;C¿Lv*«Vi.V'Av.*;~ V* BIBLIOWL ESCOPA DE ü M WMII mim ésm i Directo*....... D. MATÍAS NIETO SERRANO. D. GABRIEL USERA. - ID. FRANCISCO MÉNDEZ ALVARO. 'D. SERAPIO ESCOLAR Y MORALES. .D. FRANCISCO ALONSO. |D. ANTONIO CODORNIÜ. D. ELIAS POLÍN. Red actores... < ; ; i:. : DE PATOLOGÍA V TERAPÉUTICA QUE CONTIENE I.» UNA PATOLOGÍA Y TERAPÉUTICA GENERAL. 2.° UNA PATOLOGÍA ESTERNA. 3.» UNA PATOLOGÍA ^INTERNA. ¿; / k.* UN DICCIONARIO DE TERAPÉUTICA. :* w L.** ¿,l* POR LOS REDACTORES DE LA BIBLIOTECA ESCOJIDA DE MEDICINA Y CiRUJIA, SIRVIÉNDOLES DE BASE LAS OBRAS DE ANDRAL, fiCRAR!), BOISSEAU, CpELICS,* CHOMEL, DlJBOlS, J. Y P. FRANK, MONNERET, FLEURY, PlNEL , ROSTAN, SzERLEKl, VELPEAU, ViDAL DE CASIS , ETC. MADRID: IMPRENTA DE LA VIUDA DE JORDÁN E HIJOS, 1SM. 7231 74 TRATADO COMPLETO «« * DE PATOLOGÍA interna, SACADO CE LAS OBRAS DE MONNERET Y FLEURY, ANDRAL, J. P. FRANK, JOSÉ FRANK, PINEL, CHOMEL, BOISSEAU, BOUILLAUD, GENDRIN, HUFELAND, ROCHE Y SANSÓN, VALLEIX, REQUIN, PIORRY, Y OTROS MUCHOS AUTORES; COMO TAMBIÉN ©1 L®S (PGaOM®IIIPAyi$ @0©©0©iNIAftO©§ ©I GWIOB©!]^, Y DE LAS COLECCIONES PERIÓDICAS, por los tUímctorcs fc La Biblioteca í»c ¿tiritaña. TOMO I. GUATEMALA papelería de EMILIO GOUBAUD CALLE REAL. DESPACHO DE LOS SESOBES VIIDA DE JORDÁN E HIJOS, CALLE DE PONTEJOS: BARCELONA P1FERRER: CÁDIZ, HORTAL Y COMPAÑÍA. 100 ¿7776 T.t PROLOGO. ffjL deseo de satisfacer la necesidad que hay en España de un Tratado de Patología interna, completamente al nivel de los conocimientos de la época, nos hubiera conducido á acometer la atrevida empresa de reunir los infinitos materiales que se hallan dispersos, formando de ellos un cuerpo de doctrina; mas para desistir de semejante propósito hemos debido tener pre- sente: 1.° que ni aun para desempeñar bien un trabajo de pura compilación, en materia tan delicada, alcanzarán acaso nuestras fuerzas: 2.° que tal vez prefieran los lectores una traduc- ción á una compilación que pudiera suponerse alterada 6 hecha con ligereza: 3.° en fin , que necesariamente había de invertirse mucho mas tiempo del que debe durar la publicación de nuestra Biblioteca. Retraídos por todas estas y otras muchas razones de la primera idea, y resueltos á tradu- cir alguna obra extranjera, hemos examinado en vano las mas notables y modernas; porque solo el Compendium de Medicina práctica, que desde 1836 publican en París MM. Monneret y Fleury, satisface nuestros deseos, y este sale á luz tan lentamente que nos es imposible espe- rar á que se publique por completo. Hay otros varios libros que pudieran habernos servido para llenar este hueco en la Biblio- teca, y que los suscritores hubieran recibido acaso sin repugnancia, añadiendo tan solo lige- ras anotaciones; pero no podemos decidirnos á dar en nuestra colección tratados incompletos, anticuados, ó escritos en conformidad á una teoría, ó con el único objeto de emitir ó sostener opiniones aventuradas. Entre ellos merecen citarse la Patología interna de José Frank , que se publicó hace mas de diez años, y quedó sin concluir á la muerte de su autor; las Lecciones de patología interna de Andral, redactadas por Amadeo Latour, y el Tratado filosófico de me- dicina práctica, por A. N. Gendrin. Reconocemos el mérito de estas obras, principalmente de la primera, pero ninguna alcanza á satisfacer la necesidad que se advierte de un tratado completo de enfermedades internas. Tampoco el escelente resumen general de patología interna que ha empezado á publicar M. Valleix con el título de Guia del médico práctico, conviene á nuestro propósito; ni la obra de M. Requin , titulada Elementos de patología médica, es tan estensa y completa como nos- otros deseamos. - Asi pues, para cumplir debidamente con los suscritores que nos favorecen, no encontra- mos otro.medio que tomar por base lo que va publicado del mencionado Compendium, y com- pletar la obra con las mejores y mas modernas , principalmente con la Patología interna de José Frank, la Guia del médico práctico de M. Valleix, el Curso de patología interna de An- dral , los Elementos de patología médica de M. Requin, y el Diccionario de medicina que está acabándose de publicar. Redúcese por lo tanto nuestra tarea á reunir en un tratado, del mejor modo posible, cuanto se halla en los mas modernos y acreditados autores; pero de un modo claro y metódico, copiando las mas veces testualmente, y advirtiendo la obra , el tomo y la página de donde está tomado. Si bien estas frecuentes citas parecen algún tanto embarazosas, son sin embargo de grande utilidad, porque los lectores pueden referirse á ellas, seguros de no incurrir en ninguna equivocación; porque, si lo creen necesario , pueden confrontar con el original los artículos ó párrafos tomados de cada autor; y sobre todo, porque de esta ma- nera, según el concepto que les merezcan los escritores, darán á sus palabras mayor ó me- nor fé, y estimarán en mas ó en menos sus opiniones. 5%osl+I Fáltanos ahora presentar una idea del plan que nos hemos propuesto seguir en la esposi- cion de las materias. Dividiremos en dos partes nuestro Tratado de patología interna: PRIMERA PARTE. Trataremos en general de todos los estados morbosos, que pueden presentarse en varios órganos, ó que tienen especies y variedades muy diversas; pero al mis- mo tiempo ofrecen caracteres comunes, que exigen una esposicion preliminar que las com- prenda á todas. Tales son: 1.° las hemorragias; 2.° las inflamaciones; 3.° las gangrenas; 4.° las hidropesías; 5.°los cálculos; 6.° los entozoarios; 7.° la fiebre, y 8.° las caquexias. Se omite tratar de las hipertrofias, congestiones, induraciones, reblandecimientos y de- mas lesiones orgánicas en general, porque acerca de estas afecciones basta lo espuesto en la Patología general y los conocimientos adquiridos en la Anatomía Patológica, para completar la historia de las enfermedades en particular pertenecientes á la segunda parte. SEGUNDA PARTE. De las enfermedades en particular. Se-dividirá en dos secciones. 1.a sección. De las enfermedades que no se refieren á causas especiales. Comprende dos clases. 1.» Clase. Lesiones y grupos de síntomas que se refieren á uno ó mas órganos determina- dos. Abraza en otros tantos órdenes las enfermedades de los aparatos de la digestión, de la respiración, de la circulación, de la absorción, de las secreciones, del sistema nervioso, de los órganos de la locomoción, de los que sirven para la voz y palabra, y de los que desempeñan la generación. 2.a Clase. Grupos de síntomas que no se refieren á órganos determinados. Aquí perte- necen las fiebres, la clorosis, etc. 2.a sección. Enfermedades que se refieren á causas especiales. Entre estas se incluyen las asfixias, los envenenamientos, las enfermedades epidémicas., contagiosas, etc. Esta clasificación ofrece inconvenientes y defectos como todas las qwe se han ideado hasta aquí; pero nos ha parecido la mas adecuada á nuestro propósito» Por otra parte lo que impor-1 la es adoptar una en que puedan incluirse todas las enfermedades, ya que sea imposible) encon- trarla tan natural, que vayan presentándose los objetos de tal manera que el estudio, de unos facilite el de los otros. Con arreglo á un sistema médico es muy fácil clasificar bien, porque el sistema se acomoda violentamente á la naturaleza; pero cuando se intenta establecer algún orden y correlación entre un número infinito de enfermedades diversas, sin arreglarse á nin- guna teoría, al punto se tropieza con dificultades insnperabtes, y después de macho meditar, resulta que no puede hacerse una clasifreaeion perfecta, y es forzoso esponer ras enfermeda- des siguiendo un orden siempre defectuoso. En la esposicion de cada enfermedad presentaremos, siempre que sea posible: I ►«"su nom- bre y etimología ; 2.° su sinonimia ; 3.° su definición , añadiendo la de diferentes autores, y daudo una ligera idea general de la enfermedad; 4.° su división ; 5.° las alteraciones ana- tómicas; 6.° los síntomas; 7.* el curso, duración y terminaciones; 8.° el diagnostico; 9.° las complicaciones; 10.° el pronostico; 11.» las causas; 1$.* el tratamiento; 1&.0 la historia y bibliografía. Al final de la obra daremos, para complemento, vtw APÉNDICE en que se hatte recopila- do lo mas importante que contengan cuantas se publiquen mientras sale» luz la nuestra, y que no hayan podido ser consultadas en tiempo oportuno; asi como las innovaciones ó ade- lantamientos importantes que veamos consignados en las colecciones periódicas; De esta ma- nera evitaremos, que al acabarse de imprimir nuestro tratado de patología, se encuentre ya, como otros, escaso y en cierto modo envejecido. TRATADO COMPLETO DE BSgPgXS"~g ■ PRIMERA PARTE. DE LOS ESTADOS MORBOSOS QUE PUEDEN PRESENTARSE EN MUCHOS ÓRGANOS, OFRECIENDO EN ELLOS CARACTERES COMUNES. Bn esta primera parte nos ocuparemos.: 1.° de las hemorragias; 2.° de las inflamaciones; 3,° de las gangrenas; 4.° de las hidropesías; í>.° de los cálculos ; 6.° de los entozoarios; 7.° de la fiebre, y 8.* de las caouexías. To- das las enfermedades comprendidas en esta primera parte , serán tratadas de un modo general, dejando para la segunda las cor- respondientes á cada órgano. CLASE PRIMERA. CAPITULO PRIMERO. Hemorragias. Nombre, y etimología. Se deriva la pala- bra hemorragia de las griegas **><*, sangre, y de guyrupt y (»yw, yo rompo ó yo parto; esto es, violenta salida de la sangre fuera de sus vías naturales. Tal es la primitiva idea que por medio de esta palabra espresaban los an- tiguos, no pudiendo concebir la existencia de una efusión de sangre sin rotura de los vasos. Actualmente se usa dicha -espresion en otro sentido. «Toda salida de sangre fuera de los vasos por donde circula, constituye una he- morragia , cualesquiera que sean las causas de este fenómeno y el parage por donde se veri- fique , ora salga al estertor, ora se derrame en alguna parte interior del cuerpo» (Chomel, Dictionnaire de médecine, tom. XV, p. 145). Algún autor moderno parece no obstante ad- herirse, en cierta manera, á la opinión de los antiguos, atribuyendo siempre las hemorra- gias á una lesión de los vasos. «Este fenóme- no resulta de la distensión ó rotura de las pa- redes vesculares» (Hufeland, Manual de me- dicina práctica, traducido por D. Ignacio Vi- dal, tomo II, pág, 271). sinonimia. La hemorragia 6 /Unjo de san- gre fué llamada por los autores griegos Ai/*og- e<*yi«; aif*iffoia, por Dioscorides; «¿MopfHt, por Aristóteles; hamorrhagia, por Sauvages, Lineo, Vogel, Sagar, Cullen, Crichton, Good y Swediaur; sanguinis fluxus, por Sauvages y Sagar; cauma hmmorrhagicum y profusio hce- morrhagica, por Young; profusio, por Lineo; hcemorrhea, por Swediaur; profluvium sangui- nis, por diferentes autores. Los franceses lla- man á esta enfermedad hémorrhagie, perte de sang, flux de sang. Empleaban los antiguos la palabra hemor- roide, ¡fiíio^fJx de xi(*a. sangre, y de />««, co- rro , para espresar la salida de sangre que-se 8 hemorragias. verifica en pequeña cantidad, y de una ma- nera lenta; designando por medio de la pala- bra eettK«ypot, la salida de sangre gota á gota, principalmente la epistaxis, y destinando ¡v- oit á espresar la misma idea. definición. Ya hemos indicado lo que ac- tualmente se entiende por hemorragia ó flujo de sangre: todos los autores espresan con es- ta denominación la salida de la sangre fuera de las vias que la contienen en el estado nor- mal , sea cual fuere su causa, y ya se vierta al esterior, ya se derrame en alguna cavidad, natural ó patológica, ó se infiltre en los teji- dos. Hipócrates, y, á imitación suya, muchos autores antiguos, apenas designaban con esta palabra otra cosa que la epistaxis ó flujo de sangre por las narices. «Escepto en dos circunstancias-(la mens- truación y el parto) nunca sale la sangre de los vasos que la contienen, sino en el estado de enfermedad. La estravasacion de la sangre, ya sea que el fluido se derrame al esterior, ya se deposite en alguna cavidad del cuerpo ó en el intersticio de los tejidos, se ha considerado siempre como carácter del estado morboso, y recibido el nombre de hemorragia, Pero esta . definición no indica mas que el resultado de la enfermedad: en la totalidad de ella deben comprenderse las condiciones anómalas del organismo, que disponen á la estravasacion de la sangre, que la acompañan, la siguen y re- paran sus efectos.» (Gendrin, Traite phito- sophique de medecine pralíque, tomo I, pági- na 22). Efectivamente, la denominación con que se espresa esta enfermedad, y por consi- guiente su definición, ninguna idea exacta dan de su naturaleza íntima, de su esencia: refié- rense á un síntoma, á uno de los fenómenos, pero no á la enfermedad misma. Asi lo reco- nocen y confiesan MM. Monneret y Fleury, fundando en este hecho su clasificación, si bien atribuyen la salida de la sangre, cuando se les oculta su causa próxima, á una especie de hemorragia esencial. Hé aquí sus palabras. «Esta estravasacion de la sangre es ún fe- nómeno morboso, constantemente unido á una lesión de los líquidos, ó del sólido vivo. Asi como la calentura ó movimiento febril, tiene su causa en la alteración mas ó menos carac- terizada , y algunas veces imperceptible, de un órgano ó de los humores, asi es determinada la salida de la sangre por el mismo género de causas. Pero diremos de las hemorragias lo que de las fiebres; esto es, que actualmente no pueden esplicarse por una causa aprecia- ble, ó, en otros términos, que no pueden lo- calizarse. A pesar de los infinitos esfuerzos hechos por observadores modernos, es impo- sible todavía referir las hemorragias á una de- terminada aUeraeion de los sólidos ni de los líquidos: hay cierto número de ellas que no caben en esta división. Asi pues , la hemorra- gia es generalmente, un síntoma, un fenó- meno consecutivo de alguna alteración de los humores ó de los órganos; pef o, en casos muy raros, constituye por si misma toda la enfer- medad, y es imposible determinar su origen. Hablando de la calentura, hacemos distinción entre la fiebre y las fiebres, y decimos que to- davía no pueden estas últimas borrarse de los cuadros nosológicos; pues bien, respecto á las hemorragias nos vemos en la necesidad de conservar una distinción análoga. Casi cons- tantemente son un síntoma, pero en algunos ca- sos constituyen toda la enfermedad ; son esen- ciales, para valemos de una espresion, vicio- sa sin duda, pero que tenemos necesidad de emplear á falta de otra mas exacta. Tal es la primera idea que de la hemorragia debe for- marse el lector: si no se familiariza con ella, se espone á perderse en las numerosas divisio- nes que vamos á reproducir y discutir.» (Mon- neret y Fleury , Compendium de medecine pra- líque , tomo IV , pág. 462.) Critica Cullen á los que consideran coino el principal carácter de la hemorragia la sola circunstancia del derrame sanguíneo, y pre- tende que únicamente se dé aquel nombre á las hemorragias activas, es decir, á las que van acompañadas de cierto grado de pirexia, y. que parecen depender siempre de la acele- ración del movimiento de la sangre en los va- sos que la dan salida. Empero Monneret y Fleury se esphcan de esta manera, respecto á la opinión de Cullen. «Causa admiración que un médico de tan elevado ingenio como Cu- llen haya dado á la palabra hemorragia una interpretación tan arbitraria. Escluye, de esta manera, á las hemorragias ocasionadas por las alteraciones de la sangre y de los vasos, y ha- ce del movimiento febril una condición nece- saria de la enfermedad. En esto imita á Fede- rico Hoffman, quien coloca á las hemorragias inmediatamente después de las fiebres (in Oper. omn., t. I, p. 192,, in fol. Genova). De nin- guna manera puede considerarse el movimien- to febril como uno de los elementos de la he- morragia» (Obra citada, p. 463). divisiones. Muy poco podremos añadir á lo que en su Compendium dicen los mencio- nados autores, respecto á las divisiones que otros antiguos y modernos han hecho de las hemorragias; asi es que nos limitaremos á traducir su artículo, añadiendo aquello que nos parezca conveniente para que resulte todavía mas completo. Después de esponer las princi- pales divisiones admitidas generalmente, pre- sentan la>suya Monneret y Fleury, y se ocupan estensamente de cada una de las cuatro clases que forman: no omitiremos nosotros parte al- guna de tan importante trabajo. «Cuando se leen atentamente las diversas obras antiguas publicadas sobre este objeto, y aun las que recientemente han visto la luz pú- blica, inclusos los diccionarios de medicina, se advierte desde luego que está confundido en una misma descripción, y que habiendo los autores considerado á las hemorragias bajo un HEMORRAGIAS. 9 punto de vista general, como enfermedades distintas, que tienen sus causas, sus síntomas y tratamiento, se han deslizado en sus escri- tos numerosos errores. Necesario es sin duda reconocer que hasta el principio de este siglo no se hallaban suficientemente adelantados los trabajos anatómicos ni las análisis químicas, para resolver una multitud de cuestiones de- licadas , que todavía no están resueltas del to- do , pero que han adquirido el derecho de in- gresar en la ciencia. Seria por lo tanto injus- to no dar la debida estimación á los profundos estudios de nuestros antepasados, por mas atestados de errores que los encontremos; pe- ro sin embargo es necesario evitar el camino que siguieron si no queremos tropezar con iguales errores. Ha llegado el dia de presentar la historia de las hemorragias bajo un nuevo punto de vista, y descargarla de todas las dis- tinciones escolásticas que hasta el presente la han oscurecido. Mas para llenar cumplida- mente semejante cargo, es necesario poner á contribución los escritos antiguos y moder- nos , ejercer una crítica severa sobre las doc- trinas inveteradas y recientes, interpretar de otro modo algunos hechos tenidos hasta aho- ra como incontestables, desechar varios otros, y finalmente aprovechar las luces que el hu- morismo moderno, en su asociación con el so- lidismo, ha derramado sobre la patologia. Pa- ra guiarnos en la difícil via que nos propone-r mos seguir, ningún escrito moderno poseemos sobre las hemorragias; únicamente podrán sernos útiles las memorias que tratan de algún punto de su historia.» (Monn. y Fleury. Obra citada.) Difiifipn,es antiguas de las hemorragias.— Vamos á dar á conocer las divisiones propues- tas por los autores antes de Monneret y Fleu- ry , para presentar después la división que es- tos hacen, y que realmente lleva muchas ven- tajas á las demás. «Pudieran formarse dos clases de casi to- dos los médicos de la antigüedad: en la pri- mera entrañan aquellos que se limitaron á los resultados de la observación de los fenómenos perceptibles, y en la segunda los que trataron de averiguar con ardor la naturaleza de las causas próximas de las alteraciones morbosas: ni unos ni otros se dedicaron á clasificar me- tódicamente las enfermedades, siguiendo el orden de su afinidad recíproca, con el fin de facilitar su estudio, y de indicar solo por la comparación de las especies la analogía del método curativo en cada una de ellas. Debe- mos á Stahl la primera distribución metódica de las hemorragias internas, que dividió en activas y pasivas» (Diccionario dé ciencias mé- dicas,t. XVIII, p. 67 y 68). «Según la doctrina tan conocida de los an- tiguos, doctrina infinitas veces combatida y eternamente comentada por una multitud de escritores, se efectúan las hemorragias de cin- co maneras diferentes: 1.° por anastomosis (anastomosis): 2.° por rotura (rixis): 3.° por división (dierssis): 4.° por trasudación de la sangre al través de los poros (diapedesis); y 5.° por erosión (diabrosis).» (Dic. de cieñe. med.,t. XVIII, p. 65). «La división mas sencilla de la hemorra- gia es en hemorragias con ó sin solución de continuidad. Las hemorragias por solución de continuidad de las paredes vasculares se veri- fican de muchas maneras: 1.° por herida he- cha en los Yasos con algún instrumento ú otra causa esterior que obra con violencia. Estas hemorragias llamadas vulnerarias, traumáti- cas ó quirúrgicas, son del dominio de la pa- tologia esterna: 2.° puede también establecer- se la solución de continuidad en virtud de la erosión de un vaso, y por su rotura súbita y violenta: estas últimas hemorragias pertene- cen á la patologia interna. «Llámase también á las primeras, hemor- ragias de causa esterna, y á las segundas , he- morragias de causa interna; las cuales ade- mas, han recibido el nombre de hemorragias espontáneas, es decir que sobrevienen bajo la influencia de enfermedades interiores, que se producen de un modo mas ó menos latente: estas son las hemorragias médicas propiamen- te dichas. La espresion espontáneas es vi- ciosa y debe desecharse del lenguaje médico: solamente hemos querido indicar el sentido en que se ha empleado.» (Monn y Fl.'ob. cit). Esto es por lo que hace á las divisiones adoptadas por los mas antiguos autores. Vi- niendo ya á tiempos menos remotos, vea- mos lo que dicen Monneret y Fleury. «Otra división adoptada generalmente es la de hemorragia esencial y sintomática. La hemorragia esencial no es el síntoma de nin- guna otra enfermedad: constituye por sí mis- ma la enfermedad entera; es decir que el ór- gano que la sufre no presenta la mas ligera alteración. Sin duda se halla modificado en su disposición molecular, y también en sus funciones el tejido que da paso á la sangre; pero los cambios que de esta modificación re- sultan , se han ocultado hasta ahora á la obser- vación mas atenta. Ademas, ni en los órganos inmediatos, ni en los tejidos distantes, ni en la sangre, se descubre lesión alguna, que pueda considerarse como causa de la hemorragia. Tal es el sentido que los autores han dado á es- ta denominación de hemorragia esencial. «La hemorragia sintomática , es depen- diente de una enfermedad local ó general. La que resulta de la erosión de una arteria en- ferma , de la rotura de un vaso, del reblande- cimiento de una membrana, de una altera- ción cualquiera capaz de producir pérdida de sustancia en las paredes de los vasos, no pa- sa de ser un síntoma de una" enfermedad lo- cal , y debe por lo tanto llamarse sintomática. Tal es la hemorragia de la fibre tifoidea, del escorbuto, de la calentura amarilla , etc.: pe- ro en este caso no debe buscarse la «ansa 10 HEMORRAGIAS. «La hemorragia activa se manifiesta en los sugetos pletóricos y de un temperamento san- guíneo, cuyos órganos, principalmente los de la hematosis, gozan de grande actividad. Sín- tomas generales y locales preceden y acom- pañan á la erupción de la sangre. Percibe el enfermo, en el órgano que va á ser asiento de la hemorragia,. una sensación de plenitud, de tensión, de calor, y de hormigueo; y en el ca- so de hallarse la parte accesible á los sentidos, se advierte rubicundez , hinchazón y calor. A estos síntomas locales se unen los fenómenos generales: sobreviene un escalofrió y un mal estar general, seguido á poco tiempo de un ca- lor bastante intenso , y de una viva reac- ción general; el pulso es fuerte, duro y fre- cuente; late el corazón con mucha violencia; siente el enfermo palpitaciones, una especie de vibración incómoda en todas las arterias, cefalalgia-, zumbidos de oidos, frialdad én las estremidades, etc.; hasta que la salida de una cantidad variable de sangre pone fin á aque- llos accidentes, que se han designado con el nombre de molimen hemorrhagicum. Los qué han inventado está denominación han creído hallar en el conjunto de los precedentes fenó- menos una prueba evidente de los esfuerzos saludables que hace la naturaleza, á fin de ar- rojar de la economía la cantidad superabun- dante de sangre. La rápida esposicion de las principales condiciones de las hemorragias ac- tivas, basta para probar, que entra en su pro- ducción un elemento morboso, que hasta el dia no ha podido tenerse en cuenta, á causa de que se hallaba todavía rodeado de tinieblas el estudio de las alteraciones de la sangré;'Es- te elemento es la plétora, es decir, uú esta- do de la economía, caracterizado pdrfa super- abundancia de la sangre, según los autores. Nosotros probaremos que el aumento de los glóbulos es su única causa: lo que por ahora importa determinar es, que sin este elemento morboso, esto es, sin el aumento de los gló- bulos, no habría hemorragia activa. Es decir, que pretendemos llegar á la siguiente conclu- sión : las hemorragias activas no son nías que unas hemorragias sintoníáticas de uña alte- ración de la sangre: ya diremos mas adelan- te en qué consiste esta alteración. «Las hemorragias postras son las que se ma- nifiestan en condiciones enteramente inversas á las que acabamos de señalar. Están lossugetos débiles y pálidos; y no presentan los signos una V*n una lesión circunscrita, sino en una alte- ración general de la sangre.- «Fácil nos será demostrar que la división de las hemorragias en esenciales y en sinto- máticas debe reducirse á la acepción que aca- bamos de esponer. Hemos dicho que cuando no se hallaba lesión material ó funcional que pudiese esplicar la hemorragia, se la declara- ba esencial; luego es evidente que esta de- nominación no pasaba de ser provisional, y que tan solo significaba la circunstancia de no liaberse podido descubrir la causa del flujo sanguíneo. Ha debido disminuir por lo tanto el número de las hemorragias esenciales á me- dida que progresaba la ciencia, y en el dia se trata únicamente de saber si se ha de con- servar ó no esta antigua distinción. Nosotros estamos por la afirmativa , declarando sin em- bargo , que los conocimientos adquiridos re- cientemente respecto á las alteraciones humo- rales , han reducido mucho el número de las hemorragias esenciales, y que la mayor parte de ellas no son otra cosa que hemorragias sin- tomáticas de una alteración de la sangre: en este número se incluyen las hemorragias que sobrevienen en la plétora, en la anemia , las hemorragias constitucionales , y otras muchas que dependen de una alteración de la sangre, según demostraremos mas adelante, y á las cuales no debe considerarse ya como esencia- les. Pero todavía nos creemos obligados á con- servar la denominación de esencial aplicada á las hemorragias, porque hay algunas en que no se halla suficientemente probada la altera- ción de los sólidos ó de los líquidos. Sin em- bargo , estamos convencidos de que las hemor- ragias esenciales son causadas por una altera- ción de la sangre y de los sólidos: asi es que nos vemos inclinados á considerar como sin- tomáticas de una enfermedad de la sangre las hemorragias supletorias de un flujo sanguíneo, que habiéndose suprimido en un punto apare- ce en otro. Mas adelante manifestaremos cuá- les son las hemorragias que consideramos co- mo esenciales. Entonces se verá que es su nú- mero muy limitado, y que únicamente las con- servamos este título porque tenemos la cos- tumbre de no cortar las cuestiones en tanto que, á nuestro entender, ofrecen alguna duda. Stahl y su escuela han hecho célebre la división de las hemorragias en activas y pasi- vas. Conviene dar á conocer detenidamente esta división, porque ha reinado mucho tiem- po en la ciencia, y por la grande influencia que ha ejercido en la historia de las hemorragias y en la de toda la medicina. Se ha alterado muchísimo el sentido que daba Stahl á la he- morragia activa: llamaba asi á todas las he- morragias producidas por una causa interna; y pasivas á las hemorragias traumáticas ó qui- rúrjicas (1). (1) Efectivamente ha cambiado mucho el senti- do que en estos últimos tiempos se ha dado á las palabras hemorragia activa y pasiva, admitidas por Stahl en su Teoría mídica vera. «En lugar de referir las hemorragias quirúrgicas á la división de pasivas, como lo hacia. Stahl, se haii conside- rado aisladamente, y subdivfdido fas hemorragias activas de este grande observador, en activas y pa- sivas. Por consiguiente, «n cierto modo se ha cam- biado el sentido que daba Stahl á la palabra pa-r siva, de la que se valia para espresar un fenóme- no físico «independíente de toda acción vital. » Die. dt Cieñe, mtd. t.. XVÍH , p."6í).' HEMORRAGIAS. 11 fuerte reacción : en ver de esa turgencia ge- neral , de ese pulso frecuente y vibrátil, de ese aumento de la temperatura , de esa repentina espulsion de sangre rutilante que se coagula al momento, etc., se advierte la debilidad del pulso, la falta de toda reacción, la salida gra- duada y difícil de contener de una sangre ne- gra, pálida, muy serosa y poco coagula- ble , etc. La espresion de pasivas con que se designan estas hemorragias , se halla destina- da á manifestar, que son el efecto de un esta- do de debilidad del sistema vascular, que no toma parte alguna activa en la hemorragia, y se deja distender de un modo enteramente pa- sivo (1). Estas denominaciones viciosas deben desecharse enteramente del lenguage médico; son ontológicas, como decia Broussáls, y tien- den á: hacer creer que la salida de la sangre, que no pasa de ser un fenómeno, y que nece- sariamente ha de reconocer una causa, puede ser causa en la hemorragia activa y efecto en la pasiva. En el dia no deben tolerarse tales esplicaciones, y nos basta haber señalado sus defectos', para no volvernos á ocupar de ellas. Obsérvese que la hemorragia pasiva es tan ac- tiva como la otra; esto es que concurre tanto á producirse á sí misma como la primera. En efecto, ¿cuál es la causa de la activa? La su- perabundancia de la sangre (tradúzcase, el au- mento de los glóbulos); en una palabra, una alteración de este líquido. ¿Cuál es la causa verdadera de la hemorragia pasiva? también (\) Hé aquí la ¡dea que da de las hemorragias pasivas el célebre Pínel. «En el estado actual de nuestros conocimientos, la historia exacta de cier- tas hemorragias internas, ilustrada por las investi- gaciones de la anatomía patológica , obliga á ad- mitir que algunas de ellas presentan caracteres par- ticulares que las distinguen de las^emorragias ac - Uvas, asi por las causas propias para facilitarlas ó producirlas, como por la sucesión y el conjunto de sus síntomas. Las disposiciones naturales que con- ducen á estas hemorragias, parecen ser: una cons- titución débil, un régimen, debilitante, ciertas en- fermedades de mucha duración, las vijiüas escesi- vas, las afecciones orgánicas de las visceras, la lac- tancia demasiadamente prolongada, la masturba- ción , etc. Las causas directas que pueden produ- cirlas son: las hemorragias activas acaecidas ante- riormente, un estado escorbútico, las pasiones tris- tes, en una palabra, todo cuanto es capaz de pro- ducir ui) estado de debilidad y de atonía; de manea- ra que los vasos exhalantes no puedan ya resistir en ciertas partes á la llegada de los fluidos, ni re- chazar los que les sean estraños. El carácter parti- cular de estas hemorragias es no ir precedidas de ninguna escitacion preliminar, ni por consiguiente de congestión en la parte donde han de verificarse; ño ir acompañadas de una especie de punzadas ó de sentimiento de ardor en el sitio por donde se ye- rifiean, y no depender de un csceso de acción vital y de una desigual repartición del calor como en las hemorragias activas. La palidez de la cara y la de- bilidad del pulso, algunas veces las lipotimias, los zumbidos de oídos y todas Jas apariencias, de una falta de fuerzas, acompañan á estas hemorragias y las hacen mas rebeldes. (l'inel, Mosographiephilo- sophique, sesla edit., t. II, p. 576). una alteración de la sangre, que consiste en la disminución de las cantidades normales de fi- brina. En ambos casos existe una alteración de la sangre. Las diferencias que hay entre los síntomas de la hemorragia activa y los de la pasiva, consisten únicamente en la diversa naturaleza de las alteraciones de la sangre: hállanse en un caso aumentados los glóbulos, y en el otro disminuida la fibrina. Tal es el verdadero modo de considerar esta grande di- visión de las hemorragias, y si el lector quie- re meditar lo que acabamos de decir, encon- trará sin duda la solución de infinitas dificul- tades , que le hubieran detenido en sus inves- tigaciones. «Las hemorragias constitucionales son aquellas que sobrevienen sin lesión percepti- ble de los tejidos por donde se verifican, y que ofrecen cierta tendencia á reproducirse dé un modo regular ó irregular. Entre éstas hemor- ragias inherentes á la constitución, hay al- gunas que reemplazan á una hemorragia ó á un flujo sanguíneo natural, como los menstruos. Se les ha dado el nombre de hemorragias su- pletorias ó succedaneas, esto es, destinadas á suplir ó reemplazar otra hemorragia; por ejem- plo, si se suprime el flujo hemorroidal, y so- breviene una epistaxis, se dice que la epis- taxis es supletoria. Los antiguos daban mu- chas yeces el nombre de la hemorragia su- primida á la ocasionada por su falta: asi es que llamaban hemorroides de la boca, de las narices, de la vejiga, del pulmón, etc., al flujo de sangre que se verificaba por estas partes á consecuencia de la supresión de las hemorroides. «Hay otra especie de hemorragia constitu- cional , y es la que se verifica por diferentes vías de un mismo sugeto, teniendo tal dispo- sición á reproducirse, que las mas veces aca- ba por producir la muerte ó un estado de ane- mia muy grave. Desígnase con el nombre de hemorrafilia, ó diátesis hemorrágica, la modi- ficación orgánica bajo cuya influencia se re- producen sin causa tales hemorragias. «Estas últimas dependen, como demos- traremos mas adelante, de una alteración de la sangre, y deben por lo tanto incluirse en- tre las hemorragias sintomáticas de una alte- ración de este líquido. En cuanto á las su- pletorias, nos parecen también producidas en su mayor parte, por una enfermedad de la sangre; pero como no se halle todavía sufi- cientemente demostrada esta enfermedad, á lo menos en lodos loa casos, formaremos de ellas una clase aparte. «Fáltanos todavía hablar de otra división enteramente anatómica, que se funda en la consideración de los vasos que suministran la sangre. Se llama la hemorragia venosa ó ar- terial, según, que se-supone la sangre proce- dente de las venas ó de las arterias. Esta di- visión solo es posible en los ramos gruesos;. también ha sido admitida en los capilares, 12 HEMORRAGIAS. pero fundándose mas bien en la teoría que en la observación directa. Se ha establecido asi- mismo una hemorragia de los vasos gruesos y otra de los capilares. Por último los autores han distinguido la hemorragia por diéresis ó por rotura, y la hemorragia por diapedesis ó por exhalación. Esta división, que es muy antigua, no carece de fundamento; pero ne- cesario es decir también, que muchas veces no puede-decidirse á cual de las dos especies corresponde la que se observa. Otra división, fundada en el sitio de las hemorragias, es la do hemorragia membranosa y hemorragia in- tersticial. «Las hemorragias accidentales son provo- cadas por causas accidentales , cuya acción no tarda en ir seguida de salida de sangre, y cuya influencia es mas fácil de determinar que en las otras hemorragias. Por ejemplo, un hombre que se halla sumamente irritado es acometido repentinamente de una epistaxis, y otro sobrecojido por el miedo, vomita una gran cantidad de sangre. Solo pues difieren de las demás estas hemorragias accidentales, en que deben su origen á causas pasageras. y evidentes. «Son críticas las hemorragias que se ma- nifiestan durante el curso de las enfermeda- des , y que parecen ejercer una influencia, buena ó mala, sobre su terminación. Briche- teau y Pinel, que han descrito con exactitud sus síntomas y su curso, dicen que es siem- pre fácil distinguirlas de las hemorragias sin- tomáticas , «porque estas últimas sobrevienen »por lo común en el primer periodo de la enfer- »medad; son muy abundantes 6 muy cortas, »están acompañadas de signos muy malos, y »no traen ningún alivio; por el contrario, las wprimeras casi solo se manifiestan al declinar »la enfermedad, son moderadas, y las sigue »un alivio notable, etc.» (Dic. de Cieñe, med. t. XVIII, p. 76). No es esta ocasión opor- tuna de discutir la doctrina de las crisis; solo observaremos que esta calificación de críti- cas , dada á las hemorragias, se halla muy dis- tante de la exactitud, y que las que se han considerado como tales por los autores antes indicados, no son generalmente otra cosa, que síntomas.de la enfermedad principal, ó una complicación intercurrente. «Ahora que hemos indicado las principa- les hemorragias admitidas generalmente por los autores, hablemos de aquellas que deben examinarse de una manera mas especial. Con- viene conocerlas, porque manifiestan bajo qué punto de vista se las puede considerar. «Galeno propuso una división de las he- morragias, en que se hallan comprendidas las que después se han reproducido bajo otras denominaciones. La sangre, dice, puede pro- ceder de una vena ó de una arteria, de la aber- tura en que terminan los vasos ó de sus pa- redes divididas, ó en fin por trasudación, se- gregándose de la misma manera que el sudor (diapedesis). De modo que aqui so hallan in- dicadas las hemorragias arterial, venosa, trau- mático y por exhalación. Los dos grandes modos de salir la sangre, en concepto de Ga- leno, son la anastomosis y la diapedesis. La hemorragia por anastomosis (tradúzcase, he- morragia capilar) es ocasionada, tanto por la debilidad y la atonía de los vasos, como por la escesiva cantidad de sangre , que se preci- pita hacia su abertura, ó por algunas propie- dades irritantes de la sangre. La hemorragia por diapedesis depende de la debilidad de las paredes de los vasos, del empobrecimiento de la sangre, y acaso también de las anastomosis de los vasos pequeños (Galeno, Methodus me- dendi, lib. V, cap. 2, p. 311, en 8.° edic. de Kuhn, 1825). Entre las diversas causas del flujo sanguíneo advertidas por Galeno, hay al- gunas que pueden suponerse: tal es la atonía de los vasos; pero hasta ahora ha sido impo- sible presentar la prueba de este hecho. Lo mas notable en la división de Galeno, es la indicación precisa de las hemorragias por al- teración de cantidad y de calidad de la san- gre. Los autores que después han escrito so- bre el mismo objeto la han olvidado de todo punto. > «Hemos hablado ya de la clasificación, adoptada por Stahl, de las hemorragias en activas y en pasivas; pero debemos decir que estas dos palabras no han sido comprendidas del mismo modo por los que las han emplea- do. Consideraba el ilustre vitalista á todas las hemorragias como activas, y reservaba única- mente el nombre de pasivas para las traumáti- cas , es decir para las que son independientes de toda acción vital. Colocándose en el mismo punto de vista que Stahl, es imposible censu- rar su división ; pero mas adelante se han considerado como pasivas las hemorragias que van acompañadas de debilidad, y se han in- cluido en esta clase muchas de las que el re- ferido autor tenia por activas. (Theoria médi- ca vera, et programma de consulta utilitalche- niorrhagiarum; in 4.°, Hal 1704). « Willis distingue las hemorragias en mor- bosas ó no críticas y en críticas. Darwin, en venosas y arteriales. Bichat las divide en: 1.° las' que se verifican por rotura, y 2.° las que se efectúan por exhalación (Anatomía general). Brown no admite mas que una clase, formada por las hemorragias asténicas, Broussais pre- tende que todas resulten de la irritación de los capilares sanguíneos, y por consiguiente que todas sean activas (Examen des doctrines, Propos. , págs. 198 y 199; (1). (1) Roche y Sansón sostienen, como Broussais que la hemorragia resulta siempre de una irritación y que constituye una de las formas de esta; asi es que la dan el nombre de irritación hemorrágica. Por lo tanto no hacen de ella otra división que la común á todas las irritaciones, eñ razón á su curso y dura- HEMORRAGIAS. 13 » Lordat clasifica las hemorragias del modo siguiente: 1.° hemorragia por fluxión gene- ral; 2.° por espansion; 3.° por fluxión local; 4.° adinámica; 5.? por falta de resistencia local; 6.° por espresion; 7.° vulneraria, y 8.° sim- pática. Queriendo penetrar de esta manera la causa íntima de las hemorragias , se ha visto precisado Lordat á dar una interpretación ente- ramente hipotética de los fenómenos naturales (Lordat, Traite des hemorragies, París 1808). » Fundando Hunter su división sobre las causas evidentes del flujo sanguíneo, admite las siguientes hemorragias: 1.° por causa natu- ral, como la evacuación menstrual; 2.° por afección morbosa local ó general, y 3.° por una violencia que determina en los vasos alguna solución, de continuidad (OEuvres completes, traduct. de M. Richelot, t. I, pág. 595y. Esta clasificación es sin duda insuficiente, sobre todo en el dia. » Pinel y M. Bicheteau las refieren á cinco clases principales que pueden estar unidas: 1.° á una disposición constitucional innata ó ad- quirida (hemorragias constitucionales); 2.° á una causa accidental y pasagera (hemorragia accidental); 3.° pueden reemplazar á otra he- morragia suprimida (hemorragias succedaneas)', 4.° consistir en un esfuerzo saludable de la na- turaleza durante el curso de ciertas enferme- dades (hemorragias criticas), y 5.° ser el re- sultado de una causa mas ó menos distante, que constituye por sí misma una enfermedad (he- morragias siniomáticas)\(Dic. de cieñe, med., t. XVIII, págs. 69 y ú%.) Esta clasificación, que con corta diferencia ha sido reproducida en los artículos de los diccionarios publicados re- cientemente, ofrece algunas aplicaciones prác- ticas importantes; mas sin embargo no dá to- davía mas que una ¡dea incompleta de las he- morragias, y no hace ninguna mención de las dependientes de una alteración humoral. » M. Carswell distribuye todas las hemorra- gias en las clases siguientes: 1.° hemorragia por lesión física; A. por solución de continui- dad: a, herida ; b, picadura; c, dislaceracion; d, ulceración; e, mortificación; B. por obstá- culo á la circulación de la sangre: a , en el co- razón ; 6, en los vasos. » 2.° Hemorragias por lesión vital: A. por una modificación en las funciones de los capi- lares: a, hemorragia supletoria; b, hemorra- gia procedente de un tejido erectil: B. por una alteración de la sangre: a, escorbuto; b, al- gunas formas de púrpura; c, fiebre tifoidea; C, por debilidad (Art. hemorragia , Diction *of practic. med. por Copland, t. II , pág. 67). cion: «La hemorragia dicen, lo mismo que las de- mas irritaciones, puede ser aguda ó crónica, conti- nua ó intermitente, etc.» (Roche y Sansón , nuevos elementos de Patología médico-quirúrgica, traduc- ción de D. Mariano Delgrás, segunda edic, t. 2, págs. Sü y 87.) ^^ » Ha propuesto Copland una división de las hemorragias que, á pesar de sus imperfeccio- nes, merece ser conocida: 1 .• hemorragias por causa física (presión atmosférica, picadura, dislaceracion); 2.° por lesión de la fuerza vi- tal, aumentada en el sistema vascular general, ó en los vasos del órgano de donde procede la sangre ; 3.° por plétora, asociada á la escita- cion general ó local (hemorragia arterial ó es- ténica) ; 4.° por debilidad; 5.° por alteración de la sangre con debilidad (hemorragias pasi- vas), ó con escitacion; 6.° por interrupción de la circulación en el corazón, en la vena porta ó en otros troncos venosos; 7.° por lesión orgánica de los vasos mismos (inflamación, re- blandecimiento , rotura, osificación y otras le- siones de las túnicas); 8.° por lesión de los só- lidos (reblandecimiento, ulceración , formación de tubérculo y mortificación) (art. cit., pá- gina 66). » Naumann distingue: 1.° una hemorragia inflamatoria, hyperesténica, activa; 2.° una hemorragia atónica ó pasiva ; 3.° una hemor- ragia espasmódica ó nerviosa (Handbuchder Medinischen Klinik,t. II, pág. 658). No pue- de considerarse el artículo de Naumann como una esposicion de la historia de las hemorragias (Monn y Fl., comp. de med. prác, t. IV, pá- ginas 464 y sig.^ J. P. Franck indica la siguiente división de las hemorragias, aunque no trata por separado de cada una de sus especies : 1.° hemorragias internas y esternas; 2.° simples ó compuestas; 3.° dependientes de un vicio primitivo de los vasos local ó general; 4.° activas ó pasivas; 5.° secundarias; 6.° críticas; 7.° sintomá- ticas. M. Chomel divide las hemorragias en trau- máticas , que son enteramente del dominio de ' la cirujía , y espontáneas; dando este nombre á las que no dependen de una causa esterna , y son producidas bajo la influencia de modifica- ciones orgánicas difíciles y aun imposibles de apreciar. De las hemorragias esenciales hace otra división: en sintomáticas y esenciales; ocupándose por último de los fenómenos parti- culares que se manifiestan en ciertas hemor- ragias, á causa de las condiciones especiales en que se hallan; según, por ejemplo, que pa- recen debidas á un esceso de fuerza ó de de- bilidad (hemorragias activas ó pasivas) , á una disposición especial de la economía, ó á una causa esterior (hemorragias constitucionales ó accidentales), ó finalmente coincidir con un alivio ó exasperación de las enfermedades (he- morragias críticas) (Dic. de med., 2.8 edic, t. XV, págs. 146 y sig). Por último, M. Gendrin, que en su tratado filosófico de medicina práctica se ocupa esten- samente de las hemorragias, hace de ellas la siguiente división: 1.° hemorragias que se ma- nifiestan en las superficies exhalantes y por las . vias de las secreciones , donde se hallan com- prendidas las hemorragias de las membranas 14 HEMORRAGIAS. mucosas , de las serosas y de la piel; 2.° he- morragias que se verifican en la sustancia de los tejidos , ó sea intersticiales; 3.° modifica- ciones morbosas de las hemorragias funciona- les, donde habla estensamente de la menstrua- ción, de la dismenorrea, de las metro-hemor- ragias, y de las hemorragias útero-placentarias (Gendriir, ob. cit.). Bástanos únicamente presentar la división que en su obra adoptan MM. Monneret y Fleu- ry, división que lleva infinitas ventajas á todas las que se han hecho hasta aquí, por cuanto se funda en la presunta naturaleza íntima de las hemorragias. A nuestro entender no pueden mejorarse, mientras no haga la ciencia mayo- res progresos, ni la clasificación de los referi- dos autores , ni la doctrina que vierten al ocu- parse de cada clase en particular. Vamos pues á trasladar íntegro todo lo que resta del artícu- lo hemorragia del Compendium de medicina práctica. Seria poco cuerdo tratar de las he- morragias en general, como lo han hecho to- dos los autores hasta el dia, esto es amonto- nando y confundiendo enfermedades que solo tienen un fenómeno común, el flujo de sangre. División de las hemorragias según MM. Mon- neret y Fleury. -» Fácil nos será manifestar que las divisiones hasta ahora admitidas son insufi- cientes y de ninguna utilidad en el tratamiento de las hemorragias. El vicio esencial de la mayor parte de las clasificaciones recientes, es el de no tener en cuenta para nada las alteraciones de la sangre,'ó á lo menos el de concederlas única- mente un papel secundario cuando se las debe colocar en igual línea que las enfermedades del sólido. El que haya meditado acercado los des- cubrimientos con que acaba de enriquecerse la medicina humoral, reconocerá necesaria- mente la parte que toman las alteraciones de la sangre en la determinación de las hemorragias, y sin embargo de esto apenas se las vé figurar en las obras mas recientes, entre el número de sus causas. Tal modo de considerar las hemor- ragias es, sin disputa , el único que.puede con- ducir á un tratamiento eficaz. ¿Cómo pudiera establecerse una terapéutica saludable-contra un síntoma, mientras se ignore que por lo co- mún consiste su causa en una alteración de la sangre , y que no puede esperarse resultado fe- liz, hasta tanto que se consiga cambiar la dispo- sición de dicho fluido á beneficio de un trata- miento adecuado ? Es pues indispensable el es- tudio de las enfermedades de la sangre, asi respecto del tratamiento como de la etiología y del diagnóstico; mas no se crea por esto que le presentamos en primer lugar y que tenemos hacia el humorismo una marcada predilección. Somos del número de aquellos que. proclaman con Bichat, que toda teoría esclusiva de soli- dismo y humorismo es un verdadero contra- sentido patológico. Y téngase presente que si esta verdad es aplicable en patologia, lo es so- bre todo en el estudio de las hemorragias, que necesariamente deben examinarse bajo el pun- to de vista de aquellas dos .teoríus : asi pues, cuidaremos de concederlas igual importancia en las divisiones que vamos á establecer. Declara- mos de antemano que, si bien nos pertenecen en atención á que las formulamos los primeros, resultan sin embargo de los análisis químicos hechos por MM. Andral y Gavarret, y se dedu- cen naturalmente de los escritos que dichos au- tores han dado á luz sobre este objeto. Por lo demás, es de nuestra pertenencia la clasifica- ción que proponemos, y debe considerarse como el fruto de nuestras meditaciones é investiga- ciones particulares. » 1.* Clase. — hemorragias por alteración de la sangre. — Designamos con esta espre- sion todas las alteraciones que se refieren , ya sea á la cantidad de este fluido ,_ya á la pro- porción absoluta ó relativa de los elementos que entran en su composición. El carácter general de las hemorragias de esta clase se deduce de las alteraciones de la sangre, y estas solo pue- den revelarse por el análisis químico. » primer orden. — Hemorragias producidas por un aumento de los glóbulos, permanecien- do en el estado normal los demás elementos de la sangre respecto á su cantidad.—En este or- den se incluyen las hemorragias por plétora, y principalmente las que se han llamado activas. Advertiremos, por lo que hace á nuestras divi-> sioues, que no pueden de manera alguna con- formarse con las admitidas hasta ahora , á cau- sa de que es completamente distinta la base en que se fundan. «Segundo orden. — Hemorragias produci- das por la disminución de la fibrina ( estado de disminución de la sangre, que dicen los autores ). Ejemplo : todas las hemorragias de las fiebres graves , de los tifos , de la calentu- ra amarilla, del escorbuto, y easi todas las pasivas. »2.a clase.—Hemorragias por alteración DEL SÓLIDO. »Primer ordbn.—Hemorragias por altera- ción local. A. modificando la testura normal del tejido afecto , etc. Ejemplo : hemorragias por inflamación , reblandecimiento , ulceración y gangrena. Este orden debe ponerse á la ca- beza de todos los demás , á causa de que reú- ne algunas hemorragias, que tienen mucha re- lación , por no decir perfecta semejanza , con las producidas por una solución de continuidad. Incluimos en él las hemorragias por alteración local que cambian la disposición molecular pro- pia del tejido. Ejemplo : la hemorragia por ir- ritación inflamatoria, por desarrollo de un nue- vo producto, como los tubérculos (neumorra- gia), la melanosis y el cáncer en su periodo de crudeza , etc. También añadimos á estas he- morragias las que proceden de un tejido que se ha desarrollado y vive en medio de los nor- males : tales son las hemorragias que se ma- nifiestan en los tumores escirrosos ó encefa- loideos reblandecidos , en los tejidos erecti- les, etc. hemorragias. Í5 » Segundo orden. — Hemorragia causada por una enfermedad local que no determina el flujo de sangre en el sitio mismo donde resi- de , sino en ófganos mas ó menos distantes, sobre cuya circulación ejerce una influencia mas ó menoi inmediata. «Corresponden á este orden : 1.° todas las hemorragias que dependen de una afección del aparato circulatorio. A. Hemorragia por en- fermedad del corazón i B. de las arterias; C. délas venas (venas de ios miembros , vena cava); 2.° todas las hemorragias debidas á una enfermedad susceptible de modificar, A. la cir- culación pulmonar; B. la circulación hepá- tica. ír - »3.a clase, —Hemorragias por simple le- sión dinámica. Son estás hemorragias bastan- te numerosas : se las ha observado en algunos sugetos que sufren una emoción moral súbita y prolougada;de modo que pueden producirlas el terror y la indignación. Lo mismo que en estas circunstancias se inyecta ó palidece la red capilar de las mejillas , sdele éh ocasiones salir la sangre de sus vasos. Mas adelante re- feriremos algunos ejemplos de epistaxis, de hematemesis y de nenmorragia producidas por semejantes causas. También deben incluirse en esta clase las hemorragias qiie se han designa- do con el nombre de'supletorias ó succedaneas. Estas reemplazan á los flujos sanguíneos natu- rales ó morbosos , y consisten en una secre- ción anormal establecida eu el centro de nues- tros tejidos. »4." clase.—Hemorragias traumáticas. — i.* Por solución de continuidad en los vasos de primero , segundo y de tercer orden (capi- lares) : a. herida , b. picadura, c. dislacera- cion. »Hé aqui las divisiones que nos pareced comprender todas las especies y todas las cau- sas posibles de hemorragias. El estudio que ahora vamos á hacer de cada una probará que todas entran con la mayor facilidad en los di- ferentes órdenes que hemos establecido. Ofre- ce esta clasificación la inapreciable ventaja dé permitir al práctico determinar inmediatamen- te el modo de tratamiento que debe poner en uso, para detener la hemorragia y oponerse á su reproducción. Muchas veces intervienen dos ó tres causas en la producción de una hemor- ragia : entonces es mas difícil la clasificación; pero sin embargo , siempre debe referirse á la causa mas evidente y activa, pudiendo de esta manera tener entrada en uno de los órdenes que acabamos de indicar. Por otra parte, en el estudio de las causas de la hemorragia lle- varemos su análisis hasta el punto de no dejar la menor duda acerca de tan difíciles cues- tiones. »No deben esperarse de nosotros esas ge-j neralidades comunes que se han reproducido' invariablemente durante muchos siglos , y que figuran todavía en obras recientes de patologia general. No existe mas fenómeno común á to- das las hemorragias que él finjo de sangre, ó por lo menos no conocemos otro. Y lo mismo decimos de su duración , de su pronóstico , de su tratamiento, y de las cualidades físicas ó químicas de la sangre. Unas veces se reúne este liquidó, formando un 'coágulo voluminoso, sólido y resistente ('hemorragia de la plétora y de las inflamaciones); al paso que otras es di- fluente , negruzco y blando (hemorragia del escorbuto; de las calenturas, déla peste, etc.). Dejemos , pues , á un lado todas estas diserta- ciones generales , y entremos en el estudio de los géneros y de las especies de hemorra- gias. »1.« clase. — Hemorragias por altera- ción DE LA SANGRE. »EI único carácter general de las hemor- ragias debidas á una enfermedad de la sangre consiste en la alteración dé este líquido, que parece ser el oríjen, no solo de la hemorragia, sino también del mayor número de los sínto- mas que la acompañan : así se vé que las he- morragias de los pletóricos son un efecto de la alteración de la sangre, lo mismo que todos los demás fenómenos de la plétora. No pufede atri- buirse la hemorragia á la plétora; porque esta depende , lo mismo que aquella ; Ge la altera- ción de la sangre. Hemos dicho que puede este líquido estar alterado respecto á la calidad de sus elementos. Sin duda se hallan eSpuestos la fibrina y los glóbulos á enfermar," de la misma manera que los demás órganos de la economía; pero nuestros conocimientos respecto á sus al- teraciones son todavía' muy limitados. Sábese, por'ejemplo, que la fibrina de nueva formación es más blanda , que los glóbulos sé alteran en su forma , etc. ; pero todavía son vagas estas nociones , y ademas, suponiendo que su certi- dumbre estuviese perfectamente demostrada, no ha podido hallarse aun ninguna relación entre dichas alteraciones de los elementos de la sangre y las hemorragias. »Prímer orden.—Hemorragias producidas por el aumento de los glóbulos, siendo nor- mal la cantidad' de los demás elementos. — Corresponden principalmente estas hemorra- gias á las que se han conocido con los nombres siguientes: hemorragias activas, esténicas, agudas, por plétora, por aumento de la can- iidád de la sangre ó dé su fibrina ; hemorra- gia inflamatoria, hipér-esté nica y activa de los autores; cum syñocha, de Reil;'positiva, de Vogel; accutu ,'de Berends. ' ' ' y> Descripción de los síntomas y estudio de las causas. — Antes de investigar la verdade- ra naturaleza de las hemorragias que constitu- yen este orden, espongamos los síntomas á que dan oríjen , según tos autores clásicos. Afectan principalmente á los hombres robus- tos, pictóricos y de ün temperamento sanguí- neo ; son mas frecuentes en invierno y á la en- trada de las estaciones; en los hombres que en las mujeres, y en la juventud que en las de- más épocas de la vida. Se manifiestan maa 16 HEMORRAGIAS. particularmente en los sugetos que observan un régimen suculento, y se esceden en la me- sa. Obsérvase que, en las personas dispuestas á estas hemorragias gozan todas las funciones de una actividad considerable; el aparato respi- ratorio se halla mas desarrollado , y las redes capilares inyectadas de una manera casi conti- nua : de aqui resulta una coloración mas. viva del rostro , de los labios, etc. La temperatura del cuerpo es siempre mas elevada; la trans- piración y la secreción urinaria abundantes; el cerebro se exalta con facilidad; las pasiones son activas, variables, enérgicas, etc.: en una palabra, hay un esceso de vida. » Hé aqui, según Cullen , los síntomas que preceden ó acompañan á la hemorragia: «Mas »ó menos tiempo antes de manifestarse, por- »que en esto hay variedad según los diferen- »tes casos, se advierten síntomas de plenitud »y tensión en las inmediaciones de las partes «por donde ha de salir la sangre. Obsérvase en «aquellas que puede descubrir la vista rubi- «cundez , hinchazón y una sensación de calor »ó de prurito; el enfermo esperimenta en los «órganos internos, inmediatamente antes del «flujo , una sensación de pesadez y de calor, «y aun muchas veces diferentes dolores en las «partes inmediatas. «Después de haber durado algún tiempo «estos síntomas , sobreviene cierto grado de «acceso de frió, como en la pirexia, al cual «sucede el calor. Durante este acceso sale ma- «yoró menor cantidad de sangre de un color «bermejo, cuyo flujo dura mas ó menos, aun- «que generalmente se detiene por sí mismo al «cabo de algún tiempo, cesandocon él la pirexia. «Mientras dura el acceso de calor que pre- «cede á la hemorragia , es el pulso frecuente, «vivo , lleno y muchas veces duro; pero, se- «gun va saliendo la sangre , se hace mas blan- »do y menos frecuente. «Cuando en las hemorragias se saca sangre »de las venas , presenta , al coagularse, co- «munmente separado el gluten (coágulo), so- »bre cuya superficie se forma una costra lo «mismo que en las flegmasías (costra llamada ^inflamatoria por los autores)» (Cullen, Élem. de médec. pratiq., pág. 100, t. II. París, 1819). «Según Cullen , está la sangre plástica , y forma un coágulo bastaute consistente,-pre- sentando ademas costra inflamatoria; pero nos- otros podemos asegurar que en este caso exis- tia una inflamación , y no era independiente la hemorragia de toda flegmasía local. Por lo de- más es imposible dar mucha importancia á las descripciones de sangre hemorrágica presenta- das por los autores ; solamente están confor- mes en un hecho , á saber: que en las hemor- gias activas es la sangre rutilante, como arte- rial , y se coagula. Mas adelante indicaremos sus caracteres químicos. «La cantidad de sangre ,varía estraordina- riamente; sale mucha á un tiempo, y no gota á gota ó con lentitud, como en las hemorragias por disminución de fibrina. Repetimos que to- dos los datos suministrados por los autores respecto á las cualidades y á la cantidad de la sangre, no pueden ofrecer á los modernos mas que un mediano interés , principalmente á causa de la vaguedad que ha reinado por mucho tiempo respecto al diagnóstico preciso de las hemorragias. Se han considerado como activas aquellas que no eran por lo común mas ?¡ue sintomáticas de estados morbosos muy di- eren tes (plétora , inflamación). «También varía estraordinariamente el si- tio del flujo sanguíneo, aunque con mucha fre- cuencia se verifica en la superficie de las mem- branas mucosas: las mas veces son asiento de la hemorragia las membranas de las fosas na- sales , de las encías , de la estremidad inferior del recto, del pulmón y de la vegiga. Con mu- cha frecuencia se infiltra asimismo la sangre en el tejido de los órganos , como el cerebro, el pulmón, los ríñones el hígado, etc. En las hemorragias activas se ha creido principalmen- te hallar un sitio predilecto para cada edad: «El sitio de las hemorragias varía según la «edad , dice Pedro Frank: en los niños se ve- «rilican por la nariz; en los jóvenes por el pul- »mon y el estómago; y en los adultos por los in- «testinos y la vejiga. En la vejez sale también «la sangre por la nariz; pero con mayor frecuen- »cia se derrama en el cerebro , lo que es cier- tamente mucho mas peligroso que una epis- »taxis.» (Epitome de curandis hominum mor- bis , lib. V , part. 2.a, pág. 94. ) Empero cuan vagas son estas indicaciones! ¡ De cuan poca utilidad han servido á la ciencia 1 Mejor fuera no reproducirlas en los libros , cuando ofrecen un carácter tan general, y se hallan privadas de aquellos comentarios que pudieran darlas algún valor. Uno de los caracteres de la hemorragia ac- tiva es el de reproducirse al cabo de un tiempo variable , á veces en épocas casi regulares. Es también uno de sus efectos el ocasionar un alivio notable en el mayor número de casos, poniendo término i los fenómenos de conges- tión local y de plétora que la acompañan. To- das las causas que suelen determinar la plétora pueden concurrir á la producción de estas he- morragias: tales son los escesosen las bebidas y en la mesa , la supresión de algún flujo san- guíneohabitual, y la omisión de la sangría á que los pletóricos recurren con mucha frecuen- cia. Otras causas obran activando la circulación general y pulmonar, esto es, haciendo veces de causas ocasionales. Las primeras deben con- siderarse como predisponentes, aunque pueden obrar también de otra manera. Entre las cau- sas ocasionales se cuentan: una intensa conmo- ción moral, los repentinos cambios en el peso y el calor del aire, la impresión de un aire vi- vo y frió, los ejercicios violentos, los calores escesivos, etc. «Hay en la historia de las hemorragias que HEMORRAGIAS. 17 nos ocupan, y á las chales, llamaremos , para abreviar , hemorragias por plétora , un crecido número de condiciones muy diversas, que con- viene distinguir, sin lo cual se correría el ries- go de no comprender nada del encadenamiento y causas de sus síntomas. A poco que se examine la constitución de Los sugetos que las padecen, se advertirá des- de luego que no es otra mas que el tempera- mento sanguíneo, ó la exageración del mismo, es decir, la plétora. Evidentemente resalta es- ta primera conclusión de la pintura, hecha por los autores de la predisposición á las hemor- ragias activas. En efecto, el temperamento sanguíneo, atlético,, y todo cuanto es capaz de producir .plétora, han sido siempre coloca- dos á la cabeza de las causas que producen ta- les hemorragias. El análisis hecho en seme- jantes circunstancias por Andral y Gavarret, prueba que el aumento de glóbulos es la cons- tante alteración que presenta la sangre de los sugetos sanguíneos ó pletóricos. Sabido es que en el estado normal hay 127 partes de glóbu- los en 1,000 de saiuri.': pues en los sugetos que ofrecen los atributos del temperamento sanguíneo, suben estos glóbulos á 130,135 y aun á 140: entonces empieza el estado pletó- rico, que se debe considerar como morboso. En fin, el. análisis de la sangre ha demostrado que,en cierto número de hemorragias, esceden mocho los glóbulos á su proporción normal: en un caso de hemorragia cerebral llegaron al número enorme y poco frecuente de 175 (Re- cherches sur les modifications de proportion de quelques principes du sang dans/ les maladies, p. 84. París, 1840). En los casos ordinarios ascienden los glóbulos á 135 y 140. Por lo que precede se manifiesta que la condición, pri- meramente fisiológica y después morbosa, que produce la plétora y la hemorragia, es el au- mento del número de los glóbulos. La activi- dad escesiva de las funciones y la energía de todos los fenómenos vitales dependen de este aumento de los glóbulos. No debe, pues, cau- sar sorpresa que el temperamento sanguíneo y la plétora predispongan á las hemorragias, llamadas activas, supuesto que proceden de una misma causa; del aumento de los glóbu- los en mayor 6. menor grado. Debemos sin embargo añadir, que, las hemorragias deter- minadas por és,te aumento de glóbulos, no se observan solamente en los sugetos de un temperamento sanguíneo y en los pletó- ricos. «Generalmente se han atribuido las hemor- ragias por plétora al aumento de la cantidad de la sangre, y aun se ha pretendido que no solo son superabundantes sus elementos cons- titutivos, sino que está aumentada la fibrina; pero los análisis químicos hechos por los mé- dicos ya mencionados, prueban que esta opi- nión es errónea, y que la plétora debe atri- buirse al solo aumento de los glóbulos, no á un estádp de gólie'mia (esceso dé sangre), que TOMO vir ' probablemente jamás se logrará demostrar. En efecto ¿de qué manera puede apreciarse el aumento de la cantidad de sangre? «Acabamos de indicar la causa verdadera de la hemorragia.por plétora; vamos ahora á apreciar sus principales fenómenos. Unos son generales, y dependen de, la plétora general; mientras que los otros son efecto de la con- gestión sanguínea local, que se verifica en el parage mismo donde debe producirse íá he- morragia. Los signos de la hiperemia son : la pesadez,'el calor, el hormigueo, la tensión que esperimenta el enfermo en el órgano afee to, el aumento de volumen , la rubicundez y la turgencia de los tejidos, etc. Ademas va- rían estos fenómenos según el órgano afecto y la función que le está confiada. Por lo co- mún van precedidos»de algunos síntomas que anuncian la congestión, á saber: escalofrié ligero ó muy intenso, con horripilación, frial- dad de las estremidades, palidez de la piel, incomodidad general, turgencia del sistema arterial, cefalalgia y aparición de 111 ujo san- guíneo. «La congestión sanguínea local que prece- de á la hemorragia resulta, como la plétora general, cuyo efecto es, de la indicada altera- ción de la sangre (aumento de los glóbulos). Difiere de ella la hiperemia inflamatoria, en que posee ya los elementos de las futuras ter- minaciones de la inflamación, tales como la supuración, la ulceración, y el reblandeci- miento; es decir, que la alteración de la san- gre no es idéntica: en este caso hay aumento de la fibrina, mientras que en las hiperemias que se refieren á la plétora y terminan por la hemorragia, solo se advierte un simple au- mento de glóbulos, sin alteración de las can- tidades de fibrina. Es, pues, necesario distin guir una de otra estas dos especies de hipere- mia , porque sus efectos difieren tanto como la alteración misma de la sangre que los de- termina. La congestión hemorragipara se ve- rifica en virtud del aumento de los glóbulos, y la congestión flegmaslpara por el aumento de la fibrina. Esta diferencia, que ha dado á conocer el estudio sobre la composición de la sangre, es la mas manifiesta é importante que pudiéramos formular en el estado actual de nuestros conocimientos ; basta para separar las dos especies de hiperemia, que hasta el dia solo han podido distinguirse por la termi- nación misma del trabajo patológico que oca- sionan. En un caso es la hemorragia la termi- nación de la hiperemia; y en el otro, la infla- mación con todos sus caracteres. Mas no toda hemorragia va necesariamente precedida de una congestión sanguínea local; puede produ- cirla la simple plétora general. «Los autores que han descrito las hemor- ragias por plétora, han comprendido entre los síntomas de la hemorragia los que pertene- cen; L.0 á la plétora general; 2.° á la conges- tión local; 3.° á la estravasacion de la sangre, 18 HEMORRAGIAS. 4.° en fin, á la anemia que sobreviene de re- sultas de un flujo considerable. Estas diferen- tes condiciones morbosas tienen entre sí ínti- mas relaciones: en efecto, la plétora, la con- gestión local y la estravasacion de la sangre, son todas debidas á la alteración de este lí- quido (aumento de los glóbulos); pero puede faltar la congestión local y manifestarse tan sola la hemorragia. Por lo que hace á la cuar- ta condición, solo se verifica la anemia erf el caso de ser muy considerable la cantidad per- dida de sangre. «No creemos, pues, deber imitar á los au- tores que,de tal manera han confundido, en la historia de las hemorragias por plétora, los síntomas de esta, de la congestión local y de la anemia. Solo debemos recordar que dichos tres estados morbosos proceden en último re- sultado de la alteración de la sangre (aumento de los glóbulos), y deben sus síntomas refe- rirse á esta causa. Necesario es tenerla pre- sente para el tratamiento, comoyse demostra- rá mas adelante. «Cuando las hemorragias por plétora se verifican en la superficie de una membrana mucosa por exhalación, ejercen una saludable influencia sobre los fenómenos morbosos que primero se manifestaron, y á los cuales ponen término; entonces cesan todos los signos de la plétora y el molimen hermorragium; el pul- so se pone mas débil, mas blando, y el movi- miento febril y la turgencia sanguínea dismi- nuyen, Por eso han considerado generalmen- te los autores como muy favorable la apari- ción de la hemorragia, reputándola como una crisis y una feliz terminación de la enferme- dad. Hállase fundada esta opinión en una ob- servación exacta de la naturaleza; pero mere- ce que la espliquemos. Hemos dicho que el aumento de los glóbulos tenia por efecto esci- tar intensamente todas las funciones, produ- cir la plétora, las congestiones locales, y la hemorragia. Pero el análisis químico ha pro- bado a Andral y Gavarret que la sangría dis- minuye constantemente los glóbulos, rebajan- do su número del limite natural (127), y que esta disminución es tanto mas considerable, cuanto mayor la frecuencia con que se repi- ten las. evacuaciones sanguíneas. No ejerce ningún influjo sobre la fibrina, ó á lo menos solamente le produce cuando se han empleado las evacuaciones hasta un grado estraordina- rio, y está toda la constitución profundamen- te debilitada. Las hemorragias determinan la misma disminución en los glóbulos. Si la plé- tora , es decir el aumento de los glóbulos, oca- siona una hemorragia, el primer efecto de es- te flujo será disminuir el número de sus gló- bulos, y, por consiguiente, poner término á la plétora y á todos los accidentes que de ella resultán. La evacuación de la sangre es pues el remedio mas eficaz que la naturaleza pue- de oponer á los accidentes morbosos, y en es- te sentido debe admitirse que la hemorragia sea la crisis saludablq de la plétora. No lo re- petiremos bastante, esta curación, en algún modo espontánea de la hemorragia, se debe únicamente á la disminución de los glóbulos, que son el elemento escitante del organismo, el que desempeña el papel atribuido por mu- cho tiempo á la fibrina; papel que ciertos au- tores se obstinan en conceder á este elemen- to ,»á pesar de las mas recientes y decisivas investigaciones. «Hemos dicho que la hemorragia por plé- tora tiene mucha- tendencia á reproducirse. Los detalles en que acabamos de entrar espli- can bastante bien la referida tendencia. Efec- tivamente, si persiste la composición de la sangre, que es la causa de la hemorragia, si los glóbulos siguen predominando, porque el flujo de sangre no ha sido bastante considera- ble para reducirles á su límite normal, ó bien, si, lo que acontece con mayor frecuencia, si- guen obrando las causas qoe determinan la plétora y la reproducen incesantemente, vol- verá la hemorragia á manifestarse tantas ve- ces cuantas sean escesivos los glóbulos. No es raro ver que los enfermos pierden una creci- da cantidad de sangre, y caen en un estado enteramente opuesto á aquel en que antes se hallaban: este estado es la anemia que suce- de á la plétora. La membrana mucosa de los labios, de las encías, de la lengua, la piel del rostro y de los miembros, palidecen y se de- coloran; la debilidad llega á ser estremada, y el pulso peqiTeño; sé manifiestan palpitacio- nes de corazón, síncopes, vértigos y zumbi- dos de oidos; se perciben ruidos de fuelle en las arterias y el corazón; en una palabra, se declaran todos los signos de la anemia, y un nuevo estado morboso reemplaza á la pléto- ra. Entonces cambia la sangre de composi- ción; y los glóbulos, que pasaban de su lími- te normal, quedan por debajo de él. Prevost y Dumas han visto disminuir los glóbulos en los animales que sometían á repetidas san- grías. Igual disminución se observa en el hom- bre á consecuencia de flujos mas ó menos fre- cuentes , ya se halle sano, como en la plétora y en los sugetos de temperamento sanguíneo, ya sufra una enfermedad caracterizada. El es- tado morboso que resulta de esta disminución de los glóbulos es la anemia. Asi, pues, un sugeto que padece hemorragias por plétora puede tener la sangre en dos estados muy dis- tintos: 1.° Al principio hay un aumento de glóbulos, como causa de la plétora y de la he- morragia. 2o Después sobreviene una dismi- nución considerable de los glóbulos, como con- secuencia de las hemorragias muy abundan- tes: solo al fin de las hemorragias, y como resultado del flujo de sangre, se advierte la disminución de los glóbulos que ocasiona la anemia. La hemorragia, que al principio era un efecto del aumento de los glóbulos y de la plétora, se convierte á su vez en causa de la disminución de los glóbulos y de la anemia. HEMORRAGIAS. 19 Conviene mucho comprender bien la sucesión y enlace de estas diferentes alteraciones de la sangre, para establecer una terapéutica eficaz de las hemorragias.» (Mon. y Fl. Compen- dium, t. IV, p. 468 y sig.) Asi esplican Monneret y Fleury la hemor- ragia activa ú ocasionada por la plétora, y es- ta es la doctrina mas moderna acerca de la producción de dicha enfermedad; doctrina á que han conducido los esperimentos de An- dral y Gavarret. Pero á nuestro entender que- da por esplicar el principal fenómeno , esto es la estravasacion de la sangre, que constituye la esencia de la hemorragia tanto activa co- mo pasiva. Concedamos, pues, que en este orden de hemorragias haya siempre aumento de glóbu- los, concedamos que este aumento predis- ponga á los flujos de sangre, y que por medio de ellos haga cesar la naturaleza la alteración de dicho fluido; todavía no podría esplicarse la producción de las hemorragias. ¿Cómo lle- ga la sangre á salir de los vasos? ¿cómo no sale desde el punto en que existe aquel géne- ro de plétora? ¿cómo es que circulando por todos los órganos y tejidos , solo en algunos se verifican las hemorragias? ¿á qué se debe esa congestión local, que según dichos auto- res precede muchas Yeces á la hemorragia? ¿cómo se esplicar la producción de esos otros flujos de sangre que no vau precedidos de nin- guna congestión? Hé aqui otras tantas cues- tiones que Monneret y Fleury dejan sin resol- ver, y que debieran haber resuelto si se pro- ponían probar que la abundancia de glóbulos en este caso y la disminución de la fibrina en el orden siguiente de hemorragias son al- go mas que causas predisponentes en la pro- ducción de la enfermedad que nos ocupa. Su- poniendo, efectivamente, igual en todas par- tes la estructura de los vasos; suponiéndola igual en todos los sugetos y en todos los mo- mentos de la vida, debiera producirse la he- morragia siempre que los glóbulos sanguíneos llegasen á un determinado número, y lo mis- mo en un punto que en otro, ó á lo menos por uno mismo en todos los sugetos. Pero es- to no sucede asi: en unos basta para que ha- ya plétora, y por consiguiente-hemorragia, que se eleven los glóbulos á 130, mientras que en otros no ha sobrevenido la hemorragia hasta llegar al número de 175; luego hay condicio- nes de organización ó ciertas causas ocasio- nales , que concurren á producir la hemorragia alterando sin duda los sólidos, esto es las pa- redes de los vasos, ó cambiando su modo de vitalidad. Y todavía mas: un mismo sugeto puede sufrir hemorragias estando los glóbulos en diferente proporción; y otras veces no lle- ga el caso de verificarse el flujo, aunque exis- ta la plétora: ¿cuántos sugetos hay de tempe- ramento sanguíneo , y cuantos han estado pic- tóricos sin que nunca hayan padecido una he- morragia? ¿cuántas veces se halla la fibrina disminuida y tampoco sobreviene flujo alguno de sangre? Repugna á la razón admitir que consista únicamente la hemorragia que nos ocupa en el esceso de los glóbulos, y la pasi- va en la disminución absoluta ó relativa de la fibrina: para que la sangre salga de los vasos es necesario algo mas, es necesaria una alte- ración de estos. De otra manera la crisis he- morrágica se verificaría por todos los vasos, y siempre que existiesen aquellas condiciones de la sangre; ó si la menor resistencia natu- ral de los vasos, en ciertos órganos ó tejidos, fuese causa de que se rompiesen antes que los demás, permitiendo la salida á la sangre, siem- pre debiera verificarse la hemorragia por los mismos puntos. Como esto no sucede asi, es difícil negar que existe alguna causa, para que un sugeto arroje sangre por las narices, otro por el ano, y en otros proceda de los pulmo- nes , del estómago, de la matriz, ó en fin se derrame en el cerebro, etc. Sin que se crea que desestimamos el im- portante resultado que se pretende sacar de los trabajos de Andral y Gavarret, permíta- senos manifestar que á nuestro entender no es la alteración de la sangre mas que uno de los factores de la hemorragia: falta todavía encontrar el mas importante. M. Gendrin estudia de un modo filosófico los fenómenos que se manifiestan en la economía por efecto de una hemorragia, y en todos los periodos de esta; y si bien da á la plétora la im- portancia que nadie la ha negado (aunque no se hubiese conocido ese género de ella que con- siste en el aumento de glóbulos) admite ade- mas otras condiciones morbosas elementales, y se detiene á esplicarlas estensamente. «Estas condiciones, dice, que vamos á describir an- tes de indicar como se combinan para cons- tituir un solo estado morboso, son: 1.° la po- liemia (1), ó estado pletórico general: 2.° la hiperemia , ó la congestión sanguínea local: 3." la estravasacion sanguínea, ó hemorragia propiamente dicha; y 4.° la oligemia ó ane- mia. De estos estados morbosos, los dos pri- meros son por lo común pródromos de la en- fermedad, y el último no es otra cosa que su consecuencia» (Traite. Philosoph. de méd. prat., t. I, p. 23). Parécenos que la sucesión de los fenómenos , según la presenta M. Gen- drin , es muy natural y abraza la totalidad de la enfermedad. ' Viniendo ahora á la esposicion de las cau- sas y síntomas de las hemorragias activas, es forzoso confesar que puede añadirse muy po- co á lo que hemos tomado ya del Compendium: todos los autores hacen la misma descrip- ción. Vamos á trasladar lo que dice M. Gho- mel y algo déla obra de M. Gendrin, como (1) Fcrnelio fué íl primero que dio este noir.br á la plétora verdadera. 20 HEMORRAGIAS. en comprobación de esta verdad, y á fin de completar el presente artículo cuanto sea po- sible. «Las hemorragias activas sobrevienen en los sugetos jóvenes, robustos, que comen bien, viven en la ociosidad, y reúnen las condicio- nes que producen una plétora verdadera. La esposicion del calor, una emoción viva y un ejercicio violento, son algunas veces sus cau- sas ocasionales; pero por lo común se mani- fiestan sin otro influjo que el de las causas predisponentes, y sin que ninguna circuns- tancia esterior provoque actualmente su apa- rición. Las mas veces son anunciadas por urt conjunto de fenómenos á que han dado los au- tores el nombre de esfuerzo hemorrágico (mo- Umen hoemorrhagicum). Primeramente ad- vierte el sugeto un estado general de males- tar, y dolores vagos y oscuros que se concen- tran poco á poco hacia el órgano en que ha de manifestarse la hemorragia. Una serie de fe- nómenos locales, como por ejemplo una sen- sación de peso, de tensión ó de cosquilleo, un calor mas Ó menos vivo, y, en algunos casos, una intumescencia y una rubicundez ligeras, la distensión de las venas, y el aumento de fuerza de los latidos arteriales, indican cla- ramente e! aflujo de la sangre hacia aquel ór- gano y los inmediatos; mientras que el frío, la palidez, la disminución de volumen de las partes distantes, sobre todo de los pies y las manos manifiestan un fenómeno opuesto. En algunos sugetos es también anunciada la he- morragia por horripilaciones, por la frecuen- cia , la plenitud ó la concentración del pulso. Generalmente persisten estos síntomas, y van aumentándose mas cada vez hasta el momen- to de aparecer el flujo. «La sangre-sale por lo común con rapidez, y casi siempre por una sola via: es bermeja, se coagula al instante, no se separa la serosidad aunque se la deje quieta , y procede de un so- lo órgano. A medida que corre va desaparecien- do la congestión local, vuelve el calor á las es- tremídadés, toma el pulso su ritmo natural, siente el enfermo un pronto alivio , y se halla mejor dispuesto y mas fuerte que antes. Esta especie de hemorragia se remedia en alguna manera á sí misma, cesando por el soló hecho de haber salido cierta cantidad de sangre. No. obstante, si se prolonga mas allá de ciertos lí- mites, da lugar á los accidentes que se obser- van en todas las hemorragias escesivas.» (Cho- mel, art. HemórRagie del Dict. de méd., se- gunda edición , tomo XV, página 154.) Oiga- mos á M. Gendrin respecto á los pródromos y los síntomas de esta hemorragia. «Los pródromos de las hemorragias son los síntomas de la hiperhemia, porque en los casos mas frecuentes precede á la estravasacion de sangre; y también son con mucha frecuencia los de la plétora sanguínea general. Varían in- finito la duración y la intensidad de los pródro- mos. Algunas veces existe la plétora desde mucho tiempo antes sin que se'haya manifesta- do congestión en ningún órgano, ni sobreveni- do hemorragia. Las congestiones sanguíneas locales pueden persistir igualmente mucho tiempo, sin que sobrevenga i-stravasacion de sangre, mientras que otras veoés suele mani- festarse esté accidente después de síntomas precursores de plétora general y de congestión sanguínea local, que solo han durado algunos instantes, ó se manifiestan por primera vez. Deben observarse con esmero, y tenerse muy en cuenta los síntomas que indican la presen- cia de la plétora ó de una congestión local, y la inminencia de una hemorragia. En muchas ocasiones nos hemos admirado al ver manifes- tarse repentinamente sinfonías muy marcados de plétora, que solo precedían algunos instan- tes á la aparición de hemorragias considera- bles. Suelen ser 'la hiperemia y la hemorragia los primeros síntomas de la plétora sanguínea, que antes no se había manifestado con eviden- cia. Sin embargo las mas veces van la hipere*- mia hemorrágica Y la hemorragia misma inme- diatamente precedidas de los siguientes sínto- mas : se manifiesta un calosfrío ligero y gene- ral con horripilaciones; se enfrían las estreroi- dades, se pone pálida la piel en todo el cuerpo, se advierte en los miembros una sensación ge- neral de cansancio y quebrantamiento ; la re- gión en que va á'presentarse la hemorragia, es entre tanto asiento de un dolor gravativo obtu- so, y de un calor mas vivo que el normal; el pulso se vuelve contraído y duro; la diastole arterial es corta y repentina , de modo que re- sulta un pulso dicroto; y al mismo tiempo , ó casi inmediatamente después, aparecen tos*sín- tomas de hemorragia. «No siempre se manifiesta el flujo de san- gre en el órgano que es asiento de la conges- tión sanguínea antecedente ; suele sobrevenir en otras partes , con quienes ha hecho recono- cer la esperiencia que tiene conexión, á lo'me- nos en el estado de enfermedad, el órgano pri- mitivamente afecto; asi se ve que en algunos pletóricos se verifica una congestión sanguínea en el bazo, y sobreviene la hemorragia por la mucosa nasal. Cierto es que en tales casos exis- te también una hiperemia en el órgano que se- cundariamente es sitio de la hemorragia. «Los'síntomas inmediatos de Ja'hemor- ragia varían, á igualdad de circunstancias, por razón del órgano en que se efectúan , según la abundancia , la prontitud con que se verifi- ca, etc. «En las hemorrogias rápidas y considera- bles sufre el enfermo inmediatamente un frío general con horripilación, palidez de tacara, sensación de desfallecimiento y completo des- mayo; el pulso es pequeño, débil, apenas per- ceptible , por lo común irregular é intermiten- te , casi siempre acelerado. Esta repentina in- vasión de los fenómenos lipotímicos es mas no- table cuando sálela sangre al esterior en gran cantidad, porque su presencia inspira un vivo HEMORRAGIAS. 21 terror al enfermo, y ofrece la imagen de la rimerte inminente, aun á los varones mas ani- mosos. Si el flujo continua verificándose en mucha abundancia, siguen las congojas, de modo que apenas ha recobrado el enfermo su conocimiento vuelve á perderle de nuevo; es completa la decoloración del rostro, en tales términos que los labios, las encías y la lengua se hallan tan blancos como la cera; la respira- ción se hace mas lenta, y solo se verifica por el diafragma ; no se percibe el pulso , toda la piel está fría, no se -sienten los movimientos del corazón , ni se uotan los ruidos que deter- minan. Pronto cubre á las sienes ün sudor frió, como viscoso. En los casos de hemorragias es - cesivas rápidamente mortales, que son muy raras á menos que haya rotura de vasos, acon- tece la muerte inmediatamente en el síncope.» (Gendrin. Trait. philosoph de med. prat., to- mo 1, pág. 30, 31 y 32.) Tratamiento de la hemortagia por plétora. Poco dejan que desear Monneret y Fleury; pe- ro conviene no olvidar , que se ocupan princi- palmente en este sitio del tratamiento de la he- morragia , mientras no llega á producir la ane- mia , á causa de su abundancia escesiva. «Solo teniendo un conocimiento profundo de las verdaderas causas de lashemorragias, puede llegarse á establecer una terapéutica efi- caz. Si en las obras de los antiguos y de los modernos se advierte tanta vacilación , tanta oscuridad, y tan grandes errores , debe atri- buirse á que por mucho tiempo se han ignorado las alteraciones de la sangre que determinan las congestiones y las hemorragias , habiendo tenido que limitarse á la observación de los fe- nómenos esteriores , que solo dan una idea inexacta , ó á lo menos incompleta f de la ver- dadera naturaleza de Fas alteraciones. Asi pues, en vista de lo que acabamos de decir , es muy fácil formular la indicación terapéutica que de- be llenarse. La primera y mas importante de todas se reasume en estas palabras: cambiar la composición de la sangre de modo que dismi- nuyan los glóbulos. ■ Ahora bien , los dos me- dios de llenar fácilmente esta indicación , se reducen á practicar una ó muchas sangríasque tienen por efecto constante obrar sobre los gló- bulos , y someter á los enfermos á una dieta rigorosa. Los autores que han escrito sobre las hemorragias que evidentemente se refieren á la plétora,, reconocen toda la utilidad de las evacuaciones sanguíneas: los otros remedios que indican, tienen también por efecto poner término á la plétora y calmar la escitacion vascalar general que concurre á producir y re- novar la hemorragia. »He aquí cuáles son las prescripciones que se hallan en todos los libros, y cuyo evidente objeto es el de'éVitar la reproducción de las hemorragias: completa quietud , alimentos es- casos , ligeros y poco reparadores , abstinencia del vino y de las bebidas alcohólicas , habita- ción en un parage cuya temperatura sea suave y templada, uso moderado délos placeres de la venus, evacuaciones sanguíneas repetidas á in- tervalos mas ó menos cercanos , y cuando se adviertan señales de plétora , uso de las bebi- das refrigerantes, acídulas y otras, baños ti- bios prolongados, etc. «En el momento que sale la sangre deben llenarse algunas otras indicaciones, que en cierta manera se hallan subordinadas á la que ya hemos establecido. Si el órgano que sufre la congestión fuese una membrana mucosa, co- mo la de las fosas nasales, del estómago ó del recto, puede dejarse correr ia sangre, mientras no sea escesiva en cantidad. Sin embargo, en casi todos los casos se debe practicar inmedia- tamente una sangría general , y es ¡ndisperisa*- ble obrar de esta manera cuando.no se verifica la'hemorragia por exhalación, y acontece en alguna viscera parenqüimatosa. Una epistaxis, un flujo hemorroidal, y una metrorragia por plétora, pueden respetarse sin duda cuando hay certeza de que no existe en los tejidos nin- guna lesión perceptible. Mas sin embargo, cree- mos que en tal caso es todavía mas prudente recurrir á la sangría general, que tiene por re- sultado poner fin ala plétora; porque nunca hay certeza de que una vez terminada la he- morragia, dejará de existir cierto grado de con- gestión local. Ademas, el hábito que contraen ios tejidos de constituirse asiento de una flu- xión sanguínea, acaba por ser pernicioso, y la congestión, al principio pasagera é intermiten- te, puede llegar á ser permanente; en atención á esto aconsejamos que , sea cual fuere el sitio de la hemorragia por plétora , se recurra á la sangría, con el objeto de modificar la composi- ción de la sangre, destruir la plétora, é impe- dir la congestión local. Es también la sangría el mejor medio de llenar esta última indicación, porque obra Como derivativa , y ademas como espoliativa, según acostumbra á decirse en te- rapéutica : combate la congestión actual , y preserva al órgano de otra congestión semejan- te , á no existir en él una lesión incipiente que llame á la sangre , cosa que acontece en un crecido número de casos. Cada individuo, aun el mas robusto'y de mejor organización, pre- senta siempre algún punto delicado , hacia él cual se dirige la sangre con preferencia; y en otros existe ya un estado morboso, aunque ningún síntoma haya inducido á sospechar so existencia. Asi es cómo sobrevienen algunas hemorragias pulmonares en sugetos pletóricos, que sucumben pasado algún tiempo á una tisis tuberculosa, cuyo principio asciendeá una épo- ca muy distante, y cuya existencia no revelaba ningún síntoma cuando se presentó por prime- ra vez la neumorragia. Manifiéstase una me- trorragia en una mujer pletórica: muy bien po- drá ser la plétora la causa de la hemorragia; pero, ¿qué motivo hay para que se efectué por el útero? Mas adelante sucumbe esta mujer á consecuencia de una induración cancerosa, y entonces nos vemos obligados á admitir que la 22 HEMORRAGIAS. hemorragia por plétora tenia ya su causa en una afección del útero, descubierta después por sín- tomas mejor caracterizados (1). «Otro medio no menos eficaz que la san- gría , y que tiene también por efecto dismi- nuir los glóbulos superabundantes, consiste en someter á los enfermos á una dieta rigorosa. Bajo la influencia de la dieta , combinada ó no con las evacuaciones sanguíneas , vuelven los glóbulos á su número normal, ó disminuyen considerablemente , cesando el estado pictóri- co. Pero si la dieta se prolonga con esceso, des- ciende mucho el número de los glóbulos , lo mismo que cuando se repiten las evacuaciones sanguíneas , y entonces se verifica la anemia. Debe, pues , admitirse una completa semejan- za entre estos dos agentes terapéuticos, bajo el punto de vista de su acción debilitante. Sin embargo , obra la sangría de un modo mucho mas pronto , y por la misma razón se la debe preferir cuando es preciso ocasionar rápida- mente la disminución del elemento globular. Estos dos medios combinados constituyen la parte mas esencial del tratamiento anti-hemor- rágico. «Reasumiendo las indicaciones terapéuticas que deben dominar en el tratamiento diremos: 1.° que es necesario combatir la plétora, ó por mejor decir, cambiar la composición de la san- gre (sangrías generales, dieta , quietud , etc.); 2.° combatir la congestión local que precede á la hemorragia, y persiste muchas veces des- pués de ella (sangrías generales y locales, prac- ticadas en el sitio mismo de la congestión, sus- tancias capaces de producir un flujo abundante en la superficie de la mucosa intestinal, ó de escitar la secreción urinaria y cutánea (estos agentes determinan, lo mismo que la dieta y la sangría , la disminución de los glóbulos), irri- tantes aplicados á la piel (agentes que no de- ben emplearse si no es con mucho cuidado , y cuando hay seguridad de haber evacuado bas- tante el sistema vascular, y de que está com- pletamente satisfecha la primera indicación); 3.° remediar la anemia por medio de un trata- miento totalmente opuesto al empleado para destruir la plétora (tónicos, ferruginosos, y so- bre todo alimentos muy reparadores). Las in- dicaciones y el tratamiento que acabamos de proponer solo son aplicables á las hemorragias que se hallan exentas de toda complicación , y que no dependen de una enfermedad local in- cipiente. «¿Deberá temerse la supresión de las hemor- ragias que nos ocupan ? No es dudosa la res- puesta si solo se consulta á los autores antiguos. Efectivamente, estos declaran que se las debe (i) He aquícómo MM. Monneret y Fleury confie- san que no es bastante la plétora para producir la hemorragia, que se requiere alguna modificación de los tejidos por donde ha de verificarse , y por lo tan- to que no depende tan solo de la alteración de la sangre. respetar (Stahl , Programma de consulta uti- litate hcemorrhagiarum, 1704) , y que son un medio empleado por la naturaleza para evitar otras enfermedades mas graves , ó para des- embarazar á la economía de las materias noci- vas que contiene la sangre. Se han fundado en hechos bastante numerosos de hemorroides y de metrorragias, cuya supresión ha ido segui- da de enfermedades graves. Pero no todas es- tas proposiciones han de juzgarse la exacta es- presion de la verdad. Es indudable que la su- presión de una hemorragia por plétora , cual- quiera que sea su origen, puede ir seguida de otra hemorragia mas grave ó de la enfermedad de una viscera; pero no se halla demostrado que sea su causa la supresión misma de la he- morragia: numerosos hechos prueban por el contrario, que casi siempre son estas supresio- nes el efecto de enfermedades latentes, cuyo diagnóstico no se ha podido formar. Sin embar- go , es imposible negarse á admitir que puede la supresión de una hemorragia ser la causa única de cierto número de enfermedades: he aquí lo que en tal caso sucede. La salida habi- tual de cierta cantidad de sangre remedia la plétora y obra como la sangría ; asi pues, cuando por una causa accidental, ó por un tra- tamiento inoportuno , cesa dicho flujo , la plé- tora se manifiesta, y aparece una hemorragia en un órgano mas ó menos importante que el primitivamente afecto , ó en uno enfermo ya, cuya desorganización acelera, ó al cual predis- pone á una dolencia que tardará poco en mani- festarse. Tal es el modo completamente fisioló- gico de interpretar los hechos referidos por los autores. «Pasamos en silencio los diferentes reme- dios que se han recomendado para combatir las hemorragias activas ; porque como la ma- yor parte de ellos, por no decir todos, se apli- can á diferentes especies de hemorragias, no pueden convenir de un modo esclusivo á las que actualmente estudiamos. Los tónicos , los astringentes, los ácidos, el ácido nítrico al- coholizado , el agua fría , el hielo , las sales ferruginosas y aluminosas, etc., y algunos ajentes terapéuticos de todo punto opuestos á los precedentes en su modo de obrar, como los mucilaginosos , los emolientes , los narcó- ticos , etc., figuran entre los remedios auti- hemórrágicos , aunque no sepamos qué efecto saludable puedan ejercer en las hemorragias por plétora. «Los únicos ajentes terapéuticos , que nos parece oportuno indicar, son aquellos que de- ben emplearse cuando se quiere contener un flujo sanguíneo muy abundante. El principal remedio es la sangría espoliativa, ó la que se ha llamado derivativa , y que consiste en sa- car la sangre por un sitio mas ó menos dis- tante del de fa hemorragia. Cuando después de haber empleado la sangría general, persiste aun la congestión sanguínea local , es necesa- rio combatirla, porque en otro caso viene á convertirse en una causa permanente de he- morragia. La sangría practicada directamente sobre la viscera , ó en su inmediación cuando no es posible otra cosa , alcanza á destruir la congestión, y pone fin á la hemorragia. Con el mismo objeto se usan también las compresas empapadas en agua fría, el agua de nieve , jas irrigaciones continuas , los revulsivos exterio- res aplicados á las estremidades ó en la inme- diación de la parte enferma , como los pedilu- vios irritantes , los sinapismos , el vejigatorio, la moxa ó el cauterio, cuando se quiere que esta reacción sea enérgica y continúe por mu- cho tiempo. Las ventosas ordinarias aplicadas en gran número, ó una ventosa colosal que ro- dee la mayor parte ó la totalidad de un miem- bro , se han empleado algunas veces con éxito en semejantes circunstancias. Varía el sitio de estas aplicaciones según el órgano que sumi- nistra la sangre , siendo imposible establecer ninguna regla respecto de esto. (Véase cada hemorragia en particular). «También se ha procurado detener la he- morragia *á favor de ciertos tópicos aplicados sobre el tejido que dá paso á la sangre. Ya he- mos indicado los que parecen obrar atrayendo dicho líquido fuera del órgano afecto; pero hay otros que ejercen una acción local irritante ó astringente : el nitrato ácido de mercurio , el nitrato de plata , el agua acidulada con las sa- les ferruginosas, el sulfato de zinc , las pre- paraciones saturninas, el alumbre, el tanino y los polvos vejetales que contienen este princi- pio (quina , fresal, ratania, nuez de agalla y castaño), las resinas balsámicas, la colofonia y el olíbano ó incienso macho, forman la base de las aguas y de los polvos anti-hemorrágicos mas acreditados. Se ha dicho que contenían la hemorragia reduciendo los vasos pequeños , y obligándolos de esta suerte á negar el paso á la sangre; pero semejante opinión merece exa- minarse de nuevo. Algunas veces se ha tra- tado de modificar la irritación secretoria del órgano que suministra la sangre , determinan- do otro modo de irritación por medio de los cáusticos: con este fin se ha usado la cauteri- zación con un ácido, con el nitrato de plata, con el cloruro de antimonio, ó el hierro can- dente ; otras veces se obra de un modo mecá- nico por la compresión , que modera ó impide á un tiempo el aflujo de los líquidos y la salida de la sangre. No nos olvidemos por último que la congestión local es la causa mas frecuente de la reproducción de las hemorragias por plé- tora, y que destruir esta, sería el mejor medio de hacerla cesar. »Un crecido número de teorías diferentes han servido para esplicar las hemorragias que acabamos de examinar ; pero como no se apli- can esclusivamente á ellas , las espondremos en otro sitio (Véase historia y bibliografía).» (Monn y Fl. Compendium, t. IV, p. 473). Se vé pues, que á pesar de diferir Mon- neret y Fleury de los demás autores, respecto LGIAS. 23 á la teoría de las hemorragias activas , están no obstante conformes en su tratamiento. To- dos convienen : 1.° en combatir la plétora; 2.° en combatir igualmente la hiperemia ó con- gestión local, y 3.° en oponerse á la anemia; y todos emplean al efecto los mismos medios, los que siempre se han usado en semejantes circunstancias. Conviene una completa quietud , tranquili- zar y dar consuelo á los enfermos, apartar toda causa que pudiera conmoverles ó estimu- lar los sistemas nervioso y circulatorio , man- tenerlos á una temperatura suave , darles tal postura , que no pueda la sangre , cediendo á las leyes físicas, acumularse en el órgano que sufre la hemorragia , separar todo aquello que como los vestidos, los corsés, etc., pueda opo- nerse á la libre circulación, ó favorecer la es- tancación de la sangre. Mientras sea moderada la hemorragia debe guardarse una prudente espectacion , limitán- dose al uso de las bebidas atemperantes, y observando todas las precauciones que acaba- mos de esponer. La estravasacion sanguínea es en muchos casos el mejor medio de cura- ción ; por él se disipan todas las condiciones patológicas , esto es, la plétora y la hipere- mia, y seria una imprudencia contener el flujo de la sangre , mientras sea proporcionado á la intensidad de los síntomas morbosos , y se ve- rifique por un órgano en que tenga fácil salida al esterior. Ya viene indicado que los autores refieren muchos ejemplos de accidentes gra- ves , debidos á la supresión de las hemorra- gias ; pero aun cuando no sobrevengan tales accidentes, siempre habrá que temer por lo menos la reproducción del mal, supuesto que evitando la crisis de la plétora, subsistiría esta y llegaría á producir los mismos efectos. Claro está que el método especiante seria fatalísimo cuando la enfermedad existe en un órgano im- portante , cuyo tejido destruye y turba sus funciones, ó cuando por no tener salida al es- terior ha de acumularse la sangre en cavida- des interiores : se puede decir que solo es aceptable la espectacion, cuando se verifica la hemorragia por la piel ó por ciertas membra- nas mucosas. «La indicación inmediata , dice M. Gen- drin, que reclama el estado pletórico, con- siste en efectuar depleciones sanguíneas , pro- pias para disminuir la cantidad de sangre con- tenida en los vasos y hacerla menos estimu- lante , atenuando la cantidad de fibrina y de materia colorante que contiene. Deben estas depleciones ser suficientes para disminuir de un modo notable la fuerza del pulso, debili- tando la acción del corazón ; cuyo resultado se obtiene mas pronto por las evacuaciones flebotómicas que por las depleciones sanguí- neas producidas en los vasos capilares por me- dio de sanguijuelas y escarificaciones. Apenas se hallan indicadas en estos casos las evacua- ciones sanguíneas locales, á no ser para reem- 34 HEMORRAGIAS. plazar los flujo» de sangre habituales, y para favorecer congestiones sanguíneas locales, ouya supresión puede haber sido causa mas ó me- nos inmediata de la plétora.» (Gendrin , 06. nr., 1.1, p. 87 y 88.) La dieta no solo es útil por cuanto se dirije á combatir la plétora , sino también porque el aparato circulatorio queda sustraído á la acción estimulante que le comunican los órganos di- jestivos cuando desempeñan sus funciones. Asi estos medios como los dirigidos á pro- mover la transpiración , las cámaras ó la eva- cuación de orina , son los empleados general- mente para combatir las hemorragias debidas á la plétora , y para evitarlas é impedir su reproducción. Sin embargo, los que obran au- mentando las secreciones y disminuyendo de esta manera la cantidad dé la sangre , pueden ofrecer algunos inconvenientes. Oigamos á M. Gendrin : «Estos medios ofrecen la dificultad de exi- gir el uso de medicamentos siempre mas ó me- nos estimulantes, cuya acción inmediata pue- de agravar la enfermedad , que por-su efecto están destinados á combatir. Si se determinan los flujos , es por medio de una estimulación secretoria , siempre acompañada de cierto gra- do de congestión en los órganos que son asien- to de ella; cuya circunstancia poede dar por resultado una congestión , una hemorragia , y aun una flegmasía , afecciones siempre in- minentes , cuando existe un estado pletórico considerable. Es necesario por lo tanto tener muy presentes estos peligros cuando se liaga uso de dichos medios de tratamiento : suelen ser perjudiciales cuando la plétora es intensa; pero convienen cuando ha disminuido á bene- ficio de las evacuaciones sanguíneas, cuando es poco considerable , ó cuando amenaza en cier- tas épocas en que se reproduce por hábito.» «Los médicos del último siglo (añade el mismo autor) prescribían los purgantes , y ac- tualmente hacen uso de ellos algunos profeso- res ingleses, corno medio antiflogístico, é igua- les efectos se han atribuido á los diaforéticos; pero creemos que es necesaria mucha reserva en el uso de estos medicamentos, á causa dé- los inconvenientes que acabamos de indicar; y preferimos recurrir, con el mismo objeto , á los diuréticos activos, que siempre nos han parecido mas útiles , sin ofrecer tantos incon- venientes. Con este fin solemos aconsejar la digital (1) á la dosis de uno , dos ó tres granos Cada dia , en sustancia ; dosis á que es diuré- tica en alto grado , y que permite continuar (1) No solo se ha usado la digital para obtener efectos diuréticos , sino también para detener algo el movimiento circulatorio. M. Chomcl dice que no puede ser de grande utilidad para dicho fin este me- dicamento, porque tarda muchqs dias en producir el efecto que se desea , y deja por lo tanto de llenar el objeto (D. de Med., t. X?, p. 164). mucho tiempo, sin que dejen los ríñones de sentir su influencia , y sin que resulte el me- nor daño. El nitrato de potasa goza de una ac- ción diurética mas prouta , pero acaso menos duradera: ademas, hay que administrarle á la dosis de tres ó cuatro dracraas , y ofrece el in- conveniente, de su sabor desagradable; perú determina pronto un flujo do orina copioso, seguido de disminución en el número y fuerza de los latidos arteriales.» (06. cit., pág. 80 y 90.) Los medios empleados contra la plétora, bastan muchas veces á estinguir la hiperemia local , de modo que esta no requiere trata- miento especial. Pero en el caso de no habersn conseguido su espontánea resolución ? y de no existir ya síntomas de plétora sanguínea, hay que combatir enérgicamente la hiperemia. Ya quedan indicados los principales medios de conseguirlo , pero vamos no obstante á trasla- dar algunos párrafos de la obra de M. Gen- drin , que á nuestro entender , es quien ha tratado este asunto de un modo mas completo. «Cuando no existen ya síntomas, de plé- tora sanguínea, y continúa la hiperemia, es- tá indicado el combatirla inmediatamente. ¿ Debe hacerse esto por medio de una de- plecion sanguínea , lo mas directa posible de.los vasos del órgano , ó es mejor efectuar una revulsión ó una derivación para reducir á su estado normal la circulación en el órgano afecto? Si ba.persistido bastante tiempo la hi- peremia, sin tendencia á aumentarse , no hay ningún inconveniente en "verificar tari pronto como sea posible la evacuación de los vasos eu que reside la congestión. Basta no asociar á los medios de deplecion local , que son por lo común la succión de sangre por las sangui- juelas, los que aumentan ó reproducen la con- gestión. Por ejemplo, la aplicación de ventosas tendría el fatal resultado de anular toda la ventaja de la deplecion sanguínea inmediata. Esta consideración debe también determinar- nos á hacer que las sangrías locales sean con- siderables. »Cuando la hiperemia parece hallarse to- davía en su periodo de incremento , ó cuando tiende á reproducirse , después de haber dis- minuido hasta cierto punto , muchas veces por la acción inmediata de una deplecion espontá- nea ó determinada por el arte ; es mejor com- batirla llamando la congestión á otro sitio del aparato vascular , ó practicando una deplecion sanguínea en una parte bastante distante, para que la fluxión que determine no se estienda al órgano enfermo, y aun para que produzca el efecto de disminuir la congestión del mismo. Asi pues, en el caso de haberse verificado una congestión hemorrágica en el útero, deberá preferirse practicar una sangría del brazo, ó una sangría local hacia los hipocondrios, á cor- rer el riesgo de aumentar la enfermedad por una deplecion sanguínea hecha en el hipogas- trio ó en la vulva. Cuando la.hiperemia es el HEMORRAGIAS. 25 resultado de una deviación hemorrágica, 6 del cambio de sitio de otra fluxión local que antes existia en diferentes órganos , puede convenir obrar directamente sobre estos para llamar á ellos la enfermedad ; en todo caso conviene obrar de esta manera , si la enfermedad que se pretende reproducir tiene por sí misma me- nos inconvenientes que la hiperemia conse- cutiva que ha ocasionado. Por eso se deter- mina hacia la estremidad del recto una fluxión ó una congestión hemorrágica , aplicando san- guijuelas repetidas veces y en corto número, con el objeto de hacer cesar una congestión pulmonal consecutiva á la desaparición de las hemorroides. «Si hay necesidad de tratar una hiperemia considerable, que vá aumentándose por ins- tantes , y que parece continuarse bajo la in- fluencia de una dirección fluxionaría poderosa hacia el órgano afecto, es necesario recurrir prontamente á los medios que modifican con actividad la circulación , conteniendo la fluxión morbosa, ó destruyéndola por una poderosa revulsión. La sangría depletiva es por lo co- mún el primer medio que debe emplearse, aun cuando no haya plétora sanguínea que combatir. Disminuye rápidamente la cantidad de sangre que se halla en los vasos , y debilita de pronto la circulación general, por cuyo in- termedio se forma siempre necesariamente la congestión sanguínea. Ademas de esta acción, no cabe duda de que la deplecion inmediata de una parte del aparato vascular , distrae hacia el punto por donde se verifica una parte de la que llena el resto de dicho aparato , verificán- dose en el punto de la congestión , una ver- dadera evacuación mediata por deplecion ó re- vulsión. » Los médieos han recurrido con mucha fre- cuencia, para combatir la hiperemia y las he- morragias que de ella dependen, á la rubefac- ción de una parte mas ó menos considerable de la piel, por medio de los tópicos irritantes y del calor. Las cataplasmas sinapizadas, la inmersión en el agua caliente pura, ó hecha ir- ritante por la adición de la mostaza, del ácido muriático ó de otras sustancias acres, y la apli- cación de las ventosas secas , son los medios que se emplean para llenar esta indicación. ^ » Los efectos inmediatos de estos medios tó- picos consisten en hacer afluir á los vasos y mantener en ellos por mas ó menos tiempo una cantidad bastante considerable de sangre arterial para ingurgitarlos; esto es, para pro- ducir artificialmente una hiperemia local á es- pensas de la hiperemia que se combate. Hay en tal caso derivación ó revulsión depletiva respecto de esta ; porque se llama y se man- tiene en una región del aparato circulatorio una cantidad mayor de sangre de la que natural- mente penetra, y por otra parte se determina en aquel punto una fluxión muy viva, que pue- de atenuar y aun suspender la que se efec- tuaba en el órgano enfermo. m » Las hiperemias producidas por el arte s,on siempre útiles en el tratamiento de las conges- tiones sanguíneas; pero deben practicarse á bastante distancia del órgano afecto para evitar todo temor de que llamen á él la irritación que determinan: es necesario continuarlas por un tiempo bastante largo para que pueda conside- rarse como estinguida la disposición morbosa que produjo inmediatamente la hiperemia, y para que cese todo vestigio de esta última.» (Gendrin 06. ctí. ,.pág. 91 y sig.) Si la hemorragia fuese tan copiosa que pe- ligrase la vida del enfermo , ó por su larga du- ración fuese de temer la anemia, y suponiendo que se hayan empleado ya oportunamente los medios que acabamos de indicar para correjir la plétora y la hiperemia, puede echarse mano de algunos otros aconsejados por los autores. En- tre estos se cuentan las ligaduras de los miem- bros, aplicadas por cima de las rodillas y de los codos, las aplicaciones frias, los medios que se consideran como á propósito para obrar me- cánicamente sobre las superficies que exhalan la sangre ," los astringentes, etc. En tales cir- cunstancias se han preconizado mucho todos aquellos medicamentos que se reputan como sedativos de la circulación; tales son el nitrato de potasa, el ácido bórico y la digital purpú- rea ; pero su eficacia no está por cierto demos- trada. Omitimos mayores detalles acerca del tratamiento de este género de hemorragias, re- servándolos para cuando tratemos de cada una en particular. Segundo orden. — Hemorragias produci- das por la diminución de la fibrina. -- «En este orden van comprendidas la mayor parte de las hemorragias que se han conocido con los nombres siguientes: hemorragia atónica, pasiva, asténica, crónica (Berends), negativa (Vogel), séptica sive colliquativa, y de las fie- bres. El único carácter común á todas las he- morragias dé este orden es la alteración de la sangre, que consiste en una diminución abso- luta ó relativa de la fibrina. Antes de entrar en espiraciones sobre este punto esencial, es necesario dar una idea muy esacta de la can- tidad y de la relación de los diferentes elemen- tos que entran en la composición normal de la sangre. Este líquido es un compuesto de pro- porciones determinadas. » Puede representarse la composición de la sangre de la siguiente manera: » En 1,000 partes de sangre se encuentra: Fibrina...........003 partes. Glóbulos........... 127 Materiales sólidos del suero. 080 Agua............790 1,000 » Hay alteración de la sangre siempre que aumenta ó disminuye la cantidad de uno de los elementos, ó bien cuando se altera en sus pro- piedades físicas, químicas ó microscópicas. Es- tas últimas alteraciones son poco conocidas 26 hemorragias. aun , y apenas poseemos algunas nociones va- lms sobre los cambios morbosos que esperi- mentan , ya los glóbulos, ya la fibrina. Mas adelantados estamos respecto á las alteraciones de cantidad. » En todas las enfermedades que producen las hemorragias que vamos á estudiar se halla alterada la sangre, y su alteración recae sobre l,i fibrina, cuya cantidad está disminuida. Pero esta disminución es absoluta ó solamente rela- tiva , y hé aqui cómo debe comprenderse: unas veces disminuye en realidad la fibrina, perma- neciendo los glóbulos en su número fisiológi- co (127); al paso que otras continúa siendo nor- mal la cantidad de fibrina y solamente esceden los glóbulos de su número ordinario; en tal caso, no existe la disminución de la fibrina sino por haberse aumentado uno de los elementos de la sangre, y entonces se dice que la disminu- ción de la fibrina es relativa Puede acontecer también que disminuya la fibrina y los glóbu- los se aumenten al mismo tiempo. Es evidente en todos estos casos que deja de existir el equi- librio entre los dos elementos constitutivos de la sangre, y por lo tanto que ha cambiado su composición. » Si investigamos en qué enfermedades se encuentra la sangre alterada del modo que acabamos de manifestar, advertiremos que pre- cisamente sucede en todas aquellas en que son tan frecuentes las hemorragias, que general- mente se las ha considerado como síntomas or- dinarios de la enfermedad. Hé aqui en resu- men la lista de estas enfermedades con espre- sion de las alteraciones de la sangre que han descubierto en ellas Andral y Gabarret. Con- viene csponerla para demostrar que las hemor- ragias proceden de la alteración de la sangre y no de ninguna otra causa. » Hemorragia cerebral. —Lo que mas cons- tantemente se ha observado en siete casos, es la disminución de fibrina y el aumento de los ' glóbulos. En un caso descendió la fibrina á 1,9, mientras que los glóbulos Subieron al número enorme de 175,5 (en vez de 127). La falta de equilibrio entre los glóbulos y la fibrina fué sin disputa la causa de la hemorragia, porque mas adelante cesó cuando se aliviaron los síntomas. » Otras hemorragias.—La disminución de la fibrina (absoluta ó relativa) es la alteración que determina el mayor número de las hemorra- gias, y otra condición consiste en el aumento absoluto de los glóbulos. El análisis-químico ha conducido á estos resultados, de los cuales vol- veremos á ocuparnos después. » Fiebres: 1.° Fiebre tifoidea.— En cin- cuenta y dos sangrías que se practicaron, dis- minuyó constantemente la fibrina, ó permane- ció normal. Los glóbulos aumentan , ya de una manera absoluta, como en e1 caso de ser la fi- brina normal, ya de un modo relativo, porque disminuye la fibrina. Hay pues, según se vé, una alteración inversa en la fibrina y los gló- bulos; estos tienden á aumentarse en las fie- j bres, y aquella á disminuir. Nótese que la úni- ca condición esencial de la fiebre tifoidea es la disminución absoluta de la fibrina. » 2.° Tifus, fiebre amarilla, peste, fibre car- buncal y muermo. — No poseemos ningún aná- lisis de la sangre en estas enfermedades; pero el conjunto de los síntomas y la analogía nos con- ducen á suponer que se halla alterada de la misma manera, y que esta alteración es la cau- sa de las hemorragias que con tanta frecuencia se presentan en tales casos. » 3.° Fiebres eruptivas: sarampión, escarla- ta, viruelas. — Nunca escede la fibrina de su número normal (varía desde.3, 5 á 2). Los gló- bulos presentan la notable circunstancia de que en muchos casos esperlmentan , lo mismo que en las domas pirexias, un considerable aumen- to. Pero solo se ha observado esto en la escar- lata y en el mayor número de los casos de sa- rampión , y al contrario nunca en los de virue- la. Este resultado es de los mas importantes para el estudio -de las causas de las hemorra- gias. Efectivamente, se manifiestan como un signo común, bajo la forma de epistaxis, en la escarlata, mas rara vez en el sarampión, y nunca entre los síntomas ordinarios de las vi- ruelas : solo se observan cuando existen com- plicaciones. » Escorbuto, púrpura.—Los análisis quími- cos que han hecho recientemente Andral y Ga- barret , manifiestan que hay disminución en la cantidad normal de la fibrina. »Nos hemos limitado á describir de un modo general y en resumen las alteraciones que pre- senta la sangre en las enfermedades preceden- tes; en este lugar no son necesarios mayores detalles, pues bastan los espuestos para pro- bar que la sangre se halla alterada. Ahora deberíamos ocuparnos en demostrar que esta alteración de la sangre es la causa de la he- morragia; que por ejemplo las epistaxis, las he- morragias intestinales y sub-epidérmicas (equi- mosis, púrpura), que con tanta frecuencia so- brevienen durante la fiebre tifoidea, y en los grandes tifus, son en realidad provocadas por la alteración de la sangre. Este punto reclama efectivamente espiraciones, que es preciso pre- sentar; pero que será mejor reservar para cuan- do se trate de la liebre tifoidea y de las altera- ciones de la sangre. » Si es cierto que son frecuentes las hemor- ragias en las enfermedades que acabamos de referir, y que la sangre se halla alterada, como hemos dicho, no es posible negarse á admitir que la única causa apreciable de estas hemor- ragias es la disminución absoluta ó relativa de la fibrina, ó por mejor decir la falta de rela- ción entre la fibrina y los glóbulos, por la ten - denciá de estos á aumentarse y de aquella á disminuir. Por lo demás, solo puede ser dudosa esta alteración de la sangre en concepto de al- gunas personas, relativamente á las hemorra- gias de las fiebres tifoideas y de las fiebres erup- tivas^: las demás se hallan incontestablemente hemorragias. 27 unidas á esta alteración (escorbuto , calentura amarilla, peste). » Hemorragias que deben incluirse en este orden. — Las hemorragias de la calentura ti- foidea (calenturas malignas y pútridas de los antiguos), del tifo de los hospitales y de las cárceles, de las enfermedades acompañadas de púrpura, y llamadas petequiales por los auto- res , las hemorragias que sobrevienen en el curso de las fiebres graves, y que se han con- siderado como críticas, las hemorragias que se manifiestan en la fiebre amarilla, en la peste, en las enfermedades carbuncales , en el muer- mo , en el escorbuto, en las fiebres por infec- ción purulenta (flebitis, calentura puerperal), y por envenenamiento miasmático, por diátesis o hemorragias constitucionales , ya heredita- rias, ya adquiridas. Parécenos imposible dar una descripción general de estas hemorragias, y preferimos por lo tanto formar de ellas algu- nos grupos, é indicar las particularidades mas importantes de su historia. A. Hemorragias de las fiebres.—Uno de los principales caracteres de estas hemorra- gias es la manifestación de un flujo sanguíneo por diferentes vias. Los médicos de todos los tiempos y de todos los países han observado este hecho, y esplicádole, según su doctrina, por una enfermedad de la fibra viviente ó por una alteración de los humores. Notaron que sobrevenían hemorrauus en todas las-grandes calenturas que se acompañan de postración, de delirio, ó de esos grupos de síntomas que se han designado con los nombres de adina- mia y ataxia, de malignidad ó de putridez. Hablan constantemente de epistaxis, de he- matemesis, de cámaras sanguinolentas, y de hematuria en los sugetos que padecían liebres epidémicas: dicen que la sangre habia perdi- do la consistencia, que se habia vuelto mas fluida, y que trasudaba por todas las membra- nas y en todos los parenquíma^. Veamos aho- ra lo que se encuentra en las obras mo- dernas. 1.° «Las hemorragias que con mas Ire- cuencia se han observado en ia fiebre tifoidea esporádica son la epistaxis; la exhalación san- guinolenta de las encías, de la lengua, y de los labios; tas petequias y los equimosis fa- vorecidos por la presión y el decúbito; las he- morragias intestinales; las congestiones lla- madas pasivas en el pulmón, el bazo y los rí- ñones ; pero, mas adelante demostraremos que estas congestiones dependen de la misma causa que las hemorragias. 2.° Cuando son graves los síntomas de la fiebre tifoidea, tie- nen mas tendencia á reproducirse los fenó- menos precedentes, y constituyen el princi- pal peligro de estas enfermedades- 3.° Se ma- nifiestan cu una infinidad de puntos á un tiem- po , lo cual depende de la causa general que las produce (Alter. de la sang.). 4." se mani- fiestan desde el principio (epistaxis) , de lo cual puede inferirse que es primitiva la alte- ración de la sangre: asi lo demuestra, por otra parte, la análisis química, que descubre una notable disminución de fibrina en las fie- bres intermitentes, que llegan con rapidez á un alto grado de intensidad. 5.° Las propiedades físicas de la sangre obtenida por medio de la sangría están en relación con las que da á co- nocer la análisis. El coágulo es blando, algu- nas veces difluente, y nunca Cubierto de cos- tra , sino cuando una flegmasía complica á la fiebre. Algunas veces es el coágulo consisten- te y voluminoso, porque la cantidad délos glóbulos suele estar aumentada y no se sepa- ra el suero del coágulo, á causa de la corta cantidad de fibrina, y de la débil retracción del mismo coágulo, que es consiguiente. «Hemos dicho que las congestiones tan frecuentes en la calentura tifoidea dependen de la alteración de la sangre; esto es , de la disminución de la fibrina. Por lo tanto no ti- tubearemos en considerar como simples hi- peremias procedentes de esta causa: 1.° á las congestiones de la base del pulmón, que equi- vocadamente han llamado neumonías algunos autores: 2.° á la hipertrofia del bazo, que de- biera considerarse mas bien como una simple hemostasis; y 3.° á la hiperemia.renal, que uno de nosotros ha observado con mucha fre- cuencia en las fiebres tifoideas algo graves, y que determina pasageramente la escrecion de la albúmina mezclada con la orina. En las congestiones cerebrales no se ha encontrado mas que un aumento puro y simple de los gló- bulos. ¿Por qué pues no asociaremos estas especies de congestiones con las de la fiebre .tifoidea? Difieren esencialmente de las que constituyen el primer grado de la flegmasía por la falta de toda alteración de la fibrina. Mientras que esta aumenta de un modo con- siderable en la inflamación, permanece nor- mal en las congestiones llamadas pasteas, \ especialmente en las de las fiebres. «Esto basteara deber admitir que las hi- peremias simples se hallan separadas de las hiperemias inflamatorias por un inmenso in- tervalo que solo la análisis química ha podido establecer. Siempre que se descubra un au- mento de fibrina en una congestión de dudo- sa naturaleza, podrá decirse sin titubear que es inflamatoria y que puede terminarse por supuración ó por la formación de linfa, plás- tica. «La epistaxis, precursora de la escarlata, es el resultado de la alteración de la sangre que antes hemos dado á conocer. Describen los autores algunas epidemias de escarlata ma- ligna, en que eran frecuentes las hemorragias por distintas vias; pero entonces existían sín- tomas generales muy graves, que evidente- mente se refieren á una alteración de la san- gre , de igual naturaleza que la observada en la fiebre tifoidea (Morton , P. Kranek, Sand- with, etc.) Otro tanto diremos de las diferen- tes hemorragias que han visto los autores en 28 HEMORRAGIAS. las epidemias de sarampión y de sudor miliar. Se manifiestan en bastante número de casos las petequias, las manchas de púrpura sim- ple, las hemorragias intestinales, las apople- gías y las congestiones pulmonares, para que los autores que han descrito las fiebres erup- tivas, hayan admitido escarlatas y sarampio- nes simples, malignos, pútridos, tifoideos, hemorrágicos, con púrpura, etc. Principal- mente' han sido observadas estas complicacio- nes en las epidemias de viruelas que asolaron la Europa en el último siglo: las manchas pur- púreas, las pústulas sanguinolentas y las de- más hemorragias, constituyen signos peligro- sos en el curso de las viruelas: en este punto se halla unánime el testimonio de los autores. La alteración de la sangre es la causa de los síntomas y de los demás accidentes que oca- sionan la muerte. «La enfermedad de Wherloff (morbus ma- culosus), las fiebres con petequias, el tifo con- tagioso de los campamentos, de los hospitales y de las cárceles, tienen harta semejanza con nuestra calentura tifoidea, para darnos dere- cho á referir las hemorragias que en ellos se observan á una alteración de la sangre. Por lo que hace á la peste, á la calentura amarilla y a las disenterias epidémicas, necesario es es- perar á que se estudien bajo el punto de vista de las alteraciones de la sangre, y á que algu- nos médicos, acostumbrados á este género de examen, reúnan los materiales absolutamente necesarios para poder juzgar. Empero fundán- donos en la analogía y en la comparación de las principales particularidades de estas en- fermedades con las de la fiebre tifoidea, nos atrevemos á incluir sus hemorragias entre las que son debidas á la alteración de la sangre. «Las hemorragias tan graves y tan gene- rales que se observan en el escorbuto esporá- dico y endémico, resultan de la disminución de la fibrina. A consecuencia del empobreci- miento de la sangre pierden su*cohesion nor- mal los diferentes elementos.de este líquido, y se infiltran en todos los tejidos ó fluyen en la superficie de las membranas mucosas: las alteraciones de las cualidades físicas y quími- cas, descubiertas por los autores que hemos citado tantas veces, no permiten considerar al escorbuto de otra manera que como una enfermedad de la sangre. B. «.Hemorragias por intoxicación de la sangre.—Todavía no hemos enumerado todas las hemorragias en que la alteración de la san- gre desempeña el papel principal. Fáltanos ha- blar de algunas causas, que parecen ejercer una acción inmediata sobre la composición de la sangre, y cuyo efecto es disminuir la can- tidad de fibrina. Se altera la sangre cuando se mezcla con un veneno que ha penetrado en la economía, ó se ha desarrollado en ella espon- táneamente; en cuyo caso hay una verdadera intoxicación. Algunos autores , entre otros Huxham, admiten la existencia de un estado morboso que llaman disolución de la sangre. Este último incluye entre sus causas la pene- tración en la economía de ciertos agentes tó- xicos, y particularmente las sales alcalinas, el hidroclorato de amoniaco, que, según él destruye ó disuelve los glóbulos en algunos minutos, el agua de laurel real, la mordedura de la serpiente hemorroidal, el mercurio, y las sustancias alimenticias saladas y medio po- dridas. Se halla inclinado á creer que estas úl- timas determinan las fiebres petequiales, las disenterias, las hemorragias y el escorbuto, que con frecuencia se observa á bordo de los buques, en los marineros que han comido mu- cho tiempo carnes saladas, y algunas veces medio corrompidas. El estudio de las altera- ciones de la sangre permite creer que, en to- dos los casos precitados, existe una disminu- ción de la fibrina respecto de los glóbulos. La privación absoluta y prolongada de las sustan- cias alimenticias puede ocasionar la misma al- teración. De esta manera es fácil esplicar las hemorragias á que se hallan sugetos los enfer- mos que han vivido mucho tiempo en las pri- vaciones de todo género que imponen la mi- seria y la escasez. Sin embargo puede decirse con mayor certeza que dichas causas alteran y disminuyen los glóbulos, como en la ane- mia y la clorosis: pero la acción prolongada de los agentes debilitantes acaba por ocasio- nar la disminución dé la fibrina, y entonces aparecen las hemorragias. «Necesario es incluir á los miasmas infec- tos y contagiosos entre el número de las cau- sas que obran por intoxicación, y producen la disminución de la fibrina. Huxham que las ha indicado no reconoce en ellas bastante influen- cia para disolver la sangre. Es necesario en primer lugar que se modifique esta de cierta manera antes de recibir dicha influencia. Hay sin embargo casos, en que parece que la cau- sa miasmática y deletérea que determina las fiebres, obra primitivamente sobre la compo- sición de la sangre. No pueden esplicarse de otra suerte esas hemorragias que sobrevie- nen de pronto en hombres sanos, pero que se hallan colocados en medio de un foco de in- fección. No sucede asi cuando se manifiestan al propio tiempo que los síntomas de la enferme- dad ; entonces solo pueden considerarse co- mo un efecto procedente de la misma causa. «Otros agentes deletéreos desarrollados es/ pontáneamente, ó introducidos en el torrente circulatorio, alteran la composición de la san- gre, y obran principalmente cambiando las relaciones de los glóbulos con la fibrina, ya sea que esta disminuya, ó que aumenten los glóbulos de una manera absoluta. Las hemor- ragias que proceden de semejante causa son las que se observan en todas las enfermeda- des, cuando el pus, segregado por cualquier órgano, va. á mezclarse con la sangre. De este número son las hemorragias intersticiales ó por exhalación, que sobrevienen en la flebitis puer- HEMORRAGIAS. 29 peral, en los* cánceres reblandecidos y supu- rados de algunas .visceras, del útero ó del es- tómago , por ejemplo, en todas las enfermeda- des , para decirlo de una vez, que pueden de- terminar la reabsorción del pus, haya o no flebitis (amputación, heridas de cabeza, calen- tura por reabsorción). Es causa también la pe- netración de una materia purulenta, de esas congestiones evidentemente estrañas á la in- flamación , que se encuentran diseminadas ba- jo la forma de pequeñas induraciones, en el tejido del pulmón, del hígado, en los paren- quimas y el tejido celular general. Magcndie ha producido en los animales congestiones y hemorragias, privando á la sangre de una par- te de su fibrina. Algunas enfermedades espon- táneas pueden determinar accidentes entera- mente análogos. Son estas enfermedades aque- llas que hemos enumerado mas arriba, y en las cuales hay generación de una materia pu- rulenta. La inyección de líquidos sépticos to- mados en los órganos enfermos, va seguida de hemorragia, y de todos los accidentes que se observan en las fiebres graves. Débense estos curiosos esperimentos á M. Gaspard, quien los ha hecho con el objeto de dar á conocer la influencia que el pus y los humores, suminis- trados por los animales que padecen enfer- medad carbuncal ó de otra naturaleza, ejer- cen sobre la economía. «¿Pueden ciertos agentes terapéuticos, co- mo el hidroclorato de amoniaco , las sales al- calinas , el agua destilada de laurel cerezo , el mercurio y sus compuestos , y otros venenos, por ejemplo , el arsénico, disminuir la fibrina, y alterar la sangre en términos de producir he- morragias? Solo puede resolverse esta cuestión por medio de nuevas investigaciones y análisis químicos convincentes de la sangre. «Se ha dicho que una temperatura elevada podía determinar hemorragias obrando sobre la sangre. Boerhaave habla en su química de un esperimento que se hizo en un perro. Se le encerró en una estufa de purificar azúcar, y á medida que iban haciéndose mas abundantes los sudores, se manifestaron hemorragias por diferentes vias , lo cual parece al autor un sig- no de disolución de la sangre. Cree que la tem- peratura elevada que reina cu ciertos países obra de igual manera , aunque con mucha me- nos energía , y es capaz de imprimir un carác- ter particular á las enfermedades. Para aclarar este hecho serian necesarios esperimentos mas precisos: lo que únicamente se puede asegurar, con todos los observadores antiguos y modernos, es que son mas frecuentes en los países cali- dos'las calenturas acompañadas de síntomas que anuncian la disolución de la sangre, y que la alteración de este líquido merece toda la aten- ción del práctico, y reclama un tratamiento enteramente especial, que filé admirablemen- te trazado por los antiguos. (Monneret, estr. del comple rendu des legons de pathologie gené- rale de M. Andral, en la Gazette medícale, t. IX, pág. 580 ,1841.) Leroux ha citado un ejemplo de hemorragias cutáneas, que sobre- venían en un operario de la fábrica de loza de Sevres , siempre que se veia en la precisión de esponerse por mucho tiempo á la temperatura elevada del horno en que se cuece la porcela- na (Mém. déla Soc. méd. d' Emul. , t. VIH, pág. 42,1841). Hánse referido ademas algunos hechos semejantes ; pero carecemos de ciertos detalles que disiparían toda duda acerca de la intervención de esta sola causa en la produc- ción de la hemorragia. Por lo común no obra el calor mas que como causa ocasional ó deter- minante, y no modificando la composición de la sangre. »C. Hemorragias constitucionales.-Hay por último otro orden de hemorragias de que nos falta hablar : son las que se han designado ba- jo el nombre de hemorragias constitucionales. Estas hemorragias se manifiestan espontánea- mente ; constituyen toda la enfermedad, y por lo común no van acompañadas de síntomas fe- briles, á no ser que haya alguna complicación. Las colocamos al lado de las hemorragias de las fiebres y las hemorragias por intoxicación. »Se ha descrito bajo el nombre de diátesis hemorrágica y de hemorrafilia la disposición particular, en virtud déla cual se producen he- morragias constitucionales , cuyo carácter es manifestarse en diversos puntos del organismo y llegar á ser funestas , en razón de su ten- dencia á reproducirse, á pesar de los tratamien- tos que se emplean. Los hechos de hemorrafi- lia recientemente observados son bastante nu- merosos y circunstanciados, para que nos de- tengamos á presentar aqui su historia. »Los sugetos que padecen estas hemorra- gias traen por lo común al uacer la disposición orgánica en cuya virtud tiende la sangre á sa- lir por diferentes vias. En tal caso es heredita- ria la diátesis. Refiere M. Lebert en su me- moria varios hechos de hemorragias constitu- cionales hereditarias que ha recogido en dife- rentes obras (Recherches sur les causes, les symplomes , el le traitemenl des hemorrhagies conslitulionnelles; Arch. génér. de méd., se- tiembre de 1837). Jhon Otto , médico de Fi- ladelfia cuenta que una mujer establecida en América trasmitía á los individuos varones de su familia una estraordinaria disposición á las hemorragias , y al mismo tiempo á los reuma- tismos musculares. Hugues dice también ha- ber observado á un niño de diez años, que per- tenecía á una familia, cuyos individuos varones se hallaban sujetos á hemorragias abundantes y pertinaces, que se efectuaban por diferentes vias. Por lo común es trasmitida la diátesis he- morrágica , y puede manifestarse desde el prin- cipio de la vida. M. Dubois (de Neufchatel) refiere la interesante historia de una familia originaria de Nassau, cuyos individuos pade- cían todos de hemorragias constitucionales. Asi el padre como la madre eran robustos , y se hallaban completamente exentos de esta eníer- 30 hemorragias. » Los sugetos que padecen esta9 hemorra- gias presentan cierto carácter espeeial en el conjunto de su constitución. Pueden ofrecer el aspecto de una escelente salud y un género de gordura que engaña á primera vista; pero si seles examina mas detenidamente, se descubre que los aparatos no desempeñan Ia9 funciones con la energía normal ; predominan los líqui- dos serosos y los movimientos son lentos y di- fíciles; hay algo de apatía en la mayor parte de estos sugetos, y en una palabra, se halla muy rebajada de su tipo normal la vitalidad de las visceras. Estos enfermos, que tienen el aspecto de la fuerza , se parecen bastante á las mujeres cloróticas qué todavía conservan su color, y aun muchas veces mayor anima- ción en el semblante : no se han alterado sus carnes, mas no por eso dejan, de hallarse de- bilitadas. A esta forma de clorosis conviene el nombre de chlorosis fortiorum , que justa- mente ha sido inventado por los autores ale- manes. «Por lo común , lejos de presentar los en- fermos que padecen diátesis hemorrágica los síntomas que acabamos de describir, están por el contrario pálidos y descoloridos, aun antes de haber perdido bastante sangre para caer en la anemia, y les fatiga el menor ejer- cicio. Muchas veces existe una escitaciou ner- viosa bastante considerable, que se aumenta por los flujos de sangre. Es, por otra parte, muy difícil describir tan solo los síntomas pro- pios de la diátesis hemorrágica, porque los su- getos que la padecen presentan desde luego to- dos los atributos de la clorosis ó de la anemia. En el número de los fenómenos que la acom- pañan deben contarse los dolores articulares, á veces muy intensos , que se aumentan por la presión y el movimiento. En ocasiones se ma- nifiestan tumefacción y grandes equimosis, co- mo en el caso qite refiere M. Dubois (deNeuf- chatel). También M. Tardieti cita un caso muy notable de diátesis hemorrágica, en el cual se manifestaron dolores en muchas articulaciones. No es raro este síntoma , supuesto que el autor que acabamos de citar dice haberse advertido en nueve observaciones consignadas en varias obras. (Observation de diathese hémorrhagi- que avec douleurs articulares: archives gene- rales de medecine , t. X , pág. 185; febrero, 1841.) Estos dolores, que unos califican de reumáticos, otros de artritis, de infarto, do hidrartrosis, etc. , se han atribuido ya á una causa reumática, ya á una flegmasía de la se- rosa, ó á una exhalación sanguínea en lo inte- rior y circunferencia de la cápsula articular niedad. Habían tenido seis hijos : una niña que murió á los tres años, y cinco varones, de los cuales falleció uno antes de quitarle el pecho, y los otros cuatro fueron atacados de hemor- ragias diferentes veces (Obscrvat. rcmarq. d1 hemorrhaphilie, Gazette medícale, núm. 3, pág. 43 , 1838). Índica el autor cuidadosa- mente todas las obras, en que se hallan men- cionadas observaciones análogas á las que re- fiere (1). (1) Puede consultarse con provecho nuestro tra- tado completo de enfermedades esternas , t. I , pági- na 355. Allí se dá noticia de varias familias en quie- nes era notable la diátesis hemorrágica , diátesis que indudablemente se debe á una alteración de la san- gre. Pero á aquellos ejemplos notables de hcmorraíilia podemos.añadir otros dos que se hallan consignados en el London and. Edinb. Journal of méd. se., ju- nio de 184*, y en el Land. méd. chir. review., abril de 1842- Vamos á dar un estrado de ellos. »EI 20 de agosto de 1840 fué llamado el doctor Alian para ver á un niño de cinco años que acababa de hacerse una lijera cortadura en una mano con un pedazo de vidrio. »Un hermano de este enfermo habia fallecido tam- bién á consecuencia de una hemorragia producida por una ligerísima herida. Ambos niños eran notablemen- te hermosos , tenían muy sonrojada babitualmente la piel, los ojos negros y los cabellos de color casta- ño subido. Los doctores Alian y Arbic emplearon to- dos los medios acostumbrados en semejantes casos, como el alumbre, el cauterio actual, el ácido acético, el aceite de trementina , los vendajes compresi- vos, etc., todo sin el menor resultado. En la tarde del 21 se hallaba ya el niño en el mas alto grado de debilidad. El 22 era irregular y casi imperceptible la acción del corazón. El 23 no se percibía el pulso. era la respiración lenta y entrecortada por frecuentes suspiros, y los movimientos del corazón intermiten- tes. El 24 salia muy poca sangre d,e la herida, y so- brevino la muerte en la mañana del 25. «Advierte el autor de esta observación que la muerte pareció deberse mas bien á la descomposición de la sangre que á la pérdida de este fluido , porque corría con lentitud y a gotas. »Un hombre de treinta y un años, que padecía mucho de dolores de muelas , se hizo sacar la del juicio del lado derecho, que estaba cariada, y se mo- vía en tales términos que se desprendió con unas pinzas. Al momento se llenó la boca ilc sangre, y como la hemorragia continuase, se recurrió á la com- presión, después de haber tocado al alveolo, primero con espíritu de alcanfor y después con aceite de tre- mentina. Por la tarde, como no se contuviese la san- gre, se aplicó el hierro cándenle y se comprimió con fuerza , pero sin resultado alguno. De nuevo volvió á hacerse la cauterización el siguiente dia por la ma- ñana, y al mismo tiempo se comprimió con hila mo- jada en una disolución de acetato de plomo. Se con- tuvo algo la hemorragia , pero volvió á manifestarse al medio dia , y por tercera vez se recurrió al caute- rio. Aquella tarde apenas corría la sangre , y en vez del acetato de plomo se hizo uso del alumbre y de las aplicaciones frías. ~ »Los dos dias siguientes se me n i fes t ó mas ó me- nos la hemorragia , a pesar del uso de las pildoras aluminosas, de las aplicaciones frías y de la com- presión por medio de un pedazo de esponja. En liu, permaneció el enfermo arrojando sangre por espacio de veinte y dos dias, contando desde aquel en que se estrajo el diente, y sucumbió á pesar de habeY.se empleado también el nitrato de plata y clsulfulode zinc. Este mismo sugeto se habia sacado otra muela cuatro años antes, y sobrevino una considerable hemorragia, que se contuvo por medio déla caute- rización. HEMORRAGIAS. 31 (MM.Dtroo» (de Neufchatel) y Tardieu, loco citato ). «Los síntomas mas característicos son: 1,° el flujo de sangre por un crecido número do puntos, y especialmente por la mucosa na- sal , bronquial, gastro-intestinal y genito-uri- naria ; 2.° la exhalación de la sangre en el te- jido celular subcutáneo y entre los diferentes elementos constitutivos de la piel. Asi es como se producen los equimosis , las petequias y las manchas de púrpura, que se observan en el curso de las hemorragias constitucionales; 3 o la menor causa , un arañazo ó el roce con un cuerpo duro , bastan para ocasionar el flujo sanguíneo , que siempre es difícil detener: por lo común no bastan para conseguir este resul- tado el uso de los tópicos mas astringentes , la cauterización , la compresión, ni aun la liga- dura délos vasos. » Las hemorragias incoercibles de que ha- blan los cirujanos, cuando no dependen de una enfermedad de las túnicas arteriales , nos pa- rece que proceden evidentemente de una alte- ración de la sangre, y que por lo tanto deben ocupar un lugar entre las hemorragias consti- tucionales de que hablamos. «El estudio de los síntomas que determi- nan, y el atento examen de la constitución de los sugetos, no dejan la menor duda respecto de la naturaleza y asiento de la lesión: consiste es- ta en una alteración de la sangre, y no se la pue- de atribuir á enfermedad alguna del sólido vivo. Sin embargo , M. Dubois cree que este último es el origen de las hemorragias constitucionales, aunque hace mención también de la alteración de la sangre, y la considera admisible. Cree M. Lebertque dependen las hemorragias de una alteración de la sangre, y M. Tardieu se agre- ga á su opinión (loe. cit., p. 196). Únicamente se engaña , ó mas bien se abandona á explica- ciones hipotéticas y enteramente destituidas de fundamento , al suponer una alteración de los glóbulos de la sangre , que todavía no ha po- dido descubrir la inspección microscópica , ni en este caso ni cu los demás (le. cit., p. 197). M. Silva ha publicado la historia de hemorra- gias inagotables de todas las mucosas , y admi- te la existencia de la defibrinacion de la sangre (Gazette medícale, pág. 347 ; junio de 1838). La alteración de la sangre , que causa las hemorragias constitucionales, consiste en una disminución masó menos considerable de la fi- brina. Por su medio puede esplicarse la salida déla sangre que trasuda de los capilares , y que reproduce incesantemente las hemorragias mientras no se modifica la composición de este fluido. Los autores que han descrito las cuali- dades físicas de la sangre procedente de los su- getos que padecen diátesis hemorrágica, ase- guran que es difluente, pálida , descolorida , y poco capaz de convertirse en coágulo; estas son también las propiedades físicas que ofrece cuando ha perdido su cantidad normal de fibri- na; y añádase que muchas análisis químicas confirman las diferentes aserciones que acaba- mos de emitir respecto á la composición de la sangre. No hay duda , pues , que debe buscar- se la verdadera causa de la hemorrafilia en una alteración de dicho fluido. Ha citado un hecho el doctor Roeschs, que tiende á probar, que el abuso prolongado de los licores alcohólicos pue- de dar motivo á la diátesis hemorrágica (Gaz. méd., pág. 144; 1835). Pero esta causa no es mas capaz que las otras de producir las hemor- ragias constitucionales; solo puede obrar como causa ocasional y determinante cuando existe ya la diátesis hemorrágica, es decir, la indica- da alteración de la sangre. »Dc lo que acabamos de decir respecto á su causa íntima, se deduce naturalmente el trata- miento que conviene en las hemorragias cons- titucionales. En efecto, hallándose demostrado que consisten en una alteración de la sangre, y que son producidas por la disminución de las can- tidades normales de fibrina, es evidente que la primera y principal de todas las indicaciones se reduce á modificar desde luego la composición de la sangre , de modo aue adquiera las canti- dades de fibrina que la faltan. Como semejante indicación ha de ocuparnos mas adelante, cuan- do establezcamos las bases del tratamiento que conviene en las hemorragias, no nos detendre- mos ahora en ella. Acabamos de examinar todas las hemorra- gias que pueden comprenderse en el segundo orden, y lia debido convencerse el lector de que es imposible indicar de un modo general sus síntomas, curso, pronóstico y tratamiento, imitando á los autores qoe han procedido de es- ta manera en su descripción. He aquí los tér- minos en (pie creemos poder reasumir sus cir- cunstancias mas generales. 1.° «Todas las hemorragias correspondien- tes al tercer orden dependen de una alteración de la sangre. 2.° «Consiste esta en una disminución mas ó menos considerable de la fibrina. 3.° «Tienen su origen, por consiguiente, en una causa muy general, y se manifiestan por síntomas generales. Todas las funciones so hallan casi simultáneamente alteradas, aunque en grados diversos; siendo la inervación la que parece recibir mayor influencia. El trastorno de las funciones consiste en la disminución de la vitalidad de los órganos, y en una profunda perturbación de todos los fenómenos que se ve- rifican en la trama de los tejidos: de aquí las congestiones , las hemorragias intersticiales , y la exhalación de sangre en muchos puntos de la economía. 4.° «La mayor parte de los síntomas atri- buidos por los autores á las hemorragias pasi- vas se deben á la alteración de la sangre, ó á la causa que determina la enfermedad de que es síntoma la hemorragia. Por ejemplo, en la fie- bre tifoidea deben referirse las hemorragias á la alteración de la sangre, ó á otra causa de la cual esta-misma alteración no pasa de ser un 32 HEMORRAGIAS. efecto. Prueban los análisis químicos hechos por Andral y Gavarret que la sangre se halla con mucha frecuencia alterada en el principio de la enfermedad , y por consiguiente antes que se hayan ulcerado las chapas de Peyero. Por lo demás cualquiera que sea la opinión que en este asunto se forme, no puede ponerse en duda que la alteración de la sangre es á lo me- nos causa de las hemorragias, si no se quiere confesar que desempeña el principal papel en la producción de los demás accidentes de la en- fermedad. Dispuestos estamos á creer que, ade- mas de la alteración de la sangre, hay otra cosa que no conocemos, pues que, con una lesión idéntica de la sangre (disminución absoluta ó relativa de la fibrina) existen enfermedades tan diferentes, como lo son la escarlata, el saram- pión , las viruelas , la fiebre tifoidea, el escor- buto , etc. Deseamos que se tome acta de esta declaración, á fin de que no se crea que con la sola alteración de la sangre pretendemos espli- car tantas enfermedades diferentes. ^Opinión de Huxham sobre las hemorra- gias.—Las doctrinas que en diferentes épocas han sido emitidas sobre las causas de las he- morragias, quedan reservadas para cuando tra- cemos la historia y bibliografía , á las cuales nos ha parecido deberlas referir. Sin embargo, no podemos pasar en silencio la doctrina de Huxham, porque ofrece muchas relaciones con el objeto que estudiamos en este momento, y confirma en gran manera las ideas humorales que en el dia se profesan. «Admite tres grandes alteraciones de la sangre: las dos primeras son lo que él llama estados constitucionales de la sangre , y la ter- cera el estado de disolución y de putrefacción de la sangre. 1.° La primera modificación anormal de la sangre és aquella en que los gló- bulos son mas numerosos, aumentados de vo- lumen, están apretados unos contra otros, y muy compactos ó muy densos: de aqui resulta, según nuestro autor , mayor densidad , mayor viscosidad de la sangre, y mayor disposición por parte de este líquido á solidificarse luego que sale de la vena. Dice que semejante estado se observa con mayor frecuencia en las perso- nas de constitución robusta, que tienen muy fuertes las fibras, hacen mucho ejercicio, y se alimentan bien. Supone que los vasos son muy fuertes y muy elásticos; que envían la sangre con mayor energía; que el frote de esta es mu- cho masconsiderableque en el estado normal, y finalmente que se produce mas calor. Las par- tes mas fluidas de la sangre pasan al estado de vapor, y entonces contrae dicho líquido una considerable viscosidad,queacaba por producir una impermeabilidad de los vasos, y por con- siguiente obstáculos y obstrucciones. Atribuve la película espesa y gelatinosa que se llama cos- tra pleurílica,di\ calor de la fiebre, que tiende á coagular toda la parte serosa de la sangre, y á convertirla en una gelatina. Ignórase en el dia, á pesar de las investigaciones microscópicas mas activas y multiplicadas , las alteraciones que pueden sobrevenir en las cualidades de los glóbulos; en cuanto á la influencia que el frote de estos corpúsculos y la rapidez de su curso puedan ejercer en la producción de la calentu- ra , es una idea enteramente mecánica, pro- ducto esclusivo de la imaginación , y que no debemos detenernos á rebatir. En la teoría de Huxham se esplican las hemorragias por la ro- tura que determinan los glóbulos en las pare- des de los vasos. 2.° «La segunda constitución morbosa de la sangre se halla caracterizada por la disminu- ción de los glóbulos rojos , cuya testura es flo- ja , y por el predominio del agua. Los fenóme- nos que dependen de este estado de los glóbu- los son: la palidez, la debilidad , la imperfec- ción de las secreciones y las hidropesías. Des- pués sobrevienen obstrucciones , no ya de na- turaleza inflamatoria, como en la primera alte- ración de la sangre de que hemos hablado; si- no obstrucciones frías, dependientes deque los vasos no se encuentran bastante escitados, y la sangre se detiene en su interior. De esta ma- nera se forman las congestiones pasivas. La disminución de Tos glóbulos que, Huxham habia admitido por hipótesis, es en el dia un hecho demostrado por los análisis de que hemos dado noticia al lector. Se observa en la anemia, la clorosis y en las caquexias consecutivas á las enfermedades crónicas. 3.° «El estado de disolución de la sangre se manifiesta en el escorbuto, que puede con- siderarse como un tipo de esta alteración: la hemorragia y la adiuamia son sus principales fenómenos. El coágulo forma una masa blan- da , difluente, y sin costra ; y el suero no se separa del coágulo sino muy incompletamente. Asi es que la sangre, que se obtiene sangrando á los sugetos que presentan petequias y equi- mosis, no forma mas que un bagazo ó hez uni- forme , poco consistente, de un color lívido, ó mas subido de lo ordinario. Cree Huxham que las hemorragias proceden las mas veces de la acrimonia de los humores, que destruye la tes- tura de la sangre, y corroe las estremidades de las arterías capilares. Tampoco duda en atri- buirlas á la testura floja en demasía de los gló- bulos rojos, que no han sido bastante conden- sados por la acción del corazón y de las arte- rias , y que acaban por romperse. Dice Hux- ham que examinando la sangre en los vasos, se ve á los glóbulos alargarse, para poder atra- vesar los vasillos pequeños. Admite por hipóte- sis , que los glóbulos se rompen algunas veces en el momento de su tránsito , y entonces en- tran fácilmente sus residuos en los conductos escretorios , y trasudan por diapedesis , como se observa en las hemorragias intestinales y de las vias urinarias. Las petequias y los equimo- sis provienen igualmente de que los glóbulos rojos están disueltos y rotos ; lo cual les facili- ta penetrar en las arterias serosas y en los va- sos exhalantes, donde se detienen, y producen HEMORRAGIAS. 33 las manchas. Las petequias de las calenturas malignas, los sudores fuliginosos, las orinas negras con sedimento lívido , y la materia se- mejante al café que se encuentra en ciertas ori- nas , están formados ppr la sangre, y dependen de la disolución de este líquido. La misma al- teración puede también manifestarse en las mu- jeres , cuyas reglas son inmoderadas: es com- patible con la salud si el flujo de sangre no es considerable ; pero de lo contrario se declara una enfermedad, cuyos síntomas son la hemor- ragia y la debilidad. La disolución de la sangre puede manifestarse únicamente con motivo de otra enfermedad. Se ve, por ejemplo, en algu- nos enfermos de pulmonía que la sangre no forma costra. Huxham habla de una epidemia en que la pulmonía iba acompañada de pete- quias y de hemorragias, ademas de los síntomas propios de esta afección. La designó con el nombre de fiebre perineumónica epidémica , é hizo estragos en los prisioneros y en los mari- nos reunidos en crecido número; la sangre que se sacaba por la sangría era blanda v y siu con- sistencia , mientras que la de los sugetos que padecían pulmonía legítima era densa , consis- tente, y cubierta de una costra densa. »Tratamiento de las hemorragias del se- gundo orden.—La primera indicación, comuna todas las hemorragias, consiste en establecer uu tratamiento local, á fin de remediar los acci- dentes inmediatos que ocasiona la pérdida dé una escesiva cantidad de sangre. El agua fría, ó hecha astringente con las sustancias que de- jamos enumeradas (1), la cauterización, la compresión , la ligadura, si es necesario, pue- den ser útiles en los casos de hemorragia muy considerable. Debe el práctico tener pre- sente que no logrará por mucho tiempo ha- cerse dueño del flujo de sangre, sino comba- te, á favor de un tratamiento adecuado , la al- teración de dicho líquido , q*ie es la verdadera causa de la hemorragia. ¿ Qué se deberá pen- sar de los que dicen que la única indicación consiste en suspender con prontitud la hemor- ragia ? fío hay duda que siempre es urgente obrar de esa manera cuando es considerable; pero al mismo tiempo se debe llenar la segun- da indicación; porque, suponiendo que se haya logrado contener el flujo sanguíneo en un punto, tardará muy poco en manifestarse en otro , á causa de no haber desaparecido la condición morbosa de que depende. «El tratamiento de las hemorragias de las fiebres vá comprendido en el que se dirige contra estas últimas afecciones. Todos los au- tores que han concedido un gran papel á la al- teración de la sangre en la producción de las (1) Las sales ferruginosas, el nitrato ácido de mercurio, el nitrato de plata , el sulfato de zinc, los preparados saturninos , el alumbre , el vinagre, la sal marina, el -tanino, los polvos vejetales que contienen este principio, las resinas balsámicas, etc. TOMO VIL calenturas , han modificado el tratamiento con arreglo á esta doctrina. Huxham , por ejem- plo, recomienda el uso de los tónicos y de los escitantes, tales como la infusión de qui- na hecha en agua ó en vino, la tintura de rosas, el agua de canela , los cocimientos de corteza de naranja , de rosas rojas y de cate- cú, el vino de Francia ó de Oporto , los fo- mentos aromáticos y astringentes al vientre, y los ferruginosos ( Huxham , Essai sur les fievres , cap. IV y V). No podemos indicar ningún tratamiento ge- neral aplicable á todas las hemorragias de que nos hemos ocupado. Por ejemplo , la epistaxis del escorbuto se combatirá por los medios te- rapéuticos aconsejados en el tratamiento de esta enfermedad; una hemorragia intestinal, que se manifiesta durante el curso de una ca- lentura tifoidea , durante las viruelas , el sa- rampión , etc., se tratará de diversa manera en cada caso. «Sin embargo , he aquí los medicamentos que mas generalmente se han aconsejado eu tales circunstancias : la quina , la corteza de encina , la simaruba , el catecú , la ratania, las rosas rojas , los preparados del hierro , la sangre de drago, el alumbre, las sales de ziuc y de estaño , los ácidos minerales y vejetales, el ácido nítrico alcoholizado, las tinturas com- puestas con los principios activos que se es- traen de muchas de las sustancias preceden- tes ; los antiespasmódicos , tales, como el al- canfor , el almizcle , el éter , el castóreo , los vinos de España y del mediodía de Fran- cia , etc. Todos los medicamentos que acaba- mos de euumerar, se hallan hacinados en la terapéutica de las hemorragias: este dá la pre- ferencia á los tónicos fijos, aquel á los esci- tantes difusivos; el uno ha conseguido gran- des resultados con los astringentes, el otro ha visto detenerse las hemorragias con los ácidos. Todos estos resultados se esplican por la di- versidad de las afecciones que producen la he- morragia. «La única indicación común á todas las hemorragias del segundo orden , es la de mo- dificar la composición de la sangre. Pero ¿por' qué medios se consigue esto? ¿cómo puede devolverse á la fibrina su cantidad normal y restablecer la proporción fisiológica , que debo existir entre ella y los glóbulos? Hasta el dia no se han encontrado medicamentos capaces de producir con seguridad tal efecto. Sin em- bargo , los tónicos fijos , los vinos cargados de principios amargos y resinosos , y sobre todo los preparados del hierro, ejercen una influen- cia favorable sobre la composición de la san- gre, y por lo mismo sobre las hemorragias (1). (1) M. Mialhe atribuye la mayor ó menor consis- tencia de la sangre al estado eu que se encuentra la albúmina contenida en el suero , y supone que ciertos medicamentos pueden obrar coagulando ó 3 3fc HEMORRAGIAS. «Cuando no van unidas á otro estado mor- boso , como sucede en las calenturas y en las enfermedades con graves trastornos de todas las funciones, produce casi siempre buenos efectos el tratamiento tónico y ligeramente es- timulante. Obsérvase esto diariamente en las hemorragias constitucionales que proceden de una diátesis, las cuales desaparecen bajo la influencia de estos remedios, sobre todo cuan- do se cuida de favorecer su acción por un tra- tamiento higiénico conveniente. Un alimento reparador y abundante en ázoe , el habitar en un sitio seco, ventilado y bañado de la luz del sol, el ejercicio , etc., ejercen una acción, por lo menos tan saludable como los remedios. Es pues necesario colocar en estas circunstan- cias á aquellos enfermos cuya constitución se halla profundamente alterada por la miseria y las privaciones de todo género ; mientras per- sistan las causas debilitantes á que se hallan espuestos , puede asegurarse que se reprodu- cirán las hemorragias. En este caso el trata- miento es el mismo que el de la clorosis y la anemia (véanse estas palabras).» (Compendium, t.IV, p. 475ysig.) Lo que pudiera añadirse al tratamiento de este género de hemorragias que dejan trazado Monneret y Fleury, corresponde efectivamente á la anemia y á la clorosis, por lo cual nos re- ferimos al lugar en que se hable de estas en- fermedades. Sin embargo , á fin de que nada pueda echarse de menos respecto á hemorra- gias , ni aun por aquellos que gusten de las divisiones antiguas y del modo cómo se trataba de esta enfermedad en general, vamos á tras- ladar lo que en el Dictionnaire de Medecine dice M. Chomel acerca del tratamiento de las hemorragias pasivas. «Una sola indicación se presenta en las he- morragias pasivas , la de suspender inmedia- tamente el flujo sanguíneo. A este efecto se recurre á los tópicos fríos , tales como el agua de pozo, el agua de nieve con la adición de vi- nagre , de sal marina , de acetato de plomo, de alumbre ó de alcohol , que se aplica ó pro- yecta , ya sobre la parte misma de donde pro- cede la hemorragia, ya sobre las regiones próximas, ya en fin sobre algunos puntos de la superficie del cuerpo , donde la impre- sión del frío produce una sensación mas viva, como la cara, el dorso y el escroto. Cuando la disposición de las partes lo permite, se recurre á la compresión y al taponamiento. Los me- dios que interiormente se administran , deben elegirse en la clase de los tónicos y de los as- fluidificando dicha albúmina. Entre los primeros cuen- ta á la mayor parte de los ácidos minerales , mu- chas sales metálicas, el tanino , la ereosota y el cor- nezuelo del centeno; y entre los segundos los áci- dos vejetales, el amoniaco y sus sales , los ioduros, sulfuros y cloruros alcalinos. Según esta teoría con- vendrían los coagulantes en las hemorragias que nos ocupan , y los fluidificantes en las activas. tringentes : los principales son los cocimien- tos de nuez de agalla , de corteza de encina, de granada , de catecú , de simaruba, de qui- na y de balaustras , la infusión de rosas rojas de simientes de mirto , las limonadas vejeta- íes,, y sobre todo minerales , la disolución de alumbre, diversos preparados de hierro y de cobre , los polvos de sangre de drago , etc. Una de las sustancias que en estos últimos tiempos han gozado de la mayor reputación es la ratania , especialmente bajo la forma de es- tracto. Si la eficacia de este remedio no cor- responde completamente á los elogios que al- gunos médicos le han tributado, es por lo me- nos suficiente para que se le deba incluir en el número de aquellos cuya acción se halla mejor probada. «En todas las hemorragias pasivas abun- dantes , se une á dichos medios el uso de los revulsivos aplicados á mayor ó menor distan- cia de la parte afecta , y particularmente de los sinapismos , cuya acción es mas pronta que la de los vejigatorios. Estos últimos rara vez con- vienen en las hemorragias activas , y solo des- pués de la sangría , cuando es tal la debilidad que no pueden ocasionar una reacción fuerte, y aumentar la frecuencia de las pulsaciones ar- teriales. Las ligaduras y las ventosas simples y escarificadas , son útiles también en los mis- mos casos. «En toda hemorragia que se prolonga, cualquiera que haya sido su primitivo carác- ter , es útil, por lo común , favorecer otras evacuaciones para derivar la enfermedad ha- cia distintos puntos. Generalmente no se re- curre á los sudoríficos, porque uno de sus efectos es acelerar el curso de la sangre ; pero algunas veces son útiles las fricciones suaves. Los diuréticos se emplean con mucha frecuen- cia , y aunque no ofrezcan grande ventaja, tampoco tienen ningún inconveniente. Deben preferirse los laxantes, sobre todo cuando el esfuerzo hemorrágico se dirige hacia los órga- nos contenidos en el cráneo ó en el pecho. Los vomitivos, recomendados por algunos médicos en iguales circunstancias , no se hallan exen- tos de peligro : sin que los proscribamos ente- ramente , creemos que en la mayor parte de los casos, cuando los indica alguna circuns- tancia , pueden reemplazarse ventajosamente por los purgantes. El establecimiento de un cauterio , de un vejigatorio , que se sostiene durante muchos meses, y aun por largo tiem- po , es en ocasiones ventajoso. «En el intervalo de las hemorragias pasi- vas, conviene fortificar todo el sistema por me- dio de alimentos abundantes en principios nu- tritivos , por un ejercicio moderado, por la se- .paracion de todas las circunstancias propias para favorecer la estancación de la sangre en los órganos donde se verifica la hemorragia. También conviene mucho, combatir la tristeza y la inquietud del enfermo , que á veces son suficientes para prolongar indefinidamente el HEMORRAGIAS. 35 flujo sanguíneo. Así es que no deben despre- ciarse los amuletos, cuando el enfermo pone en ellos su confianza ; el médico que no vea en el anillo de hierro que el enfermo lleva en un dedo , ó en la castaña de Indias que siem- pre tiene consigo , mas que el lado ridículo de tan singulares remedios, dará una prueba de que ignora la influencia de las disposiciones morales en el curso de las enfermedades.» (Chomel, Dict. de med., t. XV , p. 165 y si- guientes.) Continuemos ahora transcribiendo las tres restantes clases que Monneret y Fleury admi- ten en su obra. «2.a Clase.—Hemorragias por altera- ción oe los solióos. No siempre es fácil establecer una línea fija de demarcación entre las hemorragias de esta cla- se y las que tienen su causa en una alteración de la sangre. Cuando se halla una enfermedad cir- cunscrita en un tejido, y ha determinado desde luego una modificación patológica en su estruc- tura y en sus moléculas, puede muy bien obrar sobre la sangre contenida en el tejido, y modifi- carla demanera que facilite su trasudación; pero los cambios que entonces se verifican son de- masiado moleculares, para que se perciban por medio de los sentidos , y como no poseemos ningún documento preciso sobre las hemorra- gias procedentes de tal causa , no podemos de- tenernos á hablar de ellas. «Las hemorragias que constituyen la se- gunda clase, no pueden esplicarse mas que por una alteración de los tejidos, cuya estruc- tura se cambia de un modo perceptible á nues- tros sentidos. Reservaremos para la clase si- guiente aquellas que se verifican á consecuen- cia de un trastorno funcional ó dinámico , Co- mo las hemorragias por exhalación, que se ma- nifiestan en diferentes órganos , y que no pue- den atribuirse á ninguna lesión evidente. El número de las hemorragias por enfermedad del sólido vivo es considerable ; mas sin em- bargo , se halla muy reducido desde que se ha descubierto que el verdadero origen de ciertas hemorragias podia consistir en una de las alte- raciones de la sangre, anteriormente descritas. Primer óroen.—Hemorragia que tiene su causa en el mismo órgano que suministra la sangre.—Empezamos el estudio de las he- morragias de la segunda clase por las que tie- nen su origen en una lesión local evidente; porque su mecanismo es fácil de conocer , y sirve para comprender después el modo de ac- ción de ciertas enfermedades, en quienes cons- tituye la hemorragia el síntoma mas frecuente. A. Determinan el* flujo sanguíneo algunas enfermedades , llamando á los vasos capilares una cantidad superabundante de sangre; tales son las flegmasías y las congestiones inflama- torias. En la estomatitis, en la angina farín- gea , en algunasgastritis sobreagudas, y en la colitis intensa , es la sangre exhalada por los tejidos enfermos. Sin embargo , diremos que rara vez se manifiestan hemorragias en las in- flamaciones, á menos que estas ofrezcan algo especial: tal sucede en la disenteria, que equi- vocadamente se ha considerado como una in- flamación simple ; en la difteritis y en las an- ginas malignas , tan perfectamente descritas por Huxham y Fothergil (véase Difteritis y Angina). Basta consultar la observación para poner fuera de duda la aserción que acabamos de emitir; ella nos manifiesta diariamente lleg- ipasias intensas , y sin embargo rarísima vez las vemos ir acompañadas de hemorragia. La pulmonía parece constituir una escepcion ; pe- ro si se reflexiona acerca del sitio de la infla- mación , que ocupa en tal caso las vesículas en que se halla la sangre en contacto con el aire, y por consiguiente siempre próxima á salir; de- jará de causar sorpresa la frecuencia de la exhalación sanguinolenta en esta enfermedad. «En la inflamación se hallan distendidos muchos vasos por la sangre que se acumula en su interior; por lo mismo se ve aquel lí- quido obligado á atravesar con mayor rapidez los vasos inmediatos, y hé aqui una primera causa de hemorragia. Otra no menos positiva, segün algunos autores, es el error de lugar, es decir, el tránsito de la sangre á los capila- res que no deben recibirla. El estudio de es- tos diferentes fenómenos no es ahora de nues- tro propósito, y pertenece á la historia de la inflamación. «La irritación inflamatoria es la primera causa local de hemorragia. Muchas veces ve- mos verificarse á nuestros ojos infiltraciones sanguíneas , equimosis , y exhalaciones de sangre que se producen de esta manera: si un grano de arena, ó un instrumento cual- quiera ir,rita la conjuntiva, afluirá la sangre en abundancia hacia el punto irritado, y se infiltrará en el tejido inmediato ó saldrá al es- terior. Un cuerpo estraño, que penetra en los conductos ó se forma en los receptáculos na- turales de la economía, escita algunas veces el flujo sanguíneo, por la irritación que en ellos determina: no tiene en muchos casos otro origen la hemorragia de los ríñones, de los uréteres, y de la vejiga. También es algu- nas veces producido el mismo efecto por la división traumática de los vasos. «En todos estos casos da á reconocer el análisis de la sangre la verdadera causa de la hemorragia. Efectivamente, entonces presen- ta la sangre un aumento, por lo común muy considerable, de la cantidad normal de fibri- na : siempre que se observa este aumento, y hay duda acerca de la causa de la hemorra- gia , se la debe atribuir á una flegmasía. Por el contrario, hay certeza Ae que esta no exis- te, cuando se ve que la fibrina permanece normal ó se halla en cantidad menor de lo que requiere el estado fisiológico. E*te resultado es fecundo en aplicaciones prácticas. Efecti- vamente, si vemos que la hiperemia va .acom- pañada de un flujo sanguíneo, y si al misma 36 HEMORRAGIAS. tiempo so halla la fibrina en mayor cantidad, lio debe titubearse en combatir la hemorragia Eor el tratamiento propio de las flegmasías. ,as evacuaciones sanguíneas y la medicación antiflogística se hallan formalmente indica- das , y son los únicos agentes terapéuticos ca- paces de contener esta hemorragia, á la cual conviene perfectamente la denominación de activa que la dieron los antiguos. Tanto mas cierto será el éxito del tratamiento, cuanto que desde luego puede establecerse en una épo-¡ ca en que, sin el análisis de la sangre, seria imposible determinar si las sangrías son mas útiles que los tónicos, ó que otro cualquier medicamento. En cuanto á las congestiones hemOrrágicas que llamaremos no flegmásicas, son incomparablemente mas frecuentes que las que acabamos de describir, y se observan juntamente con el aumento de los glóbulos, ó con algunos otros estados morbosos de la san- gre que dejamos estudiados en la primera, clase. «Son precedidas las hemorragias de una hiperemia sanguínea que se revela por tras- tornos locales fáciles de conocer; pero en el momento en que esta hiperemia se manifiesta, es imposible determinar si será hemorragípa- ra ó flegmasípara, es decir, si terminará en una hemorragia ó en una inflamación. Los síntomas son iguales en ambos casos; se au- menta la escitacion local, y cuando las partes son accesibles á nuestros sentidos, se advierte hinchazón, turgencia, y rubicundez ; por úl- timo, aparecen todos los signos de ese estado patológico que se ha llamado hiperemia, sin que todavía pueda determinarse su naturale- za. Es sin duda permitido creer que los cam- bios moleculares que se verifican en .el seno de los tejidos que sufren la congestión son de muy diferente naturaleza, pues que, en un caso se verifica la exhalación de sangre, y en el otro se forman en el órgano productos enteramente nuevos. Ya nos hace formular esta opinión el resultado final del trabajo pa- tológico; pero el análisis de la sangre ha su- ministrado á Andral y Gabarret datos mucho mas precisos. Estos autores han visto cons- tantemente que dicho fluido estaba alterado en su composición; y que la fibrina se hallaba en cantidad mayor cuando era flegmasípara la hiperemia. B. «También son determinadas las he- morragias por el desarrollo de tejidos de nue- va formación. El tubérculo, el cáncer, la me- lanosis, cualquiera que sea su asiento, van con mucha frecuencia en su principio acom- pañados de hemorragia. La hemotisis y la gas- tralgia son síntomas muy frecuentes de la ti- sis pulmonar, del cáncer del estómago, etc.' Debe buscarse su causa en el trabajo patoló- gico local que se verifica en el centro de las visceras. No es este lugar oportuno para dis- cutir las diferentes opiniones que se han emi- tido sobre la causa de la neumorragia sinto- mática de las enfermedades del pulmón y del estómago: ora se verifiquen por rotura de va- sos pequeños, ora por simple exhalación, ó por cualquier otro mecanismo, siempre re- sultará que su origen es debido á una lesión enteramente local, circunstancia que precisa- mente nos ha inducido á colocarlas en el pri- mer orden. Otra consecuencia práctica mny esencial, y que se desprende de este modo de considerar la hemorragia , es que si se la quiere combatir con algún resultado, es in- dispensable establecer el tratamiento de la afección local, y no el de la hemorragia, que no pasa de ser un resultado suyo. Los pro- ductos de nueva formación, tales como el tu- bérculo , el cáncer , las concreciones , los quistes, y los entozoarios, se cuentan entre las causas que pueden ocasionar la hemor- ragia. C. «En la tercera división de las hemor- ragias del primer orden, se incluyen las de- pendientes de una alteración local que mo- difica la consistencia normal de los tejidos, ó los desorganiza en los puntos que suminis- tran la hemorragia. Cuando los tejidos anor- males, que se han formado en el seno de nuestros órganos, pasan del estado de crude- za al de reblandecimiento, ó son atacados de gangrena, suelen los vasos dejar correr una crecida cantidad de sangre: de esta manera se producen las neumorragias en el segundo y el tercer grado de la tisis pulmonar, las gastror- ragias y las hemorragias intestinales, depen- dientes de afecciones cancerosas del estóma- go y de los intestinos. También las metrorra- gias continuas y á veces tan terribles, las he- morragias renales, y las vesicales, se espli- can por la desorganización de los vasos del útero, de los ríñones y de la vejiga; es decir que siempre son también, en este caso, sin- tomáticas de una lesión bastante adelantada. «Las hemorragias dependientes de un pro- ducto de nueva formación, tienen su origen: 1.° en los vasos mismos del tejido que sostie- ne al nuevo producto patológico; y 2.° en el producto patológico mismo. Puede acontecer, por ejemplo, que en un cáncer gástrico sean los vasos mismos del estómago los que den la sangré , ó que proceda esta esclusivamente del tejido canceroso. También se ve, en otros ca- sos, que un tejido erectil, formado en el seno de una viscera, es el verdadero origen de las hemorragias, que se reproducen con intervalos mas ó menos cercanos. «La distinción que acabamos de estable- cer respecto á las hemorragias se halla fun- dada en la teoría y en la práctica: algunos ejemplos servirán para probarlo. Se desarro- llan tubérculos en el vértice del pulmón, y sobreviene una hemorragia. Al principio , el trabajo patológico que da origen al "producto morboso, determina una secreción sanguino- lenta, modificando la disposición de las mo- léculas j mas adelante, se reblandece el tumor hemorragias. 37 y se separa del pnlmon, en cuyas circunstan- cias puede proceder la sangre de los vasos ul- cerados. Supongamos ahora que se presente una hematemesis al principio de un cáncer del estómago; también en este caso es segregada la sangre mediante un trabajo morboso que todavía no ha ocasionado ninguna desorgani- zación; pero mas adelante se forma un siste- ma vascular en el centro del tejido morboso, y puede suministrar la sangre; por último, es- ta proviene algunas veces del reblandecimien- to del tejido canceroso, de sus vasos, ó de los "tejidos inmediatos. «Se ve, pues, cuantas causas diversas y todas locales pueden provocar las hemorra- gias. Conviene tenerlas todas presentes para comprender cuánto varia el mecanismo que las produce. «Fáltanos ahora hacer mención, entre las causas frecuentes de las hemorragias, del re- blandecimiento, la ulceración y la gangrena. Ora sea efecto de la inflamación el trabajo patológico que determina estas alteraciones, ora dependa de cualquiera otra causa cono- cida ó desconocida, siempre resulta que la hemorragia es muchas veces debida única- mente á dicho trabajo morboso. En las mem- branas lo mismo que en los parenquimas, en los órganos huecos, como en el tejido celular general, se abre paso la sangre al través de las paredes de los vasos, por las pérdidas de sustancia que necesariamente ocasionan la ul- ceración, el reblandecimiento y la gangrena. Las hemorragias que se producen de esta ma- nera deben compararse con las de continui- dad , y únicamente se diferencian en que unas son hijas de "causa esterior, y las otras pro- ducto de una enfermedad, que se ha manifes- tado sin la intervención de semejante cansa. Segundo orden.-—Hemorragias que no pro- ceden de una enfermedad del mismo órgano que suministra la sangre,-sino de la lesión de otro distinto, pero que obra mas ó menos inme- diatamente sobre la circulación del tejido por donde se verifica la hemorragia.—De esta ma- nera sobrevienen las gastrorragias y las neu- morragias, en los que padecen enfermedades del corazón. Puede sin duda pretenderse que, en estos casos, se halla alterado en sus fun- ciones, el órgano que suministra la sangre, su- puesto que los capilares dan paso á este líqui- do ; pero no es menos cierto que la exhalación sanguínea tiene su origen mas arriba, que es dependiente de la enfermedad del corazón , y que contra esta debe dirigirse el tratamiento si se quiere que ceseja hwiíbrragia. A. «Con mucharfreotlencia van seguidas las enfermedades del corazón de hemorragias por diferentes vias, y no se las puede atribuir mas que á la estremada dificultad que esperi- menta la libre circulación de la sangre. Ha si- do considerada la hipertrofia como una causa capaz de favorecer, sino de producir, la he- morragia cerebral, la apoplegía pulmonar, la epistaxis y la hematemesis. Unos han creído que el corazón , por hallarse hipertrofiado, lanzaba la sangre con mayor energía hacia los vasos del cerebro; otros, habiendo observado, no sin motivo, que los orificios del corazón se hallan casi siempre angostados ó deformes por las enfermedades de las válvulas en los ca- sos de hipertrofia, han sostenido que era mas bien la dificultad de la circulación la que pro- ducía semejante resultado. Cualquiera que sea la opinión que se adopte, es imposible negar- se á admitir que la circulación de los órganos en que se produce la hemorragia, se halla muy dificultada por la afección del corazón. Cor- visat y todos cuantos han escrito después de tan ilustre médico, hablan de la frecuencia de las hemorragias pulmonares durante el curso de las afecciones del corazón. Otras muchas hemorragias, que por espacio de largo tiempo han sido incluidas entre las pasivas, se deben á las afecciones del corazón y de sus orificios. Este hecho, que en el dia se halla claramente demostrado, no ha sido un obstáculo, para que algunos autores las consideren aun como he- morragias pasivas. «Las congestiones, que con tanta frecuen- cia se observan durante las enfermedades del corazón, tienen por asiento los mismos ór- ganos que la hemorragia, y dependen de la propia causa, la dificultad de la circulación. Las partes donde principalmente se observan estas congestiones enteramente mecánicas, son la cara, las manos y los pies, que presen- tan coloraciones parciales, un rojo semejante al del ladrillo, ó un color azulado. Muchas ve- ces ofrece la cara una turgencia notable (cara vultuosa), marmorizaciones y livideces , que acreditan la dificultad que esperimenta la cir- culación capilar. Es raro que la sangre se es- travase por debajo de la piel ó de la cutícula, produciendo equimosis ó manchas, á menos que exista alguna enfermedad de los vasos ar- teriales. La congestión pulmonar, la enfer- medad descrita con el nombre de edema del pulmón, y que no es otra cosa que una hipe- remia mecánica de la membrana mucosa de los bronquios, y las estancaciones cadavéricas que se advierten en los sugetos que han pade- cido una afección del corazón, dependen de la dificultad con que circula la sangre en los capilares del parenquima. Tampoco recono- cen las hemorragias otra causa. »B. Colocamos inmediatamente después de las hemorragias producidas por las enfermeda- des del corazón aquellas que dependen de la dificultad que oponen á la circulación grande las enfermedades de los órganos respiratorios. No dudamos atribuir á esta causa cierto núme- ro de neumorragias. »C. Algunas veces hay que buscar las cau- sas de la neumorragia en una enfermedad de las arterias. Desarróllase , por ejemplo , una flegmasía, una osificación ú otra lesión cual- quiera en la artería principal de un miembro, 38 UEMORR é inmediatamente aparecen en él equimosis é infiltraciones de sangre. Sin embargo, es lo mas común que solo existan congestiones san- guíneas capilares, las que tardan poco en ir seguidas de gangrena. »D. Las enfermedades de las venas rara vez producen hemorragias. Se ha dicho, no obstante , que una ligadura ó una fuerte com- presión ejercida sobre la vena principal de un miembro ocasionaba roturas en los capilares, y por consiguiente hemorragias. Pero toda la cir- culación se halla en este caso profundamente modificada , y concurren muchas causas á de- terminar la estravasacion de la sangre. «Se ha pretendido que la dificultad opuesta á la circulación de la sangre en la vena porta, por las enfermedades del hígado, ocasionaba la hematemesis , la hemorragia intestinal , y sobre todo el flujo hemorroidal. La producción de estas hemorragias se esplicaba por la difi- cultad que esperimenta la sangre contenida en dicho vaso y en sus diversas ramificaciones pa- ra atravesar el hígado, que habia llegado á ha- cerse impermeable. Los antiguos daban grande importancia á este hecho, que merece estu- diarse de nuevo. En dos casos de hipertrofia con induración del hígado, y en uno de cáncer de dicho órgano, hemos visto manifestarse la epistaxis y reproducirse con bastante frecuen- cia. Existia, es cierto, un estado caquéctico bien pronunciado, pero que se hallaba deter- minado por la afección hepática. En otro caso de cáncer del hígado fué espelida la sangre por el vómito , sin que existiese afección alguna del estómago, ni otra enfermedad. «Todas las hemorragias pertenecientes al segundo orden reconocen por causa una enfer- medad que cambia el modo de distribución de la sangre en los capilares del órgano y de los tejidos que son asiento de ellas. No pueden turbarse las leyes hidrodinámicas que rijeu el curso de la sangre, sin que este líquido tienda á salir de los conductos que deben contenerle, ó á detenerse en su interior. Importa mucho conocer el mecanismo de esta especie de he- morragias , si se las quiere oponer un trata- miento. Muchas hemorragias son consideradas como pasivas y combatidas por un tratamiento local, ó por remedios dirigidos contra agentes quiméricos ; pero el práctico instruido de su verdadero oríjen se dirigirá, ya á la afección del corazón ó de sus cubiertas, ya á la enferme- dad de las arterias y de las venas , ya en fin á la circulación pulmonar ó hepática. «Tal vez debiéramos incluir en la clase si- guiente las hemorragias que se observan en las calenturas intermitentes perniciosas ; pero como existe'en ellas una causa morbosa evi- dente, cuya naturaleza íntima no conocemos, la intermitencia, las colocamos al fin de las hemorragias sintomáticas de una enfermedad del sólido. »En las calenturas intermitentes perniciosas se forman hemorragias y congestiones, cuyo si- tio es variable : unas veces se verificon cu la sustancia cerebral, otras en el pulmón, en las membranas de los intestinos, en el bazo y mas rara vez en el hígado. Se nos oculta la causa íntima de estos accidentes, aunque muchos au- tores la consideran como una intoxicación mias- mática. «La hipertrofia del bazo, que es muchas ve- ces considerable y persiste aun después de ha- ber desaparecido la fiebre intermitente, puede esplicar ciertas hemorragias intestinales. Con- cíbese, en efecto, que un órgano tan eminen- temente vascular como lo es el bazo , cuyas funciones parecen unidas mas ó menos directa- mente á las de la circulación, debe tomar al- guna parte én la producción de las hemorra- gias. Obsérvese igualmente que la causa de la intermitencia patológica, que en todas las fun- ciones determina profundos trastornos, es muy capaz también de perturbar la circulación ca- pilar; y sin duda á una influencia de esta na- turaleza deben referirse las congestiones y las hemorragias de las pirexias intermitentes. «3.a clase. — Hemorragias por lesión di- námica. Comprende esta clase todas las hemor- ragias que no se pueden esplicar por ningu- na alteración notable de los líquidos ó de los sólidos. No por esto queremos decir que son independientes de un trastorno del organis- mo , sino solamente que no se puede determi- nar su naturaleza: débese únicamente suponer que dependen de una modificación vital de los capilares. Para que se comprenda mejor nues- tro pensamiento citaremos en primer lugar una hemorragia, que es de seguro independiente de toda lesión perceptible: queremos hablar de la hemorragia menstrual de las mujeres. En este caso es el flujo sanguíneo enteramente fisioló- gico , y solo puede atribuirse á una modifica- ción vital, intermitente, de los órganos genita- les : modificados de esta manera los capilares sanguíneos, dejan correr la sangre , guardan- do intervalos perfectamente regulares. Sin du- da depende este flujo de un cambio, molecular material de los tejidos; pero este cambio nos es desconocido , y para dar á entender que en algunas hemorragias no es mas que un simple trastorno funcional, hemos llamado á tales flu- jos de sangre hemorragias por lesión dinámica. ^Hemorragias supletorias. — Nos prueba la naturaleza, por medio de la hemorragia menstrual, que puede producir hemorragias morbosas mediante un mecanismo análogo: así se verifica precisamente en las hemorragias su- pletorias, que con;¿"jsticiau merecen este nom- bre, y que son tal v^z mas numerosas de lo que en el dia se cree. En dtro sitio hemos di- cho cómo se las debe considerar, y demostra- do que la supresión de las reglas , de las he- morroides ó de cualquier otro flujo sanguíneo era , por lo común, el efecto de una enfer- medad incipiente, que ocasionaba una hemor- ragia, considerada por equivocación como su- HEMORRAGIAS. 39 pletoria ó succedánea de la otra. Nadie ignora que las neumorragias han pasado muchas ve- ces por hemorragias supletorias, mientras no se revelaba la tisis por síntomas característicos; pero la auscultación del pecho y los demás mo- dos de esploracion han disminuido estraordina- riamente el número de semejantes hemorra- gias. Sostienen muchos médicos, que cuando proceden del pulmón, siempre hay tubérculos en él ó alguna lesión que todavía no se descu- bre. Sin embargo , es esta opinión demasiado esclusiva: las obras modernas contienen ob- servaciones de hemorragias por el pulmón , el estómago , el intestino, la vejiga, etc., que no dependían evidentemente de ninguna enfer- medad visceral. Hay sobre todo muchos ejem- plos de flujo menstruo efectuado por las nari- ces, las encías, el pezón , los dedos, el ombli- go y otras partes del cuerpo , en cuyos casos, siendo el sitio del mal accesible á la vista , fué posible examinarle con cuidado , y ninguna le- sión perceptible se descubrió en él. Los casos de este género son de mucha importancia, por- que prueban de la manera mas positiva, que puede la sangre salir de un órgano, sin que se halle en él mas alteración que en el modo de vitalidad de los capilares sanguíneos. Necesario es por lo tanto admitir, que los tejidos que son asiento de estas hemorragias se encuentran sim- plemente modificados en una función, de la misma manera que lo está el útero en el mo- mento de las reglas. «Puede preguntarse si la alteración de la sangre será tal vez efecto del flujo sangíneo en las hemorragias succedaneas, y no faltan ana- logías que invocar en favor de esta opinión. Se manifiesta muy á menudo el flujo supletorio en aquellas mujeres que estando con las reglas sufrieron la acción de una causa repentina, que las suprimió instantáneamente, ó disminuyó el flujo; y otras veces no llega á establecerse la menstruación por el órgano que se halla desti- nado para el desempeño de esta función , apa- reciendo por otro punto. Los autores que han referido observaciones de este género dicen, que las enfermas son por lo común robustas, que presentan todos los signos de la plétora, y que las hemorragias supletorias disipan todos los accidentes que antes sufrían; añaden por fin que si se consigue suprimir el flujo por medio de un tratamiento inoportuno , ó si interviene una causa cualquiera que disminuya su canti- dad, se manifiestan accidentes de todo género, y debe procurarse llamar el flujo anormal á su primitivo sitio. Nos hallamos inclinados á creer que en este caso es la alteración de la sangre causa de la hemorragia supletoria, la cual con- siste en un aumento de glóbulos, como en I4s hemorragias del primer orden de la primera clase. En uno y otro caso se presentan, se di- sipan y deben combatirse de la misma manera los síntomas de plétora y los signos de molimen hemorrhagicum. Hemos dicho efectivamente que la plétora se cura de un modo espontáneo por hemorragias abundantes; pues las hemor- ragias supletorias son también efecto del pre- dominio de los glóbulos, y se curan asimismo por la aparición del flujo sanguíneo. Por lo de- mas fácilmente se concibe de qué manera debe sobrevenir la alteración de la sangre, que pro- duce la hemorragia. Si, por ejemplo, se supri- men las reglas repentinamente, ó no pueden establecerse , la sangre que debia salir perma- nece en el torrente circulatorio , y la cantidad de líquido, que de esta manera se acumula ca- da mes, acaba por ocasionar la plétora , es de- cir, el aumento de los glóbulos. Luego que es- te aumento llega á un grado bastante alto , so- breviene la hemorragia succedánea, y Si esta es abundante, pone término á los accidentes que sufren las enfermas. Pronto vuelve á manifes- tarse la plétora bajo la influencia del réjimen, ó porque no ha salido la sangre en bastante cantidad , y entonces aparece de nuevo la he- morragia. En último resultado es la superabun- dancia del principio estimulante de la sangre la que produce la hemorragia , y esta se verifica, porque no pudiendo hallar salida, va aumentán- dose continuamente. «Este modo enteramente nuevo de consi- derar las hemorragias que realmente merecen el nombre de supletorias , y que no pueden atribuirse á ninguna enfermedad visceral , se halla confirmado por el estudio de sus sínto- mas, de su curso y de sus causas; pero no he- mos querido incluir nuestra opinión en el ran- go de las verdades establecidas definitivamen- te: hemos preferido continuar formando una clase aparte de las hemorragias que muchos autores han considerado como flujos esencia- les , y únicamente declaramos estar dispuestos á colocarlas entre las hemorragias dependien- tes de una alteración de la sangre. »Las hemorragias supletorias se verifican por todas las partes del cuerpo , y muchas ve- ces por las vias mas estrañas , como las yemas de los dedos , el pezón, la axila, el ombligo, la mejilla, etc. Boerhaave ha dicho: «Miraj «saepe parantur viae , raris secretionibus nota?, »dum per ocuios , aures, nares, gingivas, vias »saliv.T, a'sophagum , alvum, vesicam, mam- «nias , cutis vulnera, ulcera, exire viderint »medic¡.» (Coment. in aphoris., t. IV.) Sin embargo , los órganos en que con mayor fre- cuencia se presenta esta hemorragia son la membrana interna de la estremidad inferior del recto , las fosas nasales, los pulmones, el estómago y la vejiga ; sale la sangre por exha- lación , y algunas veces se infiltra en los teji- dos, constituyendo apoplegias, equimosis, man- chas, etc. Van Swieten ha citado un crecido número de observaciones de deviaciones mens- truales (ob. cit., pág. 371 y sig.) »La hemorragia supletoria tiende á repro- ducirse muchas veces, cuando no vuelve á ma- nifestarse la hemorragia suprimida , ó cuando ha disminuido lacantidaddesangrcque habitual- mente se pierde. Si se logra restablecer la he- 40 HEMOI morragia primitiva, desaparece por lo común la supletoria. Sin embargo, cuando la economía ha contraído el hábito de perder periódicamen- te cierta cantidad de sangre , es muy difícil modificarla: tal sucede á las mujeres, cuyas reglas están suprimidas y en quienes afecta el flujo periódico supletorio igual periodicidad que el menstrual. Después de las reglas es la su- presión de las hemorroides fluentes, ó para ha- blar cou exactitud, del flujo sanguíneo, que se manifiesta por la estremidad inferior de la mem- brana mucosa del recto, la causa mas frecuen- te de las hemorragias supletorias. Estas no se verifican siempre "por el mismo punto en cada sugeto. Refiere Van Swieten la historia de una joven que á cada período menstrual te- nia equimosis y apoplegías subcutáneas en di- ferentes puntos del cuerpo: una mañana se presentó una hemorragia por las yemas de los dedos; pocos instantes después sobrevino un sudor de sangre en la parte anterior del cuello; los otros dias se observó una epistaxis, y al mes siguiente se inflamó el ojo izquierdo y sa- lieron lágrimas de sangre. Pronto se vio apa- recer sucesivamente una trasudación sanguínea al través de la piel que cubre al saco lagrimal, una hemorragia nasal, una hemolisis y un flu- jo sanguíneo por las uñas de las manos. Re- sulta de este hecho singular, dice Van Swie- ten , la prueba evidente de que la sangre de las reglas puede encontrar salida por vias muy di- versas y enteramente insólitas (ob. cit., t. IV, pág. 377). Se encuentran en las obras algunas observaciones tan estraordinarias como la refe- rida por Van Swieten. Sin que las pongamos en duda, debemos decir, no obstante, que tie- nen algo de sorprendentes, y no podemos acep- tarlas sino con mucha reserva. » Las mujeres se hallan mas sujetas que los hombres á las deviaciones hemorrágicas, y no siempre cesa esta disposición en la edad crítica. En los hombres se observa principalmente des- de los veinte años á los cuarenta, y disminuye pasado este tiempo. » Todos los autores aconsejan no suprimir la hemorragia supletoria , y procurar, ante todas cosas, restablecer el flujo sanguíneo primitivo. Para llenar esta primera indicación , es necesa- rio muchas veces practicar una ó muchas san- grías generales, si lo permite la constitución del sugeto, y sobre todo si se observan signos de plétora; Después debe tratarse de imitar á la naturaleza, y determinar una fluxión sanguí- nea hacia el primitivo órgano en que se verifi- caba la hemorragia. Lógrase provocar esta con- gestión , aplicando en el órgano mismo ó en sus inmediaciones un pequeño número de sangui- juelas, que se repiten con pequeños mtervalos, ó ventosas secas y sinapismos. Si á pesar de esto no se logra producir una hiperemia, capaz de favorecer la aparición de la hemorragia, es necesario entonces recurrirá otros medios. Su- pongamos, por ejemplo, quees necesario com- batir una hemolisis succedánea á un flujo mens- truo; en este caso, después de haber llamado la sangre hacia el útero por medio de ventosas, cataplasmas, lavativas calientes ó lijeramente irritantes, etc., se aplican dos sanguijuelas á cada ingle, y se mantiene por espacio de mu- chos dias un flujo sanguíneo hacia estas partes: por este medio se provoca aflujo de sangre y se dá salida al líquido: llámase esto en tera- péutica hacer una derivación espoliativa, es de- cir, que se atrae la sangre hacia un punto, y después de haberla apartado del camino que seguía, se la sustrae definitivamente de la eco- nomía. » La acción de las sangrías generales y loca- les , que en este caso son los dos agentes tera- péuticos por escelencia , debe secundarse por medio de irritantes locales, aplicados al órgano hacia el cual se llama la sangre. Verifícase la revulsión, ya por los purgantes, por Jos drás- ticos, ya por los vejigatorios ó fricciones irri- tantes ; al propio tiempo se mantiene en com- pleta quietud el órgano que es asiento de la he- morragia ; se ha aconsejado aplicar sobre él los opiados, los astringentes; el frío, todas las sus- tancias, en una palabra, á que se atribuye una acción repercusiva ó sedante. Pero antes de re- currir á esta segunda parte de la- medicación, es necesario llenar la indicación primera. » Compórtese un último orden de hemorra- gias : 1.° de las que resultan de la supresión de una secreción normal, por ejemplo, de un su- dor abundante de los pies ó de la cabeza , cu- yos casos son raros; 2.° de las que son provo- cadas por emociones vivas, por conmociones morales que obran súbitamente. Observaremos que las influencias morales , que obrati de un modo continuo y prolongado, determinan tam- bién hemorragias; pero entonces es diferente su modo de obrar. La inervación, que tanta influencia tiene en la circulación de la sangre por los capilares, pierde su energía ; la hema- tosis misma llega á ser incompleta, y la sangre se altera profundamente. » Son numerosos los ejemplos de hemorra- gias producidas por uua emoción viva. Haller dice que el terror y la cólera pueden determi- nar equimosis, hemorragias subcutáneas y su- dores de sangre (£ es muy elevada su temperatura , escitan he- morragias por diferentes vias ; las frecuentes inyecciones de agua caliente eu el recto ó en la vagina , determinan hemorroides ó un flujo sanguíneo , formando congestiones en dichas partes. Muy amenudo se prescriben las inyec- ciones calientes con el objeto de provocar las reglas , ó de hacer mas fácil y mas abundante su erupción. En tales casos dependen las he- morragias del aflujo sanguíneo que sigue á la aplicacion.de los tópicos irritantes. De este mo- do es también como obran los sinapismos , los vejigatorios y los irritantes de todo género, que se ponen en contacto con la piel y las membra- nas mucosas (cáusticos, polvos irritantes, drás- ticos, euerpos estraños , cálculo vesical, etc.) Las hemorragias que reconocen semejantes causas pertenecen á nuestro último orden (2.a clase). Algunas veces van seguidos los tó- picos emolientes de los mismos efectos, y obran probablemente modificando las funciones de los capilares (2.° orden, 2.a clase). «Un alimento muy nutritivo, y compuesto mas ó menos esclusivamente de sustancias azoadas, el uso de las bebidas vinosas y al- cohólicas , del té y del café , han sido conside- rados por todos los autores como causas pre- disponentes de las hemorragias, no producien- do efecto de determinantes, sino cuando re- caen en un sugeto predispuesto. En el primer caso producen la plétora, y en el segundo de- terminan el flojo sanguíneo , ya en virtud de la modificación efectuada en la composición de la sangre (aumento de los glóbulos), ya á cau- sa de una alteración de los sólidos, ó de un simple trastorno funcional. Los medicamentos que tienen por efecto dar tono, como la quina ó el hierro , ó que imprimen un estímulo , co- mo los cscitantes difusivos y todas las sustan- cias que abundan en principios aromáticos, obran de una ú otra manera en la producción de las hemorragias. Se vé pues, que las cau- sas que acabamos de enumerar, hallan su na- tural colocación en las divisiones antes esta- blecidas. Lo mismo sucede respecto de las que todavía nos falta estudiar. «Ejercen los movimientos musculares una influencia en la producción de las hemorragias, qué no es igual en todos los casos. Si los es- fuerzos á que se entregan los sugetos son con- siderables y poco prolongados, la congestión pulmonar y cardiaca que entonces se estable- ce , á consecuencia del reflujo de la sangre y de la dificultad que esperimenta en su curso, determina una hemorragia en una viscera. He- mos sido testigos de varios hechos semejantei, 44 v los autores refieren numerosos ejemplos de ía misma índole. ¿No es sabido que en los tí- sicos basta un esfuerzo violento , para que se produzca la neumorragia? Se entrega una mu- jer, que padece infarto simple ó escirroso del útero , á un ejercicio violento , y al punto se declara la metrorragia : monta á caballo un calculoso , ó se vé precisado á salir en un car- ruage de mal movimiento, y le sobreviene una hemorragia de la vejiga. En todos estos ejem- plos , que nos fuera fácil multiplicar hasta el infinito , obran los movimientos activos ó pa- sivos á que los sugetos se hallan espuestos, como causa determinante , y no producen la hemorragia, sino porque existe una enfermedad visceral ya formada, ó á lo menos incipiente. No obstante, algunas veces no puede espli- carse dé esta manera el flujo sanguíneo; y en- tonces es la plétora la enfermedad que predis- pone á la hemorragia. Suelen verse hombres robustos atacados de apoplegia cerebral , á consecuencia de un ejercicio violento. El parto sobre todo, cuando es'laborioso y prolongado, el coito, el ejercicio de la palabra , la decla- mación , los gritos al aire libre, y la acción de tocar instrumentos de viento, son ademas cau- sas de hemorragia. «Las emociones morales, los trabajos in- telectuales y los disgustos , dan lugar á he- morragias por diferentes vias (véase Hoffmann, de Haímorragiarum origine atque curatione). Cuando estas causas ejercen por mucho tiem- po su influencia , sufre la economía una modi- ficación profunda ; la digestión , la hematosis y las secreciones, se alteran, de modo que bas- ta las mas veces una causa débil para ocasio- nar un flujo sanguíneo. Hemos dicho que en algunos casos van seguidas de hemorragia las conmociones morales súbitas; entoiíces de- penden de una modificación puramente vital de los capilares. Es imposible descubrir nin- guna lesión material. «Predispone el sueño á las hemorragias, favoreciendo las congestiones internas ; mu- chas de ellas sobrevienen durante la noche , ó en el momento de despertar (apoplegias cere- brales , neumorragias). El acto venéreo puede producir hemorragias en el hombre y en la mujer. Cuando el flujo sanguíneo tiene su asiento en los órganos genitales , y sucede in- mediatamente al acto , ó sobreviene durante él, debe atribuirse al vivo estímulo de los ór- ganos , ó á una enfermedad incipiente. Tam- bién puede consistir en una exageración de la acción secretoria. Efectivamente, sucede en ocasiones , que segrega un órgano cierta canti- dad de sangre en vez del líquido que prodtíce; en cuyo caso se establece un modo de secre- ción enteramente anormal, que si ha reempla- zado á la secreción fisiológica , es porque ha sobrevenido un trabajo morboso enteramente nuevo. Rara vez se observan hemorragias , á no haber complicación, en las enfermedades caracterizadas por un flujo abundante : la dia- HEMORRAGIAS. betes , la broncorrea , las diarreas por exhala- ción ó determinadas por los drásticos , los su- dores escesivos de los tísicos ó de los sugetos que se hallan sometidos á la temperatura ele- vada de un baño de vapor, muy rara vez van seguidos de flujo sanguíneo. «La preñez y la edad crítica predisponen á estas hemorragias; parece que ambos estados producen la plétora haciendo cesar el flujo menstrual, y porconsiguiente hemorragias. Sin embargo, no es esta su causa mas frecuente; es mucho mas común que aparezcan para su- plir á la hemorragia fisiológica. En este caso, sobreviene una de esas hemorragias succeda- neas , que no pueden referirse á ninguna le- sión perceptible de los sólidos ó de los líqui- dos , y que hemos incluido en la clase de las hemorragias esenciales (3.a clase). Puede ade- mas obrar la gestación, por 1a dificultad ente- ramente mecánica, que determina la dilatación considerable del útero en la circulación pul- monar, central y hepática. «Se ha admitido generalmente que las he- morragias suelen ser hereditarias: esta aser- ción es fundada , pero exige algunas palabras de esplicacion. Si sobreviene la hemorragia en un sugeto que ha heredado de sus padres un temperamento sanguíneo , podrá decirse que la cualidad hereditaria ha tenido cierta influen- cia en la producción de la hemorragia; pero solamente porque se refiere á una disposición orgánica, que puede transmitirse por medio de la generación. Lo que generalmente trans- mite el padre á sus hijos, es la debilidad de una viscera o su lesión ya caracterizada; y esta causa esplica la producción del mayor nú- mero de hemorragias hereditarias : entonces debe el médico tratar de precaver el funesto desarrollo de las enfermedades, que en los pa- dres ó en otros hermanos produjeran hemor- ragias, valiéndose al efecto de las reglas de la higiene , rigorosamente observadas. La diáte- sis hemorrágica qué depende de una alteración de la sangre puede transmitirse por via de he- rencia , como hemos demostrado , lo mismo que la constitución pletórifca y el temperamen- to sanguíneo. Hemos dicho ya qué señales pre- sentan los sugetos en quienes existe : ofrecen la mayor parte de los síntomas de una clorosis poco graduada. «Los periodos de la vida en que se mani- fiestan las hemorragias con mayor frecuencia, son la pubertad , la adolescencia y la virilidad. Están mas predispuestas las mujeres que los hombres , á causa de las funciones que el úte- ro desempeña. La menstruación, el embarazo y la edad crítica , ejercen asimismo mucha in- fluencia en la producción de las hemorragias. Empieza esta disposición hacia la época de la pubertad , pero es todavía mas marcada hacia la edad crítica , y algún tiempo después. Estas diversas condiciones obran favoreciendo la plé- tora, ó determinando congestiones hemorrági- cas hacia algunas visceras. Los flujos sanguí- HEMORRAGIAS. neos afectan mas particularmente á ciertos ór- ganos , según la edad : en los recien nacidos son mas comunes las hemorragias procedentes del tubo digestivo y la faringe; en los mucha- chos y los púberos se verifican con preferen- cia por las fosas nasales; en los adultos por el pulmón y los intestinos ; mas adelante, en fin , son el colon, el recto, la vejiga y el ce- rebro , los sitios predilectos á donde se dirige la sangre. « Videlicet pueri et adolescentes san- «guinis profluvíum é naribus potissimum pa- «tiuntur , ¡iTjuvenibus crúor exitum suum per «pulmonum vasa magis molitur, unde hemop- «tysis, et inde orla phlhisis huic aetati fami- «liarissima ; in víris et qui in consistente «e- «tate sunt constituti, sanguis persedis ve- «nas; in decrepita autem aetate per vias uri- «narias plerumque exitum affectat.» ( HoíT- mann , de Hamorrhagiis, p. 194, in Opera omnia , t. 1, 1761.) Debíamos indicar las pre- disposiciones que inducen las edades a tal ó cual hemorragia , porque todos los autores ha- blan de ellas ; pero de ninguna manera sali- mos garantes de la exactitud de las aserciones emitidas sobre este objeto. Conviene ademas advertir que no basta manifestar de un modo general que las hemorragias son mas frecuen- tes en ciertos órganos; sería preciso señalar también los motivos que hay para que asi su- ceda. Se halla por lo común la razón de estos hechos en la mayor frecuencia de ciertas en- fermedades , de las que el flujo sanguíneo no pasa de ser un síntoma. Si es la hemorragia pulmonar mas común desde los veinticinco á los treinta y cinco años, es debido esto á que en dicha época se observa el máximum de fre- cuencia de la tisis. Los flujos sanguíneos del útero , las hematurias y la hematemesis , no se manifiestan tan á menudo en una edad mas adelantada, si no en razón de la mayor fre- cuencia de las enfermedades del útero, del es- tómago y de la vejiga. De esta manera se es- plica casi siempre la preferencia de la hemor- ragia hacia ciertas visceras: cualquiera otro modo de considerar la etiología de los flujos sanguíneos, se hallaría en oposición manifiesta con lo que enseña la observación. * «Se ha dicho que el temperamento sanguí- neo predisponía á las hemorragias; esto es cierto si solo se trata de las hemorragias por plétora. En tales casos es la composición de la sangre la causa que conduce á la plétora, y por consiguiente á la hemorragia. Solamente respecto de estas hemorragias puede aceptarse la opinión de Stahl; quien las consideraba co- mo un acto conservador, de que la naturaleza se sirve para sustraer á la economía cierta cantidad de sangre , que por su composición «normal (aumento de los glóbulos), determina fenómenos morbosos. Ya hemos manifestado cómo en tales casos produce la hemorragia la curación (véase Hem. de la primera clase, pri- mer orden). , «Historia y bibliografía.—Hipócrates se 45 sirvió de muchas locuciones para designar el flujo sanguíneo. Cuando es poco abundante y se verifica gota á gota , le llama E^ixrir ó crrx Kxypot ; y cuando es abundante se sirve prin- cipalmente de la palabra ocittoffMyix, que quie- re decir también hemorragia nasal, cuando no indica la parte del cuerpo que es asiento del flujo. En el libro de los Aforismos se halla cierto número de proposiciones, que prueban la esactitud de las observaciones hechas por Hi- pócrates. «Los antiguos atribuían las hemorragias á causas bastante diversas. Celio Aureliano reasume sus opiniones en un capítulo que tra- ta de las hemorragias. Themison no admite mas que las producidas por herida. Hipócra- tes las hace depender de la rotura de las ve- nas, y Euryphon, de las arterias. Asclepia- des las refiere á un doble origen, la rotura y la ulceración. Erasistrato añade á estas la he- morragia por la estremidad de los vasos, ó por anastomosis: «Alii duas differentias posue- «runt, éruptionis et putredinis, ut Asclepiades; «alii tres, eruptioíiis , et putredinis , et oscu- «lationis, quam Graecianastomosin vocant, ut «Erasistratus.» Otros hay, comoBacchius, que admiten una hemorragia por espresion ó por sudor (expressione sive sudatione): que es nuestra hemorragia por exhalación. «Demetrio, partidario de Herofilo, distin- gue las hemorragias con ó sin herida de los vasos: la que va acompañada de herida se ve- rifica por rotura ó por ulceración. Las que no son producidas por la lesión de los vasos se subdividen en otras cuatro especies: la pri- mera se verifica por rarefacción; la segunda por espresion ó trasudación; la tercera por debilidad ó por atonía , como dicen los griegos; y la cuarta por anastomosis , esto es por los capilares. Celio Aureliano admite tres modos de flujo sanguíneo: por rotura, por herida y por ulceración. El capítulo que consagra al estudio y tratamiento de las hemorragias es de mucho interés para la historia de la medi- cina: en él se hallan espuestas detalladamen- te las ideas de Sorano, de Erasistrato, de Asclepiades y de Thesalo; pero como no se fundan mas que en hipótesis poco admisibles, y como el tratamiento que se indica con es- tension en el libro de Celio Aureliano , es mas empírico que racional, nos dispensa- mos de entrar en mayores detalles (Acutorum et chronicorum morborum Libri, tomo II, li- bro II, página 152 y sig., en 8.% edit. de Ha- 11er, 1774). . «Galeno trata muy por menor, en el quin- to libro del Método de curar (cap. III y sig.), de todos los agentes terapéuticos, y de todos los procederes operatorios, que pueden poner- se en uso para curar las hemorragias. Aun en el dia puede añadirse muy poco á la lista de los remedios que presenta. Sus ideas sobre la derivación y la revulsión en el tratamiento de las hemorragias merecen toda la atención de 46 HEMORRAGIAS. los terapéuticos (Galeni opera omnia, t. X, p. 300, ed. de Kuhn; 1825]. Hemos hablado con algunos detalles de las divisiones admiti- das por Galeno; divisiones que han sido re- producidas por sus sucesores. Habia entrevis- to los diferentes modos de flujo sanguíneo; y sabia muy bien que la sangre podía salir por efecto de las enfermedades de los vasos, ó de las alteraciones de cantidad y de calidad su- fridas por el líquido que se halla en circula- ción. Lordat acusa á los médicos predeceso- res de Galeno de no 'haber visto en las he- morragias mas que un fenómeno hidráulico. Sin embargo, creemos inesacta esta aserción. Para no citar mas que una prueba entre otras muchas que pudiéramos presentar, recorda- remos que uno de los partidarios de Herofilo, llamado Demetrio, admitió formalmente he- morragias por debilidad de las paredes de los vasos, y otras por ulceración. Asclepiades y Erasistrato, manifestaron de antemano ideas análogas. Pinel y Bricheteau dicen que Sora- no, Erasistrato, y Celio Aureliano, escribie- ron bajo la influencia de la idea, de que el cuerpo humano es un sólido poroso, atrave- sado por innumerables conductos llenos de sangre (art. Hemorragia. Dic. de cieñe, méd.) No es menos verdadero que antes de Galeno habian ya formulado los médicos, respecto al origen de las hemorragias, las mismas opinio- nes que después se han esplanado largamente. Las diferentes teorías físicas y vitales á que han unido su nombre algunos autores moder- nos, se encuentran en obras mas antiguas que la de Galeno. Entre las hemorragias por alteración de los vasos y de la sangre, se ha- llan indicadas claramente en los escritos de aquel médico, las activas y pasivas. «La ma- yor parte de las ideas teóricas emitidas en es- tos últimos tiempos respecto de la causa próxi- ma de las hemorragias, dice con razón M. Rai- ge-Delorme, datan desde una época* muy re- mota, y ni aun cabe á los modernos el mérito de estas vanas ficciones (Bibliografía del art. Hemorragia, Dic. de med, segunda edíc. t. XV p. 176). No debemos detenernos á manifestar las ideas emitidas por Paracelso sobre la altera- ción de los vasos corroídos por la sangre so- brecargada de sales, ni tampoco las doctrinas vitalistas de Vanhelmont. Solamente debemos notar cuánta diferencia existe entre los escri- tos de Hipócrates y los de sus sucesores. No se ocupa el primero mas que de los resultados diagnósticos y pronósticos que le ha facilitado la observación atenta de las diferentes especies de hemorragia; y los otros, empezando por el mismo Galeno, se ocupan en razonar y con- vertir en hipótesis todos los hechos de que han sido testigos. Asi es que en las obras de Hipócrates no se halla ninguna generalidad sobre las hemorragias, como tampoco sobre otros fenómenos patológicos comunes á diver- sas enfermedades; pero sí observaciones esac- tas sobre las hemorragias del útero, de las fo- sas nasales, etc. . , Federico HoiTmann debe ser considerado como uno de los médicos que mejor han es- crito sobre las hemorragias. Mas para juzgar de él convenientemente, es necesario no de- tenerse en sus teorías, y meditar cada una de las preciosas monografías que ha publicado sucesivamente sobre las hemorragias, y cu- yos títulos son: de hoemorrhagia narium; de hemoptysi; de Mictu cruento, de vomitu cruento (1729); de morbo nigro (1701) que comprende otros flujos ademas del sanguíneo; de salubritate fluxús hoemorrhoidalis (1697); de Apoplexia (1728) , (opera omnia , su- plem. III, pág. 82 y sig. 1753, Geneva»). Las causas, los síntomas, y sobre todo el trata- miento de estas hemorragias, se hallan estu- diados únicamente bajo el punto de vista de la observación. Su doctrina sobre la causa de los flujos sanguíneos se halla espuesta en la disertación siguiente : de Hcemorrliagiarum genuina origine et curatione ex principiis me- chanicis, 1697. Primero hace una crítica de las opiniones antiguas, y se declara contra las ideas humo- rales, que consisten en hacer depender la dié- resis y la erosión de los vasos de la acrimo- nia de la sangre; tampoco quiere admitir que las hemorragias sean producidas por la laxi- tud y la debilidad de los vasos , ni por la plétora (exuberanlia xsanguinis), ó la fermen- tación. A su parecer consiste su causa en la dificultad de la circulación en algunos pun- tos : «Censeo hcemorrhagiarum causam ¡n- «mediatam et continentem esse sanguinis li- «beriorem in circulatione sua impeditum». Acontece, cuando ciertas partes del cuerpo, sobre todo las que se hallan distantes del co- razón , sufren un angostamiento y una con- tracción espasmódica, que no pudiendo cir- cular la sangre en las venas, cuya contrac- ción se halla aumentada, refluye con fuerza á algunas partes que no la reciben en estado fi- siológico : de aqui resulta que las arteriolas,' que no dan paso mas que á una linfa tenue, acaban por dejarse distender estraordinaria- mente, y dan cabida á la sangre. Las enfer- medades en cuyo curso son frecuentes las he- morragias tienen principalmente por efecto ocasionar la induración y la obstrucción de los vasos, y poner de esta manera un obstáculo al curso de la sangre. Sucede, en este caso, un fenómeno algún tanto parecido al que se verifica en una máquina hidráulica cuando están obstruidos algunos de sus conductos: entonces se precipita el líquido con mayor fuerza y rapidez por aquellos que han queda- do libres. Los mismos efectos se observan en el cuerpo vivo: efectivamente , cuando no puede la sangre circular con libertad en las venas de ciertos- órganos , porque se hallan obstruidas ó contraídas espasmódicamente, se aumenta mucho la fuerza de impulsión en los <•» . hemorragias. 47 ramos y ramillos arteriales, que, distendidos por la sangre, se abren y la dan paso por sus estremídades (De Hamorrhagiis in genere, 1.1, p. 195; Opera omnia; Genev., 1761). Bastan estas citas para dar á conocer toda la doctrina de HoiTmann: hállase fundada en leyes-físicas y en la teoría del espasmo. La apoyó en un crecido número de pruebas, que creemos deber omitir, y cuya esposicion deta- llada se encuentra en la disertación que an- tes hemos citado (De hamorrhagiarum ge- nuino origine el curalione , etc.; p. 88 y sig.) No son tanto las ideas teóricas como las esce- lentes observaciones de HoiTmann las que han contribuido á los progresos del estudio de las hemorragias. También á las teorías de que Stahl se ha declarado defensor, se han atribuido los ser- vicios que asi él cómo sus discípulos han pres- tado á la ciencia, presentando las hemorra- gias bajo un nuevo punto de vista. Diremos respecto á Stahl lo que hemos dicho de Fe- derico HoiTmann. Si la historia de las hemor- ragias que el célebre vitalista ha trazado de una manera tan completa, debe considerarse como uno de los mas bellos monumentos ele- vados á la ciencia, es porque encierra un cre- cido número de observaciones tomadas de la naturaleza. Débese á Stahl una descripción muy esac- ta de las condiciones fisiológicas que favore- cen la producción de las hemorragias (Exac- tior pensitatio excretionis sincere sanguínea; en Theoria medica vera, p. 300, en 4.°; Hala?, 1737.) Contiene esta obra preciosas ideas so- bre la distribución de la sangre en la econo- mía , y sobre la justa repartición de este flui- do; y sirve de introducción natural á la doc- trina de Stahl sobre los flujos sanguíneos mor- bosos. En su capítulo intitulado: Historia cau- sarum hamorrhagias producentium (loe. cit.; p. 516), indícalas causas ocasionales, y en el siguiente describe la plétora y todas las con- diciones patológicas que pueden producir las hemorragias (De vero habilu causali hannor- rhagias producente (loco citato, p. 519). En este capítulo se declara con mas fuerza contra las teorías físicas admitidas para esplicar las hemorragias. Procura probar, por argumen- tos que son dignos de atención, que el espe- sor de la sangre, las obstrucciones de las vis- ceras, y los demás obstáculos á la circula- ción, no pueden esplicar las hemorragias por plétora, por conmoción moral, etc. Las hace depender de un movimiento espasmódico de las partes (motitaliotonico-spaslica). Después nos las.presenta como fenómenos críticos úti- les al organismo, y que ponen término á los accidentes mismos de que va precedida la he- morragia. La descripción de las diferentes he- morragias va en seguida de estas ideas ge- nerales, y en alguna manera las sirve de co- rolario (de Hwmorrhagia narium; de Ha- moplysi; de Vomitu cruento i etc. (p. 529 y sig.); de hamorrhoidum Fluxu (p. 581); de Mictu cruento (p. 573); de uteri Hcemorrha- giis (p. 581). El opúsculo en que se halla mas principalmente desenvuelta la doctrina de Stahl sobre las "hemorragias críticas, es el si- guiente: Programma de consulta ulilitate hw- morrhagiarum, en 4.°, Hal. 1704. También ha dado una descripción mas exacta que sus pre- decesores , de las hemorragias supletorias de las reglas (Dissertatio de mensium viis insoli- tis, Hal 1702, y disputat. ad morb., Hal, t. IV, p. 525). A nuestro entender no consiste el principa) mérito de Stahl en haber establecido la división de las hemorragias en activas y pasivas, por lo que tanto se le ha elogiado, sino en haber sa- bido restituir á los fenómenos vitales la parte. incontestable que toman en la producción da ciertas hemorragias. No es decir esto que todas las hemorragias llamadas activas por Stahl de- pendan de una acción vital de los sólidos, por- que ya viene demostrado que esta opinión es inexacta, y que la causa de estos flujos san- guíneos debe buscarse las mas veces en una al- teración evidente de la sangre; pero alabamos al célebre vitalista por haber combatido las doc- trinas demasiado esclusivas de los físicos , y establecido un elemento mas en las causas de las hemorragias, á saber, la acción vital de los capilares. No volveremos á ocuparnos de la división admitida por Stahl, porque ya nos hemos es- tendido bastante en este asunto. Solamente recordaremos que el sentido dado por dicho médico á la denominación de activa y de pasi- va , aplicado á las hemorragias, no es el que se le ha asignado después. «Los flujos de sangre verdaderamente pasivos, dice, son aquellos que no dependen de una acción vital espontánea (spontaneis vitalibus actibus aliena), y son producidos por una violencia cualquiera ó por una causa esterior y estraña al organismo, que ejerce su acción sobre los vasos: tales son las hemorragias por rotura, por dislaceracion, por erosión y por cortadura (de fluxibus sanguinis veré passivis , art. IX, pág. 600; en Theor. méd. ver.).» Todas las hemorragias no trau- máticas son activas en concepto de Stahl. Sus discípulos, entre otros Alberti y Junc- ker , han continuado las investigaciones de su maestro , y publicado un crecido número de disertaciones ; pero poco han añadido á lo que aquel había dicho, y no han sido otra cosa, como la mayor parte de los sectarios, que unos copistas exajeradores de las doctrinas de Stahl. Lo» flujos sanguíneos vinieron, en cierta ma- nera , a ser para ellos el eje sobre el cual giró toda la patologia (Alberti, pathologia hmmor- rlíagiarum; disert. in 4.° ; Hal. , 1704 ; de hemorrhagiarum complicatione , in 4.°, Hal.; Juncker. Véase principalmente Diss. de has- morrhagiis naturalibus generatim considera- iis,inh.°; Hal., 1739; — Diss. de quadru- plici hcemorrhagiarum naturalium respectu, 48 HEMORRAGIAS. in i.°; Hal., 1746). Hoffmann por su parte halló numerosos partidarios que adoptaron su doctrina y la siguieron en sus escritos. Boer- haave y su comentador Vaii-Swieten abrazaron su sistema , pero no de un modo esclusivo. Hay un médico cuyo nombre y cuya obra no figurau en las bibliografías relativas á la he- morragia; ese médico es Huxham: sin embargo, sus trabajos sobre las alteraciones de la sangre, considerados como causa de los flujos sanguí- neos , merecen ocupar un lugar importante en la historia de esta enfermedad. Ya hemos da- do á conocer detenidamente las opiniones de Huxham sobre la disolución de la sangre, y la influencia de este estado patológico en la pro- ducción de las hemorragias. No hay duda que puede culparse á este autor de haber confun- dido algunas hipótesis con hechos bien obser- vados; pero también es necesario reconocer que es uno de los primeros que han proclama- do la importancia de las alteraciones de la san- gre, y su verdadero papel en la producción de las hemorragias. Las que se manifiestan du- rante las enfermedades febriles, acompañadas de síntomas generales graves, han sido objeto particularde su estudio. El estado morboso que designa bajo el nombre de disolución de la san- gre , corresponde, poco mas ó menos , á las alteraciones de dicho líquido por diminución de fibrina. Le ha observado Huxham en todas las enfermedades que actualmente le presentan, y fuera de algunas ideas especulativas sobre la constitución de la sangre , se hallan en la obra del médico inglés documentos muy preciosos sobre las alteraciones de dicho fluido en las hemorragias de las fiebres. Casi por sí solo ha constituido toda esta parte de la patologia hu- moral. Recomendamos á los que deseen formar una exacta opinión de la influencia que Huxham ha ejercido sobre ese ramo de la ciencia la lec- tura de su Ensayo sobre las fiebres, y particu- larmente los capítulos 4 y 5 del Estado de los fluidos y del estado de disolución y putrefac- ción de la sangre. También se hallan eu el ca- pítulo 8 de las Fiebres pútridas y malignas pe- tequiales algunos pasages dignos de ser leidos. Pueden contarse en la historia de las hemor- ragias muchas grandes épocas : la primera se halla representada por Hipócrates, Galeno y los copistas de estos dos hombres célebres; la segunda por Stahl, Hoffman y sus adeptos; la tercera por Huxham y los que han seguido el mismo camino que él; la cuarta comprende los trabajos debidos á Cullen, Sauvages,Brown, Lordat y los vitalistas modernos , y en la quin- ta , que empieza en el siglo XIX, se incluyen todos los trabajos fundados en la localizacion de las enfermedades. Hállase el estudio de las hemorragias demasiado íntimamente unido al délas inflamaciones, y sobre todo al de las fiebres , para que las investigaciones anatómi- co-patológicas, que tanto han esclarecido el es- tudio de estas y de las enfermedades reputa- das como generales , hayan dejado de proyec- tar al mismo tiempo su luz sobre la historia de las hemorragias. Es imposible separar unos objetos que se hallan tan íntimamente unidos, y sería adoptar una falsa ¡dea de la historia de la medicina creer que un descubrimiento, que tiene por objeto un punto limitado de la pato- logia , deje de ser provechoso para las demás partes de esta ciencia. ¿No han contribuido Bi- chat, Marandel, Broussais, Corvisat y Laen- nec á perfeccionar nuestros conocimientos acer- ca de las hemorragias por medio de sus nume- rosas investigaciones dé anatomía patológica? Cullen admite la división de las hemorra- gias en activas y en pasivas. No comprende ba- jo el título de hemorragias mas que á las pri- meras, «esto es, las que van acompañadas de cierto grado de pirexia , el cual parece depen- der siempre de la aceleración del movimiento de la sangre en los vasos que la permiten salir, cuya aceleración es principalmente efecto de una causa interna. Hoffrnan , dice Cullen , me sirve en esto de guia ; ha unido las hemorra- gias activas á las febriles, y colocado por con- siguiente á las primeras como un orden en la clase de las pirexias. Yo escluyo de este orden todos los derrames de sangre roja , que son debidos esclusivamente á una violencia ester- na , y todos aquellos que , aunque producidos por causas internas, no van sin embargo acom- pañados de pirexia, y parecen ocasionados por una fluidez pútrida déla sangre, y por la debili- dad ó erosión de los vasos , mas bien que por la celeridad de la circulación en ellos.» (Élé- ments de medecine pratique, V. II, pág. 98. París, 1819.) El sentido arbitrario que dáCu- iten á la palabra hemorragia prueba que no ha apreciado todas las condiciones patológicas que determinan el flujo sanguíneo; pasa en silencio todas las hemorragias de las fiebres, aunque hace del estado febril uno de los caracteres de las hemorragias. Debiera causar sorpresa esta con- tradicción , si no se supiese que Cullen ha sa- crificado muchas veces sus opiniones de noso- grafo á las afinidades que ofrecen ciertas enfer- medades. La doctrina del médico escoces difiere esen- cialmente de la de Federico HoiTmann, en que ocupan en ella él primer lugar el espasmo y los fenómenos vitales; sin embargo, la conjestion y la distensión de los vasos desempeñan tam- bién un papel que la teoría mecánica de Hoff- mann puede reclamar con justo motivo. «Cual- »quiera desigualdad en la distribución delasan- »gre ocasiona una conjestion en ciertas partes «del sistema sanguíneo , es decir, que ciertos «vasos reciben mayor cantidad de sangre que la «que permite su natural capacidad. Por coosi- «guiente se distienden mucho, y como esta dis- «tension viene á ser para ellos un estímulo, au- «menta su acción hasta un grado mas conside- »rabie de lo ordinario; entonces es empujada la »sangre con una fuerza estraordinaria á las es- «tremidades de dichos vasos, los abre por anas- tomosis ó por rotura; y si tales estremidades HEMORRAGIAS. 49 «están situadas de un modo laxo en las superfi- «cies esternas ó internas de algunas cavidades «que se abren esteriormente, sale cierta canti- »dad de sangre por aquella parte del cuerpo. «Este razonamiento servirá en alguna ma- «nera para esplicar el modo cómo se verifica la «hemorragia. Pero me parece que en el mayor «número de casos concurren algunas otras cir- «cunstancias á producirla; porque es probable «que la conjestion ocasione una sensación de re- «sistencia, que escite la acción de la fuerza me- «dicatriz de la naturaleza, cuyos efectos van »comunmente acompañadosde accesos de calor «febril , el cual dá mayor fuerza á la acción de «los vasos: el concurso de estos esfuerzos con- »tribuye mas eficazmente á abrirlas estremida- «des de los vasos, y determina la salida de la «sangre» (loe. cit., págs. 100 y 101 }. Como acaba de verse , es la teoría de Cullen mas vi- tal que mecánica; pero no se adapta al vitalismo sutil de Stahl, presentando en alguna manera un aspecto mas fisiológico : esta teoría se apro- xima mas á nuestras ideas actuales sobre el di- namismo. Por lo demás no dá á conocer mejor que las otras los fenómenos íntimos y el meca- nismo de las hemorragias: hace suponer algu- nos movimientos dinámicos , probables sin du- da , pero no demostrados. No podían las hemorragias quedar escluidas del vasto sistema de Brown , quien las consi- dera á todas como dependientes de la astenia. Su doctrina ejerció una inmensa influencia en la terapéutica de esta"enfermedad , y como es- tá en la esencia de todos los sistemas médicos, hasta los mas esclusivos, el llevar en sí mis- mos el germen de algún descubrimiento útil, no dejaron las ideas de Brown de prestar mas de un servicio , inclinando á los prácticos á combatir ciertas hemorragias por medio de los estimulantes. Es algunas veces eficaz este tra- tamiento , no contra la hemorragia misma , si- no contra las enfermedades de que es síntoma. Llegamos, pues, á una época preciosa pa- ra la historia de las hemorragias. La anatomía patológica , cuyos tesoros descubrió Morgagui, derramó su luz sobre la patologia entera. B¡- chat, cuyo inmortal ingenio fundó á un mismo tiempo la anatomía general y el estudio de las enfermedades por sistemas de órganos, demos- tró de la manera mas evidente, que bajo la in- fluencia de causas directas ó simpáticas que escitan su sensibilidad, dan paso á la sangre los exhalantes , y vienen á ser de esta manera el oríjen de un crecido número de hemorragias. También pueden estos mismos vasos exhalar la sangre cuando se hallan acometidos de ato- nía, y está su propiedad contráctil disminuida ó anonadada. Por último, como si Bichat no quisiere dejar nada por descubrir á sus suce- sores, demostró la analogía de un crecido nú- mero de hemorrasias con la inflamación (Ana- tomía general). Maraudel no ha hecho mas que , esplanar esta idea. El mismo Broussais funda en ella toda su. TOMO VIL /%& doctrina respecto á las hemorragias, que refiere al fenómeno general de la irritación. Admite que los exhalantes dan paso al fluido sanguíneo cuando la irritación inflamatoria le llama á los capilares que producen el flujo; y también con- sidera como una predisposición á las hemorra- gias la actividad de la hematosis, unida á una grande irritabilidad del sistema sanguíneo (exa- men des doctrines, propositions et pliegmasies chróniques, t. T). Lefevre habia sostenido ya con talento la analogía de las inflamaciones y de las hemorragias (Dissert. inaug. París, 1812); pero á Broussais corresponde el honor de haberla dado toda su importancia , y hecho deducciones convenientes para el tratamiento de tales enfermedades. El estudio de las diferentes afecciones vis- cerales de que es síntoma el flujo sanguíneo, ha contribuido mas á los progresos de la historia de las hemorragias consideradas de un modo general, que las obras en que únicamente se examinan bajo este último punto de vista. Los trabajos de Corvisart, de Bayle y de Laennec, sobre las enfermedades del corazón y del pul- món , asi como las obras consagradas al estu- dio de las fiebres y déla anatomía patológica, son propiamente hablando los libros en que se encuentra contenida implícitamente la verdade- ra historia de las hemorragias. Solo en ellos puede adquirirse una justa idea de sus causas, de su pronóstico y de su tratamiento. La descrip- ción general de este fenómeno patológico debe resultar del estudio particular de las enferme- dades que le producen; cualquiera otra manera de considerar las hemorragias sería contraria al verdadero espíritu de la ciencia. Lordat, en su Traite des hwmorragics , ha procurado poner de nuevo en voga algunas doctrinas vitalistas sostenidas ya en los tiempos antiguos ; pero, fundándolas sobre una fisiolo- gía oías adelantada, se ha ocupado mucho eu descubrir su causa primera: de aquí resulta oscuridad y un crecido número de hipótesis, que hacen perder á esta producción una parte de la autoridad que la proporciona el conoci- miento profundo de los autores antiguos. La obra de Latour, que fué muy bien recibida en la época en que se publicó (1805) , no debe considerarse masque como una estensa colec- ción, en la cual ha hacinado el autor casi todas las observaciones de hemorragias conocidas has- ta entonces. Bajo este concepto no ha dejado este libro de ser útil ; con frecuencia ha sido consultado por los autores que se han ocupado en la descripción de las hemorragias ;*pero no tiene derecho al título que le da su autor, á saber : Historia filosófica y médica de las cau- sas esenciales , inmediatas ó próximas de las hemorragias. Entre los numerosos artículos que sobre este objeto se han publicado , merece particu- lar mención el del Diccionario de ciencias mé- dicas , escrito por Pinel y Bricheteau , en el SiVSrL^Í'Ví^áí^L'03 autores una descripción ge- 2.TCZ4I Uüngt ON: f). oO INFLAMACIONES. neral de las hemorragias. Empero se han equi- vocado al considerar á esta enfermedad como lo habían hecho sus antecesores , olvidándose de continuar la localizacion que uno de ellos habia aplicado con tanta habilidad al estudio de las calenturas y de la nosografía. Los artículos de los diccionarios publicados después, nada han añadido á lo que ya se sabia; por esto nos limi- taremos á indicar el del Dictionnaire de mede- cine, 2.a edic. , 1837 , escrito por M. Chomel, el cual es incompleto, y está Heno de generali- dades que han envejecido, y carecen de aplica- ción en la práctica. Solo hemos hallado muy insignificantes documentos en las siguientes obras: Copland, Diclionn. of praclical medeci- ne , art. hemorragia , t. H , pág. 61; The Cy- clopedia of practical medecine , por Watson, t. II, pág. 409; Naumann , Handbuch der medinischer Klinik, t. II, p. 756. La historia de las hemorragias, contenida en el primer to- mo de la obra de M. Gendrin (Traite philoso- phie de medecine pratique), es un estudio largo y difuso, en que el autor ha reunido sin crítica todas las generalidades que pueden escribirse sobre este asunto. »Una de las últimas fases de la historia de las hemorragias es la que Huxham inau- guró dignamente, y ha sido continuada en estos últimos tiempos por algunos observa- dores, cuyos nombres hemos citado en el dis- curso de este artículo. Se habia olvidado casi por completo el importante papel que desem- peña la sangre en la producción de las enfer- medades , y particularmente en las hemorra- gias, cuando Magendie llamó de nuevo la aten- ción de los médicos sobre las alteraciones de dicho líquido, é hizo un crecido número de es- perimentos curiosos, para demostrar sus efec- tos patológicos. Las investigaciones de Le Ca- nu, Prevost y Dumas, Andral y Gavarret, han acabado por fin de establecer las verdaderas bases de la patologia humoral, sin la cual no es posible comprender cómo se producen mu- chas hemorragias. Es , pues, indispensable re- currir á los escritos de estos autores para com- pletar los documentos necesarios para el estu- dio de las hemorragias.» (Mon. y Fl., comp., t. IV , pág. 490 y siguientes.) CLASE SEGUNDA. DE LA INFLAMACIÓN. nombre y etimología. La palabra infla- mación se deriva del latín inflamare, encen- der, quemar; sin duda porque los tejidos que son asiento de esta enfermedad presentan fenó- menos semejantes á los que sobrevienen en las partes que han sufrido una quemadura, ó por- que el caler insólito que se manifiesta en los tejidos inflamados es uno de los fenómenos mas notables de la enfermedad. Dice M. Requin que eu un principio ha debido darse este nom- bre al estado patológico que es consecutivo á la acción del fuego , de la llama, de un cuerpo cualquiera incandescente , sobre las partes vi-, vas, y principalmente sobre la piel (Elémens dePathologie medícale, 18V3 , 1.1, pág. 450); pero mas bien creemos que la palabra inflama- ción se haya empleado siempre metafóricamen- te. Esta es asimismo la opinión de Monneret y Fleury /quienes añaden : «que es necesario, para que llegue dicha palabra á espresar una cosa existente , según la espresion de Bacon, determinar los fenómenos positivos que con ella se deben indicar ; porque en el dia no se han fijado aun los caracteres invariables de la infla- mación (Comp. de Med. , t. V, pág. 181). Sinonimia. Usanse como sinónimas las pa- labras inflamación , flegmasía y flogosis. Aun- que algunos autores hayan querido espresar con ellas cosas en cierto modo diferentes , en su origen han servido para designar el mismo estado patológico , y por lo común se usan in- distintamente. Hipócrates llamó á esta enferme- dad My(*x(mi, estoes, flegmasía, y otros médi- cos griegos QÁeyuffit, ©í.iyfAixat!. Los latinos la designaban con las palabras inflamalio, phleg- mone. Los franceses emplean como sinónimas, lo mismo que en España, inflammation, phleg- masie y phlogose. Definición. «Desígnase generalmente ba- jo el nombre de inflamación una enfermedad común á casi todos los tejidos vivos que deter- mina calor , rubicundez , tumefacción y dolor. Si estos fenómenos se hallasen reunidos cons- tantemente, y no perteneciesen mas que á la inflamación, convendríamos todos tal vez en no ver otra cosa en ellos que los síntomas de un estado morboso siempre semejante; pero no sucede asi. Mas adelante veremos que para tal autor (Broussais, por ejemplo), no debe la in- flamación circunscribirse de esta manera,sino que tiene un sentido mas general. Tal otro, por el contrario , exige una alteración de con- sistencia en los tejidos; este procura probar que siendo la rubicundez, la tumefacción , el dolor y el calor , unos fenómenos comunes á diferentes alteraciones de nutrición, no es ra- zonable definir la inflamación por estos solos fenómenos ; mientras que aquel sostiene que pueden faltar el dolor y la tumefacción , bas- tando la rubicundez y el calor para caracterizar la flegmasía. Acaso nos conduzca á datos mas precisos una esposicion crítica de las mejores definiciones. »StahI define la inflamación un calor anor- mal que se desarrolla en una parte cualquiera, y va acompañado de tumor , rubicundez , au- mento de consistencia, y sensibilidad mas es- quisita de las partes , la cual se acrecienta por medio de la presión. La detención de la sangre ó congestión, es para Stahl otra condición esen- cial de la flogosis; de modo que no bastan el dolor y el calor para caracterizarla (Theoria médica vera, pág. 830). Si el célebre vitalista se hubiese limitado á definir de esta manera la H A*'" inflamaciones. 51 inflamación , hubiera andado muy próximo á la verdad; pero no quiso ver en esta dolencia mas que un efecto de la actividad de los vasos que se esfuerzan para vencer la detención de la sangre , y la obstrucción de los capilares por este fluido, cuyo esfuerzo es dirijido por el principio inmaterial y conservador de la vida. No era , pues, otra cesa la inflamación , á su parecer, que un efecto de aquella estancación, no demostrada todavía á lo menos como causa de los fenómenos. «En concepto de HoiTmann , la inflamación es la estancación de la sangre, no tanto en los capilares arteriales y venosos , que la admiten por lo común , como en los vasos de pequeño calibre/donde no penetran los glóbulos rojos, y que únicamente reciben linfa. Las doctrinas físico-químicas, que tanto han contribuido á los progresos de la medicina moderna y difundi- do con tanto crédito el sistema médico dé HoiT- mann , le hicieron considerar á un error de lu- gar como la causa verdadera de la inflamación. Es falsa la definición de este autor , porque tiende á hacer admitir el tránsito de la sangre á unos vasos cuya existencia no ha demostrado la anatomía ; pero ha sido útil por cuanto ha llamado la atención de los observadores hacia el feuómeno de la congestión capilar, que Hoff- man designó implícitamente. Boerhaave se apartó pocode las doctrinas de HoiTmann: en su concepto la inflamación es ocasionada por la presión y frote de la sangre arterial acumulada en los pequeños vasos, é impelida con fuerza por el corazón, cuyas contracciones escita la fiebre (Com. in aph., aphor. , 371). Todos los síntomas son, en esta teoría, producidos por el rápido movimiento de la sangre , y el paso de sus glóbulos á los vasos que no deben conte- nerlos. El error de lugar , la obstrucción y la atrieion, desempeñan , como se ve , el papel principal en el desarrollo de la inflamación. «Apresurémonos á desechar todas estas de- finiciones que parecen dirijirse al fondo de las cosas, pefo que en realidad no pasan de ser unas hipótesis incapaces de suministrar los ca- racteres sensibles y verdaderos del estado mor- boso que tratamos de definir. La teoría de la obstrucción fué engendrada por las doctrinas físicas que empezaban á estar en voga cuando escribieron Hoflmann y Boerhaave, de modo que no hicieron mas que acomodarla á las ideas fisiológicas que Leewenhoeck acababa de so- meter al dominio de la ciencia, como resultado de sus trabajos microscópicos sobre los tubos vasculares y el diámetro de los glóbulos san- guíneos que los vasos pueden admitir. «Las investigaciones del inmortal Haller modificaron á su vez las teorías, y por consi- guiente las definiciones ulteriores de la in- flamación ; ya no se cree ó,ue estancándose la sangre en su tránsito por los vasos de pe- - queño calibre ó inaccesibles á los vasos sanguí- neos, ó en razón de su escesiva viscosidad, pro- duzca todos los fenómenos de la inflamación: este papel se atribuye desde entonces á la irri- tabilidad escitada mas allá de su tipo normal. Fiorani,y luego Borsieri, fueron délos primeros á esplicar, por la irritación anormal de los teji- dos, el desarrollo de todos los fenómenos de la inflamación (Instituí, medie, pralt., t. I, pá- gina 24). Las teorías de Brown , de Bichat y de Broussais, de que hablaremos en otro lugar, no han tenido otro origen (Véase Historia y bibliografía). «Cullen definió la flogosis por sus síntomas mas notables (Éfém. de méd. prat., pág- 306, t. I, París 1819). Huntex llama inflamación «todo lo que produce los efectos siguientes: do- »Ior, hinchazón y rubicundez, en un tiempo «dado , ó como efecto de una causa inmediata» (OEuvres completes de John Hunter, pág. 385, París 1840). Mas adelante demostraremos que estos fenómenos son insuficientes para caracte- rizar la iríflamacíon. Admite Bichat que, cuan- do una parte se halla irritada, se aumenta su sensibilidad orgánica, es atraída la sangre en mayor cantidad á los tejidos, y de aqui proce- den todos los fenómenos de la inflamación (Bi- chat, Anal. gen.). Richerand no ha hecho mas que reproducir la opinión de Bichat, cuando definió la inflamación «el aumento de todas las propiedades vitales en la parte afecta.» (Nouv. élém. de physiologie, tomo I.) Estas mismas ideas, cuyo origen es fácil estender hasta Ha- ller, condujeron á Broussais á la siguiente de- finición: «Cuando la irritación acumula la san- gre en un tejido con tumor, rubicundez y calor estraordinario, y capaz de desorganizar la par- te irritada, se le dá el nombre de inflamación» (Examen des doctrines, propos. 99). Ya ha- blaremos detenidamente acerca de las doctri- nas de estos hombres célebres, que tan grande influencia han ejercido sobre la medicina; tam- bién tendremos cuidado de manifestar los ser- vicios que han prestado y el mal que han hecho, sin penetrar no obstante en el estudio profundo de sus doctrinas, lo cual escederia de los lími- tes que deseamos asignar á este artículo. »Por Ib que precede se vé que los autores que han definido la inflamación han buscado sus caracteres ya en los cambios moleculares mas íntimos que se efectúan en el seno de la fibra viva, ya en los fenómenos esteriores ac- cesibles á nuestros sentidos. Los primeros han hecho esfuerzos para llegar á distinguir en la circulación capilar de los tejidos, en el modo de distribución de la sangre, ó en los demás fenó- menos íntimos, algunas propiedades esenciales de la inflamación. Pero solo han conseguido crear hipótesis mas ó menos ingeniosas y pri- vadas de utilidad práctica. Ai contrario, los que ee han limitado á estudiar los síntomas prin- cipales y mas perceptibles han conseguido des- cubrir los caracteres de la flogosis, y todavía en la actualidad se admite ó desecha la exis- tencia de una inflamación, atendiendo al con- junto de aquellos síntomas. Este modo de pro- ceder es preferible á cualquier otro; y si á fa- 52 inflamaciones. vor suyo no puede descubrirse la naturaleza íntima de los fenómenos, á lo menos se llega con facilidad al conocimiento riguroso de al- gunas leyes generales. « Reconócese generalmente la inflamación por cuatro síntomas principales , que son : el calor, la rubicundez, la tumefacción y el do- lor. Mas sin embargo no siempre son constan- tes estos signos de la flogosis: en primer lugar los dos primeros no pueden percibirse mas que en los tejidos y los órganos situados al este- rior, y accesibles por lo tanto á la vista del ob- servador; ademas pueden faltar, aunque la in- flamación exista realmente , como sucede en la flegmasía de un crecido número de visceras interiores. También hay rubicundeces produci- das por causas mecánicas, por la debilidad y por la alteración de la sangre. La tumefacción que en semejante circunstancia se manifiesta, no puede considerarse como signo ciefto de in- flamación; asi es que no en todos los casos per- tenecen á esta clase de enfermedades la hin- chazón de las encías en los escorbúticos, cier- tas rubicundeces de la conjuntiva, la hipertrofia del bazo, del corazón, de una membrana mu- cosa , etc. » Los trastornos de la calorificación tampoco pueden caracterizar mas á la inflamación. Efec- tivamente , la temperatura animal se halla muy aumentada en las pirexias esenciales, que no son flegmasías ; como en la fiebre tifoidea , el sarampión y la escarlata. También el dolor es un fenómeno demasiado variable para que se le pueda conceder mucho valor semeyológico. «El dolor local no es inseparable ni aun de la in- flamación mas intensa (Broussais, examen des doctrines medicales, etc., propos. 190).» Sin embargo, el aumento de la temperatura y la rubicundez son todavía los signos mas fijos de la flogosis, como mas adelante demostraremos. Quieren algunos hallar en las modificaciones de consistencia del tejido, inflamado las pruebas irrecusables de la enfermedad; pero antes de que el tejido se endurezca , se reblandezca ó se altere de cualquiera otra manera , existe un trabajo patológico , que es el de la flogosis, y conviene saberle reconocer antes que llegue á un grado mas alto. Nadie ignora, por otra parte, que para declarar que un reblandecimiento ó una induración son inflamatorios, es casi siem- pre necesario haber observado los signos de la flogosis durante la vida; de tal suerte que si se conservase alguna duda respecto á la exis- tencia de la flogosis misma, no seria fácil de- cidirse únicamente en atención á las lesiones halladas en el cadáver. Esta discusión basta para manifestar cuántas dificultades se presen- tan cuando se quieren dar los caracteres irre- cusables de la inflamación. Estas dificultades llegan á ser insuperables si se pretende reunir por caracteres comunes á la inflamación aguda y crónica. Efectivamente, en el segundo caso desaparecen casi del todo los fenómenos que he- mos señalado al principio; no hay rubicundez, tumefacción, calor ni dolor, ó bien estas depen- dencias de la inflamación crónica se hallan tan poco marcadas, que es muy difícil determinar su verdadero origen. De aqui resulta una discu- sión interminable entre los autores. Era fácil entenderse respecto á la flegmasía aguda, pero no es posible reconocer la forma crónica de la misma enfermedad ; en esta desaparecen la mayor parte de los síntomas flegmásicos, y la autopsia cadavérica, lejos de disipar la in- certidumbre, suscita otras nuevas: todos los colores, desde el rojo hasta el negro; todos los reblandecimientos, desde el pulposo hasta la simple diminución de consistencia ; todas las in- duraciones, desde el simple engrosamiento has- talas induraciones cartilaginosas y las produc- ciones óseas, etc., vienen á ser para unos prue- bas manifiestas de flogosis crónica, mientrasque para otros no son mas que alteraciones de nutri- ción, cuyo origen flegmásico es sumamente du- doso. Nada exageramos; las discusiones que se han reproducido por espacio de cuarenta años, que continúan, y sin duda continuarán aun lar- go tiempo, no conocen otro origen. Y no solo es impracticable reunir por caracteres comunes las flegmasías agudas y las crónicas; hay ade- mas flegmasías específicas que entran en la gran- de categoría de las inflamaciones. Estas últimas flegmasías aumentan'Ias dificultades que acaba- mos de señalar, y es necesario declarar franca- mente, que hacen imposible una definición ri- gurosa y general de la inflamación. Laque va- mos á dar es únicamente aplicable á la inflama- ción aguda, ypuede considerarse que representa en este punto el actual estado de la ciencia. « La inflamación es un estado morboso, una enfermedad local en un principio, caracteriza- da constantemente por el aumento de la fibrina de la sangre, y á poco estensa y considerable que sea, por la alteración del pulso, la rubicun- dez , la tumefacción, el dolor y las lesiones ana- tómicas que daremos á conocer mas adelante. Manifestaremos que la composición de la san- gre se halla siempre alterada en las flegmasías, y que la cantidad de la fibrina escede de su proporción normal; también probaremos que el aumento de la temperatura del cuerpo y la aceleración del pulso, fenómenos constantes del estado febril, son casi inseparables de toda flo- gosis bien caracterizada. Por fin, mas adelante daremos una detallada descripción de cada uno de estos fenómenos, y podremos de esta manera legitimar la nueva definición que acabamos de formular, y en la cual se halla comprendido uno de los mejores caracteres que puede suminis- trar el actual estado de nuestra ciencia. De tan- tas maneras se modifican los grandes fenómenos de la inflamación,según la intensidad y duración de la flogosis y la naturaleza de los tejidos que invade, que á ca'da instante desaparecen en el organismo enfermo los caracteres que acaba- mos de trazar dogmáticamente, viniendo á re- sultar, que no puede el lenguaje médico com- prenderlos todos en una fórmula general (Com- inflamaciones. 53 pendium de med., t. V, pág. 182 y sig.).» »M. Berard (P. H.), autor del artículo Infla- mación del Dic. de med., la define en las siguien- tes palabras después de señalar las dificultades que se hallan para dar una buena definición: « Para nosotros no dejará de existir un estado morboso, al cual designaremos con el nombre de inflamación ; estado morboso caracterizado por una vascularidad mas considerable, acom- pañada generalmente de una sensibilidad exal- tada , y siempre de tendencia á una secreción anormal por su cantidad ó calidad, última con- dición que no se ocultó á Meckel, y sobre la cual conviene insistir» (Dict. de med., t. XVI, página 403). Esta definición de M. Berard, es muy se- mejante á la que dá M. Requin. Vamos á tras- ladar sus palabras: «Cuando una parte del cuerpo, que es el foco de una hiperemia esténica, aparece contra el orden normal roja, caliente, dolorosa, abulta- da y mas ó menos tensa, y con estos fenóme- nos, ó á consecuencia de ellos, se verifica la se- creción , ya de la linfa plástica, ya de pus , se dice unánimemente que dicha parte es asiento de la inflamación. Aun cuando todavía no exis- ta la secreción de la linfa plástica ó del pus, aun cuando no llegue á verificarse, hay conformi- dad eu reconocer, y con razón á nuestro en- tender, la existencia del estado inflamatorio desde el momento en que se observa tendencia próxima al desarrollo de estas secreciones mor- bosas. Según que existe ó no esta tendencia, debe la enfermedad calificarse de inflamación ó de simple hiperemia (Élém. de pathol. méd.y t. 1 , pág. 451).» Desde luego se advierte que todas estas de- finiciones adolecen de los mismos defectos que las demás dadas por los autores hasta el dia. Puede decirse que todas los definiciones de ,a inflamación se refieren, 1.° á la esencia de la enfermedad; 2.° á sus síntomas mas notables, ó 3.°, en fin, resultan de una mezcla de las^ anteriores , esto es , se dirigen á.dar á cono- cer á un tiempo la naturaleza íntima del mal, y los síntomas con que se revela su existen- cia. A este último género pertenece la defini- ción dada por Monneret y Fleury. Dícese en ella que la inflamación es primeramente local; y después, quevá caracterizada por el aumento de la fibrina en la sangre : pero, ¿es inflama- ción mientras no pasa de ser local? si ro es, puede existir sin aumento de la fibrina, y deja de ser este aumento un carácter de la flegma- sía. El hecho de no haber ese aumento de fi- brina hasta tanto que las inflamaciones llegan á cierto grado y determinan fiebre y los de- mas síntomas generales , asi como el de cesar luego que pasan al estado crónico, prueban que el aumento de la fibrina no constituye un carácter de la inflamación. A nuestro entender no solo han aislado diphos autores las inflama- ciones agudas para poderlas definir , sino que también han escluido de su definición las in- flamaciones agudas incipientes ó poco gradua- das: su definición se limita á las que son bas- tante intensas para producir síntomas gene- rales. Después de lo que viene espuesto seria por demás detenerse á manifestar los defectos de que adolecen las definiciones de Berard y Re- quin , principalmente la del último. El siguien- te párrafo de este autor revela por sí misino algunos de los principales inconvenientes de su definición. « Es cierto que si solo se atiende á los fe- nómenos hiperémicos é inflamatorios , percep- tibles á simple vista , no puede menos de ad- vertirse la vaguedad y falla de precisión que hay en considerar á esta tendencia como ca-^ rácter diferencial. Efectivamente , no hay sig- nos propios que la revelen en todos los puntos y siempre : se sospecha su existencia , mas bien que descubrirla , por el conocimiento que tenemos del curso dé tal ó cual géuero, de tal ó cual especie de enfermedad. Asi, por ejem- plo , en el sarampión, es acaso un error califi- car de inflamación aquel estado de la piel, pues que nunca hay secreción de linfa plástica , ni supuración: es una hiperemia esténica, y-nada mas. El eritema erisipelatoso , al contrario, aun cuando no haya todavía en la piel mas que rubicundez , calor , dolor y tumor, debe con- siderarse desde luego como utia inflamación; porque en tales casos sucede muchas veces que el dermis segrega una serosidad mas ó menos plástica , y aun supura. ¡Pero cuántos casos patológicos hay, necesario es reconocer- lo , respecto de los cuales no hallará el prác- tico motivos bastantes, para decidir entre el nombre de inflamación y el de hiperemia 1 Co- mo quiera que sea, no tenemos la pretensión de llenar todos los vacíos de la ciencia , ni de disipar todas sus incertidumbres: la espone- mos tal cual se halla en la actualidad , y lo mejor que nuestras fuerzas lo permiten.» (06. cit., p.,452.) División.—«El estudio de la inflamación es para el médico lo que la metafísica para el filósofo, es decir, un Conjunto de desvarios transcendentes y de hipótesis inventadas por la imaginación de esos hombres, que quieren penetrar á viva fuerza en unas regiones en que es imposible dejar de estraviarse. Han tenido tales hombres la vana presunción de considerar como hechos positivos el resultado de sus per- petuas alucinaciones, y de esta manera se han introducido , tanto en filosofía como en medi- cina , las creaciones mas fantásticas y estrava- gantcs. Enlre estas creaciones , que atestiguan la-impotencía del hombre, es necesario incluir las diversas hipótesis de que han sido objeto la vida ; la muerte, la enfermedad , la calen- tura y la inflamación. Débeseles dirigir la ter- rible reconvención que dirigió Bacon contra la metafísica , cuando se ocupaba de los nume- rosos errores en que se hallan confundidos to- dos los conocimientos humanos: «Todos estos 54 inflamaciones. sistemas de filosofía , esclama el ¡lustre escri- tor , que sucesivamente han sido inventados y adoptados , son como otras tantas piezas de teatro que los diferentes filósofos han dado á luz, y han venido sucesivamente á represen- tar ; piezas que ofrecen á nuestra conside- ración otros tantos mundos imaginarios , he- chos verdaderamente para la escena.» (JYouvel organe de la grande restauration des sciences, lib. I, p. 275, París , 1832.) Prescindiendo de la filosofía moderna , á la cual se aplican muy bien las palabras de Bacon , ¿ no es la historia de la inflamación una de esas piezas teatrales que se han dado á luz, y que han representa- do los autores, á quienes se deben todas las hi- pótesis de que la flogosis ha sido objeto? Espe- sor de la sangre, tránsito de los glóbulos de diferentes tamaños al través de conductos cu- yos diámetros varían, error de lugar , frote, atrición, espasmo, escitabilidad é irritación, ¿no son otras tantas hipótesis, creadas sin duda para esplicar algunos fenómenos verdaderos, pero que se nos ocultan, porque á cada instan- te se confunden con los movimientos capila- res íntimos, cuyas causas se hallan como las de la vida , cubiertas con un velo impene- trable? »EI curso que debemos seguir en la redac- ción de este artículo , se halla rigorosamente trazado por la dirección que han tomado en el dia todas las ciencias. Débese al método espe- rimental la ventaja de haberse elevado la me- dicina al rango de las ciencias mas positivas; y si ha hecho ya preciosas adquisiciones de me- dio siglo á esta parte, atribuyase al nuevo im- pulso que la han comunicado las ciencias ana- tómica, física, química y matemática. Los des- cubrimientos modernos acreditan cuánto pue- den esclarecer las partes oscuras y todavía no esploradas de la medicina ; procuraremos pues caminar por esta senda , y no perdernos en el dédalo de las infinitas teorías , de que ha sido objeto la inflamación.» De esta manera se esplican Monneret y Fleury , á quienes vamos á seguir paso á paso en el estudio de la inflamación, aprovechando lo mucho bueno que contiene su artículo sobre tan importante punto de la patologia. Dejando á un lado toda la parte hipotética de esta cuestión , para ocuparnos de ella en la historia y bibliografía , estudiaremos •• 1.° La inflamación aguda , describiendo cuidadosamente sus fenómenos mas notables, asi en el sitio inflamado como en la generali- dad, los cambios materiales ó alteraciones or- gánicas de que son asiento las partes flogosa- das, y por último , el curso, duración , termi- naciones , diagnóstico , complicaciones, etc. 2.° Estudiaremos también la inflamación crónica. 3.-° Procuraremos trazar los caracteres de las flegmasías llamadas específicas. 4.° Consideraremos á la inflamación de un modo general en cada tejido. 5.° Nos ocuparemos de su tratumiento en general. 6.° Espondremos por último, en el artículo Historia y bibliografía, las principales teorías de la inflamación; aquellas que mayor influjo han ejercido en los progresos de la medicina. ARTÍCULO PRIMERO. De la inflamación aguda. Es la inflamación un estado morboso , que unas veces sigue su curso con rapidez, y otras de un modo lento. La inflamación aguda se anuncia por fenómenos apreciables por los sen- tidos, cuando tiene su asiento en la superficie esterior ó en la inmediación del tegumento es- temo , y mas ó menos difíciles de apreciar cuando ocupa partes profundas. Veamos pues cuáles son esos fenómenos. Síntomas. Cuando se inflama una parte es- terna se advierten en ella generalmente cuatro fenómenos patológicos , que todos los autores consideran como característicos de la inflama- ción : los tejidos afectos se ponen doloridos, rubicundos, calientes é hinchados. Ademas,' suele sentirse en la parte inflamada plenitud, peso y tirantez; se turban ó alteran mas ó me- nos sus funciones ; algunas veces se alteran también de una manera simpática las funciones de otros órganos, ó se manifiestan en ellos do- lores ú otros síntomas, que ilustran mucho al médico en «^1 diagnóstico de las flegmasías in- ternas ; y por último , cuando la inflamación llega á cierto grado , cuando reside en un ór- gano importante ó es muy estensa , aparecen síntomas generales , que con razón ha refundo Thomson principalmente á cambios acaecidos en la acción general y local del sistema ner- vioso , del sanguíneo y de los órganos diges-i- tivos. Pero los referidos síntomas locales que se han considerado como característicos de la in- flamación , esto es , la rubicundez , el dolor, el caior y la tumefacción, no se observan cons- tantemente, ni siempre ocupa la inflamación un sitio accesible á los sentidos, resultando de aqui dificultades para el diagnóstico. Por otra parte pueden existir algunos de ellos , y sin embargo no hallarse inflamados los tejidos. El dolor , por ejemplo, es intenso en las neu* ralgias, y hasta el día no se atribuyen estas enfermedades á una inflamación. Tampoco la intensidad de estos síntomas dá idea de la intensidad de la inflamación : va- rían según los órganos y según los tejidos en que la flogosis existe, y aun también según las condiciones del enfermo. Sin embargo, es lo mas común que existan todos ó la mayor parte de los fenómenos indi- cados; algunos da los cuales , como el dolor y la tumefacción , son perceptibles muchas ve- ces al través de las partes superficiales, aun cuando ocupen órganos situados profunda'men- inflamaciones. 55 te. En los casos de inflamaciones interiores, dan mucha luz para el diagnóstico los sínto- mas generales , les trastornos funcionales, las alteraciones de los productos secretorios, cier- tos fenómenos simpáticos, como por ejemplo, el dolor que en la hepatitis suele corresponder á la escápula derecha, y algunos otros cambios que se efectúan en la profundidad de la parte afecta; como por ejemplo el meteorismo en la peritonitis, el sonido macizo del tórax eu la pleuresía , pulmonía , etc. Vamos pues á exa- minar uno por uno los síntomas locales y ge- nerales, procediendo en fin al estudio de las alteraciones propias de la flogosis y de los pro- ductos de la misma. Síntomas locales.—A. Rubicundez.—Ge- neralmente es la rubicundez el primer sínto- ma , el primer fenómeno de la inflamación; porque si bien precede muclias veces el dolor, este por sí solo no constituye un carácter fundamental , sucediendo á menudo que des- aparece sin que sobrevenga la inflamación. Atribuyese generalmente á la presencia de una cantidad mayor de sangre en las partes infla- madas , cuya causa indicaremos mas adelante. Entre los fenómenos perceptibles de la flogo- sis , tal vez no haya ninguno que pueda indu- cir tanto á error como la coloración roja de los tejidos; tantas son las causas que pueden producirla , que no es fácil en ocasiones ascen- der á su verdadero origen , ni determinar si realmente depende de la inflamación. Varia la rubicundez inflamatoria desde un color rosa pálido , hasta el rojo púrpura y el azulado y como vinoso, cuyas graduaciones dependen de diferentes circunstancias , sobre todo de la naturaleza de la inflamación , de su intensi- dad v de su mayor ó menor antigüedad , y de la especie del tejido afecto. Cuanto mas aguda é intensa es una inflamación , tanto mas viva la rubicundez ; y tanto mas tira esta al co- lor de violeta 6 negruzco , cuanto mas antigua es aquella, aunque no sea constante este fe- nómeno, ni común á todos los tejidos. Desde luego se infiere que. la abundancia de. vasos sanguíneos en una parte , ha de ser causa de que en ella ofrezca mayor intensidad la rubi- cundez , y que esta puede ser poco considera- ble en aquellos tejidos que tienen pocos va- sos. En las inflamaciones debidas á causas es- pecíficas , suele la rubicundez tomar un tinte. violado ó parecido al cobre. Generalmente em- pieza por un punto circunscrito la rubicundez flegmásica, y desde él se estiende á las partes inmediatas. Los vasos , imperceptibles antes, se hacen notables á simple vista, ó por medio de un lente , cuya vascularidad constituye un precioso medio para distinguir , asi en el vivo como en el cadáver, otras rubicundeces de la que verdaderamente es debida á la inflama- ción. Do esta manera pueden separarse en los tejidos muertos las rubicundeces cadavéricas de las que suelen quedar en pos de la inflama- ción. Decimos que suelen quedar , porque su- cede con mucha frecuencia, que la rubicundez inflamatoria desaparece después de la muer- te , siendo necesario en tales casos atender á otras lesiones para asegurarse de la existencia de la inflamación , ó guiarse tan solo por la aualogia ; de modo que si bien la presencia de la rubicundez en los tejidos animales privados de vida , revela muchas veces una inflamación preexistente , no puede reputarse su falta co- mo indicio seguro de que no existiera la infla- mación. Por lo común es la rubicundez inflamato- ria mas subida en el centro del mal, y va de- bilitándose insensiblemente á medida que se aleja de aquel punto, hasta llegar á confundir- se con las partes próximas; pero algunas ve- ces cesa repentinamente. Afecta la rubicundez formas diversas, según los tejidos y otras cir- cunstancias: unas veces es igual y continua, y otras interrumpida, formando pintas, es- trías , chapas y arborizaciones. B. Dolor.—Si no puede decirse que el do- lor sea un signo característico de la inflama- ción, cuando coexiste con la rubicundez, acre- dita que no depende esta de una estancación de la sangre, sino de la flogosis. Las mas ve- ces existe desde el principio de la inflamación, observándose con frecuencia que precede á la rubicundez. «Es uno de los efectos mas ordi- narios del trabajo flegmásico el aumento de sensibilidad de las partes, ó el desarrollo de la misma en aquellos puntos donde no exis- te ó es muy oscura en el estado fisiológico. Se ha agitado la cuestión de saber si se for- maban nuevos filamentos nerviosos; pero es- ta hipótesis no merece una refutación formal: los nervios que se distribuyen por los tejidos inflamados toman parte en el trabajo morbo- so local, que parece no 6er otra cosa que una exaltación y una perversión de los fenóme- nos fisiológicos. Asi.pues, lo mismo que su- fren modificaciones la circulación capilar, la calorificación, y tal vez la electricidad, las sufre también la sensibilidad, exaltándose por lo común y manifestándose en tejidos donde habitualmente no se advierte, como en los huesos, las membranas sinoviales, las mem- branas fibrosas, etc. Sin embargo, puede de- cirse que, en general, pertenece el dolor á las flegmasías de los tejidos en que abundan los nervios. Los caracteres y la intensidad del dolor varían mucho: unas veces, y es lo mas común, se hace continuo, aumentándose ó disipándose, según que progresa ó se detiene la flegmasía; otras es intermitente, y sus exa- cerbaciones nada tienen de regular; otras en fin se reproduce guardando periodos, según se ve en las flegmasías que complican á las afec- ciones intermitentes. En cuanto al carácter mismo del dolor, no hay nada tan variable: en un sugeto es agudo, vivo, lancinante; en otro sordo y gravativo, y aun hay ocasiones en que el enfermo no le percibe. Este se que- ja de un calor incómodo, aquel de un pruri- 56 INFLAMACIONES. to, y el otro de un dolor pulsativo, terebran- te, etc. Se ha dicho que era el dolor uno de los signos mas positivos de la inflamación; pero es imposible suscribir á esta proposición, cuando se ve que estensas flegmasías des- truyen toda una viscera importante, sin que la menor sensación dolorosa anuncie el trabajo desorganizador. ¿No es sabido, por otra par- te, que el dolor es un fenómeno común á simples trastornos funcionales, y á lesiones enteramente estrañas á la inflamación, tales como las neurosis, el cáncer y otros produc- tos de nueva formación? No puede servir el dolor para calcular la intensidad de la flogo- sis , porque , en algunos sugetos adquiere una estraordinaria violencia sin que sea la flegmasía mas grave ó estensa.» (Cqmp. de méd., t. V, p. 194.) Si todos los autores convienen en que los nervios que se distribuyen por los tejidos in- flamados toman parte en el trabajo morboso local, como dicen Monneret y Fleury, no lo están tanto acerca de la parte que toman, esto es, respecto á las causas que determinan el dolor. Pretenden algunos que el dolor es de- pendiente del aflujo de la sangre , la cual comprime y distiende los filamentos nerviosos repartidos por todos los tejidos; mientras que otros tienen al dolor por un fenómeno que precede siempre y determina esa misma con- gestión de sangre, acomodándose á la antigua teoría ubi stimulus, ibi fluxus. «Ambas espli- caciones, dice M. Dubois, son á nuestro, en- tender demasiado esclusivas, y opuestas á los hechos bien observados. En primer lugar se halla bien averiguado que en muchos casos precede el dolor al infarto. Bajo la influencia de una multitud de causas, hay primeramen- te dolor, y solo de un modo consecutivo se hinchan y ponen rubicundos los tejidos: pero ¿deberá deducirse por eso que la tumefacción y la distensión, algunas veces enorme, de los tejidos, nada influye en la producción del do- lor? De ninguna manera: casi siempre se es- tablece un círculo vicioso, el dolor llama á los fluidos, estos determinan la hinchazón, y á poca dificultad que hallen para dilatarse los tejidos, estrangulados por las vainas tendino- sas , llegan los dolores á ser insufribles. Prue- ba asimismo que la hinchazón sostiene y au- menta la sensibilidad, el hecho de determinar los latidos de las arterias esos dolores que se han llamado pulsativos. (Dubois Traite de Pa- thalogie genérale , p. 105.) Han notado los nosógrafos una particula- ridad que conviene tener presente: en aque- llos órganos que gozan de dos modos de sen- sibilidad, como sucede en los de los senti- dos, suele perderse uno de estos géneros de sensibilidad cuando se inflaman; asi se ve que en el coriza no se perciben los olores, ni los sabores en la estomatitis: pero lo contrario acontece en otras partes como en los ojos*y en los oidos, porque es insufrible la impresión de la luz, y la de los sonidos puede llegar á producir convulsiones. Ciertas diferencias que se observan en el dolor, dependen de la naturaleza de los siste- mas inflamados: los dolores que proceden de una inflamación del tejido celular, no se pa- recen á los que son efecto de una inflama- ción del sistema óseo, del cutáneo, del ner- vioso , etc.; pero de esto noá ocuparemos al hablar de la inflamación en cada tejido. C. Calor.—Se ha convenido generalmen- te en que la inflamación determina, en la par- te donde reside, un aumento de calor; no ya solamente perceptible para el enfermo á causa de una exaltación de su sensibilidad, como han pretendido los exagerados vitalistas, sino real y verdadero, apreciable por medio del termómetro: pero este esceso de calor en el punto inflamado, es puesto en duda ó mas bien negado rotundamente por Monneret y Fleury, quienes suponen que el aumento de la temperatura es siempre general, como ma- nifestaremos al ocuparnos de los síntomas ge- nerales. A pesar de las razones que presentan, cree- mos que por lo menos es innegable el aumen- to de calor en la parte inflamada, cuando to- davía no se ha elevado la temperatura en la generalidad, esto es, antes, de manifestarse síntomas generales. «En cuanto al acumulo 'positivo del caló- rico (dice M. Berard en el Dict. de méd., se- gunda edic.) en las partes inflamadas, hay muchos hechos que le acreditan. 1.° «La piel inflamada se halla mas ca- liente en el punto enfermo que en los inme- diatos: esto es evidente aí tacto. 2.° «Si es la inflamación profunda, todas las partes sobrepuestas se calientan progresi- vamente hasta la piel, en la cual percibe el tacto distintamente el aumento del calor al nivel del foco de la inflamación. 3.° «La inflamación comunica á la parte que afecta, una resistencia marcada al enfria- miento. La oreja de un conejo inflamada á consecuencia de la congelación, no pudo con- gelarse de nuevo (Hunter). 4.° «Un flemón calienta rápidamente los tópicos que á él se aplican, y ademas se au- menta la sensación de calor que siente el en- fermo , si está la piel seca, si no hay evapo- ración en su superficie, y de aqui la conve- niencia de mantener su humedad, etc.» (Art. Inflamation, Dict. de méd., t. XVI, p. 405). Podrá concederse que en la parte inflama- da no esceda la temperatura á la del resto del cuerpo cuando hay fiebre , aunque todavía sientan los enfermos mayor calor, y ge perci- ba también por medro del tacto; pero creemos evidente queen las inflamaciones incipientes, ó tan ligeras que no han producido aun sínto- mas generales, existe un aumento de calor: fácil seria comprobarlo, sobre todo en las flo- gosis producidas por el frió, á causa del corí- INFLAMACIONES. 57 traste que forma el calor local con la sensa- j ración de la sangre como indispensablemente cion opuesta en el resto de la periferia. En los síntomas generales se hablará mas estensa- mente del calor. D. Tumefacción.—Es la tumefacción un efecto indispensable de la congestión sanguí- nea en la parte inflamada , y del derrame de otros líquidos en las mallas del tejido celular, que siempre acompaña á la inflamación. «En este estado de infarto, permanente por nece- sidad después de la muerte, hallan al hacer la autopsia los partidarios de la teoría de Rasori, el indicio irrecusable de la inflamación: en lo cual difiere estraordinariamente el profesor italiano de la escuela de Bichat y de Brous- sais ; á las cuales ha bastado muchas veces una simple rubicundez para deducir la existen- cia de la inflamación. Sin embargo, la tume- facción de un tejido, como la rubicundez, no constituye una prueba cierta de inflamación, sino cuando presenta á la vista indudablemen- te uno de sus elementos, esa linfa plástica, cuya secreción constituye un hecho patogno- mónico que disipa todas las dudas; de modo que si no se manifiesta con toda evidencia \p linfa plástica hay incertidumbre, porque no es la inflamación el único estado patológico en que una parte aparece hinchada.» (Requin. Elem. de pathol méd., t. I, p. 456.) «Presenta el tumor inflamatorio infinitas variedades en sus grados, según la intensidad del estímulo, y sobre todo según la testura de los órganos afectos. Bajo este aspecto ocupa el primer lugar la tumefacción del testículo: en menos de treinta horas ha podido adquirir este órgano un volumen cuatro, cinco ó seis veces^mas considerable que en el estado natu- ral. También las mamas y los ganglios linfáti- cos son susceptibles de una tumefacción enor- me, y después de ellos van los órganos pa- renquimatosos. «Generalmente es la tumefacción poco con- siderable en las membranas, sobre todo en las serosas, cuyo engrosamiento es simu- lado muchas veces por la existencia de falsas membranas, mas ó menos organizadas , que cubren su superficie. «El tumor inflamatorio es unas veces cir- cunscrito y otras difuso: 6U circunferencia puede hallarse exactamente trazada, ú ofrecer una forma irregular: también puede ser muy elevado ó superficial y estenso» (Dict. de med. t. XVI, p. 406). Al hablar de la hiperemia y demás altera- ciones orgánicas propias de la flogosis , se dará mas estensa noticia de la tumefacción íntima- mente unida á ellas. Síntomas generales.—Vor el estudio de es- tos síntomas principian Monneret y Fleury el estudio de la flogosis, con la idea de hablar an- te todas cosas del aumento de la fibrina , ca- rácter , eu su concepto constante é invariable, " en las inflamaciones agudas y sub-agudas. Nos- otros, que no podemos considerar á esta alte- unida á toda inflamación, hemos preferido em- pezar por los síntomas locales. Los referidos autores' han aceptado la doctrina de Andral, fundada en sus esperimentos sobre la sangre, de un modo , á nuestro entender, mas amplio que su mismo inventor , como es fácil inferir por la simple lectura de su obra titulada Essai d' hematologie pathologique. Dice M. Andral (Ob. cit., pág. 72 y 73): «He demostrado que existe una grande clase de enfermedades febri- les, en las cuales nunca se aumenta la fibrina, sino que permanece en su proporción normal, ó muchas veces disminuye; pero hay otras (enfermedades febriles) en que por el contra- rio se observa un aumento constante de este principio , y son las sintomáticas de esa espe- cie de alteración de los sólidos, que desde tiem- po inmemorial se ha llamado flegmasía.» Y mas adelante (pág. 74): «Una producción nueva y superabundante de fibrina en la san- gre ; hé aqui, pues, el carácter menos varia- ble de cierto número de enfermedades , seme- jantes por la naturaleza de los síntomas gene- rales que las acompañan.» Se vé, pues, que el aumento de la fibrina coexiste con los dema9 síntomas generales, y como todos ellos, no se observa desde el primer instante de la enfer- medad, sino cuando adquiere esta cierta es- tension ó violencia, y principalmente en las flegmasías internas , como lo confiesan tam- bién Monneret y Fleury. Ahora bien, no cons- tituyendo esa nueva producción la esencia de la flegmasía , ni mas que un efecto transitorio de esta, ¿por qué no dar el primer lugar á los síntomas locales, esto es, á los constantes, á los permanentes, á los que existen desde el primero hasta el último momento de la enfer- medad ? Previas estas lijeras reflexiones, pa- semos ya á ocuparnos de los síntomas gene- rales. A. Aumento de la fibrina de ta sangre.— «Resulta de los esperimentos hechos por An- dral y Gavarret que toda inflamación , con tal que sea aguda ó sub-aguda, coincide constan- temente con una alteración de composición de la sangre; esta alteración consiste en el aumen- to de I* fibrina, que no escede de tres milési- mas pariesen la sangre normal. En el reuma- tismo articular agudo puede subir á 10; en la neumonía á 10,5; en la bronquitis á 9; en les pleuresías á 5 ; en la peritonitis á 7,2; en la amigdalitis á 7; en la erisipela á 7,3 , etc. No hemos citado los números intermedios entre3 y 10, que se presentaron en los diferentes grados de las flegmasías agudas, porque lo que úni- camente pretendemos establecer ahora es el aumento de cantidad de la fibrina en todas las flegmasías agudas y sub-agudas. Hubiéramos podido citar los diferentes cuadros que contie- ne la memoria de los mencionados médicos; pero hemos preferido dar los reítiltadus gene- rales (Recherches sur les modificalions de pro*- portion de quelques principes du sany , 18'*0. :;8 INFLAMACIONES. Ann. de chimie et de phisique, t. LXXV). Es el primer hecho fundamental «que toda infla- mación aguda comunica á la economía una dis- posición particular en virtud de la cual se for- ma con rapidez en la sangre una crecida can- tidad de fibrina.» Prueba también la genera- ción de la fibrina bajo la influencia del trabajo flegrnásico la circunstancia de observarse, que en la tercera ó cuarta sangría que exije una in- flamación algo intensa , aparece aquella mas blanda y parecida á la de los animales jóvenes, como si fuese de nueva formación. »Manifiéstase el aumento de la fibrina en toda flegmasía aguda , ya sea primitiva ó con- secutiva á otra alteración. En el primer grado de los tubérculos , cuando el parenquima pul- monar inmediato se encuentra exento de flogo- sis , no se aparta sensiblemente de su número fisiológico (2 á 3); mas no sucede lo mismo cuando los tubérculos se reblandecen : enton- ces crece la fibrina, y puede elevarse hasta 5,9, porque la flogosis se apodera del tejido pulmonar. El mismo aumento de fibrina se ha observado en las flegmasías que sobrevienen al rededor de un cáncer , y en cualquiera otra le- sión que va acompañada de una flegmasía con- secutiva. «El aumento de la fibrina parece guardar relación con la intensidad de los dolores y de la fiebre. Este resultado es muy notable en el reumatismo , enfermedad en que las dos men- cionadas causas ejercen una influencia mas po- derosa que la época del mal y su duración. El número de las evacuaciones sanguíneas no im- pide que se eleve la fibrina, si el movimiento fe- bril y los dolores adquieren mayor intensidad. Puede decirse que en general se hallan las can- tidades de la fibrina en relación bastante exacta con la intensidad de los síntomas locales y ge- nerales, asi como con la estension de la fleg- masía. En el reumatismo articular agudo, con- siderado en catorce enfermos , ha sido el má- ximum de la fibrina 10,2, y el minimum, aun- que todavía existían dolores, 4,1. En veinte pul- moniacos, á quienes se hicieron cincuenta y dos sangrías, ha sido el máximum 10,5, y el mínimum 4. Se vé, pues, que una inflamación que invade estensas superficies membranosas puede producir un aumento de fibrina, tan con- siderable como la flogosis de un órgano , por ejemplo, del pulmón. »Es, pues, el aumento de la fibrina de la sangre un carácter irrefragable de las flegma- sías agudas, contra el cual no puede hacerse ninguna objeción formal. Si Mandl y Hatin han dirigido algunos ataques contra los procederes analíticos adoptados por Andral y-Gavarret, la contestación de estos ha probado de la manera mas evidente , que ignoraban aquellos críticos los primeros elementos de la cuestión , y hasta carecían de los conocimientos mas vulgares que hacia mucho tiempo eran del dominio de la cien- cia. (Andral y Gavarret, Response aux prin- cipales objcctions dirigées contre les procedes suivis dans les analyses du sang , etc. París, 1842.) Nos es imposible describir aqui los pro- cederes que han seguido para descubrir el au- mento de la fibrina de la sangre y las demás alteraciones de cantidad que esperimentan los diversos elementos de este fluido; solamente recordaremos, que estas investigaciones se han hecho aislando y pesando los principios cuyas diferencias de cantidad en las enfermedades se pretendía determinar, y no con el microscopio como muchos han creído. De este proceder so- mos deudores á Prevost y Dumas. Añadiremos por último que los estudios microscópicos no pueden en manera alguna revelar las alteracio- nes de cantidad de la fibrina , de los glóbu- los, ni de las otras partes constituyentes de la sangre. «Las flegmasías crónicas no determinan au- mento de fibrina: carecemos , pues, de este primer carácter, que hubiera servido para es- tablecer alguna diferencia entre las inflamacio- nes y los estados morbosos que con ellas se confunden. En diez enfermos , cuyo reumatis- mo era sub-agudo, ya porque hubiese sido es- lg forma la primitiva , ya á causa de haber su- cedido á la aguda , no se elevaba la fibrina al número que es propio del reumatismo agudo, manteniéndose en un término medio, esto es, entre cuatro y cinco; pero en aquellos cuyo reumatismo afectaba una forma enteramente crónica, ofrecía la fibrina su,número normal. (Recherches sur les modif., etc., pág. 23.) «Con motivo del aumento de la fibrina en las flegmasías se suscita una cuestión impor- tante , que se agitó con frecuencia en las escue- las antiguas. ¿Resulta la flegmasía de un tejido de un estado general que la haya preparado ó tal vez producido , de manera que antes de fi- jarse la flogosis en un punto, hubiese ya en- fermedad general y fiebre primitiva? De este modo seria preciso considerar las fiebres neu- mónica , pleurítica, reumática, etc., admiti- das por algunos autores. Esta grave cuestión, que se resolvió por la mas formal negativa luego que se designó un sitio á todas las enfer- medades , recibe nueva luz de los análisis he- chos en la sangre. Manifiestan estos análisis, que la flegmasía no es un estado morboso tan limi- tado como actualmente se cree , y que no tar- da en modificarse el líquido en circulación des- pués de establecida la flogosis. Pero también demuestran, que antes del trabajo flogístico lo- cal no se halla alterada la sangre de una mane- ra notable. Andral y Gavarret han tenido oca- sión de examinar la sangre de sugetos que con- trajeron una inflamación algunos días después de haberse hecho el análisis , y reconocieron que la sangre, que no estaba alterada en la primera sangría, presentaba en la segunda un aumento notable de fibrina. Es , pues , nece- sario concluir que en los primeros instantes es la flogosis una enfermedad local; pero que pron- to participa la sangre, por sus alteraciones, del trabajo flogístico, y por su medio llegaá gene- INFLAMACIONES. 59 ralizarse la enfermedad. Las inflamaciones sim- páticas y las demás complicaciones que con tanta frecuencia se manifiestan durante las flegmasías, tal vez no reconocen otras causas mas que la alteración de la sangre. Seria fácil estraviarse en las importantes cuestiones á que dan márjen los hechos mencionados. Ulteriores investigaciones podrán ilustrar acerca de la3 consideraciones de todo género relativas á se- mejante objeto; mas por ahora mejor es omi- tirlas, reservándolas para el porvenir, que lan- zarse otra vez en el campo de las hipótesis. B. De algunas otras alteraciones de la san- gre en las flegmasías. — «El elemento globu- lar de la sangre no desempeña ningún papel en la producción de las flegmasías; subsiste en su número normal, y si disminuye i veces, es por- que las sangrías, la dieta y las causas capaces de debilitar 4 la economía, producen el efecto de disminuir el número de los glóbulos. Por lo demás, pueden estos hallarse reducidos i un número muy pequeño, como en la cloro- sis y la anemia, sin ejercer influencia alguna en las cualidades de la fibrina. Las personas anémicas, cloróticas y debilitadas, en otros tér- minos los sugetos en quienes ha descendido el elemento globular desde 127, que es su estado normal, á 100, 90, 60, y aun menos, pueden contraer flegmasías con la misma facilidad, y aun mayor que los robustos y pletóricos, en quienes esceden loa glóbulos de 127. Asi pues, tiene por efecto fa flogosis alterar las cantidades de fibrina, sin que el elemento globular parti- cipe de estos cambios de cantidad. Hay una perfecta independencia entre la fibrina y los glóbulos, en el desarrollo de las flegmasías. » Acaso se encuentre aumentada la albúmi- na , pero no de una manera indispensable. Pue- de la inflamación adquirir grande intensidad, sin que aumente mucho la proporción de agua. No hay pues masque una alteración de la san- gre que sea constante en las flegmasías: esta alteración es el aumento de la fibrina. En las flegmasías agudas se ha encontrado disminuida la densidad del suero. De la costra de la sangre como signo de inflamación. —«Un* opinión hay que siempre ha dominado en la ciencia, y que reina todavía de un modo bastante general; y consiste en considerar á la costra como uno de los mejores caracteres del estado flegmásico. Pocos médi- cos dejan de buscar en la sangre de la sangría, practicada el dia antes, la presencia de la costra, á fin de asegurarse de que existe realmente la inflamación que desde luego admitieron. Pu- diéramos ocupar muchas páginas con citas to- madas de una infinidad de autores que, funda- dos en la presencia de la costra, sostenían la existencia de la inflamación; pero nos reduci- remos á observar, que en la mayor parte de los casos referidos por los autores, es permitido creer que no se formó el diagnóstico con todo el rigor necesario. RefiereSydenhamque en una epidemia de fiebre continua inflamatoria, se cu- bría la sangre de una costra como en la pleu- resía ; pero estas observaciones son incomple- tas, é ignoramos si al mismo tiempo existia al- guna flogosis visceral. Ya se sabe cúán raros son actualmente los casos de fiebres inflamato- rias, propiamente dichas. Asegura De Haen ha- ber hallado centenares de veces costrosa la san- gre en las fiebres malignas y pútridas; pero estos centenares de veces no valen tanto como una sola observación bien recojida, y ademas es preciso tener presente que De Haen preconi- zaba con entusiasmo las evacuaciones sanguí- neas contra las fiebres malignas, y reprobaba el uso de los tónicos. Tommasiui concede gran- de importancia á la costra, y la considera como característica de la inflamación; mas para que se sepa hasta dónde puede llegar el espíritu de sistema, haremos observar que este médico italiano, que habia observado muchas veces en la sangre de las cloróticas una costra bien for- mada , no retrocede en presencia de este hecho, y sostiene que la clorosis no es otra cosa que una angeioitis crónica. Para semejantes aser- ciones no hay refutación posible. » Borsieri, observador bastante sagaz, pre- tende que la costra no siempre indica la exis- tencia de una inflamación, y que se la encuen- tra en hombres completamente sanos (lo cual es falso) y en los animales\ Enumera sucesiva- mente las enfermedades mas diversas en que ha encontrado la costra, y deduce la siguiente conclusión , que todavía es la única verdadera, y cuya esactitud se procura en vano contestar: «Crusta phlogystica, firma et tenax, qua san- «guis interdum obducitur, modo cum inflam- «matione conjungatur, modo sine inflammatio- »ne ulla inveniatur, veré diathesis inflamma- »toria sanguinis nec dici nec haberi potest, nisi »alia phenomena, inflammationis magis propria, «una concurrerint.» (Instit. medie, pract., 1.1, página 40.) Ha investigado Andral la existencia de la costra en la sangre procedente de 1800 san- grías, y hé aqui algunos de los resultados que obtuvo. Bronquitis, 123 sangrías; costra per- fecta , 35; costra imperfecta, 25; falta de cos- tra, 63. Clorosis, 11 sangrías; 7 veces costra perfecta, blanca, opaca, densa, y en un todo semejante á la que se halla en los enfermos de reumatismo; costra imperfecta, 1; ninguna costra, 3. Congestión cerebral, 103 casos; falta de costra, 77; costra rudimentaria, 12;costra perfecta, 14. Fiebre intermitente, 32; no ha- bia costra en 27 casos; costra perfecta » en 5. Fiebre tifoidea, 187; ninguna costra en 147; costra perfecta, en 10; imperfectaren 30;en los casos en que existia una costra perfecta , se descubrieron algunas flegmasías intercurrentes. Sí ahora observamos algunas flegmasías intensas, vemos que es mas constante en las sangrías la existencia de la costra. En la pulmonía se ha des- cubierto la costra inflamatoria perfecta 215 ve- ces entre 230, y costra imperfecta en las 15 res- tantes. Reumatismo articular agudo , 134 ca- t)0 INFLAMACIONES. sos ; costra perfecta , 125; costra imperfec- ta , 5; falta de costra, 4. Reumatismo crónico, 50 casos; costra perfecta, 11 veces; falta de costra en los casos restantes. Sarampión , 11 casos; ninguna costra. Escarlata, no se obser- vó costra. Viruelas, 18 sangrías; 2 veces cos- tra perfecta y 4 veces imperfecta. Desde luego parecen probar estos hechos, que se forma la costra en enfermedades muy diversas. Después de haberlas analizado Andral cuidadosamente, teniendo en cuenta las complicaciones y las in- fluencias diversas, que pueden impedir la for- mación de la costra, concluye que esta apare- ce constantemente , por una parte en las fleg- masías, y por otra en la clorosis y la anemia. «Sin embargo, se ha creído por mucho tiempo, y no pocos médicos lo creen todavía en la actualidad, que es fácil obtener la costra cuando se quiere en la sangre de' una sangría; pero bastarán algunas palabras para establecer este punto de patologia, sobre el cual no po- demos estendernos demasiado. Prueban los es- tudios hechos por Andral y Gabarret sobre la coagulación de la sangre, que hay condiciones accesorias y condiciones esenciales á la forman cion de la costra. En el número de las prime- ras es necesario incluir el modo cómo sale la sangre, el tamaño de la abertura practicada en la vena, la agitacion-del líquido, la altura del chorro , la forma del vaso y la temperatura del ambiente. Si el flujo es lento y difícil, se forma la costra con mucha dificultad , y hasta puede faltar, aunque la sangre presente las condicionos esenciales'á su producoion. Otro tanto sucede si es muy pequeña la abertura de la vena, sí cae la sangre desde mucha altura, ó si es el vaso muy estrecho y profundo, porque en to- dos estos casos tiene la fibrina de la gota de sangre que acaba de caer, tiempo bastante para coagularse con separación, antes que se produz- ca el fenómeno en las gotas siguientes; no pue» de pues la fibrina reunirse en términos de for- mar costra, oomo acontece por el contrarío en la sangre que llena instantáneamente la taza destinada á recibirla. Las condiciones opuestas á las que acabamos de señalar facilitan la for- mación de la costra (Monneret, noticia de las lecciones orales dadas por M, Andral en la fa- cultad de medicina de París; Gazette medíca- le, número 19, 8 de mayo de 1841), » Todas las condiciones accesorias antes in» dicadas pueden favorecer la formación de la costra, pero jamás podrán producirla por sí solas. Las condiciones esenciales á la forma- ción, se derivan de la composición de la sangre, y consisten en el aumento de proporción de la fibrina respecto á los glóbulos. Asi pues, como en las inflamaciones, aumenta la fibrina de una manera absoluta, pues que los glóbulos perma- necen en su número fisiológico, se manifiesta a costra sobre el coágulo de las sangrías. En ¡a clorosis y la anemia, se aumenta también la tibnna; pero entonces es de un modo relativo es decir, que permaneciendo en su número dos ó tres, no deja de hallarse en esceso, porque loa glóbulos descienden desde 127 á 100, 60 y aun 21; de esta manera se esplica fácilmente, por qué todos los buenos observadores han ha- llado la costra sobre la sangre de las cloróti- cas; la clorosis produce la costra lo mismo que la inflamación. No debe pues servir por sí sola la existencia de la costra para caracterizar las flegmasías. Sin embargo, como esceptuando la clorosis y la anemia, solo se advierte en las flegmasías que esté la fibrina én esceso respec- to á los glóbulos, puede establecerse que-, siem- pre que se descubra en la superficie de la san- gre una costra gruesa, densa y bien formada, existe en alguna parte del organismo una in- flamación bien caracterizada. Es necesario pues volver á una opinión ya antigua, y cuya esac- titud se halla en el dia fuera de duda, á saber: que la presencia de la costra es un escelente carácter del estado flegmásico, y que siempre se la debe buscar en la sangre de los enfermos. Añádase ahora que de la inexistencia de la cos- tra no debe deducirse la de la inflamación apor- que puede suceder muy bien , que la sangre ha- ya salido por un chorro delgado é interrumpida; que haya sobrevenido un síncope, que sea muy estrecho el vaso donde se la recibe, etc. En ta- les casos se coagula separadamente cada por- ción déla sahgre, y la fibrina no puede-des-1 prenderse de estos coágulos parciales; por lo tanto, si la presencia de la costra sobre la san- gre prueba la inflamación , no autoriza su falta á suponer que deje de existir. Conviene guardarse bien dé confundir la costra perfecta con la imperfeota: hállase for- mada esta por una capa delgada, blanda y ge- latinosa , y otras veces por una membrana con- tinua y verdosa que Huxham indicó perfecta- mente. En otros casos, constituye esta capa una materia flbriñosa , blanquecina, argentaos* que forma en diferentes puntos una película muy delgada, trasparente y friable; algunas veces en fin solo se advierten sobre el coágulo algunas esfrías nacaradas á manera de rayos, parecidas á las falsas membranas que nadan en la serosidad de las cavidades serosas inflama- das. Tales son los principales aspectos de la costra falsa é imperfecta: hállase formada, como la verdadera ó legítima, por fibrina, pero en cantidad pequeña, y difícilmente separada de los demás elementos de la sangre. Solo la cos- tra verdadera es característica de la flegmasía; de modo que el nombre de crusta phlogls- tica, dado por los autores á la capa fibrosa que la constituye, es sumamente esacto. » ¿Hay en las demás propiedades físicas de la sangre algún cambio propio de la inflama- ción?^ coágulo denso, pequeño, muy retraí- do, con los bordes revueltos, cubierto de una costra cuyo grosor varía, y nadando en una se- rosidad trasparente y cetrina, pasa general- mente oomo propio de las flegmasías. Fún- dase esta opinión en la mayoría de los casos, pero deja de ser cierta cuando se la acepta de INFLAMACIONES. 61 un modo absoluto. Efectivamente, en la cloro- sis y la anemia, presenta con frecuencia el coá- gulo los caracteres que acabamos de indicar, y sin embargo no puede admitirse que haya flo- gosis en estos casos. Las condiciones que de- terminan la formación de un coágulo consis- tente, retraído, y con todas las demás cualida- des antes mencionadas, son las mismas que ocasionan la producción de la costra, y por consiguiente pueden estos caracteres servir, como la costra misma, para caracterizar la in- flamación. La coagulación, ó en otros términos la separación espontánea de la fibrina, de los glóbulos y del suero, depende de la proporción mayor, absoluta ó relativa de la fibrina con los glóbulos. Un coágulo voluminoso, blando y muy infiltrado de serosidad, indica mayor propor- ción de los glóbulos; tal acontece en la plétora, las congestiones y ciertas hemorragias. ' «Los detalles en que acabamos de entrar, y que representan fielmente el estado actual de la ciencia, merecen ocupar un lugar im- portante en el estudio de las inflamaciones. Creemos inútil advertir cuanto esclarecen los análisis cuantitativos de la sangre la oscura pa- togenia de la inflamación. De esperar es que siguiendo la via tan felizmente abierta por los médicos cuyos trabajos hemos citado tantas veces, se obtengan por fin nuevos descubri- mientos. Desde ahora puede considerarse de- mostrado el interesante hecho, de que el au- mento de fibriua de la sangre coexiste de un modo constante con el estado morboso, á que se ha convenido en dar el nombre de fleg- masía. Por último , debe también admitirse que la inflamación es un estado morboso lo- cal, que existe juntamente con la alteración de la sangre , puesto que la fibrina escede en ta- les casos con mucha prontitud de su número normal. C. Aumento de la temperatura animal.— Es un hecho demostrado , que valiéndose de las precauciones dictadas por el estudio de las ciencias físicas, se halla en la fiebre una cons- tante elevación de la temperatura animal; aho- ra bien , como el movimiento febril es uno de los mas constantes efectos de la flogosis aguda , puede suponerse que la temperatu- ra está igualmente alterada en las flegma- sías. Todos los autores han hablado del au- mento del calor como de un fenómeno uní- do casi siempre al estado flogístico; y aun de aqui viene el nombre asignado á la enferme- dad (Inflammatio, enyitru). La idea de un aumento insólito de calor en el órgano que su- fre la flogosis , se halla reproducida en todas las definiciones de la flegmasía. Trátase, pues, de averiguar siesta opiniones fundada. Si únicamente se consultase la sensación de que se quejan los enfermos, desde luego se tendría por cosa probada el aumento de la temperatura en las partes inflamadas. Efecti- vamente , se queja el enfermo de un vivo ca- lor , y se halla consolado al pronto por la apli- cación de un cuerpo frío. Colocando la mano sobre el punto inflamado, se percibe mucho calor. Pero todas las nociones adquiridas de esta manera son sumamente imperfectas; ha- biendo sido Hunter el primero que trató de comprobar, por medio de esperimentos direc- tos , los cambios de temperatura que sobre- vienen en los tejidos inflamados. Primeramen- te determinó flegmasías en el pecho de un per- ro , y luego en el abdomen , el recto y la va- gina de una burra, pero sin obtener ningún resultado manifiesto. Mas feliz dice haber sido en un enfermo que padecía hidrocele, pues que halló una diferencia de seis grados. Antes de la inflamación marcaba 92 grados el ter- mómetro de Fahrenheit, es decir 33,33 cen- tígr., y 981, ó 36,67 centígr. después. Este esperimento de Hunter, tantas veces citado, solo prueba una cosa , á saber : una estraor- dinaria ignorancia del objeto que le ocupaba. Efectivamente, es imposible en primer lugar que hallase Hunter en la túnica vaginal, antes de manifestarse la inflamación, 33 grados del termómetro centígr., porque la temperatura normal es de 36 á 37, y no puede admitirse que en aquel punto fuese la temperatura mas baja que en el resto del cuerpo. En segundo lugar, si halló realmente después de desarrollarse la inflamación 36,67. centígr., no hizo otra cosa que apreciar la temperatura normal. Boisseau y Jourdan han manifestado ya este error en una nota añadida á su traducción del Tratado de la inflamación , por Thompson , siendo de admirar que se haya reproducido todavía en escritos muy modernos. Volvemos á repetir que no puede haberse hallado mas baja la tem- peratura de dichos tejidos que la del cuerpo del hombre. Hunter, y otros después de él, añaden que el calor nunca escede en las fleg- masías, al de la sangre en el corazón , y ha- cen ascender este á 37 |, ó 38. Nosotros cree- mos que nunca puede ser inferior la tempera* tura de una parte cualquiera del cuerpo , á la de la sangre , como no se halle modificada; pe- ro no es menos cierto, y lo prueban de la ma- nera mas evidente los esperimentos de que ha- blaremos después, que la temperatura animal, y por lo mismo la de la sangre, se elevan á 39,40 , y en casos muy#aros á 42 centígr. Es por lo tanto un error creer, que la temperatura no pueda en las flegmasías pasar de 37 á 38; uno de nosotros ha hallado poco hace en mu- chos enfermos de la sala que asiste , atacados de erisipela de la cara y de fiebre tifoidea, que ofrecían 40 y 41 grados del termómetro cen- tígrado. «Veamos ahora lo que resulta de los espe- rimentos hechos recientemente por Andral y Gavarret, "y por uno de nosotros, que ha tenido ocasión de comprobar muchas veces, en los enfermos de su sala , los resultados obtenidos por los dos primeros observadores. Cuando un enfermo esperimenta una viva sensación de calor en una parte inflamada, como en un de- 02 INFLAMACIONES. do que sufre un panarizo , se advierte un au- mento de temperatura si se aplica la mano. Pero es necesario cuidar de no reducirse á una esploracion tan vaga é incierta : si con las de- bidas precauciones (véase Fiebre) se aplica un termómetro sobre el tejido inflamado , se ob- serva un calor mas considerable que el que existe en la parte sana; pero si se repite el es- pefimento, colocando el termómetro debajo de la axila, á fin de conocer la temperatura gene- ral , se advierte que de ninguna manera es mayor que esta la del punto inflamado. Si hay fibre, podrá ser la temperatura general de 38 6 40 , y entonces es enteramente igual la del panarizo; sino hay movimiento febril, la tem- peratura parcial será exactamente la misma que la general. Debe pues concluirse que en las inflamaciones se mantiene la temperatura, y tiende á permanecer igual á la de las partes profundas (Andral, Lepons de pathologie gené- rale faites á la Faculté, diciembre, 1841) (1). No sucede lo mismo respecto á las diminucio- nes de temperatura, que pueden ser parciales. Uno de nosotros ha comprobado, pocos dias hace , en un hombre que padece gangrena de ambos miembros inferiores , determinada por una afección del corazón y una arteritis, una disminución de 10 grados, entre la tempera- tura de las partes gangrenadas y la de la axi- la , que presentaba 38. Nos limitamos á ma- nifestar este resultado, para demostrar la dis- tancia que separa las dos condiciones inversas del organismo en que se halla modificada la temperatura. Las leyes físicas á que está so- metido el cuerpo del hombre, influyen mucho en la producción de los fenómenos que acaba- mos de estudiar ; el equilibrio de temperatura establecido entre todas las partes del cuerpo, tiende á producir una repartición igual del ca- lórico en todos los tejidos, escepto cuando lle- gan estos á ser estraños al organismo, como en el caso de gangrena. Sin embargo , todavía no se halla entonces enteramente estinguida la vida, y aun hemos advertido una diferencia muy notable entre la temperatura de las par- tes mortificadas y la del ambiente. Por lo de- mas , no pretendemos que la temperatura sea idéntica en todas las partes del cuerpo: nos son conocidos los espferimentos de Hunter y Devy , quienes han observado que cuanto ma- yor es la proximidad al interior del cuerpo, ma- yor resulta la temperatura, y las de Beaumont, quien ha visto aumentarse un grado la tempera- tura del estómago en un enfermo de fístula gástri- ca. Acaso hubiera mucho que decir respecto áto- dos estos hechos, tanto mas cuanto que dos es- perimentadores modernos, Breschet y Becque- rel, no han hallado apenas diferencia entre la temperaturadeltejidocelularesterioryla de los músculos; pero nos limitamos á establecer, que (1) Véase lo que hemos dicho anteriormente al tratar de los síntomas locales. ningún esperimsnio positivo prueba todavía la elevación parcial de la temperatura en los te- jidos inflamados. Dice Bequerel haber hallado en una joven que padecía inflamación escrofu- losa de las glándulas del cuello , una elevación parcial de temperatura: hubiera sido de desear que esta observación estuviese acompañada de mayores detalles (Traite sur Vélectricité). «La elevación real de la temperatura en la inflamación es menor de lo que pudiera creerse juzgando únicamente por la sensación que es- perimenta la mano y la que sufre el enfermo: «El calor de las partes inflamadas, dice Thom- son , parece siempre acompañado de secura y de falta de transpiración.» (Oh. cit., pág. 14.) «La sensación de calor es asimismo mas incó- moda, cuando no hay exhalación de líquidos en la superficie de las partes inflamadas; y las espreslones de calor acre , mordicante, y ma- dor, no espresan otra cosa que estos diferen- tes fenómenos.» Los esperimentos hechos por Hunter tienden á hacer admitir, que las partes inflamadas resisten mejor y por mas tiempo que las otras á la acción del frío. Hizo conge- lar la oreja de un conejo , y al cabo de cierto tiempo, cuando la circulación era en ella mas activa, y se hallaba establecido el trabajo fleg- másico , trató de congelarla por segunda vez, esponiéndola á un frío tan intenso y prolonga- do como antes; pero no pudo conseguir su objeto. »Se atribuye generalmente al calor infla- matorio el aflujo mas considerable de sangre en las partes inflamadas. Algunos autores lian hecho intervenir una fuerza vital particular para esplicar su producción ; pero como ha ob- servado Thomson, si fuese producido por una causa de esta naturaleza, ¿por qué no escede nunca de la temperatura de la sangre y de las otras partes del cuerpo? (loe. cit., p. 13). «Marca muchas veces el principio de las flegmasías una sensación de frió , que precede á la aparición de los síntomas locales. La in- flamación del pulmón, de la pleura, de las se- rosas articulares , de los bronquios , de la piel (erisipela), etc., parece modificar con mas fre- cuencia que cualquiera otra enfermedad la temperatura del cuerpo. Por lo común , es fu- gaz y pasajera la sensación de frío que resulta; pero también suele persistir muchas horas, y ser reemplazada inmediatamente por el ca- lor febril. La sensación de frío no índica una verdadera disminución de la temperatura, sino solamente un simple trastorno nervioso: en los casos , bastante raros , en que ha podido apreciarse con el termómetro la temperatura del cuerpo durante el escalofrío y el frío, se halló que era normal , y aun mas elevada-que en el estado de salud. «Las modificaciones de la temperatura cons- tituyen uno de los primeros síntomas de las flegmasías incipientes, y acreditan la rapidez con que la afección local obra sobre todas las funciones de la economía.» (Comp. de med.) INFLAS D. Producción de la electricidad en la in- flamación.—((Se han hecho en Francia pocas investigaciones sobre la electricidad en las en- fermedades; pero en Alemania se ha estu- diado con alguna detención este punto, y se halla admitido generalmente que ía electrici- dad se desarrolla en un crecido número de afecciones internas. Bellinghieri, que ha he- cho también este estudio, establece que la electricidad de la sangre es mucho mas débil en las enfermedades inflamatorias que en el estado de salud; que se aumenta en las en- fermedades caracterizadas por la disminución de las fuerzas vitales, y que igualmente se la ve tomar aumento en las flegmasías, cuando estas van curándose. Dice haber comprobado que cuando se cubre la sangre de costra, hay menos electricidad, y que esta aumenta cuan- do no existe costra. Todos estos hechos nece- sitan confirmación, y no se deben aceptar si- no como simples noticias. «El hecho mas notable y que parece me- nos dudoso, es el aumento de la electricidad durante el calor febril, y por lo tanto en las inflamaciones, como enfermedad pirética. Se ha dicho que en las fiebres era fácil recoger cantidades muy notables de fluido eléctrico en la superficie de la piel, y que algunos médicos se han valido de aparatos particulares, con el objeto de sustraer á las partes flogosadas el esceso de electricidad que están dispuestas á producir. De esta manera han sido combati- das la oftalmía y la erisipela (Condret, de VElectricitédans les maladies, Varís, 1838). Los médicos alemanes, para quienes es un hecho constante la formación de la electrici- dad en las enfermedades, las dividen en elec- tro-negativas, y en electro-positivas. La eri- sipela, las viruelas, la varioloides, la varicela, la escarlata, la roseóla, la urticaria y el tifo, son electro negativas ; y el sarampión y el reumatismo, electro-positivas. Heidenbreich clasifica de esta manera, en una memoria que ha analizado la Gazette medícale, un crecido número de enfermedades. No debemos insis- tir por mas tiempo en hechos de esta natura- leza, que exigen nuevas investigaciones, y no pueden considerarse mas que como el primer bosquejo de un trabajo, que tal vez llegue á ofrecer mas de un género de interés». (Comp. de méd.) E. Aceleración del pulso y movimiento fe- bril.—«Réstanos describir, entre los sínto- mas generales de la flogosis, el movimiento febril, ó sea la calentura que acompaña á esta enfermedad. Semejante estudio carecería ac- tualmente de todo género de utilidad, y aun pudiera conducir al error, haciendo creer que el movimiento febril va unido constantemente á la flegmasía. Lo único que puede estable- cerse es.que la inflamación aguda va casi siem- pre acompañada de fiebre, de manera que con razón puede definirse la inflamación una en- fermedad pirética. Tampoco se debe olvidar iClONES. G3 que no toda calentura indica la existencia de una inflamación, y que hay pirexias, es decir, enfermedades con fiebre, dependientes de al- teraciones de los sólidos, y de otras causas enteramente desconocidas. La palabra piréti- ca (pon fuego, con inflamación) tiene el incon- veniente de llevar consigo la ideaesclusiva de inflamación, y por mas que esta última sea una de las causas mas frecuentes de la fie- bre, se halla muy distante de ser la única (véase Fiebre). «¿Existe movimiento febril en todas las flegmasías agudas? Sí solo se dá-este nombre á las enfermedades en que se observan los ca- racteres que dejamos señalados, y principal- mente el aumento de la fibrina y de la tempe- ratura , acaso no se halle una sola flegmasía en la que no exista fiebre. Bien sabemos que pueden citarse algunos raros ejemplos de in- flamación sin fiebre, y aun hemos observado el último año dos casos de pulmonía, en los cuales no advertimos ninguna aceleración del pulso. No cuidamos de averiguar cuál era la temperatura del cuerpo ; pero hubiera sido muy conveniente hacerlo, porque no basta la aceleración del pulso para caracterizar la ca- lentura, y es necesario agregar á este síntoma las modificaciones de la calorificación. Ade- mas , en los casos raros en que parece no tur- barse la circulación , es necesario adquirir certeza de que los enfermos nó tienen natu- ralmente un pulso mas lento de lo que suele ser. Por otra parte, no pueden algunos he- chos escepcionales destruirla ley casi inv riable que se ha establecido en todo tiempo, á saber, que las inflamaciones son enferme- dades febriles. «Ya hemos visto que las modificaciones de la caloricidad normal eran, unidas con el aumento de la fibrina, uno de los primeros efectos del trabajo flogístico local; y otro tan- to debemos decir de la aceleración del pulso que se manifiesta al propio tiempo que la tem- peratura del cuerpo. En la mayor parte de las afecciones inflamatorias aparecen los fenó- menos generales , principalmente la fiebre, antes que los accidentes locales; muy rara vez preceden estos á los primeros, y con me- nor frecuencia todavía faltan cuando los pri- meros existen desde algún tiempo antes. Ya se comprende cuan difícil es establecer leyes generales acerca de este objeto. En primer lu- gar es raro que asista el médico al principio de las inflamaciones, y cuando le es dado des- cubrir sus primeros síntomas, existen ya la lesión local y la fiebre. Sin embargo, en algu- nos casos sobreviene el movimiento febril, sin que todavía pueda reconocerse la lesión inflamatoria; lo cual muchas veces depende de la dificultad del diagnóstico, y no del cur- sa de la inflamación. Lo que sucede en la fleg- masía de los órganos esteriores, y sobre todo en las que determinan las causas traumáticas y lafroperaciones quirúrgicas, nos manifiesta G4 inflam; el verdadero encadenamiento de los fenóme- nos generales y locales. En una quemadura, por ejemplo, los síntomas febriles suceden muy manifiestamente á los fenómenos locales, transcurriendo algún tiempo antes de mani- festarse los primeros. «No solamente se halla acelerado el pulso en las inflamaciones; encuéntrase también mas desarrollado y mas vibrátil. La contrac- ción de las paredes arteriales es mas enérgi- ca, y variable el desarrollo del pulso. Bordeu, á pesar de todos sus esfuerzos para distinguir las diferentes-especiesde pulso, no pudo pre- sentar los caracteres distintivos del pulso de la inflamación. El pulso de irritación y el pul- so critico nada ofrecen de especial (Recher- ches sur le pouls, p, 328 y sig.; OEuvres completes, t. I, París 1818). Todos los obser- vadores saben que el pulso es grande, desar- rollado y ondulante en muchas flegmasías, duro y concentrado en otras, y algunas veces también fácil de deprimir; en una palabra, que no puede asignarse ningún carácter es- elusivo al pulso de la inflamación. «Perciben muchas veces los latidos arte- riales en la parte inflamada el enfermo y el médico, siendo la exaltación de la sensibili- dad la verdadera causa de este fenómeno; pe- ro en algunos casos se siente con mayor in- tensidad la pulsación, cuando supuran los te- jidos. F. Del estado de las fuerzas en las fleg- masías.—Hay una opinión-muy antigua, que se ha reproducido en todas las doctrinas mé- dicas, y que consiste en distinguir dos esta- dos diferentes en las inflamaciones, el uno llamado esténico, y el otro asténico; de donde resultan unas inflamaciones esténicas y otras asténicas. Brown, que ha hecho célebre esta división, subdivide dichas dos inflamaciones en local y general. La esténica general es un efecto de la escitacion aumentada en todo el sistema, y la inflamación esténica local resul- ta de la escitacion localizada en una parte, que no se estiende á los demás sistemas (Brown, Elemens de medecine, p. 168 y sig.) Divíde- se también la inflamación asténica en general y en local. No podemos entrar en el examen erítico de la doctrina de Brown; ya ha sido analizada por Broussais con indecible talento, y ademas no pudiéramos dar una idea com- pleta de ella, sin estendernos mas délo que permite la naturaleza de esta obra. Diremos únicamente que la división de las inflamacio- nes en acitva, esténica, verdadera y benigna por una parte, y por la otra en atónica, pasi- va, asténica, falsa, maligna, y nerviosa,, es viciosa enteramente , mientras se aplica al estado morboso que debe designarse con el nombre de inflamación. Investigando bien cuáles son las causas que han conducido á Brown y á otra multitud de autores á crear los dos géneros de inflamación de que acaba- mos de hablar, fácilmente te reconoce que las inflamaciones, lo mismo que otros estados morbosos , van acompañadas de fenómenos, que unas veces parecen acreditar el aumento de la escitabilidad, y otras indican que esta escitabilidad misma se halla en un grado muy inferior á su tipo fisiológico; de aqui los dos estados que Brown llamó escitacion y aste- nia. En el dia basta, para probar los errores de que adolece este sistema, decir que no se conoce ni una sola inflamación que pueda lla- marse general; en cuanto á la inflamación lo- cal , puede ser esténica, es decir con esceso de escitacion en la parte inflamada; pero, ¿cómo se comprende una inflamación local asténica ? En cuanto á la inflamación asténi- ca general, esto es producida por la disminu- ción de la escitacion en todas las partes, es esta una de tantas hipótesis que pueden ca- lificarse de falsas, y que no merecen los hono- res de la discusión: no hay otra inflamación que la llamada esténica y local. No puede en verdad negarse que se pre- sentan con frecuencia en las flegmasías los dos estados dinámicos llamados estenia y astenia. La pulmonía puede presentarse al observador con todo el aparato de una viva reacción fe- bril ; el pulso aparecerá desarrollado y vibrá- til; y las fuerzas generales, medidas por la sensibilidad y la contractilidad muscular, su- ministrarán una prueba de que la escitabili- dad se halla aumentada. Si, por el contrario, en una época variable de la pulmonía, se de- bilitasen las fuerzas, y el pulso se volviese mi- serable; si la temperatura del cuerpo dismi- nuyese , si el sistema muscular no fuese ya capaz de los menores esfuerzos, en una pala- bra , cuando sucede á los síntomas inflamato- rios la mas completa postración, ó coexiste con ellos; se llamará á la neumonía una infla- mación asténica, asi como en el primer caso recibirá el nombre de inflamación esténica. Pero no vaya á creerse que la enfermedad ha cambiado de naturaleza porque haya mudado de aspecto; en ambos casos es una flegmasía caracterizada siempre por el aumento de la fi- brina; los signos locales permanecen del mis- mo modo, habiendo cambiado únicamente los generales, porque se ha añadido un elemento morboso mas. Las fuerzas generales se hallan en tal caso oprimidas ó disminuidas, ya por haber sobrevenido una complicación bien de- terminada en una viscera, ya por existir una alteración de la sangre, ó ya á causa de una perversión de la sensibilidad general. Nos en- seña la observación que no en todos los suge- tos presentan las flegmasías igual cuadro de síntomas; pero, lo repetimos, la fuerza y la debilidad que se manifiesta entre los fenóme- nos generales, no dependen de la inflamación misma, ni de la diátesis ó estado general, es- ténico ó asténico: fuera de la inflamación hay otros elementos morbosos. Por ejemplo, ¿qué agente comunica á la metritis, á la pulmonía, á la pleuresía, á la angina escarlatinosa, etc., INFLAMACIONES. la forma asténica, tifoidea,'ó reacciohal ó in- flamatoria , que las vemos tomar? Sin duda fas diferentes condiciones morbosas que obran so- bre el organismo con motivo de la flegmasía, ó que existían antes de ella; en un enfermo, será el estado tifoideo; en otro la anemia; en el tercero, un estado de oscitación nerviosa, ó de neurostenia, y en el cuarto, por el con- trario , la astenia. Si se quisiesen crear infla- maciones esténica y asténica, seria también preciso admitir otras que se denominasen in- flamaciones con perturbación nerviosa, hemor- ragias y tifoideas, y las habrja igualmente biliosas y purulentas, porque los fenómenos biliosos y de puogénia complican también á las inflamaciones. En todos estos casos, no es de ninguna manera la inflamación el efecto de semejantes estados morbosos; recibe de ellos una influencia notable, pero no la determinan. Muchas veces se produce la inflamación y ha- ce estragos en un sugeto profundamente de- bilitado, ya por una enfermedad anterior, ya á causa del mal régimen ó de afecciones mo- rales, etc. Todos los observadores han tenido ocasión de ver estas flegmasías pérfidas, que afligen a sugetos debilitados; pero la astenia no es su causa, únicamente las imprime un Sello particular que no impide reconocer sus caracteres esenciales. Sepamos pues conside- rar bajo su verdadero punto de vista los esta- dos dinámicos que se añaden á las flegmasías, y que se manifiestan con motivo de ellas: no cambian su naturaleza íntima, como tampoco varia esta según los tejidos que la flogosis afec- ta. Reconozcamos también un hecho comple- tamente desconocido de los médicos de los si- glos precedentes, ár^.ber: que la inflamación va acompañada de escitacion ó de astenia, sin eambiar en manera alguna de naturaleza. Afiá- ilase por último que la astenia es el resulta- do de enfermedades muy diversas, que pue- den tener su asiento en los sólidos ó en los lí- quidos. «Es muy frecuente ver que al principio ó en el curso de una inflamación sobrevienen graves trastornos nerviosos, de la naturaleza de aque- llos que antiguamente se designaron con el nombre de atáxicos; trastornos que son efectos de la perversión de las funciones del sistema nervioso, escitados simpáticamente por el órga- no inflamado. Pero esta ataxia no pertenece mas bien á la inflamación que la astenia y la este- rna. Otros muchos estados morbosos van acom- pañados de las mismas alteraciones nerviosas; y pudiéramos ademas incluir en la categoría de los fenómenos generales de la inflamación á los trastornos de las principales funciones, porque se hallan alteradas generalmente, aunque en grados diversos , las dé casi todas las visceras; pero como nada presentan esencial á la flogosis, nos parece mas conveniente pasarlas en si- lencio. »Los fenómenos que hasta aquí hemos exa- minado pueden considerarse como los sig- TOAIO VIL 65 nos mas constantes de la inflamación: he- mos visto modificarse de un modo especial la calorificación, • la electricidad , la circu- lación general y local, y la sensibilidad, no solo en el punto inflamado, sino también en la economía entera. Réstanos únicamente hablar de varios trastornos de las demás funciones, que tienen alguna parte en la producción del estado morboso general, propio de las flegma- sías. Cuando estas presentan alguna intensidad y duran cierto tiempo , no tardan en turbar casi todas las funciones de la economía. Son entre todas las afecciones internas las que des- arrollan mayor número de simpatías, de ma- nera , que si hubiese fundamento para sostener que la flogosis es al principio un estado morboso local, debería reconocerse que se generaliza con admirable prontitud. Sin duda exageró Broussais la influencia simpática ejercida por la inflamación, al pretender que la fiebre nunca era otra cosa mas que el resultado de una irri- tación del corazón primitiva ó simpática (Pro- pos. 112 del Examen); pero no dejó de hacer resaltar con mucha verdad las numerosas sim- patías que determina la inflamación , y cierta- mente no es este el menor de los títulos que tie- ne al reconocimiento délos médicos. Es el dolor una de las causas mas" frecuentes.de estas irra- diaciones simpáticas, pero no la única; las ín- timas coorrelaciones establecidas entre los te- jidos por la identidad de testura, se hallan bien acreditadas por la observación clínica. Brous- sais habia convertido en ley estas influencias simpáticas cuando decia : «toda inflamación bastante intensa para producir la fiebre escl- tando al corazón , lo es también para obrar al mismo tiempo sobre el cerebro y sobre el estó- mago , á lo menos en su principio ; y como la irritación no cambia de naturaleza aunque se trasmita, la que entonces sobreviene en los tres referidos órganos es siempre un grado ó matiz de la inflamación.» (Propos. 114). Este trípode de la irritación , sea primitiva ó comu- nicada , bastaba á Broussais para esplicar la mayor parte de los fenómenos patológicos que se manifiestan durante las inflamaciones. Sin ocuparnos de'los numerosos ataques que se han dirijido contra el sistema demasiado escliísivo del gran reformador, diremos queen el dia es- tan los médicos conformes en negar completa-r mente la existencia de esas pretendidas irrita- ciones trasmitidas al cerebro y al estómago; porque ni Broussais ni otros han dado las prue- bas anatómicas que las corresponden , y por lo tanto no pueden considerarse sino como una hipótesis, ni mas ni nienos valedera que la pa- labra simpatía , empleada generalmente para designar la causa desconocida de los trastornos funcionales que acompañan á las inflamaciones. La sed , la anorexia y los vómitos que se ma- nifiestan durante el curso de estas enfermeda- des, no acreditan mejor la existencia de una irritación gástrica Ó intestinal, que la aceleración del pulso y el aumento de la temperatura anuu- 5 06 INFLAMACIONES. cian una irritación del corazón y del sistema nervioso. Lo repetiremos por última vez, cuan- do hay flogosis se turban la mayor parte de las funciones sin que podamos decir por qué: cier- ta dosis de alcohol ó de éter , el virus variolo- so , la introducción del pus, de un virus sép- tico , ó de un miasma deletéreo ocasionan fie- bre , desarrollan simpatías, perturban . en una palabra , á la economía entera , sin que poda- mos decir si lo hacen elevando , deprimiendo, ó pervirtiendo la escitabilidad propia de cada tejido. Se ha dicho generalmente , y desde la mas remota antigüedad (Galeno, Ettmullér, Haller , Borsieri, Tommasini, Rasori , etc.), que la inflamación obraba por la diátesis esténi- ca general, que la es consecutiva , ó en otros términos , por un processus inflamatorio , que solo era el resultado de un estímulo aumentado en una parte (véase sobre este asunto á Tom- masini, Esposit. de la nouvelle doctrine medí- cale italienne , pág. 32 y siguientes. Paris, 1821); pero todo el que examine fríamente es- las teorías, y las someta á la prueba de la ob- servación clínica, advertirá fácilmente que se hallan en oposición continua con la naturaleza; que esta no se doblega en ninguna manera al yugo de las doctrinas esclusivas, y por último, que es imposible hacer derivar todos los fenó- menos simpáticos que en la inflamación se ob- servan, de la inflamación generalizada de este modo; pues que dichos fenómenos se presen- tan bajo la misma forma , la misma intensidad, ó por mejor decir, con las mismas variaciones, en las enfermedades mas distintas. «Entre los fenómenos simpáticos de que acabamos de hablar, se presentan primera- mente las alteraciones de la sensibilidad y de la motilidad : las laxitudes dolorosas , el mal estar, la cefalalgia y la debilidad muscular, que privan al hombre , todavía sano , de la mayor parte de sus fuerzas ; y el insomnio , la agita- ción febril, y algunas veces la excitación cere- bral, ó el colapsus de la inteligencia. Por par- te de las funciones digestivas no son los tras- tornos ni menos notables, ni menos constantes: se observa anorexia , una sed mas ó menos vi- va, á veces náuseas, algunos eólicos, cons- tipación ó una ligera diarrea. Los aparatos secretorios se turban igualmente:-las orinas se ponen mas encendidas , mas acidas , aumenta su densidad , son mas raras, y están mas*es- puestas á formar depósitos constituidos en par- te por el uratode amoniaco; y la piel se seca ó se cubre de un sudor mas ó menos abundante. Estos fenómenos aumentan ó disminuyen de in- tensidad , según los sugetos y sus peculiares predisposiciones; pero son bastante constantes, para poderlos considerar como dependencias muy frecuentes de la flegmasía.» (Comp. de med.) ((Alteraciones orgánicas propias de la infla- mación.—Se daría una idea muy incompleta de la flogosis, reduciéndose á caracterizarla por los solos fenómenos que antes hemos estudia- | do. Es cierto que deben tenerse muy en consi- deracion las modificaciones que presentan la temperatura, la circulación , la electricidad y los síntomas locales, como el calor, la rubi- cundez , la tumefacción y el dolor; porque son para el patólogo los caracteres esteriores , y los signos de la inflamación. Pero hay otros que forman el complemento indispensable de estas primeras nociones: tales son ¡os cambios ocur- ridos en la testura de los tejidos inflamados. Aconseja Broussais no atenerse á los síntomas de la inflamación, y aprovecharse,de las luces que pueda suministrar la anatomía patológica (Phlegmasies chroniques, prolegómenos. — Examen des doctrines medicales.—Traite dé pathol. et de thér géner., t. I, pág. 75). Es, pues, indispensable, para que una inflamación esté bien caracterizada , que existan al mismo tiempo los signos esteriores antes indicados, y una ó muchas de las alteraciones que nos falta dar á conocer. «La hiperemia, el reblandecimiento, la ul- ceración , la supuración, la adherencia, la hi- pertrofia y la induración , han sido considera- das como lesiones, que deben servir'para carac- terizar anatómicamente la flogosis. Entre estas diferentes alteraciones , hay unas que pertene- cen á la flogosis, y otras que la son estrañas; preciso es distinguirlas entre sí, y esta tarea se encuentra erizada de dificultades 1.° Hiperemia.—La hiperemia ó aumento de cantidad de la sangre, ó en otros términos su congestión en un tejido (Andral, Anat. pa- thol., t. II, pág. 11), es un estado morboso de la circulación , que puede depender de causas muy diversas. La hiperemia por irritación in- flamatoria ea la única que debemos examinar en este artículo (irritación esténica , irritación inflamatoria, por esceso de estímulo). «Los esperimentos hechos por un crecido número de fisiólogos , con el objeto de descu- brir los fenómenos de la circulación capilar, se hallan harto estrechamente unidos con el ob- jeto que nos ocupa, para que dejemos de darlos á conocer con algunos pormenores, aunque no hayan conducido á ningún resultado positivo, ni aclarado enteramente el mecanismo de la in- flamación. Los trabajos de Leuwenhoeck, Mal- pighi, Swammerdam , Haller, Hunter y Spa- llanzani, han abierto dignamente la vía , se- guida después con no menos talento por Daellin- ger, Wedomeyer, Thomson, Ch. Hastings, Wilson , Philip , Kaltenbrunner, etc. Sus in- vestigaciones son de alguna autoridad , á pesar de las disidencias que separan á estos autores. «Conviene fijar primeramente nuestra aten- ción en ciertos hechos admitidos por algunos fisiólogos , y desechados por otros. El ilustre Harveo no dudó en creer que los capilares ejer- cían una acción particular sobre el movimiento de la sangre: «e venis capillaribus in parvas ramificationes et inde in majores exprimitur motu» (De motu sanguinjs , cap. 15). Haller no admite movimiento alguno de contracción INFLAMACIONES. 67 por parte de los vasos capilares. Bichat, al con- trario, cree que la sangre se halla enteramente sustraída á la acción del corazón en el sistema capilar (Anat. génér. , sec. 8 ; circulación de los capilares); pero no se apoya en ningún es- perimento para admitir este hecho. Bordeu, co- mo Bichat, tiene por indudable la acción de los capilares. Doellinger y Kaltenbrunner , cuyas opiniones referiremos detenidamente, inven- tan otra hipótesis para hacer caminar la san- gre por los capilares: no admiten la contrac- tidad de estos tubos, y creen que los glóbulos sanguíneos se mueven por sí mismos para lle- gar á las venas. Magendie niega á los capilares toda parte en la progresión del líquido sanguí- neo. Burdach profesa la misma opinión (Traite de physiologie, t. VII, pág. 308). Mas adelan- te veremos que el conocimiento de estas doc- trinas es indispensable para el estudio de la in- flamación. «Creyendo Gorter que la causa de la infla- mación consiste en un aumento vital de las ar- terias , admite que se hallan estas dotadas de una acción independiente de los movimientos del corazón, contracción que imprime á la san- gre un impulso mas fuerte y mas rápido. Esta opinión ha sido aceptada por el mayor número de patólogos. Vacca sostiene, en contra de es- ta doctrina, que la contracción de los capilares se halla disminuida ó es menos fuerte propor- cionalmente que la de los vasos de donde proce- den (Vacca, de inflammalionis morbossw, quat inhumano cor por e fit, natura, causis, effecti- bus el curatione). Las ideas emitidas por Vacca han sido profesadas por dos médicos ingleses, Lubbock y Alien, según el testimonio de Thom- son. También Wilson concluye de sus esperi- mentos , que la circulación es mas lenta en las arterias inflamadas que en las sanas, y que se halla disminuido en ellas el movimiento de la sangre (.4 treatise on febfile discases, Vinchcst, 1801, t. III, pág. 12). «Thomson ha hecho numerosos y variados esperimentos con el fin de descubrir el verda- dero estado de la circulación capilar ; esperi- mentos que se han ejecutado con el mayor es- mero. Haller hizo sus observaciones sobre el mesenterío de la rana; pero el estado de pade- cimiento en que se halla el animal , los movi- mientos que ejecuta y la acción del aire sobre la membrana, son otras tantas causas que pue- den turbar los resultados del esperimento. Thomson se sirvió de la membrana interdijital de la pata de una rana, y pudo seguir los fenó- menos de la circulación sin esponerse á error. Después determinó la flogosis sobre esta mem- brana, aplicando alcohol, opio, amoniaco , é hidroclorato de sosa en disolución, y he aquí los resultados. «Lejos de hacerse siempre mas «lenta la circulación de la sangre en los vasos «inflamados, se halla muchas veces acelerada, «principalmente al principio de la inflamación; «y este aumento de celeridad puede persistir «en los vasos capilares, desde el principio de la «inflamación hasta el fin. La aceleración del «movimiento circulatorio acompaña en uit grado «mas ó menos considerable al estado que se «llama inflamación activa.y) «En el principio de la 'inflamación puede wexistir una disminución del movimiento circu- »latorio de los vasos capilares inflamados, y »subsistir durante su curso y su incremento.» «Sin embargo, la detención de la circulación «en los capilares inflamados se manifiesta con «mayor frecuencia en el curso de la inflama- «cion que al principio de ella, en las per- »sonas robustas y bien constituidas. Probable- »mente. pertenece á la inflamación pasiva» (Thomson, ob. cit., pág. 61). La aceleración va seguida de una detención en los tubos capi- lares tan completa algunas veces, que no es posible percibir vestigio alguno de movimiento de la sangre. La suspensión del curso de esto líquido se verifica al misino tiempo que se di- latan los tubos capilares. «Se ve , pues, queen concepto del médico inglés puede ir acompañada la flogosis , ya do un aumento , ya de una disminución de cele- ridad de la sangre en la circulación de los ca- pilares inflamados. Thomson ha señalado dos hechos positivos y confirmados por todos los es- perimentadores, á saber: la aceleración y la detención del curso de la sangre en los capila- res : puede considerárselas como una adquisi- ción para la ciencia , con tanto mas motivo, cuanto que han sido observadas también por Koch, Wilson, Emmert, Wedemeyer, Baum- gaertner (respecto á la aceleración), y por Ha- ller , Hasting, Wedemeyer y Burdach (respec- to á la detención) ; asi como por M. Dubois d'Amiens (Prelepons de pathol. esperimentale, pág. 372 y siguientes. París , 1841). La equi- vocación de Thomson es haber atribuido la ace- leración á la inflamación*activa, y la detención á la inflamación pasiva. «También Haller ha indicado la detención como el primer fenómeno de la flegmasía (Ob. cit., -pág. 59 , cap. III). Ch. Hastings se ha esforzado á averiguar si la inflamación se manifiesta durante la contrac- ción ó la dilatación de los capilares, y ha con- cluido de un crecido número de esperimentos sobre este objeto, que la circulación normal de- pende de la armonía de acción de todo el sis- tema circulatorio ; que la aplicación de los es- tímulos no produce síntomas inflamatorios en el momento en que acrece la acción de los vasos; antes, por el contrario , estos últimos fenóme- nos se manifiestan cuando la acción prolongada de los mismos agentes ha disminuido la escita- bilidad de los vasos pequeños; y que se puede inferir que la inflamación consiste en una debi- lidad de acción de los capilares, en virtud de la cual se rompe el equilibro entre los grandes y pequeños vasos, dilatándose estos. Admite el. mismo autor que esta debilidad de acción de los l capilares va siempre acompañada de una alte- I ración en el aspecto de la sangre que se vuelve 68 INFLAMACIONES. mas roja , y cuyas partes constituyentes tienen tendencia á alterarse. (Dissert. sur la forcé con- tract. des vaiss.; Edimb. , 1820.—A trealise ofinflammation ofthe mucons membrane ofthc lungs, etc., en 8.°; Lond., 1820.—Extrac, en los Archiv. génér. de méd., pág. 110, t. VII, 1825). Las observaciones hechas por Hastings son muy exactas , y siryen para poner fuera de duda un hecho, á saber: que los fenómenos de la inflamación no se manifiestan hasta el momento en que los vasos se dilatan, ó dismi- nuye el movimiento de la sangre, y empiezan los globulosa acumularse en los capilares. Vemos pues, que estudiando con sagacidad los esperimentos hechos por los autores que dejamos citados, se adquieren hechos precisos, que ilustran acerca del modo de formarse la in- flamación. Aceleración del curso de la sangre, detención de este fluido , estancación de los glóbulos, y acaso alteración de la sangre. Con- tinuemos sin embargo el análisis de los traba- jos debidos á otros autores , antes de reasumir las ideas mas positivas en este importante^ asunto. Nos limitaremos á hacer mención de la obra de M. Gendrin (Histoire anatomique'des inflammations , t. II, p. 476 y 622), porque en ella se encuentra lo verdadero mezclado con tantas fábulas y creaciones quiméricas, que no merecen la menor confianza las aserciones de este autor, ni pueden citarse sus observacio- nes por los hombres severos, que exigen hechos positivos ^ bien observados. Doellinger, en su notable memoria sobre la circulación (Journal des progres., t. II), ha visto detenerse la san- I gre, pero solamente en los vasos mas peque- ños, que no dejan pasar mas que un glóbulo sanguíneo de frente- Describe con mucha exac- titud los diversos movimientos de los glóbulos sanguíneos , y los atribuye equivocadamente á una fuerza espontánea de que se hallan ani- mados (mem. cit., p. 7). «Kaltenbrunner, euyasJprincipales conclu- siones son las únicas que podemos indicar , ha confirmado en gran parte los descubrimientos de Haller , Philip y Thomson. La inflamación vá precedida de los fenómenos de la conges- tión. En esta afluye la sangre con abundancia, la cavidad de los vasos se aumenta y se dis- tienden sus paredes, la sangre está alterada, los tejidos hinchados, las funciones y las se- creciones suspensas. Todos estos trastornos se estiendeu desde el foco á la circunferencia , y acaban por la inflamación. »En el primer periodo de esta, ó de incre- mento , se halla por lo común muy acelerada la circulación de la sangre , las secreciones in- terrumpidas , la absorción mas activa y ejecu- tada por las venillas. Se forman nuevos capi- lares ; se aumenta la coagulabilidad de la san- gre , y las cualidades de este fluido se alteran de diferentes modos. Pasado cierto tiempo, acrecen estas alteraciones , se detiene la san- gre en los capilares del foco flegmásico , y cir- cula todavía con mucha actividad al rededor de la parte donde se observa la estancación, manifestándose esta por lo común en muchos puntos á un tiempo. «Cuando la inflamación llega al periodo de estado , se advierten estancaciones en el cen- tro del foco , y congestiones á su rededor , y después, según la intensidad de la flogosis, sobrevienen la resolución , la supuración ó la gangrena. «También la congestión tiene su segundo grado ó su periodo de estado. La lesión es en él circunscrita , hay aflujo de sangre , circula- ción mas acelerada , alteración de la sangre, tumefacción de los tejidos, suspensión de las funciones y de las secreciones normales. «Cuando declina la inflamación ; desapare- ce la congestión en la circunferencia; se limita mas y mas en su foco primitivo, y termina por una secreción crítica , que se verifica á peque- ños chorros al través de los conductos capila- res. En la congestión que ha llegado á su es- tado de declinación , desaparecen primero en la circunferencia el aflujo de la sangre y la ace- leración de la circulación, y últimamente se disipan por una secreción crítica (Experimenta circa statum sanguinis et vasorum in inflam- matione, Monachii, 1826; y Recherches expe- rimentales sur Vinflammation, en el Réper- toire general danatomie et de physiologie pa- thologiques, etc., t. IV, p. 201. París 1827). Por la simple lectura de las principales con- clusiones de Kaltenbrunner es fácil conven- cerse, de que las diferencias que ha creído ha- llar entre la congestión y la inflamación, y en- tre sus diferentes periodos , son casi todas ilu- sorias é incapaces de servir de base á distincio- nes prácticas de alguna utilidad. El error mas grave que cometió el médico alemán , es ha- ber tratado de establecer una semejanza entre la fiebre y la inflamación , á favor de fenóme- nos locales puramente quiméricos : decir que en la fiebre no disminuye la rapidez de la cir- culación , pero que se adelgaza la columna de la sangre y se altera este humor , ¿no es in- ventar otras tantas hipótesis como palabras? «La aceleración del curso de la sangre , y la contracción de los capilares , han sido ob- servadas por Koch en sus esperimentos (Mec- keVs Arch., für anal., und physiol. Estrac en los Arch., génér. de méd., p. 608 , 1833). Ha observado, como otros muchos esperimenta- dores, que la detención sucede á la acelera- ción de la sangre , y que los glóbulos acaban por ponerse en contacto; su movimiento se detiene , y solo se descubre una simple oscila- ción. Este último fenómeno, que ha sido bien observado por Koch, es muy importante, y precede , como mas adelante diremos , á la completa estancación de los glóbulos. Se ad- hieren estos á las paredes vasculares, y se de- tienen , dilatándose entonces algunas veces los vasos, hasta el punto de adquirir doble volu- men. Los mismos fenómenos se producen, y INFLAMACIONES. 69 exactamente de igual manera , al rededor del foco primitivo, donde la estancación llega á ser completa. Admite el autor que los glóbulos sanguíneos se disuelven en el suero , y des- aparecen donde es completa la estancación ca- pilar. Los vasos en que se ha verificado lá es- tancación, recobran con mayor ó menor pron- titud su calibre natural. La incisión y la pica- dura nunca dejan de producir la estancación y la disolución de los glóbulos. La aplicación de un estímulo nuevo ó mas fuerte , restable- ce momentáneamente la circulación sanguí- nea , que todavía se detiene de nuevo, y vuel- ve á su primer estado, si es que no aumenta. Si el estímulo ha sido enérgico, son mas con- siderables la aglomeración de los glóbulos y la dilatación de los capilares. Las arteriolas y las vesículas participan de esta alteración de los capilares. «El trabajo de Koch es de mucha impor- tancia en la historia de la inflamación , porque confirma de una manera decisiva muchos he- chos que ya habían sido indicados, á saber : la oscilación ó movimiento de vaivén, que sucede á la aceleración y á la estancación de la san- gre en los capilares; el hacinamiento y deten- ción de los glóbulos ; la dilatación consecutiva de los tubos vasculares, y por último el res- tablecimiento momentáneo de la circulación. En cuanto á la disolución de los glóbulos , es una alteración , cuya existencia nada prueba. «Seguu Broussais , ha probado Fabre que la sangre se precipitaba'directamente hacia el- punto inflamado, siguiendo un camino muy dife- rente del que sigue en el estado fisiológico, es decir , retrocediendo á las arterias, y dirigién- dose desde los troncos venosos á las raicillas. Añade Broussais , que ha presenciado esperi- mentos semejantes hechos por Sarlandíere, y visto dirigirse la sangre , aun al través de las paredes venosas, hacia el punto irritado (De VIrritation et de la folie, t. I, p. 30). Hé aqui algunos datos muy conducentes á la investiga- ción de la verdad. «Después de haber multiplicado M. Dubois (d'Amiens) sus esperimentos, y de haberlos variado de todas maneras, ha advertido que la picadura hecha con un instrumento muy sutil; puede caer sobre alguna corriente capilar, ó en los espacios intercapilares. En el primer caso hay desde luego grande agitación del animal; después detención instantánea de la circulación capilar, como observó Thomson, y por último una aceleración general, que se re- produce también cuando se pica cualquiera otra parte del cuerpo. Nunca se ha observado ace- leración de la sangre en dirección .convergente «al punto de la perforación , ni flujo sanguíneo. Pero si la picadura interesa capilares, y estos no admiten mas que un solo glóbulo de frente, salen los glóbulos formando reguero , á la manera de la sangre que fluye de la iiíci- síon de una vena , cuando está la parte sumer- gida en agua caliente. Si es el capilar bastante grueso para que puedan salir muchos glóbulos, corren estos hacia el orificio accidental con ra- pidez, y de todos los lados, afectando muchas veces un curso retrógrado (observ. et expér, sur Vhypérémie capillaire, ob. cit., p. 366). Pertenece á M. Magendie el honor de haber puesto todos estos hechos en evidencia por me- dio de esperimentos decisivos (Lecons sur les phénomenes physiques de la vie, t. III, pági- na 330). Esplica el aflujo de la sangre hacia el vaso herido por la picadura, diciendo , que co- mo el fluido halla menor resistencia hacia este punto que en el resto del vaso , se sale por la abertura, mientras no se halla agotada la elas- ticidad de las túnicas vasculares. Apoyándose M. Dubois en los esperimentos hechos antes de él, de los cuales hemos ha- blado ya , asi como en sus propias observacio- nes , asigna á la hiperemia capilar los fenóme- nos siguientes: 1.° hay con mucha frecuencia, pero no de un modo constante , una acelera- ción notable en las corrientes capilares; 2.° des- pués , en todos los casos , se advierte que es- tas mismas corrientes sufren un retraso , una detención , que es cada vez mas manifiesta; 3.° á esta detención sucede una propulsión continua de la sangre , á sacudidas , esto es, una propulsión renitente indicada por Haller, por Koch , por Emmert, Doellinger y Kalten- brunner. Se observan en este estado movimien- tos de impulsión, correspondientes á los movi- mientos del corazón , verdaderas pulsaciones que hacen progresar el líquido por sacudidas continuas ; de suerte que si se sigue con la vista una reunión de glóbulos , se les vé pro- gresar , y luego detenerse bruscamente , para volver después á seguir su curso con la mis- ma celeridad; 4.° por último, llega un mo- mento en que la columna sanguínea contenida en los capilares empieza á esperimentar un movimiento manifiesto de oscilación ; enton- ces se observa , según la espresion de Dubois, un movimiento de vaivén, que coincide con el sístole y diástole. En el primer tiempo de este cuarto periodo , todavía sigue caminando la sangre, porque gana mas espacio del que pier- de al retroceder ; pero pronto se equilibran las fuerzas , y los glóbulos retroceden tanto como progresan; 5.° vienen por fin las últimas oscilaciones ; poco á poco disminuye su ampli- tud ; los tiempos de reposo que las separan van en aumenlo , las oscilaciones llegan á ser im- perceptibles , y por último , hay suspensión completa , absoluta cesación de todo movi- miento en esta parte del sistema capilar. Casi siempre al lado de estos parages , en que se halla suspendida la circulación , hay otros en que se observa uno ó muchos de los fenóme- nos que dejamos indicados, y que han sido des- critos con grande exactitud y mucho método por Dubois (Ob. cit., p. 372 y 386). «Cuando ha llegado á este punto la estan- cación sanguínea, resulta constituida la hipe- remia. Pero hasta entonces la aceleración de 70 INFLAMACIONES. la sangro en los capilares dcbia impedir nece- sariamente la formación de la congestión. Es esta el resultado manifiesto de la plenitud de los capilares por los glóbulos sanguíneos hacina- dos en ellos. Asi pues, se halla confirmada en parte la antiquísima doctrina de la obstruc- ción , con la diferencia, sin embargo , de que en otros tiempos suponían los autores que los glóbulos sanguíneos penetraban en los vasos blancos que no debían admitirlos , y en el dia se niega la existencia de estos vasos de sangre blanca , citados aun por Bichat, pero cuya realidad no se halla probada. Hemos dicho que los glóbulos se hacinaban á-medida que la sangre iba deteniéndose, y es- to con tanta mayor facilidad , cuanto que sien- do aplastados, elípticos y lenticulares, no siem- pre se presentan en los pequeños vasos, según su menor diámetro. Se ha intentado valuar el calibre de los capilares : dice Muller que varia desde trece milésimas de línea hasta tres milé- simas, y aun hasta dos y medía. Weber les asigna veintiséis , diez milésimas de línea , y siete milésimas en la membrana mucosa del in- testino grueso. No debe darse un valor absolu- to á estas medidas , porque varían según los individuos, los órganos cuyos vasos se miden, y las condiciones morbosas en que se encuen- tran los capilares. Lo mas cierto en este asun- to es que los tubos mas finos solo admiten un glóbulo de frente, y basta haber observado una sola vez con el microscopio las corrientes san- guíneas, para admirar la elasticidad de los gló- bulos, que se alargan,se repliegan, rebotan so- bre las paredes de los vasos, y se adaptan en fin maravillosamente á las aberturas por donde deben penetrar. Cuando se efectúa la detención de la circulación, se sobreponen estos glóbu- los, y acaban por llenar todo el tubo que les ha recibido, y que se dilata bajo la influencia de la presión centrífuga que ejercen sobre él. Ob- serva Dubois con razón que el famoso axioma ubi slimulus , ibi fluxus, carece de exactitud, supuesto que la irritación tiene por efecto , no el hacer circular los fluidos sanguíneos, sino al contrario determinar su estancación masó me- nos completa. Hemos dado alguna estension al estudio microscópico de la hiperemia inflamatoria, por- que se funda en esperimentos precisos, cuya interpretación no ha sido siempre muy exacta, pero cuya importancia es imposible negar. Sin duda queda mucho por descubrir ; mas sin em- bargo, puede desde luego asegurarse que con- tinuando en,esta via, se lograrán disipar las ti- nieblas,queen gran parte cubren aun la historia de la inflamación. Ninguna mención hemos concedido á las teorías que no se fundan en hechos precisos ni esperimentos. Antes de terminar este asunto, nos parece conveniente refutar una singular opinión , que si fuese fundada, haría estériles , y aun redu- ciría á la nada todos los esperimentos debidos á los mas recomendables autores. Dejándose guiar M. Roberto Latour por sus opiniones par- ticulares sobre la inflamación, que le hacen re- ferir el origen de este acto morboso á la calori- ficación , declaró sin titubear, y antes de em- prender ningún esperimento, «que los anima- les de sangre fria no deben ser susceptibles da contraer la inflamación.» (¿Qu est-ce que ftn- flammation? ¿ Qu esl-ce que la fiebre? París 1838). Por lo tanto no causará sorpresa saber que después ha logrado demostrar «qíie los esperimentadores que estudiaron la inflamación en la rana no vieron lo que han dicho , ó atri- buyeron á la inflamación algunos fenómenos que la son enteramente estraños.» (Espériences tendant á démontrer le mécanisme de íinflam- mation, Revue medícale, t. I, pág. 1, 1840). Mucho sentimos que los que informaron acerca del trabajo precedente (MM. Hourmann , No- nat, Prus , Rouauet y Bouvier) no hayan co- noeidobastante los hechos consignados en los anales de la ciencia , antes de dar su plena aprobación á las conclusiones de Robert. Hu-_ hieran podido asegurarse que los autores que hicieron esperimentos en otros animales, como en el mesenterio de les turones , de los rato- nes, y aun de los perros, han hallado exacta- mente los mismos fenómenos que se observan en la rana. ¿Porqué, pues, los fenómenos producidos en iguales circunstancias, y que ofrecen entre sí perfecta semejanza, no recibi- rán el mismo nombre? Por otra parte necesa- rio es convenir en que Robert rehila de una sin- gular manera los hechos contrarios á su doctri- na. Aplica un pincel cargado de amoniaco en el muslo de una rana, determina en todos sus es- perimentos una rubicundez intensa , y la se- creción de un líquido viscoso ; pero no se cui- da de estudiar y de describir, con el auxilio del microscopio , la forma y la naturaleza de la ru- bicundez y de la inyección, sino que corta la cuestión , declarando que aquello uo es una in- flamación. Todos los demás esperimentos son tan convincentes como este. Respecto á algunas aserciones erróneas de Gendrin y de Kalten- brunner han sido justamente refutadas por Ro- berto Latour. Concedemos, pues, que la infla- mación puede y debe ser diferente en un ani- mal de temperatura sujeta á modificaciones, y en uno de temperatura independiente ; mas no por eso resulta menos probado,que los fenóme- nos de hiperemia y de fluxión inflamatoria exis- ten en él como en los demás. No hablamos de la supuración , de la adherencia , ni de la repa- ración délos tejidos, porque los estudios micros- cópicos no se han fijado en estas alteraciones. Caracteres de la hiperemia inflamatoria.•>— El primer grado de la hiperemia va señalado, lo mismo en nuestro concepto que eu el de la mayor parte de autores, por la contracción de los vasos, la mayor rapidez del curso de la san- gre y el dolor. Mientras se halla acelerada la circulación, no se observan mas cambios que los que acabamos de indicar, y que en gran parte revela el microscopio. INFLAMACIONES. 71 «En el segundo grado de la hiperemia hay dilatación délos vasos , detención.del curso de la sangre, aglomeración de los glóbulos, y una tendencia manifiesta á la estancación (Andral, Anat. patholog, t. I, pág. 30). Los cambios ocurridos en la circulación capilar determinan una coloración roja intensa y aun negruzca, un aumento de volumen en los tejidos. Semejante estado no puede persistir mucho tiempo sin que la sensibilidad se aumente , y se eleve la tem- peratura normal. Cuando llega la hiperemia á este punto, se halla enteramente constituida; la congestión sanguínea es su carácter esencial, mientras que en el primer grado no habia mas que fluxión. «En el tercer grado es completa la estanca- ción de la sangre, y el color de los tejidos se vuelve mas oscuro , y por último enteramente negro. Es debido este color á la alteración de la sangre, que pierde su color de rosa cuando está detenida. Hunter y muchos de los esperi- menladores , cuyos trabajos quedan ya anali- zados , han hecho ver este resultado. «Los fenómenos precedentes son propios de todas las especies de hiperemia llamada activa; pero habrá motivo para creer que es inflama- toria , cuando en el tejido afecto se manifiesten dolor y tumefacción, y sobre todo cuando se eleve la temperatura del cuerpo, manifestán- dose el aparato febril y las reacciones simpáti- cas , cuyo cuadro dejamos trazado. Es necesa- rio, en una palabra, para poder admitir la hi- peremia inflamatoria , que existan las altera- ciones anatómicas, y los fenómenos ya indica- dos, y todavía no es posible, en muchos casos, distinguir la hiperemia inflamatoria de la pasi- va ó mecánica. Basta, para convencerse de ello, leer con atención lo que han escrito los auto- res sobre el particular. Para declarar que una hiperemia es inflamatoria, necesario es que los precedentes fenómenos sigan una marcha agu- da, y no permanezcan estacionarios, es decir, que la estancación se resuelva en un tiempo muy corto , ó propenda á alguna de esas lesio- nes que se consideran como terminación de la flogosis ; como por ejemplo, la secreción de la linfa organizable y la supuración ; por último, es necesario que haya tendencia á la formación de nuevos productos. Pero, lo volvemos á re- petir, no bastan estos caracteres en los casos dudosos, y solo hay uno que pueda disipar to- das las incertidumbres: la alteración de la san- gre en su composición. Hemos dicho que, en el estado morboso al cual se ha convenido en dar el nombre de inflamación, se aumentaba cons- tantemente la proporción de la fibrina ; por lo tanto , siempre que se ohserve en un tejido uno de los tres grados de la hiperemia, los fenó- menos generales y locales de la inflamación , y al mismo tiempo presente la sangre mayor pro- porción de fibrina, podrá decirse con seguridad que aquel estado morboso merece el nombre, de inflamación. La hiperemia con aumento de fibrina en la sangre es la única que representa la hiperemia inflamatoria ; de manera que am- bas frases vienen á ser enteramente sinónimas, ó mas bien desearíamos que se emplease con preferencia la primera (hiperemia con aumento de fibrina), porque tendría la ventaja de indi- car el carácter esencial del estado morboso que estudiamos. Haremos notar, sin embargo, que la fibrina no se aumenta de un modo notable, sino cuando ha llegado la hiperemia á su se- gundo grado. Mr. Dubois (d' Amiens), que ha compren- dido todas las dificultades que se esperitnentan para establecer una distinción entre la conges- tión y la flegmasía, cree que en toda hiperemia simple no hay mastque acumulación de sangre en cierto orden de capilares, sin mas alteración de estructura que esta desproporción entre los sólidos y los líquidos. En toda inflamación ca- racterizada hay otras alteraciones, especial- mente induración , friabilidad de los tejidos , y tendencia á la formación de nuevos productos (ob. cit. , p. 146)..Son muy importantes estas diferencias ; pero el autor mismo confiesa que el tránsito del primero de dichos estados al se- gundo se verifica algunas veces por grados im- perceptibles , siendo difícil establecer los lími- tes. Todavía repetiremos que el aumento de la fibrina de la sangre basta para disipar todas las dudas, y para caracterizar la flogosis, aun cuando lleguen á faltar los síntomas de esta , ó á lo menos permanezcan en estado latente. 2.° Productos de la flogosis. —En los pun- tos donde existe la inflamación, se exhala un líquido seroso que se derrama en las areolas de los tejidos. Se ha creído que esta trasudación se efectuaba al través de las paredes de los capi- lares en qué van acumulándose los glóbulos sanguíneos. Efectivamente, con el auxilio del microscopio se ve á estos glóbulos, que en el estado natural nadan en el suero que les man- tiene en suspensión , y forman en medio de él una corriente que siempre sedirigeen el mismo sentido, detenerse y comprimirse luego sóbrelas paredes de los vasos , desapareciendo entera- mente el líquido , que no es otra cosa mas que la serosidad de la sangre. Esta es la que forma en los tejidos inflamados las induraciones y los edemas parciales , tan comunes al rededor de los focos flegmásicos, y se ha designado bajo el nombre de linfa coagulable. El mismo líqui- do se segrega en la superficie de las membra- nas serosas inflamadas, y está formado, como se acaba de decir, por el suero de la sangre, arrastrando consigo á la fibrina y á la albúmi- na. La fibrina es la que se organiza, y toma di- ferentes formas, como mas adelante manifesta- remos. A. Fibrina y albúmina.—La inflamación, dice Meckel , es una congestión con tendencia á un nuevo producto. «Esta definición, dice Andral , se halla justificada por el examen de la sangre. ¿Qué es, en efecto, sino una produc- ción nueva, ese esceso de fibrina que aparece de pronto en la sangre de un sugeto afecto de 72 INFLAMACIONES. pulmonía, de erisipela, de amigdalitis ó de una estomatitis, una bronquitis ó peritonitis? (Essai d hématologie pathologique, pág. 74. París, 18V3), Si no se quisiese admitir la alteración de la sangre, todavía resulta muy aceptable la de- finición de Meckel. En efecto, la infiltración del elemento coagulable de la sangre , de la fibri- na , en la trama de los parenquinías, y el depó- sito que forma en la superficie libre de las membranas serosas y mucosas (falsas membra- nas de la pleura , de la laringe , y de la mem- brana interna de las vias digestivas), acreditan esta tendencia de los tejidos inflamados á las nuevas producciones. ¿Seria adelantarse de- masiado é interpretar mal los hechos, no ver en todos estos fenómenos patológicos mas que un solo efecto determinado por el aumento de fi- brina? Merece esta aserción que nos detenga- mos á esplanarla. Hemos dicho que la inflamación se hallaba caracterizada por la formación de mayor can- tidad de fibrina. Ahora bien,, siendo uno délos principales caracteres de este elemento^l coa- gularse espontáneamente cuando sale de los vasos por donde circula , ¿no son la frecuente formación de falsas membranas, de las indura- ciones y de las cicatrices á favor de la linfa lla- mada plástica, asi como la constante secreción de estajen los bordes divididos , no son repeti- mos, otras tantas pruebas de que los órganos in- flamados se hallan dispuestos á dejar trasudar el suero y la fibrina, conservando al mismo tiempo los glóbulos sanguíneos? Esto mismo es lo que sucede cuando por medio de un vejiga- torio se determina una flegmasía parcial en la superficie de la piel; esta membrana flogosada deja pasar al suero que tiene en suspensión la albúmina y la fibrina; la cual se concreta for- mando una falsa membrana, ya sobre el dermis denudado, ya en el vaso donde se recoge la se- rosidad. Las investigaciones de Andral y Ga- varret prueban que esta materia no es en rea- lidad otra cosa que fibrina. Hé aqui,,pues, una inflamación artificial, que determina una secre- ción del elemento coagulable de la sangre. El mismo resultado se obtiene cuando está infla- mada una membrana serosa: la serosidad que se derrama arrastra consigo, ademas de la al- búmina , cuya proporción varia mucho, cierta cantidad de fibrina. Las hidropesías , cuyo lí- quido suministra este principio, son dependien- tes de la inflamación. Las falsas membranas de la pleura, del pericardio y del peritoneo infla- mados no son mas que la fibrina concreta mez- clada con la albúmina , y que ha llegado á ad- quirir un grado mayor ó menor de organiza- ción. Asi pues las falsas membranas , ó mas bien la existencia de la fibrina en las hidrope- sías, pudieran servir para dividir á estas en dos grandes clases: las que dependen de la infla- mación , y las que son enteramente estrañas á ella. 3 De todos estos hechos resulta que si es pro- pio- de la inflamación el aumento de fibrina , es otro carácter no menos esencial de la flogosis el arrojar fuera dé las vias de la circulación una serosidad, en que existe un principio no obser- vado en ella cuando no hay trabajo flegmásico: este principio es la fibrina. Asi pues , el primer efecto de la flogosis sobre el líquido que circu- la es el aumento de la fibrina; y el segundo, enteramente local y debido á las nuevas pro- piedades que posee el tejido inflamado, es la secreción, verificada en este mismo tejido, de la serosidad de la sangre , cuya fibrina es arras- trada fuera de las vias naturales. Hay tenden- cia por parte de los tejidos á eliminar la fibrina exuberante.' Estas ideas, que presentan á la inflamación bajo un aspecto enteramente nuevo, y que di- latan el campo de la ciencia, han sido esplana- das por Andral en su obra sobre la sangre. To- maremos de ella algunos pasajes, con el fin de completar el estudio de los principales efectos de las flegmasías. Los productos que pueden formarse en el sólido que padece inflamación son: 1.° el líqui- do que en su estado fisiológico suministra el sólido inflamado (serosidad, moco, bilis, sali- va , etc.) , pero modificado bajo el doble as- pecto de su cantidad y de su calidad; 2.° el pus; 3.° algunos de los elementos de la san- gre. Hablaremos primeramente de estos úl- timos. • Los dos principales elementos de la sangre, que por lo común se separan de este líquido bajo la influencia de la inflamación , son la al- búmina y la fibrina: el primer principio puede manifestarse en condiciones enteramente estra- ñas á la inflamación ; pero la fibrina, al con- trario , nunca abandona á la sangre, sino en la trama ó en la superficie de las partes sólidas, cuya testura ha modificado la inflamación. El suero que suministran los tejidos inflamados no ofrece exactamente la misma composición que el de la sangre respecto á la proporción de al- búmina. En general las serosidades morbosas, cualesquiera que sea su oríjen , no son tan ri- cas de albúmina como el suero de la sangre, y cosa notable , precisamente las que proceden de tejidos inflamados son las que mas abundan de aquel principio, las que se acercan mas á la serosidad de la sangre. Se manifiesta principalmente la fibrina en el suero que suministra el dermis á consecuen- cia de la aplicación de las cantáridas, y en el que contienen las cavidades de las membranas serosas inflamadas. «No es de ahora el haber considerado corno fibrina á la materia espontá- neamente coagulada que se halla en estos lí- quidos; mas para darla este nombre no habia ofra razón que la propiedad observada en ella de tomar espontáneamente el estado sólido. A fin de demostrar que esta materia es realmen- te fibrina , me he entregado, dice Andral, á otro género de investigaciones: por medio del microscopio he examinado los copos que nadan en las serosidades , ó las falsas membranas, INFLAMACIONES. 73 blandas aun , que se hallan estendídas sobre la superficie libre de las membranas serosas in- flamadas , y he encontrado, ya en dichos co- pos, ya en las referidas producciones membra- niformes un enrejado perfectamente semejante al'que me habia ofrecido la fibrina de la san- gre. No he dudado desde entonces que la ma- teria en forma de copos que nada en el líquido de los vejigatorios, y las falsas membranas de las serosas, se hallen efectivamente constituidas por una sustancia completamente análoga á la que en la sangre lleva el nombre de fibrina.» (Ob. cit., pág. 109.) Las falsas membranas que se forman en la superficip de las mem- branas mucosas son consideradas por muchos autores como idénticas á las de las serosas , y compuestas por lo tanto de fibrina , á lo menos en gran parte. « B. Formación de vasos en la fibrina.— Hasta ahora hemos reconocido en el trabajo flegmásico local dos principales efectos: la se- paración por el sólido de una serosidad análoga á la de la sangre, pero menos cargada que ella de albúmina y de fibrina , que se concreta y se organiza, ya en las mallas de los tejidos , ya en su superficie. Para no interrumpir la suce- sión de los fenómenos morbosos , y principal- mente á fin de manifestar con rigor sus relacio- nes, añadiremos que esa fibrina salida de los vasos , y que se organiza en membrana, en ci- catriz, eu adherencia entre partes contiguas, ó en membrana al rededor de cuerpos estraños que inflaman los tejidos; que esa fibrina, deci- mos, una vez espelida de las vias circulatorias, se convierte en un verdadero órgano , en un nuevo tejido de oríjen morboso, á cuyo través se escavan los glóbulos de la sangre , deposita- dos primero en diversos puntos, sin seguir di- rección alguna particular, una vía que recor- ren después de un modo regular. Como los de- mas tejidos , puede este esperimentar hipere- mias, segregar á su vez fibrina, y formar tam- bién falsas membranas. La existencia de los vasos en la seudo-membrana fibrinosa solo la ponen en duda un corto número de patólogos. Las observaciones hechas por Stoll , Home y Villermé acreditan el desarrollo de estos vasos en los órganos mismos. Bourgery ha continua- do este estudio en los últimos tiempos con no poco éxito, y procurado probar que aun en los tejidos normales se formaba una red capilar ba- jo la influencia de la flogosis. Un pedazo de pleura inflamada le ha servido para hacer es- perimentos , que según Dubois no dejan la me- nor duda respecto á la formación de los nuevos vasos (Ob. cit., pág. 157). Pretende Rasori que tales resultados son hijos de una ilusión (Théor. delaphlog., t. 2, pág. 16); pero se concibe muy bien que siendo un efecto de la flogosis la secreción en los tejidos de la serosidad cargada de fibrina y de albúmina , puede el tejido reti- cular , al cual dá oríjen la fibrina, servir de base á una nueva organización. C. Lrra/tuíactones. — « Las granulaciones constituyen, como dijo muy bien Hunter, una adición de sustancia animal, y son formadas por la exudación de la linfa coagulable que su- ministran los vasos.» (Traite de V inflam.— OEúvr. campl. , pág. 544,) Es necesario in- cluir las granulaciones entre los demás produc- tos fibrinosos procedentes de la flogosis. Pero sin embargo, antes de atribuirlas este oríjen conviene asegurarse de que han precedido á su desarrollo los demás fenómenos de la inflama- ción; porque no está demostrado que todas las granulaciones tengan evidentemente el citado oríjen, como lo prueban las vejetaciones vené- reas de las membranas mucosas. D. Formación del pus. — No solo tiene por efecto la inflamación aumentar las cantidades de fibrina y hacerla trasudar fuera de los vasos; produce un nuevo principio, que, respecto á sus propiedades físicas, no ofrece ya como la fibrina analogía con la sangre: este nuevo prin- cipio es el pus. «Asi pues, dice Andral, dos materias, una globular (el pus), y otra reticu- lar (la'fibrina), caracterizan en los sólidos la presencia del trabajo morboso que se llama in- flamación. La materia reticular no es otra cosa que. fibrina perfectamente análoga á la que exis- te en la sangre; y la materia globular es acaso esta misma fibrina , pero alterada en su natu- raleza , y que ha perdido la facultad de coagu- larse. Estas dos materias tienen ulteriores des- tinos muy diferentes : en efecto , una de ellas, la reticular, es susceptible de pasar al estado de organización , pudíendo llegará ramificarse vasos por ella , y á convertirse en un tejido: esta materia es la que forma las adherencias y la que bajo el nombre de Ijnfa coagulable se interpone entre los labios de las heridas, y vie- ne á ser su medio de unión. Lejos de dañar por su presencia, es en ciertos casos un instru- mento de reparación para los tejidos, y por eso vive á sus espensas y acaba por identificarse completamente con ellos. Pero no sucede lo mismo con la materia globular; tenga ó no un oríjen común con la precedente, siempre suce- de, que constituye un producto que no puedo permanecer en el seno de los sólidos sin alterar toda la economía con mayor ó menor fuerza. Es incapaz deorganizacion ; no se descubre en ella vestigio alguno de vitalidad , y mientras tiende en alguna manera el organismo á asimi- larse la materia reticular, sirviéndose de ella para reparar el trastorno que la produjo en un principio, propende por el contrario á arrojar fuera la materia globulosa, cuya presencia le daña; la enfermadad subsiste hasta tanto que es eliminada, y esta misma eliminación no se verifica sin que resulten graves accidentes.» (Hématologie , pág. 111.) » No es ahora nuestro intento presentar la historia de la supuración , sino únicamente ma- nifestar las relaciones que puede tener con la inflamación." El pus que segregan los tejidos in- flamados está formado por la serosidad , la cual tiene en suspensión glóbulos, que se distinguen INFLAMACIONES. facilmeríte de los de la sangre por medio del microscopio. Cuando se halla pus en la sustan- cia ó en la superficie de un tejido, ¿hay fun- damento para decir que precisamente ha exis- tido en algún punto del mismo un trabajo in- flamatorio, y que este es el único que puede producirle, ó en otros términos ocasionar en el sólido tal alteración que resulte constante- mente la formación de dicho líquido? Esta cues- tión es una de las mas graves y difíciles de la patologia interna. Sin embargo, debemos de- clarar, que seria contrario á los hechos consig- nados en los anales de la ciencia, sostener que la supuración es un acto patológico constan- temente unido á la inflamación. Efectivamente, ¿no será debido á un trabajo morboso, cuya naturaleza y sitio ignoramos, el pus que se de- posita en diferentes puntos, cuando el hombre padece lamparones crónicos? ¿Quién pudiera pretender que la inflamación es causa de estas supuraciones? En los casos de diátesis puru- lenta , que no puede atribuirse á la flogosis de las venas ú otro cualquier tejido , no sabemos tampoco cuál es el origen de la supuración. La rapidez con que se deposita el pus en la trama de los órganos; la frecuente falta de todo síntoma inflamatorio local, y de las lesiones ana- tómicas consiguientes, inducen á creer que no es la flogosis la verdadera causa de estos géne- ros de supuración. Las mismas viruelas sumi- nistran un ejemplo de estas supuraciones, in- esplicables por medio de la flogosis. Existen en este caso una infinidad de pequeñas flegmasías que terminan por supuración ; pero su pro- ducción constituye la esencia de la enfermedad, y ademas seria necesario discutir si las pús- tulas de las viruelas son flegmasías de la piel: pocas personas lo creen asi. Diremos en conclusión que la secreción del pus en un punto cualquiera del organismo no puede considerarse como carácter esencial de la inflamación, si no media la condición espre- sa : 1.° de que los síntomas locales, tales como el dolor, el calor, la tumefacción y la rubicun- dez, hayan precedido á la formación del pus; 2.° de que se hayan manifestado los signos de una hiperemia, cuyos caracteres vienen indi- cados ya; 3.° de que se halle aumentada la fi- brina en la sangre; y 4.° de que se haya reco- nocido el estado febril. Deben quedar muchas dudas respecto á la naturaleza de una supura- ción, que no ha ido precedida ó acompañada de las condiciones morbosas locales y generales que acabamos de mencionar. »3.° Alteraciones de testuradel tejidoinflama- dosin formación de nuevos productos.—A. In- duración. — Es uno de los efectos de la fleg- masía local el de aumentar la densidad de los tejidos, haciéndolos algunas veces mas friables. Asi se vé que en el segundo y tercer grado de la pulmonía, aparece el pulmón mas duro y consistente que en el estado normal, aunque sin embargo es mas friable y se desgarra con facilidad. Se ha dicho que el aumento de la consistencia dependía de la presencia de la san- gre-y del pus infiltrados en los tejidos, cuando aquellos líquidos se hallan en pequeña cantidad; al paso que la mayor friabilidad era dependien- te de la disgregación de los elementos orgáni- cos, efectuada por el pus, la sangre ó la linfa. El reblandecimiento del tejido celular que me- dia entre los diferentes elementos de los paren- quimas, es también una causa de friabilidad. En algunas flegmasías, como la del cerebro por ejemplo, toma al mismo tiempo el tejido mayor consistencia y cohesión. En la encefalitis inci- piente, es la sustancia cerebral mas firme, y resiste á las tracciones que sobre ella se ejecu- tan. Por lo común se manifiesta este aumento de densidad y de cohesión en el principio de las flegmasías, y cesa cuando principian las secre- ciones morbosas del pus, de la serosidad y de la fibrina , y cuando estos productos morbosos se interponen entre los elementos normales de los órganos. B. Reblandecimiento. — La inflamación, según Hunter, puede producir tres diferentes efectos, á saber: la adherencia de las partes inflamadas, su supuración y su ulceración, que él ha llamado inflamación adhesiva, supurati- va y ulcerativa (ob. cit., pág. 336). Acabamos de estudiar los dos primeros efectos , y antes de describir el trabajo morboso á favor del cual son destruidas algunas partes mas ó menos es- tensas del organismo mediante la absorción, conviene examinar otro trabajo patológico, que precede muchas veces á la ulceración, y que puede también existir como último término de la flogosis: queremos hablar del reblandeci- miento de los tejidos. Es en el dia un hecho generalmente admitido, que no todo reblande- cimiento resulta necesaria/nente de una irrita- ción inflamatoria, y que puede depender de una simple aberración del movimiento nutritivo, ocurrida bajo la influencia de causas entera- mente estrañas á la inflamación. Magendie ha visto reblandecerse la córnea bajo la influencia de un alimento insuficiente. Hay ciertos re- blandecimientos del estómago y del corazón, que van sin disputa unidos á causas "muy dife- rentes de la inflamación. El reblandecimiento tan común en el escorbuto grave no puede atribuirse á la inflamación. El que debe consi- derarse como efecto de este último estado mor- boso, se manifiesta en los tejidos donde ha exis- tido la hiperemia inflamatoria , cuyos caracte- res dejamos trazados mas arriba; pudiéndose admitir que procede de la inflamación, aunque haya esta desaparecido, si se ha observado ru- bicundez, tumefacción y dolor: por último, muchas veces, y este es uno de los mejores signos del reblandecimiento flegmásico, no pier- den los tejidos su cohesión normal hasta des- pués de haber segregado el elemento globular á que se dá el nombre de pus. También debe atenderse á los síntomas generales y de reac- ción, que con tanta frecuencia acompañan á la flogosis; los trastornos de la calorificación y de INFLAMACIONES. 75 la circulación, son preciosos indicios que pue- den servir para disipar las dudas, siempre que se tengan en cuenta las lesiones locales á que acompañan. Por último, el examen de las cau- sas que han presidido al desarrollo de la fleg- masía y que son de naturaleza estimulante, asi como el resultado obtenido de los tratamientos antiflogísticos, pueden dar alguna luz en tales casos. No lo repetiremos demasiado; si algunas veces es muy difícil caracterizar Una enferme- dad por sus síntomas y sus lesiones, esta difi- cultad sube al mas alto grado cuando se trata de la inflamación, y sucede con mucha fre- cuencia que solo por medio de los síntomas apro- ximados de la lesión y de las causas que la han producido, puede llegarse á resolver, que el re- blandecimiento es de naturaleza inflamatoria. Hubo un tiempo, no muy lejano aun, en que bastaban los diferentes fenómenos morbosos que acabamos de examinar, para admitir la* existencia de un trabajo flogístico. Pero este modo esclusivo de considerar los diferentes ac- tos del estado patológico, que á primera vista parecía simplificar la medicina, no ha servido, por el contrario, mas que para producir la ¡n- certidumbre. Efectivamente, no tardó mucho en advertirse que la naturaleza no procedía de un modo tan invariable como se habia creído, y fué necesario reconocer que no era la irrita- ción inflamatoria el origen de todas las lesio- nes. Hunter, Thomson y los mas hábiles ciru- janos, se contentaron con describir la supura- ción, el reblandecimiento, la ulceración, la adhesión de las partes y la gangrena, como otras tantas lesiones que la flogosis podía pro- ducir. Sistematizando demasiadamente estas descripciones, se adquirió en cierta manera el hábito de ver en dichos fenómenos morbosos diferentes modos de la inflamación. Fué este un error grave, del cual ha podido substraerse la medicina con mucha dificultad; de modo que hasta una época muy próxima no se ha procla- mado en voz alta que el reblandecimiento, la ulceración, etc., no constituían dependencias necesarias de la flogosis, y que podían estu- diarse como actos patológicos estraños muchas veces á esta enfermedad. C. Ulceración inflamatoria.—Dá Hunter el nombre de absorción ulcerativa , al trabajo morboso que tiene por efecto producir una herida que supura ó una úlcera. Este fenómeno de des- trucción mas ó menos rápida , mas ó menos es- tensa, del sólido vivores producido por un me- canismo que no conocemos; porque decir que son los capilares ó absorventes los que produ- cen dicho fenómeno , es dar muy poca luz so- bre un acto cuya causa íntima es tart difícil de penetrar como lo es concebir la formación de la fibra viva. Hunter, Thomson y los demás auto- res que han considerado la inflamación á su manera, describen el fenómeno de la ulcera- ción de un modo general, sin indicar los carac- teres que pertenecen particularmente á la que en realidad procede de un trabajo flogístico ma- nifiesto. Pero la ulceración , lo mismo que el reblandecimiento, no es muchas veces mas que el resultado de una alteración de nutrición, á la cual seria difícil asignar por causa la infla- mación. Las ulceraciones venérea, cancerosa y escorbútica , no pueden esplicarse solamente por el trabajo inflamatorio. Imposible es negar- se á admitir que la flegmasía es el origen de la pérdida de sustancia, cuando el tejido donde se verifica ha presentado poco antes una hiperemia evidentemente inflamatoria , y se encuentra eu la sangre un aumento de fibrina. También de- ben ser interrogados cuidadosamente los sínto- mas locales y generales; porque el solo trabajo local de la ulceración puede no descubrir su verdadera naturaleza. La rubicundez, la hin- chazón , la tumefacción de la superficie ulcera- da , la supuración que suministra, y la escesiva sensibilidad del tejido enfermo, son preciosos indicios, pero todavía insuficientes. Sin embar- go , pueden militar en favor de la inflamación, cuando el movimiento febril es intenso, bien marcado el aumento de la temperatura general, cuando en fin se descubre una costra bien for- mada en la superficie de la sangre, y sobrevie- ne un alivio notable en el estado local y gene- ral, bajo la influencia del tratamiento antiflo- gístico. Seria negar la evidencia dejar de re- conocer en una ulceración que presentase estos diferentes caracteres, todos los signos de una verdadera inflamación. Se dividen los efectos de la inflamación en dos grandes clases, los efectos primitivos y los efectos secundarios. Entre los primeros se in- cluyen la induración, el reblandecimiento, la friabilidad, la hipertrofia, la atrofia y la ul- ceración. Figuran entre los segundos los pro- ductos de nueva formación con ó sin otros aná- logos en el estado fisiológico. Nos es imposible examinar aqui las pruebas que se han presen- tado en favor de esta doctrina, porque seria un trabajo demasiado largo, y que nos obligaría al estudio de la etiología de las hipertrofias , de la atrofia , de las induraciones, y de todos los demás tejidos beterologos, corno el cáncer , el tubérculo y la melanosis. Diremos solamente que las diversas alteraciones indicadas mas ar- riba pueden haber sido precedidas de una in- flamación evidente; pero que en un crecido nú- mero de casos no es posible descubrir el me- nor signo de este trabajo morboso, y que por consiguiente no es necesario al desarrollo de tales productos. Aun pudiera sostenerse qne en el caso de preceder la inflamación, solo obra turbando la nutrición de los tejidos, y que en virtud de causas cuya naturaleza senos oculta, en tal sugeto sobrevienen la hipertrofia ó el re- blandecimiento, mientras que en tal otro resul- ta un producto que no tiene analogía con nin- guno en el estado sano. Terminemos el estudio de los síntomas y de las lesiones de la flogosis, reasumiendo los principales caracteres que sirven para distin- 76 INFLAMACIONES. guirla de los otros estados morbosos. La infla- mación es un estado morboso local, que de- termina fenómenos morbosos locales y gene- rales : entre los primeros son los mas impor- tantes la hiperemia capilar, la rubicundez , la i umefaccion, la sensación de calor, la exalta- ción de"la sensibilidad de los tejidos, la secre- ción de una serosidad que contiene albúmina y fibrina, en ciertas circunstancias la organi- zación de este producto, y en ciertas otras la formación de un nuevo líquido globular (pus): y por último, el cambio de consistencia de los tejidos (friabilidad, reblandecimiento), y su destrucción, (ulceración). Debe colocarse en primera línea, entre las alteraciones genera- les, lado la sangre, cuya fibrina aumenta al mismo tiempo que se verifica el trabajo mor- boso local; después las modificaciones de tem- peratura y de circulación (fiebre), y acaso, por último, la disminución de la electricidad. CURSO , nURAClON Y TERMINACIONES.—«Como todos los estados morbosos, presenta la flogo- sis en sií evolución diferentes periodos seña- lados por síntomas locales y generales bastan- te diferentes unos de otros. ¿ Pueden distin- guirse en la inllamacion los periodos que exis- ten en todas las enfermedades: el periodo de invasión, de incremento, de estado y de de- clinación? Nada satisfactorio se ha establecido acerca de esto, y si fácil es hacer teóricamen- te las distinciones que acabamos de esponer, no asi señalar á las diferentes fases de la in- flamación signos locales y generales bien mar- cados. LaMilicultad crece todavía, cuando se trata de distinguir la inflamación aguda de la crónica.» (Compendium de méd.)' «El desarrollo de los periodos del movi- miento inflamatorio, cualquiera que sea su duración, afecta el tipo continuo, desde el principio hasta el fin, y exige siempre para efectuarse, cierto tiempo que no se puede re- ducir á algunas horas solamente, como pare- cen inclinar á creerlo algunas observaciones con el título de flegmasías intermitentes. Es evidente que en tales casos se trata de simples congestiones, tan pasageras como el estímulo que ha podido producirlas, y que nunca han adquirido bastante intensidad para encender una verdadera inflamación.» (Berard, Dict. de méd., i. XVI, p. 421.) Por lo demás sabido es que la rapidez del trabajo inflamatorio varia según Iqs tejidos, la disposición del sugeto, la naturaleza de las causas, etc. En los huesos, por ejemplo, se prolonga el estado agudo por tanto tiempo, que una flegmasía de igual duración seria crónica en otros tejidos. Monneret y Fleury tratan en este lugar de distinguir la flegmasía aguda de la crónica, procurando luego determinar las diferentes fases de la primera: he aqui sus palabras: «Consisten los primeros síntomas en algu- nos trastornos generales, entre los cuales fi- g irán el escalofrió:, cuya intensidad y dura- ción varían, la fiebre, el aumento de la tem- peratura; y después alteraciones nerviosas va- riadas y poco constantes, la laxitud dolorosa, la cefalalgia, el insomnio, etc. Después de un intervalo que nada tiene de fijo, y que puede ser de muchas horas ó de muchos dias, se manifiesta el trabajo flegmásico, y aparecen todos íos signos locales que pueden dar á co- nocer la inllamacion y su verdadero sitio. Des- de entonces es cuando se altera la sangre. «El »aumento deia fibrina, dice Andral, existe »en la sangre desde que principia el estado «flegmásico. Muchas veces he tenido ocasión «de practicar dos sangrías á un mismo suge- »to: la primera el dia antes de presentarse una «flegmasía, y la segunda pocas horas después «de la invasión bien evidente de esta flegma- »sia. Pues bien, en la primera sangre que se »sacó hallé á la fibrina en su cantidad normal, »mientras que en la segunda estaba en esce- »so. En vano he procurado hasta el presente «asegurarme, de si la sangre se modifica eu »su composioion, antes de manifestarse en el »sólido la alteración que indica la flegmasía; »no he podido averiguarlo; de manera que »mis análisis no me han prohado otra cosa »que la manifestación simultánea de estos dos »hechos» (Flematologie, p. 98.). »Deben distinguirse muchos casos en el principio ó invasión de las flegmasías. 1.° Van estas precedidas de un trastorno general que se manifiesta antes de localizarse la flogosis: obsérvase entonces, ya un escalofrío inicial que persiste muchas horas ó muchos dias, ó que se disipa pronto, ó ya un calor intenso , y todo el aparato febril, precedido ó no de es- calofrío, cuyo caso es el mas raro; por últi- mo, otras veces no se advierte fiebre, y solo. se notan, durante uno ó muchos dias, los trastornos generales, como el malestar, las laxitudes dolorosas, la cefalalgia, y la ano- rexia. 2.° Es el segundo caso, aquel en que un dolor, acompañado de escalofrió y muy pronto de oalor, se manifiesta y anuncia el principio de la flogosis. Acabamos de ver que solamente en el caso de existir ya el dolor, el escalofrió y los primeros signos de la flogosis, se aumenta la fibrina en la sangre. «Han creído algunos autores muy reco- mendables que no era la inflamación mas que el resultado, de un trastorno general, ó, en otros términos, la localizacion de un estado morboso generalizado al principio. La apari- ción del escalofrió, de la fiebre, de la laxitud y el estado de padecimiento de todo el orga- nismo antes que pueda percibirse la lesión, les habían parecido otras tantas pruebas en fa- vor de esta opinión. Pero mal pudiera admi- tirse en los infinitos casos en que todos los síntomas indicados son consecutivos á la flo- gosis local. Por ejemplo, es evidente que la quemadura, un cuerpo estraño que irrita nues- tros tejidos, una herida, ó una operación qui- rúrgica, determinan un trabajo morboso local INFLAMACIONES. 77 antes que los demás fenómenos. El análisis de la sangre, hecho en tales circunstancias, acredita ademas que dicho líquido no se altera sino de un modo consecutivo á la alteración del sólido. Por lo demás, antes que se resuel- va esta cuestión de un modo definitivo, exi- ge numerosas investigaciones sobre las altera- ciones dé los sólidos. Lo que únicamente pue- de sostenerse es, que la inflamación no con- siste puramente en una enfermedad local, li- mitada á la alteración que presenten los sóli- dos. Andral se ha preguntado á sí mismo si la fiebre que acompaña á toda flegmasía algo in- tensa dependía únicamente del aumento de la fibrina de la sangre; pero comprendió muy bien que de esta manera solo podía esplicarse la fiebre sintomática de las flegmasías (ob. cit. p. 100). Efectivamente, no puede ser esa la causa del movimiento febril, porque le vemos coincidir con enfermedades cuya naturaleza y sitio son muy diferentes. Tommasini se ha esforzado á establecer que no hay inflamación propiamente dicha sin producción de la diáte- sis inflamatoria, es decir, sin una difusión con- secutiva de la flogosis á toda la economía, por medio de los vasos irritados; pero esto no pa- sa de ser una hipótesis. «Una vez establecida la inflamación, ¿ pue- den distinguirse en ella los periodos de au- mento, de estado y declinación? Los síntomas locales y generales sirven para establecer es- tas distinciones. En las neumonías, el ester- tor crepitante señala el principio; mezclado con el soplo, indica que va aumentándose la flegmasía, y cuando se nota únicamente el so- plo tubario en la misma estension, es señal de que permanece estacionaria; por el con- trario , la menor intensidad de este signo, y la reaparición del estertor crepitante, anuncian la resolución y la declinación de la pulmonía. La espectoracion, la naturaleza de los espu- tos, el número de las respiraciones, y el do- lor son otros tantos signos locales, por cuyo medio pueden apreciarse rigorosamente los periodos de la flegmasía. Por último, la inten- sidad de la calentura y la temperatura del cuerpo pueden consultarse también con mu- cha ventaja. Fácil nos seria citar un número bastante crecido de flogosis, cuyos síntomas locales y generales señalan con alguna exac- titud sus diferentes fases : la pleuresía , la bronquitis, la pericarditis, el reumatismo, la angina gutural, las flegmasías membrano- sas, etc., se incluyen en este número. Pero no es posible, en todos los casos, determinar rigorosamente las diversas fases. Para reco- nocerlas , hay que tener en consideración dos órdenes de fenómenos, los locales ylos gene- rales. Entre los primeros se incluyen los sín- tomas propios de cada flegmasía, y como cam- bian según la función del órgano afecto, es imposible describirlos de un modo general. Las alteraciones locales pueden también guiar al médico para establecer los periodos de la inflamación. La hiperemia precede al reblan- decimiento , la supuración, y la ulceración , y señala por lo común el principio de la enfer- medad : no obstante, como suele persistir en igual grado hasta el momento en que empieza la resolución, no siempre puede apreciarse por medio de ella la fecha de la enfermedad. Cuando la fibrina es segregada por los vasos, y se deposita en la trama de los tejidos ó en su superficie, prueba este solo hecho que la inllamacion progresa todavía: y, por último, la supuración indica un grado mas adelantado de la enfermedad. El reblandecimiento y la ulceración de los tejidos, pertenecen asimismo al periodo de aumento: sin embargo , no debe perderse de vista lo que antes hemos dicho, á saber; que consisten muchas veces en sim- ples alteraciones de nutrición , cuyo origen no es la flogosis. «La intensidad y continuidad de la calen- tura, sirve también de regla para distinguir los periodos de la flogosis. Cuando se aumen- tan la frecuencia del pulso y la temperatura, comprobada por medio del termómetro, y no de la mano, hay motivo para declarar que la flogosis se aumenta también, y esta antigua creencia debe conservarse religiosamente. Si el aparato febril persiste en el mismo grado, es qtie no disminuye la lesión flegmásica, ó se está efectuando alguna desorganización. Sin embargo, esta proposición no deberá acep- tarse de un modo demasiado absoluto, porque en ciertos casos, puede la calentura continuar algún tiempo, aunque disminuya la lesión lo- cal , y recíprocamente persistir la lesión, aun- que la fiebre haya cesado de todo punto. Mu- chas veces hemos visto, en nuestros enfermos de pulmonía, y principalmente de pleuresía, de- saparecer la fiebre, aunque todavía revelaba la auscultación un resto de soplo ó de egofo- nia, que tardaba algún tiempo en disiparse después de faltar la fiebre. Bueno es tener pre- sentes estos hechos, á fin de no dar demasia- da importancia al movimiento febril, y sobre todo á fin de no atenerse esclusivamente á los síntomas locales y generales. Sin embargo, en esta doble consideración es necesario apo- yarse , cuando se desea establecer de un modo aproximado la fecha de una inflamación. »Pueden fijarse con claridad los diferentes periodos de la flogosis, cuando se tienen en cuenta las alteraciones ocurridas en la san- gre. Tomándolas por base creemos haber lo- grado establecer una división rigorosa y de- ducida de una condición patológica que no falta jamas: hablamos del aumento de la fibri- na. Mientras se mantiene esta en el estado fi- siológico, no hay derecho á sostener que exis- te una flegmasía; pero en cuanto escede su medida fisiológica, se halla constituida la in- flamación. Todo el tiempo que vaya crecien- do la cantidad de fibrina, puede asegurarse que también la flogosis se aumenta; disminu- ye á medida que cede la inflamación, y vuel- 78 INFLAMACIONES. ve la fibrina á su proporción normal cuando desaparece la flegmasía, empezando la conva- lecencia. Algunos ejemplos probarán la ver- dad de estas diferentes proposiciones. En un caso de reumatismo articular agudo se halló: tercer dia de la enfermedad, primera sangría, 4,9 de fibrina; quinto dia, segunda sangría, 6,6 de fibrina; sétimo dia, tercera sangría, 6,5; quinto dia, cuarta sangría ,5,0.—Se- gundo caso: cuarto dia, primera sangría, 5,5 de fibrina; quinto dia, segunda sangría, 6,2; sétimo dia, tercera sangría, 7,0; décimo dia, cuarta sangría, 6,9; décimo tercio dia, quin- ta sangría, 6,5; décimo quinto dia, sesta san- gría, 6,8 (la fiebre y los dolores persistieron siempre). En un tercer caso, las sangrías prac- ticadas en diferentes épocas, dieron sucesiva- mente de fibrina, 6,1 — 7,2—7,8 — 10,2— 9,0 — 7,0. (Andral y Gavarret, Recherches sur les modificalions de proportion de quelques principes du sang., p. 21, París, 18V0). Com- parando las proporciones de la fibrina con los síntomas locales y generales, se ve que cami- nan en el mismo sentido, y están conformes entre sí. Cuando la fibrina se halla en su má- ximum , los síntomas locales del reumatismo y de la fiebre se hallan también en su máxi- mum de intensidad. »La misma ley observamos en la pulmo- nía , habiéndose comprobado las siguientes cantidades de fibrina: primer caso, segundo dia, 4,0; tercer dia, 5,5; quinto dia, 6,5; sétimo dia, 9,0.—Segundo caso, segundo dia, 5,8; tercer día, 8,2; cuarto dia, 8,8; quinto dia, 8,4.—Tercer caso, tercer dia, 7,2; cuarto dia, 9,0; sesto día, 10,5.—Cuarto ca- so, undécimo dia, 8,9; duodécimo día, 10,2; décimo tercio dia , 10,0 ; vigésimo quinto dia, 5,1. Algunas veces permanece lá fibrina en igual proporción, en tres ó cuatro sangrías, lo cual indica que la flegmasía permanece es- tacionaria. Hubiéramos podido citar un cre- cido número de flegmasías en que la ley del aumento de la fibrina se ha mostrado igual- menté constante, mientras que va creciendo la intensidad del mal; pero hemos dado la pre- ferencia al reumatismo y la pulmonía; porque el número de sangrías empleadas para comba- tir estas afecciones, es mas considerable que en todas las otras. »Resulta de estos diferentes análisis que en las flegmasías agudas pueden establecerse cinco periodos: 1.° uno que es el principio ó invasión, durante el cual no aumenta la fi- brina de un modo perceptible; 2.° el de incre- mento caracterizado por el aumento de la fi- brina; 3.° el de estado, durante el cual se mantiene estacionario dicho elemento; 4.° el de decremento, caracterizado por la disminu- ción progresiva de la fibrina, y 5.°, en fin, la convalecencia, durante la cual vuelve el ele- mento referido á su proporción fisiológica. «Después de haber recorrido la inflama- ción sus diferentes periodos en un tiempo mas ó menos ©orto, termina, dicen, por resolu- ción, por derrame, por adherencia, por supu- ración , por ulceración, granulación, cicatri- zación y gangrena: estas son las diversas ter- minaciones asignadas á las flegmasías por la mayor parte de los autores (1). Thomáon ha notado con mucho fundamento, que no puede darse este nombre á los fenómenos morbosos que acabamos de indicar; porque únicamente constituyen periodos, diferentes modos de ser de la inflamación. »No hay otra terminación verdadera de la flogosis, mas que la resolución. Puede defi- nirse esta; el acto por el cual se disipan los fenómenos flogísticos locales , sin que haya evacuación perceptible; ademas, las pariesen que se verifica recobran su textura y sus fun- ciones normales, y los síntomas locales y ge- nerales se disipan completamente. «El derrame de la serosidad en la sustan- cia de los tejidos flogosados , es un efecto de la inflamación qne ataca á los órganos pro- vistos abundantemente de tejido celular , ó cuya testura es poco densa. Cuando dicha se- rosidad se derrama en la superficie de los ór- ganos , es porque estos se hallan cubiertos de una membrana que tiene la propiedad de se- gregaría ; todas las superficies de relación se encuentran en este caso , y las membranas se- rosas y sinovia les presentan con frecuencia loa productos de semejante secreción anormal (véa- se Hidropesías). Por poco intensa que sea la inflamación , no fluye serosidad pura de las superficies inflamadas, sino un líquido que contiene mayor cantidad de albúmina que en el estado fisiológico, y sobre todo fibrina , que tiene la propiedad especial de organizarse en falsas membranas , afectar formas diversas , y determinar la adherencia de superficies que se hallaban contiguas. Se vé pues, que la exhala- ción de linfa llamada plástica , es un acto que resulta del trabajo morboso local; pero no pue- de decirse que constituye una terminación de la inflamación. Efectivamente , si se atiende á los fenómenos consecutivos , pronto se adver- tirá que todavía no está todo terminado : unas veces se reabsorve esta serosidad , y otras es destruida por la absorción la falsa membrana, ó sufre diferentes cambios. La infiltración de una serosidad cargada de. fibrina, se verifica mas rara vez en la trama de los tejidos; mas sin embargo, no tienen otro origen ciertas in- duraciones , y estos casos son mas numerosos de lo que se ha dicho. «La supuración es el acto por el cual dá origen el tejido inflamado á una materia glo- bular , que se llama pus, y que unos han consi- derado como una alteración de los glóbulos san- guíneos, y otros como un producto enteramente (1) Las terminaciones admitidas mas general- mente son : la delitescencia, la resolución, la supu- ración , la gangrena, la induración y la ulceración. INFLAMACIONES. 79 nuevo. No podemos presentar aqui la historia de este líquido, solamente diremos que esta- mos inclinados á considerarle como un resul- tado de la alteración de la fibrina, y no de los glóbulos. Un esperimento muy sencillo milita en favor de esta opinión. Si se derrama una gota de amoniaco en una mezcla de pus y de sangre, colocada en el foco de un microscopio, se ven desaparecer todos los glóbulos sanguí- neos , mientras que los del pus no sufren alte- ración alguna. «Ya nos hemos esplicado bastante respecto á la ulceración, considerada como lesión infla- matoria ; este acto morboso anuncia por lo co- mún condiciones especiales cuyas causas son fáciles de indicar. En cuanto á la gangrena, exige para desarrollarse causas enteramente diferentes de las del trabajo flegmásico. Unas veces sobreviene esté acto desorganizador en virtud de una alteración de la sangre , y otras de un envenenamiento séptico, ó de causas to- talmente físicas como la estrangulación y la com- presión. Si ha precedido á su desarrollo una inflamación evidente, es necesario no equivo- carse atribuyéndola semejante origen, sino in- vestigar atentamente las condiciones en que se hallan los líquidos y el sólido vivo. Muy raro es que en tal caso no se descubra alguna otra cosa ademas de la inflamación. La gangrena del pulmón , de la piel , la de los sugetos que padecen tifus , la pústula maligna , la mortifi- cación de la faringe en los sugetos que pade- cen angina tifoidea, etc., son evidentemente el resultado de un trabajo , diverso del que es propio de la inflamación , ó para hablar con mas rigor , hay en tales casos dos enfermeda- des que se complican. «Si se quisiera referir á la inflamación todos los fenómenos morbosos que pueden añadirse á ella, seria necesario hablar de las hemorra- gias que se manifiestan en su curso ó hacia su declinación. Las epidemias en que se han ob- servado estos graves accidentes , han revelado siempre graves complicaciones, que los espli- caban mucho mejor de lo que hubiera podido hacerlo la inflamación sola.» (Comp. de méd.) Diagnóstico. Al hablar de los síntomas y de las alteraciones orgánicas, propias de la in- flamación , hemos espuesto cuanto puede ser- vir para caracterizar la flogosis, y distinguirla de las demás enfermedades. Asi es que en este lugar nos limitaremos á establecer una distinción entre la flegmasía aguda y la cróni- ca , punto que ciertamente puede ofrecer mu- cho interés en la práctica. Distinción entre la flegmasía aguda y la crónica.—« Cuando los fenómenos se suceden «con rapidez , dice Thomson , y sobre todo «cuando son intensos los síntomas constitucio- «nales ó febriles , se llama aguda la iuflama- «cion; y al contrario, cuando son moderados »y se suceden mas lentamente, se llama cró- y>nica.n (Ob. cit., p. 3). Tal es el sentido que casi todos los patólogos han dado á estas dos palabras. Fácil es observar que con ellas no espresan, como justamente observa Thomson, mas que diferencias de tiempo y de intensidad en la sucesión de los síntomas. Pero este mo- do de considerar la cuestión, no siempre es esacto. Las inflamaciones tienen una duración y una intensidad , que varían según su sitio, según los sugetos afectos , y por último , se- gún la terapéutica empleada. No siempre es posible decir en qué momento dejan de ser agudas. ¿ Quién pudiera establecer una sepa- ración marcada entre la flegmasía aguda y la crónica de la membrana mucosa ocular ? y si semejante distinción es difícil respecto á los flegmasías esternas, todavía loes mas respecto á los órganos interiores. ¿ En qué momento ce- san la pleuresía, el reumatismo articular, la gastritis y la hepatitis aguda , para volverse crónicas, y tantas otras flegmasías como pu- diéramos citar? ¿Se quiere tomar por guia la intensidad de los fenómenos? No hay duda que conviene mucho tener en cuenta la agudeza de los síntomas locales y generales : la hiperemia activa, el dolor, la hinchazón de los tejidos inflamados, la violencia del movimiento febril, la reacción general, y el trastorno de la eco- nomía entera, acreditan la existencia de una inflamación aguda ; pero no es durante el pe- riodo de aumento ó de estado cuando se tro- pieza con grandes dificultades, sino en el de declinación , cuando pasa la flogosis al estado crónico. Entonces se halla muchas veces el práctico embarazado , y no puede indicar con esactitud el momento en que principia este último estado ; principalmente , cuando no ha asistido al enfermo en todas-las fases del pe-. riodo agudo. La falta de calentura no puede servir de signo cierto para distinguir las dos especies de inflamación, porque muchas fleg- masías crónicas van acompañadas de fiebre, ó de recargos cotidianos, como lo ha demos- trado Broussais en su admirable .tratado de las Flegmasías crónicas. «Otra causa de error depende de la impo- sibilidad en que muchas veces se halla el pa- tólogo , de decidir si la enfermedad que reem- plaza á la inflamación aguda es una inflama- ción crónica , ó el simple efecto de la altera- ción que ha determinado la flogosis aguda en la nutrición de los tejidos. Mas adelante ma- nifestaremos que es difícil asignar á la infla- mación crónica caracteres precisos. «Ahora bien , ¿resulta de esta crítica que no hay distinción posible entre la inflamación aguda y la crónica ? De ninguna manera. De- , ber nuestro era señalar todas las dificultades inherentes á este objeto, y manifestar que son de escaso valor las diferencias establecidas hasta el dia. Asi lo ha comprendido Thomson, cuando dice : « Los límites que separan á la «inflamación aguda de la crónica, no se hallan »íijados por la naturaleza de un modo preciso, »y pueden confundirse estos dos estados uno «con ©tro , por grados imperceptibles.... Los 80 INFLAMACIONES. «términos correlativos de aguda y de crónica, «como la mayor parte de los términos genera - «les de patologia , se emplean para espresar «las diferencias en el grado , mas bien que las «diferencias en el carácter ó los efectos de la «enfermedad» (p. 112). Esta última parte de la observación hecha por Thomson , carece de esactitud ; la inflamación aguda, y nos li- mitamos á hablar de esta, es un estado morboso enteramente distinto y separable de los otros, principalmente de la flegmasía crónica, por un earácter esencial y fundamental, á saber: el aumento de la cantidad de la fibrina de la san- gre. Esta alteración del líquido sanguíneo es- tablece , necesario es decirlo , una diferencia capital inmensa , no solamente entre la fleg- masía aguda y las enfermedades que pudieran confundirse con ella , sino también entre ella y la flegmasía crónica. Aunque todos los res- tantes caracteres deban solo ocupar un lugar secundario, merecen ser cuidadosamente com- probados por el patólogo.» (Comp. de Med.) Complicaciones. Pueden complicarse las flegmasías con cuantas enfermedades afligen al hombre, pues que durante el curso de todas suele presentarse la inflamación. Pronóstico. Puede apreciarse la gravedad de una flegmasía, atendiendo : 1.° á la natu- raleza é intensidad con que ha obrado la cau- sa^.0 al tejido afecto; 3.° á la-importancia del órgano ; 4.° á la estension del mal ; 5.° á su intensidad ; 6.° á la tendencia que mani- fieste hacia tal ó cual terminación , y 7.° al estado de fuerzas y demás condiciones en que se halla el enfermo. La naturaleza é intensidad de las causas debe tenerse muy en consideración , porque estas ejercen poderosa influencia en la produc- ción de los síntomas generales, dándolos en ocasiones caracteres muy graves. En general las flegmasías legítimas ó verdaderas son rara vez funestas , á menos que afecten visceras, cuyas funciones no puedan turbarse sin peli- gro inmediato de la vida, como el cerebro y el pulmón. En cada tejido ofrece la inflamación, no solo un curso mas ó menos rápido , y un modo de terminación mas ó menos favorable, sino diferente gravedad , ya por las simpa- tías que desarrolla , ya por la propagación del mal á órganos importantes , ya por la esten- sion que puede tomar, etc. La inflamación de una membrana serosa y de la piel, ofrecen, por ejemplo, mucha diferencia respecto al pro- nóstico , asi como la del tejido celular y la del fibroso. Otro tanto sucede respecto á la im- portancia fisiológica del órgano. La estension del mal es asimismo muy aten- dible en el diagnóstico de la inflamación , por- que cuando ocupa esta gran parte de un tejido, provoca una reacción febril escesíva. Poco puede decirse acerca de la intensidad de la inflamación , y la tendencia á una ter- minación mas ó menos favorable , porque se encuentra respecto á esto en el mismo cajo que todas las enfermedades. Ya hemos mani- festado que la resolución es la verdadera ter- minación de las flegmasías , y por lo tanto aquella que ofrece mas ventajas, y que se debe procurar. La supuración , la ulceración , las adherencias, la induración, la gangrena, etc., serán mas ó menos funestas , según el órgano afecto. Por último, cuando se trate de formar un pronóstico , debe tenerse en cuenta, lo mismo en la inflamación que en todas las enfermeda- des , el estado de las fuerzas de los enfermos, su edad, su salud anterior, y su constitución. La tierna infancia , como la estremada vejea, ofrecen mayor peligro, porque faltan las fuer- zas para resistirla inflamación. El éxito del tratamiento empleado, sirve también de guia en el pronóstico de las fleg- masías. Causas. Tan numerosas son las causas de la inflamación , que para enumerar todas las que se han considerado como tales , fuera pre- ciso no omitir ninguna de las que figuran en. la etiología general. Obsérvase esta enfermedad en todos los climas , en todos los países, en todos los tiem- pos, en todas las estaciones, en uno y otro sexo, en todas las edades y temperamentos, en to- dos los oficios y condiciones sociales; de modo que apenas podrá hallarse un sugeto que no haya padecido inflamación , si cuenta algunas semanas de existencia. Las causas de la inflamación se han divi- dido en predisponentes y ocasionales; inclú- yense en el primer número el temperamento sanguíneo , la edad adulta , los alimentos muy nutritivos, el uso de bebidas alcohólicas, en una palabra, todas las causas de la plétora , y algunas otras que favorecen las congestiones locales, como ciertos oficios, que exigen el ejercicio de algunos órganos , ó dificultan el curso de la sangre, ó esponen á una escitacion viva y continua. Mas adelante veremos lo que Monneret y Fleury dicen respecto á esas con- diciones orgánicas , que se consideran como predisponentes de las flegmasías , y aun como capaces de producirlas espontáneamente. Enu- meremos antes , aunque de un modo sucinto, las causas ocasionales de la inflamación. Pueden ser estas causas directas ó indirec- tas. Las directas comprenden todos los modifi- cadores que obran inmediatamente sobre la parte que inflaman , y se las divide, en mecáni- cas y químicas. Las primeras son todas las vio- lencias ejercidas sobre los tejidos", y cuyo efec- to no ha llegado á producir la desorganización, como la compresión, el roce, la contusión , la división y la presencia de cuerpos estraños en lo interior del organismo; á las segundas se re- fieren todos los modificadores , que sin ejercer ninguna acción mecánica, escitan, por su simple aplicación , los fenómenos inmediatos del tra- bajo inflamatorio, como el calórico, los ácidos INFLAMACIONES. 81 y los álcalis concentrados , los óxidos y las sa- les metálicas , los vapores y los líquidos acres, en fin , las sustancias conocidas con el nombre de rubefacientes. Las causas indirectas son aquellas que determinan inflamaciones en un sitio mas ó menos distante del en que obran. Tales son, por ejemplo, las meningitis y ence- falitis , que sobrevienen á consecuencia de la insolación, y las flegmasías torácicas ó abdomi- nales que produce la esposicion de la piel á las vicisitudes atmosféricas.» (Dictionnaire des Dictionnaires de med. , t. V , pág. 174.) «Todas estas causas, ya procedan del este- rior ó del interior, ya sean predisponentes ú ocasionales, limitan su acción á los puntos en que se manifiesta la flegmasía con sus caracte- res propios , en cuyo caso se la denomina sim- ple ó legítima. Pero hay otro orden de causas cuya acción no se reduce á determinar los fe- nómenos inflamatorios; sino que al propio tiem- po que se aplican á los órganos, introducen en la economía un principio deletéreo, especial, que no solo comunica á la inflamación caracte- res distintos , sino que produce una serie de accidentes generales que constituyen otras tan- tas complicaciones, y comunica á los fenómenos inflamatorios un curso y unas terminaciones particulares. Estas inflamaciones han sido lla- madas específicas.» (Dict. de med.\ t. X\ I, pág. 420.) De ellas nos ocuparemos mas ade- lante. Parte que toman diferentes condiciones or- gánicas en la producción de la inflamación.— «Nos proponemos ahora investigar si hay en el sólido ó en los líquidos del cuerpo vivo condi- ciones fisiológicas ó morbosas que disponen mas ó menos la economía á contraer la inflamación, ó modifican en fin los fenómenos locales y ge- nerales. Se ha dicho que ciertos temperamen- tos, la plétora y algunas diátesis, eran causas de inflamación: conviene examinar con cuidado esta difícil cuestión. » Debemos advertir primeramente que es necesario distinguir en el estudio de la infla- mación los fenómenos locales y los generales, que se manifiestan cuando se halla establecido el trabajo ilegmásico. Estos dos órdenes de fe- nómenos son modificados por los estados gene- rales del organismo que ahora vamos á estu- diar. Han hablado los autores de una predis- posición á la inflamación: «haec dicitur adesse, «dice Van Swieten, quando nomines ex propia «temperie in morbos inflammatoríos vergunt.» Los que presentan esta disposición tienen un sistema vascular enérgico, los humores densos, que circulan con prontitud , el pulso fuerte y acelerado , el cuerpo esbelto , ágil y vigoroso (pág. 530 , t. II, Comment.). En este cuadro se hallan algunos caracteres dé la plétora. Un crecido número de autores han considerado á esta como predisponente de la inflamación. Temperamento sanguíneo y plétora.—«La observación clínica nos enseña que se manifies- tan flegmasías en sugetos profundamente debi- TOMO VIL litados, ya sea por hemorragias ó sangrías re- petidas , ya por una afección aguda anterior, y por último, que se presentan con frecuencia en el curso de enfermedades crónicas, que entera- mente han estenuado á los enfermos. Esta ver- dad ha sido emitida con todo su brillo por el ilustre Broussais, quien con fundamento se de- claró contra la opinión de los que creen ser in- dispensable cierto grado de fuerzas para la pro- ducción de la flegmasía. Todos los dias vemos á enfermos que han llegado al último término de la debilidad y de la consunción sucumbir á consecuencia de flegmasías intercurrentes. Lo que ha hecho creer á ciertos médicos que una constitución fuerte , robusta y pletóríca dá pá- bulo á la inllamacion, es que los fenómenos ge- nerales y reaccionales son efectivamente mucho mas intensos y notables en los sugetos que se hallan en dichas circunstancias. Compárense bajo este punto de vista dos flegmasías que ata- quen el mismo órgano en sugetos diferen- tes, debilitado el uno y el otro con todos los signos de la constitución pictórica. Mientras que en el primero será el pulso débil, pequeño, poco acelerado, mediano el calor de la piel , y en una palabra , poco considerable el aparato febril, ofrecerá en el segundo mayor intensi- dad, será el pulso mas grande , vibrátil, ace- lerado , la temperatura de la piel mas elevada, la sed viva , la agitación considerable, los mo- vimientos del corazón y del pecho frecuentes y enérgicos; en una palabra , la reacción será muy viva , y todas las simpatías funcionales se pondrán con energía en acción. También se ob- servan muchas veces diferencias análogas en los fenómenos locales. El dolor, el calor, etc. se- rán nulos ó apenas percibidos por el enfermo, cuyas fuerzas son lánguidas , y de esta manera suele la inflamación local hacer grandes estra- gos, sin que se sospeche su existencia. Brous- sais llama la atención de los médicos hacia los progresos insidiosos de estas flegmasías, que se designan con el nombre de flegmasías latentes. Cuando la constitución es robusta y suscepti- ble de reacción, es muy raro que se oculten al observador atento, y por consiguiente que afec- ten dicha forma. La plétora y el estado orgáni- co que la es opuesto ejercen, pues, una mani- fiesta influencia sobre los fenómenos generales ó reaccionales; falta ahora decir en qué consis- ten estos dos estados con relación á las flegma- sías. «El temperamento sanguíneo , cuyos ca- racteres dan á conocer todas las obras de me- dicina , ha sido generalmente considerado como predisponente á las inflamaciones. Esta creen- cia estaba fundada en la opinión que actual- mente se profesa, á saber: que la sangre se halla en mayor cantidad y es mas rica en los sugetos sanguíneos que en los otros ; de dondo debía concluirse que la inflamación se producía con mayor facilidad donde era la sangre mas rica y mas abundante. Por otra parte los fenó- menos reaccionales, ó *ea el estado inflama- 6 82 INFLAMACIONES. 'orto, se manifiesta con mayor intensidad en los hombres que gozan de esta constitución. Pero mas adelante veremos que no se deduce de aqui que las inflamaciones sean mas comu- nes en los sanguíneos y pletóricos. El análisis de la sangre prueba que en tales sugetos llegan los glóbulos al límite superior del estado fisio- lógico (127 á 140 por 1,000 partes de sangre). «Inmediatamente después del temperamen- to sanguíneo debemos colocar á un estado que consiste en una exageración de él, esto es, á la plétora , á quien atribuyen los autores mu- cha parte en la producción de las flegmasías. No presenta en ella la sangre otra alteración que un aumento insólito de los glóbulos que esceden su número normal (lid y mas). En cuanto á las cantidades de la sangre no es líci- to decir que se hallen realmente aumentadas, porque no se conoce la cantidad fisiológica de la sangre correspondiente al hombre. Antes de los análisis químicos podia creerse que fuese la sangre mas abundante en fibrina; pero actual- mente es inadmisible esta opinión. En efecto, es la sangre mas rica en los sugetos sanguí- neos y pletóricos, pero es en glóbulos , no en fibrina ; este último elemento no se baila mo- dificado. Los glóbulos parecen ser el principal escítante de la sangre , y de esta manera pue- de esplicarse l.-i actividad de todas las funcio- nes en los pletóricos. La respiración es fácil y se efectúa con entera libertad ; los latidos del corazón son enérgicos; los tegumentos se ha- llan vivamente rubicundos por la turjencia de los capilares , el pulso es fuerte y vibrátil, la temperatura elevada, las secreciones activas, y ru producto muy animalizado. El estímulo que produce en el cerebro una sangre abun- dante de glóbulos , se revela por pasiones las mas veces difíciles de reprimir, etc. Necesitá- bamos recordar estos principales caracteres, á fin de manifestar cuan fácil es ahora dar razón de la influencia ejercidi» por el temperamento sanguíneo y por la plétora, no sobre la infla- mación , sino sobre lo que se ha llamado esta- do inflamatorio, y la reacción que es su con- secuencia. «Las flegmasías llamadas activas por los autores del último siglo no son mas que unas inflamaciones cuyos fenómenos de reacción son muy considerables á causa de la disposición es- pecial en que se halla la economía. Esta dispo- sición se refleja en algunos fenómenos;, pero en nada cambia ej carácter propio de la inflama- ción. La debilidad, cuya causa indicaremos mas adelante, obra también modificando los sínto- mas reaccionales": de aqui ha venido la deno- minación de flegmasía pasiva dada á la que se manifiesta en tales circunstancias. «Ha demostrado Andral que los tres gran- des fenómenos unidos á la plétora son : 1.° las conjestiones; 2.° las hemorragias, y 3.° la fie- bre (Cours de pathologie genérale). Comprén- dese desde luego que si se manifiesta una in- flamación en un sugeto fdetórico, podrán sobre- venir conjestiones y hemorragias, cuya pro- ducción sea debida á la plétora , sin que tenga parte alguna la flegmasía. También la calentura tomará una intensidad muy considerable, á cau- sa de la sobreescitacion que entonces existe. Hemos dicho que en la plétora se aumentaban los glóbulos , y no debe admirarnos que seme- jante estado deje de predisponer á la inflama- ción , cuyo principal efecto es aumentar la fi- brina. Un estado fisiológico hay, en el cual tiende la fibrina á aumentarse , y aun escede su límite normal; 7 es el estado de gestación. En la mujer, lo mismo que en las especies ovi- nas y bobinas contiene la sangre un esceso de fibrina cierto tiempo después del parto. «En- tonces manifiesta la sangre una notable tenden- cia á adquirir el carácter de la sangre de las flegmasías , y sin duda debe meditarse acerca de la relación que puede existir entre la especie de modificación que entonces sufre el líquido sanguíneo y el desarrollo de esos accidentes es- peciales, de aspecto generalmente flegmásico, que con tanta frecuencia acometen á las muje- res recien paridas. ¿Debe considerarse como una causa predisponente de estos accidentes el ligero esceso de fibrina que en ellas se advier- te?» (Andral, Hematologie, pág. 104). »Asi pues, la plétora no predispone en rea- lidad á la inflamación , solamente esfuerza la intensidad de los fenómenos generales y reaccionales , ó en otros términos , el estado inflamatorio , aumenta la fiebre , el calor , el dolor, y sobreescita los tejidos. Solo el estado puerperal dispone á la inflamación , aumentan- do algo mas la fibrina de lo que corresponde al estado normal. »La anemia, la clorosis y la caquexia , que se hallan unidas á la disminución de los glóbu- los (caquexia saturnina y las que siguen al cán- cer gástrico, á los tubérculos pulmonares, y algunas veces á las enfermedades del corazón), no solo no impiden el desarrollo de las flegma- sías , sino que por el contrario crean una pre- disposición al mismo. »En efecto, como constantemente disminu- yen los glóbulos en todas las grandes debilida- des , queda la fibrina en esceso relativo; de donde resulta que en la anemia, la clorosis , y al fin de las enfermedades crónicas, son tales entre sí las relaciones de los principios consti- tuyentes de la sangre, que este líquido se ha- lla mas próximo que en otra cualquiera circuns- tancia á las alteraciones de composición que su- fre en la flegmasía. De este modo confirma el análisis de la sangre un hecho suministrado por la observación clínica, y que hemos establecido al principio de este capítulo, á saber: que los sugetos mas debilitados son por lo común aque- llos en quienes tiene mas tendencia á desarro- llarse la flegmasía. En este caso se aumenta la fibrina, como de ordinario, bajóla influencia de las flegmasías que se manifiestan. Se la ve, por ejemplo , subir á 6, 7 y 8, en las jóvenes cloróticas que son acometidas de reumatismo INFLAMACIONES. 83 articular agudo, de pulmonía y de erisipela. Seria curioso averiguar si en las enfermedades caracterizadas por la disminución de la fibrina, ó á lo menos por la tendencia hacia esta dismi- nución , se aumenta dicho principio de la san- gre bajo el imperio de la flegmasía. El análisis ha demostrado que asi sucede en la fiebre tifoi- dea; pero que el número mayor de la fibrina (5 £) es uno de los inferiores del estado fleg- másico, como sí estuviese la fibrina bajo la influencia de dos fuerzas: una la flegmasía que tiende á aumentarla; y otra la fiebre tifoi- dea , cuyo efecto es opuesto (Andral, ob. cit., pág. 79). Pero sea lo que quiera de esta acción ejercida sobre la fibrina , puede preguntarse si son las flegmasías mas raras en la fiebre tifoi- dea , que en las otras enfermedades; la obser- vación clínica da una contestación negativa. «Otro estado hay, cuyo grado dé influencia sobre el desarrollo de la flegmasía debemos averiguar; consiste en el marcado predominio del sistema nervioso. En los enfermos que tie- nen esta predisposición , es escesiva la sensibi- lidad , y las enfermedades se manifiestan con Una intensidad desproporcionada á su estension yá la gravedad de la flegmasía. Coincide al- gunas veces este estado de neurostenia con una notable disminución de los glóbulos ; pero no es posible decir si los sugetos nerviosos se ha- llan mas dispuestos que otros á contraer inflan maciones ; para esté serian necesarios docu- mentos suministrados por el estudio clínico de las enfermedades, y tales documentos no exis- ten. Lo qne puede establecerse es que los fenó- menos generales se hallan sumamente modifi- cados por la neurostenia. Predomina el fenó- meno dolor; se observa en estos enfermos una ansiedad estraordinaria, algunas veces de- lirio, y una fiebre poco intensa ; el pulso es pequeño y contraído; hay palpitaciones de co- razón , y la respiración es penosa ; por último el eolapsus acaba por reemplazar al primer es- tado. La hipostenia no ejerce menor modifica- ción sobre el estado inflamatorio. Es la reacción lánguida ó nula , el pulso se debilita y deprime con facilidad, hay alternativas de frió y de ca- lor, y cambios muy considerables en la calori- ficación. La inflamación no camina con esa per- fecta regularidad que ofrece en los sugetos ple- tóricos ó sanguíneos, parece como turbada por accidentes de todo género; finalmente , el tra- tamiento antiflogístico hace caer con rapidez á los sugetos cu una profunda debilidad , y mu- chas veces no determina el menor alivio. «Las grandes modificaciones del organismo que acabamos de examinar imprimen cambios esenciales á las manifestaciones patológicas de la flegmasía , cambios que debe el patólogo te- ner muy en cuenta , sobre todo en la terapéu- tica. Pero también debe tener presente que la inflamación no deja de ser idéntica á sí mis- ma, pet mas que varíen las formas que la imprimen las condiciones en que se encuen- tra la economía. En este sentido deben to- marse las palabras de Tommasiui , cuando declara que la inflamación es mas bien do- minante que dominada, y que el processus in- flamatorio influye mas bien sobre las condicio- nes generales del organismo, que estas condicio- nes mismas sobre el estado inflamatorio. «Cuando definitivamente se halla establecido el trabajo flegmásico local, resulta un conjunto de fenómenos generales, que son modificados, como acabamos de decir, y que pueden variar según los grados de la inflamación. Pretenden Tommasiui y un crecido número de médicos italianos, que no puede existir una inllamacion sin ejercer su influencia en la economía entera; ó en otros términos, que no puede manifestar- se una inflamación sin que el estado general reciba su carácter de la flegmasía local. Dícese entonces que hay diátesis esténica, y que no es posible la inflamación sin esta diátesis. Asi pues, la flogosis mas circunscrita, por ejemplo, la que sigue á la introducción de una espina eu* un dedo , se estiende , se generaliza desde el punto inflamado á todas las partes del cuerpo por el intermedio de los vasos. Una vez esta- blecida la diátesis esténica, no cambia hasta tanto que termina la flogosis. Puede sin duda sostenerse que muchas enfermedades, entre otras la inflamación, son estimulantes podero- sos que determinan irritaciones de igual natu- raleza en otros puntos ; pero no podemos ad- mitir que siempre provoque una diátesis flogís- tica permanente desde el principio hasta el fin. Sin entrar de lleno en la discusión que promue- ve la doctrina de los médicos italianos, nos es forzoso decir que , si bien consagra un hecho incontestable, ásaber: la participación de todo el organismo en el trabajo flegmásico, crea al mismo tiempo dos hipótesis sin apoyarlas en ninguna prueba. La primera es la difusión de la flogosis por los vasos , y la segunda la natura- leza idéntica de la flogosis local, y los trastor- nos generales que produce. Terminaremos, cu fin , con una sola observación ; es algunas ve- ces tan poco manifiesta la diátesis esténica, que no la revelan los síntomas generales, ni la ins- pección cadavérica ha permitido descubrir por qué tegído se habia verificado semejante difu- sión inflamatoria. Y si no se quisiese hablar mas que de una influencia simpática, tal como la conciben los patólogos, nada nuevo encon- tramos en esta esplicacion. «Debe hacerse mención después de esta doc- trina de una aserción muy singular emitida por Louis , quien establece de una manera general que el estado febril que dura cierto tiempo, de- termina flegmasías ; y que no reconocen otro origen muchas alteraciones halladas en los ca- dáveres de sugetos que presentaron fiebre con- tinua. Ignoramos en qué pruebas ha fundado Louis esta opinión, que se halla desmentida por millares de hechos. ¿Cuáles son las numerosas inflamaciones presentadas por los sugetos que, durante seis meses ó un año , han sufrido ca- lentura intermitente cotidiana ó terciana? El 84 INFLAMACIONES. observador que acabamos de nornbrar ha toma- do por ejemplo algunas enfermedades genera- les , tales como la calentura tifoidea , ó ciertas afecciones locales, que alteran profundamente la nutrición de todos los tejidos, como la tisis, y ha referido á la fiebre las lesiones múltiples que entonces se encuentran. Ademas seria ne- cesario ante todas cosasdemostrar, que las alte- raciones de que se trata son realmente inflama- torias, lo cual se halla algo distante de la verdad. ARTICULO II. De la inflamación crónica. «¿Qué cosa es una inflamación crónica? Podrá parecer estraña esta pregunta á los que no han reflexionado bastante acerca de las difi- cultades que ofrece la cuestión, ó que designan con este nombre estados morbosos cuya natu- raleza no se halla todavía bien determinada. Si se consulta á los autoresquese han ocupado con mas éxito de la historia de las flegmasías, se advierte que distan mucho de hallarse confor- mes, no solo respecto al nombre de estas fleg- masías , sino también respecto á las lesiones que deben llevar semejante nombre. Broussais y su escuela han llamado flegmasías crónicas á las enfermedades mas diferentes, tales como el cáncer, el tubérculo, las hipertrofias , el re- blandecimiento , etc., habiendo venido á ser para ellos dicha espresion como sinónima de la palabra enfermedad ; y desde entonces ha sido imposible entenderse respecto al verdadero sentido que debe darse á semejante frase. La clasificación de las afecciones internas , esta- blecida bajo este punto de vista , no hay duda que ofrecía una simplicidad verdaderamente estraordinaria. En la primera clase , que com- prendía casi todas, y aun pudiera decirse todas las enfermedades, se hallaban incluidas las in- flamaciones agudas y crónicas; y en la segunda, por decirlo asi, imperceptible, las astenias y alguna otra afección muy rara, que los adver- sarios de la doctrina fisiológica lograron por fin arrancar, á viva fuerza, á su ilustre fundador. Después, por uno de esos cambios no menos frecuentes en medicina, que en las otras ramas de los conocimientos humanos, se llegó á ne- gar la existencia de las flegmasías crónicas. Las vivas y encarnizadas discusiones que desde aquella época se han suscitado , no han sido infructuosas, y en el dia es posible ya dedicar- se tranquilos á la investigación de la verdad. «Cuando hemos tratado de definir la infla- mación aguda , reunimos con mucho trabajo los caracteres propios de este estado morboso. ¿ Podremos alcanzar un resultado análogo aho- ra que se trata de trazar los caradores distinti- vos de la inflamación crónica? Confesaremos sin rodeos , que nos parece imposible dar una definición rigorosa dé esta inflamación. En los innumerables escritos que se han publicado so- bre la flogosis, hemos buscado documentos que pusiesen término á nuestra incertidumbre , y pudiesen fijar este punto de la ciencia, y de- claramos en alta voz que no los hemos hallado " en parte alguna. Es cosa verdaderamente in- creíble , á la cual no podrán dar fé los que no han cultivado como nosotros tan ingrata mate- ria , que ningún autor se haya tomado la mo- lestia de decir en qué consiste la inflamación crónica. Todo el mundo ha hablado, y habla todavía de ella sin saber lo que es. A. «La inflamación aguda da lugar á un au- mento de fibrina, mientras que en la flegmasía crónica falta de todo punto ese carácter precio- so de toda flogosis. Se sangra á un enfermo, que padece peritonitis aguda , y da 5,3 , y 5,4 de fibrina en dos sangrías ; pasa la flegmasía al estado crónico , persistiendo la fiebre, y si- guiendo elevada la temperatura (40 cent.), y la sangre que se estrae presenta su cantidad normal (3,5). Cuando se hace la autopsia se encuentran falsas membranas que unen entre sí á las circunvoluciones intestinales (Hemalo- logie , pág. 94). En el reumatismo articular crónico no se observa ningún aumento de fi- brina. Pudiéramos citar otros ejemplos , y to- dos probarían que, cuando fía cesado entera- mente el estado agudo de las flegmasías, vuelve la fibrina á su número fisiológico. He aquí, pues, la primera diferencia esencial entre la inflamación aguda y la crónica; pero es la úni- ca que podemos indicar. B. «La calentura, que debemos descompo- ner en sus dos fenómenos principales , la ace- leración del pulso y la elevación de la tempera- tura, pierde en general" mucha parte de su in- tensidad luego que pasa la flogosis del estado agudo al crónico. El pulso disminuye de fre- cuencia , sin cesar no obstante de ser mas fre-r cuente que en el estado fisiológico. En un cre- cido número de casos solo se observa una sim- ple remisión del movimiento febril, y vuelve pronto á manifestarse con nueva intensidad, anunciando una desorganización en la visce- ra afecta. Casos hay también, aunque mas raros, en que cesa del todo la aceleración del pulso; asi acontece, por ejemplo, en las pleu- resías, el reumatismo, la bronquitis, la gastri- tis crónica, y otras muchas flegmasías. La tem- peratura sigue exactamente las mismas leyes. Se disipa la fiebre : 1.° cuando la lesión fleg- másica ocupa una pequeña estension; 2.° cuan- do tiene su asiento en un órgano, cuya impor- tancia no es tanta como la de las principales vis- ceras cuyo mas leve -padecimiento perturba profundamente toda la economía; 3.° cuando la sensibilidad es difícil de exaltar, y poco mul- tiplicadas las simpatías ; 4.° en fin , cuando la desorganización se verifica con mucha lentitud, y permite aun en parte , por su estension ó su naturaleza, el ejercicio de la función. Bajo este punto de vista se deben establecer gran- des diferencias entre las diversas lesiones fleg- másicas ; la supuración y el reblandecimiento, en igualdad de circunstancias , mantienen con mayor actividad la fiebre que una induración ó una hipertrofia. INFLAMACIONES. 85 «La fiebre que acompaña á una flegmasía crónica afecta por lo común esa forma morbosa á que los mas antiguos autores han puesto el nombre de fiebre héclica. El movimiento fe- bril es continuo, persistente en diversos gra- dos, y ofrece de particular que sufre un recar- go manifiesto en una ó muchas épocas del dia, particularmente por la tarde. Algunas veces apenas hay fiebre durante el dia ; pero si se visita al enfermo al anochecer se observa una fiebre muy manifiesta. Pero es necesario tener presente que también la fiebre de las flegmasías agudas ofrece con mucha frecuencia esta exa- cerbación cuotidiana , y que algunas enferme- dades muy diferentes de las flegmasías pueden determinar el mismo fenómeno (cáncer, tubér- culos , etc.). * C. « El dolor es un síntoma muy importan- te de las flegmasías crónicas, aunque falta com- pletamente en un crecido número de casos. De- pende el dolor del aumento de la sensibilidad normal del tejido inflamado, ó de la manifes- tación de esta, cuando el órgano goza solamen- te de una sensibilidad muy oscura en el estado fisiológico. Necesario es procurar descubrirle cuidadosamente, siempre que se sospecha la existencia de una inflamación crónica. Presén- tase entonces bajo formas muy diferentes: ya se advierte tan solo durante el ejercicio de la función propia del órgano inflamado, y cesa por completo cuando este se halla en estado de quie- tud ; ya es tan sordo que ni aun llama la aten- ción al enfermo; ó ya en Gn, es tan vivo como en el estado agudo. Por lo demás, falta con bastante frecuencia, para que pueda concedér- sele grande valor semiológico; y ademas de eso, aun cuando exista, no podrá asegurarse la presencia de una flegmasía crónica, porque un crecido número de enfermedades cuyo curso es crónico, van acompañadas de dolor. D. » Se disipa por lo común la tumefacción de los tejidos cuando pierde su intensidad el trabajo flegmásico agudo , y cuando se estable- ce en ellos la resolución..Conviene pues asegu- rarse de que los órganos han recobrado el vo- lumen que deben tener en el estado fisiológico; pero no es posible adquirir alguna certidumbre acerca de esto, sino es respecto á los órganos situados esteriormente y los que pueden esplo- rarse por medio del tacto y la percusión. Por estos preciosos medios de investigación se des- cubre entonces, que los diferentes fluidos acu- mulados en los tejidos inflamados de un modo crónico, continúan estancándose, perturban sus funciones, y preparan cambios de testura, que mas adelante se observarán, ó que se des- cubren ya por los síntomas que les son pro- pios. Hay grandes motivos para sospechar la existencia de una flegmasía crónica , cuando ha presentado una viscera todos los signos de una flogosis aguda , y persiste aun la hiperemia ac- tiva de que ha sido asiento. También puede es- tablecerse esta desde el principio, cuando la flegmasía es propiamente cróuica. Eu tal caso es el diagnóstico mas incierto, porque hay un crecido número de causas estrañas á la infla- mación que pueden producirla: de este género son las hiperemias mecánicas, y las llamadas pasivas por los autores. Volvamos á los carac- teres de las hiperemias crónicas. E. » Los principales síntomas de la flegma- sía crónica, consisten principalmente en los trastornos funcionales del órgano inflamado. Varían pues según la naturaleza, la testura del órgano y las funciones que está encargado de desempeñar, las cuales no pueden indicarse de una manera general. ¿Pueden distinguirse los trastornos funcionales propíos de la flegmasía crónica de las alteraciones determinadas por oirás lesiones enteramente diversas? ¿No po- drá confundirse una flegmasía crónica del estó- mago con un reblandecimiento no inflamatorio, ó un cáncer incipiente? ¿Será imposible equivo- car una neumonía crónica con los tubérculos pulmonares, una metritis crónica con una afec- ción orgánica incipiente del útero, etc. ? Todos los prácticos habituados á la observación clínica, contestarán sin duda de un modo afirmativo, á lo menos en el mayor número de casos. Dia- riamente se halla detenido el mas hábil médico por dificultades de este género; y muchas veces solo después de haber observado los efectos de un tratamiento esplorador, sospecha por fin la existencia de una flegmasía crónica, donde creia haber una enfermedad de distinta naturaleza. Se ha dicho que era fácil reconocer una fleg- masía crónica en los síntomas de escitacion, que por lo común sigue determinando. Indudable- mente pueden existir ó reaparecer por interva- los estos fenómenos, cuando sucede á una flo- gosis aguda. Entonces se puede creer que la hiperemia activa tiene alguna parte en la pro- ducción de los accidentes; pero es necesario no exagerar el valor de este signo, porque puede manifestarse en otras enfermedades ade- mas de las inflamaciones. Por ejemplo, supon- gamos un sugeto que acaba de presentar los síntomas de una gastritis aguda: sus digestio- nes se han restablecido enteramente, pero hé aquí que de nuevo se alteran, y la menor can- tidad de alimentos ocasiona al enfermo calor y dolor epigástrico; algunas veces vomita las ma- terias ingeridas , y al mismo tiempo se mani- fiesta fiebre. Establécese el tratamiento de la gastritis crónica, y el sugeto acaba por sucum- bir después de haber presentado durante mu- chos meses los síntomas que hemos indicado. Verifícase la autopsia , y so descubre la exis- tencia de un cáncer gástrico. En otro , que ha presentado los mismos síntomas, se descubre un reblandecimiento de la membrana mucosa gástrica ; y por fin en un tercero una ó muchas úlceras sin tejido alguno canceroso en las inme- diaciones. En todos estos casos han sido idén- ticas las alteraciones funcionales, y por su solo ausilio era imposible formar el diagnóstico do la enfermedad. Otro tanto pudiera decirse de un crecido número de afecciones que no siem- INFLAMACIONES. 86 pre se distinguen con facilidad de la flegmasía crónica, que tiene su asiento en los mismos órganos; sin embargo, en tales casos es cuando principalmente convendría establecer el diag- nóstico diferencial; pero por lo común es im- potente la sintomatología, y no puede condu- cir á semejante resultado. Examinemos ahora si nos dá mas luz la anatomía patológica, reve- lando lesiones que solo pertenezcan á la fleg- masía crónica. »Caractéres de las flegmasías crónicas, con- sideradas bajo el punto de vista de las altera- ciones anatómicas. — A. Hiperemia. Muchas veces persiste el aflujo de sangre á los vasos capilares, cuando pasa la flegmasía del estado agudo al crónico; ó bien siendo esta primitiva, constituye la congestión por largo tiempo el único trabajo patológico que se manifiesta. Si no sobreviene alteración alguna de testura, debe creerse que la hiperemia está sostenida por al- gún obstáeulo mecánico opuesto á la libre cir- culación de la sangre; mas sin embargo, en un crecido número de casos es la hiperemia la úni- ca lesión que se descubre, donde mas adelante se han de manifestar los trastornos que deben creerse unidos á la flegmasía crónica. Mientras que solo se advierte en el órgano la congestión sanguínea, mientras solo existe en él dilatación de los vasos, acumulación, estancación de la sangre, é infiltración de serosidad en los teji- dos, no debe verse en tal estado mas que una simple hiperemia, y nada puede todavía auto- rizarnos á decir que pertenece á una inflama- ción crónica. Pero si al mismo tiempo ó con- secutivamente se altera la testura; si el tejido se reblandece, se endurece ó suministra pus, debe entonces admitirse la existencia de una flegmasía crónica. Adviértase que nada ofrece. esta hiperemia que la distinga de las demás es- Eecies, y principalmente de las que preceden á i hipertrofia, al reblandecimiento y á la indu- ración no flegmásica de los tejidos. Ademas, no siendo la congestión sanguínea, por decirlo asi, mas que el primer acto del trabajo morboso que se llama flegmasía, irá unas veces seguida de reblandecimiento ó hipertrofia, y otras de ulceración, de induración, etc., sin que los fe- nómenos manifiestos puedan esplicarnos estas diferencias. La causa de los cambios patológi- cos de que acabamos de hablar, y que suceden á la congestión, nos es completamente desco- nocida , y cuando se dice que dependen de la inflamación porque les ha precedido una hipe- remia , no se hace otra cosa que crear una hi- pótesis, á no ser que se hayan manifestado de un modo evidente todos los síntomas que he- mos asignado á la flegmasía aguda. * «B. Coloraciones morbosas.—Generalmente se consideran como en resultado de la flegmasía crónica las coloraciones negras que se forman en los tejidos, y que tienen su asiento, ya en el trayecto de los vasos, ya en sus inmediacio- nes. Dependen de la presencia de la materia colorante de la sangre, que trasuda al través de los tejidos, y sufre una elaboración particular, á consecuencia de la cual se identifican en cier- ta manera la fibrina y la materia colorante con el tejido normal; de aqui proceden esas colora- ciones negras, que se observan en la membrana mucosa de los sugetos que padecen gastritis crónica, y esas induraciones negras del pulmón llamadas melanosis, que por lo común no son mas que la pulmonía crónica con coloración ne- gra. Deposítase también esta materia en la su- perficie del peritoneo inflamado crónicamente, y en las membranas del tubo digestivo. «Con mayor frecuencia dependen las colora- ciones de la estancación de la sangre en los va- sos dilatados. Se ha investigado si la forma y asiento de la inyección podrían dar alguna luz acerca de la naturaleza de la enfermedad, cuan- do esta ocupa las membranas; pero no se ha obtenido ningún resultado preciso. En una mis- ma dolencia se han visto todas las formas du inyección; ya un salpicado rojo muy menudo, ya la inyección de los ramitos vasculares (in- yección ramiforme), ó de las ramas mas consi- derables (inyección arborescente). La inyección en forma de pintas ó como salpicada , es menos común en las flegmasías crónicas, que la de los ramitos ó ramos vasculares. Necesario es tener muy en cuenta estas coloraciones, cuando no puede haberlas determinado ningún obstáculo mecánico, y cuando hay seguridad de que no se han formado después de la muerte. También son de mucho valor cuando van acompañadas de una de las alteraciones que nos resta es- poner. »C. La secreción del pus es uno de los actos que mejor caracterizan la inflamación crónica; ya sea este líquido segregado por una membra- na ó por una viscera parenquimatosa, ya se in- filtre en el tejido, forme foco ó sea espelido al esterior, se manifiesta generalmente en aquellos estados morbosos en que la inflamación desem- peña el principal papel. Establece Hunter como regla invariable, que ninguna supuración puede existir sin inflamación, y sin embargo, por una estraña contradicción, intitula mas adelante un capítulo de esta manera: de las colecciones de materia sin inflamación; y es que efectiva* mente, asi en la época que escribía Hunter como en la actualidad, no puede pretenderse que la supuración sea una prueba cierta de una flegmasía. Bastante hemos insistido sobre el particular, para que sea necesario aducir mas pruebas. Ninguíi autor se esplica con claridad acerca de los caracteres de las supuraciones que acompañan á las flegmasías crónicas. Inspecto- ra un sugeto mucha cantidad de materia , en parte purulenta y en parte mucosa, sin que ha- ya tubérculos pulmonares. ¿Se denominará su enfermedad una bronquitis crónica ó un catar- ro? Arroja otro por la orina una materia puru- lenta, y no se encuentra en la vejiga mas que un engrasamiento y una hipertrofia de la mem- brana interna, ó una cistitis crónica ó un ca- tarro. Padece una mujer una leucorrea abun- INFLAMACIONES. 87 danto, y el líquido espclido es completamente purulento; mas sin embargo la membrana in- terna de la vagina se encuentra hinchada, hi- pertrofiada, pero pálida: ¿existe en tales casos una flegmasía crónica ó una simple alteración de secreción? «Pudiéramos continuar examinando de esta manera cada una de las alteraciones de tes- tura que constituyen el estado patológico, y veríamos que no hay una sola que baste para caracterizar la flegmasía de larga duración. El reblandecimiento , la induración, la fria- bilidad de los tejidos, la hipertrofia y la atro- fia , son en concepto de unos dependencias de la flegmasía, cuyo periodo mas adelantado indican; mientras que en concepto de otros constituyen simples aberraciones de la nutri- ción normal. Estas dos doctrinas han subsis- tido siempre una al frente de otra, desde que Broussais pretendió hacer derivar de la infla- mación todos los trastornos. Ya hemos indi- cado las pruebas que han sido alegadas por los partidarios y los enemigos de semejante doctrina. La secreción de productos morbo- sos, y en particular de la fibrina organizada en falsas membranas ó suspendida en la serosi- dad , y de la materia globular llamada pus, es uno de los mejores caracteres de la infla- mación crónica. Recordemos que para deci- dir lá existencia de este estado es necesario asociar á las lesiones cadavéricas los síntomas observados durante la vida, y aun asi no po- cas veces solo se pueden establecer simples probabilidades Diremos pues, para concluir, que la inflamación crónica es en el dia mas que nunca un estado morboso mal definido, que convierte borrar del lenguaje médico, á no ser que se le dé un sentido exacto é indepen- diente de todo sistema. Si nos ha sido imposi- ble deslindar en qué consiste la enfermedad que nos ocupa, es porque no hemos hallado en parte alguna documentos exactos sobre este objeto, y hemos tenido necesidad de reducir- nos á presentar al lector una especie de pro- grama , donde se espone el estado de la cues- tión. Por lo demás, si se atiende á la causa de la incertidumbre que deploramos, fácil- mente se encuentra en las últimas revolucio- nes que han agitado á la medicina. Funda Broussais su sistema en una especie de uni- dad patológica que es la inflamación; hace pro- venir de ella las alteraciones mas variadas y desemejantes, y por lo tanto la inflamación crónica comprende casi todas las enfermeda- des. Presentando á su vez la anatomía patcp lógica pretensiones no menos esclusivas, si- gue una marcha enteramente inversa: divide todos los elementos, descompone y fracciona la enfermedad en sus diferentes partes, des- cribe separadamente las lesiones anatómicas fuera de las enfermedades que tienen un nom- bre en el cuadro nosológico, y sin tomarse otra molestia, llama á esta alteración reblan- decimiento, á la otra induración, á aquella hiperemia, á la de mas allá hipertrofia, y asi sucesivamente. ¿Qué ha resultado de este tra- bajo de separación? que en vez de una unidad tenemos mil, entre las cuales no es posible en el dia descubrir correlación ninguna. Ya se sabe en qué consisten el reblandecimiento y.la hipertrofia; pero se ignora qué reblande- cimiento , qué hipertrofia acompaña á la infla- mación. Si este trabajo hecho por los anatomo- patólogos ha sido útil para contrarrestar la centralización demasiado esclusiva de Brous- sais en favor de la inflamación, ya sería tiem- po de que se ocupasen algo en edificar con tantos materiales como se hallan esparcidos. El que dude de la verdad de esta crítica pue- de ocuparse en componer la historia de la in- flamación con los escritos procedentes de di- cha escuela». ARTICULO III. De las flegmasías llamadas específicas. «La palabra especifica aplicada á la inflama- ción, dice Thomson que se ha usado eu dos sentidos diferentes, «según unos, sirve para espresar alguna cosa particular en el modo de acción de las causas de la flegmasía. Las vi- ruelas, el sarampión, la escarlata y la sífilis, pueden considerarse como inflamaciones es- pecíficas, á causa de que son producidas por distintos venenos animales. En otro sentido, expresa esta palabra ciertas modificaciones de la inflamación, producidas por algunas parti- cularidades , varios estados , varias disposi- ciones constitucionales, ya hereditarias, ya adquiridas, pero que, en ciertas circunstan- cias , se manifiestan en individuos de todos los temperamentos. Tenemos ejemplos de es- tas disposiciones ó diátesis en los reumatis- mos , la gota, el escorbuto y las escrófulas» (ob. cit., p. 117). Hé aquí, pues, bien deter- minado el sentido de la palabra específica, aplicada á las inflamaciones: especialidad de la causa morbosa, y especialidad producida por las condiciones orgánicas ó las diátesis; tales son las dos causas de estas inflamacio- nes de que tanto se ha hablado. Antes de ave- riguar si existen inflamaciones específicas, es necesario ver si las que se admiten merecen en realidad este nombre. «Las viruelas, el sarampión, y la escarla- ta, son consideradas, aun en el dia, por al- gunos autores, como inflamaciones específi- cas de la piel. Sin referir aqui las poderosas objeciones que se presentan contra esta opi- nión casi enteramente abandonada en el dia, y fundada únicamente en vanas apariencias; diremos que un carácter esencial y profundo separa á las viruelas, la escarlata y elsaram- pion de las inflamaciones: este carácter de- pende de la alteración de la sangre. Las in- flamaciones van constantemente acompaña- das de un aumento en las cantidades de la fi- brina, y las enfermedades indicadas mas ar- 88 INFLAMACIONES. riba, nunca dan lugar á este aumento; por el contrario, disminuye la fibrina ó tiene mu- cha tendencia á disminuir. Es imposible en- contrar un carácter distintivo mas notable. Añadiremos que durante el curso de las vi- ruelas, de la escarlata y del sarampión, pue- den sobrevenir inflamaciones; pero aunque estas se hallen modificadas por la enfermedad general, nó por eso dejan de conservar su carácter esencial; asi sucede que cuando una angina ó una pulmonía complican á las vi- ruelas , hacen aumentar la fibrina, como si se hallasen unidas á otra enfermedad cual- quiera. «No podemos combatir por el argumento que acabamos de emplear, el pretendido ca- rácter específico de las inflamaciones de la piel, tales como la urticaria, los diferentes herpes, el impétigo y la plica, porque no se ha analizado la sangre en estas enfermedades. Únicamente notaremos que seria necesario de- mostrar que son inflamaciones, antes de de- cir que son específicas; pero pocos patólogos sostienen esta opinión. La erisipela es una fleg- masía verdadera de la piel, que dá origen al aumento de la fibrina , como las demás infla- maciones; y en cuanto al eritema, la roseóla y la urticaria, si constituyen inflamaciones de la piel, ó exantemas, lo cual dudamos , no ofrecen absolutamente nada de específico. «El reumatismo ha sido considerado por al- gunos autores muy modernos, como una in- flamación específica, cuyos principales carac- teres son estenderse á todas las superficies ar- ticulares , trasladarse fácilmente y con pron- titud de un parage á otro, y no terminar por supuración, etc. El análisis de la sangre ha demostrado que no se halla fundada esta opi- nión, y que es el reumatismo una inflamación aguda lo mismo que las otras; por ejemplo, la pulmonía y la pleuresía. Ofrece el reuma- tismo igual máximum y mínimum de fibri- na (4 á 10) que la neumonía. Cierto es que sus síntomas presentan algo de particular; pe- ro el asiento mismo de la enfermedad esplica las diferencias que la separan de las otras in- flamaciones. La difusión de la flogosis, el cre- cido número de puntos que ocupa, y su ten- dencia á propagarse á las membranas serosas de las cavidades esplánicas, son otras tantas particularidades que esplica fácilmente la ana- tomía. Ademas , si se quisiera admitir que era específica una flegmasía porque difiriesen sus síntomas de los que se observan en las demás inflamaciones, se multiplicaría indefinidamen- te el número de aquellas flegmasías. No es, pues, el reumatismo mas que una inflama- ción ordinaria , y no debe considerársele de otra manera. «Algunas veces va acompañada la gota de fenómenos locales, que son evidentemente in- flamatorios ; pero solo son consecutivos, ó de- terminaciones morbosas , que se verifican ha- cia las articulaciones, y que obran producien- do en ellas la fluxión sanguínea : de aquí la rubicundez, el dolor, la tumefacción de los tejidos y el buen éxito de los antiflogísticos en semejante caso: no deben verse en esta flogosis mas que simples efectos locales de una causa general, cuyo origen existe en la alteración de la sangre (véase gota). Puede tener la inflamación alguna parte en la pro- ducción de ciertos síntomas de la gota, pero de un modo accidental, y cuando sobreviene una flegmasía intercurrente, que en nadase diferencia entonces de una flegmasía seme- jante que hubiera sobrevenido en otras cir- cunstancias patológicas. No constituye, pues, la inflamación el fondo, la esencia de la gota- es un accidente fortuito, común á otras mu- chas enfermedades. «Sin duda se ha incluido á la enfermedad escrofulosa en el número de las flegmasías es- pecíficas, porque en ella son muy comunes los fenómenos de supuración, y generalmente van acompañados de síntomas inflamatorios los accidentes locales. Pero ¿es de admirar que un absceso formado en una glándula ó en el tejido celular determine todos los signos de la inflamación , ni puede inferirse de aquí que sean las escrófulas una flegmasía específica? Repitámoslo, porque conviene que fijemos es- te punto: una flegmasía consecutiva á un pro- ducto morboso depositado ó interourrente, puede tener su origen en todas las enferme- dades posibles, sin que haya derecho para con- cluir que estas dependan de la inflamación. Asi es como el tubérculo, cuando llega á su periodo de reblandecimiento, determina una flegmasía pulmonar intercurrente, que se re- vela por el aumento de la fibrina y los sínto- mas de irritación pulmonar. Sin embargo, na- die sostiene en el dia que sea el tubérculo una inflamación específica. Lo mismo sucede con el cáncer, que puede igualmente determinar á su rededor inflamaciones agudas ó crónicas, sin que esto autorice á decir que el cáncer es una inflamación específica. «Lo que dejamos dicho respecto á las fleg- masías específicas precedentes, es aplicable en rigor á la sífilis y al escorbuto. La pústula maligna, las flegmasías gangrenosas y el co- queluche, no son flegmasías específicas. Es cierto que empieza esta última por una bron- quitis; pero pronto se añade otro elemento morboso, una verdadera neurosis. Necesario es distinguir estos dos elementos morbosos en la enfermedad. La pleurodinia y la neuralgia eiática no son flegmasías, como tampoco los tubérculos de los meninges ; asi lo probarían los análisis de la sangre, si ya no lo probasen suficientemente los síntomas. En una mujer que sucumbió, en la sala de Andral, con to- dos los signos de una verdadera meningitis, se encontraron tubérculos esparcidos sobre los diferentes puntos de la pia-madre, y ninguna inyección alrededor. La sangre no presentaba la menor alteración , y las cantidades de fibri- INFLAMACIONES. 89 na habían permanecido normales durante toda la enfermedad. Las únicas enfermedades á que puede con- servarse provisionalmente la calificación de flegmasías especificas, son la difteritis , de la cual constituyen especies el croup, el mugue!; y las anginas s'eudo membranosas, y acaso enhn la disenteria. Si manifestamos alguna reserva respecto á las inflamaciones seudo membrano- sas es porquOen el actual estado de la cien- cia no se posee un análisis de la sangre que pueda ilustrar acerca de su verdadera natura- leza y porque ademas la presencia de las fal- sas membranas, la tendencia que tienen los tejidos inflamados á reproducir este nuevo-pro- ducto, la propiedad que posee de estenderse con rapidez, el curso enteramente especial de la afección , sus íntimas relaciones con los es- tados generales (escarlata , influencias epidé- micas), y la eficacia de ciertos agentes medici- nales, son otras tantas particularidades que militan en favor de una inflamación específica. Es muy notable que una inflamación tan grave como la Difteritis, vaya únicamente acompaña- da de una fiebre efémera , ó no determine fie- bre alguna, y camine de una manera peruda y latente hacia una funesta terminación. Las al- teraciones anatómicas que se observan en la di- senteria aproximan esta enfermedad a las infla- maciones; mas sin embargo, hay en las causas endémiees que la producen , en su curso y en su complicación, algo especial que no se obser- va en las inflamaciones ordinarias. La natura- leza especial de la causa que determina la in- flamación, no siempre produce el efecto de mo- dificar la naturaleza de esta. La introducción del mercurio en la economía puede provocar, entre otros accidentes, la inflamación de la membrana mucosa que cubre á las encías y al resto de la cavidad bucal. No faltaría motivo para suponer que una inflamación producida por un agente especial, conservase algo de su origen; pero sin embargo no sucede asi. Los análisis de la sangre acreditan que se aumenta la fibrina como en las otras flegmasías , y que la estomatitis mercurial no difiere de las mua- inaciones ordinarias respecto á la influencia que ejerce sobre la sangre. Muchas veces se ha pretendido que el mercurio causaba en la san- gre cierto estado de disolución ; pero no ha po- dido demostrarse hasta el dia. .... Nos hallamos , pues , en la necesidad de reconocer que no existe mas que un reducido número de flegmasías especiales, y que se li- mitan solamente á dos , la difteritis y la disen- teria ; estamos ademas inclinados a creer que tal vez no difieran por su naturaleza íntima de las demás inflamaciones. Juzgamos que no debe existir mas que un solo género de inflamación, la que va acompañada de un aumento de fibri- na, y de los demás caracteres sintomáticos que hemos atribuido á la inflamación. A esta enter- medad debe reservarse el nombre de flegmasía. Pero pueden añadírsele otros elementos morbo- sos : unas veces varias neurosis (coqueluche), otras una hemorragia (disenteria), una gangre- na, etc., y entonces se observan fenómenos insólitos, que modifican la forma y curso de la flegmasía sin cambiar su esencia. A nuestro entender convendría borrar las palabras infla- maciones específicas, que nada bien definido representan en el estado actual de la ciencia. No hay en realidad inflamación específica, di- cen con razón Boisseau y Jourdan (anot á la traduc. de la obra dé Thomson, pág. 109). Na- die niega que existe en el curso , los síntomas, - el tratamiento y las causas de ciertas flegma- sías, algo que las diferencia de la mayor parte de las inflamaciones; pero no hallamos en esto nada que pruebe, que sea la inflamación de na- turaleza distinta que las flegmasías ordinarias. Puede haber uno y aun dos elementos morbo- sos, ó en otros términos, una ó dos enferme- dades, que obren al mismo tiempo que la infla- mación. Las afecciones que imprimen á esta ul- tima una forma enteramente especial resultan muchas veces de una alteración general ó diá- tesis , como dicen ciertos patólogos. En un go- toso no seguirá el mismo curso una flegmasía intercurrente que en cualquier otro sugeto. La sífilis y las escrófulas imprimirán también un sello particular á la inflamación. Otro tanto su- cede con las alteraciones de la sangre debidas á la diminución de la fibrina; las hemorragias y las gangrenas tendrán mucha tendencia a manifestarse durante el curso de ciertas fleg- masías. En otro lugar hemos visto que la cons- titución de los sugetos , la plétora , la anemia, el estado neurasténico , etc., cambian también el aspecto de las inflamaciones, sin que por eso dejen estas últimas de conservar sus caracteres esenciales. Resulta en conclusión que tal vez no haya inflamación específica ; pero que si se desea estar conformes respecto á las palabras, puede decirse que las inflamaciones son espsci- ñcas • 1.° por sus síntomas , respecto a lo cual existen grandes variaciones: 2.° por sus carac- teres anatómicos: en un caso existen falsas membranas, en otros úlceras, reblandecimien- tos etc. ; 3.° por el tratamiento ; falla el an- tiflogístico cuando los tratamientos tónico, abortivo, etc. , dan buenos resultados; 4° por la unión de otra enfermedad (sífilis, escrófulas, hemorragia y disminución de la fibrina); 5.° en fin por la constitución propia de cada sugeto (plétora , anemia, estado neurasténico, debili- dad). Por lo tanto , ó no ha de haber inflama- ción, ó todas serán específicas por algún con- cepto. ARTÍCULO IV. Tratomiento general de la inflamación. De la medicación antiflogística.— «Solo po- demos manifestar suma ñámente las principa es partes de esta vasta cuestión , é insistir en las indicaciones terapéuticas, y en los mechosa cuyo favor pueden llenarse. Hanse establecido las indicaciones de un modo muy diferente, se- 90 INFLAMACIONES. gun las doctrinas propias de cada autor: en concepto de uno hay que vencer el espasmo, en el de otro la obstrucción, la diátesis (logísti- ca , etc. Prescindiendo , pues , de es,tas hipóte- sis, debemos limitarnos á establecer las indica- ciones solamente bajo el punto de vista de la práctica. »EI estudio que hemos hecho de la inflama- ción nos ha dado á conocer, que en todo tejido inflamado hay aumento de la escitacion normal ó irritación ; y como sabemos por otra parte que este efecto se halla determinado ó soste- nido por agentes estimulantes , resulta que la primera indicación es sustraer el órgano infla- mado del contacto de los irritantes. Los esci- tantes fisiológicos que no producen ningún efec- to nocivo cuando estimulan Á órganos sanos, se convierten en verdaderos irritantes, luego que se establece la flogosis; asi pues, el aire, que es un estimulante normal para el pulmón, llega á ser un irritante peligroso en un sugeto que padece bronquílis ó tubérculos. De aquí re- sulta que es precisos 1.° Separar el irritante ó estimulante fisio- lógico, si puede hacerse; y reducir al órgano á un estado de quietud tan completo como sea posible. 2.° También conviene disminuir el núme- ro de los escitantes, y la cantidad de la escita- cion en las demás visceras, á fin de reducir to- do lo posible la escitacion simpática ó reaccio- na!, que se transmiten los diferentes tejidos. Consigúese esto por medio del reposo absoluto, la sustracción de los modificadores y la absti- nencia. 3.° Otra indicación consiste en privar al ór- .gano de los materiales que pueden alimentar la irritación inflamatoria, es decir, precaver y combatir la hiperemia, ese trabajo¡ preliminar de toda inflamación. Se satisface esta indica- ción : 1.° por la quietud del órgano ; 2.° la re- frigeración; 3.° los astringentes; 4.° los sedantes directos; 5."° los emolientes; 6.° la compresión; 7.° las sangrías, locales y revulsivas; 8.° las sangrías generales; 9.° los revulsivos; 10.° las medicaciones perturbadoras. 4.° Por último , se debe disminuir la esci- tacion general ó diátesis inflamatoria , privando á la economía de una cantidad' mayor ó menor de sangre, de ese estimulante general de todos nuestros tejidos. La abstinencia, la quietud, y sobretodo lassangríasespoliativas y los contra- estimulantes , son los medios á cuyo favor se satisface esta indicación. 1.a Indicación. Separar el estimulante fi- siológico y patológico.—La vida no se sostiene sino en tanto que se halla en acción esa propie- dad que se denomina escitabilidad, y mientras los agentes estimulantes ejercen su acción so- bre el sólido vivo. La escitacion es el efecto de esa acción que esperimenta la fibra viva. Sí es- cede de cierto límite degenera en irritación : un esceso de estímulo, ó el número muy conside- rable de estimulantes , determinan este resul- tado patológico. Si se atiende á los fenómenos locales que siguen á la irritación', se ve afluir la sangre con rapidez hacia el tejido irritado; pronto se detienen-los glóbulos sanguíneos,, se estancan, distienden los vasos, y deja de haber circulación en la parte inflamada. Necesario es por lo tanto que el médico se esfuerce á conte- ner ó curar esta hiperemia. Con tal objeto debe averiguar,primero'si el agente irritante conti- nua ejerciendo una influencia nociva sobre el órgano enfermo. En una oftalmía ocasionada por Ja penetración de un cuerpo estrauo en el ojo, la primera indicación es la de estráer el cuerpo, vulnerante: tal debe ser. también la conducta del médico siempre que pueda descu- brir la causa directa de la,irritación. Es nece- sario en segundo lugar, impedir que los tejidos inflamados sigan recibiendo la ácciim.. de, sus estimulantes.habituales. Para el estómago in- flamado la mas pequeña porción de alimento es una causa de irritación ; para el ojo lo es la luz, y para el cerebro el mas pequeño estímulo que, en el estado ordinario, manlieue'fas funciones de este órgano. »No podemos estudiar aquí todos los esti- mulantes; mas ,s¡n .embargo, conviene dar de ellos una.¡dea general. Creía Brown que esti- mulante era todo aquello que obraba sobre el cuerpo vivo; pero este es un error. Según el médico escocés , los debilitantes no son otra co- sa que estimulantes escesivos, que agotando la sensibilidad determinan la debilidad^directa. Hay otros que producen la debilidad directa, porque no estimulan lo suficiente. Por ejemplo, el agua de goma, en concepto de Brown, no debilita al estómago disminuyendo su escitabi- lidad , sino escitando á dicha viscera de un mo- do insuficiente. Esta opinión es falsa; hay agen- tes que ejercen una acción sedante é hiposteni- zante local , y de ello son un ejemplo los emo- lientes. «Examinemos ahora en primer lugar cuáles son los estimulantes, á fin.de impedir su ac- ción sobre el organismo , ó á lo menos dismi- nuir su dosis y la duración de su acción, cuan- do se halla un órgano inflamado. Hay dos grandes clases de escitantes; unos que proce- den del medio ambiente, y otros del organismo y de la reacción recíproca ejercida por los ór- ganos unos sobre otros. En el número de los primeros se encuentran el calórico, la luz, la electricidad, las cualidades mas ó menos vivi- ficantes del aire, los alimentos y las bebidas; y entre los segundos la sangre, sobre todo su parte globular, los líquidos, y los diferentes hu- mores que circulan en los receptáculos, la con- tractilidad muscular, la inervación, las simpa- tías, y en fin , las enfermedades y sus diferen- tes productos. Un sugeto que padece una in- flamación deberá colocarse en una habitación poco iluminada, que tenga una temperatura mas bien baja que alta, y será sometido á una dieta severa. Se impedirá también la acción de los estimulantes internos que dejamos indi- INFLAMACIONES. 91 c'ados , sustrayendo cierta cantidad de sangre, y colocando al enfermo en una tranquilidad tal de cuerpo y de espíritu , que los órganos no tengan mas escitacion que la puramente indis- pensable para el ejercicio de sus funciones. El médico que sepa dirigir convenientemente esta importantísima parte del tratamiento , repor- tará ventajas incontestables , y podrá muchas veces precaver los efectos ulteriores de la fleg- masía incipiente. No es esta ocasión de decir de qué modo debe establecerse el régimen dietéti- co en el tratamiento de las enfermedades; las reglas due fijaron los autores griegos y latinos, tienen todavía el privilegio de servir de guia a los médicos modernos. Todo el que se sujete á ellas modificándolas según los casos con arre- glo á los preceptos de la higiene, tendrá seguri- dad de proporcionar á sus enfermos una medi- cina provechosa. En el dia es el mejor medico aquel que mejor observa las leyes higiénicas; y conviene observar que si la dietética goza de una eficacia incontestable, es principalmente en el tratamiento de las flegmasías. 2.a Indicación. Disminuir el numero de los cscitantes , y la cantidad de escitacion que obra sobre el organismo.—Hemos dicho que podían dividirse los estimulantes en estemos e internos: en el número de estos últimos se ha- llan la inervación, y las influencias simpáticas, que recíprocamente se transmiten las visceras durante el ejercicio de sus funciones; la esci- tacion que de aqui resulta favorece á la infla- mación, que envia y recibe igualmente numero- sas simpatías. Conviene , pues, impedir en lo posible la producción de este estímulo dituso. Para conseguir este objeto no hay mas medio que reducir las funciones á su mínimum , dis- minuyendo á todos los órganos sus estimulantes habituales. Debe procurarse principalmente, por todos los medios posibles , separar los es- tímulos que obran sobre la periferia cutánea, y producen el estímulo que Broussais llama estímulo convergente. Se logra esto hasta cierto grado, manteniendo al enfermo en una quietud completa, en parage silencioso, débilmente ilu- minado , á una temperatura igual , mas bien fría que caliente , y apartando todas las causas capaces de poner en ejercicio las funciones ce- La abstinencia es uno de los medios mas poderosos y capaces de abatir la escitacion ge- neral , ó en otros términos , el estado inflama- torio consecutivo al trabajo flegmásico. Obra la abstinencia de Mos maneras principales: 1.° de un modo puramente negativo , pues de- jando de efectuarse el acto digestivo , que re- quiere para su desempeño la intervención de un crecido número de órganos , quedan estos en un completo estado de quietud , muy fa- vorable para la resolución de flegmasía. Obra ademas la abstinencia de;un modo negativo por otro mecanismo : redúcese a muy poco el estímulo simpático que ejerce el estómago, du- rante la digestión , sobre casi todas las funcio- nes de la economía , y especialmente sobre las de la circulación y la inervación, resultando desde entonces muy débiles las simpatías , y reducidas á su mínimum. 2.° El segundo efecto de la abstinencia es modificar la composición de la sangre , y por consiguiente la intensidad de la nutrición eu todos los tejidos del cuerpo vivo. Los princi- pios nutritivos , que desde el estómago y el intestino pasan á los vasos absorventes , cam- bian , sin duda alguna, la composición de la sangre, y conducen á este líquido algunos ma- teriales , que concurren poderosamente á la estimulación y nutrición de los órganos. Si cesa pues el estómago de preparar estos ma- teriales, debe la sangre modificarse en su com- posición , disminuyendo sus propiedades es- timulantes. Asi lo demuestra el análisis do la sangre , manifestándonos que los glóbulos disminuyen de su número normal (127) , y que esta disminución es muy manifiesta y constante, cuando durante algún tiempo han guardado abstinencia los enfermos. Las afec- ciones gástricas é intestinales que se oponen a la completa reparación de la sangre, como el cáncer y las inflamaciones agudas ó crónicas del estómago , producen el mismo efecto. Se ve, por último, que la abstinencia obra disminuyendo la estimulación , y modificando á la larga la composición de la sangre. Pero, ; es esto decir que sepamos cómo obra la dieta en la curación de las flegmasías ? De ninguna manera. Se ha pretendido que era disminu- yendo la actividad del sistema circulatorio , y por lo tanto la hipecemia local; también se ha dicho que era privando á la irritación local del estímulo que la sostiene, y disminuyendo el aflujo de la sangre. . No pueden ponerse en duda las ventajas de la abstinencia en el tratamiento de las flegma- sías ; y los admirables escritos de la escuela hipocrática encierran reglas dietéticas , que todavía sirven de ley. Sin embargo , debernos advertir , con los médicos que por mas tiempo han observado á la naturaleza, que no debe erigirse en precepto absoluto la necesidad de combatir todas las flegmasías por la abstinen- cia. ¿ Quién ignora que un anciano , enfermo de pulmonía, cae en un estado de debilidad, del cual no es posible sacarle, sino por un ali- mento conveniente , y que las flegmasías que sobrevienen en el curso de las afecciones cró- nicas, que han debilitado profundamente toda la economía , solo ceden cuando se elevan las fuerzas por medio de alimentos tónicos ? ¿Có- mo es que unos ajentes , tan opuestos en su modo de obrar, como la abstinencia y la ali- mentación , pueden no obstante concurrir á la curación de las flegmasías ? Mas adelante ma- nifestaremos que la medicación tónica es/itil, porque eleva las fuerzas generales, y puede activar la resolución en los capilares debili- tados. , , , También debe considerarse la sangría ge- 92 INFLAMACIONES. neral como un medio poderoso de disminuir el estímulo general, y aun de hacerle descender de su tipo fisiológico; por lo tanto puede satis- facer la segunda indicación. 3.a Indicación.—Privar al órgano de los materiales que pueden alimentar la inflama- ción , y combatir el trabajo flegmásico local.— Se ha procurado obtener estos efectos; 1.° por medios locales; 2.° por medios generales. Es- tudiaremos estos últimos al hablar de la cuar- ta indicación. A. Medicación antiflogística local. — La hiperemia'es un trabajo local que precede y prepara las alteraciones ulteriores de que es asiento el tejido inflamado ; por lo tanto se ha debido procurar en todo tiempo precaverla Ó disiparla, á fin de que no pueda tener origen el trabajo flegmásico. Con esta mira se ha em- pleado : 1.° la quietud del órgano; 2.° la re- frigeración ; 3.° los astringentes; 4.° los se- dantes directos; 5.° los emolientes; 6.° la com- presión; 7.° las sangrías locales; 8.° la sangría general; 9.° los revulsivos. 2.° Refrigeración.—Hemos hablado ya de la quietud del órgano, y nos falta estudiar los otros ajentes de la medicación antiflogística lo- cal , principiando por la refrigeración. Se hace la aplicación del frió por medio de compresas empapadas en agua fresca ó de nieve , ó de una irrigación continua sobre la parte inflama- da , por medio de inyecciones rectales ó vagi- nales , de la inspiración de un aire fresco, ya tenga en la atmósfera estas cualidades, ó ya se ie proporcionen con el auxilio de ciertos aparatos, ó en .fin por la ingestión de una gran cantidad de agua fría. Un aldeano de la Silesia austríaca, Priessnitz , ha fundado en Graef- femberg, en la cúspide de una alta montaña, un establecimiento en que pretende curar, por el uso del agua fría , las flegmasías y las afec- ciones crónicas de diferente naturaleza. La sustracción del calórico en la parte in- flamada , se verifica por uno ó muchos de los procederes operatorios que acabamos de indi- car , y el frió es siempre aplicado intus ó ex- tus. No solamente obra de una manera local: su principalefecto es, primeramente el de en- friar la parte inflamada ; pero esta refrigera- ción es mucho mas débil de lo que general- mente se cree, y aun puede dudarse que se verifique , á lo menos en las partes profundas, á causa de la rapidez con que en todos los puntos se equilibra la temperatura. Empero puede decirse que los efectos del frío no se li- mitan á la parte en que se aplica. La refrige- ración determina localmente dos principales efectos: 1.° disminuye el aflujo sanguíneo, es- pele la sangre de los capilares en que penetra, y hace con frecuencia cesar la rubicundez y la tumefacción; 2.° debilita ó estingue la sensi- bilidad anormal que se manifiesta en los teji- dos. Estos efectos se presentan en las flegma- sías esteriores. Por ejemplo, en la quemadu- ra, se vé desaparecer enteramente el calor, la rubicundea , la tumefacción y el dolor por la prolongada aplicación del agua fría. La refri- geración vá seguida de una reacción local, y muchas veces general , que es nociva, porque después de suspenderse un instante el trabajo inflamatorio, recobra toda su actividad;.la con- tractilidad de los capilares, y los fenómenos de química viviente , que se verifican en el seno de los tejidos, adquieren una energía que no tenían antes. Por último , es necesario no es- forzar mucho la refrigeración, á fin de no pri- var á los tejidos del grado de estimulo indis- pensable , para que pueda efectuarse la reso- lución , y sobre todo no continuarla hasta el estremo de suspender los movimientos orgá- nicos , y producir la gangrena. Es el frió un ájente difícil de manejar, por- que no es fácil proporcionar su actividad á los efectos que se desean producir , y porque in- duce en las funciones un trastorno, que no siempre se halla exento de peligro. Ademas, solo debe emplearse en el tratamiento de un reducido número de flegmasías , particular- mente en aquellas que afectan á la piel. Tam- bién debe tenerse presente, que muchas veces favorece las inflamaciones, tiende á desalojar- las de su sitio primitivo , hace mas frecuentes las metástasis, y no prueba bien en los sugetos débiles, que no pueden esperimentar una reac- ción suficiente. Se ha propuesto el frío con el objeto de hacer abortar las flegmasías. Enton- ces es necesario empezar este tratamiento desde luego, cuando solo existe la hiperemia, y no se halla modificada aun la testura del tejido. ¿Qué pudiéramos esperar del frió con- tra el reblandecimiento ,. la induración , la su- puración , etc., ya establecidos? La hidro-sudo-patia , ó tratamiento por el ¡agua fría y la transpiración, consiste en dos puntos principales : 1.° se administra el agua fría en bebida , chorros , baños generales ó lo- cales, lavativas é inyecciones; 2.° después se provoca una transpiración abundante, envol- viendo al enfermo en una manta, y aplicán- dole calor esteriormente , mientras que se le hace beber agua fría , á dosis repetidas, con el objeto de calmar la sed y el calor , favore- ciendo al mismo tiempo la transpiración. Este tratamiento, que uno de nosotros ha dado á co- nocer en Francia (L. Fleury , De VHydrosudo- pathie, etc., en los Archives génér. de med., segunda serie , t. XV, p. 208), y que en Ale- mania ha escitado una verdadera locura , es cuando mas , aplicable al tratamiento de las flegmasías crónicas (1). (1) Ya que se presenta ocasión oportuna para ello , vamos á dar á nuestros lectores algunas nocio- nes mas acerca de la hidroterapeia 6 Uidro-sudo- patia. Este método terapéutico , que tan buena aco- jida tuvo en Alemania, y que tardó muy poco en estenderse á Francia , no sabemos que se baya en- sayado hasta ahora en España, no obstante ser acaso donde mas elogios se han hecho de las virtudes del 3.° Astringentes.—Se han propuesto prin- cipalmente los medicamentos estípticos y as- tringentes contra las inflamaciones esternas, y también se les ha empleado contra las infla- maciones viscerales , pero entonces á título de INFLAMACIONES. w contraestimulantes, de los que hablaremos lue- go. Convienen principalmente en el ultimo pe- riodo de las flegmasías , cuando pasan al es- tado crónico. k.° Sedantes.—Se ha pretendido comba- agua , por los médicos de los siglos anteriores. La academia de medicina de París , le condenó hace tres años, y desde entonces cayó en algún descré- dito • pero después , la respetable opinión de algu- nos médicos notables, como Gibert, Üevergie y Scou- tetlen, quienes han proclamado sus ventajas, ha sido bastante poderosa para que vuelva la hidro- sudo-patia á Mamar la atención de los médicos , y a recobrar en alguna manera el crédito, que la arre- batara la deliberación precipitada acaso de la aca- demia. Parece indudable , por lo menos, que este método de curación produce buenos resultados en manos de Priessnitz, sobre la alta montana de la Si- lesia , donde ha formado su establecimiento.. No consiste únicamente la hidroterapeia, como pa- rece indicar este nombre , en el tratamiento por me- dio del agua fria ; desempeña el primer papel en este método la escitacion del sudor , ya por la vía seca , ya por la humedad, y asi es que dá mas esac- ta idea de él la palabra hidro-sudo-patia. Ade- mas , Priessnitz no se limita al agua en su terapéu- tica , sino que hace influir en gran manera al aire, al ejercicio y al régimen, esto es , á los nías pode- rosos modificadores de la economía. Combina es os ajentes con grande habilidad, y por medio de estas combinaciones duplica su energía. En sus manos, se adapta el agua fria á muchas enfermedades, y pro- duce efectos qué no se podían esperar. Empleada en lavativas ó en bebida , bajo la forma de baño gene- ral , de chorro , de afusión ó de fomento, ejerce, se- gún los casos , una acción debilitante ó tónica ; vie- ne á ser un diaforético poderoso, ó un revulsivo, y aun puede producir localmente una irritación de las mas manifiestas. . Aunque los entusiastas hayan formado de este método una panacea, acredita un examen atento, que solo es aplicable á las enfermedades crónicas. Es una prueba de esto el régimen mismo prescrito generalmente á los enfermos de Graeffemberg: abs- tinencia completa del vino , de las especias , y gene- ralmente de todo alimento estimulante; el agua fría por bebida única : permiso de tomar alimentos en proporción á su apetito, y lijero paseo á la sombra después de comer. «La transpiración , dice el doctor Werthe.rn, es la modificación mas esencial del tratamiento hidro- terápico. También es la que exige, de parte delos enfermos, mas tiempo y buena_voluntad. Solo deja de escitarse la transpiración , añade el mismo autor, en aquellos que únicamente padecen una afección local, que se hallan en el primer pertodo de una enfermedad inflamatoria , que no han presentado síntomas que anuncien una discrasia cualquiera , ó por último, en los que después del baño frío no es- perimentan horripilaciones continuas , generales ó parciales. Como quiera que sea, he aquí el modo de. cscitar la transpiración, tal como se usa en Gracf- fenberg, v como se practica en el hospital de San Luis. Se envuelve al enfermo en una gruesa manta de lana , con las piernas estendídas, y los brazos aplicados á lo.largo'del tronco, de manera que solo queda descubierta una parte de la cara. Puede, sin emhargo , dejarse entre la manta y el cuerpo , lis- tante espacio para que el enfermo se frote vcrlicat- mente el pecho y los miembros , á fin de determinar con mayor presteza la transpiración, que rara vez empieza antes de una hora , y muchas veces des- pués. Luego que principia á correr el sudor, se abre la ventana , y se empieza á dar cada cuarto ó media hora , un vaso de agua fria. Entonces se vé que el sudor cala la cama, y aun corre por el sue- lo. Si durante el sudor , y á pesar de la abundanle bebida fria , se efectuase una congestión hacia la ca- beza , seria bueno aplicar A las sienes compresas empapadas en agua fria , ó aun quitar la envoltu- ra. La duración del sudor varia infinito : en Graet- fenberg hace Priessnitz que transpiren muy poco tiempo cada vez los enfermos débiles. Prefiere repe- tir este medio dos veces cada dia, y si observa que la transpiración debilita , la suspende por de pron- to , prolongándola muy rara vez mas de tres ó cua- tro horas. Cuando se quiere que cese el sudor , se descubren los pies del enfermo, se le ponen sus za- patos, y envuelto en la manta se dirige al baño frío, que es , en general, el segundo acto del trata- miento. , . o Hay otro género de envoltura , que parece des- tinado principalmente á los sugetos que sudan con dificultad. Se envuelve al enfermo en una sábana empapada en agua fria, y bien esprimida después, por cima de la cual se pone la manta, y aun sobre esta un colchón de pluma. Según HeidenhainyEhren- herg, la piel mas rígida no resisto á semejante me- dio Creen estos autores que la sábana húmeda ten- drá también el efecto de hacer menos debilitantes los sudores , por cuya razón se ha recurrido a ella en las personas débiles, irritables, propensas á las reacciones febriles, ó atacadas de una fiebre lenta. El baño general frío, que sucede las mas veces á la envoltura , se toma en GraelTenberg en grandes cubas, por las que pasa continuamente un chorro de agua fresca , cuya temperatura es de 6 á 9 gra- dos R. Quitándose el enfermo la manta , se moja primeramente la cabeza y el pecho , salta luego á la cuba, y se agita en ella cuanto le sea posible por espacio de dos á ocho minutos, que según las cir- cunstancias , es la duración del baño. Dice el cate- drático Mande, que aconseja Priessnitz evitar cuida- dosamente , no la primera sensación del frió que se esperimenta al entrar, sino la segunda, que es, dice él , una especie de fiebre.... «Es una regla invaria- ble en las enfermedades crónicas , añade Werlheim, la de no emplear nunca agua fria cuando el cuerpo se halla frió en totalidad; debe precederá este uso un ejercicio conveniente.» Ademas, los baños frios es- tán prohibidos á los afectos del pecho. Por último, Priessnitz tiene la precaución de preparar al baño por las abluciones frías, y aun por el uso del baño tibio , sobre todo cuando se trata de personas débi- les é irritables. La envoltura y el baño general frío, asociados constantemente, constituyen la principal medicación hidroterapéulica , que se combina generalmente con los otros procederes que varaos á enumerar rápida- mente. , Los semicupios se toman en baños de bastante capacidad , y los emplea Priessnitz como medio re- vulsivo. Son principalmente cGcaces cuando ataca la gota á las regiones superiores del cuerpo. «Cuan- do el semicupio se emplea como medio escitante, dice Mande, debe cubrirse toda la parte superior del cuerpo; y cerrar herméticamente el baño, de ma- nera que soio quede descubierta la cabeza. Priess- nitz suele prolongar estos baños hasta cinco horas, 94 INFLAMACIONES. tir las flegmasías por el uso del opio , y de los demás narcóticos. Nada diremos de los sedan- tes , porque se hallan enteramente abandona- dos , y está muy lejos de haberse demostrado su influencia en ciertas enfermedades, consi- deradas como inflamatorias. 5.° Los emolientes son unos ajentes tera- péuticos, que tienen por efecto combatir los cua- tro principales fenómenos locales de la infla- mación, la rubicundez , el calor, la tumefac- ción y el dolor.-Pudieran incluirse en el nú- mero de los emolientes muchas sustancias medicinales , como los narcóticos y los as- tringentes. Aquellas á que se reserva princi- palmente este nombre son el agua tibia y el vapor del agua puesto por mucho tiempo en contacto con el tejido inflamado, los cocimien- tos de raíz de malvavisco, de simiente de lino, y repetirles muchos dias seguidos, con el objeto de provocar la irritación y producir la fiebre. El baño de asiento parece ser de un uso mas general. Robert Latour pretende que este medio es para los bidroterapéuticos un objeto de predilección. «En Mariemberg, dice, hay pocas gastralgias, po- cas enteralgias que resistan á los baños de asiento, acompañados de agua fria en bebida , del régimen y del ejercicio.» Principalmente contra las flegma- sías crónicas de las visceras pelvianas y abdomina- les , parecen haberse usado estos baños con prove- cho , modificándolos según las indicaciones. Si por ejemplo , se trata solamente de fortificar los órga- nos digestivos y genitales , permanecen los enfermos diez minutos en ellos; pero si se quiere revelar las congestiones de la cabeza ó del pecho, deben prolon- garse muchas horas, teniendo cuidado de mudar el agua. Los pediluvios frios se usan también como re- vulsivos , y los sustituye Priessnitz á los calientes, que con tanta frecuencia prescriben los médicos. Ademas se usan los baños parciales bajo muchas formas: 1..° baños de cabeza, contra la sordera, la pérdida del olfato y del gusto , etc., que se aso- cian con el régimen, la envoltura y el baño general; 2. ° baños de ojos , que se loman en una taza ó un vaso, sumergiendo el ojo medio abierto ; 3. ° baños de brazos, de piernas y de manos, destinados to- dos á combatir afecciones locales. En la mayor parte de las enfermedades crónicas, se asocian á los medios anteriores los chorros de agua fria : de ellos se valen para restablecer las eva- cuaciones de sangre suprimidas, ó las erupciones cutáneas retropulsas. Siempre recomiendan los hi- droterapéuticos no esponer la región del estómago al chorro , para evitar el síncope, ni la cabeza, sin cu- brirla antes con las dos manos. Vienen después de estos medios los fomentos, que son de dos géneros : los unos, llamados refri- gerantes, consisten en la simple aplicación de com- presas mojadas en agua fria, que se renuevan cuando se callentan. Estas se usan en las flegmasías y las lesiones traumáticas. Los otros, que llevan el nom- bré de fomentos estimulantes , desempeñan un pa- pel importante en la hidroterapeia: consisten en com- presas humedecidas y muy esprimidas, que se apli- can lo mas esactamente posible , y sobre las cuales se estiende un!lienzo seco bien apretado, no mu- dándolas hasta que se secan. Estas ejercen sobre la piel (an poderoso estímulo , que muchas veces pro- ducen erupciones. En las afecciones del tubo diges- tivo se cubre todo el vientre , y Priessnitz hace He- los cuerpos crasos y oleosos , los mucilágino- sos , las aguas cargadas de fécula , el agua de goma , las disoluciones de gelatina, etc. Se los emplea generalmente como tópicos, inmediata ó mediatamente sobre el órgano inflamado, al- gunas veces sobre el tejido que se halla mas inmediato. Hemos dicho que Brown no quería admitir en estos ajentes virtudes sedantes, y que los consideraba como sustancias que no es- timulan bastante. Los efectos observados en un sugeto que usó por mucho tiempo bebidas go- mosas , con el fin de curarse de una pretendi- da gastritis , prueban que obran como sedan- tes. Los emolientes son de un uso continuo en la medicación antiflogística , aunque se ignore todavía de qué manera producen la resolución de la flegmasía. 6.° La compresión. — Algunos autores han var á todos sus enfermos un cinturon estimulante, á fin de facilitar sus digestiones. Estas son las modificaciones que presenta la apli- cación del agua fria al esterior. Pero este líquido, empleado en bebida y en inyección, desempeña asi- mismo un papel importante en el tratamiento hidro- terapéutico. Inmediatamente después del baño, pa- scan los enfermos al aire libre, y beben una canti- dad variable de agua en el manantial mismo. Según Mande, no deben beberse menos de doce vasos ca- da dia, ni mas de treinta. Heidcnhain y Ehrenberg, creen que no debe beberse con repugnancia. Pries- snitz saca de esta repugnancia misma un singular partido. «Cuando el estómago no lleva bien la be- bida, dice uno de sus prosélitos, hace beber hasta gue se manifiesta el vómito, ó la diarrea, y no lo deja hasta que desaparecen las náuseas. En fin , se inyecta el agua en las demás cavidades : las lavativas trias se emplean contra el estreñimiento; los gargarismos frios en algunas anginas; en el coriza y la ocena se aspira el agua ó se inyecta en las fosas nasales, y por medio de geringuillas especiales se inyecta en las orejas y en los órganos de la generación. No estará demás, para completar el cuadro de los procederes hidroterapéuticos , dar á conocer córau invierte el dia un enfermo en Gracftcnberg. Tomare- mos por ejemplo , como Scoutetten , un sugeto ro- busto , afecto de reumatismo crónico: 1.° empieza el tratamiento á las cuatro de la mañana por la en- voltura'; 2.° á esta sigue inmediatamente el baño frió ; 3. ° después del baño (á las siete) pasea el en- fermo una hora , durante la cual bebe seis ú ocho vasos de agua fresca; 4.° á las ocho desayuno, compuesto de un vaso de agua fria, y de un pedazo de pan moreno; después del desayuno , nuevo pasco de una hora; 6. ° después del paseo (á las once) se desnuda el enfermo para hacerle una ablución fria. Se le echa un lienzo mojado sobre el cuerpo , y un criado frota la parte posterior del tronco, mientras el mismo enfermo se frota la anterior ; 7. ° en se- guida hace el enfermo ejercicio en su habitación, hasta la una de la tarde, en que come; 8. ° la co- mida, que dura hora y media , se compone de una sopa, un plato de carne, legumbres y frutas, bebién- dose agua fria durante ella ; 9. ° después de comer, nuevo paseo; lo.° á las tres ó las cuatro vá el enfermo al chorro, situado un cuarto de legua de Graeffenberg; 11.° después del chorro, se pone su cinturon abdominal , y queda libre hasta las siete y ' media, que es la hora de cenar; 12.° la cena es una repetición del desayuno. Al siguiente dia vuelve á llenar elpacientc las mismas obligaciones. INFLAMACIONES. ;9b ,propuesto ejercer una compresión moderada c igual sobre el tejido inflamado. En vista de que cuando se comprime con el dedo sobre la piel afecta de erisipela se pone pálida, aunque solo persiste la palidez un momento , se ha acon- sejado continuar la compresión hasta que se di- sipen los fenómenos de hiperemia. Este ájente terapéutico, aplicable cuando mas á algunas flegmasías esternas, se ha abandonado comple- tamente. Aconséjase también comprimir la ar- tería principal que se dirige al órgano inflama- do , con el objeto de impedir el aflujo de la sangre arterial, y de apartar por este medio .una de las'causas de la inflamación. Pero solo puede utilizarse en un pequeñísimo número de flegmasías , á causa de su situación anatómica, y ademas únicamente convendría en la hipe- remia , no dando resultado alguno en las alte- raciones que la siguen , como la secreción de fibrina, el reblandecimiento, la ulceración, etc. 7.° Sangrías locales.—Se practica la san- gría local por medio de las ventosas escarificadas ó de las sanguijuelas. Obtiénese con los efectos determinados por uno ú otros de estos medios: i.° una deplecion sanguínea local producida en el órgano inflamado; 2.° una espoliacion general de los vasos, cuando se han aplicado las sanguijuelas en gran número ; 3.° una lijera revulsión escitada por la irritación que produ- cen las picaduras; 4.° una derivación desvian- do el fluido sanguíneo desde el sitio inflamado hacia la parte poco distante en que se verifica la aplicación de las sanguijuelas. Cuando estas no se aplican en el paraje mismo de la flegma- sía , como acontece cuando se combate una pe- ritonitis medíante aplicaciones de sanguijuelas, solo se producen tres efectos : t.° una espolia- cion general; 2.° una revulsión , y 3.° una de- | rivacion. Efectivamente , no puede sustraerse la sangre de un modo directo al peritoneo; pe- ro es llamada hacia los tegumentos por, los va- sos que tienen comunicación con los de dicha membrana, resultando de aqui un efecto de- rivativo. Según acabamos de decir, han espli- cado los autores bastante generalmente los efectos de las sangrías locales ó capilares. No es esta ocasión de detenernos á hacer una crí- tica que nos apartaría de nuestro propósito; so- lo establecemos que es un hecho bien probado é indispensable el inmenso servicio que pres- tan las sanguijuelas y las ventosas en el trata- miento de las inflamaciones. Hay en las san- grías capilares dos efectos positivos , uno local y otro general. Consiste el primero en la dis- minución del aflujo sanguíneo, de la tumefac- ción-, de la rubicundez, del dolor , y en una palabra, de todos los signos de la hiperemia: el segundo consiste en una disminución de la cantidad de la sangre. Las reglas que se han prescrito para el uso do las sangrías capilares son las siguientes: 1.° practicarlas, no en el sitio mismo déla flo- gosis, sino á una pequeña distancia y en los tejidos mas próximos ó que tienen comunica- ción mas ó menos inmediata con el afecto; 2.° proporcionar el número de los ajentes de la deplecion ala intensidad de las flegmasías, siu lo cual seria nocivo el aflujo sanguíneo provo- cado por la,sangría local, y daría pábulo á la inflamación ; 3.° no dejar nunca de atender al estado del sugeto y al electo de las primeras sangrías. Si la constitución es débil, si existe una anemia espontánea ó provocada por het morragias, sangrías anteriores ó la abstinencia, deben practicarse con mucha reserva las sau- grías locales, porque es su efecto aumentar la debilidad y la anemia, disminuyendo los gló- bulos sanguíneos. Sabido es por. otra parte que en estos sugetos sale de las picaduras unacon: siderable cantidad de sangre, á causa de la al- teración que ha esperimentado este líquido. Di- remos sin embargo que si esta alteración con- traindica las evacuaciones de sangre locales, no debe impedir que el médico practique una san- gría general, cuando aparece una verdadera flo- gosis, porque no es dueño de elegir otro, tra- tamiento. Sin embargo , en tales casos conyie- ne observar muchas precauciones. 8.° La sangría general es ej mejor medio de combatir la inflamación, aunque sea local, en el caso de tener alguna estension : nos ocu- paremos de ella mas adelante. 9.° Estimulación revulsiva. — Nunca se usan los revulsivos al principio de las inflama- ciones , porque producen el efecto de aumentar la inflamación local y la intensidad de los fenó- menos generales , principalmente de la fiebre y el calor febril. La revulsión puede practicar- se 1.° en la superficie cutánea á favor de veji- gatorios, sinapismos, cauterios y moxas; 2.°en la superficie gastro-intestinal por medio de los purgantes y de los drásticos. La revulsión que se determina sobre la piel puede efectuarse en las inmediaciones del órgano inflamado ó á una distancia del mismo bastante considerable. En la flegmasía de las pleuras, del pulmón, del corazón, del hígado , etc. , se aplica el revulsi- vo sobre las paredes de la cavidad que encierra al órg.ino inflamado, pero solamente cuando se ha disipado de todo punto la hiperemia. Tiene el objeto la medicación revulsiva de establecer un centro de fluxión que disminuye otro tanto el aflujo de los líquidos hacía la parte primiti- vamente irritada y congestionada. Se obtiene este efecto cuando no se recurre demasiado pronto á esta medicación , y cuando hay segu- ridad de que no la contraindica la constitución del sugeto. Los prácticos saben en qué agita- ción caen algunos enfermos á quienes se aplica un vejigatorio : el dolor , los síntomas genera- les , asi como la flegmasía , se exasperan por el uso de este revulsivo. También es necesario tener presente que ciertas flegmasías agudas no pueden combatirse ventajosamente por la revulsión, como por ejemplo la peritonitis. Sin embargo, casi todas las flegmasías profundas son modificadas de un modo ventajoso por los revulsivos cutáneos en el momento que pasan 96 INFLAMACIONES. desde el estado agudo al crónico. Dichos re- vulsivos gozan también degrande eficacia cuan- do no pueden efectuarse las depleciones san- guíneas, y cuando la débil constitución del su- geto no puede acomodarse al uso de la sangría. Todavía no se han estudiado los efectos del vejigatorio en sus relaciones con la composi- ción de la sangre. Andral y Gavarret han ha- llado que el Vejigatorio priva á la sangre de una cantidad muy considerable de suero y de fibrina que se deposita en la superficie del der- mis , denudado por las cantáridas. Cuando existe en la sangre una proporción superabun- dante de fibrina, puede el vejigatorio separar cierta cantidad de este principio; esplicándose de esta manera la razón por qué debilitan á la economía las repetidas aplicaciones de dicho re- vulsivo. También puede preguntarse si produ- birá el vejigatorio un efecto nocivo en la fleg- masía, aumentando la fibrina de la sangre; pero esto solo puede suceder en los casos de haber Sido determinada prematuramente la inflama- ción artificial de la piel, ó de gozar de una ac- tividad escesiva. El uso de los revulsivos, se halla en general rodeado de mayores dificulta- des que el de los demás medios: cuando se aplican en tiempo oportuno, constituyen unos agentes terapéuticos dotados de grande poder. La revulsión producida á favor de los me- dicamentos, cuya acción se ejerce sobre el tubo digestivo, apenas se usa en los primeros perío- dos de las flegmasías. Se emplean en Francia principalmente en los enfermos que ofrecen Uno de los estados que se designan con ej nom- bre de estado bilioso y mucoso; esceptuados es- tos casos, solo convienen al fin de las inflama- ciones. En Inglaterra se les administra en to- das las épocas de la enfermedad. B. Medicación perturbadora. — Hállanse incluidas en esta clase las diferentes sustancias que perturban el trabajo flegmásico local. En el número de estos agentes, que deben apli- carse directamente al órgano inflamado, se cuentan los cáusticos y el nitrato de plata , el ácido hidroclórico, que se usa para combatir la difteritis, las anginas seudo-membranosas, las aftas inflamatorias y ulcerosas, las oftalmías, la erisipela, etc. El nitrato ácido de mercurio y algunos astringentes, como el sulfato de co- bre y de zinc, obran también modificando la inflamación local. k'* indicación. — Disminuir la escitacion general y el estado inflamatorio. — Harto he- mos insistido acerca de las causas que pro- ducen el estado inflamatorio para que sea ne- cesario volvernos á ocupar de este punto. Tie- nen muy en cuenta los médicos el estado de reacción y de'fuerzas en que se halla el enfer- mo cuando se proponen combatir la inflama- ción por medio de la sangría general y local. Por lo común no temen insistir en esta medi- cación , cuando se trata de un sugeto sanguí- neo y robusto, que no se halla debilitado por ninguna enfermedad'anteríor, ó por la privación de esos estimulantes que los órganos necesitan si han de desempeñar bien sus funciones. Ade- mas se proporciona el número de sangrías á la intensidad del mal, á su estension, á su asiento (parenquimaó membrana), á la duración ó fe- cha de la flegmasía, y á los efectos que de- terminan. Hé aqui en algunas palabras lo que ha enseñado la observación. Sangría. —En general, toda flegmasía agu- da evidente (ya hemos indicado sus caracte- res) debe combatirse por la sangría. La debi- lidad , los estados cloróticos y anémicos, las caquexias, en una palabra las enfermedades con diminución de los glóbulos, y las que, tie- nen por efecto disminuir la fibrina , no con- traindican el.uso de la sangría; pero es ne- cesario en tales circunstancias ser avaros de sangre , y saber proporcionar las evacuaciones á la fuerza del sugeto. ¿ Estableceremos como regla absoluta el uso de la sangría en el trata- miento de toda inflamación? Confesamos que nos es imposible dar una respuesta enteramen- te afirmativa: es necesario principalmente aten- der á los estados generales dé que hemos ha- blado ya, y á la reacción general que la cons- titución .opone á la enfermedad. Suele hallar el práctico algunos sugetos cuyas flegmasías no pueden combatirse sin peligro por las evacua- ciones sanguíneas. Por lo demás, son estos ca- sos mucho mas raros de fo que se habia creído antes de Broussais; nadie ignora con qué ad- mirable sagacidad señaló este autor las reglas que deben observarse en tales ocasiones. También es necesario escasear las emisio- nes de sangre en los sugetos de temperamen- to nervioso: sabido es que resisten muy mal las evacuaciones sanguíneas , y caen con rapi- dez en un estado de colapso, que no guarda proporción con la cantidad de sangre estraida. Las mujeres y los niños deben sangrarse con mucha consideración, y ha de satisfacerse en ellos con grande reserva la indicación antiflo- gística. Bajo el punto de vista que nos ocupa, debe compararse á los viejos con los niños; pero se incurriría en una equivocación proscribien- do la sangría del tratamiento de las flegmasías en los ancianos: ¿quién ignora que la pulmo- nía de los viejos cede perfectamente al uso combinado de las evacuaciones sanguíneas y del emético? Para que la evacuación sanguínea goce de grande eficacia, debe practicarse en lo posi- ble desde el principio de la flogosis, y repetirse á cortos intervalos, mientras continúe aumen- tando la flegmasía. Bouillaud ha indicado con precisión el número de las sangrías, la canti- dad de líquido que debe estraerse por la local y la general, y las épocas en que conviene prac- ticar las evacuaciones sanguíneas. De estas con- sideraciones rigorosas resulta lo que ha llamado Bouillaud fórmula de las sangrías repetidas unas tras otras (coup sur coupj en el trata- miento de las flegmasías agudas. Esta medica- ción consiste, en hacer lo mas próximas posi- ble las sangrías locales y generales: así es que en el tratamiento de la pulmonía y del reuma- tismo, debe practicarse el dia primero de lá enfermedad una sangría general de tres tazas, otra general y una local por medio de ventosas en la mañana del segundo dia, y otra por la tarde. El tercer dia se repiten por lo común estas tres sangrías, y el cuarto una sola por la mañana, y á veces otra al anochecer. No debe- mos ocuparnos ahora del valor de este método por lo tocante á la pulmonía , al reumatismo ú otra enfermedad cualquiera ; pero nos interesa bajo el punto de vista general, y suscita con este motivo cuestiones de mucha importancia. En primer lugar preguntaremos: ¿es esta fórmula aplicable á todos los casos? Bouillaud contesta afirmativamente respecto al reumatis- mo, la pulmonía, la pleuresía y la calentura tifoidea; pero no sigue esta fórmula del mismo modo é indistintamente en todos los sugetos, aunque se le haya atribuido esta opinión. Hé aqui cómo se esplica acerca de esté punto: «El problema de las condiciones que deben inducir modificaciones en sla dosis de las evacuaciones sanguíneas, asi como en el espacio de tiempo que debe mediar entre ellas cuando es necesario repe- tirlas, es sumamente complicado y presenta un crecido número de incógnitas. Estas condiciones pueden combinarse de una multitud de maneras diferentes: por ejemplo tal enfermo, aunque mas joven y menos robusto que otro, deberá sangrar- se con mas abundancia y á distancias mas cortas, si es en él mucho mas intensa la enfermedad, y afecta una marcha mas aguda (Cliniqué medi- cóle de Vhópital de la Charité, pág. 352, t. 1. París 1837). Esto prueba que Bouillaud modi- fica la fórmula de las evacuaciones sanguíneas según las exigencias clínicas que se le presen- tan. Sin embargo, admitiendo que se aplique según las reglas que ha trazado, debe pregun- tarse todavía, si conviene en todas las inflama- ciones agudas. La observación clínica ha res- pondido á Bouillaud de un modo afirmativo, respecto á la pulmonía , la pleuresía, la fiebre tifoidea y el reumatismo; pero un crecido nú- mero de observadores se han declarado contra la terapéutica esclusiva que establece en seme- jantes casos, y pretenden que no debe admi- tirse corno regla general é invariable de trata- miento , y que hay flegmasías que no exigen la sangría, y contra las cuales es necesario esta- blecer otro método curativo. Ahora bien, si se admite que las sangrías repetidas unas tras otras no convienen en todos los casos, todavía puede preguntarse si deben preferirse á las que se practican siguiendo las reglascomunes, cuan- do es la flegmasía del número de aquellas que deben atacarse con energía, y que se prestan al uso de este método. En tal caso, todavía di- remos con la mayor parte de los médicos, que hay grandes inconvenientes en sangrar con tan cortos intervalos, porque fácilmente pueden traspasarse los límites y ser la sangría nociva. Efectivamente, si por ejemplo se prescriben tres TOMO VIL ¿CIONES. 97 sangrías que van seguidas de curación , ¿quién puede asegurar que no hubiera bastado una sola á producir igual efecto? Respóndese á esto que numerosas curaciones acreditan la bondad del método. No somos del número de los que ponen en duda la buena fé de un hombre, cuan- do habla de resultados obtenidos por un trata- miento especial, y manifiesta datos auténticos en su favor; solamente advertiremos que la gravedad de los casos individuales, su mayor ó menor frecuencia en ciertas épocas, y otras muchas circunstancias que seria muy prolijo examinar ahora, pueden alucinar acerca del verdadero valor de una medicación. Ignórase completamente de qué manera cura la sangría la inflamación. Se ha dicho que era sustrayendo á la economía la sangre, que esti- mula á los órganos y suministra al mismo tiem- po los materiales del trabajo flegmásico local y del estado inflamatorio general. Investigando Andral hasta qué punto podían las evacuacio- nes de sangre, mas ó menos repetidas, sus- traer con mayor ó menor presteza el esceso de fibrina, ha encontrado que por abundantes y aproximadas que sean las sangrías, no dejará de ir siempre en aumento la fibrina mientras dura el período de aumento de la enfermedad; al paso que los glóbulos presentan por el con- trario una disminución cada vez mas conside- rable. Parece que cuando empieza la sangre á producir un esceso de fibrina, continúa el au- mento de esta por espacio de cierto tiempo, y no puede detenerse por las evacuaciones san- guíneas. Asi pues la fibrina, cuyo número re- presenta en la sangre el grado de la flegmasía, obedece á la ley que obliga á esta á tener cier- ta duración y recorrer ciertos períodos. «No se crea sin embargo, dice Andral, que niego la utilidad de las sangrías , convenientemente em- pleadas, en este género de enfermedades. Me ha enseñado la esperiencia, que sin disiparlas de pronto, abrevian por lo común su duración, y concurren á obtener una terminación favora- ble. Concederé también que sí se sustrae san- gre en el principio mismo de la flegmasía, cuan- do apenas hay en el sólido mas que una conges- tión, y casi no escede la fibrina en la sangre de su número normal, se podrá impedir que la enfermedad progrese, y á lo menos en cier- tos casos hacerla abortar. Pero á poco que se gradúe, dejará ya de conseguirse semejante efecto: no podrá el arte impedir que una pul- monía medianamente intensa dure á lo menos de siete á ocho dias; pero podrá evitar que so prolongue por espacio de quince (Hématologie, página 123).» Bouillaud establece en contra du esta opinión que por medro de sangrías prac- ticadas á cortos intervalos se puede detener una flegmasía, ó hacerla abortar inmediatamente, cuando se aplica la fórmula cuyas reglas ha trazado. Creemos fundada esta proposición en cuanto al reumatismo; uno de nosotros ha aplicado la fórmula á los que padecían dicha enfermedad en las salas de que estaba encar- 7 08 INFLAMACIONES. gado, y ha tenido la satisfacción de vencerla siempre que ha podido someter á los enfer- mos á este género de tratamiento (Compte ren- dú de la Clinique faite par M. Monnehet á l'hópilat de la Charité; Gazette des hópitaux, 18il y 18i2). y>Contra-estimulantes. Rasori, Tommasi- n¡, y todos los médicos italianos, llaman con- tra-estimulantes á los medicamentos que tie- nen por efecto disminuir directamente la es- citabilidad de todo el organismo; también se les ha designado con el nombre de hiposteni- zantes (Gíacomini), de debilitantes y de anti- flogísticos; pero estos dos últimos nombres deben desecharse. Se llama doctrina del con- tra-estimulismo al sistema médico, en el cual se admite que siempre obran los medicamen- tos produciendo un estímulo ó un contra-estí- mulo. i.° »Hé aquí la lista de los estimulantes ó hiperstenizantes, según el tratado de tera- péutica publicado recientemente por Gíaco- mini. Primer orden: remedios hiperstenizan- tes cardiaco vasculares, es decir cuya acción principal se diríje al corazón y al sistema Vascular; amoníaco y todos sus compuestos. Segundo orden: vásculo-cardiacos, cuyo estí- mulo es sentido por el sistema vascular: éter, y licor de HoiTmann. Tercer orden: cefáli- cos; dirigen su acción estimulante sobre el en- céfalo : opio, morfina, narcotina y sus sales. Cuarto orden: raquidianos ó estimulantes de la médula espinal : el alcohol y los vinos. Quinto orden: los gastro-entéricos ó estimu- lantes de las vias digestivas: aceites esencia- les , canela, clavo de especia, y nuez moscada. 2.° »Contra-eslimulantes ó hiposlenizan- tes.—Gíacomini admite siete órdenes de con- tra-estimulantes , cuya enumeración vamos á presentar: vásculo-cardiacos, linfático-glan- dulares, gástricos, entéricos, cefálicos y es- pinales. 1.° »Contra-estimulantes del corazón.—El ácido prúsico y sus compuestos, las cantári- das, la digital, la cebolla albarrana, el col- chico, el alcanfor, la menta , la salvia, la manzanilla, el bálsamo de copaiva, las bayas de enebro, el gas ácido carbónico, el nitrato de potasa, el acetato de potasa, y los espár- ragos. Sin duda causará sorpresa el ver jun- tas unas con otras algunas sustancias, á las cuales se concede generalmente una acción enteramente diversa de la que les ha sido asignada por los médicos italianos. 2.° » Contra-estimulantes del sistema san- guíneo.—No se contenta Giacomjni con de- signar los medicamentos que debilitan al sis- tema vascular en general, sino que Ya mas adelante en sus subdivisiones. Admite: Pri- mer orden : contra-estimulantes del sistema arterial: antimonio, sulfuro de antimonio, tártaro estibado, acónito, hípecacuana, dul- camara, zarzaparrilla, guayaco, azufre, sul- furo de potasa, cornezuelo del centeno, quina y hierro. Sin duda habrá llegado á su colmo la admiración del lector, pero todavía le falta leer cosas mas sorprendentes. Segundo orden: contra-estimulantes del sistema venoso: ácidos minerales y vejetales, mostaza y codearía: 3 o Del sistema linfático: mercurio, iodo, bro- mo, barita, hidroclorato de barita, y cicuta, 3.° »Contra-estimulantes del estómago.—. Cuasia, colombo, ajenjos, genciana, y todoi los amargos en general, escepto la quina y el sub-nitrato de bismuto. 4.° nContra-estimulantes de los intesti- nos.—Goma guta, jalapa, coloquintida, acei- te de crotón tiglion y de ricino. ¡ La jalapa y la gutagamba contra-estimulantes 1 pero pro- sigamos. 5.° fiContra-estimulantes del cerebro.-Be- Hadona, beleño y tabaco. 6.° r>De la médula espinal. Nuez vómica y estricnina, plomo y sus preparados, asafétida y valeriana. 7.° »Se ha establecido esta clase para los agentes específicos ó empíricos, que no pue- den incluirse, por ahora, en una de las clases precedentes. En concepto de Gíacomini no hay medicamentos específicos, y no lo es el mer- curio. Sin embargo, algunos médicos italia- nos le han considerado bajo este punto de vista. »No podemos hacer aquí"la historia crítica del contra estimulismo, porque seria necesa- rio para ello esponer detalladamente la doc- trina de Brown, de la cual es en alguna ma- nera una reproducción mas ó menos desfigu- rada. Sin embargo, debemos observar que la división de todos los medicamentos en dos cla- ses, unos que estimulan y otros que debilitan, es una pura especulación, que hecha por tierra completamente la observación clínica. ¿Seper> ciben efectos estimulantes ó debilitantes des- pués de la administración del mercurio, del iodo, de la cicuta, etc.? ¿Pueden hallar lugar en esta clasificación dicotómica, el plomo, la cantárida, el cornezuelo del centeno y tant09 otros remedios cuyo modo de obrar es com« pletamente desconocido? Ademas, seria ne- cesario probar ante todas cosas, que las en- fermedades son siempre por defecto ó por es- ceso de estímulo; proposición que no tiene el mas pequeño fundamento. En cuanto á los medicamentos contra-estimulantes, únicos que deben ocuparnos en este lugar ; ¿producen realmente los efectos que les atribuyen los partidarios del contra-estimulismo? Todo el que lea con atención los escritos de los médi- cos italianos, y examine los hechos á cuyo fa- vor han establecido su doctrina, los hallará insuficientes y casi siempre erróneos. ¿Se quie- re saber, por ejemplo, por qué el hierro que es contra-estimulante de los vasos arteriales, obra tan felizmente eu la clorosis ? pues es porque esta enfermedad consiste en una an- gioitis crónica ó inflamación lenta de los va- sos. \Risum teucalis..A ¿Se. quiere saber por INFLAMACIONES. 99 qué la mayor parte, bien pudiéramos decir to- I dos, los contra-estimulantes, tienen esa in- fluencia que se les atribuye? pues es porque se cura la inflamación en los sugetos á quie- nes se administran. »Estas observaciones críticas no deben Im- pedirnos admitir que hay agentes en la mate- ria médica que parecen ejercer una influencia evidente sobre las flegmasías, y disminuir el estímulo local y general; el tártaro estibiado y la digital parecen gozar mejor que cualquier otro medicamento de esta propiedad contra- estimulante; y aun todavía se pone en duda por observadores cuya autoridad no podemos desconocer. «Terminemos lo relativo á la medicación antiflogística, recordando que entre sus agen- tes figuran las bebidas emolientes, mucilagi- nosas, feculentas, gomosas y acidas; los ba- ños tibios, las lavativas, la abstinencia y la dieta. »Medicación empírica. Ya hemos hablado del uso de los cáusticos y de las sustancias as- tringentes ; otras parecen ejercer también una modificación saludable, cambiando el modov de irritación de las partes inflamadas: tales son los medicamentos reputados como esci- tantes, tónicos ó corroborantes. Pero apenas se usan estos agentes mas que al fin de las flegmasías, cuando pasan desde el estado agu- do al crónico. Deben aplicarse mas ó menos inmediatamente sobre las partes inflamadas, y constituyen una medicación enteramente local. »Otros medicamentos modifican la totali- dad del organismo , y curan la flegmasía local sin que se sepa bien por qué mecanismo: se ha administrado-, por ejemplo á un sugeto que padece pulmonía el tártaro estibiado á do- sis altas, y se ha obtenido su curación. En- tonces , dicen unos, que ha habido contra-es- timulación , otros que una acción electiva del remedio sobre la pulmonía, lo cual cierta- mente no es decir mucho; y otros, en fin, que esta medicación y otras análogas deben lla- marse empíricas. Algunas veces se cura la flo- gosis determinando una perturbación general á favor de un revulsivo, ó bien adoptando el similia similibus curantur, y «ando sustan- cias reputadas como estimulantes. No quere- mos decir por esto que la homeopatía pueda suministrar prescripciones útiles en el trata- miento de las flegmasías ; las ridiculas pre- tensiones blasonadas por los sectarios de este increíble sistema solo merecen un profundo olvido (1). (Monn. y Fl. Com., t. V, p. 219.) f^i) No nos atrevemos nosotros á decidir tan ro- badamente. Creemos que en el sistema homeopáti- co: hay algunas verdadrs que no serán perdidas pa- ra la ciencia; verdades si se quiere conocidas ya desde muy antiguo, pero recordadas é ¡lustradas. También tiene sin duda su parle fabulosa, de que se van apresurando á despojarla sus sectarios mas entendidos. (L. RU.j ARTICULO V. De la inflamación según los diferentes tejidos que ocupa. La inflamación ofrece algunas variedades ségun los diferentes tejidos en que se mani- fiesta, variedades que dependen , ya de la es- tructura de estos, ya de las funciones que des- empeñan, y que las mas veces son relativas al carácter particular del dolor, al curso y dura- ción del mal, á los síntomas generales que ocasionan, y á su modo de terminación. Va- mos, pues, á considerar separadamente á la inflamación en cada tejido de los que consti- tuyen la economía. A. Inflamación del tejido celular.—Sabido es que el tejido celular concurre á la forma- ción de todas las partes de la economía ani- mal , que se considera como un elemento or- gánico generador, y que por lo tanto no pue- de existir inflamación que no deba en rigor re- ferirse principalmente á este tejido. Pero tam- bién se sabe que en razón de su densidad, eu razón de la estrechez de sus láminas, ó del mo- do como se hallan dispuestas, ofrece dife- rentes aspectos: ademas combinándose con otros tejidos y con ciertos principios orgáni- cos pierde sus caracteres primitivos, y cons- tituye casi todos los órganos. No vamos á con- siderar de una manera tan lata la inflamación del tejido celular; no vamos á examinar la parte que toma en las flegmasías de cada ór- gano : nuestro objeto se reduce á presentar los caracteres particulares de la inflamación aislada del tejido celular, cuando se halla es- te tejido acumulado en gran cantidad conser- vando su forma elemental, como sucede de- bajo de la piel. Llámase flemón la inflamación del tejido celular, y ya sea porque en este tejido son muy notables los síntomas inflamatorios, ya por hallarse tan generalmente distribuido, ya por manifestarse en puntos accesibles las mas veces á los sentidos, es lo cierto que sirve el flemón como de tipo para la descripción gene- ral de la inflamación. . El flemón reconoce las mismas causas que dejamos manifestadas al ocuparnos de la in- flamación en general; mas sin embargo se ob- serva con mayor frecuencia en los sugetos jó- Yenes, robustos, dotados , en una palabra, de un temperamento sanguíneo. Las causas es- ternas, como las picaduras, las contusiones, las heridas, los cuerpos estraños de todo gé- nero , son las que mas amenudo producen la inflamación que iros ocupa. Empero algunas veces es producto el flemón dé una causa in- terna, en cuyo caso debe considerarse como enfermedad sintomática. Entonces precede la calentura á la inllamacion del tejido celular, ó existe de antemano una indisposición de los órganos digestivos, etc. Pero el flemón es- quisito de los antiguos siempre es debido á 100 INFLAMACIONES. una causa directa que guarda relación con la estension de la dolencia. El asiento del flemón no ofrece considera- ción alguna especial: puede existir la enfer- medad do quiera que se encuentre el tejido en que reside; pero es mas frecuente en las par- tes donde abunda mas dicho tejido, sobre todo si á esta circunstancia se añade la de estar mas espuestas á la acción de las causas. Por eso son tan comunes los flemones subcutá- neos, y los de algunos puntos en que sobre ser muy abundante el tejido celular, cuenta con crecido número de vasos y de nervios; co- mo por ejemplo, las inmediaciones del ano, los sobacos, las ingles, las mamas, etc. La inflamación del tejido que nos ocupa va acompañada de estraordinaria tumefacción: ad- quiere la parte inflamada un volumen conside- rable, y en el caso de impedirlo su estructura, sobreviene una estrangulación muy dolorosa, que es indispensable apresurarse á remediar, porque de lo contrarío aparecen síntomas gra- ves. Asi sucede en el panarizo y en la flegma- sía del tejido celular subaponeuróticQ. La abun- dancia y laxitud del tejido inflamado guardan constante relación con las dimensiones del tu- mor. Este es por lo común circunscrito, duro y renitente, y presenta un color rojo mas ó menos subido, cuando se halla próximo á la piel, y es por lo tanto accesible á la vista. La rubicundez, el calor y el dolor ofrecen algunas modificaciones en la inflamación del tejido celular. La rubicundez no desaparece, como en la erisipela, por la presión del dedo, á no ejecutarse esta con mucha fuerza y du- rante mucho tiempo ; presenta un color rojo mas ó menos vivo, el cual se disipa con lenti- tud y desde la circunferencia al centro. El ca- lor del flemón es vivo y quemante, pero no mordicante como en la erisipela, cuyo carácter toma en el caso de estenderse la inflamación á la piel. Algunas veces es el calor halüuoso co- mo el del resto del cuerpo, principalmente si el tumor se halla á cierta profundidad , y no son muy intensos los'síntomas generales. Por último , el dolor ofrece algunos caracteres pe- culiares de esta inflamación : es agudo y acom- pañado de latidos ó pulsaciones isócronas con las de las arterías. El curso del flemón es generalmente rápi- do, si bien algunas veces camina concierta lentitud: suele durar por término medio de cinco á veinte dias. . Sus terminaciones mas frecuentes son la resolución y la supuración , sobre todo esta úl- tima: la delitescencia y la gangrena son muy raras , asi como la induración. Cuando se re- suelve un flemón van disminuyendo graduada y sucesivamente todos los síntomas, y cuando se establece en él la supuración, adquieren ma- yor intensidad , sobrevienen escalofríos , y se aumentan los síntomas generales. Luego que está formado el pus, disminuye la tensión, se calma el dolor y se hace gravativo, hay fluc- tuación , y en una palabra, so manifiestan to- dos los síntomas de los abscesos calientes. Hemos dicho que es muy frecuente la su- puración en la flegmasía del tejido celular: en efecto, á la inflamación de este tejido se deben esas vastas colecciones purulentas que se es- tienden por entre los músculos, que pasan de unas cavidades á otras, que muchas veces se acumulan en puntos lejanos de su oríjen. Tam- bién se refieren á él los grandes abscesos de ciertos órganos parenquimatosos, como el hí- gado, los pulmones , los ríñones , etc. Recordaremos lo que dicen respecto á los síntomas generales del emon Berard yDenou- villers en su Compendium dechirurgie, como puede verse mas por estenso en el primer to- mo de nuestra Patologia esterna, y segundo de nuestro Tratado general. «Un flemón muy limitado no determina ninguna reacción general; pero otra cosa es cuando la inflamación tiene cierta estension ó reside en un parage provisto de crecido núme- ro de nervios , en cuyo.caso determina un no- table trastorno en el conjunto de las funciones;: el pulso se acelera , se pierde el apetito, es viva la sed, sé queja el enfermo de cefalalgia, de insomnio, etc.; en una palabra , se mani- fiesta la serie de síntomas que acompañan á las inflamaciones graves. Debemos en este lu- gar prevenir á los prácticos contra un error, que muchas veces se ha cometido respecto á la apreciación del pulso en el flemón muy esten- so. Sucede con frecuencia en tales casos que la circulación se encuentra mas bien detenida que acelerada; los latidos del corazón son dé- biles, y el pulso pequeño y concentrado; pa- rece que la violencia déla inflamación y la in- tensidad del dolor paralizan la acción del cen- tro circulatorio. Pero semejante estado no in- dica una depresión real de las fuerzas, como lo prueba el que si se practica una copiosa san- gría , y se sigue un alivio notable en el estado local de la enfermedad, tarda poco el pulso en adquirir mayor desarrollo, y la circulación se pone en relación con el estado febril general y el trastorno de las demás funciones.» (Com. de ch., t. I, pág. 182.) Respecto al tratamiento de la inflamación del tejido celular, debemos decir muy poco, porque no requiere otros medios terapéuticos, mas que los que hemos indicado al ocuparnos del tratamiento en general de la inflamación* Sin embargo, nos parecen de grando utilidad práctica los dos siguientes párrafos que toma- remos de la patologia esterna de M. Vidal, por cuanto está en ellos bien espresado, á nuestro, parecer, el valor terapéutico de las evacuaciones sanguíneas én la enfermedad de que tratanam, «Debe abrirse la vena siempre que el su¿ic to sea fuerte y joven, y se halle inflamada una grande estension de tejido. Las evacuaciones sanguíneas locales, por numerosas que sean, producen muy rara vez la resolución , antes al contrario, á mi parecer, aceleran la formación INFLAMACIONES. 101 del pus : únicamente podrán servir para que el absceso sea mas pequeño y mas superficial, lo que ciertamente es una gran ventaja. »Los fomentos continuados por mucho tiem- po , las cataplasmas emolientes estensas, grue- sas y aplicadas sin ningún intermedio, calman los dolores , favorecen evidentemente la reso- lución, que siempre es de de9éar, ó producen el efecto menos terrible, que es la supuración.» ( Vidal de Cassis , Traite de pathologie exter- ne , etc., t. I, pág. 225.) B. Inflamación del tejido nervioso.—Imi- tando á M. Dubois , consideraremos separada- mente la inflamación dé las partes centrales del sistema nervioso , y la de los nervios de las partes periféricas, pero de un modo muy su- cinto para evitar repeticiones de otra manera inevitables. 1.° Inflamación de las partes centrales del sistema nervioso.—-Poco puede decirse en ge- neral respecto á la inflamación de los centros nerviosos: la lesión casi constante de las mem- branas que rodean á estos órganos, y la cir- cunstancia de turbar sus funciones de un mo- do análogo la inflamación y otras enfermedades, dificultan sobre manera el diagnóstico, y ha- cen casi imposibles las consideraciones gene- rales. En los centros nerviosos situados á gran- de profundidad y cubiertos de paredes óseas no pueden observarse los síntomas de la inflama- ción, no es dado apreciar las modificaciones en el volumen , la densidad , el calor ni el color del órgano inflamado, ni tampoco puede poner- se una confianza ilimitada en los datos que su- ministra la inspección del cadáver. Tampoco existe el dolor en todas las épocas de la enfer- medad , y en el caso de presentarse , puede no ser debido á la inflamación del encéfalo. Sin embargo , es uno de los fenómenos mas cons- tantes en el primer periodo; pero después dis- minuye y llega á desaparecer cuando se verifi- ca ta desorganización , ó cuando por la esten- sion del mal queda incapacitado el órgano para recibir las sensaciones, ó no puede el enfermo revelarlas aun cuando existan. Esto último no deja de parecer probable, si se atiende á que tan Juego como los pacientes recobran el conoci- miento, vuelven por lo común á quejarse del dolor de cabeza. Puede este dolor eslenderse á todos los puntos , circunscribirse á un solo la- do y aun al sitio mismo en que tiene su asien- to la inflamación ; pero por lo común es vago, limitado á la región frontal , ó se irradia á otras partesnel cráneo hasta la nuca. Constituyen , pues , la principal guia en el diagnóstico de la encefalitis los síntomas fun- cionales , pero estos son, como viene dicho, comunes á varias dolencias. Las diferentes al- teraciones del encéfalo se confunden entre sí: « todas atacan directa é inmediatamente á las funciones intelectuales , sensoriales, á las pa- siones afectivas, al sueño, etc., y'ó no afec- tan ó alteran muy poco y de un modo muy va- riable el ejercicio de los órgauos respiratorios, circulatorios, dijestivos, las funciones de la generación , las secreciones , la calorifica- ción, etc. Las lesiones funcionales directas pro- vienen siempre, por necesidad, de una lesión material del órgano que preside al ejercicio de las funciones en el estado fisiológico. Se halla, pues , necesariamente afectado el encéfalo, siempre que la fibra muscular deja p. 442). »No debe ponerse en duda la inflamación de la sustancia nerviosa, aunque se halle in- flamado al mismo tiempo el neurilema: si ta- les cuestiones pueden ser de alguna utilidad consideradas bajo el aspecto de la anatomía y de la fisiología patológicas, son de muy corto interés en patologia. »En cuanto á las alteraciones observadas en los nervios inflamados, son bastante ca- racterísticas. Por ejemplo: rubicundez_mas ó menos intensa de su tejido, que resulta de la inyección de los vasos del neurilema ó del te- jido celular que reúne los filamentos nervio- sos ; equimosis múltiples en forma Se pintas, infiltración sero-sanguinolenta, y purulenta en dicha cubierta fibro-celular. Bichat encon- tró una porción de dilataciones varicosas de las venas en el nervio ciático de un sugeto, que tuvo dolores muy vivos en el trayecto de di- cho nervio. Juntamente con dichas alteracio- nes del neurilema, se ha encontrado un au- mento de volumen del nervio, por lo común sin cambio notable en su consistencia normal, pero algunas veces con reblandecimiento de su tejido. Van-de-Keer ha encontrado, en el cadáver de sugetos que por mucho tiempo es- tuvieron afectados de Ciática, transformada la sustancia nerviosa en una pulpa blanda, deli- cuescente, de un color gris que tiraba á rojo sucio; en medio de la cual habia granulacio- nes duras, consistentes y fibro-celulares: el neurilema se hallaba grueso, rojo interior- mente, blanco y opaco esterior mente, granu- loso, laminoso y mas ó menos inyectado.» (Ob. cit., p. 443.) Es la neuritis una enfermedad rara, que apenas se observa mas que en los nervios mediano y ciático. Su poca frecuencia depen- de, según Olivíer, de la escasez de los vasos sanguíneos en la pulpa nerviosa; de hallarse esta rodeada de una gruesa vaina que aisla á los nervios de las partes inmediatas y los man- tiene ilesos aun en medio de vastas supura- ciones , y por fin de la situación profunda de ¡ los troncos nerviosos y la tenuidad de los ra- mos superficiales. - Las causas de la inflamación de los ner- vios pueden ser comunes á las demás inflama- ciones , ó en cierta manera especiales. Entre las primeras deben contarse los golpes, las I compresiones, las heridas, etc., y entre las segundas, la acción del frió húmedo, los cam- i bios repentinos de temperatura, y en general ¡ las causas que producen las afecciones reumá- ¡ ticas. El temperamento sanguíneo y una consn titucíon robusta no parecen ser, como algu- nos dicen, causas predisponentes de la neu- ritis. El siguiente párrafo que tomamos de la obra de Vidal de Casis, da á conocer en po- cas líneas los síntomas de la neuritis y sus di- ferencias de la neuralgia, con la cual se con- funde frecuentemente. »EI dolor de la neuritis es continuo, se manifiesta, por decirlo asi, poco á poco, y crece por grados en dirección del nervio; pre- senta un carácter uniforme, mientras que el de la neuralgia aparece como un relámpago y cambia de naturaleza; el dolor de la neuritis se aumenta por la presión, y el de la neural- gia no se exaspera, antes por el contrario se calma. En la neuritis hay calor, rubi- cundez y tumefacción en el sitio que ocupa el nervio, sobre todo si es superficial, y enton- ces puede percibirse su aumento de volumen. Martinet dice haber distinguido dos veces el aumento de volumen del nervio cubital, que INFLAMACIONES. 103 igualaba al del dedo pequeño. Hay ademas en la neuritis calentura, como en la mayor parte de las flegmasías. A pesar de todo, pueden confundirse ambas enfermedades, principal- mente cuando no son muy graduadas: la neu- ritis crónica, pierde por lo común sus ca- racteres inflamatorios, y toma muchos de los que pertenecen á la neuralgia» (Vidal, Traite de pathologie externe, t. I, p. 489). Ollivier indica en los siguientes términos los caracteres del dolor en la inflamación de los nervios. «La neuritis se manifiesta por un dolor cuyo sitio está determinado por el del nervio afecto, y que consiste en una sensación de desgarro , de punzadas ó adormecimiento: ofrece mucha analogía con el que resulta de la compresión fuerte y repentina de un tron- co nervioso, variando por lo demás su inten- sidad como la inflamación que le determina. Su carácter le aproxima al dolor que acompa- ña á las flegmasías de los tejidos fibrosos, par- ticularidad que viene en apoyo de la observa- ción que acabo de hacer; pero hay la diferen- cia de que sigue el trayecto del nervio afecto. Algunas veces llega á convertirse el adorme- cimiento doloroso en una parálisis verdadera. El dolor de la neuritis presenta en su dura- ción ligeras, pero completas, remisiones, que al cabo de un tiempo variable pero corto, van seguidas de una reaparición progresiva, no súbita, de la sensación de desgarro que antes existia. Generalmente es el dolor continuo. Siempre le exaspera instantáneamente una presión ejercida sobre el nervio inflamado, la cualdetermina al mismo tiempo con bastante frecuencia un adormecimiento en las ramas inferiores del nervio enfermo. También acon- tece que los movimientos de la parte aumen- tan los dolores. Por último, cuando el nervio se halla situado superficialmente , suele sen- tirse en el trayecto del cordón un infarto lon- gitudinal, cuyo relieve es mas ó menos con- siderable: se le ha observado principalmente en la inflamación aguda de los nervios radial y cubital». (Dict. de méd., t. XX, p. 444.) Se vé pues que el dolor de la neuritis pre- senta caracteres particulares que le distinguen, no solo de las demás inflamaciones, sino tam- bién de la neuralgia. El tratamiento de la neuritis no se dife- rencia esencialmente del de las demás infla- maciones. Las evacuaciones sanguíneas, los emolientes y los tópicos calmantes cuando se hallan en su estado agudo, y los revulsivos cuando pasa al crónico; tales son los medios que en semejantes casos se acostumbra emplear. C. Inflamación de los vasos.—Considera- remos la inflamación en los tres diferentes ór- denes de vasos. 1.° De las arterias. Es de muy grande im- portancia el estudio de la inflamación de las arterias y lesiones que á ella se atribuyen, y le daremos estenso lugar en el sitio oportuno, limitándonos ahora á las generalidades preci- sas para el estudio comparativo de la inflama- ción en los diferentes tejidos. Parécenos sin embargo conveniente ade- lantar algunas nociones acerca de los caracte- res anatómicos de la arteritis, y al efecto vamos á trasladar lo que en estrado dice M. P. H. Be- rard en el Diclionaire de Medecine, segunda edición. «No deja de haber dificultades en el dia para determinar lo que debe describirse bajo el nombre de inflamación de las arterias. Mu- chos autores no han dudado en referir indis- tintamente á la arteritis todas las coloracio- nes anormales de las arterias, su osificación, su ulceración, su dilatación, sus degeneracio- nes ateromatosas y estealomatosas, su obs- trucción por coágulos, su obliteración, etc. Otros, cayendo en un estremo opuesto, casi han negado la inflamación del tejido arterial. Sin declararme respecto al grado de frecuen- cia de la arteritis aguda, puedo afirmar de antemano, que se han tomado en nuestros días, siguiendo el ejemplo de Franck, las co- loraciones rojas de las arterias, sin otra alte- ración de sus paredes, por vestigios de una inflamación aguda, ó por causa local de un movimiento febril. Hánse dejado engañar los médicos en casi todos los casos por un fenó- meno cadavérico, y los que han descrito bajo el nombre de arteritis crónica todas las dege- neraciones de las arterias confunden no pocas veces el efecto con la causa.... »La rubicundez de la membrana interna de la artería ha sido considerada por Franck como señal evidente de una inflamación anterior, y esta aserción fué admitida sin réplica por mu- chos autores, que á ejemplo del médico de Vie- na, hallaban en esta flegmasía una cómoda es- plícacion de la calentura inflamatoria, y la lo- calizacion de una enfermedad considerada co- mo general. Pero no pasó mucho tiempo sin que se suscitasen dudas acerca de la naturaleza y modo de formación de estas chapas rubicun- das. Ya Chaussier no veía en ellas otra cosa que un fenómeno de imbibición , un verdadero tinte producido por la sangre.... Laennec, en la primera edición de su obra sobre la auscul- tación , declaró que un atento examen de las coloraciones le inclinaba á considerarlas como cadavéricas. Yo presenté algunas consideracio- nes , en apoyo de esta ¡dea , en el décimo tomo de los Archives genérales de medecine, y Trous- seau y Rígot publicaron después en el mismo periódico dos memorias en que se refieren mu- chos esperimentos, que á mi parecer disipan to- da la incertidumbre de esta cuestión. Andral se adhirió á esta última opinión, como puede ver- se en la segunda edición de su Clínica; y mu- chos escritores han tratado de esta materia ba- jo igual punto de vista. En el dia los médicos mismos, en cuyo concepto eran inflamatorias hace algunos años todas las rubicundeces arte- riales, se ven precisados á convenir en que hay 10* INFLAMACIONES. coloraciones cadavéricas; pero sosteniendo al mismo tiempo que otras rubicundeces deben considerarse como el primer grado de la infla- mación de la túnica interna; y se esfuerzan á establecer caracteres distintivos entre estas y las coloraciones por imbibición: todavía se han de obtener mas concesiones. Por mi parte con- sidero incontestable la proposición siguiente: Las listas ó chapas rojas de la cara interna de las arterias, que no van acompañadas de nin- guna otra alteración física perceptible de las paredes de estos vasos, no son de naturale- za inflamatoria.» Detiénese en seguida Berard á aducir argu- mentos que sirvan de apoyo á su proposición, y concluye probando su certeza. No hay duda que se hallan conformes con sus ideas los prin- cipales autores de nuestra época. «Pero , continua , si nada prueba la rubi- cundez por sí sola, no sucede lo mismo cuando coincide con algunos cambios en las otras pro- piedades físicas de la membrana interna , ó de todo el grosor del vaso. »Voy á esponer de un modo sucinto las al- teraciones que induce la inflamación aguda en las paredes de las arterías. Aprovecho para es- ta descripción los resultados de los notables es- perimentos de Sasse, los obtenidos mas recien- temente por Gendrin, los hechos observados en el hombre por Hodgson y Guthrie, los consig- nados en la obra de Francois sobre las gangre- nas espontáneas, y los que se hallan disper- sos en las colecciones periódicas, añadiendo á estos resultados los de algunas disecciones que me son propias. He aquí la enumeración de es- tas alteraciones patológicas. Aumento de la vas- cularidad de la parte esterna del vaso, es decir, que se hallan mas desarrollados, y llenos de sangre los vasa vasorum. Friabilidad del tejido celular que une la membrana interna á la me- dia , cuyas dos membranas se separan una de otra muy fácilmente. Se ha visto á la membra- na interna desprenderse bajo la forma de tubos sonrosados , que contenían en su interior san- gre coagulada. Esta misma membrana ha per- dido su brillo, es un poco áspera, y cuando se la mira al soslayo presenta un aspecto rugoso (este último carácter ha sido observado recien- temente por M. Gendrin). Aumento de grosor de las paredes arteriales, y disminución ó pér- dida de la elasticidad del vaso. Las paredes de la arteria se vuelven friables , y én algunos ca- sos se cortan como el tocino, si se aplica á ellas una ligadura. »Otros caracteres se deducen de las secre- ciones efectuadas por el vaso enfermo , y de la influencia que ejerce sobre la sangre que le ocupa. Hay en él exhalación de loque se llama materia organizable. Unas veces se deposita esta materia bajo el aspecto de una hoja"mem- braniforme, concéntrica á la túnica interna; otras bajo la de simples copos, y mas á menu- do todavía , formando masas que obstruyen completamente el vaso, y le hacen inútil para la circulación. Cuando es violenta la inflama- ción, se exhala también esta materia en la vaina del vaso. El pus ó una materia puriforme pue- den fluir en lo interior del vaso , esto es, en su superficie interna, ó entre las dos láminas de su túnica interna. Gendrin me ha dicho haber observado que los productos de la inflamación del vaso se hallan con frecuencia depositados entre las dos láminas de la túnica interna de las arterias gruesas. Por último , es un fenó- meno notable de la arleritis la coagulación de la sangre en la artería , ó mas bien la imper- meabilidad de esta. »liara vez se encuentran todas estas altera- ciones reunidas en la misma arteria inflamada; pero siempre hay cierto número de ellas , y en- tonces es mas fácil la distinción entré las ru- bicundeces por imbibición , y las que son efec- to de una flegmasía. Unas veces hay, al mismo tiempo que las alteraciones de consistencia del vaso , pus, falsas membranas , ó materia orga- nizable , y asi sucedió en el caso notable que Deceimerís ha citado con referencia á Haller: la arteria carótida izquierda estaba forrada in- teriormente de una íalsa membrana blanca y pulposa, bajo la cual había pequeñas coleccio- nes de pus. Otras veces hay juntamente con las falsas membranas formación de un coágulo, separado de la artería por la membrana falsa: cítanse dos casos de este género en la obra de Francois sobre la gangrena espontánea. Mas á menudo se halla el coágulo en contacto con la membrana interna sin interposición de ma- teria organizable... »No están los autores conformes acerca de los primeros cambios.anatómicos que sobrevie- nen en el vaso arterial inflamado. Sasse seña- la , como uno de los primeros fenómenos, la inyección vascular de la parte esterna de Ja ar- teria. Gendrin describe asimismo en primer lugar el desarrollo de los vasa vasorum, y cree que este es seguido de cerca por las alteracio- nes que he señalado antes en la membrana in- terna. »Delpech y Dubreuil han hecho las mismas observaciones (Memorial des hopitaux de med.) Al contrarío asegura Cruveilhier que la coagu- lación de la sangre con rubicundez de la arte- ria es el primer efecto de la arteritis. En este debate hay algo mas que una cuestión de prio- ridad en favor de tal ó cual cambio orgánico de la cubierta de la arteria : efectivamente sígne- se de la última opinión que la obliteración de las arterias es un resultado preciso de su in- flamación; mientras que según la primera, sería algunas veces compatible la arteritis con la per- meabilidad de dichos vasos. Yo he negado esta permeabilidad de los vasos inflamados (Arch. gen. de med., t. X); pero en el dia creo que no la destruye del todo la arteritis. En efecto', los productos de la secreción morbosa en las arte- rias gruesas pueden ser arrastrados por la cor- riente de líquido que recorre estos vasos, y si se coagula la sangre en la superficie de la mem- INFLAI brana inflamada, puede limitarse, cuando las arterias son gruesas, á depositar algunas lámi- nas fibrinosas que no destruyen la permeabili- dad del vaso.» (Dict. de méd., t. IV, pág. 99 y siguientes.) La arteritis puede ser parcial ó general ; li- mitarse a un punto muy reducido de una arte- ria, ó estenderse á lo largo de ella; de donde resultan diferentes síntomas. Por lo común se limita la inflamación de las arterias que se di- viden en las operaciones, al estremo del vaso, y rara vez llega á ser tan considerable que recla- me particular atención ; pero en ocasiones, es- pecialmente á consecuencia de las ligaduras, suele estenderse mucho la inflamación. Hodg- son la vio llegar hasta el corazón después de la ligadura de la femoral. Cuando la arteria in- flamada presenta cierto volumen, y es superfi- cial, se advierten los siguientes síntomas. »A1 principio hay dolor á lo largo de su tra- yecto, y la inflamación determina una sensa- ción de ardor, de quemadura, en cuya produc- ción tienen sin duda parte los tejidos próximos. Al propio tiempo son mas fuertes las pulsacio- nes de la arteria enferma, aunque no escede su frecuencia á los latidos del corazón (Bouillaud). Estos fenómenos se manifiestan principalmen- te en los gruesos troncos , por ejemplo , en la aorta , uniéndose á ellos síntomas particulares, tales como ansiedad, dificultad de respirar y desmayos, queP. Franck atribuye á la calen- tura inflamatoria. Otro tanto sucede respecto á la sensación de frío y de opresión en los miem- bros , que debe racionalmente atribuirse á un principio de dificultad en la circulación. Algu- nas veces se perciben, en el trayecto del vaso inflamado, nudos semejantes á los que se ob- servan en la flegmasía de los linfáticos. Mas ra- ra vez se manifiesta rubicundez en el punto correspondiente á la artería enferma , á la cual puede añadirse cierta pastosidad. Deben variar estos síntomas según que la enfermedad reside en las arterias superficiales de cierto volumen, ó en las que se distribuyen por los órganos in- ternos. Cuando la artería está situada profun- damente, faltan por lo común la mayor parte de los síntomas....» (Dict. des Dict., t. I, pági- na 485.) Cuando empieza á debilitarse el pulso , y baja con rapidez la temperatura de la parte, deberá temerse la obliteración del vaso. «Pero antes que sobrevenga la mortificación del miembro ó de los órganos en que reside la ar- teritis , se manifiestan fenómenos notables. El eorazon , para vencer el obstáculo que le opo- nen las falsas membranas, y los demás produc- tos que impiden el curso de la sangre , se con- trae con tal energía que algunas veces llega á restablecerse el calor y la circulación de la par- te enferma; pero en otros casos opone la oblite- ración una barrera insuperable. Entonces suce- den á la rubicundez, la inyección y el calor vi- vo y'pasagero debidos al restablecimiento de la circulación , lapalidez, la decoloración, el frío, aciones. 105 las marmorizaciones , las flictenas , y última- mente la mortificación.» (Comp. de méd. prat., t. I, pág. 324.) V * Poco debemos decir en este lugar acerca de las causas , curso y tratamiento de la arteritis; porque las causas y el tratamiento son los de la inflamación en general. Cuéntanse sin embargo algunas causas que parecen producir la arteri- tis ademas délas violencias esternas; por ejem- plo, el calor escesivo y prolongado, el uso de bebidas escítantes, el abuso de los licores espi- rituosos, y ciertos agentes químicos que pene- tran en el sistema circulatorio. 2.° De las venas.—Ya era conocida en la antigüedad, y principalmente de Areteo, la in- flamación de las venas; después Hunter y otros consideraron, no solo sus efectos locales, sino también los generales; pero hasta Breschet no se habia formado la historia general de esta en- fermedad. Después se han publicado en Alema- nia, Italia , Inglaterra y Francia , muchos tra- bajos importantes sobre esta materia, entre otros los de Dance, Tonneté, Velpeau, Blan- din , Marechal y Legalloís; mas sin embargo, aun permanecen muy oscuros algunos puntos de su historia. En la flebitis se comprenden una infinidad de cuestiones asi médicas como quirúrgicas, de manera que «si fuese necesaria una nueva prueba del lazo indestructible que une á la me- dicina con la cirujfa (dice M. Vidal de Cassís), la ofrecería esta enfermedad.» Efectivamente á la flebitis van unidas las cuestiones de solidis- mo y de humorismo; las de envenenamientos, infección de los humores, metástasis purulen- tas, depósitos de pus , etc. Es la flebitis una enfermedad sumamente frecuente, si bien no es siempre tan intensa que fije la atención. Ya se infiere que debe manifestarse en mayor ó menor grado, á con- secuencia de. todas las heridas, de todas las operaciones, de los partos, etc.; porque en to- dos estos casos se interesan venas de mayor ó menor calibre, y no pueden obliterarse sin que sobrevenga inflamación. Pero ya hemos dicho que las masveces no se advierte, porque no fija de un modo particular la ateucíon , porque es poco estensa y graduada, y porque siendo adhesiva no se la puede considerar como mor- bosa. Las causas determinantes de la flebitis afec- tan á veces al tejido venoso , obrando de un modo mecánico, como las picaduras de las sangrías , las secciones ,ias escisiones , las li- gaduras, compresiones, etc.; y es de notar que entre las operaciones quirúrgicas y las lesiones traumáticas son las del tejido óseo las que con mayor frecuencia van seguidas de flebitis. Otras veces se produce la flebitis bajo la in- fluencia de materias irritantes ó deletéreas que se ponen en-contacto con la membrana interna de las venas. Ademas puede esta enfermedad manifestar- se de un modo enteramente espontáneo , y casi 106 INFLAMACIONES. siempre exije cierta disposición en los sugetos, ó ciertas constituciones atmosféricas que influ- yen prodigiosamente en su desarrolló. Asi se observa algunas veces en los hospitales, que ca- si todos los amputados sucumben á conse- cuencia de la flebitis, y que también es muy frecuente esta enfermedad en las recién pari- das. «Es indudable, dice Dubois , que deben tenerse muy en cuenta las constituciones mé- dicas : hay ocasiones en que no sobrevienen flebitis por sucias que estén las lancetas con que se sangra, y por mucha que sea la torpeza de los operadores ; al paso que otras veces, por el contrario, se observan á menudo por las-cau- sas ocasionales mas diversas.» En la flebitis pueden distinguirse tres órdenes de síntomas: unos locales , otros generales y de reacción , y finalmente otros que indican el tránsito del pus á la sangre.. Vamos á recordar lo que respecto á los síntomas de la flebitis dice Vidal de Cassis. »Para apreciar bien el principio, el curso y los síntomas de la flebitis , es necesario ob- servarla á consecuencia de la flebotomía. Al- gunas horas después de la operación , se sien- ten punzadas en la picadura , y pronto se de- clara un verdadero dolor. La pequeña herida se abre , sus bordes se engruesan , y sale una sangre alterada, sanies , y por último pus; so- brevienen en las partes inmediatas hinchazón, y aun inflamación. Cuando debe ser feliz la terminación, cesa el dolor , se deshinchan las partes, y en una palabra , se verifica la reso- lución al sesto ó el octavo dia. »Pero en vez de limitarse , se vé muchas veces que sigue el dolor el trayecto de la ve- na , se pone esta como tirante, y se estiende la hinchazón á todo el miembro , que parece enteramente inflamado. Si la vena enferma es superficial', ó de las que forman elevación en la piel, aparece esta principalmente rubicunda en su trayecto, y hay en él mayor tensión y mas dolor, formando las venas inmediatas una especie de enrejado rojo. Dice Sansón , que en algunos casos , si comprimiendo sobre el "vaso enfermo , se empuja la sangre hacia el cora- zón , se vé á la columna de líquido hacer un ligero movimiento retrógrado , tan luego como se la deja de comprimir. El miembro continúa hinchándose, y si la vena es profunda, ó existe en una cavidad, es mas bien la tumefacción edematosa que inflamatoria : depende la infil- tración de serosidad, de que hallándose impe- dida la circulación , debe aquel humor estan- carse mas ó menos. Asi puede observarse en las enfermedades de las venas de la pelvis, después del parto; en cuyo caso se declara la afección, que se ha llamado flegmasía alba dolens. »La inflamación estiende sus progresos" hái cia el corazón , y mas veces de lo que se cree, hacia el sistema capilar. Mas adelante se ase- meja la vena á una cuerda tensa y nudosa, que suele limitar los movimientos del miem- bro eu cierto sentido. Cada vez vá haciéndose el cordón mas grueso; el vaso se parece á una columna , y algunas veces se forma un absce- so á su rededor , ya p^ceda el pus del tejido celular que rodea al vaso, ya salga de la vena. Entonces aparece una erisipela mucho mas mar- cada en el trayecto de la vena. Este caso no es el mas desgraciado; el mas funesto y frecuente no es el depósito del pus en el tejido celular inmediato, ni al rededor de las vainas vascu- lares , sino su traslación á las visceras. »Entonces se manifiestan los síntomas de reabsorción , descritos por Velpeau, de la si- guiente manera : »EI curso del mal es bastante variable en este caso. Empieza unas veces por un violento escalofrío, que en ocasiones llega hasta el tem- blor , y puede durar muchas horas , y otras por horripilación, y aun eu ciertos casos , por un simple enfriamiento de las estremidades. La piel se pone pálida , toma un color amari- llento un poco lívido ó azulado, y algo después un aspecto terreo , mas ó menos considerable. A diferencia de las fiebres intermitentes de los pantanos, que tienen mas de un rasgo de ana- logia con la enfermedad que nos ocupa , es muy rara vez seguido este primer periodo de una reacción verdadera. Si sobreviene sudor, es desigual, y muchas veces craso ó pegajoso. Después de haberse renovado estos accidentes, una ó muchas veces , con distancias variables, y bajo forma de abscesos, dan por lo común lu- gar á un estado de putridez ó de adinamia muy notable. Los ojos se hunden y se cubren de légañas grísientas; la conjuntiva y las inmedia- ciones de los labios se ponen amarillentas; la lengua , que habitualmente se mantiene hú- meda , sin ser muy ancha ni puntiaguda, co- mo en las afecciones intestinales , no se cubre de costra mas que en un período adelantado de la enfermedad. Los dientes y los. labios apare- cen simplemente fuliginosos. El pulso adquiere frecuencia y dureza sin ser veloz , y después se hace cada vez mas pequeño y débil. No tardan en manifestarse el meteorismo, algunas veces la diarrea, y pocas delirio, aunque ca- si siempre haya estupor. A este conjunto se unen , en ciertos sugetos, algunos signos va- gos de flegmasías viscerales. Ya se nota cierta rubicundez algo lívida en una ó ambas megi- llas, acompañada de tos, de dolor de pecho y di- ficultad de respirar; ya una ictericia másemenos notable con dolor ó incomodidad en la región hepática ó en el hombro derecho ; ya , lo que es mas raro, algunas náuseas con pintas rojas en el vértice y én los bordes de la lengua, que se seca entonces como en la dotinenteria ó las fiebres tifoideas ; ó ya en fin dolores bastante vivos en algunas partes de los miembros , por ejemplo , en una grande articulación. La sed no es en general muy intensa. El aliento, mu- chas veces fétido , exhala en ocasiones un ver- dadero olor de pus. Se suspende inmediata- mente el trabajo de cicatrización en la herida, cuyos bordes se desprenden y ponen pálidos,' INFLAMACIONES. 107 asi como el resto de su superficie. De cremosa que era la supuración , se vuelve repentina- mente gris, grumosa, ó semejante á la serosi- dad degenerada. No-es raro verla suprimirse del todo y sin tardanza. Las partes blandas se deshinchan con la misma rapidez , y toman inmediatamente un aspecto cadavérico de los mas significativos. Los músculos, los hue- sos , etc., se desprenden unos de otros , como si hubiese sido destruido el tejido celular que les une en el estado normal: mas adelante cor- re de ellos una sangre mas ó menos fluida, que cuando la enfermedad dura mucho tiempo acaba por parecerse á las lavaduras de carne, y determina hemorragias difíciles de contener. Por último muere el sugeto estenuado , desde el duodécimo al trigésimo ó cuadragésimo dia.» (Vidal de Cassis, Traite de pathologie externe, t. I,p. 389 y sig.) Cuando hablemos de la flebitis en particu- lar , espondremos detenidamente las lesiones anatómicas que descubre la necroscopia. Estas lesiones son de dos géneros: 1.° de las venas mismas en que reside la inflamación, y 2.° otras diseminadas en diferentes órganos ó parenqui- mas. Entre las primeras , que son las que en este lugar hacen á nuestro propósito , figuran la rubicundez de las venas , su grosor, desi- gualdades , reblandecimiento y frialdad; algu- nas veces se transforman en cordones fibrosos, y mas amenudo se obliteran , ya por un coá- gulo fibrinoso organizado , ya por la adheren- cia de sus membranas internas después de la absorción del coágulo. Las venas inflamadas segregan diferentes productos morbosos; asi es que se encuentran en ellas falsas membra- nas , mas ó menos consistentes , ya simple- mente sobrepuestas, ya muy adheridas á las paredes de estos vasos , pus en mayor ó me- nor cantidad , puro ó mezclado con sangre, lí- quido ó concreto. La sangre que contienen las venas inflamadas, se halla modificada por la inflamación , y puede volverse grisienta y pul- tácea. Nada diremos ahora de los abscesos que se forman en las inmediaciones de los vasos, y comunican con ellos; de las ulceraciones ele estos, y alguna otra lesión , que se atribuye á la flebitis; ni tampoco de los abscesos múlti- ples en las diferentes partes del organismo, acerca de los cuales tratamos en otro lugar es- tensamente. Basta lo espuesto para dar una idea de la inflamación de las venas, y seña- lar sus puntos de analogía y desemejanza con las otras inflamaciones , aun con aquellas que rnas se le parecen. «La inflamación de las ve- nas , dice Breschet, difiere de la inflamación de los otros tejidos animales , porque, á pesar de residir en un sistema distinto , puede oca- sionar trastornos en las funciones de todos los órganos, en razón de que entra en su compo- sición el tejido venoso, y les conduce un flui- do , que las mas veces es el vehículo de la causa irritante. Bajo este aspecto se diferencia la flebitis de las otras flegmasías , que asi en su asiento, como en sus síntomas, son mas aisladas y mas circunscritas , y por tanto solo simpáticamente alteran ciertas funciones, mien- tras que aquella establece su asiento en todos los órganos.» (Dict. de méd. , t. XVI, pági- na 402.) El tratamiento de la inflamación de las ve- nas , presenta indicaciones especíales, ademas de las comunes á toda inflamación. Para dete- ner la propagación de la flebitis y evitar el tránsito del pus á todo el torrente circulatorio, se ha propuesto por algunos autores la sección completa de la vena inflamada , y por otros la compresión por cima del punto en que reside la enfermedad. Cuando ha sido picada una ve- na con instrumento cargado de algún principio deletéreo, conviene hacer uso de una ventosa de bomba, y á veces cauterizar con el nitrato ácido de mercurio , ó á lo menos lavar la he- rida, aplicar una ventosa, y cubrirla luego con un pedazo de tafetán gomado. También se ha propuesto contener la inflamación en su orí- gen por medio de aplicaciones refrigerantes y sedantes ; pero es lo mejor recurrir á los an- tiflogísticos. Cuando llega á tal grado la flebi- tis, que parece existir la enfermedad princi- palmente en los humores, en la sangre mis- ma , se han empleado algunos medicamentos, con el fin de obrar sobre la composición de este líquido , destruyendo el principio deleté- reo. Recamier ha empleado con este fin los mercuriales interior y esteriormente, y varios, entre ellos Laennec, han usado con buen éxito los preparados antimoniales. 3.° De los vasos linfáticos.—Solo ha podi- do estudiarse hasta el dia la inflamación de los vasos linfáticos de cierto volumen, y de los ganglios linfáticos. Esta enfermedad se ha observado en todas las regiones. Dumeril ha visto inflamados los linfáticos de la axila, y llenos de un líquido purulento, á consecuencia de una inflamación del pecho de aquel lado. Soemmering ha ob- servado, después de diversas heridas, que por los vasos linfáticos se propagaba la inflama- ción hacia los ganglios ; Andral ha hallado la linfatitis en los linfáticos superficiales del pul- món de un tísico; el mismo autor encontró inflamado el conducto torácico en una mujer que falleció de nefritis crónica; por último, es bien frecuente la angioleucitis á consecuencia de la metro-peritonitis, y en la phlegmasia alba dolens se observa con tal frecuencia , que muchos autores la han atribuido todos los sín- tomas. Es la linfatitis mas común en la infancia y la adolescencia; ambos sexos la padecen en igual proporción , y se vé mas amenudo en las personas de temperamento linfático. Sus prin- cipales causas determinantes son: la dentición, el parto , las operaciones quirúrgicas , las in- flamaciones esternas ó internas, la metritis puerperal, las heridas y las úlceras. Apenas ha- brá persona que no haya visto manifestarse in- 108 INFLAMACIONES. flamaciones de las glándulas inguinales, á con- secuencia de ciertas lesiones de los pies, y la de las axilas , cuando hay en los dedos ó en otros puntos de los miembros superiores algu- na inflamación. Entre todas las causas de la angio-Ieucitis , ninguna es tan frecuente como el contacto con los vasos linfáticos de materias irritantes, ya procedan del esterior, ó ya de una secreción morbosa. Por eso sobreviene con tanta frecuencia de resultas de las pi- caduras recibidas al disecar los cadáveres, y cuando penetran en los vasos, ó llegan á los ganglios ciertos productos viciados de la eco- nomía. Velpeau (Memoire sur les maladies lym- phatiques, inserta en los Archives de mede- cine , segunda serie , t. VIH) dice que la an- gio-Ieucitis puede producirse de las ires si- guientes maneras. A. «Por continuidad de tejidos, ó desde lo esterior á lo interior del conducto, es decir, que atravesando los linfáticos órganos inflama- dos, acaban por inflamarse también en el pun- to correspondiente , antes de presentar en los demás señal alguna de flegmasía. B. «Por obstrucción ó por trastorno de su circulación, es decir , que contraídos, cerra- dos , obstruidos de una manera ú otra en me- dio de los tejidos enfermos, pueden inflamarse por debajo de la causa de la distensión , que suelen ocasionar los fluidos cuyo movimiento se ha interrumpido. C. «Finalmente , por absorción , es decir, recibiendo por sus porosidades laterales, ó por sus raices en la parte afecta , una cantidad de principios irritantes, bastante considerable para inflamarse.» Diremos por último acerca de las causas de la inflamación de los vasos linfáticos que influ- yen en su producción , ciertas condiciones at- mosféricas; asi es que algunas veces complica frecuentemente á las metro-peritonitis, y se observa mas amenudo, á consecuencia de las soluciones de continuidad. Para dar una idea de los principales sínto- mas de la angio-Ieucitis , convendrá estractar lo que dice Vidal de Cassis en su Traite de pa- thologie, externe. ♦ Varían algo los síntomas locales, según que la inflamación reside en los linfáticos del plano superficial, ó en los del profundo. En el primer caso existe casi siempre una solución de continuidad , una inflamación ó una supuración de los tegumentos , y apare- cen estrías , listas ó chapas, cuyo color varia, desde el rojo claro , al rojo vinoso ó violado. No siempre se manifiestan estas listas rojas en el punto mas próximo á la solución de conti- nuidad ; siguen el trayecto de ios linfáticos, son tortuosas , y se cruzan de modo que cir- cunscriben islas, cuyo color es normal. Pronto aparecen manchas erisipelatosas al rededor de la solución de continuidad, y á mayor distan- cia hay en. los intervalos de estas manchas, listas rojas; de modo, que á primera vista pa- rece que existen varias pequeñas erisipelas, que se unen por medio de cintas , acercándose y confundiéndose después para formar una eri- sipela grande. El dolor es acre , quemante , y análogo al producido por la insolación en aque- llos puntos donde existe la rubicundez, y se au- menta por una ligera presión. En las listas rojas se manifiesta la hinchazón, estendiéndose rara vez á otros puntos; y entonces aparecen dichas listas como elevadas: casi nunca hay en ellas una fuerte tensión. Cuando se estiende la hin- chazón , es siempre de una manera irregular. Los tejidos infartados no presentan, ni la ten- sión verdadera, elástica y regular , ni la pas- tosidad aguda del flemón ó de la erisipela; mas sin embargo , hay edema é infiltración. » Es carácter constante de la angioleucitis superficial la hinchazón de los ganglios corres- pondientes á los vasos inflamados. » La capa profunda de los linfáticos se in- flama á consecuencia de fuertes contusiones, en los casos de solución de continuidad que penetra los planos aponeuróticos, en losdeabceso,óbien sin causa alguna conocida. Cuando la inflama- ción es espontánea, sirve la fiebre de preludio á los síntomas locales; pero en los demás casos, es el dolor el que primero se manifiesta, ó al mismo tiempo que la hinchazón; ó por lo me- nos es el primero que llama la atención del en- fermo : entonces es profundo, pungitivo y fijo. A medida que se manifiesta la inflamación en otros puntos con los mismos caracteres, dis- minuye su intensidad en los primitivamente afectos. » Se manifiesta la hinchazón bajo la forma de núcleos duros que van poco á poco esten- diéndose. Mediante una esploracion> atenta, se descubre que el origen del infarto es sub-apo- neurótico, y á medida que camina hacia la piel se hace menos resistente. Poco á poco se gene- raliza la hinchazón, es decir que se estiende á todo el miembro; pero ofreciendo siempre mas resistencia, ó siendo mas manifiesta donde cor- responden los linfáticos profundos. » La rubicundez es consecutiva á los dos fenómenos precedentes, y no existe bajo la for- ma de estrías ó de listas, sino de manchas, de chapas que parecen subcutáneas y que se ma- nifiestan como trasparentándose. En los inter- valos de los focos inflamatorios, está la piel re- luciente y como enrarecida; es mas bien blan- ca ó de color de rosa pálido, y parece como in- filtrada de serosidad. » En este caso se infartan los ganglios pro- fundos, y en ciertas regiones se encuentran cubiertos de tantos tejidos, que está su inflama- ción y la de los vasos correspondientes muy adelantada, y casi nada se advierte al esterior: solo se percibe un poco de edema sin rubi- cundez. » Hay demasiadas conexiones entre las dos capas de vasos linfáticos, para que permanezca aislada la inflamación de una de ellas, sin afee- INFLAMACIONES. 109 tarse la otra. En la inflamación superficial, se van engrosando consecutivamente los tejidos, y estendiéndose la inflamación hacia el centro del miembro; mientras que en la profunda llega cierto período en que aparecen estrías y listas en la piel, indicando que los linfáticos subcu- táneos han sido afectados consecutivamente (Vidal de Cassis, Traite de pathologie exter- ne, 1.1, pág. 138 y sig.). La inflamación de los vasos linfáticos vá acompañada de algunos síntomas generales que ofrecen cierta analogía con los que preceden á las erupciones agudas de la piel, pero que no cesan como ellos cuando se presenta la infla- mación local. Hay horripilaciones, escalofríos, frío que alterna con calor y sequedad de la piel, pulso unas veces fuerte y grande como en las calenturas inflamatorias , y otras pequeño y desigual; sed viva , ansiedad precordial, náu- seas, vómitos, y rara vez delirio. Ademas hay otros trastornos en la inervación como insomnio, agitación, etc. Cuando es considerable la in- flamación local, suelen presentarse síntomas ataxo-adinámicos. Puede terminar la angioleucitis por supura- ción y por resolución, siendo mas frecuente aquella, y puede ocasionar la muerte por su estension, por el tránsito á la sangre del pro- ducto de la inflamación, y por el aniquilamiento consiguiente á la multiplicidad de los abscesos y á la abundancia de la supuración. También termina la angioleucitis de un modo crónico, que dá lugar á la degeneración elefantiaca descrita por Alard. Los vasos linfáticos inflamados se presen- tan bajo la forma de cordones tensos y rojos, alguna vez blanquecinos y lechosos, que ofre- cen de trecho en trecho unas especies de nu- dosidades irregulares. Cuando se los divide, aparecen sus paredes engrosadas, de un color de rosa ó rojo mas ó menos subido, según la intensidad de la flegmasía, cuya coloración es uniforme unas veces y otras presenta un as- pecto estriado. Los vasos linfáticos inflamados se hallan aumentados de volumen. Cuando la inflamación es ligera suele ser su tejido mas denso de lo regular, pero en las intensas se ha- lla mas friable, y á veces sumamente reblan- decido. Todas estas lesiones son mas notables al nivel de las válvulas y de las anastomosis. Cuando el trabajo inflamatorio ha determinado la formación de pus, distiende este líquido al- gunas veces las paredes de los vasos linfáticos, y llena su cavidad formando colecciones en va- rios puntos. El tratamiento de la linfatitis aguda se dife- rencia poco del de la inflamación en general. La compresión, las evacuaciones sanguíneas, los baños, los tópicos emolientes y calmantes , el régimen dietético conveniente, los laxantes, las incisiones para dar salida al pus cuando este exista, los tónicos y el tártaro estibiado á do- sis altas cuando hay síntomas adinámicos: es- tos son en resumen los medios que con mas frecuencia se emplean para combatir la infla- mación de los vasos linfáticos. D. Inflamación de las membranas serosas y sinoviales. — La analogía en su estructura, en sus productos secretorios, en sus funciones y aun en sus enfermedades nos conduce á ha- blar á un tiempo de las membranas serosas y de las sinoviales, como suelen hacer los auto- res y como lo ejecutan, entre otros, Dubois y Requin. Este último incluye ademas entre las serosas á la membrana interna del corazón, de las arterias y de las venas; en lo que á nues- tro juicio anda menos acertado. Sostienen muchos autores que el tejido se- roso no se inflama, y que el verdadero asiento de las flegmasías que se le atribuyen es el te- jido celular subyacente. A esta opinión, soste- nida ya por Chaussier, Rudolphi, Ribes y Oli- yier D'Angers, se adhiere Requin aunque no se ocupa de probarla. Los que tienen este dicta- men suponen la inexistencia de vasos y de ner- vios en las membranas serosas. » Dubois opone el siguiente razonamiento á los que consideran como casi privadas de orga- nización á estas membranas : « Sin embargo, no se puede menos de ad- mitir la opinión mucho mas general, que atri- buye á las membranas serosas la propiedad de in- flamarse, cuando se vé admitir á dichos autores que en el caso de prolongarse las inflamaciones subserosas y subsinoviales, se vuelven vascula- res aquellas membranas, se engruesan, etc. Aho- ra bien , ¿cómo pueden volverse vasculares las referidas membranas si no se establece en ellas un trabajo morboso? y entonces ¿cómo puede negarse á estas membranas la posibilidad de sufrir mas bien una afección que otra? Se pre- tende que la opacidad y el engrosamiento son las mas veces estraños á estas membranas en los casos de inflamación; que la falta de tras- parencia de la hoja serosa y el aumento de gro- sor, son ordinariamente efecto del grueso de las capas celulares sobre que se halla aplicada; pero esto mismo autoriza á suponer, que en ciertos casos se deben estas lesiones á un tra- bajo morboso que se verifica en la sustancia misma de la hoja serosa. Y aun suponiendo que esto no hubiese sucedido mas que una vez, bastaría ya para admitir la inflamación de las serosas: debe pues conservarse esta inflama- ción en el cuadro nosológico; y si los autores disienten respecto á su sitio preciso, no asi acerca de sus efectos, lo cual es mucho mas importante.» (Dubois, Traite de Pathologie ge- nérale , edic. de Bruselas , 1835, pág. 354.) Estraño es que negando Requin la inflama- ción de las membranas serosas, diga pocas líneas mas allá, que en el estado de flegmasía se vuelven rojas, como si estuviesen enteramente formadas de vasos; y luego que siempre ofrecen fenómenos de secreción patológica. ¿Cómo si di- chas membranas se hallan privadas de vasos é imposibilitadas de inflamarse, se ponen rojas de esa manera, y cómo se altera su secreción? no INFLAMACIONES. Las inflamaciones de las membranas sero- sas tienen caracteres que las distinguen de las demás: estas membranas desempeñan funcio- nes especiales que se turban ó alteran luego que aparece la inflamación, y ademas tienden siempre á producir exudaciones particulares que conviene estudiar. El dolor es en la inflamación de las mem- branas serosas, sobre todo ál principio, muy agudo , como quemante y pungitivo, y se au- menta al moverse ó distenderse la membrana durante los movimientos de los respectivos ór- ganos. Veamos lo que dice Bichat en su Ana- tomía general. «Cuando los intestinos dilatados separan las dos hojas del mesenterio para aco- modarse entre ellas, cuando el estómago se in- sinúa entre las de los epiplones, etc., en el caso de haber inflamación del peritoneo, siente mu- -chos dolores el enfermo. Hé aqui por qué en tales casos cuesta dolores espeler los gases, y hé aqui también por qué debe cuidarse de no dar mucha bebida de una vez. Si una grande inspiración va acompañada de fuertes dolores en la pleuresía, débese esto á que entonces di- lata el pulmón á la pleura que le contiene, etc.» Los caracteres del dolor son muy atendi- bles en la inflamación de las membranas sero- sas; pero no siempre ofrecen igual agudeza; muchas veces se manifiestan estas flegmasías de un modo lento, imperceptible é insidioso, sin dolor local ó con uno muy ligero: entonces se las llama latentes. Este dolor se aumenta cuando se compri- me, y es tan agudo que si la membrana infla- mada se halla superficial, no pueden los enfer- mos sufrir el menor contacto sobre la parte. También se percibe por el tacto cierta tensión y resistencia. A toda inflamación de las membranas sero- sas acompaña algún cambio en su trabaja se- cretorio. Oigamos en este punto á M. Requin: « Desde luego hay generalmente superse- crecion del fluido seroso, que de esta manera ¡lega á formar en la cavidad de la membrana un derrame mas ó menos considerable. Pero conviene advertir que mientras no existan ot. os fenómenos, mientras se encuentre la serosidad simplemente aumentada en cantidad sin alte- ración ninguna de sus cualidades, no es per- mitido por este solo hecho reconocer la exis- tencia de una inflamación confirmada. Puede entonces decirse muy bien que no pasa la en- fermedad de ser un molimen de hiperemia es- ténica con irritación secretoria, ó en otros tér- minos una hidropesía activa. Asimismo cuando el molimen hiperémico produce una exhalación de sangre en lo interior de la cavidad serosa, pudiera designarse con mayor esactitud bajo el nombre de hemorragia pleurítica, perito- neal, etc., que bajo los nombres admitidos hasta el dia de pleuresía ó de peritonitis he- morrágica. Lo que caracteriza á la inflamación de las membranas serosas, es que entonces se verifica, si no una secreción de verdadero pus, de pus provisto de glóbulos como el del flegmon, á lo menos, y es el caso mas frecuente, una secreción de linfa plástica, que se estiende eu forma de seudomembrana sobre la superficie interna déla cavidad serosa, se mezcla con la serosidad, ya bajo la forma de copos blanque- cinos que nadan en ella , ya en términos de ha- cerla uniformemente turbia y lactescente, y al- gunas veces se deposita y se condensa en el te- jido celular subseroso. Ademas, jcuán diversos aspectos presentan estas secreciones flegmási- casl... Si la serosidad es turbia, con coposo lactescente, débese esto, repito, á la secre- ción que produce la seudomembrana, á la se- creción de un jugo fibrinoso, espontáneamente coagulable, y aun susceptible de organizarse y vascularizarse, en consecuencia de un fenóme- no considerablemente vital, de un fenómeno inesplicado aun de la fuerza plástica. «Las seudomembranas no se forman de pronto. Empiezan por puntos esparcidos de materia fibrinosa , dispuestos aisladamente, tal vez en los parages mas inflamados; estos puntos se ven multiplicados después, se con- funden unos con otros, y entonces acaban por constituir una capa continua, cuyo grosor y consistencia varian en diferentes sitios. La seu- domembrana reciente se adhiere con poca in- timidad á la serosa; por cuyo motivóse obser- va, cuando se la desprende, que no se en- cuentra bien unida á ella, sino que está como engastada por una multitud de desigualdades. Cuando sé la separa aparece la serosa, por lo común, roja y penetrada de vasos. Sino hay un derrame intermedio de serosidad que divida á las seudomembranas que se forman en las dos hojas correspondientes de una bolsa sero- sa, se adhieren inmediatamente una á otra es- tas dos hojas, ni mas ni menos que los bor- des de una herida que se reúne por primera intención. Pero de aquí Tesultan muchas va* riedades de adherencias definitivas como va- mos á esplicar. »Por los progresos del tiempo, se espesa la materia seudo-membranosa, se endurece, se organiza y se penetra de vasos, resultando de aqui una multitud de vicios anatómicos consecutivos á la inflamación de las serosas. Asi«e forman, por ejemplo, las adherencias preternaturales de las hojas serosas, adheren- cias que unen á estas hojas entre sí, hasta el punto de confundirlas totalmente, ó que con- sisten en filamentos intermedios, en bri- das , etc., según que , ó no ha sufrido disten- sión alguna la materia plástica, ó se ha en- contrado sometida, en razón del movimiento de las partes, á frecuentes distensiones. De esta manera resulta también lo que se llama engrasamiento de las membranas serosas; en- grasamiento que principalmente en la pleura y el peritoneo, llega , sobre todo en las fleg- masías crónicas, hasta duplicar ó triplicar oJ grosor normal. También se forman de esta suerte esas chapas blanquecinas de la superli- INFLAMACIONES. 111 cié del corazón, género de alteración que se halla muy amenudo al abrir los cadáveres, y que es, á no dudarlo, un vestigio indele- ble de una pericarditis parcial, resultado de una exudación fibrinosa efectuada en otro tiempo. «Volviendo á las adherencias definitivas que ocasiona la contigüidad de las seudo-mem- branas producidas sobre las superficies opues- tas de una cavidad serosa, adherencias que tan amenudo se encuentran al abrir los cadá- veres acreditando la existencia de flegmasías anteriores, deben admitirse las tres variedades siguientes, todas fáciles de hallar y-de estu- diar en la pleura: 1.° Algunas veces se en- cuentran la pleura costal y la pulmonar, iden- tificadas en muchos puntos ó en su totalidad, de modo que no constituyen mas que una sola membrana. 2.° La adherencia es floja y se destruye por el menor esfuerzo: aisladas entonces una de otra, no presentan las dos ho- jas en su superficie el brillo é igualdad que son propios del estado normal. 3»° Se encuentran, entre las dos superficies de la pleura, bridas masó menos largas, mas ó menos consisten- tes , filamentos mas ó menos finos, cuyo as- pecto y estructura no son propios de una bol- sa serosa. Ademas de estas tres variedades de adherencias, pueden hallarse también, entre las superficies de la pleura, del peritoneo, etc., bridas anómalas respecto á su existencia, pero regulares en cuanto á su estructura. Conviene saber, que estas bridas se hallan formadas por la unión de dos hojas serosas, contienen en su interior una especie de conductillo, y, en una palabra, sé asemejan á la prolonga- ción de la sinovial de la rodilla, que se estien- de á la parte posterior de la rótula en el inter- valo de los cóndilos del fémur. Según Bichat debieran mas bien considerarse estas bridas como una conformación primitiva que como un producto accidental, una transformación seudo-membranosa. Pero ¿quién sabe si lle- gará á este punto el poder de la fuerza plásti- ca? Como quiera que sea, la pleura es la se- rosa que ofrece mas número de adherencias: entre dos cadáveres, rara vez deja de hallar- se uno que presente adherencias pleuríticas. Después de la pleura viene el peritoneo, lue- go el pericardio, á este sigue el perididimo, y en último lugar la aracnoides. (Requiu, Elem. de path. medie, t. I, p. 119 y sig.) »E1 modo de organización de estas mem- branas ha sido objeto, en estos últimos tiem- pos, de muchas investigaciones; se sabe que, formadas al principio por una sustancia plás- tica , amorfea y homogénea, acaban por con- vertirse en asiento de un trabajo intersti- cial ; que ofrecen conductos en diferentes puntos , de manera que resultan entre ellos como islas organizadas, que se reúnen por medio de estos puntos de organización: los vasos desarrollados en el grueso de las fal- sas membranas, tienen la particularidad de que no forman redes, ni arborizaciones, si- no que todos caminan paralelamente unos res- pecto de otros; por lo demás se les ha ob- servado perfectamente desarrollados. Las fal- sas membranas, organizadas de esta manera, gozan desde entonces de una vida que las es propia, y, á su vez, pueden enfermar, infla- marse y dar lugar á nuevas exudaciones plás- ticas.» (Dubois, Trait. de Path. géner. edic. de Bruselas, p. 354). » En algunos casos se encuentra al hacer la autopsia, que coexiste con la inflamación de las membranas serosas, una infinidad de tubercülillos banquecinos depositados, ora eu el tejido celular sub-seroso, ora en el seno de las seudo-membranas. Generalmente,sin duda, precede la formación de los tubérculos; de mo- do'que es este un hecho preexistente, tal vez el origen del mal. Como quiera que sea, las pleuresías, peritonitis, meningitis, etc., lla- madas tuberculosas, tienen realmente derecho á ser consideradas como otras tantas especies nosográficas distintas. Aunque son graves, afectan por lo común una forma lenta y un curso crónico. »No hay duda que puede ser la gangrena una de las terminaciones de la inflamación de las serosas. Pero es de notar que se manifies- ta con mayor frecuencia en el peritoneo que en la pleura, el pericardio, la aracnoides, etc. Bichat que habia abierto tantos cadáveres, asegura no haberla visto nunca mas que en la referida membrana.» (Requin. ob. cit.) Quedan, pues, espresados, no solamente los principales caracteres de la inflamación de las membranas serosas, sino también las al- teraciones que al abrir el cadáver se descubre en ellas. Las producciones membranosas y el derrame de serosidad son fenómenos casi cons- tantes , asi como la rubicundez de las serosas, su pérdida de transparencia, etc. Los fluidos exhalados varían , como hemos indicado, es- traordinariamente en cantidad y calidad, lle- gando á veces á mudar de aspecto hasta el pun- to de parecerse á una especie de gelatina tré- mula, interpuesta entre las hojas de la mem- brana. Según Bichat nunca se ven ulceración ni erosiones en las membranas serosas inflama- das ; pero Scoutetten y otros afirman lo con- trario , y dicen haberlos observado alguna vez. No escitan muchas simpatías las flegmasías de las membranas serosas; asi es que suelen observarse peritonitis y pleuresías, sin otros fenómenos simpáticos que la frecuencia del pulso y el calor de la piel. He aquí cómo des- cribe Pinel los síntomas generales que acom- pañan á la inflamación de las membranas se- rosas. «Otras pruebas (de la existencia de la fleg- masía) se encuentran en el estado febril se- cundario, que no deja de producir la inflama- ción de cualquiera de estas membranas, tal 112 INFLAMACIONES. vez por una especie de acción que ejerce la enfermedad en el origen de los nervios, y por la reacción que determina en el sistema vas- cular: hay escalofríos desde el instante de la invasión, laxitudes espontáneas, calor mas ó menos intenso, escitacion nerviosa en todo el hábito del cuerpo y sobre todo en los órganos de los sentidos. Esta fiebre varia según que se halla afecta la dura-madre, el peritoneo ó cualquiera otra parte. Resultan asimismo va- riedades, según los periodos de progreso, de completo desarrollo ó de declinación de la en- fermedad. Algunas veces se sostiene la fiebre casi en el mismo grado desde el principio has- ta el fin, alpaso que otras se observan inter- valos de remisión: durante las exacerbaciones y los parasismos, es el pulso frecuente y ten- so , el dolor vivo y muy intenso el calor» (Pi- nel, Nosographie philosóphique, t. II, p. 376, edic. 1818). Las membranas sinoviales no tienen tanta tendencia á inflamarse como las serosas pro- piamente dichas, ya sea por su menor esten-r sion, ya porque no rodean á órganos, que en razón de su importancia y continuo ejercicio deban considerarse como focos de vitalidad. Ademas el curso de esta inflamación suele ser menos agudo que el de las serosas, y no de- termina tantos ni tan graves síntomas gene- rales. Pero la inflamación de las sinoviales coexis- te generalmente con la de los tejidos inme- diatos, y es muy díficrl averiguar en qué ca- sos es verdaderamente primitiva. Escepto en algunos muy raros y poco conocidos, entra en la historia de la artritis traumática, de los tumores blancos, ó de los abscesos articula- res, y con estas enfermedades se confunde. Cuando se inflaman las membranas si- noviales hay, como en las serosas, aumento de secreción de sinovia y alteración de este líquido, formación de seudo-membranas y aun de verdadero pus. Sin embargo, algunas veces se hallan encendidas y secas las mem- branas afectas, sobre todo en el principio de su flegmasía. Por lo que hace al tratamiento de la in- flamación de las membranas serosas y sino- viales , no ofrece ninguna consideración par- ticular que deba manifestarse en este sitio. E. Inflamación de las membranas muco- sas.—Sin duda que en todo tiempo han sido las inflamaciones de las membranas mucosas tan frecuentes como en la actualidad, y han presentado igual grado de intensidad ; pero en la presente época han sido objeto de un es- tudio muy detenido; han fijado de un modo casi esclusivo la atención de los prácticos, y han parecido, por esta razón, mucho mas nu- merosas. Ni podían dejar de ser tan frecuen- tes: después de la piel, son las membranas mucosas las que tienen mas relación con los objetos esteriores, y por otra parte se hallan dotadas de una esquisita sensibilidad, están en continuo ejercicio, concurren al desempe- ño de muy importantes funciones, y gozan de grande actividad vital á causa del crecido nú- mero de vasos y de nervios que entran en su composición. Esta frecuencia que demostró Broussais, habia sido ya indicada por Bichat en su ana- tomía general, cuando dijo del sistema mu- coso. «En él se verifican todos los grandes fe- nómenos de la digestión, de la respiración, las secreciones, las escreciones, etc.; es asien- to de infinitas enfermedades, tanto que por sí solo ocuparía en una nosografía en que estu- viesen distribuidas las enfermedades por sis- temas , un espacio igual al de otras muchos.» No tiene duda, el sistema mucoso se halla su- geto á numerosas enfermedades, y entre ellas ocupa la inflamación el primer lugar respecto á su frecuencia. Hasta Pinel y Bichat no se han estudiado las inflamaciones efe las membranas mucosas bajo un punto de vista general, y después de ellos se dedicó Prost á perfeccionar su estu- dio. «Nada hay mas natural, mas ventajoso, ni aun mas necesario, dice Requin, que reu- nir en un grupo las flegmasías del sistema mu- coso, y considerar los caracteres comunes que ofrecen. Donde se advierte tan grande analo- gía de organización normal, debe existir en efecto una analogía no menos notable de los fenómenos patológicos.» La inflamación de las membranas mucosas se designa muy frecuentemente con el nombre de catarro ( Kxr«¿fos, de P¿«, yo corro, y kxtx , proposición que indica un movimiento de arriba abajo), espresion que fué sin duda aplicada al principio por los griegos únicamen- te al romadizo ó coriza , atendiendo á la erró- nea hipótesis que entonces reinaba, y según la cual procedían del encéfalo las mucosidades que se espelen por las narices. Pero en el dia se dá este nombre de catarro á toda inflama- ción de las membranas mucosas, acompañada de abundante secreción y salida mas ó menos copiosa de mucosidades: asi se dice catarro pulmonar, catarro vesical, catarro uteri- no, etc. Algunos suelen llamar catarro seco á la inflamación de las mucosas, cuando estas membranas no segregan mucosidades abundan- tes; pero esto es torcer de una manera violen- ta el sentido de las palabras. Los médicos del otro lado del Rhin suelen designar á las infla- maciones de las membranas mucosas con el nombre de enantema , que es como si se dijera eflorescencia ó erupción interna, en oposición á exantema ; pero á lo sumo deberá emplearse esta palabra cuando la flegmasía mucosa se ma- nifiesta bajo la forma de aftas , de pústulas, de chapas mas ó menos elevadas , etc. Alibert. la designa en su Nosología con el nombre de ble- nosis. Las flegmasías de las membranas mucosas, no solo pueden presentar diferentes grados de ( intensidad, sino que ofrecen también formas INFLAMACIONES. 113 distintas. Oigamos sobre este punto á Mr. Requin. «En algunos casos son los folículos muco- sos el principal asiento de la inflamación. Asi se vé que en la fiebre tifoidea se abultan y ha- cen muy perceptibles los folículos agmíneos llamados de Peyera, y los aislados ó sea de Brunero: los primeros principalmente forman esas chapas características que se ulceran con tanta frecuencia. «También acontece que la inflamación mu- cosa , como la cutánea, afecta la forma flíc- tenoides , que , principalmente en la cavidad bucal, constituye lo que con propiedad se lla- ma aftas, y en ocasiones toma la forma pustu- losa ; es cierto que las vesículas y las pústulas del sistema mucoso no son siempre tan mani- fiestas como las de la piel, y también lo es que solo nacen donde existe un epitelium evidente, esto es, en las partes próximas á los diferentes orificios por donde el sistema mucoso se con- tinúa con el cutáneo; pueden, por ejemplo, salir en los labios , en lo interior de la boca, en la faringe , en las fosas nasales y aun en la laringe , el ano , el glande y la entrada de la uretra. Por el contrario , en lo interior del es- tómago y de los intestinos , como no hay epi- telium , es tan imposible la formación de pús- tulas como la descamación. Otra forma que se encuentra ademas en el número de los enan- temas es la papulosa : de ella tenemos un tipo incontestable en ese caso, pasado generalmente en silencio , y sin embargo bastante común en la práctica, como que puede muy bien llamarse glositis papilar, y en el cual son realmente las papilas de la lengua el asiento particular de la inflamación, manifestándose gruesas, promi- nentes , muy rojas y mas ó menos doloridas.» (Ob. cit. , pág 513.) Las inflamaciones de las membranas muco- sas se observan en todas las edades, en ambos sexos y en todos los temperamentos , en todos los países y en todos los ejercicios ó profesio- nes, si bien suele advertirse que estas diferen- cias etiológicas influyen en la elección de la mucosa que ha de afectarse. Asi se vé respecto al clima, que en los paises cálidos se afecta con mayor frecuencia la mucosa de las vias dijes- tivas, en los frios la mucosa pulmonar , y que en los húmedos abundan las diarreas mucosas, los corizas, las anginas, las leucorreas, etc. En la infancia es frecuente la inflamación de la mucosa intestinal, y de aqui las diarreas que no se pueden contener, las oftalmías y las otorreas; en la edad adulta abundan los catar- ros pulmonares, y en la vejez las cistitis cróni- cas. También en los sexos se advierten circuns- tancias análogas: los hombres se hallan par- ticularmente sujetos á las inflamaciones de la mucosa gástrica , y las mujeres á las del sis- tema uterino. El temperamento linfático pa- rece predisponer á muchos catarros; pero en el nervioso son muy frecuentes las gastrítis crónicas. Por fin las profesiones influyen eu la TOMO VII. producción de estas enfermedades, según que obligan á esponer el cuerpo masó menos á la intemperie, ó que dan lugar á otras diversas circunstancias. Difícil seria enumerar las infinitas causas ocasionales de estas flegmasías, las mas de ellas incluidas en la lista de lasque producen la inflamación en general. Son causas muy fre- cuentes de la inflamación del tubo digestivo: los alimentos de naturaleza estimulante , indiges- tos , cargados de especias , ahumados; las fru- tas que no han llegado á su madurez , las be- bidas alcohólicas y ciertos medicamentos ; es- to por lo tocante á su calidad, pues ademas in- fluyen notablemente la cantidad y las circuns- tancias en que se halla el sugeto que los usa. La inflamación de la mucosa nasal y bronquial se debe con frecuencia á la esposicion repen- tina á una corriente de aire , ó á un aire frió ó húmedo. Por fin, la membrana mucosa de los órganos genitales en uno y otro sexo se en- cuentra espuesta á infinitas causas de inflama- ción , que seria prolijo é inoportuno enumerar. Y esto limitándonos á las causas directas, por decirlo asi, pues otras muchas obran sobre la piel ú otros órganos, y determinan de un mo- do simpático las flegmasías mucosas. Ademas, no puede dudarse que algunas ve- ces son producidas por causas específicas las flegmasías mucosas: el sarampión, por ejem- plo, vá generalmente acompañado de oftalmía, coriza y bronquitis, como acompaña á la es- carlata una faringitis mas ó menos grave. Que hay igualmente flegmasías endémicas y epidémicas no puede ponerse en duda. La oftalmía de Egipto acredita lo primero, y en cuanto á lo segundo bien puede decirse con Dubois, que las grandes epidemias han sido siempre de afecciones inflamatorias de las mu- cosas. Dicen Roche y Sansón, no sin fundamento, que «si las membranas mucosas son entre todos los tejidos del cuerpo humano aquel en que se observa mayor número de irritaciones de toda especie, también es uno de aquellos en que mejor se marcan los caracteres propios de la inflamación, y solo los tejidos celular y cutáneo pueden colocarse en la misma línea bajo este último aspecto.» Después veremos cómo lo prueban analizando los fenómenos de la fleg- masía: ahora demos una idea de los principa- les síntomas , asi generales como locales, que acompañan á la inflamación de las membranas mucosas , considerada en general. Sean esporádicas , endémicas ó epidémicas las inflamaciones de las membranas mucosas, y afecten este ó aquel punto, ofrecen constan- temente varios síntomas comunes. Su invasión es casi siempre repentina , y aun existen ya eu las fiebres de incubación, antes que se declare la enfermedad principal. Los signos que anuncian este género de enfermedades son generales ó locales : en algunos casos llaman primeramen- te la atención del observador los síntomas go- 8 114 INFLAMACIONES. nerales, y se quejan los enfermos de malestar, ansiedad , fatiga y cefalalgia , teniendo ademas el pulso agitado. Pero por lo común se mani- fiestan al mismo tiempo los síntomas locales, que no pasan de ser los de la inflamación en general, mas ó menos modificados , y los de- pendientes de la alteración funcional de la membrana inflamada y del órgano que tapiza interiormente. Hay pues dolor, rubicundez, tumefacción y calor en las membranas muco- sas inflamadas, como en los demás tejidos. El dolor suele ser oscuro y difuso, principalmente en las porciones intermedias , y mas ó menos \ivo, como advierten Roche y Sansón, en las estremidades de las membranas , por ejemplo, en la conjuntiva, la boca , la faringe, el recto, el glande , la vagina , etc. Algunas veces sue- le ser como lancinante ó pungitivo en las par- tes profundas ; otras gravativo , y también su- cede en ocasiones que no se percibe ninguno. Estas diferencias del dolor en las estremidades y las partes centrales de las membranas mu- cosas dependen , según Requin , del mayor número de filamentos nerviosos encefálicos ó raquidianos que reciben las estremidades. Co- rno quiera que sea , el dolor de las mucosas se exaspera ó manifiesta con el contacto de los cuerpos estraños y el de las materias interio- res y propias de la economía, como la bilis, etc. La rubicundez , dicen Roche y Sansón, «es en general uno de los caracteres mas marcados en este tejido, y añaden que varía desde el color vivo de rosa hasta el oscuro, y ó bien ocupa grandes superficies y es uniforme, ó bien está dispuesta en manchas, á veces regulares, pero mas comunmente irregulares, ó en líneas , zo- nas y puntos , etc.» No negaremos nosotros la frecuencia de la rubicundez en las flegmasías que nos ocupan; pero si que la rubicundez sea un indicio cierto de tales inflamaciones. Las membranas mucosas se ponen rubicundas tam- bién en virtud de una hiperemia no inflamato- ria ; por ejemplo , de la hiperemia hemorrági- ca, de la asténica y aun de la cadavérica. Eu atención á esto y á que la falta de rubicundez en las mucosas , después de la muerte, no su- pone la inexistencia déla inflamación, ya se deja conocer á cuántas equivocaciones se halla- rá espuesto el que considere á la rubicundez de las membranas mucosas como prueba evi- dente de su flegmasía. Es la tumefacción menos considerable en las membranas mucosas que en el tejido celu- lar; pero lo es mas que en los oíros tejidos, es- ceptuaudo la piel. Esta tumefacción es imper- ceptible en las estremidades ó aberturas de las referidas membranas , y se conoce en los de- mas puntos por la dificultad que opone al trán- sito de las materias que recorren los conduc- tos: cuando la mucosa nasal se halla inflamada, apenas puede penetrar el aire por las fosas na- sales; cuando lo está la membrana bronquial, sirve la fatiga, la dificultad de respirar y el ruido que hace el aire en su tránsito de medida á la tumefacción de aquella membrana; cuando por último se hallan inflamadas la mucosa ure- tral ó la de los intestinos , dan alguna ¡dea de la tumefacción la dificultad eu la salida de la orina y escrementos , y hasta el calibre del chorro de aquel líquido y la configuración de las materias escrementicías. El calor, en fin, es bastante vivo en las flegmasías agudas, y menos en las crónicas, aunque siempre le perciben los enfermos. Ademas de estos síntomas hay otros pecu- liares á las membranas mucosas , que Dubois dá á conocer en los términos siguientes : «La exhalación se suprime al principio eu todas las mucosas inflamadas, cuyas superficies se ponen secas y lisas; pero pronto se observa que derraman un líquido acuoso en cantidad crecida ; y después, según vá prolongándose la enfermedad , adquiere este líquido mayor con- sistencia de un modo progresivo, llegando á ser espeso y opaco , de un color blanco ama- rillento , verdoso. Cuando la afección pasa á este estado, puede prolongarse indefinidamen- te con tijeras variaciones; entonces continúa segregándose el fluido anormal, y sufre tam- bién algunos cambios , ya respecto á su canti- dad , ya á su color, su consistencia , etc. Lle- gado este caso , tanto la enfermedad como el flujo que produce se llaman crónicos, pudiendo acontecer que al cabo de cierto tiempo no pre- sente ya caracteres inflamatorios la membrana afecta : el flujo anormal persiste sin embargo, pero no pasa de ser una simple alteración de secreción. Mas no por eso se infiera que toda alteración de secreción mucosa reconoce por causa una inflamación de la membrana que la produce ; esto seria un error : hay alteraciones de secreción que dependen de modificaciones orgánicas distintas de la inflamación. ¿No es sa- bido que en el estado normal basta el influjo de las pasiones para modificar los productos se- cretorios? ¿ no se sabe igualmente que hay flu- jos serosos sin vestigio alguno de inflama- ción ?» (Ob. cit., pág. 398.) Conviene advertir que las alteraciones del moco en las flernasías de las mucosas , no de- penden solo del grado de la inflamación y del periodo en que esta se encuentra ; varia tam- bién este produelo secretorio según las dife- rentes membranas mucosas. Ademas de la acu- mulación de este material resultan una sensa- ción incómoda, y ciertos fenómenos que varían según la membrana inflamada, como la tos , la espectoracion , el romadizo , las náuseas, etc. «Por otra parte , dice Requin, los conduc- tos escretoriosque se abren en los puntos in- flamados .sufren por lo común, ya de una ma- nera simpática, y ya propagándose la irritación, un aumento de actividad secretoria, y mezclan sus producios, eu mayor ó menor cantidad, con el moco patológico. Asi acontece con la glándu- la lagrimal en la conjuntivitis, con las glándulas salivales en la estomatitis, con el hígado y el páncreas en la duodenitis , etc.» ÍNFLAMACIONES. H5 «En ciertos caso9 segrega , en vez de mo- co, la membrana inflamada , una materia par- ticular , bien sea cremosa , caseiformé ó pultá- cea , bien costrosa y verdaderamente plástica, que constituye una capa seudo-membranosa, mas ó menos adherida á la superficie del co- rion mucoso. Esta capa , aun cuando consista en una verdadera linfa plástica, casi nunca lle- ga á organizarse y solearse de vasos sanguíneos de nueva creación, al contrario de lo que con tanta frecuencia sucede en las seudo-membra- nas de las serosas. En este caso, por regla ge- neral , ó es arrojada la seudo-membrana antes del tiempo necesario para efectuarse la vascu- larización , ó llega muy pronto á ser mortal la flegmasía. Sin enjbargo, algunas veces se ha observado vascularidad en las membranas crupales en sugetos que padecían un crup cró- nico. Bretonneau, que es uno de los que con mayor esmero han estudiado la inflamación del sistema mucoso acompañada de falsas mem- branas , en los diferentes puntos donde se manifiesta, ha creado para distinguirla particu- larmente el nombre de difteritis (de ai? eifae, piel desprendida)» (Requin, Ob. cit., 1.1, pági- na 515.) Ya dejamos indicado que adémasele las re- feridas alteraciones de testura y de secreción, y por el hecho mismo de estas alteraciones, van casi siempre las flegmasías de las mucosas acompañadas de un trastorno mas ó menos no- table en las funciones del órgano afecto, y ade- mas de algunos síntomas simpáticos ó gene- rales. Generalmente se admiten tres periodos en las flegmasías catarrales , cuyos periodos se fundan en las modificaciones de los fluidos se- gregados: en el primero está suprimida la se- creción, según hemos dicho; en el segundo es acuoso, abundante y claro el fluido segregado, y en el tercero es consistente, opaco , y de un color amarillo verdoso. En las inflamaciones exantemáticas y en las sendo membranosas va- ria mucho el curso de la enfermedad. Es muy diversa la duración de las inflama- ciones mucosas: unas recorren todo su curso en pocos dias, mientras que otras pasan al es- tado crónico, y ofrecen una duración inde- finida. La terminación mas frecuente de esta enfer- medad es la resolución : cuando se verifica va disminuyendo por grados la supersecrecion , y el moco adquiere las cualidades que le son na- turales , y se segrega en la debida proporción. Mas sin embargo puede esta flegmasía producir supuraciones, induraciones, gangrenas, ulce- raciones , etc. A veces ocasiona taies reblande- cimientos , que si no constituyen un estado de completa desorganización, se le aproximan mucho. A consecuencia de la pérdida del epitelium donde existe, ó de los estragos ocasionados por la ulceración y la gangrena , pueden adherirse unas eon otras las superficies mucosas, que debieran permanecer contiguas: asi se obstru- yen á veces ciertos conductos , como la vagina, . la trompa de Eustaquio, los conductos lagrima- les , etc. El color rojo mas ó menos frecuente , en forma de chapas , de líneas , de arborizaciones ó de puntas ; el engrasamiento , el reblandeci- miento otras veces, las chapas, pústulas y pa- pilas ; las úlceras, la gangrena, las perforacio- nes , las vejetaciones , la degeneración gelati- niforme y el cáncer, son las alteraciones anató- micas que con mayor frecuencia se observan después de la muerte en las membranas infla- madas. Por lo que hace á su tratamiento será lo me- jor repetir lo que dice Dubois en su patologia general: «difícil es dar reglas generales para el tratamiento de las diferentes inflamaciones de las mucosas; sin embargo, todos convienen en la necesidad de las evacuaciones sanguíneas, sobre todo en el estado agudo; pero añaden que deben ser las sangrías mucho menos abun- dantes que en las inflamaciones de los órganos parenquimatosos. En efecto, no se declaran las inflamaciones de las membranas mucosas tan solo por abundancia de sangre , ó por el estado pletórico; mas suelen influir otras causas. Añá- dase que en estos últimos tiempos, es decir, desde que se hacen distinciones importantes entre las diferentes inflamaciones , y se ha re- conocido la especialidad de algunas, proceden los médicos con mucha mas reserva en la pres- cripción de las evacuaciones sanguíneas. Efec- tivamente, sí las inflamaciones verdaderas y regulares son tratadas con eficacia por el méto- do antiflogístico, no sucede lo mismo respecto á las especiales, á aquellas, por ejemplo , que determinan la formación de falsas membranas: estas son enteramente refractarias á los medios debilitantes, y es necesario combatirlas de otra manera. Después de los ensayos de Bretonneau, parece bien comprobado que deben usarse los medios adecuados para cambiar el modo de irri- tación, y que puede ser provechoso sustituir una inflamación simple á cualquiera de estas flegma- sías tan temibles. Con este objeto se ha reco- mendado tocar las superficies enfermas con sus- tancias irritantes , que modifican de un modo ventajoso el estado de las partes: nos limitamos á indicar como de paso en este lugar el uso de los referidos medios.... »En las inflamaciones crónicas délas mem- branas mucosas no es igual el tratamiento. En- tonces apenas puede recurrirseá las evacuacio- nes sanguíneas, y aun suele ser necesario em- plear algunos medios estimulantes, sobre todo cuando la enfermedad parece consistir en una simple alteración de secreción. Ciertos medica- mentos gozan de una acción especial sobre las membranas mucosas, y por lo tanto se reco- mienda su uso: generalmente se aconsejan los amargos, los ferruginosos, y las aguas minera- les ó gaseosas. «Tampoco deberán olvidarse los revulsivas, uc IMFLAMACIONES. cuya aplicación varia en razón de las mucosas afectas. Cuando la enfermedad no reside en las vias digestivas, podrá dirigirse la acción sobre estas ; pero en el caso contrario deberá procu- rarse conseguir la derivación hacia la piel. Siempre debe atenderse mucho á restablecer ó conserval las funciones de esta última mem- brana; asi es que convendrá al efecto cubrir á los enfermos de franela , darles fricciones secas y aconsejarles el uso de los baños calientes , y aun de los de vapor.» (Dubois, ob. cit., pági- na 400.) F. Inflamación del tejido muscular.—El número escesivo de vasos y de nervios que re- corren los músculos, y la estraordinaría vitali- dad de estos órganos , parece que debería con- currir á la frecuente producción de su flegma- sía; pero á pesar de tan abonadas circunstan- cias es la inflamación de los músculos una en- fermedad sumamente rara, dado caso que exis- ta en realidad , lo cual no todos los autores conceden. A fin de esplicar este hecho, acredi- tado-por todos los observadores , se han ideado diferentes hipótesis que creemos inútil enu- merar. »La inflamación, pues , de los músculos es un hecho todavía dudoso , ó á lo menos poco conocido; no está probado que la fibra muscu- lar, que el tejido muscular propiamente dicho, y hecha abstracción dé las vainas celulares, pueda inflamarse; asi es que bajo este aspecto los partidarios de la teoría general de la irrita- ción se han adelantado á los hechos, admitien- do como una realidad esta inflamación , y dán- dola el nombre de miositis ; y se equivocan principalmente cuando dicen que la llamada por los demás médicos afección reumática no es otra cosa que la inflamación pura y simple de los músculos. »Para conocer bien los fenómenos y los ca- racteres de la inflamación en el tejido muscular, era necesario por una parte observar lo que su- cede durante la vida, y por otra descubrir las lesiones anatómicas en el cadáver; no ha dejado de procederse asi; pero sin que resulte proba- do, que la inflamación tenga efectivamente áu asiento en este sistema. Los fenómenos obser- vados durante la vida son, ó síntomas de verda- dera inflamación , y en tal caso presentan todos los caracteres de la inflamación flegmonosa , ó fenómenos correspondientes á la afección reu- mática, y entonces es difícil referirlos á la in- flamación.... En cuanto á los caracteres necros- cópicos ha sido imposible atribuirlos á una in- flamación de las fibras musculares , se ha en- contrado pus en sus intersticios, pero procedía evidentemente de las vainas celulares inflama- das, y el tejido muscular estaba intacto. «Asegura Roche que existen algunos ejem- plos desemejante inflamación, y esto porque ha visto enlos anfiteatros de disección varios cadá- veres que tenían inyectadas de sangre muchas partes del sistema muscular, y con frecuencia los músculos pectorales; pero no pudo asegu- rarse, si habían fallecido aquellos enfermos á consecuencia de lo que llaman los autores reu- matismo muscular. Se ve, pues, cuán-incier- tos y poco dignos de fé son semejantes docu- mentos : halla este autor algunos cadáveres en una sala de disección ; sus músculos están ro- jos parcialmente ; proceden estos cadáveres de hospitales donde los sugetos son sometidos á una observación bastante exacta , y sin embar- go , no pudo conocerse de qué enfermedad su- cumbieron : lo cual significa que no murieron á consecuencia de lo llamado por los autores reumatismo muscular. Fundándose en este gé- nero de datos , é imitando á Sagar, es como ha admitido Roche la miositis , enumerando sus causas, indicando los síntomas , etc.; es decir, que concluye que todos los reumatismos son in- flamaciones de los músculos, en atención á que no ha podido asegurarse de si los individuos en quienes ha visto porciones de músculos inyec- tados , habían sucumbido de una afección reu- mática: asi es cómo algunos generalizan en medicina. »M. Olivier d'Angers fué mucho mas reser- vado sobreesté objeto, y sin embargo habló con presencia de casos, en los cuales se hallaba el tejido muscular en las circunstancias mas á propósito para provocar su inflamación , es de- cir, cuando, por existir una lesión traumática, quedan los músculos descubiertos; pues bien, en estos casos, como ha observado dicho au- tor, ya sea la inflamación adhesiva, ya supura- tiva, solo afecta las vainas celulares, y no se percibe el menor cambio en las fibras de Jos músculos. Diremos en resumen que, en el es- tado actual de nuestros conocimientos, es racio- nalmente imposible, sino admitir, á lo menos describir la inflamación de los músculos; que por lo tanto no podemos dar á conocer su etio- logía y su sintomatologia ; y finalmente que la afección reumática no consiste en una flegmasía del tejido muscular.» (Dubois , Traite de Pa- thologie general, edic. de Bruselas, pág. 362.) Sin embargo de que la opinión de Dubois es la mas admitida , describen los autores ge- neralmente la miositis, señalando sus causas, síntomas, tratamiento, etc., acaso porque no todos llevan hasta el estremo la consideración aislada del tegido muscular y el celular, que por todas partes le rodea , interpolándose y confundiéndose con él; distinción que en pato- logia , y bajo un punto de vista práctico , no es de grande importancia. Hé aqui lo que acer- ca de la inflamación de los músculos dice M. Olivier: «Las causas de la inflamación de los mús- culos son, ya una supresión repentina de la transpiración por la acción del frío , ya , y es lo mas común, una violenta sacudida , los re- petidos esfuerzos, una contusión , etc., en una palabra , una violencia mecánica. »Los primeros cambios que se observan en un músculo inflamado , son una inyección ma- nifiesta del tejido celular inter-fibrilar; mu- INFLAMACIONES. 117 chas veces se encuentra este tejido infiltrado dé una serosidad masó menos espesa, turbia ó sanguinolenta, á veces como gelatinosa; y aun cuando se sumerja en agua , ó se lave al ór- gano alterado, no desaparece la coloración roja que presenta. Sí ha durado la enfermedad mu- cho tiempo, no es raro que la linfa referida se coagule y tome un aspecto fibroso ó lardáceo. Cuando ha sido la flogosis muy intensa , se cambia el músculo en una pulpa de un color rojo como la hez del vino , y toda infiltrada de sangre.^ wl'uede reconocerse una flegmasía muscu- lar por la existencia de los siguientes fenóme- nos : primeramente hay hinchazón y dolor, mas ó menos vivo, en el órgano enfermo, y al mismo tiempo, como el dolor estorba las con- tracciones , resulta imposibilidad de mover la parte en que se halla situado el músculo. Cuan- do es la flegmasía muy intensa, y ha sobre- venido la supuración , se observan fenómenos de fiebre grave , y sucumbe el enfermo , co- mo se ha notado en algunos casos de psoitis.La existencia anterior de un reumatismo; la mo- vilidad de esta afección, que pasa con frecuen- cia de una región á otra ; la falta de hincha-. zon , y por último la circunstancia de que el reumatismo jamas termina por supuración, bastan para establecer una diferencia bien mar- cada entre esta última enfermedad y la infla- mación verdadera de un músculo. En cuanto al tratamiento , es el de todas las flegmasías agudas : las evacuaciones sanguíneas genera- les y locales , según las indicaciones , los tó- picos emolientes , etc.» (Ollivier , art. Mus- cles , Dict. de méd., segunda edición , t. XX, p. 363 y sig.) G. Inflamación del tejido fibroso.—El te- jido fibroso se inflama con mayor frecuencia que el muscular, y asi es tan común hallarle inflamado en las articulaciones donde abunda. Su inflamación puede ser aguda ó crónica , si bien es mas frecuente lo último. Las violencias esternas y la acción del frío y la humedad, son las causas mas frecuentes y mejor conocidas de la inflamación del tejido fibroso ; enferme- dad que no debe confundirse con el reumatis- mo , pues que solo tratamos ahora de la fleg- masía legítima , verdadera, y no de un carác- ter especial. Cuándo se inflama el tejido fibroso , ad- quiere alguna rubicundez , se hincha ligera- mente , ofrece aumento de calor , y un dolor mas ó menos intenso , pero siempre de un ca- rácter particular como dislacerante. La poca actividad orgánica del tejido fibroso, y su tes- tura densa , son tal vez las causas que mas contribuyen al carácter lento de sus flegmasías. La inflamación de las membranas fibrosas y de los ligamentos , suelen terminar por in- duración y engrasamiento; alguna vez por su- puración , y también se ha visto sobrevenir la gangrena. En los tumores blancos se encuen- tran los ligamentos de las articulaciones pro- fundamente alterados; apenas puede recono- cerse su naturaleza fibrosa , han perdido su color blanco y su brillo argentino, y se hallan, en una palabra , desorganizados. Nos parece inútil entrar aqui en mas por- menores respecto de la inflamación de este tejido. H. Inflamación de los tejidos cartilagino- so y óseo.—Será lo mejor, para dar una ¡dea de las inflamaciones de estos tejidos, copiar la principal parte del artículo que Dubois consa- gra á esta enfermedad en su Traite de patho- logie genérale. Entrar en consideraciones mas prolijas, seria basta cierto punto ageno de una obra de patología interna. «En este sistema son muy lentas las inflama- ciones , sobre todo en la vejez , porque sabido es cuánto se aumenta la proporción de las sus- tancias calcáreas en la última edad de la vida, y cuánto disminuyen por consiguiente los fe- nómenos vitales. Las mas veces solo escitan estas enfermedades dolores poco intensos , y sin embargo, hay hinchazón , que se advierte en los huesos superficiales, prescindiendo ahora de los exostosis, porque entonces hay algo mas que hinchazón; y ademas, cuando la inflama- ción es sifilítica , ofrecen los síntomas un ca- rácter particular, que no permite confundirla con otras afecciones. Digo pues , que los dolo- res de las inflamaciones verdaderas no son muy intensos, al paso que los dolores óseos de na- turaleza sifilítica , suelen ser insoportables. Circunstancias hay , sin embargo, en que las inflamaciones ordinarias llegan á ser muy do- lorosas : cuando las partes inmediatas padecen al mismo tiempo que los huesos , cuando es- tán, por ejemplo, inflamados los tejidos de una articulación , son escesivos los dolores , y mas fuertes aun, cuando se ha propagado la infla- mación desde las partes blandas á los huesos; fuera de estos casos existe mas bien una sen- sación de peso ó dolores obtusos. «Son poco numerosas las causas propias para producir la inflamación legítima de los huesos , y casi siempre consisten en violencias esteriores , contusiones , heridas , etc. Pero los huesos , situados por lo común á mucha profundidad , y capaces ademas de sufrir va- rios choques impunemente, no son muy acce- sibles á la acción de tales ejentes ; asi se vé que no reconocen esta causa el mayor número de sus enfermedades, sino que proceden de modificaciones viciosas , impresas á su modo de nutrición , y que dependen de alguna ca- quexia. En efecto, casi siempre residen en los síntomas óseo y cartilaginoso flegmasías espe- ciales , como inflamaciones escrofulosas , sifi- líticas , y vicios que obran sobre los mismos sistemas , tales como el gotoso y el reumá- tico.... «Cuando han sucumbido los sugetos en el curso de las inflamaciones óseo-cartilaginosas, se encuentra una inyección en los huesos enfer- mos, tanto mas notable, cuanto que estos órga- 118 INFLAMACIONES. nos contienen poca sangre en el estado ordina- rio. Serrados al través, se vé á este líquido trasudar en forma de gotas bastante numero- sas; su tejido aparece menos compacto en la parte media , y mas esponjoso en las estremi- dades ; á veces se encuentra reblandecido; las membranas esterna é interna , es decir , el periostio y la medular, participan asimismo generalmente del estado morboso , ofreciendo mayor grosor, y tienen los vasos mas percepti- bles. Se supone que su estado de osificación es una consecuencia, un resultado de la in- flamación ; pero falta probarlo. Otro tanto se ha dicho respecto á los demás órganos conti- guos á los huesos , cuando ofrecen puntos de osificación, y se ha citado como prueba lo que sucede á consecuencia de las fracturas. Pero el trabajo de osificación normal , considerado en sí mismo, debe ser enteramente distinto del inflamatorio. Por lo que hace á las tumefac- ciones ós.eas que se encuentran después de la muerte, hay que distinguir los exostosis , ó tumores muy circunscritos , de formas diver- sas, y los híperostosis ó tumefacciones mas es- tensas , de la tumefacción verdaderamente in- flamatoria : esta se reconoce fácilmente en el cadáver, porque se la halla inyectada y con el tejido enrarecido é infiltrado de sangre. Las tumefacciones no inflamatorias aparecen llenas de sustancias de diferente naturaleza. «En resumen, los huesos presentan la par- ticularidad anatómica de volver rara vez á su primitivo volumen, y de permanecer casi siem- pre alterada su sustancia , es decir, como hin- chada en las partes naturalmente esponjosas, escavada de vastas células, y cortada en hojas delgadas y friables; su tejido compacto queda desigual y poroso , y si la inflamación ha sido provocada por soluciones de continuidad, ofre- ce otras circunstancias. «Examinados en los cadáveres los cartíla- gos que han estado inflamados, se hallan abul- tados con mayor frecuencia que el tejido óseo; están muy rubicundos , casi siempre reblan- decidos , y por consiguiente menos elásticos que en el estado normal. En algunos sugetos, que se habían libertado de los accidentes in- flamatorios, y logrado curarse después de lar- go tiempo , se encontraron muy duros los car- tílagos , de un color amarillento , y con las superficies lisas. Cuando por el contrarío su- cumben los enfermos á consecuencia de la en- fermedad, se hallan los cartílagos reblandeci- dos , y en estado de supuración. «Para proceder con acierto en el tratamien- to de las inflamaciones de los sistemas óseo y cartilaginoso , es necesario en primer lugar atender á la intensidad de la afección , á su modo , y sobre todo á su naturaleza ; este úl- timo punto es el mas importante. Sin embar- go, cuando predomina el carácter inflamato- rio , cuando ofrecen los síntomas cierto grado de agudeza , como puede suceder , á pesar de la lentitud habitual de su curso ; es necesario recurrir al método antiflogístico , á los baños, á la dieta , á las evacuaciones sanguíneas , y sobre todo á la mas completa quietud. Ya se infiere que este tratamiento debe continuarse mucho tiempo , y por lo mismo ser poco acti- vo. En las inflamaciones por cansas esternas, es casi el único medio terapéutico que se debe emplear; pero cuando los antecedentes, el mo- do de aparición de los síntomas , su curso, y sobre todo sus caracteres indican que se trata de una inflamación especial, es absolutamente necesario recurrir á un tratamiento también especial.» (Ob. cit., p. 373 y sig.) I. Inflamación de la piel.—M. Requin, en su obra titulada Elémens de Pathologie -medí- cale , dedica un 'estenso artículo á la inflama- ción de la piel, considerada en general. Vamos á tomar de él lo mas importante y adecuado á nuestro objeto. Pueden las inflamaciones de la piel desig- narse con el nombre de dermitis, como lo ha- ce M. Piorry , aunque sean diversas en su na- turaleza. Del mismo modo se han confundido con el nombre de herpes todas las formas cró- nicas de la inflamación , escepto las de la piel del cráneo , que se llama generalmente tina. Ademas, todas las flegmasías cutáneas , sobre todo aquellas cuyo curso es agudo, se designan muchas veces con los nombres de erupciones • ó exantemas. * Para reconocer como inflamatoria una afec- ción de la piel, es necesario que haya eviden- temente , sino secreción de pus ó de algún hu- mor puriforme , á lo menos acumulación ac- tiva de la sangre con sensaciones morbosas en toda ó parte de la superficie cutánea; es necesario que haya á lo menos una hiperemia esténica. «Que esta se llame inflamación, di- ce M. Requin , puede pasar; pero no podemos admitir ni tolerar en sana nosografía , la falta en que incurren algunos autores , de ver toda- vía inflamación en ciertas erupciones, en que nada revela la existencia de semejante hipere- mia. Por ejemplo , no podernos reconocer con dichos autores una inflamación cutánea en las pequeñas vesículas llamadas sudamina , que sin dolor alguno , sin rubicundez de la piel, se manifiestan durante la fiebre tifoidea , y otras muchas enfermedades agudas y crónicas. Tampoco podemos reconocer una inllamacion cutánea en las papilas del prurigo , que ofre- cen el mismo color de la piel, y no presentan en su interior señal alguna de hiperemia.» La inflamación de la piel puede ocupar un solo punto de ella , una región ó la totalidad; y en este último caso puede ser continua, co- mo por ejemplo , en la erisipela y la escarlata, ó diseminada en muchos puntos distintos , co- mo por ejemplo , en las viruelas. Por lo común vá precedida la flegmasía de la piel de ciertos pródromos, febriles ó no fe- ' briles: en tales circunstancias suele ser la fie- bre su precursora. Este período es sobre todo muy notable y constante en ciertas enferme- dades agudas y contagiosas , tales como las viruelas, la escarlata y el sarampión: entonces la fiebre ó los síntomas generales se adelantan uno, dos ó mas dias á la erupción. También se vé algunas veces que precede la fiebre uno ó dos dias á los eritemas, las erisipelas, la ur- ticaria, el penfigo, la zona, etc. En semejan- tes casos se espresa mejor el curso de la en- fermedad con el nombre de fiebre eruptiva que con el de flegmasía cutánea; pero sin embar- go , como no siempre precede la fiebre, sino que aparece simultánea ó consecutivamente á la erupción , y por otros motivos, deja de ser esacto aquel nombre. Los cuatro caracteres primordiales de la inflamación , rubicundez, tumor , calor y do- lor, son en la piel otros tantos síntomas loca- les. Siempre son visibles en ella dichos fenó- menos , siempre manifiestos en el vivo; pero ofrecen muchos grados, según el género de la enfermedad. La rubicundez es mas ó menos viva: fugaz unas veces, y manifestándose apenas un corto instante para ser reemplazada por escamas, vesículas, pápulas, pústulas ó costras; pero en otras ocasiones persistente. En éste último ca- so suele constituir el carácter mas notable de la inflamación cutánea, como en el eritema y otros exantemas eritemoídeos (primer grado de la erisipela, sarampión, escarlata). Por úl- timo, hay muchas flegmasías cutáneas, cuya rubicundez deja al disiparse manchas negruz- cas que desaparecen con el tiempo. La tumefacción de la piel presenta tam- bién diferentes grados. Siendo muy notable eu ciertas inflamaciones, como el eritema nudo- so, la erisipela, las pústulas variólicas, el furúnculo, etc., apenas se percibe en otras, como por ejemplo, en la mayor parte de los eritemas, la ptiriasis, etc. También varia mucho el calor, según los casos; y ¡sí, en la mayor parte de las inflama- ciones agudas de la piel, hay un esceso de ca- lor que puede dar^i conocer el termómetro, y que es mas ó menos molesto al enfermo, tam- bién hay por el contrario muchas inflamacio- nes crónicas, en las cuales es nulo ó apenas perceptible este síntoma. El dolor se mmifiesta en estas inflamacio- nes bajo la forma de comezón , sensación que solo se advierte en la piel y en el principio de las membranas mucosas, o bajo la forma de escozor, de tensión, de punzadas, de corro- sión, etc. Todavía deben señalarse otros fenómenos como síntomas locales de las inflamaciones cu- táneas , cuyos fenómenos varían mucho según los casos: daremos una idea de los mas co- munes. La descamación epidérmica es uno de los síntomas que se observan con mas frecuencia, y muchas veces de los mas notables, de los mas característicos en ciertas enfermedades, en que se verifica de un modo particular. ACIONES. i|9 Acompaña y cierra la marcha de las inflama- ciones agudas de forma eritemoídea, flictenoi- dea, ó papulosa, que terminan por resolu- ción. En ciertas inflamaciones crónicas se efectúa de un modo incesante sobre puntos mas ó menos eritematosos, y constituye el carác- ter mas notable de las inflamaciones escamo- sas , tales como la ptiriasis y la psoriasis. La elevación flictenoidea del epidermis, producida por una secreción mas ó menos abundante de humores serosos en la superfi- cie del dermis, es un síntoma común á mu- chas inflamaciones cutáneas. Unas veces se forman gruesas ampollas, como por ejemplo, á consecuencia de los vejigatorios, de la que- madura, ó en la erisipela; otras aparecen ve- sículas muy distintas y fáciles de ver, como en la zona; y otras, por último, vesículas pe- queñas que se abren al instante, de modo que apenas dan lugar para descubrir su existencia, como sucede en el eczema. La pustulacion es un síntoma caracterís- tico de ciertas inflamaciones cutáneas llama- das pustulosas. Unas veces solo constituye una terminación por supuración , por depósi- to de verdadera pus debajo del epidermis , en uno ó muchos puntos circunscritos, como por ejemplo en la vacuna , las viruelas y la varie- dad de la varicela que llaman los ingleses swinc-pox. Otras veces son debidas las pús- tulas á que la inflamación reside, según afir- man los dermatologistas, en los folículos cu- táneos , que sobresalen, segregan abundante- mente el humor sebáceo, y aun á veces pro- ducen un humor de aspecto y cualidades dife- rentes. Asi sucede, por ejemplo, en la acné y en el impetigo. Pero ademas tiene la for- ma pustulosa, como la flictenoidea, sus varie- dades apenas perceptibles: asi es que apenas puede descubrirse la existencia de las pústu- las psidráceas del impetigo. En ciertas enfermedades cutáneas deben te- nerse en cuenta las costras que resultan de la concreción de los humores sobre la superficie de la piel. Pera su modo de formarse, dimen- siones, color, adherencia, etc., suelen ser- vir mejor que las formas ilictenoides y pustu- losa para caracterizar algunas especies. La inflamación cutánea, termina en oca- siones por gangrena, fenómeno que es siem- pre mas ó menos funesto. Esta terminación parece mas frecuente en la piel que en los de- mas tejidos, y puede tener lugar, por ejemplo, en la erisipela, en la quemadura y en la con- gelación. Constituye el carácter fundamental de algunas inflamaciones, llamadas por este motivo gangrenosas, como la pústula maligna y el carbunco. Por último, es también la ul- ceración un fenómeuo que presenta amenudo la piel como consecuencia de un trabajo in- flamatorio. Jamás constituye un vicio anató- mico primitivos Sucede á la forma flictenoidea, pustulosa, etc. En resumen, el curso de la inflamación de 120 INFLAMACIONES. la piel es agudo unas veces y otras crónico. Ademas se la ve terminar, según los diversos casos, de todos los modos que hemos indica- do al hablar de la inflamación en general. Independientemente de los síntomas pro- pios de la piel, y sin que haya siempre por eso perturbación general y febril de la economía, puede toda inflamación cutánea dar lugar al infarto de los ganglios linfáticos subyacentes, ó por lo menos de los que se hallan á poca dis- tancia y tienen comunicación anatómica con la superficie inflamada. En cuanto á. los síntomas generales y fe- briles, que con frecuencia acompañan á las in- flamaciones agudas de la piel, varían en nú- mero y gravedad, sin guardar relación con la violencia de la enfermedad local. En realidad sucede muchas veces, sobre todo cuando di- chos síntomas generales y febriles constitu- yen un periodo prodrómico, que la inflama- ción de la piel no es mas que uno de los ele- mentos de la enfermedad, y acaso de los me- nos graves. ' Las flegmasías cutáneas crónicas, que pre- sentan cierta estension y determinan dolo- res, aunque poco vivos, producen en oca- siones una fiebre sintomática, ó á lo menos dan lugar á una especie de irritación nerviosa durante el dia, y al insomnio por la noche. Obsérvanse muchas inflamaciones cutá- neas , tanto crónicas como agudas, que no van precedidas ni acompañadas del mas lige- ro trastorno en las funciones principales de la economía. En cuanto al examen necroscópico de la piel que ha sufrido una inflamación, cualquie- ra que sea su forma; se halla generalmente, como carácter anatómico común, una inyec- ción mas ó menos notable del tejido reticular de Malpigio, que aparece muy rojo, y algunas veces negruzco en toda la estension de las chapas eritematosas por debajo y alrededor de las flictenas, de las vesículas, de las pus - tulas, de las escamas, etc. En ciertos casos puede hallarse infiltrada de sangre la trama, sólida y profunda del dermis , como tam- bién friable, infiltrada de pus, sobre todo des- pués de la erisipela, después de las flegmasías pustulosas ó furunculosas, después de Fas que- maduras y de los vejigatorios. Considerada bajo el punto de vista etioló- gico, conviene dividir la inflamación cutánea de esta manera. Unas veces es debida á la ac- ción de causas determinantes esteriores, y por lo tanto local y de fácil curación; mientras que otras se desarrolla sin que una causa an- terior perceptible haya obrado directa é in- mediatamente sobre la piel, y parece mas ó menos íntimamente unida á ciertas condicio- nes interiores orgánicas ó humorales, percep- tibles ó no, y de las cuales en realidad solo constituyen una espresion sintomática. En cuanto á las causas determinantes este- riores se deben señalar principalmente las que siguen. Acción de un calor fuerte, y por lo tanto de un sol ardiente. Frío vivo é intenso, si va unido á la humedad , el cual es muy apropósito para la producción de los sabaño- nes. Los roces violentos y reiterados tales co- mo los de los vestidos de tela ordinaria, cor- batas ásperas, ligas, etc. Gontacto de cuerpos acres é irritantes, ácidos, álcalis y cáusticos, mostaza, cantáridas, tártaro estibiado, aceite de crotón tiglíum, etc., falta de limpieza. Pi- caduras de ciertos insectos, y sobre todo del arador de la sarna. Conviene observar que la ingestión de cier- tas sustancias alimenticias ó medicinales vie- nen á ser en algunos sugetos, por una idio- sincrasia singular, causa determinante de erupciones eritematosas. En los niños es condición sumamente ade- cuada la primera dentición para producir en la piel chapas eritematosas, ó eritemato-papu- losas. La supresión de las reglas ó del flujo hemorroidal, la repentina cesación de la lac- tancia, Ja imprudente suspensión de un exu- torio y otras causas análogas que pudieran lla- marse metastáticas tienen en realidad una par- te importante en la producción de ciertas in- flamaciones tanto agudas como crónicas de la piel. Algunas flegmasías cutáneas son debidas á la acción de causas específicas; como por ejemplo el sarampión, la escarlata, las virue- las, la vacuna, la pústula maligna, etc., etc. Ciertas diátesis, cuya existencia es positiva y se halla reconocida, se incluyen con razón en la etiología de varios géneros de flegmasías cutáneas. Parece, por ejemplo, que la diátesis escrofulosa es muy apropósito para producir el eczema impectiginoso de la cara y de la piel del cráneo hacia la época de la primera dentición y durante todo el resto de la infan- cia, no dudándose tampoco que algunas ve- ces sea causa de esos herpes corrosivos que en el dia se llaman lupus. De la misma ma- nera también contribuye ^poderosamente la diátesis gotosa, en concepto de muchos prác- ticos consumados, y sobre todo de Rayer, al desarrollo de las diversas flegmasías cutáneas que se comprenden bajo la denominación de herpes. Las inflamaciones cutáneas casi nunca son graves por sí mismas, y atendida únióamente su estension y la intensidad de sus síntomas locales. Sean agudas ó crónicas ceden por lo común fácilmente á un tratamiento adecuado. Las flegmasías agudas y crónicas de la piel suelen ser saludables, ya porque produ- cen una crisis provechosa, ya porque consti- tuyen una especie de exutorío natural. Los archivos de la ciencia están llenos de casos que lo comprueban: se han visto desaparecer felizmente muchas afecciones mas ó menos graves de los órganos internos, á consecuencia de una erisipela, de una erupción de furúnr- enlosó de.eetima, etc. Rayer, por ejemplo, INFLAMACIONES. 121 dice haber visto curarse una bronqnitis, que creía complicada con tubérculos, tan pronto como apareció espontáneamente un eczema en ambos antebrazos. Como varían tanto la forma y naturaleza de las enfermedades de la piel, es imposible dar aqui una idea general de su tratamiento; baste saber que se emplean por lo común los medios que combaten la inflamación en gene- ral, como los emolientes, los astringentes, las evacuaciones sanguíneas, los baños, etc. Sin embargo, hay muchas inflamaciones de la piel en que producen buenos efectos el azufre y sus preparados, el mercurio y varias otras sustancias mas ó menos estimulantes, em- pleadas interiormente ó aplicadas al esterior en forma de lociones, unturas, baños, etc. In- teriormente se ha preconizado mucho cierto género de remedios llamados depurativos; por ejemplo el pensamiento silvestre, la escabiosa, el lúpulo, la saponaria, la dulcamara, el tré- bol acuático, la bardana, la paciencia, la zar- zaparrilla, etc. AnTICULO VI. Historia y bibliografía. «Al presentar la historia de los escritos rela- tivos á la inflamación , fácil seria , casi sin di- gresión alguna , escribir la historia de Ja medi- cina moderna.» (Aperpu des découvertes, etc. en los Arch. génér. de méd., t. XX , p. 165.) Efectivamente, promueve el estudio de la in- flamación cuestiones de tanta importancia, que todos los escritores célebres , y principalmente los que han unido su nombre á alguna doctrina médica, se han visto precisados á examinar to- das sus partes. Nos limitaremos por lo tanto á dar una rápida ojeada sobre las principales in- vestigaciones de que ha sido objeto la inflama- ción, y manifestar las diversas influencias que han tenido en los progresos de la ciencia mé- dica. »La escuela hipocrática, que observó de un modo completo los grandes fenómenos de la fluxión, admite que resulta esta de una estimu- lación particular efectuada en un órgano cual- quiera: de aquí procede el axioma tan repetido después: ubi stimulus, ibi fluxus. De esta manera son atraídos los humores á las diferen- tes visceras y á los receptáculos naturales, de donde son espelidos al esterior , bajo la forma de diferentes fluidos ; cuyos fenómenos se han estudiado cuidadosamente respecto al pronósti- co y á las indicaciones terapéuticas. La fluxión es , para Hipócrates y su escuela , origen de numerosas enfermedades, y determina en los órganos las congestiones , las flegmasías y las degeneraciones (véanse principalmente los libros de.locis in homine, de glandulis, passim, etc.) Pretende Dubois que la escuela griega ha desig- nado mas bien á la fluxión que á la congestión (ob. cit., p. 11); pero no puede admitirse esta opinión: ¿cómo ha de creerse que Hipócrates, que habia fijado la atención en los fenómenos mas sobresalientes de la fluxión, tales como la tumefacción, la rubicundez y el aumento de la secreción, no los hubiese distinguido de los que caracterizan á la congestión sanguínea? La lec- tura de los escritos hipocráticos prueba que la palabra fluxión se ha tomado en un sentido muy general, y que sirve para designar la con- gestión sanguínea, inflamatoria ó no, las se- creciones morbosas que determina, y probable- mente también las que la son estrañas. «Conservando Galeno todas las doctrinas hi- pocráticas sobre la causa de las inflamaciones, insiste sin embargo mucho mas que sus prede- cesores sobre el aflujo de la sangre, que consi- dera como el origen principal de la inflamación. Describe los síntomas con una exactitud com- pleta (de morbor curat., lib. XIII y XIV), y no duda en atribuir al dolor la fluxión inflamato- ria : «Dolor ad ¡nflamationís lócum sanguínem trahit.» (De sanguinis missione , cap. 8.) Esto ha hecho que algunos autores mas modernos hayan transformado el axioma ; Ubi stimulus, ibi fluxus, en este otro : Ubi dolor, ibi fluxus; axioma que debe desecharse por cuanto reem- plaza una verdad con un error. Efectivamente, la estimulación y la presencia del estímulo son la causa déla inflamación, mientras que el do- lor no pasa de ser un efecto ; y ademas puede existir un dolor vivo mucho tiempo, sin que determine congestión , como se observa en la neuralgia. »Solo , como por vía de recuerdo, debemos hablar de los comentadores y plagiarios de Ga- leno y de la escuela griega: se han ocupado muchísimo del movimiento fluxionario, y de la naturaleza de los humores, entrando en una multitud de discusiones tan sutiles como supér- fluas. Ni aun Fernelio , superior generalmente por su buen juicio á todas estas vanas disputas, ha sabido preservarse de ellas (Universa medi- cina.) »EI descubrimiento de Harvey ha ejercido una influencia inmensa sobre toda la patologia, y particularmente sobre el estudio de los fenó- menos íntimos de la inflamación. Asi es que desde esta época empezaron á dominar las teorías hidráulica y mecánica en un crecido número de doctrinas médicas. El célebre HoiTmann es quien ha referido con mayor ardor, aunque no siem- pre con igual.éxito, todos los fenómenos de fisiología y patologia á las leyes dé la física. Trata de esplicar la producción de la flegma- sía por la obstrucción de los capilares venosos y arteriales. La sangre gruesa, tenaz y gluti- nosa , se detiene en los vasos , y acaba por pe- netrar en los capilares, que solo se hallan desti- nados á recibir la linfa y la serosidad. Asi pues, ademas de la obstrucción, hay error de lugar, y de aquí provienen las estancaciones , las con- gestiones, la tumefacción de los tegidos , y por último, la rubicundez, que es debida al paso de los glóbulos á.los vasos que naturalmente, no 122 INFLAMACIONES. los admiten. El dolor procede de la compresión de los filamentos nerviosos que se reparten por la túnica de los vasos distendidos por la sangre. Sin continuar esponiendo en todas sus partes la doctrina fundada por Federico HoiTmann, obser- varemos que era una emanación directa de las opiniones que reinaban en aquella época, y que no ejerció tanta influencia como pudiera creer- se en el progreso de la medicina. Únicamente condujo á los médicos á estudiar con mayor atención los fenómenos íntimos de la conges- tión (véase medicina rationalis, passim). »No se apartó mucho Boerhaave de la pre- cedente teoría : la obstrucción , el error de lu- gar y el movimiento acelerado de la sangre hacia el parage obstruido son las causas de la inflamación. Según esta teoría, tres órdenes de vasos de calibres diversos reciben á tres órde- nes de fluidos , compuestos de glóbulos de di- ferentes tamaños. Si uno de los glóbulos entra en un vaso que no es el suyo, sobreviene una obstrucción, y por consiguiente todos los fenó- menos inflamatorios. Los comentarios de Van Swieten son muy preciosos para la historia de la inflamación ; mas sin embargo , fuera de la erudición que brilla en los escritos de estos dos hombres ilustres, será en vano buscar en ellos documentos precisos y de cierta utilidad prácti- ca. (Commem. in aphor., c. 170 ,1.1.) »Entre los hombres cuyos escritos se distin- guen mas en la historia de la inflamación, de- bemos principalmente citar á Vauhelmont, Stahl, y Juan de Gorter. El primero, precur- sor de Stahl, enseña que los capilares gozan de un movimiento tónico que les es propio , y que depende de la exaltación de la sensibilidad. Há- llase esta determinada por la presencia de un estímulo, de una especie de espina que ocasio- na la congestión. Esta teoría ofrece un impor- tante descubrimiento ; hace depender la infla- mación de un trastorno de la sensibilidad, ó en otros términos de una irritación ; mientras que los sucesores de Vauhelmont no han ido tan adelante , y refieren la causa de la flegmasía á lo que no es mas que un efecto , esto es , á la obstrucción y á los demás fenómenos de hipere- mia. Adoptando Etmuller las ideas de Vau- helmont sobre la causa primera de la flogosis, declara que los trastornos de la circulación ca- pilar y la estancación de la sangre , y la tume- facción de los tejidos son un efecto de la irrita- ción dolorosa , de la espina (ijada en las partes. Hállanse mezcladas en las doctrinas de Vauhel- mont algunas espiraciones hidráulicas y mecá- nicas. (Etimiller, Oper. Medie, t. II, par- te 1.a Colleg, practic., sec. 18.) »Debemos insistir mas particularmente en las opiniones de Stahl, porque han tenido gran- de eco en todas las escuelas que le han sucedi- do , y porque tienen mucha parte en las teorías mas modernas cuya base es la irritabilidad. El célebre vitalista considera la plétora como cau- sa principal de los movimientos fluxionarios y las congestiones. La estancación sanguínea es á sus ojos el principal efecto de la inflamación, y su carácter mas cierto. «Quando quidem sestus «quídam, immo ardor, obtingere potest sine »vera completa stasi actuali: non vero inflam- «matio.» (Theoria médica vera, p. 830.) Stahl ha descrito todos los síntomas de la inflamación con el talento de un observador; pero lo sacrifi- ca todo al papel que atribuye á la congestión y á la fluxión. Las dificultades de la circulación, ó en otros términos la congestión, dan origen á la inflamación y á todas las enfermedades. El principio conservador , el alma, escita los lati- dos del corazón, el movimiento de las arterías, y el fluido sanguíneo , para hacer cesar la es- tancación , la congestión de la sangre, y la obstrucción en las parles inflamadas. Todas las espiraciones dadas por Stahl tienen por objeto demostrarla exactitud de esta teoría , á la cual no pudiera negarse la inmensa ventaja de.haber reunido y coordinado los numerosos hechos re- lativos al grande acto de la inflamación. El de- fecto principal que puede ponerse á la doctrina de Stahl, es el de no ver en la flegmasía mas que la congestión y la estancación, y principal- mente el de considerar á la fiebre y al conjunto de síntomas inflamatorios como unos movi- mientos escitados por el principio conservador de la vida. Según esta doctrina, se hallaba condenado el médico á observar, ó cuando mas á dirijír, los esfuerzos de la naturaleza; y ya se concibe á cuan graves peligros podría esponer semejante medicación, dirijida contra una enfer- medad que exige, por el contrario, los mas proutos y enérgicos auxilios. Muy preferible era la doctrina de los mecánicos , porque procura- ban destruir, mediante un tratamiento oportu- no, la congestión de la sangre y la obstrucción de los vasos. Borsieri, en su escelente comen- tario sobre la inflamación (Instituiionum medi- cina practica , t. I, p. 23 ; Ven , 1817), y Broussais (Examen des doctrines , t. II), han hecho resallar, en una esposicion crítica,.pro- funda, de la doctrina de Stahl, los infinitos er- rores de que se halla plagada. «Gorter , célebre discípulo de Boerhaave, se apartó de las ideas que profesaba su maestro, ó á lo menos las combinó con las de Stahl. Nega- se á admitir que la inflamación sea producida por la obstrucción de las arterias ; cree que de- pende del aumento del movimiento vital de al- gún ramo arterial , que lanza con mayor fuer- za la sangre roja á los vasos linfáticos,.y deque este líquido se espesa , y hace mas viscoso. El error de lugar , la obstrucción, y el espesor de la sanare que figuran en esta teoría , son to- rnados evidentemente de Boerhaave, Hoffmaii y los demás solidislas : á dichas circunstancias añade la contracción tónica de los vasos, que Stahl y sus partidarios hacen intervenir en la producción de la inflamación (Gorter, chirurgin repurgaia, lib. III, cap. 3, y compendium medicines, p. 127). «La minuciosa esposicion de todas las teorías en que se ba hecho intervenir las esplicacionea INFLAMACIONES. 123 hidráulicas, vitales y humorales, seria á la verdad de poco provecho para el lector. Sauva- ges, Vicq d'Azyr, Haller, Cullen y Borsieri, se declararon en favor del movimiento propio de los capilares. Ya hemos analizado los trabajos délos autores que con mas precisión han estu- diado los fenómenos íntimos y microscópicos de la inflamación. Haller , Hunter , Thomson, Wilson Philip, Ch. Hastings y Kaltenbrunner, han profundizado este objeto , y sus opiniones constituyen autoridad en la ciencia. Se hallará en sus escritos una exacta relación de los fenó- menos propios déla hiperemia, y de algunas de las alteraciones que la suceden. Debemos citar asimismo la notable obra de Dubois (d'Amiens) que contiene una esposicion completa de todos los escritos publicados sobre la congestión y la fluxión ; encuéntrase en ella ademas el resulta- do de las investigaciones propias del autor (Prclcpons de pathologie esperimenlale. París, ISiJ). Mas de una vez heñios aprovechado al- go de este libro. «Brovvu y Broussais han brillado tanto en la historia de las doctrinas médicas de que ha si- do objeto la inflamación, que á su rededor se agrupan los principales escritos publicados hace medio siglo. Las doctrinas vitalistas, de que fueron fundadores Van Helmont y Stahl, han tenido la principal parte en el movimiento cien- tífico de todo el siglo último. Después de haber creado Haller la fisiología esperiinental, y esta- blecido definitivamente las verdaderas bases de esta ciencia, descubrió en los tejidos propieda- des especiales, y desde entonces sirve la irrita- ción para esplicar un crecido número de fenó- menos fisiológicos y patológicos. Brown , que sin duda alguna bebió en esta fuente fecunda las principales ideas de su sistema, hace depen- dería inflamación, como las demás enfermeda- des, del aumento ó defecto de la incitabilidad. Desde entonces quedó toda la historia de la in- flamación completamente sacrificada á este ob- jeto sistemático. Hemos dicho ya de qué mane- ra se vio conducido á describir inflamaciones lo- cales y generales, esténicas y asténicas. El pun- to de vista enteramente especulativo que domi- na á todo su sistema, ha inducido á error por mucho tiempo, á causa de que es fácil equivo- carse respecto deJa verdadera naturaleza de los fenómenos morbosos. Tal es el imperio que ha ejercido Brown sobre las ideas módicas de su época y de nuestro siglo , que casi todos los autores que han escrito sobre la inflamación, se han creído obligados á discutir detenida- mente toda su doctrina, y á determinar lo que debe entenderse por inflamación pasiva y acti- va. Hemos prescindido de estas discusiones, porque verdaderamente han perdido para noso- tros todo género de interés, y porque ademas hay muchos inconvenientes en semejantes de- nominaciones. Si bien tienen mucha parte en el sistema de Bichat las especulaciones teóricas, sujeridas por Haller y Brown, corresponde sin embargo otra no pequeña á la observación de los fenó- menos naturales. Asi es que admitiendo toda- vía las principales opiniones del brownistno, describe con mucha verdad los fenómenos ínti- mos que siguen á la irritación de los tejidos (Analomie genérale , passim). »Pinel y su escuela han contribuido mucho á los progresos de la historia de la inflamación,, no considerando en sí mismo á este trabajo pa- tológico, sino lo que es infinitamente mejor, estudiándole en los enfermos. La descripción de muchas flegmasías no estudiadas aun, (a de la peritonitis, que se debe á uno de sus mas distinguidos discípulos, el doctor Gasc, y por último, la localizacion mas esacta de la mayor parte de las afecciones internas ilustra- ron mucho las flegmasías. Bichat abrió un nue- vo camino, que Pinel y después Broussais re- corrieron con gloria. Las obras de este último han sido demasiado estudiadas y criticadas, pa- ra que ahora nos arriesguemos á escribir algu- nas palabras sobre este asunto ; lo que única- mente debemos decir es que si bien han sido preparados sus recomendables trabajos sobre la inflamación, por los escritos deBrown, de Bichat, de Pinel, de los médicos italianos, etc., no le queda menor gloría por haber fundado él solo una parte muy importante de la patologia. In- dignado Broussais contra las doctrinas brownia- nas, que predominaban cuando escribió su Tra- tado de las flegmasías , y después su Examen de las doctrinas, consagró todo su tiempo y las admirables facultades de su entendimiento á demostrar que la irritación era el verdadero oríjen de varias enfermedades, que se atribuían á una causa enteramente contraria. Detenién- dose entonces á describir la flegmasía eu su forma aguda y crónica, redactó un crecido nú- mero de observaciones, á las cuales faltan in- dudablemente algunos de esos detalles minu- ciosos que en el dia se exijen; pero que no dejan de constituir cuadros animados, donde se hallan bosquejados con caracteres indelebles las principales diferencias de la inflamación. Broussais llegó por último á una conclusión que forma en alguna manera el resumen de to- da su doctrina, á saber: la irritación es la cau- sa de casi todas las enfermedades que allijen á la especie humana. Son flegmasías crónicas to- das las alteraciones que suceden á la inflama- ción aguda , como la ulceración , el reblande- cimiento , la hipertrofia, la atrofia , la indura- ción y todos los productos de nueva formación (tubérculo, cáncer, melanosis). »Precisamente es este último estremo el que ha dado lugar á los mas vivos debates. Lo» adversarios de Broussais le han objetado que podia sostenerse hasta cierto punto, que los di- ferentes trastornos hallados eu un órgano que ha sido asiento de una inflamación aguda, de- penden de este trabajo morboso; pero que ni un instante podia admitirse esta opinión, cuando aparecen dichas alteraciones sin nin- guna irritación antecedente. Empero, añaden, 124 INFLAMACIONES. ¿hay alguna prueba de que estas alteraciones sean un efecto de la flegmasía aguda , aun en el caso de que esta haya existido evidentemen- te , cuando se halla demostrado que también tienen su oríjen en diferentes condiciones pa- tológicas ? Háse visto después á la escuela anatómica, que habia suministrado los mas terribles ad- versarios de la doctrina fisiológica, dirigir toda su actividad hacia otros trabajos. Admirados de la incertidumbre que reina sobre el acto mor- boso que se llama inflamación, se limitaron los ánatomo-patólogos á estudiar las alteracio- nes en sí mismas , sin atender en manera al- guna á la causa íntima que las produce. En- tonces llegó á conocerse bien el reblandeci- miento , la ulceración , la hipertrofia, etc., pe- ro sin poder decir bajo qué formas se presen- taban estas lesiones cuando eran de naturaleza inflamatoria. Tal es, poco mas ó menos, el ac- tual estado de la ciencia en lo que toca á la in- flamación. Broussais y su escuela habian dicho que todas las enfermedades son inflamaciones, y las lesiones anatómicas alteraciones consecu- tivas á la inflamación. Sus adversarios se de- clararon contra esta aserción, y presentaron las pruebas á cuyo favor combatían ; de este mo- do consiguieron reducir á escombros el edificio levantado por Broussais; pero nada han cons- truido en su lugar , y se ignora actualmente cuáles son las verdaderas lesiones que la infla- mación deja en pos de sí. En vano sería buscar una historia de la in- flamación en las publicaciones que se han he- cho en Francia de doce años á esta parte. Los escritos cuya doctrina proporciona mas instruc- ción , y que hemos tenido á la vista, son los siguientes: Hunter (Traite de V inflamma- tion) , Thomson ( Traite medico-chirurgical de V inflammalion , trad. franc. París, 1827), Borsieri (lnstilutionum medicina practica?, to- mo 1, 1817); en esta obra se halla una espo- sicion crítica de todos los trabajos de los médi- cos mas célebres; muchos autores han toma- do grande parte de ella sin decir una palabra, tal es entre otros Scaríni, cuyo Compendio de la doctrina de la inflamación (Turín, 1811) nada importante contiene ; Cafiiii (De la na- ture de V inflammalion , París , 1821), Prus Víctor (De V irritation et de la phlegmasie. París , 1825), casi enteramente consagrado á la crítica de la doctrina de Broussais , y á la esposicion de ideas algunas veces originales sobre Ios-grandes fenómenos de la inflamación. Tommasiui (Exposition precise de la nouve- lle doctrine medícale italienne, París , 1821, v Dell' inflammazione della febre continua, 2 vol., Pisa, 1820 y 1827), Rasori (Teoría della flogosis). — Consúltense sobre la con- gestión y la fluxión : Barthez (du Traitement méthodiqne des fluxions. —Memoire de la So- ciété med. d'emulj , Tanquerel des Planches (Tesis de concurso, París, 1838), Dubois, d'Amiens (Prelecons de pathologie experimén- tale, París , 18U). El estudio de las alteracio- nes humorales en el curso de las flegmasías so- lo lo han hecho en estos últimos tiempos An- dral y Gavarret, cuyos escritos hemos citado muchas veces. Ya hemos hecho ver las impor- tantes consecuenciasque proceden de este nue- vo camino abierto á la patologia. CLASE TERCERA. DE LA. GANGRENA. Nombre y etimología.—«La palabra gan- grena ó mortificación se deriva de yfxu , yo devora, y según algunos autores, de la palabra céltica gan , que quiere decir todo. Los grie- gos la han llamado afanaos, trLa alteración del color normal de los te- jidos es otra lesión común á todas las gangre- nas , cualesquiera que sean su asiento, natu- raleza y causa. Eu algunos órganos , como en los tendones , ligamentos, cartílagos , sustan- cia cerebral y tejido celular , es poco pronun- ciado el cambio de color. Puede establecerse como regla general, que los tejidos adquieren un tinte mas subido, que solamente varía se- gún su color normal. La piel, por ejemplo, toma una rubicundez mas subida , lívida , vio- lácea , y después negruzca ; las mucosas gan- grenadas pasan del blanco pálido á un tinte amarillo gris, apizarrado ó negruzco; otras veces antes de llegar el tejido al color negruzco toma un tinte verdoso , como sucede en el ce- rebro. El cambio de color y el tinte mas ó me- dos subido , consisten en la hiperemia de los tejidos, en el acumulo de una gran cantidad de sangre , en su éxtasis , en su coloración ne- gra, probablemente en la disgregación de los glóbulos y la fibrina, que se concreta , y so- bre todo en la estravasacion de la sangre. Pero no bastan estas alteraciones, para esplicar el co- lor negro de los tejidos, en el cual tiene mu- cha influencia la fermentación pútrida que en- tonces se establece. »Alteración de consistencia.—Aumenta al- gunas veces por el solo hecho físico de la eva- poración del líquido , como en la gangrena se- ca ; mas puede decirse por regla general , que la cohesión de los tejidos disminuye en alto grado , sobre todo cuando contienen normal- mente , ó cuando han recibido á consecuencia del trabajo patológico gran cantidad de líqui- dos. Los tejidos secos, como los tendones, aponeurosis, ligamentos y huesos, pierden mas difícilmente su consistencia; al contrarío , los parenquimas, el pulmón, el bazo, el cerebro, acometidos de gangrena , se reducen á una papilla grisienta ó negra , y se ponen difluen- tes. Tengamos presente, que la estremada, blandura de un tejido, no siempre debe in* ducir á creer la existencia de una gangrena, y que para declararla en este caso convie- ne proceder con precaución , si faltan otros caracteres de los que ya hemos indicado, y de los que nos resta dar á conocer. Algunas veces tienen los tejidos una consistencia tal, que parecen porciones de momias egipcias (gan«? greña momiforme). La desecación lenta y espon* 128 GANGRENAS. tánea parece ser la causa de esta alteración, que solo se manifiesta en la pierna y en el pie, puntos en que se establece fácilmente la eva- poración. Quizá podría sostenerse, que la gan- grena solo es una putrefacción que se detiene en cierto grado. »Fermentación pútrida.—Gas. — Olor.— En la gangrena confirmada es donde sobrevie- ne esa fermentación pútrida , que se desarro- lla necesariamente en toda materia orgánica abandonada á sí misma , que contiene líquidos y aire, y que está sometida á una tempera- tura elevada sobre cero. Cuando estas condi- ciones físicas, indispensables para que haya fermentación pútrida , se encuentran reunidas en un órgano (como lo están constantemente, aunque en diferentes grados en las partes cons- títuyentesdel cuerpo humano), se desenvuelven gases y nuevos productos , y bajo este aspecto solo median muy cortas diferencias entre la pu- trefacción cadavérica y la que se observa en el hombre. Mas para probar enteramente esta iden- tidad, seria necesario esponer esperimentos, que todavía no se han hecho. La formación y des- prendimiento de gases acaecen con bastante rapidez; ¿serán idénticos á los que emanan de un cadáver en putrefacción? Sábese que en este caso los gases son: el hidrógeno combi- nado con el carbono, con el azufre ó con el fósforo ; el ázoe ó el amoniaco ; y puede afir- marse que se exhalan en grande abundancia, y arrastran consigo una materia animal olorosa, escesivamente fétida , y del todo especial, que muchas veces dá á conocer la gangrena. Es- tos gases ocupan en varias ocasiunes el inte- rior de los vasos, infiltran el tejido celular, ó se propagan siguiendo el trayecto de los vasos y nervios (Thomson), declarándose su presen- cia por una crepitación, fácil de percibir, y que alguna vez se estiende á todo el tejido celular inmediato. Al mismo tiempo hay formación de productos ácidos , de un sabor acre y cáusti- co , que pudieran estar constituidos en parte por el ácido nítrico, que se forma, como es sa- bido , en los casos de putrefacción lenta y la- boriosa (Rúrdach , Physiologie , t. V, p. 446). «Auiique puede desarrollarse la gangrena én todos los tejidos, varia su frecuencia rela- tiva. El tejido celular, la piel , las membranas mucosas, los parenquímas, los músculos, los huesos , los tendones, los nervios, las aponeu- rosis , los órganos fibrosos: tal suele ser el or- den de frecuencia en que los invade. Puede establecerse como regla , que cuanto mas vas- cular y sensible sea un tejido , mas disposición tiene á gangrenarse; lo cual se esplica por la multiplicidad de las alteraciones, que se desar- rollan en los tejidos que se hallan en estas cir- cunstancias. «Puede afectar la gangrena dos especies de tejidos muy diferentes : ó los normales, mas ó menos alterados por Ja enfermedad; ó los te- jidos de nueva formación , como el cánceren- eefalóidep,, el escirro y el tubérculo,.que es- tán como los otros espuestos á la mortificación. Síntomas. «Hemos representado la gangre- na como una enfermedad que corre diversos periodos : y en efecto, en la que termina por la curación se observan cuatro bien distintos: 1.° en el primero aparecen todas las señales de un trabajo morboso local, caracterizado por la diminución de la circulación, de la sensibilidad, de la calorificación , y por los síntomas consi- guientes á tales alteraciones (gangrena de al- gunos autores); 2.° en el segundo período es completa la mortificación de los tejidos , y se manifiestan los síntomas correspondientes á es- ta alteración (esfacelo de ciertos autores); 3.° el tercer periodo está constituido por la elimina- ción de las partes mortificadas; 4.° el cuarto es el en que se efectúa el trabajo de repara- ción y cicatrización. - «Necesario es distinguir cuidadosamente en los síntomas de la gangrena, los que nacen de esta afección, y los que pertenecen á la enfer- medad local ó general que la determina. Asi es que por mucho tiempo se han hecho figurar entre los síntomas de la gangrena senil , una multitud de fenómenos morbosos , que deben ser referidos á la arteritis, ó, bien á otras en- fermedades de las arterias, capaces de produ- cirla. De la misma manera se fia procedido en muchas gangrenas, cuya causa y modo de des- arrollo aun no habían sido revelados por la anatomía patológica. De aqui resultó, que por mucho tiempo hubo en la historia de las gan- grenas una deplorable confusión , que por des- gracia se encuentra todavía en las obras mo- dernas. Cuidaremos de no mencionar en la es- posicion general que hemos de hacer, sino los síntomas comunes á todas las especies de gan- grena , indicando las diferencias con que las modifican la naturaleza de los tejidos y las funciones de las partes mortificadas. Solo en estas circunstancias consisten las variaciones que se encuentran en los síntomas de la en- fermedad. Y>Primer periodo.—Cualquiera que sea la naturaleza del trabajo patológico que precede á la invasión de una gangrena , sea una fleg- masía violenta ó de naturaleza específica , una causa local como la acción de un cáustico, un golpe, la presión, ó bien una causa general; los tejidos que están amenazados de muerte, presentan en sus funciones y estructura mo- dificaciones patológicas, que pueden estudiarse de una manera general. «Si el órgano es accesible á los sentidos, como un miembro ó un dedo , se observan en él los fenómenos siguientes : A. Cambio en la coloración normal de la piel.—Es reemplazada por un matiz mas su- bido , que varia entre el rojo vivo y el rojo violado ó el negro : color pallidior cinereus, fuscas , lividus niger Boerhaave. (Afor , 427, t. I.) El color negro es ordinariamente el indi- cio de la gangrena confirmada. B. ^Diminución d$ actividad en la circu- GANGRENAS. 129 lacion capilar.—La sangre se estanca en los vasos , y el doctor Hastings ha encontrado en sus investigaciones microscópicas , que perdía el color encarnado y tomaba un tinte more- ntisco. Esta detención de la sangre y la iner- cia de los fluidos que de ella emana , son los hechos mas constantes de la mortificación. Las pulsaciones arteriales llegan á ser mas raras, y cada vez menos perceptibles; lo cual manifiesta que está la circulación oprimida y retardada, hasta el momento en que cesa del todo. «El doctor Carswel en el artículo Gangre- na de la Enciclopedia inglesa, cita esperimen- tos microscópicos, que le han revelado el mo- do de desarrollarse la gangrena (Mortification -the cyclopedia of pratical medecine, t. III, pá- gina 125). Cuando se examina un tejido trans- parente, como la pata ó el mesenterio de una rana , y se le somete á la acción de un ájente químico ó mecánico, desde luego se observan los fenómenos de inflamación. Una vez llega- do el caso que Kaltenbrunner designa con el nombre de estado perfecto , se vé que cesa la circulación, se coagula y decolora la sangre, y se modifica el color de la parte, á causa de los cambios que sobrevienen en la sangre derra- mada ó contenida aun en sus vasos. Los gló- bulos sanguíneos se reúnen unos con otros, se adhieren á la superficie interna de los vasos , y forman una masa negruzca, que ocupa toda su cavidad. La obliteración de estos conductos de- pende de la organización de la sangre , cuya fibrina se concreta, y puesta entonces en con- tacto con una membrana viva , se organiza y convierte en causa permanente de obstrucción. «Los esperimentos del doctor Kaltenbrun- »ner sobre los pequeños vasos durante la in- «flamacion , dice Víctor Andry, prueban , que «cuando nuestros órganos están en tal estado, «siempre se estanca la sangre en un punto mas »ó róenos estenso dé la parte-inflamada. Si «llega á ser muy violenta la inflamación , ó si, »por causas que no podemos apreciar, no se «restablece la circulación , se ingurgitan los «pequeños conductos, se retraen mas y mas , y «necesariamente ha de desarrollarse la gangre- »na en el punto donde ya no circula la sangre.» (Loe. cit., p. 157.) «Los fenómenos de que habla Carswel, no pueden referirse á la inflamación , si se aceptan como verdaderos los esperimentos hechos por Robert-Latour, que se dirigen á probar que los animales de sangre fria no pueden contraer inflamación. Sin entrar en discusión acerca de esta materia , que sería en este lugar importu- na , no podemos menos de admitir que'los fe- nómenos indicados, cualquiera que sea su cau- sa, se verifican realmente en los vasos , puesto que han sido vistos constantemente por todos los observadores; pero ¿acontecen siempre co- mo acabamos de describirlos? Acaso sí, cuando la gangrena es efecto de una flegmasía violen - ta; pero tal vez no, cuando la mortificación se desarrolla por la influencia de causas del todo TOMO VII. diferentes. Difícil es admitir en este caso que sean los mismos los fenómenos íntimos. Hay sin duda un trabajo morboso local, una .espe- cie de química molecular viviente , que obra en los tejidos que se van á mortificar; pero este trabajo, que quizá será común á todas las cla- ses de gangrena, no le conocemos. » La circulación opilar goza al principio de una estremada actividad en la gangrena que resulta de una inflamación; la sangre se pre- cipita con fuerza y en gran cantidad en los va- sos. Si se interpreta de una manera convenien- te el error de lugar admitido por Boerhaave y su escuela, no es una hipótesis tan frivola co- mo pudiera creerse á primera vista. Se puede establecer, por ejemplo, que los vasos de me- nor calibre admiten una cantidad anormal de sangre, y que se rompen sus paredes bajo el influjo de las causas que de tal modo precipi- tan, la sangre en su cavidad. Mas tarde se de- sarrollan otros fenómenos. «La sangre, dice Samuel Cooper, continúa todavía circulando, á lo menos en los principales vasos de la par- te, pero acaso con menos fuerza y en menor cantidad que antes, por la resistencia que en- cuentra al atravesar los vasos capilares; en el tejido celular sigue acrecentándose la efusión serosa y disminuyendo la acción de los vasos absorventes y sanguíneos; hasta que queda la parte incapaz do, ejercer sus funciones en la economía animal.» (Dict. de chirurg. praliq., p. 529, t. I, 1826). Tengamos presente que no siempre puede referirse á la inflamación la hiperemia que se manifiesta, y que puede de- pender de otras causas, como sucede á la ir- rupción de los líquidos serosos ó de otra na- turaleza, que en esta época afluyen en gran abundancia. A la actividad aumentada de la circulación debe atribuirse el estremado calor, que se observa en los miembros, en la piel, y en general en todos los puntos que han de ser acometidos por la gangrena. En el segundo periodo de la enfermedad sucede el enfria- miento á la elevación de temperatura. La in- filtración de los tejidos por serosidad derra mada, es también un síntoma frecuente: na- da mas común que ver los órganos próxi- mos á gangrenarse , ingurgitados y tumefac- tos por un edema considerable, mas bien pa- sivo que activo, como decían los antiguos. ((Sensibilidad.—No es raro observar, en el principio del periodo que estudiamos, do- lores bastante vivos en los tejidos acometidos de gangrena, cuando en ellos se ramifica cier- to número de nervios. Esta exaltación de la sensibilidad se manifiesta sobre todo en los miembros (gangrena senil), y mas raras ve- ces en las gangrenas viscerales. No seria acer- tado creerla siempre efecto de un estímulo, cuando mas bien parece depender de la per- versión funcional que sufre la inervación lo- cal ó general; perversión de las mas pronun- ciadas en la gangrena espasmódica por el cen- teno corniculado,, enfermedad 'que injusta- 130 GANGRENAS. mente se ha querido referir á una arteritis. Cualquiera que sea la causa del dolor, bien pronto es sustituido por una sensación de en- torpecimiento, de estupor y de insensibili- dad absoluta. «Al mismo tiempo que se alteran, como acabamos de decir, la sensibilidad y la circula- ción, pierde la parte su temperatura normal, que desciende muy sensiblemente. Aparece también el olor gangrenoso tan característico, aunque menos fuerte que en el periodo si- guiente. Segundo periodo.—«Todos los fenómenos que hemos estudiado , se presentan igual- mente, pera en grado mas alto, en la gangre- na confirmada ó sea en el esfacelo, como di- cen ciertos autores. Entonces la parte muer- ta está lívida, violácea ó negruzca; su tejido blando y friable se deja dividir con facilidad con el instrumento ó por el dedo, al menos en la gangrena húmeda. Otras veces al con- trario, se desecan las carnes, se apergaminan como los tejidos de una momia, y es tal su consistencia, que resuenan como un pedazo de carbón percutido con un instrumento. La parle.está completamente insensible, su tem- peratura es la del medio que la rodea. Uno de nosotros ha tenido ocasión de observar este equilibrio de temperatura entre los tejidos gan- grenados y el aire que los circundaba, en un enfermo colocado en las salas decirujía, que estaba invadido de una gangrena de la pierna y pie. Aplicando el termómetro sobre las par- tes donde era completa la mortificación, pu- do convencerse con toda evidencia, de que su temperatura era la misma del aire atmosféri- co. Al colocar el instrumento en las porciones de la piel que ofrecían un color violado y lí- vido, y que aun no estaban del todo privadas «le vida, ascendió el mercurio un poco mas que en el anterior esperimeuto. Notó, en fin, que habia mas calor que en el estado normal, en los sitios donde estaba la piel roja é infla- mada. Se ve pues, que en los esperimentos de este género , es necesario tomar precaucio- nes que preserven del error; no podrá ser igual la temperatura marcada por el termómetro en un tejido enteramente gangrenado, y en otro donde se efectúe un trabajo activo de elimi- nación. Asi es que por no haber determinado, ni dado á conocer las condiciones en que obra- ban , los observadores que han hecho ensayos con el termómetro, han obtenido siempre re- sultados contradictorios. «En las Lecciones orales de Dupuytren se lee una aserción singular , respecto de la temperatura de las partes gangrenadas. «No «es un frío, dice, como podría pensarse, pa- «recido al del cadáver, y efecto del equi- «librio establecido entre su calórico y el ai- «re esterior ; es un frió glacial superior al «cadavérico y al que marca el termómetro es- «puesto al aire ó sumergido en agua corriente. «Mucho tiempo ha que tengo hechos en esta «materia numerosos esperimentos; y d ^er" «mómetro aplicado á la parte atacada de gan- «grena inminente, desciende mucho mas que «en todos los otros casos.» (Lepons orales de clínique chirurgicale, t. IV, p. 492, 1834). El frío glacial superior al cadavérico es un he- cho tan contrario á las leyes de física, que nos enseñan el equilibrio de la temperatura, que debe desecharse como falsa la opinión de Du- puytren. Ademas, los esperimentos que mas arriba hemos citado, no pueden dejar duda alguna sobre el particular. Volvamos á incul- car, que importa valerse de ciertas precaucio- nes; que es necesario tener cuidado, por ejem- plo, de poner la parte gangrenada en equili- brio de temperatura con el aire esterior, qui- tando las mantas que cubren al enfermo; pues de lo contrario, claro está, que la tempera- tura de la-gangrena seria algunos grados mas alta que la del aire. »En el segundo periodo de la gangrena es cuando cesa completamente la circulación en la trama de los órganos mortificados, y cuan- do se efectúa la coagulación y estravasacion en los tejidos adyacentes: también se despren- den en esta época los gases fétidos, de olor unas veces algo parecido al de los ajos, otras completamente igual al que exhala el cadáver en plena putrefacción. El olor se comunica al aire atmosférico en los casos de gangrena es- terna , ó al aire espirado por el enfermo, cuan- do tiene el mal su asiento en las vias respirato- rias ó en la porción del tubo digestivo conti- gua al diafragma. Muchas veces producen tam- bién el olor gangrenoso los diferentes líquidos segregados y escretados, que< han estado en contacto con los tejidos esfacelados. El olor gangrenoso es de naturaleza muy.variable, pe- ro que fácilmente se reconoce habiéndolo per- cibido una vez; en la gangrena húmeda es muy fuerte, porque en ella se encuentran reunidas todas las condiciones favorables á su produc- ción; pero es poco notable en la seca ó momi- forme. ¿Es tal su constancia en todas las gan- grenas , que se le deba considerar como uno de los signos mas seguros de esta enferme- dad? Preciso es confesar, que raras veces fal- ta en la gangrena desenvuelta en los tejidos que comunican mas ó menos libremente con el aire. Aparece sin duda como fenómeno constante en la gangrena de las estremidades, á no ser que la acompañe una estremada de- secación; en la gangrena escorbútica de las encías, en la de la boca, en las aftas gangre- nosas y en las anginas de la misma especie, cuya incontestable existencia demostraremos en otro lugar; pero muchas veces falta en las gangrenas de la faringe, del pulmón y del es- tómago. A veces son los líquidos espelidos los úuicos conductores del olor fétido, como en los casos-de gangrena del estomago, de los intestinos, ríñones, vejiga, útero, etc. Cuan- to mas profundos están los órganos, con mas dificultad se desarrolla el olor; y aun aveces GANGRENAS. 131 falta en estas circunstancias, como en la gan- grena pulmonar. De todas maneras el olor constituye el carácter mas positivo de la en- fermedad ; por él se distingue la gangrena en el cadáver, de las enfermedades que le son mas ó menos parecidas; y merece sin duda la ma- yor atención. Conviene añadir á los. síntomas preceden- tes, los ya descritos con el título de caracte- res anatómicos de la gangrena, tales como: la alteración de color y consistencia, la fermen- tación pútrida, el olor, el enfisema, etc. En- tre estos hay unos cuantos, que no son acce- sibles á los sentidos, á no estar situado este- riormente el Órgano mortificado. «Quizá estrañará alguno no ver figurar en- tre los síntomas de la gangrena los que están consignados como tales en muchas obras. En efecto, al describir Víctor Francois los sínto- mas délas gangrenas espontáneas, cree deber esponer los de la arteritis y de la flebitis, para presentar asi los síntomas de la mayor parte de estas gangrenas, y esclarecer por consiguiente su diagnóstico. (Obra citada , pág. 242). Esta opinión solo es cierta respecto de las gangre- nas provocadas por enfermedades de las arte- rias; pero nosotros incluiremos estos porme- nores al hablar de la Arteritis. Entre los fenómenos generales ó simpátir eos, unos son efecto de la reacción escitada en todo el organismo por el trabajo elimina- torio y de reparación, que sobreviene en los tejidos que sufren gangrena; y otros son hijos de la-reabsorción de las materias pútridas in- troducidas en el torrente circulatorio. De los síntomas del primer orden nos ocuparemos mas adelante. (Véase Curso de la gangrena.) Hablemos ahora de los que dependen de la in- corporación de las moléculas pútridas á la san- gre, y que se desarrollan desde el instante en que se confirmada gangrena. Pueden servir á falta de síntomas locales, para reconocer la gangrena de las visceras interiores, y muchas veces son los únicos que se manifiestan du- rante la enfermedad. El estado tifoideo y las formas atáxieas y adinámicas son los tres es- tados morbosos, que ordinariamente se obser- van en semejante caso. Si el sujeto presenta los síntomas del estado tifoideo, cae en una estremada postración ; su piel se pone seca, terrosa, caliente, abrasadora ó fria ; tiene los tijos empañados y legañosos, la fisonomía pro- fundamente alterada , los labios y dientes fu- liginosos, la lengua seca, sed viva, el epigas- trio dolorido y el abdomen meteorizado; en semejante caso hay .hipo, fetidez de las eva- cuaciones y orina cenagosa. Cuando se mani- fiesta el estgdo atáxico se unen á los sínto- mas precedentes: cefalalgia, delirio violento, tranquilo ó taciturno, locuacidad, lipotimias, saltos de tendones, carfologia, lividez déla cara, etc. Anuncian el estado adinámico, y pueden hacer sospechar una gangrena inte- rior, la debilidad profunda, la decadencia de todas las funciones con integridad de la in- teligencia, el coma, los sudores frios y ris- cosos, el enfriamieuto.de la superficie del cuer- po, los escalofríos vagos, etc. La disemina- ción de los productos sépticos da lugar al con- junto de síntomas graves que acabamos de enumerar, y á la alteración de la sangre, que produce fenómenos de intoxicación , casi siem- pre mortales. «Los síntomas generales, escribe Thomson, «son los de las fiebres que participan mas ó me- ónos en los diferentes individuos de carácter iu- «llamatorio , del tifoideo ó del bilioso.» Esta opinión emititida por el médico inglés , es muy exacta, si le damos la verdadera significación que hoy ha de tener , gracias á los trabajos de los modernos sobre la localizacion de las fie- bres. Tales síntomas diremos que no proceden, ni de un tifus , ni de una fiebre tifoidea, ni de la lesión bien determinada de una viscera; sino que reuniéndose constituyen esos estados mor- bosos, complejos y desconocidos en su naturale- za, que se han llamado estados tifoideo, y atá- xico, y que se desarrollan , cuando se mezclan con la sangre, é infectan los sólidos viviente.s, principios tóxicos, como las sustancias putrefac- tas ó el pus. Bien merece ser leído el exacto bosquejo de los fenómenos morbosos delineado por Thomson. «La piel por lo regular está ca- «liente , seca al principio del ataque ; la lengua «morena y dura , y el pulso mas frecuente, pe- »ro menos lleno y fuerte que en la inflamación «simple: este estado del pulso va muchas veces «acompañado de intermisiones falaces y de sal- otos de tendones; la fiebre por lo general tiene «mas bien el carácter asténico que el esténico, ó »en otros términos, mas pertenece á los tifus que »á las inflamaciones; circunstancia que es muy «importante para el tratamiento general de la «gangrena. La fiebre en las afecciones gangre- «nosas va muchas veces acompañada de desa- »zon, insomnio, abatimiento, de una espresion «de dureza en la fisonomía, y en los casos gra- «ves casi siempre de un delirio mas ó menos «pronunciado. Sobrevienen algunas veces, cuau- »do progresa la enfermedad, sudores frios, pal- «pitaciones , convulsiones , y en muchos casos «un hipo acompañado de náuseas, que es el «síntoma que mas fatiga al enfermo, y con fre- «cuencia precede á la muerte: hay enfermos «que mueren en un estado comatoso , y otros «con grandes dolores, espasmos y delirio.» (Lectnres on inflammalion , p. 509.) «Parece que los cirujanos ingleses no te- men los malos efectos de la absorción de la ma- teria pútrida. Guthrie dice que la transmisión se verifica por el sistema nervioso antes que por los absorventes , y Btirns se ha esforzado á probar, que la impresión que recibe la eco- nomía por el contacto del principio deletéreo, de ningún modo está en proporción con la es- tension de la parte gangrenada, y por consi- guiente con la cantidad de materia pútrida, lis- tas doctrinas , del todo insostenibles , no serán 132 GANGRENAS. acogidas favorablemente por los médicos que conocen los efectos deletéreos de los líquidos en putrefacción ó sépticos , introducidos en el torrente circulatorio. Inútil, pues , seria espo- ner la demostración de este hecho, establecido de una manera irrecusable por los esperimen- tos fisiológicos, y por la patologia interna. Tercer periodo.—«Poco nos resta decir en este periodo, que se hasllamado periodo de eli- minación , ó con Hunter periodo de absorción disyuntiva. Comprende los fenómenos produci- dos por el trabajo patológico , que ha de sepa- rar las partes muertas de las vivas. Si no está elorganismo-estenuado , y si se conservan las, fuerzas generales , se establece la ulceración en el límite de la escara , y son espelidos los tejidos mortificados, al paso que los sanos tra- bajan activamente en la cicatrización. En el curso de este periodo vienen también porciones de tejidos gangrenados , ó de líquidos de un olor escesivamente fétido, á mezclarse con productos segregados por el órgano, ó con di- ferentes humores que pasan por ciertos reser- vorios; resultando de aquí los síntomas carac- terísticos de la gangrena interna, cuya exis- tencia puede revelarse únicamente por su me- dio : en esta época sobre todo se principian á desprender porciones de los tejidos mortifica- dos , lo cual también contribuye para el diag- nóstico. El olor y la naturaleza de los líquidos hemos dicho que suministran signos preciosos para conocer el segundo periodo. En el tercero se reúne á ellos otro mas decisivo, que consis- te en la presencia de pedazos gangrenados, donde todavía es fácil encontrar la organización propia del tejido alterado. Este carácter tiene mucha importancia en los casos de gangrena de las visceras situadas profundamente. Asi es, que los sugetos invadidos de gangrena pulmo- nar arrojan algunas veces en los esputos peda- zos de pulmón gangrenado, que se reconocen lavando las materias espectoradas. Cuarto periodo.— «Constituye el que los autores han llamado periodo de reparación. Obsérvase en él una inflamación adhesiva, que une las estremidades de los vasos , para impe- dir de este modo las hemorragias que pudieran producirse. Se crea ademas una membrana de nueva formación á espensas de una linfa plásti- ca , segregada desde el principio , y aun antes de la eliminación de las escaras. No creemos que esta membrana sea la que impida las he- morragias , á lo menos en la mayor parte de los casos. En el momento en que se desprende la escara , y aun antes de esta separación, tra- bajan activamente las partes vivas en la repa- ración , se efectúan los movimientos orgánicos con mas rapidez, y se desarrolla en los peque- ños vasos arteriales ó venosos una inflamación adhesiva ó secretoria , que oblitera sus conduc- tos , y precede á la secreción de la linfa plásti- ca , con cuyo auxilio se organiza la falsa mem- brana puogénica. Después de la caída del tejido gangrenado, queda una cavidad atiormal, cu- yas paredes están formadas por una falsa mem- brana, íntimamente unida álos diversos elemen- tos anatómicos que entran en la composición del órgano. La cavidad contiene un líquido pu- rulento, mezclado en mayor ó menor propor- ción con líquidos amarillentos y serosos ; algu- nas veces acaba por desaparecer á medida que se va retrayendo la falsa membrana, y en este caso es completa la cicatrización. No siempre produce el trabajo de reparación de la gangrena la falsa membrana; en muchos casos se cubren los tejidos de pezoncillos celulosos, que condu- cen rápidamente á la curación. «Debemos limitarnos á estas generalidades que pueden aplicarse á todas las gangreuas , y especialmente á la de causa interna, que es la que tenemos con mas frecuencia á la vista. De- talles mas estensos nos harían descender al examen de hechos particulares , donde presen- tan los fenómenos que acabamos de consignar variaciones muy notables en su sitio, forma y naturaleza; lo cual se esplica naturalmente por la diferencia que inducen en los síntomas y en la marcha de la gangrena los órganos afectados, las funciones que les son propias , y las causas que determinan la enfermedad. Es evidente que una gangrena del pulmón, producto de una inflamación violenta , ó de la reabsorción puru- lenta, no puede manifestarse con los mismos síntomas locales ó generales , que otra de un miembro, determinada por la osificación de las arterias. Estas razones nos mueven á no insis- tir mas sobre los síntomas de la gangrena. Curso, duración y terminación. — «Res- pecto del curso es necesario establecer una importante distinción entre la gangreua cir- cunscrita, y la que continua estendiéndo- se y haciendo progresos. En la primera son los síntomas menos graves , mas circunscritos, y la naturaleza tiende á limitar la estension de la parte dañada. Sin embargo, como el princi- pal peligro que sigue á la gangrena, resulta del contado de las partes vivas con el icor pútrido emanado del tejido gangrenoso; sucede con fre- cuencia que se efectúa la reabsorción, aun en los casos que parecen menos temibles. Por eso dice Begin: « mientras se estienda la mortifica- «cion habrá muy poco peligro, porque como «los tejidos gangrenados solo están en contacto «con partes ya iniciadas del mal, no hay lugar »á la absorción , al menos de un modo notable. «Sábese en efecto que en los tejidos muy in- «gurgitados no es regular la circulación, y que «la sangre se estanca casi completamente en «sus redes capilares; mas cuando se detie- »ne el mal, como las partes muertas se en- «cuentran en relación de continuidad con tejí— «dos, que medianamente irritados tienen su «circulación libre y activa , y ejercen una ab- «sorcíon muy enérgica, obra esta fuerza absor- «vente en las sustancias mortificadas, y cada «vez mas alteradas; cuyas moléculas, trasporta- «das á las partes centrales de la economía , no «tardan muchas veces en determinar desórde- GANGRENAS. 133 «nes secundarios, graves y aun mortales.» «Cuando progresa la mortificación se mani- fiestan los síntomas de postración; y al contrarío, si el mal se limita, vuelven á elevarse las fuerzas, el pulso, que era débil y frecuente, adquiere mas desarrollo, los síntomas locales toman mejor as- pecto, y comienza á manifestarse la inflamación eliminatoria , formándose una línea divisoria entre las partes muertas y las vivas. Cualquiera que sea la terminación de la gangrena, pue- de decirse que casi siempre se originan en su curso diversos accidentes. Hemos dicho ya que no seguia esta afección una marcha análoga á la de las flegmasías de sitio determinado. La ata- xia , es decir, la irregularidad que presentan los síntomas , forma uno de los principales ca- racteres de la enfermedad. En muchas ocasio- nes los paroxismos febriles imitan imperfecta- mente, al menos durante algún tiempo , los de una fiebre intermitente. Pero es lo mas ordina- rio, que afecte el mal la forma remitente, re- gular ó irregular , como en la fiebre de reab- sorción purulenta. Después de un escalofrío va- go , á veces muy marcado , acomete un calor urente y seco, delirio, etc. Importa al médico familiarizarse bien con estas diferentes fases de la enfermedad, á fin de saber reconocerla cuan- do se halle en órgano interno , y no dé lu- gar á ningún síntoma local. También debemos advertir que la diseminación de los productps produce flegmasías diseminadas , ó mas bien supuraciones difusas en muchos órganos, y es- pecialmente en el pulmón é hígado, donde se encuentran con frecuencia multiplicados absce- sos, que se desarrollan de una manera más ó menos latente. El tiempo que emplea la natu- raleza en separar las partes muertas de las vi- vas es muy variable; las fuerzas del enfermo, el grado de energía , la estructura de los órga- nos , y las causas de la gangrena, inducen grandes variaciones en la duración del mal. Los huesos , los cartílagos, los tejidos fibrosos y fibro-cartilaginosos resisten mas tiempo que los tejidos vasculares ó de gran actividad vital, como la piel, los parenquimas y los vasos, que rápidamente son desorganizados. La osificación de la arteria principal de un miembro produci- rá una gangrena de marcha crónica, mientras que la estrangulación , la compresión ó una in- flamación violenta, etc., podrán determinar en algunas horas el esfacelo de todo un miembro. Respecto de la duración podría, pues , conser- varse la distinción admitida por algunos auto- res , entre la gangrena aguda y la crónica, si no nos pareciese viciosa, en razón de que se refie- re á la gangrena, cuando en realidad solo puede aplicarse á la enfermedad que produce la mor- tificación. En efecto, la gangrena senil es cró- nica , porque la osificación de los vasos solo determina de un modo sucesivo los accidentes que han de venir á parar en la mortificación de una parte ó de la totalidad de un miembro. Su- pongamos al contrario , que una, fuerte ligadu- ra aplicada á un miembro para detener una he- morragia, determina la gangrena ; esta se des- envuelve muchas veces en veinticuatro horas, del mismo modo que cuando sigue á una vio- lenta conmoción, etc. La división clásica y ya antigua que acabamos de examinar, debe bor- rarse de las obras modernas , y si de ella he- mos hablado , solo ha sido para hacer resaltar sus defectos. »La duración de la gangrena varia según su terminación. Si adelanta en profundidad é invade sucesivamente diferentes partes de un órgano, durará, en igualdad de circunstancias, mas tiempo que una gangrena superficial y prontamente circunscrita. De todos modos la marcha de las gangrenas de causa interna es por lo general bastante rápida, y su ter- minación mas ordinaria es la muerte. Entre sesenta y ocho casos de gangrena pulmonar, cuyas terminaciones observó Laurence, hubo ocho curados. (La gangrena pulmonar consi- derada bajo elpunto de vista médico, en el pe- riódico l'Exper, núm. 152, 1840.) La muerte acontece de muchos modos: 1.° por la propa- gación de la enfermedad á casi la totalidad de la viscera, sobre todo, cuando esta es indis- pensable al mantenimiento dé la vida: 2 o por una hemorragia acaecida en alguno de los prin- cipales vasos comprendidos en la mortifica- ción: 3.° por la comunicación anormal que se establece enlre dos cavidades, por ejemplo, la de los intestinos con el peritoneo. También puede resultar la muerte, cuando la gangrena da lugar á la alteración de la sangre y sobre- vienen abscesos en diferentes puntos de la eco- nomía. Los estados tifoideo, atáxico y adiná- mico determinados muchas veces por la mis- ma causa, comprometen gravemente la vida, y rara vez se curan los enfermos cuando se halla alterada la sangre. Diagnóstico. — «No debe confundirse la gangrena con la conmoción. Distinción es es- ta que solo importa á los cirujanos, quienes para establecerla se guian por el restableci- miento del calor, de la sensibilidad , del mo- vimiento y de los latidos arteriales, en las par- tes que podían creerse mortificadas: ademas en la conmoción no cambia la piel de color, no se desprende el epidermis, y no hay lugar al dolor ni á la formación de líquidos pútridos. »En patologia interna el diagnóstico de la gangrena presenta con frecuencia grandes di- ficultades. No se trata en efecto solamente de distinguir durante la vida la gangrena, de las enfermedades que con ella tienen algunos pun- tos de contacto, como el reblandecimiento pro- ducido por una inflamación aguda y violenta; sino que después de comprobada su existen- cia, mediante los síntomas locales y genera- les, aun se necesita descubrir su causa. Añá- dese á esto que no siempre es fácil conocer los verdaderos caracteres de la gangrena, ni aun en el cadáver. Los antiguos han cometido bajo este aspecto frecuentes errores. Las alte- raciones que consideraron como gangrenas, no 134 GANGRENAS. son las mas veces sino reblandecimientos, ya inflamatorios,ya formados después de la muer- te. Daban aquella denominación á muchos re- blandecimientos del pulmón, del corazón y del cerebro; el intestino mas ó menos negruz- co en el grueso de sus membranas, le consi- deraban gangrenado, y lo mismo decían de una multitud de lesiones con pérdida de con- sistencia , que se observan en el bazo, hígado, vejiga, etc. Un tejida gangrenado se reconoce . en el cadáver por los caracteres anatómicos que ya hemos trazado con alguna detención. > El color verde ó negro, la blandura, la diflui- dez y homogeneidad de los tejidos mortifica- dos, y el olor que exhalan, rara vez dejan du- da respecto de la naturaleza de la alteración que se tiene á la vista. Pronóstico. —«Mas arriba hemos dicho que la terminación de las gangrenas interiores era casi constantemente mortal: no puede por lo tanto ser mas gravé el pronóstico de es- ta enfermedad. Pero de todos modos servirá para establecerlo la detenida consideración de las siguientes circunstancias. A. el estado del sugeto^ un iudividuo que es acometido de gan- grena en el curso ó el fin de una fiebre grave, está colocado en condiciones menos favora- bles para sanar, que un hombre robusto y que antes gozase de perfecta salud. B. el órgano , afecto; las gangrenas del cerebro, del estóma- go y del corazón son casi necesariamente mor- tales; las del pulmón y del hígado lo son un poco menos: la importancia del órgano decide del pronóstico. C. la estension de la gangrena. D. la causa; las que son generales, es decir, que dependen de alteración de la sangre (gan- grenas de las fiebres), son mucho mas graves que las dependientes de causas locales (infla- mación , compresión). E. los síntomas; sirven para establecer el pronóstico de un modo bas- tante seguro; si son locales y aparecen los sig- nos que anuncian la eliminación de los tejidos muertos, puede esperarse una terminación fa- vorable ; mas al contrario será probablemente funesta, si se estiende la gangrena y se desar- rollan los síntomas generales tifoideos 6 atá- xicos. Causas.—«Ya hemos demostrado los vi- cios de que adolecen las divisiones adoptadas hasta el dia para clasificar las diferentes espe- cies de gangrena según sus causas : ningún autor ha tratado de ordenar metódicamente sus modos de acción , ó si lo han intentado, no siempre han podido comprender el verda- dero origen de algunas gangrenas, ni las in- fluencias patológicas que las producen. Fácil- mente se descubre, que se atuvieron á los fe- nómenos mas aparentes, á los mas abultados, sin penetrar en el mecanismo íntimo de su pro- ducción; sin embargo, hoy.es posible fundar una división conforme á las precedentes refle- xiones, y tanto mas necesario, cuanto que permite reducir el considerable número de causas, disponiéndolas en ciertos grupos, for- mado cada cual por la reunión de las mas se- mejantes por su modo de obrar. En fin, una de las ventajas mías indisputables de la clasi- ficación que vamos á establecer, es la de indi- car desde luego cuál sea el verdadero trata- miento de la gangrena que hayamos de com- batir. No haremos un examen crítico de las divisiones adoptadas por Boyer y repetidas con algunas variaciones en uno de los artículos del Diccionario de Medicina (segunda edición), y en otros libros modernos, porque se hará implícitamente en el capítulo siguiente: con to- do diremos que no están al nivel de la ciencia. «El punto de partida de las gangrenas de- be buscarse: 1.° en una causa local, que obre en el sitio donde se desarrollan: 2.° én una general, que consista en alteraciones de los lí- quidos y de la sangre en particular, ó en una modificación patológica de todo el sólido vi- viente. ((Causas locales. —1.° A cciones físicas ó quí- micas.—Todos los agentes que por su contac- to con los tejidos alteran repentinamente su estructura, pueden producir la gangrena, ya obren al esterior, ya dirijan su acción á los órganos interiores: entonces en este misino lugar, y únicamente en él, es donde se desar- rolla la mortificación. Cuando ijn proyectil lanzado por la pólvora ó por otro medio, hie- re un tejido, resulta en él una escara, porque la materia organizada se altera profundamen- te en sus propiedades físicas y en su estruc- tura, y queda por consiguiente inepta para ejercer sus funciones; llega en fin á^ser una parte que ya no pertenece al organismo. La colisión, la contusión violenta, la acción del calórico sobre un tejido (quemadura), la ac- ción química ejercida por un ácido, álcali ó un compuesto cualquiera, capaz de combinar- se con los órganos y destruir las propiedades físicas que les son propias, como volviéndolos blandos y friables ó endureciéndolos: todas estas cansas pueden producir la gangrena obrando del mismo modo, es decir, cambian- do la estructura y composición normales de los tejidos. «El frío, la ligadura, la estrangulación y la inflamación, colocadas de ordinario al lado de las causas que acabamos de citar, no tie- nen con ellas ninguna especie de analogía re-.- lativamente á su modo de obrar, como demos- traremos mas adelante. 2.° ^Inflamación.—El trabajo morboso lo- cal que resulta de la inflamación , determina muchas veces la gangrena; pero hemos de aña- dir, que la acción de esta causa ha sido exa- gerada en cierta época, en que se la conside- raba como la principal influyente en la pro- ducción de todos los fenómenos morbosos. Absolutamente ignoramos, al menos en cier- tos casos, las influencias que dan á la infla- mación la tendencia á la gangrena. Muchas veces solo puede acusarse á la violencia mis- ma del trabajo inflamatorio, que desorganiza GANGRENAS. 135 los tejidos. Una de las condiciones que pa- recen favorecer la producción de la gangrena, es la poca vitalidad de los tejidos; y de aqui su frecuente invasión en los dedos de los pies, membranas fibrosas y escroto. No están acor- des los autores en este punto. La mayoría sostiene, que «cuanto mas abundan los vasos en una parte, mas dispuesta se halla á infla- marse , y por consiguiente á pasar al estado gangrenoso» (Víctor Andry, mem. cit. p. 57). En favor de esta opinión puede alegarse, que la inflamación flegmonosa ordinaria termina las mas veces por gangrena , precisamente cuando se desarrolla en partes ricas de tejido celular y de vasos, es decir, en los tejidos don- de puede progresar con violencia: con todo, necesario es que haya alguna circunstancia especial, para que termine por gangrena, y los mismos autores que convienen en presentarla como causa frecuente de mortificación, se ven obligados á reconocer la intervención de gran número de condiciones, lo cual disminuye no poco el gran influjo que dieran á la inflama- ción. Estas condiciones son la poca vitalidad de la parte, su situación mas ó menos lejana del centro circulatorio, y la disminución del influjo nervioso; circunstancias todas que exis- ten en los miembros inferiores. Entre estas causas deben también figurar las enfermeda- des del corazón y de los vasos, una vida mi- serable, el aire mal sano, la mala alimenta- ción, el escorbuto, el aniquilamiento de la acción nerviosa por los venenos, la acción de los remedios debilitantes, etc. Se concibe muy bien cómo llega la inflamación á producir la gangrena bajo la influencia de una ó muchas de estas causas reunidas, puesto que en va- rios casos pueden ellas solas determinarla. Víctor Andry , que pretende referir toda gan- grena á una causa idéntica, y es á la cesación de la circulación de lá sangre en los tejidos, se apoya en los esperimentos de Kaltenbrun- ner, de que ya hemos hablado, para probar que determinando la inflamación el estasis de la sangre, é impidiendo la circulación, no puede menos de ocasionar á menudo la mor¡-. tilicacion. También admite, que los órganos muy vasculares están mas espuestos que otros á la gangrena; pero esta proposición está m.iy lejos de ser verdadera: el pulmón, por ejem- plo , que con frecuencia padece flegmasías agudas y legítimas, comparativamente es ra- ras veces invadido de gangrena: basta para convencerse de ello, abrir las obras consa- gradas al estudio del pulmón , órgano tan. eminentemente vascular. Cuando se decla- ra una gangrena en el curso de una neumo- nía aguda, ó crónica, lo cual es mucho mas raro, se agrega á la iuflamacíon la acción de alguna otra causa; y para suministrar una prueba de este aserto sin salir del ejemplo que hemos eleuido, ¿en qué casos se observa la neumonía gangrenosa?"En el pulmón atacado de apoplegia, sembrado de tubérculos, en las neumonías lobulares con ó sin abscesos me- tastáticos, en las fiebres graves, en las virue- las , en los enajenados, etc.: ¿y se dirá que no hay entonces mas condiciones que las ordina- rias , que acompañan ó favorecen á la apari- ción de las flegmasías? «¿Son de naturaleza inflamatoria la gangre- na de la piel acometida de erisipela y la de la membrana mucosa de la faringe, en la angina gangrenosa, que nosotros distinguimos de la difterítica? No podemos admitir, en vista de las razones que espondremos con estension al tratar de las anginas, que ofrezca una inflama- ción simple semejantes caracteres: el estudio de las causas, y la gravedad y generalidad de los síntomas, militan en favor de una causa es- pecífica y mas general. En resumen, conside- ramos que la flegmasía que termina por gan- grena, tiene alguna cosa de específica, á no ser que los tejidos, fuertemente inflamados é ingurgitados de líquidos, sufran compresio- nes viólenlas que les hagan gangrenarse; mas entonces sobreviene otra causa, que obra in- terceptando la circulación. 3.° ^Enfermedades del sistema vascular.— Enfermedades de las arterias.—Como en otro lugar estudiaremos todas las enfermedades de las arterias, solo tratamos ahora de indicar las que producen particularmente la gangre- na. La osificación de las arterias, cualquiera que sea su causa, no la consideran Percival, Pott ni Delpech susceptible de ocasionarla: es- te último declara, que á pesar de haber encon- trado muchas veces osificadas las arterias en sugetos muertos de gangrena espontánea, no le es posible persuadirse, que baste semejante alteración de algunas arterias para producir ta- maño efecto. Laennec y Víctor Andry tampo- co quieren admitir esta causa. También pien- sa Dupuytren que la osificación de las arte- rias con permanencia de su calibre, no puede por sí sola producir la gangrena. Se pueden oponer á estas autoridades las no menos reco- mendables de los autores, cuyos nombres si- guen : Van Swieten en su Commentaire dice que puede consistir la gangrena en que lle- guen las arterias á ponerse rígidas y huesosas. Mórgagni ( de Sedib. et caus. , epist. LV, § 232), y Quesnaí (Traite de la gangréne, pá- gina 322; han admitido igualmente esta causa, asi como Samuel Cooper, Thomson, Hodson, Richerand, Brousais, Marjolin, Roche y San- son , Hébréard, Brícheteau, Compardon, Bay- le, Cruveilhier, Larrey, y Victor Francois. La misma divergencia existe respecto de si han de ser consideradas como causa de gan- grena las chapas cartilaginosas incrustadas en las paredes arteriales. «Al tratar de las enfermedades de las arte- rias discutiremos la naturaleza y causa de las diversas alteraciones que sufren los vasos; por ahora indiquemos solamente, que no siempre son efecto de la arteritis aguda ó crónica, y que la osificación senil no puede atribuirse á esta 13o GANGRENAS. causa; y desde luego comprenderemos por qué se encuentran con tanta frecuencia osifica- ciones en las arterias gruesas, sin que haya gangrena; mientras que si se desarrollan en un sugeto joven ó viejo los síntomas de una ar- teritis aguda ó crónica , no tardan en gangre- narse los miembros. En el primer caso se des- envuelve lentamente un trabajo intermedio en- tre el normal y el patológico , sin alterar la circulación ; mienlras que si las chapas hueso- sas ó cartilaginosas son producidas por una flegmasía aguda bastante rápida , no corre ya la sangre como en el estado de salud por los conductos enfermos , y entonces se declara la gangrena. También añadiremos , por no faltar á la exactitud , que muchas veces se desarro- llan osificaciones sin ningún signo de inflama- ción en los sugetos que llegan 4 una edad avan- zada , y no obstante se manifiesta la gangrena en tales circunstancias. Se ha supuesto que en- tonces la osificación, ó las demás lesiones capa- ces de alterar la pared de los vasos, se habían estendido hasta las arterias pequeñas ; de mo- do que no pudiéndose efectuar la circulación capilar, nacía la gangrena. Sea lo que quiera de estos hechos difíciles de conciliar, creemos irrecusable la siguiente proposición , á saber: que no todas las osificaciones de las arterias con permanencia de su calibre determinan siem- pre la gangrena; pero sí constituyen una de sus causas predisponentes. ¿Y será ademas ne- cesaria la intervención de otra causa ? Nos in- clinamos á admitirlo asi, con los autores que han hecho observar, que podían dificultarse las funciones de las arterias por las incrustaciones huesosas , fibrosas y cartilaginosas ; pero que estas no eran capaces de impedir que penetra- ra la sangre en los órganos , y que en tal su- puesto no podia concebirse que la gangrena de- pendiese de esta sola y única causa. Víctor Francois, que ha consagrado muchos capítulos de su importante obra al estudio de las dife- rentes alteraciones que acabamos de referir, las considera efectos de la arteritis y causas de gangrena. Sin embargo, también reconoce las influencias que obran al mismo tiempo , y no se crea que rehuse admitir otras causas á mas de la osificación ; asi lo confirma el siguiente pasaje, que dá una exacta idea de su modo de considerar este asunto : « No se hubiera vaga- do en el laberinto de opiniones contradictorias, si evitando el esclusivismo, se hubiera tomado por guia la consideración del asiento , forma* y estension de estas osificaciones; si.se hubieran observado las demás alteraciones que con ellas se complican; si sobre todo se hubiera hecho concurrir las muchas y diversas lesiones de los órganos circulatorios, del corazón , de las arterias, venas y del mismo líquido sanguíneo; si se hubieran hecho entrar en cuenta las afec- ciones primitivas ó secundarias de los centros y de los .cordones nerviosos, y si á todo esto se hubieran agregado las circunstancias acci- dentales de que hemos hablado, como flujos abundantes, hemorragias, síncope, pesares, debilidad, miseria, frió, etc.» (Essai sur la gangréne , pág. 181.) » Cuando las enfermedades de las paredes arteriales se manifiestan con prontitud, y cuan- do por su asiento y naturaleza obstruyen un punto limitado del conducto arterial, es la gan- grena su consecuencia casi inevitable, hasta en los jóvenes. Si se forman lentamente y sin es- torbar mucho el curso de la sangre , no pro- ducen este efecto, aunque entonces ocupen mucha estension del cilindro arterial , y aun- que se desarrollen en los viejos, como todo9 los dias sucede en estos. «Siendo la marcha de »la alteración patológica lenta, y por decirlo »asi insensible, se acostumbran poco á poco »las partes á recibir menor cantidad de sangre, »ó una columna que se mueve con menos ener- »gía por falta de elasticidad en las túnicas vas- «culares ya solidificadas. Ademas, sabidoesque »en la vejez se hallan tan limitadas las fuucio- »nes de los órganos, que hasta disminuye en- »tonces el número de los vasos.» (Víctor Fran- cois , loe. cit. , pág. 182.) A pesar de estas restricciones, no dejan de ser las osificaciones una causa predisponente'de gangrena, prínc- palmente cuando llegan á formar una eminen- cia en el interior de un vaso, hasta obstruirlo. La conservación del calibre arterial no es un impedimento á su producción , como lo prue- ban las observaciones de arteritis gangrenosa referidas por Roohe y Sansón , en que las ar- terias contenían una tela delgada de materia fibrinosa, que no hacia mas que estrechar el vaso. Leveille ha citado un caso parecido, en que no existia obliteración en ningún punto del tubo arterial. Godin ha referido uu ejemplo muy curioso de gangrena causada por falta de desarrollo, y como atrofia, del sistema arterial de las partes inferiores, que en razón de su es- trechez oponía un obstáculo al libre curso de la sangre; todas las arterias de la pelvis y de los miembros inferiores eran muy pequeñas, pero practicables (Archiv. gener. de 7nedécine, pág. 52 ). Sin duda alguna habia entonces una causa predisponente, como la osificación en los viejos. Pero no sucede lo mismo en la obli- teración de las arterias, determinada por la ad- herencia mediata de las paredes , á beneficio de una capa de linfa plástica , de un coágulo fibrinoso ó de otra cualquier materia : todos convienen en que estas circunstancias son una causa evidente de gangrena. «Casos hay en que, sin encontrarse ninguna enfermedad en las paredes de los vasos, se coa- gula la sangre en la arteria de un miembro, que se queda insensible y se enfria mucho tiem- po antes de gangrenarse. Mas adelante exami- naremos, cuáles son las circunstancias en que la sangre ofrece esta disposición á coagularse espontáneamente. «La ligadura ó una fuerte compresión, lenta ó rápida, obran simultáneamente sobre la cir- culación arterial, venosa , y sobre el influjo GANGRENAS. 137 nervioso; peco siempre es la principal causa de la gangrena la suspensión de la circulación. »4.° Causas de la gangrena que tienen su asiento en el sistema capilar.—Delpech y Du- breuil atribuyen constantemente la gangrena senil á la inflamación de los capilares y á su es- tension por los ramillos. Cuanto mas desciende esta inflamación á las ramificaciones, y por lo mismo está mas desarrollada , lauto mas con- tribuye á la producción de falsas membranas, que hacen impermeables los vasos y conducen necesariamente la gangrena. Siesta opinión es- tuviese probada, esplicaria cierlo número de gangrenas parciales, cuyo oríjen no puede re- ferirse á la enfermedad de los troncos gruesos; mas necesario es confesar que no se halla exen- ta de graves objeciones, y que solo podrá ad- mitirse, cuando la anatomía patológica haya su- ministrado la demostración del hecho capital, es decir, cuando manifieste la presencia de falsas membranas ó la enfermedad de los ca- pilares. Concíbese que tales alteraciones son difíciles de descubrir porque escapan á los sen- tidos ; sin embargo, hay cierto número de he- chos que confirman dicha hipótesis: tales son los esperimentos hechos por Cruveilhier, quien ha provocado la gangrena inyectando mercu- rio en los capilares de las estremidades. Las teorías antiguas sobre la obstrucción causada por aumento de consistencia de la sangre ser- virían para esplicar las gangrenas, si estuviese demostrado, que la sangre puede en efecto au- mentar de consistencia y determinar por su estasis la mortificación de los tejidos. Se pro- dujo este efecto en los esperimentos de Cru- veilhier ; pero no sucedió lo mismo en los de que vamos á hablar, y en los cuales hubo con- jestiones pasivas de tal naturaleza, que podían, si no determinar por sí solas la gangrena, al menos favorecer su producción. Incorporó Ma- gendie á la sangre sustancias inocentes por sí, pero capaces de espesarla, tales como la goma arábiga , el almidón; y encontró que transfor- mado el liquido de este modo, no atravesaba las diferentes redes capilares, particularmente las del pulmón, órgano donde se desarrollaban congestiones y verdaderas apoplegias; que se aceleraba la respiración, y que la disnea, siem- pre en aumento, acababa por conducir la asfixia y hacer perecer á los animales sometidos al en- sayo. Si se emplean sustancias muy tenues, co- mo^arbon porfirizado, solamente resulta difi- cultad en la respiración , de la que se resta- blecen los animales. Puede concluirse, pues, que volviendo la sangre mas espesa, se crean desórdenes, que se esplican por la dificultad que esperimenta el líquido al atravesar los ca- pilares , pero que distan mucho de la mortifica- ción. «La suspensión de la circulación sanguínea en las partes, y la coagulación en los peque- ños vasos, podrían ser consideradas, sino como causas esclusivas de ciertas gangrenas', al me- nos como muy influyentes en su producción. Esta obstrucción de la red capilar existe de se- guro en alto grado en la apoplegia pulmonar, en la tisis , y cuando el parenquima del pul- món ó de otras visceras está comprimido por un tumor; ahora bien, precisamente en tales circunstancias se declara con frecuencia la gan- grena. Creemos que no sea la inflamación la causa que mas ordinariamente influya en la producción de las condiciones patológicas de que hemos hablado mas arriba; y sobre este punto no estamos acordes con Victor Andry, quien sostiene la opinión contraria. «La infla- mación, dice, sobre todo la que llega al último grado de intensidad , impide en las partes el movimiento circulatorio» (loe. cit., pág. 160). Concluyamos diciendo que este asunto se ha- lla todavía rodeado de tinieblas, y que reclama toda la atención de los patólogos. »5.° Causas de la gangrena que tienen su asiento en las venas. — Quesnay piensa «que si se hace una compresión lenta y sucesiva , y que al principio obre con mas fuerza sobre el tronco venoso que sobre el arterial, impedirá el regreso de la sangre y hará entumecerse la parte, disponiéndola á la gangrena húmeda.» ( Obra citada , pág. 103.) Marjolin admite sin ninguna prueba, que la ligadura de un solo tronco venoso hacia la parte superior de un miembro puede ocasionar la gangrena (artícu- lo gangrena , Dictionnaire de medecine, se- gunda edic., pág. 605). Examinemos sobre qué hechos está basada esta opinión , y si es admi- sible. Ribes ha observado un caso, cuya mi- nuciosa narración se encuentra en la Revue medícale (t. III, pág. 17,1835). El sugeto de la observación era una mujer de treinta años, que todos los inviernos padecía sabañones en las manos; una de ellas ofrecía ya los signos de gangrena incipiente, cuando Ribes vio por primera vez á la enferma. Bien pronto apare- cieron sucesivamente inflamaciones en las ve- nas .cefálica , mediana y radial anterior y pos- terior; mas tarde eu la basílica, mediana y cubital anterior y posterior. En la autopsia se encontraron en estos vasos vestigios evidentes de una flebitis intensa. Godin ha considerado en este caso la obliteración de las principales venas del miembro , como causa de la gangre- na de los tegumentos y del tejido celular del dorso de la mano (Reflexiones sobre el edema, considerado como síntoma en la gangrena es- pontánea. Arch. génér. de méd. , t. XII , pá- gina 52, 1836). No estamos bastante infor- mados de los pormenores de este hecho, para abrazar la opinión de Godin : necesario es te- ner en cuenta la acción del frió que sintió la enferma todos los inviernos: tampoco se dice si la circulación arterial estaba perfectamente libre. Y por otra parte ¿ no ha de concederse algún influjo á la alteración de la sangre, que ciertamente hubo de sobrevenir cuando se es- tendió la enfermedad á las venas ? ¿ no es sa- bido que la flebitis uterina , la traumática y la de las fiebres graves van las mas veces acom- 138 GANGRENAS. panadas de gangrenas parciales ? ¿Porqué pues reclamar la intervención de una causa tan pro- blemática? »Para Víctor Francois casi nunca es la obli- teración de las venas la única causa de la gan- grena espontánea: unida á otras que hubieran tardado mucho en determinar la enfermedad, ó que por sí solas no la hubieran producido, ace- lera su desarrollo y llega á ser su causa secun- daria, y en la última suposición la provoca, y es su causa ocasional.» ( Ob. cit. , pág. 122.) Re- fiere la observación comunicada por M. BaíTos á la academia de medicina, de una joven de veinte años afectada de escaras gangrenosas en el pie derecho donde padecía dolores atroces, asi como en la parte inferior de la pierna iz- quierda; las venas de ambos miembros abdo- minales estaban inflamadas y obstruidas por una especie de coágulo; pero este hecho es to- davía menos decisivo que el precedente, y su esposicion demasiado imperfecta para que me- rezca la menor confianza: nos sorprende en verdad que Víctor Francois conceda algún va- lor á esta observación cuando él mismo la juz- ga incompleta. » Queda otro hecho mas importante que ha citado Godin en su memoria, y tiende á probar que la obliteración de la vena crural encontra- da en el sugeto, fué la única causa de la gan- grena. Todavía no nos satisface enteramente es- te hecho, porque no ilustra acerca de una cir- cunstancia de mucho interés, el estado de las arterias en todo su trayecto. Esperemos pues á que se reúnan nuevas investigaciones antes de admitir esta causa; solamente diremos que nos es difícil suponerla probable, porque la fisiolo- gía enseña cuan grandes son los recursos que encuentra la naturaleza en la circulación de las venas colaterales: solo podría acontecer la gan- grena en el caso en que todas las venas es- tuviesen simultáneamente afectadas, lo cual nunca sucede. 6.° » Causas dependientes del corazón, que dan lugar á la gangrena. Thomson, Richerand, Broussais y M. Marjolm (Diclionaire de mede- cine , art. cit., pág. 594), colocan las enferme- dades orgánicas del corazón entre las causas de la gangrena. Esta opinión ha sido sostenida por Sénac y Lancisi, en una época en que aun no áe conocían bien todas las causas que obran en la producción de las gangrenas. Declara for- malmente Corvisat, que jamás ha visto el esfa- celo de los miembros en caso alguno de enfer- medades del corazón. Laennec suscribe á esta proposición, y Bouillaud en las publicaciones sucesivas que ha hecho sobre las enfermedades del corazón , dice que en el curso de estas rara vez ha visto sobrevenir la mortificación; y cuan- do existió no la atribuye únicamente á tales afecciones. Es de este parecer Andral, quien dice haberse admitido la posibilidad de semejan- te gangrena antes de citar casos particulares que demostrasen su existencia. (Clinique medí- tale, pág. 88, enferm. del pecho, 1.1,1834.) »Acaece con frecuencia gangrenarse la piel infiltrada del escroto;; algunas veces sucede este accidente en porciones mas ó menos es- tensas de los tegumentos de las piernas ede- matosas; la gangrena en tales casos es conse- cutiva á un trabajo de reacción local, que so- breviniendo en la piel distendida por la infiltra- ción, y en sugetos cuya circulación no se ejerce libremente, determina la mortificación. Solo en este sentido pueden mirarse las enfermeda- des del corazón, y particularmente las hipertro- fias con retracción considerable de los orificios, como causas capaces de favorecer el trabajo patológico que determina la mortificación de los órganos. Añadamos que están las mas veces enfermas las arterias, el sistema nervioso ani- quilado, y toda la constitución sumamente de- bilitada en las personas que padecen una en- fermedad adelantada del corazón. »Opinan*algunos médicos que una afección del corazón puede por sí sola producir la gan- grena ; mas los hechos que se han invocado en apoyo de esta opinión nos parecen poco convin- centes: elegiremos uno de ellos, recojido y ci- tado por Boudet, quien ha tenido la bondad de comunicarnos sus pormenores (Bull. de la soc. anatóm., pág. 305, año 3.°, 1838). El autor de éste hecho le considera como un ejemplo de gangrena determinada por la lesión que se encontró en el corazón; fácil nos será demos- trar que esta opinión no es admisible. Hé aqui en pocas palabras las particularidades mas im- portantes de dicha observación. Una mujer de sesenta años de edad , paralítica del lado de- recho hacia quince años, desde cuya época ha- bia tenido muchas veces accesos de mania bien caracterizada , es acometida de latidos del co- razón irregulares y tumultuosos, y después de hinchazón de la ajenia derecha: los pies y las manos se pusieron tumefactos, presentaron un color violado, se enfriaron y llegaron á ser asiento de dolores muy vivos. Bien pronto se vieron aparecer manchas equimosadas sobre la piel de los muslos; una de eljas, violácea y cir- cunscrita con limpieza, ocupaba la pierna de- recha hasta el tercio superior; estinguióse la sen- sibilidad en ambos miembros, y.se acartona- ron los dedos del pie izquierdo. No habían ce- sado de sentirse los latidos arteriales en los dos miembros. Se notaba edema y un color violado en el brazo derecho; la enferma murió después de haber presentado delirio y una postflrcion considerable. En el cadáver se encontraron, á mas de las lesíonesque calificaron la enfermedad cerebral y de que seria ocioso ocuparnos aqui: 1.° en la cara posterior de la aurícula izquierda, una concreción del volumen de un huevo de palo- ma, que contenia pus; 2.° una segunda concre- ción de la magnitud de una judía; 3.° gran can- tidad de sangre semi-fluida en las arterias délos miembros; 4.° osificaciones en los vasos sin nin- guna retracción ni obliteración; 5.° algunos coá- gulos en las venas. Cuando se reflexiona un ins- tante en las numerosas causas que obraron en GANGRENAS. 139 este caso para determinar la gangrena, se vé 3ue es imposible referirla á las concreciones el corazón. La estension de la gangrena, que ocupaba los miembros superiores é inferiores, y el conjxmto de síntomas locales y generales que habían precedido ó seguido, prueban de la manera mas evidente, que existieron causas ge- nerales que concurrieron á producir la morti- ficación. Estas causas son la edad del sugeto, la antigua parálisis, la debilidad considerable de la inervación, las osificaciones de los va- sos , la dificultad de la circulación cardiaca, y en fin la alteración de la sangre que se encon- traba en las arterias en grande abundancia, circunstancia que de ordinario no tiene lugar. Si bien se repara, se verá que estas causas solo obraron como predisponentes: ninguna de ellas hubiera conseguido por sí sola provocar la gan- grena ; mas reuniéndose unas á otras pudieron producirla. La concreción de la aurícula tomó alguna parte en su desarrollo; pero esta acción era muy corta , y todos los dias se encuentran afecciones del corazón y lesiones de las vál- vulas, que oponen á la circulación obstáculos tanto ó mas poderosos, y sin embargo no van acompañadas de gangrena. 7.° »Causas generales que motivan la gan- grena y consisten en una alteración del líqui- do circulatorio. — Como es fácil vagar en el campo de las hipótesis al recorrer una materia tan oscura como esta , principiaremos desde luego por indicar las condiciones patológicas en que se ha encontrado la gangrena, y en que tenemos derecho de suponer alteraciones de la sangre. Es herido un sugeto con un instrumen- to impregnado de algún icor pútrido, y muy lue- go, después de la aparición de diversos síntomas de reabsorción , se forman gangrenas en los miembros ó en otros tejidos. La gangrena es también un fenómeno constante en la pústula maligna, y en las enfermedades carbuncosas se desarrolla en el mismo lugar que ha recibi- do el contacto de una sustancia cualquiera, que haya pertenecido á un animal, ó bien á un hom- bre, afectado de pústula ó carbunco. Puede na- cer la gangrena en las enfermedades carbunco- sas , espontáneamente ó por contagio ; eu cuyo caso es indisputable la alteración de la sangre por el virus, del mismo modo que en el pri- mer ejemplo que hemos citado. Lo propio su- cede en el muermo agudo comunicado del ca- ballo al hombre: ha de suponerse.una alte- ración primitiva de la sangre , que conduce á los tejidos el virus específico, cuya introducción es la causa de todos los accidentes observa- dos , y especialmente de la gangrena. » También es de resultas de dicha altera- ción sanguínea, como suele aparecer la gan- grena eu la fiebre tifoidea, y sobre todo en los tifus de los campamentos y de las cárceles, en la peste y en la fiebre amarilla (Keraudren, Archiv. génér. de méd., p. 458, t. XV, 1837). Se la observa también en las fiebres eruptivas de mala índole, acompañadas de accidentes de toda especie, en la flebitis simple ó puerperal (Dance Tonnellé, Duplay) en la peritonitis puerperal, á consecuencia de las amputacio- nes, de úlceras de mala naturaleza, de golpes recibidos en el cráneo, en una palabra á con- secuencia de todas las causas capaces de pro- ducir la flebitis y la fiebre de reabsorción pu- rulenta. En estas últimas afecciones ocupa la gangrena órganos bastante diferentes: las vis- ceras interiores, como el pulmón y el hígado, la padecen con mas frecuencia que las partes esteriores. A veces se reúnen á las causas ya espresadas otras secundarias, pero que repre- sentan un papel importante. Aproximamos ade- mas á la gangrena precedente la que se ha ob- servado en las personas que sufren hambres, ó que se ven en la precisión de sustentarse con alimentos groseros é insuficientes, como el pan compuesto casi solo de salvado, yerbas y raices no alimenticias. En todos estos'casos, no se ela- bora la crasis de la saugre con arreglo á las con- diciones fisiológicas; y este líquido asi modifi- cado, no lleva á los órganos sino materiales insuficientes ó dotados de propiedades nocivas. Creemos deber referir á esta causa la gangrena pulmonar, ó al menos una lesión que se le pa- rece mucho, y que Guislain ha observado en los enajenados que rehusan tomar toda clase de alimentos (Memoria sobre la gangrena ds los enajenados; Gazette méd., 1836). La atribu- ye al entorpecimiento de los neumogástricos, y compara el estado de aquellos enajenados al de los animales, que una vez cortados dichos ner- vios, no sienten ya la necesidad¡del hambre. Se nos figura que el principal agente del desarro- llo de esta enfermedad ha de ser la alteración de la sangre. . » Las mas veces aparece la gangrena en el último período del escorbuto endémico, según lo atestiguan Eugalenus, Roiisséus y otros au- tores mas modernos, que han escrito de este mal. La alteración de la sangre es evidente- mente la causa de la mortificación: pero ¿en qué consiste esta alteración? Se ha dichoque en un empobrecimiento de* la sangre, lo que no es decir nada, á menos que con esta frase no se pretenda espresar la diminución de la cantidad normal de fibrina; lo cual sería un error, porque las últimas investigaciones de Andral y Gavarret prueban que la sangre no contiene menos fibrina , como hasta ahora se ha creído, y sí que en los casos donde antes era costumbre sospechar que existia empobre- cimiento de este líquido, solo hay diminución de sus glóbulos. Por lo demás, no puede de- cirse de modo alguno, cuál sea la naturaleza de la alteración de la sangre en los escorbúticos; pues que no se posee ningún análisis hecho en tales circunstancias. Puede afirmarse que su composición ha de diferir de la que es propia de la anemia y clorosis, por cuanto en estas afecciones no se presentan jamás ni hemorra- gias ni gangrenas, mientras que son muy co- munes en el escorbuto. no GANGRENAS. »Hemos hablado del espesamiento de la sangre mirado como causa de obstrucciones y gangrena, y nos resta decir algunas palabras sobre la mayor plasticidad de este líquido. De- be entenderse por plasticidad, la disposición que presenta la sangre á crear una materia espon- táneamente coagulable,que se llama fibrina. La sangre goza de esta propiedad en alto grado en las flegmasías, á causa de que en ellas está au- mentada la cantidad de fibrina; pero ¿acontece- rá esta coagulación espontáneamente y sin en- fermedad alguna de los vasos? Difícil es admi- tir tal opinión, cuando vemos que los coágulos fibriuosos casi siempre se desarrollan en una arteria invadida de flegmasía aguda, ó bien cer- ca de un obstáculo á la circulación. » También colocamos entre las gangrenas causadas por la alteración de la sangre, la con- secutiva al uso del centeno con cornezuelo; gangrena que mas adelante indicaremos con las diferentes opiniones emitidas sobre su naturale- za , y entre otras la que pretende atribuirla á la arteritis y compararla con la gangrena senil.En- tonces manifestaremos minuciosamente nues- tra opinión en esta materia, y sobre todo pro- curaremos demostrar la imposibilidad de que puedan depender de la arteritis dos enfermeda- des tan diferentes como son el ergotismo gan- grenoso y el convulsivo. Nosotros las considera- mos como efectos de una alteración de la san- gre, es decir, de un verdadero envenenamiento por una sustancia deletérea, que obra unas ve- ces mas especialmente sobre el aparato vascu- lar, y otras sobre el sistema encéfalo-raquidia- no, y con particularidad sobre la médula. Gama cree que el centeno con cornezuelo á altas do- sis , produce una pérdida del influjo nervioso, que se hace sentir sobre todo el aparato circu- latorio hasta las últimas ramificaciones arteria- les; y que estas partes son tanto mas fácilmen- te heridas de muerte, cuanto mas lejanas están del centro de la circulación (Gama Essai sur la gangréne , pág. 13. Dissert. inaug, núm. 376 en 4.°). «Aproximamos él ergotismo gangrenoso á la mortificación producida por los narcóticos como el opio; y en efecto, creemos que al principio se altera la sangre , y que la profun- da modificación que sufre consecutivamente el sistema nervioso , acarrea en la circulación ca- pilar una alteración tal, que puede tener por efecto la gangrena. Con todo, nos parece ab- solutamente necesaria la intervención de algu- na otra causa predisponente, »Pueden también alterar la sangre y oca- sionar la gangrena otras sustancias, cuyo modo de acción es desconocido. El doctor Peddedie ha referido la curiosa observación de una fa- milia, cuyos diferentes miembros fueron aco- metidos de hidropesía y de gangrena, á conse- cuencia del uso esclusivo de patatas de mala calidad. (Archiv. génér. de medecine, pág. 83, nueva serie, t. II, 1843.) También es deter- minada la gangrena por el veneno de algunos animales, de la vívora, de ciertas culebras , y sobre todo la de cascabel. 8.° »Causas dependientes del sistema ner- vioso que producen la gangrena.—Haller pien- sa que la destrucción de todos los nervios de un miembro , basta para provocar su muerte. El esperímento hecho por G. F. Wolf, quien cortó en un perro los nervios ciático y crural, prueban que esta circunstancia no puede produ- cir la gangrena. Diremos pues con M. V. Fran- cois, que «es sin duda necesario eWnflujocere- »bro-espinalpara sostener la actividad de la cir- «culacion, pero no en términos que su falta sea «incompatiblecon la conservación de la vida; tan- »to mas , cuanto qUe otros nervios , como son «los encargados de-presidir las funciones vege- »tativas , y que nacen de los ganglios, siguen »á las arterias en sus últimas ramificaciones, y «contribuyen á mantener la vida en las partes «donde penetran. Confirman plenamente esta sindicación del raciocinio los numerosos casos «prácticos , en que existen por largo tiempo «graves lesiones del cerebro, de la médula es- »pinal y de los nervios , sin que resulte otra »cosa sino la parálisis y el enflaquecimiento, á «menos que supongamos fenómenos bastante «estensos, para que se destruya todo movi- «miento, sentimiento é influjo de cualquier es- «pecie.... Asi pues , no bastará la interrupción «de la influencia nerviosa para ocasionar la «gangrena; mas podrá por lo menos favorecer- »la , cuando la ayude alguna otra causa , co- »mo por ejemplo un obstáculo á la circulación: »y esta es una verdad reconocida también por «los cirujanos , que en las operaciones del «aneurisma evitan comprender los nervios en «las ligaduras de las arterias , como queda di- »cho que hacían en las de las venase» Hay ejemplos de reblandecimiento y de apoplegia cerebral , en que terminó gangrenándose el miembro paralizado; pero entonces existia una alteración de las arterias. Algunas veces se ha visto que se gangrenaba un miembro después de la ligadura simultánea de la arteria princi- pal y de un tronco venoso ; de donde- se ha concluido , sin razón á nuestro modo de pen- sar, que en este caso se habia ligado el nervio. ¿ Qué prueba hay , en efecto, de que tal sea la causa de la gangrena observada, cuando se sabe que basta para producirla la sola ligadu- ra de las arterias ? « La parálisis es una enfermedad muy fre- cuente , y que jamás vá acompañada de gan- grena , á menos que no se agregue la acción de alguna otra causa á la suspensión de la inervación , que es consecuencia de aquella: puede por tanto ser considerada como una cau- sa predisponente: ora ha sobrevenido una pre- sión fuerte ó débil, pero continuada, por la postura que el sugeto está precisado á guar- dar ; en otros casos una osificación de las ar- terias , ó bien una alteración de la nutrición general, etc. Puede desarrollarse la gangrena en todas edades. Se han visto niños que han GANGRENAS. 141 venido al mundo con una parte mas ó menos estensa de los miembros esfacelada. Las cau- sas de estos accidentes son todavía poco cono- cidas; con todo, la mas probable parece ser la compresión. «Acabamos de examinar todas las causas de la gangrena , y ha podido verse, que unas son locales y situadas en los sistemas vascular y nervioso , otras generales y dependientes de una alteración de la sangre misma. Decimos que todas las causas de la gangrena obran ya simultáneamente sobre estos tres grandes ele- mentos de la vida , ya sobre uno de ellos so- lamente. Si se ha comprendido bien el modo de acción de las diferentes causas de la gan- grena, fácilmente se conocerá, por qué se han colocado entre las causas de la enfermedad las influencias complejas que vamos á referir: cuen- tan algunos, entre las-generales : la debilidad, deterioro de la constitución .vejez , pesares, miseria, escesos en los placeres del amor, em- briaguez habitual, inanición , convalecencias largas , enfermedades graves, y las de natu- raleza orgánica que dificultan la circulación, la inervación y fa nutrición ; flegmasías cróni- cas de los intestinos , caquexia consecutiva á una fiebre intermitente prolongada, etc.; y en- tre las locales, la poca vitalidad de un órgano, su situación retirada del centro circulatorio, la ligadura y la compresión, aunque sean mode- radas , etc. Unas y otras obran sobre los sis- temas vascular y nervioso, ó sobre la sangre, ya separada, ya mancomunadamente. Necesa- ria es toda la sagacidad de un buen observador, para comprender la parte que Cada una de ellas toma en la producción de la gangrena. «No hemos hablado del frío ni de la con- gelación , porque al primero le consideramos como una de las causas que ejercen acción compleja. Si se aplica el frío localmente á las estremidades, resultan un descenso considera- ble de temperatura, modificación profunda de los capilares, debilidad de la inervación, y con- secutivamente gangrena. Si obra en todo el organismo , como sucede en los individuos so- metidos á los rigores de una temperatura muy baja, que no están habituados á soportar , se abate el estímulo normal , y hay hipostenia general; si desciende mas la temperatura acon- tece la muerte; mas si al contrario es menos marcada, ó solamente pasajera, imprime el frío mas fácilmente su acción en las estremidades donde existen las disposiciones orgánicas ,* de que ya hemos hablado: la nariz, las orejas y los dedos de los pies , son entonces invadidos de gangrena. Uno de nosotros ha demostrado muchas veces en sus cursos de higiene, que el frío obra de este modo en la producción de los numerosos efectos que se le atribuyen. Apo- yándose en los curiosos esperimentos de Saís- sy, y en los trabajos de Edwards ha procura- do demostrar , que aun en los casos en que la acción del frío parecía haber recaído solamente sobre ciertas partes del cuerpo , no habia de- jado de propagar su influencia á los aparatos respiratorio, nervioso y circulatorio. «Esperarnos que la esposicion crítica que acabamos de hacer, ilustrará algún tanto la etiología de la gangrena, y que cesará ya do reproducirse en las obras el cuadro informe y poco reflexionado de las numerosas causas, que hasta el dia se han amontonado con desor- den en un mismo capítulo. Tratamiento méoico general.—«La ¡n- «certidumhre que habia sobre las causas de «la gangrena , dice Víctor Andry , y especial- «mente sobre las de la gangrena espontánea, «esplica el tratamiento poco racional que hasta «estos últimos tiempos se le opusiera. No vien- »do los autores en la gangrena sino un defecto «de energía vital,.debilidad , etc., han recur- «rido al uso interno y estenio de toda especie «de tónicos.» Después de palabras tan cuer- das , es sorprendente ver que caiga el autor en el error que reprobaba en los otros, y des- eche el empleo de las sustancias escitantes, concediendo la preferencia á los emolientes; porque hace depender la gangrena de la sus- pensión del movimiento circulatorio y de la causa mas frecuente de esta suspensión , que es la flegmasía. «Todo el tratamiento de la gangrena ha de cimentarse en el conocimiento íntegro de la causa que la. provocó, y tal es el verdadero origen de donde emanan las indicaciones tera- péuticas. Es pues necesario inquirir desde lue- go, si la causa es local , ó si consiste en una alteración de la sangre. En el primer caso se tendrá presente que la gangrena puede consis- tir en una enfermedad de las arterias, de las venas , del corazón ó del sistema capilar ; ave- riguado lo cual , solo se tratará ya de deter- minar , mediante los síntomas, el asiento pre- ciso y naturaleza de la gangrena. Asi es, que conduciéndose el práctico conforme á estos da- tos , la combatirá en unos casos con las san- grías generales ó sanguijuelas aplicadas al tra- yecto de los vasos, con cataplasmas emolientes y baños; en otros se encaminará á la enferme- dad del corazón , y dirigirá contra ella las san- grías locales, las generales , la digital, el opio y los vejigatorios ; á veces estimulará las par- tes enfermas, y en ocasiones las cubrirá de tópicos emolientes , etc. Estos diversos trata- mientos son los de la arteritis , flebitis , hiper- trofias del corazón con lesión de las vávulas, y son al mismo tiempo los de la gangrena, que en tales casos solo es el efecto de dichas afecciones. «Si la gangrena depende de alguna de las enfermedades , en que la alteración de la san- gre es uno de los elementos principales, sino el único ; entonces el tratamiento ha de ser al mismo tiempo general y local. Asi es como se combatirán con buenos resultados las gangre- nas del escorbuto, del tifus, de la fiebre ama- rilla y de la tifoidea. La primera indicación que en tales casos hay que llenar , es oponerse 142 GANGRENAS. desde luego, y ante todo, á la enfermedad ge- neral , de que es un efecto la gangrena : solo después de haber desempeñado esta primera parte del tratamiento, será cuando nos ocu- pará el local de la gangrena. Asi deben tra- tarse las escaras, que se forman en el sacro, so- bre los trocánteres, y en los vejigatorios de los muslos, en los sugetos que padecen fiebre ti- foidea. El tratamiento local, que sin duda al- guna merece toda la atención del práctico, aunque muchas veces la ocupa con demasiada esclusíon, solo es secundario y producirá muy pocos efectos. No hay^que esperar la curación de la gangrena , como no se insista enérgica- mente en el empleo de los tónicos y de otros medicamentos , que ejercen una acción salu- dable sobre la composición de la sangre, y es- timulan la economía. «Todas las indicaciones terapéuticas pue- den por lo tanto reasumirse en las siguientes: 1.° tratar la enfermedad general ó local, de que es efecto la gangrena : 2.° dirigir contra esta las sustancias capaces de facilitar la se- paración de las partes mortificadas, de impe- dir la penetración de los líquidos sépticos que de ellas emanan , y la fiebre de reabsorción (carbón, cloruros, quina, alcanfor, bálsa- mos , estoraque, diversas sustancias absorven- tes , etc.): 3.° favorecer en fin y apresurar el trabajo de cicatrización. Asi pues, fácilmente se comprende, que si cuando se emplea uno de los numerosos medicamentos, que tan en- comiados han sido sucesivamente para impe- dir la mortificación , se obtienen algunas ven- tajas , es porque la gangrena estaba detenida, ó porque estos remedios han sido útiles para acelerar el trabajo de eliminación y de cicatri- zación ; he aqui cuanto pueden hacer , á me- nos, repetimos, que no resida la causa del mal en el punto mismo donde se presenta la morti- ficación. Es evidente , por ejemplo, que si la gangrena ha sido producida por una inflama- ción violenta, los antiflogísticos aplicados sobre las partes cortarán la marcha del mal. En el prin- cipio de la pústula maligna la incisión y la caute- rización de los tejidos constituirán todo el trata- miento de la enfermedad , que en esta época es todavía local. Pero tales remedios no da- rían ya los mismos resultados en un caso de gangrena producida por la fiebre tifoidea, por el tiftls ó por el muermo ; puesto que enton- ces la enfermedad general domina á la local, y seria en vano dirigirse únicamente contra esta. • «¿Hablaremos ahora como hacen los auto- res de todos los remedios alabados contra la gangrena ? ¿Preconizaremos con unos la quina, el alcanfor, los cloruros alcalinos, los bálsa- mos, los fomentos de vino aromático , los pol- vos de carbón, y los de corteza de encina? ¿elogiaremos con otros al opio, á los antiespas- módicos, como el alcanfor, almizcle , éter, y ácido nítrico alcoholizado ; ó consideraremos con Sauvages y Hennen y Víctor Andry las emisiones sanguíneas locales ó generales, y los atemperantes como los mejores medios de com- batir la gangrena? No creemos deber seguir semejante marcha, que uoa parece poco racio- nal, y que sin duda alguna es el escollo en que tropezaron tantos autores que han caido en es- trañas contradicciones : fstos obtienen felices é incontestables resultados de las sangrías, aquellos de los tónicos , y todos quieren tener razón; mas se necesitaba especificar los casos, y cimentar el diagnóstico preciso de la enferme- dad; lo que no siempre era posible en una épo- ca en que la etiología de las gangrenas estaba rodeada de densas tinieblas. «Hemos limitado á ciertas proposiciones lo que deseábamos decir del tratamiento general de las gangrenas , y esperamos que los que quieran meditarlas , encontrarán en ellas mas ilustración, que en los libros donde se enume- ran difusamente las drogas emolientes, tónicas, escitantes , y todas las demás que se han diriji- do á iá ventura contra las gangrenas.» # Historia y bibliografía.—«Para tratar fielmente la historia de esta enfermedad , no solamente se necesita tener en cuenta los tra- bajos publicados sobre la gangrena , sino tam- bién todos los que con ella tienen relaciones mas ó menos lejanas. Es evidente, 'por ejem- plo , que el estudio de la gangrena ha progre- sado mas por el conocimiento exacto de la ar- teritis, que por los diferentes libros que tratan de aquella afección de una manera general. Compréndese también la importancia de los servicios que han debido prestar tos autores que describieron Jas enfermedades del sistema vascular, é indicaron las circunstancias en que se desarrollan. Solo desde esta época empezó á ¡lustrarse la etiología de la gangrena. Sin em- bargo , aun se deben citar entre los trabajos que han dado á su estudio un impulso mas vi- goroso, las obras en que se describen enfer- medades generales, alteraciones de la sangre, reabsorción purulenta , fiebres , inflamacio- nes , etc.; de estos materiales es de donde he- mos sacado los datos necesarios para escribir la historia general de la gangrena. Las dificulta- des que teníamos que vencer eran numerosas: precisados á tratar un asunto de patologia mé- dica general que las obras consagradas á esta parte de nuestra ciencia, ó esponen ligeramen- te , ó salvan sin decir nada , nos ha sido indis- pensable buscar en otra parte los documentos que nos eran necesarios. Ahora bien , al abrir los libros que consideran la gangrena de un mo- do general, hemos conocido que solo nos serian de una mediana utilidad, porque casi todos es- tán dedicados al estudio de la cirujía, y consi- deran la gangrena bajo este solo aspecto. Cuan- do hablan aquellos de otras especies de gangre- nas , esto es, de las que resultan de una enfer- medad interna, aun dejan dominar en sus des- cripciones las ideas que les son familiares, y que , necesario es decirlo, no siempre están en relación con los progresos y descubrimientos de GANGRENAS. 143 la medicina actual. Nosotros hemos tenido que proceder de urumodo enteramente diferente, y debemos hacerarlectorestas advertencias, á fin de que no espere encontrar aquí, sino las no- ticias bibliográficas que señalen un progreso en la historia de la gangrena. »EI conocimiento exacto de las causas de las gangrenas, data desde una época no muy lejana, por lo mismo que la anatomía patológi- ca es la única base sobre que podia cimentarse su estudio; no obstante se encuentran en obras antiguas observaciones, que no son perdidas pa- ra la ciencia. Hipócrates" habló de la gangrena del cerebro (de morbis , lib. I, cap. 8.°), y de la que sobreviene en las fracturas y en las en- fermedades de mala ■ naturaleza (Prognos. comm., II). La siguiente observación referida por Hipócrates , nos parece ser un ejemplo de gangrena producida por una de las enfermeda- des generales , en cuyo curso no la hemos en- contrado señalada en ninguna obra. «Critoni in »Thaso pedís dolor incepit fortis á dígito magno «erecté ambulanti; decubuit eodem die, horri- »dus, anxiosus , parum subealefactus; nocte «deliravit. Secunda tumor per totum pedem et «circa talum subruber cum contusione: phlyc- «tenoe parva? nigrae: febris acuta; furebat; ab «alvoautem sincera biliosa, sub multa prodie- «runt; obiit secunda dieá principio. Criton, ha- bitante del Taso, hallándose paseando, principió á sentir un viVo dolor en el dedo grueso del pie. Se acostó en el mismo dia , tuvo un ligero escalofrío , náuseas y después un poco de calor; deliró durante la noche. El segundo dia tenia el pie hinchado al rededor del tobillo, que esta- ba un poco rojo y tenso; se habian presentado pequeñas flictenas negras y fiebre intensa; tam- bién tuvo frecuentes é incómodas evacuacio- nes alvinas de materias biliosas; murió al se- gundo.dia del principio de la enfermedad (Epi- demias, libro I, enfermo 9, p. 705; traducción de Littre, t. U, en 8.°, 1840). Habia en este caso enfermedad de algunos vasos? no puede decirse. A los autores que comentaron este he- cho, como Galeno y Mercurial, les ha chocado también la pronta y rápida mortificación del pie. Galeno ha establecido con mucho tino lo que debe entenderse por gangrena(Meth. med'., flb. II, cap. 11) , y describe la que resulta de una violenta •inflamación \de Tumor, prater naturam, cap. 8). «La gangrena es un fenómeno morboso for- midable que en todos tiempos ha fijado la aten- ción de los médicos, y mostrádose en todas las epidemias de fiebres pestilenciales, que reinaban en diferentes épocas. Tucidides (de bello pelo- ponesiaco); y Galeno (dé usupart., lib. III, cap. 5) hablan de la gangrena de las estremida- des como de un fenómeno grave que se mani- festó en la peste de Atenas y en otras epide- mias. La horrorosa enfermedad conocida con el nombre de mal de los abrasados , ó fuego de S. Antonio, que da lugar entre otros síntomas temibles a la gangrena seca y húmeda» recorrió la Europa á principios del siglo X , donde hizo espantosos estragos en sus muchas reaparicio- nes. Los trabajos de Jussieu de Saillant, del abate Tessíer y de Courhaut, de que ya hemos hablado en otra parte, ilustraron algún tanto esta especie de gangrena sintomática. Los auto- res que escribieron de la peste, del tifus y del escorbuto endémico, nos han transmitido tam- bién documentos preciosos acerca de las gangre- nas que se manifiestan en el curso de estas en- fermedades. «Uno de los primeros tratados que apare- cieron acerca de la gangrena , fué escrito por Fabricio de Hildcn, el restaurador de la ciru- jia en Alemania (rfe gangrena et sphacelo, Co- log , 1593 en 8.° Bale). Nosotros le citamos á causa de su antigüedad, y de haber sido el pri- mero que refirió , según las observaciones de Smetius , un caso de gangrena , producto de la compresión ejercida sobre los vasos. «Quídam alioqui bono temperamento praeditus et metate integra, incidit in gangrenam utriusque tibia?, latente causa, nisi quod antea pedes et tibia? assidue frigebant et iugravescebant et cuasi stupore tenebantiir , at ut sic supervenit gan- grena , milla praecedente febre, aut causa ex- terna, lta paulo post abiit, ab orto usque genua sphacelo. Aperto cadavere, invenímus tumorem schirrosum circam venam cavam descendentem, nempe iutra renes, ubi hsec vena ad utramque tibiam bifurcatur. Schirrus in magnitudineni auctus ita constrixerat venam cavam et arte- riam descendentes, ut nullus sanguis ad crura nutrienda et vívificanda permeare posset» (obr. cit., cap. IV). Hemos referido esta observa- ción, porque ofrece el mayor interés, y ha con- tribuido mucho á los adelantamientos de la historia de las gangrenas. También se deben á Tulpius muchasobservacionesde gangrena senil (Observationum medicarum, libro III, cap 46). «Las osificaciones de las arterias han sido miradas por los autores mas antiguos como causa de gangrena. Boerhaave y Van-Swieten refieren muchos ejemplos de ellas (Comment. in aphor., aforismo 427, t. II. París, 1769). También adopta Morgagni este modo de pensar, y le discute con su acostumbrada penetración (de sedibuset causis morborum, epíst. LX, §. 23, 24 y 25). Quesnay, que conocía la observación referjda por Fabricio de Hilden , piensa que al destruir la osificación la acción orgánica de una arteria, detiene el movimiento de la sangre; lo cual basta-para hacer morir toda la parte que solo puede ser regada por esta arteria (Traite de la gangréne, p. 322, en 12.° París , 1750). Es visto, pues, que la causa del mayor núme- ro de gangrenas espontáneas , es decir , de las producidas por enfermedades de las arterias, era conocida desde hace mucho tiempo. Los médicos modernos no han hecho otra cosa que añadir nociones mas precisas. «Con el título de fiebre efémera gangrenosa refiere Borsieri una larga observación detallada y muy curiosa, donde se encuentran los princi- 144 GANGRENAS. pales rasgos de la arteritis aguda terminada por gangrena. Los médicos y cirujanos á quie- nes se llamó en consulta , no pudieron fijarse en la verdadera naturaleza de la enfermedad: en ninguna parte hemos encontrado citada esta observación, que esdemasiado larga para poder- la insertar. Entre los síntomas observados lo fueron un dolor vivo é intolerable en el muslo y pierna izquierda, con renitencia de esta, fuer- za y frecuencia del pulso , bien pronto reem- plazada por la debilidad , irregularidad é inter- mitencia de los latidos arteriales, delirio furio- so , y manchas rojas y lívidas en el miembro. «Et dum auimam agebat, dice Borsieri, crus totum a pede ad coxeudicem usque , ut a me- dico peritissimo er qui accitus huic tragedia? in- terfinit, accepi, striis satis conspicuis in longum porrectis , nigricantibus, et linescentibus nota- tum apparuit.» (lnstitutionum médica practi- ca , t. II , p. 26 y siguientes. Venecia, 1817). «En el número de los trabajos que mas po- derosamente han contribuido á ilustrar el estu- dio de la gangrena, debernos citar los de los au- tores siguientes: Avisard (observaciones acerca de las gangrenas espontáneas, ó por osificación y obliteración de las arterias; en la Biblioth. méd., t. LXIV, p. 352, y t. LXV, p. 68, 1819): las cuatro observaciones que aquí nos refiere con todos sus pormenores han sido muy útiles á los que después han esplanado la historia de la arteritis) J. Hodgson (Traite des maladies des artéres el des veines, traducido por M. Breschet, t. I ,p. 354), Alibert (Inves- tigaciones sobre una oclusión poco conocida de de los vasos arteriales, considerada como cau- sa de la gangrena , disert. inaug. , núm. 73, 1.111, de las tesis de la facultad, 1028), Víc- tor Andry (de la gangrena, y principalmente de la denominada espontánea, en el Journal des progrés , pág. 156, 184 , t. X , 1828). El autor de este último trabajo ha sostenido que todas las causas de la gangrena obran del mis- mo modo, es decir, causando la suspensión de la circulación en las partes heridas de muerte: ya nos hemos esplicado sobre esta singular pa- radoja. «Aun deben incluirse en los trabajos que importa consultar , todas las memorias publi- cadas acerca de las enfermedades de las arte- rias , particularmente con el objeto de referir á la arteritis las principales lesiones que pre- sentan eslos vasos, como la coloración roja, la presencia de linfa plástica, las producciones huesosas y cartilaginosas, la ulceración y el reblandecimiento (Véanse las enfermedades de las arterias, y el artículo arteritis, donde se presentará del modo mas completo la historia de estos trabajos). Creemos que seria bastante difícil decidir quién ha sido el primer autor que trató de atribuir la gangrena senil á una arte- ritis. Dupuytren, en sus lecciones clínicas, ha señalado muchas veces la inflamación de las arterias, como una causa capaz de producir la gangrena. Roche, en una carta escrita á la academia de medicina de París, reclama la prioridad de esta doctrina (Véase Compte ren- du de VAcad., Arch. gen. deffd., p- 279, to- mo XXII, 1830). Prescindiremos de esta cues- tión , que ofrece poco interés , sobre todo en la actualidad , que estamos muy lejos de creer que todas las osificaciones seguidas de gangre- na, dependan de la arteritis. Menos todavía de- bemos detenernos á demostrar, que no.es una arteritis la gangrena de la enfermedad llamada ergotismo. «Sería inoportuno mencionar, como se ha hecho en muchos libros que tratan de la gan- grena en general, las obras que solo se ocu- pan de ciertas especies de gangrenas, tales co- mo la de la boca, del escorbuto, de la peste, ete. Las obras donde se podrán encontrar docu- mentos importantes, y que hemos utilizado mu- chas veces,.son las siguientes: Quesnay (Trai- té de la gangréne, en 12.°, París, 1750); Per- cival Pott ( Observations sur la mortification des pieds et des orteils, obras completas , to- mo II); Delpech (Traite des maladies chirur- gicales , sur la gangréne momifique , por Del- pech y Dubreuil en el Memorial des hópitaux du Midi); Hébréard (Memoria sobre la gangre- na , premiada por la sociedad de medicina de París , 1817); Billard (De la gangréne sénile, en 4.°, París , 1821); Víctor Francois (Essai sur les gangrénes spontanées, en 8.°, París y Mons, 1833). Esta última obra , que en mu- chas ocasiones nos ha prestado grandes recur- sos, contiene una historia completa de las gan- grenas producidas por enfermedad de las arte- rias y de las venas. En ella discute el autor las demás causas, que pueden dar origen á la mor- tificación; pero como principalmente dirigía su atención á las gangrenas seniles, olvidó casi del todo las que se desarrollan en las visceras inte- riores. Este considerable vacio nos ha chocado tanto mas , cuanto que el autor ha tratado con demasiada difusión ciertos puntos de su tra- bajo , que no siempre están desenvueltos con la precisión , orden y método que seria de de- sear.» (Monn. y Fleury, Ob. cit., t. IV, pági- na 235 y sig.) CLASE CUARTA. HIDROPESÍAS. ' Nomrre y etimología.—Derívase la pala- bra hidropesía de las dos griegas viup', agua, y <"}>, vista , aspecto ; es decir, colección de agua fácil de reconocer por la vista. Los grie- gos han llamado á esta enfermedad t>Jf¿4, »l<*h v/tfes, *<*(\Hxesía en realidad mas que un fenómeno común á enfermedades muy nume- rosas y variables por su sitio y por la natura- leza de las causas que las originan, se ha com- prendido en todos tiempos la necesidad de es- tablecer en su estudio cierto número de divi- TOMO VIL siones. Las mas antiguas fueron fundadas so- bre el asiento y naturaleza del derrame. Los griegos llamaban ñápamett á la hidropesía as- citis, y vhpos ala infiltración serosa general. Atribuyeron la primera á las induraciones del hígado, y á las enfermedades de los ríñones la segunda. Ya volveremos á recordar esta im- portante división, cuando entremos en el exa- men histórico de las hidropesías ; y entonces probaremos que los antiguos no ignoraban nin- guno de los pormenores que creen los moder- nos haber descubierto. «A la precedente división puede unirse la de Hipócrates , que admitía hidropesías que provienen de los vacíos y de los lomos, y otras determinadas por el hígado. Estas ideas se ha- llaban en voga entre los griegos , y aunque es- presadas de un modo algo vago , nos parecen sin embargo fundadas en el conocimiento esac- to de la naturaleza. «La mas antigua de las divisiones, y la adop- tada por la mayoría , consiste en reconocer: 1.° una hidropesía por infiltración ó infusión de serosidad en todo el cuerpo; 2.° una hidro- pesía ascitis, formada por derrame del líquido en la cavidad del peritoneo ; 3." la timpanitis ó derrame de aire. Los griegos designaban la primera especie de hidropesía con los nom- bres de HatTOCffCtflfZ , Ó OiVMOtXfMX , Ó VXÍÍSCfH.t y las otras dos por los de xjhuvs y de ru^Ttoc- vimt (Celio Aureliano, Morbor-chronicor., li- bro III, cap. VIII, t. II, pág. 251, en 8.°; Lausan, 1774). «Celio Aureliano adopta , con corta dife- rencia, esta división , y habla de una hidro- pesía, en que se difunde la serosidad por todo el cuerpo, «tanquam in papyro vel spongia «inter viarum raritatem insertum». denomi- nándola leucoflegmasia. Dice que la ascitis es una colección de serosidad contenida en el pe- ritoneo y los intestinos, y que en la timpani- tis existen gases al mismo tiempo que líqui- do. No hay necesidad de hacer resaltar el gra- ve error que cometen Celio Aureliano y otros muchos autores griegos y latinos, cuando co- locan la timpanitis entre el número de las hi- dropesías (Celio Aureliano, loe. cit., p. 253). Celso se equivocó en el mismo punto ; admite la timpanitis, la leucoflegmasia ó anasarca, y la ascitis; y para no dejar duda alguna de cuá- les eran sus creencias, añade: «Communis «tamen omnium est humoris nimis abundan- «tia.» (De Medicina, libro 111, capítulo XXI, página 161 , en octavo , edición de Alme- lov,1750.) «Al distingnir Asclepiades las hidropesías en agudas y crónicas, según que el derrame es mas ó menos rápido , introdujo una división importantísima en la historia de estas enfer- medades : también hace observar, que unas van acompañadas de fiebre, y otras son per- fectamente apiréticas. Esta distinción patenti- za un gran talento de observación (Celio Au- reliano , loe. cit , p. 252). La lectura reflexiva 10 146 HIDROPESÍAS. de los pasages en que Celio Aureliano espone la doctrina de sus predecesores, prueba que los antiguos conocieron la parte mas importante del estudio de las hidropesías. Sabían esacta- mente que las causas de estas enfermedades son muy diversas, y que consisten en lesiones del hígado , de los intestinos, del bazo, rí- ñones, matriz ó peritoneo (loe. cit., p. 257). Galeno persiste en la diversidad de las causas de la hidropesía , y admite que es producida por una alteración de la sangre. «De todo lo que precede hemos de inferir, que los antiguos conocían muchos de los ca- racteres esenciales de las hidropesías. La im- portante división de estas enfermedades en agudas y crónicas , febriles y no febriles , fué fundada por Asclepiades , y no por Lázaro Ri- verio, como equivocadamente piensa Bouillaud (Art. Hidropesía, Dict. de méd. et de chir. prat., p. 176). «La división adoptada por la mayoría de autores que sucedieron á los mas antiguos, en cuyas obras se encuentra su punto de partida, consiste en reconocer: 1.° una hidropesía agu- da , caliente, febril, plelórica , esténica ó ac- tiva : 2.° otra crónica , fria , no febril, linfá- tica , asténica ó pasiva. En qué consisten am- bas lo diremos mas adelante. «También se ha distinguido una hidrope- sía idiopatica ó esencial, es decir, sin alte- ración apreciable de los órganos, de otra con- secutiva ó secundaria , ó sea sintomática de una alteración , que deja vestigios de su exis- tencia. Trataremos de hacer ahora una espo- sicion crítica de estas especies principales, y luego estableceremos las divisiones que han de guiarnos en el curso de este articulo. El estu- dio preliminar de las diferentes hidropesías, nos prestará grandes auxilios en el examen de las numerosas cuestiones que nos veremos pre- cisados á promover. «La hidropesía caliente ha sido denomina- da febril por Boerhaave; pletórica por Stoll; esténica, hiperesténica por los partidarios de Brown; é inflamatoria, aguda, activa por Breschet. Hé aqui los caracteres distintivos de esta hidropesía, cuya descripción mas esacta es la que hicieron Stoll, Boerhaave, Fauchier, Poilroux y MM. Breschet é Itard. «Por lo regular invade á sugetos jóvenes, robustos, y que presentan todos los síntomas de la plétora, es decir , de aquella escitacion general, que es hija de la superabundancia de glóbulos sanguíneos. Principia con rapidez , y vá acompañada de fenómenos inflamatorios, que"unos son generales , y otros se refieren á la cavidad serosa en que se acumula el líqui- do. Entre los primeros se observan: calor de la piel, encendimiento de la cara, fuerza, dureza y frecuencia del pulso , agitación , insomnio, quebrantamiento de huesos , sed, anorexia y algunas veces escitacion cerebral en el prin- cipio. Los síntomas locales son muy variables: si el tejido celular subcutáueo es el asiento, de la hidropesía, se pone la piel tensa, encendida, lisa, renitente y sensible al tacto ; pero si lo es una cavidad serosa, se distiende esta, las mas veces rápidamente, y sobrevienen dolor y desarreglo funcional de las visceras tapizadas por la membrana afecta. «Veamos la idea que se fqrma Stoll de la hidropesía por plétora. «En efecto, asi como la compresión ejercida en los últimos tiempos de la preñez sobre las venas iliacas ocasiona en las estremidades inferiores una superabun- dancia de humores, ó sea una plétora local, de donde resulta una hidropesía de las piernas, muslos y partes esternas de la generación; del mismo modo en los pletóricos produce la hi- dropesía una columna de sangre demasiado voluminosa para ser contenida en los vasos y para volver fácilmente al corazón (Méd. prat., t. III, pág. 263, trad. de Mahon). Sus causas son la plétora y los obstáculos á la circulación de la sangre; de donde resulta que los vasos demasiado distendidos dejan escapar la parte acuosa, que difícilmente volverán á recoger.» Por semejante descripción es imposible cono- cer precisamente cuales son las hidropesías que Stoll quiso designar. Hay mas, las obser- vaciones que cita como ejemplos de hidrope- sías pletóricas, no son sino sintomáticas de una afección de la pleura, de los pulmones ó de una hipertrofia del corazón, como puede verse en el primer caso que refiere (p. 265). Fuera de esto, son tan equívocos para el mis- mo Stoll los caracteres de la hidropesía por plétora que dice: «Difícil es distinguir el hi- «drotorax por plétora, de las demás especies «de la enfermedad que provienen de otras «causas y exigen diferente tratamiento.» »M. Breschet ha establecido por base de la división que introduce de hidropesías activas y pasivas,. las diversas modificaciones de las fuerzas vitales, asi como lo hicieron respecto de otras enfermedades Hipócrates, HoiTmann, Stoll, Stahl, Cullen y Frank. «Demasiadas «veces, dice, se consideran las hidropesías «como enfermedades acompañadas de debili- «dad en los diferentes sistemas.... Quizá no »habrá género alguno de enfermedades, á que «se adapte con mas naturalidad que al flujo «seroso la distinción de estados pasivo y actí- »vo.*Su diagnóstico es mucho mas fácil que »el de las hemorragias, y las consecuencias «que deél pueden inferirse son de la mayor im- «portancia para el tratamiento.» Para no dejar duda alguna respecto del sentido que atribu- ye á la palabra activo, añade Breschet mas adelante: « Esta palabra espresa en su acep- ción mas lata en medicina una grande ener- »gía en nuestra economía. Las personas que «sufren enfermedades activas, son por lo ge- «neral jóvenes, de constitución robusta, y «casi siempre de temperamento sanguíneo ó «muscular. Creo sin embargo, que el estado «activo de una-enfermedad ha de considerar- »se como dependencia especial del grado de HIDROPESÍAS. 147 «desarrollo de las propiedades vitales que no «están bajo el influjo inmediato del cerebro, «es decir, déla contractilidad y sensibilidad «orgánicas, denominadas comunmente fuer- v>zas tónicas.» La exaltación de las fuerzas puede existir, ó en la mayor parte de los sis- temas ó en uno solo, como en el de las mem- branas serosas. «Puede consistir el estado ac- »tívo de una enfermedad en la idiosincrasia «del sugeto, ó depender en su origen del uso «habitual que haga de ciertos escítantes in- «teriores, siendo también posible que sobre- «venga por obrar uno de ellos accidentalmen- »te en una parte. Y ¿qué observaremos enton- «ces? Fenómenos análogos á los que se pre- «sentan en la inflamación....» (Breschet, di- sert. cit., p. 8 y 9). Este autor mira las hi- dropesías agudas como producidas por una ex- halación aumentada, y precedida de un desar- reglo en las propiedades vitales de los vasos ex- halantes. Este aumento de exhalación es según el resultado de la acción de un estimulante di- recto: »Omnis enim inflammatio módica, si or- «ganon secemens occupat functionem auget.» (Grapengiesser, Disert. inaug. Medie, de hy- drope plethorica; Gotting. , 1795). También puede ser efecto simpático, como en las hi- dropesías activas determinadas súbitamente por una impresión moral muy viva, ó depen- der del estremado ejercicio de un órgano ó de la plétora local. El mismo autor añade, como prueba confirmativa de estas ideas, que el hidra céfalo agudo, ó sea la fiebre hidro-cefá- líca de los niños, es una exhalación serosa ac- tiva , esencial. Breschet reconoce que el ma- yor número de estas ideas pertenecen á Du- puytren y Marandel, quienes las habían de- senvuelto en su disertación acerca de las ir- ritaciones. Basta, pues, lo dicho para probar, que el estado esténico, pletórico ó inflamato- rio del sugeto, y el aumento de la secreción serosa, son los caracteres que sirven para re- conocer las hidropesías activas. Echase de ver por el último ejemplo, que tales afecciones no son sino flujos dependientes de una enferme- dad perfectamente caracterizada, como los tu- bérculos de las meninges, ó cualquiera otra lesión del cerebro ó de sus cubiertas, que sea capaz de producir el hidro-céfalo agudo. (Véa- se Hidra céfalo). «Si esta división de las hidropesías fué con- ducente en el tiempo en que.se propuso , ni es admisible hoy dia, ni representa el estado de la ciencia. Bouillaud adopta sin embargo es- tas ideas: «Se han de considerar, dice, toda- »vía como la espresion mas fiel, como la repre- «sentacion mas esacta del mecanismo de las «hidropesías ascitis» (art. Hidropesía del Dict. de med. et de chir. prat. año 1833). «Es evi- «dente, añade, que las colecciones serosas, «propiamente dichas, no pueden tener orí- «gen sino de alguno de los modos siguientes: »l."porque la exhalación, ó sea la perspiracím «serosa, esté aumentada, quedando íntegra «la absorción: 2.° porque esta se halle dis- «minuida sin cambio en la exhalación: 3.° ó «bien, en fin, porque la exhalación esté au- «mentada, y al mismo tiempo disminuida la «absorción... Conservaré el nombre de pasi- »vas á las hidropesías del segundo modo, y el «de activas á las del primero. Mistas se po- «drian llamar las hidropesías que dependen á «la vez de aumento de exhalación y dimi- «nucion de la absorción.» (Art. cit., p. 180 y 181). Seria á la verdad muy fácil por medio de abstracciones establecer semejantes divi- siones, que parecen muy sencillas; pero con todo no tienen ningún valor. ¿Dónde, por ejemplo, debería colocarse una pleuresía len- ta y Subinflamatoria con derrame considera- ble? ¿Será entre las hidropesías activas? No, porque la inflamación á mas de perturbar la perspiracion serosa, altera la absorción, y la referida distinción solo es una hipótesis: por otra parte imposible es probar, que en una pleu- resía ó en una pericarditis solo haya aumento de exhalación. Un tubérculo oculto detrás de la pleura determina un hidrotorax sintomático; mas no por eso ha de inferirse que aumente la exhalación sin modificar la absorción, que- dando esta en su estado normal. Verdad es que no se aumenta, porque entonces desapa- recería la colección serosa; pero ¿hay algún argumento que nos persuada que la exhalación no sufre ninguna otra modificación anor- mal?..^ ademas ¿no se verifican en las mem- branas serosas otros fenómenos que los de trasudación, ó sea de endosmosis y exosmosisT Preciso es convenir en que hay una elabora- ción especial en el seno de los capilares san- guíneos, la cual permite á ciertos materiales, como la fibrina y la albúmina, por ejemplo, pasar en cantidad mas ó menos considerable que en el estado normal. «Sabemos muy bien queBouillaud no cuen- ta en el número de las hidropesías activas las que son consecutivas á inflamaciones de las membranas serosas, puesto que critica á Baraillon por haberlas confundido con estas últimas; pero entonces en qué clase las colo- ca? ¿Entre las hidropesías pasivas ó entre las mistas? No puede ser en una ni en otra par- te. Separa las irritaciones secretorias de las inflamatorias; pero nosotros haremos ver, al estudiar las hidropesías-del primer orden, no solamente que á cada instante se reúnen en la naturaleza, sino también la imposibilidad de establecer una línea divisoria, que aisle las hidropesías por irritación secretoria de las pro- ducidas por inflamación de las serosas. Hemos visto que las hidropesías activas, de que Stoll y Breschet han presentado ejemplos, no son por lo común sino consecutivas á una flogo- sis de las membranas, ó á cualquiera otra le- sión de sólidos ó de líquidos. Admitimos con todo que existen hidropesías, en las que el flu- jo seroso constituye toda la enfermedad; pero como siempre dependen de una lesión secre- 148 HIDROPESÍAS. loria de la serosa , las hemos colocado ei) nuestro orden primero (Hidropesías sintomá- ticas de una enfermedad de la serosa). Por lo demás hagamos notar, que el sentido asigna- do por Bouillaud á la hidropesía activa, es ar- bitrario y diverso del que le dan el mayor nú- mero de los autores. En efecto, han tomado en consideración, no solamente el fenómeno lo- cal , es decir el aumento de la perspiracion, sino también el estado de las fuerzas, de la constitución, en una palabra, el conjunto de fenómenos que las acompañan. Estas ideas son escelentes para la práctica; pero necesario es confesar su inexactitud, por cuanto la irrita- ción secretoria que forma el carácter esencial de la hidropesía activa, puede presentarse en sugetos debilitados. Tal hidropesía es activa para uno y pasiva para otro; es decir, acom- pañada de circunstancias opuestas á la prece- dente. Véase la deplorable confusión que in- troducirían en la ciencia semejantes denomi- naciones , á no desterrarlas para siempre del vocabulario médico. La hidropesía pletórica, admitida por muchos autores, es simplemente una hidropesía, que sobreviene en un sugetp robusto y capaz de desplegar un movimiento febril, que Backer ha llamado con mucha sin- gularidad, fiebre hidrópica; ahora bien, si aco- mete á un individuo linfático ó debilitado una hipertrofia del corazón, una pleuresía ó una pericarditis, producirá una hidropesía, que no se podrá colocar en la misma línea, y'habrá de ser filiada en la clase de las hidropesías asténicas ó pasivas. Este modo de separar afecciones idénticas, deshace todas las afini- dades patológicas : la pleuresía del hombre sanguíneo, se coloca á inmensa distancia de la misma afección cuando invade á uno debi- litado; y ¿con qué motivo? Solo porque la primera dá lugar á una fiebre viva, á un fuer- te dolor de costado, y á una reacción simpá- tica sobre las demás visceras, mientras que la segunda puede permanecer latente, marchar con lentitud y sin provocar los síntomas que proceden de la plétora. No, en ambos casos solo hay una irritación secretoria, pero que modificada por la diferente constitución de los sugetos, es decir por el substractum, por el sustentáculo de la enfermedad y ha debido ne- cesariamente variar en la intensidad y marcha de sus síntomas; pero nada mas, porque el fondo de la enfermedad permanece el mismo. «Las calificaciones de esténicas , inflama- torias, agudas, febriles y pletóricas, aplicadas á las hidropesías , son tan inexactas como la denominación de activas. A la verdad , el es- tado febril, la rapidez de la marcha del mal, la violencia de los síntomas inflamatorios, la constitución fuerte y pletórica del sugeto, y el estado esténico en que se halle, son otras tan- tas circunstancias que positivamente han de tomarse en consideración detenida, cuando llegue el caso de instituir el tratamiento de las hidropesías; pero son circunstancias, y lo re- petimos, que de ningún modo cambian la na- turaleza íntima de la hidropesía. ¿Quién ig- nora que el estímulo inflamatorio no es capaz de producir en un sugeto estenuado por he- morragias ó por afecciones crónicas, una reac- ción tan fuerte como en otro que goce de la mas floreciente salud? Sin embargo, la natu- raleza del mal siempre es idéntica. Abra quien lo dude el Tratado de flegmasías crónicas de Broussais, y allí podrá convencerse, que las hi- dra-flegmasías , como las demás enfermedades, pueden cambiar de forma , pero nunca de esencia. «Acaso se dirá en favor de las palabras hidropesía activa ó aguda, que con ella* se es- presa un hecho incontestable, esto es, la rapi- dez con que se hace en algunos casos la secre- ción morbosa , sin que haya inflamación apre- cjable. No pensamos contradecir este hecho, que tampoco ha de menoscabar la valia de los d.emas. Él punto importante , sin ninguna con- tradicción, está eu investigar la verdadera cau- sa de la hidropesía. Por otra parte no se vaya á creer que las palabras hidropesía inflamatoria, febril, pletórica , aguda y activa, sean sinó- nimas: en un sugeto debilitado puede formarse una hiperemia con la misma rapidez que en qtro robusto , y aun algunas veces con mas prontitud. Un anasarca, por ejemplo , sobre- viene en algunas llorasen un un niño convale- ciente de escarlatina, y debilitado por la mise- ria ó por una enfermedad antecedente. La asci- tis dependiente de una afección crónica del hí- gado puede ir acompañada de fiebre ardiente, como ha sucedido en un notable ejemplo qiie tenemos á la vista en el instante que escribi- mos. Déjese pues de emplear las espresio- nes de pletórica, activa , pasiva, que es sor- prendente ver prohijadas en los artículos recien publicados. Digamos ahora algunas palabras de las hidropesías pasivas, cuya crítica se halla implícitamente envuelta en las líneas preceden- tes; aunque también volveremos á ocuparnos de este punto al hablar de la naturaleza de las hidropesías. ^Hidropesías asténicas , pasivas, frias.—_ Estas afecciones se desarrollan frecuentemente en sugetos que presentan los atributos de aquel estado general que los autores han deno- minado diátesis serosa. Los signos que lo anun- cian son: la palidez y decoloración de todos los tejidos , y particularmente de las mucosas, de- bilidad muscular, fatiga al menor movimiento, fluidez de la sangre , en una palabra , todos los signos que hoy atribuimos á la clorosis ó á la anemia. A la verdad que nos es difíoil comple- tar el cuadro de los síntomas propíos de la hi- dropesía de esta clase. Opinan generalmente los autores que estas hidropesías dependen de debilidad. «Creo , dice Cullen , que una de las «causas mas ordinarias del aumento de exhala- «cion , es la inercia de los vasos exhalantes. Y «la prueba de que puede existir semejante cau- «sa está eu que los miembros paralíticos, donde HIDROPESÍAS. 149 «debe sospecharse tal relajación, son frecuen- «temente afectados de tumores serosos y ede- » matosos , como se acostumbra llamarlos. Pe- »ro la debilidad del sistema, que tantas veces «se acompaña de hidropesía, es un ejemplo mas «notable, y mucho mas frecuente, que demues- »tra la acción de esta causa. Que la hidropesía «sea producida por la debilidad general, es «evidente , por cuanto en muchísimas ocasio- »nes es la consecuencia de causas que podcro- «samente debilitan: tales son las fiebrescontí- «nuas ó intermitentes de larga duración , las «evacuaciones de esta especie que han subsisti- »do mucho tiempo , y que en algún modo son «escesivas , y casi todas las enfermedades en «fin, que se prolongan,y dan lugar á los sínto- «mas de debilidad general.» (Elem. de méd. prat., t. ni, p. 205, en 8.°, 1819.) Los ar- gumentos que aduce Cullen en el pasage que acabamos de copiar, han parecido tan peren- torios á todos sus prosélitos , que han coloca- do el mayor número de colecciones serosas en- tre las hidropesías pasivas ó asténicas. Boui- llaud ha tergiversado la acepción primordial de esta denominación, al aplicarla esclusivamenteá las hidropesías por obstáculo á la circulación. No hay necesidad de decir, que las hidropesías pasivas de los autores no son mas que flujos serosos , sintomáticos las mas veces de una lesión orgánica , que induce en la constitución aquel estado de caquexia, de debilidad, que Cullen llamó diátesis hidrópica , y que solo consiste en la desorganización de alguna vis- cera ó en el desarrollo de enfermedades cróni- cas de otra naturaleza. «Supongamos un caso de edema de los miembros,ó anasarca, que se manifiesta en un enfermo acometido de anemia á causa de una gran pérdida de sangre sufrida en una hemor- ragia : los autores antiguos consideraban los síntomas de la anemia corno procedentes de la hidropesía. ¿Pero se aproximarán ahora esas hidropesías frías, asténicas, á las producidas por la preñez, por la compresión ú oblitera- ción de la vena porta ó cava, ó en fin , por la degeneración crónica de los ríñones ? Cree- mos inútil esforzar mas las razones, que natu- ralmente saltan á la vista , cuando se trata de examinar los hechos que acabamos de esponer. «Repetimos , pues , que la dicotomía que se quiere aplicar á las hidropesías es inadmisi- ble, por cuanto reúne hechos que no tienen en- tre sí la menor relación, y aisla fenómenos pa- tológicos que proceden de las mismas causas. En vano sería volver á demostrar los vicios de semejante denominación ; pero todavía convie- ne probar que la división délas hidropesías en activas y pasivas, suponiéndola por un momen- to admisible, no puede comprender todos los hechos consignados actualmente en los anales de la ciencia. ¿Dónde colocar, por ejemplo, las hidropesías que se desarrollan en sugetos mal alimentados , ó que sufren privaciones de todo género? Dónde las producidos por picadu- ras de animales, por interrupción del influjo nervioso , por alteraciones de la sangre, por debilidad general, ó las que son consecuencia de afecciones crónicas (cáncer del estómago)? Las hidropesías sintomáticas de una hipertrofia del hígado, déla escarlatina y las que sobrevie- nen sin lesión apreciable de los ríñones, en qué clase las comprenderemos? Ademas, hoy está demostrado que las secreciones de las se- rosas se efectúan en algunos casos de un modo anormal, porque está la sangre alterada eu su composición. A la vista de estos hechos nos parece imposible aceptar la opinión de Boui- llaud, quien quisiera referir violentamente todos los hechos conocidos, ó bien á las hidropesías activas, ó-bien á las pasivas. Sin duda habrá renunciado á tan singular doctrina , desde que el estudio de las enfermedades de los ríñones ilustró notablemente la gran clase de hidrope- sías que de ellas dependen; pero los hechos antes citados, y deque Bouillaud tenia conoci- miento , eran mas que suficientes para derro- car la antigua doctrina á que ha prestado la au- toridad de su nombre, «El estudio de las hemorragias nos ofrece ocasión de hacer algunas comparaciones curio- sas entre estas afecciones y las hidropesías. En unas y otras encontramos la división de activas v pasivas. Las hemorragias y las hidropesías activas van acompañadas del estado pletórico, y sus síntomas de movimiento febril, y de una reacción general muy intensa; ambas se pre- sentan en circunstancias individuales é higié- nicas semejantes; marchan de una manera aguda; anuncian la fuerza (estado esténico), y son combatidas con igual tratamiento. Qué se concluirá de aquí? Que hay un elemento mor- boso común , elemento que constituye el fondo de ambas enfermedades , les imprime rasgos comunes, y es el estado pletórico. Bien se le haga consistir con Andral y Gavarret en ¡un aumento de glóbulos, ó bien se rehuse recono- cer esta alteración de la sangre, que tan de- mostrada está, siempre será evidente la exis- tencia de un estado constitucional del organis- mo, que influye sobre el elemento morboso , y le subyuga. Es parte constituyente del subs- tractum ó sustentáculo de la enfermedad, y por lo mismo ha de imprimirla modificaciones de algún género. Asi lo justifican las hemorragias y las hidropesías activas; las cuales ofrecen en efecto una fisonomía común, y sin embargo son dos afecciones de naturaleza muy diferente. Se baila ademas en otras enfermedades la influen- cia quo ejerce dicho estado constitucional , y bajo este aspecto se podría aplicar á gran nú- mero de afecciones el epíteto de activas y pa- siva*. ¿No es este .estado constitucional el que en la fiebre tifoidea crea la forma que se halla- mado inflamatoria, y el que se reconoce al principio del mal por el aumento de la propor- ción fisiológica de los glóbulos que existen en la sangre ? Espérese algún tiempo , y cuando bajo la influencia de la enfermedad , de la die- 150 hidropesías. ta y del tratamiento, haya cesado de existir la constitución pletórica , entonces se manifestará de lleno la alteración característica de la san- gre, es decir, la disminución de la fibrina. No es solamente el estado pletórico el que entra como elemento en todas las enfermedades; lo mismo sucede con las constituciones anémica y nerviosa. Respecto de este asunto no podemos entrar en pormenores mas estensos : conclui- mos diciendo, que siempre importa establecer decididamente, que tanto en las hidropesías co- mo en las hemorragias , se observan signos de fuerza y de debilidad, síntomas inflamatorios y de reacción simpática , ya enérgicos, ya débi- les ó nulos , todo en virtud de la constitución de los sugetos y de la enfermedad que viene á complicar el estado morboso. «Hemos dicho que las hidropesías se habían dividido en idiopáticas y sintomáticas : las pri- meras son independientes de toda lesión orgá- nica de visceras ó membranas ; las segundas resultan de alguna de estas lesiones. Si se abren los libros donde se encuentran las hidro- pesías distribuidas de este modo, desde luego se verá, que las que han recibido el nombre de idiopáticas están lejos de merecerlo , pues su mayor número son efecto de enfermedades,que aun no eran bien conocidas á principios de este siglo , desde cuya época se estudiaron con mas esmero: citaremos en prueba de ello las hidro- pesías consecutivas á la hipertrofia del bazo en las fiebres intermitentes, á la obliteración de las venas, y á otras enfermedades. En todos estos casos , una vez determinados con pre- cisión la naturaleza y el asiento de las altera- ciones productoras de las hidropesías, se las colocó en la clase de las sintomáticas. Puédese ahora preguntar si tal división, que ha llegado ya á ser mas rigorosa, podría bastará las exi- gencias de la ciencia. Respecto de la acción de las causas muy bien se puede admitir. Siempre que se presente al médico una hidropesía , la primera cosa que ha de inquirir es el punto de partida del derrame, y su terapéutica se resen- tirá de los resultados de semejante investiga- ción. En efecto, si no ha descubierto lesión al- guna , solo podrá dirigir su tratamiento contra la colección serosa ; y prescribiendo entonces los hidragogos, emprenderá una terapéutica bastante incierta. Supongamos al contrario que determine el asiento y naturaleza del mal, en- tonces combatirá la lesión, y las mas veces co- ronarán el tratamiento ventajosos resultados. Asi pues , la división de las enfermedades en idiopáticas y sintomáticas, que es tan antigua como la medicina, debe tenerse en cuenta en el estudio de las hidropesías. A ella nos ceñire- mos al hablar de la anasarca , admitiendo: 1.° un anasarca idiopático ; 2.° otro sintomáti- co de una modificación en el tejido de la piel, de un obstáculo á la circulación venosa de la distribución imperfecta del aflujo nervioso, ó en fin, de una alteración de la sangre. Pero estas divisiones, que nos parecen abrazar todas.las especies de anasarca, deben ser algún tanto modificadas, cuando se trata de aplicarlas á las hidropesías en general. «Tarabieu se han dividido las hidropesías se- gún que se efectúan en cavidades normales, ó en cavidades anormales. Las primeras com- prenden las hidropesías de las serosas y de las mucosas: hemos dicho que estas últimas no eran verdaderas hidropesías, y por tanto que no debían ser incluidas en la historia de estas enfermedades. Las hidropes(asaccidentales,que han recibido el nombre de hidropesías enquis- tadas, están enteramente constituidas por un líquido seroso, derramado en una membrana se- rosa de nueva formación. 2.° División de las hidropesías, propuesta por Monneret y Fleury.—«Para esponer me- tódicamente la historia de las hidropesías, es indispensable disponerlas en cierto número de grupos, á fin de no reunir en vagas generali- dades circunstancias patológicas que las mas veces distan mucho entre sí. Esto ha sucedido á casi todos los autores antiguos, que las dis- tribuyeron en distintas clases, imponiéndolas nombres que espresaban las diferencias que creían reconocer en ellas. De aqui nacieron las divisiones que ya hemos descrito, entre las cua- les hemos hecho principal mérito de la que dis- tingue las hidropesías en activas y pasivas, y que ha sido aceptada hasta estos últimos tiem- pos. Hemos probado que semejante división, asi como todas las demás, era errónea é insu- ficiente: ahora solo nos resta esponer la clasi- ficación que nos parece reclamar el estado ac- tual de la ciencia. «1.a Clase.—Hidropesías por altera- ción DE LOS SÓLIDOS. «Primer orden.—Hidropesías determina- das por una afección aguda ó crónica de la membrana serosa, de donde fluye el derrame.— Ejemplos: todas las hidropesías sintomáticas de una inflamación de las serosas (de la pleu- ra, pericardio, aracnoides, peritoneo , etc.). «Segundo orden. — Hidropesías por obs- táculo á la circulación venosa. —Encontramos en este orden el mayor número de ellas , esto es, las colecciones serosas determinadas por obliteración de las venas y por todas las afec- ciones que dificultan ó impiden la circulación pulmonar, cardiaca ó hepática (enfermedades del pulmón , corazón, hígado, tumores en el vientre, preñez, etc.). «Tercer orden.—Hidropesías producidas por una modificación patológica, que sobrevie- ne en la estructura de la piel. — En este orden se incluyen las hidropesías del tejido celular, que se manifiestan después del sarampión y de la escarlata. «Cuarto orden. — Hidropesías supletorias producidas por la supresión de una secreción normal ó morbosa.—Tales son las hidropesías que sucedená la supresión repentina del sudor, ó de algunos flujos, que provienen de las mem-. branas serosas ó de otros órganos. hidropesías. 151 » Quinto orden, — Hidropesías por repeti- tion simpática ds la irritación. »2.a Clase.—Hidropesías por altera- ción DE LA SANGRE. » Veremos si en esta clase es posible esta- blecer subdivisiones análogas á las que se han espuesto en las hemorragias. De antemano de- cimos , que los estados patológicos que parecen dependientes de una alteración de la sangre, y que determinan derrames serosos, son las hi- dropesías que sobrevienen en sugetos invadidos de la enfermedad de Bright, ó que han estado bajo la influencia de una alimentación de mala calidad y poco reparadora. «3.a Clase.—Hidropesías que no han po- dido COLOCARSE EN LAS CLASES PRECEDENTES, POR SER TODAVÍA MUY OSCURO EL MODO COMO SE ORIGINAN. «Las investigaciones anatómico-patológicas han reducido mucho desde principios del cor- riente siglo el número de estas hidropesías, y sin embargo es bastante considerable. » En la clasificación que acabamos de pro- poner, hemos tomado por base de nuestras di- visiones las causas apreciables de las hidrope- sías. Hemos tenido en cuenta las alteraciones de los humores y de los sólidos, como único medio de esplicar las diferentes especies de hi- dropesías. «Sin exagerar la importancia de las clasifi- caciones, las juzgamos siempre indispensables en patologia general. Sin ellas imposible seria escribir con alguna claridad la historia de los grandes fenómenos morbosos, que como las colecciones serosas se refieren á lesiones y en- fermedades muy diversas. Siguiendo otra mar- cha, se corre el peligro de vagar en considera- ciones insignificantes ó erróneas, puesto que dichas colecciones se -acomodan á numerosas condiciones patológicas. En materia tan vasta como la presente son necesarias las divisiones, aun cuando no estén al abrigo de la crítica. Siempre nos enseñan á comprender las diferen- cias, punto capital en el tratamiento. Con todo eso declaramos que la historia de las hidrope- sías no ha progresado lo suficiente, para que se pueda señalar á cada cual su clase respectiva; nos hemos visto en la precisión de colocar en un orden particular el gran número de hidro- pesías incerta sedis, cuya verdadera causa nos es desconocida. Asi es que importa mirar solo como interinas estas divisiones, y no será fuera de propósito citar lo que decía respecto del par- ticular un célebre químico. Asistía á una reu- nión, donde los hombres mas instruidos en la ciencia discutían con calor, y casi con furia, sobre el mérito respectivo de las clasificaciones que cada cual habia propuesto. Cada uno hacia resaltar las ventajas de la suya, y la discusión se acaloraba mas y mas, cuando el químico de que hablamos se levanta y dice': «Yo divido todos los metales en dos grandes clases; en la primera incluyo todos los que huelen á ajos, y entre ellos el arsénico; mi segunda clase com- prende todos los demás metales.» Esta crítica hizo cesar la discusión, é inspiró á todos ¡deas mas precisas sobre el verdadero valor de las clasificaciones. » Antes de entrar en materia haremos no- tar, que hallándose este capítulo particular- mente consagrado á una historia general y sin- tética de todas las especies de hidropesías, omi- tiremos todos los pormenores peculiares de la anasarca, de la ascitis, ó de las demás hidro- pesías, que se tratarán en artículos especiales con toda la estension debida. «1.a Clase. — Hidropesías por altera- ción DE LOS SOLIDOS. » Primer orden. — Hidropesías determina- das por una afección aguda ó crónica de la se- rosa, ó por una simple lesión funcional___ Principiamos por este orden porque es fácil comprender el modo de producción de sus hi- dropesías. En efecto, se desarrollan en elmismo sitio donde se manifiesta la causa que las pro- voca, y á cuya intervención siguen muy luego. »La irritación inflamatoria de las membra- nas serosas, es una de las causas mas ordina- rias de las hidropesías. Es un efecto constante de la flegmasía aguda, modificar la secreción de los líquidos exhalados en la superficie de la membrana mucosa , y cambiar su naturaleza. El líquido derramado, unas veces está traspa- rente, amarillento, y se acumula en conside- rable cantidad; otras se presenta turbio, y tie- ne en suspensión una infinidad de copos fibri- nosos de color blanquizco; pero en el mayor número de casos solo existe en corta cantidad, y organizándose con prontitud, hace que las hojas visceral y parietal de la serosa se adhie- ran entre sí mas ó menos inmediatamente. In- fiérese pues , que sí el efecto mas ordinario de la flogosis es dar origen á una hidropesía, tam- bién puede oponerse á su desarrollo la intensi- dad y duración de la misma flogosis y el esta- do del sugeto. Si la flogosis principia con vio- lencia , si no hay medio de contener su mar- cha, si el sugeto es pletórico y se halla en el estado esténico que imprime á las enfermeda- des un carácter particular*, producirá la exha- lación de una pequeña cantidad de líquido , y con mayor frecuencia, de una serosidad mas ó menos cargada de nuevos principios, tales co- mo la fibrina y los glóbulos de pus. ¿Aumen- tará también la cantidad de la albúmina? Vol- veremos á ocuparnos de este punto al hablar de la composición de las serosidades. » Si por el contrario es menos intensa la irritación, y se efectúa de un modo que difiera poco del fisiológico, solo resultará una exhala- ción mas abundante de serosidad. Esta forma irritativa, que consiste en un aumento morboso de secreción, se há llamado irritación secre- toria por Breschet, é hipercrinia por Andral. » La irritación secretoria y la inflamatoria, tanto aguda como crónica, tienen el carácter común de provocar un flujo anormal. En la primera permanece ilesa la testura del tejido se- 152 HIDROPESTASv roso, solo hay aumento de secreción, y el lí- quido exhalado se diferencia menos del que se segrega en el estado normal, que del producido por la irritación inflamatoria. En este último caso hay una lesión de testura y no un simple desarreglo funcional; al mismo tiempo el lí- quido segregado presenta también modificacio- nes en su composición y cantidad. A veces está disminuido, y asi es que la aracnoides, la pleu- ra y el peritoneo ofrecen una sequedad notable al principio de sus flegmasías. Pero es mas fre- cuente que se exhale la serosidad con mas abundancia. Las hidropesías por irritación se- cretoria son limítrofes de las por irritación in- flamatoria. «En efecto, la escitacion anormal de las serosas es la causa común de la exhalación que se establece en sus superficies; pero los fenó- menos íntimos son diferentes. En el primer gra- do, que forma el paso del estado fisiológico al morboso, la irritación secretoria se efectúa ba- jo la influencia de una escitacion mayor del te- jido: esta irritación no es aun inflamatoria, pero puede pasar de este primer grado, y entonces se efectúa un flujo seroso por inflamación ó ir- ritación inflamatoria. Aqui es necesario tam- bién distinguir muchos grados. Si la flogosis es violenta, la serosidad que fluye de las superfi- cies inflamadas llega á ser tan rica en fibrina como la misma sangre, fibrina que al organi- zarse lleva consigo albúmina: los principios acuosos, al contrario, son poco abundantes;. pero en cambio predominan en las hidro-fleg- masias sub-agudas y crónicas. Ademas trasu- dan algunas veces con la serosidad glóbulos sanguíneos, de donde resultan derrames sero- so-sanguinoleutos, que consisten sin duda algu- na en un modo particular de irritación, cuya naturaleza íntima nos es desconocida. En al- gunos casos en fin, es sangre pura lo que fluye á consecuencia de la irritación inflamatoria. Mas de una vez habrán tenido lugar todos los observadores de reflexionar sobre la correla- ción que existe entre estos diversos modos de exhalación. «En su escelente disertación sobre las hidro- pesías insiste Breschet sobre este punto : «Las hidropesías activas, la exhalación sanguínea y la inflamación pueden invadir do quiera que rraya vasos exhalantes. No es necesario admitir que existan en la-parte nervios de la vida ani- mal ; bastan los de los ganglios que acompañan constantemente á los vasos, formándoles una especie de vainas plexiformes, para dar razón de la sensibilidad orgánica y tonicidad que se desarrollan en los diferentes estados á que atri- buimos las exhalaciones serosas, las sanguí- neas, la inflamación y la supuración. En algún modo considero todas estas enfermedades como procedentes de un mismo oríjen, esto es , de la irritación. Si esta es débil, aparecen la exal- tación de las fuerzas tónicas y el aflujo humo- ral , pero no en tanto grado como en la hemor- ragia activa ; de manera que en tales circuns- tancias Solo determina la irritación exhalacio- nes serosas. Una irritación mas viva produce exhalaciones sanguíneas y la inflamación , y si esta es intensa y el estímulo continúa obrando, seguirá el otro género de exhalación que es la supuratoria. Han demostrado frecuentemente la práctica, y sobre todo la abertura de los ca- dáveres, que pueden existir en una enfermedad estos diferentes fenómenos, guardando entre sí un orden de sucesión.» (Rechetchei sur les hydropisies actives en general, ét sur l' hy- dropisie activé du tissu cellulaife en particú* lier, por Gilbert y BTeschet, pág. 9, tesis, núm. 173, París, 1812.) Hemos copiado este pasage, porque en él se hallauapr'eciadás en su justo valor las principales causas de las hidro- pesías por irritación. Empero nada hemos dicho hasta ahora de otras causas no menos dignas de consideración. »No se ha de creer que procedan solo'de la irritación las diferentes formas de exhalaciones de que acabamos de hablar; intervienen asimis- mo otras causas , y entre ellas debemos citar especialmente los diversos estados constitucio- nales de la sangre. Si, por ejemplo, existe uno caracterizado por el predominio de los glóbulos, la inflamación de la serosa desplegará una reac- ción general intensísima; al contrarío, será lánguida si el sugeto está debilitado , anémico1 ó clorótico, no porque la composición de la san- gre se oponga en estos casos á la producción de una flegmasia, sino porque la reacción simpá- tica no se presenta de una manera tan franca, y ademas parque la flogosis misma suele tener las mas veces una forma sub-aguda y aun cró- nica. También puede acontecer que un indivi- duo en quien exista una de las enfermedades que traen en pos de sí la disminución de las Cantidades normales de fibrina, sea invadida de flegmasia de una membrana serosa. Mu- chas veces entonces arrastra consigo el lí- quido derramado cierta cantidad de glóbulos sanguíneos, y la hemorragia se combina con la hidropesía. De este modo se encuentran reuni- dos en el mismo sugeto dos elementos morBo- sos , que producen un conjunto de fenómenos patológicos, entre los cuales ¡mporla saber dis- tinguir los pertenecientes á la hidropesía de los peculiares de la hemorragia. Insistimos sobre este punto , porque desde la publicación de los trabajos de Andral y Gavarret no ha sido toda- vía el objeto de un examen detenido. Mas de una vez tendremos ocasión de aprovecharnos de estas observaciones, para, esplicar muchos fenómenos, que aparecen en el curso de las hi- dropesías, y á los que se habían asignado cau- sas diferentes de las que en realidad los pro- ducen. «Los síntomas de las hidra-flegmasías son locales Ó generales. Dependen los primeros ó de la inflamación desarrollada en la membrana serosa, ó de la presencia del líquido derrama- do. El dolor y la dificultad en que ponen al ór- gano de llenar sus funciones la inflamación 6 HIDROPESÍAS. 153 el derrame son el punto de partida de los fe- nómenos morbosos. Varían por lo demás según el sitio de la flogosis, y según el órgano en- vuelto por la serosa; de suerte qifb no puede establecerse en este punto ningún carácter ge- neral. »Los síntomas generales anuncian las mas veces una viva reacción : la piel está caliente, el rostro muy animado, el pulso frecuente y duro, hay sed viva, las orinas son raras y bas- tante encendidas; en una palabra, se presen- tan todos los signos del estado morboso que se llama esténico , pletórico ó inflamatorio. Esto ha bastado para que los autores apliquen estas diversas denominaciones á las hidropesíasacom- pañadas de los síntomas que acabamos de enu- merar. Hé aqui pues una gran clase de hidro- pesías activas, que solo consta de las sintomáti- cas de una flogosis aguda ó crónica de las mem- branas serosas. La forma esténica ó pletórica de que se revisten la deben, ya á la constitución del sugt-tfc, ya á la violencia de Ja inflamación ó bien á sus irradiaciones sintomáticas: ninguna parte toman eu ella las hidropesías, porque los fenómenos resultan de la enfermedad (logística y del estado del individuo. Esta misma hidro- pesía activa lo será pasiva ó asténica , si es di- fícil promover en el sugeto la reacción febril, bien porque esté abatido por alguna enferme- dad anterior , ó bien por cualquier otra causa. Véase por tanto cuan imperfecta es semejante división de las hidropesías: á medida que avan- cemos en el estudio de estas enfermedades, se ofrecerán frecuentes ocasiones de manifestar sus vicios. «Generalmente se aconseja tratar por medio de emisiones sanguíneas las hidropesías com- prendidas en nuestro orden primero. La deteni- da observación de los síntomas, que indujo á los antiguos á establecer una clase de hidropesías esténicas, inflamatorias, etc., les enseñó tam- bién que debían ser combatidas por un trata- miento antiflogístico, las mas veces decidida- mente activo; por tanto no se puede menos de reconocer que lá institución de la clase de las hidropesías activas tenia su verdadera utilidad respecto del tratamiento. «Los estudios modernos de las alteraciones de la sangre en las flegmasías de las serosas, han demostrado un aumento considerable de fibrina. Las inflamaciones que mas elevan su cantidad son , la pleuresía , el reumatismo ar- ticular y la neumonía; las dernas inflamaciones de las membranas serosas dan los mismos re- sultados, con la diferencia de ser algo mas cor- ta la cantidad de fibrina. El aumento de este elemento es 1111 rasgo característico de las hi- dropesías unidas á las flogosis de las serosas, debiéndose admitir por lo tanto que si median- te los síntomas locales dependientes de las al- teraciones funcionales no se ha podido descu- brir la verdadera naturaleza de una colección serosa , aparece indudablemente reconocida, cuando el análisis de la sangre demuestra dicho esceso de la cantidad de fibrina. La última ob- servación que nos resta hacer sobre las hi- dropesías del primer orden, es que si bien todas ellas son sintomáticas de una lesión perfecta- mente determinada, no se las puede colocar en una misma línea respecto á su modo de desar- rollarse. En efecto , unas resultan de la infla- mación primitivamente desenvuelta en la mem- brana serosa , y otras dependen también de es- ta misma inflamación, pero que se ha estendi- do consecutivamente á la membrana, siendo su primitivo asiento el órgano que rodea á la se- rosa. Asi vemos á cada paso que determina el derrame pleurítico una neumonía ó un tubér- culo sub-pleurítico; que nace la hidropesía bajo la influencia de un reblandecimiento , de*una hemorragia ó de un tubérculo del cerebro; que sucede la hidroperícardilis á una flegmasia del tejido carnoso del corazón, ó á cualquiera otra eufermedad de esta viscera, y la ascitis á una multitud de lesiones viscerales , tales como el cáncer gástrico, la inflamación aguda y crónica del "hígado , las afecciones del útero y sus ane- jos, y las de la vejiga. Escusamos decir, que prescindimos ahora de las enfermedades que obran comprimiendo los vasos. «En todos los casos que acabamos de citar, transmitida la irritación de una viscera á una membrana serosa que la envuelve, puede ofre- cer solamente la'forma que se ha llamado se- cretoria. Esta irritación tiene por efecto provo- car el derrame de gran cantidad de líquido y reproducirlo sin cesar , aun cuando para com- batirle se haya instituido el mejor tratamiento. El hidrotorax y la ascitis, que son efecto de tubérculos ó de una desorganización crónica de alguna viscera , persisten tanto como las cau- sas mismas que los determinan. Y no podia ser de otra manera : la irritación secretoria tiene por causa una lesión que tras ella se esconde; y solamente necesita que esta fatal espina , que en cierta manera está clavada en la membrana, se limite á obrar con una intensidad limitada, y nada mas que en el grado conveniente, para que solo produzca un simple aumento de exha- lación ; porque si el estímulo es mas fuerte, y la irritación orgánica interesa vivamente la se- rosa, llega la irritación á ser inflamatoria , co;i lo cual varían, tanto la naturaleza, como la can- tidad del líquido exhalado. Entonces tenemos una de aquellas hidropesías Consecutivas á una flegmasia caracterizada; de suerte que el oríjen de la hidropesía fluctúa las mas veces entro una simple irritación secretoria y una inflama- ción legítima. «Bien podíamos haber formado una cjasc distinta de las hidropesías por irritación secre- toria ; pero como son producidas por causas tan diversas , no hemos querido dividir asi es- ta materia ; con lo cual evitamos ademas el in-* conveniente de tomar por punto de partida el misterio de las secreciones , fenómeno dema- siado íntimo y oscuro en su esencia, para que se le pueda emplear en divisiones patológicas. Pre* :1 154 HIDROPESÍAS. ferimos detenernos en los fenómenos morbosos mas ostensibles, y que pueden combatirse por una terapéutica eficaz. » Tratamiento.—La distinción que acaba- mos de establecer es de la mayor importancia en la práctica ; porque en verdad no podría ser él mismo el tratamiento en ambas especies de hidropesía. Si depende de la flogosis primitiva del tejido seroso, no hay otro partido que tomar, sino combatir enérgicamente y con los medios usuales la inflamación de la membrana , y en- tonces no tardará en desaparecer la hidropesía.. No sucederá lo mismo si el punto de partida de la inflamación ó de la simple irritación secre- toria se encuentra en la viscera subyacente (hi- dropesía sintomática consecutiva): en este ca- so se debe dirigir el tratamiento contra la le- sión de que está afectada la viscera. Si esta le- sión es superior á los recursos del arte, en va- no será combatir el derrame por medio de los hidragogos ó de otros ajentes terapéuticos, siem- pre volverá á aparecer mientras no cese su causa: por tanto el hidrotorax dependiente de tubérculos desarrollados bajo la pleura, la as- citis sintomática de la hipertrofia de los gan- glios mesentéricos , de una afección del ovario ó de la matriz, y la hidrartrosis producida por una enfermedad de los ligamentos de las su- perficies articulares, no pueden destruirse sino en los casos escepcionales en que se ha llegado á disipar la lesión de que era efecto la hidrope- sía. A estos preceptos generales se reduce lo que por ahora debemos decir del tratamiento de las hidropesías contenidas en nuestro orden primero. «Segundo- orden. — Hidropesías por obs- táculo á la circulación venosa. — No podemos examinar minuciosamente todas las causas de estashidropes(as;con mas estension las hallarán nuestros lectores al tratar de la anasarca. De la completa historia, que presentaremos en aquel artículo, resulta que las. hidropesías por obstá- culo en el curso de la sangre son las que mejor conocieron los antiguos; no ignoraban ninguna de las lesiones que piíeden producirlas. «Una de las causas cuyo modo de acción es mas fácil de comprender, es la obliteración de la vena principal de un miembro, á conse- cuencia de una flegmasia, que determina la for- mación de un coágulo. La flebitis en este caso da margen al edema de las partes en que se distribuye el tronco venoso. Puede también consistir la obliteración del vaso en una coa- gulación de la sangre, enteramente espontá- nea y sin inflamación precedente. Aunque son raros los casos de este género, uno de nos- otros- ha referido el notable ejemplo de una coagulación efectuada en la vena basílica (ca- . .so raro de coagulación de la sangre en los va- tos; en la Gazette des hópitaux, núm. 12, ene- ro 1839). Probablemente no habia existido ede- ma en el miembro torácico, porque continuaba la circuición colateral. Asistiendo uno de nos- otros á un enfermo, que padecía tisis pulmo- nar en el último período, tuvo ocasión de ob- servar que ambos miembros abdominales eran asiento de un edema muy perceptible, aun- que poco cSnsiderable; las dos safenas inter- nas y las crurales, estaban ocupadas por un coágulo sólido, cuyo sitio y naturaleza no pu- dimos reconocer durante la vida del sugeto; la vena cava inferior se halló perfectamente prac- ticable; pero la ilíaca primitiva esterna é in- terna , la crural y la safena estaban obstrui- das por un coágulo adherente á sus paredes, cuya membrana serosa habia perdido su ter- sura, y se encontraba cubierta de una falsa membrana rojiza. ¿Dependería esta flebitis in- terna de una fístula cerrada al esterior y de algunas líneas de profundidad, cuya existen- cia no sospechaba el enfermo, ni aun cuando entró en el hospital? No es imposible; pero entonces hay necesidad de confesar, que la marcha de esta inflamación habia sido muy latente, pues que el enfermo no hizo cama ni un solo dia,*ni ofrecia signo alguno1 de flebi- tis la vez primera que le observamos. No es esta ocasión oportuna de esponer las' grandes cuestiones á que dan lugar estos hechos. Al referirlos solo hemos querido demostrar,.que la obstrucción de una vena por un coágulo, no siempre es una prueba suficiente de la exis- tencia de la flebitis, mientras no se hayan pre- sentado otros .síntomas; asi como no indican los coágulos del corazón la inflamación del en- docardio. «Puede también consistir la hidropesía en la compresión de un tronco venoso, causada por un tumor situado en sus inmediaciones. A veces es pasagera esta compresión, como la que resulta de la preñez. Autores hay que hacen intervenir muchas causas en la produc- ción del edema de las mujeres embarazadas (Véase Anasarca). Las obliteraciones de las venas provocan edemas parciales en las dife- rentes partes del cueifpo, de lo cual pueden verse muchos ejemplos curiosos en la memo- ria de Bouillaud (De la obliteración de las ve- nas y de su influencia en la formación de las hidropesías parciales , etc.; Arch. gen. de méd., T. II, p. 188 y sig.). De la- misma suerte se forman los edemas de un lado del cuello, de un miembro torácico, y de uno ó defjambos abdominales. «Puede establecerse una relación rigorosa, dice Andral, entre.la estension de la hidropesía y el punto enque existe el obstáculo á la circulación Venosa: asi, la obliteración de la vena femoral ó afilar coin- cide con el edema del miembro pelviano ó to- rácico correspondiente; si la vena cava infe- rior es la obliterada, los dos miembros abdo- minales serán el asiento de una infiltración serosa.» (Précis danat. path., t. I, p. 328). La flegmasia alba dolens ó sea el edema lie las recien paridas, se ha referido por unos á la inflamación de las venas, y á la flegmasia de los linfáticos por otros. Solo la opinión prime- ra cuenta partidarios en el dia. Las numero- HIDROPESÍAS. 1L5 sas observaciones de Velpeau, Bouillaud, Ro- bert, Lee, Boudant, etc., no permiten ya du- dar qne la inflamación de las venas es la cau- sa de la enfermedad. «La compresión ejercida por un lazo so- bre los vasos de un miembro es capaz de po- nerle" edematoso." La infiltración serosa que aparece en los pies y parte inferior de las piernas, en los sugetos que las tienen nota- blemente varicosas, es también consecutiva á la lentitud del curso de la sangre. Este edema desaparece cuando se disminuye el éxtasis de la sangre á beneficio de una compresión me- tódica , que se practica en el miembro con una media bien ceñida ó coft un vendage adecua- do. Se presenta algunas veces el edema, en los pies de personas debilitadas por alguna en- fetmedad crónica, ó que se hallan convalecien- tes: la causa de tales hidropesías parece ser la disminución de la contractilidad de los vasos y la inercia de lá sangre, que obran del mis- mo modo que las varices. Cuando los tejidos vuelven á tomar su actividad normal, cesa la exhalación de la serosidad. «En muchas ocasiones es producida la as- eitis bajo la influencia de varias lesiones, que tienen por efecto oponerse al libre curso de la sangre, ora en la vena cava inferior, ora en el sistema de la porta (V. Ascitis). Entre las al- teraciones que merecen consignarse con mas particularidad, figuran las afecciones del higa-- do, en que hay induración de su sustancia é impermeabilidad de los vasos hepáticos (cir- . rosis, cáncer, induración), las enfermedades del páncreas y las induraciones cancerosas del estómago, que pot su adherencia con el hígado y órganos inmediatos constituyen ma- sas voluminosas, que comprimen y algunas veces obliteran la vena cava, y sobre todo la porta. Por lo demás es necesario no creer que el solo hecho de una compresión, baste para esplicar las hidropesías, puesto que muchas veces se encuentran todas las alteraciones in- dicadas sin que exista derrame. Asi es que, la vena cava estaba enteramente obstruida, en un caso referido por Copland, y sin embargo, no habia sufusion serosa. Se necesita, pues, admitir la intervención de alguna otra condi- ción patológica, que ciertamente nos es des- conocida. Los únicos casos en que puede mi- rarse la compresión de la vena cava, como eausa indudable de la hidropesía, son aque- llos en que se desarrolla una circulación co- lateral bajo los tegumentos del vientre: en- tonces hay seguridad de que la hidropesía de- pende solo de la obstrucción de los vasos. Im- porta , pues,. buscar esta circulación colateral, para destruir cualquier duda sobre la natura-- leza y asiento de la enfermedad. Reynaud es uno de los que mas han insistido en los he- chos de este género (Journal hebdomedatire, n. 51, 1829). «Las enfermedades de los vasos linfáticos y la obstrucción, destrucción y estirpacion de sus glándulas, se han considerado alternati- vamente como causas de la anasarca. Ya de- jamos espuestas las razones eñ que se apoya esta doctrina. Assalini, TMorgagni, Soemer- ring y Mascagní atribuyen el anasarca al estado varicoso de los linfáticos; Saviard y Scherb á concreciones formadas en sus principales tron- cos; Loos y Greitzinger á un desarreglo en la circulación de la linfa (V. ma*S pormenores en el art. Anasarca). En los anales de la ciencia se han consignado hechos y esperimentos que derrocan esta doctrina. Andral, que particu- larmente ha fijado su atención sobre este pun- to, y hecho investigaciones, para averiguarla parte que toman los vasos linfáticos en la pro- ducción del anasarca. (Précis d'anal. pathol. t. I, p. 330), concluye de este modo. »Nin- «gun hecho demuestra en la actualidad, que «un obstáculo á la circulación linfática haya «sido nunca causa de hidropesía.» Estamos ya muy lejos de la época en que generalmente se creía que la rotura del conducto torácico y de los vasos lácteos, puede causar una hidro- pesía del pecho ó del vientre, á consecuencia del derrame de los líquidos contenidos en estos conductos. Cullen admite esta teoría (Elem. de méd. prat., t. Hl, página 269; París, en 8.°, edic. de 1829). * «Alrededor de las partes invadidas ú ame- nazadas de gangrena por. arteritis, se forma un círculo rojo y doloroso, que parece prove- nir de la dificultad que esperimenta la circu- lación venosa, ó de la inflamación trasmitida al tejido celular venoso. Se concibe, que la total suspensión del círculo de la sangre, ó al menos, la estremada dificultad que esperi- menta al recorrer la arteria, deprime igual- mente la circulación venosa, que, privada del vis d iergo que la activa,,no puede menos de languidecer. También se presenta edema en los miembros, cuya arteria principal ha sido ligada , para contener una hemorragia, ó cu- rar un aneurisma. »Siendo locales todas las causas que aca- bamos de revisar, no pueden menos de ser parciales las hidropesías consiguientes. No sucede lo mismo cuando dependen de una en- fermedad del corazón. Las lesiones de sus ori- ficios que producen, ó la retracción, ó la insu- ficiencia de las aberturas por donde sale la sangre, son causas de hidropesías, tan cono- cidas de todos los.médicos, que nos parece in- útil insistir sobre el particular. Igualmente de- terminan la hidropesía las tres formas de hi- pertrofia admitidas por Bouillaud, y la dilata- ción aneurismática del corazón, con lesión de los orificios ó sin ella, lo cual es raro. El der- rame en todos estos casos principia por la es- tremidad del árbol circulatorio ,• manifestán- dose primero en los miembros inferiores j des° de dmide se estiende sin interrupción , hasta invadir las cavidades serosas, los miembros superiores y la cara. El mismo pulmón llega á participar de la afección: manifiéstase en él 156 HIDROPESÍAS. id edema propiamente dicho, ó una exhalación serosa bronquial, provocada por la ingurgita- ción , que sobreviene en la membrana muco- sa (Véase Anasarca). Para saber con preci- sión si las enfermedades del corazón derecho causan congestiones serosas mas rara vez que las del izquierdo, seria necesario poseer no- ciones estadísticas exactas, que permitiesen comparar las lesiones encontradas en el cadá- ver, con los síntomas observados durante la vida. Puede, sin embargo, afirmarse que las afecciones de las cavidades izquierdas, que son mas comunes que las de las derechas, produ- cen las hidropesías con tanta frecuencia como estas. «No nos parece del caso reproducir en es- te lugar esas generalidades vagas, que estarían destituidas de toda exactitud, si se aplicaran á enfermedades tan^diversas como las que mo- tivan las hidropesías del segundo orden. ¿Qué carácter común puede existir entre dos hidro- pesías, que una de ellas consiste en una cir- rosis, y la otra en un tumor canceroso del úte- ro, que comprime la vena cava? Nada mas que la presencia del líquido derramado. El pronós- tico y el tratamiento no pueden incluirse en una descripción general. •«Tercer orden. — Hidropesías determina- das por una modificación patológica que so- breviene en la estructura de la piel.—Antes de esplicar el modo cómo se producen estas hidro- pesías, se necesita primeramente manifestar su existencia por hechos incontestables. Cullen ad- mite un anasarca exantemático. En efecto, con frecuencia vemos infiltrarse los tegumentos en la terminación de la erisipela de la cara , ó de otra cualquiera parte del cuerpo,' en el mismo punto que ocupaba la flegmasia , ó en las par- tes inmediatas. En este caso es evidente la al- teración de la piel , y solo á ella se puede atri- buir el edema. Se han observado hidropesías en la declinación del sarampión, de la escarlatina, y rara vez en la de las viruelas. De Haen, Stork , Vieusseux , Frank , Borsieri, y en es- tos últimos tiempos Andral, Hamilton , Bright,. Gregory , Christison , Darwal , Rayer, etc, han ilustrado con sus investigaciones las causas exantemáticas, y resulta de sus trabajos que estas dolencias son ordinariamente determi- nadas por una de aquellas alteraciones orgáni- cas de los ríñones, que sin la necesaria medi- tación se han reunido bajo ej nombre de nefri- tis albuminosa , ó por una alteración funcio- nal y pasagera.de los mismos órganos. Entre mas de sesenta enfermos que padecieron escar- latina , solo vio Hamilton dos que no arrojasen las orinas albuminosas. Sin embargo, existen ca- sos bienobservados, en que noes posible admitir que el riñon estuviese enfermo; entonces hay preeision de creer, que se produce la hidro- pesía bajo la influencia de una alteración de las capas superficiales de la piel, cuyas funciones perspiratorias se modifican á consecuencia de la irritación , que en ella se establece mientras dura el exantema , y que se trasmite desde la piel al tejido celular subyacente. Andral hace notar con sobrada razón , que semejante causa está lejos de poder esplicar el edema; porque este se desarrolla en los puntos donife ha sido poco intensa la irritación cutánea, y en una época en que apenas existe.' Se han invocado. alternativamente la irritación del sistema lin- fático, el eretismo de la piel, la saburra gástri- ca , la supresión de la transpiración y la altera- ción de la sangre , para esplicar el anasarca , y algunas veces las colecciones serosas que siguen á los exantemas febriles. «Las observaciones hechas antes de los úl- timos trabajos sobre fas enfermedades de los ríñones , son incapaces de resolver lá cuestión que nos ocupa. Pero existe un pequeño número de hechos, que nos induce á creer que, una fez retenido en la economía el líquido que debe eliminarse por la piel, afluye como un flujo su- pletorio al tejido celular, ó á una membrana se- rosa; del mismo modo que se presenta un ana- sarca ú otra cualquiera hidropesía , después de la repentina suspensión del movimiento sudo- rífico. Milita en favor de esta opinión la circuns- tancia, de que muchos de los enfermos afecta- dos de escarlatina que contrajeron el edema, se habían espuesto al frío antes de estar ente- ramente restablecidos, ó moraban en una ha- bitación fria y húmeda. Sin embargo, no damos mucha importancia á esta teoría ; solamente nos atenemos al hecho, y porque nos parece in- contestable, hemos creído necesario colocar en un orden separado las hidropesías por lesión de la piel. «La erisipela , el éVitema , el eczema , las afecciones crónicas de la piel , y las fricciones hechas con una grasa rancia, ó con pomadas capaces de producir cierto grado de irritación, determinan en el tejido celular subcutáneo un edema , que de ordinario es circunscrito. «Obran también de la misma suéltelos ve- jigatorios , sinapismos , cauterios y las úlceras crónicas, principalmente cuando estas irritacio- nes sobrevienen en enfermos debilitados por una enfermedad crónica : la debilidad en este caso favorece la influencia de dichas causas. La erisipela de los párpados y la irritación produ- cida por sanguijuelas aplicadas sobre regiones en que es fino el tejido celular subcutáneo, y se deja facilítente llenar de serosidad , son igual- mente causas de hidropesía. Esta enfermedad se observa á veces en las inmediaciones de un flemón , y en tal caso, como en los ya citados, es de creer que dependa de la irritación que se propaga de la piel y de los puntos inflamados al tejido celular adyacente. «Todas las inflama- ciones , dice Broussais , producen á cierta dis- tancia de su asiento un estado híperdiacrítico, haciendo participar á los tejidos inmediatos del esceso de congestión de los focos inflamatorios» (Traite de thérapeutique et de pathologie gene- rales, t. V, p. 383 , en'8.? París , 1835). La influencia ejercida por la irritación inflamatoria HIDROPESÍAS. 156 en la exhalación serosa del tejido celular, se demuestra de una manera evidente en el con- torno del flemón, y en aquella forma de erisi- pela designada con el nombre de edematosa, y que es necesario no confundircoii el edema que determina consecutivamente la erisipela (ed. érisipél). Se presenta también en la resolución inflamatoria cierto grado de exhalación serosa, que tiene por objeto vaciar eu otros tejidos los productos líquidos, que se van reabsorvieudo de las partes inflamadas , donde se hallaban derramados. Lo mismo acontece en las conges- tiones inflamatorias; provocan á veces infiltra- ciones serosas en las inmediaciones de los pun- tos inflamados. «En cuanto á la marcha y síntomas de es- tas hidropesías, nos remitimos á nuestro artí- culo Anasarca. Distínguense de las demás por un carácter negativo , que importa conocer , y es que la orina no contiene albúmina, y que no existe lesión "visceral apreciable. «Cuarto orden. — Hidropesías por supre- sión de alguna secreción normal ópatológica.— Los esperimentos fisiológicos han establecido con exactitud, que el cuerpo debe perder dia- riamente cierta cantidad de líquidos. Estas pér- didas se efectúan por dos grandes superficies; el tegumento estenio y la mucosa gastro-pul- monal; también la secreción urinaria4 concurre en-gran parte al efecto. Los esperimentos de Sanctorius, Lavoisier y los de Edwards, mas recientes y decisivos , prueban que es posible disminuir escesivamente las perspiraciones cu- tánea y pulmonar , en cuyo caso las sustituye la secreción urinaria (de flnfluence des agents phisiques sur la vie). Supóngase ahora que no pueda persistir esta ley de equilibrio , ó se al- tere súbita y profundamente, y se verá enton- ces que aparecen hidropesías : esto es lo que precisamente ha sucedido en cierto número de hechos bien observados. Andral ha citado en su curso de patologia general la curiosa obser- vación de un enfermo, que quiso entrar en sus salas para que le tratase un anasarca. Este en- fermo dormia profundamente , cuando á media noche le hizo despertar de repente la viva sen- sación de frió , ocasionada por una gran canti- dad de agua con que muchas personas le moja- ban ; su salud, antes de este accidente, era cabal. Al dia siguiente fué acometido de* un anasarca , que no tardó en disiparse: las orinas contuvieron albúmina durante algunos dias. Los autores antiguos han referido observacio- nes análogas, pero desprovistas del examen fí- sico y químico de las orinas, á mas del resulta- do suministrado por la ilustrada esploracioi^ del corazón y de los ríñones. «Iguales resultados siguen á la inmersión en agua fria cuando el cuerpo está sudando, y á la ingestión de una gran cantidad del mismo líquido, ó de bebidas helades. Uña persona que sudando se acuesta en un suelo frió y húmedo, puede encontrarse al despertar invadida de hi- dropesía, ascitis y anasarca. Este accidente no es raro en las comarcas intertropicales. ¿En qué clase se colocarán las hidropesías desarro- lladas de este modo? El fenómeno mas oslen- - sible es la súbita suspensión de las funciones secretorias , y especialmente la de la piel y rí- ñones. ¿ Mas por qué se cierran en semejante caso los eliminadores habituales ? Imposible es decirlo. También puede esplicarse de otra ma- nera la producción del fenómeno, diciendo, por ejemplo, que las secreciones no pueden supri- mirse , ni disminuir notablemente , sin que se < altere la sangre á consecuencia de su mezcla con las diversas materias, que debieron salir fuera de la economía por vía de eliminación. Imposible es negarse á admitir, que la sangre deja ya detener sus cualidades normales, des- de que se le incorporan los productos de se- creción que debieron ser espelidos ; pero se necesitarían pruebas mas rigorosas para demos- trar que las hidropesías producidas de este mo- do son hijas de las alteraciones de la sangre. Hemos creído útil promover esta cuestión, é indicar el punto de vista en que puede exami- narse. «Estas causas obran de una manera eviden- te : una vez suprimidas las secreciones cutánea ó intestinal á causa de la frialdad de un líqui- do puesto en contacto con alguna de estas su- perficies , bien se concibe que sobrevenga una hidropesía en cualquiera membrana serosa , ó en el tejido celular , para suplir la disminución ó supresión del flujo normal. «Las obras contienen -multiplicadas obser- vaciones de hidropesías causadas por la dismi- nución ó supresión de las reglas. Portal ha cui- dado de recoger gran número de ellas en su tra- tado Observalions sur la nature el le traitem, de Chydrop., t. I, p. 229, en 8.° París, 1824). Todas las hemos leído con atención, y estamos convencidos de que no hay una sola que prue- be la realidad de semejante causa. Estas hidro- pesías han de referirse á enfermedades de natu- raleza y asiento enteramente diferentes, y nos sorprende que Portal no haya advertido el er- ror en que cayera. En cuanto á nosotros, sin rehusar enteramente admitir, que puede un flujo seroso suplir á uno sanguíneo , declara- mos que no conocemos ningún hecho que pon- ga fuera de duda la influencia de esta causa. «Quinto orden. — Hidropesías por repeti- ción simpática de la irritación. —Los autores han admitido hidropesías melastálicas , es de- cir, determinadas por la desaparición mas ó menos rápida de una enfermedad, ó de un der- rame seroso : puede aceptarse esta espresion, con tal que se le asigne el único sentido que hoy debe tener. Los trabajos del ilustre Bichat so- bre las simpatías de los tejidos, han probado de una manera positiva, que las inflamaciones se- cretorias que residen en las membranas sero- sas, sean ó uoirritativas, tienden áreproducirse por simpatía en las otras membranas de la mis- ma naturaleza. Los hechos patológicos no de- jan duda alguna acerca de este particular. Ha 158 HIDROPESÍAS. demostrado Bouillaud, que la Inflamación de las membranas articulares tendía igualmente á re- petirse en la serosa del corazón y de la pleura, y que esta influencia se observa de la misma suerte en las demás membranas. Este es un he- cho incontestable, que definitivamente ha enri- quecido los anales de la ciencia. Por tanto es ne- cesario no reputar las hidropesías consecutivas á un reumatismo , que en las observaciones se califican de metastáticas, sino como propaga- ciones de la flegmasia reumática á los tejidos serosos. Lo mismo sucede en la mayor parte de los casos en que , viniendo á desaparecer de algún punto una enfermedad inflamatoria, ó de otra naturaleza, se manifiesta en otro una hi- dropesía. En muchas ocasiones Solo pierde la enfermedad primitiva una parte de su intensi- dad, y sus síntomas descienden en términos de hacer creer que ya no existe el mal en su sitio primitivo; la hidropesía entonces solo es una estension de lá enfermedad , que disminuyendo en algún punto, ha sido en cierto modo reveli- da á otro por cualquiera causa , pero sin aban- donar enteramente su primer asiento. Mas hay otros casos en que coexiste la falta completa de la afección en la parte donde residiera, con el derrame de líquido en una cavidad serosa; en- tonces la metástasis es total: veremos que es- . tos casos no son muy raros , y que constituyen un hecho real en la historia de las hidropesías. «Dicen los observadores que han visto des- aparecer la serosidad del vientre, y en el mis- mo instante llenarse de líquido la cavidad to- rácica. No siempre es seroso el flujo que se suprime; proviene á veces de una membra- na que comunica con el esterior , y entonces puede ser de otra naturaleza. Un flujo intes- tinal ó urinario , sudores copiosos, ó una exha- lación bronquial abundante, son capaces de disipar un hidrotorax ó una ascitis. Puede verse en la clinique medícale la historia de un joven que padecía anasarca y ascitis , y se cu- ró enteramente después de sudores abundan- tes, y de la evacuación de gran cantidad de ori- na (t. III, p. 130, tercera edición). «Pero es lo mas ordinario que la repentina desaparición de la hidropesía dé lugar á graves accidentes , si se efectúa el flujo secundario en una cavidad.importante. En un caso citado por Andral existia una ascitis , cuyo líquido reab- sorvido fué á llenar instantámente los dos ven- trículos cerebrales, y produjo la muerte : la causa de la hidropesía del vientre era una afec- ción orgánica del corazón. Con menos frecuen- cia abandona la colección serosa al peritoneo para llenar la cavidad de las pleuras. A los der-( rames serosos que se forman de este modo se les ha denominado hidropesías metastáticas. «El flujo hemorroidal es otra secreción ac- cidental, cuya desaparición consideran los au- tores abonada para producir hidropesías: en ninguna parte hemos encontrado hechos pro- píos para demostrar la verdad de este aserto. Lieutaud y Portal hablan de una hidropesía por esceso de evacuación: las sangrías , hemor- ragias , flujo intestinal, disenteria y hemoti- sis , son las cansas de esta especie de hidrope- sía. Es casi inútil añadir, que todos estos di- versos accidentes dependen de lesiones pro- fundas , de que solo es un efecto el flujo se- roso. »2." Clase.—Hidiiopesias por alteración DE LA SANGRE. «Desde Galeno se han considerado las alte- raciones de la sangre como potencias principa- les eu la producción de las hidropesías. Esta opinión, basada en un gran número de hechos, cuyo valor discutiremos en seguida , merece examinarse con tanto mas esmero, cuanto que fué adoptada en la medicina antigua con bás- tanle generalidad. Pero antes de estudiar los hechos , que parecen militar en favor de esta doctrina , es necesario, para proceder con al- gún rigor, interrogar á los resultados sumi- nistrados por el análisis de la sangre: este sen- dero nos parece el mas recto , y- el único que podemos seguir sin correr el riesgo de estra- viarnos. «Las alteraciones de la sangre se refieren á la cantidad ó la calidad de este líquido. De- bemos pues preguntáronte todo, si el au- mento de la cantidad normal de la sangre, pue- de modificarlas secreciones, de tal modo, que origine hidropesías. Los antiguos resolvían esta cuestión en sentido afirmativo , y no vacilaban eu colocar la plétora entre las causas de la hi- dropesía. Según ellos , la retención de las re- glas ó de la sangre de las hemorroides, pro- ducía la plétora, y por consecuencia, estas en- fermedades. Solamente las ideas fisiológicas pudieron inspirarles esta doctrina , que no se funda en ninguna observación decisiva. En es- tos últimos tiempos se ha demostrado, que la plétora no consiste en un aumento de la can- tidad de sangre , sino en la superabundancia de uno de sus principios, el elemento globu- lar. Se comprende , ademas , que para soste- ner que la plétora, ú otro estado morboso pa- recido , son debidos á la superabundancia de la sangre , es forzoso conocer las cantidades precisas de este líquido que necesita cada indi- viduo; ahora bien, puesto que es imposible po- ner en práctica semejante medior lo es por con- siguiente decir , en este sentido, sí existe plé- tora ó anemia. Hay sin embargo un esperí- mento que podría invocarse en favor de la in- fluencia que ejerce el aumento de la cantidad de sangre en la producción de las hidropesías; y es el que han hecho primero Hales, y luego Magendié. Al inyectar con fuerza mucha agua en una arteria , se vé'que trasuda este líquido por todas las superficies donde se distribuye el vaso, y con tanta mas abundancia, cuanto ma- yor es la fuerza con que se hace la inyección. El mismo efecto resulta inyectando en las ve- nas de un animal, un volumen de agua doble ó triple del natural de la sangre. En estas cir- cunstancias ha observado Magendié , que co- HIDROPESÍAS. 159 locando en fa cavidad de la pleura un veneno estremadameute activo, se suspendía comple- tamente la absorción , y al contrarió, que era muy rápida, si se sustraía una gran cantidad de sangre. Vio en fin , que no se modificaban los fenómenos de la absorción , cuando se san- graba al anima) antes de inyectar el agua. De todos estos ensayos ha de concluirse , que el a\imento del volumen de la sangre producido' por el agua inyectada , cambia de la manera mas evidente las condiciones fisiológicas de la exhalación y de la absorción. La presión que esperimenta la sangre en el sistema circulato- rio, dice Magendié, contribuye poderosamente á determinar la salida de la parte nías acuosa del líquido, al través de las paredes de los va- sor (Précis élémentaire de phisiologie , t. II, p.4-53). ' «Podría pues creerse, según estos esperi- mentos , que es imposible que aumenten las proporciones.normales del líquido circulatorio sin originarse hidropesías. Ya sean provocadas por el entorpecimiento , ya por la actividad de la circulación , como cuando se hacen inyec- ciones por las arterías, el hecho capital y que domina á todos los demás , es siempre el au- mento del líquido sanguíneo. Las observacio- nes que respecto de este particular hace M. Lit- tre , nos parecen dignas de atención. «Resul- »ta , dice , de estos hechos, que tanto la dis- «tension de las arterias, como la de las venas «por uii esceso de líquido , determinan una «exhalación mas copiosa, y por consiguiente «una hidropesía; y que al mismo tiempo que «se aumenta la exhalación, cesa la absorción. «Estas dos circunstancias coexisten en tal caso. «No debemos figurarnos que pueda ser depen- udieute la hidropesía de la diminución de la «absorción, permaneciendo normal la exhala- ción, ni del aumento de esta quedando ínte- «tegra la absorción. Esta observación se aplica «también á la dificultad del curso de }a sangre «por las venas, á las enfermedades del corazón, «y en una palabra, á todas las circunstancias «que causan en los vasos una plenitud. En- «tonces hay á la vez superabundancia de exha- «lacion y suspensión de la absorción.» (Ar- tículo citado, p. 22). Hemos visto que Boui- llaud sostiene una opinión enteramente dife- rente , y pretende que en la hidropesía pasiva está disminuida la absorción, quedando íntegra la exhalación , mientras que , según Líltre, se hace mas copiosa la exhalación , y cesa la ab- sorción ; en fin, según Bouillaud , en la hidro- pesía mista se halla aumentada la exhalación, y disminuida la absorción , lo cual es precisa- mente para Littré el carácter de las hidropesías por obstáculo ó pasivas. ¿Qué se inferirá de estas contradicciones ? Lo que hemos repetido con tanta frecuencia , á saber : la completa ig- norancia en que nos hallamos acerca del me- canismo íntimo de las hidropesías, y que estas palabras de aumentos y disminuciones de exha- lación y absorción , no son mas que medios creados por nuestra imaginación, para darnos cuenta délos fenómenos; pero conviene no pren- darse de tales palabras, ni creer que con ellas se ha descubierto la verdadera naturaleza de las exhalaciones fisiológicas y morbosas. Lejos de eso puede decirse, que en este modo de pre- sentar los fenómenos, hay algo que se opone á los hechos patológicos. Tal proceder nos in- duciría á creer que en las hidropesías solo hay un simple paso de la serosidad al través de las membranas. No deja de ser cómodo repre- sentar de este modo las secreciones , no ha- ciendo intervenir en ellas al trabajo molecular que se verifica en las estremidades de los va- sos ; pero sí prescindimos de la importante acr cion de los orificios absorventes, ¿cómo se esplicarán las alteraciones del líquido exhala- do, que ya contiene un esceso de albúmina, ya solo indicios de este principio , y en otras ocasiones sangre , ó una materia seroso-puru- lenta ?vCese pues la pretensión de referir las hidropesías á esas leyes imaginarías de equili- brio entre la exhalación y la absorción. «Los esperimentos de Magendié son en es- tremo preciosos para demostrar , que la canti- dad del líquido sanguíneo ejerce notable in- fluencia en la producción de las hidropesías; pero no demuestran si la sangre está ó no al- terada por su mezcla con el agua: solo se sabe , que se alteran los glóbulos sanguíneos, cuando se les sumerge en la destilada. Sería pues útil volver á emprender ensayos sobre es- te asunto, y examinar, si es posible introducir impunemente cierta cantidad de agua en el torrente circulatorio de un animal, y hasta qué punto permanece estraño á la producción de los fenómenos morbosos el cambio de compo- sición que momentáneamente resulta en la sangre. Habiendo inyectado Magendié agua en las venas, después de haberlas vaciado por una sangría copiosa, no descubrió ningún cambio en la absorción ; de lo cual concluyó , que no siempre dependían las alteraciones de esta de la composición de la sangre. Es necesario abs- tenerse de creer que tal esperímento tenga mu- cho valor; cuando mas, prueba que la mezcla de la sangre con el agua , no produce ningún efecto. ¿ Pero es esto decir que carecen de in- flujo las demás alteraciones de la sangre ? El que repondiese afirmativamente, cometería un grave error. Vemos en efecto , que la diminu- ción de los productos orgánicos del suero ele la sangre en la enfermedad de Bright motiva las hidropesías. Si se nos dijese que en este caso no está alterada la absorción , y sí solo la exhalación, nosotros pediríamos la prueba de semejante aserto,-y que se nos mostrase la exhalación y la absorción tan aisladas , y co- mo dos propiedades diferentes de un mismo tejido y de un mismo órgano. Mientras que no se nos presente tal demostración , insistiremos en decir , que el papel asignado á la.absorción y exhalación para esplicar las hidropesías , no- puede colocarse en el número de las-verdades 1G0 HIDROPESÍAS. sólidamente demostradas. Examinemos ahora si en patologia existen hechos en favor de que el aumento de cantidad de la sangre sea una causa de hidropesía. Algunos hay que podrían interpretarse en este sentido. «Un sugeto atacado de una ligera uretritis se «figura que debe beber tisanas en abundancia; «compra y bebe la ración de doce de sus ca- «maradas , y al dia siguiente se encuentra hi- «drópico. Otro que convalecía de diversa eiii- «fermedad, y al que, para recuperar sus fuer- «zas, se habia permitido beber caldo, sigíiió la «misma conducta que el de la tisana, y al otra «dia se vio también acometido de una hidrope- «sía , formada por gran cantidad de agua con- tenida en el peritoneo y tejido celular.» (Broussais, Lepons de phatologie et de thera- peutique genérales, t. V, p. 389 , en 8.°, Pa- rís , 1835.) Los casos que acabamos de referir Son muy raros, y el mayor número de ellos destituido de los únicos detalles que pudieran darles algún valor. Sin embargo , hemos debi- do mencionarlos en este lugar , porque puede suponerse, qde tales hidropesías dependieron de la rápida introducción en los vasos de una cantidad insólita de líquido. Sin embargo, solo concedemos á esta hipótesis una importancia muy secundaria. «Hasta aqui no hemos examinado mas que las alteraciones de cantidad de la sangre, é indagada su influencia en la producción de las hidropesías , hemos obtenido un resultado ne- gativo , ó al menos varias dudas , que no po- drán disiparse sino por investigaciones ulterio- res. Veamos ahora si las alteraciones de la ca- lidad de la sangre tienen alguna parte eu la for- mación de las sufusiones serosas. Al colocarnos en este punto de vista , encontramos , que el análisis químico de la sangre de los hidrópicos, no ha revelado hasta el dia una sola alteración bastante positiva : cuando mas , nos presenta una notable diminución de la cantidad de la al- búmina , es decir , de las partes orgánicas, de los materiales sólidos del suero , y esto solo hasta ahora en la enfermedad de Bright. ^Hidropesía por diminución de la albúmi- na en la sangre.—En primer lugar establece- mos que existen casos de infiltración serosa en las mallas del tejido celular general, sin que en los ríñones haya mas que un simple desar- reglo funcional. Pero cuando durante la vida se observe el edema con orinas albuminosas ¿exis- tirá acaso un grado de hiperemia renal ? No hay duda que las alteraciones mas profundas que se encuentran en el riñon , han sido pre- cedidas de esta hiperemia activa : los numero- sos hechos , recojidos por uno de nosotros, nos inducen á creer, que basta para que las ori- nas se hagan al momento albuminosas, la sim- ple hemostasis renal, estraña á todo trabajo flegmásico, que se encuentra en algunos suge- tos afectados de enfermedades del corazón ó de fiebre tifoidea. Pero de todos modos admi- timos , que puede una simple alteración fun- cional ocasionar del mismo modo el espresido fenómeno y una hidropesía general , que se disipará en este , como en los otros casos, por un tratamiento adecuado. Los síntomas son idénticos ; pero se presentan mas abultados en aquellas alteraciones orgánicas del riñon , quo Ka\er atribuye impropiamente á la nefritis. «No ha de buscarse socamente el carácter esencial de las hidropesías por alteración del riñon en los cambios de este órgano, sino en la presencia de la albúmina en las orinas y en la composición de la sangre, que está profun- damente alterada. Christison. y otros autores ingleses han demostrado la notable diminución de la cantidad normal de albúmina. Andral y Gavarret han analizado la sangre en esta en- fermedad: «Hemos encontrado, dicen, que «habían disminuido notablemente las partes «orgánicas de los materiales sólidos del suero, «formadas en su esencia por la albúmina; este «descenso nos ha parecido tanto-mas conside- rable, cuanto mayor era la cantidad de albú- «uúna que se nos presentaba en la orina: asi «en tres casos de este género los materiales «orgánicos del suero descendieron de su cifra «media 72, á 61,5, 60,8 y 57,9; no hemos en- «contrado semejante diminución en ninguna «otra enfermedad. En el individuo que presentó «la reducida cifra de 57,9, aconteció que al cabo «de cierto tiempo cesó la orina de contener tan- «taalbúmíua: entonces hicimos practicar una «segunda sangría, y los materiales orgánicos «subieron de 57,9 á 66, y en una tercera á «72: entonces habia ya desaparecido la albúmi- »na de las orinas (Recherches sur les modifica- tions de proporción de quelques principes du sang, pág. 93, en 8.°, París,. 18W)).» Es vis- to, pues, que existe una relación íntima entre las cantidades de albúmina contenida en la san- gre y las de la albúmina segregada por los rí- ñones. La fibrina no sufre ningún cambio; asi pues, tenemos en este caso una alteración evi- dente de la sangre que se encuentra íntimamen- te enlazada á la existencia de las hidropesías. Debemos, preguntar ahora si quien provoca la hidropesía es ese estado anormal de la sangre, ó la enfermedad de los ríñones; fácil es la res- puesta» No podemos sin duda dejar de reco- nocer , que la lesión de los ríñones es el ver- dadero punto de partida de todos los accidentes observados; pero prescindiendo de esto, y fiján- donos en la relación que existe entre la altera- ción de la sangre y la producción de la hidro- pesía , no se concibe fácilmente de qué modo puede provocar la degeneración de los ríñones derrames serosos; mientras que desde luego se comprende, cuando se sabe que el principal efecto de esta afección es empobrecer la san- gre, sustrayéndole una gran cantidad de albú- mina , y aumentando la proporción de agua. Los análisis hechos por Andral y Gavarret no dejan duda alguna en este particular. Hé aqui algunos bastante dignos de interés: primer ca- so; fibrina, 1,6; glóbulos, 127,6; materiales HIDROPESÍAS. 1GÍ sólidos del suero; orgánicos, 61,5; inorgánicos, 7,6; agua, 801,7; total 1000: segundo caso; fibrina , 2,3; glóbulos 61,6; materiales sólidos del suero , orgánicos, 60,8; inorgánicos, 7,6; agua, 867,5; total 1000: tercer caso; fibrina, 3,1; glóbulos, 82,5; materiales sólidos del sue- ro ; orgánicos, 57,9; inorgánicos, 6,9; agua, 849,6; total 1000. «Estos análisis demuestran del modo mas evidente una alteración que recae sobre la can- tidad délos dos elementos de la sangre; y que consiste: 1.° en una diminución de los ma- teriales sólidos del suero, y especialmente de la albúmina; 2.° en el aumento de la cantidad de agua; su proporción fisiológica es 790, y en los tres casos citados fue representada por las cifras 801, 867 y 8'+9. «Debemos también notar la gran diminu- ción de los glóbulos, que descendieron á 61 y 82 en los dos últimos casos citados. Bajo es- te aspecto hay alguna relación entre la albu- minuria y la clorosis , en cuyas enfermedades coexisten la considerable diminución de glóbu- los con la superabundancia de agua, que siem- pre se presenta ofreciendo el mínimum de 801, y el máximum de 868,8 (Recherches sur les mo- dific. de proport. de quelques principes du sang por Andral y Gavarret, pág. 89, en 8.°, Pa- rís, 18'i-0). Resulta, pues, que la disminución de los glóbulos y el aumento de la cantidad nor- mal del agua, son dos condiciones comunes, por -una parte á la clorosis y á la anemia, y por otra á la enfermedad de Bright cuando llega á un grado adelantado; porque al principio solo hay disminución de los materiales sólidos del suero , permaneciendo todavía los glóbulos sin modificación alguna en su cantidad normal. Si ahora buscamos los síntomas que están en relación con el descenso de los glóbulos , en- contraremos algunos de los que pertenecen á la anemia y á la clorosis (debilidad , palidez, decoloración), pero no de los propios de nin- guna hidropesía; de donde es necesario con- cluir, que la única lesión de la sangre á que pueden referirse las infiltraciones serosas del tejido celular , es el empobrecimiento por dis- minución de los materiales sólidos del suero. Cuando este empobrecimiento resulta de la sim- ple disminución de los glóbulos y del aumento de la cantidad normal del agua , se revela por caracteres distintos de la producción de las hi- dropesías. Con todo, debemos reconocer que en un grado adelantado de la enfermedad de Bright hay un estado caquéctico que tiene al- gunos rasgos de la clorosis; pero no existen en- tonces los síntomas marcados que caracterizan esta última afección, como son los accidentes nerviosos y los ruidos anormales de las arterias, y algunas veces del corazón. «No existe , pues, mas que una sola alte- ración de la sangre á que puedan atribuirse los derrames serosos, alteración que consiste en la disminución de los materiales sólidos del suero. Seguramente no podría decirse, porqué la dis- TOMO VII. minucion de la albúmina produce la hidrope- sía; sin embargo, Andral hace notar respecto delasunto, que puede admitirse una diminución de la viscosidad propia de la sangre que facilite el paso de la serosidad al través de las mallas de los tejidos. Puede también recordarse el es- perimento de Dutrochet, quien ha visto siem- pre pasar la parte mas tenue de uu líquido al través de las vejigas que le contienen: tales son los únicos hechos que en la actualidad nos es permitido establecer. Investigaciones ulteriores vendrán acaso á confirmar ó modificar estos re- sultados; pero no tememos decir, que por aho- ra representan el estado de nuestros conoci- mientos. Darles otro significado seria salir del dominio de la realidad, para lanzarnos en el la- berinto de las opiniones hipotéticas. Mas ade- lante veremos en un trabajo inédito de Andral y Gavarret sobre las serosidades, que lasformadas independientemente de la flogosis de las mem- branas serosas contienen cantidades muy varia- bles de albúmina, cuyo principio es mas escaso en los sugetos debilitados que en los robustos. «De lo que precede debe inferirse que las hidropesías por alteración de la sangre forman un grupo perfectamente distinto de todos los demás: la alteración de los ríñones , la secre- ción que efectúan de la albúmina, la incorpo- ración de este principio á la orina, su dimi- nución considerable en la sangre , y por fin la hidropesía , son cinco circunstancias que cons- tantemente marchan reunidas. Puede creerse que la alteración de la sangre produce en los fe- nómenos moleculares, que concurren al desem- peño - ser. in surgery and morbid. anat., pág. 283). Ellíotson encontró en una ocasión en las cáma- ras de un enfermo atacado de tisis y de dia- betes sacarina una sustancia amarilla, oleagi- nosa, líquida en el momento de la escrecion, pero que se coagulaba al cabo de cierto tiempo y tenia ademas la propiedad de arder con una llama viva como el aceite. El autor inglés en- cuentra cierta analogía entre la formación de estas materias grasicntas en el estado morbo- so , y la del ámbar gris en el physeter macra- caephalu». Bright y Bloyd refieren observacio- nes de enfermedades del páncreas y del duo- deno , acompañados de espolsion de grasa por Los intestinos (Encyclop. des scienc. méd., pá- gina 20,9, lib. V, 1836). Síntomas determinados por la presen- cia DE LAS CONCRECIONES INTESTINALES. «En este número debe colocarse un dolor continuo , mas ó menos intenso, en el estóma- go é intestinos, que ya ocupa siempre un mis- mo lugar, ya se presenta sucesivamente en di- ferentes puntos. Hay ademas alteraeion de las funciones digestivas, que se manifiesta por vó- mitos copiosos de sangre ó raoco#(Cooper, art. Calcáis, p. 286), ó por diarrea, que alterna con un estreñimiento muy tenaz y duradero, acompañado de suma dificultad para espeler las materias fecales, tenesmo doloroso, y en ciertos: casos flujo por el ano de una sustancia clara y fétida. En seguida se hacen frecuentes los vómitos, y adquieren bastante intensidad los dolores abdominales, para hacer temer la, estrangulación ó el vólvuío de los intestinos, cuyos síntomas continúan, hasta que la espul- sioii de materiales duros , que suelen pasar por escrementos, hace cesar repentinamente los accidentes , y disipa las ¡«certidumbres del diagnóstico. «Cuando las concreciones abdominales son voluminosas , y oponen un obstáculo insupe- rable al paso de las materias fecales , se pre- sentan , ademas de los síntomas de estrangu- lación que acabamos de indicar, cólicos muy dolorosos, acompañados de meteorismo, como sucedió en un caso referido por Fernelio , en que se hallaba el colon obstruido de tal ma- nera por una sustancia concreta , que parecía haberse convertido en un cilindro sólido (Pa- thol., lib. VI, chap. IX, p. 157). Afortunada- mente desaparecen los síntomas con la misma rapidez que se presentan, luego que se arroja la concreción por medio de las cámaras. Asi terminó la afección calculosa de un embajador de Carlos V , cuya historia nos ha conservado Fernelio {Obr. cit., p. 157). »No puede establecerse de un modo posi- tivo el diagnóstico de las concreciones , mien- tras no se perciba por el tacto un cuerpo mas ó menos voluminoso al través de las paredes dxil vientre ; y aun en este caso es muy difícil evitar todo error y distinguir , por ejemplo t si el tumor que se percibe está formado por con- creciones ó por materias fecales endurecidas. Debe sospecharse la presencia de un cálculo cuando es el tumor redondeado , duro é inmó- vil ; pero el único síntoma patognpmónico, es la espulsion de una ó muchas concreciones. «Diferéncianse también los síntomas de los cálculos , según los órganos en que tienen su asiento. Cuando proceden 'de las vias he- páticas atravesando el duodeno y el pítaro, se observan al mismo tiempo los síntomas de los cálculos biliarios, como dolor del hipocondrio derecho, vómitos biliosos, cóiioos hepáticos, decoloración de los escrementos, etc., y los de- mas signos de una obstrucción intestinal. Van- dermonde cita la historia de un individuo que esperímento al principio dolores en el hipocon- drio derecho , y sucesivamente en otras partes del abdomen; les cuales cesaron luego que at- rojó por el recto un cáloulo, cuya progresión pudo observarse perfectamente. «Si el cálculo pasa del duodeno al estóma- go , aparecen primera los síntomas del cólico hepático, y se manifiestan en seguida los vó- mitos , por medio de los cuales se arroja al es- terior la piedra biliaria. A menudo ese! vómito un efecto del paso de la concreción biliaria del duodeno al estómago ; tal os por lo menos la opinión de Van-Swieten (Comment. sur les aphor,, lib. V, p. 200). «Cuando la concreción tiene su asiento en , el recto , y sobre todo hacia su estremidad in- ferior , es fácil asegurarse positivamente de, la presencia de las materias estereoráeeas, intro- duciendo el dedo en la cavidad intestinal-. Ade- mas , el dolor sumamente vivo que refieren I los enfermos al recto ,.|a sensación de peso en los al rededores del ano ó del cuello de la ve- jiga (Van-Swieten, loe. cit., p. 201), los co- natos frecuentes de defecar, y jajs angustias que producen, y que puedtni llegar hasta oca- CÁLCULOS. 195 sionar lipotimias y sudores frios , no dejan du- da alguna de que el cálculo está situado en el recto. »Las producciones inorgánicas signen un mo- vimiento de progresión; recorren sucesivamente toda la longitud del conducto intestinal, y se de- tienen masó menos en alguna de sus partes, sin que pueda fijarse el tiempo qneparmanecen en ellas , porque esto depende del volumen y for- ma de la concreción , de sus relaciones con la mucosa intestinal , y de una multitud de cir- cunstancias. En las obras de Haller y Conradi se encuentran láminos, que representan la dis- posición recíproca-de los cálculos con el tubo digestivo qne los contiene ; donde se vé que suelen estar libres, y otras veces encerrados eu las abolladuras del colon , ó incrustados en las válvulas que presenta su membrana muco- sa. Mareschal ha publicado la historia de un cáloulo, que tardó muchos años en atravesar las circunvoluciones de los intestinos. En otro caso observado por Vardermonde, supone este autor, que según los*s/ntomas que se presen- taron , uu cálculo que estaba en el duodeno en el mes de enero, permaneció en el tubo diges- tivo hasta el de agosto , en que fué espelido por el recto. Terhinacion.—«Las concreciones intesti- nales son unos verdaderos cuerpos estraños, que alteran las funciones del órgano en que re- siden. En el estómago provocan vómitos, y son esjrelidas después de permanecer en esta vis- cera un espacio de tiempo mas ó menos consi- derable ; en los intestinos escitan un movi- miento de locomoción , que las dirige hacía el ano , recobrando el enfermo la salud luego que las arroja por vómito ó por cámaras. Ch. Whi- te cita muchos ejemplos de esta naturaleza: en uno de ellos arrojó un enfermo por el ano ca- torce concreciones, que tenían por base otros tantos huesos de ciruela ; otro arrojó p'or vó- mitos treinta y uno de estos cuerpos (Sjm. Cooper, Dict. de chir. pract., t. I, p. 286). , «Estas concreciones suelen inflamar las tú- nicas del tubo digestivo , determinando una perforación, al través de la cual salen al este- rior en medio de una colección purulenta. M ir- cet y Penada han observado algunos casos de esta especie. Cuando tal se verifica, enflaque- cen los enfermos y caminan al marasmo , por efecto de las dificultades- que oponen á su nu- trición los vómitos y cólicos continuos que su- fren, hasta que viene la muerte á terminar sus padecimientos. Van-Swíeten habla de una jo- ven , que hallándose reducida al rtias completo marasmo, logró recobrar la salud á consecuen- cia de la espulsión de un cálculo que pesaba cinco dracmas, y cuyo núcleo era un hueso de ciruela (Comment. in aphor., loe. cii.,n. 202). En general, las concreciones intestinales cons- tituyen una enfermedad , cuyo pronóstico es muy dudoso, por ser muy variable su termina- ción , y no poderse fijar un término preciso á su duración. «Diagnóstico. —La mayor parte de los en- fermos que padecen cálculos intestinales, son tratados al principio como si tuviesen otra en- fermedad : por lo común los dolores vivos de vientre, los vómitos y el marasmo hacen creer que existe uu cólico nervioso. En las obras de los antiguos se encuentran con mucha frecuen- cia , con el título de cólico nervioso , observa- ciones de enfermedades, cuya causa era una concreción intestinal. «Th. Coe refiere la historia de una mujer, á quien se creyó al principio afectada de un cólico nervioso, y que luego se vio padecía un cálculo renal (on biliary concret., cap. II, pá- gina 137). El dolor mas ó menos intenso que se presenta en el vacio , y que puede resultar igualmente de la presencia de un cálculo en los ríñones ó en el colon, suele hacer difícil el diag- nóstico ; aunque casi siempre orinan los enfer- mos que padecen mal de piedra cálculos pe- queños ó arenillas, mientras que no se obser- va tal fenómeno en los que tienen concrecio- nes intestinales, á no ser que estén complica- das ambas afecciones. »Es casi imposible distinguir el cólico he- pático de los dolores intestinales ocasionados. por un cálculo ; sin embargo , debe tenerse presente que la primera enfermedad es mas frecuente que la segunda; fuera de que esta presenta síntomas particulares, que se refieren á los cálculos abdominales. Por último , ilus- tran también el diagnóstico la ictericia y la es- pulsión de uno ó muchos cálculos. »No es menos difícil determinar el carácter de la enfermedad, cuando el producto inorgá- nico contenido en los intestinos hace Sobresalir la pared del abdomen , en cuyo caso se con- funde fácilmente el tumor con varías alteracio- nes orgánicas de distinta naturaleza. Por ejem- plo, cuando se halla situado hacia la región epigástrica , puede equivocarse con uu cáncer del píloro. En cierta ocasión, tratando un ci- rujano de estraer, por medio de una incisión practicada en el vientre , un cálculo que supo- nía existir en los intestinos, se encontró con un escirro de la estremidad pilórica del estó- mago (Sam. Cooper, obr. cit., p. 286 , y Jour- nal medico-chirur. de Edimg., núm. 33 , pá- gina 112). »Causas.—Las concreciones abdominales se observan por lo regular en hombres ó mujeres de una edad avanzada , hallándose poco es- puestos á padecerlas los niños y los jóvenes, á no ser que preceda la introducción de un cuer- po estraño ó de alguna sustancia refractaria á la acción digestiva (Rubini, obr. cit., pág. 18). Las causas que producen con mas frecuencia los cálculos , son las materias vejetales, ani- males ó minerales que se detienen en los in- testinos, como por ejemplo ciertas semillas, en cuyo al rededor se concretan los líquidos que re- forren el conducto alimenticio (Rursquio, tran- sah. phglosopc.) En algunos casos sirve de nú- cleo un cálculo biliario para formar una con- 196 cálculos. crecion gástrica ( Vallisnieri, Van-Swieten, Soemnieríng, Portal oper. cit.): Hooke y Coe han visto casos, en que fué producida esta en- fermedad por fracmentos de hueso; Monró cita otros hechos análogos (Coe, en biliar concrel., cap. II, pág. 137 ; véase también Medie chir. journ., vol. IV, p. 188) Birch refiere la obser- vación de un cálculo cristalizado al rededor de una bala de plomo; Haller encontró otro al re- dedor de un clavo ; Clarke, White y Hey han visto cálculos formados sobre huesos de frutas. Lo mismo sucede en los animales : los hippó- litos tienen siempre por núcleo un cuerpo es- traño (Fourcroy, Vauquelin , Ann. du mu- seum , loe. cit.) »Ademas de las causas determinantes de los cálculos, hay otras que no dejan de influir en su formación, entre las cuales debe contarse especialmente la atonía del tubo digestivo, que hace que disminuyéndose la energía de la os- cilación intestinal, que empuja hacia el ano las materias nutritivas, permanezcan las heces mas tiempo del regular , y lleguen á conver- tirse hasta cierto punto en cuerpos estraños. Asi sucede en ciertos viejos ó en sugetos de- bilitados, cuyo tubo "digestivo suele distenderse con los escrementos basta un grado considera- ble. Es necesario que la túnica muscular, ver- dadero aparato locomotor de los intestinos, conserve toda su fuerza, para espeler los mate- riales que no pueden servir para la nutrición; pues de otro modo las abolladuras de los intes- tinos se convierten en una especie de divertí- culos, donde se detienen las materias fecales, y aumentan sucesivamente de volumen. « Los principios, dice Samuel Cooper, que deben ser- vir para la formación ó renovación de los só- lidos y fluidos, se detienen algún tiempo en el tubo digestivo , donde sufren diversas altera- ciones. Los que por cualquier causa pueden • contribuir á la formación de cálculos en la ve- sícula biliar, en la vejiga de la orina , en los ríñones ó en las demás partes del cuerpo en que se hallen , empiezan por pasar al tubo di- gestivo, y se detienen en él algún tiempo. Los alimentos, que en general tienen mas ó menos tendencia á cristalizar y formar cálculos , pro- ducirían siempre, ó á lo menos muy amenudo, concreciones intestinales, sino existiesen mu- chas circunstancias que lo impiden, como son: el ejercicio , el movimiento continuo de las materias en el tubo intestinal, la diversidad de sus elementos , y la nfluencia descomponente y recomponente de las secreciones gástricas, en virtud de la cual se unen , se descompo- nen y disuelven las partes mas heterogéneas, y se separan las análogas (obr. cit., p. 282).» Este pasaje, y otros varios que podríamos ci- tar, demuestran la incertidumbre que reina en la etiología de las concreciones intestinales. » Los antiguos atribuían la causare los cál- culos á una pituita espesa gipsácea (Gypsea pituita), que se acumulaba abundantemente en lo¿ inteslinos, adhiriéndose á ellos de una ma- nera muy íntima, hasta llegar á obturarlos de un modo mas ó menos completo. Las teorías humorales eran muy á propósito para esplicar la formación de estos cálculos. En la patología de Fernelio (lib. VI, cap. IX) puede verse cuáles eran tas ideas de los médicos de aquella época sobre esta materia. Tratamiento. — «Cuando sospeche el mé- dico la existencia de uu cálculo intestinal, debe tratar de provocar su salida por medio de pur- gantes mas ó mallos enérgicos, como el aceite de ricino, el de crotón tiglion, á dosis de una á tres gotas ó en fricción sobre el epigastrio en cantidad de cinco gotas, las pildoras de jalapa, la escamonea, el aloes, la bríonia ó las tinturas alcohólicas de estas sustancias. Para que estos remedios produzcan la espulsion de los cálculo», es preciso que esciten una contracción bastante enérgica en la túnica muscular de los intestinos, pues de otro modo es inútil la administración del medicamento, y solo sirve para aumentar la irritación preexistente. Al mismo tiempo que se propinan los purgantes, 'debe tratarse de pro- vocar la salida del cálculo por medio de lavati- vas emolientes muy repetidas, recurriendo, lue- go que se haya reblandecido suficientemente y determinado la espulsion de los escrementos endurecidos que le rodean, á las lavativas oleo- sas que facilitan su progresión, y á la compre- sión metódica sobre las porciones del intestino que lo contienen. «Si la concreción ha llegado á la parte in- ferior del recto, y se halla al alcance de la ci- rujía, puede efectuarse su estraccion con pin- zas, ó con una especie de cucharilla que se usa para sacar los fracmentos calculosos de la veji- ga. Encuéntranse en las obras de cirujía mu- chos casos en que se han verificado estas es- tracciones. Morand refiere uno eu que estrajo con las tenazas un cálculo voluminoso después de haberlo reducido á fracmentos (Acad. roy. de chir., t. III, págs. 56 y 60)..Ch. White , consiguió por los mismos medios estraer del recto dos concreciones abdominales tan gruesas como el puño. «A veces se opone al paso de las concrecio- nes la estrechez de las partes, en cuyo caso, si no pueden romperse aquellas, es preciso di- vidir el ano en su ángulo posterior: la herida se cura con la mayor rapidez. Habiendo recur- rido Marechal á esta operación, estrajo un cál- culo abdominal de dos onzas y inedia de peso y de figura ovoidea, cuyo diámetro mayor era de dos pulgadas y ocho líneas, y el menor de una y diez y siete (Mem. de CAcad. de chir.). Algunos cirujanos se han atrevido á cortar el intestino para dar salida á las concreciones con- tenidas en él: «pero no se apresuren á seguir semejante ejemplo los jóvenes entusiastas de estas operaciones atrevidas, y reflexionen bien antes de practicarlas los funestos accidentes que resultan de la estraccion de los cuerpos estraños situados eu el colon, como sucedió I en las observaciones que refiere Monró ma- cálculos. 197 yor» (Sam. Cooper, art. calculs, página 286). «Réstanos dar á conocer las circunstancias mas importantes de las concreciones que se forman en el tejido de los demás órganos; y las espondremos en pocas palabras, pues no entra eu el plan de esta obra recordar todas las observaciones particulares que se hallan comprendidas en los diferentes tratados de me- dicina. B. Cálculos pulmonares. «Osificación calculosa ó tofacea de va- rios autores.—Laennec ha dividido las concre- ciones que se encuentran en el pulmón, en osi- ficaciones imperfectas ó petrosas, y en concre- ciones cretáceas. Las primeras son enquistadas ó no enquistadas. Las enquistadas, que son menos frecuentes que las otras, se presentan en forma de unas pequeñas masas redondas que tienen, ya el tamaño de un cañamón , ya ei de una avellana, y están envueltas cu un quiste cartilaginoso de media á una línea de grueso. Las concreciones no enquistadas son unos cnerpecitos duros, desiguales, de figura esférica irregular, semejautes á los cálculos de la vejiga, de color gris ó rojizo en lo esterior, y blancos, opacos y fáciles de pulverizaren su centro, sobre todo después de la deseca- ción. Las capas mas esteriores son mas du- ras , de consistencia cornea y difíciles de pul- verizar. Pero tendría una idea muy equivocada de estas concreciones el que creyese que ofre- cen siempre una misma consistencia; pues va- ría mucho su densidad según que es mas ó me- nos pronta y completa la absorción del líquido que mantiene en suspensión las sales calcáreas; y así es, que unas veces son sumamente duras, y otras presentan una consistencia semejante á la del yeso amasado con agua. «Las concreciones cretáceas tienen la apa- riencia de la creta ligeramente humedecida; cuando son muy blandas, están siempre en- quistadas; al paso que las duras sue.len carecer de cubierta. Los quistes son ordinariamente cartilaginosos y de diversas formas, aunque comuuniente esféricos; el tejido patológico que los constituye es óseo en unos casos, y ofrece en otros una sustancia córnea, trasparente y semejante á la qué reviste las concreciones im- perfectas. A veces suelen hallarse muchos quis- tes óseos ó cartilaginosos, sobrepuestos, pero separados por una materia gredosa bastante blanda. «Estas diversas variedades, que designa Laennec con el nombre de osificaciones imper- fectas ó petrosas, ó con el de concreciones cre- táceas, no son mas que circunstancias acciden- tales de una misma alteración, constituida siem- pre por un depósito de materia líquida, gene- ralmente de naturaleza tuberculosa, que se forma en medio del parenquima pulmonar ó en las raicillas de los bronquios. «Observando atentamente estos hechos, dice Andral, no pue- de meuos de admitirse, que muchas concrecio- nes calculosas tuvieron su origen en tubércu- los , que se fueron endureciendo y petrificando poco á poco á consecuencia de un cambio en su composición química. En efecto, suelen en- contrarse en un mismo pulmón muchos cálcu- los colocados en el centro ó en la inmediación de la materia tuberculosa ; mientras que en otros puntos se observa esta misma materia, que principia á perder los caracteres del tubér- culo ordinario, ofreciendo el aspecto del yeso muy reblandecido en agua. Pero cualquiera diría que las moléculas que componen el tu- bérculo de que hablamos, han perdido su fuerza de cohesión , pues se hallan separadas unas de otras, y aparecen como unos granitos friables, separados por una sustancia mas líquida (Cli- nic. méd., t. IV, pág. 138 , 3 a edil.).» «Son muy variables la forma, el volumen y el color de estas concreciones, pues las hay desde el tamaño de un grano de mijo hasta el de una haba. Benivenius y Prajvotius han visto espectorar algunos enfermos cálculos del tamaño de una avellana. Morgagni fué testigo de un hecho semejante, en el cual arrojó un individuo en medio de los esfuerzos de una tos violenta, uu cálculo del tamaño de un hueso de melocotón, sintiéndolo, según dijo, despren- derse del pulmón derecho (De Sedibus el caus., epíst. XV, § XX). Schenckíus habla también de un cálculo pulmonar del tamaño de una nuez. «Fernelio ha encontrado varias veces sem- brados los pulmones de cálculos de consisten- cia muy diferente, desde la dureza de la piedra, hasta la consistencia del queso ó del yeso ama- sado (Universa med. pathol., lib. V, capítu- lo X). Pero probablemente confundió este autor con las concreciones pulmonares los tubércu- los en diferentes grados de densidad. Hildeu vio á un tísico arrojar una cantidad infinita do estos cuerpos (infinitos á phthfsico redditos., Cent. VI, obs. XXII). Boerhaave habla tam- bién de un enfermo que espectoró cuatrocien- tos, todos de pequeño volumen (pralect in ins- lit., § DCCCXXXV). Este hecho tiene mucha analogía con el referido por Portal, de un en- fermo que arrojó mas de quinientos cálculos por la espectoracion. Una muchacha espelió en tres meses veinte y dos, cuyo grueso no esce- dia del tamaño de un guisante (Bibliol. medie, 1820; en Clinic. med., t. IV, pág. 135). «Ya hemos dicho que varía mucho la for- ma , el color y la consistencia de estas concre- ciones. Por lo regular presentan el aspecto de granos ovalados, globulosos, cilindricos ó á ma- nera de estrella; algunos se parecen á los cál- culos murales de la vejiga. Otros son ramosos, como'si hubiesen sido vaciados en los tubos bronquiales que los contenían; ora ofreuccu el aspecto de pequeñas masas friables, seme- jantes al yeso diluido en agua, ora presentan una gran dureza, como se observa en las con- creciones que designa Laennec con el nombre de osificaciones imperfectas ó petrosas , llegan- 198 CÁLCULOS. do en algunos casos su consistencia hasta el punto de poderse comparar con fracmentos de 6ilice (silícea durilie), ó del mármol mas du- ro. Su color es por lo regular ceniciento, blan- co ó sembrado de.puntos negros; su testura granulosa, amorfea y sin señal alguna de cris- talización; aunque también suelen hallarse al- gunos que presentan una forma estriada (Mor- &%n\, epíst. XV, § XXI). «El análisis químico ha demostrado que es- tos cálculos se hallan compuestos de fosfato de cal, alguna vez de carbonato de cal y de fosfa- to amoniaco-magnesiano , y finalmente de una sustancia animal, que es la que forma la trama orgánica del cálculo, conservando la figura de este cuando se disuelven las sales calcáreas (Véase Prout, Lond; Medie, reposit., vol. XII, Íág. 381; 1818; y Lobstein , Anat. pathol., t. , pág. 482). Asiento. — «¿Cuál es el asiento de las con- creciones pulmonares? Lobstein dice que se for- man en las areolas del tejida pulmonar; y en efecto, si atendemos en gran número de casos á la disposición ramosa de los cálculos, y la comparamos con la configuración de los últi- mos tubos bronquiales, que terminan en una especie de células, no podremos menos de ad- mitir que han tomado origen en medio del pa- renquima pulmonar y en las vesículas aéreas. Por lo regular acompañan estas producciones inorgánicas á los tubérculos pulmonares, y es- ta es una de las razones que hay para creer, que no son otra cosa que la materia misma del tu- bérculo, endurecida y petrificada á consecuen- cia de una modificación acaecida en su compo- sición química. Confirma esta opinión la parti- cularidad de que se encuentran frecuentemente en el centro mismo de los tubérculos, particu- larmente en los que se desarrollan en medio de las glándulas bronquiales; en cuyo caso, cuan- do llega á reblandecerse el tubérculo, queda la concreción libre y flotante en medio de la escavacion que este deja, ó pasa á los bronquios que se comunican con dicha escavacion acci- dental, para ser espelida por medio de la espec- toracion. Laennec y Andral refieren variosejem- plos de cálculos, que se han encontrado en ca- vernas llenas de pus. Una de estas concreciones, dura, sólida y del volumen de una avellana, te- nia erizada su superficie por un sinnúmero de asperezas(C/in. med.,t. IV, pág. 137, 3.* edit.). »Tambien pueden formarse las concrecio- nes en las ramificaciones bronquiales. Pregun- tan algunos si no podría el moco de los bron- quios dejar depositar partículas sólidas, como sucede en los demás líquidos del cuerpo , y dar lugar, á un cálculo pulmonar, cuyo origen fuese el mismo que el de las concreciones re- nales que se desarrollan en los cálices y en la pelvis: «tal debe ser el origen, dice An- dral, de esas numerosas concreciones, que se espectoran durante un espacio efe tiempo mas ó menos largo, sin desarreglo notable de la sa- lud , ni antes ni después de la espulsion. Ya en su tiempo habia observado Areteo, que mo chos individuos arrojaban pequeños cálculos en los esputos, sin esperimentar ningún accidente funesto. Olaus Borrichius cita la observación de un amigo suyo, que arrojó picdrecillas por espacio de doce años, con los golpes de una tos por accesos, sin esperimentar novedad al guna en su salud (obra cit.).» «También pueden desarrollarse concrecio- nes en los cartílagos de los bronquios. Laen- nec y casi todos los autores de este último si- glo , hablan de cálculos que no son en verdad otra cosa que trasformaciones cartilaginosas y óseas del tejido de los bronquios. En nuestra opinión, no se les puede asimilar á los cál- culos, porque es enteramente diferente su mo- do de producción; pues mientras que estos no son otra cosa que depósitos inorgánicos de una materia sólida, los otros son metamorfosis de un tejido que tuvo al principio una organi- zación normal. Pero sea como quiera, venios á examinar si pueden estas osificaciones des- prenderse y ser arrojadas por la espectora- cion, simulando unas verdaderas concrecio- nes'cetáceas. Asi parece demostrarlo un he- cho muy curioso, referido por Andral. Habien- do muerto" tísico un hombre de edad de cua- renta años , se encontraron en las paredes de sus últimas ramificaciones bronquiales gran nú- mero de puntos óseos, que habían reemplazado á los núcleos cartilaginosos de los últimos con- ductos ; dos de estas chapas huesosas, esta- ban cubiertas únicamente por la mucosa ul- cerada, y era tal su movilidad, que se saca- ron con la mayor facilidad á la cavidad de los bronquios, dando á las pinzas un movimiento de tracción ; lo cual demuestra que se hubiera podido verificar por sí propia esta separación, si el individuo hubiese, vivido mas tiempo. En- cuéntranse también en las túnicas de las arte- rias, y mas especialmente en las de la aorta, láminas óseas de la misma naturaleza, que so- bresalen en lo interior del vaso y se despren- den al cabo de cierto tiempo (Véase enferme- dades de las arterias). «Síntomas.—Asegura Laeennec haber en- contrado gran número de "concreciones óseas ó terreas en personas que tenían la respiración enteramente libre, y en otras que habían espe- rimentado una tos seca ó acompañada de una espectoracion de naturaleza variable , con dis- nea ó sin ella; «pero estos últimos, añade, te- nían casi todos alguna otra alteración del tejido pulmonar , á la cual podían atribuirse con tan- ta ó mas razón los síntomas existentes.» Si re- corremos el cuadro de síntomas que han atri- buido los autores de los últimos siglos á la afec- ción calculosa del pulmón, veremos que mu- chos dependen de la presencia de los tubér- culos; y en los individuos atacados de estas concreciones se encuentran con frecuencia in- dicios interiores ó esteriores de cicatrices cor- respondientes'á tubérculos espectorados. Tam- bién se halla en muchos el tejido pulmonar lio- CÁLCULOS. 199 jo, endurecido, infiltrado de materia negra y saleado de cicatrices célulo-fibrosas ó cartila- ginosas. »Segun Morton, los cálculos pulmonares cuya superficie es lisa y desprovista de ángu- los, se anuncian por tos y un dolor obtuso de pecho. Por el contrario, cuando aparece la he- molisis y al mismo tiempo un dolor violento de pecho, que suele imitar por su intensidad al que acompaña á la flegmasía de la pleura ó del pul- món , hay motivo para sospechar que existen concreciones desiguales y angulosas. No trata- remos de investigar con Morgagni, si pueden ser producidos estos efectos por la figura de los cálculos ó por la acción irritante que ejercen sobre la pleura y el mediastino (De sedibus et causis morb., epist. XV, lib. XXI), puesto que en el día se halla demostrado, que dichos síntomas proceden de la tisis pulmonar y no de la configuración esterior de los cálculos. «Tampoco pueden considerarse como sig- nos seguros de esta afección los esputos san- guinolentos , y lo mismo decimos de la espec- toracion de un agua clara y viscosa (Contulus), de la disnea y del asma que se han presentado en iguales circunstancias (Zacuto, De praxi med., lib. I, obs. CUI, Georg , Wolf , Wede- lius, Eph. nal. cur., dec. 1, obs. XVI); asi cpmo del dolor sordo, que produce en el en- fermo la sensación de un peso situado en me- dio del pecho (Morton , Bounet, Sepulchret, obs. XLVI y XLV1I, y I, addít.). En algu- nos enfermos ha ido también la espectoracion calculosa acompañada de una tos seta y fre- cuente , de fiebre héctica y de marasmo. «La época de la aparieion de los cálculos durante el curso de- la tisis pulmonar es muy variable. Andral observó á uu joven griego, que arrojó cierto número de pequeñas concreciones, al mismo tiempo que se manifestaron en él los primeros síntomas de una afección de pecho. Comunmente sobreviene esta espectoracion en un periodo mas avanzado de la enfermedad, pues, en efecto, si en el mayor número de ca- sos no son los cálculos otra cosa que la trans- formación de la materia tuberculosa en materia sólida , claro es que deben manifestarse mucho antes de su espulsion los síntomas á que dá lu- gar la tisis pulmonar. Naturaleza y causa de las concrecio- nes pulmonares.—»El oríjen de estos produc- ías inorgánicos ha dado ocasión á que se inven- ten un sin número de hipótesis. Al principio se creyó que podían formarse á consecuencia de la introducción en los bronquios de las partícu- las pulverulentas, que reciben los artesanos que ejercen las profesiones de picapedrero, yesero, lapidario, almidonero, molinero y otras. Cullen considera estos ejercicios como una causa de asma (Elem. de med. prat., §. MCCCLXXXIII, L III, edit. de De Lens, 1819); pero Laennec ha sujetado á una crítica razonada esta doctri- na, que es insostenible eu el dia, por haber de- mostrado el análisis químico, que las concrecio- nes pulmonares nacen en el tejido mismo del órgano por una elaboración enteramente espe- cial , y no por la penetración pura y simple de la materia pulverulenta. «Ademas, añade este autor, sí pudiesen permanecer en los pulmones los cuerpos estraños , serian indudablemente lo.s bronquios el punto donde se acumulasen, y se encontraría en ellos una colección conside- rable de materias diferentes, según la natura- leza de las emanaciones que rodearan al enfer- mo, fenómeno que nunca he observado, ni creo lo hayan visto tampoco los demás médicos.» »Morton refirió algunos de los síntomas de la tisis pulmonar á la presencia de estas con- creciones. Cullen vé positivamente en ellas una causa dé la citada afección, y asi dice: «Otra causa de tisis , análoga en mi sentir á los tu- bérculos, es la que se observa en ciertos tra- bajadores, que se hallan obligados por su oficio á respirar casi constantemente emanaciones pulverulentas.» Este célebre médico no tuvo ocasión en Escocia de observar muchos ejem- plos de esta especie de tisis ; y asi es que mas bien la admite, apoyándose en la autoridad de Ramazini y de Morgagni. Bayle es el que ha dado mas importancia á estas concreciones, presentándolas como causa especial de una ti- sis que ha descrito con el nombre de calculosa. « La mayor parte de los individuos afectados de esta enfermedad arrojan por la espectora- cion pequeños fracmentos calculosos, blanquiz- cos ó cenicientos, por lo regular en gran can- tidad y acompañados de una tos seca que los ha molestado mucho tiempo.» (Reeherchessur laphthysie pulmonaire.) Según este autor, se halla caracterizada dicha enfermedad por el so- lo hecho de la espectoracion de los cálculos; piles no considera entre sus síntomas habitua- les la dificultad de la respiración , el marasmo y todos los demás fenómenos que acompañan á la fiebre héctica. Pero no apoya sus aserciones en hechos bastante concluyentes ; pues Laen- nec cree que la muerte del primer enfermo, cu- ya historia se halla consignada en la obra de Bayle, fué causada por un catarro crónico, y la del segundo por una fiebre esencial complicada con pleura-neumonía. »Todos los autores están de acuerdo en el día en reconocer, que las concreciones óseas y* cretáceas del pulmón se desarrollan, 1.° á con- secuencia de una afección tuberculosa que tien- de hacia la curación ; en cuyo caso , privando la absorción al tubérculo de su parte líquida, y segregando al mismo tiempo una cantidad ma- yor de sulfato de cal, se convierte aquel en un cuerpo sólido. Laennec las considera como un producto de los esfuerzos de la naturaleza, que tendiendo á cicatrizar las escavaciones pulmo- nares, deposita con demasiada abundancia el fosfato calcáreo necesario para la formación de los cartílagos accidentales, que constituyen generalmente las fístulas y cicatrices pulmona- res. La existencia de un quiste, que con tanta frecuencia se observa en estos casos, es una 200 CÁLCULOS. prueba manifiesta de la tendencia á la cicatri- zación. Se han solido encontrar cálculos encer- rados en bolsas, que comunicaban con uno ó varios bronquios (Laennec, obs. XIX; Andral, clin, med., t. IV, pág. 140, 3.a edit.). »2.° También se desarrollan las concrecio- nes en ciertos casos al mismo tiempo que los tubérculos pulmonares , y no es otra la razón por qué la espectoracion de estos cuerpos va acompañada tantas veces de los síntomas de la tisis pulmonar, induciendo á error á los médi- cos, que han querido hacer de semejante lesión la circunstancia mas importante de la enferme- dad , cuando no es mas que un accidente se- cundario. «Otros han supuesto que pueden desarro- llarse primitivamente estas concreciones con in- dependencia de la existencia anterior de tubér- culos ; pero Laennec considera muy raro este caso , que es el único á su parecer en que no producen los cálculos ninguna especie de alte- ración en las funciones. Sin embargo, no de- jan de encontrarse en los autores ejemplos de individuos, que han arrojado concreciones con la tos sin haber esperimentado antes ninguna incomodidad. Areteo hace notar que muchas personas espelen cálculos pequeños en los es- putos sin sufrir ningún accidente funesto. Bi- chard, Morton, Sebastian Roth, Franc, Hilde- sius, etc. refieren la historia de varios enfer- mos que se curaron después de haber especto- rado cálculos, y de otros individuos, que los ar- rojaron sin haber sufrido incomodidad alguna. (Véanseestas observaciones en Schenck. 06- serv. méd. rar., t. II, Péchlin , Acta crudü. hips. , año 1691 , y en Morgagni, epíst. XV, §. XXII para otras indicaciones). Cree Andral que las concreciones que no van acompañadas de ningún signo de tisis pulmonar, tienen su oríjen en las diversas ramificaciones de los bronquios. Nuestra opinión es que pueden for- marse verdaderos cálculos en el parenquima pulmonar como en los demás órganos, á conse- cuencia de la deviación accidental de los flui- dos que por falta de reabsorción se depositan en el intersticio de las fibras; pero que estos casos son muy poco comunes. «También se desarrollan frecuentemente Concreciones en las glándulas bronquiales, y á esta alteración suelen atribuirse los accesos de asma y las demás especies de disnea, sin aten- der á que en estos casos existen al mismo tiempo otras lesiones mucho mas graves en el corazón y las membranas ó en los grandes vasos. C. Cálculos del útero. «Leemos en Hipócrates la observación de una criada, que de joven esperimentaba un do- lor muy vivo durante el acto venéreo , y que á la edad de sesenta años tuvo unas fatigas se- mejantes á las del parto , y arrojó en seguida un cálculo desigual de figura usiforme. ( Epi- dem. V, Charter, t. IX , pág. 340, apud Van- Swieten, Comm. in aph. , t. V, pág. 203.) Louis cita otros hechos análogos (Acad. roy. ds chir-, t. II, pág. 130). Gaubius comunicó á la sociedad de Haarlem la siguiente observa- ción , que no deja de ser interesante : una jo- ven de veinte y ocho años, que estaba pade- ciendo hacia mas de doce un prplapsus uterino que no se habia podido reducir, arrojó en va- rias ocasiones cálculos voluminosos, de compo- sición arenosa, de un color ceniciento claro, parecido á la greda , y cubiertos de una capa amarillenta muy frágil y resquebradiza en mu- chos puntos. Estaban formados estos cálculos de varias capas sobrepuestas como los de la ve- jiga; composición que generalmente se obser- va en todos los de su especie, que presentan por lo regular un color blanco, análogo, como dejamos dicho, al de la greda (apud Van-Swie- ten , ob. cit. , pág. 204). Es necesario tener mucho cuidado de no confundir los verdaderos cálculos del útero con los cuerpos fibrosos, que suelen hallarse en este órgano, y que son rnas frecuentes que aquellos. Estos cuerpos, cuyo tamaño varía desde el de una avellana hasta el de mi huevo , el de un puño ó la cabeza de un feto de todo tiempo, son susceptibles de pasar desde el estado fibroso ó fibro-muscular al fi- bro-cartilaginoso y huesoso. Bayle ( Journ. de méd., t. V , pág. 62 ) y Ballie (Anat. pthol., cap. XXI, sect. IV), que distinguen estos tumores fibrosos de los cánceres , con quienes frecuentemente se los confunde , observaron que solían en ciertos casos tomar el carácter huesoso. Inútil es advertir que esta alteración patológica es de una naturaleza enteramente diferente ; pues al paso que los cuerpos fibro- sos no son mas que transformaciones de la sus- tancia fibrosa alterada , las verdaderas concre- ciones se hallan compuestas de partículas or- gánicas depositadas en la cavidad uterina. D. Cálculos salivales. «Encuéntranse en los conductos escretorios de las glándulas salivales , en los de Warthon, y rara vez en los de Stenon y Rivini. Están constituidos por fosfato de cal y un mucílago animal. Fourcroy , que los ha analizado, cree que tienen su oríjen en la saliva , que ofrece fosfato calcáreo, cuya proporción puede aumen- tarse por causas que nos son enteramente des- conocidas. Lo único que sabemos es que estos cuerpos se forman con cierta rapidez. «Obsérvanse alguna vez estas concreciones en las glándulas parótidas y linguales. Wallos- ton y John, que analizaron dos de ellas , en- contraron una completa identidad en la compo- sición química de los cálculos de las glándulas y de sus conductos. El que examinó John tenia pulgada y media de largo y nueve líneas de an- cho, y pesaba ciento veinte granos: presentaba una formación estaloctiforme, y estaba cubier- to de una membrana delgada , que pendraba hasta sus últimas sinuosidades. CÁLCULOS. 201 • E. Concreciones guturales. t «Tienen su asiento en los senos y cavida- des de las amígdalas. Algunos anatómicos su- ponen haberlas hallado eu la mucosa del pa- ladar. Son desiguales, oscuras, y ofrecen la misma composiciontquímica que los cálculos salivales. ■ • «Las concreciones que se observan tan frecuentemente en la glándula pineal, el pan- creas, el bazo, el útero y las glándulas me- sentéricas , están compuestas de fosfato de cal, combinado en varias proporciones con la materia animal (Essai sur l'hist. chim. des cal- cáis, por Marcet, p. 124). «La historia de» los flebolitos ó cálculos de las venas, se encontrará en las enfermeda- des de estos vasos. Historia y RiRLiOGRArTA db los cálcu- los.—»En todo tiempo han llamado la aten- ción de los médicos las concreciones que se forman en el cuerpo humano; pero se han-fi- jado especialmente en las afecciones calculo- sas del riñon y de la vejiga. Habíase creido generalmente hasta Galeno, que casi no po- dían encontrarse cálculos, sino en estos dos órganos, aunque Hipócrates habia observado ya una concreción uterina, según nos refie- ren Louis y Van-Swieten. Aristóteles habla ' de las concreciones pulmonares db la oveja; Areteo y Galeno de las del hombre, etc. Pero es preciso llegar á Kehtmann, para encontrar nociones mas esactas sobre los cálculos. Este médico reunió muchas observaciones curiosas sobre las piedras que se presentan en el cuer- po del hombre, y comunicó el resultado de sus observaciones á Conrado Gesner, quien las publicó en su libro de los fósiles (De omni rerum fossilium genere, etc., oper. cit. Ges- nei, in 8.°, 1565; Kentmann, De calculis cor- poris humani). Uno de los hechos mas inte- resantes que se encuentran en esta obra es el comunicado por Pfeil, de una cefalalgia cró- nica é incurable, producida por una piedra del tamaño y forma de una mora, que tenía su asiento en el cerebro. Describe el autor cier- tas piedras cristalizadas, de figura pentágona, que encontró en la vejiga biliar de un tal Ma- ternus Badehorn. Indica igualmente haber encontrado cálculos en los intestinos, en los intersticios de los músculos, en los huesos de las estremidades y en las superficies de cier- tas heridas (Spreñgel, Hist. de la méd., t. III, p. 141). Después de Kelmant el que mas ha contribuido á fundar la-historia de las concre- ciones es Marcelo Donato, por el cuidado y es- mero con que se dedicó á reunir observacio- nes numerosas de esta clase de enfermedades (De medie, histor. mirab., lib. IV, cap. XXX, fig. 264). La obra de este autor se halla enri- quecida con varios hechos que le comunicó Valleríola (Obser. comm., p. 307, 348,353' en Spreñgel, loe. cit.). »No fuerpn menos útiles á la historia de las concreciones los trabajos do» Benivenius (De abditis morb. caus.), y los de Vesalio y Falopio (obser. anatom.), aunque todos ellos se dirigen mas especialmente á examinar los cál- culos biliarios. Lo mismo sucede con los de Schenck (Lithogenesia, etc., en 4.°, 1608), los de Van-Helmont (De lithiasi en opp. om.) y los de SchneiderC. V.(De calculoíG60, en 4.°), que consideraran la litiasis bajo un punto de vista mas general. Las compilaciones de Van- Swieten (Comment. in aph., vol. V, p. 183), Morgagn,i, Bonnet y Lieutaud han dado á co- nocer las particularidades mas importantes de la litiasis; y en otras obras del siglo último se encuentran ya convenientemente apreciados el asiento de los cálculos, su número, su fi- gura y las alteraciones patológicas que impri- men á los tejidos. También debemos mencio- nar en este lugar la obra de Walter (De con- crémentis terrestribus in variis parlibus cor- poris humanis repertis , 1775). Pero faltaba descubrir la composición química de las con- creciones, y esto no se verificó hasta fines del siglo último y principio del actual, en cuya época acabaron de completar esta parte de su historia los repetidos análisis de Scheele, Fourcroy, Vauquelin, Thomson, etc. »Cálculos intestinales.—Han solido con- fundirse los cálculos biliarios con las concre- ciones de los intestinos , que , según rela- ción de Schenck, parecen haber sido conoci- das antes de Galeno (apud Morgagni, De sed. el caus., epíst. XXXVH, §. XLI;. Marcó Do- nato, Schenck, Bhodio y Schrockío refieren) en sus obras casi todos los hechos curiosos que posee la ciencia en este punto. No recor- daremos aquí los muchos escritos en que «e encuentran casos particulares de concreciones intestinales, pues ya dejamos indicados algu- nos en el curso de este artículo. Sin embargo, las obras siguientes ofrecen en este particular documentos muy interesantes : Vicq-d'Azir [Hisloire de la sociele royale de medecine an. 1779,80 y 81), Rubini (Pensieri sulla varia origine é natura de corpi calcolosi, etc.; mem. en 4.°, Verona 1808); este autor estudió y comparó con el mayor cuidado todos los sín- tomas de las concreciones intestinales y bilia- rias, y procuró establecer con exactitud el diagnóstico de ambas enfermedades; su tra- bajo contiene también una descripción muy exacta de los caracteres físicos y químicos de estos productos inorgánicos. La anatomía pa- tológica del conducto digestivo de Monró (mof- lid anatomy of human gullet) está llena de pormenores originales, y contiene ademas los análisis químicos de Thomson , que tanto han sqpvido para ilustrar la etiología de las con- creciones. »Por ló tocante á la composición química de estas, pueden consultarse los trabajos de 202 CÁLCULOS. Vauquelin y Fourcroy (Annal. du museum d'hisf. natur., t. I; París 1802, p. 93); don- de incluyen el análisis de gran número de pie- dras , comparando su composición química con la de los bezoares de Vauquelin (Annal. du museum d'hist. nal., año 1811, p. 477); los deCopland y Marcet (trans. méd. chir. 1812, vol. 111, XIV, p. 191, 198); los de Robiquet (Joitrn. de méd., t. XXVIII, p. 391); los de Rubini (Memoirc de la Societéitaliane, t. XIV, p. 59y91);los dePenada(ía misma ob.,t.XVI, p. 141, 159); los de Marcet (Essai sur Vhis- loire chim. des calculs, segunda edic. 1823), y los de Laugier (Mém. sur les concrét. qui se forment dans le corp. de Vhomme; Pa- rís , 1825). También se encontrará una des- cripción muy exacta de las concreciones in- testinales en las obras siguientes : Meckel (Journ. comjp, des scienc. méd. t. III; Remarq. sur les concrét. qui se rencontrent dans Tintes-. lin); Lobstein (Anatom. pathol., t. I, p. 482), Samuel Cooper (Dict. de chir. prat., art. cal- culs abdominaux); M. Joly (art. calculs, Diclion. de méd. et chir prat.). nCálculos pulmonares.—Aristóteles notó la existencia de las concreciones pulmonares en la oveja (De partibus animal, lib. III, cap. IV). Areteo, Galeno y Alejandro de Tra- lles vieron también algunas, arrojadas por la espectoracion, en individuos de la especie hu- mana ; Curtius encontró algunos cálculos del tamaño de un guisante. También se hallan ob- . soñaciones análogas en Rhodio (Cent. II, obs. méd. III); en Enrique Meibomio (Exercit- méd* de obs. rar. núm. XX y XXI); en Sa- chsio (Eph. nat. cur., dec. 1, A. II, obser- vación XVIII, en Schol.), y en Schenckio, quién, ha dado una descripción muy completa de los cálculos, indicando los hechos mas cu- riosos, referidos por otros autores [obs. méd. rar., 1. II, ubi de pulmón, calcul., cum Straus- sí addil). También existen observaciones im- portantes de la misma especie en Contulus (De lapidib. podagr., cap. VIH), en Morton (Phthisiolog., lib. III, cap. VI), en las memo- rias de la academia cesárea (Déc. III, A. III, obs. LXXI, LXXII, CCXLVI1I, y A. IV, obs. CIX; véase también la misma collect. centur. IÍI, obs. LXII, Acta t. IV, observa- ción XLIX, t. V, obs. LXVIII; Commerc. lit- ter.; año 1743, hebd. XIII, núm. 2). Morgag- ni, de quien hemos tomado las indicaciones bibliográficas anteriores, presenta una histo- ria de esta enfermedad bastante completa, y enriquecida á cada paso con hechos deduci- dos de su observación propia y la de otros au- tores (De sedib. et causis, epist. XV, §. XIX y* siguientes). Morton examina las concrecio- nes pulmonares en sus relaciones con la tisis, y se hallan en su libro observaciones muy cu- riosas bajo este punto de vista (Phthiéioldje). Bayle colocó los cálculos entre las causas de la tisis pulmonar (Reeherches sur la phlhisve -pulm., p. 34); su anatomía patológica y su etiología están cuidadosamente espuestas en Laennec (Traite de l'ausctiltation y la Clini- guedeM. Andral, t. IV, p. 133). (Mpnne- ret y Fleury, Comp. de med. prat., t. II, p. 3 y siguientes.) CLASE VI. DE LOS ENTOZOARIOS.' Nomrre y etimología.—La palabra ento- zoario se deriva de ir-ros, dentro, inlus, y {«uv, animal; animal desarrollado en el seno del or- ganismo, y que goza de una vida propia. Sinonimia.—Los entozoarios, gusanos ó ver- mes, son los Europa, insecto; t*(*i»s, gusano; ¡rH*>Áijf, vermis; M- «wír/f, enfermedad que engendra gusanos, de los griegos, vermis; insectum, de los latinos; verminalio, de PJinio; helminthia, de Good; parasilismus intestinaliii, de Young; hclmin- thiasis, de Swedieaur. Los franceses los lla- man entozoaires, vers. Definición (1).—«Tomando la denomina- ción de entozoario en su acepción mas lata, co- mo lo haremos en este artículo, sirve para de- signar todos los* animales que se desarrollan y viven en el cuerpo del hombre, ya ocupen la cavidad de los intestinos, ya la continuidad de las visceras y el tejido mismo de los órga- nos. Zeder, ha reservado el nombre de es- planelmintos á los vermes intestinales ( 335, de donde tomamos todo este artículo. (Los redactores.) Entozoarios. 203 logia. Desentendiéndonos, pues, de cuanto cor- responde al dominio de la zoología, tratare- mos solo de los siguientes objetos que se re- fieren á la práctica: 1.° Asiento de los ento- zoarios. 2.° Clasificación-y descripción sucinta de los géneros. 3.°* De los pseudohelmintos. 4.° De su reproducción. 5.° Síntomas provoca- dos por los entozoarios. (A. de las visceras; B. délos intestinos; C. diagnóstico diferen- cial.) 6.° Origen de los entozoarios y discu- sión de las principales hipótesis que se han emitido en esta materia. 7.° Etiología. (A- cau- sas individuales (diátesis); B. higiénicas.). 8.° De las enfermedades verminosas (epidémi- cas y endémicas). 9.° Tratamiento.» Después de seguir á Monneret y Fleury en todos estos puntos, formando el primer artí- culo de esta clase con las consideraciones re- lativas á los entozoarios en general, nos ocu-r paremos en particular de los mas importantes entre estos seres parásitos , valiéndonos al efecto de lo que dicen los mismos autores acer- ca de los aeefalocistos (Compendium 1.1, p. 2) y de los cisticercos (id. t. p.), y dedicando á esr te objeto nuestro artículo segundo. ARTICULO PRIMERO. De los entozoarios en general. Ya quedan espresadas la etimología, sino- nimia , definición y división de los entozoarios; por consiguiente continuaremos en la actuali- dad manifestando el: «Asiento de los entozoarios.—No hay parte alguna del euerpo, si esceptuamos los huesos, los cartílagos, los ligamentos, los ten- dones y todos los humores que se escretan rá- pidamente, que no pueda ser habitada por es- tos animales. El bazo es, según Rudolphi, el único órgano donde hasta el dia no se han en- contrado; pero como no son raros en este ór- gano los acelofalocistos, como demostraremos mas adelante, y como los naturalistas consi- deran en estos productos unos seres que go- zan de vida propia, no puede ya sostenerse en la actualidad la proposición emitida por este autor. • «Encuéntranse en el tubo digestivo del hombre cuatro especies de entozoarios : 1.» la ascáride lombricoides; 2.° el tenia; 3.° el oxiu- ro vermicular ; 4.° el tricocéfalo ; cada uno de los cuales tiene su asiento especial en varios puntos del tubo digestivo, á pesar de que el ascárides suele encontrarse indistintamente en todas las'partes del mismo , en la garganta, en el esófago , en el estómago , en los intestinos gruesos ó delgados, en el recto y en otras ca- ridades donde penetra por medio de la perfora- ción ; mas por lo regular ocupa los intestinos delgados. »Las ascárides vermiculares (oxiuro ver- micular) babitan.los intestinos gruesos, y sobre todo el recto ; el tenia se eucueutra por lo re- gular en toda la longitud del tubo digestivo; el tricocéfalo en los intestinos gruesos, y particu- larmente en eí riego junto á la válvula ¡leo-ce- cal. Entre las cuatro especies de helmintos de que acabamos de hablar hay algunas que pue- den llamarse helmintos errantes (entozóa er- rática, Rud.); tales son las ascárides lombricoi- des, que pueden introducirse en las fosas nasa- les , en la laringe, en la tráquea y en los con- ductos biliares, y losoxiuros vermiculares , que penetran en ciertos casos en las partes genita- les de la mujer. Hay una quinta especie de ver- mes, que todavía no han sido descritos, y que habitan también los intestinos del hombre , se- gún M. O. B. Bellingham (véase clasificación). «Muchos entozoarios fijan también su ha- bitación fuera de los intestinos , y ocupan dife- rentes órganos. La filaría de Medina (filaría Medinensis) puede introducirse en diversas par- tes del cuerpo, como los pies , las piernas , ei escroto , los brazos, las manos, el pecho, las costillas ó el ojo, con la particularidad de que invade esclusivamente el tejido celular. El es- trongilo gigante (strongulus gigas) es una espe- cie que se ha encontrado en los ríñones, y de cuya existencia dudan todavía muchos médi- cos. El distomo se encuentra esclusivamente en el hígado.; el polístomo en el tejido grasicnto, y en la sangre humana (investigaciones sobre la existencia del polístomo en la sangre humana por Delle Chiaje, Gaz. med. p. 742, 1837); el cisticerco en el tejido celular de los músculos ó en el cerebro. El acefalocisto ha sido observado en casi todas las visceras, en el hígado , en los pulmones, en el cerebro, en el útero y sus dependencias, en los ríñones , en el bazo y en las membranas sinoviales de los tendones. Bremser coloca en el número de los entozoa- rios que habitan el cuerpo del hombre á la ha- mnlaría (hamularia), especie que descubrió Treutler en las glándulas brpnquiales de un individuo de 28 años; aunque algunos naturalis- tas dudan de la existencia de estos helmintos, asi como de la del echiliococo, que pertenece también, según algunos, ala especie humana (véase echinococo). «Clasificación.—No es tanto nuestro objeto dar á conocer las diversas clasificaciones pro- puestas por los naturalistas, como presentar' las que ofrecen cierto interés para el médico en razón de las deducciones prácticas que puede sacar de ellas. Bajo este aspecto merece r por ejemplo , la mayor atención la clasificación de Linneo, á la cual da Cruveilhier la preferencia- sobre todas las demás (art. cit. , p. 321), por hallarse fundada sobre la consideración del asiento que ocupan los entozoarios. Linneo los divide en vermes intestinales (vermes intesti- nales), y en vermes viscerales (vermes visce- rales): íos primeros se desarollan eu los intes- tinos y en las cavidades que comunican con el aire esterior; los segundos en la sustancia mis- ma de los órganos. «Cuvier coloca los vermes intestinales en la 204 ENTOZOARIOS segunda clase de sus zoófitos, después de los equinodermos, entre los equinodermos sin pies ósiponclos, y los actinios qué comienzan su clase de los acalefos. En el primer orden están los intestinales cavitarios, que tienen un tubo intestinal flotante en la cavidad abdominal, una boca y un ano, y son los nematoides de Rudol- phi. En el segundo se hallan comprendidos los intestinales parenquimatosos, llamados asi por encerrar en su parenquima visceras mal deter- minadas, simples ramificaciones vasculares, y un tejido amorfeo. «Blainville supone con razón en los vermes intestinales varios grados de organización muy diferentes ; asi es que los refiere á diversos tipos de la serie animal, clasificando á unos en- tre los entozoarios, y á otros entre los sujiane- lidarios, que son un grado intermedio entre los animales articulados y los radiados. Los acefa- locistos constituyen la clase de los mona- darios. «Nos fijaremos, pues , en la clasificación de Rndolphi, ya porque la han seguido y adop- tado muchos helmintologistas distinguidos , ya porque nos permitirá dar algunas ideas gene- rales sobre la forma y estructura de los ento- zoarios, advirtiendo que solo trataremos de los que se encuentran en el hombre (Rudolpbi, cn- tozoorum sive vermium intestinalium, histo- ria natural, 2 vol.; Amsterd., 1808-1810; en- tozoorum sinopsis; 1 vol.; Berl, 1819.) Primer orden.—«Nematoides (de vnt*a, hi- lo y a fot, forma, semejante á un hilo). «Cuerpo prolongado, cilindrico, mas ó me- nos adelgazado en sus dos estremidades; ca- beza poco distinta, obtusa ó truncada, y acom- pañada algunas veces de membranas laterales; la boca de forma muy variada ofrece caracteres genéricos precioso»; la cola es continua con el cuerpo , obtusa ó aguda, recta ú oblicua , en- corvada ó no, y el tubo digestivo muy distinto. Los machos tienen el cuerpo mas corto y del- gado que las hembras, observándose á menu- do sobre la estremidad de su cola doblada una especie de filamentos ó aguijones que dependen del aparato genital. Los ovarios y los testículos tienen en ambos sexos la forma de unos fila- mentos muy largos y finos, enroscados al rede- dor del tubo digestivo, que se comunican al esterior por un orificio media, situado-hácia el tercio anterior del cuerpo. «Este orden se divide en once géneros, que son: - »l.er género.—Filaría: cuerpo prolongado, cilindrico , de un grueso igual en toda su esten- sion ; boca orbicular ; órgano masculino consti- tuido por un aguijón simple ó doble (Brémser, Traite zoologique et physíologique sur les vers intestinaux de Chomme, p. 121 y siguientes, en8.°,1824). »Especie: Filaría de Medina (F. Medi- nensis). »2.° género.—Tricosoma (trichosoma): cuer- po redondeado, adelgazado en su parte anterior, y abultado en la posterior; boca puntiforme con la estremidad adelgazada; órgano macho constituido por un simple hilo contenido en una vaina. No pertenece á la especie humana. »3.er género.— Tricocéfalo. (Tricocefalns): cuerpo redondeado, elástico, capilar en su parte anterior, ensanchado de pronto en la posterior, con el órgano escitador macho sim- ple , y contenido en una vaina. «Especie: tricocefalus dispar. Se encuentra en el intestino ciego del hombre.. 4.° género.—Oxiuro (oxiuris): cuerpo re- dondeado , elástico , tubuloso en su parte pos- terior , boca orbicular, órgano escitador en una vaina.' «Especie: oxiuro vermicular (O. vermicu- laris). »5.° género.—Cucullan (cucullanus): cuer- po cilindrico, elástico , adelgazado por detras; cabeza provista de una boca orbicular, y de una especie de capuchón estriado; órgano esci- tador macho formado por un aguijón simple. No comprende ninguna especie propia del hombre. • »6.° género.—Spiroptero (spiroptera): cuer- po redondeado, elástico, adelgazado en sus estremidades ; boca orbicular , órgano escita- dor que sale entre las alas de una cola arrolla- da en forma espiral. Bremser dice que se ha encontrado el spiroptero obtuso (espir. obtusa) en la vejiga urinaria de la especié humana. »7.° género. — Fisaloptero ( phisaloptera): cuerpo redondeado, corto , elástico y adelgaza- do en sus estremidades , boca orbicular, cola del macho doblada , alada sobre los dos bor- des , y con una vejiga en la parte inferior; el pene sale de una especie de tubérculo. »8.° género;—Estrongilo (strongilus): cuer- po redondeado , elástico, corto, delgado en sus dos estremidades; boca orbicular ó angulosa, la punta de la cola del macho termina en una bolsa que da salida al pene. «Especie: estrongilo gigante (strongilus gi- gas); se encuentra en los ríñones del hombre. »9.c género.—Ascárides (ascaris): cuerpo elástico , corto y adelgazado en sus estremida- des; cabeza de tres válvulas; pene formado por un aguijón doble. »1.* especie.*—Cabeza desnuda; cuerpo igualmente adelgazado en sus dos estremida- des. Ascárides lombricoides (asear lombricoi- des). Se le encuentra *en los intestinos del hombre. »2.a especie. — Estremidad anterior mas gruesa; cabeza con alas. Ascárides vermicular (asear vermicularis). Se encuentra también en los intestinos. »Ascárides alada.—O.'B Bellingham ha en- contrado en un niño de cerca de cinco años una especie de lombriz, que no habia sido observa- da por los naturalistas. Copiamos la descripción publicada por este médico en un periódico in- glés (Dublin medical, prest., 20 fevrier , y Gazette des hopit., núm. 25, febrero, 1739), para que personas mas versadas que nosotros ENTOZOARIOS. 205 en el estudio de los entozoarios decidan ti es enteramente nueva. »Debe colocarse en la 3.» especie de Rudol- phi la de las ascárides, que tienen la estremidad posterior mas gruesa que la anterior. «Los dos individuos eran hembras ,' y tenían cerca de tres pulgadas y media de largo; su mayor diá- metro posterior era de.tres cuartos de línea , y su diámetro anterior mas corto de media línea; su cuerpo era cilindrico, de un color amarillo sucio , marcado con las cuatro líneas longitudi- nales, y con esas estrias transversales muy es- trechas, que se encuentran en las demás espe- cies. Su estremidad anterior estaba provista por ambos lados de una membrana semitransparente muy distinta , de línea y media dé largo, mas estrecha eu su parte anterior que en la poste- rior , que principiaba por cada lado en los tu- bérculos de la boca, y daba una forma triangu- lar á esta parte del cuerpo. Los tres tubérculos ó válvulas, que rodeaban el orificio de la boca, eran prominentes y pequeños , aunque distin- tos; terminaban en una especie de cono, y pre- sentaban en su estremidad una mancha peque- ña y negruzca. Tenían el ano un poco delante de la estremidad posterior sobre la superficie abdominal, hendido trausversalmente, algo en- corvado , con la convexidad hacia adelante , y provisto de dos labios como las demás especies del mismo género.» Hemos trasladado esta des- cripción en su totalidad, porque no se halla to- davía mencionada en ninguna obra. »10.° género.— Ofioslomo (oph ios toma ): cuerpo redondo , elástico y adelgazado en sus dos estremidades; boca con dos labios, uno su- perior , y otro inferior. »11.° género.—Liorinco (liorhyncus): cuerpo elástico y redondo ; boca colocada en la estre- midad de una especie de trompa erectil y lisa. «Segundo orden.—Acantocéfalos (de «naria, espina , y «t?*** , cabeza; cabeza provista de ganchos). »Caractéres de orden : «uerpo elástico, utri- cular , sub-redondeado ; estremidad anterior prolongada en una especie de trompa retráctil, y guarnecida de ganchos dispuestos en forma de series. Los dos sexos en individuos dife- rentes. »12.° género.—Equinorrinco (echynorryn- cus). Son sus caracteres los misinos del orden. Este género no contiene ningún entozoario pro- pio de la especie humana. - «Tercer orden. — Trematodes (de -ifm*», abertura, ipvyKxtwins, atravesado de aber- turas ó poros). «13.° género. — Monostomo ( monostoma): cuerpo blando, sub-redondeado ó deprimido, con un solo poro en la parte anterior. «14.° género.—Anfistomo (amphystoma): cuerpo blando sub-redondeado; dos poros, uno anterior y otro posterior. «15.° género. — Distomo (Distoma : cuer- po blando, deprimido ó sub-redondeada; dos poros, uno anterior y otro ventral. »Son muy numerosas las especies de este género, y no bajan do ciento cuarenta. En el hombre se encuentra una sola, que es el dis- tomo del hígado (distoma hepaticum). «16.° género.—Tristomo (tristoma): cuer- po deprimido; dos poros simples colocados an- teriormente , y el tercero posterior y radiado. (Rudol.) «17.° Género.— Pentastomo (pentastoma): cuerpo redondeado ó deprimido; la boca entre dos poros situados en ambos lados, dispues- tos en forma de media luna, y que dan salida á un aguijón. »18.° género. — Polístomo (polistoma): cuerpo sub-redondeado ó deprimido; seis po- ros anteriores, uno ventral y posterior. «Especie.—Polístomo pinguicolo (P. pin- guicola). Se le ha encontrado en el tejido gra- sicnto del hombre. «Dellachiage, médico italiano, comprobó en la sangre humana la existencia de un en- tozoario , á quien dio el nombre de polístomo de la sangre (pol. sanguinis). Parece que se ha encontrado en la sangre venosa del hombre por Brera y Treutler. »También lo observó Dellachiage en la san- gre arrojada por dos tísicos en un acceso de hemoptisis. Estos son sin duda los polistomos que ya antes se habían descrito con el nom- bre de cysticercus aorta. «Corpus teretiusculum vel depressum , po- »ri sex antici, ventralis, et posticus solitarii, «habitat in venoso systemate hominis, et pre- «sertim in ejusdem pufmonali pareuchymate.» (Annali universali di medicina.) «Orden cuarto.—Cestoides (cestoidea,de- rivado de mcrrctr, fagita; y ufa , forma, seme- jante á una fagita). »Caractéres del orden.— Cuerpo blando, prolongado, continuo ó articulado; la cabeza rara vez se halla provista de labios simples, y por lo regular contiene de dos á cuatro fositas ó chupadores: todos los individuos son andró- ginos. No hay cosa mas variable que la forma de la cabeza, pues unas veces es piramidal, tetrágona, comprimida, y tiene provista la bo- ca de labios ó chupadores; otras es globulosa, hemisférica ó truncada, lisa ó provista de una corona de ganchitos simple ó doble; á veces se descubren en ella cuatro trompas armadas de ganchitosTetractiles; el cuello es nulo; el cuer- po deprimido, continuo, atravesado de poros laterales ó marginales, y de papilas ó filamen- tos erectiles; la cola obtusa y articulada; el tubo digestivo no distinto, reemplazado por vasos que salen de los chupadores; los órga- nos de la generación no visible^, aunque sue- len presentarse ovar|ps simples en forma de manchas sobre toda la línea media; de los ori- ficios de las articulaciones salen unos filamen- tos que se consideran como los órganos mas- culinos de la generación. Estos helmintos ha- bitan los intestinos. »19.° género.—Gerofleo (earyophyllaeus). 206 BNTOZOARIOS. »20.° género— Maseto (Scolex). »21.° género.— Gimnqrrinco (gimnorhyn- cus). »22.° género. — Tetrarynea .(tetrarhyn- chus). »23.° género.—Ligulo (lígula). »24.° género. — Tricuspidario (Trioeno- phorus). »25.° género. — Bolhriocefalo (Botrioce- phalus): cuerpo prolongado, deprimido, ar- ticulado , cabeza sub-tetragona; dos ó tres fo- sitas opuestas (Rudolphi, obr. cit., t.I, p. 136). . «Especie.—Bolhriocefalo ancho (Bot. la- tus de Bremser, obr. cit. p. 138; tenia ancha de Linneo y de los autores): cabeza visible; cuello nulo; poros marginales oblongos; arti- culaciones anteriores en forma de arrugas, se- guidas de otras sub-cuadrangulares, y las pos- teriores largas y muy distintas. Encuéntrase en la especie humana en Francia, en Suiza y en Rusia. »26.° género—Tenia: cuerpo prolongado, deprimido y articulado, con cuatro chupadores en la cabeza. «Especie armada.—Tenia cucurbitinO (T. solium de Linneo, tenia de anillos largos ó solitaria): cabeza sub-hemisférica muy pe- queña ; cuello deprimido y desprovisto de ar- ticulaciones ; las primeras son muy cortas; las siguientes, de forma cuadrada, se van con- virtiendo poco á poco en cuadrados oblongos; los poros marginales alternan unos con otros, pero de un modo poco distinto. Encuentran- se en el tubo digestivo de la especie humana en Alemania, en Holanda, en Inglaterra y en el Oriente. «Orden quinto.—Cistoides. (Cística, de ntviit, vejíga.en forma de bolsa): cuerpo de- primido ó redondeado, que termina en su es- tremidad posterior en una vejiga propia á ca- da individuo, ó común á muchos de ellos; ca- beza provista de cuatro fositas ó chupadores, con una corona de ganchitos, ó de cuatro trompas encorvadas; órganos de la generación invisibles hasta el dia. (Rudulphy, sinopsis, p. 177). «27.° género. —Antoccfalo (anlhocepha- lus): cuerpo prolongado, deprimido, termina- do en su parte posterior por una vejiga cau- dal , y en la anterior por una cabeza provista de dos ó cuatro fositas, y de cuatro trompas armadas de aguijones; tiene ademas dos sacos ó vejigas, de las cuales la esterna, que es du- ra y elástica, comprende á la otra que es mas delgada. Este género no ha sido observado en el hombre. «28.° género. — Cisticerco (cisticercus): cuerpo redondeado ó deprimido , y terminado en una vejiga caudal; cabeza provista de cua- tro chupadores y de una corona de ganchitos encorvados. «Especie.—Cisticerco del tejido celular. (C. celulosus). En el artículo segundo des- cribiremos cuidadosamente estos animales, que se encuentran con mucha frecuencia en el cuerpo del hombre: por ahora designare- mos solo sus variedades, que son las siguien- tes: 1.° el cisticerco fibroso; 2.° el cisticerco leproso; 3.° el cisticerco de Fischer; 4.° el cisticerco dicisto; 5,° el cisticerco de puntitas blancas. «29.° género.—Cenuro (coenurus): cuerpo prolongado, deprimido y rugoso ; cabeza pro- vista de una corona armada de cuatro gan- chitos y de cuatro chupadores; estos anima- les se adhieren eo mayor ó menor número en la cara interna de una vejiga simple, llena do líquido. No se encuentra en el hombre. (Ru- dolphi.) «30.° género.— Echinococo (echinococus): cuerpo ovalado; cabeza coronada de ganchi- tos y de cuatro chupadores. Estos animales, semejantes á unos granitos de arena, se ad- hieren á la cara interna de la vejiga , que es simple ó doble. Encuéntrense en las visceras del hombre, y particularmente en el hígado. »Acefalocisto.— Rudolphi y Bremser no han hablado de los acefalocistos, que Laennec ha descrito tan exactamente. Es dudoso el género á que pertenecen estos animales. Bremser, que no participa en este punto de la opinión de Ru- dolphi, considera como una hidatide animal toda vejiga llena de agua, que se encuentra li- bre y contenida en otra vesícula adherente. A primera vista parece que los acefalocistos de-r berian colocarse entre los cenuros ó los echi- nococos; pero Blaindille, en su apéndice á la obra de Bremser, opina que no deben clasifi- carse, ni entre los teniashidatígeros, ni en- tre los cenuros, ni aun entre loa echinoco- cos, sino que en su entender se refieren á los monadarios en el tipo de los amorfozoarios (obr. cit., p. 529). ^Entozoarios microscópicos del tejido mus- cular en el hombre.—Estos animales , descu- biertos y descritos por Owen bajo el nombre de trichina spiralis, son cilindricos y filifor- mes; sus estremidades obtusas y de tamaño desigual; la mayor, que debe considerarse co- la cabeza , presenta una boca grande, trasver- sal y lineal; la piel esterior es lisa y traspa- rente , y contiene un parenquima ó una espe- cie de sustancia granulosa ó en forma de co- pos; se presentan á manera de pequeños quis- tes elípticos con las estremidades afiladas, mas opacas que el cuerpo ó parte media del quiste, la cual es generalmente bastante transparente, para dejar ver en su interior un gusano mas pequeño, enroscado en forma espiral. Esta es- pecie de entozoario se encuentra en los mús- culos voluntarios y en los semi-voluntarios, como el diafragma, y en los del tímpano, ha- biéndose contado alguna vez hasta 25 de ellos en el estensor de este último (dictamen leido en VAcademie des sciences el 2 de febre- ro , 1836). «¡Acabamos de indicar los principales ca- racteres de los órdenes y géneros fundados ENTOZOARIOS. 207 por Rudolphi, cuya clasificación ha sido imita- da en parte de las de Zeder y Goeze, como' lo declara diclw autor (entozoorum, etc., vol. I, p. 197). Hemos tenido que limitarnos á una esposicion sucinta, porque la historia de ca- d% entozoario en particular volverá á encon- trarse en sitio oportuno (capítulo 2.° de esta clase, y enfermedades en particular de los ór- ganos donde residen); pero creemos haber di- cho lo bastante para dar una idea general de la clasificación de estos animales. Los que ne- cesiten mas pormenores los hallarán en los tratados de zoología; pues cuanta nosotros hubiéramos podido añadir, habría parecido poco á los naturalistas, y demasiado largo á •losmédicps. Vamos á decir alguna cosa acer- ca de los seudo-helmintos. »Pseudo-helmintos.—En muchas obras an- tiguas , y aun en las colecciones periódicas que se publican diariamente entre nosotros, se en- cuentran observaciones de supuestos gusanos, que se han hallado en los intestinos y aun en otras partes del cuerpo. Consisten unas veces en larvas de insectos ó animales introducidos accidentalmente con las sustancias alimenti- cias, ó ingeridos á propósito, y otras en se- millas , restos de vejetales ó fracmentos de materias alimenticias. Pero uno de los errores mas singulares en este género fué el que co- metió la Academia de Sienna que confundió el aparato hio-laringeo de un pájaro con un nue- vo animal bípedo. M. Lamark hizo de él un género á que dio el nombre de sagítula. (M. Cruveilhier, art. cit., p. 352.), «Es preciso no confundir con los verdade- ros helmintos esos parásitos que" se desarro- llan en la superficie de la piel, y suelen llegar á alojarse en los pliegues.de la misma ó entre los pelos que la cubren. A este género de ani- males pertenecen los piojos, el arador de los países ecuatoriales, y el insecto de la sarna. Cuenta Humbodlt que en los paises mas cáli- dos de América se halla un insecto, al cual llama Rudolphi aslrus humanus (obr. cit., vo- lumen I, p. 516), que después de depositar sus huevos sobre la piel del hombre, permane- ce oculto cerca de diez meses, hasta que ha- biendo completado su metamorfosis, echa á volar en forma de un estro ó tábano un poco mas grueso que la mosca ordinaria. Por lo re- gular, cuando la piel es asiento de ulceracio- nes y úlceras sórdidas y asquerosas, es cuan- do los animales depositan en ellas sus huevos. Sin embargo, pueden introducirlos también en las narices, en las orejas, y en el paladar de individuos dormidos, ebrios ó debilitados por alguna enfermedad, y también suelen ha- cerlo en el ano y en los órganos genitales. Ras- pail observó en un niño un pénfigo, determina- do por el acaras marginalus de Fabricius (ar- gos marginatus de Latreille y Lamark). Este insecto, que habia sido engendrado por unos pichones á quienes daba de comer aquel niño, se habia fijado sobre la piel del rostro, y pro- vocada en ella una afección herpética. (Re' cherches d'histoire. naturelle sur les insecte* morbipares; Gazette des hópitaux, núm. 3, t. 1, 1839.) «Bremser coloca entre Jos seudo-helmin- thos , 1.° el ditraquicero rudo , al cual consi- dera como la simiente de una planta; 2.° el ascaris slefanóstoma, y el ascaris conosoma. Estos últimos son considerados por Rudolphi, Brera y Bremser como larvas de mosca ; pero Joerdens, tan versado en entomología, los mira como una especie particular de vermes; 3.° cercosoma, especie nueva descrita por Ca- nali de Perusa, y arrojada por una mujer en la orina: esta especie no es otra cosa , según Ziegler y Bremser, que una larva de insecto, que es muy probable sea el eristalo; 4.° hexa- ' thyririum venarum: este animal, que perte- nece á la clase de los vermes, fué descubier- to por Treutler en una vena varicosa ; Rudolphi y Ziegler se inclinan á creer que no era otra cosa que un planario (planaria) que se hallaba en et rio en que se bañaba el individuo en el momento de romperse la vena ; 5.° dicanthos polycephalus : Stiebel consideró como un ver- mes intestinal un cuerpo, que según Rudol- phi , era un simple fraemento vegetal. Brem- ser atribuye á un error del vulgo la opinión de los que hacen depender la caries denta- ria de un insecto particular. En un artículo inserto en la Gazette medícale (número 10, enero, 1833), espuso Raspail con alguna es- tension las razones, que le inducen á creer que la caries deitfaria es obra de un parásito que se alimenta del tejido.del diente , aunque con- fiesa que no sabe si pertenece á la clase de los insectos perfectos , ó á la de los helmintos (Reeherches dhistoire naturelle sur les insec- tes morbipares , obra que ya hemos citado). «Personas aficionadas á lo maravilloso han publicado varias observaciones de animales ar- rojados por vómito ó por cámaras; pero las fre- cuentes equivocaciones que diariamente se pa- decen , deben prevenirnos contra esta clase de hechos. Todo el mundo conoce la historia de aquel feto, que se supuso arrojado en el vómi- to , y otras muchas que no podemos recordar en este momento. Mas para demostrar con cuanta reserva debe procederse en esta mate- ria , nos bastará citar el hecho siguiente , refe- rido por Bremser. Después de haber presenta- do una mujer una serie de síntomas de dife- rente naturaleza , aseguró que habia vomitado un sapo con todas sus membranas. Su marido mismo , de cuya veracidad no podia dudarse, declaró que se le habia visto vomitar en una jofaina vacia ; pero Bremser conservó alguna duda , y en efecto, mucho tiempo* después fué atacada dicha mujer de una enagenacion men- tal , y fué preciso encerrarla en una casa de locos. «Para llegar á conocer los seudo-helrnin- tos, es necesario empezar depositando en el agua el cuerpo que nos proponemos examinar. 208 ENTOZOARIOS. Su mayor ó menor simetría nos demostrará si la sustancia es solo una concreción formada en el cuerpo, ó si goza de una organización pro- pia. Pero lo que mas nos ¡lustrará en esta ma- teria es el estudio, de la zoología ; pues no es posible saber en qué clase y en qué seríes de- ben colocarse ciertos cuerpos organizados, co- mo huevos ó larvas de animales , sino se co- noce bien esta ciencia. La botánica puede tam- bién disipar por sí sola todas las dudas, ense- ñándonos si el cuerpo que se examina perte- nece al reino vejetal. No siempre es fácil de- terminar la estructura de algunas semillas, so- bre lodo cuando el trabajo de la digestión y la permanencia en los intestinos han modificado su forma y alterado su estructura. Creemos que en los casos dudosos debe reclamar el médico los auxilios del naturalista , sino quiere espo- nerse á errores, que pueden ser desagradables para su amor propio. De la reproducción de los entozoarios.— «Encuéntranse repetidos en estos animales to- dos los modos de generación que existen en la especie animal. El equinococo y el acefalocisto pueden considerarse bajo este aspecto en el grado mas bajo de la escala, puesto que su re- producción se verifica por yemas y por tabi- ques; los hijuelos se encuentran encerrados en la bolsa madre, que se transforma en mem- brana , y se rompe para darles salida (véase Acephaí). En los cisticercos se verifica la gene- ración por acodos, como en el pólipo y el co- ral. Los cistoides son hermafroditas, y pueden unirse mutuamente las articulaciones de un mismo individuo. En los trematodes se halla también reunido en un solo individuo el apa- rato genital de los dos sexos , pero no pueden fecundarse á sí mismos, sino que necesitan de otro individuo de la especie , que á su vez es fecundado por el primero. Son en general oví- paros, aunque hay también algunos vivíparos; pero estos últimos no pertenecen al hombre. Los acantocéfalos tienen partes sexuales sepa- radas, pero no se unen, y Rudolphi supone que el macho "baña los huevos con su esperma fue- ra de la madre. Los trematodes. tienen órga- nos sexuales separados: las heVibras están provistas de una vagina, y los machos de un pene simple ó bifurcado. Obsérvase en estos animales una especie de matriz, con sus cor- respondientes oviductos en la hembra , y va- sos espermáticos en el macho. Síntomas determinados por la presen- cia de los entozoarios. —«Unos son loca- les , y consisten en alteraciones funcionales, que varían según el órgano habitado por estos parásitos; otros generales, y dependen del in- flujo simpático que ejerce el órgano enfermo sobre la economía. Por consiguiente, debe va- riar la naturaleza y asiento de los síntomas lo- cales y generales. El acefalacisto del cerebro se anuncia por perturbaciones funcionales, di- ferentes de las que provoca este mismo animal cuando tiene su asiento en el hígado ó el pul- món. Un tenia dá lugar á accidentes distintos délos que produce la presencia de los oxiuros en la parte inferior de los intestinos. Por con- siguiente, hay síntomas que están en relación con la naturaleza de las funciones correspon- dientes al órgano ocupado por los entozoarios, y otros que son propios de cada una de las di- ferentes especies. Estos últimos dependen , no solo del lugar, esto es , del órgano en que han fijado su residencia los animales, sino también de la estructura y costumbres particulares de los mismos. Asi es que la presencia de las as- cárides en el estómago vá seguida casi siem- pre de vómitos; los oxiuros determinan una comezón muy viva en el ano, la cual se nota principalmente por la noche. El tenia se anun- cia también por algunos síntomas , que le son - peculiares. Eq general puede asegurarse, que cuando los entozoarios ocupan el tejido propio de una víseera que no tiene cavidad , escitau en ella un trabajo morboso, cuyos síntomas son poco mas ó menos los que acompañan á una inflamación crónica: tal es el origen de esos dolores sordos, y en algunos casos muy vivos, que suelen sentirse en el órgano altera- do ; de aqui esas hiperemias que sobrevienen de una manera continua , y aun muchas veces intermitente, y que ofrecen tanta irregularidad en la manifestación y en el curso de los sínto- mas. Suelen presentarse á veces durante la vi- da perturbaciones*funcionales tan tijeras, que apenas hacen sospechar la enfermedad , en- contrándose sin embargo después de la muerte altéracíonejs profundas. En otros casos, por el contrarío, se desarrollan con suma rapidez ac- cidentes bastante graves , observándose con frecuencia la supuración ó ulceración de los te- jidos , ó la perforación y gangrena de los pa- renquimas. Los síntomas locales y generales, provocados por los vermes intestinales, no son siempre los mismos , y por consiguiente deben describirse separadamente. Síntomas que revelan la presencia de los vermes intestinales.—«Han exajerado de tal modo los autores, que han escrito sobre esta materia, el influjo desastroso de los ver- mes intestinales , que les han atribuido los ac- cidentes mas formidables, y casi todas las en- fermedades contenidas en los cuadros nosoló- gicos. Otros ; por el contrarío, con igual exa- jeracion en sus opiniones , han llegado á ase- gurar que estos parásitos no causaban ninguna especie de mal , y que por el contrario ser- vían para descargar los intestinos de las mate- rias no asimilables.» Esta última opinión se conoce muy bien que solo es propia de un na- turalista , como dice Cruveilhier, y en efecto, uno de los que la han sostenido es el famoso Goeze, que arrastrado por su admiración ha- cia el universo , y sobre todo hacia el hombre, obra maestra de la creación, se empeña en de- mostrar, que todos los seres han sido creados para el hombre , supuesto que todos satisfacen respecto de él un objeto mas ó menos útil, sin entozoarios. 209 que se esceptuen de esta regla ni aun los hel- mintos. «Los síntomas locales Son cortos en núme- ro , y en general ligeros , aun cuando sea con- siderable la cantidad de los insectos morbípa- ros. Consisten en diversas sensaciones que sien- ten los enfermos en el vientre: ora se esperi- menta una especie de cosquilleo ó picotazos; ora una simple sensación de pesadez ; ora se observan dolores cólicos , retortijones y dolo- res vivos, que los enfermos comparan á mor-. deduras de animales. En general conviene no dar mucho crédito á la relación de los enfer- mos, que suelen estar excesivamente alarmados. Pertúrbanse las funciones digestivas, la len- gua está blanca y saburrosa , la boca pastosa, amarga, insípida ó acida, el apetito es nulo, exagerado (bulimia) ó pervertido (pica, mala- ria); la sed es variable , hay náuseas, hipo ó vómitos de materias mucosas; epigastralgia, que se aumenta cuando está el estómago va- cia , y cesa con Ja ingestión de las sustancias alimenticias; borborigmos , tumefacción del vientre , cólicos mas ó menos violentos, que tienen por lo regular su asiento en el ombligo ó en sus alrededores; evacuaciones alvinas mu- cosas , frecuentemente sanguinolentas (Brem- ser, obr. cit., pág. 354), y bastante copiosas. Estos síntomas se combinan de diferente ma- nera, y aun pueden faltar enteramente; son muy inciertos , y no bastan por sí solos para anunciar la presencia de los entozoarios : el único signo característico es la salida de estos anímales en fracmentos , ó en su totalidad por la boca ó por el ano. Por lo demás no existe ningún síntoma que pueda servir al médico pa- ra reconocer si es un ascáride lombricoide ó un tenía el que produce los accidentes obser- vados. «Entre los síntomas generales que atribu- yen los autores á la presencia "de los entozoa- rios , se encuentran todas las perturbaciones funcionales , sin escepcion , desde las mas li- geras , hasta las mas graves : palidez del ros- tro, color aplomado del cutis, círculo azulado al rededor de los ojos , vista lánguida y apaga- da , dilatación de las pupilas, y aun en ciertos casos estrabismo ; hinchazón de la nariz, co- mezón casi continua en esta parte , epistaxis á veces , palidez y rubicundez alternativas del rostro, llamaradas, salivación abundante (Bre- ra); rechinamiento de dientes, boca espumosa, fetidez del aliento, tos seca y convulsiva , á veces continua y muy* incómoda , respiración difícil y entrecortada ; palpitaciones, pulso du- ro , frecuente, rápido ó intermitente (Brera, Traite des maladies vermineuses; pág. 163), orinas transparentes ó turbias y lactescentes (Bremser, p. 17^); cefalalgia, vértigos, aluci- naciones, sequedad y sordera pasageras, zum- bido de oidos, deliquios , insomnio , convulsio- nes parciales y generales, y algunas veces de- lirio. Aunque no todos estos signos puedan con- siderarse como una prueba de que existen ver- TOMO VIL mes en los intestinos , deben sin embargo ha- cernos sospechar la enfermedad en ciertos ca- sos. Hay también otros que no tienen , ni con mucho, el mismo valor, como son la eclamp- sia, la epilepsia, la parálisis, lo catalepsia , las lipotimias, la amaurosis, la sordera y la afonía. También han. considerado los autores como ac- cidentes capaces de ser producidos por los hel- mintos la apoplegia , los sudores colicativos (Martgau Grandvílliers), el baile de San Vito, la muerte repentina (Courvon , Krausse, apud Bremser, pág. 365), la rabia (Serrcs), la ina- nia, la hipocondría, el histerismo y la neumo- nía. Debemos mencionar aparte la satiriasis y la ninfomanía, porque estas dos afecciones han sido determinadas en algunos casos por la pre- sencia de cierta cantidad de ascárides lombri- coides, de tricuros, y sobre todo de oxiuros en la parte inferior del recto , ó por la penetra- ción de estos últimos en las vias genitales de la mujer. «RefiereBremser muchas observaciones1, que demuestran la grande influencia que ejerce la imaginación en esta enfermedad , que á veces solo es producida por semejante causa. Los mismos médicos suelen incurrir también en es- te error, atribuyendo á la acción de los vermes intestinales accidentes que dependen de otro oríjen. Asi sucede con la perforación , la es- trangulación y la hernia de los intestinos, que se atribuye muchas veces á las lombrices, y en nuestra opinión reconocen otra causa. Pero vol- veremos á ocuparnos de este punto de patolo- gia al trazar la historia de las ascárides, que son las que principalmente se han tenido por causa de tales desórdenes ( enfermedades del aparato digestivo). «Diagnóstico diferencial.—¿Existen sín- tomas que pueden hacernos descubrir cuál es la especie de vermes contenida en los intesti- nos ? Esta cuestión de diagnóstico diferencial merece ser tratada con alguna estension en ar- tículos .separados (enfermedades del aparato dijestivo): solo diremos aqui que es difícil es- tablecer con exactitud los caracteres diferen- ciales. El oxiuro vermicular es el que mas fá- cilmente se reconoce, porque reside general- mente en la parte inferior del recto. Los ascá- rides dan lugar á los mismos síntomas que los demás vermes ; y aunque comunmente se pro- nostica su existencia por medio de signos bas- tante vagos , es porque se encuentra con mas frecuencia que las domas especies, con espe- cialidad en los niños, y en ciertas condiciones higiénicas que en otro lugar especificaremos cuidadosamente. También son muy inciertas las señales que anuncian la presencia del te- nia, siendo la espulsion de una parte ó la tota- lidad del entozoario la única circunstancia, que permite al médico fijar la especie de vermes á que son debidos los accidentes; y aun en mu- chos casos no puede asegurar que dependan los síntomas de esta causa, hasta que ha com- probado la presencia de las lombrices en el vó- 210 entozoarios. mito ó en las materias escrementicias. Aun en este último caso debe proceder con cierta re- serva, para no incurrir, como muchas veces se ha hecho, en el error de atribuir á esta causa una enfermedad, por la única razón de haber encontrado vermes en los intestinos después de la muerte , ó de haberlos arrojado el enfermo durante la vida. Origen de los entozoarios.—«Para opo- nerse con éxito á la formación de los helmintos ó á su reproducción, es indispensable saber có- mo se desarrollan en el cuerpo humano, ye na- les son las condiciones orgánicas ó higiénicas que favorecen su generación. El conocimiento de esta parte de la historia de los entozoarios interesa al médico , no solo bajo el aspecto de la terapéutica, sino también con relación á la patogenia ; y en prueba .de ello recuérdese el papel que hicieron en la antigua medicina la diátesis y las enfermedades verminosas. «Dos hipótesis principales pueden servir para esplicar el origen de los entozoarios: la primera supone que estos animales nacen en el cuerpo del hombre; la segunda que provie- nen del esterior. Son tantas las discusiones á que han dado lugar estas teorías , que no bas- taría un volumen para contenerlas. Pero de- biendo nosotros considerar únicamente esta ma- teria en sus relaciones con la terapéutica y con la patogenia , debemos ser muy breves. «Cam- «pus panditur, in quo late vagari licet.» ( Ru- dolphy , obr. cit., 1.1, pág. 372.) » 1.° Los entozoarios provienen del este- rior.—A. Los que sostienen esta hipótesis su- ponen que los vermes que se encuentran en los animales existen también en otros parages. Pe- ro esta opinión, fundada en un conocimiento imperfecto de la estructura de los entozoarios, se desvanece en presencia de las investigacio- nes mas exactas de los naturalistas modernos, en las que se demuestra que ninguna especie -puede vivir sino en el cuerpo de otro animal, y que la gran mayoría de los entozoarios presen- ta Una organización muy diferente de la de los demás animales, que se encuentran dentro ó fuera del cuerpo. Verdad es que hay algunos que existen igualmente en el hombre y en los demás animales, y que por consiguiente pu- dieran introducirse en el primero procedentes del esterior; pero si alguna vez sucede este ca- so, será escesivamente rara. Los entozoarios sucumben casi siempre inmediatamente que sa- len del cuerpo del animal vivo, aunque algu- nos de los que habitan en los animales de san- gre fría suelen sobrevivir algún tiempo á su es- pulsion. »B. Se ha dicho para sostener esta hipótesis que los entozoarios que se observan en los ani- males pueden en efecto no existir en ninguna otra parte; pero que los mismos que habitan la tierra ó el agua pueden muy bien, al in- troducirse en el cuerpo del hombre, adquirir una forma distinta de la que tenían primiti- vamente. Según esta teoría, al cambiar de lu- gar los gusanos esteriores, se mctamorfosean en verdaderos entozoarios. No negamos noso- tros el grande influjo que ejerce el ambiente en el desarrollo de la estructura y forma de los animales ; pero puede ser tanto que modifique tan profundamente la organización de los seres? Vamos á presentar algunas de las objeciones que se han hecho á esta teoría: 1.° En cada especie de animal se encuentran helmintos di- ferentes: los entozoarios no "solo viven, sino que también se multiplican y propagan su es- pecie en el cuerpo donde residen ; lo cual no sucedería ciertamente si aquella habitación no les fuese natural, en cuyo caso podrían vivir en ella , pero no reproducirse. 2.° Cada especio de helminto ocupa constantemente tal ó cual parte : los ascárides lombricoides los intesti- nos delgados, los oxiuros y tricocéfalos los in- testinos gruesos, el dragoncillo el tejido celu- lar, etc. 3.° ¿Cómo puede esplicarse por la hi- pótesis de la introducción la presencia de los entozoarios en el embrión y en el feto de nju- chos animales ? 4.° Varías especies se desar- rollan en partes que no tienen comunicación alguna con el esterior, y son perfectamente dis- tintas de las especies que habitan el tubo diges- tivo del mismo animal ; tales son los cenuros, los cisticercos y los antocéfalos. »C. Otra opinión, relativa también á la hi- pótesis que discutimos, consiste en decir que los gérmenes procedentes de los entozoarios son los que mezclados con el aire y con el agua se introducen después en el cuerpo de los anima- les , con los alimentos y bebidas , ó en el acto de la respiración. Esta es la opinión del célebre naturalista Pallas, sostenida también por Kein- lein y Brera , que la apoyan en las siguientes razones: 1.° las enfermedades verminosas son muy frecuentes en los hombres y animales que viven en parages muy habitados, húmedos, sucios y regados por aguas' en que se deposi- tan todas las inmundicias; por el contrario se observan muy poco en los pueblos que cambian frecuentemente de habitación; 2.° si se encuen- tran ciertas especies en tales ó cuales anima- les, es porque los gérmenes no hallan, sino en ciertas circunstancias determinadas, las condi- ciones necesarias para su desarrollo; 3.° á ve- ces se afectan de tenía todos los individuos de una misma familia , de modo que parece ser en cierto modo una enfermedad endémica ; 4.° los animales carnívoros que viven junto al hombre están sujetos á padecer, vermes intestinales, al paso que los rumiantes y los hervívoros rara vez son afectados de esta enfermedad. «Contra estos argumentos pueden oponer- se hechos que los destruyen en gran parte: 1.° Schreiher ha alimentado á un veso por espa- cio* de muchos meses únicamente con leche, con vermes intestinales y con huevos de los mismos, y sin embargo no se ha encontrado en su cadáver ninguna señal de estos animales. Bremser disecó diez y siete camellos muertos en una cacería en los alpes de la Estiria , y so- entozoarios. 211 lo hubo uno en que no existiesen vermes. Los demás hechos referidos por este autor prueban que los rumiantes y roedores padecen esta en- fermedad con tanta frecuencia como los otros: esta observación es de suma importancia para el tratamiento preservativo de las enfermeda- des verminosas , como veremos mas adelante. 2.* Para esplicar la producción de los entozoa- rios según el sistema d£algunos autores, es pre- ciso suponer, que los gérmenes se transmiten de la madre al feto durante la vida intra-uteri- na ó de la nodriza al niño por medio de la le- che. También es preciso esplicar cómo llegan estos gérmenes al parenqnima de los órganos, cuando los entozoarios residen fuera de los in- testinos. Ehrenberg supone que los huevos de estos animales pueden ser cogidos por los.ab- sorventes é introducidos por medio de la circu- lación en todas las partes del cuerpo, en cuyo caso*podrian pasar de la madre al niño por me- dio de la lactancia, ó de la madre al feto por la circulación durante la vida intra-uterina. Cree este médico que el desarrollo de los hue- vos no tiene lugar, sino cuando encuentran es- tos las condiciones que favorecen su evolución, y que entonces es cuando llevados por toda la economía pueden infectarla y dar oríjen á la diátesis verminosa. Esta opinión desarrollada por Ehrenberg no deja de ser especiosa ; pero ofrece un argumento muy grave contra ella la observación siguiente de Rudolphi. Este natura- lista asegura que los huevos mas pequeños son mil veces mayores que los glóbulos de la san- gre y que los vasos capilares, cuyo diámetro se calcula en la catorce milésima parte de una pulgada. Sin embargo , puede objetarse que en el torrente circulatorio se introducen muchas veces cuerpos no solubles, que tienen un diá- metro mas considerable que los glóbulos. Em- pero sería preciso admitir, que los huevos han resistido al trabajo de elavoracion que se efec- túa en los órganos, lo cual no es á la verdad muy probable. Tampoco es fácil esplicar de es- te modo el nacimiento de los entozoavivíparos que se encuentran en los animales. Últimamen- te ¿ por qué ge forman con mayor frecuencia en la infancia que en las demás edades, y por qué las especies mas comunes en los niños son raras en los adultos y recíprocamente? Soste- niendo por otra parte la hipótesis deja intro- ducción de los gérmenes, se viene á incurrir en un círculo vicioso; porque es preciso suponer en último resultado el oríjen espontáneo del helminto que produjo todos los demás. »2.° Los entozoarios se forman primitiva- mente en el cuerpo de los animales. —Esta es la hipótesis en cuyo favor se ha declarado la mayoría de los médicos , apoyándose en prue- bas numerosas y convincentes. Cuenta este dic- tamen entre sus defensores áVallisuieri, Svvam- merdam, Rudolphi y Bremser. Las razones que presentan en su favor son las siguientes: »1.° Los entozoarios no son animales veni- dos del esterior, como ya hemos demostrado. »2.° Estos animales se encuentran en el fe- to que no ha visto la luz y en en el recien na- cido. »3.° No pueden vivir y reproducirse sino en el cuerpo de los animales. »4.° Existen en todas las partes del cuerpo, tanto en las .accesibles á las partículas venidas de.fuera, como son los intestinos, como en las que no tienen comunicación alguna con el es- terior. »5.° No desarrollan accidentes, y en cier- tos casos'ningun síntoma apreciable, lo cual no sucede cuando penetran en los órganos anima- les procedentes del esterior; los cuales no tar- dan en provocar desórdenes bastante graves, que solo cesan con su espulsion. Este argu- mento presentado por Rudolphi (obr. cit., t. I, pág. 789 ) nos parece de poco valor. »6.° Muchos animales son habitados por especies particulares de entozoarios. «Infiérese naturalmente de todas estas ra- zones, desarrolladas ya anteriormente al com- batir la primera hipótesis, que los' entozoarios se forman en el cuerpo del hombre; pero to- davía existen varias opiniones acerca de esta materia : 1.° unos sostienen que los entozoarios son trasmitidos por el padre ; 2.° otros que proceden de la madre; 3.° y otros creen por último en una generación espontánea. 1.° Trasmisión por el padre.—Los defen- sores de esta hipótesis , abandonada casi ente- ramente en la actualidad, se ven forzados á ad- mitir que los padres primitivos d2l hombre y de los animales contenían el germen de todas las especies de vermes que en el dia existen. «Los padres primitivos habían sido en este ca- so , como dice Bremser, unos verdaderos al- macenes de vermes, á quienes debió causar mas incomodidades la generación de estos pa- rásitos, que la conservación de la propia raza.» (Ob. cit., p. 52.) Brera , que es el que ha sos- tenido con mas fuerza este dictamen , observa que pueden los gérmenes pasar al través de una ó muchas generaciones, hasta encontrar circunstancias que favorezcan su desarrollo. »2.° Trasmisión por la madre.—Para com- batir la segunda hipótesis se han alegado las siguientes pruebas, que se.diferencian muy po- co de las anteriores. A. Si las madres comuni- can á los fetos los gérmenes de los entozoarios, es preciso qqp sean un receptáculo de todas las especies conocidas. Seria menester suponer ademas que los huevps de los vermes que ha- bitan en los órganos de la mujer son absorvidos por los linfáticos , trasmitidos en seguida á la masa de la sangre, y depositados por último en la matriz, donde los absorve el feto, y les ha- ce seguir un nuevo círculo igual al primero. B. Tampoco puede suponerse que los huevos pasen directamente desde el útero ó el ovario al feto. C. No pueden los vermes llegar al niño por la leche de la madre , ni de ninguna otra manera; fuera de que esta especie de comuni- cación solo podría tener lugar en los tnamífe- 212 ENTOZOARIOS. ros. D. La existencia de vermes vivíparos es una de las pruebas mas convincentes que se pueden presentar contra esta hipótesis. «Todavía existe otro modo de concebir la generación de los vermes. Creen algunos au- tores que*al nacer cada animal trae el germen de sus entozoas particulares, que solo se forman cuando encuentran circunstancias favorables á su desarrollo. M. Kirby ha sostenido poco tiem- po hace otra hipótesis bastante singular á nues- tro juicio, y fundada en un orden de pruebas que no se encuentran generalmente en los li- bros de medicina: «¿Podemos, dice, creer «que el hombre en su primitivo estado de glo- «ria y dignidad haya sido receptáculo de esas «repugnantes criaturas? Inverosímil parece, y «mas bien nos inclinamos á sospechar como Le- «clerk y Bonnet, que no existieron en Adán «antes de su caida semejantes animales, sino «en forma de huevos, y que solo se desarrollaran «después del pecado original.... Nadie ignora «que Dios , por medio de la varita milagrosa de «Moisés, convirtió todo el polvo de Egipto en «insectos, que atacaron al hombre y á las bes- «tias. Ahora bien , cuando después han ocurri- »do circunstancias semejantes en que ha sido «conveniente recurrir á la misma producción, «¿no es probable que los entozoas hayan reem ■ «plazado á las serpientes déla escritura?» Lo único que podemos nosotros contestar á prue- bas de esta naturaleza, es que dista mucho se- mejante opinión de la de los naturalistas, que miran con admiración , y como de una utilidad casi incontestable, á los helmintos que habitan el cuerpo del hombre. »3.° Generación espontánea. —Rudolphi y Bremser establecen , apoyándose en varios he- chos de diferente naturaleza, que los entozoas se producen espontáneamente en los órganos que los contienen. Siendo la generación espon- tánea una de esas vastas cuestiones que perte- necen á la filosofía de las ciencias, no podemos nosotros abordarla en un artículo consagrado á la entozoologia práctica , y por lo mismo nos contentaremos con recordar algunos de los he- chos que sirven de base á dicho sistema. «Las infusiones orgánicas , tanto vejetales como animales, se llenan al cabo de cierto tiempo ó*e una infinidad de seres microscópicos dotados de vida propia, que se nutren, se re- producen , y tienen costumbres especiales. El esperma contiene animalillos, que no se encuen- tran en él antes de la pubertad, ni después que ha desaparecido la facultad fecundante. Los zoospermos se desarrollan bajo el influjo de cierta elaboración, cuyo mecanismo y naturale- za íntima son imperceptibles á nuestros senti- dos; pero cuyo producto es apreciable á nues- tra vista. ¿Quién se atrevería afijar el punto en que se detiene la generación espontánea, en una época en que* los estudios microscópicos nos revelan diariamente algún nuevo misterio de la organización, que solo conocemos en bosquejo? ¿Quién podría sostener que la mas mínima par- tícula desprendida de un tejido no sea capaz de dar origen á un entozoario, cuando se ve una gota de licor seminal contener el rudimento de una organización tan complicada como la del hombre? Cuvier dijo que desde el instante en que empiezan á existir los cuerpos vivientes, por pequeños que sean , es preciso concebir que tienen todas sus partes. «Los hechos que acabamos de esponer con- ducen á dos hipótesis diferentes sobre la gene- ración espontánea. Según la primera, puede ad- mitirse que el germen que se desprende del or- ganismo viviente tiene todas sus partes, las cuales no hacen mas que desarrollárselo bien que el animal se forma de una vez en ciertas cir- cunstancias dadas, como sucede á los infusorios, á los.hongos de la putrefacción y á los animales delórden masinferior.También puedesuponerse que los entozoas son segregados por los órganos, y que una vez dados á luz tienen la facultad de multiplicarse hasta el'infinito. Esta opinión, que nos parece preferible á las demás , ha sido muy bien presentada por Bellíngham, que en la referida memoria se espresa en los términos si- guientes : «en el cuerpo de los animales vivos se verifica un trabajo incesante de asimilación y descomposición, cuyos materiales suministra la sangre, la cual contiene también los ele- mentos de los entozoarios: por consiguiente no repugna á la lógica asegurar, que las diferentes especies de entozarios destinados á vivir en el cuerpo de otros animales, se derivan del mismo origen, ó lo que es lo mismo, son segregados en los sitios que habitan. Sabido es que en el reino vejetal hay ciertas secreciones, que son peculiares de determinados géneros ó especies de plantas, y que dos individuos'que crecen uno al lado de otro , que se nutren por los mismos fluidos, y florecen sobre un mismo suelo, pue- den sin embargo tener secreciones muy dife- rentes. Asi es que en los animales encontramos ciertas especies de entozoarios, que son propíos de determinadas especies ó familias , ó que se hallan en ciertas regiones del cuerpo , y no en otras. También puede invocarse en favor de la hipótesis de la secreción: 1.° la generación es- pontánea y escesivamente rápida de los piojos; 2.° la secreción de los zoospermos en la mayor parte de los animales; 3.° la autoridad de Owen, quien cree que los zoospermos de cada género de animales se forman probablemente en la se- creción seminal, en virtud de la misma ley que preside al desarrollo de los Jemas entozoarios. «Es de inferir, en vista de lo que precede, que no pueden los helmintos introducirse en el cuerpo , ni en forma de huevos , ni de algu- na otra manera ; que tampoco pueden comuni- carse de la madre al feto, ni por la circulación durante la vida intra uterina, ni por la leche después del nacimiento, ni por losalimentos, las bebidas ó el aire; por consiguiente , que esta- mos autorizados para creer que los entozoarios se forman originariamente en cada animal, por I medio de un trabajo análogo al de las secrecio- entoz nes. Bellingham adelanta mas todavía , y cree «que hay órganos particulares en el cuerpo de los animales, destinados á segregar tal ó cual especie de entozoario , del mismo modo que cada glándula está destinada á segregar una es- pecie de humor particular. Bien se concibe, añade este mismo autor, que la propiedad de segregar pertenece soloá las glándulas; pero la causa inmediata que preside á este trabajo vi- tal es inesplicable.» En efecto, parece bastante probable que estos productos organizados vi- vientes se depositan en diferentes puntos de la economía por un mecanismo análogo al de la secreción; pero no podemos admitir que se efectué este fenómeno por medio de órganos particulares, cuya existencia no se halla de- mostrada. Lo que resulta á nuestro entender de todos los hechos es, que á consecuencia de una alteración general ó parcial del organismo, cu- ya naturaleza nos es desconocida, sobreviene en las funciones de secreción un cambio mor- boso , en virtud del cual se forma completa- mente un producto^ que no tiene análogo en el estado sano, y que se desarrolla en seguida del mismo rnodo que los cuerpos que gozan de una vida propia. «Causas de la formación de los vermes. —Cuanto digamos de la etiología en general de los entozoarios , se refiere mas especialmente á los vermes intestinales , puesto que son des- conocidos en su mayor parte los agentes que favorecen la formación de los vermes paren- quimatosos. Las causas de que vamos á hablar proceden de dos orígenes distintos: 1.° del su- geto; 2.° de las influencias higiénicas. A. Causas inherentes al organismo.—«Ru- dolphi, cuyos escelentes trabajos no serian nunca bastantemente admirados , considera la debili- dad de los órganos, y la asimilación que se efectúa en sus tejidos como la causa producto- ra de los entozoarios. La mayor parte de los autores que han tratado después esta materia sostienen la misma opinión, que en efecto es la mas conforme con la naturaleza y modo de acción de las influencias patogénicas. Brem- ser la ha desarrollado , introduciendo en ella ciertas modificaciones: « las primeras vias •se- gún este autor, se encuentran en un estado de actividad vital, mucho mayor que el que en rea- lidad se necesita para la conservación del cuer- po: la actividad de los vasos linfáticos, que solo absorven lo preciso j)ara reparar la pérdida de los humores , se encuentra en desproporción con la citada energía vital, y por consiguiente el aparato alimenticio animaliza mas sustancias de las que pueden absorver los vasos linfáti- cos.» (Ob. cit., p. 339). No estrañamos que este médico encuentre una causa favorable á la verminación en la falta de relación entre la asi- milación y la elaboración ; pero cuando añade que «la sustancia animalizada privada de movi- miento se halla impelida á transformarse en un todo existente por sí mismo , esto es , en un verme», nos parece que se eslravia en el cam- 213 po de la especulación. Cruveilhíer considera co- mo causa predisponente de los vermes la falta de equilibrio entre las fuerzas asimiladoras del conducto digestivo, y los alimentos ingeridos: este defecto de equilibrio, dice, puede resul- tar , ya del mismo conducto digestivo, ya de la cantidad y calidad de los alimentos , ó ya de estas dos causas á la vez (ob. cit. , p. 331). «Dase el nombre de diátesis verminosa áese estado del organismo, en virtud del cual se desarrollan simultáneamente en diferentes pun- tos de la economía gran número de vermes, los cuales se reproducen con la mayor facilidad. La diátesis puede ser congénita ó hereditaria. Es hereditaria cuando se trasmite délos padres á los hijos por medio de la generación ; con cu- yo motivo observaremos, que se ha tomado mu- chas veces por diátesis verminosa hereditaria cierta predisposición que depende de las in- fluencias higiénicas , cuya acción se hace sen- tir en los niños desde su mas tierna edad , del mismo modo que habia antes obrado en los pa- dres. La diátesis congénita se halla á veces ca- racterizada por la debilidad y delicadeza de la constitución, ó por los atributos del tempera- mento linfático. También suele suceder que no existe ningún signo por donde pueda adivinarse esta predisposición congénita , pues los indivi- duos gozan «n la apariencia de la mas perfecta salud. «En el número de las causas predisponen- tes coloca Rudolphi la anasarca, la hidropesía y el predominio de los fluidos blancos que bañan el tejido celular. En todos estos casos, dice, falta á los tejidos su enerjía acostumbrada; no pueden por consiguiente retener ni asimilarse los materiales sometidos á su elaboración ; se estancan estos en los órganos, ó por el contra- rióse hace escesiva la secreción de serosidad, moco y linfa , y reuniéndose estos dfferentes humores, llega á formarse un cuerpo organiza- do viviente, ó el germen de un animal, que solo espera condiciones favorables para^lesarrollar- se (ob. cit., 1.1, p. 410). Los individuos escro- fulosos, caquécticos ó debilitados por afeccio- nes que privan á los órganos, y particularmen- te á los intestinos, de su actividad funcional, es- tan mas dispuestos que otros á las enfermeda- des verminosas. Los hombres de una constitu- ción linfática se hallan comunmente atormen- tados de vermes ; pero también deben tenerse en cuenta las condiciones higiénicas en que vi- ven estos individuos; en paiáes fríos, húmedos, brumosos, donde los alimentos deben ser mal sanos, abundan mucho los sugetos linfáticos y escrofulosos; y puede decirse que allí existen reunidas todas las causas capaces de producir enfermedades verminosas. «Muchos autores consideran la niñez como una causa predisponente de los vermes; y en efecto, los oxiuros vermiculares son muy fre- cuentes á la edad de dos años ; pero los lum- bricoides, comoel tenia, el tricocéfalo y el dra- goncillo, se presentan indistintamente en todas •arios. 214 entozoarios. las edades. Dice Rudolphi, que las mujeres es- tan mas sujetas que los hombres á los vermes y al tenia, opinión que han seguido también Pa- llas y Werner. B. Causas higiénicas.—«¿Pueden desarro- llarse repentinamente los vermes bajo el influ- jo de ciertas constituciones atmosféricas? Cues- tión es esta qué examinaremos mas adelante al tratar de las enfermedades verminosas. La es- tancia prolongada en una habitación húmeda ó en un pais continuamente cubierto de nieblas espesas, ó de un aire caliente y húmedo, dispo- nen la constitución á las enfermedades vermi- nosas. Esta influencia nociva se manifiesta es- pecialmente en los niños y en los individuos de- bilitados por el temperamento linfático, ó por un estado escrofuloso. Obra enérgicamente es- ta causa sobre los ganados que pacen en luga- res bajos, húmedos y pantanosos, como lo sa- ben muy bien los propietarios de ganado, que para evitar este daño hacen responsables á los pastores de los estragos que pueda ocasionar en los rebaños el distomo del hígado. Los pueblos de Europa mas sujetos á las enfermedades ver- minosas son los holandeses y los suizos. Háse atribuido esta predisposición , ora á la hume- dad del clima, ora á los alimentos, ya á las bebidas , y ya á los hábitos de los pueblos. Pe- ro antes de entrar en el examen de estas cau- sas , debiera haberse comprobado el grado de frecuencia de los entozoarios en cada pais ; ma- teria sobre la cual no se posee hasta el dia nin- gún documento positivo. Si consultamos á Van den Bosch, hallaremos que los holandeses son los que padecen mas frecuentemente estas en- fermedades. Andry afirma que casi siempre pro- ceden en Francia del origen que hemos indica- do; otros médicos, que las han observado en varios países, sostienen una opinión diferente, de donde debe deducirse con Rudolfi que «hy- pothesi has relationcs potissimum penderé.» Vamos á examinar, sin embargo, con este autor cuáles son .las especies peculiares de cada clima. «El tenia solitario se encuentra en Egipto, en Italia, Alemania, Holanda, Inglaterra y Suecia ; por el contrario en Suiza, Rusia y Polonia no se encuentra mas que el botriocéfa- lo ó tenia ancho. Rudolphi dice que entre los vermes que le enviaron de Suecia no encontró mas que tenias (Ob. cit, t. I, p. 345). En Egip- to , en la Arabia , en la Grecia y en Siria se observan'muy frecuentemente los tenias. Se- gún Hasselquist, las tres cuartas partes de la población del Cairo está atormentada por el te- nia solium , lo cual depende en su opinión de la escasez y mala calidad de los alimentos que usan allí los habitantes mas pobres. Habíase creido que la causa principal de la frecuente producción de los tenias en Holanda era la gran cantidad de pescado que se come en aquel pais; pero Fr. Muller observa que estos ento- zoarios son sumamente raros en Dinamarca, donde sin embargo se hace mucho uso del pes- cado. La filaría medinense ofrece una particu- laridad notable, y es que solo existe bajo la zo- na tórrida. Si hay algunas especies de entozoa- rios que parecen propios de ciertas localidades, son mucho mas los que se encuentran indistin- tamente en todos los pueblos , como sucede á los ascárides, los tricuros y los cefalocistos. La única proposición general que puede estable- cerse es, que los parages fríos y húmedos pre- disponen ala diátesis verminosa; lo cual con- siste, según Bremser , en que la supresión de la traspiración obra indirectamente de una ma- nera nociva sobre las funciones del sistema linfático intestinal. «Entre las causas predisponentes de los vermes colocan muchos los alimentos de mala calidad, que contienen poca materia nutritiva, y que por consiguiente fatigan al estómago en ra- zón de la gran cantidad de sustancia refracta- ria á su acción: tales son la leche, la manteca, el queso, las legumbres feculentas, y el pan preparado con, una harina grosera, ó que con- tenga mucho salvado. También se ha atribuido á las frutas verdes , á las bebidas acidas, fer- mentadas y amargas, la propiedad .de favorecer la producción de los helmintos, suponiendo que obran disminuyendo las facultades digesti- vas del estómago , de donde resulta una asimi- lación mas imperfecta y mayor cantidad de los residuos que contribuyen á engendrar estos animales. Pero estas causas no tienen un indu- jo tan evidente como han creido algunos auto- res; pues existen varios hechos que las contra- dicen. ¿No vemos todos'los dias desarrollarse los vermes en individuos, que usan los alimen- tos mas diferentes , unos esclusivamente car- nes , otros pescados, y tanto en los pobres co- mo en los ricos ? «Hominibus pauperibus, dice «Rudolphi, ob crudiorem quem assumnnt vic- «tum, majorem tamiarum copíam falso tfibui, «easdem regutn aique turres ac pauperum ta- «bernas subiré , seque muliercularum tan opu- «lentiorum quam pauperiorum taeniis laborau- «tium, éxempla novisse celeberrimus Werner «monet.» «Diátesis verminosa.—Ea vida sedentaria y ociosa , la permanencia prolongada en lugares bajos y húmedos, donde no se renueva el aire suficientemente, lostrabajos penosos que exigen ciertas profesiones, las pesadumbres y las afec- ciones morales tristes, la escasez y mala cali- dad de los alimentos, la privación de vestidos calientes que preserven el cuerpo de la hume- dad , el temperamento linfático, la constitución escrofulosa , el sexo femenino y la infancia: ta- les son en resumen las causas que contribuyen á desarrollaren el hombre la diátesis vermino- sa , ó lo que es lo mismo , ese estado particu- lar de la economía, que es imposible reconocer por signos esteriores , y que solo se manifiesta por la presencia de una gran cantidad de hel- mintos que se reproducen con la mayor rapi- • dez, ó se desarrollan casi simultáneamente en di- ferentes partes del cuerpo. Los médicos que han entozoarios. 215 establecido esta diátesis verminosa, apoyándo- se en la única consideración que acabamos de indicar, á saber, la existencia de una gran can- tidad de vermes en las materias fecales ó en los vómitos, han dado de ella una descripción muy vaga. En efecto , si escluimos los sínto- mas que indican la constitución linfática ó es- crofulosa , las señales de debilidad corporal, y los signos de algunas caquexias que al parecer favorecen el desarrollo de los helmintos, ¿cuá- les son los fenómenos fisiológicos ó patológicos que pueden referirse á la diátesis verminosa? Por nuestra parte confesamos que nos seria imposible referirlos, aun después de haber leído las obras que mas especialmente han tratado dé semejante materia. Esta falta de documentos exactos depende de la imposibilidad de fijar bien las condiciones orgánicas que dan origen á dicha predisposición diatésica. A veces ha po- dido asegurarse que habia diátesis verminosa, cuando existían todas las influencias higiénicas ó individuales que hemos indicado; pero enton- ces la relación de causa á efecto facilitaba se- mejante conclusión. Es preciso no confundir la diátesis con la caquexia verminosa : esta última es uu estado constitucional patológico, que de- pende de los estragos ocasionados por los hel- mintos. Enfermedades verminosas. — «Qué debe entenderse por enfermedades verminosas? Exis- ten enfermedades de este género? Con esta pa- labra se comprenden un conjunto de síntomas generales y locales, dependientes de la existen- cia de los vermes en los intestinos , ó en cual- quiera otra parte del cuerpo. Los síntomas que hemos descrito anteriormente son los únicos que deben referirse a la acción verminosa, si queremos aplicar con propiedad esta denomina- ción. Pero los autores antiguos, y aun algunos de los modernos, no dan este sentido á aquella palabra, y .consideran como verminosas to- das las enfermedades, durante las cuales es- pelen los enfermos cierta cantidad de vermes, atribuyendo á los helmintos todos los acciden- tes, cualquiera que sean el asiento y naturaleza de los síntomas. La descripción de algunas en- fermedades verminosas hará comprender mejor el verdadero sentido de esta palabra. «Van den Bosch , uno de los médicos que han hecho representar á los vermes un papel casi ridículo en patologia, habla de una consti- tución epidémica verminosa que ejerció sus es- tragos en una parte de la Holanda, desde 1760 hasta 1763 (Historia constilulionis epidémica qua ann. 1760 ad 1763 per insulam Overflac- que el contiguam Goederede grassatafuil, etc. Lugd-Batav , 1769). Esta enfermedad se de- claraba repentinamente por escalofríos segui- dos de calor seco y sudores , enfriamiento de las estremidades , cefalalgia, dilatación de las pupilas , prurito en la nariz, zumbido de oí- dos , ansiedad precordial , cámaras pútridas y muy fétidas, mezcladas con vermes y fracmen- tos membraniforraes ,.náuseas ó vómitos, pul- so y respiración variables, perturbación de la inteligencia, lengua mucosa, seca , árida y ne- gra , sed viva ó nula, orinas claras y sedimen- tosas , entorpecimiento de las estremidades, sordera , delirio, degenerando últimamente la enfermedad en fiebre lenta, nerviosa ó consun- tiva. «Lepecq de la Cloture ha descrito muchas epidemias de fiebres verminosas complicadas con fiebre maligna, miliar , disentérica , lenta nerviosa, con la gríppe y con otras enfermeda- des (colleclion dobservations sur les maladies et constitutions epidemiques , un vol. en 4.°, 1778, passim). En la relación que hace este médico de la epidemia de fiebre maligna y ver- minosa, se encuentran todos los síntomas propios de la primera de estas enfermedades, cuando se halla complicada con la presencia de vermes intestinales , á saber: postración , estupor, so- ñolencia , dolores vivos en los miembros y en la garganta , constricción de esta, parte, pun- zadas en los oídos, fetidez de la boca y del aliento , lengua sucia y biliosa , cubierta de papilas rojas prominentes. Existían los náuseas antes de la invasión de la enfermedad, que prin- cipiaba regularmente por vómitos, presentán- dose en seguida el delirio y las convulsiones. Los enfermos, entre los cuales habia muchos niños , arrojaban lombrices por la boca , y cuando no se conseguía su espulsion , resulta- ban los mayores estragos. Lepecq mira á la en- fermedad verminosa como una complicación de la fiebre maligna (ob. cit. , p. 676). «He aquí los síntomas que asignan los au- tores á las fiebres llamadas verminosas: espul- sion de lombrices por cámaras ó vómito, cefa- lalgia frontal y supraorbitaria, vértigos, dilata- ción de las pupilas, amaurosis repentina, zum- bido de oídos , dentera , saltos de tendones, sueño agitado, delirio, convulsiones, coma y síntomas de ataxia y adinamia, ojeras, lagrimeo, rubicundez y palidez alternativa del rostro: ei enfermo se despierta sobresaltado ; hay pruri- to en la nariz, epistaxis, fetidez de aliento, lengua blanca y mucosa, aftas, hipo, eruc- tos, inapetencia ó bulimia , cólicos, dolores pasageros en la región umbilical, elevación del vientre, cámaras variables, pero frecuentemen- te mucosas, mezcladas con gran número de as- cárides lumbricoides, de tricuros, oxiuros y atir» de tenias ; tos seca, respiración irregular y difícil, pulso pequeño , desigual é intermiten- te , orinas crudas y turbias , sudores copiosos y parciales, pirexia irregular. Van den Bosch (oh. cit.), Selle (Rudimenta piretologia , pá- gina 271), De Haen (Ratio med., de febre ver- minosa), Lepecq de la Cloture (loe. cit.), Oza- nam (histoire des epidemies, t. I, p. 316), y otros varios autores consideran los síntomas que acabamos de enumerar como propios de la fiebre verminosa. «Siempre que los médicos de los últimos siglos observaban en cualquier enfermedad al- gunos de los síntomas precedentes, la califi- 216 entozoarios. caban sin vacilar de verminosa , es decir, pro- ducida ó complicada con los vermes; y asi es que en la piretología de Selle, vemos figurar fiebres cum colluvie verminosa in primis viis. Los géneros son los siguientes: Primer genero.—«Fiebre verminosa infla- matoria ; sus signos son los de k>s vermes y la diátesis inflamatoria. 1.a especie.—«Fiebre verminosa simple, y fiebre verminosa éctica de Van-den-Bosch.. 2.a especie.—«Fiebre verminosa inflamatoria complicada con una inflamación local: A. de los ojos ; B. de la pleura (pleuresía verminosa de Sauvages, Harder, de Haen , Van-den- Bosch , Leutin); C. de los pulmones; D. con reumatismo (rhum. verminosus de Sauvages); E. con catarro ; F. con exantema. 2.° genero.—«Fiebre verminosa pútrida. 1.a especie.—«Fiebre verminosa pútrida sim- ple. 2.a especie.—«Complicada : A. con una in- flamación de la pleura ó del pulmón ; B. con exantema (febris pelechialis, purpura vermi- nosa de Sauvages). «Basta examinar esta enumeración, para ver cómo han comprendido los médicos la» influen- cia patogénica de los entozoarios. Pero lo pri- mero que conviene investigar es , si han sido bien interpretados los hechos, y si son reales y efectivos como se supone. Es indudable que en ciertas condiciones higiénicas, que la espe- riencia nos ha enseñado á conocer, puede efec- tuarse la generación de los vermes de una ma- nera endémica, en tales términos , que las en- fermedades que aparezcan en una localidad, cuyas circunstancias sean favorables al desar- rollo de aquellos animales , podrán revestir cierta forma, presentar síntomas insólitos, epi- fenómenos que no las acompañan en el estado natural, y que deban atribuirse fundadamente á la presencia de helmintos en los intestinos. De aquí resultan una sintomatologia mas com- plicada , y muchas variaciones en el curso, du- ración y terminación de la enfermedad ; pero no será difícil descubrir al través de la afección que enmascara á la principal los síntomas propios, habituales de esta. Semejante investi- gación será tanto mas fácil, cuanto que no ha- brá necesidad de referir , como hacían los an- tiguos , la mayor parte de los síntomas , y tal vez los mas graves , á la afección verminosa, sino á la enfermedad primitiva con quien se complica. Recórranse las historias de fiebres malignas , pútridas, disentéricas y biliosas, complicadas con vermes, y nos convenceremos de que la mayor parte de los síntomas que he- mos mencionado anteriormente, y que han sido mirados como propios de la afección ver- minosa, corresponden por el contrario á la otra enfermedad. Mas preguntarán algunos , ¿hay bastante fundamento para asegurar que no pue- den los vermes producir accidentes graves? ¿Acaso no se halla la economía mas dispuesta á sentir los menores efectos causados por los entozoarios, cuando está perturbada por otra enfermedad ? No tenemos reparo en confesar que suscribimos voluntariamente á esta opi- nión; y solo responderemos que en último aná- lisis la enfermedad primitiva es la que hace el principal papel , y que todos los esfuerzos del médico deben dirigirse á combatirla, sin des- cuidar por eso la complicación. Diremos por último que en lo general no son los vermes en manera alguna las causas de los accidentes, puesto que, si existiesen aisladamente , no se- rian suficientes para determinarlos ; en una palabra , que no es la enfermedad principal la que dá origen á los vermes intestinales. «Por consiguiente, en nuestra o'pinion, co- mo en la de casi todos los patólogos modernos, pueden los vermes ser una complicación fu- • nesta de muchas enfermedades , cuyos sínto- mas exasperan; pero de ninguna manera su única causa. Esta complicación se anuncia por síntomas particulares, que ya hemos dado á conocer; pero nunca puede dar lugar á los ac- cidentes de una fiebre pútrida, de una menin- gitis , de una neumonía, etc. «Ozanam cree que puede producirse una gastro-enteritis por la acción mecánica dé los vermes , esto es, por la irritación que produ- cen sus movimientos y succión sobre el estó- mago ó el tubo intestinal; y admite también que puede resultar de esta causa una inflama- ción y el estado febril (Obr. cit., t. I, p. 308). Pero esta suposición no es en verdad admisi- ble: suelen existir los vermes en tanta abun- dancia en los intestinos , que parece, según dice Rudolfo , que se los ha introducido de in- tento, y sin embargo, en ocasiones no se anun- cian por ningún síntoma especial. Verdad es que se ha hablado de obstrucción y de estran- gulación intestinal producida por los vermes; pero hay motivo para dudar de la esactitud de estas observaciones. Rudolphi, cuyo nombre es Una autoridad en esta materia , no cree que pueda el íleon depender de semejante causa (loe. cit., p. 459). Lo mismo puede decirse de otros muchos accidentes , que sin motivo se refieren á la presencia de los helmintos , co- mo son las perforaciones , la gangrena y la di- senteria (véase ascárides). También suelen pro- ducir los vermes intestinales la timpanitis, y las diarreas mucosas ó de otra naturaleza. En cuanto á la fiebre llamada mucosa, cuya des- cripción nos han dejado Roederer y Wagler, y que según algunos autores no es otra cosa que una simple variedad de la fiebre tifoidea, pue- de asegurarse que no es producida en manera alguna por los tricocéfalos , como muchos han imaginado (véase , fiebre mucosa). Platner ha- bla de la procidencia del ano causada por las lom- brices ; pero este accidente nada tiene que ver con los vermes (Rudolphi). Entre los desórdenes que van unidos á la existencia de los vermes • intestinales, deben mencionarse también las náuseas y vómitos, que causan al pasar á la ca- vidad del estómago, y la estrangulación y sen- ENTOZOARIOS. 217 sacion de repleción que los acompaña cuando se presentan en el esófago. «También se han atribuido á los vermes in- testinales todas las convulsiones y demás en- fermedades , que van caracterizadas por per- turbaciones musculares , como el corea , la eclampsia y la epilepsia , y las afecciones cere- brales, como la apoplegia, el hidrocéfalo agu- do (meningitis simple ó tuberculosa) y el cró- nico. Todavía es muy frecuente en la actuali- dad oir á algunos médicos, que las enfermeda- des que tienen á su cargo son ocasionadas por vermes, solo porque los individuos son jóve- nes y han arrojado algunos de estos animales. No turemos nosotros que nunca puedan los vermes ocasionar perturbaciones graves ; no hay duda alguna que los intestinos están uni- dos con el cerebro y con todas las demás vis- ceras por simpatías estrechas , y que por con- siguiente , cuando encierran en su cavidad unos huéspedes tan incómodos, han de resul- tar por necesidad funestos accidentes. Tampo- co puede negarse que la cefalalgia, la dilata-* cion de las pupilas y las perturbaciones pura- mente nerviosas, variables por su asiento y naturaleza, dependan en muchos casos de este origen; y aun también consideramos como fun- dada la existencia de epilepsia, corea y con- vulsiones verminosas , en el sentido de que obren los vermes como causa determinante de una enfermedad , que estaba próxima á decla- rarse por la acción de un ájente cualquiera; pero lo que no podemos admitir es , que afec- ciones distintas de las neurosis, como por ejem- plo , las que dependen de una lesión material evidente , puedan desarrollarse bajo el influjo de los vermes intestinales. Donde quiera que exista una lesión material capaz de esplicar los síntomas observados , se la debe atribuir la mayor parte del influjo que contribuye á su producción ; los vermes en este caso no son mas que una complicación. Por lo demás, para atribuir á esta causa la epilepsia, el corea , la eclampsia y las convulsiones , es preciso pro- ceder con mucha reserva, diciendo con RudoF- phi: «Si tali malis fons latet an et vermes accu- «sandi veniaut, inquiriré, prudentis et circuns- «pecti semper erit medici.» Infección verminosa.—«Bajo el nombre de infección verminosa universal, han descrito los autores una caquexia producida por estos parásitos , cuando existen en gran cantidad ó se desarrollan en algún órgano importante; pero han dado con mas frecuencia este nombre á un conjunto de síntomas generales, que eran evi- dentemente producidos por alguna lesión vis- ceral, complicada con vermes. Asi lo demues- tra la siguiente descripción: demacración ge- neral , particularmente de las estremidades; palidez del rostro, círculo lívido al rededor de los ojos ; hinchazón del vientre , abertura ma- yor ó menor de la pupila , que por lo regular está dilatada; prurito dé la nariz , epistaxis, zumbido y silbido de oídos; leugua sucia, blan- ca y amarilla; fetidez del aliento; tialismo por la mañana en ayunas ; apetito desarreglado, nulo ó insaciable por la noche; gusto amargo, como á pimienta ó ajo, percibido en los ali- mentos ; dolores epigástricos, que se alivian con la ingestión de un poco de leche ; dolores violentos y repentinos del abdomen, cámaras mucosas, semejantes á raeduras de tripas , y con puntitos encamados, orinas sedimentosas, turbias, blancas, ó semejantes al suero; con- vulsiones repentinas; terrores, eclampsia, epi- lepsia, parálisis, lipotimia , calalepsia, amau- rosis, sordera, afonía , dentera, sueño agitado y delirio. Cuando en algunos casos, sumamen- te raros, desarrollan los vermes todos estos ac- cidentes , son producidos por la alteración de los órganos en que están alojados los helmin- tos; pero no puede decirse que sean efecto de una caquexia, como han creido algunos auto- res. Nos parece inútil discutir la opinión do Coulet y demás médicos, que suponen que los vermes exhalan un olor fétido y pútrido , ca- paz de infectar toda la economía. También de- be contarse en el número de las fábulas la opi- nión de que los huevéenlos ó pequeños vermes se mezclan con la sangre: «qui de sanguine «verminoso loquitur, verva sensu carentía pro- «ferendo , risum movet, ñeque nostris quidem «temporibus ad vermes invisibiles, pathologis «antiquis , ¡psique Vallisniero , luem bovillam «aliosque morbos inde derivanti, acceptisimos, »recurrere licebit.» (Rudolphi). «¿Pueden reinar epidémicamente las enfer- medades verminosas que acabamos de descri- bir? Los autores que han hablado de estas en- fermedades, no han hecho otra cosa que des- cribir afecciones muy diversas, que se presen- taban bajóla forma epidémica, y que iban acom- pañadas frecuentemente de la espulsion de los vermes intestinales. Pero ¿puede admitirse que la generación de estos vermes se efectúe epi- démicamente bajo el influjo de ciertas condi- ciones atmosféricas, y determine en gran nú- mero de individuos uu conjunto de fenómenos quettierezca el nombre de enfermedad vermino- sa epidémica? Parécenos dudoso; pero lo cier- to es, que bajo el imperio de los agentes higié- nicos que predominan eu ciertas localidades, y que nos ha dado á conocer la esperiencia, su producen fácilmente los vermes en el cuerpo de los individuos predispuestos por su consti- tución á esta enfermedad, ó, lo que es lo mis- ino, que las enfermedades y complicaciones ver- minosas son frecuentes y endémicas en mu- chos países. La humedad continua del aire y del suelo, la mala calidad du los alimentos, la miseria, el deterioro de la constitución, ele , favorecen el desarrollo de los entozoarios, y dan lugar á lascoiuplicacioues verminosas. «No deben considerarse , dice Bremser, como ver- daderas epidemias, todas las enfermedades que se han calificado de verminosas. Tampoco pue- do imaginar que la presencia de los vermes ha- ya ocasionado fiebres pútridas epidémicas, co- 218 entozoarios. mo. se inclina á creer Bernat. Parece mucho mas probable que haya reinado á veces endé- micamente la enfermedad verminosa en -los paises donde habitaba este médico, y se haya presentado complicada con una fiebre pútrida en la época de que habla (ob. cit., pág. 344).» Asi sucede en la mayor parte, si no en todas, las enfermedades nerviosas llamadas epidémi- cas. Cuesta trabajo creer, dice Rudolphi, que el aire en que vivirnos contenga un miasma capaz de producir epidemias verminosas. Agregúese á esto la reflexión de que, si investigasen los médicos la existencia de los vermes intestinales cuando ño existen epidemias, con tanto cuidado como lo hacen en este caso, los encontrarían tal vez con igual frecuencia. La estación, la disposición individual y las demás causas que hemos examinado , esplican bien la generación frecuente de los helmintos, sin necesidad de recurrir á una causa epidémica. Tratamiento.—«Antes de prescribir los remedios calificados de vermífugos, se necesita examinar .en qué circunstancias higiénicas se hallan colocados los individuos afectos de ver- mes. Ya hemos visto que nada favorece tanto la producción de estos animales, como todas las cansas debilitantes que pueden existir al rededor del hombre, y que consisten en la dis- minución ó en la ausencia casi completa de los eslimulantes que mantienen la vida : lo prime- ro, pues, que debe hacerse, es tratar de alejar estas causas. Para ello se hará cambiar de ha- bitación á los individuos, disponiendo que vi- van en un parage seco, ventilado y espuesto á los rayos solares, y aconsejándoles también que nsen una alimentación mas nutritiva. Silos en- fermos son niños linfáticos ó escrofulosos, y se alimentan con una leche pobre, se les propor- cionará otra mejor elaborada. Pero estas reglas deben buscarse en los tratados de higiene, y como nada tienen de especial en las enferme- dades que estudiamos, será inútil insistir en ellas, mucho mas cuando las indicaremos con alguna detención al hablar de los acefalocistos. Tratamiento farmacéutico.—«Dase el nom- bre de antihelmínticos á un gran número de remedios que están lejos de merecer esta cali- ficación. No deben considerarse como tales las • sustancias que producen la espulsion de los vermes intestinales, sino únicamente aquellas que los matan ó ejercen sobre ellos una acción deletérea y tóxica. Asi es que se han distingui- do los vermicidas de los vermífugos ; los pri- meros son los antihelmínticos, únicos que me- recen este nombre, y los segundos todas las sustancias purgantes capaces de producir la es- pulsion de los vermes intestinales. Rudolphi los clasifica de la manera siguiente: 1.° antihelmín- ticos mecánicos; 2.° específicos; 3.°purgantes; 4.° estemos. Bremser los divide, según su mo- do de acción, en: 1.° mecánicos; 2.° específicos; 3.° purgantes; 4.° fortificantes. Cuanto vamos á decir, se refiere especialmente á los vermes intestinales. Antihelmínticos (vermicidas). — »EI agua fria es considerada por algunos autores como antihelmíntico; y en efecto parece que obra do un modo nocivo para estos animales en razón de su temperatura. Tratando Rudolphi de espli- car la acción de este singular vermífugo, cree que aun cuando el agua fria está ya caliente al llegar á los intestinos, sin embargo se trasmito hasta ellos la sensación que produce en el es- tómago, y añade, que absorvíendo los vermes una gran cantidad de agua, se hinchan y des- prenden de los intestinos. «Los agentes terapéuticos mas usados, y que merecen mas la confianza de los prácticos, son el agua hervida con mercurio ó cargada de hidra-clorato de sosa, los calomelanos (en dosis de 2 á 10 granos al dia), la valeriana, el mus- go de Córcega, el semen-contra, la raíz de granado fresca (2 onzas en libra y media du agua), el helécho macho, la artemisa, el tana- ceto, los ajos, el spigelia anthelmia y mariláu- dica, la simaruba, el geoffroea suridanensis, el alcanfor, la asafétida, la corteza verde de la nuez (juglans regia), el petróleo, el aceite esen- cial de trementina, el aceite animal de Dippel (oleum anímale), el aceite de cajeput, el empi- reumático de Chavert, el sebo, el ácido prú- sico, la hiél de vaca, el éter y el meconato du barita. «Entre estos medicamentos hay sin duda algunos preferibles á los restantes; pero como la elección del remedio depende, sobre todo, del juicio que forma el profesor sobre la espe- cie de entozoario y el lugar que ocupa, no es posible indicar con especificación los remedios y sus dosis, y solo podremos hacerlo al hablar de cada entozoario en particular. Algunos han considerado como vermífugo al aceite de oli- vas, y en efecto, parece que determina la es- pulsion de los vermes, sea porque ejerce sobre ellos una acción nociva, sea porque cierra los poros que existen en la superficie de su cuerpo oponiéndose á'su respiración, sea por cualquier otro motivo que no conocemos. «Los antihelmínticos mecánicos son los que provocan la salida de los vermes por una es- pecie de acción mecánica espulsiva que ejer- • cen sobre estos animales. Entre los remedios de esta clase se cuentan: 1.° el estaño puro y en granos; 2.° el stizolobium ó dolichos pru- riens, vegetal queda una especie de cascara cubierta de pelos, que escitan una comezón muy fuerte; esta sustancia se administra en una poción mucilaginosa, es muy usada en la India, y suponen que ejerce una acción casi segura; 3.° el carbón pulverizado; 4.° el mer- curio líquido. «Los purgantes entre los cuales deben colo- carse todas las sales alcalinas, los sulfates c hidra-cloratos de potasa y sosa, el hidro-clo- rato de amoniaco, el aceite de ricino, el tárta- ro estibiado, los aceites fijos, los drásticos, co- mo el aceite de crotontiglio, la jalapa , la esca- monea , la gutagamba, el aloes, el eléboro uc- entozoarios. 219 gro y la graciola, contribuyen eficazmente á la espulsion de los vermes, provocando en las membranas del intestino un movimiento mas ó menos rápido, que desaloja á los entozoarios, obligándolos á desprenderse de la membrana. Regularmente no se hace sentir la acción tóxi- ca sino después que se ha administrado el re- medio por espacio de muchos dias, y se cono- ce en los movimientos insólitos y en el vivo dolor que esperimenta el enfermo: este es el momento decisivo que debe elejir el médico pa- ra administrar el drástico, proporcionando su energía al grado de adherencia que se supone entre el helminto y los intestinos (Véase tenia). «También se han aconsejado los remedios fortificantes y tónicos, el sub-carbonato de hier- ro, las aguas minerales ferruginosas, la quina, las plantas ricas en tanino ó en aceite esencial aromático, aunque estas últimas sustancias no merecen el nombre de antihelmínticos. Tal vez pudiera considerárseles con razón como vermífugos, si estuviese demostrado que los principios amargos y los aceites esenciales ejer- cen una acción deletérea sobre los helmintos. Pero, sea de esto lo que quiera, no es asi como deben esplicarse los buenos efectos que se ob- tienen por medio de las preparaciones tónicas híperstenizantes, pues, examinando con algún cuidado las circunstancias en que han sido úti- les estos agentes terapéuticos, hallaremos que fué casi siempre en sujetos linfáticos ó escrofu- losos , de constitución débil, ó deteriorados por la miseria ó alguna enfermedad crónica: por consiguiente, no consiste su acción en procu- rar la espulsion de los vermes intestinales , sino en dar al tubo digestivo y á toda la economía la fuerza que les falta y que es indispensable para que se verifique convenientemente la asi- milación de los materiales nutritivos. «Suelen administrarse también los antihel- mínticos en forma de fricciones. Rudolphi pro- puso frotar el vientre con el aceite de cajeput; Kosenstiu quiere que se emplee el petróleo mez- clado con ajos; Juan Noesius usaba un ungüen- to compuesto de una taza de petróleo negro mezclado con dracma y media de cera fresca; Brera propone las-dos fórmulas siguientes: hiél de vaca (una drac); jabón de Venecia (id.); há- gase linimento con cantidad suficiente de acei- te de tanaceto.—Otra: hiél de vaca (2 onz.); aloes pulverizado y pulpa de coloquíntida pre- parada aa (medía onz.); hágase digerir en un paraje caliente por 24 horas en jugo gástrico ó saliva, y añádase cierta cantidad de grasa para formar un ungüento. «También se han prescrito en algunos ca- sos los ajos, el tanaceto, los ajenjos y la arte- misa en cataplasma ó emplastos, como los re- comendados por Brera, que son : R. éter sul- fúrico (6. onz.); ajos machacados (1 onz.); al- canfor en polvo (una drac).—Otro: asafétida, emplasto de albayalde y cera amarilla, paites iguales; gálbano purificado, cantidad igual á la mitad de estas sustancias. «Para decidirse acerca de la elección del remedio, de su modo de preparación, y del lugar en que debe aplicarse, es necesario sa- ber: 1.° cuál es la especie de entozoario que se va á combatir; 2.° el lugar que ocupa. El mus- go de Córcega, el helécho macho, ó un coci- miento de ajenjos ó artemisa, bastan para es- peler los vermes lombricoides contenidos en los intestinos; una lavativa hecha con el coci- miento de estas plantas, ó que contenga al- canfor, asafétida, etc. es útil para destruir los ascárides; pero contra el tenia se necesita re- currir á otras remedios y preparaciones. «Debe recomendarse el uso de los altihel- mínticos, de un modo general, en todas las lo- calidades donde se halla la generación de Ios- vermes intestinales favorecida al parecer por las condiciones higiénicas que rodean á los ínr dividuos. Hállanse también indicados estos re- medios cuando la constitución se presta al desarrollo de los entozoarios, como sucede en los niños mal alimentados, que maman una leche serosa y pobre, ó están sometidos á in- fluencias higiénicas debilitantes. En semejan- tes circunstancias, dice Cruveílhier que ha pres- crito con buen resultado los polvos de semen- contra, á la dosis de 6 á 12 granos, por espacio- de tres á cuatro dias cada mes. También son útiles con este mismo objeto el jarabe de qui- na, los polvos de ajenjos y los amargos, los cuales obran mas bien como tónicos que como vermífugos. «Según Raspail, el alcanfor es el antihel- míntico por escelencia, pues no solo mata los vermes intestinales, sino también los del hí- gado y demás órganos (Reeherches d'-histoire naturelle et de chimie sur la vertu therapeu- tique du camphre, et sur la theorie de son em- ploi: Gazette des hópitaux, núm. .16, fe- brero, 1839). Aunque las propiedades de este remedio hayan sido exageradas por Raspail, no por eso dejan de ser efectivas, y capaces de producir nuevos beneficios, si se hacen ulte- riores.ensayos con este medicamento. «El tratamiento de las enfermedades ver- minosas, esto es, ¿le las afecciones complica- das con la presencia de vermes, no difiere esencialmente del que conviene á la enferme- dad principal', pero si la presencia de estos animales agrava en cierto modo los síntomas, es preciso apresurarse á desembarazar de ellos la economía, á no ser que la naturaleza y asiento del mal se opongan al uso de los ver- mífugos, lo cual sucede frecuentemente. Asis- tíamos nosotros á una niña de dos años ataca- da de pulmonía en el lado derecho, y habien- do observado ciertos síntomas, que solo po- dían atribuirse á la presencia de vermes intes- tinales , le administramos inmediatamente los polvos de semen-contra y de helécho macho, con los cuales arrojó por cámaras de cuaren- ta á cincuenta lombrices de dos á tres pulga- das de largo cada una, y otras quince ó vein- te por vómitos. Al principio cedieron alguiii 220 entozoarios. tanto los síntomas; pera sucumbió á poco tiem- po, y se encontró ademas de la lesión anató- mica correspondiente á la inflamación pulmo- nar en su tercer grado, cuarenta y siete lom- brices en el estómago y los intestinos. Aunque en la práctica suelen observarse estos casos, son mas raros de lo que imaginan algunos mé- dicos, que no pudiendo hallar la causa verda- dera del mal, la atribuyen sin vacilar á !a exis- tencia de vermes. Todos los dias vemos co- meter estos errores á hombres, que con algu- na mas atención y docilidad conseguirian for- mar un diagnóstico acertado,y establecer por consiguiente una terapéutica mas eficaz. No pretendemos nosotros que se borren de los cuadros nosológicos las enfermedades produ- cidas por los vermes; pero creemos que falta mucho para completar su historia*, y que la progresiva ilustración de su diagnóstico dis- minuirá las probabilidades de error que son inseparables de 'semejante trabajo. «Historia y ribliografia.—Solo hablare- mos en esta última sección de las obras cuyos autores se han propuesto tratar de los vermes que se encuentran en el hombre, y de las en- fermedades que determinan; pues en cuanto á la historia natural que comprende la anato- mía, la fisiología, y la clasificación de estos animales, corresponde mas bien al zoólogo que al médico, y, como ya queda dicho, nues- tro artículo está consagrado únicamente á la entozoologia práctica; asi pues, nos contenta- remos con citar algunas de las obras que pue- den consultarse con fruto en esta materia, y son las siguientes: Pallas (De insectis vivcn- tibus intra vivenlia; en Sandifort, thesaurus dissertationum, Roterd, 1768, en 4.°, t. I, p. 247); Blochs (Abhandlung von der Erzen- §ung der Eingetceidewuermer, en 4.°, Ber- lín, 1782); Werner (Vermium inteslinalium brevis tsposilio, Leipz. en 8.°, 1782. Conti- nuado, Leipz., 1782); Goeze (Versuch einer Naturgeschichte der Eingeweidewuermer thie- | rischer koerper, Leipz. , en 1787); Rudolphi ¡ (Entozoorum sive vermium inteslinalium his- toria, Amsterd., 1808,3 voL en 8.° fig.). Esta obra, una de las mas notables que se han es- crito en esta materia, merece ser leida por los médicos, y puede bastarles para la parte zoo- lógica, por hallarse discutidos en ella con suma sagacidad los puntos mas importantes y difí- ciles de la entomología práctica, y espuestos con la mayor claridad y con abundante erudi- ción , que realza el valor de este libro, los sín- tomas y accidentes producidos por los ento- zoarios, la diátesis y las enfermedades vermi- nosas , sus causas y el plan curativo que debe aplicárseles: la parte que interesa mas espe- cialmente al médico es la titulada: entozoolo- gia práctica (t. I, p. 419 y siguientes). Brera ha publicado varias obras, muchas de las cua- les han sido objeto de una severa crítica (Trai- te des maladies vermineuses, trad. en 8.°, Pa- rís, 18)4.—Memorie per serviré di supplemen- to alie lezioni su i vermi; Cremon,,1808.— Memorie fisíco mediche sopra i principali ver- mi del corpo umano víventi, Crem. en 4.°, 1811.—Tabulla ad ilustrandam historiam ver- mium, etc. Viena en 4.°, 1818). Bremser (Traite zoologique et physiologique sur les vers intestinaux de l'homme; trad. par Grundler, 1 vol. en 8.°, fig.; París, 1824), ha reprodu- cido casi literalmente todas las descripciones de Rudolphi; pero incluye ademas en su obra documentos preciosos en los cuales brilla mas el naturalista que el médico. «Rudolphi, Bremser y \V. B. Joy (The cy- clopedia o f pratical medie., t. IV, p. 181),- han examinado cuidadosamente todos los tra- bajos publicados en varias épocas sobre las enfermedades verminosas; y de su bibliogra- fía hemos tomado nuestras principales indica- ciones. J. Schenckius (Obs. méd., Francof, t. I), y Ploucquet (litter., med. digest.), han formado también una larga lista que puede consultarse con fruto. «Entre los escritos dé" escasa importancia publicados antes del siglo XVUI, figuran los de Savonarale (Practica canónica de vermibus inf., Venet, en 4.°, 1540), los de Brilli (De vermibus in corpore humano, Venec, en 8.°, 1540); los de Salandi (Trattato sopra di ver- mi , Verana , en 4.°, 1667) y los de Jung (His- tor. vermium; Amb., 1691). En el año de 1700 se publicó el tratado de Andry (De la genera- tion des vers dans le corps de l'homme, en 12.°, París; y 3.a edit., 1741), en el cual se hallan en medio de muchas hipótesis, algunas obser- vaciones interesantes; el de Redi (Observatio- nes de animalculis vivís qua in corporibus animalium vivorum reponuntur, Arder, en 12.°); y el de Vallisnieri (osservazioni in tor- no alia generazione de vermi, Pad.,' en 4.°, 1710). Tátnbien debemos á Hofímann una escelente disertación sobre los vermes intes- tinales ( De animalibus humanorum corpo- rum infestis hospilibus (op. om. supplem. pá- gina 587, en fol., Genov ,* 1753); en la cual se encuentran numerosas citas tomadas de los autores griegos y latinos, una crítica bien he- cha de las ideas antiguas, y una descripción su- cinta de todos los vermes de los intestinos y demás partes del cuerpo. «Muchos autores han publicado historias de afecciones verminosas ó de accidentes pro- ducidos por estos animales ; pero la mayor parte de ellas ofrecen poco interés. Tales son entre otras las siguientes: Garman (Obser de horrare ex vermibus, éphemer. nat. curiosor., dec. I, ann. I, p. 211); Hanneus (E vermibus caca et muta restituía, la misma obra dec. II, ann. V, p. 346), Valentín Scheid (Dissert. de epilepsia verminosa); de Bouillet (De epidemia verminosaBezieri obsérvala. Histoire de l'Aca- demie des sciences; París, 1730). Harnisch ha- bla de. unos vermes que producían calentura y una epistaxis considerable, y Boetticher de una epilepsia dependiente también de esta cau- ENTOZOARIOS. 221 sa. Pero todos estos hechos son falsos ó mal interpretados, y tienen muy poca importan- cia para la historia de las enfermedades ver- minosas. No sucede lo mismo con las obras siguientes, que contienen documentos precio- sos, aunque muchos de ellos necesitan some- terse á una crítica severa. Ant. Werbeck (De synocho pútrida epidemia hujus et elapsi anni vermibus stipata, Praga, 1758); Marteau de Grandvilliers (Observalions sur quetques fievres vermineuses, acompagnées de symptómes sin- guliers , Jour. de méd. , t. XVII, p. 24); Muteau de Roquemont (Observations sur une maladie vermineusse acompagnée d'accidens estraqftíinaires, Journ. de méd., t. XXI, pá- gina 423); Van den Bosch (flistor. constitu- tionis epidémica verminosa qua ann, 1760 ad 1763,.... grassata fuit, Leid., 1769; y 3.a edic. 1779). Este libro, que ha recibido elogios desmedidos, solo contiene una apre- ciación muy poco juiciosa de la fiebre pútrida que el autor denomina verminosa; Mareschal "de Rougeres (sur quelques maladies de com- plication de vers, Journ. de méd., t. XXX, p. 44); Lepelletier (Observations sur une ma- ladie-singuliere par des vers; Journ. de méd., t. XXXIII, p. 347); Daquin (Observations singulieres sur des affections vermineuses, Journ. de méd., t. XXX.IV, p. 141); Le Pecq de la Cloture (Collect d'obsérv. sur les malad. et conslit. epidem), passim 1, vol. en 4.° 1778, Rouen); Jos.-Cl Tode (Observata de vermibus in soc. méd. nafn. Collect, t. IV, p. 21); Mus- grave (Essay on the nature and cure off the socalled worm fever , Lond., 1776); Bosson (Specim. méd. de morbis ex vermium in primis viis nidulatione oriundis: Leyd. 1777). «En todos los trabajos que acabamos de ci- tar , y algunos de los cuales hemos analizado a-iit , vejiga , y A»tf «a» , sin.cabeza , fué dado por Laennec en 1804 aun nuevo género de vermes vesiculares, que se habia confundido por mucho tiempo con otras especies. Sinonimia. — «Hidatide globulosa, esferoi- dal ó arracimada; hidatide de las visceras; quis- te, vermes vesicular, social, solitario, múl- tiple, vermes hidalides ; vesículas, vejigas li- bres y sin adherencias; tenia hidatigena; equi- noco del hombre; mola vesicular; policéfalo del hombre; r^tiií ayutpxi, nvctit , de los griegos.—Hidatides globosa, visceralís, pén- dula ; hidra-hydatula; vermis vesicularis; tenia hidatigenes, globosa, visceralís ; vermis ve- sicularis tíenia? formls ; echinoecus hominis; polycephalus hominis, de los latinos. — Hida- tide des visceres; kiste; ver vesiculaire, etc., de los franceses. — Kvtmxt eni*(ou.— Pusilla cre- bra, de Areteo. — Vermis vesicularis, deHart- mann. — Taenia hidatigenes, de Pallas.—Tae- nía globosa et visceralís , de Gmelin y Mou- geot. — Vermes vesiculares imperfectos , de Goeze. — Tamia visceralís socialis granulosa, del mismo. — Polycephalus humanus y poly- cephalus echinococus , de Zeder. —Echino- cocus hominis, de Rudolfi y Bremser. — Echí- nococo del hombre, de Lamarck.—Fischio- somi eremiti, socíali, y fina idatoide, de Bre- ra.— Der menschenvielkopf, de Joerdens. Definición. — «Dase el nombre de acefa- locistos á los vermes vesiculares, que consisten en una simple vejiga esférica ú ovoidea, llena de un líquido masó menos trasparente, sin cuerpo ni cabeza, y libre de toda adherencia. Descripción general.—«Es difícil dar una descripción que sea aplicable á todos los acefa- locistos que se encuentran en el cuerpo del hombre. «La coloración , el número y el vo- lumen establecen entre ellos tan grandes dife- rencias, que ciertos autores han creido que for- maban especies distintas : sin embargo, trata- remos de fijar los caracteres comunes que se encuentran con mas frecuencia. «Todos los acefalocistos están' contenidos en una bolsa de un tejido muy duro , fibroso y de un grosor bastante desigual, que se ceno- ce con el nombre de quiste. Pueden estar reu- nidos muchos de ellos en esta bolsa , aun- que á veces tiene cada verme su quiste parti- cular. «Los acefalocistos no contraen ninguna ad- herencia con las paredes del quiste, sino que permanecen libres y flotantes én su cavidad, donde existe casi siempre un líquido seme- jante á unos globos de cristal algo opaco y de 222 entozoarios. un color blanco lechoso: rara vez se presentan claros y transparentes como el cristal, pues casi siempre están oscurecidos por una espe- cie de tinte blanquizco y nebuloso. Las dife- rentes coloraciones que indicaremos mas ade- lante , corno propias del acefalocisto, dependen sobre todo de la cubierta y de los corpúsculos de diferente forma y tamaño, que se adhieren á su superficie, ya interior, ya esteriormente. Y por último , la falta de transparencia puede depender también de los detritus membranosos que nadan en el líquido. «Haciendo rodar los acefalocistos sobre una superficie lisa, se vé que tienen el mismo mo- vimiento y presentan el propio aspecto que una masa de gelatina contenida en una membrana. Todas sus moléculas se conmueven agitadas por un movimiento undulatorio, reaccionando á la manera de los cuerpos medianamente elás- ticos. Sumergiéndolos en agua, se observa que se van al fondo; pero debe ser muy pequeña la diferencia que existe entre el peso específico del liquido y el de los acefalocistos, puesto que la mas ligera agitación los hace subir á la su- perficie. No podemos presentar mas caracteres generales de los acefalocistos ; pero como esta descripción no bastaría para darlos á conocer en todas las formas que suelen afectar, vamos á entrar en los pormenores que exije tan vasta materia. Asiento ns los acefalocistos. — «Estos animales pueden formarse en todos los órganos y tejidos, escépto en las cavidades naturales; pues, si alguna vez se los ha visto salir de estas últimas, es á consecuencia de haberse roto el quiste que los contenía. En la Memoria de Laennec sobre los vermes vesiculares ( Bull. de la fac. de méd. de París, 1805), se lee que una joven arrojó por las narices una por- ción de vesículas todavía intactas con sus frac- mentos membranosos. También se han encon- trado estos quistes en medio de la bilis y de la vesícula biliar; pero en estos casos provienen los acefalocistos de los órganos. Cruveilhier cree que pueden desarrrollarse donde quiera que existe tejido celular ; asi es que se los encuen- tra en el pulmón, el hígado , el cerebro, ef te- jido celular esterior del peritoneo, los epiplo- nes, los intestinos, los ríñones, los ovarios, la matriz , las paredes del vientre, el cuello , los hombros, la muñeca y los miembros inferiores. ¿ Deberán considerarse como acefalocistos esos cuerpos pequeños que se presentan en las ar- ticulaciones , y particularmente en la muñeca7 Creemos que no , porque se distinguen de ellos en sus caracteres esteriores , én su forma y en la testura de sus membranas, siendo tal vez dudoso que tengan el carácter de animalidad, pues ofrecen mas analogía con las bolsas mu- cosas accidentales. Divisiones.—«Considerando los acefalo- cistos de un modo general, conviene distinguir en ellos: A. su membrana propia; B. el líqui- do que contiene ; C. el quiste en sus relaciones con los órganos que los rodean y con los acefa- locistos ; D. las alteraciones que pueden su- frir estas diferentes partes. También hay que examinar: E. si el acefalocisto puede ser con- siderado como uu cuerpo que tiene vida; F. las causas de su desirrollo; G. la duración de su existencia; H. los síntomas que anuncian su presencia; I. la terminación de la enfermedad; J. su pronóstico; K. su tratamiento; L. las variedades y especies que se han admitido; M. los medios de reconocerlos y distinguirlos de las diferentes vesículas morbíficas ó vermes vesiculares que se confunden con ellos; N. su clasificación , historia y bibliografía. «A. Membrana propia del acefalocisto. — Cuando se examina con el microscopio la su- perficie esterior de un acefalocisto>solo se dis- tingue un tejido homogéneo , liso y pulimenta- do , sobre el cual no existen ni los gandidos ni esas manchitas ó poros que se descubren en los demás vermes vesiculares, y particularmente en el cisticerco. Comprimiendo la vejiga entre las dos chapas de.cristal de que se sirven los " helmíntólogos para obligar á estos animales á sacar la cabeza de la fosita donde frecuente- mente la tienen oculta, no se vé ninguna ranu- ra , ninguna depresión , en una palabra , nin- gún signo que pueda indicar el modo de nutri- ción de este ser rudimentario , no Habiendo bastado las disecciones mas minuciosas, ni las investigaciones de los mas hábiles naturalistas, para demostrar la existencia de sus vasos. Por eso sin duda dice Home que el hidátides esfe- roidal es el animal mas sencillo, mas simple, pues solo consiste en un estómago. » La membrana que forma las paredes de la vejiga es delgada, frágil, sin fibras distin- tas , transparente en las vejigas de pequeño volumen , opaca y de un blanco lechoso en las mas gruesas: también suele ser cenicienta, verdosa , amarilla ó marcadajconpuutitos ne- gros. «Presenta esta membrana con mucha fre- cuencia engrasamientos, cuya existencia es pre- ciso tener presente, porque cambian del todo la fisonomía de las vesículas. Cruveilhier (artícu- lo acefalocisto, dict. de méd. et de chir. prat.) compara estos engrasamientos á granitos de ye- so ó de fosfato de cal, esparcidos irregularmen- te sobre la membrana. Estas granulaciones, que varían en su forma, ofrecen una especie de re- lieve en lo interior y en todos aquellos puntos en que es la membrana mas resistente. Laen- nec los ha descrito con la exactitud y cuidado qne distinguen á todas sus investigaciones de anatomía patológica ; y aunque tal vez parez- can algo rninueios.is las distinciones que esta- blece, las daremos á conocer , porque han sido reproducidas en todas las descripciones que se han publicado después de su Memoria. ^Acefalocisto ovoideo. — Ha sido llamado asi por Laennec «tanto por la gran semejanza que presenta en los puntos blancos y engrosa- dos con la clara de huevo dura, como en razón ENTOZOARIOS. 223 de los cuerpos oviformes por cuyo medio se re- genera.» ( Laennec Mem. sobre los vermes ve- siculares, 1804 en los bull. de la K/xc. de méd. de París, 1805.) »Acefalocisto oviforme. — Bajo este nom- bre designa el mismo autor aquellos acefalocis- tos, cuya membrana presenta corpúsculos esfé- ricos , blancos , opacos y de un tejido semejan- te al de clara de huevo cocida. Estos cuerpos, que son del tamaño de un grano de mijo y se hallan colocados unos sobre otros en la pared misma del saco,- separados solo por una mem- brana transparente, han sido observados por muchos anatómicos, y son los mismos que Cru- veilhier llamaba granulaciones blancas, compa- rándolas á granos de yeso ó fosfato decaí. » »Los cuerpos oviformes están adheridos á la cara interna de la vejiga: desprendiéndo- los de la membrana, se descubre la fosita en que estaban alojados, observándose muchas veces una dislaceracion que indica la íntima unión que existia en aquel punto. A veces sue- len estar aislados ó dispuestos por capas unos sobre otros, asemejándose mucho á granos de albúmina concreta sobrepuestos. Los mas es- teriores están contenidos en los hundimientos que presenta la cara interna de la membrana, y los internos, mas voluminosos en general, se hallan débilmente unidos á los primeros, y sobresalen en la cavidad del saco. Examina- dos con el microscopio los granos oviformes mas pequeños, se ve que están llenos; al paso que los mas voluminosos presentan una cavi- dad que se agranda á medida que van desar- rollándose. Esta estructura fué la que hizo creer á Laennec, que dichos cuerpos no son otra cosa que acefalocistos nacientes, que aca- ban por desprenderse de las paredes de la cé- lula madre, y caen en su cavidad, donde vi- ven y crecen hasta el punto de distender es- traordinariamente, y aun de romperla vejiga en que tuvieron su origen. Este modo de re- producción presenta cierta analogía con el de los pólipos que se reproducen por yemas; pero la observación mas atenta no ha sido todavía suficiente para decidir este punto interesante de la historia de los acefalocistos. »Las paredes de estos vermes suelen pre- sentar engrasamientos blancos, lechosos y con- tinuos con el tejido mismo de la vejiga; los euales pueden esparcirse en forma de chapas ti ocupar la mayor parte de la membrana, for- mando en ciertos casos una especie de lecho ó escipiente en el cual se colocan por capas los cuerpos oviformes. «Hay una especie de acefalocisto que Laen- nec ha descrito con el nombre de granuloso (aceph. granosa), en razón del aspecto que presenta. Esta especie se reconoce fácilmente en la transparencia de su membrana, que está sembrada de unos granitos diáfanos, unifor- mes y prominentes, dentro y fuera de la bol- sa. Estos granitos tienen una forma irregular, y aunque se hallan esparcidos sin orden en el grueso de las paredes , distan casi igualmente unos de otros. »Acefalocisto surculigero, de botones ó ta- llos ( de surculus , tallo y gerere llevar).— Distingüese este de todos los demás, en la perfecta trasparencia de sus granos, que son prolongados, cuboideos, aplanados, de forma variable, y se hallan situados, ya en la cara interna, ya en la esterna de la membrana propia. Estos granos, á los cuales dio Laennec el nombre de botones, porque los considera- ba como acefalocistos nacientes, son huecos y contienen una gotita de serosidad; en cuan- to á las granulaciones propiamente dichas de que anteriormente hemos hablado, no se atre- ve Laennec á asegurar que sean los gérmenes de otra generación. «Sin embargo, debemos observar, que es- tas tres especies de acefalocistos no son mas que formas particulares, cuyo origen no se ha podido averiguar todavía; pues estamos harto atrasados en la historia de estos anima- les, para conocer las influencias que modifican la estructura, el color y la tenuidad de sus membranas. Por lo tanto solo debe darse una importancia muy secundaria á las divisiones de Laennec, que él mismo proponía con cier- ta reserva (loe. cit., p. 169), conociendo que los cuerpos oviformes y los botones incolo- ros podrían encontrarse algún dia reunidos en un mismo acefalocisto, aunque en la época en que él escribía no se hubiese presentado nin- gún ejemplo de esta clase. «Según Cruveilhier (loe. cit., p. 197), lla- ma Laennec acefalocisto ovoideo, al que con- lieneacefalocistos mas pequeños. Pero basta leer con algún cuidado los diferentes pasages que tratan de esta especie para conocer que di- cho carácter no es por sí solo suficiente pa- ra distinguirla de las demás. En efecto, tan- to los acefalocistos surculígeros como los ovi- formes, dejan caer en lo interior de la bol- sa esos cuerpos que Laennec supone capaces de producir otros. El carácter en que. parece haberse fijado mas este autor, ha sido la for- ma que presentan los cuerpos depositados en la membrana del saco, y el aspecto particular que ofrece esta misma membrana. El Siguien- te pasage demuestra suficientemente, que no ignoraba este autor que pueden faltar los cuerpos oviformes y las granulaciones: «sue- len hallarse, tanto en los quistes que contie- nen acefalocistos de cuerpo oviforme, como en aquellos donde solo hay granulaciones in- coloras , ó yemas trasparentes, otros vermes de la misma especie que no contienen en su cavidad ni en sus paredes ningún acefalocisto incipiente. »Propiedades físicas de la membrana pro- pia.—Tiene una consistencia análoga y co- munmente igual á la del huevo duro; es elás- tica, estensible, y se rehace sobre sí misma después de la salida del líquido contenido en su cavidad, haciéndose entonces dos ó tres 22 4 ENTOZOARIOS. veces mas gruesa. Aunqne es bastante esten- sible, se desgarra fácilmente cuando pasa su tensión de cierto grado.» wVaría mucho el grueso de sus paredes, las cuales se parecen en ciertos casos á la pe- lícula de una burbuja de jabón, y se rompen al tiempo de levantarlas , pudiendo dividirse otras veces en cuatro ó cinco hojitas. Cru- veilhier considera como fracmentos de la ho- jita interna esa especie de copos semi-traspa- rentes y reticulados, que compara con la re- tina , y que son á su entender un resultado de las alteraciones cadavéricas , puesto que se los vé aumentarse progresivamente hasta que se desprende la totalidad dé la hojilla. »Coloración.—Los diversos matices que esta presenta dependen con mas frecuencia de las cubiertas y de los cuerpos depositados en ellas, que del líquido que los baña. La mem- brana ofrece, ora un blanco opaco y semi- trasparente, ora un amarillo , ceniciento ó verdoso, pudiendo residir estos colores, ya en una sola de sus partes, ya en su tota- lidad. nPropiedades químicas.—Después de ana- lizar Collart la membrana de muchos acefalo- cistos hallados en diferentes órganos, recono- ció que estaba compuesta de la manera si- guiente: 1.° de una trama albuminiforme, que solo se distingue de la albúmina por su solu- bilidad en el ácido hidro-clórico: 2o de una sustancia que tiene cierta analogía con el moco, pero se diferencia de él por su insolubilidad y por su falta de acción sobre el acetato de plo- mo: 3.° dicha membrana es muy soluble en los ácidos hidro-clórico, sulfúrico y nítricos concentrados ; y 4-° cuando está desecada, la devuelve el agua las propiedades físicas y quí- micas que poseía. Preciso es convenir en que este análisis no puede mirarse como definitivo, y deja mucho que desear. B. »Del líquido contenido en el acefalocis- 1o.—Es límpido por lo regular, y tiene todas las propiedades del agua pura. Según Laennec, contiene albúmina, fracmentos de la película interna en forma de copos blanquecinos, ó las granulaciones y cuerpos oviformes que hemos estudiado. Convendría mucho averiguar, si el líquido contenido en el acefolocisto, participa de las cualidades del del quiste; pero hasta el dia no se ha procurado determinar si existe alguna diferencia en su composición química, aunque no estamos tan atrasados respecto de sus propiedades físicas. En efecto, dicho lí- quido es unas veces semejante en su color al del quiste, y otras tiene cualidades entera- mente diferentes. Asi es que Cruveilhier ha encontrado en varias ocasiones trasparente y claro el líquido del acefalocisto, mientras que era purulento el del quiste; en cuyo caso es de presumir que se verifica el movimiento de, endosmosis y exosmosis entre ambos líquidos con ciertas modificaciones desconocidas toda- vía. Otros esperimentos hechos por este mis- mo autor, prueban que las membranas son comunmente permeables: asi es, que habien- do sumergido muchos acefalocistos en tinta dilalada en agwa, vio pasar sucesivamente el líquido al color violeta y al negro. Admiti- mos con este anatómico que la membrana goza de una vitalidad que le es propia; pe- ro también juzgamos, que no puede menos de concedérsenos, que muchas de las particu- laridades que hemos dado á conocer se espli- can muy bien por las leyes del endosmosis y del exosmosis. C. »Del quiste ó membrana común á los acefalocistos.—El quiste en que se hallan alo- jados los acefalocistos es en general muy re- sistente, y se compone de cuatro y á veces do cinco ó seis tejidos elementales. El que suele presentarse con mas frecuencia es un tejido fibroso, semejante al de los tendones y liga- mentos articulares, en el cual no ha distin- guido Cruveilhier las fibras entrecruzadas, mencionadas por Laennec (loe. cit. p. 173). Las diferentes hojitas que forman el quisto suelen estar reunidas por un tejido celular abundante y muy visible. El tejido fibroso no constituye por sí solo las paredes del quiste, pues se encuentran en ellas muchas veces puntos cartilaginosos ó fibra-cartilaginosos, chapas huesosas y aun petrificaciones. El grue- so de las paredes es generalmente proporcio- nado á su volumen y antigüedad. 1.° »Modo de adherencia de los quistes con los órganos.—La adherencia que une al quis- te con los órganos en que se desarrolla, varia en razón de la naturaleza misma de las partes. Cuando estas son abundantes en tejido firme y compacto, como el hígado ó los riñónos, es- tá unido el quiste de una manera tan estrecha con el parenquima, que es imposible separar- los sin desgarrar los tejidos. Por el contrario, cuando las partes circunyacentes son ricas en elementos celulares, la adherencia es menos íntima, sobre todo si el quiste se encuentra cu la inmediación de alguna membrana ó cavi- dad. En este último caso acaba muchas veces por envolverse en esta membrana, mante- niéndose unido á ella por un estrecho pedícu- lo. Lo que los autores han llamado hidátides colgantes (hidátides péndula), no son otra co- sa que quistes de la forma que acabamos de describir. 2.° »Membrana interna.—El quiste se ha- lla tapizado por dentro de una membrana, cu- ya superficie suele ser lisa y suave, aunque las mas veces presenta ciertas rugosidades, y aun en varios casos ulceraciones, ofreciendo en otros el aspecto de un saco aneurismático ro- to y sin coágulos. Cruveilhier refiere esta al- teración á una inflamación ulcerosa, produci- da por la distensión gradual de los tejidos cir- cunyacentes. Esta flegmasia suele también ma- nifestarse por la presencia de chapas cartila- ginosas, ú otras, que se incorporan á la mem- brana del quiste. ENTOZOARIOS. 225 «La hojilla interna, sin presentar los ca- racteres de las membranas fibra-serosas, ex- hala sin embargo la serosidad *n que nadan los acefalocistos: suele estar separada de las demás laminillas que la rodean, y en este caso presenta las mismas propiedades que la mem- brana propia del acefalocisto. Es frágil, elás- tica , y de un color opalino como esta última. Ignórase si las granulaciones simples ó aglo- meradas, que en unos casos parecen estar de- positadas en la superficie, y en otros ocupar el grueso de esta membrana, son los gérme- nes de los acefalocistos libres. Esta opinión, emitida por Laennec y otros autores, ha sido adoptada por Cruveilhier (loe. cit., pág. 201), quien dice haber visto dichas granulaciones ó vesículas pulular y aumentar de volumen á medida que se reemplazaban unas á otras: par- ticipan , según él, de las enfermedades del quiste. 3. »Estado de los acefalocistos dentro de su quiste.—El quiste encierra siempre un lí- quido , en el cual nadan uno ó muchos acefa- locistos. Cuando estos son solitarios ó únicos, están envueltos en la membrana del quiste, sin contraer con ella ninguna adherencia, hallán- dose separados por un líquido muy espesó, que muchas veces no puede distinguirse, y que sirve para lubrificar las superficies contiguas. El número de los acefalocistos múltiples es muy variable. Se han encontrado desde cinco ó seis hasta setecientos ú ochocientos: su ta- maño puede ser desde un grano de mijo hasta el volumen de la cabeza de un feto de todo tiempo. 4. »Líquido contenido en los quistes.— Tiene ordinariamente todas las cualidades del contenido en los acefalocistos. Trasparente y elaro en lo general, puede ser también amari- llento, puriforme, ó espeso y cenagoso. Laennec ha comprobado muchas veces la existencia en él de fracmentos de materia albuminosa, ama- rillenta y concreta. También se le ha visto mezclado alguna vez con bilis pura ó alterada, y con adipocira cuando estaba el quiste situa- do en el hígado, aunque esta última materia también suele encontrarse en los quistes de los demás órganos. D. Alteraciones que pueden sufrir los ace- falocistos, los quistes y sus líquidos.—«Ya se consideren los acefalocistos como dotados de vida á manera de los animales mas simples, ya se les reuse un lugar entre los seres organiza- dos vivientes, es indudable que presentan un sinnúmero de enfermedades importantes de co- nocer. Muerte de los acefalocistos.—«Bremser (Traite des vers intestinaux, trad. del alem., pág. 277 y sig.), cree que su desorganización principia de la manera siguiente: comienza el líquido perdiendo su trasparencia, se espesa, se pone amarillento, y toma un aspecto caseo- so. Desde luego se concibe que los cambios en la composición y cualidades del líquido deben TOMO VIL preceder á la alteración de las paredes, en atención á que estas no pueden vivir sino á es- pensas de aquel. En seguida se arruga la veji- ga , se endurece el humor que contenia, y se transforma en una materia semejante á la adi- pocira, ó en una masa calcárea que se separa fácilmente de las membranas. Laennec opina que pueden perecer los acefalocistos espontá- neamente sin salir del quiste, y que se absorve el líquido en que nadan, contrayéndose en este caso el quiste como el saco aneurismático des- pués de la ligadura de la arteria. Eu una ob- servación muy interesante referida por Laen- nec, se vé que vesículas deprimidas y privadas de vida desde una época remota, estaban reu- nidas por una materia amarillenta y friable, que compara el autor con una especie de ci- mento (loe. cit., obs. IV, pág. 241). A veces se encuentran los fracmentos de acefalocistos sumergidos en un líquido puriforme, espeso y pultáceo, al cual reemplaza en otros casos una materia albuminosa, sin que pueda decirse cuá- les son las'circunstancias que producen cam- bios tan notables. ¿Será que una vez muerto el acefalocisto se contraiga el quiste sobre sí mismo? ¿ó dependerá mas bien dicho fenómeno de la escesiva multiplicación de los vermes en una misma bolsa, demasiado pequeña para con- tenerlos? Sea de esto lo que quiera , es preciso reconocer, que la absorción mas ó menos rápida acaba por privar al líquido de su parte mas te- nue, dando á la materia contenida en el quiste los diversos grados de consistencia que acaba- mos de indicar. «El estrechamiento del saco determinado por la muerte de los vermes, es tanto mas im- portante de notar, cuanto que después de la espulsion de estes animales, es la única termi- nación favorable de los accidentes ocasionados por su presencia. «Algunos autores han creido que pudieran los acefalocistos convertirse en ateroma á con- secuencia de su desorganización. Bremser, que es el autor de esta opinión (loe. cit., pág. 279), ha llegado á asegurar que los supuestos dien- tes hallados por el doctor Belniz en un ovario, no eran mas que hidátides degeneradas. Lo mismo podría decirse en su opinión de las obs- trucciones del hígado, y de los infartos que ob- servó De Haen (Ratio medendi, pág. 131) en una glándula tiroidea. Por lo demás, Kuisquio (obs. anat., t. XXV, pág. 25) conocía ya to- das las alteraciones de que ofrecen los acefalo- cistos tan numerosos ejemplos, y no dudaba que pudieran transformarse en ateroma , estea- toma y melíceris. «Pueden romperse los quistes en cierta épo- ca de su desarrollo, aun cuando no sea consi- derable su volumen. Cuando están situados en la inmediación de una mucosa, se espele el li- quido á lo esterior, sin que sobrevenga ningún accidente. Pero no sucede lo mismo cuando se abren en una serosa, en cuyo caso determinan una inflamación, que no tarda en hacerse mor- 15 226 ENTOZOARIOS. tal. Finalmente, si la enfermedad no destruye el quiste, y no se abre el líquido salida al este- rior, se engruesa aquel indefinidamente por el incremento de los acefalocistos, y acaba adqui- riendo un volumen tal, que embaraza el ejerci- cio de las funciones, y produce en último re- sultado la muerte. «Se ha atribuido á los acefalocistos, que los antiguos conocian mas bien con el nombre de hidátides, el origen de un sinnúmero de enfer- medades. Morgagni (De sedibus et causis, epíst. XXXVIII, § 35 y 36) considera su ro- tura como una causa de hidropesía; y supone, apoyándose en las observaciones de Malpigio y Valsalva, que las hidátides desarrolladas bajo las membranas del peritoneo acaban por, rom- perse , y llenar de serosidad la cavidad del vientre; doctrina que á su entender se encuen- tra confirmada en el siguiente pasaje de Hipó- crates (loe. cit. ,§36): «Quibus hepar aquá «plenum in omentum eruperit, iis ventrem «aquá ¡mpleri.» Morgagni creyó también re- conocer la cicatrización subsiguiente á la rotu- ra de las hidátides en los tubérculos del perito- neo , que observó en ciertos hidrópicos. «Se ha hecho representar á las hidátides un papel mas importante todavía, suponiéndolas el punto de partida de los tubérculos, del es- birro, del fungus y del esteatoma. Este modo de considerar dichas enfermedades, pertenece al cirujano inglés Barran. »E. ¿Puede considerarse al acefalocisto co- mo un ser dotado de vidat—«Aunque su orga- nización es tan sencilla que puede suponerse la mas rudimentaria en la escala animal, puesto que no se distingue en él con la simple vista ni con el microscopio ningún órgano distinto, es sin embargo indudable que se nutre, sise atiende á que deposita alternativamente en una de sus dos superficies las granulaciones que deben reproducirlo; y sabido es que la repro- ducción, tal cual la han establecido los natu- ralistas, es el carácter mas general de la or- ganización viviente. No puede negarse que el acefalocisto forme la cadena organizada de un eslabón inferior al del último vegetal, pero aun que sea muy débil la vitalidad de que goza, índi- ca suficientemente que puede existir por sí mis- mo. En efecto, ¿no se halla sumergido en un líquido que lo aisla enteramente de las partes inmediatas? ¿no muere liiego que varían las condiciones de su existencia? Dijimos que no podia variar la naturaleza del líquido contenido en el quiste, sin que la del acefalocisto partici- pase de las nuevas cualidades que aquel ad- quiría , de donde se infiere necesariamente que existe en la membrana propia una especie de asimilación. Verdad es que la endosmosis y exosmosis presentan fenómenos análogos,,pero no alcanzan á esplicar el modo de reproduc- ción de estos animales. Al parecer es innegable que esta reproducción se verifica desde los pri- meros períodos y con mucha prontitud. Se han hallado no pocos del tamaño de una cereza, cu- yas paredes estaban casi enteramente cubiertas de cuerpos oviformes, y también se han visto algunos que los contenían en su cavidad inte- rior; á medida que se desarrollan estos cuer- pos, se agranda el quiste, y se aumenta la can- tidad del líquido segregado , hasta el punto de llegar en ciertos casos á quince ó veinte cuar- tillos. »F. Origen de los acefalocistos.—El desar- rollo de estos vermes vesiculares, es uno do los fenómenos mas curiosos y al mismo tiempo mas inesplicables, que puede ofrecer la histo- ria natural; asi es, que ha escitado la aten- ción de un sinnúmero de médicos y naturalistas distinguidos. Hay una opinión muy antigua, que considera á estos animales como producto de las enfermedades de los vasos linfáticos, y par- ticularmente de su dilatación. Pero esta espe- cie de analogía, errónea bajo muchos aspectos, no merece ser refutada detenidamente; y asi, nos contentaremos con referir la doctrina de Bidloo, que ha reasumido en este punto la ana- tomía de los antiguos (Bidloo, exercit. anat. chirur. dec. 1708). Suponiendo que se hallan dilatados los vasos linfáticos, y que las válvu- las situadas en su interior establecen separa- ciones entre las vesículas ó hidátides formadas á consecuencia de semejante dilatación, cree Bidloo que estas hidátides unidas al princi- pio entre sí, se desprenden de las partes cir- cunyacentes, quedan en libertad y caen en las cavidades naturales. Goeze, aunque no sigue precisamente esta misma opinión, habla tam- bién de lesiones de los vasos linfáticos, y les hace representar cierto papel en la producción de las hidátides. Brera (Traite des maladies vermineuses) nada dice sobre el desarrollo de los acefalocistos; y no habiendo podido encon- trar el mas pequeño vestigio de sus huevos, cree que pudieran formarse en lo interior de los vasos linfáticos (loe. cit., pág. 37). «Otra teoría, que aunque apoyada en la respetable autoridad de Linneo (Amanit acad., t. II, pág. 937) no tiene ya en el dia partida- rios , consiste en suponer que estos vermes se introducen desde fuera en lo interior del cuer- po, donde cambian de forma. En el año de 1700 supuso Nicolás Andry, que todos los vermes del hombre se desarrollaban á consecuencia de la introducción de huevos esparcidos en la at- mósfera (De la generación de los vermes en el cuerpo del hombre). Vallisnieri (Historia de la generación y cartas críticas, Ven. 1721), á quien pertenece la gloria de haber fijado con precisión los caracteres de las hidátides, creia que eran congénitos los gérmenes de todos los vermes. Bloch adopta también esta opinión, apoyándola mas bien en raciocinios que en he- chos. Pero todas las hipótesis que se han emi- tido sobre la formación de los vermes, se apli- can con especialidad á los que gozan manifies- tamente de vida, como el tenia, el lombrícoí- des, etc. En cuanto al origen de los vermes vesiculares, se halla rodeado todavía de pro- ENTOZOARIOS. 227 fundas tinieblas. Se ha dicho también que eran producto de una inflamación, que modificando la vitalidad del tejido, llegaba á producir ciertas alteraciones en la acción de sus vasos capi- lares. Pero fácilmente se vé que esta hipótesis no esplica la generación de los vermes, pues todos los dias vemos formarse á nuestros pro- pios ojos los productos de la inflamación, sin que nos ofrezcan la menor semejanza con los acefalocistos. Trastórnanse sin duda las leyes fisiológicas en el órgano que contiene á estos animales; pero no es posible averiguar la for- ma y el tiempo en que sobreviene esta nueva modificación de los fenómenos vitales. «Otras causas no tan inmediatas, pero mas reales quizá que las indicadas, ejercen al pa- recer cierta influencia sobre el desarrollo de los acefalocistos. Se ha observado en los car- neros, en los bueyes, y generalmente en to- dos los animales que comen grandes cantidades de vegetales húmedos, que era mayor la fre- cuencia de los acefalocistos, cuando estas con- diciones de humedad se estendian á la locali- dad que habitaban los ganados."Cruveilhier (loe. cit., pág. 206) cree que la abundancia, la na- turaleza vegetal y la mala calidad de los ali- mentos son causas indudables de acefalocistos, y pregunta si noes probable que eu semejantes circunstancias circulen con el líquido los elemen- tos propios para formar estos animales; «según esta opinión se derramarían , por decirlo asi, en nuestros tejidos una porción de moléculas no asimiladas, ó si se quiere de gérmenes, que lue- go se reunirían para formar un todo indivi- dual.» Hemos referido el dictamen de este pa- tólogo, solo para demostrar la incertídumbre que reina todavía sobre la etiología de los ver- mes. Terminaremos diciendo con Laennec: «lo mejor es convenir en que nada sabernos de es- ta materia , y que la observación no ha arran- cado todavía á la naturaleza el secreto de se- mejante producción.» G. Duración de la vida.—>>Tampoco se co- noce la duración de la vida de los acefalocis- tos. Laennec cree no puede ser larga , puesto que en los carneros los acefalocistos que nacen en la primavera , mueren en el invierno si- guíente. En el hombre se han encontrado al- gunos que habían dado señales de su presencia mas de diez y ocho meáes antes de la muerte del individuo que los contenía, al paso que en otros casos solo parecían contar algunos meses de existencia. En general se ha observado que la transparencia del líquido y de las paredes cor- responde á vermes de nueva formación, y que las diversas alteraciones de que hemos hablado se observan mas particularmente en los ver- mes mas antiguos. Síntomas.—«Los quistes hidatíferos van co- munmente acompañados de uu considerable entorpecimiento en el ejercicio de las funcio- nes. Los malos efectos que de aqui resultan, varían según el órgano y el volumen del tu- mor. Puede decirse que los acefalocistos, cual- quiera que sea su asiento, obran generalmente empujando y comprimiendo los tejidos. Asi es que cuando es lento y gradual su desarrollo, sucede muchas veces que se desconoce su exis- tencia, hasta el momento en que sucumbe el individuo á una afección estraña, en cuyo caso descubre la autopsia quistes de un gran tamaño , cuya presencia no se habia sospecha- do siquiera : algunas veces, cuando adquiere el tumor en poco tiempo un desarrollo tal, que ocasiona un embarazo mecánico en el ejercicio de las funciones, se ven sobrevenir perturba- ciones, que indican, sino la naturaleza de la enfermedad , á lo menos el órgano en que re- side. El tumor produce una elevación fácil do distinguir, y la esploracion descubre en él, por medio del tacto , una resistencia igual en to- dos los puntos ; siendo de advertir , que esta sensación que produce el quiste hidatífero, anuncia que el liquido está encerrado en un saco delgado y circunscrito. La percusión, me- diata ó inmediata, que recomienda Píorri en es- tos casos , permite fijar con bastante exactitud la estension de los acefalocistos, cuando están situados en un órgano accesible á estos medios de investigación , como el hígado, los epiplo- nes , los ovarios ó el cuerpo tiroideo. «Una señal, mas preciosa todavía que las , anteriores , es la fluctuación, la cual se mani- fiesta cuando está el órgano situado esterior- mente , y el acefalocisto ocupa su superficie; pero cuando este se halla profundamente oculto en el parenquima de las visceras , es casi im- posible formar un diagnóstico cierto. Algunos autores hablan de una sensación de estremeci- miento ó colisión producida por el choque de los acefalocistos entre sí. Esta variedad de la fluctuación nos suministraría un medio precio- so de reconocerlos, si se presentase con mas frecuencia ; pero es muy rara, y aun algunos han dudado de su existencia : por lo menos solo se presenta en los casos en que contiene el quiste muchos vermes, que chocan entre sí en medio del líquido. «También se ha propuesto como medio es- plorador la punción con un trocar fino y casi capilar. Recamfer se ha servido en algunos ca- sos con éxito de este medio. Pero debe re- comendarse la mayor circunspección en el uso de semejante método , que puede ocasionar derrames mortales. Por lo demás todavía no so ha usado la punción sino como medio curati- vo, y como el primer tiempo de una opera- ción de que nos ocuparemos al hablar del tra- tamiento. «No puede conservarse duda alguna sobre la naturaleza de la afección verminosa , si el enfermo, después de haber presentado algún tumor en uno de los puntos del cuerpo en que suelen hallarse estos animales , arroja por cá- maras , orinas ó esputos, varios fracmentos de estas vesículas vivientes. No son raros los ca- sos en que se han observado estos detritus, y nosotros indicaremos algunos de ellos cuan- 228 ENTOZOARIOS. do se trate de los acefalocistos en particular. El único síntoma patognomónico de la enfer- medad que nos ocupa, es la espulsion de sacos membranosos ó de pequeñas vejigas intactas: cuando tal sucede , no cabe ya duda alguna sobre la existencia de los acefalocistos, porque es imposible confundirlos con los demás pro- ductos morbosos, que pueden formarse en los tejidos y ser espelidos al esterior. «Cuando en vez de romperse el quiste en un conducto que comunique con la superficie del cuerpo , se derrama en una cavidad sero- sa, sobrevienen todos los accidentes propios de la inflamación de.estas membranas , resultan- do , si la rotura se ha verificado en el abdo- men , una peritonitis inmediatamente mortal. «El saco que contieno los acefalocistos, pue- de desaparecer á consecuencia de la muerte de estos animales ; en cuyo caso el tumor que se habia manifestado en un punto del cuerpo, dis- minuye progresivamente , hasta no dejar ves- tigio alguno de su existencia. Si el enfermo no arroja ninguna membrana, hay fundamento pa- ra creer que esta ha sido reabsorvida con el lí- quido que la contenia ; terminación favorable cuya causa no siempre es fácil averiguar. Para que se asegure la curación, es preciso que el saco que contenia los vermes sea único, y que no se reproduzca en el mismo órgano, ó en otras partes del cuerpo. Pero rara vez se pre- sentan condiciones tan favorables , pues casi siempre existen cerca del quiste roto y cicatri- zado otros quistes , que se van desarrollando sucesivamente. «No ilustran mas el diagnóstico los sínto- mas generales que los fenómenos locales. Si se apodera del quiste la inflamación, y pro- duce una irritación eliminadora, acompañada de otras alteraciones en el órgano en que re- side, pueden sobrevenir fiebre, escalofríos y dolores vivos en las partes inflamadas. Esta flegmasia suele ser la causa mas frecuente de que contraiga el quiste adherencias con los te- jidos inmediatos, y de que se vacien al este- rior los acefalocistos. Se han observado algu- nas de estas curaciones espontáneas é impre- vistas en los epiplones y en el hígado. Diagnóstico.—«Es muy fácil confundir es- tos vermes vesiculares con los abscesos frios que no han desarrollado ninguno de sus sínto- mas, y todos los dias vemos á los médicos in- currir en este error , tomando un absceso del hígado por acefalocistos y vice-versa. La sen- sación de colisión que producen las vejigas cuando chocan entre sí, seria un medio pre- cioso de diagnóstico, si este síntoma fuese mas constante. No hay necesidad de advertir que no es posible averiguar , durante la vida, cuál es la especie de vermes contenidos en el tu- mor. Por lo demás, importa poco que sea un acefalocisto, un cisticerco fibroso ó un distoma el que determina los accidentes, porque la te- rapéutica siempre es la misma. Pronóstico.—»E1 desarrollo de los acefa- locistos en los órganos, constituye una afec- ción grave, cuyo peligro es tanto mayor, cuanto mas esencial para la vida el órgano en que re- side. Asi es que los acefalocistos del cerebro son casi necesariamente mortales, ya de un modo primitivo, ya por los accidentes que pro- ducen ; al paso que cuando ocupan el pulmón, el- rnesenterio ó los epiploones , suelen perma- necer mucho tiempo en estos órganos sin com- prometer la vida del enfermo ; pudiendo espe- rarse ademas la evacuación del tumor por los conductos membranosos que se abren al este- rior , como son los bronquios , los intestinos y la vejiga. Terminación. — «Todas las enfermedades que produce la presencia de los acefalocistos, pueden terminar: l.°por su espulsion; 2.° por la constricción espontánea del saco que los con- tiene , y su conversión en una masa fibrosa de poco volumen ; 3.° por su rotura ; 4.° por su eliminación á consecuencia de un trabajo mor- bífico. Tratamiento.—«Si el tratamiento de una enfermedad debe estar fundado en el conoci- miento de su naturaleza y de sus causas , fácil es prever que en la terapéutica de los acefalo- cistos ha de reinar la mayor incertidumbre. Trataremos sin embargo de fijar, con la esacti- tad que nos sea posible , las indicaciones que deben satisfacerse , antes de enunciar los di- versos modos de tratamiento mas usuales. Indicaciones que se presentan en esta en- fermedad.—«La primera es oponerse al desar- rollo de los vermes ; la segunda tratar de ha- cerlos perecer cuando se han desarrollado. 1.a indicación.—«Hemos dicho que los ace- falocistos se presentan en gran número en los animales sometidos al frío húmedo y á una ali- mentación compuesta de vejetales frescos, é impregnados de aguas. Aunque no poseemos ninguna observación, que demuestre de una ma- nera cierta que estas condiciones higiénicas obran de la misma manera en el hombre que en los animales , sin embargo , no podemos dispensarnos de tenerlas presentes. Asi es que debe prescribirse la habitación en un parage seco y bien ventilado. Hay algunas observacio- nes que prueban que mueren inmediatamente los acefalocistos en los animales que se trans- portan desde un sitio pantanoso á otro seco y elevado. También se ha propuesto el uso de la sal como tratamiento profiláctico, por haber notado que los animales que pacen en panta- nos salados, ó comen esta sustancia salina mezclada con los alimentos , están libres de padecer la enfermedad. 2.a indicación. — «Ha publicado Baumes (Annal. de méd. prat. de Montpellier) muchas observaciones, encaminadas á probar que el proto-cloruro de mercurio tiene la propiedad de hacer perecer los vermes vesiculares, y de- terminar al mismo tiempo su espulsion. En tiempos posteriores se ha recomendado este re- medio contra las afecciones verminosas en ge- ENTOZOARIOS. 229 neral, y particularmente en el caso de que nos ocupamos ; pero nosotros lo hemos visto emplear sin éxito en casos en que era induda- ble la existencia de los hidátides, puesto que se vio después comprobada por la autopsia ; y por tanto , sin desechar enteramente este re- medio, creemos que se ha exagerado mucho su eficacia. ¿ Deberemos cuando hagamos uso de tal medicamento, aumentar sucesivamente la dosis, hasta producir la salivación? En nues- tro sentir es este un medio poderoso de modi- ficar los movimientos moleculares de los pa- renquimas , obrando sobre la nutrición de los quistes, y sobre los líquidos en ellos conte- nidos. «Se ha propuesto también con este mismo objeto el aceite empireumático y el petróleo. El primero de estos remedios, inventado por Cha- bert, conocido también con el nombre de acei- te antihelmíntico, produce, según su inven- tor , escelentes efectos. He aquí la forma en que debe prepararse: R. aceite empireumático de asta de ciervo una parte; aceite de tremen- tina tres partes: M. y al cabo de cuatro dias llá- gase destilar la mistura en baño de arena en una retorta de cristal, separando las tres cuar- tas partes; y sirviéndose solo del líquido eva- porado. Chabertha administrado con buen éxito á los animales esta mistura con el objeto de es- pulsar toda clase de vermes , y aun la ha pro- pinado también á una niña de doce años en un distomo del hígado. Goeze, Brera y Rudolphi la consideran como un medicamento muy eficaz. Bremser (loe. cit., p. 497), que la ha prescrito á varios enfermos , se felicita mucho de haber- la empleado. Se principia por la dosis de ocho á diez gotas tres veces al dia en una taza de cal- do ó de cualquier otro vehículo. «También se ha preconizado mucho el hi- droclorato de sosa, que según Laennec, puede ser útil en ciertas circunstancias ; pero no ha llegado á nuestra noticia ningún hecho que con- firme esta opinión. Lo único que hemos sabido es que Percy consiguió espulsar unos vermes vesiculares contenidos en la matriz por medio de esta sal; pero nos parece probable que en tal caso ejercería su acción escitando las con- tracciones de la matriz. «También se han querido destruir los quis- tes acefalocistos por medio de un procedimien- to quirúrgico. Recamier propone como método general practicar en los quistes una punción esploradora por medio de un trocar muy fi- no , y luego que se haya asegurado el profe- sor de la existencia del acefalocisto, y trascur- ridos algunos dias, hacer una aplicación de po- tasa cáustica sobre el punto mas prominente del tumor, con el fin de producir la adherencia de la cavidad espláníca y el quiste; después de lo cual se hace una segunda aplicación bastan- te profunda para que pueda penetrar hasta el saco. Para impedir que la supuración sea esce- srva, y dar tiempo á que se aproximen gradual- mente las paredes, se recurre á las inyecciones de agua tibia, y al cocimiento de cebada con miel. Creemos haber dicho lo bastante de esta operación quirúrgica, destinada á destruir los acefalocistos ; reservándonos dar á conocer to- do lo relativo á este modo de tratamiento al ha- blar de los acefalocistos del hígado , que es á los que se aplica mas especialmente. «Diferentes especies de acefalocistos. —Pudiéramos establecer gran número ellas, si tomáramos en consideración la diferencia de forma, aspecto , coloración y demás caracteres que pueden presentarse en los acefalocistos. Ya hemos hablado de las tres especies que descri - bió Laennec con los nombres siguientes: ace- falocisto de huevo ; acefal. ovoidea, vesicularis, corporibus ovalibus intus pradita;—2.° acefa- locisto de yemas; acefal. surculigera, simplex, vesicularis , surculis intuá pradita;—3.° ace- falocisto de granos; acefal. granosa, simplex vesicularis , granulis intus pradita. Estas tres especies diferentes , fundadas sobre la presen- cia de granitos de aspecto variable , deposita- dos en las paredes del saco , no son las únicas observadas por Laennec, pues también ha des- crito algunas otras. El acefalocisto estrangula- do, acefal. intersepta , es aquel cuyas paredes forman unas especies de cavidades sin salida con el orificio estrangulado y mas estrecho que el fondo; el acefalocisto de asa , acefal. ansa, se compone de una cavidad profunda que co- munica con lo restante del cuerpo: y final- mente, el acefalocisto aplanado, acefal. pla- na , requiere una descripción minuciosa. En cierta ocasión encontró Dupuytren en un tumor situado junto á la muñeca una porción de cuer- pos de diferentes formas : unos ovalados, otros triangulares , otros prolongados , y otros pla- nos, de una longitud de dos á seis líneas , do un color blanéo lechoso , opacos eir su centro, y trasparentes en su circunferencia. Estos cuer- pos estaban compuestos de dos sustancias; una esterior semejante á la clara de huevo coci- da ; y otra interior cenicienta, de un aspecto como la gelatina: ambos cuerpos se hallaban huecos en su centro, y Laennec no dudó afir- mar que eran acefalocistos. Se los ha vuelto á encontrar no pocas veces en los quistes situa- dos al rededor de las articulaciones y en las bolsas mucosas. El acefalocisto cistífero, ace- fal. cistifera, no es mas que una variedad del acefal. ovoidea, del cual solo se diferencia en que presenta desde su aparición las vesículas huecas. «El autor que admite estas siete formas de acefalocistos está muy inclinado á creer, que son otras tantas especies distintas; y respecto de las demás variedades, de asa, aplanada ó es- trangulada , cree con fundamento que tienen mucha relación unas con otras. Nosotros opina- mos que debe fijarse principalmente la atención en las tres primeras, supuesto que las otras se fundan únicamente en la forma que afectan las paredes. Si nos hemos de atener á los caracteres sacados de la configuración esterior, para esta- 230 ENTOZOARIOS. blecer las especies, no vemos por qué razón dejaría de formarse una variedad de la hidatide colgante, hidátides péndula , que describimos al hablar de los quistes y de sus relaciones con los órganos circunyacentes. «Luedersen (H. C.I. De hidadiribusdis. in- augu., an 4.° Gott, 1808), considerando de un modo general las hidátides, las ha dividido en siete grupos: 1.° las vesículas que tienen cor- púsculos salientes, provistas de órganos de di- ferentes especies , y contenidas alguna vez en una cápsula esterna; 2.° las vesículas esféricas y redondeadas contenidas en uu quiste; 3.° las que contienen pequeños vermes libres; 4.° las que se adhieren á una parte sin estar rodeadas de una cápsula esterna ; 5.° las que están reu- nidas entre sí corno las cuentas de un rosario; 6.° lasque presentando una forma variable, se hallan unidas al cuerpo por un pedículo, y ofre- cen el aspecto de un racimo ; y por último, 7.° las vesículas , cuya adherencia al cuerpo es tan íntima, que no se las puede separar sin dis- laceracion. »H. Cloquet (Faune des medecins) ha añadi- do á las especies descritas por Laennec otro acefalocisto , á que ha dado el nombre de gra- nuloso, acefal. granulosa, hallado en la cápsu- la del tendón del glúteo mayor; el cual se re- conoce en sus granulaciones aplanadas, lenti- culares é hidatiformes. «También se han aplicado diferentes deno- minaciones á los acefalocistos en atención á su número. Asi es que se ha llamado solitario, acefal. eremita vel sterilis, al que está solo en un quiste, y múltiple , acefal. socialis velpro- lifera, á los que se hallan reunidos en un mis- mo saco. «Diagnóstico especial.— Reconocer anató- micamente las diferentes vesículas morbíficas y los vermes vesiculares confundidos con los acefalocistos.—Antes de inquirir qué lugar ocu- pa el acefalocisto en las descripciones de anato- mía patológica , en las nosografías y en las cla- sificaciones de los naturalistas, debemos , pa- ra no dejar ninguna incertídumbre sobre el vas- to asunto que tratamos , procurar distinguir los diferentes tejidos, productos ó animales, que se han confundido frecuentemente con los que ahora nos ocupan. La complicada sinonimia que figura á la cabeza de este artículo, prueba que es indispensable este trabajo. «Se han comprendido frecuentemente bajo el nombre de hidátides toda especie de vesículas morbíficas, como acefalocistos, tumores enquis- tados grasicntos ó ateromatosos , tubérculos, bolsas serosas accidentales , y muchos vermes vesiculares. Hasta fines del siglo último y prin- cipios del actual no puede decirse que los tra- bajos de los helmintólogos, reunidos con los de lospatologistas, hayan comenzado á ilustrares- te punto oscuro de la medicina. Asi es que al establecer Laennec los caracteres del género acefalocisto, ha hecho un verdadero servicio á lo anatomía patológica. »Quistes serosos.—Tienen alguna semejan- za con el que encierra á los acefalocistos, pues se componen como este de una cavidad cerrada por todas partes , y de otra libre, lisa y to- mentosa, que se halla en contacto con un líquido que la lubrifica; y ofrecen la cara esterna vedi- josa , celular , fibrosa en algunos casos, y uni- da íntimamente con los órganos inmediatos. Difícil seria descubrir su verdadera naturaleza, si solo se fijara la atención en la parte esterna; pero no es fácil equivocarse una vez abierta su cavidad. En efecto, los quistes falsos están lle- nos por dentro, ora de un líquido seroso y cla- ro, ora de una materia espesa, albuminosa ó grasienta, ora, por último, de moco y otras va- rias sustancias, cuya densidad varia infini- to; pero nunca se encuentran en ellos esas vejigas lisas, enteramente libres, y sobrena- dando en un líquido, que distinguen á primera vista los verdaderos quistes acefálocistíferos. Estos últimos suelen contener materia albumi- nosa, ó fracmentos membranosos, que provie- nen de la muerte de los acefalocistos ; aunque también pueden encontrarse en algunos quistes falsos esos productos de la inflamación que se parecen tanto á las membranas marchitas de los vermes vesiculares, que es á veces muy di- fícil distinguirlas. En cualquier otra circuns- tancia no puede haber ninguna duda en este punto , sobre todo si se adopta la definición del acefalocisto, dada por Laennec, Bremser y otros médicos. En efecto , siempre que se presenten en un quiste una ó muchas vejigas libres y flo- tantes en un líquido, podemos estar seguros de que el tumor, cualquiera que sea su asiento, no es un quiste seroso, sino un producto orgánico que tiene una existencia separada. » Echinococos. — El vermes vesicular que ofrece mas relación con el acefalocisto es el echinococo del hombre. Consiste este en una sola vejiga caudal, que sirve de punto de apoyo común á varios cuerpos de una figura pirifor- me , cuyo volumen disminuye eu el punto de su inserción, que es la cara interna de la veji- ga. Estos cuerpos suelen confundirse con los que antes hemos descrito con el nombre de ovi- formes ó de granulación ; error en que muchos han incurrido, como puede verse en Bremser (loe. cit. p. 303). El echinococo se reconoce fá- cilmente en que tiene la cabeza armada de un solo orden de ganchitos, y desprovista de chu- pador. Se le ha dado este nombre á causa del aspecto erizado de su superficie (hohhvs, con- cha» Y »x'ytfí erizada de púas). Este género establecido por Rudolphi en su quinta familia (Rudolphi, loe. cit.,entozoairescistiques, p. 215; echinocoque, p. 247 y siguientes) contiene, se- gún dicho autor, los acefalocistos de Laennec y los de Luedersen : por lo demás este echino • coco , que todavía no se conoce bien, es un ser muy dudoso para muchos naturalistas. «También se ha confundido el acefalocisto con otros muchos vermes vesiculares , llegau'- do á tal punto la confusión, que es no pocas ENTOZOARIOS. 231 veces imposible llegar á establecer una sinoni- mia rigorosa. Cada autor ha dado un nombre diferente al mismo animal , variando también en muchos casos la descripción de una sola es- pecie en diferentes autores. »Qisticercos. —Distingüese, como luego ve- remos , el cisticerco de los demás vermes, en que tiene el cuerpo prolongado, cilindroideo ó conoideo, terminado anteriormente en una ca- beza provista, como la de las tenias, de papi- las y de una corona de ganchitos, y posterior- mente en una vejiga, llamada caudal, de dife- rente forma y tamaño. Pallas describió con el nombre de tanias hydatigenes el cisticerco fi- broso de Laeennec , el cual solo tiene una se- mejanza muy remota con el acefalocisto, pues- to que nunca se ha podido descubrir en la su- perficie de este último órgano alguno que ten- ga analogía con la cabeza y ganchitos del cisti- cerco. Sin embargo, muchos médicos han reu- nido con el nombre de tenia los acefalocistos y los cisticercos , debiendo observarse ademas que el quiste esterior que contiene a! cisticerco, es semejante al de estos últimos anímales. Pa- ra precaverse de error es necesario examinar la vejiga incluida por medio del microscopio ó á la simple vista. Gmelin (syst. nat., pars. VI, pág. 3059) ha confundido las variedades del acefalocisto con las tenias globosa y visceral. Mougeot (Essai zoologique el medical sur les hidátides , pág. 31 ) los ha equivocado con el tenia visceralís de Gmelin ; Goeze, con vermes vesiculares imperfectos , con la cabeza todavía no formada; Blooch (Vermium intest. brev. ex- pos , etc., 1782 y 1786) habla del vermes ve- sicular ; pero en este pasage trata del cisticer- co fibroso y no de los acefalocistos. Treutler (observ. path. anatomie auctarium, Lips 1793, pág. 14 y sig.), en el capítulo titulado Quadam de tenia viscerali, considera como vermes las vesículas que encontró en los cadáveres de los hidrópicos , sobre el diafragma , el hígado, los ríñones y el tejido celular. Pera la lectura de este autor no puede menos de inspirar mu- chas dudas. E! vermes indicado por Mougeot (loe. cit.) bajo el nombre de hidátides visceral, es lo mismo bajo todos sus aspectos que el ace- falocisto. Haremos observar con Laennec «que el tenia visceralís de algunos naturalistas es una especie fundada sobre observaciones in- exactas é incoherentes y relativas á diversos objetos.» Clasificaciones.—«Hemos visto, al bablar de la naturaleza de los acefalocistos, que mu- chos médicos habían reusado considerarlos co- mo seres vivientes. Por consiguiente varia mu- cho según los diferentes autores el lugar que ocupan en cada clasificación. Hartmann en Ale- mania , Tyson en Inglaterra , y Malpigio reco- nocieron propiedades vitales en ciertas vesícu- las, designadas con el nombre de hidátides. Lin- neo (Syst. nat. , XII , pág. 1320 , núm. 5) los colocó entre los hidras, bajo el nombre de hy- dra-hydatula. Pallas refirió los vermes vesicu- lares á los tenias, y desde entonces permane- cieron reunidos mucho tiempo con 1as especies de este género , perdiendo el lugar que les"ha- bía señalado Linneo entre los hidras. Blooch los reunió con los cariofileos en su segundo or- den de los vermes redondos. Zeder en su pri- mer suplemento á la historia de los vermes in- testinales de Goeze publicado en 1800, colocó los acefalocistos en el segundo género , que comprende los vermes encerrados en un quiste estenio y presentando una multitud de cuerpos muy pequeños sobre la vejiga. Este género cor- responde á las especies establecidas por Goeze bajo el nombre de lania visceralís, socialis, granulosa. Brera los describió en su segunda cla- se, que comprende los vermes vesiculares. Ru- dolphi distingue las hidátides en vivientes y no vivientes, y dice que el echinococo es un hida- tide viviente. Parece, según observa Bremser (loe. cit. , pág. 294), que Rudolphi fundaba esta división en la presencia de unos corpúscu- los microscópicos y provistos de ganchitos, que se hallan contenidos en la vejiga del echino- coco. Los que quieran leer la historia de los acefalocistos en la obra de Rudolphi, deben re- currir á los artículos.ECHiNOCoeos (vol. II, pá- gina 247), hidátides y ceñiros (vol. II, pá- gina 243 ). Bremser colocó los acefalocistos en el quinto orden de los cystoides cislica (pá- ginas 140, 294 y sig.) (Monn. y Fleury, Comp. de med. , t. I, pág. 1 y sig.). Historia y bibliografía. — » Hartman, Tyson y Malpigio , según la mayor parte de los autores, han estudiado y descrito casi al mismo tiempo los acefalocistos. Algunos, sin embar- go, han querido hallar su descubrimiento en autores mucho mas antiguos. Morgagni y otros anatómicos pretenden reconocer los hidátides en un pasage de Areteo. Para que puedan juz- gar nuestros lectores acerca de este punto in- teresante de la historia de los vermes , trans- cribimos á continuación la traducción fiel que nos hadado Laennec de este pasage: «hav también otra especie de hidropesía que está for- mada por unas vejiguitas llenas de líquido, y reunidas en gran número en el parage en que se desarrolla la ascitis. Estas vejiguitas se ha- llan ciertamente llenas de una gran cantidad de líquido. Hé aqui el signo de esta enfermedad. Si se perfora el abdomen saldrá de él poca agua, porque la abertura se halla cerrada por la ve- jiga. Si se introduce segunda vez el instrumen- to , vuelve el agua á correr de nuevo. Esta es- pecie de hidropesía no es una afección lijera. No es fácil saber de dónde provienen esta es- pecie de vejigas : muchos dicen que proceden de los intestinos ; pero en verdad yo no lo he visto , y por lo mismo nada tengo que decir ni afirmar en este punto. Pero ya vengan del colon estas vejigas, ó ya procedan del estómago, ¿có- mo se llenan ? Esto es difícil de concebir, por- que el tubo intestinal es resbaladizo y á pro- pósito para facilitar el curso de todas las cosas contenidas en él.» 232 entozoarios. «También han pretendido algunos que la existencia-de los hidátides era conocida en tiempo de Hipócrates. Willíam Kerr, que es el autor de esta opinión, supone que el médico griego los indicó con el nombre de /¿ot vó- mica, de cuya enfermedad le habían presenta- do ejemplos ciertos animales ademas del hom- bre. Creia que el encontrarse con mas frecuen- cia en el hombre que en el buey, se esplicaba por la diferencia de alimentos. Los habia ob- servado en el pecho, donde son bastante raros, y los miraba como precursores de la anasar- ca (snpnuv iprit 7tt//f por los griegos; y febrís , pirexia, por los latinos; los franceses la denominan fiévre. Definición.—«A pesar de las muchas de- finiciones que han propuesto los diferentes au- tores, y. de las interminables discusiones á que han dado lugar, no podemos decir que haya una sola que pueda resistir á una crítica media- namente severa; lo cual consiste sin duda en que la mayor parte de los médicos se han de- dicado principalmente á profundizar la causa íntima ó esencia de la fiebre, y á consignar en sus definiciones la idea que de ella se habían formado. Algunos hubo mas prudentes, que prefirieron determinar con esactitud los fenó- menos que caracterizan el estado febril, sin pa- rarse á examinar la causa que los produce. «Galeno en muchos pasages de sus escritos, y principalmente en el que lleva por título De differentiis febrium, espone con claridad sus opiniones sobre la fiebre que define en los tér- minos siguientes: Febrís est ifnmodice auclus calor, ut ethominem offendal elaclionemladat, accensus in corde et procedens ab eo in totum corpns. En su opinión, los tres caracteres esen- ciales de la liebre son: 1.° aumento de calor natural (calor prater naturam); 2.° el desar- rollo primitivo de este calor en el corazón. «Nam et ea ipsa calor est praeter naturam, «nondurn tamen febrís nisi cor ipsum concale- «fecerit.» Galeno quería distinguir sobre todo este calor febril del que no participa de la mis- ma naturaleza, y puede ser comunicado al cuer- po por una multitud de causas esternas é inter- nas que enumera. 3.° La perturbación de las funciones y la desazón general, constituyen otro accidente propio del estado febril: «Homi- «nem offendat et actionem laedat: quod si neu- «trum adhuc eflicíat, quantumvis sit homo nunc «quam ante calidior, non tamen febricitare eum »mostrav¡mus(Jl/eí/iod.wie£/., lib. VIII, cap. 1).» En otro pasage espresa con mas claridad sus ideas con las palabras siguientes; «Febrís est iunati ea- »lor et declinado ad statum qui prarter naturam «sit, pulsibus quoque vehementioribus ac cre- «brioríbus redditís (véase passim Definit. med. De différent. febrium., vol. VII, edent. Kulm; Leipsick, 1824). Esta última cita que sacó Bor- sieri de una obra atribuida á Galeno, y que nos- otros no hemos podido hallar, completa la defi- nición de la fiebre, y nos parece preferible á todas cuantas después se han propuesto, sin que por eso queramos decir que sea perfecta. La definición de Galeno, acompañada de los escelentes comentarios de aquel autor, dá una idea bastante esacta de la fiebre, en términos que tal vez no se encuentre nada mejor en bs obras modernas, asi con respecto á la esactitud, como á la fidelidad con que en ella se retrata la naturaleza. «Fernelio, que hace muchas objecciones su- tiles é infundadas á la definición de Galeno, cree también que la esencia de la fiebre e's un calor preternatural desarrollado en el corazón, quo procedente de este órgano, se difunde por medio de los espíritus y de la sangre en todas las arterias y venas del cuerpo: «Febrís est ca- «lor extraneus accensus in corde et procedens «ab eo, mediantibus spiritu et sanguiue per ar- «terias et venas in totum corpus (Canon, lib. IV, «tract. I, cap. I).» Senerto cree con Fernelio, que hay una especie de combate entre el calor natural y el no natural. «Examinemos otras definiciones, fundadas también en teorías humorales y neumáticas. Willis considera la fiebre como un movimiento desarreglado de la sangre, y una efervescencia escesiva do este líquido', acompañada de calor, sed y otras perturbaciones de la economía. Se- gún Bellini, la fiebre es una alteración de la sangre , que se efectúa ya sobre el movimiento, ya sobre la cantidad, ya sobre las cualidades de este fluido, alterando una ó muchas de sus con- diciones fisiológicas (de febribus). «Sideuham no ve en la fiebre sino un mo- vimiento saludable, impreso á la sangre por la naturaleza, cuyos esfuerzos se dirigen esclusi- vamente á desembarazar á este líquido de las materias morbíficas que lo alteran , y á devol- verle su pureza primitiva. En esta definición se comprende la causa final y la esencia de la fiebre. En iguales términos se hallan con corta diferencia formuladas todas las demás definicio- nes de la escuela vitalista; Stalh, por ejemplo, considera á la fiebre y á todos los fenómenos que la caracterizan como una operación de la naturaleza destinada á un fin saludable , pro- porcionando por medio de los órganos la es- pulsion de las materias nocivas. «Boerhaave la define: un aumento de ve- locidad en el pulso: Quidquid de febre novit medicus, id vero omne velocitate pulsuum sola cognoscítur» (aph. 571). Y en efecto , este es uno de los fenómenos mas constantes de la fie- bre;.aunque mas adelante demostraremos, que no puede reputarse con exactitud como el úni- co carácter esencial del movimiento febril. «La idea que puede formarse de la fiebre, dice Cullen , es que consiste en un espasmo de la estremidad de los vasos capilares producido por una causa cualquiera que irrita el corazón y las arterias; irritación que no cesa hasta que disminuye ó se disipa el espasmo.» (Elements de medecine pratique, t. I, p. 93, en 8.° Pa- rís , 1819). La misma opinión sigue Nietzki, según el cual la fiebre es un espasmo de la pe- riferia , acompañado de un pulso vivo y fre- cuente. (Pathologie universelle, pág. 74. Lau- sana, 1784,1. «Estas definiciones se hallan concebidas po- co mas ó menos con arreglo al espíritu del sis- tema uervioso-mecánico, que predomina en lo- FIEBRE EN GENERAL. 239 dos los escritos de Federico HoiTmann. En sen- tir de este médico «la fiebre es una afección espasmódica de todo el sistema vascular y ner- vioso, acompañada de perturbación en las fun- ciones, y producida poruña causa irritante, que escita una viva contracción en las partes ner- viosas ; de manera que los fenómenos se suce- den en el orden siguiente. Al principio son re- chazados los fluidos vitales desde el esterior hacia las partes internas, como el corazón y los vasos gruesos. A este primer movimiento sigue otro enteramente inverso: el corazón^ y los grandes vasos se esfuerzan por arrojar es- te fluido al esterior á través de los capilares contraidos, basta que cesando el espasmo, se establecen otra vez las escreciones , y se disi- pa la fiebre. (Opera omnia , t. I, De febrium natura in genere, p. 11 en fól.; Genova, 1761; véase también Disserl. de vera motuum febri- lium índole ac sede.) «Sauvages cree que la fiebre es la sucesión del frió y del calor, con debilidad de los miem- bros , aumento de fuerza , y en muchos casos frecuencia de pulso. (Xosol. meth., 2.a clase, febres). Según Tod, es una irritación del siste- ma nervioso, que toma su origen en la sustan- cia cerebral, y que se propaga después á todas las partes del cuerpo. (Specim. inaug. De du- plici febrium índole; Hafniae, 1769, p. 19.) Selle la define de la manera siguiente: «Mor- bus ciim frigore , aestu et pulsu naturali, nunc frequentiori, nunc tardiori vario gradu atque temporestipatus.» (Pyrethologia metódica ru- dimento , p. 91; Berlín , 1789.) Vogel la con- sidera corno un incremento del calor natural con sequedad de la boca y abatimiento general. {Nosol. definit. gener. morb. , 1.a clase.) «Borsieri, que analizó en su obra con estre- mada sagacidad todas las definiciones que han dado sucesivamente los autores, se llegó á con- vencer deque era imposible encontrar una que llenase cumplidamente su objeto. Asi es que se limita á presentar los caracteres generales de este estado patológico en las palabras siguien- tes.» La fiebre es una enfermedad de todo el cuerpo, que interesa todas las funciones, y se presenta de un modo ya agudo, ya crónico, ya continuo, ya intermitente, y reproduciéndose en épocas periódicas, siendo determinada por las cosas no naturales, y acompañada por lo re- gular de disminución de fuerza, y modificación de la temperatura normal. Puede, cuando es primitiva , juzgarse por escreciones críticas, y terminar felizmente.» (Instit. med.prat. loe. cit., p. 103.) «Reil define la fiebre , diciendo que es una exaltación de la irritabilidad , asociada con el estado natural , ó con la disminución del poder de obrar. Stoll la llama «una afección de la vi- da que se esfuerza en alejar la muerte.» (Med. prat., trad. de Manon, t. IV, p. 2.) Otras mu- chas definiciones pudiéramos citar, que no satis- farían masque las precedentes á nuestros lec- tores, y que solo servirían para fatigar su aten- ción; fuera de que ya volveremos á tratar de es- ta materia, al discutir las doctrinas que han emitido sucesivamente los autores, tanto anti- guos como modernos, sobre la naturaleza de la fiebre. «Obligados á dar una definición de la pala- bra fiebre, y persuadidos de que es imposible formular una que tenga la exactitud necesaria para comprender todos los fenómenos, pero na- da mas que los fenómenos propios del estado morboso que se propone designar, preferirnos sustituir á ella una simple indicación de los principales síntomas que la constituyen. Por lo tanto diremos que «da fiebre es un estado mor- boso, constituido por la perturbación de mu- chas funciones, y con especialidad por una mo- dificación de la temperatura normal del cuer- po, que está regularmente aumentada, y por la. aceleración del pulso. «Decimos que la fiebre es un estado morbo- so, para distinguirla de los demás estados det organismo, en que hay aceleración del pulso, aumento de temperatura, y perturbación de muchas funciones. Efectivamente , la marcha precipitada, la ingestión de alimentos y bebi- das estimulantes, las emociones morales, el calor y el sueño producen un estado interme- dio entre la salud y la enfermedad, que sin em- bargo no es fiebre. Los patólogos están de acuerdo en considerar este estado como una simple perturbación de las funciones , que no debe confundirse con dicha enfermedad. «Añadirnos que se baila constituida por una modificación de la temperatura del cuerpo, y por la aceleración del pulso. En efecto, cuan- do examinemos uno por uno todos los sínto- mas que caracterizan el estado febril, veremos que los fenómenos que acompañan mas fre- cuentemente á la fiebre son, el escalofrío, el ca- lor y la frecuencia de las pulsaciones arteria- les; y aun nos atreveríamos á decir que solo se halla caracterizada por el aumento constante de temperatura, si ciertos esperimentos, de que hablaremos mas adelante, se hubiesen repetido en mayor escala. »Incluiremos también entre los caracteres de la fiebre la perturbación de muchas funciones, porque es raro que exista esta enfermedad sin que ademas de la alteración de las funciones caloríferas y circulatorias, no se perturben tam- bién otras , y particularmente la sensibilidad y motilidad. Asilo comprueban la debilidad, la languidez de las fuerzas musculares, los dolo- res contusivos, la cefalalgia , la fatiga y otros síntomas generales, que se presentan tan fre- cuentemente en estos casos. »Para que haya fiebre, es necesario también que los dos fenómenos que la caracterizan, aceleración del pulso, y modificación de la temperatura normal, tengan cierta duración, pues de otro modo se referirían al estado febril las condiciones fisiológicas pasageras, en que suele hallarse la economía, cuando la tempera- tura y el pulso sufren alguna modificación, que 240 FIEBRE EN desaparece con la causa que la ha producido. Las fiebres efémeras de que hablaremos á su tiempo, tienen muy poca duración generalmen- te, y sin embargo creemos que no pueden con- fundirse con el estado en cierto modo fisiológi- co de que hablamos. «Descripción general de la fierre.—La fiebre, corno todas las demás enfermedades, está caracterizada por un conjunto de síntomas que facilitan su diagnóstico en el mayor núme- ro de casos ; pero cuya duración é intensidad varían, según los individuos , el asiento, la na- turaleza y la época en que se observa la enfer- medad. Efectivamente , ora son tan ligeras que apenas se apartan del estado fisiológico; ora, aunque muy pronunciados , no son una se- ñal segura de la fiebre , y dependen de una perturbación funcional, que los autores se nie- gan á considerar como estado morboso ; ora en fin son enteramente estraños á la fiebre, y de- penden de otros estados patológicos. Para no esponerse , pues, á incurrir en error acerca de ciertas afecciones, cuya naturaleza febril es du- dosa , deben tomarse en consideración el con- junto de los síntomas , y no atribuir á uno solo un valor semeyótico esclusivo ; porque, como mas adelante veremos, ni el calor, ni la fre- cuencia del pulso, que algunos han mirado co- mo signos positivos de fiebre, pueden servir es- clusivamente para caracterizarla. Sobre todo, al principio de las enfermedades, es cuando se en- cuentran las mayores dificultades, como lo ob- serva el padre de la medicina en el siguiente pasage : «no pasa el organismo de la salud á la enfermedad por una transición rápida, sino por grados casi imperceptibles, que al observador mas atento cuesta trabajo distinguir: «non de- repente morbi homínibus accedunt sed paulatim colecti, acervatim apparent.» La distancia que separa las primeras perturbaciones del organis- mo de las que resultan de un estado morboso incipiente, es las mas veces demasiado peque- ña , para que pueda distinguirse con exactitud. Sin embargo, se puede decir de una manera general que los síntomas mas marcados son los que resultan de la perturbación que sufren la calorificación y la circulación : «in omni febre á causis internis orta, horripilatio , pulsus velox, calor, vario febrís tempore, vario grado ad- sunt.» (Boerhaave aph, p. 563.) Este aforismo de Boerhaave es sumamente exacto, tomado en general, pues tal vez no hay una sola enferme- dad febril, en cuyo curso no se observen dichos síntomas, aunque en grados y en tiempos va- riables. «Para dar Cullen una idea exacta á sus lectores de la-diebre y de los síntomas que le son propios, principia su estudio por la des- cripción de un paroxismo ó acceso de fiebre intermitente. En efecto, se encuentran en es- te periodo todos los fenómenos de la fiebre, con la diferencia de que son mas intensos, tienen mayor duración y afectan una regula- ridad que no se observa en el estado febril. general. Vamos á seguir el ejemplo dado por Cullen, y á presentar el conjunto de síntomas que cons- tituyen la fiebre. «Siempre que hay ocasión de observar á un enfermo atacado de fiebre intermitente, desde el principio de su acceso , se distinguen los fenómenos siguientes: debilidad; desazón general; cefalalgia; ineptitud al movimiento; palidez de la cara y de las estremidades; es- calofríos erráticos ó parciales; frió intenso; temblor (horripilatio); pulso pequeño, fre- cuente, irregular; respiración con los mismos caracteres; sed; anorexia; á veces náuseas y vómitos (estadio del frió). Muy luego al enfriamiento , cuya verda- dera naturaleza trataremos de apreciar mas adelante, suceden llamaradas de calor: la piel se colora, se inyecta y se aumenta al parecer su temperatura, permaneciendo, sin embargo, cálida y seca; el movimiento de retracción que se habia manifestado en los tejidos, y que pa- recía haber disminuido el volumen de las par- tes, es reemplazado por una turgencia y un movimiento inverso; el pulso se hace mas re- gular , duro y lleno; la respiración es acelerada* y mas libre (estadio del calor). «Finalmente, se esparce por toda la su- perficie del cuerpo un ligero mador, que se convierte á poco en un sudor abundante, el cual se disipa lentamente, recobrando la piel su temperatura natural. Disminuyese al mis- mo tiempo la frecuencia del pulso, y vuelven á su estado normal las demás funciones (esta- dio del sudor). «Este cuadro, que comprende los principa- les síntomas de la fiebre intermitente simple, representa fiel y exactamente lo que sucede en toda enfermedad acompañada de fiebre, y da una idea precisa de lo que se llama estado fe- bril. Cualquiera que presencie las diversas fa- ses de una calentura intermitente enteramen- te simple, aunque nunca haya observado el estado febril, lo reconocerá fácilmente en to- das las circunstancias en que puede presen- tarse. En efecto, los fenómenos morbosos que se notan en la fiebre intermitente son propios de la misma fiebre, puesto que constituyen por sí solos toda la enfermedad, sin que se les agregue ningún fenómeno estraño. Asi es que no falta fundamento á Cullen para colocar al frente de la historia de las fiebres la descrip- ción de un acceso febril. Siguiendo este méto- do demuestra al lector al mismo tiempo, que en la fiebre hay síntomas que corresponden propiamente al estado febril, y otros que lo acompañan, pero que le son estraños. Importa mucho en la práctica saberlos distinguir unos de otras. «En las enfermedades febriles se encuen- tran frecuentemente los síntomas que acaba- mos de indicar, y aun suelen reproducirse muchas veces en el mismo orden en que las fie- bres de acceso. Asi es que en la tisis tubercu- losa, en las afecciones orgánicas y en una -í» FIEBRE EN GENERAL. 2'll multitud de fiebres sintomáticas, se ven apa- recer en distintas épocas del dia el escalofrió, el calor, y el sudor de una fiebre intermiten- te, sin más diferencia que la de ser mas cor- tos los estadios, y á veces tan ligeros que ape- nas los percibe el enfermo. «Aunque los caracteres esenciales de una enfermedad deben deducirse del conjunto de sus síntomas , hay sin embargo casos, en que basta uno solo para caracterizarla. Pero no sucede esto en la fiebre; y por consiguiente es muy importante determinar el valor de ca- da uno de los fenómenos, y estudiar separa- damente: 1.° los que se hallan siempre en to- da especie de fiebres, según la espresion de Stoll (méd. prat.): 2.° los que son menos cons- tantes : 3.° los que son enteramente estraños al estado febril. «Los tres fenómenos mas característicos de la fiebre son: 1.° el frío : 2.° el calor: 3.° la frecuencia del pulso: «Tria illa phaenomena, horripilatio, pulsus velox, et calor in omni febre,ab internis causis orta, semper adsunt» (Van Swieten, comment. in aph.; 570). «SlNTOMAS ESENCIALES DEL ESTADO FE- BRIL.—A. Modificación de la temperatura nor- mal.—De todos los fenómenos quese presen- tan en el estado febril, el mas constante y el que á nuestro entender debe ocupar el primer- lugar, es la modificación que sufre la tempe- ratura normal del cuerpo, la cual rara vez de- ja de alterarse, ya desde el principio, ya du- rante el curso de una afección febril. Todos los cambios que sobrevienen en la calorifica- ción pueden referirse á tres estados diferen- tes : 1.° la disminución: 2.° la elevación: 3.° la conservación de la temperatura. «Para no esponernos á errores, como los que se han cometido en estos últimos tiempos, y se hallan reproducidos en casi todas las obras modernas, debemos establecer desde el principio una gran diferencia entre la tempe- ratura real y las sensaciones percibidas y acu- sadas por los enfermos. La primera es la úni- ca que se comprueba por medio del termó- metro aplicado debajo de la axila. Las demás modificaciones de la temperatura, no tienen otra medida que las sensaciones del enfermo, •ó las del médico, que aplicando su mano á la superficie del cuerpo, cree poder determinar de este modo las variaciones que esperimen- ta el calor. Fácil es comprender á cuantos er- rores se espone el que se contenta con las in- dicaciones vagas é inciertas que proporción i la mano, considerada como instrumento calo- rimétrico. Asi es que Gavarret, en una me- moria publicada sobre esta materia, insiste con razón, sobre la necesidad de recurrir al uso del termómetro para comprobar la tem- peratura de los enfermos (Reeherches sur la temperature du corps humain dans la fie-vre intermitiente; en el diario YExperience, nú- mero 106, p. 22, 1839). Todos los observa- dores algo escrupulosos habían señalado ya TOMO VII. mucho tiempo hacia las ventajas que se pue- den sacar de este método de esploracion, y Dehaen se habia servido de él para determi- nar la temperatura de muchos individuos ata- cados de fiebre (Ratio medendi: de supputan- do calore corporis humani, cap. X, p. 192, t. I, en l2.ot paríSí 17(U) Borsieri (Instit. méd. prat., t. I, p. 77; Venecia 1817), Gri- maud (Cours des fieore*, t. I, p. 49, Mont- pellier, 1791), Stoll y otras autores hablan de esperimentos análogos eií diferentes parages de sus escritos. Bouillaud fué el primero que introdujo en las clínicas este género particu- lar de investigación desde el ano de 1836. Por consiguiente, no puede ya decirse con el au- tor de un artículo inserto en el Diclionaire de medecine (cualeur, 2.a edit.), que el termó- metro solo sirve para dar una idea imperfecta de la elevación del calor, siendo enteramente inútil para el que trata de apreciar las demás modificaciones que presenta»: digamos, por el contrario, que este instrumento es el úni- co que puede suministrar datos precisos so- bre la temperatura en las enfermedades, y que se habrían evitado muchos errores con haber hecho de*él un uso mas frecuente. »Enfriamiento.—El escalofrío marca casi siempre la invasión de la fiebre, y suele rea- parecer muchas veces en su curso, ya afecte la enfermedad una marcha continua, ya se re- produzca bajo una forma francamente inter- mitente, ó ya ofrezca el tipo remitente. Hay en el frió de la fiebre muchos grados que los patólogos han distinguido cuidadosamente: ora consiste en una simple sensación, que no va acompañada de ningún otro fenómeno (fri- gus), ora se enfria aparentemente la piel, pa- lidece y se contrae hasta el punto de dis- tinguirse la prominencia que forman en su su- perficie los bulbos de los pelos (horripilatio, horror); finalmente, cuando llega á su último grado, se contraen espasmódicamente los mús- culos, y hay verdaderas convulsiones, que afec- tan ya algunos en particular, como los de las mandíbulas (castañeteo de dientes), ya todas las partes del aparato locomotor (rigor). Yol- veremos á hablar de-estos síntomas al tratar de las fiebres, donde se observan de un modo mas señalado. Bástenos por ahora dejar es- tablecido un hecho, y es, que estos^ síntomas pertenecen igualmente á todas las enferme- dades febriles. «Suele ser el escalofrió tan ligero que ape- nas lo sienten los enfermos; y aun algunos se empeñan en sostener que no lo han advertido. S'íría muy importante averiguar á la cabecera misma del enfermo la frecuencia del frió en la invasión ó durante el curso de las afecciones febriles, para establecer con datos estadísti- cos en cuántos casos existe y en cuántos deja de presentarse. Respecto de esto puede decir- se, que en las enfermedades febriles agudas se presenta casi constantemente, y asi es que ra- ra vez falta en la neumonía, en la pleuresía 16 2-2 FIEBRE EN GENERAL. en el reumatismo, en las inflamaciones, en las fiebres eruptivas, etc. Limitándonos á citar una prueba sacada de una memoria publicada recientemente sobre la neumonía por Briquet, vemos que esta afección principió por el esca- lofrió en siete octavas partes de casos (Bri- quet, Remarques generales sur les cas de pleu- ro-neumonie observes á Vhópital Cochin du- rant les annees 1836, 37, 38 y 39; Arch. gener. de med., p. 41, t. IX, 18'»0). Boerha- ve dijo: «Frigoris ille sensus observatur sem- «per adesse in omni febre quae á causis inter- «nis oritur.» (Comment., t. II, página 6, Pa- rís, 1771.) «El síntoma que estudiamos es muy pro- nunciado en las fiebres intermitentes, y cons- tituye uno de sus mejores signos. A veces se siente en todo el cuerpo una sensación de frió y calor, como en las fiebres que Galeno lla- ma epialas; en las álgidas se halla constituido el acceso casi enteramente por el frió. Por el contrario, hay un gran número de enferme- dades en que el escalofrió es pasagero, y no dura mas que algunos minutos, ó se disipa con la misma rapidez que las demás sensacio- nes morbosas que lo acompañan. Es necesa- rio que el médico esté advertido de todas es- tas variaciones que pueden presentarse, para que sepa distinguirlas, aunque solo tengan una ligera intensidad. «Galeno cree que el frío que acompaña á la invasión de la mayor parte de las fiebres es una dependencia de esta enfermedad: nos- otros lo consideramos también como uno de los caracteres esenciales del estado febril, y de los que mejor sirven para demostrar su existencia. Nuestra opinión, aunque en la apa- riencia diferente de la que sostienen los pató- logos que miran como único signo de la fie- bre la elevación de la temperatura, no es de ninguna manera opuesta á la misma; antes al contrario se apoya en esperimentos antiguos, repetidos con mas éxito en estos últimos tiem- pos , que prueban que aun durante el frió es mas elevada la temperatura que en el estado normal. Se ha creido durante muchos siglos que se disminuía el calor del cuerpo cuando sobrevenía un escalofrío mas ó menos prolon- gado ; error de que participan casi todos los médicos antiguos, y que todavía se halla bas- tante generalizado. Esto depende por una par- te , de que los médicos se han referido siempre á las sensaciones del enfermo, y por otra de que era tan fuerte su convicción en este pun- to , que reputaron inútil el uso del termóme- tro. Dehaen tiene el mérito de haber sido uno de los primeros que determinaron el calor fe- bril por medio de este instrumento, habiendo hallado en un individuo de fiebre hemitritea, complicada con accesos intermitentes, una ele- vación de temperatura de cuatro á cinco gra- dos del termómetro de Fahrenheit. Esta ele- vación se manifestaba durante el estadio del frió, que era muy violento, y continuaba del. mismo modo durante el periodo del calor. En los paroxismos siguientes principió á dismi- nuir el frió, sin que bajara por eso.la tempe- ratura del cuerpo. Esta observación fue hecha con el mayor cuidado por Dehaen, quien apli- caba el termómetro debajo de la axila, usando de precauciones que probaban su esperiencia en esta clase de esploracion (Ratio medendi, t. I, p. 196 y 201; Paris, 1791). Sin embargo, todavía permaneció indeciso, como lo demues- tra el pasage siguiente: «Temporefrigoris ho- «mini intolerabilis, cum pulsu contractiore, «minore, thermometrum signat octo gradus ul- «tra calorem naturalem: praíterea tempore «qúo intolerabiles ardores homo conqueritur, «quo pulsus magnus acceler est, thermome- «trum habet eundem caloris gradum. Hoc phe- «nomenon qui legibus physicis bene ex at- «tritu explicuerit, erit mihi magnus Apollo.» (Loe. cit., p. 205). Lo que convenia era decir, sin cuidarse de la esplicacíon, que durante el frío de la fiebre la temperatura es igual, por lo menos , á la que tiene el cuerpo en el estado normal, y aun muchas veces mayor. Pero es- ta conclusión tan sencilla y verdadera, era de tal modo contraria á las ideas generalmente recibidas, que ha sido considerada como falsa hasta estos últimos tiempos. He aquí como se esplica Borsieri acerca de este punto: «Se han «esforzado algunos autores modernos en pro- «bar por medio del termómetro, que hay au- gmento real de calórico al principio de los ac- «cesos de fiebre que se anuncian por el frió, «y aun en el mismo instante en que los enter- amos sienten un enfriamiento notable.» En seguida espone el médico italiano los casos en que se ha podido observar este hecho, y enga- ñarse acerca de su verdadera significación. Afirma que siempre que ha aplicado el termó- metro al cuerpo en el momento del frió, lo ha visto indicar una diminución de temperatura, y cita en apoyo de su dicho el testimonio de los numerosos discípulos, que presenciaron muchas veces este esperímento (Instit. medie. pract., Venet. 1817). »Las investigaciones hechas por Gavarret prueban, que el frió intenso que sienten los en- fermos en el primer estadio de las fiebres in- termitentes, no es mas que un efecto de la perversión de la sensibilidad general. Si se examina la temperatura de los individuos que se hallan en este caso, se encuentra que, cuan- do el enfermo durante el primer periodo se halla cubierto de mantas, y se queja de un frío muy víyo , ofrece su piel una temperatura de tres ó cuatro grados centígrados sobre el estado normal. En el periodo de calor no se eleva el termómetro mas que uno ó dos gra- dos sobre la temperatura anterior. Cuando en los dias de apirexia está la temperatura á 36 grados centígrados, sube á 40 ó 42 durante el calor. Este incremento de la temperatura nor- mal se observa también en el frió errático de la fiebre tifoidea. Falta averiguar si sucede lo FIEBRE EN GENERAL. 243 mismo en los escalofríos de invasión de la neu- monía , de la pleuresía, de la tisis, y en las fiebres álgida y perniciosa (Reeherches sur la temperature du corps humain dans la fievre in- termitiente; en VExperience,n. 26,1839). Hay también otra sensación de frió, que sienten los hipocondríacos y los individuos nerviosos, y que no va acompañada de una disminución real de temperatura: es este un fenómeno pu- ramente nervioso, y que debe distinguirse cui- dadosamente del frió real, pues como dijo ha- ce mucho tiempo Borsieri: «ñeque oranis hor- «ripilatio semper á febre proficiscitur. Id no- «runt vel ipse mulierculse hystericai, quas fre- «quens sine febre horripilatio spastica corri- «pít» (Obr. cit., p. 83). «En vista de lo que precede, debe admitirse por ahora como un hecho apoyado en esperi- mentos dignos de fé el aumento de la tempe- ratura durante el frió de la fiebre; únicamen- te es necesario establecer, que los grados de este frío son variables como todos los sínto- mas morbosos. A veces depende la sensación del frió de la naturaleza de la fiebre, reprodu- ciéndose con la misma forma en todos los in- dividuos (fiebre intermitente); pero lo mas común es que varié bajo estos diferentes as- pectos ; lo cual se esplica hasta cierto punto por la diferencia de la actividad funcional, se- gún las varias condiciones individuales. «Falta ahora saber si el frió es un sínto- ma constante de la fiebre, y que por consi- guiente pueda servir para caracterizarla. Mu- cho nos inclinamos á creerlo; pero se necesi- taría , para que esta opinión fuese indudable, que estuviese apoyada en mayor número de hechos. De todos modos aconsejamos al prác- tico, que no se atenga solo á este signo para declarar gue hay fiebre, sino que examine con cuidado los demás síntomas enunciados en nuestra definición, que es el único medio de no incurrir en error: «Nunquam quisque fe- »bris prasentiam in dubium vocavit, si homi- «nem á symptomatibus modo recensitis vidit »correptum» (Selle, Rudim. piretol. melhod., p. 89; Berlín, 1789). »Calor febril.—Es un fenómeno tan co- mún en la fiebre el aumento de temperatura, que en todos tiempos le han considerado los médicos como una de sus señales mas seguras. Mas para apreciar rigurosamente sus diferen- tes grados de elevación, es indispensable el uso del termómetro. Por medio de este instru- mento se vé, que el calor del cuerpo humano puede elevarse de uno á cinco grados sobre la temperatura normal (36 cent.); y que esta tem- peratura, unas veces es igual á la que se com- prueba durante el frió, y otras la escede uno ó dos grados. En ciertos casos parece hallarse el calor febril difundido con igualdad por todo el cuerpo, y en otros limitado á algunas de sus par- tes (fiebre tópica); pero en ambas circunstan- cias demuestra el termómetro una distribución igual del calórico, y casi siempre una eleva- ción de temperatura. El calor febril va acom- pañado ademas de otros fenómenos: á veces presenta la piel cierto grado de humedad, al mismo tiempo que está caliéntelo fria. Las espresiones de piel ardiente ,. húmeda, seca ó fria están destinadas á espresar estas modifi- caciones, que pueden engañar al médico, si fiado únicamente en sus sensaciones, descuida verificar su exactitud por medio del termó- metro. «Suelen presentarse casos de fiebre sin au- mento en la temperatura de la piel; pero con- vendría, para disipar toda duda sobre este pun- to esencial de piretologia, hacer nuevos espe- rimentos calorimétricos, é investigar si hay au- mento de temperatura, siempre que está ace- lerado el pulso y existen los demás síntomas generales de la fiebre, como nos hallamos muy inclinados á creerlo. Ademas, aun suponien- do que el termómetro no indicase las mas pe- queñas alteraciones de la temperatura, depen- dería esto de que el instrumento no es toda- vía bastante sensible para señalar tan Ugeras diferencias. «El calor febril es muchas veces fugaz y dura solo algunos instantes; por lo regular reemplaza al frió que se manifiesta desde el principio. Una vez establecido en el febrici- tante , puede cesar para recobrar nueva acti- vidad , sin ir precedido de escalofrío. Regular- mente se reproduce por intervalos regulares (fiebre intermitente), ó reaparece con mas in- tensidad en ciertas épocas del dia (fiebre conti- nua , exacerbante , remitente). El patólogo que quiera fijar su opinión acerca de la natu- raleza del calor morboso de los enfermos, debe tener en cuenta todas estas particularidades, y no olvidar que la presencia del sudor y del frío son signos de mucha importancia, y que permiten las mas veces establecer la existen- cia de la fiebre. «No siempre es la elevación de tempera- tura un indicio cierto del estado febril. Hay muchas causas que pueden desarrollarla, sin que por eso haya enfermedad, pues como di- jo Celso: «altera res est, cui credimus, calor, «aeque falax. Nam hic quoque excitatur oestu, «labore , somno , metu , sollicitudine». (De medicina, lib. III, cap. VI). Sin embargo, no por eso deja este médico de dar un gran va- lor á este signo: «Ac protinus quidem scire, «non febricitare eum cujus vena? naturaliter «ordinatae suut, teporque talis est cualis esse «sanis solet». Los enfermos se quejan frecuen- temente de un calor, que no puede marcar el termómetro, porque resulta de una simple per- versión de la sensibilidad. «Vemos por lo que antecede que la calori- ficación es la primera función que se perturba luego que se presenta la fiebre. Enlazada esta función con el principio vital, indica las mas pequeñas perturbaciones que sobrevienen en la salud : asi pues .debe el médico fijar sobre 1 ella su atención , procurando asegurarse, por 244 FIEBKE EN GENERAL. medio del termómetro, de si hay en efecto au- mento de temperatura en el frió febril. Hemos observado muchas veces este fenómeno en la clínica de Andral en tifoideos cuya piel estaba cubierta de un sudor frió y viscoso. En dos ca- sos semejantes , que en la actualidad tenemos á la vista , marca el termómetro centígrado de 39^ á 40°. También podrá convencerse el médico, por medid de un estudio detenido, de que esta elevación de temperatura es muy no- table en el calor que remplaza al frió ó al es- calofrió errático de la fiebre ; y que en otros casos no escede entonces la temperatura del grado que presentaba durante el frió , ni aun del que tenia en su estado normal; por último, deberá recordar que las modificaciones que es- perimenta la temperatura, se asocian con otros síntomas, resultando de aqui diferencias bas- tante dignas de atención , á las cuales daban quizá los antiguos una importancia exagerada. Asi es , que en la epiala de Hipócrates esperi- menta el enfermo urt frío muy vivo , acompa- ñado de calor intenso. En la fiebre leipiria se presenta frió á lo esterior, mientras que los enfermos se sienten devorados de un calor in- terno. Lo que antes hemos dicho sobre la ne- cesidad del uso del termómetro, nos escusa de criticar ahora todas esas distinciones inútiles, fundadas sobre simples sensaciones. Otras ve- ces es remplazado el calor por un frió repen- tino (fiebre fricodcs), ó por sudores abundan- tes (fiebre helodes); en otros enfermos acom- paña al calor un estupor muy marcado (fiebre tifoidea). No acabaríamos nunca, si adoptando este método hubiésemos de establecer una de- nominación diferente para cada variación que se observa, ya en la temperatura , ya en los demás síntomas de la fiebre. Los antiguos abu- saron mucho de estas distinciones. B. »Perturbaciones de la circulación. — Colocamos inmediatamente después de las per- turbaciones que sufre la calorificación, las que se manifiestan en el aparato circulatorio, por- qué se presentan en todos los estados febriles, aunque en diferentes grados. No es esta ocasión de examinar si Hipócrates ignoraba ó no los signos que suministra el examen del pulso , y nos inclinamos á creer con Wan-Swieten, que conocía bien el partido que podia sacarse de este estudio (Véanse en los aforismos las prue- bas en favor de esta opinión , t. II, pág. 15). Pero desde el tiempo de Galeno es cuando ad- quirió mas importancia la esploracion del pul- so , y cuando los autores que han escrito so- bre la fiebre se dedicaron á distinguir sus me- nores variaciones. Silvio, de la Boe y Boerhaa- ve miran la frecuencia de las pulsaciones de la artería como un carácter esencial de la fiebre, y la mayor parte de los médicos incluyen este signo en su definición, y aun hacen consistir la naturaleza de la fiebre en la perturbación de la circulación. Prescindiendo de Silvio, que habia adoptado el sistema-de Borellí, aunque era partidario de las doctrinas químicas, Bian- chi y Sauvages colocaban el signo distintivo de la fiebre en la fuerza aumentada del pulso; Stoll en la irritabilidad aumentada del corazón y de las arterias, á consecuencia de un estí- mulo (aphoris. VII , De cognoscen. et curan. morb.): Bordeu , en una distribución desigual de las fuerzas, con la que ciertos órganos , y sobre todo el corazón , esperimentan una ac- ción viva y tumultuosa. «La fiebre, dice Prost, es una alteración de la circulación arterial, causada por la escitacion directa ó simpática del sistema de sangre roja.» (De la medecine eclairée par Vobservation et Vouverture des corps, p. 22, t. I, en 8.°, 1804). No reprodu- ciremos acerca del pulso las observaciones que ya hemos hecho al hablar de los demás sínto- mas de la fiebre , y nos contentaremos con es- poner en pocas palabras las particularidades mas dignas de ser conocidas. »Para formar una idea esacta del estado del pulso, y evitar los errores en que se suele caer con demasiada frecuencia, es preciso con- tar , por medio de un reloj de segundos , el número de pulsaciones arteriales ; este modo de esploracion no puede remplazarse por el há- bito , y se halla tan generalizado en la actuali- dad, que reputamos inútil detenernos á demos- trar sus ventajas, y á refutar las aserciones de los que se contentan con estudiar aproximati- vamente los fenómenos de que son testigos , ó prefieren á los instrumentos esactos de la física el testimonio falaz de los sentidos. »Para apreciar en su justo valor las varia- ciones del pulso , se necesita también conocer el número de latidos que presenta en las dife- rentes edades de la vida. En los recien nacidos se observan por término medio unos 87 por mi- nuto , según las investigaciones modernas de Valleix; aunque este autor cree qua solo de- be mirarse como pulso realmente acelerado el que ofrece por minuto 116 pulsaciones (Clin. des malad. des enfants nouveau-nés., pág. 19, en 8.°; París 1838). Estos resultados se alejan notablemente de los obtenidos por otros auto- res : Floyer fija el número de las pulsaciones del recien nacido en 134 ; Soemerríng en 130, y Haller en 140. Billard dice que el pulso del niño al nacer no presenta mas frecuencia que en el adulto , y que se observan en él grandes variaciones , aumentándose esta frecuencia á medida que crece el individuo. Valleix ha ob- servado, que á los siete meses es mas acelerado el pulso que algunos dias después del naci- miento , y que en seguida vá disminuyendo, hasta la edad de seis años; aserción que es en- teramente opuesta á la de Billard (Obra citada, pág. 237). Finalmente, Jacquemier ha inferido de sus propias investigaciones, que el término medio del pulso de los recien nacidos es 126, siendo el mínimum de 50 á 97 , y el máxi- mum 156 (De t'auscultación appliqueé au sys- teme vasculaire des femmts enceintes, des nou- velles acouchées, et du falus pendant la vie ute- rine etinmediatemenl apres la naissance , te- FIEBRE EN GENLRAL. 245 sis núm. 486; París, 1837). Resulta pues, que no siempre es fácil decir si el pulso está ace- lerado ó no en el recien nacido. Sin embargo, creemos con Valleix , que pueden considerarse como atacados de fiebre los niños, cuyo pulso escede de 116. Para fijar el verdadero valor de esta aceleración , seria preciso examinar las variaciones que producen en ,el pulso la hora del dia , de las comidas , la temperatura, el movimiento, etc.; pero estos pormenores cor- responden á la fisiología, y no deben ocupar- nos en este lugar. «Si en los niños varia el pulso entre 80 y 90 pulsaciones por minuto, en el adulto esta dife- rencia es de 60 á 70. Seguu Leuret y Mitivíé, que han hecho investigaciones recientes sobre este punto, lejos de retardarse el pulso en los viejos, como se creyó mucho tiempo, es por el contrario mas acelerado , siendo el término medio de sus latidos 73, mientras que solo es 65 en el adulto. Hay ademas un sin número de- variaciones fisiológicas , en que el pulso late 45 veces , y aun menos ; y es preciso es- tar advertido de estas diferencias, para no con- siderar como exento de fiebre á un individuo atacado de enfermedad aguda , cuyo pulso la- tiera solo 60 veces por minuto : «Nisi igítur «pulsus cujusvis hominis antea innotuerit ex «sola ejus frecuencia febrís certo discerní ne- «quit» (Borsieri, obr. cit., p. 82). Se han que- rido establecer ciertas reglas para estimar la frecuencia del pulso. Duplaníl pretende que se debe mirar como pulso frecuente el que late una tercera parte mas que en el estado sano, de modo que si es, por ejemplo , de 70 du- rante la salud , se elevará á 95 durante la fie- bre. No hay necesidad de observar que esta estimación no es muy esacta, y que basta mu- chas veces un número menor de pulsaciones para que haya fiebre. Ya es pulso frecuente el que escede en 20 pulsaciones al número de los latidos fisiológicos. «Distínguense en el pulso varias cualida- des : 1.° el ritmo; 2.° la fuerza; 3.° la veloci- dad de las pulsaciones. En la fiebre reside la alteración en una sola de estas condiciones , ó en todas á un tiempo. Desde la mas remota antigüedad, según unos , y desde Galeno, se- gún otros, se ha considerado la frecuencia del pulso como signo distintivo de la fiebre. Esta frecuencia se calcula rigorosamente por el nú- mero de pulsaciones del corazón ó de las ar- terias ; se presenta en todas las enfermedades febriles , y aparece desde muy temprano , al mismo tiempo que el trastorno de la calorifi- cación. El escalofrío ó el calor por una parte, y la aceleración del pulso por otra , marchan casi siempre simultáneamente, y en estos dos órdenes de síntomas se funda el práctico para declarar que hay fiebre. «La frecuencia del pulso no es la misma en todos los estados febriles, y diariamente se ob- servan diferencias muy notables bajo este as- pecto. En muchos casos apenas se notan al- gunas pulsaciones mas que en el estado ordi- nario ; en otros es doble ó triple su número, y á veces incalculable. La aceleración de los la- tidos de la arteria ó del corazón, se hallan bajo el imperio de la causa desconocida que produce la fiebre. Broussais la considera como resul- tado de una inflamación del corazón, primitiva ó simpática, que determina contracciones mas frecuentes de este órgano, y activa la circula- ción. Sin tratar de demostrar aqui la falsedad de esta opinión, diremos que en general se aprecia con bastante esactitud el grado de reac- ción, y la intensidad de la fiebre por el núme- ro de las pulsaciones. Se dice que es la fiebre fuerte ó débil , según que es mas ó menos fre- cuente el pulso, y mas ó menos intenso el calor . de la piel; sin embargo, no por eso debe creerse, que la frecuencia del pulso mida esactamente la violencia de la inflamación y de la irritación simpática , como pretende Boerhaave ; pues todos los dias vemos que la debilidad produce esta aceleración en los individuos debilitados por emisiones sanguíneas copiosas ó por- he- morragias , en los convalecientes y en las en- fermedades crónicas. Asi pues , la frecuencia del pulso no siempre puede suministrar datos esactos sobre este punto, puesto que se pre- senta en circunstancias patológicas enteramen- te opuestas. • «El aumento de las pulsaciones está subor- dinado también á infinidad de causas que no se pueden considerar como patogénicas: las afec- ciones del alma, el movimiento, la repleción, la acción del calor y del frió elevadasá cierto grado, y el sueño pueden producir la frecuencia del pul- so , sin que por eso haya fiebre. Pero si estas causas, como observa Boerhaave, obran con in- tensidad , ó se prolonga mucho su acción, la es- citacion febril , que no era mas que pasagera, persiste y constituye una verdadera fiebre. Eu efecto, bien sea que los síntomas tarden 24 ho- ras en recorrer sus diferentes fases , como su- cede en la fiebre efímera, ó bien que duren mas tiempo , siempre debe aplicarse el nombre de fiebre al estado morboso á que se refieren. Asi pues , diremos con Boerhaave que la fre- cuencia de las pulsaciones arteriales es uno de los mejores caracteres de la fiebre , y que se encuentra siempre que aquella existe , aunque en tiempos y en grados diferentes. «En la fiebre es el pulso por lo regular ace- lerado y frecuente, es decir, que el movimien- to de contracción de las paredes de la arteria es rápido y se reproduce por intervalos mas in- mediatos unos á otros. Según Boerhaave, esta velocidad del pulso es el signo patognomónico déla fiebre: «Quidquid de febre sic novit me- «dicus, id vero omne pulsuum sola velocitate «cognoscitur.» En efecto, es preciso conocer que con dificultad puede el práctico decidir que hay fiebre cuando falta la frecuencia del pulso. El pulso acelerado no siempre es frecuente; pe- ro estas dos cualidades del pulso se encuentran muchas veces reunidas. 246 FIEBRE EN GENERAL. «¿Hay algún estado febril en que se pre- senten los síntomas que comunmente se refie- ren á la fiebre , como escalofrío , calor y mal estar , sin que haya aceleración en el pul- so? Los autores responden á esta cuestión afir- mativamente; pero nosotros, persuadidos de que si no se fija la atención en signos precisos ca- paces de caracterizar el estado febril, no ha- brá medio de entenderse sobre loque se debe designar por la palabra fiebre, creemos que de- be colocarse la frecuencia del pulso en el mis- mo orden que las perturbaciones de la calorifi- cación bajo el aspecto de su valor semeiológico. «Se ha supuesto que el pulso , lejos de es- tar acelerado en todas las fiebres, se hallaba muchas veces retardado, y se han citado varios hechos en apoyo de esta opinión. Sydenham, Werlhof y Greding, lo han encontrado natural en la fiebre maligna pútrida ; Sarcone asegura que en la fiebre epidémica de Ñapóles daba de cuarenta á cincuenta pulsaciones por minuto, con cuyo motivo hace algunas observaciones críticas no desprovistas de exactitud : «cuando se lee la historia de las enfermedades de mal carácter, dice , se admira uno de que se hayan atrevido los médicos á considerar como sig- no constante de la fiebre la velocidad del pul- so , cuando hombres de una integridad y de un mérito distinguido han observado frecuente- mente, que, en vez de aumentarse la aceleración y frecuencia de las pulsaciones en estas enfer- medades hasta el grado á que llegan en las fiebres ardiente é inflamatoria , se diferencian por el contrario poco ó nada del estado natural; se hacen los latidos arteriales sumamente ra- ros y tardíos , ó se suprimen durante un espa- cio de tiempo bastante largo ; ó presentan por último un carácter mas ó menos intermiten- te.....en vista de esto ¿puede usarse la palabra fiebre como sinónimo de frecuencia ó altera- ción del pulso?» «También se encuentra el pulso retardado en las fiebres malignas, en el tifus y en las he- mitriteas. Haller cree que cuando tal se verifi- ca, depende de que no se han contado las pul- saciones con un reló de segundos, ó de que exis- tia alguna enfermedad del corazón ó de los gran- des vasos ( Phisiolog., t. II, lib. VI, sec. II, §. 15). En efecto, esta es una de las causas de error que no siempre se han podido evitar. Pero, aun suponiendo que las citadas observa- ciones hayan sido bien hechas, ¿probarían que no habia existido fiebre como nosotros la enten- demos en dichas enfermedades ? Lo contrarío acreditan los hechos que todos los dias p;san á nuestra vista. En efecto , si estudiamos una de esas pirexias que han sido objeto de tantas investigaciones, por ejemplo, la fiebre tifoidea, vemos que es constante la frecuencia del pul- so , aunque mas ó menos marcada en las dife- rentes formas y épocas de la enfermedad. En la forma mucosa ó primitivamente adinámica, cuando se presenta el colapsus al principio, sue- le adquirir el pulso una lentitud notable, al pa- so que muchas veces es casi natural en las fie- bres tifoideas ligeras ó poco desarrolladas. Pe- ro generalmente llega un momento en que se aceleran las pulsaciones, lo cual sucede al prin- cipio y á veces en el periodo de estado. Es pues necesario, antes de decir que en las fiebres permanece el pulso natural ó se retarda, haber observado la enfermedad en todas sus fases desde el principio hasta su completa resolución; porque puede suceder muy bien que la acele- ración del pulso haya tenido una duración muy corta. A la verdad, si para dar el nombre de Gebre á una enfermedad, se exije que perma- nezca el pulso frecuente durante todo su curso, disminuirá considerablemente el número de las afecciones febriles; ó, si se quiere fijar en uno ó dos septenarios ó en cualquiera otro periodo la duración de la aceleración del pulso, se for- mulará una regla que tendrá necesariamente muchas escepciones, pues no puede establecer- se nada positivo en este punto. Existe por cier- to notable diferencia respecto de la frecuencia del pulso entre el reumatismo articular agudo, la neumonía y la pleuresía, por una parte, y esas lesiones, por otea, que apenas tienen fuerza pa- ra escitar durante algunas horas la circulación. Últimamente, agreguemos á esto que no siem- pre está acelerado el pulso en enfermedades sumamente agudas, como la pleuresía, la neu- monía , etc., aunque estos casos son mucho mas raros de lo que generalmente se cree. ¿Pe- ro cuál es el signo patognomónico que no falta en algunos casos , sin que por eso deje de con- siderársele como la señal distiutiva de la enfer- medad ? Mas entonces, dirán algunos, habrá fiebres sin frecuencia de pulso ; puesto que los autores hablan de ciertas pirexias en que la fre- cuencia de pulso era la misma ó menor queen el estado natural. Nosotros preguntaremos cuá- les son los caracteres de la fiebre , y si se nos confiesa que la aceleración del pulso es uno de los mas importantes , estrañaremos que se lla- me fiebre á una enfermedad en que no existe semejante fenómeno. Aun cuando no haga mas que presentarse habitualmente ¿ por qué ha de conservarse este nombre al caso particular en que no hay aceleración del pulso ? y ademas ¿cuál es entonces la prueba de que la enferme- dad, á que se ha dado el nombre de fiebre, me- rece realmente esta denominación? También se han designado asi ciertos estados morbosos, tan diferentes unos de otros, que, no es estraño que no se hayan observado los mismos sínto- mas en su curso. Y precisamente para salir de este caos, es indispensable no dar el nombre de fiebre, sino á las enfermedades realmente febri- les, es decir , á aquellas cuyo síntoma mas co- mún es la frecuencia del pulso ; en una pala- bra , crear otras denominaciones para calificar algunos de esos estados patológicos, á que se ha dado el nombre de fiebre, sin saber por qué, pues ni aparecen en ellas como síntomas pre- dominantes los signos febriles, ni forman tam- poco su carácter distintivo; sino que por el FIEBRE EN GENERAL. 247 contrario se manifiestan otros, que les han vali- do una segunda calificación, como la de fiebre tifoidea (con estupor), fiebre adinámica ó atá- xica (es decir, movimiento febril con suma postración, ó con desorden ó irregularidad de las funciones). «En el estado febril simple nunca está modi- ficado el ritmo del pulso , sino que permanece regular, á no ser que haya alguna perturbación del sistema nervioso ó del centro circulatorio (pericarditis, endocarditis, etc.), lo cual cons- tituye entonces complicaciones estrañas á la fiebre. La debilidad y la fuerza, la pequenez y la amplitud del pulso presentan grandes va- riaciones , que pueden manifestarse en una multitud de fiebres; pero dependen en tal caso, ya de la naturaleza propia de la enfermedad, ya de las lesiones coexistentes. Importa no bus- car en estas cualidades del pulso los sín- tomas propios del estado febril , porque depen- den de un sin número de causas , y asi es que unas veces deben su oríjen á la considerable cantidad del líquido en circulación, y otras al influjo nervioso , y por consiguiente á todas las causas que pueden modificar una ú otra de estas condiciones en el curso de las enfermeda- des. Individuos hay en quienes sobreviene una hemorragia intestinal, y el pulso se pone pe- queño, débil y acelerado á causa de la pérdida de la sangre. En otras la compresión de los centros nerviosos por la sangre ó por la sero- sidad , la lesión de cualquiera de sus partes, ó por el contrario la viva escitacion que se des- arrolla en la pulpa nerviosa , etc., privan á la contractilidad de toda su energía , ó la aumen- tan mas de lo acostumbrado. En otros se pre- senta el pulso lento, tal vez desde el principio, porque el sistema nervioso se halla atacado de anestesia, ó porque ha sobrevenido algún der- rame en el cerebro. ¿Será necesario advertir que las condiciones individuales pueden cam- biar por sí solas el carácter del pulso respecto de su ritmo y frecuencia? Individuos hay cuyo pulso en el estado de salud dá 94 ó 100 pulsa- ciones por minuto. Petit-Radel cita el ejemplo de una mujer cuyo pulso era siempre intermi- tente en el estado de salud, y se regularizaba durante la fiebre, siendo el primer indicio del restablecimiento de la salud la renovación de la intermitencia (Pyretologie medícale, pági- na 82 , en 8.°, París 1812). «Si se examina el corazón durante la fiebre, ó mas bien durante el paroxismo de una fiebre intermitente , se verá que las pulsaciones son menos frecuentes y jnas sordas en el período del escalofrío y el frío, y se hacen mas frecuen- tes y ruidosas luego que se establece la reac- ción febril. Por medio de la auscultación se dis- tingue en las pulsaciones un ruido claro y muy perceptible, que coincide, ya con el primero, ya con el segundo tiempo. Lo mas común es hallar esta sonoridad en el primer ruido, y hacia la punta del corazón. Frecuentemente tiene el ruido un sonido á metal, que le ha valido el nombre de tañido metálico, que le han dado ciertos autores, porque parece en efecto que choca el corazón contra un vaso compuesto de un metal sonoro. Este ruidodepende,como he- mos dicho en otra parte, de la contracción enér- gica del corazón, y muchas veces del choque de este órgano contra el estómago dilatado por gases. El segundo ruido, producido por el sísto- le auricular, suele dar un sonido mas claro , ó conserva su timbre normal, mientras que cam- bia el primero , adquiriendo todos los caracte- res de aquel. «Las arterías voluminosas, comolacarótida, vibran con mas fuerza , y cuando se coloca so- bre su trayecto el estetóscopo para practicar la auscultación , se oye el choque que produce contra el instrumento la columna sanguínea; pero no se percibe ningún ruido anormal, »no ser que exista alguno de esos estados mor- bosos, cuyo síntoma es el ruido anormal de las arterias. «También es importante la esploracion de los vasos capilares, porque nos enseña si la sangre penetra con igualdad en todos los órde- nes de vasos, y nos revela las congestiones lo- cales ó generales , activase pasivas, y las he- morragias. Nada podemos decir en general res- pecto á esto, sino que el movimiento febril prolongado, al cual se las ha atribuido, nos pa- rece incapaz de producirlas; y que para espli- carlas es necesario hacer intervenir una altera- ción, ya de los líquidos , ó ya de los sólidos. A veces suele hallarse, por medio de la esplora- cion de las arterias pequeñas, que las mas in- mediatas al órgano enfermo, ó que van á dis- tribuirse en él, vibran con mas fuerza que las demás (fiebre tópica de algunos autores). A la turgencia y coloración de los capilares debe atribuirse la coloración roja de la piel, sobre todo en la cara, y la tendencia al sudor que se nota en los tegumentos estemos , y la cual es tau frecuente, que los antiguos la consideraron como uno de los fenómenos de la fiebre. «Advertimos al práctico que en el dia no debe separarse el estudio del pulso de la aus- cultación del corazón , pues si no recurriese á este medio, seria muy fácil que se estraviase. En efecto, muchas veces están los latidos del pulso en completo desacuerdo con los del cora- zón ; en cuyo caso hay irregularidades é inter- mitencias que los autores llaman falsas, pues solo son verdaderas cuando se presentan igual- mente en el corazón y en las arterías. Las en- fermedades del corazón , y principalmente de sus orificios, del pericardio y de los grandes vasos, pueden determinar en el pulso ciertas modificaciones , cuya verdadera causa importa conocer, cuando se trate de averiguar si el es- tado febril es simple, esencial ó consecutivo á alguna lesión bien localizada. »C. Perturbaciones de la inervación.__ Creemos que deben colocarse en tercera línea después de las de la calorificación y la circula- ción , porque , aunque se presentan casi cons- 248 FIEBRE EN tautemente en la fiebre, están lejos sin embar- go de tener el mismo valor semeyológico, pues- to que también se observan en estados morbo- sos no febriles. Estas perturbaciones tienen su asiento en el sistema nervioso y locomotor: consisten en: cefalalgia, cierta especie de mal estar vago , dolores contusivos, insomnio, ó agitación por la noche, pereza de la inteligen- cia ; los movimientos son penosos , y los enfer- mos esperimentan mucha repugnancia á mover sus músculos, y buscan el reposo ; á veces es reemplazado el abatimiento de estos órganos y de las funciones intelectuales por una escita- cion mayor ; pero este caso es mas raro que el precedente. Preséntanse en muchas fiebres la adinamia y la escitacion, y los síntomas que en- tonces resultan han servido para agrupar es- tos^ estados febriles , y formar de ellos cier- tos tipos sumamente variables. La debilidad y la fuerza pertenecen á un sinnúmero de enfer- medades diferentes por su naturaleza y asiento, y que no siempre corresponden á la clase de las pirexias. Ya insistiremos sobre este punto al tratar de las fiebres esenciales. Por lo demás solo debe darse una importancia secundaria á los fenómenos generales que emanan de los ór- ganos encargados de la sensibilidad y del movi- miento , los cuales tienen el privilegio de.con- moverse por la mas ligera perturbación que so- breviene en la economía. Sin embargo, Stahl les concede un lugar en su definición de la fiebre, que consiste-, según él, en una altera- ción del movimiento de la sangre, seguida in- mediatamente de un aumento en el calor, el frió y las sensaciones , con impotencia ó atonía en los movimientos voluntarios, y alteración de todas las funciones (Theoria medica vera, t. II, de febris , §. IV ; Haloe, 1837). Buchan los considera también como síntomas frecuen- tes de fiebre: «totius corporis debilitas etquae- «dam in obeundis functionibus tam vitalibus «quam animal¡bus,d¡fíicultas.» Leroy cree que el dolor de cabeza es un signo de gran valor, y que se debe buscar cuando no ofrece el pulso los caracteres que pertenecen al estado febril. Vogel habla del abatimiento general, y Borsie- ri de la disminución de las fuerzas, como sínto- mas muy comunes en la fiebre. Fenómenos variables del estado febril. —No deben olvidar nuestros lectores que ha- blamos del estado febril en general, es decir, de los síntomas que se presentan mas comun- mente en las enfermedades que se suponen acompañadas de fiebre, y que no debemos men- cionar los síntomas que constituyen el carácter propio de ciertas enfermedades febriles. Efecti- vamente, el estupor, el delirio, la adinamia, las fuliginosidades, etc., son fenómenos mor- bosos, que solo pertenecen á algunas especies de fiebres que han recibido nombres particulares'. »Respiración.—El ritmo de los movimientos respiratorios se altera durante el frió y el calor febril, haciéndose mas frecuente; la respira- ción pequeña, laboriosa é irregular durante el GENERAL. frió , se hace mas grande , mas fácil y mas re- gular en el calor. Algunos autores , á conse- cuencia de investigaciones demasiado superfi- ciales, han supuesto que existia una íntima re- lación entre el número de los latidos del pul- so y el de las inspiraciones ; de modo que du- rante la fiebre se podia juzgar bastante bien de la frecuencia del pulso por la de las inspiracio- nes , y al contrario. «Todas las causas que al- teran la respiración , dice Petit-Radel, alteran también el ritmo del pulso , advirtiendo que cada tres latidos corresponden siempre á una sola respiración.» (Pyrelol. med. , p. 74.) Sin poner en duda la verdad de la ley fisiológica, que establece que el número de respiraciones sea proporcionado á la cantidad de la sangre que pasa por el pulmón, puede asegurarse que no sucede lo mismo en las enfermedades. An- dral nos ha hecho notar muchas veces en los enfermos de sus salas una suma frecuencia en los movimientos inspiratorios, al mismo tiempo que el pulso conservaba su ritmo normal. En las mujeres histéricas ó atacadas de otros acci- dentes nerviosos, y en los individuos que su- fren un dolor intenso, ó una emoción viva cual- quiera, se acelera constantemente la respira- ción, y sin embargo, hemos visto dos casos, én los cuales se contaban 56 ó 60 inspiraciones por minuto, y el pulso se conservaba en su es- tado natural. Asi pues , no puede decirse que se acelera la respiración al mismo tiempo que el pulso, aunque suele presentar este ca- rácter en los estados morbosos en que son febri- les las pulsaciones, como se ve de una manera muy marcada en el estadio de calorde la fiebre intermitente, en la llamada inflamatoria, y en un gran número dé pirexias en que participa el sistema nervioso de la afección principal, y en que es la perturbación de sus funciones uno de los elementos de la enfermedad. »Se ha practicado-la auscultación en indivi- duos atacados de fiebre, y ha solido encontrar- se un ruido de fuelle durante la respiración ; el murmullo vesicular habia perdido el carácter de blandura que lo distingue, reemplazándolo un ruido mas áspero; pero no debe darse mu- cha importancia á este signo de la fiebre , que solo existe cuando están acelerados los movi- mientos respiratorios. »Digeslion.—Es raro que no estén alteradas las funciones digestivas desde el momento en que se presenta el estado febril. La anorexia, la sed , la sequedad de la boca y de la lengua, en cuya superficie parece que se efectúa la secre- ción mas lentamente que eu el estado normal, la formación de barniz, ó la secreción de moco, son los fenómenos morbosos que se observan en la mayor parte de las enfermedades acompa- ñadas de fiebre; pero como también se encuen- tran en afecciones de otra naturaleza , hemos debido colocarlas entre los síntomas variables. Sin bmbargo , debemos advertir que el desarre- glo de las funciones digestivas no solo acom- paña, sino que muchas veces precede á los sig- FIEBRE EN GENERAL. 249 nos menos dudosos de la fiebre, como el esca- lofrío, el calor y la frecuencia del pulso; lo cual prueba que los órganos de la digestión par- ticipan desde el principio de las influencias simpáticas que obran en la producción de los síntomas febriles, en términos que puede ase- gurarse, que después de los aparatos de la iner- vación y de la musculación , las funciones di- gestivas son las que parecen mas sensibles á la acción de las causas de la fiebre. «En los estados febriles en que padece el tubo digestivo, adquieren estos síntomas el predominio que es fácil de concebir, pero, pres- cindiendo de estos casos, puedeestablecerseque las alteraciones algo notables de la circulación y del sistema nervioso, cualquiera que sea su causa, marchan de consuno con las de la di- gestión, y proceden de un origen común. Algu- nos médicos, guiados únicamente por sus teo- rías , no han vacilado en colocar la causa de la fiebre en las perturbaciones, las mas veces ligeras, que se observan en el estómago, equi- vocando de este modo el efecto con la cau- sa. ¿Cuántas veces no hemos sido testigos de esos ridículos diagnósticos, en que la enfer- medad recibía tres ó cuatro nombres, única- mente porque se observaban síntomas lige- ros en tres ó cuatro visceras á un tiempo? Es- ta insignificante nomenclatura no hubiera te- nido ciertamente ningún inconveniente, si los hombres que la usaban se hubiesen limitado á ella; pero desgraciadamente servia de ba- se á su terapéutica, y por consiguiente produ- jo grandes males. »Secreciones.—Deben colocarse también en el número de los fenómenos variables, cuyo conjunto constituye la fiebre, esos movimientos críticos, esas determinaciones que se dirigen hacia las dos principales superficies de la eco- nomía, la piel y las mucosas gastro-intestinal y pulmonar, así como á los órganos de la de- puración , hígado, ríñones, etc. Para los mé- dicos antiguos y modernos, que ven en la fie- bre una operación saludable destinada á espe- ler de la economía la materia morbífica, ó el producto impuro desarrollado anteriormente, las evacuaciones críticas por las diferentes vias son síntomas esenciales de la fiebre (Morbus critica aliqud excrecione solvendus). El su- dor mas ó menos abundante que cubre la piel, las evacuaciones de moco, bilis, sangre, etc., la espectoracion de esputos abundantes, el tia- lismo , la secreción de una gran cantidad de orina normal ó alterada por diversos sedimen- tos, el flujo menstruo, hemorroidal, etc., son otros tantos fenómenos, que unos consideran como accidentales, y otros como consecuencias necesarias del movimiento febril. «La mayor parte de los patólogos de la épo- ca actual, tienen una gran tendencia á soste- ner, que todos los síntomas febriles proceden de uu solo origen, es decir, de la lesión que de- termina la enfermedad. Este modo de ver, ha distraído su atención de otro estudio no menos importante, y que los antiguos no habían des- cuidado, el cual consiste en averiguar si exis- ten en las afecciones piréticas cierto número de fenómenos morbosos, que sean simplemente efecto del movimiento febril, mas ó menos pro- longado, y particularmente de la aceleración del movimiento circulatorio y del aumento de temperatura. Para no estraviarnos eu las dis- cusiones tenebrosas á que conduce el estudio de esta importante cuestión de patologia gene- ral , principiaremos por establecer, que no co- nocemos la causa íntima que produce los sín- tomas febriles. Nosotros percibimos en un teji- do ó en una viscera cualquiera una lesión ó perturbación de sus funciones, y nos conten- tamos con declarar que los síntomas febriles deben su existencia auno de esos estados morbo- sos; pero otros médicos, deseosos de descubrir el encadenamiento de los fenómenos, no se li- mitan á esto, y creyendo penetrar mas íntima- mente en la naturaleza dé las cosas, intentan sostener que el movimiento vital que constitu- ye la fiebre, y que al parecer está subordinado á la lesión, es al mismo tiempo la causa de otros muchos fenómenos, que se atribuyen sin razón á la lesión orgánica ó funcional. Asi, di- c%n, el movimiento febril no puede existir mu- cho tiempo, sin que la exaltación que de él re- sulta produzca un aumento momentáneo, ó la disminución de los movimientos intersticiales que tienen su asiento en los tejidos. Las secre- ciones, por ejemplo, se hallan alteradas en la fiebre con tanta frecuencia, que ha llegado á creerse que servían para juzgarla. «Fácilmen- te deben distinguirse las fiebres de las demás enfermedades, dice Caflin, y sobre todo de las flegmasías, con las cuales presentan algún punto de semejanza, en razón de la abundante secreción de fluido, que comienza con la en- fermedad, continúa durante todo su curso, y termina enteramente con ella. Este fenómeno, el mas evidente de todos, es también el que mas ha llamado la atención de los médicos (Traite des fiebres escntiales, 1.11, pág. 9, in-8.°, Pa- rís 1811).» A la patología general corresponde decidir cuál sea la verdadera interpretación que deba darse á los fenómenos críticos (véase cri- sis, 1.1); nosotros solo debemos recordar que los flujos anormales que se efectúan durante el cur- so ó á la terminación de las afecciones piréticas, no pueden ser considerados las mas veces, sino como accidentes propios de la lesión de los te- jidos y de las alteraciones funcionales que cau- san la fiebre ó complican la enfermedad princi- pal. Por consiguiente, es preciso hacerlos de- rivar del mismo origen que el movimiento fe- bril. Pero ¿sucede lo mismo en todos los casos, ó debería investigarse si en las enfermedades febriles la aceleración de la circulación y el mo- vimiento mas precipitado y estenso que de ella resulta en el fluido sanguíneo, podrían por sí so- los modificar las funciones secretorias? A la ver- dad , se comprende perfectamente que en la fiebre sintomática de una lesión bien determi- 250 FIERRE EN GENERAL. nada, ó producida por la simple escitacion del sistema vascular, recibiendo todos los órganos mas sangre y hallándose mas fuertemente es- citados que en el estado fisiológico, funcionen con una actividad aiiormal; y que entonces los aparatos de secreción, en virtud de las funcio- nes de que están encargados, tomen en esta actividad una parte mayor que los otros, resul- tando esos flujos de varias especies, que están en relación en el caso de que tratamos, con el esceso de nutrición. Por lo demás, debemos de- cir, que no es esta ordinariamente la causa de las secreciones que se observan en el curso de las enfermedades. «Hay también en diferentes visceras con- gestiones sanguíneas, que se han atribuido al movimiento febril, y que se manifiestan por sín- tomas variables, ya por el aumento de volumen de lOs órganos parenquimatosos, en cuyo seno se efectúan, ya por hemorragias que sobrevie- nen en diferentes membranas. Algunos autores no vacilan en considerar como congestiones de- bidas al movimiento febril muchas de esas in- yecciones capilares, y de los ramos gruesos de los intestinos, que se encuentran en los indivi- duos que sucumben durante la fiebre. Otros hay que atribuyen á este origen ciertas conges- tiones é infartos pulmonares, cerebrales, etc. Los médicos de los últimos siglos, partidarios de las teorías físicas de Borelli, han procurado esplicar por el roce y la atrición que produce la columna sanguínea fuertemente agitada en los vasos, muchos desórdenes del estado febril, su- bordinando asi las congestiones viscerales á sus teorías favoritas. No nos toca examinar aqui las .pruebas, generalmente poco convincentes, que han presentado en apoyo de su opinión. Algu- nos aoatomo-patólogos distinguidos de nuestra época, refieren á la fiebre un sinnúmero de al- teraciones, cuyo asiento y naturaleza son muy diferentes: tales son las congestiones de los pa- renquimas ricos en capilares, las hemorra- gias, etc. Muy difícil es establecer definitiva- mente esta influencia del movimiento febril. En efecto, cuando este depende de una enfer- medad que .ha durado cierto tiempo, se puede sostener, que la alteración déla sangre y demás elementos que entran en la constitución de los órganos, tiene mas parte en la producción del fenómeno de que hablamos, que el mismo mo- vimiento febril. Hállase por ejemplo afectado un enfermo de una tisis tuberculosa, de fiebre tifoidea, ó de cualquiera otra enfermedad que mantiene un movimiento febril continuo, y en la abertura del cadáver se encuentran conges- tiones , estancación de fluidos serosos, etc. ¿Quién se atreverá á afirmar, que sean estos efectos de la fiebre, mas bien que de la altera- ción general acaecida en todo el sólido viviente? Es muy importante saber si está modificada la sangre por el movimiento febril ó por las flegma- sías que le desarrollan. Esta cuestión ha perma- necido sin resolver hasta estos últimos tiempos, porque no existían medios de análisis bástanle rigurosos, para deseubrir las alteraciones que su- fre el fluido circulatorio. En el dia nos hallamos ya mas adelantados, y en disposición de presen- tar documentos de sumo interés, aunque no defi- nitivos, sobre este punto de patologia, gracias á los trabajos de Andral y Gavarret. Estos auto- res, en dos memorias leídas últimamente en la academia de ciencias, establecen que aumenta la fibrina progresivamente en todas las flegma- sías dignas de este nombre, y que «sin la in- tervención del trabajo local que constituye á estas últimas, la fiebre sola, cualquiera que sea su intensidad y duración, no produce el efecto de aumentar la cantidad de fibrina que debe conte- ner la sangre.» Pueden citarse en prueba de lo dicho las alteraciones que sufre este fluido en la fiebre tifoidea y eu las eruptivas. En efecto, si hay enfermedades en que sea intenso y prolon- gado el movimiento febril, son precisamente las de que vamos hablando, y sin embargo en to- dos estos casos disminuye la fibrina en vez de aumentarse. En vista de estos resultados rigu- rosos y esactos, ¿qué podríamos decir de las teorías físicas, que suponían que el roce repeti- do de la sangre contra los vasos hacía al líqui- do mas rico en fibrina y mas plástico? «Fenómenos estraños al estado febril.— Entre los síntomas, cuyo conjunto forma el estado febril, hay muchos que se le han atri- buido sin razón, en la época en que, no estan- do adelantada la localizacion, era difícil dis- tinguir los diferentes síntomas, para referir cada uno de ellos á sil verdadero origen.« Las fiebres, diceCaffin, solo presentan un corto número de síntomas particulares; lo cual pa- recerá estraño á los que, no circunscribiendo su asiento y suponiéndolas difundidas por to- da la economía, toman de cada órgano algu- nos síntomas propios para formar sus caracte- res» (Traite analytique des fievres essentielles, t. II, p. 4, en 8.°, París 1811). El dolor, la adinamia, la escitacion, las náuseas, los vó- mitos, la diarrea, los flujos biliosos ó muco- sos, los sudores abundantes, las convulsiones parciales ó generales, tónicas ó clónicas, el delirio, el coma, y todos los síntomas de pu- tridez y malignidad, la fuliginosidad de los' labios , de los dientes, de la lengua, etc., no son en manera alguna síntomas propios del estado febril; pues aunque se presentan en la mayor parte de las enfermedades á que se ha dado el nombre de fiebres, no dependen nece- sariamente de la causa que produce la acele- ración del pulso y el calor febril, puesto que se los encuentra en otros casos, en que no existe este estado de la temperatura y del pul- so (fiebre lenta nerviosa, mucosa, fiebre epi- démica de Ñapóles, etc.); al paso que se ob- servan también otras enfermedades, como la neumonía, la pleuresía y la oftalmía, que pro- ducen la aceleración del pulso, sin que se pre- senten los síntomas de que hemos hablado. De aquí se deduce que estos síntomas se en- cuentran frecuentemente en las enfermedades, fiebre en general. 251 pero son independientes unos de otros; que hay afecciones acompañadas de movimiento febril sin ningún síntoma adinámico ni atáxi- co. Por eso hemos dicho que la palabra fiebre con que se designan estas afecciones es vicio- sa. En efecto, ¿por qué hemos de dar este nombre á unas enfermedades en que no hay aceleración de pulso y temperatura anormal, que son las dos señales mas positivas de la fiebre? ¿No seria mejor aplicarles otra deno- minación cualquiera? y asi como decimos neumonía, pleuresía, viruelas y escarlatina, ¿no convendría adoptar una espresion análo- ga para designar estas enfermedades constan- temente calificadas con el nombre de fiebrel Ya tendremos ocasión de insistir en esta ma- teria y analizar mas completamente esta cues- tión, cuando tratemos de las fiebres. Lo que por ahora nos proponemos demostrar al lec- tor se reduce, á que la palabra fiebre es un tér- mino que debe borrarse de la nomenclatura médica, sino se le aplica una significación precisa. Mas, para darle semejante valor, es in- dispensable ponerse antes de acuerdo acerca de los síntomas que nos revelan el estado pa- tológico á que se da este nombre. Repetímos que á nuestro parecer la alteración de la tem- peratura y de la circulación, son los signos mas inequívocos de la fiebre, y aun nos atre- vemos á decir, que sin ellos puede asegurarse que no existe el estado febril, y buscar otra pa- labra para designar el estado patológico que se presente. «Marcha y dcracion de los síntomas febriles.—No pretendemos señalar aqui el curso que sigue la fiebre considerada de un modo general, porque de esta descripción so- lo resultarían ideas abstractas, incapaces de dirigir al médico en el diagnóstico ó en el pro- nóstico. Hay, sin embargo, algunas observa- ciones que son propias de este lugar. Refirién- dose los síntomas febriles á dos clases de en- fermedades, unas que recorren todas sus fa- ses en un espacio muy corto, y otras que lo hacen en un tiempo mas largo é ilimitado, han podido distinguirse dos formas principa- les en estos síntomas, una aguda y otra cró- nica (F. aguda, y cron.). «En la fiebre, como en las demás enfer- medades, se reconocen varios períodos, duran- te los cuales presentan los síntomas variacio- nes interesantes para el patólogo. Estos perio- dos son: la invasión, el aumento, el estado y la declinación, á los cuales pueden añadirse también la crisis y la curación de la fiebre. Todo esto lo espresó Boerhaave con su acos- tumbrada precisión en el aforismo siguiente: «initia , incrementa , status , decrémentum, «crisis, mutatio, sanatio febrís, varia sunt «in ipsis acuti.s et singularibus» (Aphor. 590). «Importa mucho en patologia determinar con exactitud la época en que ha principiado el movimiento febril, pues solo asi se puede llegar á conocer la duración exacta de la en- fermedad. Varia mucho en este punto la opi- nión de los autores. Unos quieren con Aetio que se fije la invasión desde el momento, en que el enfermo hace cama; pera este método es demasiado arbitrario y espone á muchos errores, como observó Galeno (De diebus de- cretoriis, lib. I, cap. 6). Hipócrates consul- taba especialmente el estado de las fuerzas y la sensibilidad general: «Lassitudincs spon- «taneas futuros morbos praísagíre» (Aphor. sect. II, núm. 5) : «Observare ¡taque oportet «primum diem, quo aeger debilis esse camit, «cognito unde, et quando principio: id enim «nosse prajcipuum existimatur» (De morbor. acut. vict, Com. IV). Nuestra opinión, ente- ramente conforme con la de Boerhaave, difiere esencialmente de las que acabamos de indi- car. Nosotras creemos que para no incurrir en error, es necesario que todos los patólo- gos establezcan una regla invariable que les sirva de punto de partida; que los síntomas mas sobresalientes y los que faltan mas rara vez son las perturbaciones de la calorifica- ción, de la circulación, y de la inervación, y que por consiguiente, el escalofrío, el calor, la frecuencia de pulso, y los dolores contusi - vos son los signos mas propios para marcar la invasión del movimiento febril y de las en- fermedades piréticas : «Febrís initium erit, «quando pulsus velocitas augeri incipit:» (Com- ment., t. II, p. 63). «Omnis febris hactenus «observata, quaj á causis internis oritur, in- »cipit primo cum sensu frigoris, concussio- «nis horrípilationis, majori, minori, brevi, «diuturno , interno , esterno , pro varietate «subjectí, causas febris ¡psius» (Aphor. pági- na 575). Nada añadiremos á esta frase de Boer-' haave, que espresa con mas claridad y exacti- tud cuanto puede decirse sobre los síntomas de invasión de la fiebre, que todas las discu- siones habidas posteriormente sobre este mis- mo asunto. «La invasión de la fiebre comprende toda la época durante la cual no aumenta sensi- blemente la intensidad de los síntomas: «Cir- »ca morborum principia.... omnia imbecillío- »ra, dice Hipócrates; at circa vigores vehc- «mentíora.» «Durante el periodo de aumento (adscen- sus ávátccois) se perturban todas las funciones y toman parte en el estado febril, al paso que los síntomas de este se hacen mas violentos. Galerto quería que hubiese signos manifiestos de cocción , antes de pronunciar que habia lle- gado la fiebre á su periodo de aumento; pera no puede adoptarse esta opinión, que coloca á tanta distancia este periodo de la fiebre. «En el periodo de estado (status, «»(*»), el calor febril, la aceleración del pulso, la esci- tacion del sistema sanguíneo, y las perturba- ciones del nervioso, han adquirido su desar- rollo, y tienen necesariamente que disminuir. El estadio de calor de una fiebre intermitente poco violenta, es una reproducción fiel del 252 FIEBRE en general cuadro que presenta un febricitante, cuya en- fermedad ha llegado al periodo de estado: ca- lor estremado de la piel, flujo abundante de sudor, turgencia de la cara y de todos los ca- pilares sanguíneos, fuerza y actitud firme de los miembros, colapsus de la inteligencia, sed viva, anorexia, orinas coloradas y sedimen- tosas , tales son los síntomas del periodo de estado. «Llegados á este punto, principian á dismi- nuir los síntomas, siendo los que mas persis- ten los mas graves, y que primero se presen- tan. El pulso permanece frecuente ó se acele- ra en ciertas horas del dia, y el calor de la piel continua ó reaparece, precedido ó no de escalofrió. «Los síntomas febriles suelen tener una du- ración sumamente corta (fiebre efémera); pero en el mayor número de casos duran bastante tiempo y caminan sin interrupción. A las en- fermedades que presentan esta sucesión no in- terrumpida de síntomas se les da el nombre de fiebres continuas; y por el contrario se lla- man intermitentes aquellas cuyos síntomas duran una ó muchas horas, y aun todo un dia, pero que cesan enteramente para reapa- recer en una hora y época determinadas. Últi- mamente, hay otro género de fiebres, llama- das exacerbantes , subcontínuas , remitentes, paroxismales , etc., porque los síntomas fe- briles, sin cesar un solo instante, toman sin embargo en ciertas horas y en determinados dias notable incremento. Por mucho tiempo se las ha creido compuestas de una fiebre con- tinua y de una fiebre intermitente. Hemos re- cordado estas divisiones, porque están funda- das en el curso y duración de los síntomas fe- briles. Cuando tratemos de las fiebres las da- remos á conocer con mas estension. «Han dicho algunos autores que para des- cubrir la naturaleza de la lesión y su asiento, era mas importante fijarse en los caracteres de los síntomas, que en el orden con que se manifiestan (Boisseau, Pyretologie physiolo- gique, en 8.°, p. 538; París, 1823). Esta pro- posición nos parece errónea; pues al paso que los fenómenos morbosos ofrecen en general demasiadas variaciones para servir de carac- teres esenciales á la enfermedad, no sucede lo mismo con el orden que afectan unos res- pecto de otros: la fiebre intermitente, por ejemplo, se distingue de la continua solo por esta consideración. «No nos propondremos hablar de las termi- naciones de la fiebre, pues son tan variables como las enfermedades de que aquella depen- de : lo mas que podríamos hacer seria indicar las crisis y la resolución de las enfermedades que se verifica por este medio, como una ter- minación general de la fiebre; pero las crisis, según dejamos dicho , han sido observadas en las enfermedades con fiebre, y no hay un mo- tivo para admitir que sean efecto del movi- miento febril, mas bien que de las lesiones pri- mitivas ó consecutivas que acompañan á estas fiebres. Diagnóstico.—«Una vez conocidos los sín- tomas febriles , es preciso distinguirlos de otros análogos, que acompañan á las enfer- medades no febriles. Pero hay otra investi- gación mas importante todavía , que consiste en hallar la naturaleza y asiento de la lesión que los provoca; investigación de que nos ocu- paremos mas adelante. A primera vista parece sumamente fácil distinguir el estado febril de los demás estados morbosos. Pero vamos á de- mostrar que no es asi, y que si el estudio de las fiebres ha estado muchos siglos envuelto en densas tinieblas, depende sin duda alguna de que se han comprendido bajo este nombre va- rias enfermedades, que aunque se aproximan á ellas en muchos puntos, solo ofrecen en otros relaciones remotas. Comenzaremos establecien- do que pueden faltar los síntomas febriles en afecciones que los presentan constantemente, como la neumonía, la pleuresía y algunas otras lesiones muy circunscritas; pero estos casos son mas raros de lo que generalmente se cree, y no han impedido que los autores consideren estas afecciones como constantemente febriles. Si hay enfermedades ordinariamente piréticas, en las cuales suelen faltar estos síntomas, tam- bién hay otras que no pueden ser consideradas como fiebres, y que sin embargo van acompa- ñadas de aceleración del pulso , escalofrío y calor febril. A este número corresponden las hemorragias y las lesiones orgánicas que pro- ducen las caquexias. Las hemorragias simples, es decir , las que se verifican por exhalación sin lesión apreciable de la sangre, se anuncian comunmente por un escalofrío , seguido inme- diatamente de calor y sudor con latidos vio- lentos y acelerados del corazón y de las arte- rias (hemorragia activa). Por ventura, ¿no son estos síntomas febriles ? ¿ podrá descono- cerse que en tal caso hay fiebre? Esta cuestión no es dudosa para nosotros. Las neurosis , las neuralgias , y todas las demás afecciones , que son ordinariamente apíréticas, pueden ir acom- pañadas de fiebre en algunos casos; y al mé- dico toca decidir si constituyen la regla 'ó la escepcion. Pero se nos objetará, que siguiendo nuestras ideas es imposible establecer clasifi- caciones nosográficas. A nosotros no nos toca resolver esta dificultad , sino únicamente com- probar un hecho , que suele observarse en pa- tologia ; ademas , preguntaremos á nuestros opositor-es, ¿ por qué se han clasificado las en- fermedades solo con relación á sus síntomas ? «Hay ciertas afecciones á las cuales se ha dado el nombre de fiebres intermitentes larva- das, porque afectan la misma periodicidad que las calenturas de este nombre. Se distinguen fácilmente de las enfermedades febriles , por- que en la mayor parte de los casos no van acompañadas de ningún movimiento pirético. Por consiguiente se las ha dado infundada- mente el nombre de fiebres , pues solo tienen FIEBRE EN GENERAL. 253 con las intermitentes el carácter común de la periodicidad de los síntomas, y el privilegio de ceder al uso de la quina y sus preparados ; en una palabra, estas fiebres larvadas, que es im- posible confundir con las verdaderas fiebres, no son mas que enfermedades periódicas no fe- briles. «Causas del movimiento febril.—Acaba- mos de presentar el cuadro de los principales síntomas del estado febril; vamos ahora á in- vestigar sus diferentes causas; no esas causas ocultas, sobre cuya naturaleza se ha disertado tanto tiempo, y que por último escitan en el dia muy poco interés, sino las causas aprecia- bles que pueden existir en los humores ó en el sólido viviente. Este estudio merece algún des- arrollo , y servirá en cierto modo de introduc- ción natural á la historia de las fiebres. 1.° »Alteraciones locales.—Puede formarse una idea esacta de esta causa primera de la fiebre, suponiendo la existencia de una lesión traumática , que sobrevenga en un individuo sano, y produzca síntomas locales acompaña- dos de fiebre : tal sería , por ejemplo, una he- rida hecha en la piel ó en la sustancia de los órganos por un instrumento cortante, ó por una operación quirúrgica (fiebre traumática). El flemón es una enfermedad del mismo géne- ro, pero menos simple ya que la anterior. Tam- bién deben colocarse entre las enfermedades circunscritas y febriles todas las inflamaciones locales, ya de los parenquimas, ya de las mem- branas, ya de los demás tejidos complejos. Las inflamaciones del pulmón , del hígado, de los ríñones, de la pleura , del peritoneo , etc., constituyen una clase de afecciones, que según todos los nosógrafos , tienen por compañera inseparable á la fiebre. Toda irritación infla- matoria local reacciona sobre la circulación y demás funciones de la economía , en términos de producir síntomas febriles ; asi es que algu- nos autores no han dudado proclamar que la irritación inflamatoria no se diferencia de la ir- ritación febril. Empero nosotros no podemos esplicarnos cómo han podido promover seme- jante cuestión profesores consagrados á los es- tudios clínicos, y sobre todo cómo han llegado á resolverla en un sentido.afirmativo : era ne- cesario, á la verdad, que estuviesen muy preo- cupados para admitir que toda fiebre depende de una irritación local , mas ó menos estensa (Véase Boisseau , Pyrelologie, p. 580; Brous- sais, Examen des doctrines; De Virritalion et de la folie, pasim). No faltaría quien nos cen- surase , y con razón , si dedicásemos algunas páginas á combatir semejantes aserciones, que, aunque estaban muy en voga hace pocos años, se hallan ya tan desacreditadas corno si hubie- sen pasado muchos siglos: tan rápidos,han si- do los progresos que ha hecho Ma medicina en esta última época. Permítasenos únicamente recordar que muchas enfermedades , como la peste, la liebre amarilla, el tifus , el muermo, los exantemas , y otras varias , que son piré- ticas en el mas alto grado, no son de manera alguna inflamatorias, y que por consiguiente la irritación febril, denominación sumamente vi- ciosa porque supone conocida la esencia del movimiento febril, que no lo es en manera al- guna ; este movimiento, decimos , es entera- mente distinto de la inflamación ó irritación in- flamatoria. «Las flegmasías ocupan el primer lugar en- tre las causas de la fiebre , ya en razón de su frecuencia, ya de la constancia con que se pre- senta en ellas el movimiento pirético. Las agu- das tienen especialmente el privilegio de es- citar la circulación, lo cual se verifica también en las crónicas, aunque en menor grado. Brous- sais es el primero que ha llamado la atención de los patólogos sobre este punto esencial, y demostrado la existencia de una multitud de flegmasías latentes , que habían sido descono- cidas antes de él. Debe confesarse, sin embar- go, que bajo el título de inflamaciones cróni- cas, comprendió este autor muchas enferme- dades , cuyo carácter inflamatorio es suma- mente dudoso. Asi es , que considera como .pertenecientes á la gastritis crónica la ulcera- ción , el reblandecimiento , la hipertrofia, la induración simple ó cancerosa del estóma- go , etc. La palabra inflamación , tomada en un sentido tan general , ha dejado de tener significación alguna: asi pues, no es de estrañar que las citadas enfermedades se presenten sin fiebre, siendo tan dudoso su carácter inflama- torio. Pero ¿diremos por eso que las verdade- ras flegmasías crónicas, las que merecen real- mente este nombre, pueden existir sin produ- cir fiebre ? Este punto exige algunas espira- ciones. «No se sabe bien todavía cuáles son los ca- racteres incontestables de las inflamaciones cró- nicas , y ni aun se hallan de acuerdo los mé- dicos sobre el verdadero sentido de la palabra inflamación. Asi es que han solido tomar por flegmasías crónicas, ya los vestigios de mía in- flamación aguda , ya otras alteraciones de di- ferente naturaleza. Nos distraería demasiado de nuestro objeto, y seria ademas inoportuno, entrar en una discusión demasiado profunda sobre esta materia; pero lo que importa dejar establecido es, que no todas las flegmasías cró- nicas determinan reacción y síntomas febriles, y que hay algunas, ya primitivas, ya consecu- tivas á la inflamación aguda, que permanecen completamente apiréticas. Vernos diariamente pleuresías, peritonitis, reumatismos articula- res y bronquitis crónicas, que recorren todas sus fases, sin que se manifieste calor , acele- ración del pulso , ni ningún otro síntoma fe- bril. Pero no todas las inflamaciones que aca- bamos de citar se hallan en este caso ; pues algunas de ellas van acompañadas en todo su curso de una fiebre muy viva. ¿En qué puede consistir semejante diferencia ? Se ha observa- do, que las flegmasías crónicas en que hay se- creción purulenta, van acompañadas de fiebre, 254 FIEBRE EN GENERAL. con mas frecuencia que las que terminan por la formación de falsas membranas, de adhe- rencias, de induración, ó determinando la se- creción de un fluido seroso, susceptible de ser reabsorvido ó poco dispuesto á alterarse. Últi- mamente, la falta de fiebre se esplica muy bien por la poca vitalidad de ciertos tejidos, co- mo lo demostró Broussais con toda claridad en los prolegómenos de su Historia de las flegma- sías crónicas : «las flogosis sanguíneas agudas de carácter flegmonoso , ó que ocupan mucha estension en alguna membrana visceral, van acompañadas de fiebre intensa; y lo mismo su- cede á consecuencia de los progresos de la en- fermedad y su prolongación, en el estado cró- nico con supuración ó úlcera. En las flogosis sanguíneas de los órganos pobres en capilares rojos, ó muy circunscritas en las membranas, es menos aguda la fiebre , asi como en el es- tado crónico con supuración y úlcera de estos mismos tejidos. En las flogosis linfáticas ó en la simple irritación de los hacecillos capilares blancos, es nula la fiebre.» (Loe. cit., t. I, pá- gina 65 y 66; 1826). «Infiérese de cuanto llevamos dicho , que las irritaciones inflamatorias agudas son piré- ticas en casi todos los casos , cualesquiera que sean su asiento y estension; aunque presenta la fiebre grandes variaciones en cuanto á su intensidad y duración. Por lo que hace á las inflamaciones crónicas, tienen menos influjo en la producción del movimiento febril , y hay muchas que no poseen la facultad de escitarlo. Por consiguiente , seria un error asegurar con algunos médicos, que la irritación febril es com- pañera inseparable de la inflamatoria, aun su- poniendo que solo se aplique esta calificación á las enfermedades que realmente la merecen. «Hay , ademas de las inflamaciones, otras enfermedades, .que van acompañadas de fie- bre; pero esto sucede, ya á consecuencia de una inflamación consecutiva, ya por la presen- cia de un dolor vivo , por el entorpecimiento de ciertas funciones , ó por la alteración de al- gunos humores de la economía. Nada mas co- mún que ver presentársela fiebre en el curso de la tisis tuberculosa pulmonar , en los cánceres que han llegado á su último grado , en las he- morragias, en la gangrena, etc. Eu todos es- tos casos es la fiebre producida constantemen- te , ya por la irritación inflamatoria local, ya por el obstáculo que opone la lesión al ejerci- cio de las funciones, ya por la reabsorción de materias elaboradas por los tejidos enfermos. Volveremos á tratar de todas estas causas de fiebre. »2.° Perturbación funcional de un órgano ó de un aparato.—¿Puede la acción exajera- da, disminuida ó pervertida de una función ocasionar por sí sola la fiebre, con independen- cia de toda lesión local ó general, primitiva ó consecutiva? Las emociones vivas del alma , la cólera, las pesadumbres , la tristeza , el amor, los trabajos intelectuales inmoderados , en una palabra, toda escitacion algo viva del sistema nervioso, sea pasagera ó prolongada, produce movimiento febril. Cuando este se manifiesta poco tiempo después de la acción de la causa, puede sostenerse que ha obrado directa ó pri- mitivamente sobre la circulación , la calorifica- ción y los demás aparatos ; pero en los demás casos debe creerse que la producción de los fe- nómenos febriles se debe á la perturbación de las funciones mas importantes de la economía, consecutivamente á la influencia de aquellas causas. Estos dos modos de esplicar la fiebre son igualmente fundados , y ambos casos se presentan con bastante frecuencia. Las neural- gias y los dolores intensos, continuos ó intermi- tentes, pueden ir acompañados de fiebre. La nostalgia y la manía , que para muchos médi- cos es una simple neurosis, pueden dar lugar á la fiebre, antes que haya sobrevenido ninguna lesión capaz de provocarla. Lo mismo puede decirse de la cólera y de las pasiones vivas del ánimo , cuando se encienden repentinamente bajo el influjo de una causa cualquiera. «Háse atribuido generalmente á la sobre- escitacion del corazón y del sistema arterial la fiebre inflamatoria llamada angioténica por al- gunos autores. P. Franck y Bouillaud la hacen consistir en una inflamación del sistema vascu- lar. Sin detenernos á examinar esta opinión, que hoy se halla abandonada generalmente, debemos decir, que la contractilidad aumentada de todos los vasos y del corazón, que se encuen- tra en algunos individuos pletóricos que pre- sentan todas las señales de la fiebre, son á nuestro entender la única causa de cierto nú- mero de estados febriles. Volveremos áocupar- nos de este asunto al tratar de otro orden de causas, y entonces demostraremos que la alte- ración de cantidad del líquido circulatorio es al parecer el verdadero oríjen de esta fiebre. «Después de las perturbaciones funciona- les del sistema nervioso y vascular vienen las de los demás aparatos. La secreción de una gran cantidad de moco bronquial, de saliva, de ori- na , una diarrea copiosa, etc. pueden determi- nar la fiebre. Pero estos casos son mucho mas raros délo que creen los autores; pues casi siempre existe una lesión en el punto que es asiento del flujo ó en otro órgano mas distante. Sin embargo, vemos que en cierto número de enfermos.se presenta la fiebre al mismo tiempo que el flujo; lo cual prueba que ambos depen- den de una causa común que no está á nues- tro alcance. Pero no se le puede atribuir fun- dadamente al movimiento febril, porque este no suele ser mas que un indicio del trabajo pa- tológico que se ha establecido. Para esplicar mejor nuestro pensamiento, citaremos la fiebre láctea, en la cual se establece una nueva fun- ción fisiológica en la mujer , se desarrolla un movimiento febril , y principia á fluir leche de la glándula mamaria. Nadie en este caso atri- buirá la secreción «le este fluido á la fiebre. ¡Cuántas secreciones morbosas se desarrollan FIEBRE EN GENERAL. 255 por un mecanismo análogo, ya durante el cur- so ó ya al fin de las enfermedades ! «Cullen coloca los profluvia ó secreciones, en la clase de las pirexias, y forma de ellas su quinto orden (genera morborum pracipua, in Aparatas ad nosologiam methodicam, pági- na 143, Amst., en 4.°, 1775). Se vé fácil- mente que bajo este título reunió varías afec- ciones inflamatorias agudas y crónicas, ó espe- cíficas de las membranas ( coriza , bronquitis, disenteria). En esta época no se habia compren- dido todavía el mecanismo, por cuyo medio en- jendran las inflamaciones y los demás actos pa- tológicos estraños á la irritación , flujos y se- creciones de diversa naturaleza (hypercrinia). «Nosotros consideramos la fiebre efémera que se establece en las recien paridas, como efecto de un nuevo estado en cierto modo fisio- lógico. Esta fiebre es muy pronunciada en las mujeres cuyo parto ha sido largo, laborioso y acompañado de dolores intensos; débil por el contrario ó enteramente nula en las mujeres que paren en algunos instantes y con la mayor facilidad. Por lo demás, la contracción enérgica délas potencias musculares, el dolor y la dificul- tad de la respiración y de la circulación son cau- sas complejas, que concurren también á produ- cir el movimiento febril. Asi que no debe refe- rirse esclusivamente este síntoma al aumento de actividad de las contracciones. Las causas siguientes obran exajerando las funciones : la carrera , el paso acelerado y los escesos vené- reos, en los cuales , ademas de la estimulación nerviosa , hay perdida de un líquido segrega- do, que puede contribuir á perturbar las fun- ciones. );EI acto fisiológico que determina el desar- rollo de una nueva función, como la menstrua- ción , ó que la reproduce después de estable- cida , sucede con el mismo flujo , este ac- to , decimos, va acompañado muchas veces de movimientos febriles. El embarazo , que tam- bién es un nuevo modo de ser del organismo, ocasionado por una función intermitente y tem- poral , suele dar lugar á la fiebre , ó mas bien á síntomas que tienen la mayor semejanza con los de esta , pero que sin embargo se diferen- cian de ella en que corresponden á un estado que no se puede considerar como patológico. La fiebre de leche, y el estado puerperal que si- gue al parte, constituyen nuevos estados fisio- lógicos, que se establecen en la economía, y que consisten en la evolución de una función en- comendada á un órgano que ya existia, pero que no se contaba hasta aquel momento entre los órganos activos. Los órganos y las funcio- nes de la generación y de la concepción nos ofrecen intermitencias de desarrollo y de ac- ción, acompañadas de síntomas que no pueden considerarse como patológicos. »3.° Alteraciones de la sangre.—Esta cau- sa frecuente de la fiebre , que hace poco tiem- po se conoce, es hoy objeto de estudios deteni- dos por parte de algunos médicos, que no han podido hallar en el solidismo esclusivo la causa de todas las enfermedades. Pero se necesita la mayor circunspección, para avanzar en este ter- reno oscuro de la patologia. «Las enfermedades febriles por alteración de la sangre se desorrollan de muchas mane- ras: 1.° cuando este líquido se halla alterado por sustancias tóxicas procedentes del esterior; 2.° cuando lo está por sustancias formadas en el organismo, y 3.° existen ademas alteraciones espontáneas. «A. Alteraciones de la sangre por sus- tancias procedentes del esterior. — Venenos. No puede negarse la existencia de la alteración de la sangre en los envenenamientos por las sustancias tóxicas que suministran los reinos animal y vegetal. Estas sustancias producen enfermedades febriles de dos maneras diferen- tes : 1.° por los desórdenes locales que resultan de la aplicación del veneno sobre las mucosas intestinal, pulmonal ógénito-urínaría : en este caso el veneno produce principalmente efectos físico-químicos, y el movimiento febril es un re- sultado simpático de la lesión local; 2.° en otros casos son nulos ó poco marcados los efectos lo- cales; pero absorvida la sustancia é introducida en el torrrente circulatorio, induce en toda la economía una perturbación que varía según la especie de veneno. Algunos de estos , según la doctrina de Rasori y otros muchos médicos, modifican la vitalidad de los órganos eleván- dola sobre el tipo normal , y otros la depri- men por debajo de su tipo fisiológico. Asi, pues , los ajentes que causan la intoxicación, no todos producen enfermedades febriles, pues solo tienen este privilegio los estimulantes que escitan la vitalidad de los tejidos. De aqui re- sultan dos especies de enfermedades por into- xicación, unas piréticas y otras apiréticas. Esta distinción , que lia sido exajerada algunas ve- ces por los partidarios del contra-estímulo , se halla establecida por la naturaleza, y la obser- varemos en otras enfermedades nacidas igual- mente de la intoxicación. »B. Alteración déla sangre por un vene- no animal. — Los venenos animales no se di- ferencian de los demás, sino en que son elabo- rados por un organismo viviente y sano. El ve- neno de la víbora , el de la culebra del Brasil, el del crótalo ó culebra de cascabel producen enfermedades en ciertos casos inmediatamente mortales, que van acompañadas, según mu- chos autores , de un movimiento febril. Dudo- so nos parece, que se hayan encontrado en es- tos casos todos los síntomas de la fiebre , y asi es que citamos con mucha reserva este orden de causas. »C. Alteración de la sangre por un vi- rus.— Es esta otra causa muy frecuente de en- fermedades febriles. El virus de la vacuna, introducido bajo el epidermis, altera la sangre y produce una fiebre efémera, que suele pasar desapercibida de las personas que rodean á los enfermos. También hay alteración en la sangre 256 FIERRE EN GENERAL de los individuos que contraen un carbunco ó la pústula maligna , después de haber tocado animales ó sustancias que contienen el germen de la enfermedad. El muermo es una afección febril, que se comunica del mismo modo, y que reconoce por causa lina materia virulenta. No colocaremos en esta clase de enfermedades á la sífilis, porque no vá acompañada de fiebre, sino eu los casos en que existe una lesión local, á la cual pueden referirse con razón, los fenómenos piréticos. Las úlceras, los bubones, los tumo- res desarrollados en el sistema huesoso, y los exantemas sifilíticos, constituyen lesiones capa- ces de producir la fiebre por sí solas. «En todas las enfermedades febriles que acabamos de recorrer, es evidente la alteración de la sangre , puesto que el principio venenoso se ha introducido en la economía de un modo directo. Ademas está demostrada su existen- cia por los efectos, que son idénticamente los mismos que ofrecía el primer enfermo atacado por el virus. Se han hecho varios esperimentos, que no dejan duda alguna en este punto. »D. Alteración de la sangre por una sus- tancia formada en el seno del organismo en- fermo.—El pus es un producto patológico, que se presenta en gran número de estados morbo- sos , pero que no siempre altera la sangre en términos de producir la fiebre. Supura una he- rida hecha en el tegumento estenio , y puede desarrollar una reacción febril, de la cual no te- nemos que ocuparnos en este momento; pero no sucede lo mismo cuando el pus es reabsor- vido por el influjo de una causa cualquiera, pues inmediatamente se presenta un estado fe- bril , dependiente de la reabsorción purulenta, es decir , producido únicamente por la presen- cia del pus en el torrente circulatorio. Los ca- sos en que sobreviene la puoemia son muy numerosos. Se la ve aparecer en la flebitis de causa esterna é interna, en la metritis puer- peral , á consecuencia de heridas , amputacio- nes, y de todas las enfermedades viscerales, en cuyo curso ó terminación se forman fo- cos purulentos. La reabsorción purulenta es también la causa de muchas de esas fiebres se- cundarias , designadas con el nombre de hécli- cas ó coalicuativas, que tan comunes son en las afecciones orgánicas que han llegado á su últi- mo grado. En estos casos el movimiento febril es muy pronunciado , continuo, y persiste has- ta la terminación de la enfermedad. «Creemos haber demostrado suficientemen- te, que las alteraciones de la sangre pueden considerarse como causa de la fiebre en todos estos casos, y por tanto juzgamos inútil insistir mas en este punto. La inyección del pus en las venas de los animales, y la exacta analogía que existe entre los síntomas que estos presentan, y los que ofrecen los enfermos atacados de fiebre por reabsorción, bastarían para demostrar en caso necesario la verdad de cuanto queda es- puesto. Conviene tener entendido que no todas las fiebres hécticas reconocen por causa la mez- cla del pus con la sangre. Algunos médicos ase- guran haber hallado en los vasos una materia verdaderamente cancerosa, y esta opinión pa- rece confirmada porciertoshechoscuriosos, que se refieren en algunas memorias, aunque á no- sotros no dejan de inspirarnos dudas. En cuan- to á la orina , la leche y la bilis, que en sentir de varios autores se mezclan á. veces con la sangre, produciendo entre otros accidentes los de la fiebre, esperamos todavía la demostra- ción de tales hechos, que discutiremos en su lugar oportuno. »E. Alteración de uno ó muchos elementos de la sangre , ó reducida á un simple cambio de estos elementos entre si.—En todas las en- fermedades febriles que acabamos de recorrer, el efecto de la causa morbífica es alterar el lí- quido circulatorio, haciendo penetrar en él sus- tancias estrañas á su composición. También hay otros casos en que la sangre está también modificada, pero únicamente en su cantidad. El aumento de cantidad de la sangre (plétora ó poliemia), acelera las pulsaciones , modifica la temperatura anormal, y perturba las demás funciones de la economía; en una palabra, oca- siona todos los fenómenos de la fiebre. Un esta- do contrario, la anemia, determina los mismos síntomas, aun antes de que la sangre haya su- frido otra especie de alteración , como sucede cuando una cantidad mayor ó menor de serosi- dad tiende á reemplazar las pérdidas del fluido. La anemia provocada por otras causas, como la abstinencia, desarrolla también fenómenos piré- ticos. Asi pues , el esceso de estimulación que resulta de la plétora, y la disminución de la vi- talidad de los órganos, á consecuencia de la dis- minución de la cantidad de la sangre, engen- dran igualmente la fiebre. «La clorosis suele ser en muchos casos una enfermedad febril: varios autores , y en parti- cular Wend y otros médicos alemanes, dis- tinguen una especie de clorosis que denomi- nan chlorosis fortiorum, en la cual se observan todos los síntomas del estado febril. Andral y Gavarret, en sus investigaciones sobre la san- gre, hablan también de esta forma de la enfer- medad , y dicen que las jóvenes á quienes ata- ca parecen á primera vista pletóricas ; pero su plétora es falsa, como lo demuestra el estado de la sangre, que presenta por el análisis menos glóbulos que en el estado normal; cuya dismi- nución , que al principio es poco considerable, se aumenta con los progresos de la enfermedad. El carácter esencial de la alteración de la san- gre en la clorosis es la considerable disminución de los glóbulos, que desde 127 bajan á50,38 y aun 21. La fibrina no está alterada de modo al- guno en su cantidad, como se ha creido gene- ralmente hasta estos últimos tiempos. En este lugar debiéramos colocar naturalmente el es- corbuto ; pero ademas de que ignoramos cuál es la alteración precisa de la sangre que lo de- termina, hay que advertir que esta enferme- dad es comunmente apirética ; pues aunque los FIEBRE EN GENERAL. 257 autores describen un escorbuto febril, no sabe- mos si existe en estos casos alguna lesión con- secutiva ala alteración de la sangre, ó altera- ciones complejas que produzcan el movimiento febril. »Pirexias.—Réstanos hablar de las enferme- dades generales en que existe una alteración de la sangre, pera lejos de ser causa de la enfer- medad , solo constituye uno de sus principales elementos. En estas enfermedades febriles no siempre es posible descubrir una lesión percep- tible de los sólidos y de los líquidos: son pire- xias esenciales sobre cuya naturaleza hablare- mos en otro lugar. «A. Pirexias cuya determinación morbosa se dirije solo á la piel.—Las viruelas, el sa- rampión , la escarlatina, ciertas especies de erisipela y el sudor inglés, son unas pirexias, cuyas alteraciones residen en la piel con bastan- te constancia, para que por mucho tiempo se les haya considerado como origen de los acci- dentes. »B. Pirexias con determinaciones morbo- sas hacia las glándulas y el tejido celular.—A esta clase pertenece la peste, á la cual acom- pañan muy comunmente los bubones , las pa- rótidas , los abscesos y la gangrena. »C. Pirexias con determinaciones morbosas hacia la piel y la membrana mucosa gastro in- testinal.—Hay unas, como la fiebre tifoidea y el tifus de los campamentos, qne dan lugar á erupciones de diversa naturaleza , cuyo asiento es la piel (sudamina , manchas lenticulares), y al mismo tiempo á alteraciones locales en les intestinos (ulceraciones de las chapas de Pe- yero). Sin embargo , todas estas consecuen- cias de la enfermedad, que no constituyen la en- fermedad misma , como creyeron algunos au- tores , suelen faltar en algunos casos. No es ahora oeasion propia para demostrar esta aser- ción, que parecerá muy estraordinaria á los que hacen consistir esclusivamente la fiebre tifoidea en la lesión de una ó muchas chapas de Peyera; insistiremos en este punto al hablar de la fiebre tifoidea. »Otra de las pirexias con determinación morbosa hacía los intestinos es la fiebre amari- lla , la cual va acompañada de ictericia, de vó- mitos , de deyecciones alvinas de un co- lor negruzco, y de hemorragias por diferentes vias; en los tifus y en la enfermedad petequial de Werlorff se ven también aparecer hemorra- gias por la membrana mucosa gastro-intestinal (epistaxis, diarrea sanguinolenta), y por la su- perficie del dermis (petequias, hemorragias subepidérmicas). • Hay por último enfermedades febriles, en las cuales se observan á la vez todos estos sín- tomas: asi sucede, por ejemplo, en la fiebre tifoidea, que ofrece, según su intensidad, y otras varias causas que no es fácil determinar, manchas rosáceas , verdaderas hemorragias sub-epidérmicas, y en algunos casos hemorra- gias intestinales muy abundantes, como hemos TOMO VIL tenido ocasión de observar en muchos enfer- mos. En unos se hallan profundamente altera- das las chapas de Peyera , las cuales apenas están afectadas , y aun aparecen enteramente sanas en otros. ¿Por qué hemos de estrañar to- das estas variaciones, cuando vemospresentar- se todos los síntomas de la fiebre tifoidea bajo formas y aspectos tan diferentes, que los mé- dicos de todos tiempos han tenido que estable- cer gran número de especies de fiebres, que no- sotros hemos referido con mas ó menos razón á este solo tipo? Esos mismos médicos han des- crito aparte, y bajo nombres diferentes, hasta los grupos de síntomas que después se han re- ferido á una sola lesión : ya veremos , al tratar déla fiebre, que su equivocación no ha sido tan grande, como suponen los que escribían bajo el imperio de la doctrina fisiológica. »7.° Fiebres en que la única lesión apre- ciable es el trastorno de la calorificación y de la circulación.—La fiebre intermitente, simple ó perniciosa , y las fiebres efémeras simples son esenciales por escelencia. Ofrecen un tipo pre- cioso del estado febril, y por ellas debemos ter- minar esta enumeración de todas las causas de pirexia. »Resúmen.—El estado febril, que solo es un síntoma complejo , ó mas bien el conjunto de varios síntomas bastante marcados , constitu- ye un estado morboso, que áimitacionde los de- mas síntomas patológicos, como el vómito , la ictericia, el delirio y la parálisis, puede faltar en las enfermedades donde comunmente suele hallarse. Sin embargo, nos hemos esforzado en demostrar, que es bastante constante en las afecciones que dependen de las causas siguien- tes: 1.° alteración local de un órgano ó de un aparato ; 2.° perturbación puramente funcio- nal; 3".° alteración del liquido en la circula- ción; A. por una materia venenosa procedente del esterior, y que determina una enfermedad general (veneno); B. por un veneno animal; C. por un virus ; D. por una materia formada en el organismo enfermo (puoemia); C. alte- ración en la proporción de los diversos elemen- tos déla sangre (clorosis); 4.° pirexia con de- terminación hacia la piel; 5.° con determina- ción hacia el tejido celular y las glándulas; 6.° con determinación hacia la piel, y la mem- brana mucosa gastro intestinal; 7.° pirexia con trastorno de la circulación sin otra lesión apreciable (tipo de las fiebres esenciales). »Las generalidades que acabamos de pre- sentar sobre la fiebre, tienen á nuestro enten- der una utilidad incontestable, pues enseñan al médico á distinguir inmediatamente la fiebre de las fiebres, es decir, de las enfermedades en que se manifiesta este síntoma , cosas que se han confundido hasta el dia. Es muy perju- dicial reunir en las mismas generalidades la fiebre y las-fiebres, y por el contrarío muy útil es hacer este estudio respecto del síntoma y de las enfermedades en que existe. No com- prendemos la ra¿on que han tenido los autores 258 FIEBRE EN GENERAL. que han escrito recientemente sobre las fiebres, para no establecer esta distinción, que tanto es- clarece un punto de patologia, que en sentido de todos es sumamente oscuro. Considerando la fiebre como nosotros lo hemos hecho, se forma de ella una idea esacta habituándose á mirarla como un fenómeno, importante sin du- da, pero que no es justo considerar como ca- rácter invariable y necesario de un gran núme- ro de enfermedades. En este punto se ha co- metido un error, semejante al de los autores que comprenden bajo el nombre de parálisis ó afecciones comatosas (comata) todas aquellas enfermedades en cuyo curso se presentan es- tos síntomas «(Monneret y Fleury, compendium de medecine pralique, t. 4.°, pág. 2 y sig.).» Fácilmente se concibe que nada puede de- cirse del pronóstico y tratamiento de la fiebre en general, porque es siempre el de las enfer- medades cuyo síntoma constituye. En cuanto á la historia y bibliografía, la reservamos tam- bién, para cuando tratemos de las fiebres en par- ticular, porque es inseparable de la de estas. CLASE VIII. CAQUEXIAS. es el primer grado de la caquexia {ob. cit., t. I, c. XVI, p. 47). Areteo no deja ninguna duda sobre el sentido que daba á la palabra caquexia, cuantío dice que es común á todas las afecciones crónicas. »Celio Aureliano recuerda que el nombre de caquexia se deriva de las dos palabras grie- gas mn't y i//!: la causa de donde proviene son los errores del régimen en los enfermos, los vicios del tratamiento, la reabsorción im- perfecta que sigue á las enfermedades, el uso intempestivo de ciertos medicamentos, las afecciones del hígado y del bazo, el flujo he- morroidal inmoderado y el vómito. Fácil es convencerse de que la caquexia, según las ideas de Celio Aureliano, no es mas que un síntoma de diferentes lesiones , y que no es- presa otra cosa, que la estenuacion que acom- paña ó sigue á la desorganización de algunas visceras. Los fenómenos que la anuncian son: la palidez, el color plomizo de la piel, la len- titud y debilidad de los movimientos, la hin- chazón de los tejidos, la diarrea acompañada de una ligera fiebre (febrícula) que se exacer- ba por la noche, la inapetencia y la sed. Cuan- do se presentan estas señales, no puede desco- nocerse la existencia xle la fiebre héctica, y los síntomas de la colicuación (De morborum acut. et chron., lib. III, cap. VI, de cachexia). «Vemos por lo que antecede, que la acep- ción mas generalmente admitida entre los mé- dicos de la antigüedad, fué la que dieron á la palabra caquexia Celso, Areteo y Celio Aure- liano, designando con ella una alteración de todos los humores, que se manifiesta por el trastorno de la nutrición, la fiebre héctica, la anasarca, la consunción, etc. Esta significa- ción , poco filosófica por aplicarse á enferme- dades muy diferentes en su asiento y natura- leza, y que solo tienen uno ó varios síntomas comunes, fué adoptada por casi todos los au- tores de la edad media. Posteriormente, como si no fuese todavía bastante oscura esta pala- bra, comprendieron con ella los nosólogos cierto número de enfermedades. Sería muy di- fícil fijar los caracteres, que convienen á todas las especies reunidas bajo este nombre por Sauvages, Sagar y Cullen. «Este último forma la tercera clase de su nosología metódica con las caquexias, bajo cuyo título comprende las enfermedades que consisten en el estado depravado de toda la economía, ó de una parte considerable del cuerpo, sin que se halle combinada con este estado ninguna pirexia primitiva ni afección nerviosa. El orden de enflaquecimientos está constituido por dos géneros, á saber: 1.° la tabes ó la calentura héctica: 2.° la atrofia. La tabes está caracterizada por la demacración, la debilidad, la fiebre héctica, y la falta de tos. Hay tres especies de hécticas: 1.° la pu- rulenta: 2.° la escrofulosa: 3.° la venenosa. «La héctica purulenta es producida por vómicas del pulmón, por úlceras antiguas, Nombre y Etimología.—La palabra ca- quexia se deriva de »*«<>? malo y de í/u modo de ser, malus corporis habitus. Sinonimia.—kí,s/i* Hipócrates; cachexia, Celio Aureliano , Linneo, Vogel : cachexia anómala, Sagar ; cacochymia Young Swe- diaur; los franceses la llaman caquexie, caco- chymie. «Celso da el nombre de caquexia á una es- pecie de consunción, que resulta del mal esta- do de la nutrición: malus corporis habitus est, ideoque omnia alimenta corrumpunlur. El enflaquecimiento que acompaña á la conva- lecencia, la languidez de las funciones, y pro- bablemente la existencia de algunas lesiones ocultas ó mal curadas, eran el origen de la ca- quexia tal como la comprendía Celso. Dividía este autor las consunciones (tabes) en tres es- pecies : la atrofia, la caquexia y la tisis (Celso, De re médica, lib. III, cap. XXII, p. 127). Hipócrates y Galeno la definían también: ma~ lus atque vitiosas corporis habitus (Apho- rismo 5, 3, 31; Galeno, De locis affec., 7). «Areteo daba casi el mismo sentido á esta palabra: K*«h/ia, id est, malus habitus om- nium simul vitiorum convergió est, si quidem ab ómnibus morbis propagalur el emanat (De caus. et sig. morb. diut., lib. I, cap. XVI, p. 46). Para hacer resaltar mejor los caracte- res de la caquexia, presenta este autor en opo- sición á los síntomas de esta, el cuadro del hombre fuerte y robusto, que ejerce con re- gularidad todas sus funciones; y añade, que si- á este estado de salud sucede la debilidad de lus líquidos, se manifiesta la cacoquimia que CAQUEXIAS. 259 por enfermedades de los ríñones, del hígado ó del pericardio, ó por la tisis catarral. «La héctica escrofulosa se manifiesta en los individuos atacados de este vicio,' y parti- cularmente en los que padecen una afección glandulosa del cuello, de los oídos, de los bronquios ó del rnesenterio (tabes mesentérica). A esta especie debe referirse la escrofulosa me- sentérica) de Sauvages, la atrofia de los niños, á la que Sydenham da el nombre de héctica , la atrofia raquítica y la tisis raquiálgica de Tulpio. «La héctica venenosa es producida por los venenos. La atrofia, que es el segundo género de los enflaquecimientos, consiste en la demacración y debilidad sin pirexia héctica. Cullen distin- gue cuatro especies de este género, en razón de las causas que pueden producirlas: la atrofia por inanición, por hambre, por cacoquimia, ó por debilidad. La primera es efecto de una •evacuación considerable, de los vómitos re- petidos, de la diarrea , etc.; la segunda pro- viene de la falta de alimentos ; la tercera es ocasionada por la mala calidad de estps; sus variedades son la atrofia escorbútica, la sifi- lítica, la tisis ó marasmo que .sucede á las hi- dropesías. La cuarta proviene de un trastorno de la nutrición, que no va precedido de eva- cuaciones escesivas ni de ninguna cacoqui- mia , y se desarrolla á consecuencia de las afecciones de ánimo y del abuso de los lico- res. La atrofia de la mitad del cuerpo, la ner- viosa de Morton , y la de los viejos son con- sideradas por Cullen como variedades de la atrofia producida por debilidad sin cacoqui- mia anterior (Elementos de medicina práctica, t. 111). «Hemos espuesto las divisiones admitidas por Cullen, para demostrar cómo han conside- rado las caquexias los nosólogos; pero jqué confusión no debe resultar de una clasifica- ción tan arbitraria, que no se apoya ni en la consideración del asiento de la enfermedad, ni en el conocimiento de su naturaleza! Ape- nas se encuentran en todas estas enfermeda- des , conocidas con el nombre de caquexias, algunos pocos síntomas comunes ; mientras que no hay una sola, que no pertenezca por sus síntomas ó naturaleza á distintas enfer- medades del cuadro nosológico. De aquí re- sulta un caos de denominaciones diferentes, que comprenden en una misma sección des- órdenes, que tienen su origen en distintos ór- ganos j y que proceden de causas muy varia- bles; y sin embargo se llamaba á esto una no- sografía metódica. «Debemos observar sin embargo que Cu- llen no ignoraba, que la etiquez y la atrofia eran siempre sintomáticas. Habia comprendi- do perfectamente, que cierto número de ca- quexias pueden depender de evacuaciones con- siderables de un líquido como el esperma, de la pérdida escesiva del fluido nervioso, ó de emociones morales muy prolongadas; pero en todas estas condiciones patológicas no hay en realidad otra cosa común que la debilidad y la astenia. Tampoco seria conveniente referir á este género enfermedades bien caracteriza- das, como la caquexia escrofulosa, escorbú- tica, sifilítica, anémica, clorótica, etc. Bor- den ha enriquecido el número de las caque- xias admitidas anteriormente, poblando de es- tas enfermedades la especie humana. «Admi- to , dice este autor, tantas caquexias particu- lares , tantas mezclas ó combinaciones princi- pales de humores, como órganos notables y humores distintos existen en la economía.» (OEuvr. comp., t. II, p. 9V8; París, 1818). Las establece biliosas, pancreáticas , lácteas, espermáticas, urinosas, grasientas , ventosas, y casi se siente inclinado á admitir una ca- quexia esplénica. También pueden los órga- nos, cuando están enfermos, segregar humores que producen otras tantas especies de caque- xias , y de aquí resultan caquexias purulentas, gangrenosas, mucoso-albuminosas, en cier- tos casos de abscesos ó diarreas; serosas, en las hidropesías ; herpéticas , cancerosas, go- tosas, sarnosas, escorbúticas, escrofulosas, venéreas y virulentas: estas últimas corres- ponden bastante bien al estado que se llama diátesis. »Las caquexias biliosas, lácteas, urinosas ó espermáticas, dependen del aumento de ac- ción de la glándula, que derrama á torrentes su fluido por la economía. Los humores pue- den introducirse en todas las visceras, deter- minando ó no tumores inflamatorios; y es tal la rapidez de su marcha, que atraviesan el te- jido celular y las membranas serosas, para ocu- par diferentes órganos. Cada humor segregado por una glándula, ó por un tejido enfermo, cons- tituye una caquexia. Ademas de estas , supone Bordeu que existen otras, caracterizadas por el predominio de uno de los fluidos que hemos indicado, aun cuando dicho predominio en nada altere la salud. Esta opinión tiene mu- cha analogía con la de los antiguos acerca del temperamento. (Bordeu, Reeherches sur les maladies chroniqnes, etc., en 8.°; París, 1775. —Reeherches anal, sur la posilion des glandes et sur leur aclion, en 8.°; París , 1751;—Re- cherches sur le tissu muqueux et sur Vorga- ne cellulaire, en 12.°, 1766). »Hay una especie de caquexia á que se da el nombre de africana, y que los ingleses lla- man dirteating, que se halla muy generaliza- da en las Indias Occidentales y en la Améri- ca Meridional, sobre todo en las Guyanas. Los principales síntomas de esta afección, que al- gunos consideran como una forma de la clo- rosis , y otros como una verdadera nostalgia, son la inercia de los movimientos, la insen- sibilidad, la palidez de la mucosa délos la- bios, la debilidad, el empobrecimiento de la sangre, el edema y desórdenes notables de los órganos digestivos. »En estos últimos tiempos se ha dado á la 200 CAQUEXIAS. palabra caquexia una acepción, que dista mucho de la exactitud, aplicando este nombre á la mo- dificación profunda que sufre todo el sólido vi- viente bajo la influencia de ciertas enferme- dades generales, como el cáncer, la sífilis inve- terada y el escorbuto. Pero, si se insiste en lla- mar caquexia á la estenuacion que sigue á estas, afecciones generales ¿ por qué no se ha de dar también este nombre á todas las enfermedades crónicas, como la tisis, las reabsorciones pu- rulentas, las flegmasías antiguas de los bron- quios ó de los intestinos gruesos, las degenera- ciones del hígado, la clorosis , la anemia , etc., supuesto que en todos estos casos ha sufrido- la nutrición un trastorno notable? ¿Acaso no se manifiestan en todos ellos la demacración , la debilidad de las fuerzas musculares y todos los demás fenómenos que acompañan á la consun- ción? Los antiguos eran mas consecuentes, dando el nombre de caquexias á todas las en- fermedades que presentaban estos síntomas. Tomando las caquexias en el sentido que he- mos indicado anteriormente, se diferencian muy poco de la diátesis. La palabra caquexia ha caí- do con razón en descrédito , y los médicos que tratan de introducirla nuevamente en el voca- bulario de la ciencia, necesario es que la asig- nen un sentido que esté mas en armonía con los descubrimientos modernos. «Se ha tratado de distinguir la cacoquimia de la caquexia, suponiendo que la primera no es mas que una-modificación de la cantidad de los humores, capaz de perturbar las funcio- nes.... Cacochymia qua vocatur quantitas illa humoris qua ledit functicnes (Boerhaave, Ins- tit. medie, pág. 719). La cacoquimia, sin embargo , íio consiste en esta simple lesión: los humores no conservan en esta enfermedad sus cualidades naturales: cacochymia estvitio- sitas seu vitiosa humorum cualitas qua is á justa mediocritale desciscit ( Fernel , Unió. medie, lib. II, cap. I). No sabemos en que se diferencia la cacoquimia de la caquexia. Según Areteo, una y otra son producidas por la alte- ración de los humores ( De causis et signis diuturn. morb. , lib. I, cap. XVI).» Monneret y Fleury. (Comp. de med. prat. , t. II, página 2 y sig.) Tal es la opinión de Monneret y Fleury res- pecto á las caquexias; pero nosotros, si bien consideramos fundadas y valederas las razones que indican , creemos deber hablar en este lu- gar de algunas de esas profundas lesiones, que pueden presentarse en todos los órganos de la economía, determinando consecutivamente la caquexia ; si bien Dubois supone que esta en- fermedad es primitiva en tales casos , como puede verse en el primer tomo de esta obra (Pat. general, pág. 329 y sig.) , á donde re- mitimos á aquellos de nuestros lectores, que quieran estudiar mas detenidamente este punto y enterarse de las ideas de Dubois acerca de las caquexias. Nosotros hablaremos con toda estension de la caquexia sifilítica, de la escrofulosa y de la escorbútica en la segunda parte de esta obra, adonde se refieren todas estas afecciones, por- que constituyen por sí solas enfermedades es- peciales. En esta primera parte, como ya he- mos repetido varias veces, solo queremos in- cluir generalidades sobre los estados morbosos. Por lo tanto, únicamente nos detendremos á hablar del cáncer y la caquexia cancerosa, por- que esta lesión, siempre local, exije un estudio general, detenido y atento; y en seguida dare- mos una ligera idea de los tubérculos , con lo cual creemos decir lo suficiente acerca del orí- jen circunscrito de dos temibles caquexias. Con esto concluiremos nuestra primera parte, pa- sando después al estudio de las enfermedades en particular. ARTÍCULO PRIMERO. Dfil cáncer y la caquexia cancerosa. Nombre y etimología. — «Derívase de cáncer, cangrejo, langosta marina (wa/>»iVoí de los griegos), porque se encontró cierta se- mejanza entre las venas dilatadas que cubren los tumores cancerosos y las patas de la langos- ta marina , y porque se suponía que á la mane- ra de un animal devora los tejidos vivientes. Los griegos le llamaban s*ify otras producciones anormales de la economía; pero debemos confesar que no siem- pre sucede asi; por lo común no puede el mé- dico en muchos casos decidir cuál sea la natu- raleza de la afección que tiene á la vista. Mas aun, pueden faltar los síntomas del cáncer, y demostrarnos luego su existencia la anatomía patológica; y en otros casos al contrarío, nos han persuadido los síntomas la presencia de es- ta afección , y no existia. Asi pues, queda to- davía mucho que investigar respecto del estudio de esta grave enfermedad. »La palabra cáncer fué creada por los mé- dicos griegos, para designar el tumor escirroso del pecho , cuyas venas varicosas imitan gro- seramente las patas de una langosta de mar. Es muy probable que esta espresion figurada se aplicase á enfermedades de naturaleza muy di- ferente , y no siempre de índole cancerosa. Se- ria, pues,-de desear que esta palabra, inven- tada en una época en que estaba la medicina privada de la antorcha de la anatomía patológi- ca, fuese definitivamente borrada de la nomeu- CAPITL'LO TRÍMERO. Del cáncer bajo el punto de vista anatómico- patológico. A. Del escirro. Sinonimia. — Tejido escirroso , cáncer de Scarpa y de la mayor parte de los médicos es- tranjeros ; cáncer duro ; cáncer oculto ; no ul- cerado; sustancia scirro-cancerosa. Lobstein, sarcoma carcinomatoso, Abernethy. «El escirro se presenta ordinariamente bajo la forma de masas mas ó menos redondeadas, circunscritas al principio, semi-transparentes, de un color blanquecino y una consistencia que 262 CAQUEXIAS. varia desde la del tocino gordo hasta la del fi- bra-cartílago, y aun también del cartílago mis- mo , cuyo aspecto toma ordinariamente. «Cuando se examina en el agua un tumor escirroso , se descubre que está compuesto de dos sustancias diferentes. Una de ellas, orga- nizada y de apariencia fibrosa, parece ser tejido celular, blanquecino, muy resistente, condensado , dispuesto unas veces en forma de rayos, que partiendo del centro se dirijen á la circunferencia, y dan al tumor, cuando se le di- vide ó parte, el aspecto de un navo (escirro na- viforme), formando otras un tejido célulo-fi- broso , que imita los alveolos de un panal de miel, y por último, distribuido no pocas muy regularmente entre los lóbulos y lobulillos del tumor. Ch. Bell concede particular atención á la disposición que afecta el tejido interlobular. Practicando una incisión en un tumor cancero- so en una época poco adelantada de la enferme- dad , ha visto que partían del centro u»as ban- das divergentes, fibrosas, en cuyo intervalo se depositaba una sustancia, cuyo estudio re- servamos para mas adelante- Estas bandas, co- mo la materia segregada , son productos nue- vos. Los primeros , según Ch. Bell , preceden al depósito de la materia blanda, y constitu- yen primitivamente la enfermedad. El médico inglés ha sacado de la presencia de los rayos fibrosos una deducción importante para el tra- tamiento de las enfermedades cancerosas. En su concepto cuando estos tabiques fibrosos se continúan alo lejos por los tejidos inmediatos, y no se ha conseguido quitarlos en la operación quirúrgica, se reproduce el mal \ y por lo tanto conviene mucho no emprender la estirpacion, cuando se pueda sospechar que este tejido ó elemento fibra-celuloso tiene esa estension que dejamos mencionada (Observat. sur les divers. mal. confond- sous le nom. de carcinom. de la mamelle, por M. Ch. Bell, Arch. gen. de med., t. IV, pág. 124 y 12o). «La segunda sustancia que se nota en el es- cirro es una materia homogénea , gris, mas ó menos diáfana, de consistencia córnea ó de corteza de tocino , y que está contenida entre las fibras del tejido precedente. Se la considera como una linfa organizable segregada por las partes, y que se infiltra en los intersticios del otro tejido. Esta parte , concreta , mas abun- dante que la trama célulo-fibrosa , constituye casi por sí sola to3a la masa escirrosa. En una época mas avanzada de la enfermedad la mate- ria inorgánica oscurece la trama organizada; en- tonces se compone el tumor de un tejido seme- jante á un cartílago y de una testura uniforme. Lobstein dice haber podido separar, aun los dis- tintos lóbulos unidos por un tejido celular seco y estrernadamente corto, en las glándulas ma- marias transformadas en tumores duros y co- riáceos. También ha observado pequeñas vesí- culas de la magnitud de cabezas de alfiler, con una gota de uu líquido amarillento. «El tejido escirroso ha sido sometido al aná- lisis químico por Hecht, quien lo ha encontrado formado de gelatina , de fibrina , de oleína ó grasa fluida , y algunos rastros de albúmina y de agua. Lobstein , que ha dado á conocer este análisis , indica las proporciones siguientes: «Albúmina 2 granos; gelatina 20; fibrina 20; materia grasa fluida 10; agua ó pérdida 20; total 72 granos. «Una materia escirrosa tratada por el agua fria, por el agua hirviendo y el alcohol, también hirviendo, á 36 grados, no ha dado mas que ge- latina , fibrina , partes grasicntas y nada de al- búmina (Traite de anat. palhol. , por Lobs- tein, t. I, pág. 403, París, 1829). Scarpa di- ce que por la presión se puede esprimir un lí- quido albuminoso, transparente, que se estien- de por la superficie del trozo que se exami- na , y que lo cubre como si fuera un barniz. (Memoir. sur le squirre et le cáncer , por A. Scarpa , en los Arch. gen. de med., t. X, pág. 283.) «Los vasos que penetran el eseirro son eu pequeño número y casi nulos. Habiendo ensa- yado Scarpa inyectar estos vasos , ha encontra- do que el sistema arterial que rodea el produc- to morboso era el único que recibía la mate- ria de la inyección , que no penetraba dentro del tejido. Estos esperimentos repetidos por Ron- zet han dado los mismos resultadas. «Es visto, pues, por la descripción que acabamos de hacer, que hay dos elementos muy distintos en el escirro; el tejido fibra-celuloso, qué encierra en sus mallas al otro elemento, el inorgánico. Sufre el escirro cambios notables según la antigüedad del mal; después de haber permanecido largo tiempo estacionario, se re- blandece. Laennec ha distinguido en el escirro, asi como en otras producciones accidentales, dos períodos, uno de crudeza y otro de reblan- decimiento. Acabamos de dar á conocer el pri- mero, y es justo que nos ocupemos del segundo. «El reblandecimiento es el que induce en los tejidos escirrosos esas variedades tan nu- merosas de forma y consistencia, que algunas veces los han hecho considerar como especies particulares de cáncer. A cierta época de la en- fermedad, que no es posible determinar, la materia semi-trasparente, alojada en las aréo- las de la sustancia opaca, pierde su consisten- cia, se hace blanda y pulposa , y adquiere en- tonces todos los caracteres de la materia cere- briforme. Los que consideran al tejido encefa- loideo como un producto del todo especial, y que no es necesariamente precedido del escir- ro, sostienen que no puede el reblandecimien- to tener lugar en este último tejido, sino des- pués de haber precedido un estado, en el cual es la materia encefaloides de un blanco mate y dura. Si la materia reblandecida está privada de vasos y aparece trasparente, semejante á una jalea ó jarabe espeso, se le dá el nombre de materia coloides. Volveremos á ocuparnos de estas formas del cáncer. «Se ha designado con el nombre de cáncer CAQUEXIAS. 263 oculto, un reblandecimiento del escirro, que se hincha y produce vegetaciones mamelonadas, separadas por cisuras mas ó menos profundas: tocando la piel se nota una sensación de fluc- tuación , que no puede confundirse con la cor- respondiente á una colección purulenta, cuan- do se ha llegado á esperimentar una sola vez. También los tumores escirrosos permanecen mucho tiempo é indefinidamente estacionarios, sin ocasionar otro mal, que cierta molestia o in- comodidad en el desempeño de las funciones. Otras veces por el contrario, á consecuencia de violencias esteriores ó de un tratamiento poco racional, marcha el reblandecimiento á pasos agigantados. «Al mismo tiempo que se observan estas modificaciones patológicas en el tejido escirro- so, hay otras no menos notables, que tienen lugar en el órgano en cuyo seno se ha desar- rollado. Por los continuos progresos de un tra- bajo, cuya naturaleza procuraremos apreciar, el tumor que estaba movible al principio, y sobre el cual se deslizaban fácilmente la piel y las par- tes adyacentes, contrae adherencias con los te- jidos inmediatos, que no tardan en participar de la degeneración escirrosa; las glándulas se ingurgitan, se hinchan y endurecen. El órgano en que tiene su asiento el escirro, permanece muchas veces por un tiempo muy largo sin al- terarse, y conserva parcialmente su testura normal; en algunos casos parece que toma un volumen mayor (engorgement hypertrophique de Recamier;#ec/ierch.sur le trait., etc., volu- men II, pág. 62). Sin embargo, también se le ha visto disminuir y esperimentar, como todos los elementos orgánicos, una condensación no- table, una especie de encogimiento (engorge- ment atrophyque). «Finalmente, cuando el tumor se ha reblan- decido, se forma una úlcera, cuyos bordes cor- tados perpendicularmente, se revuelven hacia afuera. Estas ulceraciones presentan una super- ficie agrisada, de la que se elevan carnes blan- das , fungosas, fofas , descoloridas , ó de un rojo lívido, que manan un líquido sanioso, acre y fé- tido. Estas vegetaciones se hallan provistas de numerosos vasos capilares, y la sangre que dan al menor contacto, está siempre alterada; pero rara vez son abundantes las hemorragias, al contrario de lo que ocurre en el fungus hema- todes. Se ha creido que el contacto del aire era la causa de las escrescencias cancerosas; opi- nión manifiestamente infundada, porque se las encuentra en medio de los escirros de las ma- mas. Cuando se comprime con el dedo la ulce- ra escirrosa, se perciben las desigualdades y durezas de las partes subyacentes no reblande- cidas. Las investigaciones de Trousseau y Le- blanc sobre la. anatomía patológica de estas ul- ceras , han demostrado que por debajo de las fungosidades existia una capa carnosa, friable, fácil de rasgar con la «ña; inmediatamente por debajo de esta capa hay otra de tejido escirro- so eu el estado de crudeza, que á su tiempo viene á ser menos consistente y forma la base de nuevas vegetaciones. «La sanies cancerosa'que derraman estas úlceras, es unas veces de un blanco ceniciento ó sanguinolento, y otras forma sobre la úlcera una especie de barniz blanco, muy adherente y poco miscible con el agua. Adair Crawford, á quien somos deudores de estas observaciones (Philos. Iransact., 1790, vol. 80, pág. 2), ha notado que esta materia líquida variaba en sus cualidades según una multitud de circunstan- cias; que una disolución de potasa no producía cambio alguno en ella; que con el ácido sulfú- rico ocasionaba cierta efervescencia, y final- mente que presentaba con el jarabe de violetas uu color verde. «Resulta de los hechos observados por Aber- nethy, (fue la piel afectada que cubre los tumo- res escirrosos, se ulcera mucho antes que ha- yan tomado un volumen considerable. Se for- ma entonces en la sustancia cancerosa una es- cavacion producida eu parte por la separación de una escara, y en parte por la ulceración. Entonces es cuando se derrama un líquido ico- roso, fétido y corrosivo, bastante abundante para imitar una secreción de las partes enfer- mas. Se ven también aparecer los mamelones carnosos de que antes hemos hablado (Aberne- thy, Surgical Works, vol. II, pág. 71). Sirio oel escirro.—«El escirro tiene una predilección marcada á los órganos ricos en te- jido celular; se le ha asignado por sitio esclu- sivo el tejido célulo-fibroso (Cruveilhier), los vasos blancos (Lobstein), las glándulas (Scar- pa): nosotros discutiremos este punto de ana- tomía patológica cuando hablemos de la natu- raleza del cáncer. El escirro puede afectará la glándula mamaria, el testículo, el epididimo, los ganglios linfáticos, la matriz, la vagina, los ovarios, la próstata, los ganglios del rnesente- rio , el esófago, el fondo del estómago, el pílo- ro, la válvula ileo-cecal, el recto, los órganos de los sentidos, ojos y lengua, tal vez los ner- vios y el tegumento esterior (Breschet). Los te1 jidos que se prestan difícilmente á esta altera- ción patológica, son los músculos y las mem- branas serosas; Lobstein asegura que estas par- tes uo son primitivamente afectadas, y que lo mismo sucede con los huesos, cartílagos y ten- dones (loe cit., pág. 405). Se han descrito es- cirros de la pleura, y aunque estos hechos son poco numerosos, parecen merecer la atención de los patólogos (Velpeau; rev. med., t. II). Pearson nunca ha encontrado pruebas ciertas de un escirro primitivamente desarrollado en un ganglio linfático (Pract. obs. on cancerous complaints, pág. 5). Asi es, que cree que cuan- do la enfermedad comienza por las glándulas de los pechos ó por las axilas , es rara vez de naturaleza cancerosa. -Creyendo Scarpa que el escirro tiene siempre su asiento en las^lándu- las conglomeradas, sostiene que nunca se ma- , nifiesta, al menos de un modo primitivo, en | los ganglios y en los vasos linfáticos, las glán- 264 CAQUEXIAS. dulas linguales, las amígdalas, el cuerpo ti- roides y.las visceras propiamente dichas. Mas adelante discutiremos esta opinión, presentada por un médico tan célebre por sus investiga- ciones de anatomía patológica. Modo de propagarse el escirro.—«Difiere según que el escirro está limitado al período de crudeza, ó acometido del reblandecimiento. En el primer caso se efectúa la propagación de mu- chas maneras: 1.a por el intermedio del tejido celular, que está mas dispuesto que ninguno á participar del mal; 2.a por continuidad de teji- dos; 3.a por los vasos linfáticos; 4.a en fin, algu- nas observaciones hechas por Breschet dan lu- gar á creer, que los nervios endurecidos parti- cipan de los cambios acaecidos en los tumores escirrosos inmediatos. ¿Tienen las venas la fa- cultad de absorver é introducir en toda la eco- nomía la materia escirrosa? Procuraremos in- vestigarlo al tratar de la diátesis cancerosa , y entre tanto diremos, que si está el escirro re- blandecido, es posible este modo de propaga- ción. E. Home pretende que no nace el cáncer espontáneamente en una parte sana del cuer- po, y que es indispensable, para que se desar- rolle, una modificación anterior en la parte que después le ha de servir de asiento. (Home ob- serv. on cáncer, Lond. 1805, en 8.°). Cuando se sigue atentamente el progreso de un escirro, se descubre mucho tiempo antes una indura- ción de los tejidos circunvecinos, que ofrecen entonces una ingurgitación pasagera. Muy lue- go el aumento de volumen, y la mayor consis- tencia de los tejidos, no dejan ya dudar del desarrollo de un escirro en estos tumores, que apenas llamaban la atención de los enfermos, y no pocas veces también, de los médicos. «Establecida la úlcera cancerosa, ataca in- cesantemente los tejidos que la rodean, les pro- paga la misma desorganización, y derrama uu fluido icoroso, que sostiene una irritación funes- ta en todas las partes. Las transformaciones sucesivas que han esperimentado los tejidos, y que hemos designado con Trousseau y Leblanc, prueban que los órganos inmediatos al cáncer están dispuestos á la ulceración; el tejido ce- lular y la grasa se condensan y producen bo- tones ó mamelones fungosos, cuyo aspecto in- dica á las claras su naturaleza. Lobstein atri- buye una gran parte de la propagación de la úlcera á la impresión del pus icoroso, que pro- voca una pronta ulceración en las partes con quienes se pone en contacto. El tejido arterial resiste largo tiempo á su acción corrosiva; no es raro encontrar en medio de un cáncer re- blandecido los vasos de sangre roja en toda su integridad (Bayle, Lobstein, Cayol). B. Del tejido encefaloideo ó cerebriforme. Sinonimia.—Encefaloides: sustancia cere- briforme, Laennec y la mayor parte de los mé- dicos franceses; sustancia análoga á la leche de los pescados, Monro; fungus hematodes, Hey y Wardrop (es preciso no confundirlo con el fungus hematodes, ó sea tejido erectil); fongus medular, Maunoir; inflamación fungoides, sar- coma medular, Abernethy; sarcoma tubercu- loso, cáncer medular, cáncer blando, carcino- ma blando y esponjoso, Roux. «El.cáncer encefaloides ó cerebriforme, ha sido llamado asi, porque ofrece á veces una gran semejanza con la pulpa cerebral. Se presenta bajóla forma de-masas blanquecinas, opacase senii-trasparentes, de la consistencia de un ce- rebro muy blando , divididas en lóbulos por un tejido celular delgado, y sembradas de nume- rosos vasos sanguíneos. Para tener una idea esacta y precisa de este producto patológico, conviene estudiarle en el período de crudeza y de reblandecimiento; porque los progresos de la enfermedad inducen cambios tan variados en su consistencia, color y testura, que es nece- sario cierto hábito, para encontrar en el tumor algunos caracteres que pertenezcan al verdade- ro encefaloides. También se han tomado las modificaciones que resultan de.condiciones or- gánicas dependientes de la estructura de las partes y de la antigüedad-de la afección, por otras tantas especies de cáncer, á las cuales se han impuesto nombres particulares. Testura del encefaloides. —«Una disec- ción atenta dá á conocer en el cáncer cerebri- forme tres elementos distintos: 1.° un tejido célulo-fibroso, que forma las mallas , las célu- las en donde se encuentra depositada; 2.° una materia mas ó menos densa, opaca, homogé- nea; 3.° un sistema vascular muy abundante, fácil de percibir; y comunmente saugre derra- mada é infiltrada en las mallas. «El tejido encefaloides en su primer período (estado de crudeza) no tiene semejanza alguna con la pulpa cerebral. Está constituido por una sustancia mas ó menos trasparente, densa, se- mejante al tocino gordo, y dividida en lóbulos separados por un tejido celular blanco, blando, y algunas veces muy apretado. En esta época es cuando presenta el encefaloides las particu- laridades siguientes. Cortado el tumor y raspa- da su superficie con el escalpelo, se derrama un líquido blancuzco como lechoso; no se ad- vierten células ni vasos que puedan contenerle ó circunscribirle.' Lobstein compara el tejido que presenta esta disposición, al timus de los niños; y le ha observado en las glándulas bron- quiales de una mujer de 69 años, que murió de tisis pulmonar, y cuya glándula tiroides, hinchada, estaba también convertida en mate- ria cerebriforme (loe cit., pág. 424). Es muy difícil en estas circunstancias establecer una lí- nea de demarcación entre el escirro y el ence- faloides en el primer grado; los médicos que consideran al segundo como un grado adelan- tado del escirro, se apoyan precisamente en la perfecta semejanza que existe en esta época entre los dos tejidos. «Cuando se trata por el agua fria la materia encefaloides, en el estado de crudeza, se vé que CAQUEXIAS. 265 suministra un poco de albúmina y de jelatina; dá con el agua caliente un liqqido viscoso, que evaporado contiene gelatina y fosfato de cal: por el alcohol caliente se obtiene la gelatina; la mayor parte de la materia que ha resistido á la acción del agua y del alcohol, presenta un as- pecto fibroso y se semeja bastante bien á la fi- brina ó al gluten; el ácido acético hincha consi- derablemente este residuo (Lobstein Anat. pat., t. I, pág. 425). El encefaloides en primer gra- do es mas abundante en gelatina que en el se- gundo, en el cual abunda mas la albúmina. «Las investigaciones de anatomía patológica que se han hecho en esta afección, han recaido particularmente sobre la materia cerebriforme en segundo grado (estado de reblandecimiento). Se encuentran los mismos elementos que en es- te tejido en el estado de crudeza, es decir", una trama areolar ó celulosa, una sustancia blan- quecina y vasos sanguíneos; pero estos son mas numerosos, y la materia contenida en los in- tersticios del tejido encefaloides mas blanda, y asimismo difluente en un período mas avanza- do del mal. Cuando se corta un tumor cance- roso que ha llegado á esta época de su desarro- llo, se presenta bajo la forma de una pulpa ca- si homogénea, de un blanco lechoso. Esta co- loración nunca es uniforme; y existen puntos mas reblandecidos y mas vasculares que otros, y que tienen un tinte rosado; también los hay negros, constituidos por la sangre derramada de los vasos. En los casos mas ordinarios ofrece el encefaloides un color blanco, que le hace pare- cerse á la pulpa cerebral; su consistencia, ó me- jor su tenacidad , es menor que la del cerebro. Laennec ha hecho también observar, que esta materia es mas fácil de romper con la presión del dedo que el cerebro humano. «El sistema vascular es una de las partes mas interesantes del tejido encefaloides. Andral considera los vasos que recorren las masas can- cerosas como una circunstancia puramente ac- cidental y dependiente de la manera como se ha formado la alteración, dejando mas ó menos visibles los vasos que se distribuyen en estos tejidos en el estado normal. Ha notado por la atenta disección de hígados cancerosos, que los vasos que serpean en el producto morboso, no hacen mas que atravesarle, y que pertene- cen al parenquima hepático alterado (Clinie med., cáncer del estómago, del hígado, etc.) Hay casos en que se ven varios vasitos en co- municación con los de las partes inmediatas; pero otras veces no se puede encontrar seme- jante comunicación; se ven vasos bien forma- dos de paredes distintas, que pierden poco apo- co su carácter de vasos, y se confunden, ya con estrias rubicundas, en las cuales no parece que está la sangre contenida en conducto ó tubo al- guno, ya también con manchas rojas masó me- nos irregulares (Anat. pathol., 1.1, p. 498). «Cruveilhier ha comprobado en un cáncer del recto, vasos que no tenían conexión alguna con la grande circulación. Recamier ha visto estos vasos aislados de la circulación general desarrollarse, sobre todo en la época en que comienza á reblandecerse la materia. Esta con- dición patológica es muy digna é importante de notarse , porque prueba que existe en los tu- mores cancerosos una nutrición especial, que les permite hasta cierto punto tener una vida propia. «He aquí el resultado de las investigaciones anatómicas hechas por Berard , y consignadas en el artículo cáncer del diccionario de medici- na (segunda edición); las cuales ilustran sobre- manera acerca del modo de distribuirse losvasos. Habiendo inyectado las arterias y las venas del cuello de un hombre, que tenia dos tumores en- cefaloides en esta región, hizo las observacio- nes siguientes: la membrana célulo-fibrosa que rodeaba la alteración ofrecía un plexo venoso abundante, que se entrelazaba con unas arte- rias de mediano calibre, pero muy numero- sas y desarrolladas también en la cápsula de la cubierta. El número y la disposición de los vasos variaban con el grado de consistencia del cáncer. Apenas se notaba algún rastro de ellos en las masas cancerosas en estado de crudeza; en aquellas, por el contrario, en que habia tendencia al reblandecimiento , eran los vasos escesivamente numerosos, y formaban una vistosa red, que parecía contener entre sus ma- llas la sustancia cerebriforme. Finalmente, donde el encefaloides estaba reblandecido, la materia de la inyección se hallaba derramada, y habia producido un burujón, análogo á los der- rames apoplécticos. Háse convencido Berard de que no existia siquiera una venilla, ni un solo punto negra en estos tumores, mientras que era considerable el número de los vasos arte- riales. Tomó todas las precauciones convenien- tes para no padecer alguna equivocación, y comprobó, que la inyección habia penetrado en los capilares venosos mas finos de los órganos inmediatos , y que no se percibía uno solo en la masa encefaloides. «Esplica Berard esta ausencia de vasos ve- nosos permeables en el centro de los cánceres reblandecidos, por la propiedad que posee el tejido encefaloides de destruir las paredes de las venas , y de enviar á su interior prolonga- ciones que las obliteran. Asi es posible que su- ceda en gran número de casos; pero no está aun demostrado que tal destrucción de las pa- redes sea un fenómeno constante. Por lo de- mas, volveremos á tratar de este punto intere- sante de la historia del cáncer cuando hablemos de su propagación. «Las venas, raras y casi imperceptibles en el tumor canceroso, son muy numerosas y dila- tadas en su rededor y en los tejidos circunve- cinos, y constituyen una circulación particular y supletoria. Estas venas esperimentan ,.según Recamier, una alteración que las hace friables, lo cual no se ha observado en las arterias. »Las arterias que se distribuyen por el te- jido encefaloideo son poco resistentes, y deben. 266 CAQUEXIAS. á consecuencia de los cambios morbosos que sobrevienen en la época del reblandecimiento, alterarse, romperse, y ocasionar esos derra- mes considerables, que se descubren en el seno de las masas cancerosas; efectúase allí una verdadera hemorragia, y si no puede la sangre hallar salida al esterior, se derrama en las aréolas del tejido patológico ; la fibrina se con- creta y se.une á la materia encefaloides, como también su parte colorante ; de donde resultan los diferentes aspectos, que dan al encefaloides cierta semejanza con la sustancia cerebral. Laennec ha estudiado cuidadosamente estas modificaciones del color y de la consistencia del cáncer (Dict. des sciens. med., t. XII, pá- gina 168). Según Andral, la fibrina estravasa- da y reunida én una masa mas ó menos grande en el centro de un órgano cualquiera , puede darle la forma del tejido encefaloides en el es- tado de crudeza; y tal es , en su concepto, la naturaleza de ciertos tumores, que han sido de- signados con este nombre por Laennec. Se con- cibe efectivamente , que en virtud de la com- binación de la fibrina con la materia colorante de la sangre infiltrada, puedan algunos órganos ser considerados como afectos de cáncer , si no está el práctico muy sobre aviso acerca de esta circunstancia (Anat. pat., t. I, pág. 377). Vol- veremos á tocar esta materia, cuando reasuma- mos las doctrinas emitidas sobre el modo de producción del cáncer. »La materia depositada en las aréolas celu- losas ofrece cambios no menos notables que los vasos arteriales y venosos. En el principio es dura y lardácea , como ya hemos dicho; en el período de reblandecimiento se hace mas blan- da y difluente, hasta el punto de podérsela es- primir por la presión del tejido fibrilar filamen- toso que la contiene , no quedando entonces mas que la trama celulosa. No se sabe todavía de cierto si las aréolas están constituidas por el órgano que sirve de asiento al cáncer, ó si son de nueva formación. Suelen ser algunas veces tan abundantes, que se han designado con el nombre de cánceres areolares los que ofrecen en muy alto grado semejante disposición. «Berard cree muy útil no confundir la ma- teria encefaloidea con el tejido del mismo nom- bre; según él, la espresion de materia encefa- loidea no debe aplicarse sino á la parte deposi- tada en la trama del órgano; la denominación de tejido cerebriforme serviría para designar la degeneración tomada en todo su conjunto (art. citad.) He aquí las propiedades de la sustancia cerebriforme, tales como las ha descrito Lobs- tein. «Doscientas partes mezcladas con ciento de agua destilada formaron desde luego un to- do hemogéneo ; calentada esta masa depositó una materia sólida , coagulada, insolnble en el agua, de aspecto esponjoso, tenaz, elástica, que tenia el carácter de la córnea; pero estaba mucho menos dura. Este mismo coágulo, que formaba 186 partes del todo, puesto sobre las ascuas de carbón, despidió un olorsemejante al cuerno quemado, y se manifestó en todo como la albúmina coagulada. El agua restante, evapo- rada hasta la sequedad , no ofreció parte algu- na coagulada, y el tannino no enturbió el lí- quido durante la evaporación. Con todo, la ma- teria del segundo grado no era pus concreto; en efecto, este último tiene poca tendencia á la putrefacción ; es susceptible de formar una emulsión con el agua ; el hidroclorato le ha- ce dar un precipitado, y la potasa concen- trada le convierte en una jalea filamentosa, cu- yos caracteres faltan en la materia cerebrifor- me.» (Anat. pat. , t. I, p. 429.) «Después de haber hecho Cruveilhier esperi- mentos anatómicos sobre el cáncer de los intes- tinos , de los pechos y del útero, ha encontrado que si por una presión un poco fuerte ejercida sobré los órganos cancerosos, se hacia salir la materia líquida mas ó menos espesa que en- cierran, no quedaba mas que la trama célulo- fibrosa libre de la porción inorgánica. Le ha parecido que las diversas propiedades de es- te líquido, su cantidad , la manera mas ó me- nos pronta con que se derrama , la mayor ó menor densidad de los tejidos en que se infiltra, y la dilatación y el desgarramiento de los vasos naturales de los órganos, eran las únicas condi- ciones que establecían diferencias entre el es- cirro y el encefaloides (Nouv. bib. med , enero y febrero de 1837). «Gluge ha hecho muy recientemente obser- vaciones sobre la materia líquida del encefaloi- des. Esta materia , que tiene la consistencia dé un pus flegmonoso, se compone en gran parte de glóbulos de una forma sensiblemente esférica, que los mas pequeños son mayores que los gló- bulos del pus; su superficie es desigual. Se los encuentra, no solo en los tejidos enfermos, si- no también en las partes inmediatas que pare- cen todavía sanas; esta circunstancia es del mayor interés. Ademas de estos cuerpos globu- losos, contiene la materia encefaloides gran nú- mero de cristales muy distintos, de magnitud y forma diferentes; algunos ofrecen 0,6 líneas de diámetro. Gluge cree que no se forman has- ta después de la muerte. Ha visto cuerpos análogos en las concreciones articulares. (Acad. des scicne, 4 de enero , 1837.)- »La materia cerebriforme puede estar: 1.° enquistada ; 2.° no énquistada ; 3.° infiltra- da en los órganos. Resultan de esta disposición algunas circunstancias importantes (Laennec, Diction. des sciens. med, art. Encefaloides). «Masas cerebriformes enquistadas.—Los quistes son unas membranas bastante iguales, tlel grueso de media línea á lo mas, de un blan- co gris, plateado ó lechoso ; semitransparentes ú opacas, según su grosor; han sido considera- das como unos cartílagos imperfectos; la mate- ría medular se desprende fácilmente de la su- perficie interna del quiste. Cuando la degene- ración está todavía en el estado de crudeza, un tejido celular muy fino, comparable al de la pia madre, y recorrido como ella por gran nú- CAQUEXIAS. 267 mero de vasos, divide la cavidad del quiste en muchas secciones, que constituyen otros tantos lóbulos en la masa encefaloides. A esta época está la sustancia consistente, de un blanco em- pañado , gris perla , amarillento , imitando al- gunas veces á la grasa. Practicada una incisión en el tumor, se ve que está compuesto de ló- bulos mas pequeños que los de su superficie esterior ; las divisiones de estos últimos repre- sentan bastante bien las circunvoluciones cere- brales; los lóbulos internos están separados por unas líneas rojizas formadas por el tejido celu- lar interpuesto entre ellos. El volumen de las masas enquistadas varia desde el grosor de una avellana hasta el de un huevo. «Masas cerebriformes no enquistadas.— Se encuentran con mas frecuencia quedas pri- meras; su volumen es variable; unas veces igualan á la cabeza de un feto de todo tiempo, otras son tan pequeñas como un cañamón. Su superficie por lo general es menos regular que la del encefaloides enquistado ; se hallan tam- bién divididas en lóbulos por unas cisuras mas profundas ; su figura es oval ú ovoidea; en al- gunos casos aplastada é irregular. Se manifies- tan sobre todo en el tejido celular laxo , 'flojo y abundante de las cavidades esplácnicas, y en los miembros. «Materia encefaloides infiltrada. — La infiltración de los órganos por la materia cere- briforme , dice Lobstein , se distingue del en- cefaloides no enquistado, en que forma esta ma- teria masas no circunscritas, y que se manifies- tan tanto mas cercanas al estado de crudeza, cuanto mas lejos del centro se las examina. Pre- senta ademas un aspecto muy variado por su mezcla en diversas proporciones con los tejidos orgánicos, en los cuales se ha infiltrado. (Obra citada , p. 423.) Laennec ha designado a esta infiltración con el nombre de degeneración ce- rebriforme de los órganos. «Estado de los órganos al rededor de las producciones cancerosas.—Una vez re- blandecido el cáncer tiende á la ulceración; y la piel distendida, adelgazada, se ulcera gene- ralmente, antes que el tumor subyacente haya adquirido un volumen considerable; á lo menos asi resulta de las observaciones de Abernethy. Después de haber estado largo tiempo movible la piel , se abre ; y la úlcera que resulta pre- senta caracteres un poco diferentes de los de las úlceras escirrosas; aunque es difícil en muchos casos distinguirlas una de otra. Ordinariamente está la superficie de la piel tumefacta, y cubier- ta de enormes botones blanquecinos ó lívidos, que desprenden un líquido sanioso, rojizo, de olor fétido ; pero con mas frecuencia llegan á ser las hemorragias tan abundantes y repetidas que muchos cancerosos perecen anémicos. Se ve también salir por la herida porciones de ma • teria encefaloides descompuesta, dejando algu- nas veces en su lugar anchas escavaciones; y lo que es mas estraño , se establece en ocasiones la cicatriz en unas condiciones al parecer tan alarmantes. Mas frecuentemente se ve que las úlceras dan sanies y sangre, y ocasionan la muerto del enfermo en un tiempo muy corto. Las partes vecinas participan casi siempre de la desorganización ocurrida en el cáncer; pero la presencia de un qoiste puede servir de medio de aislamiento , y protejer los tejidos contra la formidable invasión de la enfermedad. En ge- neral los tejidos fibrosos , albugíneos , y los tendones resisten á la degeneración cerebrifor- me , y lo mismo sucede á las masas fibrosas, que se oponen eficazmente á los progresos cance- rosos. El tejido huesoso puede sufrir la altera- ción encefaloides , ó ser reabsorvido en los puntos sobre los cuales comprime el cáncer. El esternón da paso á tumores cerebriformes des- arrollados en el mediastino, y que simulan aneurismas de la aorta; los huesos del cráneo son perforados por los tumores fungosos de la dura-madre. La superficie de los huesos se pre- senta comunmente desigual y áspera ; ofrece pequeños filamentos huesosos, que se introdu- cen á manera de raicillas en la masa cancero- sa; obsérvase algunas veces una hendidura, que resulta del deterioro del hueso , y de magnitud variable (Lobstein , ob. cit., p. 440).. «Tienen las arterias la propiedad de quedar por mucho tiempo intactas en medio de los te- jidos ya profundamente alterados; las venas al contrario, son fácilmente destruidas y corroídas sus paredes; y asi se esplica la frecuencia y el peligro de las hemorragias , que casi nunca es posible evitar ; porque los vasos esperimentan continuamente y de un modo indefinido la mis- ma alteración. Sus túnicas se hacen friables, y cuando se quiere oponer á las hemorragias la ligadura de los vasos, son inmediatamente cor- tados , y vuelve el flujo á presentarse de nue- vo. Aunque rara vez enferman las arterias, pueden también causar hemorragias mortales cuando han sufrido la degeneración cancerosa. La sangre que se derrama es casi siempre arte- rial , á menos que tome su origen de las ve- nas varicosas situadas en los tejidos inmediatos. Velpeau ha citado una observación muy curio- sa de hemorragia considerable , producida por un cáncer ulcerado de la axila (Revue medie, 1.1, pág. 220). Estos hechos prueban que se desarrollan arteriolas en el fondo de los cánce- res, y participan de la alteración de los tejidos inmediatos. Respecto á las arterias de grueso calibre , resisten mucho tiempo á los progresos del mal. «¿Las venas que contienen materia encefa- loides han sido anteriormente corroídas por el cáncer, que ha penetrado en seguida en su ca- vidad? ¿ se introduce este por absorción, ó bien se convierte en materia cerebriforme la sangre coagulada en el vaso? Antes de discutir estas im- portantes cuestiones, prevenimos que se han co- metido algunos errores, confundiendo conelcáu- cer masas de fibrina contenida en los vasos. Se- gún Andral, se encuentranen los órganos masas blanquecinas, semejantes á las que constitu- 268 CAQUEXIAS. yen los tumores llamados cancerosos. Ha ob- servado en el cadáver de un hombre de me- diana edad uno de los pulmones lleno de estas masas. «La arteria pulmonar, en sus ramifica- ciones medias, estaba llena de una materia só- lida , de un blanco sucio, rojizo en algunos puntos, líquida y semejante á una papilla gris en otros.» Esta materia era sangre solidifica- da , reducida al elemento fibrinoso, que con- servaba la matería colorante en algunos sitios; y estaba en otros sembrada de fibrina líquida. Reconoció por medio de una disección conve- niente, que las masas blancas solo eran reunio- nes de pequeños vasos llenos de fibrina consis- tente y decolorada (Anat. pat., p. 375). Es preciso guardarse mucho de reputar como cán- cer las porciones de parenquima, cuyos vasos contienen esta fibrina. «La presencia de la materia encefaloides en las venas ha sido comprobada por cierto núme- ro de observadores. Cruveilhier la ha descu- bierto, con el auxilio de un buen lente, en las aréolas venosas que constituyen la mucosa va- ginal ; la ha visto igualmente en las grandes y pequeñas divisiones de la vena porta , donde era análoga á la que se esprimia de las incisio- nes hechas en un hígado canceroso (Anat. pat., lib. IV , p. 3 , y lib. XII, p. 6). Las observa- ciones mas curiosas que hay sobre el cáncer in- troducido en los venas, son debidas á Velpeau (Revue medie, 1825, t. I, p. 223 á 230; t. III, 1826, p. 77). Ha encontrado un tumor encefa- loideo del riñon derecho, que se continuaba en la vena cava inferior: en otro caso el tumor situado en el vientre se prolongaba al través de las paredes de la vena cava , hasta la cavidad de los vasos; finalmente , en otro enfermo las venas hepáticas superiores y la vena cava infe- rior ofrecieron sustancia cerebriforme semejan- te á la que habia en el. hígado. Se encontrarán ejemplos análogos en la tesis de Eug. Cailliot (Essai sur VEncefal., Strasbourg., agosto de 1823). Bouillaud ha observado materia cerebri- forme en las venas emulgentes y en la vena cava (Journ. compl. des sciens. med., t. XXII, 1825.) «Blancard ha publicado un hecho semejante (Anat. prat. ration, p. 38). «Vena cava des- «cendens materia adiposa et medullai instar «repleta erat.» Como el individuo que es objeto de esta observación sucumbió á consecuencia de un aneurisma de la aorta ventral, se podría tal vez sostener, que no era dicha materia de naturaleza cancerosa. «Reynaud ha comprobado en un caso la degeneración encefaloides de la rama derecha de la vena porta y de la parte inferior de la vena cava : estos dos vasos contenían materia encefaloides en la cavidad (Journ. hebdom., 31 de octubre de 1829). Otro hecho análogo ob- servó uno de nosotros en el hospital de San Luis: verificóse una hidropesía ascitis y una anasarca considerable de las estremidades in- feriores , á consecuencia de uua alteración pro- funda de las paredes de la vena cava , por un tumor encefaloideo que rodeaba á este vaso; la materia cancerosa estaba depositada en su ca- vidad. Este hecho ha sido consignado en una disertación inaugural (Consideraciones sobre el cáncer del estómago, th. por Suaire, núm. 316: agosto, 1836). «Es pues indispensable admitir que el en- cefaloides se presenta en las venas , lo mismo que en otros tejidos. Cruveilhier piensa que el sistema capilar venoso es el sitio primitivo del cáncer, que entonces sería un producto de se- creción venosa (lib. IV, pág. 7). Velpeau su- pone que la sangre coagulada se convierte en el interior del vaso en encefaloides; y ademas cree, que pueden también las venas absorver esta materia y transportarla á otro punto. Fi- nalmente , hay otro tercer modo de penetra- ción del cáncer en las venas, no menos fre- cuente que los otros , y es el que se efectúa por la destrucción de las paredes ó túnicas ve- nosas, como lo han demostrado las investiga- ciones anatómicas de muchos médicos (Véase dic. de méd., segunda edic, art. Cáncer, por Berard , p. 277). «Las venas que lindan ó atraviesan ras ma- sas cancerosas reblandecidas , deben alterarse prontamente, luego que comienza la materia saniosa á inundar los tegidos morbosos; difícil- mente se comprendería que pudieran las venas conservar su integridad en medio de estos des- órdenes. Sobrevienen entonces verdaderas fle- bitis capilares , que se propagan de una á otra capa hasta los vasos mas considerables situa- dos á mayor ó menor distancia. Esta flebitis capilar, que muy comunmente se desconoce, favorece la reabsorción de la materia cancero- sa, y determina algunas veces adherencias en- tre las paredes inflamadas. Los cuajarones de fibrina que se han encontrado frecuentemente en el interior, ó á las inmediaciones de las ma- sas cancerosas , no tienen otro asiento que la cavidad de las venas , ni otra causa que una flebitis desarrollada de este modo. «El tejido cerebriforme obra de dos mane- ras sobre los órganos que le rodean: ó los trans- forma en su propia sustancia, ó bien no hace mas que comprimirlos ó separarlos. Abernethy ha pretendido fundar el carácter diferencial del escirro y del encefaloides sobre la propie- dad que tiene, según él , el último tejido , de rechazar las partes vecinas, con preferencia á hacerlas participar de su degeneración. Esta aserción es falsa en el mayor número de ca- sos ; ademas , hemos hecho observar , hablan- do de la influencia del cáncer sobre los huesos, que estos eran frecuentemente absorvidos en los puntos donde se hallan en contacto con los tumores. «Los músculos están algunas veces adelga- zados y separados en dos partes , á conse- cuencia de la destrucción de sus fibras; y otras esperimentan la degeneración cancerosa. En muchos casos son respetados los nervios que CAQUEXIAS. 269 atraviesan los fungus medulares; pero otras veces son rotos y destruidos. Lobstein ha ob- servado un ganglio en su estremo superior. Asimismo le ha sucedido una vez, ver en el centro de un tumor cerebriforme, situado en la axila delante de la clavícula , los cordones del plexo braquial reblandecidos , aplastados y privados déla pulpa; lo cual probaba, según él, que habían sido alterados y corroídos por la materia semi-líqnida , con la cual estaban en contacto (loe. cit., p. 427). Las glándulas linfáticas se afectan muy pronto cuando están situadas cerca de los cánceres : ora se trans- porte á ellas la materia morbífica , ora se les propague una irritación especial, lo cierto es que principian por ingurgitarse ; de indolentes que eran se ponen doloridas , determinan á la menor presión dolores lancinantes, y sufren la degeneración y transformación encefaloides; asi se estiende el mal capa por capa, por medio de las glándulas linfáticas. «Asiento del tejido encefaloides.—No hay tejido ni órgano, que no pueda ser atacado. primitivamente de cáncer. No obstante, Scarpa ha pretendido que el escirro y el cáncer (tejido encefaloides) nunca se desarrollan primitiva- mente en los órganos que constituyen el siste- ma linfático absorvente; y lo mismo sucede, según él, en las glándulas mucosas , como la sublingual, las amígdalas y el cuerpo tiroides; las únicas visceras que dice están espuestas á padecer cánceres , son las que se hallan cu- biertas del tegumento estenso, y las prolonga- ciones del interno, como la laringe, el esófago, el estómago, el recto, la vagina y el cuello ute- rino. Las induraciones del cerebro, los fungus de la dura-madre , los tubérculos crónicos del pulmón, del hígado, del bazo , del epiploon, del páncreas, de los ríñones, de los ovarios, de la próstata, del cuello de la vejiga urinaria, no son ni escirrosos, ni de naturaleza encefaloi- des. «La observación y la esperiencía, añade, prueban que el cáncer no se desarrolla sino consecutivamente al escirro, propiamente di- cho, de algunas de las glándulas conglomera- das esteriores , ó de resultas de esos tumores verrugosos duros , y de esos tubérculos de la piel y de las membranas mucosas, que tienen todos los caracteres del tejido escirroso.» Las glándulas conglomeradas esteriores , como las mamas, las parótidas, las glándulas submaxí- lares , lagrimales, el cuerpo del testículo, y la piel , son los dos tejidos orgánicos en que el escirro y la matería cerebriforme , toman en alguna manera su origen (Arch. gen. de méd., t. X, pág. 277. Memoria sobre el escirro y el cáncer , por Scarpa). La opinión del célebre Scarpa debe ser, para los médicos que se entre- gan al estudio de la anatomía patológica , ob- jeto de nuevas investigaciones. «La materia cerebriforme se encuentra en todos los órganos : las mamas , el testículo, las glándulas del cuello , de la cara , de la pelvis, de la axila y de las ingles. En este caso la de- generación se halla casi siempre rodeada de un quiste , que parece depender de la condensa- ción del tejido celular inmediato. Las paredes del conducto torácico han ofrecido la sustancia encefaloides; pero aun no se ha probado con hechos positivos, que hayan sido atacados de esta enfermedad los vasos linfáticos. El estó- mago presenta mas ordinariamente la forma de escirro , que Recamier ha llamado solanoides, en razón de su semejanza con la patata ; sin embargo , se encuentra alguna vez infiltrada en esta viscera materia encefaloides. El pul- món , el hígado, el cerebro y los nervios , las membranas serosas, fibrosas (dura-madre), pueden ser afectadas de cáncer. El sistema huesoso puede sufrir esta alteración , como los otros tejidos. Según Laennec, la espina vento- sa es muy ordinariamente ocasionada por tu- mores cerebriformes , desarrollados en la cavi- dad interior del hueso. Los exostosis fungosos peritonealcs de Cooper, no son para algunos cirujanos sino cánceres encefaloides. Este te- jido morboso se manifiesta en el ojo, en cuyo caso está por lo común impregnado del color negro que le suministra la membrana coróidea (cáncer melánico), y presenta un aspecto que podría hacer desconocer su naturaleza. «Ha sido comprobado el cáncer en los sis- temas cutáneo , mucoso, celular , vascular, nervioso , muscular, así voluntario como invo- luntario, seroso, sinovial , fibroso, huesoso; en el cerebro, el globo del ojo, la glándula la- grimal, las salivales, los ganglios linfáticos, el páncreas , el bazo, los ríñones , los testículos, la próstata y los ovarios (véase en la preciosa bibliografía de Rouzet, la indicación de los autores que han referido observaciones de cán- ceres desarrollados en los diferentes órganos que acabamos de citar; Investigaciones y ob- servaciones sobre el cáncer , Rouzet ; París, 1818, en 8.°, p. 226). Variedades de forma , de estructura y de sitio del escirro y del encefaloides.— «Acabamos de estudiar estos dos productos morbosos en sus formas mas sencillas ; no es siempre tan fácil reconocerlas en la práctica, cuando la marcha rápida del mal, la estructura de las partes afectas, y otras condiciones orgá- nicas, vienen á modificar la fisonomía que les es propia: resultan entonces cambios bastante con- siderables, para que muchos autores se hayan creido autorizados á crear denominaciones nue- vas para designarlos. Asi es que se han intro- ducido en la ciencia distinciones arbitrarias, y que no tienen otro apoyo que circunstancias fugaces é inciertas. «Recamier incluye las enfermedades can- cerosas en las tres clases naturales siguientes: 1." los infartos difusos, que á cierta época ofre- cen unas veces mucha dureza sin elasticidad ó compresibilidad , con espansion hipertrófica, concentración atrófica de los tejidos enfermos, (pie disecados se presentan escirrosos ó con- 270 CAQUEXIAS. droides (ternillosos) en el principio, y mas tar- de correosos ó lardáceos , homogéneos. Otras veces ofrecen menos consistencia, mas elasti- cidad al tacto , y siempre en este caso un au- mento del volumen normal de las partes infar- tadas , cuyo examen anatómico revela una es- tructura , semejante á la de la patata en los primeros periodos de la enfermedad , y en se- guida el aspecto encefaloides homogéneo. 2.° «Los tumores, al principio circunscritos y aislados , que se asocian y asimilan poco á poco todos los tejidos que los rodean , y pre- sentan unas veces la dureza escirrosa condroi- dea, y otras la resistencia nefroidea ó de ri- ñon. La disección de los tumores duros mani- fiesta un tejido homogéneo y condróideo, aná- logo al de los infartos de la misma naturaleza; la de los tumores elásticos revela una estruc- tura solanoides ó nefroidea, semejante á la de los infartos de la misma índole. Los infar- tos difusos presentan el fenómeno de la con- versión del tejido normal de los órganos en pa- renquima condróideo ó solanóideo. 3.° «Las úlceras cancerosas primitivas, que unas veces secas y costrosas, otras húmedas y fungosas , é indolentes al principio , se desar- rollan en los naevos , sobre la piel de la cara, del escroto ó de la margen del ano. Estas úl- ceras pertenecen especialmente á la piel y á las mucosas ; tienen por efecto consecutivo el in- farto carcínomatoso de sus bordes y de los gan- glios linfáticos de su inmediación , y la ca- quexia cancerosa, como los cánceres ocultos.» (Rech. sur le trait. du canc, t. II, p.Uy sig.) «Recamier dice que los infartos difusos son á los cánceres como la forma erisipelatosa á las flegmasías ; y que los tumores carcinoma- tosos circunscritos ó enquistados , son para el escirro , lo que los flemones para las inflama- ciones. Establece una aproximación ingeniosa entre las afecciones cancerosas , que limitadas al principio á una parte , se estíenden á las otras, y las flegmasías, que circunscritas en su primer periodo á un solo órgano , invaden mas tarde todo un aparato. Finalmente , compren- de entre las tres especies de cáncer, que he- mos descrito, las otras variedades, tales co- mo 1.° los infartos y los tumores cancerosos semidiáfanos, blanquecinos, lardáceos, con- dróídeos , mezclados con bandas ó undulacio- nes apizarradas ó blanquecinas , terminando por un reblandecimiento viscoso; 2.° los infar- tos y tumores opacos, blanquecinos, análogos cuando se cortan, al tejido del riñon ó de la pa- tata , que luego se hacen encefaloides , y ter- minan por reblandecimiento pultáceo ; 3.° los infartos y los tumores meláuicos ó las mela- nosis, que pueden no ser mas que una exage- ración del color apizarrado , y cuyo parenqui- ma tiene mas ó menos relaciones con las dos variedades precedentes, y termina pordífluen- cia; 4.° los quistes carcinomatosos, solitarios ó reunidos en mayor ó menor número; 5.° las úlceras secas y húmedas, los botones cance- rosos y las úlceras cancerosas consecutivas á úlceras de diferente naturaleza. Estas ideas ge- nerales de Recamier sobre el cáncer , exigen la meditación del médico, que solo quiera admi- tir los hechos sólidamente establecidos sobre la'anatomía patológica. Nosotras las creemos útiles á cuantos han creido perfeccionar este objeto, multiplicando basta el infinito las espe- cies y variedades del cáncer. Luego veremos, por la descripción de estas diversas formas, cuan oscuro es todavía el punto de que nos ocupamos. «La testura de los órganos en que se desar- rolla el cáncer, le imprime modificaciones que importa conocer. Los granos verrugosos y es- cirrosos de la piel y de las mucosas, tienen los caracteres de una estremada dureza; ausencia en su superficie del tegumento, que por el contrario cubre aquellos cuyo tejido no es susceptible de una degeneración alarmante; anchura de su base, que se estiende profunda- mente por debajo de la piel; color amarillo, lívido ó negro, y un círculo rojizo que los ro- dea ; un desarrollo rápido y casi instantáneo, y formación de grietas , de donde se derraman algunas gotas de serosidad amarilla , sanguino- lenta , produciendo sobre las partes con quie- nes se pone en contacto una irritación funesta. Estos tubérculos cutáneos so manifiestan en la cara , y son mas análogos á los que se obser- van en la elefantiasis , que á las verrugas ó granos cancerosos (Scarpa , mem. cit. en los Arch. gen. de méd., t. X, p. 284). Estos gra- nos ofrecen la organización del escirro ; Scar- pa ha reconocido en ellos la sustancia homo- génea , lardácea , y atravesada de líneas blan- cas, que se encuentra en el verdadero escir- ro. Estos tubérculos, después de haber pasado corno todos los cánceres por el estado de cru- deza , se reblandecen ; la única diferencia que los distingue de los demás cánceres, es que se ulceran muy pronto; y presentan su fondo cons- tituido por un tejido escirroso muy manifiesto. Scarpa piensa, y con razón , que la causa de la degeneración de estos granos escirrosos en cáncer, resulta de irritaciones reiteradas, in- ternas ó esternas, que producen una inflama- ción lenta ó crónica en el tejido morboso ; y que solo debe intentarse la ablación del escir- ro, mientras se encuentre en el estado de cru- deza. En esta época , efectivamente , no ha- biendo esperimentado el mal la transformación encefaloides , que ciertos autores consideran como el segundo grado del escirro, está mejor circunscrito, no se ha estendido aun á las glán- dulas ni á los tejidos inmediatos , y la opera- ción ofrece grandes esperanzas de buen éxito. Scarpa es de parecer que las verrugas y gra- nos escirrosos de los labios , de las alas de la nariz y de las mejillas , que se designan con el nombre de noli me tangere, pueden ser estir- padas con ventaja. Esta opinión de tan célebre profesor , esplica las numerosas curaciones, consignadas por los autores que han recurrido CAQUEXIAS. 271 á la operación en circunstancias análogas. Noso- tros miramos estos tubérculos de la piel co- mo escirros limitados al principio, y que des- pués se hacen peligrosos, sobre todo cuando por aplicaciones irritantes, ó á consecuencia del progreso del mal, pasan al estado de re- blandecimiento , y echan raices profundas en los órganos inmediatos. «Debemos asociar á la forma preceden- te el cáncer de los deshollinadores , deter- minado por la irritación causada por el ho- llín que se deposita en las arrugas de la piel: «Comienza por una escrecencia verrugosa, que muy comunmente permanece casi esta- cionaria, durante muchos meses, y aun de mu- chos años. Al cabo de cierto tiempo, mas ó menos largo, segrega esta escrecencia una ma- teria icorosa , muy acre , que escoria la piel inmediata. El centro del tumor se ulcera , los bordes de la herida se revuelven y adquieren una dureza escirrosa , y se desarrollan nume- rosas vejetaciones en la superficie de la ulce- ración , que suministra entonces una materia fétida y muy irritante.» (Earle , Sur le cán- cer des ramoneurs, en los Arch. gen. de méd., t. IV , p. 109.) La parte inferior del escroto es el sitio ordinario de este mal. «Pudiéramos seguir al cáncer en todos los órganos que afecta , y nos ofrecería variedades numerosas de forma y de configuración. El que, por ejemplo , invade las visceras huecas, comienza por el tejido íibro-celular submuco- so ; en el estómago suele hallarse este tejido atacado de degeneración , mientras que la mu- cosa está poco ó nada ulcerada: la túnica mus- cular se hipertrofia hasta el punto de adquirir el grueso de uno de los músculos anchos del abdomen fart. cáncer. Dic. de méd., segunda edic, p. 294). Cáncer ulcerado.—«Cuando un tumor canceroso se hincha y reblandece, se adhiere la piel, se adelgaza y toma un color lívido; los vasos se inyectan; los dolores son mas vivos, y por fin se desarrolla la úlcera. Los bordes son de un encarnado mas ó menos lívido; la piel está dura , tuberculosa, vuelta hacía fuera mientras que el borde de la úlcera , propia- mente dicha , está vuelto hacia dentro; la ul- ceración invade los tejidos inmediatos, con una rapidez mas ó menos grande, penetrando unas veces bastante profundamente, ó quedando otras superficial (obser. sur les div. mal con- fon. sous le nom de carcínome de la mam., te- sis. Bell en los Arch. gen. de méd., t. IV, pá- gina 118). Esta ulceración consecutiva al des- arrollo de la materia cancerosa, ha hecho dar á la enfermedad el nombre de cáncer ulcerado ó abscedado(impostumated cáncer de los Ingl.). Ulceras cancerosas. — «La úlcera cance- rosa es la que precede á la formación de la materia escirrosa y encefaloides. Las úlceras cancerosas de la piel, que no se desarrollan á consecuencia de la ulceración de un tumor es- cirroso , no tienen , según Breschet y Ferrus, otro carácter común con el cáncer ulcerado, mas que la analogía de su marcha. Estos auto- res admiten úlceras de la piel primitivamente cancerosas ; el tejido escirroso que se observa en cierta época de su desarrollo , es consecu- tivo á la*ulceracion; piensan que la piel rara vez adquiere la forma escirrosa antes de haber sido ulcerada , y que los estragos del mal son moderados , mientras no se estiende la ulcera- ción á los tejidos subyacentes. Bayle ha hecho la misma observación. La enfermedad princi- pia por un grano ó un pequeño tumor verru- goso , que permanece comunmente muchos años , sin causar el menor trastorno en la eco- nomía. Lo que hemos dicho del escirro de la cara y del noli me langere , nos dispensa de insistir sobre este forma de cáncer ; debemos añadir , que no todas las úlceras cancerosas tienen este carácter al principio , y que pueden suceder á las úlceras sifilíticas , escrofulosas y herpéticas, etc. «Las úlceras cancerosas pueden ser pri- mitivas ó secundarias. A. »Las úlceras cancerosas primitivas no son precedidas de infartos escirrosos, escepto cuando sobrevienen en escrecencias congéní- tas ó nevos, comunmente difíciles de adver- tir , y que los enfermos escorian rascándose. Recamier describe cuatro variedades de úlce- ras cancerosas primitivas. 1.° » Ulceras cancerosas, secas y costrosas.— Comienzan por un prurito, que escita al enfer- mo á rascarse; derraman un líquido las superfi- cies escoriadas, el cual se deseca, forma una costra y una especie de corteza gris, que por último se desprende. Algunas veces adquiere esta costra la dureza de la córnea. (Roucet. Rech. sur le cáncer). La úlcera ocupa ordina- riamente la nariz, los labios y las mejillas. 2.° » Ulceras cancerosas, húmedas y fungo- sas.—Recamier reputa como úlceras cancero- sas á las escoriaciones que sobrevienen en los nervios , los fungus hematodes , ó tumores eréctiles que se abren, y cuya herida derrama mucha sangre, y encierra algunas veces sus- tancia encefaloides. 3.° »Granos cancerosos.—Los botones can- cerosos , los noli me tangere, han sido colo- cados por Recamier en el número de las úl- ceras cancerosas de la tercera especie. Co- mienzan por uu pequeño grano, cuya dureza y rubicundez oscura anuncian el carácter fa- tal ; en ciertos casos se forman estas úlceras sobre los nervios; la escoriación, al principio imperceptible, degenera en verdadera úlcera. 4.° » Ulceras cancerosas secundarias á otras úlceras. — Toda irritación permanente puede determidar una úlcera simple, que vie- ne á hacerse en seguida cancerosa, pero en- tonces es preciso que exista una predisposi- ción ó diátesis cancerosa. Las úlceras sifilíti- cas ó herpéticas ofrecen algunas veces esta degeneración cancerosa. Las cuatro formas de úlceras primitivas que acabamos de señalar 272 CAQUEXIAS. presentan los caracteres de los tejidos cance- rosos ; sus bordes y su fondo ofrecen una re- sistencia que no pertenece á las heridas de buena calidad; finalmente , adquieren to- das las condiciones de los escirros primitivos ulcerados. B. » Ulceras cancerosas consecutivas.—Su- ceden al reblandecimiento del cáncer, y tie- nen por base los tumores de la misma natu- raleza que les han dado origen, y que se per- ciben en su fondo. «Unas veces, dice Reca- mier , son bastante lisas, y como de un rojo salpicado, que el vulgo toma por el sonrosa- do de las úlceras simples; pero si se toca su superficie, al momento se reconoce la consis- tencia escirrosa; otras veces son grises, ne- gruzcas, cavernosas, y dan un fluido icoroso, fétido, y mas ó menos abundante; pero siem- pre comprueba el tacto la densidad costrosa de sus bordes. Si se diseca el fondo y los fun- gus de las úlceras cancerosas se encuentra te- jido escirroso lardáceo ó encefaloides.» (06. cit., tomo XX, p. 192.) »Caracteres de la úlcera cancerosa.—Cual- quiera que sea el aspecto de la úlcera cance- rosa , siempre ofrece los caracteres siguientes: forma irregular, mal circunscrita, superficie abollada, desigual, cubierta de vejetaciones blandas, de un encarnado lívido; algunas ve- ces lisa y de un encarnado subido. El fondo de la úlcera presenta siempre durezas que se per- ciben con el dedo; derrama una sanies diáfa- na, acre , viscosa ó negruzca, y mezclada á la materia cerebriforme que sale por la presión; los bordes de la úlcera están vueltos hacia fue- ra, desgarrados, dentellados, encarnados, gri- ses, duros al tacto, ó bien blandos. Su fondo es agrisado , cubierto de una capa de putríla- go en estremo fétido; constituido por los teji- dos escirroso ó encefaloides reblandecidos; la densidad de estos tejidos es mayor á cierta dis- tancia de la úlcera, donde están aun en el es- tado de crudeza; pero ya infiltran todos los te- jidos inmediatos; mas tarde se reblandecerán y vendrán á ser la causa de esa destrucción sucesiva que corroe capa por capa todas las partes. »En las úlceras inflamatorias nunca se en- cuentra la materia cerebriforme ni el putríla- go, ni el icor fétido de los cánceres reblande- cidos : tampoco se ven los bordes duros, vuel- tos hacia fuera, resistentes, frágiles y forma- dos de tejidos heterogéneos que descubre el tacto. Si existen algunas veces pequeñas ca- llosidades «su resistencia , poco considerable «en medio de un tejido generalmente mas re- «sistente que el escirro reblandecido, produce «al tacto una impresión muy diferente» (Hist. anal, des infl., por Gendrin, tomo II, p. 610). »Carcinoma.—Algunos autores llaman car- cinoma al cáncer que presenta fungosidades que se levantan de la ulceración. Esta deno- minación no esplica mas que un aspecto par- ticular de la úlcera cancerosa. El carcinoma es para otros cirujanos sinónimo de cáncer. C. Bell llama carcinoma verdadero de la glán- dula mamaria al cáncer de este órgano. » El carcinoma hidalidico del mismo autor es un escirro del pecho con una particular configuración de las partes. El tumor es muy saliente; su base en relación con las paredes del tórax no es la parte mas ancha: tiene ma- yor diámetro á alguna distancia; de modo que es bastante fácil separarle de las partes subya- centes. C Bell llama tumor fungoso agudo de la glándula mamaria al tumor canceroso de base ancha, superficie ulcerada, blando, fungoso y sanguinolento, y que ocupa el pecho. «En vista de lo espuesto conocerán nues- tros lectores, hasta qué punto se ha oscurecido un objeto por sí muy difícil, multiplicando sin razón las denominaciones particulares, y ha- ciendo, por decirlo asi, tantas enfermedades especiales como circunstancias importantes ocurren, y para las qué se han creado con po- co acierto nombres distintos. Si se adoptase esta marcha, la palabra cáncer no tendría en lo sucesivo significación alguna. Por eso sin duda ha dicho con razón Andral «que era inú- til, en el estado actual de la ciencia, procu- rar designar por nombres especiales las infini- tas variedades de aspecto que pueden presen- tar los productos morbosos organizables , de- positados en la trama de las partes.» Convie- ne sin embargo que demos á conocer estas pa- labras, porque asi lo exige el objeto de este libro. »E1 sarcoma carcinomatoso de Abernethy y de muchos cirujanos ingleses, no es otra cosa que el escirro, que ellos llaman cáncer. El sarcoma pulposo medular del mismo autor es el cáncer cerebriforme; ha tomado por ti- po de su descripción el cáncer encefaloides del testículo. Respecto al sarcoma tuberculoso de Abernethy, se ha considerado por el mismo autor como formado por la materia encefaloi- "des, é idéntico al sarcoma medular del mis- mo. (Berard, art. cit., pág. 299.) Abernethy ha tenido (íüidado de distinguir el sarcoma tuber- culoso, de los tubérculos, propiamente dichos; le ha encontrado en las glándulas linfáticas, axilares, cervicales, debajo de la piel, y en diferentes puntos del tronco. Después de ha- ber adquirido los tumores cierto volumen, al- teran los tegumentos y se convierten en úlce- ras de mala naturaleza: el pulmón, el bazo, el hígado y el rnesenterio presentan estos tu- mores, que son de un color rojo oscuro, y algunas veces amarillento. No es muy fácil adivinar lo que Abernethy ha querido desig- nar con el nombre de sarcoma tuberculoso. (The surgicals Works, Lond. 1811.—Clas- sific. of tumours.) nFungus Hematodes. — ¿Comprende por ventura esta palabra muchas alteraciones de diferente naturaleza, ó sirve acaso para de- signar el cáncer medular? La enfermedad des- crita por John Burns, con el nombre de infla- CAQUEXIAS- 273 macion esponjosa (Spongoid inflamat., disert. of inflam. , Glasgow , 1800) fué la primera que se conoció y llamó fungus hematodes en 1800 por M. Hey. Desde esta época se han comprendido bajo esta denominación muchas enfermedades. Abernethy bajo el nombre de sarcoma medular ó pulposo (encefaloides), ha dado la historia de una afección, cuyos sín- tomas son idénticos á los del fungus hemato- des (Surgical icorks, t. II, p. 56). El desar- rollo de un tejido erectil accidental, es el úni- co que merece conservar el nombre de fungus hematodes. En un paralelo que establece War- drop entre el cáncer y el fungus hematodes, mira á estas dos degeneraciones como distin- tas de hecho, y pretende que la estructura de estos dos géneros de tumores es desemejante; que sus caracteres esteriores no se parecen en nada; que las épocas de la vida en que ambas se manifiestan no son las mismas; y que hay órganos que son acometidos de la una sin ser- lo nunca de la otra (en el Dict. des sciences méd. art. Hematod. fong. por Breschet, pági- ni 181).» La escrecencia morbífica, dice, pre- senta el aspecto de la sustancia medular; está principalmente formada de una materia opa- ca, blanquecina, homogénea, que ofrécela consistencia del cerebro.... Muy comunmente posee el color y consistencia de la materia en- cefálica; en algunos casos está una de sus par- tes mas rubicunda, y se parece mas á la car- ne: otras veces, en fin, puede confundirse esta sustancia morbosa con un cuajaron de sangre (Dic. des setene méd , art. cit., y War- drop Observalions of fungus hematodes). «Este pasage prueba la identidad de la na- turaleza del fungus hematodes, alo menos tal como Wardrop le describe, con el sarcoma medular de Abernethy y la materia encefaloi- des de Laennec. Para la mayor parte de los médicos franceses el fungus hematodes es si- nónimo de tumor erectil, y no sirve mas que para designar este tejido patológico. »El sarcoma carnoso, común ó vascular, es un tumor formado por la materia encefaloi- des, todavía cruda y sembrada de vasos mas ó menos numerosos.)) Con nada se le puede comparar mejor, que con una porción de fibri- na coagulada y organizada en los vasos (An- dral, Anat. p'athol., t. 1, p. 497). »El sarcoma cístico es el mismo producto morboso que el precedente; ha recibido este nomUre, porque se halla penetrado de células de paredes vasculares que contienen un líqui- do seroso. »El sarcoma pancreatoides ó pnnereiforme (sarcoma pancreático) ha sido denominado asi, porque está formado de granulaciones que le asemejan al páncreas. Si se considera, que se presenta comunmente exento de toda ulcera- ción , y que tampoco parece tener tendencia á esta terminación, que es indolente, y qne su estirpacion muy rara vez han sido seguida de recidivas, estaremos en el caso de sospechar TOMO VIL que el sarcoma pancreático no es mas que una variedad del escirro (Abernethy, ob. cit., pá- gina 3i). Lo mismo sucede con el sarcoma ma- mario (Sarcoma mammary). Berard en su ar- tículo cáncer, dice que no sabe que pensar de los sarcomas pancreáticos y mamarios.» Si se toman únicamente en cuenta los caracteres anatómicos, para decidir sobre el carácter de una alteración, deberán estas ser borradas de la clase de las afecciones cancerosas, puesto que no ofrecen, ni tejido escirroso, ni tejido encefaloides; si, por el contrario, se toman en cuenta los caracteres patológicos y la mar- cha de la enfermedad, se inclinará uno á apro • ximarlas al cáncer» (art. cit.). ^Cánceres formados por el escirro y el en- cefaloides reunidos. Bayle y Cayol han desig- nado con el nombre de masas cancerosas ab- dominales, unos tumores que traen su origen del vientre, debajo de la h >ja peritoneal, que reviste la pared posterior del abdomen y de la pelvis; y los considera constituidos por la reu- nión del tejido escirrosa y de la materia en- cefaloides. Llaman masas cancerosas torácicas á las que traen su origen del mediastino, á las inmediaciones de la primera división de los bronquios debajo de la pleura costal y dia- fragmática. (Dic. des scien. méd., art. Cán- cer, p. 638). «Lobstein propone que se llamen tumores retro-peritoneales las masas que se encuen- tran en las cavidades esplánícas (loe. cit., pá- gina 446). Están insertas sobre la cara ante- rior del sacro ó de las vértebras lumbares; se acrecientan casi siempre con la mayor rapidez, y se dirigen desde las partes posteriores hacia las anteriores, pasando por bajo del hígado; se insinúan y engastan entre las dos hojas del mesocolon transverso, y comprenden en un 'mismo tumor al duodeno, páncreas, y glán- dulas linfáticas. La arteria esplénica y los nu- merosos filamentos nerviosos que la rodean, quedan libres, mientras que la vena se obli- tera. El bazo , la cápsula supra-renal, y el hí- gado, son acometidos sucesivamente por el tumor, que pasa por entre el hígado y el estó- mago, y viene á presentarse en el hueco epi- gástrico detrás de la pared abdominal. Estas masas formadas desde el principio como to- dos los escirros, se reblandecen y presentan la materia cerebriforme en diferentes grados de consistencia; existe también cierto núme- ro de derrames sanguíneos, que después de ha- ber permanecido circunscritos en pequeños espacios, acaban por ocupar toda la degene- ración, podiendo llegar el caso de que esta no consista ya sino en un montón de cuajáronos de sangre ó de piedras, que reemplazan la ma- teria cerebriforme (Lobstein, loe cit.) «Cuando se divide una de estas masas con un escalpelo, y se examinan las superficies cortadas, presentan muy variado aspecto, ya por la diferencia de sus sustancias, ó ya por sus diversos coloridos. Una parte de color sonro- 18 274 CAQUEXIAS. sado alterna con otra blanca semi-transparen- te, ó de color de sustancia cornea; viene en seguida un hacecillo de vasos sanguíneos, se- mejante á una larga trenza de cabellos; á este sucede una papilla de un gris amarillo; al lado de esta última se observa un tejido grasoso amarillo claro, pero mas denso que de ordi- nario, y mejor dicho, escirroso; mas lejos se presenta una cavidad llena de sangre coagula- da ; en otro punto se descubre una masa pul- posa y negruzca, etc.» Se ve por esta des- cripción que nos hace Lobstein, que estos tu- mores participan á la vez de escirro, de en- cefaloides y de tubérculo reblandecido; puede ser también que se hayan confundido con ellas ciertas degeneraciones no cancerosas. Se ob- serva que las partes mas lejanas del parage en que reside el mal, conservan algún tiempo su organización primitiva, y que se pueden se- guir las alteraciones graduales que sufre ca- da una de ellas. El sitio primitivo de estas ma- sas parece ser el sistema linfático y las glán- dulas que á este sistema pertenecen, asi como los tejidos que de él se hallan abundante- mente provistos. Su volumen es algunas ve- ces enorme; la que hizo sucumbir á Hermann llenaba casi toda la pelvis y ascendía hasta el ombligo (vita Hermann th. Lauth ar- gent. 1801). Boerhaave ha designado con el nombre steatoma un tumor de esta naturaleza, de siete libras de peso, que él mismo encon- tró en el cadáver del marqués de San Alban. »Se hallan también cánceres constituidos á un tiempo por el escirro y la materia cere- briforme en diferentes grados de reblandeci- miento : estos dos tejidos morbosos están mezclados irregularmente ; á veces contie- nen cuajarones de sangre, fibrina , ó materia colorante , y en algunos casos , todas estas sustancias reunidas. Es raro que en la épo- ca del reblandecimiento de estos tumores no presente la sustancia cerebriforme que en- tra en su composición , un accidente que pa- rece depender de la tenuidad y debilidad de las paredes de los vasos sanguíneos que la re- corren ; y es el derrame de sangre cuajada ó lí- quida que se encuentra en uno ó en muchos puntos. »Cánceres en los cuales entran como ele- mento el escirro, el encefaloides y otros pro- ductos morbosos; cáncer coloides ó gelatini- forme.—La degeneración coloides se encuen- tra en medio de tumores cancerosos, como en medio de aquellos que son constituidos por la mezcla de diversos productos morbosos. No se sabe todavía de una manera precisa sí resulta del reblandecimiento del escirro , del cual sería entonces un grado adelantado, ó si solo existe accidentalmente y como complica- ción del cáncer. Parece, según el pasage si- guiente, que tomamos de Laennec, que la ma- teria coloides podría muy bien no ser mas que un modo de reblandecimiento del escirro. «En el estado de reblandecimiento, dice este autor, el escirro toma gradualmente la con- sistencia y el aspecto de jalea ó jarabe, cuya transparencia se halla algunas veces enturbia- da por un tinte gris oscuro, ó por un poco de sangre.» Se reconoce seguramente en esta descripción la materia coloides. »Cáncer melánico.— La melanosis puede encontrarse en mayor ó menor cantidad en los tejidos cancerosos; la mezcla de la materia negra con la sustancia encefaloides es algunas veces tan íntima que dííicilmente se reconocen los elementos que constituyen la alteración. Laennec observó en un hombre, muerto de un cáncer en el estómago, la melanosis, los teji- dos escirroso, cerebriforme, y tuberculoso, reunidos en la misma alteración. (Bibliot.méd. t. VII, p. 293.) Algunas veces derraman es- tos cánceres melánicos una papilla, ó icor ne- gro , que tiene las propiedades físicas de la tinta. (Bibliot. méd., t. XII, p. 102). Cam- pardon ha citado el ejemplo de una mujer ata- cada de cáncer ulcerado en la mama, de don- de se derramaba incesantemente una cantidad prodigiosa de un líquido negro, fétido, de un olor insoportable, que tenia de negro como la tinta, no solo las compresas, sino también las camisas de la enferma, y las sábanas déla cama (Ane journ. de méd., t. LV, p. 503, año 1781). Solo puede esplicarse este notable derrame de líquido negro por la liquefacción de la melanosis. Es esta un producto que pue- de concurrir por su combinación con los teji- dos escirroso ó cerebriforme al desarrollo de los cánceres; mas por sí sola no puede en ma- nera alguna formar el tejido de estos tumores, y entra en la clase de las producciones acci- dentales. Alibert entiende que lamelanosispue- de constituir masas cancerosas independiente- mente de los tejidos escirroso y encefaloides (Nosagraph. Natur., p. 553); pero las razo- nes en que ha fundado la existencia de este cáncer no nos parecen bastante convincentes para decidirnos á admitir su opinión. Troccon ha sostenido la doctrina de Alibert (Abregé de pathol., p. 253). «Juriné ha publicado bajo el título de cán- cer antracino cuatro observaciones que han servido á Alibert para basar su descripción del cáncer melánico. «Este cáncer , dice Ali- bert, se manifiesta por una mancha muy negra y mas ó menos pruriginosa; su color, que es el atributo especial que le distingue, es sobre to- do muy oscuro en el centro del tumor, y no lo es tanto hacia sus bordes. Otro carácter impor- tante que se observa es el levantamiento ó elevación de la piel, que se cubre de granula- ciones semejantes á las moras. A medida que progresa el cáncer antracino, se manifiestan tu- bérculos, que aumentan insensiblemente de vo- lumen, y pierden parte de su color negro primi- tivo ; la base de estos tumores toma un tinte de hollín, y su punta el aceitunado; apenas han llegado á la magnitud de una fresa , cuando se desgarran los tegumentos con dolores vivos y CAQUEXIAS. 275 lancinantes. Se manifiesta una ulceración con los bordes fungosos y franjeados , que dá salida á una materiaicorosa.» (Obr. citada, pág. 550.) Tal es el cáncer melánico de Alibert: nosotros ya hemos emitido nuestro parecer sobre este punto. «Acabamos de ver al cáncer acompañado de un producto morboso, que no es análogo á nin- gún tejido sano (melanosis, materia coloides); todavía hay otro de que nos resta hablar, y es el tubérculo. Se lee en las investigaciones de Bayle sobre la tisis pulmonar (pág. 310) la his- toria de un jornalero, que presentó reunidas la tisis tuberculosa y una afección cancerosa ; en este caso, como en muchos otros que podría- mos referir , habia coexistencia de dos enfer- medades. Otros tejidos accidentales se encuen- tran igualmente en los tumores cancerosos. «Los tejidos fibroso, cartilaginoso, fibra- cartilaginoso pueden estar combinados , bajo formas diversas, con la materia cancerosa. El tejido cartilaginoso sirve comunmente de quis- te, de cubierta á los tumores cancerosos del pulmón ; Bayle (Recherch. sur la pat., pá- gina 299) y Laennec (art. Cortil, imparf., Ac- cid. del Dict. des sciens. med. , t. IV, página 130) han observado hechos de esta especie. «Existen algunos ejemplos de cáncer desar- rollado en el hueco de una cubierta córnea. Delpech hizo la estirpacion de un tumor cance- roso de tejido encefaloides , del volumen de un huevo de gallina , y situado al lado interno de la mama izquierda; estaba rodeado de un quis- te sólido, de testura córnea, y parecían haber- se organizado y desarrollado uno y otro á un mismo tiempo. (Recherch. sur le cañe, por Rouzet, pág. 125.) En cuanto á los pretendidos cuernos, de longitud de tres pulgadas poco mas ó menos , que á su caida dejan al descubierto una úlcera cancerosa , creeríamos ofender la ilustración de nuestros lectores, si nos detuvié- ramos á combatir semejante paradoja. (Véase Colee de memor. de las academ. estrang., pá- gina 270.) Es probable , dice Delpech, que se han dejado sorprender los prácticos por úlceras escrofulosas ó cancerosas, que dan materia pu- rulenta en pequeña cantidad ; esta se deseca y conserva adherencias muy sólidas en el contor- no de la úlcera. «Morgagni ha mencionado en sus cartas la interesante historia de una religiosa, que fué acometida de cáncer ulcerado en el pecho iz- quierdo. Se hizo la estraccion de un cuerpo re- dondeado , igual á una nuez, y compuesto de fracmentos huesosos , de magnitud variable, y colocados confusamente. (De sedib. et caus. morb. , epíst. 1.a, §. 41, 42, 43 y 44.) En otros casos, parecían debidas las producciones huesosas á la simple aglomeración de una con- siderable cantidad de sustancia calcárea. «Sitio del escirro y del encefaloi- des.— El tejido celular es el que mas gene- ralmente se ha considerado corno asiento del escirro y del encefaloides. Alibert le mira co- mo el punto de partida del cáncer, y asi es que le ha comprendido en la familia de las ethmo- plécosis, término genérico que le sirve para de- signar las enfermedades que tienen su asiento en el tejido celular (Nosolog. Natural). Brous- sais se ha declarado por esta opinión; en su concepto el tejido celular es el sitio primitivo de todas las degeneraciones , cuyas formas se diferencian según las modificaciones normales del tejido celular que entra en su composición. (Phlcgm. chron. , t. I, pág. 29, 1826.) «Dice Andral que ha encontrado constante- mente el escirro en el tejido celular interpuesto entre los tejidos elementales que forman los órganos , y nunca en otros puntos ; sostiene que aun en el momento en que se destruyen los órganos no se vuelven realmente escirro- sos: lo mismo dice del encefaloides (Clin, med., t. IV, pág. 404, 1827). «Fundándose Cruveilhier en la observación de que los órganos mas comunmente afectados del cáncer son el útero, las mamas, el páncreas y el hígado, que están abundantemente provis- tos de tejido célulo-fibroso , cree deber admi- tir, que el elemento célulo-fibroso es el asiento especial del cáncer. Previendo las objeciones que podrían suscitarse contra esta manera de ver la cuestión , dice que es muy frecuente la transformación del tejido celular seroso en cé- lulo-fibroso. Pero si solo á consecuencia de es- ta transformación del elemento celuloso en fi- broso pueden ciertos órganos , como el cerebro y la médula , esperimentar la alteración escir- rosa , débese entonces decir, que el tejido celu- lar es siempre el punto de donde parte la en- fermedad. «Viendo Blancard cuan frecuente es el cán- cer en las partes glandulosas, saca una conclu- sión diferente de la adoptada por Cruveilhier: fija el sitio del mal en las glándulas , y esplica el cáncer del útero, de los intestinos, etc., di- ciendo , que á consecuencia de la infiltración de la sangre corrompida se desarrolla en estos órganos una inflamación, después un cáncer y luego una ulceración; el cáncer no es mas que la mortificación de las glándulas (Anal, pract. ration. , pág. 150 y 220). «Hemos espuesto ya la doctrina de Scarpa, quien pretende que el escirro nunca se desar- rolla sino en las glándulas conglomeradas es- teriores , en el tegumento estenio y en ciertas visceras revestidas de la membrana interna. Boerhaave ha asentado también, que el cáncer tiene siempre su oríjen en las glándulas, y so- bre todo, en aquellas en que puede un líquido por su posición estancarse y espesarse fácil- mente. (Aforis. de cognose et cur. morb., to- mo I, pág. 777 , París , 1769. ) Volveremos á ocuparnos de la opinión de Boerhaave. Naturaleza del escirro y del cáncer.— «Siendo imposible dar á conocer las ideas par- ticulares de todos los autores, que han escrito sobre la naturaleza y desarrollo del escirro y del encefaloides , nos limitaremos únicamente á 276 las que han ejercido cierta influencia sobre el tratamiento de la enfermedad, ó que han dado alguna luz sobre su oríjen. »A. El cáncer es un efecto de la irnta- CÍÜIK — Esta doctrina , que se eleva hasta la antigüedad, atribuye la formación del cáncer á una inflamación. Según Areteo, puede suceder que el hígado acometido de flegmasia se haga escirroso al cabo de cierto tiempo (de sedib. el causis morb. diut. , lib. I, cap. XHI). Pablo ile Egina dice también: «Scirrhescit uterus, aüqtiandó repente, sine causa evidente : ple- rumque vero á phlegmone procgressa , qua} nec soluta , ñeque in abscessum conversa fuit.» «Galeno habla de la escírrosidad de los te- jidos á consecuencia de las inflamaciones tra- tadas de una manera inoportuna por los refrige- rantes; lo que dice Galeno es mas bien aplica- ble á las induraciones (Melhod. med. , t. X, lib. XIII, cap. VII, pág. 301 ; Chart.). Se en- contrará en el artículo Bibliografía la indica- ción de los autores que han referido el cáncer á la inflamación ; ahora vamos á reproducir los diferentes argumentos de que se han servido para sostener su .doctrina. «Broussais (Fleg. cronic. , t. I, pág. 29, y Curso de patol. y de terap. gen., t. IV, pá- gina 394 y sig.), Breschet y Ferrus (art. Cán- cer del Dict. de med. , 1 a edic. ). Andral (Clin. med., t. IV, pág. 361 y sig., 1827)se han visto inducidos por sus investigaciones á considerar el escirro y el encefaloides , como dos alteraciones producidas primitivamente por una afección local, dependiente de una irritación crónica , que promueve una nutrición morbo- sa en los órganos y una secreción anormal de naturaleza inorgánica. «Andral ha encontrado en el atento examen de los cadáveres, que no pocas veces las lesiones comunmente designadas con el nombre de cán- cer, no presentan signo alguno de escirro ni de encefaloides ; que los pretendidos cánceres del estómago resultan del engrasamiento y la indu- ración del tejido celular sub-mucoso , ó de la hipertrofia de la capa muscular , ó de la hin- chazón é induración de los folículos de la mem- brana mucosa. Ha visto que aun en los casos en que el estómago es realmente el asiento del escirro ó de la degeneración encefaloides , to- davía se pueden descubrir los diversos grados de alteración, que han sufrido los tejidos nor- males, antes de llegar á estos estados patológi- cos : también hace notar cuan varias é ilusorias son las divisiones que se han querido establecer entre la induración , producto de una inflama- ción crónica, el escirro y el encefaloides. Estas dos condiciones morbosas de los tejidos solo di- fieren por la prolongación de la induración á mayor ó menor estension de partes; cuando está limitada en forma de tumor, toma el nom- bre de cáncer ; en todos los casos la nutrición y las secreciones están profundamente altera- das , y las modificaciones de estructura orgáni- ca inducen en el color y configuración de los caquexias. tejidos enfermos ciertos cambios, que na , ¿^ tivado nombres particulares; pero el Pun » .•i i n • /Clin, mea., partida siempre es la inllamacion ( l-i«" t. IV, pág. 361, 1827). . «Háse convencido Andral muchas vec que la materia escirrosa y encefaloides reblan- decidas , se asemejaban notablemente a la que se encuentra en los quistes de paredes se- rosas , y en los órganos en que no están aque- llas rodeadas de sustancia alguna de naturale- za evidentemente cancerosa. Cree que se for- man como los nuevos productos , por via de secreción, á la manera de los tubérculos, la me- lanosis ó el pus. No quiere que se admita con Bayle y Laennec, que el cáncer sea una altera- cion caracterizada por la presencia de los teji- dos escirroso y encefaloides ; porque se obser- van comunmente en los cadáveres, sin que ha- yan existido los síntomas , y recíprocamente. »(£n efecto, el simple desarrollo de una red capilar insólita en la superficie, ó en la trama de la membrana tegumentaria esterna ó inter- na , una antigua fluxión hacia una porción de membrana mucosa , sin que haya cambio real de su testura, la hipertrofia de un punto de es- ta membrana ó del dermis, un grano, una es- crecencia de lasque se originan en las superfi- cies mucosa ó cutánea , y que no están forma- das mas que por una simple espansiondel teji- do propio de las membranas, sin rastro de nue- va formación ; el engrasamiento del tejido ce- lular ; la infiltración en sus mallas de una ma- teria albuminosa ó gelatinosa; la induración ro- ja ó blanca de los ganglios linfáticos , indura- ción en la cual no hay otro tejido accidental que el que se observa en la hepatízacion roja ó gris del pulmón; hé aqui otras tantas lesiones, que no menos que el escirro y la materia encefaloi- des , pueden terminar por la destrucción de la parte en donde se desarrollan, y por la produc- ción de una ulceración, que tiende incesante- mente á ensancharse en todos sentidos ; todas estas lesiones, que no tienen ningún carácter anatómico común, pueden convenir en su ter- minación ; todas en el último periodo de su existencia, vienen á parar en lo que se ha lla- mado cáncer.» ( Anat. pat., t. I, pág. 502.) «Este mismo autor en otro paraje dice, que el escirro no parece ser otra cosa que una hi- pertrofia, una induración del tejido celular; pe- ro que en mas de un caso se encuentra un de- pósito de una materia morbosa que se solidifica y tiende á organizarse. Asi que, para mí, aña- de , el escirro es un tumor fácil de reconocer por sus caracteres físicos bien marcados, y que puede depender de dos especies de alteraciones: 1.° de un simple cambio de nutrición del tejido celular; 2.° de una secreción morbosa.» (Anat. pat. , t. 1, pág. 498.) »Para Andral, el cáncer no es una alteración aparte, sino el resultado de todas las lesiones, ya sean de nutrición ó de secreción , llevadas á su último término, y compuestas de dos partes esencialmente distintas; una orgánica formada CAQCEXIAS. 277 por los elementos orgánicos naturales hipertro- fiados; y otra inorgánica , desarrollada recien- temente y depositada por vía de secreción en el centro de los tejidos enfermos (sect. III, ca- pítulo III, 2.a clase pr'uluci. í/c secrcc^mor- bosa organizab. , loe. cit. , pag. 477 j. «Hemos espuesto en este lugar la doctrina de Andral sobre el cáncer , porque tiene gran- des relaciones con la opinión de los médicos que le refieren á la inflamación. «Broussais considera al escirro y al encefa- loides como resultado de una irritación crónica, situada sobretodo en los capilares linfáticos, y que parece perpetuarse en los tejidos blancos como en las glándulas. Para este médico la de- generación lardácea es aquel estado de las par- tes de nuestro cuerpo en que cortadas presen- tan un aspecto amarillo y compacto, como la grasa de cerdo en estado rancio. Cuando se di- secan los tejidos afectados de escirro ó ence- faloides , se convence uno, dice Broussais, de que este estado depende de la acumulación en las mallas de la red celular de una masa con- creta , cuyo color y demás atributos varían mucho. Asi es que se encuentran pelotones grasientos, amarillo» unos, y otros blancos, pa- recidos al sebo ; se observan unas especie de masas fibrinosas, albuminosas, caseiformes, un fluido de consistencia como de miel, ó lin- fática, y glándulas tuberculosas, ó pequeños de- pósitos de materia tuberculosa, de forma irre- gular.» (Flegm. , cap. 1, pág. 30.) Aunque Broussais haga resultar el cáncer de un modo particular de la inflamación, admite sin embar- go una predisposición al cáncer, corno á los tu- bérculos , lo cual es preciso confesar que dis- minuye la influencia concedida á la inflama- ción. Becordaremos de nuevo este punto cuan- do tratemos de las cansas del cáncer. «Hállanse los fluidos contenidos entre las mallas de un tejido, que posee todavía las pro- piedades del elemento celular; pero algunas ve- ces también se encuentran en el tumor partes fibrosas, ligamentosas ó tendinosas. Broussais pretende, que aun en los casos en que estas de- generaciones parecen invadir los huesos , los cartílagos y los ligamentos, penetran en dichas partes, por medio de este tejido celular, y que toman los órganos el aspecto lardáceo , porque sus vasos, asi como su tejido propio, están, por decirlo asi, ahogados; todo se vuelve va- sos blancos (loe cit., pág. 29). Esta manera ingeniosa de esplicar la formación de las enfer- medades llamadas cancerosas ha valido á la doc- trina de la irritación numerosos partidarios. «Breschet y Ferrus han emitido una opi- nión muy semejante. Considerando al cáncer como succedáneo siempre á una irritación ó á una inflamación , dicen que no puede desar- rollarse sin que haya precedido uno de estos dos estados. Cuando obra un ájente irritante sobre un tejido, aumenta el aflujo de la sangre y de linfa; esta se concreta, pero es reabsorvi- tla si el infarto es poco considerable ; en caso contrario se forma un núcleo duro , que es el primer grado de la enfermedad , ó un escirro; este depende de la exhalación y permanencia de una materia concrescible en los alveolos de los tejidos ; 11 dureza de las partes está en re- lación con la cantidad de la linfa coagulable derramada. »K¡ escirro es para Breschet y Ferrus de una naturaleza idéntica á la induración ó á las callosidades, que complican algunas veces las heridas y las fístulas. Le consideran compues- to de dos partes distintas , una fibrosa , densa, que rechina á la acción del escalpelo , organi- zada en hojillas ó láminas dispuestas con mas ó menos regularidad , que dan oríjen á unas células , en las cuales está contenida la otra sustancia inorgánica, de color blanco, azul, verde ó encarnado , que parece ser producto de una secreción. »E1 cáncer es el segundo grado del escirro, del cual no-difiere sino porque la inflamación se apodera del tumor y produce la degeneración. La sustancia del tumor se reblandece ; la ma- teria inorgánica se hace difluente , lactescente y análoga á la materia cerebral diluida en agua. Efectuándose el reblandecimiento de fuera adentro, ó viceversa , se estiende la inflama- ción á la piel , que al fin viene á ulcerarse. El carcinoma de los patólogos, la materia cerebri- forme , el fungus hematodes (AVardrop), no son mas que diversas formas de reblandeci- miento escirroso, y los grados que existen en- tre estas enfermedades pueden servir á lo mas para establecer variedades ( art. cáncer, dict. de med. , 1.a edic., pág. 135 á 139). »Corolnrios. — Resulta de las diferentes indicaciones hechas por los autores que hemos citado, que el escirro y el encefaloides no son tejidos accidentales de nueva formación; que no son mas que un aumento de la consistencia y grueso de los elementos naturales de los órga- nos con derrame de una materia no organiza- da ; que convendría reformar el lenguaje mé- dico, suprimiendo las denominaciones viciosas impuestas á las enfermedades cancerosas , cu- yas bases han sido asentadas solamente sobre las variedades de consistencia y color de esta materia anormal. Cuando es transparente ó ge- latinosa se la llama escirro, tejido escirroso, cáncer duro, sarcoma , pancreatoides. Si blan- ca ó rojiza constituye el encefaloides , la ma- teria cerebriforme , el cáncer blando, el sarco- ma medular, el carcinoma. Se le dá el nombre de fungus hematodes, de inflamación esponjo- sa , de tejido fungoso, cuando se encuentran en el tumor numerosos vasos ó sangre derra- mada. «Indaguemos ahora qué parte tiene la in- flamación en la producción de estas degene- raciones. Los órganos que les sirveu mas co- munmente de asiento son el útero, las mamas y las partes del cuerpo mas espuestas á las ir- ritaciones de todas especies. Suceden á infla- maciones francas y decididas , cuya realidad 278 CAQUEXIAS. nadie puede poner en duda, y que son el pun- to de donde parte el cáncer. La induración es ya una de las terminaciones de ciertas irrita- ciones; pues bien, hemos hecho ver, que el es- cirro al principio en nada difiere de la indura- ción que signe á una inflamación crónica. . «También se han visto flegmasías que han pasado al-estado escirroso. «En un caso de pa- narizo muy violento y de causa esterna, que databa de un mes, en el cual habían sido abier- tas las articulaciones, y en que fué preciso re- currir á la estirpacíon del dedo índice, el tejí- do celular endurecido tenia el aspecto escirro- so mas pronunciado (Dissert. sobre la cuestión siguiente: Qué parle tiene la inflamación en la producción de las enfermedades llamadas or- gánicas, por Piorry). »EI cáncer es desde el principio local; y si invade las glándulas y los tejidos inmediatos, es por un efecto semejante al que producen las inflamaciones, que se estienden de capa en ca- pa , enviando sus irradiaciones á las visceras distantes. Peyrilhe (Boyer, traitem. des malad. chirurg., t. II, pág. 301), Recamier (Recherch. sur le trait. du cáncer, t. II, pág. 206) y otros autores piensan que siendo el cáncer primitiva- mente local, se puede intentar con éxito su es- tirpacion; las curas que siguen comunmente á esta operación, militan en favorde este dictamen. «Piorry, sin embargo, cree deber asegurar que cuando persiste una inflamación franca pue- de producir el cáncer; pero que otras causas pueden también determinar su desarrollo. «Habiendo introducido Boulland en el tejido celular de un perro un alfiler, que dejó duran- te un mes, percibió en las partes una gran can- tidad de matería jelatinosa , trasparente, en un todo semejante al cáncer coloides de Laennec. Si hay algo probado hasta la evidencia, añade el mismo autor, es la semejanza que existe en- tre un tejido acometido de inflamación crónica y un tejido afectado de escirro ó de encefaloi- des. ¿No hay en los dos casos aumento de vo- lumen, densidad, y al mismo tiempo consis- tencia en las láminas del tejido? ¿No hay der- rame en las aréolas de una materia plástica, de consistencia y color variables? Es pues im- posible dejar de considerar al cáncer como una afección primitivamente local, afección que no puede ser otra cosa que una inflamación cróni- ca (Recherch., hist. sur les tissus accid. sans analog., en el Journal des progrés., t. IV, pá- gina 193; 1827). «Reasume Boulland su opinión respecto al modo de producción del escirro y del cáncer, diciendo, que estas dos alteraciones son produ- cidas primitivamente por una afección local, de- pendiente de una irritación crónica; de donde resulta el aumento de nutrición de los tejidos que componen el órgano en que tiene su asien- to; y que el reblandecimiento y la ulceración de los tejidos asi alterados, no son mas que el progreso de la inflamación que los afecta (obr. cit., pág. 195). »B. El cáncer es independiente de todo in- flamación.— Bayle y Laennec han sostenido una opinión-bien diferente de la que acabamos de dar á conocer á nuestros lectores; según ellos ,%el escirro no depende en manera alguna de la inflamación, que no obra sino como cau- sa debilitante. Bayle ignora si la degeneración albuminosa crónica comienza por el tejido mis- mo del órgano, ó si es debida á una materia particular, que formada de nuevo en la econo- mía, sea depositada luego en las partes (Jour- nal de med. por Corvisart, año XII). Admi- te la infección cancerosa, y se sirve para apo- yar sus ideas de las mismas pruebas que invo- ca, en favor de los tubérculos (Recherch. sur laPhthisis, pág. 418). Mira al escirro como una enfermedad siempre primitiva, incurable y unida á la diátesis cancerosa. Se deja cono- cer, á pesar de la duda que aun quedaba en el ánimo de Bayle, que considera al cáncer, lo mismo que á los tubérculos, como unos tejidos de nueva formación, que sólidos y concretos desde el principio, viven con vida propia, que les es peculiar. «Según Bayle, pueden distinguirse en dos clases los tejidos cancerosos, según que cons- tituyen cuerpos aislados, unidos á los órganos inmediatos por medio del tejido celular, y de al- gunos vasos sanguíneos; ó que están confun- didos y mezclados con el parenquima mismo de las visceras, en las cuales se manifiestan; los primeros han sido llamados cuerpos cance- rosos; los segundos transformación cancerosa. Los cuerpos cancerosos pueden estar rodeados de una capa de tejido celular, ó encerrrados en verdaderos quistes, ya sean cartilaginosos, ya fibrosos, ya en fin de naturaleza córnea (Vues, théor et prat. sur le cáncer: bibliot. med., t. XXXV, pág- 318). La espresion de transformación cancerosa, de que se sirve Bay- le para dar á conocer la segunda forma del cáncer, es impropia, como ya lo ha hecho no- tar Laennec; porque el tejido no cambia de na- turaleza. Deposítase la materia entre las mallas del tejido natural, le infiltra y le comprime por todas partes (art. Anat. patol., Diction. des sciene med., t. II, pág. 59). «Bayle reconoció nueve especies de cáncer que le parecieron distintos por su testura, su organización y efectos sobre la economía, y los denominó como sigue (Bibl. med., pág. 308): 1.° tejido canceroso condróideo ó cartilagínifor- me: 2.° híaloides ó vitriforme; 3.° larinoides ó lardiforme; 4.° humoides ó napiforme; 5.° en- cefaloides ó cerebriforme; 6.° coloides ó jelatí- niforme; 7.° tejido canceroso compuesto; 8.° te- jido canceroso entremezclado; 9.° tejido can- ceroso superficial. «Laennec no vé en los cánceres mas que una matería morbífica, estraña á la organi- zación normal de los tejidos, en que se de- posita accidentalmente; goza de vida propia, que él divide en período de crudeza y de re- blandecimiento. Estos nuevos productos des- CAQUEXIAS. 279 truyen el tejido normal; á veces sin embargo subsiste alguna parte, y entonces, ^cuando se comprime la masa degenerada, se escapa la materia reblandecida en forma de granos ó go- titas, y no queda mas que el enrejado del ór- gano canceroso; esta red no conserva sino muy débiles vestigios de su primitiva estructura, y consiste en fibras uniformes regularmente en- trecruzadas, blanquecinas ó grises, y mas ó me- nos semi-traspareiites (art. Encefaloides; Dic- tion. des sciene med., pág. 174). «La diferencia que separa la opinión de Bay- le y de Laennec de todas las demás, consiste sobre todo en que estos dos autores hacen del cáncer un tejido de nueva formación, mientras que para el mayor número de médicos noes mas que la degeneración de los tejidos primitivos. «Ya hemos mencionado las investigaciones anatómicas de Andral, que tienden á probar la existencia de dos cosas distintas; una materia inorgánica y los elementos del órgano afectado; y que solamente la matería segregada es de nueva formación. Habiendo examinado Cruveilhier con cuidado un determinado número de cánceres de las mamas, de los intestinos y del útero, ha encontrado que si se despojaban por una fuer- te presión los órganos cancerosos de toda la cantidad de sustancia, variable en color y en densidad, que encerraban, solo quedaba el te- jido célulo-fibroso, dividido en celdillas de di- ferente calibre, y vacío de la materia inorgáni- ca que contenia. Las propiedades físicas de es- te jugo, su cantidad, el modo mas ó menos pronto como se derrama, la variable consisten- cia de los tejidos en que se infiltra, son, según Cruveilhier, las únicas diferencias que existen entre el escirro y el cáncer (Nouv, biblioleque med., enero y febrero 1837). «Las deducciones naturales que se despren- den de las doctrinas precedentes, han sugerido á Boulland las siguientes observaciones, que no deben ser admitidas sin restricción: «es impo- sible considerar al escirro y al encefaloides co- mo tejidos morbosos accidentales, formados de nuevo en el centro é independientemente de los tejidos naturales de los órganos. Al contra- río, se debe mirar toda la parte orgánica, teji- do celular y vasos que contienen estas masas, como pertenecientes á los tejidos primitivos mas ó menos alterados. No queda, pues, en realidad mas sustancia de nueva formación, que la ma- teria no organizada contenida en los alveolos celulares.» «Resulta también de estos hechos, que el escirro y el encefaloides no son esencial- mente diferentes uno de otro; puesto que se hallan compuestos de los mismos elementos anatómicos, con algunos cambios en sus pro- piedades físicas (Bmilland, Journ. des prog., art. cit.).» »C La materia cerebriforme es una pro- ducción accidental de pulpa nerviosa.—Fleisch- mann y Maunoir han sostenido esta opinión sin- gular (Leichnoírnungen, pág. 111,1815; Mau- uoir en la mem. sur le fongus medul. el les he- mal., 1820). «Hé aqui las razones en que se apoya Maunoir: la sustancia cancerosa tiene las mayores relaciones físicas y químicas con la del cerebro; se asemeja á Jas fungosidades que se elevan de. la superficie cerebral en ciertas heridas de cabeza , y se la encuentra en el ner- vio óptico cuando está el ojo afectado de cán- cer, y en otros nervios del cuerpo. Pero ¿cómo hemos de admitir, que los filamentitos nervio- sos puedan facilitar tan gran cantidad de ma- teria cerebriforme, corno la que constituye los cánceres? ¿Cómo reconocer la pulpa nerviosa en los tumores duros, amarillentos, formados por el encefaloides todavía crudo? La comparación que Maunoir establece entre la sustancia cere- bral y la cerebriforme del cáncer carece de esac- titud. En cuanto á la singular prueba de que se ha encontrado el cáncer en los nervios del ojo ó de otros órganos, está por sí sola destruida con solo considerar, que el cáncer se desarrolla en el cerebro y en la sustancia de los conductos nerviosos. Finalmente Maunoir ha pretendido que podía formarse en las diversas partes del cuerpo la pulpa cerebral, puesto que en ellas se encuentran otros productos naturales; á esto la única respuesta que tenemos que dar, es que hasta ahora no se han visto nervios desarrolla- dos accidentalmente y de todos calibres, co- mo sucede con los vasos sanguíneos. «Aunque haya mucha semejanza entre el tejido morboso de que se trata y la sustancia del cerebro, es- tán lejos de ser idénticas, y no se puede admi- tir la opinión de Maunoir» (Beclard, Anat. qen., pág. 664, 1827). »D. El cáncer es un ente separado, un ser aparte. — Richard Carmichael piensa que el cáncer goza de una vida independiente, y que nace en todas las partes del cuerpo cuya vida está debutada, y cuya parte orgánica comien- za á descomponerse. Al principio es el cáncer una sustancia cartilaginosa, limitada, que se estiende en seguida á manera de rayos .pareci- dos á los ligamentos (An essay on the effecls of carbonat and the other, etc., á London , 1806). »J. Hunter y Adams han establecido, que la esencia del cáncer reside en la presencia de un animal del género de los hidátides, que ellos llaman hydatis car ciño matosa. Adams distin- gue tres especies: 1.a el hidatide seroso ú or- dinario, cuyo quiste es casi cartilaginoso; 2.a hy- datide jelatinoso; 3.a hydatide sanguinolento. El hidatide del cáncer tiene la propiedad de obrar por una irritación específica, y de hacer brotar un fungus en la superficie de las úlce- ras. Este fungus sirve para defender al hidati- de y protejerle; si muere el entozoario, se se- para el fungus de la úlcera por medio de la su- puración. «Cuando los hidátides se hallan en un estado de entorpecimiento no es dolorosa la úl- cera ; pero cuando despierta el animal se de- claran de nuevo los dolores, y son insoporta- bles (Obs. on morbid poisons).» No nos ocu- paremos mas de una opinión tan estraña como la de J. Hunter, Carmichael y Adams. Aunque 280 CAQUEXIAS. se encuentran algunas veces hidátides en cier- tos tumores cancerosos, no pueden considerar- se como causa de la enfermedad. DlFERKNCIAS ENTRE EL ESCIRRO V LA MA- TERIA cerebriforme.—«Acabamos de presen- tar las doctrinas que se han emitido con moti- vo del cáncer ; conviene ahora agitar la cues- tión de saber, si el encefaloides no es mas que un grado mas adelantado del escirro, ó siestas dos alteraciones patológicas son esencialmente diferentes una de otra. Los que reputan la ma- teria cerebriforme y escirrosa corno una misma lesión, citan en favor de su opinión la seme- janza del escirro y encefaloides en el estado de crudeza, en cuya época es difícil no confun- dirlas. Ambas son duras, están divididas en lóbulos y lobulillos mas pequeños, semi-tras- parentes, tienen el mismo color, se hallan pri- vadas de vasos, rodeadas de un quiste ó de un tejido celular condensado: mas tarde, y cuan- do el escirro se reblandece y los vasos rotos fa- cilitan cierta cantidad de sangre que se infiltra en la masa cancerosa, se la puede tomar por sustancia cerebriforme. La distinción es toda- vía mas difícil, cuando se asocian á los tumores cancerosos concreciones fibrinosas, materia me- lánica ó bien materia coloides. Si ahora recor- damos que alteraciones que solo tienen con el cáncer una analogía muy distante, han sido des- critas como tales, no parecerá estraño que cier- tos autores hayan hecho del escirro y del en- cefaloides una misma enfermedad , diciendo que en la última los vasos son mas abundan- tes. Confesamos que las razones que se han alegado en favor de esta doctrina nos parecen de poco valor en vista de las reflexiones si- guientes, que demuestran de una manera de- cisiva , cuánto difieren entre sí estos dos pro- ductos anormales. «El escirro ofrece un tejido semejante á la corteza del tocino y cruzado por rayos fibrosos blanquecinos; el encefaloides en su perfecto estado de desarrollo es de un blanco sonrosa- do, salpicado de puntos rojos; encierra una red arterial muy manifiesta, y que se hace mas marcada á medida que se efectúa el reblande- cimiento; también hay derrames en el tejido morboso; la úlcera suministra hemorragias abundantes, mientras que en el escirro faltan casi enteramente los vasos; las hemorragias in- tersticiales ó por la superficie de la úlcera, son raras. Leblanc y Trousseau pretenden que el tejido encefaloides es mas grueso, y de menor resistencia que el escirro; y que el escalpe- lo que divide al primero, no rechina como cuan- do se corta una masa escirrosa. Este modo de distinguir los dos tejidos no puede ser útil sino en la época en que está el cáncer cerebriforme en su completo desarrollo ; porque en su pri- mer grado cruge cuando se le sujeta á la ac- ción del escalpelo. Rouzet habla de otro carác- ter; dice que dividido el cáncer encefaloides, en vez de presentar una superficie plana y uni- da forma pezonzillos y desigualdades. «Se ha encontrado el encefaloides en todos los órganos del cuerpo. El escirro se ha visto en un pequeño número de órganos. A medida que el escirro se reblandece, toma el aspecto de jalea ; el encefaloides al contrario se tifie dü rosa; adquiere comunmente un volumen con- siderable, se adelanta bajo de la piel á la que distiende sin adherirse á ella. El escirro no al- canza tan considerables dimensiones, y se une de una manera íntima á los tegumentos ante-i de elevarse. La úlcera del escirro, es menos húmeda y menos fungosa que la del encefaloi- des; este último se cubre de enormes fungosi- dades lívidas, rodeadas de anfractuosidades, y derrama una sanies fétida, sanguinolenta ó san- gre pura. «Se han señalado todavía otras diferencias que dependen de la edad de los sugetos y de la marcha de la enfermedad. Asi es, que se ha pretendido que el tejido encefaloides podia des- arrollarse antes de la pubertad, y que rara vez se manifestaba el escirro antes de la edad adul- ta; pero esta distinción es falsa. Finalmente, según Berard, «el tejido encefaloides llena fre- cuentemente las venas de la parte afecta, y al- gunas veces también las inmediatas á ella; el escirro no ha sido estudiado bajo este aspecto, de donde se puede concluir que semejante dis- posición, si acaso existe, es sumamente rara (art. cit.)» Distinción entre el escirro , el cáncer y el carcinoma. — »¿Convendrá considerar es- tas tres denominaciones como entidades y seres patológicos distintos, ó como fases diversas de una misma enfermedad? Boyer encuentra gran- de analogía entre el escirro y el cáncer, pues según este cirujano no es el cáncer mas que el último grado del escirro (Traite des malad. chirurg., t. II, pág. 279). Richerand es de es- te mismo parecer. «El escirro, dice, pertenece al orden de las afecciones cancerosas, de las que constituye el primer grado , ó por decirlo asi, la infancia ó niñez (Nosol. chirurg., t. I, proleg., pág. 9).» Pouteau llama cáncer al es- cirro que se ulcera por la fermentación de la levadura que forma el núcleo (Obras póslum., pág. 20). Recorriendo y analizando las obras de los autores que han aplicado un sentido di- ferente á estas palabras, se vé que la mayor parte llaman escirro perfecto, maligno, cáncer oculto al primer grado del cáncer , y cán- cer manifiesto, carcinoma y fagedona al se- gundo. «Menos puede distinguirse el carcinoma de cáncer que este del escirro, y todo lo que re- fieren los autores con este objeto no es mas que confusión. ¿Diremos con Richerand que la úl- cera carcinomatosa no debe confundirse con la cancerosa, porque en la primera precede la ul- ceración á la degeneración cancerosa de los te- jidos subyacentes, mientras que en la úlcera cancerosa sucede la úlcera á la afección cance- rosa? (loe cit., pág. 252) «Hé aquí, según Breschet, los caracteres caquexias. 281 que separan al escirro, el cáncer, y el carci- noma. «El escirro no está ulcerado; ofrece una estructura compacta y mucha tendencia á pasar al estado de cáncer. El cáncer está por lo común ulcerado, presenta dolores atro- ces, que no causa el escirro. El carcinoma unas veces es una ulceración que forma un tumor mas ó menos duro, lo cual le acerca al escirro; y otras se abre al esterior, y esta cir- cunstancia le da alguna semejanza al cáncer. A medida que progresa el escirro, se nota que la parte afecta se pone transparente.....dege- nera en una masa lardácea, homogénea, que confunde todos los tejidos, y que es propia del cáncer primitivo, como del escirro dege- nerado ó escirro que se ha hecho canceroso.... El carcinoma adquiere un aspecto laminoso, friable, en cuya atención se le ha compara- do á la masa cerebral......Los órganos afec- tados cambian de consistencia, se convierten en un líquido ó en una materia pultácea, de color variado, análoga algunas veces por sus apariencias esteriores á la sustancia del cere- bro de un niño cuando comienza á podrirse» (art. Hemat. Fong. del Dict. des sciene med., p. 194 á 197). »Se puede concluir en vista del pasage que acabamos de transcribir, que la distin- ción del escirro, del carcinoma y del cáncer, carece de fundamento, y por lo mismo es im- posible conservarla; que la denominación de carcinoma debe ser borrada del lenguaje mé- dico; finalmente que el cáncer es un término genérico que abraza al escirro y al encefaloi- des, únicos tejidos morbosos de naturaleza cancerosa; tal fué nuestra opinión desle el principio de este artículo, y tal es también la última proposición que debemos asentar, al concluir nuestra descripción anatómica del cáncer. «Caracteres diferenciales del cáncer y de las alteraciones patológicas que CON EL TIENEN ALGUNA SEMEJANZA.—El díag- nóstico del cáncer es ciertamente uno de los puntos mas recónditos de la historia de la en- fermedad ; ofrece muchas dificultades, que las asiduas investigaciones de los médicos moder- nos no han llegado todavía á superar. Efec- tivamente, el aspecto de los síntomas, y co- munmente también los caracteres anatómicos de una induración de los tejidos blancos, pue- den simular un cáncer. Principiaremos, pues, por compararle con las alteraciones patológi- cas con que mas se asemeja, como la indura- ción inflamatoria crónica, el tejido fibroso ac- cidental, la sustancia lardácea, las induracio- nes, los tumores escrofulosos, los tubércu- los, etc., y veremos si existen signos pro- pios para distinguir los tejidos asi alterados de los tumores escirrosos ó cancerosos. A. »Induración crónica.—Se podría se- guramente confundir con el escirro en pri- mer grado la induración crónica de ciertos órganos, de la glándula mamaria, de la ma- triz , del testículo, por ejemplo; porque la dis- tinción entre estas dos alteraciones es tan di- fícil de establecer, que muchos patólogos sos- tienen que el cáncer es una inflamación de los tejidos, que afecta de una manera mas espe- cial los vasos blancos (Broussais, Ferrus y Breschet). En la induración por inflamación crónica se encuentran fácilmente los tejidos elementales que constituyen el órgano, y que conservan todavía una disposición bastante aproximada á la que ofrecen en el estado sa- no; la inyección sanguínea es siempre mucho mas marcada que en el escirro, y los tejidos inmediatos conservan los vestigios todavía re- cientes de la congestión y de los demás fenó- menos capilares que acompañan y efectúan el trabajo inllamatorio. No es tan grande la den- sidad del tejido endurecido como la del escirro- so ; su superficie es también menos abollada y menos dura. El aspecto del escirro es idénti- co en todas sus partes; los tejidos inflamados crónicamente están sonrosados, y nunca tie- nen esa testura lobulada constante del escirro; cuando se reblandecen, se va reuniendo el producto de la supuración en puntos disemi- nados ó en un foco único, pero no se encuen- tra nada parecido á la materia cerebriforme; y además, aunque reblandecidas, las partes quedan siempre organizadas (Hist. anat. des inflam., por Gendrin, t. II, p. 607). Las partes que rodean un tejido inflamado cróni- camente son mas friables, están mas inyecta- das, infartadas de líquidos sanguíneos ó sero- sos: la separación entre los tejidos inflama- dos y los adyacentes es fácil de establecer. Por el contrario, en el escirro, los tejidos inme- diatos son duras, coriáceos ó correosos, in- filtrados de una serosidad espesa, gelatinifor- me; resisten á los esfuerzos de tracción ó es- tiramiento, y al principio se ve manifiesta- mente que el tejido celular inmediato ha sido rechazado ycondensado; comunmente tam- bién forma quistes que aislan completamente la producción accidental. Nada de esto se ob- serva en los tejidos atacados de inflamación crónica, é induración. B. »Cuerpos fibrosos.—Las masas fibrosas redondeadas, que se designan con la denomi- nación de cuerpos fibrosos, están constituid is por una sustancia consistente, espesa, qie ofrece la mayor semejanza con la próstata, ó la glándula mamaria, en cuanto á su tejido, y con el cuerpo tiroides, con relación á su as- pecto. Las masas fibrosas son unas especies de ovillos muy apretados de tejido celular den- so , que recibe un número muy variable de va- sos; algunas veces están muy desarrolladas, hasta el punto de presentar algunos caracte- res del tejido erectil. Se hallan implantadas, pero aisladas, en la misma sustancia del órga- no; su único medio de unión es un tejido la- minoso, mientras que en el escirro forma par- te el tumor de los órganos mismos en que tie- ne su asiento. Los cuerpos fibrosos no oca- 282 CAQUEXIAS. sionan dolor alguno ni pasan al estado can- ceroso. C. « Tumores escrofulosos.—Podrían con- fundirse con induraciones escirrosas incipien- tes , porque justamente afectan las mismas regiones. El tumor escrofuloso es mas regu- lar, liso, menos duro que el escirro, se ma- nifiesta en los sugetos jóvenes; cuando au- menta de volumen se enrojece la piel; y mu- cho tiempo antes que se ulceren las escrófulas, aparecen todos los síntomas de una inflama- ción crónica. Finalmente suelen hallarse in- fartadas las glándulas linfáticas de otros pun- tos del cuerpo, y en la constitución general del sugeto pruebas de la infección escrofulosa. Si se corta un tumor de esta naturaleza, se ve erf medio de un tejido vascular una infiltra- ción de materia albuminosa, sebácea ó cretá- cea; que se aplasta fácilmente bajo el dedo , y muchas veces está blanda y reducida á papi- lla. «Cuando se inyectan las arterias que van á los tumores escrofulosos , penetra en ellas con facilidad la materia de la inyección; pero se derrama dentro del tumor..... Cuando se iinecta un tumor escirroso por el contrario, la materia de la inyección, por tenue que sea, no llena mas que los troncos arteriales, sin llegar á penetrar en el tumor....» (Scarpa, Mem. sob. el escirr. y cáncer; Archiv. gen. de méd., t. X, p. 282). Practicada una incisión en una masa escirrosa, se observa una su- perficie blanca, tensa y compacta, semejante á un cartílago reblandecido , recorrido por unas estrías blancas, divergentes del centro á la circunferencia; el tumor escrofuloso no ofrece nada de esto. El último carácter indi- cado por Scarpa lo suministra la maceracion en el agua; el tejido escirroso conserva su con- sistencia; el otro por el contrario se reblandece. D. » Tubérculo.—El escirro difiere del tu- bérculo en que nunca se presenta depositado bajo la forma de granulaciones ó pequeños tumores redondeados, y no sufre el mismo género de reblandecimiento. Sin embargo, po- dría confundirse, hasta cierto punto, el es- cirro reblandecido con los tubérculos fundi- dos; con aquellos, por ejemplo, que tienen su asiento en los ganglios mesentéricos; pero la materia cancerosa es homogénea, blanda, semi-transparente, mas ó menos sonrosada, análoga á la sustancia del cerebro, y deposi- tada en una trama celulosa muy visible : la tuberculosa está formada de una materia blan- ca , no coherente y grumosa. Servirá sobre todo para distinguir el tubérculo del cáncer, la circunstancia de que no se descubre en él apariencia alguna de estructura: es una ma- teria segregada y depositada en las mallas de los tejidos vivientes, y que constituye una ma- sa enteramente inorgánica; si por casualidad encierra algunos vasos, pertenecen al tejido en que tiene su origen. En el cáncer existen siempre dos sustancias , una inorgánica y otra organizada, celulosa, y que ofrece en la épo- ca del reblandecimiento vasos muy distintos. El estado de los tejidos inmediatos podrá tam- bién dar mucha luz sobre la naturaleza de tejido morboso, si quedase todavía alguna du- da en el ánimo del observador. E. »Sustancia lardácea.—Se presenta ba- jo la forma de sustancia de un amarillo gris masó menos consistente, dura y resistente, como la grasa de puerco rancia, sin disposi- ción, fibrosa ó linear, y presentando comun- mente una forma lobulosa» ^Lobstein, Anat. pat., t. I, p. 391). Se ve por esta descrip- ción, que no es muy fácil distinguir la dege- neración lardácea de la degeneración escirro- sa; sobre todo si se añade que la primera tie- ne grandísima tendencia á esperimentar la transformación cancerosa (Cruveilhier Anat. pat., t. I, p. 80). Los mejores caracteres que se pueden indicar son los siguientes: la ma- teria lardácea invade el órgano en grande es- tension, mientras que el escirro y el encefa- loides en el estado de crudeza, son bastante circunscritos al principio , única época en que podían confundirse con la degeneración lardácea; esta nunca se presenta enquistada, ni en forma de papilla homogénea, aunque sea susceptible de cierto reblandecimiento: fi- nalmente , aumenta por lo común el volumen de los órganos, destruyendo absolutamente sus formas (Lobstein). F. » Tejido esponjoso ú erectil.—Se encuen- tran tumores constituidos por el tejido erectil, y que simulan hasta cierto tiempo tumores cancerosos. Aquellos son blandos, azulados, y se reducen á muy pequeño volumen por la presión; se adhieren íntimamente á la piel, y están formados de vasos sanguíneos , entrela- zados de mil maneras; es difícil equivocarse sobre la naturaleza de estos fungus hemato- des; pero no imposible, cuando presentan en el centro una fluctuación que se encuentra en el cáncer reblandecido. La edad del sugeto, el buen estado de su constitución , el desar- rollo lento del mal, la ausencia de todo sínto- ma morboso, asi local como general, á lo me- nos al principio, caracterizan suficientemente al fungus hematodes, y no permiten confun- dirle con el cáncer. G. »Meliciris ateroma.—Los lipomas, los melíciris, y los ateromas se han confundido al- gunas veces con cánceres en estado de reblan- decimiento; esta equivocación será fácil de evitar, si se quiere recordar que estos tumores son mas regulares, blandos en todas sus par- tes, lisos, indolentes, libres de toda adheren- cia, sin cambio de color en la piel, y no oca- sionan otro trastorno en la salud, que cier- ta incomodidad en los movimientos de los ór- ganos en que tienen su asiento. H. »Ulceras no cancerosas.—Ya hemos es- tablecido los principales caracteres de las i'ilcí - ras cancerosas, asi primitivas como secund;; - rias, y visto que se las reconocía por la dure- za de sus bordes y de su fondo, los dolores o- CAQUEXIAS. 283 pontáneos, lancinantes ó quemantes, en las fungosidades, etc. Las úlceras no cancerosas de las vias lagrimales, salivales, biliares, uri- narias adquieren también dureza; pero se pue- de, á beneficio de una incisión, ó de otro trata- miento, conseguir la resolución, y por otra parte faltan entonces los dolores lancinantes y la materia escirrosa ó encefaloides reblande- cida. La úlcera varicosa está rodeada de ve- nas dilatadas, pero sus bordes no se hallan duros, ni son asiento de dolores lancinantes; lo mismo sucede en la úlcera escorbútica. El tratamiento decidirá en el caso de que quede alguna duda acerca de su naturaleza. »La úlcera sifilítica puede asemejarse has- ta cierto punto por sus bordes y el color de su superficie á la úlcera cancerosa, sobre to- do cuando ha resistido al tratamiento, ó es sostenida por una irritación crónica; pero en este caso, suponiendo que los mercuriales no puedan servir de piedra de toque en el diag- nóstico , se atenderá á los síntomas generales, y á los accidentes consecutivos, que no tienen ninguna analogía con los signos de la caque- xia cancerosa. Hay algunas veces glándulas infartadas en las inmediaciones de ciertas úl- ceras venéreas. El mismo Cullerier confiesa que son muy arduos semejantes casos. «A me- nudo , dice, las úlceras venéreas que tienen su asiento en los labios, se asemejan de tal ma- nera á las úlceras cancerosas que se desarro- llan en estas partes , y los signos racionales son tan inciertos, que algunas veces se puede formar un diagnóstico equivocado.» (Propos. de Cirujía: Disertac. por Cullerier, 3 de agos- to de 1812.) »Las úlceras escrofulosas cancriformes no atacan sino á los jóvenes; destruyen algunas veces porciones considerables de huesos, de los labios, de la nariz; pero acaban por tomar la marcha y el aspecto de una úlcera escrofulo- sa, y se curan por el uso de las preparaciones del iodo. »No podemos reasumir mejor los princi- pales caracteres de las afecciones cancerosas, que reproduciendo la siguiente descripción to- mada de Becamier: A. Desarrollo de un pa- renquima anormal homogéneo en todos los ór- ganos ; unas veces escirroso, semidiáfano, blanquecino, azulado y condróideo, ó de as- pecto cartilaginoso al principio, en seguida canceroso ó lardáceo, y finalmente gelatíni- ferme; otras veces opaco, blanquecino, sola- noideo; después encefálico y pultáceo; otras veces negruzco, denso ó difluente. B. Ulceras de diferentes aspectos , que acaban por hacer- se sórdidas. D. Dolores espontáneos lancinan- tes ó quemantes. E. Asimilación ó destrucción uniforme de todos los tejidos. F. Aparición de las producciones escirrosa ó encefaloides, de úlceras y de síntomas que anuncian la caque- xia cancerosa. G. Naturaleza refractaria y re- producción de la enfermedad. (Ob. cit., t. II, pág. 3.) CAPITULO II. Del cáncer bajo el punto de vista de la patología ge- neral y de lá terapéutica. Síntomas.—Es muy difícil bosquejar de una manera general la historia de los síntomas co- munes á todas las afecciones cancerosas; por- que el asiento del mal, la edad y el sexo de los sugetos inducen en la marcha de la afec- ción numerosas diferencias, cuyos principales caracteres procuraremos trazar. Al ocuparnos de la anatomía patológica, hemos dado á co- nocer sus mas preciosos caracteres, es decir, los que suministra la inspección anatómica; no restándonos mas que tratar de los sínto- mas de esta grave enfermedad. »Con el fin de no omitir circunstancia al- guna importante, y de presentar el cuadra de los fenómenos en el mismo orden con que se desarrollan á los ojos de un observador aten- to, nos vamos á aprovechar de las observa- ciones hechas por Andral sobre los productos organizables. Incluye este sus síntomas en las cinco series siguientes: la primera comprende los síntomas que dependen del solo hecho del desarrollo del producto morboso en medio de un tejido vivo; la segunda reconoce por causa los diversos estados patológicos en que puede producirse (inflamación, congestión); la ter- cera serie se refiere al estado de las partes que rodean el producto morboso ; la cuarta se manifiesta en la época en que se perfecciona el trabajo de eliminación (caquexia cancero- sa) ; la quinta en fin, cuando sobrevienen la ul- ceración y la desorganización de las partes. »Sintomas que dependen del solo hecho del desarrollo del cáncer en medio de un tejido viviente.—Los signos que existen en esta épo- ca son: un tumor duro, circunscrito, igual, movible, no adherente á ía piel, ni dotado de la elasticidad de las masas enquistadas, y sin cambio de color en la piel. Es el tumor un po- co doloroso, causa solamente una sensación de peso, de tensión, á menos que no sea con- siderable su volumen. Pero cuando es peque- ño y no tiene su asiento en una glándula lin- fática, puede permanecer indolente y sin agran- darse durante muchos años; en la mayor par- te de los casos es progresivo su acrecenta- miento, otras veces irregular: asi por ejem- plo se ve en las mujeres, que el cáncer del pe- cho aumenta de volumen á cada evacuación menstrual. »Por lo común los dolores que acompañan al primer periodo del cáncer son todavía poco intensos; son nulos en el cáncer del híga- do, del riñon, del bazo, de los pulmones; y muy fuertes y lancinantes cuando el órgano es- tá abundantemente provisto de nervios proce- dentes del cerebro ó de la médula. En el se- gundo periodo ó reblandecimiento del cáncer, es sobre todo cuando aumentan de agudeza los dolores. 284 CAQUEXIAS. «Se ha dado el nombre de escirro benigno al tumor canceroso indolente, igual, de una dureza mediana, que no incomoda masque por su peso ó su asiento en una parte del cuer- po, habitualmente espuesta á continuos roces. Mas adelante el tumor se endurece, se hace nudoso, aboljada su superficie; y esta des- igualdad ha sido reputada como un signo ca- racterístico de la enfermedad. Al mismo tiem- po se acrecienta el volumen del cáncer, se perciben las venas subcutáneas , la masa can- cerosa invade las partes inmediatas, el tejido celular , las glándulas , y acaba por adherirse á los tegumentos, ó á los órganos que la ro- dean. La enfermedad no está siempre acom- pañada de aumento de volumen ; se ve por el contrario en algunos casos que los tejidos afec- tados se retraen y disminuyen de volumen. La dureza no puede ser considerada como un sig- no cierto del cáncer, porque muchos tejidos, que son de una naturaleza muy diferente, ofre- cen el mismo carácter. «Cuando la viscera cancerosa es accesible al tacto , como el testículo, se encuentra una propiedad que muchos autores creen peculiar al cáncer ; hablamos del mayor peso de este tejido patológico comparativamente á los otros; este signo no es tan importante como se ha dicho. »S3 ve por los síntomas que acabamos de enumerar, que al principio puede desarrollar- se el cáncer á la manera de un cuerpo estra- ño , que imposibilita mecánicamente las fun- ciones del órgano ; que no ejerce todavía in- fluencia alguna sobre los tejidos inmediatos ni sobre la economía, y que á esta época no hay mas que una afección local que dá lugar á sín- tomas locales. Apenas esperimentan las partes enfermas un aumento sensible de temperatu- ra. Estas observaciones conducen á deduccio- nes prácticas importantes; prueban, por ejem- plo , que se puede esperar la curación radical del cáncer, cuando está todavía en este primer grado, en que constituye un desorden local, que podrá contener el instrumento quirúrgico si el profesor recurre con tiempo ala operación. «Algunas veces la disminución de la ro- bustez y de las fuerzas del enfermo, el tras- torno de muchas funciones que no se sabe á qué causa atribuir, una palidez ó una colora- ción sospechosa del tegumento; tales son los síntomas generales que van unidos á la afec- ción cancerosa, y cuyo verdadero origen no es siempre fácil descubrir en esta época. »Síntomas que reconocen por causa los di- versos grados de desorganización del cáncer.— Con razón ha dicho Bayle que el cáncer goza de una vida particular; en efecto ¿no se le ve pasar por el estado de crudeza, de reblande- cimiento, inyectarse de vasos numerosos, ten- der á la eliminación, y sufrir las metamorfo- sis mas singulares y numerosas, correspon- diendo los síntomas á estas diversas transfor- maciones? «Si es rápida la marcha del cáncer, si el tumor continúa haciendo progresos , disminu- ye su consistencia, y en lugar de la dureza que se percibía al principio, se encuentra cierta blandura, que puede confundirse con la fluc- tuación. Los dolores se hacen muy agudos; varían en intensidad; unas veces son lancinan- tes, instantáneos, raros; se les ha comparado á los que produciría la mordedura de un perro, ó la introducción lenta de un instrumento agu- do (dolores terebrantes); no son continuos; los determina la presión; y en otros casos parecen espontáneos ó causados por la humedad, la se- quedad , la electricidad del aire atmosférico, ó la oscuridad. Por lo demás no son tan agudos que se hagan insoportables, como en la época de la ulceración del tumor. Antiguamente se designaba esta forma de la enfermedad con el nombre de cáncer oculto, escirro maligno. «Según Laennec , los encefaloides pueden existir largo tiempo sin producir un notable en- flaquecimiento ; pero en la época de que ha- blamos, es decir, cuando la materia cancerosa ha llegado al período de reblandecimiento, es casi constante este síntoma, y entonces mar- cha la enfermedad á pasos agigantados. Toda- vía se observan otros fenómenos de reacción general; el rostro de los enfermos es aploma- do, empañado, lívido, amarillo de paja ó.blan- co de cera, y se enciende la calentura hécti- ca , etc. Muy luego volveremos á ocuparnos de estos síntomas, que pertenecen mas particu- larmente al último período del mal , cuando existe una ulceración (cáncer ulcerado), cons- tituyendo el estado conocido con el nombre de caquexia cancerosa. »Síntomas que se refieren al estado de las partes que rodean al cáncer.—A medida que el cáncer hace progresos , las glándulas linfá- ticas, que están en relación con la parte en- ferma , se ingurgitan y ponen descoloridas; también se nota casi siempre cierta pastosidad muy pronunciada en las inmediaciones de los órganos afectados de cáncer. No obstante , al principio se encuentra por lo común el tumor escirroso libre de toda adherencia , movible y fácil de separar de los tejidos que le rodean. «Los dolores que se refieren algunas ve- ces al cáncer, tienen una procedencia bien diferente , como nos lo enseña Boyer. «Se ob- serva , dice , sobre todo en la época del mayor desarrollo del tumor canceroso , un fenómeno puramente accidental, que es preciso distin- guir bien de las circunstancias propias y esen- ciales de la enfermedad : consiste en unos do- lores, que se estienden á mayor ó menor dis- tancia de la parte afecta, y que parecen depen- der de la distensión de los filamentos nerviosos, que atraviesan el tumor para ir á las partes en que se sienten los dolores. No solamente es fácil distinguirlos por su asiento, sino también por su carácter, que es bien diferente del de los^dolores que dependen inmediatamente de la afección cancerosa.» (Traite des maladies CAQUEXIAS. 285 chirurgicales, t. II, p. 368.) Se ha esplicado de diferentes maneras el dolor que ocasiona el eáncer: Pouteau lo atribuye á la agitación de las fibras nerviosas ocasionada por el derrame de jugos estravasados, que no pudiendo en- trar en el torrente de la circulación, se alteran y convierten en una levadura escesivamente acre (Obras postumas, t. I, p. 13). Unos lo miran como resultado de una escitacion insóli- ta; otros, como efecto de la compresión de al- gunos cordones nerviosos, etc. «La hidropesía, dice Laennec , no es un efecto necesario del desarrollo de la matería morbífica de que se trata; pero sobreviene, sin embargo, bastante frecuentemente en la ago- nía , sobre todo cuando se ha desarrollado en el hígado ó en la matriz la materia cerebrifor- me. «El derrame de serosidad que se encuen- tra en estos casos, puede depender de la obli- teración de las venas ó de su obstrucción por la materia encefaloides, ó por la irritación sim- pática de las serosas. La compresión que de- terminan sobre los vasos las masas cancerosas, puede también determinar un derrame. Los encefaloides de la matriz producen de una de estas maneras la infiltración de los miembros inferiores. «Double ha hecho observar que cuando es esencial la hidropesía , la hinchazón de los pies es la primera que se presenta ; pero cuando es sintomática de un escirro ó de cualquier otra le- sión orgánica de las visceras, se presenta la tumefacción del vientre desde el principio de la enfermedad.» (Semeiolog. gen., t. II, p. 217.) »Los síntomas á que da lugar el padeci- miento del órgano en que se ha desenvuelto el cáncer, varían -como las funciones mismas de estos órganos. Si es el hígado , por ejemplo, donde reside el cáncer , se presentará la icte- ricia como síntoma de la enfermedad ; el des- orden de las funciones intelectuales acompa- ñará al cáncer del cerebro, y asi de los demás. Algunas veces permanecen sanos los tejidos in- mediatos al producto morboso; pero Ío regu- lar es que padezcan simpáticamente; se los vé inflamarse y reblandecerse ; y aun á veces re- cibe el cáncer una impulsión funesta de la afec- ción del órgano, en cuyo centro tiene su asien- to. Es preciso pues en la sintomatologia del cáncer, tener la precaución de distinguir los fenómenos que emanan del tejido patológico, de los que proceden de los órganos. «Importa, dice Andral, no perder de vista esta circuns- tancia; porque envuelve la consecuencia prác- tica, de que cuando se presentan estos sínto- mas , se puede tratar de combatirlos , sin mo- dificar el producto morboso.» »Sintomas de reabsorción cancerosa.—Ca- quexia cancerosa. — En la época en que se forma la supuración , es cuando se vé presen- tarse el deterioro , el tinte amarillo de paja, los dolores lancinantes, y todos los demás sín- tomas, que anuncian el tránsito á la sangre de la materia cancerosa. »EI movimiento febril es aun poco marca- do ; «solo cuando se acerca la muerte se le vé aparecer, sin que pueda atribuirse á otra causa que á la acción deletérea de la matería morbí- fica sobre la economía.» (Laennec.) Cayol dice también, que en general la calentura se asocia muy tarde á la caquexia cancerosa, y falta mu- chas veces completamente; asi es que muchos enfermos mueren marasmódicos, á consecuen- cia de un cáncer del pecho , del estómago ó el hígado , sin haber tenido fiebre héctica bien pronunciada (Traite des malad. cáncer., por Cayol, 1833, p. 304). «Los fenómenos generales que llaman la atención del médico, que le hacen presagiar la terminación fatal de la enfermedad , y que se han referido á la caquexia cancerosa , son los mismos que pertenecen á las calenturas hécti- cas ; de modo que en general es difícil no con- fundir la héctica del cáncer con ciertas calen- turas, que se asocian á una alteración orgánica, de naturaleza no cancerosa , como por ejem- plo los tubérculos. De cualquier modo que sea, cuando los dolores son ya lancinantes, intole- rables por su frecuencia é intensidad; cuando el cáncer ha determinado una vasta ulcera- ción , el derrame continuo de un humor féti- do , y otros síntomas locales, que analizare- mos mas adelante, se trastornan á la vez todas las funciones de la economía ; la piel toma un aspecto sucio y terroso; se cubre de un sudor frío y pegajoso ; las carnes están flácidas y blandas , infiltradas de serosidad; los múscu- los flojos y poco marcados; la cara abotaga- da; los ojos tiernos y lagrimosos; la pupila di- latada; las carúnculas lagrimales pálidas é hin- chadas. « La piel de los cancerosos tiene un color amarillo empañado , que se distingue igualmente del tinte descolorido de los tísicos, y del color amarillo azafranado , que se nota en los sugetos debilitados por una calentura in- termitente antigua. El enflaquecimiento y se- cura de carnes, si nos es lícito valemos de esta espresion, casi nunca llegan á tan alto grado como en la caquexia tuberculosa , si se escep- túan los casos en que mueren los sugetos de inanición , como en el cáncer del esófago y en algunos escirros del estómago.» (Cayol, loe cit., pág. 557.) »Los enfermos esperimentan un mal estar general, están tristes, abatidos, pierden el sueño, sienten dolores vagos, algunas veces convulsiones; se alteran las digestiones; hay sed viva , lengua cubierta de una capa blan- quecina , aliento fétido ; se presentan vómitos de materias blanquecinas , mucosas , diarrea; y las orinas aparecen claras ó turbias, con al- gunos copos. «Se observa por las tardes una exacerba- ción, marcada por la aceleración y flojedad del pulso, y por un calor árido, seco y acre , que Double llama calor héctico; la calentura que se presenta entonces es errática, sin calosfríos, según Cayol, acompañada de dolores vagos en 286 CAQUEXIAS. los miembros, y algunas veces de verdaderos dolores osteócopos. Hay enfermos que no es- perimentan ni frío ni calor; pero son en muy corto número. «Tales son los síntomas que demuestran á los médicos los profundos estragos que oca- siona en el organismo la caquexia cancerosa. Esta , que no debe confundirse con la diátesis cancerosa , es una depravación , una infección general de la economía, que ciertos autores consideran como una enfermedad general; mientras que la diátesis puede existir sin tras- torno alguno de la salud , porque es una dis- posición particular de los sólidos y los líquidos, que no se manifiesta por signos sensibles , y que precede sin embargo á la aparición de la enfermedad. Síntomas que acompañan á la ulceración cancerosa.—«Él tumor hace de dia en dia fu- nestos progresos; si está colocado superficial- mente, sobreviene en la piel que le cubre una ulceración , que facilita la salida á uu líquido rojo , fétido , negruzco , sanguinolento. Nada ofrece el conjunto de estos fenómenos que pueda compararse con lo que acontece en un tejido acometido de una inflamación franca y legíti- ma ; bien pronto se presentan todos los carac- teres de la ulceración cancerosa, el derrame de un humor fétido, los dolores intolerables, y la repetición de la enfermedad en órganos mas ó menos distantes (Véase terminación). «Una vez reblandecido el escirro ó el en- cefaloides, se ulcera la piel, y resulta entonces una llaga , cuyo aspecto , según algunos auto- res, difiere en el escirro y en el encefaloides. La úlcera, que sigue al reblandecimiento de la materia encefalóídea , es el asiento de he- morragias frecuentes y de vegetaciones fungo- sas muy considerables; deja desprender por- ciones de sustancia encefaloides reblandecida, y produce un líquido tenue y fétido; algunas veces se establece una cicatriz sobre la mate- ria cancerosa , que no impide en manera algu- na que el mal haga rápidos progresos. «La superficie de la úlcera que sucede al reblandecimiento escirroso, es irregular, agri- sada ú oscura , comunmente seca; en algunos casos cubierta de carnes blandas: seria muy difícil, en gran número de casos, deslindar los caracteres que deben distinguir la úlcera escir- rosa de la úlcera cerebriforme. Duración del cáncer.—«Es muy poco lo que puede decirse en general de la marcha del cáncer ; porque varía según el sitio del mal y el tratamiento empleado para combatirle. Un cáncer del cerebro , del estómago, del hígado, causará la muerte mas pronto que el de una glándula esterior, como la mama : algunos in- fartos escirrosos pueden permanecer por un tiempo muy largo, sin esperimentar cambio alguno, ya sea en razón de su poca estension, ya porque sea muy leve el trastorno que oca- sionan en las funciones. El cáncer tiene una marcha esencialmente crónica antes de su ul- ceración ; y bajo la forma de tumor es muy poco ó nada doloroso ; pero son muy rápidos sus estragos, y tarda poco en ocurrir la muerte luego que se ha establecido la ulceración. La aparición de la caquexia cancerosa es el presa- gio de un término muy inmediato. Terminaciones del cáncer.—«Los carac- teres mas notables del cáncer son , su conti- nua tendencia á invadir nuevos tejidos y des- truirlos, y reaparecer en otros puntos, cuando se ha logrado su curación en su sitio primitivo. Pero no es esta siempre la terminación del cáncer: algunos autores le consideran suscep- tible de curación : otros, por el contrario , y son el mayor número, sostienen que está fuera de los recursos del arte. La causa de esta di- vergencia de opiniones es la dificultad que hay algunas veces de establecer la verdadera na- turaleza de algunos tumores. Habiendo toma- do unos por cánceres , simples induraciones glandulares ó lesiones de esta ó la otra natu- raleza , que han cedido al tratamiento curati- vo , han proclamado la curabilidad del cáncer. Otros, por no caer en este error , han permi- tido al mal desarrollarse, recorrer todas sus fases , reblandecerse, y habiendo entonces so- brevenido la caquexia , han sucumbido siem- pre los enfermos , á pesar de un tratamien- to racional, ó de la estirpacion de los tu- mores. «Conviene establecer una distinción entre la curación temporal y la definitiva del cán- cer. Existe un gran número de hechos, que prueban de una manera evidente que puede el cáncer curarse momentáneamente; otras veces parece que no tarda en presentarse la recidi- va , porque Monró nos enseña, que de sesenta personas operadas del cáncer , no quedaban á los dos años mas que cuatro que no hubiesen esperimentado recaídas. Parece, pues, en vista de tan triste resultado, que no es posible con- seguir la curación radical del cáncer. Sin em- bargo , un número muy notable de médicos dignos de entera fé , aseguran que esta afec- ción no es necesariamente mortal , y refieren en apoyo de su opinión hechos , que ponen fuera de toda duda la curabilidad del cáncer. No tratamos de los resultados sorprendentes que dice Hill haber obtenido, porque están fun- dados en errores de diagnóstico ; cita ochenta y ocho enfermos perfectamente curados por la operación; pero de este número, cinco sola- mente tenian tumores en el pecho, y dos de estos cinco solo ofrecieron una apariencia de curación. Empero se encontrarán en las obras de medicina y cirujía ejemplos incontestables de curación definitiva. Recamier cita dos ob- servaciones de enfermos, que afortunadamen- te se libraron de su mal , sin que después se reprodujese. Boyer dice, que entre cien enfer- mos , se curaron solamente cinco; este núme- ro es indudablemente muy reducido y corto; pero suficiente para estorbar que supongan los médicos hallarse condenados á una muerte caquexias. 287 cierta todos los enfermos atacados de cáncer. nTerminacion por resolución.—¿Puede ce- sar en la economía la diátesis cancerosa? «Si esta cuestión, propuesta por Littré (art. Cáncer, Dict. de méd., segunda edic.) hubiese sido resuelta afirmativamente, se podría decir que el cáncer es susceptible de. curación por resolución. «La causa de las escrófulas des- aparece en muchos casos; la causa de la sífilis puede igualmente ser neutralizada; finalmen- te , es hoy incontestable que la causa de los tubérculos cede , aunque rara vez , á modifi- caciones ventajosas de la economía , á cam- bios de temperatura y alimentación. ¿Por qué pues no han de concebirse también saludables influencias contra la causa del cáncer?» Háse inclinado Littré por el raciocinio y por los hechos contenidos en las obras, á considerar posible la resolución de una verdadera enfermedad can- cerosa. Se encontrarán en la obra de Recamier dos observaciones , que no permiten poner en duda la posibilidad de la resolución del cán- cer : una es debida á Dumeril, y la otra á Pa- rent-Duchátelet (Obr. cit., t. II, p. 101). Re- camier ha visto disminuir el volumen de algu- nos tumores cancerosos , en términos de no ofrecer límites distintos, y también los ha visto desaparecer enteramente (t. I, obs. I, IV, XV, XVI, XIX). Otros, muy antiguos, quedaron circunscritos, y en este caso es inútil esperar una resolución total por la compresión (loe. cit., obs. 2, 17 , 22 , 28, 37 y 47). Esta es tam- bién la opinión de Monró cuando dice : «con- vengo en que la resolución del cáncer es una cosa muy rara ; pero habiendo visto curar dos tumores de esta naturaleza , ó á lo menos que yo he creido tales, por dicho medio , no quiera negar absolutamente su posibilidad (Essais de med. de Edimb., t. V, p. 507). » Terminación por delitescencia. — Se han citado algunos ejemplos de desaparición del cáncer y de su traslación de un lugar á otro. Leveque-Lasource habla de un cáncer de la región dorsal, que después de haber sido es- tirpado , se reprodujo al instante debajo de la cicatriz ; el nuevo tumor se aplastó repentina- mente; la tos, una opresión grave y un abs- ceso, sucedieron á la desaparición del mal (Re- cherc. sur le cáncer en gen., ele, disert. med.; París , 1817, p. 27). Esta observación deja in- decisa la cuestión de la metástasis cancerosa, porque es escasa de detalles: conténtase el au- tor con decir que el mal ha tenido recidiva. Recamier refiere un hecho análogo; tenia una mujer en el pecho un tumor canceroso, que desapareció casi enteramente: desarrollóse en el cerebro un tumor de la misma naturale- za, y la autopsia hizo ver que el pecho no ofre- cía ningún carácter escirroso. (Obr. cit.) Cree- mos que la metástasis del cáncer es una ter- minación muy dudosa de la enfermedad, y que son necesarias nuevas investigaciones para ad- mitir su posibilidad. Los hechos mencionados deben indudablemente tomarse en considera- ción ; pero son muy numerosas las objeciones que se les pueden oponer. » Terminación por supuración.— Los tejidos cancerosos rara vez son el asiento de una su- puración lejítima. Pueden formarse en los tu- mores cancerosos reblandecidos, y acometidos de una inflamación violenta, focos purulentos que han hecho creer á algunos autores que el cáncer terminaba por supuración. Una obser- vación mas atenta demuestra, que son partes no degeneradas del órgano las que se inflaman y supuran estranguladas por el tejido patológico. » Terminación por gangrena.—Las obras de cirujía contienen un gran número de observa- ciones, que demuestran que la gangrena es una terminación posible del cáncer. Ledran Evrard- Hom Vandenbloch hablan de cánceres ulcerados, que habiendo sido atacados de una inflamación violenta, se han gangrenado y separado espon- táneamente de las partes sanas. Se ha verifica-' do la cicatrización completamente algunas ve- ces, y ha resultado una curación duradera (Journal de med. ch. el ph. , t. XXV11I, pági- na 383). «Ledran (Trait. des oper. de chir.) declara «que el pequeño, número de casos en que se han gangrenado las partes cancerosas , el pe- cho por ejemplo , aunque toda la mama ó una parte de ella haya caído en la escara , ha per- manecido cancerosa la úlcera , y ninguno de los enfermos se ha salvado. La consecuencia mas ordinaria de la mortificación de las masas cancerosas es la reproducción de la enferme- dad , y la aparición de graves accidentes que acarrean la muerte de los enfermos.» Rouzet ha obtenido conclusiones semejantes: «ni los hechos que han llegado á nosotros por tradi- ción , ni los que he observado por mí mismo, demuestran que pueda el cáncer ser destruido enteramente por este procedimiento , y de ma- nera que se logre establecer un trabajo de ci- catrización ; este modo de destrucción debe ser considerado mas bien como un medio de ade- lantarel término funesto de la enfermedad, que como anuncio de curación espontánea» (Rech. sur le cáncer, p. 131). nTerminacion por cicatrización.—Las ob- servaciones de cánceres que se han abierto y cicatrizado espontáneamente son rarísimas. Bayle y Cayol han citado algunos ejemplos (art. cáncer, dic. des sciene med. , pág. 555). Boyer refiere otro caso (trait. des mal, chir., t. II, p. 263). Comunmente no impiden estas cicatrices que el mal haga progresos; y se ha visto desarrollarse en tales circunstancias la caquexia cancerosa. En otros casos se ha des- truido la cicatriz, y reproducídose el mal. «Cuando se diseca un cáncer cicatrizado se ve que está formado de una sustancia compac- ta muy fuerte, en cuyo interior no existe cavi- dad alguna ; su tejido es denso , y presenta la mayor uniformidad; las partes que le rodean están poco alteradas, y sin rastro de inflama- ción ; la cicatriz es una membrana delgada, 288 CAQUEXIAS. seca y cubierta de una pequeña costra , ó bien de una película al parecer inorgánica (Trait. des mal- cañe: obr. post. de Bayle publ., por A. L. J. Bayle , pág. 133, París, 1833). «La terminación casi necesaria del cánceres el tránsito desde el estado de crudeza al de re- blandecimiento. La ulceración es el último tér- mino de la enfermedad ; su superficie es casi siempre desigual y anfractuosa , cubierta de vejetaciones azules , lívidas, ó de un encarnado mas ó menos oscuro. En la última época se cubre la úlcera de una especie de putrílago agrisado, sumamente fétido, y en las estaciones muy calorosas se suelen observar gusanos. Los bordes de la úlcera unas veces están muy duros y gruesos, cortados perpendicularmente, y como vueltos hacia afuera; otras presentan den- tellones y sinuosidades. Ya hemos indicado los principales caracteres anatómicos de la úlcera cancerosa : la disposición á las hemorragias, la rápida comunicación á los tejidos inmediatos, el derrame de un humor fétido que irrita los teji- dos con quienes se pone en contacto , son cir- cunstancias propias para hacer sospechar la na- turaleza cancerosa de una úlcera. «Pronóstico.—Entre todas las afecciones que pueden aflijiral hombre el cáncer es la que va rodeada de mayores trastornos y peligros: sacrifica á una muerte casi cierta á los sugetos quede ella se ven acometidos. Aun en los casos en que no acarrea inmediatamente la muerte, jcuántos y cuan graves accidentes no produce durante el curso de los prolongados sufrimien- tos que agovian á los enfermos 1 Si por ventu- ra la esperanza de la curación sostiene el valor de algunos cancerosos, ¡cuántos no se ven su- cumbir antes de tiempo, sobrecojidos de los te- mores que engendra en ellos la naturaleza de esta terrible afección 1 Aunque con arreglo á la esperiencia de los médicos de todos tiempos se considera al verdadero cáncer como un mal inaccesible á los recursos del arte , haremos notar sin embargo, que hay circunstancias que pueden modificar la gravedad del pronóstico. Se concibe , por ejemplo, que los jóvenes cu- rarán mejor que los viejos; que el cáncer que afecta las glándulas de la axila, del cuello ó de las mamas, causará con menos rapidez la muerte que el del cerebro, el del hígado, del estómago y del útero: que el cáncer cuya mar- cha es pronta, y que invade los tejidos que le rodean, infundirá mas temor que los infartos es- cirrosos, cuya aparición es de fecha muy leja- na, y permanecen estacionarios; finalmente, que el cáncer que debe su origen á una vio- lencia esterior, á un golpe ó una caída, ofrece- rá menos peligro que el cáncer de causa inter- na, es decir, que el que aparece á consecuencia de la diátesis cancerosa. Tal es el carácter de gravedad de la afección que nos ocupa, que ciertos autores la miran como necesariamente mortal, y disputan la legitimidad de los cánce- res que otros dicen haber curado. «Causas del cáncer : Herencia.—Es opi- nión comunmente admitida entre los médicos que el cáncer es una enfermedad hereditaria, y que forma el triste patrimonio de algunas fa- milias. Se han citado en favor de esta creencia las observaciones siguientes, cuya celebridad es debida al nombre de las personas en quienes han recaído. Madama Deshoulieres , tan céle- bre por sus poesías y sus adagios, sucumbió lo mismo que su hija , heredera de una parte de sus talentos , á un enorme cáncer del pecho. Madama La Valliere y la duquesa de Chatillon, su hija, murieron de esta enfermedad. Se ha citado también el caso de Napoleón , cuyo pa- dre murió como él, de un cáncer del estómago; pero en este caso originaron la enfermedad otras causas mas reales y efectivas , sin que haya necesidad de recurrir á la predisposición para esplicarla. Boerhaave y Morgagni refieren he- chos análogos. Portal ha visto en una misma familia tres hermanas que sucumbieron á una afección cancerosa (Consid. sur la natur et le trait. des malad. de famil. , etc., p. 90). Ali- bert (Nosolog. nat., p. 557) y Boyer conside- ran esta enfermedad como hereditaria : las nu- merosas observaciones recojidas por Bayle y Cayol no les han permitido decidir la cuestión que nos ocupa. Estos dos médicos, á pesar de los hechos que poseían , han permanecido du- dosos sobre este punto etiológico del cáncer (Bayle, art. cáncer:dic. desscien. med.,p.677; Cayol, trait. des malad. cáncer. , p. 563). Re- camier cree que esta enfermedad se transmite por herencia, y apoya su opinión en hechos, que no son tan decisivos como se podría pensar á primera vista. Entre 97 enfermos mencionados en su obra hay 88, cuyos padres no habian pa- decido jamás enfermedades cancerosas , á lo menos no habla el autor de esta circunstancia. De los nueve casos restantes hay tres en que los hermanos padecían cáncer ; los padres es- taban sanos , lo cual nada demuestra en la cuestión que nos ocupa de la sucesión de esta enfermedad. En otro caso de cáncer se sospe- chó que la madre habia tenido este mal , sin que en su abono haya pruebas positivas. No quedarían, después de este análisis crítico, que tomamos de Piorry , sino cuatro casos de cán- cer hereditario entre 97 observaciones de esta enfermedad (Disser. quelle parí á Vinflam., etc. , ya cit. , p. 442). Nosotros pensamos que en la actualidad no es posible señalar cuál es la influencia que el carácter hereditario ejerce so- bre la producción del cáncer; permítasenos la duda en una cuestión que los distinguidos Bay- le y Cayol no se han atrevido á decidir. Beco- nocemos sin embargo, que hay cierto número de hechos bien observados que inclinan á admi- tirla , y que la prudencia ordena al médico es- torbar la lactancia materna, cuando la madre presenta síntomas de cáncer. »Diatesis cancerosa.—Se entiende por diá- tesis cancerosa una disposición interior, desco- nocida en su esencia «que es la verdadera y única causa de la reproducción de| cáncer des- CAQUEXIAS. 289 pues de su estirpacion ; á ella es debido el des- arrollo simultáneo ó sucesivo dé muchas enfer- medades cancerosas en diversos órganos comun- mente lejanos unos de otros.» Veamos cómo se esplican Cayol y Bayle respecto á la causa des- conocida que favorece el desarrollo del cáncer. Esta predisposición misteriosa puede existir lar- go tiempo , y aun toda la vida, sin manifestar- se por síntoma alguno esterior , y sin producir enfermedades cancerosas. Se preguntará tal vez ¿qué influjo tiene una diátesis que se oculta por tanto tiempo , sin presentar signo alguno de su presencia? Mas esto es justamente lo que justifica su poderío ; tiene facultad de obrar ó de 110 obrar, y sin embargo nunca deja de exis- tir. Ofrece esta misma diátesis cancerosa otra propiedad-mas singular, y es la de no existir en un mismo grado en todas las partes del cuer- po ; de suerte que en uno obra mas especial- mente en la piel, en otro en las glándulas , y en un.tercero en cualquier otro sistema. No se sabe si la predisposición al cáncer es anterior al nacimiento, ó si sobreviene á cierta época de la vida, «lo que se puede decir con toda seguri- dad es, que en caso de existir en la primera in- fancia , debe ser en estremo débil. La época de la cesación de los menstruos y la de la virili- dad son los periodos de la vida en que la diáte- sis cancerosa parece tener mayor intensidad.» (Cayol, trait. des malad. cáncer., p. 554.) Re- sulta , pues, que nunca es el cáncer una enfer- medad local, sino cuando es determinado por una causa esterior. Sin la diátesis jamás se des- arrollaría el cáncer ; es, digámoslo asi, el cebo de una arma de fuego, que no hace esplosion si- no por el contacto con una chispa. Otra conse- cuencia que han sacado de su doctrina los par- tidarios de la diátesis es la incurabilidad de la afección cancerosa; Bayle y Cayol, que han sostenido esta opinión , dicen que el carácter mas constante y mas general de las enferme- dades cancerosas es su incurabilidad. Ya he- mos demostradoque esta proposición, presenta- da de una manera tan absoluta, no era conforme á la observación del mayor número de patólo- gos , que entienden que los cánceres esterio- res pueden curarse tratados convenientemente desde el principio. «A pesar de todo, la diátesis cancerosa no nos parece una quimera; y si la hemos censurado algún tanto, es porque la presentan ciertos au- tores con unos atributos, que evidentemente son fruto de su imaginación. Empero no puede po- nerse en duda que existe una predisposición or- gánica desconocida en su esencia , que obliga á presentarse un cáncer eu el mismo sitio, donde á no ser por ella se manifestaría una enferme- dad de naturaleza diferente ; puesto que á ve- ces se observa que una causa muy pequeña, al parecer , determina la presentación de un cán- cer. Poco importa que se llame á esta disposi- ción íntima y misteriosa, diátesis, predisposi- ción ó estado canceroso (Dumas, doct. gen. des malad. cron.). De todos modos lo cierto es que TOMO VIL «todo cáncer en su origen es el síntoma de una diátesis particular, cuyo principio y sitio primi- tivo se desconoce.» (Delpech , ob. cit., t. III, p. 516.) Solo disentimos de algunos partidarios de la diátesis en este punto , á saber : que el cáncer no es necesariamente incurable, y que la causa general puede cesar enteramente á consecuencia de modificaciones desconocidas que se verifican en la economía, ó por efecto de un tratamiento apropiado á la naturaleza del mal. «¿Cómo reconocer, dice Bouillaud, una diátesis cancerosa, que no se ha manifestado por signo alguno esterior , que no ha dado lu- gar á ninguna enfermedad cancerosa, y que los autores citados dicen desconocida en su esen- cia ? Es de todo punto imposible : y si no se posee medio alguno de reconocerla , ¿con qué derecho se pretende hacer creer que exis te? (dic. de med. etjdechir., art. cáncer, p. 438). A pesar de esta crítica no deja de reconocer Bouillaud una predisposición al cáncer que con- siste, como cualquier otra aptitud á una enfer- medad determinada, en cierto estado de la orga- nización. Broussais reconocía también una pre- disposición al cáncer como á los tubérculos (examen des doct., t. IV , p. 505). Es visto, pues, que solo hay una opinión sobre la diáte- sis cancerosa; los autores que rechazan el tér- mino admiten los hechos que han servido para crearle. «Peyrilhe y gran número de médicos consi- deran al cáncer como una enfermedad local en su principio , y que no se hace constitucional hasta mas adelante. Esta opinión de que parti- cipa Bicherand (Nosogl., 1.1, p. 256), tiende á negar la existencia de una diátesis, á lo menos primitiva. Asi se esplicaria la recaída de los cánceres que han sido estirpados muy al princi- pio; diciendo con Roux, que habiendo sido economizadas, durante la operación, algunas partes que podían ser asiento de un cambio im- perceptible, se había manifestado el mal algo mas tarde en los tejidos poco alterados al prin- cipio, «Se ha atribuido la reproducción del mal á su estension en las partes inmediatas, á la ab- sorción del humor contenido en el tumor can- ceroso. Los hechos que militan en favor de es- ta absorción son, la reaparición del mal en las regiones del cuerpo muy distantes del sitio pri- mitivo del cáncer, y la presencia de la matería encefaloides en los vasos. No suscitaremos la cuestión de saber, si hay un virus canceroso, porque es muy fácil dar vuelo á la imaginación, cuando se trata de una causa morbosa que se escapa á nuestros sentidos; únicamente diremos, que si se quiere dar alguna precisión á la pala- bra virus canceroso, se designarán asi los lí- quidos de los tumores reblandecidos, que se derraman al esterior, ó que reabsorvidos y trasportados al torrente circulatorio, producen el estado morboso general, que se ha llamado ca- quexia cancerosa. Se ha preguntado si el trán- 19 290 CAQUEXIAS. sito de la sanies , del humor canceroso, á los vasos linfáticos, no era una causa frecuente de la propagación del mal á las partes sanas. Ha- remos observar desde luego, que los infartos linfáticos secundarios que rodean á los tumores cancerosos, no sufren por lo común mas que una irritación simpática , y que se disipan cuando por un medio cualquiera desaparece la irrita- ción. Soemmeríng y otros autores han encontra- do cánceres secundarios, de los que no habían participado las glándulas linfáticas , aunque ocupasen las regiones inguinal, axilar y subma- xilar. Pero en gran número de casos se ha ve- rificado manifiesta menta la absorción por los vasos linfáticos. Crawford y Soemmeríng dicen haberlos visto infartados ele sanies cancerosa (Soemmeríng, De morbis vasorum absorven- tium, p. 43). Jonquet ha hecho dos veces la misma observación. «La absorción de la matería cancerosa por las venas ha sido demostrada hasta la evidencia en estos últimos tiempos , y por lo tanto han llegado algunos á mirar á la sangre como el agente de transmisión que sirve para la repro- ducción del cáncer. El primer autor que ha des- cubierto la existencia de la materia encefaloi- des en los vasos es Blancard; en otro lugar he- mos referido sucintamente el hecho que men- ciona , asi como las observaciones debidas á Velpeau y Bouillaud. La conclusión que hemos sacado, y que ahora reproducimos, es que la materia encefaloides se encuentra en las venas: 1.° por absorción ; 2.° por la destrucción de sus túnicas anticipadamente alteradas; 3.° en fin, según Velpeau , por la transformación morbo- sa que esperimenta la fibrina del coágulo de sangre depositado en las venas. Se puede ad- mitir como una hipótesis muy probable, y que merece ser tomada en consideración, la tras- lación de la materia cancerosa por la sangre; así escomo esplicaBochoux la reproducción del mal después de su reblandecimiento. (Dict. de med., 1.a edic., art. Lesions. organ.) Andral y Cruveilhier admiten también este modo de transmisión del cáncer. «Contagio.—Zacuto Lusitano , médico del siglo XVII, refiere que tres muchachos fueron atacados de cáncer en el pecho, por haberse acostado largo tiempo con su madre que estaba afectada de la misma dolencia (Praxeos medie admir., lib. I, obs. 124). Peyrilhe menciona, refiriéndose áTulpio, la observación de un hom- bre que por haber mamado el pecho canceroso de su mujer, con el objeto de aliviarla, fué ata- cado de un cáncer en las encías, áconsecuen- cia del cual murió. Este hecho que Peyrilhe atribuye á Tulpio, no se encuentra en los es- critos del médico holandés. Bayle y Cayol dicen que han buscado inútilmente la observación de que se trata. «Tulpio refiere que una criada que habia asistido asiduamente á una mujer que sucum- bió de un cáncer en el pecho , fué atacada de la propia enfermedad. El mismo autor añade también,que habiendo querido él mismo obser- var de cerca este cáncer, le sobrevino al cabo de algunos dias una úlcera de mal carácter, queno cedió sino después de haber empleado el ins- trumento cortante : «.Ad auferendas crustas á depascente venenoin faucibus excítelas.» (Obs. med., lib. IV , cap. 8.) «Existen hechos que probarían de una ma- nera mas cierta todavía la propiedad contagio- sa del cáncer, si estuviesen suficientemente es- tablecidos. Se ha citado la historia de una mu- jer, que fué acometida de cáncer en un pecho, por haber usado los vestidos de su hermana, que murió de un cáncer de estos órganos (Acta physico medica academ. Casarea, vol. X, ob- servación 65). «Peyrilhe quiso demostrar con esperimen- tos mas directos la naturaleza contagiosa del Cáncer. Colocó debajo de la piel de un perro una dracma poco mas ó menos de materia es- primida de un pecho canceroso. Una inflama- ción violenta , y en su consecuencia la gangre- na, fueron el resultado de esta inoculación; pera no hubo úlcera cancerosa como pretende hacer creer el autor. «Ballinger fué acometido de un cáncer en las fosas nasales por haber vivido con su mujer, que murió de semejante enfermedad en un pe- cho. Este hecho referido por Harris (Dis- sert. med. chir., p. 168) no merece entera con- fianza. Habiendo puesto Smith sobre su misma lengua una gota de pus canceroso, fué atacado de este mal, del que sucumbió después. Gooch dice , que habiendo bebido una niña de tres años una gran cantidad de líquido, que sirviera para lavar una úlcera cancerosa del pecho, se le presentó á los catorce dias una úlcera al re- dedor de la boca; á los 20 años se le formó un absceso en una cadera, y hasta 16 años des- pués no apareció un cáncer en un pecho; la en- ferma murió á la edad de 60 años (Lassus, pathol. chir., t. I, p. 438). «No nos detendremos á hacer un análisis crítico de estas observaciones; la inverosimilitud de unas, y la falta de pormenores de otras , no pueden en manera alguna disipar la incerti- dumbre que reina en esta matería. El desarro- llo de un cáncer en dos sugetos que han tenido relaciones mediatas ó inmediatas mas ó menos íntimas , puede muy bien no ser mas que una simple coincidencia, ó el resultado de la trans- misión hereditaria, que ha sido admitida por cier- tos autores como causa de esta enfermedad. Bayle y Cayol (art. Cáncer , loe. cit:) y la ma- yor parte de los médicos están muy inclinados á creer, que el cáiicerno es enfermedad conta- giosa. Los esperimentos siguientes, opuestosá las observaciones que hemos citado antes, tien- den á rechazar toda idea de contagio. «Habiendo introducido Dupuytren en el es- tómago de muchos perros porciones de carnes cancerosas , no ha notado mas que algún tras- torno en las digestiones, un estado triste y des- asosegado del animal. Creyó , en vista de sus CAQUEXIAS. 291 primeros esperimentos , que estaban ulceradas las membranas del estómago; pero reconoció después que estas ulceraciones dependían de las lombrices que se encuentran casi siempre en el conducto intestinal de los perros. Las in- yecciones de pus canceroso provocan acciden- tes de la misma naturaleza, que los determina- dos por la introducción de fluidos irritantes en las venas. (Consid.gen. med. chir. sur le cán- cer.; Dissert. inaug., por M. Viel-Hautmesnil. París, 1807, p. 23). También es Cruveilhier de esta opinión. (Essai sur VAnat. pathol. X. I, p. 82). «Alibert ha hecho tragar á varios perros el humor icoroso que derraman los cánceres, y los efectos que ha observado no difieren de los que acabamos de referir. Este médico, asi co- mo los señores Biett, Lenoble y Fayet, se han innoculado la materia cancerosa: uno solo fué acometido de calentura ; pero se restableció prontamente. (Descript. des malad. de la peau, p. 118, y Nosol. natur., 1.1, p. 557; París, 1817). Finalmente , los numerosos ejemplos de individuos que han cohabitado mucho tiempo con mujeres atacadas de cáncer en la matriz sin contraer la enfermedad , son otras tantas pruebas que obligan á rechazar la pretendida propiedad contagiosa del cáncer. «Edad.—La mayor parte de los cánceres se desarrollan en la edad madura, y casi cons- tantemente pasados los 20 años. No obstante se encuentran en los autores muchas observacio- nes de cánceres desarrollados en los niños. Ha pretendido Wardrop con poco fundamento, ha- cer de la edad un medio de diagnóstico entre las enfermedades realmente cancerosas, y las que no tienen mas que caracteres aparentes de esta alteración morbosa (art. Hemat. Fong. Dict. des se. med., p. 184). Luis ha visto un niño de dos años, que tenia encima de la oreja derecha un pequeño tumor que acabó por ad- quirir el volumen de un huevo de gallina ; se hizo una incisión , y habiendo muerto el niño impensadamente á la mañana siguiente r se pudo comprobar la existencia de un tumor fun- goso de la dura madre. (Mem. sur le fong. de la dure-mére, p. 31). Atsley Cooper reüere dos observaciones de cáncer: la primera tiene por objeto un niño de dos años y medio que mu- rió con un tumor situado sobre el cordón es- permático; en la abertura se encontró sus- tancia medular en el tumor. En el otro caso su- cumbió un niño de dos años y medio á un cán- cer del hígado. Wardrop ha observado un cán- cer del pecho en una señorita de quince años. Muchos cirujanos han hecho una observa- ción muy curiosa , y es que el cáncer corre sus periodos con gran rapidez en los niños , y se reproduce con prontitud. Se ha observado tam- bién que los cánceres que se desarrollan en los niños de corta edad, están formados por la sus- tancia cecebriforme; esta composición esplica- ria, según Bouzet, la rapidez de la marcha del cáncer en esta época de la vida: en efecto, se sabe que la materia encefaloides permanece poco tiempo en estado de crudeza (Recherch., etc. p. 255). Parece también que según las edades están ciertos órganos mas dispuestos que otros á ser atacados de esta afección. La mayor parte de los enfermos operados del ojo por Desault no contaban aun los doce años (Oeuv. , chirurg. t. II, p. 121). Wardrop dice que de 24 casoa de fungus hematodes del ojo, deque fué tes- tigo, cuatro solamente recaían en adultos, los demás en niños de uno á doce años. Se ha llegado también á decir, pera sin que pueda demostrar- se, que el cáncer ataca con preferencia en los jóvenes las partes supradiafragmáticas , y que en la vejez son los órganos que están por ba- jo de este tabique muscular los afectados con mas frecuencia. «Sexo.—Se ha establecido de un modo de- masiado general, que las mujeres estaban mas espuestas al cáncer que los hombres. « Háu- se apresurado los autores á esplicar el he- cho por el esceso de sensibilidad del bello sexo; pero la observación en sí misma, añade Delpech, aparecerá dudosa si se hacen cálculos comparativos (Oeuv. chir. , t. II, p. 121.) Ha podido dar margen á creer que el cáncer era mas común en la mujer, la circunstancia de que hay un período de su vida en que se manifies- ta mas comunmente que en ninguna otra épo- ca; pero como dice Bouzet, medítense los ca- sos que ocurren de cáncer, recórranse las de- mas épocas de la vida , y nos convenceremos de que no es en realidad su número en la mu- jer mas considerable que en el hombre (Obr. cit., p. 257). Por otra parte, si la mujer es es- clusivamente afectada de cáncer en los pechos, el hombre presenta con mucha frecuencia el cáncer del testículo;, y se observa también que las úlceras cancerosas de la cara se manifiestan en él mas comunmente que en el otro sexo. La mujer en fin está menos espuesta que el hombre al cáncer del estómago (Monog. des degen^ equirreux de Vestomac , por Chardel. París , 1808.) Con todo, se debe reconocer que la cesación natural de las reglas por consecuen- cia de la edad , imprime á las afecciones can- cerosas que ya existían una impulsión fatal , y dispone las glándulas mamarias á.contraer esta enfermedad. Se la ve aparecer aun en los casos en que la diátesis cancerosa no se habia reve- lado por ningún síntoma: «Mammae et uterus jure societatis mutuo se afficiunt, mutuasque trahunt operas mulierum rebus tam bonis quam raalís.» (Duretc. Hipo., coac., p. 482). Esta frase de Dureto demuestra la estrecha simpatía que existe entre el útero y.los pechos , y prue- ba almismo tiempo, que sobrevienen los cánce- res en esta época de la vida á consecuencia de la profunda modificación que se estiende á todo el sistema reproductor. Debe rechazarse como falsa y errónea la antigua creencia, de que no pudiendo ser eliminado al esterior, cuando se suprimen, las reglas el principio morbífico, que está encerrado en el cuerpo , resulta de aquí 292 CAQUEXIAS. la afección cancerosa. Frecuentemente se ha considerado la supresión de los menstruos co- mo causa del cáncer, en ocasiones en que por el contrario los dolores, el orgasmo y la hin- chazón periódica acompañada de irritación que se declara al mismo tiempo que los primeros síntomas del cáncer , eran la verdadera causa de la cesación del flujo menstrual. (Boyer, Trait. des malad. chirurg., t. II, p. 362.) «Constitución : temperamento.—Hipócra- tes pretende que los sugetos de temperamento atrabiliario están mas espuestos que los demás á la afección cancerosa. Galeno y los partida- rios de su doctrina miraban á este mal como originario del humor atrabiliario caliente y seco (Galen., lib. deatrabile, cap. IV). Otros han acusado al temperamento linfático y la consti- tución débil de ser una predisposición á la en- fermedad. También ha dicho Tourtelle que el cáncer que sobreviene espontáneamente, pare- ce reconocer por ca usa el vicio escrofuloso, y que la mayor parte de los que son atacados de cán- cer han sido afectados de escrófulas en su ju- ventud. (Element. de med. prat., t. III, pági- na 233). Es imposible admitir semejantes aser- ciones; solo por numerosas observaciones, que nos faltan, es como se podrá decidir cuáles son las constituciones mas espuestas al cáncer. En la actualidad se puede asegurar que se presen- ta en individuos de todos temperamentos , y en los fuertes como en los débiles. Dice haber observado Sabatier en el curso de su larga práctica , que las mujeres de muy buena en- carnadura y de temperamento sanguíneo esta- ban aun mas sujetas que las demás al cáncer de los pechos. (Medie operat., 2.a edic, t. II, p. 276). «Causas predisponentes higiénicas.—Cier- tos autores consideran los climas calientes co- mo favorables á la producción del cáncer. Al- gunos , dice Rouzet, han llegado á afirmar que puede valuarse la rapidez de la marcha del cáncer, en razón de la elevación de la tempera- tura , y vice versa: asi es que , según ellos, ha- biendo pasado varios sugetos atacados del cán- cer desde el norte al mediodía , han visto agravarse la enfermedad, y tomar una marcha mucho mas rápida; mientras que otros por el contrario, habiendo abandonado el mediodía para trasladarse al norte, habían esperimentado dolores menos fuertes y mas raros; ejerciendo el cáncer en estos individuos una influencia menos funesta sobre la economía, y tomando los síntomas una marcha mas ó menos lenta, en términos de quedar algunas veces estacio- narios. Ya se deja concebir de cuánta utilidad seria para la profilaxis del cáncer, al mismo tiempo que para su tratamiento , que esta in- fluencia de la temperatura fuese de nuevo comprobada , y puesta fuera de toda duda; con el auxilio de observaciones comparativas se llegaría fácilmente á disipar la oscuridad que cubre todavía este punto de etiología del cán- cer ; punto que reclama bajo todos aspectos la atención de los médicos. Pero hasta que se ha- yan recogido los documentos necesarios, cree- mos que el práctico prudente deberá prescribir al enfermo una habitación , cuya atmósfera no sea fria ni húmeda. Boyer da también este con- sejo en su cirujía (loe cit., p.349), diciendo que el frío húmedo es propio para acelerar los pro- gresos del escirro. »Profesiones.—Bamazini (Trait. desmatad. des artis. por Patínier, p. 417 ; 1822) , Vesalío (Chirurg. magna, lib. V, cap. 16), Dionis (Operat. de chir. demost. 5.»), Van Swieten (Coment. in aphor.), dicen que las religiosas y las mujeres que viven en la continencia son co- munmente atacadas del cáncer. Gamet y Le- dran han hecho la misma observación en las órdenes monásticas , y en particular en las que usaban alimentos suculentos. Esta muy lejos de hallarse demostrada la influencia de la profesión. Bicherand cree que las mujeres públicas que se libran de la sífilis mueren casi todas de cáncer del útero. (Nosog., t. IV , p. 394.) Esta opi- nión trae indudablemente su origen de la má- xima fisiológica, de que las personas del sexo femenino, que sostienen una irritación continua por un medio cualquiera en los órganos genita- les , deben hallarse dispuestas al cáncer. Mas es preciso confesar que las investigaciones he- chas en París contradicen formalmente esta aserción, y demuestran que las mujeres públi- cas sucumben á otras enfermedades diferentes del cáncer, como v. g. la tisis pulmonar. «Las pasiones tristes concentradas , la tris- teza prolongada , han sido reputadas por todos los autores, como causas frecuentes de la en- fermedad cancerosa. «Es opinión generalmente admitida , que durante la revolución francesa se hicieron los cánceres mas frecuentes que antes de aquella época. Parece que se ha he- cho una observación semejante en Lion, du- rante el sitio de la misma ciudad.» Pera según hace observar Bouzet, de quien tomamos este pasage , existían causas no menos poderosas, á quienes se podia acusar de la producción del cáncer: tales eran la mala nutrición ; la esca- sez de alimentos; el hacinamiento de los hom- bres en parages húmedos y mal ventilados; las contusiones á que se bailaban espuestas las mujeres, ya en las calles públicas, ya á la puerta de las panaderías. Chardel ha mencio- nado ejemplos de cáncer , que refiere á la in- fluencia ejercida por el régimen del terror. Na- poleón fué atacado de un cáncer, á que sucum- bió al cabo de tres años y medio de sufrimien- tos: se hallaba en un estado de perfecta salud cuando llegó á Santa Elena, y los padecimien- tos morales apresuraron su muerte. Lobstein afirma que las emociones morales dan desde luego lugar á una inervación viciosa , y que secundariamente ocasionan trastornos en la nu- trición. A estos trastornos refiere los cambios elementales, que determinan las producciones orgánicas accidentales (Anat. pathol., tomo I, pág. 557). CAQUEXIAS. 293 «Son todavía causas generales, según al- I gunos autores , la supresión de una evacua- ción habitual sanguínea , como los menstruos; ó accidental , como las flores blancas , las he- morroides , ó finalmente artificial, como los exutorios. Boyer dice que el virus sifilítico dá comunmente lugar á infartos, que pasan fácil- mente al estado escirroso, y que pueden también suceder, en concepto de este cirujano , á un tratamiento poco apropiado de la sarna y de los herpes: nos creemos dispensados de decir, que no hay motivo para adoptar estas creencias, que no se apoyan en prueba alguna convin- cente. «Las causas locales son los golpes , el roce continuo , las flegmasías agudas ó crónicas , y todo aquello que sostiene en los tejidos una es- citacion funesta. Asi es, por ejemplo , cómo las bebidas alcohólicas determinan los cánce- res en el estómago, sobre todo cuando se com- binan con la influencia perniciosa de las afec- ciones morales: en cuanto á las violencias es- teriores, tienen una marcada influencia en el desarrollo de los cánceres. Chardel refiere dos casos , que ponen en evidencia los efectos que resultan de semejantes causas: el uno es de un sombrerero , que precisado á apoyar incesan- temente su vientre contra una tabla , fué aco- metido de un cáncer en las paredes del estó- mago : en el segundo caso se manifestó un cán- cer de este mismo órgano en un cochero , que recibió en la base del pecho una coz de caba- llo. En las colecciones de medicina se refie- ren hechos análogos. «Becamier hace depender de un cambio de la innervacion los trastornos que producen las violencias de que acabamos de hablar (Obra citada , t. II, p. 45). En efecto, es difícil con- cebir que puedan por sí solas determinar la formación de un cáncer: todos los dias esta- mos viendo obrará las mismas causas, sin pro- ducir lesión alguna que se parezca á este mal. Unas veces se desarrolla una inflamación vio- lenta en una mujer que ha recibido un fuerte golpe en un pecho; otras un absceso, una gan- grena ó una induración crónica. Es forzoso, pues, admitir que todas estas causas solo obran de una manera tan funesta , cuando existe una predisposición cancerosa en el sugeto que ha sufrido su acción. «Tratamiento del cáncer.—No es muy fá- cil presentar las bases en que debe estribar el tratamiento médico del cáncer. Sin embargo, la penosa incertídumbre en que se encuentra el práctico , nos pone en el caso de investigar, cuáles son las principales indicaciones que con- viene llenar. Es indispensable recordar que el cáncer tiene una existencia , que no puede en manera alguna separarse de la de los tejidos en que ha tomado nacimiento : es un órgano en- fermo ingerto en otro sano : los accidentes que hay que combatir , proceden de ambos orígenes. En vista de esto es muy importante dirigir la terapéutica 1.° al órgano que sufre la presencia del tejido morboso, y 2.° al cáncer mismo. «Al principio es preciso retardar todo lo po- sible los progresos de la enfermedad. Se ha conseguido algunas veces por un tratamiento conveniente, disminuir el volumen de ciertos infartos linfáticos , de ciertos tumores cuyo origen daba margen á sospechas. Estos tumo- res representan el papel de cuerpos estraños, y determinan por su presencia una irritación alarmante, que se ha tenido la costumbre de referir al tejido patológico , aunque realmente sea el órgano , en cuyo seno se desarrolla, el que está padeciendo. Se procurará pues des- truir esta irritación con los tópicos emolientes y narcóticos; se aplicarán repetidas veces cier- to número de sanguijuelas, para disminuir la congestión local. Si el sugeto es joven , vigo- roso , de temperamento sanguíneo ; si se ha suprimido alguna evacuación sanguínea habi- tual , se recurrirá con ventaja á una sangría general, y á las depleciones sanguíneas loca- les. Es verdad, que con este procedimiento tal vez no se haga retrogradar el tumor escirroso ó encefaloideo; pero se puede de seguro cal- mar la irritación , que se ha establecido en los tejidos inmediatos. De todos modos se retarda su desarrollo , puesto que se modera la activi- dad de los fenómenos orgánicos, que se verifi- can en los tumores, y el cáncer es un tejido pa- tológico , que vive á la manera que los demás tejidos. Añadamos que los esfuerzos del mé- dico , cuando advierte que no puede curar el mal, deben dirigirse á hacer su marcha menos rápida. Podrá á lo menos moderarla en gran parte , disminuyendo el movimiento nutritivo. Empleará al efecto los emolientes, el agua de goma , el vapor del agua caliente; mas ade- lante los revulsivos, las cataplasmas con hari- na de habas, de centeno , de cebada , que se hace hervir en el cocimiento de flor de sahu- co , de manzanilla ó disolución de jabón. Solo con la mayor circunspección , y cuando esté el práctico seguro de que los tejidos endurecidos son insensibles , es cuando se podrán prescri- bir los emplastos resolutivos de jabón, solo ó unido al alcanfor, de cicuta, de vigo con mer- curio, las aplicaciones de polvos resolutivos, hechos con hidroclorato de amoniaco ó de so- sa , las gomas amoniaco, galbano y sagapeno. Todos estos tópicos, preciso es decirlo , tienen muy poca acción sobre los verdaderos tumores cancerosos, y si algunos autores se han creído autorizados á ponderar sus buenos efectos , es porque los han empleado en casos de indura- ciones linfáticas de naturaleza muy distinta de la cancerosa. «Luego que se ha llenado la primera indi- cación , es preciso oponerse á la marcha ince- sante del cáncer, cuyo funesto privilegio es invadir de unos en otros los tegidos , y pasar sucesivamente por el estado de crudeza y de reblandecimiento. Los remedios que hemos ci- tado, tomados de la clase de los emolientes, re- 294 CAQUEXIAS. solutivos y antiflogísticos, se dirigen al mismo tiempo al órgano atacado de cáncer , y al cán- cer mismo. Combátanse los síntomas que se presentan en el órgano canceroso , y se alivia- rá momentáneamente el dolor, y se harán ce- sar los trastornos funcionales; pero como la causa de todos estos accidentes, que es el cán- cer, se sobrepone á los recursos del arte , no tardan en volverse á presentar los mismos sín- tomas con su intensidad primitiva; de la mis- ma manera que si uno esperase curar las pena- lidades que causa una espina profundamente introducida en los tejidos, sin recurrir á su es- traccion , conseguiría combatir la congestión local, y hacer callar el dolor , pera suspendida la medicación, volverían á reproducirse los mis- mos fenómenos: asi sucede precisamente á los terapéuticos, que girando en un círculo vicioso, han creido curar el cáncer combatiendo local- mente todos sus síntomas. Han visto manifestar- se síntomas inflamatorios en el sitio donde tie- ne su origen el cáncer, y persuadidos de que te- nian que combatir una inflamación crónica de los tejidos , la han atacado con aplicaciones de sanguijuelas , depleciones sanguíneas genera- les , con los emolientes, y con todos los me- dios que eran capaces de moderar ó destruir el estímulo de la inflamación. Necesario es confesar, que en un gran número de casos, ha coronado sus esfuerzos un éxito feliz ; porque por una parte han confundido alteraciones pa- tológicas , muy diferentes de las del cáncer, con las de esta enfermedad ; y por otra, deter- minando casi siempre el cáncer en derredor su- yo una verdadera congestión inflamatoria, y no siendo el mismo en ciertos casos mas que el efecto de una congestión crónica , el indicado tratamiento debía tener cierta eficacia. Pero ¡-cuántas veces no ha sido inútil contra cánce- res , sobre cuya naturaleza no quedaba ningu- na duda! jcuántas no se han visto obligados los prácticos á abandonar el tratamiento cura- tivo , para recurrir á un tratamiento paliativo i No obstante, á pesar de la inutilidad de estas tentativas, se puede decir que es una práctica muy racional procurar quitar la irritación local que produce el cáncer ; así se calman los do- lores, se disminuye la congestión, y se impide hasta cierto punto el reblandecimiento , y la ulceración de los tejidos encerrados en el cán- cer. No pocas mujeres atacadas de cáncer in- cipiente del pecho, dilatan por muchos años el desarrollo del tumor, colocando sobre él , y por intervalos bastante aproximados, cierto número de sanguijuelas. Los resolutivos son también útiles , porque ayudan á la reabsor- ción de los humores blancos infiltrados: de esta manera nos parece obrar la compresión r que cuenta algunos buenos resultados. «Varios médicos, preocupados con la exis- tencia de un virus canceroso, han pretendido, con el auxilio de medicamentos específicos, destruirla causa desconocida del mal. Al efec- to han preconizado y ensalzado á su vez los remedios mas variados é inconexos , y cuya lista presentaremos después. Como todas las recetas empíricas , han gozado de gran séqui- to, para caer en seguida en el olvido y en me- recido desprecio. «Otros médicos, desesperados en vista de los esfuerzos intentados sin éxito para comba- tir este mal, y viendo que no hay ni se en- cuentra base alguna racional sobre que puedan fundar su terapéutica , se contentan eon com- batir los síntomas, á medida que se presentan. Se desarrollan al principio accidentes , que anuncian una turgencia sanguínea, inflamato- ria en los tejidos alterados; la oponen las emi- siones sanguíneas locales, y los tópicos antiflo- gísticos. Advierten que el tumor escirroso es indolente, y que el aflujo de humores linfáti- cos tiene una gran parte en su producción; em- plean los resolutivos , la compresión y los re- vulsivos. Luego que el cáncer se reblandece, que los dolores se hacen intolerables , que se presentan todos los síntomas de la caquexia cancerosa, prodigan el opio , los sedantes bajo todas sus formas , los amargos y algunos tóni- cos. Esta medicina de síntomas , no es la me- nos eficaz en esas largas duraciones de la afec- ción cancerosa ; cuenta gran número de resul- tados felices; es generalmente seguida por los prácticos , y aun los mismos que adoptan otra diferente, se ven obligados á recurrir á ella al fin de la enfermedad , cuando se presentan los síntomas de caquexia cancerosa. Cuando el mol ha llegado á este término, el único fin que debe proponerse el medicóles hacer que la ago- nía del paciente sea lo massuave y corta posible. «Diremos , reasumiendo lo que hemos ma- nifestado sobre las indicaciones terapéuticas del cáncer, que es preciso adoptar como base la sintomatologia de esta afección. La primera in- dicación, dimanada de la serie de síntomas que espresan el sufrimiento del órgano en que se ha desarrollado el cáncer , exige del médico» que combata la irritación local , el dolor y la reacción que no tardan en sobrevenir; en este caso no se obra mas que contra el órgano; pe- ro en realidad la terapéutica se dirige al pro- pio tiempo sobre el producto morboso mismo; puesto , que moderando el movimiento nutri- tivo en el "uno, se retarda también en el otro. En esta época se puede aun esperar una cura- ción radical: al menos asi lo aseguran no po- cos autores. La inflamación aguda ó crónica, y algunos síntomas, que solo pertenecen al ór- gano afecto, reclaman una terapéutica especial é independiente de la que se debe dirigir con- tra el cáncer. «Otras indicaciones se desprenden de los síntomas del cáncer, considerado en sí mis- mo , y exigen del médico el examen de todos los cambios que se suceden en el tejido pato- lógico : puede, por ejemplo r congestionarse, reblandecerse , supurar , gangrenarse ó ulce- rarse, siendo preciso que en el tratamiento se tome en consideración cada una de las fases de CAQUEXIAS. 295 su existencia morbosa. Entonces se examina la enfermedad independientemente del tejido que ocupa. Atiende el cirujano á estas indica- ciones suministradas por el cáncer para prac- ticar la operación en ocasión oportuna. Por el grado de degeneración del tumor , juzga si es practicable la estirpacion , ó si será seguida de recidiva. «Finalmente , un tercer manantial de nu- merosas indicaciones , pero que no conducen mas que á un tratamiento paliativo, es la serie de síntomas que acompañan al reblandecimien- to , la eliminación, la ulceración del tumor, y todos los fenómenos morbosos que constituyen la caquexia cancerosa. «Pasemos ahora á examinar los diferentes remedios empleados para curar el cáncer. Siendo puramente médico este artículo , indi- caremos solamente y con todo cuidado , los medicamentos internos, destinando muy pocas palabras á los estemos , la compresión y las recetas empíricas. Remedios internos : cicuta.—«Las prepa- raciones de cicuta han sido consideradas por Storck como un medio para curar con seguri- dad todas las afecciones cancerosas. Publicó es- te autor sobre la preparación del estrado de ci- cuta, asi como sobre su modo de acción, nume- rosos detalles, que aunque exagerados, no han dejado de hacer grandes servicios á la terapéu- tica. Quiere que se coja la cicuta (Conium ma- culatum Lin.)en la época de su eflorescencia, en los meses de mayo y junio ; que se machaque "en un mortero de mármol , con mano de boj, y que se prense. Se traslada en seguida el jugo á un saquito de lienzo, y se le hace espesar hasta la consistencia de estrado; se le dá des- pués la consistencia pilular, y se le combina con una cantidad suficiente de polvo de las ho- jas secas de cicuta. «La dosis , al principio, es de uno ó dos granos de este estrado por mañana y tarde , y se eleva hasta una dracma ó dracma y media por dia, y aun hasta dos. Se hace beber al en- fermo en cada dosis una taza de té , de caldo de vaca , ó de infusión de saúco. Es necesario para que obre la cicuta , elevar la dosis hasta que se presenten ligeros vértigos , una peque- ña diarrea, ó una especie de temblor, y una desazón particular en los ojos. Se remedían estos síntomas , cuando han tomado mucho vuelo, administrando un vomitivo, ó bebidas acidas, bien cargadas. Se aplican también sobre los tumores cancerosos estemos las hojas de cicuta en cataplasma, y se hacen fomentacio- nes del cocimiento de esta planta, inyecciones, etc. Cuando se emplean las hojas secas de ci- cuta , es preciso reblandecerlas antes con agua hirviendo. Los emplastos de cicuta simples ó compuestos, son también tópicos bastante úti- les (Storck, Dissert. sur Vusage de la cigUe Pa- rís, 1761: véase también: Observ. nouv et su- plem. neces. sur íusagede la\cigué. París, 1762). «Recamier ha indicado otro modo de pre- paración del estrado de cicuta, qué no tiene el olor viroso y nauseabundo que el de Storck, pero sí las otras propiedades. Se somete esta planta al cocimiento por los vapores acéticos ó alcohólicos, antes de esprímir el jugo, y después se evapora este en el baño de María, hasta que tome la consistencia de estrado. «Ya habia sido empleada la cicuta por los antiguos en el tratamiento de los tumores de los pechos y de los testículos ; pero es- taba reservado á Storck el darla toda la repu- tación de que ha gozado , preconizándola como un específico casi infalible. Muchos médicos admitieron las ¡deas de Storck, y publicaron las curas maravillosas que obtuvieron con el auxilio de este medicamento. Estos hechos han sido consignados en el Antiguo diario de me- dicina por Marteau de Granvilliers, Larrantu- re , Lemoine , Buissonat, etc. Muy luego los numerosos desengaños que siguieron al uso de este medicamento , vinieron á probar que las aserciones de Storck , que pretendía que no se le habia resistido enfermedad alguna cancero- sa , eran infundadas. Dehaen asegura , que de ciento veinte enfermos que hicieron uso de este remedio tan ponderado , no curó ni uno solo. Ocho mujeres, que también lo usaron para cu- rarse de cánceres del útero que padecían , ni siquiera se aliviaron. Fothergill, Burns, Sa- muel Cooper y Akenside, tampoco obtuvieron ventaja alguna. Alibert ha esperimentado este remedio en el hospital de San Luis en mas de cien mujeres, sin obtener mejores resultados que los médicos ingleses y alemanes (Nouv. Elém. de Ther., t. I, p. 425). «En estos últimos tiempos ha repetido Be- camiercon diligencia y cuidado los esperimen- tos de Storck, y asegura haber recojido gran número de casos de resolución de infartos de los pechos, de los testículos , del útero , del hígado, del bazo y de los miembros por el uso del estrado de cicuta. Observa que su eficacia dependía sobre todo del régimen que se hacía seguir al enfermo; que si se te disminuían las cantidades de alimentos, de manera que se produgese un poco de enflaquecimiento, la ac- ción de la cicuta era ma3 evidente , y por el contrario nula cuando los enfermos usaban de buena alimentación. Becamier pues ha llegado á combinar el uso de la cicuta con un régi- men severo. Hace tomar al paciente una dosis de estrado de cicuta por mañana y tarde, dos horas antes del primer alimento la primera do- sis, y otras dos horas antes del último la segunda. Esta dosis es de uno á seis granos ; se continúa durante quince dias, y se eleva hasta doce gra- nos, que bastará por espacio de tres ó cuatro se- manas. Después de cada dosis decicuta, se hace beber, en lugar de agua común , un cocimiento de china , que se prepara con inedia onza por dos libras de agua. Los alimentos no han de esceder de la tercera parte de la cantidad or- dinaria ; y han de ser sencillos y divididos en tres comidas. Hacia el fin del tratamiento se 296 CAQUEXIAS. disminuye la dosis de la cicuta y el rigor del régimen (Obr. cit., p. 474 y sig.). «El estrado de cicuta obra como narcótico y es útil para resolver infartos crónicos de na- turaleza cancerosa y afecciones escrofulosas y sifilíticas; nunca cura el escirro ni el cán- cer ; pero algunas veces detiene sus progresos y los hace menos dolorosos. En este último caso, nos parece que obra modificando de una manera ventajosa la inflamación crónica de los diversos tejidos que rodean las partes degene- radas. Si después de haber producido este ven- tajoso efecto, continúa obrando el remedio co- mo escitante , irrita casi siempre el cáncer y acelera sus progresos.» (Traite des maladies Cáncer. , por Cayol, p. 530.) Acónito.—«Storck ha pretendido que el acó- nito podia producir la resolución de los tumo- res cancerosos: la esperiencia ha pronuncia- do sobre la acción de esta planta , como so- bre la cicuta. Se emplea en forma de estrado y á la dosis de medio grano por mañana y tar- de. Es necesario estar á la mira de los efectos tóxicos que determina. Belladona.—«Ha sido muy recomendada por Lambergen de Groninga. Hacia tomar al enfermo una infusión de hojas secas de bella- dona, á la dosis de un escrúpulo en diez tazas de agua hirviendo. Prescribía al principio una taza de esta infusión todas las mañanas en ayu- nas, y aumentaba la dosis hasta que la aridez de la garganta y algunos síntomas nerviosos le hacían suspender el uso del remedio. Tenia cuidado de mantener el vientre libre por medio de lavativas que hacia dar un dia sí y otro no. La belladona ha sido esperimentada con algu- nas modificaciones por Cullen, Campardon y Marteau de Granvilliers. Ha producido buenos efectos acelerando la curación de algunos in- fartos linfáticos; pero es ineficaz como las otras sustancias contra el verdadero cáncer. «Se emplea muy comunmente el opio, solo ó acompañado de otros medicamentos, para dis- minuir los dolores de las afecciones cancerosas: es un narcótico preciosísimo, sobre todo en los últimos tiempos de la enfermedad , cuando los padecimientos del enfermo son ya atroces; en- tonces se pueden prescribir dosis enormes de opio, y aun no siempre bastan para calmar los dolores. «El beleño obra como los narcóticos que acabamos de citar. Lo mismo sucede con la dulcamara y el laurel real, que Richter ha pres- crito, pero con muy pocos resultados. 'Mercuriales.—«Se ha hablado de las pre- paraciones mercuriales en sentidos muy dife- rentes: unos los han considerado como reme- dios capaces de modificar poderosamente la nu- trición general, y por consiguiente de obrar so- bre el tejido patológico; otros, y^s el mayor nú- mero , no solo los declaran inútiles sino perjudi- ciales. Aunque los ingleses hayan esperimenta- do con cuidado el protocloruro y el sublimado, nada se puede concluir de las aserciones con- tradictorias que han emitido. Se une á las pre- paraciones mercuriales un cocimiento del gua- yaco ó de zarzaparrilla. J. Burns afirma que el mercurio exaspera siempre lá enfermedad, sobre todo cuando se halla en estado de ulce- ración. Bajo cualquier forma que se administre, dice Cayol, nos ha parecido siempre dañoso á los enfermQs verdaderamente cancerosos. Sin embargo, algunos infartos escrofulosos ó sifilí- ticos han sido tratados ventajosamente con loa mercuriales. Arsénico.—«El arsénico blanco ó ácido ar- senioso, ha sido preconizado en 1775 por Le- fevure de San Ildefonso como un remedio efi- caz (Remecle eprouv. pour guérir radical le cán- cer, etc., 1775). Justamond lo ha reputado co- mo un específico. Boennow ha pretendido que en cincuenta años que usó de este remedio, ha- bía curado treinta cánceres bien caracterizados; por lo que no vacila en considerarle como es- pecífico (Memor. de la Acad. de sciene de Stockolm.). Híll lo juzga un medicamento de escelente virtud; según los médicos ingleses, retarda, la marcha del verdadero tumor escir- roso, y precave su transformación en cáncer. Sin embargo, dice Cayol, el ácido arsenioso, empleado en Stockolmo por el doctor Acrel, en Prusia por Metzger, en Inglaterra por Bell, y en Francia por diversos prácticos, especialmen- te por Desgranges, médico del Hotel-Dieu de León, no ha producido una sola curación del cáncer, y ha causado con mucha frecuencia ac- cidentes que han obligado á renunciar á su uso. Sea de esto lo que quiera, hé aqui cómo se ad- ministra el arsénico. «Se disuelven cuatro granos de ácido arse- nioso en poco menos de media azumbre de agua destilada, de la que toma el enfermo una cucharada todas las mañanas en igual cantidad de leche, con media dracma de jarabe de dia- codion; á los ocho dias, sí no esperímenta ac- cidente alguno, se dá una segunda cucharada por la tarde, y á los quince dias se añade una tercera que se dará al medio dia. Cuando se haya concluido la primera disolución, se prepa- ra la segunda; pero entonces se han de poner seis granos de arsénico en lugar de cuatro. La tercera debe contener ocho, pero no se pasa mas adelante. Seis botellas bastan generalmen- te para la curación de un cáncer de los pechos, si hemos de creer á Lefevre de San Ildefonso. Según este médico, deben fomentarse todos los dias las úlceras cancerosas con una disolución de ocho granos de arsénico en medía azumbre de agua, y cubrirse con una cataplasma de za- nahoria cocida en la disolución, á la cual so añaden cantidades variadas de azúcar de sa- turno, de láudano ó estrado de cicuta. Cayol cree que se podría emplear con preferencia al ácido arsenioso, el arseniato de sosa , al que dice no ha visto nunca producir el menor ac- cidente. Se puede hacer uso de la solución de Pearson, que se obtiene disolviendo cuatro gra- nos de arseniato de sosa en cuatro onzas de CAQUEXIAS. 297 agua destilada: se dá de medio escrúpulo á me- dia dracma en dos veces en un vehículo conve- niente; un escrúpulo contiene una octava par- te de grano de arseniato. Hidroclorato de barita. — «Se ha ensayado el hidroclorato de barita en virtud de los elo- gios que de él ha hecho Crawford, médico in- glés, y no ha producido efecto alguno saluda- ble. Pinel y Alibert han encontrado, que el agua saturada de muriato de barita, tal como la acon- seja Crawford, causa casi siempre accidentes alar- mantes, aunque no esceda la dosis de seis gotas. Sales de cobre.—«Las sales de cobre, y par- ticularmente el verde ó acetato de cobre, que forma parte del remedio de Gamet y de las pil- doras de Gerbier, y el sulfato de cobre, han gozado de cierta celebridad. Queriendo la an- tigua facultad de París apreciar en su justo va- lor las propiedades anti-cancerosas del acetato de cobre, encargó á Solier de la Romillais que hiciese esperimentos; y de ellos resulta que la sal de cobre tiene poca eficacia sobre los cán- ceres del pecho, pero que ha sido mas ventajo- sa que niugun otro remedio en la curación de los cánceres cutáneos, y que cuando se aumenta la dosis á mas de seis á doce granos, produce ansiedad precordial, vómitos, cólicos y diarrea. Se ha propuesto modificar las fórmulas de Ga- met y Gerbier de la manera siguiente: se tri- tura mucho tiempo en un mortero de cobre con mango del mismo metal, dos escrúpulos y me- dio del acetato de cobre con igual cantidad de limaduras de hierro ; se añade una dracma de estrado de cicuta, y después de haberlo mezclado exactamente se hacen pildoras de á grano. Si se hiciese uso de esta preparación, seria preciso no dar mas que una pildora cada dia, y no aumentar su número sino con mu- cha circunspección, y observando atentamente sus efectos. Sales de hierro.—»EI carbonato, el tartrato, el fosfato, el fosfato ácido y el sub-fosfato de hierro, han sido recomendados particularmente por Carmichael. Prefiere el sub-fosfato para el uso interno, y no eleva Ja dosis á mas de treinta á sesenta granos por dia. Se le debe mezclar la clara de huevo y algunas gotas de álcali fijo puro, formando pildoras con polvos de regaliz. Provo- ca por lo común cefalalgia, frecuencia y plenitud del pulso, languidez escesiva y una astricción pertinaz de vientre, en cuyo caso hay que dismi- nuir la dosis, ó suspenderdel todo su administra- ción. Carmichael daba en estas circunstancias de dos á cuatro granos de alcanfor cada cinco ho- ras. Al mismo tiempo que prescribía al interior estas preparaciones ferruginosas, el médico in- glés aplicaba sobre las úlceras el carbonato, el fosfato neutro ó ácido, el arseniato de hierro ó la disolución del acetato de hierra en ocho ó diez veces su peso de escipiente (An essay on the effects of the carbonate, etc. Dublin 1808. Vien., Annal. de la Ut. med. etrang., t. V II;. Iodo.—«Ullmann pretende que el hidrio- dato de potasa es un remedio de grande efica- cia en el cáncer: ha visto siempre después de algunos dias de la administración de este reme- dio, un alivio muy marcado y un cambio favo- rable en las úlceras cancerosas. Usa con pre- ferencia al interior el hidriodato unido á la man- teca (hidriodato de potasa media onza, mante- ca una dracma, (Dict. encyc. des sciene med., art. cáncer). Magendié dice haber ensayado el iodo con buen éxito. Hasta ahora no ha sido esperimentada esta sustancia con bastante per- severancia, para que se sepa si efectivamente goza de alguna virtud. «También se ha administrado el sulfuro de potasa interiormente, pero sin ninguna venta- ja: otro tanto'há sucedido con el jugo de la celidonia mayor, la caléndula oficinal, el car- bón animal y las preparaciones del oro. Remedios estemos: cauterización.—«Como pertenecen mas especialmente á la cirujía, no liaremos mas que enumerarlos sucintamente. Por lo común se han empleado al esterior, para destruir las partes degeneradas, las prepara- ciones arsenicales. Fusch fué el primero que se sirvió de ellas en 159'i; hacia una mezcla de hollín de chimenea, de raíz de serpentaria y de ácido arsenioso. Este polvo era fácilmente absorvido, y causaba graves accidentes; los de Bousselot y de Fr. Cosme no tienen este in- conveniente. El primero se compone de dos on- zas de sangre de drago, otro tanto de cinabrio (sulfuro de mercurio) y dos dracmas de arsé- nico blanco; se pulverizan y se mezclan con sumo cuidado estos diferentes cuerpos. «Los polvos de Fr. Cosme se componen de dos dracmas de cinabrio, media dracma de san- gre de drago y diez y ocho granos de arsénico; se mezcla todo á diez y ocho granos de polvo de zapato viejo quemado. La receta de Dubois es un poco diferente; sangre de drago una on- za; cinabrio media onza; ácido arsenioso me- dia dracma. «Para aplicar estos polvos se forma una pas- ta con saliva, se limpia la úlcera y se estieude sobre su superficie una capa de dos líneas de grueso, cubriendo el todo con tela de araña. El polvo de Pedro Alliot es una preparación arsenical, que no tiene ventaja alguna sobre las otras, aunque haya gozado de grande reputa- ción en el siglo XVII. «También se pueden emplear como cáusti- cos para modificar, y aun para curar las heri- das cancerosas, el nitrato ácido de mercurio, que se usa generalmente, y el cloruro de oro. Recamier dice que se ha servido de él con al- gún éxito en los carcinomas internos; se le pre- para combinando el ácido nitro-dórico con el cloruro de oro en las proporciones de una onza d,' ácido por seis granos de cloruro de oro puro (Journ. des conn. med. chir., 1835, pág. 116). Otro cáustico, preconizado en estos últimos tiem- pos, que obra con mucha prontitud y sin causar escesivodolor,esel cáustico de Vieua. Se le for- ma triturando en un mortero de hierro, un poco caliente, seis partes de cal viva, y cinco de po- 298 caquexias. tasa por el alcohol. C lando se quiere aplicar este escarótico, se mezcla el polvo con alcohol ó agua de colonia, de manera que se forme una pasta bastante espesa (Del uso del cáus. de Vien. en el trat. del can.; Journal des conn. med. chir., año de 1835, pág. 229). »Canquoin ha compuesto muy recientemen- te una pasta cáustica, haciendo disolver una cantidad de cloruro de zinc en una porción igual de agua, y amasando esta disolución con hari- na, hasta formar una verdadera pasta. «Antes de aplicarla sobre la piel revestida de su epidermis, es preciso poner el dermis al descubierto con la pomada amoniacal. La pota- sa, la sosa, la manteca de antimonio (cloruro), el nitrato de plata y los ácidos concentrados, son también escaróticos, pero se usan mas rara vez que los que acabamos de dar á conocer. Habiendo cauterizado Leconte un cáncer del labio inferior, colocando la parte alterada al foco de una lente muy gruesa, obtuvo una curación completa. Algunos médicos han propuesto en ca- sos análogos la misma cauterización; y merece este medio ser esperímentado. Hasta aqui no hemos hablado mas que de las aplicaciones que destruyen los tejidos cancerosos; hay otras que se refieren mas especialmente á la medicina, y cuyo modo de acción, aunque desconocido, pa- rece que ha sido algunas veces favorable. «La disolución del deuto-cloruro de mer- curio y el vapor del cinabrio, han sido de al- guna utilidad en los tumores de naturaleza si- filítica, tenidos por cánceres. Richard Carmi- chael asegura haber curado cinco úlceras can- cerosas de la cara espolvoreándolas con el car- bonato de hierro, pero se han suscitado con razón algunas dudas sobre la naturaleza de es- tos cánceres. Goulard y otras médicos han ala- bado el estrado de saturno y las demás sales de plomo, como resolutivos capaces de hacer desaparecer los infartos escirrosos. También ha prescrito Bayle con ventaja el remedio siguien- te : se trituran seis dracmas de litargirio en un vaso de porcelana, añadiendo poco á poco seis de vinagre; se ponen en seguida gota á gota dos onzas de aceite común , agitando la mezcla hasta que tenga la consistencia de aceite medio cuajado. Una cantidad suficiente de cera vir- gen convierte este linimento en pomada, que calma los dolores del cáncer cutáneo. «Se han recomendado ademas como tópicos sobre las úlceras cancerosas: 1.° el ácido hidro- clórico , que quita muchas veces la fetidez que exhalan las úlceras, pero cuyas virtudes son todavía muy problemáticas; 2.° el ácido carbó- nico propuesto por Peyrilhe y Ewart. Fourcroy dice, que después de las primeras aplicaciones parece tomar la úlcera cancerosa un aspecto mas favorable. «La sanies que se derrama es mas blanca, mas espesa y mas limpia, y el te- jido presenta un color mas encarnado y fresco* pero estas apariencias son muy engañosas, por- que la úlcera adquiere prontamente su primer estado, y continúa su marcha como antes de la «aplicación.» Se ha aconsejado para hacer obrar mas convenientemente al ácido carbóni- co sobre las úlceras, encerrarlo eu una vejiga cuyos bordes estén fijos al rededor de la parte enferma; el gas viene por un conducto que se encuentra en la parte opuesta; el vapor del cloro podría ensayarse de la misma manera; 3.° las solucionesalcalinasde potasa (Barker) y de amo- niaco (Antiguo Journ. de med., t. XLVI). »Fuzet-Dupouget, hijo, ha empleado muy recientemente el oxi-fosfato de hierro para com- batir el cáncer. Este remedio tiene la propiedad, según dicho médico, de disipar los dolores, de retardar los progresos de las úlceras, y de neu- tralizar el olor fétido del humor canceroso. Hé aqui su modo de preparación. Se disuelve en una cantidad suficiente de agua destilada ó de rosas media onza de fosfato de sosa; se disuel- ve separadamente en una cantidad suficiente de agua destilada media onza de sulfato de hier- ro; se esponen al sol estas dos disoluciones sa- linas, hasta que el líquido que contiene el sul- fato de hierro adquiera un color rojo de vino de Madera. Se calienta la disolución de sulfato de sosa, y cuando está caliente se derrama un licor sobre otra en un mismo vaso. Se forma un precipitado coposo; se le deja reposar; se filtra por el papel jóse; se lava dos veces el precipitado con agua destilada, y se obtiene en- tonces el oxi-fosfato, que se hace secar á la sombra. El agua destilada sirve para hacer lo- ciones sobre la úlcera cancerosa. En cuanto al oxi-fosfato, lo dá Dupouget á la dosis de tres á diez granos, tres veces por dia (Gac. med., nú- mero 6, febrero 1837). «Algunas sustancias vegetales y animales se han empleado también como tópicos, tales son el jugo esprimido de la digital purpúrea fres- ca á la dosis de una cucharada en media azum- bre de agua, en la cual se empapan asimismo compresas; el jugo del phytolacca decandra, y la siempreviva menor (sedum acre). Lom- bard de Estrasburgo refiere muchos ejemplos de curaciones obtenidas por la aplicación de esta planta fresca aplastada sobre úlceras que pasa- ban por cancerosas (Recuil, periód. de la soc. de med., t. 28). Quesnay en su tratado del ar- te de curar por la sangría, aconseja su uso. El jugo gástrico ha sido reputado por Sennebier de Genova como un escelente remedio paliati- vo ; la sangre de buey es, según Vanwy, y un succedáneo del jugo gástrico. «Los narcóticos , tales como el opio , la ci- cuta , la belladona , el hiosciamo , la yerba mo- ra , la dulcamara, el láudano ( Steidele), han pasado, en concepto de algunos médicos, como capaces de curar el cáncer ; pero solo son útiles porque apaciguan los dolores y retardan hasta cierto punto la marcha de la degeneración. Se hacen con estas plantas cataplasmas , emplas- tos ó cocimientos concentrados. «La pulpa de zanahoria fué empleada en cataplasma por Sultzer , quien anunció haber curado muchos cánceres ulcerados del pecho. CAQUEXIAS. 299 Después de haber esperimentado Bridault este remedio por espacio de treinta y cinco años, concluye que no tiene eficacia alguna contra el cáncer ( Traite sur la carotte, un vol en 8.°). Cayol, que también ha ensayado esta sustan- cia , ha obtenido los mismos resultados que Bridault; pero cree que puede mejorar y tam- bién curar muchas enfermedades herpéticas, escrofulosas y de otra naturaleza, que algunas veces tienen todas las apariencias de cáncer, y que determinan también esta alarmante de- generación orgánica en los sugetos predis- puestos. « Dieta acuosa. — Pouteau de Lion dice que ha curado radicalmente muchos enfermos, no dejándoles tomar por todo alimento mas que diez á veinte cuartillos de agua helada en las veinte y cuatro horas. Observó que tres dias después de haber principiado esta dieta sopor- taban los enfermos fácilmente la privacion'de nutrición. Prescribía la magnesia en la dosis de dos ó tres dracmas muchas veces por dia, cuan- do era agrio el aliento y estaba pastosa la boca. Algunos enfermos han vivido asi cincuenta dias y aun dos meses. A este tiempo les permitía al- gunas yemas de huevo diluidas en agua fria; mas tarde cremas, después sopa , y finalmente alimento sólido (Obras postumas , t. I). Wi- lliam Lambe , médico inglés, exije todavía mas que Pouteau , y quiere que no se nutran los enfermos sino con agua destilada. ¿ Las afec- ciones que se han curado con este método eran verdaderos cánceres? Si existe un medio po- deroso de obrar sobre la nutrición morbosa de los tejidos, sin duda alguna es la dieta acuosa tal como la prescribe Pouteau ; pero pocos en- fermos tendrán resignación para someterse á semejante abstinencia, que ademas tiene gran- des inconvenientes para los sugetos , cuyo es- tado de enflaquecimiento llega por lo común á muy alto grado. «Se ha alabado casi como un específico al lagarto gris (lacerta agilis). El primero que ha hablado de él, según Cayol, de quien toma- mos todo lo que sigue sobre el particular, es José Flores, médico de la universidad de Gua- temala en Mégico. Quiere que se corte la cabe- za y la cola á los lagirtos; que se les arranque la piel, y que se coman en seguida palpitantes. Debe comerse al principio uno , después tres ó cuatro , y aun mas cada dia. También se pre- paran con ellos cataplasmas , que se ponen so- bre los cánceres ocultos ó ulcerados. Se han publicado ejemplos de curas admirables obte- nidas por este medio en España, Sicilia y Ale- mania, y se escribieron varias memorias sobre este objeto. Bayle quiso también esperimentar este remedio; hizo comer mas de cincuenta la- gartos grises en el espacio de quince dias á un hombre afectado de un tumor canceroso en la cara, y apenas creemos necesario decir, que es- te remedio tan alabado no produjo efecto algu- no fisiológico ni terapéutico. Vamos á concluir cuanto tiene relación con el tratamiento del cáncer, esponiendo sucintamente el método de la compresión. . »Compresion de los tumores cancerosos.— El doctor Young es el primero que concibió la idea de recurrir á la compresión metódica de los tumores cancerosos. Pearson se apresuró á emplear este medio terapéutico. Becamíer es el primero que lo díó á conocer en Francia en 1825 , y en razón de las importantes modifica- ciones que le ha hecho esperimentar, puede considerársele como su verdadero inventor. «No todos los cuerpos blandos convienen igualmente para hacer la compresión : el lien- zo, las hilas, las pieles de gamuza deben pros- cribirse, porque es preferible el agárico en hojas muy iguales, gruesas y sin pelotones: esta sustancia es la que ha elegido Recamier des- pués de haber ensayado la piel de gamo, la de gamuza , la de carnero curtida , loscolchonci- llos de algodón cardado, las vejigas metidas en un saco de piel, los discos ó chapas de plomo, de estaño y de goma elástica. Como este tra- tamiento ha sido por lo regular aplicado á la curación de los cánceres del pecho , daremos de él una idea general, para que modificándole, se le pueda emplear en los cánceres esteriores que ocupen otras partes del cuerpo. «Las vendas han de tener de 8 á 9 varas francesas (11 á 12 castellanas) de largo y pul- gada y media de ancho, sin bordes ni costuras; se harán de lienzo ó de percal. Con el fin de no alterar en nada las ideas de Recamier, nos limi- taremos á transcribir la parte de su obra en que describeelmododeaplicar el aparato compresor. »Se coloca desde luego un ancho disco de agárico inmediatamente sobre cada pecho; se sitúa en seguida sobre el que está enfermo un cono truncado, con otros discos, intercalados uno por uno, si son gruesos, y de dos en dos ó de tres en tres si son delgados , entre los circulares sucesivos de venda. El cono , que tendrá tres ó cuatro pulgadas de altura, debe- rá estar dispuesto de manera, que el centro de presión caiga sobre el punto de su base que corresponda al punto del tumor que debe ser mas comprimido. «Si el tumor forma mucho relieve, empleo, dice Recamier, unos discos muy gruesos y muy flexibles, ó cuatro ó seis discos juntos si son delgados, hasta que logro nivelar las abolladu- ras; entonces tomo unos discos mas delgados ó los separo, á fin de que no pueda el tumor for- marse una especie de mortaja en la base del cono de agárico, y aun acabo por hacer á esta última un poco convexa, entrecruzando los grandes discos en medio, ó intercalando entre ellos otros discos mas pequeños que hacen so- bresalir el centro, á fin de que comprima y es- tinga hasta el último resto del infarto. «Cuando hay muchos bultos, después de haber colocado los discos que abrazan todo el tumor, coloco sobre cada una de las principa- les eminencias un pequeño cono truncado par- 1 ticular, y acabo con anchos discos que abrazan 300 CAQIEXIAS. la parte mas elevada de los conos, de manera que terminen todos formando uno solo. «Los infartos de la axila suelen ser muy di- fíciles de atacar. Para alcanzarlos se corta un triángulo rectángulo , sobre el cual se sitúa un segundo, pero menos prolongado hacia el lado mayor; se cortan asi sucesivamen- te ocho , diez , doce , veinte , treinta , etc., siempre en disminución por el lado mayor, y dejándolos paralelos en su ángulo recto, que se redondea.....Se sostiene el aposito con vuel- tas de venda, colocadas en forma de 8 al rede- dor de las escápulas y axilas, provistas de de- fensivos de agárico.... «Sugetos hay que no pueden sufrir la pre- sión, ni en la parte superior, ni en la inferior del esternón; entonces doy uu poco de oblicuidad al vendaje de tres maneras diferentes: 1,° si quie- ro evitar la presión en la parte superior del es- ternón, llevo las vueltas de venda desde la parte inferior del pecho sano, unas veces por encima y otras por debajo del tumor, pasando por bajo de la axila, y volviendo por el dorso sobre el omoplato del lado sano , desde donde me dirijo por debajo de la axila del lado en- fermo ; de aqui paso sucesivamente sobre la parte superior, inferior y media del tumor, pa- ra conducir la venda por encima del pecho sa- no , desde donde subo á lo largo del dorso so- bre el hombro del lado enfermo; paso en se- guida sobre la estremidad esterna de la claví- cula, para comprender la axila en el asa del 8, y vuelvo por el dorso debajo del pecho sano, para venir oblicua y sucesivamente encima, debajo y enmediodel tumor; 2.° para impedir que la compresión obre en la parte inferior del esternón , si la enfermedad está en el pecho izquierdo , coloco el \endaje , haciendo des- cender los primeros circulares desde el hom- bro derecho, para pasar en forma de banda por debajo del tumor; de donde subiendo por el dorso , bajo de la axila y encima del pecho de- recho, cubro sucesivamente las partes superio- res y media del pecho izquierdo, y de nuevo su parte inferior , descendiendo del omoplato derecho; de esta manera las vueltas de venda pa- san todas por encima del hombro derecho y por debajo del pecho derecho, y ninguna cubre la parte inferior del esternón; al contrario de lo que sucede en el vendaje precedente, en el cual todas las vueltas de venda pasan por debajo del pecho sano, sin cubrir la parte superior del es- ternón; 3.° hay personas que se hallan mejor con un vendaje en forma de 8, que se hace pa- sar.do sucesivamente desde la parte inferior de un pecho á la superior del otro, y en seguida de la parte superior del primero á la ¡"ferior del segundo. Se cubren estas vueltas de venda en forma oblicua , de manera que queden bien abrazadas las mamas, y se sostiene el vendaje, formando unas especies de fajas con varias vueltas que descienden de los hombros. Es im- portante proporcionarse punto de apoyo, para separar lo posible de los lados del cuello y de las venas yugulares las charpas que se han for- mado, descendiendo desde el hombro por de- bajo del pecho. Se obtiene este resultado por medio de vueltas de venda, que descienden des- de los hombros á los lados del tórax , donde se las hace formar un inverso, para volverlas á dar la dirección circular. La oblicuidad de la venda obliga en este caso á fijar las vueltas con alfi- leres, cuando cambia de dirección.» (Ob. cit-, t. I, pág. 448 y sig.) «La compresión de los cánceres situados en regiones distintas de la de los pechos de- berá hacerse con aparatos apropiados : es im- posible decir nada en particular sobre este pun- to ; cada región del cuerpo y cada forma de tu- mor exijen modificaciones especiales.» »Trató Recamier cien enfermos de cáncer; 16 se sujetaron á un tratamiento paliativo, por- que eran incurables; de los 84 restantes 30 cunaron completamente por la sola compresión; 21 esperimenlaron una mejoría notable; 15 cu- raron , ya por la ablación sola, ya por la abla- ción auxiliada de la compresión , y en 12 fué el mal rebelde á todo tratamiento. »Hé aqui las circunstancias en que parece producir buenos efectos la compresión; puede favorecer la resolución de las inflamaciones crónicas de los pechos, que mas tarde llegarían á hacerse cancerosas ; lo mismo sucede en al- gunos infartos linfáticos , cuyo oríjen es sospe- choso, y que ceden muy bien á la compresión. Cuando los tumores cancerosos son indolentes, y los tejidos inmediatos están poco irritados, se obtendrán ventajosos efectos de una compre- sión metódica y bien hecha. Puede considerar- se en muchos casos como un preliminar muy útil para el éxito de las operaciones que deban practicarse; también parece que precave las recaídas después de la ablación, y acelera la formación de una buena cicatriz. «La esperiencia no ha sancionado aun la uti- lidad del método, que Recamier ha introducido en el tratamiento del cáncer. Se debe no obs- tante reconocer, que ha hecho un verdadero ser- vicio á la terapéutica, enriqueciéndola con un descubrimiento tan ingenioso. «Historia y bibliografía del cáncer en general. — Hipócrates conocía muy bien el escirro de la matriz; se sirve para designarle de la voz ovip^HMxi: «Si uteriscirroaffectí fue- rint, tum menses oceultantur ; tum illorum os connivet, ñeque concípit et velut aliud quid est. Quid si contigeris , tanquam saxum illie esse videtur , etc.» ( De mulierum morbis , li- bro II, cap. XXXVIII.) Es imposible tener una idea mas precisa de los síntomas de la en- fermedad. Distinguía al mismo tiempo el escir- ro del cáncer, porque dice en otro pasage, que el cáncer de la matriz puede suceder al escirro (De natura mulieb., cap. XXVIII). Hipócra- tes establece una diferencia muy marcada en- tre el escirro y el cáncer : hé aqui sus propias palabras: «Et in mammis tubercula dura oriun- tur, quasdam majora , quaidam vero minora: CAQUEXIAS. 301 haec autem non supurantur , sed semper du- riora fiunt: ex bis deinde occultí cancri nas- cuntur (Demorbis mulier., lib. II, cap. XX). El sabio comentador de Boerhaave piensa, que el médico griego ha querido designar bajo el título de cáncer oculto lo que se comprende hoy con este nombre; es decir, el primer gra- do del reblandecimiento de los tejidos encefa- loides ó escirroso, que se anuncia por el dolor y el calor , no hallándose todavía interesada la piel. Confirma la opinión de Van-Swieten un pasage en que Hipócrates dice, que no hay que tocar al cáncer oculto, porque todo tratamien- to no haría mas que acelerar la muerte del pa- ciente, que vive todavía mucho tiempo cuando se le deja en reposo (Afor., sed. VI, aphor. 38). «Celso ha descrito la afección cancerosa con el nombre de carcinoma , y llama cáncer á la gangrena y esfacelo ; tal es á lo menos la opi- nión de Van-Swieten. La oscuridad que reina en la descripción que dá Celso de esta enfer- medad, nos obliga á referir los pasages en don- de menciona dichas afecciones : « Interdum vel ex nimia inflammatione , vel ob aístus ¡inmódi- cos, vel ob nimia frigora , ve! quia nimis vul- nus adstrictum est, vel quia Corpus seui- le , aut malí habitus est, cáncer occupat.» Después de haber indicado varios síntomas que parecen referirse bastante bien á la gangre- na y al esfacelo , añade que el cáncer se pre- senta en todas las partes del cuerpo, y la gan- grena principalmente sobre los miembros, los falanges , las axilas , las ingles, en los viejos y en las personas débiles. Entra después en va- rios detalles , que deben hacer creer que la palabra gangrena le servia para espresar el es- tácelo de las estremidades., reservándola voz cáncer á la gangrena de las otras partes del cuerpo. (De medicina, lib. V, cap. XXVI, núm. 31, pág. 300.) «Según Celso, el carcinoma se manifiesta sobre todo en la cara, en las orejas, en la na- riz , en los labios y en la glándula mamaria; habla de la disposición que afectan las venas al rededor de los tumores cancerosos , de la sensibilidad de las partes , que sin embargo no es constante , de la dureza, de la blandura de los tejidos, que pueden ó no ulcerarse. Afirma que la cauterización, la escisión y todos los me- dios que tiene el hombre en su poder son inúti- les contra esta enfermedad , que vuelve á pre- sentarse aun en los casos en que aparentan las partes quererse cicatrizar. (Ob. cit., lib. V, cap. XXVIII, núm. 2 , pág. 317.) «Areteo refiere á la inflamación el oríjen del cáncer: «Si á phlegmone jécur non suppuratur, non est absurclum , tumorem durum temporis progressu in scirrum mutari.» (De caus. et sig., lib. I, cap. 3). Señaló muy bien los pe- ligros que siguen á la ulceración de los cán- ceres (lib. II, cap. II). «Hablando Galeno de las diferentes espe- cies de tumores , dice que se llaman escirros los que son duros é indolentes. En muchos pa- rages se encuentra reproducida esta definición del escirro ( Comment. in aphor. 34, sect. IV, Chart. , t. IX, y comment. in lext., lib. VI, epid. Hipp.). Sin embargo , se estravia cuan- do dice : «Exquisitus igitur scirrhus tumor est praíter natifram , sensu carens, et durus ; non exquisitus autem, non omnino quidem sine sen- su est, sed aígré tamem admodum sentit. Qui igitur sine sensu incurabilis est; qui vero hebe- tis sensus est, non quidem insana bilis est, ta- men non facilis curatu.» (Galen. Mcth. , med. ad Glaucon, lib. II, cap. 6.) Parece que la du- reza era en concepto de Galeno el atributo co- mún de todos los escirros, y que la completa insensibilidad de estos tumores era el signo de su mala naturaleza y de su incurabilidad. Ha- bia observado Galeno el escirro en las diferen- tes partes del cuerpo, confundiendo sin duda los infartos linfáticos con el verdadero cáncer; pues pretende que las erisipelas mal tratadas son seguidas de induraciones escirrosas ; pero esta observación acredita la sagacidad del mé- dico de Pérgamo, que habia comprendido la re- lación que existe entre las inflamaciones cau- sadas por un tratamiento intempestivo ó poco racional, y esas induraciones que pueden ad- quirir malos caracteres: las investigaciones mo- dernas han venido á comprobar la exactitud de estas observaciones. ( Met. med., lib. 13 , ca- pítulo 6.) Galeno dice que el cáncer Hxptr\v¡í, Nxpiiru/xAc ha recibido este nombre de los grie- gos, á causa de la semejanza que le dan con la langosta marina ó cangrejo, las venas hincha- das de sangre negra que se desarrollan en su superficie debajo de la piel. Eu su opinión, co- mo en la de todos los autores que le han suce- dido, era el cáncer un grado avanzado del es- cirro, y podia estar oculto ó ulcerado. Esplica por una comparación muy elegante , y que no deja de ser exacta , la dificultad de reconocer, desde los primeros momentos en que se pre- sentan, los síntomas de degeneración del escirro que vá á pasar al estado de cáncer : « At ubi magna quidem omnia sunt, nemo de appellatio- ne ambigit, sed nominant uno assensu omnes ejusmodi aflectum, cancrum. Quum autem ad- huc incipit, nihil miri est si vulgus lateat, non secus profectó quám stirpes qua? á térra jam exenmt; nam haj quoque peritis tantum agri- colis agnoscuntur. (Method. med., lib. XIV, cap. IX.) «Archígenes de Apamea estableció una bue- na distinción entre el cáncer oculto y el cáncer declarado; considera al último como refracta- rio á los recursos dei arte , y quiere que se li- miten los prácticos á administrar contra él re- medios refrijerantes. ( Aetius , tetrabib. IV, sermo IV , cap. XLIIL) wAecio describió completamente todos los síntomas del cáncer, la irregularidad de los tu- mores de este género , sus profundas raices, el estado varicoso de las venas, la consistencia de los tejidos , el dolor lancinante que se irra- dia hasta la clavícula y las escápulas, el ¡ufar- 302 CAQUEXIAS. to consecutivo de las glándulas inmediatas (te- trabib. IV, sermo IV , cap. XLIII). «Pablo de Egina y Bazis tenían ideas muy cabales sobre las afecciones cancerosas, con- siderándolas mas particularmente bajo el as- pecto quirúrgico, é hicieran en esfe concepto algún servicio á la ciencia. Avicena trazó el cuadro fiel del escirro, y estableció una dis- tinción importante entre la operación del es- cirro y la del cáncer propiamente dicho. Las sustancias que recomienda, asi para el trata- miento interno del cáncer, como para el es- tenio , no merecen el menor examen. «Se deben observaciones muyjuiciosas so- bre la marcha, el peligro, y los diferentes mé- todos de curación á Lanfranc (Chirurg. par- va tr. 1, doct. 3, cap. 13 y passim); á Guido de Chauliac, Ambrosio Pareo, Amato Lusita- no; pero pasamos en silencio sus trabajos, que tienen mas relación con la cirujía que con la medicina. Hubo una circunstancia que por mucho tiempo imposibilitó ó perjudicó á los progresos de la historia del cáncer ; y fué que los autores que se ocuparon de su estudio fijaron toda su atención en el mejor procedi- miento operatorio que se debia seguir para la estirpácion de los órganos cancerosos; el es- cirro del pecho y del testículo fueron las dos afecciones que ejercieron mas influencia en su espíritu de invención. Sin embargo, Hipó- crates, Celso, Galeno, y la escuela árabe ha- bían observado el cáncer en los principales tejidos del cuerpo. «Aunque la distinción establecida entre el escirro y el cáncer, entre el cáncer oculto y el cáncer ulcerado se refiera á la mas remota antigüedad, y haya sido reproducida por los autores que han seguido y copiado á los mé- dicos griegos y latinos , la historia del cáncer estaba apenas bosquejada, porque no se tenia aun conocimiento alguno preciso sobre la es- tructura anatómica de este producto morboso; habíasele confundido siempre con la indura- ción, los infartos linfático», los tubérculos, etc.; se ignoraba enteramente la parte mas importan- te , y bien puede asegurarse, la mas positiva de su estudio, la anatomía patológica. Bes- pecto de los síntomas de la enfermedad han presentado su cuadro completo los autores an- tiguos Celso, Areteo, Galeno, Aecio, cuyos autores han publicado sobre la marcha, gra- vedad, y recidiva del cáncer, preciosísimas observaciones, á las cuales muy poco se ha po- dido añadir después. Pero su naturaleza, modo de producción y alteraciones cadavéricas son las circunstancias sobre que versan mas par- ticularmente las investigaciones y descubri- mientos modernos. «Fernelio dice, que el escirro depende de un humor espeso, viscoso, que se infiltra en los tejidos, en donde se endurece, hasta el punto de dificultar la curación: cuando este humor se deposita en las partes, es de natura- leza gipsea, vidriosa, ó melancólica, y sucede á un flegmon, ó á una erisipela mal curados: «Aut ex malé curato erysipelate vel phlegmo- »ne talis evasit, ut quuin ejus materia imnió- »dicé refrigeratur et adstringitur, autdiapho- «reticis dissoluta teniií portione crassíor sub- «sistit ac manet.» Del mismo modo, dice, que el hígado se llega á hacer escirroso después de la ictericia (hepatitis) á consecuencia del inspisamiento de la bilis; y que el cáncer de otros puntos y órganos del cuerpo, puede te- ner un origen análogo (Universa medicina Traject. ad Rhen., 1656, t. II, p. 255). Esta opinión de Fernelio, respecto de la naturale- za del escirro, se aproxima mucho á ciertas doctrinas actuales; porque parece hacer deri- var el escirro de una inflamación que escita el aflujo de humores blancos, que luego se con- cretan en los tejidos enfermos; tal es poco mas ó menos la doctrina de Broussais, Bres- chet, y Ferrus, cuando tratan del modo de formarse el cáncer, que atribuyen á un der- rame de linfa plástica organizable, ó bien al predominio de la flegmasia en los vasos blan- cos (Broussais). «La causa del cáncer, según Fernelio, es la bilis negra ó la sangre recalentada y que- mada. «Hujus continens causa estbilis atra «sanguisve fervidus ac retorridus; samé et sup- «pressis menstruis aut haimorroidibus, non- «nunquam ex quartana febre cumulatus» (Uni- versa medie, loe. cit., p. 256). «Blancard considera al tejido glandular como el sitio esclusivo del cáncer: se infiltra una sangre corrompida ; se desarrolla una in- flamación , y bien pronto un cáncer y una ul- ceración. Según este autor no es el cáncer otra cosa que la mortificación de las glándu- las; llámasele cáncer en las glándulas, mien- tras que recibe el nombre de esfacelo cuando ocupa las carnes, y el de caries cuando se halla en los huesos. Los estragos de esta gangrena pueden estenderse á los tejidos inmediatos y destruirlos; y asi es como esplica Blancard el cáncer del útero, y de los intestinos (Anat. pract. ration., p. 150 y 220). «Boerhaave tenia acerca del cáncer ideas poco distantes de las que admitimos hoy. Cree como Blancard , que el cáncer tiene por asien- to las glándulas y los folículos. Considera co- mo causas poderosas para producir el cáncer todos los agentes capaces de retener en el te- jido de las glándulas, los líquidos que segre- gan , los cuales deben en tal caso coagularse, inspisarse y estancarse en los tejidos. Una vez formado el escirro, puede ser acometido de inflamación, y desde entonces degenera en cáncer oculto, en úlcera, en carcinoma (Com- ment., in aphor. t. I, p. 778, vol. I y pas- sim). Esta teoría del cáncer ofrece la mayor analogía con la doctrina sostenida por los au- tores, que consideran la esencia del cáncer co- mo una inflamación de los tejidos blancos. Si en esta teoría de Boerhaave se descartan las ideas que le eran propias sobre el movimiento CAQUEXIAS. 303 de los líquidos y las esplicaciones físicas á que continuamente se sentía impelido, no se podrá desconocer que ha observado perfectamente los primeros fenómenos del cáncer, cuando se presenta bajo la forma de infarto linfático. Se encuentran en Van-Swieten varias notas, que dan mucha importancia á la doctrina que ha publicado Boerhaave sobre el cáncer. «Platero es, según Bouzet, uno de los pri- meros autores que han descrito el cáncer ce- rebriforme. No se concibe, dice, como en In- glaterra han supuesto los patólogos modernos, que hasta ellos era desconocida, y que debia designarse con un nombre particular, el de fungus hematodes, una afección morbosa, cu- yo verdadera carácter conoció ya Félix Platero al principio del siglo XVII; y de la que nos ha transmitido el mismo autor una descripción exacta, designándola ya con la denominación que la pertenece:» (Véase la observación ti- tulada: Tumor in mammilla immensus. squir- rhosus, cancrosus, etc., Félix Plater Pra.reos medica, etc., p. 495). Describió Félix Plate- ro un tumor del grosor de un huevo de galli- na, que habia observado en el cerebro de un individuo que murió tísico; este tumor esta- ba encerrado en un verdadero quiste; pero es tan incompleta la descripción del autor, que no se puede decidir si era un escirro ó un tubér- culo (06. cit., lib. I, p. 101;. »En la estensa colección de Morgagni se pueden hallar muy circunstanciados detalles sobre la anatomía patológica de los cánceres; describe con la atención y cuidado mas es- crupulosos la forma y la consistencia de los tejidos alterados (De sedib. et cuna, morb., epist. IV, art. 41, 42, 43, i4 y 45). Indicó la mayor parte de las degeneraciones que pue- de esperimentar el cáncer, y la presencia de los tejidos cartilaginosos, huesosos, y los de- pósitos de materia calcárea que puede con- tener. Una de las observaciones mas curiosas que refiere, es la de una religiosa afectada de un cáncer ulcerado en el pecho izquierdo , del cual se sacó una producción huesosa (epís- tolas IV, V, XLL, que consistía en peque- ños fracmentos de tejido huesoso, de volu- men desigual, y dispuestos sin urden. Entre las diferentes partes de este tejido existia una materia semejante á un ligamento. «ínter »frusta interjecta substantia quasi ligamento »símilís, haec exsiccata nigricabat: ossea au- »tem frusta albedinem ostentabant suam». »La úlcera tardó poco en cicatrizarse, pe- ro volvió á aparecer el cáncer en el mismo sitio en que antes se habia manifestado, y so- brevino la muerte tres años después, si bien es cierto que no pudo atribuirse únicamente al cáncer. »Morgasni ha observado en el cerebelo un tumor que Laennec considera como un cuer- po canceroso de naturaleza encefaloidea: era de mediana consistencia, de un solo color, escirroso, y se asemejaba bastante á la carne blanda; parecía constituido por cuerpecillos redondeados, tan íntimamente unidos unos á otros, que no se podia descubrir intersticio al- guno entre ellos, ni membrana, ni vasos: es- ta alteración habia invadido el lóbulo izquier- do del cerebelo casi en su totalidad. »Pero hasta fines del último siglo no se ha enriquecido la historia del cáncer con nu- merosos descubrimientos. En este tiempo los célebres escritos de Ph. F. Meckel en Alema- nia, de Corvisart y Bichat en Francia dieron un rápido vuelo á la anatomía patológica, que habia de ilustrar estraordinariamente la his- toria de los tejidos morbosos, y en particu- lar la del cáncer. Bichat dividió las lesiones orgánicas en generales ó comunes y en parti- culares: si cometió algunos errares , como el de referir los tubérculos esclusivamente á los pulmones, los quistes serosos al tejido celu- lar, la osificación accidental al tejido fibroso; en cambio fué inapreciable, inmenso el im- pulso que dio á la anatomía patológica. El fué quién asignó al cáncer su verdadero lugar en las clasificaciones patológicas, y colocó el escirro y la inflamación en la clase de las afecciones generales, que solo comprendía es- tos dos estados patológicos. Dada ya esta di- rección al estudio de la anatomía patológica, se constituyó definitivamente la historia del cáncer. »Laennec publicó ya en 1804 gran parte de sus ideas sobre la anatomía patológica en el Diario de medicina de Corvisart, y mas ade- lante (año 13 de la república) la dio á cono- cer mas detalladamente en el Diccionario de ciencias médicas (art. Anat. pathol., t. II, y Degener., t. VIH). Dividió todas las alteracio- nes orgánicas en cuatro clases: 1.a alteracio- nes de nutrición: 2.a alteraciones de forma y de posición: 3.a alteraciones de testura: 4.a cuerpos estraños ó animados. La 3 a fué subdividida en \ órdenes: en alteración de testura : i." por solución de continuidad; 2.° por la acumulación ó estravasacion de un líquido: 3.° por la inflamación y sus conse- cuencias: \.° por desarrollo de un tejido acci- dental, es decir, de una materia estraña á la organización. Algunos de estos tejidos acci- dentales tienen otros análogos entre los natu- rales; pero hay varios que no los tienen, y que solo existen á consecuencia de un estado morboso, como son, los tubérculos, el escir- ro, el encefaloides, la melanosis, la cirrosis y la esclerosis. Esta clasificación de Laennec ejerció una influencia provechosa en el estu- dio del cáncer. Los artículos Degeneración y Encefaloides que publicó también, contienen, á decir verdad, la mejor descripción que po- seemos de este tejido patológico. Antes de él se consideraba al cáncer, al escirro y al sar- coma, como puras y sencillas alteraciones de los tejidos primitivos de los órganos. El las considera como unas materias morbíficas es- trañas en todo á la organización normal de los 304 CAQUEXIAS. tejidos, y como dotada de una vida propia que divide en dos periodos: 1.° el estado de crudeza, y 2.° él de reblandecimiento. Final- mente , establece una diferencia clara y pre- cisa entre el escirro y el encefaloides; nada ha dejado que desear en sus descripciones ana- tómicas , que después han reproducido todos los autores. «Bayle designa con el nombre de degenera- ción albuminosa crónica de los órganos, el tu- bérculo y el cáncer (Journ. de me dec. , por Corvisart, etc., año XIII). No pudo decidir si la degeneración albuminosa comienza por el mismo tejido del órgano, ó si es debida á una sustancia que se deposita en las partes. Las in- mensas investigaciones que habia hecho sobre el cáncer , y que publicó con Cayol en el Dic- cionario de ciencias médicas (art. Cáncer), ha- cen de este artículo una verdadera monografía, á la que nos hemos visto precisados á acudir con frecuencia para la composición de este es- crito. Cayol, que habia concurrido con Bayle á la confección del artículo cáncer, ha publi- cado después un tratado de las enfermedades cancerosas, enriquecido con muchas é inte- resantes observaciones. Los documentos que poseía Bayle sobre esta enfermedad han sido recogidos después de su muerte, y publicados por A. L. J. Bayle (Trait. des malad. cáncer. París, 1833, en 8.°). Esta obra no contiene absolutamente nada que Bayle no hubiese pu- blicado. «Cruveilhier ha colocado los tejidos acci- dentales de Laennec en su segunda sección, que divide en: 1.° degeneraciones orgánicas; 2.° transformaciones y producciones orgánicas. El escirro y el carcinoma se comprenden con el nombre de degeneración cancerosa en la pri- mera clase (Esai sur. l'Anat. pat.; 1816). »J. F. Meckel ha descrito tres géneros de tejidos accidentales sin analogía : 1.° el tuber- culoso; 2.° el escirroso; 3.° el fungoso. Cree que se pueden referir los encefaloides de Laen- nec á los tubérculos, y los supone compuestos, lo mismo que los demás tejidos de nueva for- mación , de un fluido albuminoso, líquido al principio, y que acaha por concretarse (Man. de Anatom. gen. descrip., trad. por MM. Jour- dan et Breschet; París, 1825, t. I, p. 531 y siguientes). «Andral ha emitido sobre la naturaleza de las producciones llamadas cancerosas ideas en- teramente nuevas, y que distan mucho de las opiniones generalmente admitidas. Distingue las producciones sin analogía, en no susceptibles de organizarse y en organizables; piensa que se han considerado sin razón corno produccio- nes nuevas las granulaciones pulmonares, la cirrosis , y las diferentes especies de cánceres comprendidos bajo las denominaciones de es- cirro y de encefaloides; los encefaloides del hí- gado son los únicos que se podrían reputar co- mo nuevas producciones (Dic. de med., 1.a edi- ción, art. Product. morb., 1827; y Clin. med., t. IV, p. 361 y siguientes, 1827; Anat. pat. t. I, p. 498 y" siguientes). Hemos espuesto muy detalladamente las minuciosas investigaciones anatómicas á que se ha dedica- do Andral , y que merecen , á no dudarlo, to- da la atención de los médicos , que deseen ver definitivamente constituida la historia del cáncer. «Citaremos ademas como depósitos quecon- tienen noticias muy preciosas, sobre todo con respecto á la anatomía patológica, muchas me- morias de Cruveilhier publicadas en la Nouv. Bibliotcque medícale (enero y febrero , 1827). El artículo Cáncer def diccionario de medicina (1.a edición) por Ferrus y Breschet; el mismo artículo por Berard (Dic. de med., 2.a edición), que ha dado á conocer algunas particularidades importantes del estado de los vasos.—El artí- culo Cáncer del diccionario de medicina y ci- rujía prácticas , por Bouillaud; las investiga- ciones sobre el cáncer, por Bouzet (en 8.° Pa- rís , 1818). Esta obra contiene una indicación muy exacta de los autores que han observado el cáncer en las diferentes partes del cuerpo, y comprende también hechos curiosos de cáncer, recogidos por Delpech.—El Tratado de anato- mía patológica de Lobstein (t. I, p. 399 y 456). Este autor refiere cierto número de obser- vaciones importantes , y describe con mucho cuidado bajo el nombre de masas retro-peri- toneales unos tumores , cuya naturaleza tal vez no es cancerosa.—Una memoria de Scarpa sobre el escirro y el cáncer (Archiv. gen. de med.,t. X,año 1816, p.277).enla que preten- de demostrar, que estas producciones morbosas tienen su asiento esclusivo en las glándulas conglomeradas esteriores y la piel.—Y las in- vestigaciones históricas sobre los tejidos acci- dentales , por Bouillaud. (Journ. des progres, t. IV, p. 179, 1827), que reasumen bastante bien los principales trabajos que se han em- prendido sobre el escirro y el encefaloides. «Prescindimos de las numerosas obras qui- rúrgicas , tales como las de Fabricio , Hildano, de Stalpart, de Pouteau , de Louis, Ledran, Lecat, Dessault, Boyer y otros, porque no tra- tan del cáncer médicamente. Sin embargo, las observaciones que han hecho los cirujanos so- bre los cánceres esteriores, y particularmente sobre los del pecho, han contribuido poderosa- mente á ilustrar ciertos puntos de la historia de esta enfermedad. No debemos omitir una obra que ha hecho los mayores servicios, enseñan- do á los médicos que no debían ser considera- dos los cánceres como inaccesibles á los recur- sos del arte: queremos aludir á las investiga- ciones sobre el tratamiento, del cáncer por la compresión, de Recamier (París, 1829, 2 vol. en 8.°). Ademas de las numerosas observaciones que refiere este autor con los mas minuciosos detalles ; ademas del estudio de las diferentes medicaciones por la cicuta , los narcóticos, 1a compresión y la cauterización , hace también una descripción esactísima de los tejidos can- CAQUEXIAS. 305 cerosos, de los síntomas y del curso de esta enfermedad. Sí se esceptuan algunasideas, que están muy lejos de hallarse generalmente ad- mitidas , la lectura de este libro puede prestar grandes servicios, en razón también de las nue- vas doctrinas que contiene. «Uno de los puntos mas difíciles y mas os- curos de la historia del cáncer es sin contra- dicción el diagnóstico de varios tumores que pueden confundirse con él. Cometeríamos una verdadera injusticia , si antes de terminar lo relativo á esta bibliografía, no indicásemos lo mucho que se debe á los ingleses, que desde el principio de este'siglo han publicado una mul- titud de trabajos sobre esta enfermedad , y so- bre el fungus hematodes y su diagnóstico; ci- taremos mas particularmente á Wardrop (On fongus hematodes; Edimburgo, 1809), en cuya obra se encuentra un paralelo entre el fungus hematodes y el cáncer; Pearson (Practical observat. on cancerous complaints, etc. Ob". prat. sur les malad. cáncer, sur les affect. qui ont. eté confonduesavec le cáncer, en 8.° Lon- dres, 1793), Burns (spongoid inflammation en leclure on inflammation; Glascow, 1800, vol. 1), Hey (On fongus hematodes, en Pract. observ.in surgery; Londres, 1814, ch. VI). Débense también á los ingleses gran número de tentativas hechas con el fin de curar el cán- cer; Hill ha esperimentado el arsénico (Edimb. Med. and Surg. Journ, V, VI, p. 58), Burns ha ensayado la cicuta , el hidrosulfuro de amo- niaco, y el ácido carbónico, etc. (loe cit. on inflam., t. Hj, y Carmichael ha empleado el subcarbonato y las otras sales de hierro bajo todas sus formas. (Essay on the efects of car- bonate and other preparat, etc. Ensayo sobre los efectos del carbonato y demás preparaciones de hierro, en 8.°, Dublin, 1809). Mon. y Fl., Comp. de med., t. II, p. 33 y siguientes. articulo u. De los tubérculos en general. Son los tubérculos otra de las degeneracio- nes orgánicas que á menudo originan caque- xias. Cuando hablemos en la segunda parte de la tisis pulmonar, de la tabes meseirtérica, de las escrófulas , etc. , nos ocuparemos también con la atención debida de la consunción, del marasmo , de la caquexia escrofulosa, etc. que van inmediatamente unidos á dichas lesiones, de las cuales no puede sin violencia separarse su estudio. Empero hemos creido oportuno dar en este lugar una idea general acerca de los tu- bérculos, para completar asi el cuadro de las consideraciones generales, que á manera de in- troducción hemos debido colocar al principio de nuestra obra , para la mas clara inteligencia de cuanto concierne á las enfermedades internas. No se crea , pues , que vamos á dar una historia completa de los tubérculos: nuestro ánimo es solo anticipar algunas generalidades que no tendrían cabida en otro lugar, reeer- TOMO VIL vando todas las discusiones científicas y con- sideraciones prácticas importantes para la his- toria particular de cada enfermedad. Nombre y etimología.—La palabra tubér- culo se deriva de la latina tuber, voz que sig- nifica tumor, desigualdad, etc. Sinonimia.—Los tubérculos han sido llama- dos por los griegos 1*ER>IKI>ADES de la tracción (1) de la epiglotis, que sin embargo no siempre acarrea la imposibilidad de tragar (2), á lo menos respecto de los sólidos (*); sino que también puede manifestarse después de la tras- formacion ósea de la sustancia de los cartílagos cricoides y aritenoides (3), de una escrecen- cia de la misma naturaleza detras de la la- ringe (4), de la hinchazón de las glándulas (5), de la lujación del cartílago tiroides (6), de la induración déla epiglotis(7), de su eleva- ción (á causa de la retracción del ligamento) (8), de su corvadura (9) , de su dislocación (10), (1) Morgagni, 1. e., epist. XXVIII, art. 10.— Hopfengaertner, en Hufeland, Journ d. prakt. heilk. 6, B., pág. 558. (2) La dificultad de la deglución de los líquidos, Íiermaneciendo la de los sólidos en su estado normal, a atribuye á un espasmo de la epiglotis Hclwichius, en Misceíl. Acad. nat. cur., cent. II, obs. 47. (*) Targioni, Prima raceolta d' osservazioni me- diche, verso il fine. —Morgagni, 1. c, art. 13. —Neue Leipziger Literatur—Zeitung , 1804, May, página 1047. — Larrey, Relation medícale de 1' espedilion d' Egypte, sect. VIH (epiglotis destruida por una bala de fusil é imposibilidad consecutiva de la deglución). (3) Baillie, Neue Bemerkungen uber die Anato- mie des krankhaften Baues von einigen der wich- tigsten Tbeile des nienschlichen Kaerp , en Sainml. auserl. Abhandl. f. pr. Aerzte, 20, B. 3, S. pági- na 665.—F. Travers refiere un caso de osificación é hinchazón huesosa de los cartílagos de la laringe, qué interrumpió la deglución, en Medical, chirurg. Tran- sactionsby the med. and chirurg. Society of London, 1816 , t- VIL —F. Brodie Uber cine das Schlingen verhindernde und Knochengeschwulst der Knorpel des Luftroehrenkopfes , en SammI. auserl-Abhandl. f. pr. Aerzte 33 B , pág. 556. (4) Ephem. acad. nat. cur. dec. 1! , an. 2 , obs. 1116. (5) Bonet, 1. c. , obs. 20. (6) Acta acad. nat. curios., t. VI, obs. 90.—Boer- haave , praelecciones ad institut., §. 806. (7) Adolphi, en Acta acad. nat. cur.. t. II, obs. 84, pág. 199.—Bonet, 1. c. , observación sacada de Bar- bette. (8) Schtichting, en Acta acad. nat. cur. , t. VI, obs. 26 ,pág. 111. (9) Tonnani, 1. c., pág. 232. (10) Ephem acad. nat. cur. cent. 111 y IV, obs. 112. El doctor Eichwald, que asistió como oyente á mi cá- tedra en Vilna, me refirió en cierta ocasión el hecho siguiente : «Habiendo recibido un hombre del cam- [.o, de 60 años de edad, un golpe en el pecho con un madero, fué atacado de una afección, que presen- taba síntomas de esquinancia y de flegmasia, acom- pañados de vómitos. No habiéndose sujetado á nin- gún tratamiento en el espacio de dos meses, cayó en un estado de languidez, acompañado de fiebre hécti- ca. En todo este tiempo no habia perdido el apetito, pero arrojaba los alimentos inmediatamente después de tomados. No pudiendo correjir este síntoma, se redujo á no tomar mas que bebidas. El dolor de gar- ganta que habia atormentado al enfermo desde los primeros dias, llegó á hacerse insufrible , á pesar de que no se distinguía ninguna parte afecta al rededor del punto dolorido. Habiendo introducido una sonda fsploradora muy flexible por la boca , apenas tocó en la faringe, cuando fué preciso retirarla, porque se pre- sentaron vómitos y todos ios síntomas de una sofoca- ción inminente. Murió este infeliz á los tres meses, y rn la abertura de su cadáver se encontró que la mem- brana mucosa de ia faringe y la laringe estaban tun- de su flogosis (1) y de su espasmo (*). »2. Enfermedades de la traquea.—Asi co- mo las afecciones de la laringe se reflejan sobre la faringe, del mismo modo comprometen el esófago los abscesos (2) y úlceras (3) de la tra- quea ; pero lo que mas influye sobre este órga- no (4) son los tumores desarrollados en la par- te posterior de la tráquea. »3. Enfermedades del pulmón.—Otras ve- ces se halla comprimido el esófago por un abs- ceso (5), por un escirro (6), desarrollados en el chadas, arrugadas y callosas. Ademas la epiglotis, situada oblicuamente, y mucho mas inclinada á un lado que á otro, estaba tan infartada que presenta- ba una larga corvadura en su parte media , sobresa- liendo por encima de los cartílagos aritenoides, que también estaban muy hinchados. » (1) Maynwaring , en Medical faets- and observa- tions , t. I. (*) Nannoni (Trattato de chirurg., t. II, pág. 47) supone que la dificultad de la deglución sobreviene cuando se contraen espasmódicamente los músculos constrictores y dilatadores de la glotis. En este caso es atacado el enfermo de un estado de sofocación, oca- sionada por la desigualdad que esperimenta el pa- so del aire á consecuencia de la contracción ó de la dilatación de la glotis. En efecto, desde el momento en que la epiglotis deja de estar suficientemente de- primida en el acto de la deglución, no puede tragar- se nada, sin que escite inmediatamente la los, y sin que las sustancias ingeridas sean arrojadas por me- dio del vómito. C Behrens (Ephem. acad. nat. cur., dec. I, an. 3, 1715, obs. 112) describe un estado convulsivo de la glotis, que impedia la deglución, tan- to de los sólidos como de los líquidos, en un indivi- duo que murió de catarro sofocativo. A la abertura del cadáver se encontró tan contraída la epiglotis ha- cia el orificio del esófago, que quedaba enteramente abierta la entrada de la tráquea. Otros hechos seme- jantes á estos refiere Masault en el Journal de me- decine, t. V , pág. 91, y Sammlungen., 5, B., pági- na 99.—A. Schuríg , Í. e. , pág. 257 ,-en Samml. auserl. Abhandl. fur pr. Aerzte, 9. B. , p. 685, Cfr. Fleischmann De chondrogcnesi asperae arteriae et de situ cesophagi abnormi. Erlang, 1820, cum. tab. aen. (á) Bang, 1. c. (3) Tode , med. Journal, 3 B., I , St., p. 43. (4) Tulpius, observ. med. Amstel. , 1672, I. I, c. XLIV. Blancardus, Coll. med. physic. cent. III, obs. 54. —Warner Cases in surgery obs. 7. —Mor- gagni op. c. epist. XV , art. 15.—Van Geuns , 1. c, p. 391.—Nova acta acad. nat. cur. , t. V, obs. 24.— Biirger, en Rust. s. Magazin fur die gesammte Heilk., 20 B.,p. 356 , observ. — Heinecken. (5) Epiphan. Fernandus en C. histor. med. Ve- net., 1621, hist. 63, p. 192.—Bernard. Epist. ad Hallerum, t. III.—Portal , en la hisloire de l'Aca- demie de sciences. París, 1780.—Hay en Transac- tions of the medico-chirug. societ. of Edimb., t. I, 1824, núm. 10; y Gerson, Magazin der auslaendisch. Literatur der gesammt. Heilk , 10 B. , p. 299.— Kunze. , c. 1., p. 92—98. (6) Swieten (1. c., p. 797), Según de Haen (I. c, obs. 3). («In nomine quinquagenario mayore, qui du- dum senserat ingestos cibos et potus circa sterni os- sis summilalem haerere, et postea obicem quemdam hic positum praeterlabi , saepius auctum post aliquam remoram , ohorta nausea et tussi , iterum per os ex- pelli cum magna simul tenacis pituita; copia , post mortem inventus fuit dexter pulmo superíori sua parte scirrhosus, mediaslinum et cesophagum versus sinistrum pectus protrudens, simulque cesophagi ca- vum ibidem loci arctans adeo, ut retentis deglutitis, FARINGE Y DEL ESÓFAGO. 317 pulmón, ó por el estado enfisematoso (1) del mismo órgano, que ademas puede hallarse afectado de una úlcera (2). «Diagnostico.—Reside á nuestro entender la causa de la disfagia en las afecciones de la laringe, de la tráquea ó de los pulmones, siem- pre que predominan los signos propios de estas afecciones (3) sin esceptuar la tos (i); cuando la perturbación de la respiración ha precedido á la de la deglución , y la escede en inten- sidad (5), y cuando el enfermo no se atreve á cesophagi tubus supra locum eompressum dilatatus admodum appareret, versus colli superiora itcrum solitam amplitudinem habens.»)—Nahuys, 1. c, p. 23. (1) Taranget, colección periódica de la sociedad de medicina de París, t. II , p. 565. («Estando ha- ciendo una defensa un abogado de 50 años de edad y de buena constitución , observó de repente cierta difi- cultad de hablar; y desde entonces no pudo sostener una conversación por ligera que fuese sin ganguear, aumentándose diariamente este accidente acompaña- do de ronquera , y un conato perpetuo é incómodo de espuicion gutural. A poco tiempo se notaron agi- tados los párpados y labios de ligeros movimientos convulsivos; la deglución se hizo difícil y anómala, pues ya eran los líquidos, y ya los sólidos los que no podía tragar el enfermo sin alguna sofocación. So- brevinieron esputos , y se hizo tan grande la dificul- tad de tragar, que causaba al enfermo las mayores angustias. La demacración hacia progresos sensibles; se presentaron espasmos y accesos de estrangulación que sofocaban al enfermo, hasta que por fin sucum- bió en un estado completo de marasmo. La autopsia descubrió las lesiones siguientes: la traquearteria presentaba en su parte superior una especie de con- tusiones con algunas señales de infarto y de flogosis ligera. Los pulmones se desarrollaron con tanta elas- ticidad y reacción al desprenderlos del pecho, que solo el izquierdo cubría todo el plano anterior del tó- rax; el derecho estaba fuertemente adherido á las costillas por un punto; pero habiendo roto la adhe- rencia que lo sujetaba, se desprendió con tanta fuer- za como el anterior, ocupando entre ambas un espa- cio cuadruplo del que ordinariamente les correspon- de. Observábase ademas, que en cualquiera punto en que se les comprimiera presentaban una especie de crepitación bastante ruidosa. Habiendo hecho algunas incisiones superficiales con el escalpelo, arrojaron una cantidad considerable de sangre negra y espumosa, que formaba cierto ruido al salir; de modo que pa- recía que estos pulmones solo contenían desde mu- cho tiempo antes sangre venosa y estancada, mez- clada con una inmensa cantidad de aire ó de fluidos aeriformes.») (2) Bleuland (I. c.) encontró en cierta ocasión en el lóbulo derecho del pulmón una vómica que comu- nicaba con el esófago.—Keir (Medical. Communica- tions. Lond., 1784 , t. I, núm. XI) halló hacia el borde posterior del pulmón derecho de un tísico, que habia tenido mucha dificultad de tragar en Jos últi- mos dias de su vida, una úlcera que no solo se abría en la tráquea, sino que habia corroído ademas la porción contigua del esófago.—Wathen (Mem. of the med. Societ. ofLond. , t. I) observó también un ca- so semejante. (3) P. II, t. II, sect. I. (4) Disphagia con tos de Sauvages (I. c. spec. VII), según la observación 34 de Fabricio de Hilden , en la cent. V de las observaciones. (5) Hablando Morgagni de los tumores desarro- llados en la parte posterior de la traquearteria , dice I hacer la menor tentativa para tragar (1). En nuestra opinión no está probado (2) que las afecciones de la epiglotis opongan mayor obs- táculo á la deglución de los sólidos que á la de los líquidos (3).—Cuando tal sucede debemos evitar cuidadosamente hacer uso de la sonda esploradora , pues cualquier tentativa de este género seria cruel y supérílua. Pronóstico y tratamiento.—»Es eviden- te que puede restablecerse la función de la de- glución por la rotura de un absceso pulmonar, y la evacuación del pus al través de los bron- quios. Fuera de estos casos no conoz'co ningún tratamiento para las enfermedades de la larin- ge , de la tráquea y de los pulmones , cuando han llegado á un grado bastante adelantado para comprometer el esófago. Como en este caso no pueden los enfermos introducir ali- mentos en el esófago poresta via, sin esponer- se á la sofocación , es preciso limitarse (i) á las lavativas nutritivas para sostener la existencia. ARTICULO III. Enfermedades de las vértebras y del esternón. wPueden las vértebras dificultar las funcio- nes de la faringe y del esófago , por su luja- ción , por su caries , y aun tal vez por la cor- vadura de la columna vertebral (5). 1.° Lujación de las vértebras.—»Hipócra- tes (6) fué el primero que habló de la dificul- que oprimen la parte anterior del esófago , «sed arte- riam ilfam longc magis.» (1) Morgagni dice también con mucha rozón (I- c, epist. XXVIII, art. 16): «Ñeque eae (cesophago próxi- mas) partes nocere dumtaxat queunt ita compri- mendo, ut via intercipiatur.... Sed et absterrendo á deglutitione cuando via etiam aperta , compressae ip- sae á deglutitis alimentis, suiTocationis periculum af- ferunt.» (2) «Potiones enim ubi ad epiglottidem pervene- runt , hinc et illinc, qua ad laryngis latera quasi sulcus est, defluunt, et ad pharingis imum Iabun- tur.» (Morgagni, 1. c. , epist. XXIII, art. 13.) (3) Añade el mismo Morgagni: «Nisi aut nimia copia é sulcis redundent, aut hi inflammatione et in- tumescentiadeleantur, aut ab irritatione eveitatacon- vulsio quaedam , aut impar ob resolutionem ofitio suo musculus aliquis , facilern polionum defluxum tur- bent.» (4) Cap. V, §. 1 , núm. 2. (5) Bleuland. 1. c, está seguro de que los en- fermos atacados de epistotonos,rara vez pueden tra- gar. (P. II , t. I, sect. II, c. III, §. 43 , 2): « Cer- vice enim ad posteriora reflexa, distenditur gula et sic quanto longior, tanto etiam augustior fit, anteriore ejus pariete ad posteriorem accedente.» (Morgagni, 1. c, epíst., XXVIII , art. 17). El mismo género do esplicacíon puede admitirse en el caso en que, ha- blando Hipócrates de la desviación del cuello (sec- ción IV, aph. 35), dice que apenas puede comer el enfermo. (6) De morbis populariter vagantibus, 1. H. («Erant anginosorum affectiones hujusmodi: cervi- cis vertebra? ad interiora conversas sunt, alus qui- dem plus, alus vero minus; atque in partibus exte- I rioribus inanifcsta videbatur in cervice coucavitas. 318 ENFERMEDADES ÜE LA tad de la deglución, á consecuencia de la luja- ción de las vértebras del cuello. Galeno no ha- ce mas que citar el nombre de esta enferme- dad, que tuvo muy pocas ocasiones de obser- var, y estraña que Hipócrates le diese el nom- bre de afección anginosa (1). Sin embargo , el mismo Hipócrates dice , que la lujación de las vértebras cervicales, puede dar origen á la an- gina (2), y en otros varios parages habla de esta última enfermedad (3). Celso, al tratar de la lujación de la cabeza , anuncia que en este caso no puede tragar ni hablar el enfermo (-Y). Van-Swieten, después de haber manifestado algunas dudas sobre la dificultad que opone á la deglución la lujación de las vértebras cervi- cales , establece su posibilidad por uu ejem- plo (5). En efecto , es indudable que ocurren casos de esta naturaleza , según las observa- ciones de J. P. Frank (6), de Rust (7), de Mon- Dolorem laborans ubi illic tangebatur sentiebat. Accidit etiam angina cuidam, sub ea vertebra, quam dentem ( processus dentiformis secunda; vertebra) nominant , verum non adeo acuta. Quibus vero ob rotundilatis magnitudinem omnino conspicua , nec bubones (vocal sic phlegmones in glandulis tonsilla- rum ortas), fauces autem, ut ea vertebra, quae dens dicitur, inflammatione minime laborabant; sed molestia afficiebantur. Deglutiré nisi magno cum la- bore , nequibant; at si quaedam devorare conaren- tur, per nares effluebat id quod ingesserant. Ex na- ribus loquebantur; spiritus ipsis non admodum ela- tus...... Plurimi non suífocabantur, nisi cum vel sputum, vel aliud quidpiam deglutiré tentarent. Ñeque subsidebant oculi. Igitur quibus tumor non in alterutram partem deflexus, sed rectus erat, ne- quáquam paralytici evadebant.... At vero, quibus alterutra pars aíficiebatur, ii ea parte qua vertebra? inclinataeerant, paralytici evadebant, atque haecipsa versus alteram trahebantur.... Caeterum qui paraly- tici ex angina fiebant, iis nom totum corpus, ut in alus fieri solet, resolvebatur, sed usque ad manus dumtaxat malum procedebat ab ea parte quae angi- na urgebalur»). (1) De locis affectis, lib. IV, cap. III. (i) Ibid., lib. V, cap. V. (3) Lib. III, De difficultate respirationis, c. II y lib. I, prorrhet. Comment II, y lib. II , prorrhet. Comment LV, y en la cuarta parte de la esposicion de los aforismos. (4) Lib. VIII, c. XIII. (5) L. c, §. 818. («Contigitmihi semel tale quid videre in infante decem menses nato, cui caput re- clinatum erat guttur prominulum , et manifiesta in cervice cavilas apparebat. Cum autem, ob infantis misérrimos ejulatus exacte locum afFectum scrutari non daretur, non potui accurate distinguere quae- nara vertebrae cervicis introcessissent. Nihil deglu- tiré poterat infans , et post validas convulsiones hoc malum secutum fuerat»). (6) Este autor trae la historia (Discursus acadc- micus de raquitide acuta et adultorum habitus, rúen- se maio, 1783 : que se halla igualmente inserto en Delectus opusculorum med., t. V, pág. 304) de una joven de 14 años (hija del consejero Poetz de Bret- ton) que después de haber esperimentado dolores en el cuello y dificultad de tragar , fué atacada de una desviación repentina de las vértebras. En esta enfer- ma no se formó cavidad perceptible en el cuello. (7) Arthrokakoloj:ie. Wien , 1817 , p. 76, g. 112. ró, menor (1), por las mías propias (2) y las de otras varios (3). 2.° Caries de las vértebras.—»La caries de las vértebras cervicales , interesa , especial- mente á la faringe , podiendo por consiguiente dificultar la deglución; y aunque en este caso proviene por lo regular la enfermedad de las escrófulas, de la raquitis , y sobre todo de la sífilis y del uso del mercurio, se encuentra sin embargo un ejemplo de caries desarrollada , á consecuencia de un absceso, seguido de ulce- ración , situado entre la pared posterior de la faringe, y la anterior de las vértebras. Habién- dose presentado al descubierto una porción del segundo de estos huesos , fué estirpada por el enfermo mismo , que recobró inmediatamente la salud (i). «Diagnostico.—De cuanto llevamos dicho resulta , la importancia de no descuidar el examen del cuello en la investigación de las causas de la disfagia; puede practicarse este examen, respecto á la faringe, introduciendo profundamente el dedo en la garganta. Tam- bién es preciso asegurarse de que no se ha- llan accidentalmente comprometidas las par- tes que reciben su sensibilidad y movimiento de los nervios cervicales (por ej.: estado de entorpecimiento y parálisis de los brazos). La caries que ataca la cara anterior de las vérte- bras del cuello, produce infaliblemente una fetidez intolerable del aliento. «Pronóstico y tratamiento.—El pronós- tico (5) favorable, emitido por Hipócrates en la lujación de las vértebras, á lo menos cuan- do no existe fiebre, está en completa oposi- (1) Cfr., c. IX. (2) Cfr., P. II, vol. I, sect. II, cap. II, §. 8, 2. Una mujer de 55 años , que habia tenido las reglas muy abundantes, y padecido de flujo hemorroidal, vino á consultarme al hospital en 29 de junio de 1829. Siempre que inclinaba la cabeza hacia adelante para examinar un objeto , lo hacia con facilidad; pero se veia obligada para enderezarla, á valerse de las ma- nos , pues de otro modo permanecía la barba lija en el esternón , suspendiéndose al mismo tiempo los movimientos de deglución. Esta enferma no presen- taba nada notable en la región de la nuca , pero sentía cierto dolor en aquella parte , y se observaba una especie de crepitación en algunos movimientos del cuello. Habia sufrido una afección parecida á esta un año antes , y tenia entonces la lengua pro- fundamente retraída en la cavidad de la boca, de cuyos síntomas se habia aliviado con una sangría. Le aconsejé un golpe de sanguijuelas, a la nuca, diluen- tes, y si no eran suficientes estos medios, la aplica- ción del cauterio actual sobre los lados de las vérte- bras cervicales. (3) Bertin , Traite d'osteologíe, t. III, p. 80.— Duverney, Maladies des os, t. II , p 131.—Schup- ke , Tractatus de luxatione spontanea vertebrarum eollisuperiorum. Berot, 1816. —Rauch, Diss. de ver- tebrarum luxatione. Berol , 1828. (4) J. Syme Vori einer abstossung des zweyten Halswirbels , sacado de Edimb. medical and sur^'i- cal Journal, 1826, abril. En Gerson, Magazin der auslaend. Liter. d. gesammt. Heilk 2 , B. p. 521. i (5) L. ya citado. FARINGE Y DEL ESÓFAGO. 319 eion con el modo de ver de los cirujanos de todas épocas, que no se atreven siquiera á tocar al asiento del mal (1). Pero esta disi- dencia aparente se concilia, distinguiendo la lujación repentina, procedente de violencias esteriores, de que hablan los últimos, déla misma afección lenta y espontánea que des- cribe Hipócrates. En efecto, pueden esperar- se buenos resultados del tratamiento en es- ta última, cuando no ha producido desór- denes demasiado graves, ni afecta á un in- dividuo valetudinario ó de edad avanzada, ya empleando una medicación específica (2) con- tra la afección escrofulosa latente, la raqui- tis ó la sífilis que pueden haberla dado origen, ya abriendo al través de la cara posterior de la faringe el absceso en estado de madurez (3). En todos estos casos, esceptuando el de sífi- lis, es conveniente un tratamiento local. Lo primero que se debe hacer, es oponerse á la congestión sanguínea que puede formarse al- rededor de la parte lujada ó afectada de ca- ries, aplicando á la nuca sanguijuelas, y en caso de necesidad ventosas escarificadas (k). En seguida deben establecerse á los dos lados de la espina cervical cauterios actuales ó po- tenciales. «Restituí etiam solent vertebra? (de- » viatae) si laqueo qui mentum atque occiputium wsustinet, suspendantur quotidie júniores tali »morbo afflicti; sic enim pondere corporis in »rectum deducitur spina , et feliciter saepe »curantur (5). Cuando está próximo á des- prenderse algún fracmento de una vértebra cariada, debe dejársele que caiga por sí mis- mo, en atención á que cualquier esfuerzo vio- lento para estraerlo podría comprometer Ja médula cervical, y ocasionar inmediatamen- te la muerte. ARTICULO IV. Enfermedades de las glándulas y del timo. Tumores. 1.° »Glándulas.—Todas las glándulas in- mediatas al exófago , pero especialmente las (1) Pablo de Egina (De re medica, lib. III ca- pítulo XVIII) aconseja que no se recurra á ninguna medicación, cuando la lujación de las vértebras del cuello se veriüca hacia dentro. Boyer dice (Maladies chirurgicales, t. IV, p. 118): «creemos que debe mi- rarse como un precepto fundado en la razón y en la esperiencia, el de no emprender la reducción de las lujaciones de las apofixis oblicuas, pues la sola ten- tativa de esta operación puede causar la muerte. (2) P. IV, t. I, sect. I,t. II, sect. I. (3) Cfr. c. VII, §. I, n. 1. (4) Aetius (Tetrabibl. I, serm. 4. c. XLVII, 48.3), aconseja establecer alrededor de las primeras vér- tebras del cuello una ventosa, renovada frecuente- mente; por cuyo medio, dice, se ha reducido muchas veces la lujación de las vértebras. (5) Van-Swieten , 1. c. dorsales (1) son susceptibles (2) de llegar á un estado tal de hipertrofia (3) que comprimien- do por el esceso de su volumen la capacidad de este conducto (V), ocasionen la muerte del enfermo á consecuencia de la sed y del ham- bre (5). 2. »Timo.—Se ha demostrado con mu- chas observaciones que esta glándula puede ocasionar el mismo resultado (6). 3. » Tumores.—Pero resulta con mas fre- cuencia todavía este accidente del desarrollo de tumores, por ejemplo, de pólipos situados en los alrededores del exófago (7) entre este órgano y la traquea (*), sobre la pleura, en el mediastino y el pericardio (8); ó de osteos- (1) Se encontrarán muchos datos en Vesalío (De corp. human, fabrica l. V, c. III, edit. Oporin, 1543, p. 389); en Laurencio (Histor. anat. human, corpo- ris, 1. IX, c. XVII, edit. 1600, p. 381), Riolano, me- nor (Anatom. sect. V, c. XLVI, París, 1610 , p. 157), Winslow (De la cabeza, art. 594), Morgagni (Adver- saria anatómica, animadv. III), van Geuns (I. c, p. 167), etc., respecto de si estas glándulas son ór- ganos secretorios ó linfáticos. Este último modo de pensar ha prevalecido en nuestra época; mas por mi parte no puedo menos de decir, que considero á estos órganos como u»ta especie de próstata. (i) «Quare etiam ut mesenterii et inguinum glán- dula? frocuentissime humore viscido et concreto re- plentur, intumescunt; ita et ista? glándula? simili modo gulam comprimunt, cogunt super compressam sedem dilatari, etiter ad venlriculum ita arctant, ut malignus ciborum in eum commcatus et denique nul- lus sit.» (Haller, Elem. physiol. 1. c, sect. IV, g. 4.) (3) Diemerbroeck, Opp. lib. II,c. XVI, Verheyn, Anat. corp. human, lib. 1, tract. III , c. XIV, pá- gina 139. —Tulpius , Observ. med., lib. I, c. XL1V, p. 88. -Bonet, 1. c. , Obs. 16. - Maucharl, 1. c, §. VI. — Heister , Medicinisch. chirurgis. Wahr- nehmung, Beobachtung. 533, pág. 890. —Ruysch, Opp. anat. chirug., t. 111, p. 960. — Van Geuns, 1. c, p. 172.-Nahuys, l. c. p. 10. - Lubal, de un caso raro y quizá el único de degeneración cerebri- forme, en la Revue medícale 1828, noviembre 237. (4) En Verheyn (1. c.) y Cauchan (1. c.) et in- farto do las glándulas del exófago hacía que se to- casen recíprocamente las paredes de este conducto. (5) «Ha? glándula; nonnumquan ob humorum in- fluxum ita intumescunt, ut nimium compriman! et augustum reddant oesophagum sicque potui et cibo, omnique alimento, transitum praecludant, homincm fama? et siti enecent, cuales ter cuaterve, in praxi nos- tra ocurrentes vidimus casus.» Diemerbroeck, 1. c. —I.—G. Becker. De glandulis thoracicis atque thymo specimen pathologicum. Berol. 1826. — Froriep, No- tizen aus dem Gebiete der Natur und Heilk 34. B. n. 18. ' (6) Bonet, 1. c, obs. X. - Verdries, Ephem. acad. nat. curios., cent VIII, obs. 90.-Haller, 1. c, to- mo VIII, sect. I, §. 1. (7) Tulpio, 1. c.-Blancard, Colletc. , phys., cent. III, obs. 54.-\Varne, Cases in Surgery, obs. 9.-Home, Klinischc Versuche, cranhheíts. — Ges- chicht. II, Leichencefnung, p. 248. (*) Ittner. Diss. de brancho.—Mogunt, 1781, pá- gina 10. —Zimmermann, Bou der Erfahrung, 1 B., 1 Th. (8) Jameson, en Edimburg. Versuche und Be- merk.,3 B. N. 26. A esto se refiere la historia de una muerte atroz de Saint-Auban, referida por Boer- haave. Lugd. Bat. 1728 y opuscilí., P, III. (compri- 320 ENFERMEDADES DE LA teatomas bajo del esternón, la primera costi- lla y la estremidad anterior de la clavícula (1). «Diagnostico.—Hay fundamento para creer que el esófago está comprimido por algunas glándulas infartadas, cuantío la disfagia va acom- pañada de síntomas de naturaleza escrofulosa y cancerosa, cuando el enfermo ha padecido mu- cho de infartos , y cuando la respiración per- manece íntegra. La percepción de un obstáculo que tiene su asiento hacia la quinta vértebra de la espalda, descubierto ya por el enfermo mis- ino (2), ya por el médico por medio de la son- da esploradora (3), y la menor dificultad de la deglución durante el decúbito supino, son cir- cunstancias que vienen á confirmar esta prime- ra idea. Los tumores situados en lo interior de la cavidad torácica comprimen , ademas del esófago, al corazón y los grandes vasos; lo cual hace que la disfagia vaya acompañada las mas veces de disnea , que ora se disminuye bajo la influencia de ciertas actitudes , ora se aumen- ta hasta sofocar al enfermo ; de latidos irregu- lares del corazón y de las arterias ; de depre- sión del diafragma con prominencia del vien- tre; de caquexia , y sobre todo del edema de las estremidades superiores. Todos estos sínto- mas reconocen muchas veces por oríjen la ac- ción de una violencia esterior sobre el pecho, ó bien una afección sifilítica. «Pronóstico y tratamiento. — Aunque los tumores glandulares de las inmediacio- nes del esófago se hayan curado muchas ve- ces en individuos jóvenes y sanos , aplican- do debajo de la lengua (*) esponja quema- mia de tal modo un sarcoma al exófago, que el en- fermo no podia tragar ni una cucharada de caldo). Cfr. Nahuys, 1. c, p. 8. (1) PloucqUet, Diss. cit. (2) El hombre en quien halló Heister (I. c.) una glándula dorsal del tamaño de un huevo de gallina, no podia tragar alimentos sólidos ni bebidas , á cau- sa de un obstáculo que sentía, no en en el esófago, sino en el pecho. (3) El modo de servirse de esta especie de sonda es el siguiente : estando sentado el enfermo, con la cabeza un poco inclinada atrás, y después de haber deprimido la lengua, se introduce el instrumento un- tado en aceite, que para un adulto debe ser del gro- sor de un dedo pequeño en su estremidad inferior, y gradualmento mas ancho desde la parte media hasta la superior, que es por donde lo coge el cirujano. Este instrumento se introduce con precaución y deli- cadeza en todo el esófago. Si se llega á encontrar un obstáculo, se determina su distancia á los dientes in- cisivos, lo cual unido con otros datos basta para dará conocer su asiento. Según Nahuys (Le, p. 24), una mano ejercitada puede apreciar muy bien si existe el obstáculo en el esófago mismo ó á sus alre- dedores. De todos modos es indispensable en este caso someter al enfermo á un réjimen dietético de los mas severos, para evitar .que la irritación que resul- ta del paso de los alimentos, venga á agravar la que produce la operación esploradora. (*) Johnston ( Memoirs of the medical societ., of London , t. II, art. 17, pág. 184) coloca debajo de la lengua los remedios dirigidos contra la induración de las glándulas de ia garganta, con el objeto de que da (1), etiope vegetal (2), iodo (3), coniummani- latum (4), sobre lodo cuando estas sustancas van unidas con jabón -i), con el muriato de bari- ta (G), y aun con el mercurio (7) dado en dosis bastante corta para determinar la salivación ; y aunque también se ha conseguido este efecto con la apMcacion de cauterios á cada lado de la quinta vértebra í'orsal, ó con la reproducc;on de una afecc¡onberpéticaretropulsa (8), no siempre debemos prometernos un resultado tan ventajo- so (9). Por mi parte no me atrevo ni aun á em- disolviéndose lentamente, sean absorvidos poco á po- co por los vasos linfáticos, y aplicados inmediata- mente al órgano afecto. Este autor recomienda la prescripción siguiente: esponja quemada, flores de sal amoniaco marcial, de cada cosa un escrúpulo; conserva de rosas C. S. para una pildora, que se co- loca debajo de la lengua , donde la conserva el en- fermo basta que se disuelva completamente. (1) Van Geuns, 1. c., pág. 239 (esponja quema- da , media onza; ova, dos dracmas. Hágase hervir en cantidad suíicientc de atuia un cuarto de hora , y añádase á cada libra una onza de jarabe de corteza de cidra. Dosis, una onza diaria de una vez.) Este reircdio es preferible en mi sentir á cualquiera otro. (2) Fuscus vesiculosus ó encina marina, reduci- do á cenizas muy negras, y administrado á la dosis de algunos granos al dia. Véase acerca de su uso: R. Rusell (Appemlix de quaercu marina ad ejusdem li- brum de tabe glandularum ), Baster ( Opuscul. sub- secib, t. III, pág. 111). Murrav (Appart. medicam. t. V, pág. 537 ), y Van Geuns (1. c, pág. 416). (3) A. Manson , Medical researches on the effeets of Jodine in bronchocele... disphagia, etc. London, 1825 (R. hidriodato de potasa, 36 granos; agua destilada, 1 onza. Mézclese: para un adulto á dosis de 3 á 15 gotas en una taza de agua destilada ; ó bien 5'gotas de tintura de iodo de Coindet en 1 onza de agua endulzada con jarabe de corteza de cidra dos ó tres veces al dia. Pero es preferible el uso estenio de esta sustancia como menos peligroso. R. hidriodato de potasa ó de sosa , media dracma; manteca prepa- rada , 1 onza. Mézclese: frótese el cuello dos veces al dia con una cantidad de esta mezcla del tamaño de una avellana. (4) Kersig , Heinige, Beobachtungen , von ver- hinderten Schlingen. Zveyte Beobacht, en Hufeland s., Journal fur die prakt. Heilk 8 B., 4 s. t. p. 194. 5) Wichmann ,1. c., pág. 176. 6) Kersig. , 1. c. (Prefiero á la barita el muriato de cal á la dosis de una dracma por cada onza de agua destilada, de la cual se tomarán de diez á doce gotas dos veces al dia por espacio de muchos meses.) (7) Recisquio (Opp. analom., chirurgica, t. 111, p. 690), refiérela observación de un enfermo ataca- do de disfagia, á consecuencia de una induración de las glándulas dorsales , que se curó completamente con la salivación. Sin embargo, yo prefiero la opi- nión de Nahuys (1. c, p. 37), y empleo el ungüen- to mercurial en cantidad de media onza ai mes, que- dando muy satisfecho, si se termina la curación en el espacio de medio año. Aqui tiene aplicación el pro- verbio de: festina lente. Los que se alejan de este precepto no obtienen la resolución de las glándulas, y determinan su flogosis, supuración y ulceración. (8) Bang. en act. R. soc. Haun, t. I, P. II. J. P. Franck, Epitom. de cur.hora, morb., I. IV, p. 89. (9) Wichmann (I. c. p. 174) se engaña cierta- mente cuando supone muy fácil la curación de la disfagia dependiente del infarto de las glándulas del cuello. FARINGE Y DEL ESÓFAGO. 321 prender la curación en sugetos de edad avali- zada y afectados de una disposición cancerosa, esteatomatosa, etc., atendiendo áque es fácil que se interese la sustancia del esóRgo bajo la influencia de una compresión prolongada (1). Debemos guardarnos, pues, de atormentar á esta clase de enfermos con ninguna tentativa, á no ser con el objeto de hacerles tragar algún alimento (2). • ARTICULO V. Enfermedades del pericardio, del corazón y de los grandes vasos. 1. ^Enfermedades del pericardio y del co- razón.—De ellas dependen la dificultad dolo- rosa de la deglución y el calor ardiente del esófago que acompaña á la pericarditis (3), á la disfagia (k) y al pólipo del corazón (5); la espulsion de los alimentos en la osificación def pericardio (6); la imposibilidad de tragar y la sensaejojí de sofocación y de contracción en la angina del pecho (7) y la dificultad de deglutir en la dislocación del corazón (8). '2. »Enfermedades de la aorta.—Haremos mérito en este lugar de la aorta ascendente y de su cayado, cuyos aneurismas comprimen muchas veces el esófago, y aun llegan á abrir- se en su interior (9). Sabido es también que la osificación de la aorta ha determinado en algunos casos la compresión de éste órga- no (10). (1) Nahuys, 1. c, p. 24. (2) J. Frank, chap. V, § I, n. 2. (3) Ib. p. II, 1.1, sect. c. VII, § XXIII, n. 1. (Ed. de Leypsick). Véase4¡*mbien Testa, malattie del cuo- re. Nova ediz. di N. N. Sormani, Milano, 1831, t. i, pág. 192). (4) Ibíd. c. X. §37, n. 1. (5) lbid. c. XI, g XL1I, n. 1. (6) lbid. n. 2. (7) Ibid.c. XIII, §. Lili, n. 3. (8) lbid. c. XVI,t|.'LXII, n. 3. Véase además Bonet I. c., obs. 24. Mem. de I'Ac. roy. des scien- fces, 1700 , p. 50. Morgagni, op. c., epist. XVII, artículo 19, 20, 23, 26; ep. XVIII, artículo 17, 22; ep. XVIII, art. 46. -Th. J. Armiger , Case of dys- phagia, produced by an aneurism. of aorta. Medie. chirurg. Transad, t. II, "p. 244, y Hufeland' s. Journal 1816, Junio, p. 128. (9) Ib. p. II, t. II, sect. II, c. XVI, §. 63, n. 2. Cerutti refiere un ejemplo notable Tle ulceración auenrismática de ía aorta que penetraba en él exó- fago, en un apéndice á la versjon alemana que hizo Kiliani de la obra de Copelandius, De syroptomá- tibus et curatione spinae dorsi morbosa?. Lips,, 1819, p. el, tab. 11, fig. 1 y 2, y en Museum patolog. Lips.^i. -743. Cfr., Kunce, I. c, p. 102. Th. H. WrigrfP, en Horn's Archiv. f. med., Erfahr, 1830, noj- dic. p. 1082, refiere otros casos sacados del American Journal of medical scíences.—A. Juglís, en Transactions of the méd. chir. soc of Edimburgh, t. III , p. 2.-A. S- Cooper, en Médicc¿-chirurg. transad,, t. XVI. (10) Dodonaeus, Annot. al chap. III, de Benive- nius, De abditis. morb. caus. TOMO Vil. 3. »Enfermedades de la carótida y de la subclavia. — También debe esperarse que re- sulte el mismo" accidente á consecuencia de los aneurismas de la arteria carótida (1) y de la sub-clavia (2). '4. »Anomalias de la arteria sub-c\avia de- recha.—Es asi mismo de notar que la "arteria sub-clavia derecha por su paso anómalo entre el esófago y la traquea, y la columna ver- tebral (3), puede en algunos casos (h) oponer obstáculos á la. deglución (5). Ciertos autores han puesto en duda este efecto (6), pero hay pruebas inequívocas de su exactitud (7). Esta clase de obstáculos á la deglución ha recibido los nombres de disfagia anómala (8), discata- brosis vascular (9), espasmo angio-áplánico del esófago. «Diagnostico.—Se conoce que la disfagia proviene de una enfermedad del corazón y de los grandes vasos, cuando va precedida de I09 síntomas propios de cada una de estas afeccio- nes (10); cuandq el enfermo busca una actitud esjiecial para tragar (*); cuando la dificultad quL* acompaña á la deglución proviene mas bien de palpitaciones y de ansiedad que de dolor; cuando esta misma dificultad se aumenta por un estado de plétora , ó por una rapidez mayor en el curso de la circulación sanguínea, y últi- mamente cuando las sustancias en el acto de tragarlas, toman como en las demás especies de disfagia un curso retrógado en el esófago. En el caso de haberse declarado estos síntomas desde la infancia (11), y de ir ademas acompa- ñados de debilidad del brazo derecho, é irre- (1) Werner, Epist. gratulatoria, Lips. 1776. Véase F.-A. Weitr Neue Aüzuge aus Disertationen fur Wu- díBTZte Leips. 8 B, p. 95. (2) Benaulme, Memoires de l'Academie des scíen- ces de París, 1699 (por lujación de la cabeza). (3) Kunce, 1. c, p. 42. (4) Las observaciones de Hulmus y-de Valentín (Journal de medecine, chirurgie et pharmacie, 1791, febrero) prueban que puede existir esta anomalía de los vasos sin poner obstáculos á la deglución. (5) G. C- Ludwig es el primero que ba hablado de esta especie de disfagia. (6) Fleischmann,en Abahndl. der rjhys. med. so- cictaót in Erlangen, 2 B., Nurnb. 1812. (7) Olto, Seltene Beobachtungen fur Anatomic, Physiologie und Pathologie, 1 Heft., p. lOl.-Kun- ze, 1. c, §. 43. (8) Bayfort. An account of á singular case of obstructed tieglutition; en Memoirs of the medical society of London, t. II, p. 271. (9) Ploucquet , 1. c. (10) Cfr., obs. de Valsalva, en Morgagni (epist. XVII. art. 19). «Tórax alicuantulum' dolebat. Hiscé addita mox est difficilis , imo prorsus impedita dc- glutitio.». (*) Cumque nec elatam cervicem gerere nec ullo modo deglutiré posset, ubi corpore jacebat ad hori- zontem composito, flecti priroum ír latus deinde in pectus cogebatur , sic ut paulalim mandcre ad vitam sustinendam sibi aliquid posset. Albertini, en Iris- tit. , Bonón, t. I, Opuse, animadv. supér quibuscL diffic. respirí, etc. (ll)*Bayford (I. c.) 21 !22 ENFERMEDADES DE LA gularidad en las pulsaciones (1), puede califi- carse fundadamente la enfermedad de una dis- fagia anómala. En todas estas* circunstancias debe evitarse recurrir al uso de una sonda es- ploradora, por temor de que él instrumento venga á chocar con una colección morbosa de sangre contigua al esófago, y determine por su choque una hemorragia mortal. »Pronóstico y tratamiento.—El pronós- tico se deriva de la naturaleza misma de la afección primitiva. Si no pueden,las fuerzas del enfermo soportar muchas sangrías, si se opone la tos al'uso'del agua helada y de los sorbetes, y últimamente, si ha sido ineficaz la digital, no queda ni aun la esperanza de endulzar los padecimientos del enfermo, y prolongar por al- gunos dias su existencia. ARTICULO VI. Enfermedades del diafragma, del estómago, del higa- do y del bazo. 1.° Enfermedades del diafragma.—Pene- trando el esófago en el abdomen al través de los músculos inferiores y posteriores del dia- fragma, que lo comprimen durante la inspira- ción , y adhiriéndose sus hacecillos carnosos con el septo trasverso por medio de las mem- branas que los cubren, no debe estrañarse que la inflamación (2) , las heridas (3), los espas- mos (i), y quizá otras enfermedades (5) del diafragma produzcan perturbaciones en el ejer- cicio de la deglución. * »2. Enfermedades del estómago.—También se comprenderá fácilmente por qué dificultan la deglución las afecciones que tienen su asien- te en los puntos inmediatos á la estremidad in- terior del esófago; hablo de la plenitud escesi- va (6), de la dilatación (7), de la timpanitis (8), (1) Autenrieth , 1. c. (2) Cfr., P. II, t. ir, sect. II, g. 4, núm. 1, y Heisler, Diss. sistens. obs. medicar, misccllanea, obs. 14. (3) Zitlmann, Med.legal. , cent. II, cas. 31, (4) Morgagni, ob. cit. , epíst. XXVIII, art.«16. , (5) «Id ego foramen (diaphragmatis cesophagum transmitcns) cum in nonnullis mullo brevius , ut in sene quodam bajulo (epist. X, art. 19) invenerim*, in alio autem sene-(epist. XXXVIII , art. 30), non se- cus atque cesophagum, qui ad eam sedero multo la- lior erat, et rubicundior , amplissimam in lalitudi-* nem praesertim, ofTenderim, aegre tuli de neutro tieri me posse certiorem , num quid ibi molestia; aut dif- licullatisin deglutiendo percepissent.».Morgagni, 1. c. Apud Lieutaud (Hist. anat. med., t. II , art. 4, 6, c\ aclis Petropolitanis) cassus diafragmalis-cartilagi- nci et ossei cxemplum est. et varii tumores diaphrag- ¡nali adhaerentes.recensentur, qui si dysphagiam non inusarunt, sedis, ab cesophagi transitu distantia lecit.» (Notas de mi padre.) (6) Ferrein, en la bistoire de l'academie royale des scienecs , an. 1768, p. 45. (7) Acia acad. nat. curios, vol. VI, ob. 73 ;s) Riberius, observat. commum., p. 438* der estrechamiento (1), del estado de supura- ción (2), del escirro (3) del estómago, y mas particularmente del que afecta á la región car- diaca ; asi cSmo de la distensión del mismo ór- gano (k) á consecuencia de las enfermedades del peritoneo (5) ó del intestino colon (6), y h> • nalmente de su compresión por una hidropesía de los ovarios* (7). Las-disfagias que reconocen por causa una afección del estómago van co- munmente acompañadas de una sensación de mal estar en la región epigástrica , de^vómitos, y de un estado de demacración general. Ade- mas el estrechamiento de esté órgano impide la deglución de las sustancias sólidas, mientras que su distensión se opone al paso de los líqui- dos á su parte jnferior. 3.° Enfermedades del hígado y del bazo.— »Entre las causas que pueden estorbar la deglu- ción (8), se ha colocado mucho tiempo hace el volumen escesivo del hígado y»dél bazo (9). En efecto , arrastrado él estómago hacia la le- gión umbilical , por el peso de estas visceras, se halla comprimido su orificio superior , de donde resulta dificultad de tragar, y particu- larmente líquidos. Pero existe otra causa de este mismo fenómeno, ignorada por decirlo asi hasta Morgagni (10). Hé aquí las palabras de este autor (11): «Existiendo en el borde pos- terior del hígado una especie de hundimien- to ó depresión, descrita por Winslow (12), la cual es ocupada por la columna vertebral y por el esófago, en el momento de entrar en el estómago, se concibe fácilmente, que si el híga- do está muy tumefacto en este punto, puede comprimir al esófago contra el cuerpo de las vértebras». (1) Bernard, en epist. ab. etuditis ad Hallerurn scriptis, t. III. ¿2) Layard, en Phyl&sophical transactions , núm. 495.—Leskc , Auserl. Abhandl. practischen u. chi- rurgischen Inhalts aus den phylosoph. Transactionen 3. B., p. 114. (3) Fernelius , De morbis_ partium et sympt., 1. VI, c I. Miscel. acad. nat. curios., dec. II, an. 8, obs. 96.—Bonet, l. c. , obs. 21 , 22.—Triller , I. c, —Lieutaud, 1. c., p. 91.—Abhandl der Sehwe- dischen Akad. der Wissénschaft. , 41 , B., p. 29.— Verhandelingen von Haarlem , t. II, p. 123; t. XII, App., núm. 4. (4) Ya habia dicho Fantonius (in Schol. ad pa- tris , obs. anat. med. 24)- «OEsophagi per vino elon- gati cavitatem evasisse angustiorem ipsum que com- presione arcta'tura stomachum ingressuris cibis obs- titisse.» (5) Lentin , 1. c. ,\p. 182. (6) "Hennig, Merkwurdigc Krankenund scktions- geschicht., en Hufeland' s. Journal der prakt. Heilk. 8 B, 4 St. , p. 35. (7) Mceller , en Baldinger s. Neuen Magaz^O B., p. 180. w (8) Bonet, 1. c, obs. 26, g. 2. (9) Bartholin , epist. med. cent. VI, epist. 14. (lo) Ballonius parece haber vislumbrado este des- cuifrimierüo en Schol. ad obser. 25. (11) Ob. cit.. epist. XXVIII, act. 17. (12) Esposition anatomique du vas ventre , nú- moro 259. FARINGE Y DEL ESÓFAGO. 323 Diagnóstico, pronóstico y tratamien- to.—»EI diagnóstico , el pronóstico y el trata- miento de la disfagia , ocasionada por las en- fermedades del diafragma, del estómago , del hígado y del bazo, se derivan del conocimiento mismo de estas afecciones.» (Pathol. medicóle, por José Frank, 184-2. París, tomo V, pági- na 287 y sig.) *m CAPITULO* III. Disfagia por lesión funcional. articulo i. * Esofagismo.ó espasmo del esófago. Definición.—»E1 esofagismo ó espasmo del esófago , consiste entina constricción mas ó menos completa-y duradera del conducto esó- fago-faríngeo; la cual puede, ó producir una disfagia absoluta, ó impedir solamente la de- glución de los cuerpos Sólidos ó líquidos. Lesiones anatómicas. —»Gomo %l espasmo del esófago es rara vez mortal, ha habido muy pocas ocasiones de observar los desórdenes pa- tológicos que produce en los órganos. En los espasmos recientes es muy probable que des- aparezca enteramente la constricción , desde que cesa la causa que la produjo. Pero no te- nemos ningún hecho, que demuestre quer su- cede lo mismo en los casos en que esta enfer- medad dura mucho tiejnpo. Sin embargo, Bai- Ilie dice, aunque sin citar ningún hecho deter- minado , que después de la muerte se encuen- tra el esófago mas ó menos contraído en cier- tos puntos , y mas duro que eu el estado na- tural ; Howsbip le ha visto estrechado en un paraje, pero sin alteración de tejido, y Lar- rey ha encontrado fuertemente contraidos da faringe y el esófago en algunos' cadáveres de tetánicos. »Monró cree que la membrana mucosa del esófago afectada de espasmo, puede abrirse paso al través de las fibras musculares, y for- mar una hernia mas ó menos voluminosa. Al hablar Garlos Bell (The lancet., tomo XII, pá- gina 70G) de las dilataciones que suelen pre- sentar la faringe y el esófago, dice que pueden Feconocef por causa los esfuerzos repetidos para efectuar la deglución , cuando el esófago está atacado de espasmo. Síntomas.—»El espasmo del esófago sobre- viene por lo regular de repente, algunas veces en medio de la comida , y en individuos que gozan de la salud mas perfecta. Esta circuns- tancia de la invasión repentina de la enferme- dad durante la comida, hace creer muchas ve- ces al enfermo, que se ha detenido un cuerpo estraño en él esófago. »Los síntomas que acompañan al esofagis- mo, varían según ef punto de este órgano, \ie se halla afectado. Cuando el espasmo ocupa la faringe ó la. parte superior del conduelo, si: hace enteramente imposible la deglución, y lo-, alimentos son arrojados inmediatamente con violencia. »Por el contrarío, cuando la constricción exis- te en un punto inmediato al estómago, se ve- rifica la deglución; pero al llegar al sitio afec- to , se detiene el bolo alimenticio, pudiendo permanecer alii mucho tiempo, como lo ha ob- servado Monró, ó retroceder inmediatamente á la boca por un movimiento de regurgita- ción , seguido de un dolor vivo, que se pro- paga desde la faringe hasta el estómago: hay casos en que no es dolorosa esta regurgita- ción , y entonces suelen bajar los alimentos a.1 estómago por medio de una segunda deglu- ción. En un sugeto que observó Courant (loe cit., p. 16), permanecían cierto tiempo encer- rados en el esófago los alimentos , eran empn - jados sucesivamenle , desde la parte superior a la inferior de este conducto, y, por último, lu¿ arrojaba el enfermo con violencia, ó'-pasaban precipitadamente al estómago. «Algunas veces se siente solo la dificultad de tragar en el último bolo alimenticio , qui* se queda detenido en el esófago. HoiTmann y ■Spies han tenido ocasión de observar este últi- mo fenómeno. »La naturaleza de los alimentos suele in- fluir también en la dificultad de la deglución. Hay casos en que soló pueden tragarse los só- lidos, y»otros en que sucede lo mismo con los líquidos. Courant (loe. cit., p. 16) ha visto in- dividuos en quienes los alimentos, sólidos re- corrían con facilidad toda la estension del esó- fago , y que no podían tragar los líquidos, ó lo verificaban solo gota á gota. Dumas (Consull. et obs. de méd. París, 1824, en 8.°, pág. 428) asistió en cierta ocasión á una enferma , en la cual se ejecutaba la deglución de los sólido* mas fácilmente, y con menos dolor que la de los líquidos. »La temperatura de las sustancias que s»- introducen en el esófago, influye también al- gunas veces en la constricción espasmódica dn este conducto. Elselenius (Ancieñ Journ., to- mo LXXXVI , p. 281) habla de un hombre que tragaba sin dificultad los alimentos sólidos y líquidos, cuando estaban calientes, y que es- perimentaba una sensación penosa en el esó- fago , cuando se hallaban á la temperatura de la atmósfera, en cuyo caso se contraía el ori- ficio del estómago, y se detenia el bolo alimen» ticio, hasta que tomaba el sugeto alguna cosa caliente. Tomas Percival y Bleuland citan otro» hechos análogos. También suele observarso por el contrario, y anticipamos aqui esta ¡dea* que el hielo hace desaparecer en ciertos casos la enfermedad. »Hay enfermos, que después de haber mas* cado lentamente, y por espacio de mucho'tiem- po los alimentos, aprovechan un momento fa- vorable , y engañan , según la espresion dr Courant, el espasmo del esófago , pudiendu 324 ENFERMEDADES DE LA tragar igualmente las sustancias sólidas y lí- quidas. «Pero las mas veces no hace el enfermo im- punemente estas tentativas; pues lo regular es que al espasmo del esófago vengan a agregarse otros accidentes. En un enfermo atacado de esofagismo , cuya historia se halla consignada en la Clinique medícale (t. II, p. 8), producía violentos espasmos la deglución de la mas pe- queña cantidad de líquido, en términos que tenia que agarrarse á la cama y echar la ca- beza hacia atrás para no ahogarse. En otro ha- bía pérdida del sentido , acompañada de un ruido semejante al que producen las gárgaras. HoiTmann habla también de otro enfermo que sufría las mayores angustias, porque no podia arrojar los alimentos por regurgitación, ni ha- cerlos pasar al estómago por medio de los lí- quidos. «Ademas de estos síntomas, que se pre- sentan solo en los esfuerzos que el enfermo hace para tragar., hay otras permanentes , y que se aumentan al tiempo de la deglución. Asi es que en algunas personas existe habitual- mente en el trayecto del esófago una sensación de incomodidad , que puede llegar á cambiarse en una constricción ¿olorosa. Esta sensación determina unas veces esfuerzos de espectora- cion , y pone al enfermo en peligro de ahogar- se ; otras ocasiona náuseas violentas, y aun vómitos, en que suele arrojarse un moco abun- dante y claro. Los enfermos esperimeirtan mu- chas veces la sensación de un bolo que sube del cardias á la faringe; y HoiTmann tuvo ocasión de observar á un sugeto que notaba , especial- mente por la noche, una sensación análoga á la que produciría un huevo de paloma , ora en la parte superior , ora en la inferior del esófa- go. En esta clase de enfermos se presenta fre: cuentemente el hipo, y una sed viva, tanto mas incómoda, cuáhto que no es posible sa- tisfacerla , acompañada de un dolor agudo en la región precordial. «Tampoco es raro que se propague el es- pasmo á los órganos respiratorios, en cuyo caso, á los accidentes que hemos enumerado, vienen á reunirse todos los fenómenos de una sofocación inminente: se estingue la voz y la respiración se verifica con interrupción y á lar- gos intervalos. En ciertos casos de esta natu- raleza , en que el eretismo nervioso se ha he- cho general y muy intenso, y sobre todo en que la imaginación aumenta la profunda per- turbación de la economía , sobrevienen, por la respiración de un aire fresco, por la deglución, ó solo por la vista de un líquido, esos acciden- tes formidables, y casi siempre mortales, cuyo conjunto ha recibido el nombre de hidrofobia. «La duración del espasmo del esófago suele variar desde 24 horas, hasta muchas semanas, meses y aun años, como lo ha observado'Zim- mermann; pero en estos últimos casos , hay siempre intervalos mas ó menos largos , du- rante los cuales puedeu los enfermos tragar con facilidad. Esta enfermedad tiene muchas veces la forma intermitente, como se vé en el caso citado, por Mondiere, de una dificultad para tragar , que acompañaba á una fiebre de este tipo, cuya intensidad se aumentaba dia- riamente de una manera alarmante, hasta que cesó del todo con Ja quina. Dumas ha obser- vado también un ¿flecho análogo. (Boisseau, pyretologie physiologiqú,e. París, 1824, en 8.° pág. 97).- Causas.—«Refiere el doctor Stevenson un hecho , del cual debería inferirse que esta enfermedad es hereditaria, relativo á una mu- chacha, que padeció desde su infancia esta afec- ción , de la cual estuvo también atormenta- da su madre. El esofagismo puede igualmente depender de un vicio de conformación del ór- gano. Asi sucedía en un individuo, de quien habla Heverard Home, el cual esperimentaba desde su infancia una estrechez de la gargan- ta, en términos, que si no era'perfecta la mas- ticación , ó si tragaba el enfermo precipitada- mente, sobrevenía un estado espasmódico del esófago, y una especie de sofocación. «Hay dos estados patológicos, el histeris- mo y la hipocondría, en los cuales se observa frecuentemente el espasmo del esófago. Tam- bién se hallan sugetos á él las personas dota-. das de una gran susceptibilidad nerviosa; pero en estos casos cesa por lo regular la enferme- dad , tanpronto como desaparece la causa que la há producido. «Las causas que determinan con mas fre- cuencia el esofagismo son principalmente : las afecciones vivas del ánimo, las pasiones tristes, una corriente de aire frió, la electricidad , la deglución de un líquido frío estando el cuerpo sudando, la de ciertas sustancias como el bele- ño, el arsénico, los hongos, los frutos de la haya , ó los cuerpos duros ó voluminosos; la detención de cuerpos estraños en el esófago, que ocasiona una inflamación mas ó menos profun- da de la mucosa de este conducto; inflamación que se propaga á los nervios que se distribu- yen en él,,y produce la constricción espas- módica. «Carón, médico dé Annecy, ha Visto so- brevenir el espasmo del esófago á consecuencia de una fuerte dosis de emético, que habia pro- ducido vómitos muy numerosos, y Heverard Home le observó también en una señora, que pasando de Irlanda á Inglaterra sufrió un ma- reo considerable, acompañado de náuseas, que se prolongaron por espacio de muchas horas: la repentina desapariciou de un herpes, de un ac- ceso de gota ó del flujo hemorroidal , ha oca- sionado algunas veces el espasmo del esófago. Una contusión en el epigastrio produjo en una ocasión (clinique medicóle , t. II, p. 8) el es- pasmo del esófago'á las seis horas de haber ocurrido el accidente. «Esta enfermedad depende muchas veces ■ de la imaginación, de lo cual citan hechos muy curiosos Lentilius, Boyer, Ziuimermaun, y el FARINGE Y DEL el doctor Mondiere. A esta influencia de ia imaginación , unida á una susceptibilidad ner- viosa particular, deben referirse ciertos casos de espasmo del esófago, que se han atribuido sin razón á la rabia. Tal es, por ejemplo , el que refiere Serres (Biblioth. med., t. XXXIX, p. 234), y en el cual fué atacado el enfermo de una constriccion'del estómago y del esófago con otros síntomas de rabia -, mas de dos años des- pués de haber sido mordido por un perro, quo fué muerto á los dos días, aunque no presenta- ba ninguno de ios síntomas de esta enfermedad. Lo mismo puede decirse de aquel individuo, que habiendo regresado á Francia después de una ausencia de20 años, y sabiendo que su her- mano había muerto de resultas de la mordedu- ra de un [ierro que también lo habia mordido á él, fué atacado de los síntomas de rabia, y pe- reció á los pocos dias. «El espasmo del esófago está muchas veces simpáticamente reunido con 'alteraciones de otros órganos, y asi es que se le ha observado á consecuencia de las alteraciones de la laringe. Howship refiere dos observaciones de esta es- pecie. También se han observado muchos casos de esofagismo durante el curso de varias afec- ciones del útero, y Mondiere (Arch. de med., t. XXXI, p. 464) cita la observación de una mujer afectada de metrorragia á"consecuencia de una metritis crónica; en la cual desapareció el espasmo del esófago luego que cedieron los síntomas de la metritis á un tratamiento apro- piado. Observábase en esta enferma que la constricción espasmódica del esófago se exacer- baba en razón del incremento de la enfermedad uterina. El embarazo suele determinar también el espasmo del esófago; y Riedlin refiere un ca- so de esta especie, en el cual desapareció la enfermedad inmediatamente después del parto (Leonard, De l'allaitement, consideré comnte moyenxuralif et prophylactique, tesis de París, 1822, núm. 196, p. 16). «La inflamación'simple del estómago ha bastado algunas veces para determinar el eso- fagismo , asi como se observa el espasmo de la uretra en la inflamación de la vejiga ; pero donde principalmente ha podjdo observarse la disfagia espasmódica es en las afecciones or- gánicas del estómago. Howship, Avernethy, Heiueken , Monró , etc., refieren varios hechos de esta especie. «Uflimamente se ha visto el esofagismo en algunas enfermedades del cerebro, sobre lo cual refiere Brien una observación interesante (Ancien Journal, t. XIV, p. 315). Con este motivo recuerda el doctor Mondiere (loe. cit.) que Hoflmann colocaba entre las causas mas te- mibles del espasmo del esófago la inflamación de la parte superior de la médula espinal. Tam- poco debe olvidarse, que se ha observado el es- pasmo del esófago-durante el oursodel reuma- tismo. Courant lo ha visto adbmpañar á iina dentición difícil, y persistir hasta el punto de hacer morir de inanición alus niños. Bouteille ESÓFAGO. 325 lo ha observado á consecuencia de vermes des- arrollados en el oido (Bibhth. mct., t. XVI, p. 246), y el doctor Uberto Bettali (ibid., to- rno XXXII, p. 109) de resultas del tenia (ibid., t. X*X1I, p. 109). «Tratamiento.—Si consultamos á los auto- res que han escrito sobre el espasmo del esófa- go, hallaremos que todos están de acuerdo en cuanto á los buenos efectos que generalmente se obtienen de los antiespasmódicos , aunque nada dicen del modo de administrarlos; sin embargo , si hemos de creer á Mondiere , cu- ya opinión está fundada en el análisis de gran número de hechos, veremos que los antiespas- módicos dados interiormente influyen muy poco en el curso'de la enfermedad. Este áíuor solo cita un hecho, en que haya producido efecto se- mejante medicación. En un caso citado por Jourdan (Dict. des scicnc med. , t. X , pági- na 44V) no temió Johnston hacer tomar al en- fermo f.uince §otas de tintura tebaica de cuatro en cuatro horas; y á la sesta toma habia des- aparecido ol espasmo, que.era de los mas vio- lentos, sin volverse á presentar mas adelante. «Los antiespasmódicos aplicados localmen- te, ya al esterior, ya al interior, han dado muy buenos resultados. Chambón de Montaux ha obtenido escelentes efectos de las cataplas- mas de beleño y cicuta. Las fricciones hechas en las regiones torácica y traqueal con una mis- tura compuesto de éter acético y láudano de Rousseau, suelen calmar en poco tiempo el es- pasmo del esófago. «No debe perderse de vista el gran partido que puede sacarse del método endérmico, apli- cado en estas circunstancias, con el cual se ob- tuvo un éxito tan favorable en el caso referido por el doctor Omboni (Arch. de. med., t. XI, p. 438): con este objeto se dará la preferencia á las preparaciones de opio y á las sales de mor- fina. Mondiere aconseja también que se inten- te el uso del. alcanfor, recordando que Pinel (Nosog., t. III, p. 153) atribuye á este medi- camento una acción especial sobre el esófago. También se han empleado alguna vez con buen resultado los vapores antiespasmódicos, dirigi- dos por la boca al esófago. Tomas Percival, Aird, Zimmermann , Monró, HoiTmann y Courant han visto desaparecer algunas veces el espasmo del esófago , haciendo llegar á la boca vapores de asafétida , disueltos eu una in- fusión de plantas aromáticas. «También podrían usarse las preparaciones mercuriales, que han empleado con buen éxi- to , aplicándolas en fricciones sobre el cuello. J. Abernethy, Brisbaue, ECerard Home y Trucy. «Asimismo ha dado buenos resultados lá electricidad á Duncan , Tomas Percival, Cou- rant, Juan Hunter y Monró. Este último cita una observación hecha por Gregorius en una joven histérica, que curó de un espasmo del esófago por medio de la descarga de chispas eléctricas en el paladar: en estas circunstan- 326 ENFERMEDADES DE LA cias pudiera recurrírse también con ventaja á la acupuntura ó á la electro-puntura. «También producen buenos resultados en el espasmo del esófago las bebidas frías y hela- das. Blanc de Marsella , Monró y Tode han obtenido grandes ventajas con el uso de este último medio. «Pero entre todoí los remedios que se acon- sejan para esta enfermedad , ninguno cuenta en su favor tantas curaciones como, el uso de la sonda. Muchos autores, que consideran como nociva esta práctica en la estrechez del esófa- go , la creen muy útil en la contracción es- pasmódica; y en efecto ha bastado en mu- chos casos la simple introducción de la sonda para hacer cesar la enfermedad; en otros ha sido nesesario repetir muchas veces esta intro- ducción. Pero en algunos se halla, tan desarro- llada la sensibilidad é irritabilidad del esófago, que es sumamente doloroso , y aun imposible el uso de la sonda: en el primer caso se reco- mienda untarla con estrado de belladona: en el segundo aconseja Mondiere, que se introduzca una sonda gruesa hasta el punto en que princi- pia la estrechez , y que se la deje por algún tiempo en contacto con dicha parte. Pero con- viene notar un fenómeno que se presenta al in- introducir la sonda , y que podría obligar á re- tirarla antes de tiempo; y es según han obser- vado Monró y Howship, que en el momento en que se pone en contacto el instrumento con la parte afectada de espasmo , sobrevienen con- tracciones que repelen el cuerpo estraño; mas sosteniendo este contacto , y aumentando gra- dualmente la compresión , cesa ordinariamente el espasmo, y puede introducirse la sonda. «Por último, si fuese la imaginación la cau- sa primera de la enfermedad , debería recur- rírse á la medicina moral, y emplear según las circunstancias medios análogos al que produjo tan felices resultados á Boyer.» (Velpeau', Dict. de Med.-, 2.a edición , t. 21, pág. 420 y si- guientes.) ARTICULO II. Parálisis del esófago. «El esófago, como todos los órganos reves- tidos de una capa muscular, puede ser atacado de parálisis, y Galeno designaba bajo' el nom- bre de gula imbecillitas este último estado de la faringe y del esófago. «Síntomas.—La parálisis del esófago suele sobrevenir de un modo repentino: en los es- fuerzos que se hacen para tragar está agitado muchas veces el cuerpo de los enfermos de movimientos convulsivos; cuando es incomple- ta la afección , solo se esperimenta dificultad al tragar cuerpos de poco volumen , y á veces se puede introducir en el estómago alguna can- tidad de materias solidase líquidas, tragándo- las en cierto modo de una vez y con prontitud; y por el contrario si se quieren tragar lentamen- te se esperimenta una gran dificultad, ó una imposibilidad completa para hacer bajar las sus- tancias hasta el estómago. Pero se observan muchas variedades respecto de esto :'unas ve- ces les cuesta á los enfermos mucho trabajo tragar los alimentos scmilíquidos, como sopas ó papilla, y por el contrarío tragan con mucha facilidad los alimentos sólidos como el pan. En ciertos casos se ven obligados á tomar después de cada bocado cierta cauítidad de líquido, para facilitar el descenso del bolo alimenticio. «Cuando es completa la parálisis, se hace enteramente imposible la deglución: entonces se detiene el bolo alimenticio en la parte supe- rior del esófago y aun en la, faringe, y pasa á las vias aéreas , determinando golpes de tos que pueden producir hasta la asfixia; ó bien es espeliibxá consecuencia de un esfuerzo' repen- tino de espuicion por la boca ó las fosas nasa- les. En los esperimentos hechos por Breschet y Miine Edwards sobre la sección de los nervios neumogástricos sé observaron alguna vez vó- mitos, que cesaban haciendo pasar una cor- riente eléctrica por las estremidades de los nervios divididos (Arch. de med. , tomo VII, p. 198). Wilson y Collomb observaron también en los casos de parálisis del esófago una saliva- ción abundante, que. dependía dé que no se po- dia tragar, ni aun esté mismo líquido (Recueil. period-, t. XLV, p. 453). «Causas.—Las afecciones .vivas del alma, el abuso de los licores alcohólicos, la metásta- sis reumática, el uso de ciertos gargarismos, cómo soii todos aquellos en que entra el aceta- to de plomo , suelen determinar en el esófago- una parálisis las mas veces pasagera. No suce- de lo mismo con las causas que obran sobre los nervios que se distribuyen en el esófago, las cuales producen una parálisis duradera de este conducto. Los esperimentos que se han hecho con el fin de determinar la Influencia de los nervios neumogástricos sobré la respiración, han demostrado, que su sección producía también la parálisis del esófago. Baglivio, Valsalva, y mas recientemente Dupuy, han encontrado siempre en la autopsia de los animales, en quienes ha- bían hecho estos esperimentos, fuertemente dis- tendido el esófago por las sustancias alimenti- cias. Ademas de esto la patologia ha venido á confirmar loque habia ya demostrado la fisio- logía esperimental.Asi cs.que Koehler (Bibliot. med.', t. XXXIV, pág. 38) encontró paraliza- do el esófago á consecuencia de la compresión que ejercían unos tubérculos pulmonares sobre los nervios que concurren á la deglución; Ro- lando atribuyó en otro caso esta afección á la tensión de los nervios neumogástricos (Ar- chiv. de med-, t. XX, pág. 298). Wilson (Rsc. period. , ¿. XLV, pág. 43) observó esta pará- lisis á consecuencia de una hinchazón conside- rable, de las vértebras cervicales, debida á una causa sifilítica , y Larrey la vio también de re- sultas de un lanzazo, que penetró en el lóbulo posterior del hemisferio izquierdo del cerebro, FARINGE Y DEL ESÓFAGO. 327 llegando probablemente hasta el centro oval de Vieussens ( Recueil des mem. de chirurg., Pa- rís, 1821, en 8.°). En una observación que presentó Montaut á la Academia de medicina, refiere un caso de parálisis producida per un hidatide desarrollado en la base del' cráneo. Wepfer cita un caso de apoplegia en que esta parálisis produjo la muerte del sugeto; y á una . afección de este género debe referirse también otro caso citado por Flandin. El enfermo que es objeto de esta observación era un indivi- duo de constitución apoplética, que al ir á . beber un vaso de agua azucarada, se halló im- posibilitado de tragarla por falta de acción en el esófago. A pesar de que se le lucieron varias sangrías , sobrevinieron contracciones en. los . músculos del lado izquierdo de la cara , con entorpecimiento de la palabra y parálisis incom- pleta del movimiento y de las sensaciones, que- dando el esófago completamente paralizado. Se curó este enfermo con la aplicación de la son- da esofágica(Journ. hebd. , 1831 , núm. 41). Tampoco es raro encontrar la parálisis del esó- fago en los dementes, en cuyo caso pueden pe- recer los enfermos de asfixia, ya permanezcan los alimentos en el tubo esófago-faríngeo, ya se introduzcan en la traquearteria. Esquirol ha fijado la atención de los médicos sobre este punto importante eií una memoria estadística sobre la casa real de Cuarentón ( Ann. d' hy- giene publique , 1829 ,.núm. 1, pág. 141). » También suele observarse la misma afec- ción en las fiebres atáxicas y adinámicas , y en otras muchas enfermedades, cuando se halla hasta cierto punto estinguida la inervación. El doctor Krueger , según refiere Mondiere , la observó á consecuencia de una larga abstinen- cia. Monro dice también que suele presentarse después de la fiebre ámarUla (Morbid. analo- my of the gullet , etc., pág. 36). «Tratamiento. — Cuando no puede el mé- dico distinguir fa causa de la parálisis del esó- fago, como sucede por desgracia las mas veces, tiene que recurrir iiecesaríairiente al empiris- mo ; pero cuando acierta con el oríjen del mal, le es muy fácil establecer las indicaciones tera- péuticas. Recordaremos ton esté motivo un caso observado por el doctor Wilson (.[oc. cit. , pá- gina 290), en el cual se vio desaparecer bajo el influjo de un tratamiento anti-venéreo, una pa- rálisis del esófago, producida por la compresión que ejercía en los nervios neumogástricos un exostosis de las vértebras. «Entre los medios empíricos que han dado mejor resultado deben contarse en primera lí- nea los escitantes de todas clases, y sobre todo la electricidad : Monro asegura haber curado por este medio muchos enfermos. Pero al lado de estos resultados felices deben recordarse los obtenidos por Portal y Gollomb , que están le- jos de ser tan satisfactorios ; pues muchas ve- ces se han visto obligados á suspender el uso de dichos.medios, por haber sobrevenido acci- dentes de mas ó menos gravedad. «También pueden emplearse con buen éxi- to linimentos escitantes, vejigatorios simples ó curados con estricnina , y este mismo medica- mento aplicado á las partes laterales del cuello; ademas se usan gargarismos tónicos y" esci- tantes , que pueden hacerse con agua cargada de cierta cantidad de mostaza en polvo (Sedi- llot, Recueil period. , t. XL, pág. 181). «Pero al mismo tiempo que se trata de es- citar las contracciones de la túnica muscular del esófago, es indispensable, cuando la parali-, sis es completa y no puede llegar al esófago ninguna sustancia alimenticia,sostener las fuer- zas del enfermo, ya por medjo de lavativas nu- tritivas, ya introduciendo los alimentos en el. estómago; para lo cual se hacen inyecciones de caldos ó de sustancias líquidas por medio de una geringa armada de un tubo de goma elástica, se- gún el método de Portal, ó como lo hacía Beau- ve por medio de su cánula esofágica: también se podría , siguiendo el ejemplo^tíe Willis , que lo puso en práctica por espacio de diez años en un mismo enfermo, empujar hasta el estómago por medio de una ballena armada de una esponja, el bolo alimenticio detenido en la parte superior de la faringe: por este mismo medio sostuvo Baster catorce meses á una joven atacada de parálisis del esófago, cuya historia puede verse en una carta que escribía este autora Vander- wiell en 1682 (Obs. rares de med., trad. por Platique, t. II, pág. 269).» ( Velpeau, dic- tion. de med., 2.» edic.,Jt. XXI, pág. 426 y siguientes.) CAPITULO IV. Hemorragias. «Quibus fauces saft'guine et interdiu replen- «tur, dum ñeque capitis dolor praegresus fue- «rit, ñeque tussis, ñeque vomitus, ñeque fe- «bris prehenderit, ñeque pectoris aut dorsi do- «lor tenuerít, in bis nares et fauces inspicien- »dae, num quod ulcus in eo loco compareat aut • »*6Ji**x (1). Qua? ultima vox tenebras textui «Hipocratis aflundit; sed (non sine contra- «dictíone) (2) hirudinem significare credit Ga- «leuus , á qua cum aqua epota ipse hominem «cruorem evomentem conspexit (3); conspexe- »runtque alii (4), Sub ea quam habitualem vo- (1) Hipócrates, 1. II, praediction. 2, pág. 28, edit. Foesii. (2) Chr. Helwich , De haemorrhoidibus oris. Mis- ccll., ácad. nat. curios. , an. 9 , obs. 118. (3) En la esplicacíon délos términos de Hipócra- tes, ó, según la inscripción latina , en la esplicacíon de ias lenguas; éntrelos libros de la Isagoga, p. 143. (4) Se ha observado un ejemplo de sanguijuelas en el esófago, en cuatro militares, que por espacio de quince dias estuvieron arrojando continuamente san- gre, unas veces en cantidad de muchas libras , y otras en menor proporción , acompañada á veces de tos , de una sensación de cuerpo estraño. en la gar- ganta, y de alteración de la voz. Estos enfermos es- 328 ENFERMEDADES DE LA «cavimus synanchem , plerumque vena; per «pharyngem dispersa?, indolem varicosam ma- «nífestant aclevi ex causa sanguinem extillant. «In alus sine phlogoseos pra?sentia , apertis vix «fauctbus , ha? pharyngis varices, quasi retís «in modum disposita?, mox oculis sistuntur, nec «raro sanguinem vel sponte oris cavo affun- «dunt (1). Foemína? cui sanguis per uterum ab «octo jam annis non responderat, exemplum «vir magnus (2), reliquit, ac sputi sanguinis «frecuentius originem in posteriore pharyngis «pariete eroso detexit; sine quavis erosione, «sanguinem sat multum ex vasis pharyngis va- .«ricosis manifesté ac sa?pius scaturisse nos ipsi «compeximus (3).» ¿Qué médico no ha hecho la misma observación al tratar de investigar las causas de las hemorragias? (4). perimentaban ademan cierto prurito , ó -mas bien la sensación de un gusano,.que se arrastraba, ya en el I esófago, ya hacia la abertura posterior de las fosas nasales. Todos estos síntomas desaparecieron des- pués de la "espulsion de las sanguijuelas, Vander- monde, Recueil periodique, 1758, pág. 127.-Cfr. Ni- colai, Patologie, 6 B, pág. 429.-Double, en elJour- naí general de medecine , t. XXV, pág. 177. Se han visto sanguijuelas aplicadas en las narices escaparse hasta el esófago , y determinar la muerte á conse- cuencia de un enfisema (Froriep , Notizen aus dem Gebiete der Natur und Heilk, 38 B., núm. 19, pá- gina 304. (1) Una mujer de sesenta y tantos años , artrítica y valetudinaria , fue atacada de dolor de cabeza y de tos, y arrojó de repente por la boca una gran canti- dad de sangre grumosa , y tan tenaz que fué muy di»- fícil separar sus Obras de los dientes (Detharding, en Ephem nat. cur. cent. Vil, obs. 75, pág. 178). Un joven que habia estado sujetocon mucha frecuencia á una espectoracion sanguinolenta, arrojó tal cantidad de sangre por la boca ,*de resultas-de haber dado.un paseo al sol en un tiempo nrtfy caluroso, que estuvo en peligro de perder la vida. Habiendo acudido el pa- dre de Schurig , reconoció , después de haber de- primido la lengua por medio de una sonda , que el flujo sanguíneo provenia de la garganta , mas abajo de la úvula , j, que fo.maba una especie de chorro: en su consecuencia introdujo por medio de una gerin- ga una inyección de agua albuminosa sobre dicho punto, y cesó inmediatamente la homorragia (Schu- rig, 1. c. ,c V, §.5, pág. 250). (2) Morgagni lo refiere en los términos siguientes (l.'c. , epist. anat. IX, art. 14): «Mulieris viduae cum sedulo cadáver Bononiaj incideiem anno 1706, cumque scirem , ex quo sanguis ipsi per uterum non responderat, octo ferme annorum spatio súbinde san- guinem ita expuisse , ut mihi de pharynge prodiisse videretur; non frustra hujus cavum perlustravi. Ñe- que enim posteriorem modo- ipsius parietem valde erosum contra epiglottidem inveni; sed et ipsamfor- nicis membranam certo loco nigricantem , exesam at- que adeo omnino perforatam deprehendi.» (3) J.-P- Frank, Epitome de cur. hom. morb., 1. V, P. II, p. 154. " (4) Areteo dice con mucha razón (1. II,De caus. et sign. acut. morb., c II): «A gula igitur haud itá sai- pe per rarefactionem solet sanguis effluere, cum ob cibos potionesque refrigeratio, et adstrictio cjus par- tís condenset. Quin etiam erosiones haud frecuenter fiun ac minus quam rarefactio,gulaminfestant,qujp- pe fluxiones crodentesnon multum temporis in ea sub sistunt; sed aut expuuntur aut ad inferiora pelluntur. «Las varices del esófago suelen dar lugar al desarrollo de una afección carcinomatosa, que presenta los caracteres del fungus hema- todes (1). Las hemorragias que entonces re- sultag, deben tratarse según las reglas que he- mos establecido en otro lugar, y que todavía tendremos ocasión de repetir. Existe un ejem- plo muy notable de hemorragia, procedente de una úlcera de la faringe, el cual se curó por la ligadura de la arteria carótida primiti- va (*). Para hacer perecer las sanguijuelas fi- jas en la garganta, se aconseja tragar una mezcla de manteca y vinagre (2) y mantener en la boca un poco de agua de nieve; pero yo creo preferible á estos medios una disolución de sal común. (Patologie medícale par J". Frank, t. V, p. 278 y siguientes). CAPITULO V. , De ba __ esofagitis. ' . Definición. — «Llámase esofagitis la infla- rríacion del esófago: puede ser aguda ó cró- nica. Aunque esta enfermedad es mas común en la infancia por el estado de congestión en que se halla la parte superior'del tubo diges- tivo, se observa* también frecuentemente en el adulto, y aun puede manifestarse en el feto, durante el periodo de la vida intra-uteri- na. Es generalmente esporádica, pues cuan- do se ha observado epidémicamente, era como complicación de la angina ordinaria ó dé la angina escarlatinosa y membranosa. 1.° Esofagitis simple. Lesiones anatómicas.—«En la autopsia de los individuos que han sucumbido á una esofagitis simple, se enouentra enrojecida la membrana mucosa * ya uniformemente , ya por chapas, presentando estrías sanguíneas, arborizaciones y una mucosidad abundante y espesa. Ademas de esta rubicundez, que va- ria desde el color pálido de rosa hasta el en- carnado oscuro, se encuentra la mucosa, ya engrosada, ya reblandecida; al paso que el te- jido celular submucoso está unas veces friable, y otras edematoso. Por lo regular se observa, especialmente en los niños, que el epitelium Frecuentius gula; incldit ruptio; itaque si interdum rupta est, non tam magnje, sicuti á pectore, sanguinis profusiones iiunt; in causa est venularum quae ibi sunt arteriarumque tenuitas; sanguis vero exiens non magnopere nigr¡cat,'subfJávus est, non «xacte la?vo- rem habet, aut saliva permixtus est, cum nausea et vomitu rejicitur; levis tussicula citatur, modohu- midum quidpiam movens, modo árida: id evenit quoniam gulae affectum arteria quoque participat, se- cumdum illam extenta et adhasrescens.» (1) Mangetus, Bibliothec. pract.' 1. IV, p. 860. (*) Hervert, Mayo, en London med. au Physic. Journ. 1829, Dic, y Bulietin des sciences medica- les, 1830, abril, p. 122. » (2) Benedictus Victorius, vol. VU , c. XXVII. FARINGE Y DEL ESÓFAGO. 329 se halla enteramente destruido ó desprendido en grandes porciones, y en su lugar se encuen- tra una materia amarillenta, semejante á la qué atrojan los enfermos. En cuanto á las ul- ceraciones , pueden ser únicas ó múltiples: afectan diferentes formas, y ocupan, ora la parte inferior, ora la superior y posterior del esófago Ordinariamente son poco estensas, pero también pueden tener muchas pulgadas de largo; ofrecen los bordes cortados perpen- dicularmente, gruesos, rojos y sanguinolentos; el fondo amarillento ó pardusco, formado qui- zá por el tejido celular sub-mucoso, ó por las fibras musculares hipertrofiadas : finalmente, en otros sugetos está destruido todo el grue- so de las paredes, y el fondo de la úlcera se halla formado por algún órgano inmediato que ha contraído adherencias con el esófago; asi se observó en un caso que refiere Scoutet- ten (Diss. inaug.", París, 1822, p. 22), en el cual e&taba cerrada la abertura por la cara anterior de una vértebra, que impedia el der- rame de los líquidos en la Cavidad torácica. ' Casi siempre están rodeadas las ulceraciones de una areola encarnada, presentándose ade- mas señales de inflamación en otros puntos del esófago. •. . «Síntomas.—Los mas constantes son, un" dolor ligero al principio, y que luego se va haciendo cada vez mas vivo, hacia un pun- to cualquiera del esófago. Este dolor, que va acompañado y muchas veces precedido de ca- lor y sequedad, se aumenta cuando habla ó ejecuta movimientos de deglución el enfermo, y se hace intolerablc'cuando pasa el bolo ali- menticio por el punto .inflamado. Puede ser tan vi.vo que por evitarlo se* prive el enfermo de beber, aunque se halle atormentado por la sed mas intensa; y á veces recorre sucesiva- mente toda la estensjon del esófago » aunque por lo regular es fijo. Conviene tener presen- te que suele el dolor ofrecer particularidades que es bueno conocer para no incurrir en er- ' rores..Asi es que desde el principio de la in- ' flamacion, cualquiera que sea el punto del esófago en que esta resida, -refieren los en- fermos el dolor á la parte inferior de la farin- ge por una sensación análoga á la que espe- rimentan en la estremidad de la uretra los in- . dividuos cpíe padecen blenorragia 4 cálculo vesical. Esta particularidad del dolor fué muy notable en una observación recogida por el doctor Noverre (Bullet. de la Faculté de med. de París, t. VI, 18J9). Algunas veces se hace sentir el dolor entre los omoplatos, en la la- ringe ó en el epigastrio. En un caso referido por Roche (pathol. médico-chirurg., t. I, pá- gina 454), la presión ejercida iiynediatamen- te por debajo del apéndice sifoides, determina- ba una sensación análoga á la que produci- ría un cuerpo que subiese hasta la garganta, acompañada de" un dolor sordo y tenso como una cuerda v-desde uno de estos puntos al otro. Broussais (Annales, t. III, p. 254) ob- servó también un enfermo afectado de esofa- .gitis, el cual esperimentaba la sensación de una bola, que subiendo de la región epigás- trica á la laringe se detenía en este puntó. - «Ademas del dolor que sufren los enfer- mos afectados de esofagitis, se ven también atormentados por el hipo, cuyo fenómeno era considerado desde muy antiguo como síntoma de esta enfermedad, puesto que Van-Swieten y Hollinan lo atribuyen á la presencia de af- tas en el esófago, antes de que aparezcan en la garganta ó en la boca. Este hecho impor- tante ha sido confirmado después por la ob- servación. Mondiere (loe cit.) lo considera también, sino como un síntoma constante de la esofagitis, al menos como de los mas gene- rales,j esta opinión adquiere tnas probabili- dad, si se considera que en los casos de heri- das del esófago se ven atormentados los en- fermos por el mismo síntoma. «El espasmo del esófago es un signo muy frecuente de su inflamación. Es unas veces continuo; otras, y son las mas, no se presen- ta la contracción espasmódica sino en el mo- mento en que trata el enfermo de tragar, prin- cipalmente líquidos. En efecto, cuando estos llegan á pasar por el punto inflamado, son re- chazados casi siempre, y arrojados por la bo- ca y las narices. «Obsérvase también constantemente en la esofagitis una espuicion mas ó menos difícil y abundante de materias viscosas, sobre todo cuando la inflamación ha invadido al mismo tiempo la mucosa del esófago y las criptas que cubre. Asimismo se notan muy á menudo vó- mitos viscosos continuos, que no dependen de un estado patológico del estómago, como lo demuestra la autopsia, y que mas bien pare- cen simpáticos, ápesar de la opinión de Bou- venot, quien cree que las afecciones del esó- fago no determinan nunca vómito simpático (Diss. inaug. sur le vomissement, p. 58, Pa- 'rís,1802). «Generalmente no va acompañada la eso- fagitis de fenómenos de reacción; pero suelen observarse.alguna vez. También se han nota- do en ocasiones alguna hinchazón on las par- tes laterales del cuello; pero lo mas constante •es que íá presión mas ó menos fuerte, ejprcirla sobre las partes afectas, en la dirección del esófago , ocasione ó aumente el dolor, y de- termine en ciertos casos la tos. Algunas veces esperimenta el enfermo, según Renauldin, una sensación particular, como si el bolo ali- menticio quisiese tomar una dirección distin- ta de la del esófago (Dict. abrege art. aso- phagil.) • . «Últimamente , puede suceder que la in- flamación haya producido hinchazón en un punto cualquiera del conducto, resultando que los alimentos, que al principio pasaban con di- ficultad, no puedan atravesar por este parage, y sean arrojados -poco tiempo, después de su ingestión. Cuando el punto inflamado y el obs- 330 ENFERMEDADES DE LA táculo que opone tienen su asiento en el ori- ficio cardiaco, se efectúa bien la deglución; pero «1 llegar las sustancias sólidas á dicho punto se detienen, y entonces es cuando se manifiesta entre los omoplatos un dplor vivo, acompañado de vómitos de los alimentos y de abundantes mucosidades viscosas, mezcladas algunas veces con estrias de sangre. «En los niños son mas oscuros que en el adulto los síntomas de la esofagitis. Experi- mentan aquellos una sensación de malestar y* de sufrimiento, que no puede esplicarse por la lesión de ningún órgano importante. Se nie- gan ábeber, ó beben poco, dando gritos des- pués que lo han verificado; existe casi cons- tantemente el hipo ; hay regurgitaciones fre- cuentes y vómitos mas repetidos que-en el adulto. Finalmente, Billard ¿la como signo de esta enfermedad la circunstancia dé que vo- mita el niño la leche que ha mamado , sin al- teración alguna , por los órganos digestivos. » Terminaciones. — Puede terminar la esofagitis por resolución, y debe decirse que felizmente es este el éxito mas frecuente de semejante enfermedad. «Cuando la inflamación es violenta, y so- bre todo cuando está limitada á una corta por- ción del esófago, y no se ha recurrido con bastante prontitud .y energía al tratamiento. antiflogístico, puede terminar por supuración; en cuyo caso se forman abscesos en el tejido celular que une la membrana muscular con la mucosa. Esta terminación no es rara, y aun parecería mas frecuente, como observa con mucha razón el doctor Mondiere, si no fuera porque suele abrirse el absceso, y ser arrojado o absorvido el pus, sin que lo note el enfermo. «También puede terrnyiar la esofagitis por ulceración, la cual se.manifiesta en todas las edades y aun en el feto contenido en el seno materno. Asi es que.Billard (loe cit.) encon- tró dos ulceraciones de tres á cuatro líneas de largo, y situadas en la parte superior del esó- fago, en un niño que murió á las treinta y seis horas de nacer; y en otro de seis* dias halló también una ulceración semejante, cerca del cardias. Por lo demás, esta terminación (h? la» esofagitis no es tan rara como á primera vis- ta parece; pues ha sido observada por Car- dan, Gordon, Ambrosio, Pareo, Riolajio y al- gunos otros médicos modernos. J. B. Pallete refiere también un caso muy interesante que puede consultarse con utilidad (Exercit. pa- tholi, 1820, en 4.° p. 228). «"Los síntomas que anuncian la ulceración ' del esófago son: dolores al tiempo de la de- glución, mas vivos que los de la esofagitis simple, vómitos de materias viscosas de dife- rentes colorea, y aun sanguinolentos, suma dificultad y á veces imposibilidati absoluta de tragar alimento's sólidos, y una salivación abun- dante , sobremodo, en los casos en que ocupa la ulceración la parte superior del esófago. * «Aunque está demostrado con varios he- chos, que la esofagitis puede terrninar por gangrena, no deben aceptarse sin examen to- dos los ejemplos de este-género que se*eh- cuentran consignados en la ciencia. En efec- to , muchos de estos casos se refieren al reblandecimiento gelatíniforrne del esófago. «Tampoco pjjede decirse que la gangrena sea un resultado constante de las inflamacio- nes intensas, pues'Tiiuchas veces depende de una causa interna1; como sucedió en un niño de quien habla Duges (nature de la fiebre, vo- lumen II, p. 432) en el cual principió la gait greña por la bóveda palatina, y desde allí se estendió al esófago. También pudiera referir- se á una acción especial del agente deletéreo la gangrena del esófago observada á cojise- .cuencia de un envenenamiento por los hon- gos (Orfila, méd- leg., vol.JHl, p. 339). Los síntomas que se han notado en estos casos de gangrena, son:, dolor, tumefacción del-cuello, eructos que se hateen cada vez mas raros.has- ta llegar á cesar del todo cuando el esófago ha perdido su fuerza contráctil; finalmente debilidad é intermitencia de pulso, y una pos- tración considerable de las fuerzas, .que no .puede esplicarsepor la lesión tie ningún órga- no importante. Mondiere (loe cit.) creé que el aliento de los enfermos debe exhalar un olor gangrenoso, aunque en las observaciones que tiene á la vista no se ha hecho mención de este síntoma, por lo cual debemos esperar á que lo confirmen los hechos. «Cusas.—La infancia y la adolescencia predisponen á la» esofagitis , la cual parece también que se ha desarrollado varias veces á consecuencia del abuso de ciertos medica- mentos, como.el mercurio, el opio y el iodo'. Las causas mas comunes de esta enfermedad son: la deglución de sustancias acres y cor- rosivas, de ácidos concentrados, de agua hir- viendo ó demasiado fria cuando el cuerpo está sudando, el paso de cuerpos estraños, que, obran en razón de su volumen ó de suiorma, las tentativas repetidas inconsideradamente para estraer ó rechazar estos cuerpos estraños en el estómago. También suele desarrollarse sin causa especial, ó durante el curso de otras enfermecradesi como la rabia, él tétanos, la fiebre anfarilla, las viruelas, etc. A veces su- be la inflamación desde el estómago al esófa- go , y mas frecuentemente tbdavíá se la ve es- tenderse siguiendo un orden inverso, desde la parte inferior de la faringe al esófago, cu- ya particularidad se observó en un número considerable de enfermos durante la epidemia de anginas , cuya historia está consignada en los Annales* de Montpellier (t. IV, p. 87]. Cullen hace mención de ima inflamación eri- sipelatosa de la membrana interna del esófa- go que suele estenderse hasta el ano.*No es raro que la inllamacion recorra de este modo toda la membrana mucosa. El.retroceso de , citrtas flegmasías de la piel, suele dar origen FARINGE Y DEL ESÓFAGO. 331 á la esofagitis: asi sucede en la escarlatina y el sarampión; también se fija el reumatismo sobre el esófago, de lo cual se halla una ob- servación en el Journal general de medecine (t. LII, p. 161). Ultiniamehte, el espasmo del esófago parece tener cierta influencia sobre la .producción de la esofagitis, aunque lo hayan negado algunos autores.- «Tratamiento.—Cuando es lig'era la eso- fagitis debe reducirse el tratamiento á la pri- vación de alimentos sólidos y bebidas esii-* mulantes,- y al uso de líquidos suaves, muci- laginosos, y de una temperatura poco eleva- da. Debe ademas recomendarse «1'silencio al enfermo para evitar la irritación que produ- cen los movimientos de la lengua trasmitidos .hasta el esófago. Las cataplasmas emolientes alrededor del cuello, los .baños de pies sina- pizados , y los derivativos suaves sobre el lu- ho digestivo servirán para completar el trata- miento. «Cuando la inflamación ha principiado con demasiada intensidad, ó han sido insuficien- tes los medios que dejamos indicados, debe recurriré á la sangría del brazo, repitiéndo- la tantas veces cuantas lo permitan las fuerzas del enfermo. Cuando reside la flegmasia enia' parjte superior del esófago, aconseja Federico HoiTmann que se praclique la sangría del bra- zo y.después la abertura de la vena sub-lin- .guaj, mélodo que se usaba ya en la anti- güedad , y que ha recomendado últimamente Janson. «Pero el medio mas eficaz á que puede recurrirse es el de las evacuaciones locales. Pueden practicarse estas por medio de san- guijuelas ó de ventosas, y debe insislirse en su aplicación ínterin persista la inflamación ó se recele que puede pasar al estado crónico, en cuyo caso deberá combinarse también con los revulsivos, como* son , pediluvios, pur- gantes, sinapismos y vejigatorios. Bleuland ha obtenido muchas ventajas con el uso de estos- últimos colocados entre los omoplatos. Últi- mamente , si no bastasen estos medios, deben • aplicarse sin Vacilar uno ó muchos moxas en el ' punto mas inmediato al que ocupa'la afección. * «En los niños de pecho Beben emplearse las sanguijuelas en número de dos á cuatro. Las bebidas estarán.á la'temperatura de lá leche recien salida del pecho de la madre. De- berán, beber ó mamar en cortas cantidades, es- pecialmente si vomitan á poco de haber bebi- do. Se les aplicarán cataplasmas alrededor del cuello, y se establecerá una ligera derivación sobre los intestinos,.ya p"or medio de algunos granos de calomelanos, ó. ya con lavativas de agua azucarada. 2.° «Esofagitis foliculosa.—Los folícu- los mucosos de la membrana interna del esó- fago pueden inflamarse aisladamente, como los que ocupan las demás porciones del tubo digestivo. «No suele ser raro hallar en los individuos que .sucumben á la rabia un estado flegmásico de los folículos mucosos del esófago. Darlue, Lavirotle, Andry, Portal y otros muchos los han encontrado mas desarrollados, mas volu- minosos, y obstruidos trasta cierto punto por una linfa espumosa,«qu<' formaba en ciertos ca- sos una capa espesa sobre la cara interna dp\ esófago. También suele encontrarse en el crup, especialmente en la pa»te superior del esófa- go-, esta misma alteración de los folículos mu- cosos. En la epidemia de Gotinga observaron alguna vez lloederer y Wagler esta misma alte- ración, la cu:il se notaba especialmente en la parle superior del esófago-,' donde estaban los folículos, ya infartados y llenos de moco, ya vacíos, deprimidos, y con una abertura ma- yor en su centro que penelraba en stfcavidatf. Denis vio también muy desarrollados los fo- lículos del esófago , sin que presentase la me- nor inyección la membrapa mucosa, en niños que habían sucumbido á gastro-enteritis agu- das ó crónicas, en los cuales formaban, se- gún dice este autor, tumores pequeños, de donde se»hacia salir por medio de Ja presión una materia blanca pultácea. Refiere Billard un hecho que comprueba, que lá alteración que nos ocupa puede desarrollarse en el feto durante la vida intra-uterina (Traite des ma- ladies des enfans nouveau-nes, p. 27.5). Últi- mamente deBón referirse á esta alteración, en su grado mas avanzado , las ulceraciones que observó Louis en el esófago -de algunos enfermos que sucumbieron á la fiebre ti- foidea.. «Son muy oscuras los síntomas que acom- pañan á ta inflamación folicular del esófago; lo cual depende de que' rara vez se limita á dicho órgano , y de que no desarrolla ninguna sim- patía, aunque en varias ocasiones se ha obser- vado que los enfermos esperimentaban calor y opresión en el trayecto del esófago. La deglu- ción es siempre dolorosa, y algunas veces im- posible; pero hay un signo observado.por Rce- dercr, y Wagler y Billard, y es el vómito fre- cuente, y una espuiciou continua de viscosida- des y materias mucosas espesas y filamento- sas, que los enfermos arrojan con mucho tra- bajo. ' 3.° Esofagitis seudo-membranosa.—»La inflamación de la membrana mucosa del esófa- go, puede tomar un carácter especial, y deter- minar la formación de una membrana falsa: esta inflamacio'n plástica principia unas veces por el esófago ,*y se limita á este órgano; y otras , per el contrario ,' no es mas que la es- pansion lie una afteracion semejante de la fa- ringe y de las amígdalas, como sucede en la angina membranosa ó difteritis. «La inflamación sciido-membranosa rjue afecta desde luego al esófago , es bastante ra- ra. Cruveilhier'supbne haber hallado entre las observaciones de Dupuytren un ejemplo muy notable de esofagitis, terminada por la forma- ción de una falsa membrana, que tapizaba este 332 ENFERMEDADES DE LA conducto enloda su longitud. Winslow , Bleu- land y Matías Jacoboeus , refieren también he- chos análogos. Seria curioso saber si se "ha ob- servado en el croupja formación de una falsa membrana en el esófago: después de haber examinado Mondiere {loe. cit.) con atención muchos hechos de esta especie, deduce, que siempre que se halla tapizado el esófago por una falsa membrana ,*ha existido una compli- cación de croup y de angina membranosa," es decir, que la inflamación plástica ha principia- do por la faringe, y estendídosé desde alii á la laringe, la traquearteria y el esófago. .«La seudo-membrana de que este se halla revestido , ora se limita á la parte superior del .conducto, ora cubre toda su cara interna, y á veces se interrumpe en medio del esófago, para presentarse nuevamente "hacia el cardias ; no siendo tampoco raro que se estienda hasta el estómago, y ócupe«una porción mas ó menos considerable de esta viscera. La mucosa situa- da por debajo, está unas veces sana, y otras, por el contrario* presenta la rubicundez pro- pia de la>difteritis. » «Fuera de esto, es difícil, por no decir im- posible, asignar ningún síntoma que pueda ca- racterizar, ni aun indicar siquiera que la infla- mación difterítica ha invadido el esófago. Po- dría creerse que en estos casos.debería ser ma- yor la dificultad de la deglución, y mas fre- cuentes los vómitos; pero existen hechos que prueban lo contrario. En cuanto á la inflama- ción plástica que principia por el esófago, son todavía muy pocas y demasiado incompletas las observaciones que existen , para que^ podamos describir sus síntomas. . -* 4.° Esofagitis crónica.—«La esofagitis cró- nica es una terminación bastante frecuente de la aguda ; pero también puede ser primitiva cuando las causas que la determinan tienen poca actividad , y se repiten con frecuencia, ú obran de una manera permanente; en cuyo caso se desarrolla con lentitud, de un modo oscuro las mas veces, no manifestándose en muchos casos sino-después que ha producido alteraciones, que* suelen ser superiores á los recursos del arte. Las señales que presentan los autores como pertenecientes á la esofagitis *j crónica, son : la pirosis, el hipo , los dolores pasajeros en el fondo de la garganta , y la es- puicipn abundante de mucosidades viscosas. A estos síntomas , cuya duración, es mas ó me- nos larga, se añaden por Iq regular los que acompañan á las diferentes degeneraciones de las paredes del esófago. Esta nueva* serie de síntomas, .que constituye en cierto modo el segundo periodo de la esófagitis.erónica , de- berá estudiarse en los capítulos que traten de estas diversas alteraciones. «Las causas de la esofagitis crónica , son casi las mismas que las de la.aguda, y nos será fácil comprobarlas al estudiar ta etiología de la estrechez orgánica del esófago. «Los medios antiflogísticos que se aconsejan en el tratamiento de la esofagitis aguda, ton también'aplicables ala crónica; pero no bastan por sí solos para combatir la enfermedad, sien- do necesario añadirles.revulsivos aplicados á lascarles inmediatas del mal, y á otras mas ó menos distantes. En efecto , á la aplicación re- pelida de sanguijuelas deberán suceder los ve- jigatorios , los cauterios , los moxas ó el sedal sobre las partes laterales y posteriores del cue- llo , entre los omoplatos ó en el epigastrio, se- gún el sitio que ocupe el dolor. Se tendrá cui- dado de sostener mucho tiempo la supuración del exutorio , y se obrará al mismo tiempo sor bre los intestinos por medio de sustancias pur- gantes. (Velpeau, dic.de med., art. Oesophage). . ' CAPITULO VI. Cuerpos estraños del esófago. «Los cuerpos que se detienen mas particu- larmente en la porción supradiafragmática del tubo digestivo, son las espinas de los pesca- dos, fracmentos de huesos ó pedazos de cartí- lagos ó de tendones, tragados involuntaria- mente con las sustancias alimenticias. Tam- poco es raro tragar sanguijuelas , que se que- dan detenidas en la faringe y el esófagp, en los individuos ¿jue bebeii sin precaución en arro- , yos ó aguas estancadas que las contienen , ó á quienes se han aplicado descuidadamente estos insectos en la cavidad bucal. También ha soli- do verse en jugadores de manos ó en indivi- duos pqseidos de un delirio maniaco , la intro- ducción en la faringe y esófago de cucharas, tenedores , monedas , agujas , alfileres, peda- zos de madera, etc. Los cuerpos estraños de- tenidos en el esófago, pueden también proce- der del estómago, como sucede en el vómito. Houllier habla de una joven, que habiendo co- mido con esceso hígado de vaca , fué atacada de vómitos, con los cuales se detuvo en el esó- fago un pedazo de dicha sustancia. (Acad. de chir., t. I, p. 456)'#Delaprade cuenta también que en la autopsia dé un albañil, que murió repentinamente, se encontró una gruesa ma- deja de vermes lumbricoides en el esófago , á* la altura de la* gjándula tiroides {Compte rendu des travaux de la société de medecine de Lyon,' .1821, pág. 62). Borsieri observó asimismo un hecho semejante en. una joven (Instit. med. de prat., t. IV, pág. 291). •»En el momento en que se introduce un cuerpo estraño. en el conducto esófago-farín- geo , siente el enfermo una especie de es- trangulación , estorbo ó picadura , que le pro- duce esfuerzos violentos y convulsivos, para arrojarlo. Se perturba la respiración, se po- ne el rostro encendido é hinchado , los ojos la- grimosos , y sobreviene uña agitación violen- ta , producida mas bien por el susto que por el dolor. Este estado cesa al cabo de cierto tiempo; ya se desprenda el cuerpo estraño y suba á la boca ó baje hasta el estómago; ya resista á las convulsiones de la faringe y per- FARINGE Y DEL ESÓFAGO. 333 manezca en*el sitio donde se detuvo al princi- pio. Estos primeros síntomas son tanto mas pronunciados, cuanto mas elevada la región del cuejlo que ocupa dicho cuerpo. Pero cuan- do este baja hacia la región torácica del esó- fago, se observa únicamente un dolor mas ó menos vivo ú oscuro , con dificultad en la de- glución ; existiendo á veces tal contracción es- pasmódica en el esófago, que el cuerpo estra- ño , empujado con fuerza, no puede ni bajar al estómago, ni retroceder otra vez hacia la boca. Encuentranse eu los autores "gran nú- mero de hechos de esta naturaleza. «Pero el accidente primitivo mas temible, entre los que acompañan á la presencia de los cuerpos estraños en el esófago , es la sofoca- ción. Este accidente , producido por los cuer- pos estraños de'cierto volumen , puede hacer perecer á los enfermos sin que haya tiempo dé socorrerlos , en cuyo caso la muerte es por lo regular instantánea; y sin embargo puede no verificarse tan pronto, como lo prueban varias observaciones de Ledran , Ambrosio Pareo, Fabricio de Hilden , de Lamothe , y el hecho referido por Mondiere (Atch. de med., to- mo XXIV, p. 394). «Pero cuando ha permanecido cierto tiem- po en el esófago un cuerpo estraño , sobrevie- nen generalmente accidentes consecutivos muy graves. «El eme se presenta con mas frecuencia es una inflamación, que puede cesar por sí misma estrayendo el cuerpo estraño, y que de lo contra- rio termina de varios modos. Las mas veces dá lugar á una supuración al rededor de dicho cuer- po, el cual queda libre y es espefldo por la tos con la materia purulenta, ó se precipita al estó- mago. En otras ocasiones, en vez de ser espelido el cuerpo estraño, determina varios accidentes inflamatorios, y largas supuraciones, que pue- den comprometerlos dias del enfermo, simulan- do afecciones de otra naturaleza. Los síntomas que acompañan á estas inflamaciones, son: dolor mas ó menos vivo, y á vece3 muy agudo; con- vulsiones , vómitos de materias, ya alimenti- cias , ya mucosas , ó ya mezcladas con .pus y sangre. En muchos casos se observa una tos mas ó menos tenaz , acompañada de ronquera, y aun de afonía completa (Gaulthfer de Clau- bry, Recueil per., t. XXXIV, p. 13). Los es- fuerzos violentos de tos pueden producir, ó la dislocación únicamente del cuerpo estraño, ó su completa espulsion. Esta suele verificarse en diferentes épocas, habiéndosela observado á los siete , á los diez ó á ios diez y siete me- ses , y aun al cabo de catorce años. (Gaurthier de £laubry, loe. cit.) Por lo regular acontece, ya á consecuencia de fuertes convulsiones y. vómitos , ó ya después de un golpe violento de tos. Finalmente, terminada esta espulsion se observa generalmente, que queda muy dolorida la región del esófago en que se detuvo el cuer- po estraño. * »Claroes, que si el profesor fuese llamado poco tie'mpo después del accidente, no podría confun- dirle con otra enfermedad distinta ; ^)ero en el caso contrario, no será difícil que incurra en este error , equivocando , por ejemplo , los síntomas que tenga á la vista , con los de la ti- sis pulmonar. Asi es que la enferma , de quien habla Gaulthier de Claubry (loe cit), pasó por tísica .durante catorce años, y 6olo por un re- cuerdo casual de haberse introducido un cuerpo estraño eii aquella fecha , descubrió este, pro- fesor la verdadera causa de los accidentes. «Hay circunstancias en que la presencia de los cuerpos estraños determina verdaderos fo- cos purulentos en las paredes del esófago , en cuyo caso pueden abrirse los abscesos durante los esfuerzos de la tos ó del vómito, y arrojar el enfermo el cuerpo estraño con la supura- ción. Otras veces sucumben los pacientes á consecuencia de estos abscesos , como sucedió en la observación que refiere Plater de un ni- ño que murió sofocado á consecuencia de un accidente de esta naturaleza. «En ciertos casos, después de haber perfora- do los cuerpos estraños las paredes del esófago, determinan en medio de las partes blandas cir- cunyacentes colecciones purulentas, algunas de las cuales se abren en las partes laterales del cuello r arrastrando al esferior el cuerpo estra- ño , y otras hacen perecer á los enfermosa consecuencia de los desórdenes profundos que ocasionan. Gibert y Fourrier Duportail han ob- servado un hecho de esta especie, y Hofer ha visto también uno de esosabscesos, que habién- dose abierto en el pecho, ocasionó la muerte del enfermo. «Otro accidente consecutivo, no tan frecuen- te como el anterior, es la hemorragia^ la cual depende de una especie de desgaste que deter- mina el cuerpo estraño sobre los grandes vasos inmediatos al esófago : este accidente ocasiona casi siempre la muerte, como sucedióen el ca- so de un militar citado por Martin (Journ. univ. vol. XLVI). Este hombre fué atacado de un vómito de sangre , estando jugando con sus camaradas. Resistió la hemorragia á todos los remedios, é hizo perecer al enfermo. Después de su muerte se supo que este individuo habia tragado muchas veces monedas de seis francos, que arrojaba después por cámaras , y se averi- guó que quince dias antes se habia# tragado uno de estos cuerpos, y no le había'espelido. Practicada la autopsia, se le encontró*engasta- do en las paredes def esófago á la altura de la bifurcación de los bronquios, habiendo perfora- do el esófago y la aorta. Este accidente no es tan raro como generalmente se cree. Wagret y Saucerotte refieren algunos hechos análogos: Dumoustier halló en una ocasión perforada la carótida por un fracmento de hueso (Dict. ab- rege., t. XI, p. 548); Bernest observó lo mis- mo en* la arteria pulmonar, y Kirby refiereim ca^o de perforación de la arteria subclavia de- recha, que por una singular anomalía, pasaba desde la izquierda á la derecha del cayado de 334 ENFERMEDADES DE LA la aorta , de donde salía para dirigirse hacia el hombro derecho entre la columna vertebral y el esófago(DubIin,//oa/nraí reports, t. II, p. 224).- «La perforación de la traquearteria suele ser otro délos accidentes determinados por la presencia de los cuerpos estraños detenidos en • el esófago..En este caso, pasa á la traquearte- ria una parte de los alimentos y bebidas , y puede ser arrojada por la espectoracion. «Pero hay otro accidente mucho mas raro que los anteriores , y es la dilatación de la fa- ringe en forma de saco. Entonces la parte poste- • rior de la faringe, escesivamente dilatada, cons- tituye una especie de bolsa, que baja entre la columna vertebral y el esófago hasta el pecho. El esófago está adelgazado en todos los puntos donde se halla en contacto con dicha bolsa , y su abertura de comunicación con la faringe apa- rece contraída. El mecanismo con que se veri- fica esta dilatación le ha esplicado de un modo satisfactorio el doctor Ludlow, que fué el primero que refirió un hecho de este género (medical observations and inquines, t. III). En este caso, después dé haberse detenido al- gún tiempo el c,uerpo estraño en los repliegues de la faringe, empujado continuamente por el bolo alimenticio en el acto de la deglución, aca- ba por abrirse una cavidad, igual poco mas ó menos á su volumen. Ya sea arrojado"por" el vómito, ya permanezca en su cavidad, esta va llenándose "continuamente de alimentos, y au- mentando sucesivamente de dimensiones. «Finalmente , • los cuerpos estraños deteni- dos en el esófago pueden determinar también consecutivamente la caries de las vértebras,- después de haber perforado el conducto esó- fago-faríngeo, produciendo una supuración mas ó menos abundante. • «Hemos dicho que pueden penetrar sangui- juelas en el esófago, cuando el individuo ator- mentado por la sed bebe agua pantanosa en que se encuentran estos animales, ó cuando al practicar una sangría local en la boca se esca- pan las sanguijuelas de manos del operador. Este accidente 'era conocido de Hipócrates, pues al hablar de las gentes que escupen san- gre, aconseja que se registre la boca para ver si hay alguna sanguijuela oculta en dicha cavi- dad. Galeno ha visto muchas veces accidentes producidos por esta misma causa, de la cual hacen ftmbien mención Celso, Asclepiades, Plinio ytDioscorides. Cuando los franceses se apoderaron de Mahonen*1757 cayeron muchos enfermos á consecuencia de la introducción de sanguijuelas en las vias digestivas. En sil rela- ción de la campaña de Egipto dice Larrey, que nuestros soldados se arrojaban á las orillas de los charcos de agua dulce, aunque cenagosa, que se encuentran de trecho en trecho en los desiertos de la Libia , y que a\ bebería con la avidez de una sed devoradora, tragabam san- guijuelas que les ocasionaban después acciden- tes mas ó menos graves. Double , Grandchamp y Duval han leido también en la sociedad de me- dicina varías observaciones curiosas de esta es- pecie. «Los accidentes producidos por las sangui- juelas se diferencian algo'' de.los que determi- nan los demas.querpos estraños. En ef primer caso existe ademas del'dolor una sensación par- ticular de succión, .y una dificultad* mayor ó menor dé tragar. Algunas veces.se-manifiestan también convulsiones acompañadas de hipo y de delirio á consecuencia de este accidente. Ademas hay siempre vómitos sanguinolentos, y tos con espectoracion de es|Aitos viscosos mezclados con estrias de sangre. Estos acci- dentes se aumentan al cabo de cierto tiempo; pierden los enfermos el sueño, se van dema- crarlo prog-resivamente, y suelen perecer en el marasmo. «La primera indicación'que hay que satisfa- cer cuando se detiene un cuerpo estraño en el esófago , después de haberse enterado de su forma y volumen , consiste en asegurarse del lugar que ocupa, la dirección que afecta , y el grado de fuerza con que está adherido á jas pa- redes contraidas ó tumefactas del conducto. Pa- ra esto, después de colocar al enfermo delante de una ventana por donde entre bastante luz, se le hará inclinar la cabeza hacia atrás,"man- teniéndola inmóvil sobre el pecho de un ayu- dante*, y abriendo la boca cuanto sea posible; y deprimirá el profesor con fuerza la base de la lengua, ya con el dedo, ya con el mango de una cuchara. Si se percibe ó se siente el cuer- po estraño, será fácil llegar á él con unas pin- zas de ramas largas y encorvadas hacia su bor- de, á fin de estraerla. El dedo, índice de la ma- no izquierda servirá para dirigir el instru- mento, que debe introducirse cerrado, hasta que toque su estremidad al cuerpo estraño', en cu- yo caso será fácil colocar este cuerpo.entre las ramas de! instrumento, y estraerlo sin intere- sar ninguna de las partes inmediatas. «Cuando no puededistinguirse.de este mo- do el cuerpo estraño, por hallarse situado mas profundamente, és preciso recurrir á un ver- dadero cateterismo. Para ejecutar esta-opera- ción habia Imaginado Dupuytren una varilla dfi plata, flexible, aunque resistente, der diez y ocho á veinte pulgadas dejargo, terminada en una de sus'estremidades por un anillo, y en 'la otra por una bola esférica de diferente diámetro, según la edad del enfermo. Colocado este corno hemos indicado anteriormente, intro- duce el profesor esta especie de catéter;, diri- giéndolo sobre el dedo indicador de la mano iz- quierda , con el cual se deprime la base de la lengua , y deslizando el instrumento á lo largo de la pared posterior de la faringe á fin de evi- tar la abertura superior de la laringe hasta*en- contrar el cuerpo estraño , cuya presencia se reconoce por una,sensación de resistencia_, y por el frote de dos cuerpos duros,que permiten calcular su profundidad. Eu seguida es íácil asegurársele su volumen y de la dirección que afecta por medio de movimientos dirigidos con- FARINGE Y DEL ESÓFAGO. 335 venientemente. Con este método se consigue no ofender ni irritar el conducto , y el cuerpo estraño no puede escapar á la esploracion , so- bre todo si se cuida de emplear en los casos dudosos varitas terminadas en bolas cada vez mas voluminosas. «Generalmente es preferible la estraccion de los cuerpos estraños á su precipitación en el estómago ; y aan debe renunciarse entera- mente á esta última maniobra,, siempre que sean irregulares, y de un volumen considerable, de bordes'cortantes y capaces-por su naturaleza de resistir al trabajo digestivo, ó bien se hallen dotados de propiedades químicas nocivas; en cuyo caso', deteniéndose en una porción mas inferior del tubo digestivo, podían determinar accidentes mucho mas graves que los que pro- ducen en el esófago. Los fracmentos conside- rables de huesos, las plunias, los instrumentos metálicos como cucharas, tenedores ó cuchillos, deben sacarse indispensablemente por la boca, aunque'paraello,fuera preciso practicar la eso- fagotomía. Por el contrario todos los cuerpos capaces dé disolverse en los jugos gástricos, como son, los cartílagos, tendones, etc., deben ser precipitados eu la parte subdiafragmática del tubo digestivo. «Cuando los cuerpos estraños han descendi- do demasiado para poderlos alcanzar *con los dedos ó con las pinzas, convendría servirse de una varita de'metal sólida y encorvada eii.su estremidad erj forma de media luna; y aun también pudiera recurrirse A un hilo de metal flexible, doblado en forma de asa, y cojí las dos estremidades torcidas una sobre otra. Algunos cirujanos se valen también de las algalias ordi- narias después de haber introducido por sus •aberturas unos filamentos de cáñamo. Con este objeto aconsejó Pelit una varita de ballena ó de plata por debajo de la cual debian fijarse unos anillitos de metal , ensartados unos en otros en forma de cadena. En las circunstancias de que hablamos solían los antiguos hacer tragar álosenfermos un pedazo de esponja, empapado en aceite , y retenido por hilos atravesados en forma de cruz en todo su grueso. Fabricio.de Hilden aconseja que se fije esta esponja á la estremidadde una sonda de plataó cobre, hue- ca y llena de agujeros. Otras prefieren fijarla á la estremidad de una varita de ballena, creyen- do que es mas fácil introducirla de este modo; y finalmente Petit ha perfeccionado este medio, encerrando.la varita de ballena en una especie de tubo de plata flexible , hecho con un hilo de este metal, aplanad©, y dispuesto en vueltas es- pirales , al cual debe sujetarse la espojija con, otro hilo de metal mas delgado. «Si resiste el cuerpo estraño-á los medios anteriores, y es de tal naturaleza que no pue- de determinar ningún accidente por su presen- cia en el estómago, convendrá facilitar su caido en esta viscera, y aun empujarlo en caso nece- sario. Algunas veces se ha conseguido satisfa- cer la primera de estas indicaciones , dando al- gunos golpecitos en la espalda del enfermo con la palma déla mano, ó provocándole la risa. Cuando pueden pasar Jos líquidos, se le debe hacer beber una gran cantidad de agua de una vez, dándole al mismo tiempo alimentos "pul- posos ó sustancias que puedan ser tragadas fá- cilmente, comp pan bien mascado, papilla, hi- gos secos ó frescos, ó ciruelas despojadas de su película. Pero si no bastan estos medios, debe empujarse el cuerpo estraño para precipitarlo en el estómago. Los antiguos se servían para esto de una varita de metal redondeada en su estremidad en forma de aceituna ó de bola, cu- yo instrumento recomienda todavía .Verduc. Ambrosio Pareo prefería el uso de un puerro, cuyo tallo pudiera acomodarse á la corvadura de las partes flue debe atravesar. Fabricio de Aquapendente usaba una vela de cera gruesa y flexible , reblandecida antes ligeramente al ca- lor , y empapada en aceite. Juan Luis Petit, temiendo que á pesar de estas precauciones permaneciese quebradiza , le sustituyó una es- ponja sujeta á.la estremidad de una varita de ballena , y encerrada en una cánula de plata flexible. También podrá sacarse una moneda de cualquier tamaño con el anillo doble retor- cido de Graefe, mejor que con ningunaotraes- pecie de instrumento de los conocidos hasta el dia. Es inútil decir que todos estosínstrumen- tos deben introducirse con las precauciones que se han recomendado para la introducción de las pinzas en el esófago. «Si el cuerpo estraño es de un volumen muy grueso, é intercepta la respiración com- primiendo fuertemente la laringe ó traquearte- ria, se deberá recurrir ala broncq|omia, sirvién- dose en seguida de los medios propios para es- traer dicho cuerpo, ó precipitarle en el estóma- go. En un caso de»esta especie, ocurrido en un estudiante de medicina, á quien asistimos San- son y yo, nos vimos en la precisión, en vista de los accidentes , de recurrir á la traqueotomia. «Últimamente, cuando sea imposibleestraer el cuerpo estraño por medio de pinzas ó gau- chos; cuando no se pueda precipitar este cuer- po en el estómago, ni dejarlo en el punto que ocupa sin originar inmediata ó consecutiva- mente accidentes muy graves , deberá recur- rirse á la esofagotomia. Se adquiere un jcono- cimiento exacto de estas diversas circunstan- cias., y« por losdatos'que suministra el enfer- mo ó las personas que lo rodean, ya por el ca- tetorisrrio del esófago y el examen atento del cuello','en cuyo esterior *.suele percibírsela prominencia que forma el cuerpo estraño, ele- vando inmediatamente la piel. «Guattani y todos Jos cirujanos modernos áconsejan-practicar la operación eo la parte in- ferior y lateral izquierda del cuello , en cuyo punto se aparta* el esófago de la traquearteria. Solo puede prescindirse>de este precepto en el caso de#que el cuerpo estraño sobresalga en el cuello , elevando la piel de esta región ; en cu- ya circunstancia deberían cortarse ,' como "c- 336 ENFERMEDADES DE LA neralmente se aconseja, las partes que cubren dicho cuerpo, á fin de desprenderlo directa- mente , y verificar su estraccion: tal es la opi- nión de Begin, como aparece en su interesan- te memoria sóbrela esofagotomia (Journ. hebd., t. II, p. 94, año 1833), y asi lo han practica- do con buen éxito Goursault y Rolland en dos casos, cuyos pormenores comunicaron á la academia de cirujía. También se han visto mu- chas veces agujas, alfileres, espinas de pescado y fracmentos de huesos muy agudos atravesar las paredes del esófago, y situarse debajo de la piel, habiendo bastado una .incisión para es- traerlos., >?La esofagotomia, como ló han observado Guattani y Vacca, conviene aun en el caso de que el cuerpo estraño no se haya jdétenido pre- cisamente en el punto en que se practica la in- cisión ; pues aunque se halle colocado encima ó debajo del sitio dividido, se puede fácilmente dirigir hacia él un dedo ó algún instrumento propio para cogerlo. (Velpeau dict. de med., 2.«edic.\ t. XXI, p. 370 y siguientes.) Encuantoalmodo de practicaf-estaoperación pertenece á la cirujía, y le espoliemos en$u lu- gar correspondiente entre las demás operaciones y afectos estemos. Sigamos ahora á Velpeau. «No terminaremos estas consideraciones re- lativas al tratamiento de los cuerpos extraños en el esófago, sin hablar de un medio que se ha usado algunas veces para provocar el vómito, y con ella espulsion del cuerpo detenido en el tubo esófago-faríngeo. Queremos hablar de la inyección del emético en las venas : Kohler y Knopff se han valido de este medio, que solo' está indicado^n los casos en que el esófago, enteramente obstruido por el cuerpo estraño, no -puede dar paso á ninguna sustancia blanda ó líquida. Pero semejante-remedio no está exento de peligros, y seria mejor en estos ca- sos recurrir á la inyección del emético en el recto para provocar el vómito. Recordemos también que Blain obtuvo en un caso análogo un éxito completo con las lavativas de tabaco. «Si es una sanguijuela la que se ha intro- ducido en el esófago, y no está demasiado baja, debe procederse inmediatamente á su estrac- cion. De lo contrario se provocará su caida, ha- ciendojavar y gargarizar la garganta, y tragar bocanadas de agua con vinagre, sal ú otra sus- tancia análoga (Velpeau, sitio citado). • CAPITULO VIL Lesiones orgánicas de la faringe y del esó- fago. ARTICULO PRIMERO. Estrechez áel esófago. Definición.—«Pueden las paredes'del esó- fago ser asiento de una induración y' engra- samiento tan considerables, que disminuyan el calibre natural del conducto, resultando de aquí una estrechez mas ó menos notable. Lesiones anatómicas. — »Es variable el estado de la membrana mucosa: unas veces se halla mas gruesa, mas roja y consistente; ' otras conserva su naturaleza vellosa; en al- gunos casos desaparece enteramente su testu- ra; en otros presenta el aspecto de un tejido rojizo y ereQtil; ora están sus fungosidades mas prominentes é inmediatas unas á otras; ora en fin, aparecen mas voluminosas-y des- arrolladas las glándulas mucíparas, cuando participan de la alteración. «Hay casos en que la estrechez- consiste solo en lá hipertrofia de la membrana mucosa, como lo observó en dos enfermos Everard Home (loe. cit.) y Baillie en otro caso muy interesante qué nos refiere con el título de * 'Constricción de la membrana interna del esó- fago (Anatomiepathol., trad. de Fernel, p. 98). Pero cuando la enfermedad es algo antigua, ó ha principiado por el tejido celular en vez de atacar desde luego la membrana mucosa, se' presenta aquel hipertrofiado, duro, de un co- lor blanco , lardáceo y rechina al cortar- lo. Este tejido no solo separa entre sí las mem- branas que debiera unir, sino qué se interpo- ne entre sus fibras, que se hallan en cierto modo disecadas por él. En esta época, sin em- bargo, se distingué todavía la membrana mu- cosa, y se pueden percibir y seguir has- ta las partes sanas.las fibras musculares; pe- ro si no se contienen los progresos de la en- fermedad, se hipertrofia cada vez mas el teji- do celular; desaparecen hasta los vestigioíde la túnica mucosa; se atrofian las fibras mus- culares,-destruidas por el nuevo tejido , j el- órgano se convierte en una masa endurecida, blanca, sin señales de organización, en una palahra,en un verdadero tejido escirroso, que solo necesita un grado mas de irritación, para pasar al estado de cáncer. Cuando ha llegado' la desorganización á este punto, es difícil de- terminar cual fué él primer tejido afectado. . «Varía mucho la estension EL ESÓFAGO. 343 del recto que se oponía al curso de las mate- rias fecales, habiendo vivido el enfermo cua- tro meses después de la operación, y sucum- bido á los progresos de la enfermedad intesti- nal. En un caso semejante obtuvo el doctor Martland un resultado mas brillante todavía, puesto que su enfermo no habia esperimenta- do alteración alguna un año después de la ope- ración (Dict. de med. et de chir. pract., t. III, p. 126).» (Velpeau diction. de méd., 2.a edic. t. XXI, p. 396 y sig.) ARTICULO II. Dilatación del esófago. «Las dilataciones del esófago pueden ser congénitas ó adquiridas; ocupar la totalidad ó una parte del diámetro de este órgano, y últimamente afectar los diversos puntos de su estension. «Se ha observado á veces una dilatación tal del esófago, que representaba bastante bien este conducto á consecuencia de una especie de bolsa que ofrecia én su parte media, la forma del esófago de los pájaros, y la di- latación particular, conocida con el nombre de buche. Grashuys y Vicq-d'- Azir han encon- trado alguna vez esta disposición; y quizá muchas de las dilataciones que se observan en el esófago, proceden de una estructura na- tural análoga, exagerada después con la per- manencia de los alimentos. «En el mayor número de casos, las dila- taciones del esófago, y sobre todo las latera- les , dependen de un estado patológico, cuya causa no es siempre fácil determinar. Tres son , sin embargo , las que probablemente pueden producirla: la hernia de la membrana mucosa del esófago al través de una dislace- racion dé sus fibras carnosas; la detención prolongada de cuerpos estraños, pesados y voluminosos, y por último, un obstáculo á la deglución, ya dependa esta dilatación del acu- mulo de los alimentos, ya sobrevenga á con- secuencia de los esfuerzos inútiles para tragar. «No existe hecho alguno que demuestre de un modo positivo la influencia de la primera de estas causas, la cual según indica Mondie- re (loe cit.), solo la admite Monró por analo- gía con lo que se observa en los intestinos. Creia en efecto, que á consecuencia de una fuerte contracción de las fibras musculares del estómago , puede la membrana mucosa formar hernia al través de algunos de sus ha- cecillos , y producir una bolsa mas ó menos considerable. Según el doctor de Guise, varias prolongaciones bursiformes que tuvo ocasión de observar en las partes laterales del esófa- go, dependían también de una hernia de la membrana mucosa al través de las fibras mus- culares ,. dimanada de los esfuerzos de la de- * glucion-. Asi esplicaba este autor, por qué se encuentran con mas frecuencia en la parte in- 3*V enfermedades de la ferior de la faringe y superior del esófago, que en los demás puntos de este conducto. «Por el contrario, hay varios hechos que prueban el influjo de la segunda causa; pero' ya hemos tratado de ellos al hablar de los cuerpos estraños, y remitimos á nuestros lec- tores á la Memoria de Mondiere (Archiv. de méd., t. III, 3.a serie, p. 30) donde los ha- llarán con todos sus pormenores. «Los obstáculos á la deglución producen también muchas veces dilataciones del esófa- go, las cuales pueden depender en este caso de la acumulación de los alimentos, y de los esfuerzos repetidos para tragarlos. Carlos Bell cree que la dilatación de la faringe en forma de bolsa colgante detrás del esófago, puede dimanar muy bien de una contracción espas- módica de la parte superior de este conducto, que se opone al paso de los alimentos; en cu- yo caso los esfuerzos de la deglución produ- cen el resultado de dilatar la faringe. Asi pa- rece demostrarlo de un modo positivo la ob- servación referida por Littré (Collection aca- demique; parlie francaise, t. IV, p. 371). Es- ta opinión se apoya también en la analogía, puesto que en los casos de estrechez de la parte inferior del recto, se observan dilata- ciones semejantes á las del esófago, produci- das por los esfuerzos de la defecación. «Los síntomas que acompañan á la dilata- ción de la faringe y del esófago son : un au- mento de volumen del cuello, dimanado de la acumulación de los alimentos en la especie de bolsa que forma el conducto esofágico. Esta de- formidad desaparece muy comunmente luego que. arroja el enfermo , por una especie de re- gurgitación , los alimentos que habían perma- necido acumulados mas ó menos tiempo. Tam- bién se observa algunas veces una fetidez esce- siva del aliento. Roennow refiere que en la au- topsia de una persona que tenia el aliento féti- do, halló en las partes superior y laterales del esófago una especie de bolsas, que contenían restos alimenticios de muy mal olor. También se ha notado en ciertos individuos que padecían dilatación del esófago, una especie de rumia- ción , por la cual volvían á la boca una parte de los alimentos que habían tomado. Guise, que ob- servó un cas"ode esta especie, encontró al hacer la autopsia en la parte lateral del esófago, un sa- co membranoso que comunicaba con la cavidad del conducto, y daba entrada á los alimentos, y que comprimía por su posición y por su for- ma el orificio superior del estómago , oponién- dose al paso de las sustancias alimenticias.» (Velpeau , dict. de med., 2.a edic. t. XXI, pá- gina 412.) articulo III. Reblandecimiento del esófago. «Las paredes del esófago pueden, esperi- mentar un reblandecimiento conocido*con el nombre de gelatiniforme, análogo al del estó- mago. Aunque Carswel (Journ. hebd., t. VII, p. 321, 525) haya tratado de sostener con sus esperimentos, que el reblandecimiento gelatini- forme del estómago es constantemente un efec- to cadavérieo, y aunque esta opinión pu^da aplicarse también á la lesión del esófago de la misma especie; no por eso dejan de existir he- chos auténticos de reblandecimiento gelatini- forme de la parte superior del esófago, en que la parte inferior de este tubo y la gran corvadu- ra del estómago permanecían en el estado nor- mal mas perfecto. Blandin ha observado dos casos de reblandecimiento gelatiniforme del esófago (Dict. de med. et de chirurg. prat., to- mo XII, p. 143), uno á consecuencia de una quemadura muy estensa, y otro de resultas de una operación de catarata, que produjo la infla- mación aguda del ojo. En ambos casos estaba completamente destruido el esófago , y las be- bidas que tomó el enfermo en los últimos mo- mentos de su vida penetraron en el mediastino posterior.» (Velpeau, dict. de med., 2.a edic, t. XXI, p. 415.) articulo IV. Perforación del esófago. «Hasta ahora no se han descubierto en el esófago esas perforaciones espontáneas que sue- len hallarse en el estómago, y que tienen el ca- rácter de presentar unos bordes negros y cor- tados perpendicularmente, como si estuviesen hechas con un saca-bocados. Todas las lesio- nes del esófago que describen los autores con el nombre de perforaciones espontáneas, se re- fieren evidentemente á la gangrena ó al reblan- decimiento de las paredes. «Pero el esófago.se halla sujeto á otras dos especies de perforación: una que se estiende de adentroá fuera, y es producida siempre por la presencia de cuerpos estraños, y otra que, si- guiendo una dirección inversa, reconoce por cau- sa los aneurismas de la aorta, un absceso, etc. Las perforaciones producidas por un aneurisma de la aorta dependen de un verdadero desgaste de las paredes del conducto sin trabajo inflama- torio. En efecto, si leemos con.atencion las ob- servaciones de esta especie, veremos que la por- ción del esófago que se halla en contacto con el saco aneurismático, se va adelgazando cada vez mas hasta destruirse completamente. «Los abscesos desarrollados-en el tejido ce- lular que rodea el esófago suelen también abrir- se paso hasta este «onducto , como lo observa- ron Guattani y Travers en dos enfermos que arrojaron durante su vida varias cantidades de pus por la boca y por el ano. «La misma alteración puede ser producida por el reblandecimiento de masas tuberculo- sas. En un niño de tres años, que sucumbió á consecuencia de una afección tuberculosa de los pulmones y de los ganglios bronquiales, en- contró Leblond (These de París, 182V , nú- FARINGE y del esófago. 3Í5 mero 53, p. 21) entre otras lesiones, una aber- tura circular de dos líneas de diámetro situada, en la-parte anterior.del esófago, inedia pulg'ada mas arriba dé la bifurcación de los bronquios. Esta abertura comunicaba también con uña ra- ma considerable del bronquío defecho. Andral (Med. clinique , t. II, p. 9)„ ha visto asimismo- perforado el esófago por una-ulceracion de la traquearteria; de modo que comunicaban li- bremente ejitre sí estos dos conductos, sin que durante la vida del enfermo se hubiese obser- vado otra cosa que una dificultad ligera-en la deglución, acornpañada^de alguna tos qué se manifestaba solo al tiempo de tragar» (Vel- peau, dict. de med., t. XXI). ' 4 articulo y. Roturas del esófago. * «Se ha publicado un número bastante consi- derable de observaciones de roturas del esófa- go ; pero, analizando los hechos con atención, no es difícil conocer que el reblandecimiento gelatiniforme es la causa de casi, todas las rotu- ras espontáneas de este conducto que refieren los autores. El único hecho que puede conside- rarse como una verdadera rotura* espontánea del esófago; es el del barón deWaséuaer, refe- rído'pV Boerhaave, y reproducido después tan- tas veces. Mondiere , dé cuya opinión partici- pamos enteramente en este punto, se apoya para .sostenerla, en consideraciones que disipan toda especie'deduda»(Velpeau,dict. de med., t. XXI).- • • » * ARTÍCULO vi. . cesario recurrir á la ligadura en los términos que la ha practicado Monro. En un caso obser- vado "por este hábil profesor desaparecieron los accidentes por este -medio ; .pero volvieron á presentarse algunos años después. Por lo de- mas^puede leerse con-fruto la descripción del procedimiento de que se sirvió (Edimburg., medical liíerary Es&ay, t. III, p. 212). .Tam- bién.podriarecurrirse en todos estos casos á uno de los muchos procedimientos que.se han. Usa- do.pai*a los pólipos de la garganta , modificán- dolos , según la? circunstancias, como lo hicie- ron con éxito Daflas \Lond. med. Journ., año 1771) y Hofer (£cta helcélipa, t. I).'En el ca- so de practicar la ligadura, recomienda Mondie- re que se vigile atentamente al enfermo al tiem- po de cortar el pedículo, porque se ha visto pe- recerse asfixia.á#un sugeto que Se hallaba en untiaso de esta espacie', habiéndose encontra- do después, que el pólipo desprendido llenaba toda la faringe, y habia obturado completamen- te la abertura superior de fa«glotis. "«•En el'(¡aso de no poder practicarse la li- gadura, deberá recurrirse á un tratamiento pa- liativo", y-poner en uso los medios aconsejados contra las estrecheces del esófago, á fin de pro- longar en lo posible los dias del enfermo.» (Vel- peau, dict. de med. , t. XXI, p. 418.) ARTICULO Vil. . * Tumores escirrosos desarrollados entré las túuicas del esófago. • .«Pueden desarrollarse masas escirrosas en- tre las membranas del esófago, del "mismo mo- do que se las haobservadoentre las túnicas , y debajo de ía mucosa de los intestinos delgados. Helian ha obsír.vado algún casó de esta especie (Mem. de la Sot. roy. de med.; año 1777, p. 217). El individuo en quien se presentó, era un hombre atormentado algunos años hacia de una disfagia tan considerable, que pocos* ali- mentos jodian pasar hasta el estómago; en tér- minos que fué preciso sostenerle durante algún tiempo por medio de lavativas. En la autopsia se encontró en la pacte del esófago situada de- trás de la bifurcación de la traquearteria, un tu- mor escirroso de tres pulgadas de longitud por dos de circunferencia , encerrado entre las tú- nicas segunda y tercera del esófago, cuya aber- tura habia obliterado enteramente. «Seria muy difícil poder coríocer durante la vida semejante lesión ; pero aun cuando se lle- gase á adquirir esta certidumbre, ¿podría espe- rarse la curación del enfermo por medio de una operación quirúrgica.? Mondiere cita un hecho tomadoMe la medicina veterinaria, que no debe , perderse de vista, y que podría alentar al pro- fesor en casos de esta especie. Dandrieu, vete- rinario en Lavardac, asegura (Biblioteque me- dtcals-.partie vcterinaire , t. V , p. 229) haber practicado oon éxito la estirpacion dé" un tumor escirroso, desarrollado en las túnicas del. esófa- Pólipos 3el esófagb. »L*os pólipos del esófago son mucho mas ra- ros que los de la faringe, y sin embargo han sido observados,por Graéfe, Baillie, Schnei.der, Pringle y Mónfo. Presentan por lo -demás, "en cuanto á"su forma y estructura, las mismas di- ferencias que los pólipos de los demás órganos; por Ip regular nacen de un pedículo, cuya lon- gitud suele ser tal" en algunos casos,, que en.los esfuerzas del vómito puede verse la masa car- nosa en él fondo de la garganta. ^ »Lqs síntomas que acompañan á los pólipos del esófago no-tienen mas carácter distintivo, que el de producir una dificultad que cada ,vez va enaumento, y que suele convertirse en iuí- posibilidad" completa de la deglución; la cual se esplica muy bien por el desarrollo sucesivo del pólipo, que acaba por obturar completamente el esófago". No puede adquirirse total certidumbre respecto del diagnóstico, sino e;i el «caso de-ha- llarse situado el pólipo, en un punto tan alto del esófago, que pueda ftescufarse con ,et tacto ,jj cuando llega á presentarse^ la'fannge duran- te los esfuerzos»del vómito J cómo lo ha obserr vado Monro (loe cit. , p. 426). ... «Una vez reconocida*la enfermedad, esne- 346 ENFERMEDADES de la , go de un camero : este tumor , después de en- teramente aislado, tenia el volúmenMe un hue- vo de. V, p. 316). ARTICULO X. ' Arrugas del esófago. , • «Del mismo modo que suelen formarse plie- gues sobre la-membrana'esterna del párpado superior (blefaróptosis)', suele suceder también que la faringitis (sin hablar de algunas otras causas) determine sobre la mncosa "que tapiza la cara'interna del esófago, sino pliegues 2 á lo menos arrugas longitudinales. EÍfte fenó- meno morboso se desarrolla lentamente (1), li- mitándose á-estrechar el conducto alimeuticio, y se complica con fetidez .del aliento. Es difícil su diagnóstico (2); y el uso de los cáusticos constituye el único medio de tratamiento; pero es un recurso muy peligroso, por el riesgo que hay de abrir con la candelilla un camino fal- so (3). (J. Frank , loe cit.) ARTÍCULO XI. Hernia de la faringe. . «Decimos que hay» hernia de la faringe siempre qué presentan muy poca resistencia las fibras musculares de este órgano , ó"están bastante separadas para dar paso á la membra- na mucosa. Según esta definición , es del todo evidente cpje este estado morboso:se diferencia completamente de la dilatación del mismo con- ducto (4). Las causas que. determinan su pro-" ducción son la.detencion.de cuerpos (juros, que por.su presencia entre los pliegues de la farin- ge-, obstruyen su conducto y los esfuerzos re- petidos para tragar en los casos de "disfagia.. Sus*síntomas son los mismos que los de la di- (1) En cierta ocasión una arruga de fa membra- na interna del,esófago , sin lesión de las demás tú- nicas, produjo una estrechez tan considerable de este conducto, que apenas podía pasar un guisante (Baillie, 1. c, p. 51). (2) Asi h» ha demostrado el ilustre Stroem relati- vamente á sí mismo (Acfr. Soc, R. medica; Hafniens., t. IV,p. 292). rtl| Í3) Fietcher . I. c.** ■ .(4) No tiene razón Burscrio (1. c.) cuando dice, hablando,de la dilatación de la faritige': «llujusmo— di sac^cus erat quaedam veluti hernia exlrcmitalis ¡n- feríons et posterior!? pharyngis.» FARINGE Y DEL ESÓFAGO. 347 lalación de la faringe. "No se conoce ningún medio de tratamiento (1). (J. Frank ,-loc. cil.) ARTÍCULO «II. Heridas del esófago. «Aunque pudiéramos limitarnos*al conoci- miento de las afecciones no perceptibles este- ríormente de la faringe y dei esófago, no de- bemos sin embargo guardar silencio sobre las he- ridas del cuello, á pesar de que semejante asunto corresponde completamente al dominio do la cirujía.* Empero conviene saber, que aunque se ha llegado á .obtenerla curación de varias lesiones graves del esófago (2) (lo cual podria dar cierta esperanza en las afecciones internas de este conducto, sino estuviese bien demos- trado por dtra parte, q*ue las heridas hechas en individuos perfectamente sanos, se diferencian esencialmente de las enfermedades que es- tienden sus efectos-á toda la economía), es sin embargo muy difícil conseguir, una cicatriza- ción bastante sólida en las heridas de estos ór- ganos, para qiie luego no dificulte su desarro- llo (3); asi como Id es también evitar que se produzca después de la curación una estrechez ó adherencia en el punto primitivamente afec- to , y vencer fodaí las dificultades que se opo- nen á la alimentación mientras dura el trata- (1) No tenemos ningún medio de reprimir la her- nia de la faringe , y los desórdenes que acarrea (Diítionaire des sciences medicales , t. X, p. 439)*. (2) G. de Saliceto , Chijrurgra. Venet., 1740, pá- gina 3331.—A. Pareo, opp. chir. París, 1582,'lá- mina Xr, c. XX1X; 1. XX1V, c. XIX.—Sch'enk, ots. I. III , obs. 19.—A. de Pozzis„ Vulnera profunda colli esse lethaiia. Misceil. acad. nat. cur. dec. 1, an. 4 y 5, 1673 y 1'674*, p. 36.--Y< ¡dier, observa- tion sur une plaie á lá gorge ávec des" remarques in- teresantes á ce sujet. Mémoirc de l'Academie de chirurgie , U III, Mém., p. 78. — H. J. Garengeot, Traite des óper^ations de chirurgie, París,"1740, to- mo lí , p. 4S6.—C. Trioen , Qhscrvationum- medi- co-chirqrgicarumjasciculus Lugd. Bat., I7i¡l, pá- gina 40.--Deidier, Thcsis de transversis juguli vul- neribus ," París , 1775.— F.» Jas, Verzameling van waarneeroingen over de An;rezÍMuts-cn Hals-wonden Verhandcl. van het.genootseh. tei Bevord der Kcelk. te Amsterdam. Deel 5 , p. 60.—Muí\-inn.i , Journ. fur dic Chirurg., 1 B., i800, p. 373.—Klein , Chir. *Bemerk ungen. Stutt, 1800 , p. 206.—Fine , Journal de medecine, t. LXXXIII, p. 69.—Wirth, Ges< hichte und Ileilung einer gcfadirlichen HalsverletzuHg, nebst einigen Bemerkurigen uber die' Wnnden der .Spciseund Luftrcehre "uberhaupt, Ea Denkschriftcn der vaterlamd. Gesellschaft der Aerzte und Naturfors- cher Schwabens', 1 B.,-180S , p. 93.—J. N. Rust, Einige Bemcrkungcn uber die \Vundcn#der Lul't- und Speiseroehre. Víena , 184 4.—J. Boey, Diss. his- toria vulneris tracheam et cesophagum totum pers- cindentis*, feliciter sanati cum aliorum^observationí- bus et epicrisi. Kilia;, 1#827.--Velpe"au. Y. fteh- rend's Repcrtorium der Joufnalistik lies Auslandes, noviemb. , 1832*, p. 128 ; agosto , 1833 , p. 184. (3) Trioen (l/c), habla di: una herida del esófa- go no cicatrizada , y que se abría*c'u la parle cite- rior del cuello. miento. También diremos que puede obtenerse la curación de las heridas del es'ófago , aun cuando estén separados sus labios, por 'medio de una inllamacion adhesiva de las partes in- mediatas, que llenan el intervalo que los sepa- ra ; aunque no puede lograrse este efecto sin que se forme una dilatación en el mismo punto por el iuílujo de la deglución. Lo mas impor- tante en estos casos es buscar.el modo de ali- mentacartificiafriicute á los enfermos, que se en- cuentran ¡niposíbijitados de ejecutar por sí mis- mos 15 deglución. Con este motivo concluiremos nuestra es- posicion dé las enfermedades del esófago , rea- sumiendo-todo lo concerniente á la : »Alimentación artificial.—r-Puede usarse con ventaja de. lavativas nutritivas, dadas en corta cautidad para evitar su salidainmediata, y compuestas de caldos animales,..de solucio- nes gelatinosas, de leche y'huevos-, cuidando de jnyectar antes agua templada al enfer- mo para limpiar el intestino recto (1); tam- bién puede conseguirse calmar la sed hacien- do gárgaras con agua, teniendo en la boca unos pedacitos de limón ó naranja, ó toman- do pediluvios ó maniluvios calientes; pero sin recurrir, aun cuando' no exista ninguna irri- tación, á .ninguno de los procedimientos que vamos, á indicar; y son, el tubo elástico de Ravaton (-2) que se introduce en el esófago pa- ra encaminar los alimentos líquidos basta el esófago (3); la sonda flexible que con el mis- mo objeto se hace penetrar por las cavidades nasales en la garganta, donde permanece (4); una piel fresca de anguila que se introduce en el'estómago por medio de uiía varita larga de ballena, y que se abandona en seguida en to- da la estension del.esófago, después de haber- la desprendido de la especie de estilete que la distiende (§); y últimamente la'geringa de Réa- dius ; cuyos medios solo pueden usarse cuan- do existe pafalisis del esófago (G). CAPITULO VIII. Historia y bibliografía de las enfermedades de la faringe y del esófago. Se lian ocupado do las enfermedades del (1) Ramazziní, construí, epidem, an.' 1691, nú- mero 22; Lieutaud , Hist. anat. méd. * t. ir, p. 42. (2) En ibíjb'ií OEsophagus tubc (de 22 pulgadas). (3) Según. Willis se han conservado mucho tiem- po algunos enfermos con*este procedimiento (Phar- macop. ration., P. I, *i*ct. II, c. U), y Morgagni (ob. cit., epist. XXXVIII, 14). (4) Dessauit , Journal Je Chirurgie.—Richter, Chirurg. Bibliotec. 12 lí., p. 11. , (5)» Huntef en transactions of á society of med. and chiru(gical knowledge, t. I, núm. 10. - . (6) A description of patent stomach pump as an apparatus for conveyiug nourislnnent into the. sto- mach, p. 7. London núm. 35. Regcnt. circus Pic- cadilly. 3 '.$ EMFEM esófago "Hipótratcs (1), Celso (2), Areteo (3), Celio Aureliano (4), Aecio (5) y Galeno (6). Los árahes (7) nula han añadido en este punto á la ciencia. Entre los restauradores de la medicina (8) el que mas lia trabajado'en el estudio de las enfermedades de la faringe y del "esófago es Fernelio (9). En seguida vienen Th.Bonet (10),F. HoiTmann(11), Schurig '12), H. Boerhaave (-13), J. F. Ziesner'(U), Mau- chart (ib), Wan-Svietcn (16), Vate.r (17); Haen (18), D. W. Triller (19), J. Osterdyk Schatt'(20), Morgagni (21J, Ff. BoisSier 'de Sauvages (22),-A. Bogel (23), Hbnkoop (2V), Sagar (25), y Bleuland (26); pero el que merece ¡i) De morbis, lib.-III, cap. X, XII, apho- rismo XXIV, sect. III, -Epidem. III. (2) De méd., lib. IV, cap. IV, vj. III, lib. VIII, cap. XIV. . (3) De cúration.'morbor. acut. lib. I, cap. IX.— De causis'e't signis acut. niorb., lib. II, cap. III. (4) De morbis chronicis , lib. III, cap. 11. (5) Tetrab. II, serm. IV, cap. LXVII. (6) De locis affectis, lib. IV, cap. III lib. V, cap. V. —De syntomat. causis, lib. III, cap. II. (7) Freind (Ilistoire de la«medecine', etc.) se es- fuerza en exagerar el mérito de los árabes, respecto del-conocimientQdelascnfermedadps.de la faringe y del esófago; pero Bleuláno lo critica con razón: puede consultarse con fruto sobre este objeto la pa- tologia general de K. Spreñgel, en la p. 461. £8) En este punto han contribuido mucho á'los conocimientos que actualmente poseemos Schenck, Houlier, J.- Hnrnius, J. Riolano, F. Plater, Fr. Silvius, Zacutus Lusitanus, Ettinuller, etc. Véa- se igualmente la guia'médico-práctica de Moró en fas palabras deglución,garganta y esófago. (9) Op. Pathologia, lib. IV. (10) Sepulcret .anatomie, lib. III, sect. IV. • (11 j Diss. de morbis cesophagi. Hal. 1722.—Med. ration. system., t. IV, sect. II, cap. V. (12) Chylplpgia histórico-raédica , Dresd. 1725. (13) Aphorism. de cognos. et cur. morbis, §. 797, 818, 819, etc. (14) Rarus'cesopbajri morbus.- Régiomont, 1732. Este opúsculo se' halla en Halleri collect. disput. pract., t. Vil. (15) Diss. de struma cesophagi hujusque eoalitu, difficilis et ábolitae deglutionis causis. Encuéntrase en Halleri, collect. disput, chirurj., t. IJ, núfn. 49. (16)" Comm6nt. in aphorismos Boerhaavii, t. II, g. 797, 818, 819. (17) Diss. de deglutitionis difficilis et impeditae causis abditis. Witten., 1750. (18) Diss. de deglutitione; vel deglutitorum in ca- vtim ventriculi descensu impedito. Haga;, 1750. En- cuéntrase en Haenii opuscul. posth. ab Eyerel pu- blicí juris factis. Vindobon, 1795. (19) Diss. defama; lethali ex callona orjs ventri- culi angustia.»Wittemb. ItóO. Encuéntrase en Halle- ri, collect. disput. pract., t. III. (20) Institutiones medie, pract. Ultraj. 1763, lib. VI, cap. XII. (21) .De sedib.et caus. morb., t. II, epist. XXVIII. (22) Nosolog. method. el. VII, .ord. III , gé- nero XVII. (23j Prselectiones 'aeademica? de cognoscendis et curandis praecipuis corp. hum. affectibus. Gcett.,177-2. (24) .Specimem inaugúrale de morbo cesophagi in- flamatorio. Ludg. Bat, 1774. (25) System. Morbor. symptomaticum. Viennae, 1776', p- 387, 390. (26) Specimen inaugúrale acad. de difficili aut E?>ATJES ! mayores elogios es Math. Wan-Geuns, por el moilo bailante con que trató las cuestiones (1) propuestas como objeto de -premio por la So- ciedad literaria de Harlém. En "seguida-hare- mos mención de A. P. Nahuys (2), después del cual se han entregado al estudio del asunto que nos ocupa: C. F. Ludttig (3), J. B. BorsUv ri (■'*), G. (f. Plcuquet (o). J. E. Wichmann (6), F. B. Letitrin (7), M. Baillie (8), F. G. Voig- tcl (9), I. H. F. Autenrieth (10), A. Monro Júnior(11), G. Kunce (12), B. Fletclier (13), y otros (IV) quekya hemos citado en los capítu- los precedentes (J. Frank, Pathol. inl., t. V. p. 271). ¡mpedita alímentorum impulsione 1780.—Observa- tiones anatomico-medicaj de sana et morbosa ceso- phagi structura, con láminas, Ludg. Bat, 1785. (1) Quaiiiam causa; sunt lethifera; illius deglu- tiendi difficultatis, qua? lentius in cesophago oriri so- let? — Ilude accidit quod morbus nunc frecuentior quam antea prsecipue in Belgia observetur? Quibus remediis mili morbo ocurr'endum et medendum? (2)- Verhandel citbl. 177. (3.) Prima; linese anatomico-pathqjogicae , Lips. 1785, p'. 38. (4)" Institutiones medico-pract., 1789, vol. IV, pars altera , cap. I. (5) Diss. medica qua dyseatabrosis pharyngo'ceso- pbagea thliptica, chceradica cassu.. illustratur. Tü- bmg, 1792. (6) Ideen zur Diagnostik, 1794, Edic. 2, B. 2, pág. 162. (7) Beytras;e zur aussübenden Arzneiwissens-» chaft. B. 2 ,' 1798 , pV 209." (8) Series of engravings to ¡Ilústrate the morbid. anatomy, Lond., 1799, fase. III, tab. IV. •(ü) Handb. der pathologischeu anatomie. B: II, Absch. 12. (-10) Diss. de dysphagia lusoria. Tübign,1806. (11) On the morbid anatomy of the human gullet, e'stomach and intcstjnes. Edinb-, 1S13, segunda edi- ción ,1830. (12) Diss. de dysphagia inprimis cesophagea. Lips, 1819.—De dysphagia commentatio. Lips, 1820, . (13) Medico-chirurgícal notes and illustrations, part. I, Lond. 183l'(on st'rictures of the cesophagus and the danger of the bougies). (14), Spies, Diss. de deglutitione bejus laesione et theragp. Helmst 1727.— Van Lil, De angina scír- rhosa. Lugd. Bat, 1750.—Schneider, De polypogula?. Delit. 1762.—Grafe, De-callosa excrescentia cesopha- gum obstruentc. Aldtorf, 1764.■- Gyser, De fame lethali e caltosa cesophagi angustia , Argentor/1770. Haase, Diss." de caussis difficilis digestionis, Gcet- thig, 1781.—Brands Schippers , Diss. de deglutitione difficili. Gies, 1786.—Engelhard , Casus dysphagia;*, Lundae, 1796.—Kneppelhout, Seetiones cadaverum pathologicae. Lugd. Bat, 1805. —Hünersdorff. Spe- cim. inaug. de dysphagia seu de quibusdam mor- bis cesophagi chronicis. Lugd". Bat. , 1806.—Etienne, considerations genérales sur les causes qui génenlrou empechent la deglutitkm,-Paris , 1806.—Stcecker, Diss. de xlysphagia. Duisb. , 1807.-Histemacher, Diss. sistens.dysphagiam singularem. Groning.,1807. -rSchmalz , Diagnostische Tabellen. Dresd., 1808, tab. 29. — Haselherg, Progr, de deglutitione impe- dit». Gryphiswaid , 1810.—Jourdan , Diction. des scíences medicales, t. i, p. 435, 446.—A. J. D. Winne , Diss., exhibens* nonnullos* casus dysphagia in nosocomio académico observatos-. Goetting., 1818. J..C. Sattig, Diss. de deglutitione difficili, Be- rol, 1826. DEL ESTÓJUAGO. 349 SEGUNDO GÉNERO. ENFERMEDADES DEL ESTOMAGO. CAPITULO I. Consideraciones generales. »Si las alteraciones patológicas del estómai go pudieran reducirse á un corto número de ti- pos bien determinados , como'han hecho algu- nos «íédicos, aquellos por ejemplo, que las con- sideran todas producidas por la inflamación aguda ó crónica, desaparecerían de los tratados de patología los artículos en que estas lesiones se estudian según su naturaleza anatómica. Si semejante orden fuera posible, en el estado ac- tual de la ciencia , lo aceptaríamos seguramen- te ; pero como los que'le han seguido se han guiado mas bien por una doctrina esclusiva, que por la observación rigorosa de la naturaleza, el mayor número de autores lo han desechado , y preferido tomar, la anatomía patológica por ba- se de sus descripciones, sobre la cual fundare- mos las principales .divisiones de este género. Pero antes de todo es muy importante conocer la anatomía normal del estómago, supuesto que, para determinar el estado morboso, hemos de tomarla por punto de partida y de compa- ración. Asi pues, creemos deber empezar nues- tra tarea por algunas consideraciones que, aun- que propias.en rigor de la anatomía general, las juzgarnos necesarias para la mejor inteligen- cia del objeto de.que debemos tratar ; después incluiremos algunas generalidades sobre las afecciones del estómago consideradas en su conjunto, y en seguida pasaremos á ocuparnos de Ta descripción particular de cada una de ellas. De este modo presentará nuestro primer capítulo dos secciones dispuestas en Id forma siguiente: »Divisiones generales. — A. Condiciones" anatómicas'del estómagoen el estado normal. B. — Sintomatologid,tetiología, tratamiento, naturaleza y clasificación de las afecciones gástricas en general. A. Condiciones anatómicas del estóma- go en el'estádo saino.*— «Glisson, Bichat, Beclard , Meckel, y el mayor número de ana- tómicos niegan la existencif del epidermis en el estómago y los intestinos. Glisson cree que está reemplazado por el moco que lubrifica la membrana interna. Liéberkuhn sostiene , que cubre el estómago una. membrana semejante al epitelium, y que se continua con el de la boca y del esófago (De fabrica ef aclione villorum intestinorum tenuiuni). Buisquio [Thesaurus, nüm. 40 , VII)", Haller (Elementa physiolog., t. VII, pág. 22), Doellinger (De vasis sangui- niferis qua villis intestinorum lenuium homi- nis brutorumque insunt)., suponen indudable la existencia del epitelium en la superficie in- terna del estómago. A Flourens debemos una demostración mas reciente de este hecho im- portante de anatomía. Ha intentado probar que no cesa el epidermis en el orificio cardiaco, sino que se manifiesta en todo el estómago bajo la forma de una membrana continua, fina, trans- parente , cuya'superficie interna está erizada de pequeñas eminencias, mientras que la ester- na ofrece numerosas depresiones, que corres- ponden á las papilas del dermis; pero entre es- te y la epidermis se halla interpuesto un ver- dadero cuerpo mucoso; de modo que el dermis de la membrana mucosa está protejido del con- tacto de los* cuerpos irritantes por el cuerpo mucoso y el epidermis. Estas dos partes sirven de cubierta y de vaina á las vellosidades ó papilas de la túnica interna (Indagaciones anatómicas sobre la esfructufá de las membrattas mucosas, gástrica é intestinal; Mem. lei. en la Acade. ele las cien., en la Gacelle'med., núm. 26, ju- nio, 1839); véase también el importante tra- bajo de Henle (Indagaciones anatómico-palo- lógicas sobre el epitelium, eu los arch. gen. de med., t. III, 3.a serie, 1838 , p. 90). 1.° »La.túnica mucosa ofrece á nuestra consideración numerosos plieges, dispuestos con irregularidad ," á veces bastante salientes , de modo que forman una especie de alvéolos, los ciTales ocupan ordinariamente la gran corva- dura, y fondo del estómago; «algunas veces, dice Billard , se encuentran pocos ó ninguno, sin que pfir otra parte haya esperimentado el órgano una. violenta distensión. Nada es tan va- riable corno la presencia ó ausencia de estos pliegues ; por cuya razones imposible deducir de ellos ninguna consecuencia fisiológica. Sin embargo , es dignó de notarse que son nías vo- luminosos, y en mayor número en el estado inflamatorio que en .el normal.» (De la mem- brane mucos, gastro-intestinal dans Vetat saín et dans Vinflamatoiré , p. 60 j en 8.° París, 1825).iEsta opinión no debe adoptarse sino con reserva. Hay ademas otras eminencias, que no están formadas por pliegues de la mucosa , y sí por verdaderos órganos conocidos con el nom- bré de vellosidades y de criptas mucosas. • 2.° Criptas mucosas ó folículos mUcipa- ros.—«Thomás Willis , que tiene el mérito de haber distinguido el primero la túnica interna de las demás , conoció su estructura glandulo- sa (Bibliot. anat. , par. 1.a De ínfimo ventre, p. 107); pero á la verdad fué Peyero el que nos dio la mejor descripción de ellas (Dissert. de glandulis it\les{inorum, 1681). Brunero las ha estudiado igualmente, pero mucho tiempo des- pués. (De glandulis duodeni, 1713). Los folí- culos mucíparos se presentan en el estómago bajo la forma de pequeñas eminencias aisla- das , del grosor de un grano de mijo, blandas, que se destruyen fácilmente, y presentan un pequeño orificio esetetorio casi imperceptible. Ocupan "sobre todo la región pilórjca , el car- dias y las corvaduras del'estómago ; son poco numerosos en el fondo de este órgano , y pue- den alterarse'de distintos modos. Billard dice 350 ENFEKMEPADES que estas glándulas son mas pequeñas en los niños, mas desarrolladas enel adulto, y me- nos prominente^ en el anciano (Obra cit. , pá- gina 113); los folículos del intestino son al con- trario mas voluminosos en los^ primeros (An- dral, Anal, patolog. , t. II, p."54). »3.° Vellosidades.— Consisten estas-en un crecido número de pequeñas eminencias, que se distinguen Claramente con el auxilio del mi- croscopio , ó sumerjiendo el estómago bajo del agua; imitan un césped abundante y espeso, y dan á la membrana interna un aspecto vedijo- so. Cuando se pasa el dedo por su superficie, se siente la misma impresión que si se tocase untejido afelpado. Estas vellosidades son abun- dantes en el estómago , y en particular en el piloro, donde se hallan agrupadas " ligeramen- te aplanadas , y separadas por líneas muy fi- nas , qasí semejantes á las que se advierten so- bre la piel de las manos (Billard, ob. cit., p. 68, yBeclard , Anat. gen). Las vellosidades deben considerarse como hacecillos de capilares muy finos, envueltos por una pulpa homogénea, esr cesivamente porosa, y permeable.por todos los líquidos que se ponen en contacto con ella , y que la penetran con-rapidez por imbibición, ó más bien por endosmosis. Es, pues, inútil su- poner con algunos anatómicos , que existe *én su estremidad un orificio, una boca absprven- te, supuesto que en razón de la estructura erectil y porosa de estas vellosidades, es inne- cesaria semejante disposición. Varias enferme- dades las alteran , y disminuyen su número. »4.° Papilas nerviosas.—:Malpigio, que es el primero que las ha observado , las considera como las estrepiidades espahsivas de los ner- vios que atraviesan el cuerpo mucoso; Portal, Boyer , Chausier y Adelon , admiten su exis- tencia. Bené Prus ha manifestado las razones que le conducen á adoptar la opinion.de los au-« teres precedentes. (Reeherches nouv. sur la nature ctle tfaitement du cáncer de Vestomac, p. 67 , en 8.°; París, 1828.) Sin embargo , no- sotros opinamos , con varios anatómicos , que las pretendidas papilas nerviosas no son otra cosa, sino criptas mucíparas , cuyo orificio no es visible , y que, por la naturaleza misma de su organización , son erectiles , y á veces ad- quieren el volumen de un guisante , bajo la in- fluencia de una causa morbífica. »5.° Areolas.—Eu nuestros dias ha descu- bierto Natalis Guillot la existencia de las areo- las en el intestino y en el estómago , donde se manifiestan de una manera distinta, del mismo modo-que en los puntos en que las vellosidades son mas raras. Según -él , constituyen un gran número de vasitos separados por tabiques, que no son otra cosa sino pliegues membranosos recorridos por innumerables vasos, emanados de la capa celulosa , y que-se hacen visibles por medio de la inyección. Este médico-"niega la existencia de las glándulas mucíparas ó de Brunner, y cree que están formadas por el" en- grosaiiíiento de la capa areolar, ó por una en- fermedad que da á la mucosa este aspecto glan- dular (Investigaciones sobre la estructura de la membrana mucosa del tubo digestivo, en el pe- riódico f Experience , número 11; diciembre, 1857). Semejantes ideas sobre la estructura del intestino, aunque á nuestro modo de ver no son suficientes para destruir las opiniones ge- neralmente acreditadas sobre este objeto * sin embargo son dignas de ocupar la atención de los anatómicos, y deben escitar nuevas inda- gaciones sobre este pmito. . ' 6.° Coloración de la membrana mucosa.— «Jamás se halra esta rrfembrana jaspeada ni sembrada de manchas negras eri el estado nor- mal. Las manchas amarillas, bajo la forma de chapas de mayor ó menor estension ; parecen resultar de un estado cadavérico difícil de es- plicar (Billard , ob. cit. , p. 121). No están los autores conformes sobre la coloración fisiológi- ca de la túnica interna del estómago : Sabatier la cree de un rojo purpúreo ; Buisson la atri- buye una coloración raja, sin precisar s-u ma- tiz (A natomía descriptiva de Bichat); Gavard afirma que es de un gris que tira á rojo (Sphan- chosologia, p. 359); Marjolin dice .que es de un blanco rojizo , lo-cual no es exacto. Podríamos "referir otras muchas opiniones, emitidas sobre el color de la membrana mucosa, y manifestar su incoherencia. Sin etnbargo , no hay duda que es muy importante conocer bien el verda- dero color de la pared interna del estómago, supuesto que, sin este conocimiento , es muy fácil tomar por estado morboso lo que pertene- ce al sano. Numerosos son los errores cometi- dos bajo este aspecto, y funesto el influjo que han ejercido en los progresos de la ciencia. «Billard, que ha hecho observaciones es-. crupulosas sobre el particular, dice que «la tú- nica mucosa, considerada en el adulto, es ordi- nariamente blanquecina ert el estómago , y de un blanco ceniciento-en el duodeno y el yeyu- no.» En el embrión aparece rosado este color, y es producido por la inyección délos vasos: disminuye después del nacimiento.; pero se conserva todavía- bastante pronunciado en la primera edad , en cuya época cubre un mo- co abundante la cara interna de esta membra- ua. En el anciano es mas pronunciado el color blanco-ceniciento, y'masgeneral.NaralisGuillot ha encontrado en algunos viejos, cuyas digestio- nes se efectuaba c?on trabajo-, las. areolas y ve- llosidades bastante gastadas (Mem. cit). »La.digestión determina un aflujo de sangre, y cuando se abre el estómago durante el perio- do de esta función, se encuentra la membrana interna ligeramente rubicunda.'En el estado de abstinencia presenta un blanco lacticinoso, como ya hemos dicho. Algunos autores sostie- nen, que si se prolonga mucho tiempo la absti- nencia, se hacen las vellosidades y las criptas mas-salientes, y se presentan en una especie de erección. Billard no da su parecer sobre esta aserción , que reclama nuevas observaciones; sin embargo, Gendrin refiere algunos esperi- DEL ESTÓMAGO. 351 mentos, que parecen probar que la membrana vellosa se inyecta á consecuencia de una dieta prolongada, y recobra su estado natural cuando el animal se alimenta (Histoire anatomique des inflamations, t. I, p. 495). Pueden ser muy perceptibles las glándulas mucíparas, sin que por. eso deba admitirse una alteración del estó- mago. «Diversas causas tienden á modificarla co- - foración fisiológica del estómago : no haremos mas por ahora que indicarlas. Las pérdi- das considerables de sangre ocasionan la pali- dez de la membrana vellosa; esta, al contra- rio, adquiere un color rojo mas ó menos su- bido, cuando la asfixia, la dificultad de la res- piración, un obstáculo cualquiera á la libre circulación de la sangre (tumores, obstrucción, obliteración, enfermedad del corazón , etc.) producen la, estancación de este-fluido en los vasos delestómago" Debe colocarse igual mente en el número de las causas que determinan la rubicundez de esta viscera, la situación decli- ve de Ips cadáveres, la temperatura, la putre- facción incipiente , la trasudación de un líquido contenido en una cavidad inmediata al estóma- go , el desarrollo de gases, etc. Las coloracio- nes acaecidas á consecuencia de la'acción de estas causas han sido indicadas por los autores Trousseau, Bigot y Andral. (Anatom'ie pa'tho- logique fí. II, p. 5 y siguientes). 7.° Grueso y consistencia de la membrana interna.—«Paraformarse una idea precisa de estas diversas condiciones, es necesario com- pararlas en los diferentes puntos del tubo diges- tivo. Billard ha encontrado el major -grueso de la túnica mucosa en el duodeno, y el menor en el colon. En la porción pilórica "del estómago es tan considerable como en el duodeno-: vie- nen después la porción ^splénica, el recto , el yeyuno y el íleon, varios autores afirrqan que no hay diferencia sensibleentre la túnica del estórnago , la del duodeno y la del ciego. Debe variar el grueso , según los individuos , del mismo modo que el de la cubierta cutánea; el aflujo-de sangre a los vasos capilares lo* aumen- ta, el marasmo la disminuye. El adelgazamien- to que resulta de este estado, es notable sobre todo en el estómago, cuya.membrana mucosa en particular hacia el fondo de la viscera no re- presenta en este caSo sino una tela muy fina (Andral, Anat. patologique). Gendrin pretende que el grueso de la membrana vellosa solo es aparente, y que lo recibe de los folículos y de las- vellosidades (ob. cit, t.'I, p. 500). Se- mejante aserción carece de fundamento , y por otra parte , las mismas vellosidades y las crip- tas forman parte integrante de"la membrana. «Louis*, que ha intentado determinar el grueso y la consistencia de la túnica mucosa, opina que.estas cualidades crecen y disminu- yen siguiendo leyes casi fijas, y que cuando se separan mucho de su estado-normal,. puede afirmarse que hay lesión en los puntos donde existe la- diferencia. El mejor procedimiento para adquirir nociones precisas sobre este pun- to consiste en levantar , con el auxilio de unas pinzas, las porciones de membrana, dividida de antemano con el escalpelo. Do este modo se obtienen fracmentos de una ó dos pulgadas de longitud sobre la pequeña corvadura, de media á dos tercios de pulgada ó de una pulgada so- bre 1a gran corvadura, y de una á tres ó cuatro líneas en el fondo del estómago. Asi pues , no hay duda que'dismininuye la consistencia de esta túnica desde la pequeña á la gran corva- dura y fondo del estómago (Del reblandeci- miento con adelgazamiento y de la destrucción de la membrana mucosa del estómago, en Mem. et recher. anat. patol., p. 50, en 8.° París, 1826). «Puede admitirse , dice Andral, que la membrana mucosa del estómago tiene su grue- so natural ,. cuando después de haberla dividi- do sin que los tejidos subyacentes, y en parti- cular la membrana laminosa, se hayan com- prendido en la incisión, se la puede desprender. con unas pinzas en fracmentos bastante consi- derables^ en particular hacia la porción pilóri- ca mejor que en la esplénica.» «Louis ha medido igualmente el grueso re- lativo de las diversas porciones de la membra- na mucosa gástrica, y hallado que es de tres octavos á media línea en la gran corvadura; de un sesto á tres octavos de ííiiea en la longitud de la pequeña corvadura ; y de un .octavo á tres décimos solamente en el fondo del estóma- .go (obra cit., p. 51). Estas nociones Son de suma importancia para el estudio de los reblan-" decimientos. «Debajo déla túnica mucosa se encuentra una capa de tejido celular , á que los antiguos dieron el nombre de membrana nerviosa, y otros de fibrosa. Esta membrana no es otra co- sa mas que una porción abundante de tejido celular tupido, una especie de matriz donde se ramifican numerosos vasos, «y de donde nacen lusTjuese distribuyen en la membrana vellosa: estos son muy numerosos, y al contrario muy rarasjas ramificaciones vasculares que van a la túnica muscular. No se sabe con exactitud cuál es la proporción respecti\a de'las arterias y de las venas. Natalis Guillot opiqa, que desde los labios hasta el estómago son mas numerosas las arterias que las venas ; y que lo contrario acontece en el resto, del intestino; lo cual se esplica naturalmente por las funciones que se' atribuyen á este último órgano, encargado so- bre todo de la absorción. El tejido celular pe- netra entre los diversos hacecillos musculares, y se continua con el tejido celular sub-seroso. • «La membrana muscular dej estómago se compone , según las indagaciones mas moder- nas, de una" capa superficial y de otra profun- da. Bourgery., que ha dado una descripción muy completa de esta túnica, distingue: 1.° li- bras superficiales .esofágicas; 2.°'hacecillos in- dependientes; y en la capa muscular profunda:*" 1.° uu anillo muscular esofágico ; 2.° una ban- da"elíptica de la estremidad pilórica ; 3.° una 352 ENFERMEDADES. banda elíptica de la tuberosidad mayor; 4.° fi- bras anulares de la tuberosidad mayor; 5.° fi- bras anulares del cuerpo del estómago sobre la pequeña corvadura; 6.° fibras anulares de la tuberosidad menor; 7.° el anillo muscular del piloro. (Traite complet. dé Vanalomiede Vhom- me, entrega 49, t. V, lám. 19.) Ya veremos, cuando se trate del cáncer del estómago, que puede la túnica muscular hipertrofiarse ó atro- fiarse de una manera considerable. «Las arterias que recibe el estómago son: la coronaria estomáquica , la pilórica de la ar- teria hepática , las gastro-epiploicas derecha é izquierda, y los vasos cortos. Todos estos va- sos , después de haber rastreado bajo la sero- sa , llegan á-la membrana , y el tejido celular sub-mucoso, desde donde se distribuyen á di- ferente profundidad en el dermis mucoso , y después en las vellosidades y las criptas. Las venas desembocan todas en la porta ; tienen un volumen considerable, aun en el tejido sub- mucoso , donde es fácil distinguirlas al través de la túnica interna , cuando están inyectadas de sangre. Los linfáticos desaguan en el orí- gen del conducto torácico ; otros en los linfá- ticos del bazo; otros, en fin , cerca del pán- creas, en los ganglios que rodean el tronco ce- liaco y la arteria me.sentérica superior. Ningún vaso quilífero nace de la cara interna del estó- mago (H. Cloquet). Los nervios toman origen del plexo celiaco y de los neumo-.gástricos. B. Consideraciones generales sobre las ENFERMEDADES DEL ESTOMAGO. Síntomas.~-«En un artículo consagrado á ' la patología general de una viscera, creemos que no debe estudiarse cada síntoma en parti- cular , indicando , por ejemplo , las diferentes formas de la dispepsia, las modificaciones que sufre el hambre , la sed, la sensibilidad gás- trica, etc.; porque si vamos apreciando cada síntoma, usurpamos el terreno correspondiente á la semeiologia general, y si nos limitamos á una enumeración pura y simple, emprendemos • un trabajo enteramente inútil. Los que quie- ran convencerse de los defectos de estos dos métodos , pueden leer los artículos en que se ha tratado el objeto, como acabamos de decir. Paréceños preferible trazar las reglas que de- ben guiar al práctico en la esploracion de los síntomas , para formar un diagnóstico esacto de las enfermedades del estómago; de este mo- do ofrece algún interés la sintomatologia gene- ral de sus" afecciones. «Las enfermedades del estómago, cualquie- ra que sea su naturaleza, se anuncian primero por alteraciones locales , y solo en una época mas adelantada es cuando las otras visceras manifiestan su-padecimiento. Cuando conside- ramos cuan numerosos son los actos que con- curren al cumplimiento de la digestión, y cuan necesaria es esta función á la vida; natural pa- rece admitir que las afecciones mas ligeras del estómago, deben jr siempre acompañadas de síntomas que se,aprecien con facilidad. Sin embargo, en los anales de la ciencia se en- cuentran hechos numerosos , que prueban quo han podido existir lesiones graves (cáncer, ulceraciones, reblandeoimiento), sin dar lugar á síntomas bien pronunciados; ó á lo menos que no se hallaban en relación, ni por su du- ración , ni por su intensidad, con las alteracio- nes que se han encontrado en el cadáver. No son raros los hechos de esta especie ; pero.de dia eri dia se van haciendo menos numerosos, á medida que progresa el arte del diagnóstico. • «Para comprender con exactitud la natu- raleza y el modo como se producen los sínto- mas que ocasionan las enfermedades del estó- mago, es, necesario recordar los principales actos de la digestión. Una sensación particular llamada hambre ; la secreción de un líquido que goza de propiedades físicas y químicas es- peciales (jugos gástricos); los movimientos os- cilatorios comunicados al órgano por varios músculos, cuya energía es apropiada á la fun- ción; el influjo nervioso; en fin , la integridad de las funciones confiadas á los órganos que hacen esperimentar á las sustancias alimenti- cias .una elaboración preparatoria ( oscilación, insalivación bucal, deglución faríngea , esofá- gica), tales son las numerosas condiciones que concurren al acto completo de la digestión. Si se halla alterado-alguno de los órganos nece- sarios al cumplimiento de este acto, o pertur- bada su función , aun cuando no sea todavía ■ posible descubrir alteraciones ^preciables en su estructura , al momento se verán sobrevenir fenómenos morbosos , cuya naturaleza , inten- sidad y sitio , están en relación con la causa misma que los determina. De aqui toman orí- gen cierto número de síntomas vque vamos á esponér rápidamente , sin pretender apreciar su valor semeiológico", po/que este análisis debe reservarse para cada enfermedad del es- tómago en particular. „ >>Debe esplorarse con cuidado la porción sub-diafragmática del tubo digestivo , porque suministra síntomas preciosos en las enferme- dades del estómago. La membrana mucosa, que reviste la lengua y toda la cavidad bucal, ofrece en su color modificaciones , que deben notarse. Unas veces consisten estas en rubi- cundeces determinadas por la inyección dé los vasos, como en las aftas eritematosas, que de- penden con frecuencia de una enfermedad del estómago ; otras en una erupción de vesículas (aftas vesiculosas), de chapas seudo-membra- nosas (muguet),' ó de ulceraciones: estafe di- versas enfermedades locales son á veces el re- sultado de una flegmasía aguda ó crónica , do un reblandecimiento deJ estómago, de una en- teritis (Billard). La aparición de las chapas del muguet en el. interior de la boca de los re- cieú nacidos, coincide á menudo con.síntomas gástricos bien manifiestos, que pueden,.incli- nar al médico á admitir el desarrollo simultá- neo de estas chapas sobre la membranaünterna del estómago. Sin embargo , entiéndase que DEL ES todas las lesiones que tienen su asiento en la mucosa bucal y faríngea ,• constituyen con frecuencia enfermedades independientes de las afecciones gástricas. Los autores que han es- crito bajo la influencia de la doctrina fisioló- gica , han pretendido referirlas todas á la gas- tritis y á la gastro-enteritis, de las cuales , á su modo de ver, solo eran un síntoma ó efecto mas ó-menos inmediato; pero esta aserción, desmentida por gran número de. hechos, no puede admitirse en la actualidad. »La lengua puede modificarse en su color y en su forma , bajo el influjo de las enfermeda- des del estómago. Unas veces está la membra- na que la reviste uniformemente roja, lisa y reluciente; otras lo está solamente en la pun- ta , sobre su estremidad anterior, ó en sus bordes, donde se observa una rubicundez li- gera , producida por el desarrollo de las papi- las , ó por la inyección de los vasos. La rubi- cundez de la lengua, que era , en sentir de los médicos de la escuela fisiológica , un indicio cierto de flegmasia del estómago, ó de otras porciones del tubo digestivo , no es para otros sino un fenómeno enlazado con condiciones patológicas muy diversas ; unas veces debido á la abstinencia de bebidas ó de sustancias ali- menticias , otras al movimiento febril , á la hi- peremia general, á la rapidez de la evapora- ción, etc. (Piorry.) Prescindiendo de estas opi- niones , que ni una ni otra representan la ver- dad' , necesario es admitir de todos modos, que debe hacerse ¿on el mayor cuidado el exa- men de la lengua en el curso de las enferme- dades del estómago. El grado de secura ó de humedad, el color, el género de las capas que se forman sobre la lengua , ó que se depositan al rededor de los dientes, el examen físico y químico de la saliva, el olor que exhala la boca (olor gástrico de ciertos autores), las sen- saciones gustativas del enfermo (boca amarga, acida, pastosa), deben ser apreciadas por el médico; pues aun cuando este examen no .le suministre síntoma alguno directo, es sin em- bargo un medió de adquirir luminosos datos para el diagnóstico; puesto que conduce á es- cluir cierto número de enfermedades, que se anuncian precisamente por los síntomas que faltan. nDespuesque el médico haya esplorado la cavidad bucal, bajo todos los puntos de vista que acabamos de señalar , examinará del mis- mo modo la faringe y el esófago. Observará desde luego el color de las-partes accesibles á sus sentidos; las capas, las falsas membra- nas, las ulceraciones , las chapas gangrenosas; se asegurará por la palpación inmediata ó por el cateterismo, de que está libre el conducto esofágico. Para citar un solo ejemplo, como prueba de la utilidad de esta esploracion , su- pongamos que se dude el sitio de una lesión orgánica que imite los síntomas de un cáncer del esófago: la introducción de una sonda per- mitirá descubrir el verdadero sitio de la enfer- TOMO Vil. tatA&o. 353 medad. Es necesario observar igualmente el modo cómo se efeetúa la deglución faríngea y esofágica; el cáncer del cardias puede dar lu- gar al vómito esofágico (ruminacion), á un rui- do particular, etc.; el enfermó esperimenta también diversas sensaciones, de cuya existen- cia debe enterarse el práctico para corroborar su diagnóstico , evitando confundir u.na sensa- ción de naturaleza puramente nerviosa, como la del bolo histérico , con un obstáculo debido á una degeneración orgánica , etc. «Las dos sensaciones de la sed y el ham- bre, que se enlazan de una manera tan íntima con las funciones del estómago , están casi siempre modificadas en las enfermedades de esta viscera: hállanse aumentadas, disminui- das, abolidas ó pervertidas. A Veces es viva la sed, continua, y nada puede satisfacerla (gas- tritis sobreaguda); otras es normal, ó muy se- mejante á la de los sugetos sanos. El apetito se halla aumentado en algunos casos de irrita- ción gástrica, de gastralgia , y aun de lesión orgánica ; pero con mas frecuencia se encuen- tra disminuido y enteramente abolido, en tér- minos que el enfermo no puede introducir la menor partícula de sustancia alimenticia en el espacio de muchos meses. La perversión del apetito dá lugar á los síntomas conocidos bajo el nombre de bulimia, de cynorexia , de pi- ca , de inalada. »E1 examen directo de la región epigástri- ca , revela algunas veces una notable tume- facción de esta parte; varios tumores volu- minosos, formados á espeusas de las paredes del estómago , pueden sobresalir en el hueco del epigastrio ó hacia el hipocondrio derecho. »La palpación , dice Piorry , puede ense- ñar : 1.° á conocer el grado de sensibilidad do este órgano, ya en su parte anterior, si se es- plora la superficie, ó bien en su región poste- rior , si se le examina profundamente; 2.° á apreciar el grado de calor de los tegumentos que cubren el estómago; 3.° á reconocer los diversos tumores que pueden desarrollarse en él; 4.° á sospechar el volumen del estómago cuando está muy lleno de alimentos ó de líqui- dos.» (Traite de diagnos. et de semeiologie, t. 111, P. 80, en 8.°, París, 1837). Por la pal- pación se determina en el estómago , dilatado á consecuencia de la degeneración escirrosa de' sus paredes , ese ruido particular, que se per- cibe desde lejos , y que resulta «del choque de las moléculas del liquido contenido en su ca- vidad , y mezclado con gases. «La percusión debe igualmente emplearso en todos los casos; enséñanos si la distensión del estómago es debida á líquidos ó á gases , y hasta qué punto se estiénde la dilatación de esta viscera. Parar tenej' una idea precisa del sitio que ocup^a el estómago, que puede encon- trarse fuera de su lugar , se percutirá primero el pecho, el corazón, el bazo , el hígado y los intestinos. La determinación del sitio e.sacto que ocupa el estómago , no es una cosa indife- 354 ENFERMEDADES SFER! deTí rente para el diagnóstico. Con el ausilio de la percusfon , se reconoce igualmente la estension y el sitio de los tumores del estómago: este modo de esploracion es muy luminoso, para el diagnóstico diferencial de las enfermedades del ventrículo, que pueden confundirse con las de los órganos inmediatos , y no sin razón ha recomendado Piorry su uso (Obr. cit., p. 84 y siguientes). »Los trastornos funcionales y los signos que presentan son muy variados, y de suma im- portancia para la semeiologia. Las náuseas, el vómito, el examen de las materias vomita- das , la regurgitación, las sensaciones anor- males designadas bajo el nombre de dyspepsia, de gastralgia, de dolor, son signos de las en- fermedades del'estómago. Debe analizar el práctico con el mayor cuidado cada uno de es- tos síntomas, porque solo por su estudio pue- de reconocer la lesión, y de consiguiente el si- tio verdadero de la enfermedad ; algunas ve- ees bastan ademas para revelarle la naturaleza de la lesión. Sin embargo , diremos que estos signos, aun los que se llaman patognomónicos, no tienen valor alguno , sino cuando se hallan reunidos á otros : asi, por ejemplo , el vómito de materia negra , no siempre es un signo de afección cancerosa ; el vómito mismo no es un signo constante de enfermedad del estómago; ntro tanto puede decirse de la sensibilidad epi- gástrica , de la gastralgia, de la anorexia , de la rubicundez de la lengua , y de cada uno de los síntomas que hemos indicado. Pueden de- pender de enfermedades enteramente estrañas al estómago; pero si se encuentran reunidos en cierto número , adquieren mucho valor. «No puede existir una afección gástrica sin que al momento se manifiesten alteraciones en el intestino y otras visceras. A Broussais de- bemos el tau esácto como, filosófico análisis de los síntomas producidos por las enfermedades del estómago , y en particular de los fenóme- nos simpáticos, que proceden de las" visceras (Historia de las flegmasías crónicas). »Los síntomas generales son á veces mas pronunciados que los locales ; pero incurriría- mos en una evidente exageración , si preten- diéramos sostener con Broussais, que las en- fermedades del estómago son susceptibles de producir todas las afecciones de las demás vis- ceras : la apoplegia, la encefalitis, la mania, la hipertrofia del corazón, etc. Se ha dicho que el estómago es el rey de las visceras, aserción que hasta cierto punto es esacta; mas no por eso se ha de pretender que se estienda su dominio hasta tiranizar toda la economía, y la ingeniosa alegoría de los miembros y del estómago, per- fectamente fundada cuando se. la aplica con tino y discernimiento , (jebe recibir una inter- pretación diferente de la que sí ha querido darla. Por lo demás, bien se deja conocer que es imposible indicar de una manera general las influencias simpáticas que ejerce en las otras visceras el estómago enfermo; influencias que deben variar según la naturaleza misma, la in- tensidad , el curso de las enfermedades, y en razón de las condiciones individuales en que se desarrollan. Inmensa es por ejemplo la dis- tancia que separa bajo este aspecto una gastri- tis sobreaguda por intoxicación, de una perfo- ración del estómago , que encadena la respira- ción , precipita al paciente en el delirio y en una ansiedad inesplicable ; de un reblandeci- miento crónico , ó de una degeneración escir- rosa limitada á las.paredes del estómago.' »La constipación es mas frecuente que la diarrea, á no ser que estén afectados los intesti- nos. La abstinencia mas ó menos absoluta, y de consiguiente la menor actividad de la qui- mificacion y de las secreciones, y los obstácu- los de naturaleza orgánica son causas que de- terminan la constipación. Sin embargo, no es rara la diarrea, sobre todo cuando los enfermos continúan alimentándose: las sustancias ali- menticias mal elaboradas recorren el conducto intestinal, y le irritan del mismo modo que si fuesen cuerpos estraños. La secreción gaseosa, los borborigmos y los cólicos se refieren igual- mente a las enfermedades del estómago. «La respiración solo es difícil ó acelerada en los casos raros en que ataca el estómago una flegmasia intensa : una neurosis gástrica puede determinar también el mismo resultado; la tos llamada gástrica y el hipo se manifiestan al- gunas veces en las 'mismas circunstancias. La circulación no se altera en el mismo grado en todas las afecciones gástricas:, aquellas cuya marcha es aguda, como por ejemplo las fleg- masías, dan lugar á una fiebre continua; el pulso es vibrante, algunas veces concentrado, cuando existe dolor ó mucha exaltación de la sensibilidad general. Aunque es frecuente la fiebre en el curso de las lesiones crónicas, pué^e faltar del todo, en particular en los su- getos linfáticos, muy débiles y que oponen po- ca reacción. «Todas las flegmasías de las mem- branas mucosas, dice Broussais, pueden ir acompañadas de fiebres intensas, sobre todo las del tejido pulmonal, aunque muy pocas ve- ces es el dolor vivo y agudo. Este tiene á veces en los órganos digestivos un carácter fijo y profundo que le es propio, y que encadena las fuerzas (Hist. de las fleg., t. I, p. 59, 1826). El movimiento febril presenta á menudo exa- cerbaciones# por las taTdes , y si el médico visi- ta al enfermo á otras horas del dia lo encuen- tra apirético. En el último periodo de la enfer- medad se hace la fieljre continua con'ó sin pa- roxismos. «Negar á las afecciones del estómago una notable influencia sobre las funciones cerebra- les y la inervación, seria desconocer las gran- des verdades proclamadas por Broussais, y |os útiles escritos que ha producido su escuela; pero también es sin duda un error decir que siempre que exista inflamación en la parte su- perior ó media del intestino , debemos estar seguros de que se manifestarán desórdenes en DEL ESTÓMAGO. 355 las funciones de la inervación (Broussais, Cours de patol. gen. , y las demás obras), aun cuan- do no deja de ser cierto, que la cefalalgia , la soñolencia, el delirio agudo , las manías y to- dos los síntomas de los estados morbosos com- plejos, que se llaman ataxia, hipocondría, etc., pueden desarrollarse bajo la influencia de uua enfermedad aguda ó crónica del estómago. «Las secreciones y la nutrición general no sufren menores modificaciones que las otras Visceras desde los primeros dias de la enferme- dad. Cuando está el estómago alterado de un modo cualquiera , es raro que el hígado no par- ticipe de la lesión. Unas veces es su secreción mas.activa y otras se disminuye. La ictericia es un fenómeno bastante frecuente jen las afec- ciones del estómago: el vómito de materias biliosas ó de bilis pura, las deposiciones bilio- sas ó la decoloración de las materias escremen- ticias, á consecuencia déla retención ó de la fal- ta dé secreción de fluido biliario , son síntomas que manifiestan la alteración simpática que es- perimenta el hígado. La piel está de ordinario mas seca y á veces cubierta de un sudor frió y viscoso , desarrollándose en ella erupciones de diversa naturaleza. Las escreciones son féti- das , y sobrevienen todos los síntomas de la fiebre héctica sin reabsorción. Cuando existe un cáncer del estómago, la reabsorción de las materias que proceden del cáncer dá lugar á otros síntomas , entre los cuales ocupan el pri- mer lugar un tinte amarillo pálido de la piel ■ y la diarrea colicuativa. El marasmo, que llega en las afecciones crónicas del estómago á un grado tal vez mas estremado que en lá tisis pulmonal, procede mas bien de la falla de nutri- ción, que de un esceso de descomposición. (Broussais, Hist. de las fleg. , t. I , pág. 60, 1826.) »EI análisis que acabamos de presentar nos mueve á admitir tres grupos principales de sín- tomas : 1.° los primeros son locales, y consis- ten en alteraciones del mismo aparato digesti- vo; 2.° los segundos resultan de la influencia simpática ejercida por el estómago enfermo so- bre otras visceras; 3.° y los terceros comprenden (odas las alteraciones de la nutrición general, que son un efecto inevitable de la suspensión .de las funciones digestivas. «Nada diremos del curso , de la duración y del pronóstico , porque" es imposible establecer generalidades sobre este objeto. En cuanto á las complicaciones, las que parecen mas fre- cuentes son las enfermedades de la porción del tubo digestivo que sigue al estómago : las del hígado , las del páncreas y del perito- neo (hidropesía); las del cerebro, pulmón y corazón no se bailan tan á menudo, como gene- ralmente se ha dicho, bajo la dependencia de las afecciones del estómago. »Si leemos los escritos publicados desde el principio de este siglo sobre las afecciones del estómago , vemos, que al principio eran las in- fluencias simpáticas del estómago en el estado sano y n\prboso desconocidas del mayor núme- ro de patólogos, ó al menos consideradas corno de poca importancia. Mirábanse sobre todo con mucho descuido la flegmasia y demás lesiones de la membrana mucosa gástrica. El mayor nú-mero*de autores que escribieron hacia el (iu del último siglo y en los primeros años del XIX, ya bajo la influencia del célebre autor de la Nosografía Filosófica, ó bien bajo el imperio de las antiguas doctrinas, consideraban todavía to- das las afecciones del estómago como saburrales ó como asténicas. Hizo á la verdad uu inmenso servicio á la medicina la publicación de la His- toria de las flegmasiaé crónicas (1808), donde se estudian con el mayor cuidado y-se estable- cen , por medio de la escrupulosa observación de la naturaleza, todas las variedades de la gas- tritis crónica y [as numerosas relaciones que unen al estómago ron otras visceras. En las obras que publicó Broussais después de su tra- tado de las flegmasías, volvió á ocuparse, con toda la convicción de un fundador de doctrina, de las primeras ideas que habia emitido, y con- cluyó por exagerar la importancia de la fleg- masía gastro-íntestinal, en términos de refe- rir á ella todas las fiebres. No es nuestro in- tento esponer aqui los inmensos servicios pres- tados á la medicina por el establecimiento de la doctrina fisiológica, ni recordar las discusiones, tan acaloradas como provechosas, que acerca do ella se suscitaron. Todos nuestros contemporá- neos han asistido y tomado parteen estos céle- bres debates. Sin embargo, las proposicio- nes exageradas, sostenidas y consideradas por Broussais como bases indestructibles de una nueva doctrina , fueron reducidas á su justo valer , y desde entonces se dio- entrada en la ciencia á cierto número de verdades general- mente admitidas entre nosotros. Acaeció , em- pero, que por una de esas reacciones, que no son mas raras en la historia científica de Tos pueblos que en su historia política, se llegó á poner en duda la exactitud de los mismos he- chos eu que funda Broussais su doctrina; y mé- dicos hay que aseguran de una manera positi- va no haber tenido ocasión de observar en su dilatada práctica la flegmasía aguda del estó- mago y de la mucosa gastro-intestinal. Por nuestra parte nos guardaremos desemejantes estravíos , y compadecemos sinceramente á los acérrimos defensores de paradojas, que creen ganar un nombre, sosteniendo lo contrario de lo. que generalmente se habia considerado corno- cierto hasta su tiempo. «Etiología.—Las causas que producen las afecciones gástricas proceden de dos oríge- nes muy diferentes: l.° unas obran directa- mente sobre la membrana mucosa , y son las que corresponden á los ingesta ; 2.° otras que en último resultado vienen á obrar sobre el es- tómago , ejercen su primitiva acción sobre otros órganos: tales son lasque pertenecen á lacla- se circunfusa, las emociones morales, etc. Es- tos dos órdenes de causas obran de dos rno- 35C ENFERMEDADES dos, como predisponentes ó como ocasionales. «Los ingesta irritantes, los venenos corro- sivos, los purgantes, los vomitivos, un golpe, una caída , las sustancias llamadas.estomacales pueden determinar una enfermedad del estó- mago. Los alimentos obran de distintas mane- ras : 1.° del mismo modo que las sustancias precedentes, irritan la membrana interna (car- nes ahumadas , condimentos de diversas espe- cias); 2.° otras sustancias alimenticias produ- cen igual efecto, obligando al estómago á un trabajo tan enérgico, que repetido con frecuen- cia , concluye por ocasionar la enfermedad: las materias que contienen pocas partículas nutri- tivas, las setas, el paii en cuya coiifeccion en- tra una gran cantidad de salvado, de alforfón ó de centeno atizonado deben colocarse en esta clase ; las patatas , las judías y las legumbres se hallan también en el mismo caso', cuando sirven esclusivamente para la alimentación. Sin embargo , no puede creerse que estas sustan- cias determinen siempre las enfermedades del estómago por irritación : en lugar de colocarlas entre las causas estimulantes-, se las debe enu- merar también entre los agentes que disminu- yen la irritabilidad. No puede sostenerse en la actualidad, que las enfermedades del estómago en los sugetos pobres, que han sufrido muchas escaseces, y que únicamente han usado alimen- tos poco nutritivos, dependen de la irritación gástrica : prodúcense entonces otros efectos que estudiaremos mas adelante. Las bebidas alco- hólicas, Vinosas, exasperan la sensibilidad del estómago. «La acción continuada por mucho tiempo de todos estos escitantes , dice Brous- sais, aumenta insensiblemente la susceptibili- dad de la membrana interna de las vias gástri- cas, y en particular la del estómago, hace mas activa la circulación capilar de esta viscera, y el aflujo de los fluidos, mas fácil, y predispone ert fin á la inflamación.» (Hist. de las fleg., t. III, pág. 17, 1826.) Adviértase que no todas estas cansas ofrecen un modo idéntico de obrar. y que por consiguiente no pueden- reasumirse en la irritación, como pretende el ilustre autor de la Historia de las flegmasías. Puede deeirse que modifican la nutrición del estómago y de- terminaifcambios de estructura en sus túnicas, pero nada mas. ¿No puede determinar losa mis- mos efectos'un trabajo distinto de la flogosis? La mayoría de los médicos opinan que el cán- cer , diferente en su concepto de la gastritis, es el resultado de un trabajo morboso entera- mente especial. «¿Pueden tener alguna parte los modifica- dores atmosféricos eu el desarrollo de las enfer- medades del estómago ? « Broussais cree que estimulando el calor y la electricidad de una manera enérgica á los oapilares sanguíneos, es- citando la susceptibilidad de las papilas nervio- sas , y precipitando la química viviente, dispo- nen poderosamente la superficie interna de las vias alimenticias á ser atacadas de inflamación á beneficio del estímulo du los irritantes tópi- cos.» Estas palabras no pueden aplicarse sino á la gastritis. Sin embargo , no debe creerse que el calor, la humedad , el frió dejen de tener in- flujo en la producción de las demás afecciones del estómago. El embarazo gástrico , el estado bilioso, la anórexia, los desarreglos del estó- mago, acaecidos en ciertas estaciones, lo prue- ban de una manera evidente. ¿Determina el aire caliente y húmedo las alteraciones del tu- bo digestivo que se deben á su influencia, obrando sobre el sistema nervioso encéfalo ra- quidiano y sus dependencias , y debilitando la constitución , ó al menos disminuyendo la sus- ceptibilidad de la membrana mucosa ? Asi po- demos creerlo, cuando vemos desaparecer estas enfermedades con el ausilio de un tratamiento enteramente opuesto al de las flegmasías. »En el número de las causas, que consis- ten en la influencia ejercida por las visceras sobre el estómago, colocamos en primera lí- nea la inervación cerebral. Las emociones"mo- rales tristes, la pena, el temor, los celos, la envidia y el amor no tardan en alterar las funciones del estómago. ¿Quién ignora la parte que toman las afecciones morales en la produce cion de la gastralgia, del cáncer, y de todas las perturbaciones nerviosas, que tienen su asiento en el estómago, y su verdadero punto de par- tida en el cerebro? Broussais ha creido que es- tas causas obraban estimulando el estómago, determinando en esta viscera mayor aflujo de sangre (Cours de Pathol. et Therap . gen., 1.1, p. 452). Cierto es que solo adaptó esta espli- • cacion á ja gastritis, mas no por eso deja de ser un error. Las pasiones debilitantes, lejos de aumentar la irritabilidad del estómago, la disminuyen en alto gra,do; y como se necesita cierta cantidad de estímulo, para que se ejecu- ten los actos que concurren á la quimifica- cion, resultan de la astenia del estómago mo- dificaciones esenciales en la secreción del ju- go gástrico, en la contractilidad de las túnicas musculares, en la distribución de las cantida- des de sangre necesaria á las secreciones, etc. La anórexia, la dispepsia, los vómitos, la sed, no reconocen con frecuencia otras causas; y después de la repetición mas ó menos prolon- gada de estas perturbaciones, en su principio puramente nerviosas, sobrevienen con lenti- . tud degeneraciones orgánicas ó lesiones me- nos graves. Del mismo modo, ya modificando la inervación del estómago, ó ya la general, es como ocasionan enfermedades del estóma- ■go los escesos venéreos , la masturbación, los trabajos mentales y el ejercicio muscular pro- longado y escesivo. «Se ve, pues, que no todas las causas obran estimulando el estómago, como han pretendido* Broussais y los que hacen depen- der todas las afecciones gástricas de la fleg- masia aguda ó crónica de. esta viscera. Hay algunas que disminuyen la irritabilidad del es- tómago, aunque estén al mismo tiempo sobre- escitados ciertos órganos , como por ejemplo, DEL ESTÓMAGO. 357 el cerebro y el sistema muscular. En muchos casos sin duda, la continua irritación que los ingesta, y otras sustancias de diversa natura- leza, determinan sobre la membrana mucosa, es el verdadero punto de partida de numerosas alteraciones; pero no podemos admitírquecons- tantemente obren estas causas del mismo modo, como tampoco las modificaciones funcionales que antes hemos indicado, y no tememos de- cir que el que adopte esta idea, puramente sis- temática, será incapaz de dirigir oportunamen- te la terapéutica de las enfermedades del estó- mago, y aun se espondrá á hacer mucho mal. "«Tratamiento.—Cualquiera que sea la na- turaleza de la afección gástrica, hay cierto nú- mero de reglas que" deben guiar al práctico en su curación. Debe poner especial cuidado en el régimen alimenticio, que no puede ser él mismo en todos los casos. Cuando existe una lesión material de las túnicas del estómago, suele ser forzoso disminuir la cantidad de los alimentos, y someter á los enfermos á una dieta mas ó menos rigorosa, ó prescribir cier- tas sustáncias.de fácil digestión. Solo una lar- ga esperiencia, ó mas bien los ensayos repe- tidos y variados de distintos modos, pueden enseñar al médico , cuáles son los alimentos que convienen al estómago de los enfermos. Se ha usado mucho, ó mas bien abusado, de la dieta como medio curativo de las enferme- dades del tubo digestivo; y sin que pueda es- tablecerse regla alguna sobre el particular, debe afirmarse, sin embargo, que una dieta absoluta y muy severa, es con frecuencia mas perjudicial que útil, y que pueden darse sin in- conveniente algunas sustancias alimenticias siempre que el estómago las reciba bien. Per- judica en particular la dieta en las enfermeda- des puramente nerviosas de esta viscera, y si mucjias de estas se agravan, se prolongan por años enteros, ó se hacen incurables, débese á que el médico desconociendo la naturaleza de la enfermedad, y creyendo combatir una lesión orgánica, cuando no hay otra cosa sino una neurosis, somete sus enfermos á un ré- gimen dietético contrario. Los resultados ob- tenidos por los charlatanes y los homeópatas se fundan en errores de este género. «Naturaleza y. clasificación de las enfermedades del estómago. — Si quisiéra- mos referir todas las clasificaciones en que se hallan comprendidas las diversas afecciones del estómago, nos veríamos obligados á espo- ner la historia de las doctrinas médicas que han reinado en diferentes épocas. Unas, fun- dadas solamente en la consideración de los síntomas, contienen implícitamente las enfer- medades del estómago en la esposicion parti- cular de cada síntoma; el vómito, la dispepsia, la gastralgia, la hematemesis, la timpanitis, forman otros tantos capítulos distintos, en don- de se acumulan confusamente descripciones desnudas de toda exactitud, é incapaces de • servir para el diagnóstico y para la terapéutica. Podemos decir, sin temor de ser desmentidos, que la clasificación de las enfermedades del estómago, fundada solamente sobre los sínto- mas, es la peor de todas; por cuya razón no nos detendremos en ella un solo instante. «La anatomía patológica ha apreciado en su justo valor todas las clasificaciones: desde que se estableció esta ciencia, la luz de la verdad ilumina á la patología, y en particular á la dej estómago. La historia de los síntomas no se separa ya de la historia de las lesiones que •los determinan: pueden referirse á lesiones co- nocidas el vómito, la dispepsia, la hemateme- sis, etc., y no solamente el diagnóstico , sino también la terapéutica de las enfermedades del estómago, reciben de este modo un alto grado de perfección. Sin embargo, fácil es co- nocer , que no pódia establecerse la clasifica- ción de las enfermedades sobre esta única ba- se. En efecto, la anatomía patológica no pue- de revelarnos todos los desórdenes que sobre- vienen durante la vida en esta viscera; pues si varios de ellos dejan en el cadáver lesiones materiales, hay otros que parecen depender de una simple alteración funcional. Sobre esta doble consideración conviene fundar el estu- dio de las afecciones gástricas. «Andral, en su Anatomía patológica, las estudia sucesivamente en los capítulos que á continuación se expresan: 1.° lesiones de la circulación: 2.° de la nutrición : 3.°'de la se- creción: 4.° entozoarios: 5.° simples pertur- baciones funcionales. »1.° Lesiones de la circulación.—A. Hipe- remia del tubo digestivo.—B. Anemia. »2.° Lesiones de la nutrición.—A. Hiper- trofia del tubo digestivo'(de la membrana mu- cosa , y de los tejidos subyacentes).—B. atro- fia del tubo digestivo.—C. Beblandecimiento del tubo digestivo (de la membrana mucosa, de todas las túnicas de las paredes gastro-in- testinales).—D. Ulceración del tubo digestivo. E. Perforación del tubo digestivo.—F. Alte- raciones de capacidad, consecutivas á diversas lesiones de nutrición.—G. Lesiones congéni- tas de nutrición (vicios de configuración, de dimensión, de situación, oclusión de las aber- turas naturales y comunicación preternatural de los intestinos). «3.° Lesiones de secreción.—A. Productos de secreción morbosa supra-mucosa (moco, vapor perspiratorio y gas).—B. Productos nuevos (sangre, melanosis, materia tubercu- losa, seudo-membranas', concreciones calcu- losas).—-C. Secreciones morbosas, sub-muco- sas (sangre, suero, grasa, gas, pus, mela- nosis, tubérculos). »4.° Entozoarios. »5.° Alteraciones funcionales. — A. Mo- dificaciones del hambre y de la sed.—B. de los fenómenos de la quimificacion (dispep- sia ). — C- de los fenómenos 'de secreción y de escrecion.—D. de la sensibilidad.— E. Estado del tubo digestivo en las fiebres, 358 ENFERMEDADES DEL ESTÓMAGO. y á consecuencia de las enfermedades de otros órganos. «Las divisiones establecidas por Andral, comprenden exactamente todas las enferme- dades del estómago y del intestino, y pueden servir para su estudio. Cualquiera que sea el orden que se adopte, es necesario admitir muchas grandes clases de alteraciones: las flegmasías agudas y crónicas , las hemor- ragias,.la secreción de nuevos productos del desarrollo de tejidos nuevos (cáncer, ence- phaloidés)., ó seres organizados, la degenera-* cion de los tejidos normales, que de ordina- rio entra en una ó-muchas de'las alteraciones precedentes, y en fin, las neurosis, constitu- yen el conjunto de las enfermedades que pue- den atacar al estómago. «Billard, en sus indagaciones de anatomía palológica sobre la membrana mucosa gastro- intestinal, ha.estudiado sus alteraciones bajo los dos aspectos siguientes: 1.° Alteraciones de color.—A. coloración roja;—B. morena y violada;—C. apizarrada;—D. negra ó melá- nica.—2.° Alteraciones de tejido.—A. Alte- ración de tejido sin pérdida de sustancia (in- filtración de serosidad , de gas, hipertrofia de las glándulas mucíparas).—B. Alteraciones de tejido con pérdida de sustancia (ulceración). Estas divisiones, admitidas por Billard, son buenas, .pero solo convienen al estudio de las lesiories de la membrana mucosa (ob. cit.). «Sin adoptar Cruveilhier un orden preciso en la descripción de las enfermedades del es- tómago, las examina, sin embargo, del modo siguiente: 1 ° Lesiones en la contigüidad del estómago (mutación de sitio, hernias).—2.° Le- siones en la continuidad (heridas, úlceras,per- foración).—3.° Cuerpos estraños.— 4.° Lesio- nes de la circulación de las materias alimen- ticias contenidas en el estómago (retención de las materias , dilatación, estrechez ). — 5.° Pneumatosis.—6.° Fluxión nutritiva del estómago (hipertrofia). — A. Fluxión Secreto- ria (embarazo gástrico, saburra).—-B. Flu- xión hemorrágica (gastrorragia).—C. Fluxión inflamatoria (gastritis aguda y crónica, ulce- rosa).—D. Ulcera simple y crónica del estó- mago (reblandecimiento).— E. Degeneración cancerosa. — F. Tubérculos cancerosos y de otras especies del estómago. — G. Perforacio- nes espontáneas del estómago.—H. Chapas gangrenosas.—I. Neurosis del estómago.— —J. Vómitos.—L. Gastralgia.—M. Neurosis helmintiforme. Bajo.éste último nombre de- signa Cruveilhier esa perversión singular de la inervación, que hace creer al enfermo que se halla atacado de lombrices; es fácil cono- cer que este orden es poco metódico, y no po- dría adoptarse. «En la doctrina de la escuela fisiológica se simplificó bastante la clasificación de las afec- ciones gástricas: en efecto, la simple inyec- ción de la túnica mucosa, la ulceración y la degeneración cancerosa de las paredes del es- tómago , todas eran en concepto de Broussais un efecto He la gastritis aguda ó crónica , y le importaba poco ceñirse á un orden preciso para estudiarlas, con tal que viniesen á quedar com- prendidas 'en la historia- de esta inflamación» (Mon. y Fl. , compendium , tomo III, p. 481,y siguientes). Las citas que acabamos de hacer bastan para dar una completa idea del númerq y de las principales formas de las alteraciones gás- tricas. Nosotros las examinaremos en el mismo orden que las enfermedades del esófago, esto es , empezando por las lesiones funcionales, y acabando por las anatómicas. CAPITULO II. Lesiones del apetito. ARTICULO I. Anórexia. Nombre y etimología.—Derívase la anóre- xia de partícula aumentativa, yáempií, hambre, ó según algunos autores, de Cilt, buey, y Ai^íf , hambre. Sinonimia. — «Bulimia ó hambre canina. Polyphagia, de jaí, mucho, *l> y V'/'f» apetito, ansia; cyonorexia, de x""" ■» perro; lycorexia#, de *4uot, lobo; Boulimia , boulimus, fames ca- nina, boulimia esurigo. Lat., Faim canine, de- vorante ; fringale , etc., Franc. Definición.—«La bulimia es una exagera- ción del apetito normal7 ordinario, provocada por lina enfermedad del estómago, ó por la perversión de las funciones de esta entraña. También puede depender de una conformación viciosa del estómago, de Ips intestinos ó de los conductos biliarios. Unas veces se abre en el estómago el conducto colédoco (Vesalio y Lieu- taud), otras falta enteramente la vejiga de la hiél (Landré-Beauvais , Ollivier d'Angers) ó bien es tan corto el conducto intestinal, que se aproxima al de los animales carnívoros; final- mente , so ha visto coincidir con el hambre es- cesiva, el desarrollo de las válvulas conniven- tes , la amplitud del estómago, la de los intcs- 'túio's y la del orificio pilórico. No nos ocupare- mos de ningún modo de la bulimia, que se aso- cia á una disposición particular de los órganos de la digestión; solo trataremos en este artí- culo'de ese apetito "desmesurado ,"que consti- tuye un fenómeno patológico , común á mu- .chas afecciones, diversas por su sitio y natu- raleza. , «Descripción general.—La bulimia pre- senta diferentes grados ; algunas veces apenas escede el apetito los límites del estado normal, como en los convalecientes, ó en los sugetos qué se entregan á ejercicios violentos; en otros casos existe una voracidad , que impele al hombre á comer doce ó quince libras de ali- mentos en un dia. Entre estos dos estreñios hay grados intermedios , que no es raro encontrar 302 enfermedades en los enfermos. Á menudo también, al mismo tiempo que el hambre es insaciable , se per- vierte ; los individuos buscan entonces sustan- cias , que no sirven generalmente de alimen- tación , ó bien devoran los alimentos sin ha- berlos hecho sufrir ninguna preparación. Per- cy ha designado esta perversión del apetito con el nombre de homofagia (de úuis , crudo y e atribuirse este fenómeno patológico á una irri- tación gastro-intestinal ótf un simple eretismo nervioso? La solución de esta cuestión es de grande importancia para la terapéutica, porque esta difiere según el modo como aquella se de- cida. Los que asignan á la bulimia un oríjen nervioso, hacen observar que destruyendo el apetito las flegmasías y las irritaciones agudas del estómago , no se puede creer qué la infla- mación crónica le aumente; que no es lógico considerarla como un efecto de la gastro-ente- ritis crónica „. puesto que la aguda acarrea la re- pugnancia de los alimentos ; que si anunciase la primera de estas afecciones todos los conva- lecientes, en quienes es el apetito escesivo, se verían atacados ó muy amenazados de dicha flegmasia ; que si uua gastritis ligera escitaba el apetito, uua gastritis mas fuerte debería acre- centarlo mas, lo cual no tiene lugar; porque lejos de eso, la anórexia es uno de los síntomas mas constantes de la flegmasia gástrica ; que desde luego es necesario admitir que el eretis- mo que prodlice la hambre canina no es de la misma naturaleza que la inflamación del estó- mago, que ocasiona la inapetencia; que la bu- limia no 'depende sino de una escitacion ner- viosa del sistema digestivo, y que los enfermos que tienen hambre y que digieren no están afectados de gástro-enteritis , cualesquiera qua 364 enfermedades del estomago. sean por otra parte los síntomas que esperi- menten (Trait. sur les gastralgies et les ente- ralgics, por Barras , t. V, pág. 449 y si- guientes). «Poco dispuesto Barras á creer que la bu- limia sea el primer grado de una gastro-ente- ritis , reconoce sin-embargo, que el eretismo conduce á ella algunas veces, y que sirve de predisposición á la gastro-enteritis. • «Broussais ha colocado la bulimia en el nú- mero de las neurosis gástricas por irritación de la muco-vellosa (Cours. de terap. gen., t. V, pág. 120 ). De aqui se puede inferir que se ha- lla completamente terminada la discusión res- . poeto á la naturaleza de este síntoma, y que es- tamos ya de acuerdo en el dia en que es un sig- no de las afecciones gastrálgicas é inflamatorias del estómago. La facultad de digerir sin dolor la masa de alimentos ingeridos, permite esta- blecer que no existe mas que una gastralgia (Barras, loe cit.); las condiciones inversas deben hacer concluir, que la mucosa del estó- mago está crónicamente irritada. Ademas, los síntomas generales contribuyen á aclarar la ver- dadera naturaleza de la enfermedad: si esta se manifiesta en una clorótica ó histérica acometi- da de otras neurosis, no hay que dudar: es una bulimia gastrálgica. «Cuando atormenta mucho tiempo á un su- geto con alguna intensidad ¿puede producir una inflamación? Barras ha llegado á cr.eer que la escitacion nerviosa del sistema digestivo puede determinar accidentalmente la gastro-enteritis; pero que esta no es ni su continuación ni su consecuencia necesaria, y que existen ambas, casi siempre separadamente. «Fistos dos esta- dos morbosos pueden sucederse, pero no mar- chan comunmente unidos; y aun es tal la dife- rencia de su naturaleza, que bien puede decir- se que la presencia del uno debe hacer ge- neralmente presumir la ausencia del otro.» (Des gastralgies , etc., loe. cil. , pág. 455.) La bulimia puede escitar una inflamación del estómago ; de la misma manera que la inani- ción. Verdad es que Bontius,. Albcrtini, Peye- roy Morgagni, que han inspeccionado cadáve- res de sugetos que habían muerto de esta afec- ción , nada dicen de flegmasia gástrica : Be- di y Valsalva nada han encontrado en los ani- males que perecieron por la privación de ali- mentos, y también se han citado numerosos ejemplos de personas, que después de haber es- capado de la muerte han dejado un diario en que refieren no haber sufrido las ansias del hambre. Últimamente, ocho mineros privados de alimentos por espacio deciento treinta y seis horas (cinco dias y medio),- han soportado muy bien la abstinencia. (Journ. des'conn. med. chir., setiembre, 1836, pág.417.) Pero á estos hechos, que no prueban tanto como se ha di- cho en favor de la ausencia de toda lesión á consecuencia del hambre prolongada, se pue- rleruoponer otros no menos numerosos, en los cuales ha parecido la mucosa gástrica notable- mente alterada. La discusión que necesita este punto de fisiología patológica nos alejaría mu- cho de nuestro objeto. Lo que se puede asegu- rar es, que si es^cierto'que el ejercicio exaje- rado de un órgano debe acabar* tarde ó tempra- no por inducir lesiones en su tejido, esta propo- sición, de que nadie duda, es enteramente apli- cable á la bulimia. Asi,, pues, creemos que puede provocar á la larga una inllamacion (1). «Tratamiento.—Es el mismo que el de la afección de que es síntoma: toda terapéutica dirigida contra ella aisladamente, seria inútil por precisión , puesto que propendería á combatir la sombra en lugar de dirigirse al cuerpo. Se debe , pues, buscar cuál es el órgano que pa- dece, y si la polifagia es síntoma de la cloro- sis, del histerismo, de la demencia , de la dia- betes ó de cualquiera otra afección, conviene usar los remedios aconsejados en cada una de estas enfermedades: si vá unida á una gastral- gia, no cesará en tanto que no-se haya hecho desaparecer la neurosis intestinal. (Véase gas- tralgia.)» (Compendium de med. prat., por Monneret y Fleuri , t. I, pág. 642 y si- guientes.) (i) De acuerdo nosotros en este punto con los au- tores , admitimos esta proposición , no por su autori- . dad , que bien merece por cjerto tomarse en cuenta por el esquisito acierto con que tratan todas las cues- tiones, que han tocado en sus interesantes trabajos; si- no porque las doctrinas admitidas generalmente por todos los patologislas respecto á las causas de las En- fermedades, nos obligan á no hacer una inadmisible es- cepcion respecto á la bulimia. Comprobado está que la demasiada cantidad de. alimentos ingerida en el estómago produce indigestiones , saburras gástricas ó intestinales , diarreas y vómitos: pues si esto se ha admitido como verdad que demuestran diariamente los hechos, aun en casos en que el estomagóse supo- ne sano, ¿no es muy racional creer que las escesivas cantidades de alimento (concediendo que sean de cualidades admisibles) que engullen los bulimiacos una y otra vez al dia, yun dia tras de otro, produz- can los mismos efectos? Dicho queda y admitido tam- bién en el discurso de este artículo, que los alimentos que muchas veces eligen los enfermos no son de las mejores cualidades nutritivas; que las cantidades que se ven obligados á ingerir para acallar la morbosa necesidad que los aqueja son enormes; que por ello unos vomitan y otros arrojan por el ano las. materias casi al mismo tienupo ó muy poco después de ser tra- gadas £ que otros se encuentran satisfechos con una pequeñísima cantidad de alimentos: y preguntaremos nosotros en vista de estos hechos ¿será nn despropó- sito admitir una irritación ó una inflamación en el es- tómago, si no frecuente, al menos posible , produ- cida por la bulimia ? Es, pues, imjy verosímil que si la razón fisiológica sentada y generalmente admitida, ha sido suficiente para que los autores de esta obra crean posible la producción de la inflamación del es- tómago por la bulimia , con mucha mas razón deba admitirse la influencia patológica , puesto que la bu- limia tiene su asiento en el estómago. Las misma» consideraciones que han retraído á los autores deí presente artículo para no estenderse en este punto de fisiología patológica , nos obligan á nosotros á seguir su ejemplo. (N. de las T.J DISPEPSIA. 365 CAPITULO III. Dispepsia. «Nombre y etimología.—Derívase la pa- labra dispepsia de ¡vs, difícil, y de *<>B. Dispepsia idiopatica por atonía del estómago; dispepsia asténica de los autores.— .Parece enteramente producida por debilidad "del estómago, que desempeña muy incomple- tamente su función. «Los síntomas áe esta dispepsia son, la anórexia mas ó menos completa, la dispepsia, la pesadez del estómago. Dalmas incluye tam- bién en el número de los síntomas , la deco- loración de los labios, la palidez, la anemia de los enfermos; pero es preciso que los tras- tornos causados en la nutrición por la astenia del estómago, hayan durado algún tiempo pa- ra prodneir estos efectos, que mas bien nos parecen dependientes de la misma causa que , determina la astenia del estómago (anemia, dieta prolongada,' hemorragias, etc.). «Sauvages da el título de cardialgía, bra- dipepsia cardilea, á la dispepsia asténica acom- pañada de dolores violentos;.y reserva el de gastrodinia periodinia para cuando son mas violentos los dolores durante el tiempo de la digestión, y existen movimientos convulsivos del estómago y de los intestinos. La gastrodi- nia aslringens está marcada por la incomodi- dad, la astricción de vientre, calor general, sobre todo en las estremidades, el encendi- miento de la cara y la frecuencia del pulso. La gastrodinia atlerens difiere de la prece- dente por el frió de las-estremidades, ó por la dificultad de la respiración. Bástenos una vez para siempre haber dado un ejemplo, que prue- ba cuan viciosas son estas donominaciones, impuestas á unos síntomas combinados de diversos modos. «La -causa de la dispepsia asténica reside en el estómago (Dysp. ast. idiopat.\ ó en una modificación general de la economía (Dysp. ast. sintom. de algunos autores y simpática de otros). Entre el número de causas de la primera especie figuran el uso prolongado por mucho tiempo de las bebidas acuosas, mu- cílaginosas, y de alimentos feculentos, la die- ta, la abstinencia de toda bebida escitante, la debilidad ocasionada por el progreso de la edad, y aun esta causa parece corresponder mas. bien á las de la segunda especie. Esta comprende las influencias generales que obran sobre todos los tejidos, tales, por ejemplo, como la habitación en un lugar húmedo, mal ventilado, privado de los rayos solares , una alimentación insuficiente ó de mala naturale- za , el abuso de los baños, los trabajos men- tales escesivos, lo mismo que los corporales, las vigilias, los esc'esos venéreos, las evacua- ciones abundantes, los flujos, las hemorra- gias (Mashal!, Hall) , las reglas inmoderadas, los flujos blancos, etc., etc. Ora haya obra- do la causa sobre todo el cuerpo, ora sobre el estómago solamente, lo cual es muy raro; su modo de acción es siempre el mismo , siem- pre debilitando la viscera. »C. Dispepsia idiopatica por.perversión de las funciones del estómago.—A los síntomas ordinarios de la dispepsia, tales como la anó- rexia, las náuseas, la sensación de peso en el epigastrio, la astricción de vientre, etc. vie- nen á unirse otros que resultan de la perver- sión de la inervación gástrica, tales son: las náuseas, los vómitos, el dolor bajo la forma de gastrodinia, de cardalgia, de gastralgia, un apetito desarreglader(píca, malacia), es- cesivo, (bulimia), la pneumatosis intestinal, la secreción de una gran cantidad de saliva, el vómito'de líquidos mucosos, etc. Estos fe- nómenos, que van unidos con la depravación de las funciones del estómago,.seobservan en las mujeres al principio de la preñez, y en varias enfermedades, como el histerismo,"la 368 ENFERMEDADES clorosis, etc.; pero entonces no es la dispep- sia idiopatica, y de esto volveremos á ocu- parnos mas adelante. «Beferimos á la dispepsia por perversión la que no es sintomática de una enfermedad del estómago, ni de una simple neurosis, y que parece consistir en una alteración de la secreción gástrica, cuyos productos pueden ser modificados en su naturaleza ó en su can- tidad (Disp. por alteración del jugo gástrico ó 2)ituiloso). Dalmas, jque admite esta forma de la enfermedad, no refiere ningún hecho prác- tico en apoyo de su opinión; nosotros nos in- clinamos á admitirla; pero creemos que es muy rara. Mas ordinariamente es el síntoma precursor de un cáncer del estómago, según lo ha visto muchas veces Andral, ó de una neurosis incipiente. La cardalgia esp.utatoria de Linneo ¿es una dispepsia por vicio.de la secreción? Se siente uno á creerlo asi, en vis- ta de la relación que se ha hecho de esta afec- ción , endémica en una gran parte de Suecia. Los enfermos sienten por debajo del esternón una fuerte compresión, que se estiende hasta el dorso y al. pecho. El dolor que se manifies- ta con algunos intervalos , determina una an- siedad muy grande, que no cesa sino después que han vomitado los pacientes una saliva ca- liente y límpida, como el agua , y cuya can- tidad puede ser hasta de libra y media. «Hagamos uotar que siendo la perversión de las funciones del estómago un manantial de síntomas muy variados , pueden hallarse todos en la forma de dispepsia que estudiamos en este momento. Asi es que fijándose unas veces la perversión en la contractilidad de las túnicas musculares y en la sensibilidad, se quejan lps enfermos de dolores sordos, pro- fundos, apenas apreciables, y en ocasiones muy fuertes (gastralgia ,'gastrodynia), pul- saciones (Dispeps. pulsalil de Sauvages), un dolor que se irradia desde el corazón á todo el pecho, etc.: los vómitos, las contracciones bruscas y fuertes del estómago, anuncian tam- bién esta perturbación de.la contractilidad. Empero si la depravación se dirige mas parti- cularmente sobre las funciones secretorias; se acompañará la dispepsia de secreción ga- seosa caracterizada por la flatulencia (Disp. flatulenta), de eructos, de regurgitaciones ni- dorosas, etc. En una palabra, los síntomas mas variados y discordantes, en medio de los cuales figuran particularmente los de la dis- pepsia, pueden desarrollarse bajo la influencia de la modificación patológica que ha produci- do esta última afección. En las neurosis del estómago, como por'éjemplo, las gastralgias es donde están mas marcados éstos síntomas, que' existen también en las afecciones orgánicas de dicha viscera y en otras enfermedades. •2.° «Dispepsia sintomática.—Ora dependa de una afección del estómago ó de otra visce- ra, ó ya de una neurosis, la dispesia sínlomá- ti*ca resulta siempre de la sobre escitacion, de la atonía ó de la perversión de las funcio- nes del estómago. «En el número de causas morbosas , que tienen su asiento en el estómago, se debe no- tar mas que ninguna otra, la inllamacion agu- da, y muchas veces sobreaguda (gastritis); la flegmasia crónica; el cáncer del píloró ó del cardias; los cuerpos estraños; las hernias, la compresión ejercida por algunos tumores; la ingestión de sustancias venosas", de purgan- tes; el uso frecuente y repetido de bebidas vi- nosas y alcohólicas, que acaban por*causar una flegmasia lenta, ó bien una degeneración de las paredes del estómago; el paso'de la bi- lis á la cavidad de esta viscera (anórexia bilio- sa); la presencia de ascárides lumbricoides, de un tamia, etc. Algunos autores han consi- derado también como sintomática la dispepsia por esceso de alimentos (á crápula), el vómito lechoso de los niños que han tomado una gran cantidad de leche , y la dispepsia que se ma- nifiesta despuesde la indigestión. «Nos falta señalar otras formas de la dis- pepsia sintomática, que sobrevienen en algu- nas afecciones generales. El trastorno del es- tómago parece en algunas circunstancias pro- venir de una modificación mas ó menos pro- funda del sistema nervioso. En este sentido es como se. la puede llamar, con algunos autores, dispepsia simpática. Tal es la que se observa en las embarazadas al priucipio, ó durante el tiempo de la preñez, después de la supresión de las reglas (dips. catamenial), ó de un flujo loquial (flatulencia loqial de Sauvages), de las hemorroides; en la clorosis (disp. clorótica, gastrodinia clorótica de Sauvages), eh el his- terismo (disp. histérica, gastrodinia pulsátil, cuando existen pulsaciones en el epigastrio), y en la hipocondría (disp. hipocondriaca de Bosquillon). Nótese con respecto á esta últi- ma especie, que Jos fenómenos hipocondria- cos se presentan "algunas veces antes que ios pertenecientes á la .dispepsia; en cuyo caso no se puede dudar que esta última afección sea efecto de la misma causa que determina la hi- pocondría; no obstante, hay casos en que la neurosis del estómago es el verdadero punto de partida de los accidentes nerviosos que se acostumbra referir al cerebro; y entonces ha re- cibido este órgano una influencia simpática del estómago, que se ha transmitido igualmente á todo el sistema nervioso. No haremos mas que enumerar la-dispepsia febrif, que se presenta" en las calenturas y en las enfermedades infla- matorias, la dispepsia artrítica , reumática, ca- quéctica, nefrítica (Bosquillon); siguiendo es- te sistema seria justo admitir también dispep- sias tísica, hepática, colériqa , intestinal, etc. puesto que los síntomas dispépticos se presen- tan del mismo modo en la tisis, en la hepatitis, en el cólera, en las inflamaciones de los intes- tinos, y en muchas otras enfermedades. . «En has numerosas afecciones que acabamos de examinar, depende la dispepsia de una mo- DISPEPSIA. 369 dificacion nerviosa, provocada por la enferme- dad ; ya es la sobreescitacion, ya la atonía del estómago , ó la perversión de su función, la que dá lugar á los síntomas que se observan. El modo de producción de las dispepsias sin- tomáticas y simpáticas es el mismo en todos los casos. Por lo común acarrea la enfermedad una depravación de las digestiones, como se vé en el histerismo, en la clorosis, y la hipocon- dría ; no siendo siempre fácil juzgar de qué naturaleza es semejante perturbación , por la sola observación de las causas de la dispepsia. Sin duda en un sugeto pálido, anémico, casi exangüe, debe provocar la astenia una dispep- sia asténica ; pero no es fácil probar que la perversión de los actos confiados al estómago deje entonces de figurar en la producción de la dispepsia. Algunas veces varios síntomas insó- litos que vendrán á unirse con los de la dispep- sia , como la pica y la malacia, harán reco- nocer su naturaleza ; pero aunque falten no por eso se podrá decir que no existe perversión. Tratamiento.—«¿Deberemos, á imitación de algunos autores, indicar el tratamiento de la dispepsia? Los profesores Fournier y Ker- garadec reducen á tres las indicaciones tera- péuticas: 1.° destruir las causas.del mal; 2.°"pa- liar los síntomas; 3.* combatir la causa próxima: concederemos , sin gran dificultad , que estas sean en efecto las bases del tratamiento de la dispepsia , como de cualquiera otra afección en general. Pero una vez reconocida esta verdad, no hemos de ponernos á dirigir á ciegas nues- tras prescripciones terapéuticas, contra una co- lección de síntomas variables y combinados de diversos modos, que se manifiestan en enfer- medades , que cuando más solo tienen el sín- toma común, dispepsia. Seria , pues, necesa- rio, ante todo saber lo que debe comprender esta palabra en patologia. Si la consideramos como sinónima, como representante de las afecciones nerviosas incipientes del estómago, empleáre- mos el tratamiento de la neurosis; si la hace- mos sinónima de la lentitud y de la dificultad de las digestiones, nada tendremos que decir, porque debe aplicarse entonces á" todas las en- fermedades del estómago y de otros órganos. Nos queda, pues, la dispepsia idiopatica asté- nica, en la cual nos detendremos un momento. Cuando se manifiesta en un viejo, en un con- valeciente , en un sugeto sometido* á una dieta severa y muy prolongada, en un niño débil, linfático ó escrofuloso , ó también después de una enfermedad que protoca la debilidad del estómago, lo mismo que la de otros sistemas de órganos, como la anemia, la clorosis, las he- morragias , una alimentación insuficiente; es necesario recurrir inmediatamente y conciertas precauciones, al uso de sustancias amargas y tónicas , como la corteza de naranjas amargps, (á quina gris"', ó roja irla simaruba (quasia amar- ga), el trébol acuático, el lúpulo, la achicoria, y la ceiitaura; se darán estas plantas en in- fusiones frias y uu poco concentradas. Será I TOMO VII. también ventajoso el uso de los ferruginosos, lasaguas minerales ferruginosas, tos vinos me- dicinales, el vino de Burdeos, las cervezas amargas. Se colocará á los sugetos en buenas condiciones higiénicas , de manera qne ceda ó por lo menos disminuya la influencia de los agentes debilitantes que les rodean.» (Compen- dium de Med. prat. por Monneret y Fleury, tomo III, pág. 121 y sig.) CAPITULO IV. Gastralgia. »Nombre y etimología.—La palabra gas- tralgia se deriva de las radicales griegas yjco- ■rop, estómago, y a\yct, dolor. «Sinonimia.—Conócese esta enfermedad con los nombres de dolor de estómago, cardialgía, gastrodinia , y también con los de hipocon- dría, cólico, acedos, pirosis, soda, pica, ma- lacia, bulimia, pasión cardiaca. Kapínt^yiee, derivado de *ctpóix, abertura cardiaca, y de «c^yes , porque se ha supuesto por mucho tiempo que el orificio superior del estómago era el sitio único del dolor; significaba igual- mente dolor del corazón,' porque también se han referido frecuentemente á este órgano los síntomas observados; sap/m^fios , Svex^ix, nvpuais, de los griegos. Dispepsia, cardiacus morbus, ventriculi dolor, morsas ventriculi, stomachi rosio, acrimonia de los latinos; gas- tralgie, gastrodinie de los franceses. Kocpi't*- *yix , Hipócrates; cardialgía , Sauvages, Lin- neo , Vogel, Sagar y Darwin; gastrodinia, Sauvages, y Sagar; soda, Linneo y- Vogel; dispepsia, Cullen y Crichton; pyrosis, Cullen, Sauvages, Sagar; limosis cardialgía, Good; gasteralgia, Swediaur; cardiacus morbus, spas- mus ventriculi, passio cardiaca , ardor stoma- chi , dyspepsodynia de diferentes autores. «Las anteriores denominaciones no son to- das sinónimas, en concepto de los autores que las han creado, ó que de ellas se han valido: les atribuyen sentidos un poco diferentes, y las emplean como veremos mas adelante, pa- ra dar á conocer las infinitas variedades que presentan los síntomas de la neurosis g.íslri campero nosotros nos creemos autorizados para aproximarlas unas á otras, con el (in de contribuir á que cesen unas distinciones que nos parecen inútiles. . »B\Eri«iciON.-r-Si hubiéramos de fiiarnos en el sentido^ propio y riguroso de la palabra gas- tralgia, solo, debería designar la. afección ner- viosa, la neurosis dei estómago que va acom- pañada,' entre otros síntomas, de uu dolor muy /fuerte. La,gastralgia* pues, no es otra cosa que uno de los numerosísimos síntomas de hr neurosis gástrica y nada mas. »¿Pero conviene hoy-describir asi bajo otras tantas» denominaciones diferentes y en capítu- los separados, las variedades sintomatológicas de ta. neurosis del estómago, y seguir con ciei- ,24 370 enfermedades del estómago. tos autores estudiando como enfermedades distintas, la cardialgía, la gastrodinia, la piro- sis, etc.? Nosotros no nos creemos obligados á adoptar este orden, ya porque nos repugna sostener distinciones que no existen ordina- riamente en los sugetos, en quienes se ve que cambian los síntomas, se transforman unos en otros y se reemplazan , sin que por ello cam- bie en su fondo la enfermedad; y ya porque de este modo romperíamos las afinidades y relaciones que existen entre los fenómenos morbosos de una enfermedad, introduciendo una confusión perjudicial en el tratamiento, que permanece siempre el mismo, con corta diferencia, en todos los casos indicados. Por lo demás, nos parece suficiente, para conven- cer á nuestros lectores, ponerles á la vista la definición de algunos términos usados en las obras antiguas. i «La cardialgía es, según Sauvages , una sensación desagradable, que ocupa el epigas- trio ó el estómago con tendencia al síncope; la gastrodinia un dolor constante en la re- gión del estómago, pero que no va acompa- ñado de lipotimias (Nosolog. metod., cías. 7, ord. 4.°) La cardialgía según Etmulero, es un dolor acompañado de constricción del cora- yon , que se hace sentir hacia el apéndice si- loides, con ansiedad precordial. El cardiog- rnus, oyendo á Sauvages, es una sensación penosa y pertinaz, con sensación de peso y palpitaciones del corazón, que se exasperan al menor movimiento, y que deben atribuirse á una enfermedad de los vasos situados en las inmediaciones del corazón. Nos promete- mos que bastarán estas citas para demostrar cuan falsas y vanas son todas estas distin- ciones. «Reconociendo algunos la verdad de la crítica que acabamos! de hacer, podrían, sin embargo , pretender que la palabra gastral- gia debe servir para designar los dolores ner- viosos del estómago y de los intestinos: pero esta manera de considerar el objeto, mas li- mitada, sin duda, que la primera, no puede admitirse; porque entonces se descartan del número de las enfermedades del estómago las que no van acompañadas de dolor..Asi pues, y concediendo que-la palabra gastral- gia, tomada en su literal sentido, no debería significar otra cosa que la neurosis del estór mago que da lugar al dolor; como queremos presentar un conjunto completo ^y metódico de todos los síntomas que dependen de la afec- ción nerviosa del estómago ; nosotros , si- guiendo el ejemplo de M.'Barras, cuya auto- ridad invocaremos frecuentemente en esta matería, hemos reunido bajo la denominación de gastralgia y de enteralgia todas las* neu- rosis gastro-intestinales. Con este motivo nos parece oportuno transcribir literalmente el pa- sage siguiente, tomado de. la obra, cuyo autor acabamos de citar: «si es cierto que Jos sín- tomas de gastro-enteralgia son bastante va- riados , y aun desemejantes, para hacer creer que existen grandes diferencias entre ellos, no es menos cierto que la mayor parte de es- tos síntomas, que algunos quieren conver- tir en otras tantas enfermedades particula- res , existen comunmente reunidos. No hay cosa mas frecuente, por ejemplo, que encon- trar la dispepsia , la cardialgía, la pirosis, la bulimia , reunidas en un mismo sugeto. Es igualmente cierto, que hay fenómenos de gas- tralgia, que aunque muy diferentes en apa- riencia, se suceden sin embargo, ó se reem- plazan alternativamente. Asi es que la anó- rexia sucede fácilmente á la bulimia, y que la gastrodinia reemplaza algunas veces á una ú otra de estas afecciones. El mismo dolor car- diálgico hace esperimentar-tan diferentes sen- saciones, que se podría creer la existencia de muchos estados morbosos, si no se supiera que estas sensaciones pueden sucederse, no solamente de uno á otro acceso, sino también durante el acceso mismo. Todos los dias ve- mos que una neurosis gástrica indolente llega á hacerse dolorosa, y que una aguda se hace crónica y recíprocamente» (Barras, Traite sur les gastralgies et les enteralgies: 3.a edic. t. II, pág. 196, en 8.°, París 1338). Esta cita bas- tará para demostrar de una manera decisiva, los vicios de un método que ha reinado por tanto tiempo, y que consistía en erigir, en crear tantas enfermedades distintas; como sín- tomas diferentes. Se ha abusado de la mane- ! ra mas estraña de este método, sobre todo en el estudio de las enfermedades nerviosas, que en razón de su naturaleza y de su escesiva movilidad -, se prestan mejor que las otra\s en- fermedades á multiplicadas divisiones. «Divisiones.—Él orden que. debemos se- guir en la esposicion de este artículo, resalta naturalmente de las observaciones preceden- tes. Estudiaremos desde luego, siguiendo nuestro sistema, los síntomas de la gastralgia, entre los cuales colocaremos la gastrodinia, la cardialgía, la pirosis, la pica, la malacia, los vómitos nerviosos, etc.; en segundo lu- gar, las complicaciones, tales como la hipo- condría , la gastro-enteritis crónica, etc. La anórexia, bulimia y la dispepsia, han sido ob- jeto de descripciones particulares en los dos anter¡ores*capítulos. «Síntomas^—Principiaremos su estudio por el de los fenómenos morbosos que tienen su asiento en el estómago, y en especial por los que resultan de los trastornos de la inervación gástrica; estos son los hechos mas constantes; pero también los mas variados en su forma y naturaleza ; dDolor ventriculi varia exhibet phanomena» dice Truka (Historia, cardialgía?. p. 9, en 8.°, Viena, 1785).. »Dolores gástricos.—Uno denlos síntomas mas comunes á la gastralgia es el dolor de estómago: varia A. por ju sitio., B. por su in- tensidad, C por su duración y Repeticiones. A. Asiento.—Ocupa mas Comunmente el enfermedades del estómago. 371 epigastrio, y parece corresponder á .diferentes puntos del estómago; unas veces lo refiere el enfermo al orificio superior ó cardiaco, y á la región precordial: otras á la porción pilórica y á la abertura de este nombre, asi como al hi- pocondrio; y otras en fin á la región dorsal en el punto qne corresponde á las últimas vér- tebras dorsales» como lo ha observado muchas veces Piquer. Uno de los caracteres del dolor gastrálgico es la tendencia á irradiarse á los órganos inmediatos. Detharding le ha visto, como Piquer, propagarse hasta eldorso. Et- muller dice, que en un casp iba desde el dor- so hacia las partes anteriores, y esto es tan raro en su concepto, que de cien casos de car- dalgia uno' solo se manifiesta en esta forma: se le ve también estenderse desde el gran fon- do del estómago hacia los demás puntos de es- ta viscera, subir á lo largo del esófago, ó fi- jarse entre las escápulas , ó en la punta del esternón: en la pirosis ofrece el dolor precisa- mente este carácter. »B. Intensidad.—Nada hay tan variable co- mo la sensación esperiméntada por los enfer- mos; algunos se quejan de una desazón peno- sa é indefinible; un dolor obtuso y contusivo; otros de una sensación de constricción seme- jante auna mano que apretase frecuentemente el estómago; uno refiere que esperimenta los mismos efectos que si su estómago estuviese flotante ó suspendido, ó se arrancase del si- tio que ocupa ; otro compara el dolor al pro- ducido por una mordedura ó dislaceracion; otras veces es un dolor punzante , lancinante terebrante, ó una sensación de hormigueo análoga á la de un animal que anda rastrean- do bajo la piel; enfermos hay que sienten en el estómago un frió glacial ó ui> calor muy vivo.Todas estas variaciones en el síntomaque estudiamos han sido observadas con cuidado por Truka j quien cita con una erudición sin igual, el nombr-e de los autores que han refe- rido las observaciones en que han sido com- probados estos síntomas (obr. cit. p. 10- y sig.). Schmidtmann, que también ha indicado todas las variedades precedentes del dolor gastrál- gíco; desde la indisposición mas ligera del es- tómago hasta la mas violenta, dice, que pue- de ser bastante intenso para provocar el deli- rio y laá convulsiones (summa observalionum medicarum expraxi clínica triginta annorum depromptarum: Berlín, en 8.°, 1819-1830, t. HI, ch. 9*, p-. 30). Algunas veces es tan fuer- te la cardialgía que suspende los movimientos respiratorios", y causa una dificultad de respi- rar, y una ansiedad precordial muy grandes. Ofrece un "carácter la gastralgia que no es eonstante, pero que tiene algún valor cuando existe, y es el de disminuir por una fuerte presión, ó por la presencia de alimentos, que es lo contrario de lo que sucede en la gastri- tis (V. Diagnostico). »C. Duración y repetición.—El dolor gás- trico no es continuo, repite por intervalos, se exaspera comunmente cuando el estómago no ha recibido alimentos en muchas horas; en otros casos, por el contrario, se manifies- ta en el mismo instante en qué el bolo ali- menticio ha tocadp al estómago, ó bien solo media hora, ó una y aun hasta cuatro horas después de comer. El dolor pasa muy pronto en unos; y otros le esperimentan todo el tiem- po que dura la digestión, y algunas veces has- ta quince y diez y ocho horas después. Ya se manifiesta solo durante la noche, por la ma- ñana ó por la tarde: no ofrece nada de regu- lar en su marcha, y cesa ó disminuye de in- tensidad por intervalos, para volver á presen- tarse con toda su fuerza en épocas mas ó me- nos irregulares: «Per intervalla vexat cardial- gía et remittit, intcrmittitque» (Sehmidtmanu, loe. cit., p. 201). Cuando afecta periodicidad bien manifiesta consiste en que há venido á- juntarse á la afección nerfiosa el elemento in- termitente. «Periodicum autem malum est apud nonnullos; sed plerumque tune indolem febris -intermittentis praese fert» (Truka, ob. cil. p. 19). No se puede considerar como iiji dolor verdaderamente intermitente «1 que es determinado por una causa que se presenta de nuevo, repetida en épocas fijas, como los- ménsíruos. «En muchos casos, dice Barras, vuelve á aparecer el dolor ó se exaspera un poco antes de comer, mientras que en otros esta repetición ó exasperación tiene lugar al- gunas horas después de la ingestión de los alimentos en el estómago» (obr. ciL, t. I, p. 203). • »Dispepsia.—El trabaje de la digestión v&. acompañado frecuentemente de dolor gas- trálgico. Hemos dicho que el desfallecimiento- y todas fas sensaciones dolorosas que los su-. getos refieren al estómago, pueden también, pero muy rara vez, presentarse fuera de la época de la digestión. Algunos autores, y en- tre otros Pinel, han dado el nombre de dis- pepsia á los casos en los cuales son lentas y laboriosas las digestiones. Barras le emplea para designar la exaltación de la sensibilidad, sin dolor en los órganos digestivos; es, dice, el primer grado de muchas neurosis intestina- les (obr. cit., t. I, p. 361). Difícilmente com- prendemos que pueda exaltarse la sensibilidad sin que sobrevenga dolor, ó al menos una de esas sensaciones que se asocian á la per- versión de la'sensibilidad normal. Por lo de- mas , la significación de esta palabra varia se- gún los autores; ya en el capítulo anterior ¡as hemos indicado todas (página*367). Insis- timos en creer, y lo repetimos, que si se la quiere conceder un valor preciso, es necesa- rio servirse de ella para significar una simple lentitud ó dificultad de la digestión: este es el sentido.que la han dado Pinel y Cullen. »Los sugetos atacados de dispepsia tienen, según la espresion que emplean por lo común,, el estómago caprichoso : unas veces es vivo el apetito, y se efectúa la digestión completa y re- 372 GASTRALGIA. gularmente ; otras esperimentan repugnancia ó inapetencia á los alimentos, y la quimificacion da lugar á una sensación de peso , á cierto mal estar, á ansiedad epigástrica, á eructos, bor- borigmos y flatos. Terminada la digestión des- aparecen estos fenómenos , y todo entra en or- den hasta el momento en que el estómago reci- be de nuevo los alimentos. En algunos sugetos es la dispepsia el único síntoma que se observa durante mucho tiempo, sobre todo al principio de la enfermedad : muy á menudo la reemplaza la cardialgía. Cardialgía.—«Sensatio varia occasionem pra?- buit ut dolorem ventrículo perceptus varia nó- mina adipisceretur.» (Truka, p. 3.) Efectiva- mente, solo se han fundado en la naturaleza y el asiento de las sensaciones esperimentadas por los enfermos, las diferentes denominaciones im- puestas al dolor de'^stómago. Ya hemos indi- cado el sentido que Sauvages y Etmuller dan á la palabra cardialgía. Esta, según HoiTmann, es un dolor agudo muy fuerte qué ocupa, no solo el orificio izquierdo del estómago, sino también el derecho* tiene su asiento hacia la estremidad •del esternón, y se estiende hasta la espalda (De dolore cardialgico in dissertat. medie tradens compendiosam et clinicam praxim dolorum cum cautelis, ann. 1706; in opera omnia, pá- gina 143, suppl. I|L Genova,.1753). Va acom- pañada de ansiedad , de dificultad en la respi- ración , algunas veces de síncopes y desfalle- cimientos ; estos síntomas constituyen entonces la gastrodinia dé Sauvages. El cardiogmus, que puede considerarse ó traducirse morsus , erosio oris ventriculi, y los calambres del estómago, son espresionescasisinónimasde las precedentes. »La pirosis y soda están caracterizadas por una sensación de ardor y de calor , desarrolla- da en el estómago, y á lo largo del esófago hasta la garganta, seguida de la espuicion de una materia líquida, comunmente acida y acre, que quema las fauces. «Los síntomas que acabamos de indicar de- penden de ciertas modificaciones patológicas que esperimenta el estómago en su sensibilidad. Éstas modificaciones consisten: 1.° en el au- mento de la sensibilidad , que oscura y apenas sensible eu el estado fisiológico, puede ascen- der hasta el grado del mas violento dolor, .como se ha podido observar. La exaltación de la sen- sibilidad que es el fenómeno ordinario de las gastralgias , es. la causa de la gastrodinia, de los calambres del estómago, del cardiogmus, de la pica , y de lodos los dolores gástricos, cuyas numerosas formas seria casi imposible poder esplicar , porque cada enfermo las siente y es- perimenta de una manera diferente, ó mas bien porque sintiendo el sistema cerebral de los di- versos individuos mas ó menos enérgicamente, sobre todo en las enfermedades nerviosas , las esplica cada cual ásu manera. 2.° «La segunda modificación de la sensi- bilidad gástrica consiste en su disminución , y es mucho mas rara que la primera; sin embar- go , puede existir en la neurosis del estómago como en la de las demás visceras interiores. La dificultad y la molestia en la digestión (dispep- sia) dependen tal vez, de la disminución de la sensibilidad fisiológica de la membrana interna del estómago; pero repetimos que estos casos son raros. »Malacia, pica.—La sensibilidad gástrica está comunmente pervertida en el curso de las neurosis del estómago, y á esta modificación deben atribuirse los síntomas de que nos vamos á ocupar. Uno de los estados mas singulares es el que impele á los enfermos á comer sustan- cias qiie ordinariamente no sirven de alimento, como la sal, la pimienta , los harenques, el ca- fé en grano (malacia) ó sustancias que no con- tienen principio alguno nutritivo , y que no se usan como alimentos (pica). Algunos enfermos atacados de pica se complacen en comer greda, tierra,carbón , polvo, yeso, etc. Las espresio- nes de malacia y pica son casi sinónimas, y sir- ven para designar una depravación del sentido del gusto, cuyo verdadero punto de partida.nos parece residir en el estómago ; por eso hemos colocado estos dos síntomas entre los trastornos que determina la perversión de la sensibilidad gástrica. «Se han citado ejemplos muy estraordina- rios de pica y de malacia : una mujer, refiere Sennerto, comía dos libras de greda y de pie- dra molidas , sin esperimentar incomodidad al- guna. Van-Swieten cita la historia de una mu- jer que bebía mucho vino, aunque natural- mente era muy sobria. Otra comia con avidez sal y harenques salados, etc. Esta perversión del gusto es un síntoma de gastralgia, ya cons- tituya por sí sola la afección, ya complique á otro estado como la preñez ó la clorosis. «La bulimia ó hambre escesiva es también otro fenómeno, que depende de la escitacion y perversión nerviosas del estómago. Induce á los enfermos á comer cantidades considerables de alimentos, y algunas veces sustancias no alimenticias. Presenta diferentes grados , algu- nas veces apenas escede de los límites fisioló- gicos y naturales, y en otros casos constituye una hambre devoradora, que obliga ál desgra- ciado que la padece á comer enormes cantida- des de alimentos. No obstante el caso mas or- dinario es el en que los sugetos, después de ha- ber deseado con ansia las sustancias que deben servir para su nutrición, se ven hartos ¡rime-; díatame'nte (Véase el cap. II, Bulimia). La bu- limia no es un síntoma tan frecuente como la gastralgia, y demás fenómenos morbosos que nos resta dar á conocer. • »E1 apetito suele estar modificado durante el curso de la enfermedad; puede ser natural, dis- minuido 6 desarreglado ; presentarse nueva- mente después de comer, y alternar con una repugnancia insoportable , etc. Rara vez se asocia la gastralgia á la pérdida completa del apetito: lo mas común es que en esta enferme- dad sufra estremadas variaciones. Sin embargo, ENFERMEDADES DEL ESTÓMAGO. 373 algunos enfermos jamás esperimentan hambre, y comen únicamente por razón y convenci- miento; otros tienen una aversión pronunciada á los aumentos. Es raro que los enfermos ten- gan mucha sed, y cuando esta existe es momen- tánea. Lejos de eso , el mayor número esperi- menta una grandísima repugnancia á las bebi- das, cuya ingestión es seguida de dolores, náu- seas y vómitos. Las sustancias sólidas por el con- trario las dijieren mejor; este es un carácter muy importante de las gastralgias. Añadiremos también que el uso de las bebidas aromáticas ca- lientes , tónicas y escitantes , lejos de aumen- tar los dolores del estómago , los calma muy comunmente ; mientras que las bebidas frías ó. calientes, pero simplemente acuosas ó emo- lientes ó acidas , aumentan la gastralgia , y de- terminan las mas veces eructos, náuseas, etc., y una sensación molesta de ansiedad y angustia epigástricas. «Al mismo tiempo que se modifica la sensi- bilidad del estómago , como acabamos de de- cir, están igualmente afectadas la fibra contrác- til y .el sistema locomotor de la viscera. A es- ta causa deben atribuirse las contracciones ir- regulares y frecuentemente repentinas y dolo- rosas, que esperimentan los enfermos antes ó después de la repleción del estómago (cólicos nerviosos), y sobre todo los vómitos nerviosos ó espasmódicos. »Los vómitos pueden depender, ó de que se han ingerido en el estómago alimentos difíciles de digerir, ó de que estos fastidiau á los enfer- mos. «Es de notar , dice Barras , que el vómi- to por indigestión es muy raro en los gastrál- gicos, ya porque se sujetan á un régimen que los libra de este accidente , ya porque su estó- mago no está dispuesto á arrojar los alimen- tos. Algunos no obstante vomitan sin esfuerzo ni fatiga casi todos los alimentos que toman; y son sin duda aquellos en quienes llega al mas alto grado la sensibil'Qad estomacal, y que tienen al mismo tiempo una gran facilidad para vomitar. Por lo demás , este vómito ner- vioso, que se puede encontrar aislado, pero que está por lo general asociado á etros síntomas gastrálgicos , es tan raro que no lo hemos ob- servado mas de seis veces entre millares -de neurosis gastro-intestiuales que hemos visto. Un fenómeno mucho mas frecuente en los su- getos afectados de estas neurosis es, que arro- jan por vomiturición ó regurgitación una ma- teria glutinosa , algunas veces clara como una disolución de goma, y en otros casos espesa como la clara de huevo ó de ostras. Ora es por la mañana, ora en el acto de la digestión, ora en fin inmediatamente después, cuando los en- fermos arrojan esta materia, que' proviene de una secreción viciosa de los órganos digestivos. Adviértase finalmente , que á escepcion de las circunstancias de que acabamos de hablar, si los gastrálgicos vomitan los alimentos, arrojan los líquidos mas bien que los sólidos, mientras que se observa lo contrario en las alteraciones or- gánicas del estómago y de los intestinos» (Obra citada, t. II, p. 210). Esta última proposición es verdadera , pero con algunas restricciones: sabido es en efecto , que en el cáncer del estó- mago elige esta viscera en alguna manera las sustancias que debe arrojar al esterior. En la gastralgia las materias vomitadas %on unas ve- ces las bebidas , otras los alimentos ó líquidos mucosos, nunca materia negra ó análoga al po- so del café, como en el cáncer del estómago, ó en algunas gastritis con ulceración. «Las náuseas, los vómitos, el hipo y los sollozos deben colocarse en el número de los síntomas de la gastralgia. Lo mismo sucede con los eructos de gases inodoros , que muy rara vez tienen el olor de las sustancias alimenticias, ó un sabor acre, y que quema la garganta , á menos que el enfermo haya comido con esces.o, ó que hayan escitado los alimentos su repugnan- cia. Los gases segregados en el estómago du- rante el trabajo de la quimificacion son por lo común muy abundantes; pueden ser espelidos por la via superior, y se escapan algunas veces con ruido , y en gran cantidad ó proporción. El eructo alivia á los enfermos, y en algunos el trabajo de la digestión que parecia dificultado por esta cantidad de gases, se concluye regular- mente. Si tornan su curso por las vias inferio- res se meteoriza el vientre, y se presenta dolor y tensión estremada durante la digestión. La secreción gaseosa se establece mas particular- mente en los intestinos que en el estómago; cuando este órgano es el sitio de semejante se- creción anormal, sé hincha ó aumenta de volu- men el epigastrio algunas veces en muy alto grado; la percusión revela un sonido en la par- te, sonoro y claro, semejante al de un tambor; la presión desarrolla dolor , y aumenta la sen- sación de estremada tensión que esperimenta el enfermo, asi como la disnea y ansiedad epi- gástrica. 'Cullen, que ha colocado la flatulencia entre los síntomas de la dispepsia (entiéndase neurosis del estómago) piensa con razón , que depende de la cualidad de ciertos alimentos, que dan mas cantidad de gases que otros, y que son propensos á la fermentación. Esta última parte de la opinión de tan célebre patologista es la única verdadera: las coles, los na vos, judías blancas ó secas, las patatas, etc., causan ordi- nariamente el desarrollo de una gran cantidad de gases. Cullen no ignora que la producción de estos «es el efecto de un vicio del mismo es- tómago» ; pero no ha especificado que era un vicio de secreción (Eléments de medecine pra- tique, t. II, p. 339, edición de 1819). ' »No todos los alimentos son igualmente bien dijeridos; los mas pesados son las legum- bres , las frutas acidas y acuosas, las Debidas acuosas y emolientes , la leche, las carnes co- cidas; y por el contrario las carnes asadas y aromatizadas, y las sustancias vegetales ó ani- males que contienen naturalmente ó por efecto del arte un principio escitante, se dijieren mejor. 37'+ GASTRALGIA. «Durante la digestión se manifiestan algu- nos fenómenos simpáticos , tales como el bos- tezo, la soñolencia, pandiculaciones, vértigos, alucinamieutos y las palpitaciones de corazón. Barras cree que estas incomodidades proceden de los gases mas bien que de la neurosis mis- ma , porque desaparecen cuando el enfermo ha espelido gran cantidad de gases , para volverse á presentar cuando se desarrollan nuevamen- te (Ob. cit., tomo II, pág. 209). No piensa asi Georget, quien opina que la sensación de hin- chazón ó distensión no está siempre en rela- ción con la cantidad de gases, y debe depen- der de una anomalía de los órganos sensitivos ó de otra causa (art. Gastralgia. Dict. de med., p. 11, 1836). Andrés Comparetti fijó su aten- ción en e| desarrollo de los gases, é indicó con cuidado los fenómenos morbosos que producen; pero cometió el desacierto de mezclar con sus observaciones, teorías puramente especulativas (Occursus medici, de vag. agriludineinfirmita- tisnervorum, p. 190, en 8.°; Venecia, 1780). «Asi como la sensibilidad del estómago 'se encuentra modificada de tres maneras, asi tam- bién la contractilidad de esta viscera esperimen- ta modificaciones análogas. Hay neurosis de la contractilidad lo mismo que de la sensibilidad. Algunas dispepsias nos parecen ser gastralgias, en las cuales se efectúan de una manera poco activa los movimientos peristáltico y antipe- ristáltico, y se dificulta la digestión; en este caso hay disminución de la contractilidad, y permanencia mas prolongada de los alimentos en la cavidad gástrica. La astricción de vientre suele provenir de uua disminución análoga de la locomoción de los intestinos gruesos. Los eructos, la regurgitación, la venida á la boca d.e los alimentos , los vómitos, etc. acompañan á la acción aumentada de la contractilidad. »La secreción de la membrana mucosa está modificada como los demás fenómenos diná- micos; su aumento es causa de esas gastror- reas que determinan vómitos frecuentes y re- petidos de materias mucosas. Cuando está per- vertida la secreción, resultan líquidos alcali- nos ó muy ácidos (soda , pirosis). Finalmente, necesario es admitir que ciertas dispepsias (di- gestiones lentas y difíciles) reconocen-por cau- sa una esceslva disminución de los líquidos se- gregados por la membrana interna del estóma- go , y necesarios á la digestión. »La lengua se. presenta blanca, húmeda, y del color que la es natural; pero no pocas ve- ces, está roja ó encendida en su punta, lo cual depende, no de la enfermedad > sino de algu- na complicación , ó bien de que se han so- metido los sugetos á una dieta mas ó menos prolongada. El estado de la lengua difiere pues esencialmente del que se presenta en las fleg- masías del estómago y de los intestinos. Los enfermos esperimentan comuiunente un gusto salado , amargo ó ácido ; otros dicen que sien- ten la boca pastosa , sobre todo al despertarse por la mañana ; y algunos en fin perciben un gusto do pimienta ó de espeeias, etc. La secre- ción de la saliva está también modificada ; mu- chos enfermos tienen necesidad de arrojar á cada instante la saliva que afluye á la boca; la cantidad de este humor parece mas abundante cuando se hallan los pacientes sujetos á una dieta algún tanto severa, cuando esperimentan la necesidad de tomar alimento, ó durante la digestión. La lengua está Con mucha frecuen- cia acida , y esta acidez, lejos de ser un signo de inflamación del estómago , como se ha crei- do, es un-carácter fisiológico del moco lingual. «Debernos señalar ademas eomo síntomas de la gastralgia , la constricción de la faringe, acompañada ó no de sensación del bolo histé- rico , la constipación, la timpanitis , los borbo- rigmos y las variadas sensaciones que se espe- rimentan en el vientre. La astricción es perti- naz ; los escrementos , depuestos con esfuer- zos , están formados de materiales duros , re- dondeados , del grosor de una nuez (materias oviformes) rodeadas comunmente de mate- rias mucosas blanquecinas ; cuando sobreviene diarrea depende de una mala digestión , ó de una complicación. Las orinas son pálidas, des- coloridas, límpidas y abundantes, lo cual con- siste en la ausencia del movimiento febril, y puede servir para distinguir la gastralgia de la gastritis. Sin embargo, muchas veces se escru- tan con frecuencia .y en corta cantidad , y con escozor en el conducto uretral ó en el cuello de la vejiga. Se ve pues que los caracteres fí- sicos de las orinas son bastante variables; unas veces claras , otras amarillas ó rojizas y sedi- mentosas. Estas variaciones deben atribuirse á alguna enfermedad , que complica la neurosis do I estómago , y determina un movimiento fe- bril. »A medida que hacen progresos las gastral- gias , van adquiriendo mayor intensidad los fe- nómenos simpáticos que determinan ; la sen- sación de constricción en la garganta , que he- mos indicado en el primer grado de ia enfer- medad, puede llegar á ser tan violenta, que los enfermos no puedan soportar nada al rede- dor de ésta parte , porque se crean amenaza- dos de sofocación ; en algunos la membrana mucosa nasal y de la boca posterior, están en un estado como de irritación , que simula uu coriza y una ligera afección de la garganta ; ni aun la conjuntiva está siempre exenta de este efecto simpático. En ciertos casos son tan in- tensos la alteración de la voz , la incomodidad y el dolor de la laringe, que engañan á los mó- dicos poco atentos y les hacen suponer la exis- tencia de una lesión idiopatica cu este órgano. ■ Los dolores de varios puntos del cuerpo , al principio vagos y fugaces, se hacen muy fijos, y duran mas tiempo, multiplicándose y au- mentando, en términos de hacer pensar á los gastrálgicos, y aun á algunos médicos, que no conocen su causa , qtle son verdaderos dolores reumáticos (Barras , t. II, p. 219). «Los síntomas suministrados por el sistema ENFERMEDADES DEL ESTÓMAGO. 375 nervioso cerebros-espinal , son escesivamente numerosos: prescindimos ahora de los que lle- gan á un alto grado y entran en lá descripción de la gastralgia hipocondriaca, cuyos principa- les rasgos nos proponemos bosquejar cuando hablemos de las complicaciones de la gastral- gia , porque en efecto , los consideramos como .otra neifrosis, que.viene á añadirse á la neuro- sis gástrica. La cefalalgia es un efecto simpá- tico , muy constante, de la gastralgia: unas ve- ces ocupa la frente, la raíz de la nariz , ó los dos arcos orbitarios, y constituye una ¿le las variedades de hemicránea, que se observan tan comunmente en las mujeres nerviosas y gas- trálgicas; otras tiene este dolor su asiento en todo el cráneo, Ó solamente en su circunferen- cia, ó en su parte mas elevada. No es igual en todos los sugetos la intensidad del dolor: algu- nas veces solo está la cabeza pesada y torpe en sus movimientos ; otras es la cefalalgia violen- ta y atroz. Por lo demás nunca persiste en el mismo grado; en algunos enfermos la hace des- aparecer, momentáneamente la repleción del estómago-; en otros , al contrario , provoca su aparición, ó la aumenta hata un grado notable. »Es preciso también colocar entre los sín- tomas de la gastralgia los vértigos, los aturdi- mientos, que dependen de una causa muy di- ferente de la congestión, y la sensación de chis- pas , ráfagas delante de los ojos, etc. Up gas- trálgico, á quien asistía Barras, perdía la vista inmediatamente después de ingerir los alimen- tes en el estómago, y no la recobraba hasta que se concluía ia digestión. Este enfermo rehusaba satisfacer su apetito, que era sin em- bargo muy vivo, porque temía quedarse ciego. Otro perdia momentáneamente la vista del ojo izquierdo, mientras que la del derecho queda- ba intacta (t. II, p. 222). Pero es muy raro que lleguen á tal grado los desórdenes simpáticos de la visión. Algunas veces se observan alncina- mientos singulares, como en la enagenacíon mental; entonces existe, una gastralgia hipocon- driaca. Lo que mas ordiiiariapieute se observa son ráfagas de luz, sensaciones estravagantes y.variables, según los individuos. Todas las simpatías nerviosas cscitadas por la neurosis gástrica se aumentan á medida que el mal hace progresos , ó bajo la influencia de la dieta, de las emisiones sanguíneas, ó de otros agentes terapéuticos, que acrecientan el eretismo ner- vioso, debilitando al mismo tiempo.la constitu- ción ; por el contrario , desaparecen cuantío se trata convenientemente la gastralgia; y si per- sisten todavía algunas veces después de la cura- ción de la neurosis , es á consecuencia del há- bito vicjoso que ha contraído la economía. De- bemos también mencionar entre los sfutómas nerviosos que esperimentan los enfermos, cuya afección ha^Uegado a un período bastante ade- lantado, la'fatiga , la curvatura, la debilidad general, que alarma mucho á los sugetos, las llamaradas de calor á lá cara,"reemplazadas por una sensación de frió, y seguidas de sudo- res; el frío de las estremidades , las contrac- ciones de las arterias, que se sienten en casi todo su trayecto , y especialmente en las sie- nes y en la cabeza , las sensaciones estraordi- narias que se esperimentan en la piel, los.do- lores lumbares, torácicos, y los que recorren todos los miembros , ya á la manera de las neuralgias, ya también como los dolores reu- máticos. En algunos los órganos de los senti- dos presentan una estremada exaltación ; el menor ruido les hace estremecer, caer en sín- cope , y cualquier motivo les causa impacien- cia , agitación y movimientos convulsivos; en otros se observa una perversión de las faculta- des sensitivas, mas bien que su exaltación; es- tán sujetos los enfermos á calambres , á saltos de tendones y á movimientos convulsivos pa- sajeros. «Difícil seria pintar la movible fisonomía de todos los fenómenos morbosos que presentan los gastrálgicos. Aun cuando nos propusiéra- mos seguir minuto por minuto la aparición y la metamorfosis de los mil síntomas que presenta el sistema nervioso; y aun cuando consiguié- ramos apoderarnos de los infinitos cambios que ofrecen en una multitud de enfermos , todavía no tendríamos mas que un conocimiento muy corto de la sintomatologia de la afección ; por- que los mismos fenómenos nerviosos no se pa- recerán ya en otro enfermo á los que antes se habían observado. Fácil es comprender cuánto puede variar el cuadro de éstos síntomas se- gún los individuos, cuando se reflexiona, que dependen de la sensación misma y de lá inteli- gencia mas ó menos desarreglada de los suge- tos, que esplican sus sensaciones de una ma- nera casi siempre inesacta , porque exageran sus padecimientos , y la imaginación les enga- ña sobre su estado, sin que ellos lo conozcan. Johnson cree que esta exageración es un efecto de la sensibilidad enfermiza de sus nervios, mas bien que un acto de su voluntad. Creemos que las dos causas desempeñan un papel muy principal; pero si fuese necesario señalar la parte que corresponde, á cada una , la conce- deríamos mas lata á los actos de la inteligen- cia. Por lo demás , los fenómenos nerviosos no suben á tan alto punto, sino cuando ha llegado la enfermedad á sus últimos periodos , ó cuan- do está en los límites de la complicación , que estudiaremos mas adelante con el Hombre de gastralgia hipocondriaca (Véase Complicacio- nes). «La flojedad dé que se quejan los enfer- mos,/és mas bien efecto de su imaginación que realidad. Efectivamente, es un hecho digno de atención , y que nó sé. observa mas que en las afecciones nerviosas, que no pocas personas se quejan durante diez, quince , veinte años , y aun toda su vida , dé 'dolores de estómago , sin esperimentar fiebre,"sin debilitarse y sin ffér- der su robustez. Schmidtmann hace mención de una religiosa , que estuvo sujeta á la gas- tralgia desde su juventud hasta los 84 años; 376 GASTRALGIA. 2£Saf Peí?°naxS conocidas ^ este médico lle- garon también á una edad muy avanzada, aun- que padecían babitualmente del estómago: «Noví hommes ventrículo laborantes, qui nihi- >)losecius ad summum pervenere senium.» Jambien nosotros hemos visto muchos ejem- plos de esta naturaleza; pero no hay duda que estos casos son los mas raros. A poco que pro- grese la enfermedad se van alterando ta asimi- lación,y la nutrición ; no tardan en presentarse la debilidad y un deterioro gradual; el enfla- quecimiento puede ser tal, que rave en la con- sunción mas adelantada , y la debilidad se con- vierte en pérdida total de las fuerzas , sobre todo si se estenúa al enfermo por un trata- miento antiflogístico ; pero el color del rostro no se deteriora , á no ser que la neurosis del estómago esté complicada con otra afección, que altere por cierto tiempo el color de la piel, co- mo acontece cuando acompaña á la gastralgia un embarazo gástrico , dando lugar al tinte amarillento. Pero haciendo abstracción de es- tas circunstancias, el color es siempre claro, aunque algunas veces uu poco pálido, y como anémico (Barras, t. II, p. 223). Este cuadro verídico y esacto , es uno de los mas curiosos de la historia de las neuralgias. «Cuando ha llegado el mal al punto que aca- bamos de socalar, los sugetos siempre desaso- segados á causa de su situación , buscan toda especie de distracciones ; están en una continua agitación; forman mil proyectos, á los cuales renuncian antes de haber emprendido la ejecu- ción de uno solo ; otros caen eu uu estado de apatía y pereza estremada ; no quieren ya sa- lir de su cama y de su cuarto ; si se levantan, temen el menor ejercicio, creyendo que les es perjudicial; y que no pueden dar un paseo un poco largo. El sueño es ordinariamente agitado, interrumpido por ensueños penosos, aflictivos, pero á veces es tranquilo y pacífico , y al des- pertar los enfermos creen haber recobrado la salud; otros no pueden gozar del menor des- canso ; en éste estado de,vigilia les presenta su espantada imaginación todos los peligros de su mal, y se levantan por la mañana abatidos y desanimados. »¡Los aparatos de la digestión y de lá iner- vación son los que presentan los síntomas mas constantes y característicos de la gastralgia; ' pero los otros aparatos ofrecen igualmente sín- tomas que nos importa estudiar. Hemos habla- do ya de las alteraciones déla voz, dé la estre- mada disnea qu,e se manifiesta en el momento en que son escesivos los dolores gástricos. Se puede atribuir también lá dificultad' de la res- piración á la distensión del estómago y de los intestinos por los gases , y la compresión que resulta sobre el diafragma, cuyos movimientos son penosos. Sin embargo, la causa mas ordi- naria de los trastornos que esperimenta la.res- piración es la escesiva sensibilidad del estóma- go y de toda la región que ocupa este órgano, la cual debe necesariamente imposibilitar el cumplimiento de la locomoción torácica y la es- . pansiou pulmonar. »En la neurosis gastro intestinal es el pul- so natural; mas rara vez pequeño y acelera- do, como en las afecciones nerviosas en ge- neral; en algunos casos duro , lleno é inter- mitente. Las numerosas variaciones que pre- senta el pulso se esplican por círcupstancias independientes, hasta cierto punto, de la na*- turaleza misma de la neurosis. "Ep efecto unas veces está el pulso lleno y duro, porque el su- geto acometido de la gastralgia es de consti- tución fuerte y sanguínea, porque la dieta y las evacuaciones sanguíneas aun no le han de- bilitado, porque el eretismo nervioso no pre- domina todavía: las condiciones inversas cam- biarán el ritmo y la fuerza de las contraccio- nes arteriales. La frecuencia, la pequenez y la intermitencia del pulso se presentan en un periodo avanzado de la gastralgia. El pulso se acelera durante la digestión, y aun á veces de un modo estraordinarío!, y que está en re- lación con el grado de debilidad del sugeto y la sensibilidad gástrica y general. No debe el médico dejarse guiar por este estado del pul- so , que no es febril; sino que obligará al en- fermo a que se nutra, haciéndole comprender que este es el único medio de disminuir el eretismo nervioso que padece. Puede sin em- bargo desarrollarse fiebre cuando ha hecho el mal grandes progresos, y cuando se ha alte- rado profundamente la nutrición general. Añá- dase también que" el dolor y la estenuacion nerviosa que de él resulta , concurren á pro- ducir una calenturilla héctica ó de consun- ción. La fiebre héctica por dolor , llamada asi por Broussais, á causa del papel que atribuye ccn justa razón al aumento de la sensibilidad, se manifiesta bajo la forma de accesos incom- pletos é irregulares; se declara después de co- mer un poco de frío con calor ardiente y se- quedad de la piel, que aumenta por la noche. También se han observado los síntomas de la fiebre lenta nerviosa; pero tan rara vez, que solo una se ha presentado á Barras; quien por" el contrario ha visto con frecuencia .movi- mientos febriles qué nada tenían de estable en su aparición ni duración. «Casi todos los autores que han escrito so- bre las afecéiones nerviosas del estómago,.han observado pal [litaciones y dolores precordia- les sordos, algunas veces agudos. j«Accedit, «dice Compáratti, ut palpítatlones cordis bi)- wsérvatae sint, ubi nullum in paMbus* cordis «vitium detectum fuit» (ob. cit. p. 215). Hace mucho tiempo que Whytt ha insistido cuida- dosamente sohre este síntoma, cuando dijo: «A causa de la debilidad ó del desorden del «estómago, adquiere el corazón pOr su sim- «patía con dicha viscera, tan grande irritablli- »dad, que bastan las causas mas ligeras para «producir fuertes palpitaciones;» y como para ' demostrar mejor lá verdadera naturaleza de este síntoma añade: «Los remedios que entqn- GASTRALGIA. 377 »ces prometen mejores resultados son: la tintu- »ra de quina, los amargos, y un ejercicio mode- »rado.» (Les vapeurs et maladies nerveuses hy- pochondriaques ou hysteriques, por Whytt, traducida del inglés por Lebegue de Presle, t. II, p. 404, véase también p. 90, en 12.°, París 1767). Las palpitaciones de corazón en los gastrálgicos son efecto de la simpatía del estómago, y pueden algunas veces transfor- marse en una de las neuralgias del corazón, que tan perfectamente lia descrito Laennec. «La cabeza, el cuello, los miembros, y so- bre todo las regiones epigástrica y umbilical, vienen á ser asiento de contracciones muy in- cómodas, que atormentan á los enfermos, ha- ciéndoles creer que están afectados de enfer- medades del corazón ó de las arterias, y lla- man continuamente su atención sobre estos puntos. Cuando se aplica la mano sobre el epi- gastrio ó el ombligo, se perciben muy bien las pulsaciones que separan la mano, y podrían confundirse con un aneurisma de la orta ó del tronco celiaco, con tanto mas motivo, cuanto que con mucha frecuencia levanta la pulsa- ción arterial algún tumor formado por gases ó materias alimenticias ó fecales. Estas pulsa- ciones han sido observadas por un gran nú- mero de autores, que han reconocido su ver- dadero carácter, tales son: Morgagni, Senac, Sauvages, Corvisart, Bayle, y Laennec. Wil- lis que las ha descrito muy bien, les atribuye el carácter de ser violentas, súbitas, y de per- der su intensidad después de cierto tiempo, lo cual no sucede en los aneurismas, en los que por el contrario se hacen cada vez mas per- ceptibles las pulsaciones á medida que se de- sarrolla el tumor (De morb. convuls., cap. 11). No siempre es fácil el diagnóstico, puesto que el mismo Laennec reconoce haber cometido una vez un yerro de este género. Para for- mar una idea exacta de estas pulsaciones ner- viosas, es preciso saber distinguirlas del tem- blor ó estremecimiento, y de las oscilaciones fibrilares, que tienen su asiento en la túnica carnosa del estómago. Schmidtmann, que sin bastante fundamento considera á dichas os- cilaciones como la única causa de las pulsa- ciones , que se refieren al corazón y ó las ar- terias , las ha visto abandonar el epigastrio, trasladarse á los brazos, á las nalgas y á los muslos, y volver en seguida á su sitio primi- tivo. Alian Burns creia, que las contracciones nerviosas del diafragma son la causa de las pulsaciones epigástricas. Empero de todos mo- dos debe admitirse, que las verdaderas pulsa- ciones que se perciben en los parages indica* dos, dependen sin duda alguna de los va- sos arteriales; que son isócronas con los latidos del corazón y del pulso, aunque Schmidt- mann y otros sostienen lo contrario; y que el carácter de estas pulsaciones es ofrecer estre- madas variaciones en su duración é intensi- dad, cuando redobla su violencia el mal ó es- tán los sugetos sometidos á fuertes emociones morales; Lorry y Barras han observado esta marcha intermitente ó remitente al menos de las pulsaciones. »Las funciones genitales están ordinaria- mente poco trastornadas; sin embargo, los autores dicen haber observado mayor escita- cion de los órganos de la generación. Barras no la ha visto mas que tres veces; se hizo mas frecuente y mas intensa en la convalecencia, á medida que disminuía la neurosis del estóma- go. Pero en medio de todo manifiesta estar convencido de que se observa mas comun- mente la inercia mas ó menos completa de los órganos genitales (ob. cit., t. I, p. 293). El trastornx» del flujo menstrual es muy frecuen- te en la gastralgia; algunas veces la precede, y es su causa mas ó menos determinante, en cuyo caso no hace mas que acrecentarla. Otras veces se desarregla la menstruación bajo la influencia de la neurosis gástrica, y no sé re- gulariza hasta que esta se ha curado. Las flo- res blancas son también un efecto de la neu- rosis prolongada del estómago.- Se observan en las mujeres que están ya predispuestas por su constitución floja y linfática. También son muy frecuentemente la causa de la gastralgia. «Curso y enlace de los síntomas.—Ya hemos prevenido á nuestros lectores de que la sintomatologia de la neurosis que vamos estu- diando, presenta las mayores variaciones en su intensidad, y en la marcha de los fenómenos que la constituyen. Fundándose Barras en estas consideraciones, ha creido deber admi- tir tres grados en la enfermedad. En el pri- mero , que constituye lo que los autores han designado con el nombre de dispepsia, todavía se digieren bien los alimentos, siempre que no sean muy abundantes, y#que no esciten re- pugnancia; pero cuando el enfermo olvida su régimen habitual, cuando la fatiga, una emo- ción moral, los trabajos mentales, etc., obran con alguna intensidad sobre su espíritu, la di- gestión es penosa, resultando tensión en el epigastrio, molestia y calor en esta región, bostezos, fatiga, inaptitud al movimiento, di- ficultad en la respiración, flatuosidades, im- paciencia, tristeza, etc. Todos estos síntomas se disipan, ya después de concluida la diges- tión, ya transcurrido un tiempo mas ó menos largo, y el enfermo"cree haber recobrado la salud; pero las mismas causas determinan nuevamente los mismos efectos. Solo hay en el primer grado de gastralgia un esceso de sensibilidad que puede disiparse con un régi- men Conveniente. «En el segundo grado, todos los sínto- mas adquieren mayor intensidad. Entonces es cuando se ven aparecer todos los síntomas que hemos descrito, y seria escusado reproducir. Diremos únicamente que se observa, sobre to- do, el dolor gastrálgico en todos sus grados, bajo todas sus formas, la gastrodinia, la cardialgía, la pirosis ó rescoldera, la malacia, la pica, la bulimia, la anórexia rara vez com- 378 ENFERMEDADES DEL ESTOMAGO. W?',ilaS "áu.scas> c™ctos, la venida á la boca de materias nidorosas, el vómito nervio- so , comunmente pertinaz, los cólicos flatulen- os, la timpanitis estomacal, la -, .- ».u.|itetici le- «gibus se obligare nolunt, aut nequeunt, aíger- »rime cardialgía consanescunt.» Tales son las GASTRALGIA. 389 sabias palabras de Schmidtmann; quien añade en otra parte: «Cardialgía laborantes instar »Spartanorum máxime sobrios frugalesque es- »se opportet; siquidem interperantiam fere «perpetuo pasnitentia excipit» (loe. cit. pá- gina 208). » Tratamiento farmacéutico.—A. Emisio- nes sanguíneas.— Etmuller pone en duda la utilidad de las sangrías en el tratamiento de la cardialgía, á no ser cuando se Complica con inflamación, cuando el sugeto es pletórico y proviene esta plétora de la supresión de una hemorragia habitual. Esta opinión es muy pru- dente y merece tomarse en consideración. Whyt aconseja la sangría, pero no muy co- piosa ; y la cree útil en los casos en que son fuertes los dolores. La esperiencia ha confir- mado la conveniencia de esta prescripción. Creemos, pues, que no debe vacilarse en prac- ticar una sangría general ó local en Tos casos indicados anteriormente , y sobre todo en los sugetos pletóricos, que fuesen acometidos sú- bitamente de una gastralgia intensa. Cierto es que no se curará la neurosis por la sangría; pero se moderará la escitacion del sistema ner- vioso , producida por la gran cantidad de san- gre , y se colocará al sugeto en las mejores circunstancias y condiciones para curarle. De- beremos advertir, que las aplicaciones de san- guijuelas hechas al epigastrio en los sugetos muy nerviosos y escitables, suelen producir una irritación esterna, que redunda en prove- cho de la irritación nerviosa. Si entonces se re- curriese á la sangría, como lo hacían constan- temente los que miraban á la gastralgia como una especie de gastritis, se exasperaría la neu- rosis gástrica disminuyendo la cantidad de sangre. Sabido es en efecto, que las hemorra- gias y las pérdidas un poco considerables de sangre producen convulsiones y exaltan en al- to grado la sensibilidad general. Cuando los antiguos decían que la sangre es el modera- dor de los nervios, espresaban una verdad, que han degiostrado completamente los esperi- mentos modernos. Los errores de diagnóstico que hacen tomat á una gastralgia por una fleg- masía del estómago, las ideas inspiradas por la doctrina de Broussais, conducen muchas veces á los médicos á 'tratar la gastralgia con las emisiones sanguíneas repetidas y hechas sobre el hueco del estómago: entonces adquie- ren los síntomas un marcado incremento, y después- de haber durado el mal un tiempo muy largo, se hace difícil de curar, á causa de la estremada irritabilidad en que se constitu- yen los enfermos. »Las bebidas dulcificantes que mejor con- vienen á los enfermos son el caldo de vaca y de pollo, el agua panada ó lechosa (hidroga- la), el agua de avena , de arroz, de grama ó de regaliz. Barras las prefiere á las bebidas gomosas y acidas , queriendo que se sostenga su saludable influencia con cataplasmas de ar- roz y de miga de pan, aplicadas á la región epi- gástrica , con baños tibios, y con baños frios, que son tónicos y escitantes (ob. cit., p. 524 y sig., t. I). El agua tibia azucarada y aro- matizada con la de flor de naranjo puede reemplazar á todas estas tisanas. En gene- ral , es necesario que el enfermo no beba una gran cantidad de una vez , porque de lo contrario se despiertan los dolores de estó- mago y se forman muchos gases. También son muy útiles los fomentos emolientes oleo- sos, etc., y las lavativas de la misma natu- raleza. »El tratamiento antiflogístico que acaba- mos de dar á conocer, solo conviene en la neurosis, que fundadamente se cree produci- da y sostenida por el eretismo nervioso. Es necesario no prolongar su duración mas allá de cinco semanas á lo mas, pues de otro mo- do sube á muy alto grado la debilidad de los órganos digestivos. Con razón en sentir nues- tro, sostiene Schmidtmann, que cada reme- dio tiene sus tiempos determinados, durante los cuales aprovecha ó perjudica. Añádase tam- bién que la idiosincrasia de cada sugeto, y la susceptibilidad variable del estómago , son otros tantos elementos que inducen modifica- ciones en la duración del tratamiento. »B. Sedantes y narcóticos.—Constituyen una de las modificaciones mas eficaces de la gas- tralgia. Los medicamentos de esta clase, que por lo general se han usado, son : a. Et agua fria. Forma la base del tratamiento que acon- seja Hoffinann , el cual no difiere del que se ha dado en estos últimos tiempos* como nuevo: «una larga esperiencia me ha enseñado, dice, que los dolores gastrálgicos mas atroces se cal- man y desaparecen, cuando se dá á beber al en- fermo una gran cantidad de agua fria, al mis- mo tiempo que se tapa perfectamente todo su cuerpo, y se aplican fomentos emolientes en el hueco del estómago.» Es probable que no hable de la gastralgia simple; pues dice mas adelante que este remedio le ha sido útil en la cardial- gía, complicada con pasión colérica. Héaqui la hidroterapeya, que el aldeano Vicente Priesnitz se ha tomado el trabajo de volver á poner en voga. Pomme dice haberse curado una neuro- sis gástrica, de que fué acometido, con el uso del hielo. Debemos abstenernos de usar este medio en las neurosis gastrálgicas esténicas, y cuando se sospeche el desarrollo de una gastri- tis. La aplicación del hielo al epigastrio ha sido útil en algunos casos. b. ((El caldo de pollo , el suero, las emul- siones de almendras ó del aceite estraido de ellas; los mucílagos obtenidos con la goma, las simientes ó pepitas de membrillo.—Schmidt- mann ha empleado nfhchas veces con éxito los aceiles de almendras dulces y de adormidera blanca , mezclados con la goma arábiga eu for- ma de emulsión (loe. cit., p. 217), y la mante- ca fresca de cacao; pero esta ofrece el incon- veniente de enranciarse pronto, y de ser difícil su uso. 390 ENFERMEDADES DEL ESTÓMAGO. »c. Agua destilada del laurel real.—Sch- midtmann le atribuye también grandes virtudes estupefacientes y narcóticas. Lo usa en las gas- tralgias nerviosas, empezando por quince gotas, que se pueden aumentar hasta la dosis de dos á seis escrúpulos en poción, unida al agua desti- lada. El agua de lechuga tiene un grado muy débil de cualidades sedantes, y no se usa sino como excipiente. »d. Opio.—La esperiencia de los siglos, dice Comparetti, prueba que el opio es uno de los remedios mas eficaces (loe cit., p. 290); y efectivamente, bien se puede decir con el mé- dico italiano , que es el qué mas aprovecha, cuando se trata de combatir los dolores violen- tos de la gastro-enteralgia , y de deprimir la escitacion nerviosa, y los demás fenómenos morbosos que produce simpáticamente. El opio y sus preparados*están indicados: 1.° para cal- mar la escesiva violencia del mal y la sensibili- dad del estómago y de los intestinos; 2.° para procurar la calma ó el sueño; 3.° para contener los vómitos nerviosos; 4.° para curar la diarrea; el opio es un verdadero remedio heroico en es- tas circunstancias. Algunos prácticos le temen á causa de la astricción y entorpecimiento que produce; pero estos efectos son poco graves, y mucho menos si se ponen en parangón con las ventajas que procura. »Se prescribe el opio en pildoras ó en una poción», á la dosis de medio á uno y aun hasta dos granos. Cuando se quiere entonar, al mismo tiempo que se administra el opio, se une este agente á los estrados de achicoria, saponaria, de quina, de genciana, ó á las bellotas de en- cina tostadas; ó bien se le disuelve en el agua de lechuga, en una poción mucilaginosa, etc. Si los dolores son fuerte*? y persisten á pesar de la primera dosis de opio, se da cada cuatro horas medio á un grano. «El láudano de Sidenham á la dosis de cin- co á,veinte gotas, y el láudano de Bousseau á la dosis de cinco á seis gotas, puestas en un ter- rón de azúcar ó diluidas en una poción, han sido preconizados unánimemente por todos los autores. Nosotros hemos empleado con frecuen- cia este medio para calmar los dolores, y apa- ciguar las mentidas hambres de que ciertos en- fermos se veían acometidos, y lo hemos visto aprovechar constantemente, aunque en grados diferentes. El uso un poco prolongado del opio y del láudano, obliga á los enfermos á aumen- tar diariamente las dosis. Barras dice que fué consultado por dos hombres y una mujer , que se vieron obligados, para evitar violentos dolo- res de estómago, á tomar hasta diez granos al dia. »Se pueden reemplaair el opio y el láudano con el jarabe de diacodion (de media á 1 y 2 onzas) en una poción calmante; con el jarabe de adormidera blanca (media á 2 onzas); el jara- be de morfina (una cucharada de café cada tres horas y mas); la codeina (un quinto á un gra- no) , el jarabe de codeina (2 escrúp. en media onza en las 24 horas). El estrado de la lechu- ga (tridacio) parece tener poca acción. Se em- plea asimismo el estrado del hiosciamo (1 á 6 granos) de acónito y las pildoras.de cinoglo- sa (de 8 gr. á 1 escrúpulo) (Whytt). «Algunos médicos han combatido las gas- tralgias con las sustancias narcóticas aplicadas sobre la piel. El hidroclorato y el acetato de morfina se introducen ventajosamente en la economía por el método endérmico,que consiste en desnudar la piel de la epidermis por medio de la pomada amoniacal. Si se ha efectuado según las reglas esta delicada operación, y si el dermis se ha puesto perfectamente al descubíer-. to, es necesario comenzar por la aplicación de una á dos quintas partes de grano de la sal de morfina , y renovar esta aplicación por segunda vez en -las 24 horas, y mas si el enfermo está habituado á la acción de este remedio. Noso- tros hemos empleado con éxito este tratamien- to en varias neurosis gástricas rebeldes,* pero nos ha parecido que el alivio , aunque mas pronto, no era tan duradero, como cuando se recurría á otros medios. Hemos creido también que solo aprovechaba en la gastralgia por sobre escitacion nerviosa. »De-Haen hacia aplicar sobre el epigastrio un tópico compuesto de onza y media de em- plasto diabotano, medio ó un escrúpulo de opio, alcanfor, y suficiente cantidad de bálsamo del Perú. Este emplasto debía estar aplicado mu- cho tiempo. De-Haen alaba su eficacia en una .multitud de casos de cardialgía , que habían resistido á muchos otros medios (De-Haen, Ra- tio medendi, t. III, p. 6. París, 1774, en 12.°), declarando que es deudor de esta medicación á Boerhaave: «Praefari autem opportet inqpm- parabili Boerhaavio me hanc methodum debe- re. » (Loe cit., p. 6.) «Se puede sustituir este emplasto por el de opio, y por el de triaca y opio espolvoreado con ocho á diez granos de hidroclorato de mor- fina. Estos remedios son comunmente infieles, y pueden también producir efectos mas pro- nunciados que los que se esperaban. Las em- brocaciones con el aceite laudanizado, con una pomada compuesta de manteca y estrado te- baico ; las fricciones con el agua destilada de almendras amargas , en la cual se hace disol- ver de una á dos dracmas de estrado tebaico, el epítema abdominal ó lumbar de Ranque (Véase el artículo Cólico de plomo), obran produciendo la sedación de los dolores gás- tricos. Necesario es reconocer , que los "mé- dicos que han hecho uso de estos diversos tó- picos prescribían al mismo tiempo otros reme- dios , lo cual disminuye un poco la virtud de los primeros. De-Haen, por ejemplo, al mismo tiempo que hacia aplicar su emplasto sobre el epigastrio de los enfermos atacados de gastral- gia, les administraba cada dos ó tres horas una mistura compílela de la manera siguien- te : polvos de ¿jos de cangrejos, media onza; óleo-sacaro de menta , tres dracmas; jarabe de GASTRALGIA. 391 menta, una onza ; láudano de Sydenham, me- dia dracma; agua de menta, ocho onzas. En otros enfermos echaba mano del jabón de Ve- necia , de la goma amoniaco, y las pildoras de Bufo. Ya se concibe que semejante polifarma- cia podia tener alguna parte en la curación de las gastralgias. Nuez vómica.—«Schmidtmann es uno de los médicos que mas han alabado el uso de lá nuez vómica. Dice haber obtenido de ella ventajas constantes , viéndola calmar los dolo- res y los espasmos gastrálgicos , con la misma prontitud que el opio y los demás narcóticos. La nuez vómica contiene ademas un principio amargo y astringente, que disipa la debilidad y la atonía del estómago. El médico alemán la hace entrar en casi todas las preparaciones que emplea contra la cardialgía (loe cit., pá- gina 211). La dá en polvo á la dosis de dos granos , y la aumenta algunas veces á cuatro, seis y ocho granos, y aun mas: si es el estrado alcohólico comienza por un grano. No se pue- de establecer regla alguna general sobre la do- sis del polvo ó del estrado, que es necesaria para determinar efectos marcados ; la acción - de esta sustancia varía según los individuos; pero siempre se la defeemplear con mucha pru- dencia. Este medicamento ha sido preconizado en Alemania , y también en Francia (V. Ia obra citada de Schmid., loe cit., y una observación referida en la Gaceta de los hospitales, nú- mero 61, pdg. 243, 1838;—Sobre el uso de la nuez vómica, en el mismo diario número 85, julio, 1832); pero no ha producido grandes re- sultados en este último pais. Barras nunca se ha atrevido á hacer uso de él (Obr. cit., pá- gina 564 , t. I). Por lo demás, las propiedades sedantes de la nuez vómica, son muy disputa- bles; y lo cierto es que posee otras mucho mas enérgicas y menos dudosas. »La cicuta ha conseguido algunas veces calmar los dolores gastrálgicos ; pero ¿ no exis- tiría en estos casos ninguna otra afección del estómago? la belladona ha sido también em- pleada contra la neurosis gástrica ; pero enton- ces es su eficacia mucho menor que en las neuralgias esteriores. C. Antiespasmódicos.—«Convienen sobre todo cuando se trata de disminuir la escitacion general; y este es el caso en que ofrecen ma- yor utilidad: una vez disipado el eretismo ner* vioso , se calma la gastralgia por sí misma. No obstante, debemos decir que la mayor parte de estas sustancias gozan de una virtud esti- mulante , específica si se quiere, y electiva del sistema nervioso, y que es preferible emplear- las en las gastralgias atónicas. Hé aquí la lista de los medicamentos de esta clase, que se han usado casi generalmente. a. Asafétida.—«Schmidtmann, que se ha servido de ella con tanta ventaja, prohibe, no sin razón , prescribirla en las gastralgias con csceso de sensibilidad, á eausa de la escitacion que determina. «Aprovecha mejor en las gas- tralgias con secreción gaseosa, y cuando existe un acido en las primeras vias , en cuyo caso es muy conveniente unirla con cierta cantidad de hiél de vaca y con un álcali.» (Obra citada, p. 216.) Sea lo que quiera de esta última com- posición , que pocos médicos hallarán útil, es muy corto el número de casos en que puede ser ventajosa la asafétida. b. Subnitrato de bismuto.—«Schmidtmann, Jahn, Conradí y Barras, no admiten su eficacia contra la cardialgía; ha sido por el contrario preconizado por Odier , Baume y Méglin, que le empleaban para disminuir los dolores ner- viosos del estómago y detener el vómito. Se le ha mezclado algunas veces al colombo (Marc) ó á la magnesia y al tridacio (Méglin , Percy). Sin participar en manera alguna de la preocu- pación de que ha sido objeto en estos últimos tiempos, le hemos empleado también y visto que produce buenos efectos. Es necesario darle en bastante dosis (de un escrúpulo á una drac- ma al dia). Cuando está bien lavado no deter- mina accidente alguno. Nos ha 'parecido que calma los dolores , qife facilita las digestiones, y disminuye la secreción de Jos líquidos ácidos que se forman en el estómago. Prescribimos de diez granos á un escrúpulo de esta sustan- cia , al principió de la comida , en una cucha- rada de sopa, y otra cantidad igual cuando reaparecen Iqs dolores. Nos ha parecido tam- bién muy útil para calmar y engañar ese ape- tito irregular, esas tiranteces de estómago, que se manifiestan tan frecuentemente en el inter- valo de las comidas y por la noche. c. »Valeriana.—Dada en infusión ligera, ca- liente y fuertemente azucarada , aprovecha á algunos sugetos: se prescribe en pildoras con la asafétida , el opio, una sustancia amarga, ó el estrado de quina en la gastralgia atónica. d. El almizcle solo ó unido al opio; e. y el al- canfor han sido muy útiles en manos de varios médicos: pero estas sustancias, estimulantes en alto grado , son harto peligrosas, para que nosotros creamos deber recomendar su uso. Otro tanto decimos del remedio siguiente. f. Aceite de cajeput. — »Se ha.empleado por Trew y Joerdeus, y alavado por Truka, quien asegura que cura la gastralgia como por encanto: «Cajepu tedeum tantas hic ssepeestef- «ficacise ut incantamenti instar cardiaIgiam pro- ))llíget.»[Ob. cit., p. 284.) Refiere Truka he- chos bastante decisivos en apoyo de su opinión. Como es algo difícil procurarse este aceite, cree el autor que se le puede reemplazar con el aceite de alcarabea ó de ricino. Se suele dar el aceite de cajeput á la manera que lo pres- cribe Dolfus (azúcar' blanca , media dracma; aceite de cajeput, siete gotas) en una infusión de hojas de betónica , y en dos veces, con dos horas de intervalo. Weikar le administra solamente con el azúcar (Vermischte medicin. Schriften , p. 143). D. Tónicos.—«La medicación tónica y cor- roborante conviene esclusivamente en la gas- 392 ENFERMEDADES DEL ESTÓMAGO. tralgia asténica, ó al fin del tratamiento de las gastralgias hiperestésicas. «Al práctico toca observar atentamente los síntomas , y sobre todo los efectos de los re- medios , si quiere establecer convenientemente su terapéutica : unas veces elegirá los tónicos fijos y los administrará solos; otras, viendo que se dispierta á cada instante bajo su impe- rio la susceptibilidad del estómago , se verá obligado á maridar estos remedios con los nar- cóticos ó los antiespasmódicos. Variando asi los medicamentos , y haciendo intervenir mu- chas especies de medicaciones , ya sucesiva, ya simultáneamente , podrá casi siempre do- minar esas gastralgias , que hacen desesperar al enfermo y al médico. «En la clase de los tónicos figuran sustan- cias , que gozan de propiedades estimulantes muy marcadas. Las indicaremos á los prácti- cos , á fin de que las usen con grande circuns- pección. Varios profesores las proscriben for- malmente , hasta en las gastralgias atónicas. Barras es poco partidario de ellas , y las consi- dera como paliativos, que remedian momentá- neamente los síntomas , produciendo solo una mejoría pasajera, casi nunca la curación defini- tiva (t. II, p. 210). Entendemos que esta pros- cripción es muy absoluta , y que la medicación estimulante , sabiamente dirigida, puede apro- vechar en los sugetos que e^tan profunda- mente debilitados , al mismo tiempo que ata- cados de cardialgía. En semejante caso des- ciende muy á menudo la inervación á un gra- do harto inferior al estado fisiológico, para que no se deba.intentar escitarla con algunos es- timulantes. «Las sustancias decididamente tónicas y corroborantes á que se debe dispensar la ma- yor confianza son : a. el subearbonato de hier- ro , cuya eficacia han demostrado los profeso- res Layet, Trousseau y Bonet (Layet, mem. sur les gastralg. et les enteralg., arch. gen. de méd., t. XXVIII, p. 364 , 1832 ; Trousseau y Bonet, mem. sur Vemploi du sous-carbonat. de fer dans le trait. des douleurs de Vestomac. chez. lesfemmes., t. XXIX, pág. 522, 1832, y t. XXX,*p. 42). El hierro bajo cualquier for- ma que se administre es útil, especialmente en la gastralgia atónica de las cloróticas , y en las mujeres atacadas de leucorrea. Se puede dar el sub-carbonato , sulfato y lactato de hierro, solos , ó mejor ann , unidos á tos estrados amargos de achicorias, diente de león , dulca- mara , quina , ó á los polvos escitantes y an- tiespasmódicos de canela, y valeriana. Es ne- cesario comenzar per dosis bastante mínimas (dos granos), y si el estómago las soporta bien, aumentarlas prontamente hasta dos dracmas en las veinticuatro horas. Débese administrar antes ó durante la comida. Es necesario no alarmarse por los dolores gastrálgicos , que se aumentan muchas veces en los primeros tiem- pos de la medicación (Trousseau y Pidoux, Traite de Terapeut., t. II, p. 198). Las aguas ferruginosas de Spa y de Pyrmont, tomadas en el manantial, gozan de mucha eficacia. Se dá también el agua acerada mezclada con vino du- rante la comida. Con frecuencia es indispensa- ble asociar el opio á las preparaciones ferrugi- nosas , para que pueda tolerarlas el estómago. b. Quina.—«Se pueden preparar con esta corteza cocimientos , á los cuales se asocian la cebada , la miel ó los jarabes , que entran en las pociones. Uno de nosotros ha prescrito por lo general con éxito, la maceracion fria de la quina gris. Se puede igualmente usar el vino quinado, pero no el alcoholado de quina, con el cual preparan los farmacéuticos casi siempre su vino, haciéndole irritante y muy dañoso en la gastralgia. Se prepara un vino tónico con la quina gris á la misma dosis que para la mace- ración acuosa, y muy comunmente empleamos esta maceracion, que debe el enfermo beber al fin de la comida. El sulfato de quinina ofrece algunos peligros, y exagera muchas veces los dolores. " »c. La infusión azucarada de bellotas de encina aconsejada por Marx puede darse en for- ma de café desnues de comer: las numerosas curaciones que procura, la recomiendan al prác- , tico. El estrado de esta «bellota , tostado, á la dosis de seis granos á media dracma, adminis- trado poco tiempo después de comer, ha surti- do casi siempre muy buenos efectos á Barras, quien lo considera como un tónico muy suave, cuya fécula amilácea corrige su amargor. Este estrado inusitado hasta el día, merece un lugar en el código de medicamentos (ob. cit. , t. 1, p. 53). »d. El diente de león, la achicoria silves- tre , la raiz-de paciencia , el trébol acuático, la genciana , el lúpulo, los camedrios , la fuma- ria , las bracteas de tila , las hojas de naran- jo , la centaura menor, el cardo santo , el rui- barbo , la valeriana silvestre , la raiz de co- lombo, la simaruba, la cascarilla , la angostu- ra , la betonina becabunga ú oficinal, la corte- za de naranjas amargas, la corteza de roble, el castaño, la énula campana , el liquen islándi- co , la tormentila*, la raiz del fresal , del helé- cho , del granado, etc. , proporcionan infusio- nes y cocimientos, y pueden emplearse ya co- mo tisanas calientes ó frias , ya como escí- pientcs de otras sustancias , ya finalmente en calidad de estrado , ó en polvo unido á los an- tiespasmódicos, á los narcóticos y á los esci- tantes. Bepetimos que no se deben' atracar los enfermos de tisana, y que no conviene insistir eh su uso, sino cuando sean conocidamente útiles. «También se pueden considerar como re- medios tónicos los cocimientos de arroz con la adición del jarabe de quina ó de berros, las be- bidas frias ó heladas, y el agua de Seltz. Se suelen auxiliar los saludables efectos de la me- dicación tónica con los baños frios, los baños de agua dulce, y mucho mejor de agua salada, ó del agua del mar; y si no pudiesen los enfer- GASTRALGIA. 303 mos mudar de habitación ó viajar , con los ba- ños preparados con el cocimiento del tanino. Las afusiones frias, las lociones generales de agua caliente, alcalina ó fuertemente saturada de jabón, las aguas termales alcalinas , sulfu- rosas ó ferruginosas, tomadas en el manantial, son de una utilidad generalmente reconocida, y sirven sobre todo para apresurar y consolidar la convalecencia y la curación. »E. Escitantes.—Al lado de estas plantas decididamente tónicas , colocaremos otras sus- tancias , cuya acción es preciso vigilar atenta- mente lo mismo que sus efectos , porque obran escitando la sensibilidad gástrica ; tales son las plantas cargadas de principios acres y aro- máticos, como los berros, los ajos, las cebolle- tas, la codearía , la mostaza blanca que ha lo- grado hacerse en manos de los charlatanes la panacea universal, produciendo muchas mas gastralgias que curaciones, la menta piperita, la salvia y demás plantas labiadas , el cardamo- mo , el cálamo aromático , la nuez moscada, los ajenjos, la artemisa, el anís y la manzanilla, que algunas veces son útiles, para disminuir la secreción de gases, ó facilitar su* espulsion. Se preparan con estas sustancias infusiones acuo- sas , tinturas alcohólicas ó vinosas , y diferen- tes elixires*. «Los medicamentos que mejor obran en las gastralgias acompañadas de secreción de líqui- dos ácidos ó de otra naturaleza, son los absor- ventes, y especialmente: 1.° la magnesia ad- ministrada por la mañana ó por la tarde en una cucharada de tisana amarga con ó sin narcóti- cos; 2.° el fosfato decaí, el agua de cal; 3.° la sosa , la soda'water , el bicarbonato de sosa en pildoras ó en disolución ; 4.° el subnilrato de bismuto, que consideramos útil en estas cir- cunstancias. Schmidtmann aconseja la manteca de cacao, el aceite de almendras dulces mezcla- * do al estrado de beleño ó de valeriana , á la nuez vómica, al agua de laurel real, ó á la manzanilla (ob. cit., v. 221). »F. Purgantes y vomitivos.-—Los autores convienen en considerar como perjudicial el uso de la hipecacuana y de los purgantes que tie- nen cierta energía, como el aloes,la coloquínti- da, la jalapa y las pildoras , en cuya composi- ción entran estas sustancias. Sydenham y Boer-' baavehan visto malos efectos délos purgantes y vomitivos en las histéricas é hipocondriacos. Schmidtmann y HoiTmann aseguran que el tár- taro estibiado y los purgantes irritantes producen accidentes funestos. No obstante hay casos en que suelen asociarse síntomas evidentes de infar- to gástrico á los de gastralgia; tales son la anóre- xia , el estado saburroso de la lengua, el amar- gor de la boca, etc. Entonces se puede pres- cribir con reserva la ipecacuana; y sise reco- nociese la necesidad de un purgante, merece- rian la preferencia el maná , aceite de ricino, jarabe de achicorias, uu vaso de aguudeSed- lítz, ó también los polvos aeróforos, elevando su dosis hasta el punto de producir efectos pur- gantes (carbonato de sosa una parlé ; ácido tar- tárico parte y media; azúcar blanca una parte: háganse desecar á un calor suave ; mézclense y consérvense en vaso bien tapado). Schmidt- mann emplea estos polvos en la cardialgía com- plicada con saburra gástrica, y á menudo los mezcla con el ruibarbo, valeriana y nuez vó- mica. Nosotros hemos obtenido algunas ven- tajas de la prescripción del polvo aeróforo so- lo, en los casos indicados por él médico alemán. «Cuando la astricción de vientre, que es un síntoma constante de la cardialgía, á menos que haya complicación , se hace muy pertinaz, de- ben preferirse á los purgantes las lavativas emolientes, ó hechas laxantes por la adición de la infusión de las hojas de sen , de sales pur- gantes, ó del hidroclorato de sosa. Barras, quo encuentra graves inconvenientes en las lavati- vas compuestas'de este modo, aconseja prepa- rarlas con aceite de almendras dulces, ó azúcar morena (dos onzas); ó recurrir á los suposito- rios de manteca de cacao , *de sebo, etc. (t. I, p. 550). Las lavativas producen muchas veces cólicos bastante fuertes , desazón , y la secre- ción de gran cantidad de gases, en cuyo caso es preferible abstenerse de prescribirlas. Algu- nas veces se evitan estos inconvenientes , ha- ciendo tomar las lavativas á una temperatura muy baja. Las enemas de agua fria aprovechan no pocas veces para dominar el eretismo del es- tómago , y proporcionar vigor á los intestinos. El mejor modo de hacer cesar la constipación en algunos enfermos es reemplazar la alimen- tación poco sustancial y emoliente á que están sometidos, con alimentos tónicos y reparadores; también producen los narcóticos los mismos efectos en ciertas personas. »G. Revulsivos.—Los revulsivos cutáneos, las fricciones irritantes , las ventosas , los veji- gatorios , el moxa, el sedal , aplicados sobre la región epigástrica, pueden aprovecharen algu- nos sugetos , y en especial el moxa y el sedal, que determinan una supuración continua; per?) generalmente exasperan los dolores gastrálgi- cos , y la escitacion nerviosa que padece el en- fermo. La cauterización transcurrente no es menos eficaz en la gastralgia que en las demás neuralgias. Jobert ha curado gastralgias, que se habían resistido á los demás medios, pasando un hierro candente por la región epigástrica. ÍEtud. sur le systeme nerveux; París, 1838.) ,os baños frios convertidos en tónicos por la adición de algunas sustancias, y las afusiones frias convienen en las neurosis anesténicas , y en los sugetos que aun no se hallan considera- blemente debilitados; los baños tibios , prolon- gados por mucho tiempo, son muy útiles en las neurosis hiperestésicas. »H.* Indicaciones particulares.—Ora es sim- "ple la gastralgia , ora efecto de ojra enferme- dad á quien complica , resultando en este últi- mo caso indicaciones en un todo especiales, que es preciso llenar. Es evidente, por ejemplo, que no se combatirá del mismo modo una gastralgia 394 ENFERMEDADES DEL ESTOMAGO. exenta de toda complicación , y la que se pre- senta en una clorosis, en la amenorrea, en el estado de preñez , en el curso de afecciones gotosas, verminosas, con saburra gástrica, ó con síntomas biliosos; sin embargo , no creemos de- ber imitar á Schmidtmann, quien trata separa ■ damente de la medicación que se debe dirigir contra la cardialgía producida por la bilis acre, por el humor gotoso ó reumático, por el cán- cer del estomagó, por la fiebre lenta nerviosa, por una causa hereditaria, por las lombrices, por la retención ó flujo escesivo de las re- glas, etc. Indudablemente pueden desarrollarse síntomas gastrálgicos en el curso de todas estas afecciones; pero su tratamiento está subordi- nado al de la enfermedad principal; y aun ad- mitiendo que las afecciones que el autor alemán considera capaces de provocar las gastralgias, sean su única causa; basta lo*que hemos di- cho para establecer con seguridad su terapéu- tica. Recordaremos únicamente que la gastral- gia en las mujeres depende algunas veces de los trastornos de la menstruación, ó de enfer- medades bien caracterizadas del cuello uteri- no. El tratamiento entonces debe modificarse de tal modo, que se dirija mas especialmente contra los desórdenes funcionales ú orgánicos del útero. Uno de nosotros ha tenido ocasión de observar muchos casos de gastralgia, provocada y sostenida por lesiones de la matriz; una vez curadas estas, ha desaparecido rápidamente aquella. «Si depende la gastralgia de lombrices des- arrolladas en los intestinos , los vermífugos, los amargos y los purgantes, disiparán la enferme- dad ; si es la clorosis el punto de donde parte, se la combatirá con el tratamiento de esta úl- tima afección. Mayor dificultad se encuentra en los casos en que se complica con gastritis ó gas- tro enteritis. Entonces se debe instituir el tra- tamiento de la flegmasia , y solo cuando este- mos seguros de que no queda rastro ni señal alguna de esta última ,'es cuando se podrá co- menzar con prudencia el tratamiento de la neu- rosis, debiéndose preferir los medicamentos que convienen cuando está la gastralgia acom- pañada de eretismo. «En la complicación biliosa hemos dicho que era necesario administrar la ipecacuana. Advertimos á los prácticos que deben estar pre- venidos , y no dejarse sorprender por la anó- rexia, el gusto amargo y las diversas capas con que suele cubrirse la lengua. Estos fenómenos pueden depender de la gastralgia: no obstante si persisten , y al propio tiempo se exasperan todos los demás síntomas de la neurosis, como no es regular ni ordinario observarlos en esta última enfermedad, se deben reconocer los sín- tomas de una complicación, y administrar un, vomitivo, p «Debe asimismo modificarse el tratamiento, cuando existen accidentes molestos al enfermo, ó que podrían comprometer su existencia si du- raran mucho tiempo, tales como el vómito ner- vioso, muchas veces incoercible, que sede- tiene por las aguas gaseosas , la poción antie- mética de Riverio , por las bebidas heladas , y sobre todo por los narcóticos administrados á al- tas y aproximadas dosis. La cefalalgia pertinaz, las pulsaciones del corazón, las sofocaciones, la vijília , han (¡jado la atención de los médicos, que se han esforzado en combatirlas con el au- xilio de agentes terapéuticos especiales. Estos remedios no tienen á veces eficacia alguna, si no los secunda un tratamiento metódico de la neu- rosis , al cual pudiera no sin fundamento atri- buirse la mayor parte de los buenos efectos ob- tenidos. En cuanto á la gastralgia hipocondria- ca debe ser atacada de la misma manera que la gastralgia simple; pero forzosamente ha de es- perimentar-el práctico grandes dificultades, á causa de la intensidad del mal y de la variedad de los fenómenos morbosos. Sí predomina la hipocondría , ó constituye la enfermedad prin- cipal , solo se curará la neurosis gástrica con el tratamiento de dicha vesania. «Naturaleza y clasificación de la gastral- gia.—No basta para la historia de la ciencia decir que la gastralgia es una neurosis; necesario es manifestaren qué clase la han colocado los nosó- grafos en sus sistemas, ó al menos sus síntomas principales. Sauvages incluye en la clase de do- lores, orden dolores de pecho , la pirosis y el cardiogmus, y ya hemos dicho cómo definía este último síntoma. La cardialgía y la gastrodinia (género 20 y 21) se encuentran entre los dolo- res del abdomen; la pica, la bulimia están en la clase de las vesanias (clase 8.a), y la flatu- lencia en la de flujos (clase 9.a, orden 4.° aéri fluxus). Esta cita es suficiente para demostrar los vicios de tales clasificaciones, fundadas so- lamente en los caracteres de las enfermedades. Creemos hacer un servicio á los lectores, pa- sando de largo las clasificaciones de Linneo, Sagar y Vogel, que tenemos á la vista , para detenernos solo en la de Cullen. Coloca en la clase 2.a, es decir , entre las neurosis, la dis- pepsia,que es, según él, una adinamia (órd.2.°, adinamia), al lado del síncope y de la hipocon- dría; refiriendo á esta enfermedad la anórexia, la cardialgía, la gastrodinia, las náuseas, el vómito y la flatulencia , de que Sauvages hizo tantos géneros. El espíritu eminentemente ge- neralizador de Cullen hahecho dar un paso á la historia de la gastralgia, rechazando distincio- nes inútiles, y que solo servían para oscurecer mas el estudio de esta enfermedad. Ha clasifi- cado en los espasmos (clase 2.a , neurosis, or- den 3.°, espasmos) la pirosis ó rescoldera; en otro capitulólos cólicos nerviosos, y los que acompañan á la enteralgia ; y la timpanitis en las caquexias (clase 2.a, órd. 3.°, intumescen- cias). Desde luego se conoce, que para tener una idea completa de la gastro-enteralgia , se- gún Cullen, es preciso ir á buscar cada sínto- ma en la clase en que el autor se ha visto obli- gado á colocarle, á causa de los caracteres es- teriores; y se viene en conocimiento de los GASTRALGIA. 395 perjuicios que ocasiona semejante diseminación. No obstante, Cullen es uno de los nosógrafos que menos han sacrificado la naturaleza á su afán de clasificar. «Historia y bibliografía. — En la mayor parte de las obras antiguas que hemos consul- tado para la redacción de este artículo, se en- cuentra reunida la descripción de la gastralgia, á la de las otras neurosis, y especialmenteá la hipocondría y al histerismo. Indicaremos las mas importantes, pero nos detendremos parti- cularmente en las que han consagrado capítu- los distintos á la historia de la enfermedad que nos ocupa. «Los principales síntomas de la gastro-en- teralgia están confundidos en los escritos hipo- cráticos con los de otras afecciones nerviosas; no obstante , parece que se hallan ajgunos ras- tros de la afección nerviosa del estómago en el pasage siguiente : « Los que están afectados de esta enfermedad (la hipocondría) no pueden estar sin comer, ni soportar los'alimentos que toman ; sus entrañas hacen ruido , y les duele el orificio del estómago; vomitan, ya una es- pecie de humor, ya otra ; arrojan bilis, saliva, pituita y materias acrqs; y después de haber vomitado les parece que están mejores , mas aliviados; pero cuando han tomado los alimen- tos, les atormentan regurgitaciones , eructos; tienen dolor de cabeza^; sienten pinchazos en todo el cuerpo, unas Veces por una parte, otras por otra, como si les punzasen con agujas. Es- ta enfermedad no cede sino en la vejez , supo- niendo que no se mueran antes los enfermos.» (De morbis. ) «Se encuentra también una indicación bas- tante completa de los principales síntomas gas- trálgicos en el pasage en que Galeno describe la enfermedad melancólica (De locis affectis, lib. III, cap. Vil). Fácil nos fuera citar las di- ferentes descripciones que tienen una relación mas ó menos directa con la gastralgia; pero es- tas citas iirstruirian poco á los lectores. Sin em- bargo , no podemos pasar en silencio la obra de Daniel Sennerto (Institutiones medica , Vi- temberg, 1620, en 8.°), en que.se encuentran algunas reglas de terapéutica bastante precisas y exactas; y la de Willís, titulada : Affectio- num qua dicunlur hysterica et hypocondria- ca, pathologia spasmodica , etc. (Londres, 1670 , en 8o ), en que al través de las hipótesis . favoritas del autor sobre la circulación de los espíritus animales, se advierten descripciones de mucha exactitud. El trabajo de Etrnuller (Dissertatio de malo hypocondriaco , 1676) puede servir para el tratamiento de la gastral- gia, si bien lo que dice el autor es sobre todo aplicable al histerismo y á la hipocondría. Tam- bién debemos recomendar los autores siguien- tes, en los que hemos encontrado documentos preciosos para la terapéutica de la gastralgia: Viridet (Disserlat. sur les vapeurs qui nous ar- rivent, 1726 , en 8.° : Iverdun¿; Juan de Gor- ter (Praxis medica syslema; Uarderwik, 1750, en 8.°); Hunaud (Dissertation sur les vapeurs' 1757 , en 12.°, París); Fraccassini (Opuse pa" thol., en 4.°, 1758, Leips.); Pomme (Traite des affect. vapor, des deux sexes, 2 vol. , eli 12.°, Lion, 1769); Lorry (De melancholia et morbis melancholicis, 2 vol. en 8.°, 1765 y 66, París) ; Tíssot ( Trait. des nerfs et de leur ma- lad. , 4 vol. en 12.°, París y Laus.., 1780); Whytt (Des vapeurs et malad. nerveuses et hyprocondriaques ou hysteriqucs, trad. del in- glés por Lebcgue de Presle, 2 vol. en 12.°, Pa- rís , 1767 ). Para leer con algún fruto las obras precedentes, es necesario poseer antes la histo- ria de la gastralgia , á fin de entresacar de en medio de las descripciones generales de las en fermedades nerviosas, lo que pertenece mas par- ticularmente á la gastralgia, asi respecto á la sintomatologia como á su tratamiento. «Los autores que se han ocupado de las en- fermedades nerviosas , y han escrito antes del siglo XIX.no han procurado localizar los sínto- mas, como se hace en la actualidad, refirién- dolos á trastornos funcionales de tal ó cual ór- gano : este modo de estudiar las enfermedades no estaba todavía adoptado generalmente ; se concretaban sobre todo á buscar la semejanza de los síntomas. Siendo esto asi, se comprende muy bien que dicha semejanza ha debido lla- marles particularmente la atención en las enfer- medades nerviosas, de las cuales la mejor loca- lizada, como por ejemplo, la gastralgia, deter- mina sin embargo una multitud de simpatías, que parecen dar á esta enfermedad local todos los caracteres de una afección general. Han si- do necesarios nada menos que los asiduos tra- bajos de la anatomía patológica moderna , y una observación minuciosa y sostenida , pa- ra que aprendiésemos á separar las enferme- dades nerviosas en cierto número de afecciones, que han recibido denominaciones particulares. No debe perderse de vista la consideración que acabamos de emitir , cuando se indaga en los tratados de enfermedades vaporosas, lo que per- tenece mas particularmente á la gastralgia. Fá- cil es convencerse por la atenta lectura de estos tratados, de que las descripciones se aplican del mismo modo á las gastralgias que á las demás neurosis , necesitándose la mayor circunspec- ción para admitir las opiniones de los autores, á lo menos cuando se trate de utilizarlas para la historia de las gastralgias. Bien puede decir- se que es estensivo este defecto á casi todas4as obras que han visto la luz pública antes del principio de este siglo, esceptuando las mono- grafías que citaremos mas adelante. Comparet- ti ha incurrido tal vez menos que los otros en semejantes errores, y sin embargo, como se ha reducido á generalidades, hemos tenido cui- dado de no tomar nada suyo, á no ser cuando se adaptaban sus descripciones exactamente á la gastralgia. Por lo demás, á pesar de esté de- fecto, que debemos señalar, la obra de Com- paretti , de la que hemos hecho numerosas ci- tas, es uno de los monumentos científicos, que 396 ENFERMEDADES DEL ESTOMAGO. siempre parecen nuevos: tantas son las precio- sidades que encierra para quien sabe consul- tarla. Contiene á la verdad interminables diser- taciones sobre las funciones y las simpatías de los nervios; pero son tolerables estas imperfec- ciones del autor, cuando cada página ofrece pruebas de la mas fina observación (Andrea Comparetti, occursus medid'de vaga' agritu- dine infirmitatis nervorum , 1 vol. en 8.°, Ve- necia, 1780). «Entre los primeros autores que se han ocupado de la gastralgia simple, nerviosa, idio- patica, es preciso citar á Wilrich ( Dissertalio de cardialgía, Helmst. 1679), que ha indica- do los principales síntomas de la neurosis, y en particular los diferentes sitios .y formas del do- lor gastrálgico, á Sthal (De cardialgía dissert., Erfurt, 1731.) á Federico Hoffman (De do- lore cardiálgico spasmódico et flalulento , pá- gina 257, t. I, en folio , 1761; véase también opera omnia, suplem. III , pág. 143 , en fólio*j Genova, 1753), y ¿í Truka (Historia cardialgía, en 8.°, Viena, 1785). La obra de este médico debe distinguirse de todas las demás , porque contiene uua historia completa y didáctica de la gastralgia. Considera esta afección relativa- mente á sus causas , síntomas y tratamiento con la misma claridad que brilla y resalta en nuestros libros modernos. Ofrece ademas una vastísima y sólida erudición , que proporciona al lector una idea muy exacta de la práctica y de las doctrinas adoptadas por los médicos, que han escrito con alguna distinción sobre las gas- tralgias. Hemos puesto frecuentemente en con- tribución á esta obra, que nos ha parecido su- perior á muchas recien publicadas. - «Apenas quisiéramos mencionar las obras de Fourcade-Prunet (Enfermedades nerviosas de los autores, en 8o, 1826) y J. Amadeo Dnpau (Del eretismo nervioso, etc., en 8.°, Pa- rís, 1819) , porque lib contienen mas que des- cripciones truncadas é insignificantes de la gastralgia. Los artículos de los diccionarios, in- cluso el de Georget, no pueden dar ni aun una idea superficial de la enfermedad, y admira en- contrarlos en obras consideradas como clásicas, particularmente existiendo muy buenas mono- grafías sobre la materia. «Tres obras importantes ,"que tenían por objeto la historia de la gastralgia , aparecieron casi á un mismo tiempo en Inglaterra , en Ale- mania y en Francia; sus autores son Johnson, Schmidtmann y Barras. «El primero, en un tratado que forma auto- ridad en Inglaterra, se ha esforzado en hacer conocer las causas y los síntomas de la gastral- gia con mucho cuidado, esponiendo el trata- miento bajo un punto de vista eminentemente práctico. Contiene también una indicación rigo- rosa de todas las reglas, tanto higiénicas co- mo terapéuticas, que pueden guiar al médico en el tratamiento de esta enfermedad. (Ja- mes Johnson, An essay on indigestión or morbid sensibility of the stomach and bo- leéis, etc., sesta edición, en 8.°, Lond., 1829.) «El escrito de Schmidtmann sobre la gas- tralgia está comprendido en su tratado de me- dicina práctiea (Summa observutionum medi- carum ex praxi clínica triginta annorum de- promptarum ; de cardialgía, vol. 3.°, capítu- lo IX, pág. 109 y 204, año 1826; Cólica ner- vosa , vol. IV , pág. 489 , 1830). Acredita un conocimiento profundo, enteramente clínico, de las neurosis del estómago y de los intestinos. El tratamiento está desembarazado de todas esas prescripciones y de esa polifarmacia, que por tanto tiempo ha confundido á los prácticos, y trazado sobre reglas de una higiene sagaz, concretándose el autor á indicar el pequeño número de remedios que le han surtido buenos efectos. «La obra de Barras apareció por primera vez en la época en que la doctrina de la irrita- ción estaba aun en -todo su esplendor y pode- río (1827), y en que se combatían todas las enfermedades del estómago por unos mismos medios, porque á todas se las creia producto de la inflamación. Prestó un gran servicio revelan- do la verdadera naturaleza de varias enferme- dades del estómago, que algunos médicos in- sistían en considerar como gastritis. La tercera edición, que consta de dos volúmenes, es el tratado mas completo que tenemos sobre la gastralgia: reasume losjuejores escritos que se han publicado sobre este objeto, y contiene los pasages mas importantes de las obras del espa- ñol Piquer, del inglés Johnson, del alemán Schmidtmann, del italiano Comparetti, etc., y en una palabra, una multitud de observaciones minuciosas, y la esposicion didáctica de la his- toria de las gastralgias. La única falta que ha- llamos á Barras, es la de no haber refundido to- dos los materiales, á fin de dar á su obra un plan mas uniforme, sin que el lector se vea pre- cisado á ir á buscar en el segundo volumen, des- tinado á hacer la obra mas completa , la causa, los síntomas ,* el tratamiento y dema§ de que se ha hecho mención en el primero.» (Monneret y Eleury, Compendium de medecine pralique, t. IV, pág. 256 y sig.) CAPITULO V. Calentura gástrica, infarto gástrico , empacho del estómago , saburra gástrica. «División. — Consagramos este artículo al estudio de dos estados patológicos que los au- tores designan muy generalmente con los nom- bres de infarto gástrico y de calentura gástri- ca. Estas dos denominaciones se han aplicado á enfermedades bien diferentes. Si quisiéramos describir todas las que han recibido el nombre de calenturas gástricas, formaríamos verdade- ramente un cuadro monstruoso , donde reina- ría la mas deplorable confusión , y donde seria imposible encentrar los caracteres bien claros y determinados de una sola enfermedad. Por l¿ CALENTURA GÁSTRICA. 397 demás, necesariamente debía resultar esta con- fusión , de las innumerables hipótesis, que ha creadocada autor sobre la causa y tratamiento de las calenturas gástricas *. basta para convencerse de ello pasar la vista , aunque rápidamente, so- bre las divisiones siguientes adoptadas por un autor moderno, Pedro Franck. «Según que la saburra, la bilis, las mucosidades ó las lombri- ces desempeñan el principal papel en las calen- turas gástricas continuas, se las designa con los epítetos de saburral, de biliosa , de mucosa ó de verminosa.» (Epitome praxeos medica uni- versa pracepta , trad., pág. 196, t. I, Enci- cloped. de ciencias médicas.) ¡Qué de hipóte- sis acumuladas en tan pocas líneas, que sirven no obstante de base á toda una clasificación de calenturas 1 »Si se quiere otra prueba de esta funesta confusión, no hay mas que buscar en la obra publicada por Schmidtmann el capítulo con- sagrado á las enfermedades gástricas, y se ve- rá , que están en él descritas todas las enfer- medades acompañadas de trastornos del es< t imago y sus funciones, ó de síntomas de pb- licolia , ó superabundancia de bilis. Allí se encuentran las calenturas efémeras , bilio- sas, la calentura biliosa simple, la pituito- sa, la gástrica pútrida, la gástrica pútrida complicada con inflamación del hígado, y se hallan también la erisipela pustulosa y bi- liosa, la gota gástrica, la estranguria gástri- ca, la inflamación gástrica del testículo (In- flammatio testiculi gástrica, casus XI); la di- senteria del invierno cambiada en calentura bilioso-nerviosa, la erisipela biliosa de la ca- ra, la encefalitis biliosa; el cólera producido por la bilis, etc. No tenemos bastante resig- nación para continuar esta enumeración. Y no se crea que hayamos tomado por casuali- dad y á la ventura la obra del médico que he- mos citado: el libro de Schmidtmann goza de uua merecida estimación en toda Alemania, y parece fundado sobre la observación clínica, si hemos de atenernos á su título (Summa ob- servationum medicarum ex praxi clínica tri- ginta annorum depromptarum; Berlin 1819; véase febris gástrica, t. III, cap. II, pági- na 288, 459). «Las doctrinas humorales é hipotéticas admitidas por el autor, le han inspirado estas divisiones arbitrarias, que no se derivan por cierto de la estricta observación de los enfer- mos. Se concibe muy bien, cómo después de leídas las obras que tratan de la calentura y del infarto gástricos, ha debido Broussais de- plorar las numerosas teorías á que han dado lugar, y procurar reemplazarlas con una fór- mula mas sencilla y mas fisiológica. «Nuestra intención en este artículo es describir el infarto y la calentura gástricos como dos estados patológicos distintos uno de otro. La calentura gástrica, no debe con- fundirse con la calentura biliosa de nuestros climas, con la calentura biliosa de los países calientes (V. Calentura intermitente y remi- tente) , ni con la calentura tifoidea. No es tan fácil trazar los caracteres que separan á es- tas afecciones entre sí, como imaginan los que creen, que la naturaleza procede siempre por oposición y por líneas bien marcadas, y los que juzgan que con la gastritis ó la calen- tura tifoidea puede esplicarse toda la patolo- gia. No podemos menos de reconocer y con- fesar, que es á menudo sumamente difícil de- terminar el carácter distintivo*»de los estados morbosos llamados embarazo gástrico, y ca- lentura gástrica, y asignarles un lugar en los cuadros nosológicos; sin embargo, siempre deberá admitirse que estos estados tienen una duración muy corta , una intensidad harto pe- queña, para que no puedan distinguirse de la calentura tifoidea y de la gastritis. Los prác- ticos mas acostumbrados á la observación, esperimentan frecuentemente tales dificulta- des , para establecer un diagnóstico exacto, que se atienen á la observación ulterior de los síntomas, para decidir si es un simple embarazo gástrico, ó una calentura tifoidea, lo que tienen á la vista.» (Mon. y Fl. ob. cit.) ARTICULO PRIMERO. Infarto gástrico. «Sinonimia.—Estado snburral, mucoso.del estómago; embarazo mucoso, atónico y bilio- so de los autores ; calentura efémera de otros; calentura continua gástrica , saburral primi- tiva, por indigestión, y calentura gástrico- saburral secundaria de J. Franck. «Síntomas.—En general están bastante de acuerdo los autores en designar con el nombre de infarto gástrico la enfermedad ca- racterizada por los síntomas siguientes: du- rante algunos dias, ó repentinamente esperi- menta el enfermo desazón, borborigmos, pe- sadez, cefalalgia ligera ó intensa en la frente; casi al mismo tiempo, boca pastosa, amarga ó acida, aliento fétido, lengua cubierta de una capa blanquecina , mucosa , algunas veces amarilla, especialmente en su base: sequedad de la lengua, anórexia y aun aversión á los .alimentos, eructos seguidos de una sensación de acidez en la boca, deseos de bebidas ací- dulas, repugnancia á cualquiera otra especie de líquido, náuseas, eructos nidorosos, vo- mituriciones que hacen creer al enfermo, que si vomitara se aliviaría, y que le obligan á so- licitar la administración de los vomitivos; vó- mitos de materias mucosas ó blanquecinas, y semejantes á una papilla gris, que algunos médicos han considerado como alimentos mal digeridos y alterados por su permanencia en el estómago. El enfermo se queja ademas de una molestia, una tensión penosa, algunas veces de dolor en la región epigástrica y en ambos hipocondrios. Según J. Franck, cuan- do no vomita el enfermo, se cambia el peso de la .región epigástrica en un dolor, queso es- tiende hacia los hipocondrios, y sobre todo 398 ENFERMEDADES DEL ESTÓMAGO. hacia el derecho. La respiración se vuelve corta y con ansiedad; hay lasitudes y triste- za ; el abdomen se abulta y distiende. Los bor- borigmos recorren los intestinos, y comun- mente con dolor; las ventosidades á que dá suelta el ano, exhalan un olor de hidro-sulfato de potasa, su salida alivia por lo común, y son ordinariamente seguidas de un flujo de materias feculentas» (loe. cit., p. 196). Si el enfermo continúa tomando algunos alimentos los digiere contrabajo, dando lugar á eructos nidorosos , á un amargor mas pronunciado de la boca, á la cefalalgia, á una sensación de constricción penosa, á una sensibilidad anor- mal del hueco epigástrico, á secreción gaseo- sa, y á una diarrea algunas veces abundante, y como lienterítica; entonces se encuentran en las deposiciones porciones de alimentos que no han sido digeridos. Cuando observa dieta el enfermo, y el infarto gástrico sigue su curso natural, se recoge el vientre, habien- do astricción en unos y diarrea continua ó pa- sagera en otros. La cara está como consu- mida , abatida y presenta un color como agri- sado, terroso, aplomado ú amarillento; este último es mas pronunciado en las conjuntivas alas de la nariz, y en la boca. La respiración es un poco difícil y penosa, á causa de la sensación de plenitud que esperimenta el su- geto en el estómago; el pulso permanece en su estado natural, alguna vez es lento y blan- do , muy rara acelerado; la orina que al prin- cipio es clara y transparente, suele después dejar un sedimento, y puede presentarse ju- mentosa. «El infarto gástrico es una afección muy ligera y de poca duración; termina ordina- riamente en uno á cuatro dias, ya por efecto del régimen, ya de un tratamiento conve- niente: algunas veces, sin embargo, persiste porque continúa el sugeto bajo las influencias que la han originado. El vomito espontáneo, los sudores, los depósitos sedimentosos, y la diarrea han sido considerados por los autores como modos de terminación, como crisis. No- sotros hemos visto, hace algunos dias, un joven en quien se juzgó un embarazo gástrico^ por una abundante epistasis. J. Franck, dice que los accesos repetidos de esta enfermedad debilitan, toda la economía, y dan lugar ala artritis y á otras enfermedades, principalmen- te del estómago, de los intestinos y del híga- do (loe. cit., p. 198); pero se debe dudar de. tales aserciones respecto á algunas de estas do- lencias. Puédese sin duda admitir que la ca- lentura biliosa, la gastritis, ó algunas afec- ciones del hígado se declaran en sugetos que presentan comunmente los síntomas de em- barazo gástrico; pero entonces sería fundado creer que el estómago y el hígado, que so- lo estaban trastornados en su función en la ¡ época en que se manifestó el infarto gástrico, que tal vez es un trastorno funcional de es- tos órganos, han esperimentado después al- teraciones en su testura de mas consideración. «El infarto gástrico presenta dos formas que han sido distinguidas por varios autores. «A. El embarazo gástrico mucoso, atónico ó pituitoso, se anuncia por síntomas que pare- cen referirse á una secreción exagerada y vi- ciosa de las 'glándulas mucosas del estómago. He aquí los signos atribuidos á esta forma del infarto gástrico: sabor soso, ácido, salado ó nauseoso; lengua blanca, cubierta de una ca- pa espesa, que los enfermos consiguen á ve- ces levantar, y que está constituida por un moco enteramente blanco , ó mezclado con un poco de bilis, en cuyo caso ocupa el color amarillo la parte media ó la base de la lengua; la boca y toda la parte posterior cubiertas de mucosidades blanquecinas, espesas ó transpa- rentes; secreción abundante de saliva, que llena á cada instante la boca; espuicion de es- te líquido, aftas, anórexia, náuseas, vomitu- rición, vómitos mucosos, generalmente muy transparentes , ácidos puramente acuosos ó filamentosos; hipos, flatuosidades, distensión del vientre, deposiciones frecuentes mucosas ó serosas, algunas veces espulsion de lombri- ces; orinas pálidas y sin sedimento, á no ser que haya calentura. »B. El embarazo gástrico bilioso se ma- nifiesta sobre todo por el predominio de los síntomas biliosos: amargor de boca, capa ama- rillenta , sabor amargo atribuido por los en- fermos á los alimentos y á las bebidas; alien- to fétido, eructos acres y que abrasan la gar- ganta; vómitos de materiales amarillentos, en estremo amargos y biliosos, qne causan una fuerte irritación á lo largo del esófago, eu la faringe y en toda la boca; dolor del hi- pocondrio, diarrea biliosa, coloración amari- llenta general, pero mas notable alrededor de los labios y alas de la nariz : tales son las señales de la forma especial que estamos es- tudiando. «Pudíérase confundir con una fiebre ti- foidea el simple infarto gástrico. Los sínto- mas de este se parecen tanto á los de la fie- bre tifoidea, que muchos médicos consuma- dos en la práctica, se ven obligados á perma- necer algún tanto dudosos, hasta que la poca intensidad y la corta duración del mal les in- dican su verdadera naturaleza. Entonces cam- bian de diagnóstico: si el mal no ha durado mas que ocho dias, si los síntomas son lige- ros, si se corrigen prontamente por la-dieta, un emético ó un purgante, es la afección un infarto gástrico; pero será una fiebre tifoidea, cuando persisten ó se exasperan los síntomas, ó bien cuando se les juntan los signos de dicha fiebre. Entonces se dice que este mal afecta la forma mucosa; reservando la denominación de biliosa para los casos en que se añaden á lus síntomas precedentes los de la calentura bi- liosa que luego describiremos: he aquí la al- tura en que se halla la ciencia sobre este pun- to. No queremos decir que el infarto gástrico CALENTURA GÁSTRICA. 399 sea una fiebre tifojdea, ni que pueda terminar de este modo; pero sí diremos que constituye un estado patológico, generalmente mal deter- minado. Algunas veces se manifiestan al prin- cipio de las enfermedades eruptivas y otras afecciones, varios síntomas que simulan per- fectamente los del infarto gástrico. «Diagnóstico. — Se puede confundir con el infarto gástrico la gastritis ligera*; pero en esta última afección está la lengua rubicunda, limpia, es la sed intensa, la sensibilidad del epigastrio muy marcada, los conatos de vomi- tar menos pertinaces, el gusto amargo, la de- sazón y la cefalalgia menos pronunciadas; la constipación y la exasperación de los sínto- mas por efecto de un vomitivo acabarán de dar á conocer la gastritis. El cáncer y el re- blandecimiento del estómago producen sínto- mas de infarto gástrico que hemos tenido oca- sión de observar muchas veces: en tal caso nos ha parecido que es casi imposible el diag- nóstico , á no ser que estén adelantadas estas dos enfermedades, lo cual no sucede en muchas ocasiones. Por lo demás, como los síntomas del infarto gástrico no tardan en acompañarse de fenómenos morbosos continuos, no es po- sible engañarse cuando aparecen estos sínto- mas. La gastrorrea puede también simular un infarto gástrico. Se observan efectivamente en las dos enfermedades los mismos síntomas: náuseas, inapetencia, vómitos de materiales mucosos y filamentosos por la mañana en ayu- nas; pero la gastrorrea es una enfermedad muy rara y que no tiene la duración efémera del infarto gástrico. «Etiología.—Las causas asignadas por los autores y colocadas en el,n«ímero de las predisponentes son: la debilidad ocasionada por enfermedades anteriores, la vida sedenta- ria, los trabajos mentales, las vigilias, la tris- teza, la cólera y las emociones morales, las variaciones atmosféricas, la primavera y el es- tío , y la acción de una temperatura fria y hú- meda. Entre las causas determinantes se no- tan sobre todo los escesos en la comida y be- bida , que provocan frecuentes indigestiones ó un simple infarto gástrico; los síntomas que esperimentan los que se entregan á estos ac- tos de intemperancia, la mañana siguiente del dia en que los han cometido , son totalmente los del infarto gástrico; otro tanto diremos de los que se observan después de una fuerte in- digestión ó de un trabajo digestivo penoso y difícil. Las otras causas que originan también esta enfermedad son, los alimenjtos tomados en muy grande cantidad, ó de una digestión di- fícil, como las carnes gordas, la carne de puer- co , los alimentos salados, el pescado seco, las legumbres secas, ciertas sustancias alimen- ticias, como la sarga marina, el bacalao, la raya, las anguilas, los cangrejos , sobre todo cuando se hace de ellas un uso frecuente. J. Franck considera ademas como causas esci- tfntes los huevos duros, las berzas fermen- tadas, las setas, el pan tierno, los cohombros y los melones (ob. cit., p. 197). Tratamiento.—«Cuando se conoce la cau- sa que ha determinado el infarto gástrico, todo el tratamiento consiste en alejarla. Si depende de una mala digestión , de escesos en la mesa, de un régimen muy sustancioso, basta sujetar al enfermo á una abstinencia mas ó menos ri- gorosa para hacer cesar todos los síntomas: en este caso es necesario obligar á la quietud al órgano que padece. Por el contrario , cuando se haya debilitado la acción ó vigor de la viscera por una causa local ó general (bebidas calientes, alimentos poco reparadores . etc., emociones morales , humedad, cansancio muscular), es necesario escitar el tono con bebidas amargas y ligeramente aromáticas ( manzanilla , cen- taura , saliva , genciana, etc.); pero el remedio que conviene en casi todos los casos, y que quita el mal en pocas horas, ó en pocos dias, es un vomitivo: se dá el tártaro estibiado á la dosis de uno á tres granos, en tres vasos de agua caliente; ó bien la ipecacuana , cuya ac- ción es menos segura, á la dosis de medio á un escrúpulo en tres ó cuatro cucharadas de agua caliente ; se facilitan los vómitos hacien- do tornar muchos vasos de este líquido: debe preferirse el emético á la ipecacuana, hasta en los niños; solamente se ha de tener presente que en estos la dosis debe ser menor. Con su auxilio todos los síntomas del infarto gástrico desapa- recen como por encanto: cesan la debilidad, los borborigmos , la cefalalgia , las náuseas , los vómitos , etc., y el sugeto se restituye á la sa- lud sin pasar por la convalecencia. Si se veri- fican espontáneamente los vómitos, se admi- nistrarán algunos vasos de agua tibia. Con fre- cuencia , conducido el enfermo por su instinto, provoca el vómito de esta manera , ó introdu- ciéndose los dedos en la boca. Los antiguos prescribían los vomitivos en esta enfermedad, pero no de una manera absoluta; absteniéndo- se de ellos cuando estaban los intestinos ame- nazados de flogosis , ó cuando se hallaban los humores crudos todavía. «Los signos de estas pretendidas saburras, y los que anuncian su cocion, vienen á ser meras hipótesis. Los pur- gantes convienen en ciertos infartos gástricos: 'y deben emplearse entonces los salinos, y el emético en lavativas. El ruibarbo y el jarabe de achicorias , son algunas veces necesarios para restablecer la energía del estóniafgo. Naturaleza.—»J. Frank reasume bien en las líneas siguientes las diversas hipótesis que se han emitido sobre las causas íntimas del infarto del estómago, aunque no habla sino de la fiebre gástrica consecutiva á la indigestión: «Cuando se busca su causa propia, dice, se la encuentra, ó en la distensión mecánica del es- tómago por una gran cantidad de alimentos, y la falta de reacción que entonces resulta; ó en el obstáculo que oponen á la estension del es- tómago los cuerpos que le rodean; ya en la de- bilidad ó la inercia de las fibras musculares de 400 ENFERMEDADES DEL ESTÓMAGO. este órgano por defecto de fuerza vital, debi- do sobre todo á una alteración del par vago ó neumo-gástrico y del cerebro , ya también en la abolición ó la perversión de la secreción del jugo gástrico; ya en fin en un estado de irrita- ción próxima á la flogosis.» (Ob. cit., p. 197.) Entre estas causas , cuya mayor parte se con- sideran generalmente como hipotéticas y pura- mente especulativas , es necesario, sin embar- go , distinguir las que atribuyen el mal al can- sancio del estómago, á los vicios de secreción de su membrana interna , á la flogosis de esta, ó finalmente á lajlegada de la bilis al estóma- go , y á su mezcla con los líquidos de este ór- gano. »Las pruebas que se han invocado para sos- tener que en el infarte existe flogosis ó irrita- ción ligera de la mucosa , son los efectos sa- ludables de la dieta y del uso de bebidas ací- dulas ó diluyentes , las náuseas , los vómitos, la anórexia , la sensación de un dolor vago en el hueco del estómago , sus causas, que tienen por efecto escitar esta viscera y. determinar la inflamación , etc. Empero se ha objetado que uu simple trastorno del estómago causado por una emoción moral, por causas debilitantes, no podia producir las flogosis; que los sínto- mas observados no son los de la inflamación; finalmente , que la eficacia de los vomitivos ó de los purgantes , prueba que el estómago no está irritado. No habiendo seguido nunca la muerte á esta afección, no se ha podido demos- trar completamente el hecho de que tratamos. «La doctrina que ha prevalecido en lostiem- posantiguos, y que aun es admitida en el dia por gran número de médicos estranjeros , especial- mente los alemanes, consiste en recurrir á las saburras é impurezas del estómago : tratare- mos de este objeto cuando nos ocupemos de la fiebre gástrica;, y por ahora solo diremos, que en algunos casos nos parece resultar el infarto gás- trico de un simple trastorno funcional, que prin- cipalmente aparece en la secreción de las glán- dulas mucosas , y en la del jugo gástrico , que está disminuida , mientras que la del moco se halla aumentada. En otros casos parece que no existe mas que un simple decaimiento ó una al- teración de las funciones gástricas , ya se re- fiera á la secreción, ya ataque mas especial- mente los tejidos encargados de la locomoción. De todos modos , siempre es muy difícil que exista lesión material, por lijera que sea. ARTICULO II. Fiebre gástrica. Sinonimia.—»Calentura biliosa , calentu- ra colérica ,'calentura hepática, calentura gástrica , BailTou ; mesentérica; calentura re- mitente gástrica. Es imposible establecer uua sinonimia , ni aun aproximattva entre las dife- rentes denominaciones que han servido para designar la calentura gástrica, y que se aplican mas ordinariamente á la gastritis y á la calen- tura tifoidea , que á la fiebre* de que vamos á ocuparnos. Síntomas.—«La calentura gástrica es tam- bién uno de los estados morbosos, que ha cos- tado mucho trabajo determinar , y que se ha podido referir sin grandes esfuerzos á la gas- tritis ligera , á la calentura tifoidea , ó á la ca- lentura biliosa. «La calentura gástrica determina al prin- cipio fenómenos precursores, tales como inco- modidad, quebrantamiento de los miembros, cefalalgia , anórexia , amargor de boca y lan- guidez. Algunas veces señalan la invasión del mal un escalofrió seguido de calor, de seque- dad en la piel, y la aceleración del pulso. Los desórdenes de las funciones digestivas , y los síntomas del estado morboso, que se llama bi- lioso , son el doble origen de donde parten los síntomas observados: sed intensa, lengua car- gada de un barniz amarillento y espeso sobre sus bordes, encendida en su punta, y mas rara vez en toda la estension de sus bordes, amargor de boca , sabor salado , nauseoso ó muy amargo; encendimiento de los labios , que están secos, sembrados de ampollitas , de herpes ó de cos- tras , procedentes de su desecación ; pérdida completa del apetito, náuseas, vómitos de ma- teriales biliosos , dolores abdominales , obtu- sos hacia los hipocondrios, algunas veces fijos en el epigastrio ; ansiedad y tirantez de estó- mago, flatuosidades , entumecimiento globu- loso del vientre, borborigmos, diarrea , depo- siciones verdosas ó amarillentas en algunos ca- sos (bilis colluvies ad intestina detata); en otros astricción de vientre , tinte amarillento mas ó menos oscuro de la piel, pero rara vez análogo al de la ictericia, en las conjuntivas, en la cara , en las mejillas, en las inmediacio- nes de los labios y de la nariz; muchas veces color aplomado y verdoso de la cara , cefalal- gia , vértigos , insomnio ó agitación , desvario durante el sueño ; orinas encendidas sedimen- tosas, que producen ardor en el momento de su emisión; calentura intensa , aceleración del pulso , calor y sequedad, interrumpidos por escalofríos vagos , que se repiten por las tar- des. Muchas veces se ha observado esta ca- lentura bajo la forma remitente ; á la hora del paroxismo se exasperan todos los síntomas. . «Hemos presentado el mal cu su forma mas aguda y mejor marcada , pero á menudo son menos intensos los síntomas. Algunas ve- ces duran ocho días, y muchas se prolongan á dos y tres septenarios. Diagnóstico.—«En vista del cuadro de la enfermedad que acabamos de presentar, según los autores, seria difícil no conservar alguna duda sobre el diagnóstico de* uua afección, que ofrece tanta semejanza con las calenturas ti- foidea y biliosa. Empezaremos por declarar que la entidad que ha recibido el nombre de calen- tura gástrica , es bastante vaga y mal deter- minada, y que seria difícil separarla en todit* CALENTURAS los casos del simple infarto gástrico, cuando es un poco intenso y acompañado de calentura. ¿No ofrecen por ventura los mismos síntomas, la misma marcha-, y casi el mismo grado de intensidad ? Supongamos una calentura biliosa ligera , de algunos dias de duración, y tendré^ mos un infarto»gástrico. «No se puede decir que. la cafentura biliosa sea una enfermedad pirética y elinfartono, por- que este es algunas veces febril; niquela prime- ra es una inflamación ligera , mas ó menos es- tensa del conducto gastro-intestinal , como ha supuesto Littré (art. Gastrique (fiebre) , pá- gina 18, 'Dio. de mea"., t. II); porque seria ne- cesario probar anatómicamente'esta aserción, ó apoyarse en diferencias que no existen en las causas , en los síntomas , ni en el trata- miento. Efectivamente , si la calentura biliosa fuese una irritación gastro-intestinal, lo§ vo- mitivos usados en semejante caso producirían funestos efectos, y no dejarían de exasperar los síntomas ; añadamos que es raro que se cu- bra la sangre de tales enfermos de costra flo- gística(Littré, art. cit., p. 207); de modo que nacía prueba que la calentura gástrica sea una afección visceral febril. Es pues preferible con- servar á este estado morboso la denominación de calentura , porque no prejuzga eri manera alguna la naturaleza ni el asiento de la enfer- medad ; indica solamente uno de sus principa- les caracteres , á saber : el movimiento febril. Por lo demás, demasiado hemos insistido en los vicios de estas denominaciones al tratar de la -fiebre , para que tengamos necesidad de censurar el uso de esta palabra. Lo que- nos- otros queremos establecer en este momento, es que la calentura gástrica , asi como el infarto gástrico, no son enfermedades cuya naturale- za , y tal vez su asiento, estén bien determi- nados ; que sosteniendo que la primera es una gastritis ligera , se hace una suposición que nada prueba ; ó bien si se la admite, debe ser también el infarto gástrico una flogosis ligera del estómago, como ya lo habia admitido Brous- sais ; y que en fin, si la calentura gástrica es realmente un estado distinto de la calentura tifoidea , de la calentura biliosa , y de la gas- tritis ligera, posee sin embargo muchos de sus caraderes. «La calentura gástrica se aproxima todavía mas por sus síntomas á la calentura biliosa. Mas difícil seria confundirla con la calentura biliosaremiteute.de los países calientes; sin embargo , la remitencia es un carácter que se manifiesta en muchas calenturas llamadas bi- liosas. En cuanto á la forma biliosa de la ca- lentura tifoidea , y á Ja misma calentura tifoi- dea, que suelen simularla calentura gástrica biliosa , se las reconocerá por los síntomas si- guientes : debilidad estremada , estupor , epis- taxis , erupciones tifoideas , sudamina , ruido de tripas, etc.; diremos, con todo, que no siempre es fácil el diagnóstico en semejantes circunstancias. TOMO VIL GÁSTRICAS. 401 »Las causas asignadas á la calentura gás- trica , son las mismas que producen el infarto gástrico , y las calenturas llamadas biliosas. Tratamiento—«Se debe someter á los enfermos á una quietud absoluta, al uso de bebidas dulcificantes y.diluyentes. A pesar del tratamiento antiflogístico, persiste comunmente el mal ,y hay necesidad de recurrir á los vo- mitivos y purgantes. Los antiguas , que ha- bían admitido la inflamación como una compli- cación frecuente de esta enfermedad , prohi- bían desde luego los vomitivos y los purgan- tes ; precepto que han repetido todos los auto- res modernos. Un emeto-catártico , ó los pur- gantes salinos solamente , producen á menudo una pronta mejoría ; pero será muy cuerdo no continuar su uso por mucho tiempo. Algunos médicos han recurrido á una aplicación de san- guijuelas en el epigastrio, en el ombligo, ó sobre otros puntos del vientre , y aun practi- cado sangrías generales. Pero cuando estad in- dicados estos ajentes terapéuticos , y son se- guidos «de un éxito rápido é incontestable, existe sin duda un estado diferente del que designan los autores con el nombre de calen- tura gástrica. «Naturaleza de la calenti ra gástrica. —Si hubiéramos de atenernos á la observación de los síntomas, nos inclinaríamos á admitir las doctrinas humorales de los autores antiguos y modernos, que atribuyen un principal papel á la alteración de todos los humores por la bilis. Hay en efecto , como en las calenturas biliosas, síntomas que anuncian esta alteración : colora- ción ligeramente amarillenta de los ojos, de las inmediaciones de la nariz y de los labios, co- lor amarillo de la lengua, saliva y sabor amar- gos,, náuseas , vómitos de materia verdosa ó amarillo-verdosa , deposiciones amarillas, ori- nas cargadas «qua? symptomata, praesénte .po- lycholia , se produut, manifesté indicant ele- menta bilis tum temporis in sanguine et reli- quishumoribusseatere» (Schmidtmann, summa observalionum medicorum, t. III, p. 306, 8.°; Berlín, 1826). Los médicos que han adoptado las teorías humorales se admiran de que se du- de todavía de la influencia que puede ejercer la bilis en la producción de los síntomas: «que- rer negar, esclaman con Schmidtmann, que las saburras gástricas detenidas en el tubo digesti- vo pueden determinar la calentura, es una cosa verdaderamente absurda, y tan ridicula como sostener que el sol que en un dia claro y sere- no nos ilumina , no es la causa de la luz (ob. cit., p. 307). Antes de contestar á tan violento apostrofe sigamos su razonamiento , á fin de destruirlo mejor si carece de fundamento. To- mamos el libro de Schmidtmann porque es bas- tante moderno, porque forma autoridad en Ale- mania y reproduce las teorías antiguas mas acre- ditadas. «Se llaman enfermedades gástricas las que «son causadas por la pituita , la bilis , los ali- «mentos alterados, degenerados y corrompi- 26 402 ENFERMEDADES DEL ESTÓMAGO. «dos, contenidos en el estómago y los intesti- »uos. Siendo estas impurezas de naturaleza di- »versa, se las ha distinguido en unas forma- «das por la pituita, y otras constituidas por la «bilis. El origen de estas impurezas es muy d¡- «ferente, y con mucha frecuencia debe buscar- «se en un trastorno de las funciones confiadas á «los órganos encargados de elaborar elquimo y «el quilo. EJ hígado segrega entonces una gran «cantidad de bilis, y esta sobre-actividad del «órgano se anuncia por una sensación de cafar «y de plenitud , conio también por un dolor «que ocupa los hipocondrios. No se debe vaci- «lar en creer, que en este estado de policolia «abundan en la sangre los elementos de la* bi- «lis, aunque los químicos aseguran no haberlos ^comprobado. Admito de buen grado que la «causa morbífica obra desde luego sobre el só- «lido vivo, y en particular sobre el hígado, que «segrega entonces una bilis mas abundante y »alrerada, y que la afección biliosa es en reali- «dad secundaria á Ja causa que ha obrado al «principio; mas no por eso deja de merecer el es- «tado morboso que resulta el nombre de calen- »tura gástrica. La bilis contenida en el estó- «mago y en los intestinos es tan acre, que Mor- «gagni ocasionó la muerte de los pichones que^ «sujetó á sus esperimentos, inyectando en el «tegido celular cierta cantidad de este líquido.» «Esta cita que hemos compendiado encierra aserciones erróneas, que son bien fáciles de des- truir en el dia. Para demostrar que la calentu- rajáslrica ó biliosa es en realidad inseparable de la superabundancia de la bilis y de su tras- lación á lá sangre , se necesita una prueba de- cisiva que noposejan los antiguos, á saber, el riguroso análisis de la sangre. Pero hoy posee- mos análisis que demuestran, que nunca se%ha hallado la bilis en sustancia, ni en la sangre, ni en las orinas, ni en los demás humores; que lo que se encuert'ra es la materia colorante amarilla, cuya existencia era fácil prever por la coloración amarilla de los tejidos y de los líqui- dos; y que el tránsito de la materia colorante puede producir la ictericia , pero no los sínto- mas de las enfermedades llamadas biliosas. Es efectivamente una observación muy curiosa é. importante, que debe desengañará los forjado- res de hipótesis, ver que pasa á la sangre la materia colorante de la bilis, y prodúcela icte- ricia , pero nada que se parezca á una calentu- ra gástrica, ó á una fiebre biliosa. «Vamos ahora á ocuparnos de la doctrina de Sloll, sujetándola igualmente á una crítica severa. «Este profesor en el curso de su brillante carrera médica, se propuso sobre todo buscar la relación que existe entre las estaciones y el des- arrollo de algunas enfermedades. Debió encon- trar á beneficio de la observación , que en las enfermedades del estío hay predominio de bilis, y una calentura siempre semejante á sí mis- ma , y que él llama por esta causa calentura del eslió. Dice Stoll que siempre que se vea costra en la sangre , es señal de que hay una inflamación, parque la bilis es incapaz de pro- ducir este efecto. Tomamos la mayor parte de estas notas del curso de patología general de Andral, que ha tenido cuidado de reproducir en sus lecciones los principales rasgos de la doctrina de Stedl. • «Bajo la influencia del calor, de una ali- mentación compuesta de sustancias grasas, y difícilmente asimilables, se acumulau las sa- burras en los intestinos, los irritan, y ocasio- nan desórdenes locales. Al cabo de un tiempo mas ó menos largo son por fin reabsorvidas las materias depositadas. Dé aqui resliltan va- rios efectos. Desde luego se irrita la sangre por ja presencia de estas materias, que penetrando en los órganos, pueden determinar su inflama- ción. En concepto de Stoll no son bilis estas ma- terias saburrales: «admito, dice, esta palabra, peto la de» materias nocivas es mas á propósito para espresarlas.» Asi pues , emplea ia palabra bilis en un sentido distinto de su acepción pri- mitiva , y de la que siempre la han dado los an- tiguos.» (Ephemerides medicales para el año 1777.) Sydenharn , por ejemplo, siempre habla de la verdadera bilis, y no de la materia sabur- rosa como causa de las calenturas biliosas. «Describe Stoll las calenturas del estío con erupciones miliares, parótidas, ántrax, debidos á la introducción en la economía de la materia sa- burrosa. La flegmasia de los pulmones, déla pleu- ra y los reumatismos, son igualmente producidos por la calentura biliosa, que en las descripciones dadas por el médico de Vieua ocupa muchas veces-el segundo lugar ,. sin dejar por eso de ser la verdadera causa de los síntomas observa- dos. Seguramente que la doctrina de Stoll, que tanto ruido ha hecho, falsea por sus cimientos, puesto que no puede adoptarse en tanto que no se demuestre: 1.° la existencia de la bilis ó de las saburras; 2.° su tránsito á la sangre; 3.° que los síntomas observados dependen positiva- mente de la alteración secundaria de la Sangre. Ya hemos dicho que los análisis químicos han allanado un edifieio, que tanto tiempo habia do- minado en medicina. a »J. Franck representa una opinión mas avanzada que la precedente. Después de haber recordado que se han atribuido las calenturas gástricas á la bilis mezclada con la sangre, y que habían probado los análisis de los químicos que no existia la bilis en sustancia en dicho lí- quido, añade: «es probaWe , por loque se ob- serva en la ictericia , que sea absorvida ; mas sin embargo, como tiene lugar la ictericia muy comunmente sin calentura, demuestra igual- mente este ejemplo , queda calentura no es un resultado necesario de la'absorciou de la bilis. Es pues verosímil que la calentura biliosa no tenga su origen ni en la policolia , ni en la reabsorción de la bilis, y que la presencia de este líquido, en la afección de que se trata, no sea mas que el efecto de una secreción morbo- sa.» Estas advertencias son sumamente exac- GASTRORRAGIA. 403 tas, y cuesta trabajo concebir, cómo después de haberse esprésado J. Franck de una manera tan precisa, haya admitido tan*gran número de ca- lenturas- gástricas. En seguida se esplica en los términos siguientes: «preséntase otra cuestión no menos importante, á saber: ¿cuál es la cau- sa de esta secreción morbosa? Un autor que ha escrito recientemente sobre la calentura bi- liosa cree, que es necesario buscarla en la infla- mación del sistema nervioso abdominal, y so- bre todo de la vena porta....» Supone en se- guida la existencia de la secreción exagerada del hígado, sin inllamacion alguna de esta vis- cera,- y en otros casos la inflamación del híga- do y de otras visceras del vientre [ob. cit., pa- gina 212)".- Este análisis basta para demostrarla confusión é incoherencia que se encuentra en la doctrina de J. Franck. Si se nos pregunta ahora cuál es la causa de la calentura gástrica, responderemos, que son necesarias nuevas ob- servaciones para decidir*la naturaleza de esta afección, sobre la cual reina la mayor iucerti- dumbre» ÍMow. y Fl^ , Compendium de med. prat., t. I, p. 285 y siguientes.) CAPITULO VI. Gastrorragia. «Nombre y etimología.—La palabra gas- trorragia se deriva de las dos raices griegas •fctctHp, estómago y de pvyvvnt, yo rompo. Sir- ve para designar las hemorragias del estóma- go , cualquiera que sea su causa. La palabra gastro-hemorragia, mejor combinada que la pre- cedente,, espresa la misma idea , y nosotros la emplearemos con preferencia. «Sinonimia.—La palabra hematemesis ha si- do adoptada por gran número de autores para designar el vómito de sangre ximx sangre, iftíu, yo vomito , y la hemorragia del estó- mago ; pero fácil es ver que estas voces no son sinónimas. Puede efectuarse una hemorra- gia en el estómago sin que sea el líquido san- guíneo arrojado al esterior, en cuyo caso hay gastrorragia sin hematemesis, y recíprocamente puede muy bien vomitarse sangre, es decir, que puede también haber hematemesis, siu que haya hemorragia gástrica; tales son los casos en que proviene la sangre de las fosas nasales, del pulmón , ó de un aneurisma abierto en el estómago, y es arrojada por'medio delvómito. Insistiremos en esta distinción , que no se ha . hecho endas obras de patologia general, y que es no obstante de alguna importancia bajo el punto de vista del diagnóstico y del tratamiento. «También se ha dado el nombre de hemate- mesis al vómito de materias negras ó de color ¿.; hollín, que arrojan los sugetos atacados de afecciones orgánicas del estómago; pero esta denominación es aun mas viciosa que las pre- cedentes , y debe desterrarse del lenguaje mé- dico; porque «da á entender que la sangre entra á formar parte de esas materias negras , lo que está muy lejos de ser cierto en todos los casos. Derriostraremos mas adelanteque no se encuen tra rastro alguno dé sangre en gran número de líquidos? negros arrojados por el estómago , y que seria á lo menos una temeridad declarar que hay hematemesis, es decir, vómito de san- gr.e , por el solo hecho de ser negras las mate- rias vomitadas. »Hemos probado sobradamente, que la pala- bra hematemesis no es de modo alguno sinóni- ma de gastrorragia. Asi pues, no trataremos en este artículo sino de la hemorragia gástrica. El melena (de {*%x.«t, negro, morbus niger, cu - fermedad negra) es el vómito de materias ne- gras acompañado de deyecciones alvinas de la misma naturaleza. «Definición. — La gastrorragia ó gastro he- morragia es la hemorragia que tiene su asiente en el estómago. Bara vez constituye toda la enfermedad, pues ó bien se asocia á la existen- cia de una alteración de los tejidos membrano- sos que componen el estómago , ó bien á una alteración de la sangre. La gastrorragia , pues, casi nunca es una enfermedad simple, y no si- puede comprender, cómo el autor de un tratado de patologia recien publicado, persiste todaví.i en describir la gastro hemorragia como si fuese á estudiar la neumonía ó la pleuresía (Gcudriu, Trait. philosoph. de med. pral., p. 133, t. I, 8.u; París, 1838). Solo puede resultar de un método tan vicioso y tan contrario á los progre- sos de la verdadera cjencia un cuadro deforme, compuesto de fenómenos morbosos heterogé- neos, con los cuales se forma una entidad mor- bosa ideal y quimérica , capaz de conducir al práctico á*gravísimos errores. Nunca censura- remos demasiado semejante modo de conside- rar la patologia, admisible solo en aquellos tiempos en que no sepodian referir los sínto- mas á los órganos alterados; pero hoy seria poco acertado volver á desandar lo que en este tiem- po hemos adelantado. Cuando mas se podría formar de esta manera la historia de la gastror- ragia, si no se describiese bajo este nombre mas I que la hemorragia idiopatica, es decir, sin le- .sion del órgano; pefo cuando se fabrica una siñtomatologia general para una enfermedad, cuya causa y lesiones son tan diferentes , y aun se anuncian por síntomas taii variados, ¿cómo no incurrir en graves errores? «Divisiones.—Se ha dividido la gastroMie- morragia en aguda y crónica, para dar á enten- der que este síntoma se refería á lesiones agu- das y crónicas: mas arriba hemos señalado los inconvenientes que resultan de esta división, y por consiguiente no podemos adoptarla. La gas- trorragia , diceDelmas, puede efectuarse de dos maneras , como la mayor parte de las he- morragias internas, por secreción , ó por rotura de algunos vasos» (art. Estómago , Dic. de med., 2.a edición , p. 327). Es fácil demostrar que esta división es insuficiente, y que no com- prende lodas las gastrorragias. Un hombre ata- I cado de escorbuto vomita sangre con mucha re- 404 ENFERMEDADES del estómago. petición: ¿Se colocará esta hemorragia entre las determinadas por secreción? Sin duda que no : pues nada en ella se verifica que se pa- rezca á una secreción. Por otra parte no puede ser considerada como efecto de la rotura de los vasos : resulta únicamente de la alteración que ha esperimentado la sangre, alteración que nin- guna relación tiene con el estado del estómago. Diremos sin embargo, que la división que aca- bamos de criticar es preferible á la mayor par- te de las que se encuentran en las obras. »Nosotros admitiremos muchas especies de gastrorragia : 1.° gastrorragia simpática de una alteración de los sólidos; 2.° gastrorragia sin- tomática de una alteración de la sangre. La primera comprende: A. todas las hemorragias dependientes de una afección del estómago (in- flamación , reblandecimiento , ulceración, ro- tura de un vaso., cáncer , etc.): B. todas las hemorragias que dependen de otro órgano que no sea el estómago (enfermedad del corazón, de los vasos, etc.);.C. la gastrorragia sinto- mática de una alteración de la sangre, tal como la que depende de la plétora , del escorbuto, de las calenturas graves, de la calentura ama- rilla, de la peste y de las hemorragias consti- tucionales; D. las hemorragias supletorias, que reemplazan á un flujo sanguíneo normal su- primido ó incompleto , en cuyo caso hay un trastorno funcional, un vicio de secreción , pe- ro ninguna alteración apreciable del estóma- go ó de la sangre; E. en fin las gastrorragias cuya causa se nos oculta completamente. «Síntomas oomlnes a todas las gastrorra- gias.— Dependen de la presencia .de la sangre en el interior del estómago , y de la*cantidad mas ó menos grande de la sangre perdida; to- dos los deinas síntomas son efecto de la causa patológica que ha provocado la hemorragia. Es necesario no olvidar que todos'los síntomas de la gastrorragia dependen de estos tres ór- denes de causas tan diferentes entre sí. »A. Gastrorragia sin vómito de sangre.— Puede verificarse le gastrorragia con ó sin he- matemesis. Puede faltar el vómito de sangre: 1.° cuando es muy pequeña la cantidad de san- gre acumulada-en el estómago; 2.° cuando existe un obstáculo material al vómito, como en el caso de un cáncer considerable del car- dias, de tumores de la misma naturaleza situa- dos en el esófago; 3.° en el caso en que las materias sanguinolentas se dirigen hacia la par- te inferior del intestino grueso, saliendo en for- ma de deposiciones. «Cuando se acumula la sangre en el estó- mago, se hincha , se dilata el epigastrio, y presenta tensión én aquella parte, sintiéndose en ella también dolor, gravativo , una plenitud incómoda que causa opresión , ó un calor se- mejante al que produciría un líquido caliente derramado en el estómago, y algunas veces una sensación de ardor y de constricción epigástri- ca. El enfermo procura á toda costa vomitar para poner ün á la sensación que esperimenta, y muchas veces las continuas náuseas y vomitu- riciones le obligan á reclamar un emético. Dicen que existe un sonido'macízo muy pronunciado. «A estos signos, que anuncian de un modo vago la gastrorragia sin hematemesis, es nece- sario asociar los que se observan por lá esplo- racion de las deposiciones, los cólicos acompa- ñados de meteorismo , la hinchazón y la sensi- bilidad del vientre, el calor en esta parte, la sed intensa, los dolores lombares que preceden á la espirlsion de materias sanguinolentas , ne- gruzcas, líquidas y de estremada fetidez; en una palabra, todos los síntomas del melena. «Finalmente , el tercer orden-de síntomas comunes á todas las hemorragias, y que impor- ta tener muy presentes en todos los casos en que deje el diagnóstico alguna iucertidumbre, son: el frió, el enfriamiento de las estremida- des , la pequenez del pulso, la debilidad gene- ral , la ansiedad, y algunas veces el síncope, los. cuales conducen á sospechar la existencia de una hemorragia interna. Asi pues, las evacua- ciones alvinas , sanguinolentas ó sanguíneas, y los «internas de las hemorragias en general, son los fenómenos que ponen al práctico en camino del diagnóstico. Algunas veces se observan sín- tomas de congestión gástrica , y entonces pre- ceden á la gastrorragia ciertos síntomas precur- sores : una sensación de peso,*de calor en el epigastrio y hacia los hipocondrios , desazón y cefalalgia , pueden' indicar una congestión que deba acarrear la gastrorragia ; pero tales tras- tornos son por lo común harto leves y poco ca- racterísticos, para que se les deba dar mucha importancia. Añadamos, que pueden referirse también con mucha mas razón á la enfermedad del estómago ó del órgano que provoca la he- morragia. • » B. Gastrorragia con hematemesis. — El vómito de sangre es el mejor signo de la gas- trorragia; pero es necesario guardarse bien de creer* que sea patognomónico. Muchas otras le- siones pueden producir la hematemesis. «Los síntomas que hemos señalado ante- riormente, la congestión gástrica , las diferen- , tes sensaciones determinadas por la acumulación de la sangre, las deposiciones negras , etc., se manifiestan igualmente en lashematemesis ; y á pesar de todo, la plenitud del estómago es mucho menor, porque el vómito le desembara* za de toda la sangre que en su cavidad se der- rama. «Nada hay tan.variable como la cantidad y la naturaleza de las materias vomitadas. Unas veces apenas dá el enfermo algunas bocanadas de sangre, y otras arroja cantidades considera- bles, que pueden llegar á muchas azumbres, y muere el sugeto exangüe por tan considerable hemorragia. No causará sorpresa semejante re- sultado , si se reflexiona que es algunas veces el oríjen de la hemorragia una arteria comprendi- da en una perforación ó en un reblandecimien- to canceroso , mientras que en ot«os casos se verifica por simple inyección. GASTRORRAGIA. 405 «Si la sangre es espelida casi inmediata- mente después de haber llegado á la cavidad del estómago, las materias vomitadas son de un color rara vez bermejo , como en la hemolisis, sino mas bien negruzco, y constituidas por san- gre, en parte líquida y en parte coagulada. Con- teniendo siempre el estómago bebidas ó líqui- dos segregados por la superficie interna, la san- gre se mezcla con estas materias, y se altera. Se comprende entonces'que deben sobrevenir cambios muy notables en el color y en la con- sistencia de la sangre, á consecuencia de la reacción quela obligan á esperimentar estos di- ferentes líquidos. Si no vomitan los enfermos hasta después de muchas horas de sil perma- nencia en.el estómago , se presenta unas veces bajo la forma de un líquido rojizo, en el cual nada una materia grumosa , que no es otra co- sa que sangre coagulada en pequeños cuajaro- nes, y que parece anunciar que el derrame sanguíneo se ha efectuado gradualmente, ó que existían líquidos en el estómago ; y otras.veces está reunida la sangre en coágulos mas ó me- nos negros, voluminosos y consistentes, que suelen también adquirir un color rojizo decar- ne , pareciéndose á los coágulos recién organi- zados que se encuentran en el corazón. En ge- neral, cuanto mas dista el momento del vómito del en que se efectuó la hemorragia, tanto mas oscuro es el color de la sangre y de las mate- rias vomitadas. «Las causas que concurren á modificar y á desfigurar la sangre vomitada son muy numero- sas. Combínase con líquidos acuosos y ácidos, mezclados en diferentes proporciones, con el moco, con las bebidas medicamentosas , y cor inunmente también con los alimentos Seria di- fícil indicar la naturaleza de las reacciones que sufre la sangre en el momento de ponerse en contacto con estos líquidos; pero de todos mo- dos es preciso convenir, en que deben ser muy considerables y mas ó menos análogas á las que se verifican á nuestra vista, cuando se mezcla la sangre al agua simple, azucarada, acida, alca- lina, etc. Los gases segregados en el estómago pueden obrar sobre la coloración de la sangre; pero no se conoce, á decir verdad , su modo de acción, y estamos reducidos á suponerle. La última causa que concurre mas poderosamente todavía que las precedentes á modificarlas pro- piedades físicas de la sangre, es el trabajo que efectúa el estómago para realizar la quimilica- cion; trabajo incesante y no interrumpido, á que está sometida la sangre, como todas las demás sustancias contenidas en la cavidad de esta vis- cera. ■ «También suele ser difícil conocer la sangre en las materias negras espelidas por el vómito: unas veces se parecen al poso del café, al cho- colate ó al Hollin diluido en agua; otras con- servan todavía algunascualidades físicas de la sangre. Cierto es que pueden encontrarse con el auxilio deuu microscopio, glóbulos sanguí- neos, aun en los líquidos en que es imposible reconocer la sangre á la simple vista ; pero de- bemos añadir, que es preciso guardarse de atender esclusivamente á este último modo de esploracion, porque puede muy bien suceder, que solo haya una mínima parte de sangre , y que casi la totalidad de las materias negras sea de otra naturaleza. Becordemos también, que recogiendo en un filtro las porciones sólidas de las materias vomitadas, lavándolas en seguida en gran cantidad- de agua , se puede llegar á reconocer la fibrina en esa materia agrisada y esos trozos membranosos, que en la infancia del arte se han creido formados por la membra- na mucosa gangrenada. Pero de todos modos no siempre nos revelará el mas atento y dete- nido examen la verdadera naturaleza de algu- nos vómitos npgros. Varios autores han consi- derado como esclusivamente constituidos por la sangre todos los líquidos negros, que arrojan los individuos atacados de cáncer gástrico ; pero este es un error contra el cual debemos decla- ramos. Efectivamente, no se conoce todavía bien la verdadera naturaleza de gran número de materias negras, que suelen teñir los tejidos accidentales y normales, lo mismo que muchos líquidos de la economía. Se ha pretendido que el vómito negro de los sugetos atacados de cáncer gástrico ó de enfermedad crónica del es- tómago (reblandecimiento, ulceraciones), re- sultaba de la mezcla de una sangre mas ó me- nos alterada con las sustancias contenidas en el estómago*; esta aserción es exacta , pero en un número de casos mucho mas reducido de lo que generalmente se supone. Hay otros en que se manifiesta el vómito negro, sin que pueda la lesión esplicar por qué vias se ha derramado la sangre. Háse entonces supuesto que la salida de este líquido se efectuaba por exhalación; pe- ro ademas de que esta suposición no puede ser fácilmente demostrada , se encuentra desmenti- da por el examen microscópico, que pone fuera de duda el hecho de que hay materias negras vomitadas, que no contienen el menor glóbulo de sangre intacta ni alterada. Se descubren en tales casos cantidades mas ó menos grandes de chapas albuminosas, y un gran número de gló- bulos de grasa, fáciles de distinguir de cualquie- ra otra materia, pero nada de sangre. Andral ha examinado muchas veces las materias negras 'arrojadas por los sugetos atacados de cáncer gástrico, y no ha encontrado el menor rastro de sangre, aun en casos en que á primera vista se hubiera admitido la existencia de este líquido. «En la gastrorragia sin hematemesis no tar- dan las deposiciones en ofrecer materias san- guinolentas. El vientre se dilata y se hace mas sensible ; sobrevienen cólicos; se queja el en- fermo de un dolor sordo, muchas veces de ca- lor y uua sensación de peso en todo el vientre, y un dolor en la región lumbar. Estos síntomas anuncian que penetra la sangre en el intestino, que se acumula en él, ó que le suministran sus mismas paredes , en cuyo caso hay hemorragia intestinal coexistente. Las deposiciones se efec- 406 enfermedades del estómago. tuan con fuertes cólicos, y muchas veces con desfallecimientos; van seguidas de grande pos- tración , son líquidas, negras y de una estre.- mada fetidez. Los autores han ciado el nombre de melena á la enfermedad, que se acompaña de vómitos de materias negras y de deposicio- nes de la misma naturaleza; otros le'aplican solamente á las deyecciones alvinas negruzcas. Esplícase la variedad de estas arbitrarias defi- niciones por el vago sentido de la palabra me- lena ,(.ai?.«f , xtifOt, negro) , que es como si dijésemos materia negra. » «Al mismo tiempo que se efectúa la.hemor- ragia, esperimenta el enfermo una sensación de desfallecimiento y un dolor algunas veces bas- tante-fuerte en la región epigástrica. Se obser- van en algunos sugetos síncopes , lipotimias, disnea, dolor en la región precordial. Si es considerable la hemorragia, se presenta frío en las estremidades, palidez en la cara , frecuen- cia y debilidad en el pulso, sudores frios ; en una palabra, todos los sigiiosque acompaña á las hemorragias; el estado de debilidad se prolonga durante un tiempo variable. Cuando se reprodu- cen los vómitos de sangre por intervalos apro- ximados , sobrevienen todos los síntomas de la anemia accidental. Estos no se hallan siempre claramente designados, y se mezclan á los que producen las diversas afecciones que suelen re- sidir en el estómago y en los otros órganos: asi rs que se encuentran en algunos sugetos ataca- dos de cáncer pilórico los signos de la gastror- ragia, los de la anemia y los del cáncer, resul- tando una colección de fenómenos morbosos complejos, que es necesario referir á su verda- dero y respectivo oríjen. «Los síntomas de la anemia consecutiva á la gastrorragia no difieren de los que caracte- rizan á la anemia producida por otras causas, razón por la cual no nos detendremos "á refe- rirlos; solamente liaremos notar, que la altera- ción de la sangre, cuyos caracteres hemos des- crito al tratar de las hemorragias en general, y que es la verdadera causa de todos los sínto- mas anémicos, no depende solamente de la gas- trorragia, es decir, de la pérdida de sangre. En gran número de casos existe otra causa, y es el profundo trastorno que esperimenta la nutrición general, y que concurre á alterar la sangre, es decir, á disminuir la cantidad de sus glóbulos. Los síntomas de la anemia, inherentes á la per- *■ didá súbita de una gran cantidad de sangre, son: el síncope, la lipotimia, la estremada ansiedad, la debilidad del pulso, el frío de la piel y de los miembros , el sudor frió , etc.; algunas veces sobreviene la muerte, cuando es la hemorragia considerable y se reproduce incesantemente, como en el caso de rotura de la arteria coro- naria ó esplénica. Ordinariamente se estable- cen los síntomas déla anemia con lentitud y á consecuencia de hemorragias repetidas. «¿Describiremos ahora la marcha, la du- ración, la terminación y el pronóstico de las gastrorragias? ¿ Pero qué cuadro podríamos for- mar con generalidades que no tienen aplicación alguna especial ? Consagraríamos un gran nú- mero de páginas á un estudio estéril y tanto mas peligroso, cuanto que podrían intentar apli- carle á la práctica algunas personas poco habi- tuadas á la observación de la naturaleza. Lo que hemos dicho al empezar este artículo \ y mejor aun la lectura de los escritos publicados en la viciosa dirección que hemos indicado, acabarán de convencer a los que conserven al- guna duda sobre este objeto. «Causas de las gastrorragias. — A. Gas- trorragia sintomática de una altefacion del es- tómago.—JSÍos bastará citar entre las causas de esta hemorragia, 1.° la inflamación sobreagu- da de la membrana mucosa, sobre todo cuan- do es producida por un ájente irritante y cáus- tico introducido en la cavidad del estómago. Es raro que la gastritis espontánea ocasione seme- jante hemorragia; se ha manifestado en algu- nas calenturas intermitentes gástricas, perni- ciosas, por efecto de la congestión sanguínea, que se efectúa en el momento del paroxismo, y persiste todavía después de cierto tiempo. Torti'y otros han referido ejemplos de esta cla- se (Therapéutica specialis, lib. IV* cap. VII). »2.° Todas las enfermedades que tienen por efecto reblandecer, ulcerar ó desorganizar de cualquier manera, la membrana mucosa y las otras túnicas del estómago, ha gastro hemorra- gia se manifiesta en los sugetos cuya túnica in- terna estomacal es el asiento'de un reblandeci- miento inflamatorio circunscrito, y en los que padecen úlcera simple-crónica, y perforación del estómago. Puede existir la úlcera indepen- dientemente de toda alteración escirrosa ó en- cefaloidea de las paredes gástricas, como vere- mos mas adelante, y según las investigaciones de Cruveilhier y. otros autores. La úlcera sim- ple crónica dá frecuentemente lugar á la he- morragia gástrica, que depende de la erosión de una dé las arterias que se distribuyen eu el estómago, ó bien de fa arteria esplénica si- tuada á su inmediación (Cruveilhier, Anal. path., 10.a entrega). Algunas veces proviene la hemorragia de los capilares comprendidos eu la pérdida de sustancia. En el. primer caso puede ser bastante considerable, para determinar la muerte con mucha prontitud. »3.° Cáncer gástrico.—Es una de las causas mas ordinarias de la gastrorragia; y asi es que se debe temer el desarrollo de esta cruel en- fermedad, cuando se manifiesta un vómito san- guíneo en sugetos atacados de algunos tras- tornos de las funciones digestivas. Es necesario establecer con este motivo ciertas distinciones, que no han señalado los autores, y qué sirven, sin embargo, para esclarecer la historia de los cánceres gástricos. Becordemos desde luego, que el vómito negro no está siempre formado por materia"sanguinolenta, ni por sangre masó menos alterada, sino que muy comunmente ti- ñe de negro las materias algún líquido segre- gado por la membrana mucosa enferma. He- GASTROKRAGIA. 407 mos dicho que era imposible encontrar en gran número de líquidos vomitados y teñidos de ne- gro , la mas'pequeñá partícula de sangre. Cier- tamente, puede muy bien suceder que la reac-- cion de los jugos gástricos sobre la sangre, y el trabajo digestivo á que está sometido este úl- timo líquido, le hagan sufrir cambios bastante notables, pata alterar sus propiedades físicas y desfigurarlo enteramente; pero es lícito dudar de su presencia, en tanto que no se haya de- mostrado por la observajcion microscópica ó de cualquier-otra manera. Las observaciones mi- croscópicas hechas en la clínica de Andral. nos han demostrado positivamente, que no toda?las materias negras están constituidas por la sangre; y no dudamos añadir, que estas materias son muy probablemente el resultado de una secre- ción viciosa del estómagp, y pueden comparar- se á los líquidos filamentosos, muy ácidos ó pu- ramente mucosos, que arrojan p*or el vómito los enfermos atacados de cáncer. Por lo demás, se concibe , que ciertas sustancias alimenticias mas ó menos teñidas, pueden concurrir á la producción del vómito negro. No titubeamos en asegurar, que este objeto necesita ser estu- diado nuevamente, y exije investigaciones mas completas que las hechas hasta el dia. «La gastrorragia con vómitos de sangre (he- matemesis) es un fenómeno morboso, que se pre- senta en diferentes, periodos del cáncer. Ob- sérvase al principio, y.sin que exista todavía pérdida alguna de sustancia, ni ifuigun reblan- decimiento de los tejidos. Comparamos esta hemorragia á la hemolisis^ que se declara cuan- do los tubérculos son todavía miliares y no se ha formado aun la ulceración y el reblandeci- miento; es muy común abrir cadáveres de su- *getos afectados de escirro en el píloro, que han sufrido numerosas hematemesis, sin que la na- turaleza de la alteración pudiese esplicar su producción. No debe , pues, considerarse la 'gastrorragia como una prueba cierta de que el cáncer está en el periodo de reblandecimien- to, aunque es necesario reconocer, que este tra- bajo morboso ocasiona en las arteriolas ó en las arterias mas voluminosas, perforaciones que muy á menudo determinan hematemesis. »4.° Gaslrormgia traumática. Las enfer- medades de que aun tenemos que hablar, y que pueden causar gastrorragias , son las heridas, las contusiones, la ingestión de una,sustancia venenosa cáustica, ó la herida efectuada por • una sanguijuela tragada accidentalmente. Esta última causa es muy controvertible; algunas veces se ha confundido con una gastrorragia el derrame sanguíneo, provocado por uno de estos 'anelides, fijado en la faringe ó en la parte pos- terior de las fosas nasales. »5.° Gastrorragia consecutiva á alguna en- fermedadmdé los órganos situados á la inmedia- ción del estómagomhB gastrorragia pue.de tener su primer punto de partida en los órganos que rodean el estómago. Asi es que sobrevienen he- matemesis fulminantes, producidas por la rotu- ra de un aneurisma de la aorta , abierto en ló interior del estómago ó del esófago, y del tronco céliaco. La aorta abdominal y el hígado pueden suministrar la sangre que arroja el estómago. En todas estas condiciones morbosas es la he- morragia considerable, prontamente mortal, y no vá precedida-de los síntomas que caracteri- zan las afecciones gástricas. «6 ° En "todos los casos que acabamos de examinar existe una lesión primitiva ó conse- cutiva del estómago; en los que nos resta enu- merar está sana esta viscera; pero se hallan afectados otros órganos que obran sobre la circulación gástrica: de este número son las estrecheces, la insuficiencia de los orificios del corazón acompañada de hipertrofia del órgano , y las enfermedades del hígado y del bazo. Se esplica entonces la gastrorragia di- ciendo, que el obstáculo opuesto por la lesión al libre regreso de la sangre de las venas al corazón, congestiona la membrana interna, y produce la hemorragia. También se ha preten- dido persuadir, que podia depender de mayor actividad en la circulación, como en el caso en que impidiendo un tumor ó un aneurisma el paso de la sangre á las arterias esplénicas y hepática*, por ejemplof obliga á la gástrica á recibir mayor cantidad. Desde luego se cono- ce que esta opinión está fundada sobre espe- culaciones teóricas. Los antiguos creian, que la sangre de la hematemesis provenía de las venas del estómago; pero esta hipótesis no se apoya en razón alguna perentoria. *»B. Gastrorragia Sintomática de una al- teración de la sangre.—No es este lugar opor- tuno de esponer los motivos que nos han obli- gado á reunir en^un mismo párrafo las gas- trorragias de que vamos á ocuparnos. Ya he- mos espuesto los necesarios pormenores so- bre este objeto , cuando tratamos de las he- morragias en general. Las gastrorragias que nos parecen provenir de semejante alteración son aquellas, que se notan en la plétora, en la anemia, en que son raras; en las calenturas, como la escarlatina, sarampión, la calentura amarilla, la peste, el tifo, la calentura tifoi- dea , en el escorbuto, y en los estados ca- quécticos consecutivos á diversas alteraciones viscerales. Las gastrorragias constitucionales. deben también referirse á la alteración de la sangre. Nada tenemos que decir en general sobre las gastrorragias que pertenecen á este orden, sino que son bastante frecuentes y de- penden de una alteración de todos los líqui- dos; son en general muy graves y anuncian que las cualidades de la sangre están profun- damente modificadas. «C- Gastrorragia supletoria.—No puede coloearse en ninguna de las clases preceden- tes, porque se produce sin alteración en la tes- tura normal del estómago, ni en la composi- ción de la sangre. Se suprimen las reglas ó las almorranas, y las reemplaza una hemate- mesis sin que haya en el estómago mas que 408 ENFERMEDADES DEL ESTÓMAGO. un trastorno funcionalrelativo ala secreción. Podríase sin duda sostener, que la supresión del flujo sanguíneo normal ha debido acar- rear alguna modificación en la composición;de la sangre, dejando en el torrente circulatorio los materiales que debían tomar un curso de- terminado en ciertas épocas y por ciertas par- tes; pero como aun no se ha demostrado la existencia de esta alteración, nos parece mas prudente declarar nuestra ignorancia y colo- car estas gastrorragias en un orden separado. Son mucho mas raras de lo que creyeron los antiguos, quienes solían admitirlas con harta ligereza, porque les faltaban medios de diag- nóstico. «Diagnóstico. —Cuando no hay hemate- mesis puede desconocerse la gastrorragia, ó á lo menos ofrece el diagnóstico alguna mayor dificultad. Los síntomas locales que ofrece el estómago son insuficientes, porque pueden depender de la afección de esta viscera; por lo mismo es necesario examinar la materia de las deposiciones ventrales, que suele sumi- nistrar la prueba de la hemorragia. Besta en seguida que inquirir, si la sangre proviene del estómago ó de los intestinos; y la naturaleza y asiento de la enfermedad, unidos á la ob- servación de los síntomas locales, ayudarán á cimentar el diagnóstico. «Se puede confundir algunas veces con la hematemesis el vómito de sangre consecutivo á una hemorragia,de [as fos.is nasales ó de la faringe. No es siempre fácil el diagnóstico en los niños, que tragan la sangre durante el sue- ño, y en quienes se efectúa con facilidad la ingurgitación de dicho líquido, á causa del de- cúbito dorsal que guardan^ constantemente. Sin embargo, con la atenta esploracion de las fosas nasales y de la faringe se llega á descu- brir el verdadero origen de la hemorragia. Cuando el enfermo tiene todo su conocimienr to por ser de edad mas adelantada, es raro que no advierta él mismo, que la sangre se introduce en el estómago á beneficio de repe- tidos esfuerzos de deglución. Sin embargo, no se crea que no puede cometerse el error de diagnóstico de que vamos hablando. Hemos sido testigos de una equivocación de este gé- nero *r un enfermo que se hallaba atacado de calentura tifoidea, fué acometido de una epis- taxis muy abundante; la sangxe que se des- lizó por la abertura posterior de las fosas na- sales , fué en parte tragada por el enfermo, y en parte arrojada por el vómito; la persona encargada de asistirle diagnosticó una hemo- lisis, aunque no habia síntoma alguno de es- ta afección. «Mas fácil es engañarse en los casos de he- motisis. A poco abundante que sea, impelida la sangre por la espectoracion hasta la parte superior de la faringe y de la campanilla, pro- voca náuseas y esfuerzos de vómitos, que coin- ciden de este modo con la espuicion y*la es- pectoracion. Entonces resultan vómitos de ma- terias alimenticias y de bebidas , que mez- clándose 4 la sangre, hacen creer al enfermo y al médico que este líquido proviene del es- tómago. Es la sangre roja, fluida, espumosa, y mezclada con mucosidades bronquiales en los casos de hemotisis; negruzca y bajo la for- ma de coágulos en la gastrorragia. El único medio de diagnóstico consiste en la esplora- cion del pecho, siendo raro que quede alguna duda, cuando se percute y ausculta cuidadosa- mente al enfermo. Estas dos hemorragias pue- den presentarse simultáneamente en algún ca- so, según Laennec; quien admite que al mismo tierrlpo que es la sangre exhalada en grande abundancia en la superficie de los bronquios, se derrama igualmente en la 'cavidad del es- tómago, habiendo entonces simultáneamente hemotisis y hematemesis. Sin negar la posi- bilidad de la existencia simultánea de estas he- morragias, creemos que sea menos frecuente de lo que ha supuesto Laennec, y que se ne- cesita examinar este hecho nuevamente. «El punto mas esencial del diagnóstico de las gastro-hemorragias, es determinar su asiento y la naturaleza de las lesiones que las provocan. «Pronóstico.—¿Qué podremos decir en ge- neral sobre el pronóstico de las hemorragias gástricas? Nada absolutamente, sino es que son graves, porque la enfermedad que las oca- siona presenta por sí misma este carácter de gravedad; ptfr lo demás debe deducirse el pronóstico-del exacto conocimiento de la en- fermedad. * «Tratamiento.— En cuanto al tratamien- to nó podrá establecerse con esperanza de buen éxito, sino cuando haya llegado el mé- dico á formar el diagnóstico de la afección.* Debe, pues, con este objeto tener presentes en la imaginación las diferentes divisiones que hemos establecida. ¿Es en el estómago, ó en un órgano inmediato,.ó en la sangre misma* donde resude la causa de la hemorragia? tal es la primera cuestión que hay que resolver antes de formar las indicaciones terapéuticas. El tratamiento de las gastro-hemorragias es tan variado, que nos seria imposible formular preceptos generales que pudieran servir al práctico, y difícilmente concebimos cómo han ensayado algunos ni aun dar una.idea de él. Lo único que puede establecerse como regla general es, que se debe procurar detener el der- rame sanguíneo, cuando es muy considerable, • ó cuando se repite por intervalos aproxima- dos; y aun para esto es preciso ante todo co- nocer la verdadera causa de la hemorragia.» (Monneret y Fleury , Compendium de ' Med. prat.,.t. IV, p. 324 y sig.) CAPITULO VII. m Gastrorrea. Nombre y etimología.—-La palabra gas- GASTRORREA. 409 trorrea se deriva de yaa-mp, estómago, y.de (\«>, yo derramo, flujo mucoso del estómago. Definición.—«Se- da este nombre á la se- creción de un líquido mucoso mas ó rífenos abundante, suministrado por la membrana in- terna del estómago, y arrojado por vómito. «Desciupcion.—Ka historia de esta enfer- medad es sumamente oscura, y seria una te- meridad emprenderla hoy, porque faltarlos documentos gecesarios para escribirla. Se de- be designar con la denominación de gastrorrea 4odos los flujos que provienen de la membra- na interna gástrica, con tal que la materia de estos flujos sea un líquido mucoso. \ji gas- trorrea es rara vez efecto de una simple se- creción exagerada de las membranas muco- sas ; casi siempre resulta de una alteración de las membranas del estómago. Es necesario, pues, distinguir una gastrorrea idiopatica y una sintomática. »La gastrorrea idiopatica da lugar á vómi- tos de un líquido filamentoso, viscoso y trans- parente como la clara de huevo, ó ligeramen- te teñido por una materia negruzca. La can- tidad de este líquido suele ser considerable, los enfermos llenan en una ó muchas veces la vasija destinada á recibir los esputos ; en al- gunos se efectúa el vómito principalmente por la mañana, antes que el estómago haya recibido alimento; en otros sobreviene en épo- cas variables del dia, á veces poco rato des- pués de comer, y cosa, singular, permanecen los alimentos en el estómago, siendo sola- mente espulsado el líquido mucoso. Ora re- pitenii menudo los vómitos todos los dias, ora una vez sola por la mañana, ó ya única- mente cada tres ó cuatro dias. «Cuando la gastrorrea existe sola, aislada, es el vómito el único fenómeno morboso que se observa; la lengua permanece ancha, hú- meda, sin encendimiento, ni rubicundez; la boca pastosa ó de sabor soso é insípido ,.se conserva el apetito , y s.e digiere bien. En al- gunos casSs sienten los enfermos un peso in- cómodo, ó uir dolor muy fuerte en el epigas- trio; se alteran las digestiones, se disminuye ó es nulo el apetito; á menudo sucede que na sientan-bien las sustancias alimenticias, sino cuando las escogen los pacientes. Se ve por «jemplo, que las legumbr'es, las féculas, los alimentos blandos, como los potages, etc., son arrojados por el vómito, mientras que se di- gieren fácilmente las carnes y las sustancias tónicas y estimulantes. Enfermos hay que pre- caven el vómito comiendo azúcar y bebiendo café ó cualquier otro líquido , ó tomandocier- ta cantidad de magnesia diluida t-u a^ua. . «Las causas de la gasírorrea son muy po- co conocidas. La robustez de los su-'dos, la integridad de las-fuerzas y demás funciones, escluyen la idea.de que la enfermedad pueda depender de una .lesión de las membranas ;M est-á-siago. La abertura de los cadáveres ha permitido en algunos casos muy raros exami- nar las membranas del estómago..Andral re- fiere en" su clínica médica la observación de una mujer, que sucumbió después de haber presentado vómitos de materias blanquecinas: el estómago no ofrecía alteración apreciable (Cliniq. med., t. II, p. 179, 1834). «¿Debe considerarse como uua gastrorrea idiopatica la cardialgía sputatoria de Linneo? Este mal es tan endémico en Suecia, que la mitad de(sus habitantes le padecen. «Los en- fermos se quejan de una sensación dolorosa de compresión encima, del scrobiculus cordis que se estiende al pecho y dorso; este dolor repite en diferentes épocas, y va acompañado de considerable ansiedad , que dura hasta que el enfermo arroja una gran cantidad de sali- va. Este derrame va.acompañado de náuseas y algunas veces de vómitos: sale como libra y media de saliva muy caliente y límpida como el agua, y la enfermedad se disipa al cabo de uno ó de dos dias» (Cullen, Elem. de med. prat., t. II,' p. 385, 8.°, París, 1819.) «El uso prolongado de alimentos acres, de carnes saladas , .de frutas acidas , ocasiona en algunos sugetos los síntomas de"la gastror- rea. La gastralgia debe considerarse como "causa frecuente de dicho flujo; modificándose la inervación de una manera enteramente anormal para producir la neurosis gástrica, trastorna algunas veces las ¿unciones secre- torias de la membrana interna, y de aqui esaS gastrorreas que acompañan á la gastralgia, y que forman el paso de las gastrorreas idiopáti- cas á las gastrorreas con lesión orgánica. »La gastrorrea sintomática mas simple,. es la que se asocia á la hipertrofia de las glán- dulas mucíparas distribuidas en gran número en la cara interna del estómago. Andral ha en- contrado en una mujer, que habia arrojado por el vómito hasta dos azumbres de un líquido vis- coso, una hipertrofia de la membrana muco- sa , que estaba oscura , y un desarrollo moy notable de sus folículos. Algunas veces solo sé observa en la túnica interna un estado mamc- lonado parcial ó general. «Todas las enfermedades del estómago dan lugar á la hipersecrecion de los folículos mu- cosos ; sin embargo, ninguna la determina de una manera tan constante como la degenera- ción escirrosa y einfefalóidea de las paredes de! estómago; y asi es que puede sospecharse esta degeneración, cuando se observan en un suge- to, que no ha presentado ningún otro signo de cáncer gástrico , vómitos repetidos de un lí- quido viscoso y transparente. Los enfermos di- cen que tienen pituita , y se encuentran ali- viados cuando llegan á.arrojarla. Estos vómi- tos se presentan algunasdreces mucho* tiempo antes que sospeche el paciente la naturaleza de la afección. La gastritis crónica , los diver- sos reblandecimientos de la membrana interna, la úlcera crónica y la dilatación, ya primitiva, ya secundaria del estómago , van acompaña- dos de gastrorrea. No nos podemos detener en 410 ENFERMEDADES DEL ESTÓMAGO. la descripción úe los síntomas, que se agregan á los vómitos de materiales mucosos , porque tendríamos que entrar en el estudio de enfer- medades , que han sido ó serán objeto de artí- culos especiales. Únicamente debemos hacer notar, que el líquido vomitado presenta diferen- cias bastante grandes respecto á su cantidad y cualidades. Unas veces arroja el enfermo al- gunas cucharadas de un agua límpida y visco- sa*; otras encierra el estómago cantidades con- siderables, que son arrojadas en una ó mu- chas veces. Las materias vomitadas se compo- nen por lo común de líquidos segregados en.el estómago , á los cuales se mezclan cantidades variables de saliva : nosotros los hemos ensa- yado sujetándolos á la acción del papel de tor- nasol , y los hemos encontrado ácidos, y mas rara vez alcalinos. Muchos sugetos vomitan materias blanquecinas ; otros las arrojan mas ó menos teñidas de materias negruzcas. »No titubeamos en referir á la gastrorrea, es decir, á los flujos engendrados por la mem- brana Interna del estómago, esos vómitos enor- mes de materias negras, que se han conside- rado sin razón ^Iguna como' formados por la sangre, y designado con el nombre de hemate- mesis. Hemos dicho en el artículo anterior, que < no era posible encontrar el menor rastro de sangre en cierto número de vómitos negros. ¿Por qué pues no ha de segregar la membrana mucosa del estóifVago esas grandes cantidades de materias negras, que arrojan los individuos afectados de cáncer gástrico , cuando es sabi- do que los vicios de secreción dan lugar en otros órganos á productos tan variados en su forma y colorido ? La nutrición está profunda- mente alterada en el cáncer del estómago; el sistema nervioso lo está también en muy alto grado, y se concibe fácilmente que se modifi- que la secreción gástrica bajo tales influencias, y venga á ser causa de los vómitos negros,'cu- yo aspecto «y considerable cantidad admiran al observador , y le inspiran dudas acerca de su naturaleza, haciéndole creer, sin fundamento, que se componen de sangre alterada» (Mon¿ y Fleury, Comp. de méd. prat., t. IV, pág. 330 y sig.) • CAPITULO VIII. Gastritis. Nombre y etimología. —»La palabra gas- tritis, proviene de yxomp, estómago* inflama- ción del estómago. Es la gastritis , inflamatio ventriculi, febris inflammatoria eslomachica de los latinos, gastritis , inflamalion de íesto- mac de los franceses. Sinonimia.—»VentHculi inflammalio Boer- haave ; febres inflammatoria stomachlca Fe- derico Hoffmanu ; cardir.lgia inflammatoria Tralles ; gastritis , febres gástrica et mesen- terica , de muchos autores. Divisiones.—»La inflamación del estóma- go se presenta bajo tantas formas diversas, y en tan diferentes grados , qne los autores han comprendido la necesidad de establecer divi- siones bastante numerosas en la historia de -esta enfermedad. Unas veces se desarrolla de una manera latente , y se trasluce por una es- citacion tan ligera, que se separa muy poco de la escitacion fisiológica-, y apenas se notan sus síntomas. Otras veces aparece con violen- cia y en sugetos que gozaban antes de perfecta salud. En algunos casos afecta una marcha esencialmente crónica, y aun entonces ofrecen sus síntomas notables variedades; otras com-« plica á diversas afecciones , que le imprimen una fispnomía del todo diferente (gastro-ente- ritis, hepatitis , etc.) »A fin de comprender en nuestra descrip- ción todas las formas , todas las variedades de la gastritis , hemos establecido Las divisiones siguientes, que por lo demás en nada se sepa- ran de las que hemos adoptado para las enfer- medades descritas en los demás artículos. «Formaremos separadamente la historia de la gastritis aguda , y consagraremos el primer párrafo á la descripción de los desórdenes que deja en pos de sí esta forma de la enfermedad. Presentaremos en seguida el cuadro completo de todos los síntomas, sin distinguir.los que pertenecen á la forma ligera ó á la grave. Lue- go que hayamos dado á conocer todos los sín- tomas en sí mismos , demostraremos su enca- denamiento y disposición en las principales es- pecies de gastritis aguda, consagrando á cada una de estas un sucinto cuadro. Últimamente, estudiaremos con separación, 1.° la gastritis flegmonosa: 2.° .la gastritis sub-aguda ligera; 3.° la gastritis sobreagitda esténica , espontá- nea: 4.° la gastritis coleriforme : 5.° la gas- tritis aguda tóxica: 6.° la gastritis con sín- tomas adinámicos ó atáxicos: 7.°.la gastritis de los recien nacidos: 8.° la hiperemia gástri- ca intermitente. En un segundo artículo estu- diaremos la gastritis crónica. ARTICULO I. * • « t De la gastritis aguda. Alteraciones anatómicas.—»Los caracte- res anatómicos que vamos á examinar con to- do cuidado, han sido objeto de investigaciones- y discusiones numerosas por parte de los mé- dicos, que han combatido ú apoyado la doctrina dé la irritación.; sin embargo, á pesar del nú- mero de estos trabajos , á pesar de lo mucho que han ilustrado la cuestión Ids hombres emi- nentes de nuestra época, lejos de haberse alla- nado las dificultades que presenta, hemos lle- gado en el dia á dudar, en no pocas •circuns- tancias, de la existencia de las gastritis. Unos sostienen quenada hay tan-frecuente como esta enfermedad; otros , apoyándose sobre los mismos hechos invocados por los autores do ta. primera opinión , pero interp'retándolos de otra" manera, pretenden, por el contrario , que es GASTR muy raro encontrar en la práctica casos de I gastritis bi»Hi marcada. Se vé pues que la ana- 1 temía patológica no ofrece pruebas tan deci- sivas , como debían esperarse de uua ciencia desuñada áhacernos conocer los desórdenes mas accesibles á nuestros sentidos. Luego veremos que depende esta iucertidumbre de que las al- teraciones halladas en el cadáver, pueden ser efecto de la inueríe ó de enfermedades no in- flamatorias. «En el capítulo consagrado á las lesiones orgánicas del estómago , describiremos la ma- yor parte de las alteraciones que caracterizan la gastritis : tales son el adelgazamiento , el reblandecimiento , "la ulceración, la hipertro- fia , etc. Por ahora solo trataremos de investi- gar su verdadera significación , \ de determi- nar los caracteres d-e las que en realidad son efecto de la gastritis aguda. «Algunos autores han creido que lograrían apreciar mejor las verdaderas alteraciones, es- tudiándolas desde luego en los sugetos que sucumbían á una^asUitis sobreaguda, deter- minada por un veneno ó un ájente capaz.de producir una inflamación intensa; pero no cree- mos que esta marcha conduzca á'un resultado tan evidente ," como suponen los médicos que la han adoptado. Efectivamente , son tan gra- ■ ves los desórdenes , y tal. la destrucción que entonces resulta , que es difícil obtener datos prov%chosos: se encuentra la mucosa negra, re- ducida á papilla, las demás membranas igual- mente destruidas , sangre infiltrada en las tú- nicas , perforaciones, vestigios de peritonitis, falsas membranas , que unen el estómago á las partes inmediatas , etc. (Tartra , Essai sur Cempoisonnemenl par V acide ni trique , dis- sert. inawj:, p. 200 y sig., en 8.°, 1810); en una palabra, «se encuentran unos desórdenes muy avanzados, ó producidos por una causa que obra de una manera harto diferente de. aquellas que determinan ta inflamación por otro mecanismo, para qiy; podamos sacar de la gas- tritis tóxica consecuencias aplicables á la gas- tritis aguda espontánea, 1.° Diversas coloraciones de la membrana nnucosa. — «No debemos contentarnos con de- cir, como algunos autores, que han escrito sin embargo bastante recientemente sobre la gas- tritis , que caracterizan á esta inflamación la inyección y la coloración rubicunda-de la mu- cosa. Es necesario pasar mas adelante ; des- cribir el sitio , la forma , la disposición de las coloraciones morbosas , y distinguirlas de las que pueden simular coloraciones inflamatorias. Es tan necesario este estudio , que todos los autores que han trazado la historia anatómica del tubo digestivo, han designado las diversas condiciones qne pueden producir lesiones rnas ó menos semejantes á las de la gastritis. Decir, por ejemplo, en una observación que la mem- brana mucosa está inflamada porque está rubi- cunda , es no decir nada. A la verdad nos sor- prende que varios autores modernos , que han ITIS. 411 escrito sobre fa gastritis , se contenten con es- presiones tan vagas , y no hagan mas esfuer- zos para definir claramente los caracteres de la inflamación gástrica; y principalmente en el dia , que no sin razón están los ánimos poco dispuestos á admitir la gastritis por una simple aseveración. »llecorramos pues las circunstancias estra- ñas á la inflamación ,.que pueden producir una rubicundez circunscrita 6 difusa. A. Orgasmo digestivo.—«En los sugetos que sucumben poco tiempo después de haber comido , ó cuyo estómago contiene todavía ali- mentos , se observa una coloración encarnada y difusa, uniformemente esparcida sobre I.' membrana ¡ríterna , y que se pierde por gra- dos insensibles en el color pálido del resto de la membrana.. Si se desprenden porciones de membrana , se las puede encontrar hipertro- fiadas por la turgencia que acompaña á la di- gestión y con mas sangre; pero cuando se las examina interponiéndolas entre ei órgano de la visioi* y la luz, se comprueba que apenas son mas opacas que en el estado sano, y no se des- cubren aquellos puntos rojos, que acompañan á la inyección capiliforme inflamatoria. Los va- sos de mediana dimensión están inyectados (inyección ramiforme), la cual solo tiene lugar en la flogosis estensa ó antigua (Véase Gen- drin , Hist. anatom. des inflam., 1.1, p. 567). La naturaleza de los alimentos tiene también cierta influencia, en sentir de algunos auto- res, sobre el grado de colótacion ; laS sustan- cias estimulantes producen, según ellos , una inyección mucho mas intensa. B. Abstinencia.-.-«Importa saber,*que á consecuencia de una abstinencia muy prolon- gada , se inyecta la membrana vellosa, á í\n de no atribuir en tales*casos la rubicundez del estómago á una inflamación que no existe : la inyección es fina y vellosa (Véase los esperi- mentos hechos por Gendrin, Hist. anatom., t. I. p. 496). C. Obstáculos mecánicos.—«Generalmente en los sugetos que mueren de repente, pero en medio de la mas completa salud, se en- cuentra en los vasos gástricos la inyección que Billard llama capiliforme , y de que refiere una observacion'muy notable (De la membrana ^mucosa gastro-intestinal en el estado sano é inflamatorio, p. 164, en 8.°, París , 1825), en la cual no se halló ninguna especie de altera- ción , que pudiera esplicar la muerte. . »En otros casos dependen las coloraciones rubicundas de enfermedades que oponen un obstáculo á la circulación, é impiden el regre- so de la sangre venosa de las paredes* gastro- intestinales hacía las cavidades del corazón: ta- les son la asfixia, las enfermedades del cora- zón , del pulmón , de los bronquios , todas las que impiden |a respiración, y la apoplegfa cere- bral en los sugetos. pletóricos y robustos. Algu- nas veces provoca la coloración un obstáculo mecánico, colocado á poca distancia del estoma- 412 ENFERMEDADES go , como un tumor situado, sotfre el trayecto de la vena porta y de la cava inferior, las afec- ciones crónicas del hígr.do, etc.. Habiendo de- tenido Boerhaave con una ligadura la circula- ción en la vena porta , vio que toda la superfi- cie interna del intestino tomaba un hermoso co- lor encarnado (Andral, Anatom. palolog., to- mo 11, p- 7 , 1819). »Las hemorragias.por el contrario disminu- yen , y hacen desaparecer casi enteramente la rubicundez del estómago; y cualquier otro me- dio capaz de determinar la privación de la san- gre produce eJ mismo resultado. Cuando, por ejemplo , sucumbe ihi sugeto á una gastritis después de una abstinencia severa y prolonga- da , ó después de una enfermedad de larga du- ración , podrán haber desaparecido las colora- ciones; sin que por eso deba concluirse que no ha existido la afección gástrica. «La presencia de las rorribrices en un estó- mago que se encontrara rubicundo, ó encendi- do, debería inspirar algunas dudas sobre la na- turaleza de la coloración; Morgagni reíiefe sie- te observar iones de lumbricoides halladas en los intestinos, y en todas estaba roja la mem- brana mucosa, hallándose algunas veces limita- da esta coloración á los puntos ocupados por las : lombrices. Creemos que la coloración en estos . casos es de la misma naturaleza que la que se encuentra en los animales á quienes se ha hecho morir durante el trabajo de la digestión. Tal es también la opinión de Billard , quien se inclina á»creer queda presencia de un cuerpo estraño en los intestinos puede determinar una acumulación de sangre (ob. cit- , p. 141). »D.,Peso 6 gravedad.— Los esperimentos hechos por Trousseau y Bigot demuestran que la posición declive de los cadáveres, y las di- ferentes causas que pueden facilita/ ó producir la estancación de Ta sangre en los intestinos, bastan para ocasionar una coloración encarna- da, y una inyección, no solo en los grandes vasos , sino también en los que serpean por el tejido celular submucoso, y se distribuyen en la membrana interna. El peso obra mucho me- nos en la producción de las coloraciones gástri- cas. Por lo demás será fácil evitar esta causa de error , atendiendo al sitio de las coloracio- nes , y comparándolo con la situación de los ca- dáveres. «En todas las coloraciones mecánicas é hi- postáticas permanece la consistencia de la mem- brana interna en su estado natural , y se le- vanta y desprende en trozos y colgajos anchos; la inyección está bastante uniformemente es- telidida en la membrana mucosa, y ocupa ordi- nariamente sus puntos mas declives. Los vasos inyectados son los de gruesa y .mediana dimen- sión ; coií todo pueden estarlo.igualmente los capilares , y aun trasudar la sangre al interior de la viscera. »E. Contacto del aire.—Billard ha visteen' mi anima! sometido á un esperímento, que la membrana media del estomago y de los irftesti- DF.L ESTÓMAGO. nos se enrojecía estemporáneamente por el contacto del aire , cuando todavía «ra bastante activa la circulación abdominal . y aun vivía el animal (ob cit., p. 143). No sucede lo mismo en el cadáver; solo después de transcurrido un tiempo bastante largo -toma la membrana in- terna un color encarnado. »F. Debe también tomarse en considera- ción la temperatura del aire atmosférico, la del sitio en que está depositado el cadáver, la can- tidad y la fluidez de la Sangre que se encuen- tra ep los órganos y en los vasos, y es necesa- rio en fin acordarse de que la raspadura del in- testino con el escalpelo, y la trasudación de la sangre contenida en las cavidades inmediatas, son también cansas-de coloraciones rubicundas no inflamatorias. Cuando penetra la bilis en el estómago, puede también modificar las colora- ciones normales y patológicas de la membrana interna, y hacerlas mas difíciles de conocer. «De todo lo dicho debemos concluir, que importa tomar en consideración todas las cir- cunstancias que acabamos de examinar, á fin de.distinguir las coloraciones inflamatorias de las que son debidas á otro origen, y terminar las numerosas discusiones de que ha sido ob- jeto en estos últimos tiempos la membrana interna del estómago. 2.° Rubicundeces inflamatorias. — «Suma- mente confusas son las descripciones que han dado los autores sobre este objeto: lasque adoptamos en este capítulo resultan de las in- vestigaciones que uno de nosotros se ha visto precisado á hacer , y que ya ha publicado en sus lecciones sobre las inflamaciones (Monne- ret , Cours de pathologie interne, 1838 y 1840). «Sentaremos primeramente que las rubi- cundeces inflamatorias dependen de tres causas muy diferentes: 1.° de sangre* que afluye y se estanca en el sistema vascular de diferentes túnicas del estómago; 2.° de sangre estravasa- da é infiltrada en uno»ó muchos tejidos elemen- tales de í;ste órgano; 3.° rjé sangre exnalada en la superficie del estomago , y qne penetra por imbibición en una ó muchas túnicas de esta vis- ' cera. Estudiemos primero las rubicundeces que comprende la primera especie, que son las mas comunes é importantes : las llamaremos rubi- cundeces por inyección. A. Rubicundeces por inyección.—«No se debe perder de vista, que el estómago es un ór- gano de estructura muy complexa , en la oual desempeña el sistema vascular el papel mas importante, puesto que es el encargado de fa- cilitar los materiales de numerosas secreciones necesarias á la quimificacion. Muchos vasos de volumen bastante considerable penetran ser- peando entre las túnicas celulosas y muscula- res; luego van dividiéndose cada vez mas has- ta la túnica celulosa que separa la membrana muscular de la interna, y allí se hacen nume- rqsísimos y muy divididos. La túnica celulosa, que los antiguos llamaron nerviosa, y que con mas razón se podría apellidar túnica vascular\ á causa del notable número de vasos que por ella serpean, es una especie de matriz donde estos parecen tomar" origen , para distribuirse luego en 4a membrana interna. Llegados á este punto es ya estremada su tenuidad ; pero con- tinúan sin embargo su marcha ascendente, dis- tribuyéndose en los pliegues y arrugas, y en fin en las criptas y vellosidades del estómago. Según Guillot, sou las arterias del estómago mas numerosas que las venas , al contrario de lo que sucede en los intestinos ; pero esta opi- nión no piiede admitirse sin mayor examen (Véase lo que hemos dicho en nuestras consi- deraciones sobre la estructura del estómago). «Las coloraciones rubicundas dependen: 1.° del sitio déla inyección; 2.p de la cantidad de vasos inyectados. Es evidente , por ejemplo, que si solamente se ha detenido la sangre en los vasos capilares de las vellosidades (inyec- ción capilar) ,• resultará una coloración difeTen- te»de la que provenga de la inyección de vasos "gruesos (inyección ramiforme). Debe, pues, el patólogo distinguir estas diversas circunstan- cias. Debieran admitirse á nuestrt) modo de ver las divisiones siguientes indicadas por Billard: puede ser la inyección: laciniforme; ^^ca- piliforme ; 3.° punteada , en puntitos , ó pun- tiforme ; 4.° estriada; 5.° en chapas ó lámi- nas; 6.° difusa. Ademas se deben distinguir cuatro grados principales de coloración, eben- carnado. moreno, apizarrado, y el negro ó me- lánico. Los últimos pertenecen sobre todo ala gastritis crónica , de la que nos ocuparemos mas adelante. Todas las formas de inyección y coloración que acabamos de indicar son produ- cidas por la inflamación , ó por causas estrañas á ella, siendo necesario distinguirlas unas de otras, é indagar cuáles son lasque mas espe- cialmente dependen de la gastritis aguda. . «La inyección ramiforme ó arborizacion consiste en la hiperemia de los vasos de un ca- libre bastante grueso, que se hacen visibles, distintos unos de otros, y se diseñan ó presen- tan bajo la elegante forma de ramitas que se parecen á las subdivisiones de un árbol (arbo- rizacion). Tiene su asiento* errólos ramos que serpean bajo la membrana interna en la túni- ca celulosa subyacente; puede existir sola ó al mismo tiempo que la inyección capiliforme. En el primer caso podemos admitir que la irritación es débil, puesto que el aflujo de sangre no es bastante considerable para que este líquido pe- netre en el tejido de la membrana mucosa. «Debe, pues, considerarse como siguo'de ung inflamación ligera , leve ó incipiente, ó coma vestigio de una inflamación mas intensa casi enteramente terminada. Es en cierto modo la transición del estado sano al estado inflamato- rio , ó bien el retroceso del estado inflamatorio al sano.» (Billard, ob. cit., p. 155 ; Gendrin, Hist. anat.., p. 567). Débese recordar ademas que la inyección ramiforme se presenta duran- te la digestión, y en .todos los casos especifica- dos mas arriba, en que distiende al sistema GASTRITIS. 413 .• vascular una gran cantidad de sangre , ó en que existe algún obstáculo á la circulación. Eu estos casos sobre todo , y también en ciertas inflamaciones violentas, están ingurgitados los vasos de otras membranas, y aun los del mis- mo rnesenterio. La inyección de este y las ar- borizaciones. vasculares, que se observan al es- terior del tubo digestivo, puedeu.anunciar la in- flamación del estómago; pero solo dan lugar á simples presunciones. Por lo demás, la inyec- ción ramiforme no puede nunca por sí sola ca- racterizar anatómicamente la gastritis aguda. . «La inyección capiliforme ó en forma de red (reticular), se anuncia por una rubicundez mas órnenos estensa, que parece uniforme á primera vista, peroque está constituida, cuando se mira mas de cerca, por una multitud de vasitos muy finos, que se entrecruzan de mil maneras*, y forman una red inestricable. Los vasos que la forman están colocados en el grueso de la mem- brana interna; se los observa muy distintamen- te colocando el colgajo inyectado entre la luz y el órgano la visión; y por lo común son*mas visibles en la superficie interna de la membra- na mucosa. Esta se halla al mismo tiempo hi- pertrofiada, y se desprende mas fácilmente y en porciones mas pequeñas que en el estado sano. Para apreciar bien los ca'ractéres de esta inyec- ción es necesario separar la membrana inter- na , y colocarla en un cristal, que se pon- drá en seguida bajo del a¿ua ; ó bien examinar- la con un lente de aumento. La hiperemia capi- liforme es circunscrita ó difusa; la primera es de mas valor que la segunda, y pertenece á la irritación inflamatoria del estómago. Comun- mente la acompaña la infiltración de las vello- sidades, que se manifiesta bajo la forma de un punteado rubicundo estrelladamente fino. En la inflamación constituida por una rubicundez capiliforme difusa , está opaca la membrana in- terna, y se distingue fácilmente una red muy gruesa de capilares rojos. . »Las inyecciones púntiformes, punteadas, estriadas, dependen de la infiltración íe la san- gre en el tejido mucoso, y se manifiestan en las vellosidades que están inyectadas y levantadas; son verdaderas petequias inflamatorias. La ru- bicundez punteada se presenta bajo la forma de puntitos encarnados; de manera que la mem- brana mucosa donde reside, ofrece .según Bi- llard, un aspecto entera mente análogo al de una hoja de papel en que se hubiera^salpicado en polvo rojo. Cuando se observa el asiento preciso de esta inyección , se ve que proviene la sangre de los capilares que parten de los va- sos situados en el grueso de la túnica mucosa, y se levanfan verticalmente en las vellosidades, Asi se esplica la terminación comunmente re- pentina de las rubicundeces constituidas por la inyección punteada; la cual pnede estar aisla- da, aunque este solo se observa en la gastritis incipiente. Cuando esta última se halla mas adelantada , se aglomeran los puntos encarna- dos, se disponen en lorma de manchas ó cha- 414 ENFERMEDADES DEL ESTÓMAGO. pas , ó de estrias irregulares, y se desarrollan sobre un fondo uniformemente encamado. Sue- le considerarse la rnbiciiudez punteada como indicio de una inflamación poco intensa (\éase Billard , p. 17.6). «La rubicundez difusa está formada por la inyección capiliforme., es decir, pur una inyec- ción muy fina de todos los vasos compren- didos en el tejido de la membrana interna. No nos atrevemos á asegurar, que dependan siem- pre de. un pequeño derrame de sangre todas las infecciones llamadas puntiformes , y que no pueda producirlas la hiperemia pura y simple délos capilares de las vellosidades. »Se observan algunas veces manchas rubi- cundas de pequeñas dimensiones, que se presen- tan bajo la forma de estrias ó de estrellas, en la túnica interna, uniformemente inyectada de color de rosa ó eucarnado mas ó menos su- bido. «Abercrombie cree que la forma mas or- dinaria de las rubicundeces inflamatorias de la ntembrana mucosa, es la rubicundez á ma- nera de manchas ó chapas, de una ó dos pul- gadas de diámetro con hipertrofia de la túni- ca interna. Las manchas rubicundas están Constituidas por dos especies de inyecciones muy diferentes; unas"veces por la inyección capiliforme ó en enrejado ó red, y otras por la infiltración de la sangre , podiendo esta existir en puntos aislados ó formar un ancho equimosis. Billard dice «que cuando una cha- ■ pa rubicunda aislada ocupa un punto cual- quiera, del tubo intestinal; debe considerarse como resultado de una inflamación reciente y de mediana intensidad» (ob. cit., p. 215). Es- to es cierto de una manera-general; pero lo que mas importa indagar en las chapas, es la manera como se han formado. Si la chapa es de un encarnado rosáceo, y la coloración de- pende de una hiperemia capiliforme, se debe creer-que afectaba la gastritis un grado mas ligero, que cuando se encuentra la chapa en- carnadaPconstituida por una vasta infiltración sanguinolenta, y .por la combinación de la sangre con los tejidos elementales del estóma- go; á no ser que exista en los sugetos que se examinan una causa de.hemorragia. «Los matices de encarnado claro y subido pertenecen mas especialmente á la gastritis ligera ó incipiente; en la gastritis violenta ó confirmada, se observan también estos tintes y ademas coloraciones morenas y negras. EJ* aspecto que presentan las chapas es harto variable; unas veces dispuestas á manera de manchas ó de islas bastante bien circunscri- tas , dan á la membrana interna uiíaaparien- cia jaspeada; otras son violáceas, lívidas, y otras de un encarnado encendido muy inten- so, semejantes por su color á las manchas que produciría lá sangre recien-estraida, der- ramad i sobre la membrana. Cuando se pro- cede á la disección de esas manchas negruz- cas, que se encuentran frecuentemente eu los sugetos que han tragado un ácido concentra- do, como por ejemplo, el ácido nítrico , (Tar- tra, ob. cit., p. 203) se reconoce que son el resultado de una infiltración de sangre ficgra en la túnica interna, el tejido celular adya- cente, y aun en las demás nieurbranas. La cantidad de sangre, el tejido en que se ha in- filtrado, y el tiempo transcurrido desde que se verificara esta infiltración, inducen cambios notables en las coloraciones rubicundas de que estamos hablando. En los equimosis del estó- mago, como en los dé cualquier otro órga- no, la secreción de serosidad* y la reabsor- tion de la sangre derramada disminuyen la intensidad del color que presenta la chapa hacia sus bordes. Según que se abra el estó- mago en una época mas ó menos aproximada al principio de la enfermedad, se encontrará la coloración de las chapas mas ó menos subida, y de mayor ó menor estension. • «Los equimosis y las petequias, que cree- mos no-deber separar de los primeros, no son siempre pruebas anatómicas de una inflama- ción intensar verdad es que anuncian comun- mente, que el trabajo flegmásico provocado por la hiperemia^vascular, ha sido bastante graduado para determinar la salida de la^ san- gre fuera de los vasos; pero puede también depender de otras condiciones de la sangre y del «sólido viviente. Se encuentran en el es- tomagólos diferentes grados *de esta intensa hiperemia: en un punto inyecciones capilifor- mes, en otra parte inyecciones puntuadas, acá manchas negras, formadas como acaba- mos de decir; y allá finalmente, sangre «reu- nida en un foco levantantlo una ó muchas túnicas. «La causa de estas infiltraciones es por lo común inflamatoria ; sin embargo , debemos estar sobre aviso, y no dejarnos alucinar por ciertas hemorragias intersticiales, á cuya pro- ducción es estraño el estímulo inflamatorio, y que sobrevienen en sugdos de constitución debilitada, que padecen alguna de esas afec- ciones en las cuales se debe admitir una alte- ración de la sa#gre (fiebres tifoideas, y erup- tivas, escorbuto, etc.), ó"una tendencia á las hemorragias; lo mismo que en los casos de muerte violenta por estrangulación, ó por una enfermedad capaz de oponer un obsláuilo á la circulación. Hay también coloraciones negras melánicas ó de otra naturaleza, que pertenecen á la gastritis crónica, y de las cuales hablare- mos mas adelante. . . «Gendrin dice que- tres ó cuatro dias de maceracion hacen palidecer el color rubicun- do de la membrana inflamada, pero que nun- ca le disipan completamente (ob. cit. , t. I, p. 577). Contradicen formalmente esta aser- ción Scoutetteu y Billard; los cuales han vis- to la coloración encarnada y evidentemente inflamatoria del tubo intestinal, desaparecer casi completamente al cabo de veinte y cuatro horas de maceracion. Scoutetten asegura que GASTRITIS. 413 la facilidad con que se escapa la sangre del tejido mucoso por la maceracion, denota que estaba la^membrana mucosa durante la vida afecta de inflamación» {ob. cit., p. 2'i4.) Es!a proposición no puede aplicarse á las colora- ciones por infiltración sanguinolenta, de que hemos hablado anteriormente, y que nunca desaparecen enteramente por la acción del agua. «La rubicundez difusa ó"estensa del estó- mago se preSenta por una coloración dé color rojo cereza, mas ó meatos subido en ciertos puntos, de manera qne resultan chapas teñi- das con variedad. Se desarrolla comunmente en partes limitadas del estómago, y acaba de una manera repentina; lo cual depende de la disposición vertical de las vellosidades, que es- tán inyectadas é hinchadas por la hiperemia inflamatoria. Solo debe considerarse esta ru- bicundez difusa como el primer grado de la gastritis: es una inyección pura y simple; la sangre no ha salidotodavía de sus vasos: ade- lantando un grado mas, daría lugar á la in- yección capiliforme y punteada, que por otra parte se une comunmente *f ella. Es fácil ha- cer trasudar la sangre pasando un. escalpelo por la' membrana gástrica. Constituye Irasta cierto punto un primer grado de la inflama- ción, que corresponde á la repleción pulmonar en la»pleuro-neumonia; y para seguir esta comparación, que es exacta en una multitud de puntos, la inyección capiliforme punteada, y las coloraciones negras por equimosis , re- presentan el segundo grado de la neumonía. La ruBicuridez difusa, que nos parece mere- cer el nombre de congestión esténica, ó de hiperemia activa del estómago, se aumenta bajóla influencia de todas las causas, que he- mos dicho favorecen ó producen la estanca- ción de la sangre en los vasos del intestino *, y puede, sino desaparecer completamente, á lo menos en gran parte, después de la muerte, importando estar advertidos de este hecho para no caer en error. Mas si la inyección ha sido bastante intensa y sostenida para ingur- gitar los vasos durante cierto tiempo; si ha dado lugar á estravasaciones de sangre, no puede desaparecer la -rubicundez después de la muerte. Por lo demás, aconsejamos á los que quieran desvanecer la duda que necesa- riamente ocurre en mas de un caso análogo, que recurran á las inyecciones: entonces se ve de una manera manifiesta si se han-hecho impermeables los capilares. «Acabarnos de ver ¿jue bis rubicundeces inflamatorias del estómago están constituidas por coloraciones que varían, desde el enc"ar7 nado claro hasta el oscuro mas subido; y que estas coloraciones dependen de la inyección de vasos de diferentes órdenes, unas veces de los que tienen algún calibre, y serpean en la túnica interna (inyección ramiformie), otras de los que se distribuyen en las vellosidades y las criptas (inyección capiliforme circuns- crita ó difusa). Háse visto también que esta inyección /elevada á cierto grado, no tarda en producir derrames sanguíneos , especies de pequeñas petequias, que tienen su asiento en el tejido mucoso , por debajo del epider- mis; ele aqui las coloraciones punteadas, es- triadas, y en estrella, etc. llecordemos , en fin, que u> basta la coloración rubicunda del estómago, para probar que haya habido infla- mación de esta víícera, y qne es preciso te- ner en cuenta todas las causas que* hemos se- ñalado, y que pueden producir rubicunde- ces análogas á las que determina la inflama- ción. «No puede inflamarse la membrana inter- na del estómago sin que se aumente su grue- so ; lejos de eso la turgencia sanguínea que esperimentan la.capa mucosa, las vellosida- des y las criptas, órganos tan eminentemen- te vasculares , dan lugar en el primer grado de la gastritis á una hinchazón notable de la membrana interna: unas veces es parcial esta hinchazón ,.y entonces sé perciben porciones de la membrana, que se han elevado sobre el nivel de las superficies que las rodean; y al propio tiempo está la mucosa encarnada , da sangre al menor contacto, y su tejido reblan- decido se desprende al menor movimiento de raspadura. Hemos dicho que era necesario distinguir, con Billard, esta hiperemia infla- matoria de la que es efecto de la flegmasía crónica del estómago. La lesión descrita por Louis bajo el nombre de estado mamelonado del estómago es una hipertrofia parcial, que pertenece mas especialmente» á la flegmasia crónica. En el estado agudo, la túnica in-. terna está ordinariamente hipertrofiada por chapas: algunas veces no es. limitado el au- mento de grueso de la membrana mucosa; pera con todo casi nunca es general. Se le observa sobre todo en el fondo mayor, ó en la porción pilórica. Es raro encontrar la membrana mucosa adelgazada en la gastritis aguda. «El reblandecimiento de la túnica vellosa del estómago hadado lugar á numerosos es- critos, de que haremos mención mas" adelan- te. Bepetiremos ahora que el reblandecimien- to parcial con coloración rubicunda, dispues- ta por chapas ó por puntos, es una conse- cuencia muy ordinaria de la inflamación agu- da (V. les. org.) ; pero es necesario saber- le distinguir de los reblandecimientos encar- nados, determinados-por otras causas dife- rentes de la inflamación. En cuanto al reblan- decimiento blanco, limitado á la membrana interna, que unos consideran como inllama- torío , y otros como.puramente cadavérico, se debe admitir con Billard y Broussais, que es comunmente causado por la "gastritis aguda. Algunas veces se encuentra* en la superficie interna del estómago una cantidad abundante de moco espesó, que se empapa de sangre ex- halada, y que imita bastante bien una capa VIO ENFERMEDADES DEL ESTti.MAíio. delgada de gelatina de grosella: es fácil dis- tinguir esta alteración del reblandecimiento real de la mucosa, que ofrece muchas veces el mismo aspecto, y puede existir al propio tiempo. «El reblandecimiento encarnado ofrece va- rios grados', algunas veces es tal la pérdida-de consistencia, «pie está la membrana interna en ciertas chapas, ó en la mayor parte de su estension, enteramente desorganizada, y se asemeja á una papilla agrisada, ó muy teñida de encarnado. Cuando se raspa la cara inter- na del estómago con un escalpelo, se pone al descubierto el tejido celular sub-mucoso blan- quecino , que algunas veces ha perdido su con- sistencia normal, está reblandecido, inyecta- do, y participa de la inflamación aguda. Es raro que penetre el reblandecimiento mas allá de estas dos primeras membranas* escepto en los casos de gastritis tóxica, en'que comun- mente ofrece toda la pared del estómag» va- rias chapas convertidas en trozos negros, ver- daderas escaras que se han formado en estos puntos. Obsérvase en gran número de enfer- mos un aumento de consistencia de la túnica interna, el cual es reemplazado mas tarde por el reblandecimiento, cuando la serosidad y la sangre infiltran la membrana y el tejido celu- lar subyacente. • " * »La inflamación aguda del estómago, á poco intensaque sea, traspasa la túnica interna, puesto que las coloraciones rubicundas que hemos notado, se encuentran en el tejido sub- mucoso y en las otras túnicas.'Se. halla ordi- nariamente jsl tajido celular sub-mucoso hin- chado, impregnado de líquidos sanguinolen- tos, serosos, mas rara vez sero-purulentos. La membrana interna se separa fácilmente, porque el tejido subyacente se ha hecho mas friable y Se ha rebj|uidecido. Para que pue- dan producirse estas lesiones es necesario que la gastritis haya sido bastante intensa, ó que haya durado cierto tiempo ,%y estendídose á los tejidos inmediatos. «Hemos establecido que la membrana in- terna es mas consistente y mas gruesa en la porción pilórica que en la parte esplénica , y en el fondo mayor del estómago (Véase cap. I). Para llegar á determinar exactamente estas di- versas condiciones, es preciso seguir el proce- der indicado por Louis y Andral, formando colgajos, cuya estension sirve para medir bas- tante exactamente la consistencia de los te- jidos. «En el mas alto grado de intensidad de la flegmasía gástrica, como en las de las otras" mu- cosas, está modificada la secreción: al princi- pio se suspende y resulta* una sequedad bas- tante grande de la cara interna del estómago, ó lo que es mas» común, un aumento de consis- tencia de las mucosidades, que vienen á ha- cerse tan tenaces y adherentes, que se llega á esperimentar alguna dificultad al separarlas. Cuando se modera y disminuye la. inflamación aumenta la secreción, y se acumulan en el es- tómago los líquidos mucosos y serosos. Estas lesiones dinámicas no son siempre precedidas de las diversas especies de inyecciones de que hemos hablado, y que se encuentran en el ca- dáver. «Las alteraciones que hemos dado a conocer hasta aqui se refieren á aquellas especies de gastritis, cuyo asiento mas especial es la túni- ca interna del estómago; pero á veces eu lugar de ser eritemoides la flegmasia, se* estiende en profundidad , y producefcinfiltraciones sero-pu- rulentas, difusas , y nías rara vez abscesos de- bajo de las túnicas. Fstos casos solí estremada- mente raros , y solo se presentan después de la acción tóxica de algunos venenos. «La inflamación del estómago , por violenta que se la suponga, rara vez determina la ulcera- ción aguda. En los casos en que esta reconoce semejante causa , comienza por una inyección capilar bastante intensa; ó por manchas ó chapas rubicundas aisladas, como J'o ha observado An- dral. Estas inyecciones y la úlcera que resulta del trabajo morboso local, tienen su asiento en las criptas. Cuando" se desarrolla la úlcera en otros puntos de la membrana mucosa inflama- da , pierde esta desde luego sus vellosidades, que desaparecen como si se hubieran raspado con un escalpelo; el tejido se'reblandece, y bien presto se deja ver una pequeña ei*osion, que en seguida aumenta de profundidad ( véa- se mas adelante: Ulcera inilaniatoria aguda del estómago). Cuando aparecen estas úlceras al mismo tiempo que las coloraciones rubicundas, no puede dudarse de la existencia 'defa gas- tritis aguda.. «La perforación espontánea puede manifes- tarse én circunstancias enteramente agenas de la inflamación ; débese no obstante considerar como uno de los efectos posibles de la ulcera- ción inflamatoria. En este caso los bordes d.e la úlcera están hinchados, inyectados, encendi- dos , reblandecidos ; estos desórdenes existen en diferentes grados en los puntos que rodean la úlcera, y se encuentran ademas otros vesti- gios de la inflamación. Muchas veces produ- ce la inflamación aguda del estómago la con- tracción de sus membranas,, y'entonces pier- de dicha viscera su capacidad normal y ordina- ria, hasta el estremo de parecerse á un intesti- no grueso. «SÍNTOMAS DE LA GASTRITIS AGIDA.—Pa- ra comprender la naturaleza y mody de pro- ducción de los síntomas que ocasionan las en- fermedades del estómago , es necesario recor- dar los principales actos de la digestión ( Véase la pág. 354 de este temo). Entre estos síntomas unos son locales y otros puramente simpáticos. vamos desde luego á ocuparnos de los prime- ros ; pero advertimos que por ahora solo trata- mos de examinarlos de un modo general ; m^s adelante tes reuniremos en grupos para consti- tuir las diferentes especies de gastritis. ' «Se observa ordinariamente una sucesión GASTRITIS. 417 mas ó menos regular en la manifestación de los síntomas siguientes : lengua limpia y encama- da, ó mucosa con barniz limoso, rubicundez variable desde el color escarlata hasta el nor- mal , ya general, ya , y es lo mas frecuente, parcial y limitada á la punta y á los bordes de la lengua ; papilas prominentes y que sobresa- len del plano en que están situadas. La lengua está muchas veces uniformemente rubicunda, lisa y muy semejante al estado que presenta en la escarlatina , lo cual prueba que es necesario guardarse de pronunciar que hay gastritis por estos solos indicios. Se presenta comunmente contraída ó lanceolada en su punta , ó semejan- te á una porción de la hoja de una lanza; mas tarde se aplasta y pierde su rubicundez. Se ad- vierte también en los labios una rubicundez é encendimiento "anormal, lo mismo que en la mucosa bucal y en la faringe , pero en el ca- so de complicación solamente; sabor ordina- riamente soso ó nulo , otras veces de pimienta; sequedad en la lengua , calor eir la garganta, sed mediana, intensa ó incesante, ardiente, que muchas veces mide ó gradúa perfectamente el grado de la flegmasia y la violencia de la ca- lentura ; deseos de bebidas frias, heladas, aci- duladas , endulzadas ó gomosas; repugnancia á las bebidas calientes, estimulantes y aroma- ticas, las cuales aumentan la sed , el dolor y la ansiedad epigástricas ; vómitos mas ó menos .frecuentes, continuos en algunos casos en que la membrana no puede soportar el contacto de la mas pequeña cantidad de bebidas. Las ma- terias vomitadas son unas veces líquidos muco- sos , otras se componen de las bebidas ingeri- das , y otras filialmente de materias biliosas, sanguinolentas, sangre ó lombrices. El vómito es en ocasiones continuo, ó bien sobreviene en el curso de la enfermedad, «y los enfermos se quejan de náuseas no interrumpidas y como provocadas por un cuerpo redondo que procura ascender, y que comprime dolorosamente la base del pecho; cada vómito es* seguido de un alivio, que dura bien poco por cierto , y el en- fermo pide incesantemente que le den vomiti- vos.» (Broussais, Historia de las flegmasías . crónicas, t. 111, pág. 35, 4.- edic., 18*26 . Al- gunas veces hay extremada dificultad eu la de- glución, regurgitación de las tisanas, hipo, eructos agrios, salados ó con el gusto de los alimentos mal digeridos; anórexia casi constan- te , ó disminución notable del apetito ; los úni- cos alimentos que sientan bien son las sustan- cas feculentas, las frutas acidas o azucaradas, las legumbres feculentas, azucaradas y muci- laginosas, la leche, etc. ; en una palabra, los alimentos que no exijen gran trabajo del estó- mago. Calor y sensibilidad estraordmanas en la región epigástrica; el menor contacto es do- loroso , y la sensibilidad tal en algunos casos, que el enfermo no puede soportar las cubiertas de la cama , esponiendo al .aire y destapando incesantemente la parte inferior del pecho. Se vé á los pacientes lletar continuamente la ma- TOMO VIL no hacia el epigastrio, donde esperimentan un calor ardiente , un fuego continuo, que llama toda su atención , y constituye para ellos el sín- toma mas penoso. De esta sensibilidad exage- rada del estómago resultan muchos fenómenos morbosos, tales como la disnea y los trastornos en la respiración de que hablaremos mas ade- lante. Eu otros es obtuso el dolor del estómago, y solo constituye una simple desazón , que se hace mas notable durante la digestión, y que desaparece con ella, hasta que viene á ser uu verdadero dolor gástrico; algunas veces la sen- sación que los enfermos refieren al estómago, solo se demuestra cuando se comprime esta re- gión. No siempre se limita el dolor al hueco epigástrico, aunque sea este su asiento mas or- dinario; otras veces ocupa el hipocondrio de- recho, ó mas especialmente la región pilórica del estómago; otras se sitúa como una barra eu la base del pecho, y dificulta la respiración; «otras existe un dolor muy fuerte, acompañado de ansiedad y de una angustia inesplicable, que se refiere , no solo al'epigastrio , sino también á la mitad anterior é interior del tórax , hasta el nivel de los pechos; siéntese en Ja parte media de la cavidad torácica un calor queman- te como el de un brasero , y esta sensación es tanto mas pronunciada cuanto mas asciende la inflamación por las paredes del esófago.» (Broussais , Curso de palol., t. I, París, 1834, pág. 478.) La piel de la región epigástrica ofre- ce un calor mediano , sensible para el enfermo y para el médico que le esplora , y algunas ve- ces estraordinario. »E1 vientre permanece indolente, á no ser que haya constipación. «Hay constipación si la mucosa de los intestinos esta intacta ó menos afectada que la del estómago ; diarrea ó tenes- mo, si el colon es el foco principal de la irri- tación.» (Véase Gastro-enteritis; Broussais, Flegmasías, loe cit. , pág. 35.) La constipa- ción ó astricción del vientre es pertinaz; algu- nas veces alterna con una ligera diarrea ; las materias arrojadas están secas, y en ocasiones, cubiertas de un moco claro, blanquecino ó san- guinolento. >» La respiración solo está trastornada en el caso de afectar el dolor la forma y el sitio que hemos reconocido anteriormente. Algunos en- fermos son acometidos de tos seca, llamada gástrica , que es efecto de la irritación doloro- sa trasmitida por el estómago. Broussais , quo ha fijado la atención de los patólogos sobre este síntoma , dice que va acompañado de la espectoracion de un líquido claro , mucoso, es- pumoso, mezclado con estrías sanguinolentas, ó blanco y opaco como el de los catarros en úl- timo grado; pero entonces es preciso admitir la existencia de una complicación , cuyos sínto- mas han venido á aumentar los de la afección gástrica. Lo mismo sucede en los casos en que dice Broussais haber encontrado la afonía , la cual depende , según él, de un dolor y de una desazón en el estómago, que paraliza simpáü- 27 ► 18 ENFERMEDADES DEL ESTÓMAGO. 'amenté la acción de los músculos moduladores de la voz (Flegmasías crónicas, tomo III, página 30). «Rara vez conserva el pulso su ritmo natu- ral : es frecuente , lleno y duro en los sugetos robustos ; en los débiles permanece frecuente, pero es mas débil, y la arteria se deja fácil- mente comprimir con las yemas de los dedos: «En ios grados inferiores de la gastritis, y cuando el dolor encadena las fuerzas , no pre- senta el pulso la misma consistencia; está con- traído, convulsivo, irregular, intermitente; parece que la arteria se retira hacia el cora- zón. » (Broussais, 06. cit., pág. 39.*) Es el pulso lánguido, débil, imperceptible en las gastritis sobreagudas, en que sobreviene rápi- damente la destrucción de la membrana in- terna. «La temperatura de la piel es muy variable; se separa poco del estado natural en algunos enfermos ; en el mayor número se aumenta, y se pone el epidermis árido, seco y acre; en otros está la piel fria como un hielo y cubierta de un sudor frió (gastritis tóxica ó coleriforme). »Las orinasen general son muy encendi- das , unas Yeces dispuestas y otras no á formar depósito ó sedimento: las fuerzas se hallan que- brantadas desde el principio; la fatiga, los bor- borigmos , la debilidad ó flogedad "muscular existen siempre, aunque en grados diferentes, según la violencia del mal; en algunos casos llegan estos síntomas á convertirse en adina- mia. Se observa una cefalalgia mas ó menos in- tensa , inquietud bastante grande, que llama la atención délos enfermes; en algunos se decla- ra una agitación estremada, una verdadera jac- titacion, que está eh relación con la intensidad de los dolores ; uq delirio vago ó furioso , so- ñolencia y estado comatoso. Broussais, que ha hecho los mayores esfuerzos por confundir la gastritis y la gastro-enteritis con las calentu- ras tifoidea, atáxica y adinámica , ha descrito varias gastritis agudas, que se han presentado bajo estas dos formas. Cuando se consultan las obras que se han escrito en el tiempo que ha ejercido su influencia la doctrina de la irrita- ción, se encuentra que en efecto ciertas gastri- tis muy agudas, no producidas por venenos, pueden acompañarse de delirio, de movimien- tos convulsivos é irregulares en los miembros, y en. los músculos de la cara, del coma, de fu- liginosidades y de otros fenómenos propios del estado morboso llamado atáxico. También pue- den reunirse con los síntomas de la gastritis los de la ^dinamia mas pronunciada. En los casos de que tratamos se formó bien el diagnóstico, lo cual no siempre ha sucedido en las obser- vaciones referidas por Broussais bajo el título de gastritis; sin embargo, estos hechos sirven de apoyo á los que cita en su Historia de las flegmasías crónicas. «La nutrición general se altera prontamen- te ; las facciones están encogidas , arrugadas y espresan el dolor y abatimiento; algunas veces está la cara encendida, sumamente encarnada, y muy pocas pálida y agrisada: la cstenuacion del tejido celular es bastante rápida, y el en- flaquecimiento pronunciado. »Duf ación y terminación.—Las formas de las gastritis son tan variadas, que es imposi- ble establecer cosa alguna general sobre las diversas fases que recorre el mal antes de ter- minarse. Estas particularidades tendrán lugar en la siguiente descripción. «Especies y variedades de la' gastri- tis.—Los autores han distinguido en todos tiempos dos especies de inflamación del estó- mago : la flegmonosa y la eritematosa. Cullen, que es el primero que ha empleado esta última espresion , se sirve de ella para espresar la in- flamación que reside en la túnica mucosa del estómago y en el tejido celular subyacente.' La flegmonosa tiene su asiento en las otras túnicas del estómago, como por ejemplo, la celulosa, y constituye el mal designado por los antiguos bajo el nombré de gaslr.Uis. La flegmasia eri- tematosa es la misma que ha recibido el nom- bre de inflamación erisipelatosa, aunque esta la refiere Cullen á la gastritis flegmonosa. Esta última es la qiie Federico Hoflman parece haber tomado por tipo esencial en la descripción que dá de la calentura estomáquica inflamatoria (opera omnia, tom. I, pág. 120 en fol., Geno- va 1761). La distinción de la gastritis en eri- tematosa y en flegmonosa está fundada en la - naturaleza. Sabido es en efecto, que las infla- maciones que se desarrollan en las membranas, afectan estas dos formas, y acometen unas ve- ces á una sola túnica, y otras á todas las que constituyen ciertos órganos. La primera forma es mucho mas frecuente que la segunda; por- que solamente en la faringe, esófago, y en las partes adherentes de las membranas, es en don- de se desarrolla el flemón: por eso es raro en el estómago, y no se presenta sino cuando apa- rece la gastritis de una manera violenta, y cuando es provocada por causas traumáticas, por sustancias tóxicas, ú otros agentes capaces (le inflamar profundamente los tejidos: hé aquí la descripción que de ella dan los autores. »1.° Gastritis flegmonosa.—Se reconoce, según Cuiten, por un dolor agudo de cualquier parte del epigastrio, acompañado de pirexia y de vómitos frecuentes, sobre todo, cuando el enfermo traga alguna cosa, síntomas á los cua- les comunmente se agrega el hipo. El pulso es comunmente pequeño y duro, y hay en todas las funciones un abatimiento de fuerzas mas considerable, que en la mayor parte de las de- mas inflamaciones (Elements. de med. práL, tom.l, p. 404^ 8.° París, 1819). Esta des- cripción es harto vaga, y no puede esclarecer mucho la historia de la gastritis flegmonosa; pero si buscamos eu las obras otra mejor, nos vemos obligados á confesar que no existe. «Naumann, quejia insistido mas que uingu- no otro autor en esta gastritis, ha forjado un conjunto de síutomas inconexos, como se pue- GASTRITIS. 410 de juzgar por los estrados que vamos á referir. Cuando el mal termina por gangrena, el dolor, fuerte desde el principio, se disipa, las materias vomitadas son negruzcas, acuosas, y algunas veces siente el enfermo necesidad de comer. No tarda en sobrevenir la muerte, después de haber presentado el paciente frialdad en las es- tremidades , en la cara y en la región epigás- trica , delirio y convulsiones (Handbuch der medicinischen Klinik , t. V, p. 409; 1834). La sensación de peso y de calor en el epigas- trio, las náuseas, la disfagia, la disnea, la fiebre héctica, el frió, y la presencia de un tu- mor , anuncian que la gastritis termina por su- puración. El pus, según Naumann, puede fra- guarse salida-por diferentes vias. Berends re- fiere, que pasaron al intestino de un enfermo muchasjibras de pus; pero no dá prueba algu- na de que proviniese del estómago;, otras veces vomitan los enfermos materias formadas por sangre y pus, y acaban por morir de la consun- ción , que Naumann. denomina tisis gástrica. Añade, con referencia á Vogel„ que el absceso derestómago puede vaciarse y llenarse de nue- vo á consecuencia, de la repetición de la infla- mación, y vivir el enfermo bastante tiempo en esta situacibu (ob. cit., p- 194). Finalmente, como si se hubiese propuesto hacer mas es- traordinaria todavía su descripción , dice el au- tor alemán, que el absceso puede abrirse paso á la cavidad abdominal ó al esterior, por me- dio de una fístula establecida en el ombligo, en la región precordial, ó hacia las costillas; añadiendo , que estos abscesos pueden derra- marse en el hígado, en el bazo, en el páncreas, •5 en las hojas del peritoneo, y constituir lo que él Uama'hydrops saccatuspuruléntus (p. 411). Hemos referido este pasage para demostrar el modo cómo ha ■considerado los abscesos del es- tómago el autor de una de las mas vastas y mo- dernas enciclopedias médicas. Nosotros no ad- mitimos en manera alguna como gastritis fleg- monosas, las»vagas observaciones de abscesos que en dicha obra se encuentran indicadas. Figuran, en efecto, en el tratado que acalla- mos de citar, las enfermedades mas diferentes, bajo el título de gastritis. «Nos seria difícil poder dar una descripción de la gastritis flegmonosa tomada de la natu- raleza. La gastritis á que puede darse este nombre está caracterizada por los síntomas que pertenecen á la gastritis eritematosa, con la dfrerencia de que tienen mayor intensidad, una marcha mas rápida , .y alteraciones que ocupan no solamente la tónica mucosa, sino también las otras membranas. El reblandecimiento ru- bicundo propagado á la túnica vellosa y al te- jido celular.subyacente, la inyección intensa, la hipertrofia de estas membranas, la gangre- na, la supuración difusa ó circunscrita, pu- dieran sin duda reputarse como caracteres ana- tómicos de la gastritis flegmonosa; mas para esto seria necesario que se apoyaran en hechos auténticos, en que se hubiese establecido po- sitivamente la existencia de la gastritis. Asi qne no es posible sostener esta distinción, ni apli- carla al estado vivo; cuando no es siempre evi- dente en el cadáver; puesto que en un punto se encuentran las lesiones limitadas á una sola túnica, y en otro difundidas á todo el grueso -del estómago. Por lo demás podemos, si se quiere, entendernos bajo este aspecto, designando la gastritis ligera bajo e) nombre de eritematosa, y las otras con el de gastritis flegmonosa. Lo que digamos de las formas 2.a, 3.* y 8.a es aplicable á la gastritis flegmonosa, cuyos sin— ^ tomas no difieren de los que pertenecen á aque- llas. , »2.° Gastritis subaguda y ligera.—So la designa algunas veces con el nombre de gas- tritis eritematosO. El infarto gástrico y el es- tado saburroso se considera por Broussais y por otros, como los primeros grados de la fleg- masía gástrica (Fleg. cron., tomo III, p. 178). Por nuestra parte ya hemos dado nuestro dic- tamen sobre esta doctrina (Véase calentura gástrica), y dicho que era poco racional c'oloear entre las inflamaciones , enfermedades cuyos leves síntomas tienen una duración efémera, y ceden al uso de remedios , que producirían el efecto de exasperarlos , si se administraran eu una flegmasia , por ligera que fuese. «La mas moderada de las irritaciones gás- tricas de Broussais, es la provocada por una comida ordinaria : cuatro , seis ú ocho horas, bastan al estómago para deshacerse de aquel peso, y tan pronto como se halla libre, se apa- cigua la escitacion de su superficie interna , y "puede sin inconveniente ser de nuevo estimu- lada. Este grado no es morbífico todavía. Si se entrega el sugeto á un prolongado desorden, tomando sobre todo muchas carnes negras y licores alcohólicos , tiene el estómago necesi- dad de doce, quince y aun de veinticuatro ho- ras para verse vacio ,. quedando, después su mucosa durante muchas horas, y algunas ve- ces varios dias, caliente é irritable, no apete- ciendo sino cosas líquidas y de propiedad emo- liente ó sedante; hé aqui el primer grado de la flogosis: se disipa ordinariamente por sí mis- mo si se suprime una comida , ó á lo mas dos; pero sí imprudentemente se repiten los mismos escesos, se vá prolongando mas (Fleg. cron , t. III, p. 625). Este primer grado es to- davía demasiado débil, y debemos fijamos en una Corma mas pronunciada, que esté ya fuera de los límites del estado fisiológico. «En la gastritis leve está la lengua rubi- cunda en la punta , ligeramente seca , limpia ó con una capa delgada , blanquecina ; la sed es intensa , el apetito disminuido , rara vez per- dido ; los alimentos causan peso en el estóma- go , y eseitan un dolor, que acaba por persis^- tir fuera del tiempo de las comidas. Los eruc- tos agrios, amargos ó coiiel gusto á las susr tancias ingeridas , y la sed'despues de comer, acreditan el trastorno acaecido eu las funcio- nes gástricas. Se observan un poco mas tarde 4-20 ENFERMEDADES DEL ESTÓMAGO. fenómenos morbosos mas marcados; se pier- de el apetite , y seguidamente se van notando dolores epigástricos, sed,, náuseas , mas rara vez vómitos, sequedad y rubicundez de la len- gua en un grado moderado, y astricción de vientre. Diremos con Broussais , que en este grado no hay necesidad de exigir la presencia del dolor epigástrico , que puede faltar entera- mente. Es raro también que la enfermedad produzca fenómenos simpáticos algo pronun- ciado^ : la cefalalgia, la desazón , borborig- mos, inaptitud al trabajo, y un poco de fre- cuencia en el pulso , hé aquí todos los sínto- mas que se observan. «Broussais, ha pintado con un raroHalento de observación , los principales rasgos de esas gastritis sub-agudas , de forana insidiosa, que «ocultan la mayor malignidad, bajo la aparien- cia de una benignidad pérfida.» La anórexia, las náuseas continuas, la cefalalgia, el dolor profundo y de constricción en el epigastrio , la tristeza y el abatimiento, un movimiento fe- bril apenas pronunciado , algunas veces nulo, que se manifiesta de una manera intermitente después de comer ó por la tarde; tales son los síntomas de algunas gastritis sub-agudas la- tentes, de las que Broussais ha dejado tan no- tables descripciones. »Puede persistir la gastritis en este grado hasta curarse; pero en otros casos constituye el primer grado de la enfermedad, que sino es combatida por un tratamiento conveniente , ó si la desprecia el sugeto y persiste en comer, se hace nías grave y afecta la forma-siguiente. 3.° Gastritis sobreaguda espontánea , es-' ténica de los autores.—«Comienza de dos mo- dos diferentes 1.° lentamente; 2.° ó por sínto- mas elevados en muy poco tiempo á un grado de estremada agudeza. En el primer caso es- perimentan al principio los enfermos tiranteces de estómago, que confunden con el hambre, y que tratan de apaciguar , acercando las horas de las comidas; se quejan de cefalalgia, mal estar, una sensación de torpeza durante ó des- pués del trabajo de la digestión , y se encuen- tran momentáneamente aliviados cuando se su- jetan á la dieta. Bien pronto, continuando los progresos del mal, se observan dolores epigás- tricos , la pérdida completa del apetito, un ar- dor gástrico permanente , la sequedad y el ca- lor de la garganta , la sed , las llamaradas de calor, laxitud de los miembros y borborigmos. Llegado á este grado el mal, puede todavía contenerse y prolongarse, constituyendo una variedad de la gastritis crónica ; pero ordina- riamente termina en la gastritis sobreaguda. «Cuando la afeCcion gástrica se presenta de una manera súbita , se manifiesta un calor ar- diente en la boca y en la garganta, estremada sequedad en estas partes , ardor en el vientre y en todo el cuerpo , vómitos pertinaces , etc. Cuándo la gastritis llega, repentinamente á este grado , nadie puedecdesconocerla. Hé aquí los vintenias que caracterizan la gastritis aguda; tomamos su descripción de las obras de Brous - sais , quien sin duda alguna ha exajerado su importancia , pero no por eso ha dejado de tran- zar admirablemente sus principales rasgos. «Una vez llegada la enfermedad al estado agudo, se aumenta el calor, se vomitan las sustancias ingeridas , son tan fuertes los sufri- mientos después de haberlas tomado, que el enfermo rehusa beber, y con mayor razón co- mer ; la sed sustituye al hambre , y no puede ser apaciguada porque el estómago rechaza hasta las bebidas mas suaves ; al mismo tiempo aparece un dolor estremadamente fuerte, acom-í^ pañado de ansiedad y de un mal estar inespli- cable , no solamente en el epigastrio , sino en toda la mitad anterior é inferior del tórax, has- ta el nivel de los pechos ; toda la parte media del tronco es el sitio de un calor quemante co- mo el de un brasero, y esta sensación es tanto mas pronunciada , cuanto que por lo común sube la inflamación algunas pulgadas eu el esó- fago pbr encima del cardias. La piel de esta re- gión está dolorida , y mas quemante que en el resto del cuerpo ; fenómeno sensible para el enfermo y para los que le esnloran. Al princi- pio percibe aquel una sensación de frió, aunque tenga el calor aumentado; la lengua festá contraí- da, puntiaguda , siempre encendida en el pri- mer grado ; mas adelanté se aplasta y pierde su rubicundez, porque se agota esta simpatía; Si se le hace abrir todo cuanto pueda la boca, se percibe la rubicundez en la faringe , y los folículos mucosos de la base de la lengua mas pronunciados é hinchados. Al mismo tiempo se halla el pulso frecuente, la cabeza dolorida, siente el enfermo una debilidad y postración estremada. (Cours de pathologie et de therapeu- tique genérale, t. I, p. 478 en 8.°, París, 1834). «Los síntomas que^ deben sobre todo fijar la atención del patólogo , porque le ayudan á reconocer la gastritis , llevada á cierto grado, son: 1.° la repugnancia á todas^las bebidas de cualidad ó temperatura caliente r y por el con- trario el deseo de cuanto induce en el es- tómago una impresión de frescura ; todo á causa de la importunidad del calor acre y de- vorante , quejnterior y esteriormente esperi- mentan los enfermos : 2.° el empeño de los pacientes en descubrirse el pecho y el epigas- trio : 3.° su agitación , el continuo volverse en la cama, dando mil posturas al tronco , y lle- vándoseos brazos á la cabeza, ó teniéndolos destapados: 4.° los quejidos, ayes y suspiros, la inquietud sin objeto determinado, los gestos y contorsiones de la cara (Fleg. cron., tomo II, p. 437,_;edic. 1826). Broussais, á quien mu- chas veces se habia presentado lá gastritis bajo esta forma cuando observaba en Jtalia, dice con razón que estos síntomas marchan de con- cierto en las gastritis agudas violentas , y bas- tan para caracterizarlas. Añadamos con el mis- mo autor, que el vómito y el dolor quemante del epigastrio, pueden faltar en un grado de la gastritis , menos elevado que el que vamos es- indiando. Matices son estos que la observación dá á conocer , y que abundan mas en la fleg- masia gástrica , que en ninguna otra enfer- medad. »La intensidad de la calentura es variable, y proporcionada al grado del dolor y á la fuer- za de la constitución. El pulso es frecuente, grande y duro , cuando el dolor es fuerte y el sugeto está dotado de una sensibilidad muy es- quisíta ; muchas veces puede elevarse el do- lor , en términos de hacer el pulso pequeño, débjl .y aun lento ; en cuyo caso está la circu- lación encadenada ó reprimida. En algunos su- getos , y especialmente en los blancos y linfá- ticos , puede hacer grandes progresos la flogo- sis gástrica, sin influir mucho sobre la cir- culación general. Debe el práctico estar ad- vertido de este lucho, para no fiarse única- mente de un solo orden de síntomas. joSi la flogosis aguda que acabamos de des- cribir, es de una escesiva violencia , ya desde su primer ímpetu , ya por la actividad que ad- quiere tratándola mal, puede acabar desde los diez á los veinte dias, ó también en veinticin- co , por la muerte de la membrana irritada. Por lo común tiende á disiparse , y desde el décimo al vigésimo dia , y aun en menos de la mitad de este tiempo, se estingue y cura per- fectamente (Broussais, Fleg. cron., t. III, pá- gina 63). Por lo demás se concibe que la repe- tición de las causas que han provocado la gas- tritis , la disposición del sugeto , la naturale- za del tratamiento empleado, y la temperatura del pais én donde reside el enfermo, hacen va- riar la duración de la gastritis; asi es que no podemos establecer nada fijo sobre este objeto. »La gastritis sobreaguda termina ' 1.° por resolución. En este caso , después de haber perdido los síntomas parte de su violencia, dis- minuyen cada dia; pero el estómago no des- empeña regularmente todas sus funciones, si- no hasta después de algún tiempo; durante el cual todavía son lentas y dolorosas las diges- tiones , acompañadas de mal estar y sed; de- ben elejirse con cuidado los alimentos , dismi- nuyendo su cantidad; es necesario, en una pa- labra, observar infinitas precauciones para con- ducir bien este estado morboso , al cual ape- llida Broussais resolución prolongada. A me- nudo no termina la enfermedad por resolución, hasta después de haber pasado por varias al- ternativas de exacerbación y remisión. La con- valecencia, en este caso, se establece con algu- na dificultad en medio de las incesantes vicisi- tudes que tiene el mal, y se ven también su- getos que no logran la curación, hasta..después de haber esperimentado recaídas ligeras ó gra- ves , que fatigan mucho su paciencia y. la del médico. Hánse de atribuir estas recaídas, unas veces á la indocilidad del paciente , que^ no quiere sujetarse al régimen severo que sé le ha prescrito , y otras también á la marcha del* mal, que por intervalos ofrece exacerbaciones. Debe el enfermo estar prevenido de que se es- itis. 421 pone á grandes daños , sino vive con la mayor sobriedad , aun después de la completa cura- ción de su mal ; porque Ifay pocas afecciones que estén mas dispuestas á reproducirse bajo la influencia del menor esceso en el régimen. 2 o »Puede terminar la gastritis por el trán- sito del estado agudo al crónico: tal se verifica casi infaliblenlente, cuando acontecen recaídas causadas por la imprudencia del enfermo, ó por la mala medicación que se le ha propinado , y el mal se prolonga , corno hemos dicho ante- ' riorniente : el enfermo entonces se estenúa; cae en el marasmo, y muere de consunción. 3.° »La llegniasiajpuede acabar por la des- organización de las membranas del estómago. Esta terminación tiene lugar de muchos mo- dos : A. se forma en un punto del estómago un reblandecimiento rubicundo de la túnica inter- na, erosiones ó una de esas ulceraciones infla- matorias que acarrean rápidamente la muerte, aun antes que el trabajo morboso haya pene- trado todo el grueso de las túnicas: B. La perfo- raciones una terminación rara de la gastritis sobreaguda espontánea ; sin embargo, hemos dicho que era necesario admitirla, cuando la cir- cunferencia de la pérdida de sustancia estaba rubicunda , reblandecida y desorganizada, y sobre todo cuando se encontraban en otros pun- tos del estómago las alteraciones anatómicas que caracterizan de una manera evidente la in- flamación (véase anatom. patol.): C. La gangre- na es una terminación posible de la gastritis que ofrece entonces algo de especifica. Los casos que acabamos de indicar determinan casi ine- vitablemente la muerte del sugeto ; pero con todo á veces se ha encontrado eu el estómago de individuos, que habían presentado varios trastornos marcados de la digestión , cicatrices que deben hacer admitir la posibilidad de la curación , aunque la membrana del estómago esté atacada de una desorganización avanzada. Asi lo justifica la autopsia del ilustre Beclard, cuyo estómago ofreció una cicatriz, formada á consecuencia del régimen severo á que se habia sujetado durante muchos años, para'cu- rarse de una gastritis deque estuvo largó tiem- po atormentado: D. La gastritis se hace también ( mortal por el solo hecho de la inyección fuerte y estensa de la membrana mucosa , de la infil- tración de la sangre ó del pus, de la hipertro- fia con reblandecimiento, ó induración de una ó muchas túnicas. «Otra terminación de la gastritis aguda re- sulta de la intervención de una enfermedad del tubo digestivo ó de otra viscera *. ya se desarro- lla una inflamación en el intestino grueso , pu- diendo entonces arrebatar al enfermo uua diar- rea simple ó disentérica ; ya sobreviene una tisis, un catarro pulmonar , ó una inflamación del hígado , que dan lugar á la misma termi- nación. 4.° Gastritis coleriforme.—»Losautoreshan descrito bajo este título el cólera-morbo espo- rádico, cuya historia presentaremos mas ade- ITIS. 422 ENFERMEDADES lante. La gastritis que nos parece merecer, has- ta cierto punto, este nombre, es la que se ma- nifiesta con una estfemada intensidad, y todos los, síntomas del cólera-morbo, después de la ingestión de sustancias irritantes, ó después de una fuerte indigestión. Es necesario también, para que admitamos esta forma de gastritis, que persistan ios signos de la inflamación algún tiempo después de la desaparición de los sínto- mas mas agudos , sin lo cual nos parece impo- sible diferenciar esta gastritis del cólera-mor- bo , que no es para nosotros una inflamación. De cuaTquier modo que sea, véase en pocas pa- labras el cuadro de los síntomas : dolores vio- lentos , atroces en el epigastrio, vómitos per- tinaces, biliosos y mucosos, sensibilidad estre- mada en la región epigástrica, constipación ó deposiciones poco frecuentes, sed intensa, in- cesante ó aversión á las bebidas á causa de los vómitos que provocan , ansiedad precordial y epigástrica , agitación y movimiento continuo del enfermo que se destapa, enfriamiento de la piel y de las estremidades especialmente, pulso pequeño, algunas veces Heno , duro y concen- trado, cara arrugada. Se presenta algunas ve- ces ocasión de observar estos síntomas en los sugetos, que tienen todos los signos de la gas- tritis crónica, la cual pasa de repente al estado agudo bajo la influencia de cualquier causa, y se manifiesta por los síntomas coleriformes que acabamos de señalar. Uno de nosotros ha en- contrado en su práctica dos casos de esta espe- cie , y los sugetos han sucumbido mas tarde de gastritis crónica, de que ofrecían ya todos los síntomas en la época en que fueron acometidos de gastritis colerVbrme. 5.° Gastritis sobreaguda tóxica.—»Solo por conformarnos con el orden que se acostumbra seguir en las obras, vamos á describir en po- cas palabras la gastritis causada por un agente venenoso ; pues difiere bajo todos aspectos de la gastritis espontánea , y no se puede estable- cer aproximación alguna entre ellas : las alte- raciones anatómicas , la marcha, el tratamien- to, y hasta cierto punto los síntomas generales, son desemejantes en uno y otro caso. Basta, pa- ra convencerse de ello , dar Una ojeada á las descripciones de Tartra (Ensayo sobre el enve- nenamiento por el ácido nítrico , diser. inaug. present. el 19 lluvioso , año X, 1802), y al artículo empoissonement (Mon. y Fl. , t. III, p. 223). «Establecemos en los síntomas una división impórtente: unos son locales , y otros genera- les. l.°Los primeros son de dos especies: A. resultan de la acción misma ejercida por el agente venenoso, constituyendo los efectos fí- sico-químicos del veneno; B. ó bien dependen del trabajo de eliminación , de reparación , ó simplemente de la inflamación que desarrolla el contacto de la sustancia deletérea ingérida. Es- tos son los únicos síntomas que pueden compa- rarse con ios de la gastritis espontánea. Solo hablaremos de los síntomas que provienen (fe DEL ESTOMAGO. la flogosis , el reblandecimiento y algunas otras alteraciones anatómicas en un grado moderado. En cuanto á la formación de las escaras, que comprenden una o todas las membranas gástri- cas, á la perforación, al reblandecimiento pul- táceo , á las hemorragias, etc. , son *9esórde- nes profundos mas ó menos rápidos, cuyos sín- tomas seria poco racional querer asimilarlos, á los de la gastritis espontánea aun la mas aguda y violenta. 2.° »Ademas de los dos órdenes de fenóme- nos morbosos locales, hay otra categoría .que comprende los síntomas generales. En estos, lo mismo que en los síntomas locales, deben esta- blecerse dos divisiones: A. la primera com- prende los síntomas generales, que son efecto de la absorción del veneno, y que varían tanto como las propiedades tóxicas"del veneno mismo, ora narcótico , ora escitante , ora hippsténico, ora escitador déla contractilidad muscular, etc. B. La segunda .clase de síntomas generales se compone de aquellos, que son determinados por la reacción, que ejerce sobre la economía la desorganización mas ó menos profunda de las paredes del estómago. El que quiera formar una idea de las diferencias que por este motivo de- ben resultar en la síntomatologia, eche una ojeada sobre dos casos de envenenamiento. Ad- mitamos que en el uno ha sido la membrana mucosa débilmente afectada en algunos puntos, y que en el otro la cantidad del veneno, mu- cho mas grande, ha causado la perforaoion ó el reblandecimiento de la'pared gástrica en muchas partes : en el primer caso el* dolor es ligero, la sed intensa , los vómitos moderados, la reacción general apenas manifiesta, el pulso medianamente acelerado^ y la piel caliente, etc.; en el segundo hay dolor atroz, sed y movimien- tos continuos, a yes , gritos , vociferaciones, frió en la piel , lipotimias , temblores , pulso débil, imperceptible, etc. «Parécenos que por no haber estableci- do los diferentes órdenes de síntomas que aca- bamos de señalar, y reconocido su verdadero origen , han dado los autores que han escrito últimamente sobre la gastritis por envenena- miento, una descripción tan confusa y tan po- co natural de sus síntomas. En efecto, han reunido confusamente los síntomas locales tó- xicos y los efectos locales de reacción , los de- terminados por la acción tóxica general , y los que dependen de la reacción de las visceras in- flamadas sobre los demás órganos ; en fin , no han indicado las numerosas variedades de las gastritis tóxicas, ni*aun dado á conocer su mo- do general de producción. Laobra tan frecuen- temente citada de Tartra contiene una indica- ción exacta de los síntomas; pero no siempre se hallan estos metódicamente espuestos. Este autor, sin embargo , ha comprendido que «la afección del estómago que resulta de la acción •del agua fuerte, no se parece á la gastritis or- dinaria, ni aun á la que se atribuye á un vene- no eu geueral» (ob. cit. , p. 145). GASTRITIS. 423 «Puede decirse, en general, que esta gastri- tis se halla caracterizada por dolores intensos atroces, concentrados en la región epigástrica, por una sensación de angustia y de quemadura hacia esta región y en todo el pecho, por dolo- res fuertes en el abdomen, por el meteorismo, la inminencia de la peritonitis, el vómito de las sustancias ingeridas, de moco, de bilis y de sangre , por la pequenez y la frecuencia del pulso , por el calor estremadó de todo el vien- tre , el síncope, la ansiedad , la postración, los movimientos continuos de los miembros, el de- lirio , el frió de las estremidades , la descom- posición de las funciones de la cara, etc. Aña- damos que.estos son los.síntomas de una gas- tritis tóxica elevada á un grado estremo y casi siempre mortal; pero que tendría una idea muy poco exacta de esta enfermedad el que se fijase esclusivamente en la esposicion de los síntomas que acabamos de presentar. Hay una multitud de grados intermedios, que representan otros menos pronunciados de la flegmasía gástrica, Si nos detuviéramos en mas detalles , tendría- mos que ocuparnos de un objeto que hemos de tratar mas adelante. Cuando hablemos de los envenenamientos se espondrán las reglas tera- péuticas, que debe observar el práctico cuando esté en el caso de combatir una gastritis tóxica. 6.° Gastritis con síntomas adinámicos y atáxicos.—» Refiere Broussais notables ejemplos de esta especie en sú historia de las flegmasías crónicas. Si eu algunas de sus observaciones no se halla establecido el diagnóstico con toda la precisión necesaria, en otras muchas nada deja que desear. «Las gastritis adinámicas son comunmente insidiosas, y pueden confundirse con otras en- fermedades, á no ser que hayan empezado con sus síntomas ordinarios. La afección del estó- mago rara vez ofrece esta forma , que está li- mitada á los casos en que adquiere de repente un alto grado de intensidad , como 'en los en- venenamientos, ó cuando acomete á un sugeto débil por la edad, por enfermedades anteriores, ó de una constitución miserable y abatida. Los signos que pueden servir para formar el diag- nóstico son: la ausencia de toda enfermedad ca- paz de producir la adinamia, tal como la fiebre tifoidea, etc., y el predominio del dolor epi- gástrico, hacia el 'cual importa dirigir la aten-' cion. «Rara vez se observa en la gastritis el gru- po de síntomas designado con el nombre de es- tado atáxico; se le ha encontrado, sin em- bargo, casi en las mismas circunstancias que acabamos de indicar anteriormente. Un delirio vago, movimientos convulsivos, alternativas de fuerte oscitación y de colapso, movimientos desordenados, reemplazados por el coma ó la postración, la frecuencia y la irregularidad del pulso, la estremada aridez de la lengua, la fu- liginosidad de la cara y de los dientes, el re- chinamiento de estos , la estremada agitación, el delirio furioso, etc., se manifiestan muchas veces en gastritis exentas de toda complicación. Las dos formas que acabamos de estudiar, muy raras por fortuna , son casi siempre mor- tales. 7.° Gastritis de los recien nacidos.—»Bi- llard distingue cuatro especies : 1.° la eritema- tosa ; 2.° con'alteración de las secreciones; 3.° la foliculosa; 4.° con desorganización de tejido. «La gastritis eritematosa está caracteriza- da anatómicamente por una inyección rami- forme ó capiliforme, por chapas de puntos ó de estrías rubicundas, por el reblandecimiento con ó sin tumefacción de la membrana inter- na. Los síntomas de esta forma de gastritis son muy oscuros, porque es raro que no par- ticipen de la inflamación otros puntos del tu- bo digestivo. De cualquier modo que sea, los que Billard ha notado son: el.vómito, el es- tado contraído de la cara, ta sensibilidad de la región epigástrica y de la parte superior del vientre. Ya se concibe que semejantes signos son insuficientes para dar siempre á conocer él mal. «Se encuentra en*los sugetos que han muerto de muguet, rubicundez , reblandeci- miento y engrosamiento de la membrana mu- cosa del estómago. Estas lesiones atestiguan la existencia de una flegmasia gástrica según algunos autores; Billard entre otros, ha des- crito como una especie de gastritis el mu- guet del estómago, es decir la producción de membranas falsas en esta viscera. Tenemos datos para creer, que esta enfermedad no es una inflamación, y uno de^ellos es que la fleg- masia del estómago y sus lesiones anatómi- cas no se manifiestan ordinariamente, sino en una época bastante avanzada del mal; y por consiguiente no se las puede considerar como causa de la secreción seudo-membranosa. Billard incluye entre los síntomas de esta gastritis, los vómitos, la tensión y el dolor en el epigastrio, los gritos dolorosos cuando se comprime gsta región, y la alteración de la fi- sonomía que empresa el dolor (Traite des ma- ladies des enfans nouveau-nes, p. 337, en 8.°, París 1833). »La gastritis foliculosa consiste, según Billard , en la tumefacción y la flogosis de los folículos ó criptas, que se elevan en forma de pequeñas granulaciones blancas, redondas, terminadas por un punto negruzco, y acaban por ulcerarse y desorganizarse. Muchos mé- dicos opinan,» que esta alteración no constitu- ye una forma de la inflamación. Los síntomas ele esta pretendida gastritis, son ros de la gas- tritis en general. En cuanto á la gastritis con desorganización del tejido, cuyos caracteres anatómicos son, ajuicio de Billard, la gangre- na y el reblandecimiento gelatiniforme, como solo por una estension verdaderamente abusi- va de la palabra gastritis "han podido tales le- siones suponerse efecto de la inflamación, no podemos describirla en este lugar. Al tratar 424 ENFERMEDADES DEL ESTÓMAGO. del reblandecimiento del estómago haremos mención de estas enfermedades. »8.° Gastritis intermitente.—Algunos au- tores han llegado á considerar como una gas- tritis intermitente, la congestión sanguínea que se efectúa en cada paroxismo de calentu- ra intermitente, y.que persiste*tambien des- pués en grados variables. Se ha descrito con el nombre de calentura intermitente gástrica ó biliosa, el movimiento febril periódico, acom- pañado de dolor mas ó menos vivo en el es- tómago, y de fenómenos que se han referido. á la inflamación de esta viscera: tales son las náuseas, los vómitos biliosos, el amargor de boca, la sequedad y el tinte amarillo de la lengua, la sed, la sensibilidad del epigastrio y de los hipocondrios, etc. Nepple ha obser- vado con frecuencia esta calentura intermi- tente gástrica en la Bresse, «dícese que el es- tómago-de los sugetos que sucumben á una calentura intermitente perniciosa, que ha ofre- cido esta complicación, eslá teñido de encar- nado, sú túnica interna fuertemente inyecta- da, y su sistema vascular muy ingurgitado de sangre; pero estas pruebas anatómicas no son de mas valor que los síntomas, para demostrar que haya precedido una gastritis. ¿No se sabe en efecto, que son muy comunes y aun cons- tantes las congestiones internas en las calen- turas intermitentes simples y perniciosas; que las calenturas perniciosas soporosas, apo- pléticas, delirantes, etc., producen síntomas que parecen referirse á una inllamacion del cerebro ó de sus membranas, aunque solo de- penden de una simple congestión ó de una causa desconocida? Debiendo ocuparnos este objeto en otro lugar, terminaremos por aho- ra, concluyendo' que la hiperemia del estó- mago , lo mismo que la del bazo, del cerebro, del hígado, etc., no son pruebas anatómicas de la inflamación, y que no es fundado consi- derar como una gastritis el estado patológico de que acabamos de hablar, y que se mani- fiesta en la calentura intermitente; lo cual no escluye la idea, de que pueda muy'Dien la gas- tritis existir al mismo tiempo que una calen- tura intermitente complicada con ella. En semejante caso se deben recordar los sabios preceptos de Broussais , quien reconoció en su vasta práctica , que la flogosis gástrica se opone abiertamente á que se traten las ca- lenturas intermitentes con los amargos y con la quina, aun en los casos mas apremiantes; siendo indispensable destruirla ó.debilitarla al menos, antes de atacar el tipo febril, etc. (Fleg. cron.,*t. II, p. 587). Con frecuencia exige la hiperemia persistente del estómago emisiones sanguíneas locales, pero solo en concepto de congestión y no como hiperemia' inflamatoria. «Naumann describe una gastritis de los viejos que Nagel designa con el nombre de calentura inflamatoria de los viejos. Omitimos enteramente su descripción, que es un cúmu- lo informe de síntomas los mas heterogéneos, que sería tan fácil referir al padecimiento de los demás órganosicomo al del estómago. «Complicaciones.—Las enfermedades que Broussais ha encontrado mas comunmente con la gastritis son: las inflamaciones del tubo di- gestivo, y mas especialmente la colitis y la en- teritis. Sin detenernos á investigar si las com- plicaciones designadas bajo estos nombres, son realmente tan frecuentes como dice Brous- sais , debemos afirmar que la disenteria y las diarreas son complicaciones bastante comu- nes, sobre todo en los países calientes. Según la relación que nos han hecho varios profeso- res militares, se las observa con bastante fre- cuencia en los soldados que sirven en África. Cuando se manifiesta la disenteria al mismo tiempo que- la gastritis, se cambia la fisono- mía de esta última afección: el dolor ocupa entonces todo el vientre, que está no pocas veces timpanítico , y sensible sobre todo en el trayecto del colon ; y las deposiciones son frecuentes, líquidas, mucosas, sanguinolen- tas ó de sangre (véase Disenteria). Esta com- plicación puede enmascarar los síntomas de la gastritis y engañar en mas de un caso. «El hígado mismo parece algunas veces afectado: entonces resultan dolores hacia el hipocondrio derecho, vómitos biliosos, depo- siciones de la misma naturaleza, y en ciertas ocasiones un tinte amariHento mas ó menos pronunciado. Es necesario notar, que esta com- plicación no siempre es efecto de una violenta gastritis: también aparece aunque'esta sea de mediana intensidad. Dícese que la duodenitis es una complicación frecuente de la gastritis; pero esta aserción necesita ser comprobada por nuevas observaciones. «Se han citado algunos ejemplos de fleg- masías , que ocupaban toda la longitud del in- testino; pero estas inflamaciones generales so- lo se manifiestan en los casos en que un in- gesta irritante, tal como una sustancia vene- nosa , ha conservado bastante energía para in- flamar todas las porciones del tubo digestivo. Besultan entonces síntomas de gastro-entero- colitis, que se encuentran indicados por los autores que han escrito sobre los envenena- mientos. «La gastritis puede confplicarse con gas- tralgia. Ya hemos hablado en otro lugar de es- ta coincidencia, que ofrece grandes dificulta- des para eldiagnóstico y para el tratamiento. »No debemos pasar en silencio una com- plicación que no es rara en los jóvenes, á sa- ber : la presencia de lombrices en los intesti- nos. Los signos que la hacen sospechar son, una sensación de estrangulación y de ascenso hacia la garganta, la tos gástrica... el aflujo de la saliva, el rechinamiento de los dientes, sobresaltos y sustos durante el sueño, la dila- tación de la pupila, la brillantez de los ojos, y un dolor fijo y punzante en la región del es- tómago (Broussais, t. III, p. 118). Estos sin-- GASTRITIS. 425 tomas que predominan sobre los de la gastri- tis, nos hacen ver la complicación y modificar el tratamiento. «La^hipocondría no reconoce algunas veces otra causa determinante que una gastritis, á la cual complica: las gastritis crónicas suelen ser las que producen este deplorable resultado. El delirio, el coma, y otros síntomas cerebrales anuncian la viva reacciqn, que ejerce el estó- mago enfermo sobre el sistema nervioso: fre- cuentemente también dependen de una menin-^ gitis que complica á la afección del estómago. * Broussais ha visto en su práctica casos, en que coincidía el catarro pulmonar con la gastritis. »Diagnóstico.—La gastritis en sus mas li- geros grados puede confundirse con el infarto gástrico (véase esta enfermedad), con una ca- lentura efémera, es decir,"uno de esos movi- mientos febriles, á los cuales es imposible de- signar el verdadero puntó de donde parten, y que dan lugar á varios trastornos, que con la misma razón pueden referirse al estómago que á otro órgano cualquiera. El punto de diag- nóstico que presenta mas dificultades , con- • siste en distinguir la gastralgia de la gastri- tis; en otro lugar hemos establecido un para- lelo que sirve para hacer resaltar los rasgos característicos de ambas afecciones (véase gas- tralgia). Podría confundirse la gastritis con un cáncer del estómago; pero como es la fleg- masía crónica de esta viscera, la que especial- mente puede dar lugar á equivocaciones de es- te género, volveremos á ocuparnos de este particular mas adelante. «Pronóstico.—En general puede decirse que la gastritis es una enfermedad peligrosa, porque espone á recaídas, ó á lo menos dej'a el estómago en un estado de irritabilidad bas- tante grande. Afirman algunos que produce otro efecto que hace correr gran riesgo á loa individuos é quienes ataca, y es, disponerlos á las enfermedades cancerosas del estómago; pero esta suposición no está fundada en he- chos indudables: la inflamación lejítima del estómago no causa mejor el cáncer, que la neu- monía ó pleuresía simples los tubérculos pul- monares ó de la pleura. El cáncer gástrico, como los tubérculos pulmonares , siguiendo nuestra comparación, pueden muy bien em- pezar por síntomas agudos é inflamatorios; mas no. por eso ha de ser justo considerar á estos síntomas, como pruebas de que el cán- cer y los tubérculos son de naturaleza infla- matoria. Hemos tenido ocasión de observar tres casos bien marcados de este modo de des- arrollo del cáncer, en los cuales todos los in- dicios inclinaban á admitir una gastritis bas- tante aguda; pero la ulceración ulterior y la necropsia obligaron á cambiar de ypinión. La eficacia momentánea del tratamiento antiflo- gístico sirve también para demostrar, que la inflamación gástrica puede muy bien compli- car al cáncer del estómago. «Cuanto hemos dicho de cada gastritis en particular debe concurrir al establecimiento. del pronóstico. Las formas sobre agudas, co- lerifdrmes, atáxicas y adinámicas son mucho mas dañosas que las otras. Son también de te- mer las que se presentan bajo apariencias be- nignas , y tienden á prolongarse y á revestirse con las formas atáxica y adinámica. No hay para que decir que la gastritis por intoxica- ción es mas grave que todas las demás: la violencia de los síntomas, lá intensidad y la continuidad del movimiento febril, la forma redoblada que afecta este, el enflaquecimien- to rápido, la debilidad, la adinamia, el de- caimiento , etc., deben hacer temer una ter- minación prontamente funesta. Conviene tam- bién aVfnder á la existencia de algunos sínto- mas, tales como el vómito pertinaz, el hipo, la sensibilidad epigástrica, fuerte; á las com- plicaciones, al estado anterior del sugeto, etc. «Etiología.—Cualquiera que sea la opi- nión que tengamos respedo de las doctrinas de Broussais, nos vemos precisados á confe- sar que no ha habido médico que mejor "haya sabido reconocer y determinar la natu- raleza y el modo de acción de los diferentes modificadores. En la gastritis sobre todo , es donde se manifiesta con todo su brillo y es- plendor la sagacidad de este hábil médico; nosotros, pues, no tenemos ni podemos re- currir á mejor manantial que á su obra; y fá- cilmente convendrán con nuestra opinión, los que hayan tenido ocasión de estudiar sus es- critos bajo el punto de vista de la higiene. «Entre las causas que provocan el desarro- llo de la gastritis, unas obran directamente sobre la membrana mucosa del estómago, y otras sobre todo el orgauismo. Comencemos por las primeras. Estas pueden ser predisponentes ó determinantes, según que obren durante un tiempo mas ó menos largo , y con mas ó me- nos energía. «Las causas que preparan el estómago á la flogosis,. obrando inmediatamente sobre la membrana mucosa , son las sustancias estimu- lantes ingeridas, sea para nutrirse, sea por otro cualquier motivo; estas causas obran con tanta mayor eficacia, cuanto mas activas son las pre- cedentes , es decir, las causas genera+es; y por sí solas pueden producir la enfermedad, mientras que las influencias deia atmósfera no la desarrollan sin su concurso» (Fleg. cron., t. III, p. 13).. «Los ingesta que causan la gastritis son los alimentos, las bebidas, los condimentos ó sus- tancias medicamentosas : 1.° entre los alimen- tos sólidos se deben sobre todo citar las carnes negras, la caza, ciertos pescados muy amonia- cales y putrescibles , los guisados muy carga- dos de especias , y sazonados con salsas , á quienes dan acritud , ya la parte estractiva de las carnes, ya los aceites y las grasas rancias; las setas, los aliáceos , y todas las raices pi- cantes de las cruciferas, la mostaza; finalmen- te todas las preparaciones de cocina que son de 426 ENFERMEDADES DEL ESTÓMAGO. sabor picante muy subido ; 2.° entre las bebi- das indicaremos el alcohol como la mas irri- tante é inflamatoria. Esta sustancia tendrá to- davía mas acción si se toma caliente •• de modo que el ponche y el aguardiente quemados de- ben mirarse como verdaderos venenos, si se hace de ellos largo uso. Los vinos alterados por sales metálicas, animados por el espíritu de vi- no, ó muy cargados de partes colorantes rojas, tienen también por efecto exasperar la sensibi- bilidad gástrica ; come el azúcar y el calor au- meutan la fuerza del vino, el uso délas tostadas producirá mas eficazmente todavía él efecto de que se trata (loe cit., p. 16). »En el pasage siguiente, que vamos á trans- cribir íntegro, esplica Broussais el mecanismo por el cual se desarrollan las gastritis causabas por la intemperancia. Estos párrafos deben ser leí- dos atentamente, y meditados por los que diri- gen la salud de las tropas, y sobre todo por los sugetos que quieran librarse de fas enfermeda- des que produce el 'estremado calor del clima de África. «Si el hombre tuviera siempre cui- dado de disminuir la cantidad de los escitantes* que aplica á las vias gástricas , á proporción que adquiete el estómago mayor disposición á afectarse durante el estío en los países calien- tes , hasta que estuviese, aclimatado-, evitaría siempre la flogosis ; pero esta precaución la to- man muy escaso número de individuos. Todoe confiesan sentir la necesidad de refrigerarse con'bebidas acuosas, en razón de ese estado pe- noso que acompaña á una digestión quemante; pero cuando están en 1% mesa no se cuidan de prevenirle ; no se quiere cercenar nada de lo . acostumbrado; las mismas carnes, las mismas especias , vino , café, y licores, que cuando se tenia un estómago frió y entorpecido. Lejos de eso existe una poderosa preocupación , en vir- tud de la cual se tiene y cree á este régimen necesario para resistir á la influencia del calor, que, como una especie de eco, se repite, debilita el resorte del estómago. Si se pudiera, se apa- garía la sed con licores espirituosos, cuando tres ó cuatro horas despees de una comida incen- diaria se siente un calor que devora; afortuna- damente la naturaleza, mas poderosa siempre, nos obliga á calmar esta sed importuna con lí- quidos refrigerantes ; de esta manera y diaria- mente se opone el veneno al contraveneno (loe. cit.,p. 14.) «Debemos añadir á los ingesta capaces de producir la flogosis de la membrana gástrica, las bebidas frias y heladas tomadas con abundancia, los alimentos escesivos , el uso de sustancias refractarias en gran parte á la acción del estó- mago , el pan con mucho salvado, las plantas herbáceas muy leñosas , el café, el té, etc.» «Son también escitantes directos de las vias" «ástricas los medicamentos tónicos y estimu- lantes, que el vulgo llama estomacales , y que con mas razón merecerían un nombre contra- rio. De este número son los elixires , las tintu- ras aromáticas , los balsámicos, las pildoras, los polvos purgantes muy cnérgicoB , ó drásti- cos , la mostaza blanca , los vinos compuestos llamados estomacales , los granoso pildoras de salud, los anti-flegmosos ó antiflegmáticos, los fundentes, etc, Todas estas sustancias, adminis- tradas por personas estrañas á la ciencia de cu- rar, acaban por provocar la enfermedad, que estalla especialmente cuando son las dosis un poco graduadas. Las causas escitantes que pue- den ocasionarla sin el cpncurso de causa alguna predisponente, son los venenos corrosivos', las contusiones, las percusiones del epigastrio, las caídas sobre esta región , los cuerpos estra- ños , las ingestiones muy aproximadas unas á otras, de sustancias que impiden que se disi- pe enteramente la escitacion gástrica. »La acción prolongada de los modificadores que acabamos de nombrar , tiene por efecto, au- mentar la susceptibilidad de la membrana in- terna del estómago , y activarja exhalación , la absorción, la locomoción , en una palabra, to- das das funciones del estómago, lo cual tiende á ocasionar un estado muy próximo á la inflama- ción, Ordinariamente cuando ha llegado á este punto la irritabilidad, basta la intervención de ■ una causa muy ligera,para que estalle la infla- mación : un esceso en los alimentos ó en la» bebidas, una fuerte contrariedad , la fatiga muscular determinan su desarrollo. «Se deben colocar entre las causas predis- ponentes que obran sobre todo el organismo el calor, la .electricidad, queen sentirde Broussais acumulan la sangre y la sensibilidad en la mem- brana mucosa gastro-intestinal: «No es de ad» mirar, dice, que el calórico provoque en dicho sitio una reacción, continua del principio vi- tal , para el sosten de las leyes qu,íin,icas constitucionales, Pero si con esta predispon sicion reciben las membranas la acción* de un nuevo agente esterior rubefaclente , claro está que se desarrollará con la mayor facilidad el fenómeno inflamación» (loe cit ,*n. 10). La tristeza , las emociones morales fuertes, las pasiones llamadas deprimentes ó concentradas, los trabajos de gabinete, las vigilias , los esce- sos en la venus, la masturbación, las fatigas esteriores , las privaciones de todo género que acarrea la miseria , obran sobre todo el orga- nismo como causas predisponentes generales. El estómago , pues, participa como los demás órganos de su influencia,; y en estas condicio- nes basta una causa ligera para deterrninar la gastritis, que ordinariamente toma entonces la forma y la marcha crónica,. «Seria difícil decidir cuáles son las predis- posiciones constitucionales: se dice que los hombres están mas espuestos que las mujeres, en razón de la multiplicidad de las causas que obran sobre ellos. Entre los hombres cree Broussais que la gastritis prefiere á los more- nos, enjutos é irritables, en quieues sou muy fuertes los movimienlos de las pasiones: «aque- llos en quienes, por ejemplo , llega la cólera á ser furor, y asi las demás afecciones mora- gastritis. 427 les-Entre los sugetos débiles «se presentará con preferencia en los individuos delgados, mas gruesos que altos , irritables y nerviosos; en todos los que tienen las pasiones mas fuertes que el temperamento , para servirnos de una espresion vulgar, y en ciertos melancólicos-, en los cuales las ideas tétricas y sombrías conser- van siempre el epigastrio en un estado de cons- tricción penosa» (lob. cit., p. 16). Sin poner en duda la»fatal influencia de la mayor parte de las causas predisponentes que hemos citado, creemos sin embargo qne Broussais las ha exa- jerado , y que los hechos sobre que ha apoyado su opinión no son tan numerosos como seria de desear. «Tratamiento de la gastritis aguda*: mo- dificadores higiénicos.—Las primeras reglas á que el médico debe someter al enfermo, ha de sacarlas indudablemente de la higiene. Si la afección gástrica es el resultado de la fuerte es- citacion de las funciones del estómago, si es causada y sostenida por una vida regalada, por alimentos suculentos, y por bebidas vinosas y alcohólicas, es necesario privar inmediatamen- te al enfermo de todo alimento ; este precepto es de rigor para los glotones y beodos de profe- sión, que viven en un estado continuo de so- bre estimulación. Se ha dicho que uua abstinen- cia muy severa conducía á los enfermos á una debilidad peligrosa : esto es cierto en algunos casos, y el práctico entonces debe modificar el tratamiento del modo que le sugiera su pruden- cia. Con dificultad y repugnancia se someten los pacientes á la dieta severa que se les pres- cribe , y al Uso de bebidas acuosas , acídulas y mucilagínosas. Existen en este punto preocu- paciones de que los mismos médicos han parti- » cipado , hasta que la inmortal obra de Bro*us- sais sobre las flegmasías crónicas vino á arran- car la venda de los ojos. Se creia que la debili- dad, en general bastante grande, que sentían los enfermos, no debia combatirse con la abstinen- cia, y las hetoídas acuosas ; se sentían los prác- ticos movidos inVoluntariamente-á prescribir ti- sanas amargas, aromáticas y tónicas, yee pro- curaba alimentar y nutrir antes de tiempo. En vano era que los enfermos se quejasen de^ca- lor , de dolores fuertes en el epigastrio después de la ingestión de las tisanas ó los alimentos; se creia necesario insistir aun en semejante me- dicación, ó bien se la suspendía un momento, para sustituirla con otra que era preciso aban- donar muy* luego. La enfermedad permanecía estacionaria, ó se exasperaba en medio de estas pruebas y tanteos á ciegas. «A Broussais es debido el honor de haber sentado y establecido con claridad los precep- tos, que debe seguir el práctico en-el tratamien- to de las gastritis. La abstinencia en las gastri- tis un poco agudas debe estenderse á todos los alimentos sin escepcion: los caldos , Sos coci- mientos feculentos , la leche , y con mas razón la sopa y carnes blancas, deban sor enteramen- te proscritas» Algunas vece,* conservan los en- fermos cierto apetito, ó al menos conceptúan tal la sensación de disgusto, y las tiranteces que esperimentan en el estómago. Es preciso que el médico no se deje engañar por tales sín- tomas; pues sí ocurre á los enfermos infringir jas reglas y preceptos que sobre lá dieta se les han "impuesto, los eructos, la pesadez y dolo- res en el estómago, la sed, el abatimiento, etc., les advierten del mal qué se han ocasionado, y *de los daños á que se esponen si siguen dando rienda á su.indocilidad y capricho. «No son los ingesta la única causa de la flogosis gástrica. Hemos dicho que las influen- cias generales , y particularmente las que ema- nan de trastornos de la inervación cerebral, tie nen una gran parte en su producción: desem- * peñan el papel que las causas predisponentes; mas no por*eso deben alejarse con menos celo, si se quiere obtener una curación pronta y du- rable. . «Cuando los síntomas ponen fuera de toda duda la existencia de una gastritis , sin que por ideas sistemáticas se haya llegado ácreer tal, Otra enfermedad cualquiera , no deberá dudar - "se en el tratamiento, que por sí es simple, y no ofrece dificultad alguna. Las dos indicaciones que hay que llenar consisten: 1.° en dejar al órganoafedo en la* quietud mas completa posi- ble;"^.6 en quitar la flogosis, y favorecer su resolución con los medicamentos apropiados. Nada diremos por ahora de la gastritis por in- toxicación, que ofrece indicaciones especiales. «En las variedades agudas de la gastritis es ventajoso empezar el tratamiento por una ó muchas aplicaciones de sanguijuelas en la re- gión epigástrica. Es necesario que la gastritis sea violenta y bien caracterizada, para que se repitan dos ó tres veces estas aplicaciones; casi no tenemos necesidad de decir, que este medio terapéutico debe ser proporcionado á la inten- sidad del mal, á la robustez y á la edad del sugeto, arreglándose también al efecto produ- cido por la primera evacuación. Becordemos que en la gastritis violenta tóxica, es una ridi- culez empegar inmediatamente por las aplica- ciones de sanguijuelas al epigastrio. ¿Qué ven- tajas pueden producir en el monacillo en que se verifican las mayores desorganizaciones? Espé- rese por lo menos que haya pasado el primer momento de estupor. Es raro que haya necesi- dad de recurrir á sangrías generales, como no sea para disminuir la plétora que presentan algmios sugetos bien alimentados. «Las bebidas que deben preferirse, y con las cuales se alterna frecuentemente por la re- pugnancia que escitan, son: la disolución déla goma arábiga en agua^ los mucílagos de go- ma, lino, simiente de" membrillo, los coci- mientos de frutas mucoso-azucaradas , de dá- tiles , de pasas de Málaga , de manzanas, el cocimiento de cerezas, de grosella , etc.; se ñuscarán entre estas tisanas las que sean me- jor digeridas y mas convengan, para moderar y calmar la ardiente sed que esperimentan los '4-28 ENFERMEDADES URL ESTÓMAGO. enfermos. Las bebidas gomosas , dulcificantes y azucaradas, no les agradan siempre, porque cargan el estómago , las toman difícilmente, ó les causan repugnancia ; por lo común prefie- ren los ácidos vejetales mezclados con un poco de agua. La cidra y la naranja son los dos fru- tos que suministran el ácido mas dulce y agra- dable , y menos capaz de herir la susceptibili- dad del estómago : se«preparan con estos fru- tos limonadas y naranjadas , unas veces espri- ■ miendo su zumo en el agua, y otras derraman- do agua Hirviendo , ó bien fria sobre las frutas sin corteza , y partidas en rajas ó rebanadas. Estas precauciones, sin duda minuciosas , tie- nen su importancia ; porque el enfermo , que no puede soportar la limonada , digiere bien la naranjada: este no sufre -sino la hecha en frió, y otro prefiere la cocida. La grosella, las guin- das, las frambuesas , dan un ztyno ácido azu- carado , que es un gran recurso. El ácido tar- ta roso y el ácido cítrico-, comunican al agua una frescura y una débil acidez, que son muy agradables á los enfermos : el vinagre y su jarabe , el óxicrato y los ácidos nítrico, sulfú- rico, y el hidroclórico , pueden también reem-> plazar ventajosamente las tisanas preparadas con los otros ácidos. Sin embargo, el estóma- go se cansa bien pronto de unos y otros ácidos, que no sin frecuencia producen también dolo- res epigástricos , algunas veces cólicos, y un estado de incomodidad que obliga á renunciar á su uso. Muchos enfermos no pueden sopor- tar los ácidos; las mujeres y los sugetos ner- viosos están en este caso, debiéndoseles admi- nistrar disoluciones gomosas, el agua de rega- liz , de grama , el agua panada , ó bien el agua pura , que algunos sugetos prefieren á todas las demás. Pequeños pedazos de hielo, ó algu- nas bocanadas de agua de nieve , surten muy buen efecto para apagar-la sed á los pacientes, cuyo estómago rechífza casi todos los líquidos; el agua de Seltz sola ó aromatizada con el zu- mo de limón ó de naranja , conviene en el caso precedente ; pero aumenta la gastritis en algunos sugetos , y solamente la ha encontra- do Broussais alguna utilidad, cuando existe una secreción mucosa abundante y de forma cró- nica. «También se pueden dar. interiormente las pociones mucilaginosas y oleosas ; algunas ve- ees se les añaden jarabes sedantes ó una pre- paración de opio, para moderar el dolor del es- tómago, ó para hacer cesar la agitación en que se halla el enfermo , ó para procurarle el sue- ño. Los narcóticos son de poca utilidad en la inflamación verdadera del estómago: no ofre- cen ventaja alguna sino en los sugetos irri- tables. «No sirven de mucho las aplicaciones emo- lientes sobre el epigastrio, ni las fricciones lau- danizadas y*oleosas. Se puede , con el auxilio de baños tibios muy largos , moderar el dolor* v el calor ardiente , que consume al enfermo. Ño debe olvidarse la prescripción de lavativas emolientes, para vencer la astricción de vien- tre, que es tan común y pertinaz. •* «Los vejigatorios han parecido siempre no- civos á Broussais ; es mas el daño que produ- cen por la irritación que ocasionan en toda la economía , y qué se agrega comunmente á la del estómago , que el bien que promete su ac- ción revulsiva. Los demás remedios que se han usado, se han opuesto mas particularmente á la gastritis crónica , y los mencionaremos mas adelante. «No todas las gradaciones de la gastritis pueden combatirse de una misma manera. He- mos bosquejado de un modo general la reglas terapéuticas que les convienen , y que deben modificarse oportunamente en cada caso par- ticular. Muy á menudo hay necesidad de com- batir un síntoma predominante. Los vómitos pertinaces ceden al uso del agua helada, admi- nistrada en bebida , y aplicada como tópico en la región epigástrica, á las bebidas acídulas ga- seosas , y al vejigatorio. Sin embargo*, diremos que las depleciories sanguíneas locales consti- tuyen el mejor tratamiento del vómito unido á la violenta flogosis del estómago. El opio no puede aprovechar, sino cuando ha desaparecido la flogosis, y cuando el vómito es únicamente efecto de la perturbación nerviosa. ARTICULO II. ■ Gastritis crónica.. Anatomía patológica.—«No se limitan ya ..las alteraciones á la membrana interna, ni son tan fugaces como en la gastritis aguda ; la nu- trición viciosa que resulta del trabajo «patoló- gifo; que hay en el estómago, determina en él lesiones persistentes, cuyo verdadero ca- rácter es bastante fácil de conocer; de modo que se encuentra menos dificultad en separar la afección de las que tienen con ella alguna afinidad. Diremos desde luego, que la mucosa puede muy bien no conservar rastro alguno de la inflamación que la afectara anteriormente, y entonces se encuentra esta membrana con la estrudura normal; pero los otros tejidos es- tán engrosados, infiltrados de linfa coagulable,' endurecidos , ú de otra manera alterados. Coloración inflamatoria.—«Algunas de las alteraciones que en*su color esperimenta la membrana mucosa inflamada , son comunes á la gastritis aguda ; otras caracterizan mas es- pecialmente la inflamación crónica. Las prime- ras son la coloración rubicunda, morena y vio- lada ; pero como dependen ordinariamente de una flegmasia violento., que detiene la sangre en los capilares , ó rompe las mallas de los te- jidos, y derrama en ellos lá sangre procedente de lo» vasos , será siempre bastante fácil dis- tinguirlas de las otras. En la gastritis crónica son en general las coloraciones mas oscuras qne en la aguda, siendo las mas frecuentes el color gris apizarrada, moreno , ó sea oscuro y GASTRITIS. 429 negruzco. Andral, que ha dado una %descrip- cíou esacta y minuciosa de todos sus'matices, las atribuye á la dilatación de los capilares , y á la lentitud de la circulación en los vasos pe- queños , apoyándose para sostener esta opi- nión , por una parte , en los esperimentos de Wilson Philip, quien ha probado que la sangre se retarda en su curso durante el trabajo in- flamatorio ; y por otra parte, en los de Hun- ter, quien ha visto á la sangre detenida en los vasos contraer un color negro muy marcado (Clin, med.,, t. II, p. 43 y sig., 1834). Se ha creido que estas coloraciones negras eran efec- to de la putrefacción , ó de la presencia de ga- ses contenidos en el estómago ; pero esta últi- ma causa es enteraménte»hipQtética , y no nos debemos detener en su refutación : la primera es'mas real y positiva. En efecto , el estómago de los cadáveres semipútridos , ofrece chapas, fajas , estrias lívidas , negruzcas ó rubicundas, que son producidas por la trasudación de la materia colorante de la sangre , al través de las paredes de los vasos. Siempre será posible distinguir estas coloraciones de las inflamatorias, porque están situadas á lo largo, de los vasos, y no van acompañadas de ninguna otra lesión. »La coloración negra está dispuesta en man- chas de pequeñas dimensiones, en estrías , en fajas, líneas ó chapas. Hay oy*a especie de co- loración , que Andral ha descrito el primero, y que consiste en una multitud de puntitos ne- gros , casi microscópicos , los cuales , cuando son muy numerosos", pueden dar á toda la su- perficie mucosa un tinte negro mas ó menos pronunciado. Esta lesión , bastante rara en el estómago, que es mas escaso de vellosidades que los intestinos, es efecto de la inyección vascular muy fina de las vellosidades , y per- tenece al estado crónico. Es preciso no confun- dir con las coloraciones negras flegmásicas , la melanosis , de que Andral ha referido un caso sumamente notable. »Las Tajas, las chapas negras jaspeadas, tienen su asiento en los pliegues ó en los de- mas puntos de la mucosa : atestiguan una fleg- masia crónica , y dependen de un depósito de la materia colorante en el tejido mucoso. La membrana de este nombre puede adquirir, por efecto de una inflamación crónica ,'un color gris apizarrado, al cual atribuye Billard , por causa primitiva , una acumulación de sangre. en el tejido mucoso (Obr. cit., p. 304), Por lo demás , no siempre se le puede distinguir de las coloraciones análogas, que se efectúan en los casos de lesiones orgánicas del corazón, cuando no se verifica completamente la hemá- tosis; de«modo que es necesario tomar, en con- sideración esta causa ú otras análogas, antes de pronunciar el fallo respecto al origen del tinte apizarrado. • • . «Es bastante frecuente encontrar coloracio- nes mas claras, dispuestas en chapas , en es- trias, en fajas, al mismo tiempo que las de matiz mas oscuro; y entonces es fácil conven- cerse de que estas no son mas que un grado mas avanzado de las otras lesiones. El color bermejo de las chapas no escluye la idea de la inflamación crónica ; hállase con frecuencia súbre una inyección punteada ó. estriada. »La consistencia normal de la túnica mu- cosa , está casi constantemente modificada , y facilita escelentes caracteres anatómicos, para reconocer la inflamación crónica. B* reblande- cimiento que debe ocuparnos en este lugar, puede ir acompañado ó no de hipertrofia de la membrana ; el reblandecimiento con'hiper- trofia se manifiesta bajo la forma de mamelo- nes (Véase Hipertrofia del estómago), de fajas, de chapas con decoloración mas ó menos pro- nunciada de los tejidos: Louis le considera siem- pre efecto de la inflamación. Puede el reblan- decimiento acometer porciones circunscritas de la membrana interna. Si esta no se halla adel- gazada, ni hipertrofiada; si los puntos reblande- cidos están situados hacia las partes declives del estómago , en donde está acumulada una gran cantidad de líquido , se debe creer que la pérdida de insistencia es un efecto* cadavéri- co. En otro lugar indicaremos las numerosas disidencias, que se han suscitado con respecto al reblandecimiento de la membrana mucosa y de otras túnicas (Véase reblandecimiento del estómago). Por ahora nos limitamos á estable- cer, que el reblandecimiento con adelgaza- miento y destrucción de la membrana mucosa, tal como nos le ha dado á conocer Louis, ca- racteriza bastante bien la gastritis crónica (ar- ticulo citado). . -' »La induración es, según Andral y la ma- yor parte de los autores , una lesión , que es imposible dejar de atribuir á una flegmasia len- ta; la membrana endurecida parcialmente ó en una parte bastante grande de su estension, pue- de ofrecer un color natural ó una coloración ber- meja , ó sea un tinte encarnado subido; de un blanco mate, ó agrisado, que es lo mas frecuen- te. Cuando se encuentra el engrosamiento de la membrana interna y del tejido submucoso, y una decoloración bastante marcada de la pri- mera túnica , se debe admitir que ha habí- . do inflamación crónica. El adelgazamiento ob- servado en varios sugetos que han presentado trastornos funcionales del estómago , nos pa- rece ser también upo de los resultados de esta enfermedad (Véase Adelgazamiento). »La hipertrofia, ó mas bien el aumento y perversión del movimiento nutrUivo, es muy común en la inflamación crónica. Puede la hi- pertrofia invadir las criptas mas particularmen- te, y entonces resulta una multitud de peque- ñas eminencias ó granulaciones blandas y fun- - gosas, del grosor de un grano de mijo , qne dependen de la tumefacción de los folículos (Véase Hipertrofia); el estado mamelonado del estómago es también una alteración de este gé- nero. Cuando la'membrana mucosa está hiper- trofiada de una manera general, puede adqui- rir cinco ó seis veces su grueso natural , y au 430 ENFERMEDADES DEL ESTÓMAGO. menta de consistencia , de suerte que se puede arrancar en pedazos de dos á tres pulgadas. «También se han referido á la inflamación crónica otras hipertrofias parciales; unas se presentan en chapas ovales ú oblongas , diver- samente teñidas, formando un ligero relieve por cima de las partes inmediatas ; otras son abolladuras irregulares, aproximadas, blan- das , y quedan sangre : las hay , en fin , que aparecen bajo la forma de granulaciones re- dondeadas , friables y blandas , que dejan cor- rer saifgre. Esta última hipertrofia, de que Bi- Mard cita un ejemplo , es evidentemente de na- turaleza inflamatoria (Billard , obr. cit., pági- na 533). En cuanto á las otras no habría ra- zón para considerarlas todas como dependien- tes del mismo origen. Por lo demás, conviene establecer en los tumores que vejetan de este modo en la cara interna de la mucosa , la di- visión admitida por Andral. Unos están forma- dos por la mucosa endurecida ó reblandecida; otros tienen una naturaleza diferente de la que eS propia de la membrana mucosa: la primera clase de ttfmores parece ser , dice* Andral , la que mas comunmente se observa ; y si está probado que la induración y el reblandecimien- to de la mucosa gástrica son un,resultado de Áú inflamación; también deberán referirse á la propia causa las citadas alteraciones , cuando sean mas circunscritas , y con engrasamiento bastante considerable para que resulten tumo- Fes.» (Obr. ct'K, p. 59). »No se limita la hipertrofia á la membrana interna en la gastritis crónica ; suele también estenderse á la túnica celulosa, colocada entre los diversos elementos'que constituyen la pa- red del estómago. En este caso , -cuando se ha levantado la membrana interna , se encuentra por debajo un tejido blanquecino y firme , que dá mayor consistencia á las paredes gástricas, las cuales se arrugan menos que en el estado natural; pero rara vez llega hasta el punto de disminuir la capacidad del estómago. La dismi- nución del ealibre.dé esta viscera depende de la inflamación y de Ja cesación mas ó menos completa de sus funciones , por la abstinencia á que se sujeta al enfermo. «La úlcera descrita por Cruveilhier bajo-el título de úlcera crónica del estómago , cuya descripción daremos en otro* lugar (Véase úl- ceras del estómago), es en nuestro concepto una alteración , que se debe evidentemente re- ferir á la inflamación crónica , como lo demos- traremos mas adelante con pruebas sacadas de la sintoraatologia , de las causas y los caracte- res anatómicos de la enfermedad. La úlcera simple crónica tiene una funesta tendencia á destruir sucesivamente todas las membranas del estómago. »Se encuentran muchas veces en las mem- branas del estómago, ya al rededor de los pun- tos inflamados , ó ya en otras partes , infiltra- ciones de serosidad ó de sangre , ó escaras gangrenosas; pero todas estas alteraciones, sin ser absolutamente estrañas á la inflamación, anuncian que existían en la economía condicio- nes morbosas, que han tomado la mayor parte en su producción. También escluimos del nú- mero de los fenómenos inflamatorios la pro- ducción de las hipertrofias celulosas ó muscula- res , que forman cierto número de escirros , y con mas razón los verdaderos cánceres escir- rosos ó encefalóideos, y las producciones de distinta naturaleza , que la doctrina de la ir- ritación habia considerado como restos ó reli- quias de la inflamación crónica del estómago. «La capacidad de la viscera aumenta mu- cho en algunos casos, y entonces forma una especie de saco, perdiendo sus propiedades contráctiles , y se deja distender pasivamente por los líquidos y las diferentes materias in- geridas. Andral refiere un ejemplo de este ge- nero (Clin, méd., t. II, p. 115 ,1834); pero no ocurren á menudo otros análogos. Brous- sais ha encontrado muy comunmente el con- ducto digestivo contraído, en términos que apenas contenia algunas materias escrementi- cias. Pueden leerse en la obra de Tartra mu- chas observaciones de gastritis con estrechez ó estremada reducción de todo el estómago , que no tenia en algunos casos mas volumen que un intestino delgado. «La obliteracipn incompleta y la reduc- ción de la capacidad del estómago, ó sea su estrechez, pueden efectuarse de muchos mo- dos: 1.° por.eonsecuencia de la desorganiza- ción profunda de las membranas , que están reblandecidas, ulceradas, y en parte destrui- das,.y de la formación consecutiva de cica- trices irregulares, ó adherencias con los ór- ganos inmediatos: 2.° y es lo mas frecuente, • por el desarrollo de las alteraciones de testu- ra, que.sobrevienen cuando se ha prolongado por algún tiempo el trabajo flogístico. «Debemos sobre todo hacer notar las in- duraciones de la membrana mucosa y del te- jido celular subyacente, y con este objeto mencionaremos una cuestión, á cuya solución hemos de consagrar estensos detalles en otro artículo. ¿ Se puede considerar como un pro- ducto de la gastritis la hipertrofia considera- ble y la induración de las membranas celulo- sa, musculosa y mucosa, que se encuentra en sugetos que han presentado largo tiempo trastornos en las funciones digestivas? Con- cretándonos solo á las hipertrofias parciales, sin desarrollo de tejidos nuevos, tales como los que entran en la composición del escirro, y del cáncer encefaloides ; se esperimenta menos dificultad , y se puede sostener con al- guna ra*on, que las alteraciones de nutrición que acompañan á la gastritis crónica pueden originarla. Esta opinión, que no debe ser ad- mitida de una manera «bsoluta en todos los casos, es insostenible cuando se encuentran las lesiones características del escirro y del cáncer encefaloides; en cuyo último caso hay algo mas que la simple gastritis (véase cáncer GASTRITIS. 431 del estómago). Se han querido considerar co- mo prueba anatómica del origen inflamatorio del cáncer los vestigios evidentes de inflama- ción , que efectivamente se encuentran al lado de las partes cancerosas. Hemos comprobado en muchas circunstancias estos vestigios de inflamación; ¿pero prueban algo en favor de la doctrina qÉfe se quiere sostener? Parécenos que no. Eu efecto, se encuentran alrededor de los tubérculos pulmonares las lesiones ana- tómicas de la neumonía, y sin embargo, na- die está hoy dispuesto á sostener, que dichos productos morbosos sean un resultado de la neumonía que se ha comprobado en torno*de ellos. La misma reflexión es enteramente apli- cable á las lesiones que se encuentran en la inmediación del cáncer gástrico, y que algu- nos se inclinan á considerar como causa de esta enfermedad. «La discusión á que acabamos de entre- garnos no es agena á la historia de la gas- tritis crónica. En efecto , ¿cómo deberemos caracterizar esta inflamación? Atenderemos á sus síntomas ? Pero veremos mas adelante que se asemejan*} y aun se confunden con los del cáncer, ú otras enfermedades, que no se pueden suponer inflamatorias. Es preciso, pues, refugiarse á la anatomía patológica. Mas aqui también rodean al patólogo nuevas difi- cultades. Podrá decidirse sin mucho trabajo, cuándo encuentre un reblandecimiento rojo, con inyección ó con las lesiones del estado agudo que pueden existir en la gastritis cró- nica, como hemos dicho anteriormente; tam- poco le costará mtlcho comprobar'la existen- cia de un reblandecimiento circunscrito, de una ulceración, de ciertas induraciones evi- dentemente inflamatorias, ó de esas colora- ciones negras, melánicas que hemos descri- to ; pero en otros casos se verá sumamente perplejo. • SintomXs.— «Llamo crónica, dice Brous- sais , á la gastritis que no se anuncia con un aparato borrascoso,«aunque parezca algunas veces tan corta como la aguda: describo, pues, bajo el título de crónicas, todas las gastritis que no van acompañadas de uu movimiento rápido de la circulación, y que destruyen los resortes de la vida con tan leves trastornos, que infaliblemente se los «desconocería, si no se procediese con la mayor-atención» (loe. cit., t. III, p. 41). Nos parece que debe aceptar-- se esta definición. Ofrece la gastritis crónica, como la forma precedente, muchas grada- ciones que daremos á conocer, luego que ha- yamos indicado de una manera general los síntomas , y.la marcha de la enfermedad. En- tre los síntomas los hay locales y generales; empezaremos per los primeros. «La inflamación crónica principia) de dos modos diferentes:'bajo la forma latente ó eró-* nica, ó b.i.ea'de una manera consecutiva al estado agudo, observándose entonces los sín- tomas de este estado antes que los de la for- ma crónica. «La gastritis crónica, dice Brous- sais, no se produce de diferente modo que la aguda; anunciase de la misma suerte. Cuando los padecimientos del estómago son bastante considerables para estorbar la nutrición, dar un ataque mayor á las fuerzas, é impedir al enfermo que satisfaga sus deberes; fija este la atención en su mal, y consulta á'uñ médi- co; el cual si examina atentamente su estado, encuentra todos los síntomas de la forma agu- da; pero en un grado mucho mas remiso». «La lengua presenta un estado muy va- riable»: hállase natural en casos en que el es- tómago es asiento de las mas graves altera- ciones orgánicas (Andral, clinx med.,4oe cit. p. 140); en otros está encarnada, encendida en su punta, y perfectamente limpia como en el estado agudo: ordinariamente está cubier-r ta de una capa blanca ó amarilla, bastante espesa , rara vez estendida de una manera uniforme por todo el órgano, sino por chapas. Se descubren también al través de la capa mu- cosa, y como debajo de un transparente velo, las papilas encarnadas de la lengua. Hay otro estado, que ha observado Andral, y que hemos tenido ocasión de comprobar én muchos ca- sos de gastritis crónica. «La punta de* la len- gua está erizada de un gran número de pe- queñas granulaciones rubicundas, que pare- cen ser otras tantas papilas, mas desarrolladas é inyectadas rpje.en el estado normal. Estas granulaciones no permanecen siempre en el mismo estado: en ocasiones se hallan muy prominentes, muy encarnadas, y en gran nú- mero ; otras veces son menos perceptibles, mas pálidas y* mas raras. Su desarrollo está siempre en razón directa de la intensidad de la irritación gástrica (loe cit., p. 141). Andral considera este estado de la lengua como indi*- cio de dicha irritación, ó á lo menos de una gran susceptibilidad gástrica. »Bara vez está la lengua desprovista de su humedad," como en la flogosis aguda; á me- nudo, sin embargo, está pegajosa y seca por intervalos, ó cubierta de una capa pultácea blanquecina. También se desarrolla en su su- perficie, ó en otros puntos de la cavidad bu- cal , uní erupción de aftas. Se ha notado asi- mismo en algunos enfermos la tumefacción de las glándulas salivales-y el tialismo, como síntomas, aunque raros en verdad, de gas- tritis crónica. ^ «El apetito recibe casi siempre alguna mo- dificación. Conservado en algunos sugetos, es reemplazado en otros por un disgusto pro- nunciado , ó bien se manifiesta de vez en cuando; pero nunca son buenas las digestio- nes: Puede deoirse que el casb mas ordinario es el en que no so desean los alimentos, pero se toman sin repugnancia. Hay enfermos que conservan un apetito bastante decidido; otros esperimentan deseos ó necesidad y tiranteces en el estómago, que creen deber satisfacer comiendo: se calman efectivamente después 432 ENFERMEDADES DEL ESTÓMAGO. de la ingestión de los alimentos; pero se vuel- ven á presentar en seguida mas fuertes que antes. El hambre incesante puede también considerarse como un síntoma de gastritis. Suele suceder que los sugetos que mas desean sustancias alimenticias, no pueden sin muchí- simo trabajo hacerlas llegar al estómago: pa- rece que se opone á su introducción un obs- táculo situado en el esófago; otros esperimen-. tan una fuerte repugnancia después de haber tragado una pequeña cantidad de* alimentos. Se ve pues, considerando lo que precede f que el apetito está por lo común disminuido"; rara vez abolido, natural ó aumentado, y mas rara vez aun*pervertido, como sucede en la neuro- sis del estómago (véase Gastralgia)* «Una vez ingeridos los alimentos, ocasionan diferentes trastornos funcionales que importa conocer. Ora, y es lo mas ordinario, son vo- mitados poco tiempo después de tomados; ora son conservados por el estómago; pero enton- ces resultan dolores escesivamente fuertes, pesadez, náuseas, eructos ácidos, acres, ó nidorosos y fétidos. Algunas veces durante la digestión estág los enfermos fatigados, abati- dos , atormentados por un calor general muy incómodo,*por cefalalgia, tendencia al sueño y modorra. Pasados estos accidentes'.toma el mal su marcha habitual, se exaspera ó ás- ciettlde al estado agudo, si los alimentos inge- ridos son estimulantes ó irldígestos, ó si se han tomado en escesiva cantidad. «Andral considera al vómito-como un sín- toma bastante raro de gastritis crónica: «tie- ne lugar, dice, en dos casos:^3 bien cuando bajo la influencia de causas , apreciables ó no, pasa la inflamación crónica del estómago aun estado mas agudo; ó" bien cuando la altera- ción del estómago opone un obstáculo al libre curso de las materias, y á su entrada en el estómago, ó* ya á su salida de este órgano.» (Loe cit., p. 150). Ppede admitirse esta pro- posición, hablando én general, de las lesiones crónicas del estómago; pero cuando se quiere designar mas especialmente la inflamación crónica, se debe sostener que el vómito es un síntoma de los mas comunes. Los alimentos, dice Broussais, son frecuentemente vomita- dos poco después de ingeridos, y en tal caso se espelen las sustancias alimenticias; en otras ocasiones se vomitan simples mucosidades, ó líquidos dotados de una acidez»estremada, ó de un sabor acre y quemante- Se han observado vómitos de mucosidades en ayunas todas las mañanas, en .sugetos atacados de simples gas- tritis crónicas. Muchas veces las materias ar- rojadas son biliosas, negruzcas, y análogas al poso del café. Para que este líquido negruzco pueda ser vomitado sin que*haya cáncer en el estómago, es necesario que se verifique la ex» halacíon de una materia negra en la superficie interna del estómago, perfectamente sano en lo demás, como sucedió en los tres casos re- feridos por Andral (loe. cit., p. 153 y sig.); ó bien que se haya formado una ulceración ó reblandecimiento dé la membrana interna: asi pues, este vómito no es un síntoma caracte- rístico del cáncer del estómago. »La sed, aunque menos intensa y conti- nua que en la flogosis aguda, está, no obstan- te, aumentada en la mayor parte de los suge- tos. Se manifiesta inmediatamente después de . la ingestión de los alimentos, y sobre todo después de la digestión. Lo mismo sucede cuando la flegmasia tiende á pasar al estado agudo. »E) dolor ocupa ordinariamente el hueco epigástrico; unas veces es mas marcarlo de- trás del esternón y'"del apéndice sifoides, ha- cia el píloro, ó el fondo mayor; otras está si- tuado en el dorso, entre las dos escápulas, en donde causa una ligera sensación penosa, que puede simular una afección incipiente de pe- cho. El dolor está á veces situado tan alto que parece pectoral. «Este dolor es continuo y muy importuno; puede ser quemante , lanci- nante, pungitivo, y limitado a un punto muy reducido. Toma fácilmente este último carác- ter , cuando el estómago está cargado de sus- tancias estimulantes, y muchas veces va acom- pañado de una sensación de constricción. Al- gunos enferipos se quejan de sentir un cuerpo redondo y voluminoso, que comprime el pe- cho dirigiéndose hacia arriba; otros sienten como una barra transversal, inmóvil, que se opone al paso de las sustancias que tragan, y les inspira hastio á los alimentos y bebidas. De todos estos dolores el lancinante y pungi- tivo son los que adquieren mayor intensidad. Los otros son oscuros y permanecen mucho tiempo en un grado tan leve, que *ios enfer- mos no se determinan á pedir los auxilios del arte, hasta que les van faltando las fuerzas ge- nerales (loe cit., p. 42). Los dolores agudos deque habla Broussais, no son muy comu- nes; pero suelen manifestarse en los casos de úlcera crónica (véase úlceras del estómago), y no solamente en el cáncer gástrico, como se ha creido mucho tiempo. El dolor y la sensi- bilidad del epigastrio son también harto mar- cadas , para que la menor presión ejercida so- bre este'punto ocasione una incomodidad con- siderable. Algunos sugetos no pueden tolerar la mas pequeña cohstriccion; la de los vesti- dos les incomoda/El mayor número esperi- menta siempre en el estómago una tensión penosa, y es muy corto el de los **pie no sien- ten una impresión insólita en este punto. Sue- le "también el dolor afectar la forma del ca- lambre, de la gastralgia, de la gastrodinia, de la dispepsia; necesitándose alguna aten- ción para distinguir estos síntomas de los que caracterizan la gastrcv-enteralgia. ' »Tbdo el tiempo que permanece la gastri- tis perfectamente simple, es'tá el vientre perti- nazmente estreñido. La astricción aumenta y disminuye con los grados correspondientes de la inflamación gástrica. Este síntoma hace GASTRITIS. 431 creer al mayor número de los enfermos, que | procurando las deposiciones por repetidos pur- | gantes, desaparecerán todos los accidentes que esperimentan, hasta que una dolorosa es- periencia viene 4 convencerles de que se han engañado. Cuando al fin del mal se establece una diarrea con cólicos, tenesmo, y frecuen- tes deyecciones alvinas, depende de que se ha estendido la flogosis hasta las partes infe- riores del intestino. »A los síntomas que acabamos de enume- rar , y que todos proceden del padecimiento del tubo digestivo, debemos añadir los simpá- ticos. Pueden presentarse, tos^gástrica y dis- nea, ya continua ó ya determinada por la di- gestión en los sugetos acometidos de gastritis simple. Saben estos muy#bien referir al dolor y á la tensión epigástrica", la dificultad que es- perimentan en la respiración. Los dolores que sienten también muchas veces en la base del pecho, y á veces hasta las glándulas mamarias, reconocen por punto de partida la-irritación del estómago. Otro tanto diremos de las pal- pitaciones. Con todo, es preciso confesar, que la mayor parte de los sugetos que presentan ^stos trastornos en la respiración y en la cir- culación, están predispuestos á padecer al- guna afección incipiente de los órganos en- cargados de estas funciones. En los primeros tiempos de la enfermedad , está poco alterada la circulación general, y no hay todavía aso- mos de calentura; pero mas tarde se acelera el pulso, se endurece, y se aumenta el calor de la piel; ésta se seca, y se observan tam- bién recargos por las tardes. Cuando es fuer- te la calentura, y la héctica pronunciada., mar- cha la enfermedad rápidamente; pero en otros casos en que los pacientes son de una consti- tución floja y débil, poco susceptibles de reac- ción, puede la gastritis persistir mucho tiempo en tal estado. Aun á veces se observa, cuan- do se prolonga mucho, que.se borra y desa- parece el movimiento febril, y falta el paroxis- mo vespertino. Ha notado Broussais, que cuan- do se agregaba la diarrea á los síntomas gás- tricos, era mas pronta y completa la desapari- ción de la reacción febril. »La inervación está por lo cqmun muy afec- tada en la gastritis crónica. Los enfermos sien- ten, durante la digestión ó después, fatiga ^bor- borigmos, decaimiento, postración , cefalalgia generalmente muy fuerte; varias jaquecas no tienen otra causa. Algunos sugetos sufren do- lores en los miembros y vigilia # continua : su parte moral se halla fuertemente afectada ; es- tán^ristes, inquietos, abatidos y melancólicos. La fisonomía adquiere desde muy al principio una espresion particular; todas sus facciones están retraídas; las arrugas, muy marcadas y profundas, especialmente la que ha recibido el nombre de naso-labial, dan á la cara una es- presion de sufrimiento y de decrepitud antici- pada ; las megillas se hacen prominentes, y to- man un tinte encarnado, vinoso ó salpicado; la TOMO VIL " 'piel adquiere el agrisado ó amarillo sucio, y se cubre de manciías ó efélides. Cuando la gas~ Iritis crónica ofrece todos sus caracteres, des- aparece casi enteramente el tejido celular sub- ciitái^o , aunque los músculos disminuyan po- co de volumen; los enfermos (pie llegan á es- terillarse mucho no tienen remedio ; pero en todos Tos grados está la piel pegada á los mús- culos y se hunde en sus intersticios. El teji- do celular se halla tan encogido ó contraído, que apeqas se puede mover la piel en lis regiones en que de ordinario está mas laxa. En ninguna otra especie de marasmo he visto, dice Brous- sais , esta adherencia tan pronunciada. Si se añade á este carácter de la piel el que ofrece su colorido (que siempre es de un moreno que tira á ocre ó á heces del vino) , se tendrán los dos signos mas constantes de la gastritis cró- nica. En el estado mas avanzado se cubre la piel en una multitud, de puntos de manciías de un encamado vinoso, muy oscuro, y aun tam- bién violado. Este síntoma es de muy mal agüe- ro (Broussais, loe cit., pág. 44), «Especies y variedades. — Broussais ha establecido dos especies de gastritis ; unas ge- nerales y otras especiales ó parciales: estas ocupan el cardias , el fondo mayor y el píloro. En la gastritis del cardias produce el bolo ali- menticio un dolor sordo ó.bastante agudo en el momento que atraviesa este orificio ; sobrevie- nen náuseas , conatos de devolver las materias ingeridas , movimientos convulsivos del estó- mago , y hacia él fin de la digestión un dolor del cardias, que se siente al lado-izquierdo del esternón, detras de la tetilla izquierda, ó en el dorso , hacia el omoplato izquierdo. Esta especie se acompaña mas comunmente que otras, en las personas que tienen el corazón hi- pertrofiado, de palpitaciones. Muchos de los sín- tomas que Broussais asigna á la gastritis del cardias pertenecen también á la inflamación de la parte inferior del esófago. El vómito es raro, pero la regurgitación casi constante. «Cuando es mas pronunciada la inflamación en el fondo inferior del estómago , las digestio- nes son penosas, y van acompañadas de dolo- res fuertes., que ocupan unas veces la base del pecho como una faja , y otras la región hi- pocondriaca izquierda ; se aumentan , según dice Broussais, hacia el fin de la quimilicaciou, y el bazo se ingurgita de sangre y^contrae ad ■ herencias con la parte izquierda del estómago, que es asiento de una fluxión sanguínea ha- bitual. «La gastritis parcial de la región pilórica es mas frecuente que las otras: sus síntomas son la ausencia de los fenómenos morbosos que anuncian las flegmasías parciales del cardias, y del fondo mayor del estómago, la conservación del apetito y el regular desempeño de los pri- meros esfuerzos de la digestión ; pero con U circunstancia de que en el momento que em- pieza á efectuarse el paso del quimo, espeí imen- I tan los enfermos en el hipocondrio derecho un 28 m ENFERMEDADES DEL ESTÓMAGO. dolor vivo, que se propaga hacia la espaldilla," y sobrevienen conatos de vomitar y vómitos de materias alimenticias ya convertidas en quimo. (Cours. de pathol., t. 2 , pág. 63 y sig.) »Las distinciones establecidas por Broussais existen sin duda en la naturaleza, pero son mu- cho mas raras de lo que ha querido persuadir; recuérdese por otra parte que, siendo según él inflamaciones parciales las diferentes induracio- nes simples ó escírrosas del estómago, le ha si- do fácil construir ó arreglar descripciones §obre este objeto, que en rigor pertenecen á los cán- ceres del cardias y del píloro. Sin embargo, cuando existen verdaderas inflamaciones cró- nicas limitadas á las tres regiones que hemos indicado, se notan estos mismos síntomas con algunas modificaciones relativas solo á su in- tensidad. «Las tres formas de gastritis parcial de que tratamos se refieren al sitio que ocupa la en- fermedad ; pero hay otras que deben estable- cerse por el enlace, duración é intensidad de los síntomas. Lo mjsmo que en la gastritis agu- da , distinguiremos en la crónica muchas gra- daciones ó matices; unas marchan con rapidez y casi á la manera que la inflamación aguda; otras desorganizan las membranas de una ma- nera tan lenta y tan pérfida, que comunmente han llegado los enfermos al último periodo de su existencia, sin que apenas hayan Mamado su atención los funestos estragos que les ocasiona el mal. »Broussais ha observado algunas gastritis crónicas, que* han terminado con bastante rapi- dez en la desorganización de las membranas y en la muerte, después de haber simulado de repente las apariencias de una calentura atáxi- ca ó adinámica. Por lo común, hasta después de algunos meses de duración no toman repenti- namente esta forma, que arrebata en poco tiem- po á los sugetos. A otros se les vé sucumbir de diferente modo : los síntomas son los de la gas- tritis; pero el dolor predomina sobre todos los demás, y llega el caso de espirar los enfermos, aun antes que la trama inflamada se altere pro- fundamente en su composición. «Esta es la suerte de los desgraciados á quienes se procura reanimar con los cordiales, cuando la debilidad que los abruma no es mas que el resultado de un dolor, que encadena á ciertas irradiaciones nerviosas,.en tanto que precipita otras mu- chas.» (Fleg. cron., t. III, pág. 70.) «Hay otros enfermos, que casi no esperi- mentan dolor alguno en el estómago, y que son acometidos de una calentura ardiente , decon- vulsiones y delirio; pasan á menudo desde la estremada agitación y el estado atáxico á la pos- tración , y ofrecen de pronto todos los síntomas de la adinamia , tales como los lentores de los labios y la lengua. Broussais ha encontrado en el cadáver de los sugetos que habían presenta- do estos síntomas, la membrana mucosa negra, frágil y de#un olor gangrenoso. Algunas veces ocurre la muerte repentinamente, porque se ha formado una ulceración, que determina los sín- tomas de una peritonitis violenta, rápidamente mortal. «Se observan gastritis crónicas interrumpi- das por diversos accidentes : en ocasiones pa- rece que marcha el mal hacia la curación; se hacen los síntomas tan ligeros que se cree que el enfermo entra en la convalecencia; pero bien pronto se alteran nuevamente las digestiones; se agravan todos los síntomas generales; se de- primen las fuerzas Cada dia; se establece una calentura lenta, y después de haber presenta- do todos los signos del marasmo adelantado, mueren tranquilamente los enfermos en este estado de consunción. No pocas veces sufren los pacientes varias de estas vicisitudes, antes de sucumbir en la adinamia ó en el delirio atá- xico; y todavía no son estas gastritis las que ofrecen una marcha mas insidiosa. Se han vis- to enfermos , que parecían restablecidos, y que repentinamente han perecido de resultas de ios accidentes ocasionados por una perforación. Sin embargo, no creemos que semejante resulta- do provenga siempre de la gastritis ; para ad- mitir esta causa, es preciso que las lesiQnes que acompañan á la pérdida de sustancia , sean evi-j dentemente de naturaleza inflamatoria. «Marcha, duración y terminación.-—No puede circunscribirse claramente la duración de la flogosis del estómago; porque depende de una multitud de circunstancias; la naturaleza de la alteración y del tratamiento, las infracciones del régimen, la fuerza de resistencia del suge- to, la complicación de algunas enfermeda- des, etc., cambian la duración del mal. « Si se irrita mucho, dice Broussais, la muerte, que es inevitable, llega infinitamente mucho antes. No podré determinar este tiempo según mi es- periencia; pero creo, en vista de algunos cál- culos aproximados, que no debe pasar de cin- cuenta á sesenta dias en la gastritis» ( loco cí- talo, pág. 65.) Ha podido este autor curar gas- tritis , que contaban cincuenta dias de existen- cia ; pero es mas- difícil obtener este resultado cuando han sido muy intensas , porque enton- ces suele haberse efectuado ya la desorganiza- ción de las membranas. Lo mismo sucede cuan- do el estómago, se ha visto en gran manera comprometido por un tratamiento inoportuno, por errores dañosos al enfermo , ó por escesos en el régimen, cometidos incesantemente. Es tanto mas posible la curación, cuanto menos adelantada la afección del estómago y el suge- to menos esténuado por la enfermedad, ó por otras causas que hayan obrado antes de su des- aixollo. »Las complicaciones mas frecuentes son, prescindiendo de las que hemos indicado al ha- blar de la gastritis aguda, la diarrea crónica y la disenteria , que aumentan mucho la grave- dad que por sí tiene la afección, y colocan al enfermo en una debilidad de que no es fácil poderle sacar, las •afecciones del hígado y la diabetes. Andral cita el caso de una señora, que GASTRITIS. 435 fué acometida de una diabetes sacarina, proba- blemente sintomática de una inflamación cró- nica del estómago, porque cedió después que esta fué combatida por un tratamiento apropia- do. No es muy rara tampoco la complicación con la hipocondría. • «Diagnóstico.—Hemos indicado cierto nú- mero de enfermedades, que pueden confundirse con la gastritis agu/la. La que mas puede serlo con la gastritis crónica es el cáncer del estóma- go; y aun diremos que muchas veces es impo- sible el diagnóstico , á menos que no exista en el píloro ó el cardias una obliteración causada por la presencia de vegetaciones ó de indura- ciones escirrosas. En otro lugar indicaremos los medios de formar un diagnóstico, sino del todo decisivo, tan aproximado al menos como es posible en este caso. (Véase cáncer del estó- mago. ) Al tratar de la gastralgia indicamos los caracteres que la distinguen de la.gastritis. «Etiología.—Broussais es el primero que ha esplicado con exactitud el mecanismo de las flogosis gástricas. Ya hemos señalado las cau- sas que las determinan : tratemos ahora de apreciar su manera de obraren la producción de la flogosis crónica. «Supongo , dice Broussais, una irritación que ha producido una exaltación,# que no puede calmarse en menos de veinte y cuatro horas. Si antes de este termine* nuevas irritaciones r una comida violenta ,. vinos ca- lientes , llegau á ponerse en contacto con las partes que ya padecen , darán indudablemente un nuevo impulso , que no podrá ser destruido antes de cuatro dias. Sin embargo, el sugeto que no está advertido de esta ley de la econo- mía, no esperará estos cuatro dias para aplicar una tercera causa de escitacion desmesurada, ni cesará de estimular la superficie sensible, si- no cuando el dolor haya influido bastante enér- gicamente sobre el sensorio, para trastornar un gran número de funciones, y repartir el mal en las principales ramas del árbol nervioso.» Solo el médico puede calcular él tiempo nece- sario, para que se disipe enteramente la suscep- tibilidad gástrica, y aun esperimentara grandes dificultades para ello; porque es indispensable tener en cuenta la disposición de los sugetos, la intensidad de las causas que han obrado , y los efectos que han producido. No siempre nos es fácil obtener sobre estos puntos noticias preci- sas , y sin embargo es indispensable poseerlas, para disipar la irritación incipiente del estóma- go, que amenaza pasar aun grado mas alto. Guando el estómago está ya en un grado de es- timulación , por moderada que sea , muy poco se necesita para entretenerla y aumentarla has- ta el punto de producir la flogosis aguda. Co- munmente no llega á este grado; pero se eter- niza en uno mas débil, y asi naeen y se con- tinúan durante mucho tiempo las flogosis cró- nicas. « Cuando las causas irritantes no pro- ducen en un largo periodo mas que oscitaciones moderadas, que no suspenden las funciones gástricas siuo por poco tiempo, y escitaumuy débilmente el juego de las simpatías ,*de modo que solo causan ligeros trastornos en la armonía general, hay flogosis crónica. Cuando las cau- sas irritantes exaltan de repente la acción de la mucosa gástrica ó cólica, con bastante fuerza para que el dolor suspenda sus fundones, ator- mente enérgicamente y desarmonice todos" los movimientos , es decir, cuando la irritación gástrica ó intestinal se hace repentinamente bastante intensa para que resulte dolor local, vómito ó diarrea y calentura pronunciada , en- tonces existe flogosis aguda.» (Fleg. cron., to- mo III, pág. 59. } Solo hay pues entre los dos órdenes de causas y los dos órdenes de efectos diferencias-de intensidad: un ingesta muy irri- tante producirá una flogosis violenta eu un su- geto vigoroso ; mientras que en otro que haya esperimentado mucho tiempo la acción del mis- mo ingesta, será la flogosis menos aguda. Se tendrá todavía un grado mucho mas débil, si el enfermo está ya aniquilado por padecimientos anteriores. Cuando la gastritis crónica ofrece tan poca intensidad, solo dá lugar á síntomas muy ligeros , tales como la anórexia, las náu- seas; la repugnancia ó disgusto á los alimen- tos , y el deterioro de la economía. «Tratamiento de la gastritis crónica.— Algunas gastritis crónicas exijen un tratamien- to tan severo y tan antiflogístico como la gas- tritis aguda. Sin embargo, es raro que haya ne- cesidad- de recurrir á las emisiones sanguíneas locales, repetidas muchas veces, á no ser que se haya exasperado el mal bajo la influencia de un tratamiento enteramente opuesto al q*u*3 se adopta generalmente. Se puede intentar jodavía este medio en el caso de no haberse usado an- teriormente, ó cuando ofrezca alguna probabi- lidad de buen resultado, en razón de la robus- tez del sugeto , y del grado de escitacion en que se encuentra. «Las reglas generales de higiene que hemos aconsejado para la gastritis aguda, deben modi- ficarse en la crónieo. Ante todo conviene reco- mendar el ejercicio muscular, la gimnástica, el paseo, las ocupaciones de jardinería .Josviages y las distracciones morales de toda especie, que tienen por objeto arrancar al enfermo de peno- sas reflexiones, etc. Los modificadores higiéni- cos ejercen sobre la economía la mas saludable influencia, y favorecen aígunas veces la cura- ción. No se insistirá nunca demasiado en que se sujeten los enfermos estrictamente á un ré- gimen dietético, cuya eficacia nadie ha contra- dicho. La abstinencia, que es de rigor en la gas- tritis aguda, debe ser menos severa eu la cró- nica. Se principiará por nutrir con alimentos feculentos, caldos de vaca y sopa ; y si las di- gestiones se efectúan regularmente, se podrá ensayar una alimentación mas sustancial. Sue- le haber ocasiones en que los aumentos y las bebidas feculentas y poco reparadoras, que hasta entonces se habían¿Ugerído bien , pesan al estómago, y causan accidentes que se pu-- dieran creer efecto del tránsito de la enferme-* 436 ENFERMEDADES DEL ESTÓMAGO. dad al estado agudo. Pero no es asi, y la espe- riencia ha enseñado, que en semejante caso es necesario recomendar una alimentación un po- co mas tónica y reparadora.,Antes de llegará descubrir la que aprovecha'mejor al enfermo, suele ser preciso hacer muchos ensayos: los ali- mentos feculentos, los pescados prueban bien en este enfermo, al paso que otro no puede vi- vir sino de carnes muy saladas y aromatizadas: otros digieren perfectamente las carnes asadas y las sustancias sólidas, que es sin embargo el caso mas raro. Hemos dicho, hablando de la neurosis gástrica, que era muy caprichoso el estómago de los enfermos, siendo frecuente- mente indispensable cambiar la composición de los alimentos antes de encontrar los mas oportu- nos ; lo mismo sucfde en la gastritis crónica. Por lo demás, suele el práctico verse obligado, sobre iodo cuando principia el tratamiento de una gastritis crónica que ha sido mal cuidada, á someter á los enfermos á la dieta , á. fin de ver si son ventajosos los efectos que se obtie- nen. Esta conducta se halla también indicada en los casos, en que pasa la flogosis detestado crónico al de agudeza , ó á un grado mas ele- vado que el que antes tenia. «Las tisanas que conviene prescribir son las mismas, y deben administrarse de la misma manera que en la gastritis aguda. Prevenimos sin embargo al práctico, que se verá obligado algunas veces á reemplazar las bebidas emo- lientes y acidas por infusiones ligeramente amargas y tónicas, como las de achicorias, de centaura menor, de escordio, y el cocimiento ligero ó la maceracion fria de la quina. El agua de tila y la de hojas de naranjo pueden también ser de alguna utilidad. El agua de Vichy natu- ral ó artificial, *y la de Selzt parecen ventajo- sas, cuando se administran solas ó mezcladas con un poco de vino en la comida, á los enfer- mos que vomitan frecuentemente materias mu- cosas ó acidas. Las aguas de Cauterets han si- do también recomendadas poj muchos médicos. «Hay cierto número de sustancias medica- mentosas , cuyos efectos no pueden esplicarse muy claramente , y que son ncr obstante muy útiles á algunos enfermos. Entre estas sustan- cias citaremos: las pastillas de Vichy , el sub- nitrato de bismuto, que nos ha servido con fre- cuencia para facilitar la digestión, y calmar los dolores ; los narcóticos como el jarabe de ador- mideras, el estrado acuoso de opio , la magne- sia en suspensión, y el agua de cal. También han sido alabados el subcarbonato de hierro, los astringentes, los antiespasmódicos, y algu- nas otras sustancias, que deben sin duda alguna su reputación á errores en el diagnóstico. »Podria creerse que los revulsivos cutáneos serian de algún auxilio; pero la esperiencia ha probado, que no puede confiarse mucho en este medio. Los vejigatorios lian parecido siempre dañosos á Broussais por la irritación qqe ocasio- nan en toda la economía. La flogosis que esci- ten sobre la piel no desaloja á la del estómago, y lejos de eso parece reflejarse sobre esta últi- ma. Estos efectos habrán podido ser obser- vados en sugetos irritables,y cuyo sistema vas- cular está todavía lleno de sangre; pero hay motivos fundados para creer, que la supuración ocasionada por un ancho vejigatorio, aplicado en sugetos linfáticos ó poco irritables , en quieifes ha permanecido la gastritis mucho tiempo es- tacionaria , no puede menos_de producir buen resultado. Varios hechos citados en apoyo de esta medicación, y algunos que hemos presen- ciado nosotros, nos parecen militar en favor del vejigatorio, y deben rechazar la especie de re- probación de que en lo general ha sido objeto. Se puede también producir una revulsión bas-j tante enérgica por las fricciones de la pomada emetizada , ó por la aplicación de un emplaste- de diaquilon, espolvoreado con esta sustancia. Se han citado buenos efectos de los vejigatorios y de los moxas , cuyas úlceras se han hecho supurar con la aplicación de un garbanzo ú otro cuerpo análogo. Mas entiéndase que estos me- dios no han de tener lugar cuando esrá adelanta- do el mal, y la estenuacíon es ya estremada, por que entonces apresurarían indudablemente la muerte de lossugetos. El sedal es, como el moxa , un agente harto enérgico, para que no *e deba prescribir con Ja mayor reserva , y en casos muy raros. Todavía debemos mencionar entre los recursos terapéuticos que ejercen una influencia saludable , las friegas repetidas por mañana y tarde en todo el cuerpo , las lociones jabonosas, las afusiones frias , los baños de rio y de mar. Celso aconsejó contra la debilidad de estómago , que. no es otra cosa que una forma > de la gastritis crónica, un tratamiento digno de todo elogio: la lectura r la actividad de las par- píes snperiores'del cuerpo, las embrocaciones y las friegas, el baño de agua fria, .la natación, las afusiones frias, el uso de varias aguas mi- nerales que indica: tales son los medios higié- nicos que quiere se prescriban á los enfermos (De medicina, libro IV , cap. 5 , p. 207. Bo- terdam , 1750). Historia y dibliografia. — «En rigor se pueden encontrar en los escritos de Hipócrates, y particularmente en sus prenotiones , sección tercera , § 21, algunos pasages qne contienen muchos síntomas de la gastritis. Galeno se espli- ca de una manera mas precisa , haciendo ver que no le eran desconocidas las inflamaciones agudas del estómago , y las numerosas influen- cias simpáticas, que escita esta viscera en los demás órganos. Becomienda al práctico habi- tuarse á distinguir las enfermedades que resul- tan de la inflamación simpática del estómago, de las que afectan al mismo órgano. La hipo- condría, la flatulencia, la gastralgia, las diver- sas perversiones que induce en el apetito, y sus demás síntomas están bastante detallados, y* seguidos de reflexiones harto claras, para que pueda dudarse que Galeno conocía las principa- les enfermedades del estómago. Declara for- malmente, que son enteramente análogas á las GASTRITIS. 437 de la porción supradia fragmática del intestino: «Par est quoque scilicét, totum ventriculi spa- tium simili afectucorripi, quales suntillí, quos in ipsius ore fieri diximus , atque eadem pati symptomata; quod vero longo vehementiora sunt ea, quaa ipsius orificio contingunt, idcircó á mediéis ea quae in parte ventriculi inferiori eveuiunt, perinde ac si omninó non fierent, despici et contemni» (De Locis affectis, lib. V, «ap. 6, p. 338 y siguientes; edición de Kuhn). «Areteo considera como signos de inflama- ción del estómago el vómito, las náuseas y los eructos ácidos. Han descrito los antiguos con el nombre de pasión cardiaca , de fiebre bilio- sa , muchos síntomas de la gastritis. «Las páginas consagradas por Celio Aure- liano á la historia de las enfermedades del es- tómago contienen documentos útiles sin duda, pero que no acreditan progreso alguno (Acuto- rum et chronicorum morborum, lib. III, cap. 2, p. 208 ,* t. 2, edición de Haller). »Celso indicó los principales fenómenos de la gastritis, sus alteraciones y su tratamiento: «Paucibus subest, stomachus, in quo plura lon- ga vitia iusidire consuerunt. Nam modo ingens calor, modo inflatio hunc, modo inflammatio, modo exulceratio officit.» (De medicina, lí- , bro IV, cap. 5 , de slomachi morbis, p. 205, en 8.» ; Botterd., 1750.) «Hoflnian, en la descripción de la calentura estomáquica.inflamatoria , ha establecido muy bien los principales síntomas de la gastritis, y los signpsque la distinguen de la gastralgia (de febri stomachi inflammatoria , p. 120 , t. I, en fól.; Genova , 1761. Véase también una di- sertación De inflammatione ventriculi frecuen- tissima.) Befiere un ejemplo de gastritis cau- sada por la introducción de un preparado de antimonio: el ventrículo estaba inflamado hárcia su fondo inferior. El capítulo consagrado por Boerhaave á la inflamación del estómago, con- tiene una completa esposicion de las principales observaciones hechas por Hipócrates, Galeno, Wepfer, Hoflman, Sydenham, etc., sobrees- tá enfermedad (commenta. in$aphorism., 1.111, p. 144 y siguientes, en 4.°; París , 1771). »De Haen refiere una observación de gas- tritis, que no estuvo acompañada de vómito ni de náuseas; de modo que no considera á este último síntoma como signo patognomónico. (Ratio medendi , par. IX , cap. 2, §. VI, 1707, en 12.°) Cullen ha presentado bajo el título de gastritis una historia verdaderamente notable de esta inflamación, que divide en flegmonosa y en eritematosa. Dice que la segunda es mucho mas frecuente que la otra , y que una de sus causas es la ingestión de sustancias acres é ir- ritantes. Luego establece cuidadosamente sus síntomas, marcha y tratamiento (Elementos de medie pract., t. I, p. 403 ,1819, en 8.u) »Pasamos en silencio una multitud de di- sertaciones sobre ia gastritis, que se encuen- tran indicadas en Ja colección de Plouquet, por- que han contribuido muy poco á los adelanta- mientos de la ciencia sobre el punto que nos ocupa. Antes de Broussais solo era conocida la inflamación en sus grados mas violentos, y aun no pocas veces se la confundía con las calenturas. A este ilustre fundador déla escue- la fisiológica estaba reservada la gloria de des- cubrir las diversas gradaciones de la gastritis crónica , y describirlas con el inmenso talento que ha manifestado en su Tratado de las fleg- masías crónicas. Todas las cualidades, todas las dotes que distinguen al observador se notan en esta obra , que según el unánime testimo- nio de todos los médicos, es la que mejor afir- ma la gloria de Broussais. Cierto es que se le ha disputado en estos últimos tiempos el títu- lo de observador»; mas no será fuera de propó- sito esplicarnos ahora sobre este punto. Si no se quiere conceder este título sino al médico que se complace en las descripciones mas mi- nuciosas , y que no estudia la ciencia sino en los mas pequeños detalles , Broussais no es un observador ; pero si se concede que el talento de la generalización, la magnitud de los descu- brimientos y la sagacidad , son cualidades sin las cuales no puede ser nadie buen observador, no hay "persona alguna que pueda negar,- que Broussais las poseyese todas en una línea muy superior , como lo ha demostrado muy digna- mente su Tratado de las flegmasías crónicas. Al que nos diga que en esta obra aparece muy frecuentemente el sistemático, y acaba por os- curecer totalmente al observador, le concedere- mos que es asi, y aun añadiremos que ofre- ce en algunos puntos errores de diagnóstico, que eu el dia nos es muy fácil reconocer y designar. Pero antes de mostrarse tan severos con el distinguido médico de Val-de-Grace , es necesario recordar, que en su tiempo estaba aun en complete caos una gran parte de la pa- tologia , y que las "doctrinas de Pinel reinaban todavía en su mayor pujanza. Era, pues , muy difícil no caer en las faltas que se le han echa- do en cara, en una época en que el diagnóstico local no habja 'adquirido todavía la precisión que ha adquirido después. Por otra parte no es muy justo acusar de error á uno de'los médi- cos, que mas han contribuido á fundar el diag- nóstico local por sus tendencias, si sequiere es- cesivas, en favor déla localizacion. «Acabamos de tributar á Broqssais un justo homenage , tanto menos sospechoso , cuanto que hemos tenido , y tendremos ocasión en casi todos nuestros artículos de dirigir contra sus doctrinas ataques harto fuertes, y críticas bastante numerosas, para no lemer que se nos coloque en el número de sus partidarios, y en- comiadores de sus opiniones. Solo por cumplir un deber de justicia, impuesto á todo bibliógrafo imparcial, hemos proclamado con los médicos contemporáneos los eminentes servicios que prestó el Tratado de las flefmasias crónicas. Por lo demás se puede decir, que en Broussais empieza , y acaba la historia de la gastritis. En efecto , nos parece inútil recordar las poco im- 438 enfermedades del estómago. portantes tareas de sus discípulos, que han sido simples imitadores, Ó innovadores desgraciados, cuando han querido añadir algo á las ideas de su maestro. El curso de patología y de terapéu- tica generales (dos tomos; París, 1834) es la última obra, en que se encuentran reasumidas las opiniones de Broussais ;e\ Examen de las doctrinas contiene también* pormenores nece- sarios sobre algunos puntos. »Las doctrinas médicas, mas sólidamente es- tablecidas en apariencia , y promulgadas por los hombres mas fogosos y atrevidos,,están espues- tas , como todas las creaciones intelectuales, á estrañas vicisitudes. Pocos años há que la doctrina fisiológica parecía haber establecido para siempre la realidad y la frecuencia de las inflamaciones del estómago; y hé aquí que en la actualidad declaran varios médicos recomen- dables , no haber observado sino muy rara vez la gastritis aguda , y aun algunos han llegado á negar la existencia de las gastritis agudas es- pontáneas. JEn otro tiempo á la menor incomo- didad , á la mas pequeña molestia hacia la base del pecho ó á otros síntomas tan vagos y tan li- geros como estos, se,pronunciaba inmediata- mente la palabra gastritis: hoy se necesita una lengua encendida como la sangre, seca como el pergamino, una sed ardiente, dolor intole- rable, etc., para que se admita la existencia de* la inflamación gástrica. Los que conozcan la historia délos errores*del espíritu humano, comprenderán fácilmente estas vicisitudes , y recordarán las palabras del sabio: «El espíritu humano es como un hombre embriagado á ca- ballo; cuando cae por un lado y se le levanta, vuelve á caer por el otro.» (Monneret y Fleu- ry , Compendium de med. prat., tomo IV, pá- gina 291 y sig., art. gastritis.) FIN DEL TOMO VII, Y I DE LA PATOLOGÍA INTERNA. ÍNDICE DE LAS MATERIAS COMIDAS M ESTE TOMO. PAG. PRÓLOGO. PARTE PRIMERA. DE LOS ESTADOS MORBOSOS QUE PUEDEN PRESENTARSE EN MUCHOS ÓRGANOS, OFRECIENDO EN ELLOS CARACTERES COMUNES................• • CLASE PRIMERA. CAPITULO PRIMERO.—Hemorragias. i.» clase.—Hemorragias por alteración de la sangre.......>m • • • • • • Primer orden.— Hemorragias producidas por aumento de los glóbulos, permane- ciendo en el estado normal-los demás elementos de la sangre, respecto á su cantidad.........,......• Segundo orden.—Hemorragias produci- das por la disminución de la fibrina. . 2.a clase.—Hemorragias por alteración del sólido.............. Primer orden.—Hemorragias por altera- ción local............... Segundo orden.—Hemorragia causada por una enfermedad local, que no determi- na el flujo de sangre en el mismo sitio que reside, sino en órganos mas ó menos distantes , sobre cuya circulación ejerce una influencia mas ó menos inmediata. 3.» clase.—Hemorragia por simple lesión dinámica............• • • • 4.a #clase.—Hemorragias tcaumáticas, . CLASE SEGUNDA. De la inflamación.......'.»''■' Artículo primero.—De la inflamación aguda..........•'*,*.*"** ART. II,__De la inflamación crónica. . . Art/ ni*.—De las flegmasías llamadas es- pecificas..........., *i"i* ■*'" Ar\.. IV.—Tratamiento general de ia in- flamación...........,*'.•' ¿RT. V.—De la inflamación según los di- ferentes tejidos que ocupa...... id. 14 15 25 55 id. Art. VI.—Historia y bibliografía. PAG. 121 CLASE TERCERA. De la gangrena.............124 37 38 41 50 54 84 87 89 99 ' CLASE CUARTA. Hidropesías.............* * * 1.a clase.—Hidropesías por alteración de los sólidos.............. Primer orden.—Hidropesías determina- das por una afección aguda ó crónica de la membrana serosa , de donde fluye el derrame............... Segundo orden*— Hidropesías por un obs- táculo á la circulación venosa..... Tercer orden. — Hidropesías producidas por una modificación patológica, que sobreviene en la estructura de la piel. Cuarto orden.—Hidropesías supletorias, producidas por la supresión de una se- creción normal ó morbosa...... Quinto orden.—Hidropesías por repetición simpática de la irritación......'. 2.a clase.—Hidropesías por alteración de la sangre............... 3.a clase.—Hidropesías que no han po- dido colocarse en las clases precedentes, por ser todavía muy oscuro el modo co- mo se originan............ Tratamiento............... Historia y bibliografía......... 144 151 id. 154 156 id. id. 158 164 168 176 CLASE QUINTA. De los cálculos............. *8(3 Artículo primero.—De los cálcujos en general............../ •"■ ART# II.—De algunos cálculos en parti- cular................ 189 A. Cálculos intestinales. ...'..... id. B. Cálculos pulmonares........197 C. Cálculos del útero........... 200 D. Cálculos salivales.......... >d. E. Concreciones guturales.......201 CLASE SESTA. De los entozoarios............202 Artículo primero.—De los entozoarios en general..............203 Art. II. — De algunos entozoarios en par-. . ticular................221 1.° Acefalocistos........... id. 2.° Qisticercos,.......... 233 CLASE SÉTIMA. De la fiebre..............236 Síntomas esenciales del estado febril. . . 241 A. Modificación de la temperatura nor- mal.................. id. B. Perturbaciones de la circulación. . . 244 Fenómenos variables del estado febril. . 248 Fenómenos estraños al estado'febril. . . 250 Marcha y duración de los síntomas fe- briles. . ...............251 Diagnóstico...............252 Causas del movimiento febril.......253 1.° Alteraciones locales....... id. 2.° « Perturbación funcioual de un ór- gano ó de un .aparato........... 254 3.° Alteraciones de la sangre. . . . 255 A. Alteraciones de la sangre por sustan- cias procedentes del esterior...... id. B. Alteración de la sangre por un veneno animal............. . . . id. C. Alteración de la sangre por un virus. id. D. Alteración de la sangre por una sus- tancia formada en el seno del organis- mo enfermo..............256 E. Alteración de uno ó muchos elementos de la sangre , ó reducida á un simple cambio de estos............ id. Pirexias.................257 A. Pirexias cuya determinación morbosa se dirige solo á la piel........ id. B. Pirexias con determinación morbosa hacia las glándulas y el tejido celular. . id. C. Pirexias con- determinación morbosa hacia la piel y membrana mucosa gastro- intestinal.............. id. 7.° Fiebres en que la única lesión apre- ciable es el trastorno de la calorificación y de la circulación............. id. CLASE OCTAVA. Caquexias................*~25S ArtÍCULO«PRIMERO.—"Del cáncer y de la caquexia cancerosa..........260 CAPITULO PRIMERO.—Del cáncer ba- jo el punto de vista anatómico-patoló- gico. .................261 A. Del escirro. ............ id. B. Del tejido encefaloideo ó cerebriforme. 264 Masas cerebriformes enquistadas. .... 266 Masas cerebriformes no enquistadas. . . 267 Materia encefaloides infiltrada...... id. Estado de los órganos al rededor de las producciones.............. id. Asiento del tejido, encefaloides......267 Variedades de forma , de estructura y de sitio del escirro y del encefaloides. • . 269 Cáncer ulcerado.............271 "Ulceras cahceTosas. ............. id. Carcinoma............... 272 Sitio del escirro y del encefaloides. . . . 275 Naturaleza del escirro y del cáncer. ... id. Distinción entre el es.cii'ro, el cáncer y el carcinoma..............280 Caracteres diferenciales del cáncer y de las alteraciones patológicas que con él tienen alguna semejanza........ 281 A. Induración crónica......... id. B. Cuerpos fibrosos........... id. C. Tumores escrofulosos........282 D. Tubérculo.............. id. E. Sustancia lardácea.......... id. F. Tejido esponjoso ú erectil...... id. Q. Melíceres, ateroma.......... id. H. Ulceras no cancerosas........ id. CAP: II. —Del cáncer bajo el punto de vista de la patologia general y de la terapéutica.............283 Síntomas..............*.. id. Duración del ca'Dcer.'.........286 Terminación del cáncer......... id. Pronóstico............... 288 Causas del cáncer............ ¡J. Contagio........;.......290 Edad..................291 Sexo.................. . id. Constitución : Temperamento......«292 Causas predisponentes higiénicas. .... id. Tratamiento del cáncer.........293 Historia y bibliografía del cáncer en ge- neral. ........ ....... 300 Art. II. — De los tubérculos en general. 305 PARTE SEGUNDA. DE LAS ENFERMEDADES EN PARTICULAR. SECCIÓN PRIMERA___Enfermedades que no se refieren á causas especiales. 311 CLASE PRIMERA. Enfermedades que se refieren á órganos determinados............. id. ORDEN PRIMERO. —De las enfermedades del aparató digestivo........ id. PRIMER GENERO.—Enfermedades de la faringe y del.esófago........312 CAPlTlfLO PRIMERO. —Considerado- * nes generales............ id. Semeyótica de la deglución........ 313 Vicios congénitos del esófago....... ¡d. CAP. II.—Disfagia procedente de afec- ciones de las partes contiguas á la fa- ringe y al esófago. *. .........314 Artículo PRIMERO.—Consideraciones ge- nerales. • ■...•.....-..•... . id. Art. II.—Enfermedades de la faringe, de la tráquea y de los pulmones.....315 Diagnóstico.............. ¡d. Pronóstico y tratamiento......... 517 Art. III.—Enfermedades ele las vértebras y del esternón............ . 317 Diagnóstico. . -.............318 Pronóstico y tratamiento. ...*.... id. Art. IV.—Enfermedades de las glándu- las y del timo. Tumores.......319 Diagnóstico........*......320 Pronóstico y tratamiento. . ,..... id. Art. V.—Enfermedades del pericardio, del corazón y de los grandes vasos. . . 321 Diagnóstico............. . id. Pronóstico y tratamiento. .......... 322 ART. VI.—Enfermedades del diafragma, del estómago , del hígado y del bazo. . id. Diagnóstico , pronóstico y tratamiento. . 323 CAP. III.—Disfagia por lesión funcional. id. Artículo primero. —Esofagismo ó espas- mo del esófago............ id. Art. II.—Parálisis del esófago. .... 326 CAP. IV.—Hemorragias......... 327 CAP. V.—De la esofagitis.......328 1.° • Esofagitis simple. ........ id. Síntomas. . .*.........: .... 329 Terminación............... 330 Causas........'.......... id. Tratamiento. ..............331 2.° Esofagitis foliculosa........ id. 3.° Esofagitis seudo-vernbranosa. . . id. 4.° Esofagitis crónica........332 CAP.VL'—Cuerposestraños enelesóíago. id. CAP*VIL—Lesiones orgánicas de la fa- ringe y del esófago.....•. . .'*... . 336 Articulo primero.—Estrechez del esó- fago................... id. Síntomas................. 337 Causas........*..........339 Tratamiento............... 340 Art. II.—Dilatación del esófago. .... 343 Art. III.—Reblandecimiento del «sófago. 344 Art. IV.—Perforación del esófago. . . id. Art. V.—Roturas del esófago......345 Art. VI.—Pólipos del esófago..... id. Art. VIL—Tumores escirrosos desarro- llados entre las túnicas del esófago. . . id. Art. VIII.—Degeneración cartilaginosa y huesosa...............*346 Art. IX.—Escrecencias del esófago. . . id. Art. X.—Arrugas del esófago....... id. Art. XI.—HeVnia de la faringe..... id. Art. XII.—Heridas del esófago...... 347 CAP. VIII.—Historia y bibliografía de las enfermedades de la faringe y del esó- fago.................... id. SEGUNDO GENERO. Enfermedades del estómago........ 349 CAPITULO PRIMERO.—Consideracio- nes generales............... id. Etiología.........,........ 55:"» Tratamiento................ 357 Naturaleza y clasificación de las enferme- dades del estómago............ id. CAP. II.—Lesiones del apetito...... 358 ARTICULO PRIMERO.—Anórexia. ...... id. Art. IL—Bulimia............ 361 CAP. 1IL—Dispepsia......'...... 365 1.° Dispepsia idiopatica........ 366 2.° Dispepsia sintomática........ 368 Tratamiento................ 369 CAP. IV.—Gastralgia........... id. Síntomas.................. 370 Diagnósligo...............381 Tratamiento..............386 Historia............'.....395 CAP. V.—Calentura gástrica, infarto gás- trico , empacho del estómago , saburra gástrica...............396 Articulo primero.—Infarto gástrico. . 397 Tratamiento..............399 Art. II.—Fiebre gástrica...... ... 400 Tratamiento.............401 CAP. VI.—Gastrorragia........403 Síntomas comunes á todas las gastrorra- gias. "................404 A. Gastrorragia sin vómito de sangre. . id. B. Gastrorragia con hematemesis. ... id. C. Gastrorragia sintomática de una alte- ración de la sangre..........407 D. Gastrorragia supletoria. ....... id. Tratamiento'.............. 408 CAP. VIL—Gastrorrea......... id. CAP. VIH.—Gastritis...........410 Articulo primero. — De la gastritis aguda.................. id. Alteraciones anatómicas......... id. 1.° Diversas coloraciones de .la mem- brana mucosa.............411 A. Orgasmo digestivo.......... id. B. Abstinencia............. id. C. Obstáculos mecánicos........ id. D. Peso ó gravedad...........412 E. Contacto del aire.......... id. 2.° Rubicundeces inflamatorias. ... id. Especies y variedades de la gastritis. . 418 1.° Gastritis flemonosa. ....... id. 2.°--------sub-aguda y ligera. . . 419 3." ——---sobreaguda espontánea, esténica de los autores.......... 420 4.° —'—---coleriforme....... 421 5.°-------sobreaguda tóxica.' . . . 422 6.°-----— con síntomas adinámicos y atáxicos.........•.....423 7.° ——---de los recien nacidos. . id. 8.°-------intermitente......424 Art. IL—Gastritis crónica.......428 Historia y bibliografía. . .'....... 436 FIN DEL ÍNDICE. •\. > •I.. V LA EMPRESA S2I3&2(D!?I3(B& ÍB8($(D#2'J&Ü. SDSB S2&D2S2SIÜ *& (B2&Wtf2& tiene de venta las orras siguientes: Atlas del tratado práctico de Partos de F. J. Moreau;60 lámi- nas en folio, encuadernado con cantos de relieve: en negro para los suscritores de la Biblioteca.............. . . Resumen práctico y razonado del diagnóstico, por M. A. Rací- borski, traducido por los profesores de Medicina y Cirujía D. S. Escolar y D. F. Alonso. Dos tomos en 8.° mayor...... Ensayo sobre la filosofía médica y sobre las generalidades de la clínica médica, por J. Bouillaud, traducido por D. A. Codor- niu. Un tomo........................... Lecciones clínicas acerca del reumatismo y la gota, dadas en el Hotel-dieu de París por A. F. Chorad< traducidas por D. Serapio Escolar. Un tomo................... Clínica médica ú observaciones selectas ^recogidas en el hospi- tal de la Caridad por G. Andral, traducida de la última edi- ción por d!u. Usera y D. F. Méndez. Cinco tomos..... Tratado de terapéutica y materia médica por A. Trousseau y H. Pidoux , traducido por D. S. Escolar y D. A. Codorniu; Tres tomos..........................*.... Tratado práctico de partos por F. J. Moreau, traducido por D. F. Alonso, y aumentado con algunas láminas y un apéndice. Historia de la Medicina Española por D. A. II. Morejon, con el re- trato del autor y de varios médicos célebres, tomos l.o,2.° y 3,0 El tomo i.0 está en prensa y costará lo mismo. Complemento del Tratado de Terapéutica y Materia Médica por A. Trousseau y H. Pidoux, un cuaderno............ Tratado de Patologia y Terapéutica general y especial, esterna é interna: primer torno, que comprende la Patologia general de M. Chomel y la de M. Dubois, aumentadas con muchas notas.................................. Tratado completo de enfermedades esternas y de las operacio- nes que exigen por Berard, Chelius, Vidal de Casis, etc.: cada tomo en 4.° mayor á dos columnas, edición compacta..... Anatomía quirúrjica, general y topográfica del cuerpo humano, por Velpeau un tomo en 4." mayor á dos columnas...... Nuevo compendio médico para uso de los médicos prácticos. Dos tomos en 8.a mayor......................... Elementos del arte de los apositos con la descripción completa de todos los vendajes y demás objetos de aposito conocidos hasta el dia por D. M. Nieto y D. F. Méndez. Un torno en 4.° con preciosas láminas litografiadas...........'...... Memoria acerca de la necesidad y utilidad de una asociación mé- dica general por D. M. Nieto................... Manual de auscultación que comprende los conocimientos ne- cesarios para usar el estetóscopo. . . Henlc, Anatomía general; obra completa y en que se esplica de- tenidamente la química orgánica y la anatomía microscópica, un tomo de mas de 500 páginas en 4.° mayor á dos co- lumnas, edición compacta................... Tratado completo de Patologia interna por Monneret y Fleu- ry, etc., cada tomo en 4." mayor á dos columnas........ Precio | jen venta ¡ en Madrid. 230 rs. 20 20 110 60 40 66 10 36 36 38 32 30 40 36 Precio Precio en ven ti de sus. enviudo críelo 11 por en el correo Madrid. 40 s. 44 rs. 22 22 120 66 44 72 12 40 40 42 36 34 46 40 30 rs. 16 14 96 48 36 54 30 30 32 20 50 30 Ademas se facilitarán á todos los suscritores las obras de Medicina y Cirujía que pi- dieren, asi españolas como extranjeras, con el preciso recargo por conducción, derechos, correo, etc. Para hacer los pedidos se remite al director su importe en una libranza sobre cor- reos, ó bien se deposita en poder de alguno de los comisionados de la Biblioteca, con cuyo aviso se enviarán puntualmente las obras. Cuando estas hayan de recogerse en casa de los comisionados bastará satisfacer al tiempo *de pedirlas ia cuarta parte de su valor. ' fl; 3*5 2fH*a*fl*k *< T*****fiíjl í*3 í ^r^*, -*7S 0 -i. •*■* «-<. ^ tt&Ci-.. UU ¥ « .*^&ci° -; .*^-**/v*^*? y* •'+r.ittA*J. r mtSr^i-^. "a^pZ- v*0*