentes y remitentes mas graves, y en afecciones continuas, que principian á manifes- tarse solamente en el estio. Desde fines de ju- nio las enfermedades que se observan en Bona se dividen, atendidos los síntomas, en dos grandes secciones, intermitentes y continuas.» (Becherches, etc., p. 19.) La trasformacion de las fiebres intermitentes en remitentes y conti- nuas es un hecho primordial, que aclara mu- cho la histeria de las calenturas continuas pan- tanosas. Agregúese á esto, que bajo la influencia de un tratamiento conveniente, estas mismas calenturas continuas vuelven á veces á hacerse intermitentes antes de curarse, lo que acaba de demostrarlas íntimas relaciones que tienen entre sí todas estas enfermedades. En la mayo- ria de los casos la fiebre intermitente precede á la continua. «Los síntomas de las fiebres continuas son absolutamente iguales á los de las intermiten- tes. Unas, pero las menos, son benignas; otras avanzan rápidamente hacia una terminación funesta, á la manera de las calenturas perni- ciosas; de manera que en las fiebres continuas, como en las intermitentes y las remitentes , la perniciosidad no es olra cosa que un accidente, causado, ya por la lesión de cualquier órgano esencial á* la vida, ya por la violencia de las congestiones sanguíneas que se verifican en las visceras, ya también por la dosis escesiva del veneno miasmático. «En las tres observaciones de fiebre continua benigna , referidas por Laveran, se notaron los síntomas siguientes : 1 .a obs.: cefalalgia; do- lor en los miembros inferiores, que se aumen- taba á la presión; lengua encendida, sed, vien- tre flexible y sin dolor; pulso duro y frecuente; piel caliente; sangre sin costra; vigilia, queji- dos, debilidad; numerosas petequias; cura- ción pronta por el sulfato de quinina. 2.a obs.: cefalalgia, estupor, contestaciones incoheren- m DE LAS FIEBRES CONTINUAS. tes, agitación, numerosas petequias, lengua encendida, vientre flexible, deposiciones lí- quidas, piel caliente y madorosa, pulso fre- cueale y poco desarrollado ; tres dias después de la primara administración del sulfato con- valecencia franca. 3.a obs.: primar dia, pulso lleno y frecuente, piel caliente y seca, cefa- lalgia" dolores en los miembros inferiores, lengua limpia, vientre retraído, deposiciones sanguinolentas; el segundo dia agitación, res- puestas incoherentes, lengua encendida y se- ca, deposiciones líquidas y frecuentes: cura- ción rápida por la sangria y el sulfato de qui- nina (mera, cit., p. 53 y 57). Los hechos precedentes y los que contiene la obra de Mai- llot, demuestran que las fiebres coatinuas no terminadas por la muerte, hin presentado como síntomas predominantes varios trastornos ner- viosos, tales como cefalalgia, delirio, soñolen- cia, respuestas incoherentes, dolores eu los miembros, etc. El flujo de vientre y la natura- leza de las deposiciones prueban que las fun- ciones intestinales están profundamente tras- tornadas , y la ausencia de la costra en la sangre que no existe inflamación marcada en ningún órgano. En cuanto á las petequias, haremos no- tar que son comunes en las continuas graves, y ?ue se acompañan de otras hemorragias, y con recueucia de gangrena. «Las fiebres continuas perniciosas afectan cinco formas principales: 1.' la comatosa, que es la mas frecuente; 2.o la delirante; 3.° la ál- gida ; 4.° la disentérica; 5.° la tifoidea. Pueden complicarse con angina gangrenosa, con es- corbuto, con varias hemorragias, con gastro- colitis, gastro-cefalitis, ictericia, etc.; en una palabra, pueden encontrarse en las fiebres con- tinuas graves todas las complicaciones que he- mos indicado al hablar de las remitentes. Cuan- do se prolongan, acaban comunmente por tomar un curso insidioso, y dan lugar á un estado tifoideo casi siempre mortal, ó determinan una disenteria crónica. «En la fiebre continua comatosa se observa una cefalalgia casi siempre violenta, agitación y vigilia; recorren el cuerpo algunos escalo- fríos, y después sobreviene rápidamente un estado comatoso, en el cual perece el enfermo. El curso de los síntomas y la terminación dis- tinguen esta calentura de las afecciones cere- brales ordinarias. La muerte sobreviene corao en las intermitentes perniciosas. Las emisiones sanguíneas pueden á veces disminuir la inten- sión de los síntomas y proporcionar una remi- sión ; pero el sulfato de quinina es el único que tiene la virtud de contener la marcha de la fiebre, y alejar desde el principio el peligro que amenaza á los sugetos. «Las fiebres continuas delirante y álgida pro- ducen todos los síntomas que hemos indicado al tratar de las intermitentes perniciosas, y por evitar repeticiones inútiles no nos detene- mos á describirlas. En lodos estos casos se ve- rifica la muerte, como en los envenenamientos que suspenden de pronto la inervación. Mai- llol asegura que en la autopsia de los sugetos que mueren de una de eslas fiebres, se encuen- tra constantemente una alteración del centro cerebro espinal, v que las demás lesiones vis- cerales, ó faltan ó son meramente accesorias; no pudieodo dar lugar á los fenómenos funda- mentales de los estados morbosos que se han descrito con los nombres de calenturas comato- sa, delirante y álgida. Según él, las lesiones que esplican la muerte son fas alteraciones de la mélula, del cerebro y de sus membranas. «Si la congestión se fija, ó á lo menos predomina en la sustancia blanca y central del encéfalo, resulta la forma comalVa ; la delirante, sí se efectúa la congestión en las membranas que le sirven de cubierta y en la sustancia gris de su periferia; y por último la álgida, si se estable- ce la hiperemia en la médula espinal» (Recher. sur la flécr. intermit., p. 34. Irait. des fien., etc., obs. 38, 33, 40, 41,43) Maillot considera estos lesiones corao de índole irritativa, y de ningún modo inflamatoria; pero cree que pue- den adquirir este último carácter bajo la in- fluencia de las repetidas congestiones que de- terminan los accesos, ó por la intensión de la causa, como se observa en las fiebres con- tinuas. «Entre las variadas formas que puede ofrecer la fiebre continua, hay una que se presenta con bastante frecuencia y que causa la muerte de gran número de enfermos. Tal es la forma tifoidea, que determina los síntomas siguien- tes: calor y sequedad de la piel, pulso frecuen- te, decúbito supino, adinamia profunda; algu- nas veces saltos de tendones, blandura de las encías, numerosas petequias en los miembros, hemorragia nasal, lengua seca y temblona y diarrea. Háse observado esta forma por casi to- dos los médicos militares que han estado en África. Maillot dice haber visto marchar esta calentura con una rapidez mucho mayor que las afecciones tifoideas procedentes de olra causa (luc. cit , p. 231). No es fácil determi- nar á qué lesión orgánica se deba referir se- mejante estado En la autopsia, cuva descrip- ción hadado Laveran, no se encontró altera- ción alguna en el tubo digestivo; solamente había infiltraciones sanguíneas en el tejido ce- lular subcutáneo de los miembros (mem.cit., p. 54). l «Frecuentemente se agregan á los fenóme- nos tifoideos hemorragias por diferentes vias y síntomas de disentería. En un caso en que se verificaron hemorragias por la membrana bucal, se practicó una sangria, y la sanare formó un coágulo, cuya superficie estaba cu- bierta de una capa delgada, temblona, for- mada poruña película verdosa, semejante ala falsa membrana de un vejigatorio (Laveran, mera, cit p. 48). Enotro enfermo que ofreció síntomas tifoideos muy graves, estaba de un lf?aríaT/f d7,al°?a-,a suPeríic¡e mucosa de la faringe y de la laringe, con unas chapas DE LAS FIEBRES CONTIGUAS, 31§ blandas y verdosas, que exhalaban un olor muy marcado de gangrena. Este hecho confir- maría , en caso de necesidad, la opinión que sostuvimos al tratar de la difteritis, donde ma- nifestamos que no nos parecía prudente referir á esta afección todas las anginas gangrenosas. «A consecuencia de las fiebres continuas di- sentéricasseencuentranlasulceracíones intesti- nales de que hemos hablado al ocuparnosde las fiebres remitentes. Generalmente padecen esta complicación los convalecientes mal curados, ó que se entregan, contra el diclamen del médi- co, á frecuentes estravios en el régimen. Cuan- do llega á escitarse en ellos la reacción febril, sucumben con los síntomas del estado coma- toso , ó se estraguen en medio de los fenóme- nos del estado álgido. »La alteración de la sangre desempeña, en nuestro concepto, un papel importante en la producción de las fiebres continuas pantanosas. Efectivamente, no puede menos de llamarla atención la frecuencia del estado tifoideo, de las hemorragias, equimosis y gangrenas. Ademas, la sangre sacada de las venas presenta los ca- racteres físicos que ofrece en ía calentura ti- foidea y en las pirexias esenciales graves. La lesión mas constante, y sobre la que no cabe duda, es la hipertrofia, el estremado reblan- decimiento del bazo, queá veces está reducido á papilla. «Dos opiniones muy diferentes se han soste- nido relativamente á la naturaleza de las fie- bres continuas. Respecto de ellas como de las remitentes perniciosas, han dicho unos que la continuidad del movimiento febril y los demás síntomas, como también su gravedad, depen- dían de una complicación agena á la fiebre in- termitente; y otros han pretendido, que debían referirse á una acción mas enérgica y á una do- sis mas considerable del miasma pantanoso. Se han hecho valer en favor de la primera opinión las lesiones que se encuentran en los sugetos que sucumbenála fiebre continua con síntomas cerebrales; pero aun suponiendo que se hubie- sen hallado en todos, que está lejos de ser asi, se necesitaría también haberlas comprobado á consecuencia de las fiebres continuas álgidas, de forma tifoidea ó acompañadas de hemorra- gias, etc., etc.; pero la abertura de los cadáve- res no ha revelado hasta ahora, en estos y otros muchos casos, lesión alguna que se pueda con- siderar corao causa de la fiebre continua. »La opinión que atribuye la violencia de los accidentes y la continuidad de la fiebre panta- nosa al envenenamiento miasmático y á la in- tervención de las causas que hacen mas deleté- reos sus efectos, puede apoyarse en hechos bastante numerosos. Las fiebres continuas rei- nan al propio tiempo y en los mismos parages ue las intermitentes; por consiguiente debe arles origen la misma causa. Cuando los ca- lores son mas intensos y los efluvios pantano- sos gozan de mayor actividad, las fiebres in- termitentes degeneran en remitentes, y estas en continuas, y recíprocamente, á medida que disminuye la intensión de estas causas. Final- mente, la especificidad del agente curativo de estas calenturas es un argumente de bastante eso en apoyo de la opinión que nos ocupa. in embargo, se podría muy bien concebir, que la continuidad febril no fuera en cierto modo sino la forma de la enfermedad, forma debida á una lesión visceral persistente, y que la ca- lentura permaneciera idéntica en su fondo, constituyendo una afección de origen limnhé- mico ó de quina. «Tratamiento—Sea la que fuere la parte que se atribuya á las congestiones y á las de- más enfermedades viscerales en la "producción de las calenturas continuas, á nadie se puede ocultar que su tratamiento ha de ser el de las fiebres intermitentes*perniciosas. Es pues ne- cesario atacarlas desde el principio, y sin titu- bear, por el sulfato de quinina. Torti ha indi- cado claramente las fiebres en que produce buenos efectos la quina, y declara, que si las complica cualquier lesión orgánica, resisten al uso de este remedio. Por lo demás le acon- seja en las calenturas continuas (lib. 5.°, cap. 3.°). La sana práctica trazada por Torti se halla adoptada por casi todos los médicos que egercen en los paises donde reina endémica- mente la fiebre intermitente. Bailly refiere, que en Roma los médicos llamados á una consulta, la primera cuestión que agitan es: ¿hay ó no una fiebre de quina? Asi pues la intermitencia no constituye por sí sola el fondo de la enfer- medad, sino mas bien la eficacia de la quina. «Preferiría, dice Bailly, usar la denominación de fiebre de quina, que esplica mejor el fenó- meno fisiológico constitutivo de la enferme- dad, á llamar intermitente á una afección que puede muy bien no serlo» (ob. cit., p. 524). Los médicos del ejército francés de África com- prenden perfectamente en la actualidad la im- portancia que tiene la división que acabamos de establecer. Maillot ha contribuido mas que ningún otro á demostrar los vicios de una tera- péutica, que era casi general en África antes déla publicación de su libro, y que consistía en combatir las fiebres continuas y remitentes como enfermedades inflamatorias, es decir, con los antiflogísticos. En 1828 habia asimis- mo trazado Nepple las verdaderas reglas que conviene seguir en el tratamiento de las calen- turas remitentes y continuas. Esta práctica es ya tan general en el dia, que no necesitamos esforzarnos en demostrar su utilidad. Diremos únicamente, que debe propinarse el sulfato de quinina en todas las épocas de la enfermedad, y si es dable, en el momento en que los sínto- mas disminuyen un poco de intensión; sin em- bargo, no se debe esperar, si se teme que va- ya en aumento la gravedad del mal. La dosis del sulfato de quinina debe ser 20, 40 ó 60 gra- nos, pero elevándola gradualmente: se tendrá cuidado de observar atentamente sus efectos, y de tomar en cuenta los fenómenos que pro- 318 DE LAS FIEBRES INTERMITENTES LARVADAS. duce, y que hcraas indicado con referencia á ' nuestros propios esperimentos, para saber si conviene aumantar ó disminuir las dosis. Cree- mos que en general deban ser proporcionadas á la violencia de los accidentes, continuando su uso hasta que se haya conseguido una re- misión evidente del movimiento febril. Por no hab^r dado pronto y á altas dosis el sulfato da quinina, han sufrido tantos reveses algunos milicos en el tratamiento de las calenturas continuas. Bien sabemos que los ha arredrado el temor de agravar las lesiones viscerales y las flegmasías, que han pasado hasta el dia co- mo artículos de fé; paro sepan que cuanto mas considerables y pronunciadas son las congestio- nes y las determinaciones morbosas á que da lugar la calentura, tanto mas importa comba- tir con energía la intermitencia febril de que depanden. Las enfermedades viscerales están bajo la influencia de la fiebre, y no hay reme- dio mas propio para combatirlas y disiparlas que la quina, único febrífugo que en este caso se conoce. «Añadamos, sin embargo, que es también necesario atacar directamente la lesión de las visceras, cuando persiste. Se favorece su reso- lución con sangrías generales y locales, mien- tras la quina impide los movimientos conges- tivos. En cuanto á las complicaciones, exigen también uu tratamiento especial. Si han naci- do bajo la influencia del envenenamiento mias- mático, se modifican ventajosamente por la quina. Las que son anteriores á la calentura, y no tienen por consiguiente relación alguna con la causa miasmática, se combaten con mas éxito por un tratamiento apropiado á su natu- raleza y asiento. Asi se esplican los triunfos obtenidos por medicaciones muy diferentes. ARTICULO QUINTO. De las fiebres intermitentes larvadas. «Se designa con el nombre de fiebres inter- mitentes larvadas, aquellas que presentan los síntomas y todas las apariencias de otra enfer- medad , pero pertenecen á las afecciones pe- riódicas : 1.° por su origen; 2.° por su curso in- termitente; y 3.° porsu tratamiento (J. Franck). Entre las fiebres que se presentan de este modo con la máscara de otra enfermedad, las hay que no merecen tal nombre, porque novan acompañadas de ningún movimiento febril, y consisten únicamente en un fenómeno morboso periódico: tales son la neuralgia facial, la ce- falalgia, la odontalgia, el asma, la ciática y otras. Mas conveniente sería llamarlas enfer- medades intermitentes, y añadir al nombre de cada una el epíteto destinado á revelar su na- turaleza, diciendo por egemplo: cefalalgia, odontalgia, otalgia periódica, etc. Hay otras fiebres larvadas, que pueden conservar el nom- bre de calenturas á causa del movimiento fe- bril que marca los accesos. El número de fie- bres larvadas es mucho menos consídcrablequc el de las demás afecciones periódicas. Cuando los fenómenos morbosos, una oftalmía ó una congestión cerebral, por egemplo, aparecen al mismo tiempo que el movimiento febril, no vemos por qué ha de llamarse larvada seme- jante calentura, pretendiendo eliminarla del número de las intermitentes. Efectivamente, una fiebre que da lugar á ataques apoplctifor- raes, es una verdadera intermitente soporosa, ue puede ser benigna, pero que no por eso ejará de pertenecer á la grande clase de las intermitentes: lo mismo decimos de las fiebres intermitentes con epistaxis, metrorragia, etc. »J. Franck coloca las fiebres subcontinuas entre las interraitentes larvadas por la razón de presentarse con el tipo continuo. No hay duda que ateniéndose rigorosamente á la de- finición de la fiebre intermitente, no se puede menos de reconocer, que es un singular abuso de palabras colocar entre las fiebres intermi- tentes las continuas y las remitentes: bajo este unto de vista es exacto la observación de J. rancie. No obstante se ha convenido, y con razón, en considerar las fiebres remitentes y continuas como verdaderas interraitentes, y todas las demás enfermedades igualmente in- termitentes como calenturas larvadas. «Fundados en las reflexiones que nos sugie- ren las diferentes espresiones que acabamos de examinar, pensamos que seria ventajoso de- signar : 1.° todas las fiebres intermitentes, sean ó no perniciosas, continuas ó remitentes, bajo la denominación gene'ral de fiebres de quina. De este modo tendríamos entre las fiebres de quina: a las fiebres de período completo como las intermitentes; b las de período incompleto como las remitentes; c las que carecen de perío- do distinto,como la fiebre continua de los pan- tanos. 2.° En una segunda clase se encontrarían colocadas todas las enfermedades, cualesquie- ra que sean su naturaleza y asiento, que tienen períodos mas ó menos regulares, y que se cu- ran con la quina: estas se llamarían enferme- dades periódicas de quina. Se podría decir que estas dos clases de enfermedades periódicas tenían un origen miasmático y procedían de los pantanos, si estuviésemos seguros de que esla causa era la única capaz de producir la perio- dicidad febril ó no febril. La segunda clase comprende las calenturas dichas larvadas, y las enfermedades aue no son febriles, pero se han referido á las fiebres larvadas. 3.° Ultima- mente, en una tercera clase de enfermedades totalmente estrañas á las dos primeras, que constituyen una sola familia, se encontrarían reunidas todas las afecciones periódicas ó pa- roxísticas, cuyos accesos no son regulares y que resisten á la quina: tales son la epilepsia, la manía, el histerismo, el asma, las convulsio- nes, el corea, etc. Llamamos á estas afeccio- nes enfermedades periódicas, pero no de qui- na, ó mejor enfermedades pseudo intermiten- tes, aunque tengan períodos. No es posible á DE US FIEBRES INTERMITENTES LARVADAS. 317 menos de introducir una confusión perjudicial, mirar los accesos de una enfermedad convul- siva , de una epilepsia, ó de una disnea, por egemplo, como períodos comparables con los de la calentura intermitente. «Cus. .Mcdicus cometió el error de considerar estas últimas como pertenecientes á la misma familia que las fiebres intermitentes. Existe en la práctica una inmensa distancia entre ellas y las enfermedades de nuestra primera y segunda clase. Efectivamente, la quina es un soberano remedio para curar estas últimas afecciones, y por el contrario, es ineficaz ó al menos no tiene mejor resultado que otros re- medios, en el tratamiento de las enfermedades pseudo intermitentes. Las distinciones que aca- bamos de establecer, fundándolas en tan sóli- das bases,nos parecen á propósito para ilustrar algún tanto la historia de las liebres intermi- tentes larvadas. Ellas nos guiarán de una ma- nera segura en el estudio que vamos á empren- der. Se notará que damos á la palabra período el sentido general y preciso que le conceden los mejores lexicógrafos: toda enfermedad ca- racterizada por accesos é intermitencias, es decir, por fenómenos morbosos que desapare- cen completamente por cierto tiempo. «En el número de las enfermedades pseudo intermitentes deben colocarse las que llama Melier intermitentes de corto período. «Se ha procurado, dice, distinguir con esmero las afecciones intermitentes de tipos cotidiano, ter- ciano , cuartano, y aun de mas larga duración, como las quintanas, séstanas, octanas, etc., que son raras y de dudosa existencia para al- gunos autores; y no se ha considerado corao afecciones interraitentes á enfermedades que se manifiestan muchas veces al dia con caracteres bien marcados, y que después de haber durado cierto tiempo, regularmente igual ó variable, cesan durante olro tiempo dado, una hora ó dos horas, por egemplo; después vuelven, para ce- sar de nuevo, y esto por tres , cuatro ó cinco veces diferentes, con accesos siempre distintos y separados por intervalos mas ó menos igua- les» (Desaffect. intermit. a courteperiode, p.5, en 4.°; Paris, 1843). Este médico pregunta, si no se observa en tales casos una especie de in- termitencia , ó mejor una intermitencia real; y responde por la afirmativa, citando en apoyo de su opinión la historia de un niño de seis se- manas atacado de convulsiones, que se curó por la administración del sulfato de quinina. Las convulsiones se reproducían de hora en hora con una regularidad perfecta. Reconocemos con Melier, que no se han estudiado con bas- tante detenimiento las enfermedades de perío- do mas corto que los tipos cotidiano, coti- diano doble, y aun terciano cuádruple, tan perfectamente descrito por los autores mas an- tiguos; pero no podemos creer que existan ín- timas relaciones entre ellas y las liebres inter- mitentes. No son de la misma familia; no tie- nen igual origen, ni se acompañan de los esta- dios y de los síntomas que caracterizan á estas últimas; no siguen la misma marcha, ni, en fin, ceden tan seguramente al uso del sulfato de quinina como las verdaderas intermitentes. Aunque en las circunstancias que Melier nos da á conocer, y en que su tino médico le sir- vió completamente , produjese favorables re- sultados el uso del sulfato de quinina, no por eso hemos de concluir que estas afecciones de corto periodo son enfermedades de quina: per- tenecen á nuestra tercera clase de enfermeda- des pseudo periódicas. «Véase aqui pues un primer orden de fiebres pseudo intermitentes, en que los síntomas afec- tan una marcha intermitente,ó mas bien revis- ten una forma paroxistica,que nos parece dis- tinguirlas de las verdaderas calenturas larva- das. Un segundo orden de fiebres pseudo inter- mitentes se compone de las sintomáticas de una enfermedad visceral mas ó menos fácil de re- conocer: los accesos periódicos que entonces resultan, son enteramente análogos á los de la fiebre intermitente, y pueden al principio in- ducir á error sobre la naturaleza de la afec- ción , haciendo que se dé inútilmente la quina. La causa mas frecuente de estas pseudo inter- mitentes es la supuración interna á consecuen- cia de las amputaciones y grandes operaciones quirúrgicas. En estas enfermedades es muy comun observar accesos de fiebre, que imitan tan perfectamente á los de las intermitentes de quina, que cuesta trabajo resistir la tentación de combatirlos con este febrífugo. La penetra- ción del pus en la sangre, cualquiera que sea su causa, determina muy á menudo paroxismos febriles; y lo mismo sucede en la flebitis, en el puerperio, y en los asbcesos sinlomálicos de las enfermedades de les huesos. También pue- den ocasionarlos una blenorragia ó una orqui- tis (Simón, art. fiev. intermit. de Littré, p. 618; Dict. de méd., 2.a edición), una contusión del bazo (observaciones de Piorri, y Disert. sur les fiév. intermit., por Nelet; Paris, 1833), la in- troducción de una candelilla en la uretra, y la erupción de la última muela. J. Franck cita gran número de hechos, tomados de diferentes autores. «Hemos visto frecuentemente acom- pañarse la infección sifilítica durante el curso de su desarrollo, de síntomas periódicos. Lo mismo se refiere de la lepra, y en el histeris- mo, la artritis, los cálculos biliarios, el escor- buto y la clorosis, se observa frecuentemente una pequeña fiebre, que tiene la apariencia de una intermitente» (ob. cit., tora. 2.°, p. 119). Las supuraciones de la vejiga y de la próstata, la caries déla porción petrosa'del temporal, el cáncer, la tisis pulmonal, las enfermedades de los ovarios y de los huesos de la pelvis, la pe- ritonitis crónica, la presencia de lombrices en los intestinos, etc., etc., pueden dar lugar á accesos intermitentes. Juncker ha estudiado en una memoria las principales causas de estos accesos (Dissert. de simulatis febribus intermit- lentibus in viscerum Iwsionibus; Hal. 1756).. 318 DE US FIEBRES INTERMITENTES LARVADAS. »EI frió, el calor y un sudor abundante, se encuentran raas rara vez en los accesos pseudo intermitentes que en las intermitentes verda- deras. Por otra parte, corao la lesión visceral determina una liebre continua, hay mas bien una simple remisión entre los paroxismos, y por consiguiente la fiebre afecta la forma remi- tente. ¡>flé aqui ahora los caracteres, por cuyo me- dio se pueden distinguir las enfermedades de quina de las pseudo intermitentes de períodos largos ó cortos. Las primeras se desarrollan de una manera endémica y en ciertas épocas del año bajo la influencia de un agente miasmáti- co; mientras que las segundas se manifiestan indistintamente en todas ocasiones; el inter- valo de los paroxismos en las intermitentes es de un dia ó de un corto número de horas, y mas largo ó muy corto en las pseudo intermi- tentes. El curso de estas es semejante al de las enfermedades crónicas; el de las calenturas pantanosas se parece al de las agudas. En el intervalo apirético, aun cuando no haya calen- tura, conservan los enferraos cierta debilidad y una espresion particular de la cara; el há- bito esterior del cuerpo tiene algo de morboso, que no se encuentra en las enfermedades de largos períodos. Finalmente, y este es el ca- rácter aue mejor las distingue, las intermiten- tes verdaderas ceden maravillosamente al sul- fato de quinina; mientras que las pseudo in- termitentes no se modifican mas ventajosa- mente por este remedio que otras muchas afec- ciones. « Enfermedades de quina llamadas fiebres lar- vadas.—La fiebre intermitente puede tomar la máscara de gran número de enfermedades si- mulando, ora una fiebre, ora una hemorragia (metrorragia, epistaxis, neuraorragia); ora una congestión que se ha tomado á veces infunda- damente por una inflamación , puesto que se distingue de esta por la rapidez de su curso y de su terminación (oftalmía, congestión ence- fálica); ora en fin, una neuralgia (neuralgia facial, otalgia, odontalgia), ó una neurosis(co- rea, amaurosis, epilepsia). «Las neuralgias, y después las neurosis, son las enfermedades que enmascaran mas ordina- riamente la intermitencia. Hé aqui un ejemplo bien marcado, referido porNepple : un sugeto que habitaba un pais desgraciadamente célebre por sus fiebres intermitentes, contrajo una re- mitente perniciosa con pleuro-neuraonia. Era ya perfecta la convalecencia, cuando el enfer- mo esperimentó por la tarde y á la hora en que se presentaban sus paroxismos febriles, un do- lor muy fuerte en todo el trayecto del nervio dentario izquierdo : este dolor creció hasta la media noche, y disminuyó después sucesiva- mente hasta la siete de la mañana. Dos pur- gantes, un vejigatorio á la nuca, la poción estibio-opiada y cortas dosis del sulfato de quinina, no hicieron mella en esta neuralgia, que acabó por ceder á altas dosis de quina y valeriana (ob. cit., p. 1^7). En otro caso mu- cho mas notable, citado también por Nepple, una fiebre intermitente cotidiana fue rempla- zada por una neuralgia dentaria, igualmente intermitente v diaria, y habiéndose curado esta por la avulsión del diente, volvió á presentar- se la intermitente cotidiana. En este caso es evidente que la causa desconocida de la inter- mitencia, después de haber provocado el mo- vimiento febril, pudo revelarse por un síntoma nervioso igualmente intermitente, como el do- lor. Las neuralgias se manifiestan masa me- nudo que ninguna otra afección con el tipo in- termitente. Mondiere ha encontrado en dife- rentes obras 70 observaciones, en las cuales era completa la intermitencia. En este número habia 2t neuralgiassuborbitarias, 16 frontales, 4 temporales, 26 facíales, 10 del lóbulo de la oreja, 3 ciáticas, 3 lumbares, y solo una de los miembros superiores (neuralgia cérvico-bra- quial) (Mondiere, Quelques faits de médecine pratique en Bevue medie, p. 176; junio, 1843). Cervioli ha observado la neuralgia ciática con el tipo cotidiano, Córate con el terciano do- ble, y Audouard cou el cuartano (ob. cit., pá- gina*182). El uso del sulfato de quinina es casi constantemente ineficaz en semejantes casos. «Donald Monró ha descrito una cefalalgia intermitente cotidiana, acompañada de fiebre: el pulso estaba acelerado durante el acceso; pero el calor y el movimiento febril cesaban enteramente en la apirexia (art. fikv. inter- mit. de Littré, pág. 521). No alcanzamos qué motivos se habrán tenido presentes para con- siderar esta cefalalgia como una fiebre inter- mitente larvada: el movimiento febril intermi- tente le da todos los caracteres de una fiebre de acceso. Se podrá replicar, que la ausencia de los estadios de frió, calor y sudor, la separa de la fiebre intermitente legítima; pero sabido es que en las continuas faltan los estadios, y que pueden ser poco marcados en las remi- tentes. «Es preciso no admitir con ligereza la exis- tencia de neurosis francamente intermitentes. Cas. Medicus, Brunner, Paulini y Pitcairn di- cen, que la periodicidad es un carácter fre- cuente del baile de S. Vito , y Bouteille en su larga práctica no le ha visto una sola vez bajo esta forma ( V. Corea). No nos cansaremos de repetir loque ya otras veces hemos dicho: es preciso no confundir la periodicidad con la intermitencia: puede muy bien ser periódica una enfermedad, sin ser por eso intermitente. La periodicidad lleva consigo la idea de acceso é intermisión, pero irregulares: en la intermi- tencia las intermisiones y los accesos, ó en otros términos los períodos, ofrecen una per- fecta regularidad. Entendiendo asi la intermi- tencia , resulta queel corea , la epilepsia, la disnea puramente nerviosa, y tantas otras neu- rosis, son enfermedades paroxístícas ó de pe- ríodo, pero no intermitentes larvadas. Leyendo DE LAS FIEBRES INTERMITENTES LARVADAS. 319 las obras escritas sobre esta materia, solo he-! mos podido encontrar un corto número de estas fiebres. I »Copland dice que las fiebres intermitentes larvadas pueden todavía presentar otras for- j mas, á mas de las que hemos indicado. La reu- raatalgia muscular ó articular, la amaurosis, la jaqueca, el catarro y el asma, las palpitaciones ¡ nerviosas, los dolores espíenteos, la nefralgia, I el histerismo, el hipo, la gastralgia , la ente-! ralgia, pueden pertenecer á la fiebre intermi- ¡ tente larvada, afectando, según dicho autor, i los tipos cotidiano, terciano ó terciano doble, cuartano ó cuartano doble (art. cit., p. 938). «Al hablar de los diferentes tipos de la fiebre intermitente legítima , admitimos que podia repetir cada ocho dias solamente (f. octana), y aun al cabo de un tiempo mas largo, sin de- jar por eso de ser una fiebre intermitente legí- tima. Schultz, Salius Diversus, Baillou y Tis- sot han sostenido esta opinión, que nos mueven á admitir varios hechos que debemos á profe- sores que han egercido largo tiempo en África. Mondiere ha referido recientemente muchos ejemplos muy circunstanciados, y facilitado la indicación de las obras en que se encuentran otros semejantes (núm. cit. Bevue Medícale, p. 163; junio de 1843). Advertiremos sin em- bargo, que Galeno, Senac y otros, han negado la existencia de las íiebres'octanas. Recorda- mos estos hechos, porque se ha visto á las fie- bres larvadas volverse á presentar cada ocho dias. Burnier, Fontau y Mevnier han observado oftalmías octanas (Mongelíaz , ob. cit., p. 79 y Gaz. Méd., p. 570; 1834). Salius Diversus comprobó, según refiere Tissot, una hemicrá- nea derecha octana. Schultz conoció un hom- bre, á quien acometía todas las semanas un su- dor abundante. BartholinyCamerariohablande una diabetes intermitente mensual. Mongelíaz cita muchos hechos análogos (ob. cit., p. 596, tora. 2.°). Mondiere ha publicado recientemen- te la observación de una diabetes insípida, que repetía cada dos dias al principio, y luego cada ocho (núm. cit., p. 172). Estos hechos, y los demás que citan los autores , deben conside- rarse como ejemplos de enfermedades pseudo intermitentes, que no ceden á la quina. Algu- nas veces se limitan el frío, el calor y el sudor á la mitad del cuerpo ó á una sola parte, como la cara, el brazo, un lado del pecho, etc. (fie- bres tópicas de los autores.) » Caracteres propios de las fiebres larva- das.—1.° Es preciso recordar que los efluvios Sámanosos son la causa mas ordinaria de estas ebres, y que por lo tonto se las debe encon- trar con frecuencia en los sitios en que son en- démicas las interraitentes, y en los sugetos que las han padecido. Copland cree que las ema- naciones pantanosas ornan sobreel sistema ner- vioso de la vida orgánica, trastornando todas sus funciones (ob. cit., p. 940). Es necesario también tener en.cuenta la constitución rei- nante, la estación, y si abundan ó no las calen- turas intermitentes en la localidad donde se encuentra el sugeto. »2.° El curso de los accidentes merece tam- bién observarse con cuidado; porque puede servir mas que cualquiera otra condición de la enfermedad, para establecer el diagnóstico. En efecto, por variados que sean los síntomas de la fiebre, se presentan ordinariamente con una prontitud que no se encuentra en las en- fermedades no intermitentes. Asi, por ejem- plo, en la congestión llamada oftalmía inter- mitente, los vasos se infartan, la rubicundez se hace muy intensa, la secreción de las lágrimas abundante, y'todos estos síntomas se disipan en algunas horas y sin pasar por las diversas fases que recorre"el trabajo inflamatorio. La rapidez, pues, del principio y de la terminación caracterizan las fiebres larvadas. »3." La naturaleza y asiento de la afección constituyen asimismo uno de los mejores ele- mentos del diagnóstico. Generalmente consiste la fiebre larvada en un trastorno de las funcio- nes de inervación, y asi es que toma tontas ve- ces la calentura la máscara de las neuralgias y neurosis. Las congestiones sanguíneas, las he- morragias y los flujos secretorios, son después de las neurosis las enfermedades que simulan mas á menudo las fiebres intermitentes. Tal vez, en último análisis, se debieran referir á las neurosis y á las neuralgias todos les fenó- menos morbosos intermitentes que se han ob- servado. No conocemos un solo caso de verda- dera flegmasía intermitente. »4.° La periodicidad de los accidentes debe ser regular, sean cortos ó largos los períodos. Comunmente se acompaña el acceso de frío, de sudores ó de una desazón, que ponen tam- bién en camino del diagnóstico. La apirexia ha de ser perfecto. Se ha dicho que formaban las orinas un sedimento cuando la fiebre era real- mente intermitente; pero es preciso no exage- rar el valor de este signo, que se manifiesta á consecuencia de gran número de paroxismos febriles no intermitentes. Por último, el atento examen de todos los órganos no debe revelar especie algunade lesión á que puedan atribuir- se los síntomas. De otro modo seria la afección una pseudo intermitente y no una larvada. »5.° La eficacia de la quina y sus diferen- tes preparados debe contarse entre los caracte- res diagnósticos de mas valor. A esta circuns- tancia deben las fiebres larvadas el sitio que ocupan en la gran clase de las intermitentes, mereciendo el nombre de enfermedades de quina. «Tratamiento.—Cuando una enfermedad, sea ó no febril, presenta los caracteres que acaba- mos de indicar, es preciso combatirla sin va- cilar con el sulfato de quinina. Algunas obser- vaciones que nos son peculiares nos inducen á creer, que si no siempre se consigue disipar las fiebres larvadas, es porque no se administra el sulfato de quinina á dosis bastante altas. La integridad de las funciones digestivas y la au- 310 DE LAS FIEBRES INTERMITENTES LARVA* AS. sencia de calentura en gran número de casos, permiten dar el remedio antiperiódico á la do- sis de 20, 40 y 60 granos. Siempre que sea po- sible, se debe empezar á usar veinticuatro horas al menos antes del acceso. Si no se consigue cortar los primeros paroxismos, se aumenta la dosis, hasta determinar algunos trastornos ner- viosos, corao aturdimiento ó ruido de oidos, procediendo por supuesto con la debida cir- cunspección. Si á pesar de todo no disminuyen la intensión y duración de los accesos, es de temer que carezca de eficacia el sulfato de qui- nina. Otras veces se obtiene un alivio momen- táneo, pero de poca duración; y en todos estos casos debe inferirse que la fiebre larvada no es legítima, y que en realidad lo que existe e>- una enfermedad parodística ó de acceso. «Historia y bibliografía de las fiebres de quina.—La espresion genérica de fiebres, de que se servían los antiguos, ha sido para los autores modernos un manantial de dificultades, cuando han querido establecer una csacta con- cordancia entre las descripciones antiguas y las enfermedades que ellos mismos observaban. Sin embargo, como es imposible leer con fruto las obras de Hipócrates y de la escuela griega, si se ignora el nombre y la naturaleza precisa de las enfermedades descritas en ellas, consa- graremos algunas líneas á las importantes dis- cusiones que se han promovido sobre este ob- jeto, y que forman el indispensable comple- mento de las nociones que quedan espueslas acerca de las fiebres. «A poco que se conozcan las variadas y pro- fundas influencias que egercen los climas en la constitución física y moral de los pueblos, no se puede menos de admitir que sus enfermeda- des esperímentan cambios análogos , y que la patologia de una comarca debe ser esencial- mente diferente de la de cualquier otro pais. Esta proposición, que nadie ha puesto en duda, no se ha tenido sin embargo bastante en cuenta por los médicos, que han querido comparar las enfermedades de la Grecia con las que reinan en Europa. El notable trabajo que ha publicado Littré sobre este objeto, nos servirá de guia en el estudio comparativo de las fiebres descritas por los autores griegos y las que se observan en nuestros climas. La primera distinción esta- blecida por todos los médicos que han practica- do en Grecia ó bajo un clima semejante, se funda en la continuidad ó intermitencia del movimiento febril. Cuando Hipócrates habla de fiebres continuas (-jpi-.ry. í-uvexes;), se refiere á calenturas que no tienen intermisiones marca- das, incluyendo en ellas las remitentes y con- tinuas de los paises cálidos. La heraitritea (t(;j.;-p;tx:o;) es, según Bartels, la complicación de una fiebre intermitente con otra continua. Hipócrates dice que es una fiebre que dismi- nuye un dia y se exaspera al inmediato. Da este nombre á la fiebre héctica de la tisis, cuan- do sigue este curso (Lillré, Ob comp. de Ihpoc, tora. 2.°, p.oGS). La fiebre ardiente ó causus no es otra cosa que una calentura pseudo con- tinua ó remitente, enteramente análoga ala que se ha observado después en la Morea, en África v en la ludía. Bartels cree también, que el verdadero causus debe referirse, en razón de su curso y sus síntomas, á la fiebre remi- tente terciana de los paises cálidos. La frenitis es una variedad de las fiebres remitentes ó continuas, caracterizada por el delirio. Liltrc se inclina á creer, que la frenitis no es otra cosa que una fiebre remitente, continua ó intermi- tente, delirante; asi como el letargo seria la forma comatosa de las mismas enfermedades. Se apoya especialmente, para emitir esta opi- nión, en muchos pasages de Galeno y de Celio Aureliano (ob. cit., p. 572). «Casi todos los comentadores de Hipócrates se han empeñado en demostrar, que las fiebres de que hace mención en las Epidemias son las mismas que conocemos en Europa. Cuando la nosografía de Pinel tuvo fuerza de ley en me- dicinare asimilaron las fiebres continuas álos diferentes grupos establecidos por esle ilustre médico (Germain, tes. inaug. Les Epidem. de Hippocrate peuvent elles étre rapportées á un cadre nosologiquel Paris, 1803). Las ideas ge- neralmente admitidas en la actualidad sobre una de las causas mas comunes del estado fe- bril, han hecho ver á los médicos en las Epi- demias de Hipócrates las variadas formas de la fiebre tifoidea. Pero esta opinión, poco funda- da, solo puede prevalecer en el ánimo de quien no haya estudiado las enfermedades de los paí- ses cálidos. Littré la ha combatido con su pri- vilegiado talento. Muchos antes que él habian dicho , que las observaciones hechas por la es- cuela hipocrática tenían por especial objeto las calenturas remitentes y continuas de los paises cálidos; pero Littré hafundado esta, opinión en tantas y ton poderosas razones, que ha llevado la demostración hasta un punto desconocido anteriormente. Haciendo una comparación ri- gorosa entre los hechos referidos en la colec- ción hipocrática y tos que contienen las obras modernas, ha deducido las siguientes conclu- siones, que resumen toda su doctrina en esta materia: 1.a las fiebres remitentes y pseudo continuas de los paises cálidos, difieren de las calenturas de los paises templados, y en parti- cular de las de Paris; 2.a las fiebres descritas en las Epidemias de Hipócrates son igualmente distintas de nuestras calenturas continuas; 3.* las calenturas descritas en las Epidemias tienen por su aspecto general mucha semejan- za con las de los países cálidos; 4.a no es me- nor esto semejanza en los pormenores que en el conjunto; 5.* en unas y otras son los hipo- condrios, en un tercio de los casos, asiento de una manifestación morbosa especial; 6.a en unas y otras puede presentarse seca la lengua en los tres primeros dias; 7.* en unas y otras hay apiresías mas ó menos largas y completas'; historia be las í 8.' en unas y otras puede ser el curso suJií.. mente rápido, y terminar la enferraedad en tres ó cualro dias por la salud ó por la muerte; 9.a en unas y otras se percibe en el cuello una sensación dolorosa; 10/ en todas ellas hay suma tendencia al enfriamiento del cuerpo, á los su- dores fríos, y á la lividez de los miembros (ob. cit., t. 2.°, p. 567). La tesis sostenida por Littré es demasiado ingeniosa, para que no le proporcione numerosos partidarios: con todo, no podemos dispensarnos de confesar, que no nos ha convencido completamente, y que le- yendo y meditando las Epidemias, nos ha pare- cido difícil hacer otra cosa que suposiciones en vista de descripciones^tan imperfectos y tan va- gas como las que contiene este libro. Por lo demás, Hipócrates indica claramente las fiebres intermitentes en muchos pasages de sus obras (Aforis.,^ Prenot. coacce. Epid., 1; De affeclio- nious). Torti asegura , que Hipócrates conoció la calentura perniciosa colérica. (Therapeutice specialis; schol. I, lib. II, cap. 4.°). Pinel ve un egemplo de calentura perniciosa en la his- toria del tercer enfermo del tercer libro de las Epidemias (Nosog. philos., t. 1, p. 247). Los aforismos 43 y 50 de la 4.a sección han sido objeto de críticas y comentarios sin cuento; lo que prueba que si ofrecen dudas é incertidum- bre las palabras de Hipócrates cuando habla esplícitamente de las interraitentes, con mas razón sucederá lo mismo cuando trata de ca- lenturas que no tienen un nombre averiguado. «Celso describió muy clara y circunstancia- damente las calenturas hemitríteas cuotidiana, terciana y cuartana, y el tratamiento que les convienen, y que consiste especialmente en el régimen de alimentos (De Medicina, lib. 3, cap. 12, 18). Galeno da asimismo la descrip- ción de los principales tipos de las calenturas, y de algunas enfermedades larvadas, y quizá también de algunas perniciosas {De differen- tiis febrium, lib. 2, cap. I.—Method.medend., lib. 1.°, cap. 5,7, de crisibus , lib. 2, cap. 3, 4, 5.—Epidem., lib. 2.°, commenl. 3, text. 2.° y 5.°—Epidem., lib. 6.°, comment. 4, text. 2.°) «Celio Aureliano conocia todos los tipos de la calentura intermitente simple, y había ob- servado igualmente las principales formas de las calenturas perniciosas, especialmente la comatosa y la álgida. Atribuye á Asclepiades la honra dé haber estudiado estas calenturas: «apud Roraam vero frecuentare advertimus has febres cum corporis alque mentís oppresione.» Habla también de la terminación funesta de estas fiebres, por el estado comatoso y la es- cesiva abundancia de sudores (fiebre diaforéti- ca) (Acut. et chronic. morb., t. 1.°, lib. 2.°, cap. 10, p. 111; edición de Haller). Praxágo- ras y Archígenes han hecho observaciones aná- logas (Y. Sprengel, Histoire de la Medéc, t.1.°, p. 373). «En este ligero bosquejo de los principales escritos dedicados al estudio de las calenturas intermitentes, no haremos raas que mencionar TOMO IX. bbks intermitentes. 321 á Aecio (Tetrabl., lib. "VI, cap. 5.°), Alejandro de Traites (lib. 12, cap. 7), Avicena (Canon, lib. IV), y Pa blo de Egin a. (De re médica, lib. 3.°, cap. 9). Hállanse también indicadas lasprinci- ales calenturas de esta clase en las obras de ernelio , Félix Platero , Foresto , Senerto, Marcelo Donato, Valles, de Saxonia y Mercu- rial. Debemos, sin embargo, una especial y significativa mención á Luis Mercado, que a fines del siglo XVI publicó una obra luminosa donde demuestra el peligro de las calenturas perniciosas: laque observó mas particular- mente presentaba el tipo terciano. Los síntomas y tratamiento de esta calentura se hallan es- puestos con tanta precisión y claridad, que no se puede menos de considerar á Mercado como uno de los médicos que la han descrito con mas fidelidad y exactitud (De febrium es- sential. differ. curat., etc., en 4.°; 1586). «El descubrimiento de la quina produjo una revolución completa en el tratamiento y en el estudio de las calenturas. Aunque conocida de los indios mucho tiempo hacia, no fue traída del Perú á Europa hasta el año 1640, y des- crita por Antonio Bollus, comerciante genovés, ó según otros, por Sturm, médico griego. Wi- lis principió á servirse de ella en 1667 en el tratamiento de las calenturas remitentes; Sil- vio Deleboe la empleó también en Leyden en el mismo año. Falconnet es el primero que la introdujo en la terapéutica francesa. Restau- rand tuvo la gloria de haberla empleado en las fiebres interraitentes en 1680; pero á las dos inmortales obras de Morton y Torti estaba reservado el dar á este medicamento la cele- bridad que en vano se le ha querido arrancar en diferentes épocas. «Morton, en el capitulo titulado De la cor- teza del Perú y de sus propiedades febrífugas, traza una historia admirable de la quina; in- dica con el mayor cuidado los diferentes mo- dos de administrar este remedio, la época de la enfermedad en que conviene prescribirlo, y sus dosis; la defiende de los ataques de que era objeto, y le señala su verdadero lugar en la terapéutica. Consagra todo el capítulo 8.° á observaciones particulares, destinadas á dar á conocer las principales formas que ofrece la ca- lentura intermitente. Estas observaciones, que son treinta, están suficientemente circunstan- ciadas, para que puedan aprenderse en ellas los síntomas y el curso de las principales especies de calenturas, y las reglas de tratamiento que les son aplicables (Richardi Morton Opera mé- dica, t. 1.°; Pyretologia1, cap. 6, 8, p. 36- 105, en 8.°; Lugduni, 1737). Para encarecer el mérito de esta obra nos bastará decir, que Torti no la cita una sola vez que no sea para elogiarla. «Al lado de Morton se coloca naturalmente á Torti, que sacó de la oscuridad la historia de las calenturas perniciosas, y formuló su trata- miento con tal claridad y certidumbre, que nada dejó que hacer en este punto á sus suce- 41 322 HISTORIA DE US FIEBRES I.NTIRM'ltvitE? sores. Hemos citado tan frecuentemente á Torti, tomando de él hasta descripciones enteras, que nos creemos dispensados de insistir en los im- portantes servicios que ha hecho á la ciencia. Diremos solamente, queá imitación de Morton escribió la historia de la quina de una manera toa completa y tan médica, que se la puede presentar como modelo en su género. Su des- cripción de la calentura perniciosa es un tras- lado tan fiel de la misma naturaleza, qae aun después de transcurrido un siglo no se ha pu- blicado otra mas esacta. Considera en todas sus fases las calenturas intermitentes, remitentes y continuas; y en apoyo de las descripciones vienen siempre las observaciones particulares, que demuestran á la vez los síntomas y el cur- so de la enfermedad, y los efectos obtenidos del tratamiento. En una palabra, debemos de- clarar que la obra de Torti es la única eu que puede estudiarse la historia de las calenturas intermitentes (Therapeutice specialis ad febres quasdam perniciosas, en 4.°; Mutin., 1712). «Ramazini habia seguido al principio la prác- tica de Torti; pero era tal el imperio-que eger- cian las teorías sobre este módico, que no cre- yó posible conciliar los efectos de la quina con sus opiniones, y escribió entonces contra este remedio una diatriba que "le hizo poco honor (De abusu chincechinw, dissert. epistol., en Oper. omn., p. 218, en 4.°; Ginebra, 1717). «La etiología de las afecciones intermitentes estaba poco adelantada todavía, cuando apare- cieron los trabajos literarios de Lancisio, que merecen ser colocados al lado de las obras dé Torti y de Morton, de las que son hasta cierto punto un apéndice ó complemento necesario. En los dos escritos publicados por el médico romano, se encuentran indicadas las causas que hacen insalubres los parages inmediatos á los pantanos, y los medios de preservar á sus habitantes (De nalivis et adventitiis aeris roma- ni qualitatibus, en 4.°; Romae , 1711.—De noxiis paludum effluoiis eorumque remediis, en 4.°; Romai, 1716). No pocas ideas tenidas por nuevas se hallan ya consignadas en estas dos memorias, que hacen mucho honor á la penetración de Lancisio y á sus conocimientos generales sobre la higiene y la etiología de las afecciones producidas por los pantanos. Tam- bién refiere el resultado de las observaciones hechas en los cadáveres de sugetos que sucum- bieran á las calenturas perniciosas. •Entre las obras que se pueden consultar con fruto, citaremos las de Werlhof (Observa- tiones de febribus, precipué intermittentibus, en 4.°; Hauov., 1732, 1845); de Federico Hoffmann (De febribus intermittentibus, en Ope- ra omnia, t. II, p. 11, en fol.; Ginebra, 1761); y de Strack (Observationes medicinales de febri- bus intermittentibus, en 12.°; Offenbach, 17851. Todas contienen una descripción completa de las calenturas intermitentes; pero solo la de Werlhof añade algunos datos á los que encier- ra la de Torti. y>E\ capitulo consagrado por Boerhaavé y su comentador á la Historia de las calenturas intermitentes, es notable sobre todo por la eru- dición con que entera al lector de todo lo mas "raporlante que se ha escrito sobre este objeto Comment. in aphor., t. 2.°; febris ardens; fe- ris intermittens^ en 4.°; París 1771). K>ia obra soto puede ser de provecho para quien ya conozca las diferentes formas de las carenluras de quina; porque no siempre las distingue el autor de las demás especies de fiebres. No su- cede asi con la descripción presentada por Cu- iten, que puede citarse como modelo de clari- dad y concisión; la recomendamos á los que quieran formar una idea general de las calen- turas de acceso (Etements de medécine prati- que, art. calenturas, en 8.°; Paris, 1819). Lo misrao decimos de la patologia interna dé J. Franck., quien ha dado una historia tan com- pleta corao metódica de todas las calenturas de los pantanos (Praxeos medie, univ. precept., trad. francesa, 1.1.°, en 8.°; Paris, 1835). De esta obra hemos tomado muchos datos. «El opúsculo de Senac ocupa un lugar dis« tinguido entre los libros destinados á las ca- lenturas, eü razón de la estremada claridad con 3ue caracteriza sus principales tipos (De recon- ita febrium natura). Otro tanto diremos de las páginas que á este estudio consagran Haxhara (Essai sur íes fiévres), y de Haen (Ratio meden- di, t. 1.°/. Respecto de las obras de Grimaud (Conrs complet des fiévres), y de Grant (Re- cherches sur les fiécm), son de poca importan- cia , sobre todo bajo el punto de vista de la práctica. Apenas merece mencionarse e\Tratado de las calenturas perniciosas intermitentes de Alibert (8.*; Paris, 1&0Í). Lo que hay de bne- no en este libro está copiado de Torti ó de otras obras que ya hemos citado, y lo malo pertene- ce solo al autor. Véase también la disertación inaugural sobre las fiebres perniciosas de Gab. Tourdes (Essai sur les fiév. pernic.; Estrasbur- go, en 4.°, 1832); y la obra de Hamelíncourl (Fiévres pernicieuses, observ. dans la Mitidja, disert. inaugttr., en 8.°; Paris, 1842). «Las tres memorias publicadas por Au- douard contienen algunas ideas nuevas, que pueden resumirse en estas proposiciones: 1 .• el miasma pantanoso es un verdadero veneno, que introducido en diferentes cantidades en la masa de la sangre, la altera y causa la calen- tura intermitente; 2.a la hipertrofia del bazo es la causa del acceso febril; 3.a la insolación y las diversas condiciones atmosféricas influ- yen en las funciones del bazo (Journal génér. de médec, mayo y junio, 1823; Paris). Nos abstendremos de citar los escritos, cuyos auto- res se propusieron únicamente acomodar las diversas particularidades de la historia de las calenturas á la doctrina de la irritación. Rés- tanos pues hablar de algunas obras recien pu- blicadas, y que dan una idea completa del es- tado actual de la ciencia. «El tratado anatómico patológico de las ca- DE LA ACR0DIN1A. 323 Unturas intermitentes, porE. M. Bailly de Blois, es un libro escrito con gran talento, pero muy lleno de repeticiones, muy difuso y escaso en orden. Desde sus primeras páginas se nota, que el autor se deja guiar por sus doctrinas y por el razonamiento, raas bien que por la observa- ción. Por lo demás, inútilmente se buscaría en esta obra una descripción completa de las dife- rentes especies de calenturas; todo está con- fundido, y el autorque hubiera podido quedar airoso con solo seguir paso á paso la obra de Torti, ni aun supo conservar las grandes y lu- minosas distinciones establecidas por este "últi- mo entre las fiebres (continuas, remitentes, é intermitentes). r>El ensayo sobre las fiebres remitentes é in- termitentes por Nepple (en 8.°; Paris, 1828), aunque trazado con un objeto mas reducido que el precedente, encierra una historia bas- tante completa de las calenturas de quina. Vése en él la obra de un práctico hábil, que se dedi- ca á dilucidar los puntos mas difíciles de la patologia de los pantanos. Estudia con cuidado las causas y los síntomas; concede bastante lu- gar á la esposicion de la terapéutica de las ca- lenturas, y no titubeamos en asegurar, que enseña las verdaderas reglas de la medicación febrífuga. Advertimos sinembargo, que el En- sayo sobre las calenturas está escrito conocida- mente bajo la influencia de la doctrina fisioló- gica. Es de sentir, que preocupaciones teóricas hayan inducido al autora admitir la existencia de flegmasías que sus propias observaciones es- tan Jejos de demostrar; y lo peor es, que las indicaciones terapéuticas se resienten de la teoría. •También hemos consultado con frecuencia el libro de Maillot (Traite des fiévres ou vrrita- tions cerebro-spinales intermitientes , en 8.°; Paris, 1836). Efectivamente, en él se encuen- tran preciosas observaciones que, aunque es- casean con alguna frecuencia en pormenores, bastan no obstante para ilustrar ciertos puntos de la historia de las calenturas. El autor con- serva todas las divisiones fundadas por Torti, y aconseja una medicación oportuna y enérgi- ca. Quisiéramos ver borradas de este libro las espresiones puramente metafóricas, á nuestro modo de ver, que sirven para designar las pre- tendidas inflamaciones. La anatomía patológi- ca deja mucho que desear. «Sobre las calenturas remitentes de los pai- ses cálidos se podrán consultar los autores si- guientes, que hemos citado repetidas veces: Baumes (De Tusage du quinq. dans les fiévres remitientes, en 8.°; Paris, 1790); Clark (Ob- servations on the diseasses in long voyages to- not countries; London, 1773); Balfour (Trea- tise on putridintestinalremitting fevers; Lond., 1796); Carrie (Observations on remitting or bilious fewrs; Filadelfia, 1798); Fowle (A trea- tise on thidifferents fevers ofthe West Indies;, London, 1800); Sutton (Practical account of a remit. fever among thetroops, 1806); Macu- Iloch (Antssay on remitlent diseases; Lon- don, 1828); Clark (Obs. in the fever ofthe Easl and Wes,t Indies; Edirab., 1801), y W. Twi* ning (Clinical illusirations, etc., ofthe impor- tant diseases ofBengal, etc.; Calcuta, 1835). «Sobre el antagonismo de las calenturas de los pantanos con algunas otras enfermedades, especialmente con la calentura tifoidea y la ti- sis, véase á Boudin (Traite des fiévres intermit- ientes, remit. etcontin.,en8.°; Paris, 1843.-/ía- sai deGeographie medícale,en 8.°;Paris, 1843): esta última obra contiene preciosos documen- tos sobre la geografía médica, que aun está por estudiar en muchos paises ; Despreaux (Mém. sur Temploi ther. de l'acid. arsen. dans te trai- tement des fiévres intermit., en Gazette medí- cale, pag. 395, núm. 25, junio de 1843); For- get (Carla sobre la frecuencia de la tisis relati- vamente á las calenturas intermit. y continuas: Gazette medícale, núm. 26; julio de 1843), y Chassinat (Carla sobre un estado comparativo de los casos de tisis, de calenturas tifoideas y de intermitentes, en los puertos de Bresl, Tolón y Bochefort. Actas de la Academia francesa de medicina, 27 de junio).» (Monneret y Fleury, Compendium de médecine pratique, t. 5.°, pá- ginas 271—361). ORDEN II, lesiones varias de los sistemas geneeales. CAPITULO I. De la aerodinia. »La palabra aerodinia se deriva de capo? pun- ta, y de oSúv7), dolor. «Sinonimia. Mal de los pies y de las manos; ckeiropodülgia; rachialgia; eritema epidémi- co; flegmasía gastro-cutánea aguda , multi- forme. «Definición. Se ha designado con la deno- minación de aerodinia una afección, ordinaria- mente apirética, caracterizada por un trastorno de las funciones de inervación, que consiste en hormigueos dolorosos de los pies y de las ma- nos, en entorpecimiento de los miembros y al- gunas veces del tronco, en una alteracion'mas ó menos profunda del tegumento esterno é in- terno; finalmente, en una hinchazón comoede- matosa de los pies, de las manos, de la cara, y aun de Jas demás partes del cuerpo. Esta sin- gular enfermedad parece haber fijado la aten^ cion de los patólogos en diversas épocas. En efecto, ha reinado en tiempos mas ó menos le- janos bajo la forma epidémica, y la última vez la hemos visto en Paris, en donde hemos po- dido apreciar sus caracteres desde 1828á 1832. «Alteraciones patológicas.—Nada han de- mostrado por punto general las autopsias ca- davéricas, que se han hecho con el fin de ilus- trar á los médicos sobre el sitio v naturaleza 322 DE LA ACnOOlM.v. del mal que nos ocupa. Sucede en este caso lo que en otras muchas circunstancias, que los enfermos no sucumben á la afección epidémi- ca, sino á las complicaciones. Muchas veces no obstante se nota (Chardon, de TAcrodynie, t. III. Rcvuemdicalc, 1830, p. 37) un reblan- decimiento blanco, sin vestigio alguno devas- cularidaddel tejido de la médula espinal. Se comprueba también la existencia de lesiones de la membrana mucosa del tubo digestivo. Genest, Afecc. epidem., Archie. gen. de méd. t. XIX, p.8l, 1823). Finalmente, en casos ais- lados se han visto alteraciones del parenquima pulmonal, sufusiones ó derramas serosos mas ó menos abundantes en las cavidades espláni- cas. La misma diversidad en los resultados ob- tenidos por las investigacioues anatómico-pa- tológicas nos autoriza á decir , con muchos autores, que la modificación orgánica que pre- side al desarrollo de la aerodinia es aun des- conocida. Volveremos á ocuparnos de esta pro- posición, cuando establezcamos la naturaleza de la dolencia de que tratamos. »Sinto\ias.—La aerodinia ha presentado su- ma irregularidad en su forma y en su modo de manifestarse: asi es que se esperimenta alguna dificultad al trazar una descripción, que pueda adaptarse con facilidad á cada una de las his- torias particulares que se han publicado en di- ferentes colecciones. Hé aqui no obstante en un cuadro circunscrito , y como en bosquejo, los principales desórdenes que caracterizan esta enfermedad. Al principio pérdida del ape- tito, vómitos ó diarrea: esle estado puede pro- longarse quince ó veinte dias. Muy luego ede- ma de los pies, de las manos, de la cara y de diferentes partes del cuerpo; rubicundez eri- teraatosa de los pies hacía sus bordes laterales, de las manos en la cara palmar y en la dorsal; estado inflamatorio, hinchazón y rubicundez de los párpados y de las conjuntivas; manchas mas ó menos estensas, oscuras, violáceas, que invaden varios puntos del tegumento. Los en- fermos se quejan de torpeza, adormecimiento de los pies y de las manos, y á veces de otras varias partes del cuerpo; dolores espontáneos, lancinantes, mis ó menos intensos , con ó sin calentura, con coloración de la piel ó sin ella, con descamación del epidermis ó sin este fe- nómeno, con sudor local ó general ó sin él; algunas veces demacración muy sensible , es- pacial mente en las estremidades; saltos de ten- dones, calambres; disminución sucesiva de los accidentes espuestos, debilidad muscular que dura mucho tiempo, coloración natural de la piel, que fue la primera que esperimentó la in- fluencia del mal, y restablecimiento progresivo y lento de la salud, ó persistencia de los fenó- menos dolorosos referidos, insomnio, diarrea, marasmo y la muerte: tales han sido los acci- dentes que han presentado los sugetos atacados de aerodinia. «Cómo el lector no sacaria de esta esposicion sino un conocimiento muy incompleto de la do- lencia que forma el objeto de este artículo, ha- bremos de analizar separadamente cada uno de los fenómenos impórtenles que constituyen la aerodinia, considerándolos según que emanen del sistema nervioso, oque procedan de una le- sión de las membranas mucosas, de alteraciones del tegumento eslerno, de una modificación del tejido celular, ó de un trastorno general febril. «La alteración de la sensibilidad acomete ge- neralmente á las estremidades: los enfermos se uejao de un envaramiento general, que se apo- era desde el principio de los pies y de las ma- nos, y se puede propagar á otros puntos de la periferia del cuerpo: al principio no es mas que una sensación de frío; pero luego se transfor- ma en una notable disminución de la sensibi- lidad: esle es uno de los accidentes mas cons- tantes de la aerodinia. Le remplaza sin embar- go una especie de hormigueo, que se manifiesta hacia los dedos, mas particularmente en los de los pies. Se sienten punzadas tan dolorosos, que las comparan los enfermos á las que oca- sionarían frecuentes picaduras hechas con la hoja de una lanceta: otros comparan el pade- cimiento al que ocasionaría el andar descalzo sobre chinas ó guijarrillos agudos ó esquinados. El tacto está entonces tan alterado, qué se acuestan los pacientes con sus chinelas puestas, sin conocer esta equivocación ú olvido, yqne otros continúan practicando movimientos como para coser, aunque haga tiempo que se les ca- yera la aguja de que se servían. Existen nume- rosos hechos de esta especie. Mas adelante no son ya picaduras de alfileres, ni de lancetas, loque los enferraos creen esperimentar; son dolores estremadamente fuertes, lancinantes, ue arrancan gritos agudos y penetrantes, que eterminan una vigilia continua, y sostenida á veces por meses enteros. El calor de la cama parece aumentar estos padecimientos: porto comun se lijan en los pies é imposibilitan ab- solutamente la progresión; algunas veces aco- meten á los miembros en su continuidad, y de- terminan tiranteces, desgarramientos y que- brantamientos dolorosísimos. Háse mencionado un género particular de sufrimiento, que no se raanifestaba sino cuando se egercia cierta pre- sión en las parles: la raas leve constricción egercida sobre la pantorrilla, por ejemplo, ocasionaba fuertes dolores. En ciertas circuns- tancias se halla exaltada la sensibilidad, hasta el punto de no poder sufrir los enfermos la me- nor presión, ni el raas leve contacto. Este es- tado de exaltación, limitado ordinariamenteá los pies y manos, y algunas veces á los dedos, puede sin embargo estenderse al brazo, al tronco y aun á la piel del cráneo. En un mismo individuo se ha comprobado un estado de exal- tación sensitiva y de insensibilidad, ya alter- nativa, ya simultáneamente, en miembros dife- rentes. En algunos casos raros se han notado desfallecimientos momentáneos, pérdida com- pleta de la vista, del oido, y perversiones del gusto (Chardon, loe. cit., p. 66). DE LA ACRODINIA. 323 »La contractilidad muscular esperimenta lambien* alteraciones al principio ó durante el curso de la dolencia. Con todo, solo un corte número de enfermos ha presentado este acci- dente: unas veces no pueden mover los miem- bros, que se hallan acometidos como de una especie de parálisis; otras se declara una con- Iraclura muy pronunciada en las porciones car- nosas, que determina la flexión de las parles, y particularmente de los dedos. Se manifiestan por intervalos saltos de tendones en las estre- midades superiores é inferiores, aunque son poco frecuentes. Algunas veces estes movi- mientos espasmódicos se generalizan hasta cierto punto, y ocasionan un temblor universal que agita todo el cuerpo. Los que han tenido calambres, no ha sido mas que en las estremi- dades pelvianas. A la persistencia de los acci- dentes que acabamos de mencionar, se ha atri- buido generalmente la atrofia de los miembros. Chardon refiere (loe. cit., p. 59), que los en- fermos no pueden entregarse al coito sino con mucho trabajo, y cuando acaban de satisfacer sus deseos se encuentran sumamente fatigados. «Háse considerado generalmente como una de las perversiones mas notables y mas perseve- rantes de la enfermedad, laque interesa las funciones de los órganos digestivos: esta afec- ción no es una simple coincidencia, sino un síntoma característico (Chardon). Por lo demás, la intensión de este padecimiento era en estre- mo variable, desde la simple pérdida del ape- tito hasta la diarrea raas pertinaz, comunmente sanguinolenta, y hasta vómitos de sangre. De cincuenta y dos enfermos observados por Ge- nest (loe. cit., p. X, p. 66) cuarenta y nueve espenmentaron trastornos en las funciones di- gestivas, que consistían en Ja sola pérdida del apetito en. ocho, ven vómitos y deposiciones escesivas en los cuarenta y uno restantes: los vómitos sin embargo eran menos frecuentes 3ue la diarrea. Cuando no habia mas que pér- ida del apetito, se acompañaba de una sensa- ción de plenitud, de peso en el estómago, y algunas veces de astricción de vientre; en ocasiones repetían alternativamente, con algu- nos dias de intervalo, los vómitos y la diarrea. Los vómitos no parecían depender de un au- mento de secreción de los fluidos que se depo- sitan en el estómago; efectuábanse principal- mente después de la ingestión de los alimentos y aun de simples bebidas, y rara vez eran de los que se llaman biliosos: iban precedidos de esfuerzos, y frecuentemente no pasaban de vo- mituriciones. La diarrea era muy abundante: de cuatro ó cinco, á veinticuatro y treinta deposiciones en las veinticuatro horas; algunas veces biliosas, sin pujo; en ocasiones sin có- licos, pero comunmente con dolores abdomina- les violentísimos, y aun una sensación dolorosa en todo el vientre. Rara vez persistían los vó- mitos mucho tiempo; no asi la diarrea, que ha solido durar muchos meses, yá veces tanto como tos demás accidentes, cesando momentá- neamente para volverse á presentar muy luego, y esto sin cansa apreciable. Hánse visto prece- der los trastornes de las funciones digestios á los demás fenómenos de la acredinia, ó coinci- dir solamente con ella: otras veces no se mani- fiestan hasta muchas semanas después de la invasión de los primeres accidentes. En algu- nos casos ha sido tal su intensión, que simu- laban hasta cierto punto les síntomas del cóle- ra-morbo. «Muchcs enfermos esperimenlaban picor en los ojos," y aun pinchazos muy dolorosos; al- gunos sentían entre lo* párpados y el globo del ojo una sensación análoga á la que producirían arenillas interpuestas en este punto; ora estaba rubicunda la conjuntiva ocular; ora ocupaba la inyección la conjuntiva palpebral, y ora, en fin, parecía limitarse el estado flegmásico al borde libre de los párpados. Bara vez es inten- sa esta oftalmía; no obstante, se han citado sugetos que presentaban ulceraciones superfi- ciales de la córnea. Se ha notado generalmente que la inflamación de la conjuntiva coincidía con el edema de la cara, y que se prolongaba su duración casi tanto como la de la dolencia. En casi todos los casos se manifestaba el ojo sensible á los rayos luminosos, lo que ocasie- naba un lagrimeo continuo. «Las vías respiratorias tomaron parte, espe- cialmente en 1829, en este estado flegmásico, que parecía invadir todas las superficies muco- sas: unas veces se presentaban los accidentes que caracterizan las flegmasías agudas, y en- tonces era la tos seca, frecuente; sobrevenía por accesos, y solo determinaba la espulsion de una escasa cantidad de esputos, apenas mu- cosos; otras parecía que tomaba repentinamente el mal la forma crónica, en cuyo caso era la tos menos frecuente, pero los esputos mas abun- dantes y mas espesos. «La membrana mucosa de las fosas nasales y la de la faringe, se inflamaron también algu- nas veces. «Muy frecuentementeesperimentaban los en- fermos una violenta disuria y fuerte dolor al orinar. Ademas de estos síntomas, vio el doctor Alies sobrevenir en el distrito de Coulommiers, blenorragias cuya causa no podia atribuirse sino á la influencia epidémica, y que rempla- zaban inmediatamente á los catarros pulmona- les, á las afecciones déla piel, ó á otros sínto- mas característicos (Chardon , loe. cit., p. 61). «También la piel esperimenta muy á menu- do alteraciones bajo la influencia de la acrodi- dinia: unas veces es acometida de una rubi- cundez eritematosa, que se fija especialmente en las manos y pies; otras de equimosis, man- chas como escorbúticas que ocupan indistinta- mente tal ó cual región del cuerpo; y, en fin, algunos sugetos presentan el epidermis more- no y aun á veces negro. Detengámonos á ana- lizar estos tres estados diferentes. En algunos casos se veia al principio del mal, que al re- dedor de los pies, en las articulaciones de los 32G DE la acrodinu. dedos de pies y manos, y en las palmas de es- tas, tornaba la piel un tinte rogizo, violáceo, acompañado ó no de tumefacción. Esta colora- ción desaparecía rápidamenleá la raas leve pre- sión, para manifestarse de nuevo cuándo cesaba esta circunstancia. Complicábase este estado con un dolor poco intenso, constituido por una sensación de tensión y de escozor. El eritema no persistía; pero cuando cesaba del todo, no por eso se disipaban los accidentes de la acro- ,dinia. Ea una época mas avanzada deja enfer- medad se manifeslaba nuevamente la rubicun- dez; pero entonces diferia de la que acabamos do describir. En el primer caso resultaba de una inyección particular del tegumento; en el segundo era debida evidentemente á la tenui- dad del epidermis, que permitía á la sangre que inyecta el dermis manifestar fácilmente su presencia por el color que le es propio. En las plantas de los pies y en la región palmar era donde particularmente se presentaba esta se- gunda rubicundez: sucedía siempre á la desca- mación , y coincidía con una estremada finura de la piel" La coloración de las partes pareoia entonces uniforme, y podia persistir por largo espacio de tiempo, hasta el completo restableci- miento de los sugetos. «En un corto número de enfermos se presen- taban en diversas partes del cuerpo, y princi- palmente en las piernas, estensas manchas de un rojo encendido al principio, bástente bien circunscritas y sin determinar engrosamiento en la piel; á veces las seguía un poco de ede- ma, y se complicaban con una sensibilidad muy particular del tegumento, que parecía dolorido á la presión mas leve. Al cabo de al- gunos dias se hacia mas oscura la coloración de estos equimosis, y después desaparecían, no sin haber durado bastante tiempo. «Una tercera parte de los enfermos observa- dos , presentaba una modificación singular en la coloración del epidermis, que parecía im- pregnado de un tinte oscuro, moreno, y á ve- ces negruzco. Este accidente tuvo lugar en di- ferentes épocas de la enfermedad, y á veces desde el principio. El color insólito no ocupaba igualmente todas las parles del cuerpo; la piel que cubre el abdomen, la del cuello y la que forma los pliegues de todas las grandes articu- laciones, estaba afectada con particularidad. En algún caso se difundió esta especie de paño por todo el cuerpo; sin embargo, la cara rara vez participó de semejante coloración. • Ademas de las modificaciones que acaba- mos de indicar, han hablado los autores de erupciones análogas al zona, y de una forma serpiginosa; de manchas prominentes, semejan- tes á las de la urticaria; de vesículas, de pústu- las parecidas á las de las viruelas; de ampo- llas ó flictenas como las del penfigo; de úlceras agrisadas, cortadas perpendicularmente, etc. No entraremos en todos estos pormenores; re- nunciamos á incluir en este bosquejo los he- chos que pertenecen á observaciones aisladas; persuadidos de que sí por parecer mas comple- tos, pretendiésemos desempeñar semejante ta- rea, nos haríamos probablemente oscuros y confusos. «Diremos para terminar nuestras considera- ciones sobre las lesiones que afectan la piel en esta enfermedad, que al cabo de cierto tiempo, á contar desde la invasión del mal, y particu- larmente cuando las estremidades habian pre- sentado flictenas al principio, se veía en todos los casos desprenderse el epidermis por chapas mas ó menos anchas , y renovarse esta desca- mación bastante número de veces. Comunmen- te el vello que cubre la piel tomaba parteen la alteración, y se caía: en algunos puntos queda- ba una alopecia parcial, «A esla descamación 6ucedia generalmente una abundante transpiración, que ocupaba por 1 lo comun las manos y Jos pies , y los conserva- ba envueltos en una humedad casi continua: este sudor sobrevenía con ó sin aumento de la temperatura de la parte. Por lo demás, no era solo después de la descamación cuando se ha- cia mas activa esta exhalación; puesto que se observaba el mismo fenómeno casi en igual grado en todos los períodos del mal. A menudo también se hacia general esta diafpresis, sin acortar en manera alguna el curso de la afec- ción , ni aumentar su gravedad. «Después de los trastornos de las funciones digestivas, el síntoma que según Genest (loe. cit., p. 68) se ha presentado con mas frecuen- cia , es el edema de varias partes del cuerpo. Mas de dos terceras partes de los enfermos te-» nian esta complicación: consistía en una hin- chazón de los pies y las manos, de la cara ó de todo el cuerpo, sin coloración constante de la .piel ó con manchas parecidas á equimosis; co- munmente sin dolores y á veces con sensación de plenitud, de molestia y de tirantez. La pre- sión del dedo no dejaba huella ni hundimiento apreciable. Este edema se aumentaba durante el dia por la estación perpendicular, y cedia en parte por la noche. Los labios, las megillas y toda la cara, participaban déla infiltración: los enfermos parecían atacados de una erisipe- la indolente, pero sin descamación, cuyo ca- rácter permitía distinguirla. Frecuentemente eran invadidos las manos y los pies; á veces toda la pared abdominal anteriormente, y en ocasiones se hacia general la "hinchazón. Algu- nas-veces se observaba la ascitis, sobre todo en las inmediaciones de Coulommiers y de Cor* beil (Chardon, loe. cit., p. 65). Ordinariamen- te se presentaba el infarto del tejido celular subcutáneo al principio de la aerodinia, prece- diendo al picor y modorra, que aparecían cuan- do empezaba aquel á disminuir. Nunca se pro- longó durante todo el curso de la enferraedad; y comunmente coincidió al parecer con los desarreglos de las funciones digestivas. »La calentura, según hemos dicho al'definir la singular enfermedad que forma el objeto de ' este artículo, no ha complicado por lo común DE LA ACRODINIA. 327 los indicados accidentes. No obstante, en al- gún caso se comprobaba este fenómeno, y par- ticularmente cuando era muy pronunciado el desarreglo de las funciones de la digestión: por lo demás, rara vez era muy intensa ni persis- tente. Se presentaba bajo la forma errática, sin determinar escalofríos ni sudores, y trastor- nando apenas las funciones orgánicas. Nos in- clinaríamos á admitir, que en este caso debe mas bien considerarse la fiebre como efecto de alguna afección coexistente, que como síntoma de la dolencia que nos ocupa. «El enflaquecimiento se ha observado espe- cialmente en las estremidades, y en los suge- tos cuya dolencia presentaba alguna gravedad. En los que tenían muchos meses las punzadas_ y dolores antes indicados, era rápido, general y considerable e\ enflaquecimiento, coincídien-, do por lo comun con la coloración oscura del epidermis. «Él curso de la aerodinia ha ofrecido mucha irregularidad. Asi es que, á pesar de las ten- tativas hechas por algunos patólogos, con el fin de esponer el orden de sucesión de los sín- tomas, no podemos decir cosa fija acerca del particular. «Cayol (Chardon, loe. cit., p. 68) admitía dos períodos. En el primero, que duraba según él de tres á doce ó quince dias, se manifes- taban la alteración de las vias digestivas y el edema de la cara; el segundo se caracterizaba por el buen estado del aparato digestivo, y la aparición del hormigueo, el adormecimiento, y los demás síntomas que hemos descrito. Esta división falsea por su base; puesto que muchas veces se manifiestan los hormigueos y el ador- mecimiento al mismo tiempo que las lesiones de las vías digestivas ó respiratorias, y aun en ocasiones las preceden. »A1 principio se observan también muy á me- nudo diversas erupciones, y la hinchazón que acompaña al eritema (Chardon). Genest divide el curso de la aerodinia en tres períodos: uno caracterizado por el desarreglo de las vias di- gestivas, el edema de la cara, pies y manos, el eritema de estas últimas parles, y el dolor de la conjuntiva; otro por el adormecimiento de los pies y de las manos con descamación del epidermis, coloración morena de la piel y diversas erupciones de esta membrana; y el tercero, en fin, por la cesación de todos estos fenómenos (Arch. gen. de méd., t. IX, p. 75y sig.). Aunque este modo de pensar se apoye en la observación de gran número de hechos, cree- mos sin embargo con Dance (Dict. de méd., 2.' edic., art. Acrodinia, t. 1, p. 520), que la aerodinia nada tiene de constante en su mar- cha; que algunas veces falta el primer período ó se presentan los síntomas en un orden inusi- tado; y en fin, que no se observan todos reu- nidos en un mismo individuo. «Con respecto á su duración tampoco tiene la enfermedad nada de fijo: algunos se curan en tres ó cuatro semanas; otros continúan sufrien- do muchos meses después de la invasión del mal. A veces hay un corto alivio en les sínto- mas dolorosos, que parece presagiar una pró- xima resolución; pero el mal recobra repenti- namente una intensión notable y destruye las esperanzas que se habian concebido. »La terminación, aunque tardía, ha sido fa- vorable en el mayor número de cases. No obs- tante, se cita un crecido número de sugetcs que sucumbieron á los graves accidentes de la enfermedad ó á sus funestas complicaciones. «La convalecencia se hacia esperar largo tiempo, y se establecía con harta dificultad. Habían ya cedido en muchos enfermos los prin- cipales accidentes, y á pesar de esto sobre- venían todas las noches calambres dolorosos, 3ue turbaban el sueño y los obligaban á aban- onar la cama. La piel tardaba mucho en reco- brar su coloración normal; los sudores parcia- les de los pies y de las manos persistían con una tenacidad admirable. »Especies y variedades.—Genest (Arch. gen. de méd., t. XIX, p. 78) ha introducido seis va- riedades diferentes en la historia de la aerodi- nia. Las indicaremos sin tratar de analizarlas, porque seria superfluo: 1.° la en que los sínto- mas nerviosos existen solos, y únicamente en los pies y en las manos; 2.° la en que se asocia á los primeros síntomas el desarreglo de las funciones digestivas; 3.° la en que sobreviene ai principio una especie de hinchazón de todo el cuerpo,ó solamentede algunas de sus partes; 4.° la en que se observa el color moreno ó ne- gro del epidermis; 5.° la que se acompaña de erupciones inflamatorias, eritematosas, papulo- sas, fliclenóídeas, etc.; 6.° la en que los sínto- mas nerviosos, solos ó complicados, ocupan otras partes del cuerpo diferentes de los pies y de las manos. «Complicaciones.—Esta enfermedad, que se prolongaba bastante tiempo, se complicaba du- rante su curso con afecciones muy diferentes, y que parecían desarrollarse en virtud de cir- cunstancias accidentales. Se han observado apoplegias, neumonías, tisis pulmonales, y otras enfermedades en los sugetos atacados de acrodinia , sin que estas lesiones entorpecieran en manera alguna el curso del mal. En una jo- ven sobrevinieron unas tercianas, y se curaron con el sulfato de quinina, sin que se modificase la queiropodalgia. Una epilepsia, cuyos ata- ques se renovaban diariamente bacía ya ca- torce años, desapareció al mismo tiempo que se manifeslaron los síntomas de la epidemia (Rué, Dissert. inaug.), los cuales suspendieron también en otro caso una hemicránea antigua y muy dolorosa. «Diagnóstico.—Generalmente se ha conside- rado la acrodinia como una afección especial, absolutamente distinta de las que sueleo pre- sentarse á nuestra observación. Efectivamente, en su calidad de enfermedad epidémica, ha ofrecido ese sello particular, que pertenece á todas las disposiciones patológicas que momen- 3:$ DE LA ACI10D1NU. lancaincnlc afectan á muchos individuos. Era imposible confundirla con las neuralgias, con el reumatismo, ni con lesión alguna de los centros nerviosos, etc., etc., porque determi- naba á la vez trastornos marcados en la sensi- bilidad, en la motílidad, en las funciones di- gestivas, y en bis de exhalación; porque se posesionaba á un mismo tiempo del sistema nervioso, de la membrana mucosa digestiva, del tegumento eslerno, etc. Asi es, que sola- mente se ha tratado de compararla con algu- nos fenómenos análogos que se han presentado en diversas épocas, invadiendo también á gran número de individuos, y conduciéndose á la manera de los accidentes epidémicos. Dezei- ineris insertó en agosto de 1828 en el Jour- nal general des hópitaux (núm. 2, 4, 8, y 17) algunas consideraciones sobre esta ma- teria. Genest (loe. cit.) nos ha transmitido in- vestigaciones análogas. Defermon, en su me- moria de oposición á plazas de agregados, tuvo que tratar de esta cuestión: An epidemia nu- perrimé observata (priesertim Lutetice) causis symptomatibus et terapieá ab alus popularibus morbis secemendal Y después de una notable discusión de los hechos que posee la ciencia sobre este objeto, vino á asentar la conclusión siguiente: Parisiensis epidémicas morbus, ali- quot aspeetibus colicué pictonum, nec non qui- busdam aliis morbo cereali similis, ex illis la- men, vel in gravissimis casibus symptomatibus reverá differt. Chardon añade algunos hechos á estas interesantes observaciones. •Háse dicho que podia confundirse la acro- dinia con el cólico vegetal, el ergotismo, el mal epidémico de la Habana, la pedionalgia y la pelagra: analicemos, para formar nuestro juicio, estas diversas circunstancias. «En la tesis de Defermon (p. 28 y sig.) se encuentra una esposicion bastante completa de los diferentes trabajos emprendidos sobre el cólico vegetal (véase esta enfermedad); pero no tratamos ahora de entrar en pormenores acerca de este asunto. Lo que sobre todo nos importa establecer, es que en esta afección el desorden de las funciones digestivas llega á muy alto grado; es constante, y parece hasta cierto punte constituir la enfermedad, á lo menos al prin- cipio. En la acrodinia los trastornos de la diges- tión, aunque frecuentísimos, no pueden sin embargo considerarse como esenciales. Asi pues, esta circunstancia y otras muchas que resaltarían sin duda de un examen mas pro- fundo, bastan para distinguir estos dos estados patológicos.. »La enfermedad que mas particularmente acaso podría confundirse con la acrodinia es el ergotismo convulsivo, puesto que el gangreno- so tiene una terminación que le distingue bas- tante de la afección que nos ocupa. El artículo ya citado de Dezeimeris contiene curiosas re- flexiones sobre el ergotismo (V. esta enferme- dad): por nuestra parte nos bastará indicar sus principales síntomas, para juzgar de la analo- gía que ofrecen con los de la acrodinia. Efec- tivamente, en el ergotismo de que hacen men- ción gran número de autores , se observaban hormigueos y adormecimiento de las estremi- dades, moviinientos espasraódicos, síntomas de parálisis, delirio, enagenacion mental, acom- pañada de dolores atroces, que impelía á los enfermos á manifestar un hambre devoradora; un flujo copiosísimo de vientre y notable tu- mefacción de los pies y de las manos, seguida del desarrollo de pústulas llenas de una sanies fétida y corrosiva. Por este corto resumen es fácil conocer que» no hay confusión posible entre la acrodinia y el ergotismo convulsivo. «En la epidemia de la Habana, cuya descrip- ción debemos á Moreau de Jonnes, y que se designa con el nombre vulgar de la Girafa, las articulaciones de los miembros son acometidas como de reumatismo; sobrevienen dolores muy fuertes, que ocasionan una tumefacción sensi- ble, y van seguidos de una erupción semejante á la de la escarlatina, erupción que no aparece sino cuando el mal propende á la resolución. Tampoco puede haber error en este caso, por- que el reumatismo pasa de una articulación á otra, y en la epidemia de Paris el dolor perma- necía fijo y no se hinchaban sensiblemente las articulaciones, aunque aparecía á su alrededor un eritema muy notable. Bastan estos caracte- res para formar el diagnóslico. «Francois (Journ. gen. de méd., 1828, t. CV, p. 360) halló semejanza éntrela acrodinia y la afección que un médico piamontés , llamado San Marino, describe bajo la denominación de Pedionalgia epidémica. Pero en esta enferme- dad, que es simplemente una neuralgia, no se ha presentado erupción alguna cutánea; y sa- bido es que generalmente en la acrodinia exis- ten alteraciones del tegumento esterior. «Respecto del diagnóstico diferencial de la pelagra y la acrodinia, dejaremos hablar al mismo Chardon : «Lapelagra de Lombardia es «la que á primera vista parece presentar mas «analogía con nuestra epidemia; porque están «afectados en ella la piel, el sistema nervioso, «las vias digestivas y aun á veces el aparato «absorvente, y es la que Alies cree asemejarse ornas particularmente á la acrodinia. »Pero la al teracion de la piel en la pelagra con- »sisteen manchas de un encarnado claro, re- «dondeadas, algunas veces blancas ó semejan- «tes á los equimosis escorbúticos, ó en vesicu- »las, eritemas, seguidos rauy luego de descama- «ciones furfuráceas, y finalmente en un color «negro.Esta enfermedad solo se manifiesta bajo «el influjo de la insolación, y comunmente en «las partes espuestas al sol, como el dorso de »las manos, el pecho, las piernas y rara vez el »rostro. Ademas no ofrece las numerosas va- «riedades que la acrodinia; al paso que obser- vamos en la pelagra otros síntomas descono- ocidos en la epidemia de Paris , tales como el «color encendido de la punta de la nariz v las «efélides de la frente. BE LA ACRODINIA. 329 «En cuanto á los sfntomas nerviosos, son en «su mayor parte muy diferentes y ordinaria- »mente mas graves. «La afección de las membranas mucosas no «se estiende mas que á las vias digestivas , y «eso únicamente en los últimos tiempos de la «existencia del enfermo. «También se observan hidropesías, pero al «fin de la enfermedad, y sin presentarse nunca «el edema de la cara y de otras partes del «cuerpo. «Finalmente, la pelagra es mas frecuente en »las mugeres que en los hombres; afecta casi «esclusivamente á las gentes del campo y á los «pobres. Su causa, aunque incierta, parece no «obstante deberse atribuir ante todoá los ma- »los alimentos, y después á la impresión de un «sol ardiente. Todas estas circunstancias faltan «en la acrodinia.» «Aun podríamos aumentar este largo parale- lo esponiendb el diagnóstico de la acrodinia y del cólera morbo indiano, que un médico in- glés, el doctor Macloughin (Deformon, loe. cit. p. 45), juzgaba que podría confundirse con ella, y ocupándonos en distinguirla del zona, con el cual, según Recamier (Clinique des hó- pitaux, año 3.°, t. 111, n. 95, p. 394), no deja de tener alguna afinidad; pero nos parece en- teramente inútil entrar en mas pormenores so- bre este punto. Descosos de no complicar esla esposicion con digresiones y advertencias poco importantes, terminaremos diciendo, que la acrodinia constituye por las diversas circuns- tancias que la caracterizan, una afección espe- cial, que no puede asimilarse á ninguna de las formas patológicas que acabamos de enumerar. Pronóstico.—Propio es de las enfermedades epidémicas presentar diferente gravedad en las diversas épocas en que se divide su curso. Asi es que vana la intensión de la acrodinia, sien- do mas larga y mas grave en las primeras per- sonas acometidas, y por el contrario mas leve cuando está ya la epidemia en su declinación. «Por lo demás, el pronóstico debe ser gene- ralmente raas reservado, cuandoel trastornode las funciones digestivas sea mas notable, la diarrea abundantísima, las deposiciones san- guinolentas, el catarro pulmonal mas intenso, cuando en fin sobrevienen dolores muy fuer- tes en la columna dorsal ó lumbar, que se pro- pagan con violencia hacia las estremidades, ó el mal se complica con derrames serosos en las grandes cavidades, como la del peritoneo. Los viejos han sido mas gravemente acometidos por este mal, que los jóvenes y de edad poco ade- lantada. En el hospicio de'Maria Teresa de Pa-1 ris, que es un asilo de ancianos, hizo el mal mayores estragos que en los demás puntos: diez y ocho sugetos sucumbieron durante la epidemia. La enfermedad parecía leve, cuando ocasionaba una alteración marcada del tegu- mento esterno. Por lo demás es preciso esta- blecer, que en general ha sido siempre un acci- dente tristísimo, que atormentaba mucho tiem- TOMO IX. po á los enfermos, que se reproducía sin moti- vo apreciable v trastornaba las funciones de la locomoción, de la sensibilidad, de la diges- tión, etc. Teniendo en cuenta estos diversos fenómenos, se esplica fácilmente la particular atención que despertó la acrodinia desde su primera aparición. «Causas.—La apreciación délas circunstan- cias que ocasionan la acrodinia es asunto que ha ocupado bastante al mundo méóico: sucesi- vamente se han invocado para espinar la pro- ducción de este mal, una alteración particular del pan, del vino, del agua, de la sal, d*I toci- no, de las patatas; pero las investigaciones he- chas con este motivo no confirmaron semejan- tes presunciones. Pretendióse también que el aire viciado por la acumulación de gran núme- ro de individuos y por una estancación perju- dicial , determinaba el mal epidémico; mas respecto de este punto se han publicado las ob- servaciones mas contradictorias; lo cual basta para demostrar el ningún fundamento de tal opinión. Hánse referido algunos hechos, que perecían indicar que puede trasmitirse la en- fermedad por contagio; pero militan en contra de esta suposición el mayor número de casos estudiados. La etiología de la acrodinia se re- duce, en último resultado, á los hechos que si- guen. Según Francois (loe. cit.) se recibieron en los hospitales de Paris, desde el 1.° de julio hasta el 24 de noviembre de 1828, ciento cua- renta y seis personas atacadas de la epidemia, de las cuales ciento diez y siete eran nombres y veintinueve mugeres; de donde se deduce que el sexo masculino estaba mas espuesto á la influencia epidémica. Ademas se ha presenta- do generalmente la afección en sugetos de edad madura. Se ha supuesto que el frió y la hume- dad favorecen el desarrollo del mal. Con la lectura de esta corta indicación se viene en co- nocimiento de que la acrodinia, como tantas otras afecciones epidémicas, resulta detenen- cias ignoradas del médico. En su etiolograftay una incógnita, que no tenemos seguramente la pretensión de despejar, y bien puede escusarse nuestra ignorancia en este punto, cuando la mayor parte de los historiadores de esta enfer- medad confiesan hallarse en el mismo caso. «Tratamiento. — En muchas circunstancias ha parecido resistir la acrodinia todas las me- dicaciones que se ha intentado oponerle. Los medios racionales eran tan ineficaces como los que aconsejaba el empirismo. »Chardon termina con las consideraciones que trasladamos en seguida, el párrafo de su Memoria (loe. cit., p. 378) dedicado al trata- miento de esta enfermedad: «Resumiéndolos «sucesos favorables y adversos que han resul- tado del uso de diversas medicaciones, y exa- «rainando después las circunstancias en que «han tenido lugar estos resultados, se pueden «establecerlas indicaciones siguientes: si hay «signos de plétora y calentura, se hará una san- «gria mas ó menos copiosa, según las fuerzas 330 DI LA ACRODINIA. »del suíeto v la gravedad de los síntomas. x,Mientras sea leve la afección, bastará pres- «crihir la quietud, baños generales, pediluvios »escitantes, unturas en los miembros con sus- «tancias grasientas cuando sea escesiva la «sensibilidad, dieta mas ó menos rigurosa, be- «bidas aciduladas, etc. »Si se agravase la enfermedad, si el entor- pecimiento hiciese progresos y los dolores fue- «sen muy acodos, se aplicará á lo largo de la «columna Vertebral sanguijuelas en mayor ó «menor nimero, ó ventosas escarificadas. Se «insistirá sobre todo en estas últimas, que sin »debil¿ar tanto á los enfermos, no dejan de pro- «duc/r iguales resultados. Simultáneamente se «noArá emplear los narcóticos, sin alarmarse «por los vómitos, la diarrea y otros síntomas ^procedentes de las vias digestivas, que hasta «suelen ceder con estos remedios. Se recurrirá «asimismo á los vejigatorios aplicados á lo lar- »go de la columna vertebral y sobre el trayecto «de los nervios sacro-lumbares. También se • pondrán sucesivamente en uso los baños de » vapor, los aromáticos y los polvos de Dower. «En los casos en que persistiese la parálisis, »deberia intentarse la electro-puntura. Final- »mente, si la afección es ya antigua,se usará «del licor de Van-Swieten y del cocimiento de «guayaco.» «Por esta corta esposicion se echa de ver que los médicos se han propuesto especialmente en el tratamiento de esta singular enfermedad, ir remediando los inconvenientes que resultan de tal ó cual síntoma grave: contra las congestio- nes sanguíneas prescríbian la sangria, una die- ta mas ó menos rigurosa y las bebidas diluyen- tes; contra los accidentes del tubo intestinal empleaban los purgantes, los eméticos, el tra- tamiento empírico llamado de la caridad; con- tra los fenómenos nerviosos se han recomen- dado el opio , la belladona, el estrado de la nuezJÉjmica, la asafétida, la valeriana, el sul- fato uequinína , los baños sulfurosos, los de vapor simples ó aromáticos, los moxas, los ve- jigatorios; contra las erupciones de la piel las lociones emolientes, y mejor las mismas hechas resolutivas por la adición de algunas gotas de acetato de plomo líquido; y por último, contra los dolores, las fricciones con sustancias gra- sientas, unidas con algunos principios aromá- ticos, como la trementina, el bálsamo opo- deldoch, etc. Pero en ciertas constituciones epidémicas han sido infructuosos la mayor par- te de los agentes terapéuticos ordinarios, y cuando la afección es algo intensa, suele ser preciso dejarla seguir su curso, permaneciendo en espectacion de sus accidentes. «Recamier creyó encontrar en el cocimiento de la acedera (rumex acetosa) un medio especí- fico contra la acrodinia. Dícese que en el cuar- tel de Oursine (Clinique, t. 3, n. 95 , año 3.°, p. 393) se curaron quinientos de setecientos atacados por la sola administración de este me- dicamento. Tenemos algunos motivos para creer que la suma de los curados es un poco exage- rada, v ademas debemos añadir, que entonces caminaba la epidemia á su declinación. Cusí siempre se nota, que cuando las afecciones de esta naturaleza invaden con menos intensión, y comienza á disiparse la inlluencia epidémica, aparecen por doquiera una multitud de espe- cíficos, cuya reputación duraria bien poco si se exacerbase el mal. «Naturaleza y asiento.—Cuando se trató de esplicar la naturaleza de los accidentes que constituyen la acrodinia , se multiplicaron es- traordinariamente las hipótesis. Se quiso refe- rir á un estado inflamatorio de la membrana mucosa gastro-intestinal el origen de los prin- cipales fenómenos de esta enfermedad; y cier- tamente que en algunos casos parecían autori- zar este diagnóstico los vómitos, la diarrea y la calentura; pero los accidentes nerviosos que eran mas á menudo los únicos que se presen- taban respondieron breve y terminantemente por la negativa á semejante "esplicacion. Hízose de la acrodinia una afección reumática; pero la persistencia de los dolores en un mismo pun- to, y la naturaleza de las complicaciones, no permitieron sostener esta opinión. Recamíer (loe. cit.) creyó ver cierto parentesco entre la acrodinia y el"zona. Ninguna de estas dos afec- ciones es ni puramente exantemática, ni pura- mente nerviosa: el zona puede reinar también epidémicamente. En ambos casos hay erupcioa cutánea, y el sistema nervioso se encuentra do- torosamente afectado. En una y otra afección hay trastorno de las primeras vias; en el zona, como en la epidemia de acrodinia, pueden ser los dolores escesivamente violentos, cuando des- aparece ó no sobreviene la afección cutánea. En las dos enfermedades hay siempre despro- porción entre la erupción y los dolores; los diferentes fenómenos que las caracterizan pue- den presentarse de una manera aislada, como se observa en la escarlatina. No ignoramos que esta opinión ha sufrido bastantes impugnacio- nes; sin embargo es la que nosotros preferiría- mos en caso necesario, colocando la acrodinia en esa clase particular de neurosis, que ocasio- nan alguna vez accidentes generales, pero que determinan principalmente una modificación notable en el tejido de la piel. Chardon y Dance parecen bastante inclinados á localizar en el sistema nervioso los accidentes que caracteri- zan la enfermedad deque varaos tratando. Dan- ce se esplica sobre este punto del siguiente mo- do (Dict. de méd., art. cit., p. 522): « Esta úl- tima opinión, sin precisar la naturaleza de la afección, tiene al menos algo de especioso bajo el punto de vista fisiológico, á causa de la pro- funda alteración de que participan la sensibili- dad, la motilidad y aun la nutrición de los miembros.» «Historia y bibliografía.—La acrodinia fijó por primera vez la atención del público médico en 1828. Cayol declaró que reinaba epidémica- mente; Chomel presentó en 26 de agosto su DE LA BERIEERIA. v se nombró una 331 descripción á la academia . comisión para hacer investigaciones sobre este objeto. Después continuó la enfermedad esten- diéndose á nuevos individuos, sin perdonar ni aun á los que habia atacado al principio. De cuarenta personas que habitaban el hospicio de Maria Teresa, fueron atacadas treinta y seis, y algunas bastante gravemente. Hubo también muchos enfermos en no pocos cuarteles de Pa- ris, particularmente en JosdeArcis, de Hotel- de-Ville, de Bourdonnaís y en el arrabal de San Marcelo. En los hospitales se vieron algunos casos, que venían de fuera ó se desarrollaban en los mismos establecimientos. Los cuarteles de Courtille, del Ave-Maria y las cárceles de Mon- taigu, fueron asimismo invadidos. En el cuar- tel de Oursine de setecientos habitantes fueron acometidos quinientos sesenta. Después de al- gunas variaciones en la intensión del mal, se le vio ceder casi enteramente durante el rigoroso invierno de 1829 á1830. También se observa- ron algunos casos aislados en 1831 y 1832; pero no de tal importancia que merezcan una mención particular. «Ya se deja conocer que la misma singulari- dad de este mal epidémico, y el número de personas que fueron atacadas, debieron fijar la atención de los médicos. Se publicaron muchas memorias sobre este asunto. Dezeimeris insertó en el Journal general des hópitaux (números 2, 4, 8 y 17) algunas cortas observaciones sobre los caracteres de la acrodinia y sobre la analo- gía que presentaba con otras afecciones epidé- micas, que habian reinado en épocas masóme- nos remotas; Genest presentó en los Archives genérales de médecine (1828, t. XVIII, p. 232, y t. XIX, p. 63 y 357) un trabajo interesante y bastante completo sobre la enfermedad que nos ocupa. Hervez de Chégoín (Journ. gen. de méd., 1828, t. 105, p. 15) dió á conocer loque habia observado particularmente en el hospicio de Maria Teresa. Otros estudiaron el mismo objeto, entre los cuales conviene citar á Fran- cois (Journ. gen. de méd., t. 105, p. 360); Broussais (Annal. de méd. phisiol., t. XIV, p. 261); Montault (Journ. gen. de méd., 1.106, p.170);Robert(/6id.,t. 108, p. 309);Dupar- que (N. Bib. méd. 1829, t. III., p. 342); Dal- mas (J. hebd., n. 9,t. 1., p. 333); Defermon (Tesisadaggreg., 1830; Paris); y Chardon (/te- vue medícale, 1830, t. III, p. 51 y 374). En este último opúsculo se encontrará un resumen muy bien presentado de las diversas investigaciones Suese han hecho relativamente á la acrodinia. anee ha enriquecido el Diccionario de medici- na con un artículo consagrado enteramente á la historia de esta singular dolencia. Ozanam ha tratado de ella, aunque algo superficialmente, en la última edición que ha dado á luz de su Historia de las epidemias. (Monneret y Fledry, Compendium de méd. prat., 1.1.°, p. 28-36.) CAPITULO SEGUNDO. De la beriberia. «Etimología.—No están acordes los autores sobre la etimologiade la palabra beriberia. Bon- itos (De méd. indorum, p. 1) y Rydley (Dubl. hósp. reports., vol. 11, p. 227), dicen que esta denominación se deriva de un nombre indiano, que significa oveja, en razón de la analogía que se observa entre el modo de andar de este animal y el de una persona afectada ie seme- jante enfermedad. El doctor Good (lie study of med., vol. IV, p. 480) consagra á este afec- ción un pasage muy interesante de su libro: atribuye su nombre á la palabra &'p%>t en el sentido de concha ó de escama de ostra, ó per lo menos recuerda á este propósito la opinión emitida porEustathius. El doctor Marshall (No- tes on Ceylon) pretende que esta palabra resul- ta de la repetición del término beri, que quiere decir en el lenguage de Ceylan, debilidad ó impotencia; espresando asi un estado de debi- lidad muy marcada. Sea como quiera, en sen- tir de Manget (Bib. prat) este mal fue cono- cido de Erasistrato, quien es de suponer Je diera otro nombre distinto del que tiene en la actualidad. »Sinonimia.—éÉpSspi de Eustathius —Beri- beria, beriberi, de Bonthius.—Hydrops asth- maticus,de Jíogers.—Berri-berri, de Ridley.— Ballismus, beriberii, de Swediaur.—Syñclo- nus beriberia, de Good. «Definición.—Enfermedad que parece pro- pia del clima de la India, caracterizada por suma dificultad en la respiración, por una sensación de debilidad, de entorpecimiento y de rigidez en las estremidades inferiora, y por una infiltración general del tejido celular sub- cutáneo , con hinchazón y tumefacción de todo el cuerpo. «División. -Bontius (loe. cit.) y el doctor Good (loe. cit.), han confundido bajo una misma de- nominación, dos enfermedades, que J. Copland (Dict. of pract. med. ,p. I; p. 163; London, 1835), con referencia á |Marshall (loe. cit.), Clark (On thediseaseswhichprevaü in long.voyages to not. countries, etc.; London, 1792, vol. 1, p. 99), y probablemente á Scott .(The cyc. of pract. med.; Lond. 1833, vol. I, p. 243) distingue cuidadosamente con los nombres de beriberia y de barbiers. Para emitir nuestro parecer res- pecto de esta discusión, tenemos que atenernos á lo que dicen los patólogos que han egercido la medicina en las Indias orientales. Creemos con los autores mas modernos, aue conviene no confundir el barbiers con la beriberia; y que si la denominación hydrops asthmaticus se adapta bien á la última de estas enfermedades, la palabra parálisis beriberia caracteriza per- fectamente la primera; pero mientras no se reúnan nuevos datos, nos parece qoe se pue- den considerar como dos grados de una misma 332 DE LA BEMBEUIA. enfermedad estas dos circunstancias patológi- cas que tienen entre si cierta analogía , y pre- sentar, por ejemplo, bajo la denominación de beriberia aguda la historia de la beriberia propiamente dicha, y bajo la de beriberia cró- nica la que se llama por otro nombre barbiers. Beriberia aguda. «Alteraciones patológicas.—En la enferme- dad que nos ocupa se encuentra siempre una hinchazonmas ó menos considerable de todo el cuerpo, con infiltración serosa en el tejido celularsubcutáneo. Los músculos eslan gene- ralmente pálidos y como macerados, y abun- danmucho las masas de gordura debajo de la fiie/y al rededor de ciertos visceras abdomina- ps. Comunmente se halla la membrana arac- noides desprendida por una cantidad bastante considerable de serosidad que se derrama en las mallas celulosas de la pia madre, y los ven- trículos estah igualmente distendidos por el mismo liquido. Los vasos de las meninges apa- recen bastante llenos de sangre, observándose al mismo tiempo una congestión sanguínea muy ligera en las membranas que envuelven la médula espinal. En la cavidad de la pleura se efectúa siempre un derrame mas ó menos considerable; y el mismo pericardio participa algunas veces de la influencia de esta diátesis serosa. Los pulmones están ingurgitados de una sangre negra; parecen cuando se los corta, notablemente edematosos; y en ocasiones se los encuentra adheridos por bridas antiguas á la pleura parietal. El corazón se halla ordina- riamente reblandecido; sus cavidades ensan- chadas, y sus paredes como empapadas de sangre. El peritoneo se encuentra muy á rae- nudo di#endido por una cantidad considerable de serosidad. El hígado está siempre lleno de una sangre negra, voluminoso y de un color moreno oscuro. El bazo se presenta blando é hipertrofiado, y sus venas distendidas por una sangre análoga á la que obstruye los vasos del hígado. El diafragma y las membranas serosas que tapizan este músculo, han ofrecido algunas veces apariencias de un estado inflamatorio; pero las observaciones que se han hecho sobre este punto son muy escasas y vagas, y por con- siguiente tienen poco valor: Tales son los re- sultados cadavéricos que han obtenido parti- cularmente Christié, Rogers, Marshall y Ha- milton (Trans. of the med. and chir. Society of Edinb., vol, I, p. 12]. » Síntomas.—Los accidentes que caracterizan la beriberia se manifiestan sucesivamente en el mayor número de casos; sin embargo algunas veces, aunque muy raras, se desarrollan de pronto. Cuando aparece bajo la primera forma, se queja el enfermo durante muchos dias, de debilidad y laxitudes, y tiene la mayor repug- nancia para hacer el menor ejercicio. A estos accidentes se van agregando dolor, entorpe- cimiento y rigidez de las estremidades inferio- res; el tejido celular sub-culánco se infiltra de una serosidad bastante abundante; tos movi- mientos son lentos v difíciles , y sobreviene la disnea al menor enrabio de posición. Experi- mentan los sugetos una sensación de fatiga, de pesadez, de plenitud, de opresión y de cons- tricción en la parte inferior del esternón. La infiltración del tejido celular sub-cutánco se aumenta; llega á invadir toda la superficie del cuerpo y la anasarca se hace general. Enlre tanto va progresando el mal; la disnea se hace estremada; la cara se pone abotagada y volu- minosa; los labios, que al principio estaban pálidos, se hinchan y loman uu tinte lívido; y los miembros abdominales, mas entumidos y débiles, parecen casi enteramente paralizados. Las funciones del estómago se desempeñan con lentitud; y en unaépocd avanzada del mal, se vomitan las sustancias ingeridas, cualquiera quesea su naturaleza, si bien á costa de mu- chos esfuerzos; hay estreñimiento; las orinas son escasas, muy rojas y oscuras; no se escre- tan con facilidad, y muchas veces se retienen en la vejiga á causa de la parálisis de este ór- gano. El pulso es al principio mas ó menos fre- cuente, pequeño y duro, y aun en ocasiones no parece sensiblemente modificado; pero mas tarde se hace irregular é intermitente; enton- ces es cuando toma la disnea un carácter muy incómodo; los latidos del corazón son tumul- tuosos, y el enfermo padece síncopes frecuen- tes que alternan con las palpitaciones. El de- cúbito dorsal es ya imposible; el paciente per- manece sentado en su cama, atormentado por la mas dolorosa ansiedad; se agita sin cesar, y se queja de una angustia insoportable, cuyo asiento refiere á la región precordial. Los mus- culos del pecho y del vientre se hallan agita- dos de movimientos convulsivos; los tegumen- tos se inyectan; la piel se pone violada y lívi- da; las estremidades se enfrian, y sobrevienen vómitos muy frecuentes y casi continuos, acom- pañados de debilidad del pulso, cuyos acciden- tes anuncian un próximo fin. Por último, su- cumbe el paciente en un acceso horroroso de sofocación. «El curso de esta afección singular es co- munmente bastante rápido, y recorre todos sus periodos en tres semanas ó "un mes. Algunas veces, en circunstancias diferentes de lasque acabamos de indicar, parece que los acciden- tes disminuyen por intervalos, y sucumbe el enfermo en el momento en que se auguraba su próxima curación, y cuando había desapareci- do la anasarca. También puede suceder, cuando la beriberia no es muy intensa, que apenas se hagan perceptibles muchos de los fenómenos referidos; quesea la enfermedad mucho mas larga, y«jque se presente por accesos en forma de recidivas. Asi es como se manifestaron los accidentes que describió Marshall (loe. cit.) en sus anotaciones sobre la topografía y el clima de la isla de Cevlan. »Cuando la beriberia se manifiesta con mu- DE LA BERIBERIA. 333 cha rapidez, que es el segundo caso que he- mos indicado, son muy notables desde los pri- meros instantes los sufrimientos agudos, la rigidez de los miembros, la parálisis, la dis- nea, la ansiedad de la respiración y la ana- sarca: los accidentes se suceden con una rapi- dez espantosa; y el enfermo sucumbe en algu- nas horas, ó todo lo mas en uno ó dos dias. Felizmente son bastante raros estos casos ter- ribles, comparados con los en que camina la afección mas lentamente. «Diagnóstico.—El entorpecimiento de los miembros, su rigidez, la disnea continua, la hidropesía general, y la tumefacción de toda la superficie del cuerpo, parecen constituir un tipo distinto, que no puede confundirse con ningún otro estado. Se ha creído que la beri- beria podia asimilarse al mal de estómago de África, afección que describe J. Copland (Dict. of pract. med., part. I, p. 273) con el nombre deafrican cachexy. Parécenos indudable, se- gún las descripciones que hemos leido, que la caquexia africana consiste especialmente en una perversión de las funciones digestivas, y que no se complica con desórdenes nerviosos, ni con accidentes graves en la respiración y cir- culación; cuyas consideraciones permiten dis- tinguirla fácilmente de la beriberia. Mejor po- dría confundirse esta enfermedad con la afec- ción que se ha llamado barbiers, ó sea con la forma crónica, si se adopta nuestra división. J. Copland (loe. cit.) espera que se evitará este error, teniendo en cuenta las indicaciones si- guientes: El barbiers es una enfermedad de curso evidentemente crónico, en la cual se ma- nifiestan constantemente fenómenos de paráli- sis, temblor, espasmos, contracciones muscu- lares, y un enflaquecimiento siempre muy no- table. La beriberia por el contrario es una en- fermedad sumamente aguda y de una duración ordinariamente muy corta, caracterizada por una hidropesía general, por la disnea, la ra- pidez y la frecuencia de los accidentes morta- les. La primera de estas afecciones no es mas que una forma de parálisis; la segunda puede considerarse como una hidropesía aguda, que se complica con algunos fenómenos ligeros de parálisis. No podemos decir si los signos diag- nósticos mencionados por el autor inglés, bastan para distinguir perfectainente dos enfermeda- des, que muy recientemente todavía ha confun- dido el doctor Good (loe. cit.) en una misma descripción. A nuestro entender solo autorizan la distinción que hemos adoptado, trazando aparte la historia de la beriberia aguda y de la crónica. «Esta enfermedad, en el estado agudo, tiene casi siempre una gravedad que no puede po- nerse en duda, y el peligro es tanto raas ur- gente, cuanto raas alto grado ofrecen la ansie- dad precordial, la disnea, los síncopes y los espasmos nerviosos: el curso rápido de los sín- tomas presagia comunmente un éxito fatal. «Causas.—La afección que acabamos de des- cribir parece ser peculiar de la India, hacién- dose principalmente temible en las diferentes localidades de la isla de Ceylan, en la costa de Malabar, y en la estension de territorio com- prendida "entre Madras y Gandjara. Según el doctor Hamilton permanece limitada á estas regiones, y nunca se aleja mas de cuarenta millas tierra adentro; se manifiesta especial- mente cuando deja de reinar el viento monzón, cuando el aire es frió, húmedo y está carga- do de vapores, y cuando son muy pronuncia- dos los cambios de temperatura. El espitan Per- cival, en su historia de Ceylan, atribule el de- 'Sarrollodela beriberia álos malos alimentos, al uso de aguas malsanas y en parte á la humedad del clima. Los hechos observados por Ridley no confirman este modo de pensar. Dice este autor,que los casos mas graves de que fue tes tigo en Trincomalce, donde era muy intensa la enfermedad, sobrevenían por el cambio de un tiempo húmedo en seco, y cuando reinaba un viente de tierra fuerte y caliente, y que en Pu- liloopane hacia también los mayores estragos durante un tiempo seco. En la península de la India rara vez se propaga el mal tierra adentro á mas de sesenta millas de las costas; pero en Ceylan, y particularmente en Kandy, se ma- nifiesta la beriberia en circunstancias muy va- riadas relativamente á la estación, al estado de la atmósfera y á las localidades. Parece que es mucho mas común en ciertos distritos que en otros; reina en algunos endémicamente, y es mas intensa unos años que otros, tomando por intervalos el carácter epidémico. El doctor Christie afirma, que residiendo algunos meses en una localidad donde el mal egerce sus es- tragos, es imposible sustraerse á él; el doctor Rogers no le ha visto jamás atacar á ninguna persona que no hubiese residido en la isla du- rante seis meses ó mas. El doctor Hunter la ha observado en unos marineros indios, que habian estado sometidos á la influencia de una atmós- fera húmeda, sufriendo ademas vicisitudes at- mosféricas y escasez de alimentos. «Los patólogos que han tenido ocasión de observar directamente la enfermedad que ros ocupa, han deducido conclusiones muy dife- rentes en todo lo que concierne á las causas próximas ó remotas de la beriberia. Dick ha notado, que se presentaba con mas intensión entre los militares que habían hecho uso de las preparaciones mercuriales como medio antisi- filitico, y que acostumbraban tomar licores al- cohólicos en gran cantidad. Según él nunca la contraían los oficiales. Ridley establece por el contrario, que en 1804 fueron atacados de esta afección todos los individuos, sin distinción de grados. Los doctores Christie y Rogers atribuyen su propagación á la insuficiencia y mala cali- dad de los alimentos, y al influjo de las ema- naciones pantanosas, favorecido por la debili- dad de los órganos: esta opinión se halla acor- de con ladeDíckyRidley.Colquhoun observa, que por mas que se intente prevenir los acci - 331 DE LA BERBERÍA. denles de la beriberia con recursos basados en estas ideas, nada se consigue con semejante profilaxis. Marshall no ha notado aue inva- diese el mal á las tropas que se hallaban de guarnicionen la isla de Ceylan, aunque estu- viesen espueslas á las influencias mencionadas por Christie v Bogers; y fundándose en este hecho, como "también enel modo de obrar de las medicaciones que, según él, combaten mas ventajosamente los progresos del mal, cree que resulta de un estado manifiesto de irrita- ción, y que depende de una sobreactivídad singular en la acción de los órganos circulato- rios: esta es también la opinión del doctor Ha- milum. Bien se echa de ver por estas conside- raciones, que la etiología de la beriberia se ha- lla todavía poco conocida, y que es necesario pedir á la observación nuevos datos para com- pletar la historia de esto enfermedad. «Tratamiento.—La divergencia de opiniones sobre los diversos hechos que entran como ele- mentos en la descripción de la beriberia, con- tribuye á oponer numerosas dificultades al mé- dico que emprende la curación de esta grave enfermedad. Respecto de este punto, como de todos los que comprende este artículo, no po- demos ser mas que historiadores, dejando á los médicos que han estudiado la enfermedad en los parages donde reina endémicamente, el cuidado de pronunciarse en favor de tal ó cual método de tratamiento. En una época en que la enferraedad invadía á gran número de indivi- duos en el Karnate, de 1782 á 1783, usó Dick eu muchos enfermos , no sin obtener algunas ventajas, unas pildoras que contenían un cuar- to de grano de estracto de elaterio, combinado con el de genciana, dadas de hora'en hora, has- ta que se verificaran copiosas evacuaciones al- vinas ; volviendo á prescribir esta medicación cada tres ó cuatro dias, hasta el completo resta- blecimiento del enfermo. En otra época pareció perder su eficacia este tratamiento, y entonces dispuso el médico á quien nos referimos, el es- píritu de nitro á altas dosis, el vino antimonia- do, las fricciones hechas con aceito alcanfora- do caliente, las preparaciones aperitivas, y el uso del vino para sostener las fuerzas. Las emi- siones sanguíneas y las composiciones mercu- riales fueron inútiles en todos los casos en que se emplearon. El doctor Christie quería, por el contrario, producir el tialismo, insistiendo en el uso de los mercuriales asociados á la escila, y recomendaba también los cordiales , y prin- cipalmente el ponche preparado con el aguar- diente de enebro, los pediluvios estimulantes y los linimentos calientes: cuando el enfermo llegaba á la convalecencia, recurría al uso de los tónicos, y particularmente al del vino. En los casos mas graves empleaba los veji- gatorios al pecho; usaba el aguardiente para combatir los vómitos, el éter para la disnea y el láudano para los espasmos. La digital, según el doctor Christie, no produjo efecto alguno ventajoso. «Humilton v Colquhoun sufrieron numerosos reveses con el usode estos diferentes modos de tratamiento, cuva circunstancia movió á estos observadores, que han estudiado en estos últi- mos tiempos la beriberia, á emplear distintos medios. El doctor Hunter ha usado de la san- gria en un enfermo, sin beneficio ni inconve- niente. Rogers creyó al principio que este me- dio apresuraba la terminación fatal; pero mas tarde la empleó ventajosamente siguiendo el método de Hamilton. Marshall fué el primero que preconizó las emisiones sanguíneas, insis- tiendo en ellas con perseverancia, y obteniendo muy buenos resultados. Esta medicación fué adoptada por Paterson y Hamilton. La sangria debe ser copiosa y repetida según las fuerzas del enfermo. Es preciso secundar su acción con el uso de las preparaciones mercuriales interior y esteriorraente, con la administración del láu- dano y con los baños de vapor. A este plan se ha asociado el uso de algunos purgantes, como los calomelanos y la guta-gamba. «Ridley, que ha padecido dos veces la beri- beria , y que después de Díck es el médico que hasta el dia ha tratado mas enfermos atacados de esta afección, de los cuales ha observado cien casos en un solo año (1814), recomienda un tratamiento semejante al que habia sido ya preconizado por Dick. En el primer período prescribe el uso délos purgantes, corao los ca- lomelanos, la jalapa y el crémor de tártaro; quiere que se bañen con frecuencia las estre- midades inferiores, que en seguida se deter- mine una rubefacción en la piel con una mez- cla de aceite alcanforado y esencia de tremen- tina , ó bien con un linimento mercurial, y que después se cubran con vestidos de franela. En una época mas avanzada, hace tomar una pil- dora, compuestade uno ó dos granos de calome- lanos y de dos ó tres de cebolla albarrana en polvo, cada dos ó tres horas, prescribiendo ade- mas para tisana una disolución de crémor de tártaro, ó un ponche preparado con el enebro ó el arrack.. En los periodos mas adelantados usa los vejigatorios aplicados á la nuca, al dor- so ó á la región dolorida; recomienda los baños calientes, y fomentos frecuentes en las estre- midades inferiores y en el vientre, á los cuales asocia embrocaciones hechas con grasas mer- curiales, linimentos alcanforados ó con la adi- ción de esencia de trementina, y lavativas eté- reas ó purgantes. Cuando se presentan con mu- cha intensión la disnea, los espasmos y los vómitos, insiste especialmente en la adminis- tración de altas dosis de opio, de éter y de aguardiente, con diuréticos estimulantes. Sí el estómago no rechazaba estos medicamentos, les anadia la guta gamba á cortas dosis, repe- tidas con frecuencia. «Fundándoseel doctor James Copland (loe. cit.) en las consideraciones precedentes, como también en las diferencias que presenta la en- fermedad según que ataca á los europeos ó á lo* naturales del pais donde se manifiesta- apo- DE LA BERIBERIA. yándose en los cambios que inducen en sus síntomas las diferentes estaciones y localidades en que aparece, y basando por último su opi- nión en la naturaleza del mal, en el conoci- miento de las causas remotas y en las autopsias cadavéricas, cree que el tratamiento antiflo- gístico debe ser útil con frecuencia en los eu- ropeos, y que los medios de curación han de modificarse según el carácter del mal y las fuer- zas del enfermo, empleando en unos casos las sangrías generales ó las ventosas sobre el tra- yecto de la columna vertebral, los vejigatorios, ó bien los purgantes, como los calomelanos, la guta gamba, la jalapa, el elaterio, etc.; en otros los antiespasmódicos, como el opio, los éteres, el aguardiente, el alcanfor, etc.; mu- chas veces los diuréticos, como la cebolla al- barrana, el crémor de tártaro, el enebro y las preparaciones trementinadas ; en otras ocasio- nes los baños de vapor, los fomentos, cuya ac- ción deberá secundarse por las fricciones esti- mulantes, y los linimentos mercuriales ó alcan- forados, ó con aceite de trementina , que de- berán aplicarse particularmente en el trayecto de la médula espinal y en las estremidades in- feriores; y por ultimo algunas veces el uso de los espectorantes, como la goma amoniaco, la ipecacuana, el alcanfor, etc. Tales son, según Copland, los principales medios que pueden destruir las congestiones interiores, restablecer el movimiento circulatorio regular de los flui- dos, contenerlos flujos, y arreglar las diferentes secreciones y escreciones del cuerpo. «Cuando se han administrado juiciosamente estos diversos medios, según las exigencias de cada caso particular, ó cuando las circunstan- cias reclaman un tratamiento mas enérgico, pue- den emplearse con esperanza de buen éxito los estimulantes y los corroborantes. «Naturaleza.—Es evidente, según el doctor James Copland, cuyas opiniones hemos repro- ducido en toda la estension de este artículo, que solo puede apreciarse la naturaleza de la beri- beria, por el conocimiento de las causas que presiden á su desarrollo y el de las alteraciones cadavéricas que la caracterizan. Bajo el primer punto de vista, ó no hay hechos ó solo nos con- ducen á resultados contradictorios, y bajo el segundo no encontramos mas que observacio- nes escasas é incompletas. Es muy difícil en el estado actual de la ciencia dar una esplicacion de los fenómenos de parálisis. No se ha exami- nado convenientemente la médula espinal, el cerebro ni los cordones nerviosos que se distri- buyen por las estremidades inferiores, y por lo tanto es imposible esplicar las perturbaciones de la inervación, que sobrevienen probablemen- te á consecuencia de alguna alteración de di- chos órganos. Puede no obstante aventurarse la suposición de que provienen sin duda de un estado de hiperemia y de congestión de las sus- tancias de la médulaespinal. La disnea depen- de evidentemente de una modificación análoga del parenquima pulmonal, á la que se agrega un estadoedematoso bastante manifiesto. Laac- cionpoco enérgica del corazón, y las irregulari- dades que presenta en suscontracciones, deben atribuirse á una disminución de la inervación de este órgano, y probablemente á un cambio acaecido en su organización: también puede referirse á estas alteraciones el derrame mas ó menos considerable de serosidad, que se efec- túa casi siempre en la cavidad del pericardio. La acumulación de un fluido seroso en las mem- branas de cubierta, y la mayor parle de las de- mas sufusiones acuosas, se ha supuesto que proceden de un^estado particular de Vi sangre y de la circulación vascular. Marshall y Ha- milton consideran estas diversas hidropesías como efectos de un estado inflamatorio, a es to contesta James Copland, que una sufusnn de serosidad diáfana, sin mezcla de copos al- buminosos, y sin que se hayan establecido ad- herencias anormales, no basta para admitir un trabajo inflamatorio de ninguna especie. Apo- ándose en los fenómenos que caracterizan la eriberia y en las alteraciones cadavéricas que la acompañan, piensa J. Copland que su causa próxima reside en una congestión mas ó menos marcada de los pulmones, del hígado ó de la raédula espinal; y añade que,admitiendo la suposición de unaflegmasia, no pueden espli- carse los hechos que se refieren á la historia de esta enferraedad. A la congestión admitida por este autor, se agrega ademas un estado de de bilidad particular de las funciones nerviosas y circulatorias, como lo acreditan especialmente el estado del corazón, el de los vasos capilares que se distribuyen en el tejido celular y en las membranas serosas, las hidropesías, que son masó menos considerables, y últimamente las parálisis de los miembros. «Confesamos francamente que no podemos comprender muy bien, qué juicio forma J. Co- pland de estas diversas modificaciones. Paré- cenos por lo tanto, que hasta tener documentos mas completos que los que están á nuestra dis- posición, es preciso suspender el juicio relati- vamente á la naturaleza de la beriberia. Por lo menos creemos mas prudente este partido, que el de forjar una teoría desprovista de funda- mento, ó que careciese de la ilación que en buena lógica debe siempre procurarse en es- piraciones de esta naturaleza. «Historia y bibliografía.—Se han publicado diferentes escritos sobre la beriberia; pero ya en el discurso de este artículo hemos referido los principales hechos que contienen; de modo que ahora nos bastará mencionarlos en pocas palabras. «Manget (Bibliot. prat.) afirma que Erasis- trato tuvo conocimiento de la enfermedad que nos ocupan pero á lo menos no la describió con el nombre de beriberia. Santiago Bontius(J9e méd. Ind., cap. I; Leiden, 1642, en 12.°) que, como se sabe, viajó mucho tiempo por la Per- sia y por las Indias, nos ha dado una descrip- ción bastante circunstanciada de la afección 330 DE LA BE?.IBERIA. que él llama bcriberi, y que define tremor ar- tillan, etiam universi co'rporis , a nocturno fri- gore conceptus. Tulpius (Obs. méd., lib. VI, cap. V.)lrae una observación bastante com- pleta de este mal. Sauvages (.Vos. met., t. I, p. 311; Venecia, 1772) la menciona al tratar de los espasmos crónicos generales, y la descri- be del misrao modo que Bontius. Mas tarde Lind (On the diseases incidental to Europeans in hot climates, etc., 4.1 edición; Lond., 1688), J. Clark (On thead. which prevail in long. voy., etc., 1.1, P- 99; Lond., 1792), Marshall (Notes on ¡he med. top. of Ceylon, 1822, p. 161) y Bosteck (Trans. ofthe med. and ch. Society, vol. lí, art. I, p. 1) tuvieron ocasión de ob- servar esta enfermedad en los parages donde reina endémicamente, trasmitiéndonos sobre pila pormenores mas ó menos precisos. Good (Study ofmed.; Lond., 1825, vol. IV, pági- na 481-87) ha resumido perfectamente el esta- do de la ciencia respecto de la beriberia. J.Scott (The cyclop. of pract. med., vol. I, p. 268-71) ha enriquecido con un escelente artículo sobre este mal la Enciclopedia médica inglesa. Igual trabajo ha hecho también con grande acierto el doctor J. Copland (Dict. of pract. med.; Lond., 183-j, p. I,p. 164). Biett (Dict. de méd., t. I, p. 203, 2.a edic.) ha comparado la beriberia con el mal epidémico que hemos des- crito ya bajo el nombre de acrodinia; pero el mérito de su artículo es inferior al de las obras inglesas que asábamos de citar. 2.° Beriberia crónica. • Hemos querido seguir en la esposicion de los hechos relativos á la enfermedad que nos ocupa, un sistema análogo al que han adopta- do J. Scott y J. Copland, separando completa- mente la historia de la beriberia aguda ó beri- beria propiamente dicha, de la beriberia cró- nica, afección que los autores ingleses descri- ben hoy con el nombre de barbiers. «Definición.—La beriberia crónica consiste en la manifestación de los siguientes fenóme- nos: temblorde las estremidades, acompañado de una sensación de picor, de hormigueo y de entorpecimiento, que se esperimenta especial- mente en los miembros abdominales, y segui- do de contracciones de los músculos, de pará- lisis, de ronquera, debilidad de la voz, enfla- quecimiento, y una opresión progresiva de las fuerzas. «Esta enfermedad ha sido objeto de numerosos escritos desde que se enriqueció la ciencia con el precioso tratado de Bonlius. Sin embargo, no parece que hava habido antes del trabajo del doctor Marshall (loe. cit.) una historia algo sa- tisfactoria de esta afección. Marshall la distin- guió de la beriberia propiamente dicha, difi- riendo en este punto de Bontius y del doctor' Good, que habian reunido su descripción. Sin j erabargo, J. Clarck habia indicado esta distin- ' cion antes que Marshall. Bueno es notar aqui,' que las definiciones dadas por Sauvages, Lin- neo, Sagar v Aiken, no hacían presentir eMa división, que" hov se halla generalmente admi- tida. Sea comoquiera, vamos á trazar la des- cripción de este estado patológico según las re - lacíones de Clark, Marshall, J. Scotl y J. Co- pland. »No poseemos ningún dato acerca de las le- siones que se observan en la beriberia crónica. No tenemos medio de llenar este vacio, que contribuirá á hacer algo oscura la descripción de la enfermedad. «Síntomas. —Los primeros accidentes que ca- racterizan la beriberia crónica, son un picor y un hormigueo singular que se perciben eñ las estremidades inferiores; á cuyos accidentes se agregan entorpecimiento, temblor y cierta vacilación en los movimientos. La enfermedad invade igualmente uno y otro miembro abdo- minal. Las manos y los antebrazos se presentan en algunos casos entorpecidos del mismo modo en sus movimientos, dificultándose la prehen- sión de los objetos. La enfermedad va progre- sando incesantemente; la progresión se hace raas torpe; el enfermo no puede permanecer de pie derecho, ni cambiar de sitio, sin que le sos- tenga otra persona; las estremidades superio- res se niegan á desempeñar actos que poco an- tes egecutaban; el sueño se hace pesado y pro- fundo; y el paciente se halla sumergido en un estado de flojedad notable, decaimiento y pos- tración. Muy luego se paraliza el sentimiento de los miembros, los cuales se ponen fríos; los músculos estensores pierden la aptitud de con- traerse , y las estremidades permanecen en una flexión continua. Falta el apetito; sobrevienen indigestiones frecuentes; enflaquece el enfer- mo con prontitud, etc. El pulso se hace lento, irregular, y disminuye de volumen; y no tarda la muerte en terminar esta escena dé tormen- tos. La beriberia crónica puede prolongarse muchos meses; no siempre se presenta con igual intensión; y aun es raro que se compli- que con los accidentes graves que acabamos de referir con el objeto de hacer una historia com- pleta del mal. Esta forma no podría confundirse con ninguna otra afección; porto cual no in- sistiremos en la cuestión del diagnóstico, que ya hemos examinado anteriormente. «Causas.—Marshall, que observó gran nú- mero de casos de esta enfermedad en 1812, en- tre los cafres que formaban parte del cuarto re- gimiento de Ceylan, no ha visto jamás que in- vadiese á los habitantes indígenas de la isla; y las observaciones que ha reunido con este ob- jeto, le han demostrado que la beriberia cró- nica no ataca sino á los africanos que llegan á aquel pais. Según las notas de este médico, es evidente que los europeos se hallan también amenazados de la invasión de este mal; v no parece que estén exentos de él ciertos aníma- les, como los caballos y los perros. El doctor Lind piensa que el barbiers, que se manifiesta con la apariencia de una parálisis v es ende- DE LA BERIBERIA. 337 mico en la India, invade sobre todo á los eu- ropeos que pertenecen á la clase pobre, y aue después de ¡haber hecho algún esceso en la be- bida, se quedan dormidos fuera de las habita- ciones, esponiéndose á la acción délos vien- tes de tierra. En este caso aparece de pronto la afección y deja sin movimiento las estremida- des inferiores. En Java ejerce también grandes estragos. «La aplicación del frió y de la humedad á la superficie del cuerpo; el estado de embriaguez; los desórdenes habituales del régimen alimen- ticio; un ejercicio violento con esposicion al ardor de los rayos solares; el dormir á la in- temperie durante los grandes calores del día; la acción del frió por la noche; la supresión re- pentina de la exhalación cutánea najo la in- fluencia de una corriente de aire frió; una abs- tinencia demasiado prolongada, y todas las cir- cunstancias que determinan un cambio instan- táneo en la salud, son las influencias que se- gún los autores, pueden presidir al desarrollo de la beriberia crónica. Un traductor de las obras de Bontius refiere, que la enfermedad de que se trata es muy comun en las costas del Malabar, que ataca sobre todo á las personas que se esponeu durante el sueño á la acción de los vientos de tierra, y que por lo mismo se manifiesta especialmente durante los meses de enero, febrero y marzo. Según el autorque acabamos de citar, no se cura este mal mien- tras no cambia el viento, y en ocasiones nece- sitan los pacientes marcharse á vivir bajo otro cielo. «Tratamiento.—Los médicos ingleses hacen generalmente depender la beriberia crónica de un estado atónico, que influye en toda la econo- mía y que sucede á la acción de causas debili- tantes. Por lo tanto creen, que cuando se quie- re disipar los accidentes, es preciso aumentar las fuerzas que hasta entonces se hallaban evi- dentemente deprimidas. Las fricciones hechas con linimentos estimulantes sobre el trayecto de la columna vertebral y en toda la estension délos miembros; el restablecimiento de las funciones de secreción y de exhalación, con el uso de los tónicos asociados á las preparacio- nes cordiales, aperitivas y antiespasmódicas; los vejigatorios, la urticacion, la electricidad, la administración interior del* estrado de la nuez vómica y de la estricnina; la aplicación de sustancias calientes á la periferia del cuer- po; el uso de vestidos capaces de conservar el calor; una alimentación suculen'ta y de fácil digestión; un método regular de vida, y el cambio de localidad y de habitación si el mal persiste, son los medios que se han recomen- dado por la generalidad de los prácticos. El doctor John Clark dice, que siempre que ha observado esta afección en los europeos, ha vis- to disiparse los accidentes por el cambio de clima ó un viage marítimo. »No volveremos á repetir á propósito de la enfermedad que nos ocupa, lo que ya dejamos dicho al tratar de la historia de la beriberia aguda: nada nuevo tendríamos gue referir á nuestros lectores, y por consiguiente nos abs- tendremos de hablar mas sobre esta materia. Al terminar este artículo, nos parece oportuno volver á decir, que le hemos estractado casi en totalidad de dos obras inglesas, tituladas: The cyclopwdia of practical medicine (Lond., 1833, t. I, p. 243—1, 268—71), y Dictionary of practical medicine (Lond., 1836, part. I, pági- na 163—6). Si nuestro trabajo contiene algu- nas ideas poco conformes á una lógica severa, esto depende de que se halla basado en des- cripciones y en hechos que no podemos alterar ni modificar, porque no tenemos esperiencia que oponer á la de los autores que hemos con- sultado» (Monneiet y Fleury, Compendium de médecine pratique, t. 1.°, pág. 534—540). TOMO IX. 43 SECCIÓN SEGUNDA. DE LAS ENFERMEDADES QUE SE REFIEREN A CAUSAS ESPECIALES. CAPITULO I. Pe los envenenamientos. «Daseel nombre de envenenamiento á un es- tado morboso que resulta de la introducción en la economía, por una vía cualquiera, de un agente capaz de alterar la salud ó de producir la muerte, sin obrar mecánicamente. i «Divisiones.—Entre las obras que tratan del envenenamiento, unas están consagradas es- clusivaraente á la medicina legal y oirás lo con- ¡ sideran al misrao tiempo en sus relaciones con la terapéutica. Las primeras no pueden servir al práctico de guia, porque no se trata en ellas del envenenamiento sino bajo el punto de vista toxicológico, y las segundas, aunque mas úti- les en apariencia, satisfacen imperfectamente la necesidad. Efectivamente, en estos tratados no ocupa las mas veces la terapéutica sino un lugar secundario, y se halla rodeada de por-n menores muy propios para fatigar la atención del médico y hacerle perder de vista el objeto de sus indagaciones. Bien'persuadídos de estos inconvenientes, nos hemos propuesto escribir un artículo donde se estudie el envenenamiento bajo otro aspecto. Siendo este Tratado de pato- logia inte$na una enciclopedia donde debe en- contrar el médico todos los conocimientos que le son inmediatamente necesarios, no podemos menos de conceder un lugar al envenenamien- to considerado como acabamos de decir. Por lo demás no ignoramos las dificultades á que nos espone este modo de examinarlo, y debemos indicarlas desde luego. sLa historia del envenenamiento se compone de conocimientos lomados de la química y de la terapéutica. La primera de estas ciencias en- seña el modo de conocer los venenos, y de opo- nerles ciertos reactivos llamados contravene- nos. La segunda proporciona también docu- mentos útiles , porque el estudio de la acción fisiológica y terapéutica de una sustancia es inseparable del de la acción tóxica del mismo agente. Seria, pues, indispensable invadir á cada instante el dominio de cada una de estas ciencias, para dar una descripción completa de los envenenamientos; pero los límites de nues- tra obra no nos permiten reunir elementos tan numerosos, y nos vemos precisados á no admi- tir mas que Los pormenores que tengan una relación intima con nuestro objeto. Al adoptar este orden, no dudamos que quedarán algunos vacíos en nuestro trabajo. El médico legista encontrará esle artículo incompleto, porque no hallará eu él controvertida ninguna de esas cuestiones que le son familiares; el médico que buscase nociones de química ó de raedicinale- gal verá también frustrada su esperanza; y en fin, el terapéutico no debe esperar que haga- mos una reseña fiel de todos los esperimentos hechos sobre los animales, con el fin de descu- brir por la acoten tóxica la acción terapéutica de las sustancias esperimentadas. Téngase, pues, presente que no desconocemos semejan- tes dificultades, y que si voluntariamente que- remos emprender este trabajo bajo el punto de vista que hemos, indicado, es porque existen en la historia patológica v terapéutica del en- venenamiento cuestiones bastante nuevas é im- portantes , que merecen estudiarse aparte en una obra consagrada á la patologia interna. • Por lo demás, no pretendemos decir que el médico deba ignorar los elementos de la me- dicina legal, pues siempre le son útiles aun en el caso de ser llamado únicamente para combatir los efectos de un veneno; pero su principal tarea en semejante situación es admi- nistrar los remedios mas apropiados á la natu- raleza del mal, y una vez satisfecho este deber, al cual no puede sustraerse, le es lícito recur- rir á otro médico raas habituado que él en las análisis químicas, cuando se trate de decidir alguna cuestión grave de medicina legal; y aun añadiremos que el que se cscuse en tales cir- cunstancias, por no estar bastante versado en el estudio de la toxicologia, se conducirá con mas prudencia, que si emitiese una opinión DEL envenbnamibkto EN GENERAL. 3JJ aventurada que mas tarde fuese combatida por los inteligentes. »Este artículo comprenderá: 1.° la historia general de los envenenamientos, y 2.° la his- toria particular de los venenos. ARTICULO PRIMERO. Del envenenamiento en general. «Definición y clasificación ue los venenos.— Llamamos veneno á todo agente que introducido de un modo accidental ó con designio en la eco- nomía , por una vía cualquiera , determina en ella fenómenos morbosos o la muerte, sin obrar mecánicamente.—Según esta definición el me- dicamento es también un veneno; pero se di- ferencia de este último en que los fenómenos morbosos aue provoca se hallan circunscritos en ciertos límites, fuera de los cuales se con- vierte en veneno. Muchas veces se llama al mé- dico para tratar como envenenado á un enfer- mo, á quien se ha administrado un remedio á dosis escesivas y contra las reglas del arte; y otras también, en virtud de una susceptibilidad completamente particular, se esceden los lími- tes de la acción fisiológica aue se quería obte- ner, sobreviniendo los accidentes tóxicos. En- tre estos dos efectos tan próximos no hay mas separación posible aue entre el medicamento y el veneno. Por lo demás, esta discusión, me- nos de hechos que de palabras, y que aun no se ha resuelto terminantemente en los libros, nos importa bien poco: nosotros suponemos al médico llamado para asistir á un enfermo que se halla padeciendogravesaccidentes, determi- nados por Ja administración de un remedio: allí no tiene necesidad de pensar en estas su- tiles distinciones; ve la vida del paciente com- prometida por un verdadero veneno, y lo que ante todo debe ocuparle es la idea de combatir los nocivos efectos que se han desarrollado. «También nos importa muy poco saber en qué casos el agente dado con intenciones cri- mínales, y cuyo efecto ha faltado por causas independientes de la voluntad del culpable, debe reputarse ó no como veneno. Para el prác- tico no puede haber envenenamiento, sino cuando es llamado para combatir accidentes positivos, desarrollados actualmente, de los cuales son de temer peligros ulteriores. «Los venenos pueden presentarse bajo tres formas: en estado líquido, sólido y gaseoso. Algunos autores los han clasificado atendiendo solo á esta consideración; pero es inútil demos- trar los defectos de tal método. El que merece la preferencia es el que estriba en los efectos de los venenos. Guerin admite: 1,° venenos ir- ritantes, y 2.° venenos sedantes. Foderé los di- vide: l.° en venenos astringentes; 2.° en acres ó rubefacientes; 3.° en corrosivos ó escaróticos; 4.aen narcótico-acres; 5.° en narcóticos ó es- tupefacientes, y 6.° en sépticos ó pútridos (Foderé, art. Toxicologia , Dict. des se. méd., t. IV, año 1821). Nosotros seguiremos en este artículo las divisiones propuestas por Orfila y admitidas por gran número de autores, las cuales se apoyan en una observación esacta de los fenómenos morbosos. Este autor los ha dis- tribuido en las cuatro clases siguientes: 4* ve- nenos irritantes; 2.° venenos narcóticos; 3.*ve- nenos narcótico-acres; y 4.° venenos sépticos ó ponzoñosos.—Según Rasori, Tommasini v la obra reciente de Gíacomini (TtatMirfilosófi- co sperimentale de soccorsi terapeutioi, 4 vol. en 8.°) se podrían clasificar los venenos como los medicamentos en hiperestenizantes (esti- mulantes) y en hipostenizantes (debilitantes}. Ya daremos á conocer las ideasde estos autores, al trazar la historia particular de cada una de las sustancias; pero no las hemos creído á pro- pósito para fundar sobre ellas la basé de nues- tras divisiones. Por lo demás, si en medicina legal se puede admitir con Alph. Devergie,que es indiferente seguir tal ó cual clasificación (Médecine légale theorique et pratique, t. II, 2.a parte, p. 433, en 8.°; Paris, 1836), no su- cede tomismo bajo el punto de vista del trata- miento. En patologia seria de desear que pu- diera adoptarse definitivamente una clasificación basada en los efectos de los venenos , porque ilustraría-al médico en el uso de los reme- dios. «Ninguna de las divisiones que acabamos de presentar está exenta de objeciones, porque en efecto es dificil colocarle una manera sistemá- tica y en un orden bien determinado, los prin- cipales efectos de los venenos, para formar de elios otros tantos grupos distintos; pero relati- vamente al tratamiento, la división fundada en los efectos que producen es preferible á todas las demás. «Hemos dicho que los venenos son sólidos, líquidos ó gaseosos; pues aunque se reserva el nombre de asfixia para espresar el envenena- miento que resulta de la introducción de un as en la economía, sin embargo no siempre epende esta afección de un verdadero veneno, pues muchos gases dan la muerte porque son impropios para la respiración, y no porque obren en virtud de sus propiedades maléficas, sino de una manera completamente negativa. Otros, por el contrario, ejercen una influencia deletérea, y matan como los venenos, mas vio- lentos: tales son el gas hidrógeno sulfurado, el amoniaco y el hidrógeno arseniado. L'os miasmas son también unos venenos gaseosos; fiero su historia pertenece mas especialmente á a del contagio y de las epidemias. Ya hemos tratado de las principales asfixias en otra parte de esta obra (Véase Asfixia por el vapor del carbón, por el gas del alumbrado, el de los co- munes, etc.). »VlAS POR DONDE PUEDE EL VENENO PENETRAR en la economía.—No es indiferente para el mé- dico saber el modo como se ha introducido en el cuerpo la sustancia venenosa; pues esta cir- cunstancia modifica muchas veces los efectos y 310 DEL ENVENENAMIENTO E* GENERAL. los medios terapéuticos. Lo mas ordinario es 3ue el veneno penetre por Ja boca v recorra lo- a la longitud del tubo digestivo. Él trabajo de asimilación que se verifica en el estomago, pue- de muy bien hacer que pierdan algunas sus- tancias una parte de sus propiedades tóxicas; pero comunmente solo sirve para favorecer la absorción, haciéndola mas rápida, á causa de los ácidos y de los líquidos de diversa naturale- za que se segregan por la mucosa estomacal, ó que vienen de otras partes. Una segunda vía para la introducción de los venenos es el intes- tino recto, en el cual se los hace penetrar bajo la forma de lavativas. En este caso la acción es menos rápida y menos deletérea, porque el rao- vimientode absorción no es ni con mucho tan activo como en el estómago y en las demás par- íes del intestino. Puede también depositarse el veneno en otros puntos déla membrana muco- sa, como en las fosas nasales, por ejemplo, mezclado con un polvo como el rapé, y no era otro el secreto de ciertos asesinos llamados adormecedores. La mucosa bucal rara vez es la única via de introducción , pues la saliva arras- tra siempre alguna cantidad del veneno. La mucosa vaginal puede servir también para la absorción, corao lo prueban los casos en que se deposita en ella el ácido arsenioso con inten- ciones criminales, ó cuando la inyección de sa- les de mercurio determina todos los síntomas del envenenamiento. Los anales del foro nos han trasmitido la historia de mugeres, que han sido envenenadas por la introducción en la va- gina del ácido arsenioso (Véase Journ. gen. de méd., año 1816 , y las Actes de la Societé de médecine de Copenhague). Muy pocas veces pe- netran las sustancias tóxicas por las conjuntivas ocular y palpcbral, la vejiga, la uretra y el conducto auditivo. «La piel, cubierta como está por su epider- mis, es una superficie poco permeable, pero 3ue puede sin embargo, dar paso á sustancias ¡sueltas en el agua ó mezcladas con una grasa, que se deposite en su superficie ó se haga pe- netrar por medio de fricciones. Estas favorecen según unos la absorción, y oíros por el con- trario, sostienen que la retardan algún tanto. Cuando se hallan ios tegumentos privados del epidermis, se convierten en una escelente via de introducción; pues por el método endérmíco se introducen en el organismo los venenos con tanta prontitud como por el estómago, á no ser sin embargo que la sustancia concentre su ac- ción sobre la piel, y determine en ella una ir- ritación demasiado considerable. »El médico llamado para asistir á un enfer- mo, se enterará cuidadosamente de si se han aplicado tópicos sobre la piel; pues las cata- plasmas, los fomentes, los epítemas y los ve- jigatorios, pueden ser la causa del envenena- miento. Las úlceras, las escoriaciones, por mas superficiales que sean, las fístulas y las heri- das, trasmiten también las sustancias venenosas. «En los casos que acabamos de citar, el te- jido celular es el verdadero órgano de absor- ción. Sabido es que goza, bajo esle aspeclo, de una actividad estremada, pues la inocula- ción, la vacuna, las picaduras hechas poraui- males venenosos ó con instrumentos cargados de líquidos sépticos,y las vivisecciones, prue- ban que este medio de trasmisión escede en energía á todos los demás. En cuanto á la in- troducción directa del veneuo en las venas por medio de la inyección, apenas existen algunos ejemplos. «Resulta pues, que la membrana mucosa en sus diferentes puntos, la cubierta cutánea y el tejido celular, son las tres grandes vias por las que llega el veneno á los ceñiros de la vida. Conviene que el médico este bien prevenido de estos modos de trasmisión, para que modifique su tratamiento según loscasos. «Antes que estudiemos el modo de obrar de las sustancias venenosas, digamos una palabra acerca de ellas. Sí están disueltas ó aun sus- pendidas en un líquido, ó incorporadas á un cuerpo graso, gozarán en igualdad de circuns- tancias de una actividad mucho mayor que si estuviesen en estado sólido. Recordaremos que los venenos, aunque no seansolublcs en el agua, encuentran líquidos en el estómago que pue- den disolverlos, corao el ácido acético, el lácti- co y el moco. Sucede algunas veces, que la persona que da el veneno lo pone sin saberlo entre una sustancia que lo descompone y lo hace inerte, corao cuando se une el sublima- do á la clara de huevo, el emético á la qui- na, etc. La cantidad del veneno y la vía por donde se le ha hecho llegar al organismo, son también circunstancias que deben tomarse en consideración. «Acción tóxica de los venenos.—Es difícil separar la historia terapéutica de una sustancia, de su historia tóxica. «Todas las discusiones que ha motivado la acción de los medicamentos en el tratamiento de las enfermedades, se han reproducido tam- bién con respecto á los envenenamientos. Nos veremos pues obligados á decir algunas pala- bras acerca de ella cuando tracemos las reglas que deben guiar al práctico, y solo pasaremos en silencio los hechos que pertenecen á la tera- péutica propiamente dicha. «La acción de los venenos sobre la economía varia de un modo singular: unos obran irritan- do, inflamando y destruyendo por su acción local las partes que tocan (ácidos concentrados); otros, después de haber alterado el tejido con que se han puesto en contacto, pasan al tor- rente circulatorio y llevan sus destrozos á otras partes; y otros, en fin, sin obrar localmente, penetran por la absorción de una manera in- mediata en los líquidos de la economía. Estos tres modos de obrar los venenos, tan diferentes entre sí, dan origen á indicaciones terapéuticas enteramente especiales, de las que volveremos á hablar mas adelante. •Devergie establece cinco diversos modos de DEL ENVENENAMIENTO EN GENERAL. 3ÍI acción de las sustancias venenosas: 1.° el ve- neno irrita, inflama y desorganiza los tejidos que toca, como los ácidos sulfúrico y nítrico, la potasa y la sosa, resultando la muerte de la alteración local; 2.° puede ejercer una acción compuesta, irritando primero el tejido y pro- pagándose después esta irritación á otros órga- nos: el emético, el arsénico y las cantáridas producen efectos de este género. Después del envenenamiento por estas sustancias se encuen- tra, ademas de la irritación local, lesiones en el pulmón (tártaro estibiado), manchas y equi- mosis en el corazón, (arsénico) y vestigios de inflamación en la vejiga (cantárfdas); 3.° una tercera clase de venenos la forman los que irri- tan el órgano donde se aplican, yendo en se- guida á embotar la acción de otros tejidos (nuez vómica, haba de san Ignacio, tabaco, etc.); 4.° el cuarto modo de acción es el que resulta de la presencia de ciertos agentes, como el opio y el ácido prúsico, que producen efectos sedan- tes; y 5.° el último modo de obrar es determi- nando un efecto general, que parece anunciar una lesión profunda de todos los líquidos de la economía (hidrógeno sulfurado, ácido nitroso). (Méd. leg. theor. et prat., t. 11, 2.» part., pá- gina ík>4). El cuadro que acabamos de esponer comprende sinduda alguna los principales efec- tos de las sustancias venenosas, pero es eviden- temente incompleto. Hay venenos que obran al parecer sobre la inervación, de un modo dis- tinto que produciendo la sedación; algunos de- terminan una sobrescitacion estraordinaria en los sistemas nervioso y muscular, sin necesidad de producir inflamación ó irritación simpática. «Los partidarios del contra-estimulismo pro- . fesan ideas bien diferentes sobre las propieda- des de los venenos y de las sustancias tenidas por medicamentosas; ideas que importa dar , á conocer, porque el tratamiento establecido según esta doctrina no se parece en nada al que se usa en Francia. Espondremos en pocas palabras las principales ideas que Giacoraíni, uno de los mayores defensores del contra-esti- mulisrao, acaba de emitir en su Tratado filo- sófico y esperimenlal de terapéutica, del cual ha publicado muchos fragmentos la Gazette des hópitaux. Las nuevas teorías que contiene merecen examinarse con tanta mas atención, cuanto que los hechos en que estriban no se han juzgado hasta ahora en Francia de un mo- do favorable (Gaz. des hópit., p. 109, 117, 126, 137, 142, y passim., año 1819). «Admite este autor, que los primeros efec- tos que determina la aplicación de una sustan- cia cualquiera en los tejidos, resultan de su acción mecánica, física ó química: un ácido concentrado, por ejemplo, produce por su ac- ción físico-química, una inflamación. Después de estos primeros efectos locales, sobrevienen otros totalmente diferentes, que han recibido el nombre de efectos dinámicos, y que. depen- den de la introducción en toda la economía, de la sustancia que ha sufrido ya la asimilación orgánica. «Examinando estes efectos primitivos se ve, dice el médico italiano,que desaparecen en el cuerpo vivo cuando entra la sustancia en la asimilación orgánica, perdiendo entonces esta sustancia sus propiedades físico-químicas, y adquiriendo otras completamente diferentes, que llamamos dinámicas. Las primeras no es- tienden su acción mas allá del lugar donde se aplican, ni del tiempo que exige la sustancia para asimilarse; las últimas por el contrario, difunden sus efectos por teda la constitución, y tienen una duración mas ó menos larga, o Giacomini pretende, que los efectos mecánico- químicos se han confundido hasta ahora con los dinámicos, y acusa á los franceses de que fundan toda su farmacología en los primeros. Semejante crítica nos parece algo estraña, pnes hace ya mucho tiempo que están habituados los médicos á distinguir con esactitud los efec- tos locales, de cualquier naturaleza que sean, de los generales. Que se llamen los primeros físico-químicos y los segundos dinámicos, no altera la cuestión: lo cierto es que basta abrir un tratado algo completo de toxicologia ó de terapéutica, para convencerse de que tal acu- sación está desnuda de fundamento. «En cuanto á la última acción de los vene- nos sobre los tejidos, sostiene Giacomini que no puede modificar la vitalidad considerada como fuerza única, sino de dos modos: .1.° ele- vándola por encima de su tipo; y 2.° hacién- dola descender de este tipo ó del grado en que se encontraba; de donde resultan dos clases de venenos, lo mismo que sucede con los medica- mentos, unos hiperestenizantes ó estimulantes, y otros hipostenizantes ó contra-estimulantes. Ya veremos al estudiar en particular los vene- nos, á qué clase pertenece cada uno. Esta dico- tomía de los efectos de los venenos es muy sencilla; pero desgraciadamente, cuando se so- meten á la observación clínica los hechos asen- tados por la escuela de Rasori y de Tommasiní, no se los halla tan esactosconío pretenden es- tos autores No podemos entrar en una discu- sión crítica sobre este punto, porque nos obli- garía á examinar toda la doctrina. «Síntomas del envenenamiento.—Los sínto- mas que provocan los venenos difieren mucho según la naturaleza de cada uno de ellos. Ya indicaremos al frente de cada una de las clases que hemos establecido, los que son comunesá todos los agentes que las componen. Hé aqui los síntomas que pueden darnos á sospechar un envenenamiento: sabor desagradable, ácido, alcalino, amargo, estíptico, azucarado, ar- diente, cobrizo, etc.; inapetencia, náuseas, vómitos, sequedad y calor de la boca, de la faringe y á veces de todo el esófago; una sen- sación de constricción; lengua y encias cubier- tas de capas de diferentes colores; dolor en todo el trayecto del tubo digestivo, y especial- mente á lo largo del esófago, en el epigastrio ven las inmediaciones del ombligo; aliento fétido; vómitos dolorosos, mucosos, biliosos, 31! DEL ENVENENAMIENTO EN GENERAL. sanguinolentos, de color verde, negro, ama- rillo, etc., que causan ua sabor detestable, que entran en efervescencia en el suelo, y en- rojecen la tintura del tornasol, ó bien no pro- ducen ninguno de estos efectos, y entoaces ponen verde el jarabe de violetas; deposiciones frecuentes con cólicos y tenesmo; estreñimien- to; sed ardiente; vómitos de las bebidas; res- piración acelerada y corta; pulso frecuente, psqueño é irregular, que cede á la presión del dedo, ó por el contrario, muy fuerte; palidez y espresion dolorosa de la cara; enfriamiento da las estremidades; sudores fríos y viscosos; ojos apagados ó huraños; agitación , gritos agudos, delirio, movimientos convulsivos de los músculos de la cara, de las mandíbulas y de los miembros; sacudidas tetánicas y con- vulsiones tónicas en las mismas partes; sopor, estupor, coma, estado sub-apoplético, y muer- te. Presentamos esle cuadro general de sínto- mas del envenenamiento sin darle grande im- portancia. «También puede el médico sospechar el en- venenamiento por el estudio de los desórdenes patológicos que tienen su asiento en los tejidos, puesto que algunos de ellos aparecen al este- rior durante la vida, constituyendo en tal caso los mejores síntomas que pueden ayudar á des- cubrir la verdad: tales son las manchas de di- versos colores que se-ven en la piel de la cara ó de las demás partes del cuerpo, la rubicundez y la destrucción de la mucosa bucal y faríngea. »La historia de cada envenenamiento en par- ticular, lo mismo que la de cualquiera otra afección, debería consistir en un cuadro metó- dico de todos los fenómenos morbosos. La fre- cuencia, la intensión de los síntomas, el orden con que se suceden, las modificaciones que les imprimen ciertas complicaciones fortuitas ó ín- timamente unidas á la acción del veneno; la marcha, la duración relativa de los accidentes ó de la enfermedad; las indicaciones y contra- indicaciones; y en fin, las mismas diferencias que presentan las alteraciones patológicas; ta- les son las circunstancias que pertenecen á la descripción del envenenamiento, siendo sensi- ble que guarden las obras un absoluto silencio respecto de uaa parte de ellas. Estudiando los libros consagrados á este objeto, vemos que la siatomatologia es la única que está en ellos in- dicada de una manera completa; pero que no se ocupan de enseñar la sucesión de los fenó- menos, su duración y las variaciones que pre- sentan: lodo lo describea ea globo, y no dan una idea bastante esacta de la fisonomía pro- pia de cada envenenamiento. Parece que hasta ahora se ha desconocido que la intoxicación es una verdadera enfermedad determinada por un agente deletéreo, y que desde el momento en que aparecen los primeros accideates hasta que se verifica la muerte, hay uaa serie de altera- ciones fuacioaales que se desarrollan y enca- denan, exigiendo modificaciones en el método caralivo, correspDndientes á ciertos indicacio- nes y conlra-indícacíones que dan de sí las di- ferentes fases del mal. Este estudio se ha hecho únicamente con algunos venenos, como el opio, la belladona, los ácidos, etc.; y aun respecto de estos es poco frecuente ver observaciones clínicas exentas de alguna omisión. No dirigi- mos nosotros esta acusación á los autores de medicina legal, que no so han propuesto con- siderar el envenenamiento sino bajo el punió de vista que les pertenece, sino á los que se han ocupado del tratamiento. «Indicaremos varias causas que nos parece han tenido una influencia perniciosa en el es- tudio de las lesiones que nos ocupan, conside- radas bajo el punto de vista de la medicina práctica. Los autores que han escrito sobre esta materia, habian recurrido á esperimentos he- chos en los animales, calcando demasiado su descripción en los hechos que observaban, y de aqui provienen algunos errores. En segun- do lugar, les era imposible descubrir en los animales esos fenómenos tan variados, que solo la inteligencia humana puede espresar y com- prender. Parécenos por lo tanto, que las ob- servaciones particulares diseminadas en las obras y en los periódicos consagrados á la me- dicina, son las únicas bases que pueden utili- zarse para edificar una historia exacta y com- pleta del envenenamiento; y efectivamente estas son las fuentes donde hemos bebido. Hu- biéramos deseado formar nuestras descripcio- nes sin tomar nada de otros puntos, pero no podíamos llenar tan grande vacio; y asi ad- vertimos al lector, que encontrará en nuestro artículo algunos de los defectos que reproba- mos en los demás, pues nos era imposible reha- cer la ciencia bajo este punto de vista. Espera- mos á lo menos haber hecho algún servicio, manifestando el escollo, y proponiendo las úti- les reformas que conviene hacer en la historia de estas enfermedades. «Diagnóstico.—Muchas son las enfermedades que simulan el envenenamiento. Encuéntranse en las diferentes colecciones consagradas á la medicina legal, gran número de hechos parti- culares, que demuestran las dificultades que se hallan algunas veces para formar el diag- nóstico. Y no se crea que la abertura del cada- ver y el análisis química de los líquidos conte- nidos en él, puedan siempre disipar todas tas dudas sobre la verdadera causa de la muerte. Entre los ejemplos que podríamos citar, uno de los mas notables, por lo mucho que llamó la atención, es el del señor Schneider, médico oculista, que se decía haber sido envenenado por Rittinghausen, célebre jurisconsulto ale- mán. Orfila publicó sobre este asunto un infor- me médieo-letfal, donde después de una dis- cusión profunda y contradictoria de las diver- sas declaraciones de los peritos, concluyó que Schncider habia sucumbido á una fiebre tifoi- dea (Annal. d'hygiene et de méd. légale, n. 41, p. 127; enero, 1839). El mismo autor refiere ea este informe muchos egemplos de sospechas DEL ENVENENAMIENTO EN GENERAL. 343 de envenenamiento, en los que fue debida la muerte á otras enfermedades de naturaleza muy diversa. »Las que mejor simulan el envenenamien- to son: 1." Ja estrangulación de los intestinos y el cólico hepático; 2.» el íleo; 3.° la perfora- ción del tubo digestivo; 4.° la fiebre tifoidea; 5.° el cólera y el cólico de los pintores; 6.° la peritonitis; 7.° la metro-peritonitis aguda; 8.* la hiperemia y la hemorragia cerebral; 9.° mas rara vez el reblandecimiento senil del cerebro; 10.° la meningitis sobre-aguda; 11 .°la rotura del corazón ó de un tumor aneurismá- tico que tenga su asiento en los grandes vasos; 12.° la congestión sanguínea y la apoplegia pulmonal (véase Ollivíer, d'Angérs, Arch. gen. de méd., 1.1, p. 288, año 1833; y 1.1, p.29; 1838; Lebert, Mémoires sur differ. lesions spont. du poum, Archiv. génér. de méd., 1.1, p. 389; abril, 1838); 13.»el enfisema pulmo- nal interlobular (tesis del señor Pillore; ene- ro, 1834); 14.° la presencia de gran número de lombrices en el tubo digestivo, y su paso al través de una perforación; 15.° la rotura de una caverna en la pleura; 16,° el orgasmo ve- néreo. Muchas veces, en fin, sobrevienen los síntomas del envenenamiento y la muerte, sin 3ue se compruebe en el cadáver la existencia é lesiones bien determinadas, como sucedió en el caso referido por Berton (en Gazette des hó- pitaux, núm. 7; enero, 1839). En otra obser- vación contenida en el mismo periódico, se ve que los médicos no estaban de acuerdo, soste- niendo unos que habia muerto el sugeto estran- gulado, y otros que habia sucumbido á un ata- que de apoplegia. Todos los casos de muertes repentinas citados por Portal (Mém. de TAcad. des sciences, 1784); por Louis (Becherches ana- tom. pathol.); por Álartinet (Bevue medícale, octubre, 1824), y por Devergie (De la mort. sub., etc.; Anuales de hyg. et de méd. leg., núm. 39, p. 145, 1838) pueden hacer sospe- char un envenenamiento. Sucede muchas ve- ces que la maldad lleva á oidos del médico no- ticias falsas que pueden inducirle á error. Una simple indigestión acompañada de síntomas graves, se ha tomado algunas veces por un en- venenamiento. «TRATAMiENTO.-Habíéndonos llamado la aten- ción la disidencia que reina entre los autores con respecto al tratamiento y á los efectos tóxi- cos de los venenos, hemos procurado indagar atentamente su causa. ¿Tendremos la fortuna de haberla encontrado? Hasta ahora se ha es- tudiado el envenenamiento, mas bien bajo el punto de vista de la medicina legal, que del tratamiento que conviene oponerle; de donde se sigue que esta última parte, muy esencial para el práctico, y enteramente distinta de la primera, deja mucho que desear; y que para poder llenar el gran número de vacíos que exis- ten, es preciso acudir á las observaciones par- ticulares v á los tratados de terapéutica. I «Otro obstáculo que detiene al médico, es la ' falla de reglas qne puedan servirle de guia en la elección de un tratamiento. ¿Y cómo podría ser de otra manera, cuando se considera el en- venamiento como una reunión de fenómenos morbosos, que se desarrollan en un orden regu- lar? Se olvida que el envenenamiento es una enfermedad semejante á todas las demás; pues aunque le producen agentes que cada uno en su caso determinan efectos locales, siempre idénticos con corta diferencia, cuántas varia- ciones no sobrevienen en seguida, que no po- drían preverse y señalarse anticipadamente en los libros! Asi como la descripción de una en- fermedad se compone de gran número de par- ticularidades, que es preciso no perder de vis- ta, sobre todo cuando se trata de establecer las reglas del tratamiento; asi en la historia del envenenamiento se presentan variaciones de síntomas é individualidades morbosas, que in- fluyen necesariamente en la terapéutica. Estas variaciones dependen de muchas causas: el envenenamiento puede estar en su principio ó en su declinación, y las cantidades del veneno ingerido ser mínimas ó muy considerables. La situación de los individuos, su constitución, las enfermedades que padecen, el tratamiento an- terior, el estado de la viscera que ha recibido la acción venenosa, la mayor ó menor rapidez conque se ha absorvido, las diversas sustan- cias con que se ha mezclado el tósigo, etc., etc., son otras tantas circunstancias, que imprimen cierlamente al envenenamiento una fisonomía movible é incierta. ¿Cómo concebir pues que se Kroponga un tratamiento esclusivo para com- atir los efectos de un veneno? ¿Hay acaso en- fermedades que se hayan tratado siempre de un mismo modo? Creemos que es un estraño abuso suponer reducida toda la terapéutica de los envenenamientos al uso de los antiflogísti- cos ó de los estimulantes; pues muchas veces hasta se hace indispensable recurrir á estos dos métodos en un misrao individuo y en un mis- mo envenenamiento, en épocas distintas de la enfermedad. La conducta del médico deberá sujetarse á la atenta observación de las diversas circunstancias que dejamos indicadas. Y esta- mos íntimamente convencidos por la meditación de los hechos que hemos presenciado y los que mencionan los autores, de que el práctico que tenga en cuenta las precedentes advertencias y las recuerde á la cabecera del enfermo, en- contrará en ellas las bases de una terapéutica que le sea fiel aun en los casos mas difíciles. Lo que acabamos de decir no puede aplicarse á los antídotos; pues en efecto, estos son agen- tes que convienen á tal ó cual veneno, y no pueden someterse á las variaciones que hemos dado á conocer. «Lo primero que debe hacer el médico lla- mado para asistir á una persona envenenada, es informarse de la naturaleza y cantidad del veneno que ha tomado y de las vias que le sir- vieron de tránsito. Cuando el enfermo ó Jas personas que le rodean tienen interesen ocul- 3il DEL ENVENENAMIENTO EN GENERAL- lar la verdad, ó si con objeto de poner fin á su existencia, rehusa el paciente dar á conocer el veneno de que se ha servido; en una palabra, si no hay medio alguno de obtener los dalos necesarios, es preciso recoger las materias vo- mitadas, é indagar por el estudio de sus pro- piedades físicas y químicas, cual sea la sus- tancia venenosa ingerida. Ea esta ocasioa es cuaado coooce el médico toda la importancia de los estudios químicos; pero no siempre le es indispensable estar versado en el análisis como el mas hábil toxicólogo, bastándole po- seer algunas nociones elementales. El esperi- inento mas sencillo y accesible para todo el mundo descubre algunas veces la naturaleza del veneno; asi es, por ejemplo, que arrojan- do sobre las ascuas un grano de ácido arsenio- so, se desprende un olor fuerte de ajos que da á conocer esta sustancia. «Cuando á pesar de todo ignora el médico cuál sea el veneao propinado, debe entregar- se á una observación atenta de todos los sínto- mas que presente el eufermo. Es raro que pue- da averiguar úoicameute por la siatomatologia la clase áque pertenece la sustancia venenosa cuyos efectos debe neutralizar; con todo, al- gunas veces, aunque no pueda decir la compo- sición química ó la preparación medicamentosa de que se ha hecho uso, le es dado determinar si el veneno es un narcótico, un narcótico-acre, un irritante, etc. Puede establecerse de una manera general, que los síntomas por sí solos son insuficientes en el mayor número de casos para conocer el veneao, y muchas veces ni aun para afirmar que haya enveneaamieato. Las numerosas enfermedades que hemos enu- merado al hablar del diagaóstico, daa lugar á síntomas que tieaea la mayor semejanza coa los de la iatoxicacioa. Últimamente, hay otros dos raeJios de reconocer el envenenamiento: tales son, por uaa parte el estudio de las lesio- nes cadavéricas y por otra los esperimentos hechos en los animales; pero advertimos, que se espoadria á graves errores el que se atuvie- se á las luces que suministran estos últimos, puesto que hay sustancias cuyos efectos son mortales para el hombre y nulos en los anima - les (el daphne mazereum* la cicuta, la baila- dona, la veratrina, el beleño, ete.) (véanse los esperimentos de Bauhin, Magnol y de otros). «Suponiendo que se ha llegado "a comprobar el envenenamiento, ya por el estudio físico y auímico de la sustancia, va por la observación e losstotoraas, ya en fia por las alteraciooes cadavéricas ó por los esperimentos, es preciso después averiguar la vía por donde se ha in- troducido la sustancia venenosa; pues no pue- de ser igual el tratamiento ea toaos los casos. Cuaado ha sido la mucosa del estómago ó de los iotestinos gruesos, deberá procurarse la es- pulsion del veneao, ya por vómitos artificíales y por los medios que luego daremos á conocer, ya recurriendo á las lavativas; y en seguida se j obrará directamente sobre la misma sustancia con los contra-venenos. Pero si el agente tó- xico se ha introducido por la piel desnuda de su epidermis ó escoriada, ó bien por las vias respiratorias, bajo la forma de vapores y ga- ses, no hay mas que combatir los accidentes desarrollados bajo la influencia de la intoxica- ción, que se ha hecho general; pues los contra- venenos no son ya conocidamente útiles. «En toda especie de envenenamiento, una vez obtenidos los datos preliminares de que acabamos de hablar, es preciso averiguar in- mediatamente el tiempo que hace que se veri- ficó la intoxicación, y esplorar al misrao tiempo al enfermo, para ver si los efectos del veneno se hallan todavía limitados al punto que recibió su primera acción, ó si ha pasado ya á la eco- nomía por las vias absorventos; lo cual se co- noce por la reunión de los síntomas generales que se han llamado efectos dinámicos de la sus- tancia venenosa. Ea el primer caso es preci- so impedir los desastrosos efectos del tósigo: 1.° espeliéadole de la cavidad que le contie- ne, y 2.° neutralizándole con un contra-ve- neno. Pero cuando se han desarrollado ya los efectos dinámicos, es preciso ocuparse; 3.° de neutralizar los fenómenos generales que provienen de la absorción; quedando en últi- mo lugar otra indicación que satisfacer, y es, 4.° la de combatirla reacción, que no tarda ea suceder á las alteraciooes locales que pro- ducen la mayor parte de los venenos (flegma- sías, ulceraciones, gangrenas, etc.). Final- mente es preciso ocuparse de la convalecen- cia. Examinaremos detenidamente cada una de estas cuatro indicaciones. «1.a Indicación.—Espelerel veneno.—Cuan- do se sospecha que existe todavía en el tubo digestivo alguna porción de la sustancia inge- rida, es preciso, aun antes de ocuparse en buscar el contra-veneno, hacer que vomite el enfermo; primera indicación que debe satisfa- cerse, á menos que el estado de debilidad.y de próxima muerte del sugeto, no permita espe- rar que pueda verificarse el vómito. Se admi- nistra al paciente una gran cantidad de agua tibia, repitiéndola cada tres ó cuatro minutos hasta que se le haga vomitar. Si los vómitos no son abundantes, debe insistírse en el agua bebida en gran cantidad y á la temperatura mencionada, á fia de arrastrar el veneno que se halla en el estómago. La repugnancia in- vencible que algunas veces tienen los enfermos al agua tibia; la dificultad que se encuentra en provocar el vómito, ó en introducirlas be- bidas por la boca, obligan al médico á poner en uso otros medios. Al mismo tiempo que bebe el sugeto copiosamente, deberán prescribirse lavativas de agua pura, ó preparadas con co- cimientos emolientes, proponiéndose con esto desembarazar la parte inferior del intestino de la sustancia tóxica que pudiera haber llegado á este punto. «Uno de los inconvenientes del agua tibia es el de disolver gran número de venenos, ha- DEL ENVENENAMIENTO EN GENERAL. 34o cicndo de este modo mas fácil y pronta su ab- sorción. Háse aconsejado en tales casos ha- cer uso del aceite, que por su sabor y cantidad determina el vómito sin disolver el agente de- letéreo. También se podría emplear la siguien- te preparación: se ponen en un vaso partes iguales de agua hirviendo y aceite, y se bate la mezcla con ramas de abedul. Este medio, empleado por los antiguos, es útil con bastan- te frecuencia, y le ha recomendado Chaussier (Contre-poisons, etc., mis a la portee des per- sonnes ctrangérés á Tart de guerir, etc., p. 13, en 8.°, 3.a ed.; Paris, 1819). «También se escita el vómito después de in- troducidos los líquidos en la cavidad del estó- mago, titilando la campanilla y el istmo de las fauces con las barbas de una pluma, ó hacien- do que esto penetre en la faringe hasta cierta profundidad. La introducción del dedo en la garganta, repetida muchas veces, basta en al- gunas personas para producir el mismo efecto. Pero no convendrían estos medios mecánicos cuando el veneno hubiera determinado una in- flamación dolorosa de la faringe y el esófago. «Si á pesar del uso de los diversos medios deque acabamos de hablar no se consigue el vómito, deberán prescribirse dos á cuatro gra- nos de emético (tartrato antimoniado de pota- sa) disuelto en un vaso de agua tibia, del eual se administrará primero la mitad, pro- curando favorecer el vómito por una nueva cantidad de líquido. No debe temerse dar el emético á esta dosis cuando es urgente pro- mover el vómito; pues los inconvenientes que resultan de la presencia del veneno en el es- tomago, son mucho mas graves que los que podrían seguirse á la administración del me- dicamento. No siempre goza el tartrato an- timoniado de potasa de sus propiedades emé- ticas, pues hay casos en que lo descomponen las sustancias contenidas en el estómago, como por ejemplo, los ácidos concentrados, las sales de potasa, los jabones, el ácido agállico, los vegetales que contienen tonino, la quinina, el ruibarbo, etc. Ademas, la mayor parte de los compuestos que forma con los demás agen- tes químicos, son, generalmente hablando, menos activos que él. La dificultad de vomitar depende algunas veces de la misma debilidad en que se encuentra sumido el enfermo, ó de la inercia del estómago; en cuyo caso, no siendo espelído el emético, puede ocasionar inflamaciones y desórdenes mas ó menos gra- ves de las membranas de estos órganos. Cuan- do el estómago padece una inflamación muy viva, no debe prescribirse este medicamento sino con mucha circunspección, sobre todo si se teme que por estar ulceradas ó reblandeci- das las membranas, no puedan resistir los es- fuerzos del vómito. «La ipecacuana á Ja dosis de 30 granos y mas, en medio vaso de agua, el vino de ipe- cacuana , el sulfato de cobre (1 á 6 gr. en un cuartillo de agua) v el sulfato de zinc (10 á 20 I TOMO IX, gr. en un cuartillo de agua destil.), son eméti- cos que se usan bastante á menudo; pero se les prefiere sin embargo la sal de antimonio y de potasa, porque su acción es mas segura. Por lo demás, cualquiera que sea la sustancia eméti- ca que se emplee, debe ausiliarse su acción dando á beber al enfermo gran cantidad de agua tibia. «No hemos hablado hasta aqui sino de los medios de eliminar el veneno, obligando al es- tómago á que lo espela; mas puede sucederque sea imposible el vómito,porque una fuerte cons- tricción de las mandíbulas se oponga ala intro- ducción de las bebidas, ó por hallarse el estó- mago en un estado de inercia, ó porque en fin, rehuse el enfermo obstinadamente tomar los remedios que se le prescriban. Entonces se de- be introducir por la boca ó por las narices una sonda esofágica, siguiendo las reglas estable- cidas en los diversos tratados de medicina ope- ratoria, y una vez seguros de que la estremi- dad del instrumento ha pasado del cardias, se coloca una geringa en la estremidad opuesta, con la cual se inyecta el emético ó las sustan- cias anti-venenosas. Nos espondriamos á sofo- car al enfermo, si no estando libres las vias si- tuadas por encima del esófago (trismus de las mandíbulas),nos empeñásemos en escitar el vó- mito. En tal caso debería recurrirse á la bomba gástrica para vaciar el estómago é introducir antídotos. El uso de este instrumento se halla también indicado en el caso de no poder el es- tómago contraerse y espeler las sustancias con- tenidas en su cavidad. «Hé aqui el modo de usarlo: á la estremidad de una sonda de goma elástica muy flexible, de veintiocho á treinta pulgadas de longitud, se adapta una geringa ordinaria, por medio de la cual se hace pasar al estómago la cantidad ne- cesaria de líquido. Para estraer en seguida los materiales, se tiene cuidado de mantener la es- tremidad inferior de la sonda en el fondo del estómago; se mueve entonces el émbolo, y se hace con esto que entre en la geringa el liqui- do antes inyectado en unión con los que esta- ban ya en aquel órgano. Cuando los materiales se hallan disueltos, no se encuentra en esto difi- cultad alguna; pero á veces sucede que se cier- ra la abertura del tubo por fracinentos bastan- te voluminosos, y entonces es preciso empu- jar un poco con el émbolo, ó retirar algunas pulgadas la sonda, á fin de hacerla cambiar de situación alejando los cuerpos esteaños que la obstruyen, ó separando las paredes del estó- mago. La bomba gástrica puede prestar gran- des servicios aun cuando la sustancia ingerida no esté disuelta ó en polvo fino, sino en peda- zos bastante voluminosos; pues aunque es ver- dad que en este caso no sirve para estraer el ve- neno, permite sin embargo neutralizarlo por medio de los contra-venenos. El uso de este instrumento, inventado por Boerhaavé y reco- mendado por Chaussier (Contre-pois., etc., pá- gina 21) y otros autores, no está bastante adop- 44 3ÍG DEL ENVENENAMI' lado en Francia; pero los periódicos de otros paises refieren sin embargo gran número de curaciones obtenidas por su medio. Cree Fode- ré «que es raas teórico que práctico, y mas fá- cil de adaptar á un maniquí, que á un ser vi- viente y sensible» (art. Toxicologie cte/ Diction. des sciences medie.,p. 423). Pero no debe eslra- ñarse esta crítica en un hombre que se ha mos- trado siempre retrógrado y poco instruido so- bre este y otros puntos, como cuando decía no comprender la importancia de los descubri- mientos hechos por los químicos de todos los venenos terminados en ina. «Cuando se ha introducido el agente tóxico en los intestinos gruesos, es preciso cstraerle por el recto y administrar el contra-veneno por el misrao conducto. Si han sido las mucosas vaginal ó nasal las vias que le han dado paso, se empezará por lavarlas para estraer la sus- tancia deletérea que podria permanecer apli- cada á su superficie, apresurándose en seguida á llenar la segunda indicación. «11.a indicación.—Neutralizar el veneno.— La primera indicación consiste, como acaba- mos de decir, en espeler por medio del vómito ó estraer artificialmente la sustancia venenosa; pero hay otra segunda no menos esencial que satisfacer, y que tiene siempre aplicación, á menos que el enfermo no sucumba inmediata- mente, cual es la de buscar una sustancia que pueda neutralizar el veneno. Antídoto ó con- tra-veneno es para algunos autores toda aque- lla sustancia capaz de disminuir ó contenerlos efectos del veneno. Orfila lo define diciendo, que es un cuerpo susceptible de descomponer los ve nenos, ó de combinarse con ellos á una temperatura igual ó inferior á la del estómago, en términos de formar un nuevo producto que no egerza ninguna acción deletérea en la eco- nomía. «El carácter principal del contra-veneno es el de impedir ó atenuar los efectos físicos, quí- micos ó mecánicos, del agente venenoso. Su acción se ejerce sobre la misma sustancia que se quiere neutralizar, y no sobre el órgano que está espuesto á su contacto, y por este modo de obrar nos parece diferir de todos los demás me- dios usados en los envenenamientos. En efecto, al paso que el contra-veneno no tiene mas vir- tud que la de destruir los efectos físico-quími- cos de la sustancia, los demás medicamentos por el contrario, solo ejercen su acción sobre los efectos diqámícos, es decir, sobre los des- órdenes funcionales que se han desarrollado. Consideramos de suma importancia esta dis- tinción del diferente modo de obrar de las sustancias tenidas por anti-venenosas, porque puede servir de guia en la práctica. Un hom- bre se envenena, por ejemplo, con el ácido sul- fúrico; los efectos físico-químicos son el re- blandecimiento, la destrucción de las membra- nas, las manchas blancas ó negras, etc., y los efectos dinámicos, los vómitos, la sed, los' es- calofríos, la alteración del rostro, la debili- ;NTO EN GENERAL. dad, etc.: el contra-veneno en esle caso es la magnesia, que se combina con el ácido é im- pide, por esta neutralización, que ablande, corroa y perfore el estomago, pero no conlicne los efectos dinámicos del veneno ni los trastor- nos que han sobrevenido en las domas visceras. Entonces es cuando conviene recurrir á los es- timulantes, á los éteres y al alcohol, si se ad- mite con Rasori y Tommasini que el ácido sul- fúrico es un hipostenizante; y por el contrario, á los antiflogísticos si se abraza la doctrina opuesta. Este ejemplo demuestra la conducta que debe seguir el médico en lodos los casos de envenenamiento. «Resume Alf. Devergie (ob. cit.) perfecta- mente las condiciones que deben reunir los con- tra-venenos. No deben tener un sabor muy desagradable; es preciso que estén exentos de propiedades tóxicas, y que no formen com- puestos que pudieran ser peligrosos, si bien no debe considerarse como perjudicial una combi- nación purgante ó ligeramente estíptica. Cuan- do se necesita administrar el contra-veneno en cantidades considerables, es muchas veces di- fícil conseguir que lo tome el enfermo; pero este es un ligero inconveniente, que no puede contrapesar las ventajas que resultan de la ad- ministración del remedio. El hidrato de tritó- xido de hierro es un antídoto precioso en el envenenamiento por el arsénico, á pesar de que haya necesidad de prescribirlo á altas do- sis. Una de las condiciones mas esenciales que debe reunir el contra-veneno, es la de obrar instantáneamente, ó por lo menos en un tiem- po muy corto, y ejercer sobre la sustancia tó- xica una acción mecánica, física ó química: esta última es la mas rara. Para que sea eficaz la reacción química, es preciso que pueda pro- ducirse en el estómago á la misma temperatura del cuerpo, ya sea sólido ó ya líquido el agente venenoso. Al estudiar los efectos de las sustan- cias tóxicas, hemos indicado cuidadosamente sus variaciones en las diversas épocas del envenenamiento; y aconsejamos al lector que las tenga bien presentes en su imaginación, si quiere hacer un uso racional de los contra-ve- nenos, y dirigir su administración con alguna certidumbre. «Debe ademas saber, antes de administrar- los, el estado en que se encuentra el paciente; indagar si existen enfermedades del tubo diges- tivo ó de las visceras contenidas en las cavida- des esplánicas; si hace mucho que ha comido, y si encierra todavía el estómaíío alguna canti- dad de materias alimenticias. El estado de ple- nitud de este órgano es una circunstancia que se opone hasta cierto punto á la acción inme- diata de los venenos, y asi se esplica algunas veces la diferente gravedad de los accidentes acaecidos en un número dado de personas en- venenadas por sustancias deletéreas mezcladas con sus alimentos. Deberá, en fin, tenerse en cuento la constitución del sugeto ,'el clima el - hábito y las condiciones morales en que se'en- DEL ENVENENAS cucnlre. Pero lo que ha de llamar especialmen- te la atención del médico son las enfermedades anteriores las que muchas veces esplican los fenómenos insólitos que vienen á agregarse á los que pertenecen al envenenamiento y á alte- rar su fisonomía. «Presentaremos aqui una lista de los contra- venenos mas usados, reservándonos entrar en raas pormenores, para cuando hagamos la his- toria de cada envenenamiento en particular. Relación de los principales contra-venenos. «Ácidos; sulfato de añil.—Magnesia calcina- da, creta y ojos de cangrejos: onza y media para dos cuartillos de agua; agua de jabón co- mun ó medicinal. «Álcalis. — Oxicrato; agua acidulada con cualquier ácido, esceptuando los venenosos. «Barita y sales solubles.—Sulfato de potasa, de sosa, de magnesia; aguas minerales de Sed- litz y de Epsom; y las aguas de pozo ó fuente que no sirvan para cocer las legumbres. «Álcalis vegetales.—Cocimiento de nuez de agalla dilalada enagua, y el de quina. «Acido arsenioso.—Tritoxidode hierro hidra- tado ó subearbonalo de hierro á altas dosis; una mezcla de partes iguales de agua de cal y azucarada; aguas minerales sulfurosas. «Sales de mercurio, sublimado y otras.—Cla- ra de huevo; gluten combinado con el jabón negro; cocimiento de quina y de nuez de aga- lla; leche; hígado de azufre. «Sales de cobre.— Agua albuminosa; gluten combinado con el jabón negro (gluten de Tad- dey); leche; azúcar, y cocimiento de nuez de agallas. «Sales de antimonio, emético.—Cocimiento de quina, de nuez de agallas, de corteza de ro- ble, y aguas minerales sulfurosas. «Salesde zinc, sulfato y sales solubles.—^Bi- carbonato de sosa en disolución; leche. «Salesde estaño, hidroclorato.—Leche; coci- miento de nuez de agallas; bicarbonato de sosa. «Sales de plomo, acetato, estrado de Satur- no.—Sulfato de sosa y de potasa; aguas de Sedlitz, de Epsom; agua albuminosa; gluten de Taddey. «Sales de plata, piedra infernal.—Sal comun en disolución; agua de pozo. «Nitrato de potasa (sal de nitro).—Las mis- mas preparaciones que para el arsénico, es- ceptuando el agua de cal. »67oro líquido y cloruros alcalinos.—Agua albuminosa. «Opio.—Infusión de café; vinagre; zumo de limón; crémor de tártaro. «Acido prúsico.—Cloro; agua amoniacal; ca- fé; esencia de trementina (tres ó cuatro cu- charadas cada media hora en una infusión de café). . nAcido hidro-sulfúrico.—Cloro líquido. «Hongos.—Éter sulfúrico; sal comun. «Cantáridas.—Alcanfor. IENTO EN GENERAL. 347 «Vidrio y porcelana.—Ingestión de legum- bres en abundancia. «111.a iNoiCACiON.-iYeufra/ízacíon dinámica.- Damos este nombre empleado por el doctor No- vati, á la parte del tratamiento que consiste en combatir, portes medios apropiados, los efectos dinámicos que resultan de la introduc- ción de los venenos en toda la economía. Cual- quiera que sea la época en que se halle el en- venenamiento , se debe recurrir á los neutra- lizantes químicos y á los eméticos, procurando en seguida pasar á la neutralización dinámica. Mientras no ha penetrado el veneno en la eco- nomía, la única acción que existe es la local; pero este tiempo es bastante corto. Una vez mezclada ya la molécula venenosa con la san- gre y los demás líquidos en circulación, cada órgano manifiesta su padecimiento según el modo como ha sido impresionado por el agente deletéreo, ó en otros términos, hay intoxica- ción, es decir, un estado morboso caracteriza- do por ciertos grupos de síntomas propios de cada veneno. Todo el arle del médico consiste en buscar un tratamiento, que haga cesar los efectos morbosos que ha provocado el agente deletéreo. Satisface, por ejemplo, la primera y segunda indicación, procurando espeler ó neutralizar el vitriolo verde ó sulfato de cobre, suponiendo que sea este el agente del envene- namiento, y llena la tercera reanimando las fuerzas abatidas, prescribiendo algunos tóni- cos, etc. Ya se deja conocer que en este caso debe la terapéutica suministrar datos preciosos, puesto que á ella sola pertenece el estudio de los efectos fisiológicos de los medicamentos, estudio que es inseparable, como ya hemos dicho, de la historia de los efectos tóxicos de la misma sustancia. Aqui es donde mas clara- mente resaltan las íntimas afinidades que unen la terapéutica, la patologia interna y la medi- cina legal. Esta última ciencia ha recurrido á los esperimentos hechos en los animales, para asegurarse de los efectos de los venenos. ¿No es igualmente por esta via, y por una observa- ción atenta de los medicamentos en el hombre enfermo, por donde llega el terapéutico á des- cubrir las virtudes de los remedios? «Nada podemos decir en general sobre el tratamiento de los efectos dinámicos de los ve- nenos, que espondremos al trazar la historia de cada uno de ellos en particular. Una obser- vación importante han hecho los médicos que han tenido ocasión de presenciar muchos enve- nenamientos, y es, que en ciertos casos hay una debilidad general muy pronunciada, mien- Iras que en otros por el contrario, parece que existe un aumento de actividad en los órganos y que están exageradas todas las funciones. Que se usen las palabras hipostenia ó hiperes- lenia, ó las de astenia ó estenia, para significar estos dos estados, haciéndolos servir de base á una doctrina á la cual se sometan en seguida todos los hechos que se presenten, poco nos interesa: basta que en cierto número de casos 318 DEL ENVENENAMIENTO EN CKNEKVI sucedan asi las cosas, para que se deban intro- ducir modificaciones en la terapéutica del ter- cer periodo del envenenamiento, ora procu- rando disminuir la citada sobreactividad fun- cional, ora reanimando las fuerzas abatidas. »1V.' indicación.—Añadiremos, para termi- nar estas generalidades, que no basta en un envenenamiento haber satisfecho las tres gran- des indicaciones que acabamos de esponer, pues hav otra que debe llenarse para asegurar la curación, y que consiste eu combatir la reacción que sobreviene después de los efectos primitivos, localesógenerales,del veneno. Pon- dremos un ejemplo, para que pueda compren- derse mejor nuestra idea. Una persona se en- venena con el sublimado corrosivo; se leda ante todo un emético para espeler la sal mer- curial que puede hallarse todavía en el estó- mago, y se le administra en seguida la albú- mina ó la mezcla de Taddey (neutralización química). Sobrevienen la insensibilidad de los miembros y el abatimiento; disminuyen los latidos del corazón haciéndose apenas percep- tibles, y se suprimen las orinas. Supongamos que se encuentre un remedio que haga cesar estos desórdenes; entonces se habrá satisfecho la tercera indicación (neutralizaciondinámica). Pero bien pronto, si el sujeto continúa vivien- do, la flegmasía intensa de la boca, de la fa- ringe y del estómago, da lugar á fenómenos graves, que es preciso remediar por un trata- miento antiflogístico ó por otros medios. Últi- mamente, es indispensable vigilar con aten- ción la convalecencia, que algunas veces es larga, y aun se hace peligrosa por las continuas infracciones que comete el enfermo en el ré- gimen prescrito, ó bien por complicaciones cuyos efectos se desarrollan lenlamente. ARTICULO II. HISTORIA PARTICULAR DE LOS ENVENENAMIENTOS. §. I.—Venenos irritantes. «Según Orfila no debería darse el nombre de venenos irritantes, corrosivos, escaróticos, ó acres, sino á aquellos cuyos efectos proceden de la irritación ó inflamación que determinan en las partes del cuerpo con que se ponen en con- tacto, y que pueden ulteriormente dar lugar á la ulceración, á la perforación y á la forma- ción de escaras; pero hay entre ellos algunos que matan sin dejar casi vestigio alguno de su acción local (Traite de medécine légale, 3.a ed., p. 19;. Los primeros venenos de que vamos á ocuparnos no ofrecen grande interés, y asi los espondremos sucintamente, remitiéndonos á los ácidos en general, tanto respecto de sus sínto- mas como de su tratamiento alcohol, éter y aceite fosforado. >• Estos cuerpos A. Fósforo, producen algunas lesiones y ' síntomas, que no difieren de las que determi- nan los ácidos, de que hablaremos mas adelan- te. Conviene advertir que el fósforo se trasfor- i ma en el tubo digestivo en ácido fosfórico ó hipofosforico, por la absorción del oxígeno con- tenido en el estómago. Weickard ha referido tres egcraplos de muerte, ocasionada por la in- gestión de tres á seis granos de esla sustancia. Orfila cita también un ejemplo notable (Toxi- colog. gen.); Julia Fonlenclle otro caso (Rev. méd., t. lll; 1829), y Martin Solón un tercero (art. fósporo del Diccionario de medicina y cirugía prácticas). Los autores que han habla- do de esta sustancia, dicen que continúa la combustión en el estómago, y que el calórico que se desarrolla contribuye á inflamarlo. Ju- lia Fontenelle recomienda provocar el vómito, y dará beber en seguida agua magnesiana en gran cantidad, para espeler el aire contenido en el estómago y neutralizar los ácidos fosfórico é hipofosforico. lodo. «El iodo se trasforma en ácido hídro-iódico á espensas del hidrógeno del agua ó de los te- jidos, y causa en la mucosa del estómago ul- ceraciones lineares, de un color al principio amarillo rojizo; los pliegues que rodean al pi- loro presentan algunas manchas de un amarillo claro pardusco, y la membrana mucosa está reblandecida en muchos puntos. Devergíe pien- sa que el veneno es absorvido, y que no ejerce solamente una acción local. «En su memoria sobre el envenenamiento por el hidriodato de potasa, señala este autor las alteraciones siguientes : flegmasía del es- tómago; enfisema sub-mucoso; equimosis, y ulceraciones rodeadas de una aureola amarilla. Inyectado en las venas irrita el sistema encé- falo-raquidiano, y provoca convulsiones (Véase Medécine légale, p. 536). «En un caso de envenenamiento voluntario ocasionado por dracma y media de hidriodato iodurado, los síntomas que se observaron fue- ron: desazón, náuseas, una sensación de que- madura en el esófago, y dolores agudos de estómago. Provocóse el vómito y se adminis- traron lavativas, una disolución ae goma ará- biga y una poción anlíespasmódica, y cesaron todos los accidentes (Archives genérales de mé- decine, t. XVI, p. 1278; 1828). Bromo é hidro-bromato de potasa. »El bromo y el hidro-bromato de potasa, ad- ministrados á los perros, inflaman la membra- na mucosa del estómago , la reblandecen v ulceran. El duodeno y el Yevuno aparecen igualmente inflamados. BarthV aconseja en el envenenamiento por el bromo el usa de la magnesia; pero es preferible provocar el vó- mito con el agua tibia. VENENOS IRRITANTES. Ud Cloro. «El cloro líquido nada ofrece de particular relativamente á los efectos que determina en la economía. Solo escita en los animales en quie- nes se ha esperiraentado, vómitos repetidos y un estado de abatimiento cada vez mas pronun- ciado. Devergie propone como antídoto el agua albuminosa en gran cantidad: el cloro se com- bina fácilmente con la albúmina, y forma una materia blanca, grumosa é insoluble, que se espele en seguida por el vómito. B. Envenenamiento por los ácidos. «Los efectos de los ácidos difieren mucho según su naturaleza, su grado de concentra- ción y sus cantidades. Unos son muy enérgicos y destruven los tejidos casi al instante que se ponen en contacto con ellos (ácido sulfúrico, nítrico); y otros tienen una acción mas débil, como son en general los ácidos vegetales. Los que vamos á examinar mas especialmente son los ácidos sulfúrico, nítrico, nitroso, hidro- clórico, fosfórico, oxálico, tartárico, cítrico, acético y el agua regia. «Síntomas.—Como los efectos de los ácidos en la economía animal son con poca diferencia idénticos, nos evitaremos repeticiones espo- niendo con algunos pormenores los síntomas que les son comunes. En el momento de la in- troducción del ácido esperimenta el enfermo una sensación de quemadura en la lengua, en la faringe y en el trayecto del esófago; se for- man manchas blancas en los labios, el mentón, la cara, los dedos, y la boca loma un colorse- mejante; sobrevienen dolores atroces en el es- tómago y en todo el vientre; la menor presión en este punto es insoportable; las bebidas son devueltas inmediatamente aun dadas en corta cantidad; el pulso es apenas perceptible; se descompone la fisonomía y toma un aspecto horrible; los miembros se enfrían y se cubren de un sudor viscoso; el enfermo da gritos es- pantosos; pide la muerte ó que se le alivie de sus padecimientos; se revuelca en la cama; le es imposible guardar un solo instante una mis- ma postura, y muere por último conservando íntegra su inteligencia. «Tales son los síntomas que se observan cuando el veneno mata en algunas horas, cor- royendo las membranas del estomago y de los intestinos: la reacción de los tejidos contra el agente deletéreo apenas ha tenido tiempo de verificarse, y los principales fenómenos de que acabamos de hablar son los que hemos desig- nado con el nombre de efectos físico-químicos de los venenos. Hay ademas otros, que nos resta esponer, y que resultan de la reacción de tos partes primitivamente afectadas, ó que solo han recibido una influencia sintomática. Tales ^on: sensación de caloren todo lo largo del tubo digestivo; náuseas, vómitos de materia- les que entran en efervescencia en el suelo; sed viva; dolores estremados durante la deglu- ción ; á veces disfagia completa; rubicundez, exudación sanguinolenta de la mucosa bucal y faríngea; sensibilidad de la región epigástrica y de todo el abdomen; ardor y dislaceracion en los intestinos; los enfermes se descubren el vientre no pudiendo soportar el pesó de las sá- banas ni de la camisa; estreñimiento, deposi- ciones raras y sanguinolentas; dificultad de respirar, ansiedad, á veces tos fatigosa; alte- ración de la voz, que está muy apagada; pulso irregular, pequeño y frecuente al principio, pero que se hace en seguida mas fuerte y duro; la fisonomía se altera cada vez mas, se frunce y espresa crueles padecimientos; fluyen de la boca mucosidades viscosas y sanguinolentos; se enfria la piel; las orinas son escasas; los movi- mientos de las estremidades casi continuos y convulsivos ; la inteligencia permanece sana, hasta que sobreviene al fin el delirio ó el coma. «En la esposicion de los síntcmas trazada por Devergie con mano maestra, distingue este autor tres grupos principales: el primero com- prende los síntomas que determina la acción química del veneno en los tejidos con que se halla en contacto; el segundo se compone de los fenómenos reaccionarios que se presentan mas larde, y en el tercero coloca los cases en que son menos intenses los síntcmas: esta úl- tima división nos parece inútil y poco fundada (06. cit.,n. 548). «La consideración mas importante á nuestro modo de ver, estriba en el estudio de les efec- tos inmediatos ó mediatos del envenenamiento. Cuando se han temado los ácidos en mucha abundancia y en un alto grado de concentra- ción , y no ha habido nada que se haya opuesto á su acción, se encontrarán especialmente las lesiones locales que resultan de la acción cor- rosiva del veneno; las cuales predominan en- tonces, porque no ba tenido tiempo de estable- cerse la reacción de los órganos, habiéndole verificado la muerte antes de su desarrollo. «Alteraciones patológicas.—Se encuentran las siguientes: manchas de color variable, blan- cas, amarillas ó pardas, en la piel de los dedos, en el contorno de Ja beca y tn los labios; esca- ras en todas estas parles,"cerno también en la lengua, en la faringe y en la campanilla; la membrana mucosa se presenta encogida, roja, muy inflamada ó destruida, y se cae á pedazos; se observan en varios puntos equimosis espar- cidos, formados por la sangre estravasada en el tejido sub-mucoso; la membrana interna y la muscular del tubo digestivo están muchas ve- ces corroídas, viéndose desnuda esta última y en ocasiones destruida per úlceras, que pueden interesar la serosa, en cuyo caso resultan ulce- raciones de bordes negiuzcos y mas ó menos desiguales; hay por lo cemun una inyección ge- neral de teda la mucosa del conducto alimenti- cio, cuya cavidad está llena de materias líquidas, amarillentas y mezcladas consaDgre negra; el O VENF.NOS inillTANTE?. estómago y el recto están con frecuencia rojos y muy inflamados, mientras que las partes in- termedias no presentan alteraciones muy nota- bles; circunstancia que se esplica muy bien por la rapidez con que atraviesa el veneno los intestinos delgados y gruesos. «Tratamiento.—Tres son las indicaciones que hav que satisfacer: 1.* neutralizar el áci- do; 1'} combatir los efectos dinámicos, y 3.a dirigir convenientemente la convalecencia, 3ue es larga é interrumpida por una multitud e accidentes (Alf. Devergie, art. cit.). En este caso es peligroso emplear los eméticos, porque las enérgicas contracciones que determinan en el estómago, podrían dislacerarsus membranas; y por consiguiente deberá administrarse desde luego el contra-veneno, que consiste en la magnesia ó el sub-carbonato de esta sustancia, mezclado con una cantidad considerable de agua. También puede servir para este objeto el agua de jabón concentrada (tres dracmas por cada media azumbre): las lavativas de agua simple ó emolientes son asimismo de mucha utilidad. »Cuando ya no puedan esperarse raas efectos del contra-veneno, conviene apresurarse á prevenir los accidentes, que no tardan en desar- rollarse. Se darán bebidas frias mucilaginosas, si sobrevienen vómitos pertinaces, y será útil ue tomen los enfermos líquidos helados ó pe- azos de nieve. El opio nos parece también ha- llarse perfectamente indicado en estas circuns- tancias, sobre todo cuando se tema la inminen- cia de perforaciones, que no dejaría de favore- cer la contracción incesante del estómago. No es bueno apresurarse, corao se hace rauy á me- nudo, á cubrir al enfermo de sanguijuelas y á practicar una ó raas sanarías. Es preciso esperar á que se haya disipado el primer mo- mento de estupor que se apodera de la econo- mía, y entonces nos podremos oponer con mas probabilidades de buen éxito al desarrollo de la inflamación. Útil es sin duda contener la reacción en sus justos límites, y prevenirla cuanto sea posible; pero no debe aniquilarse al enfermo estrayéndole una cantidad demasiado considerable de sangre. Establecido ya el perío- do de reacción se aplicará sobre el epigastrio un número bastante crecido de sanguijuelas, procurando dejar que corra la sangre; y si so- breviene tumefacción de la faringe y del esófa- go en términos de dificultar la deglución, se pondrán también al cuello y á los ángulos de las mandíbulas. Del mismo modo, ó por medios análogos, se combatirán los accidentes inflama- torios, á medida que se vayan desarrollando en otros órganos. Si la deglución fuera imposible, se puede introducir una sonda en el esófago; pero este medio no deja de ser peligroso, porque aumenta la inflamación, yes fácil que el instru- mento desgarre ó perfore fas membranas reblan- decidas. A veces sobrevienen otros muchos ac- cidentes, que es difícil prever, y que recla- man un tratamiento cuyas bases son variables: ora se observa una flegmasía de la lengua; ora una peritonitis con perforación ó sin ella, una hemorragia, una meningitis aguda, una coli- tis rebelde, etc. «La acción mortal de los venenos ácidos, co- rao la de todos los demás, puededependerde las lesiones locales, ó de los efectos generales que provocan después de introducidos en el torrente circulatorio. Las primeras son la mortificación, el reblandecimiento, la perforación y la fleg- masía de las membranas del tubo digestivo; cuyas alteraciones esceden en gravedad á los síntomas generales. Se ha querido limitar los efectos de los venenos ácidos á la estimulación, y su tratamiento al uso de los antiflogísticos; pero esta es una opinión exagerada y que no puede aceptarse en todos los casos, aunque es reciso no caer en el estremo opuesto, prescri- iendo tan solo los estimulantes. «La acción corrosiva y deletérea de un ve- neno se opone muchas veces á que sea reab- sorvido; y asi no es raro que sean los síntomas locales los únicos que se observen, ó por lo menos que predominen sobre los fenómenos generales. En tales casos la sustancia no hace en cierto modo otra cosa que corroer y caute- rizar los tejidos, que pierden con esto la pro- piedad absorvente. «Aunque hayan cedido los síntomas inflama- torios, no por eso deben creerse vencidas todas las dificultades del tratamiento. ¡Cuántas pre- cauciones de toda especie, y qué régimen tan severo no deberá guardar un sugeto, cuyo tubo intestinal se halla afectado de una inflamación franca y sobre-aguda, y que conserva por mucho tiempo una irritabilidad estremada, siempre dispuesta á pasar otra vez al estado agudo! Hará uso de las bebidas mucilaginosas, mucoso-azucaradas y lácteas; podrá tomar gra- dualmente caldos de pollo y de ternera, pana- telas preparadas con harinas de trigo ó de ave- na ó con otras sustancias, y hasta que pase mucho tiempo no se le permitirán sopas de pan, legumbres y carnes. La menor infracción de este régimen va seguida de dolores agudos de estómago, de cólicos, de sed, de pérdida del apetito y de vómitos; el movimiento febril vuelve á manifestarse, la piel se pone seca,etc.; la gastritis ó gastro-enteritis se reanima, yes preciso combatirla, si no con igual vigor, al menos del mismo modo que en los primeros días. La inflamación del estómago es á veces tan violenta, que no puede soportar esta vis- cera ni aun bebidas que contengan algún prin- cipio nutritivo; las cuales se deben prescribir entonces en forma de lavativas, para sostener las fuerzas del enfermo, que de lo contrario perecería de consunción. «Acido sulfúrico (aceite de vitriolo del co- mercio).—Sus efectos corrosivos esceden en intensión á los de los demás ácidos, á escep- cion del ácido nítrico. «Alteraciones patológicas. — La membrana mucosa de la boca y de los labios se halla cu- VENENOS IRRITANTES. 3S1 bierta de manchas de un color pardo; hay vesi- cación y cauterización de la faringe; rubicun- dez y tumefacción de estas parles y del esófa- go; la mucosa estomacal aparece negra y re- ducida á papilla en ciertos puntos, hallándose en otros roja, corroída, y ofreciendo ulceracio- nes ó perforaciones completas, con bordes des- iguales ó redondeados, de un color negro; en los demás sitios está reblandecida , se despren- de fácilmente y deja descubiertas las fibras de la túnica muscular. Por último, no siempre li- mita el líquido corrosivo sus estragos al estó- mago; pues se han encontrado á veces el duo- deno, y sobre todo el principio de los intesti- nos delgados, de un color negro y destruida en parte su membrana mucosa. Este color y la blandura de las escaras, son lesiones bastante características del envenenamiento por la sus- tancia que nos ocupa; sin embargo, se obser- van también en ciertos casos manchas blanque- cinas. El peritoneo encierra un líquido sero- sanguinolento, aunque no haya perforación , y los vasos se presentan inyectados. «En un caso de envenenamiento recogido por el doctor Carus, y que recayó en una mu- ger embarazada de todo tiempo, que habia tomado voluntariamente el ácido sulfúrico, se encontró esta sustancia en la cavidad de las pleuras y del peritoneo, en el corazón, en la vejiga y "aun en el agua del amnios (estr. de Gemeins: Deutsche Zeitschr.,etc, 1.11; 1827; y Arch. gen. de méd., t. XVIII; 1828). «Síntomas.—Véase Ácidos en general. «Acción sobre la economía.—Están divididas las opiniones sobre los efectos generales de esle ácido. Unos sostienen con Basori y Tomma- sini, que «el ácido sulfúrico es una'sustancia hípostcnizanle de primer orden, y que no mata sino disminuvendo considerablemente y ago- lando la vilaíidad del organismo.» La hiposte- nia se comprueba por la palidez del rostro, el enfriamiento de la estremidades, los sudores frios, la debilidad, los síncopes y el estado miserable del pulso, etc. Otros por el contrario dicen, que el veneno produce una reacción muy fuerte, y que si no se manifiesta siempre, es porque se hallan oprimidas las fuerzas. «Tratamiento.—De estas dos opiniones con • trarias debe resultar un tratamiento completa- mente opuesto: unos estimulan por medio de los éteres, de los alcohólicos, del amoniaco,, y de los opiados; administran pociones prepara- das con la morfina ó lavativas con el vino ca- liente, y dan fricciones en todo el cuerpo con el alcohol á esta misma temperatura. Otros proscriben este tratamiento, y quieren que sin debilitar al enfermo, se combata con emisiones sanguíneas locales la inflamación que se desar- rolla en los órganos que han sufrido el contacto del veneno, y cuyos efectos no tardan en sen- tirse en toda la economía. Por nuestra parte dárnosla preferencia á este último tratamiento, porque lo hemos esperimentado, y porque nos parece temerario introducir en ef estómago las sustancias escilantes que quedan indicadas. Sin embargo, el opio merece que hagamos una escepcion á su favor. En lodos les casos se debe, antes de administrar otros remedios, neutrali- zar el veneno con el agua cargada de magne- sia, ó con una disolución de jabón (véanse al- gunos casos particulares en Journal de mide- cine de Sedillot; Archives genérales de médecine, t. V, p. 5, y t. XIII; 1827; Gazette des hópi- taux, 1839; Gazette medícale, p. 180,1838, etc.). «Azul de composición (sulfato de añil).—Su acción es la misma que la del precedente. Se presentan manchas azules en tos labios y el mentón; la membrana mucosa se halla teñida en algunos punios de un color verde ó amari- llento, y á veces han presentado las orinas un tinte azul muy pronunciado (Übservalion d'cm- poisonnement par le bleu dissous dans Tacide sulfurique norUeshndcs, Nouv.biblioth. medie., mayo; 1825). «Acido nítrico (agua fuerte).—El envenena- miento por este ácido es bastante frecuente, y se ha estudiado cuidadosamente por Tartr.i, quien ha hecho de él una buena descripción (Sur Tempoissonement par Tacide nitrique, etc.). «Alteraciones patológicas.—Manchas amari- llas, cetrinas ó anaranjadas en el mentón, los labios, los dientes, las manos y las uñas, que tratadas por la potasa se vuelven de un color rojo muy hermoso. La membrana interna de la laringe y del esófago presema un reblandeci- miento gelatinoso y chapas blanquecinas ó ce- trinas; el estómago ha perdido su cohesión en muchos punios; contiene gran cantidad de materia amarilla verdosa, que se encuentra igualmente en el duodeno y en el intestino ye- yuno, y que procede de la" desccmposicion*de ía bilis"en el tubo digestivo. El duodeno, y á veces todo el intestino delgado, se hallan alte- rados del mismo modo. «Síntomas (los mismos que los del envena- miento por los ácidos).—Fourcroy habla de una erupción pustulosa, semejante á la de las viruelas, y Dcsgranges ha encontrado una erup- ción miliar; pero estos accidentes no tienen una relación directa con los electos de este áci- do, ni tampoco son constantes. «Acido nitroso.—Véase Acido nítrico. «Acido uidroclórico.—Se desprenden por Ja boca y por las narices poco tiempo después de su introducción, unos vapores blancos, espesos y picantes, y sobrevienen vómitos de materias de un color gris verdoso, convulsiones de los músculos del raquis y opistotonos. La inyección del cerebro y el derrame de serosidad' en les ventrículos esplican hasta cierto punto estos síntomas. «El agua regia (combinación de Jos ácidos nítrico é hidroclórico, agua, cloro y ácido ni- troso) produce los mismos efectos y exige el mismo tratamiento que los ácidos en'general. «Ácidos fosfórico é uifofosfórico.-Véase Aci- dos en general. «Acido oxálico.—A Iteraciones.— Sangre es- 3IÍ2 NF.NT.N0> IRIUTANTIS. travasada en ol estómago, coloración roja y re- blandecimiento gelatinoso de la membrana in- terna y deraas túnicas, hallándose la primera destruida en muchos puntos. Christíson y Coin- det consideran la erosión y el estado gelatinoso trasparente, como los dos"caracteres anatómi- cos de este envenenamiento (Memoria sobre el envenenamiento por el ácido oxálico, por Chris- tíson vCoindet, Arch. génér. de méd., t. I, p. 57Í; 1823; y t. II, p. 271). Orfila añade, que si la acción del veneno ha sido débil, ofre- ce el pulmón manchas de un color rojo vivo. La sangre se acumula en las cavidades del co-r- razón cuando precede el coma á la muerte. «Síntomas.—Coindet y Christíson han he- cho algunos esperimentos que les inducen á admitir, que cuando este ácido se halla con- centrado, corroe el estómago y produce la muer- te por afección simpática def sistema nervioso; no sucediendo lo mismo cuando está dilatado en agua, pues entonces se absorve y obra con mas energía. La influencia que ejerce en este caso sobre los demás órganos es de naturaleza debilitante, y no procede como anteriormente de la irritación simpática trasmitida por el es- tómago, sino de la acción directa que el vene- no ejerce sobre la médula espinal, el cerebro, y consecutivamente sobre los pulmones y el corazón. «La causa inmediata de la muerte es algunas veees una parálisis del corazón, otras una asfixia, ó bien estos dos accidentes reuni- dos» (mera. cit.). «Los síntomas que corresponden al primer grado, cuando es considerable la cantidad de veneno, son los siguientes: dolor agudo en la garganta y en el epigastrio; vómitos de mate- rias sanguinolentas; disnea intermitente; pulso pequeño, inperceptible; abatimiento, y muer- te en un estado de debilidad estreraada. Cuando está muy dilatado en agua y es absorvido en gran cantidad, varían los síntomas, presentán- dose debilidad de los latidos del corazón, pa-r rálisís de esto órgano, congestión sanguínea en sus cavidades, un enfriamiento estremado, accesos tetánicos que ocupan especialmente el tórax, estado comatoso y narcotismo. «Tratamiento.—Los síntomas que resultan de la acción local del veneno son los mismos que provocan los agentes corrosivos; pero los gene- rales son de una naturaleza muy diferente, y re- velan el estado de estupor muy pronunciado en que se hallan el sistema nervioso y los órganos contráctiles. Por lo tanto le ha considerado mas de un autor como un contra-estimulante, com- batiendo sus efectos por medio de los escitan- tes. Sea como quiera, se administrará al prin- cipio la magnesia calcinada, y una vez neu- tralizados sus efectos físico-químicos, deberá dirigirse el tratamiento contra los efectos ge- nerales. Se procurará reanimar las fuerzas, es- timulando la superficie cutánea por medio de fricciones aromáticas y escitantes. Tal fue poco mas ó menos el tratamiento que se siguió en un caso de envenenamiento referido en la Revue médicalerl. III; 1S28). Se introdujo ante todo la sonda gástrica; se inyectó el ngua de cal; so administró en seguida" una poción calmante, y se produjo una estimulación rauv enérgica en toda la periferia cutánea por medio de friccio- nes calientes. «Las pocionos etéreas y alcoholizadas se han empleado con buen éxito para reanimarlas fuer- zas abatidas; pero nosotros, sin proscribir ota práctica, creemos que deben usarse con muchas precauciones. En un caso referido por la Ga- zette des hópitaux (n. 8, t. 1; 1839) se admi- nistró inmediatamente el carbonato de cal y el aceite de ricino. La joven que fue objeto de esta observación, habia tomado media onzadela sus- tancia venenosa, y recobró la salud (hospita- les de Londres). «Oxvlato acido de potas v (sal de acederas).— El Journal de médecine de Burdeos y la mayor parte de los periódicos consagrados á la medi- cina, han publicado la observación de un enve- nenamiento causado por esto sal, en una muger que la tomaba para retirársela leche, y que murió después de la tercera dosis (una cucha- rada de las de cafó cada mañana). Vómitos de materias negras y sanguinolentas, dolor epi- gástrico, delirio, fueron los síntomas que se manifestaron. Este hecho, recogido por Magon- ty, farmacéutico de Burdeos, es incompleto, y no da bastante noticia de los efectos y lesiones que provoca esta sustancia (véase Gazette des hópitaux, n. 69, p. 274 ; Journ. des conn. me- die-prat., p. 314; 1829). «Ácidos tartárico, cítrico (véase Ácidos en ge- neral). Pueden darse en gran cantidad sin in- conveniente (Christíson; A treatise on poison, en 8.°, 2.» edic, p. 201; 1832). «Acido acético (vinagre radical).—Orfila ha establecido por medio de esperimentos, en la memoria que ha publicado sobre el envenena- miento por este ácido (Ann. d'hyg. et de méd. lég., t. VI, p. 159; 1831), que es un veneno enérgico, que inflama y reblandece las mem- branas del estómago, v provoca una exudación sanguinolenta y un color negro, que tiene bas- tante analogía con el que determina el ácido sulfúrico, y que parece depender de la acción química que ejerce sóbrela sangre. Por últi- mo , añade Orfila que el vinagre ordinario á la dosis de cuatro á cinco onzas produciría en el hombre graves accidentes y aun la muerte. «Tratamiento.—Se procurará espelerlo pro- moviendo el vómito con agua tibia, la cual dis- minuye de paso la acción del veneno, pasando en seguida a neutralizarlo con la magnesia ó el sub-carbonato de cal. «Envenenamiento por los álcalis y sus com- puestos.—Los síntomas no difieren de los que hemos dado á conocer al tratar de los ácidos, esceptuando un sabor acre, cáustico y urinoso' que esperimenta la persona envenenada. «Potasa.—Beblandecimiento de los tejidos, de la membrana mucosa bucal, v en particu- lar de la de la faringe; perforación pronta del VENENOS IRRITANTES. 353 estómago: la sangre adquiere mayor fluidez. «Síntomas.—Según los esperimentos que se han practicado en los animales v los hechos consignados en las obras señala Devergie á este envenenamiento los síntomas siguientes: «Vómitos de materiales que no entran en efer- vescencia en el suelo, que son por el contrarío grasos y jabonosos al tacto, y que ponen verde el jarabe de violetas; espulsion reiterada por la boca de materias mezcladas con estrias san- guíneas y aun á veces con sangre en bastante cantidad, y evacuaciones alvinas sanguino- lentas» (ob. cit.). «Tratamiento. Deberá administrarse una mezcla de agua y vinagre (una tercera ó cuar- ta parte de este último) cuyo sabor ácido sea muy pronunciado, ó zumo de limón, y mas adelante se dará una poción oleosa preparada con el aceite de almendras dulces, que alivia mucho á los enfermos (Chéreau, Journ. de pharm., p. 355, t. IX). «Cloruro de potasa.—Véase Ácidos en ge- neral. «Sosa.—Véase idem. «Cal.—ídem. »Hig\do de azufre (quintí-sulfuro de pota- sio).—Esta composición química forma parte del agua de Bareges, del jarabe de Chaussier, y sirve para preparar los baños sulfurosos arti- ficiales. No es raro el envenenamiento por esta sustancia. »Sintomas.—Olor á huevos podridos, que se exhala por la boca y las ventanas de la na- riz; calor ardiente en la garganta y en el esto- mago; vómitos de materias amarillas, verdo- sas y de cuajarones cetrinos; deposiciones de igual naturaleza poco mas ó menos; dislagia; convulsiones tónicas ó clónicas, y estado co- matoso. «Lesiones.—Bubicundcz general en la mem- brana mucosa, que se halla ademas cubierta de una capa de azufre de un amarillo verdoso; coloración del estomago de un verde subido, y chapas de un blanco amarillento; rubicun- dez de la cara interna de la túnica muscular de este órgano, mientras que la esterna apare- ce verdosa, y equimosis entre sus dos mem- branas internas. A veces no se encuentra en el estómago depósito alguno de azufre, y la mu- cosa puede hallarse simplemente ulcerada. Los pulmones son poco crepitantes, y están infar- tados de sangre; el ventrículo izquierdo con- tiene también mucha sangre de color negro. «Acción sobre la economía.—El hígado de azufre puede matar inmediatamente por su ac- ción corrosiva , sin que dependa la muerte del desprendimiento del hidrógeno sulfurado. Su- cede esto último cuando contiene el estómago ácidos libres, viéndose entonces sobrevenir to- dos los síntomas propios de tal envenenamien- to. Cuando la cantidad de estos ácidos es de- masiado pequeña para hacer que se descom- ponga el sulfuro, se verifica la muerte al cabo de veinticuatro á treinta y seis horas. Chantou- TOMO IX. relie en la memoria que ha publicado sobre la acción de los sulfurosde potasa y de sosa, cree que puede el desprendimiento del ácido hidro-sulfúrico ocasionar la asfixia y la muer- te, antes que se desarrolle lesión alguna en I el estómago (Arch. gen. de Méd., t. XVI, p. 611; 1828). »Se combate este envenenamiento haciendo vomitar por medio de grandes cantidades de agua tibia, y dando una cucharada de cloro líquido por cada vaso de agua (Alph. Dever- gie, ob. cit., p. 658). Los ácidos serian en este caso rauy peligrosos, porque aislarían el ácido hidro-sulfúrico. «Nitrato de potasa (sal de nitro).—Para que obrase como veneno, seria preciso tomarlo en estado sólido ó en una disolución concentrada. Entonces resulto una inflamación bastante viva de las membranas del tubo intestinal, pérdida de la inteligencia y de la palabra, v parálisis de los miembros, que persiste aun después de la desaparición de los demás accidentes (Arch. gen. de méd., t. II, p. 527; 1823). Esta sus- tancia no se absorve cuando se la aplica úni- camente sobre el tejido celular. El tratamiento consiste en provocar el vómito: no se conoce ningún antídoto. ¿Sulfato de alumina y de potasa (alumbre).- Orfila ha deducido de sus observaciones pro- pias, que el alumbre calcinado, tomado á la do- sis de muchas dracmas al dia disuelto en agua, no puede acarrear ningún accidente funesto, y que se necesita en el hombre una dosis mucho mas considerable que en los animales, para pro- vocar la flogosis del tubo digestivo y la irrita- ción simpática del sistema nervioso" (Rapports et experiences sur les effets de Talun; en Anna- les d'hyg. et de méd. leg., t. I, p. 235; 1829). Habiendo repetido Devergie los esperimentos de Orfila, obtuvo consecuencias contrarias á las de este, y dice «que el alumbre, aun á dosis iguales, obra con mayor energía en el hombre, pues que su estómago se halla dotado de mucha raas sensibilidad y tiene simpatías mas activas que el de los perros» (ob. cit., pá- gina 658). «Barita y sus compuestos.—Las sales de que se hace uso son el hidroclorato y el carbonato de barita, ambas rauy venenosas especialmen- te la primera. Obran como irritantes sobre los tejidos; pero dirigen principalmente su acción al sistema nervioso. Sus síntomas son: sabor acre y cáustico (barita), muy picante (hidro- clorato de barita); sensación de un calor que- mante en todo el trayecto recorrido por el ve- neno; dolores violentos en el epigastrio; náu- seas, vómitos, deyecciones alvinas; sacudidas convulsivas clónicas en el tronco y en los miem- bros; espuma en la boca; delirio, postración y muerte. «El hidroclorato de barita es una sal cstre- raadaraente venenosa, que ejerce una acción local corrosiva rauy intensa y otra general. Graelin dice que esta sustancia produce una 45 3oí irritación muy viva , y ejerce su acción en el cerebro, la raédula espinal y los músculos de la vida esterior, los cuales pierden su facultad contráctil en cuanto cesa la vida (Christíson, ob. cit., p. 510). ^Tratamiento.—Crawford ha propuesto los sulfatos de potasa, de sosa ó de magnesia, co- rao contra-venenos que dan lugar á un sul- fato completamente inerte (3 dracmas en me- dia azumbre de agua). Chaussier (Contre poi- sons, etc., ob. cit., p. 48) y Devergie reco- miendan igualmente estas safes alcalinas. Tam- bién puede darse el agua de pozo, procurando en todos los casos espulsar por medio del vó- mito el producto de la neutralización química. «Amoniaco liquido (álcali volátil); sesqui- carbonato é hidroclorato de amoniaco (sal amo- níaco).—La primera de estas sustancias obra mas enérgicamente que los demás compuestos. Sus efectos son los mismos que provocan los demás álcalis: cauterizan el conducto esofági- co, el estómago y la boca. El amoniaco líquido desprende un vapor que puede inflamar la mucosa nasal y las vias aéreas, ocasionando inmediatamente la muerte. Se han visto acci- dentes de esta naturaleza en personas que ha- bían inspirado una cantidad demasiado consi- derable de amoniaco. «Tratamiento.—Prescribir un vomitivo; des- pués agua en gran cantidad, y escitar de nue- vo el vómito. D. Envenenamiento por las sales metálicas. «Sales de mercurio.—No vamos á ocuparnos aqui de los accidentes tóxicos causados por la introducción en los tejidos del mercurio metá- lico volatilizado (temblor mercurial,salivación, hidrargiria), unido á un cuerpo graso (friccio- nes mercuriales), ó introducido en sustancia: estudiaremos especialmente los efectos produ- cidos por el sublimado corrosivo, el nitrato, el cianuro, el ioduro y el sulfato de mercurio. «Síntomas comunes á estos compuestos.—Sa- bor estíptico y metálico, constricción en la gar- ganta; dolor en la boca, en la faringe, en el estómago y en los intestinos; salivación, á ve- ces dificultad de tragar; náuseas, vómitos de materias mucosas ó sanguinolentas; dolor y tumefacción de vientre, diarrea, deposicio- nes frecuentemente sanguinolentas; hipo; dis- nea; pulso pequeño, frecuento, intermitente y desigual; sed continua; dificultad de orinar; calambres y movimientos convulsivos de la cara ó de los miembros. Importa mucho para el tratamiento, que el raédico esté advertido de las dos acciones diferentes de los prepara- dos mercuriales; una local que no se ejerce sino sobre la parte con que se pone en contacto la sustancia; y otra que se estiende á toda la economía. »Delto-clorüro de merccrjo (sublimado cor- rosivo).—Obra como veneno muy enérgico, cualquiera que sea la via de introducción. Or- VENENOS IRRITANTES. fila cree, que cuando se le aplica á la superfi- cie esterna del cuerpo, los accidentes depen- den de su absorción , de su acción sobre el co- razón v el tubo digestivo, y de la loion sim- pática del cerebro y del sistema nervioso. A consecuencia de este envenenamiento se ha observado la inflamación y lesiones profundas en los ríñones y en la vejiga; de lo cual refiere Christíson (Treatise, etc., p. 191) gran número de ejemplos. El mercurio goza de la propiedad singular, que es también común á otros vene- nos, de inflamar la mucosa del estómago y de los intestinos, aun cuando se haya introducido por otra via (Christíson, ob. cit., p. 350). En la autopsia se encuentra la membrana interna estomacal de un color rojo lívido ó salpicada de negro, á veces con ulceraciones que no lle- gan hasta la túnica muscular; equimosis en los epiploones y á lo largo de las corvaduras del estómago (Briand, Manuel de médecine lé- gale, p. 561, en 8.°; París, 1836). Los pulmo- nes están muchas veces inflamados, compactos y edematosos en ciertos puntos, como lo han comprobado Orfila y Sraith. Según Christíson (p. 350) es indudable que puede desarrollarse una perineumonía después de la aplicación del sublimado corrosivo sobre una herida. Los esperimentos de Gaspard prueban manifiesta- mente la tendencia que tiene el mercurio á es- citar la flegmasía del pulmón (Journal de phi- siologie, t. I, p. 165). Ha encontrado este au- tor, según el tiempo que sobrevivía el animal, manchas equimosadas de un color negro , por- ciones de tejigo celular inflamadas, supuradas, gangrenadas, verdaderos abscesos, y entre estas lesiones algún tejido sano del parenqui- ma del pulmón. La membrana del corazón pre- senta también manchas rojas, negruzcas, ver- daderos equimosis: esta alteración tiene su asiento en los ventrículos ó en las válvulas aurículo-ventrículares; la sangre que consti- tuye los equimosis no está solamente infiltrada en el tejido celular subseroso, sino que pene- tra á cierta profundidad en las fibras carno- sas. Estas sufusiones sanguíneas se encuentran igualmente en el envenenamiento por el ácido arsenioso. Se ha considerado como lesión pa- tognomónica del envenenamiento por el subli- mado, el color gris blanquecino, y el aumento de consistencia de las partes que han sufrido el contacto del veneno. «En resumen, dice Christíson, sus efectos son: inflamación y cor- rosión del estómago, irritación del recto, in- flamación de los pulmones y de las glándulas salivales, y debilidad del corazón y de las fun- ciones encefálicas.» «Síntomas.— Ademas de los desórdenes in- dicados mas arriba de un modo general, hay algunos referidos por los autores como mas propios del deulo-cloruro: sabor insoportable y como cobrizo; inflamación de la garganta, constricción, disfagia, y á veces gangrena de la faringe; vómitos y deyecciones alvinas, con mas frecuencia sanguinolentas que en los de- VENENOS IRRITANTES. 335 mas envenenamientos; supresión de las orinas, erección dolorosa del pene, insensibilidad de alguna parte del cuerpo, como por ejemplo los pies, y disminución de las contracciones del corazón (Devergie, obr. cit.). El tialismo se declara algunas veces con bastante pronti- tud después de la ingestión del veneno. En un caso referido por la Gazette des hópitaux (n. 28, p. 110; 1839), tomado de un periódico inglés [Edinb. medie, and surg. journ., enero 1839), sobrevino la salivación la misma tarde del dia en que se tomó el sublimado. Christíson dice que por lo comun no se observa hasta el se- gundo dia; Anderson sin embargo la ha visto presentarse diez y nueve horas, y Bell siete después de la ingestión. El estupor es á veces muy pronunciado, llegando hasta el coma. Cuando la terminación ha de ser fatal, se ve- rifica comunmente de las veinte á las cuaren- ta y seis horas. «Tratamiento.—Se administra inmediata- mente un vaso de albúmina disuelta en agua (claras de huevo, núm. 14 á 15 en media azumbre de agua), evitando que esta mezcla forme espuma. No tarda en sobrevenir el vó- mito, y debe repetirse cada cinco minutos la misma dosis. «Se ha propuesto también y administrado con buen éxito , una mezcla formada con seis partes de gluten fresco y diez de jabón ne- gro trituradas á la vez en un mortero; de es- te modo se obtiene una mezcla que se hace secar estendiéndola por capas , y después sé reduce á polvo: cuando se quiere usar esta composición se la disuelve en agua. A Tadeo se debe el descubrimiento de este contra-ve- neno, que inspira á veces mucha repugnancia á los enfermos, y del cual ha obtenido su in- ventor escelentes resultados. «Orfila ha hecho gran número de esperi- mentos, de los que resulta que la albúmina es un contra-veneno que descompone inme- diatamente el sublimado. »Devergíe piensa por el contrario, que la albúmina no hace mas que embotar ligera- mente la sal mercurial, y que la yema de hue- vo debe ser mas eficaz bajo este concepto; por cuya razón aconseja mezclarla con agua y administrarla como contra-veneno. A pesar de la opinión de este último médico, creemos debe recomendarse el uso de la clara de hue- vo, recurriendo simultáneamente á los emé- ticos para provocar la espulsion del veneno. Consigúese esto muy bien, titilando la cam- panilla después de la ingestión de una gran cantidad de agua tibia cargada de albúmina. Según Peschier una clara de huevo hace inertes cuatro granos del sublimado (Journal de méd. de Corvisart, t. XXXVHI, p. 77). Cuando no hay albúmina ó gluten puede emplearse la leche, que ha sido recomendada por Milne Edwards y Dumas. El ácido mecó- nico, que tiene mucha tendencia á formar un compuesto insoluble con las sales mercuriales, y particularmente con el deutóxido, seria también un buen antídoto según Peslenkofter (Buch- ner's, Repertor fúr die pharmacie, t. IV, p. 6). «Cuando se trata de combatir los efectos di- námicos procedentes de la absorción de la sal mercurial, se presenta una dificultad ¿con- vendrá insistir con los antiflogísticos y las emi- siones sanguíneas , ó estimular como quieren algunos? Nada se ha decidido todavia sobre este punte de terapéutica: se sabe si el modo de combatir la salivación mercurial (cauteri- zación con el ácido hidroclórico, fricciones con alumbre en las encías), y los medios que se oponen á la caquexia mercurial (qui- na , azufre, zarzaparrilla y sudoríficos, etc.); pero no se posee ninguna regla segura para dirigir la terapéutica del envenenamiento agu- do. Creemos sin embargo, que la quina y el opio hábilmente manejados han de ofrecer al- gunas ventajas. «Bromuro, ioduro, protóxido y deutóxido de mercurio.—Iguales efectos y el mismo tra- tamiento. «Cianuro de mercurio.—Ollivier d'Angers dice en su memoria sobre el envenenamiento por esta sal (Journal de chimie, 1825; Archi- ves de méd., p. 99, t. IX; 1845), que ejerce primero una acción irritante local, aunque dé- bil, que se estiende en seguida á todo el siste- ma cerebro-espinal. Los efectos que resultan de la acción local son: sed, un dolor que mu- chas veces falto, y vómitos de materias san- guinolentas. Los síntomas generales consisten en el tialismo, la disminución de las orinas, la pequenez é irregularidad de pulso, los sínco- pes y las convulsiones generales seguidas de postración. Por último, sobreviene la muerte á consecuencia de la disminución gradual y la cesación completa de los movimientos del co- razón y de la respiración. «Tratamiento.—Los efectos de la albúmina parecen ser nulos en este envenenamiento, y por lo tanto aconseja Ollivier insistir especial- mente en los eméticos. La quina, el opio y el éter se hallan también indicados. «Sulfato y nitrato de mercurio.—Véase Deuto-cloruro de mercurio. «Preparaciones de estaño.—(Óxidos de es- taño).—Véase Sales mercuriales.—Elproto y el deuto-cloruro de eslaño son muy venenosos, de un sabor metálico; determinan náuseas, vómitos de materias blanquecinas, constric- ción en la garganta, cólicos violentos, con- vulsiones y una debilidad general. «Ácido arsenioso.—En este artículo, consa- grado únicamente á la medicina práctica, pa- saremos en silencio las importantes observa- ciones de que es ahora objeto la intoxicación arsenical, siempre que no tengan una relación directa con la patologia propiamente dicha. Tomaremos de los autores que han escrito so- bre este envenenamiento, y particularmente de Christíson y Orfila que han hecho de él un estudio especial, los materiales que necesite- 356 VENENO* irritantes. nios para trazar completamente su histeria. »Alteraciones patológicas.—El estómago y los intestinos son los órganos donde se pre- sentan mas ordinariamente graves alteracio- nes. Siu embargo, los autores que han escri- to sobre el envenenamiento por el ácido arse- nioso, citan algunos casos en que no se ha visto ninguna lesión evidente del estómago. «Orfila establece este hecho en su Medicina legal (p. 167), y refiere que el doctor Missa de Soissons inspeccionó un individuo que ha- bia muerto nueve horas después de la inges- tión de tres dracmas de ácido arsenioso, y no pudo descubrir ningún desorden en el tubo digestivo. Foderé, Chaussier, Etrauller, Be- lloc y Brodie, han sido también testigos de hechos semejantes. «El ácido arsenioso introducido en el estó- mago cuando este encierra una cantidad poco considerable de materias alimenticias, cauteri- za profundamente su membrana interna, y produce otras lesiones bastante variables. La mucosa de la boca, de la lengua y de las me- gillas ofrece á menudo una rubicundez inten- sa. Encuéntrase ademas en el estómago una ó muchas de las alteraciones siguientes: 1.° sim- ple inyección sonrosada lijera, ó coloración ro- ja de heces de vino, de una porción conside- rable de la túnica interna; 2.° manchas de un rojo oscuro, formadas por una combi- nación íntima de la sangre con la membrana mucosa; 3.° equimosis mas ó menos estensos debajo de esto túnica; i.° tinte moreno y re- blandecimiento de la membrana en una por- ción variable. Este reblandecimiento ocupa algunas veces las tres túnicas , constituyendo verdaderas escaras, que es preciso no confun- dir con las manchas oscuras ó equimosis de que acabamos de hablar. También se podria confundir con el reblandecimiento de la mem- brana mucosa del estómago, una exudación pseudo-membranosa ó un moco coagulado que Christíson ha encontrado alguna vez (A trea- tise of poissons. p. 315), y de cuya alteración ha observado también un ejeinplo'Baillie (Mor- vid. anatomy , p. 148}; 5.° eugrosamiento de la mucosa; 6.° ulceración, que se estiende á una profundidad variable, y puede ser pro- ducida por el ácido arsenioso alojado en los pliegues de la membrana, presentándose en ellos bajo la forma de pequeños granos blan- quecinos, incrustados en el espesor de la tú- nica; y 7.° perforaciones, que son muy raras según Christíson. Obsérvanse también en el estómago pequeños puntos brillantes, forma- dos por grasa y albúmina, como lo ha demos- trado Orfila; otras masas pequeñas blanqueci- nas, que son granos de arsénico aplicados so- bre la membrana interna, y una inyección del peritoneo y de los vasos del estomago (Chris- tíson, A treatise ofpoisons, p. 30¿j. »En las demás partes del tubo digestivo se encuentran algunas alteraciones, aunque en grado menor. Es raro que existan en el colon (Chrisiison, obr. cit., p. 308); sin embargo, se le ha visteen ocasiones inflamado junta- mente con el recto, sin que lo estuviese el in- testino delgado. «El sistema circulatorio y la sangre deben examinarse con tanto mas cuidado por los ob- servadores , cuanto que la introducción del veneno en el organismo se verifica manifiesta- mente por esla via. Se ha visto rubicunda la membrana interna del corazón, y debajo de ella se han encontrado pequeños equimosis. A veces la sangre estravasada pendra en el te- jido muscular á una profundidad variable. Los equimosis ocupan la cavidad izquierda, particularmente las válvulas situadas en los orificios del corazón, ó los demás puntos del endocardio venlricular. Esta lesión se en- cuentra igualmente en el envenenamiento por el sublimado corrosivo, por lo cual no puede considerarse de modo alguno como carácter anatómico de la intoxicación arsenical, según habia pretendido Godard. No es fácil decidir si las coloraciones del endocardio son efecto de una alteración cadavérica, ó si se han desarro- llado durante la vida, lista cuestión, que es tan dificil de resolver, como dijimos en otra oca- sión al tratar de las rubicundeces que se en- cuentran en las arterias (Véase Artekitis), y en el centro circulatorio (Véase Cauditis), lo parecerá mucho mas todavia si se tiene en cuenta, queeu el envenenamiento por el ar- sénico está la sangre fluida, no coagulada y llena la cavidad del corazón; circunstancias que son justamente las que favorecen la for- mación de la rubicundez por imbibición ca- davérica. «Novali ha insistido cuidadosamente en las alteraciones que esperimenta la sangre, ha- biéndola encontrado muy negra, líquida, vis- cosa, opaca, sin vestigio alguno de coagu- lación y análoga á la de los coléricos. Seme- jante lesión es en su concepto uno de los mejo- res caracteres del envenenamiento arsenical ( Des caract. de Temp. par Tais.; en Reper- torio delle scienzie medícale del Piemonte, es- tractado en la Gazette medícale, n. 36, t. VI, p. 571, setiembre 1838). «James ha publicado después una memoria, en la que estudia el influjo del ácido arsenio- so en la coagulación de la sangre, obtenien- do los mismos resultados que Ñovati ( Recher- ches de physiologie experiméntale sur Tempoi- sonnement par Tacide arsenieux en la Gazette medícale , n. 20, 18 mayo 1839). Ha compro- bado este autor, que mezclando en un vaso partes iguales de sangre estraída de la vena y de una disolución saturada de ácido arsenio- so, no se separan el coágulo y el suero, y únicamente se forma una masa melosa, que pa- rece hallarse constituida por una multitud de grumos suspendidos en un licor semifluido. Los esperimentos hechos en animales, y el estudio de los casos particulares de envene- namiento, prueban según James, que elefec- VENENOS IRRITANTES. 357 to constante del paso del ácido arsenioso á la sangre, es privar á este líquido de su coagu- labilidad. Abriendo las venas á un animal en- venenado se obtiene una sangre fluida, y en los vasos de las personas que sucumben "á la acción del arsénico no se hallan coágulos, y sí únicamente una especie de papilla difluente. «Magendie ha demostrado, que cuando se hace la sangre incoagulable, es impropia para la circulación, se introduce en las porosidades de los vasos capilares y sale fuera de ellos. Esta alteración esplica, según James, el esta- do congestivo del sistema venoso de todo el cuerpo y de los senos cerebrales y raquidia- nos, que se encuentra en los cadáveres de las personas envenenadas. «Estamos muy lejos de poner en duda los resultados obtenidos por James; pero no po- demos admitir que suceda siempre absoluta- mente lo mismo en el hombre que en los ani- males. Entre los ejemplos que tenemos á la vista, recordaremos que en un enfermo cuya historia ha dado Coqueret (Journ. des conn. méd. chirurg.—Observ. d'emp. par Tarsenic; 1839), ofreció costra la sangre y se formó el coágulo, aunque existia el arsénico en este líquido , corao lo comprobó el análisis hecho por Orfila. «Otro hecho bien importante, y cuyo des- cubrimiento se debe á O fila, es que la sangre estraida de la vena en las personas envenena- das y todavía vivas, contiene una cantidad notable de arsénico, prueba evidente de la ab- sorción del veneno. El enfermo cuya observa- ción nos refiere Coqueret, fué sangrado el dia veintitrés del accidente, y todavía pudo Or- fila comprobar la presencia del arsénico. »De aqui deduce este autor: « que se des- cubre también el veneno en la sangre proce- dente de una sangría hecha al enfermo, con tal que se opere sobre algunas onzas de este líquido; y que por lo tonto importa no des- cuidar este nuevo medio de esploracíon, cuan- do se haya sangrado á una persona de quien se sospeche estar envenenada por el ácido ar- senioso (Acad. de médec, sesión del 29 ene- ro 1839). En un caso muy reciente observa- do por Casimiro Broussais", diez onzas de san- gre obtenidas por la sangria y analizadas por Orfila, produjeron un buen número de'man- chas arsenicales (Acad. de médec., sesión del 23 de julio 1839). «Los órganos parenquimatosos, tales como el pulmón, el hígado, el bazo y el sistema venoso abdominal, se hallan muy ingurgita- dos en algunos casos. El primero de estos órganos lo está con mas frecuencia que los de- mas; circunstancia que atribuye James al es- tado de la sangre, y á la debilidad de las con- tracciones del ventrículo derecho, que se en- cuentra como paralizado y sin fuerza para ac- tivar la circulación pulmonal (Mein, cit., p. 308). Esta última esplicacion es puramente hi- potética; pues en efecto, hay un sinnúmero de enfermedades en que la congestión pulmo- nal es por lo menos tan considerable como en el envenenamiento por el ácido arsenioso, y sin embargo no se puede decir que dependa de semejante causa. La parálisis del pulmón, por ejemplo, podria esplicar mejor la citada estancación. En cuanto á la influencia de la alteración déla sangre, nos parece de las mas evidentes. Algunos autores hablan de in- flamaciones del pulmón: Pyl ha observado un caso de neumonia muy avanzada (Nenes maga- zin, t. III, p. 508), y Henke ha referido otro semejante. «El sistema nervioso encéfalo-raquidiano no presenta ordinariamente ninguna lesión : solo están ingurgitados sus vasos. «Háse pretendido que el cadáver se corrom- pía mas pronto que de ordinario (Gmelin, Jo- houston); pero esta aserción está desnuda de fundamento, y aun Christíson habla de tres casos de exhumación , en los cuales estaban casi intactas las partes esternas del cadáver. Se han notado también otras alteraciones me- nos constantes : los autores citan la inflama- ción de los órganos genitales; Bachmann ha visto gangrenadas las partes esternas de la ge- neración de la muger (Bachmann's Essay, p.41). «Síntomas.—Se debe distinguir en esle en- venenamiento, como en todos los demás, tres grupos de síntomas: el primero se compone de los fenómenos morbosos que determina el con- tacto del veneno con las membranas del tubo digestivo; el segundo de los síntomas provo- cados por la absorción de la sustancia tóxica y por su influencia sobre los tejidos , y el ter- cero consiste en la reacción, algunas veces muy viva, que sucede á los síntomas prece- dentes. «A. Síntomas locales.—El ácido arsenioso produce en ciertos casos la muerte sin deter- minar fenómenos muy evidentes: sincopes, vómitos y dolores epigástricos, tales han sido á veces los únicos síntomas que se han podi- do observar. El cuadro de los que vamos á es- poner no siempre aparece en toda su estension. Prevenimos al lector que hay grandes varie- dades bajo este aspecto; pues el estado de va- cuidad del estómago, la forma en que se ha to- mado el arsénico, sus cantidades, ciertos dis- posiciones individuales, la naturaleza del tra- laraiento empleado, etc., inducen en la sinto- matologia notables modificaciones. Asi, pues, no deberá estrañarse ver colocados unos al la- do de otros fenómenos morbosos, muchas ve- ces dislintos y aun completamente opuestos entre sí. En los hechos que contienen las co- lecciones periódicas y las monografías publi- cadas sóbrela intoxicación arsenical, se en- cuentran á cada paso tales contradicciones, que es difícil trazar de una manera definitiva la historia de sus síntomas. «Sabor poco desagradable, azucarado, lige- ramente estíptico, acre y corrosivo cuando el m VENENOS IRRITANTES. veneno se ha tomado en gran cantidad ó ha permanecido mucho tiempo aplicado sobre la mucosa de la boca; en este caso calor estremado en esta cavidad v la del esófago, rubicundez y cauterización de la misma y de los labios, tume- facción considerable de estos órganos, como se observó en el envenenamiento de un asesino llamado Soufflard, que lomó voluntariamen- te gran cantidad de arsénico (Relación del en- venenamiento de Soufflard, por James; leída á la Academia francesa de medicina en sesión de 30 de marzo, y reproducida por los perió- dicos médicos del mismo mes); constricción en la garganta, sed viva, ardiente; náuseas, do- lores epigástricos violentos, cólicos que obli- gan á veces á los enfermos á prorumpir en terribles alaridos (véase envenenamiento de Soufflard), vómitos de materias mucosas mez- cladas con sangre ó con los líquidos conteni- dos en el estómago, y que sobrevienen á una época variable después de la ingestión del ve- neno. La frecuencia de los vómitos y la pre- sencia de la sanare en las materias espelidas, merecen particular atención. Sensibilidad es- tremada de las paredes abdominales, meteo- rismo y abultamiento de las mismas, aunque en ciertos casos se hallan retraídas; cámaras liquidas, negras, fétidas y sanguinolentas. »B. Síntomas generales.—Poco tiempo des- pués de la ingestión del arsénico, y á veces en el misrao instante, cuando son considera- bles las dosis y el estómago se halla vacio, aparecen síntomas dependientes: 1." de la flegmasía intestinal que obra simpáticamente sobre los demás órganos, y de la acción per- turbadora que causan en algunos casos cier- tos desórdenes graves, tales como el reblan- decimiento, la ulceración y la perforación del estómago; y 2.° de la absorción del veneno que se introduce en la sangre. Una ú otra causa, y especialmente la última, son el pun- to de partida de los accidentes. La intoxica- ción general por efecto de la absorción es la causa mas ordinaria de todo el aparato que vamos á describir, y Orfila hace observar, que en un gran número de casos no puede atri- buirse la muerte á la irritación local determi- nada por el veneno en el estomago (obr. cit., p. 168). Mas tarde espondremos las diversas opiniones que se han emitido acerca del par- ticular. «Los principales síntomas que se observan cuando ha penetrado el arsénico en el torrente circulatorio, son: pulso al principio mas de- sarrollado, mas fuerte, intermitente y des- igual, que se debilita en seguida hasta eí punto de hacerse imperceptible; latidos del corazón anchos y tumultuosos, débiles y apenas per- ceptibles según algunos autores, á veces con ruido de fuelle (observ. de Coqueret, periód. eít.); dolores en la región precordial; síncope y palpitaciones en algunos casos (Orfila), muy raras^según Christison ^1 treatise on poisons, p. 275;; dificultad de la circulación capilar, que se manifiesta por coloraciones lívidas en muchas partes del cuerpo; linte azulado y cia- nosis colérica en ciertas ocasiones (envenena- miento de Soufflard); respiración difícil y an- gustiosa; alguna vez espuicion continua desa- liva ó de inucosidades sanguinolentas; orinas rojas, mezcladas con sangre, suprimidas; su- dores fríos, viscosos y abundantes; tempera- tura de la piel apreciada por el tacto notable- mente baja; diarrea, escoriación del ano en varios casos (Chrisiison); cara rubicunda, in- yectada ó lívida; alteración profunda de todas las facciones, que espresan el abatimiento y el mas vivo dolor. La piel présenla alguna de las erupciones siguientes: equimosis y petequias; vesículas miliares acompañadas de comezón; pústulas blancas análogas á las de las viruelas locas (observ. de Coqueret); agitocion variable; movimientos convulsivos, clónicos, y á veces tónicos en los miembros; trismo de las man- díbulas; temblores; integridad de la inteligen- cia hasta la muerte; en algún caso cefalalgia, delirio y síntomas de congestión; estado co- matoso; debilitación gradual; sentidos intac- tos; ojos convulsivos, empañados, vidriososy pupilas variables. Christíson , que ha trazado un cuadro muy esacto de estos síntomas en su memoria sobre el envenenamiento por el arsé- nico (On poisoning by arsénic; The medie, chir. review.), coloca entre los fenómenos de esta afección la parálisis parcial y la paraplegia incompleta (Christison, A treatise on poisons, p. 284). El doctor Murray ha observado un ejemplo de esta especie (Edinb. medie, and surgic. journ., t. XVIII, p. 9). Un enfermo conservó una parálisis del brazo durante seis meses (Christison, ob. cit.). El doctor Bernt cito un caso de parálisis de la sensibilidad y del movimiento de una mano y un pie (Beitra- ge zur gerichtl Arzneik, t. lV, p. 221). Se ha visto persistir toda la vida esta especie de le- sión. El doctor Rogett ha observado en una jo- ven envenenada por una dracma de ácido ar- senioso, síntomas epilépticos (en Christíson, ob. cit., p. 282). «Los fenómenos precedentes van acompaña- dos de los que hemos descrito primero (sínto- mas locales). Continúan los vómitos, los dolo- res abdominales, las deyecciones alvinas, los síncopes; el pulso se debilita cada vez mas, etc. »C. Síntomas de reacción.—Sí el enfermo no sucumbe á los primeros desórdenes causados por el arsénico, y si las lesiones locales no son incompatibles con la vida, se establece una violenta reacción. Los tejidos que han estado en contacto con el veneno se ponen rubicundos y se inflaman; el dolor del estómago y de los intestinos falta en ocasiones á causa de la es- tension del mal; el pulso adquiere cierto de- sarrollo; de pequeño y miserable que era, se hace ancho y desarrollado; la cara se enrojece y anima; hay cefalalgia, delirio v una agita- ción bastante grande; la sed se hace raas viva; en una palabra, salen todas las funciones del VENENOS IRRITANTES. 339 estado de debilidad y de estupor en que esta- ban sumergidas, exaltándose y rehaciéndose con fuerza. «Acción del arsénico sobre la economía.—Dos opiniones muy distintas se han sostenido sobre el modo de obrar del arsénico: unos atribuyen todos los fenómenos morbosos á la viva escita- cion que produce la flegmasía de la mucosa gastro-intestinal, cuya influencia simpática se trasmite á todos los demás órganos; y otros por el contrario dicen que el efecto general de este envenenamiento es disminuir la actividad funcional de los órganos. Para los primeros el arsénico es un estimulante, y para los segun- dos un contra-estimulante. Ambas doctrinas nos parecen igualmenle difíciles de sostener, cuando se quiere adoptar la una con esclusion de la otra: en cuestiones tan arduas debe el médico seguir un prudente eclecticismo. «En la manifestación de los síntomas locales vemos desde luego una reacción, que resulta del contacto irritante y cáustico del ácido ar- senioso (dolores vivos, sed, náuseas, vómitos, cólicos, cámaras sanguinolentas, dolores inte- riores dislacerantes). Cuando las dosis del ve- neno son considerables, puede sobrevenir la muerte por efecto de la desorganización pro- funda del tubo digestivo, apareciendo enton- ces una postración estremada y síntomas de debilidad, semejantes á los que producen los ácidos. Nada tiene de estraño que se manifieste tal debilidad, cuando de pronto se reblandece, ulcera y destruye la membrana mucosa f cuan- do se exhala lasangre en abundancia y toda la economia se luilla afectada de estupor. En este caso, aun antes que pueda admitirse el desar- rollo de la reacción inflamatoria y que se ve- rifique la absorción, se ven aparecer los sínto- mas que anuncian la debilitación y la astenia de todos los órganos. Iguales desórdenes en- contramos también en las enfermedades gra- ves y súbitas que tienen su asiento en el tubo digestivo, y en el envenenamiento por un ácido concentrado, que determina en poquísimo tiem- po la alteración de las facciones, la debilidad, la postración del pulso, y algunas veces la abolición de la contractilidad muscular, etc. Los mismos síntomas se observan en los casos en que existe un íleo, una estrangulación in- terna, cólicos violentos, cualquiera que sea su causa, vómitos agudos, y en una palabra, siempre que sobreviene una perturbación ner- viosa muy violenta. Si han de atribuirse estos accidentes á una verdadera astenia, ó á una de- bilidad aparente en la que solo estén momen- táneamente deprimidas las fuerzas en razón de la violencia de los- dolores y de la intensión de la flegmasía visceral, es una cuestión que nos parece insoluble en el estado actual de la ciencia. «Según la escuela de Rasori, la postración, las lipotimias, la pequenez estremada del pul- so, el enfriamiento, etc., son síntomas que acreditan la anemia y la aniquilación de la fuerza vital. Se ha comparado la muerte por el arsénico á la que producen las hemorragias; y los esperimentos hechos por Giacomini apo- yan esta opinión, reproducida recientemente en Francia por Rognetta. No pocos hechos mi- litan en favor de esta idea; pero siempre falta decidir si los desórdenes dependen de la acción hipostenizante del arsénico absorvido, como pretenden los partidarios del contra-estirau- lismo, ó por el contrario de la acción hiperes- tenízante del veneno, que causaría entonces por un esceso de estímulo efectos semejantes á los que determinasen otros dotados de propieda- des completamente opuestas. No de otro modo califica Giacomini al opio de hiperestenizante ¡ cefálico y cardiaco, abrogándose el derecho de considerar corao electo de la sobre-estimula- cion, accidentes que pueden esplicarse igual- mente por la disminución del influjo nervioso y la debilidad de todas las funciones. Nos es imposible proseguir esla discusión, que nos ha- ría salir de nuestro terreno, obligándonos á esponer y discutir la doctrina del contra-esti- mulismo. Solamente hemos querido dejar en- trever las diferentes soluciones que admite la : cuestión de averiguar la verdadera naturaleza ! déla intoxicación arsenical. «Cuando el sugeto ha resistido á los efectos primitivos, locales ó generales del veneno, se manifiesta una reacción inflamatoria causada por la lesión del tubo digestivo, una fiebre in- tensa, el delirio y un estado general evidente- mente esténico; y el enfermo puede sucumbir en este período del mal, después de haber con- llevado los desórdenes primitivos que causa la intoxicación. «Resulta de la esposicion que acabamos de presentar, que los síntomas de la acción del arsénico sobre la economía no son idénticos en todos los casos ni en todas las épocas del en- venenamiento; que al principio la acción es local, acompañada de reacción simpática y de naturaleza esténica cuando el individuo es"ro- busto y la cantidad de veneno ingerida bas- tante considerable para inflamarlos tejidos; que si llega á verificarse la absorción, sobrevie- ne una debilidad muy grande, y determina todos los síntomas generales de que hemos ha- blado. En tercer lugar tenemos el período reac- cionario que sucede al de depresión, y cuyos límites son variables, según el estado de los enfermos, el tratamiento que se ha emplea- do, etc. Tal es el resumen imparcial, que ofrece á nuestro parecer un bosquejo esacto de lo que sucede en la naturaleza, y que debe servir de base al tratamiento de la intoxicación arsenical. «Tratamiento.-E\ médico encargado de asis- tir á una persona envenenada por el arsénico, procurará ante todo provocar el vómito; pero aquí se presenta una dificultad. Si se da el agua tibia como medio emético, se disuelve mayor parte del veneno, y se hace asi mas fácil la absorción: tal sucedió en el envenenamiento de Soufflard, en quien lomaron todos los sin- 360 VENENA tomas mayor inlension desde el momento que se le administró una gran cantidad de agua. En la interesante memoria que publicaron so- bre este objeto (Rech. experim. sur les oxyd. de fer consideres comme contre-poison de Tacide arsenieux; en Revue^medícale, núms. 5 y 6) Sandras, Devillc, Nonat y Guibourt aconsejan dar en abundancia al enfermo agua tibia car- gada de algunas onzas de peróxido de hierro, que es el mejor contra-veneno que se conoce del ácido arsenioso, como diremos mas ade- lante. «El agua tibia hace vomitar y el pe- róxido de hierro que mantiene en suspen- sión, neutraliza todas las partículas del áci- do arsenioso á medida que se disuelven, lle- nándose de este modo las dos indicaciones principales de todo envenenamiento» (mem. cit., n. 6, p. 557). También se puede facilitar el vómito titilando la campanilla. No teniendo á nuestra disposición el peróxido de hierro, podríamos prescribir el aceite, que no ofrece el inconveniente de disolver el ácido arse- nioso. vDespués de provocado el vómito debe ad- ministrarse el contra-veneno, siendo el peró- xido de hierro (sesqui-óxido) el que parece mas seguro en su acción. Bunzen fué el pri- mero que en 183i propuso esta sustancia corao antídoto del ácido arsenioso, y practicó con Berthold esperimentos bastante "numerosos, de los cuales resulta, que la combinación del óxi- do férrico con el ácido, da lugar á un arseníto de hierro que en razón de su insolubilidad, aunen el agua hirviendo, tiene peca acción sobre la economía. Inútil seria referir aqui los numerosos trabajos que se han hecho poste- riormente para determinar la eficacia de este contra-veneno, y mencionaremos únicamente los que se deben á Orfila, Lesueur, Bouley menor, Soubeiran, Miquel, Schultz, y á los médicos cuya memoria hemos citado mas ar- riba. Bunsen quiere que se haga uso del peró- xido de hierro hidratado húmedo, conservado en forma gelatinosa debajo del agua; pero ade- mas de lo dificil que es hallarlo en las boticas, y de la considerable pérdida de tiempo que trae consigo su preparación (cerca de cuatro ó cinco'horas, según Guibourt, memoria citada en Revue medícale, p. 181), es preciso hacerlo tomar á dosis muy altas. Han hecho pues un verdadero servicio"Devílle, Sandras, Guibourt y Nonat, demostrando por multiplicados espe- rimentos y por estudios químicos, que se pue- de remplazar ventajosamente el peróxido de hierro hidratado húmedo por el peróxido hi- dratado seco, que se conoce vulgarmente con el nombre de sub-carbonalo de hierro, y que es fácil de hallar en lodas partes. «La sal de hierro descompone el ácido arse- nioso y forma un arseníto de hierro, que no es por sí mismo venenoso, pero que puede serlo cuando los ácidos del estómago, los jugos gás- tricos vel ácido láctico en particular, hacen que se desprenda el ácido arsenioso descompo- >S IllRITAMTES. niendo la sal. Es preciso pues tener cuidado de dar el sub-carbonato de hierro en esceso y ad- ministrarlo á dosis bastante considerables; lo cual puede hacerse sin inconveniente, porque no ejerce ninguna acción perjudicial sobre la economia. Se suspenderán en veinticuatro on- zas de agua cuatro del peróxido de hierro hi- dratado seco (sub-carbonalo de hierro), man- dando tomar esta mezcla por medios vasos cada diez minutos. Si después de consumida esta cantidad se teme aun la acción del arsénico, podrá prescribirse otra porción igual. Los au- tores de la memoria de donde tomamos estos pormenores, dicen que en su concepto no eslan los enfermos libres de peligro, hasta haber to- mado por lo menos media onza del contra-ve- neno por cada grano de ácido arsenioso que se suponga hallarse en el estómago. «Los casos en que se ha reconocido la efica- cia de la sal férrica, los esperimentos hechos en los animales, y la atenta lectura de las me- morias que se han escrito sobre este objeto, todo concurre á recomendar el sub-carbonato de hierro como el antídoto mas seguro que co- nocemos del óxido blanco de arsénico, sin que se diga por esto que su efecto sea infalible. Cuando el veneno se halla en fracmentos volu- minosos, y cuando el enfermo rehusa beber la gran cantidad de líquido, que se ve uno preci- sado á prescribirle, la acción neutralizante se ejerce con dificultad. A veces también se ha verificado ya la absorción , y esto es una cir- cunstancia que obliga al práctico á no perder un solo instante y á dar inmediatamente el sub- carbonato de hierro á altas dosis. «Antes del descubrimiento de la sal de hier- ro no se poseía ningún antídoto del arsénico. No obstante se han aconsejado sucesivamente el aceite, el vinagre, el carbón, alabado por Bertrand, que no lo consideraba sin embargo como un verdadero contra-veneno«(Bertrand, Manuel médico-lega l des contre-poisons, pá- gina 136, en 8.°; Paris, 1817); la leche, que por su coagulación envuelve el ácido arsenioso y lo arrastra con las materias del vómito; los cocimientos mucilagínosos; las infusiones as- tringentes de nuez de agalla y de quina (Chan- | sarel); el agua de cal apagada con leche, reco- mendada porNavier, Guerin de Maméis (Nou- velle toxicologie, p. 199, en8.°; Paris, 1826), y por otros muchos médicos que han compro- bado sus buenos efectos; los sulfuros alcalinos, las aguas minerales sulfurosas (Guyton de Mor- veau) y la magnesia. «Hasta aqui no nos hemos ocupado masque ! de llenar las dos primeras indicaciones del en- venenamiento, cuales son: 1.0 hacer vomitar el veneno, y 2.° neutralizarlo. Pero una vez efectuada la absorción y desarrollados los sín- tomas generales ¿cuál ha de ser la conducta : del médico? No debemos disimularlo, es difi- cil responder á esta cuestión, ora se consulten los autores que han escrito sobre el tratamien- to, ora se busquen reglas terapéuticas en el VENENOS IRRITANTES. 361 estudio de los hechos particulares. Ya hemos dicho anteriormente, que unos piensan que los síntomas adinámicos reclaman el usode los tó- nicos y de los escitantes, y no temen prescri- bir las pociones alcoholizadas, los éteres, cier- ta cantidad de vino, etc. Otros por el contra- rio no titubean en practicar una ó muchas san- grías y en aplicar sanguijuelas á la región epi- gástrica y al vientre. «Si se consultan las obras en que se ha es- tudiado con alguna atención el método cura- tivo del envenenamiento , se hallan con sor- presa las contradicciones mas marcadas entre las diversas prescripciones, y es por lo tanto imposible deducir reglas generales de tera- péutica. Por nuestra parte creemos que el úni- co tratamiento eficaz es el que se funda en la apreciación de los síntomas, y por consiguien- te en el estado de las funciones: todo lo que se ha establecido absoluta y sistemáticamen- te respecto de este asunto, nos parece inca- paz de sostener un examen detenido. «Christison quiere que cuando se ha espe- lido el veneno, se llenen las dos indicaciones siguientes: 1.° combatir la inflamación del tubo digestivo , y 2.° reanimarlas fuerzas su- mamente abatidas: admite que en algunas cir- cunstancias han producido buenos efectos las emisiones sanguíneas, délo cual cita varias observaciones, tomadas del Medical repository (t. IX, p. 496); y del Medical and phys. journ. (t. XXIX); pero proscribe la sangria antes que naya sido evacuado el veneno, porque enton- ces" favorece la absorción. Las emisiones san- guíneas locales no ofrecen á su parecer gran- des ventajas (A treatise, etc., p. 323). «Cuando son muy pronunciados los sínto- mas adinámicos, cuando la piel se enfria, el pulsóse debilita y se hace imperceptible, y cuando existen estupor y espasmo, es preciso recurrir sin pérdida de tiempo á una fuerte estimulación de todo el tegumento eslerno por medio de fricciones irritantes, de sinapismos muy enérgicos, y de cuerpos bastante calien- tes." Se han prescrito afusiones de agua fria so- bre la cabeza del enfermo, cuidando al mismo tiempo de que tenga el cuerpo sumergido en un baño tibio (Mutel, Des poisons consid. sous le rapport de la médecine pratique, p. 50, en 8.a; París 1830); las bebidas calientes y ligera- mente aromáticas han parecido útiles en algu- nas circunstancias, y también deben emplearse las vinosas y alcoholizadas. »La aplicación de sanguijuelas en gran nú- mero y de cataplasmas emolientes al epigas- trio y demás partes del abdomen , está indi- cada por los dolores agudos y los fenómenos inflamatorios que se desarrollan consecutiva- mente. Las depleciones sanguíneas locales son tan útiles durante el período de reacción, co- mo serian dañosas aumentando la debilidad cuando estuviesen los enfermos en el estado adinámico que acabamos de describir; en cu- yo caso es preciso guardarse de estraer san- " TOMO IX, gre, procurando por el contrarío reanimar las fuerzas abatidas. «Cuando no se ha absorvido el veneno toda- vía, y aun se le puede neutralizar con la sal de hierro, no se debe practicar ninguna es- pecie de evacuación sanguínea, porque haría mas activa la absorción (mem. cit. de Devi- lle, Nonat, etc.). Mas no sucede lo mismo se- gún algunos médicos cuando ha penetrado el veneno en la sangre y se halla circulando con este líquido; pues entonces debe sangrarse al enfermo. Estos preceptos no tienen aplicación cuando se hallan abatidas las fuerzas. Ade- mas, los rechazan formalmente otros autores, que miran Ja sangria como funeste, y propia solo para acelerar la terminación fatal. Por otra parte, el estado miserable del pulso y la debilidad de los latidos del corazón , hacen á veces imposible esta operación. »En el tercer período del envenenamiento, cuando el enfermo ha resistido á los desórde- nes locales primitivos y á los fenómenos ge- nerales, falta todavía combatir las lesiones secundarias que sobrevienen en el estómago y en los intestinos, y que reclaman muchas veces una medicación activa y puramente an- tiflogística. Si persistiesen la sensibilidad, el calor, los vómitos, los cólicos y la diarrea, ó tomasen nuevo incremento, debería recurrir- se á aplicaciones repetidas de sanguijuelas en uno ó muchos puntos del vientre, y sí fuese intensa la reacción general, sería preciso no detenerse en practicar una sangria. Las bebi- das mucilaginosas, las lavativas emolientes, la dieta y un régimen severo continuados largo tiempo, son los únicos medios de asegurar la convalecencia, y de evitar las recaídas á que están espuestos los enfermos por la irritación sorda de los intestinos. «Pata acabar de dar á conoeer las diversas medicaciones que pueden usarse en el envene- namiento por el ácido arsenioso, vamos á pre- sentar al lector el resultado de una discusión, a que ha dado lugar recientemente un infor- me leído en la Academia francesa de me- dicina por una comisión compuesta de Amus- sat, Bouillaud, Husson, Le Canu y Ollivier d'Angers (sesión del 31 de julio de 1839). Tra- tábase de saber: 1.° si la acción del ácido arsenioso es hipostenizante; 2.° si la sangria y los antiflogísticos son dañosos, y 3.° si por el contrario, los remedios escitantes disminu- yen ó disipan los síntomas del envenenamien- to. La comisión permaneció dudosa sin pro- nunciar un juicio definitivo. Rognetta, que era quien habia presentado estas' cuestiones á la academia, respondiendo por su parte afirmati- vamente á todas ellas, ha impedido ó retardado mucho la muerte de los animales sometidos á los esperimentos, administrándoles sustancias estimulantes en tres tiempos: 1.° inyecta en el estómago y después en los intestinos una mezcla compuesta de caldo (5 onzas), de vi- no cora un (20 onzas)> y de aguardiente bue- :¡r»! VENENOS IRRITANTES. no ( 2 onzas), reiterándola al cabo de un cuar- to de hora si la arroja el animal: también se puede agregar el láudano, y se ha de procu- rar que el animal no beba;"2.° dos ó tres ho- ras después nuevas inyecciones con igual mez- cla; 3.° dos, tres ó cuatro horas mas adelante nuevas invecciones con la misma mezcla, pe- ro menos 'alcoholizada. Los esperimentos de este médico le hacen creer qne debe proscri- birse completamente la sangria. «Orfila aconseja el uso de este medio, pero no en todos los casos ni en todos los períodos del mal. Ya hemos dicho anteriormente, que era úlil cuando se hacen muy manifiestos los síntomas de reacción y de congestión inflama- toria. En la discusíonraotivada por el infor- me de la Academia de que acabamos de ha- blar, refirió Orfila diez y ocho casos de enve- nenamiento por el ácido arsenioso , y dijo que en muchos, aunque no en lodos, había se- guido un alivio considerable al uso de las emi- siones sanguíneas, sobre todo en uno acaeci- do recientemente, en que disipó la cefalalgia, los dolores epigástricos, los latidos violentos del corazón, y otros fenómenos que se habian desarrollado. Los periódicos ingleses han dado noticia de otros diez y nueve casos muy cir- cunstanciados de envenenamiento, en los cua- les se curaron los enfermos después de haber- se sangrado, muriendo uno solamente. Caze- nave y Schedel han tenido ocasión de obser- var con bastante frecuencia en la clínica de Biett los efectos del ácido arsenioso, y han vis- to muchas veces reacciones inflamatorias ge- nerales, que han obligado á acudir á la san- gria. Ya hemos cuidado de especificar los ca- sos y circunstancias que exigen esta opera- ción , y hemos dicho que conviene sobre todo, cuando aparecen los síntomas de reacción ge- neral de que habla Orfila , teniendo empero la precaución de no confundirlos con los acci- dentes puramente nerviosos que también pue- den presentarse. «Los polvos de matar moscas son un com- puesto de arsénico metálico y de ácido arse- nioso, que puede producir los mismos acci- dentes que este ácido. El sulfuro amarillo de arsénico (oropimente), el sulfuro rojo ( rejal- gar), los polvos y pastas arsenicales de Fr. Cos- me, de Rousselót, de Dubois y de Dupuylren, que contienen óxido blanco de arsénico y sul- furo rojo de mercurio; el ácido arsénico, los arsenitos de potasa y de sosa, y de cobre (verde de Scheele), la tintura mineral de Fow- ler, y los confites teñidos de verde por el arse- níto de cobre , son unos venenos cuyos efectos no difieren en manera alguna de los que pro- voca el ácido arsenioso. Nada tenemos que añadir á lo que queda dicho sobre esta ma- teria; únicamente haremos notar, que aunque el veneno penetre en la economía por la su- perficie cutánea, por una herida ó una esco- riación, siempre son idénticos los síntomas; lo cual prueba que entre los fenómenos morbosos debidos ala intoxicación arsenical, los princi- pales no dependen de las alteraciones que se encuentran en el tubo digestivo, sino délos efectos dinámicos que resultan de la absorción. «Del cobre y de sus preparados.—Los que llaman especialmente la atención del médico son el acelato de cobre (cardenillo), y el sul- fato de este mismo melal (vitriolo azul). Da muchas veces el vulgo el nombre de cardeni- llo a todas las sales cobrizas, azules ó ver- des, que se forman en los vasos de cobre, y que dependen de la acción ejercida por los ácidos y las diferentes sustancias que se em- plean en la preparación de los alimentos. Kl cobre perfectamente limpio no es jamás vene- noso por sí mismo, y solo adquiere esta pro- piedad por los óxidos ó los carbonatos que forma rauy fácilmente. Puede ser provocado el envenenamiento: 1.° por los óxidos y los carbonatos de cobre que se depositan en los vasos de este metal espuestos al contacto del aire , sucios ó sin estañar, y 2.° por el ace- tato y el oxalato de cobre, que pueden formar- se durante la preparación de los alimentos. El acetato de cobre bibásico (cardenillo del co- mercio), el sulfato (vitriolo azul), y todos los compuestos y las diferentes mezclas en que entran las sales de cobre son muy venenosos. En una importante nota sóbrelos inconvenien- tes de los vasos de cobre y de plomo que se emplean en la preparación de los alimentos (Anuales d'hygiene et de méd. lég., t. XIV, p. 131; 1835), ha indicado Barruel las principa- les medidas que deben tomarse, para remediar los accidentes que se observan á cada paso. El bando de policía publicado en París el 23 de julio de 1832, no deja nada que desear ba- jo este aspecto. «Debemos también recordar, que sobrevie- nen con bastante frecuencia los síntomas del envenenamiento por el cobre, cuando se hace uso de pepinillos en adobo, que han adqui- rido un hermoso color verde cociéndose por cinco ó seis minutos en un vaso de cobre sia estañar, en el que se ha echado un poco de vinagre. Después de esta operación, contienen acelato y tartrato doble de cobre y de potasa (Barruel, mem. cit.). Los casos de envene- namiento causados por esta preparación no son muy raros (véase Ballet, de therap., t. XI, p. 194J. Los confites teñidos por el cobre pro- ducen los mismos accidentes; y también se los ha visto resultar de la ingestión de alimentos mezclados con el óxido cúprico (envenenamien- to por los óxidos de plomo y de cobre; infor- me de Gerardin y Barruel; en Ann. d'hyg., p. 84, t. X; 1833). «La introducción de las partículas cobrizas puede verificarse, no solo por la mucosa intes- tinal, sino también per las vias respiratorias (informe sóbrelos inconvenientes que pueden resultar del uso del cobre en la construcción de las chimeneas; Ann. de hyq. etde méd. lea., p. 317, t. XVI, 1836). VENENOS IRRITANTES. 31.1% »Síntomas. —Los esperimentos de Orfila, Drouard, Sraíth y Poslel, prueban que los sín- tomas comunes de este envenenamiento son: vómitos reiterados dolorosos, acompañados de movimientos convulsivos y abatimiento; es- pulsion de materias casi siempre verdes y por- raceas; cólicos violentos; deposiciones frecuen- tes, y dificultad cada vez mayor de la respira- ción. No siempre son iguales el curso, los sín- tomas y la terminación de los accidentes en las personas que han tomado con los alimentos una sal de cobre. Devergie ha espuesto con cuidado las observaciones que ha «hecho res- pecto de este punto (obr. cit., p. 759). Diez ó doce horas después de la comida se manifiestan cefalalgia, debilidad de los miembros, calam- bres dolorosos, náuseas, vómitos, cólicos muy agudos, temblor de los miembros, sudores co- piosos y pulso desigual y frecuente. Cuando se na tomado el cardenillo en forma sólida ó en disolución concentrada, se observan algunos minutos después de la ingestión del veneno có- licos violentos, vómitos de materias verdosas, deyecciones alvinas abundantes, postración, alteración del rostro, un sabor metálico des- agradable, pulso pequeño y frecuente, sudo- res, disnea, ansiedad precordial, movimientos convulsivos, síncopes, parálisis é insensibili- dad general. «Dice Drouard en su disertación inaugural (París año X) que las preparaciones cobri- zas concentran su acción sobre el conducto ali- menticio; pero Bertrand opina que causan la muerte por su acción inmediata sobre el siste- ma nervioso, trasmitida por medio de la absor cion y de la circulación, ó de las ramificacio- nes nerviosas que unen el estómago á todo el organismo (Manuel médico-legal des poisons in- troduits dans Testomac, etc., por Bertrand, p. 108, en 8.°; Paris, 1817). «Según los esperimentos deWibmer, de Mu- nich (Buchnefs repertor. fur die pharmacie, t. XXII, p. 337), no se encuentra el cobre mas que en el hígado. Pyl refiere que en un caso estaba la piel amarilla, la membrana mucosa verde é inflamada y coagulada la sangre. «En los casos en que se verifica la muerte de un modo repentino, se encuentran perforacio- nes intestinales (Portal); pero lo mas comun es que no haya otra cosa que simples erosiones, ó solamente rubicundez é inflamación de la tú- nica interna. Se ha visto desarrollarse una ver- dadera gastro-enteritis sobreaguda. «Tratamiento.—Cuando.se ha ingerido el veneno con los alimentos, se empieza provo- cando el vómito con el agua tibia, y se hace beber en seguida una gran cantidad de agua cargada de albúmina ó bien de azúcar: la albú- mina tiene la propiedad de descomponer las sa- les cobrizas y de favorecer el vómito. Cuando se acude á una época en que hay motivo para creer que se halla ya el veneno en los intesti- nos, y la irritación intestinal es mediana ó nu- la , convendrá prescribir un purgante oleoso, tal como el aceite de ricino, y lavativas emo- lientes, que deberán prepararse con la al- búmina. «Esla sustancia y el azúcar se consideran generalmente como los verdaderos antídotos de las sales de cobre; pero autores dignos de fé no admiten las propiedades anti-venenosas del último de estos medios. Marcelino Duval fue el primero que propuso el azúcar como an- tídoto, cuya opinión fue admitida al principio por Orfila ; pero nuevos esperimentos le hicie- ron muy luego conocer, que las sales de cobre administradas al mismo tiempo que el contra- veneno, producían iguales accidentes, y acar- reaban la muerte casi ten pronto como si se hubieran propinado solas; por lo cual propone remplazarlo con la albúmina, que precipita el cobre de sus disoluciones en estado de ácido, y forma con él un compuesto insoluble, desposeí- do de toda acción peligrosa sobre la economía. «Vogel pretende igualmente que no ejerce el azúcar ninguna acción química sobre eí car- denillo, sino á la temperatura del agua hir- viendo. Postel sostiene, por el contrario, fun- dado en sus numerosos esperimentos, que el azúcar descompone las sales de cobre á la tem- peratura ordinaria, reduciéndolas al estado de protóxido'; que los animales á quienes se ha hecho tomar esta sustancia, resisten por mas tiempo, y ofrecen menos lesiones cadavéricas; y en fin, que es un antídoto muy bueno, y que cuenta escelentes resultados (Consideraciones toxicológicas sobre el uso del azúcar en los en- venenamientos por el acetato de cobre; en Journ. de pharmacie, agosto 1832). «Después de haber administrado los eméticos y combatido los efectos del veneno con la albú- mina ó el azúcar, debemos ocuparnos de mode- rar la inflamación de que es asiento muchas veces el tubo digestivo, por medio de aplicacio- nes emolientes sobre el abdomen, de bebidas lácteas, de emulsiones y de pociones sedantes en'que entre alguna preparación opiada. «Se han alabado también como contraveneno de las sales de cobre: el gluten pulverulento di- suelto en agua, la infusión de la nuez de aga- llas (una onza en una libra de agua, Chansa- rel), los sulfatos de potasa, de sosa ó de cal (Navier), los álcalis, el polvo y el cocimiento del carbón (Bertrand), las limaduras de hierro (Mílne Edwards), y el zumo de limón (Frank); pero la albúmina es todavía la sustancia que se considera mas eficaz, y que por lo tanto debe administrarse después de promovido el vómito (véase Envenenamiento por el acetato de cobre; en Bevue medícale, t. III, 1829). «Preparaciones de plata, y especialmente del nitrato (piedra infernal).—Ésta última sal, in- troducida en el estómago, determina todos los síntomas de los venenos corrosivos mas violen- tos; reduce á papilla la túnica interna, y per- fora las membranas. En dosis menor ataca espe- cialmente la mucosa, y produce pequeñas es- caras. *»r»i VENENOS IRRITANTES. »E1 contra-veneno que descompone en él mismo instante el nitrato de plata, es el hídro- clorato de sosa ó sal comun: el de potasa y el de magnesia gozan también de la misma pro- piedad, transformando la piedra infernal en un cloruro insoluble. Conviene, pues, hacer tomar al sugeto tres ó cuatro cucharadas de sal comun en un vaso de agua. El uso del vomitivo seria porto menos inútil antes de la administración de este remedio. «Preparaciones antimoniales (emético).—En- tre los compuestos del antimonio que pueden provocar accidentes tóxicos , citaremos el emé- tico (tartrato antimoniado de potasa), la mante- ca de antimonio (cloruro de antimonio), el deu- tóxido de antimonio (ácido antimoníoso), el pe- róxido (ácido antimónico), el kermes mineral, el azufre dorado (sulfuro de antimonio hidrata- do), el vidrio de antimonio (óxido de antimonio sulfurado nitroso), y el polvo de antimonio (oxi- cloruro de antimonio). El kermes y el azufre do- rado de antimonio no son peligrosos sino á dosis, rauy altas, sucediendo lo mismo con el vidrio de "antimonio: el óxido de antimonio y el antiinoniato de potasa no son al parecer daño- sos por sí mismos, sino porque bastante á me- nudo contienen arsénico; y el antimonio diafo- rítico no lavado causa también accidentes gra- ves por estar mezclado con arseníato de potasa. Nos ocuparemos con especialidad del envene- namiento por el emético. «Tártaro estiriado (emético).— Es imposible decir á qué dosis puede hacerse venenosa esta sustancia para el hombre, pues sedan muchas veces de una á dos dracmas en el espacio de al- gunos dias, sin que por eso resulte ningún in- conveniente, con tal que se empiece por can- tidades bastante cortas y que llegue á estable- cerse la tolerancia del estómago. Después de la muerte se encuentran vestigios de inflama- ción en los pulmones, en el estómago y en el tubo intestinal. Magendie ha visto en sus es- perimentos hechos en animales, que la muerte resultaba sobre todo del infarto y hepatizacion pulmonal; de modo que parece natural concluir con este fisiólogo, que el emético ejerce con es- pecialidad su acción sobre el tubo digestivo y los pulmones, y que obra primero localmente y después de una manera mas general por me- dio de la absorción. Este doble modo de obrar no puede ponerse en duda, puesto que la in- yección en las venas de una disolución eraeti- zada produce náuseas, vómitos, deyecciones alvinas , disnea, aceleración notable del pul- so , convulsiones y un delicio furioso (Reca- mier). También puede colocarse entre el nú- mero de las lesiones que provoca el emético, la hinchazón y rubicundez de las encías, el tía— lisrao, el desarrollo de seudo-membranas ó la difteritis bucal, y el de anchas pústulas en la piel, semejantes á las de las viruelas umbili- cadas, y que dejan en pos de sí ulceraciones o escaras mas ó menos profundas. En un caso que refiere Mutel (Despoisons, obr. cit.; p. 65), estaba rojo é inflamado el estómago; la mem- brana mucosa ofrecía manchas singulares de un rojo cereza sobre un fondo violado, las cuales existían igualmente en el duodeno; se descubría un tubérculo blanco* del grosor de un guisante, lleno de pus, situado entre la tú- nica muscular y la serosa hacia el fin del vc- yuno, y en el corazón se veían tres manchas de un color rojo subido. En otro enfermo, que habia tomado cuarenta granos de emético, se encontró ademas de las lesiones precedentes, un aspecto rubicundo y opaco en la aracnoides de la convexidad, y un líquido sero-sanguino- lento entre las circunvoluciones y en la base del cerebro. «Los individuos envenenados por esla sus- tancia esperímentan un sabor desagradable, náuseas, vómitos, una contracción bastante fuerte en el conducto esofágico y en la farin- ge, calor y dolor en el epigastrio, disnea; des- vanecimiento, pequenez y opresión de pulso; tienen la piel bañada de"un sudor viscoso, y les sobrevienen cólicos bastante intensos y eva- cuaciones alvinas mas ó menos repelidas. ^Tratamiento. — Deberá administrarse ante todo una gran cantidad de agua tibia, provo- cando el vómito por medio de las barbas de una pluma introducida en la faringe. DiceMu- lel, que lo primero que debería hacerse, si fuera uno llamado en el instante mismo en que se ha ingerido el emético , seria prescribir un cocimiento acuoso, hecho con cuatro ó cinco nueces de agalla , ó bien una onza de quina en polvo en una azumbre de agua ( obr. cit., p. 66); pero nosotros creemos que aun en es- te caso sería preferible provocar el vómito, sin perjuicio de llenar si se creyese necesario esta segunda indicación, administrando en gran cantidad el cocimiento precedente. «Los antídotos mas seguros son los cocimien- tos de sustancias ricas en tanino, como la qui- na, la nuez de agallas, la corteza de roble, de castaño, de saúco, de historia, de ratania, de catecú, etc.; el tanino transforma el emé- tico en una materia insoluble, que no tiene acción sobre bis vias digestivas. Chaussier re- comienda también el uso de la magnesia (Con- tre-poisons, etc., p. 38). «Bertrand elogia el ácido nítrico (zumo de limón), que tiene según él propiedades anti- venenosas incontestables , formando un cura- to de potasa y una sal tarlarosa de base anti- monial, sobre todo cuando existen vómitos re- petidos (Manuel médico-légal, etc., p. 203). Puede en efecto suceder que presente un en- fermo vómitos continuos, que constituyan por sí solos un síntoma alarmante. Entonces se aconseja, ademas del zumo de limón, la po- ción anli-emética de Riverio que obra de una manera análoga; pudiéndose emplear también con esle objeto algunas gotas de láudano de Sydenham ó tres ó cuatro granos de estrac- to acuoso de opio en un vaso de cocimiento de raíz de malvavisco, de agua de arroz 6 VENtNOS irritante*. 365 gomosa (Chaussier, Contre-poissons, etc. p. 38), el jarabe de diacodion y el cocimiento de cabezas de adormideras. Se han recomendado igualmente las infusiones de celorabo y de otras plantos amargas, el nitrato de bismuto, y el ácido carbónico que puede desprenderse en el estómago con veinticuatro granos de sub-carbonato de potasa y una cucharada de zumo de limón disueltos en un vaso de agua fria, que debe tomarse rápidamente. «Hay casos en que no puede verificarse el vómito, y entonces es preciso, después de ha- berlo intentado por los medios que heraos di- cho raas arriba, hacer que beba el enfermo las infusiones astringentes á altas dosis. En ocasiones se hace urgente la introducción de la bomba gástrica. «Cuando el envenenamiento se halla en una época mas avanzada, deberá combatirse la flegmasía gastro-intestinal con los remedios apropiados: las cataplasmas, los fomentos, las aplicaciones de sanguijuelas, las bebidas mu- cilaginosas, las lavativas emolientes, un régi- men bastante severo y el uso de la leche, constituyen el tratamiento del último período de la intoxicación. «Ipecacuana (emetina).—El principio de las sustancias vegetales que se conocen con el nom- bre de ipecacuana, y que gozan de la propie- dad de ocasionar el vómito, ha recibido el nombre de emetina (Pellelier, Magendie). Es- to produce los mismos efectos que el tortero estibíado, aunque en un grado menor. El tu- bo intestinal y los pulmones de los perros á auiencs se ha propinado, han ofrecido una in amacion intensa (Mulel, obr. cit.; p. 241). Cabentou ha demostrado, que el cocimiento de la nuez de agalla es el contra-veneno de este álcali vegetal: todas las sustancias que conten- gan tanino ejercerán la raisma acción. En un caso de intoxicación por la raiz de ipecacuana cuva historia refiere el doctor Frieger, cesa- ron los accidentes por la administración de un cocimiento de las hojas de uva ursi y del es- trado de ratania (Bust. magas., t. XXXll). ¡Preparaciones de bismuto.—Solo puede ve- rificarse el envenenamiento por el sub-nitra- to y el nitrato ácido de bismuto. La primera de estas sales se conoce con el nombre de blan- co de afeite, el cual se mezcla algunas veces con la harina, el crémor de tártaro, etc. La segunda es mucho mas activa cuando se halla cristalizada, bastando una dracma ó dracma y media para producir los mismos efectos que dos ó tres dracmas del subnitrato (Orfila). «En las personas que sucumben á este en- venenamiento, se encuentran rojas y cubier- tas de manchas negras las membranas muco- sas del estómago y del duodeno. »En un caso muy interesante referido con minuciosidad por el doctor Kerner de Weins- ner«(Heildelb. kün. ann., t. V, v Archives gen de méd., t. XXlll, p. 434; 1830), las amígdalas, la campanilla, la boca posterior, la epiglotis y la membrana mucosa laríngea, es- tañan rojas y gangrenadas en algunos puntos; el esófago no ofrecía mas que un color lívido sin inflamación; habia una flogosis intensa en el estómago, sobre todo en el fondo mayor de este órgano ; su membrana mucosa estaba re- blandecida ; el tubo digestivo inflamado y gan- grenado en parte; la estremidad inferior de la médula se hallaba también en un estado flegmásico , rojo el endocardio ventricular, y los pulmones manchados de negro. «Según Orfila, la inflamación del tubo intes- tinal produce una escitacion simpática en el cerebro, aunque puede sin embargo absorverse el veneno y obrar sobre el corazón. Los sínto- mas que se han observado son: ardor en la gar- ganta y una sensación quemante en este punto; disfagia, náuseas, vómitos, capa amarillenta de la lengua, estreñimiento ó evacuaciones lí- quidas, fétidas y negruzcas (Kerner); cólicos, meteorismo, palidez del rostro, pequenez, de- bilidad é intermitencia de pulso al principio, y después aceleración; ardor de la piel, supre- sión de orina, disnea, vértigos, delirio, sopor, movimientos convulsivos y muerte. «El tratamiento consiste en propinar agua albuminosa ó leche, provocar la espulsion del veneno, y calmar por los medios antiflogísticos la irritación que haya determinado (Alph. De- vergie; ob. cit., p. 776). «Preparaciones de hierro.—El sulfato, el sub-carbonato, el cianuro de hierro y el tar- trato de potasa y de hierro, rara vez ocasionan el envenenamiento. «Preparaciones de oro.— El hidroclorato de oro, que se usa en la actualidad para combatir las enfermedades sifilíticas y otras afecciones (escrófulas), escita la secreción salival y tam- bién la cutánea y urinaria, según Orfila- Esta preparación, aun á dosis bastante cortas, es muy venenosa, ocasionando frecuencia de pul- so, escitacion de los órganos genitales y de todo el sistema nervioso, cefalalgia, locuaci- dad y delirio. En la abertura de los cadáveres se encuentra de un color sonrosado la mem- brana mucosa del estómago, ofreciendo en muchos puntos úlceras pequeñas. El mismo tratamiento que para el ácido arsenioso: no se conoce ningún antídoto. «Preparaciones de zinc.—El sulfato de este metal (caparrosa blanca, vitriolo blanco) es esencialmente emético, y puede darse á dosis bastante considerables sin que produzca la muerte, habiéndose visto sugetos que han to- mado hasta dos onzas. Esta sal determinaun sa- bor estíptico, constricción de la faringe, enfria- miento de las estremidades, agitación de pulso, dolor y calor en el epigastrio, vómitos, deposi- ciones frecuentes y retracción del abdomen. Se provocará ante "todo el vómito con el agua tibia, dando en seguida la albúmina disuelta en agua ó en leche. Se ha recomendado tora- bien el sulfato de potasa, la manteca y la nata. «Preparaciones db estaño.—El cloruro de es- 3GG VENENOS UIBITA.NTES. laño (hidroclorato) determina en los animales rubicundez de los intestinas; cuya membrana mucosa se halla á veces negra, dura y como curtida,ó bien ulcerada y equimosada. «Los síntomas son los "misinos con corta di- ferencia que produce el envenenamiento por las sales de zinc; habiendo ademas movimien- tos convulsivos de los miembros, y algunas ve- ces parálisis y muerte. La infusión de nuez de agallas, la magnesia, la leche, la albúmina, los mucilaginosos y los opiados para calmar los dolores, tales son los principales remedios de la intoxicación que nos ocupa. «Preparaciones de plomo.—Losóxidosde plo- mo (lítargirio, minio), el sub-carbonato de plo- mo (albayalde), el acetato neutro (sal ó azúcar de Saturno), el sub-acetato líquido (estrado de Saturno) y el cromato, que se emplea á veces para teñir de amarillo los confites, son prepa- raciones saturninas que obran enérgicamente sobre la economía. No trataremos aqui del en- venenamiento crónico producido por el plomo, pues su descripción pertenece á otro lugar (véa- se Cólico de los pintores; y mas adelante, entre las Intoxicaciones generales, Enfermedades pro- ducidas por el plomo). «Las sales de plomo tomadas á altos dosis, y sobre todo el acetato, obran á la manera que los venenos corrosivos, siendo semejantes á las de estos las alteraciones patológicas que oca- sionan. Independientemente de da rubicundez que ofrece la membrana mucosa, se encuen- tra alguna vez una capa de uu color gris blan- quecino , procedente de la descomposición de una parte del acetato por los fluidos que con- tiene el estómago, y compuesta de grumos que se desprenden con facilidad : la mucosa subya- cente se halla asimismo de un color gris ceni- ciento. «Los síntomas que han observado los autores son: náuseas, vómitos, hipo, dolor agudo en el epigastrio, desfallecimientos, ansiedad, có- licos atroces, estreñimiento, palidez del rostro, ojeras, lividez y fruncimiento de los labios, pulso débil, filiforme, abatimiento estremado, y humedad y calor de la piel (Enven. por el acetato de plomo, hospit. de Londres; en Ga- zette des hópitaux, n. 8, enero, t. 1; 1839). Bertrand, que tuvo ocasión de presenciar un envenenamiento mortal, causado por la inges- tión de media onza del acetato de plomo lí- quido, dice haber notado tensión y dureza de pulso, opresión y resistencia de las paredes abdominales, retracción del ombligo, contrac- ción espasmódica del esfínter del ano, vómitos continuos de una bilis amarilla, verdosa, de un olor fétido, y color aplomado de la cara. La muger que fué objeto de esta interesante observación, sucumbió en medio de espantosas angustias al cabo de cuatro dias: no pudo ha- cerse la autopsia (Manuel méd. lég., etc., pá- gina 12i). De lo dicho resulta, que el envene- namiento agudo ofrece en su sintomatologia utas de una analogía con la intoxicación satur- nina crónica, pu liendo sus efectos referirseá tres órdenes: 1.» inflamación del tubo digesti- vo; 2.° espasmo muscular, y 3.'lesión del sis- lema nervioso, caracterizada por la apoplegia y raas ordinariamente por parálisis parciales é incompletas (Christison, od. cit., p. 4.89). »Tratamiento.—Puede empezarse adminis- trando los contra-venenos, que son muy nume- rosos, y particularmente las sales alcalinas y las sustancias astringentes, tales como los sul- fates de potasa, de sosa, de magnesia, los carbonatos de las mismas bases, la albúmina, que debe colocarse en primer lugar; todas las infusiones y cocimientos astringentes, de nuez de agallas, de quina, de rosas rojas; el té, la leche y el agua de pozo. Se puede en seguida, una vez seguros de haber descompuesto todo el veneno, prescribir los purgantes y algunos narcóticos, que producirán tan buenos resul- tados como en el cólico de los pintores. Si se hubiese desarrollado ya una flegmasía evidente, se emplearán únicamente los opiados. En la observación referida mas arriba (Gaz. des hóp.), inyectó Boyrensson por medio de la bomba gás- trica cerca de media azumbre de una infusión de rosas, con el fin de descomponer la sal; es- trajo en seguida todo el líquido; hizo que se aplicaran fomentos calientes á las piernas y á los pies; administró muchas dosis de alcanfor y de éter, y una hora después dió una onza de aceite de ricino, que produjo abundantes de- posiciones. «Preparaciones de cromo, molibdeno, urano, zinc , manganeso, nikel , cobalto , platino, iri- DIO, rodio, paladio y osmio.—Todas estas sus- tancias se han esperimentado por Gmelin en los animales; pero no teniendo interés alguno para el práctico, seria inútil detenernos en ellas. E. Mezclas de diferentes sustancias venenosa*. «Hay casos de envenenamiento que pueden poner en confusión al médico: tales son aque- llos en que es llamado para asistir á una per- sona, que ha tomado muchas sustancias vene- nosas juntas. ¿Cómo deberá obrar en un caso de esta naturaleza? Supongamos, por ejemplo, que llega á saber que el veneno ingerido es una mezcla de ácido arsenioso y de sublimado; ¿prescribirá á un mismo tiempo el sub-carbo- nato de hierro á altas dosis para neutralizar el ácido arsenioso, y la albúmina ó el gluten de Tadeo contra la sal de mercurio? No hay duda que esta conducta parece la mas prudente, puesto que por regla general deben adminis- trarse á la vez arabos antídotos, á menos que se descompongan entre sí, lo cual les impediría obrar convenientemente. No se encuentra en los libros ninguna regla propia para guiar al práctico en tan difíciles circunstancias. Vamos por lo tanto á trazar algunas, procurando lle- nar el vacio que dejan los autores. »La primera indicación, que es la de promo- ver el vómito, debe dominar á todas las demás' VENENOS IRRITANTES. se- para lo cual se empieza por la administración de una gran cantidad de agua tibia. En el caso de contener el veneno ácido arsenioso, debería unirse á este líquido el contra-veneno, porque sin esta precaución se disolvería dicho ácido, y se facilitaría su absorción. La indicación que tiene por objeto provocar el vómito, es todavía mas urgente en los casos de mezcla, que cuan- do no existe en el estómago mas que un solo veneno. »Es preciso estar iniciado en el estudio de las reacciones químicas, para saber en qué esta- do pueden hallarse los dos ó tres venenos in- geridos. Ya se comprende cuan dificil es de- terminar la.naturaleza del nuevo compuesto. Sise ha tomado, por ejemplo, el sublimado y el ácido arsenioso, conviene saber antes de emplear ningún remedio, que este ácido se trasforma en ácido arsénico, mientras que el mercurio se reduce primero al estado de proto- cloruro, y después al de mercurio. (Orfila, obra cit., p. 262.) El que no esté prevenido de esta descomposición, prescribirá la sal de hierro y la albúmina, siendo asi que el primer contra- veneno es el único necesario, puesto que no hay que neutralizar mas que el ácido arsénico, no teniendo los calomelanos una acción vene- nosa inmediata. Hemos elegido este ejemplo, para demostrar las dificultados que se encuen- tran en casos semejantes; lo misrao suceaeria en el envenenamiento por cualquiera de las de- mas mezclas de que habla Orfila, presentando un análisis csacto de todas ellas (p. 259 y si- guiente). Pero hay también otros compuestos, cuyas proporciones son variables y no pueden indicarse de antemano. Cómo se conducirá el médico en semejantes casos, cuando no pueda conocer las reacciones químicas que han sobre- venido? En circunstancias tan apuradas es pre- ciso combatir el veneno mas peligroso, diri- giendo contra él el antídoto, si es que tiene alguno. Dificil será que el vómito, escitado antes y después del antídoto, no arrastre con- sigo una parte del otro veneno, esté ó no des- compuesto, con lo cual ya se podrá hacer uso del contraveneno del segundo tósigo, si se te- me que haya eludido la acción de Tos primeros remedios. «Todavía son mayores las dificultades cuando es llamado el médico después de efectuada la ab- sorción de los venenos y de haberse manifestado los síntomas de reacción y los generales. Alguna vez se neutralizan mutuamente los fenómenos; pero en otros casos, aunque se influyen de una manera recíproca, caminan simultáneamente. Al médico toca decidir en este caso cuáles son los efectos que reclaman mas especialmente su atención: respecto de este punto es imposible formular reglas fijas de antemano. F. Venenos irritantes orgánicos. «Solo en un tratado completo de terapéutica pueden darse á conocer todos los efectos fisio- lógicos y tóxicos de los medicamentos tomados de los reinos animal, vegetal y mineral. Asi, pues, no entra en nuestro plan"trazar la histo- ria terapéutica de cada una de las sustancias que vamos á examinar sucesivamente: descri- bir, por ejemplo, con toda minuciosidad los efectos de los drásticos vegetales, las propie- dades del opio, de la belladona etc., seria in- vadir el terreno de otras secciones de los co- nocimientos médicos, y especialmente de la terapéutica. «En efecto, esta ciencia abraza la descripción de los resultados fisiológicos y tóxicos de los remedios, y la indicación de su uso en el tra- tamiento de las enfermedades; y no siendo el envenenamiento mas que un estado morboso procedente de la acción exagerada de una de estas sustancias, no hay duda que corresponde esencialmente bajo el punto de vista del méto- do curativo al dominio de la terapéutica. Era preciso hacer estas observaciones, para mani- festar al lector el espíritu que nos ha guiado al redactar las páginas que siguen. »Los venenos vegetales irritan la membrana mucosa del tubo digestivo; escitan el vómito, y determinan casi constantemente diarrea y cólicos. Christison dice que el delirio es esce- sivamenteraro, y que cuando existe hay mo- tivo para sosnecnar la presencia de un veneno uarcotico-acre. t~ iiteraciones patológicas son con corta diferencia las mismaarM«_ íL -i „„ venenamjento por los minerales corrosivos, y no exigen por lo tanto una descripción se- parada. «Dase el nombre de venenos irritantes álos vegetales que tienen un sabor acre, cáustico y picante, y que introducidos en el tubo in- testinal , producen la inflamación y los acci- dentes que se observan en el envenenamiento por las sustancias corrosivas. «Síntomas. —Calor acre y quemante en la | boca, en la faringe y en el esófago, que se i propaga al estómago y á los intestinos; sensa- ! cion penosa de constricción en la garganta; [ sed insaciable, anorexia, náuseas, dolores epi- gástricos, vómitos biliosos persistentes y á ve- ces sanguinolentos, hipo, cólicos, meteoris- | mo, deyecciones alvinas mezcladas con sangre y acompañadas de tenesmo; ansiedad, disnea, 1 calor quemante en la piel, sudores frios, tem- blor, trismo, convulsiones, vértigos, sopor, delirio, postración, pulso pequeño, oprimido é intermitente; palidez y alteración de las fac- ¡ ciones, síncopes y muerte. «Tratamiento.—El vomitivo que debe prefe- ' rirse es el agua tibia pura, mezclada con miel ! ó cargada de albúmina, aunque creemos , sin j embargo, que no debe proscribirse entera- mente el emético : la infusión de café y el al- canfor en pociones ó lavativas, son útiles para combatir los efectos generales del veneno; las aplicaciones refrigerantes, como las afusiones frias, convienen en el período de colapso, y las fricciones con el aguardiente, el linimento 863 VENENOS amoniacal y el vino aromático, producen tara-i bien buenos efectos. Si *e manifiesta la in- flamación por signos ostensibles, debe recur-' rirse á las aplicaciones de sanguijuelas y á las \ sangrías generales; pero guiándose siempre < por las indicaciones terapéuticas, que son muy variables, y no procediendo de una manera sistemática, corao ha solido hacerse indebi- damente en todos los casos de envenenamien- to. No debe olvidar el práctico, que las sus- tancias que varaos á examinar irritan é infla- man violentamente el tubo intestinal, y que en el mayor número de casos no se insiste cuanto fuera menester en las bebidas emul- j sionadas, oleosas, mucilaginosas ó acídulas, en los baños tibios, las depleciones sanguí- neas locales, y á veces generales. «La raíz de brionia (bryonia alba, ó dioica), es un violento veneno, que inflama los tejidos que toca, é irrita simpáticamente el sistema nervioso. En una muger que tomó un coci- miento concentrado de esta sustancia en forma de lavativa, se observó la espulsion total de la membrana mucosa del intestino recto. (Mu- tel, obr. cit., p. 201.) «El vómito por medio del agua tibia, simple ó mezclada con miel, y las lavativas emolientes cuando se ha introducido por el recto la parte activa de la sustancia, forman la base del método curativo. En sesuda ***-•*» rauchftazas ü^ ¿,"cC, j uu vez en cuando tres o cuatro granos de alcanfor en una yema de huevo ó en una poción oleosa: si se vomita el café, se le puede prescribir en lavativa (Mutcl, p. 202). «Momordica elaterium.-EI estrado acuoso de esta planta, que debe sus propiedades á la ela- terina, causa la muerte en los perros mas ro- bustos en un tiempo bastante corto, cuando se eleva su dosis á dos ó tres dracmas (Orfila, p. 2G5). El fruto de este vegetal, cfie es del grosor de una aceituna y de color amarillo, está dotado de la misma energía que la planta. «La resina de jalapa (convolvulus jalappa), y la pulpa de coloquintida (cucumis colocyn- this) producen también los mismos efectos. El flujo abundante intestinal es uno de los fenó- menos que determinan con mas frecuencia es- tas sustancias acres é irritantes: las materias son á veces sanguinolentas (véase trat. en ge- neral). Se ha dicho que el jabón, unido á la resina de jalapa, La privaba de sus cualidades acres y purgantes. «Los efectos de la gutagamba (cambogia gu- ita), lo mismo que los de la resina de jalapa, de la coloquintida y del torvisco, parecen de- pender mas bien de la inflamación que pro- ducen en los órganos y de una irritación sim- pática, aunque á veces también proceden de su absorción. o El torvisco (daphne gnidium) determina una flegmasía muy viva y una irritación sim- pática del sistema nervioso; por lo cual debe consistir su tratamiento en el uso de los an- tiflogisticos. IRIUrANTES. «Gran número de plantos, que posoen tam- bién las propiedades deletéreas de los venenos acres y corrosivos, no merecen sin embargo una mención particular. Nos contentaremos, pues, con enumerarlas, haciendo ligeras ob- servaciones respecto de algunas de (>|las. «Elricino fricinus communis, ó palma thris- ti), el aceite de crotontiglio (jatropha cur- cas), y el manzanillo (el jugo del árbol, sus frutos v los efluvios que de él se desprenden). Se ha dicho que su contra-veneno es la emul- sión de semillas de nandhíroba (Medécine lé- gale de Devergie , t. 11, par. 2.1, p. 736), y también se ha aconsejado el agua de mar ó el agua salada; pero los eméticos, las lavativas, v las bebidas mucilaginosas, son los remedios mas eficaces en este envenenamiento. «Los euforbios, género de plantas de la fa- milia de las euforbiáceas, cuyas especies son muy numerosas, contienen un zumo blanco, lechoso, dotado de propiedades acres y corro- sivas. Las especies mas conocidas son el des- pertador (euphorbia helioscopia), que toma es- te nombre porque su zumo ocasiona una co- mezón muv viva en los ojos, el tártago ¡eu- phorbia lathyris), y los euforbios cypansias, esula, pepulus, virosa, etc. «Síntomas.—Sofocación , dolores epigástri- cos náuseas,vómitos , Motores abdominales, deyecciones alvinas sanguinolentas, movi- mientos convulsivos, agitación de las estremi- dades inferiores, pulso pequeño y comprimi- do y abatimiento general. Aplicados sobre la piel", la enrojecen é inflaman desarrollando vesículas como los vejigatorios (véase Trata- miento en general). »La Celedonia (chelidonium majus)es una planto de la familia de las papaveráceas, que : se encuentra por todas partes, y que ocasiona | á menudo varios accidentes. El jugo es esce- ' sivamente acre, y cuando se ingiere en gran cantidad puede acarrear la muerte. «Sabina (juniperus sabina). Empleada en polvo ó en infusión como emagogo y abortivo, parece obrar sobre el sistema nervioso y el in- testino recto (Orfila, obr. cit., p. 309).Cock- son encontró en una muger, que había bebido una infusión cargada de esta planta que le produjo el aborto, una peritonitis muy esten- sa, con derrame y falsas membranas, acom- pañada de una violenta inflamación del estó- mago (obr. cit. de Christison). «Estafisagria (delphinium staphysagria). So principio activo es la delfina , álcali nuevo en- contrado por Lassaigne y Feneulle en las semi- llas de esta planta. «Graciola (gratiola officinaüs). Tomada en forma de lavativas ejerce una acción especial sobre los órganos de la generación, escalán- dolos fuertemente. Bouvier la ha visto deter- minar la ninfomanía en cuatro mugeres, y Me- rat y Delens refieren dos observaciones aná- logas. »Rnis badicans y toxicodenuuon (zumaque VENENOS IRRITANTES. 3G9 venenoso), variedades de una misma planta. Resulta de los esperimentos de Laviní, de Fontana y de Orfila , que la parte mas activa de este vegetal pasa al estado de gas cuando no recibe directamente los rayos del sol, y que el estracto acuoso, dado interiormente ó apli- cado sobre el tejido celular, produce una ir- ritación en la parte, seguida de una inflama- ción mas ó menos intensa, y de una acción es- tupefaciente del sistema nervioso. Inyectado en las venas obra de la misma manera. «Narciso de los prados (narcisus pseudo- narcissus). El estracto de esta planta es un ve- neno irritante á la dosis de dos ó tres dracmas. Caventou no ha encontrado en él ninguna pro- piedad vomitiva (1816); Orfila le atribuye este efecto, y piensa que dirige su acción hacía el sistema nervioso y la membrana interna del estómago. «Ranúnculo de los prados (ranunculus acris): esla sustancia y otras muchas especies del mis- mo género son muy venenosas. Cuando se apli- can al esterior, inflaman la piel,desprenden el epidermis y producen ulceraciones profundas. Introducidas en la boca, desarrollan una fleg- masía en este órgano, escorian su membrana y la lengua, provocando dolores agudos de estómago, desfallecimientos, ansiedad y con- vulsiones horribles (Mutel, obr. cit., p". 227). Krapf dice, que el ranúnculo venenoso de- termina movimientos convulsivos en el bajo vientre, un dolor quemante y una estrangu- lación á lo largo del esófago, tialismo, infla- mación de la boca, pérdida del apetito, den- tera y rubicundez de las encías, que dan san- gre al menor contacto. Los antiguos habian notado igualmente en el envenenamiento por una clase de ranúnculo que es comun en Cer- deña, una especie de risa convulsiva que re- cibió el nombre de sardónica, en razón del sitio donde se criaba la planta que la produ- cía; Krapf neutralizó la acción deletérea de este ranúnculo, que se habia administrado á sí mismo, con el uso del ácido oxálico. «Anemona pulsatila (anemone pulsatilla); anemona de los prados (an. nigricans); de los bosques (an. nemorum), etc. Sus flores, raiz v estracto acuoso obran simultáneamente so- bre el estómago inflamándole, y sobre el sis- tema nervioso narcotizándole. En los casos de envenenamiento por estas plantas, es preciso tener en cuenta esta doble acción; pues al mismo tiempo que se combate la flegmasía in- testinal, se ha de obrar sobre el sistema ner- vioso por medio de fuertes estímulos aplica- dos á la piel, y por afusiones de agua fria. «Rlmex verticillata.—En un caso de enve- nenamiento por las raices de este vegetal, se observó en el joven quedas había comido una desazón en todo el cuerpo, cólicos, eructos, náuseas, vómitos, deposiciones copiosas y féti- das, síncopes y aturdimiento; la cara estaba agi- tada por sacudidas convulsivas, irregulares, ca- taleptiformes; habia sudores venfriamiento. La TOMO IX. • administración del emético produjo la curación. «Phytolacca decandra.—Los síntomas que presentaron dos niños aue habían comido las raices de esta planta, fueron-los siguientes: náuseas, arcadas, pero sin vómitos, estreñi- miento, meteorismo, ceguera y convulsiones de los miembros. Uno de ellos murió al cabo de seis horas con trismo de las mandíbulas y con una contracción espasmódica del ano, tan fuerte que no se le pudo administrar una lavativa; el otro se curó. «Sedum acre (siempreviva de los tejados). El zumo de las hojas y de los tallos tiene un sabor acre y picante; deja en la boca una sen- I sacion de ardor, y es muy emético y purgan- ¡ te á la dosis de medía á una onza. En los animales sobrevienen síntomas tóxicos, cuando se le administra á la dosis de cuatro onzas y media (Orfila). Pudiéramos hablar todavía de otros muchos vegetales que obran á la mane- ra de los venenos irritantes; pero nos bastará presentar una lista tomada del tratado de Toxi- cologia de Orfila. Los rhododendron chrysan- thum y ferrugineum y la corona imperial (fri- tillaria imperialis), la pedicular de los pan- tanos (pedicularis palustris), el cyclamen eu- ropceum, el plumbago europcea, la escamonea (convolvulus scammonea), los cerbera ahova'i y manghas, los cynanchum erectum y vimiale, los lobelia longifloray syphilitica, los apocy- num androsoemifolium, cannabinum y vene- tum, los asclepius gigantea y vincetoxicum, la hydroclotilevulgaris, los clematis vitalba, flam- mula, recta, é integrifolia, la pastinaca sativa annosa, los selantus quadragonus, forskaliiy glandulosus, los arum maculatum, esculentum, seguinum,dracunculus,dracontium,virginicum, colocasia y arborescens y el calla palustris. »La creosota (de xpsa?, carne, y (¡ufo yo con- servo) es un líquido oleaginoso, de un color amarillo pardusco, ó bien incoloro, de un olor parecido al de la carne ahumada, ó mas bien de brea, que apenas se disuelve en el agua, y por el contrario es muy soluble en el ácido acé- tico, en el éter y en el alcohol. Los esperimen- tos hechos en perros por Miquel, demuestran que esta sustancia inflama vivamente los teji- dos que toca y produce accidentes muy graves, toles como aturdimiento, vértigos, vista fija, embotamiento de los sentidos, disnea, forma- ción de mucosidades hebrosas y espesas, una baba espumosa en la boca, temblor de los miembros, convulsiones y muerte (Becherches chimiques sur la creosote; Paris 1834). Alph. Devergie opina que debe colocarse esta sus- tancia entre las materias vegetales de natura- leza irritante (obr. cit., p. 792). «Cantáridas.—Las cantáridas deben sus pro- piedades venenosas á una sustancia volátil y oleosa, de un olor nausebundo, que es un prin- cipio tóxico según Orfila. Contienen ademas una materia blanca, insoluble en el agua y en el alcohol fríos, soluble en el alcohol caliente, en el éter v en los aceites, y que fue descubíer- 370 VENENOS IRIUTANUg. la por Robiquet, quien le dió el norabre de rantaridina (1810). El polvo, la tintura alcohó- lica ó etérea de las cantáridas, ya solas ó ya mezcladas con los alimentos, como por ejem- plo, al chocolate (Barruel, Anuales aVhygiene et de médecine légale, t. XIII, p. 4Ó5; año 1835) son las preparaciones de que se hace uso con mas frecuencia. Este veneno puede también determinar accidentes graves, y aun la muerte, cuando se le aplica á la superficie de la piel, con tal quesea absorvido. Es preciso no olvidar que la sustancia que le sirve de vehículo para introducirse en la economía, puede hacerlo raas activo ó disminuir sus efectos; pues mezclado con aceite posee propiedades mas deletéreas, que cuando se le da en agua ó en alcohol. Gia- comini atribuye esla diferencia á la acción hi- perestenizanle de este último líquido, que con- traresta ó destruye los efectos hipostenízantes de las cantáridas" (Hechos clínicos relativos á la virtud terapéutica de las cantáridas y á los ver- daderos antídotos de esta sustancia; en la Ga- zette des hópitaux, n.° 94, t. XII, p. 37,5; 1838). Por nuestra parte creemos, que se puede tam- bién esplicar perfectamente por la propiedad que tiene el aceite de disolver las cantáridas. «Alteraciones patológicas.—En las autopsias se encuentra la boca y la lengua despojadas de su epidermis, la mucosa del esófago despren- dida á veces enteramente (Envenenamiento por el polvo de cantáridas, por Rouquayrol; en la Revue medícale, p. 109; 1830), el estómago equimosado, ulcerado, mamelonado y rojo; los vasos rauy llenos de sangre, de cuyolíquido se hallan también infartados el cerebro, las ca- vidades derechas del corazón, los uréteres y toda la túnica mucosa génito-urinaría; en cier- tos casos existe una iuflaniacion muy notable en los órganos genitales y en la vejiga", y aun á veces está gangrenado el pene. Cuando se han aplicado las cantáridas esteriormente, pa- sando por absorción al torrente circulatorio, se halla el tubo digestivo perfectamente sa- no, y solo están afectados los órganos gé- nito-urinarios. Esta última lesión no es cons- tante, siendo preciso para que se verifique, que no sobrevenga la muerte sino tres ó cuatro dias después del envenenamiento. Se ha atribuido la flogosis vesical y renal á la irritación directa 3ue provocan en estos órganos las partículas el veneno, que segregadas por los ríñones, pasan á la orina; y no tienen otro origen los síntomas inflamatorios del aparato génito-uri- nario, según los contra-estimulistas. Alguna vez se ha encontrado el pulmón infartado de una serosidad rojiza. En un caso en que se practicó la flebotomía, no presentó la sangre costra inflamatoria (Envenenamiento de tres ne- gros por las cantáridas, por Maxwel; en la Ga- zette des hópitaux, n.° 1)2). «Síntomas. —Cuando se han tomado por la boca los polvos de cantáridas, causan un olor nauseabundo y félido, sabor acre y desagrada- ble, sed ardiente, algunas veces hidrofobia, dísfagía, náuseas, vómitos abundantes, dolores vivos en el epigastrio y en los hipocondrios, có- licos atroces, deveociones copio.-as y con fre- cuencia sanguinolentas, ardor en la vejiga y en la uretra, cslranguria, orinasen ciertos casos mezcladas con sangre, que se cscrclanen corta cantidad, y muchas veces dureza y frecuencia de pulso. En los esperimentos que hizo Giaco- mini en seis discípulos, adquirió el pulso una debilidad muy notable (Faiís cliniques, etc., ya citados; Gazette des hópitaux, n.° 93, p. 3/3; 1838): habia en unos dificultad de respirar, y en otros era libre la respiración; esputos de materias espuraosasyauu sanguinolentos, como en las observaciones referidas por Maxwel (Ilópit. indiens; Gaz. dies hóp>, n. 92, \. XII, p. 388; 1338); delirio, convulsiones y totanos. Según Giacomini se manifiestan ademas una debilidad estremada, postración, palidez del rostro, torpeza de la inteligencia, vértigos, li- potimias y enfriamiento de las estremidades. El priapismo y una viva escitacion de |os órga- nos genitales se han considerado por la mayor parte de los autores como efecto ordinario de la intoxicación por las cantáridas; y sin embar- go, el primero de estos fenómenqs falta con bastante frecuencia. «Acción sobre la economia.^-Barbícr distin- gue en los efectos de las cantáridas: 1.°una acción local que consiste en el desarrollo de una flogosis rauy pronunciada, y 2-° otra ac- ción general de naturaleza evidentemente es- timulante y comprobada por la escitacion de todos los órganos (Traite elementaire de matiere medícale, t. III, p. 590, en 8.°; París 1830). Or- fila dice también que este veneno determina in- flamación en las partes con que se pone en con- tacto, y una acción marcada sobre el sistema nervioso, á la cual es preciso atribuir la muer- te; obrando ademas sobre la vejiga y los órga- nos génito-urinarios, que inflama violentamen- te, como lo prueban las alteraciones que se observan después de la muerte y los síntomas que se notan durante la vida (obr. cit., p. 327). «Completamente opuesta es la doctrina que sostienen Gíulo, Lanzoni, Borda, Rasori, Gia- comini y todos los que colocan las cantáridas entre las sustancias capaces de disminuir la vi- talidad de los órganos. Giacomini pretende,que lejos de ser las cantáridas un estímulanleenér- gico, son un hipostenizante ó contra-eslimu- lante queenerva la acción vital, en particular del corazón y de las arterias, ejerciendo ademas una local ó físico-química diametralmente opuesta. Asi es que Borda y Rasori no han re- parado en tratar la neumonía por las cantári- das á altas dosis, sin mas remedios: el misrao Brown no tuvo raas audacia. Los contra-esti- mulistas niegan á las cantáridas las propiedades afrodisíacas que se les atribuyen comunmente, y no les faltan hechos en que apoyar su opi- nión. Según ellos, lejosde escitar al coito, ener- van y producen la impotencia; pero como no pueden poner en duda (os numerosos casos de VENENOS IIIRITANTES. 371 envenenamiento en que se ha observado el priapismo, lo esplican, como hemos dicho, por la irritación de las vias ¿tenito-urinarias. «Tratamiento. — Dos tratamientos opuestos resultan inevitablemente de estas dos doctri- nas: el uno consiste en el uso de los antiflogís- ticos, como la sangria, las bebidas emolien- tes, etc., y el otro en estimular por el contrario la economía con el vino, el alcohol, etc. Lo que á nosotros nos parece mas útil en este envene- namiento, como en todos los demás, es basar el tratamiento en indicaciones terapéuticas. »4.° Muchas veces sedan las cantáridas mezcladas con sustancias alimenticias ó bebi- das de distinta naturaleza, destinadas á sacar á loa individuos del estado de impotencia en que se hallan por los progresos de la edad ó por cualquier otra causa. Se empezará pues naciendo vomitar al enfermo con el agua ca- liente, ó con un grano de emético si no se hu- biese podido conseguir de otra manera. Una vez desembarazado el estómago de las mate- rias que contiene, se administráronlos coci- mientos de malvavisco ó de simiente de lino, la disolución de la goma arábiga , la leche, la emulsión de almendras ó el aceite comun. Se ha querido proscribir este último líquido, por- 3ue disuelve la parte activa del veneno, de onde se infiere que ha de aumentar los acci- dentes; pero destruyen completamente esta inducción teórica los buenos efectos que se han obtenido muchas veces de su administración. Christison sin embargo considera al aceite co- mo perjudicial. Tampoco deben descuidárselas lavativas emolientes, repetidas con frecuencia. »2.° Combatir los efectos generales. Para disiparlos se ha empleado muchas veces la san- gria , la cual va seguida de buen éxito, cuando son muy intensos el calor febril, el dolor ab- dominal, Ja dificultad de la respiración, ía congestión del rostro y la agitación: las san- grías locales hechas "en diferentes puntos del abdomen, los baños tibios, y las bebidas y la- vativas emolientes, deben ponerse también en uso durante este período. Christison recomien- da el baño tibio (p. 538). «El doctor Giulo dice haber administrado con buen éxito en un caso de envenenamiento el láudano y el amoníaco, que no tardaron en disipar todos los síntomas. Lanzoni ha usado igualmente con ventaja la primera de estas sus- tancias. En los esperimentos hechos por Gia- comini en sus discípulos , dice haber observa- do la disminución y cesación de los fenómenos mas graves, haciéndoles tomar el vino de Má- laga á altas dosis y aun el ron; de donde de- duce que los verdaderos antídotos dinámicos de este veneno son el amoniaco, los alco- holes, el vino, el éter, etc. Siendo también el opio y el láudano medicamentos de natura- leza escitante según los contra-estímulistas, los han preconizado los que asi piensan para combatir la debilidad: nosotros los creemos útiles asociados al alcanfor. ' 3.° Tratamiento de los diversos accidentes 3ue suceden á la intoxicación de las cantarí- as. La flegmasía de los intestinos y los sínto- mas que de ella resultan, como el dolor, los cólicos, la sed y la diarrea, deben combatirse con aplicaciones emolientes, fomentos al ab- domen y sanguijuelas, procurando que después de caídas estas corra algún tiempo la sangre. «Pueden hacerse evacuaciones locales en el bajovientre y en la circunferencia de los órga- nos genitales, cuando sequiere disminuir la in- flamación y el tenesmo vesical. En casos de esta naturaleza son útilísimos y calman muy bienios accidentes, los baños generales, los de asiento y las lavativas. «El alcanfor se ha empleado con mucha fre- cuencia en este envenenamiento, para neutra- lizar los síntomas nerviosos y los fenómenos patológicos que sobrevienen en el aparato ge- nito-urinarío, como el priapismo y especial- mente la disuria. Algunos autores consideran á este medicamento casi como específico, mien- tras que otros le niegan toda virtud anti-afro- disiaca. Devergie refiere un caso en que le probó muy bien su uso (ob. cit., p. 800). Para administrarle á los enfermos, se le hace tomar interiormente en forma de lavativa ó de po- ción , añadiendo en este último caso cierta can- tidad de opio ó de láudano: al misrao tiempo se dan también fricciones en el periné, en el hipogastrio y en la parte interna de los mus- los, con aguardiente alcanforado, ó bien con un linimento que contenga láudano : Bertrand aconseja el linimento de Kieser, que se com- pone de: aceite de trementina media onza; yema de huevo, dos dracmas; y agua de men- ta piperita,seis onzas(Manwe/ de méd. lég.,etc, p. 206). En un caso de envenenamiento cau- sado por media onza de polvos de cantáridas, que no fué seguido de la muerte, se emplea- ron con buen éxito los mucilaginosos, la le- che, y las pildoras nitradas y alcanforadas (Bevue medícale, t. III, p. 400)" Maxwel pres- cribió á sus enferraos una infusión del hibiscus esculentus en forma de tisana, y una lavativa compuesta con la misma infusión y el aceite de ricino (obs. ya cit.). «Las almejas y otros varios mariscos de que se hace uso como alimento, dan lugar á veces á todos los síntomas de un envenenamiento, que una preocupación vulgar atribuye á la presencia de unos animalíllos que se encuen- tran en las almejas, especialmente en invierno. Creen algunos escritores, que estos accidentes dependen de una alteración pútrida semejante á la que esperímentan ciertos pescados; y otros de una idiosincrasia de los individuos, pues hay algunos que nunca comen almejas sin que se les reproduzcan los mismos síntomas. Por últi- mo, se ha querido buscar su causa en las al- teraciones que sufren los vasos de cobre mien- tras se cuecen dichos mariscos, ó en cierta ma- teria nociva que suele formar una espuma ama- rillenta en la superficie del mar (Lamouroux). 372 VENENOS NARCÓTICOS. »Ln un caso muy nolable referido porBedor, pareció depender "el envenenamiento por las almejas, de las partículas cobrizas que conte- nían estos anímales, que se arrancaron de la quilla de un navio viejo forrado de cobre, y se vendieron en el acto: casi todos los que las probaron padecieron síntomas de envenena- miento (Sobre el envenenamiento por las alme- jas; en la Gazette medícale , 4 lebrero; 1837). Bouchardat asegura, que aun cuando no se cuezan las almejas en vasos de cobre, contie- nen una cantidad bastante notable de este me- tal (Gazette medícale, p. 320; 1835). «Rara vez sobreviene la muerte por el solo hecho de la intoxicación por las almejas. En el caso de ser esta la terminación del mal, pre- sentan vestigios de flogosis el estómago y los intestinos; pero la naturaleza de los síntomas hace creer que el veneno ejerce principalmen- te su acción sobre el sistema nervioso. Efecti- vamente, en los individuos que sucumben se observa delirio, enfriamiento de las estre- midades, saltos de tendones, una debilidad estremada del pulso, síncopes y la muerte. En los casos comunes suelen ser los síntomas rae- nos intensos; tres ó cuatro horas después de la comida sobreviene una desazón general, una sensación de peso en el epigastrio, náuseas, vómitos y sed; la respiración es difícil, penosa y como convulsiva; hay ansiedad precordial y comezón en la piel de la cara ó de todo el cuer- po, que se pone tumefacta y se hace asiento de una erupción eritematosa, pustulosa ó ur- ticaria. «El tratamiento consiste en evacuar las ma- terias contenidas en el tubo digestivo por me- dio del vómito, y obrar en seguida sobre el sis- tema nervioso, administrando una poción eté- rea (2 á 4 dracmas) ó alcoholizada, cierta can- tidad de ron, de aguardiente ó dejsgua y vina- gre. Cuando son moderados los srf tomas, debe prescribirse una bebida acidulada con esta úl- tima sustancia ó bien con el zumo de limón, ocupándose después en combatir la irritación gastro-intestinal por medio de aplicaciones emolientes. Muchos médicos han empleado también los baños tibios desde el principio del mal. s Hablan los autores de otros muchos pesca- dos, cuya carne es tan venenosa como la de las almejas. El tratamiento es el mismo; y única- mente recordamos que los pescados tenidos por indigestos suelen ocasionar accidentes, ora porque no se prestan fácilmente á la acción de los estómagos un poco débiles; ora porque en virtud de idiosincrasias particulares, escitan una acción especial en la membrana mucosa del estómago, ú ora en fin porque se alteran con prontitud. «Vidrio y esmalte en polvo.—Se han contado las fábulas mas estrañas sobre el envenena- miento por el vidrio en polvo, que muchas personas tienen por muy venenoso , cuando su única acción es irritar mecánicamente las pa- redes del tubo intestinal. Mahon, Portal, Gme- lin, Meltzger v Foderé, citan ejemplos de muertes repentinas, causadas por la ingestión del vidrio molido. En estos casos, que son mu- cho mas raros de loque se ha creído, hieren los fracmentos de este cuerpo las paredes del estómago y determinan accidentes inflamato- rios. Si tuviésemos que prestar los ausilios de la ciencia en un caso de esta naturaleza, y hu- biera motivo para creer que las porciones eran bastante grandes, debería hacerse comer una considerable cantidad de patotas, de habichue- las, guisantes, coles, miga de pan ú otros ali- mentos de este género; después de lo cual quiere Chaussier que se provoque el vómito dando á beber aceite (Contre-poisons, p. 163). Nosotros eremos que tiene menos inconvenien- tes dejar que el cuerpo estraño camine lenta- mente á lo largo del tubo digestivo. Si el vidrio estuviese en forma de polvo, se podría es- citar inmediatamente el vómito sin que el en- fermo comiera cosa alguna, calmando en se- guida la irritación intestinal por los medios or- dinarios. §. II.—Venenos narcóticos. «Generalidades.—Los venenos narcóticos son unos agentes dotados de la facultad de obrar primitivamente sobre el sistema nervioso, y especialmente sobre el cerebro (Orfila).Su prin- cipal efecto es entorpecer la sensibilidad, y de- terminan cefalalgia, vértigos, sopor, soñolen- cia, una especie de embriaguez, un delirio alegre ó furioso, estupor, dolores con frecuen- cia muy agudos, dilatación ó contracción de las pupilas, que también pueden permanecer naturales, anestesia completa ó incompleta, náuseas, vómitos, plenitud, fuerza y frecuen- cia de pulso, movimientos convulsivos gene- rales, parálisis de los miembros, con mas fre- cuencia de los inferiores , y coma. «Las alteraciones cadavéricas mas comunes son: inyección de los vasos del cerebro y de las meninges, y congestión del pulmón y de las principales visceras. La sangre conserva muchas veces su fluidez, y la membrana mu- cosa intestinal permanece intacta en toda su estension. Sería inútil estendernos en mas ge- neralidades sobre los narcóticos, puesto que debemos examinar en particular cada uno de ellos, y que varían mucho las lesiones que determinan. En el párrafo consagrado al en- venenamiento por elopio, se encontrarán to- dos los pormenores necesarios. «Tratamiento.—Véase Opio. »Opio y sus compuestos.—Esta sustancia es el jugo espesado de las cápsulas de la adormide- ra blanca (papaver somniferum). Contiene cer- ca de veinte sustancias, aisladas por los quí- micos, y algunas de ellas usadas en terapéuti- ca. Citaremos entre otras: 1.° la morfina, álcali vegetal, que combinado con los ácidos acéti- co é hidro-clórico, forma sales que se usan coa VENENOS NARCÓTICOS. 5173 mucha frecuencia: 2.° lacodeína, álcali des- cubierto por Robiquet: 3.° la meconina; 4.° lanarcotina: 5.° la narceina; 6.° la tebaina ó paramorfina, y 7.° la seudo-raorfina. Hay ademas diferentes preparaciones del opio, tales como el láudano de Sydenham y de Rousseau, el jarabe de adormideras, el de diacodion, etc. Estudiaremos mas particularmente los cora- puestos que se emplean de una manera habi- tual en terapéutica. Por lo demás reuniremos la historia del envenenamiento por el opio y la de las sales de morfina, que ofrecen pocas diferencias, para evitar repeticiones. Se han atribuido las propiedades tóxicas del opio á una sal de morfina, ó de narcotina, ó mas bien á la acción combinada de estas dos sus- tancias (Orfila, p. 868). Se ha dicho también, que la narcotina era el principio escitante, y la morfina el agente narcótico del opio ( Ro- biquet y Magendie). Las cuestiones que se han suscitado sobre este punto de la historia quí- mica del opio, nos parecen muy importantes en terapéutica pura; pero aqui debemos pa- sarlas en silencio. Lo que mas debe llamar la atención en el estudio práctico del envenena- miento , son los efectos y la acción tóxica que ejerce el opio sobre la economía, á fin de de- ducir el tratamiento que convenga emplear pa- ra combatirlo. «Ignórase cuál sea precisamente la cantidad de opio necesaria para producir la muerte. Pyl la ha visto sobrevenir en un individuo que ha- bia tomado sesenta granos; Lassus, por treinta y seis; Wildberg , por cuarenta; y el doctor Paris asegura que cuatro granos bastan para causarla. Christison cuenta que un joven, que habia tomado cuatro granos y medio de opio, con nueve de alcanfor, sucumbió al cabo de veintinueve horas (obr. cit. p. 624). Sun- deling hace observar que en los niños, por cortas que sean las dosis, ejercen una acción muy notable; y las obras están llenas de he- chos que vienen en apoyo de esta opinión. Simson vio morir á un niño de cuatro meses, por haber tomado tres golas de láudano en una poción (Christison, p. 625). Se ha dicho que el opio obra con raas energía cuando se intro- duce por el recto; pero esta proposición es muy dudosa: la absorción se verifica de una manera mas activa por la piel, desnuda de su epi- dermis. «Alteraciones patológicas producidas por el opio y sus diversos compuestos (sales de mor- fina, láudano, etc.). Ingurgitación de los vasos cerebrales y de la pía madre, inyección de la sustancia cerebral, que aparece "salpicada de gotitas de sangre cuando se practica un corte en la pulpa nerviosa, derrame de serosidad en los ventrículos, congestión muy notable de las principales visceras: 1.° de los pulmones que están densos, apretados, poco crepitan- tes , de un color rojo ó violado, y empapados de una serosidad sanguinolenta; 2.° del cora- ion, que se presenta blando; 3.° de los grandes vasos venosos, que aparecen llenos de una san- f;re negra y líquida , y 4.° de los ríñones, de as fosas nasales y del tubo digestivo. (Des- portes). Se ha encontrado el acetato de mor- fina en la orina de un animal, diez minutes después de haberlo inyectado en sus vasos. La rubicundez del estómago y de los intestinos puede depender de una inyección pasiva post mortem , y rara vez indica "una flegmasía. Se- gún Orfila, las congestiones pulmonales son las que constituyen la lesión mas constante del envenenamiento por el opio. »Síntomas.—X pesar del considerable nú- mero de trabajos emprendidos sobre los efectos terapéuticos y tóxicos del opio, su historia ha permanecido rodeada de tinieblas hasta estos últimos tiempos. Muchas causas han contribui- do á semejante resultado, siendo la principal que la mayor parte de los observadores no han estudiado los efectos de los venenos en todas sus fases. Ya hemos dicho, y volvemos á repe- tir, que se olvida demasiado que el envenena- miento es una verdadera enfermedad desarro- llada accidentalmente, que tiene como todas las demás un curso sometido á numerosas va- riaciones, en razón de diferentes circunstancias que ya hemos dado á conocer, y que inducen en los síntomas, en la marcha y en el tratamien- to, diferencias bastante notables que es preciso tomar en consideración. Tal sucede precisa- mente con el opio ; pues según que esta sus- tancia se haya dado á altas ó cortas dosis, de una manera continua ó por intervalos, y según que se estudien los efectos que determina en tal ó cual período del envenenamiento, resultarán cambios bastante numerosos. Hecha esta adver- tencia, procederemos á describir los efectos del opio, empezando por su acción fisiológica y pa- sando en seguida al estudio de sus fenómenos tóxicos. «Efectos fisiológicos.—Cuando se administra por la boca, ó se hace penetrar en la sangre por el método endérmico una sal de morfina, se observa según Trousseau y Pidoux una sed bastante viva, que se manifiesta de una mane- ra conslante y muy rápida si la sal narcótica se ha aplicado sobre la piel (Tratado de tera- péutica y de materia médica, 1.1, p. 130, en 8.°, 1836; Paris). La secreción salival cesa ó dismi- nuye momentáneamente y se secan la boca y la garganta, ó por el contrario, se manifiesta tia- lismo. Los enfermos tienen inapetencia mien- tras duran los accidentes nerviosos; pero cuan- do estos se disipan, vuelven á recobrar el ape- tito. Si se ha tomado por la boca el narcótico, sobrevienen vómitos desde el principio, rem- plazados en seguida por simples náuseas, que luego cesan enteramente. Si se ha introducido por el método endérmico, no se presentan los vómitos hasta el segundo ó tercer dia. Este sín- toma es tres veces mas frecueate en las muge- res y en los individuos nerviosos, que en los hombres y en las personas de una constitución sanguínea, aunque se habia dicho lo contrario 3 71 VENENOS NARCÓTICOS. con respecto de estos últiraos: hay ademas náu- seas, inapetencia y desazón casi constantes, es- treñimiento y diarrea. La astricción de vientre se manifiesta cuando se ha aplicado el opio so- bre la piel: dado por la boca, la diarrea sucede al estreñimiento. Por lo demás no cesan los vó- mitos, á pesar de este flujo; las orinas son or- dinariamente mas raras, y se escretan con di- ficultad, sobre todo en los hombres y aun tam- bién en las mugeres, aunque Bally ha dicho lo contrario. Una ó dos horas después de la inges- tión del narcótico, se cubre la piel de sudor; el cual, sin embargo, no es rauy abundantecuan- do fluyen las orinas en gran cantidad. Se consi- deran asimismo como síntomas constantes: 1.° una comezón y prurito insoportable, que se pre- senta en la piel de todo el cuerpo ó de ciertas regiones ; y 2.° una erupción de prurigo, de urticaria ó de eczema. Los menstruos corren con mas abundancia ó con anticipación; la piel está caliente, rubicunda, y el pulso acelerado, como también los movimientos de la respira- ción. Dice Bally en su memoria sobre las sales de morfina (Memoires de TAcad. de médecine, 1.1,1828), que el pulso y los movimientos del tórax se hacen mas lentos. Trousseau y Pidoux han visto constantemente, á escepcion de un solo caso, las pupilas contraidas, existiendo al propio tiempo soñolencia y vómitos; y el mis- mo resultado ha obtenido Bally de sus propias observaciones. Orfila ha visto igualmente la contracción de la pupila en los animales. Los párpados se hallan tumefactos, deprimidos so- bre el globo del ojo, de un color violado ; hay soñolencia, ó bien sueño tranquilo, interrumpi- do las mas veces por ensueños fatigosos; jamás se observa delirio violento ni gritan los enfer- mos, lo cual, unido á la contracción de las pu- pilas, distingue este envenenamiento del pro- ducido por el beleño, la belladona y el estra- monio. Cuando se suspende el uso del opio, se manifiesta un insomnio fatigoso, que á veces se prolonga mucho tiempo. La descripción de los síntomas que acabamos de referir, la tomamos de Iaobra de Trousseau y Pidoux, que han he- cho bastantes esperimentos con las sales de morfina, é indicado cuidadosamente los efectos que producen en el cuerpo humano. » A dosis moderada, pero tóxica, determina el opio pesadez de cabeza, vértigos, y esa acción exhilarante tan apetecida por los orientales. Cuando esta acción no es escesiva, se manifies- ta una escitacion general, y un aumento de ca- lor; los sentidos se exalten"; se apoderan del su- geto los ensueños mas voluptuosos y las sen- saciones mas agradables; sus facultades inte- lectuales adquieren mas vigor; se encienden los deseos venéreos, y todo en fin anuncia una exaltación general, pero moderada. A ma- yor dosis determina el opio modorra; los sen- tidos se ponen obtusos; los movimientos se ha- cen mas lentos; los dolores se aplacan; sobre- viene un sueño profundo agitado por ensueños, y que fatiga mucho á los sugelps, que se hallan molidos y quebrantados al despertarse. Ade- mas se observan los síntomas que hemos indi- cado raas arriba, pero on un grado mucho mas intenso. »Si la dosis es todavía mayor, cae el indi vi- dúo en un estupor y en un estado comatoso, del que no siempre se le pue le sacar; eslá in- sensible á toda estimulación; una palidez mor- tal se difunde por su rostro; su mirada es fija; las pupilas se hallan contraidas é insensibles á la luz; la piel fría y cubierto de sudor, presen- lando equimosis en muchos puntos, y parece que están amenazando por momentos una apo- plegia y una especie de asfixia que pongan fin á esta escena. Barbier d'Amíeus atribuye estos efectos á un entorpecimiento de la circulación de la sangre en la pulpa cerebral,y á la tume- facción de esta, que no tarda en sufrir una com- presión tal, que se suspende la acción de los hemisferios cerebrales y el ejercicio de la iner- vación (obr. cit., t. III, p..7,1839). La cara se presenta hinchada, los ojos fijos, inmóviles, prominentes y equimosados; sobrevienen al- gunos movimientos convulsivos en la cara y en los miembros; el enfermo responde á las preguutas que se le dirigen, cuando se consi- gue hacerle salir del estado apoplético en que se encontraba sumergido; el pulso, que era dilatado, fuerte y frecuente, se debilita; la respiración se hace dificil, estertorosa y entre- cortada por suspiros; salen por boca y narices mucosidades espesas, y por último, vienen á anunciar la muerte el enfriamiento, la pa- lidez gradual y la insensibilidad mas absoluta. »Acción sobre la economía. — No podemos entrar de lleno en las discusiones á que ha da- do origen esta materia, porque corresponden esclusivamente á los tratados de terapéutica. Barbier d'Amiens atribuye los diferentes efec- tos del opio: 1.° á una disminución déla iner- vación y de las funciones cerebrales á conse- cuencia de las modificaciones que sufre el en- céfalo; 2.° los fenómenos de escitacion, ala congestión sanguínea de que se hace asiento el cerebro, y 3.° el colapso y el estupor, al aumento progresivo de este aflujo de sangre (obr. cit., p. 11). Por esta triple modifica- ción del sistema nervioso esplica este médico las propiedades contradictorias que han asig- nado al opio los diferentes autores. La mayor parte lo consideran como sedante y aslenizan- te, y algunos por el contrario como estimu- lante. Tal es Giacomini, que hace de él un hiperestenízante, que dirige con especialidad su acción al órgano cardíaco, al sistema vas- cular y al encéfalo (hiperestenízante cardiaco- vascular y cefálico). Otros, en fin, le supo- nen calmante y antiespasraódico. «Tratamiento de la intoxicación por el opio y sus diferentes preparaciones.—Denerá provo- carse desde luego la espulsion del veneno que pueda hallarse contenido en'el estómago, con uno ó dos granos de emético, ó medio á 1 un escrúpulo de sulfato de zinc. No se tema VENENOS NARCÓTICOS. emplear los vomitivos, y aun la introducción de una sonda esofágica,"para llevarlos hasta el estómago. Las sacudidas que ocasiona el vómi- to pueden aumentar la congestión; pero es harto considerable la ventaja que se obtiene espeliendo el veneno, para que deba proscri- birse semejante medio. A penas hay necesidad de advertir, que cuando la sal narcótica se ha introducido por el recto ó la piel, es inútil escitar el vómito, debiéndose entonces admi- nistrar inmediatamente los antídotos. Algunas veces no se consigue que vomiten-los pacien- tes á pesar del uso del emético; en cuyo caso se podrá ensayar el sulfato de zinc,"que en ocasiones, como dice Christison (p. 641), pro- duce rauy buenos resultados. Por último, si no ha bastado ninguno de estos medios, debe- remos servirnos de la bomba estomacal. Las obras inglesas contienen numerosas observa- ciones, en que se acudió con buen éxito al uso de este instrumento. También se puede en estas circunstancias inyectar el emético en el recto. Christison cuenta que el doctor Roe, de Nueva-York, lo propinó en lavativa á la dosis de quince granes (American journ. of the med. scienc., t. VI, p. 555); y aun aconseja que como último recurso, cuando sean insufi- cientes todos los demás, se inyecte el emético en las venas á la dosis de un grano (Christi- son, obr. cit., p. 543). «Se ha aconsejado, con el objeto de preve- nir el coma y el estupor, hacer andar álos enfermos solos ó sostenidos por otras personas. Según las observaciones publicadas por Co- land y Wray, las afusiones frias sobre la ca- eza y el pecho tendrían la doble utilidad de evitar el estupor y avivar la sensibilidad : no obstante deberán proscribirse cuando exista el coma. «Los remedios que gozan de mas eficacia son: i,° el cocimiento de nuez de agalla, el cual descompone el opio y sus sales en dos productos insolubles, que no tienen acción al- guna dañosa; 2.° el iodo en forma de tintura, y la disolución de cloro ó de bromo. Donné ha deducido de cierto número de esperimentos, que estos agentes descomponen los álcalis vegetales en cuerpos casi inertes (Becher- ches sur les moy. de neutr. Taction des alcal. veg. sur Teconomie, en Annal. d'hig., p. 207; 1829). Devergie opina por el contrario, que son de rauy poca utilidad (obr. cit., p. 814). «Cuando el enfermo ha vomitado el vene- no, neutralizado ó no por los antídotos que acabamos de enumerar, ó cuando se ha in- troducido el opio por- la piel desnuda de su epidermis, por una herida ó en lavativas; des- pués de haber lavado la lesión de continuidad aplicado en ella una ventosa, se administran ebidas acídulas, tales como el oxicrato, el zu- mo de limón, una infusión cargada de café, de té, ó una poción alcanforada. Se ha atribuido al café, y no sin razón, la facultad de comba- tir el narcotismo, y debe adrainistrarse en in- fusión ó en cocimiento^ cortadillos. El vina- gre y los demás ácidos obran como el café, mo- dificando el sistema nervioso y combatiendo los fenómenos de colapso. También son muy útiles las lociones acídulas hechas sobre ei cuerpo y la cara. «Háse prescrito en el envenenamiento por el opio el uso de los estimulantes, copio el amo- niaco, el vino, y las pociones en que entran el éter, las aguas aromáticas, etc., con el fin de sacar al sistema nervioso del abatimiento en que se halla sumergido. Lá escuela italiana por el contrario, como no ve en la sustancia que nos ocupa mas que un agente estimulan- te , no quiere que se empleen tales medios, porque obran en el mismo sentido que el ve- Deno. Según ella, el tártaro estibiado á alta dosis, la belladona que goza en alto grado de la virtud contra-estimulante, y la sangria, di- sipan con rapidez los efectos del opio. «Cuando hay síntomas manifiestos de con- gestión cerebral, cuando existe una rubicun- dez lívida ó turgencia de la cara, coma, ester- tor, un pulso grande y desarrollado, dificultad en la respiración, etc., conviene abrir ancha- mente la vena y estraer cierta cantidad de sangre. Orfila consiguió por esta operación vol- ver la vida á un hombre, sumido en un colap- so que parecía mortal. Tampoco debería titu- bearse en sangrar de la yugular, y rodear la base del cráneo de numerosas sanguijuelas que disminuyesen la congestión; aplicando al mis- mo tiempo sinapismos alas estremidades, ven- tosas á la nuca, cuerpos calientes á los miem- bros, y continuando con el uso del café y de las bebidas acídulas. «La respiración artificial es en ciertos casos el único recurso que le queda al médico, quien deberá practicarla con todos los cuidados con- venientes y con mucha perseverancia, prolon- gándola á veces hasta una hora. Para esto pue- de servirse de una sonda, ó bien insuflar el aire por una de las ventanas de la nariz con el tubo de un fuelle, procurando mantener cerrada la otra. En un caso referido por los pe- riódicos ingleses, cesaba de latir el corazón cuando se suspendían las insuflaciones (en Ga- zette des hópitaux, n. 85, t. III; 1838, y Ga- cette medícale, p. 796; 1837). Este medio de sostener la vida, aplicable al envenenamiento por las demás sustancias narcóticas, merece fi- jar la atención de los prácticos. Whateley (Lond. med. observ. and inq., t. VI, p-33), y el doctor Ware, de Boston (Norlh Amer. and surg. journ., julio, 1826), refieren ca- sos en que la insuflación ha producido buenos resultados. «Morfina y sus sales.—Véase opio. vCodeina.—Parece según las observaciones de Barbier d'Amiens, que esta sustancia es, eminentemente calmante y no produce la agi- tación y el estado fatigoso que sigue al uso de la morhna. Martin Solón ha obtenido los mis- mos resultados que Barbier. h 376 VENENOS «El láudano de Rousieau y el de Sidenham determinan los raismos síntomas é ¡guales le- siones que el opio. Las manos y los labios están algunas veces manchados de amarillo ó de un color oscuro por el contacto de dichas sustan- cias, ofreciendo el mismo color las materias vo- mitadas y las deyecciones alvinas. El trata- miento en" nada difiere del que se emplea en el envenenamiento por el opio y por las sales de morfina. »E1 cocimiento de cabezas de adormideras puede dar también origen á un narcotismo bastante intenso para causar graves inquietu- des. Melier ha reunido en una memoria nueve observaciones muy interesantes, de otros tantos envenenamientos producidos por las adormide- ras indígenas (Sur Taction narcotique dupavot indig.; en Arch. génér. de méd., t. XIV, pá- gina 406; 1827). En la intoxicación por esta sustancia se prescribirá ante todo una lavativa preparada con miel ó con aceite de ricino, la cual servirá á la vez para arrastrar el veneno y para estimular los intestinos gruesos. Al mis- ino tiempo deberán administrarse bebidas com- puestas de agua y vinagre, ó cualquier otro ácido, y una infusión de café. «Acido hidrociánico ó cianhídrico (ácido de azul de Prusia).—Es uno de los venenos mas violentos que se conocen, el que mata con ma- yor prontitud y á menor dosis. Son muchas las especies que existen de ácido prúsico: 1.° el ácido hidrociánico anhidro, que se obtiene tra- tando el cianuro de mercurio por el ácido hi- droclórico ó por el hidrosulfúrico gaseoso: pre- parado de este modo y privado de agua, no se usa en medicina; pues et único que se prescribe es el ácido prúsico medicinal, formado de una Íarte de ácido anhidro y de seis veces su vo- umen de agua, ú ocho tantos y medio del mismo líquido en peso (Magendie)" 2.° El ácido hidrociánico de cuarta parte está compuesto de tres volúmenes de agua y uno de ácido; pero repetimos que el único que debe usarse es: 3.° el ácido prúsico de octava ó medicinal. Se ha preguntado si tendría este remedio la pro- piedad de acumularse, y de no producir sus efectos sino cuando se halla muy concentrado. El doctor Lonsdale, que ha resuelto esta cues- tión per la afirmativa, no ha presentado sufi- cientes pruebas en apoyo de su opinión. (Re- cherch. experiment. sur Taction phisiologique, les propietés veneneuses et les effets thera- peutiques de Tacide hydrocyanique; Edimb. med. and surg.jour., 1838; Gazette medícale, p. 72; 1839). «Los efectos deletéreos de este veneno son sumamente rápidos; una sola gota puesta en la boca de un perro basta para matarle instan- táneamente ; inyectado en la vena yugular, cae el animal como herido por un rayo'(Magendie, Annal. de physiol., t. VI, p. 34/). Es mas ve- nenoso cuando se halla en forma gaseosa, que cuando se introduce en la economía en estado líquido. Ocasiona la muerte, mas bien por la narcóticos. acción directa que ejerce sobre el sistema ner- vioso, que por efecto de la absorción, aunque sin embargo se le ha encontrado en la sangre. «Alteraciones patológicas.—Nada mas varia- ble que las lesiones halladas en los cadáveres de las personas que sucumben á este envene- namiento. Dícese que cuando la muerte es sú- bita, apenas existe alteración alguna; pero que cuando el veneno se ha introducido por la boca y no ha producido la muerte sino al cabo de cierto tiempo, se presenta la membrana mucosa roja é inflamada, desarrolladas sus criptas ó inyectado el tejido del peritoneo. Mas puede afirmarse que estos desórdenes no son la ver- dadera causa de la muerte, y que es preciso buscarla en la acción deletérea que ejerce el ácido sobre el sistema nervioso. Las alteracio- nes mas constantes son la fluidez de la sangre y el infarto sanguíneo de las principales visce- ras; el sistema venoso está congestionado y las arterias se hallan vacias; los pulmones contie- nen una materia sero-sanguinolenta; la mem- brana mucosa del árbol aéreo (bronquios, la- ringe) aparece roja; el bazo y el riñon de un color violado é infartados de sangre, la cual se halla también acumulada en los senos de la dura madre; el cerebro y la médula están en su estado normal, y á veces un poco reblande- cidos (Mutel, ob. cit., p. 278); el cadáver ex- hala con frecuencia un olor fuerte de almen- dras amargas. Lonsdale, que ha hecho algunas observaciones sobre este punto importante de medicina legal, dice que este olor puede con- servarse hasta el octavo ó noveno dia del falle- cimiento del sugeto, aun cuando no se estinga la vida sino ocho minutos después de la inges- tión del veneno (mem. cit.). No obstante, en los siete individuos cuya autopsia practicaron Marc, Adelon y Marjolin, no se percibió se- mejante olor. «Síntomas.—Solo vamos á trazar aqui los fe- nómenos tóxicos de este envenenamiento: los que se observan con mas frecuencia son los si- guientes. Aplicado sobre la membrana mucosa de la boca ó introducido en la laringe de los animales el ácido hidrociánico anhidro á la dosis de algunas gotas, los hace perecer en cua- tro ó cinco segundos, ocasionando un abati- miento completo, y una suspensión súbita y simultánea de los movimientos del corazón y del influjo nervioso. A una dosis menor, ycuan- do se verifica la muerte de un modo mas lento, se presentan los síntomas con corta diferencia en el orden queá continuación indicamos: «es- tornudos, bostezos, disnea, inspiraciones y es- piraciones profundas, gritos agudos, latidos tu- multuosos del corazón, flujo abundante de sa- liva, movimientos convulsivos, violenta epi— gastralgia; no tardan los ojos en ponerse bri- llantes y abultados; el cuerpo tiembla; los miembros pelvianos se doblan, ycae el enfermo en un acceso de opistotonos: entonces queda el pecho inmóvil, la respiración se suspende durante algunos minutos, y no se restablece en Venenos narcóticos. 377 «Orfila ha resumido con mucha esactitud las reglas que deben seguirse en el tratamiento (Mém. sur Tacide hydrocyanique; en Annat. d'hygiene, t. 1, p. 130; 1829). Se administra primero un emético cuando se sospecha que hay veneno en el estómago, ó una lavativa purgante si la sustancia tóxica ha atravesado ya la abertura pilóríca, aplicando al misrao tiempo á la nariz del enfermo un frasco que contenga agua clorurada (cuatro partes de agua y una de cloro líquido) ó amoniacal (una parte de amoniaco líquido de las oficinas de farmacia, y doce de agua), y haciendo que. respire largo ralo esle gas, especialmente el primero. Débese también recurrir desde el principio á las afusiones de agua muy fria so- bre la nuca y la columna vertebral, y cubrir la cabeza con una vejiga llena de hielo. La san- gria del brazo ó de la yugular solo está indi- cada cuando existe una congestión cerebral, y en pocos casos conviene practicarla. Al mismo lierapoquese usan estes medios, convendrá es- timular la piel haciendo fricciones en las sie- nes con la tintura de cantáridas ó el amoníaco, aplicando sinapismos, etc. «Hánse preconizado por los autores á título de contra-venenos, sustancias muy diversas. Tales son: la leche, el agua de jabón, la tria- ca , el cloro gaseoso (es preferible usarlo di- suelto en agua), el aceite comun , la esencia de trementina y el sulfato de hierro. »EI mejor de todos los remedios es el agua clorurada. Para servirse de ella, se empapa una esponja en la disolución y se la aplica debajo de la nariz y delante de la boca del enfermo, pasándola también por las megillas, las sienes y la frente. A Simeón, farmacéutico de San Luis, esa quien se debe el descubrimiento de los buenos efectos del cloro y del agua cloru- rada. Los hechos que asentó este químico se han confirmado después por todos los autores (véase mem. cit. de Orfila, Persoz y Nonat, Sobre el cloro como antidoto del ácido hidrociá- nico; Ann. dliyg., t. IV, p. 435; 1830). «Del mismo modo puede emplearse el agua amoniacal, que es á veces mas fácil de encon- trar. Orfila no cree que el amoniaco introduci- do en el estómago sea un contra-veneno (mera. cit.). Ademas, conviene recordar que en este caso obra como un irritante corrosivo rauy pe- ligroso. Trousseau y Pidoux no consideran co- mo anudólo al carbonato de amoniaco propues- to por Dupuy (Traite de therapeutique, t. I, p. 172). Según Devergie, puede usarse con ocasiones hasta que sobrevienen vómitos, los cuales van acompañados de nuevas convulsio- nes en las extremidades torácicas; se escrelan involuntariamente las orinas y materias feca- les; la sensibilidad se emboto "y apaga, empe- zando por los miembros inferiores; los párpa- dos permanecen inmóviles; las pupilas se con- traen de vez en cuando, aunque los ojos estén fijos y se vayan haciendo gradualmente insen- sibles á la impresión de la luz. Por último, los párpados se cierran, los sentidos quedan abo- lidos, la lengua sale fuera de la boca, los la- bios se invierten, el vientre se agita y depri- mí-, los latidos del corazón se hacen cada vez mas raros y débiles; los músculos pectorales csperiinenlan un estremecimiento muy per- ceptible al tocarlos; la respiración se hace es- tertorosa, y sobreviene la muerte al cabo de do- ce ó quince minutos, de una hora, rara vez des- pués de las veinticuatro, ven ocasiones mu- cho mas pronto.» Nada tenemos que añadir á esta descripción, tan perfectamente trazada por Mulel (ob. cit., p. 275). El olor de almendras amargas que exhala el enfermo, es un sínto- ma precioso que conviene no descuidar. Entre los accidentes que se observan, los mas nota- bles son: los vértigos, la abolición de la inte- ligencia, de la sensibilidad y del movimiento, las convulsiones, y la disminución de la res- piración y circulación. Magendie é Ittner dicen que los síntomas mas constantes (los espasmos y convulsiones) anuncian una lesión funcional déla médula raquidiana. Orfila cree que este ácido absorvido y trasportado al torrente cir- culatorio, obra primero sobre el cerebro y des- pués sobre los pulmones, los órganos del sen- timiento y los músculos de los movimientos voluntarios, cuya irritabilidad destruye, ani- quilando igualmente la contractilidad del cora- zón v de los intestinos. «Krimerdice, que el ácido prúsico aplicado sobre la lengua se reduce prontamente á va- por, en cuya forma penetra en el pulmón, donde es absorvido por la sangre, pasando luego cou ella á destruir la actividad del co- razón y de la médula espinal. Tomado por la koca ejerce una acción mucho mas pronta que «uando penetra por la piel; pero aun es mayor *u energía cuando se le inspira en estado de ¿tas. r> Tratamiento. —Cuando se ha tomado el ácido prúsico en gran cantidad ó en estado de concentración, es tan rápida la muerte, que rara vez llegan á tiempo los recursos del arte. Sin embargo, es preciso no dejarse sorprender buen éxito, á falta de cloró, el amoniaco lí- por el estado de muerte aparente en que se encuentran muchas veces los sugetos. Convie- ne estimular con energía la periferia cutánea, ó hacer afusiones frias, mientras se procura administrar el contra-veneno; en una pala- bra, echar mano del tratamiento que varaos á t'sponer. "Se han propuesto muchos antídotos para combatir los e fectos dele toreos del ácido prúsico. TOMO IX. quido disuelto en doce partes de agua (ob. cit., p. 824). «La infusión concentrada de café, la potasa, la sosa y la albúmina, no son contra-venenos como se había creído durante algún tiempo. «Las afusiones frias se han alabado por mu- chos médicos y especialmente por Hcrbst, quien opina qué los efectos del ácido prúsico, aun cuando se bava introducido en cantidad 48 378 venenos mucútico?. suficiente para dar la muerte, pueden comba- tirse con el mejor éxito por dichas afusiones, practicadas sobre la cabeza, el dorso y aun todo el cuerpo (Archiv. ftir Anatomieand Phy- siologie, p. 208; Journal complem. du dict. des scienc. medie, marzo; 1829). No debe te- merse derramar el agua fria sobre la cabeza desde grande altura y en cantidad considera- ble, corao se hizo en un caso referido por Banks (Journal angl. en Gazct. medie, p. 555, año 1837); porque efectivamente, este medio constituye con el cloro y el amoniaco la mejor medicación que se puede emplear (Orfila, mera. cit.; Guerin de Mamers, Toxicol. ya citada, p. 219). »La sangria se considera por Lonsdale corao un escelenle medio para disminuir la disten- sión progresiva del corazón derecho por la sangre venosa, y escitar las contracciones del ventrículo izquierdo si no han cesado ya completamente. Puede también disminuir la congestión cerebral, cuando la consienta el es todo del sugeto, después de disipados los pri- meros fenómenos de la intoxicación. «La bomba estomacal podria servir para in- yectar el contra-veneno y estraer los líquidos contenidos en el estomago. Toulinouche acon- seja introducirla por las narices, si no pueden separarse las mandíbulas (D'un emp. par Tac. hydr. suivi de reflexions sur Temploí de Tamm. comme antidote; en Bevue medícale, t. I, pá- gina 2G5; 182o). «Laurel real (prunas lauro-cerasus).—Debe sus propiedades al ácido hidrociánico y á un aceite esencial particular, que también existe en las almendras amargas (el mismo tratamien- to que para el ácido prúsico). v Lechuga virosa (lactuca virosa); dulcamara (solanum dulcamara); yerba mora (solanum ni- grum, solanum villosum, nodiflorum, minia- tum), y demás solanos; solanina, principio activo de la yerba mora, de la dulcamara, y que se encuentra también en las bayas del so- lanum mammosum y del verbascifolium. Las diferentes partes de estas plantas gozan de propiedades venenosas, aunque no en igual grado. En muchos casos resulto el envenena- miento de la ingestión de las bayas que cogen los niños ú otras personas creyendo que son alguna clase de fruta. Refiéreseun caso de in- toxicación por una flor de dulcamara que se comió un niño (Revue medícale, t. IV; 1835, p. 291). El mismo periódico habla de otro en- venenamiento causado por patatas germinadas (Kahlert, en Journ. de Clarus et Radius; estr. Bevue medie, t. IV; 1836): el autor atribuye los síntomas á una indigestión, y los fenóme- nos de narcotismo al desarrollo "de ácido car- bónico que se habia verificado durante la ger- minación (respecto del tratamiento, véase el del opto). «Tejo comln (taxus buccata).—Orfila dice ne las bayas no gozan al parecer de propie- ades venenosas (p. 398). Sin embargo, la Re me medícale (t. IV; 1836) refiere dos observa- ciones debidas á Hurí de Mansheld, que prue- ban lo contrario. Uno de los sugetos murió después de haber comido estos frutos; su es- tomago estaba rojo v reblandecido; duranlc la vida hubo vómitos,* convulsiones y contrac- ción de las pupilas: el olro se restableció. §. lll.—Venenos narcótico-acres. «Generalidades.—La historia de los narcó- tico-acres comprende el estudio de les efectos tóxicos y terapéuticos de estas sustancias. Di- ficil es sin duda separar los unos de los otros; y por otra parte, como este artículo esla consa- grado especialmente á la medicina practica, y como ademas nos sería imposible dar ni aun una reseña de los efectos fisiológicos, cuyo lar- go y circunstanciado estudio lorma el objeto de los tratados de terapéutica, únicamente ha- blaremos de los efectos venenosos, que son la base del tratamiento de toda intoxicación. »Los narcótico-acres son unos agentes, que provocan á la vez el narcotismo y la inflama- ción de las partes que tocan. Existen sin em- bargo diferencias bastante notables en su mo- do de obrar, para que deban considerarse co- mo un grupo poco natural de venenos, que no siempre tienen entre sí las necesarias afinida- des. Esto ha obligado á varios autores á divi- dirlos en grupos compuestos de elementos mas homogéneos. Ya hemos dicho que todas estas divisiones no son otra cosa, que métodos arti- ficíales destinados á hacer resallar cierto nú- mero de relaciones, y que no puede exigirse mas en el estado actual de la ciencia. Por nues- tra parle seguiremos el orden adoplado en la Medicina legal de Orfila. «Síntomas.—El envenenamiento por los nar- cótico-acres da lugar á los síntomas que he- mos visto presentarse en las dos clases anterio- res; pero es raro sin erabargo que no predo- minen los efectos narcóticos ó los irritantes: hay calor en la boca, en el esófago y el estó- mago, constricción de la faringe, sed viva, náuseas, vómitos, vértigos, estupor, dismi- nución ó abolición de la sensibilidad y del mo- vimiento, convulsiones clónicas ó tónicas, pu- pilas normales, dilatadas ó contraidas, agita- ción, delirio, pulso fuerte y frecuente, á ve- ces accesos tetánicos, convulsiones horribles, estado apoplético, asfixia y muerte. «Alteracio>es patológicas.—No difieren de las que hemos indicado ya en los dos capítu- los precedentes. «Tratamiento.—Por regla general debe es- cítarse el vómito por medio del agua tibia ó con los eméticos, tales como el sulfato de zinc ó el tortoro estibiado, cuya acción es mas se- gura. Después de desembarazado el estómago, es preciso indagar si predominan los efectos narcóticos ó los irritantes del veneno. En el primer caso están indicadas las bebidas acídu- las, el vinagre, el café, y las lociones frias; VENENOS NARCÓTICO-ACRES. 3*39 en el segundo las bebidas emolientes y muci- laginosas y algunas preparaciones opiadas; y en ambos merecen una atención especial los accidentes inflamatorios que deben combatirse por los medios comunes. «Las emisiones sanguíneas generales y las parciales por medio de sanguijuelas aplicadas á la base del cráneo, detras de las orejas, á los lados de la mandíbula, ó sobre el trayec- to de las yugulares, se hacen indispensables cuando la congestión cerebral, anunciada por la rubicundez lívida, la tumefacción déla ca- ra, la fuerza de los latidos arteriales, etc., po- ne en peligro la vida de los sugetos. La san- gria es también un medio á propósito para combatir las convulsiones tetánicas, el deli- rio, el coma, y los demás accidentes de co- lapso que hacen suponer una congestión in- tensa en la pulpa cerebral. Conviene empero recordar, que estos mismos síntomas se pre- sentan en los casos de astenia de las funcio- nes cerebrales, siendo preciso que el médico distinga arabos casos antes de tomar una re- solución definitiva. «Estas consideraciones han dado origen á una medicación completamente opuesta ala que acabaraosde indicar, que se halla adoptada por muchos médicos, y que cuenta, según dicen, gran número de resultados favorables. Con- siste en tratar el envenenamiento por los nar- cótico-acres, á beneficio de los estimulantes administrados interior y esleriormente: el amoniaco, el ron y el alcohol en pociones, las fricciones estimulantes, el calor, etc., son los agentes terapéuticos que emplean de prefe- rencia los contra-estimulistas. «Belladona.—Los ejemplos de envenena- miento por esta planta son muy numerosos. Ora depende de la administración del polvo, la infusión ó los estrados preparados por el arte; ora de la ingestión de sus bayas no abiertas, que tienen al principio un color rojo semejante al de las cerezas, y después se vuelven enteramente negras, cuando han lle- gado á su madurez. «Gaultier de Claubry ha visto ciento cin- cuenta soldados envenenados en los alrededo- res de Dresde por haber comido de estos fru- tos (Journ. gen. de méd., de Sedillot, dec. 1813, p. 364). «Síntomas.—Náuseas, sequedad estremada de la boca y de la garganta, constricción tal de estas partes, que muchas veces no pueden beber los enfermos; sed viva, vómitos, cefa- lalgia, vértigos, vahídos, dilatación conside- rable é inmovilidad de las pupilas; á veces hay ceguera completa, ó bien se perciben los ob- jetos de una manera confusa; rubicundez é hinchazón de la cara; inyección de la conjun- tiva ocular; prominencia délos ojos; mirada fija, estúpida, ardiente ó furiosa; alucinacio- nes variadas; delirio, ligero al principio, ordi- nariamente agudo y marcado por estravagan- cias, en ocasiones furioso; locuacidad insacia- ble; agitación; movimientos continuos, y ges- ticulaciones numerosas y ridiculas (Pidoux y Trousseau, obr. cit., t. 1, p. 211). Los sín- tomas precedentes se observan de una mane- ra constante, y pueden dar á conocer el en- venenamiento por la belladona; los restantes, como la insensibilidad de la piel, las convul- siones parciales ó generales, el somnambulis- mo, la debilidad, los síncopes, la afonia, la ace- leración é irregularidad de pulso, la escita- cion de los órganos genitales, el estreñimien- to, etc., etc., son fenómenos que se presen- tan con menos frecuencia, pero también de mucho valor. «Las lesiones son las mismas que determi- nan los narcóticos: se asegura que hay ves- tigios de inflamación en el estómago, en los intestinos y en el hígado. Los cadáveres de los que sucumben al envenenamiento por la belladona tienen un color azulado según Gia- comini , y entran muy pronto en putrefacción. Añade este autor, que los intestinos se hallan distendidos por gases, y exentos de altera- ción. «Flourens pretende, que los tubérculos cua- drigéminos, y por consiguiente el sentido dé la vista , son las únicas partes que se hallan afectadas, y que cuando la dosis es mas alta, se esliende su influjo á los lóbulos del cere- bro. Lo que importa para el tratamiento es saber si la acción de la belladona es estupe- faciente, narcótica ó de naturaleza contra- estimulante. Rognelta ha procurado estable- cer en su Memoria sobre las virtudes terapéu- ticas de la belladona (Gazette medie, n. 37, p. 581; 1838), que sus efectos son siempre dinámicos y no se manifiestan sino después de la absorción, que parece interesar el siste- ma gangliónico, y que el corazón y el árbol arterial se resienten de un modo muy notable por el intermedio de este sistema. «La natu- «raleza de la acción de la belladona es hi- «postenizante, debilitante y antiflogística. «Puédese comparar con la de la sangria, de »la digital y del tártaro estibiado; pero es «mucho mas enérgica, y ofrece una semejan- »za perfecta con la del veneno de la víbora, «aunque en un grado menor. La muerte cau- «sada por la belladona resulta de la escesiva «hipostenia y del aniquilamiento de la fuerza «vital (astenia directa de Brown); y sus ver- il daderos antídotos son las sustancias estimu- «lantes (amoniaco, éter alcohólico, canela, »triaca , opio)» (mem. cit., p. 587). «Tratamiento.—A pesar de las diversas con- sideraciones alegadas en favor de la doctrina del contraestímulo, nos parece que el trata- miento debe dirigirse de una manera comple- tamente distinta. Se hará vomitar al enfermo con el emético, y se le prescribirá una lava- tiva purgante (trousseau y Pidoux). Mutel proscribe sin razón el emético, pues no hay que temer la irritación de las vias digestivas, . que por otra parte no son seguramente el m punto de partida de los accidente prendería el modo de obrar de la belladona el que creyese que determinaba especialmente inflamaciones intestinales {obr. cit. , p. 370). El cocimiento de café, las bebidas acídulas, las afusiones frias sobre la cabeza y aun lodo el cuerpo, las simples lociones con oxicrato en las mismas partes ó en el raquis, como en ; los casos referidos por Koesller (Extr. des i journ. alltm.; en .ArcA gen. de méd., t. XXIX, p. 265; 1832), los derivativos a las estremi- dades inferiores, y las sangrías generales y locales cuando existe la congestión en la ea- beza, son los principales medios curativos que conviene emplear. »Estp.\momo. (Datura slramonium).—Son venenosos los tallos, las hojas y los frutos. To- mado á*alta dosis produce vértigos, estupor, debilidad, dilatación de las pupilas, delirio furioso, alegre ó triste, alucinaciones y espas- mos. Vicat en su Tratado de las plantas dele téreas de la Suiza , y Swaine (Edimb. phys. andlit. essays , t. II, p. 272), dicen habtr observado un delirio furioso y la parálisis de las estremidades; el doctor Young por el con- trario , ha visto presentarse convulsiones ( Edimb. phys. med. and. surg. journ., t. XV, p.'54); en un caso referido en el Rust ma- gazin (t. XVII, p. 564) habia oclusión com- Kleta de los párpados y dilatación é insensi- ilidad de la pupila; Graelin cita un sugeto que murió al cabo de seis horas, y Young cuenta que un niño sucumbió por haber co- mido un solo fruto del datura slramonium (Christison, obr. cit., p. 727). El insomnio, la fiebre, á veces una erupción escarlatinosa general, el calor de la piel, una sed ardien- te , la sequedad estremada, la constricción de la faringe, la cardialgía, los vomites, la diar- rea , los deseos frecuentes de orinar, el co- lapso, el enfriamiento y la muerte, son fenó- menos que se han observado con frecuencia. «Tratamiento.—Véase Belladona. «Tabaco (nicotiana tabacum).—Puede obrar corao veneno cuando se da en infusión ó en cocimiento por la boca ó por el recio, ó se aplica en polvo ó estracto sobre la piel pri- vada de su epidermis , ó bien se fuman sus hojas. Ocasiona vértigos, embriaguez, pertur- bación déla vista, nauseas, vómitos, diarrea, sudores copiosos, palidez y alteración de las facciones, temblor de los miembros, un es- tado de desazón y de angustia inesplicable, convulsiones , coma y apoplegia. «Tratamiento.—La infusión del café, las lo- ciones frias y la inspiración de algún líquido estimulante, disipan fácilmente los citados venenos narcótico-ac UE?. . Mal cora- consideran como un narcótico exento de toda otrn propiedad. Debe tenerse muy en cuenla esta circunstancia al plantear el tratamiento. En un caso de intoxicación por una lavativa de tabaco, practicoChanlouielle una sangria, y dispuso sanguijuelas y cataplasmas al epi- gastrio, sinapiMiios á las eternidades y ene- mas emolientes (Recue medícale, t. 11. p. 88, 1832). »Bblf.v> (hiosciamus niger). — La acción tóxica de esla planta es parecida á la del datu- ra y de la belladona. «Los síntomas que determina cuando se to- ma á altas dosis, son los que describió per- fectamente Choquel (Journal de med. de Cor- visart, t. XXVI, p. 353\ a saber: afonía, di- latación estremada de las pupilas , insensibi- lidad de la conjuntiva, dificultad de respirar, risa sardónica, abolición de la sensibilidad, y un delirio mezclado con coma, llamado tilo- mama. Wilnier, que ha observado los efectos del beleño en seis individuos, refiere que unos bailaban como locos; otros parecían ebrios, y que una muger cayó en un estado comatoso, del cual no se la pudo hacer salir, espirando al siguiente dia ( YVilmer , On the poissonous vegetables of Great Britain., p. 3). «Diuital (digitalis purpurea ).—A pesar de los importantes trabajos publicados sobre la acción terapéutica y toxica de esla planto, to- davía no están de acuerdo los autores acerca de sus propiedades. Administrada por la boca á altas dosis, irrita el tubo digeslivo, escita el vómito, deyecciones alvinas, insomnio, vahídos, cefalalgia, dolores abdominales bas- tante vivos, opresión en la región precordial, lentitud o frecuencia de pulso, flujo deori- na, sudores abundantes, debilidad muscular y modorra. «Tratamiento. Véase Belladona. «Cicuta.—Muchas son las especies de cíen- te (genero conium) que pueden en nuestros clíniasocasionar el envenenamiento. Tales son: 1.° la cicuta mayor (conium maculatum; 2.° la cicuta acuática (cicuta agua tica (Lam.), cicuta virosa, cicuta virosa, Lin.); 3.° la cicuta menor (cethiisa cynapium). Las hojas, la raiz y el zumo de estas plantas en plena vegetación gozan de propiedades venenosas muy activas, siéndolo mucho menos cuando se las coje an- tes de la eflorescencia (Orfila). La cicuta acuática es mas deletérea que la mayor. El zumo de las hojas de esla última especie, es- Iraido cuando no se halla aun muy adelan- tada la vegetación, es mas activo que el de la raiz, aunque igual por lo demás (Orfila). i En nuestros climas el covium maculatum fres- accidentes. Si los efectos tóxicos llegasen co es un veneno para el hombre; pero su hasta el narcotismo, deberá practicarse una sangria. Cuando el tabaco se ha dado en la- vativa, es necesario provocar su espulsion por medio de otra de naturaleza purgante. Los efectos narcóticos predominan lanío ¡sobre los irritantes del labaco, que varios autores lo energía está subordinada á la edad de ía plan- ta, á su esposicion al sol y á la temperatura del clima. La cicuta cocida es un veneno vio- lento, habiéndosela visto producir la muerto al cabo de tres cuartos de hora (Ilaaf, Wat- son, Christison, obr. cit., p. 734). VENENOS NARCoriCO-ACRF.S. 381 «Síntomas.—Modorra, estupor, delirio, sín- copes , convulsiones, letargo, y después en- friamiento de las estremida les." Por parle de las visceras se observa : sed ardiente, náu- seas, eructos, á veces vómitos, cardialgía violenta , trismoy disnea: los fenómenos ner- viosos no se presentan sino dos horas después de haber tomado el veneno. El cadáver pre- senta vestigios de flegmasía gastrointestinal; el estómago ofrece manchas lívidas, y esla reblandecido en ciertos puntos; la epigfotis y la faringe se hallan rojas ; los pulmones sem- brados de pintas sonrosadas, y los vasos y el tejido encefálico ingurgitados de sangre. fétido (elleborus felidus); eléboro blanco ó ta- raira (nerntrum álbum). La parte activa de las raices de estos vegetales se disuelve en el agua y determina muy rápidamente el vó- mito. La raiz obra con mas energía cuando se aplica sobre una herida, que introducién- dola en el estómago (Orfila ); lo cual prueba que los accidente> dependen especialmente de la absorción, y de sus efectos consecutivos so- bre el sistema" nervioso. Produce este veneno dolores de cabeza, vértigos, estrangulación, movimientos convulsivos, temblor, sincopes, calambres y disnea. «Veratuina.— Álcali vegetal encontrado por ^Tratamiento.— Cuando una persona acaba Pelletíer y Cavcntou en el eléboro blanco, en de comer cierta cantidad de cicuta, ¿sera opor- . la cevadiíla y en el colchico. tuno prescribir un vomitivo? Creemos que no j «Cevadilla* (veratrum sabadilla). — Semilla debe titubearse, y que esta es la primera indi- de forma prolongada, que goza de propie- cacion que conviene satisfacer. Véase Relia- , dades análogas a las del eléboro. dona. | «Colchico (colchicum autumnale).— La tin- «Cebolla albarran-v (scillce marítima? ra- tura de colchico, que se emplea de algún líem- d¡x).—Esta sustancia ejerce su acción sobre po á esta parle para combatir el reumatismo, el tubo digestivo inflamándole, y sobre el sis- ocasiona náuseas , vómitos, cardialgía y los tema nervioso: los efectos que provoca son vómitos, cardialgía, y accidentes generales de escitacion y de colapso. «Esulitina, principio activo de la cebolla albarrana. Los misinos síntomas. Véase Bella- dona. »Enanto azafranado. — La raiz de esta plan- ta, ingerida en el estómago, produce calor en la garganta y en la región epigástrica, á ve- ces pérdida del conocimiento y de la palabra ( Envenenamiento seguido de la muerte; en Ar- chives gener. de med., t. I, p. 443); trismo, convulsiones, delirio, diarrea, y manchas sonrosadas é irregulares en la piel (véase Nar- cótico-acres , Generalidades). «Acónito napelo (aconitum napellus).—la raiz de esta planta y sus estrados, tanto acuo- so como alcohólico, son unos venenos muy vio- lentos. Su acción es local, é irritan los órga- nos donde se aplican; pero ademas de estos síntomas inflamatorios escitan el delirio, los síncopes, el estupor, una postración estrema- da, sudores fríos, y una muerte bastante pronta (Pallas). Pereira atribuye esta termi- nación fatal á la disminución de la irritabili- dad del corazón yá la asfixia (Esper. para determinar los efectos del acónito sobre la eco- nomía; Ediub., journ. en Arch. gen. de méd., t. XXIX, p. 26; 1823). Ricardo Dix admi- nistró con buen éxito en un caso de envene- namiento por la raiz de acónito: l.° el vino de ipecacuana para provocar los vómitos; 2° el aguardiente y el amoniaco ven una di- solución concentrada de café; 3.° los sinapis- mos al epigastrio y á las pantorrillas; 4.° las síntomas nerviosos de que acabamos de ha - blar, cuando se la administra a dosis altos. La parle activa de esta planto es el agállate ácido de veralrina (Véase Narcótico-acres; Ge- neralidades). «Laurel rosa (nerium oleander).—La parte venenosa reside en las hojas , en la corteza y aun en el leño. Libautius refiere, que un in- dividuo sufrió bastantes incomodidades por ha- ber dormido en una habitación en que había flores de esta planto, y que otro se volvió lo- co por haber comido carne preparada en un asador hecho con la madera de la misma. «Cianuro he iodo (Véase Narcótico-acres). «Plantas que contienen estricnina y bruc- na. La nuez vómica, semilla del strychnos nux vómica; el hala de San Ignacio ^nuez igasur de las Filipinas), la semilla de la ignacia amarga, y el bohon upas, estracto que se ob- tiene haciendo evaporar el zumo de una plan- la sarmentosa del género stricnos que se cria en Java, contienen un álcali vegetal que ha recibido el norabre de estricnina, y al que deben atribuirse las propiedades vene- nosas de las plantas que acabamos de enu- merar. »La corteza déla falsa angostura (brucea antt-disentérica ó ferruginea) contiene otro ál- cali vegetal, que es la brucina. El ticunas, el woorara y el curare, son venenos que se pre- paran con el zumo de ciertas plantas, cuyo principio activo es también la brucina. «Síntomas.—Reunimos estes diversos ve- nenos, para trazar de un modo general mis síntomas v efectos sobre la economía Son los afusiones dé agua fría sobre el occipucio, y j siguientes: vahídos, desazón general, con- o° las lavativas de trementina (IIosp. de Ion-! tracción del estómago, rara vez seguida de dres, en Gaz TOMO IX. SÉPTK03 385 namiento que producen estas sustancias es muy frecuente en Alemania, puesto que el doctor Keírner de Weínsperg, dice en la me- moriaque ha publicado sobre esta materia, ha- ber contado hasta 135 casos de envenenamien- to desde 1793 á 1822, délos cuales murie- ron 84. Débese á este autor una historia com- pleta de semejante especie de intoxicación. Sus causas no son todavía bien conocidas; se ha atribuido ora á la putrefacción de las car- nes (Keirner), ora á partículas de cobre que pudieran estar contenidas en ellas; y en efec- to, estas alteraciones son evidentes en mu- chos casos, pero en otros no ha podido des- cubrir nada el análisis química (véase Médec. leg. de Orfila, p. 513). Buchner y Schumann, que han hecho numerosos esperimentos para buscar el principio deletéreo de las morcillas, creen que consiste en un cuerpo craso inso- luole en el agua, y rauy soluble en el alcohol Y en el éter, al cual ha dado Buchner el nom- bre de ácido craso de las morcillas. «Las alteraciones cadavéricas son las siguien- tes: 1.° vestigios de inflamación en el neuri- lema de los principales troncos nerviosos, co- mo el gran simpático, el frénico y el neumo- gástrico; 2.° flogosis en la membrana muco- sa de la faringe y del esófago; 3.° una ó muchas chapas inflamatorias y á veces gan- grenosas, que tienen su asiento en el estó- mago á las inmediaciones del cardias; 4.° in- flamación y gangrena délos intestinos en mu- chos puntos; 5.° el hígado sano ó ingurgitado de sangre negra; la vesícula biliaria distendi- da, inflamada y llena de un líquido sangui- nolento; el bazo en su estado normal; los rí- ñones y el páncreas eslaban inflamados en dos casos; 6.° vientre duro y tenso; la vejiga urinaria llena ó vacia, sana"ó inflamada; 7.° la membrana mucosa de la traquea, roja y cu- bierta de un moco sanguinolento; manchas lívidas ó hepatízacion del parenquima pul- monal; 8.ó corazón blando; coloración rojiza del endocardio y de los grandes vasos, y 9.° miembros rigidos, inflexibles y contraidos. »E1 doctor Keirner compara tos efectos ve- nenosos de las morcillas, á los que producen las serpientes ponzoñosas en las regiones tro- picales. Obran según él paralizando todo el sistema nervioso de los ganglios y de los ner- vios cerebrales , que no están, destinados es- clusivamente á los sentidos: el cerebro, la médula y sus nervios se mantienen perfec- tamente sanos. Las inflamaciones locales son en su concepto consecutivas á la lesión del sistema nervioso. «Síntomas.—Unas veinticuatro horas des- pués de la comida sobreviene un dolor agudo en el epigastrio, sed, laxitud, cólicos violen- tos, sequedad de las fosas nasales, de la bo- ca y de la garganta, dísfagía, inercia del esófago, náuseas, vómitos, eructos ácidos ó amargos, flexibilidad é indolencia del vientre, aue a veces está dolorido y meteorizado; es- n 49 386 VENENOS SÉPTICOS. treñimicnto, escrementos negros, duros, glo- bulosos y en ocasiones descoloridos; voz em- pañada y ronca, en algunos casos afonía y tos crupal; debilidad notable de los latidos del corazón; sequedad, insensibilidad y en- friamiento de la piel; dilatación ó contracción de las pupilas y oscuridad de la visto. Del ter- cero al octavo dia adquieren los síntomas ma- vor intensión: se manifiesta una cefalalgia intensa, vértigos, rubicundez y tumefacción de la cara; ansiedad, aturdimiento, desma- yos, estupor, afonia completa, debilidad raas notable , diarrea súbita, escrecion involunta- ria de las orinas, y sobreviene la muerte sin que los enfermos pierdan el conocimiento. Cuando la acción de esta especie de alimen- tos, aunque continua, es menos enérgica, son también menos violentos los síntomas que acabamos de mencionar; pero tienen una du- ración de muchos meses ó de un año. Hay in- dividuos que presentan horror á los líquidos, un delirio furioso, vértigos, diarrea y atrofia de los testículos (Mutel, ob. cit., p. 404). «Este envenenamiento, enteramente crónico, debe combatirse especialmente por la remo- ción de la causa que lo ha provocado, y por el uso de los medios curativosique se dirigen habitualmente contra las inflamaciones cróni- cas y latentes del tubo digestivo. «Las cortezas de tocino, el queso de Italia ó queso de cerdo, el jamón y otras prepara- ciones que se venden en las salchicherías, de- terminan en ocasiones cólicos agudos, vómi- tos y deposiciones abundantes y repetidas, meteorismo y un estado general que se ase- meja en ciertos casos al que hemos descrito raas arriba. La causa de estos fenómenos es á veces evidente y puede comprobarse por los químicos; pues ora consiste en partículas de cobre , ora en la corrupción de las sustan- cias empleadas, y ora en el estado rancio de las grasas; pero con frecuencia sucede tam- bién que es imposible descubrir el motivo de tal envenenamiento. «La manteca be ganso puede obrar también como veneno. En un caso referido por el doc- tor Siedler, se habia usado esta grasa para preparar los alimentos. El análisis no demos- tró ningún veneno metálico, y el médico ale- mán atribuyó los efectos tóxicos que se obser- varon al acido, sebácico (Hufeland's Journ., octubre, 1827; en Arch. gen. de méd., p. 611, t. XV; 1828). • Patatas.—Ya hemos hablado de los funes- tos efectos que determinan cuando están pa- sadas. Kalerd piensa que dependen en gran parte del desprendimiento del ácido carbóni- co (véase venenos narcóticos, solanos). «Pan enmohecido.—Westerhoff dice haber sido llamado para asistir á dos niños de un pobre jornalero, en quienes se habian mani- festado síntomas de intoxicación general, á consecuencia de la ingestión de cierta canti- tidad de pan de centeno enmohecido: la ru- bicundez del rostro, la sequedad de la len- gua , la debilidad y la frecuencia de pulso, los cólicos y el aturdimiento, se disiparon al momento que se provocó el vómito. ¿Serán lü causa de estos accidentes el mucor flavidus y el mucor mucedoy plantas de la familia de los hongos? «Queso. — Sertuerner atribuye los efectos tóxicos de ciertos quesos alterados á la forma- ción del caseato ácido de amoniaco, á una I materia grasa ó resino-caseosa acida, y á una | sustancia grasa é igualmente acida. «Ttatamiento general.—Se debe ante todo procurar que se vomiten las materias ingeri- das por medio del emélico ó de la ipecacuana, y suponiendo que se hallen también en la parte inferior del intestino, se administrara un purgante en forma de lavativa. Es preciso no tener tanto miedo á la inflamación del esr- tómago, que se reduzca el tratamiento á las bebidas emolientes: la infusiones de té, de tila, de áalvia, de menta y las pociones eté- reas suelen ser muy útiles para disipar prontamente los accidentes nerviosos. Sin em- bargo, se procederá de distinto modo si los cólicos fuesen intensos, y las deposiciones continuas y sanguinolentas , en cusas circuns- tancias convendrá recurrir á los fomentos emo- lientes y á los revulsivos cutáneos. «Helabos.—El modo de obrar de los hela- dos y de las bebidas frías tomadas en gran can- tidad difiere del de los venenos, á no ser que contengan partículas metálicas ú otros cuer- pos de naturaleza venenosa. Obran por la pro- funda perturbación aue ocasionan en el siste- ma nervioso, y dan lugar á síntomas coleri- formes, que se combaten con infusiones aro- máticas calientes y líquidos estimulantes. «Historia y bibliografía.—Ya hemos men- cionado en el discurso de este artículo las prin- cipales memorias que se han publicado sobre cada uno de los envenenamientos, y dado á conocer las obras donde se estudia esta mate- ria en sus relaciones con la semeyologia y el tratamiento. Se habrá advertido que estos trabajos no son tan numerosos corao podría suponerse, recorriendo la lista de los tratados de medicina legal que se han escrito en el último siglo y á principios del presente. Pe- ro consultando tales obras con el objeto de encontrar en ellas una historia completa de estas enfermedades accidentales, al momen- to se echa de ver, que en la mayor parle se ha sacrificado todo á la toxicologia, descui- dando la patogenia propiamente dicha, ó pa- sándola en silencio. Depende esto de que casi todos los autores de tratados generales esclu- sivamente ocupados de la medicina legal y de la toxicologia, no han descrito los efectos, los síntomas y el curso del envenenamiento, sino con el fin de enseñar al lector á reconocer el veneno. Punto es este sin duda muy principal V1.NEN0S SÉPTICOS. 387 para el toxicólogo, y aun para el práctico; pe- ro es preciso agregarle también las deduccio- nes prácticas que se infieren del estudio de los efectos locales y generales propios de ca- da veneno, á fin de establecer el tratamiento sobre una base sólida. «Una dificultad bastante grande ha detenido á muchos autores. Los que han querido dar una historia médica ó médico-legal de cada envenenamiento , han considerado la materia bajo el punto de vista mas vasto y general; pe- ro no han podido hacerlo de un modo comple- to, á causa de la multitud y variedad de los datos que necesitaban reunir. Estudio quími- co del veneno, medios de reconocerlo, exa- men de sus efectos fisiológicos y terapéuticos, de sus síntomas, tratamiento y alteraciones cadavéricas; tales son los elementos que debe comprender la cuestión examinada en todas sus conexiones. No se han atrevido los autores á llevar á cabo la ejecución de tan vasto plan, en el que debían figurar la patologia, la tera- péutica y la medicina legal, materias todas que se encadenan íntimamente en las diferen- tes partes de la historia de los envenenamien- tos. Algunos sin embargo lo han hecho de un modo incompleto; otros se han atenido á la medicina legal sacrificando lo demás, y otros en fin, aunque en corto número, se han de- dicado al estudio puramente práctico de la cuestión, pero limitando siempre sus conside- raciones á determinados venenos y á casos par- ticufares. No existe pues ningún tratado ge- neral, donde se espongan los síntomas, los efec- tos, el curso, el diagnóstico y la medicación de cada envenenamiento en particular, como se hace respecto de las enfermedades internas, de una manera completa, y con el apoyo de hechos individuales y de datos estadísticos esactos, tomados de los anales de la ciencia. Se halla pues por hacer una obra redactada en este senjtido, existiendo asi un gran Vacio en la patología interna, que podría llenarse compul- sando cuidadosamente las numerosas observa- ciones consignadas en losperiódicos científicos. »Los progresos de la química moderna, y les preciosos descubrimientos que ha hecho esta ciencia desde principios del presente si- glo, han impreso al estudio del envenamiento un favorable impulso; pues no solamente han ilustrado la toxicologia, que no es otra cosa que la aplicación de la química á la medicina, sino también el lratamiento.de los venenos, en- señándonos á ncutralrzar sus efectos por medio fle las sustancias llamadas antídotos; La histo- ria de estos útiles descubrimientos seria del ■mavor interés; pero todavía no se ha ocupado nadie en escribirla; «Etítre las obras que hemos consultado fre- cuentemente para la redacción de este artículo, citaremos lus siguientes: Brodié (Experiments and observations on the differens tmdes in t&hich deatch is prodiiced bg certain vegetable poisons; en Transae'philosoph., t8H v484'8; y en los Annales de Chimie, t. XCUI), cuyas memorias encierran una esposicion muy lumi- nosa de los.efectos de diversos venenos.— Plenck (Toxicologia, seu doctrina de venenis; Viena, 1801).—J. Frank (Manuel de toxicólo-' gie, ou doctr. des poisons et de leurs antidotes, traducido por Urancken, en 8.°).-—Bertrand (Manuel médico-légal des poisons, en 8.°; Pa- ris, 1817): en cuyo libro reina una confusión que impide al autor establecer reglas un poco claras de tratamiento.—Montgarny (Essai de toxicologie considerée d'une maniere généraje, en8.°; Paris, 1818), que descuidóla parle te- rapéutica y la sintomatologia.-Chaussier (Con- tre-poisons ou moyens reconnus les plus effica- ces dans les differents cas d'empoisonnement, en 8.°; Paris, 1819); cuyo opúsculo no es raas que un manual puesto al alcance de todos, donde se encuentran indicados sumariamente los principales remedios, y con especialidad los antídotos, no tiene importancia alguna para el médico; pero resume la terapéulica con tino y claridad.—Guerin de Mamers (Nouvelle toxicologie, ou traite des poisons et de Tempoi- sonnement, emS.0; Paris, 1826). El autor es- pone los síntomas del envenenamiento según la acción que atribuye á cada sustancia sobre el cerebro, la médula espinal, el corazón, el tu- bo digestivo, etc.; de donde resulta un orden completamente arbitrario y desnudo de funda- mento : considera la intoxicación bajo el punto de vista de la patologia, pero de una manera muy incompleta, y no hace mas que indicar el tratamiento. — Mutel (Des poisons consideres sous le rapport de la médecine pratique et de la médecine légale, en 8.° ; Paris, 1830): este li- bro merece la atención del práctico bajo mas de un aspecto; se estudia en él cada veneno de una manera completa; y aunque aparece algún tanto descuidada la toxicologia, comprende la historia de los síntomas de todos los venenos, de sus efectos sobre la economía, de las alte- raciones patológicas y de su tratamiento; ha- biendo sabido aprovechar su autor los nume- rosos documentos tomados de varios puntos: nosotros hemos consultado muchas veces esta obra, que no es bastante conocida.—J. Briand (Manuel complet. demédecine légale, 3.a edic, en 8.°; Paris, 1830): los que quieran leer un resumen sucinto de los síntomas y de las alte- raciones morbosas de los envenenamientos, lo encontrarán en este libro.—Alph. Devergie [Médecine légale theprique et pratique, t. II, 2.a paríe, en 8.p; Paris, 1836): en este trata- do, que nos ha sido muy útil, se encuentra, ademas de la-historia médico-legal del enve- nenamiento, que no debe ocuparnos aquí, una indicación metódica bastante completa del tra- tamiento, y las indicaciones terapéuticas. Su autor formula en él con el mayor cuidado las reglas que deben dirigir al práctico en las di- ferentes medicaciones.—Cbristifcon (A treatise -anpoisons*, %.".edic, en8.°; Londres,'1532): 'es te'escrito, uno de 4os mas notables que se 388 INTOXICACIONES LENTAS. han dado á luz en estos últiraos lierapos, con- tiene una historia completa de los venenos, doudc se estudian con mucha estension todas sus partes, á escepcion del tratamiento. No se contenta el médico inglés con esponer los efec- tos tóxicos de los agentes venenosos, sino que describe también sus efectos fisiológicos, los desórdenes á que dan lugar; esplica muy cir- cunstanciadamente los esperimentos y obser- vaciones particulares referidos en las obras es- tranjeras; ostenta una vasta erudición, y parece hallarse muy bien iniciado en las literaturas francesa , alemana , inglesa, etc., de las que toma numerosos datos. Nosotros hemos puesto muy á menudo en contribución esta obra, so- bre" todo para conocer los trabajos de los mé- dicos ingleses, que no poseemos, y que se ha- llan indicados cuidadosamente en el libro de Christison.—Orfila (Traite de médecine légale, t. III, 3.a edición; 1832): esta obra contiene el resultado de numerosas investigacianes he- chas con muy buen éxito por el autor, sobre casi todos los ramos de la medicina legal, y especialmente sobre la toxicologia. El orden metódico que en ella se observa permite estu- diar y retener fácilmente los pormenores que comprende, tanto acerca de los efectos del ve- neno, como de la acción que ejerce en la econo- mía. Consagrado esclusivamente á la toxicolo- gia , no suministra este libro noción alguna relativa al tratamiento; únicamente en las me- morias particulares que hemos citado én el discurso de este artículo, es donde se ocupa Orfila de ciertas partes del método curativo» (Monneret y Fleury, Compendium de méde- cine pratique, t. 3.°, pág. 212-262). CAPITULO II. De las intoxicaciones lentas. articulo i. Enfermedades producidas por el mercurio. «En este artículo, como en los anteriores, nos colocaremos esclusivamente bajo el punto de vista de la medicina práctica, dejando á un lado toda consideración de medicina legal y terapéutica correspondiente al estudio del mer- curio. «Los efectos morbosos que este produce, va- rían según el modo como penetra en la econo- mía. Cuando se toma una cantidad considera- ble de una sal mercurial, resultan accidentes tóxicos que constituyen un envenenamiento; mas si por el contrario, hace uso el individuo de cortas dosis, pero repetidas, ó se halla some- tido á una inlluencia mercurial continua, aun- que poco intensa, sobrevienen fenómenos va- riables que pueden referirse á dos formas pa- tológicas: el temblor y la salivación. •En este artículo solo estudiaremos el tem- blor, puei la salivación la hemos descrito en otro lugar (véase la Patologia esterna). Antes añadiremos algunas observaciones á las que a su tiempo hicimos sobre él: •Envenenamiento mercurial.—El mercurio (hydrargyrum, plata viva), descubierto desde la mas remota antigüedad , y que por muchos siglos fué el tormento de los alquimistas, que considerándole como piala viva hicieron sin- gulares esfuerzos é innumerables investigacio- nes para transformarle en esta última, es un metal líquido, rauy brillante, de un blanco que lira algo á azul, insípido, inodoro y de un peso específico de 13,568; entra en ebulición á los 350 grados, y sometido aun frió de 39 a 40 centíg., se solidifica formando cristales oc- taedros; en cuyo estado es ligeramente malea- ble, se aplana con el martillo, y puesto en contacto con la piel produce la sensación de un cuerpo candente, privándola de su color y con- gelándola al cabo de algún tiempo. El mercu- rio existe en la naturaleza en estado nativo, unido con el azufre ó la plata, ó en forma de cloruro; de cuyas combinaciones la mas co- mun es el sulfuro, se^un Thenard. «La química ha obtenido gran número de compuestos mercuriales. Enumeraremos loa mas importantes, que son : el proto y el deu- tóxido, el proto y el deuto-sulfuro, el proto- cloruro (calomelanos) el deuto-cloruro (subli- mado corrosivo), el proto y el deuto-ioduro, el iodhidrargirato de potasio, el cianuro, los sul- fates, nitratos, acetatos, etc. La mayor parte de estos compuestos pertenecen á la* molería médica, y usados con prudencia son muchas veces útiles, pero en cambio , cuando se lo- man en gran cantidad, determinan gravísimos accidentes. »Los efectos tóxicos de todas las preparacio- nes mercuriales son casi idénticos, diferen- ciándose únicamente en el mas ó el menos, y como los del deuto-cloruro son los mas violen- tos y característicos, los tomaremos por tipo de nuestra descripción. «Lesiones de los tejidos producidas por el sublimado corrosivo.—Cuando se hace la au- topsia, se encuentra el estómago contraído y deprimido debajo de las costillas; su cara es- terna, generalmente de un tinte violado, pre- senta en diversos puntos manchas de un rojo parduzco, aue son especialmente mas nume- rosas á lo largo desús dos corvaduras; hay muchos equimosis hacia la inserción de los epiplones y una inyección ligera en los intesti- nos. En el interior del tubo digestivo se hallan todas las lesiones de los venenos irritantes, J asi es que la boca, el esófago, el estómago y los intestinos, presentan vestigios de una vio- lenta inflamación. «Ora, dice Orfila, está la membrana mucosa teñida en toda su estension de un color rojo de fuego; y ora este color es rojo de guinda ó negruzco; en cuyo caso no es raro aue las túnicas muscular y serosa partici- pen de la inflamación, y se descubre un nú- mero mas ó menos considerable de manchas INTOXICACIÓN MERCURIAL. 389 negras, semejantes á escaras ó zonas Jcn- itudinales de un rojo oscuro, que dependen e la estravasacion de sangre negra entre las túnicas ó en el corion de la mucosa. A veces se encuentran algunas ulcerillas cerca del píloro; pero con mas Irecuencia se limito la inflama- ción á la cámara posterior de la boca, al estó- mago y á los intestinos gruesos; fencmeno que depende al parecer de que el veneno per- manece mas tiempo en ccnlacto con estas par- les que con las dornas» (Orfila, Traite des poi- sons, t. I, p. 46, 3.a edic.; 1836). En efecto la campanilla y los pilares del velo palatino están notablemente tumefactos y de un color violado muy manifiesto; Ja epiglolis se halla inyectada, y el esófago profundamente altera- do" por lo común, sobre todo cuando han per- manecido en él cierto liempo algunas porción- citas de sublimado sólido. En ocasiones les te- jidos á que se ha aplicado el veneno, se pre- sentan de un color gris blanquecino; «carácter que no ofrece al parecer, dice Orfila, ninguna otra sustancia venenosa, y que resulla eviden- temente de la descomposición del veneno por la materia animal, y de su transformación en proto-cloruro de mercurio. Esta alteración es tanto mas notable, cuanto mayor la cantidad de sublimado corrosivo que queda en el tubo in- testinal después de la mueite» (Orfila, loe cit., p. 248). •Los cartílagos de la laringe, toda la cavi- dad de la traquearteria, y hasta las mas pe- ueñas ramificaciones délos bronquios, pue- en estar inyectadas y rubicundas. «La membrana interna del corazón se halla mas ó menos inflamada, de un rojo masó me- nos oscuro, á veces negruzco, y pueden en- contrarse en ella escarificaciones y úlceras, cuyo carácter es peculiar de los envenenamien- tos por la sustancia que nos ocupa y por el ácido arsenioso. Por último, en algunos casos se ha encontrado el cerebro ingurgitado de sangre. • «Giacomini y los partidarios del contra-esti- mulismo sostienen contra la opinión general, 2ue las lesiones cadavéricas nada tienen dein- amatorio. El primero no puede menos de reco- nocer, que se observan en el tubo digestivo al- gunos puntos inyectados, rojos, lívidos y re- blandecidos; pero cree que semejantes altera- ciones pueden verificarse después de la muerte (Traite philos. et ewperim. de matiere medícale etde therapeulique, p. 427, en 8.°, trad. franc; Paris, 1839). vModo de obrar del sublimado corrosivo.— El deuto-cloruro de mercurio es uno de los ve- nenos mas irritantes del reino mineral. De los esperimentos referidos por Orfila, resulla: 4. que introducido en la economía por las ve- nas, el estómago, el tejido celular y los absór- tenles cutáneos, produce la muerte en muy poco tiempo; 8.° que obra con mucha menor energía puesto en contacto con el tejido celu- lar del dorso, que con el del cuello ó el de la ' rrgicn inleíra del muslo: 3.° que aplicándolo al estertor, es absonido y llevado al torrente circulatorio , ejercido su acción si-bre el eo- razen y tubo digestivo; 4.° que obra de un mcdo análogo cuando se introduce en el estó- mago; pero que en este último caso resulta al parecer la muerte de la inflamación que escita en los tejidos cen quienes se pone en contocto, y de la lesión simpática del cerebro y del sis- tema nervioso; y 5.° que cuando se le inyecta en las venas, obia especialmente sebre los pul- mones (Oifila, loe. cit., p. 287). «Aunque no adoptan es de ningún mcdo la doctrina del ccnlia-cstimulismo, no podemos menos de observar, que no todos los efecto* tóxicos del sublimado pueden esplicarse por la flegmasía del tubo digestivo, ó por la influen- cia de esta sobre el sistema nervioso. Creemos que los mercuriales ni son hipostenizantes ni hiperestenizanles, sino que ejercen una acción específica y alterante, cuya naturaleza íntima no es posible indicar/También debemos aña- dir, que los efectos dinámicos que siguen á la introducción del veneno en el torrente circum- lorio, no pueden depender únicamente de la flegmasía gastro-intestinal. «Síntomas del envenenamiento por el deuto- cloruro de mercurio.— La primera sensación que esperimenta un individuo que acaba de to- mar cierto dosis de sublimado corrosivo, es un sabor acre, estíptico y metálico, bastante pa- recido, aunque mas fuerte, al de la tinta. Po- co después se manifiesta una sensación de opresión en la garganta, cuyo calor se eleva y llega á hacerse quemante. "Luego sobreviene hacia la boca, la faringe y el tubo digestivo, un dolor, ligero al principio, pero que seexas- era con una rapidez espantosa, haciéndose ¡en pronto dislaceranle, atroz y tan insopor- table, que algunos enfermos se "revuelcan de- sesperados en el suelo, y suplican se les quite la vida. Los labios eslan secos, resquebrajados, de color natural ó blanquecinos, y á veces lívi- dos; la cara roja, violada y tumefacta, ó páli- da y espresando la ansieda'd; los ojos brillan- tes, ó empañados y abatidos, rodeados de una areola azulada, manifestando el sufrimiento y el horror de una posición en que parece inmi- nente la muerte; algunas veces gozan de cierta movilidad; las pupilas se hallan contraidas, y las conjuntivas ligeramente inyectadas. Casi siempre sobrevienen náuseas violentas, segui- das de vómitos frecuentes, y sobre todo muy penosos, constituidos al principio solamente por materias de naturaleza biliosa, pero que al fin se hacen sanguinolentos las mas veces. En el mayor número de casos van acompaña- dos de deyecciones alvinas, mas ó menos abun- dantes y fétidas, de un color variable, y mu- chas veces mezcladas con sangre. El epigastrio y todo el abdomen están muy doloridos á Ja raas ligera presión, flexibles ó tensos y como tirapanizados. Por último, se observan eructos de un olor desagradable, un hipo continuo o ;i9o INTOXICACIÓN MF.BCCIUAl. remitente., una sed intolerable y dísfagía; cu- yos síntomas terminan el conjunto do los que se reitere i al tubo digestivo. La respiración e9 dificüj; la sofooamon inminente; el pulso pe- queño, duro i raay frecuente y regular * ó por el contrario, intermitente y desigual; la piel está caliente y seaa ó cubierta de un sudor frío, y hay disminución ó eesacion completa en la escrecion de la.orina, que es roja eu oca-: Eiones. También participan del desorden ge- neral los órganos locomotores; el enfermo pue- de hallarse estremadamente débil, ó atormen* taio por calambres horribles y par convulsio- nes generales ó parciales, continuas ó alterna- das oon lipotimias. Las facultades intelectua- les suelen consarvar toda su integridad en me- dio de estos trastornos, notándose solo que las respuestas son tardías y penosas; pero á ve* ees también el. delirio , una agitación continua y la insensibilidad general, son los signos pre- cursores de la muerte. »Tal es el conjunto de accidentes que pro- duce el sublimado corrosivo introducido en la eoonomia en cantidad demasiado considerable* ya sea por la boca, por el intestino recto, y aun por la piel. No nos detendremos mas eíi este cuadro, que se parece mucho al que se observa-en los diversos envenenamientos, y no ofrece ningún síntoma patognomónico. «Tratamientot—Se han propuesto muchas sustancias como antídotos del sublimado; pero unas, completamente inútiles, han caido en el olvido, y otras forman descompoaienlo esto sal cuerpos igualmente deletéreos, y par to tentóse han proácrito coa razón, quedando solo tres que tengan una acción real, y que por consiguiente merezcan lijar nuestra aten- ción; tales'son, la clara yyemí de huevo, y el gluten. Sin embargo, antes de ocuparnos de estas; últimas., nocreemos iaútil decir algo acerca de laspriiueras. Xavier (Contre-poisons de Tarsekiei, du suklim; corrosif., etc., t. I, p. 183; A m\ considera coma cantra-venenos del mercurio, las'álcalis salinos y tér.reos, los sulfuras de p>tasa y de eal, las tinturas mar- oíales, alcalinas , y las aguas de Spa. Marce- lino Daval (Diisertation sur la tomcologie; Pa- ris, 1806, p. 33)'atribuve al azúcar lá misma propiedad. C'iansarel (Observttions sur diver- ses substantes veneneuses, p. 47; Burdeos 1807) se la concede á la infusión de quina calisaya, y Bertrand iJournal génér. de méd., p. 47; Bárdeos, 1813) refiere muchas curaciones, ob^ tenidaseu los animales por un cocimiento fuer- te de carbol. Por último, se ha preconizado también ebcaldo vel mercurio matálíco; pero los esperimentos que se han hecho para com- probar las aserciones de los autores que aca-^ liamos de citar., han dado resultados negati- vos, y está k/a fuera de duda quo ninguna de estas sustancias puede teoerae por antídoto del sublimado...... «Agua albumiñosa.**-El agua, albuminosa^ preparada con la clara de lluevo (Orfila)) ó con I» yema (D-ivcrgie), os el mejor contra-veneno dcfdeuto cloruro de mercurio; pues lo des- compone con estremada facilidad, y siendo poco soluble el precipitado que resulto de esta descomposición, es por lo tanto muy poco da- ñoso. Sin embargo, es preciso no dar la al- búmina con demasiado osceso; porque disol- vería el precipitado á medida que se formase, y desde entonces se harí»'venenosa. - - «Gluten. — Taddei (Beoherches chimiques et medicales sur un nomel antidote contre le su- blime norrbsif; París, 1822) ha propuesto rem- plazar la albúmina coa el gluten, del que se hace una pasta líquida; triturando en un mor- tero cinco ó seis partes dé gluten fresco con diez de una disolución de jabón de potasa (ja- bón negro), y á falta de-este, de jabón común. Esta pista sé seca' al calor do una estufa, y cuando nos queremios servir de ella, se la echa en una taza y se la disuelve en agua á la tem- peratura ordinaria, agitándola con una cucha- ra. Hé aqui tos motivos en que se funda Taddei para preterir el gluten á la albúmina: !■.*> que so necesita mucho menor cantidad para des- componer la misma porción de sublimado cor- rosivo, y que disuelve esta sal mucho mas pronto qne la albúmina; 2.°que obrando físi- ca y químicamente sobre el deutóxido, el sub- sulfato y el sub-nitrato de mercurio, produc- tos insolubles, los envuelve, se combina con ellos y los-desnaturaliza mas fácilmente que la albúmina, la cual no tiene bastante acción en estos.casos; y 3.° que la emulsión glutinosa precipita en copos la mas corta cantidad de su- blimado disuelto ; mientras que con la albú- mina solo se obtiene un líquido leohoso, que no precipita sino al cabo de algunas horas , y aun entonce* suele quedar una parte del pre- cipitado en disolución; »Pqr inuy justas que puelan ser las razones que alega Taddei pira probar la superiorídaddel gluten sobre la albúmina,-creemos con Orfila, que tesinas veces se preferirá esta última, por- que estadal alcance de todos,es de' fácil uso, y produce buen resultado siempre que se la ad- ministra á tiempo. Giacomini sostiene, que la albúmina y el gluten no se aparen de ningan modoá la acción tóxica del sublimado, y «que es uaa verdadera ceguedad seguir empleando estos antídotos» (ob. cit., p. 428). Pero á pe- sar de esta aserción, no deben dejar de prescri* oírse en ios envenenamientos por el deuto clo- ruro de mercurio. El médico italiano preconiza el alcohol, que obra combatiendo la acción til* postenizante del veneno; raas tos esperimentos y observaciones clínicas poco concluyentes, ó aun ehteraraente erróneas, en que apoya su opinión, no han obtenido gran crédito hasta el día éntrelos módicos franceses. Y>CondUcta>que debe seguirse en el envenena* miendo-par el suklitmió corrosivo*—D'sde el momento .que'se observen ¡tos primeros sínto- mis quieto caraotonizun , se hará tomara! en- terra» ¡algunos uasos de albúmina disüollta en I.NTUX1CACI0N HERGl'UIAL. 391 agua, ó bien de emulsión glutinosa. A falla de estas sustancias, se dará un cocimiento de> semillas de lino, de raiz de malvavisco ó de malvas, el agua de arroz, la azucarada, los caldos gelatinosos, y aun el agua común á la temperatura de 2o a 30°; por cuyo medio se debilita la acción del sublimado y se llena de líquido el estómago. La plenitud de-esla vis- cera producirá el vómito, y por consiguiente la espulsion de cierta cantidad de veneno. Debe- rá continuarse dando de beber en abundancia, hasta que se verifique el vómito y (disminuyan considerablemente los accidentes , y si el indi- viduo no puede vomitar, se recurrirán la bom- ba gástrica» (Orfila, loe cit., p. 325). Cree este autor, que en el envenenamiento de que ha- blamos deben preferirse las bebidas abundan- tes, albuminosas y mucilaginosas, á los diver- sos eméticos, para provocar ó favorecer el vó^ mito; porque tienen la ventaja: 1.° de poderse udraínistrar con prontitud; 2.? de espeler el veneno descomponiéndolo; y 3.° de modificar la irritación que haya producido. Recomienda sobretodo, no olvidar que su eficacia depenr de principalmente de su cantidad, y que es i preciso administrarlas aun cuando no'tenga el ' enfermo gana de beber (loe cit., p. 327 y 328). ' En cuanto á los aceites y las sustancias grasas, opina que deben abandonarse; porque no tie- nen generalmente ninguna utilidad, y pueden oponerse á la acción de los verdaderos disol- ventes (loe. cvt., p. 329). Cuando sobreviene una flegmasía-de cualquier viscera abdominal ó del peritoneo, como es bastante frecuente, debe recurrirse á las emisiones sanguíneas, contentándonos con las locales si la inflama- ción es poco grave; pero si es algo intensa, y el individuo fuerte y vigoroso, conviene apre^ surarse á sangrar una ó muchas veces, tanto para calmar los síntomas actuales, como para evitar que se manifiesten otros mas violen- tos. Deberán administrarse lavativas emolien- tes y narcóticas; se harón fomentos emolientes en todo el abdomen; y se prescribirán baños de asiento y aun los generales templados, pro- curando que el agua se conserve á una misma temperatura poco mas ó menos. El enfermo obr servará ademas una dieta absoluta y beberá tisanas dulcificantes. En la convalecencia usa- rá de alimentes amiláceos y calmantes, como la leche, las cremas de arroz, de harina de avena mondada, de cebada, de fécula de pa- tatas, las gelatinas, las panatelas ligeras y los caldos preparados con las carnes de anímales liemos. «Bibliografía.—A escepcion de los autores que han escrito sobre la medicina legal, pocos son los médicos que tratan de un modo com- pleto dé los efectos tóxicos del mer-curiOi Nada notable han dicho sobre esta materia Barhé (These sur Tempoisonnement par lesublime cor- rosif; P&ris^WZO) ni Achard^Lavort (Consi- dérations medicales sur le sublime corrosif; ihese, 1802; Paris); Marchand (These sur quelqueseffels morbidesdumercuredans soned- ministralion contre ¡a syphilis; Paris, 1814) la pasa completamente en silencio. Por lo de- mas, los autores, que pueden consultarse son los siguientes: Navier (Contre-poiaons de Tar- senic, du sublime corrosif, du veri-de-gris, ele; Paris, 1778), Bertrand (-Experknces sur Tem- ploíducharbon de bois dans Tempoisonnement par le muríate sur-oxygenede mercure etToxy- de arsenieux, en Journ. general de méd., to- nto XLY11I, p. 374); Taddei (Recherches chi- miques et medicales sur un nouvel antidole.ton- lre le sublime corrosif; Paris, i.822); Chan- tourelle (Experiences sur Taction du deuto-liy- droelilorate de mercure, en Journ. génér. de méd., t. LXXXl, p. 309); Prudbon (Dusubli- me corrosif consideré ccmme agent chimiqve, toxicólogique et (herapeuLique ¡. tbés. ; Pa- ris, 1824); Manuel (De Tempoi&pmncment par ledeuto-chlorure de mercure, thés.; Paris,-1830); Ollivier (Mémoire sur Tempoisonnement' par le ayanurede mercure, en Journ. de chim. méd., junio, 1825; y Arch. gen. de méd., t. IV, p.79); brñ\&(De Tempoisonnement parles preponai.ivns mercurielles, considere sous un point de vue nouveau, en Arch: gen. de méd.,A83Q, to- mo XXIII, p. 5; y Traite de méd. leg., 3;aedic, 1836, 1.111), y en fin,, todos los tratados de medicina legal. También puede consultarse la obra de Giacomini, para conocer las opiniones de los médicos contra-estiinuliste9(í'3ttt7¿pAi- los. et experim. de matiere medícale et de thera- peutique, trad. al francés por Rognetta y Mo- jón en la Encycloped. des sciene méd.; p. 422, ord. 111; Hipostenisants lymphatico-glandu- lares). «Temblor mercurial.—Definición.—Se da el nombre de temblor mercurial á una enferme- dad convulsiva-crónica, caracterizada poruña agitación particular y corao coréica, causada por el mercurio, y conocida mas generalmen- te en Paris con el nombre de temblor de los doradores (Merat, Die des sciene méd., to- mo LV, p. 521). Esta afección es la forma cró- nica del envenenamiento mercurial. «Síntomas.—En algunos casos se manifiesta de un modo repentino; pero las mas veces in- vade por grados y de la manera siguiente: no tiene el enfermo tanta seguridad.en.los brazos, que vacilan , se estremecen y luego tiemblan. Este temblor aumenta cuando continúan los individuos en sus trabajos, pudiendo entonces hacerse general y convulsivo, é imposibilitar la locomoción, la masticación, las funciones de las manos, y en una palabra, todo acto muscular. Mas tarde se agregan á estos sínto- mas la pérdida momentánea del conocimiento, el insomnio, el delirio, etc. »La cara, que á veces está animada, pre- senta mas comunmente un tinte negruzco bas- tante marcado, queaparece también en todo el cuerpo, cuya nutrición solo disminuye cuan- do el mal es ya antiguo. La piel está en ge- neral algo seca y caliente; las Yias respirato- *9-¿ intoxica rias y el ab lomen si conservan en su estado normal, lo inismi que las deposiciones y la orina; aunque á veeos sin enabirgo so halla atormentado el enfermo por un desarrollo incó- modo de gases en el estómago é intestinos. Por lo común se conserva el apetito, y solo se pier- de completamente ouando el temblor adquie- re gran intensión; en cuyo caso se pone la lengua blanca y pastosa, pero sin que haya mal gusto de boca. El pulso es en general fuerte, lento, raro, y algunas veces profundo. *EI síntoma mas notable, dice M-.srat (loo. cit., p. 522), y que constituye par decirlo asi toda la enfermedad, es un temblor que par- ticipa del estado onvulsivo. Las contracciones musculares que lo constituyen se verifican con una prontitud admirable, pero no en un solo tiempo: si por ejemplo, quiere el enfermo do- blar el brazo, no puede conseguirlo de una sola vez, esperimentando dos ó tres pequeñas sacudidas rápidas, que impiden la flexión del miembro, dando lugar al temblor. Los tra- bajadores que tienen rauy desarrollado este síntoma, no pueden llevar líquido alguno á su boca sin torcer el vaso que lo contiene, ni aun aciertan á dirigir da un modo conve- niente los alimentos sólidos. La mayor parte se golpean y magullan el rostro cuando quie- ren comer ó tocarle con sus manos, de modo que si están solos, se ven obligados á coger las sustancias alimenticias con la boca, como hacen los cuadrúpedos. Comunmente se les da de comer como á los niños, pues los bra- zos son las partes que primero se afectan del temblor y las últimas que se curan. »Burd¡n ha visto un enfermo, eu quien ad- quirió el temblor una intensión tan considera- ble, que no podía tocar nada sin esposicion de romperlo; sus piernas se contraían da una manera tan desordenada, que cuando bajaba una escalera, se veía obligado á saltar dos ó tres pasos, y para evitar todo peligro, se ha- bia acostumbrado á bajarlas hacia atrás apo- yándose sobre las manos. Tenia que beber en un plato, pira qua le fuara m is fácil conducir el líquido á su boca, y evitar que se rompiese el vaso entre sus dientes por la contracción convulsiva de las mandíbulas (Dic. des scien- cesméd., t. LIV, p. 277). «Cuando el mal ha durado largo tiempo, y se han verificado ya muchos ataquss, y los enferraos permanecen espuestos á las emana- ciones mercuriales, se agregan al temblor otros sintonías de mayor gravedad, y uno de los mas frecuentes es el asma. Todos los au- tores hablan de accasos de disnea y de so- focación, qae atormentan á los enfermas: mu- chas voces se observan parálisis mas ó menos extensas y completas, de lo cual refiere Fo- resto varios eje notos. Cisi todos los patólogos que han visto el temblor mercurial, mencio- nan también los vértigos como un síntoma rauy frecuente.. • Los sentidas pueden embotarse y aun abo- cío* heucurivl. lirs; on >letaimte. Farnalio vio un enfermo, que se puso sordo y casi mudo después de muchos ataques de temblor msrcurial: la in- teligencia Se debilita y aun se pierde, cayen- do los Dacientes en un estado de idiotismo in- curable. »Por último, muchas veces se agregan al : temblor lodos los síntomas de la salivación mercurial. «Curso, duración y terminaciór».—El curso de esla enfermedad es rauy sencillo y siempre idéntico. En cuanto á la duración es constan- temente muy larga, pues suelen no bastar muchos meses para curarla, y ciertos indivi- duos conservan siempre algún vestigio de ella. Está sujeta á recidivas, tanto raas fáciles, cuanto mas largos y numerosos han sido los primeros ataques; en cuyo caso conservan á menudo los enfermos un temblor mas ó menos violento, que resiste á todos los medios del arte. Pocos son los que sucumben, y cuando sobreviene la muerte, es casi siempre por efec- to de la debilidad del enferma, de sus impru- dencias, ó de alguna afección crónica que vie- ne á complicar el temblor. Sin erabargo, Bur- din ha visto casos, en que habiendo los su- getos continuado sus trabajos á pesar de los numerosos ataques que padecían, perecieron de consunción ó de una hemorragia cerebral. Por último, la enfermedad se cura algunas veces espontáneamente, con solo suspender las ocupaciones habituales ; pero esta feliz ter- minación es cuando menos sumamente tardía. «Diagnóstico, pronóstico.—El temblor mer- curial solo puede confundirse con el baile de San Vito; paro se diferencia de él: 1.* en el modo como se agitan los miembros; 2.° en que los enferraos tiemblan mucho menos en el primero cuando tienen sus miembros apo- yados , lo que no sucede en el último, y 3.a en que en el baile de San Vito tiemblan mas al parecer las piernas que los brazos, al paso que se observa Ib contrario en los que manejan el mercurio. Sin erabargo , en algunos casos de temblor general muy violento v convulsivo, puede ser á primera vista algo difícil el diag- nóstico; piro se evita fácilmente el error, te- niendo ea cuenta las circunstancias etiológi- cas, la invasión y el curso de la enfermedad, lossíntoinascoexistentes, etc. El pronóstico so- lo es grave cuando la enferraedad es antigua y rauy intensa, se han verificado recidivas nu- merosas y continúan los individuos en su pro- fesión. «Complicaciones — La única complicación que se ha observado, es el cólico de plomo en los que manejan al mismo tiempo esta últi- ma sustancia. »Causa9.—Todos los que trabajan de cual- quier moflo con mercurio, y especialmente los quo respiran continuamente una atmósfera cargada de sus vapores, se hallan espuestos á coitraer el temblor; asi es que se le observa es[»c¡al!njatoea los doradores de metales, en INTOXICACIÓN MERCURIAL. 393 los plateros, los ahogadores, los constructores de barómetros, los sombrereros, los que se ocupan en preparar el fieltro, los engastado- res de oro y aun los químicos. También ha sobrevenido en individuos que han usado el mercurio en fricciones ó lo han tomado á al- tas dosis, y en los que practican las friccio- nes mercuriales sin resguardar suficientemen- te sus manos. Antes de que se usaran los medios profilácticos de que hablaremos mas adelante, era asombrosa la mortandad de los que se ocupaban en azogar los espejos en las fabricas de Paris. Los obreros que espidan las minas de mercurio, sobre todo cuaudo se ha- lla el metal virgen, están muy espuestos al temblor: según Falopio, no pueden trabajar mas que tres años, y Etmuller asegura que muchas veces enferman á los cuatro meses. Dícese que en las minas de mercurio de Fre- ius ningún minero puede trabajar mas de seis ñoras (Patissier, Traite des maladies des ar- iisans; Paris, 1822, p. 18 y 19). »La poca limpieza favorece al parecer el desarrollo del temblor mercurial, pues se ha probado que los esclavos, que están siempre metidos en las minas sin lavarse nunca, son invadidos con mas frecuencia que los demás obreros. Se ha notado igualmente que en Pa- ris es mas comun en invierno que en eslió, lo que debe atribuirse á que, estando cerrados los obradores durante la estación fria, se hallan raas en contacto los trabajadores con los va- pores mercuriales, que cuando el calor per- mite abrir las comunicaciones estableciendo asi corrientes de aire. Por otra parte, no dejan de tener alguna influencia la humedad y el frío en la producción de esla enfermedad en los individuos predispuestos á ella, como tam- bién las emociones morales vivas. Por úl- timo, es preciso dará la idiosincrasia la par- te que le corresponde; pues hay sugetos que ejercen toda su vida alguna de las profesiones que acabamos de enumerar, sin notar nunca la menor incomodidad; mientras que otros esperímentan ya los efectos deletéreos al cabo de algunos meses. «Tratamiento.—Los sudoríficos, los tónicos, los antiespasmódicos y los purgantes, forman la base del tratamiento del temblor mercurial. Se dará por tisana un cocimiento de zarza- parrilla, de guavaco ó de sasafras á la dosis del onza para dos cuartillos de agua, conti- nuando esta bebida mientras dure el trata- miento. Se prescribirán también pociones an- liespasraódícas, compuestas con el láudano, el licor de Hoffmann ó el éter, pudiéndose igualmente recurrir al almizcle, al castóreo, á la valeriana, etc. Cuando está disminuido el apetito y hay saburra en las primeras vías, son útiles los*laxantes ligeros, suspendiéndo- los inmediatamente que se hayan restablecido las funciones digestivas: tanibien son venta- josos los baños tibios. Tres observaciones refe- ridas por Sigaud-Lafonl (Sigaud-Lafont, De TOMO IX. Teleclricité medícale, p. 318), parecen indicar que la electricidad podría ser ventajosa en al- gunos casos. «Debe ante todo el enfermo suspender com- pletamente su trabajo, hacer ejercicio al aire libre, y si es posible en el campo, y no po- nerse los vestidos que usaba en su oficio ú ocu- pación. El alimento será proporcionado al ape- tito y compuesto de sustancias sanas. Podrá Lsar'moderadamente del vino , que disminuye momentáneamente el temblor según varios médicos. Con este tratamiento, bien sencillo y fácil de ejecutar, se recupera poco á poco la salud sin crisis notable, y puede consolidarse de una manera definitiva", si no vuelve el en- fermo demasiado pronto á ocuparse en sus tra- bajos. «Profilaxis.—Sin detenernos mucho en con- sideraciones que pertenecen mas bien á la hi- giene pública, indicaremos los diferentes me- dios que sirven para evitar el desarrollo ó 4as recidivas del temblor mercurial. »Los antiguos, dice Patissier (obr. cit., p. 4), aconsejaban el uso de tejidos secos ó húmedos puestos en la cara, de máscaras de cristal, etc.; pero muy pronto se abandonaron estos medios por su insuficiencia é incomodidad. »Los modernos han propuesto oirás medidas que no ofrecen menos inconvenientes. »Macquant quería que los trabajadores tu- vieran siempre cerrada la boca, y se aplica- ran á las narices esponjitas empapadas en un liquido aromático. «Brize Fradín (Annales des arls et manufac- tures, t. IV, p. 203) ha hecho construir un aparato particular, que llama tubo de aspira- ción; Gosse (Biblioiheque universelle, t. IV, p. 59) aconseja cubrir la mayor parte de la cara con una esponja empapada en un liquido conveniente, fijándola por medio de cintos. «Fourcroy es el primero que ha trazado los verdaderos preceptos que deben servir de ba- se á la profilaxis, y recomienda: 1.° elegir un taller vasto, elevado y que tenga dos ó mu- chas ventanas; 2.° no permanecer en él mas tiempo que lo que dure el trabajo; 3.° cons- truir frente de la puerta ó de la ventana una chimenea que atraiga mucho aire, y 4.° des- viar la cara mientras se trabaja. «Comprendiendo Arcet en estos últimos tiempos, que la profilaxis reside principalmen- te en las condiciones de ventilación y fuerza de las chimeneas, ha hecho un verdadero ser- vicio á la humanidad, inventando una clase de hornos llamados de atracción, por cuyo me- dio se establece una corriente de aire, que impele con fuerza hacia el esterior todos los vapores mercuriales que se desprenden (Mé- moire sur Tart de dorer le bronze, Paris, 1818, en8.«) «Patissier quiere con razón que se aconsejo á los obreros: 1 .• bañarse con frecuencia; 2.° lavarse cuidadosamente la boca, la cara v las manos al dejar el taller; 3.° no comer 50 394 INTOXICACIÓN MBHCURUL. en el parage donde trabajan; 4.° acostumbrar- se á trabajar con guantes de tripa ó de hule, y 5.* mudarse de ropa al entrar en el obrador, guardar sus vestidos habituales en un parage en que no haya vapores mercuriales, y cu- brirse con un capoton de tela tupida alado á las muñecas, y al rededor del cuerpo por medio de un cinturon. «Bibliografía.—Muy pocos son los docu- mentos que tenemos sobre el temblor mercu- rial. El primero que lo describió conveniente- mente fue Merat (Mémoire sur le trembUment au quel sont sujeltes les persones qui emploient le mercure; Paris, 1804) en un trabajo que re- produjo después en parte en el Diccionario de ciencias médicas (articulo Temblor mercurial, t. LV, o. 521). Burdín ha hecho una buena descripción del temblor de los azogados (Die des se méd., art. Tain, t. LIV, p. '271), y Col- son refiere muchas observaciones de temblor, producido por la administración del licor de Van Swieten y las fricciones de ungüento na- politano l Essay sur le tremblemenl observé ala suite du traitement mercuriel, en Arch. génér. de méd., 1827, t. XV, p. 338). Por ultimo, también puede consultarse la tesis de Martin de Guerard ( Sur le tremblement produit chez les doreurs sur metaux par Teffel des vapeurs mercurielles; Puris, 1818), y la obra de Palis- sier (Traite des maladies des artisans; Pa- ris, 1822).» (Monneret y Fleury, Compendium de médecine pratique, t." VI, p. 34—40.) ARTICULO II. Enfermedades producidas por el plomo. «La acción morbífica que ejercen los com- puestos de esta sustancia, varia según la na- turaleza de estos, la cantidad introducida en la economía, el modo de introducción, las condi- ciones individuales del sugeto, etc. •De los esperimentos hechos por Orfila y repetidos por Dupasquier y Rey (Gaz. méd., p. 619,1843) resulta, que no todas las prepa- raciones saturninas son venenosas. Los cora- fiuestos insolubles en el agua é inatacables por os líquidos contenidos en el tubo digestivo, son inocentes, aunque se administren á dosis altas, pues solo obran como lo haría lá arena fina, ó cualquiera otra materia absolutamente inerte. Tal sucede con los sulfuros, sulfates, oxalatos, fosfatos, boratos y tannatos de plomo. »Pero por el contrario pueden sobrevenir ac- cidentes tóxicos mas ó menos graves por la in- troducción en la economía del acetato (azúcar de saturno), del subacetaUk, del azoato, del car- bonato, del cromato, del ioduro, del protóxido (litapgirio) y del deutóxido (minio) de ploma. •Algunos escritos modernos propenden á modificar estas aserciones. «Resulta de mis observaciones químicas, dice Mialhe, que to- dos hs preparados del plomo y aun este mismo metal, eon el concurso del aire, se Uniforman total ó parcialmente en cloruro de plomo y en un nuevo compuesto alcalino, en virtud de la acción que ejercen en los cloruros de esto na- turaleza contenidos en nuestros humores. Re- sulta también, que una vez formado el cloruro de plomo, se combina con el esceso de cloruro básico y constituye un cloruro doble, en el que residen las propiedades medicinales y to- xicas de todos los compuestos químicos, cuya base es el plomo.... Admitido e^lo , coutinua Mialhe, es fácil responder á la cuestión de si todas las preparaciones de esle metal son igual- mente venenosas. Sin duda que no lo son en igual grado; pues guardan exacta relación con la proporción de cloruro doble á que da origen su descomposición : asi es que los compuestos solubles son en general mas enérgicos que los insolubles.» (Mialhe, Mém. sur les emana tions du plomb; Paris, p. 8—10; 1844. V. Journal des connaissances medie prat., núm. de ene- ro, 1844.) «Los fenómenos morbosos que determina la introducción en la economía de un compuesto saturnino deletéreo, son variables y numero- sos; pero pueden referirse á dos especies de intoxicación: el envenenamiento propiamente dicho, y la intoxicación crónica. «Acerca del envenenamiento saturnino, cu- ya historia hemos indicado en el capítulo an- terior, haremos algunas consideraciones rela- tivas solamente á la medicina práctica. »La intoxicación saturnina crónica se carac- teriza por fenómenos, que ora eslao reunidos, ora aislados; de donde resulta la necesidad de estudiarlos primero por separado, y después en su totalidad. Describiremos, pues, en otros tantos párrafos distintos, el envenenamiento crónico primitivo, la encefalopatía, la epilep- sia, la parálisis, la artralgia v la caquexia sa- turninas, como también el célico de plomo; y luego nos ocuparemos de un modo general de la intoxicación saturnina crónica. §. 1 .° Envenenamiento saturnino. «Pocas veces recurren los homicidas ni los suicidas á las preparaciones del plomo : el en- venenamiento saturnino es casi siempre invo- luntario, debido á un error, á la administra- ción imprudente de algún remedio, al uso de sustancias alimenticias cuya propiedad dele- térea ignoraban los pacientes. Asi es que esta especie de envenenamientos resultan frecuen- temente de la administración del acetato, azoa- to, ó ioduro de plomo; del uso del subacelalo en forma de lavativas, inyecciones ó tópicos; de la ingestión del agua trasmitida por con- ductos de plomo, ó recogida en vasos de este metal; del vino, cidra, aguardiente ó vina- gre, que tenga en disolución litargirio (Four- crov, Sur les tins lithargyres, en Mém. de TAcad., p. 280 , 1787 ; Chevallier, Bech. sur les carnes de la mal. dile coligue de plomb, en Annales d'hygiene, t. XV, p, 7; Chevallier y ENVENENAMIENTO SATURNINO. 3t)5 Ollivier de AngeTS, Rech. chimiques et med.- leg. sur plusienrs cas d'un empoisonnement de- terminé par Tusage du cidre contenant un sel de plomb en dissolution, id., t. XXVII, p. 104; Chevallier, Note sur le plomb et sur les acci- dents determines par ce metal, ses oxydes et ses composés, ídem, t. XXVlll, p. 224; Boutigni, ídem , t. XXIV, p. 78 ; Christison , A treatise on poisons , p. 477 y sig.; Edimburgo, 4832; Boudet, Journal general de méd., t. XLIV, p. 321); del uso de sustancias alimenticias preparadas en vasos de plomo, y de confitu- ras que deban su color al cromato de este me- tal (Chevallier y ITabert, Sur lancees, d'indi- auer legalement aux confiseurs les matieres co- lorantes qiTils doivent employer, en Annales d'hygiene, t. XXVlll, p. 62—65). •Fouquier ha visto un verdadero envenena- miento, producido por algunos granos de ace- tato de plomo tomados interiormente (Dict. de méd. et de chir. prat., t. XIII, p. 357),y olro por tabaco en polvo que contenia minio (Gaz. méd., p. 68; 1843): una botella que se habia lavado con perdigones, quedando diez de es- tos engastados en su fondo, bastó para hacer el vino deletéreo (Journal de chimie medícale, núm. de julio, 1843). También se citan ejem- plos de envenenamiento por haber sofisticado con el plomo la miel, la manteca, el queso, el azúcar en polvo, etc. (Christíson, loe cit., p. 482.) «Alteraciones anatómicas. — Pocos son los ejemplos que hay en la ciencia de muerte pro- ducida á consecuencia de un envenenamiento saturnino, por lo que las lesiones anatómicas se han estudiado principalmente en los ani- males. »Un tambor murió á los tres días de haber bebido una gran cantidad de agua de Goulard, y en la autopsia se encontró violentamente in- flamada la parte inferior del esófago, el estó- mago, el duodeno, una porción del yeyuno y el colon ascendente y trasverso; la mucosa gástrica estaba corao macerada, y el ventrículo contenía seis onzas de un líquido rojo oscuro, de un olor de vinagre evaporado y de un sa- bor estíptico metálico (Jour. universel, t. XX, p. 353). «En los animales se encuentra, según De- vergie, una capa de color gris blanquecino en el estómago, procedente de la descomposición del veneno, y que contiene óxido de plomo combinado probablemente con la materia ani- mal; debajo de esta capa aparece una rubi- cundez mas ó menos intensa , indudablemente flegmásica, y que ocupa mayor ó menor por-w cion del tubo intestinal (Dict. de méd. et de chir. prat., loe cit., p. 357). »En el envenenamiento agudo, dicen Blan- dín y Danger, está la mucosa gaslro-intestinal cubierta por una especie de capa pardusca. En el crónico se hallan las membranas del tubo digestivo mas ó menos teñidas de un color amarillo, moreno ó negro y otras tintas inter- medias; las materias contenidas en los intes- tinos presentan un color gris de acero mas ó menos oscuro. El hígado y el bazo participan también á veces de estas coloraciones, las que desaparecen en totalidad ó en parte, cuando se ponen al aire ó se lavan estos órganos. Los pul- mones ofrecen casi siempre vestigios de con- gestión, que simulan los efectos de la neumo- nia ó de la apoplegia pulmonal. Esta última alteración puede servir para caracterizar un envenenamiento saturnino, si se tiene pre- sente que depende de la presencia del plomo en los .pulmones, donde no se encuentran de un modo tan marcado otros venenos, espe- cialmente el cobre y el antimonio» (Acad. de ciencias, sesión def29 de enero, 1844). «Rognetla dice también, que en los enve- nenamientos por el plomo está constantemente la mucosa gástrica como curtida y engrosada, dejándose desgarrar con facilidad á pedazos (V. Arch. gen. de méd., t. IV, p. 244; 1844). «Orfila ha publicado sobre los envenena- mientos por el plomo un trabajo muy impor- tante, del que vamos á copiar las principales conclusiones. »1.° Bastan dos horas para que el acetato y el azoato de plomo, administrados á cortos dosis, desarrollen en la mucosa del estómago de los perros y aun á veces en la de los in- testinos, una alteración particular, constituida por una serie de puntitos de un color blanco mate, ora reunidos en el sentido longitudinal, formando especies de regueros sobre los plie- gues de la membrana, ora diseminados por toda la superficie del tejido. Estos puntitos, evidentemente compuestos de materia orgá- nica y de una preparación saturnina, se ad- hieren tan íntimamente á la membrana muco- sa, aue no puede separárseles aunque se raspe mucho tiempo con un escalpelo. Tratados en frío por el ácido sulfhídrico, producen instan- táneamente sulfuro negro de plomo; son in- solubles en el agua destilada caliente ó fria, y se descomponen á la temperatura ordinaria por el ácido azoico debilitado, produciendo azoato de plomo. »2.° La misma alteración se observa en loe perros que han vivido cuatro días, habiendo estado solo por espaeio de dos horas bajo la influencia de dichas sales de plomo á igua- les dosis; pero los puntos son menos nume- rosos, y no pueden verse mas que con el len- te: el ácido sulfhídrico los ennegrece al ins- tante. »3.<> Cuando se deja vivir á los perros por espacio de diez y siete dias, no se percibe el menor vestigio de puntos blancos; la inmer- sión del estómago en el ácido sulfhídrico no descubre puntos negros, aunque se prolongue por cuatro horas, y haciendo hervir los teji- dos por media hora' en ácido azoico de treinta grados dilatado en su volumen'de agua, se for- ma una cantidad bastante considerable de azoa- to de plomo» (Mémoire sur le empoisomemetlt MG envenenamiento iatbrmxo. par les seis de plomb, en los Annales d'hygie- ne, t. XXI, p. 164 y sig.; 1839). «Síntomas.—Los síntomas que produce el envenenamiento saturnino, dice Christison, son de tres órdenes: I.° los comunes á todos los venenos irritantes, que indican una infla- mación del tubo digestivo; 2.° los aue pro- duce la contracción espasmódica de las túni- cas intestinales; y 3.° los que resultan de una lesión especial del sistema nervioso» (loe cit., p. 489). «Los síntomas inflamatorios se manifiestan principalmente por un dolor raas ó menos vi- vo, comunmente sordo, vago y difuso', aun- que á veces es rauy intenso (Christison , pá- gina 491), el cual se siente en la región epi- gástrica , con frecuencia al nivel del ombligo (Rognetta), y en ciertos casos en toda la es- tension del abdomen; por náuseas y vómitos abundantes, á veces biliosos, pero comun- mente de materias blanquecinas, espumosas y de un sabor astringente (Orfila), en las que se encuentran diseminadas partículas de car- bonato de plomo (Flandin y Danger). Un hom- bre que tomó por equivocación unas seis drac- mas de blanco de Kremnitz, esperiraentó al- gunas horas después una sensación de ardor en el epigastrio y vómitos violentos , que du- raron muchas horas; la lengua estaba seca, roja, la sed era ¡nestinguible, y habia dolores intensos en el abdomen, el cual se hallaba timpanizado y duro (Casper's wochenschrift, núm. 36; 1844). El aliento tiene en ocasiones una fetidez notable. «Los síntomas espasraódicos consisten en un estreñimiento pertinaz y un estado del vien- tre, enteramente iguales á los que se observan en el cólico de plomo (V. Cólico satuumno). «Por último, los fenómenos debidos á la le- sión del sistema nervioso, son los mismos que acompañan á la intoxicación crónica, y que luego describiremos cuidadosamente , como por ejemplo, debilidad escesiva, vértigos, de- lirio, afonía, amaurosis, artralgia, parálisis parcial, etc. «En algunos casos muy raros se observan convulsiones violentas (Journ. universel, t. XX, fi. 351) ó una rigidez tetánica considerable London med. repository, t. III, p 37; 1824). «Por lo comun permanece la circulación en su estado normal, aunque muchas veces dis- minuye notablemente la frecuencia del pulso. Baker ha visto casos en que solo latía cuarenta veces por minuto; pero en otros , por el con- trario , se acelera notablemente , y Christison ha contado hasta cien pulsaciones, que eran ademas llenas y duras (loe. cit., p. 4*2). «En el envenenamiento agudo puede intro- ducirse el plomo en el torrente circulatorio, en cuvo caso se observa un tinte negruzco ó azu- lado en las encías y una cantidad mayor ó me- nor de plomo en la orina. «Cunso, duración y terminación.—El tambor de quien hemos hablado mas arriba, y que se bebió de una vez una gran cantidad de acetato de plomo liquido , sucumbió á los tres dias, después de haber presentado una debilidad es- tremada, afonía, convulsiones viólenlas y to- dos los síntomas del cólico de plomo. I ->Solo existen en la ciencia dos ó tres casos ! análogos ; pues en los demás hechos de enve- ' nenamiento saturnino , ó bien no ha sido In dosis de veneno tomada una sola vez bástanle ' considerable para producir la muerto, y >e han disipado los accidentes con un tratamiento oportuno; ó bien se ha ingerido el tosigo de un modo sucesivo y en cortas cantidades (con- fituras, vino, cidra, agua ), permitiendo en- tonces la aparición de los fenómenos morbosos reconocer y suprimir la causa del envenena- miento. «El diagnóstico suministrado por los sínto- mas racionales es ¡dénlico al de la intoxicación saturnina considerada en general; pero con- viene tener muy en cuenta ciertas circunstan- cias accesorias; examinar y analizar con es- mero las materias vomitadas y la orina, y ave- riguar cuidadosamente el estado y calidad de los utensilios de cocina, del agua, el vino, etc. »El pronóstico no es grave ; pues por lo co- mún se verifica la curación en algunos dias, »TRATAMiENTo.--En lodos los casos es útil desocupar el estómago, ya por medio del emé- tico ó ya de la bomba gástrica, procurando en seguida neutralizar el veneno á beneficio de un antídoto, que puede ser un sulfato terreo, un bicarbonato alcalino ó el fosfato de sosa, ad- ministrados interiormente (Christison, loe. cit., p. 502). «Los esperimentos hechos en los ani- males, dice Orfila (Arch. gen. de méd., t. XIX, p. 328 ; 1829), nos inducirían á aconsejar el uso del ácido hidro-sulfúrico líquido en el pri- mer período del envenenamiento saturnino, sí no fuera mas racional valemos de una disolu- ción acuosa muy dilatada de cualquier sulfato, que á la ventaja de formar con las sales de plo- mo un sulfato insoluble que no ejerce acción alguna dañosa sobre la economía animal, reú- ne la de encontrarse en todas partes.» Dever- gie recomienda particularmente el agua albu- minosa; pero Mialhe niega la eficacia de este medio, diciendo que el cloro-plombato alca- lino no se precipita por el agua albuminosa, y que aun el precipitado blanco formado por la albúmina y las sales de plomo, vuelve á di- solverse instantáneamente por las disoluciones de los cloruros alcalinos (Mem. cit., p. 9). «En resumen, el tratainiento del envenena- miento saturnino es completamente igual al de las intoxicaciones por los venenos irritantes (v. Envenenamientos). §. II. Intoxicación saturnina crónica. « 1.° Envenenamiento primitivo —Tan- querel describe con este nombre los síntomas que indican la introducción del plomo en la economía, y que muchas veces preceden al INTOXICACIÓN SATURNINA CRÓNICA. 397 desarrollo de las enfermedades saturninas lo- calizadas. «Coloración saturnina de los dientes y de la mucosa bucal.—Esta alteración se observa en casi todos los individuos que respiran ó tragan partículas de plomo; se manifiesta á veces des- pués de algunos dias de contacto (fabricantes dealbayalde); pero puede tardar muchos me- ses en presentarse (pintores) y aun muchos años (los que tallan el cristal). És patognoraó- nica de la intoxicación saturnina, á la que per- tenece esclusivamente. Burton la ha encontra- do en cuantos individuos padecían enfermeda- des saturninas, y dice haberla provocado en cincuenta y dos enfermos eon el uso interno del acetato de plomo (Effet remarquable produit sur les gencives par le plomb, en Gaz. méd., p. 470; 1840). »Las encías presentan al principio un color rojo violado, el que después se vuelve azulado ó gris de pizarra, confundiéndose insensible- mente con el tinte sonrosado de la mucosa bu- cal. Este color solo existe á veces en la porción de las encías que aloja los dientes; otras apa- rece en forma de chapas ó de regueros, en di- ferentes puntos de la membrana, y por último, puede ser general. Tanquerel ha visto un fa- bricante de albayalde, cuya mucosa bucal y lingual tenían en su totalidad un color azul apizarrado, percibiéndose apenas algunos pun- tes sonrosados. Esla coloración gingival puede existir aunque falten los demás síntomas sa- turninos; pero jamás sucede lo contrario. «Muy luego presenta el borde libre de las encías un color mas oscuro, y los dientes están rodeados de un cordoncillo" azul apizarrado, cuyo diámetro es de una á dos líneas. Esta al- teración es por lo comun mas notable al nivel de los incisivos y caninos inferiores, hallán- dose á veces limitada únicamente á dos, tres ó cuatro dientes. »En algunos casos, aunque raros, están hin- chadas las encías y dan sangre al menor con- tacto, como si el enfermo padeciera escorbuto. Tanquerel ha encontrado una vez ulcerado el borde alveolar superior. «Sucede con frecuencia, que la porción de las encías ocupada por el cordoncillo azul se adelgaza considerablemente, esperimentando al fin una verdadera pérdida de sustancia. «Las lengüetas ¡nterdentarias desaparecen de un modo insensible, y se va ensanchando la concavidad de las encías á beneficio de un tra- bajo de reabsorción molecular, que se verifica en estos tejidos sin solución de continuidad ostensible. Los dientes se hallan entonces des- carnados, y las encías presentan solo un rodete raas ó menos prominente y como cortado per- pendicularnienle, que no tiene masque un ligero viso azulado» (Tanquerel, obr. cit., U, p. 4,5). «Losdientes incisivos y sobre todo los cani- nos, ofrecen también un color morboso parti- cular, siendo de un pardo muy oscuro en su base, y de un pardo mas claro que tira á ama- rillo ó Verde en su vértice. Al cabo de algún tiempo se altera su estructura , se vuelven Irá- giles , se rompen, se carian y se caen antes de tiempo. »La materia colorante que cubre los dientes y las encías resulta de la presencia de cierta cantidad de sulfato de plomo: está muy adhe- rida, y solo se consigue hacer que desaparez- ca, por medio de fricciones prolongadas y re- petidas, hechas con agua ligeramente cargada de ácido sulfúrico ó clorhídrico. »Hé aqui cómo esplica Tanquerel la forma- ción del sulfato de plomo. «Sabido es, dice este autor, que los alimentos triturados por la masticación dejan algunas partículas en la bo- ca , interponiéndose entre los dientes. Por me: dio de estos residuos de materias alimenticias, 3ue siempre contienen algún azufre y no tar- an en alterarse, se forma gas hidrógeno sul- furado, el que puesto en contacto con las mo- léculas saturninas que se respiran ó degluten, da origen á un sulfato de plomo, que se depo- sita en los dientes y encías, es decir , precisa- mente en el punto donde se forma el ácido hi-r dro-sulfúrico» (loe cit., p. 7). El color mor- boso depende, según Schebach, de la acción que ejercen sobre las moléculas saturninas los sulfuros contenidos en la saliva (Froriep's neue Notizen^ n. 245; 1839). «Sabor y olor saturninos.—Los individuos cuyas encias presentan el color morboso que acabamos de describir, sienten por lo común un sabor especial, azucarado, astringente, es- típtico y fétido;El aliento tiene un olor repug- nante, que una vez percibido nose olvida jamás. «Ictericia saturnina: color aplomado.—Si se considera la presencia de la materia colorante de la bilis en la sangre como el carácter esen- cial de la ictericia, no debe darse este nombre á la coloración morbosa que presentan algunos individuos que padecen enfermedades satur- ninas; ni confundir esta coloración con la ver- dadera ictericia, que se encuentra rauehas ve- ces en los mismos enfermos (v. Ictericia). Nos- otros la llamaremos coloración saturnina, para evitar todo error» «Esta coloración se presentaá veces entre los diez á veinte y cinco dias de trabajo, en los que respiran una atmósfera muy cargada de partículas saturninas (fabricantes de albayal- de); pero en circunstancias opuestas, puede tardar muchos meses, ó aun años, en mani- festarse. «La coloración saturnina es general, y se la encuentra en todos los sólidos y líquidos de la economía. Durante la vida se la observa en to- da la piel, que ofrece un viso amarillo ceni- ciento, ó amarillo sucio y terroso, muy mani- fiesto, especialmente en ía cara y en la conjun- tiva. El suero de la sangre y la orina están teñidos del mismo modo, aunque el árido ní- trico y el ioduro de potasio no demuestran en estos líquidos la presencia de la materia coló- 398 INTOXICACIÓN SATURNINA Ctó.MCV- rante de la bilis. Lis miterías escrementicias | son de un color amarillo leonado mas ó menos intenso. » Djspues de la muerte se encuentra la mis- ma coloración morbosa en casi todos los órga- nos (cerebro, palraones, corazón, tuba diges- tivo, hígado, ríñones, vejiga, etc.). I o\o puede esplicarse la coloración que nos ' ocupa, sino por la introducción en la sangre du j tíierta cantidad de moléculas saturninas, y esta opinión se halla justificada por el análisis, pues Davergie ha demostrado la presencia del plo- mo en la sangre y en los diversos órganos (es- tómago, intestinos, materias fecales, vesícula biliaria, ríñones, vejiga, pulmones, cerebro, ctrne muscular, sangre y materia negra den- taria) en un enfermo que habia padecido cóli- co, artxalgia y encefalopatía saturninas (Tan- querel, obr. cit., 1.1, p. 325; t. II, p. 405,406). »Es fácil distinguir á simple vista la colora- ción saturnina del color ictérico, porque es mas leonada, menos viva, y no tira a verde. i Enflaquecimiento.—Se manifiesta al mismo tiempo ó después de la coloración saturnina, y por lo cora un no se le observa mas que en los iudividuos que estanmuy espuestos á las ema- naciones del plomo. «Presenta diferentes grados, y puede ser es- tremado; pero las mas veces sobreviene una afección saturnina local antes que haga mu- chos progresos. La licuación del tejido adiposo es general, pero en ninguna parte tan notable como en la cara, la cual se halla ton arrugada, que los individuos parecen mucho raas viejos. En ocasiones dan las arrugas al# rostro una es- presion de tristeza muy notable (Tanquerel, obr. cit., t. I,p. 17). » Estado de la circulación.—El pulso es coa bástente frecuencia pequeño, blando y fácil- mente depresible; á veces están disminuidas las pulsaciones arteriales, bajando á 50, 45 ó 40 por minuto: en las arterias no existe nin- gún ruido anormal. «Tales son, dice Tanquerel, los efectos pri- mitivos que puede ocasionar el plomo sobre la ecoooikia, independientemente de las enferme- dades que produce. La coloración de las en- cías y dientes es el mas comun y el que se de- sarrolla con mayor prontitud, viniendo en se- guida por el orden de frecuencia; el sabor azucarado, la fetidez de aliento, el color ama- rillo, el enflaquecimiento y las alteraciones de I a. circulación. Por lo demás, se ejecutan per- fectamente todas las funciones de la economía. »2.° Encefalopatía saturnina. — Tanque- rel da este nombre al conjunto de accidentes cerebrales que puede ocasionar la intoxicación saturnina crónica. «Alteraciones anatómicas.—Las observacio- nes de anatomía patológica que se han hecho sobre la encefalopatía, se refieren especial- mente á la epilepsia saturnina; y como esla la hemos descrito ya por separado, es poco lo que tenemos que*añadir aqui. •Thoraás asegura, que en los individuos que han muerto después de haber presentado los síntomas de la encefalopatía saturnina, se en- cuentran alteraciones muy notadles en las meninges, en la sustancíi cerebral y raqui- diana; derrames serosos y sanguíneos, asi en las membranas encefálicas como en los ven- trículos laterales, y-aun suelen estar afecta- dos los mismos huesos del cráneo (Dissert. sur la thoracoscopie, suiviede quelqnes propositions medicales sur ta colique de plomb, tés. de Pa- ris, 1825, n. 68, p. 19). «Canuet ha encontrado las meninges ingur- gitadas de sangre; derrames sero-sanguinolen- tosen la pía.madre y en los ventrículos; man- chas rubicundas en ía sustancia gris, y una es- pecie de salpicado en la blanca: en cuatro ca- sos estaban parcialmente reblandecidos los he- misferios, y en dos la raédula (Essai sur le plomb, considere dans ses effets sur Teconomie anímale, tés. de Paris, 1823, n. 202). »Las aserciones de estos autores no se apo- yan en hechos bastante justificados. «Bouteville ha visto reblandecida la médula desde la tercera vértebra dorsal hasta la séti- ma, pareciéndose el órgano por su consistencia á una papilla espesa, y presentando chapas de un color amarillento y rojizo. Corbin ha visto una alteración análoga en un enfermo que había padecido delirio y coma; los vasos de la pia madre raquidiana estaban inyectados, y la médula reblandecida hasta el punto de ser casi difluente en la porción dorsal (Corbin, mem. cit., obs. 11). »En ua enfermo que habia tenido delirio y convulsiones epileptiformes, encontró Andral las alteraciones siguientes: una cantidad de serosidad bastante considerable en la parte in- ferior del conducto raquidiano; ligera inyec- ción de los vasos venosos de la cara anterior de la médula, cuya consistencia se hallaba dis- minuida en la porción dorsal; un ligero reblan- decimiento de los nervios ópticos, de las emi- nencias mamilares y de las prolongaciones an- teriores de la médula oblongada, y algo salpi- cada de rojo la sustancia cerebral" «Pero debo observar, añade Andral, que muchas personas que asistían á esta autopsia consideraron las lesiones del sistema nervioso como efectos de la putrefacción» (Clin, méd., p. 220, 221; Paris, 1 34). «Nivel ha encontrado en el espesor de la pia madre cerebral y de la sustancia gris, diez quistes diseminados que contenían cisticercos ladricos (mem. cit., obs. 5); pero es evidente que no puede existir relación alguna entre esta alteración y el envenenamiento saturnino. Por otra parte, la afección cerebral á que sucum- bió el enfermo de Nivet, no creemos deba con- siderarse como una encefalopatia saturnina; pues no tenia ninguna relación con los cólicos de plomo que había esperimentado anterior- mente el individuo. «Tanquerel ha observado en algunos enfer- intoxicación saturnina crónica. 399 mos un aplanamiento v aglomeración muy no- tables de la masa cerebral; las circunvolucio- nes estaban muy apretadas unas contra otras y casi borradas, aun después de separadas las meninges; el cerebro se hallaba hipertrofiado y reblandecido, y los ventrículos contenían cierta cantidad de una serosidadcelrinafp. 354). En otros casos parecía haber esperimenlado el encéfalo un principio de atrofia, presentando una superficie casi lisa, y no se distinguían las circunvoluciones. «Por otra parte, Merat (Traitede la coligue metallique, obs. 25, 26, 28, 29; Paris, 18U); Andral (loe cit., p. 214, 222, 224); Corbin (mera. cit., obs. 1,3);Nivetímera.cit.,obs.5); Louis (Bech. anatómico-palhol. sur diverses maladies, p. 483); Rufz y Tanquerel, no han descubierto ninguna lesión apreciable en el sistema encéfalo raquidiano en un número bás- tente considerable de sugetos, que habían ofre- cido síntomas de encefalopatía saturnina. «Resulta de todo, que la encefalopatía sa- turnina no deja por lo comun lesión alguna apreciable del sistema nervioso; que en algu- nos casos se encuentran alteraciones variables; pero que estas alteraciones son consecutivas é insuficientes ademas para esplicar los fenóme- nos observados durante la vida. «Tanquerel dice sin embargo, haber visto en todas sus autopsias una coloración morbosa particular del cerebro, o Cuando se cortaba el órgano en rebanadas se percibia, dice este au- tor, que la sustancia gris mas inmediata á la blanca habia perdido su ligero tinte sonrosado, rcmplazándolo un color gris amarillento ó sucio, el cual iba disminuyendo hacia el este- rior; la sustancia blanca "no tenia su aspecto blanco trasparente, y sí un amarillo sucio, ter- roso, muy pronunciado. Esta coloración par- ticular existía asi en el cerebro como en el ce- rebelo, y aun esteriormenle parecía algo ama- rillento el encéfalo» (loe cit., p. 316). «Esta coloración denoto, según Tanquerel, la presencia del plomo en el cerebro, la cual ha sido demostrada por Devergie y Guibourt (loe cit., p. 360-362). «Estas observaciones de Tanquerel necesitan nuevos hechos que vengan en su apoyo. «Síntomas.—Pródromos.—La encefalopatía saturnina se anuncia á veces por algunos pró- dromos, que son comunes á las diversas formas del mal, y que describe Tanquerel de la ma- nera siguiente: «La enfermedad cerebral saturnina puede sorprender de pronto y de un modo imprevis- to al trabajador en medio de sus ocupaciones, ó anunciarse por ciertos desórdenes funciona- les del cerebro. Otras veces en fin, sobrevienen trastornos en puntos mas ó menos distantes del órgano que ha de afectarse profundamente. ^Respecto del sistema cerebro-espinal, son varios los fenómenos morbosos que pueden anunciar la invasión mas ó menos próxima de la encefalopatía. »Se ha observado una cefalalgia general ó parcial, que es frontal las mas veces en este último caso. Los dolores de cabeza, variables en su naturaleza é intensión, van comunmen- te acompañados de vértigos y de temulencia. En un caso se quejaba el enfermo de una sen- sación de plenitud, de pesadez y de dolores atroces en las órbitas. El sueño es agitado, in- terrumpido por ensueños y alucinaciones, pudiendo haber también un insomnio com- pleto. «En los órganos visuales y auditivos se pre- sentan algunos trastornos pasageros. Los en- fermos padecen vahídos, diplopia y estrabis- mo; las pupilas están dilatadas ó contraidas; las miradas son estúpidas, y espresan una es- pecie de asombro, cuyo fenómeno es el que anuncia con mas frecuencia la encefalopatía saturnina. A veces sobreviene una amaurosis completa; el zumbido de oídos es bastante co- mun, y puede entorpecerse y aun abolirse completamente la audición. «La sensibilidad moral se halla aumentada ó disminuida en algunos enfermos: Unos es- tán tristes, estraordinariamente inquietes.,, si- lenciosos, indiferentes á cuanto les rodea y melancólicos, llorando sin que haya motivo para ello; y otros se agitan, cambiando con- tinuamente de lugar, con ánimo de distraerse y alejar de sí la tristeza y los terrores súbitos y profundos de que se ven acometidos. «También se lía observado el estupor, una desazón indefinible, entorpecimiento asi de los movimientos como de las ideas, disfagia y una sensación de constricción en la faringe. (Tanquerel, Traite des maladies de plomb, t. II, p. 279 y sig.; Paris, 1829). «Grisolle ha visto en tres enfermos adorme- cimiento, sensación de hormigueo, calambres ó un temblor en todos los miembros, ó tan so- lo en los superiores (Grisolle, Mem. sur quel- ? ues-uns des accidents cerebraux produits par es preñar alions saturnines, en Journ* hed., to- mo IV, p. 315; 1836). «Todos estos pródromos sobrevienen un dia ó pocas horas antes de la invasión de los sín- tomas propios de la encefalopatía: en detenta y dos casos recogidos por Tanquerel, se los ha observado diez y nueve veces. »La encefalopatía se desarrolla frecuente- mente en el curso del cólico de plomo, y asi sucedió en cuarenta y dos casos de los setenta y dos que acabamos de citar. Comunmente no sobreviene la encefalopatía, sino cuando va dis- minuyendo la intensión de la afección abdo- minal , y cuando después de uno ó mas dias de tratamiento, parece hallarse ya el enfermo casi curado del envenenamiento saturnino. Otras veces, aunque mas raras, se presentan los accidentes cerebrales inmediatamente des- f>ues de curarse el cólico, ó bien en la conva- ecencia. Debemos temer que se desarro-r lien, cuando han existido cólicos violentos, que se han aliviado de pronto, presentándose £00 intoxicación saturnina crónica. los signos precursores que dejamos mencio- nados. «La parálisis (una vez entre cuatro), y la ar- tralgia preceden en ocasiones á la encefalopa- tía. £n general, los accidentes cerebrales so- brevienen en el curso de la artralgia , la cual desaparece entonces mas ó menos repentina- mente, aunque en ciertos casos sin embargo se combinan ó alternan ambas afecciones. •Pocos han sido los enfermos en quienes no se ha anunciado por ningún pródromo la encefalopatía saturnina , empezando de repen- te el mal, sin que le precediera accidente al- guno cerebral ni otra enferraedad de plomo (Tanquerel, loe, cit.). «Una vez caracterizada la afección cerebral, pueden variar mucho sus síntomas; lo que ha obligado á establecer varias formas de encefa- lopatía según el predominio de tal ó cual or- den de fenómenos. Nosotros adoptaremos la división de Tanquerel, que admite las formas: a. delirante, b. comatosa, c. convulsiva, y d. mista. • A. Encefalopatía delirante; delirio satur-' niño.—La forma delirante la ha observado Tanquerel diez y ocho veces en setenta y dos casos de encefalopatía, y se anuncia por de- sórdenes cerebrales con mas frecuencia que las demás. «El delirio saturnino es muy variable en sus manifestaciones > pudiendo ser ligero ó profundo, parcial ó general, continuo ó remi- tente, tranquilo ó furioso, etc.; y aun por lo común ofrece alternativamente estos diversos caracteres en un mismo individuo y sigue un curso muy irregular. «Una vez desarrollado completamente este delirio, dice Tanquerel (loe. cit», p. 292), ca- mina con una irregularidad increíble, exal- tándose, exasperándose y disminuyendo de intensión de un momento" á otro sin guardar ningún orden. Grisolle (loe cit., p. 359) ase- gura no obstante, queeo las dos terceras par- tes de los casos es el delirio furioso ,, frenéti- co, y en las tres cuartas partes continuo con exacerbaciones irregulares. » Delirio tranquilo.—Las espresiones del ros- tro son de las mas diversas y estravagantes. Unos ríen continuamente y siu motivo i hallán- dose pintada-en su cara la alegría y el conten- to ; otros por el contrario están muy tristes, melancólicos y llorando horas enteras; quie- nes aparecen agitados por movimientos conti- nuos y por decirlo asi convulsivos, modifi- cándose su fisonomía á cada instante por una movilidad estraordinaria; y quienes en fin tienen inmóviles las facciones, los ojos fijos y la boca entreabierta, pareciendo hallarse en- tregados á una meditación profunda, ó corao si estuvieran en un estasis ó afectados de es- tupor. Estas diversas espresiones del rostro se presentan á veces alternativamente en un mis- mo individuo en el espacio de algunas horas. ♦Cuando se interroga á los enferraos, sue- len responder al principio con precisión y sen- satez; pero si se continua el diálogo pasando rápidamente de una idea á otra, no tarda en descubrirse el trastorno de las facultades in- telectuales; pues las respuestas son vagas, in- coherentes, y no guardan relación con las ideas ni con la espresion de la fisonomía. Hay sugetos que se pierden ó confunden en la eon- versación, ó responden siempre con una mis- ma frase á las preguntas raas diversas, ó pro- nuncian entredíenles palabras ininteligibles. «El delirio no tiene ningún carácter predo- minante, aunque á veces sin erabargo se re- produce una misma idea con intervalos mas ó menos largos. »En muchos casos no conocen los enfermos á las persooas que los rodean ni el lugar don- de se hallan; equivocan su cama; tropiezan con los objetos que encuentran al paso, y se orinan en su lecho ó en cualquiera otra par- le: se han notado frecuentemente alucinacio- nes de la visto ó del oido (Tanquerel, loe cit., p. '287; Nivel, Mem. ponr servir a Thist. du dclirg, des convulsiohs et de Tepilepñe determi- nes par le plomb et ses preparatiom, en Guz. méd., p. 22; 1837). «No insistiremos mas en los fenómenos que caracterizan el delirio saturnino tranquilo; pues nada tienen de especial, siendo comple- tamente análogos á los que se observan en la locura, y sobre todo eu la lipemanía (v. Lo- cura). «Delirio furioso.—La cara se halla inyec- tada y agitada por movimientos rápidos, vio- lentos y convulsivos; los ojos están brillantes y huraños; los enfermos andan, corren, ges- ticulan, vociferan y dan gritos; injurian á las personas que los rodean intentando mal- tratarlas y morderlas; padecen alucinaciones que aumentan su furor ó le originan; se irri- ten cuando se tos sujeto con lazos ó por me- dio de la camisola; sus movimientos son brus- cos, convulsivos y muy violentos; tienen con bastante frecuencia convulsiones seguidas mu- chas veces de parálisis. En un caso observa- do por Nivel, estaban agitados los nrazos de movimientos irregulares , análogos á los qu« caracterizan el corea. «Tampoco aqui nos detendremos á describir una sene de fenómenos, que en nada difiere de la que acompaña á la inania furiosa (v. Lo- cura ). »B. Encefalopatía comatosa.—E\ coma pue- de presentarse de pronto y sin que haya in- dicación de un estado morboso, constituyendo por sí solo la enfermedad saturnina; pero en la mayoria de los casos sucede á uno ó mu- chos ataques de epilepsia ó de delirio furioso (Tanquerel). S¿ le ha visto aparecer repenti- namente en el curso del cólico de plomo ó de cualquiera otra afección saturnina, aunque esta fuese ligera y se encontrara ya en la de- clinación (Grisolle). «Esta forrai Aiei-'.'falopitia es, según Tan- INTOXICACIÓN SA' querel, la que con menos frecuencia presenta signos precursores, los que por otra parte na- da ofrecen de especial aun cuando existan. Grisolle ha visto al coma precedido de uha amaurosis completa. «En algunos casos aparece el coma de re- pente en su máximum de intensión; losen- termos son acometidos de pronto por el caro; los miembros caen en una resolución comple- ta; los ojos están cerrados y las pupilas con- traidas é insensibles, terminándose la escena por la muerte, que sobreviene al cabo de al- gunas horas y aun de algunos instantes; de lo cual refieren Andral y Louis varios ejemplos (v. Grisolle, loe cit., p. 366. Corbin, Bech. sur la couque de plomb., en la Gaz. méd., p. 288; 1830). «Por lo comun no es completo el coma. Tie- ne el enfermo el aspecto de un hombre pro- fundamente dormido; está tranquilamente acostado ó recogido en su cama; se le oye un ronquido mas ó menos pronunciado, y esta especie de sueño solo se interrumpe de vez en cuando por gritos, quejidos ó por una espe- cie de gruñido sordo. Algunas veces se halla algo agitado; se mueve incorporándose en la cama Ó sobre las rodillas; ejecuta movimien- tos automáticos con la cabeza, el tronco ó los miembros; sus ojos están cerrados ó por el contrario rauy abiertos; pero aun en este úl- timo caso se manifiesta impasible á las impre- siones estertores. Sin embargo, cuando se le agita ó se le pellizca con fuerza, se consigue á veces sacarle por algunos instantes de su le- targo y se obtienen de él algunas respuestas. »La respiración no es frecuente ni esterto- rosa; el pulso se halla por lo comun débil y lento, y las mandíbulas están apretadas. Al- gunos enfermos presentan el movimiento de los labios propio de la apoplegia. «Puede acompañarse el coma de un ligero delirio (coma subdelirante); el enfermo se despierta de pronto pronunciando palabras ininteligibles ó inconexas; se mueve y agita, pero vuelve muy luego á caer en ef coma. Cuando se le escita mucho, separa los párpa- dos y aun abre los ojos, los cuales se hallan fijos "y huraños, y dice entre dientes algunas palabras y repite sin cesar la misma frase. Estas dos variedades de coma se presentan aisladas ó alternando entre sí , sin guardar orden alguno en su aparición y desapari- ción. »C. Encefalopatía convulsiva. — Nivet y Gri- solle confunden la encefalopatía convulsiva con la epilepsia saturnina, y Tanquerel supo- ne que esta es una variedad de la primera; pero creemos que conviene separar mas dis- tintamente estas dos formas de la intoxicación saturnina. . «Las convulsiones rara vez se manifiestan aisladas; Tanquerel no las ha visto solas mas i que dos veces; acompañan al delirio, al coma, I á los cólicos saturninos, y constituyen el ac- TOMO IX, ÜRNINA CRÓNICA. 401 cidente cerebral que se encuentra con mas fre- cuencia. «Las convulsiones saturninas son parciales ó generales, tónicas ó clónicas, y pueden ser epilepliformes ó catalepti formes. «Las parciales acompañan al delirio, á las alucinaciones, al coma subdelirante y al cóli- co: ocupan uno ó arabos lados de la cara, uno ó mas miembros, y á" veces uno ó muchos músculos solamente. Cuando son clónicas, es- tan caracterizadas por movimientos repenti- nos análogos á las sacudidas eléctricas, y se reproducen con intervalos variables. En las tónicas están apretadas las mandíbulas, hay rechinamiento de dientes y cont'ractura de uno ó mas miembros , que se* hallan en flexión ó en estension. «Las generales se presentan especialmente en los cólicos muy intensos, y van precedi- das á veces de .violentos dolores en el abdo- men ó en las estremidades. El acceso empieza por un temblor análogo al que acompaña al escalofrió délas fiebres intermitentes, varian- do después los síntomas según la naturaleza de las convulsiones. «En las clónicas, las estremidades y todo el cuerpo están agitados por contracciones de- sordenadas, que mas bien consisten en sacu- didas rápidas, que en movimientos alternati- vos de flexión ó estension: las mandíbulas se chocan con violencia. Las tónicas producen por el contrario un verdadero estado tetánico, en el que se halla el cuerpo rígidoj la cabe- za inclinada hacia atrás (Nivet; loe cit., p. 19). «En estas diversas especies de convulsiones no está completamente abolido el conocimien- to; tienen los enfermos desfiguraaVel rostro, los ojos abiertos, fijos y.huraños, y compren- den en parte lo que se les pregunta, aunque muchas veces no pueden responder. «Las convulsiones epileptiformes van acom- pañadas de pérdida de la sensibilidad, y están caracterizadas por convulsiones clónicas de los miembros y del tronco, que se reproducen por accesos y Con intervalos tan eortos, que los movimientos, convulsivos son casi conti- nuos. Sufren los miembros sacudidas espas- módicas, bruscas y generales, que los po- nen alternativamente en flexión y en esten- sion. «Las convulsiones cataleptifoYmes solo las ha descrito Tanquerel, quien únicamente las ha observado dos veces. »Los enfermos están tranquilos en su cama con los ojos cerrados, corno si estuvieran dor- midos sosegadamente. Cuando se les pellizca la piel en cualquiera de sus puntos ó se pro- cura irritarla por otro medio, no dan mues- tra alguna'dé sensibilidad; siendo imposible despertarlos ni llamarles la atención. Si se les suspenden sin apoyo alguno en cualquiera posición, ya fácil ó ya incómoda, los dedos, las manos, tos antebrazos, los brazos ó las TNT9XICACI0N SATURNIA CRÓNICA. piernas, la conservan por algunos segundos y aun por uno ó dos minutos; pero después va- cilan un poco y al (in vuelven á tomar la que antes tenían. «Cuando este estado ha durado desde quin- ce minutos á muchas horas, cambia completa- mente la escena; conservando el enfermo los ojos cerrados, empieza á ejecutar diversos mo- vimientos muy espresivos con la cabeza, cara y tronco; estos movimientos se coordinan y parecen referirse á una misma idea; pero de un momento á otro cambia la espresion de es- te estado mímico. Al cabo de algunos minu- tos vuelve á caer el enfermo en la calma mas completa y enel estado cataléptico; y estas alternativas se reproducen por un tiempo mas ó menos considerable. «Pasadas algunas horas ó muchos dias, abre el enfermo de pronto los ojos y pide de comer, beber, ele.: á veces habla solo y espresa con mucha volubilidad una multitud de ideas in- coherentes, y en ciertos casos se manifiesta un delirio furioso (Tanquerel, loe. cit., p. 307 v 309). »D. Encefalopatía mista.—Esta forma de encefalopatía saturnina, la mas frecuente de todas, se halla constituida por la reunión del delirio, del coma y de las convulsiones, es decir, de las tres formas precedentes, que asociándose y sucediéndose de diversos mo- dos, producen variadas combinaciones. «Durante todo el curso de la enfermedad aparecen súbitamente el delirio, el coma y las convulsiones, de un momento á otro sin guardar orden ni regularidad alguna. Asi es que tan pronto es el delirio el primero que se manifiesta, seguido después del coma, el cual no tarda en ser remplazado por las convul- siones; como tomando estas la iniciativa, se verifican los fenómenos en sentido inverso. Muchas veces se les agrega la epilepsia. • »La forma mas corana y regular es la si- guiente: abre la escena un delirio á veces tan ligero, que lo desconoce el médico; al cabo •de algunas horas y aun en ciertos casos de uno ó dos dias, sobreviene un ataque de epi- lepsia, que deja al enfermo.aletargado algu- nos minutos, pareciendo después que se des- pierta para charlar todo el dia como un loco: el delirio, tranquilo ó furioso, es entonces mas notable que antes del acceso convulsivo. Aparecen de nuevo en el mismo dia, al si- guiente ó por la noche, uno ó mas ataques epilépticos; el sopor es mas largo y profundo después de cada acceso, intetrumpiéndose so- lo momentáneamente por una semivigilia de algunos minutos, en ía que habla el sugeto entre dientes. Cuando los accesos de epilep- sia se renuevan con frecuencia, es muy pro- fundo el coma y sobreviene la muerte. Pero en el caso contrario, sale el paciente de su letargo al cabo de un tiempo raas ó menos con- siderable , v no vuelven á presentarse los ac- cidentes Tanquerel, be. cit., p. 309-311). «Montault refiere un ejemplo notable de cn- cefalopaiia mista, caracterizada por hipo, tem- blor general, calambres dolorosos en las pan- torrilías, dificultad de pronunciar, pérdida de la memoria, delirio, palpitaciones, accesos epíleptíformes, convulsiones de los brazos , y en fin, por sintonías hidrolobicos (Eexperieñ- ce, 217, núm. 14; 1838). «Curso, duración y teuminacion de la en- cefalopatía satihnina.—Aquí es preciso tener en cuenta la forma sintomática que ofrece el mal. »E1 delirio tranquilo ó furioso llega por lo comun en poco tiempo á su major intensión, aunque á veces sigue un curso gradual y per- manece incompleto muchas horas ó aun dias. «Estas dos variedades del delirio alternan casi siempre de un modo brusco y sin orden. A veces hay una intermitencia franca, en la cual, después de haber delirado los enfermos, recobran toda la integridad de su inteligen- cia, conservándola hasta que sobreviene un nuevo ataque. Pero mas á menudo es el delirio remitente, en cuyo caso son irregulares las exacerbaciones, y se presentan indistintamen- te de dia ó de noche. La inteligencia se ha- lla trastornada durante la remisión; sin em- bargo, llamando enérgicamente la atención al enfermo , é insistiendo en las mismas pregun- tas , se consigue frecuentemente que respon- da con alguna esactitud. «Durante los paroxismos suele estar el pul- so duro, lleno y acelerado, la respiración su- blime y frecuente , y la sensibilidad exaltada. El acceso termina casi siempre por un estado de soñolencia particular, que se ha observa- do y descrito especialmente por Tanquerel. wLa soñolencia se manifiesta en general uno ó muchos días después de desarrollarse com- pletamente el delirio. Los ojos están cerrados ó medio abiertos, á veces con desigualdad; permanecen en tal estado algunos segundos, uno ó mas minutos, y luego se separan mas ó menos los párpados, volviéndose á cerrar de nuevo. En todo este tiempo puede oirse sin embargo un ronquido análogo al del verda- dero sueño. Los enfermos se hallan tranqui- los, aunque á veces dan vueltas en su cama ó murmuran palabras sin sentido. «Este estado soñoliento dura poco: por lo comun pasados algunos minutos, ó cuando mas una ó muchas horas, vuelve á presentar- se el delirio que le habia precedido y al que sucede un nuevo sopor; de modo que el.ca- rácter de la enfermedad se halla representado por el delirio y el sopor alternativos. «Los momentos de soñolencia son mucho raas cortos que los accesos de delirio; sin.era- bargo, en algunos casos raros se hallan estes separados por intervalos de muchas horas, du- rante los cuales subsiste el sopor. «La soñolencia se presenta del mismo rao- do después del delirio furioso que del tran- quilo : sobreviene en toda6 las épocas del dia, intoxicación saturnina crónica. 403 pero rara vez por la noche. Cuando sucede á un acceso de delirio furioso, puede el enfermo ni dispertarse presentar un nuevo acceso de igual naturaleza i pero comunmente se obser- va entonces un delirio tranquilo. »E1 curso raas frecuente de la enfermedad, según Tanquerel, es el siguiente: «Empieza la afección cerebral por el delirio tranquilo; al cabo de algún tiempo se mani- fiestan accesos de furor; mas tarde sobrevie- ne la soñolencia, y á esta sigue un delirio tranquilo con intervalos mas ó menos largos» (Tanquerel, loe cit., p. 292-294). «Varia mucho la duración de la encefalopa- tía delirante, y nada puede decirse en general sobre este punto. Nivet la ha visto terminar en cuatro dias, y prolongarse hasta los sesenta y ocho (loe cit., p. 23). Grisolle diqe, que cuando el delirio es intermitente puede durar de cuatro á diez y siete dias (loe cit., p. 366). «Cuando el coma es repentino y muy profun- do, no se acompaña de delirio, "y subsiste sin interrupción; suele seguir la enfermedad un curso progresivo, y no tarda en terminar por la muerte. Lo misrao sucede cuando el coma se presenta después de convulsiones ó de ataques epilépticos muy violentos. »Cuando el coma es incompleto, intermi- tente, y se acompaña de subdelirio, puede persistir de dos á diez días según las observa- ciones de Grisolle, y terminar por la curación. »La curación de los accidentes se verifica progresivamente; desaparece poco á poco la amaurosis; los enferraos miran á las personas que les hablan- sin responder al principio; pero después contestan, aunque de un modo in- completo, á ciertas preguntas fáciles, dando al menos una prueba jje que han comprendido en parte el sentido de las palabras que se les han dirigido; van luego reconociendo á sus Íiarientes y amigos, y recobran su integridad as facultades intelectuales, aunque nada re- cuerdan de lo que les ha pasado durante el ata- que; creen despertarse de un profundo sueño; se encuentran fatigados, y la primera sensa- ción que esperímentan es la del hambre» (Gri- solle, loe cit., p. 365, 366). «El estado convulsivo puede durar desde una á veinticuatro horas. «La encefalopatía mista termina algunas ve- ces siguiendo el curso correspondiente á la úl- tima forma que presenta en cada caso; pero mas á menudo se observa un curso especial. Después de haber pasado los enfermos por los estados mas -violentos de perturbación del sis- tema nervioso, caen en una posición absoluta- mente igual á lo que se llama demencia, y esta demencia saturnina se prolonga desde uno á veinte dias. Durante todo este tiempo se ob- servan variaciones singulares, favorables y ad- versas, en el estadodel enfermo; en unas oca- siones parece casi curado, y eu otras se le en- cuentra sumido en una postración general, vol- viendo á presentarse los accesos de delirio ó de convulsiones, y repitiéndose muchas veces estas alternativasanles de terminar la enfer* medad por la curación ó por la muerte (Tan- querel, loe. cit., p. 323), «Cualquiera que baya sido la forma de en- cefalopatía, conserva él paciente, aun después de curado, un aire de estupidez particular y una alteración profunda de las facciones, que duran algún tiempo. «Diagnóstico.—No siempre seria fácil dis- tinguir á primera vista el delirio saturnino del sintomático ó simpático de las enfermedades agudas, de la enagenacion mental y del deli- rium tremens, si solo se tuviese en cuenta el carácter de los desórdenes intelectuales; pero el conocimiento de las causas del mal, la exis- tencia de los fenómenos morbosos que acom- pañan ó preceden comunmente á la encefalo- patía (cólicode plomo, parálisis, artralgia, etc.), la falta de toda afección aguda, de un temblor violento de las manos, etc., son otros tantos datos que ilustran el diagnóstico y lo hacen casi siempre fácil. »Las alternativas de delirio furioso y tran- quilo , con el estado de soñolencia que deja- mos descrito, son también caracteres que per- tenecen casiesclusivaraentealdeliriosaturoíno, «El coma saturnino solo puede confundirse con el que se observa en la hemorragia cere- bral; pero aquel es mas profundo, ó bien por el contrario mas ligero, en cuyo caso ya acom- pañado de delirio y de convulsiones; jamás le acompaña hemiplegia facial, y la parálisis ocu- pa solo algunos músculos de uno ó de ambos lados del cuerpo. En la conmoción cerebral existe una inmovilidad é insensibilidad com- pletas; mientras que en el coma saturnino ha- ce el enfermo ciertos movimientos, abre á ve- ces los ojos, delira, etc. La amaurosis debe considerarse como un signo precioso de las afecciones cerebrales producidas por el plomo, »A pesar de todos estos signos diferenciales, la principal base del diagnóstico estriba en el conocimiento de las causps y dejos fenómenos antecedentes y coexistentes. «En todos los accidentes cerebrales produ- cidos por el plomo, dice con razón Grisolle (loe cit., p. 389), es imposible decir con 6olo verlos y sin recurrir á los signos conmemora- tivos, si reconocen por causa un agente espe- cífico. «Los elementos del diagnóstico deben bus- carse mas bien en la existencia de los síntomas que caracterizan el cólico saturnino, que en la forma y naturaleza de los accidentes cerebra- les» (Grisolle, art. cit.). «El diagnóstico de las convulsiones estriba igualmente en el conocimiento de las causas y de los síntomas coexistentes. »Las convulsiones epileptiformes podrían confundirse con la epilepsia; pero las contrac- ciones son menos enérgicas; no hay espuma en la boca, ni estertor, ni se pone vultuosa la cara (TanquereV). 104 intoxicación saturnina crónica. «Por lo comun están reunidas muchas for- mas de encefalopatía (encefalopatía mista), en cuyo caso es mas fácil el diagnóstico; pues- en ninguna otra afección sobrevienen alternativa- mente y en pocos dias el delirio, el coma y las convulsiones. «Pronóstico.—El pronóstico del delirio es grave. Cuando ha de verificarse la curación, viene comunmente anunciada por una soño- lencia muy larga, remplazada después por un verdadero sueño, prolongado y profundo, ter- minado el cual se encuentra el enfermo muy aliviado ó aun completamente restablecido. Sin embargo, sucede algunas veces que vuel- ven á presentarse los accidentes sin causa al- guna apreciable, después de muchos dias de una salud satisfactoria. «Cuando se manifiestan convulsiones gene- rales violentas ó un estado comatoso muy pro- fundo, es de temer sobrevenga la muerte. «La gravedad del pronóstico del coma es relativa á su intensión y continuidad. Las con- vulsiones ligeras- y el subdelírio que suceden á la pérdida de la sensibilidad, son en general de buen agüero; pero un coma profundo que se presenta por el contrario después de acci- dentes cerebrales violentos, es casi siempre mortal. • «Las convulsiones epileptiformes son en to- dos los casos un signo funesto, á no ser que sobrevengan después de un ataque violento de epilepsia. Tienen menos gravedad cuando no son continuas y se manifiesta el delirio ó el coma en los intervalos que las separan. «En resumen, pueden colocarse, según Tan- querel , las diversas formas de la encefalopatía en el orden siguiente, procediendo de las me- nos graves á las mas funestas: «Forma convulsiva noepileptiforme; formas delirante, comatosa, convulsiva, epileplifor- me y mista. »3.° Epilepsia saturnina.—(Y. epilepsia, entre las enfermedades del sistema nervioso). »4.° Parálisis saturnina.—A. Parálisis del movimiento.—La parálisis saturnina es fre- ' cuente, puesto que Tanquerel la ha observado en 102 enfermos: puede ser general ó parcial, completa ó incompleta. Después de estudiarla en su conjunto, describiremos como varieda- des: a. la pardlisis.de los miembros superiores; b. la de los inferiores; e la del tronco, y d. la de los órganos de la voz y palabra. En cada una deestas variedades haremos cierto número de subdivisiones. Hé aquí cómo se hallan distri- buidos los hechos recogidos por Tanquerel re- lativamente á los diversos sitios que puede ocu- par el mal: «Parálisis de los miembros superiores, 97; de los inferiores, 15; del tronco, 3, y del aparato vocal, 3. «Alteraciones anatómicas.—Podemos repe- tir respecto de la parálisis saturnina lo que dejamos dicho de la encefalopatía; que co- munmente no hay lesión alguna apreciable del sistema nervioso, pues aunque á veces se en- cuentran grandes alteraciones, ó son variables ó consecutivas, sin que puedan de ninguna modo esplicarse por ellas los fenómenos mor- bosos observados durante la vida. Kn algunos casos se han encontrado derrames serosos ó sero-sanguinolentos en las membranas de la médula; inyecciones de la pía madre raqui- diana é infartados de sangre los senos cerebra- les; pero en otros, incomparablemente mas nu- merosos, á pesar de las investigaciones mas prolijas solo se han obtenido resultados nega- tivos. «Sintomatologia.—Prodrowios.—Esraroquc aparezca de pronto la parálisis saturnina, pues casi siempre viene anunciada durante algunos dias por pródromos mas ó menos caracteri- zados., «El enfermo esperimenta en las partes que han de afectarse, una sensación de pesadez ó de frío, laxitudes, un entorpecimiento acom- pañado de debilidad , ó una especie de que- brantamiento, estupor insólito, cierta inepti- tud para los movimientos, y á veces un tem- blor mas ó menos intenso. Estes fenómenos, ora no se sienten mas que por las tardes suce- diendo á la fatiga del dia, ora por el contrario los provoca y aumenta el ejercicio: las pier- nas no pueden soportar el peso del cuerno, ni las manos sostener los objetos (Tanquerel, 1.11, p. 26,27). «Semejante estado prodrómico puede durar solo algunos dias, ó prolongarse mas tiempo. «No siempre es primitiva la parálisis: lejos de eso se presenta las mas veces después de la artralgia, de la encefalopatía, y sobre todo del cólico. «Síntomas.—La parálisis saturnina empieza poruña especie de entorpecí miento, seguido muy luego de un temblor particular, que de- be considerarse como el primer grado de esta afección, pues depende manifieslamentc de una disminución de la acción muscular. »E1 temblor saturnino consiste en una lige- ra agitación de los músculos, acompañada de una sensación de debilidad: las contracciones musculares son cortas é irregulares; pero no tienen el carácter espasmódíco que se observa en el temblor mercurial. «Casi siempre, dice Tanquerel (p. 32), se circunscribe el temblor á una parle ó á la totalidad de un miembro, y rara vez ocupa dos estremidades. Sin erabar- go, puede invadir las superiores é inferiores, los labios, la lengua y el aparato vocal; mas nunca lo hemos visto ocupar todas estas par- tes á un misrao tiempo, á menos que estuvie- sen paralizadas.» «Una vez declarada la parálisis, la sigue casi inmediatamente la pérdida completa de la motilídad, siendo raro que los músculos paralizados conserven la facultad de ejecutar algunos movimientos, circunscritos, inciertos v oscuros. Muchos autores sostienen por el contrario, que nunca es completa en la parálí- INTOXICACIÓN saturnina CRÓNICA. £05 sis saturnina la pérdida de la contractilidad. «Es .fácil, dice Tanquerel (loe cit., p. 28), darse una esplicacion de este error general.. Eu efecto, como la parálisis saturnina ocupa solo por lo común uno ó mas músculos, ó bien un sistema de- músculos de un miembro, los restantes, que no se hallan paralizados, pueden dar á la parte diversas actitudes. Asi es que un miembro que tiene paralizados algunos de sus músculos, ejecuta todavía ciertos movi- mientos, debidos ala contractilidad de los que han quedado sanos; pero los demás son total- mente imposibles. Hay pues disminución del movimiento general del miembro, y abolición completa de algunos movimientos parciales; y no deben confundirse estos dos fenómenos morbosos; cuyo error podrá evitarse descom- poniendo los diversos movimientos de la par- te, pues asi será fácil averiguar los que real- mente existen , y apreciar el asiento preciso, estension y grado de la parálisis.» »La disposición que acabamos de indicar produce á veces efectos muy notables. Asi es, que hallándose sin acción ciertos músculos de los miembros, mientras que los antagonistas gozan de su potencia contráctil, se ve á la parte inclinarse hacia el lado del músculo contraído, tomando una posición anormal y deforme. »La parálisis saturnina tiene relativamente á su asiento un carácter particular, que es por decirlo asi patognomóníco, y consiste en que casi siempre ocupa esclusivamente los múscu- los estcnsores. Asi es que en los miembros to- rácicos reside en los de la parte posterior, y en los abdominales en la anterior. Singular predilección, que no puede esplicarse de un modo satisfactorio, y que imprime un sello especial á la parálisis saturnina, obligando á los miembros afectados á permanecer en flexión. «Las parálisis de las estremidades superio- res é inferiores, del aparato vocal y del tron- co, pueden combinarse de diferentes modos entre sí, y se encuentran muchas veces reuni- das en uii mismo individuo. »Ya se ha visto sin embargo por lo que hemos dicho anteriormente, que la parálisis de los miembros torácicos es la forma mas fre- cuente, siguiendo á esta la del aparato vocal. «A veces no ocupa la lesión mas que un miembro ó un solo músculo: entre quince casos de parálisis de las estremidades inferiores ob- servados por Tanquerel, en cinco existía sola. «Ora presenta igual grado en dos miembros semejantes afectando unos mismos músculos; ora son diversos los grados, y ocupa la abo- lición de la motilídad diferentes músculos, ó mayor número de estos en un lado que en otro» (Tanquerel, p. 31). «Comunmente se conserva la sensibilidad en las partes paralizadas del movimiento, aun- que sin embargo, puede estar debilitada, abo- lida (anestesia) ó exaltada (artralgia, hipe- restesia). Entre ciento veinte enfermos afec- tados de parálisis del movimiento, se obser- vó cinco veces la anestesia y ocho la hipe- restesia. De los primeros casos en tres se ha- llaba la sensibilidad completamente abolida en todo el espesor del miembro; pues asi los músculos como la piel estaban insensibles á toda especie de estímulo. En los dos restan- tes solo habian perdido su sensibilidad los tegumentos, pues los pacientes se quejaban de dolores violentos y profundos en los miem- bros, hallándose pqr lo tanto reunidas la pa- rálisis del movimiento, la anestesia y la hi- perestesia. »Solo en seis casos de los ciento dos, estaba complicada con amaurosis y sordera la pará- lisis del movimiento (Tanquerel, loe cit., p. 32, 33). «Aun cuando permanezca intacta la sensi- bilidad, siempre esperímentan los enfermos una sensación de peso y cansancio en los miem- bros paralizados, sobre todo al nivel de las articulaciones, pareciéndoles que se opone á sus movimientos un cuerpo muy pesado. »De los referidos ciento veinte enfermos do- ce esperimentaban un frío glacial continuo en los miembros paralizados, y sobre todo en sus estremidades, tanto interior como esterior- mente. «Cuando la parálisis ha durado mucho, so- brevienen en la temperatura, circulación y nutrición de las partes enfermas, los graves desórdenes que hemos descrito en olro lugar (Parálisis, entre las enfermedades del sistema nervioso), y que solo presentan en este caso algunas particularidades poco importantes. «Tanquerel dice que las partes paralizadas aparecen con bastante frecuencia cubiertas por las mañanas de un sudor muy abundante y viscoso. Por lo comun no se halla modificada esta secreción, y jamás se suprime. «Cuando la parálisis ocupa todo un miem- bro, se atrofia este en su totalidad, lo mismo que en la parálisis comun; pero corao la sa- turnina suele limitarse á ciertos músculos, es entonces parcial el desorden de la nutrición, y las masas atrofiadas se marcan singularmente entre los músculos inmediatos, que conservan la integridad de sus funciones y todo su re- lieve. «Tanquerel dice, que la atrofia y la emacia- ción general sobrevienen con mas prontitud en la parálisis saturnina, y que también es raas frecuente la infiltración de las partes en- fermas y el desarrollo de chapas gangrenosas. «No hay ejemplo de haber producido la in- toxicación que nos ocupa la parálisis de la vejiga. »En ocasiones son raas abundantes las se- creciones mucosas. También la lagrimal se ha- lía muy aumentada en ciertos casos, sin que exista ningún otro fenómeno morboso en el órgano visual. • «Indiquemos ahora en pocas palabras las 106 INTOXICACIÓN SATURNINA CRÓNICA. particularidades relativas á las diversas varie- dades que henaoá establecido según el asiento de la parálisis saturnina, lomando de la obra de Tanqaorel los elementos de nuestra des- cripción. »a. Parálisis de los miem'/ros superiores.-Es- ta ha sido doble en ciucüenta y un casos de nóvente y siete; en veintitrés ocupaba el bra- tó izquierdo y en veinticuatro el derecho. »Al principio siempre es parcial, y Puede afectar aisladamente todas las partes de la es- tremidad torácica. «1,° Parálisis del hombro.—Es rara (siete veces entre noventa y siete), y por lo general solo se observa cuando están paralizados mu- chos músculos del brazo; ocupa el deltoides, el cual se halla aplanado y deprimido, siendo fácil demostrar la inmovilidad de sus fibras musculares, en medio de las contracciones de los músculos circunyacentes, que se verifi- can en diversos sentidos. El miembro está aplicado contra el pecho y no puede levantar- se. La atrofia de este músculo puede ocasionar la dislocación del húmero. Stoll y Dehaen han descrito muy bien esta parálisis, y el último dice haber visto el deltoides reducido á una es- pecie de membrana. »2." Parálisis del brazo.—Se halla el miembro separado del pecho, y el antebrazo doblado sobre el brazo, sin que pueda esten- derse, pues la parálisis ocupa el braquial pos- terior. Esta variedad es muy rara (uno entre noventa y siete). »3.° Parálisis del brazo, del antebrazo, de la muñeca y de los dtedos.—Tanquerel la ha observado cuatro veces en los noventa y siete casos. A la flexión del antebrazo sobre el bra- zo se agregan los síntomas de la forma si- guiente. »4.° Parálisis del antebrazo, de la muñeca y de los dedos (14 veces entre 97).—Ocupa los músculos supinadores del antebrazo, el éstensor, abductor y ádduetor de la muñe- ca, y los estensores, abductores y adducto- res de tas dedos, dando origen á la disposi- ción siguiente: «El codo esté algo apartado del cuerpo, á cansa de un movimiento de torsión que han esperimentado el antebrazo y la mano, los cuales se hallan en pronacion permanente; la parte superior del borde radial del antebrazo no está en la misma línea que fa inferior; es- ta aparece vuelta hacia adentro, de modo que la cara dorsal de la mano mira hacíala línea media y la palmar hacia afuera: ei movimien- to de supinación es imposible. »La muñeca está doblada sobre el antebra- zo casi en ángulo recto, guardando una po- sición media entre la abducción y adduccíon. »Los dedos se hallan doblados sobre el me- tacarpo, casi en el mismo grado que la ma- ñeca sobre el antebrazo; las últimas falanges están ligeraraeute inclinadas hacia las segun- das , y el eatermo no puede separar los dedos sino imperfectamente: es imposible la osten- sión de esias partes. »EI pulgar se presenta en seraiflexíon é in- clinado hacia adentro, habiendo perdido los movimientos de abducción y oposición. El de- do pequeño conserva por lo comuo este úl- timo movimiento. »No puede el enfermo reunir las cslrcrai- dades de sus dedos de modo que formen una pirámide, á causa de hallarse paralizados los abductores, adductores y oponentes. »Cuando quiere cerrar la mano, esperimenta la muñeca una flexión algo mas fuerte, la es- tremidad de los dedos viene á corresponder á la parle media de las regiones tenar é hipo- tenar; pero las últimas falanges apenas se in- clinan sobre las segundas, y nunca se doblan lo suficiente para que los dedos se apliquen á la concavidad de la mano; la cual no puede por lo lanto cerrarse completamente, ni sos- tener objetos de pequeño volumen. «Esta disposición, que á primera vista pa- rece estraña, puesto que los músculos flexores conservan toda su potencia contráctil, es de- bida á que, habiendo perdido su elasticidad los estensores , uo pueden alargarse ya lo bás- tanle para seguir el movimiento de inclinación que los flexores imprimen á las falanges. »S¡ después de haber cerrado el enfermo la mano, la quiere abrir, no tiene mas que dejar de contraer los músculos flexores, con lo cual la muñeca y los dedos recobran su estado ha- bitual de semiflexion, por un movimiento pasivo, en el que no toman partealguna los estensores. »La cara palmar de la mano se halla muy hundida á consecuencia de la contracción per- manente de los músculos pronadores, y sobre todo de los flexores; mientras que la dorsal se pone mas redondeada y convexa; cuya dispo- sición es mas notable al nivel de la parte me- dia de la región carpo-metacarpiana, que á los lados, tos cuales se van deprimiendo. Al ca- bo de algún tiempo aparecen constantemente en la región carpo-metacarpiana una o dos prominencias de 6 á 7 líneas de estension: la primera inferior, cónica, menos voluminosa; y la segunda superior, mas aplanada y ancha (Tanquerel, obr. cit., 1.11, p. 39, 44). «No están de acuerdo tos autores sobre la existencia y naturaleza de los tumores que acabamos de mencionar. Platero, de llaen, Bonté y üesbois, aseguran que siempre apare- cen nudosidades, ora en la región nietacaT- piana, ora* en tos tendones de los músculos pa- ralizados, y ora en fin en las articulaciones. Unos consideran estos tumores corao produci- dos por una metástasis de la molería morbífica; otros por una acumulación de sinovia iospisa- da, y otros en fin por una a4terucion de la vai- na que envuelve á los tendones de los múscu- los esteusores (De Haen, de Cólica pictomm, p. o I v sig., en Ratio medendi, t. II, en 12.°; 1761)." Merat y Chomel dudan de la existencia de semejantes" tumores. INTOXICACIÓN SATURNINA CRÓNICA. i 97 »Tanquerel asegura que existen constan- temente, y que son debidos á la distensión de los ligamentos carpo- raetacarpianos y á la pro- minencia de las estremidades huesosas. «Estas eminencias, dice, se hallan formadas las raas veces por la cabeza del segundo y tercer rae- tacarpianos, que dan inserción á los músculos radiales paralizados; y en algún caso las cons- tituyen los huesos escafoides y semi-lunar» (p. 44). «Cuando la parálisis ha durado algún tiem- po, se atrofian las caras posterior y esterna del antebrazo, mientras que la anterior conserva su aspecto normal, ó aun adquiere mayor vo- lumen por la contracción permanente de sus músculos. Sin embargo, la inacción á que se halla condenado el miembro puede acabar al fin por .atrofiar también las fibras musculares sanas, aunque no en tanto grado como las pa- ralizadas, »5.° Parálisis de la muñeca y de los de- dos (26 veces entre 97).—No hallándose pa- ralizados los músculos supinadores, el ante- brazo y la mano conservan una posición me- dia entre la pronacion y la supinación, y no existe torsión alguna Hacia afuera. «La muñeca y la mano están en abducción á causa de la parálisis del cubital posterior; la concavidad que existe en el borde cubital de aquelJa está remplazada por una convexidad, y trasformada por el contrario en una conca- vidad la convexidad del borde radial. »6.° Parálisis de la muñeca (10 veces entre 97).—La parálisis ocupa Jos músculos radiales y cubital posterior; la muñeca está doblada ea ángulo recto ú obtuso sobre el an- tebrazo; no puede verificarse la estension, y son incompletas tanto la adduccion como la ab- ducción de la muñeca y de la mano. «Algunas veces se limita Ja parálisis al cu- bital posterior, en cuyo caso se inclina hacia afuérala muñeca, y la concavidad del borde cubital está remplazada por una convexidad. Otras se hallan únicamente afectados los ra- diales, y entonces la muñeca aparece desviada hacia adentro y exagerada la concavidad cu- bital. En uno y otro caso está la muñeca en 6emiflexion, y puede el enfermo ponerla para- lela con el antebrazo, pero no volverla hacia atrás. Durante este movimiento se inclina la mano en el sentido de la adduccion cuando es- tán paralizados los radiales, y de la abducción cuando la parálisis ocupa el cubital posterior. «Sea parcial ó general la parálisis de la muñeca, los dedos conservan la integridad desús movimientos; la mano puede cerrarse completamente; el segundo y tercer hueso metacarpianossobresalen un poco, y los lados eslerno é interno del antebrazo están apla- nados. »7.° Parálisis de los dedos (30 veces en- tre 97).—Puede ser general óparcial: «Cuando es general, se hallan afectados to- dos los dedos en un mismo grado, y participan de la parálisis todos los músculos estensores, abductores y adductores, observándose enton- ces la disposición que ya hemos descrito (n. 4). »La muñeca esta ligeramente doblada sobre el antebrazo; pero puede estenderse cuando se ha cerrado previamente la mano, en cuyo caso son completos y fáciles los movimientos de abducción y adduccion. Tan pronto como el enfermo abre la mano, el peso de los dedos medio doblados imprime de nuevo á la muñeca una ligera flexión. «Pudiera pues creerse, dice Tanquerel (loe cit., p. 51), que se hallaba paralizada la mu- ñeca en los individuos afectados de parálisis de los dedos, si no se cuidase de averiguar, sí podia ó no efectuarse el movimiento de esten- sion de la articulación radio-carpiana después de haber hecho cerrar la mano.» «En la parálisis parcial no se hallan afectad- dos todos los dedos, ó no lo están todos en igual grado. »Por Jo comun, el dedo medio y el anular están completamente paralizados y doblados en ángulo recto sobre el metacarpo; mientras que el indicador y el auricular, cuya parálisis es incompleta, aparecen en ligera flexión y mucho mas elevados que los precedentes. Cuando el enfermo cierra la mano, el medio y el anular llegan tan solo á las eminencias tenar é hipóte* nar, pero el indicador y el auricular vienen casi á tocar la concavidad del metacarpo. En esta variedad ocupa la abolición de la motilidad el estensor común de los dedos y sus interóseos* conservando su contractilidad Jos estensores propios del indicador y el auricular. «Puede la parálisis existir únicamente es los dedos anular y medio, ó tan solo en uno de ellos, según que ocupe uno ó los dos haces correspondientes del estensor comun. En los casos de este género es siempre completa Ja inmovilidad. «Cuando reside en el indicador y el auricular ó solo en uno de estos dos dedos, puede ser completa ó incompleta la falto de movimienío, según que ocupe los manojos del estensor co- mun y los estensores propios, ó tan solo uno ú otro de estos órdenes de músculos. «Cuando los dedos están desigualmente pa- ralizados, resultan disposiciones fáciles de adi- vinar. «Hemos observado casos, dice Tanque- rel , en que aparecían los dedos doblados en distintos grados, pero de un modo progresivo tan exacto desde el indicador hasta el auricu- lar, que procurando imitar esta posición en el estado sano, no podia mejorarse.» «En un caso referido por el autor que acaba- mos de cilar (p. 54), se limitaba la parálisis á las últimas falanges, que estaban inmóviles so- bre las segundas, y siempre en estension. Ocu- paba puesprobablemento la lesión el flexor pro- fundo y tal vez también el superficial;-consti- tuyendo este hecho una escepcion notable de lareglaque dejamos establecida,relativamente al asiento anatómico de la parálisis saturnina- 105 INTOXICACIÓN SATURNINA CRÓNICA. «Cuando está paraliziio un solo dedo, no se halla tan doblado como en la parálisis ge- neral, porque le sostienen los manojos sanos del estensor coman. «Cuando la lesión ocupa dos dedos, los que permanecen sanos se d¿jaa arrastrar un poco por el peso de los primeros, y por lo tanto se doblan ligoramante; piro basta sostener á los que carecen de movimiento, para convencerse deque los otros no participan de la parálisis. «Tanquerel no ha encontrado jamás limita- da la parálisis al pulgar: este dedo conserva á veces sus movimientos, aunque lo hayan perdido los demás. «Muchas veces se limita la falla de movi- miento á los músculos estensor y abductor del pulgar, ó á uno de ellos solamente. »8.° Parálisis general de los miembros su- periores (5 entre 97).—Estos órganos están péndulos y como pegados al tronco; el hombro deprimido, vel codo, la muñeca y los dedos Iigeram2nte"doblados; el antebrazo y la mano guardan una posición media entre la prona- cion y la supinación. «Cuando no están paralizados los dorsales mayores, tos pectorales ni el trapecio, pueden los enferraos ejecutar un movimiento oscuro de elevación del hombro, y llevar hacía de- lante ó atrás los miembros, y especialmente las manos. «Si después de elevada una estremidad, se la deja caer, esperimenta el paciente dolores agudos, que se refieren sobre todo á la axila, al triángulo supra-clavicular y á la región del omoplato. «En los hombros, en los codos, y especial- mente en las muñecas, se percibe una sensa- ción de peso. La temperatura de los miembros se halla disminuida, el pulso está irregular y débil; toda la estremidad, y particularmente el muñón del hombro, aparece reducida al ma- yor grado de atrofia y de emaciación, y las manos suelen ponerse doloridas, edematosas y lívidas. «Los que tienen paralizados los miembros superiores no pueden ejecutar la prehensión, viéndose obligados á valerse de otros para sa- tisfacer las primeras necesidades de la vida, como beber, comer, lavarse, sentarse, incor- porarse en la cama, etc., pudiendo tenerse por felics los que gozan del tacto. Los brazos de estos desdichados, lejos de servirles de con - trapeso para andar, correr, etc., no hacen mas que eutorpecer sus movimientos locomo- tores.» «Tanquerel ha visto siempre coincidir la afonía y la dificultad de pronunciar con la pa- rálisis general de los miembros superiores. En- tre cinco casos de esta especie se conservaba íntegra la sensibilidad tres veces; una estaba abolida y olra exaltada (loe cit., p. 38). »b. Parálisis de los miembros inferiores.__ Quince veces ha encontrado Tanquerel la pa- rálisis de las estremidades pelvianas en sus 102 enfermos afectados de parálisis satur- nina: en 8 era doble, en i ocupaba solo el miembro derecho, en 3 el izquierdo, y en 10 iba acompañada de igual lesión en las estre- midades superiores. 1.° Parálisis del muslo.-La pierna está en seraiflexion sobre el muslo, por haber perdido su contractilidad los músculos tríceps y crural anterior. Cuando el enfermo se halla acostado, estiende la pierna mecánicamente, pero no puede levantarla estendida; la bipedestacion es vacilante, el andar trabajoso é inseguro; cuando se hinca de rodillas, no puede ponerse de pie, y aunque sube con bastante facilidad una escalera, le es casi imposible bajarla. «La atrofia consecutiva ocupa la parte ante- rior del muslo. 2.° Parálisis del muslo, de la pierna y pie- La pierna está en semiflexion sobre el muslo; si el enfermo quiere doblarla mas, no es tan completo el movimiento como en el estado nor- mal, y el muslo se halla un poco doblado so- bre la pelvis. «El pie está en flexión sobre la pierna, guar- dando una posición inedia entre la abducción y la adduccion, y los dedos muy doblados sobre la planta del "píe. «En la parte media de la región tarso-mela- tarsiana hay una prominencia huesosa: la bi- pedestacion y la progresión son completamen- te imposibles. «La parálisis ocupa los músculos tríceps, crural y tibial anterior, el peroneo menor y el estensor de los dedos. »3.° Parálisis del pie.—No puede doblarse el pie sobre la pierna, y ha perdido en el sen- tido de la flexión los movimientos de abduc- ción y adduccion; su punta se dirige hacia abajo y adelante; la cara plantar es sumamen- te cóncava , y los dedos están muy doblados. «La parálisis ocupa los músculos tibial ante- rior, peroneo menor, estensor común, esten- sor propio del dedo grueso é ínter-óseos. 4.° Parálisis de los dedos del pie.—Ofrece las mismas variedades que la de los dedos de la mano. Todos ellos pueden estar paralizados con igualdad ó en diferentes grados, ó única- mente algunos y aun uno solo : Tanquerel ha visto un caso eñ que se hallaba limitada la pa- rálisis al estensor del dedo grueso. »5.° Parálisis general de los miembros in- feriores.—'Presenta reunidos los síntomas que hemos descrito en las variedades precedentes. El enfermo se halla condenado á una completa inmovilidad, y sobreviene la atrofia.con rapi- dez, llegando á hacerse muy considerable. »c. Parálisis del tronco"— Tanquerel la ha observado tres veces: «En un caso ocupaba la lesión los músculos dorsal mayor, pectorales y eslerno mastoideo izquierdo" y estaba acompañada de parálisis general de los miembros superiores, de la del aparate vocal y de anestesia , que fue seguida deartralgia (Tanquerel, obr. cit., 1.11, p. 115). INTOXICACIÓN SATCRMNA CRÓNICA. 4 09 »En los otros dos residía en los músculos in- tercostales, y hé aqui, según Tanquerel, los fenómenos que se observaban. «La respiración costal se hacia de repente muy difícil, y las costillas estaban casi inmó- viles, sin qué hubiese precedido ninguna le- sión física de los pulmones. En los grandes es- fuerzos inspiradores se elevaban las clavículas con la totalidad de las paredes torácicas; pero las costillas no podían levantarse ni separarse aisladamente. Las paredes del pecho estaban muy aplanadas; la acción del diafragma exa- gerada; la respiración era ruidosa, y la espec- toracion dificil; se acumulaban en los bron- quios los líquidos segregados ; dejaba de efec- tuarse la heraatosis; se congestionaban los pul- mones , v sobrevenía la muerte (loe cit., p. 61—62). »d. Parálisis del aparato vocal.—Se mani- fiesta por la tartamudez ó por alteraciones de la voz. «Tartamudez.—La formación de los sonidos es muy difícil; la pronunciación de las pala- bras agitada é incompleta ; la saliva se derra- ma al esterior; la deglución bucal es irregu- lar é incierta, y la faríngea y esofágica per- fectamente normales. Los labios y lengua están agitados de un temblor mas ó menos violento, y aunque no se encuentran abolidos los mo- vimientos de estos órganos, son menos es- tensos. «Alteraciones de la voz.—La lesión ocupa los músculos intrínsecos de la laringe; la voz pré- senla diversas modificaciones ; está ronca, to- mada , y no tarda en sobrevenir una afonía completo. »Estas dos formas de parálisis pueden ha- llarse reunidas. Terminaremos esta descrip- ción copiando un cuadro de Tanquerel, que de- muestra la frecuencia relativa de la parálisis del movimiento y de sus diferentes formas. «Entre catorce sugetos atacados de enfer- medades saturninas, habia dos con parálisis. «Entre ciento dos enfermos paralizados: 97 veces ocupaba la parálisis los miembros su- periores. 31------------------------el aparato vocal. 15------------------------las estremidades inferiores, y 3----—----—-----------los músculos del tronco. «Estas diferentes variedades de parálisis se hallaban distribuidas de la manera siguiente: Parálisis de los miembros superiores, 97. Parálisis de los dedos...........30 ----de la muñeca y de los dedos. . . 26 ----del antebrazo * muñeca y dedos. 14 ----de la muñeca.......... 10 ---- del hombro. . . :....... 7 ----general............. 5 TOMO IX. Parálisis del brazo , antebiazo, muñeca y dedos............. 4 ----del brazo............ 1 Parálisis del aparato vocal, 31. Afonía............... . . . 16 Tartamudez................ 15 Parálisis de los miembros inferiores, 1 o. Parálisis del muslo............ 5 ----del pie y dedos......... 3 ----del pie.............. 2 ----de los dedos........... 2 ----del muslo, pie y dedos..... 2 ----general............. 1 Parálisis del tronco, 3. Parálisis de los músculos intercostaLs. . 2 ----del dorsal mayor, pectorales y esterno-mastoideo....... 1 »B. Parálisis del sentimiento. — Aneste- sia.—la parálisis del sentimiento puede afee- lar la piel, los músculos y los órganos de los sentidos. «Anestesia cutánea superficial.—Se anuncia á veces por un ligero adormecimiento; pero es mas comun que aparezca de repente. En el mayor número de casos sucede á la parálisis derraoviraienlo, aunque puede acompañar al cólico de plomo ó seguir á la arlralgia. «La anestesia es siempre parcial, es decir, limitada á una porción del tronco ó de los miembros. Puede ocupar algunos puntos del vientre, del pecho y del cuello; uno ó mas músculos de un miembro, ó un dedo. «Las parálisis de la sensibilidad y del mo- vimiento pueden ocupar unas mismas partes; pero también se presentan en puntos diferen- tes ú opuestos. Tanquerel ha visto en un caso una anestesia cutánea de la mitad de la mano, conservando los músculos sus movimientos; en otro estaba paralizado el movimiento del trí- ceps braquíal, ocupando la anestesia !a cara dorsal de los dedos auricular y medio , y las partes correspondientes del carpo y metacar- po, y terminando en la mitad interna del dedo medio; y en olro, finalmente, se hallaba abo- lido el movimiento de la muñeca, existiendo la sensibilidad en la cara dorsal de la mano y dedos, mientras que faltaba completamente ch la región palmar (obr. cit., t. II, p. 604-606). »La anestesia puede ser completa ó incom- pleta , pero siempre limitada á la piel; de lo que podemos convencernos introduciendo una aguja en los tejidos, tirando de los miembros, haciendo presiones enérgicas, etc. «Anestesia profunda.—Los músculos y la piel están privados de sensibilidad, ocupando la anestesia todo el espesor del miembro, que no responde á ningún estímulo esterior. 52 410 INTOXICACIÓN SATURNINA CRÓNICA. «Las parles privadas de sensibilidad pue- den gozar ó no de movimiento : en un enfer- mo observado por Tanquerel ocupaba la pará- lisis del movimiento el muslo, y la anestesia la pierna. «Parálisis de los órganos de los sentidos.-' Amaurosis.—Puede constituir .el primero y único síntoma de.la intoxicación saturnina (5 veces entre 19); pero generalmente es con- secutiva (14 entre 19), y se presenta en el curso del cólico , de la arlralgia, de la pará- lisis del movimiento ó de la encefalopatía. En la mayoria de los casos depende de alguna de las formas de la afección cerebral. Según Du- play , sucede mas comunmente á los accesos epileptiformes y al delirio (Duplay, De Tamau- rose de plomb suite de la colique, en los Arch. gen. de méd., t. V, p. 30; 1834). «Nunca se ha observado la amaurosis satur- nina acompañada de la parálisis del movimien- to ó sensibilidad de la cara , ni de la anestesia de las mucosas ocular ú olfatoria. «Cuando coexiste con el cólico ó la artral- gia, desaparecen á veces repentinamente estas afecciones ó disminuyen de intensión, tan lue- go como se manifiesta la ceguera. Pero no su- cede lo misrao con las parálisis, las cuales per- sisten casi siempre aunque sobrevenga la amau- rosis. «Comunmente (14 veces entre 19) no se anuncia la amaurosis por ningún pródromo es- pecial ; pero á veces va precedida de cefalal- gia y trastornos de la inervación , ó aun de la visión. «La ceguera puede ser completa ó incom- pleta; pero lo raas común es que al cabo de algunas horas no puedan los enfermos distin- guir el dia de la noche. Se ha visto, sin em- bargo, un caso en que tardó ocho dias en lle- gar á este estremo. El desarrollo de la amau- rosis es mas lento cuando es primitiva y aisla- da (Tanquerel, p. 215). El número de recidivas del cólico no parece tener influencia alguna en la gravedad de esta lesión (Duplay, mem. cit., p.31). »En la amaurosis incompleta distinguen los enfermos la luz de las tinieblas; ven los obje- tos al través de una nube espesa, y la pupila, medianamente dilatada, goza todavía de algu- na contractilidad. «Cuando es completa, no ven nada abso- lutamente; las pupilas, que están muy dila- tadas, contraidas ó irregulares, carecen de toda movilidad, y la mirada es fija, sin es- presion alguna. Duplay, Grisolle y Tanquerel jamás han encontrado la turgencia de los va- sos sanguíneos de la conjuntiva y de la escle- rótica con sensación de plenitud, que Weller considera como patognomónica de la amauro- sis saturnina. »La afección es siempre doble , aunque fre- cuentemente no tiene igual intensión en am- bos ojos, en cuyo caso existe á veces un ligero estrabismo. »La sordera la ha observado Tanquerel, y sucede constantemente á la arlralgia. «Cl'RSO , DLKAC10N Y TKHMINACION DE LA PARÁ- LISIS saturnina.—La parálisis del movimiento sigue generalmente en los miembros un curso progresivo, gradual y bastante leuto. Se ob- servan , sin embargo, respecto de este punte notables diferencias; pues hay casos en míe se completa la parálisis al cabo de algunas lio- ras, y otros en que tarda ocho ó quince dias. En las parálisis generales camina comunmente la lesión de arriba abajo , invadiendo sucesi- vamente los hombros, los brazos, los antebra- zos, etc., ó bien los muslos, las piernas, los pies , etc. Es raro que se presente á la vez en todo un miembro. La parálisis de los dedos empieza con bastante frecuencia por el medio y el anular. Por lo regular aparece antes en las estremidades superiores que en las inferio- res, invadiendo sucesivamente los miembros correspondientes. «Su duración varia desde muchos dias hasta muchos años, y aun puede prolongarse toda la vida. Suele estar en relación con la esten- sion y antigüedad del mal, con la edad, cons- titución, estado general del individuo, etc. «Cuando se halla el enfermo en buenas con- diciones y la afección no es muy antigua ni estensa , "ni ha existido ya otras veces, no es muy dificil la curación; lá cual se verifica len- tamente, por grados insensibles y de arriba abajo , aunque sin embargo, en ocasiones re- cobran los dedos sus movimientos antes que las muñecas. En la parálisis general de los miembros torácicos empieza la curación por los músculos flexores, estendiéndose después á los pronadores, supinadores, y por fin, á los estensores. A medida que se restablecen los movimientos, desaparece la atrofia con una rapidez considerable. Las parálisis limitadas á uno ó muchos músculos se disipan á veces en muy poco tiempo. La primavera favorece sin- gularmente la curación. «Cuando la parálisis es muy antigua y les músculos están completamente atrofiados, es muy rara y larga la curación, durando á me- nudo el mal toda la vida del enfermo. »La parálisis de los miembros no produce por sí sola la muerte, la cual es debida siem- pre á una complicación. «Todo lo que acabamos de decir es aplica- ble á la parálisis del aparato vocal. «La de los músculos intercostales puede oca- sionar la muerte en poco tiempo. »La de la sensibilidad sigue un curso muy rápido ; llega á su mayor intensión en un solo dia ó en algunas horas; es movible, cambia de lugar y de estension á cada instante, y desaparece súbitamente para volverse á mani- festar muy pronto. La anestesia profunda no es sin embargo ton movible como la cutánea. En esta parece que la piel y los tejidos sub- yacentes recobran su sensifiilídad de un modo simultáneo, aunque en ciertos casos torda mas INTOXICACIÓN SATURNINA CRÓNICA. 411 la primera que los músculos en volver á su estado normal. >La duración del mal rara vez pasa de ocho á quince dias. »La amaurosis puede prolongarse por algu- nas horas ó dias, siendo el término medio de cuatro dias á una semana. Aunque la curación se verifica por lo comun repentinamente, pue- de sin erabargo efectuarse de un modo gra- dual, y prolongarse entonces la enferraedad uno ó mas meses. «Nunca hemos visto, dice Tanquerel, que una amaurosis saturnina dejara de curarse completamente. «Diagnóstico.—Pronóstico.— El diagnóstico de la parálisis del movimiento es comunmente fácil; pues las circunstancias etiológicas, los síntomas coexistentes, los límites circunscri- tos de la lesión, su asiento en los músculos es- tensores y el estado comunmente normal del encéfalo y de la médula, hacen casi imposible el error. «Hay, sin embargo, casosescepcionales, en que solo puede apoyarse el diagnóstico en el conocimiento de las causas del mal. Tanque- rel refiere la observación de uu sastre, que habiendo permanecido acostado sobre la yerba por espacio de seis horas en un parage som- brío, notó al despertar que no podia estender la muñeca ni los dedos, presentando una pa- rálisis enteramente análoga á la producida por el plomo y acompañada de anestesia (Tanque- rel, loe cit., p. 70). «La anestesia saturnina se conoce por los mismos caracteres que la parálisis del movi- miento, y ademas se encuentran en su curso circunstancias casi patognomónicas. • «Se ha dicho que la amaurosis saturnina puede reconocerse únicamente por sus sínto- mas, cuales son los movimientos incomple- tos del iris, la dilatación ó contracción des- igual de la pupila, el color negro del fondo del ojo, la falta de dolores y de complicación, y la circunstancia de ser siempre doble la en- fermedad y de corta duración, curándose cons- tantemente y las mas veces de pronto. Estos caracteres tienen ciertamente algún valor; pero es preciso eonfesar que el diagnóstico estriba especialmente en la coincidencia de la amau- rosis con alguna de las formas de la intoxica- ción saturnina. «El pronóstico de la parálisis saturnina es siempre grave, y tanto mas, cuanto mas an- tigua y estensa Ta afección, mayor el número de recidivas, la edad del individuo y el de- terioro de su constitución. »Cuando se halla limitada á uno ó varios músculos, se verifica siempre la curación; pero no sucede lo mismo cuando se hace ge- neral. Conviene recordar, sin embargo, que no compromete por sí sola la vida del enfer- mo, á escepcion de la que ocupa los múscu- los intercostales, la cual es siempre rápi- damente mortal. La afonia y la amaurosis en nada aumentan la gravedad del pronóstico. »o.° Arlralgia.—Hipereslesia, reumatis- mo metálico, raquialgia saturnina. «Definición.—La arlralgia saturnina es una afección de naturaleza neurálgica, caracteri- zada por dolores agudos, sin hinchazón ni ru- bicundez, remitentes, que no siguen el tra- yecto de los nervios y disminuyen con la pre- sión , acompañados de varios desórdenes de la motilidad, y que pueden ocupar el tronco y la mayor parle de los órganos de la vida de re- lación (Tanquerel, obr. cit., t.' I, p. 493). »La anatomía patológica solo ha suminis- trado resultados negativos, pues ni en los cen- tros ni en los ramos nerviosos ha podido en- contrarse alteración alguna. «Sintomatolocia.—Procírowios.-Los síntomas de la intoxicación primitiva preceden casi siem- pre á la artralgia; la cual se anuncia las mas veces por laxitudes y entorpecimiento, aun- que algunas apareceré un modo repentino y llega rápidamente á su mayor intensión. »EI estado prodrómíco dura por lo comun algunos dias; pero puede prolongarse por mu- chos meses. «Síntomas.—Los dolores que caracterizan la artralgia se manifiestan frecuentemente por la noche, y pueden ocupar todas las regiones del cuerpo, aunque tienen sin embargo una pre- dilección decidida á algunas de ellas. «Entre 755 hechos recogidos por Tanque- rel , ocupaban los dolores 485 veces los miembros inferiores, 88 — los superiores, 48 — los lomos, 5 — las paredes torácicas, 4 — el dorso ó el cuello, 3 — la cabeza, 108 — las estremidades torácicas y pel-vianas, 35 — los miembros y el tronco, y 9 — las estremidades, el tronco y la ca- Éntrelos 152 casos en que ocupaban los do- lores simultáneamente muchas partes, fueron raas agudos en los miembros interiores que en los demás puntos 76 veces. «Numerosas variedades presentan los dolores relativamente á su naturaleza, intensión, tipo, estension y curso. «El dolor puede ser dilacerante, contusivo, perforante, lancinante, quemante, ó compo- nerse de punzadas prontas y rápidas como las sacudidas eléctricas: algunos enfermos solo es- perimentan punzadas, entorpecimiento, una sensación de fatiga, de quebrantamiento, de temblor, constricción, hormigueo, mordedu- ra, etc. «Unas veces no existe mas que una simple desazón incómoda, y otras son atroces los do- lores, entre cuyos estreñios hay una multitud de grados intermedios. Entre los 755 enfermos 411 , INTOXICACIÓN SATOllM.N.l CRÓMC». de Tanquerel, nna cuarta parte esperimen-| laron dolores violentos, la mitad moderados, y los restantes ligeros. *EI dolor es remitente, y los accesos irre-*| guiares, separados entre sí por intervalos que varían desile pocos minutos á algunas horas. Muchas voces los determinan un movimiento, la impresión del frió , etc. Comunmente so- brevienen por la noche, y apenas duran raas que algunos minutes. «La presión disminuye á menudo la inten- sión del dolor* á veces no lo modifica en ma- nera alguna, y es muy raro que lo aumente: hay enterraos que huyen del calor, y otros que lo buscan. «El dolor no va acompañado de calor, hin- chazón ni rubicundez, y ora se siente en toda la profundidad de la parte que ocupa (piel, músculos, huesos); ora es superficial, tenien- do al parecer su asiento esclusivo en la piel: nunca sigue exactamente la distribución ana- tómica de un nervio. «La artralgia saturnina da lugar á trastor- nos funcionales, que varían según el asiento del mal. »Eu los miembros inferiores suelen acom- pañarse los dolores de calambres y de con- tracciones espasraódicas rauy incómodas, que se renuevan á la menor causa, y durante las cuales se hallan los miembros doblados en sus diversas articulaciones, y los movimientos son incompletos é irregulares: algunas veces se observa durante el paroxismo una rigidez como tetánica. «En los miembros -superiores son por lo co- mun menos fuertes los calambres, y es raro que se doblen las articulaciones. «A veces no se siente el dolor mas que en varios puntos circunscritos de un miembro, y no ofrece en todas partes iguales caracteres". «En unos casos es mas agudo al nivel de las articulaciones, y en otros sucede lo con- trario. «Los dolores de los miembros existen gene- ralmente en el sentido de la flexión. Así es que ocupan la ingle, la corva, la pantorrilla, la El anta del pie, la axila, la parte anterior del razo, la flexura del codo, la cara anterior del antebrazo y la palma de la roano. Residen con raas frecuencia en las articulaciones, y espe- cialmente en las grandes. «Según Tanquerel, en las tres cuartas par- tes de los casos ocupaba la enferraedad simul- táneamente ambos miembros congéneres, aun- que en grado diferente. «En ocasiones tiene su asiento el dolor eu el dorso y en los lomos (Taquialgia saturnina), y entonces no pueden bajarse los enfermos ni hacer movimiento alguno con el tronco. »La artralgia del cuello va acompañada de tortícolis; la de las paredes torácicas dificulta mas ó menos la respiración, porque el en- fermo procura dilatar el pecho lo menos posi- ble, para que no se exaspere el dolor. «Estos accesos de di>nea, dice Tanquerel, que simu- lan en ocasiones una angina de pecho , debe- rían tal vez referirse mus bien á la artralgia torácica que al cólico de plomo.» «La artralgi;\ puede ocupar la piel del crá- neo ó la cara ; en cuyo último caso las con- tracciones espasraódicas que agitan á les mús- culos producen gesticulaciones semejantes á las que se observan en ciertas neuralgias facia- les. La secreción del moco nasal se suprime, y Tanquerel ha visto una vez la artralgia de la cara acompañada de otalgia. «Cuando la afección es muy violenta, se 'interrumpe ó desaparece el sueño; pero lo- ¡ das las demás funciones de la economía se desempeñan con regularidad, si bien puede estar el pulso duro, lento, vibrante, y aun irregular. «Curso, duración y terminación.—El curso de la^artralgia es por lo comun irregular: en ciertos casos, después de haber llegado gra- dualmente la afección á su máximum de in- tensión , declina del mismo modo; pero es mas común que se reproduzca por accesos repenti- nos, sin causa alguna apreciable, variando los dolores de asiento, naturaleza, violencia, etc. Estos accesos alternan á veces con los del có- lico de plomo. «Hay momentos, dice Tanquerel, en que la artralgia es violenta, y otros en que es mode- rada ó ligera.... Cuando el dolor ocupa todo un miembro , desaparece en el instante menos pensado de una ó muchas de sus parles, y solo quedan dos porciones doloridas, separadas por un espacio enteramente sano.... La tran- sición del período de aumento ó de estado al de declinación, se verifica en general con ra- pidez; pues de un dia á otro ó de la mañana á la tarde, cesa completa ó casi completamente el mal. Sin embargo, en ciertos casos es largo el período de declinación, y está caracterizado por dolores, poco intensos sí, pero rebeldes, y que desaparecen con lentitud y dificultad.... Ño es raro que se reproduzcan los accidentes con toda su intensión en el momento en que raas próximo parecía á disiparse el nial. »La duración de la artralgia varia desde al- gunos dias á muchos meses. Esto afección por sí sola nunca produce la muerte. «Diagnóstico, pronóstico.—La falta de ru- bicundez, de calor, de hinchazón y de íiebro, no permiten confundir la artralgiacon el reu- matismo agudo; y existen ademas otros sig- nos diferenciales, como son la invasión y curso de la enfermedad, el carácter del dolor, qoe disminuye muchas veces con la presión , lejos de exasperarse, y su situación en las flexuras de los miembros. «Mas dificil seria distinguir la artralgia de una simple neuralgia, si no atendiéramos á los accidentes saturninos coexistentes. «En la afec- ción saturnina, dice Tanquerel, ocupa el do- lor superficies bastante estensas; no se propa- ga en una dirección determinada, correspon- intoxicación saturnina crónica. fltf diendo á la distribución anatómica de un ner- vio; se hulla raas bien al rededor de las articu- laciones, y desaparece parcialmente» (loe cit., p. I 19). " «Pero estas distinciones no son enteramente esactas; pues !a arlralgia no es en ultimo aná- lisis masque una neurosis dolorosa específica, es decir, una neuralgia; y sería preciso ave- riguar si se observan en ella los puntos dolo- ridos circunscritos, que constituyen uno délos caracteres principales de las neuralgias(v.NEü- ralgias entre las afecciones de los nervios). «El pronóstico nunca es grave. »6.° ti'ótico de plomo (v. Enfermedades de los intestinos). »7.° tlaqutxia saturnina. — Damos esle nombre á un estado morboso general, que se observa con bastante frecuencia en las perso- nas que han esperimentado muchas veces a* cídentes saturninos raas ó menos graves, y continúau espuestas á la acción deletérea del plomo. En contraposición á la frase envemna- miento crónico primitivo, podría llamársela caquexia saturnina envenenamiento crónico con- secutivo ; pero debemos decir, que se presenta á vecespriraitivamente, sin que la preceda afec- ción alguna saturnina localizada, y aun en ciertos individuos aparece á poco tiempo de haber empezado á sufrir la intíuencia especial del plomo. También añadiremos, que no existe ninguna relación constante entre el grado de caquexia y la intensión de la afección saturni- na localizada, ya sea esta primitiva ó ya con- secutiva. «La caquexia de que vamos hablándose ha- lla caracterizada por dos órdenes de síntomas; unos directamente producidos por la intro- ducción del plomo en la sangre, que son los del envenenamiento primitivo; y otros, que se refieren menos inmediatamente ó la intoxi- cación saturnina, y son los de la anemia. Es- tos últimos pueden considerarse como propios de la caquexia, pues Tanquerel dice que ja-' más los ha.observado en el.envenenamiento; primitivo (obr. cit., t. I, p. 18). «Encuéntraseen la caquexia saturnina: laco-; loracion de los dientes y encías que antes he-: inos descrito, el estado fungoso de estas últi- mas, la fetidez del aliento , el color especial de la piel y el enflaquecimiento; cuyos sínto- mas se presentan en su mayor grado de inten- sión. El color especial es de Jos mas pronun- ciados; itoda la piel se halla.teñida de un ama- rillo claro, presentándose terrosa, seca y ári- da; el enflaquecimiento es considerable, y llega muchas veces hasta el marasmo. «Los síntomas de la anemia consisten en la palidez de los tejidos, la pequenez é irregula- ridad del pulso, los ruidos anormales de las arterias, etc. «Cuando la influencia del plomo ha obrado largo tiempo sobre el hombre, dice Andral, puede sobrevenir un estado caquécti- co , en el que están lan disminuidos los glóbu- los de la sangre como en la anemia espontánea, conservando como en esta su cantidad normal la fibrina y los demás elementos de aquel lí- quido. Es muy digno de llamar la atención este efecto de la intoxicación saturnina repetida ó piolongadav {Essai de hematologie, p. 52; Paris, 1843). En un caso en que la caquexia saturnina era la única que constituíala enfer- medad, no habia mas que 83,8 de glóbulos, sin embargo de que se alimentaba bien el,in- dividuo (Andral y Gavarret, Bechcrches sur les modificalions de proportion de quelqnes prin- cipes du sang, etc., p. 83 y 86; París, 1840). «Nada mas diremos sobre esta materia, pues- to que la caquexia saturnina no es otra cosa en último análisis, que una anemia acompa- ñada de los fenómenos que caracterizan el en- venenamiento saturnino primitivo. §. 111. envenenamiento saturnino crónico en general. «Descritos ya por separado los diversos acci- dentes que puede ocasionar la introducción dqt plomo en la economía, conviene añadir, que estos accidentes dependen de una misma alte- ración general, que todos están enlazados en- tre sí, que reconocen un mismo orden de cau- sas y reclaman un tratamiento general idén- tico. Preciso es estudiar sintéticamente las afecciones saturninas localizadas, para poder formarse una idea esacta y filosófica de la in- toxicación por el plomo." «Alteraciones anatómicas.-—Hemos dicho en los párrafos anteriores, que los sólidos no pre- sentan alteración alguna que pueda referirse de un modo cierto á la acción del plomo sóbrela economía. La intoxicación saturnina, sea cuaí-í quiera la forma sintomática que revista, est£ constituida esencialmente por la introducción de,partículas plomizas en el torrente circulato- rio, habiendo podido demostrarse por el análi- sis la presencia del metal en la sangre; pero na- da mas sabemos en cuanto á la anatomía pato- lógica. Diremos sin embargo, que en el mayor grado del envenenamiento saturnino, se halla la sangre modificada enteramente del mismo modo que en la anemia espontánea, es decir, que hay una disminución más ó menos consi- derable del número de glóbulos. «Síntomas.—Mirando las cosas bajo el. punto de vista mas general, puede decirse que unas veces la alteración de la sangreiproducida por la intoxicación saturnina no altera de modo alguno las funciones dé la circulación y de.la hematosis, pero se deja sentir en los sistemas nerviosos encéfalo- raquidiano (encefalopatía, epilepsia, artralgia, parálisis) y trisplánico (cólico), dando lugar á verdaderas neurosis, úuícas manifestaciones sintomáticas de la in- toxicación; y que otras se agregan á los fenór menos nerviosos otros síntomas, que revelan la alteración del liquido, indicando, ora la pre- sencia de partículas saturninas (color especial de los dientes, de lasencias, déla piel, etc.), 414 ENVENENAMIENTO SATUMllfO CRÓNICO. ora una modificación mas profunda, como la disminución de los glóbulos sanguíneos (sínto- mas de anemia). • Veamos ahora qué relación guardan entre si estos dos órdenes de fenómenos y las dife- rentes formas de la neurosis saturnina. «Los síntomas que anuncian la presencia de partículas saturninas en la sangre (envena- miento primitivo) son por lo común los prime- ros que se presentan, cualquiera que sea la forma de la afección nerviosa que deba desar- rollarse, y se los observa especialmente en los individuos que respiraa una atmósfera muy cargada de moléculas plomizas; no son tan fre- cuentes, tan característicos ni completos, en los trabajadores que se hallan menos espuestos á la influencia tóxica, y nunca existen en los in- dividuos que trabajan el plomo en estado me- tálico. «Esta regla tiene sin erabargo bastantes es- cepciones. Asi es que los fabricantes de alba- yalde, de minio y litargirio, suelen verse aco- metidos del cólico, aunque no lleven raas que algunos dias de trabajo, ni ofrezcan síntoma general alguno, no presentándose el color de las encías y de la piel sino después de muchas ricídivas de la enteralgia. Por otra parte, pue- de el envenenamiento primitivo sobrevenir al cabo de muchos años de trabajo en los pintores, fundidores de letra, etc., y tardar todavía bas- tante tiempo en ir seguido de cólico. «Resulta de lo que precede , que Tanquerel no ha procedido con bastante fundamento, al llamar envenenamiento primitivo al conjunto de síntomas que manifiestan la presencia del plomo en la sangre, puesto que pueden1 pre- sentarse también consecutivamente á una afec- ción saturnina localizada. «El envenenamiento primitivo precede con mucha frecuencia al cólico, pues se le ha vis- to 1,185 veces entre 1,217 casos observados por Tanquerel {obr. cit., t. I, p. 190). Cuando se encueutrantodos los síntomas que lo caracte- rizan, puede pronosticarse casi con certidum- bre el próximo desarrollo de la afección abdo- minal: el color morboso de la piel y el sabor azucarado no se presentan muchas veces sino algunos dias antes del cólico. vEl envenenamiento primitivo precede tam- bién por lo comun á la artralgia, y se ha pre- sentado en todos los casos de anestesia obser- vados por Tanquerel (t. II, p. "206). «Las afecciones saturninas localizadas están unidas entre sí por ciertos vínculos, que no siempre son idénticos, aunque presentan sin embargo algunas circunstancias que pueden referirse á una regla general. «El cólico es la forma raas frecuente, pues solé ha observado 12 veces entre 14 casos d'3 'intoxicación saturnina, lié aqui las relaciones q»e ha encontrado Tanquerel entre la enteral- gia y las demás enfermedades producidas por el plomo. '«Asegura este autor, que es bastante raro que el cólico se presente solo, exento de otra afección saturnina. Sin embargo, ha sucedido asi 613 veces entre 1,217 casos (t. 1, p. 243). «Entre 604 casos de cólico complicado, en 52o se ha observado la artralgia, en44 la pa- rálisis, y en 3.'i la encefalopatía. »En los casos complicados puede presentar- se el cólico antes, después ó al mismo tiempo, que las demás afecciones saturninas. En los 525 hechos citados mas arriba, precedió 205 veces á la artralgia, fué esta la primera en 102 individuos, y en 118 se desarrollaron simultá- neamente ambas afecciones. «Entre los 3o casos de cólico y de encefalo- patía, solo en 2 precedió la afección del cere- bro á la abdominal. »La forma que se observa con mas frecuen- cio, después del cólico, es la arlralgia: enlre 14 enfermos se la ha visto 8 veces: Tanquerel la ha observado en 755 casos, y añade, que en 201 casos constituía por sí sola todo el mal. En 554 casos complicados, 2I5 veces se presentó la primera, 205 fué precedida de cólico, 5 de parálisis, y 1 de encefalopatía. «La parálisis se presenta 2 veces entre 14 enferraos : Tanquerel la ha observado en 102 casos, asociada 63 veces al cólico, 8 á la en- cefalopatía , y 8 á la artralgia. En 39 sugetos existia sola. «Cuando la parálisis está unida con otra afec- ción saturnina, casi siempre es secundaria; la han precedido constantemente la encefalopatía y la artralgia, y el cólico se ha observado an- tes que ella 60 Veces de 63. «Entre la parálisis y el cólico hay una rela- ción muy singular: se desarrolla con tanta raas frecuencia la parálisis secundaria, cuanto me- nos considerable es el número de cólicos ante- riores. «De 88 enfermos afectados de cólico antes de padecer la parálisis, se han contado, según Tanquerel (t. II, p. 21): 25 enfermos que habían padecido. 1 cólico. 15................. 2 9........J.......3 8. . ..............4 7. .............. . 5 5........ ........6 4................7 3................8 3................9 3................10 1................12 1................14 1. ...............1o 1.................20 1.....• •. • •.......so «La encefalopatía, comprendiendo en ella la epilepsia, no se ha presentado mas que 1 w¡- entre 14 enfermos. Tanquerel la ha observado en 72 casos, entre los cuales se la vio aislada 6 veces. El cólico y la artralgia la preceden á menudo, y la parálisis aparece antes que ella 1 vez de cada 4. ENVENENAMIENTO SATCRNINO CRÓNICO. 413 »A. las relaciones que acabamos de espo- ner, y cjue son debidas á las investigacio- nes de lanquerel, añadiremos que el desar- rollo de las manifestaciones secundarias de la intoxicación saturnina no guarda proporción con la intensidad de la afección primitiva; que la naturaleza de esta no suministra dato alguno por donde pueda presumirse la forma que presentarán las lesiones sucesivas, y que Ja frecuencia relativa de las diversas formas del mal varia según condiciones individuales que v.o ha sido posible determinar. »Nada puede establecerse en general en cuanto al curso, duración v terminación de la intoxicación saturnina; siendo preciso tener en cuenta la edad, la constitución del in- dividuo, la forma del mal, las recidivas, las causas, etc. Hay sugetos que padecen veinte ó treinta veces en toda su vida el cólico de plo- mo, sin que por eso se altere profundamente su salud ; al paso que otros presentan una ca- quexia saturnina, tan luego como esperimentan una afección cualquiera producida por el plo- mo; quién resiste a muchas recidivas de ence- falopatía y de parálisis, y quién sucumbe al primer ataque de epilepsia ó de coma. »EI diagnóstico, cualquiera quesea la forma que presente la intoxicación saturnina , estriba especialmente en el conocimiento de la profe- sión que ejerce el enfermo, aunque ya hemos dicho sin embargo, que la presencia del plomo en la sángrese manifiesta casi siempre por fe- nómenos que pueden considerarse como pa- tognomónicos (v. Envenenamiento primitivo). También hemos demostrado, que el cólico y la parálisis saturninas tienen un carácter pro- pio que permite por lo comun reconocerlos, aun prescindiendo del conocimiento de las cau- sas y de los síntomas de la alteración de la san- gre. Pero no sucede lo mismo respecto de la encefalopatía y de la artralgia, cuyo diagnós- tico se apoya casi esclusivamenteen la apre- ciación de las causas y en la coexistencia de otra afección saturnina". «El pronóstico suele ser dudoso, como se deja fácilmente conocer en vista de todo lo que viene dicho. En igualdad de circunstancias, la forma menos grave es la artralgia; el cólico es tanibien poco peligroso; después viene la pa- rálisis, pues aunque rara vez comprometa la vida por si sola, dura á veces mucho tiempo y produce consecuencias muy fatales; la ence- falopatía es siempre temible, y la muerte es el resultado casi constante de la epilepsia satur- nina. Considerando la intoxicación de un modo mas general, es muy dificil pronosticar la ter- minación del mal en un enfermo dado; pues sucede frecuenteraente que un individuo que ha estado espucsto á una influencia tóxica muy enérgica, viene á curarse después de haber padecido accidentes gravísimos; mientras que otro que tan solo ha absorvido una pequeña cantidad del veneno, muere repentinamente en la convalecencia de ua cólico muy ligero. »Causas.—Las causas de la intoxicación sa- turnina son las mismas que hemos estudiado al trazar la historia del cólico de plomo (v. es- la enfermedad). Por consiguiente solo nos fal- ta averiguar aqui, si existe alguna relación particular entre las circunstancias del enve- nenamiento, y la forma de la enfermedad sa- turnina que sé desarrolla. »La edad, el régimen y las estaciones, ejer- cen una influencia análoga en la producción de todas las formas del envenenamiento por el plomo. El cólico, laartralgia, la parálisis y I la encefalopatía, se presentan especialmente i en sugetos de veinte á cincuenta años, y so- , fcre todo en los de treinta á cuarenta; son mas i frecuentes en la estación del calor (junio, ju- lio y agosto), y favorecen su desarrollo la in- temperancia y los escesos del vino ó del coito. Los esperimentos de Mialhe inclinan á creer, que en igualdad de circunstancias los' que hacen mucho uso de la sal marina esfammas espuestos á los accidentes que produce la in- gestión de las preparaciones de plomo (Mial- he, loe cit., p. 31). «¿Existe alguna relación enteela composición plomífera y la forma de la afección saturnina? No hay motivos para creerlo. Los fabricantes de albayalde, de minio, y los pintores, padecen indistintamente cólicos, artralgias, parálisis y encefalopatías, según puede verse por el si- guiente cuadro: ^Fabricantes de albayal- de. .,.. . .....406 ———----de minio. . ¿3 Pintores.........305 Fabricantes de albayal-' ,,l! de.. ,........220 ----------de minio. . 104 Pintores.........168 (Fabricantes de albayal— ) de........... 31 *]----------de minio . . 6 (Pintores........ 22 í Fabricantes de albayal- Encefaiopatia. _^__-d¿m¡D¡0;; 2« (Pintores......... 20 «Todo lo mas que podría deducirse de esle cuadro, es que el minio producía con mas fre- cuencia la artralgia que las demás formas de intoxicación saturnina (Tanquerel, t. I,p. 499); pero también se ve, que á pesar de cuanto han dicho algunos autores, no puede considerarse este compuesto como una causa especial de encefalopatía. «Puede decirse respecto de todas las formas de la intoxicación saturnina, que: 1.° la causa mas enérgica es la presencia de partículas de plomo esparcidas en la atmósfera, é introdu- cidas en la economía por los órganos digesti- vos y respiratorios; 2.° según Tanquerel no existo un hecho que demuestre de un modo cierto, que pueda introducirse el plomo en la Cólico.. Artralgia. Parálisis. «••„ ) 1 á 9 meses. 34 Encefalopatía. ^ 6 Qfios> ^ ( 8á52..... 13 •Tratamiento.—Profilaxis. —Poco tenemos que añadir á lo que dijimos al tratar del có- lico de plomo (v. esta enfermedad). «Desde que publicamos este artículo, la ob- servación ha ido confirmando cada vez mas la ineficacia del ácido sulfúrico preconizado por Gendrin, y las investigaciones químicas de Mialhe conducen al mismo resultado. «Si mis esperimentos son esactos, dice este hábil observador, es constante que todas las sales de plomo, y el mismo sulfato, se trasforman total ó parcialmente en cloruro por los cloru- ros alcalinos contenidos en los líquidos de la economía animal, haciéndose por lo tanto al menos muy dudosa la propiedad específica del ácido sulfúrico» 'mem. cit., p. 9). »Lo> mtvlios profilácticos que según Mialhe (loe cit. p. M) deben colorarse en primera línea, consisten: 1.» en bebidas hidro-sulluro- sas; administradas interiormente; ¿."lociones frecuentes con una preparación sulfurosa, y 3.° abstinencia, tan rigurosa como sea posible, de la sal común. «Tanquerel (obr. cit., t. II, p. 431 y sig.) indica cuidadosamente los medios profilácticos generales, y los propios de cada una du tas profesionesque pueden ocasionar la intoxica- ción saturnina; pero no nos detenIreims en tales pormenores, que pertenecen mas espe- cialraante á la higiene pública, remitiendo al lector á la obra de dicho médico, como lain- bien á una memoria de Chevallier (Rech. sur les causes de la m dadie díte colique de plomb., en los Ann. d'hyyl'na, t. XXV, p. 567; 1836), y á un inform; dirigido por este químico y por Adelon al prefecto de pilicia, á nombre del consejo de sanidad pública (Rapport sur les miladies que contraetcn les ouvriers qui travaitlent dans les fabriques de ceruse en Ann. d'hygiene, t. XIX, p. 5, 37; 1838. V. tam- bién nuestro articulo Cólico de plomo). «Tratamiento curativo.—El tratamiento del cólico de plomo debe hacerse estensivo á todas las formas de la intoxicación saturnina, y no volveremos á repetir lo que ya espusimos al ocuparnos de dicha enferraedad, contentán- donos con recordar aqui, que la medicación que se emplea hoy generalmente, consiste en el uso interior de ios purgantes drásticos, es- pecialraentedel aceite de crotón liglio, emplea- do con buen éxito por Kinglake, Andral, Ra- yer , Tanquerel y la mayor parte de los prac • ticos. Cruveilhier suele prescribir la gu(agara- ba, la coloquintida, ó cualquier otro drástico que goce de mucha actividad. «Nat. Guillot y Melsens ( Acad. de ciencias, sesión del 25 de marzo de 1844 ) dicen haber obtenido muy buenos efectos del ioduro de potasio en el tratamiento de las afecciones sa- turninas; pero estos médicos no cilan hecho alguno en apoyo de su aserción, y por otra parte sabemos que Gilette ha csperimenlado sin éxito alguno en el Hotel-Dieü el espresa- do medicamento de todos modos. Según ob- serva Mialhe, se necesitaría un esceso consi- derable de ioduro de potasio, para descompo- ner el cloro-ploraato alcalino. «Los baños sulfurosos son muy eficaces en la artralgia saturnina ; y dice Tanquerel que no es necesario añadirles los purgantes, cuan- do no eslá complicada con cólico. Los baños deben ser diarios, y se han de tomar á lu menos siete ú ocho. Los baños simples, aro- máticos ó de vapor, no ejercen ninguna in- fluencia saludable. »La parálisis saturnina reclama igualmente la administración de los purgantes; pero la indicación principal debe tener por objeto es- citar la contractilidad animal de los músculos ' paralizados. Para esto conviene recurrir á los ENVENENAMIENTO SATURNINO CRÓNICO. 4Í7 medios que hemos estudiado al hablar de la fiarálisis (v. esta enfermedad), especialmente os estimulantes locales y generales, la estric- nina y la electricidad. »Tambien se han preconizado los prepara- dos de quina, los marciales y las aguas mine- rales, ferruginosas y sulfurosas, cuyos medi- camentos son por lo menos útiles auxiliares. »La estricnina merece un lugar especial, pues constituye uno de los remedios mas efi- caces que pueden oponerse á la parálisis sa- turnina: Andral la ha esperimentado cuidado- samente (Cliniqueméd., t. II, p. 237; 3.aedic). Esta enérgica sustancia debe usarse con mu- cha prudencia, empezando á administrarla por la dosis de una octava parte de grano, y sin pasar nunca de dos ó tres granos. Tan luego como se verifiquen contracciones vivas, es pre- ciso abstenernos de su uso. Si por cualquiera razón nos vemos obligados á suspender el tra- tamiento, se ha de volver á empezar por dosis rauy pequeñas cuando se le prescriba nue- vamente. En ocasiones parece que el medica- mento se acumula en la economía y ocasiona de repente accidentes graves, aunque no se haya aumentado la dosis. »La acción terapéutica de la estricnina em- Sieza á manifestarse por lo comun dos ó tres oras después de la ingestión. Sobreviene un entorpecimiento parcial, acompañado de con- tracciones espasmódicas en diferentes puntos, lejanos á veces de los músculos paralizados; fiero muy luego se concentran los efectos en as partes enfermas, en las que se fijan casi esclusivamente los fenómenos, sin que exista no obstante relación alguna entre la acción del remedio y el grado de la parálisis. Las contracciones "espasmódicas adquieren al cabo de algún tiempo todos los caracteres de un ver- dadero tétanos. Los miembros torácicos se ha- llan entonces en flexión y los abdominales en estension. La convulsión ño es dolorosa mien- tras se contiene en ciertos límites; pero si los escede, se observan exacerbaciones rauy pe- nosas, caracterizadas por contracciones violen- tas, por especie de sacudidas, que se verifi- can de repente sin causa apreciable ó á con- secuencia de cualquier movimiento. Estas sa- cudidas anuncian que el medicamento ejerce una acción saludable. «Jamás se ha obtenido ventaja alguna , dice Tanquerel, sin que se manifestaran estos fenómenos y persistieran algún tiempo.» »En ocasiones produce la estricnina dolores lancinantes agudos, dolor de costado , disnea, cefalalgia y una exaltación considerable de la sensibilidad en las partes enfermas. «Las man- díbulas se hallan casi siempre afectadas de una constricción incómoda y á veces muv doloro- sa, cerrándose en ciertos casos convulsivamen- te. Entonces se observa rechinamiento de dien- tes que alterna con castañeteo, y aun sobrevie- nen odontalgias. En la nuca y en la parte pos- terior del cuello se manifiesta con bastante TOMO IX. frecuencia una rigidez que impide toda clase de movimientos. Algunos enfermos presentan una especie de embriaguez, acompañada de soñolencia. «Cuando es demasiado considerable la ac- ción del medicamento, sobrevienen convulsio- nes muy violentas; se suspende la respira- ción; la cara se pone lívida; se pierde el co- nocimiento y se hace inminente la asfixia. Es- tos temibles ataques pueden ocasionar la muer- te (Tanquerel, obr. cit., t. II, p. 92, 100). «Andral (loe. cit., p. 245) ha hecho esperi- mentos con la brucina , y Fouquier ha obteni- do muy buenos efectos con el estracto alcohó- lico de la nuez vómica ; pero en la actualidad pe prefiere generalmente la estricnina. «Los baños sulfurosos ejercen por Jo común una influencia rauy saludable en la parálisis saturnina. Deben contener de cinco á seis on- zas de sulfuro de potasa, y prolongarse al me- nos por espacio de una hora. «También pueden emplearse con ventaja las fricciones estimulantes, hechas con el aguar- diente alcanforado, el amoniaco, el aceite de romero, la tintura de cantáridas v la tremen- tina: lo mismo decimos de los chorros y de los vejigatorios volantes aplicados en varios puntos. «Tampoco debe descuidarse la electro-punc- tura, sobre todo cuando la parálisis se limi- ta á ciertos músculos. Entre quince enfermos tratados por este método, ocho se curaron com- pletamente en el espacio de uno á tres meses, y en los siete restantes, ó bien se desarrolla- ron accidentes inflara a torios que no permitie- ron continuar el tratamiento, ó fatigados los pacientes del dolor que esperimentaban en ca- da ensayo, no quisieron sufrir por mas tiem- po la acción de la corriente (Tanquerel, loe. cit., p. 93). «Lembert y Raver han usado la estricnina por el método endérmico, el cual es preferible á la administración interior, sobre todo cuan- do la parálisis es poco estensa. «De este mo- do, dice Tanquerel, se limitan los efectos del medicamento de una manera casi absoluta á escitar las partes paralizadas.» ¿Los'medios que acabamos de indicar son igualmente aplicables á la parálisis del movi- miento y á la anestesia. Tanquerel ha visto combatir ventajosamente la amaurosis satur- nina con la estricnina por el método endérmi- co y la electro-puntura. «Hay una forma de intoxicación saturnina en que lá terapéutica, no solo es impotente, sino alo que parece perjudicial. «El mejor medio que puede' oponerse á Ja encefalopatía saturnina, dice Tanquerel (p. 370), es el mé- todo espectante, tomando por base la dieta y las bebidas diluentes.» «En efecto, hállase demostrado por obser- vaciones bastante numerosas, que el opio, el sulfato de quinina, la valeriana, los purgan- tes , las sangrías, las afusiones frias y los re- 53 418- ENVENENAMIENTO SATURNINO CRÓM¿0. vulsivos estemos, ejercen en este caso una ac- ción muy dudosa, si no desfavorable. De treinta y cuatro enfermos en quienes se abstuvo Ra- yer de emplear tratamiento alguno activo pa- ra combatir la afección cerebral, se curaron treinta y tres; mientras que de treinta y nue- ve que se sometieron á diversas medicacio- nes, murieron diez y seis, sin que en los vein- titrés restantes ejerciesen al parecer los reme- dios influencia alguna ventajosa en el curso ó intensión de los fenómenos morbosos. «Naturaleza y asiento. —El envenenamien- to saturnino agudo no es á veces mas que una afección local, una flegmasía del tubo diges- tivo. En efecto, cuando se ingiere de una sola vez una cantidad considerable de un cora- uesto de plomo, puede obrar como un ver- adero escarótico, y producir una alteración de tejido capaz de ocasionar por sí sola la muerte, sin necesidad de que pase el veneno aí torrente circulatorio, »Pero no sucede asi eu la intoxicación sa- turnina crónica; pues en esta es absorvido el veneno, dando lugar á una afección general, una alteración de la sangre, que puede ha- llarse caracterizada únicamente por la presen- cia de partículas de plomo en este líquido, aunque también consiste á veces en una dis- minución mas ó menos considerable de sus glóbulos. »Esta alteración general, que no tendría- mos inconveniente en llamar plombohcmia, desarrolla casi consten te raen te una ó muchas neurosis, que pueden tener su asiento en el sistema nervioso de ambas vidas, y afectar aislada ó simultáneamente la inteligencia, el movimiento y la sensibilidad. ».\o tenemos necesidad de esponer aqui to- dos lost argumentos que se han aducido, para demostrar que las alecciones saturninas loca- lizadas deben considerarse co-mo verdaderas neurosis; pues ya nos hemos esplicado sobre esta materia en "otro lugar (v. Cólico ue plo- mo, entre las enfermedades de los intestinos), y ademas se ha demo&trado en los diversos párrafos de este artículo, que la anatomía pa- tológica no nos permite referir semejantes afecciones á una alteración apreciable del te- jido nervioso. «Historia y wbuogrvflv—Aunque los anti- guos conocieron los efectos tóxicos del plomo sobre la economía humana, apenas estudiaron mas que una de las formas de Ja intoxicación saturnina, cual es el cólico (v. esta enferme- dad). Dioscórides y Avicena indican'cuando mas el delirio, la epilepsia y las parálisis pro- ducidas por el plomo. Hasta" el siglo XVIll no se estudiaron cuidadosamente las enfermeda- des saturninas; pero ya en esta época se en- cuentra en los autores que escribieron sobre la materia, si no una descripción completa, por lo menos una indicación bastante satisfactoria de todos los fenómenos morbosos que puede ocasionar el plomo en la economía, «Stockhusen habla de hs convulsiones, de la epilepsia y de l.i paraláis como síntomas bastante frecuentes cu los individuos atacados de cólico saturnino, v hace notar que la pa- rálisis afecta principalmente los miembros to- rácicos y los músculos estensores. »Da llaen (diss. de cólica piclonum; la Ha- ya, 174.'). Ratio medendi; París, 1701) enu- mera entre los síntomas del cólico de plomo las convulsiones, la parálisis del movimiento, la afonía y la amaurosis. Dice que la paráli- sis es completa ó incompleta; que puede ocu- par tan solo los miembros torácicos ó estos y los abdominales; que tiene su asiento en los músculos estensores, etc. «Posthac multis accidit, pra?grcssis ut plu- «rimum validis artuum doloribus, parálisis in- «completa, cum perfecto raotusabolitione, vel «imperfecto artuum supernorum solummodo, «vel et supernorum et inferíorum. Quibusdam »oborta paralisi, sajvus colicm 'dolor reniitli- »tur; nonnullis autem omnino exulat.......... »lncompletam dixi paralisin, quia sensusnec- »non modicus tepor plerumque adsunt, imo «ohscurior nonnunquam motus superest; li- »cet hic integre saípc perierit. Si contingerit «nonnullum superesse motum, observatur la- abes ut plurimuin hmrere ad exlensores digi- wtoruracoramunes, adsupinatores, adpollicum «abductores, adductores. Sin et pedes oceuparit «parálisis cum superstite tontillo molu, adver- «titur potissímum in musculis crurum extenso- «ribus; ¡ta quidem utmgri decumbentes varios «quidera motusdextrorsura, sinistrórsum, sur- »suuique, genua movendo, peragant, at ex- «tendantaegerrime; ¡nsistentvero iísdera, lave «saltera moveré erecti nequeant, et, ni suf- «fulseris, genuílectont, natibusque humí con- «cidant. Ubi autem perfecta in artibus abolí— «tip motus, miserando herele! speclaculo, ar- »tus, veluti emortuaí partes, trunco hairent.» (de Cólica piclonum, en Ratio medendi, en 12, t. II, p. 39, 41 ; París, 1761). «Parécenos que muchos autores contempo- ráneos no han apreciado en su justo valor es- ta descripción, á la que sin embargo han aña- dido bien poco. «Astruc (Ergo morbo cólica piclonum dicto, vencesectio in cubito; Paris, 1752. Colección de las tesis de Haller, t. III, p. 259; Venecia, 1757) habla de las convulsiones, del delirio furioso, de la epilepsia vde la parálisis; la- que dice puede ser completa ó incompleta, y ocupar los miembros inferiores ó los brazos y manos; y hace una descripción detenida de lá artralgia t equivocándose tan solo en la natu- raleza de la causa que asigna á esle fenóme- no vColeccion de tesis, loe cit., p. 7'J2y sig.). «Dubois hace mención de la amaurosis y sordera saturninas (Non ergó colicis figulis ve- nce sectio, en la colección de tesis de Haller, t. III, p. 277). »Sogncr é llsmann (de Cólica saturnina me- lallurgorum, Gotinga , 1752. Colección dele- ENVENENAMIENTO SATURNINO CRÓNICO. 419 sis de Haller, t. III, p. 293) describen mas detenidamente las convulsiones, la parálisis y la amaurosis, é indican la ictericia saturnina y la caquexia. «La parálisis, dicen estos au- tores, puede afectar aisladamente el movi- miento y la sensibilidad, ó estenderse á estas dos funciones. Algunas veces es primitiva; pe- ro las mas sucede al cólico y á la artralgia (Colección de tesis de Haller, loe cit., p. 306). y>\. pesar de los importantes trabajos que acabamos de referir, solo consagró Mérat (Traitede la colique mctallique; Paris, 1812) al- gunas líneas al estudio de los fenómenos sa- turninos que se agregan con tanta frecuencia á los síntomas del cólico de plomo. Apenas in- dica la artralgia, la ictericia, las convulsio- nes, la epilepsia y la amaurosis, hablando solo de ellas como complicaciones raras, como epifenómenos, que cesan á los primeros esfuer- zos de un tratamiento metódico (obr. cít.,p. 48, 49, 78, 79 ). Considera la parálisis como una terminación del cólico, «muy rara, y tal vez sin ejemplo si se ha empleado á tiempo el tra- tamiento conveniente» (p. 73). «La parálisis, dice Merat, afecta casi esclu- sivamente los miembros superiores : ignoro que haya un solo ejemplo en que ocupase las estremidades inferiores, y no he podido en- contrar en los autores hecho alguno que con- tradiga esta aserción» (p. 74). Trabajo cuesta comprender, cómo ha podido decirse esto des- pués de las precisas y esaclas palabras de De Haen, Astruc, etc. «De unos veinte años á esta parte es cuan- do se han estudiado las diversas formas de la intoxicación saturnina aisladamente y con el cuidado que pudiera desearse. «Andral hace una escelente descripción de la artralgia y de la parálisis saturninas (Cli- nique méd., t. II). Las lesiones de la motilidad y sensibilidad se han estudiado posteriormen- te por Tanquerel (Essai sur la paralysie de plomb ou saturnine; thes. de Paris, 1834.— Mem. sur Taneslhesie salumint en TEsperien- ce, núm. 9; 1838), y Duplay (De Tamaurose suite de la colique de plomb, en los Arch. gen. de méd., t. V, p. 5; 1834). »Montanceix en 1828 (du Traitement de la colique mctallique par Talun, en Arch. gen. de méd., t. XV11I, p. 370; 1828), y Corbin en 1830 (Recherches sur la colique de plomb, en laG'as. méd., p.288; 1830), publicaron mu- chas observaciones de cólico de plomo compli- cado con accidentes cerebrales, pero sin fijar su atención en estos últimos. En 1836 estudia- ron la encefalopatía saturnina de un modo muy satisfactorio: Tanquerel (Journ. hebd. núm. de octubre, 1836), Grisolle (Mem. sur quelques-uns des accidents cerebraux produits par les preparalions saturnines, en Journ. hebd., t. IV, p. 309; 1836), y Nivet (Mem. pour servir á Thistoire du delire, des convul- sions et de Tepilepsie determines par le ptomb et ses preparalions, en la Gaz. méd., p. 753; 1836; p. 17 y 97; 1837), los cuales publica- ron casi á un mismo tiempo los escelentes tra- bajos que hemos citado ya muchas veces. La epilepsia saturnina ha sido objeto de algunas memorias especíales que dejamos indicadas en otro lugar(v. Epilepsia entre las enfermedad des del cerebro). «En 1839 dió á luz Tanquerel una obra, que hemos consultado incesantemente para redac- tar nuestro artículo, y en la que reúne á in- vestigacianes bibliográficas muy completas, los resultados obtenidos por éi mismo de la ob- servación de un considerable número de he- chos. Aprovechándose el autor de los trabajos de sus antecesores y de su propia esperiencia, hace la descripción mas circunstanciada que pueda desearse de todas las formas de la in- toxicación saturnina. El capítulo que consagra al cólico está enriquecido en la parte sinto- raatológica y etiológica, con cuadros esta- dísticos muy interesantes. Estudia la parálisis con sumo cuidado, hasta en los diversos mús- culos que puede ocupar aisladamente, y el ar- tículo en que trata de la anestesia es entera- mente original. «No dejaremos sin embargo de poner algu- nos reparos al autor del Traite des maladies de plomb. Quisiéramos nosotros encontrar en su libro un estudio mas general y sintético de la intoxicación saturnina, y que resaltasen mas las íntimas conexiones que unen entre sí los diferentes órdenes de fenómenos morbosos, producidos por una misma causa, cual es la introducción del plomo en la economía. Guia- do Tanquerel por el propósito de estudiar el cólico, la parálisis, la encefalopatía, etc., co- mo otras tantas enfermedades distintas, se ha estendido demasiado, incurriendo en repeticio- nes inútiles y á veces molestas. Mucho hubie- ra ganado su obra, si no fuera tan larga, v pre- sentase una descripción mas estricta.y filosó- fica de las materias y un estilo mas correcto. «A pesar de todo, la obra de Tanquerel ha hecho un servicio notable á la ciencia y á lá humanidad ; pues ha enriquecido la primera' con un tratado completo sobre una de las afec- ciones mas interesantes de la patologia inter- na, y merecido bien de la segunda, llamando la atención de la autoridad hacia los estable- cimientos donde se fabrican las composiciones de plomo, y esponiendo con el mayor deteni- miento los medios profilácticos convenientes para preservar á una clase numerosa de tra- bajadores de los funestos efectos de este metal. »La intoxicación saturnina no se ha estu- diado.cual corresponde en los diversos trata- dos dé patologia ni en los diccionarios. «En el Diccionario de ciencias médicas y en el de medicina y cirugía prácticas, no se en- cuentran mas que artículos muy incompletos. Aunque el del Diccionario de medicina relati- vo al cólico de plomo se escribió en 1834, no hace mérito de la artralgia , del delirio ni del coma, y solo consagra algunas líneas á la pa- 420 btl EROOT1SMO. rálisis, tomadas de la tesis de Tanquerel. Sus autores ofrecen raas pormenores en el artícu- lo Plomo, pero se olvidaron sin duda de im- primirlo : tampoco se encuentra en este dic- cionario la intoxicación saturnina.» (Monneret v Fleury, Compendium de médecine pratique, t. Vil, p. 1, 28). ARTICULO III. Enfermedades producidas por el cornezuelo de centeno. «Llámase ergotismo el conjunto de síntomas producidos por el uso del centeno de corne- zuelo , empleado como sustancia alimenti- cia (1). «Sinonimia.—Gangrena seca de las estremi- dades ; fuego sagrado ; fuego de San Antonio; mal' ardiente; fuego de San Marcelo; convul- sión cereal; ratania.—Ignis plaga, ignissacer, ustilago, raphania de los latinos. «Definición.—El ergotismo es una enferrae- dad ocasionada por la ingestión del centeno de cornezuelo, es decir, de la harina de cen- teno mezclada con una cantidad mas ó menos considerable de cornezuelo y usada como sus- tancia alimenticia. Ora se caracteriza por con- vulsiones tónicas de los miembros y otros ac- cidentes nerviosos (ergotismo convulsivo); ora por la gangrena seca ó húmeda de estos mis- mos miembros (ergotismo gangrenoso, agan- grena de la Sologne). «Divisiones.—Habiendo observado en algu- nos casos los autores que se han ocupado de esta terrible enferraedad, espasmos, convulsio- nes y fenómenos cerebrales, y en otros la gan- grena de uno ó varios miembros , han descrito separadamente un ergotismo convulsivo, y olro que han llamado gangrenoso. Por nuestra par- te los consideramos con* la mayor parte de los autores como dos afecciones diferentes. «Anatomia patológica.—Schneider observó que después de la muerte salia sangre por na- rices y boca, y que era rauy fluida (Miscell. Lipsice, etc., t. V, p. 133). En muchos casos presentaba el corazón una flacidez notable, y estaban vacíos los ventrículos y la aorta, y aun habia individuos cuyos vasos sanguíneos pa- recían conducir únicamente bilis, es decir, una sangre alterada y muy descompuesta (Mu- 11er, De morbo epidémico spasmodico-convul- sivo contagii experte, en 4.°; Francfort, 1742; y en Disputationesad morbor., de Haller). Las visceras presentaban lesiones no menos nota- bles ; existían inflamaciones y diversos infar- tos pulmonales, flegmasías de las visceras, del hígado, del bazo, del estómago y de los inles- (1) Aunque esla palabra es de origen francés, no hemos hallado olra mas castellana que pueda remplazaría espresando con concisión la misma idea (Los traductores). tinos (Muller). Schebcr dice que cstoban fla- cidos y enlaciados los músculos y las wsce- ras, contraído el esiomago y con un poco Ue serosidad, los intestinos distendidos por gases y el epiplon y el hígado putrefactos. Algu- nos autores suponen que esle último órgano y los conductos biliario* eslaban infartados de bilis. «Las mismas lesiones se encontraron en los animales en quienes hizo sus esperimentos Read; los cuales prcsenlarou distendidas y abultadas las visceras del bajo vientre, y una mancha gangrenosa en el hígado de una pul- gada de diámetro (Traite du seigle ergoté, p. 50, en 12.% 1774, 2.a edic.; Metz.). Sa- lomo y Tessier, que han hecho también es- perimentos de este género, observaron prin- cipalmente inflamaciones y gangrenas de las visceras (Mémoire sur les maladies que caime le seigle ergoté; en Mém. de TAcad. roy. des se, t. II, p. 155, 1755, en 4.°). Tessier cree, que si los. autores que han escrito acerca de esta afección no han hablado siempre de le- siones viscerales, es sin duda poique no han practicado autopsias (Mém. sur les effets du seigle ergoté; en Mém. de TAcad roy. de méd., p. 614, año 1777—1778). »Los desórdenes de que acabamos de hablar se presentan igualmente en los individuos que sucumben al ergotismo convulsivo y al gan- grenoso. Las diferencias que se han querido establecer enlre estas dos enfermedades, nos parecen fundadas hasta cierto punto bajo el aspecto de la sintomatologia; pero no bajo el de las alteraciones patológicas, que son ideá- ticas en uno v otro caso. »A pesar del gran número de trabajos pu- blicados sobre esla materia y de loa esperi- mentos practicados por Read , Tessier, Salerno y otros, todavía no es posible dar una descrip- ción satisfactoria de las alteraciones propias del ergotismo. En los escritos que tenemos á la vista, y que no dejan de ser numerosos, solo hemos hallado relaciones incompletas, aue no bastan para fijar la naturaleza y verdadero asiento de la enfermedad. El estado de los va- sos, su permeabilidad ó su obliteración, su estado flegmásico, que tan importante hubiera sido comprobar, como también los desórdenes que pueden ofrecer la mucosa gastro-intesti- nal, los pulmones, y sobre todo el sistema nervioso, etc., ó se han pasado en silencio, ó solo han merecido un examen muy superficial. En cuauto á las lesiones que residen en'los miembros gangrenados, son algo mas conoci- das , y las indicaremos al hablar de los sín- tomas* bSíntomas.—A. Ergotismo convulsivo.—En- fermedad convulsiva epidémica de los alemanes ?' suecos; raphania, de Liunco; convulsio cercá- is ; convulsio ab uslilagine, de Wepfer; mor bus convulsivus suevicus, de Sauvages. »La enferraedad empieza por varios acci- dentes generales, como quebrantamiento de DEL ERGOTISMO. 421 Iqs miembros, cansancio, ensueños espanto- sos que hacen despertar sobresaltado al enfer- mo, y agitación continua. Manifiéstase á poco una sensación incómoda, acompañada de hor- migueo y calambres en las estremidades infe- riores, y de algunos síntomas cerebrales, como cefalalgia gravativa y melancolía. Este pe- ríodo de la enfermedad dura de uno á tres septenarios. «En el segundo periodo se aumentan y pro- pagan á lodo el cuerpo los dolores de las es- tremidades, y sienten los enferraos un calor ardiente en los pies, que les hace dar gritos de desesperación. A poco tiempo son atacados de convulsiones tos miembros superiores é in- feriores, doblándose con tanta violencia los dedos de las manos y de los pies, que cuesta trabajo estenderlos, y parecen luxadas las ar- ticulaciones (Scrine). Se dobla la pierna so- bre el muslo y este sobre la pelvis; de modo que los talones vienen á aplicarse con fuerza á las nalgas, notándose la misma flexión en las muñecas, en el antebrazo y en el brazo, en términos de estar las manos casi en contacto con los hombros. Al principio se hallan agita- dos todos los miembros de movimientos con- vulsivos horribles, permaneciendo muy con- traidos en Jos intervalos. También va acom- pañada esta afección de convulsiones en los músculos del tronco: unas veces se dobla el cuerpo hacia atrás (opistotonos); otras se cierran enérgicamente las mandíbulas (tris- mo ); otras sale por la boca una espuma san- guinolenta, y están agitados de convulsiones los inúsculosdcl rostro y los ojos de estra- bismo. Scrine ha visto á menudo desgarrada la lengua por la violencia de las convulsiones, con otros síntomas enteramente epileptifor- mes. Las convulsiones clónicas se han presen- tado al principio de la afección , remplazán- dolas después las#tónicas , aunque no siempre se ha notado esta* regularidad en la sucesión de los fenómenos convulsivos. «No han sido menores los desórdenes obser- vados en los órganos de los sentidos : dolor de cabeza, cefalalgia, vértigos, delirio furioso, con gritos , vociferaciones, gemidos y ahulli- dos, pérdida de la memoria y de la inteligen- cia, manía, melancolía profunda, estado de estupor ó de coma, vista perturbada ó abolida y convulsiones horribjes de la cara. El pulso, según la mayor parte de los autores, está na- "tural; muchas veces siguen Comiendo los en- fermos con el mismo apetito, y digieren per- fectamente ; pero otras existe una cardialgía violenta, acompañada de náuseas, vóraitosde materias biliosas, cólicos, diarrea con eva- cuaciones de materiales líquidos, amarillen- tos y de un olor muy fétido; á veces emisión involuntaria de la orina y las cámaras; frió glacial en las estremidades, al paso que siente el enfermo un fuego interior que le devora, y sudores frios. «En el tercer período, y cuando la enfer- medad termina por la curación, cesan las con- vulsiones ; pero suelen quedar temblor de las manos, debilidad en la vista y fenómenos epi- leptiformes , que se reproducen por interva- los : á veces trae en pos de sí esta enferme- dad una rigidez muscular y cierta especie de impotencia en los movimientos de los miem- bros. «El curso del ergotismo crónico se parece al de las neurosis; la convulsión, el dolor de las estremidades y los demás fenómenos nerviosos, afectan una forma paroxística, por lo menos al principio de la enfermedad, y se han visto convulsiones que se reproducían periódica- mente todos los años. En el momento de los paroxismos se contraen los miembros con suma energia, y en seguida esperímentan movi- mientos repentinos, acompañados de dolores violentos, los cuales cesan á poco tiempo, para volver á presentarse con mas intensión y fre- cuencia si el mal va empeorándose, hasta que al fin son remplazados por las convulsiones tónicas; de modo que, si al principio da lugar el ergotismo á síntomas epileptiformes, mas tarde se ven aparecer las convulsiones tónicas ó generales del télanos. El período de colap- so, caracterizado por la parálisis, la pérdida ó la disminución de las facultades sensitivas é intelectuales y la debilitación ó anonadamiento de las fuerzas musculares, pone fin á esta se- rie de padecimientos. El primer período puede durar de siete á veinte y un dias; pero la en- fermedad , considerada en su conjunto, per- siste cuatro, ocho, y aun doce semanas. Los síntomas característicos del ergotismo convul- sivo son el espasmo clónico ó tónico de los miembros, y los desórdenes de las funciones sensitivas é intelectuales;' asi es que los au- tores han separado cuidadosamente esta espe- cie, de aquella cuyo síntoma mas constante es la gangrena seca* ó húmeda. Pasemos ahora al estudio de esla forma de ergotismo, para establecer en seguida las diferencias que exis- ten entre ella y la anterior. »R. Ergotismo gangrenoso.—Gangrena de la Sologne.—Los autores dividen los síntomas de la enfermedad en cuatro períodos, que va- mos á indicar brevemente, advirtiendo al lec- tor que son muy variables. Abaen la escena una desazón, una sensación de quebranta- miento en los miembros, un abatimiento ge- neral , un sueño agitado, interrumpido por ensueños espantosos, y una ansiedad conti- nua. En seguida esperimenta el enfermo do- lores vagos en las espaldas y en Jas piernas, movimientos involuntarios y contracciones es- pasmódicas en estas partes', y á veces dolores agudos, calambres ó un calor intenso, aun- que momentáneo. El pulso suele permanecer enteramente natural ó acelerarse un poco; per- siste el apetito; el vientre está tenso y en oca- siones dolorido, pero libre; las orinas son abundantes, amarillas y claras: tal.es el pri- mer período de la enfermedad. 422 DEL KnCOTISMO. »Ln el secundo se agravan los síntomas que acabamos de describí;'; están los miembros entorpecidos y atacados de convulsiones; cuan- do amenaza la gangrena, se hacen asiento de dolores agudísimos, que arranean gritos al en- fermo : en este caso se acelera el pulso y se presentan sudores en la cara, en la cabeza y en el epigastrio. Algunos enfermos esperímen- tan una sensación de frió tan intensa en los pies y en las manos, que no basta á moderarla el calor del fuego. En algunos casos sobre- viene una rubicundezerisipelatosa en los miem- bros. El pulso se concentra, debilita y se hace miserable; el apetito se sostiene, y sin em- bargo está el vientre hinchado y se digieren mal los alimentos. La sangre obtenida por la sangria es sumamente espesa , y se cubre de costra. No puede lijarse con exactitud la du- ración de este período. »E1 tercero se anuncia por la cesación re- pentína.del dolor de los pies y de las manos, en cuyas partes siente el enfermo un frió gla- cial, y no tarda en estinguirse el sentimiento y el movimiento. El dolor se comunica sucesi- vamente desde la mano al antebrazo, y del antebrazo al brazo, siguiendo el mismo curso en los miembros inferiores cuando son ellos los que padecen. El miembro atacado toma un color lívido; se arruga esteriormente como sí le hubiesen empapado en agua de nieve; dis- minuye de volumen, y se va poniendo cada vez mas seco y marchito. Sobreviene ademas en lo restante del cuerpo una palidez gene- ral, que llega hasta el color amarillo, y se estiende á la conjuntiva; desciende la tem- peratura, y el pulso es débil y apenas percep- tible. Cuando la parte enferma debe recobrar la vida, sienten en ella los pacientes un hor- migueo incómodo; renace el calor; se reanima el pulso, y vuelve á adquirir el rostro su co- lor natural. «En el cuarto período se observan todos los signos de una gangrena confirmada; los miem- bros afectos se ponen negros y secos como la carne ahumada, y parecen privados de vida. Esta gangrena puede ir ó no precedida de la coloración erisipelatosa y lívida de que hemos hablado. En algunos enfermos sobrevienen flic- tenas, llenas de una serosidad amarilla ó san- guinolenta; el pulso continúa imperceptible, y la debilidad es estraordinaria. Frecuentemente viene la naturaleza en auxilio del paciente, se- parando las partes muertas de las vivas, y en- tonces se establece una especie de cinta mas ó menos ancha, de un color rojo é inflamatorio,' que circunscriba al miembro, é indica el lu- gar donde debe efectuarse la separación de la escara. Ihy casos en que la gangrena no pasa déla rodilla, y queda limitada á los pies y á las minos; peroenmachasepideraias de ergo- tismo se la fia visto comprender todo un miem- bro. Salerne refiere muchos ejemplos de este género. «Hubo, dice, ua niño de diez años, en quiea se separaron por su articulación los dos muslos sin que sobreviniese hemorragia: un heruwno suvo de edad de catorce años per- dió la pierna y el muslo de un lado y la pier» na del otro.» " «Esla gangrena, continúa Sáleme, ataca mas comunmente las estremidudes inferiores que las superiores; pero aunque aparezcan sanas las manos, no dejan de ofrecer algún entor- pecimiento. Tenemos en la actualidad en el Hótel-Dicu de Orleans veinte y cuatro enfer- mos afectados de gangrena» (Mém. sur les ma- ladies que cause le seigle erqoté; en Mémoires de TAcad. des sciences , t. ll , p. 158 y sig.). Cuando debe efectuarse la separación de las escaras, se observa la línea roja de que hemos hablado, y no torda en establecerse la supu- ración en este punto. Se desprenden las falan- ges al nivel de las articulaciones ó en su con- tinuidad, y lo mismo sucede en las demás partes del miembro. En el último de estos ca- sos se verifica la separación oblicuamente ó en declive. En ocasiones queda sujeto el miembro por algunos tendones, mas difíciles de romper que las demás partes (Salerne, p. 159). La se- paración se efectúa constantemente sin hemor- ragia, la cual no es tampoco de temer ni aun en los casos de amputación, á causa sin duda de la coagulación de la sangre ó del estado gangrenoso de los vasos sanguíneos (Bech. sur le feu Saint-Antoine, por Jussieu, Paulet, Saillant y Tessier; en Mém. de TAcad. roy.' des sciences, p. 298, año 1776). «No siempre es seca la gangrena que se ob- serva en los enfermos, pues á veces se hincha la parte gangrenada , cubriéndose do flictenas que dejan fluir una serosidad amarillenta, y se reblandecen las carnes en todo el espesor del miembro hasta el hueso, exhalando un olor fé- tido y de podredumbre. «Estaban las piernas tan esfaceladas y disecadas por la podredum- bre, dice un médico de Orleans, que creímos nos iba á sofocar el olor fétido que exhalaban. Puede asegurarse que no hay espectáculo mas horrible, y que dejar perecer sin socorro á uno de estos enfermos es renovar en cierto modo el suplicio que hacia sufrir Mczancío , de quien dice Virgilio: Junjere mortua vivís corpora. Algunos dias antes se habia cortado una pier- na que estaba llena de gusanos» (Read, traite du seigle ergoté, p. 72). «El ergotismo gangrenoso no tiene un curso regular, y recorre sus períodos con mas ó me- nos lentitud, según que termina por la muerte ó por la curación. En el primer caso.se va esten- diendo poco á poco la gangrena hasta el tronco, y es inevitable el éxito fatal. Entonces se debi- lita cada vez mas el pulso, y se hunden los ojos; se ponen lívidas y heladas las narices y todo el rostro; la postración hace progresos cada dia, y se estingue el enfermo en un es- tado de subdelirio ó de coma, precedido de deliquios, señales precursoras de la muerto. Algunos, sugetos, después de haber esperi-- j mentado todos los síntomas del tercer período, DEL ERGOTISMO. 423 especialmente el frío y el entorpecimiento de las extremidades, se restablecen sin que se ma- nifieste la gangrena. Entonces se reanima el pulso; siente el enfermo un hormigueo de buen agüero, porque anuncia la restitución de la vida; vuelve á presentarse el calor, y se reco- bra la sal^d'sin nuevos accidentes. Cuando se efectúa la separación de las partes mortificadas, y tiene*la economía bastantes fuerzas para re- sistir á la abundancia de la supuración, termi- na felizmente la enfermedad; pero si el indi- viduó se halla cstenuadoporlossufrimientes, y es demasiado considerable la secreción del pus, no tarda en sobrevenir la muerte, precedida i de todos los síntomas de la fiebre héctica, ó ' de accidentes de reabsorción. Aun cuando los individuos afeitados de esta cruel enferrae- dad salgan bien de los peligros que hemos es- presado, no pueden menos de arrastrar una existencia penosa; unos con grandes mutila- ciones, otros con los miembros atrofiados y desfigurados por horribles cicatrices, y otros, en fin , paralíticos ó marasmódicos, etc. «El ergotismo es una de las afecciones mas mortíferas que pueden atacar al hombre. Glo- ckensgisscr refiere, que en la epidemia que asoló los alrededores de Berlin en 1723, de ciento, cincuenta personas atacadas murieron cuarenta ocho (act. de méd. de Berlin). «Especies y variedades.—Para dar una ¡dea completa de la enfermedad, que ofrece según los casos mucha diversidad en sus síntomas, varaos á reproducir aqui la historia de algunas epidemias de ergotismo. Langius, que obser- vó esta afección gangrenosa en Lucerna y sus alrededores en 1709 y 1716, dice que el mal no ¡ba precedido de fiebre ni de calor, sino solo de laxitud; que los miembros se ponían fríos, pálidos y arrugados, como si se hubie- sen macerado en agua caliente, y que no tar- daba en.manifestarse la parálisis de la sensi- bilidad con disminución de los movimientos y dolor agudo, que se aumentaba con el calor de la cama ó de la atmósfera. Este dolor princi- piaba en las estremidades, y subia poco á po- co por el miembro, continuando hasta la cai- da déla escara, que se verificaba sin nuevos padecimientos y casi sin conciencia del enfer- mo. Por lo demás, no habia en todo el curso de la enfermedad ninguna lesión de las fun- ciones de los restantes órganos del cuerpo, no- tándose apenas un ligero movimiento febril en la exacerbación de los dolores, sudores en la cabeza .y en el pecho, sueño laborioso,. insomnio y agitación. La duración de esta en- fermedad, que era un ergotismo gangrenoso, fue de dos mesos y medio (año 1709). (Carol. Nic. Langii Pililos* et méd., Acad. Leop. Ca- rol. socíej. rcg. Prus. Lucernensis, ele, Dea- criptio morborum ex nsu clavoruvi secalinorum, Campaníir; Lucerna, en8.°; 1717). «Noel, cirujano del Hótel-Dieu de Orleans, dice que la gangrena que atacó en aquella po* blacion á mas de cincuenta personas, comen- zaba siempre por los dedos gruesos de los pies , y continuaba mas ó menos hasta lo alto del muslo: solo un enfermo la tuvo en una mano. La gangrena se limitaba naturalmente y sin ningún remedio, aunque en algunos ca- sos se favorecía esta terminación con escarifi- caciones y tópicos. «Lo mas raro es, dice es- te autor/que la enfermedad no atacaba á las mugeres, á escepcion de alguna que otra niña» (Histoire de TAcadémie des sciences, año 1710). «En el año 1716 se vio aparecer una epide- mia muy mortífera de ergotismo, que asoló la Lusacia, la Sajonia, la Suecia, y todo el país de Friburgo (1702). Esta enfermedad, descrita con mucho talento por Schraieder, era un er- gotismo convulsivo. Esperimentaban primero los enfermos un frió, comparable al que pro- duciría en el cuerpo una aspersión de agua helada. A esta sensación seguía inmediata- mente un calor acre, acompañado de desazón, palpitaciones, una especie de embriaguez en algunos individuos, uelirio frenético, insom- nio, ó un estado comatoso. También se ob- servaba pesadez de cabeza, aspecto alelado, dificultad en los movimientos de la lengua, entorpecimiento de las manos y de los pies, hinchazón general, dolores atroces, espasmos y convulsiones, que se confundían con la epi- lepsia. El único síntoma que permitía distin- guir estas dos enfermedades, era la integridad de la inteligencia. Los dolores que sufrían los enfermos en los miembros se asemejaban á los que produciría un violento esfuerzo para ar- rancarlos de sus articulaciones. No eran con- tinuos, sino intermitentes, y en ocasiones de- jaban intervalos de dos ó tres dias, durante les cuales estaba el enfermo en aptitud de tra- bajar. Se notaban asimismo movimientos con- vulsivos en la boca y los labios, y muchos en- fermos presentaron flictenas llenas de serosi- dad acre y erupciones de varias clases: algu- nos sentían un movimiento undulatorio debajo de la piel y en los músculos. «La afección se presentaba en forma de pa- roxismo. Una vez terminado el acceso, comían muchos enterróos con un apetito devorador; otros caianen una especie de letargo, del cual salían lánguidos, atontados y como embriaga- dos; algunos conservaban cierto tiempo vérti- gos , zumbido de oidos, mareos, rigidez en los miembros, y suma debilidad. Generalmente eran nocivas las sangrias, y solo fueron útiles los antiespasmódicos y los tónicos. Los cadá- veres- presentaban las lesiones de que hemos hablado al ocuparnos de la anatomía patoló- gica. «El ergotismo que acabamos de describir, ofrece diferencias demasiado esenciales y nu- merosas, para que no deba considerarse como una afcecion muy diferente del ergotismo gan- grenoso. «Mulcaílle, á quien debemos una descrip- ción del ergotismo que asoló á la Solognc 42C BKL ERGOTISMO. en 1747, cuenta que la enfermelad se anun- ciaba por laxitudes en las estremidades inferio- res , seguidas al poco tiempo de lividez, y que perecieron mas de sesenta personas. Habiéndo- se infestado los alrededores de Orleans, de ciento veinte enfermos solo escaparon cuatro ó cinco. Mas como esla enfermedad no ofreció ningún síntoma que no hayamos enumerado, nos limitaremos á esta indicación (Memoires de TAcademie des sciences, año 1748). »Bouchet,deLila, ha dejado una historia rauy circunstanciada de la epidemia de ergotismo, que se presentó en los alrededores de aquella ciudad y en el Arlois, en 1749. Empezaba la enfermedad determinando contracciones es- pasraódícasde los brazos ó las piernas, y do- lores agudos en las manos y los pies, sin alte- ración en el color de la piel. Las convulsiones y el dolor se presentaban en forma de paroxis- mos, con remisiones mas ó menos largas, y caracterizaban el primer período del mal, que duraba de doce á veintiún dias. En todo este tiempo permanecían intactas las funciones di- gestivas. No tardaba mucho en sobrevenir un hormigueo incómodo, acompañado de entor- pecimiento en los miembros afectos, y de una sensación de frió glacial. Desde entonces dis- minuían la sensibilidad y el movimiento de los miembros, ó quedaban enteramente abolidos; se presentaba pálida, fria y arrugada la piel, y atrofiada la parte afecto.* Este segundo pe- ríodo duraba cerca de diez dias, y podia no ir precedido del primero* El tercero estaba ca- racterizado por la lividez, ó el color encarnado subido del miembro, seguido de un tinte ne- gruzco de la piel, ó de flictenas llenas de se- rosidad, al través de las cuales se veia la gan- grena subyacente. En esta época de la enfer- medad estaba el pulso imperceptible, los ojos empañados y hundidos, y el rostro arrugado, hasta el punto de dar el aspecto de la vejez a personas rauy jóvenes; era suma la postración, y por último, sobrevenían síncopes, y una gangrena, limitada ó invasora, de las estremi- dades inferiores. «Couvet, médico de Bethune, ha dado una relación de esta epfderaia, que en nada difiere de la que acabamos de tomar de Bouchet (ob- serv. de méd. de Raulin, p. 320). «Ya hemos mencionado las descripciones que se deben á Salerno, Read, de Jussieu, Paulin, Saillant, y Tessier, las cuales nos han servido para formar el cuadro de esta te- mible afección. «Divr.vósrico.—Ergotismo convulsivo. —Bien se echa de ver por la esposicion de los fenóme- nos morbosos que se han manifestado en las diversase¡)idemias,qi i existen diferencias esen- cial ;s entre el ergotisno convulsivo y el gan- greaisi.E.i la primara afección no hay gangre- na, suri cmvulsioties violentas, dolores into- lerables, seasaciotí di ua fue^o devorador, ó de ui frío raiyinteiso, presentándose estos sntonis pir ac:esas, y acompañados de ano- rexia, náuseas, vómitos, contracción csccsiva de los miembros, é imposibilidad deestemler- los. Después de muchos accesos termina la en- fermedad por sudores y diarrea, quedando to- davía algunas semanas vértigos, zumbidos de oídos, sordera, oscurecimiento de la vista, accidentes epileptiformes, parálisis, movimien- tos ó contracturas, idiotismo ó demencia; sín- tomas que revelan una neurosis general, y que son enteramente distintos de los del ergotismo gangrenoso. «Ergotismo gangrenoso.— Falta cotripleta ó poca intensión de los fenómenos convulsivos; gangrena de las estremidades, precedida ó no de rubicundez lívida de la piel y de flictenas, y acompañada de frió ó calor, y de dolores intolerables; obliteración de'los vasos; pulso casi natural, y que se debilita á proporción que progresa el mal; digestiones poco menos que normales; diarrea al aproximarse la muer- te , y ausencia de los síntomas cerebrales que hemos notado en el ergotismo convulsivo. Los sabios autores de la memoria sobre el fuego de San Antonio (mem. de TAcad. roy. de méd.) ad- miten dos variedades de ergotismo gangreno- so: en la una se observa hinchazón de las es- tremidades, sobre todo de las inferiores, con rubicundez de la piel y flictenas, disolución pútrida y completa de las partes, cuya caída ya acompañada de hemorragia; la otra principia igualmente por un estado doloroso, con lividez de la piel y de las partes afectas, que se depri- men , se desecan, se arrugan, disminuyen de volumen, se ennegrecen y acaban por des- prenderse enteramente del cuerpo en las arti- culaciones ó en cualquier otra parte, sin diso- lución fétida ó pútrida, y casi siempre sin he- morragia (mera, cit., p. 294). «Examinando con atención el cuadro de sín- tomas y los varios accidentes que se manifies- tan en las dos especies de ergotismo, no puede admitirse con Roche, que sean dos grados de una misma enferraedad , uno agudo y otro cró- nico (ergot. gangren.) (art. EROonsMEdel Dic- tion. de méd. et de chir. prat., p. 467). Discu- tiremos esta opinión cuando se trate de la na- turaleza y asiento de la enfermedad. «Baphania.—Linneoatribuyó la enfermedad convulsiva (ergotismo convulsivo), que asoló la Ostrogotia, el Smaland y Blekingen (Sue- cia), en 1746 y 1747, á la acción tóxica del rábano silvestre (raphanus raphanistrum), cu- yas semillas se habian mezclado con la cebada que servia de alimento á la mayor parte de los enfermos. Para demostrar la verdad de su aserto, hizo este autor varios esperimeutos, y entre ellos el de alimentar con el raphanistrum una gallina de Indias y un pavo real ,*que mu- rieron acometidos de convulsiones (Amamitates Academ., t. VI, p. 430). Está opinión fué adop- tada también por Hieck (act. Academ. Snec, año 1771), y combatida por varios médicos suecos, y especialmente por Mífg. Andera Wahlín, quien demostró que el rábanosilves- DEL EllGOTISMO. m tre no ocasiona daño alguno á los hombres ni á los animales; añadiendo, que en su concep- to podían los insectos que acompañan á ciertas alteraciones de los granos, haber contribuido á desarrollar el mal (Seltenheiten, etc., es de- cir, Rarezas de la naturaleza y de la economía rural, en 8.°, Leíps., 1753, t. I, p. 290, en Sprengel, Hist. de la médec., t. V, p. 560). La mayor parte de los autores que escribieron en aquella época están conformes en notar, que los granos se hallaban atizonados, y que la en- fermedad se observaba con mas frecuencia en las comarcas altas ó estériles, que en las lla- nuras. Juan Tauht* (Die Geschichte, etc., His- toria de la convulsión cereal, en 8.°, Gsctting.,: 1782; en Sprengel, loe cit.) describe la con- vulsión cereal como una enfermedad distinta del ergotismo gangrenoso; la supone produ- cida por los insectos, y la mala calidad délas harinas, y observa qoe no sobreviene la gan- grena sino cuando ha llegado la afección á su mas alto grado. Otros médicos, como Zimer- mann (Traite de Texperience, t. IV, p. 413), y Tissot (OEuvres completes, t. VI, p. 171), reu- nieron en una sola enfermedad la convulsión cereal y el ergotismo, como producidas por una misma causa. En los esperimentos hechos por Tessier y Read sobre la acción del corne- zuelo, solo figuran entre los síntomas que so- brevinieron en los animales, los que pertene- cen á la gangrena, y no los del ergotismo con- vulsivo. De aqui debe deducirse, que estas dos enfermedades reconocen causas diferentes. ¿Pe- rose deberá atribuir la afección convulsiva al raphanus como pretenden Linneo y otros au- tores? Se mi raraente que no, puesto que se ha averiguado que no puede el rábano silvestre producir tales efectos. Quedamos pues en du- da, y sin saber si proceden de la caries, del ti- zón^ ó de alguna otra alteración de los ce- reales. «Gangrena sintomática.—No creemos que pueda confundirse la gangrena que acabamos de describir, con la que depende de los progre- sos de la edad (gangrena senil) y déla arteri- tis: la investigación de la causa y la diferen- cia de los síntomas, hacen imposiole todo error en esta parte. Lo mismo decimos del carbunco y de las gangrenas parciales, sintomáticas de la peste y de las fiebres graves pestilenciales. «Mal ardiente, y fuego de San Antonio.— Mayores dificultades ofrece distinguir el ergo- tismo de la enferraedad llamada por los anti- guos mal ardiente, ó fuego de San Antonio; Íero las investigaciones hechas por Tessier, ussieu, Sailtont y Paulet (mem. cit.) son un monumento notable de erudición, que no deja ninguna duda en esta parte. Iten demostrado estos autores, que el fuego de San Antonio es una enfermedad crónica que acaba por gan- grenar y secar los miembros que ataca, y que se halla separado por caracteres esenciales del mal ardiente, enfermedad sumamente aguda, cuva terminación no presenta nunca lal fenó- TOMO IX. racno; que el citado fuego de San Antonio no es otra cosa que el ergotismo gangrenoso; que debe atribuirse al centeno con cornezuelo, v que el mal ardiente, que corresponde á la en- fermedad llamada por los autores del sigloXIV pestis inguinaria, inguinalis, peste que ataca las ingles, v cuvos síntomas principales eran carbuncos, exantemas, manchas petequiales, v bubones , se distingue fácilmente del ergo- tismo (Mem.de la societé royale de médecine, p. 270 v siguientes). hAcrodinia.—En nuestro artículo relativo á esta enfermedad (véase Acrodinia) se encuen- tran minuciosamentedescritas las relaciones que existen entre ella y el ergotismo, con arreglo á las indicaciones'hechas por Dezeimerís, De- fermon, Francois, Chardon, Dance, j Genest, cuyos trabajos" hemos analizado. Sin insistir en esía cuestión, recordaremos solamente que el ergotismo convulsivo, que es el que mas ana- logia ofrece con dicha afección (hormigueo, entorpecimiento de los pies y de las manos, que puede convertirse en parálisis, calambres con contracturas, y flictenas), se distingue de ella bajo mas de un aspecto. En el ergotismo son fuertes las convulsiones, y acaban por de- terminar la flexión del miembro; hay dolores agudos, que se reproducen por accesos como las convulsiones; es larga la duración del mal, v presentan la mayor gravedad los síntomas cerebrales, los cuaies jara vez se observan en la acrodinia. Los fenómenos de esla no tienen ni con mucho la intensión del ergotismo. En cuantoá la causa productora, no basta en rigor para separar estas dos enfermedades, pues no faltan autores que se inclinen á creer que la acrodinia puede depender de una alteración particular de los granos (Martin de Moussy, Essai historique sur les cereales, p. 53, cuad. en 8.°; Paris, 1839). Sin embargo, esta aser- ción carece de fundamento, porque no se ha hecho ningún análisis de las harinas, notán- dose solo que en tal ó cual año ha estado caro el pan, habiendo sido incompleta la cosecha en los años anteriores. Ya hemos hablado en el artículo destinado á la Acrodinia, de las di- ferencias que la separan de la pedionalgia; ahora añadiremos que en esta úllima hay do- lores agudos en la planta del pie; pero no se observan las convulsiones y los síntomas nerviosos, graves y generales, que hemos no- tado en el ergotismo (Santo Nicofetti: Memoria sóbrelas fiebres epidémicas de Mantua; Oza- nam, Traite des malad. epidemiques, t. IV, p. 242, 2.a edición). «Las convulsiones producidas por la intoxi- cación saturnina, por los alcaloides vegetales, por la estricnina, y especialmente por la bru- cina, *ó por el alcohol, difieren tan notable- mente del ergotismo por su forma y duración, v van acompañadas de tantos otros signos, que nos parece ocioso insistir en los caracteres di- ferenciales. «Etiología.—Para estudiar con éxito la cau- 54 456 DEL ERGOTISMO. sa del ergotismo, nos parece indispensable indicar en pocas palabras las diversas altera- ciones de los cereales. Unas consisten en la mezcla de semillas pertenecientes á plantas nocivas, que crecen con el trigo y se recocen al mismo tiempo, como son la cizaña (lolium temutentum), el rábano silvestre (raphanus, raphanistrum, crucif.), el melampiro (me- lampyrum árcense, Linn.), la neguilla, la araa- Eola, la espuela de caballero, el cardo, etc. >e estas semillas solo la cizaña puede causar algunos síntomas cerebrales (vértigos, cefa-í lalgia, zumbido de oidos, embriaguez); pues las demás, aunque alteran las cualidades del pan, no ejercen ninguna acción venenosa. «Otras alteraciones consisten en enferme- dades que destruyen el perispermo de los ce- reales, y aun algunas veces el fruto entero. Según De Caodolle, cuya opinión han adop- tado muchos naturalistas, dependen estas en- fermedades de hongos parásitos que nacen en los granos: l .«el cornezuelo (sclerotium cla- vus, D. C.) es un hongo que se adhiere al centeno, ahoga la semilla y se desenvuelve eu su lugar. Martinfield y otros autores suponen que es una enfermedad determinada por la picadura de una mosca, que deposita en el grano todavía tierno un licor irritante, que da origen á esa especie de producción análoga á la nuez de agallas; 2.° la caries (uredo ca- ries , D. C.) es otra especie de hongo, que so- lo ataca al trigo, y convierte el perispermo en un polvo negro y fétido: es menos venenosa 2ue el anterior , y rara vez afecta á los trigos el mediodía y á los barbudos; 3.° el tizón (carbo uredo de D. C.) es propio de todos los cereales, y se presenta bajo la forma de un Íiolvo negro que ataca los granos y aun los ta- los; 4.° el aruibh (rubigo) es una enferme- dad de las hojas y de los tallos de los cerea- les, en la cual admite De Candolle tres espe- cies: 1.° el verdadero añublo ( rubigo^vera), que ataca especialmente la cebada y el trigo; 2.° el uredo linear (uredo linearis), que se presenta en forma de líneas longitudinales en los tallos y semilías de los trigos crecidos; 3.ü la puccinia de las gramíneas (puccinia grarai- num). Estas enfermedades de los cereales al- teran singularmente las cualidades de las ha- rinas y son nocivas á la salud. Los esperimen- tos de Tessier, de Salerne y de Read, demues- tran la acción tóxica de los trigos cariados y atizonados, los cuales sin embargo, están le- jos de producir los efectos del cornezuelo de centeno. «En tercer lugar pueden los cereales alte- rarse por la humedad y por la fermentación, y ser devorados por insectos (palomilla, falsa tina, gorgojos), fistos últimos devoran toda la fécula y privan á la harina de sus cualidades nutritivas, ó por lo menos la hacen insuficien- te para una bueaa alimentación. «Teodoro Augusto Schleger trató de demos- trar por esperimentos hechos en animales, que el centeno de cornezuelo no es ton nocivo co- mo se habia creído K\'ersuche, etc., es decir, Ensayo sobre el centeno con cornezuelo, en 'i.>>; Cassel, 1770, \ Journ. encyclop., p. 20M; ju- nio, 1771); pero según Read son sus argu- mentos may poco convincentes ' Traite du sei- gle ergoté, p. 8 y sig.). Rod. Aug. Vogel adu- ce también varias razones contra los electos deletéreos del cornezuelo (Srhutz^chrift, etc., es decir. Apología del centeno con cornezuelo, en 8.°, Goetinga ; 1771). Eschenbach y Juan- Gottl. Leindensrost sostuvieron la misma doc- trina (Sprengel, ob. cit.). Model y Parinen- tier en Francia, aseguraron*que el cornezue- lo no habia podido producir las emdeinias gangrenosas que se le atribuyen (Model, Re- creations chimiques, t. II, p. 38 y sig.; l\ir- mentier, Addit. aux Recreal. chim. de Mo- del). Sin embarco, los esperimentos decisivog hechos por Salerne, por Read y por Tessier, no deben dejar ninguna duda sobre la acción tóxica del centeno de cornezuelo, é inducen á creer que su efecto mas comun es el ergotis- mo gangrenoso. Hé aquí las consecuencias que dedujo Tessier de sus esperimentos en los animales (Mem. sur les effets de seigle ergoté en Mem. de TAcad. roy. de méd., años 1777 y 1778, p. 587). «Tienen estos tal repugnancia al cornezue- lo, que se dejan morir de hambre antes que comerlo; pero no es tanta su aversión cuando se le mezcla con otras harinas. Los fenómenos observados en los animales, son idénticosá los que presentan los hombres atacados de ergotismo. No pasa mucho tiempo sin que se enfrien y gangrenen la cola, las orejas y loa pies de los cuadrúpedos y el pico de los pá- jaros; á un cerdo que había comido una gian eantidad de cornezuelo, se le cayó una oreja, al paso que en otros dos solo se observaron manchas lívidas. En algunos animales se ha- llaba limitada la gangrena por una línea en- carnada; uno perdió sucesivamente la estre- midad de la cola y un pie, estendiéndose la caries hasta los huesos. En los pájaros es el ! pico el que se afecta generalmente de gangre- ' na. Muchos aniraales se pusieron estúpidos, y esperimenta ron vértigos: la diarrea no se ma- nifestaba sino al fin, en cuya época habia progresado estraordinariamente el enflaque- cimiento. No se notó que adquiriera el vientre mayor volumen que de ordinario. «Los esperimentos que acabamos de referir están enteramente conformes con los de Saler- ne (mera, cit. enMmi.de TAcad. des scien., t. II, p. 156), y de Read (obr. cit., cap. II, p. 46), siendo de advertir que se tomaron to- das las precauciones para que fueran esactos y concluyentes. A nuestro entender son deci- sivos, y prueban á un mismo tiempo la ac- ción tóxica del cornezuelo, y la identidad de los síntomas que se manifiestan en los anima- tes y de los que se observan en el hombre. Si los demás esperiracntadores como Schle- DEL ERGOTISMO 4M ger, Model y Parmenlier, no han obtenido iguales resultados, es porque daban cantida- des demasiado mínimas de centeno con corne- zuelo. Se nos replicará tal vez que nunca se hallan mezcladas cantidades tan grandes de cornezuelo con las harinas de que se alimen- ta el hombre; pero esta diferencia solo pue- de influir en la intensión y rapidez con que se desarrollen los síntomas," mas no en su na- turaleza. También se ha pretendido que, el ti- zón, el añublo y las alteraciones producidas por los parásitos que hemos indicado, pueden determinar el ergotismo. Según Ozanam, esta opinión se halla confirmada por los hechos (obr. cit., p. 233); pero este es un punto de etiología dudoso todavía, y que exige nuevas investigaciones. «No es tan fácil averiguar la causa del er- gotismo convulsivo, que los alemanes miran como una afección enteramente diversa del gangrenoso. En los esperimentos hechos por los autores precedentes, no se presentó nin- guno de los síntomas de la enfermedad con- vulsiva; lo cual induce á creef que no reside su causa en el cornezuelo. Ya hemos dicho que Linneo la atribuía al raphanus, raphanistrum; fiero esta opinión se halla casi destruida por as observaciones ulteriores. Ozanam supone que la afección espasmódica depende de la acción de esta planto; que la cizaña ocasiona solo entorpecimientos, vértigos y embriaguez; que el cornezuelo provoca la gangrena, y que la mezcla de estas sustancias ha podido producir las epidemias, en que han aparecido simultá- neamente los síntomas propios de estas diver- sas afecciones. »E1 ergotismo parece ser una enfermedad puramente endémica, cuyo desarrollo favore- cen la humedad, y todas las causas que pro- Senden á alterar las cualidades de los granos. ace mas estragos en los paises pantanosos, en las estaciones húmedas y mal sanas, en tiempos de guerra ó de escasez, en que la necesidad obliga á los infelices á alimentarse con harinas de mala calidad. Dice Tessier en sus eruditas investigaciones sobre el corne- zuelo (Mem. de TAcad. roy. de méd., año 1776, p. 426), que aunque nada puede afirmarse de positivo sobre la verdadera causa inmediata de esta enfermedad de los granos, es de pre- sumir que favorezcan su desarrollo la aridez y humedad del suelo, y el estado en que se halla la tierra al desmontarla. La Sologne es uno de los paises de Francia en que se pre- senta mas frecuentemente el cornezuelo, y con especialidad los pueblos de Salbris, Mar- silly y otros situados en su centro. Sin em- bargo, no hay tal vez en Francia una sola comarca en que no se haya observado esta enfermedad, que ha hecho estragos conside- rables en la Turena,en Picardía y en otras provincias. También se ha presentado el er- etismo epidémicamente en Suiza, Alemania, buecia, etc. «Los hombres debilitados por la miseria, d por la permanencia prolongada en sitios hú- medos y constantemente inundados, están mas espuestos á contraer el ergotismo. Esta enfer- medad no se comunica por contagio: solo he- mos leído un caso referido por Salerne, de un cirujano que tuvo en las manos una erup- ción granulosa, que atribuía á haber curad* muchos enfermos. «Tratamiento.—La primera precaución que debe tomarse para curar el ergotismo, es dar á los enfermos un pan de buena calidad, que no contenga cornezuelo, ya que el uso con- tinuado de esta sustancia es el que desarrolla y da toda su gravedad á los accidentes del er- gotismo. El tratamiento debe variar según qne la enfermedad sea convulsiva ó gangrenosa. «En la primera afección recomiendan los autores los vomitivos y purgantes á altas dosis. Read aconseja en estos casos la infusión de un grano de ipecacuana con uno ó dos de tár- taro estibiado. Al dia siguiente del vomitivo se toma un purgante; en seguida se dan los antiespasmódicos á altas dosis, como la asa- fétida, el alcanfor, el castóreo, el éter, el subcarbonato de amoníaco, el óxido de zinc, ó el licor anodino de Hoffmann. Estas sustan- cias han producido muy buenos resultados en gran número de casos, y generalmente se las remplazaba por los diaforéticos, cuando esta- ban los miembros entorpecidos y habia seña- les de gangrena. Con frecuencia se han pres- crito los polvos de Dower, las pociones alcan- foradas ú opiadas y el vinagre alcanforado. «El opio es un remedio, que administrado con habilidad y á altas dosis, podría á nues- tro entender dar muy buenos resultados. Tam- bién se ha procurado combatir la convulsión y la retracción de los miembros con aplica- ciones de vejigatorios á las partes, y por me- dio de fricciones aromáticas, hechas con esen- cia de trementina alcanforada y opiada. «No deben omitirse, dice Ozanam, las fricciones con aceites aromáticos y volátiles y con fra- nelas calientes, los baños tibios, y mejor toda- vía los sulfurosos y de vapor, que pueden darse colocando al enfermo en un sillón y bien cubierto de mantas.» En el tercer periodo de la enfermedad se han aconsejado los sudorí- ficos, los polvos atemperantes de Stahl, el antimonio diaforético y la triaca. «Valdschmidt fué délos primeros que hi- cieron uso de la sangría. Read dice, que el estado del pulso es el único que puede indi- car la oportunidad de este remedio, del cual se debe usar muy sobriamente, como lo acre- ditan sus resultados en varias epidemias. Ro- che no vacila en colocar la sangria al frente de los remedios propios para combatir el er- gotismo, y se funda en sus efectos saludables en la arteritis, que en opinión de este autor es la verdadera causa de la enfermedad que nos ocupa. Pero como esta opinión no pasa de ser Una simple hipótesis, y está lejos de 428 DHL ERGOTISMO. hallarse demostrada por los hechos, debenns pir punto general deseonliarde la sangria, uti- lizándola solainante en circunstancias espe- ciales. «Resulta pues, qie el trata miento del ergo- tismo espasmálico no se apoya en ninguna in- dicación esacta, sino q íe es enteramente era- pírico, y debe consistir sobre todo en la admi- nistración del opio y de la triaca, unida con los anti-espasmá Jicos, con los sudoríficos, y ave- ces con los revulsivos. «Diferentes han de ser los agentes terapéuti- cos cuando se trata de combatir el ergotismo gangrenoso. El tratamiento interno, dicen los individuos de la Academia de medicina, con- siste en mantener la vida principalmente en las estremidades, en preservar de los ataques del mal á las partes intactas, y en dar á la san- gre la tenuidad, fluidez y libertad necesarias. Esta indicación se llena con los antiespasmódi- cos y los cordiales suaves, combinados con los diaforéticos y las sales aperitivas. «Asi que en el primer pertodo, después de haber desínt'artado las primeras vias con un ligero emético, corao la ipeeacuana, ó coa ua purgante, se da á los enferraos para bebida usual una ligera infusión de flores de manzanilla y de saucaf, y en oca- siones un poco de vino blanco. En el segundo y tercer período, cuando el pulso está concen- trado, se prescribe! sudoríficos mas activos, coma el agua de luce ó las sales de amoniaco; se purga con el sen y las sales neutras, y aun algunos autores aconsejan la aplicación de ve- jigatorios sabré la parte enferma. Después de la acción de los purgantes, se trata de producir la díaforesis coa los remedios precedentes, so- los ó combinadas con los polvos atemperantes de Stahl, el antimonio diaforético y la triaca; ea una palabra, se ataca la enfermedad como una peste, cuyo virus fuese coagulante y gan- grenoso.» No hay duda que semejante polifar- macia repugna al j;uii tanto á las ideas que ac- tualmente prevalecen ea terapéutica; pero es necesario confesar, que los medios de que coasta se adapten perfectamente á la natura- leza de los síntomas, mereciendo recomendar- se á la atención de los prácticos. «Dicen los mismos autores, que se puede sacar alguna ventaja de la sangría en el pri- mero y segundo período, y que sirve para ha- cer desaparecer los dolores; pero al mismo tiempo que prescriben este medio, proponen la adrainistracioa de la quina, y confiesan que no ha dado grandes resultadas. También con- vienen ea esta eafermeJad los ácidos mine- rales. «Contra la gangrena debe dirigirse un tra- tamiento esterna. Si fomentarán las partes con aguardiente alcanforado, con vino aromático, ó con un cocimiento acuoso ó vinoso de quina, para reanimir los miembros entorpecidos y privados de sensibilidad , procurando en se- guida faeilitar la sepiraeioa de las escaras , sí no ha silo pjsible coatener la mortificación. Inútil es in.lirar las preparaciones recomenda- das por Silerne v otros autores; toque con- viene es escilar las parles con el cocinncn'o de quina, recurrir á los cloruros de sosi. a las preparaciones alcanforadas, á los ungüentos digestivos, etc. «Debe esperarse la separación espontánea de las escaras, y facilitar su caida; pero no re- currir á la amputación, que la mayor parle do los autores miran como peligrosa, porque han visto reproducirse la gangrena en el muñón. Sinerabirgo, cuando ya ha marcado la natu- raleza la línea de división entre lo vivo y lo muerto, cuando se hallan aniquilados los en- fermos por una supuración escesiva, ó es de temer que resulte de la caida de las escaras una úlcera muy deforme, debe practicaise lu amputación, pero asegurándose antes, como aconseja Roche, de que no está interceptada la circulación en la arteria principal del miem- bro, raas arriba de las partes muertas. Si no se perciben los latidos, no ofrece la operación probabilidad alguna de buen éxito, y solo pue- de servir para acelerar la muerte del enfermo. En el caso contrario se aplicará el instrumento á poca distancia del punto en que empieza á ser completamente libre la circulación. «Naturaleza y clasificación en los cuadros nosológicos.—Muchos autores separan las dos especies de ergotismo imitando á Sauvages: nuestros lectores saben que este nosógrafo co- locó el ergotismo gangrenoso en el orden ne- crosis, y la otra especie en el orden convulsio (Nosol/methot., véase t. I, p 623 y t. II, p. S'H). No se encuentra en las obras ninguna discusión profunda sobre la naturaleza del er- gotismo. Los síntomas, el curso y la gravedad de esta afección, cuando va acompañada de gangrena, inducen á creer que su verdadera causa es una alteración general y primitiva de la sangre, producida por la introducción del cornezuelo. En efecto, concurren muchas cir- cunstancias en favor de esta opinión. I.n los cadáveres se observan manchas gangrenosas, fluidez de la sangre, alteración de las cuali- dades físicas de este líquido, y sobre todo, fal- ta de toda lesión limitada á una sola viscera. i Durante la vida se observan los síntomas de una verdadera intoxicación: gangrena de las | estremidades , que se desarrolla á un mismo ; tiempo en varios puntos . y sigue una marcha ¡nvasora; desórdenes profundos, que se revelan por los diversos signos que acompañan a la muerte de los tejidos; en una palabra, todo demuestra que la sangre, íntimamente altera- da por el principio venenoso que con ella cir- cula , ha dejado de llevar á los capilares y á los tejidos esa estimulación, sin la cual cesan los movimientos moleculares y se cstingue !a vida. La anatomía patológica," tratada de una manera muy incompleta en las relaciones de las diversas epidemias, suministra pocos da- tos; p:ro aunque solo tengamos en cuenta la sintomatotogia, el curso y la gravedad de les DEL ERGOTISMO. 429 accidentes, ¿no debemos inferir que una afecr- cion tan mortífera á veces como la peste, debe tener su origen en alguna causa que obre si- multáneamente en toda la economía? «Roche no vacila en establecer una identi- dad perfecta entre la gangrena senil y el ergo- tismo ; y como la primera suele depender de la arteritis, como lo han demostrado Dupuitren, Delpech, Victor Francois, y otros (véase Arte- ritis) , infiere de aqui que el ergotismo es tam- bién efecto de una arteritis por envenena- miento de la sangre (Nouveauxelem. de pathol. méd. chir, t. I, p. 217 y siguientes, y el art. Arteritis del Diciionaire de médecine et chir. prat., p. 474). En efecto, existen muchos pun- tos de conta'cto entre estas dos enfermedades: en ambas hay sensación de frío, hormigueo, dolores agudos en las estremidades, rubicun- dez, lividez, flictenas de la piel, ó coloración negra v modificación de las partes; gangrena limitada al principio, y que después se estien- de sucesivamente; igual curso, igual dura- ción, la misma gravedad de los accidentes. ¿No son estas razones poderosas, para creer que ambas afecciones proceden de una arteri- tis? La única diferencia que parece existir en- tre ellas consiste en las causas: la gangrena senil, dicen los partidarios de esta .opinión, tiene su punto de partida en la lesión crónica de los capilares que se osifican y obliteran (Du- brueil y Delpech, Mem. deslióp. du Midi; véase Arteritis); mientras que la causa pri- mera de la inflamación arterial que consliluye- el ergotismo, reside en la alteración primitiva déla sangre, que da lugar á una arteritis es- pecífica. ¿Pero bastarán estos rasgos de seme- janza entre ambas enfermedades, que hemos querido presentar con toda la fuerza de que son susceptibles, para hacernos aceptar la in- geniosa teoria de Roche? No lo creemos asi: en nuestro juicio es necesario esperar á que ha- ya demostrado la anatomía patológica la exis- tencia, en los vasos capilares ó de mayor cali- bre, de lesiones que puedan atribuirse funda- damente á una flegmasía , ó las diversas dege- neraciones de sus paredes que se han referi- do á la artiritis crónica. «¿Depende también el ergotismo convulsivo de una inflamación arterial? A esto pregunta responde afirmativamente Roche. «Podría de- cir, añade, que componiéndose el cornezuelo dedos partes, á saber, el cornezuelo propia- mente dicho, ó el ovario del grano de centeno abortado, y el hongo que Leveillé, sobrino, llama sphacelia segelum, tal vez obre una de estas dos sustancias mas especialmente sobre el cerebro, y olra sobre las arterias. Tambieu podría decir que el centeno de cornezuelo tie- ne quizá dos acciones, una sobre los centros nerviosos, y olra sobre las túnicas arteriales: no seria el único veneno que se hallase en este caso. Pero creo que la principal acción del cor- nezuelo se ejerce directamenffe sobre la san- gre. « La opinión de Roche nos parece inadmi- sible respecto del ergotismo convulsivo. En efecto, la mayor parte de los sugetos que le han padecido* no ofrecieron en ninguna época de la afección la gangrena de los miembros, ni los síntomas de mortificación de que hemos hablado, y si solamente convulsiones horri- bles, epileptiformes, y aun tetánicas, dolores violentos de los miembros, parálisis del senti- miento y del movimiento, delirio, y en el úl- timo período de la enfermedad, coma, demen- cia , etc. Siendo esto asi, ¿cómo puede hacerse consistir en una arteritis la causa de semejan- tes accidentes, que se presentaban al principio en forma paroxística, y determinaban la muer- te de un modo enteramente diverso que el er- gotismo gangrenoso? Es visto pues, que no puede establecerse ninguna semejanza entre estas dos enfermedades respecto de sus sínto- mas, curso y terminación, ni menos admitir que la arteritis sea el origen comun de ambas especies de ergotismo. «¿Será el uso del centeno con cornezuelo la causa del ergotismo convulsivo? Ya hemos di- cho que se habia atribuido esta enfermedad á las semillas del raphanus raphanislrinn; pero esta opinión es muy dudosa. Por otra parte, es dificil admitir que el cornezuelo produzca en un caso el ergotismo gangrenoso, y en otro el convulsivo. Lo natural es que una causa es- pecífica vaya siempre seguida de unos mismos efectos. SÍn embargo, puede comprenderse hasta cierto punto, que variando la cantidad y la intensión de acción del agente venenoso, so- brevengan también síntomas diferentes según los casos. Por lo demás, cualquiera que sea la interpretación que se dé á los hechos observa- dos, debe reconocerse en la intoxicación por el centeno masó menos alterado, dos órdenes particulares de síntomas: unos que tienen su asiente en el sistema vascular, y parecen in- dicar que el agente tóxico ejerce mas especial- mente su acción sobre este aparato; y olios que residen en el sistema nervioso encéfalo- raquidiano, y revelan una profunda modifica- ción de la inervación. En ambos casos el pun- to de partida de la intoxicación es la sangre. El ergotismo convulsivo tiene todos los carac- teres de una neurosis. «Historia y bibliografia.—En las diversas relaciones que nos han dejado los autores,, se confunde muchas veces el ergotismo con otras enfermedades, y en particular con el mal ar- diente. La fiesta rubigalia se instituyó , según dicen, por Nuraa Pompilio, para preservarlas mieses del tizón. También se ha hablado de afecciones epidémicas, producidas por los gra- nos alterados entre las tropas de César. Pero es necesario llegar al siglo X, para encontrar enfermedades verdaderamente análogas al er- gotismo. La Crónica de Frodoard (945) habla de un mal denominado fuego sacro, ó mal ar- diente que ejerció muchos estragos en París en tiempo de Hugo el Grande. Este mal, que se diferencia, como hemos dicho en otra parte, 431 DEL ERGOTISMO. del fuego de San Antonio (ergotismo), se lla- mó también ignis plaga, ignis sacer (Felibien). »En 994 se presentó de nuevo la enferme- dad pestilencial, conocida ya con el nombre de mal ardiente, ó fuego sacro, asolando la Aquitania, el Perig;ord y otras provincias de Francia (Ademar, Chron., año 994). Durante los siglos XI y Xll se reprodujo varias veces, y todos los cronistas de aquel tiempo hablan de ella con mas ó menos claridad, pero con igual espanto. Eu la memoria que hemos citado tantas veces de Jussieu, Paulet, Saillant y Tes- sier, pueden verse citas de estos diversos pasa- ges. Resulta de sus investigaciones, que desde mediados del siglo1 X se declaró en Francia muchas veces (994, 996, 1130, 1140, 12 J4, 4373¡) el lluego sacro ó mal ardiente, el cual era una peste (pestis inguinaria), muy rápida en su curso, que hizo perecer á un número considerable de habitantes, y cuyos principa- les síntomas consistían ea carbuncos, bubones en las ingles, exantemas, y manchas pete- quiales. «También resulta de las mismas investiga- ciones, que á mediados del siglo X v en los siguientes 9 i5, 1039, 1041, 1089, 1095 1099, 4109, sobrevino una enfermedad», á la cual se dió el nombre de mal sacro, y mas general- mente de fuego de San Antonio. Esta afección se diferenciaba de la anterior porsu curso len- to y crónico, que permitía á los enferraos tras- ladarse á las iglesias, ó permanecer en los ca- minos ó parages donde podian hallar socorro. Elnúraerode esta clasede enfermos nunca pasó de seiscientos, y aunque el mal era muy do- loroso y temible, fué corta la mortandad. Los autores de la memoria que hemos indicado se creen con derecho de inferir, que el fuego de San Antonio era una enfermedad crónica, que acababa por gangrenar y desecar los miembros, y que se diferenciaba clel mal ardiente. «En 4373 se fundó en Paris con el nombre de San Antonio el menor, una hermandad ú hospital, destinado al socorro de los sugetos acometidos de tales afecciones; pero es probable que ha- biéndose confundido el fuego ardiente con el mal de San Antonio, se destinase este estable- cimiento á recibir enferraos de uno y otro gé- nero, y sobre todo apestados.» »Se leen muchas observaciones de gangrena epidémica en los autores de los siglos XIV, XV vXVI: Guido de Chauliac, Ambrosio Pareo, Juan de Vigo, Dodonseus, Smetius (Miscellan. méd., año 1567), Tulpius (Obs. méd.), y las Ephemerides de Alemania, refieren ejemplos muy notables de estas epidemias. Por nuestra parte mencionaremos las principales y los au- tores que las citan. »El ergotismo reinó epidémicamente en el Vogtland en 1648, y en Francia y en Inglater- ra en 1*674 y 1675/Villis trae una descripción de esta epidemia (De morb. convuls., c. VIH), como también Juan Conrado Brunner (Ephem. natur. curios, dec. III, año 2, p. 224), que la atríbuvó al centeno con cornezuelo. Carlos Ni- colás Langs publicó una historia muy minu- ciosa, que mas de una vez nos ha suministra- do datos importantes (l)escriplio morborumex usu clavorum secalinorum campaniw,enS.°; Lucer., 1717). »En 1699 se hizo epidémica la enfermedad convulsiva en la Sajonia, la alta Lusacia, la Alsacia y el Holsteíu. Waldschraidt la atribu- yó á humedad de la estación y á las nie- blas, que fueron por entonces rauy frecuentes (Waldschmidt y C.-St. Schel'fel, De morbo epidémico convulsivo por Ilolsatiam grassante, oppida raro, Km. , 1717; Haller, Disert. pract., V, VII). «En 1722 se presentó la convulsión cereal en Stet'tein y en la .Marca de Brandeburgo. Muller, que describe esta epidemia, supone que afectaba especialmente á los pescadores, á los marineros y á los trabajadores del campo (De morbo epidémico espasmodico oonvulmo conlagiiexperte, en 4.°; Franck y Haller, IHs- pnt. ad morbos, t. Vil, en 4.°: Lausan. 1757). Federico Hoffmann, que también la observó, no habló una palabra de gangrena. «Juan Antonio Scrine, médico de Wurtera- berg, y Burghart, haa dejado una relación de la epidemia que volvió á reinar en Silesia en 1736, laque atribuyeron al centeno con cornezuelo, y afectó la forma convulsiva (Sa- tir. medie Siles., spec. lll, p. 37 y 57). «En 1741 y 1742 reinó la convulsión cereal •en el Brandeburgo y en el Holstein, y con- tinuó sus estragos en esta última provincia durante 'dos años, aunque se prohibió el uso de las harinas nuevas. Kannengiessen co- locó su causa en la atmósfera (Act. natur. cu- rios, vol. VII). Rosen de Rosenstein la atribu*- yó al cornezuelo (Dissert. de morbo spasmodico convulsivo epidémico, en 4.°; Goth, 1842). Lin- neo, que publicó una relación de la epidemia que asoló la Ostrogotia, el Blekingen, y el Smaland, sostiene que dependía la enferme- dad del rábano silvestre (Amcenitat. acad. t. VI). «Mulcaille publicó una de las mejores des- cripciones que pueden darse del ergotismo gangrenoso, enferraedad que observó en el Ga- tinais, y que atribuyó al centeno con cornezue- lo, envenenado por la ligamaza y molido antes de secarse bien (Mem. de TAcad. des scien., año 1748). «Salerne procuró demostrar que el corne- zuelo era la causa de la gangrena , habiéndole conducido á este resultado sus propios esperi- mentos y varios hechos de que tuvo noticia. La animada pintura que hace este autor de los habitantes de la Sologne, prueba cuan grande es la influenciade las localidades bajas y pan- tanosas de esta provincia (Mém. de TAcad. roy. de sciene, t. 11, p. 15o). »La descripcion.de Mulcaille, tan propia para demostrar las infinitas diferencias que existen entre el ergotismo gangrenoso y la DEL ERGOTISMO. 431 convulsión de los alemanes, no impidió á Zim- merinan y Tissot reunir estas dos enfermeda- des (Zimraerman, Traite de Texperience, t. IV, y Tissot, Obras completas, i. VI). Saildaut por el contrario, procura hacer resaltar estas dife- rencias, y su memoria nos ha sido de grande auxilio (Recher. sur la maladie convulsive, etc., en Mém. de TAcad. roy. de médec., p. 303, en 4.•; 1776). «El tratado de Read (du seigle ergoté, 2.a edic, en 12.°; Metz, 17¿>4), el de Vetiílart (Mémoire sur une espece de poison connu sous le nom d'ergot, etc., en 4.°; Paris, 1770), la memo- ria de Tessier (Sur les effets du seigle ergoté, eu Mém. de TAcad. roy. de méd., en 4.°, pá- ginas 587, 1780), lasdePaulet, Saillant, Jus- sieu y el abate Tessier (Mém. de TAcad. roif. de med., prira. vol., 1780), han contribuido'á fijar definitivamente la etiología de esta afec- ción. Terminaremos mencionando las últimas epidemias de que habla Sprengel en su Histo- ria de la Medicina. »La última epidemia de raphania que reinó en 1770 y 1771 en toda la baja Sajonia, y aun en Suecia y en Dinamarca, dió lugar á nuevas investigaciones sobre las cualidades deletéreas del cornezuelo de centeno. Mag. Anders, Wah- lin, médico sueco, no cree que el rábano sil- vestre sea mas nocivo al hombre que á los ani- males. En el Holslein y en Dinamarca, todos los médicos aseguraron de comuu acuerdo que el trigo estaba alterado por el tizón. Los prin- cipales síntomas de la enfermedad eran hor- migueo, dolores de los miembros, convul- siones horribles, y un hambre insaciable (Auf- saetze, etc. Noticias y reflexiones sobre la con- vulsión cereal, en 8.°; Copenhague, 1792). Juan Taobe, que publicó en alemán uña Historia ie la convulsión cereal (en 8.°, Goetinga, 1782), afirma que el cornezuelo de centeno no es no- civo por sí mismo, sino por su mezcla con la ligamaza. De quinientos enfermos que asistió este médico, no murieron mas que noventa y siete, y muy pocos tuvieron gangrena. «Theod. Aug. Schleger sostiene la inocui- dad del cornezuelo de centeno (Versuche, etc., es deeir, Ensayo sobre el cornezuelo de centeno, en 4.°; Cassel, 1771); Rod. Aug. Vogel es de igual parecer (Schutzschrift, es decir, Apolo- gía del centeno de cornezuelo, en 8.°; Goetin- ga, 1771); lo mismo opinan Model y Parmen- tier, eu Francia. »Juan-Grn. Wichraandemostró las analogías que existen entre la convulsión cereal y el bai- le de San Vito (Nachricht, etc. Descripción de la convulsión cereal que asoló el ducado de Ham- burgo en 1770 y 1771). Benj. Lentin la compa- ra con el cólico de los pintores, y Roche la refiere á la gangrena senil (Journ. hebdoma- daire, junio 1830; y Ergotismo, Diction. de méd. et de chir. prat.) (Monjnehet y Fleury, Compendium de médecine pratique, t. III, pá- ginas 443-454). ARTICULO IV. enfermedades producidas por el alcohol. «Desígnase generalmente con el nombre de embriaguez el conjunto de fenómenos pasage- ros que determina el alcohol. Estos fenóme- naenos cuya intensión es variable, consisten siempre en un desorden mayor ó menor de la inteligencia, de los sentidos y de la contrac- ción muscular. Séneca y Galeno la llaman locura voluntaria, y Trolter, un delirio y un coma producidos por el abuso del vino. «Post vinum immodice assunaptum delírium et co- ma» (An Essay medical, philosophical and che- mical on Drunkenness and its effects on the human body, en 8.°, Lond.; 1804). Garnier considera la embriaguez «corao una neurosis pasagera, determinada por la acción de los li- cores fermentados y de las sustancias narcóti- cas sobre nuestra economía , cuando se to- man intempestivamente, y caracterizada por una afección cerebral, que varia desde la sim- ple exaltación nerviosa hasta el coma mas pro- fundo» (Sur Tivresse, diss. inaug., n. 182; Pa- ris, 1815). Pero esta definición general, apli- cable á todos los desórdenes nerviosos que provocan los narcóticos, no da una idea com- pleta de la embriaguez. Esta es, según Bri- cheteau, el conjunto de fenómenos que de- termina el abuso de las bebidas fermentadas, desde el momento en que empieza su acción á conmover la voluntad y á perturbar la ra- zón , hasta el en que produce el delirio mas pronunciado, un sueño involuntario y aun la muerte (Dict. de méd., de chir.,de pharm.,eKe.% en 8.°; Paris, 1839). «El delirio que resulta del abuso del vino, del alcohol y de otros licores fermentados, se llama embriaguez s#gun J. Frank, y cuando esta es habitual y periódica toma el nombre de beodez (Praxeosuniv. med. pracept., trad.En- cycl. des se méd., t. III, p. 158, en 8.»; Pa-^ ris, 1838). Dificil es definir esactamente la embriaguez, y sin embargo, es de mucha im- portancia para el médico-legista y el práctico caracterizar este estado morboso, y distinguir- le de otras enfermedades ó fenómenos, que pu- dieran simularse con intenciones criminales. Parécenos que ante todo es indispensable in- cluir únicamente en la definición la embria- guez por los alcohólicos; después de esto con- siderar semejante estado como un verdadero envenenamiento, cuyos efectos varían según las dosis y el tiempo que ha abusado el en- fermo de las bebidas, y por último, establecer los principales signos,"que consisten en el de- lirio, las alucinaciones y los desórdenes de los movimientos voluntarios. Diremos pues, que la embriaguez es un envenenamiento producido por el alcohol, caracterizado por el desorden de la inteligencia, de los sentidos y de la contracción muscular. Ya describiremos mas adelante las numerosas variedades de forma que ofrecen. 431 entermedades prodcc estas diferentes alteraciones. No debe confun- dirse la beodez con la embriaguez : la prime- ra es el deseo mas ó menos imperioso, y sa- tisfecho con demasiada frecuencia, de las be- bidas espirituosas. Cuando esta inclinación es irresistible é imperiosa, constituye una verda- dera monomanía, comparable á la que indu- ce al enfermo al homicidio , al suicidio yá otras acciones perversas (dipsomanía, mono- manía de embriaguez, Esquirol). «No es la embriaguez el único efecto de la intoxicación alcohólica; pues cuando son las dosis muy considerables, ó el individuo no está habituado á su acción, pueden sobreve- nir la apoplegia, la epilepsia y las convulsio- nes simples. El abuso continuo de las bebidas alcohólicas constituye un envenenamiento cró- nico, que puede llamarse ebriedad con Frie- drich , y cuyos efectos son muy variados y di- ferentes de los que produce el envenenamien- to agudo. Las alucinaciones ébricas de los Sentidos, el delirium Iremens, la locura ébri- ca, que varia desde el estado que llama Roesch inhumanidad, ferocidad ébrica, hasta la monoraania homicida ó suicida , la epilep- sia y la parálisis, son las enfermedades que suceden comunmente á la intoxicación cróni- ca por el alcohol. «Divisiones.—De lo que precede resulta, que el alcohol debe considerarse como un ve- neno que produce enfermedades rauy diver- sas , de las que unas se desarrollan poco tiem- po después de la ingestión de las bebidas al- cohólicas (embriaguez, alucinación, conges- tión, apoplegia, convulsión), y otras siguen por lo comun al abuso prolongado de estas mismas sustancias (delirium tremóos, mono- manía, etc.). Pueden pues distinguirse en el envenenamiento alcohólico dos formas distin- tas, una aguda y otra crénica, y dos órdenes de enfermedades correspondientes á cada una de ellas. Sin embargo, no se crea que son siempre idénticos los efectos provocados por el alcohol, y que se los puede clasificar con seguridad en las divisiones sistemáticas que acabamos de establecer; pues raas de una vez sobrevieaeu el delirium tremens, el suicidio y la epilepsia, en individuos que no han abu- sado de los alcohólicos, y que por primera vez se han escedido en la bebida: las predis- posiciones individuales esplican estos efectos, que también se observan en otros envenena- mientos. Asi vemos por ejemplo presentarse la epilepsia , el delirio V las convulsiones, en nn hombre que acaba de dedicarse á la fa- bricación del albayalde; mientras que otro, colocado esactamente en las mismas circuns- tancias , se afe< ta de cólico saturnino, de pa- rálisis en las muñecas, de amaurosis, etc. Los venenos son ageutes específicos, que producen efectos especiales siempre idénticos, pero su- jetos á ciertos limites y con variedades que es imposible determinar de antemano. La in- toxicación saturnina ofrece algunos puntos de U>AS POR EL ALCOHOL. contacto con la embriaguez; pues en arabos casos se observan alucinaciones y varios de- sórdenes de la contracción muscular. El uso de los narcóticos ocasiona igualmente entre otras perturbaciones un estado de embriaguez; pero en este artículo solo nos ocuparemos de la producida por el alcohol. «Para proceder con método y reunir en un solo grupo los diversos accidentes producidos por el alcohol, adoptaremos el orden siguien- te: 1.° intoxicación alcohólica anuda: embria- guez y accidentes principales que á ella se re- fieren, perturbación de los sentidos, conges- tión cerebral y apoplegia; 2.° intoxica- ción alcohólica crónica' delirium tremens, lo- cura ebria (mania a pota, melancolía, mo- nomanía homicida), y 3. la dipsomanía ó po- lidipsia ebria: epilepsia, afecciones crónicas de diferentes visceras (cirrosis, cáncer gástri- co , etc.). «Escusado seria insistir en las ventajas que presento para la práctica, no menos que para la nosografía, el estudio sintético de todos los accidentes producidos por el alcohol. Reunien- do así todos estos fenómenos morbosos, dife- rentes por su asiento y naturaleza , pero pro- cedentes de una causa común y específica, se logra coordinar y utilizar los imperfectos tra- bajos diseminados en las obras de higiene, de medicina legal, etc. Tanto se ha descui- dado la historia de las enfermedades produci- das por el alcohol, que los autores mas mo- dernos de patologia solo consagran algunas páginas al estudio de la embriaguez aguda, y nada dicen de los accidentes á que da lugar en el estado crónico. Procuraremos llenares- te vacio. »l.° Embriaguez aguda ó envenenamiento por el alcohol.—Solo hablaremos en esta sec- ción de los efectos morbosos ocasionados por dosis mas ó menos elevadas de alcohol, bebi- das en poco tiempo, ó en otros términos, de la embriaguez accidental, en cierto modo agu- da. La historia de esta afección apenas se ha- lla bosquejada; pues en la mayor parte de las obras donde se hace mención "de ella , se en- cuentran sí generalidades, anécdotas y nume- rosas citas tomadas de los moralistas y poe- tas, pero rauy pocos documentos precisos y esperimentos sobre los verdaderos efectos del alcohol. Nosotros la estudiaremos únicamente en lo que guarda relación con la patologia propiamente dicha, dejando á un lado las con- sideraciones que corresponden á la higiene y á la filosofía. «Hemos dicho que la embriaguez es un es- tado general, compuesto de síntomas, que aun- que de varía intensjon , son casi iguales en todas las personas En esta como en las demás enfermedades, pueden establecerse varios gra- dos; pero no es posible hacer de ellos otras tantas descripciones particulares , por lo cual los indicaremos a medida que va\amos exa- minando los desórdenes de cada aparato. ENFERMEDADES PRODUCIDAS POR EL ALCOHOL. 433 »Altí:hacioxes cauaveiucas.—La embriaguez puede ocasionar la muerte, y entre las alte- raciones que deja eu los cadáveres, unas de- peaden del electo directo é inmediato produ- cido por el aleohol sobre la economía, y olías de las lesiones crónicas que suceden al uso prolongado de este liquido. No siempre han acertado los autores á establecer las diferen- c.as que hay entre estas alteraciones. Exami- naremos primero la acción que ejerce el alco- hol sobre la sangre. «El alcohol coagula la albúmina de los di- ferentes líquidos con que se mezcla, y lo mis- ino hace con la fibrina , la hemalosina y la parte crasa de la sangre. Schultz,.que ha prac- ticaJo últimamente esperimentos sobre este punto, dice que cuando se echa alcohol en una sangre acabada de estraer de la vena, la coagula cí>sí inmediatamente si es igual la can- tidad de ambos líquidos, y decolora sus gló- bulos con notable rapidez. Mezclando con al- cohol una sangre recién eslraida, se pone ne- gra, y examinándola entonces con el niicros"- copio, vemos salir de los glóbulos la mate- ria colorante y disolverse en el suero: los glóbulos pierden poco á poco su color, y que- dan nadando eu medio de un suero rojo en forma de coágulos perfectamente descolori- dos. Al cabo de algún tiempo se concreta la serosidad (Effets de Tesprit de vin sur Teco- nomie, Ilufeland's Journal, cap. IV; 1841). F. Petil dice , .que el alcohol inyectado en la vena yugular de un animal vivo, produce in- mediatamente la muerte por la coagulación de la sangre (Leí tre a"un medecin des hópitaux du roi; 1710). Este csperimento repelido por Royer-Collard ha dado los mismos resultados. Una vez se hizo la inyección por la vena yu- gular izquierda , y apenas se habia concluido, cuando cesaron los movimientos respiratorios: la circulación continuaba todavía; pero álos cuatro minutos murió el animal. En la autop- sia se encontró la sangre completamente coa- gulada en dicho vaso, y en las cavidades de- rechas del corazón; también lo estaba aun- 3ue en menor grado en las cavidades izquier- as y en la aorta; pero se conservaba Huida en lá vena cava inferior. El hígado presentaba una induración marcada, y los pulmones se hallaban muy inyectados y salpicados de ne- gro en su superficie. Cortándolos, no ofrecían interiormente la misma coloración, pero la ad- quirían en pocos instantes con el contacto del aire. El pecho, el abdomen y todos los vasos del buzo, del hígado y de los músculos, ex- halaban un holor alcohólico muy pronun- ciado. «Tomamos estos pormenores de la tesis de Royer-Collard , y de notas manuscritas que ha tenido á bien comunicarnos ( De Tusa ge et Tabus des boissons fermemées, tesis de concurso para la cátedra de higiene; Paris, 1838). He- mos estudiado los fenómenos que resultan de la mezcla departes iguales de alcohol v san- TOAIO IX. gre acabada de estraer de la vena, y nos he- mos cerciorado repetidas veces, de que no se coagula este líquido, sino que se forma una mezcla negruzca, en la que están confundidos los glóbuios, la fibrina y la serosidad: la ma- yor parle de esta masa está constituida por una materia de un rojo oscuro, blanda, que se deprime fácilmente cen el dedo, y en la que no se descubren vestigios de fibrina. Sea corao quiera, estos esperimentos no pueden darnos ¡dea de la manera corao obra el alco- hol en la sangre, cuando se halla todavía con- tenida en los vasos. «Devergie refiere en su Tratado de medicina legal los pormenores délas autopsias practica- das en dos hombres muertos de embriaguez. Las venas y el corazón derecho estaban dis- tendidas por una gran cantidad de sangre ne- gra , y en uno de los cadáveres se hallaba es- te líquido medio coagulado en las cavidades derechas. Otros autores han comprobado igual- mente la coagulación de la sangre en el cora- zón y en las \enas. Gasté ha visto en un in- dividuo muerto de embriaguez el corazón vo- luminoso, y sus cavidades derechas llenas de concreciones fibrinosas de un grosor conside- rable. Lo mismo se observó también en otro, que tenia los grandes vasos lleuos de fibrina muy consistente (Mémoire sur Tivresse conside- rvesous le double rapport de la medécine et de la discipline milit aire, Ilecued de mem. de medee, de chir et de pharm. milit. p. 209, t. LIV, 1843). «¿Deberemos deducir de estos hechos que cuando el alcohol penetra en gran cantidad en el sistema circulatorio coagula la sangre? No puede sacarse semejante conclusión de las observaciones precedentes: 1.° porque los mé- dicosqueinspeccionan muchos cadáveressaben muy bien cuan frecuentemente se halla coagu- lada la sangre en el corazón y en los grandes vasos, sobre todo en los casos en que ha resul- tado la muerte de enfermedades agudas, y en que el sistema vascular contiene gran cantidad de dicho líquido; 2.° porque es dificil, y las mas veces imposible, decir si los coágulos se han formado antes ó después de la muerte, y 3.° en fin, porque en todos los casos en que se ha encontrado la coagulación, se halla- ban también muy ingurgitados de sángrelos ¡sistemas venosos, cerebral y pulmonal, y estas lesiones se observan con bastante frecuen- i cía en los individuos qué mueren, como los ! embriagados, en un estado de asfixia ó de apo- plegia mas ó menos pronunciada. Asi sucedió ¡ en los casos de que habla Devergie, lo mis- | mo que en los citados por Gasté; y aun ha-' bia en estos últimos una congestión pulmonal, cuya naturaleza procuraremos apreciar mas adelante. Por lo tanto, sin decidirnos defini- tivamente sobre el origen de las concreciones fibrinosas que presentan los cadáveres de los que sucumben á la embriaguez, nos inclina- mos á creer que no se forman durante la vi- 55 Í3Í da. Sin embargo, este punto exige ulteriores observaciones. «Hewson supone que la alteración láctea de la sangre ó suero blanco, que se ha encontra- do en muchos enfermos entregados á las be- bidas, depende probablemente del uso del alcohol; pero esta es una suposición entera- mente gratuita, que no debe admitirse. Was- serfuhr y Segalas sostienen que la saugre con- tiene alcohol (J Frank De Tivresse et de TivroQ ■ nerie;Med.prat., trad. de TEncyclopedie,i. III, p. 57). Magendie hizo tomar á un perro tres onzas de alcohol dilatado en agua , y al cabo de un cuarto de hora exhalaba la sangre de este animal un olor fuerte de espíritu de vino. Este líquido se elimina especialmente por la exhalación pulmooal, y también impregna el tejido de los músculos", como lo prueban las combustiones á que están espuestas las perso- nas que abusan diariamente de los licores fuertes. Se ha dicho que el cuerpo de Alejan- dro el Grande se conservó mucho tiempo, en razón del uso inmoderado que había hecho de los espirituosos (Percy y Laurent. art. Ewrria- oüez del Die des se med., p. 241). Aunque el alcohol pasa en cantidad muy notable á la san- gre, y luego al pulmpn y otros tejidos, no se elimina al parecer muy sensiblemente por la secreción urinaria. Wcehler, á quien se deben ton preciosos esperimentos sobre el paso de las sustancias á la orina (Journal des progres, t. I y 11; 1827), no ha pidido encontrar el alcohol ea este líquido escrcmentício. Royer- Collard ha comprobado este hecho importante en muchos perros á quienes habia ligado la vejiga: los músculos, los órganos respiratorios y la sangre se hallaban "por el contrario im- firegnados de un olor alcohólico muy mani- iesto (Nota coraunic). La orina es mas abun- dante, mis blanca y acuosa. Algunos autores dicen, que la serosidad de los ventrículos ce- rebrales exhala muchas veces un olor de al- cohol (Wepfer v Schrader en el art. cit. de J. Frank). »Ogston refiere la historia de una mnger, que estando embriagada se ahogó en un canal, y en cuya autopsia se encontraron en los ventrí- culos del cerebro cuatro onzas de un líquido dotado de todos los caracteres físicos del al- cohol (Phenomencs observes dans la peroide la plus avancée de Tivresse, en The Edinburgh. med. and surg. journal; octubre, 1842). «Cuando sobreviene la muerte durante la embriaguez, contienen los senos déla dura madre una cantidad considerable de sangre, y este líquido fluye en gran cantidad de los va- sos de la pia madre, que se hallan también muy inyectados. Casi todos los cadáveres de las personas uue sucumben á la apoplegia ó á la asfixia producidas por el alcohol, presentan las mismas alteraciones que se observan en los enferraos atacados de congestión cerebral intensa. La sustancia nerviosa está considera- blemente inyectada, y cuando se divide con enfermedades producidas por kl alcohol. el escalpelo, sale la sangre en'forma de gotitas menudas. A veces se halla derrama.la en la gran cavidad cerebral una serosidad ímn te- ñida de sangre, v al mismo tiempo están dis- tendidos los vasos de la pia madre y contienen sangre negra, fluida ó coagulada. Refiere Gia- comini, que en la autopsia de dos animales nuevos que habia hecho morir en el letargo provocado por el alcohol, encontró in\celadas las meninges, y la sustancia del cerebro y del cerebelo; los pulmones ingurgitados de san- gre, y ílogosados el estómago y los intestinos (Traite philosophiqueet experimental demolie- re medícale et de therapeulique, trad. franc, to- mo l,p. 8i,cn 8°; Paris, 1839). «La ac- ción del alcohol, dice Orfila, produce siempre una efusión sanguínea muy perceptible en los ojos, ó al través de las paredes cranianas de los pájaros pequeños» (7uxicologie: ac'-ion d% Talcool sur Teconomie anímale). Estas altera- ciones dependen evidentemente de la hipere- mia de las meninges y de la sustancia cere- bral , producida por la intoxicación alcohólica, y constituyen una afección cerebral, que no se cliferenciade laque reconoce cualquier olra causa. J. Frank habla también de hemorra- gias, de colecciones serosas en las cavidades cerebral y raquidiana, de inflamaciones de la dura madre y de la aracnoides (obr. cit., p. 160); pero estos desórdenes dependen de complicaciones ó de la acción crónica del al- cohol , é importa mucho conocer su verdade- ra naturaleza, para poder ilustrar á la justi- cia, cuando en circunstancias determinadas ocurran dudas sobre la causa de la muerte. »Los pulmones eslan muy congestionados; cuando se hacen incisiones en ellos, fluye una gran cantidad de sangre espumosa; el paren- quima del órgano crepita todavía y sobrenada sumergiéndolo en un líquido, si no hay alguna complicación. Gaste describe una bronco-neu- raonilis, encontrada en dos personas muertas de embriaguez. En una de ellas estaban los bronquios rojos y contenían una sanies espu- mosa y rojiza; y en la olra existían los tres írrados'de la neumonia (Mem. cit., obs. 4 y 5). No es de estrañar que se hayan observado es- las alteraciones en el envenenamiento alcohó- lico, pues frecuentemente se desarrollan pul- monías en los sugetos embriagados, á causa del enfriamiento espontáneo del cuerpo y de las vicisitudes atmosféricas á que los espone su estado. En cuanto-á la existencia de la bron- quitis nos parece muy dudosa, siendo de creer que la coloración de la membrana interna bronquial dependiera de la presencia de la es- puma sanguinolenta en los conductos aéreos. Los que eslan habituados á practicar necrop- sias no ignoran que deben mirarse con descon- fianza semejantes coloraciones, s por último volvió á descender a 157, 100, 05, NO, 48 y 2í, deteniéndose culeramente la circula- ción y muriendo el animal. Se hicieron tres inyecciones en la vena yugular izquierda, las dos primeras con una parle de alcohol y dos de agua, y con alcohol puro la última (nota común). Las inyecciones de cale, por el contra- rio , obran de tal modo que se eleva considera- blemente la columna barométrica. La-respira- ción, acelerada al principio, se hace mas lenta, profunda y estertorosa, cuando es muy intensa la embriaguez, cayendo entonces los indivi- duos en una especie de asfixia cada vez mas graduada. Al mismo tiempo que se debilita el. aparato locomotor que preside á los fenómenos físicos de la respiración, dejando de obrar con la regularidad y energía necesarias para que la heraatosis se efectúe convenientemente, se aumenta la congestión pulmonal por la acu- mulación desangre; se obstruven los bron- quios por las mucosidades sanguinolentas que en ellos se forman, y no tarda en sobrevenir la muerte. Según Prout, disminuye la cantidad de ácido carbónico que sale con el aire espira- do, después de hacer uso de bebidas espirituo- sas; pero Brzelius dice: 1.° que la cantidad espirada de este ácido varía, no solo según los individuos, sino también en uno mismo según las circunstancias; y 2.° que cuando se abusa de los espirituosos, como son mas rápidas las inspiraciones, debe contener menos ácido car- bónico el aire espirado en cada una de ellas, aunque en su totalidad resulte aumentado el desprendimiento de este gas (Royer-Collard; tés. cit., p. 11)). «Los desórdenes que ofrecen los sistemas nervioso y locomotor son los mas notables é importantes. Puede decirse que la embriaguez se halla especialmente caracterizada por el de- lirio y la irregularidad de las contracciones musculares en diversos grados. La acción del alcohol se revela desde el principio por desor- denes nerviosos. La circulación esperimenta cambios análogos y simultáneos; el corazón y las arterias laten con mas fuerza y rapidez, y se inyectan los capilares de la car¿ poniéndo- se esto rubicunda. Una cantidad moderada de bebidas espirituosas determina al principio una sensación de bienestar y una Cícitacion general saludable; se aumenta la fuerza mus- cular, y todas las funciones adquieren mas energía. Pero bien pronto, si continua bebien- do el sugeto, se acelera la circulación ; se diri- ge la sangre al cerebro en mayor abundancia; la alegría se hace mas viva y alborotada, y Lfis palabras se suceden con rapidez «Lofsen- tidos se embotan; la progresión se hace incier- ta-, y vacilante y difícil la pronunciación de los sonidos. A las inspiraciones de una imagina- ción escitada sucede una charla insustancial; ¡os discursos carecen de enlace; el valor de- genera en temeridad v la alegría en eslrava- ENFERMEDADES PRODUCIDAS POR EL ALCOHOL, 437 gancia; el carácter se vuelve susceptible, des- confiado é irascible; los juicios son incomple- tos , aventurados, inflexibles é incoherentes; solo queda un flujo desordenado de ¡deas al que sucede un verdadero delirio» (C. Roesch, De Tabus des boissons spiritueuses, en Anuales d'hygiene el de medécine légale, t. XX, p. 7; 1838). Pudiéramos dedicar muchas páginas á describir todas las variedades de forma que presenta el. delirio de la embriaguez; pero abreviaremos este cuadro, colocándonos úni- camente bajo el punto de vista patológico. Se ha dicho que el carácter del hombre se re- presenta comunmente en su delirio; que el que es triste y sombrío habla de asuntos graves y de la muerte; que el apasionado se ocupa de sus ideas habituales espresándolas con calor; y que el ambicioso, el arrogante y el colérico, lienen un lenguaje distinto, que' descubre su pasión dominante y sus vicios. Sin embargo, no se crea que la concepción delirante se ha- lle siempre en relación con el estado moral fisiológico de los individuos, pues fe ven mu- chas escepciones de esla regla. Hay hombres tímidos que cambian totalmente de carácter, haciéndose osados y quimeristas; y otros cor- teses y apocados, aparecen groseros y atrevi- dos. No es pues tan fundado como se cree el adagio in vino veritas, y no es estraño que asi suceda, si se considera que el hombre em- briagado no tiene conciencia de sus relacio- nes con el mundo esterior, y las que le finge su imaginación resultan de una concepción delirante. El aniquilamiento de la inteligencia es el último término de la embriaguez, cayen- do entonces el hombreen un estado, en que ya no es capaz el sensorium commune de emitir ni aun las ideas mas incoherentes, de recibirlas impresiones estertores, ni de trasmitir en fin á los órganos de la vida animal las irradiacio- nes voluntarias que poco antes les dirigía: de aqui proceden los desórdenes del aparato mus- cular. Algunas personas sumergidas en la em- briaguez conservan la facultad de ocuparse en trabajos intelectuales, y aun de espresarse con elocuencia. Moreau refiere un ejemplo de esta especie, y existen'otros análogos en las obras; pero sin embargo, no bastan á invalidar la regla que dejamos establecida. Ciertos su- gelos son bastante consecuentes en su delirio. Árcleo refiere que dos jóvenes ebrios, que se creían en un buque combatido por la tempes- tad, arrojaron por la ventana todos los mue- bles de la casa en que estaban, y tomaron por tritones y dioses marinos los soldados que fue- ron á poner fin á esta orgia. «Se dice que la naturaleza de las bebidas fermentadas influye notablemente en los sín- tomas de la embriaguez. La que es producida por el alcohol se considera generalmente co- mo/mas *grave, mas larga y temible que las demás; induce á cometer acciones reprensibles y sanguinarias, y determina un delirio furio- so, remplazado después por una estupidez vergonzosa. Los b^bidorjs de vino son mas alegres, mas bulliciosos y menos temibles, y los de cerveza mas abatidos y estúpidos. «Los sentidos se hallan tan embotados, que no sienten los sugetos la impresión de los agen- tes estertores. Los ojos están al principio bri- llantes y animados, y después se ponen»hu- raños , empañados y vidriosos, hallándose en parle cubiertos por los párpados; altérase la vista, que á veces es doble, percibiéndose los objetos como al través de una niebla. Darwin atribuye este fenómeno á las refracciones que causan las lágrimas que se encuentran delan- te de la cornea; pero no puede admitirse esto esplicacion, pues el desorden de la vista de- pende mas bien del trastorno del sistema ner- vioso que de los órganos encargados de las percepciones. Se dice que la pupila está con- traída (.Lardón, med. gaz., n. 5v— Froriep, eu obr. cit. de J. Frank, p. 150). >:En el primer grado de la embriaguez to- davía gozan los músculos de toda su energía: el sugeto no puede estarse quieto, quiere an- dar; pero bien pronto vacila y cae. Uiode los síntomas mas interesantes de este estado es la perversión de las contracciones musculares. Los que eslan ebrios son incapaces de dirigir con seguridad sus miembros; cogen torpemen- te los vasos y los demás objetos de que quie- ren apoderarse; los movimientos de los brazos y de las manos son convulsivos, y la contrac- ción muscular tan vaga, que difícilmente lle- gan á servirse de los cuerpos que los rodean; lo cual depende sin duda de que no saben medir con esactitud la distentía y forma de tos objetos, y de que los movimientos volun- tarios no están ya presididos del modo conve- niente por la inteligencia, única que podría evitar los errores de los sentidos. La vacilación del cuerpo, que se halla imperfectamente sos- tenido por las estremidades abdominales, es un fenómeno de la misma naturaleza, produ- cido por la contracción instintiva de los mús- culos, que no obedecen estrictamente á la vo- luntad. La inteligencia no puede combinar con precisión los diversos movimientos que man- tienen al cuerpo en equilibrio, resultando de aqui una serie irregular de contracciones y relajaciones alternativas de los músculos. La vacilación revela el desorden profundo del sis- tema nervioso; pero es dilicil determinar su naturaleza íntima. Se la encuentra también en otras afecciones internas, como la liebre tifoi- dea, en lasque la progresión incierta y va- cilante de los enfermos depende, como en los embriagadosr de una lesión funcional de los centros nerviosos. Por lo demás., la sola per- versión de la inteligencia no nos parece sufi- ciente para esplicar la incertidumbre de los movimientos musculares en los casis de em- briaguez, puesto que existe igualmente en los enfermos tifoideos, que tienen intactos sus fa- cultades intelectuales; de donde se infiere que debe haber alguna cosa mas que no conoce- 438 ENFERMEDADES PRODUCIDAS POR EL ALCOHOL. mos. Flourcns piensa que el cerebelo es el asiento principal de la sobreestimulacíon, y f>robab!eraente aceptarán esta teoría los que lacen representar a dicho órgano el principal papel en la coordinación de los movimientos; pero se le han opuesto objeciones rauy fun- dadas. Giacomini y muchos partidarios del conlracstimulismoque sostienen sus ideas, di- cen que el alcohol parece obrar raas especial- mente sobre el cerebelo y los cordones ante- riores ó motores de la médula espinal, é inclu- yen á este líquido entre los hiperestenizanles raquidianos (trad. cit., ord. 4). «Háse notado generalmente, que los em- briagados sufren impunemente caiuas que pro- ducirían en otros lesiones graves; lo cual de- pende de que la contracción muscular carece de la duración y energía que adquiere en el hombre cuando mueve voluntariamente sus miembros. Resulta de aqui que la relajación sucede con mucha rapidez á la contracción, y ademas que no hallándose esta conveniente- mente dirigida, se dobla el cuerpo sobre los miembros, que solo oponen una débil resisten- cia, y la caída se verifica con lentitud y sua- vidad. Puede compararse muy bien este fe- nómeno con la vacilación particular de los ni- ños que no saban todavía andar: es una es- pecie de convulsión clónica, es decir, una su- cesión de contracciones y relajaciones irregu- lares de los músculos. Los miembros están agitados á veces de un movimiento continuo, bastante semejante al que se observa en el corea. Ya hablaremos mas adelante del corea de los bebedores y da los temblores que se ob- servan en el delirium tremens, á consecuen- cia del envenenamiento crónico por el alcohol. «A medida que se aumenta la embriaguez, se hace cada vez mis débil é incierta la con- tracción musculaF, y al fin sobreviene la re- solucion completa de los miembros. En vano se escita entonces la sensibilidad cutánea por m¿dio de picaduras ú otras irritaciones aná- logas, pues no hacen los miembros ningún movimiento: hállase en este caso suspendida la seasibilidad á causa del desorden profun- do del sensoria in ammune, que ya no puede sentir; asi corao se suspende también la con- tracción muscular, porque el cerebro deja de ser apto para presidir al sistema locomotor. Los edioteres se sustraen al imperio de la vo- lunta.!; se espeten involuntariamente las ori- nas y l.is materias fecales, cuando llega la cra- bria-üízásu mis alto grada; los músculos respiradores, que son en parte voluntarios y en pirte no, dejan de obrar con la energía y regularídal fisiológicas; se entorpece la res- piración: no corre libremente la singre por los vasos pu! norias, y no tarda la asfixia en ¡ I concluir coa el e ifir.no. La fuerte congestión saagai.oaa del crahro y de su> membranas puad; suspj.-iJcr las funciones de la iner- \m. «Resumiendo en algunas palabras la acción tóxica que ejercen los alcohólicos sobre el sis- tema nervioso, diremos que al principio hay sobreescitacion y perturbación, y después des- trucción de las funciones inervalnces. Por estas tres grandes modificaciones del sistema nervioso se esplican todas las alteraciones de los diversos aparatos. No admitimos que haya estimulación ó coutraestimulacion según las dosis, ni creemos con Giacomini que solo exis- ta sobreestimulacíon, esplicándose por ella to- dos los fenómenos que dejamos espinólos; pues existen desórdenes nerviosos, dependientes de la perturbación del sistema de este nombre, que no pueden entrar en la dicotomía brownia- na que se ha propuesto para los medicamentos y venenos. «Las funciones generadoras se escitan ordi- nariamente en los que solo se embriagan algu- na vez; pero se debilitan cuando es habitual el uso de las bebidas fermentadas. Los que be- ben mucho vino, dice Amyoteu su traducción da Plutarco, tienen poca actividad en el acto de la generación, y su semen es poco apto para fecundar. El alcohol escita los deseos ve- néreos en los libertinos, porque sus ideas do- minantes adquieren entonces mas vehemencia. Por lo demás, la influencia que ejercen las be-" bidas espirituosas en el apetito venéreo es re- lativa á su cantidad ; pues si esto es moderada y no hace mas que estimular el sistema ner- vioso sensitivo y la inteligencia, escita raas bien que amortigua las funciones generadoras. »La piel se cubre de un sudor abundante ó de un ligero mador, exbalando una cantidad mínima de alcohol, pues la mayor parte de este líquido se elimina por la superficie de las vias respiratorias. Los perros en cuyas venas se ha inyectad i espíritu de vino ó éter fosfo- ra lo, despiden por la garganta torrentes de vapores azulados. Este esperimento debe ha- cerse por la larde colocando los animales en la oscuridad. «Ogslon (loe. cit.) trae un cuadro, en que in- dica las circunstancias mas importantes del estado de 2 i individuos que observó en un pe- ríodo avanzado de la embriaguez. En 20 estaba la pupila dilatada y en G contraída. En 9 de los primeros no se percibían los latidos de la ar- teria radial; existia un coma mas ó menos pro- fundo, y estaban frias las estremidades y aun la siipsrficie del cuerpo: en los 11 restantes era apreciable el pulso y la temperatura de la piel casi normal. En estos úllimos habia una relajación completa de los músculos; el cuer- po conservaba su calor habitual; la piel se presentaba suave, sin sequedad ni acritud; la cara pálida y la respiración algo e^ertorosa. Resulla de este cuadro, que la dilatación de a pupila corresponde á los síntomas mas gra- ves de la embriaguez y la contracción á los mas leves. «Tomado el alcohol en corta cantidad, y de un modo accidental, activa la nutrición gene- ral v eseila favorablemente todas las funciones; ENFERMEDADES PRODUCIDAS POR EL ALCOHOL. 419 pero puede decirse que la embriaguez no pro- duce jamás ningún efecto saludable, y nadie sostiene en la actualidad que sea útil embria- garse de vez en cuando, por mas escelente que sea el vino y oportunas las circunstancias en que se beba. «Diferentes formas de la embriaguez aguda.- Los síntomas de la embriaguez varian según ¡a dosis del licor, la edad, el sexo y las disposi- ciones particulares del que se embriaga. Dis- tínguense en ella tres grados. «El primero se anuncia por calor y turgen- cia de la piel; la cara se pone rubicunda y animada, los ojos brillantes; el ánimo está mas libre, se ocupa solo de lo presente y destierra las inquietudes que le inspiraba lo venidero; las ¡deas son mas fáciles; el afecto y la amis- tad son los sentimientos que dominan; los in- dividuos hablan mucho y comelen algunas in- discreciones. La inteligencia es raas activa, la conversación mas brillante y animada, la ges- ticulación marcada, vha y "pronta; la palabra algo torpe y la lengua mas gruesa, como se dice vulgarmente. Esto es lo que se llama estar achispado. . »En el segundo grado esperímentan los in- dividuos vértigos, una perturbación bastante considerable de la vista; creen que los objetos giran á su alrededor; los ojos eslan empáña- nos y como vidriosos; la mirada es vaga y ca- rece de espresion , haciéndose después fija y estúpida. La cara está roja y abultada, las ar- terias faciales laten con fuerza; las venas yu- gulares se hallan dilatadas; hay zumbido de oidos, y los demás sentidos se ponen bastante torpes/La lengua no es ja capaz de apreciar esactamente el sabor del vino ni de los alimen- tos; la articulación de las palabras es incierta y difícil; la voz en el canto ronca, y mas grave Y baja generalmente que en el estado normal. La razón se halla fuertemente pervertida,ó mas bien es nula. Entonces es cuando se entrega el enfermo á toda especie de eslravagancias, asi en acciones como en palabras, y comete una multitud de actos reprensibles, que niega mas larde, ydelosqueno conserva el menor re- cuerdo cuando se disipa la embriaguez. El es- tómago suele desembarazarse de las materias que contiene, sobreviniendo vómitos y los de- más signos de una indigestión. Las materias fecales y la orina se escrelan involuntariamen- te en algunos casos, y un sueño profundo y saludable termina por lo común este estado pe- noso y degradante para el hombre. «El tercer grado, que se refiere por sus sín- tomas y los desórdenes materiales que los de- terminan á una congestión cerebral intensa, está caracterizado por la abolición raas ó menos completa de las facultades intelectuales, del sentimiento y del movimiento. Sumergido el enfermo en un estado comatoso, y á veces en un caro profundo, se muestra insensible á to- dos los estimulantes estemos, siendo inútil pincharle y llamarle á voces, pues permanece completamente inmóvil; sus miembros se ha- llan en resolución; en ocasiones se agita la boca convulsivamente; está llena de una espuma mas ó menos sanguinolenta, y exhala vapores fétidos de alcohol; las mejillas se elevan du- rante las espiraciones; el aire penetra con rui- do en el pecho, y la respiración es estertorosa como la de un agonizante, ó mejor como la de un apoplético. «La duración de la embriaguez varía según sus grados: la primera forma que hemos des- crito se disipa comunmente en seis ú ocho ho- ras; la segunda no termina sino al cabo de un dia y bajo la influencia de un sueño, en general profundo, durante el cual es abundante la traspiración, y á veces se prolonga por veinti- cuatro ó cuarenta y ocho horas. Galeno, Dar- win y J. Frank dicen, que la embriaguez habi- tual no se disipa del todo hasta el siguiente dia, poco mas ó menos á la misma hora en que se contrajo. La duración de la accidental no puede estableceise de un modo preciso. Los que se esceden rara vez en la bebida tardan mas en restablecerse que los demás: la edad, el sexo y la escitacion habitual del cerebro, influyen también en la duración, no menos que fa naturaleza de las bebidas fermentadas. La embriaguez por los vinos, especialmente si son espumosos, se disipa con mas prontitud que la debida al aguardiente y á las cervezas tuertes y rancias. El sugeto embriagado con- serva todavía el dia siguiente al esceso cierta desazón; la cabeza dolorida y pesada; los ojos fatigados, abatidos; las conjuntivas inyectadas; la lengua cubierta de una capa blanca ó amari- llenta, á veces muy gruesa; sed, inapeten- cia; en algunos casos náuseas, ansiedad en el epigastrio, cólicos y diarrea. Se difunde un ca- lor incómodo por todo el cuerpo; la cabeza está ardorosa, y en ocasiones padece vértigos inten- sos; el puíso es frecuente, y las arterias laten con fuerza, aunque no haya fiebre propiamen- te dicha. «Crapularis dicta febrícula sequeuti «dieadest, dice Van Swieten ,cum lassitudinc «totíus corperis, capitís dolore, nausea seepe et verti^ine» (Comment. in aphor., p. 1¿7, t. 11, en 4°; Paris, 1771). «Diagnóstico.— Importa mucho que tenga el médico una idea esacta de la embriaguez, asi bajo el punto de vista de la patologia, como bajo el de la higiene general. Un sugeto em- briagado es un enfermo, que aunque se haya envenenado voluntariamente, no por eso es menos acreedor á los recursos de la medicina. Nunca debe olvidarse que en semejante situa- ción es el hombre un enagenado, alienus ase, un ser privado de razón y de juicio, que ignora cuanto hace y dice (mentís non compos). De este modo se fia considerado la embriaguez en Francia por la autoridad militar, cuando dice (Circular del 23 de diciembre de 1831): «Lue- go que se hayan disipado los efectos del vino, volverá á ejercer su acción la autoridad, y solo entonces intervendrá el superior, para usar de ÜO ENFERMEDADES PRODUCIDAS POR EL AlCOnOL. las reprensiones ó castigos necesarios á fin de corregir las costumbres viciosas de su subor- dinado.» «.Nadie, dice Gaste, debe cscusarse de auxiliar á estos desgraciados, considerando la embriaguez como un estodo morboso que reclama medios tan urgentes como un ataque apoplético, una fluxión de pecho, una fiebre maligna, etc. Dúdela embriaguez mas inten- sa hasta la que solo altera las facultades inte- lectuales, existen una multitud de grados in- definibles, entre los cuales no puede estable- cerse distinción alguna que no sea arbitraria» (mem. cit., Man. d¿ méd., de chir. etdepharm. milit., t. LIV, p. 226). Este modo de consi- derar la embriaguez es muy esacto, y fuera de desear que la autoridad se conformarse con él escrupulosamente; pues asi no se espondria a castigar á veces á desgraciados que cometen deán al individuo, negándose á revelar la causa de los accidentes, pueden también engañar al ' "ico. En los ca>o> dudosos debemos averi- me guar si e\i>te el olor alcohólico, pues si asi sucede, es un medio fácil de descubrir la ver- dad. Como la asfixia solo puede resultar de causas especiales, no es muy dificil establecer su diagnóstico. «Trotter dice, que la fiebre tifoidea puede simular la embriaguez en algunos casos. Eu los marinos y en los soldados ingleses que es- lan á menudo embriagados, se necesita, dice este autor, mucho detenimiento para poderse decidir sobre este punto; porque el estado hu- raño de los ojos, la estupidez de las miradas, la incoherencia de los discursos, el entorpeci- miento de la palabra y la vacilación al andar, son tan parecidos en ambos casos, que los ci- acciones reprensibles, tratándolos como reos, rujanos militares y los da raarina deben ser en vez de considerarlos como enferuns. El hombre embriagado es para lodo el mundo un objeto de desprecio y de disgusto; algunas ve- ces se le abandona á sí misino, y suale espiar con la muerte la funesta pasión que le priva de los recursos de los asistentes. Ya diremos mas adelante las precauciones que deban to- marse para evitar los graves accidentes que puede ocasionar la embriaguez. «Esla puede simularse por los malhechores, y por todos los que tengan interés en hacer creer que las malas acciones que han cometi- do han sido efecto de semejante estado, y no siempre es fácil averiguar la verdad. En los casos de esla especie es preciso valerse de cuau- tas luces puedan darnos los antecedentes de las personas. «El conocimiento del género de vida del individuo, las sospechas de los asis- tentes, los vómitos y la naturaleza de las ma- terias arrojadas, asi como la presencia ó falta de un aliento vinoso, favorecen comunmente el diagnóstico» (.1. Frank, loe cit., p. 161). Considerándosa la embriaguez como una cir- cunstancia atenuante, importa mucho saber si existia ya cuando sa cometió la acción; pero esto solo pueden aclararlo los procedimientos judiciales. »;liy muchas enfermedades que pueden si- mular la ijue nos ocupa: tales son especial- mente la congestión, la apoplegia cerebral y la asfivia. Ya nos hemos ocupado de esta parte del diagnóstico diferencial al tratar de la apo- plegia, don Je dijimos que el mejor signo es ei olor alcolióüeo que despide el enfermo por la b.iaa. Mis dificil es formar el diagnóstico, i cuanto un parsona embriagada es acometida de congestión cerebral ó apoplegia; muchas ¡ veces cree el mélico qua solo tiene que cora- j u'iíiagaaz, cu1" persuaden qu hi'.ir u.ia a to.u.is que m cuando sobrevienen sin- 1 t. lllj muy circunspectos en imponer castigos solo por estas apariencias. Los vértigos, que hacen la progresión incierta y vacilante, el estupor é insensibilidad marcados en la cara, y la tor- peza de la palabra , puedeu confundir la fiebre tifoidea con la embriaguez; pero aunque los síntomas lleguen á este punto, los demás signos no dejarán duda alguna sobre la naturaleza del mal. Las manchas, las epistaxis, el estado de los dientes y labios, el gorgoteo, la hiper- trofia del bazo y el estertor bronquial, etc., ilustran inmediatamente el diagnóstico. «La parálisis incipiente de tos enagenados se parece algo á la embriaguez. Colmeil dice, hablando de un individuo afectado de esta pa- rálisis, que se le encontraba en los parages públicos, tartamudeando y vacilando como si estuviera embriagado; que sus amigos le re- prendían instándole á que se moderase, y que la policía lo detuvo á media noche en la calle, porque iba corriendo sin objeto y delirando completamente. Por último, le encerraron co- mo loco (De la purulysie genérale chez les alie- nes, p. 161 , 1826). »La embriaguez alcohólica puede confundir- se con la producida por las sustancias narcó- ticas, especialmente por el opio, el beleño, la belladona, el estramonio, la cicuta, el tabaco, el cáñamo, la cizaña, etc. Seria interesante examinar todas las embriagueces que resultan de estas sustancias tóxicas, para establecer los caracteres propios de cada una de ellas, que pudieran distinguirlas entre sí; pero esta es- pecia de trabajo corresponde á la toxicologia y a la terapéutica, y no seria oportuno ocupar- nos de él en este artículo. Los que deseen raas pormenores, los encontraran en un artículo uy bieu escrito de J. Frank (obr. cit., p. 167, hay una lesión mis grave en el cerebro. En otros casos se «El pronóstico de la embriaguez accidental p.á.i.a que hay una hemorragia cerebral, y ei enfermo sa halla ya restablecido al dia si- r i;e Ue. La falla de dalos y el silencio volun- i nesto, si la lar. > >|ae gai. Jan á vejes las personas que ro- ' alguna entei no es comunmente grave; pero m llega á ha- cerse muy intensa, puede resultarla muerte de la congestión encefálica. Es mucho mas fu- persona que se embriaga padece nadad crónica, en cuvo casóse ENFF.RMED'.DES PRíiDrciDAS POr. El ALCOHOL. Ul halla subordinado á las circunstancias de esta última. «Causas.—La embriaguez es un estado mor- boso que hemos considerado como un verda- dero envenenamiento: todas las bebidas alco- hólicas son capaces de provocarla. Las pro- piedades ébricus de estos bebidas dependen de la cantidad que contienen de alcohol, el cual constituye el principio activo de todos los lí- quidos fermentados en general, y particular- mente de los vinos y demás espirituosos. El acido carbónico contenido en muchos vinos, influye poco en la producción de la embria- guez. Siempre que exi:4a ó pueda formarse azúcar en un líquido acuoso permaneciendo disuelta en él, puede producir alcohol por me- dio de la fermentación, con tal que la tempera- tura no sea menor de 10 grados ni mayor de 30. El vino, la cidra de manzanas ó peras, la cer- veza y la leche fermentada (koumiss de los tártaros) sirven para componer las bebidas fer- mentadas simples. Los jugos de los frutos del ciruelo cultivado (koetschwasser), del fram- bueso, fresal, moral, madroño, serval, arán- dano, enebro, guindo y marasca (kirsch- wasser marrasquino) forman las bebidas fer- mentadas y destiladas. También pueden ha- cerse estas estrayendo el alcohol del jugo de la caña de azúcar (ron), de la savia del abedul, del arce, de la palma, de la remolacha, ver- dolaga y zanahoria, y de los nabos. El trigo, la cebada, el centeno, la avena, el alforfón, el arroz , las patatas, el fruto del castaño de Indias y las castañas, pueden también fermen- tar y desprender alcohol. Las bebidas fermen- tadas simples son las en que este se halla mez- clado con diversas sustancias procedentes de las que hífn servido para la fermentación; y las fermentadas y destiladas, las en que el al- cohol es raas puro y está mezclado con una cantidad menor de otras materias, á cuya ca- tegoría corresponden los aguardientes y de- más licores. Hemos usado siempre de la pala- bra alcohol porque es el principio venenosoque ocasiona la embriaguez; pero se comprende 3ue se hallan en el mismo caso todas las bebí- as que lo contienen. «El alcohol suele penetrar en la economía por la superficie mucosa gastro-intestinal, que es la via mas comun ; pero también puede re- sultar la embriaguez de la absorción de vapo- res alcohólicos por las vias respiratorias; ha- biéndose visto personas acometidas de vértigos y de todos los síntomas del primer grado de la afección que nos ocupa, por solo haber per- manecido en un parage cuya atmósfera conte- nia bastante alcohol. La inyección de este en las venas y en el tejido celular de los animales los embriaga con mucha rapidez. «Los efectos que provocan las bebidas alco- hólicas son tanto raas notables, cuanto mas pic- tóricas las personas y mas escitable su sistema nervioso y cuanto raas dispuesto se halla el ce- rebro á congestionarse. Las mugeres v los ni- TOMO IX. ños soportan mas difícilmente las dosis fuertes de bebidas alcohólicas, que los adultos y los viejos. Estos líquidos obran con tonto menor actividad cuanto mayor es el uso que se hace de ellos. Las disposiciones individuales hacen variar también considerablemente los efectos del alcohol. La temperatura de la atmósfera ó del lugar que ocupa el hombre mientras bebe, puede aumentar ó disminuir los efectos de la embriaguez. Esta reconoce en ocasiones por causa determinante un escesívo calor y la in- fluencia repentina de una temperatura fria después de una caliente; cuyo electo atribuye Roesch á la supresión de las funciones cutá- neas, siendo esla la causa, dice, de que los es- pirituosos se toleren mejor (momentáneamen- te) en estio durante el calor y cuando se traba- ja, que en invierno en parages fríos y después de comer. Es rauy perjudicial que la persona embriagada se esponga de pronto á una tempe- ratura baja, porque entonces no puede obrar la piel con la energía que antes (p. 248, loe. cit.). Por nuestra parte no creemos que depen- dan de semejante causa los efectos dañosos del frío, y sí mas bien de la influencia que este ejerce sobre el sistema nervioso. El humo del tabaco, la escitacion moral, la conversación, el canto, los movimientos, ele, favorecen también al parecer el desarrollo de la embria- guez. Cuando el estómago se halla todavía va- cio, sobreviene esla con rapidez, ves muy fu- nesto el hábito que tienen los trabajadores de desayunarse con bebidas alcohólicas. «Tratamiento.—Profilaxis.—La embriaguez se observa mas comunmente entre la plebe y los que no tienen educación. Los médicos y los moralistas se han ocupado mucho de los me- dios que deben emplearse para combatir esta Íiasion degradante, y disminuir el número de os que se entregan á ella. Se han promulga- do en varios países y en distintas épocas, le- yes destinadas á reprimir este vicio, estable- ciéndose penas severas contra los que en él incurran, durante el reinado de muchos reyes de Francia. En estos últimos tiempos se han formado varías sociedades de templanza en los pueblos del norte de Europa y de América. Sabido es el celo y laudable perseverancia que desplega en este momento el P. Mateo para estinguír el vicio de la embriaguez en Inglaterra, donde lia llegado á ser estreraado y casi general. Dejaremos á un lado esta gran cuestión de higiene pública , que merece ocupar á los médicos y moralistas, y nos contentaremos con referir algunos medios 3ue se han aconsejado para que los sugetos etesten sus bebidas favoritas. A veces se ha mezclado con estas alguna sustancia repug- nante por su olor ó su aspecto asqueroso. Fournier dice que estinguíó en dos mugeres la pasión del vino, poniendo emético sin que ellas lo supieran en las bebidas espirituosas de que hacían uso; pues atormentadas por los vómitos, renunciaron, á su funesta eos- 56 412 enfermedades ra-onccu-As püb el alcouol. lurahre (art. Cbapula, Dict. de se. méd.). »Cuauao está un horabre embriagado, se empieza colocándolo de modo que tenga la ca- beza algo elevada; se le quitan los vestidos que puedan comprimir el cuerpo, y se le po- ne en un parage donde pueda hallarse tran- quilo y resguardado del frió esterior. Sabido es que los que duermen la mona, como se dice vulgarmente, están espuestos á enfriarse, y que muchos sucumben á la especie de asfixia que al fin ocasiona este enfriamiento, cuya funesta terminación atribuyen unos á la sus- pensión, ó al menos á la disminución consi- derable del influjo nervioso, exagerada por la congestión cerebral, y otros á la lentitud de la circulación y á la congestión de la sangre en los vasos. Se ha propuesto, para evitar el enfriamiento, rodear el cuerpo del enfermo con paja, estiércol y otras sustancias, que puedan conservarle el calor que pierde tan fácilmen- te. Esta precaución es en efecto indispensable, sobre todo en la estación rigurosa del invier- no. Muchos embriagados mueren de frió en las prisiones donde se los encierra. Después de hacer lo que hemos dicho, se los abando- na á sí mismos, pues no tarda en apoderarse de ellos un sueño profundo que disipa su es- ta lo; pero conviene visitarlos de vez en cuan- do aunque estén durmiendo, no sea que de pronto los acometa una congestión ó una he- morragia cerebral. «Cuando un soldado está sumido en la em- briaguez, es preciso colocarlo en una sala á tiropósito ó eii la enfermería, y no en un ca- abozo como se hace con demasiada frecuen- cia; pues el primer inconveniente que tiene semejante medida, es exasperar al enfermo y obligarlo á cometer algún acto de insubordi- nación, ó á proferir palabras injuriosas. «To- do horabre embriagado, dice Gaste, es unen* ferino que debe tratarse inmediatamente y con la mayor energía posible en los casos raas graves. Cuando lo son menos, también ha de ser la primera la intervención del médico; y los que entre tonto cuiden de él ó se hallen destinados á darle los remedios, deben tratar- le con toda la dulzura y miramientos nece- sarios. Luego que se haya disipado'la embria- guez y restablecido la salud, pero no antes, estará bien que intervenga la autoridad supe rior, para reprender y castigar al sugeto de un modo mas ó mimos severo, con el fin de cor- regirle del vicio brutal de la embriaguez» (Mera, cit., p. 22.) I. Estas palabras deben ser- vir de guia a los médicos y cirujanos militares que tengan que asistir á soldados embria- gados. - «Tratamiento farmacéutico.—Se han pro- puesto diversos medios para prevenir la ein- briagueE. Se ht dicho que podía evitarse to- mando antes ó al mismo tiempo que los alco- hólicos, aceite común, agua salada, orina, al- inéalas amargas ó acido prúsico dilatado en agua. Plutarco rehire, que uno de los compa- ñeros de mesa de Druso, hijo del emperador Tiberio, bebía mucho sin embriagarse. tSe advirtió que antes de beber comía cinco ó seis almendras amargas , y habiéndole privado de que lo hiciera, no pudo después resistir tanto» (Traduc. de Ainiol, i. XII). Según Bullíard la orina tiene la misma propiedad (Ilistoire des plantes veneneuses de trance, p. 43). Se han alabado también las coles, las cebollas, los ajenjos, el azafrán, las aceitunas y las friccio- nes hechas en las sienes con licores aromáti- cos ó con ungüentos tónicos; pero es mas que dudosa la eficacia de todos los medios de que acabamos de hablar. «Cuando está ya declarada la embriague*, se aconsejan para disiparla las inmersiones en agua fria y los baños de sorpresa, las aplica- ciones de bxicrato al escroto, las lociones frias y las afusiones de igual temperatura á la cabe* za. Este último medio puede ser útil cuando haya congestión cerebral; pero conviene mu- cho evitar el enfriamiento, al que está ya muy dispuesto el individuo. Troller dice que son muy útiles los fomentos de oxicralo frío en la cabeza. Refiere haber visto á muchos marine- ros embriagados caerse al mar, de donde sa- lían despejados, y con este motivo cuenta re- firiéndose á Bullón, que las mugeres délos salvages de América suelen arrojar al mar a sus maridos para evitarles los efectos de la embriaguez. Roesch considera el uso del frío como muy dañoso en general (mem. rií.,p. 24o, Journ. d'hyg. et de med. leg., t. XX). «El amoniaco y sus diversos compuestos se tienen bastante generalmente como los mejo- res antídotos del alcohol, y se han preconi- zado por muchos autores. Las preparaciones que mas se usan son: el amoniaco,*el acetato y el carbonate de esto base, administrados á cucharadas en una poción. Massuver, profe- sor de la facultad de Estrasburgo ha sido uno de los primeros que han restituido al acetato de amoniaco la reputación de que gozaba en el tratamiento de la embriaguez. Gervais ha publicado en el Rulletin de therapeutique una noto sobre los buenos electos del hidrógeno azoado (t. X VUI, p. 30). Acostumbra dar veinticuatro gotas de este liquido en una po- ción, y lo ha empleado igualmente en friccio- nes sobre las sienes. Prus dice haber restable- cido en poco tiempo á un hombre intensamen- te embriagado, administrándole una dracmade acetato de amoníaco (Bull. de therap., t. XVII, p. 388). En olro caso quince gotas de amonia- co líquido volvieron la v ida á otro sugeto, que estaba al parecer muerto (el misrao periód., t. Vil, p. 131). Piazza refiere cuatro casos de curación rápida, obtenida por este medicamen- to (inem. cit., t. Vil, p. 160). Velsen, Dier- vach y Schneider lo han preconizado en Ale- mania (en la mera. cit. de Roesch y J. Frank, loe cit., p. 106). Rigal cita también muchos hechos, que prueban su eficacia contra la em- briaguez (Arch. gen. de méd., t. XVII, p. e>flrmedades pao: i G0I; 1828). El doctor Crooraley recomienda el licor amoniacal aromatizado; v considerando Scharn rauy recientemente al delirium tre- mens como una embriaguez llevada al grado mas alto, ha imaginado combatirlo con el succinato de amoniaco, obteniendo escelentes resultados (Jahrbü herderin und auslandischen yesammten Median.). También podría usarse esta sal contra la embriaguez. El modo mas simple y fácil de administrar el amoniaco, es mezclando de treinta á cuarenta gotas de este medicamento en un vaso de agua azucarada, y haciéndolo tomar en media ó una hora á cu- charadas. Si no pudiera el enfermo deglutir esta poción, se emplearían de cuarenta á cin- cuenta gotas en lavativa. También se le pue- de aplicar á las sienes; pero como este líquido en estado de pureza produce rubefacción y ve- sicación de la piel, nos parece preferible usar una mezcla de partes iguales de agua y de amoniaco, aplicando en la frente una cora- presa impregnada de esle líquido. Podría ad- ministrarse también el acetato del mismo mo- do, pero á dosis mas altas, corao de una á una y inedia dracmas por ejemplo. Los ventajosos efectos de las preparaciones amoniacales son muy problemáticos para otros observadores, 3ue dicen haberlas usado sin ventaja. Pero sea e esto lo que quiera, corao el amoniaco á la dosis de treinta á cuarenta gotas no tiene ningún inconveniente, se debe siempre recur- rir a él, sin temor de que aumente la conges- tión cerebral. »Se han administrado también, y al pare- cer con buen éxito, bebidas aciduladas con vinagre. Roesch considera este líquido como el antídoto mas directo; pero esta opinión es muy dudosa, por hallarse basada en la teoría mas bien que en la esperiencía. Sin embargo, otros observadores dicen haber obtenido bue- nos efectos del uso del vinagre, administrado interiormente y en lavativa, ó en fomentos y afusiones á la "cabeza. El mismo efecto pro- ducen también los demás ácidos; pero como no se tienen tan á mano como el vinagre, me- rece este la preferencia. «¡El remedio que mas comunmente emplea el vulgo para evitar ó disminuir la escitacion que produce la embriaguez, es una infusión cargada de café. Esta puede obrar favorable- mente sobre el sistema nervioso cuando la afección no pasa del segundo grado; pero cuan- do ha llegado al tercero, no ejerce ninguna acción saludable, y aun podría tener graves inconvenientes. «Los eméticos se han aconsejado por mas de un autor, diciendo que la misma natura- leza los indica de una manera evidente, pues- to que se curan muchos embriagados, cuando arrojan por el vómito las bebidas contenidas en* su estómago. Pero solo es ventajosa la ad- ministración de este medio en el tereer grado de la embriaguez, y cuando se temen los fu- nestos accidentes que siguen á la congestión CIDAS POR EL ALCOnOL. 113 cerebral. Se procurará averiguar ante todo, si hace mucho tiempo que se halla el enfermo en este estado, pues si ha trascurrido va dema- siado desde la ingestión de las bebidas alco- hólicas, v hay motivo para creer que no debe ser notalile la cantidad que contenga el estó- mago, es inútil el emético; puesto que el ve-» neno ha pasado ya al sistema circulatorio y que no es posible neutralizar sus efectos, á no ser con los antídotos que ya dejamos indi- cados. Los vomitivos eslan por el contrario in- dicados cuando la congestión cerebral y la asfixia amenazan la vida del enfermo. «Estos medios, dice Roesch, son aveces los únicos que pueden salvar á un sugeto á quien la em- briaguez ha privado de sus sentidos, sumién- dolo en un estado de muerte aparente.» El vómito debe provocarse al principio, irritan- do la faringe v el velo palatino con una plu- ma , una sonda, etc., ó administrando agua caliente, y cuando asi no se obtienen resulta- dos, se prescribe de dos á tres granos de tár- taro estibiado en disolución acuosa; cuya do- sis puede ser mavor, y aun doblarse, cuando se hava apoderado del enfermo ese estado de insensibilidad que es tan comun. Puede su- ceder que se aumente la congestión cefálica con estos medios, y que no llegue á verifi- carse el vómito, en cuyo caso es preciso re- currir al uso de la sonda y de la bomba gás- trica para vaciar el estómago, con lo cual se han curado algunos sugetos que estaban próxi- mos á sucumbir. Ogston (loe cit.), eon ía ma- yor parle de los médicos alemanes prefiere al bomba gástrica á los eméticos en todos los ca- sos, y dice haberla usado en seis enfermos, que en su mayor parte recobraron el conoci- miento casi inmediatamente. «Todos los síntomas que se observan en el tercer grado de la embriaguez parecen indi- car el uso de la sangria, y la mayor parle de los médicos la prescriben, cuando observan ea los enfermos rubicundez y tumefacción de la cara, abullamiento de los ojos, latidos enér- gicos de todas las arterias, y signos de una con- gestión del cerebro, como la pérdida de la in- teligencia y la parálisis general de la sensación y del movimiento. Creemos útil la sangria, para disminuir momentáneamente la hiperemia en- cefálica que determina el alcohol; pero aña- diremos que no siempre puede hacerla des- aparecer, porque el veneno que ha penetrado en la sangre, perturba fuertemente las funcio- nes cerebrales. Al mismo tiempo que se estrae una cantidad de sangre proporcionada á la fuerza del individuo y á la intensión de la con- gestión, se aplicarán á la frente compresas em- papadas en oxicrato frió; se lavará la cara, y se escitará con energía la piel de las es- tremidades inferiores por medio de sinapis- mos; también será útil hacer grandes afusio- nes de agua en el cuello y'la cabeza, siempre que no las contraindique el enfriamiento del cuerpo. Mientras se usan estos recursos, se 4ii E.NPERMrUUDLS PR0UCCU>A4 POU el ALCOHOL. procurará escitar el vómito con los que ya dejamos propuestos. El horabre embríagadocae aveces en una insensibilidad tal, que todas las funciones están próximas á estinguirse: la respiración se hace tan débil, que puede ha- cernos creer que está muerto el sugeto, y en otros casos tan dificil y laboriosa, que algu- nos médicos han recurrido á la traqucoloraía, para combatir la sofocación que amenazaba la vida de los enfermos. Un médico inglés, el doctor Sarapson, se vio obligado á practicarla en un caso de esta especie (Gazetta medícale, p. 666; 1837). «Para disipar los desórdenes que persisten cuando ha cesado la erabriaguez, conviene prescribirlas bebidas aciduladas, y que obser- ve el enfermo alguna dieta. La fu fusión fria de café puede ser ventajosa para las personas que han cometido el dia antes algún esceso en el vino; pero nosotros preferimos las bebidas aciduladas, y particularmente las que con- tienen vinagre ó zumo de limón. No podemos convenir en el consejo que da la escuela de Salerno, seguido por muchos bebedores, de tomar una cantidad moderada de vino. «Si «nocturna tibí noceat potatio víní, huc tu ma- »ne bibes et fuerit medicina»; pues con esta medicina se perpetúa el vicio de embriagarse. «Naturaleza y clasificación.—Brodie opina que el alcohol obra únicamente sobre las es- tremidades nerviosas; pero son pocos los par- tidarios de semejante opinión. Este liquido es un verdadero veneno, que penetrando en la sangre, ejerce sobre la pulpa cerebral una ac- ción que solo conocemos por sus efectos, y á laque concedemos algo de especial, porque difiere esencialmente de la que ocasionan otros venenos , como las sales de plomo, el mercu- rio, el opio y otros muchos. La erabriaguez ofrece todos'los caracteres de un envenena- miento, en el que no creemos represente la alteración de la sangre el principal papel. Pa- ra que la sustancia nerviosa se escíte de una manera especial, es preciso que las molécu- las alcohólicas sean conducidas por la sangre, bajo cuyo aspecto hay sin duda modificación accidental de la composición de este liquido, como sucede en muchos envenenamientos; pe- ro no es á nuestro parecer la alteración de la sangre la que determina los accidentes de la erabriaguez; sino que colocamos su punto de partida en el desorden que esperimenta el sis- tema nervioso. La embriaguez es uua enfer- medad que debe clasificarse entre los envene- namientos, al lado del narcotismo y otras es- pecies de intoxicaciones análogas. Algunos au- tores la describen al tratar de las enfermedades del cerebro; pero esta clasificación nos pare- ce viciosa , porque entonces seria preciso con- siderar también como afecciones de igual na- turaleza todos los envenenamientos en que son muy pronunciados los desórdenes nerviosos. »2." Intoxicación alcohólica cbónica. —Pa- ra que el lector comprenda bien el sentido que damos á esla palabra , recordaremos que los fenómenos morbosos v las enfermedades ¿ que da lugar la introducción del alcohol en la eco- nomía, son muy diferentes, según que se lo- me el veneno con largos intervalos y de un modo accidental, oque liaban de él los en- fermos (como tales debe coni-iderarse á los que se envenenan voluntariamente de esle modo) Un uso habitual. De aqui resultan dos grandes clases de enfermedades: unas que cor- responden á la embriaguez uuuda y que he- mos descrito ya en la sección precedente, y otras, muy numerosas, de que vamos áhablur como dependientes de la embriaguez crónica. «Trotler clasifica del modo siguiente las en- fermedades que provoca lu embriaguez: 1." bis que sobrevienen durante el paroxismo, y son: la apoplegia, el histerismo, las convulsiones, lo oneirodinía y los sueños espantosos; 2.° las que son causadas por el hábito de embriagar- se, corao el frenesí, la pleuresía, la gastri- tis, ta oftalmía, los diviesos, la hepatitis, la gota , el escirro, la ictericia, la disnea, la hi- dropesía, la tabes, la atrofia, ei síncope, las palpitaciones, el trismo, la diabetes, la ina- nia, el idiotismo, las úlceras, la melancolía, la impotencia, la abolición de los deseos ve- néreos y una vejez prematura. Esla larga enumeración comprende las enfermedades que pueden sobrevenir eu los bebedores; pero no esto probado que gran parte de ellas sean pro- vocadas por el alcohol. «Friedrieh, Clarus, Roesch y la mayor parte de los médicos alemanes, designan con el nom- bre de ebriosidad el estado habitual de embria- guez en que >e hallan algunas personas; y distinguen entre los accidentes a que da lugar semejante estado: l.°la inhumanidad ébrico, que comprende la ferocidad y la tristeza ébricu; 2.° la beodez ó el deseo de las bebidas alcohó- licas, que puede llegar hasta la monomanía (dipsomanía); 3.° las alucinaciones ébricas it los sentidos; y 4.° la locura ébrica ó delirium tremens. Pudieran añadirse á esta división el temblor, las convulsiones y la epilepsia, que no están comprendidos en ella. Creemos que de- ben estudiarse los varios desórdenes que pro- duce el envenenamiento alcohólico, según que afecten mas especialmente las facultades inte- lectuales, el sentimiento ó el movimiento. «Enfermedades del sistema nervioso ENcá- falo raquidiano.—Empezaremos diciendo, que muchas veces es imposible hacer una separa- cíoq marcada entre los diferentes desórdenes de la inteligencia, de los sentidos y del movi- miento. Hay sugetos que se enfurecen y son acometidos de monomanía homicida, perma- neciendo sus movimientos firmes y seguras; pero otros se hallan atormentados por aluci- naciones frecuentes, y padecen temblor al pro- fiio tiempo, presentando en una palabra todos os signos del delirium tremens juntamente con los de una monomanía homicida. Imposible , seria enumerar las variadas formas que puc- enfermedades puojucl.as for el alcohol. 443 den revestir los desórdenes nerviosos produci- dos por la intoxicación alcohólica. Debemos también prevenir al práctico, que las enfer- medades que provoca comunmente la beodez habitual, pueden sin embargo manifestarse aunque sea muy corto el número de escesos, y auu á veces después de una sola libación de- masiado copiosa. Importa mucho que el mé- dico se halle instruido en estas particularida- des, si ha de suministrará los magistrados los documentos necesarios para apreciar el grado de culpabilidad de algunas acciones. »A. Mania furiosa, ferocidad ébrica.—Esla se manifiesta especialmente en los hombres dotados de mucha fuerza, que carecen de edu- cación y pertenecen á las clases inferiores de la sociedad. «Se halla caracterizada por una conducta brutal bajo todos aspectos, por una cólera «grosera, por la indiferencia hacia el bienestar ó el reposo de los demás, especial- mente de su propia familia, por el desprecio de los principios de equidad y justicia, y por un humor jactancioso y quimerista, que in- duce el enfermo ó maltratar sin ninguna con- sideración á los que le contrarían, valiéndose de la violencia para sostener lo que llama su derecho » (Roesch , obr. cit., p. 14). Todos los dias se ven ejemplos de esta repugnante en- fermedad entre la plebe, llegando algunos á cometer asesinatos ó herir gravemente á per- sonas que no conocen, buscándolas para in- sultarlas groseramente ó maltratarlas sin cau- sa ni motivo. Muchas veces descargan estos desgraciados su furor contra sus hijos ó mu- geres. La autoridad debe intervenir, para evi- tar semejantes acciones y otras no menos cul- pables. Hay una multitud de grados entre la simple brutalidad ébríca y las tentativas ho- micidas que hacen los embriagados. La resis- tencia que se opone al enfermo, el estado an- terior de sus facultades intelectuales, el calor atmosférico, la mayor cantidad de alcohol y la preexistencia de una congestión cerebral ó de cualquiera otra afección, son otras (antas circunstancias que pueden hacer variar los efectos de la manía furiosa que se apodera de un embriagado, y que deben examinarse con la mayor atención por el médico-legista. «Remitimos al lector á nuestro artículo Lo- cura en cuanto al tratamiento general que exi- ge esta especie de enagenacion. Solamente añadiremos, que en virtud de la causa espe- cial que reconoce, debe emplearse ante todo el método curativo que hemos aconsejado en la embriaguez aguda. »B. Monomanía homicida ébríca.—Conviene dislinguirde la forma precedente la inclinación irresistible que arrastra á ciertos sugetos em- briagados á cometer asesinatos. Hé aqui uno de los ejemplos mas notables que se pueden citar. «Seis años hacia que habia dado en em- briagarse un oficial de carpintero, cuya pa sion, que le sobrevenía por accesos, fe obli- gaba a veces á estar bebiendo sin dejarlo por espacio de ocho, quince dias ó tres semanas- Todo esle tiempo lo pasaba tranquilo sin haoer daño á nadie; pero cuando dejaba de beber, perdía el juicio y esperimentaba ansiedad, una agitación general, opresión de pecho y con- gestión hacia el cerebro. Hallábase casado y tenia muchos hijos, profesando especial cari- ño al último, de edad de cinco años. Después de haber pasado una vez siete días entregado á la bebida, estuvo trabajando por espacio de tres, y se acostó en la cama de la familia doa- de se encontraba ya el niño. Cuando la muger salió á la mañana "siguiente, despertó á sumar rido, el que no tardó mucho en hallarse aco- metido por una horrible ansiedad y un temblor violento, pareciéndole que una voz le amo- nestaba continuamente a que matase á su hijo. Se levantó de la cama; recorrió muchas veces el cuarto; se cruzó de brazos, y procuró disi- par esta funesto idea por medio de la oración,. volviéndose después á acostar y acariciando á la criatura. Pero al cabo de algunos minutos volvieron á presentarse el temblor y la ansie- dad, y oyó nuevamente la terrible voz. No pu- diendo ya resistirse, se lanza deja cama, coge un hacha, y da con el dorso de esta tres ó cua^ tro golpes en la cabeza de su hijo, llorando á lágrima viva. Luego que vio correr la sangre, volvió un poco sobre sí; colocó el hacha en su puesto; despertó á su hija mayor, y.le dijo que fuera á buscar á su madre. Se apoderaron de él el mas verdadero arrepentimiento y un do- lor espantoso; todo su cuerpo temblaba¿ y no tenia fuerza para vestirse. Se presentó á la jus- ticia á confesar el hecho, refiriendo todas las circunstancias con la mayor detención, y aña- dió que ya otras dos veces habia espenmenr- tado el mismo deseo de cometer un asesinato', pero que lo había llegado á vencer por me&o de la oración y alejándose con fapidez.» Des- pués de estar preso quince días, declaró el tri- bunal que el atentado se habia cometido sin conciencia, y Que por lo tanto no podia haber responsabilidad, pero que se vigilase al homi- cida (Roesch, not cit., p. 345).Esta observa- cien, interesante bajo muchos aspectos, de- muestra que el desorden intelectual empieza comunmente por alucinaciones, y que no siem- pre sobreviene durante el uso de las bebidas alcohólicas, sino á veces muchos dias después que se han ingerido en el estómago. «La manía furiosa puede manifestarse solo una vez después de un esceso, y se la designa con el nombre de mania transitoria. Estase observa comunmente en las personas que no tienen eostumbrede beber. Roesch cita el caso curioso de un consejero de Rerlin, llamado Lencke, que maltrató de tal modoá su. muger durante un paroxismo de manía ébrica, que le produjo lesiones que algún tiempo después la condujeron al sepulcro. Cuando volvió en sí al cabo de una hora, lloró amargamente; pi- dió perdón á su esposa, y se quedó dormido por veinticuatro horas; al cabo de cuyo .tiem- "Ii6 ENFERMEDADES PRODUCIDAS POR LL ALCOHOL. po se dispertó ya bueno, acordándose vaga- mente de haber soñado con un ladrón. »C. Monomanía triste; melancolía ébrica; tristeza ébrica.— El bebedor que la padece está siempre sombrío, triste, descontento de sí mismo y de las personas que le rodean; es quimerista, y cree continuamente que se trata de engañarle y de reprenderle por sus faltas. Los sugetos en quienes se observa esta mono- manía triste, son generalmente ¡lustrados, y pertenecen á la clase elevada de la sociedad. La lucha que se establece entre la razón que se opone á sus escesos habituales, y la funesta pasión que los domina, acaba por sumergirlos en la tristeza, y los arrastra en fia á la deses- peración y al suicidio. «Cuándo yo estaba en la Salitrería, dice Es- quirol, habia eu ella una muger maniaca, que á la mas ligera contrariedad se entregaba á la bebida, y se ponía furiosa ó hacia tentativas de suicidio, sino se la contenia á tiempo. «Toll encontró en las cárceles de Bamberg una muger, 2ue cuando estaba bebida, esperimentaba un cseo vehemente de quemar alguna casa. Ape ñas pasaba esta irritación, se horrorizaba de sí misma; pero habia cometido catorce incendios antes que llegaran á encerrarla» (Esquirol, Des maladies mentales, 1.11, p. 74; 18:48). »D. Monomanía ébrica, Esquirol; dipsoma- nía y polidipsia de los médicos alemanes.— ¿No son los bebedores, dice Esquirol, unos verdaderos monomaniacos? Cuando se los ob- serva cuidadosamente, se eucuentra en ellos todos los caracteres de la locura parcial. Roesch distingue muchos grados en esta especie de monomanía. «El primero consiste en el deseo délas bebidas espirituosas, que son propias para.provocar un estado de espansion y de ale- gría. El segundo es un deseo casi irresistible, debido á la necesidad de reanimar las fuerzas abatidas de cualquier modo, y sobre todo por abusos anteriores de los licores fuertes.» No creemos que deba atribuirse á la dipsomanía, es decir á una verdadera monomanía, el de- seo de las bebidas alcohólicas, á menos que sea estremado. La beodez es, como dice muy bien Roesch, una propensión morbosa á embriagar- se, que domina completamente al hombre, y que se puede comparar con el hambre canina. El médico ruso Bruhl-Cramer divide la era- briaguez en continua, remitente é intermiten- te. Estas divisiones nos parecen singulares; sin erabargo, como las hace ua hombre que ha tenido frecuentes ocasiones de observar to- das las formas de la enferraedad, tomaremos algunas citas de su obra (líber die Trunksuoht und cine rationeüe Heilmelhode derselben; Berk, 1819). »En la dipsomanía continua, después de pa- sar ios enferraos una noche agitada, y á veces sin dorrair, se quejan de dolor de cabeza, de -inapetencia, de náuseas, y su primer deseo es beber algunos tragos de aguardiente ó de vino. ■Cuando ham toiüado cierta cantidad de estas sustancias, cesa el temblor de los miembros y del cuerpo; se reaniman las fuerzas, y puede el sugeto dedicarse á trabajar; pero como con- tinúa behíendo, se vé muy luego obligado a suspender sus tareas, y cae en esa embriaguez que dejamos descrita. »La dipsomanía intermitente se manifiesta por paroxismos, que sobrevienen en épocas mas ó menos regulares. Cuando el hombre es víctima de esta enfermedad mental, pierde su libre albedrio y no puede resistirá su inclina- ción, como lo prueban los siguientes ejemplos, que elegimos entre otros muchos referidos en las obras. Clarus habla de un hombre, que te- nia cada dos ó tres meses accesos regulares de dipsomanía periódica, que se anunciaban por sequedad de la piel y de la lengua, estreñi- miento, rareza y lentitud del pulso, una irri- tabilidad insólita, ansiedad, agitación,insom- nio, y por un quebrantamiento general; las venas se hinchaban; se aceleraba el pulso, y obligado el enfermo á satisfacer su pasión, se encerraba en su cuarto, donde nadie entraba mas que una muger anciana; se acostaba; po- nía á su lado algunas docenasde botellasdevmo tinto, y bebía sin cesar hasta que se concluían. Este acceso terminaba por vómitos repetidos. «Una señora, joven todavía, dice Esquirol, ha estado muchas veces en Charenton, porque el abuso del vino y de los licores la sumía en una embriaguez, cuyos efectos se prolongaban por muchos dias. Cuando se disipaban los va- pores alcohólicos y recobraba la enferma su razón, se llenaba de vergüenza, ocultándose y reclamando vivamente se la devolviese á su familia. Esperando ayudarla á vencer la pa- sión que la dominaba, la prescribimos los chor- ros, y la tuvimos encerrada algunos meses, amenazándola con que estaría toda su vida, si daba margen á que la condujeran otra vez al establecimiento. Nos dió muy buenas palabras, y demostró una firme resolución; pero desde que se víó en libertad, volvieron á presentarse los accesos o (Des malad, ment., t. 11, p. 80, en 8°; París, 4838). «Esquirol refiere muchos ejemplos análogos: habla de un enfermo, en quien la necesidad de las bebidas fermentadas se renovó por espacio de tres años todos los otoños, cesando solo cuando pudo sustraerse á la influencia del frió y de la humedad , marchándose á vivir á lia- ba. Bruhl-Cramer conoció una muger, que se embriagaba el 15,16 y 17 de cada raes, y un hombre que hacia lo misrao en las lunas nue- vas , durándole el acceso por lo comun siete dias y á veces nueve. Sin erabargo de la impo- nente autoridad que tienen los nombres que acabamos de referir, mas de un médico niega que la dipsomanía pueda presentarse bajo una forma verdaderamente intermitente. Roesch, que ha observado un número bastante conside- rable de dipsomaniacos, no ha visto que afec- tase el mal una regularidad tan marcada como dice Bruhl-Cramer, ENFtllMtUADES PROUOCUAS fOR EL ALCOUOL. ai »La dipsomanía es una enagenacion mental, caracterizada por una inclinación irresistible á las bebidas fermentadas. Se compara con razón á la bulimía y á la ninfomanía. Es una locura arcial, una verdadera monomanía, que so- reviene á veces en individuos que jamás han abusado del vino ni del alcohol. Sin embargo, acomete con mas frecuencia á las personas que han hecho escesos de este género en diferen- tes épocas de su vida. La edad crítica obra co- mo causa ocasional en algunas mugeres. •Cuando la dipsomanía se presenta por acce- sos, suelen observarse los síntomas siguientes: tedio, tristeza, irascibilidad, que llega hasta el furor; cefalalgia sincipital, vértigos, zum- bido de oidos, alucinaciones acústicas y visua- les ; temblor ligero de los miembros, y á veces movimientos convulsivos, contracción de los párpados; sueño agitado; rubicundez violada y turgencia de la cara; temblor y sequedad de la lengua; anorexia, ó pica y depravación del apetito, y una necesidad instintiva, imperiosa é irresistible, de beber, que si no llega a satis- facerse, induce al enfermo á cometer acciones criminales, para procurarse las bebidas que de* sea. Obsérvanse también borborigmos, estre- ñimiento y mayor encendimiento de las orinas, que se hacen igualmente mas escasas. Algunos autores dicen, que se manifiestan petequias en diferentes puntos del cuerpo, y hemorra- gias por la nariz, las encías y el ano. «Al principio se limita el enfermo á satisfa- cer la sed, y las primeras dosis de vino ó aguar- diente que* toma, le restituyen la fuerza y la tranquilidad. Lo mas estraño es que la sed no puede apagarse con agua ni con bebidas acuo- sas y aciduladas, sino esclusivamente con lico- res espirituosos. Esta necesidad persiste mien- tras dura el paroxismo; después del cual en-* tran los enfermos en convalecencia; vuelven á ser sobrios, y muchos tienen una repugnan- cia invencible y aun horror á las bebidas fer- mentadas. Los vómitos , los dolores de vientre, el insomnio» los espasmos y las alucinaciones, tonstituyin les últimos sintonías del mal y los signos dé la convalecencia. No obstante, el sis- tema nervioso se conserva algún tiempo per- turbado, Ja cara alterada y lívida; hay todavía una susceptibilidad estreuiada y tendencia á enojare. «Es dificil curar la dipsomanía. «Los moti- vos mas poderosos, las resoluciones raas fuer- tes, las mas solemnes promesas, la vergüenza \ el peligro á que se espinen, losdoloies físi- cos que les aguardan, los castigos cen que se les amenaza si no se corrigen, los ruegos, las súplicas de los amigos, la ternura de los pa- dres, de las madres y de los hijos, todo es in- suficiente para curar á estes desgraciados de su deplorable inclinación.» Asi es que Esqui- rol, de quien tomamos estas palabras, aconse- ja recurrir al aislamiento. Es preciso, dice este módico, vencer el hábito de intemperancia con uua larga costumbre de sobriedad, y para con- seguirlo, conviene evitar las ocasiones, colo- cando al individuo en la imposibilidad de sa- tisfacer su vicio; ledot lo cual se logra por dicho medio. Bruhl-Cramer aconseja el ácido sulfúrico unido al castóreo, para prevenirla dipsomanía, y cuando se ha manifestado ya el acceso, la tintura de castóreo y el cálamo con el éter sulfúrico. »E. Demencia ébrica.—Se pareee completa- mente á la demencia producida por otras cau- sas , y creemos por lo tanto inútil reprodu- cir su descripción. A consecuencia de repeti- dos escesos se observan en el enfermo atonía^ niiento, apatía, debilidad de la memoria, un insomnio completo, y el individuo, victima de alucinaciones y de terrores pánicos, vocifera durante la noche, y acaha por sucumbir con todos los síntomas de la demencia. Muy co- munmente sobreviene la muerte á consecuen- cia de accesos epileptiformes, de convulsiones ó de la parálisis. »F. Alucinaciones.—"Ratñ vez dejan de per- luibarse estraordinariamente los sentidos de resultas de los escesos en la bebida: ora son mas finos y se hallan mas oscilados; ora por el contrario, pierden su agudeza ó se per- vierten. El oído, la vista y el tocto!, padecen alucinaciones muy notables. Los bebedores creen oir voces que les hablan, les injnrian y echan en cara su mala conducta ó crímenes atroces. Ven pasar delantedesufc ojos imágenes fantásticas, llamas, figuras humanas ó de ani- males. En ocasiones discurren con esactitud, conociendo que estas visiones no son ¡reales; pero no pueden disiparlas. Algunos:pierden el olfato y perciben olores que no existen^Es* tas alucinaciones sen á vetes el único sínto- ma de la beodez; pero también suelen acom- pañarse de delirio y temblores, y entonces se considera la enfermedad cemo un delirium tremens. Recuérdese ademas, que estos sínto- mas pueden Teunirse de dos en dos ó en ma- yor número, faltar enteramente y combinarse de mil diversos modos. Lo que al médico le importa es averiguar la causa especifícale que dependen. Pueden las ad urinaciones acom- pañarse de delirio, sin que deban por eso con- siderarse como un delirium tremens. He visto entraren Charenton,-dice Ramón, muchos enfermos de ambos, sexos; y-especialmente hombres, que padecían un-delirio agudo con agitación considerable, por abusar délas bebí-* das. En el delirio de estos sugetos no se en- contraba ilación alguna; su6 palabras carecían de sentido ; no había relación entre los gestos y los sonidos articulados; se botaba un desb- orden completo en las ideas y espresiones; en una palabra, este estado, que comunmente du- raba poco, no podia considerarse como un de- lirium tremens, sino como un verdadero ac- ceso de mania aguda (Tes. cit. de Royer- Collard, p. 34). , »G. ¿Iteraciones del movimiento: convulsio- nes, corea y epilepsia alcohólicas.—Los bebe- 448 ENFERMEDADES PRODCCli \S POR EL V. C< n-lL. dores de aguardiente y de vino blanco acos- tumbran padecer temblores, que al principio son débiles, y no se manifiestan sino durante el tiempo que pasan bebiendo ó en los dias subsiguientes. Los brazos, los labios y las es- trerüiuades inferiores, están agitados de un tem- blor continuo, que en algunos llega á imitar perfectamente los espasmos del corea; por lo 3ue se ha llaraado con razón á esta enferme- ad convulsiva corea de los bebedores. Cuando existe en menor grado sin perturbación notable de los sentidos,constituye una afección distin- ta, que no tiene norabre particular; pero se lla- ma delirio con temblor si el enfermo padece alucinaciones. Fácil es comprender cuan ar- bitrarias é infundadas son estas distinciones nosográficas en la mayor parte de los casos. El estudio de los accidentes nerviosos que pro- voca el alcohol nos ha demostrado mas de una vez, que es dificil formar grupos distintos y bien determinados con los síntomas que oca- siona el envenenamiento de que nos venimos ocupando. «Cuando el temblor se hace crónico por los continuos escesos del sugeto, cesa momentá- neamente bajo la influencia de nuevas dosis de alcohol. Entonces recobran los miembros por algunos instantes su antigua fuerza; pero no tarda en presentarse de nuevo la perversión de los movimientos; el enfermo cae en la de- mencia, y se le paraliza el sistema muscular. «Las convulsiones pueden también ofrecer la forma que tienen en la epilepsia. Royer- Gollard nos ha comunicado muchas observa- ciones de este género, recogidas en el hospital deiCharenton. Una enferma de cuarenta y seis años de edad , que habia estado en dicho es- tablecimiento quince veces en el espacio de al- gunos años, se hallaba tan dominada por el vicio de la erabriaguez, que no podia reprimir su pasión cuando se encontraba sola. Después de dos ó tres dias de escesos perdia la memo- ria y la inteligencia; caia en una estupidez completa; sus brazos se afectaban de temblor; los labios se ponían azulados; las deyecciones alvinas eran involuntarias; la boca se llenaba de espúrea, y sobrevenían accesos epilepti- formes con intervalos bastante cortos. En un soldado de treinta y seis años de edad, que es- taba sujeto desde la infancia á padecer acce- sos de epilepsia rauy distantes entre sí, se ma- nifestaban con una violencia estremada siem- pre que se entregaba al desorden de una or- gia («observaciones comunicadas). »Los síntomas de la epilepsia alcohólica no difieren sensiblemente de los que ofrece la producida por otras causas; solo que van pre- cedidos de rubicundez de la cara, de conges- tión ,*de estupidez, de pérdida de la inteligen- cia, de algunos movimientos convulsivos y de los signos de una embriaguez co.ifirmadá. El raédico llamado en el momento del ataque, que no tuviese dato alguno acerca de las cos- tumbres del enTermo, podría suponer que existia una epilepsia simple. La única circuns- tancia que sirve en este <*aso para ilustrar el diagnóstico, es el olor alcohólico que exhala el epiléptico, llav ademas en el intervalo de los ataques un estado morboso muy diferente del estupor, del abatimiento v torpeza, que suceden á la epilepsia simple, las convulsio- nes se presentan con mas frecuencia en las mugeres, y particularmente en las menores de treinta años*. Lippich dice que son incurables. Comunmente terminan por la muerte, p>r la parálisis de algún miembro y por la demencia. «El tratamiento de la epilepsia alcohólica no puede ser idéntico al de la simple. Cuan- do se teman los efectos inmediatos de la con- gestión cerebral, deberá practicarse una abun- dante sangria y colocar revulsivos en los miem- bros. Se recurrirá después al tratamiento de la embriaguez , usando de preferencia las locio- nes frias en la cara, las bebidas acídulas y la poción amoniacal. Convendrá el opio, tan en- salzado por unos y deprimido por otros en el delirium tremens, para combatir la epilepsia, las convulsiones y la agitación alcohólica? Es imposible responder á esta cuestión , pues los hechos que encierran las obras no suministran los datos necesarios. «La parálisis es una consecuencia frecuen- te de la embriaguez. Calmeil dice que entre sesenta y dos casos de parálisis generales, ob- servadas en los enagenados y que terminaron por la muerte, diez y siete eran debidas á esta causa. Hé aquí el curso que sigue en ge- neral esta lesión. Va precedida constantemen- te de perturbaciones intensas de las funciones cerebrales. Antes que se noten los signos que la caracterizan, se manifiestan por un tiempo variable alucinaciones , delirio y movimientos convulsivos de los miembros; pero bien pron- to, cuando continúa el uso de las bebidas, se debilita la memoria; cae el enfermo en un es- tado de entorpecimiento, alternado en épocas variables con dichas alucinaciones de la vista y del oido que ocasionan un delirio agudo in- tenso; después vuelve á establecerse la cal- ma; la inteligencia queda trastornada, la pa- labra torpe, los movimientos de los miembros débiles é inciertos, y sobreviene al cabo una parálisis general. A* veces presentan los en- fermos al mismo .tiempo algunos signos de epilepsia: en un individuo cuva observa- ción nos ha comunicado Royer Collard, se manifestaba por intervalos una congestión san- guínea encefálica; el enfermo caia entonces de espaldas; perdía el conocimiento; estaba vein- ticuatro, cuarenta y ocho ó sesenta horas echado sobre el dorso, sin ver, oir, ni sentir, y de cuarto en cuarto de hora esperimentaba en los brazos y las piernas ligeras convulsio- nes, que se repetían incesantemente. El tem- blor de los miembros, la incertidumbrequese nota en los movimientos, y la dificultad de la palabra, son los síntomas que preceden á la parálisis general. Es raro que sea parcial, aun- ENFERMEDADES PRODUCIDAS POR EL ALCOHOl. 410 que puede suceder asi, cuando existe una le- sión circunscrita de las membranas y del ce- rebro. «La parálisis de los sentidos es mas rara que la del movimiento. Conozco un antiguo bebe- dor, dice Roesch, que se me ha quejado fre- cuentemente de entorpecimiento y de insensi- bilidad de algunos dedos de la mano, sin que hasta ahora se le haya presentado otra cosa. En muchos casos no están mas que embotados los sentidos, y en otros se observa amaurosis, sordera y una*disminución considerable de la sensibilidad táctil. «Influencia del ALConoL sobre las demás filxcioines.—A. Sobre las generadoras.—Ta he- mos dicho que las altas dosis de alcohol dis- minuían la aptitud del horabre para los place- res venéreos; lo cual se nota especialmente en los que abusan largo tiempo de los licores fuer- tes. Lippích ha calculado que el producto del matrimonio de un bebedores 1,3 de niño, y que la embriaguez sofoca el germen de las dos terceras partes de los individuos que debieran procrearse (Roesch, loe cit., p. 83). Frank opina , que el abuso del vino en las mugeres, cuyo sistema nervioso goza de una irritabilidad taií considerable, es una de las principales causas del aborto y de los accidentes de mas gravedad que pueden resultardel parto.Roesch no duda afirmar, que á veces están completa- mente atrofiados los testículos en algunos be- bedores, cuvo escroto y miembro viril se pre- sentan flácidos, y que padecen por lo tanto una verdadera impotencia. Este hecho nos parece dudoso, y no puede admitirse sin otras obser- vaciones raas positivas que las que refiere el médico alemán. «De los cuadros que se han publicado en muchos paises resulta , que los hijos de padres bebedores padecen con mas frecuencia que los demás enfermedades graves. Darwin dice, que todas las afecciones producidas por el abuso de los alcohólicos son hereditarias, trasmisi- bles hasla la tercera generación, y se agravan poco á poco cuando persisto la causa, hasta que llega á estinguirse la familia. Pero estas aser- ciones son evidentemente exageradas. Lippích ha recogido algunas observaciones rauy inte- resantes , pero que no pueden disipar las dudas que reinan sobre tan ardua cuestión. En las en- fermedades que se declararon en noventa y siete niños procreados durante la embriaguez de sus padres, figuran muchas que se mani- fiesten habitualmcnte en los individúes de su edad (Roesch, loe cit., p. 86). Es preciso re- conocer sin embargo, que los hijos de los be- bedores están mas dispuestos que los demás á las enfermedades del cerebro. Un músico en- tregado á la bebida, de unos cincuenta años de edad, y que murió de una pleuresía, tuvo contra la. regla general catorce minos de su muger: cuatro de ellos, uno varón y tres hem- bras, eran ¡diotas de nacimiento; el primero, de quince años de edad, amaneció un dia de TOMO IX. invierno helado en el campo; una de las hijas murió de atrofia á los ocho años, y otra pere- ció á los trece del misrao mal: en cuanto á los diez hijos restantes, no sobrevivieron mas que dos, pues ocho perecieron de consunción. Este hecho, referido por Roesch, no tiene mucho va- lor, porquecarecede los pormenores necesarios. »B. Influencia del alcohol sobre los órganos digestivos.—Los médicos de la escuela fisioló- gica han exagerado los funestos efectos de las ingestiones irrítenles sobre la membrana mu- cosa gastro-intestinal. Creían que esta no po- dia ponerse en contacte con cierta cantidad de alcohol sin inflamarse al momento, y que los ! desórdenes nerviosos dependían de ía irrita- ción trasmitida por el estómago al cerebro. El abuso de los licores fuertes produce frecuente- mente síntomas gastrálgicos, pero nunca la gastritis aguda, á menos que los enfermos no : hayan padecido ya esta inflamación ó estén | predispuestos á ella. La gastralgia de los be- bedores va acompañada de dolores epigástri- cos, de punzadas en el estómago, de calor eu la misma viscera, de anorexia y de desfalleci- miento, que obliga á los individuos á comer. Por lo común hay repugnancia completa hacia los alimentos; yes muy frecuente que los be- bedores hagan usode cantidades 'an mínimas, que no podrían bastar para sostener la vida de. otros hombres: por eso se dice que los aficio- nados al vino viven sin comer. Muchos padecen pirosis y vomites nerviosos. La secreción de la membrana mucosa está á veces alterada, y al- gunos vomitan cantidades considerables de un moco filamentoso ó de una materia mucoso- albuminosa. Estos vómitos son muy á menudo signos precursores de la afección cancerosa del estómago. «La modificación patológica que esperimen- ta la sensibilidad de la membrana interna de este órgano, produce al finen la estructura de sus membranas cambios capaces de desarrollar alteraciones orgánicas. Asi es que se manifies- tan á menudo el cáncer gástrico é induraciones de las paredes del estómago, en los que han abusado mucho tiempo de las bebidas alcohó- licas. Esta etiología se halla admitida con bastante generalidad. Sin embargo, debemos decir que se funda mas bien en teorías que en cuadros estadísticos esactos. Roesch ha comprendido perfectamente, á nuestro parecer, el modo de obrar del alcohol: su uso prolon- gado, dice este médico, ejerce una acción quí- mica sobre las paredes del estómago, y escita sus túnicas, dando origen á degeneraciones, que por lo aeraas si se hacen escirrosas, pro- piamente hablando, deben en parte su ori- gen , y sobre todo su desarrollo, á la díscrasia adquirida de los humores, mas bien que á la acción local del alcohol. Bien se echa de ver cuan reservados debemos ser en semejante ma- teria, si se tiene en cuenta que el cáncer se desarrolla en personas que no hanhecho jamas ningún esceso, v que gran número de bebe- 57 450 ENFERMEDADES PRODCCIDAS TOIl EL ALCOHOL. dores sucumben sin haber presentado nunca los signos de esta afección, de laque no se en- cuentra vestigio alguno en su cadáver. Conce- demos que la irritación especial y continua que ejerced alcohol sobre el estómago, favorezca el desarrollo de las enfermedades orgánicas, que solo puede esplicarse por la perversión de la nutrición intersticial, pero nada raas: siem- pre es indispensable el concurso de esa otra causa que no conocemos, y que designamos con el nombre de predisposición. dC. Influencia del alcohol sobre los órganos de la secreción biliaria.—Se cree generalmente que es comun en los bebedores la alteración del hígado, conocida con el norabre de cirro- sis. La secreción biliaria, y por consiguiente el órgano hepático, deben modificarse por el uso continuo de las bebidas espirituosas; pero se ignora de qué modo. Se ha dicho que el sis- tema venoso abdominal y el de la vena porla eran mas activos, y que la frecuencia de la ie-* tericia, de la hepatitis, de la cirrosis y de la ascitis, demostraba la influencia especial que sufria la glándula hepática. Sin negar aue este órgano pueda alterarse mas ó menos directa- mente á causa de los escesos alcohólicos, dire- mos sin embargo, que se necesitan nuevos he- chos para demostrarlo. En la actualidad se co- nocen perfectamente las íntimas relaciones que existen entre las afecciones del corazón y del pulmón por una parte, y los diversos grados de congestión hepática por otra, y se podrá dis- tinguir los casos en que el uso inmoderado del alcohol sea la única causa del mal. A los pató- logos corresponde fijar seriamente la atención sobre este punto, que nos parece hallarse toda- vía rodeado de tinieblas. «La ictericia de los bebedores ¿es simplemen- te espasraódica ó nerviosa, corao dicen los au- tores , ó depende de la hiperemia hepática? Las observaciones ulteriores aclararán tal vez esta cuestión, pues carecemos de datos para resol- verla ahora. «Nada tenemos que decir sobre la hidrope- sía ascitis de los bebedores, pues se refiere á to- das las alteraciones conocidas del hígado, del corazón, y á los obstáculos que esperimenta la circulación de la vena porta; cuyas altera- ciones nada tienen de especial en la embria- guez. »D. Influencia del alcohol sobre los órganos^ respiratorios.—Se ha hablado vagamente de enfermedades de estos órganos, diciendo que son frecuentes en los sugetos dados al vino los tubérculos pulmonales y las neumonías. Royer-Collard piensa que la acción directa del alcohol sobre el tejido de los pulmones contribuye poderosamente á la producción de estos efectos, ya como causa determinante, ó ya solo corao predisponente (les. cit., p. 49). Pero todas estas aserciones necesitan confir- mación. Se concibe fácilmente, que un hombre aficionado á embriagarse esté mas espueSto que los demás á contraer las enfermedades que origina el frió, sin necesidad de hacer repre- sentar un gran papel al influjo especial ejer- cido por el alcohol. Los enagenados están co- mo los bebodores rauy espuestos á padecer neumonías y pleuresías , á causa de hallarse sometidos á lodas las vicisitudes atmosféricas y de ser insensibles al frió. »E. Influencia del alcohol sobre los órganos ctriulatorio%.—La escitacion que produce es- te líquido en el sistema vascular y sobre lodo en el corazón, favorece el desarrollo de la hipertrofia cardiaca. Los que no están habi- tuados á las bebidas vinosas o alcohólicas, es- perímentan latidos de corazón y pulsaciones incomodas en todas las arterias; su respira- ción es anhelosa, y á veces sienten , sí no un verdadero dolor, cierta incomodidad en la re- gión precordial. Uno de los mas singulares efectos que ejercen los alcohólicos sobre la cir- culación capilar, esla hipertrofia délos va- sos que se distribuyen por la piel de la nariz, de las mejillas y del contorno de los labios y de los oidos. La congestión sanguínea de lá cara llega á veces á producir la enfermedad conocida con el nombre de barros ó herpes de ¡as bebedores (véase acnea). «¥. Influencia del alcohol sobif los r'iño- nes,—Desde que empezaron á llamarla aten- ción las alteraciones de la orina, se creyó no- tar que era frecuente la albuminuria en los paises donde se abusaba de los licores fuer- tes, habiéndose dicho que en Inglaterra re- sultaba frecuentemente de esta causa. En l'a- ris es muy dudosa la influencia de los alco- hólicos sobre la nefritis albuminosa. «Esta causa, dice Rayer, me ha parecido muv ra- ra comparativamente con el influjo del frío y de la humedad; tenemos por ejemplo una ob- servación de Houllier, dos de F.Hoffmann, una de Chopart, una de Godillon, otra de Alian, etc.» (Traite des maladies des reins, L I, p. 446, en 8."; París, 1839). «No se sabe cosa alguna cierta acerca de la influencia que puede tener en la producción del mal de piedra el uso inmoderado del al- cohol. Magendie atribuye esta enfermedad á la disminución de la parle acuosa de la orina, que se verifica según él, cuando se hace un uso habitual de los alcohólicos. Por lo tanto cree que en ocasiones debe atribuirse á esta causa el desarrollo de los cálcalos (Becher- ches sur le gravelle, p. 54). «El usode los es- pirituosos, dice Rayer, coincide en ciertos ca- sos con el mal de piedra; mas por una par- te, la alimentación muy azoada, que es la causa principal de esta enfermedad, acompa- ña casi siempre á la intemperancia de las be- bidas, y por otra es muy frecuente que no existan cálculos urinarios en los que abusan de los alcohólicos.» Resulta, pues, que e> imposible considerar la embriaguez como cau- sa positiva del mal de piedra. Tampoco se ha- lla mejor demostrada su influencia sobre la afección gotosa. É.NFERMEDADES PRODUCIDAS POR EL ALCOHOL. 4S1 »G. Influencia del alcohol sobre la nutri- ción. ^-El alcohol modifica la nutrición de los tejidos de una manera rauy marcada, puesto que los hace aptos para inflamarse y arder co- mo los cuerpos combustibles. Desígnase con el nombre de combustión espontánea el incen dio que sobreviene accidental ó espontánea- mente en el cuerpo de los que han abusado mucho tiempo de las bebidas espirituosas. «La estremada emaciación es otro de los ac- cidentes que suceden, al uso inmoderado de los licores. Los que hablan de esta alteración general nada dicen sobre sus causas» Puede sin duda admitirse que se halle profundamen- te alterada la asimilación en todo el organis- mo; pero ¿no existirá en este caso ninguna de las enfermedades que producen tan á menudo el marasmo en los que abusan de las bebidas? \os inclinamos á creer, que el estremado en- flaquecimiento que csperiinenlan algunos, de- pende de afecciones orgánicas. »Es muy dilicíl que los bebedores de pro- fesión puedan soportar la privación absoluta de los licores fuertes. Cítense ejemplos de in- dividuos, que han muerto en poco tiempo por haberse abstenido completamente de su bebi- da favorita. Es fácil comprender, que no se puede sin riesgo privar de pronto á la econo- mía de un escitador que se ha hecho necesario por el hábito, y tan indispensable para el des- empeño de las funciones, como los alimentos, el aire, la luz, etc. Debe pues procederse con mucho miramiento, cuando se trate de curar la funesta pasión de la embriaguez. La impe- riosa ley de la necesidad obliga también al raédico á no privar enteramente de vino á los enfermos, que cuando sanos acostumbran abusar de esta bebida* Todos convienen uná- nimemente, en que seria peligroso no prescri- bir cierta cantidad de líquidos alcohólicos á los individuos afectados de enfermedades agu- das, que habitualmente los usan con abun- dancia. «Quee ex longo tcmporis intervallo assuetasunt, dice Hipócrates, etiara si de* «teriora sint, insuelis niinus molesta esse so- «lent..... Quod autem paulatina fit securura «est, cura alias, tura máxime si quisab altero »ad alterum transierjt» (Afor., sect. II, nú- meros 50 y 51). Este médico dice en otro pa- rage, que el mejor medio de disipar el mal de cabeza de un bebedor, es administrarle cierta cantidad de vino. «Si ex crápula caput doleat, »vini ineraci heminam bibat» (Epidem., lib.II). Boerhaavé refería) á sus numerosos discípulos la historia de un sugeto aficionado al vino; que- habiendo sido atacado de una enferrae- dad grave, se vio precisado á ponerse á dieta y a usar refrigerantes, que se le prescribieron corao único medio de sal varié. El paciente es- taba ya próximo á sucumbir, cuando un mé- dico amigo suyo que no ignoraba su pasión portes alcohólicos, le administró un vaso dfl vino del Rhín y un caldo, añadiendo que sa- bia muv bien como se debía tratar á este enfer- mo. «Se solum probé novísse qua muría hoc «corpus condiri deberet, ne pulresceret.» Lo cierto es que se curó. »El sabio comentador Van Swieten dice que las afecciones que atacan á los bebedo- res no deben tratarse del mismo modo que las demás. «Longe enim aliud est curare ebrium «quam ebriósum» (Com. del afor. 605, pá- gina 106,t. II, edic. cit.). Dumas afirma que hay hombres tan habituados al vino y á los espirituosos, que es preciso permitirles el uso de estas sustancias en enfermedades en que se hallan contraindicadas, pues sobrevienen los síntomas raas graves cuando se les priva de beberías (Principes de phisique, t. II). To- dos los dias tenemos ocasión de ver en los hos- pitales sugetos dados á la bebida, que ataca- dos de pleuresía ó de neumonia, caen rápida- mente en un estado de colapso y de adina- mia, que solo pueden disipar algunas dosis de vino. Hemos observado recientemente en nues- tra práctica un enfermo afectado de neumonía doble. No sabiendo cómo esplicar un delirio que sobrevino después de haber cesado lodos los accidentes, nos informamos de las Cos- tumbres dd paciente, y creímos seria ven- tajoso concederle un poco de vino que pedia con instancias. Se le dió efectivamente, y no tardaron en disiparse el delirio y el tern- blor de los brazos. Todos los médicos han ob- servado hechos análogos, y sin erabargo, siempre se halla uno perplejo cuando se en- cuentra en casos' de esta especie, vacilando entre el temor de que sé aumente el mal y ei de que se disminuyanlas fuerzas del enfer- mo. En general conviene atenerse á los efec- tos que producen las primeras dosis de las be- bidas espirituosas. «Historia y bibliografía.—Desde los tiem- pos mas remolos se halla descrita la embria- guez; pero mas bien por los poetas, filósofos y legisladores, que por los médicos, los cuales hasta el último siglo no se ocuparon de ella con el debido detenimiento. Frank dice, que «la falta en que con pocas escepciones incur- rieron los médicos antiguos, de hablar con pro- lijidad de muchas enfermedades, sin decir casi nada de la embriaguez , se ha remediado profusamente ehnuestro siglo»; y sin embar- go, este médico confunde en una "sola descrip- ción, y sin guardarórden alguno, los'síntomas de la embriaguez y los del envenenamiento crónico por el alcohol. «Pasamos en silencio las disertaciones inan'- gurales, enumeradas por J. Frank y Ploucquet y en los diccionarios, para detenernos espe- cialmente en las obras de Darwin y Trotter; El primero dé estos autores trazó en su Zoorro- mva (t. I, seo. 21) los accidentes dé lá em- briaguez, con tanto talento y con tal esactitud, qué dejan poco que desear para el tienVpo en que escribió. Trotter, cuya obra se ha-alaba- do con esceso (E'iWtr medical philosophital and chemital on-drunkénes-, etc. Lbnd. en '8.°; 4j2 ENFl.RUEDADES PROntClD.S POR EL ALCOHOL. 1804), comprende en la historia de la em- briaguez el estudio de las enfermedades que de ella proceden, pero sin la necesaria crítica, é indicando apenas algunas afecciones que me- recen describirse con la mayor estension po- sible. El capítulo tercero, consagrado á la his- toria de los fenómenos que provoca el alcohol en el cuerpo vivo, nada dice que no se hu- biera referido ya por Galeno, Etmuller, etc. Se encuentran hechos muy preciosos en el tra- bajo de Rusch (On inquiry into the effecls on ardent spirits upon the human body; Philad., 1805, etc.; en Bust repertor, t. XVI, p. 117), v en el de Macnish (Anatomy of drunkenes., ch. 3; 1829). «Los médicos alemanes han publicado nu- merosos escritos sobre los efectos de las be- bidas fermentadas; pero solo tenemos noti- cias de ellos por los estrados que se han he- cho en los periódicos, y los que quieran mas pormenores, deberán recurrir á las obras que se hallan eu gran parte indicadas en la me- moria de Roesch (De TAbus des boissons spi- rilueuses, en Anal, d'hyg. et de med. leg., t. XX; 1838), y en la dé Bruhl-Cramer (Uber die Trunksucht und eine rationelle Heilmetho- de derselben; Berlin, 1819). «En cuanto al estudio de cada enfermedad eu particular, remitimos al lector á las nume- rosas citas que hemos hecho en el curso de nuestro artículo (v. también Delirium tremens, Bibliografía). «Terminaremos diciendo, que nos han sido muy útiles la tesis de Royer-Collard (De Tusa- ge et de Tabus des boissons fermentees, tesis pa- ra el concurso de una cátedra de higiene; Pa- ris, 1838), y las notas manuscritas que nos ha comunicado este profesor.» (.Monneret y Fleurt, Compendium de Medécine pratique, l. V, p. 458—480). ARTICULO V. De la intoxicación por el pus ó puohemia. »La palabra Puohemia se deriva de m»ov pus y anu.x sangre. ^Sinonimia.—Reabsorción purulenta.—Fie- bre purulenta.—Liemos desechado estas deno- minaciones, porque prejuzgan la causa de la presencia del pus en la sangre. «Diátesis purulenta.—Sin entrar aqui en las discusiones que suscita la palabra diátesis, nos limitaremos á observar, que es imposible apli- car el nombre de diátesis purulenta á aque- llos casos en que la presencia del pus en el sistema circulatorio depende de una causa me- cánica, como por ejemplo, cuando se abre un absceso del hígado en la vena cava. Para comprender todos los hechos, es necesario di- vidir con Nonat (Des diatheses, tesis para pla- za de agregado; 1838, p. 26 y sig.) la diá- tesis purulenta en esencial y sintomática; pe- ro ¿qué es una diátesis purulenta siutomática l de una flebitis? ¿á que se reduce la signifi- cación patológica de la palabra diátesis con semejante aplicación? (V. L. Fleurv. Essui sur Tinfeclion purulente, p.8-10; París, 1844). »Infección purulenta.—Ya veremos mas ade- lante, que la palabra infección debe reservarse á las enfermedades producidas por un enve- nenamiento miasmático, y no nos parece jus- to colocar, siguiendo el ejemplo de Copland (A dictionary ef pract. medicine, ti II, p. 347; London, 1844), la infección purulenta al lado de la pantanosa. «Hemos adoptado el nombre de puohemia, inventado por Piorry, porque se limito a es- plicar el carácter esencial sine qua non de la enferraedad, la presencia de pus en la san- gre, hecha abstracción de toda doctrina puo- génica. «Definición.—En vano se buscará en los li- bros una definición de la enfermedad que uereraos estudiar en esto artículo; y no po- ia ser otra cosa, puesto que bajo el nombre de diátesis purulento, de infección purulenta y de fiebre purulenta han confundido los autores los hechos patológicos raas desemejantes. Ya porque se desarrollan inflamaciones supurara- rías en muchos puntos de la economía á con- secuencia de cualquier causa general ó local; ya porque pasa rápidamente uua flegmasía al período de supuración y esta se propaga á los órganos inmediatos; en una palabra, en cuan- to se manifiesta cualquier supuración, se creen con derecho ciertos autores para proclamar la existencia de la diátesis ó de la fiebre puru- lenta. Asi es que se han reunido bajo esta de- nominación: la fiebre puerperal, las viruelas, el muermo, los lamparones y la erisipela fie - monosa (Tanquerel des Planches, De la ter- minnison de lerisipele ambulant par des ab- cés múltiples dissemines, en Journ. de med., t. II, p. 257 y sig; 18H), la neumonía, el reumatismo articular agudo (Tessier, De la diathese purulente, en TExperience, p. 316; 1838), y hasta las heridas que supuran mu- cho tiempo (Nonat, tes. cit., p. 30). «Puede rauy bien suceder, que esto tenga la ventaja, corao dicenCastelnau y Ducrest (Mem. de TAcadémie royale de médecine, p. 2; 1845), de reunir en un misrao estudio todos los ca- sos en que se h,an observado abscesos múltiples, pero con la condición de establecer muchas divisiones. Efectivamente, ¿cómo se podría esclarecer la patogenia de estas colecciones purulentas, si se considerasen bajo un mismo punto de vista los abscesos que se presentan en la peste, en el tifus, en la fiebre amarilla, la disenteria, la calentura tifoidea, las virue- las, la escarlatina, el sarampión, el sudor miliar, el cólera, las enfermedades carbunco: sas, la sífilis, la erisipela, el estado puerpe- ral, las afecciones herpéticas, la vacuna, las picaduras anatómicas, el muermo, las úlce- ras y la flebitis? (Castelnau v Ducrest, loe cit., p. 3-32). DE LA INTOXICACIÓN POR «Castelnau y Ducrest creen que si reina to- davía alguna oscuridad sobre este asunto, con- siste en que no han olvidado los autores la denominación de abscesos melastásicos, para pe- netrarse bien de la de abscesos múltiples; pero nosotros creemos que es porque no han com- prendido bastantemente la distancia que hay en patogenia entre estas dos palabras. «Ya nos hemos ocupado en olra parle de la diátesis inflamatoria y de la diátesis inflama- toria supurativa, ó diátesis purulenta; ue rao- do que aqui solo tratamos de la puohemia, es decir, de una enfermedad general, pirética, consecutiva siempre á la inflamación del sólido, y constituida esencialmente por la presencia en el sistema sanguíneode una cantidad mas ó me- nos considerable de pus, que circula con la sangre, y que se demuestra ordinariamente por medio de la anatomía patológica, del examen de la misma sangre, ó por la existencia de abs- cesos llamados metalásticos. Esperamos justifi- car en el curso de nuestros trabajos los dife- rentes términos de esta definición. «Alteraciones anatómicas.—Aspecto del ca- dáver.-—«Hay un fenómeno, dice Maréchal (Rech. sur certaines alterations qui se develop- pent au sein des principaux visceres á la suilé des blessures ou des operations; tesis de Pa- ris , 1828, n. 43, p. 23), que merece llamar la atención de los observadores, y rae ha pareci- do casi constante cuando después de la muerte he encontrado pus en las principales visceras; el cual consiste en un color amarillo mas ó me- nos marcado de la superficie del cuerpo, que al abrir el cadáver, se suele encontrar también en todos los órganos. Hasta las conjuntivas participan de este color, él cual podría refe- rirse tanto mas fácilmenteá una ictericia, cuan- to que en algunos casos se encuentran desór- denes muy considerables en el [ligado. Pero como este órgano y sus conductos escretoríos se encuentran á menudo en un estado de com- pleta integridad,aunque se haya estendido mu- cho dicho tinte, y como por otra parte se ob- serva .casi constantemente el color amarillo; no titubeo en atribuirle á la presencia*del pus llevado á todas nuestras partes, como sucede con la bilis en la ictericia. En un caso en que era inuv intensa la amarillez, y se hubiera po- dido admitir la existencia de una ictericia y de alteraciones profundas de la sustancia del híga- do, se hallaba este órgano enteramente sano.» %Este color morboso no es tan frecuente co- rao creía Maréchal, y cuando existe, casi siem- pre depende de la presencia de la materia co- lorante de la bilis en la sangre; de lo que es fácil convencerse echando algunas gotas de ácido nítrico ó de ioduro iodurado de potasio en la orina de los enfermos. No se necesita para esplicar la ictericia, que haya alguna le- sión del hígado ó de sus conductos escretoríos; pues basta la alteración de la sangre, para pro- ducir un trastorno consecutivo en la secreción déla bilis. el res ó puohemia. 453 «Cuando hablemos de los síntomas, nos ocu- paremos otra vez de este asunto, y entonces indicaremos las petequias y los equiínosis, que se encuentran tan á menudo en la piel durante la vida y después de la muerte. «Sangre.—Cuando la puohemia depende de una flebitis enquístada, que ha venido á ha- cerse libre, es ordinariamente fácil de conocer por la simple inspección, la presencia del pus. Efectivamente este présenla todos los caracte- res del pus flemonoso; se halla depositado en las paredes de las venas ó reunido en abscesos ¡ntra-venosos, en la superficie ó en el centro de un coágulo, etc. Al hablar de la flebitis he- mos descrito las diferentes disposiciones que puede ofrecer el pus en estas circunstancias. «Cuando la puohemia depende de una flebi- tis primitivamente libre, de una reabsorciou purulenta ó de una línfangitis, se encuentra el pus mezclado íntimamente con la sangre; en cuyo caso es á menudo muy difícil reconocer con certeza su presencia por la inspección sim- ple ó microscópica, y aun por los reactivos químicos. «Inspección simple.—Velpeau ha observado la sangre semejante á una papilla agrisada, ó á un estracto vegetal algo quemado y batido cou huevos mal cocidos (Recherches et observations sur Talteration du sang dans les maladies, en Revue medícale, t. II, p. 456, obs. 2 , 1826); la mayor parte de los autores dicen que es mas fluida y negra que en el estado normal, que no se coagula, y que no se encuentran coágulos en ninguna parte del sistema circu- latorio. Otros por el contrario, pretenden que la presencia del pus en la sangre favorece la coagulación de este líquido. «Según Tessier (loe cit., p. 121) la sangre de las arterias se divide las mas veces: 1.° en coágulos fibrinosos blancos, mas ó menos resis- tentes, ó muy densos ó infiltrados de serosidad sucia y turbia; 2.° en un fluido seroso y te- nue, que contiene en suspensión grande can- tidad de partículas fibrinosas y negruzcas de volumen variable. «En todos los esperimentos hechos por Cas- telnau y Ducrest en los animales, se ha en- contrado la sangre negra é incompletamente coagulada (loe cit., p. 80). «Legallois pretende , que puede la sangre mezclada con pus conservar todos sus carac- teres físicos normales. «He tomado, dice, un poco de pus, y á medida que salia la sangre de una vena abierta, iba mezclando estos dos líquidos. La proporción era de una parte de pus por dos de sangre. Dejando la mezcla por 24 horas, la he examinado luego con cuidado, y á no haber sabido que contenia pus, me hu- biera sido imposible sospechar su presencia» (Legallois, Des maladies occasionées par la re- sorption du pus, en Journal hebdom., t. III, p. 350; 1823). «Donné ha repetido este esperimento, pero con resultados muy diferentes. La sangre mez- i:>í de l\ i.ntoxicación pon el pcs o nonr.»:i\. ciada en la 'proporción de una tercera parte con pus flemonoso fresco, suministró un coa- gulo sin resistencia, en el que la fibrina se ha- bia vuelto blanda y difluente, ofreciendo un color subido , amoratado, casi negro. Parte de la materia colorante estaba disuelta en el sue- ro yDonné,6'o»irs de microscopie complementare des eludes medicales, p. 192; Paris, 1844). Todos los prácticos convienen en que cuando existe puohemia, el coágulo de las sangrías es pequeño, negro y muy blando. «Legallois ha visto diseminados en el coá- gulo unos puntos blanquecinos casi impercep- tibles, de consistencia muy inferior á la de la fibrina, y que considera como gotitas de pus. «Piorry supone también, que están forma- das por el pus unas granulaciones que ha visto en el espesor de la costra, raas cerca del coá- gulo que de la superficie de esta; granulacio- nes parduscas, mas oscuras en el centro que en la circunferencia, aue se confunden por grados insensibles con la capa en que están depositadas, y cuyo volumen varia entre el de una simiente de adormideras y el de un caña- món. Dividiéndolas con un instrumento muy cortante, no se encuentra verdadero pus en su centro (Piorry y Lhéritier, Traite des altera- tionsdu sang; Paris, 1840.—Mémoire sur la pyohemie, p. 19). Habiendo examinado Donne estas granulaciones con el microscopio, vio que estaban formadas por unos cuajaroncitos implantados en la costra (Mémoire sur les ca- racteres distinlifs du pus, en Archives généra- rales de médecine, t. XI, p. 449; 1836). Pare- ce que en el día han abandonado Piorry y Lhé- ritier su primera opinión, reconociendo que estos pequeñas masas no son verdadero pus, sino tal vez un pus formado incompletamente (Lhéritier, Traite de chimie pathologique, pá- gina 230; Paris, 1842). «Mandl (Recherches sur la nature et Torigine du pus, son aclion sur le sang, etc., en TEx- perience, t. II, p. 245; 1838) asegura que es fácil conocer la presencia del pus en la sangre. «Batiendo la sangre al salir de la vena con una varilla de cristal, para separar de ella la fi- brina, si el líquido está puro, se forma en la varilla, una membrana clástica, continua, sin colgajos ni filamentos, que apretándola entre los dedos produce una sensación semejante á la que dá la goma elástica mojada, y cuyo co- lor, primero rojo, se vuelve amarillento por el lavado, Pero si por el contrario existe en la sangre alguna pequeña cantidad de pus, aun- que no pase de un sesentavo, se forma, no ya una membrana, sino una acumulación de col- gajos filamentosos, sin elasticidad, y tanto mas blandos, cuanto mayor es la proporción de pus que contiene la mezcla. Estos colgajos filamen- tosos son rojos; pero por el lavado se vuelven mucho mas blancos que la fibrina pura. Si la cantidad de pus es mas considerable, no se for-, man ni membrana, ni colgajos filamentosos.» * Lhéritier ha ensayado el procedimiento in- dicado porMandl, y no ha obtenido ningún resultado. «Inspección microscópica.—Los glóbulos de pus, frangeados en sus bordes y granulosos en su superficie, tienen de diámetro desde un 1 j.'iO já 1|40 de linea, y pueden distinguirse fácil- mente de los glóbulos rojos de la sangre, cua- I lesquiera que sean las alteraciones que estos esperimenten. Se dan á oonocer por su.volu- men mas considerable, y siempre igual con corta diferencia, por su regularidad, la unifor- midad de su aspecto, su forma esférica y la falta de núcleo central, al cual remplazan unas granulaciones ó globulillos en número de tres ó cuatro, disposición que?se hace raas evidente por medio del ácido acético (Donné, obr. cit., p. 184). Pero no sucede lo mismo, cuando se trata de distinguir los glóbulos de pus de los blancos de la sangre, respecto de lo cual las ob- servaciones microscópicas no dan un solo ca- rácter diferencial que tenga algún valor. «Los glóbulos blancos de la sangre, dico Donné, ofrecen una estructura, una composi- ción y unos caracteres físicos y químicos, tan semejantes álos de los glóbulos purulentos, quo parece imposible distinguirlos entre sí. Este problema es tanto mas difícil de resolver, si es que admite solución, cuanto que los glóbulos blancos de la sangre, independientemente de su semejanza con los de pus, pueden presen- tarse en tanto número á causa de ciertos fenó- menos morbosos, que dan lugar á creer que se han introducido en la sangre glóbulos estraños, cuya presencia no podría atribuirse á otra cau- sa que á la mezcla con el pus. En ciertos casos he encontrado en la sangre tantos glóbulos blancos, y tan perfectamente comparables con los purulentos, que me ha sido imposible di- ferenciarlos de estos, y habria creído tener á la vista un caso de reabsorción purulenta, si el conjunto de* los síntomas morbosos y el ul- terior examen cadavérico no rae hubiesen obli- gado á desechar enteramente esta idea. Aun es raas marcada la analogía entre los glóbulos blancos y los purulentos, cuando se examina la sangre alterada por su permanencia fuera do sus vasos naturales, ó por un principio de pu- trefacción cadavérica. Encuéntranse entonces los glóbulos blancos reunidos en masas y en chapas, simulando hasta tal punto la materia purulenta, que es preciso estar prevenido pw una larga esperiencia, para no dejarse llevar de la ilusión que se esperimenta» (obr. cit., pa* ginas 196-198). «No pretendemos impugnar la exactitud de estas diferentes proposiciones; pero creemos sin embargo, que en el mayor número de casos es posible reconocer los glóbulos purulentos. Son raas grandes que los blancos (1140 de linea de diámetro en vez de 1|50), y estos rara vez su presentan en número considerable on el campo del microscopio. Teniendo en consideración c^- tas circunstancias, hemos podido diagnosticar muchas veces por la inspección microscópica de la intoxicación por el pus ó puohemia. 453 de la sangre, algunos casos de puohemia que ha demostrado después el examen cadavérico. «Examen ^ffíínico.-Gueterbock asegura, que se encuentra en la sangre la sustancia que ca- racteriza el pus, y á lá cual ha dado el nom- bre de puina: líenle enseña que esla sustancia existe también en el moco, y que no forma un carácter esencial del pus (Anatomía general, traducción francesa, t. 1, p. 16i; Paris, 1843). «En 1836 publicó Donné un procedimiento de análisis, al quedaba mucha importancia, y que se fundaba en la acción disolvente que ejerce el amoniaco en los glóbulos sanguíneos,! dejando intactos los de pus. «Si el líquido no contiene glóbulos purulen- tos, decia Donné, el contacto del amoniaco los hará desaparecer instantáneamente ; no se ob- servará con el microscopio ninguna apariencia de glóbulos, quedando solo en el líquido co- locado entre los dos cristales, unas partículas sin forma, debidas probablemente á un poco de fibrina descompuesta. Si por el contrario hu- biese pus mezclado con la sangre, permanece- rán los glóbulos purulentos, intactos y per- fectamente distintos, después de la acción del amoniaco, y aun en el caso de haber esca- pado algunos glóbulos sanguíneos á la acción del reactivo, estarán tan pálidos, que se dis- tinguirán fácilmente de los de pus. Conviene saber sin embargo, que si se tardase demasia- do tiempo en examinar el líquido después de adicionado el amoniaco, podría haberse di- suelto el mismo pus por la acción del álcali» (mem. cit., p. 460). En el curso de microsco- pía no hace ya mención Donné de este proce- dimiento, aunque todavía manifiesta (p. 83) ¡ que lps glóbulos blancos de la sangre apenas j resisten mas que los rojos á la acción del amo- niaco. Algunos micrógrafos aseguran con! Mandl*( loe cit., p. 314), que el amoniaco ! obra casi lo mismo en los glóbulos de pus que ! on los de sangre; sin embargo, Andral y Ga- | varret siguen considerando á este reactivo co- i mo un medio escelenle para fundar una dis- ¡ tinción entre los glóbulos purulentos y los san- guíneos, cuando se hace el examen inmediata- mente. «Son tan diferentes los glóbulos de pus de los de sangre, dice Andral (Essai d'héma- tologie pathologique , p. 110; Paris, 1843), que si se echa un poco de amoniaco en una mezcla de ambos líquidos puesta en el foco del microscopio, se ven desaparecer todos los glóbulos de sangre, mientras que los de pus no se alteran de modo alguno.» «Gueterbock, que asegura haber comprÓ"- bado el valor del procedimiento de Donné, propone simplificarle sustituyendo el amonia- co con el agua; la cual, según él, disuelve las cubiertas de los glóbulos de la sangre , al paso que no tiene tal acción sobre el pus (Essai physiologique sur le pus et la granulation, en TÉxperience, t. II, p. 395; 1838); pero en el día se sabe que el agua no altera la forma de los glóbulos blancos, ni los disuelve sino al cabo de mucho tiempo (Donné, obra citada, pág. 82). «En resumen, ¿pued$ comprobarse de un modo positivo la presencia del pus en la san- gre, cuando no se presenta el primero en las condiciones que hemos indicado como nece- sarias para darle á conocer por la simple ins- pección? Hé aqui cómo se esplica en la ac- tualidad acerca de este punto un laborioso pro- fesor, cuyas investigaciones microscópicas son de todos conocidas. «No hay asunto que mas se haya estudiado, y por mi parte le he puesto en tela de juicio muchas veces; no le hay mas importante ni que merezca mas llamar la atención del fisió- logo y del médico; pero desgraciadamente tampoco hay una cuestión menos adelantada, que. la relativa á los medros de reconocer la presencia del pus en la sangre, y de compro- bar la mezcla de los glóbulos purulentos con los sanguíneos. Veinte veces he creído ¡lus- trado e! problema, hasta el punto de hallarse resuelto,, y otras tantas después de un maduro examen he tenido que renunciar á la esperanza de vencer la dificultad ; la cual en efecto es de tal naturaleza y tan inherente á la constitución misma de lasados sustancias que se trata de analizar, que parece tanto mas insuperable, cuanto mejor se conoce la materia» (Donné, obr. cit., p. 195). «Teniendo en cuenta los mismos trabajos de Donné, creemos ver alguna exageración en es- tas aserciones, y pensamos con Andral y Ga- varret, que el microscopio y el amoniaco pue- den dar a conocer muchas veces con una cer- tidumbre casi completa la presencia de \os gló- bulos purulentos en la sangre. »De todos modos, en el estado actual de la ciencia podemos preguntar, si los glóbulos son la única señal característica del pus; si no pue- de darse este nombre á una serosidad que con- tenga en suspensión granillos purulentos, y si la presencia de estos en la sangre no da lu- gar álos fenómenos que determina la de los glóbulos. En caso afirmativo ¿qué medios ha- brá para comprobar la presencia de los grani- llos purulentos en la sangre? Llamamos la atención de los observadores hacía estas im- portantes cuestiones. «Después de descubierta la presencia del pus en la sangre, convendría muchas veces saber si este pus era flemonoso, canceroso, tuberculoso ó sifilítico. Lebert ha creido poder conseguir este resultado por medio de ciertos caracteres, cuya exactitud es muy dudosa, y que por lo tanto no creemos deber reproducir en este lugar (v. inflamación, cáncer, lisis pulmonal, etc.). «El pus no se encuentra ni con mucho con igual frecuencia en las dos partes del sistema circulatorio. Es muy raro hallarle en la sangre arterial; sin embargo, en algunos casos, aun- que pocos, de infección purulenta muy grave, se ha visto pus en las cavidades izquierdas del w INTOXICACIÓN PROr.CC.UH POR Ei. Pl> (, rronEMiA. corazón, en la aorta y aun en casi todas las arterias del cuerpo. »En el sistema venoso puede ocupar el pus una eslension muy variable : ora no se le ve sino en una ó dos venas, ora en muchas y aun en casi todos los vasos de esto orden. En las cavidades derechas del corazón se le ha en- contrado con bastante frecuencia. Velpeau (mem. cit., obs. 2.—Note sur quelques obser- vations recueillies a la clinique chirurgieale de M. Cloquet, en Arch. gen. de méd., t. XIV, pág. 500, obs. 2; 1827) y Legallois (memo- ria citada, obs. 4) han citado algunos hechos de este género. Gavarret dice haber visto mu- chos, y según las observaciones de este pro- fesor, cuando se encuentra pus en las ca- vidades derechas del corazón, hay casi siem- pre abscesos metastásicos en los pulmones^que dificultan el paso de la sangre al sistema arte- rial (L. Fleury, ob. cit., p. 31 y 32). . «Venas.—Corao la flebitis es la causa mas comun de la puqhemía, se encuentran por lo común en una ó muchas venas de la econo- mía las alteraciones que caracterizan la infla- mación venosa; las cuales se han descrito ya circunstanciadamente en otro lugar (v. Flebi- tis). Solo añadiremos aqui, que en la necropsia de un sugeto que haya sucumbido á una in- fección purulenta, sí se quiere saber la causa directa de la presencia del pus en la sangre, se ha de proceder con sumo cuidado al exa- men de las venas, estendiéndole á todas las partes del cuerpo, a las ramificaciones mas finas, á las venas de los miembros, de los huesos y de las visceras; pues sucedeá menu- do hallar una vena inflamada muy lejos del sitio donde se creia encontrarla. Si hubiese poseído la ciencia muchas observaciones com- pletas, se habría librado probablemente de las largas discusiones de que tendremos que ocu- parnos mas adelante.» (Essai sur Tmfeccion purulente, p. 36). «Cuando la puohemia no depende de la fle- bitis, suelen encontrarse las venas en un es- tado de integridad completa. Este hecho, aun- 3ue negado aun por los patólogos que consi- eran á la flebitis como la única causa posi- ble de la puohemia, está fuera de duda para todos los hombres ¡mparciales, y tiene á su favor el testimonio ojo los autores mas reco- mendables. »Marechal (tés. cit., p. 19) dice «que ha podido comprobar muy á menudo la presen- cia del pus en las venas, sin que hubiese alte- ración en las paredes de estos vasos»; Ríbes (Exposé succinct des recherches faites sur la phlebite, en Bevue medícale, t. III, p. 5; 1825) manifiesta «que puede haber pus en las venas, aunque uo exista inflamación en ningún pun- to de las mismas.» También citan hechos pe- rentorios Legallois (mem. cit., obs. 1.a y 2.a), Velpeau (Lecons orales de clinique chirurgiea- le, redactadas por el Sr. Pavílíon, p. 9; Pa- rís; 18I4), Jobert (v. L. Fleury, ob. citada. P- "iI , obs. 8.a), y (iaudin [-Archives, genera- les de médecine, t. VI. p. 562; 1834). «Ha habido casos, por ejemplo, de sucumbir un sugeto dospues de la ablación de un tumor del escroto, encontrándose en la autopsia un derrame sero-purulento en el pecho é inlini- dad de abscesos metastásicos en los pulmones. Y sin embargo, no existia ninguna señal de flebitis en las venas del cordón espermatico, en las iliacas, en la cava ni en las renales ni el mas atento examen daba á conocer el menor indicio de inflamación en lo interior de estos vasos; de modo que por raas que se hi- ciera, era indispensable desechar la idea de una flebitis. «Conviene observar, añade con razón Vel- peau , que no sucede aqui corao en otras re- giones del cuerpo, en que se puede acudir á subterfugios, diciendo por ejemplo, como se di- ría después de la amputación de un miembro, que sí no se observaba la flebitis en has venas de las partes blandas, podría existir y existi- ría probablemente en los huesos. Nada de es- to tiene lugar en el presente caso, puesto que la operación solo habia interesado parles blandas. hBotrel ha visto muchas veces abscesos me- tastásicos en los pulmones de mugeres, aue habían fallecido de fiebre puerperal, sin le- sión alguna de las venas del útero ni de la pelvis. «Estos abscesos, dice, coinciden úni- camente con una angioleucitis supurada» (Mé- moire sur Tangioleucite uterine puerpérale, en Arch. gener. de med., t. VH, p. 426; 1845). «Corazón y arterias.—La endocarditis, la carditis y la arteritis, deben quizas colocarse entre las causas de la puohemia (v. etiología); en cuyo caso se podrán encontrar las lesiones ue acompañan á estas diferentes flegmasías. uera de estas circunstancias, poco conocidas todavía, solo se encuentra en el corazón y en las arterias que ofrece su membrana interna, yn color de heces de vino mas ó menos mar- cado. «Sistema linfático.—-Algunas veces se en- cuentra pus en cierto número de vasos y gan- glios linfáticos, principalmente en la puohe- mia que s.ucede á las heridas, á las operacio- nes, al parto y á la erisipela. Ora depende el pus de una Verdadera inflamación de estos órganos, observándose entonces tedas las al- teraciones que acompañan á la línfangitis (v. esta enfermedad); ora por el contrario, pare- ce haberse introducido por simple absorción, parque no hay niqguna señal de angioleucitis (Graves, Stockes y Berard y Denonvillprs, en Compeñdium de Chirurgie pratique, \. 1, p. 383). «La supuración del sistema linfático puede acompañar á la flebitis, ser muy circunscrita y no tener ninguna relación directa con la puohemia. Asi sucede las mas veces; pero puede también esta lesión manifestarse aisla- damente; ocupar una estension considerable, INTOXICACIÓN PRODÜCIOA POR EL PUS, Ó PUOHEMIA. 457 y ser la causa de la penetración del pus en el torrente circulatorio (v. Etiología). «Abscesos metastásicos.—Deben llamarse asi las colecciones purulentas que no reconocen por única causa la inllamacion de las partes en que se encuentran, sino que se forman de- positándose en los tejidos sanos el pus que cir- cula con la sangre. «Sin hablar de la época en que se conside- raban estos abscesos como «tubérculos agudos desarrollados á consecuencia de una inflama- ción» (Blondín, tes. cit., p. 14), nos limita- remos á decir que en el dia unos niegan su existencia, otros la defienden y todos sacan sus argumentos del estudio anatómico-patoló- gico de las paredes que circunscriben el pus. «Cruveilhier, Blandin, Nelaton (Elements de palhologie chirurgieale, t. I, p. 161; Pa- ris, 1844) y otros muchos patólogos, asegu- ran que los pretendidos abscesos metastásicos resultan constantemente de una flegmasía lo- cal , puesto que los tejidos que forman sus pa- redes están siempre inflamados, observándose en ellos una flebitis capilar muy pronunciada. «El tejido circunyacente está" muy encendi- do, dice Blandin, y aparece en un estado de flegmasía intensa : muchas veces está rodeado el pus de una falsa membrana de un color blanco sucio. Los abscesos de los pulmones pro- ceden de una inflamación local; son verdade- ras pulmonías lobuliculares supuradas» (Re- cherches sur quelques points d'anatomie, etc., tés. de Paris, n. 216, p. 14; \8H.-Dictionaire de medécine et de chirurgie pratiques, art. Am- PUTATIONS, t. II, p. 226). «Por otra parte Velpeau, Sedillot, A. Be- rard, y Denonvillíers y otros muchos observa- dores, asientan que las paredes se hallan mu- chas veces perfectamente sanas y sin ninguna señal de flegmasía. »Velpeau se espresa en los siguientes tér- minos hablando de unos abscesos metaslásicos que encontrara en el cerebro. «No se encontraba la menor señal de fleg- masía alrededor de estos abscesos. Parecía que la sustancia cerebral no habia hecho mas que separarse mecánicamente para permitir que se depositara el pus, y en ningún punto se ha- llaba mas ni menos colorada, mas blanda ni mas consistente, que en el estado natural. En todas partes conservaba el parenquima de la viscera los atributos del estado sano, hasta en las capas mas próximas á la materia purulen- ta» (mera. cit., p. 441). »IIa encontrado posteriormente Velpeau mu- chos casos semejantes, que han robustecido los fundamentos de su opinión. En una obra reciente, publicada bajo Jos auspicios de este cirujano, se lee: «Convengo en que algunas veces son los abscesos metastásicos otros tantos focos flegmá- sicos, y se hallan inflamadas las vesículas que rodean á estas colecciones purulentas; pero creo que en el mayor número de casos las pa- TOMO IX. redes de estos focos, contenidos, ya en el te- jido celular de los miembros, ya en el paren- quima de los órganos, no presentan ningún vestigio de inflamación. He visto muchísimas veces el cerebro, el bazo, los ríñones, los pul- mones y el hígado plagados de esla especie de abscesos, cuyo volumen no escedia del de un cañamón, sin que el mas minucioso y atento examen rae permitiera reconocer la menor le- sión de los elementos orgánicos que compo- nen estos órganos» (Legons orales, loe cit., p.74). «Dice Sedillot (De la phlebite traumatique, tesis de agregación, p. 27; París, 1832), que el pus está rodeado á veces por una falsa membrana, pero por lo comun baña inmedia- tamente la sustancia del órgano que le rodea. En algunos casos se ve una aureola del grue- so de una ó dos líneas, de color rojo amari- llento , pardo ó verdoso. Pero puede no exis- tir esta zona, en cuyo caso eslan perfectamen- te sanos los tejidos que forman las paredes del foco. «Berard y Denonvillíers se espresan de un modo no menos positivo. «Una disección aten- ta ha hecho descubrir alteraciones impor- tantes en las venillas inmediatas á los abscesos llamados metastásicos. Efectivamente, estos va- sillos se han hallado obstruidos por sangre coagulada y por pus, habiéndose logrado ade- mas seguir los vestigios de tales alteraciones hasta los vasos de un calibre mas considera- ble, y aun hasta los mismos troncos venosos, cuyas paredes presentan signos evidentes de inflamación. Estos desórdenes, observados por J. Hunter en los alrededores de los abscesos pulmonales, se han encontrado después, no solo en el pulmón , sino también en el híga- do, en el tejido celular y en los músculos. Sin embargo, por nuestra parte los hemos busca- do mas de una vez con la atención mas mi- nuciosa sin poder descubrirlos, y otros sugetos han hecho observaciones del mismo género; de manera que la coexistencia de los abscesos metastásicos con la inflamación de las venas de su periferia nos parece un fenómeno bas- tante raro. Lo mismo decimos de la inflama- ción del parenquima que encierra las colec- ciónenlas purulentas: la cubierta que las ro- dea no se distingue ordinariamente del resto del órgano, sino por un ligero cambio de co- lor sin alteración en la consistencia, en la vas- cularidad ni en la cohesión» (obr. cit. p. 280). »Esta cuestión la habia dilucidado ya per- fectamente Maréchal. «Encuéntrase á veces, dice este autor, en lo interior de las venas que rodean á los abscesos, una cantidad mayor ó menor de pus, solo ó mezclado con sangré. Las venas que contienen este líquido estraño pre- sentan en algunos casos las señales mas evi- dentes de una flebitis intensa; pero en otros por el contrario, aparecen en un estado de perfecta integridad, que contrasta con el lí- quido que rodean. La pared interna de la ca- 458 INTOXICACIÓN PRODUCIDA POR EL TUS, ó PCOnEMIA. vídad accidental se halla cubierto á veces por una falsa membrana lardácea, análoga á la que se observa en la superficie interna de los abscesos ordinarios; pero con mas frecuencia carece absolutamente de ella y el pus baña la sustancia misma del órgano que le rodea. Por último, en otras ocasiones, aunque el tejido 2ue circuye á los abscesos y los cubre inrae- iatamente no esté completamente sano, no ofrece sin erabargo los caracteres anatómicos de la inflamación, sobre todo de una inflama- ción suficientemente intensa para ir seguida de supuración. Alrededor de cada colección hay bastante á menudo una zona, una aureo- la de algunas líneas, en cuya eslensíou tiene el tejido del órgano un color mas subido, co- mo equiraosado, rojo amarillento, pardo ó pardusco; pero en otros casos no se observa tal zona, ni hay intermedio alguno entre la colección purulenta, perfectamente circuns- crita, y el tejido sano que forma las paredes del foco» (tes. cit., p. 14—18j. «Los esperimentos practicados en los ani- males no dejan ninguna duda de que es po- sible la integridad de las paredes en los abs- cesos metastásicos, y como dice con razón Velpeau, ya el raciocinio deducía a priori lo mismo que a posteriori han demostrado los hechos. «Referir todas las colecciones purulentas á un trabajo inflamatorio de cada órgano, dice Velpeau, sería un procedimiento muy con- forme con las teorías médicas actuales; pero no podemos menos de observar, que el bazo supura muy rara vez, que lo mismo les su- cede al corazón, á los ríñones y aun al cere- bro; que ademas, la supuración procedente de una flegmasía del primero de estos órganos se diferencia considerablemente de la del se- gundo, esta de la del tercero, etc.; que solo el pulmón supura poco mas ó menos como el tejido celular; que sin embargo, el pus de los abscesos metastásicos ofrece en todas partes con corta diferencia unos mismos caracteres; que todos los locos aparecen en un mismo f;rado, á pesar del diferente curso que sigue a inflamación en los distintos órganos; y por último, que á no admilir la preexistencia de las flegmasías, seria preciso que fuesen muy agudas para que se formase el pus tan rápida y abundantemente» (Legons orales, loe. cit., p.24). «Hemos debido conceder un lugar á todas estas citas, porque se ha dado mucha impor- tancia patogénica á la existencia y disposición de los abscesos metastásicos; de cuya cuestión nos ocuparemos mas adelante, cuando haya- mos terminado el estudio anatómico-patoló- gico de estas colecciones purulentas. «Las observaciones microscópicas hechas en el hombre, y sobre todo los esperimentos en los aniraales, han permitido seguir el curso anatómico de los abscesos metastásicos v com- probar en su evolución las siguientes fases. «La primera lesión con que se dan á cono- cer los abscesos metastásicos consiste en una inyección circunscrito, muy lina, que forma un punto rojo, cuvo volumen apenas llega al de una cabeza de 'alfiler. Muy luego sale la sangre de sus vasos y se infiltra en el tejido del órgano, que por lo demás conserva su aspecto normal. Haciéndose el derrame cada vez mayor, no tarda en formarse un coágulo. Cuando se hallan estos derrames en la su- perficie de una viscera, tal como el pulmón, el hígado, etc., se presentan bajo el aspecto de equimosis casi circulares, parduscos ó ne- gros. Sí se hace un corte vertical en los si- tios alterados, se descubre un coágulo raas ó menos considerable, en cuyo centro hay un punto amarillento, que examinado detenida- mente aparece ser una gotila de pus: sin em- bargo, á veces hay muchas gotitas disemina- das en el espesor del coágulo. Ya sea que se eslíenda la gotita purulenta central, ya que se reúnan varías cuando están diseminadas, llega á formarse una colección purulento, en la cual no se encuentra ya ninguna señal de tejido orgánico. Rechazado este de dentro á fuera constituye las paredes del absceso. Ya quedan suficientemente indicadas las diferen- tes disposiciones anatómicas que puede pre- sentar el foco. «En el hígado de un enfermo que ha muer- to hace poco en la clínica de Blandin, se han podido observar todos estos diferentes grados del absceso metaslásico (Journ. des conn. mé- dico-chir, p. 91, número de setiembre, 1845). «Volumen y número de los abscesos metastá- sicos.—El volumen varia entre el de una ca- beza de alfiler y el de una nuez, del cual rara vez pasa. Maréchal y Sedillot (tes. cit., p. 26) los han visto sin embargo del tamaño de un puño. Entre estos estreñios hay una multitud de grados intermedios, pudiendo ofrecer las dimensiones de un cañamón, de un grano de raijo, de un guisante, de una bala de fusil, etc. «Por punto general el número de los absce- sos está en razón inversa de su volumen, y es á menudo muy considerable. Es sumamente raro no encontrar mas que un absceso en la economía; las mas veces hay diez, veinte, treinta, cuarenta, etc., y en casos raros llega su número á muchos centenares y aun milla- res, etc. (Maréchal, tes. cit., p. 17). Hánse visto pulmones que contenían una inmensa cantidad de abscesitos, sin que hubiese nin- guno en los demás órganos; pero ordinaria- mente están diseminados los abscesos, aunque no con igualdad, en muchos puntos del cuerpo. «En un caso que refiere Darcv (Arch. génér. de méd., t. VI, p. 500-562; 1834) había mas de ciento cincuenta abscesos en el hígado y gran número de ellos en lc% pulmones; Vel- peau ha encontrado quince ó veinte en el ce- rebro, ocho ó diez en el corazón, dos ó tres en cada riñon y en cada pulmón, y muchas INTOXICACIÓN PRODUCIDA POR EL PUS, Ó PUOHESIIA. 459 docenas en el bazo y en el hígado (Thése sur quelques propositions de médecine, n. 46, p. 21; París, 1823). En otro caso ha visto el mismo cirujano acribillados los pulmones por una multitud de abscesitos, cuyo volumen variaba entre el de una cabeza de'alfiler y el de una avellana. Se presentaban á millares v hubie- ra sido imposible contarlos (Lecons orales, loe cit.,n.9). «Sitio de los abscesos metasfásicos.—Hánse encontrado colecciones purulentas en casi to- dos los puntos de la economía, pero no con igual frecuencia en todos ellos: Berard y De- nonvillíers los han clasificado bajo esle con- cepto según el orden siguiente: «Abscesos: 1.<> de los pulmones; 2.° del hí- gldo; 3.o del bazo; 4.° de los centros nervio- sos; 5.° de los ríñones v del corazón; 6.° del tejido celular; 7.» de los músculos; 8.° de las articulaciones ; 9.° de las vainas sinoviales de los tendones (ob. cit., p. 380). »Dance, Breschet y Gueneau de Mussy (Noel), han encontrado cada cual un ejemplo de colección purulenta de corlo volumen en- tre las paredes uterinas y la membrana ca- duca. «Fisher de Praga ha visto en un caso de fiebre puerperal abscesos en el hígado y pus en lo interior de los globos de los ojos, entre el cuerpo vitreo, la coroidea y la retina. Esta última membrana estaba como disuelta y dis- gregada por el pus (F. d'Arcet, Becher., sur Tes abcés múltiples, etc., tés. de Paris, p. 17; 1842). Szokalskí (Gaz. méd., p. 217; 1843) refiere igualmente un caso de absceso ocular^ que sobrevino nueve dias después del parto en una muger acometida de los síntomas de la fiebre puerperal; pero esta observación es sumamente incompleta , y no creemos con F. d'Arcet que pueda referirse á la infección purulenta. «Por lo comun no existen los abscesos sino en los pulmones ó en el hígado, ó simultá- neamente en estos dos órganos; pero también ocupan á menudo casi todas las visceras y aun todas las partes de la economía. Sedillot pre- tende que de cien veces, en noventa y nueve están limitados á los pulmones y al hígado (tés. cit., p. 26). «Los abscesos viscerales ocupan, óralas par- tes centrales de los órganos, ora su periferia. Maréchal (tés. cit., p. 11—12) cree que se los observa masa menudo en esta última, y aun añade, que en algunas circunstancias ha ha- llado el pus depositado, en términos de formar una capa bastante gruesa y muy estensa, en- tre el tejido del órgano ligeramente deprimi- do y la membrana serosa circunvacente, la cuaí estaba desprendida (L. Fleury, ob. cit., p. 58—591. «Algunos cirujanos, y entre otros Vidal, Malgaigne y Robert, han querido establecer recientemente una distinción importante en la historia de la puohemia, fundándola en el sitio de los abscesos metastásicos. En unasocasiones, dicen, respetan los abscesos á las visceras; se dirige el pus al esterior, y forma colecciones en el tejido celular subcutáneo, en cuyo caso muchas veces la terminación es feliz; pero en otras por el contrario, la infección purulenta es interna, visceral, y entonces es inevitable la muerte (Sociedad de cirugía, sesión del 16 de julio, 1845, en Gazette des hópitaux, t. VIII, p. 354; 1845). wMaisonneuve ha sostenido esta proposición, añadiendo que los abscesos viscerales son pro- ducidos por la mezcla directo del pus con la sangre en las venas; mientras que los subcu- táneos no tienen lugar, sino cuando el pus ha pasado por los ganglios linfáticos antes de lle- gar al sistema circulatorio. «Creemos con A. Berard,'que la distinción propuesta por los cirujanos que acabamos de nombrar no está suficientemente justificada por los hechos. En la observación aducida por Vidal aparece, que á consecuencia de una san- gría se manifestó una flebitis el dia 18 de di- ciembre de 1844, y que en enero de 45 (no se espresa el dia) se presentaron colecciones pu- rulentas en las regiones esternal, escápulo-hu- meral y trocantérea. Pero el enfermo había en- trado en el hospital para curarse una úlcera ve- nérea y un bubón; la enfermedad se habia prolongado seis meses, exigiendo un trata- miento antivenéreo, y los abscesos estaban en relación directa con los huesos. Considerando todas estas circunstancias, ¿no se podrá pre- guntar con Chassaignac, si serian los abscesos resultado de la puohemia, ó si dependerian mas bien de una sífilis constitucional? «Davasse (Gazette des hópitaux, número del 14 de agosto, 1845, p. 377) ha publicado la observación de una muger, que tenia absce- sos subcutáneos en los miembros superiores é inferiores, y refiere estas colecciones á una in- fección purulenta puerperal. Pero es evidente que en este caso existían lamparones; y Davas- se, que á pesar de nuestras objeciones persiste en creer que el pus simple y no procedente de un indiviáKkafectado de muermo, puede pro- ducir esta^mfermedad, debería saber que la inoculación del pus de los lamparones no siem- pre los determina. A la verdad, no parece que Davasse esté muy familiarizado con las cues- tiones de patogenia, porque después de haber presentado el esperimento de Renault y Bouley como un hecho que demuestra poderse produ- cir el muermo por el pus de una supuración simple, reconoce implícitamente que la inyec- ción del pus simple, hecha por estes veterina- rios, no ha sido quizá otra cosa que una causa ocasional, bajo cuya influencia se ha puesto en juego la particular disposición que tienen los solípedos á contraer el muermo. «En resumen, no queremos negar absoluta- mente la posibilidad de los abscesos metastá- sicos estemos; pero decimos que no está toda- vía demostrada su existencia. Por el contrario, 460 INTOXICACIÓN PUOPUCIDJ hasta ahora ha enseñado la observación, que estas colecciones purulentas ocupan las visce- ras; cuyo resultado está en armonía con los dalos que suministra la fisiología. «Réstanos esponer algunas consideraciones particulares, relalivasá los diferentes sitios que pueden ocupar los abscesos de las visceras. «Abscesos de los pulmones.—«Frecuentemen- te, dice Maréchal, se encuentran abscesos en los pulmones, sin que los haya en ningún otro órgano; pero es muy raro que existan en otros puntos sin que se encuentren larabien en el parenquima pulmonal.» Los abscesos ocupan ordinariamente la base y la parte posterior de los pulmones, al nivel de los bordes que sepa- ran las caras y los diferentes lóbulos de estos órganos. «Abscesos del hígado.—Ocupan igualmente con preferencia los diferentes bordes del órga- no. El tejido hepático que los rodea, presenta ordinariamente un color pardo verdoso. «Abscesos del bazo.—Son porto comun bas- tante considerables, anchos, sinuosos, y con- tienen un líquido pardusco ó negro, mezclado algunas veces con estrías blancas. No obstante, también se encuentra en ellos pus sin mezcla. «Abscesos de los centros nerviosos.—Son mas frecuentes y numerosos en la sustancia corti- cal que en la medular; existen ordinariamente en la superficie de las circunvoluciones; casi siempre son muy pequeños, de modo que ape- nas esceden del tamaño de un hueso de cereza. Por punto general no se presenten mas que en el cerebro propiamente dicho; sin embargo, Maréchal los ha visto en el cerebelo, en la pro- tuberancia anular y hasta en la médula oblon- ada; pero no hemos encontrado un solo caso e absceso de la médula espinal. y>Abscesos de los ríñones.—Ocupan la sus- tancia cortical, y son siempre muy pequeños. «Abscesos del corazón.—Son de un volumen pequeñísimo; se encuentran casi esclusiva- raente en la mitad derecha, y con frecuencia en las columnas carnosas del ventrículo; hánse visto también en el espesor de las paredes del tabique. Maréchal encontró un abapeso del ta- maño de la cabeza de un alfiler grande, en el centro de una de las columnas carnosas del ventrículo izquierdo. «Abscesos del tejido emular.—Son múltiples, esparcidos por las diferentes regiones del cuer- po, mal circunscritos y rodeados solamente Eorun circulo negro, semejanteá un equimosis. a fluctuación, dice Maréchal (tes. cit., p.11), se percibe desde el principio. «Abscesos de los músculos.—o Son poco nume- rosos, redondeados, exactamente limitados, á menudo voluminosos, y están engastados en lo interior de los músculos, cuyas fibras pare- cen haber sido cortadas por un sacabocados. Encuéutranse en los músculos de los miem- bros, y especialmente en la masa carnosa que constituye la pantorrilla»(L. Fleury, obr. cit., p. 6I-G3). POR EL PUS, Ó PUOÜEMIA. »Si tratamos ahora de esplicar el valor qu debe darse á la existencia y disposición de los abscesos metastásicos, no lardaremos en con- vencernos , de que no es ni con mucho tan grande como creen todavía la major parle de los patólogos. «Efectivamente, la presencia de los absce- sos metastásicos indica de un modo cierto la del pus en la sangre (V. Diagnóstico y Etiolo- gía); pero no es un signo constante y necesa- rio de la puohemia. Cuando se introduce rápi- damente una cantidad considerable de pus en el sistema circulatorio, sucumben los enfer- mos antes que hayan tenido lugar de formarse los abscesos metastásicos; les cuales se desar- rollan con tanta mas seguridad y en tanto ma- vor número, cuanto mas gradualmente se ve- rifica la mezcla del pus con la sangre, estable- ciéndose por dosi* sucesivas, y digámoslo asi, molécula á molécula. «Ya lo habia sospechado Duplay cuando di- ce: «Recorriendo las observaciones de reab- sorción purulenta, me ha llamado la atención el hecho deque los abscesos metastásicos no se encuentran en mayor número cuando circu- la con la sangre mucha cantidad de pus; sino que por el contrario, se los vé bastante á menu- do cuando solo están supurados uno ó dos tron- cos venosos. «Muchos casos de puohemia mecánica ob- servados en el horabre (V. Etiología) , y los es- perimentos hechos en animales vivos por Cas- telnau y Ducrest, han demostrado la exactitud de las proposiciones que acabamos de emitir, y en las cuales insistimos; porque algunos ci- rujanos recomendables se inclinan todavía á negar la existencia de la puohemia, cuando no va acompañada de abscesos viscerales (véa- se Fleury, Quelques mots sur Tinfeclion puru- lente, en Journal de médecine, t. 11, p. 302 y 303; 1844). «El estado de las paredes puede suministrar lambien un dato afirmativo de mucho valor, pero nunca negativo. Cuando las paredes de un absceso visceral no presentan ninguna se- ñal de inflamación, es evidente que no se ha formado el pus en el sitio que ocupa, y que le ha conducido y depositado la sangre; pero cuando el tejido de las paredes está inflamado, no se infiere necesariamente, como pretenden muchos patólogos, que no se ha acumulado en el absceso el pus formado en otro sitio, por- que la presencia de una gotila de supuración, llevada por la sangre y detenida en el sis- tema capilar, ha podido determinar alrede- dor de sí el desarrollo de una flegmasía cir- cunscrita. «El pus trasportado á las visceras no siempre se deposita bajo su propia forma. Sucede bas- tante á menudo, que algunas de sus partículas mezcladas con la sangre y enteramente distin- tas se detienen en un punió demasiado estre- cho, obstruyéndolo, distendiéndolo, irritán- dolo, y dando de este modo lugar á la pro- intoxicación producida duccion de una nueva cantidad de supuración.» Si nuestros contemporáneos hubiesen tenido en cuento estas palabras de Morgagni (De Sed. et caus. morb., epíst. 51, §. 23), habrian evi- tado largas y estériles discusiones. «Colecciones purulentas en las cavidades na- turales.— Encuéntranse á menudo derrames purulentos en las grandes cavidades serosas, y principalmente en la pleura y en el perito- neo. El pus presenta un color ceniciento, y no se parece al que se observa en las flegmasías serosas francas. Las membranas, inflamadas á veces, por lo común apenas están alteradas. En las pleuras es á menudo rauy considerable el derrame. «En ocasiones , dice Velpeau, ocupa el pus la base del cerebro, y aun continua por los ventrículos, y desciende alrededor de la mé- dula espinal hasta el sacro; de manera que el encélalo se encuentra en un verdadero baño de pus» (Lecons orales, loe. cit., p. 55). Tes- sier poquísimas veces ha visto pus en la cavi- dad aracnoidea (mem. cit., p. 119). íllállase con bastante frecuencia pus en las articulaciones, y principalmente en las de la cadera, rodilla^ hombro y codo, y algunas veces también en las mas pequeñas, como por ejemplo, las de los dedos. Ora está el pus co- mo infiltrado entre las fibras ligamentosas; ora se encuentra reunido en un foco en la cavidad articular. Por lo comun invade muchas articu- laciones. «Las colecciones purulentas de que tratamos deben referirse á los abscesos metastásicos, sin confundirlas con las que resultan de una com- plicación inflamatoria (pleuresía, peritonitis, ar- tritis, etc.). Teniendo en cuenta los síntomasob- servadosdurante la vida, las cualidades físicas del pus, la falta de falsas membranas y la in- tegridad casi completa de las serosas, no será difícil hacer esta distinción. » Visceras.—Se ha visto frecuentemente en el tejido celular subseroso de los pulmones, del hígado, del bazo y de tos intestinos, man- chas negruzcas y equimosis; los pulmones es- tan á menudo ingurgitados, y cuando se hace en ellos una incisión, fluye una serosidad par- dusca abundante; el tejido del hígado suele hallarse reblandecido, amarillo, poco masó menos como en la cirrosis, ó verdoso. La mem- brana mucosa gastro-intestinal está á veces reblandecida. El bazo, según Tessier, esperi- menta frecuentemente una decoloración par- cial ó general, que le dá un aspecto muy par- ticular: el tejido esplénico aparece dividido en núcleos pardos y sonrosados, cuyo último co- lor puede ser general. El volumen del órgano ora está aumentado, ora disminuido, y en cuanto á su consistencia se halla á menudo re- blandecido v como difluente (mem. cit., pá- gina!^). «Solo hemos descrito en este artículo las al- teraciones que se refieren inmediatamente á la puohemia; pero siendo esto siempre consecu- rOR EL PUS, Ó PUOHEMIA. 461 Uva á otra afección, ya se deja conocer que los cadáveres de los sugetos que sucumben á consecuencia de la penetración del pus en la sangre, han de presentar constantemente le- siones mas ó menos numerosas, que estén en relación con la enfermedad primitiva (flebitis, línfangitis, fiebre puerperal, erisipela, úlcera, abscesos, etc.). «Síntomas.—Han confundido los tutores con mucha frecuencia los fenómenos que prueban la penetración del pus en el torrente circula- torio, con los que pertenecen á las afecciones que termina la puohemia: procuraremos no incurrir en esta falta. «Invasión.—El principio es necesariamente .repentino, y los fenómenos morbosos presen- tan inmediatamente un carácter de generali- dad, que los distingue fácilmente de los sínto- mas locales propios de la flebitis y de las de- mas causas patológicas de la puohemia. «Por lo comun abre la escena un escalofrió, ora errático , vago, ligero, y que solo se siente en la región dorsal; ora y con mas frecuencia intenso, y acompañado de castañeteo de dien- tes, de movimientos convulsivos de los miem- bros, de decoloración de la piel y del fenó- meno conocido con el nombre de carne de ga- < llina: en este último caso tiene el enfermo un acceso que imita á los de la fiebre intermiten- te. Efectivamente, remplaza muy pronto al es- calofrió un calor ardiente de la piel, la cual concluye por cubrirse de un sudor viscoso, á veces muy abundante. El acceso febril viene á menudo precedido de desazón, postración, in- quietud, agitación é insomnio. vSin embargo, no es constante el escalo- frío: Velpeau dice, que en muchos casos falta completamente; «cuyo hecho, añade este ci- rujano, es muy digno de observarse, porque manifiesta que no debe tenerse demasiada se- guridad respecto de los operados, aun cuando no les sobrevengan escalosfrios ni temblor» (Lecons orales, loe cit., p. 78). «Cuando falta el escalofrió, marcan el prin- cipio de la enfermedad los síntomas, que según hemos dicho, preceden á menudo al acceso febril. , . «Los tegumentos estemos adquieren muy pronto un tinte lívido, azulado, y á veces un aspecto terreo. En muchos enferraos no se di- ferencia el color amarillo de la piel del que ca- racteriza la ictericia, y como hemos manifes- tado ya, debe entonces referirse efectivamente á la presencia de un absceso en el hígado, á una alteración de estructura ó á una simple al- teración funcional de este órgano. Oirás veces el color amarillo parece ser estraño a toda alte- ración acaecida en la secreción ó escrecion de la bilis ; en cuyo caso se ha dicho que le dis- tinguen del color ictérico el aspecto mas sucio defa piel, vsu raodode presentarse invadiendo primero ef tronco, v no los ojos y la cara. «En estas circunstancias , añade Berard , no ofrece la orina el color amarillo que es tan constante *62 INTOXICACIÓN PRODUCIDA en la ictericia* (Dict. de méd., t. XXVI, pá- gina 491). No es necesario decir que estos ca- racteres diferenciales carecen de exactitud y son por otra parte insuficientes. Se necesita someter la orina á la acción de los reactivos, para poder conocer la causa del color morboso de la piel. «Aveces se observan muchas vesículas de sudamina, y se manifiestan con frecuencia pe- tequias y equimosis en número mas ó menos considerable. Dince ha observado parótidas y gangrenas (Arch. gen. de méd., t. XIX, pá- gina 16M; pero estas lesiones pertenecen mas bien á la fiebre puerperal que á la puohemia. «Tessier habla de otras muchas alteraciones cutáneas, que clasifica según su grado de fre- cuencia por el orden siguiente : 1." erisipela; 2.° manchas gangrenosas; 3.° abscesos cutá- neos; 4."» pústulas ó ampollas purulentas (me- moria cit., p. 120). Por nuestra parte no he- mos encontrado estas lesiones en ninguna de las muchas observaciones de puohemia que hemos visto, y nos inclinamos á creer que en la actualidad no las referiría Tessier á la in- fección purulenta, puesto que ya no confunde el muermo con la puohemra. «La cara adquiere desde el principio una es- presion, que tiene algo de particular, v que se- gún Jobert, basta á veces para dar a conocer la enfermedad. El rostro se altera profunda- mente; los ojos se hunden en las órbitas y se cubren delegarías; hay un verdadero estupor, que apenas se diferencia del que ofrecen los sugetos afectados de fiebre tifoidea (L. Fleurv Joc.c¿f.,p.73y76). J' «Estudiemos ahora los fenómenos morbosos que pertenecen á cada uno de los aparatos de la economia , y mas adelante indicaremos los diferentes modos como se desarrollan y enca- denan entre sí. «Aparato digestivo.—-Los labios v los dien- tes se secan y ponen fuliginosos.'Tessier, á quien se dibe una buena descripción de los síntomas de la infección purulenta, asegura que no son frecuentes las fuliginosidades den- tarias y labiales (mem. cit., p. 125); pero Dance y otros muchos autores las han encon- trado á menudo (loe cit, p. 165). »El estado de la lengua es muy variable: ora se presenta blanca y húmeda desde el prin- cipio hasta el fio de la enfermedad ; ora está seca en los primeros dias, y se humedece en los últiraos. En muchos sugetos aparecen la lengua y las encías cubiertas de una capa ama- rilla ó negruzca, y este síntoma, unido á los fenómenos gmerales, habia inducido á los mé- dicos del úllinn siglo á admitir en la infección purulenta un elemento pútrido Dance asegura que la lengua está á menudo temblona,0 que la palabra es dificil é incierta, y que los la- bios se hallan agitados por movimientos con- vulsivos (loe cit., p. 165). »La sed es variable ; ora viva é incesan- te, ora nula; hay frecuentemente náuseas y PO» EL PUS, Ó PUOHEMIA. vómitos de materias biliosas, que incomodan mucho á los enferraos. La diarrea no es un síntoma raro, sobre todo hacia la terminación de la enfermedad : en los últimos dias se pre- sentan cámaras involuntarias. El epigastrio está á menudo dolorido según Tessier, y este dolor coincide en ocasiones con las náuseas y los vómitos. El mismo autor dice que el vien- tre está indolente, blando, sin meteorismo ni gorgoteo (loe cit., p. 135). «Aparato respiratorio.—La respiración con- serva á menudo su ritmo normal, aunque se hayan formado en el parenquima pulmonal focos purulentos, cuya presencia no siempre puede descubrirse con la percusión y la aus- cultación, principalmente si son pocos, pe- queños, ú ocupan las partes centrales del ór- gano. En otros casos la respiración es precipi- tada , angustiosa, dificil y acompañada de sen- sación de. peso hacia el esternón ó en la base del pecho; obsérvase á menudo una tes seca ó seguida de espectoracion poco abundante. Todos estos síntomas pueden existir, sin que los pulmones contengan la menor colección purulenta. »En muchos enfermos da á conocer la aus- cultación estertores mucosos y sibilantes, ente- ramente parecidos á los que se observan en el curso de la fiebre tifoidea y de las pirexias graves. A veces se comprueba el esterior cre- pitante en ciertos puntos en que hay pulmo- nías lobuliculares; se observa tos, disnea y dolor torácico, y estos síntomas pueden hacer creer que existe una pulmonía simple. Pero la tos es seca, ó al menos no va acompañada de una espectoracion característica. «Otras veces se advierte en los puntos cor- respondientes á los abscesos de los pulmones una debilidad del ruido respiratorio, que hace sospechar la existencia de las colecciones pu- rulentas de que hablamos; la cual puede tam- bién comprobarse en algunos casos por medio de la percusión. «En una época mas adelantada de la enfer- raedad se oye el soplo tubario; cuyo signo puede manifestarse muy pronto y sin ¡r pre- cedido de estertor crepitante, á causa de la rapidez con que se desarrollan las alteracio- nes pulmonales. «La percusión y la auscultación permiten siempre comprobar con facilidad los derrames serosos ó sero-purulentos, que tan frecuente- mente acompañan á la puohemia; y debe re- currirse con tanto mas cuidado á estos me- dios de esploracíon , cuanto que casi nunca dan lugar dichos derrames á ninguna altera- ción funcional. «El único indicio de su exis- tencia en el mavor número de casos, dice Vel- peau , es un dolor ligero, vago y de poca du- ración.» «Tendríamos probablemente datos mas esac- tos acerca de los signos que suministran en la puohemia la percusión y la auscultación, sino fuese á menudo tan difícil el examen del pecho, INTOXICACIÓN PRODUCIDA POR EL PUS, Ó PUOHEMIA. 463 en razón del estado de postración estraordina-1 ría en que se hallan los enfermos. «Aparato circulatorio.—E\ pulso es primero desarrollado, fuerte, frecuente ; y después se I hace pequeño , débil, filiforme y "apenas per- ceptible en los últimos dias de lá vida. No se sabe positivamente cuáles son los signos que suministra la auscultación del corazón. En los sugetosque hemos tenido ocasión de examinar, hemos encontrado los ruidos mas sordos y dé- biles que en el estado natural. Cuando se for- man en el corazón coágulos voluminosos, con- creciones fibrinosas, se reconocen por medio de los signos indicados por Rouillaud, Piorry yLegroux. «Aparato génilo-urinario.—Según F. d'Ar- cet, la orina es constantemente albuminosa cuando hay abscesos viscerales : mas adelante veremos cómo se ha interpretado esle hecho. «Sistema nervioso.—Las alteraciones mas constantes y notables son las del sistema de la inervación. Al principio solo está la inteligen- cia algún tanto debilitada y obtusa; pero muy pronto sobreviene delirio, que al principio consiste en desvarios, que cesan durante la vigilia. Si se pregunta algo al enfermo, res- ponde con exactitud; pero se ve que le cuesta trabajo reunir sus ideas y que su memoria es poco segura. Dance ha visto en muchos suge- tos una forma de delirio, en que faltaba la per- cepción de los dolores, persuadiéndose los pa- cientes de que eslaban curados, en fuerza del estupor que los dominaba. «Rara vez es agudo el delirio, ni acompaña- do de gritos ó agitación ; los enfermos balbu- cean entre dientes algunas frases ininteligi- bles, ó profieren palabras incoherentes. En oca- siones no se manifiesta el delirio hasta las úl- timas horas de la vida. »La sensibilidad está casi siempre exaltada; el ruido y la luz incomodan á los enfermos; se quejan de dolores agudos en las articula- ciones, en el hígado, en el bazo y en todos los puntos en que hay propensión a formarse colecciones purulentos. Sin embargo, á veces nos sorprende encontrar en la autopsia absce- sos, cuya existencia no se habia revelado por ningún signo durante la vida. «La debilidad general en que caen los en- fermos es uno de los efectos mas constantes y de los signos mas positivos de la infección pu- rulenta. Esta debilidad se manifiesta muy pron- to, y debe llamar la atención del médico, so- bre todo cuando no puede esplicarse, ni por la gravedad, ni por la estension de la enferme- dad de que depende la infección purulenta. «Consiste la debilidad en un colapso del sis- tema nervioso, y especialmente de la inteli- gencia y del sistema muscular; porque como hemos dicho, la sensibilidad está lejos de ha- llarse debilitada, por lo menos al principio de la afección. «Aparece de un modo tan constante el esta- do adinámico en la puohemia, que no sabien- do los autores antiguos á qué causa alribuirlo, sobre lodo cuando se le agregaban delirio, mo- vimientos convulsivos y saltes de tendones, habian considerado la infección purulenta co- mo una fiebre adinámica ó alaxo-adinámica. »La rápida curación es también un síntoma importante, y que se observa con frecuencia. «Los enfermos sienten á menudo en los hi- pocondrios y en muchas articulaciones dolores mas ó menos agudos, que ora dependen de abscesos que se forman en los punios corres- pondientes, ora son solo un fenómeno nervioso, que no se esplica por ninguna lesión material, y que debe referirse á la alteración de la sen- sibilidad general. «Hemos visto que el principio de la afec- ción se marca ordinariamente por un escalo- frió. Este se reproduce en ocasiones durante el curso del mal, por intervalos mas ó menos próximos, pudiendo manifestarse muchas ve- ces en un mismo dia. Se le ha visto repetir dia- riamente por las tardes, con tanta regularidad como si perteneciera á una fiebre periódica. «En resumen, los síntomas de la infección Eurulenta emanan en gran parte de la perdur- ación que esperimenta el sistema nervioso bajo la influencia de la alteración de la san- gre. La profunda adinamia, el estupor, el de- lirio, los escalofríos, seguidos ó no de calor y de sudor, son fenómenos morbosos que no pueden referirse mas que á una alteración de la inervación. La disnea, las náuseas, los vó- mitos y la diarrea, cuando no son producidos por ninguna lesión visceral, dependen de la misma causa. En vista de esto, nada tiene de particular que por lanío tiempo se haya consi- derado la puohemia corao una fiebre esencial. "Curso, duración, terminación.—La puohe- mia es una afección aguda, que recorre sus pe- ríodos con una rapidez que varia según el mo- do como penetra el pus en la sangre, y según las condiciones en que se encuentran los suge- tos. El estado puerperal, las emociones mora- les, la miseria y tedas las causas de debilita- ción, aceleran el curso de la enfermedad. En general la intensión de los accidentes es tam- bién proporcionada á la dosis del veneno , y por consiguiente á la facilidad con que puede penetrar el pus en la sangre. A la reunión de estas diferentes circunstancias debe atribuirse el curso fulminante que suele ofrecer la puo- hemia en las mugeres recien paridas, en los amputados y en los casos en que se forma el pus dentro del corazón, y en que entra re- pentinamente una gran cantidad de este lí- quido en el sistema circulatorio (v. Causas). «Vamos á indicar rápidamente los diferentes modos como pueden combinarse los síntomas entre sí, para constituir formas mas ó menos distintas de la puohemia. «En algunos enfermos son ten vagos y lige- ros los síntomas generales, que se ocultan al observador; el cual frecuentemente no llega á sospechar la existencia de la puohemia, hasta 464 ENFERMEDADES PRODUCIDAS que advierte los sÍDtomas de una neumonía lo- bulicular, de un derrame ó de un absceso. Vol- veremos á hablar de esla forma al tratar del diagnóstico, porque puede alucinar al práctico, haciéndole creer que se trata solo de una fleg- masía visceral simple. »A veces sigue la puohemia un curso regu- larmente progresivo; pero los accidentes se desarrollan con lentitud, y no se presentan des- de luego con un carácter muy marcado de gra- vedad. La afección se anuncia por ui. escalo- frío ligero, un poco de calentura y desazón ge- neral. Después se manifiesta la debilidad, que hace cada dia nuevos progresos; se altérala cara y se pone terrea; la fiebre, muy modera- da durante el dia, se aumenta un poco por la tarde, siguiéndola sudores nocturnos, y al ca- bo de algún tiempo sucumbe el enfermo. Solo á esta forma de puohemia, benigna en aparien- cia, y que sigue un curso lento, pudiera cua- drarle bastante bien la denominación de fiebre purulenta crónica. Es muy importante cono- , cerla; porque sucede á menudo que el raédico prevé demasiado tarde el peligro de este esta- do morboso. »En una forma que se observa principalmen- te en las recien paridas y en los amputados, marchan los accidentes con la rapidez mas es- pantosa, y presentan desde su aparición una gravedad y una intensión estremadas. El esca- lofrío inicial es muy violento, y le suceden casi inmediatamente la debilidad y la altera- ción déla cara; el pulso está débil, deprimido, víate 140 y aun 150 veces por minuto; la res- piración es fatigosa; los enfermos padecen una ansiedad estraordinaria; sobreviene una diar- rea fétida y abundante, y se verifica la muer- . te al cabo de algunos dias. «Generalmente, según Sedillot, ocurre la muerte en la puohemia del octavo al duodéci- mo dia (tés. cit., p. 25); pero ya hemos dicho aue puede ser instantánea ó sobrevenir al cabo de algunas horas. «Varios autores han señalado á la puohemia una duración posible mucho mas larga, ha- ciéndola llegar en ciertos casos á algunas se- manas y aun meses. La existencia de esta puo- hemia crónica (fiebre purulenta crónica) no se halla demostrada, pues los síntomas que se le atribuyen en nada se parecen á los accidentes que determina la puohemia aguda. No se ha comprobado la presencia del pus en la sangre; y los hechosque se presentan, pertenecen en su mayor parte á la fiebre héctica, á los lampa- rones y á los abscesos múltiples consecutivos, á las viruelas y á la erisipela. En último aná- lisis vendría á reducirse la puohemia crónica á esa infección purulenta esterna, acerca de la cual hemos manifestado ya nuestro parecer. «¿Podrá curarse la puohemia? Hánse cátodo algunos hechos, sacados de losautores antiguos, en los cuales, después de haberse observado todos los síntomas de la puohemia, se los ha visto desaparecer á consecuencia de sudores POR EL PUS, Ó PÜOnEMIA. abundantes y de evacuaciones críticas por la orina, la cámara ó la espectoracion. Salulier, que ha reunido diferentes observaciones espar- cidas en los archivos de la ciencia, y que tenia interés en darles cierto valor, ha declarado que no habia fundamento para creer que pudiera curarse la puohemia (1 a-til des melastasespu- rulentes'l tes. de agregation, p. lJ; Paris, 1S32). Esteraos rauy dispuestos á opinar del mismo modo. «Para establecer la posibilidad de la cura- ción, se necesitarían observaciones circunstan- ciadas, en las que se demostrara positivamente la presencia del pus ó de sus elementos en las materias segregadas y escretadas; pero no he- mos podido encontrar un solo hecho de este género, que tenga todas las condiciones de au- tenticidad y de certidumbre apetecibles. «F. d'Arcet asegura, como hemos dicho, que cuando se forman abscesos en individuos atacados de infección purulenta, las orinas son constantemente albuminosas. «El pus, dice, se compone de dos elementos principales: 1.° serosidad; 2.° una materia insoluble; y la química enseña, que la serosidad del pus con- tiene albúmina. Comparando estos dalos quí- micos con el hecho clínico, ¿no podría dedu- cirse que la reabsorción espontaneado ciertas colecciones purulentas se verifica, no por medio de esos fenómenos oscuros é hipotéticos que se han llamado simpatías, crisis, metástasis, sino bajo el imperio de ciertas leyes mas sencillas? Cuando se ha formado un absceso en la eco- nomía, ¿no podrá infiltrarse la parte serosa del pus al través de la membrana puogénica, pasar á los vasos absorvenles y salir al esterior bajo la forma de la albúmina que se encuentra en la orina; mientras que la parle sólida, conver- tida, después de eliminada la serosidad, en un cuerpo agrisado y untuoso, como formado por la adipocira, permanece inerte en el órgano, sin que determine su presencia ningún acci- dente ulterior? ¿Quién sabe si aun esta mate- ria sólida podrá desaparecerá su vez en todo ó en parte, apoderándose de ella esa absorción desconocida en su mecanismo, que ni aun perdona á los sólidos? (tes. cit., p. 42-47). «Esta teoría es quizas aplicable á la desapa- rición espontánea de los abscesos formados en la economía primitivamente, ven los cuales ha permanecido el pus defendido del contacto del aire; pero según las ideas emitidas por el misrao F. d'Arcet en otro lugar, no puede ad- mitirse respecto de la infección purulenta (tes. cit., p. 42-47). «Las curaciones publicadas en estos últi- mos años pertenecen casi todas á la infección purulenta esterna, es decir, que prueban poco. Sin embargo, no queremos negar absoluta- mente la posibilidad de una terminación fa- vorable, y aun podríamos presentar en apoyo de ella una observación recogida por uno de nosotros (Fleury, obr. cit., p. 88, obs. 2). «Diagnóstico.—Los escaloírios y la adina- INTOXICACIÓN POR EL pus, ó puohemia. Í65 mía son los signos característicos de la enfer- medad , y ordinariamente facilitan el diagnós- tico, sobre todo cuando hay una causa que ha podido producir la puohemia (flebitis superfi- cial, úlcera, absceso, etc.). Sin embargo, es rauy posible desconocer la intoxicación puru- lenta, cuando se verifica hacia el fin de una en- fermedad que ha determinado mucha postra- ción , como por ejemplo, en la fiebre puerpe- ral, en la que con harto frecuencia no se re- conoce la puohemia hasta que se hace la au- topsia. Pero dejando esto á un lado, veamos cuáles son las afecciones que pudieran con- fundirse con la puohemia. «Fiebre tifoidea.—La enfermedad que tiene mas analogía con la puohemia es la fiebre ti- foidea. Es hasta dificil no incurrir en error, á lo menos al principio, cuando la flebitis ó el foco de supuración queda lugar á la introduc- ción del pus en la sangre, se ocultan á las in- vestigaciones del médico. Sin embargo, se debe suponer la existencia de la puohemia, cuando se observa un escalofrió inicial intenso, errático, que se reproduce por intervalos apro- ximados, una adinamia muy pronunciada y muy rápida y una alteración'profunda de las facciones. Mas adelante la cefalalgia , los tras- tornos de los senlidos, la epislaxis y las erup- ciones cutáneas, son signos que disipan toda incertidumbre. «Fiebre intermitente.—Cuando se manifiesta un acceso de fiebre intermitente en un amputa- do, en una recién parida ó en un sugeto afec- tado de una flebitis hasta entonces circunscri- ta, no se puede ordinariamente diagnosticar con certidumbre hasla al cabo de algunas ho- ras. Efectivamente, entonces si se tratase de una fiebre intermitente, se observaría una api- rexia completa; al paso que si por el contra- rio fuese la enfermedad una infección puru- lenta, persistiría la calentura y adquiriría in- mediatamente el tipo continuo con exacerba- ciones irregulares, principalmente por la tarde. En la fiebre intermitente el escalofrío es por punto general mas intenso y de mayor dura- ción, y la alteración de la cara mucho menos profunda. Jobert da mucho valor á este últírao carácter diferencial, que le ha bastado á me- nudo para formar el diagnostico con solo dar una ojeada al rostro del enfermo. Por último, sí quedasen algunas dudas, el sulfato de qui- nina las disiparía. «Punturas que se reciben disecando.—Los fe- nómenos morbosos que provocan las heridas hechas con uu instrumento de disección cu- bierto de materia pútrida, resulten, ora de una flebitis, ora de una línfangitis, de un flemón, ó por último, de un verdadero envenenamien- to. La flebitis, la línfangitis y el flemón pue- den ser entonces causa de una infección puru- lenta. En cuanto al envenenamiento, se halla caracterizado por síntomas variables, que no se encuentran en la puohemia, y que Trousseau v Dupuv han descrito perfectamente (Experien- ' TOMO IX. ceset observ. sur les altérations du sang, etc., en Arch. gen. de méd., t. XI, p. 373; 1826). .Consisten estes síntomas en accidentes nervio- sos enteramente particulares, en una inflama- ción especial del tejido celular, análoga á la que se observa en el carbunco, etc. (V. Septi- cohemia). Prescindiendo de todo esto, basta para ilustrar el diagnóstico el conocimiento de la causa primera de la enfermedad. «Fiebre héctica.—Algunos de los síntomas de la fiebre héctica simulan la puohemia; pero siempre será fácil reconocerla por su curso len- to y crónico, y por la presencia de la lesión or- gánica que sostenga la calentura. «Reumalismo.—Los dolores agudos queso manifiestan algunas veces en las articulacio- nes de los enfermos afectados de puohemia, podrían hacer creer que habia un reumatis- mo articular; pero este no viene nunca acom- pañado de los fenómenos generales ni de la adinamia que caracterizan desde el principio la infección purulenta. «Neumonia —Cuando en un amputado, por ejemplo, sobreviene una neumonía simple, pue- de presentarse con lodos los accidentes gene- rales que caracterizan la infección purulenta, v entonces es el diagnóstico tanto mas dificil, cuanto que la puohemia viene á menudo acom- pañada de tos, de dolor torácico y de disnea, complicándose ademas frecuenteraente con la neumonia lobulicnlar. En tales casos es preci- so tener en consideración las circunstancias siguientes, á las que sin embargo solo damos un valor diagnóstico dudoso. En la pulmonía simple el estado adinámico es menos marcado al principio; no está la cara tan alterada; el escalofrió de invasión no se reproduce, y la disnea es mayor; la auscultación y la percu- sión suministran signos mas característicos y eslensos, y por último hay una espectoracion especial. «Muermo.—En el dia no es posible confun- dir el, muermo con la puohemia. Indepen- dientemente délas circunstancias etiológicas, revela el muermo su naturaleza por las erisi- pelas, las pústulas, las ampollas purulentas, las gangrenas que le acompañan, y sobre to- do por los fenómenos que se observan en las fosas nasales. «Lamparones.—No se distinguen de la puo- hemia tan fácilmente como el muermo; sin embargo, casi siempre puede comprobarse la infección ó la inoculación que ha producido la enfermedad. Generalmente empieza por sín- tomas locales, desarrollados en el punto en que se verificó la inoculación; no viene acompaña- da de escalofríos, de vómitos ni de una adi- namia tan profunda; tiene un curso mas len- to y mavor duración. Los abscesos afectan con predilección ciertos sitios y tienen caracteres especiales. «Abscesos múltiples.—A. consecuencia de las viruelas, de la erisipela, de ciertas fiebres tifoideas v en la peste, se desarrollan á veces 59 166 INTOXICACIÓN POR EL PUS abscesos mas ó menos numerosos en el tejido celular subcutáneo, y según queda dicho, es- las mismas colecciones purulentas son las que algunos consideran como efectos de una puo- hemia con determinación esterior. Recuérden- se las dudas que hemos manifestado respecto de este punto, á las que solo añadiremos aquí, que en el mayor número de casos, corao son los relativos á las viruelas y á la erisipela, re- sultan evidentemente estos abscesos, no de la presencia del pus en la sangre, sine simple- mente de una inflamación que se ha propa- gado desde la pieJ al tejido celular subya- cente. «Cuando ha creído el médico reconocer la puoihemia durante la vida, debe tratar de caniprobar su existencia por la anatomía pa- tológica. ¡»EI diagnóstico post oiortem no puede for- marse con certidumbre, sino en las tres cir- cunstancias siguientes: »1.° Cuando ciertas disposiciones anató- mico-patológicas demuestran que ha debido el pus pasar al torrente circulatorio (flebitis su- purada libre, abscesos que comunican con un vaso sanguíneo, etc.). *2.'° Cuando la inspección directa ó micros-. cópica permite comprobar la presencia del pus libre en el sistema sanguíneo. »3.° Cuando hay abscesos metastásicos. Efectivamente, estos parece que pertenecen esclusivamente á la puohemia, porque no se manifiestan en ninguna otra afección en el hombre, ni se producen en los anímales, en cuvas venas se inyectan sustancias diferentes del pus (v. Etiología). »ÉI pronóstico es constantemente grave, cuando no mortal. «Etiología.—Causas predisponentes.—Deben colocarse en este lugar todas las condiciones fisiológicas, higiénicas y patológicas, que fa- vorecen ó determinan la formación del pus. La puohemia se manifiesta principalmente en los individuos que tienen focos estensos ó grandes superficies en supuración; en los que han sufrido operaciones quirúrgicas y princi- palmente una amputación, la cistotomia, ó la ligadura ó estirpacion de venas varicosas de los miembros, ó de tumores hemorroida- les, etc.; es frecuente en las mugeres recien paridas., en los sugetos debilitados ó de mala constitución. La favorecen ciertas constituí ciones epidémicas ó endémicas, bajo cuya influencia propenden á hacerse supuratorias las inflamaciones y á tomar mal carácter. «El hacinamiento, al que ha dado Tessier tanta importancia en la historia de la fiebre purulenta, obra de este último modo, y pare- ce favorecer ademas la absorción del pus y el desarrollo de la flebitis. »Causas determinantes.—La presencia del pus circulando libremente con la sangre, es en último análisis la única causa directa de la puohemia; pero son diferentes las circunstan- O PCOHBHIA. cias que pueden dar lugar á la absorción pu- rulenta, y vamos á estudiarlas brevemente. «Todas" las causas posibles de la presencia del pus en el sistema circulatorio pueden re- ducirse á las tres condiciones siguientes: «1.° Se forma pus en el sistema circulato- rio: a. consecutivamente á una flegmasía des- arrollada en cualquier punto de este sistema; b. en razón de una generación esponlánca, sin que haya ninguna flegmasía en el sólido. «2.° Se forma también en el sistema linfá- tico á consecuencia de una inflamación desar- rollada en el mismo, y se derrama luego en el torrente circulatorio. »3.° El pus formado fuera del sistema lin- fático y del circulatorio se introduce en este: a. por la absorción; b. por una disposición me- cánica. »1.» Pus formado en el sistema circulatorio á consecuencia de una inflamación desarrollada en cualquier punto de este'sistema. — a. Endo- carditis, carditis y arteritis.—«No hay duda que se verifica una secreción purulenta en la endocarditis, dice Bouillaud (Traite clinique des maladies du coeur, t. II, p. 175; Pa- rís, 1835), y que el producto segregado poco á poco se incorpora incesantemente con la masa sanguínea.» «Un absceso del corazón, sea ó no enquís- tado, dice el mismo autor (loe cit., p. 208), puede abrirse en alguna de sus cavidades, mezclándose entonces el pus con la sangre.» «Hodgson (Traite des maladies des arteres et des veines, traducción de Breschet, tom. I, pág. 12 y 13; Paris, 1819) y Andral (Precis de anatomie palhologique, t. II, p. 379; Pa- ris, 1829) establecen que en ocasiones se se- grega pus en la arteritis; Bouillaud dice, que se forman en la parte esterna de la membrana interior de estos vasos unas especies de pústu- las, que pueden romperse permitiendo al pus mezclarse con la sangre. «Sin erabargo, añade Bouillaud, son pocos los casos en que la ma- teria se derrama en la cavidad de las arterías» (Dict. de méd. et de chir. prat., t. III, p. 408). «Concíbese rauy bien la posibilidad de una puohemia producida por la endocarditis, la carditis ó la aortitis; pero debemos decir que hasta el dia no se ha comprobado positiva- mente su existencia, ni por el examen de la sangre, ni por la presencia de abscesos me- tastáticos ; los cuales , por olra parte , no de- ben tener tiempo de formarse, porque es de- masiado pronta la muerte. «Cruveilhier pretende que la puohemia no puede resultar en ningún caso de una infla- mación arterial, porque el primer electo de la arteritis es producir la coagulación de la san- gre y una inflamación adhesiva, que no permite penetrar al pus en el torrente circulatorio (Dict. de méd. et de chir. prat., t. III, p. 395 á 399). No discutiremos esta doctrina, porque no contamos con hechos bastante numerosos y decisivos para apoyarla ó destruirla. INTOXICACIÓN POR EL PUS , O PUOHEMIA. 467 »b. Flebitis.—Tres son las doctrinas que se profesan respecto de la flebitis, considerada como causa de la puohemia. «La flebitis no puede producir nunca la puo- hemia. Muchos patólogos, y principalmente Tessier, sostienen esta proposición ; pero ya hemos manifestado que militan en contra ele ella razones y hechos concluyentes. «La flebitis es la única Causa de la puohemia. Tal es la doctrina de Dance, Cruveilhier, Bran-- rin, Berard mayor, etc., combatida por Ma- dcchal, Legallois, Ri bes, Velpeau, A. Berard, Jobert, etc. Nosotros la hemos impugnado tam- bién con hechos positivos de pioneraia desar- rollada sin inflamación de las venas, y mas adelante insistiremos en nuestra opinión1, ha- ciendo ver que la presencia del pus en la san- gre puede depender de causas diferentes de la flebitis. «La flebitis es una de las'causas de la puohe- mia.—Ta al tratar de la flebitis, demostramos la esactitud de esta proposición. Aqui solo re- cordaremos, que la puohemia puederesultar de una flebitis primitivamente libre, ó de una fle- bitis enquislada aue ha llegado" á hacerse li- bre; que en la flebitis enquislada es posible que se segreguen los elementos del pus y pa- sen al torrente circulatorio en el tiempo q¡ue tarden en formarse las adherencias, y qneaun hallándose el pu^encerrado dentro de la por- ción de vena inflamada, puede penetra* en el torrente circulatorio cierto cantidad de este lí- quido por las venas colaterales (iV. BuU* dt /tt- Societé anatomique, p.- 47, 1840; p. 272, 1843). «Según algunos actores, obra la flebitis co- mo causa determinante en la mitad de los ca- sos de puohemia; pero este cálculo1 nos parece muy bajo. La flebitis que- sucede á las ampu- taciones, á las operaciones quirúrgicas y á \QS flebotomía, la flebitis ósea y la uterina, son las que con mas frecuencia dan lugar á la pene- tración del pus en el sistema circulatorio. »2 ° Pus formada en el sistema circulatorio por generación espontánea sin flegmasía del só-> lido (diátesis purulenta, fiebre purulenta, fie- bre puogénica).—L& idea de que puede for- marse pus en la misma sangre, es muy anti- gua. Quesnay creía que la costra de la sangre era signo g efecto de una' supuración particu- lar; Sauv^es asienta que en las enfermedades inflamatorias simples#se forma ordinariamente una costra en la sangre, y añade: alo que produce la costra podría muy bien producir pus.« De Haen, después de; citar este pasage, manifiesta que sus esperimentos sobre la san- gre apoyan semejante modo de pensar (Ratio medendi, 1.1, p% 110; París, 1761)., »Andral escribía en su Clínica médica lo si- guiente : «Quizá no diste mucho la época en que se vuelva á la idea de De Haen, quien ad- mitía que en ciertas circunstancias puede for- marse el pus en la misma sangre, como se for- ma la urea en el estado fisiológico.» «Esta proposición, emitida por Andral como una hipótesis, se ha convertido en estos últi- mos tiempos en una verdad , que Tessier ha demostrado; y como este último observador es en el dia el principal representante de la teoria de la generación espontánea del pus, vamos á analizar sus ideas. «Entiendo por diátesis purulenta, dice Tes- sier, una modificación del organismo, carac- terizada por la tendencia que tienen los sólidos y los líquidos de la economía á producir pus» (De la diátesis purulenta, en TExperíence, t. II, pág. 81; 1838). ■ «¿Cuál es la naturaleza de esta modificación del organismo? Tessier declara qne la ignora1 completamente. ¿Esta tendencia á' la supura^ cion favorecerá simplemente la formacíori' del pus, determinada por la influencia de Otras eáu^ sas, ó la producirá por sí misma? Tessier hó se espresa demasiado categóricamente respectó de este punto; pero vá veremos que en reali- dad adopta la segunda parte de la citada1 prtL posicion. «¿Cuáles son los elementos orgánicos que se trasforman en pus? ¿Será lá serosidad'de la sangre, la fibrina , ó los glóbulos sanguíneos? Tessier lo ignora, y no manifiesta muchndfari por averiguarlo; cree solamente^con el mayor número de los patólogos, que los glóbulos san- guíneos no pueden trasfortaaree en glóbulos de pus. «Para» establecer la1 existencia dé la diátesis ó fiebre purulenta, recurre Tessier á dos órde- nes de pruebas, manifestando en una memo- ria (Exposé et examen' critique de lapHlébile'et de la resorptwn purulente, en T Éafyeviente; u II,, p. 1; 1838). lo que no es la fiebre pwü- lenta, y en otro opúsculo lo que es la calen- tura de*este norabre (ibid., p. 81). «La fiebre purulenta no'es>, según Tes^iép, ni una flebitis ni una absorción purulenta. Nosotros hemos demostrado1 que puede serlo primero,, y luego veremos que en ocasiones es- también' to' segundo. «Oigamos ahora á Tessier lo que es lw fiebre/ purulenta. «Cuando se vea un enfermo'en un estado de debilidad y de indiferencia comple- tas , quejándose apenas de algunos dolores v&-* gos ó fijos; cuando enflaquece visiblemente y se altera de pronto su rostro, y la piel de su cara, como la de todo su cuerpo, pierdeeh parte, no solo su trasparencia, sino también su color natural, para ponerse empañada, sucia, y á veces ictérica; si sus facciones, lejos de re- cobrar su armonía; se descomponen cada vea raas, dando á su rostro la espresion del ani- quilamiento; si se presentan escalofríos ha- bituales ó- intermitentes que agitan convulsi- vamente este cuerpo empañado y lívido-, y se siguen después sudores frios en una piel sin elasticidad, bajo la cual se percibe un pulso que mas bien tiembla que no late; en cual- quiera circunstancia que tal suceda , al princi- pio, durante el curso ó al fin de la enferme- 46* I> TOXICACIÓN POR EL dad, á consecuencia de heridas ó de partos, se podrá afirmar que hav fiebre purulenta» (me- moria citada; TExperience, t. 11, p. 81). Em- pero ¿qué médico querrá fundar su diagnós- tico en semejante base? «Después de haber descrito dogmáticamente lo que es la fiebre purulenta, lo manifiesta Tessier clínicamente. Es pues indispensable seguirle en este nuevo terreno. «Ea algunas circunstancias, y principal- mente en el estado puerperal, puede presen- tarse con mucha rapidez el tercer grado de la pulmonía. Chomel cita en su clínica el ejem- plo de una señora , que parió muy felizmente; pero desde el dia siguiente sintió una simple desazón, que fue tan ligera, que ni aun llamó la atención del profesor que la asistía, aun- que era un práctico muy hábil. Habiendo vi- sitado Chomel á esta señora en el mismo día, encontró en todo un lado del pecho el sonido macizo y la respiración bronquial. La enferma falleció doce horas después, y la autopsia de- mostró la existencia de una tícpatizacion roja y gris del pulmón.» > »¿Con que una flegmasía, que bajo el impe- rio de ciertas circunstancias particulares llega rápidamente al grado de supuración, cons- tituye un caso de fiebre purulenta? Según esto, es indudable que si no se encuentran en los autores infinitas observaciones encabeza- das con el título de fiebre purulenta, es por- que cuando la fluxión afecta un solo órgano, le designan con el nombre de inflamación de este órgano (loe cit., p. 316). «Tessier cita en seguida como ejemplos de fiebre purulenta varios hechos, en que sucedie- ron feuóraenos morbosos variables á amputa- ciones, á flebitis, á abscesos abiertos, á heri- das, á picaduras perniciosas v al muermo (me- moria citada , obs. 1, 2, 12; 4, 5, 7, 11; 6, 8, 12,14,15,20,22). . «Pe estos hechos concluye Tessier, que la diátesis purulenta se manifiesta , ora como fe- nómeno secundario, ora como crisis de una afección primitiva, comprendiendo en esta úl- tima categoría todas las enfermedades, inclusa la coqueluche y otras análogas (loe cit., pá- gina 313). * «Considerando solamente la cuestión bajo el aspecto patológico, es evidente que las pala- bras diátesis purulenta y fiebre purulento, usa- das por Tessier, ora como sinónimas, ora como espresiones de distinto sentido, no pueden comprenderse sino de tres maneras. »1.° La diátesis purulenta es una modifi- cación desconocida de la economía, bajo cuya influencia, una vez desarrollada cualquiera flegmasía local, tiene tendencia á terminar rá- pidamente por supuración. ^Voillemier (v. fiebre puerperal) y Tardieu (De la morve et du farcin chroniquei, etc., té- sis de Paris, 1843, núm. \ty parece que han comprendido asi la diátesis purulenta; pero ¿quién no conoce que entonces no es masque un ros, o PüonemA. modo de ser particular de la flegmasía? ¿qué limites señalaremos asemejante diátesis? ¿Exis- tirá en todos los casos en que una flegmasía termina por supuración? Entonces habría uue establecer una diátesis resolutiva, olra adhe- siva y otra para cada uno de tos modos de ter- minar la inflamación. ¿Y qué haríamos ade- mas con las circunstancias anatómicas y elio- lógicas que favorecen la supuración? ¿Qué papel representarían en el desarrollo de la diátesis puruknla? Es evidente que no es este el sentido patogénico que ha querido dar Tes- sier á la denominación de diátesis purulenta. »2.° La diátesis purulento es una modifica- ción desconocida de la economía, en virtud de la cual el pus producido en un punto por una flegmasía local, se reproduce en otra parte independientemente de otra flegmasía nueva, y únicamente porque el pus engendra pus. «Entendida de este modo la existencia de la diátesis purulenta, es inadmisible. ¿Quéob- servador ha de atribuir á una modificación desconocida de la economía un absceso nie- tastásico, cuya existencia puede referirse ra- zonablemente á una flebitis ó á un fenómeno de reabsorción? ¿Quién ha de sostener con Recamier «que toda flegmasía primitiva que supura es una pústula que engendra olra fleg- masía supura loria ? » »3.° La fiebre purulenta^es una alteración general desconocida, en virtud de la cual se forma pus en los sólidos y en los líquidos coa- gulables de la economía, sin que exista nin- guna flegmasía local primitiva. «Puesta la cuestión en estos términos tiene un sentido bien determinado, y de esle modo es como la han comprendido De Haen y An- dral , y como deben admitirla Tessier, Bouchut y todos los partidarios de la liebre purulenta. ¿Pero demuestra Tessier con hechos bien ob- servados, completos y que reúnan todas las cualidades necesarias, la existencia de una fiebre purulenta, espontánea, idiopática (Tes- sier, loe cit., p. 316), ó de una puohemia des- arrollada sin uinguna flegmasía local primi- tiva? «Tessier no alega en favor de su doctrina mas que un solo hecho, sacado de Duplay (obs. d'une alteralion tres grañd du sang, en Arch. gen. de méd., t. VI, p. 223; 1834 Wy que por cierto no tiene ningún valor, porquéjiío se hizo el examen microscópico ^y los pormenores de la observación inclinan á creer que no habia pus en el sistema circulatorio (v. Essay sur Tinfection purulente, p. 161 y sig.). «Uno de nosotros, después de haber some- tido los trabajos de Tessier al análisis que aca- bamos de reproducir (L. Fleury , observ. cit., pág. 148a 167), se propuso investigar si po- dría sostenerse con mejores argumentos la doc- trina de la generación espontanea del pus en la sangre. Empero entre el sin número de hechos uo al efecto examinó, solo halló dos que pue- an invocarse con alguna apariencia de razón. INTOXICACIÓN POR • «Llevaron al hospital de la Caridad un hom- bre moribundo, y después de su fallecimiento se encontraron, al hacer la autopsia, abscesos múltiples en el cerebro, en los pulmones, en el bazo y «en los ríñones. Examinada con el microscopio cierto cantidad de sangre tomada de la vena crural, se distinguían claramente bastantes glóbulos de pus en medio de otros muchos sanguíneos desfigurados. Por lo de- mas, no se notaba en parle alguna la menor señal de flebitis. «Este caso, añade Andral, es uno de los que habrían designado los antiguos con el nombre de diátesis purulenta» (Essay d'hémat. palh., p. 113). «Pero como el sugeto llegó al hospital en la agonía, se carece absolutamente de noticias sobre la causa de su enfermedad y los sínto- mas anteriores. En ninguna parte se notaba la menor señal de flebitis; pero ¿no habría tampoco en sitio alguno un flemón, un abs- ceso inflamatorio, en una palabra, un foco primitivo de supuración? «Una muger, que había parido el dia antes, entró casi muñéndose en el hospital, y su- cumbió al cabo de cuarenta y ocho horas. En la autopsia no se encontró ninguna alte- ración de los parenquimas ni de los vasos; pero examinada la sangre con el microscopio, presentó en medio de los glóbulos rojos ordi- narios un número considerable.de glóbulos vo- luminosos, incoloros, que no eran otra cosa ue glóbulos de pus (Bouchut, Eludes sur la evre puerperal, en Gaz. méd., p. 90; 1844). «Ya hemos dicho nuestra opinión acerca del valor de esta observación, y manifestado que los glóbulos incoloros de que habla Bouchut eran probablemente glóbulos sanguíneos alte- rados (v. fiebre puerperal) ; pero por olra par- te, aunque realmente hubiesen sido glóbulos purulentos, ¿no podían haberse introducido en el sistema circulatorio por una absorción verificada en la superficie interna y supurada del útero? «Tales son los tres únicos hechos en que puede apoyarse la doctrina de la generación espontánea'del pus. »Malgaigne, que parece participar de las opiniones de Tessier, esclama: «Pero en úl- timo análisis ¿qué necesidad leñemos de de- mostrar la existencia de casos de fiebre puru- lenta sin flegmasía local primitiva?» (Journal de chirurgie, t. II, p. 24(>; 1 44). «Porque sí no lo hacéis, le ha respondido uno de nosotros, la flegmasía local primitiva, flebitis ó úlcera, csplicará la existencia de los abscesos metas- tásicos de un modo infinitamente mas probable y mas satisfactorio, que podría hacerlo la teo- ría de la generación espontánea del pus» (L. Fleury, Quelques mals sur Tinfeclion puru- lente* en Journal de médecine, t. II, p. 303; 1844). »Aun cuando la existencia de esto flegmasía local, añade Malgaigne, fuese una condición sine qua non, ¿qué tendríamos con eso? EL PUS, Ó PUOHEMIA. 469 l - «Tendríamos, que seria mas razonable atri- I buir un absceso metastásico á la flebitis ó á la | reabsorción purulenta, que auna modificación i desconocida de ¡a economía; y esto es tan cier- j to, que el mismo Tessier se" guarda bien de ; hacer semejante concesión , y tiene buen cui- | dado de invocar en favor de su doctrina un | hecho, en que según él se halló pus en la san- j gre, sin que hubiese ninguna inflamación de ¡ los sólidos. ¡ »En vista de todo creemos hallarnos auto- rizados para decir, que á no querer sustituir por una hipótesis las leyes mejor demostradas de la patologia, es preciso confesar con Berard mayor y Andral, que no hay pus sin inflama- ción, y que no se separa la fibrina de la san- gre, sino en la trama ó en la superficie de las ¡ partes sólidas cuya estructura ha sido modi- I ticada por el movimiento inflamatorio. »3.° Pus formado en el sistema linfático, á ¡ consecuencia de una inflamación desarrollada en cualquier punto de este sistema, é introdu- cido después en el torrente circulatorio.-Vrelen- de Tessier, que los fenómenos anatómico-pa- tológicos de la línfangitis son enteramente se- mejantes á los de la ílebilis, y que por consi- guiente el pus queda siempre secuestrado sin poder mezclarse jamás con la sangre. Los au- tores que no profesan las doctrinas de Tessier aseguran por el contrario, que el pus produci- do en la cavidad de los linfáticos por una in- flamación de estos vasos, puede penetraren el i torrente circulatorio y producir la puohemia. ¡ «Tessier se refiere respecto de la línfangitis ¡ á las mismas pruebas con que procura asentar ! que la flebitis es constantemente adhesiva; ! pero ya hemos demostrado cual es el valor de eslas pruebas, y solo añadiremos que Breschet ¡ (Le systeme lymphalique, tesis de oposición, pá | gina 271 ; Paris, 1836) y Lauth (Essai sur les vaisseaux lymphatiques, p. 13, scc. i) han establecido, apocándose en hechos, que no siempre va seguida de la obliteración de los vasos. «Considerando la cuestión teóricamente, di- ce Berard mayor, se podría creer que la su- puración de los linfáticos era susceptible, como la inflamación de las venas, de ocasionar el paso del pus á la sangre. Efectivamente, no puede asegurarse a priori que los ganglios impidan la marcha sucesiva del pus hasla el conducto torácico, y por otra parte, este mis- mo vaso parece suficiente para suministrar la materia purulenta, cuando eslé iuflamada su membrana interna. Pero los hechos y la ana- tomía patológica militan al parecer contra esta teoría, y obligan á renunciará la analogía que á primera vista se encuentra entre los vasos linfáticos supurados y las venas que llevan á toda la economía el pus contenido en su cavi- dad (l)ictionnaire de médecine, art. Pus, to- mo XXVI, p. 480-481). «Tenía razón Berard mayor cuando escribía estas palabras; porque entonces en ninguno 470 INTOXICACIÓN POR EL PUS, O PUOnKMIA. de los hechos de linfangilís y aun de supura- ción del conducto torácico que se encontraban en los archivos de la ciencia, se hacia mérito de la puohemia. «Andral (Becherches pour servir a T histoire des maladies du systeme lymphatique, en Arch. gen. de méd., t. VI, p. 592; 1824.—Précis d'ana- tomie pathologique, t. 11, p. 438) y Velpeau [Mémoire sur íes maladies du systeme lymphati- que, en Arch. gen. de méd., t. VIH, p. 143, 320; 1835) admitían la existencia de la infección purulenta consecutiva á la línfangitis, aunque sin citar ninguna observación concluyente, y para esplicar teóricamente los hechos contra- rios á la sazón á este modo de pensar, decia Cruvelhier: «Es preciso admitir que los gan- glios impiden ó moderan la traslación del pus al conducto torácico, y que aun cuando este se halle inflamado, no puede suministrar bas- tante cantidad de dicho líquido para ocasionar la infección purulenta» (Anat. path. du corps humain, art. Xlll, t. I, II, III, texto, pa- gina 6). «Por nuestra parte, apoyándonos en un he- cho que habíamos observarlo, admitimos ya al describirla línfangitis «que el pus segregado por los vasos linfáticos puede mezclarse con la sangre» (v. línfangitis). Después hemos tenido la satisfacción de ver confirmado nuestro aser- to por hechos concluyentes. «Un hombre afectado de una erisipela fk- monosa del brazo, sucumbe después de haber Íiresentado los síntomas de la infección pu rú- enla. En la autopsia se encuentran abscesos metastásicos en los pulmones yeu el hígado; los vasos linfáticos de los miembros y los gan- glios de la axila llenos de pus, y las venas per- fectamente sanas (Essai sur Tinfection puru- lente, p. 57). «Botrel ba referido otras muchas observa- ciones , que no dejan la menor duda acerca de este punto. «No pocos médicos, dice, creen que la angioleucitis uterina no puede dar lugar á abscesos metastásicos. Por mi parte estoy per- suadido de lo contrario, porque los he encon- trado muy á menudo, y siempre que los' he visto, he buscado inútilmente; alguna lesión de las venas del útero ó de la pelvis, resultando que estas se hallaban en su estado normal, y que los abscesos coincidían únicamente con una angioleucitis supurada» (Mém. sur Tangio- leueite uterine puerpérale, en Arch, géner. de «a.,LVH, p. 426; 1845). «Sin entrar aqui en discusiones anatómicas», recordaremos solamente, que Botrel asegura haber vista vasos linfáticos supurados, que se abrían directamente en la vena porta, en la renal, en la ácigos, etc. (V. Fiebre puerpé- rale). » 4.* Pus formado fuera de hs sistemas lin- fático y circulatorio, e introducido en este por la absorción (reabsorción purulenta) .-Frecuen- temente, y mas en los amputados y en los que tienen grandes superficies en supuración, se comprueba la existencia de la puohemia, sin ninguna inflamación de las venas ni de los linfáticos. ¿Por qué mecanismo se introdu- cirá en estos casos el pus en el sistema circu- latorio? * «Maréchal asegura, que el pus penetra en él en su estado propio á consecuencia de un feDÓmeno de aspiración. «Cuando se han abier- to en grande estension ó dividido transvcrsal-i mente muchas venas, dice Maréchal, sus es- tremidades abiertas en la superficie de las he- ridas, donde se produce ó se estaciona el pus, deben llenarse con tanta mas facilidad de esto líquido, cuanto que por efecto de los movi- mientos de dilatación del pecho se verifica, como han demostrado los esperimentos de Bar- ry, en los principales troncos del sistema ve- noso, y hasta en las venas de los miembros, un movimiento de aspiración, que en el estado nadural facilita singularmente el curso de la sangre venosa; que en los esperimentos pro- dúcela ascensión de un líquido colorado por un tubo colocado en una vena y el paso del mismo líquido al torrente de la circulación, y que por último, en las circunstancias de que ¿abramos, debe producir igual efecto en el pus que rodea la estremidad rola del vaso venoso» (tés. cit., p. 26-), «iCrureiihier combate esta doctrina dicien- do: «La atracción venosa solo tiene lugar du- rante las primeras horas de la solución de con- tinuidad. Al cabo de este tiempo se forma un coájgulo obturador, y no es ya posible la aspi- ración por el orificio del vaso dividido» (Anat. path. dwcorps humain, lára. I, II, III, ent. 10, texto, p. 9j. «Mas Craveilhrer establece como un hecho constante la formación de un coágulo obtura- dor, cosa que no toados admiten. « Por otra par- te, dicen Berard1 y Denonvijliers, el coágulo formado en la cavidad de la* vena puede des- prenderse 6 fundirse cuando se establece la supuración, y entonces nada se opone ya á la iaiCroduccion del pus en el sistema venoso» (ob. cit., p. 384). «Blandin opone á la teoría de la aspiración una objeción que no tiene valor alguno. íEI vacioide qt»e habla Merechal, se nota principalmente en los troncos mayores, dice Blandin; de modo que deberían ser estos los que contuviesen ordinariamente el pus, que es lo contrario de lo que prueba la observa- ción.»» (Dictionn. deméd.et de chirurg. prat., t. 11, p.. 221). «Pero Blandin olvida aquella ley tan cono- cida de hídrostática, que prueba que el cali- bre del tubo no puede tener influencia alguna en la aspiración, cuando se hace el esperimento en vasos colocados á igual distancia del centro circulatorio. «La teoría de Maréchal es quizás exacta en ciertos casos; pero no puede generalizarse, puesto que los esperimentos de Poiseuille de- muestran que no se verifica la aspiración, sino INTOXICACIÓN POR EL PUS, O PUOHEMIA. 471 en las venas inmediatas al pecho (Journ. héb- domadaire, t. III, p. 293-300; 1831.—P. Be- rard, art. cit., p. 179). «Otros opinan, que el pus se introduce en el sistema circulatorio por una absorción ve- nosa ó linfática. «Esta segunda doctrina ha suscitado largas discusiones: vamos á resumir rápidamente los argumentos que se han aducido en favor ó en contra de ella. «Los partidarios de la reabsorción purulenta se han apoyado en las consideraciones si- guientes: «1.° Se suprime la supuración en la super- ficie de las heridas; cesa el pus de dirigirse al esterior; luego se encamina al interior. «2.° ¿Cómo puede sostenerse que no se absorve el pus en sustancia, cuando presenta los mismos caracteres en los coágulos del co- razón que cerca de la herida, en la vena cava, que en las venas de los miembros? »3.° Si no fuese el pus absorvido en sus- tancia, ¿se manifestarían los síntomas genera- les desde el principio, antes de la formación de los abscesos metastásicos? »4.° Nunca se forman abscesos metastási- cos en los enfermos que sucumben antes de es- tablecerse la supuración. «Dejaremos á un lado estos argumentos, cu- ya exactitud y valor se han puesto en duda y no sin razón. «El estado anatómico-patológico de los só- lidos en que existen los abscesos metastásicos, se ha invocado igualmente por los adversarios y por los partidarios de la absorción. «Las paredes de los abscesos metastásicos, dicen los primeros , presentan constantemente señales de inflamación local; luego no se de- posita en ellos simplemente el pus trasladado por la absorción.» »Ya heráos demostrado que la premisa es inexacta; pero aun admitiéndola, no por eso seria menos falsa la consecuencia; porque elec- tivamente, puede el pus introducirse en la ve- na femoral por la absorción, llegar al tejido pulmonal, y determinar en él con su presencia inflamaciones circunscritas. En este caso la flegmasía local consecutiva, puede, como dice Morgagni, haber producido una parte del pus contenido en la cavidad; pero no prueba de ningún modo que no se haya introducido pri- mitivamente por absorción la materia purulen- ta en el torrente circulatorio. «Las paredes de los abscesos metastásicos, dicen los segundos, no presentan muchas ve- ces ninguna señal de flegmasía local; luego el pus se deposita en ellos por absorción.» «Aquí la premisa es exacta; pero la conse- cuencia es también falsa; porque puede el pus producido por una inflamación de la vena fe- moral reunirse en el pulmón, constituyendo un foco, sin que la falta de una pulmonía lo- bulicular ó vesicular, ó de una flebitis capilar, pruebe de modo alguno que la presencia del pus en la sangre dependa de la absorción. «La existencia de una flegmasía local en las paredes de los abscesos metastásicos no pue- de utilizarse para dilucidar la cuestión, y me- nos aun para decidirla. «La falta completa de flegmasía local solo puede tener cierto valor, cuando no hay señal alguna de flebitis, de carditis, de arteritis ó de línfangitis en ningún punto de la economía; porque efectivamente, entonces la presencia del pus no puede esplicarse sino por el hecho de la absorción ó de la generación espontánea; y como Cruveilhier, Blandin, P. Berard, etc., no admiten esla última, no les queda raas re- curso que la absorción. Bajo este punto de vis- ta , la observación de Velpeau debe ser convin- cente para los patólogos que no admiten mas causa posible de la puohemia que la inflama- ción de las venas. «Pero, diceP. Berard, aunque la absorción, como todos los demás fenómenos que se verifi- can en los seres organizados, puede ser variable en su actividad; lo es dentro úe ciertos limites, que nunca llegan hasta el puntode suspenderse completamente el fenómeno. Ahora bien, si es cierto que la introducción del pus en la sangre á consecuencia de la flebitis da lugar al con- junto de síntomas que revelan la infección pu- rulenta; también es indudable que, si pudiera el pus ser absorvido en sustancia, se desarrolla- rían estos accidentes de infección purulenta en todos los sugetos que tienen alguna superficie en supuración, y por consiguiente en contacto con el pus» (art. cit., p. 478). «Esta objeción no tiene el valor que le atri- buye Berard; pues los límites de las variacio- nes de actividad de la absorción son muy es- tensos. Si hasta cierto grado de actividad se absorven solo los materiales líquidos del pus, ¿no podrá un grado mas producir la absorción de tos materiales sólidos? ¿Se conoce exacta- mente toda la estension de las modificaciones, que pueden producir en la absorción las mu- chas condiciones fisiológicas y patológicas de que es susceptible la economía? «Pero dirán todavía: ciertos abscesos fríos son reabsorvidos, sin que resulte por eso ef me- nor daño á la economia; ¿por qué pues ha de ser tan fatal la absorción que se verifica en las superficies libres? • «Este nuevo argumento no es tampoco deci- sivo, como pretende Malgaigné (loe cit). En primer lugar la reabsorción de un absceso es un hecho sumamente raro, y ademas las in- vestigaciones de F. d'Arcet han demostrado, que en tales casos lo que se reabsorve es la parte líquida y no alterada del pus, mientras que la parle sólida permanece en los tejidos, formando en ellas un núcleo inerte (tés. cit., p. 42-47); y obsérvese, que como veremos mas adelante, la parte sólida del pus es la que dá lugar á los abscesos metastásicos y á todos los accidentes que caracterizan la puohemia. De que en un absceso solo se absorva el suero 1"2 INTOXICACIÓN PO* EL PUS del pus, no se sigue necesariamente que no puedan absorverse los materiales sólidos en una superficie libre; porque no siendo iguales las condiciones, puede variar el fenómeno. ¿Se conoce acaso esactamente la influencia que ejercen en la absorción las cualidades del pus, el contacto del aire, la existencia de una solu- ción de continuidad, etc.? «Oigo decir, csclama Berard (loe cit., pá- gina 478 y 479), que la infección purulenta se desarrolla en los sugetos en quienes se ab- sorve un pus fétido, y no en los casos en que se presenta á la absorción un pus no alterado todavía. Este argumento tiene poco valor: id á las salas de cirugía de nuestros hospitales, y veréis una multitud de desgraciados, que tie- nen enormes focos , en los cuales se estaciona el pus, se altera y adquiere una fetidez re- pugnante; y sin embargo, estos sugelos no presentan, ni los accidentes característicos de la infección purulenta, ni los abscesos metas- tásicos, sino olra especie de intoxicación, dife- rente de la que resulto de la presencia del pus en la sangre, y que depende de la reabsorción de los principios pútridos solubles que existen en la sanies segregada por los órganos enfer- raos. Padecen una infección pútrida, no una infección purulenta.» «La distinción que establece B.irard entre la infección pútrida y la purulenta, es rauy impor- tante, y nosotros la tomamos en considera- ción (v^septicouemia); pero nada puede dedu- cirse de esto contra la reabsorción del pus. Cuando solo se absorva la parte líquida de un pus fétido, se producirá la infección pútrida; pero cuando la absorción se verifique en los dos elementos de este liquido, se desarrollará la purulenta. »Por último, la única objeción formal que á nuestro parecer se ha hecho contra la teoría de la reabsorción purulenta, es la siguiente: tLas dimensiones de los glóbulos del pus son tales, dice P. Berard, que seria necesario ca- recer de sentido común para suponer que pue- dan penetrar por las paredes vasculares; por otra parte se alteran difícilmente y resisten muáio tiempo á la descomposición pútrida» (loe cit., p. 470) ó puouejiu. tutearíamos en colocarnos entre los adversa- rios de semejante doctrina. »S¡n embargo, quizá no suceda asi, y para demostrar nuestra opmion, tendremos que en- trar en algunos pormenores pertenecientes al estudio de la formación del pus. «Las investigaciones de Vogel (Ueber Eiter und Eiierung, p. 152; Erlangen, 1838),Mandl (Rech. sur ta nalure et Torigine du pus, en TExperience, t. H, p. 241; 1838.—Mémoire sur les rapporls qui exislent entre le sang el le pus, en Gaz. méd., n. 4I7; 1840), Andral y Gavarret ( Andral, Essai dliématologie patho- logique, p. 106 á 112) permiten en el día es- tablecer las proposiciones siguientes: »í. En la trama ó en la superficie de las partes sólidas, cuya estructura ha modificado la inflamación, se deposita cierta cantidad de serosidad, cargada de albúmina y fibrina, que se han separado de la masa de la sangre. «II. La albúmina puede separarse de la masa de la sangre en muchas circunstancias morbosas, que no tienen relación alguna con la inflamación; pero la fibrina no abandona este líquido sino bajo la influencia de esta en- fermedad. «Hl. La fibrina separada de la sangre por la inflamación se solidifica, y este cambio de estado puede conducirla á dos formas diferen- tes: lafibrilar y la globular. «IV. En el momento en que la fibrina pasa del estado líquido al sólido, aparece siempre bajo la forma de granillos de 11250 á 1 [350 de línea de diámetro. «V. Una parte de estos granitos fibrinosos conservan su propiedad fundamental de unirse enseries moni I i formes, y constituyen las fibras elementalesde las adherencias y "de las falsas membranas. «VI. Olra parte de estos granitos pierden completamente la facultad de organizarse. «VII. Los granitos que se han hecho inor- ganizables por la flegmasía del sólido, pueden permanecer aislados y suspendidos en la sero- sidad, ó bien reunirse y aglomerarse, de ma- nera que formen unos cuerpecillos mas consi- derables, franjeados en sus bordes, granulo- sos en su superficie, que tienen el diámetro «Pero en primer lugar, ¿cuál es la duración de 1|50 á. 1|40 de línea, y constituyen lo que exacta de este tiempo? Berard ha dejado en un vaso pus fétido dilatado en agua, y le ha exa- minado al cabo de ires semanas, hallando que los glóbulos eran todavía manifiestos (p. 428). Convendría saber, qué alteraciones de forma ó de volumen habian esperimentado estos gló- bulos todavía manifiestos. «Pero sea de esto lo que quiera , atengámo- nos al hecho principal, á saber: que los gló- bulos purulentos tienen un volumen demasiado considerable para poder penetrar en los vasos. Este es un hecho cierto , que nadie puede ne- gar ; y si para establecer la absorción del pus en.sustancia fuese absolutamente preciso ad- mitir el paso de los glóbulos purulentos, no ti- se conoce con el nombre de glóbulos de pus. «VIH. El pus completo se compone por consiguiente de cierta cantidad de agua, que contiene: 1.° sales en'disolución , materias grasas y albúmina; 2.° en suspensión grani- llos fibrinosos aislados, otros fibrinosos aglo- merados en glóbulos de pus, y por último, membranas falsas fibrinosas. «IX. No todas estas parles son indispensa- bles para la constitución del pus. «X. La fibrina solidificada en forma fibri- lar falla á menudo. «XI. El glóbulo, qqe es la forma mas co- mun de la fibrina modificada por la flegmasía, y que se considera generalmente como carac- intoxicación por el pus , Ó PU0BEM1A. 473 lerfstico del pus, no es una parte esencial de este producto. «XII. El granillo no falta jamás. «XIII. La serosidad (agua, materias gra- sas, albúmina y sales) y los granillos bastan para constituir un pus verdadero. «Dos hechos notables, observados uno por P. Berard y otro por Gavarret y Oulmont, vie- nen en apoyo de esta última proposición. «Berard vio en un hombre muerto á con- secuencia de una amputación de la pierna, que la articulación de la rodilla y todos los intersticios de los músculos del muslo estaban llenos de un pus casi semejante al pus cre- moso, pero enteramente desprovisto de gló- bulos; solo se veian con el microscopio unos granos informes y mucho menos voluminosos que los glóbulos de pus (art. cit , p. 468). «La observación recogida por Gavarret y Oulmont es mas importante todavía : una in- flamación de la pleura dió lugar á un derrame considerable, y se hizo la toracentesis. Salió una canlidad considerable de pus que no con- tenia ni un solo glóbulo, sino solamente gra- nillos del diámetro de 1|300 á 1|350 de línea fv. Oulmont, Bech. sur la pleuresie chronique, tesis de Paris, p. 11). «Limitándonos aquí á la reabsorción puru- lenta, podemos deducir de las proposiciones y hechos antes enunciados las conclusiones si- guientes: «¡Los elementos serosos y granulosos bastan para constituir un verdadero pus, es decir, un pus producido por una inflamación incon- testable; la absorción de los granillos puru- lentos es muy posible, pues que su volumen iguala al de los glóbulos de grasa, que Dela- fond y Gruby han visto pasar al través de las vellosidades intestinales. Una vez introduci- dos en el sistema circulatorio los granillos pu- rulentos, pueden reunirse y aglomerarse entre sí para formar glóbulos; y por consiguiente, la absorción posible de dichos granillos puede dar fugar á una verdadera puohemia, caracterizada por abscesos metastásicos (L. Fleury, obr. cit., pág. 445 á 148). «Estas conclusiones nos parecen legítimas; pero somos los primeros en reconocer que ne- cesitan apoyarse en mayor número de hechos; y al formularlas no hemos pretendido estable- cer bases definitivas en un asunto tan contro- vertido é importante, sino que solo hemos que- rido señalar á los observadores un camino nue- vo y quizá fecundo de investigaciones y espe- rimentos. «Las inyecciones hechas en los animales con pus granuloso ilustrarían mucho la cuestión, y esperamos no se perderá la ocasión de hacerlas. «Por último, debemos responderá una obje- ción, que se dirige igualmente á la absorción de los glóbulos purulentos y á la de los granillos. «Las últimas investigaciones sobre la absor- ción han demostrado, según Berard v Denon- villíers (obs. cit., p. 383 y 384), que las po- TOMO IX. F rosidades por donde penetran por imbibición ciertas sustancias absorvidas, admiten los lí- quidos y algunos cuerpos disueltos en ellos, pero no los sólidos que tienen en suspensión.* «Empero la grasa no pasa nunca del tubo intestinal á los quilíferos sino en estado de emulsión, es decir, hallándose los granillos grasíentos suspendidos en un líquido alcalino (Delafond y Gruby , Comple rendu de TAcad. des sciences, t. XVI, p. 1194 y sig.); luego bien puede obrar la absorción en los granillos purulentos, que están en suspensión en una serosidad alcalina. »5.° Pus formado fuera de los sistemas lin- fático y circulatorio, é introducido en este por una disposición mecánica.—Puede establecerse una comunicación anormal entre una colec- ción purulenta del vientre ó del pecho y un vaso, dando asi entrada al pus en el sistema circulatorio. Estes hechos son raros; pero hay sin embargo algunos de que no queda la me- nor duda. «Grisolle ha visto un absceso de la fosa ilia- ca que se abría en la vena cava , y Demeaux ha observado otro hecho análogo: una bolsa estensa que ocupaba la fosa iliaca derecha y que estaba llena de un pus muy fétido y de mal carácter, comunicaba con la vena cava, cuya pared posterior tenia una abertura de dos pulgadas á algunas líneas mas arriba de su bi- furcación (Bull.de la soc. anatomique, p. 163, 1839). Piorry ha visto también un quiste muy grande puoh'idatídico, que se abría en la vena cava: habíase mezclado el pus con la sangre, y se encontraba en las cavidades derechas del corazón y hasta en las terceras divisiones de • la arteria" pulmonal (Traitede pathologie iatri- que, t. I, p. 118). «Examinados ya los diferentes modos de pe- netrar el pus en el torrente circulatorio, résta- nos decir algunas palabras acerca de las con- sideraciones etiológicas que se refieren al mis- mo líquido purulento. «Los esperimentos de Castelnau y Ducrest nos permiten desde luego establecer, que la in- troducción del pus en el torrente circulatorio determina una serie de accidentes especiales, que pertenecen esclusivamente á la intoxica- ción purulenta. Electivamente, estos médicos han inyectado muchas sustancias diferentes, y ni durante la vida ni después de la muerte han visto sobrevenir nunca los fenómenos de la puohemia. «Verdad es que no hay síntoma al- guno tomado aisladamente, de los que provo- can la intoxicación purulenta, que no se haya producido también por medio de inyecciones con otras muchas sustancias; pero no sucede lo mismo con todos en conjunto , y aun exa- minándolos en particular con algún deteni- miento, se advierte muy pronto que la mayor parte de ellos tienen una fisonomía especial, y que no es posible, sin violentar las analogías, asimilar por ejemplo la desazón, el abati- miento y las alteraciones de la respiración pro* 471 intoxicación por el pus , ó PUOOEMIA. ducidas por las inyecciones de mercurio, con las que se manifiestan á consecuencia de la mezcla del pus con la sangre. En resumen, las diferentes sustancias estrañas, introducidas en la circulación, tienen un modo particular de obrar, diferente de el del pus , y que general- mente no consiste en determinar abscesos múl- tiples ; y aun cuando los produzcan, es siempre con caracteres anatómicos que bastan para dis- tinguirlos, y sin el conjunto de fenómenos que acompañan inseparablemente á la intoxicación purulenta (Castelnau y Ducrest, raem. cit., pág. 113 á 115). «Empero, como ya sabemos, el pus se com- pone de dos partes distintas: una liquida (sue- ro) y otra sólida (glóbulos y granillos): ¿qué parle corresponde á cada uno de estos elemen- tos en la producción de los fenómenos sinto- máticos y anatómicos que caracterizan la puo- hemia? «Gaspard (Mémoire phisiologique sur les ma- ladies purulentes et putrides, en Journal de pkysiologie, t. 11, p. 2 y sig.; 1822), Trous- seau y Dupuy (Experiences et observations sur les altérations du sang , en Arch. gen. de méd., t. II, p. 373; 1826), Boyer (Mémoire sur la résorplion purulente, en Gaz. méd., p. 593; 1837), F. d'Arcet (tés. cit.), Castelnau y Du- crest (mem. cit.) han hecho esfuerzos laudables para aclarar este asunto. Besumircraos breve- mente los resultados á que los han condu- cido sus esperimentos en los animales , pre- viniendo de antemano al lector, que estos re- sultados no son todavía de tal naturaleza, que resuelvan todas las dificultades que presenta esta importante cuestión de patogenia. «Castelnau y Ducrest inyectaron en el siste- ma venoso de un perro el suero de cierto can- tidad de pus fresco (una dracma de suero mez- clado con dracraa y inedia de agua común), y el animal esperimento solo accidentes ligeros (escalofríos de media hora, tres vómitos, dos cámaras y abatimiento), que se disiparon muy pronto. Al cabo de seis horas estaba comple- tamente bueno. »F, d'Arcet inyectó el suero de cierta can- tidad de pus viciado por el contacto del aire, y que habia esperimentado ya un principio de putrefacción , obteniendo resultados entera- mente semejantes á los que habian conseguido Gaspard, Trousseau y Dupuy con las inyec- ciones de líquidos procedentes de la descom- posición púlrida de sustancias animales ó de la fermentación de materias vegetales (v. sep- ticouemia). La sangre se puso líquida, negruz- ca, como aceitosa ó pegajosa, contenia grumos que se aplastaban entre los dedos; pero en ningún órgano se presentaron flegmasías cir- cunscritas , abscesos metastásicos ni coleccio- nes purulentas. «El mismo d'Arcet inyectó cierta cantidad de la parte sólida del pus, y observó los acci- dentes que siguen: el animal, después de al- gunos instantes de síncope é inercia, torna á la vida y permanece mas ó menos tiempo pos- Irado y'débil; pero el abatimiento se aumen- ta; el pulso se pone vivo y duro; la respiración se acelera, muriendo al cabo de (incuenla ho- ras ó menos, tranquilo, sin diarrea, vómitos ¡ ni hinchazón de vientre , y como sí fuese oca- sionada la muerte por una asfixia lenta y su- ' cesiva. La autopsia no permite descubrir en la ¡sangre ninguna alteración apreciable; se en- 1 cuentean flictenas en el pulmón , y debajo de la pleura unos equimosis, que tienen por centro un núcleo muy hepatizado , ó bien pu- rulento y circunscrito, enteramente semejante á los abscesos metastásicos que se observan en la flebitis purulenta en el hombre. «Besulta, pues, añade d'Arcet, que la parte sólida del pus solo ejerce una acción local, me- cánica, enteramente semejante á la de los gló- bulos mercuriales de Cruveilhicr y de las par- tículas de carbón de Magendie.» «Inyectando suero en estado de putridez con partículas de oro en suspensión , ha producido d'Arcet la reunión de los síntomas y de las al- teraciones que caracterizan la puohemia. »Fundado, pues, en tales datos esperiraen- tales, concluye esle aulcr, que la infección pu- rulenta es mía enfermedad complexa, que reco- noce por causa la introducción de cierta canti- dad de pus alterado en el sistema circulatorio; que las lesiones generales y la intoxicación son producidas por la parte líquida de este pus, mientras que las lesiones locales y los abscesos llamados metastásicos dependen de la parte só- lida del mismo-. «Contra estas proposiciones ocurre desde lue- go una objeción, á saber: ¿por qué no han ob- tenido Gaspard, Trousseau y Dupuy con sus inyecciones de pus las alteraciones locales de la puohemia? «Por otra parte, d'Arcet destruye por sí mis- mo su doctrina. Efectivamente «imeclando con separación en las venas los elementos que constituyen el pus, obtenía en cada esperimen- to distintos resultados; pero cuando inyectaba simultáneamente los dos principios purulen- tos, es decir el pus, no observaba la reunión de los fenómenos producidos en cada uno de los anteriores esperimentos, y para conseguir alguna cosa análoga, se veía precisado á inyec- tar materia líquida de un pus en estado de pu- tridez y partículas de oro» (Fleurv, cb. cit., • p. 174). «Castelnau y Ducrest han respondido á esta objeción, manifestando que si no habian visto los esperímentadores desarrollarse los abscesos metastásicos, era porque habian inyectado de una vez una cantidad muy considerablede pus, ocasionando de este modo la muerte del ani- mal, antes que tuvieran tiempo de formarse las colecciones purulentas. Añaden estos dos autores, que inyectando el pus en dosis cortas y con intervalos bastante largos, ó bien intro- duciendo solo una pequeña cantidad, han ob- servado constantemente la reunión de los fe- intoxicación pon nóracnos sintomáticos y anatómicos que hemos descrito. La perfecta semejanza que hay entre la puohemia espontánea del hombre y ía pro- vocada artificialmente en los animales', es á la verdad un hecho muy notable,'cuya demos- tración se debe á los" trabajos de estos mé- dicos. «Empero la doctrina deF. d'Arcet y Boyer suscita otras dificultades! Si los fenómenos ge- nerales dependieran esclusivamente de la parto líquida de un pus que hubiera esperimentado el contacto del aire, no deberían manifestarse estos fenómenos en la puohemia que resulta de la introducción en el torrente circulatorio del pus resguardado de este contacto. Mas es lo cierto, que hasta ahora no se ha notado nin- guna diferencia sintomatológica ni anatómico- patológica entre la puohemia por flebitis y la producida por la absorción del pus en la'su- perficie de una herida. «Castelnau y Ducrest han inyectado mercu- rio metálico, sulfuro de mercurio, sulfato de plomo, hollín, etc., y nunca han observado durante la vida, ni después de la muerte, los fe- nómenos mecánicos , que según F. d'Arcet producen igualmente los cuerpos estraños y la parte sólida del pus. «La coagulación de la sangre, dicen estos autores, es el principal fenómeno que determinan las sustancias pul- verulentos; también dan lugar á veces á infla- maciones circunscritas; pero nunca hemos en- contrado colecciones purulentas. «El mercurio metálico, el oro en polvo y la disolución del sublimado corrosivo, son las únicas sustancias distintas del pus, que han producido abscesos múltiples en los esperi- mentos hechos en animales; pero no pueden asimilarse estos infartos á los abscesos por in- toxicación purulenta. «Todos los abscesos obtenidos hasta ahora, con el mercurio, el polvo de oro y la disolu- ción de sublimado corrosivo, han tenido su asiento únicamente en los pulmones, á cscep- cion de algunos casos muy raros y que perte- necen todos á las inyecciones de mercurio metálico. Por el contrario, los abscesos múlti- ples determinados por inyecciones de pus, no solo existen simultáneamente en los pulmo- nes, en el hígado, en el bazo, en las articula- ciones, en los músculos, etc., sino que se en- cuentran á veces en estas últimas partes, es- tando libres los pulmones. «En resumen, añaden Castelnau y Ducrest, cada clase de cuerpos e>traños tiene su mo- do de obrar, y cuando ocasionan abscesos múltiples, son distintos de los que produce el pus. Es pues inadmisible la proposición de Cru- veílhier, que dhe: «Todo cuerpo estraño, intro- ducido en sustancia en el sistema venoso, si no puede eliminarse por los emunlorios naturales, determina abscesos viscerales, enteramente se- mejantes á los que suceden á las úlceras y á las operaciones*quirúrgicas»; cuya proposición debe reemplazarse por esla otra: «Cuando I :l pus, ó puohemia. 473 ciertas sustancias penetran en el sistema veno- so y no pueden eliminarse enteramente por los eniuntorios naturales, determinan abscesos múltiples, que en nada se parecen en el mavor número de casos, diferenciándose entre sfse- gun el género de las sustancias introducidas» (Castelnau y Ducrest, mem. cit., p. 113-115). «Véase ahora á cuánta distancia hemos ve- nido á parar de la doctrina de F. d'Arcet, y convengamos en que se necesitan mas investi- gaciones, para dilucidar las importantes cues- tiones que ha suscitado este médico. «También seria de desear que se hiciesen esperimentos con pus granuloso, esto es, con pus que no contuviese glóbulos. »¿Qué influencia tendrá en los fenómenos de la puohemia la cantidad de pus introducido en el sistema circulatorio? Difícil es, si no iin - posible, que responda á esta pregunta la ob- servación clínica; en cuanto á los esperimentos hechos en anímales, hé aquí lo que enseñan respecto del particular. «La inyección de una dracma de pus lau- dable ha'producido la muerte á las treinta y dos horas; al paso que la de cerca dedos dracmas no lia ocasionado hasta el sesto día esta funesta terminación. La inyección de vein- te granos de pus uo ha originado raas que accidentes ligeros, seguidos al cabo de doce horas de un restablecimiento completo, al me- nos en la apariencia; la de cuarenta granos ha permitido también la curación al cabo de tres dias. Onza y media de pus, introducida en dos dias por "medio de quince inyecciones, ha producido la muerte al cuarto día (Castel- nau y Ducrest, mem cit.). »¿Qué influencia ejerce la naturaleza del pus? »Hemos asentado que la puohemia está ca- racterizada por fenómenos que le son propíos, y que no pertenecen á ninguna otra sustancia introducida en el torrente circulatorio; ahora añadiremos que la presencia del pus simple y no específico en la sangre, no puede dar lu- gar á otros accidentes que á los que ya hemos descrito. Renault y Bouley pretenden haber determinado el muermo por medio de una in- yección de pus llcmonoso, pero por mas que diga Davasse, persistimos en considerar su esperimento como insuficiente y mal diri- gido. «La inoculación de un pus específico no determina en el hombre mas que el desarrollo de la enfermedad virulenta correspondiente (muermo, viruelas, sífilis, etc.); porque es muy corta la cantidad de pus absorvída, para que pueda dar lugar á los accidentes de la puohemia. El virus que lleva consigo, sirvién- dole de vehículo, es el único que tiene bastan- te energiapara desarrollar una afección idén- tica á la de que procede. «Cuando en un sugeto atacado de una en- fermedad virulenta penetra el pus en el siste- ma circulatorio, obra solo corao pus simple en 476 INTOXICACIÓN POH EL PCs Combatir enérgicamente las enferme- la economía ya infectada. Asi es que en los ca- sos de esta especie, ocurridos en sugetos aco- metidos de muermo, de viruelas, de sífilis, etc., no se observa ninguna modificación en los sín- tomas de la enfermedad virulenta; al paso que se comprueban todos los fenómenos de la puohemia. «Tratamiento.—Profilaxis.—Es preciso ale- jar todas las causas predisponentes que hemos indicado. Asi, pues, tanto para evitar la in- fección purulenta, como para atenuaren lo posible su gravedad, hay que renovar ince- santemente la atmósfera de los enfermos, cui- dando sobre todo en los hospitales de no acu- mular las camas en un espacio demasiado re- ducido. Tessier insiste particularmente, y con harto fundamento, en los peligros de esta acu- mulación. «Piorry ha trazado con sumo cuidado el tra- tamiento profiláctico déla puohemia, y no po- demos menos de tomar de él los preceptos si- guientes: «1. dades que pueden darlugar á la formación, fiermanencia y penetración ulterior, del pus en a sangre. »2.° Procurar, en cuanto sea posible, dar á las superficies cruentas ó ulceradas una forma tal, que no pueda el pus detenerse en ellas. «3. Hacer desbridamientos y contraaberlu- ras, y establecer una compresión metódica, pa- ra evitar la estancación del pus en las partes donde pueda verificarse. »4.° Siempre que una superficie cruenta ó ulcerada esté en contacto con pus, y sobre to- do con pus alterado por el contacto del aire, es preciso evacuarle por todos los medios po- sibles. »5.° Cuando se ha abierto una vena cerca de un foco purulento, hay que sujetarla á una compresión metódica, que no deje penetrar el pus en su cavidad. »6.° Cuando una vena atacada de flebitis está llena de pus, y este se encuentra entre adherencias que limitan el foco, deberá abrir- se pronto el absceso; porque podrían separarse los puntos adheridos, dando lugar de este rao- do á que penetrase el pus en el torrente circu- latorio. «Cuando en una vena atacada de flebitis no se compruebe al principio la presencia de ad- herencias sólidas, hay que detener la circula- ción en el vaso por arriba y por abajo, á benefi- cio de una compresión metódica; comprimir ademas la arteria del miembro afecto corres- pondiente á la vena enferma; abrir amplia- mente esta última en los puntos que parezcan raas atacados; vaciarla en cuanto sea posible del pus que contenga, por medio de presiones hechas en la dirección de su longitud, y man- tener el miembro en buena posición. «Los enfermos, dice Piorry, que tienen en! algún tejido una gran cantidad de pus, y que han sufrido ya evacuaciones sanguíneas con-' ó PUOUEUIA. siderables,* no pueden tolerar muchas san- grías, y aun á veces ninguna, porque favore- cerían "la reabsorción purulenta. Las mismas razones aconsejan no someter á una dieta de- masiado severa y rigorosa, ó muy prolongada, á los enfermos que padecen grandes focos pu- rulentos en estado agudo ó crónico : sabido es que Maréchal daba alimentos á sus amputados, y que le iba muy bien con este método» (Mé- moire sur la pyohemie, p. 36 40). «Cuando uno de nosotros era interno en el hospital de S. Luis, vio completamente confir- madas las palabras de Piorry. Abandonando Jobert la práctica seguida por la generalidad de los cirujanos, y hasta entonces por él mis- mo, cesó de someter á sus amputados á una dieta rigorosa y prolongada. Muy pronto obtu- vo resultados notables; porque no solo se ci- catrizaron las heridas con raas rapidez y se abrevió la convalecencia, sino que fueron mu- cho menos frecuentes las reabsorciones puru- lentas. Desde entonces no ha tenido Jobert que arrepentirse de haber seguido un cami- no, en el que entrara al principio con algún re- celo. «Guiado Bonnet por ciertas miras teóricas, que espondremos en otra parte (v. Septicohemiá), quiere que se abran los abscesos debajo del agua, y que se reúnan en cuanto sea posible todas las heridas por primera intención (mera. cit., p. 602). Cualquiera que sea la idea que se forme del mal, bueno seria seguir estes pre- ceptos, si no tropezásemos con dificultades y aun imposibilidades prácticas. «Tratamiento curativo.—No creemos tener necesidad de recordar, que la primera y prin- cipal de todas las indicaciones es combatir la causa patológica que ha dado lugar á la puo- hemia. Sin embargo, es preciso no dejarse lle- var, respecto de este punto, por opiniones sis- temáticas; porqué podrían redundar en grave detrimento de los enfermos, de lo'que es fácil convencerse, estudiando las diferentes medica- ciones establecidas por los que no ven en la puohemia sino una flebitis ó una fiebre malig- na ó pútrida. «Dance, Dupuytren (Lecons orales de clinique chirurgieale, t. VI, p. 106, 1839) y otros mu- chos médicos han preconizado las emisiones sanguíneas; pero Berard las rechaza con ra- zón, porque aumentan el estado de debilidad general, tan grave de suyo, en que caen los en- fermos (art. cit., p. i92). Los esperimentos he- chos por Magendie y que son conocidos de todos, concurren asimismo á demostrar el pe- ligro de las sangrías; medicación que Piorry condena formalmente (mem. cit., p. 42), y que por otra parte está en el dia casi generalmente ahandonada. El hecho observado por Leuret y por Hamont, los cuales después de haber in- yectado pus en las venas de. un animal, logra- ron evitar el desarrollo de los.accidentes por medio de sangrías repetidas, es enteramente escepcional, y no puede invalidar una opinión tlÍTOXtCACtON POfl Ét fundada en fa observación clínica. En teoría se puede asentar, que sacando mucha sangre, se quita también una porción de la materia puru- lenta que produce los accidentes; pero aun asi fallaría saber, si la actividad que imprimen á la absorción las emisiones sanguíneas no es bas- tante contrapeso á esta ventaja. «líase también propuesto, con el objeto de li- bertar la economía del veneno que la infecta, activar las secreciones y las escreciones por medio de les sudoríficos, ele los diuréticos y de •los purgantes. «Sudoríficos.—Se provoca el sudor con las infusiones calientes de borraja, dementa, de saúco, etc., añadiéndoles de veinte á sesenta granos de acetato de amoniaco. Marjolin y Blandin han obtenido buenos efectos de los sudoríficos (Blandin, artículo citado, pági- na 228). «Los purgantes suelen emplearse con venta- ja; pero por una parte, antes de administrar- los hay que asegurarse de que se hallan los intestinos en estado de soportarlos, y por otra, es preciso suspenderlos cuando producen eva- cuaciones muy frecuentes, porque podrían estenuar á los enfermos y aumentar el estado adinámico, ya de suyo 'muy marcado. Entre los purgantes prefiere Piurry las sales de so- sa y de magnesia, la gutagaiuba, la escamo- nea y la jalapa; es decir, aquellos cuya admi- nistración determina la evacuación de mas se- rosidad (mem. cit., p. 46). Jobert ha obtenido muy buenos efectos de la administración cuo- tidiana del agua de Sedlitz. »Los diuréticos que merecen la preferencia son la escila y la digital. «Bebidasá altas dosis.—En este lugar debe colocarse el uso de las bebidas en gran canti- dad y de lavativas de agua, aconsejadas por Piorry, cuya medicación produce un triple efecto: provoca abundantes escreciones de ori- na y de sudor, mejor que los sudoríficos y los diuréticos; disminuye la actividad de la ab- sorción, y diluye considerablemente el vene- no introducido en la economía. «Las bebidas i abundantes, dice Piorry, son el mejor medio con que se puede contar.» «Los tónicos son útiles para reanimar las fuerzas abatidas y para dar á la economía, es- timulando el sistema nervioso, la potencia ne- cesaria para resistir al veneno que la inficiona y que propende á destruir la vida en su origen. Las preparaciones de quina, el vino, el al- canfor, las sales ferruginosas, las aguas desti- ladas aromáticas de canela, de menta, de to- rongil, etc., son los medicamentos mas usa- dos. Al ocuparse de este punto, insiste Piorry en que no se someta á los enfermos á una dieta demasiado severa; pues á menudo se ha visto que con la influencia de los alimentos, del vi- no y de los tónicos, se reaniman las fuerzas, se manifiestan sudores copiosos, y se mejorau mucho los pacientes. «Sulfato de quinina.—La idea de combatir . PtíS, ó PtíOHEMÜ. 177 con el sulfato de quinina los primeros acci- dentes de la puohemia, la sugirieron los esca- lofríos y los demás fenómenos que simulan accesos de fiebre intermitente; pero, como dice muy bien Piorry, solo sobrevienen verdaderos accesos cuando al mismo tiempo que hay puo- hemia está enfermo el bazo. Solo en este caso conviene la quinina^y aun asi no hace mas que aliviar por algún tiempo los accidentes; pues no lardan en presentarse de nuevo con igual in- tensión, haciéndose desde entonces refractarios al sulfato de quinina. ^Vejigatorios volantes.—Háse aconsejado la aplicación sucesiva de muchos vejigatorios vo- lantes, para llamar al esterior alguna cantidad de materia purulenta, distrayéndola de las par- tes raas nobles de la economía; pero la ob- servación clínica no ha sido favorable á esta medicación, y aun podria preguntarse, si mul- tiplicando los puntos de supuración, no se con- tribuye mas bien á dar nuevo alimento á la absorción del pus. «Tommassini alaba los buenos efectos de los antimoniales y de la escila (Conferences clini- ques en Journal hebdomadaire, abril 1830, p. 72); Sansón administraba el emético á dosis rasorianas (Berard mayor, art. cit., p. 492). Hánse preconizado los calomelanos, las prepa- raciones alcohólicas y el éter; pero Piorry des- echa enteramente estos últimos medicamentos, fundándose en la propiedad que tiene el al- cohol de coagular la albúmina. «Historia y bibliografía.—Para trazar de un modo completo la historia de la infección purulenta, seria preciso dar cabida á los nu- merosos trabajos que se han publicado en los tiempos antiguos y modernos acerca de las al- teraciones, lanío sépticas corao pútridas, de los líquidos humanos; es decir, que habríamos de comenzar por la historia del humorismo. En seguida tendríamos que analizar con cuidado las investigaciones que se han hecho acerca de las alteraciones de los vasos, y especialmente de.las venas, .asi como también sobre ciertos fenómenos morbosos graves, que se desarrollan en los amputados y en las recien paridas. A medida que en este estudio nos fuésemos apro- ximando á la época actual, veríamos ensan- charse el campo de la esploracíon; observaría- mos que la química y las investigaciones mi- croscópicas, facilitándonos medios para estu- diar mas completamente los líquidos normales de la economía, han ilustrado mucho la natu- raleza y la patogenia de la puohemia. Final- mente," seria necesario tomar en consideración los resultados que en estos últimos tiempos nos han suministrado la fisiología y la patologia comparadas. «Uesulta, pues, que hacer una historia com- pleta de la infección purulenta, seria, por de- cirlo asi, hacer la historia de la medicina en el sentido mas vasto que puede darse á esta pa- labra. La fisiología, la medicina, la cirugía, la patologia comparada, reclamarían un fu- 47$ INTOXICACIÓN POR EL PUS, ó PUOHEMIA. gar importante en un trabajo de esta especie. • «Como no podemos ni queremos emprender semejante tarea, nos limitaremos en este bos- quejo histórico á dar una rápida ojeada á algu- nas de las principales obras, indicando las di- ferentes fases por que ha pasado el estudio de la infección purulenta. »Aunque se pueden encontrar algunas indi- caciones vagas de enfermedades purulentas en los escritos de la escuela hipocrática, la histo.- ria de la puohemia empieza en Scrienckius, quien indicó bastante bien la existencia de los abscesos metastásicos (Observ. medicoe, 1. 111, pág. 4M). «En Boerhaavé se lee ya un aforismo, que contiene por sí solo las particularidades mas importantes que se refieren á la presencia del pus en la economía. «Si el pus permanece mucho tiempo en un sitio cerrado, se altera, se vuelve acre, se pu- dre, consume y corroe las parles inmediatas, y por su peso, cantidad y movimientos las so- cava, formando sinuosidades y fístulas en di- ferentes lugares. Se abre paso por el recto , ó bien, después de disipada su parle mas tenue, da lugar a induraciones, principalmente en las inmediaciones de las glándulas; ó bien es ab- sorvido por las venas, los linfáticos ó las estre- midades corroídas de los vasos; se mezcla con la sangre, la altera, y se reúne en focos en me- dio de las visceras, trastornando mucho sus fun- ciones, y produciendo enfermedales graves» (Van-Swielen, Comment. in aph. 406, t. I, pá- gina 647, en4.ü; Paris, 1771). «Van-Swieten refiere en seguida de esle afo- rismo muchos ejemplos de abscesos metastási- cos, observados en heridos y en variolosos, y no titubea en admitir que el pus penetra en las venas y se mezcla con la sanare, depositándo- se en diferentes partes del cuerpo. Hasta dice, que á consecuencia de esta reabsorción puru- lenta perecen muchos enfermos después de las amputaciones y de otras grandes operaciones quirúrgicas (ob. cit., p. 649). «Este autor conocía los abscesos metastási- cos del hígado, y asegura que después de las grandes operaciones puede reabsorverse el pus y depositarse en este órgano, en el cual forma abscesos Refiere que Hollerius observó en dos ó tres enfermos dolores agudos en las pantor- rillas y abscesos en estas partes, igualmente que en el hígado; y añade que no puede com- pararse, respecto de su gravedad , la reabsor- ción purulenta con la de las materias gangre- nosas y cancerosas. «Hágase intervenir la flebitis en estos dife- rentes pasages, y tendremos las bases en que se funda todavía en nuestros tiempos la histo- ria de la infección purulenta. «Ya se deja conocer que Morgagni no podia quedar inferior á Van-Swieten. En la caria cin- cuenta y una de su inmortal obra describe co- lecciones purulentos del pulmón , ocurridas á consecuencia de heridas de cabeza. Unas veces llama á estas colecciones abscesos, y otras tu- bérculos; pero si recordamos que apenas hace algunos años que recibían aun el norabre de tubérculos agudos los abscesos nictastásicos del pulmón, se perdonará á Morgagni esta falla de esactitud en el lenguagc. «Este autor vio abscesos metastásicos en el corazón, y cuidó de demostrar que era tal la naturaleza de estas colecciones. «En un hombre que murió delirando y para- lítico, se encontró al hacer la autopsia gran can- tidad de sanies de mala naturaleza en lo inte-» rior de una úlcera del pulmón izquierdo, cuya cavidad era mayor que medio huevo de galli- na. Tenia también sanies manifiesto en la cara esterna de la aurícula izquierda del corazón, y en el v.cnlrículo derecho, encima de una co- lumna carnosa, habia una apostema notable, que llegaba hasta una de las válvulas. «Y pa- ra que no se crea , añade Morgagni, que qui- za existían estos apostemas del pecho antes de la herida, sépase que el enfermo no se habia quejado nunca de ningún dolor, ni habia te- nido tos, aun después de recibir la herida» (Desedib. et caus. morb.. caria 51, §. 21). «Morgagni índica, que pueden existir absce- sos melaslásicos en el hígado y en el bazo; que en ocasiones se forman derrames purulentos en la pleura, y que el pus trasportado á las visce- ras por la sangre, se deposita simplemente en ellas, aunque á veces da lugar á flegmasías lo- cales. «De Haen consagra un capítulo bastante lar- go á la generación del pus; pero esle autor ol- vida el precepto de Morgagni, que quiere «que se observe el hecho con cuidado antes dees- plícarle.» Todos los hechos en que se funda de Haen para demostrar la presencia del pus en la sangre, pertenecen á enfermedades muy diver- sas, y sobre lodo á flegmasías, en las cuales tomó por materia purulenta la fibrina en dife- rentes estados de coagulación (Batió medendi, t. l,p. 102-126; Paris, 1761). «Asi es que de Haen no ¡lustró en manera alguna el estudio de la infección purulenta , y tal vez dió origen á la doctrina de la genera- ción espontánea del pus. »En Hunter empieza una era nueva y brillan- te para el estudio de la infección purulenta. A este cirujano corresponde el honor de haber establecido la existencia de una de las causas mas frecuentes y mejor demostradas de la pre- sencia del pus en la sangre, cual es la inflama- ción de las venas. «Después de Hunter siguieron el nuevo ca- mino que acababa de abrir este célebre ciruja- no, otros muchos observadores, entre los cua- les se distinguen Hodgson y su traductor Bres- chet (Traite des maladies des arlcrcs et des vei- nes; París, 1819), Rihes (Exposé succinct des recherches faites sur la phlebite, en llcvue me- dícale, t. Ill, 1825), Maréchal (Tesis de Paris, núm. 43; 1828) Velpeau (Rech. elobsercalions sur Talteration du sang dans les maladies , en INTOXICACIÓN POR EL PUS , Ó PUOHEMIA. 479 Revue medie, t. III; 1826.—Lecons orales de clinique chirurgieale; Paris, 1841), Cruveilhier (Anat.^path. du corps humain) y todos los de- más autores que se han ocupado de la flebitis. «Haciendo abstracción de las opiniones de- masiado esclusivas que han profesado algunos de los autores que acabamos de nombrar, for- zoso es convenir, en que cada uno de ellos ha contribuido por su parte á ilustrar ciertos pun- tos del estudio de la puohemia. Unos, como Cruveilhier, proponiéndose probar que la fle- bitis es la única causa posible de la presencia del pus en la sangre, y otros, como Buhes, Ma- réchal y Velpeau, esforzándose en demostrar que la absorción es una causa no menos fre- cuente de puohemia; todos ellos han ilustrado con laboriosas investigaciones la historia ana- tómico-patológica de los abscesos metastásicos y de las demás lesiones viscerales que acom- pañan á la infección purulenta. Velpeau sobre todo merece ocupar un lugar distinguido en la historia de la-enfermedad que nos ocupa. «En una época en que todas las enfermeda- des se referían esclusivamente á alteraciones de los sólidos, tuvo el mérito Velpeau de soste- ner opiniones, que han sido luego en gran par- te el punto de partida de los trabajos contem- poráneos sobre las alteraciones de la sangre. »Es necesario llegar hasla nuestra época, pa- ra encontrar estudios esperimentales propios para ilustrarnos acerca del papel que repre- senta en patogenia la introducción de materias sépticas, pútridas y purulentas, en la econo- mía. Entre los que'se han distinguido en este género de investigaciones debe citarse á Gas- pard (Mémoire phisiologi'iue sur les maladies purulentes et pulñdes, en Journal de physiolo- gic, t. I y II; 1821-1822), Trousseau y Du- puy (Experiences et observations sur les altéra- tions du sang , en Arch. gen. de méd., t. II; 1826), Boyer, de Marsella (Mémoire sur lesré- sorptions pándenles, en Gazette medie ; 1834), Bonnet (Mémoiresur Tabsorption ét la compo- sition du pus , en Gazette medícale; 1837), F. d'Arcet (tesis de Paris, 1842), y por último, Castelnau v Ducrest (Mémoires de TAcad. de méd., t. XII; 1845). «En su lugar hemos discutido, hasta qué pun- to es posible aplicar al estudio de la infección purulenta los esperimentos hechos por estos observadores; ahora debemos añadir, que los resultados mas positivos é importantes se de- ben al notabilísimo trabajo de Castelnau y Ducrest. «Llegamos va al último período de la histo- ria de la puohemia, el cual está caracterizado por los descubrimientos fundamentales, que se deben á los observadores que han llamado en su auxilio á la química y á las investigaciones microscópicas, para penetrar en el estudio de ciertos fenómenos moleculares que se verifican en los líquidos, y que se habian ocultado hasla entonces á los medios usuales de investigación. Pero es preciso confesar, que si se ha enrique- cido la ciencia con nuevos hechos, se han acu- mulado también infinidad de pormenores de dudosa esactitud y á menudo contradictorios. «Ya hemos visto, que á pesar de los grandes esfuerzos hechos por Gueterbock , Donné (Mé- moire sur les caracteres disfinclifs du pus, en Arch. gen. de méd., t. XI; 1836.—Cours de microscopie, etc.; Paris, 1844), Mandl, Henle (Anatomía general; Madrid, 1844) y Legallois ( Des maladies occasionnées par la resorplion du pus, en Journal hebdomadaire, t. III; 1823), con el objeto de determinar los caracteres mi- croscópicos y químicos diferenciales entre el pus y la sangre, no se han podido formular res- pecto de este punto conclusiones sólidas y de- cisivas. «Sin embargo , se deben á las investigacio- nes microscópicas varios descubrimientos rela- tivos al mecanismo de la inflamación , y cuya importancia no puede ponerse en duda. Mien- tras que Kaltenbrunner, Philips, Hasling's y Dcellinger estudiaban las modificaciones produ- cidas en los sólidos por la inflamación , logran- do apenas á fuerza de trabajo apreciaralgunos fenómenos disputables, Vogel (Ueber Eifer und Eilerung; Erlangen, 1838), Mandl (Recher- ches sur la nature et l''origine du pus, en TEx- périence, t 11, 1838.—Mémoire sur les rap- ports gui existent entre le sang et le pus, en Gazette medícale; 1840), y Andral \ Gavarret descubrían las alteraciones íntimas que se ve- rifican en el líquido derramado en medio de la trama ó en la superficie de un sólido infla- mado. «A Andral pertenece la aplicación mas es- tensa y filosófica que hasta el dia se ha hecho, de loscitados descubrimientos al estudio ana- tómico-patológico de la inflamación y de sus productos (Essai dliemalologie palhologique; Paris, 1843). »Debemos hacer mención especial de los Ira- bajos de Piorry (Traite des altérations du sang.; París, 18-40) y de los de Tessier (Exposé et examen critique des doctrines de la phlebile et de la resorplion purulente,. en TExperience, t. 11; 1838. — De la diathése purulente, ibid-— De Tobliieration desvemes enflammées, ele., en Gazette medícale, \%kfí.— Leltre sur quelques poiuts du mécanisme de Tinfection purulente, ibid.). Esle último autor sostiene una doctrina sobre la generación espontánea del pus en la sangre, que nosotros hemos combatido con empeño; pero ha hecho servicios incontesta- bles al estudio sintomaiolggico y anatómico- patológico de la puohemia. «Berard mavor ha publicado en el Diction- naire de médecine un trabajo concienzudo (art. Pus ), que peca solamente por defender una doctrina esclusiva, destruida ya hace tiempo por los hechos. «Los numerosos materiales de que se com- pone la historia de la puohemia, estaban di- seminados todavía en los archivos de la cien- cia cuando uno de nosotros procuró reunir- 4S0 INTOXICACIÓN POR SUSTANCIAS SÉPTICAS, Ó SEPTICOUEMIA. los, coordinarlos, someterlos á una análisis severa, y utilizarlos juntamente con algunos hechos, todavía poco conocidos ó mal aprecia- dos, para la formación de un trabajo completo y metódico ¡L. Fleury, Essai sur Tinfeclion pu- rulente; Paris, \8íí.—Quclques mots sur Tin- fection purulente, en Journ. de méd., t. II, 1844), que en su mayor parte hemos reprodu- cido en este artículo, haciendo no obstante ciertas modificaciones que nos han parecido necesarias» (Monneret vFleuri, Compendium de médecine pratique, t.VH, p. 254-284). ARTICULO VIH. De la intoxicación por sustancias sépticas ó seplicohemia. «Píorri la llama septicemia, y otros autores infección pútrida. «Definición.—La infección pútrida es una afección general, un envenenamiento, que re- sulta de la penetración en el torrente circula- torio de un líquido séptico, procedente déla descomposición de materias animales ó vege- tales. «La existencia de la infección pútrida no está rigorosamente demostrada en el hombre; se admite por inducción, por analogía; de modo que para hacer su historia, nos veremos muchas veces obligados á apoyarnos en los resultados que suministran los esperimentos practicados en anímales. Respecto de esle asunto está to- davía en su infancia la patologia humana. «Alteraciones anatómicas.—La putrefacción se apodera muy pronto de los cadáveres; la sangre aparece negra, de color de heces de vi- no; fluida ó con coágulos poco voluminosos y blandos ; algunas veces es fétida (.Vomd. élé- ments de pathol. méd. chirurg., por Roche, Sansón y Lenoir, t. V, p. 447; París, 1844). «Esta es la única alteración que se encuen- tra en el hombre; pero no sucede lo mismo en los animales, en cuyas venas se ha inyectado una cantidad masó menos considerablede un líquido séplico. Estos presentan muchos equi- mosis y petequias en la superficie y en el pa- renquima de la mayor parte de las visceras, especialmente en el pulmón, el corazón, el bazo y el cerebro. Gaspard los ha observado también en la vejiga de la hiél, en las glándu- las mesentérícas y en el tejido celular subcu- táneo (Mém. physiolog. sur les maladies puru- lentes et putrides, en Journal de physiol., t. II, p. 14; 1822*. Trousseau y Dupuy han visto en el tejido celular que separa el pulmón de la pleura, unas colecciones pequeñas de serosi- dad cetrina, que estaban cubiertas por la mem- brana serosa no alterada, y que se parecían á las flictenas que produce en la piel la aplica- ción de las cantáridas (Exp. et obs. sur les al- térations dn sang, etc , en Arch. génér. de méd., t. XI, p. 380, 381; 1826). Las cavida- des serosas contienen una serosidad rogiza mas ó menos abundante; las mucosas ofrecen un color lívido, v están sembradas de equimosis, que tienensifasiento en el tejido celular sub- yacente; la superficie interna de los intestinos está cubierta de una capa mucosa sanguino- lenta, semejante á las heces del vino ó á la materia del melena. «Estas diferentes lesiones se manifestarían también en el hombre, si se admitiese con Gas- pard (loe cit., p. 37 y sig.), que la pústula maligna, el carbunco", el escorbuto, el lifo y la fiebre tifoidea, no son mas que variedadc's de la infección pútrida. «Síntomas.—La invasión de la enfermedad se caracteriza ordinariamente por escalofríos, que alternan con sudores crasos y viscosos. Muy luego sobrevienen contracciones espas- raódicas del diafragma, hipo, náuseas, vómi- tos, y una diarrea tenaz; el aliento y las mate- rias escretadas son fétidos; las cámaras san- guinolentas, y los enfermos sienten un sabor dulzaino y nauseabundo; se desarrollan aftas en las encías, en la parte interna de las megi- llas y en la faringe; el pulso es pequeño, fre- cuente, miserable é irregular, y la respiración corta, débil, lenta y fatigosa; la piel está pá- lida ó amarillenta y fria; los enfermos se ha- llan muy abatidos, y tienen lipotimias frecuen- tes, la cara lívida, los ojos empanados y sin espresion, y la lengua seca y encogida; se al- teran las facultades intelectuales, y se verifica la muerte, precedida de ensueños y subdelirio (Roche, Sansón y Lenoir, loe cit.). «No siendo nunca la infección pútrida en el hombre una afección»prímitiva , simple, como la que producen los esperimentos hechos en los animales, fácil es concebir que sus síntomas vendrán siempre acompañados de diferentes fenómenos morbosos, locales ó generales, cor- respondientes á la enfermedad de que procede la alteración de la sangre (V. Causas). «Curso, duración, terminación. — El curso varía según el modo de verificarse la intoxica- ción séptica: «Cuando la reabsorción pútrida es lenta y se efectúa diariamente en cortísimas cantidades, tienen los síntomas la menor in- tensión posible, y constituyen una de las for- mas de la fiebre héctica délos autores. Cuan- do por el contrarío-es rápida la reabsorción, se manifiestan con violencia los fenómenos mor- bosos, y no tardan en sucumbir los enfermos» (Roche, Sansón y Lenoir, loe cit.). «Los esperimentos hechos en los animales prueban que es posible la curación, cuando no se ha introducido en el sistema circulatorio mas que unacorta cantidad de materia pútrida. En el hombre no pueden obtenerse pruebas directas; pero basta la observación clínica para deducir una consecuencia análoga. «Diagnóstico.—La fiebre tifoidea viene acom- pañada de síntomas característicos, que no per- miten confundirla con la infección pútrida; pero no sucede lo mismo con la afección que DE LV INTOXICACIÓN POtt SUSTANCIAS SÉPTICAS, Ó SEPTICOHEMIA. 481 se ha llamado estado tifoideo, y con la fiebre héctica, entre las cuales y la enfermedad que nos ocupa, no puede establecerse en el estado actual de la ciencia una distinción fundada en bases sólidas. Hasta es probable que dichas afecciones no sean á menudo olra cosa que for- mas de la septicohemia. «La infección purulenta se ha confundido muchas veces, y probablemente se confundirá todavía por algunos, con la infección pútrida. Siu embargo,Castelnau y Ducrest han estable- cido cuidadosamente su diagnóstico diferen- cial. «No hay síntoma aislado de los que pro- voca la intoxicación purulenta, dicen estos ob- servadores, que no pueda producirse en la infección pútrida; pero no sucede lo mismo con todos en conjunto» (Rcch. sur les cas dans les quels on observe les abcés múltiples, en Mém. de TAcad. roy de méd., t. XII, p. 113; 1845). Efectivamente; un estudio comparativo y aten- to nos enseña, que en la infección purulenta son los escalofríos mas frecuentes y mas inten- sos; los vómitos, y sobre todo la diarrea, mas raros y menos tenaces; la postración menos considerable y mas tardía; no hay aftas, he- morragias, equimosis submucosos, ni man- chas escorbúticas. »EI diagnóstico post mortem, es mas fácil lodavia, pues según han demostrado Castel- nau y Ducrest, la infección pútrida no deter- mina jamás abscesos múltiples (memfeit.) »E1 pronóstico es siempre grave. «Causas.—Gaspard (loe cit.), Trousseau y Dupuy [loe cit.), han producido la infección pútrida en los animales, inyectándoles en las venas pus corrompido por el contacto del aire; F. d'Arcet ha obtenido el mismo resultado, inyectando solo la parte serosa de un pus en putrefacción (Rech. sur les abcés múltiples, etc., les. de Paris, p. 29 y siguientes; 1842). En el hombre se desarrolla de un modo análogo la septicohemia, por la reabsorción de las mate- rias que cubren la superficie de una herida ó de una úlcera, de un absceso por congestión abier- to, de una caverna pulmonal ó de una parte gangrenada. Los accidentes ocasionados por pinchazos ocurridos en la disección de los ca- dáveres, dependen á menudo de la introduc- ción de una materia séptica en la economía. »De la reabsorción pútrida, dice Lenoir (loe cit., p. 448 y siguientes), depende en muchos casos la fiebre puerperal de los autores, cuando no resulta de una metritis, de una metro-pe- ritonitis ó de una supuración del tejido celu- lar de la pelvis, enfermedades todas que se han confundido bajo un mismo nombre. Esta afección se desarrolla ordinariamente pocos dias después del parto y en las circunstancias siguientes: cuando han quedado en el útero y pudrídose en él una porción de placenta ó res- tos de las membranas; cuando por cualquiera causa y principalmente por falta de limpieza, permanecen en la vagina ó en la matriz coá- gulos sanguíneos, sangre ú otros productos de TOMO IX. la secreción loquial, y se alteran en estos sitios; cuando por una higiene mal entendida se so- foca.á las paridas .con ropas de mucho abrigo, y no se renuevan las que las rodean, por mas que estén impregnadas en sangre y tequios, los cuales entran necesariamente en fermentación pútrida, y provocan por consiguiente corao un fermento la corrupción de las materias análo- gas contenidas en la vagina y en el útero; por último, cuando se encuentran reunidas muchas paridas en salas demasiado pequeñas, como sucede en los hospitales, de temperatu- ra muy alta, y cuya atmósfera no se renueva cual seria menester, respirándose en ellas constantemente el aire viciado, de olor fasti- dioso y nauseabundo, que rodea las camas. Es- tas materias corrompidas, este aire viciado, absorvidos ó respirados incesantemente, in- ficionan la sangre, y ejercen su influjo en to- dos los órganos. El estado eléctrico de la at- mósfera parece contribuir á que se altere con mas facilidad; la tristeza de las puérperas ac- tiva poderosamente la absorción, y el mismo efecto produce la dieta demasiado severa.» «Hemos reproducido textualmente este pa- sage, porque nos parece de mucha importancia práctica, y porque nos proporciona la satisfac- ción de poder apoyar en la autoridad de Lenoir las ideas que anteriormente habíamos emitido acerca del misrao asunto (V. Essai sur Tinfec- tion purulente, por L. Fleury, p. 177 y si- guientes; Paris, 1844). «Gaspard (loe cit., p. 37 y siguientes) con- sidera corao una de las causas de la infección pútrida laingeslionde las materias alimenticias que han esperimentado un principio de putre- facción (caza manida, queso muy añejo, etc.). Según este autor y Piorry, el escorbuto y la fiebre tifoidea no son mas que formas de la septicohemia. «Tratamiento.—La primera indicación es se- parar el foco de putrefacción; si no se cuida de esto, dice con razón Lenoir, inútil será todo cuanto hagamos.,Por lo demás, el tratamiento no se diferencia del de la infección purulenta: los purgantes son muy útiles; pero hay que aña- dirles la quina, el alcanfor, la serpenleria de Virginia, las bebidas amargas y aromáticas, la limonada sulfúrica, el vino y los tónicos. Para disminuir la actividad de la absorción y mantener ó reanimar las fuerzas del enfermo, es necesario prescribir siempre que se pueda un régimen analéptico y nutritivo» (Monneret y fleury, Compendium de médecine pratique, t. Vil, p. 549 . 61 4S2 ENFERMEDADES CONTAGIOSAS. CAPITULO III ENFERMEDADES DEBIDAS A CAUSAS GENERALES. ARTICULO I. De las enfermedades contagiosas. «La palabra contagio es de origen latino, y tiene por radical el verbo tangere, tocar. «Definición.—Conviene dar un valor preciso á la palabra contagio; porque en el sentido de esta denominación se apoyan particularmente las numerosas discusiones que ha suscílado, y aue todavía no se han terminado. Algunos mé- teos no han -visto otra cosa en el contagio, que la transmisión de una enfermedad de un indi- viduo á otros por efecto de un contacto media- to ó inmediato (Nacquart, Bouillaud, etc.): unos entienden por contagio la acción por la cual un cuerpo enfermo comunica por medio del contacto inmediato ó mediato el mismo género de enfermedad á otro cuerpo sano, quien á su vez la trasmite á otros, y asi suce- sivamente, sin preferencia de edad, sexo, temperamento ó género de vida, y sin que en las seis cosas llamadas no naturales, haya nin- guna á quien pueda razonablemente atribuirse la producción de la dolencia (Foderé); otros han concedido á esta palabra una significación mas lata, admitiendo el contagio en todas las enfer- medades, en que el cuerpo del individuo afecto produce un principio susceptible de trasmitir el mismo mal á otro sugeto sano; cualesquiera que sean por lo demás el origen primitivo de es- te principio, las condiciones que hagan mas ó menos fácil su impregnación, la manera como esta se efectué, y las vias por donde se comu- nique (Rochoux). ¿Cuál será la acepción que adoptemos? Deberá entrar en la definición del contagio la idea de virus, es decir, de una materia cualquiera, que trasportada de un cuer- po á otro, produzca los mismos fenómenos que en el primer individuo? ¿O admitiremos con Quesnay (Mém. del'Acad.roy .dechirurgie),que en ocasiones no es otra cosa el contagio, que la comunicación de un movimiento espontáneo que se estíende de uno á otro cuerpo suscepti- ble de este movimiento, pudiendo compararse á la alteración que sufre un pedazo de carne fresca colocada en un lugar infecto? Confundi- remos la infección con el contagio? ¿Asimila- remos el virus al miasma? «Tal es el origen de los numerosos debates que hace largo tiempo traen divididos los pa- receres de los médicos. Es en efecto muy di- fícil trazar una línea divisoria esacta entre es- tos dos modos de propagación de las enfer- medades. Sabemos muy bien que el gran Dupuytren dijo en la Academia de ciencias (sesiones del 26 de setiembre, 7 y 21 de no- viembre de 1825): «En la infección la causa primera del mal es la modificación que induce en la atmósfera toda reunión de hombres amon- tonados en sitios bajos , estrechos , oscuros y mal sanos , ó cierta cantidad de sustancias ani- raales ó vegetales en descomposición. Las ema- naciones de que se carga el aire obran sobre la economia como los gases deletéreos. Pero no sucede lo misino en el contagio. En este , una vez producida la enferraedad, no necesita para propagarse de la intervención de las causas que le dieron origen, sino que se reproduce en cierto modo por si misma é independientemen- te de las condiciones atmosféricas. D Mitro de cada enfermo se desenvuelve una especie de germen ó de virus , ó bien se forma á su alre- dedor una atmósfera cargada del principio de la enfermedad, y por el intermedio de este germen, virus ó principio, puede trasmitirse el mal á otros sugetos.» «Esta distinción, que tan satisfactoria pare- ce en teoría, no es tan fácil de aplicar. En efecto, no se ha demostrado que una enferme- dad que no goce de propiedades eminentemen- te contagiosas, cuando acomete á individuos aislados, no pueda hacerse virulenta bajo el influjo de circunstancias particulares que la den un carácter epidémico. Creemos que pue- de repetirse con Caizcrgues (Mém. sur la conl. de la fiév. jaune), que el contagio es algunas veces accidental y relativo; que puede, como cualquier otro elemento, asociarse á muchas enfermedades que no sean por sí mismas con- tagiosas , asi como faltar en aquellas que lo son con mas frecuencia. Innumerables hechos abo- gan en favor de esta aserción. Opinamos con Requin (Enciclop. nouv., p. 22), que si se en- tiende por contagio un agente absoluto, infa- lible é inevitable, no se le encontrará jamás en la naturaleza. Asi es que, esceptuando las vi- ruelas v la vacuna, no hay contagio alguno que no haya tenido incrédulos. Hasta se ha sos- tenido que la hidrofobia, procedente de la mordedura de un perro rabioso , era un simple efecto de la imaginación aterrada. En estos últimos tiempos se han burlado algunos del contagio de la sífilis como de una vana quime- ra. Y por toda razón alegaban cierto número de casos particulares, en que habian quedado exentos los individuos espuestos al contagio. Mas ¿por qué los que de esta manera discurren hacen una escepcion á favor de las viruelas y la vacuna, que sin embargo no se comunican de un modo infalible , pues no pocas personas se manifiestan refractariasá su acción? La ver- dad es que semejantes inmunidades no prue- ban mas en realidad, sino que el contagio re- 3uiere para manifestarse, de parte del indivi- uo sano, puesto en comunicación directa ó indirecta con el enfermo, ciertas condiciones que no ha esplicado todavía la ciencia. «En vista de las consideraciones que prece- den, creemos poder definir el contagio: un modo de propagación de las enfermedades, en virtud del cual un individuo afectado comuni- ca su mal á otro ú otros dotados de una aptitud ENFERMEDADES CONTAGIOSAS. 483 particular para recibirlo, y que á su vez se convierten en elementos de trasmisión del es- tado morboso, cuyos caracteres por lo demás son siempre idénticos: en gran número de ca- sos parece ser el contacto mediato ó inmediato una condición indispensable de la propagación. Diferenciase nuestra definición de las anterior- mente mencionadas, en que establece el princi- pio de que , para la trasmisión de las enferme- dades contagiosas, se necesita la predisposición como condición indispensable. Según que los individuos espuestos á la influencia contagiosa se hallen en condiciones de oportunidad ma- yores ó menores, puede el mal perdonarlos ó atacarlos, cualesquiera que sean por otra parte sus propiedades virulentas. Mas adelante vere- mos que la infección debe figurar en primera línea entre las circunstancias que predisponen al contagio. Hufeland admite dos especies de contagio: uno vivo, que es producido por los cuerpos dotados de vida, y otro muerto, que se exhala de los cuerpos inanimados. Esta dis- tinción nos parece poco importante. «Divisiones.—Es demasiado estensa la mate- ria de que nos venimos ocupando, para no in- troducir en su estudio algunas divisiones. En esta parte seguiremos el ejemplo de nuestros predecesores, aunque sin adoptar enteramente su método. No tenemos por imposible ofrecer un cuadro completo de todas las circunstancias relativas al contagio, reduciéndolas á las seis categorías siguientes: 1.° dar á conocerlos di- versos modos de propagación de las enfermeda- des por via de contagio; 2.° determinar las cir- cunstancias que le son favorables ; 3.° poner en evidencia los principales caracteres de las enfermedades contagiosas y hacer su clasifica- ción; 4.° elevarse, si es posible, á la natura- leza del elemento contagioso; 5.° establecer de un modo general la profilaxis de las enferme- dades contagiosas; 6.° indicar los principales trabajos emprendidos sobre este punto. No en- traremos en pormenores sobre las enfermeda- des endémicas y epidémicas, porque su estudio pertenece á otros artículos. «De LOS DIVERSOS MODOS DE PROPAGACIÓN DE LAS KNKERMEDADES POR VIA DE CONTAGIO. —El CODlagíO puede verificarse por contacto inmediato , por el intermedio de diversas sustancias traslada- das de un cuerpo á otro, y por el aire que en ciertos circunstancias parece servir de vehí- culo al principio contagioso. Esta división la habia trazado ya perfectamente Frascator (De contagione, lili. 1, cap. II, país prior, p. 103; Lugd., 1591). El contagio por contacto inme- diato puede resultar de un simple roce, de fricciones ejercidas entre una superficie enfer- ma v olra sana, y de la inoculación ó la in- serción en el espesor de los tejidos de una cantidad mas ó menos considerable del prin- cipio virulento. El contacto inmediato basta muchas veces para la trasmisión del saram- pión, de la escarlatina, de las viruelas, de la sarna, de la tina favosa, etc. En ocasiones es necesario que haya roce entre las partes; esta condición favorece al parecer la impregnación, y Dupuytren observa que generalmente se ve- rifica bajo su influencia el contagio sifilítico. Ciertas enfermedades , como la rabia y la va- cuna, no se trasmiten sino por" inserción ó inoculación : el epidermis les opone una bar- rera insuperable; pero una vez desnuda ó des- garrada la piel, se efectúa con rapidez la ab- sorción, y tiene lugar el contagio. «Insisten mucho los autores de higiene en el modo de contagio que se efectúa por el in- termedio de diversas sustancias, que trasladan el principio virulento del individuo enfermo ó contaminado á otro que se halla mas ó menos distante del elemento contagioso. Asi, por ejemplo, según Foderé (Traitede méd. leg. et dhygiene publique, t. V, p. 295; 1813), los vestidos que se aplican al cuerpo, como las camisas, los calzoncillos, las sábanas, las man- tas, etc., pueden considerarse como otros tan- tos focos de contagio. Dice Frascator, que (loe cit., p. 106) el principio virulento puede conservar su actividad dos ó tres años. Esta opinión no carece de fundamento, á lo menos respecto de ciertos virus , como el" de los in- sectos , y particularmente el de la víbora: cuéntase de un viajero, que á su regreso de la India entregó á Breschet cierta cantidad de virus de víbora, que conservaba hacia tres años en vejigas; estaba el humor seco y ama- rillento, y tenia la apariencia de moco dese- cado; pero bastaba diluirlo un poco con la punta de una lanceta, para matar instantánea- mente á los pichones en quienes se inocu- laba. En una serie de esperimentos que hizo Pravaz con este virus, se picó muy ligera- mente un dedo, y aunque se apresuró á es- primir la sangre de la picadura y á chuparla inmediatamente, no por eso evitó el entorpeci- miento de todo el brazo, acompañado de náu- seas intensas (Guerard , tesis de oposición, 1838, p. 49). Ahora bien, es indudable que existe mucha analogía entre las ponzoñas y ciertos principios contagiosos. El hecho si- guiente, tomado dé Frank (Pohzia medica, tomo II, pág. 162), viene en apoyo de esta aserción : el sepulturero de Chelwood , en el condado de Sommerset, abrió el 30 de no- viembre de 1752 el sepulcro de un hombre muerto de viruelas, y enterrado hacia treinta años; el ataúd era de encina y bien conser- vado; al romper la tapa con el hacha salió un vapor tan fuerte y pestilente , aue el sepultu- rero aseeuró no haberlo percibido igual. El re- sultado "fue que catorce de los asistentes se vieron acometidos de viruelas al cabo de algu- nos dias, v la enfermedad se propagó á toda la comarca. Guerard ha reunido muchos casos análogos en su escelente disertación: recuer- da, con referencia á Ozanam (Hist. méd. des mal. epid., t. 1, p. 65, 2." edición; 1835), el caso de los dos sepultureros, que habiendo des- enterrado el cadáver de un hombre muerto ha- m ENFERMEDADES CONTAGIOSAS. cia diez años de viruelas, fueron atacados de esta erupción, lomando el mal un carácter ma- ligno. «Háse creído conveniente dividir en dos ca- tegorías las sustancias que se cargan de la ma- teria contagiosa. Las telas de lana, de seda, de algodón, de cáñamo y de lino, la paja, el papel, las plumas y pieles se consideran es- pecialmente como propios para impregnarse del principio morbífico; las piedras, los me- tales, la madera y el'cristal parecen tener pro- piedades opuestas. También debieran incluirse en esta enumeración: los insectos que vuelan por el aire y se posan alternativamente en los individuos enfermos y en los sanos; las perso- nas que tienen relaciones con los pacientes, y pueden trasmitir el contagio, sin sufrir ellas mismas sus efectos; los productos animales como la sangre, la saliva y ciertas piezas ana- tómicas, que pueden contribuirá la propaga- ción ó al sostenimiento de un mal contagioso. Los hechos antes mencionados y otros muchos que podríamos citar, motivan suficientemente la introducción de esta tercera categoría. «Es indudable la facilidad con que ciertas sustancias se impregnan del principio miasmá- tico, y los autores abundan en hechos de esta naturaleza. Cuento Pringle (Obs. sur les mal. des armées, p. 22; 1837), que habiendo ocur- rido á bordo de unos navios algunos casos de tifus, se dió á los enfermos para abrigarse unas tiendas de campaña bastante usadas. Como fue- se preciso componerlas, se entregaron después á un trabajador de Gante, que repartió la obra entre veintitrés compañeros. Estos desgracia- dos fueron atacados inmediatamente de la en- fermedad, que arrebato diez y siete de ellos, aun cuando no se habian comunicado de ma- nera alguna con los enfermos de á bordo. «El contagio por imitación parece presidir al desarrollo de cierto número de enfermedades convulsivas. Los autores que no atribuyen pro- piedades contagiosas sino á las afecciones vi- rulentas, no han podido hacerlo figurar en sus cuadros; pero corao nosotros creemos que pue- de verificarse esta trasmisión sin necesidad de virus , á lo menos en ciertos casos, no vaci- lamos en mencionarla aqui. Foderé (loe cit., pág. 382) ha presentado sobre este punto al- gunas consideraciones que no podemos menos de trasladar. «Asombroso es, dice, el influjo que tiene la imitación para propagar las enferme- dades convulsivas en los ánimos apocados, en las mugeres y en los niños. Por mi parte puedo asegurar que la catalepsía y la epilepsia reco- nocen frecuentemente este'origen. ¿Quién no recuerda los convulsionarios del diácono Paris, y la célebre curación que obtuvo Boerhaavé, amenazando con el fuego á las mugeres que eran acometidas de convulsiones en cuanto em- pezaba á hacer la guía alguna de ellas? Tene- mos ademas las supercherías de Mesraer, Ca- glíostro, etc.» Villeneuve y Serrurier (Dict. de sciene , t. XXIV, p. 99) han aducido sobre este asunto consideraciones estensas, que nos dispcnsiin de entrar en largos pormenores para sostener las aserciones de Foderé y otros pa- tólogos. «Hemos dicho que el aire puede servir de vehículo al principio contagioso ; pero esta proposición ha suscitado reñidas controversias éntrelos médicos (Ozanam, loe cit., p. 51).. Pretenden algunos que las enfermedades teni- das por contagiosas mediante la acción del flui- do aéreo, deben colocarse entre las afecciones que resultan de una infección del aire. En su opinión, la aligación que sufren las cualida- des del elemento respirable, es la causa de que se manifiesten ciertas afecciones graves en los parages donde se reúnen muchos enfermos, sin necesidad de admitir un principio viru- lento mezclado con el fluido gaseoso. Estamos muy lejos de rechazar la existencia du las en- fermedades por infección; pero no vacilamos sin embargo en admitir, que en ciertos casos puede cargarse el aire de principios contagio- sos, y para sostener esto proposición nos bas- tará un solo argumento. ¿Por qué en ciertas circunstancias se ve en los hospitales, que aco- meten las viruelas á gran número de inclivi— víduos desde el momento en que se introduce un varioloso en las salas? ¿Por qué en los de- partamentos de niños vemos á la coqueluche ejercer sus estragos, en cuanto se admite en ellos una criatura atacada de este mal? ¿Por qué algunos médicos de hospital, que viven le- jos de los enfermos las cuatro quintas partes de su tiempo, suelen contraer el tifus cuando reina accidentalmente en sus salas? Este con- siste en que el principio virulento mezclado con el aire se pone en contacto con las perso- nas no atacadas, y acaba al fin por afectarlas. La acumulación debía producir siempre unos mismos accidentes morbosos; y si no sucede asi, es porque á las malas.cualidades del aire se agrega el principio virulento, y este es el que determina la especie de la enfermedad. «¿Hasta qué distancia puede obrar el prin- cipio contagioso por el intermedio del fluido aéreo? La solución de esta cuestión ha provo- cado largas investigaciones, que hasta el dia han sido inútiles. Lo cierto es, dice Foderé (loe cit, pág. 300), que cuando una enferme- dad epidémica depende del contagio humano, se consigue evitarla, encerrándose y huyendo de toda comunicación con las personas que no son de la casa. Asi es como se precaven hace mu- chos años de la peste los europeos establecidos en las escalas de levante, y asi se han preser- vado las casas religiosas de las epidemias que han asolado la Europa. Es pues evidente, que el contagio no inficiona todo el aire de una ciudad ó de un barrio, hasta el punto de ha- cerlo peligroso. Ademas, Lobb (Of the plague, p. 45) y Russel (The nat. hist. of Aleppo, pá- gina 150), aue han trazado la historia de la peste de Alepo de 1718 á 1719, refieren que los europeos asi encerrados suben por las ENFERMEDADES CONTAGIOSAS. 48" larde* á los terrados de sus casas para conver- í sar con sus vecinos, y que esta comunicación se verifica de una ventana á otra al través de | una calle, sin que resulte ningún accidente. Desgenettes asegura también en su historia me- dica del ejercitóle Oriente, que un simple foso de algunos pies entre un apestado y un hom- bre sano, basta para precaver á este último del contagio. La disolución, la suspensión de los efluvios contagiosos en la atmósfera, debe variar según la densidad de esta, según su es- tado de estancación ó de movimiento, según la cantidad de vapor acuoso que contenga, y según los grados de la temperatura. Se han visto personas atacadas de la fiebre hospitala- ria, solo por haberse asomado á las salas don- de reinaba esta enfermedad; y sin embargo las que se esponian á recibir el aire que salía por las ventanas de las mismas salas, no sufrían incomodidad alguna. Resulta pues, que un volumen dado de virus contagioso, recibido en la masa total del aire atmosférico, sobre todo si está agitado por los vientos, se divide inme- diatamente hasta lo infinito, y pierde por lo mismo su actividad. «Foderé termina estas consideraciones, que nosotros hemos estractado en pocas palabras, deduciendo las conclusiones siguientes: «Pa- récerae por lo tanto, que debemos ser muy cir- cunspectos en esponer nuestro dictamen sobre la distancia necesaria para poner á cubierto del contagio. En efecto, esta distancia puede ser demasiado grande en ciertos casos, y de- masiado corto en otros, según las circunstan- cias. «En los escritos de Havgarlh(Lelterto doc- tor Percival), de Clark (Report to the committee of the Newcastle dispensar y, 1802), y de José Brown(Thecyclop.of pract med.,vol. 1,p.457), se encuentran algunas observaciones sobre es- ta materia. «Hemos indicado los diferentes modos como pueden transmitirse las enfermedades conta- giosas, fundando con algunos ejemplos las principales divisiones que hemos admitido. Pa- ra terminar este asunto añadiremos, que sí al- gunas enfermedades, como la rabia y la vacu- na, no se trasmiten sino á consecuencia de una inserción ó una inoculación de la materia vi- rulenta que las determina; otras muchas se desarrollan bajo la influencia del contacto, de la inoculación, por el intermedio de los ves- tidos, y aun muchas veces sirviendo de vehí- culo el aire atmosférico: al frente de estas ul- timas figuran las viruelas. De este hecho se de- duce, que para preservarse de ciertos males suele bastar la adopción de algunas ligeras precauciones; mientras que para ponerse á cu- bierto de otras enfermedades contagiosas, es preciso multiplicar los medios preventivos. «Circunstancias que favorecen el contagio.— En nuestra difinicion del contagio hemos he- -cho entrar como circunstancia indispensable para que este se verifique, cierta predisposi- ción particular por parte del sugeto que recibe el virus contagioso. Esta predisposición, aun- que oculta é inesplicable las mas veces, no es por eso menos real y necesaria. Estamos per- suadidos, de que si en unos individuos favo- rece el desarrollo del contagio, en oíros pro- duce la inmunidad, y no vacilamos en atri- buirle la variedad de formas sintomáticas que determina un solo virus. «Un solo virus, dice Requin (loe cit., p. 20), es según todos los patólogos el que produce, ora unas viruelas discretas y benignas, ora otras malignas y con- fluentes; y el misrao probablemente desarrolla en otros casos varioloides y varicelas, como creen muchos médicos distinguidos. Pero aun son mas variados los efectos del virus sifilítico, y desde luego los síntomas primitivos no son iguales en todas las personas, aun cuando sea idéntico el origen de la infección. Y después de la desaparición de los fenómenos primitivos, en unos no habrá nueva infección general de la economía, aun sin recurrir al tratamiento es- pecífico; en otros por el contrario, se desarro- llarán las diferentes fases de la sífilis consti- tucional; se disfrazará la afección cual insi- dioso Proteo bajo rail aspectos diversos; ora reconocida y atacada hábilmente cederá al método curativo; ora resistirá con tenacidad los esfuerzos mejor combinados, y devorará sus víctimas consumiéndolas lentamente.» No se ha tomado bastante en consideración la ne- cesidad de la predisposición de que varaos ha- blando, y precisamente por no haber querido examinar el hecho del contagio bajo este pun- to de vista, se han suscitado tantas y tan ani- madas controversias entre los médicos. Y sin erabargo, ya hace mucho tiempo que decía Van-Swieten (Comm. in fíerm. Boerh. aph., t. V, p. 4, Lugd. Bat., 1772): «Praster conta- gium morborum requiri causas predisponen- tes, utmorbus ille nascatur, certum ést.» «Conviene determinar con exactitud sobre qué datos estriban nuestras ideas respecto de esta predisposición. Los límites que nos hemos impuesto, nos obligan á epilogar considerable- mente nuestras observaciones. Uno de nosotros (concurso para una plaza de agregado, junio, 1835: que parte tiene la predisposición en la pro- ducción de las enfermedades) na tenido ocasión de desenvolver estas consideraciones en un tra- bajo bastante estenso, que pueden consultar nuestros lectores. La edad influye conocida- mente sobre el contagio de ciertas enfermeda- des. La escarlatina, el sarampión y la coque- luche, se trasmiten con mucha facilidad entre los niños; las afecciones tifoideas no ejercen al parecer sus estragos sino en los jóvenes y adul- tos. Existen asimismo ciertas condiciones de salud, que parecen favorecer la acción de los principios contagiosos; las personas débiles, cacoquímicas, los convalecientes, los que su- fren habitual mente enfermedades crónicas, y los que han estado sujetos á una abstinencia prolongada ó á pérdidas considerables, se ha- llan particularmente espuestos á contraer ma- 186 ENFERMEDADES C0.NTAGIOSA3. les contagiosos, sobre lodo cuando reinan epi- démicamente; los individuos que abusan de las bebidas alcohólicas y se ven privados de ellas repentinamente; los que hacen uso de alimentos poco reparadores ó ¡udigestos; los que están afectados por el terror, el desaliento o la desesperación; los que se dejan dominar por arrebatos de cólera, por pasiones ó escesos que los debilitan, se encuentran en condicio- nes análogas. «Según RochoHx (Dict. de med., 2.a edic, t. VIII, p. 505), el sarampión y la escarlatina son desconocidos en las Antillas, ó pórteme- nos no se presentan con los caracteres que en Europa. Asi es, que los criollos son suscepti- bles de contraer estas enfermedades en el anti- guo continente; pero nunca las padecen hasta el año y medio ó dos años de permanencia en él, es decir, hasta que su constitución, modi- ficada por el clima, les permite contraer una enfermedad para la cual no tenían disposi- ción alguna. «Cuando reina una enfermedad bajo la for- ma epidémica, es muy dificil deslindar la parte que corresponde á la infección y al contagio en la propagación de la dolencia. Los médicos siguen esta ó aquella opinión, según que son contagionistas ó anticontagíonistas; interpretan los hechos del modo mas favorable á sus pre- tensiones, y rara vez obtienen de su estudio resultados útiles á la ciencia. El cólera, que por dos veces ha devastado la Europa, uo nos ha ¡lustrado sobre el dificil hecho que nos ocu- pa, aun cuando de su itinerario y de su curso naya sacado cada cual argumentos favorables á su opinión. Infiérese al parecer de estos datos, que el contagio y la infección se asocian fre- cuentemente para estender los estragos epidé- micos, y que bajo la influencia de la última, puede una enfermedad no contagiosa en su origen, hacerse de pronto susceptible de tras- mitirse por contacto mediato ó inmediato. Hay un sinnúmero de afecciones, que originaria- mente reinaban de un modo esporádico, y que nadie tenía por virulentas; pero que habiendo sobrevenido de repente una modificación des- conocida en las condiciones sanitarias del pais, se han propagado entonces por la comunica- ción con los enfermos. Léanse las descripcío- de las epidemias de croup, de coqueluche y de fiebre tifoidea, y se conocerá la exactitud de esta aserción. Ademas, esta doctrina se ha- lla lejos de repugnar á la razón, considerada teóricamente. Supóngase una enfermedad con- tagiosa en un grado muy débil; si los indivi- duos que á ella se esponen se encuentran en condiciones contrarias al contagio, no les al- canzará su influencia; pero si esta misma afec- ción encuentra individuos predispuestos á la trasmisión virulenta, desde luego ejercerá en ellos sus estragos. Háse dicho que la vacuna era un preservativo contra el virus varioloso, v en efecto este es un hecho demostrado por la esperiencia ; sin embargo, nadie ignora que bajo la influencia de constituciones particula- res pueden los vacunados contraer esta enfer- medad, lo cual depende-de que el preservativo contra las viruelas se hace inoinentáneameute impotente para prevenirlas. «Pero hasta este momento hemos examinado la cuestión bajo un solo punto de vista, y no hemos indagado si podían aumentarse por cir- cunstancias especiales las propiedades virulen- tas de una enfermedad. Es sin duda muy difi- cil demostrar este hecho; pero en todo caso no hay razón alguna para decidirse mas bien por la negativa que por la afirmativa. La esperien- cia es la única que podrá pronunciar un fallo definitivo. «Sea de esto lo que quiera, sometemos al juicio de nuestros lectores las consideraciones que acabamos de esponer. Nosotros creemos que tal es el punto de vista, bajo el cual con- viene discutir las opiniones en pro y en contra del contagio. En asunto tan vasto y tan dificil seria una especie de locura atenerse al estre- cho círculo de las observaciones personales. Es indudable que el carácter contagioso cons- tituye una propiedad efímera de ciertas enfer- medades, no siendo á veces bastante fuerte para triunfar de todas las ineptitudes, y en- esta cuestión como en otras muchas debe uno asociar su esperiencia propia á la de todos los observadores concienzudos. «La temperatura, dice Chomel (pal. gen., p. 55; 1817), ejerce también mucha influen- cia sobre la facilidad con que se transmiten las enfermedades contagiosas: el calor del cuerpo humano parece ser muy favorable al contagio, y cuanto mas se acerca á él la tem- peratura atmosférica, tanto raas fácilmente se propagan las afecciones que nos ocupan. La desaparición repentina de las enfermedades pestilenciales, cuando el termómetro descíen- de algunos grados bajo cero, ha inducido á creer que los principios contagiosos eran sus- ceptibles de congelación. También se ha creido que estos principios podían destruirse, y hasta cierto punto quemarse por la estremada eleva- ción de la temperatura; y á lo menos hubo mo- tivo de suponerlo asi, al ver cesar de repente la fiebre amarilla bajo la zona tórrida, cuando el calor atmosférico llegaba á un grado cs- traordinario. La frecuente aparición del tifo durante el invierno, y su mayor violencia en esta estación, parecen contrarios á la opinión que acabamos de indicar. Pero si se considera que el número de los soldados enferraos en las campañas de invierno es mucho mas conside- rable, y que el frió obliga á colocarlos en lu- gares poco ventilados, y en que no tardan en acumularse gran número de individuos, con- cebiremos, que si las epidemias de tifo son mas frecuentes y mortíferas en las estaciones frias y húmedas, no debe atribuirse esle re- sultado al descenso de la temperatura, sino al. concurso de circunstancias funestas que aca- bamos de indicar. También se ha observado ENFERMEDADES CONTAGIOSAS. 487 que la humedad, la falta de luz, y la presen- cia de emanaciones animales, eran otras tan- tas condiciones favorables á la trasmisión de las enfermedades contagiosas.» Esta influencia délas cualidades del aire y de la temperatura, está admitida por casi todos los patólogos. Fo- deré (loe cit., p. 276) opina que es de mu- cha importancia su estudio. «Si en ciertos casos la invasión de una en- fermedad contagiosa pone á cubierto de otro contagio del mismo mal, como sucede comun- mente en las viruelas, la escarlatina, el sa- rampión , etc., no se observa lo mismo en otras condiciones morbosas; los sugetos que han padecido una vez la disenteria, el cólera, etc., están mas espuestos á contraer estas enferme- dades en tiempos de epidemia, que los que no han sufrido todavía su influencia. Bajo este as- pecto, debiera hacerse una distinción impor- tante en el estudio de las enfermedades conta- giosas. Al indicar las principales cualidades del elemento contagioso, procuraremos deter- minar las circunstancias que pueden hacerle perder sus propiedades virulentas, y las que por el contrarío parecen susceptibles de hacer- las mas activas. »DE LOS PRINCIPALES CARACTERES DE LAS ENFER- MEDADES CONTAGIOSAS Y DE SU CLASIFICACIÓN. —Es muy difícil determinar con exactitud los ca- racteres de las enfermedades contagiosas, co- rao desde luego se ha podido conocer en vista de lo que queda espuesto en los párrafos ante- riores. Si queremos tomar por guia en este es- tudio la apreciación de los fenómenos sintomá- ticos de dichas enfermedades, tropezamos al momento con una dificultad insuperable. Las afecciones contagiosas son tantas y tan dife- rentes, que es imposible referirlas á un tipo único. Vicq-d'Azyr (ElogiodeCamper), Gian- nini (Della natura delle febri, etc.; Milán 1805- . 1809), y algunos otros patólogos, han creído que estas enfermedades eran siempre cutáneas; y aun han llegadoá decir, que todas las afec- ciones cutáneas eran contagiosas, dando tor- tura á los hechos, á fin de obtener la demostra- ción de una hipótesis que no cuenta ya parti- darios. La coqueluche, ciertas grippes, y todas las afecciones nerviosas que son contagiosas por imitación, no caben en esta categoría. Nacquart, que siguió momentáneamente esta opinión, la ha combatido después con muchos argumentos (Dict. des scien. méd., t. VI, pá- ginas 210 y siguientes). »Si atendemos al curso de estas afecciones con el objeto de caracterizarlas, vemos que al- gunas de ellas, como los exantemas febriles y los tifus, siguen un curso enteramente espe- cial , pero que no sucede lo mismo en otras muchas. «Si nos fijamos en su duración, es fácil comprobar que muchas ofrecen una marcha aguda, pero que otras proceden con lentitud, y pueden clasificarse entre las enfermedades crónicas. «Parece que la consideración de la causa es la que mas particularmente puede invocarse, para conceder á las afecciones contagiosas un lugar determinado en los cuadros nosológicos; pero corao á veces es imposible demostrarla, tendremos que abandonar también este carác- ter, y confesarnos impotentes para describir de una manera general las enfermedades que se desarrollan por contagio. »Se ha agitado mucho la cuestión de saber si las enfermedades contagiosas pueden desar- rollarse espontáneamente. Nacquart (loe cit., p. 307) intentó probar, que no hay mas afec- ciones contagiosas que las que pueden trasla- darse de un individuo á otro, y que ningún contagio es capaz de desarrollarse espontánea- mente en un sugeto que no haya sido impreg- nado. Este modo de considerar el asunto que nos ocupa, esta mezquina limitación del sen- tido de la palabra contagio, ha servido de ar- gumento á los adversarios de esta doctrina; porque no tenían mas que probar la no impor- tación de una enfermedad, para deducir que carecía de propiedades virulentas. Pero no to- dos siguen esta opinión. Foderé (loe cit., pá- gina 319) la combale con numerosos argumen- tos ; Rochoux (loe cit., p. 504) la desecha también; y últimamente, Requin hace sobre ella las consideraciones siguientes (loe cit., p. 23): «De que una enfermedad sea contagio- sa, no se deduce en manera alguna que no pueda desarrollarse espontáneamente: la rabia es una prueba de esta verdad; prueba que se reproduce todos los dias, que habla á nues- tros sentidos, y que no pueden rechazar los entendimientos mas preocupados. ¿Con qué derecho pretenden los anticontagionistas que tal epidemia, cuyo origen debe atribuirse se- gún todas las probabilidades á causas ordina- rias de insalubridad, no puede en el hecho mismo ser susceptible de propagarse por con- tagio espontáneo? ¿Por qué ha de ser única- mente el virus rabífico el que se forme por ge- neración espontánea? Por nuestra parte cree- mos que hay muchos fenómenos análogos. No nos regugna admitir, que la peste, el cólera, el tifo, la disenteria epidémica, etc., sean enfermedades, que á la manera de la rabia, se determinen como por sí mismas y sin germen en algunas organizaciones, por un concurso particular de circunstancias mas ó menos di- fíciles de averiguar, comunicándose en segui- da] por medio de virus específicos, nacidos y multiplicados en los cuerpos enfermos y trans- mitidos á los sanos, ya por el contacto visi- ble de ciertos humores ó de otros productos morbosos, ya por la aplicación de miasmas invisibles. Por lo demás, respecto de las afec- ciones contagiosas que como la sífilis no se presentan en nuestros dias, ni se han presen- tado nunca que se sepa¿ sino á consecuencia de una comunicación impura, es necesario ab - solutamente admitir, que por lo menos se de- sarrollaron espontáneamente la primera vez, 188 INFERMEDADES CONTAGIOSAS. á no ser que aceptemos, lo que seria mucho mas difícil de concebir, que nuestros primeros padres encerraban dentro de sí una provisión enorme de toda clase de virus.» Aceptamos decididamente la opinión emitida por los últi - raos autores que acabamos de cilar. «Hánse propuesto diferentes clasificaciones para el estudio de las enfermedades contagio- sas; pero como no pretendemos hacer una es- posicion completo de ellas, nos limitaremos á indicar las mas modernas. Foderé (loe cit., p. 307) admitía afecciones contagiosas esporá- dicas, indígenas y exóticas, y se le deben pro- fundos estudios acerca de todas ellas. Rochoux [Dict. de méd., t. VIH, p. 504) las divide en dos géneros, diciendo: «Unas tienen un germen susceptible de reproducirse y multiplicarse como los seres organizados, y en otras no exis- te este germen, o sí le hay es débil, y necesita para perpetuarse un sinnúmero de condiciones accesorias, sin las cuales se estingue antes de mucho.» A laprimera categoría refiere Rochoux la sarna, la sífilis, la rabia, las viruelas, el cow-pox, el muermo, el sarampión, la escar- latina, la pústula maligna y la podredumbre de hospital; en la segunda coloca las afeccio- nes llamadas en otro tiempo pestilenciales, y designadas hoy con el nombre genérico de tifos ó enfermedades tifoideas, entre las cuales fi- guran la peste de oriente, el tifo de los hospi- tales , el que depende del uso de malos alimen- tos, y el tifo amarillo, que se desenvuelve bajo la influencia de causas locales. En esta clasificación no comprende Rochoux todas las afecciones tenidas por contagiosas. Asi es que no menciona la coqueluche, la disenteria, ni otras muchas, cuyas propiedades virulentas parecen haberse.demostrado en un sinnúmero de circunstancias. Por este y otros motivos se ha creído deber hacer algunas modificaciones en la clasificación que acabamos de indicar. «Bazin (tés. de oposición, 1835, p. 29) di- vide las enfermedades contagiosas en tres gru- pos : 1.° contagios de origen primitivo; conta- gio uniforme y constante; rabia, viruelas, sí- filis , etc.: 2.» contagios que tienen su primer origen en la infección; contagio variable des- de el grado mas intenso al mas ligero; peste, tifo, fiebre amarilla: 3.° contagios que tienen su origen en los agentes físicos comunes, ó en las constituciones atmosféricas; catarros epi- démicos, disenterías no complicadas con tifo, coqueluche. Requin (loe cit., p. 24), sin ele- varse hasta la influencia que preside al conta- gio, ni atender mas que á su intensión, con- sidera: 1.° como evidentemente contagiosas la sarna, las viruelas, la vacuna, la rabia, la sífilis, el sarampión, la escarlatina, la tina favosa, la coqueluche, el tifo, la pústula ma- ligna y el carbunco epizoótico; como proba- blemente contagiosas, la peste, el cólera, la fiebre amarilla, la disenteria epidémica, la liebre tifoidea, el sudor inglés, el croup ver- dadero , la angina gangrenosa, } el rauguet maligno ó confluente de los recien nacidos; 3.° como poco probablemente contagiosas, la tisis pulmonal v los herpes. «Es de notar*, que los diferentes patólogos citados no hacen mención alguna de las enfer- medades contagiosas por imitación, ni dan su parecer sobre este punto. Mientras no se de- muestre que estas afecciones no entran en la clase de lasque se consideran como contagio- sas, será preciso referirlas á ellas, y corao en ninguna parte encontramos una discusión pro- funda sobre el particular, hemos creído opor- tuno colocarlas en una categoría aparte. A las tres primeras divisiones admitidas por Bazin, añadiremos los contagios por imitación, colo- cando entre ellos la epilepsia, el histerismo, la catalepsia, y las alecciones convulsivas en general. «Sobre la naturaleza del elemento conta- gioso.—Es evidente, según la definición que hemos adoptado, que no podemos admitir el principio de que el elemento contagioso sea siempre virulento. Bajo este concepto debe es- tablecerse una distín'cion entre las enfermeda- des que provienen de la acción de un virus so- bre la economía, y las que resultan del estado angustioso en que se halla un individuo á la vista de un espectáculo horrible: las primeras son efecto de un germen morbífico; las segun- das son la espresion de una modificación par- ticular de los centros nerviosos. «Veamos si es posible determinar la esencia del principio contagioso. Sobreesté puntóse han publicado las^opiniones mas eslravagantes. Unos han supuesto alcalino dicho principio, y en su consecuencia han preconizado el uso de los ácidos en el tratamiento de las afecciones virulentas; otros lo han asimilado al gas hi- drógeno sulfurado (Tomás Trotter, An essai... Londres, 1797). Samuel Lalham Mitchill (Re- maks on.. Nueva-York, 1795) creyó encontrar el principio contagioso en el gas óxido de ázoe, que se desenvuelve durante la putrefac- ción de las materias anímales. Este autor dió el nombre de septon á esta combinación parti- cular del ázoe y el oxígeno, é intentó destruir- la por medio de los álcalis. Winthorp Saltons- tall (Ann. de chimie, t. XXII, p. 96, 99) con- sagró una memoria particular al examen de ■ esta sustancia, y Guillermo Bay (Schcrer, Journal der... t. I, p. 325, 567) le'hizo repre- sentar un importante papel en la producción de las enfermedades contagiosas. De la misma manera esplicaron Lent (An. inaug., dissert., Nueva-York, 1798) y Juan Browne (Treatise on the yellow fever, Nueva-York , 1798) el desarrollo de la fiebre amarilla. Según Foderé, los médicos de los Estados-Unidos, como tam- bién el Dr. Quarkenvos (Med. reposilory, 1800), han recomendado mucho el carbonato de sosa para la curación de las fiebres malignas y de la disenteria, que atribuían á un fermente de naturaleza acida. Todo el mundo sabe que Linueo (Anteen it. acad., vol. V, p. 92, ixun- ENFERMEDADES contagiosas. 489 themata viva) creía que tedas las enfermeda- des contagiosas de la piel debían su origen á_ insectos ó á gusanos, opinión que sostuvo des5 pues Juan Alberto Enrique Reimarus (Notices rcmarquables sur la pesie de Tontón, 1191), y que todavía cuenta algunos partidarios, entre los cuales podemos citar á Raspad (VExpe- rience, n. 2, 1838). «¿Deberemos entrar en la discusión de estas diversas teorías? Tal vez lo haríamos, si pose- yéramos algún medio de ilustrar una cuestión considerada de un modo tan contradictorio; pero no siendo asi, dejemos á cada uno la res- ponsabilidad de sus propias opiniones, y con- fesemos con Bouillaud (loe cit., p. 429),que no hay en la naturaleza ningún fenómeno, cuya esplicacion sea mas dificil que la del mecanis- mo del contagio por inoculación. El contagio varioloso, dice este autor, puede compararse muy bien á la germinación, suponiendo que un átomo del virus que contiene una púslula va- riolosa , sembrado por decirlo asi bajo el epidermis, produce gran número de pústulas variolosas; asi como un grano de trigo arroja- do en una tierra fériil, da origen con el tiempo á un número mas ó menos considerable de gra- nos semejantes. También puede compararse la producción del tifo á la fermentación pútrida; pero en realidad estas comparaciones, sobre ser algo forzadas, no nos parecerán muy á pro- pósito para disipar las tinieblas en que eslan envueltos los misteriosos fenómenos del con- tagio, si reflexionamos que la teoría de las operaciones con que se compara la acción de este agente, se hallan también sumidas en no menor oscuridad. Para poder presentar una esplicacion algo satisfactoria del contagio, se- ría necesario poseer dalos que nos faltan com- pletamente, como son: el conocimiento de la naturaleza de los principios contagiosos, la de- terminación precisado loselemenlosorgánicos, líquidos ó sólidos, en que estos principios ejer- cen con particularidad su funesto influjo, etc. Sin estas noticias es enteramente imposible responder á un sinnúmero de preguntas rela- tivas al contagio. ¿Qué contestaremos, por ejemplo, á quien nos pregunte, por qué cier- tas enfermedades contagiosas no se manifies- tan generalmente mas que una vez en cada in- dividuo? ¿Cuál es la razón de que ciertos vi- rus, como el de la rabia, no desarrollen su es- pantosa actividad, sino al cabo de un tiempo á veces muv considerable, y de una especie de incubación que suele durar muchas semanas? ¿Cómo esplicaremos el mecanismo de la pro- ducción primitiva de los principios contagio- sos, v qué sabemos, por ejemplo, del modo como se engendra el virus de la rabia? En el estado actual de la ciencia, la teoría de los fe- nómenos íntimos del contagio es en gran par- te un misterio impenetrable. «En cuanto al contagio por imitación, dire- mos que obra por simpatía, que ataca á las personas impresionables, pero que no posee- TOMO IX. mos bastantes datos para fijar esactamente su origen. »Dk LA PROFILAXIS DE LAS ENFERMEDADES CON- TAGIOSAS—La profilaxis de las enfermedades contagiosas no puede esponerse conveniente- mente de un modo general. Claro está que los medios de oponerse á la acción de los princi- pios contagiosos, ó á la propagación de las en- fermedades que ocasionan , deben variar nece- sariamente según la especie del agente morbí- fico v su modo de obrar en la economía (Boui- llaud, loe cit., p. 431). No hay duda que usaremos de diversas prácticas para impedir la propagación de las enfermedades contagio- sas primitivas, de las enfermedades conta- giosas que tienen su primer origen en la infec- ción, de las que provienen de los agentes físicos ordinarios ó de las constituciones atmosféri- cas^- por último,de las enfermedades contagio- sas por imitación. El lector no encontrará en esle artículo sino algunas indicaciones genera- les; porque es imposible resumir lodo lo que ?e ha dicho sobre la profilaxis de las afecciones contagiosas. Basla tener presentes les hechos reunidos por Foderé en la sección quinta de la tercera parte de su Medicina legal (t. VI, pá- ginas 97, 195), p;ira convencerse de la esten- sion de semejante trabajo, y eso que el mis- mo Foderé no ha tratado completamente la cuestión. «La profilaxis de los contagios puede reducir- se á los tres puntos siguientes: 1.° impedir que se desarrolle el principio ccnlagicso; 2.° des- truirlo cuando se ha manifestado; 3.° poner á los individuos espuestos á su influencia, en condiciones á propósito para librarse de ella. «La primera indicación debe fijar la aten- ción de los médicos, cuando se traía de esas enfermedades contagiosas que tienen su origen en la infección, y entre las cuales colocaremos el tifo, la peste, ía fiebre amarilla, el tifo ama- rillo, la disenteria, las afecciones gangreno- sas, la podredumbre de hospital, el muguet maligno, etc. Los lazaretos, las cuarentenas, los cordones sanitarios, todas esas precaucio- nes multiplicadas hasla lo infinito, que au- mentan los padecimientos de la sociedad ame- nazada de un mal contagioso epidémico, y que difunden el terror entre las poblaciones, no pueden precaver el desarrollo de una epidemia, que se propaga espontáneamente bajo la in- fluencia de un aire viciado, déla acumulación de muchas personas, ó de una alimentación insuficiente y nial sana. Por el contrario, estas circunstancias aumenten el mal cstedo de las masas, prestando nueva fuerza á la acción miasmática que las modifica tan deplorable- mente, y son mas nocivas que útiles. El aisla- miento de los individúes no atacados, y la in- comunicación de las personas afectas, pueden ser útiles en el seno ihímiio del foco epidémi- co; pero es neeof.rio no fiarse mecho en estas precauciones, si no se les asocian todas las que exige la observancia ligcrosa de les pre- 62 490 ENFERMEDADES CONTAGIOSAS. ceptos higiénicos. La colocación de los sugetos en habitaciones vastas y bien ventiladas, la distribución de vestidos de abrigo á las clases pobres, Ja prescripción rigorosa del aseo, la provisión gratuita de alimentos sanos en sufi- ciente cantidad y apropiados á la naturaleza de los que usa habitualmenteel pueblo, la se- paración de los focos de infección, y la aplica- ción de los principios de la higiene pública, son precauciones que deben tenerse muy en cuenta, y cuya importancia interesa á los go- biernos conocer. No se olvide que si en los tiempos modernos estamos menos espuestos á la invasión de esas enfermedades contagiosas y mortíferas que diezmaban las poblaciones en épocas de barbarie y de tinieblas, es porque se ha mejorado el régimen de las clases po- bres , y porque en general se ha comprendido mejor la necesidad de cumplir los preceptos higiénicos. No nos cansaremos de inculcar este hecho. No se olvide jamás, que el elemento contagioso tiene tanto mayor tendencia á pro- pagarse, cuanto mas dispuestos encuentra á los individuos para sufrir su acción. «Es necesario destruir sin vacilar el princi- pio contagioso donde quiera que se presente. Ciertas enfermedades pueden trasmitirse desde los animales enfermos al horabre, y entre ellas deben contarse la rabia, el carbunco maligno y el muermo. Los animales que se hallen aco- metidos de semejantes dolencias deben matar- se inmediatamente, y en los casos de afeccio- nes carbuncosas, se los enterrará con precau- ción, evitando en lo posible su contacto. En algunas circunstancias parece residir el ger- men virulento en ciertas sustancias contami- nadas, como los vestidos de lana y de seda, las pieles, el cuero, la pluma, y á veces la paja, la madera y el papel. Estos sustancias deben quemarse ópuriíicarsc por medio de la- vados con agua pura ó con agua de cal, por la esposicion al aire, á los vientos y al rocío, ó por fumigaciones de cloro ó de ácido sulfu- roso. Foderé (loe cit., t. VI, p. 152 y siguien- tes) ha entrado en pormenores muy circuns- tanciados sobre esle punto; Rochoux (Dic.de méd., I.3- ed., t. X, p. 215) indica las princi- pales prácticas usadas en la actualidad. La elección y la aplicación de los desinfectantes varían necesariamente según el género de in- fección v la naturaleza de los cuerpos que se han de desinfectar. No podemos entrar respec- to de esta materia en un examen detenido, que nos llevaría demasiado lejos. «Para poner á los individuos que viven en el foco del contagio en una situación tal, que no puedan esperimentar su influencia, es ue- cesario separar las personas sanas de las enfer- mas, y prescribir medios capaces de precaver á la economía contra la acción del virus. Ro- choux se ha declarado contra la primera de estas reglas (art. contagio, p. 512), y se es- presa de la manera siguiente: «Antes del des- cubrimiento de la vacuna, que nos ha propor- cionado el único medio de combatir eficazmen- te el contagio de las viruelas, habian propues- to muchos médicos, y especialmente un doctor español de cuyo nombre no rae acuerdo, me- didas de aislamiento y cuarentenas, mas seve- ras todavía que las empleadas contra la peste de Oriente. La corte de Ordeña se habia anti- cipado á realizar este proyecto, estableciendo desde muy antiguo la costumbre de imponer una larga'cuarentena á los empleados en la casa real y demás sugelos que tenían entrada en palacio, cuando ellos ó alguno de su fami- lia eran atacados de viruelas. Empero si esla raedida se hubiese generalizado y puesto en uso por algún tiempo, habría acarreado nece- sariamente una horrible epidemia el dia en que hubiese burlado la enferraedad la vigilancia de los encargados de evitarla. En tal caso se habría visto á las viruelas renovar los estragos que hi- cieron desaparecer pueblos enteros de la India, y que en la epidemia de Marsella de 1728 arre- bataron la mayor parte de los ocho mil indivi- duos no vacunados, que estaban como de reser- va para alimentar el mal (Favart, Bapporl faitá la societé royale, etc.,p. 40). Por eso la inocula- ción, que ofrecía un medio, no de evitar las vi- ruelas, sino de desarrollarlas en las circunstan- cias masa propósito para atenuar sus peligros, era incontestablemente el recurso mas útil an- tes del descubrimiento de Jenner. Del mismo modo con corta diferencia se debe procederres- pecto de otras dos enfermedades cuyo preserva- tivo no se ha encontrado todavía, el sarampión y la escarlatina, y aun diremos lo propio de la coqueluche, si posee, como han creído muchos médicos, propiedades contagiosas; es decir, que no se debe pensar en evitarlas por el ais- lamiento, á no ser en el curso de una epide- mia mortífera. En efecto, aun cuando estas enfermedades sean trasmisibles por contagio, parecen ser en la mayor parte de tos casos un efecto inherente al desarrollo de la especie hu- mana, y relacionado con su evolución, como las enfermedades que se observan en muchos animales. No hay duda que en este caso el aislamiento ha deser ineficaz, y que después de haber tomado precauciones "para preservar á sus hijos del sarampión y de la escarlatina, se hallan los padres muy espuestos á verlos atacados de las mismas enfermedades, en cir- cunstancias mas funestos que aquellas en que se habrian hallado si nada se hubiera hecho para precaverlos. Convencido un comprofesor nuestro de la exactitud de esla opinión, la si- gue por regla de conducta, y no altera en Jo mas mínimo sus relaciones con la familia, cuan- do se halla encargado de enferraos de saram- pión ó escarlatina.-» »A1 eraitir su juicio sobre estos precaucio- nes sanitarias, se ha colocado Rochoux bajo un punto de vista rauy reducido, limitándose á discutir la importancia de la incomunicación relativamente a algunas enfermedades, que pareceu ser consecuencia necesaria del desar- ENFERMEDADES CONTAGIOSAS. 491 rollo de la especie humana, y en tal concepto tiene quizá razón al censurarla; ¿pero sucede acaso lo misrao, cuando un mal epidémico con- tagioso ejerce sus estragos en un pais que no invade comunmente? Por nuestra parte cree- mos que no, y que Rochoux seria el primero en recomendarle! aislamiento, puesto que con- fiesa que durante las epidemias mortíferas de sarampión y escarlatina, es indudablemente provechoso aislar á los niños no atacados. Estas indicaciones bastarán para probar, que en punto á contagio no deben preconizarse medi- das generales; que es necesario modificar las reglas para cada caso particular, y que ya si- gamos la opinión de los contagionistas, ya la de sus contrarios, debemos cuidar siempre de no caer en los cstremos. El médico no se ocupa nunca de enfermedades en general, sino de las especialidades que ofrece cada individuo enfer- mo. Para decidirnos en tiempos de epidemia, se han de tener en cuenta las circunstancias par- ticulares en que podamos encontrarnos. Tal vez no satisfaga este modo de pensar á los ig- norantes que desean fórmulas generales para dispensarse de la reflexión y del trabajo; mas no por eso dejará de ser el principio mas im- portante y el guia mas fiel del médico práctico en el ejercicio de su arte. «Contra el contagio por imitación deben re- comendarse las precauciones mas sencillas: es necesario sustraer de la vista de los niños y de las mugeres delicadas y nerviosas, los indivi- duos afectados de enfermedades convulsivas, para evitarla impresión que les producirían sus movimientos desordenados. También puede ser necesario emplearamenazasenérgicascontralos individuos, que subyugados por ciertas impre- siones, no tengan bastante dorainiosobresípro- pios para luchar contra esta necesidad de imi- tación. Por fortuna es muy raro este modo de propagación de las enfermedades nerviosas. «¿Entraremos en largos pormenores sobre las reglas que deben adoptarse para la inco- municación de los individuos? ¿Insistiremos con Dupuytren en la necesidad de fijar los lí- mites déla emigración, y de determinar la distribución de los cordones sanitarios, de ma- nera que entre ellos y los focos del contagio queden espacios suficientes, para que las per- sonas incomunicadas puedan hallar habitacio- nes v aun paseos saludables en el círculo des- crito'por los cordones? Ademas de que estas realas son generalmente conocidas, nos pare- ce°que estarían algo dislocadas en una obra consagrada mas bien á médicos que á adminis- tradores. Por la misma razón, creemos inútil apreciar las ventajas y los inconvenientes de los lazaretos y de las cuarentenas, cuyo estu- dio es ageno de la materia que mas particu- larmente nos ocupa. »A1 trazar la histeria particular de cada en- fermedad contagiosa, hemos tenido ocasión de indicar las diversas precauciones que deben tomarse contra cada una de ellas. Entonces hemos visto que se ha preconizado la vacuna, no solo como un preservativo de las viruelas, sino también corao un medio de alejar momen- táneamente el contagio de la peste (Journ. de TEmpire, 11 de marzo, 1813, y Foderé, toe, cit., t. I, p. 354), y de la coqueluche (Gaz. med., t. I, p. 531 , 1833); que otros han pre- tendido que la tisis, la diarrea y aun las cuar- tanas (Hildenbrand, Journ. gen. de méd., to- mo XLl, p. 200) preservaban del tifo; que no falta quien considere á los emunlorios natura- les ó facticios como preservativos de la peste, del cólera, etc., con otros pormenores en que ahora no podemos detenernos. «Los paramiasmas, ó procedimientos parti- culares que evitan la absorción de las exhala- ciones virulentas, como la inspiración de los vapores del sebo (Bressv, Theorie de la conta- gión, 1802), las unturas hechas con aceite y manteca en la superficie de la piel, las fumi- gaciones de alcanfor, de cloro ó de bayas de enebro, las hogueras en las plazas, y otros muchos medios que gozan de gran crédito en el vulgo, no tienen la eficacia que se les atri- buye , v suelen ocasionar accidentes funestos. «¿Se'puede trazar de antemano un régimen comun á la profilaxis de todas las afecciones contagiosas, un régimen que preserve igual- mente á todas las personas que lo usen? Solo podemos dar respecto de este punto algunas indicaciones generales. Habiendo ya referido anteriormente las circunstancias que predis- ponen á la infección virulenta, podríamos aho- ra limitarnos á aconsejar la conveniencia ge- neral de colocarse en condiciones opuestas. El habitar en cuartos grandes y ventilados; los paseos frecuentes al aire libre, en sitios ele- vados y espuestos á la acción del sol; los ves- tidos de abrigo que preserven al cuerpo contra las vicisitudes atmosféricas; un aseo esmera- do, el uso de baños jabonosos ó alcalinos que limpien la piel sin debilitar al individuo; una alimentación regular, compuesta de sustancias suculentas, reparadoras y fáciles de digerir, con la adición de un buen vino en las personas que estén acostumbradas á él; la regularidad en las evacuaciones alvinas; el ejercicio mus- cular , bastante activo para sostener la salud, y no tan prolongado que produzca cansancio; ¡as distracciones morales; la remoción de to- das las circunstancias que pueden ocasionar tristeza ó pasiones violentos; un sueño repa- rador; el ejercicio moderado de las funciones genitales; en suma , un género de vida con- forme á las reglas de la higiene , y que pre- serve al individuo de las indisposiciones y ac- cidentes pasageros que acostumbran favorecer la acción de los contagios; tales son los pre- ceptos que es preciso seguir, cuando se vive en medio de un foco contagioso. Sin embargo, á veces convendrá modificar estos consejos, se- gún la naturaleza de la enfermedad de que se trate. «Historia y bibliografía.—Los autores an- 492 ENFERM!HADES tiguos refieren historias de horribles cpide-' mías, que asolaron en diferentes épocas los pueblos. En la Biblia (lib. IIde Samuel, capí- tulo XIV) se habla de una pe.^te, que bajo el reinado de David causó la muerte a setenta rail hombres. Homero (¡liada, cante l) menciona una epidemia que sufrieron los griegos bajo los muros de Troya. Thucvdides (De bello Pe- lopomsiaco, lib. II) nos hace la narración de una peste, que ejerció sus estragos en la ciudad de Atenas y en todo el Peloponeso, desde el año 429 hasta el 431 antes de Jesucristo, y de la cual fue atacado él mismo. Esta descrip- ción es muy completa. Hipócrates, que vivía entonces, empleó lodo su celo contra este mal terrible, que consideraba como un efecto de la venganza de los dioses; pero no determinó su verdadero origen. «Creen algunos que Hipócrates conocía el contagio, porque en el Tratado de los vientos, obra apócrifa , pero de fecha antigua, dice en el capitulo 11 «que la principal causa de las enfermedades reside en el aire, que ora es de- masiado fuerte, ora demasiado débil, y entra muchas veces en el cuerpo cargado de mias- mas deletéreos.» Y mas abajo añade (cap. 111) «que las fiebres epidémicas son comunes á to- dos los hombres, porque hacen usode un mis- mo aire, y que bajo su influencia se desarro- llan enfermedades semejantes.» Pero si hemos de creer á Foderé [loe. cit., t. V, p. 322), no solo Hipócrates, sino Galeno, Avicena y otros muchos autores de primer orden, guardaron un profundo silencio sobre el contagio. Avicena, que describió cuidadosamente la peste, carac- teriza con bastante esactitud la infección que parece presidir á su desarrollo; pero no dice nada sobre su propagación por vía de contagio. »Sin embargo, según Rochoux (loe cit., pág. 50¿), si queremos penetrar hasta el fon- do de las cosas, en vez de disputar sobre pa- labras, no podremos menos de reconocer en las incomunicaciones impuestas por Moisés á los leprosos y á los individuos atacados de go- norrea, la primera idea de nuestros actuales lazaretos. Por lo demás, tenemos indudable- mente la triste ventaja sobre los pueblos pri- mitivos, de conocer enfermedades contagiosas de que ellos estaban exentos, y que han debi- do suministrarnos ideas anteriormente desco- nocidas. «Por ejemplo, la introducción en Europa de las viruelas en el mes de diciembre de 714, en- fermedad cuya primera descripción se encuen- tra en Aaron de Alejandría en 622, no podia menos de producir una especie de revolución médica. Esta circunstancia contribuyó por lo menos tanto como las enfermedades" que tan frecuentemente se padecían en Mallorca á cau- sa de su comercio, ó mas bien de la naturale- za de su suelo, á hacer que se estableciese en ella un lazareto (Villalva, Epid., t. I, p. 67), á imitación del que se habia luudado ea Vene- cia en 1448. CONTAGIOSAS. «A estos hechos, que refiere Rochoux con el objeto de probar que las ideas del contagio son de techa muy antigua, podemos añidir que Huido de Clíauliac, que presenció la lamo- sa peste de 1340 (kurt Sprengel, Hist. de la méd., trad. de Jourdan, t. U, p. 431), y que nos ha trasmitido su descripción, censura enérgicamente la conducta de los médicos, que fallando á su deber en aquella calamidad, no acudieron al socorro de los enfermos abando- nados por sus parientes y amigos. Claro es que ya en aquella época se profesaba la doctrina del conlagio y se temían sus efectos. «Sea de esto lo que quiera, es pieciso llegar hasta Fracastor, sí se ha de encontrar una his- toria completa del conlagio y de las enferme- dades contagiosas. «Tres libros distintos consagra á este estudio el célebre médico italiano. Después de definir el contagio, diciendo que es la trasmisión de la infección de un individuo á olro, estudia (ca- pítulo 11) las diferencias que existen entre sus diversas formas; analiza (cap. lll) los hechos en que tiene lugar solo por el contacto, los que prueban que ciertos objetos pueden im- pregnarse de la materia virulenta y servirle hasta cierto punto de vehículo (cap. IV), y los que indican la posibilidad de un contagio á cierta distancia (cap. V), á cuyo propósito aña- de que esta clase de contagio ño debe atribuir- se a propiedades ocultas (cap. VI), porque pueden trasladarse á largas distancias los ele- mentos contagiosos (cap. Vil); establece la analogía de los contagios (cap. VIH); exa- mina si pueden lomar siempre su origen en las partes atacadas de putrefacción , á lo cual responde negativamente, aduciendo por ejem- plo la rabia (cap. IX); discute las circunstan- cias que hacen que ciertas enfermedades sean contagiosas y olías no, que unas sean graves y otras inocentes (cap. X); traza una línea de demarcación entre los accidentes producidos por las sustancias tóxicas y los que resultan de los principios virulentos (cap. XI); indica otras diferencias entre las enfermedades contagiosas (cap. XII), y termina su primer libro descri- biendo los caracteres del contagio. El segundo eslá consagrado al estudio de las enfermedades contagiosas, y el tercero á la apreciación del tratamiento con que se las debe combatir, lió aqui cómo se espresa Dezeimens (Dict. hist. de la méd., t. II, p. 381) respecto del valor de esta obra : « Dus partes es necesario distinguir en este libro : las generalidades sobre el conta- gio, que no son olra cosa que espiraciones hi- potéticas, y la sección relativa á cada enferme- dad contagiosa en particular, que es mas im- portante. En el capítulo sobre la sífilis describe cuidadosamente esta enfermedad, é indica una opinión sobre su origen que acaso sea lamas acertada, á saber: que esta afección era nueva en Europa , y no se habia conocido hasla fines del siglo XV; pero que tuvo su origen en esta parte del globo y no fue importada de América.» ENFERMEDADES «Creemos que la obra de Frascator, aunque llena de hipótesis, será siempre un monuinen to importante y digno de consultarse por cuan- tos deseen conocer y apreciar las opiniones mas notables respecto del conlagio. «Ambrosio Pareo [Traitede la peste, de la petile verole et rougeole, avec une briéve dcscrip- tion de la lepre; Paris, 1568) indicó la exis- tencia de dos modos de propagación propios de ciertas enfermedades, á saber: la infección y el contagio. »J. B. Monlanus, Valeriola , Fació , etc., se manifestaron, según Rochoux (loe cit., p. 502), vigorosos antagonistas del conlagio y de la opi- nión de Fracaslor. Fació sobre todo debe con- siderarse corao el gefe de los antí-eontagionis- tas , y como uno de los médicos que, al com- batir la pasmosa credulidad desús adversarios, han hecho gala de una credulidad no menos cs- cesiva. En su obra titulada Paradossi della pestilenza (Genova, 1184) presenta la discu- sión en forma de diálogos, que llegan al nú- mero de siete. En su opinión no es la peste ne- cesariamente contagiosa , aun cuando puede serlo accidentalmente. No existe ningún prin- cipio contagioso, é infinidad de individuos lle- van los vestidos de los apestados sin esperi- mentar ningún accidente. En una misma casa pueden morir de peste unas personas, y que- dar otras completamente exentos. No es verdad 3ue las religiosas, por mas que eslen encerra- as en sus conventos, se libren de la enferme- dad , y Fació cita hechos que comprueban lo contrario. Finalmente las cuarentenas son completamente inútiles. Este libro, que se pu- blicó eji Genova durante una epidemia de pes- te, se distingue por su estilo verboso, y pres- cindiendo de los hechos que acabamos de ci- tar, solo contiene pormenores insignificantes. «Vanhelmont reconocía la existencia del contagio, sin tratar de csplicarlo (Ortus méd. endem., p. 192 á luo). Atribuía las enfermeda- des endémicas á emanaciones terrestres, proce- dentes de las sustancias minerales que entran en la composición del suelo. Gran número de médicos, enlre los cuales pueden citarse Pal- marius, Julianos, Hieronymus, Perlinus, iMel- chor Sebiz , Fischer, Buchner, J. Jun- ker, etc. , publicaron sobre el asunto que nos ocupa disertaciones mas ó menos volumi- nosas, que nada nuevo añaden á las ideas de sus predecesores. «Hablando Sydenham de las causas que pro- dugeron la peste de Londres de 16(15 y 16o6, de cuya enfermedad nos ha dejado tan magní- fica descripción (Opera omnia med., t. I, pá- gina 62 á 78; Ginebra, 1773), se espresa en los términos siguientes: «Ademas de la cons- titución del aire, que es en cierto modo una causa general, se necesita otra particular, es decir, un miasma ó virus, que se comunique por algún cuerpo apestado, y quesea recibido, o inmediatamente y por una comunicación per- sonal , ó mediatamente y por un foco. Cuando CONTAGIOSAS. 432 esto acontece durante la constitución atmosié- rica de que hemos hablado, basta la mas ligera chispa, para desarrollar un voraz incendio. En- tonces la peste produce una terrible mortan- dad, la cual corrompe el aire en todos los pa- rages donde reina, haciéndose este contagioso, lanío por la respiración de los enfermos como por las exhalaciones de los cadáveres. En se- mejantes circunstancias no se necesito ya para la propagación de esla horrorosa enfermedad la existencia de un foco ó de una comunicación personal,sino que puede cualquiera contraerla, por mas precauciones que haya tomado para precaverse, por medio del aire que respira, con tal que tengan sus humores una predispo- sición particular.» Lastima es que en estos úl- timos tiempos se hayan desdeñado estas ideas de Sydenham , procurando distinguir con tonto esmero la infección del conlagio. En las cien- cias que tienen al hombre por objeto no siem- pre es útil, como creen algunos, establecer di- visiones tan marcadas; puesto que muchas ve- ces se combinan en la aplicación las circuns- tancias que en teoria se suponen separadas, y cuesta mucho trabajo comprobar en la prác- tica las distinciones sistemáticas concebidas en el bufete. «Quesnay admite dos formas de contagio: una que comprende la comunicación de las en- fermedades que se estienden,de un cuerpo á otro por la propiedad que tienen de multipli- car la causa que las ha escitado, y de mul- tiplicarse ellas mismas en otros individuos en razón de esle incremento de la causa , como por ejemplo las viruelas, y otra que consiste en la comunicación de un movimiento espon- táneo, que se trasmite á otro cuerpo suscepti- ble de recibirlo, y que se verifica en un aire infestado de vapores pútridos. Entra el autor en largos pormenores para fundar esta distin- ción, que lia servido de punto de partida á los argumentos recientemente emitidos sobre la in- fección y el conlagio. «Imposible seria ciertamente hacer el análi- sis, ni aun la enumeración, de todos los escritos que se han publicado sobre el contagio y sobre las enfermedades contagiosas. Solo hemos que- rido hacer mención particular de los trabajos mas antiguos emprendidos acerca de este asun- to, á fin de determinar el origen de las teorías que actualmente se discuten. Recordemos para terminar, que las investigaciones de Schnurrer (Maleriaux pour servir á une doctrine genérale sur les epidemies et les conlagions; Tubingen, 1810); el Tratado de medicina legal y de hi- giene pública de Foderé; el artículo inserto por Nacquart en el Diccionario de ciencias médicas; el informe de Dupuytren (Academ. des sciene, 1825); la obra de üzauam (Ilistoire genérale et parliculier des malaaies epidemiques, conta- gieusesctqpizooliques, l. I, p. 41 y sig.); las I investigaciones de Moreau de Jonnes, Chervin | y Pariset; los resúmenes presentados por KIose ' (Lncyclop. Worlerb, Art. Ansleckung, t. II, 49 i ENFERMEDADES CONTAGIOSAS. Berlin, 1858), Bouillaud (Dict. de med. et de j chir. prat., t. V, p. i¿2), Rochoux ( Dict. de \ med., 2.1 edic, t. VIH, p. 501 y sig.), José Brown ( The cyclop. of pract. med. , vol. I, ¡ pág. 456)y Requin (Encyclop. nouvelle, t. II, j pág. 22); y en fin, algunas disertaciones en- i tre las cuales podemos citar la de Bazin (con- | curso de 1835), y otra infinidad de tratados j generales ó particulares, han presentado la cues- , tion del contagio bajo diferentes puntos de vis- ta, contribuyendo á ilustrar en algún modo este asunto difícil y complexo. »La verdades que no tendremos una historia completa del contagio, sino cuando se apoye en numerosos datos , tomados en diversas lati- tudes, en climas variados y en épocas mas ó menos remotas, por observadores imparciales que no tengan interés en disimular la verdad; ni se deducirán resultados satisfactorios, sí no se tienen en cuenta todos los hechos , sin olvi- dar los trabajos de los antiguos sobre las gra- ves epidemias que sucesivamente han asolado el mundo. De que una enfermedad presente pocas propiedades contagiosas en el tiempo en que vivimos, no debe inferirse que siempre haya sucedido lo mismo; puesto que las loca- lidades, los hábitos y las costumbres, pueden modificar notablemente las enfermedades á que está sujeto el hombre» (Monnerey y Fleury, Compendium de médecine pratique, t. II, pá- gina 463 á 476). ARTICULO II. De las enfermedades por infección. «Etimología.—La palabra infección se deriva de la latina inficen, infectar, viciar. «Definición.—No hay una palabra en el len- guaje médico que exija una definición mas ri- gorosa y clara que la de infección; y sin em- bargo, á pesar de los esfuerzos que han hecho los autores mas recomendables y de las discu- siones mas animadas, no podemos todavía asig- narle una significación precisa y que esté á cu- bierto de toda crítica. No obstante, haremos por distinguir, hasta donde sea posible, la in- fección de los demás modos de propagarse las enfermedades susceptibles de trasmitirse á mu- chos individuos. «Dupuytren hace residir la causa de la in- fección, en la acción que ejercen las reuniones de hombres acumulados en lugares bajos, es- trechos, oscuros y sucios, y las sustancias ani- males ó vegetales en descomposición, sobre el aire atmosférico (v. el artículo anterior). El aire contaminado por las emanaciones se con- vierte en un verdadero agente tóxico (Acad. de sciene, noviembre, 1823). Sin repetir aqui las discusiones de que hemos he*ho mérito al hablar del contagio, diremos solamente que la definición de Dupuytren es todavía la mas clara la que estriba en hechos mejor establecidos. o obstante, creemos que debe modificarse de la manera siguiente: la infección es el modo como se propagan ciertas enfermedades , depen- dientes de la acción tóxica ó morbífica gue ejer- cen sobre uno ó muchos individuos colocados en circunstancias á propósito para recibir su in- fluencia, las materias vegetales ó animales en descomposición y los miasmas exhalados por el cuerpo del hombre sano ó enfermo. En el dis- curso de este articulo iremos desenvolviendo la definición que acabamos de presentar; pero es indispensable dar desde luego algunas espira- ciones, para comprender mejor el sentido de la palabra infección. «Débese este modo de propagarse las enfer- medades á la acción tóxica que ejerce sobre el hombre un aire contaminado. El origen de este miasma, cuyo vehículo es la atmósfera, debe buscarse: 1.° en las materias vegetales ó ani- males que se corrompen bajo la influencia de causas que mas adelante estudiaremos; y 2.» en los organismos sanos ó enfermos, reunidos en gran número y colocados en condiciones par- ticulares. Mas no son estas las únicas causas de la infección : para que esta se verifique, es preciso'también que el cuerpo del hombre so- metido á su influencia esté colocado en circuns- tancias á propósito, es decir, que tenga cierta aptitud para recibirla; porque vemos todos los dias que los médicos y otras personas viven en medio de focos de infección, sin contraer las en- fermedades que reinan en torno suyo, resistien- do á los funestos efectos del agente morbífico, en virtud de una disposición orgánica que no conocemos. Hemos dicho igualmente, que era preciso admitir una oportunidad análoga en el contagio, y la hemos tenido en cuenla^al for- mular su definición. Algunos ejemplos de en- fermedades debidas manifiestamente á la in- fección, acabarán de indicar el sentido que debe darse á esta palabra. Si un hombre sano se traslada de un pais en que es desconocida la fiebre intermitente, á un lugar pantanoso, y al cabo de mas ó menos tiempo contrae unas tercianas, entonces se dirá que la enfermedad se ha desarrollado por infección. Lo mismo su- cede cuando se hallan reunidos muchos hom- bres en una sala demasiado estrecha y poco ventilada, corao acaeció en los tribunales de Oxford en la causa del librero Jankins (1577), y al salir son acometidos de un tifus grave. En el caso que acabamos de citar murieron mas de trescientas personas. Si en una sala donde se halla un número proporcionado de heridos, cu- yas lesiones todas ofrecen buen aspecto y se curan con facilidad, entran todavía mas en- fermos y se declara luego la podredumbre de hospital; hé aqui también otro ejemplo de infección. Al estudiar las causas de que esta procede, citaremos otros varios hechos: por ahora creemos que bastan los mencionados. Hemos elegido los casos mas marcados; pero no siempre es tan fácil, corao se verá después, establecer una línea divisoria entre la infección ' y el contagio. ENFERMEDADES POR INFECCIÓN- 495 «Llámase infectante el agente tóxico, desco- nocido en su esencia , que determina la enfer- medad en el hombre colocado en las condi- ciones especiales que acabamos de mencionar. Este agente ha recibido también el nombre de miasma , efluvio, emanaciones morbosas ó pú- tridas. Nos serviremos de las palabras agente infectante ó tóxico , que tienen un sentido ge- neral y menos hipotético. El aire es el vehí- culo, el intermedio, ó por mejor decir, el re- ceptáculo del agente infectante ó morbigeno, y también constituye la via de trasmisión. «La infección es el modo como se desarrollan las enfermedades accidentales, provocadas por la causa local que acabamos de referir. «Se llaman enfermedades por infección lasque tienen un origen de esta naturaleza, como las fiebres interraitentes, el escorbuto, el tifo, la podredumbre de hospital y algunas otras mas dudosas, corao la peme, la'fiebre amarilla y el cólera. »Estas definiciones claras y precisas ponen la cuestión en su verdadero terreno, y nos con- formaremos á ellas en todo el curso de este artículo. Sin embargo, nuestro papel de his- toriadores nos obliga á referir algunas otras definiciones de los autores. La infección, se- gún Nacquart, es el influjo que ejercen en nuestra economía las partículas deletéreas di- fundidas por el aire, siendo el agua su prin- cipio de acción (art. infección, Dict. des sciene méd., p. 441). Esta definición tiene el defecto de^brazar la infección y el contagio, y aun- que muchas veces es imposible distinguirlos en la práctica, no por eso ha de dejar de darse á estas dos espresiones un sentido muy diferente, si se quiere que el lenguaje médico tenga al- guna precisión. «Rochoux entiende por infección «ora las cualidades deletéreas que las sustancias volátiles designadas con los nombres de miasma, emana- ción ó efluvios, comunican á diferentes cuerpos; ora la acción dañosa que ejercen sobre el hom- bre vivo» (art. infección, Dictionaire de méd., 2.a edic, p. 397). En esta definición se hacen también sinónimos de infección tanto el agente tóxico como su acción particular, confundien- do asi los diversos sentidos de estas palabras, oscureciendo de un modo deplorable una ma- teria que ya lo está bastante, y asimilando en- teramente la infección al contagio, como en efecto lo verifica Rochoux en una gran parte de su artículo. «Ozanam considera la infección lo mismo que nosotros (Ilistoire medícale des maladies (infección, Dict.ofprac.medie, t. II, p. 345). Mas adelante tendremos ocasión de discutir las opiniones emitidas por otros autores, bastán- donos por ahora haber indicado las numero- sas disidencias que separan á los médicos sobre esla cuestión, que por lo tanto debe tratarse con mucha reserva y con todas las formas de la duda. «División.—Procuraremos reunir en este ar- tículo cuanto se sabe de mas positivo sobre la infección, sin detenernos mucho en las nume- rosas hipótesis que sobre ella se han publicado. Su estudio completo puede comprenderse en las siguientes divisiones: 1.° causas que dan origen al agento tóxico ó infectante, indicando si es posible la naturaleza de esle; 2.° leyes ' que presiden á la propagación de las enferme- dades por infección (infección propiamente di- cha); 3.° estas mismas enfermedades, sus prin- cipales caracteres y clasificación; 4.° diferen- cias que separan la' infección del contagio y sus puntos de contacto; 5.° profilaxis de las enfer- medades por infección ; y 6.° principales escri- tos publicados sobre esla materia (Historia y bibliografía). «Entiéndase que no vamos á describir aqui las diversas enfermedades por infescion, pues- to que ya lo hemos hecho en sus sitios corres- pondientes. «Del origen de la infección y del agente tóxico infectante.—Para caminar con mas se- guridad, empezaremos estudiando las diversas condiciones en que se derarrollan de una ma- nera evidente para todos las enfermedades por infección. Uno de los casos que se presentan en primera línea es el de las* fiebres intermitentes. Ya al ocuparnos de ellas espusimos cstensa- mente las causas asignadas á las pirexias de este tipo, y demostramos que la opinión mas general que ha reinado en todas épocas, las atribuye a las emanaciones procedentes de los pantanos. Poco importa para la cuestión de que iratamos, saber si son efluvios especiales, ga- ses, insectos ó emanaciones de las plantas acuáticas, las que dan origen á tales calentu- ras ; bástanos comprobar el hecho general- mente admitido, de que no se deben á las va- riaciones atmosféricas, á un calor eslremado por sí solo, á un principio contagioso, ni á la constilucion epidémica de la atmósfera, sino á un agente tóxico cuya naturaleza ignoramos, pero que es engendrado evidentemente por las aguas estancadas. La presencia de detritus ve- getales ó animales, las aguas mas ó menos es- tancadas y el calórico , son los elementos ne- epidemiques, etc., p. 41, 1.1, 2.a edic, en 8.°; cesarios para la formación del principio mias- Paris, 1835). Copland, en un artículo muy completo que ha publicado sobre esta mate- ria, le da un sentido muy general, aplicándola coino hicieron Ovidio, Virgilio, Pliniov los au- tores antiguos, á todas las causas de 'corrup- ción del aire. La infección es en su sentir la mático de que resultan las pirexias intermi- tentes. El aire es el vehículo, el agente de trasmisión, y el que por su humedad y caló- rico favorece el desarrollo de tales afecciones; pero no da origen al agente tóxico: lo que hace únicamente es conducirlo. Hablamos de un aire propagación de una enlérmedad por la exhala-! que tenga propiedades químicas normales; pues cion de un miasma esparcido en la atmósfera ; muy pronto eos ocuparemos de alteraciones ¿96 ENFERMEDADES POR INFECCIÓN comprobadas por la química, que pueden oca- mias disentéricas que han asolado la tierra en síonar á nuestro pirccer enfermedades por in- varias époeas, no pudimos deducir conclusión feccion. Analizando B iussingault el aire que alguna rigurosa cubría las llanuras pantanosas de la América meridional, ha encontrado cierta cantidad de un principio hidrogenado y de naturaleza or- gánica. No hacemos mas que indicar estos he- chos, porque los hemos espuesto detenida- mente en olro lu^ar (v. fiebres intermitentes). «A la fiebre intermitente sigue la amarilla, que nace en las mismas localidades y en igua les circunstancias. Valentín, Deveze y Diluías, son muchos los hechos que militan en favor de v menos apreciar la verda- dera causa de osla enfermedad entre las mu- chas que se le han asignado: las variaciones atmosféricas, la humedad, la inlluencia de los pantanos, la naturaleza de las bebidas, ali- mentos, etc., son las que obran al parecer de un modo especial cu cierto número de casos (v. disenteria). Pero algunos autores hacen de a disenteria una enfermedad por infección, y que han observado la fiebre amarilla en Sanio Domingo y en la América del Norte; Lélóulon y Rouvier, que la han combatido en Guada- lupe; Gilbert, Docourt y Guyon, que la han visto en las Antillas, y olios que la han estu- diado igualmente en la costa occidental del África y en la América dtd Norte, convienen en que esla temible afección se desarrolla en los mismos parages donde reinan de una ma- nera endémica las fiebres intermitentes, remi- tentes y subcontinuas. Todos los autores que acabamos de citar y otros muchos afirman, que después de haber sido las liebres intermiten- tes, remitentes y seudo-continuas, suelen to- mar al fin eá tipo continuo, manifestándose en- tonces la calentura amarilla. El doctor Cham- bolledice que en el Cabo-Pitre pasaá menudo la fiebre amarilla del tipo continuo al remitente (De la fiévre jaune observée aux Antilles pen- dant les années 18*25, 26 y 27, p. 25 y sig.; tesis de Paris, 1828). La observación nos de- muestra á cada paso, que algún tiempo antes que se manifieste el vómito negro, existe cierto número de fiebres intermitentes, después remi- tentes y seudo-continuas, que degeneran en fiebre amarilla, y que muchas veces se pre- sentan de nuevo'á la declinación de esta úl- tima las remitentes y después las intermitentes francas, hasta que se disipa completamente la epidemia. Convencidos muchos autores moder- nos de las íntimas relaciones que unen á la fie- bre amarilla con las pirexias intermitentes, la han combatido frecuentemente con el sulfato de quinina, obteniendo muy buenos resultados. »Lo dicho es suficiente para demostrar, que los médicos que consideran la fiebre ama- rilla como una enfermedad por infección, se apoyan en pruebas decisivas. Ya hemos visto sin embargo (v. fiebre amarilla) que otros au- tores la suponen contagiosa; si bien por otra parte pudieran comediarse ambas opiniones, admitiendo que procedía de un agente infec- tante, y luego se trasmitía por contagio. Los parages en que es endémico el vómito ne^ro presentan siempre reunidas las tres condicio- nes siguientes: calórico, detritus vegetales ó animales, y una gran cantidad de agua dulce ¡ ó salada. Los principales focos de la fiebre ama- rilla y de las intermitentes están en laserabo-' caduras de rios caudalosos, á las inraediacio- ¡ nes de pantanos y en climas cálidos esla doctrina. En efecto, sedesarrolla frecuen- temente en parages donde entran con facilidad en fermentación las aguas cargadas de mate- rias vegetales y animales, y suele reinar endé- micamente cirios paises donde abundan las fiebres, y por consiguiente donde existen las condiciones higiénicas de-que antes hemos ha- blado. Loque ía I ta demostrar es, quesea real- mente el miasma pantanoso el único que pro- duzca la disenteria, entre las numerosas cau- sas de enfermedades que se hallan reunidas en tales puntos , pero mientras no se aislen es- tas causas no saldremos de la duda. Los sitios en que se macera cáñamo, y donde por con- siguiente se corrompen materias vegetales, dan origen á enfermedades por infección; y no es otra la causa que en ciertas localidades deter- mina calenturas intermitentes endémicas. «Agente tóxico ocasionado por materias ani- males en putrefacción; emanaciones pútridas.— Hasla ahora solo hemos hablado de la al lala- ción de la atmósfera por un agente tóxico, cu- ya presencia no pueden demostrar las ciencias físicas y químicas, revelándose tan solo por sus funestos efectos. También se procede por mera suposición y sin pruebas directas, al ad- mitir que el aire atmosférico contiene un agen- to miasmático, cuando existen materias anima- les alteradas por la fermentación pútrida en un lugar mal ventilado, ó cuando un foco pú- trido desarrolla una cantidad considerable de miasmas, que no disipa el aire con bastante ra- pidez. Tenemos en la ciencia numerosos ejem- plos de esfa causa de infección: ora es la mate- ria animal privada de vida, ora el cuerpo del hombre sano ó enfermo, los quedan origen al envenenamiento miasmático. Conviene consi- derar bajo estos dos aspectos los casos de in- fección; pero á veces obran ambas causas si- multáneamente, y entonces no se puede sos- tener en la práctica la distinción que acaba- mos de establecer. «Cuando se hizo en Paris la exhumación de los cadáveres enterrados en el cementerio de los Inocentes, gran número de personas que se espusíeron á las exhalaciones, contrageron fiebres malignas graves, y muchas sucumbie- ron. Por sepultará los muertos que después de una sangrienta batalla habian permanecido al- gunos dias en el campo, adquirieron muchos individuos calenturas malignas, según cuenta »AI hacer la historia de las diversas epide-; Vaidy, quien esperimento también una disen- ENFERMEDAOES por infección. 497 teria intensa (Die des sciene medical., art. di- senteria). Este mismo peligro corren los se- pultureros ai hacer la exhumación de los ca- dáveres que se hallan en putrefacción, sino usan de los cloruros y descuidan otras precau- ciones que reclaman semejantes maniobras. Los médicos que inspeccionan cadáveres cor- rompidos^ los estudiantes que respiran la atmósfera impura de los anfiteatros anatómi- cos, contraen muchas veces por infección diarreas, disenteria ó la fiebre tifoidea. Perry (art. Disección del Die des se méd.), y Guerarcl (Sur les inhumations et les exhumations; tesis de oposición á una cátedra de higiene, p. 42) refieren muchos hechos curiosos de esla clase. «Para que los principios deletéreos de que vamos hablando puedan ejercer su funesta acción, es preciso que encuentren al organis- mo en condiciones particulares de oportuni- dad, sin las cuales es nula su influencia. Conviene no perder de vista esta condición, que felizmente no existe en las raas de las per- sonas sometidas al influjo de tales causas. Va- rios autores que no la han tenido en cuenta, pretenden que las exhalaciones pútridas son completamente inocentes (Parent-Duchatelet, Annales d'hygiene, t. V, p. 308, y Waren, Journ. des progres, t. XIX), y hé aquí algu- nos de los ejemplos que citan. En las inme- diaciones de Briton, en Inglaterra, existe una fábrica de hidrJtlorato de amoniaco y de sul- fate de sosa, que se obtienen por la destila- ción de materias animales corrompidas. Las exhalaciones que se desprenden son infectas, y sin embargo, asi los obreros como los ha- bitantes gozan de escelente salud. Cerca de Bristol, en la aldea de Conham, se halla es- tablecida una fábrica de adipocira, donde se estrae esta sustancia de materias animales que se corrompen en cajones rodeados de agua. Cada uno de estos contiene la carne de cincuenta caballos, y siendo su número el de diez resulta una suma de quinientos de estos animales, sin contar con otros muchos cadá- veres de especies diferentes. Y sin embargo, el horrible olor que se desprende de estos cuerpos no ocasiona enfermedad alguna en las inmediaciones. También se añade que no ejercen ninguna influencia perniciosa en la sa- lud de los operarios y habitantes las fábricas en que se refina el azúcar con sangre de vaca, las tenerías, los comercios de curtidos, las ca- sas donde se hafen las cuerdas de tripa, los tin- tes, etc. (Ozanam, obr. cit., t. I, p. 52). Se ha citado muchas veces el corral de Montfau- con, cuyos obreros disfrutan todos escelente salud. Pero ¿qué prueban semejantes hechos y otros muchos que podríamos citar? Que el organismo se opone á las influencias deletéreas que le rodean, y nada mas. De que no todos los hombres que viven en paises pantanosos contraigan liebres intermitentes, ¿se ha dedu- cido nunca que no tengan los Dantanos influen- cia alguna sobre el horabre? \ porque no lle- TOMO IX, guen á inficionarse las personas que cuidan de los apestados y de los que padecen la fiebre amarilla, ¿se podrá razonablemente asentar, que estas enfermedades no son infectantes ni contagiosas? Seguramente que no. Se necesita una oportunidad particular, cierta predisposi- ción en el organismo de los individuos some- tidos á la acción de estas causas morbíficas. «Agente tóxico suministrado por el hombre vivo y enfermo.—El agente tóxico infectante puede tomar origen en una reunión de hom- i bres enfermos. Asi es como se desarrolla la I gangrena de hospital, cuando los hospitales I consagrados al tratamiento de las enfermeda- des quirúrgicas se cargan con mas enfermos que los que pueden contener. De un dia á otro | se manifiestan afecciones gangrenosas, y si se ha de atajar el mal, es preciso disminuír'mrae- ¡ diatamente el número de enfermos, único re- j medio eficaz demostrado por la esperiencia. Dupuytren fue el que llamó la atención de los profesores sobre esta causa de podredumbre, cuyo verdadero origen se ignoraba general- mente. Habia notado este cirujano, que rarísi- ma vez se manifestaba la gangrena de hospital entre sus enfermos mientras no pasaban de 200; pero cuando llegaban al número de 220 á 300, adquiría la sala un olor repugnante, y se pre- sentaba al momento la podredumbre, acompa- ñada de fiebres de mal carácter (Informe al Instituto, p. 59). Todos los médicos que han visitado en grandes hospitales saben muy bien, que cuando el número de enfermos es mayor del que permite la sala, se hacen mas graves las afecciones internas, ó se complican con ac- cidentes que no se habian observado hasta en- tonces, manifestándose con mas frecuencia las gangrenas, las hemorragias y los fenómenos tifoideos. Lo mismo sucede también cuando existen mas afecciones graves en la sala, aun- que sea el mismo el número de enfermos. Uno de nosotros ha tenido ocasión de observar en su práctica los funestes efectos de la aglomera- ción. Para hacer algunas reparaciones en una sala de enfermos, se trasladaron estos á otra in- mediata, con lo cual hubo bastante para que los sugetos afectados de viruelas y fiebres ti- foideas presentaran de repente una gravedad que no podia esperarse, sucumbiendo muchos á la gangrena y á numerosas complicaciones. Todos los dias se ven ejemplos de esta especie, que demuestran hasta la evidencia el fatal in- flujo de la especie de infección que nos ocupa. «Hemos dicho, que cuando las afecciones internas adquieren una gravedad insólita, se hace roas poderoso el agente tóxico infectante, y les efectos que produce son por lo menos tan deletéreos como si se aumentara el número de enfermos. Tal sucede por ejemplo en los hos- pitales consagrados á los partos; pues sabido es que las puérperas vician una cantida d ma- yor de aire que las demás enfermas; y si á esta causa de infección se agrega la aglomeración de pacientes ó si se hacen mas numerosas que 63 i 1)8 RNFERMEr>ADES rOR 1NPECC10*. de costumbre las peritonitis puerperales , re- vestirán estas muy luego la forma que infun- dadamente se ha llamado epidémica, y que sin 'luda alguna depende de la infección. También es esta una causa de graves enfermedades en los hospitales de los recien nacidos, de los ni- ños y de los viejos, que necesitan mas que otros enfermos de una atmósfera renovada continua- mente. «Producen asimismo con facilidad el agente tóxico de la infección los que padecen cánceres, tifos, liebres tifoideas, disenterias, viruelas y otras enfermedades contagiosas, como la peste y la liebre amarilla. Importa mucho compren- der bien el modo de obrar de todas las causas infectantes que acabamos de mencionar, pues de lo contrario seria fácil atribuir al contagio loque debiera referirse á la infección. Nos ser- viremos de algunos ejemplos para demostrar esta verdad. Muchos autores han tenido por contagioso el tifo de 1814, y sin embargo tam- bién puede esplicarse su desarrollo por la sola infección; admitiendo que los desgraciados militares que llevaban al parecer el tifo á las poblaciones donde entraban, no eran tal vez mas que focos vivos de miasmas infectantes. En efecto, cuando llegaban á una ciudad, tra- yendo consigo afecciones disentéricas, heridas y todas las miserias de un ejército que se retira vencido por su enemigo, colocaban en cierto modo álos habitantes que los recibían, en me- dio de un foco en que debia desarrollarse fá- cilmente el fermento que constituye la infec- ción. ¿No vemos también en la historia de las epidemias, que el tifo invade con furor á las guarniciones sitiadas, cuyos soldados no tie- nen mas alimento que sustancias de mala cali- dad, ni olra bebida que aguas salobres, y se hallan eslenuados por la fatiga y obligados á pasar su vida en estrechas casamatas, donde to- davía los alcanza el fuego de tos enemigos, es- fierando el término de sus trabajos en medio de as influencias mas á propósito para producir fiebres de mal carácter aun en los hombres mas robustos? Y sin embargo, ¿no cesa el mal co- mo por encanto el día en que sus compañeros de armas vienen á libertarlos después de batir al enemigo y á traerles la salud y la victoria? Los anales de la medicina están llenos de he- chos de esla especie. Véase pues cuan dificil es en muchos casos distinguir la infección del contagio. Hasta hace poco se atribuían á esta última causa una multitud de enfer- medades debidas únicamente á la infección. Chervin es uno de los que por su perseverante crítica y su animosa resistencia, han contri- buido nías á estrechar el campo del contagio, que habia llegado á hacerse tan vasto que abrazaba todas las enfermedades sospechosas. Diremos sin embargo, que no debe caerse en el estremo opuesto, atribuyéndolo todo á la in- fección. «Una atmósfera contaminada por la reunión de uo número demasiado considerable de per- sonas puede convertirse en foco de infección. Antes de examinar las alteraciones que ha tic- mostrado la química en las cualidades del aire no renovado, citaremos algunos hechos. In el salón del tribunal de Old-Baxlcy (11 de mayo de 1750)perecieron ca>i lodos tos concurrentes, á escepcion de los que ocupaban la derecha del presidente, á cuyas inmediaciones estaba abier- ta una ventana (Ozanam, loe cit., p.40). Cuan- do el librero Roland Jankins y sus co-acusa- dos fueron juzgados en Oxford en 1577 por ha- ber ultrajado al rey con palabras y escritos injuriosos, fueron ton deletéreos los* miasma* que exhalaron los asistentes, reunidos en nú- mero considerable, que en el espacio de cua- renta dias murieron mas de trescientos perso- nas. Sin embargo, esto enfermedad no era contagiosa, pues los sugelos que se afectaron de ella no la comunicaron á los habitantes du la ciudad. «Ozanam refiere otros hechos análogos: de trescientos prisioneros rusos, encerrados en una habitación después de la batalla de Aus- terlitz, murieron doscientos sesenta: la misma suerte tuvieron otros doscientos en un calabo- zo deMoelk. Sabida es por fin la fúnebre his- toria de ciento cuarenta y cinco prisioneros in- gleses, puestos por orden del virey de Bengala en un calabozo de 18 pies cuadrados, de los que sobrevivieron únicamente veinte y tres (Ozanam, loe cit., p. 47 y 58)tEn los últimos casos que acabamos de citar, fueron debidos los accidentes á la asfixia, y acaso no puedan atribuirse á la infección; pero los hemos indi- cado para manifestar que se han referido á esta última sin bastante fundamento. »Alteración de la composición del aire consi- derada como causa infectante.—Uno de los pun- tos de mayor importancia en la historia de la infección, y que solo podia aclararse por la química, es el estudio de la composición del aire encerrado en un lugar donde se hallan reunidos muchos individuos. Los resultados que se habian obtenido hasta ahora eran todos negativos. El honor de haber disipado la oscu- ridad que reinaba sobreestá materia pertene- ce á Leblanc, cuyos descubrimientos espondre- mos detenidamente, porque ilustran sobrema- nera la cuestión (Recherches sur la composition de Tair confiné, en 8.°; Paris, 1842). En efec- to, una vez establecido el principio de que el aire encerrado no tiene su composición normal, y se halla alterado de una manera evidente, natural es considerarle como una causa mani- fiesta de infección, y por consiguiente de en- fermedades de este carácter. »Segun Dumas, el hombre quema por efec- to de su respiración una cantidad, tonto de carbono como de hidrógeno, equivalente á 200 granos del primero cada hora, y la masa de aire despojada completamente de oxígeno por esla combustión, es casi de cuatro onzas en el misrao tiempo ó de 180 cuartillos poco t mas ó menos. Atendido el número de las espi- ENFERMEDADES POR INFECCIO.V 499 raciones (10 á 17 por minuto), y su volumen cerca de 2|3 de cuartillo) resulla que salen de los pulmones 15 varas cúbicas de aire poco mas ó menos en las veinte y cuatro horas, las que contienen por término medio un 4 por 100 de ácido carbónico. Hé aqui pues una causa bien poderosa de alteración del aire. Olra se en- cuentra en la combustión del carbón en los hornos y en los aparatos del alumbrado; y por último, hay otra que depende de las traspira- ciones cutánea y pulmonal, cuyo producto no puede descubrirse porel análisis químico, pero que se revela por un olor repugnante, que se percibe muy bien á las inmediaciones de los aparatos de ventilación que conducen al este- rior el aire de un teatro, ó de cualquier otro lugar frecuentado por muchas personas. La cantidad de agua que evapora un hombre en veinticuatro horas por la traspiración cutá- nea y pulmonal, asciende, dice Seguin, á 20 ó 30 onzas poco mas ó menos. Las evaluacio- nes mas modernas de Dumas dan también los mismos resultados. El volumen de aire seco que son capaces de saturar estas 20 onzas de vapor acuoso, se aproxima á cien varas cúbi- cas á la temperatura de 15°, y á ciento treinta á la de 40°. Si el aire se halla a medio saturar, se necesita un volumen doble: 200 varasá 15o y 260 á 10°. En vista de esto se comprenderá, que el que esté sometido por algún tiempo á una alteración atmosférica de esta naturaleza, ha de esperimentar muy luego varios efectos morbosos, siendo uno ele los mas notables la acumulación del calor animal, que no podrá disiparse por la traspiración. «Leblanc ha observado en la sala de nuestra señora del Rosario en la Piedad, clínica de Serres, que el aire recogido después de haber estado toda una noche cerradas las comunica- ciones, contenia 0,003 de ácido carbódico, es decir, cinco veces mas que en el estado nor- mal, y que habia disminuido el oxígeno en igual proporción con corta diferencia. «En la sala del Calvario de la Salitrería, sec- ción de los enagenados incurables, que se ha- lla situada en las condiciones mas desventajo- sas á causa de su poca capacidad y del escesivo número de camas, ha suministrado el aire has- ta 8 milésimas de ácido carbónico, que es la cantidad mayor que se ha encontrado en los hospitales. En otro dormitorio de la Salitrería, sección de los enagenados epilépticos, demos- tró el análisis 0,CO6 de ácido carbónico »En el anfiteatro de física y química de la Sorbona, ocupado á lo menos por novecientas personas, la cantidad de oxígeno que desapa- reció en hora y media que duró la esplicacion, fué de 1 por 100, y el ácido carbónico pasaba de esla misma proporción; resultado que de- muestra la necesidad de aumentar la ventila-i- cion de este recinto. «En el patio de una casa de asilo para la in- fancia (2.° distrito, calle Néuve-Coquenard), donde habían permanecido por espacio de tres horas ciento diez y seis niños de tres á seis años de edad, mostró el análisis 0,003 de áci- do carbónico y una disminución proporcionada de oxígeno. Se percibe en esto silio un olor fuerte y desagradable. «En el salón de una escuela primaria (2/ de- partamento) que estaba ventilada por el siste- ma de Peclet, existia una cantidad de ácido carbónico de 0,002 después de una ventilación completa y de 47 diez milésimas cuando esta era imperfecta: también estaban algún tanto alteradas las demás cualidades. Cuando estaba cerrado el salón de una á cinco horas, ofrecía el aire 0,0087de ácido carbónico, y la atmós- fera era caliente y pesada. »En la cámara de los diputados, después de dos horas y media de sesión, contenia el aire 25 diez milésimas de ácido carbónico. En la sala de la ópera cómica se Jian encontrado 25 diez milésimas de ácido carbónico en el patio, y 43 diez milésimas en sus partes mas ele- vadas. «El aire recogido en dos cuadras de la es- cuela militar, una cerrada y pequeña y olra mayor y ventilada, dió en la primera 1 por 100 de ácido carbónico, y en la segunda 0,002 únicamente. «Hé aqui ahora la composición de una at- mósfera, que respirada producía la asfixia : Oxígeno........ Ázoe......... Acido carbónico. . . . Oxido de carbono. . . Hígrógeno carbonado. 19,19 75,62 4,61 0,54 0,04 100,00 «Debe creerse con Leblanc, que es bastante considerable la dosis de ácido carbónico que puede soportar un hombre sin sucumbir inme- diatamente: un perro puede vivir algunos mi- nutes en una atmósfera que contenga 30 por 100 de ácido carbónico, y 70 por 100 de aire ordinario, ó 16 por 100 de oxigeno. «Resulta de las curiosas análisis que acaba- mos de citar, que cuando el ácido carbónico llega á 1 por 10o por efecto de la respiración, es ya peligroso para las personas que lo respi- ran. Según Peclet, se necesitan 10á 12 varas cúbicas de aire por hora para cada hombre. Durante el estío, en una sala cuya tempera- tura esté á 20° centígr., puede sentirse alguna incomodidad, aunque haya de 24 á 30 varas cúbicas por persona. Enun dormitorio de la Salitrería, situado en el último piso, la canti- dad de aire solo es de dos varas cúbicas por individuo y por hora; y en otro de una cárcel, cuyo nombre calla Leblanc, una vara cúbica. También ofrece condiciones análogas el anfi- teatro de la Sorbona. «Hemos referido con alguna estension las in- teresantes investigaciones de Leblanc, porque demuestran la presencia de alteraciones quími- jOO EN'FERMEDADES POR IM ;.CCI0N. cas que no se habian sospechado antes de aho- ra, y cuyos efectos se referían á la existencia de un miasma deletéreo, de uu agente toxico, capaz de producir enfermedades por infección. En la actualidad ya no es posible sostener esta doctrina, y pretender que el aire no hace mas que servirde vehículo al agente que determina el mal; puesto que en los casos referidos se han comprobado alteraciones constantes en la composición de este fluido, que bastan para esplicar los fenómenos observados. Tal vez se encontrarán en lo sucesivo otras análogas en las diversas circunstancias en que no podemos menos de admitir todavía la presencia de un miasma particular. Advertiremos sin embargo, que las emanaciones que se desprenden de los cuerpos vivos deben contribuir también á alte- rar la composición del aire y á producir las en- fermedades por infección, y que no debe ne- garse su influencTa por el solo hecho de ha- berse demostrado las alteraciones que acabamos de indicar. La ciencia ha dado un gran paso en esta nueva via del análisis; pero ignoramos todavía sus úllimos resultados. Baudedelocque atribuye el desarrollo de las escrófulas á la in- suficiente renovación del aire que rodea á los niños, tanto de noche corao de dia. Trata este autor de probar, que sí los hijos de personas pudientes no se hallan exentos de padecerlas, es á causa de que todavía no tiene bastante co- municación el aire de las habitaciones que ocu- pan (Etudes sur la maladie scrofuleuse, p. 123, en 8.°, París); pero esto es evidentemente exa- gerado. «El muermo es una enfermedad que parece trasmitirse del caballo al hombre por inocula- ción y por contagio, que es su medio mas fre- cuente de propagación. Sin embargo, se puede preguntar si las causas infectantes que rodean a los caballos que contraen el muermo, no pu- dieran también determinarlo en el hombre. La mayor- parte de los veterinarios mas distingui- dos atribuyen esta enfermedad en los anima- les á su permanencia en cuadras de poca ca- pacidad, húmedas, y donde no se renueva su- ficientemente el aire. Los resultados obtenidos por Leblanc inducen á creer, que la cantidad de este fluido que hay para cada caballo en muchas cuadras militares es demasiado esca- sa. La porción de aire que cada caballo debe tener por hora en una cuadra cerrada puede fijarse en 26 á 28 varas cúbicas. Según Che- *reul y Leblanc, la respiración de estos ani- males produce una cantidad de ácido carbó- nico tres veces mayor que la del horabre. Se concibe fácilmente que los caballos sometidos de un modo continuo á la acción morbosa de un aire no renovado, han de estar espuestos á contraer ciertas enfermedades, y entre ellas tal vez el muermo. Estos hechos reclaman toda la atención de los médicos y de los veteri- narios. "La atmosfera de las grandes poblaciones puede compararse en sus alteraciones v sus efectos al aire no renovado. Da creer es que no deje de sufrir una influencia perniciosa el hom- bre que vive continuamente espueslo á las ema- naciones animales y vegetales de las poblacio- nes grandes. Entre las varias afecciones en que al parecer intervienen poderosamente estas cau- sas, debe colocarse en primera línea la fiebre tifoidea. Muchos autores admiten que esta en- fermedad se desarrolla por infección, y hav millares de pruebas que militan en favor de esta doctrina ; pues en efecto suele manifes- tarse de un modo casi esclusivo en las perso- nas que se trasladan á las ciudades populosas y se encierran en aposentos privados de aire v de luz. Ataca comunmente á los hombres mas robustos; y si favorecen su desarrollo las fati- gas, los pesares, la mala alimentación y todu género de escesos, estas causas son insuficien- tes por sí solas para producirla; siendo nece- sario que concurra un agente tóxico, engen- drado á lo que parece por los cuerpos vivos. Del mismo modo que los efluvios paútanosos producen un envenenamiento que se manifiesta por una pirexia intermitente; asi también el miasma de naturaleza animal determina esta otra intoxicación, cuyos fenómenos morbosos consisten en una pirexia grave y esencialmente continua que se llama fiebre tifoidea. El cuerpo del horabre vivo elabora un miasma de natu- raleza especial, que se difunde por la atmós- fera y le comunica propiedades infectantes, cuyo resultado es la fiebre tifoidea. El tifo de las cárceles, de los navios y de los hospitales, debe atribuirse á la aglomeración de perso- nas, y constituye una de las enfermedades por infección mas caracterizadas, cuyo foco se en- cuentra en las emanaciones exhaladas por el hombre. Estas deben ser de una naturaleza es- pecífica, puesto que determinan efectos espe- ciales, y diferenciarse de los efluvios panta- nosos, lo misrao que de los miasmas que des- piden los cuerpos en putrefacción. Las cuatro principales modificaciones patológicas que pro- ceden de estos tres focos infectantes, son la fiebre intermitente, el tifo, la gangrena de hospital y las diarreas. «Agente tóxico ó infectante.—Acabamos de examinar las diversas causas de la infección y de las enfermedades infectantes; ahora trata- remos de investigar la naturaleza del agente morboso, sin entrar en el campo de las hipó- tesis. Según nuestra definición , la sustancia nociva infectaute proviene de las materias ve- getales en putrefacción, de las animales priva- das de vida , del cuerpo del hombre sano, y por último, del enfermo. El agente tóxico que se desprende de los pantanos se designa espe- cialmente con el nombre de efluvios, y con el de miasma el que proviene del cuerpo del hom- bre enfermo ó de la materia animal en putre- facción. Nacquart querría se reservase este nombre únicamente para designar los vapores que exhala el hombre enfermo, y el de ema- nación pútrida para el principio deletéreo que ENFERMEDADES POR INFLCCIOX. 301 despiden las sustancias animales privadas de vida y abandonadas á sí mismas (art. cit., pág. 443). Parécenos preferible á todas la pa- labra agente toxico, porque se aplica de un modo mas general á la causa desconocida que produce la infección. F. Hoffmann y otros au- tores designan el agente tóxico infectante con la denominación de fermento. También Dumas usa esta palabra en el misrao sentido (Cours de chimie professée á la Faculté de médecine de Paris). «Ignoramos completamente la naturaleza ín- tima de los fermentos infectantes. Solo sabe- mos que son productos de nueva formación, desarrollados en el seno de las materias orgá- nicas muertas , vegetales ó animales, por un trabajo químico interior, que para verificarse necesita oxígeno, agua y calórico. También puede suponerse que el agente tóxico que ex- hala el hombre vivo y perfectamente sano , es tin producto elaborado por los órganos, y espe- lido al esterior por las escreciones pulmonal, cutánea y otras, y que en esta materia sobre- vienen reacciones químicas, que influyen con- siderablemente en el desarrollo de los fermen- tos infectantes. Ya hemos visto en otro lugar cuántos esfuerzos han hecho los mas hábiles observadores por descubrir la naturaleza del agente tóxico engendrado en los pantanos (véa- se fiebres intermitentes); y con todo, esle prin- cipio se nos oculta enteramente, sin que hayan valido mas que los otros los recientes esperi- mentos de Guntz. Del mismo modo se ignora la composición de todos los fermentos. Por mas que haya dicho Pariset que el fermento vege- tal se compone de oxígeno, hidrógeno y car- bono, y el animal mas especialmente de ázoe; estos son meras aserciones apoyadas en la ana- logia, y esta debe ocupar un lugar muy secun- dario en investigaciones que han de fundarse completamente en el análisis química; análisis que hasta ahora ha sido insuficiente. Linneo y otros autores que abrazan su opinión, sostie- nen que la causa de la infección y del conta- gio son unos animalíllos, unos seres organi- zados y vivos; pero esta hipótesis no se halla demostrada , á no ser en la sarna, única enfer- medad constituida por la presencia de un in- secto, que se llama acaro. «Las emanaciones pútridas pueden causar enfermedades en virtud de la acción deletérea que ejercen ciertos gases, cuya naturaleza y efectos ha determinado rigurosamente la quí- mica; pero es inútil decir que tales afecciones son puramente accidentales y nada tienen de infectantes. A propósito de estas emanaciones, advertiremos que los productos de la fermen- tación pútrida pueden no producir ninguna en- fermedad especial, limitándose á preparar el desarrollo de otras que suelen reinar espo- rádicamente, perturbando en un grado muy considerable la economía entera, y produ- ciendo á veces una adinamia profunda, que constituye entonces una complicación grave. Favorecen ademas la infección otras diversas circunstancias, como son : la fatiga muscular, los trabajos mentales, los escesos venéreos, las emociones de espíritu , una alimentación mala ó insuficiente, la dieta, las depleciones sanguíneas y la debilidad que sigue á todas las enfermedades. «El hábito destruye en gran parte la pro- piedad nociva de los agentes infectantes: la aptitud á contraer la fiebre intermitente es menor en los habitantes de los pantanos, que en los europeos que van á establecerse en ellos. Sin embargo, nunca se pierde entera- mente esta aptitud; pues hay personas que después de haber estado aclimatadas mucho tiempo, contraen enfermedades por infección que no habian tenido hasta entonces. Concí- bese ademas, que pueden manifestarse de un instante á otro las diversas condiciones que ya dejamos referidas, y que desde entonces cesa el privilegio que poseía el organismo de resis- tir al agente tóxico. »EI aire es á la vez el recipiente y el vehícu- lo del agente infectante. Una atmósfera calien- te y húmeda parece contener este principio en mayor cantidad y por mas tiempo que una fria y seca; y especialmente el calórico da á la ma- teria nociva una actividad mas considerable y mayor fuerza de espansion. Conviene también tener muy en cuenta la agitación ó calma de la atmósfera, para apreciar con esactitud la esfe- ra de actividad de los miasmas. Según los cál- culos de Champesme, la cantidad del agente tó- xico y su actividad disminuyen en razón direc- ta del cubo de las distancias del foco de donde parten. Esta ley puede ser esacla en algunos ca- sos; pero deja de serlo en otras muchas cir- cunstancias. Nadie ignora que al lado mismo de un lugar insalubre y asolado por enferme- dades infectantes, suelen encontrarse oíros pa- rages exentos de todo peligro. Los agentes tóxi- cos ocupan en general las capas inferiores de la atmósfera, y solo se elevan hasta cierta altura, no siendo raro observar en los puntos donde reina la fiebre intermitente, que estén exentas de ella las partes mas elevadas. En la Jamaica, donde las habitaciones solo tienen dos pisos, la fiebre intermitente ataca con mas frecuencia á los que ocupan el inferior. Prony refiere, que las casas que distan 120 varas déla orilla de los pantanos inmediatos, son sumamente sanas, y sus habitantes se hallan exentos de pirexias in- termitentes. Para contener el agente infectante basta un pequeño obstáculo. Sabida es la his- toria de Empedocles, que haciendo tapiar un espacio que habia entre dos montañas, por don- de salían los miasmas de un pantano, preser- vó á los agrigentinos de una afección *que los diezmaba. Se ha dicho que las emanaciones pú- tridas no se estienden tan lejos como los eflu- vios pantanosos, lo cual parece confirmarse por el estudio de las fiebres intermitentes. Worms aprecia la esfera de actividad de los efluvios de las lagunas en 600 varas de altura y en 600 á 301 ENn-miEiunES por i.nfeccio*. iVjO de eslension horizontal, suponiendo tran- quila la atmósfera; pero ignoramos los hechos cu que apoya su opinión ^Ili/gienede Tarmée d'Afrique). Otros valúan la altura en 460 varas y la estension horizontal en 330. Los datos que posee la ciencia sobre la esfera de actividad y la diseminación del agente tóxico, son todavía muy vagos. »Lo único que se puede asegurar con funda- mento, es que los miasmas se dispersan mas ó menos seguu la rapidez de los vientos, y que son menos activos, y aun en ocasiones desapa- recen, cuando llueve mucho, y al calor sucede el frío, sobre todo si este se acompaña de se- quedad. Las observaciones meteorológicas con- tinuadas por mucho tiempo son las únicas que pueden aclarar esta cuestión, que en vano se trataría de resolver en la actualidad con los es- casos elementos que poseemos. «Copland ha propuesto en estos últimos tiem- pos una clasificación de los agentes tóxicos; pe- ro es fácil conocer, que no puede establecerse sobre bases sólidas un orden sistemático, mien- tras no se conozca la composición y modo de obrar de los principios de que tratamos. Un su- cinto análisis del trabajo de este médico justi- ficará nuestra proposición, y demostrará de pa- so el abuso que hace de la palabra infección, aplicándola á todas las enfermedades del cua- dro nosológico. »Primer\ clase.—Infección no diseminada y que no se propaga (idio-infectantes). »I.cr orden.—Miasmas ó vapores mefíticos; in- fección endémica por medio del aire. Este or- den tiene tres géneros.—Género 1.° Miasmas procedentes de una materia vegetal descom- puesta por la corrupción y el calor atmosférico. Enfermedades que producen: liebre catarral, afecciones reumáticas, fiebres interraitentes, hipertrofia del bazo y lesiones del hígado.— 2.° Exhalaciones pantanosas, suspendidas en una atmósfera húmeda y templada. Enferme- dades: fiebres intermitentes y remitentes, di- senteria y cólera simples, fiebres biliosas, obs- trucciones del hígado y lesiones de algunos ór- ganos glandulares.—3*.° Vapores vegetales cor- rompidos, ó emanaciones pantanosas con una temperatura elevada. Enfermedades: fiebres in- flamatorias, biliosas y gástricas, remitentes ó continuas, y afecciones de muchos órganos ab- dominales. »l[.° orden.— Ingesta tóxicos y nocivos. Cau- sas: las enfermedades de los granos, el uso de pescados y catnes alteradas y de aguas que contengan materias aniraales corrompidas. En- fermedades: ergotismo gangrenoso, diarreas, disenterias complicadas, fiebres mucosas, pú- tridas ^adinámicas. »11I.'T orden.—Agentes morbosos desarrolla- dos ot el mismo individuo. Enfermedades: cán- cer, fungus beraatodes, caquexia cancerosa, fie- bre héctica, adinámica y abscesos metastásicos. "SEtUNnA clase.—Infección por contagio. *í.,r orden.—Por miasmas de naturaleza ani- ¡ mal.—«. Materia animal ó vegeto-animal cor- rompida (liebres remitentes perniciosas y adi- námicas, disenteria adinámica, cólera y liebro gástrica).—b. Emanaciones procedentes de se- res vivos encerrados en parages estrechos (fie- bre pútrida, maligna,adinámica, disentería).— e Emanaciones procedentes de las secreciones y escreciones que se depositan en los lugares sin ventilación (erisipela, gangrena de hospi- tal, flebitis, fiebre puerperal). »ll.° orden. —Materias animales segregadas ó sépticas: trasmisión por contacto, inoculación ó infección, ó estado esporádico. Causas: los líquidos de los cadáveres recientes ó corrom- pidos. «III." orden.—Causas: los líquidos que re- sultan de una secreción morbosa, y la trasmi- sión por contacto ó inoculación de materias procedentes de animales vivos. Enfermedades: muermo, lamparones, pústula maligna, mor- dedura de insectos ó de reptiles venenosos. «Tercera clase.—Infección específica. »I.cr orden.—Agentes específicos impalpa- bles. Enfermedades: tifo epidémico, fiebre ama- rilla, cólera asiático y los catarral. «II.0 orden.—Agentes específicos palpables. Enfermedades: rabia, sífilis, sarna y a veces frarabaesía, oftalmía purulenta, pelagra y pór- rigo. «lll.w orden.—Agentes infectantes difusivos. Enfermedades: sarampión, escarlatina, virue- las, fiebres maligna y puerperal. «Hemos copiado esta clasificación, para de- mostrar cuan fácil es dejarse llevar por espe- culaciones quiméricas, cuando se quiere siste- matizar hechos desconocidos. Si uno de los puntos mas oscuros que ofrece la etiología es ciertamente el origen de las enfermedades in- fectantes y contagiosas, qué pensaremos de un autor que las clasifica absolutamente lo mismo que si se tratase de los caracteres de una plan- ta ó de las propiedades físicas de un cuerpo ponderante? Si ha de darse un sentido preciso á la palabra infección, es preciso considerar- la como hemos hecho nosotros, sin colocar en un mismo grupo enfermedades tan diversas, como la fiebre intermitente, el ergotismo , la coqueluche, las viruelas, la rabia, etc. «Agentes nE trasmisión.—Por lo común in- cluyen los autores en este número los vestidos, los muebles, las telas de lana y algodón y to- dos los utensilios y cuerpos inertes que hayan . estado en contacto mediato ó inmediato con el foco de infección y aun con los enfermos. Pero este es un error, en que muchos han incurrido por no saber distinguir la infección del conta- gio. Millares de observaciones, hechas por hombres desinteresados en la cuestión, de- muestran que los miasmas no pueden trasmi- tirse de este modo. ¿Se ha visto jamás que los efluvios pantanosos trasportados por los vesti- dos ó por las mercancías, hayan producido en parages distantes la fiebre intermitente? Cher- ! vio ha probado sobradamente en una memoria ENTER.MEDADES POR l.NPbCCIOK. 503 leída á la Academia francesa de medicina, que jamás han imporlado la fiebre amarilla las enormes cantidades de algodón que ingresan tuptos los años en Europa , procedentes de las Antillas, donde reina casi de un modo constan- te aquella enfermedad (De Tidentité de nature des fiévres d'origine paludeenne de differents types en la Gazette medícale, p. 758; 8 no- viembre, 1842). Tampoco pueden servir de ve- hículo á los fermentos infectantes las salas, las camas ni las paredes de los hospitales; y es de creer que cuando no halle el agente tóxico condiciones que favorezcan su evolución, se destruya, pierda sus propiedades, sin que pue- dan trasportarle los cuerpos privados de vida. Concluiremos, pues, que el fermento vá siem- pre con el aire, y que solo se desarrolla cuando encuentra el cuerpo del hombre dispuesto á recibirlo (estado de oportunidad), sin lo cual se destruye y perece. No está demostrado que pueda trasmitirse por los vestidos, ni por el contacto mediato ó inmediato. Sin embargo, también sirve el agua de vehículo para la pro- ducción de las fiebres intermitentes; porque hallándose la materia tóxica contenida en los ríos ó en los pantanos de donde se surten ha- bítualinente los habitantes, se verifica su ab- sorción por la superficie gastro-intestinal. «Vias por donde se introduce el agente infec- tante en el cuerpo del hombre.—Sobre este punto existe todavía la mayor incertidumbre. Sin embargo, puede admitirse que supuesto que el aire es la via principal por donde se trasmite el miasma, debe ser la superficie res- piratoria la que especialmente absorva el prin- cipio morboso, cuyos efectos no lardan en ma- nifestarse. En el mismo caso se halla también !a piel, cuyo poder absorvenle es mayor de lo que generalmente se ha creído. Gran número ele esperimentos y de hechos patológicos de- muestran cuan activa es la absorción cutánea, y no hay duda que en muchos casos pasan al través de ella los miasmas para mezclarse con la sangre. Sin invocar los esperimentos que han hecho los fisiólogos para probar la in- halación activa de la piel, recordaremos única- mente que el calor y humedad atmosféricas deben facilitar la introducción de los miasmas por esta via, porque los hacen mas solubles, y ios tienen mas tiempo suspendidos en el aire, prolongando asi su contacto con la superficie déla piel, especialmente cuando no se halla agitada la atmósfera. Una vez absorvido el miasma, penetra al momento en la sangre, y no tarda el aparato circulatorio en distribuirlo por todos los órganos. La alteración que determi- na el fermento en los humores, se manifiesta por desórdenes generales al cabo de un tiempo que procuraremos determinar. El sistema ner- vioso, cuya perversión se hace ostensible poco después de haber empezado á obrar el agente séptico, es uno de los primeros que sienten sus funestos efectos. El miasma penetra en sustan- cia eu fá economía; se pone en contacto con la fibra viviente; se incorpora con las úiumas moléculas de los tejidos, y acaba entonces por provocar una enfermedad general. «Es posible, dice Nacquart, que los alimentos impregnados de las exhalaciones húmedas del aire, se con- viertan también, ingeridos en el estómago, en medios de trasmisión» (loe cit., p. 147); pero esta causa que solo puede admitirse en la fiebre intermitente ó en algunos tifos, es sumamente rara, y desempeña en la infección un papel se- cundario, debiéndose asignar el principal á la absorción pulmonal, que es sin duda el medio mas activo de trasmisión. «Incubación de los agentes tóxicos.—Llámase incubación de las enfermedades, el tiempo que pasa desde que obra la causa morbífica hasla que se manifiestan sus efectos. En ninguna afección es tan marcado como en las enferme- dades infectantes el período de incubación; pero su duración es muy variable, y solo opi- nan de distinto modo queriendo asignarle un tiempo fijo, los que han confundido las afeccio- nes de que tratamos con otras de distinta natu- raleza. Para convencerse de esto, bastará dar una ojeada á las siguientes líneas. En la fiebre tifoidea quiere Copland que la incubaron sea de trece á catorce dias; Gregory de diez dias por término medio, y Haygarlh de siete á se- tenta y dos. En el sarampión es de diez á diez y seis", según Bateman; de ocho á veintiuno, según Gregory; de diez á diez y seis, en sentir de Williams, y de seis, según Home. En la es- carlatina dice Copland que es de uno á veinti- cinco; Williams desde algunas horas hasta ochenta dias; Vitherray de tres á cuatro; Frank de cinco , y Blakeburn de cuatro á siete. Marsh afirma que dura ocho á nueve meses en las fie- bres remitentes. Tampoco se halla mejor deter- minada por los autores la incubación de otras muchas enfermedades que pudiéramos citar. «Todavía es mayor la incertidumbre en las verdaderas enfermedades por infección. El pe- ríodo de incubación de las fiebres intermiten- tes es muy corto en ciertos cases, y en otros se prolonga por muchos meses: se citan hechos muy notables en apoyo de esla larga duración. Es al parecer mas corla en el tifo, la fiebre amarilla, la gangrena de hospital, y sobre to- do en las fiebres tifoideas y en los accidentes graves causados por las emanaciones proce- dentes de materias animales en putrefacción. Muchas son las circunslancias que hacen va- riar singularmente el tiempo de incubación de las enfermedades de que vamos hablando: si es robusto el individuo, y hace ya mucho tiem- po que se halla en el foco de infección, y no está debilitado por ninguna de las causas anterior- mente indicadas, será mas larga la incubación; porque el organismo se opondrá con mas ener- gía al agente venenoso; aunque estas condi- ciones favorables son muy á menudo insufi- cientes, pues sucede algunas veces que las personas mas robustas son las que contraen mas pronto la enferraedad. La dosis del mías- ENrERMF.n.\r>r.s ron infección. ma deba ejercer tatnbic.1 cieria influencia ea el tiempo que dure la incuba jion: cuando s>a considerable revelará su presencia con mayor prontitud que cuando sea rauy corta. Deben existir igualmente diferencias muy notables entre la actividad de los fermentos pútridos y la de los efluvios píntanosos; pero no se sabe cosa cierta sobre este punto, ni puüde hacerse mas que establecer suposiciones, fundadas en la analogía que creemos exisla entre los tóxicos cuya naturaleza conocemos y los agentes in- fectantes. Empero, si altnitiinos estos agentes, es porque el entendimiento nos obliga á ima- ginar una causa, donde se manifiestan fenóm e- nos morbosos cuya razón no se halla en el or- ganismo. Fácil ños fuera en tales circunstan- cias dar rienda suelta á la fantasía, corao han hecho sin reparo algunos autores; pero no cree- mos prudente imitarlos. «ElVFERHED/VOES POR INFECCIÓN PROPIAMENTE DI- envs; sus carvctbres comunes.—Afecciones que tienen su origen en un agente tóxico producido por materias vegetales en maceración.—Es mas fácil decir el origen de la infección, que indi- car sus efectos y las enfermedades á que da lugar; aunque hay una sin embargo, cual es la fiebre intermitente, sobre la cual no puede dudarse. Seria repetir lo que hemos dicho al ocuparnos de esta afección, si tratásemos de probar su origen infectante, que se halla ge- neralmente admitido en la actualidad. «Colocamos también entre las enferraedades por infección las remitentes y algunas pire- xias continifas que se observaren los parages donde reinan las fiebres periódicas. Ya hemos probado en su lugar oportuno, que en los'paí- ses donde son endémicas las pirexias de tipo bien determinado, suelen aproximarse los es- tadios febriles, acortándose tanto la apirexia, que es difícil comprobarla, si el profesor no pre- sencia todo el curso del mal. Sin embargo, existen intervalos de calma, y la pirexia no ha perdido todavía el carácter que se ha conside- rado sin razón corao la piedra de toque de la terapéutica, es decir, la intermitencia del mo- vimiento febril. Mas llega un momento en que se borra la apirexia, en que cesando la fiebre de ser intermitente, no por eso deja de ser una enfermedad producida por la infección panta- nosa , y que debe combatirse con la quina. Por último, hay calenturas que afectan primitiva- mente, ó bien en sus últimos períodos, la forma pirética continua, y son las pseudo-conti- nuas de ciertos autores. La continuidad puede depender en este caso del desarrollo de una afección orgánica que produzca un movimiento febril continuo; pero no siempre sucede asi. Las raas veces, aunque sea continua la pirexia, no por eso deja de ser una fiebre por infección pantanosa, que debe combatirse con la quina. Tal es nuestra opinión sobre las remitentes y l>>eudo-continuas de los parages donde reinan las liebres periódicas; opinión fundada en la lectura de ía obra de Boudin (Traite den fiévres intermitiente, remitente elconltinuc. en 8.°; Pa- ris, 1811) y en las notas manuscritas que nos ha comunicado el Sr. llictschel, médico del ejército de África, ven lasque hemos visto consignado el fruto de ocho años de observa* ciones hechas en varios puntos de este pais. Estos datos prueban suficientemente, que las fiebres remitentes y continuas tienen su origen en la infección, lo mismo que las intermiten- tes francas. «Al lado de las enfermedades precedentes colocamos la fiebre amarilla, que se desarrolla indudablemente par infección , como lo han demostrado Chervin y otros muchos médicos que la habian observado en las Antillas. Da esta misma opinión son la mayor parte de los autores; solo que algunos suponen que se des- envuelve secundariamente el contagio. Adver- tiremos sobre esta última opinión, que sí se concede que la fiebre amarilla se desarrolla por infección , pero se comunica por contagio, se aboga en favor de los que solo admiten el ori- gen infectante, porque este puede esplicarlo todo. «Las fiebres remitentes biliosas, las afeccio- nes purulentas del hígado y el cólera asiático, se han observado en la India de una manera endémica, y muchos médicos ingleses las con- sideran corao enfermedades por infección, pro- ducidas en la península del Ganges por las emanaciones que exhala este rio. ía nos he- mos ocupado de las remitentes simples de los paises donde reinan fiebres periódicas; en cuanto á los abscesos del hígado y al cólera, que hemos tenido ocasión de estudiar en su forma mas grave, no son á nuestro parecer en- ferraedades por infección, y mucho menos con- tagiosas (v. Cólera). «Los efluvios pantanosos se consideran por al- gunos autores como capaces de producir la di- senteria , á causa de la acción electiva que tie- nen con raas particularidad sobre el intestino grueso. No hay duda que esta enfermedad rei- na por lo común en los paises pantanosos, y que se la observa juntamente con las fiebres in- termitentes ó cuando han perdido estas su fre- cuencia, y este hecho ha llamado la atención de algunos autores, cuyas doctrinas hemos es- puesto al tratar de la oisexteria, y principal- mente de Boudin (Traite des fiévres intermitien- tes ya cit.). Por lo que hace al origen de las fie- bres catarrales , biliosas y gástricas, y de las enfermedades del hígado \ no debe buscarse en la infección. »Enfermedades por infección , que tienen su origen en un agente tóxico procedente de mate- rias animales corrompidas.—Ya hemos indica- do en otro lugar las numerosas causas de estas enfermedades, entre las cuales figura en pri- mera línea la podredumbre hospitalaria. Tam- bién hemos citado algunos hechos, que demucs tran la funesta influencia que ejerce la aglome- ración de enfermos , y hé aquí olro de los mas notables, que nos ha remitido el Sr. Boudin. enfermedades ron infección. 503 II ibieudose reunido un escesivo número de in- dividuos afectados de sífilis en el hospital mili- tar de Madrid , se presentó en muchos de ellos la gangrena de hospital, invadiendo en algu- nos la parte anterior del abdomen. La brigada francesa recibió orden en el mes de enero de 1827 de dejar la población; se colocaron los enfermos en carros, y desde el dia que empren- dieron la marcha (10 de enero) dejó de hacer progresos la gangrena. Apenas habían llegado á Buitrago, cuando ja era olro el aspecto de todas las úlceras; muchas estaban cicatrizadas, y las demás dispuestas á curarse sin necesidad de tratamiento alguno. Pudiéramos citar infi- nidad de hechos análogos. «También suele nacer el tifo en las mismas circunstancias; y todas las enfermedades pue- den revestir la forma tifoidea, cuando los indi- viduos que las padecen reciben las emanacio- nes pútridas que exhalan los sugetos reuni- dos en gran número. Entonces se manifiesta á veces la gangrena en diferentes partes del cuerpo; los fenómenos propios de la enferrae- dad presentan una forma y un curso insólitos; aparecen nuevas complicaciones, el estado adi- námico, el atáxico y el colapso de las fuerzas; en una palabra, se desarrollan todos los acci- dentes á cuyo conjunto se da el nombre de es- tado tifoideo ó tífico. No puede menos de asig- narse en esle caso un origen infectante á todos estos graves fenómenos. Si indagamos su cau- sa, la hallaremos indudablemente en una alte- ración de la composición de la sangre, produ- cida por el agente toxico, y caracterizada por disminución de la fibrina, que es la lesión que favorece el desarrollo del estado tifoideo grave, que se observa en las fiebres puerperales, en la escarlatina adinámica y atáxica, en la reab- sorción purulenta, cualquiera que sea su causa, en la flebitis, y aun en afecciones de asiento bien limitado, como la erisipela, la neumonia y la encefalitis. La metritis y la peritonitis puerperales se modifican notablemente en su curso y gravedad bajo la influencia de los agentes infectantes, adquiriendo la forma ti- foidea. »La peste es una enfermedad, que tiene su origen primitivo en la infección y que se tras-' mito luego por contagio. Sin embargo, no to- dos los médicos están acordes sobre este pun- to; pues unos sostienen que esto afección es miasmática y de ningún modo contagiosa, y otros dicen por el contrario, que ha podido te- ner su origen por infección, pero que en la actualidad es manifiestamente producida por el contagio. Bástenos indicar esto grave cuestión, pues no seria del caso entrar ahora en mas por- menores. «Enfermedades por infección que traen su , origen de un agente tóxico procedente de los ! cuerpos vivos y sanos.—Es muchas veces impo- j síble deslindar los efectos de las emanaciones , producidas por los cuerpos sanos, y de las que ' resultan de las materias animales en fermenta- ' TOMO IX. cion, pues casi siempre se hallan reunidos es- tos dos órdenes de agentes. En uno y otro ca- so pueden sobrevenir unas mismas enfermeda- des. El tifo y los accidentes tifoideos se desar- rollan frecuente'mente en medio de los fo- cos de infección, que hemos indicado al estu- diar las causas de dichas enfermedades. Los efectos mas constantes de la intoxicación mias- mática de un hombre á otro son: la debili- dad del sistema nervioso, la postración y el estupor. El muermo se considera por algunos veterinarios como una enfermedad por infec- ción , y ya hemos dicho lo que pensábamos sobre esta' materia. La erisipela , el croup y la coqueluche, se atribuyen por mas de un autor á alteraciones del aire; y en efecto se ven apa- recer estas enfermedades en los hospitales don- de hay muchos enfermos; pero no está proba- do que la aglomeración sea su única causa. Mas evidente es al parecer la influencia que tiene la reunión de muchos individuos en el desarrollo de la oftalmía, de la que se afectan tan á meuudo los soldados y los niños recogi- dos en las casas de socorro (De la Berge, Sur Tinflammalion palpebrale des enfants, tés., nú- mero 33; 1833). «Las enfermedades por infección tienen ca- racteres comunes que importa conocer: 1,° to- das son debidas á un principio específico, que ya hemos estudiado anteriormente; 2.° tie- nen un período de incubación; 3.° son genera- les, es decir, que no pueden localizarse en un órgano, ni se refieren sus síntomas á la lesión de tal ó cual aparato; 4.° consisten principal- mente sus síntomas en una asteuia profunda ó en una perversión de las funciones del sistema nervioso, y en la alteración de la sangre, cu- ya fibrina se disminuye; de donde provienen los fenómenos de putridez, de malignidad y pestilencia de que hablan los antiguos, la for^ macion de abscesos, los depósitos purulentos, y en una palabra la generación de pus, que es mas comun en estas que en las demás enferme- dades. También producen muy á menudo mor- tificaciones, hemorragias, petequias y otros fenómenos morbosos en la piel y en lasglándu- Jas. Cuaqdo no se manifiestan estos síntomas, 'se hallan por lómenos muy desordenados el sistema nervioso y la circulación , como suce- de en las pirexias intermitentes; 5.° en las en- fermedades por infección es la mortandad mu- cho mayor que en las esporádicas. Las prime- ras resisten en gran parte á las diversas medi- caciones que se dirigen contra ellas, y su curación se debe casi esclusivamente á la na- turaleza; G.° en cuanto á las recidivas nada puede establecerse por punto general; pues unas veces no se observan jamás (fiebre tifoi- dea, tifus, fiebre amarilla), y otras pueden verificarse con frecuencia (fiebre intermitente, podredumbre de hospital). «Paralelo entre la infección, el contagio v la epidemia.-*Ya hemos dicho en olro artí- culo, quejes muv difícil establecer límites fijos 64 506 EJVFEKHEDARES POR 1NPLCC10N. entre la infección y el contagio. Pero eleván- donos al origen de'estas dos causas morbosas, se encuentran sin embargo algunas diferencias importantes. La infección procede de la alte- ración de sustancias vegetales ó animales, que han vuelto á quedar sujetas á las leyes quími- cas y desprenden fermentos nocivos: el primer origen del contagio es desconocido, ó bien ha sido primitivamente espontáneo ó debido á la infección. Para que se verifique el contagio, es preciso que un cuerpo organizado y enfermo elabore un principio particular, y que lleve en sí mismo los elementos necesarios para produ- cir una afección completamente igual á la que lo ha engendrado. El agente tóxico se compara con razón á un fermento, que colocado en con- diciones favorables, reproduce la enfermedad primitiva. También podria representársele co- mo un producto morboso, que contiene todas las cualidades nocivas de la afección de que procede. En la infección, por el contrario, el agente tóxico no resulta de una elaboración patológica, verificada por un cuerpo organizado y vivo; sino de una fermentación completa- mente química, en cuya producción no tiene parte alguna la vida. Esta es una diferencia esencial, que á nuestro modo de ver no ha llaraado tanto como debiera la ateucion de los médicos. «Una vez desarrolladas las enfermedades por infección, pueden revestir la forma contagio- sa , y entonces se presentan grandes dificulta- des. La peste, la fiebre amarilla y el tifo, son para muchos médicos enfermedades primiti- vamente miasmáticas, que se trasmiten por vía de contagio ; y otros por el contrario sostie- nen que se propagan siempre por infección. No entraremos aqui en pormenores relativos á las enfermedades que acabamos de citar; pero debemos establecer de un modo general, que si se admite que el contagio es un agente toxico elaborado por un organismo enfermo , no po- demos menos de reconocer, que enfermedades evidentemente miasmáticas en su principio pueden mas tarde engendrar el agente vene- noso que produce el contagio y trasmitirse por esta via, dejando de existir la infección. En se desarrolle constantemente por infección; pero tal vez no suceda lo mismo con respecto á la peste, al tifo y al muermo. Otro argu- mento es preciso tener en cuenta, basado en el estudio de las enfermedades cuyo carácter contagioso no admite duda, como las viruelas, el sarampión y la escarlatina. Se ignora su pri- mer origen, y han podido muy bien ser mias- máticas, dejando después de reproducirse las causas que las determinaron por via de in- fección. «El estudio del agente tóxico de la infección y del contagio no puede ilustrarnos en manera alguna, pues desconocemos enteramente su naturaleza; pero el modo como se propaga es- tablece diferencias bastante notables entre las enlVrmodados miasmáticas y las contagiosas. En las primeras el principio morboso proviene de un foco común, y basta sustraerse.ue su in- fluencia para evitar su acción nociva: en el contagio la enfermedad se trasmite de un in- dividuo á olro á distancias considerables, y por el contacto mediato ó inmediato. «Al ocuparnos de las epidemias indicaremos las diferencias y puntos de contacto que exis- ten entre ellas y el contagio. Ahora espondre- raos las que separan la epidemia de la infec- ción, las cuales son marcadas, al menos en teo- ría. Efectivamente, en la epidemia se hallan alteradas las cualidades del aire, ora de un modo apreciable como en las epidemias anua- les (humedad , sequedad, calor, frió,Variacio- nes atmosféricas y barométricas, dirección de los vientos), ora de una manera insensible, como en las grandes epidemias ó epidemias accidentales. Se ha admitido algunas veces el contagio para esplicar el desarrollo de estas úl- timas, cuyo origen no puede atribuirse á una alteración de las propiedades físicas ó quími- cas del aire (cólera , coqueluche , catarro epi- démico). En la infeccíou no se observa ningu- na alteración sensible; pero se descubre siem- pre el foco infectante que ha engendrado la en- fermedad. «Hay algunas diferencias entre la endemia y la infección? Es indudable que importa es- tablecer alguna distinción sobre este punto, y quesería impropio colocaren una misma línea la plica polaca, el escorbuto, el boctoy el cre- tinismo, que nacen bajo la influencia de causas higiénicas locales, y la fiebre intermitente, la amarilla, la gangrena de hospital y la peste, que dependen de principios deletéreos desar- rollados accidentalmente. Estos últimas no son enfermedades endémicas propiamente dichas; su duración es temporal, ó por lo menos des- aparecen de cuando en cuando, dejando inter- valos mas ó menos largos , pero siempre apre- ciables. Asi es que las fiebres intermitentes que invaden con furor en ciertos parages, des- aparecen casi del todo en algunas épocas del año, porque cesan las causas que les dan ori- gen. En la endemia, por el contrario, lacau- efecto, es muy posible que la fiebre amarillosa, á veces desconocida, que engendra el mal, se hace sentir igualmenle en todos tiempos, sin que las condiciones atmosféricas ejerzan al parecer grande influencia sobre ella. Final- mente, el último carácter diferencial depende de la actividad variable del agente tóxico de ambas clases de enfermedades. Las miasmáticas son mas estensas y frecuentes en ciertas épocas, y siguen un curso agudo. Las endémicas no ofrecen estas variaciones, y afectan ademas un curso crónico. En una palabra, la endemia es si se quiere una infección , pero mas perma- nente, mas continua y menos variable. Por lo demás, ya se deja conocer que estas diferen- cias solo consisten en grados, y asi es que mu- chos autores consideran dichas palabras como sinónimas. enfermedades por infección. 507 «Profilaxis de la infección.—No haremos mas que indicar las reglas en que debe basar- se el tratamiento preservativo de las enferme- dades miasmáticas, remitiendo al lector que quiera enterarse de otros pormenores, á los ar- tículos en que tratamos de las epidemias, del contagio y de las enfermedades intermitentes. Aun cuando sean conocidas las causas de la in- fección, no siempre es fácil removerlas, porque se necesito la intervención de las autoridades, y estas no siempre se hallan en disposición de contribuir con lo necesario para la salubridad de los lugares en que reinan tales afecciones. »La primera cuestión que conviene examinar es la siguiente: ^,debe aplicarse á las enferme- dades por infección el sistema de cuarentenas y lazaretos? Puede responderse sin vacilar por la negativa, en cuanto á las enfermedades que únicamente son miasmáticas, como la fiebre in- termitente, la gangrena de hospital y el tifo; pero ya hemos dicho que podia desarrollarse un principio contagioso en muchas afecciones, que bajo la influencia de condiciones higiéni- cas perniciosas, adquieren una violencia y gra- vedad insólitas. Cuando es evidente el desar- rollo del contagio, no debe titubearse en esta- blecer los cordones sanitarios ; pero es preciso que se compruebe bien el hecho, de modo que no quede la menor duda; pues el secuestro de las personas inficionadas y la aglomeración fu- nesta de individuos que resulta siempre de esto medida sanitaria, suelen acarrear accidentes mas graves que el mismo contagio. Aun supo- niendo que se halle este demostrado, la dise- minación de los individuos en una gran esten- sion de terreno, lejos del foco de infección, procurando al mismo tiempo destruir este foco con una higiene bien dirigida, serán medidas muchas veces mas seguras que los cordones sa- nitarios, aconsejados con demasiada frecuencia por el miedo ó por funestos prevenciones; de lo cual podrían suministrarnos en caso de ne- cesidad pruebas harto abundantes la fiebre ama- rilla y aun tal vez la peste. De todos modos es imposible formular reglas invariables sobre es- ta materia, y asi es que la inflexibilidad de los reglamentos sanitarios ha ocasionado muchas veces mayores males que los que trataba de prevenir. * «Es ante todo indispensable mejorar el es- tado de salubridad de los parages que ocupa el foco de infección. Para conseguirlo, conviene seguir las mismas reglas que hemos trazado al hablar de las fiebres intermitentes (V. esta en- fermedad). Cuando no se puede destruir el fo- co de infección, es preciso prevenir sus funes- tos efectos, dando á las habitaciones la forma y situación indicadas por la higiene. Entre el numero de los medios de salubridad, debe colocarse en primera línea la ventilación de los lugares frecuenlados por muchas personas. Los ingeniosos aparatos construidos por Peclet pro- j ducen este resultado de una manera completa. No haremos raas que indicar las fumigaciones sulfurosas, las guitoníanas ó con el cloro, los cloruros y las aspersiones cloruradas, cuya utilidad es incontestable, pues destruyen*y descomponen la sustancia vegeto-animal que constituye el agente tóxico. En cuanto tí las sustancias aromáticas, como el alcanfor, el benjuí y el vinagre, sabido es que no hacen mas que mezclar sus partículas volátiles y olo- rosas con los miasmas suspendidos en la atmós- fera , y que no pueden destruirlos. «Las personas espueslas á la influencia de un agento infectante, deben observar riguro- samente la profilaxis que hemos indicado al hablar del artículo Contagio, á fin de no ad- quirir la oportunidad especial que tanto favo- rece al desarrollo de la afección. «La historia y bibliografía de la infección no pueden separarse de las del contagio y las epi- demias, á cuyos artículos remitimos al lector» (Monneret y Fleury, Compendium ét médecine pratique, t. V, p. 167-181). ARTICULO III. De las enfermedades epidémicas. »La palabra epidemia se deriva de s™ so- bre, y de $r)f¿oe pueblo , enfermedad que ataca al pueblo. «Definición.—Para no introducir una confu- sión deplorable en este artículo, uno de los mas difíciles y al mismo tiempo mas importan- tes de nuestra obra, nos abstendremos de re- ferir aquí las numerosas acepciones que se han atribuido ala palabra epidemia; cuyo estudio tendrá lugar en la historia y bibliografía. Si conseguimos esponer con alguna claridad los varios puntos que se refieren á la historia de las epidemias, creeremos haber desempeñado convenientemente nuestra torea; la cual es tan- to mas dificil, cuanto que se ha descuidado de algún tiempo á esta parte todo lo relativo á este estudio. Sin embargo no han faltado algunos, que comprendiendo la importancia de un ob- jeto de esta naturaleza, hayan conservado cui- dadosamente las tradiciones de ía antigüedad, y de sus obras tomaremos casi esclusivamente los datos necesarios para redactar este artículo. » Definición é idea general del verdadero sentido de las palabras epidemia, constitucio- NES médicas, etc. Cuando se ejerce la medicina en un vasto país ó en una ciudad, se observa desde luego en todas las épocas del año, cua- lesquiera quesean la estación y las variaciones atmosféricas, cierto número de enfermedades, que se desarrollan en varios puntos y no atacan á la vez sino á cierto número de individuos. Estas enfermedades han recibido de Sydenham el nombre de intercurrentes ó esporádicas, cu- ya denominación se ha conservado después por los patólogos (Opera omnia, de morbis épide- mie is). «Hay otras que no aparecen mas que en cier- tas épocas, regulares ó irregulares, y que de- Ü08 ENFERMEDADES EPlDi: I1CA«. penden, ya de una alteración latente é inespli- cable del aire, ó ya de efluvios ó vapores que «e desprenden del seno de la tierra y modifican el cuerpo del hombre. Estas enfermedades, que solo*reinan durante un tiempo variable, mar- cado ó no por una constitución especial de la atmósfera, toman el nombre de epidémicas, y el espacio de tiempo indeterminado en que se observan se ha denominado constitución epidé- mica. Es tal la influencia de estas constitucio- nes sobre las enfermedades que aparecen en- tonces, que modifican su forma, su curso, su gravedad, su misma naturaleza, y les dan ca- racteres comunes, que hacen reconocer inme- diatamente la intervención de una causa des- conocida, que se llama genio , carácter epidé- mico, y que dorainaá la sazón. Las neumonías, las oftalmías, las anginas y los reumatismos que se desarrollan bajo una constitución infla- matoria fpr ejemplo, se modifican con arreglo al tipo dominante, que es en este caso la diá- tesis inflamatoria; asi como se manifestarían los síntomas de una complicación biliosa, si la constitución epidémica fuese de esta naturale- za. El tratamiento, como veremos mas ade- lante, sufre también alteraciones esenciales en razón de estas constituciones epidémicas. «Existen tres especies de constituciones epi- démicas , una estacionaria, otra temporal ó anual, y otra en fin accidental, á las cuales corresponden tres géneros distintos de enfer- medades epidémicas. La constitución epidé- mica estacionaria ó fija no tiene una duración determinada ; puede persistir durante muchos años, y es la causa desconocida que por mas ó menos tiempo da ciertos caracteres comunes á todas las enferraedades que atacan á los ha- bitantes de una ciudad ó de una comarca. En los tiempos de Galeno por ejemplo, las afec- ciones que padecían los romanos revestían una forma inflamatoria , porque la constitución es- tacionaria ó fija era de este carácter. Se ha di- cho igualmente que la constitución estaciona- ria durante la cual hizo Stoll sus observaciones, ' ^..ra biliosa, y en estos últimos tiempos se ha .prepuesto esplicar el buen éxito de la me- dicina fisiológica en el tratamiento de las en- fermedades, por una constitución estacionaria inflamatoria que habría remplazado á la bi- liosa de Stoll. Sidenham cree que esta constitu- ción depena'e de un trastorno latente é inespli- cable que se fragua en las entrañas de la tier- ra. Se la ha distinguido en biliosa, pútrida, febril, catarral, reumática, inflamatoria, etc., como se verá mas adelante. «La constitución estacionaria depende según ciertos autores de las costumbres, del régi- men y de todas las influencias complejas que son del dominio de la higiene , las cuales va- rían según las diferentes poblaciones; por cuyo motivo la han llamado algunos constitución re- gionaria. «La constitución temporal ó estacional (anual de Sidenham), ó constitución epidémica, se dislingu* de la anterior , en que estaos inde- pendiente de toda cualidad atmosférica; mien- tras que la temporal depende precisamente del curso periódico de las estaciones, de las vici- situdes de calor y frió que estas ocasionan, y de condiciones meteorológicas que no nos es dado apreciar. Se ha dado el nombre de cons- titución epidémica al período de tiempo durante el cual reinan las enfermedades producidas por las estaciones, habiendo ademas constituciones mistas, cuyo modo de producción esplicaremos detenidamente mas adelante. Llámanse epide- mias constitucionales, pequeñas epidemias, las afecciones que nacen bajo la influencia de esta constitución. Sidenham dividió las enfermeda- des epidémicas temporales en vernales y au- tumnales, según que pertenecían á la prima- vera ó al otoño; y algunos han admitido ade- mas las invernales y las estivales. Varios autores las designan también con el nombre de enfer- medades reinantes, y llaman constitución mé- dica á la causa desconocida que las produce. Una observación importante han hecho Siden- ham y los principales epidemiógrafos, yes, que la constitución anual ó temporal estado- minada por la constitución estacionaria ó fija; de suerte, que si esta es de naturaleza infla- matoria , se modificarán en el mismo sentido las fiebres biliosas , las diarreas del estio, los catarros y los reumas del invierno, etc. «La epidemia propiamente dicha , que se ha llamado también grande epidemia , epidemia eventual, accidental, pasagera , intermitente, es la época durante la cual se manifiestan en- fermedades, que en un tiempo determinado ala- can á la vez gran número de individuos de una misma especie, colocados en iguales circunstan cias , y que en su marcha general representa un cuadro comun, análogo al que ofrece la misma afección considerada en un solo sugeto cuando no es mortal (Schnurrer) : sirvan de ejemplos la grippe, el cólera morbo, la acrodinia, el sudor miliar, la erisipela, la escarlatina, las viruelas, etc., etc. No hubiera sido completa la definición que hemos dado de la epidemia, sí no hubiésemos añadido con Sidenham, Sch- nurrer y otros, que su carácter distintivo es el de ofrecer, cuando se la considera en su mar- cha general, la raas perfecta semejanza con la enferraedad observada en cada individuo. Cada hoja de un árbol, dice Schnurrer, representa el árbol entero, lo mismo que una individua- lidad morbosa represento también esactamente la marcha general de la epidemia (Materiaux pour servir a une doctrine genérale sur les epi- demies et les contagions, por Schnurrer; Tu- bínga, 1810, en 8. ; traducido por J.-Ch. Gasc y Breslau). Cuando se examina por ejemplo un enfermo cualquiera en cierta época de la epidemia, se observan en él los mismos sínto- mas, graves ó ligeros, que presentan los demás. En la disenteria que presenció Sidenham en Londres en 1669, existieron al principio cóli- cos violentos sin evacuaciones alvinas, postra- E.NFLUMIiDADES EPUtEMICAS. 503 cion , cíe., y en un período mas avanzado eran copiosas las deyecciones y habian desaparecido los cólicos. Precisamente" sucedió lo mismo en cada caso particular; de modo que un sugeto cualquiera podia dar una idea precisa de toda la epidemia. Mas adelante volveremos á ocu- fiarnos de este punto esencial de la historia de as epidemias: por ahora recordaremos única- mente, que en el cólera , la grippe y las demás enfermedades epidémicas que han aparecido en Francia, se ha comprobado siempre este carácter fundamental. «Diferencias entre la epidemia propiamente dicha y la constitución epidémica (fija ó tem- poral).—La constitución epidémica es un es- pacio de tiempo variable, durante el cual rei- nan enfermedades, que aunque diferentes en apariencia , reciben una influencia comun y tienen un mismo origen y una misma diáte- sis. «Puede considerarse ," dice Ozanam, como una enfermedad única, cuyas formas variadas no son, por decirlo asi, mas que síntomas, y que tan solo exigen un método general de trata- miento. Asi es que bajo una constitución epi- démica inflamatoria se observan las cefalitis, las perineumonías, las oftalmías, las esqui- nancías , los reumatismos agudos, etc.; pero en medio de estas diferencias de asiento es fá- cil conocer, sobre todo por el tratamiento, que la naturaleza propia de ia enfermedad es idén- tica , aunque varié el órgano afectado. Bajo la influencia de una constitución epidémica bi- liosa , la neumonia, la angina y el reumatismo se combatirán eficazmente por unos mismos agentes terapéuticos, suponiendo iguales las demás circunstancias. «La epidemia se presenta bajo una forma siempre idéntica, cualesquiera que sean las condiciones individuales ó las constituciones temporal y fija reinantes; asi es que el cólera ha sido con corta diferencia igual en invierno que en estio , en los jóvenes que en los vie- jos, etc. En la constitución epidémica por el contrario, varían las enfermedades por su asien- to y por sus síntomas, y únicamente llevan el sello comun que les imprime el carácter epi- démico. «La epidemia aparece en" épocas indetermi- nadas y en los lugares sometidos á la causa desconocida que la produce, cualesquiera que sean las influencias atmosféricas: sirvan de ejemplo el cólera y la grippe, que han reinado en todas las latitudes y en toda especie de países. Las epidemias fijas y temporales se observan en tiempos fijos, dependen de las condiciones atmosféricas que traen consigo las estaciones, y se estienden á todo el pais donde alcanzan estas influencias de la atmósfera. Por último, las grandes epidemias son muy nume- rosas; mientras que las constituciones epidé- micas estacionarias ó temporales son en corto número. i Diferencias entre la epidemia y las enferme dades primitivamente contagiosas.—Es preciso contagiosas distinguir cuidadosamente las grandes epide- mias de las enfermedades primitivamente con- tagiosas, pues si no gaeriamos en una lastimosa confusión. El solo punto de contacto que tienen entre sí, es el de invadir á un mismo tiempo á gran número de individuos, y de presentarse en todos los enfermos bajo uña forma igual y con unos mismos caracteres sinloraatológicos; pero la causa de la epidemia en general obra simultáneamente sobre todas las personas que habitan los lugares ó paises donde ejerce sus estragos. El contagio no hace raas que espar- cir las enfermedades primitivamente conta- giosas, que siguen en su propagación las leyes que hemos establecido en otro lugar (V. Con- tagio). Formaremos un paralelo mas estenso entre el contagio y la epidemia, cuando haya- mos trazado la histeria completo de esta úl- tima. «En cuantoá la endemia, es una causa en- teramente local, por lo comun muy circuns- crita, que da origen á enfermedades particu- lares de paises determinados, y que no se es- tiende á las regiones inmediatas, á menos que se le agregue el elemento contagioso (ejemplo: la fiebre amarilla). La epidemia al contrario es producida por causas pasageras, no inheren- tes á la localidad, y se propaga á toda una co- marca. «Divisiones generales del artículo.—Ahora que hemos dado una idea general de las di- versas denominaciones de que haremos uso en este artículo, podremos ya esponer con algu- na claridad y en otros tantos párrafos distin- tos, las materias que acabamos de indicar: 1,° la constitución epidémica estacionaria ó fija y las enfermedades que de ella dependen; 2.° la constitución epidémica temporal ó cons- titución médica, y las enfermedades que reinan bajo su influencia, y 3.° la epidemia propia- mente dicha, eventual é intercurrente. Adop- tando este orden, esperamos presentar al lector una esposicion metódica y precisa de las en- fermedades epidémicas. Nos estraña segura- mente que los autores que han tratado de la materia, no hayan seguido hasta ahora una di- visión tan natural. En la mayor parte de las obras se halla reunida la historia de las gran- des y dejas pequeñas epidemias, y de aqui procede sin duda que sean tan inesactas sus descripciones y que comprendan las enferme- dades contagiosas. También se encuentra esta confusión en el artículo Epidemia de la Enci- clopedia inglesa, y podríamos hacer igual cargo á otros varios médicos. Es á menudo difícil com- prender el verdadero pensamiento de los auto- res; lo cual debe atribuirse á falta de estudio de las perfectas y precisas doctrinas que nos han dejado los autores clásicos, que á pesar de algunas ideas falsas, han sido y son toda- vía nuestros maestros en este ramo de la pa- tología general. Terminaremos este artículo con el estudio de las enfermedades epidémico" 510 ENFERMEDADES F.P;i)i.MIC\S. oí-0 De la constitución estacionaria ó fija. «Hay épocas variables por su duración, du- rante las cuales las enfermedades que invaden álos habitantes deunacomarcaóde una ciudad, revisten una forma casi idéntica, debida aun influjo misterioso, enteramente desconocido en su esencia, al que se ha dadoel norabrede genio ó carácter epidémico (to Ostov, divinum aliquid). El tiempo variable durante el cual se hace sen- tir este carácter epidémico, se ha denominado constitución estacionaria ó fija. Todas las en- fermedades que aparecen mientras dura esta constitución, tienen una fisonomía común. También se designa á veces con el nombre de diátesis la constitución estacionaria. Cuando las enfermedades van acompañadas de una reacción viva, de una turgencia notable de to- do el sistema vascular; cuando la sangre se recipita con fuerza en todos los vasos, y sin aber siempre plétora, parece ejercer este fluido una escitacion mas fuerte sobre todos los órganos, entonces se dice que hay constitución inflamatoria. En otras ocasiones parece que los materiales de la bilis se segregan en mas abundancia; penetran todos los tejidos, y dan a las enferraedades que se desarrollan (neu- monías, gastritis, reumatismo, encefalitis, etc.) una forma especial, que sobresale en medio de los síntomas propios de la afección: el tinte amarillo de la cara, de las escleróticas, del contorno de los labios, la coloración anaran- jada de las orinas, el estado de la len- gua, el amargor de boca y los vómitos bilio- sos, etc., revelan la constitución biliosa ó gás- trica. Otras veces la constitución es catarral, mucosa y reumática, es decir, que las enfer- raedades, ademas de los síntomas que las ca- racterizan , van acompañadas de diversos fe- nómenos, que aparecen en las membranas aucosas gastro-pulmonal ó génito-urinaria, como son: ora flujos mucosos por las fosas na- sales y vómitos de la misma naturaleza; ora diarreas puramente mucosas, ó leucorreas; ora en fin una secreción abundante de moco mez- clado con las orinas, dolores reumáticos en los músculos, en las articulaciones y en di- versas partes del cuerpo. La constitución epi- démica reinante se llama pútrida ó maligna, cuando las afecciones tienen mucha tendencia a presentar los caracteres que se atribuían an- tiguamente á la putridez de los humores. En otros casos se presentan con mas frecuencia las reacciones del sistema nervioso, y modifican los caracteres de la enfermedad (constitución nerviosa). Por último, no tenemos reparo en admitir que la constitución escorbútica, es de- cir una reunión de causas que no siempre es- tan á nuestro alcance, pueda determinar en- fermedades caracterizadas por una alteración de la sangre; del misma modo que la plétora y la riqueza de este fluida han parecido ser no pocas veces el elemento principal de otras epi- demias constitucionales. Se ha hablado tam- bién de constituciones epidémicas febriles ¡n- I termitcntes, remitentes y verminosas; pero es d uloso que estas formas morbosas dependan desemejante causa. «Si tratamos de buscar en el estudio clínico de los hechos datos que apoyen esto doctrina, profesada por los mejores observadores de la antigüedad y de los tiempos modernos, en- contraremos, que considerada en sí misma y prescindiendo de toda interpretación, es co- nocidamente esacla. Nadie puede negar, que durante cierto número de años, sin saber por qué, tienen todas las enfermedades algo de especial, que no altera su asiento ni sus prin- cipales síntomas, pero que les agrega un ele- mento mas, que debe tenerse muy en cuenta para el tratamiento. La erisipela ó la escarlata, la bronquitis ó la pleuresía por ejemplo, que lleguen á desarrollarse en tales circunstancias, se distinguirán de las mismas enfermedades observadas en otra época y bajo diversa cons- titución estacionaria, por algunos fenómenos morbosos que se agregarán constantemente á los que produce por sí sola la afección. Mas si esto es asi ¿diremos con los antiguos, que la bilis, lamucosidad, la sangre, la atrabilis ó cualquier otro humor se hace entonces predo- minante? Estas ¡deas hipotéticas se hallan hoy completamente desterradas, merced á las nocio- nes raas precisas que nos han suministrado la fisiología, la anatomía y la química. Sin em- bargo no es tan ridicula la esplicacion, que no pueda interpretarse fácilmente la doctrina an- tigua. Verdad es que en el dia no se da el nom- bre de biliosa á la constitución estacionaría en el sentido en que usaban esto palabra Hipócra- tes, Galeno y sus sucesores; pero no se hace raas que esplicar de otro modo el hecho , atri- buyéndole á la frecuencia de las complicaciones biliosas. Ya volveremos á tratar mas por es- tenso de esta materia, cuando hablemos de las constituciones temporales. «Hay en la historia de la constitución esta- cionaria un punto que conviene establecer con toda claridad, y es la diferencia que existo en- tre dicha constitución y la que pertenece á ca- da pueblo y aun á veces á los habitantes de una localidad muy circunscrita. Esta última se de- be á la alimentación, las bebidas, las costum- bres políticas y religiosas, los hábitos, el cli- ma, y á todas las condiciones higiénicas, que deben también inducir cambios notables en los síntomas, en la naturaleza, en el sitio y en las complicaciones de las enfermedades, también es este un elemento mas, que debe el médico saber reconocer á tiempo, si quiere que su te- rapéutica sea acertada. Gasc, que por su posi- ción de médico de ejército ha podido hacer es- celentes y numerosas observaciones sobre este punto, nos ha dicho muchas veces, que en el hospital de Dantzik, durante las últimas guerras de los franceses en Alemania, se veía obligado á prescribir cuatro ó cinco medicacio- nes distintas para una misma enfermedad, de- sarrollada en militares que veniande diferentes E.\F:.RMEDADES epidémicas. 511 paises. Y no solamente debe variar la natura- leza del método curativo, sino también la do- sis de los medicamentos que se emplean. Cuan- tos profesores han ejercido la medicina en di- versas naciones, y los que aun sin salir de su pais, la han practicado en puntos diferentes, ya por la naturaleza del terreno, ya por las demás circunstancias higiénicas que dejamos indica- das, aconsejan unánimemente acomodarla tera- péutica á las condiciones de cada pueblo. «Las causas de la constitución fija son ente- ramente incomprensibles; no residen en el aire atmosférico; «no proviene, dice Sydenham, del calor ni del frío, de la sequedad ni de la humedad, sino mas bien de una alteración la- tente é inesplicable, que se fragua en las entra- ñas de la tierra.» ¿Dependerá de los cambios ocurridos en la alimentación y en las costum- bres de los pueblos? No tenemos datos para responder á esta pregunta. «Recordaremos que lá constitución estacio- naria se diferencia de la temporal, en que la primera no tiene una duración determinada. Asi es que veremos mas adelante, que Lepecq de la Cloture observó durante los años 1763, 1764 y 1765 una constitución catarral ó reu- mática, quedominó todas las demás afecciones. Las cualidades del aire concurrieron á prolon- garla; peromo puede decirse que la produje- ran por sí solas, puesto que vemos con mucha frecuencia que nada influyen los cambios de las estaciones y del estado de la atmósfera, por mas notables que sean, en la constitución epidémica estacionaria. Hipócrates observó una constitución de esta clase, que duró cerca de tres años; Ozanam asegura, que la constitu- ción estacionaria inflamatoria dominó mas de diez en la ciudad de Milán; y Loudun cree haber notado que la constitución catarral reina hace mucho tiempo en Lyon. »2.° Constituciones epidémicas temporales, estacionales; anuales, constituciones médicas reinantes, etc.; enfermedades populares, epidé- micas, anuales y reinantes. «Hay una ley establecida desde la mas re- mota antigüedad y evidentemente demostrada por las observaciones de Hipócrates, de Gale- no, de Huxham, de Sydenham, de Pringle y de todos sus sucesores, á saber: que las enfer- medades anuales tienen una relación íntima con los fenómenos meteorológicos propios de cada estación del año. Débese entender por constituciones epidémicas temporales, las que se presentan durante las diversas estaciones del año, á consecuencia del estado de la atmósfera y de las alteraciones sensibles del aire, sin te- ner nada de fijo en su aparición y duración , á no ser en el caso, sumamente raro, de que las condiciones meteorológicas propias de cada estación sean igualmente fijas y regulares. Tienen estas constituciones epidémicas la pro- piedad de manifestarse en ciertas épocas del año, para desaparecer en seguida al cabo de dos ó tres meses. No siempre se las observa en la estación que les es propia. «A veces, dice Ozanam, bajo una misma influencia atmosfé- rica se desarrollan enfermedades distintas de las que deberían reinar; ó bien una epidemia que parecía caminar hacia su declinación, vuelve á tomar de repente nuevo vigor, sin que sea posible esplicar estos fenómenos.» Otra propiedad de las epidemias temporales es la tendencia que tienen á disminuir el número de las enfermedades intercurrentes, y hacerlas participar de su propia naturaleza. Son respec- to de las afecciones intercurrentes, lo que las constituciones estacionarias relativamente alas temporales; asi como la constitución estacio- naria imprime su naturaleza especial á las en- fermedades intercurrentes y á las temporales á la vez, la constitución temporal por el contra- rio influye solo en las intercurrentes. «Las modificacionesque esperímentan la eco- nomía y por consiguiente los caracteres de las enfermedades reinantes, son tanto mas pro- nunciadas, cuanto mas fuerte, continua y du- radera es la acción que ejercen las cualidades del aire, la temperatura y las demás condicio- nes meteorológicas. Cuando las estaciones son regulares, puede haber cuatro constituciones epidémicas correspondientes á cada una de ellas; resultando de aqui las enfermedades in- vernales, vernales, estivales y autumnales. Todos los médicos que han escrito sobre las epidemias, están de acuerdo en dividir el año, del mismo modo que los astrónomos, en cuatro eslaciones, que son primavera, eslió, otoño é invierno; cada una de las cuales tiene una constitución atmosférica que le es particular generalmente hablando. Asi es que en nues- tros paises el invierno debe ser frío, la prima- vera medianamente calurosa y húmeda, el es- tio caliente y seco, el otoño variable y casi siem- pre húmedo. Estas son pues las constituciones temporales, que pueden llamarse regulares y le- ítimas. Las enfermedades que se desarrollan ajo la influencia del carácter epidémico de cada estación , serán de una especie particu- lar; estableciéndose asi una constitución catar- ral en otoño y en invierno, una inflamatoria en primavera, y una biliosa en estio. Las enfer- medades que predominan, y las complicaciones que con mas frecuencia sobrevienen, en la es- tación fria y húmeda del otoño son: las fiebres periódicas, las flegmasías mucosas, las bron- quitis agudas y crónicas, la grippe, los diver- sos flujos, los corizas y las diarreas. Las mismas afecciones son también muy comunes en in- vierno, cuando este es lluvioso, húmedo y me- dianamente frió : si es seco y frió, predomina la forma inflamatoria, y se desarrollan flegma- sías parenquimatosas y neumonías. Obsérvanse por el contrario en estío, cuando la constitución es caliente y seca, las hepatitis, las saburras gástricas, los flujos intestinales, el cólera-morbo y las disenterias. En la primavera, siendo la constitución atmosférica húmeda y caliente, vemos aparecer las erupciones exantemáticas, Üll rnpermedaoi la erisipela, la escarlata, las viruelas y las lie- bres intermitentes, que sin embargo" no son tan comunes como en otoño. Bien puede de- cirse de una manera general y con alguna res- tricción, que las enfermedades que acabamos de citar predominan en ciertas épocas del año, aunque sin aceptar la interpretación que daban a estos hechos los antiguos, sosteniendo que en cada estación predominaba uno de los cua- tro humores del cuerpo. Según Hipócrates, la pituita es escesiva en primavera, y la sangre en estio: «Veré pituita magis doraiñatur, et san- »guis ¡ncrescit; aaslate sanguis adhuc víget, «sed et bilis exaltatur.» La esplicacion del mé- dico griego no es muy satisfactoria; pero el he- cho en que se funda está perfectamente obser- vado. Nadie duda que los flujos mucosos son frecuentes en las estaciones húmedas, y que al acercarse la primavera ofrecen ya las enfer- medades un carácter francamente inflamatorio, que subsiste al principio del estio; «aestate «sanguis adhuc víget, sed et bilis exaltatur.» Mas tarde en efecto, y á raedida que se au- menta el calor, se hacen frecuentes las com- plicaciones biliosas. Todos los médicos que han tenido ocasión de ver muchas enfermedades en diversos climas y bajo diferentes latitudes, han confirmado esta observación. Galeno creía que ea cada estación predominaba ua humor, su- poniendo que el hombre tiene ea invierno una superabundancia de pituita; que también se desarrolla esta en la primavera, pero entonces se acumula mas la sangre; que este líquido se encuentra rarefacto en el estio , en cuya época abunda la bilis; mientras que en el otoño se forma una atrabilis mas consistente y no hay tanta sangre (Galeno, De Hippocrate et Platón. Decretis, I. VUI, cap. VI). Inútil seria criticar semejantes ideas ; puesto que nadie las admi- tirá en la actualidad, aunque hayan reinado hasta fines del último siglo y las hayan toma- do por guia de sus observaciones algunos mé- dicos recomendables. Lepecq de la Cloture, Geoffroy y Raymond las adoptan en las obras que sobre estamateria han publicado. »Hé aqui cómo esplica Schnurrer el modo de producirse las enfermedades anuales. En in- vierno la respiración es mas completa, la san- gre mas oxigenada y coagulable, el pulso fuer- te y la digestión mas activa; asi es que todas las enfermedades que se desarrollan en estas condiciones ofrecen la circunstancia común de que afectan mas especialmente los parenquimas ricos en vasos sanguíneos. Las enfermedades catarrales forman el paso á las que reinan hasta el mes de junio. El tubo intestinal y el órgano cutáneo participan igualmente de las enferme- dades de esta estación, las cuales tienen ten- dencia á tomar el aspecto de las fiebres inter- mitentes. En estio el hígado y el sistema de la vena porto se hacen raas activos, verificándose con su ausílio la descarbonizacion de la san- ¡ gre; la serosidad de este líquido aparece ama- rilla, el pulso es mas pequeño, la boca está * epidémicas. pastosa, la sed es mas notable que el hambre, : y las enfermedades propenden á terminar por evacuaciones críticas. Eu el mes de agosto el | carácter es bilioso; pero poco después se ma- nifiesta de nuevo un estado semejante al que i se observa en primavera (constitución niisia■, | y vuelven á aparecer las fiebres remitentes é ¡ intermitentes. En los últimos meses del otoño ¡ y en los primeros del invierno predomina la constitución atrabiliaria, favorecida por el pre- \ dominio del sistema de la vena porla. I »Schnurrcr cree, que los cambios que sobre- vienen en el curso de un año, no tanlo se de- ! ben á las diferentes temperaturas de las csta- ¡ ciones, como á una causa mas oculto; puesto | que en nuestros climas siguen las enfermeda- des anuales un curso mas riguroso que el de las temperaturas. «Antes de esponer las principales opiniones emitidas por los autores antiguos, y que apenas se mencionan en las obras modernas , indica- remos algunas divisiones de las constituciones temporales, que merecen ser conocidas, aun- que en la actualidad hayan caido en desuso. Ya hemos dicho que el año sideral, lo misino | que el año médico , podia dividirse en cuatro estaciones. En el orden comun cada una de las constituciones atmosféricas corresponde esac- tamente á la misma estación en qiie reina, es decir, que se observan las afecciones tempo- rales propias de cada estación. Pero sucede con frecuencia, especialmente en los climas templados, que se presentan variaciones con- siderables en las diversas épocas del año. Pue- de ocurrir por ejemplo, quesea tal el desorden de una estación, que tome el carácter de otra: el invierno puede ser suave y lluvioso, la pri- mavera seca y fria, el eslío variable, y el oto- ño caliente y uniforme; resultando de aqui es- taciones irregulares y constituciones temporales dislocadas ó impropias, á las cuales correspon- derán igualmente enfermedades que podrían también llamarse dislocadas, porque nos ha- llamos habituados á observarlas en otra época. Estas constituciones no determinan de ninguna manera la del año. Hállanse ejemplos frecuen- tes de este cambio de estaciones en Huxham (Observationes de aere et morbis epidemias), en Lepecq de la Cloture (Collections d'observa- tions, etc.), en las Memorias de Geoffroy y de Raymond (Mém. de la Societé Royale, 1780 y 1781 , p. 1 y 36), en las observaciones rae- tereológicas publicadas por la Real Sociedad de medicina, y en el Annuaire du burean des longitudes. «Cuando la constitución propia de una esta- ción se continúa en la que la sigue inmediata- mente, resultan las constituciones médicas mis- tas, es decir, que participando una y otra. Llamamos constitución mista, dice Lepecq de la Cloture, ó la reunión de dos escesos ó dos intemperies de estaciones, que no han sido ca- paces de destruirse mutuamente, resultando que se confunden entre sí (Collections d'obser- ENFERMEDADES valionsí etc., p. 1033). En este caso se obser- varán constituciones temporales combinadas, y llevarán el sello del carácter epidémico de una y otra estación las enfermedades que se desarrollen bajo esta influencia, constituyendo en cierto modo afecciones epidémicas mistas. Ocurre esto muy á menudo al fin de cada es- tación y enxel momento en que empieza la in- mediata. Es de advertir que los casos mistos son incomparablemente mas numerosos para los que solo admiten dos grandes constitucio- nes anuales, una de primavera y otra de oto- ño. Sidenham coloca entre estas una particular, que denomina intermedia, la cual corresponde á la constitución mista que reina en verano y en invierno. Pueden encontrarse constituciones anuales en las que solo predominen los cam- bios correspondientes á la primavera y al oto- ño; en cuyo caso son muy notables las dos constituciones mistas, asi "como también las enfermedades que producen. Cuando se estu- dian bajo este punto de vista las afecciones que han reinado en el curso de todo un año, se observa por regla general, que las que so- brevienen en el equinoccio de otoño, impri- men ordinariamente su carácter á las que de- ben desarrollarse hasta el equinoccio de la pri- mavera , en cuya época se verifica un cambio en la constitución. Desaparecen, dice Ozanam, las flegmasías de las membranas mucosas, las perineumonias y los reumatismos, remplazan- dolos las enfermedades exantemáticas, las apo- plegias y pirexias de diferentes tipos y ordi- nariamente de corta duración. «La constitución de una estación se compone de las constituciones que corresponden á cada dia, y se obtiene por lo tanto adicionando es- tas úitimas. Del mismo modo se designa tam- bién la constitución de todo un año con arre- glóla la de las diversas estaciones. «Porque si cad*a estación fuese regular, el año sería legí- timo y no daria lugar á enfermedades epidémi- cas , faltando estas completamente. De esta ma- nera el esceso de las intemperies de cada esta- ción establecerá su naturaleza ó su constitu- ción, tal como la observó Baillou; pero el esceso de una ó muchas constituciones estacionales sobre las demás, y Ja continuidad misma de este esceso en un número de estaciones conse- cutivas, decidirá la constitución de uno ó de muchos años. Asi fue como consideró Hipócra- tes las' estaciones, y desde este grande horabre quizás no ha habido otro, incluso el mismo Sy- denham, crue haya adoptado este modo de ver tan sencillo, tan natural, tan fecundo y tan conforme á los verdaderos principios de la na- turaleza» (Lepecq de la Clolure, obr. cit., 1032). Estas observaciones, aunque sumamen- te importantes para la medicina práctica, son poco conocidas de los médicos de nuestros dias; los cuales en general no les dan mucho valor, porque el diagnóstico local absorve toda su atención, y porque la doctrina de las irritacio- nes ha puesto á imichos en el caso de conten- TOMO IX. epidémicas. 513 tarse con la averiguación de este elemento. Ya volveremos á hablar de esta cuestión al tratar de la terapéutica de las enfermedades epidé- micas. »La constitución anual toma ordinariamente el nombre de la enfermedad que ha reinado con mayor intensión ó frecuencia ó por mas largo tiempo; en una palabra la afección pre- dominante es la que decide el carácter gene- ral de esta constitución. Cuando se dice que las enfermedades reinantes son catarros ó fleg- masías délos órganos respiratorios, disente- rias, etc., se da á entender que estas son las enfermedades que aparecen mas á menudo, que se observan desde hace mas tiempo ó que presentan mayor gravedad. En efecto, todas estas circunstancias prueban el predominio de una constitución temporal, cuyos resultados guardan relación con su grado de energía. Pa- ra dar una ¡dea mas esacta de lo que acabamos de decir, citaremos algunos ejemplos, tomados de los autores que han seguido la senda traza- da por Hipócrates y adoptada por los médicos mas recomendables. Paradlo empezaremos re- cordando una constitución epidémica estacio- naria que duró muchos años, imprimiendo un carácter especial á las enfermedades desarro- lladas bajo su influencia. Al dar cuenta Lepecq de la Cloture de las principales enfermedades reinantes observadas en el clima de Caen y en sus alrededores durante lósanos 1763, 1764 y 1765, se espresa del modo siguiente: «La pri- mavera deleito de 1763 habia sido muy seca, y el estio muy lluvioso. La estación fue tam- bién muy fria en setiembre en la parte baja de la provincia , ó mas bien en su región media: notábanse á menudo nieblas, que se convertían en gotitas de agua fria; los vientos se dirigían por intervalos al septentrión, y cuando des- cendían hacia el oeste , se hacían abundantes las lluvias. Tal fue la temperatura variable de la entrada del otoño». En noviembre sobrevi- nieron lluvias escesivas y estuvo cargada la atmósfera de vapores húmedos y calientes du- rante todo este mes y el de diciembre. Esla misma intemperie húmido-tepidiúscula, como la llama el autor, fue también muy notable ha- cia fines de enero y en todo febrero, en cuyos meses cayeron torrentes de agua, que inunda- ron las ciudades y los campos: «Hé aqui pues evidentemente una constitución que pecó por esceso de humedad, al menos desde el princi pió del estio de 1763 hasta fines de la prima- vera de 1764....; algunas veces fue húmeda y fria, pero con raas frecuencia húmeda y ca- liente...., estación por lo tanto dislocada del orden natural, del que se apartó mucho mas que lo habia hecho el otoño. Tal fue el origen de la gran constitución catarral y pútrida, qu« empezó hacia fines del eslió de 1763, que s«¿ estendió durante el otoño bajo todas las formas del catarro, y ofreció por último hacia el mes de noviembre la complicación biliosa pútrida que conservó mucho tiempo» (obr. cit,, p. 6.11 65 á14 ENFERMEDADES 1.P1I>¿MICAS. y sig.). Las ideas formuladas por el médico de ¡ quien hemos lomado estas citas, son precisas, y | esaclas. Tratemos ahora de examinar qué es lo que entiende por esa constitución catar- ral de que nos habla. Vemos desde luego que las afecciones reumáticas, articulares y mus- culares, fueron frecuentes «á causa de la retro- pulsion de la traspiración». Existieron también cólicos «que eran tan decididamente reumáti- cos, que muchas veces se veia trasladarse el dolor á las estremidades, sobre todo á las ro- dillas y á las piernas, cuyos órganos abando- naba álos pocos dias, para volver como antes á situarse en el vientre». Los dolores lumbares (lumbago) se observaron asimismo con mucha frecuencia. Los niños y los viejos fueron los que sintieron mas pronto el efecto de la constitu- ción catarral dominante, asi como las mugeres y las personas débiles y delicadas. Viéronseen fiu aparecer anginas y pleuresías, llamadas por el autor biliosas catarrales, las que fueron com- batidas con buen éxito por los eméticos y pur- gantes. Sobrevino una complicación de enfer- medades verminosas: «los vermes, que habian empezado á desarrollarse en el discurso del oto- ño, produjeron gran número de epifenómenos en las enferraedades de los meses de enero y febrero, llegando á ser la afección mas general y el accidente mas temible de los que ocurrie- ron en la primavera, cuando las lluvias del in- vierno y la intemperie meridional caliente y húmeda" fueron remplazadas por los primeros dias serenos y calientes.» Esto pueie esplicarse diciendo, que la generación de los vermes lum- bricoides, tan frecuente en los niños y sobre todo en las comarcas húmedas como la Baja- \ormandia,fue también favorecida por la mu- cha humedad unida al calor, que reinó durante la constitución médica que estamos describien- do. La constitución catarral predominante ter- minó por erupciones miliares y otras de di- versa naturaleza. No es dificil percibir en las diferentes enferraedades descritas por Lepecq con no poco talento de observación, aunque bajo la influencia de doctrinas humorales algún lauto exageradas , el carácter comun que ofre- cían todas ellas bajo el dominio de la constitu- ción estacionaria catarral. «Citaremos también por ejemplos algunas de las constituciones temporales descritas por Raymond, aunque no conducen á resultados bastante esactos. Estudiando este médico la constitución seca de diferentes años, dice que el de 1747 fue poco variable, muy caliente y se- co, precedido de un otoño templado y de abun- dantes lluvias; que en el otoño de 1748 se ob- servaron fiebres biliosas, complicadas con ca- tarros epidémicos y disenterias; que en el año 1749, austral, bástenle templado y mediana- mente lluvioso, después de un otoño poco hú- medo y caliente, se vieron fiebres y pleuresías de naturaleza pútrida, fiebres deprimentes y graves desde el estío, en que se habian obser- vado algunas disenterias; tercianas v tercianas dobles de la naturaleza de las l¡cbres»conli-¡ nuas, siempre con redundancia biliosa, la cual existia también separadamente, y liebres ca- tarrales, complicadas á menudo con calentura continua biliosa, viruelas graves y sarampión benigno. «Opongamos á esta constitución otra fria y seca. En el año 1748, boreal y ausiral, notable por el frío, la sequedad y el calor, después de un otoño nebuloso, aunque poco lluvioso y medianamente frío, se observaron fiebres cou frecuencia agudas y á veces crónicas, acompa- ñabas de postración de fuerzas, y complicadas con ardor en el pecho, catarros y turgencia biliosa, tercianas de la naturaleza de la fiebre continua reinante , toses convulsivas en los ni- ños desde el otoño de 1745, y viruelas mortí- feras. «Hemos tomado estas líneas de la memoria de Raymond, premiada por la Academia real de medicina, é inserta en la colección de sus memorias (año 1780-1781 ), á íin de demos- trar el modo como podrían esponerse en pocas palabras las observaciones hechas por los mé- dicos de todos los paises. A primera vista se conciben los servicios que prestariaun trabajo de esto naturaleza, suponiendo que se dirigie- ran todos los documentos particulares á una Academia de medicina,ú otra corporación cien- tífica, que los coordinase y arreglase. Compren- diendo la antigua Academia francesa la impor- tancia de tales observaciones, publicaba todos Los años unas tablas meteorológicas. En la ac- tualidad se forman estas en los diferentes ob- servatorios establecidos por los gobiernos,con una esactitud que nada deja que desear; de manera que solo necesitan los médicos tener cuidado de apuntar los resultados de su prác- tica. Solo emprendiendo esta tarea en grande escala, podrá llegarse á descubrir alguna cosa respecto de la acción patogénica de las consti- tuciones temporales. «Ya hemos dicho que podían establecerse en un clima donde se suceden regularmente las estaciones, cuatro constituciones principa- les, correspondientes á las condiciones meteo- rológicas; pero debemos añadir, que es raro llegue á observarse esta sucesión perfecta , y por consiguiente que las enfermedades rei- nantes correspondan con esactitud á las in- fluencias atmosféricas. Un grande obstáculo, dice Ozanam, se presentará siempre en el es- tudio de las constituciones epidémicas gene- rales, cual es la diversidad del clima, de la temperatura, y la meteorologia de cada pais, de la esposicion de los lugares, y otras muchas circunstancias físicas que alteran absolutamen- te el estado constitucional de una provincia, de un distrito ó de una ciudad, con relaciona las demás localidades inmediatas (ob. cit., to- mo I, p. 88). Por eso no debemos estrañar, que no estén de acuerdo los médicos sobre el nú- mero de constituciones ó estados de la atmosfe- ra que forman la base de la meteorologia de las ENFERMEDADES EPIDÉMICAS. S15 estaciones. Hipócrates estableció cuatro prin- i cipales, que son: 1.° la caliente y seca; 'i.° la fria y húmeda; 3.° la fria y seca, y 4.° la ca- liente y húmeda. Raymond se conforma cou esto división (Mémoires de TAcademie royale de médecine, 1780 y 1781, p. 48). Ozanam pre- tende que son cinco las constituciones atmos- féricas que forman la primera base de la me- teorología de las estaciones, á saber: caliente y seca, caliente y húmeda , fria y seca , fria V húmeda , y templada (obra citada , pági- na 89). «Para apreciar con algún rigor la influencia de las constituciones médicas, es preciso re- cordar el axioma: «Non possunt prasentes »morbi cognosci, nisi ex prseterita temporum »constitutione, nec futura divinari, nisi ex praesenliuui consideratione. » Asi, pues, las verdaderas causas de la epidemia reinante deben buscarse en la intemperie de la esta- ción , y muchas veces en el año precedente. Sin observaciones meteorológicas de tiempos anteriores le es imposible al práctico prever cuál será la influencia de la estación inme- diata en la producción de las enfermedades epidémicas. Aun los que han estudiado con una perseverancia digna de elogio todos los fenómenos atmosféricos, que han seguido atentamente las variaciones de la temperatu- ra, las del barómetro y termómetro, las co- nexiones que tienen las estaciones entre sí, su mutua influencia, etc., no siempre han lle- gado á obtener resultados bastante precisos. Pero es esta acaso una razón para abandonar tales observaciones? ¿Por qué no han de po- der los médicos, auxiliados con los conoci- mientos que suministra la física moderna, ilus- trar algún tanto la oscura etiología de las en- fermedades epidémicas, así temporales como accidentales? Cuesta trabajo creer que no se- pamos hoy masque lo que se sabia en tiempo de Hipócrates sobre las especies de enfermeda- des propias de las constituciones epidémicas. Hé aqui algunas de las observaciones hechas por el médico griego. »El año es saludable, cuando después de un otoño moderadamente lluvioso, sobreviene un invierno templado, y cuando se refrigeran con- venientemente por las lluvias la primavera y el estio. Por el contrario, si el invierno es seco y ventoso y la primavera húmeda y caliente,el estio será por necesidad febril y mal sano. Sisón moderados los calores de la canícula, el otoño será saludable ; mientras que en el caso con- trario las mugeres y los niños padecerán en- ferraedades graves, y se harán comunes las fiebres cuartanas, terminando frecuentemente por hidropesía. Cuando el invierno es calien- te, lluvioso y dominado por los vientos del me- diodía, y la primavera seca y boreal, los em- barazos y los partos son peligrosos y habrá di- senterias* y fluxiones de los órganos "de la vista. Un estio seco y caliente produce también di- senterias, hidropesías secundarias y flujos de vientre. Si por el contrario el eslió y otoño son lluviosos y australes, el invierno ofrecerá mu- chas enfermedades, sobre todo fiebres ardien- tes, pleuresías y perineumonías. Cuando su- cede á un estio seco y ventoso un otoño hú- medo y austral, reinarán cefalalgias, ronque- ras, catarros y toses acompañadas de tisis. Una temperatura constantemente seca y serena con- viene sobre todo á las mugeres y i las consti- tuciones húmedas, mientras que es perjudicial para las personas biliosas, pues se hallan en- tonces espuestas á las inflamaciones y á las fie- bres agudas. Iguales accidentes esperimenta- rán las mugeres y los niños, cuando un invier- no frió y seco vaya seguido de una primavera caliente y húmeda. «Hemos referido estas proposiciones genera- les, para hacer ver el modo como deben los mé- dicos considerar esta materia, si quieren que adelante la historia de las epidemias tempora- les. Al presentar nosotros los aforismos de Hi- pócrates, no lo hacemos porque se hallen exen- tes de toda crítica, prescindiendo de que solo son aplicables á las afecciones que reinan en el clima de Grecia. Para obtener algunas ideas generales sobre la coincidencia de las enferme- dades con las estaciones, sería indispensable que los médicos de los diferentes paises obser- vasen con esactitud los fenómenos meteoroló- gicos, confrontándolos cuidadosamente con las enfermedades reinantes.'Muchos i»édicos del último siglo han seguido este camino, entre los cuales debemos citar especialmente á Huxham, Ramazzini, Sydenham, Lepecq de la Cloture, Geoffroy y Raymond, Delaporte y Vicq d'Azyr. Los trabajos de estos tres últimos autores es- tán consignados en las Memorias de la So- ciedad real de medicina. Ozanam, que consa- gró una parte de su existencia al estudio de las enfermedades epidémicas, considera co- mo verdaderas las proposiciones aforísticas de Hipócrates. Hé aqui los resultados gene- rales que ha obtenido Furster, y que copia- mos de un informe .presentado á la Academia de ciencias por los señores Arago y Dou- ble. «En una primavera caracterizada meteoro- lógicamente por vicisitudes atmosféricas de vodas clases , y que participa del frío del in- fierno al principio y del calor del estío en la eclinacion, las enfermedades dominantes son catarrales, inflamatorias en el primer perío- do y catarrales biliosas en el segundo, tenien - do principalmente su asiento en los órganos respiratorios y digestivos. «Durante el estio el desarrollo del calor ha- ce que predominen muy luego las afecciones biliosas. No obstante, como en Francia esta parte del año es ordinariamente muy variable, participando mas ó menos de los caracteres de la primavera y de los del otoño, las enferme- dades biliosas se combinan siempre en un gra- do bastante notable con los elementos flogísti- ' co y mucoso. Los aparatos que se afectan con Slfi ENFERMEDADES EPIDÉMICA mas particularidad son el intestinal, el gástri- co y el hepático. »Kn otoño el aumento de las variaciones at- mosféricas hace que vuelvan á ocupar la pri- mera linea las afecciones catarrales de la pri- mavera; aunque sin embargo, con la notable diferencia de que en esta última estación, que es variable y tria y que va precedida ademas le la crudeza del invierno, la afección catar- ral aparece asociada con afecciones inflamato- rias; mientras que en el otoño, estación varia- ble y caliente y precedida por el contrario del eslío, á la afección catarral se agrega la bilio- sa. Por lo demás, esta última combinación es muy susceptible de degenerar en estados graves y de revestir formas perniciosas. Los órganos que padecen mas especialmente son los abdominales, y entre ellos los intestinos. «Por último, 'durante el invierno, como tiempo frió, predominan las afecciones llogísti- cas, y como en nuestros climas se agregan ca- si siempre á dicha temperatura las nieblas, las nieves, las aguas y fuertes vicisitudes atmos- féricas, las afecciones inflamatorias se asocian á las catarrales y á las mucosas, que aunque con formas patológicas análogas, no dejan de diferir en algunos puntos. Los sistemas que se hallan entonces mas comprometidos son el sanguíneo, y mas todavía el mucoso, de todo el organismo.» «Muy conveniente' seria que poseyéramos muchos trabajos de la naturaleza del efe Furs- ter, no porque le tengamos en el concepto de una obra perfecta, sino porque reportaría la ciencia grandesbeneficios, si reunidos por todos los médicos de los diferentes paises numero- sos documentos, redactados con la esactitud que se observa hoy en la narración de los he- chos, se pudiera dilucidaren el terreno prác- tico la importante cuestión de las epidemias que tantas controversias ha motivado. «Terminaremos refiriendo algunas citas, to- madas de la memoria de Furster. Este autor cree, con la mayor parte de los antiguos, que las enferraedades tienen diferente modo de conducirse por el dia que por la noche. «Las enfermedades inflamatorias, que están caracte- rizadas por la exaltación de las fuerzas vitales, esperímentan ordinariamente por la mañana sus mas fuertes exacerbaciones, y en esta mis- ma época suele verificarse su invasión. Las fie- bres catarrales y mucosas, que unas y otras son notables por la lentitud de sus movimientos y por la atonía que las acompaña, invaden y se exasperan las mas veces al acercarse la noche: tal es la hemitritea de Hipócrates. Las fiebres biliosas, que por sus caracteres parecen ocupar el medio entre las afecciones inflamatorias y las catarrales, tienen sus paroxismos y su inva- sión mas comun hacia el medio dia, acercán- dose raas, ora á la mañana, ora á la tarde, se- • Dependiente de ifn édaqo'foeal de tos órganos gemíales,'253; de una ouíermeil.iü visceral, ¿57. Ampollas y vesículas, Vil, 356. Anasarca, IV 144. Anasarca idiopulico, 145; sintomático, 1ji3; de una moditicacioii del tesido de, la piel, 133; de una alteración en el tejido délos ríñones, 156; de un obstáculo á la circulación venosa, 1(52; de una interceptación incompleta ó absoluta de ta distribución del influjo nervioso, 165; de una alteración de la sangre, 166. Anemia, IV, 108. Anemia del corazón, III, 283. Anemia del estómago, II, 5. Anemia de los inteslinos , II, 268. Anemia de los ríñones, VIH, 187. Anemia del pulmón, V, 20. Aneurisma de la aorta, IV, 15. Aneurisma de la arteria mesentérica superior, iy, 39. Aneurisma del corazón, III, 326. Aneurisma del tronco celiaco, IV, 38. Aneurisma varicoso de la aorta , IV, 36. Anginas, IV, 494. Angina gutural, 104-/gangrenosa, 199; dif- térica, 211. Angina de pecho, V, 5. Anorexia , 1, 358. Aorta (enfermedades de la), IV, 5. Aortitis, IV, 6. Aparato circulatorio (enfermedades del), III, 214. Aparato respiratorio (enfermedades del), IV, 176. , Apetito (lesiones del), I, 358. Apetito venéreo '(lesiones del)., VIII, 123. Apoplegia de los centros nerviosos , VI, 5. Congestión ecrebral,^.—Apoplegia por hemor- ragia en eltejido del cncéfulo, 15; por hemorragia en el cerebelo, 33; por hemorragia en la protube- rancia , 35.—Apoplciiiai meníngea*, 64 ; por ro- tura venosa ó arterial, 67; cerebelos, id.; espi- nal, \A.—Apoplcyin de los recien nucidos, 6í>.— apoplegm serosa , H) —Apoplegia nerviosa, 7í. Arsénico (envenenamiento por el), IX , 335. Arteria pulmonal (enfermedades de la), IV, 39. Arterias (enfermedades de las), III, 366. Arteriectasia, III, 390. Arteritis, 111, 368. -Capilar, 316; crónica, 376. Artritis escrofulosa, IV, 82. Ascárides lumbrieoides, II, •'*■">< Ascitis, |||, 1G5. Idiopática aguda, 176; idiopática subaguda, 177: ¡diopálica asténica ó papisa, 1"S; consecutiva ó nuMaslatica agüita ó Mibagudn , Itiít; sintomática de una inllauíaciun del peritoneo , 181; sintomá- tica de obstáculos á la circulación venosa, 183; sintomática de una degeneración de las visceras, 191; sintqmalica de un estado seroso de la san- gre, 192. Asfixia, IV, 413. Afixia por obstáculos mecánicos situados fuera de las vias respiratorias, 425; por compresión de la pared torácica, id.; por derrames en las pleu- ras, id.; por repulsión del diafragma , 426 ; por introducción de las visceras abdominales en la cavidad torácica, 428.—Por obstáculos mecáni- cos dentro de lasviws respiratorias, 428; por es- trangulación, id.; por cuerposeslraños,430; por espuma y líquidos bronquiales, 431.—Por falta de aire en el ambiente. í.»i; por inmersión, id.; por rarefacción del aire, 4íl.—Por suspensión de la circulación pulmonal, 112 ; por congela- ción, id.; por el cólera, id.—Por falla de in- flujo nervioso, 413; por sección ó compresión de la médula espinal, id.; por sección ó compresión del nervio neiimo- gástrico, id.; por el rayo, id.— Por respiración de gases contrarios á la hemato- sis.pero no deletéreos, 441.—Por gases deleté- reos, 443; por el vapor del carbón, 445; por el gas de las letrinas, 449; por el gas del alumbra- do, 451; por ios vapores que resultan de la fer- mentación alcohólica, 452.—Asfixia de los re- cien nacidos, 453. Asma, IV, 384. Asma esencial, 391; sintomático, 406; de Mi- llar, 409. Asma tímíco, V, 282. Astenia, VII, 63. General, 03 ; local, id.; ganglíónica, 70; ce- rebral , id. Astricción de vientre, II, 221. Atrofia de la médula, VI, 449. Atrofia de la vejiga de Ía hiél, III, 81. Atrofia del cerebro, VI, 311. Atrofia del corazón, 111, 297. Atrofia del estómago , II, 5. Atrofia del hígado, III, 40. Atrofia con condensación del tejido y con in- duración , 40; coi» rarefacción del tejido ó coa reblandecimiento, id. Atrofia de los intestinos, II ,.268. Atrofia de los ovarios, VIII, 216. Atrofia de los ríñones, VIII, 185. Atrofia del páncreas, III, 137. Atrofia del pulmón, V, 77. Aulocliiria, VI, 131. Automatismo, VI, 225. B. Bazo (enfermedades del), III, 122. Baile de S. Vilo, Vil, 442. Barbiers, IX, 336. DE LA PATOLOGÍA ISTER3A. 545 Beriberia, IX, 331. Beriberia aguda, 332; crónica, 336. Bilis (enfermedades de la), III, 09. Boca posterior (enfermedades de la), IV, 193. Broncorrca, IV, 308. Bronquios (enfermedadesde los), IV, 304. Bronquitis, IV, 315. Bronquitis aguda de los bronquios gruesos, 317; capilar, 329; crónica, 336. Bulimia, I, 301. C. Calambres, VII, 111. Cálculos, I, 180. Cálculos en general, 180. — En particular, 189.—Intestinales, 189; pulmonales, 197; uteri- nos, 201»; salivales, 200. Cálculos biliarios, III, 83. Cálculos cerebrales, VI, 307. Calentura (en general), I, 23G. Calenturas, VIH, 333. Calentura adinámica, VIII, 372. Calentura amarilla, IX, 166. Calentura amarilla continua, 170; remitente é intermitente, 117; esporádica, 178; epidémica, id. Analogía entre tas liebres periódicas y la ama- rilla, 180. Parages en que se ha manifestado la fiebre amarilla, 181. Calentura angiolénica, VIH, 365. Calentura atáxica, VIII, 373. Calentura biliosa, VIH, 365. Epidemia de Lausana, 368; de Tecklemburgo, 369; tiebre biliosa de los paises cálidos, 372. Calentura gástrica, I, 396. Calenturajniliar, IX, 113. Miliar, 113; sintomática, 115; idiopática, id.— Sudor miliar, 116; benigno, leve, 122; intenso, id.; maligno, fulminante, id. Calentura puerperal, IX, 128. Fiebre puerperal inflamatoria (metro-peritonitis puerperal), 135; biliosa ó mucosa, 140; tifoidea, id.; fulminante, id. Calenturas intermitentes, IX, 237. Calenturas intermitentes toradas, IX, 316. Calenturas intermitentes perniciosas, IX, 289. Perniciosa soporosa, 297; delirante 299 ; con- vulsiva, 300; álgida, id.; diaforética, 3i)l; colé- rica y disentérica, 302; hepática ó atrabiliaria, id.; cardiálgíca,303; sincopal, id.; neumónica y pleu- rílica, id. Calentura intermitente simple, IX, 238. Fiebre subcon'imia ó sendo-continua, 218; an~ lícipante, id.—Frecuencia relativa de los diferen- tes tipos, 249.—Clase de los accesos é influjo de los climas y estaciones, id.—Especies, 251; liebre cotidiana, 251; terciana, 252; cuartana, 253; infla- matoria, 253; gástrica saburral,254; gástrica bi- liosa , id.—Mortandad en la fiebre intermitente, 3J58—Parages en que es endémica, 259.—l'ropa- Íación del miasma pantanoso,"^.-^Intoxicación \ OMO IX. lenta, 203 —Naturaleza del miasma, 264.—Con- (o-inlercostal, 4o; lum- bo-ayominal, 51; lumbar, id.; ileo-escrotal, id; íleo-vaginal, 32; crural, id. ; femoro-po- plítea 53 ; cutánea, 5'.»; de la faringe, 59; del r-Mifogo, 60; del cora/.on, id.; del diafragma id ; del estómago é intestinos, id.; del ano, id. Neuralgias arteriales, 111, 366. 431 Meningitis, VI. T.62. Simple, 368 ; de los nifios, id.; de los viejos, 36*); meningo-encefaiilis, 372; cerebro-espinal epidémica, 373; tuberculosa, 386. Meningitis espinal, VI, 432. Menstruación (lesiones de la), VIII, 249. Mercurio (enfermedades producidas por el), IX, 388. Mesenlérica superior (aneurisma déla), IV, 39. Metritis, VIII, 293. , . Catarral, 293-Aguda, id.; crónica, 294 ;— parenquimatosa, 296;—aguda, id.; del cuello, 302; puerperal, id.; crónica, 308. Metro peritonitis puerperal, IX, 139. Metrorragia, VIH, 262. , Por aumento de glóbulos, 263; por disminu- ción de la fibrina , id.; por alteración de los sóli- dos, 264; por simple lesión dinámica, id. Miasmas pantanosos, IX, 260. Mielitis, VI, 433. Aguda, 433; crónica, 443. Miliar, IX, 131. Sintomática, 135; idiopática, id. Monomanía, VI, 130. Ambieiciosa, i30; alegre, id.; triste, id.; sui- cida, 131; furiosa , 132; religiosa, id.; narci- sa, 133; erótica, id.; con tendencia al robo, 134; incendiaria, 135; homicida, id. Músculos (enfermedades de los), VII, 209, N. Nefritis, VIII, 194. Aguda, 194; crónica, 200. Netrorragia, VIH, 189. Debida á una enfermedad del riñon , 189 ; por alteración de la sangre, 191; por simple lesiun dinámica, id.; endémica de los trópicos, 192. Neumonia, V, 29. _ Aguda, 29; crónica, 60; de los muos, 43; de los viejos, id. Neumonía hipostática, V, 21. Neumorragia, V, 22. 284. Ninfomauia, VIII, 125, Nostalgia, VI, 210. o. Obstrucción del hígado , II, 379. Obliteración de la aorta , IV, 13. Obliteración de las arterias , III, 392. Obliteración de las vias biliarias, III, 79. Obliteración de los intestinos , II , 274. l'or ateruciones primitivas de las paredes, 274. —Sin alteración primüüude las mismas, 275; por causas que tienen su asiento en Ja caviüaü de los intestinos, 275 ; por idem fuera de la ca- \idad intestinal, id. Ocena, IV, 192. Sintomático de algunas lesiones de la menn brana mucosa, 192; sintomático de lesiones y vi- cios de conformación de las fosas nasales, 193. Opio (envenenamiento por el), IX, 373. Orificios del corazón (enfermedades de los), III, 251. Osificaciones de la vesícula biliaria, III, 82. Ovaritis, VIH. 217. Aguda, 217; crónica, 220. Ovarios (enfermedades délos), VIII, 246, Oxiuros, 11,360. P. Palpitaciones del corazón, III, '233. Páncreas (enfermedades del), III, 132, Pancreatitis, III, 134. Pápulas, VIH, 40. Parálisis, VII. 70. . . ma ... Del movimiento, 74; del sentimiento, 78; idn> pática, 80; simpática, 83; Hiitoiualica id.; ence- fálica, 84; espinal, 85; de la cara, 86; del nema facial, 87; del quinto par, 91. Parálisis de la laringe, IV, 223. Parálisis del diafragma, V, 275. Parálisis del esófago, I, 326. Parálisis saturnina, IX, 404. Del movimiento, 404; del sentimiento , 409. Pelagra, VIII, 90. Pelvis renales (enfermedades de las), VIII, 214. Penfigo, VII, 380. Agudo, 381; infantil, 385; crónico 386. Pérdidas seminales involuntarias, VII, 127. Perforación de la pleura, V, 232. Perforación de la vesícula biliaria, III, 82. Perforación del diafragma, V, 281. Perforación del esófago, I, 344. Perforación del estómago, II, 52. Perforación de los intestinos, II, 337. Perforación sin lesión anterior de las paredes, 337; por causa traumática ó mecánica, 338; por cuerpos estraños.id ; por entozoarios, id.-Por le- siones intestinales primitivas, 330; por inflamación simple ó espontánea, 339; por gangrena, 340; di- sentéricas, id.; tifoideas, id.; cancerosas, id.; tu- berculosas, id.—Por lesiones intestinales consecu- tivas, M0.—Perforaciones con derrame, 343; de fuera adentro, id.; con fístula bimucosa, id.; que comunican con la superficie esterior, id. Perforación de los ríñones, VIH, 207. Perforación del pulmón, V, 108. Perforaciones de las arterias, III, 384. Pericarditis. III, 347. Pericardio (enfermedades del), III, 345. Periostitis escrofulosa, IV, 83. Peritonitis, III, 146. Aguda, 149; crónica, 161; puerperal, 151; por perforación de un órgano abdominal, 152; por estrangulación, 153; latente , 154; parcial, 155. Peritoneo (enfermedades del), III, 145. Perturbaciones de las facultades mentales, VI, 129. Parciales, 129; general, 140. Pesadilla, V, 327. Peste, IX, 190. Primer grado, peste leve ó benigna, 202; se- gundo grado, id.; tercer grado, peste grave ma- ligna, id.; cuarto grado, peste fulminante , 203; origen de la peste, 206; contagio, 210; inocula- ción de la peste, 211; profilaxis, id.; naturaleza, 215. Plétora, IV, 106. Pleura (enfermedades de la), V, 209. Pleuresía, V, 209. Aguda, 209; crónica, 244; doble, 216 ; par- cial, id.; costo-pulmonal, 217; diafragmática, id.; mediastina, id.; interlobular, id. Plica, VIII, 110. Plomo (enfermedades producidas por el), IX, 394. Piel (enfermedades de la), Vn, 292. Pielitis, VIH, 215. Pirexias, I, 257. TOMO IX. DE LA PATOLOGÍA INTERNA. 353 Con determinación morbosa en la piel, 257; con determinación morbosa en las glándulas y tejido celular, id.; con determinación morbosa en la piel y mucosa gastro-intestinal, id. Pitiriasis, VIII, 60. Simple, 61; roja, id ; versicolor, id.; negra, 62. Pólipos del esófago, I, 345. Pórrigo, VIH, 31, Priapismo, VIII, 127. Prolapso del corazón, III, 237. Prurigo, VIII, 46. Psoriasis, VIH, 49. Pulmones (enfermedades de los), IV, 372. Pulmonía, V, 29. Puflhemía, IX, 452. Púrpura, VIII, 104. Pústulas, VIH, 5. Q Quistes de la pleura, V, 271. Quistes del hígado, III, 66. Quistes serosos, 63; con diferentes materias, 64. Quistes del páncreas, III, 139. Quistes de los ríñones, VIII, 208. Quistes del ovario, VIII, 236. R. Rafanía, IX, 424. Ramos nerviosos (enfermedades délos), VII, 5. Reblandecimiento de la matriz, VIII, 216. Reblandecimiento de la médula, VI, 447. Reblandecimiento del cerebro, VI, 285. Reblandecimiento del corazón, TU, 324. Reblandecimiento rojo, 321; blanco ó cenicien- to, 322; amarillo, id.; gelaliniforme, id. Reblandecimiento del esófago, I, 344. Reblandecimiento del estómago, II, 40. Reblandecimiento gelatiniforme, 41.—Reblan- decimiento de la mucosa, 48; reblandecimiento con adelgazamiento ó pultáceo, id.; reblandeci- miento rojo, 50.—Reblandecimiento por putrefac- ción, 51. Reblandecimiento del hígado, III, 31. Reblandecimiento de los intestinos, II, 322. Reblandecimiento blanco, 332; por gangrena, id.; por putrefacción, id. Reblandecimiento del páncreas, in, 138. Remitentes (calenturas) IX, 305 (véase calen- turas intermitentes). Reumatismo, VII, 209. Articular, 209; agudo, id.; crónico,231.—Mus- cular, 238; de la cabeza, 242; del cuello, id.; de 70 534 ÍNDICE Al las paredes torácicas, 243; de las paredes abdo- minales, lii; de la región dorso-lumbar, 245; de los miembros, 246; de la piel, \á.—Visceral, 247; del corazón 248; del diafragma, id.; del conduc- to aéreo, id.; del tubo digestivo, id.; de la veji- ga, 249; del útero, id.; del cerebro, 250. Revacunación, IX, 70. Ríñones (enfermedades de los), VIII, 142. Roseóla, VII, 317. Roturas del corazón, III, 290. Sin lesión anterior del órgano, 292.—Por vio- lencia esterior, id.; espontánea, id.—Con altera- ción de tejido, id.—Por disminución de la con- sistencia de la sustancia carnosa, id.; por hiper- trofia, dilatación ó estrechez del órgano, 293; por úlceras del mismo, 294.—Rotura de las columnas carnosas, id. • Rotura del esófago, I, 345. Rubéola, IX, 88. Rupia, VII, 389. s. Saburra gástrica, I, 396. Sales metálicas (envenenamiento por las), IX, 354 (véase envenenamiento por sustancias ir- ritantes). Sangre (enfermedades de la), IV, 95. Sarampión, IX, 75. Sarampión normal, regular , 76.—Irregular, 81.—Sarampión anómalo, 83; sin catarro, 83; sin exantema, iu.—Sarampión complicado, 83; con lesión local, 83; con lesión general, 8(i. Sarna, Vil, 391. Satiriasis, VIH, 123. Secreción pancreática (vicios de la), ITT, 133. Septicohemia, IX, 480. Sicosis, VIH, 28. Síncope, III, 235. Síncope histérico, VII, 132. Sistema nervioso (enferraedades del), V, 284. Somnambulismo, V, 333. Sopor, V, 326. Succubo, V, 327. Sudor miliar, IX, 116. Benigno, leve, 122; intenso, id.; maligno, fulminante, id. Sumersión (asfixia por), IV, 434. T. Tabardillo, IX, 4 49. Tabes raesentérica , IU, 197. Tartamudez, VII, 191. Tartamudez nerviosa, 193; labio-coréica, 194; guturo-tetánica, id.; por causa orgánica, 205. Tejido erectil del hígado, III, 61. FABUTICO Temblor mercurial , IX, 391. Tenia , II, 361. Tétanos, VI, 420. Tétanos maxilar (trismo), 423;opistotonos, id.; emproslotonos, 421; pleurostotonos, id.; tétano* general, id. Tifo, IX, 149. Tifo de Mayence, 154; de la Salpetrierc, 155; de Filadelfia , id.; de Reims, 156; contagio del tifo, 158.—Identidad del lifo y de la fiebre tifoi- dea, 1G3. Timo (enfermedades del), V, 282. Tifia, VIII, 31. Tisis melánica de los mineros, V , 101. Tisis pulmonal, V, 109. Tráquea (enferraedades de la), IV, 301. Traquitis, IV, 301. Traquitis simple, 301; seudo-membranosa,302, ulcerosa, id. Transformación cartilaginosa de las arterias, III, 386. Transformación cartilaginosa y huesosa del co- . razón, III, 336. Transformaciones varias de los ríñones, VIII, 209. Transformación grasienta del corazón, 111 335. Transformación grasienta del hígado, III, 44. Transformación grasienta del páncreas, III, 138. Tricocéfalos, II, 361. Tricoma, VIII, 110. Trismo, VI, 423. Tubérculos (en general), I, 205. Tubérculos de la laringe, IV, 298. Tubérculos de la matriz, VIH, 319. Tubérculos de la pleura, V, 273. Tubérculos de las meninges,"VI, 386. Tubérculos de las meninges espinales, VI, 456. Tubérculos del cerebro, VI, 328, Tubérculos del hígado, III, 61. Tubérculos de los intestinos , II, 330. Tubérculos de los ríñones, VIH, 210. Tubérculos del ovario, VIII, 237. Tubérculos del pulmón , V, 109. Tubérculos enquistados, 111; tubérculos in- filtrados, 112. Tumores diversos de la laringe, IV, 300. , Tumores enquistados del hígado, 111, 63. Tumores estercoráceos, II, 345. Tumores hemorroidales, 296. V. Vacuna, IX, 49. DK LA PATOl Medios de conservarla, 49.-Vacunación, 51.- Vacuna verdadera regular, 56; vacuna verdadera irreqular, 58; sin erupción, 59 ; complicada, id.; producida por el cowpox, 61.- Vacuna falsa,%\.- Accion profiláctica de la vacuna, 62.—Revacuna- ción, 70.—Acción terapéutica de la vacuna, 73.— Influencia de la vacuna en la población, 73. Vacunación, IX, 51. Válvulas del corazón (enfermedades de las), III, 251. Varices del recto, II, 296. Varioloides, IX, 27. Varicela pustulosa conoidea, 31; globulo- sa , id.; papulosa , id.; vesiculosa , id. Vegetaciones de las válvulas del corazón, III, 259. Venas (enfermedades de las), IV, 39. Venenos irritantes, IX, 348. Venenos irritantes orgánicos, IX, 367. Venenos narcótico-acres, IX, 378. Venenos narcóticos, IX, 372. Venenos sépticos, IX, 385. Vértigos, V ,^38. Vesículas y ampollas, VII, 356. Vias biliarias (enfermedades de las), III, 77. Vicios congénitos del esófago, 1, 313. Vicios de la secreción pancreática, III, 133. Viruelas, IX, 5. Viruelas simples, regulares, discretas, 7.— Complicadas, graves, tifoideas, 17.—Erisipelo- tosas; J8.-Sarampionosas, 19; hemorrágicas, id.; tuberculosas, id.—Complicadas con una enfer- 555 medad local, 20.—Con una enfermedad gene- ral, 21.— Viruelas sin erupción, 26.—Inocula- das, id. — Modificadas, falsas, 27.—-Variobi- dés, 27; varicela pustulosa conoidea, 31; glo- bulosa , id.; papulosa, id.; vesiculosa , id.—In- fluencia de la vacuna en las viruelas, 32.—Con- tagio de las viruelas, 37. ü. Ulceras cancerosas, 1, 271. Ulceración de la dura madre, VI, 352. Ulceras de la laringe, IV, 282. Ulceras de la matriz, VIII, 310. Simples , 310; escrofulosas, 315. Ulceras de las arterias , III, 384. Ulceras del corazón, III, 289. Ulceras del estómago, II, 36. Ulceras intimatorias, 36; gangrenosas, 36; cancerosas , id.; tuberculosas, id. Ulceras del hígado, III, 39. Ulceras de los intestinos, II, 332. Ulceras de dentro á fuera, 332.—Ulceras es- pontáneas, id.; inflamatorias agudassimples,id.; inflamatorias crónicas simples, id.; tifoideas, id.; disentéricas, 333; cancerosas, id.; gangreno- sas, id.; tuberculosas, id.—Ulceras de fuera á dentro, 333. Ulceras del pulmón, V, 108. Ulceras escrofulosas, IV, 83. Urticaria, VII, 319. Usagre, VIH, 14. Útero (enfermedades del), VIII, 239. 0G1A INTERNA. FIN DEL ÍNDICE ALFARÉTICO DE LA PATOLOGÍA INTERNA. iv ^*C / íffil 3áé8 K& ^rVo c 4 -. < í \.#üf*& ;J- - ■Si tV" y ' W ÜS ' ■*- *7K l-'r. ---■ m Cv as?*»?* h 0*-& >£^ :*^ ■^J'-Kr