PRIMER
CONGRESO MEDICO REGIONAL
LA ISLA DE CUBA PRIMER
60N6RBS0 MEDI REGIONAL
LA ISLA DE CUBA,
CELEBRADO en la habana
EN
ENERO IDE 1800.
HABANA.
IMPRENTA DE A. ALVAREZ Y COMPAÑIA
calle de Riela número 40.
1890 INTRODUCCION.
En sesión pública ordinaria de la Sociedad de Estudios Clínicos
del 6 de Septiembre de 1888, bajo la presidencia del Dr. Raimundo de
Castro, y antes de pasar á la orden del día, hizo uso de la palabra el
Dr. Enrique López para proponer la celebración de un Congreso Mé-
dico en esta ciudad, de carácter regional, y á su juicio fácil de realizar,
dado el estado de nuestra actividad científica.
Apoyada en breves, pero atinadas consideraciones, dicha idea por el
Sr. Presidente y los Dres. G. Casuso, J. San Martín, J. Santos Fer-
nández, E. Plá y otros, se sometió á votación y fue aprobada por una-
nimidad. *
En sesión extraordinaria del 16 de Septiembre de 1888, y bajo la
presidencia también del Dr. Castro, celebrada con objeto de acordar lo
más conveniente para la realización del indicado proyecto, se convino
en el nombramiento de una Comisión que redactara el Reglamento,
propusiera un programa de trabajos y entendiera en cuanto pudiera
referirse á la organización de dicho Congreso, resultando elegidos por
mayoría, en votación secreta, los Dres. J. Santos Fernandez, E. López,
J. Jacobsen, G. Casuso y J. San Martín.
El 20 del mismo mes se reunieron los comisionados para distribuir-
se los cargos que debieran representar en la Comisión que formaban,
quedando nombrados, á propuesta del Dr. Casuso, Presidente y Secre-
tario respectivamente, los Sres. J. Santos Fernandez y E. López, por ser
aquél el más caracterizado, y éste el más joven de los presentes, y como
vocales, los Dres. J. San Martín, Casuso y Jacobsen. Redactados los proyectos de Reglamento y Programa, se convocó á
Sesión extraordinaria para su presentación, celebrándose el 17 de Oc-
tubre de 1888 bajo la presidencia del Dr. Castro, y aprobándose defi-
nitivamente aquéllos, después de algunas modificaciones.
Por renuncia del Dr. Casuso, y más tarde de los Dres. J. San Mar-
tín y -J. Jacobsen, la Sociedad eligió para sustituirlos á los Dres. J.
Torralbas, E. Montané y G. Sterling, continuando en esta forma hasta
la celebración del Congreso.
REGLAMENTO PARA LOS CONGRESOS MEDIOOS DE LA ISLA DE CUBA.
(Aprobado por la Sociedad de Estudios Clínicos.)
Artículo 19 El objeto del Congreso Médico de la Isla de Cuba es
estimular las investigaciones personales, estrechar las relaciones entre
los médicos, y condensar los progresos de la medicina en Cuba.
Art. 29 El número do socios es ilimitado. Podrán serlo:
19 Los que posean algún título académico que se relacione con la
medicina.
29 Todas las personas amantes de esta ciencia, siempre que sus
trabajos merezcan la aprobación de la Comisión Organizadora.
39 Los profesores extraños al país que quieran honrarlo con su
adhesión.
Art. 39 Los candidatos se admitirán mediante solicitud escrita al
Presidente de la Sociedad de Estudios Clínicos, organizadora del pri-
mer Congreso, y en lo sucesivo al Presidente de la Comisión Organiza-
dora de los siguientes.
Art. 49 La Comisión Organizadora abrirá la primera sesión de cada
Congreso. Corresponde este derecho en el primero al Presidente de la
vSociedad de Estudios Clínicos con su Comisión Auxiliadora.
Art. 59 La Mesa definitiva, que se votará en la primera sesión, se
compondrá de un Presidente, cuatro Vice-Presidentes, dos Secretarios
y dos Vice-Secretarios.
Art. 69 El Presidente dirije los debates y mantiene el orden de la
asamblea, fija las horas de sesiones é indica la orden del día.
Las actas y las decisiones del Congreso sólo irán firmadas por el
Presidente y el Secretario.
Art. 79 El Secretario redacta las actas y la correspondencia, distri-
buye las tarjetas de admisión, y recibe la cotización, que se fija por
ahora en $10.60 oro por persona.
Art. 89 Los archivos y la caja serán confiados al Secretario, que al
fin de cada Congreso los entregará al Secretario de la Comisión Organi-
zadora del siguiente. 7
Art. 99 Los temas y bases para el primer Congreso, después de su
aprobación por la Sociedad de Estudios Clínicos, serán publicados por
la Comisión Organizadora dentro del mes de su aprobación, por los
medios más apropiados.
Art. 10. El Congreso designará en la última sesión algunos de los
temas que deberán discutirse en el siguiente, facultando á la Comisión
para que dentro del año de su nombramiento designe otros que consi-
dere adecuados y procure darles en dicho plazo la mayor publicidad.
Art. 11. Los socios serán admitidos á la presentación de la tarjeta
firmada por el Presidente y el Secretario de la Comisión. Esta tarjeta
es válida para todas las sesiones del Congreso,
Art. 12. Los Congresos se celebrarán cada dos años en el mes de
Enero, y su duración no excederá de una semana. El primer Congreso
se inaugurará en la Habana el 15 de Enero de 1890.
Art. 13. Los trabajos destinados á los Congresos serán inéditos, y
se remitirán al Presidente de la Comisión Organizadora antes de los
dos meses que preceden al día fijado para su apertura.
Art. 14. El Congreso no dá diplomas. Las obras ú otros objetos que
reciba se depositarán provisionalmente en el archivo de la Sociedad de
Estudios Clínicos.
Art. 15. Las decisiones so tomarán por mayoría de votos.
Art. 16. Una vez organizado el Congreso, podrá subdividirse á pro-
puesta del Presidente en secciones, cada una de las cuales votará un
Presidente y un Vice-presidente, un Secretario y un Vice-secretario.
Art. 17, Los trabajos de cada sesión so verificarán en el orden si-
guiente;
19 Lectura, por el Secretario, del acta de la sesión anterior.
39 Lectura de los trabajos presentados al Congreso y nombramien-
to de comisiones.
29 Lectura de la correspondencia.
49 Comunicaciones escritas.
59 Comunicaciones verbales.
69 Fijación de la orden del día para la sesión siguiente, que se co-
locará en lugar visible del salón de sesiones y en el de descanso.
Art. 18. Se celebrarán dos sesiones diarias, de dos horas de dura-
ción cada una.
Art. 19. La duración de las comunicaciones no excederá de quince
minutos, ni de cinco las argumentaciones. Ningún socio podrá argu-
mentar más de una vez al disertante.
Art. 20. Las comunicaciones escritas, una vez leídas y discutidas,
se depositarán en manos del Secretario. Los autores de comunicacio-
nes verbales entregarán al mismo un extracto escrito de sus discursos.
En las comunicaciones pueden emplearse, además del español, los 8
idiomas francés é inglés, y en este caso se resumirán en el idioma pa-
trio si algún socio lo solicitase.
Art. 21. Los trabajos presentados, si es posible, se publicarán en un
volúmen impreso. Cada socio tiene derecho á un ejemplar que le será
entregado por el Secretario, mediante recibo.
Art. 22. El Congreso elijirá de su seno, en la última sesión, una co-
misión compuesta de cinco individuos encargados de organizar el si-
guiente.
PROGRAMA PARA EL PRIMER CONGRESO MÉDICO.
Los trabajos que recibirá el Congreso son de dos órdenes:
19 Comunicaciones.
Las comunicaciones consisten en temas libres, es decir, elejidos por el
socio comunicante sobre cualquier punto de medicina, y en temas pro-
puestos por la Comisión Organizadora.
29 Presentaciones.
Para los temas libres se encarece la elección de asuntos prácticos
de la patología local, y de la terapéutica indígena.
Se invita á los miembros del Congreso á presentar una estadística
patológica de las localidades de su residencia.
La Comisión Organizadora propone á los compañeros investigadores
la solución de los problemas siguientes:
19 Topografía y estadística médica de una localidad de la Isla de
Cuba.
29 Etiología de la fiebre amarilla.
89 Profiláxis y tratamiento de la fiebre amarilla.
49 Clínica de la fiebre amarilla.
59 Anatomía patológica de la fiebre amarilla.
69 Tétanos.—Su etiología.
79 ¿Cómo debe considerarse el tétanos infantil, y á qué atribuir su
frecuencia en Cuba?
89 Paludismo. Naturaleza del agente infeccioso.
99 Formas anormales del paludismo en Cuba.
10. Hemato-quiluria. Leuco-angiectasias. Principalmente etiología.
11. Patología hepática de los climas cálidos.
12. Naturaleza del íctero grave.
13. Intervención quirúrgica en los grandes abcesos hepáticos.
14. Estudio anatómico y clínico de la cirrosis atrófica en los asiá-
ticos.
15. Estados febriles en la infancia (pío no corresponden á los tipos
clínicos ya definidos.
16. Estudio clínico general de la viruela, en relación con la última
epidemia observada en la Isla de Cuba. 9
18. Complicaciones más frecuentes de los traumatismos en Cuba y
medios de evitarlas.
17. Relaciones entre la lepra y la tuberculosis.
20. Albuminuria en los primeros meses del embarazo. Tratamien-
to. En qué casos está indicado el aborto y condiciones que deben lle-
narse antes de realizarlo.
19. Ulceras del recto.
21. Tratamiento del aborto. Dadas las condiciones de nuestro cli-
ma, ¿debe preferirse la intervención ó la espectación?
22. Estudio sobre la catarata.
23. Estudio sobre la lepra.
24. Enteritis crónica, no tuberculosa, de los países cálidos.
25. Estudio sobre el Ainhum.
Las comunicaciones se imprimirán en un volúmen, según el ar-
tículo 21 del Reglamento del Congreso. Cada socio tiene derecho á un
ejemplar de dicho volúmen.
Las presentaciones consistirán en:
19 Impresos.
29 Instrumentos.
39 Piezas anátomo-patológicas, etc.
49 Preparaciones histológicas.
59 Productos farmacéuticos.
Todos estos objetos se depositarán provisionalmente en el archivo
de la Sociedad de Estudios Clínicos.
Puede hacerse además la presentación de enfermos para demostrar
la eficacia de tratamientos médicos ó quirúrgicos.
La cuota personal de ingreso se destinará á la impresión de los tra-
bajos y demás gastos del Congreso. SESION INAUGURAL.
A las siete y media de la noche del día 15 de Enero de 1890, en el
local de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales
de la Habana, y con asistencia de casi todos los miembros inscritos,
abrió la sesión el señor Presidente de la Sociedad de Estudios Clíni-
cos, Dr. Diego Tamayo, expresándose en los siguientes términos;
«Señores: Es la primera vez que los médicos de la Isla de Cuba se
reúnen para cambiar y discutir sus ideas en un Congreso.
Hace más de un año nació este pensamiento en la mente de un
profesor distinguido, el Dr. López, que lo propuso en la Sociedad de
Estudios Clínicos, donde fué aceptado y acogido con general entusias-
mo, deseosos de ver realizado este espectáculo gratísimo y consolador,
que boy contemplamos; porque es indudable que esta congregación de
médicos lleva en su seno gérmenes fecundos de futuros progresos y de
halagadoras y patrióticas esperanzas.
La crisálida, largo tiempo incubada, abre sus alas en este día me-
morable para todos y particularmente para la Sociedad de Estudios
Clínicos.
Permitidme, señores, que por un momento vuelva la vista al pasa-
do para dedicar un recuerdo á la memoria del Dr. Gallardo, que con
el entusiasmo científico que sellaba su carácter, dió nacimiento y vida
á esta Sociedad que hoy nos congrega.
Si cuando la muerte desorganiza la materia, borrando los caracteres
de la personalidad, algo queda, su espíritu estará aquí, regocijándose en esta obra. Los azares de la vida le llevaron á la muerte, que si nó,
ocuparía este puesto con todo el prestigio de una alta inteligencia; este
puesto que yo, tan pequeño ásu lado, para ocuparlo, necesito cubrir-
me con la sombra de su recuerdo.
La Sociedad de Estudios Clinicos confió á una Comisión de su
seno el delicado encargo de organizar el Congreso; pronto, dentro de
breves instantes, dará cuenta de su cometido, por más que la presencia
de vosotros aquí es testimonio vivo de la eficacia de sus gestiones y
del entusiasmo que el pensamiento ha despertado por todas partes en
la clase médica.
Réstame para terminar, dar las gracias, en nombre de la Sociedad
que presido, á los que no siendo médicos contribuyen con su presencia
á la solemnidad de este acto, enviar un saludo afectuoso á todos nues-
tros comprofesores, y á los que de puntos distintos y lejanos han acu-
dido á la cita con el bagaje de su ilustración para dar mayor esplen-
dor y brillo á las tareas pacíficas del Congreso; á esos, nuestra más
cordial bienvenida y las gracias.»
Invitado por el señor Presidente, ocupa la tribuna el Dr. J. Santos
Fernandez, Presidente de la Comisión Organizadora, y dá lectura al
siguiente discurso:
«Sr. Presidente; Señores: Congregados en este recinto por el sólo
estímulo del amor á las instituciones científicas, llenamos un deber
para con la patria, porque ésta no se enaltece solamente blandiendo la
espada ó escalando los altos puestos de la política; la honran y la enal-
tecen igualmente los que cultivan las ciencias y con paciente laborio-
sidad intentan resolver los grandes problemas que se relacionan con la
salud pública y son la base del fomento, desde el punto de vista de la
industria, del comercio y de la agricultura.
¿Quién duda que nuestras transacciones mercantiles sufrieron
honda perturbación desde el momento en que los pueblos de otra zona
han temido ser invadidos por el veneno amarillo, que más de una vez
lia diezmado comarcas enteras de sus territorios? ¿Quién ignora que la
nación colosal, que por su vecindad nos permite utilizar el fruto de su
vertiginoso movimiento, pretendió un día interrumpir durante el estío
el tráfico con nuestro litoral, tan sólo por el justísimo temor al contagio
de nuestra terrible endemia?
¿No es un hecho que nuestros campos permanecen aún despobla-
dos porque el inmigrante teme á nuestras letales playas, donde un día
y otro se acumulan gérmenes mortíferos que amenazan las vigorosas
naturalezas de climas menos castigados por los ardientes rayos del
astro rey?
¿De qué nos sirve la feracidad del suelo, con la exuberante vege-
tación que lo esmalta, cuando en ella se oculta el miasma que priva- 13
ría de la vida á tantos seres, si la ciencia con sus consejos no pusiese
á raya su poderosa acción destructora?
¿Y habrá quien tenga por frívola é inútil nuestra actitud al con-
gregarnos hoy en este lugar, con el fin de habituarnos á concertar los
medios de resistir á las múltiples causas que aquí, como en todas par-
tes, 6 más que en ninguna otra, amenazan el equilibrio orgánico de la
vida, en el cual debe descansar el progreso moral y material de toda
sociedad firmemente constituida?
Hay más todavía; para las almas débiles ó poco expansivas, que no
están templadas para las luchas morales y sólo examinan los hechos
por el lado del lucro material, en la realización del Congreso Médico
pudieran encontrar aún favorecidos sus ideales; así se demuestra una
vez más que bien pueden vivir en perfecta harmonía el progreso mo-
ral de un pueblo con su adelanto mercantil, si en uno ú otro la ciencia
sirve de moderador ó de guía; en efecto, cuando los que necesitan de
las clases profesionales las encuentran organizadas á la altura que en
los países más cultos, no rehúsan sus servicios, ni se dá el caso de re-
currir al extranjero por juzgar lo nacional descuidado, cual lo
vemos hasta en la misma Metrópoli: el carecer nosotros de medicina
propia ó de ciencia propia depende del desdén con que miramos las
instituciones científicas, de la escasa protección que los gobiernos les
dispensan, y de la poca que nos dispensamos mútuamente; de aquí la
falta de obras nacionales, de libros propios, y la necesidad imperiosa
de beber exclusivamente en fuentes extranjeras, no mencionando para
nada lo nuestro, porque se ha hecho en nosotros mismos casi prover-
bial nuestra incapacidad científica. El mérito y el valer, señores, no
son privilegio de ninguna raza; hay que conquistarlos con actos gene-
rosos y prácticas elevadas, lo mismo las clases ó corporaciones que los
particulares, y forzando, si queréis, un tanto la dialéctica, pudiera agre-
garos como consecuencia, la tan conocida frase de que «cada pueblo
tiene el gobierno que se merece.))
La asociación, que es el firme sostén de las grandes conquistas mo-
dernas, pugna con el trabajo aislado de los pueblos de ayer; aquél dejó
apénas señales al través de los tiempos,- si se tiene en cuenta el largo
espacio recorrido; en cambio, todo el siglo diez y nueve, en virtud del
mágico poder de la unión, nacida al calor de la libertad, es una apoteo-
sis de lo que puede el pensamiento humano asociado y girando dentro
del círculo extricto de los derechos, por fuerza ligados al más severo
cumplimiento de los deberes que de ellos emanan.
Los Congresos científicos son el sumum de los efectos beneficiosos
por el espíritu de asociación realizados; un día y otro las corporacio-
nes de diversa índole acumulan los materiales, resultado de sus deli-
beraciones constantes, y más tarde, en época determinada, confún- cíense todas en dría sola, y snrge de aquí el Congreso científico',
viva expresión de la actividad actual y del espíritu práctico de la
época.
Nuestro país no podía mirar con indiferencia estas manifestaciones
de los pueblos más avanzados, y á ello se debe que en una de nuestras
corporaciones soalzase la voz de un joven soldado de la ciencia, quien,
al proclamar la conveniencia de celebrar un Congreso Médico entre
nosotros, tuvo á su lado como un solo hombre á todos los circunstan-
tes, y desde aquel momento la Sociedad de Estudios Clínicos acogió
con entusiasmo la idea que vemos realizada en este día, para honra de
todos y satisfacción de su iniciador, el Dr. D. Enrique López, y de
cuantos pusieron á contribución su actividad é inteligencia.
Hora es ya de señalar los obstáculos con que ha tenido que luchar
la Comisión Organizadora para salvar de un seguro naufragio la nave
del Congreso Médico, rudamente combatida por dos opuestas é inad-
misibles tendencias: la inercia que nos enerva y el predominio del
magister dixit que nos empequeñece; la primera, que es engendro del
medio social en que vivimos, rezago de la servidumbre africana, y el
segundo, que responde inconscientemente y del mismo modo á la cos-
tumbre del patrono, ante el cual nada había discutible, siendo su úni-
ca ley la obediencia ciega.
Muertas las aspiraciones del joven, aherrojadas las esperanzas del
que empieza por la actitud hostil del que navega ya con vientos bo-
nancibles, síguese inevitablemente el desquiciamiento profesional.
Los encargados de salvar la idea del Congreso, advirtieron á tiem-
po los escollos, y han procurado orillarlos, hasta tal grado, que todos
los elementos del cuerpo medico, en su gran mayoría, han venido á
prestarle su valioso concurso.
Por eso vemos en estos escaños profesores de todas las localidades
de la Isla, de las ciudades y de los pequeños caseríos, de lugares próxi-
mos y remotos de la capital, significando con su presencia que no en
vano se esparce la simiente del progreso, que ella germina, siquiera sea
en cantidad suficiente para no considerar defraudadas las esperanzas
de los que, hoy como ayer, suspiran por el engrandecimiento de la
patria, sobre las bases firmísimas del trabajo, el estudio y la libertad.
El material científico de que dispondrá el Congreso, á juzgar pol-
los trabajos recibidos, es notable y variado; pasan de medio centenar
las Memorias y Notas depositadas con toda anticipación y del duplo
próximamente las cuotas abonadas. Ahora bien; si no guarda propor-
ción una cifra con la otra, á nuestro sentir, depende de que entre nos-
otros se resienten los hombres de profesión de un mal que es general
en todas partes, tratándose de los políticos solamente; éstos, en un
gran número, empiezan por la democracia y terminan por la reacción. luego que han escalado los más altos puestos del Estado; aquellos, los
de la profesión, cultivan las ciencias para crearse una posición, y, una
vez conseguido el objeto, las miran con desdén, y hasta las juzgan una
amenaza.
15
Nada más injusto, nada menos equitativo, puesto que si á la pro-
fesión se debe el punto de apoyo que determinó la subida, para ella y
para todo lo que con ella se relacione debiera guardarse la más viva
simpatía; ésta engendra la unión de que disfrutan basta las clases más
modestas, ya perfectamente asociadas, y de que carecen los que perte-
necemos á una esfera más elevada y con más disposiciones para ha-
cerlo.
¿Por qué temer que personas ilustradas no puedan agruparse y dis-
cutir sin jamás lastimarse? ¿Acaso el cultivo de las ciencias no nos
enseña á ser tolerantes con las opuestas ideas?
El respeto mutuo nos obliga siempre á deponer todo género de
prevenciones y si, por azar, alguno, en momentos de ofuscación, delin-
que, el buen criterio de una mayoría respetable le creará el vacío y
tácitamente le llamará al orden con su actitud correcta y atinada.
Ligados estamos por idéntico móvil; en breve expondréis vuestras
ideas, sin otro objeto que el de inquirir la verdad; el respeto mutuo,
repetimos, será invariablemente la norma de conducta que debe guiar-
nos, y del choque de opuestas opiniones saldrá siempre ileso el decoro
profesional; no podría suceder otra cosa, porque al fin de las tareas,
cualquiera que sea la opinión que predomine, acerca de éste ó aquél
tema, no habrá, podréis asegurarlo, ni vencedores ni vencidos.
Nuestra misión ha terminado en su parte más trascendental; des-
pués de largas faenas, vése boy coronado el esfuerzo de cuantos ansia-
ban ver realizada esta manifestación del espíritu público. Estamos en
pleno Congreso, y nadie negará que es un hecho su celebración, y
bien pronto su funcionamiento.
Antes de resignar los poderes, para honra nuestra recibidos, cúm-
plenos, á nombre de la Comisión Organizadora, ofrecer el testimonio
de nuestro reconocimiento, á todos cuantos nos han prestado su coo-
peración para empresa tan meritoria.
Están, en mi primer término, los que fáciles á nuestra excitación
se adhirieron al Congreso, y con su presencia responden hoy á la voz
fie la ciencia y fiel verdadero y bien entendido patriotismo.
A vosotros, pues, dignísimos colegas, os dirijo desde esta tribuna,
la más entusiasta bienvenida.»
Acto seguido, el Dr. Enrique López, Secretario de la referida Co-
misión, dio lectura á la lista de los señores socios adherentes, á los tí-
tulos de los trabajos presentados, y á la relación de las cuotas recolec-
tadas. Inmediatamente y con arreglo al artículo 11 del Reglamento, se
procedió á la elección de la Mesa definitiva del Congreso, por votación
secreta, resultando elegidos:
Presidentes honorarios.
Dr. i). Nicolás Gutiérrez.
» )> Fernando González del Valle.
Presidente.
Dr. D. Francisco Zayas y Jiménez.
Vice- Presidentes.
19 Dr. D. Juan Santos Fernandez.
29 » » Emiliano Núñez de Yillavicencio.
39 » » Luis Montané,
49 » » Federico Horstmann.
Secretarios.
Dr. D. Enrique López.
)> » Braulio Saenz Yanez.
Vice-Secretarios.
Dr. D. Julio San Martín.
)> » Joaquín L. Dueñas.
Después de proclamar eí resultado del escrutinio, invitó el Dr. Ta-
mayo á los indicados señores para que ocuparan sus respectivos pues-
tos, y verificado ésto, pronunció el Dr. Zayas el discurso que sigue:
«Señores; al dirijirme á vosotros en cumplimiento del cargo tan
delicado como honroso con que la aquiescencia de vuestro sufragio
me distingue en tan excepcional ocasión, debéis creer que el senti-
miento de mi responsabilidad, en el deseo de corresponder debida-
mente al mandato, á la imposición de vuestros votos, en nada se
amengua, ni oscurece, por la satisfacción de un honor, que si es tan
alto que alcanza á medirse con la insuficiencia real de mis aptitudes,
será por lo menos exaltado por los esfuerzos de una voluntad que en
toda mi vida profesional ha sido leal servidora de mis más altos
empeños.
Será para mí, sin embargo, suficiente, al escudarme con el amparo
de vuestra benevolencia, saber que los conceptos que ahora expresan
mis palabras, convienen en este instante con la misma calidad do las
ideas, con los mismos elevados pensamientos con que acuden á mi ce- rebro las ideas y los pensamientos incubados por el benigno estímulo
de la determinación intelectual, que á tantas voluntades y á tantas ac-
tividades pensadoras congrega y reúne en esta unidad intelectual. Así
sabré, desde luego, que todas presiden conmigo esta ya necesaria so-
lemnidad. Así sé ya también, que los conceptos que resuenen en la
vibración de mi palabra serán vuestros propios conceptos y que des-
do aquí hablo por todos. .
17
Preciso es convenir, señores, en que este Congreso ha venido á rea-
lizarse entre nosotros un poco tarde, sobre todo, si se considera lo que
hemos oído pregonar la viveza intelectual que distingue á los que
nacen modificados por las múltiples influencias que actúan en este
ambiente, y que yo no me atreveré á decir que no haya fundamentos
experimentales para así decirlo y demostrarlo. Preciso es convenir en
que estando, cuando menos, dotados de las generales y necesarias ap-
titudes para los esfuerzos que exijo la investigación de las verdades
que forman el objeto de nuestros particulares estudios, ha quedado
hasta el presente casi estéril esa mira pensadora, en el sentido de ex-
poner, con la evidencia de sus productos y resultados, la afirmación
de esas distintivas cualidades. ¿Por qué causa, pues, se ha retarddco
entre nosotros este acontecimiento? ¿Cómo sucede que hasta la hora
presente, este acto de función cerebral no respondió al estímulo que
solicitan en ese substractum del pensamiento y de la voluntad las ex-
celencias de sus progresivas actividades? Debemos, señores, conside-
rar de urgencia el análisis de esta anomalía, análisis que debe formar
el capítulo primero de la historia de este Congreso.
Son hoy verdades perfectamente comprobadas, y que forman por
eso mismo la base en que se afirman nuestras determinaciones para el
reconocimiento y alivio de los males, que estamos diariamente obliga-
dos á atender, aquellas por las que se reconoce la relación constante
entre la textura é integridad de los tejidos vivientes y la regularidad
y calidad de la función producida. Con ese criterio fundamental, y
sólo con él, juzgamos todos los días, alumbramos en todos los casos
las infinitas y complejas variedades del dolor y de la enfermedad.
Todos los metódicos esfuerzos en la Escuela y en la Universidad;
todos los internos impulsos que nos han llevado á satisfacernos en ese
íntimo goce, proporciona la posesión de la realidad, cuando se encuen-
tran y se reconocen el hecho y el pensamiento, la naturaleza en el
complemento de esa función, en el que todo lo que es universo sensi-
ble, ha de ser universo pensante. Ha tenido para nosotros, por princi-
pal objeto, el conocimiento de las condiciones regulares de existencia
de la materia viviente. Todos nosotros, con idea más ó menos clara de
esa realidad, llevamos en nuestra mente esa síntesis de las ordenacio-
nes de la vida, ese cuadro de las relaciones de la materia y de la fun- ción, y ese es el que constantemente explicamos como elemento de
comparación para medir y entender en cuanto se aparta y diferencia
el mal observado do esa representación ideal (pío constituye en órganos
y funciones la regularidad y la salud.
Pues bien, señores, esto mismo criterio, esa misma síntesis, este
mismo método, tenemos que aplicarlo en la hora presente y en el caso
nuestro. ¿Cómo es que nuestros órganos pensadores, que de seguro
son de iguales condiciones y aptitudes que los déla raza elevada á que
pertenecemos en el orden etnológico, no ha respondido sino muy tarde
á las exijenoias que debieran haberle estimulado á sus excelentes
actividades? Si ha habido, como aparece, una irregularidad funcio-
nal, hay, necesaria y lógicamente, en las condiciones del tejido en
que reside un desorden que constituye una enfermedad. Y así es
lo cierto, y éste es el motivo de esto atraso nuestro, para llegar a poner
nos en el concierto del progreso general.
Yo no titubearé en exponer en breves rasgos las causas, los carac-
teres y el pronóstico de este mal. Sabéis, señores, las influencias ex-
traordinarias que tienen sobre el individuo las causas morales, los
afectos deprimentes sobro su constitución. Sabéis y debéis haber pen-
sado, y debéis pensar ahora, que no me aparto de la gravedad que
conviene á una congregación de esta clase cuando asegure no forma
solamente con su corteza sólida y líquida y su envoltura aeriforme el
medio todo y completo, el complejo ambiente llamado á influir y á
modificar, perfeccionando ó dañando á los séres humanos que sobre
ella se sustentan. Estos mismos séres, condensaciones vivas de esta
misma tierra y de este mismo aire en sus continuas ascensiones, desde
la materia bruta hasta las alturas de la materia viva, inteligente y res-
ponsable en su perpétua descendencia ;i las capas inferiores de la tierra
de donde procedían, dejan invariablemente tras de sí, como legado
siempre activo, una invisible atmósfera de pensamientos y de senti-
mientos tan sensible, ó más sensible para las organizaciones futuras,
como ambiente modificador, que lo que pudiera serlo la atmósfera
oxigenada que respiramos, ó el éter que nos trasmiten las vibraciones
luminosas.
¿Será preciso que yo os señale las actividades de ese legado positi-
vo, las influencias á distancias considerables de esa tierra que vivió
sobre esta tierra que hoy vive y piensa? Nó; porque á vosotros, menos
que á nadie, puedo haceros el agravio del desconocimiento de ese
hecho.
Ese legado activo de la materia que vive, viene de remotas distan-
cias, por el tiempo y por el espacio, y ¡cuánta influencia no tiene sobre
las ideas esa atmósfera de que os hablo!
Esa atmósfera es tan sensible y activa como la oxigenada ó el éter 19
que trasmite las vibraciones lumínicas. Sabéis cuántos errores, pro-
ducto de la ignorancia, minan esta sociedad, arrastrando á determina-
das personas que debían haberse salvado de ese naufragio desdichado.
No hay duda; yo no quiero hacer historia, ni quiero más ayuda
que la que se refiere al conocimiento que se deduce de esa enfermedad
en general; nadie tiene la culpa, todos debemos acercarnos al confesio-
nario de la naturaleza.
Pues bien; nosotros, dentro de esta circunscripción geográfica que
nos limita, durante cuatro siglos, hemos recibido de todas las genera-
ciones caídas y desaparecidas, esa herencia funesta de las degradado-'
nes morales, que poco á poco, y con constancia no interrumpida, ha
ido dañando, enervando y disminuyendo nuestras resistencias y po-
tencias orgánicas. Nuestras relaciones necesarias y provechosas, con
el benéfico ambiente que la naturaleza brinda al sano trabajo y al ín-
tegro pensamiento, han quedado aquí reducidos y paralizados. Yo no
intento aquí describiros la historia, que conocéis, porque no me refiero
á ella sino bajo el punto de vista que conviene á la tésis que desenvuel-
vo, y en la que me propongo ser breve. Ya tenéis para meditar sobre
la influencia real de esas condiciones como causa de la enfermedad
general que sufre todo nuestro cuerpo orgánico. Y ahora aparecen co-
mo consecuencia y comprobación de estos asertos, los síntomas carac-
terísticos del estado patológico general. Sí, las estadísticas imperfectas
que poseemos (todo veréis que es imperfecto) señalan para la mortan-
dad de esta población una cifra que no se apartará mucho de un 45
por mil y por año, y ya sabéis que hay poblaciones en Europa en que
esa cifra apénas sube á 18 por mil en igualdad de tiempo, ¡qué triste
idea de las reservas y potencias de nuestros cuerpos para sostenerse en
el conflicto con las causas destructoras! Vosotros sabéis, como prueba
de esa diferencia, que en muchos casos tenemos que moderar las dosis
de los remedios activos señalados por los médicos de esos países, por-
que serían perjudiciales en estos débiles séres. Vesotros conocéis, co-
mo síntoma de este estado general, que nuestros gabinetes de consul-
tas se llenan todos los días de hombres, de mujeres, de niños, todos
marcados por la cronicidad de las diátesis más rebeldes.
Basta, para todos los que hemos pensado sériamente, el recuerdo
de la abigarrada mezcla de reducidas individualidades que forman el
conjunto de esta congregación humana; basta el pensar dentro de ese
recuerdo y reunir en idea el conjunto de toda esa masa heterogénea,
que es la que está obligada á pensar y actuar sobre esta tierra. Y lle-
gando á las señales y síntomas de este mal que en nosotros mismos se
evidencia, ¿como hemos sido hasta esta hora, hasta hace poco tiempo?
Yo no negaré los esfuerzos de unos pocos buenos, esfuerzos las más
veces perdidos, contra la resistencia brutal de la ignorancia, pero es- fuerzos al cabo que reivindican las excelencias de la humana dignidad.
Pero fuera de esos casos aislados, hemos sido hasta hoy oscuros satéli-
tes de lejanos astros; hemos vivido casi enteramente del trabajo inte-
lectual ajeno, como vivíamos del ajeno trabajo material. Muchos han
tenido que buscar fuera de aquí y en otras escuelas las luces que aquí
no se encontraban. No relacionadas con nuestra propia Naturaleza, no
fijadas con la importancia de esta unidad geográfica de nuestra patria,
que hace excepción variada por su flora, por su fauna, por su clima, á
las condiciones de vida dentro de estos elementos, apenas si algunas
inteligencias puras y distinguidas se han ocupado últimamente de esos
problemas que constituyen nuestras peculiares enfermedades. Sin esas
relaciones con esta unidad territorial que forma y formará la base de
nuestra unidad orgánica, rota estaba nuestra un dida cerebral, roto el
lazo de la confraternidad.
Yo no quiero hablar más de síntomas, y bastante se ha hecho con
señalar las causas y efectos del mal.
Y ahora, señores, debo deciros: dos objetos dirigidos á un fin deben
ser los impulsos de nuestros trabajos en esta comunidad. Uno, el pri-
mero, es el estudio del factor hombre, tal como lo conocemos aquí,
rodeado de amenazas que dañan la atmósfera que lo circunda. En este
ambiento, lleno de enfermedades y dolores, buscamos, como lo hace-
mos cada día, recursos activos para remediar el mal actual. Es nece-
sario acudir á todas estas desgracias.
Este hecho debe ser el objetivo de nuestros trabajos; algunos se han
presentado aquí, y es seguro que en la colección de ellos aparecerán
cuestiones más generales que se refieran al alivio inmediato de la do-
lencia, preparando por un estudio de causa á efecto las circunstancias
al objeto más elevado.
El primer título profesional nos sirve para aliviar muchos dolores;
pero hasta aquí estamos incompletos. Es necesario, no sólo la práctica,
sino también la ciencia; y ésta no queda satisfecha mientras no se
abracen todas las materias que comprende.
Es la función general de relación con el medio. Es de necesidad;
por eso no adelantamos.
Tenemos que descender para alumbrar ese camino á la unidad,
bajo el punto de vista biológico. En el estudio del hombre y del ma-
mífero aparece la célula protoplasmática, último eslabón de la cadena
que sube por modificaciones y transformaciones hasta formar, en la
série última, el cuerpo humano. Allí donde el vegetal se relaciona con
la tierra, comienza la vida; así es que la salud, tanto en el hombre
como en la planta, tiene para nosotros igual interés.
Este problema encierra grandes consideraciones de higiene general;
no es posible subir separadamente en la escala; el laboratorio probó con el crisol y la balanza que cualquiera parte de esa serie no está
formada por otra cosa que de los elementos tierra y atmósfera. Empa-
rentados estamos con la tierra que tiene aspiraciones á la vida. Estas
son consideraciones fundamentales para la higiene.
21
¡Cuántas moléculas de aire, tierra y agua aspiran á ascender para
transformarse en esa célula clorofiliana bajo la influencia de la chispa
de los rayos solares, que condensa en materia viva las capas inferiores,
inertes y brutas! La más estrecha relación explica las corrientes reales
de todos esos elementos.
Aclaremos esto con un ejemplo.
Hace años que la Inglaterra entregó en manos de sus agricultores
millones de libras esterlinas ¡cuánta ciencia obligó á este acto definiti-
vo! No se trataba de otra cosa que de sanear las tierras de ciertos esta-
dos, en donde las plantas no fructificaban, los animales vivían misera-
blemente y el hombre moría de fiebre; las tierras fueron drenadas.
Al poco tiempo se observó que por el drenaje la temperatura se
elevó á más fie un grado, la humedad desapareció, las plantas se mul-
tiplicaron, el animal vivió bien y el hombre recuperó su salud. Aquel
experimento demuestra que la* gran operación desanearla tierra se
conocía antes que los actuales adelantos, y el estudio de los microbios
ha demostrado la utilidad de la medida.
Los grandes trabajos de los acueductos y cloacas de París y Lon-
dres han demostrado que se podían aprovechar sus productos para
regar las tierras, beneficiando la agricultura y obteniendo mayor ren-
dimiento.
Entre nosotros existe un mal tremendo, como lo hizo notar el doc-
tor Santos Fernandez, la liebre amarilla; todos presumimos la agresión
de la tierra; ¿quién so ha vuelto á ella? Nadie. ¿Quién tiene Ja culpa?
No se sabe.
Yo no diré que esta acción sea inmediata, pero sé (pie han de caer
muchas generaciones para que quede sepultado bajo capas más bené-
ficas el veneno que emponzoña nuestra atmósfera hasta el olvido más
completo.
Si encendéis vuestras lámparas con la luz de la inteligencia, si con
vuestra conciencia recta habéis logrado dominar las olas que nos com-
baten, yo creo que con esos recursos intelectuales haréis una obra
digna y humana.»
A continuación el Dr, López dio lectura á la orden del día para la
primera sesión, y fijada ésta para las siete y media de la noche del
inmediato, el señor Presidente dio por terminado el acto, y declaró
abierto el Primer Congreso Médico Regional Cubano. Lista de los socios adherentes.
HABANA.
l)r. Enrique López.
» Angel Fernandez de Castro.
» Emilio Martínez,
a Ignacio Plasencia.
» Ricardo Gutiérrez Lee.
» Ignacio O’Farril.
» J. Santos Fernandez,
j) Julio San Martín.
« Eduardo F. Plá.
« Diego Tamayo.
» Joaquín Diago.
w Juan N. Dávalos.
» Manuel Delfín.
» Enrique Acosta.
» Manuel Fors.
» Manuel Johnson.
» Antonio González Curquejo.
» Eduardo Lebredo.
)> Mario Lebredo.
» Felipe Arango.
» Carlos Desvernine.
» Manuel G. Lavín.
» Antonio Jo ver.
» Vicente B. Valdés.
» Gonzalo Aróstegui.
» Arístides Mestre.
« Nicolás Gutiérrez.
» Raimundo de Castro.
» Secundino de Castro.
» Enrique Portuondo.
» Arturo Tejada.
» Andrés Valdespino.
» Agustín Varona.
» José Pulido Pagés.
» Federico Horstman.
j) Ramón Echavarría.
)> Raimundo Menocal.
» Francisco Regueira.
ji Rafael Bueno.
Dr. Joaquín Dueñas.
» Eduardo Palú.
» Juan A. Bueno.
» Prudencio Bueno.
« Juan Plá.
w Vicente de la Guardia.
» José López Villalonga.
» Antonio Górdon.
» Francisco de P. Rodríguez.
» Enrique Saladrigas.
« Manuel Cortada.
» Julio Cisneros.
» Manuel Cañizares.
» Diego Urdanibia.
» Antonio Echevarría.
» Francisco Zayas y Jiménez.
» José Torralbas.
» Laura Carbajal.
» Cárlos Finlay.
» J. Gómez de la Maza.
» Tomás Plasencia.
» José R. Montalvo.
« Santiago Fernandez Boada.
w José Trujillo.
» Francisco Dumas.
» Francisco Marill.
« Eduardo Belot.
» José Sarrá.
» Cárlos de la Torre.
» Eduardo Semprún.
» Manuel Moreno de la Torre.
» Juan B. Landeta.
» Fernando González del Valle
>) Luis Hernández Rubín.
» Arturo Reyes Sardinas.
» Cláudio Delgado.
» Adolfo Reyes.
» Miguel Sánchez.
» Víctor Zugasti. Dr. Antonio Díaz Albertini.
» Gustavo Sterling.
« Pedro Cartaya.
» Braulio Saenz Yanez.
» Luis Montané.
n Francisco Rayneri.
« Francisco Penichet.
M Andrés Weber.
•)y Lrastus Wilson.
» José E. Ramos.
n Gabriel Casuso.
« Francisco Zayas Alfonso.
» Ignacio Rojas.
» Francisco Torralbas.
» Emiliano Núñez.
» Domingo F. Cubas.
» Joaquín Jacobsen.
» José Estrada.
» Leonardo Sánchez.
» Carlos Ulrici.
» Francisco San Pedro.
« Miguel Gordillo.
» Manuel Espada.
» Avelino Barrena.
» Manuel Díaz.
» .1 osé Ramírez Tovar.
Dr. Juan Cisneros.
« Felipe Poey.
» Manuel Barajón.
« Agustín Alvarez.
« Enrique Porto.
» Manuel S. Castellanos.
« Nicasio Silverio.
« Gustavo Xiquel.
« Roberto Chomat.
)> Juan Vilaró.
» Fernando Calvez.
» Ricardo Gastón.
» José F. A rango.
)> José Ecay.
« Juan B. Fuentes,
)> Rafael Weiss.
» Pantaleón Machado.
« Julio Zúñiga.
» Jorge Díaz Albertini.
» Felipe Carbonell.
» Segundo Bellver.
» Arturo Bosque.
» Daniel Burgess.
» Domingo Cabrera.
» Juan R. O’Farrill.
» Francisco Polanco.
Makianao.—Dres. Eduardo Echarte, Enrique Morado, José Forns,
Manuel Unánue, y Abraham Pérez Miró.
Mazorra.-—-Ores. Gustavo López y José Malbérti.
Batabanó.—Dres. J. M. Campos, Alberto Declouet, Francisco Díaz
Piedra.
Santiago di; las Vegas.—Dr. Eligió Palma.
San Antonio de los Baños.—Dr. Rafael Echavarría.
Alquizar.—Dr. Lorenzo Chabau.
Matanzas.—Dres. Domingo Mudan, Antonio Zanetti, Julio Ortiz,
Justo Verdugo, Antonio Font, Manuel Zambrana, Ricardo García.
Adolfo Lecuona, Eduardo Diaz.
Aguacate.—Dr. Luis González O’Brien.
Jaruco.—Dr. Antonio Vesa y Fillart.
Pedroso.—Dr. Eleuterio Paz.
Madruga.—Dr. José M! 1 Pardiñas.
Union de Reyes.—Dr. Regino Lima,
Macurlies.-—Dr. Eduardo Baró. Coliseo.—Dr, Juan Soto.
Cárdenas.—• Di ■es. Daniel Gutiérrez, Fernando Méndez, Francisco
Barrinat, Alejandro Neira, y Luis Ros.
Colón.—Dr. Rafael Cárdenas.
Roque.—Dr. Vidal Junco.
Cabañas.—Dres. Tomás V. Coronado y José Vila.
Las Pozas.—Dres. Coronado y Castro,
Consolación del Sur.—Dr, Ferrer.
Guane.—Dr. Leonardo Tariclie.
Santa Clara.—Dr. López Silvero.
Sagua.—Dres. Pedro Albarrán, Francisco Rodríguez y Agustín V-
Reyes.
Cienpuegos.—Dres. Luis Perna de Salomó y Alfredo Vila.
Sancti-Spiritus.—Dres. Rudesindo García Rijo, Oscar Amoedo,
Sebastián Cuervo, Carlos Mancini, Montiniano Cañizares, Agustín Ca-
ñizares, y Alejandro Echemendía.
Trinidad.—Dr. Agustín Cacho.
Remedios.—Dr. Domingo Lagomasino.
Camajuani.—Dr. A. Abril.
Santa Isabel de las Lajas.—Dr. A. Villaverde.
Cifuentes.—Dr. Fernando Plazaola.
Puerto Principe.—Dr. Alfonso Betancourt.
Manzanillo.—Dr. Francisco Codina.
San Cristóbal de los Pinos.—Dr. Simón G. Amestoy,
Paso Real de San Diego.—Dr. Rafael del Pino y Díaz.
Estados Unidos.—Dr. Agustín Fernandez Ibarra.
Francia.—-Dres. Félix Guyon (Profesor), Joaquín Albarrán y En-
rique Yuria.
RELACION DE LOS TRABAJOS PRESENTADOS
Y NOMBRES DE SUS AUTORES.
Dr. Vicente de la Guardia.... Consideraciones demográficas relativas á
la ciudad de la Habana, año 1889.
Relación déla última epidemia de virue-
las, 1887 á 88.
» Tomás V. Coronado Estadística de una localidad de Vuelta
Abajo.
Dermatophilus penetrans.
» Méndez Estadística demográfica de la ciudad de Cárdenas, tomando un período de seis
años,
Dr. Luis Montané Estudio de patología social.
» Enrique Saladrigas Tuberculosis pulmonar. Breves conside-
raciones sobre el tratamiento por las
inyecciones rectales gaseosas y por el
tanino.
» Raimundo Men0ca1....... Ulceras del recto. Tratamiento.
» Abra,han Pérez Miró...., Aparatos especiales para las fracturas de
las extremidades. Presentación.
» ,/. San Martin Investigaciones espectroscopias de la
sangre, bilis y orina en la fiebre ama-
rilla.
» Gustavo López Notas sobre las afecciones mentales más
frecuentes en Cuba y particularidades
que ofrecen.
» Ignacio Plasencia Tratamiento del liidrocele por el ácido
fénico.
» Avelina Barrena Extirpación del saco en los aneurismas
arteriales y arterio - venosos de los
miembros.
» Eduardo Belot La hidroterapia en la anemia.
» Nicolás Manzini El tétanos de las Cinco Villas.
» Luis Berna de Salomó.... Desimplantación prematura y expontá-
nea del cordón umbilical.
» Sebastián Cuervo Notas sobre dos luxaciones traumáticas
• de la rótula.
Noticia sobre agrupación médica en
Sancti Spíritus.
» J. Santos Fernandez Pérdida de la vista por herida de bala.
Estudio sobre la catarata (P.1 parte.)
ldem idem idem (2? parte.)
Autoplastia, párpado inferior.
Método operatorio del chalaeion.
Ciegos de nacimiento.
» Manuel Delfín La leche en la Habana.
» Gustavo López ¿Existe en la locura ese intervalo de ra-
zón que entiende y determina el códi-
go penal?
» Joaquín Diago Hemato quiluria de los países cálidos
(P.1 parte.)
Hemato quiluria de los países cálidos
(2? parte.)
25 Dr. Perno, de Salomó Observaciones hechas en la epidemia de
viruelas de Cienfuegos de 1887 á 1888.
« Arturo Tejada Consideraciones históricas sobre el ori-
gen de la fiebre amarilla en Cuba.
» Erastus Wilson La medicina preventiva.
» Cartas Desvernine Contribución al estudio de las parálisis
laríngeas del territorio de los recurren-
tes.
» Santos .Fernandez Conjuntivitis catarral convertida en pu-
rulenta.
» Julio San Martin El riñón en la fiebre amarilla.
w Joaquín Dueñas Del empleo de la quinina en la Habana.
» Manuel Espada Del paludismo larvado.
» Diego Tama,yo Investigaciones sobre la fiebre amarilla.
» Luis Ros Atresia del cuello uterino producida por
el raclaje del endometrio.
A [(/ nació Rojas Estudio sobre el modo de atenuar, abo-
lir y combatir los electos generales de
la cocaína, y manera do aplicarla en in-
yección es subin u cosas.
)> ,/. Malverti El hipnotismo y sus aplicaciones en la
terapéutica do las afecciones mentales.
» Enrique Portuondo ) . , .
/ Análisis bacteriológico de las aguas del
T y , i Canal de Albear.
w Juan JS. Davalas j
» Rafael Bueno Despegamiento epifizario de la extremi-
dad superior del húmero.
» A. W, Reyes Déla fiebre de borras ó vómito de los
criollos. Casos clínicos.
» Juan N. Dávalos Aumento de la virulencia del microbio
del muermo por la temperatura media
del país.
» J. Vilo Consideraciones sobre la naturaleza y
tratamiento de las diarreas crónicas de
los países cálidos.
» José María Par diñas.... Nota sobre las indicaciones y contraindi-
caciones de las aguas minero-medici-
nales de Madruga.
» Justo Verdugo Ligador de arterias en los casos de aneu-
rismas de los miembros.
)) Ricardo Coronado Intervención quirúrgica en los grandes
abcesos hepáticos.
» González Carqueja Nota sobre los extractos fluidos. T)r. Gayón (Profesor, Pai,ls) ,
y ( Estudio experimental de la retención de
" ¿toarrán (PariS) j orma‘
Domiuno Mádan Conjuntivitis edematosa, dependiente de
la arterio esclerosis.
■ ft()(li'iguez Patología hepática de la fiebre remiten-
te infantil de los países cálidos.
B Rafael Tristá Parto múltiple.
;) Eduardo Sem.prum Sobre la conveniencia de ensayar un nue-
vo modo de tratamiento en la fiebre
amarilla.
n Dscar Amoedo ha cocaína.—Su acción fisiológica y tera-
péutica. Crítica de las observaciones
publicadas.
» ledro Alharrán Neuropatía urinaria.
» E. Palma Estadística médica de Santiago de las
Vegas.
)} ILifae 1 W&Í88 Estadística de fiebre amarilla.
« R. Gutiérrez Lee Fielire de borras.
» Eduardo F. Plá Naturaleza infecciosa del tétanos.
n &aenz Yanez Tétanos infantil congénito.
» A. Neira Albuminuria en los primeros meses del
embarazo.
}> Rafael Weiss Albuminuria y eclampsia.
J) Gabriel Casuso Un caso de eclampsia.
» Tomás I. Coronado Consideraciones sobre el diagnóstico y
pronóstico de los intoxicados por el
paludismo.
Apreciaciones sobre eltratamiento.de los
palúdicos.
‘ Paludismo. Naturaleza del agente infec-
cioso.
Formas anormales del paludismo en
Cuba.
M • barcia Rijo Apuntes clínicos sobre el envenenamien-
to por la leche en los niños recien na-
cidos y fiebres de la primera infancia.
“ Fjn.riqne Acoda La rábia yel tratamiento de Pasteur en
la Habana.
Enrique López ' Queratitis leprosa.
Ojeada histórica de la medicina en Cuba.
ai los hjeiei Estudio sobre el Isotoma Longiflora (Re-
vienta Caballo). 28
Dr. Francisco P. Rodríguez.. La gingivitis expulsiva en la Isla de Cuba.
» José Torralhas Difteria.
« Mgnzini Fragmentos de los estudios fisiólogo-pa-
tológicos de la mujer cubana.
De l’emploi du mercure dans la zone
torride.
» Enrique Morado Importancia del estudio microscópico de
la sangre al bicromato de potasa, bajo
el punto de vista terapéutico.
» Cárlos Desvernine Contribución al estudio de la anatomía
patológica de la parálisis agitante.
» Abra,han Pérez Miró.... Fractura complicada grave del húmero
en su cuello anatómico y en la parte
media.
» Enrique Acosta De la frecuencia de la iritis específica.
» José Francisco Arango.... ■ Relación entre la lepra yla tuberculosis.
» Juan Bautista, Fuentes... Caracteres clínicos de la infección rnuer-
mosa.
» Gonzalo Aróstegui Corea crónica progresiva.
)) San Martin Presentación de una cánula improvisada
de traqueotomía del Dr. Desvernine.
» Enrique Liaría Asepsia y antisepsia de las vías urinarias.
» Fernandez Iharra Notas clínicas y observaciones sobre el
nacimiento de un feto doble. SEGUNDA SESION.
(16 de Enero.)
El Dr. Nuñez, (Vice Presidente) abre la sesión.
El Dr. Zayas ocupa la Presidencia.
El Secretario, Dr. López, lee el acta de la sesión anterior, que fue
aprobada por unanimidad y el artículo 19 del reglamento, que conce-
de 15 minutos para la lectura de los trabajos y 5 para las argumen-
taciones, prohibiendo las réplicas.
El Sr. Presidente: el Dr. La Guardia tiene la palabra para dar lec-
tura á su trabajo:
Consideraciones Demográficas relativas á la ciudad de la Habana.
Año 1880.
el Doctor V. de la Guardia
Sr. Presidente, Sres.;
• Cábeme la honra de inaugurar los trabajos científicos de este pri-
mer Congreso Médico Cubano. La reunión de casi todas las inteli-
gencias que en el país significan algo en medicina, es una garantía de
,;x,to- No ha de medirse nuestra fuerza en relación con la de las gran-
( 08 capitales do Europa que han realizado Congresos admirables: nues-
tio empeño no tiene tanto alcance, no queremos permanecer rezagados en el concierto general y aspiramos á que mas tarde se repita del Con-
greso, lo que yo en este momento digo de mi modesto trabajo: feci
quod potui, faciant majares potentem.
La memoria que someto á la consideración del Congreso es pura-
mente práctica, de utilidad general y aunque de suyo arida no titubeo
al exponerla en términos latos, puesto que los que aquí estamos, no
habremos de ocuparnos de asuntos fútiles más 6 menos bellos en su
forma, si, que de cuestiones y problemas cuyas soluciones nos propor-
cione el medio eficaz de realizar adelantos de efectivos resultados.
Tal carácter tiene la Demografía, esa ciencia que como es sabido
se ocupa de las colectividades humanas, cuyo objeto es conocer los ele-
mentos de que están constituidas, corno viven y como se efecúa su in-
cesante renovación. Su principal instrumento de investigación, es la
Estadística.
Nuevo en este país es la clase de estudio á que hace algún tiempo
vengo dedicado. Débese hacer constar, que el Dr. D. Ambrosio G. del
Valle, distinguidísimo higienista, inició con sus Tablas Obituarias, pu-
blicadas anualmente, algunos trabajos que guardan cierta analogía
con la Demografía, además el ilustrado Catedrático que fué de esta
Universidad, Dr. D. Angel Cowley dio á luz hacia el año de 49 un
opúsculo sobre la mortalidad en esta Capital.
Al llevar á efecto estas investigaciones se ha tenido que tropezar
con numerosas dificultades; lo que se ofrece es debido exclusivamente
á la iniciativa particular, nada se ha podido adquirir del elemento ofi-
cial, do todo se carece, ni aun siquiera se ha logrado saber cual es el
perímetro de la Habana, mucho menos la superficie en metros cua-
drados; así, no es de estrañarse que no sea posible que me ocupe de la
densidad relativa de la población y hasta fines del año antes pasado
(1888) tocante á la misma, en las esferas del Gobierno se sabía tan so-
lo que estaba constituida por 198,000 y pico de individuos, no consig-
nándose raza, nacionalidad, sexo etc.
Los cuadros que sirven de base á estos estudios han sido publica-
dos, casi todos, en la Crónica Médico-Quirúrgica.
La ciudad de la Habana según el censo de 1887—terminado últi-
mamente—tiene una población que asciende á 200,448 habitantes. El
censo de 1877 arrojaba 198, 721; comparados uno y otro censo, du-
rante un período de 10 años, la población obtiene un pobre aumento
que llega modestamente á la cifra de 1.727.
La población se divide del siguiente modo: blancos 146,192(87,804
varones, 58,388 hembras), negros y mestizos 50,619 (19,553 varones,
30.066 hembras). Quedan por último 4,637 asiáticos, de ellos úni-
camente 24 pertenecen al sexo femenino—sumados los sexos, se
cuentan 111,870 varones y 88,478 hembras, lo que da un aumento con respecto al sexo masculino sobre el femenino, que asciende á 23,492—
Españoles, existen 194,106, extranjeros, 6,342.
En la raza blanca, saben leer y escribir 99,273 lo que da un tanto
poi ciento igual á 67,89. Saben solamente leer 4,017, que da un 2,75,
calecen de instrucción 42,902, igual á un 29,86.
En los individuos de color (negros, mestizos y asiáticos) saben leer
J esci’ibir 12,410, igual áun 22,87. Solo saben leer 2,940 igual áun
0,41. Carecen de instrucción 38,906, que corresponde áun 71,72.
ha ciudad tiene 43 Escuelas que cuestan al Municipio 76,618 pesos
80 cents, oro, anualmente: cantidad que viene á corresponder a 38
centavos por habitante y una Escuela para cada grupo compuesto de
4,662 personas.
Los datos que anteceden me han sido facilitados por el Sr. D. Cor-
nelio C. Coppinger, distinguido hombre público, que dirige actualmen-
te con inteligencia esquisita la casa do Beneficencia y Maternidad.’
Durante el año de 1889 fallecieron 0,923 individuos, cifra que se
descompone dél modo siguiente: 4,021 blancos, 993 negros, 598 mestr
zos y 311 asiáticos. La mortalidad diaria fue de 16,2 que viene á co“
rresponder á 29,6 por cada 1.000 habitantes anualmente. En 1888 la
mortalidad diaria fué de 18 con una fracción y el término medio de
mortalidad anual fué de 32,9 por cada 1.000 habitantes. En el mismo
año ocurrieron 6,605 defunciones, la diferencia á favor de 89 llega á
6/2, verdad es, que eso año la cifra citada, casi por entero, la produjo
la ultima epidemia de viruelas, ya en su período decreciente, que ele-
vó el número de sns víctimas en ese tiempo á 550.
Por meses, la mortalidad mayor correspondió al mes do Julio, que
con Agosto, Junio, Marzo, Septiembre y Mayo pasó de 500: Julio 568,
Mayo 504. El mínumun lo adquirió Febrero acusando 411. Por los
cuadros adjuntos podrá apreciarse como la mortalidad disminuye en
el invierno, aumentando en el verano.
Si se compara la mortalidad de 89 con la del 87 se nota una dife-
rencia á favor del primero que llega á 2,437 (en 1887 fallecieron 8,360)
uo debe olvidarse que en aquel año (1887) la epidemia de viruela oca-
sionó 1654 defunciones y en general es de notarse que cuando una po-
blación es minada por una epidemia la mortalidad, en general con re-
lación á otras enfermedades, aumenta.
Siguiendo el orden establecido en el cuadro de mortalidad por en-
Iciinedades debo exponer: con relaciónala viruela, que durante el ano
Puede decirse en cierto modo, que no ha existido entre nosotros;
/ < asos desgraciados se han presentado, todos importados, 6 blancos y un negro, este último vino de Güines ya con la erupción, los otros, en
su mayor parto de los llamados turcos, recientemente desembarcados
vivían aglomerados en unas especies de barracas en las cercanías del
puente de Chavez y es extraño que nuevamente la epidemia no se ha-
ya propagado, el público, á la par que ciertas Corporaciones continúan
entregados á su habitual indolencia, los centros de vacuna abandona-
dos, la higiene por los suelos á pesar de los esfuerzos laudables de al-
guna autoridad que lucha, casi sin resultado, contra el espíritu muslí-
mico, que desgraciadamente nos agobia.
Las fiebres eruptivas en general, apenas si ocasionan alguna que
otra víctima, el sarampión, la escarlatina, revelan padecimientos con
rareza, de consecuencias fatales en la Habana.
La fiebre tifoidea, una de las enfermedades zimóticas, que todavía
reina en esta ciudad, aunque no con carácter epidémico, ha dado un
contingente que asciende á 178, (115 blancos, 63 negros) enfermedad
de los meses de verano, el máximum tuvo lugar en Junio, Julio y
Agosto, el mínimum en Octubre, 4 solamente. En el año 1887 ocurrie-
ron en la Habana 176 fallecimientos, igualmente de tifoidea. En el
año 1888,152. La mortalidad en 1889 correspondió á 89 por cada
100,000 habitantes al año. En París el año 87 fue de 66 por cada
100,000, en Bruselas de 15,7, en Londres y en Berlín de 15.
La fiebre amarilla ha dado lugar á 345 defunciones (225 pertenecen
á la población civil, 118 á la clase militar). En el año de 1888 ocurrie-
ron 212, civil—293, militar.—En 1887, 283, civil, 285, militar. Llegado
aquí, no puedo menos, Señores del Congreso, que hacer una pequeña
pausa. So habrá notado la visible disminución que aparece en el año
de 89 respecto á la fiebre amarilla y el elemento militar, con relación
á los dos años anteriores. Es honra para mí hacer constar como el
año de 88 publiqué algunos artículos en El País estendiéndome en
consideraciones dedicadas á examinar la mortalidad en el Ejército;
aquellos artículos despertaron el espíritu dormido de la prensa regio-
nal que emprendió una verdadera campaña en pro de la idea que se
iniciaba y merced tal vez á aquella campaña, la importación do solda-
dos en los meses de verano, lo que podrá verse en los cuadros relativos
al movimiento de pasajeros en el puerto de la Habana, durante el año
de 89, ha sido suprimida,—como resultado feliz, la mortalidad do la fie-
ltro amarilla'en el Ejército de esta Capital, ha disminuido mucho, con
exceso, más del 100 por. 100.
Se observará que en el cuadro relativo á edades, blancos, abundan
extraordinariamente los individuos de 20 á 30 años, de ellos peninsu-
lares en su mayor parte víctimas do la fiebre amarilla, jóvenes que con
su vida pagan el abandono en que se vive aquí, nadie ignora que la
fiebre amarilla es una enfermedad con seguridad microbiana, que mer- ced á una buena higiene ya podría haber desaparecido; no tengo para
que citar en apoyo de esto, entre otros, el ejemplo de la ciudad de
Menphis en los Estados Unidos, ciudad que fué asolada no ha mucho
tiempo y durante años seguidos por la fiebre de que me ocupo y gra-
cias al genio emprendedor, práctico, de nuestros vecinos del Norte de
los cuales tanto tenemos que aprender—gracias á un saneamiento ge-
neral de la población llevado á efecto con pasmosa rapidez, d e un ano
á otro, la fiebre, que había destruido más del tercio del total do sus
habitantes, cesó por completo, esta vez, ciertamente para no volver.
Ua clase de fiebres perniciosas ha elevado á 149 el número de sus
víctimas (107 blancos 42 negros) el máximum tuvo lugar en el mes de
Agosto, enfermedad del verano que viene á coincidir por lo general
con la época de las aguas, el mínimum tiene lugar en los meses de in-
vierno. Creo oportuno hacer constar que todavía hoy se abusa mucho
de la «perniciosidad,» palabra que con frecuencia no es empleada de
otro modo, que para ocultar nuestra relativa ignorancia, disimulada
más ó menos. En el año de 88 murieron 144, en el de 87, época do la
viruela, 202.
Varias clases de fiebres pueden colocarse junto á la biliosa, nombre
casi genérico y entre aquellas ha de contarse la inflamatoria y aún la
que la nomenclatura americana llama tifo-malaria. En puridad de
verdad debo decir que en el transcurso de mi vida profesional, que es
ya larga—llevando más de 15 años de médico de Hospital—no he te-
nido oportunidad de encontrar un solo caso do las fiebres aludidas, si
tal ha sucedido, no lo recuerdo, á pesar de todo, de ningún modo pue-
do pretender negarlas en absoluto, ha estadística acusa 85 defuncio-
nes de fiebre biliosa durante el año de 89, (25 blancos y 10 negros), 40
en el año de 88 (32 blancos, 8 negros), 39 en el año de 87 (28 blancos
y 11 negros).
Irregular en su aparición, ofreció 10 en Mayo, 7 en Septiembre,
4 en Febrero, 3 en Enero, Abril y Octubre, 2 en Julio y Agosto, 1 en
Junio, nada en Marzo, Noviembre y Diciembre.
La infección purulenta acusa 39 (34 blancos y 5 negros) variable
en su modo de presentarse, adquiere su máximum en Marzo, Mayo y
Julio. En el año 88, sus fallecidos, llegaron á3l (23 blancos y 8 ne-
gros), en 87 á42 (28 yl4 respectivamente). Es sensible que en los
certificados do defunción no se haga constar de un modo más deta-
tallado el origen de esa infección, como complicación á tal ó cual en-
fermedad.
ha caquexia paludea eleva su contingente, que no debe pasar des-
apercibido, á 44 (32 blancos y 12 negros), lo mismo que la fiebre per-
niciosa debía predominar en la época do las aguas, el máximum ocurrió
* n Julio, 11; 6 en Junio, fluctuando en los otros meses entre las cifras de 1, 2y 3. En 1888 su mortalidad fue algo menor llegando únicamente
á2l (15 blancos, 6 negros). En 87 á2B (21 y 7 respectivamente).
El croup y la difteria cuya mortalidad fluctúa mensualmente en-
tre 8y 10 llega en todo el año á 103 (81 blancos, 22 negros). El año
de 88 la mortalidad fue algo mas elevada, 128. El máximum en Sep-
tiembre, con 17 el mínimum en Julio con 1; enfermedad irregular en
su modo de producirse, carece de época fija en su desarrollo y propa-
gación. Hace mucho tiempo no se tiene aquí noticia que se haya pre-
sentado tomando una forma epidémica como sucede en otras capitales
de Europa, en París por ejemplo, que en el año de 88 ocurrieron, de dif-
teria, 1,953 casos desgraciados; en Londres, ciudad do mayor número
de habitantes que París el mismo año tuvo do igual enfermedad, 1.301
fallecidos.
La hidrofobia dio 3 muertos (2 blancos y 1 negro). El año de 88,
4, en el de 87,2.
El muermo y el farcino, nuestro enemigo común, enfermedad que
desde luego hubiese ya desaparecido á observarse con perfección los
principios de una higiene salvadora ha causado 20 víctimas, una de
las últimas ha sido el benemérito D. Pedro Fernández Díaz que murió
cumpliendo el generoso deber que se había impuesto; formaba parte
de la Comisión organizada para extinguir el muermo y en pago de su
ilimitada abnegación, la suerte, adversa, no lo concedió otra recompen-
sa que la muerte. En tanto que no so tome una medida de extraor-
dinaria energía contra individuos sin conciencia que por un egoismo
criminal del más alto grado, llevan en torno de ellos—y perdónese la
hipérbole—la muerte, dando así lugar á la desesperación de las fami-
lias; el muermo, esa enfermedad infecciosa que en todo país civilizado
apenas si se le conoce de nombre, habrá de continuar ciertamente
ocasionando nuevas víctimas en esta Ciudad, donde por incuria pu-
nible yacen hasta ahora abandonadas de un modo deplorable, las re-
glas más esenciales de una policía sanitaria. Miserables que carecen
del sentimiento de la justicia y de la equidad, que por el vil interés
aumentando con algunos centavos mas, sus arcas ya repletas de valo-
res—tal vez mal adquiridos—sacrifican así de modo, tan indigno, la vi-
da de sus semejantes! En el año de 88 fallecieron de muermo 11 per-
sonas, todas blancas. En el de 87, 12 [lO blancos y 2 negros]. Se ve
pues, que la mortalidad va en aumento. En Londres población de
más de 4.000,000 de habitantes solamente un individuo murió de
muermo; en París durante el mismo año, ninguno.
Vamos á pasar á las afecciones tuberculosas cuyo número se eleva
á 1.183, la pulmonar y á 199 otras tuberculosis. De los 1.183, 882 blancos y 801 negros, esa cifra es algo mas que la quinta parte del to-
tal de los fallecidos. En 88 poco más ó menos falleciéronlos mismos,
1.235; en 87, 1.810. De un modo aproximado igual número muere
así en los meses de verano, como en los de invierno. En el año de
1888 murieron tuberculosos en Londres 7,459 individuos, la mortali-
dad general fue de 78,848 que aproximadamente vino á dar la décima
parte del total. En París el mismo año, murieron 10,134, la mortali-
dad total fué de 53,303 la proporción vino á corresponder al igual que
en la Habana, como á la quinta parte.
Las afecciones cancerosas elevaron su número á 180, (149 blancos
y3l negros). El año de 88 á77yelde 87 á 181.
La hemorragia y la congestión cerebral elevan su número á 307,
(177 blancos y 130 negros); no hay duda que los padecimientos orgá-
nicos que traen como consecuencia las diversas alteraciones del cere-
bro son originados en su mayor parte por el abuso que se hace en es-
te país de las bebidas alcohólicas, abuso claramente comprobado en
un informe presentado hace algunos años á la Academia de Ciencias
por nuestro distinguido amigo el Dr. D. Agustín W. Reyes. En el año
de 88 igualmente fallecieron 307 y en el de 87, 273.
La meningitis, lo mismo que el tétanos infantil son enfermedades
propias de la primera infancia, de aquella, fallecieron 193, de la se-
gunda 343, el tétanos infantil como término general se desarrolla de
un modo irregular, lo mismo en el invierno que en el verano. La me-
ningitis es mas frecuente en verano.
El tétanos traumático, complicación justamente temida de toda le-
sión, por leve que esta pueda considerarse, de consecuencias casi siem-
pre, cuando no siempre fatales,ha ocasionado 40 víctimas (26 blancos
y 14 negros), tiene lugar por lo común al igual que en los meses de ve-
rano, en los de invierno. En el año de 88, fallecieron 48 y en 87, 73‘
En París el año de 88 murieron de tétanos 31 personas, como se ve,
aún el tétanos relativamente, es bastante frecuente entre nosotros.
Las afecciones del corazón y de la aorta arrojan 531 fallecidos, la
onceava parte del total; al igual que en las afecciones del cerebro en
éstas, el alcohol toma una gran importancia, así, no es extraño alcan-
cen esa proporción; el año do 88 ocurrieron 488 y en el de 87, 503.
De bronquitis y pneumonía han fallecido 283 personas, las es-
taciones no influyen nada en el curso de estas afecciones del apara-
to respiratorio, por término medio ocurren de 20 á 22 defunciones
por mes.
Entre otras afecciones de la primera infancia se cuentan la atrepsia
y la enteritis coleriforme, estas ofrecen 358 fallecidos, el máximum de
ellas corresponde á los meses de Abril, Mayo y Junio. En el año de
88 fallecieron 295 y en el de 87, 388, La enteritis común de todas las edades, pudiérase decir tal vez, de
los paises cálidos, acusa 892, el máximum aunque no es muy grande
la diferencia con los otros meses ha correspondido á Junio y Julio.
En 88, 816 y en el de 87. 353; se ve que no es mucha la diferencia que
pueda existir entre los tres años aludidos.
La disentería acusa 28, 19 para 88 y 29 para 87. Esta enfermedad
no es tan común como vulgarmente se cree; los números indicados lo
comprueban.
Las afecciones del hígado, lo mismo que las del corazón y las del
cerebro originadas comunmente por el abuso del alcohol arrojan un
total de 171; 198 en 88, igual cifra en 87.
Como enfermedad del aparato renal, la única que predomina en
esta ciudad es la nefritis parenquimatosa que también puede ser ori-
ginada por el alcohol, eleva su número á 97. 80 para 1888 y 75 para 87.
Las diversas afecciones que traen como consecuencia la muerte en
el período puerperal dan un número igual á 32. En 1888, 25; 37 en 87.
La sífilis, lo mismo infantil que la que pueda presentarse en otras
edades dá 17.
El alcoholismo y sus diversas manifestaciones ha producido 60 ba-
jas entre sus afiliados, 42 eran blancos, 18 negros. En 1888, 63, yen
1887, 87.
La intoxicación tybaica trae al campo de la muerte 14, todos asiá-
ticos, que en medio de los vapores del opio, al fallecer, según sus creen-
cias, recuperan la vida en su país; 9 en 1888, 8 en 1887.
La criminalidad, triste es decirlo, arroja un contingente notable en
verdad, con relación al número de habitantes de la ciudad. En el año
que acaba de terminar, los suicidios se han elevado á 34, los homici-
dios á 25. En los primeros, 31 correspondieron á la raza blanca, 3 á
la negra, de los segundos 18 yl7 respectivamente. En el año de 88
hubo 26 suicidios y 49 homicidios; en el de 87, 37 y 46 respectivamente.
Por los anteriores números parece comprobarse, á lo menos, que la
criminalidad tiende á decrecer pudiéndose aceptar, con razón, que la
disminución en los homicidios, haya resultado como consecuencia de
algunas medidas de orden público, debidas al celo y oportuna inteli-
gencia del Sr. 1). Cárlos Rodríguez Batista, Gobernador Civil de esta
Provincia; entre esas medidas cuéntase la principal, tomada con rela-
ción al ñafiiguismo, que trajo como final resultado la desaparición de
esa secta verdaderamente salvaje, entre nosotros. El número mayor
de suicidios y homicidios corresponde á los meses comprendidos entre
Mayo y Septiembre, ámbos inclusives.
En los doce meses el orden de la mortalidad ha sido el siguiente:
Julio 568, Agosto 549, Junio 538, Marzo 514, Septiembre 506, Mayo
504. Enero 497, Abril 493, Noviembre 455, Diciembre 445, Octubre 443 y Febrero 411. En vista de esto se apreciará como la mortalidad
en esta ciudad adquirió su máximum durante los meses de Julio y
Agosto, correspondiendo el mínimum á Febrero, y si se esceptua la
mortalidad producida por la viruela, lo mismo aconteció durante el
año de 88.
La ciudad de la Habana carece en absoluto de las condiciones hi-
giénicas que traen con ellos el progreso yla civilización y si no fuese
por la situación topográfica de la Isla, que permite que el aire puro de
su extensa superficie marítima en virtud de la estrechez de la Isla,
que baña su suelo constantemente y en todas direcciones, seguramente
la mortalidad en esta ciudad, lo mismo que la de la Antilla en general,
habría de igualar la excesiva de Alejandría y del Cairo.
El aseo y la limpieza de las habitaciones, lo mismo que el de toda
población en general, es uno de aquellos problemas de importancia
capital que la ciencia contemporánea persigue con más ardor, con éxi-
to por lo general. La salubridad de una población depende, esencial-
mente de las cualidades de las aguas que bebe y de la rapidez con la
cual se desembaraza de sus inmundicias; la mortalidad está en relación
directa con el modo como se llevan á efecto los citados particulares.
En la última Exposición de París, Portillón envió una colección gráfi-
ca de cartones representando el movimiento de la población, la morta-
lidad y la marcha de sus epidemias. Durand-Claye presentó iguales
trazados bajo el punto de vista de la fiebre tifoidea y de las causas que
pueden influir en su desarrollo, probando lo mismo que Bertillón en
términos claros y evidentes (pie la cifra de fallecidos de esa enfermedad
está en relación directa con la cualidad del agua cpie se bebe y con el
estado de las cloacas.
La seguridad con (pie la higiene procede en cuestiones de limpieza
y aseo hoy es por demás perfectamente reconocida por todo el mundo.
Eas ciudades, comprendiendo sus sagrados deberes se imponen sacrifi-
cios considerables para perfeccionar sus conductos de agua y transfor-
mar sus canalizaciones de desagüe.
Los descubrimientos más recientes del mundo microscópico han
demostrado con evidencia estraordinaria que el agua es el vehículo
mas poderoso de los microbios que originan las enfermedades endémi-
cas ó epidémicas y que la estagnación en las cercanías de lugares ha-
bitados, de inmundicias de todas clases, constituyen focos permanentes
de infección de donde infaliblemente no se produce otra cosa que la
enfermedad y la muerte.
lambién por descubrimientos recientes, ya comprobados, se ha lle-
gado á evidenciar que es sobre todo, por las deyecciones de los eníei-
-5 mos que se esparcen y propagan los gérmenes microscópicos de los pa-
decimientos infecciosos y epidémicos, y no hay un solo higienista que
no esté convencido que la acumulación en la proximidad de las habi-
taciones de cantidades de materias fecales en fermentación, constituye
un grandísimo peligro para la salubridad del individuo, por más re-
pugnante que pueda ser considerado este asunto se hace necesario
abordarle, es el particular que más directamente y en el más alto gra-
do interesa á la salud pública. En la Habana á pesar de la vigilancia—
que no se tiene—las fosas destinadas á escusados están muy léjos de
encontrarse convenientemente preparadas para el objeto que se las de-
dica, expresamente, con toda idea, se construyen mal, dejando grietas
6 hendiduras para producir filtraciones, escapándose así una parte de
los líquidos que reciben infectando de este modo el suelo y las cerca-
nías de la casa; esas materias que como se ha dicho fermentan, llevan
en ellas gérmenes para abundante clase de enfermedades; no se necesi-
ta pertenecer á categoría de hombres científic os para comprobar prác-
ticamente lo manifestado hasta aquí; cansado está el vecindario de la
Habana de oler con sus narices y perdónese el pleonasmo, las emana-
ciones pútridas que se exhalan por estas calles al removerlas para efec-
tuar cualquier trabajo de composición, lo que es común, que vaya á
hacerse. Ea avaricia sórdida del propietario, con objeto de economizar
lo que tuviera que gastar en la limpieza de las letrinas, es lo que da
lugar en parte á las filtraciones fecaloideas del suelo donde descansa
esta ciudad y los llamados pozos absorventes, comunes en algunas
casas, no constituyen otra cosa que conductos tolerados para pro-
pagación de enfermedades. Hace algunos años que con motivo de
una visita de higiene efectuada minuciosamente en la barriada de Pe-
nal ver se pudo comprobar lo siguiente: el ha rrio do Peñalver posee
una superficie aproximada de 101,750 metros cuadrados, sobre esa su-
perficie se levantan 710 casas, el estado de sus escusados era como si-
gue; 171 limpios, 539 sucios y llenos, en 3 nada más había inodoros,
otras tres no tenían escusados, por último en una casa había una bom-
ba para desocupar aquel lugar durante los dias de lluvia. Por medio
de una pequeña operación de aritmética, cuyos detalles se encuentran
en nuestro trabajo sobre la Fiebre Tifoidea en la Habana, se llegó á
obtener la siguiente conclusión; que para quince metros y setenta y
tres centímetros cuadrados de superficie existía un metro cúbico de
productos excrementicios. La población de la Habana entre sus excre-
ciones humanas deja escapar al dia 25,256 kilogramos, 1.804 materia
sólida, 23,452 materia líquida, escúsese el naturalismo de la frase pero
se hace necesario ante -la incuria en que vivimos hacer patente, por
hechos gráficos que salten á los ojos, todo lo que nos falta, las necesida-
des del momento. Y téngase presente, ya que de este particular nos ocupamos, que cuando la Compañía del Acueducto estienda sus nuevas
cañerías en virtud de la escavación de ese terreno en las circunstancias
que llevamos ya indicadas, no tendría nada de particular que apare-
ciese una nueva epidemia, tal vez de fiebre tifoidea.
Mucho tiempo antes que los conocimientos de las leyes de la higie-
ne hubiesen llegado á constituir una ciencia, aún más, puede
desde que se llevó á efecto la primera aglomeración de séres humanos
ia necesidad se impuso á los habitantes del poblado que nacía, de ase-
gurar en todo tiempo el aprovisionamiento suficiente de agua pura,
del mismo modo, no era menos imperiosa la obligación que se esperi-
mentaba de librar, primero la habitación, las calles después, de las in-
mundicias y residuos diversos, consecuencia forzada de la vida en toda
comunidad de habitantes.
Esta ciudad necesita un sistema de cloacas, las actuales deficientes,
mal construidas, sin declive, casi al nivel del mar, en corto número,
8011 más bien que conductos, depósitos perennes de focos patógenos
de toda clase de infección.
Algo más que también nos falta, que tenemos á la vista, casi á
nuestras manos cual nuevo suplicio de Tántalo, es el agua, buena y en
cantidad. Las de Vento perfectamente estudiadas en estos dias y com-
probada toda su bondad por el l)r. Zamora en informe leído á la Aca-
demia de Medicina, desde hace algunos años hállanse á las puertas de
H ciudad. Los notabilísimos trabajos del ilustre D. Francisco de Albear
cuya memoria honrarán siempre sus compatriotas los cubanos, han
descansado durante largo período de tiempo envueltos en un olvido
punible, hijo del desquiciamiento social que nos corroe. Si alguna vez
Hs aguas de ese canal que ha consumido capitales en cantidad, llegan
a surtir las cañerías de la población, seguramente habrá de ser un día
de regocijo para sus habitantes, la Diosa Higea recibirá la enho-
rabuena.
Haciendo una comparación con algunas de las principales pobla-
ciones de Europa y América se ve, que Londres, la capital más popu-
losa del Universo, contando más de 4.000,000 de habitantes, el prome-
te de mortalidad anual es de 18.5 por cada 1.000 habitantes, y en las
Siguientes ciudades es como se indica.
Población.
En Berlín 20.8 por cada 1000 habitantes 1.414,980
» Bruxelles 21.1 » » 181,270
» París 22.6 » » 2.260,945
}) S. Petersbnrgo... 24.6 » » 988.000
» Roma 25.2 » » 882.978 Población
En Manchester 26.1 por cada 1000 habitantes 378.164
« New-York 26.3 » » 1.493.000
» Nueva Orleans... 28.0 » » 248.000
» Buenos Aires 28.2 » » 248.000
» Lisboa 28.7 » » 242.000
» Habana 29.6 » » 200.448
» Madrid 33.0 » » 480.000
» Alejandría... 44.8 » » 181.703
» El Cairo 54.3 » » 353.188
Natalidad.—A 4,323 llega el número de nacimientos inscritos
en el Registro Civil—en esta cifra se excluyen los nacidos muertos,
que ascienden á 180:—el mayor número de nacimientos correspondió
al mes de Octubre con 401 y en proporción descendente siguen; Enero
con 392, Mayo 388, Noviembre 387, Septiembre 375, Julio 371, Abril
365, Diciembre 355, Febrero 353, Marzo 324, Junio 315 y Agosto 307.
Los varones han sido 2.218, las hembras 2.105, restadas estas parti-
das hay una diferencia de 113 á favor del sexo masculino. Los legíti-
mos en general han sido 2.536, los ilegítimos 1.787, diferencia á favor
de los primeros, 747. Blancos 3.334, negros 989, de los cuales hay 613
mestizos. De los 989 negros ascienden los ilegítimos á 888, quedando
reducidos los legítimos a 101. En los blancos tenemos, 2.435 legítimos
y 899 ilegítimos. Haciendo una comparación general entre los indivi-
duos del sexo femenino y los nacimientos tenemos, que en la raza
blanca, á cada grupo de 17’5 de mujeres, corresponde un nacimiento, y
en los individuos de color, por cada grupo de 30,4, igualmente un na-
cimiento. Este dato así apreciado carece de importancia, para estimar la
natalidad de un pueblo, y la tendría si en el último censo se hubiera
procurado indicar la edad de las mujeres; desde luego hay que separar
todas aquellas que carecen do la edad necesaria para la procreación,
que no es otra que el período comprendido entre 15 y 50 años.
Se dice (pie un país tiene una natalidad máxima cuando produce
150 nacimientos anuales por cada 1.000 mujeres en edad de procrear,
esto se nota en los países Slavos yen todos los Alemanes. La natalidad
media es de 130 al año como por ejemplo en Inglaterra, Bélgica, Espa-
ña. La natalidad es mínima ó débil cuando llega á 120 ó á una cifra
menor, como en Suecia, Grecia y Suiza; la Francia es (4 país de toda
Europa que ofrece menor natalidad.
Si se hace una proporción entre los nacimientos y los fallecidos en
general se ve que hay una diferencia en contra de la población que lie- ga á 1.600, pero si se examinan esas partidas dentro del elemento cu-
bano podrá apreciarse que á favor de la natalidad del país existe una
cifra que se eleva á 515.
En cuanto al lugar de su nacimiento la clasificación ha sido la si-
guiente: 3,808 individuos nacidos en la Isla de Cuba 1.485, en España
é Islas adyacentes, 214 en Africa, 416 en otros países.
Par estado civil tenemos, 705 varones, 588 hembras, blancos y 264
varones, 253 hembras negros, menores de 17 años, en consecuencia sol-
teros, puesto que hasta esa edad por lo general no contraen matrimonio
que hacen un total de 1.810.
Entre los varones blancos ya en disposición de contraer matrimo-
nio aparecen 1.522 solteros, 482 casados y 147 viudos, que hacen un
total de 2.151.
Las hembras blancas dan 338 solteras, 279 casadas y 270 viudas,
que hacen un total de 887.
Los negros varones dan 417 solteros, 18 casados y 8 viudos, total 443.
Por último las hembras negras 563 solteras, 30 casadas y 41 viudas,
total 634. En este cuadro los asiáticos están mezclados con los blancos,
los mestizos con los negros.
Pasando á examinar el cuadro correspondiente á la edad, se vé que
en el primer año de la vida viene á morir un poco más del quinto del
total. Ese primer año de la vida en todas partes es el más peligroso
para la existencia de aquel que acaba de llegar al mundo. En orden
de frecuencia siguen los individuos de 20 á 30 años. Si en el censo lle-
vado á efecto últimamente hubiese sido consignada la edad como asun-
to de importancia señalada, se hubiese tenido un punto de compara-
ción entre las edades respectivas de los vivos y de los que mueren. La
edad de 20 á 30 años pertenece á individuos que son los que sostienen
en su mayor parte la inmigración, da un total de 859. Después van
los de 40 á 50, 768 y sucesivamente de 30 á 40, 697, de 50 á 60, 636, de
60 á 70, 510, de 10 á 20, 301, de 5 á 10, 285, de 70 á 80, 278, de 80 á 90,
153, de 90 á 100, 45, y por último de más de 100, 7 negros.
Con motivo de establecer de un modo bastante exacto el promedio
de la duración de la vida en esta ciudad y en el año de 1889, con una
escrupulosidad casi matemática se ha llegado al siguiente resultado:
el promedio de la vida en el varón blanco cubano, tomándolo desde
el dia de su nacimiento, es de 21 años y 4 décimos de año. las proba-
bilidades de vida van aumentando á medida que pasa el tiempo, á los
10 años puede llegar á 42,3, después el aumento va siendo más gradual
á los 20 puede llegar á 44.7, á los 30 á 48.2 á los 40 á 55.2, á los 50 a 65./
á los 60 á 72.2, á los 70 á 77.9, á los 80 á 83.6, á los 90 á 92.6. Cito únicamente esta primera serie, tanto número seguido sería ya
en estremo cansado y en el cuadro que se acompaña podrá examinar-
se con la atención requerida todo lo relativo á ese particular; baste sa-
ber que han sido divididos en Illancos y éstos á su vez en nacidos en
Cuba, varones y hembras, en España, varones y hembras—otros países
varones y hembras—una clase aparte forman los asiáticos, después los
mestizos, varones y hembras, por último los negros de Cuba y de Afri-
ca también varones y hembras.
Aquí da término señores, este trabajo, árido de por sí, quizás can-
sado, y ya al final débese hacer constar que la vida de cada individuo
tiene un valor determinado; hacerla durar, conservarla tan incólume
como sea posible, hasta el límite que no es dado traspasar; he aquí lo
que la humanidad exige, tal es el sagrado deber de toda culta sociedad,
tal nuestra obligación.—He dicho. ENFERMEDADES.
Enero.
Febrero.
Marzo.
Abril.
Mayo.
Junio.
Julio.
Agosto.
Stbre.
Octubre.
Nvbre.
Ubre.
Total.
Total general.
I!.
X.
B.
X.
B.
N.
B.
X.
B.
X.
B.
N.
B.
N.
B.
X.
B.
X.
B.
X.
B.
X.
B.
X.
B.
X.
1
1
2
2
1
6
1
Fiebre tifoidea
10
6
4
3
4
5
13
5
9
6
20
10
14
6
14
5
9
8
3
1
9
3
6
5
115
63
178
Idem amarilla
19
4
7
7
17
43
57
76
43
29
29
14
345
345
Idem perniciosa
8
i
3
3
8
3
5
3
10
2
12
5
12
6
20
8
9
i
11
4
7
4
2
o
107
42
149
1
2
2
2
1
2
9
1
1
1
1
2
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1
25
10
2*
6
i
1
2
6
1
2
1
3
3
2
1
i
34
5
39
Caquexia palúdea
2
1
i
2
3
i
i
1
3
9
2
2
1
2
1
2
i
32
12
44
Group y Difteria
10
4
2
9
i
6
2
4
2
6
3
1
3
2
15
2
6
3
7
4
10
2
81
22
103
1
1
1
2
1
Muermo y Farcino
1
1
2
1
3
2
1
2
1
2
1
19
1
20
Tuberculosis pulmonar
93
18
73
19
90
26
72
34
69
21
75
22
74
32
68
28
71
26
65
24
71
26
61
25
382
SOI
1183
Otras tuberculosis
7
5
11
5
20
7
16
3
15
2
lo
3
16
4
9
2
10
4
12
2
9
1
8
5
156
43
199
Cáncer
9
3
9
15
2
11
6
13
3
15
1
11
1
lo.
5
10
2
13
3
15
4
15
i
149
31
180
Congestión y ü. cerebral
18
18
15
5
10
13
11
11
13
19
11
7
21
8
14
13
19
8
17
11
12
9
16
8
177
130
307
Meningitis
5
2
10
i
12
2
9
2
14
6
17
6
25
5
14
4
18
5
5
5
11
4
8
3
148
45
193
Otras af. del sistema nervioso
5
1
5
3
12
3
12
8
2
1
9
3
6
2
4
2
7
1
4
7
1
5
i
78
29
107
23
12
17
15
10
9
12
14
8
6
22
11
26
8
21
15
92
8
23
8
28
15
228
115
Idem traumático
5
3
3
2
2
4
2
2
1
3
i
1
2
2
1
2
26
14
40
Af. del corazón v aorta
20
20
30
16
31
19
31
18
25
18
23
16
17
18
32
19
37
15
26
19
28
Í6
23
14
323
208
531
Neumonía y Bronquitis
22
6
10
10
14
9
22
4
16
8
12
7
17
4
17
7
17
9
16
8
11
6
18
8
197
86
283
3
1
2
3
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10
5
15
Atrepsia y enteritis coleriforme
15
11
30
7
34
9
36
11
41
9
36
6
21
8
18
5
10
i
12
2
14
5
12
5
279
79
358
Enteritis
21
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20
4
28
8
27
10
26
7
32
9
41
11
19
9
18
7
23
7
18
9
23
8
299
93
392
Afecciones del hígado
11
5
9
5
10
3
8
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15
6
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10
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Otras af. del apto gastro int
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Acc. puerperales
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1
1
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Suicidios
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3
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43
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72
Otras enfermedades
18
9
15
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18
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13
C
12
12
24
7
15
4
19
10
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10
21
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15
11
210
1 97
307
Total
362
135
298
1 113
374
140
338
155
361
143
401
137
430
138
404
145
384
122
327
116
339
llf
314
131
4332'1591
5923.
CONSIDERACIONES DEMOGRAFICAS RELATIVAS A LA CIUDAD DE LA HABANA, AÑO DE iBBg.
Enero.
Febro.
Marzo.
Abril.
Mayo.
Junio.
J ulio.
Agosto.
Sptbre.
Ocíbre.
Nvbre.
Dcbre.
Total.
Total general.
EDADES.—1889.
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32
3
71
4
32
108
32
2
68
17
12
13
41
37
87
14
11
15
57
47
46
40
21
20
34
8
77
30
11
16
71
53
49
38
40
9
37
8
3
94
25
36
5
81
23
10
28
89
44
48
36
23
15
29
11
64
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39
896
211
82
226
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530
008
488
349
165
76
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381
74
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1277
285
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10
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De 5 á 10 )>
4
1
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5
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13
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De 10 á 20 »
16
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19
35
10
11
11
19
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10
18
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8
25
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14
22
12
12
11
n
29
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45
51
42
34
5
2
20
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14
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17
56
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6
15
9
14
11
11
10
8
75
174
167
160
148
161
113
De 20 á 30 »
54
14
44
16
18
12
11
12
16
15
4
13
15
17
11
20
9
18
10
13
46
54
19
29
15
38
15
13
36
49
15
19
13
49
58
41
24
22
De 40 á 50 »
50
11
42
41
9
58
17
6
13
11
5
50
40
32
12
6
De 50 á 60 »
44
13
10
54
26
19
13
43
638
510
278
De 60 á 70 »
31
12
9
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33
16
14
10
6
9
2
De 70 á 80 »
15
12
10
16
14
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Total
362
135
298
113
374
140
338
155
361
143
401
137
430
138
404
145
384
122
327
110
339
116
114
131
4332
1591
5923
Mortalidad con relación á la edad. Defunciones por estado civil.
i88g.
Enero.
Febrero.
Marzo.
Abril.
Mayo.
Junio.
Julio.
Agosto.
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Octubre.
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18
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25
17
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19
28
25
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264
Hembra* (21 í BJancas
42
46
56
50
57
56
63
48
49
36
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46
588
nenio ras | Negras
15
18
18
19
26
26
32
18
22
19
19
21
253
f Solteros
126
102
121
107
124
138
164
134
141
121
129
115
1522
Varones blancos i Casados
48
31
38
32
35
49
48
57
43
29
42
30
482
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13
12
18
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14
13
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11
14
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13
147
f Solteras
28
37
28
32
29
27
26
29
24
30
24
24
338
Hembras blancas -j Casadas
25
11
27
25
19
26
20
25
25
27
26
23
279
1 Viudas
29
26
18
32
19
20
24
21
20
24
17
20
270
f Solteros
41
27
51
37
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33
36
45
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28
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i Viudas
1
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6
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4
1
3
1
5
41
Total
497
411
514
493
504
538
568
549
506
443
455
445
5923
(l)-(2) Menores de 17 años, solteros en consecuencia, puesto que hasta esa edad no contraen por lo general matrimonio. 46
Defunciones.
1889.
| Enero.
1 Febrero.
1
| Marzo.
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| Abril.
Mayo.
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Julio.
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Octubre.
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Diciembre.
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47
22
268
72
41
30
353
86
54
21
303
104
51
35
333
88
55
28
375
88
49
26
399
84
54
31
384
99
46
20
363
74
48
21
305
69
47
22
309
66
50
30
289
91
40
25
4021
1009
582
311
497
411
514
493
504
538
568
549
506
443
455
445
5923
Defunciones.
1889.
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• 1725
Blancos
| Legítimas
| Ilegítimas
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Negros
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Total.
Defunciones
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353
514
324
493
365
504
386
538
315
568
371
549
307
506
375
443
401
455
387
445
355
5923
4323
Diferencia
—105
—58
—190
-128
— 118
—223
-197
—242
—131
—42
—68
—90
—1600
310
392
271
353
335
324
342
365
345
386
346
315
351
371
347
307
329
375
279
401
273
387
280
355
3808
4323
Diferencia
+82
+82
—11 +23
+41
—31
+20
—40
+46
+122
+114
+75
+515
1889.
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Término medio de mortalidad por cada
29.82
23.52
24.66
21.18
30.84
19.34
29.58
21.90
30.24
23.28
32.28
18.90
34.08
22.26
32.90
18.42
30.36
22.50
26.58
24.06
27.30
23.22
26.70
21.30
29.61
21.57
Término medio de natalidad por cada
Diferencia
6.30
3.48
11.50
7.68
6.96
13.38
11.82
13.48
07.76
' -02.52
04.08
05.40
08.04
1889.
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16.43
12.16
16.25
12.51
17.93
10.50
18.32
11.96
17.70
9.90
16.86
12.50
14.16
12.93
15.16
12.90
14.35
11.45
16.24
11.84
Diferencia
3.39
4.07
6.13
4.27
3.74
7.43
6.36
7.80
4.36
1.23
2.26
2.90
4.40 51
1887.
1888.
1889.
MESES.
B.
JST.
Total.
B.
N.
Total.
B.
N.
Total.
342
145
487
511
255
766
362
] 35
163
140
155
143
137
497
284
121
405
409
183
592
298
411
355
178
533
391
173
564
374
514
493
504
538
373
164
537
357
110
467
338
470
164
634
293
117
410
361
511
172
683
356
134
490
401
430
404
631
216
847
466
124
590
138
145
122
116
116
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549
506
443
455
445
651
276
927
481
149
630
615
232
847
363
152
515
384
588
262
850
353
130
483
327
500
250
750
382
150
532
339
594
266
860
405
161
566
314
131
Total
5914
2446
8360
4767
1838
6605
4332
1591
5923
Defunciones ocurridas en la ciudad de la Habana, durante los años de 1887,1888 y 1890.
1887.
1888.
1889.
93
02
2
Suicidios.
Homicidios.
Suicidios.
Homicidios.
Suicidios.
Homicidios
Total
suicidios.
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Total
homicidios.
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10
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13
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36
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26
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46
26
49
34
2
5
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97
120
120
217
Criminalidad. Cuadro comparativo de Fiebre Amarilla (Población Militar y Civil) y Viruelas, durante los años 1887, 88 y 80.
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353
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12.6
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12.1
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763.00
760.31
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760.97
761.16
761.88
761.61
759.18
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30.8
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14.2
15.9
15 5
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22.1
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29.6
260.2
133.0
237.6
83 9
21.1
19.3
21.9
32.2
18 9
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3 3
29.5
30.2
32.2
34.0
32.9
30.3
26.5
16.4
16.2
17 9
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31.4
34.2
35.7
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17.4
18.0
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2.7
3.0
30
32 8
27.2
27 6
33 8
Octubre
443
14.2
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24.0
12.9
30.2
19.1
25.2
2.9
215.8
455
27.2
26.7
15 1
387
23 2
12 9
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29 2
18 2
24 5
75
E.
E.
3.7
99 3
Diciembre
445
14.3
355
21.3
11.4
764.36
25.8
17.2
21.9
73
5.7
37.0
Mortalidad (1) y Natalidad del año 1889, por meses y en relación con el estado meteorológico.
1) Nacidos muertos, excluidos. Movimiento de pasajeros del puerto de la Habana,
durante el año 1889.
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Enero, 1889.
Entrados
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327
157
2230
391 '
Salidos
370
554
88
1012
135
Diferencia
+ 1376
— 227
+ 69
+1318
+ 256
Febrero.
Entrados
1102
640
240
1082
123
Salidos
409
769
143
1321
107
Diferencia
+ 693
— 128
+ 97
4- 661
+ 16
Marzo.
Entrados
973
725
232
1930
66
Salidos
730
947
165
1842
165
Diferencia
+ 243
— 222
+ 67
4 88
— 99
Abril.
Entrados
728
386
410
1524
53
Salidos
1180
967
134
2281
50
Diferencia
— 452
— 581
+ 276
— 757
+ 3
Mayo.
Entrados
745
457
263
1465
Salidos
1217
757
414
2388'
55
Diferencia
— 472
— 300
— 151
— 923
— 55
Junio.
Entrados
504
441
306
1261
Salidos
925
801
192
1918
42
Diferencia
— 411
— 360
4 114
— 657
— 42
Julio.
Entrados
843
648
130
1621
Salidos
937
811
217
1965
129
Diferencia
— 94
— 163
— 87
— 344
92
Agosto.
Entrados
697
580
220
1497
44
Salidos
820
598
355
1773
221
Diferencia
— 123
— 18
— 135
— 276
— 187 Movimiento de pasajeros del puerto de la Habana, durante
el año de 1889.
Septiembre.
Entrados
Salidos
Diferencia
Octubre.
Entrados
Salidos
Diferencia
Noviembre.
Entrados
Salidas
Diferencia
Diciembre.
Entrados
Salidos
Diferencia
| 6*08 +
+
CO
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CO (X) cc
8912
8251
Estados Unidos.
+
co
co
2891
2702
Otros países.
1+ J1165
30390
19225
Total.
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CO
-JT
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2685
1813
Tropa y marina.
IRDBSXJIMGBISr DEL 1889.
Los pasajeros de tropa y marina están incluidos en la casilla
España.
Estos datos lian sido tomados de la lista de pasajeros que
publica el Diario de la Marina. El Sr. Presidente: El Dr. Montalvo tiene la palabra para argu-
mentar:
Dr. Montalvo: felicita al Dr. La Guardia y dice cpie no puede haber
demografía completa sin contar con el factor étnico: hay muchas clases
de blancos; tan blanco es el inglés como el canario, y, sin embargo,
aquél sufre con mayor frecuencia la escarlatina y el sudor miliar; tan
blanco es el recien llegado como el natural y el aclimatado, y las en-
fermedades que el primero puede contraer no son idénticas á la de és-
tos; tan negros son los Yolows como cualesquiera otros y, sin embargo,
no todos sufren con tanta gallardía las heridas abdominales al dividir-
se el vientre con sus gris-gris. Todos los blancos aparecen agrupados
y aquí los hay de distinta procedencia: naturales, españoles de distin-
tas provincias, etc., etc.; hay que citar la procedencia porque tienen
patología diversa.
Respecto á la criminalidad señaló la cifra mínima de los naturales
del país. Y termina significando que, á su juicio, esos son lunares del
trabajo leido y que recomienda á su autor para que los enmiende.
El Sr. Presidente: el Dr. Arango tiene la palabra.
Dr. Arango; El Dr. La Guardia no se ha referido á una enfermedad
destructora, la lepra, para la que existe en la Ciudad un hospital, (San
Lázaro) cuyo promedio de mortalidad anual es del 15 al 20 pS : No-
ruega, el mayor foco del mundo, tiene 20 pg .
El Sr. Presidente: el Dr. La Guardia tiene la palabra para replicar.
Dr. La Guardia: dice que su trabajo es incompleto, pues no habían
transcurrido más que quince días del fin del año y los datos oficiales
no estaban aún terminados; que le ha sido preciso un gran esfuerzo
para reunir los que presentaba.
El Sr. Presidente: el Dr. Méndez tiene la. palabra para leer su trabajo;
Estadística Demográfica de la Ciudad de Cárdenas, durante un período
de seis años.
el Dr. Mendez.
La ciudad de Cárdenas está situada en la costa N. de la Isla de
Cuba, en la ensenada de su nombre, á los 28° 14' 45" latitud N. y á
los 74° 49' 46" longitud O. del meridiano de- Cádiz.
Se asienta su mayor parte en una planicie de terrenos pantanosos
(mangle) en que se mezclan las aguas llovedizas y de mar. Para la
edificación de la ciudad lia sido necesario invadir el mar y terraplenar
los pantanos; al través do ésta capa artificial so filtran las aguas de
éstos pantanos que, siguiendo las oscilaciones de la marea, cambian
constantemente de nivel, El subsuelo, como el de toda la Isla, según Hunlbold, La Sagra y
otros, está formado por un gran banco de calizas y rocas porosas, tan
somero, que la elección de sitio para el actual Cementerio, situado á
tres kilómetros de la ciudad hacia el 0., costó largo tiempo de inves-
tigación, pues la profundidad de las capas vejetales no ofrecieron la
ostensión suficiente en profundidad para verificar debidamente las
inhumaciones.
La composición de ésta capa terrea es calcárea ferruginosa, que es
la más abundante en la Isla, y se encuentra mezclada en algunos
lugares, pocos y pequeños, con arcilla y arenilla.
El análisis de las tierras bermejas ó coloradas demuestra una
existencia de óxido de hierro, que, por lo general, varía del 16 al 23 por
ciento, unido á alúmina, sílice y sales de cal hasta sumar el 80, 85 y
aún 90 por ciento, quedando el resto al humus y restos animales, éstos
últimos naturalmente muy variable en cantidad.
El subsuelo es la laja que los poceros taladran para el agua potable
y el rio que vulgarmente se dice que corre bajo el suelo de la pobla-
ción es debido á las grandes cantidades de agua lluvia que deja pasar
la gran roca porosa citada por los autores espuestos, debajo de la cual
se hallan grandes e Gratificaciones de rocas volcánicas en que dominan
también los compuestos calcáreos.
Las calles están situadas de N. E. á S. O. y de S. E. á N. O. Son
ámplias y rectas, su afirmado de mala calidad se asemeja al sistema
Mac-adam; se usa la piedra común (carbonato de cal) muy blanda, asi
es que en la época de las lluvias se convierten en lodazales, y en la es-
tación de la seca, á beneficio de los vientos, el polvo envuelve constan-
temente á la ciudad. Los edificios son generalmente bajos, de mala y
deficiente construcción y muy poco ajustados á las exigencias del
clima.
La población es de 23,406 habitantes, de los que hay 15,600 blancos,
5,945 negros, 860 chinos.
Hay 8,650 varones blancos y 6,950 hémbras blancas.
2,925 varones negros y 4,020 hémbras negras.
Los niños blancos según sus edades se dividen en:
1,240 de ambos sexos de 1 á 5 años.
1,497 de ambos sexos de 5 á 10 años.
1,194 de ambos sexos de 10 á 15 años,
y de 15 años en adelante 11.669.
Los niños de color de ámbos sexos, según sus edades, son;
630 de 1 á 5 años.
743 de 5 á 10 años.
812 de 10 á 15 años,
y de 15 años en adelante 4,760, Anualmente tienen lugar 627-2 defunciones y 676 nacimientos.
De varones blancos 293-3
Hembras blancas 136
Varones de color 101
Hembras de color 96-5
De niños de 0 á 1 años 145-2
» » »lá 5 » 53-2
» » »5 á 10 » 107-4
» « »10 á 20 » 28-3
» adultos 20 á 30 » 52-2
« « 30 á 40 ). 65
» » 40 á 50 » 81-4
« )> 50 á 60 » 74-5
» » 60 á 70 » 51-2
» w 70 á 80 » 32-2
» » 80 á 90 » 15-3
» )> ' 90 á 100 » 4-1
á mas de 100, todos negros, hay 2-6
Como se ve, las edades de más defunción son de 0 á 1 año 145-2 y
de 40 á 50 con 81-4.
Según el estado civil las defunciones se descomponen así:
Solteros blancos 146
Solteras blancas 85-5
Solteros negros 55
Solteras negras 54-1
Casados blancos 44-5
Casadas blancas 26-3
Casados negros 1-4
Casadas negras 1
Viudos blancos 16-5
Viudas blancas 20-3
Viudas negras 1-1
Corresponden 676 nacimientos á cada año por 239-5 defunciones de
niños menores de 17 años.
Los nacimientos son;
232 varones blancos. 227-4 hémbras blancas.
107 varones negros. 107-3 hémbras negras.
Las defunciones entre los naturales de Cárdenas son:
181-3 para los varones y hémbras blancos.
98-1 para los varones y hembras negros.
I jas defunciones de los nacidos en la Isla de Cuba son:
65-5 blancos de ambos sexos.
48-6 negros, también de ámbos sexos. Españoles peninsulares, blancos, 105, y en los seis años que sirven
de base a ésta estadística hay un negro peninsular.
De las defunciones de naturales de varios paises hay 77
Africanos 59-3
Tomando por base de nuestra estadística un período de seis años,
tenemos un total de 3,764 defunciones y 4,056 nacimientos.
Defunciones de blancos 2,577
» de negros 1,187
Que se descomponen así:
Varones blancos 1,761
Hembras blancas 816
Varones negros 606
Hembras negras 581 1884 á1889.
Enero,
Febrero,
Marzo,
Abril.
Mayo.
Juoio.
TOTAL,
ENFERMEDADES.
B.
N.
B.
N.
B.
N.
B.
N.
B.
N.
B.
N.
B.
N.
15
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2
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12
15
1
13
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1
6
3
l
1
1
1
3
i
3
9
Enteritis, enterocolitis y
13
5
2
15
16
6
15
1
30
8
96
25
Enteritis de las países cali-
4
1
10
2
3
1
9
6
5
4
13
3
44
17
0
1
1
1
1
9
6
2
1
1
1
3
5
3
3
3
1
1
6
4
5
3
5
4
25
18
1
1
2
1
2
1
2
2
8
4
1
2j
1
7
2
1
1
6
1
8
1
25
6
1
]
1
1
O
1
1
1
1
7
4
1
2
1
1
1
1
1
2
4
6
1
3
3
4
1
4
1
1
1
1
2
3
3
6
3
4
3
1
1
9
9
12
1
1
2
i
i
3
4
3
9
5
1
1
1
6
6
8
2
29
6
2
1
1
1
1
4
1
9
i
2
4
6
1
3
1
1
1
4
Meningitis y meninge ence-
3
6
4
5
1
8
8
7
2
16
6
45
24
• )
2
9
3
2
1
2
2
9
7
3
3
2
5
3
7
6
2
3
i
27
8
Neumonía y bronconeumo-
7
4
5
o
8
9
6
4
7
6
9
0
42
24
6
4
3
4
11
6
9
4
4
5
39
17
1
1
1
2
4
l
3
1
1
2
1
2
1
2
1
8
Peritonitis y metro-perito-
1
9
2
1
5
1
2
1
13
2
1
9
3
9
i
1
1
1
6
6
1
l
3
1
5
1
1
1
2
1
2
2
2
1
1
6
5
1
1
2
4
3
1
4
7
11
1
49
1
2,
Tuberculosis
15
50
11
60
22
40
9
62
15
40
23
301
95
15
12
15
10
12
8
13
11
11
9
26
15
92
65
1
2
3
2
1
1
1
1
3
2
9
8
1
2
1
3
7
6
2
3
1
6
6
14
8
8
8
7
7
20
5
17
7
9
8
75
43
186
105
180
92
198
84
206
95
222
93
251
125
1243
594 1884 á 1889.
ENFERMEDADES.
Julio,
Agosto,
Stbre.
Dtbre.
Novfare.
Dicbre.
TOTAL,
B.
N.
B.
N.
B.
N.
B.
N.
B.
N.
B.
N.
B.
N.
12
2
12
9
1
16
1
17
2
11
8
4
ii
2
10
12
10
69
63
Afecciones vasculares
4
1
11
2
Atelectasia pulmonar
1
1
1
1
2
2
Alcoholismo
1
1
2
2
1
2
3
3
1
9
7
Al nacer
2
3
]
1
1
2
6
4
6
9
2
6
4
4
8
3
5
2
4
1
5
3
34
15
Cáncer
3
2
8
9
5
10
45
5
Congestión cerebral
7
1
4
9
5
3
6
4
3
9
2
3
5
2
4
3
1
2
7
4
2
1
35
20
15
10
9
1
2
i
2
1
9
3
4
1
12
7
Disentería
2
1
9
1
1
6
4
Enteritis, enterocolitis y
atrepsia
37
21
28
8
16
3
]
9
8
]1
2
102
44
Enteritis de los países cáli-
dos
5
9
2
3
1
9
4
3
35
16
Eclampsia
2
9
]
1
2
1
2
6
5
9
5
13
2
12
i
2
2
4
2
9
1
42
13
» gástrica
1
1
2
11
26
23
4
1
5
69
» puerperal
1
1
1
2
2
15
1
3
4
5
4
1
4
3
2
4
36
17
2
7
1
9
1
11
2
» palúdea
7
9
3
9
1
1
1
11
6
2
1
I
1
1
1
5
2
Ealta de desarrollo ..
2
2
Hemorragia cerebral
9
O
5
1
6
3
6
4
7
2
3
4
37
21
tJtras hemorragias
1
O
1
1
2
5
3
Hepatitis
3
2
3
5
4
1
4
5
1
3
20
11
t * •: i
Anieccion purulenta
1
1
2
Ictero grave
•)
1
2
Meningitis y meningo ence-
falitis
13
2
12
3
10
10
3
9
4
8
9
6
3
58
24
Mielitis
1
2
2
O
8
2
Neumonía y bronconeumo-
nía
3
2
11
4
3
3
2
3
5
3
(i
3
2
26
21
Nefritis
2
2
1
]
4
3
2
2
4
4
15
13
Peritonitis
Pleuresía
5
2
4
1
1
1
1
1
1
1
9
2
2
1
1
2
3
1
11
9
9
3
Por accidentes
13
4
6
4
10
8
tj
2
13
1
4
5
53
24
1
1
1
2
1
1
1
1
3
1
1
1
5
4
Paquitismo
3
2
2
1
q
1
9
2
Senectud
1
3
1
1
2
2
1
4
2
13
2
1
i
1
2
3
Sífilis hereditaria,
1
2
1
4
Sarampión
5
5
-Tuberculosis
55
20
63
15
51
18
56
16
49
11
51
12
325
92
-Tétanos infantil
18
12
3
7
10
14
11
14
11
12
8
6
70
60
1
2
2
2
2
1
1
1
9
6
4
1
1
i
1
2
1
8
3
Premia
9
2
Viruelas
2
1
4
2
6
3
Varías enfermedades
7
10
10
8
15
4
8
3
16
2
10
7
66
34
275
123
271
114
238
98
170
82
201
89
179
87
1334
593 Tomando de éste grupo de enfermedades las que más defunciones
han sumado y siguiendo el orden numérico é invirtiéndolo, de más á
menos, tenemos, en primer lugar, la tuberculosis con 813, que son;
Niños menores de 17 años 17 varones blancos.
» )> » » » 22 hembras blancas.
» )> » » » 16 varones negros.
» » » » » 28 hembras negras.
Varones blancos solteros 370
Hembras blancas solteras 52
Varones negros solteros 52
Hembras negras solteras 86
Varones blancos casados 57
Varones negros casados 4
Hémbras blancas casadas 63
Vorones blancos viudos 20
Hémbras blancas viudas 25
Hémbras negras viudas 1
Las defunciones causadas por la tuberculosis, según las edades,
pueden verse en el adjunto cuadro. Señalaremos las edades en que
más defunciones han ocurrido:
m - f 164 blancos.
De 40 a5O anos j .
t 18 negros.
™ ka ' an ~ í 134 blancos.
De 50 a 60 anos ]
i. 17 negros. 65
[oero,
Febrero.
Maizo.
Abril.
Majo,
Junio,
Julio,
Agosto.
Sbre.
Obre.
Ubre,
Dibre,
TOTAL.
B.
N.
B.
N.
B.
N.
B.
N.
B.
N.
B.
N.
B.
N.
B.
N.
B.
N.
B.
I
¡N.
B.
N.
B.
N.
B.
N.
De
0 á
1 año.
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
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1 á
5
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1
1
2
3
2
1
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1
4
2
1
2
5
2
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1
2
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1
2
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1
22
21
10
1
1
1
1
1
2
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6
6
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2
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1
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1
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1
2
2
1
3
2
2
2
4
22
29
))
20 á
30
))
7
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3
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6
O
O
6
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5
5
O
O
4
5
7
6
7
3
9
1
72
45
))
30 á
40
))
6
3
10
4
16
1
9
2
13
2
5
6
11
3
13
4
15
3
8
2
5
2
8
2
119
34
»
40 á
50
))
15
2
17
1
19
3
12
13
4
13
1
11
3
17
1
10
1
14
1
14
1
9
164
18
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50 á
60
»
13
2
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9
2
5
14
2
5
11
3
13
1
14
3
13
1
13
2
19
1
134
17
))
60 á
70
»
' 2
1
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3
1
3
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4
1
10
1
5
1
5
8
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2
2
59
8
))
70 á
80
»
1
1
2
1
3
2
1
2
1
1
1
1
1
3
19
2
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2
1
1
1
1
1
2
1
1
1
1
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100
1
1
1
1
2
49
15
50
11
60
22
! °
1
9
62
15
i o
i
23
55
20
63
15
51
18
56
16
49
11
51
12
626
187
TTUBEIROTU'XjOSIS- —lBB4 _A. 1889.-POR EDADES. 66
Enero.
Febrero,
Marzo,
Abril,
Majo,
Junio,
Julio,
Agosto,
Sbre,
Obre,
Ubre.
Dibre.
TOTAL.
B.
N.
B.
N.
B.
N.
B.jN.
B.
N.
B.
N.
B.
N.
B.
i
N.
B.
N.
B.
N.
B.
N.
B.
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B.
N.
aa
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1
1
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1
2
1
4
1
2
1
1
2
3
1
1
2
3
2
1
1
1
17
16
2
2
l
2
3
5
1
1
1
3
4
1
5
1
1
3
1
2
3
2
1
5
22
28
f Solteros
32
3
32
4
35
8
21
35
6
18
6
30
4
41
5
30
4
31
4
30
5
35
3
370
52
Varones., -
Casados
2
3
8
3
3
1
5
1
10
1
4
...
5
6
3
5
1
57
4
Viudos
1
2
5
2
O
2
1
1
1
1
20
f Solteras
2
9
2
4
5
9
O
O
5
9
/
8
11
2
12
5
8
3
8
4
8
4
3
5
2
52
86
Hembras -j
Casadas
7
8
6
4
6
1
4
6
6
5
3
63
Viudas
2
1
1
2
5
3
1
4
1
a!
' 1
2
1
25
|
1
49
15
50
11
60
22
40
9
62
15
40123
55
20
63
15
51
18
56 16
49
11
51
12
626
187
TUBERCULOSIS. 1884 1889. ESTADO CIVIL. Los meses do más defunciones han sido: Marzo, Agosto y Julio y
los de menos Abril y Noviembre.
La proporción de defunciones de tuberculosis entre blancos y
negros es de:
Corresponde al total de defunciones 21-6
» al total de habitantes 3-5
» al total de blancos 5-2
» al total de negros 11-7
» al total de defunciones
de blancos 31-9
» al total de defunciones
de negros 68-5
al total de defunciones entre blancos 24-3 y
por último al total de defunciones entre negros 15-7
Las afecciones del corazón arrojan un total de 306 defunciones;
167 blancos, 139 negros. Corresponden al total de defunciones 8-5. Al
total de habitantes 1-3. Al total de blancos 1-9. Al total de negros 4-4.
Al total de defunciones de blancos entre sí 6-4. Al total de defunciones
de negros entre sí 11-7‘
El mayor número proporcional de defunciones, ocasionadas por las
afecciones del corazón, corresponden á los negros. Pueden
como causas do ésta desproporción, la condición de esclavos de que
aun hace relativamente pocos años acaban de salir, los trabajos
violentos á que se les dedicaban, los sinsabores infinitos causados por
su triste situación de entonces, la dificultad de precaverse contra el
reumatismo, y, por último, sus hábitos alcohólicos.
También es grande la proporción de mortalidad entre blancos.
Débese tener en cuenta el estado deprimente de todos los ánimos
durante todo el tiempo de la guerra, sostenida con extraordinario
ensañamiento por ámbas partes.
Que las fortunas privadas y pública han decaido grandemente, y
que la crisis económica que hace tiempo nos aflije áun se mantiene.
Que el reumatismo es frecuente entre nosotros, que el alcoholismo so
generaliza y la sífilis se aumenta cada día.
Entre las enfermedades que más defunciones causa entre nosotros
figura el tétanos infantil con 287 casos, 162 blancos, 125 negros.
Los meses de más defunciones han sido: Junio con 41 casos, 26
blancos y 15 negros. Enero con 27 casos, 15 blancos y 12 negros.
Los meses de Febrero, Julio y Octubre, con 25 cada uno. Los
meses de menos: Diciembre con 14 casos y Agosto con 10 casos.
Para el tétanos infantil nos parece que no deben invocarse otras
causas que las que se invoquen para el tétanos en el adulto, a menos
que no se pretenda establecer diferencias etiológicas y nosologicas, admítase mayor snceptibilidad, terreno más apto en el niño que en el
adulto, admítase la mayor curabilidad de que es posible el tétanos en
el adulto y se comprenderá la enorme desproporción de mortalidad
entre unos y otros.
Siendo para el tétanos infantil 287 casos y 32 para el tétanos en los
adultos.
Admítase el origen telúrico, el equino ó el infeccioso para el tétanos,
siempre tendrán que considerarse como factor indispensable ciertos
cambios atmosféricos en ciertos años ó épocas del año que colocan al
organismo en mayores condiciones de receptividad para el mejor
desarrollo del agente morboso. Que ésto es indudable lo prueba que el
mayor número de defunciones tiene lugar en los meses de Junio,
Enero y Octubre en que la temperatura es más variable.
Además, si es necesario admitir una puerta de entrada para el
agente morboso, en el niño la tenemos en la úlcera umbilical, opinión
sustentada desde hace tiempo. A éste propósito significaremos que in-
fluye muclio en el sostenimiento de la úlcera, que queda á la caida del
cordón, las malas y empíricas curaciones que aquí se practican. He
observado siempre dicha úlcera en los niños tetanizados é inquiriendo
los medios de curación puestos en juego, lie venido en conocimiento
del empleo de sustancias oleosas.
Diremos por nuestra parte que los muchos niños que hemos
asistido al nacer y en cuya curación umbilical hemos puesto en
práctica un método antiséptico no lamentamos un sólo caso de tétanos.
La enteritis, enterocolitis y atrépsia arrojan un total de defunciones
de 267: 198 blancos y 69 negros.
Corresponden á un total de defunciones de niños, tomándolas del
grupo de los de 0 á 5 años, 22-3.
24-8 para el total de defunciones de niños blancos.
17-4 para el total de defunciones de niños negros.
68-8 para el total de niños que existen.
15-9 para el total de niños blancos que existen.
10-9 para el total de niños negros que existen.
Se vé pues que la enteritis viene á ser entre nosotros una enfermedad
de desastrosos resultados.
La enteritis estreñía sus rigores en la estación de las lluvias. Los
meses de Julio con 58 casos, 37 blancos y 21 negros, Junio con 38
defunciones, 30 Illancos y 8 negros; Agosto con 36 defunciones 28 Illancos
y 8 negros. Los meses de ménos son: Octubre con 1 caso y Febrero con 9.
Las causas que á nuestro juicio más influyen para que la enteritis
sea tan frecuente son, desde luego, la snceptibilidad del tubo digestivo
durante la infancia, la influencia estacional en la producción de los
catarros intestinales, la modificación impresa en la leche de las vacas, que es entre nosotros la más usada para la lactancia artificial, durante
los meses de Junio, Julio y Agosto, á causa de los cambios esperimen-
tados en la proporcionalidad de los elementos que entran en la com-
posición de los pastos, la adulteración de esa misma leche y la absoluta
inobservancia de la higiene de la infancia.
La meningitis ocasionó 151 defunciones, 130 blancos y 48 negros.
Los meses de más defunciones son: Junio con 22 casos, Agosto con 22
y los de menos Marzo y Enero.
Siempre nos ha parecido la meningitis idiopática ó verdadera poco
frecuente, la mayor parte de las veces so toman como tal las complica-
ciones encefálicas propias de afecciones agudas y sobre todo los episo-
dios finales de la enterocolitis; de todos modos, no es estraño que, dón-
de tantos estragos hace la tuberculosis, sea la meningitis natural
consecuencia de la herencia trasmitida por procreadores diatésicos.
La pneumonía con 113 casos, 68 blancos y 45 negros. Los meses de
más defunciones: Agosto con 15, Junio 14, Marzo 13. Los meses de
menos; Julio, Setiembre y Diciembre con 5 casos cada uno.
La enteritis de los países cálidos ocasionó 112 defunciones, 79
blancos y 33 negros.
Los meses de más casos son: Junio 16, Abril 15, Agosto 14, y los de
menos son: Mayo y Octubre con 4 casos cada uno. Enero y Setiembre
con 5 casos cada uno.
La congestión cerebral con 110 casos, 68 blancos y 32 negros. Los
meses de más defunciones han sido: Abril, Mayo y Julio con 11 casos
cada uno; los de Marzo, Agosto y Setiembre con 9 casos cada uno,
Febrero y Noviembre con 5 casos cada uno y Diciembre con 7.
Las afecciones cancerosas han ocasionado 104 defunciones, 83
blancos y 21 negros. Los meses de más defunciones han sido; Julio
con 12, Mayo con 11, Junio 10, y los de menos: Noviembre con 5,
Agosto con 6 y Marzo con 7.
La fiebre tifoidea ocasionó 98 casos, 67 blancos y 31 negros. Los
meses de mayor número de defunciones son: Julio con 14 casos,
Setiembre 13, Abril 10. Los meses de menos son: Marzo con 2,
Diciembre 3, Agosto 5.
La fiebre perniciosa con 83 casos, 60 blancos y 23 negros. Los meses
de más defunciones son; Julio con 16 casos, Setiembre con 9, Agosto
con 10 casos. Los meses de menos defunciones son: Enero con 1 caso,
Abril con 2 casos, Febrero con 3.
La bronquitis con 82 casos, 57 blancos y 25 negros. Los meses de
más defunciones han sido: Mayo, Setiembre y Junio con 11 casos cada
uno, Agosto con 10, Febrero con 6 y Marzo con 3.
La fiebre amarilla ocasionó 73 casos de defunciones todos blancos.
Los meses de mas casos han sido; Agosto con 26 casos, Setiembre con 23 y Julio con 11. Los meses de menos lian sido: Abril con 1 y Junio
con 3 casos. Los años de entre éstos seis en que ha habido más de-
funciones son: el 87 con 63 casos, el 88 con 4, el 85, 86 y 89, 2 casos
cada uno y el 84 ninguno.
Sumando solo las enfermedades que más defunciones han produci-
do entre los niños, que son: el tétanos infantil, la enteritis y la menen-
gitis, dan un total de 736 defunciones, que, siendo el total general de
defunciones 3,764, dan 19-5 por ciento, cifra, á la verdad, desconsola-
dora. Corresponde al número de niños nacidos de 4,056:19-1 por ciento.
'Las enfermedades que más defunciones han causado entre los
adultos son: la tuberculosis, las afecciones del corazón, la pneumonía,
la enteritis de los paises cálidos, las afecciones cancerosas y la conges-
tión cerebral. Dan un total de 1,588 defunciones, que, á un total de
3,764, corresponden 42-003 por ciento.
Considerando en conjunto los datos que arroja nuestra estadística
de éstos seis años, observamos que todas las enfermedades producen
un aumento de defunciones durante los meses de Junio, Julio y Agosto.
Obsérvase además que en los niños produce solo tres enfermedades
una mortalidad asombrosa.
Obsérvase también que no son las fiebres las enfermedades que
más defunciones producen, como pudiera creerse, dadas el asiento de
ésta ciudad y las grandes deficiencias higiénicas de que adolecemos.
Débese probablemente á la amplitud y situación de sus calles
bañadas constantemente por las brisas y además á lo bien conocidas
que son entre nosotros las fiebres de todas clases y al sistemático
tratamiento por los preparados de quinina.
Vése también que la fiebre amarilla puede decirse que entre
nosotros sólo se presenta epidémicamente porque no pueden constituir
endemicidad uno ó dos casos aislados durante uno, dos ó más años.
Sólo el año 87 reinó epidémicamente y bajo formas muy graves, cuya
epidemia revistió algunas particularidades dignas de notarse. La ma-
yor parte de los individuos atacados eran vizcainos y entre éstos mu-
cho más grave. Otra particularidad de tenerse en cuenta es que los de
una parte de la población, la zona marítima, eran los más gravemente
atacados; en cambio, los de la parte alta de la ciudad, en la mayor
parte de los casos, era benigno.
De los buques surtos en bahía muy pocos fueron los individuos
atacados.
Otra epidemia grave reinó aquí el año 79 é, inversamente á la
anterior, se inició en las tropas acuarteladas en ésta ciudad, cuyo cuar-
tel ocupa la parte alta de la ciudad; la mayoría de los casos era gra-
ve, lo mismo que los invadidos avecindados en aquellos contornos; en
cambio, los vecinos del litoral de la bahía apénas si fueron atacados. 71
He 1334 á 1889.
( Varones
Nacimientos -
( Hembras
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1
Febrero,
Marzo,
Abril,
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Enero,
Febrero,
Marzo,
Abril.
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TOTAL,
De 1884 á 1889.
B.
N.
B.
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B.
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B.
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B.
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B.
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28
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Varones
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Julio,
Agosto,
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TOTAL,
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50
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39
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109
36
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Julio.
Agosto.
Setiembre.
Octubre.
noviembre.
Diciembre.
TOTAL.
Be 1834 á 1889.
B.
N.
B.
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B.
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1334
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De 1884
á 1889.
Enero.
Febrero.
Marzo.
Abril.
Mayo.
Junio.
TOTAL.
ESTADO
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B.
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De 1884 á 1889.
Julio.
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Octubre.
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B.
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B.
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Menores de 17 años. <
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Casados
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Casadas
13
14
18
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1
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2
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271
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179
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De
1884 á 1889.
Enero.
Febrero.
Marzo.
Abril.
Mayo.
Junio.
TOTAL.
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De
1884 á 1889.
Julio.
Agosto.
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Octubre.
Noviembre.
Diciembre.
TOTAL.
POR EDADES.
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89
1
179
87
1334
593 El Sr. Presidente: el Dr. Montalvo tiene la palabra para argumentar.
Dr. Montalvo: opina que en la Isla de Cuba no se conoce el terreno
volcánico; abundando, en cambio, el terreno calizo. Aludiendo á la to-
pografía de Cárdenas, manifestó que el disertante había tomado por
terreno volcánico el grupo de arrecifes que forman el subsuelo en to-
das las costas cubanas. Llamó en seguida la atención sobre la clasifi-
cación del estado social en los negros, afirmando que todos eran polí-
gamos. Hizo referencia después á la colocación en un solo grupo de la
enteritis y la atrepsia, cuyos límites patológicos expuso, estendiéndose
en consideraciones sobre la atrepsia, que definió, con Parrot, como un
estado adquirido por la insuficiencia de la nutrición, y termina opi-
nando que en el trabajo del Dr. Méndez se confunden las meningitis
consecutivas á las entero-colitis con las pseudo-meningitis de Marshall-
Hall y West, cuyos caractéres diferenciales señala.
El Sr. Presidente: el Dr. Perna de Salomó tiene la palabra para
argumentar.
Dr. Perna de Salomó (de Cienfuegos): Refiriéndose á la clasificación
de las razas en blanca, negra y de color, criticó ésta última espresión
por carecer de importancia y valor para definir; atribuyendo a este
motivo que nunca baya podido hacerse una estadística.
Llamó la atención sobre la deficiencia é imperfección de los datos
oficiales y citó ejemplos prácticos que lo demuestran.
Refiriéndose á las curaciones del cordón umbilical y de las úlceras
consecutivas, en su relación con el tétanos infantil, dijo, que no acos-
tumbraba desinfectarlas, y que el tétanos no reconocía, apesar de lo
fiue últimamente se ha querido asegurar, un origen infeccioso.
El Sr. Presidente: el Dr. Méndez tiene la palabra para replicar.
Dr. Méndez: replicó al Dr. Montalvo, diciendo que los datos geoló-
gicos que figuran en el principio de su trabajo, los había tomado
de Humboldt y La Sagra, á quienes corresponden, desde luego, las
observaciones de su colega; que él no tiene pretensiones de geólogo.
Para el Dr. Méndez, el término atrepsia tiene el mismo valor que
dde dispepsia, pues ambos sirven para designar estados patológicos
subordinados á distintas causas; en cuanto á las meningitis, coincide su
modo de ver con lo expuesto por el Dr. Montalvo, y termina este par-
ticular, añadiendo que esos fueron los diagnósticos que encontró en el
registro oficial y no se hace responsable de ellos.
Contestando al Dr. Perna sus observaciones sobre las razas, se
manifiesta de, acuerdo con la deficiencia de los datos oficiales y opina
fine es indispensable la creación de una oficina de estadística para que
tengan más valor los resultados. Respecto al tratamiento de las ulee-
melones consecutivas á la caída del cordón, repite que ha de ser
antiséptico, sobre todo después de las conquistas de la bacteriología.
10 El Sr. Presidente: el Dr. Palma tiene la palabra para leer su
trabajo:
Reseña topográfica y estadística demográfica de Santiago de las
Vegas.
el Dr. Eligió M. Palma
Población fundada en 1669, situada en terreno llano y seco á 77
metros sobre el nivel del mar y á los 22° 57' 10" latitud N. y á los 78°
6' 44" longitud O. al pié de la Sierra de Bejucal, que la domina por el
Sur. Dista cinco leguas Sur de la Habana, cuatro E. de la villa de San
Antonio, seis N. O. de la de Güines, una N. de la ciudad de Bejucal y
nueve también N. del Surgidero de Batabanó. Se le calculan ocho mil
habitantes.
En la estadística adjunta aparece que han fallecido en el año 1889,
278 individuos, de los cuales corresponden 85 á varones blancos, 144
á hembras blancas, 1 asiático, 28 varones de color y 50 hembras de
color.
Clasificadas las defunciones por su procedencia, corresponden á
Cuba 244, de las que son varones blancos 75, hembras blancas 105,
varones de color 25 y hembras de color 39. A España corresponden 11,
de las que son 10 varones blancos y 1 hembra blanca. Al Asia corres-
ponde 1. Al Africa 14, de las que son 3 hembras blancas (Canarias),
3 varones de color y 8 hembras de color. A otros países, ó se ignora su
procedencia, corresponden 5 hembras blancas y 3 hembras de color.
En la clasificación por edades se nota que la mortalidad ha sido
mayor en los niños hasta la edad de diez años y en los adultos de 20
á 30 años.
En la clasificación por estado civil aparecen: 77 solteros fallecidos,
de los que son: 18 varones blancos, 10 hembras blancas, 1 asiático, 14
varones de color y 34 hembras de color. 41 casados, de los que son 16
varones blancos, 18 hembras blancas, 3 varones de color y 4 hembras
de color. 27 viudos, de los que son 9 varones blancos y 18 hembras
blancas. A los individuos menores de 17 años, que son solteros en con-
secuencia, puesto que hasta esa edad no se casan, corresponden 133,
de los que son 42 varones blancos, 68 hembras blancas, 11 varones de
color y 12 hembras de color.
Entre las enfermedades que más víctimas han causado, aparece en
primer lugar la tuberculosis pulmonar con 45 individuos, de los que
son 13 varones blancos, 19 hembras blancas, 1 asiático, 6 varones de
color y 6 hembras de color. La enteritis alcanza la cifra de 42, de los
que son 12 varones blancos, 17 hembras blancas, 2 varones de color y 11 hembras de color. El tercer lugar lo ocupa las lesiones orgánicas del
«orazón con el número de 17, de los que son 8 varones blancos, 1 hem-
bra blanca, 3 varones de color y 5 hembras de color. El tétanos infan-
til aparece con 11 defunciones, de las que son 3 varones blancos, 5
hembras blancas, 2 varones de color y 1 hembra de color. Continúa
la difteria con 10 casos, de los cuales 9 corresponden al último trimes-
tre: la necrobiósis con 10 casos; la fiebre tifoidea con 8 y la fiebre
perniciosa con 7 casos. Diversas enfermedades comunes han producido
las defunciones restantes.
79
En la estadística de nacimientos aparece la cifra de 262, de los cpie
«on 207 legítimos y 55 ilegítimos. De los 207 legítimos son 94 varones
blancos, 9 varones de color, 97 hembras blancas y 7 hembras de color.
14 e los 55 ilegítimos son 20 varones blancos, 10 varones de color, 14
hembras blancas y 11 hembras de color.
En resúmen, entre los nacidos y fallecidos aparecen á favor de la
población 29 varones blancos y contraía población 3 hembras blancas,
1 asiático, 9 varones de color y 32 hembras de color. Todo lo que en
total arroja una diferencia de 16 individuos contra la población.
El trabajo estadístico que presento á la consideración del Primer
Congreso Médico Cubano es defectuoso por varios conceptos; pero así
tienen que ser todos los que de esta índole se hagan en Cuba debido á
ta heterogeneidad de la población y á la'carencia de datos que se nota
en todos los Centros oficiales. -A-isro ide isae.-DEFuisrcioisrES.
ENFERMEDADES.
Blancos
Asiáticos
Color
Total
V.
H.
\
V.
H.
Angina de pecho
2
Albuminuria
1
1
Aneurisma
1
Apoplegía cerebral
9
Bronco-pneumonía
1
2
i
Cáncer del estómago
1
1
Cianosis
I
Cirrosis hepática
2
]
2
1
Cloro anémia
1
2
i
4
Congestión cerebral
1
Q
cervar.
Nuestras investigaciones se refieren á trece autopsias: doce hechas
en el Hospital Militar en individuos del ejército y por lo tanto europeos»
y una en un joven del país, nacido en Guanos, Provincia de Pinar del
Rio, que por primera vez había salido de su pueblo para dedicarse al
comercio en esta ciudad, donde murió de fiebre amarilla, en la casa
número 65 de la calzada del Monte, asistido por los Dres. Fernandez
y Laguardia.
De estos trece casos, dos murieron al tercer dia; cinco al cuarto;
tres al quinto; uno al sexto; uno al séptimo y uno al noveno.
Todos eran casos tipos y los cadáveres presentaban el ictero post
morten característico, manchas hipostáticas en la parte posterior y la-
teral del cuello y en la región lumbar.
Las autopsias han sido hechas desde una hora hasta ocho después
de la muerte.
Datos recogidos.—Hígado.—En dos casos, por su color y tamaño»
parecía normal; en los restantes la coloración ha sido amarillo-pálida
6 amarillo más 6 ménos oscura—amarillo de ruibarbo ó de cuero—
que se acentúa en el borde posterior. Con frecuencia el tinte oscuro
predomina en el lóbulo de Spigelio y hay manchas violáceas hipostá-
ticas en la parte posterior. El tamaño es normal ó con disminución
poco apreciable; la consistencia está aumentada. Al corte el tejido he-
pático se presenta seco ó deja correr muy poca sangre; su aspecto ané-
mico está bien marcado, los vasos (pie se distribuyen en el tejido
hepático están vacíos, en cambio los gruesos troncos venosos están
llenos y dilatados por la sangre. En los casos de muerte rápida los
cortes del tejido hepático no han presentado la degeneración grasosa,
ni hemos podido comprobar en ellos la presencia de micro-organismos;
las células hepáticas están granulosas, los núcleos, en muchos puntos
deformados, toman mal la coloración, el epitelio de los canalículos
aparece turbio; con frecuencia se encuentran granulaciones intensa-
mente coloradas y que á primera vista parecen micro-organismos, pero
que por sus formas irregulares y sus tamaños variables evitan toda
confusión.
La vexicula biliar contiene más ó ménos cantidad de un líquido
negruzco y espeso, do reacción ligeramente alcalina. En tres casos la
vexícula estaba eréctil por la excesiva cantidad do líquido que con-
tenía.
Riñon, Siempre congestionado, de tamaño normal ó aumentado volumen. En Un caso, muerto al sexto día por anuria, el riñon pesa-
ba 370 gramos y presentaba un foco purulento abierto en la túnica
propia, los glomerulos muy visibles fuertemente congestionados; los
cálices y la pelvis estaban de color amarillo y la sustancia cortical de
color oscuro de vino, sin brillo. Dejo este punto porque se ocupará de
el más detenidamente mi compañero de Laboratorio el Dr. San Mar-
bn, pero advirtiendo, de paso, que en los cortes de riñon no hemos
podido encontrar micro-organismos,
Vejiga, En los que mueren por anuria es inútil señalar que está
retraída, á veces á tal extremo que desaparece detrás del púbis. En los
enfermos tratados por los desinfectantes y la dializacion intestinal, la
anuria no se presenta, hecho digno de señalarse puesto que elimina
ana de las causas frecuentes de la muerte en la fiebre amarilla.
Si con una pipeta extraemos la orina, atravesando el fondo de la
vejiga, la encontramos turbia, y de color variable desde el amarillo casi
normal al oscuro rojizo y conteniendo siempre albúmina. Nunca la
hemos visto manifiestamente sanguinolenta. En autopsias hechas al-
gunas horas después de la muerte, en el verano, los cultivos de la orina
—tomada esta con pipetas esterilizadas á través del fondo de la veji-
ga—dan dos badilas y un micrococcus que comunmente se agrupa
en diplococcus; los bacillus por su morfología y manera de compor-
tarse en los me lios de cultivo se refieren al tipo bacterium termo. La
cantidad de orina contenida en la vejiga pasaba de cien gramos en la
mitad de los casos.
El Páncreas se encuentra de color amarillo más pronunciado que
°1 normal y con arborizaciones vasculares muy manifiestas.
El Bazo está duro y crepitante; al córte dá mucha sangre, su color
es más oscuro que el normal y sin aumento de volúmenpor lo general.
Los Intestinos gruesos, en los casos de larga duración, están con-
gestionados. Solo una vez hemos encontrado grandes masas de materia
ñegra en la válvula ileo-cecal. Las invaginaciones son frecuentes en el
colon.
En tres casos el yeyuno y el Íleon no presentaban nada de particu-
lar, en los demás había materia negra uniforme en unos, y negra con
grumos verdosos en otros; en estos casos las arborizaciones vasculares
son evidentes, y la reacción del contenido ácida. Frecuentemente se
n°ta á simple vista una coloración azul oscura en la, cara, externa de
los intestinos mesentéricos.
Cinco veces hemos comprobado las lesiones descritas por Le Can-
tee en los, intestinos delgados, á saber; erupción folicular simple ó um-
hilicada y pequeñas ulceraciones grises sobre la mucosa.
El duodeno, en su primera porción, participa de las lesiones del es-
tomago de que son una continuación. En el estómago las lesiones son constantes y características, variando
solo por sn extensión é intensidad. Generalmente se encuentra disten-
dido por los gases y aumentado de volúmen; la superficie exterior
presenta un reflejo azulado ó violáceo y está surcada por arborizacio-
nes vasculares; al abrirlo se dá salida á un liquido homogéneo, espeso,
de color negro de tinta, ó más claro como la infusión de café ó acho"
colatado. Su cantidad es variable: hemos encontrado desde 36 hasta
326 gramos; por regla general pasa de cien gramos. Su reacción es siem-
pre francamente ácida, al tacto es untuoso y de tal manera se adhiere
que haciendo pasar una corriente de agua, por largo rato, no es posible
arrastrarlo completamente quedando siempre grumos negros sobre la
mucosa, lo que demuestra que están formados por una sustancia in-
soluble en el agua y en efecto se les vé sobrenadar en este líquido sin
alterarse. Si se deja en reposo el líquido negro se separa en dos capas,
la superior líquida y la inferior espesa y consistente compuesta de
grumos oscuros o completamente negros.
La coloración del contenido gástrico se había considerado siempre
de origen sanguíneo, hasta que Freire en el Brasil y Carmena en Mé-
jico lo declararon de origen bacteriano, opinión á que se inclina el
Dr. Gibier que dice haber encontrado un baccillus dotado de la pro-
piedad especial de teñir en negro todo lo que le rodea.
Con objeto de aclarar este punto hemos ensayado los tres métodos
que describe Bizzozero para comprobar la presencia de la sangre, que
son: 19 determinar la cristalización de la bernina. 29 La reacción por
el guayaco y 39 El análisis espectral.
19 Cristales de hemino. En un porta objeto se coloca una gota de
solución normal de cloruro de sodio que se hace evaporar á un calor
suave; sobre el residuo cristalino que queda se deposita una partícula
de la materia negra, se cubre, y con una varilla de vidrio se llena de
ácido acético glacial el espacio que queda entre los dos cristales; se
calienta hasta que aparecen burbujas en el líquido, reponiendo el áci-
do acético á medida que se evapora, y manteniendo la preparación al
calor durante medio minuto, tiempo suficiente para la aparición de
círculos rojizos. Conseguido esto, se hace evaporar á un calor suave el
líquido que queda, luego se lava al agua la preparación para arrastrar
las suciedades que pueda contener y examinada al microscopio se en-
cuentran los cristales de hemina dispersados ó reunidos en grupos en
los círculos rojo oscuros de que hemos hecho mención. Estos cristales
se reconocen fácilmente por su color, que va del rojo oscuro al de café
claro, y por su forma romboédrica. Para distinguirlos de los productos
albuminoideos ó salinos con que pudieran confundirse, se emplea la
luz polarizada, como aconseja Morache, que los hace aparecer amari-
llos mientras que los otros permanecen oscuros. Siempre hemos obtenido los cristales de hemina de la borra del es-
tómago, por cierto que han sido los de mayor tamaño que liemos vis-
to. Su presencia es tan constante que la borra sirve en el Laboratorio
de la Crónica de material de ensayo para ejercitar en este detalle téc-
nico á los que á él concurren.
29 Reacción por el guayaco. Si sumergimos un papel de filtro en
la materia negra y tratamos la mancha por la tintura de guayaco y la
esencia de trementina ozonizada, se ve aparecer la coloración azul. Es-
ta reacción no es constante, lo que se explica por la desaparición de la
hemoglobina en virtud de los cambios que en el estómago ha debido
sufrir la sangre, cuya materia colorante estará en este caso, en estado
de hematina.
39 Exámen espectroscópico. Sabíamos ya que la sustancia negra
del contenido del estómago era insoluble en el agua; esto y el no ser
constante la reacción por el guayaco nos hizo [prescindir del espectro
de la hemoglobina y dirigir nuestras investigaciones á sus derivados,
sobre todo á la hematina cuya presencia conocíamos. La hematina no
es soluble en el agua, ni en el alcohol simple, pero se disuelve bien en
el alcohol acidulado. Pues bien, la solución poco concentrada de la
sustancia negra en alcohol acidulado con ácido acético nos da un lí-
quido amarillo-oscuro que al espectroscopio deja ver una raya de ab-
sorción estrecha hácia el extremo del rojo—correspondiendo aproxi-
madamente ála raya Cde Fraunhoffer—y una banda difusa que va
desde el limite naranjado por el verde hácia azul claro. En solución
concentrada la raya del rojo se marca perfectamente. Si evaporamos
este líquido y el residuo que resulta lo disolvemos en legía de potasa,
tenemos una solución alcalina de hematina que da una raya bien ne-
ta en la parte derecha del color naranja, hácia la D de Fraunhoffer y
otra poco apreciable en el azul.
Tenemos, pues, el espectro de la hematina en solución ácida y el
de la hematina reducida. Con estas pruebas estamos autorizados para
afirmar que el color más ó ménos negro que adquiere el líquido con-
tenido en el estómago, en los atacados de fiebre amarilla, es debido á
la sangre y no á un producto de origen microbiano.
Es inútil, por lo tanto, señalar como nuevo hecho de compro-
bación, la presencia de glóbulos sanguíneos, no siempre fáciles de re-
conocer por las alteraciones que han sufrido, pero que pueden ponerse
hiera de duda colorando las preparaciones por la fuschina ó las viole-
tas que dan color intenso á los núcleos, á los glóbulos blancos, á célu-
las toruláceas, etc., mientras que los hematíes permanecen incoloros
0 con sus bordes ligeramente teñidos.
En la cara interna del estómago hemos encontrado siempre la mu-
cosa inyectada, con punteado hemorrágico y manchas equimóticas
12 slib-mucosas; lesiones que alcanzan extensión mayor y más profunda
con relación á la época de la muerte. Si la muerte ha sobrevenido rá-
pidamente y el estómago contiene poca cantidad de líquido los replie-
gues de la mucosa están salientes, la hiperemia generalizada y los
equimosis ocupan sobre todo las zonas cardiaca y pilórica. Estas lesio-
nes rara vez dejan de encontrarse en la última porción del esófago y
en la primera del duodeno. Si la muerte es más tardía, las lesiones de
la mucosa tienen un sello manifiestamente hemorrágico: las arboriza-
dones vasculares están llenas de pequeños puntos equimóticos infil-
trados, y grandes placas equimóticas se extienden por todas partes.
Estos equimosis, que son el asiento de las hemorragias intersticiales,
presentan islotes oscuros donde el epitelio distendido se rasga y desa-
parece, produciéndose exulceraciones que alcanzan tamaños variables
y que á veces son numerosas. Estos caracteres nos permiten dife-
renciarla de la gastritis alcohólica, en la que no se presentan tan
generalizados y uniformes, ni dan lugar á las hemorragias que he-
mos señalado; más bien recuerdan las lesiones que en esta mucosa
provocan las sustancias dotadas de una acción tópica fuertemente
irritante. Yelázquez las atribuye á la parálisis de los vasos capilares,
pero según la teoría de Schiff, la consecuencia de la dilatación neuro-
paralítica de los capilares arteriales y venosos se manifiesta por hipe-
remias en placas en la mucosa gástrica, y en la intestinal por arboriza-
ciones irregulares, y estos no son los efectos del veneno amarillo.
¿Cuál es, pues, el mecanismo de estas lesiones?
Los fenómenos normales de la digestión provocan y entretienen la
hiperemia de la mucosa gástrica; pero, como dice Rindfleisch, toda
hiperemia fisiológica es una ventaja pérfida para el órgano en que tie-
ne lugar; el menor trastorno que sobrevenga en su mecanismo deter-
mina accidentes. En ninguna mucosa el trastorno que el catarro provo-
ca en la circulación llega á un grado tan alto como en la mucosa gas-
tro-intestinal, porque la excitación patológica al actuar sobre ella
despierta movimientos peristálticos más frecuentes y más vigorosos
que los fisiológicos. Por otra parte, los pequeños troncos arteriales y
venosos que acarrean la sangre de las redes vasculares de esta mucosa,
atraviesan oblicuamente la túnica muscular y están rodeados por una
vaina de tejido conjuntivo laxo que alrededor de las arterias es bas-
tante abundante para dejar, entre ellas y los fascículos musculares, un
espacio relativamente considerable, mientras que alrededor de las ve-
nas la vaina conjuntiva es tan poco importante que estos vasos son
fácilmente comprimidos cuando la capa muscular se contrae. La con-
secuencia de esta disposición es, que cada contracción de la túnica
muscular representa un obstáculo al retorno de la sangre de la túnica
mucosa, produciendo así una replesión sanguínea considerable que persiste mientras dura la contracción, pero si estas se repiten con fre-
euencia aquella toma carácter permanente.
Además, la estructura normal de una mucosa favorece la perma-
nencia de la hiperemia, porque la delicadeza y permeabilidad de su
Capa epitelial permito que las irritaciones exteriores obren fácilmente
sobre los elementos irritables sin que ninguna envoltura elástica opon-
ga límites á la dilatación de los capilares ingurgitados de sangre, y si
aquí, como es lógico suponer, tenemos actuando activamente una cau-
sa irritante, los productos microbianos, fácilmente se puede explicar
como comienzan á fraguarse las lesiones descritas: en primer lugar,
hiperemia angiopática ó mecánica que prepara la inflamación y las
subfneiones hemorrágicas, y que, más tarde, cuando los efectos de la
foxi-infección predominan, adquiere carácter neuropático ó dinámico.
Hemos hecho cortes en estómagos frescos valiéndonos del bicloruro
he metilo, ó indurando las piezas por los procedimientos usuales y ha-
-01 endo inclusiones en celoidina ó en parafina. Para cortar usamos el
nUcrotomo de Jung o el de Malassez.
El epitelio gástrico que está reblandecido, se desprende fácilmente
s°bre todo en los pinitos equimóticos.
Pasando la aguja suavemente por la superficie de la mucosa y exa-
minando al microscopio lo que esta recoje, se ven numerosas células
epiteliales aisladas ó unidas unas á otras. Cierto número presentan la
mima cilindrica normal y su núcleo visible se deja teñir por los colo-
res de anilina; en cambio otras están deformadas, con protoplasma
turbio y groseramente granuloso, los núcleos, poco apreciables, toman
mal la coloración.
Esta descamación no es un fenómeno post mortem, porque las célu-
'as cilindricas se encuentran en los vómitos lo que demuestra que su
desprendimiento tiene lugar durante la vida; además hemos compro-
t>ado la descamación en autopsias hechas una hora después de la
muerte. Se comprenderá lo difícil que es observar en los cortes la su-
perficie de la mucosa, pues el epitelio si no se destruye durante la vida,
m reblandece de tal modo que es arrastrado por las manipulaciones á
filie obliga la técnica.
Nuestras observaciones nos enseñan que en los puntos en que hay
erosiones de la mucosa, la pérdida de sustancia corresponde á los es-
pacios que separan las aberturas glandulares; siguiendo estas abertu-
as Se ven las células epiteliales con el protoplasma turbio y granuloso,
Pero conservan su forma y los núcleos se coloran mejor á medida que
a eéhda se aleja de la superficie. En las glándulas pépsicas no hemos encontrado alteración apreciable en las células propias, ni en las pe-
queñas células que rodean la luz del tubo. El tejido conjuntivo está
infiltrado por células linfáticas y parece engrosado sobre todo en los
espacios interglandulares y al rededor de los fondos de saco. Las glán-
dulas mucosas parecen comprimidas y en sus células epiteliales la
granulación protoplásmica avanza más que en las pépsicas. Los vasos
están dilatados y llenos de sangre; las hemorragias tienen lugar en las
papilas, en cuyos puntos se ven infartos hemorrágicos adheridos ála
superficie. En una autopsia hecha seis horas después de la muerte,
los cortes de la porción pilórica, colorados por mi amigo y compañero
el Dr. Semprun, siguiendo el método de Gram, presentaron en la ca-
pa submucosa grupos de un bacillus que por su morfología se parece
á los encontrados por Le Dantec en la Guayaría. Solo en este caso he-
mos podido comprobar la presencia de micro-organismos en la muco-
sa gástrica.
En resúmen, la superficie libre de la mucosa, los espacios inter-
glandulares, el epitelio cilindrico, que recubre las aberturas glandula-
res y los vasos subyacentes, son el asiento principal y quizás exclusivo
de la inflamación. La presencia de micro-organismos en la mucosa es
un hecho poco frecuente.
Si á estos datos se unen los que arroja la clínica—epigastralgia y
vómitos—se comprenderá que nos inclinemos á aceptar que el estó-
mago es el asiento primordial del veneno amarillo, y que á la luz de
las nuevas ideas vengamos á resucitar la olvidada teoría del antiguo
profesor de Clínica de nuestra facultad, Dr. Giralt, planteándola del si-
guiente modo: «La fiebre amarilla es una enfermedad infecciosa, cuyo
gérmen infectante encuentra su medio de cultivo en el estómago don-
de germina, dando lugar á la producción de ptomainas ó diastasas que
producen no solo alteración en la mucosa por acción local, sino que
pasando al intestino son absorbidas engendrando los fenómenos gene-
rales por toxi-infección».
Aceptando esta interpretación, hemos dirigido nuestras investiga-
ciones bacteriológicas principalmente sobre los micro-organismos que
se encuentran en el estómago. Puesto que el tiempo que el Reglamen-
to del Congreso señala para una comunicación, no permite extenderse
más, solo daremos aquí una ligera noticia de los que con más frecuen-
cia hemos encontrado. Los procedimientos que hemos empleado son
los siguientes: 19 Con las precauciones naturales en estos casos, coloca-
mus sobre una lámina de cristal en una cámara húmeda esterilizada
un colgajo del estómago; á las veinte y cuatro horas recogemos el lí-
quido que escurre y hacemos cultivos en placas.
Este líquido diluido en agua esterilizada lo hemos inoculado á una
serie de ratones blancos, inyectándoles un c. c, dentro del peritoneo y los mata en doce horas, presentando, en la autopsia, el estómago y los
intestinos delgados con arborizaciones congestivas, y en su interior un
líquido espeso achocolatado; el hígado fuertemente congestionado; el
bazo normal. El contenido gastro-intestinal de estos ratones, disuelto
en agua esterilizada se inocula á una segunda serie con resultado ne-
gativo.
El líquido de otro colgajo inoculado á una série de enrieles, por el
mismo procedimiento, no les produce alteración alguna. A otra série se
les inyecta en el estómago por medio de una sonda, con igual resultado.
29 Una gota de la borra gástrica, se diluye en cinco centímetros
cúbicos de gelatina, y con este líquido se hacen cultivos en placas.
Los primero que se nota es que los micro-organismos que licúan
la gelatina son los menos numerosos, puesto que en las placas de la
segunda dilución se ven pocos y en la tercera, por rareza se encuen-
tran.
Entre los micro-organismos más frecuentemente encontrados, figu-
ran tres micrococcus: El 1?, presenta una colonia roja y se le encuen-
tra además, en el agua y en el aire. El 29, en el agar da una colo-
nia amarilla y licúa lentamente la gelatina; es el M. habanensis de
Gibier. El 39 es un micrococcus esférico de ly á Iyo de diámetro; se
presenta aislado 6 en diplococcus, á veces forma pequeñas cadenetas.
Por picadura en la gelatina forma en la superficie una mancha blan-
co-opaca, escavada, de bordes dentellados, y por debajo la gelatina se
licúa en forma de embudo. Vive también en caldo ácido. Lo he en-
contrado luego en el estómago de un joven del país al que hacía el
lavado de esta viscera con agua esterilizada, con objeto de hacer estu-
dios comparativos entre los microbios encontrados en estos casos y los
de la fiebre amarilla. Los bacillus son más numerosos; entre los comu-
nes está el seruginosum y el suhtilis; además, un bacillus de extremida-
des cortadas verticalmente lo que le da un aspecto cuadrangular, se
presenta frecuentemente en cadenetas de tres o cuatro y licúa rápida-
mente la gelatina. Nos llamó al principio la atención, por dar á la ge-
latina peptonizada un color negro, pero nos parece que esto no es una
facultad cromógena del microbio, sino un cambio efectuado en el me-
dio, puesto que para que la coloración aparezca es preciso que el cul-
tivo sea muy viejo.
Hay otro bacillus muy frecuente que licúa rápidamente la gelati-
na sin dar á esta tinte alguno mientras el medio está en reposo, pero
si agitamos el tubo, de manera que el aire se mezcle bien con la gelati-
na, enseguida esta adquiere un color verde-esmeralda que se hace más
mtenso mientras mayor es la oxigenación. Lo hemos encontrado en el
agua del Laboratorio.
Entre los que no licúan la gelatina tenemos aislados cuatro, que son los más constantes en los casos por nosotros examinados. No da-
mos de ellos una descripción porque ya lientos abusado demasiado de
la atención del Congreso. Por lo demás, en él estado actual de nuestras
investigaciones, no podemos atribuir carácter específico á estos micro-
organismos.
El Sr, Presidente: tiene la palabra el Dr. Montalvo.
Dr. Montalvo: no es posible que un trabajo tan notable pase aquí
con un desdeñoso silencio, por más que sea difícil hacerle observacio-
nes. Sin embargo, he de hacerle algunas: P.1 Quisiera saber si el baci-
llus que ha encontrado el Dr. Tamayo en el estómago es peculiar de
la fiebre amarilla, ó se encuentra también en otras enfermedades ama-
rillas. Aceptado que la fiebre amarilla sea una afección gastro-intes-
tinal, parecida al cólera y la fiebre tifoidea, si las investigaciones se
hubieren dirigido á las heces fecales, quizás sabríamos su modo de
contagio y podríamos aplicar los medios adecuados para impedirlo,
o 1 La fiebre amarilla se acompaña de albuminuria, producto de una
nefritis infecciosa; es singular que existiendo una nefritis de esta natu-
raleza no se haya encontrado ningún micro-organismo en el riñón,
siendo este, como dice Bouchard, la vía de eliminación dedos elemen-
tos patógenos.—-Quisiera que el Dr, Tamayo me ilustrase sobre estos
particulares.
Dr. Tamayo: á las primeras frases del Dr. Montalvo, sólo puedo
contestar con mi gratitud y atribuirlas más que al mérito de mi tra-
bajo á la benevolencia con que lo ha oído.— He señalado la presencia
de varios bacillus, y nó de uno, en el estómago de los que mueren de
fiebre amarilla, pero el estado actual de mis investigaciones no me
permiten asignarles papel patógeno.
La lesiones anatomo-patológicas más constantes son las del estó-
mago, por eso estudio esta viscera detenidamente; es preciso investigar
las materias vomitadas en distintos períodos de la enfermedad y el
contenido gástrico después de la muerte; aislar y estudiar sus micro-
bios, aerobios y anaerobios, y compararlos con los que existen en el
estado de salud y en otras enfermedades.—Si esto no dá resultado
continuaré con las demás partes del tubo digestivo y ya, en la actuali-
dad, tengo aislados algunos micro-organismos de los intestinos mesen-
téricos. He emprendido el estudio comparativo entre los estómagos
de individuos del país, de los recien llegados y de los atacados, trope-
zando con el inconveniente de ser pocos los que en estado sano se
dejan hacer el lavado de esta viscera,
Al Dr. Montalvo le estraña que nó existan microbios en el riñón;
pues yo puedo decirle fundado en numerosos exámenes de cortes re-
nales, que solo excepcionalmente se encuentran, y me explico su
ausencia, que es lógica, dada la interpretación patogénica que he ex- püesto en mi trabajo. La nefritis es indirecta; se origina por las pto-
maínas ó diastasas, que absorbidas en el tubo digestivo van á elimi-
narse por el riñon; si esos productos microbianos se absorben en pe-
queña cantidad, la fiebre amarilla no pasa de ser un catarro gastro-
intestinal, corno se ve en las formas benignas de la enfermedad. Esto
explica lo variadas que son las lesiones renales en relación con la ma-
yor ó menor intensidad de la toxi-infección. No debo entrar en deta-
lles histológicos del riñón amarillo porque este es el tema de mi com-
pañero de Laboratorio el Dr. San Martín y cuando él lea su trabajo
verá el T)r. Montalvo confirmadas las ideas que acabo de indicar.
El Secretario leyó una moción en la que varios miembros del
Congreso piden se permita á los estudiantes de medicina que hayan
cursado la Patología asistir á las sesiones. Fue aprobada por
unanimidad. TERCERA SESION.
(iy de Enero.)
El Dr. Zayas (Presidente) abre la sesión.
El Secretario, Dr. B. Saenz Yañez, dio lectura al acta de la anterior
* )
que fue aprobada por unanimidad, después de haber hecho constar el
Dr. Perna de Salomó, que no tuvo propósito de negar el origen infec-
cioso del tétanos al combatir, en el trabajo del Dr. Méndez, el trata-
miento que este empleaba en las'erosiones consecutivas á la caída
del cordón umbilical.
El Sr. Presidente: el Dr. Weiss tiene la palabra para leer su
trabajo:
La estadística de la fiebre amarilla.
el Dr. Rafael Weiss.
En verdad, señores, que reina una confusión lamentable en lo que
se refiere á la cifra de la mortalidad en fiebre amarilla: la aplicación
de los nuevos tratamientos introducidos recientemente en la terapéu-
tica de esta enfermedad terrible, ha dado lugar á la publicación de ci-
fras, equívocas á mi juicio, que oscurecen notablemente el pronóstico
de esta dolencia: verdaderamente se vé uno perplejo, si quiere respon-
der con acierto á una pregunta ya vulgar que dirige á todo médico
amigo el inmigrante á este país. ¿Qué mortalidad tiene la fiebre ama-
rilla?— Esa pregunta encierra todo el problema de la estadística en fiebre amarilla; problema obscurecido hoy hasta tal punto que casi es
imposible hacer la luz en él. Los tratamientos se han variado y los re-
sultados son completamente diferentes. El tratamiento antiséptico en
manos de un profesor ha producido el 15 por 100 de mortalidad
(Martínez); en manos de otro el 23 por 100 (Cabrera); á aquel le ha
producido un resultado brillante (Bellver) y á uno más el 30 por 100
(Bueno). El tratamiento sintomático ha producido en manos de un
profesor el 18 por 100 (Cabrera), y el tratamiento puramente espec-
iante en manos de otro médico acreditado, el 15 por 100 (Cubas).
¿Qué significan estos hechos evidentemente contradictorios? Indu-
dablemente la causa está en las estadísticas, en el modo de hacerlas,
en los casos anotados. Durante mi internato de veinte meses en la ca-
sa de salud Garcini, sirviendo las clínicas de los Dres. Cubas y Cabre-
ra, he podido estudiar detenidamente el asunto y convencerme que
estos resultados, diferentes y aún contradictorios, no obedecen ni
dependen más que de una estadística defectuosa.
Después de las leyes generales que regulan la formación de toda
estadística, hay en las de la fiebre amarilla, leyes especiales que es pre-
ciso tener muy en cuenta para que el resultado final sea exacto: del
descuido en estos especiales particulares resulta una lamentable dife-
rencia en los resultados estadísticos; el triunfo de un tratamiento, el
descrédito de otro, y la duda en el ánimo de los experimentadores.
En primer lugar, es preciso fijar una división metódica y clínica en
las formas y variedades de la enfermedad para evitar la confusión
en las denominaciones. La clasificación del Dr. Jaccoud parece ser la
que mejor responde á las exigencias de la clínica; formas ligeras ó
abortivas; formas comunes, con sus variedades hemorrágica, colémica
y urémica y las formas siderantes.
En segundo lugar, hay que separar de la estadística las formas
ligeras de la enfermedad como imputables al tratamiento; es evidente
que dichos casos terminan siempre favorablemente con cualquier tra-
tamiento racional, y aún con la espectación simplemente: solamente
deben tenerse en cuenta para compararlos con años anteriores y poste-
riores y anotar su aumento ó disminución comparados con otros tra-
tamientos. Por mi parte, he podido observar en mi internato, que el
número de dichos casos permanece completamente indiferente al tra-
tamiento; su frecuencia y disminución no guardan ninguna relación
con el tratamiento empleado, sino con otras circunstancias de las que
hablaré posteriormente. El ensayo es preciso hacerlo en las formas co-
munes y siderantes; ellas constituyen el campo positivo de la experi-
mentación, y en ellas es donde hay que observar la influencia del
tratamiento. Al estudiar las formas comunes, sería importante tener
en cuenta la variedad clínica, porque este olvido daría lugar á deduc- ciones inexactas. Las variedades clínicas de la forma común de la fie-
bre amarilla, no son igualmente frecuentes, ni igualmente graves. In-
dependientemente de todo tratamiento, estas variedades se presentan
en ciertas temporadas con señalada frecuencia y con extraña prepon-
derancia; y pudiera atribuirse á un tratamiento la desaparición y dis-
minución de un carácter clínico, cuando no es más que el efecto de la
forma reinante. ¿Quién no recuerda borrascosas temporadas en las que
la uremia arrebata el mayor número de enfermos, y en otras la fre-
cuencia de formidables hemorragias? Con respecto á la variedad uré-
mica, es preciso no confundir la uremia con la anuria, y no dar como
urémicos los que han sido anúricos; pues en efecto, la uremia suele
ser á veces frecuente en la fiebre amarilla, y la anuria, al contrario, un
hecho raro: muchos, muchísimos enfermos mueren urémicos y coma-
tosos, habiendo orinado hasta el momento mismo de la agonía; y
muchos, en los que transcurrían ya veinte á treinta horas de la última
micción, arrojan en los últimos momentos de la vida, 5006700 gramos
de una orina extraordinariamente densa, que parece miel, y sin em-
bargo, mueren urémicos. La diversidad do los alcaloides urinarios y
su diferente toxicidad explican racionalmente estas variedades de la
forma urémica.
Después de estas observaciones con respecto á las formas generales,
es preciso tener en cuenta los casos anotados. Indudablemente que no
deben ser incluidos como resultado del tratamiento, sino los casos tra-
tados desde el primero ó segundo día de la enfermedad; en las esta-
dísticas publicadas pueden reunirse los enfermos en tres grupos;
19 enfermos que son sometidos al tratamiento después del cuarto ó
quinto día y algunas veces al sexto ó séptimo día: en algunos, á las
doce ó veinte horas del tratamiento, cuando ya llevaban seis ó siete
días de enfermedad, cae la fiebre y se inicia la convalecencia; dichos
casos no pueden ser considerados ni como éxitos, ni como fracasos; la
injusticia es evidente: hay un segundo grupo de enfermos que empie-
zan á ser tratados al sexto ó séptimo día; la enfermedad se prolonga
hasta los diez y trece días; pues bien, estos casos no deben incluirse
tampoco, porque en ellos no se asiste ya á la verdadera fiebre amarilla,
sino á las lesiones determinadas por la infección y á su reparación, y
no las alcanza un tratamiento local. En tercer lugar, enfermos que son
tratados desde el primero y segundo día; estos son indudablemente
los únicos que deben tenerse en cuenta; en ellos es en donde es posible
deducir, sin error ni inexactitud: formas comunes y siderantes trata-
das desde el primero ó segundo día, son las que deben incluirse en una
estadística racional de fiebre amarilla. En la estadística figura con ra-
zón la ley de los grandes números, como condición general, de un va-
lor importantísimo; sólo de ellos es posible deducir aproximadamente á la verdad, en lo que se refiere á la fiebre amarilla; esta gran ley re'
viste una importancia trascendental, con una especialidad que lo da
un aspecto original: no solo es preciso aquí observar hechos numero-
sos, sino además, observar durante largos períodos de tiempo: en un
trabajo sobre fiebre amarilla que la Revista de Ciencias Medicas, me hi-
zo el honor de publicar el año antepasado, insistía yo sobre esta parti-
cularidad de la fiebre amarilla, que presenta años de notable benigni-
dad y años verdaderamente crudos; de unos á otros la estadística
puede variar en un 20 y aún un 30 por 100 de mortalidad: este es un
hecho vulgar que hace evidente ias cifras publicadas por mi amigo el
Dr. Emilio Martínez, en la Revista de Ciencias Médicas, tomadas del ar-
chivo del Hospital de San Felipe y Santiago, hoy Nuestra Señora de
las Mercedes. En efecto, la mortalidad desde 1882, término medio
anual, es el siguiente:
1882 % 38.5 por 100
1883 42.1 » »
1884 41.6 » )>
1885 60.0 » «
1886 60.7 » »
1887 56.0 « ).
1888 47.2 » »
Pero hay algo más especial todavía en fiebre amarilla, prescindiendo
de la diferente gravedad que reviste la enfermedad en el verano ó en
el invierno; me refiero á las variaciones notables que sufre en un pe-
ríodo de tiempo más reducido, á lo que el Dr. Cabrera llama rachas en
la fiebre amarilla, y de las que en mi trabajo citado hablé detenida-
mente; variaciones en la virulencia del microbio, sin duda, pero que no
pueden todavía hoy recibir una clara explicación. Rachas buenas con
una mortalidad mínima y rachas malas con una cifra extraordinaria: y
citaba en apoyo de ello, además de la creencia general de los que estu-
dian la enfermedad, las cifras de mortalidad en la Quinta de Garcinia
durante varios períodos del año 1888.—Mayo, 62 por 100; Junio y Ju-
lio, 0 por 100; Agosto, 62 por 100 y Setiembre, 7 por 100.
En el hospital de San Felipe y Santiago, sala de San Pedro, en el
año 1882, el Dr. Cabrera, ha observado los hechos siguientes; mes de
Julio y Agosto 51 enfermos tratados, formas comunes; muertos 5, ó sea
10 por 100; meses de Mayo y Junio, 20 tratados: muertos 9, ó sea 45
por 100; en Abril 4 tratados y 4 muertos.
Este hecho que conocen perfectamente los que estudian la enfer-
medad, imprime un carácter especial á la estadística; esto es, que debe
comprender no solo grandes cantidades de números, sino además abar-
car grandes períodos de tiempo, por lo menos dos años; pues una cifra
favorable 6 adversa, deducida del resultado final de un año, y que puede ser tomada como la expresión de la verdad, aún abarcando un número
úe hechos considerable, sería contradicha al siguiente con una mortali-
dad exorbitante ó mínima. Pues bien, variación en la mortalidad, en
períodos breves de tiempo, constituyen el auge inmerecido de un pro-
fesor ó de un medicamento ó su injusto descrédito, circunstancia que
es preciso tener en cuenta cuando se quiere deducir en fiebre amari-
da: así por ejemplo, el Dr. Emilio Martínez, en su artículo de la
Revista de Ciencias Médicas, ha deducido que el tratamiento del
fd\ Geo Sternberg, ensayado en 44 casos, había producido una morta-
lidad mínima, no alcanzada por el tratamiento sintomático en un pe-
ri°do de ocho años, puesto que aquel había producido un 15 por 100
de mortalidad, cuando las cifras de éste se elevaban á 47,56 y aún á
por 100: pues bien, la deducción del Dr. Martínez, no es lógica;
primero, porque las cifras tomadas del tratamiento sintomático, son
medias anuales y las del estado antiséptico abarcan solamente un pe-
riodo de noventa días, y ya hemos establecido anteriormente las va-
riaciones notables en la mortalidad que sufre la enfermedad, no solo
de un año á otro, sino en los diferentes períodos de un mismo año; así
Slis cifras sólo pueden compararse con otras observadas en un mismo
Período de tiempo, y aprovechando el recurso de su argumento, pode-
mos oponer la cifra del 10 por 100, alcanzada por el Dr. Cabrera el
año 1882 en 51 enfermos, tratados los meses de Julio y Agosto en la
sala de San Pedro en el hospital de San Felipe y Santiago. Adviértase
fine en esta estadística no incluimos sino los casos tratados desde el
f o 29 y 39 día de enfermedad, y que son todos formas comunes, esto
es> variedades hemorrágicas, urémicas y colémicas; que si despojamos
de la estadística del Dr. Martínez, los casos ligeros, para igualar las es-
tadísticas, tendremos 33 tratados con 7 muertos, ósea un 21 por 100;
mm admitiéndola como la publica él, resulta su cifra 15 por 100 obte-
nida por el tratamiento antiséptico del Dr. Sternberg, muy inferior á
la de 10 por 100 obtenida por el Dr. Cabrera en el mismo período de
tiempo sobre un número mayor de casos, 51 en contra de 44.
Pero se me podía argumentar aprovechando mis frases anteriores,
fine aquella era una racha benigna y esta una mala racha, mucho más
enando hay una diferencia notable de tiempo en ámbas estadísticas:
Pma salvar este argumento opondré á las cifras del Dr. Martínez, cifras
nías recientes, esto es, cifras contemporáneas; sus casos han sido trata-
dos durante los meses de Junio, Julio y Agosto de 1889; pues bien,
durante los mismos meses de Junio, Julio y Agosto han sido tratados
en la Quinta de Garcini, en las clínicas de los Dres. Domingo Cubas y
Francisco Cabrera, 67 enfermos con 13 muertos, que arrojan una mor-
talidad de 19 por 100; durante el mes de Agosto que abarca el mayor
numero de sus casos, han sido tratados 32 enfermos con 5 muertos, lo que arroja un 15 por 100 de mortalidad: 16 de estos enfermos han si-
do sometidos por el Dr. Cabrera á un tratamiento antiséptico también,
aunque diferente al del Dr. Sternberg, pues descansaba en el uso del
naftol F), asociado al bicarbonato de sosa; esta cifra parece venir en
apoyo de las ventajas obtenidas por el tratamiento antiséptico, pues
coinciden ambas cifras; pero durante el mismo mes han sido someti-
dos igual número de enfermos á un tratamiento simplemente espec-
iante, excepto la administración de un vomi-purgante el primer día,
por el Dr. Cubas en la misma Quinta y ba obtenido también una cifra
idéntica: 15 por 100... ¿Qué deducir de estos hechos?... En primer lu-
gar, que para deducir en la estadística de fiebre amarilla, es preciso no
solamente observar grandes números, sino también grandes perío-
dos de tiempo: y en segundo lugar, que los casos observados por el
Dr. Martínez, pertenecen á una racha benigna de la fiebre amarilla, y
que no permiten una conclusión favorable al tratamiento antiséptico?
pues la misma cifra ha sido obtenida con el tratamiento sintomático y
con la espectación simplemente. ¿Se debe concluir de aquí en la inuti-
lidad del tratamiento antiséptico?... mejor dicho, ¿qué resultados po"
sitivos produce el método antiséptico, tal cual hoy se emplea en la fie-
bre amarilla? En primer lugar, hay que distinguir según la sustancia
empleada: las mercuriales, especialmente el bicloruro y
el biyoduro, tienen un gran poder antiséptico; pero son rápidamente
transformados en productos solubles por los jugos estomacales y ab-
sorbidos en el acto, lo que disminuye naturalmente su coeficiente de
antisepsia; el poder antiséptico de una sustancia no es una cualidad
absoluta ó intrínseca, sino en las superficies inertes de los laboratorios;
en las superficies vivas orgánicas, esta cualidad es relativa; la modifican
poderosamente las transformaciones que le hacen sufrir los líquidos
orgánicos de la economía, y la capacidad y extensión de las superficies
absorbentes: el poder antiséptico resultante ó final de una sustancia,
está en razón inversa de su solubilidad y de la capacidad de absorción
y la extensión de las superficies sobre que actúa: la transformación in-
mediata de las preparaciones mercuriales en sustancias solubles y su
rápida absorción, con la extensión inmensa de la superficie absorben-
te, constituyen una gran desventaja para ellas, bajo el punto de vista
de su valor antiséptico final; estas condiciones, unidas al coeficiente de
toxicidad tan notable que las caracteriza, obligan al uso de dosis
sumamente pequeñas, las que naturalmente resultan insuficientes en
la práctica; dichas dosis no pueden elevarse como las circunstancias lo
exijen, sin que se vean aparecer prontamente los fenómenos generales
de una intoxicación peligrosa, que en el caso particular de la fiebre
amarilla resulta una intoxicación grave; pues además de las suscepti-
bilidades individuales que interesa no olvidar, hay lesiones de toda la 107
mucosa gastro-intestinal, de las diferentes visceras y del sistema ner-
vioso, sobre las que dichas sustancias ejercen su acción tóxica electiva;
traduciéndose por la exageración en intensidad y duración de algunos
síntomas de importancia, que son, á no dudarlo, producidas por la in-
toxicación; me refiero á las hemorragias gingivales, á las melenas ó
enterorragias y algunas convulsiones semejantes á las de la epilepsia
Jacksoniana. En la dosis habitual de 1 á 2 centigramos en las vein-
ticuatro horas resultan completamente insuficientes, como posterior-
mente lo probará el estudio clínico de los enfermos.
El Naftol -5, últimamente introducido en la terapéutica de la fiebre
amarilla, tendría mayores ventajas que las preparaciones mercuriales,
dada su menor solubilidad y su gran coeficiente tóxico, si no fuera
diez y seis veces menor su poder antiséptico; así es que en la práctica
resulta también insuficiente bajo el punto de vista de la antisepsia
gastro-intestinal; mucho más, cuando todo el mundo conoce la vi-
rulencia tan extraordinaria de las ptomainas ó diastasas amarillas;
en efecto, la bacteria del vómito negro puede competir en virulencia
eon la del cólera epidémico. Sería preciso encontrar una sustancia
fine á un fuerte poder antiséptico, reuniera la condición de atrave-
Sar el tubo gastro-intestinal sin ser absorbida grandemente, casi iner-
te; en este caso la desinfección se haría totalmente y sin el riesgo de
intoxicación.
Se puede afirmar que la desinfección ó antisepsia estomacal se ha-
ce bastante regularmente con las preparaciones mercuriales y con el
naftol J7; en los casos comunes, no se ven esas epigastralgias intensas
v esas borras tan abundantes que se observan en algunos no someti-
dos al tratamiento; en algunos casos, estos dos síntomas locales sufren
nua influencia notable, esto es indiscutible; pero en muchos casos, es-
pecialmente en las formas siderantes, dichos dos signos son muy poco
o nada influenciados; se comportan exactamente igual á los casos so-
metidos al tratamiento sintomático y á la espectación; la antisepsia
intestinal no se hace en la fiebre amarilla ni con el mercurio, ni con
el naftol: el dolor abdominal, las melenas frecuentes y abundantes,
los fenómenos generales graves de la infección, permanecen invariables,
a pesar de la antisepsia estomacal; si las dosis del mercurio se elevan,
Se ven aparecer enterorragias graves, hemorragias gingivales, exudación
ueruorrágica de la mucosa lingual y convulsiones localizadas á los
iuiembros toráxicos, que denuncian la intoxicación mercurial; si las
rl/ * i 7 bi # '
u°sis de naftol se elevan también, el vómito las devuelve en seguida;
su acción local sobre las mucosas, explica racionalmente este fenóme-
no- Como estos caractéres clínicos lo demuestran y como la estadística
0 comprueba, queda la más extensa porción del tubo digestivo sin
>sufl'ir los beneficios de la sustancia antiséptica. Toda sustancia que no satisfaga las bases que hemos establecido, resultará completamente in-
suficiente.
En cuanto á la variedad urémica, puede asegurarse que no lia sido
este año su reinado; con cualquier tratamiento indistintamente, las va-
riedades predominantes han sido la hemorrágica y la colémica; la
anuida no la hemos observado en «Garcinia más que una sola vez; los
casos urémicos habidos, han orinado expontáneamente ó con el caté-
ter hasta el momento de la agonía, lo que debe atribuirse quizás, á la
medicación alcalina asociada comunmente al mercurio ó al naftol, de
la que no debe, sin embargo, abusarse, pues puede ser que no esté
ella desprovista de toda participación en la producción de las hemo-
rragias y especialmente las hemorragias gingivales y linguales.
La mortalidad general en todo el año, en 146 casos, ha sido de 23
por 100; el año de 1888 de 27 por 1005 lo que establece un promedio
en los dos años de un 25 por 100. Como se ve por estos datos, deduci-
dos de dos años completos de fiebre amarilla y que comprenden un
total de 300 casos aproximadamente, la cifra de la mortalidad total,
el 25 por 100, resulta muy inferior á las antiguas cifras de 40, 50 y6O
por 100 anuales. Este resultado depende, á mi juicio, de dos razones:
primera, con el empleo de los nuevos métodos de tratamiento, ha na-
cido en los experimentadores el estímulo, y se ha establecido una
competencia entre las buenas cifras; los médicos ven á sus enfermos
de hospital y de casas de salud dos y tres veces al día, durante el pe-
ríodo de gravedad; los directores de dichos establecimientos se han
interesado en el resultado, los internos se esmeran, hasta los practi-
cantes y los enfermeros se han hecho partícipes en la contienda: re-
sultado, las condiciones de los enfermos han mejorado notablemente
con la multiplicación de los cuidados; yo os aseguro que en la Quinta
de «Garcini,» en la estación amarilla, un enfermo de vómito es el en-
fermo más interesante de la casa; tiene ásu alrededor, en actividad
constante, á todos los médicos y á todos los empleados.
La segunda razón estriba, á mi juicio, en el uso casi sistemático
del vomi-purgante el primero ó segundo día de enfermedad,-con obje-
to de lavar el tubo gastro-intestinal, localización primera del mal, se-
gún las tendencias de las nuevas investigaciones: dicha práctica, como
lo asegura el Dr. Cabrera y Saavedra, una persona autorizada en lo
que se refiere á clínica de fiebre amarilla, ejerce una influencia favora-
ble sobre la marcha del mal, manteniéndolo, en una escala inferior de
gravedad; comparando la marcha de estos casos con los no sometidos
á dicha medicación, se observa un descenso en la línea general de
gravedad, lo que está en relación con la localización primitiva gastro-
intestinal del mal. Así ha venido la investigación científica á consa-
grar la práctica rutinaria del pueblo, del aceite y del limón y á justi- ficar el aforismo de nuestro venerable sabio el Dr. D. Felipe Poey.
«Todo dicho ó costumbre vulgar tiene su fundamento científico.»
109
El Dr. Bellver: Son muchos los particulares que ha de tratar, y no
parecíéndole suficientes los cinco minutos que concede el Reglamento,
suplica que se le permita extenderse algo más.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Bell ver.
El Sr. Presidente; no es posible acceder ála súplica de S. S.
El Dr. Bellver: renuncia al uso de la palabra.
El Dr. Moreno de la Torre: entre otros particulares dignos de dis-
cusión, señala dos de suma importancia: 19, la transformación del
bicloruro de mercurio en protocloruro por el jugo gástrico, fenómeno
químico, que según los clásicos, se verifica de un moda inverso, tras,
formándose el protocloruro ingerido, en bicloruro; 29, la producción
de hemorragias, que el Dr. Weiss atribuye al tratamiento por los an-
tisépticos y alcalinos. En su concepto, este accidente es clásico en los
enfermos de fiebre amarilla: se presenta por todas las vías y debe im-
putarse á la naturaleza infecciosa del proceso antes que á la acción de
los medicamentos empleados.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Moreno de la Torre.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Tamayo.
El Dr. Tamayo: hace referencia á la desinfección del tubo intesti-
nal, que á su juicio es imposible. Toda la aspiración del práctico ha de
limitarse á variar las condiciones locales, transformando el medio en
que se desarrollan y multiplican los microbios. Señala la importancia
que tiene la administración de sustancias insolubles que no lleguen á
alterarse por el contenido intestinal, y menciona las ventajas del sa-
lol, que ha empleado en pastillas, unido al bicarbonato de sosa y áci-
do cítrico.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Weiss para replicar.
El Dr. Weiss: contesta al Dr. Moreno, que ha habido un lapsus
respecto al primer punto de su argumentación, y en cuanto al segundo,
que si bien es cierto que las hemorragias se presentan expontáneamente
en la fiebre amarilla, está léjos de ser así en todos los casos, como sucede
también con la albuminuria, que no es constante. Por otra parte, de sus
estudios comparativos, deduce, la frecuencia ó agravación de las he-
morragias en los enfermos sometidos al tratamiento por los mer-
curiales.
Al Dr. Tamayo manifestó que se halla de acuerdo con él, respecto
al valor que se ha de dar al término desinfección, cuyo sentido abrasa,
no solo la idea de destruir los micro-organismos, sino también, la de
esterilizar el medio en que estos germinan. Cuanto al salol, su expe-
riencia es nula, por no haberle usado; cree sin embargo, que á pesar de
ser poco soluble, tiene un escaso poder antiséptico. El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Semprun para leer sil
trabajo:
Sobre la conveniencia de ensayar un nuevo modo de tratamiento en
la fiebre amarilla.
el Dr. Eduardo Semprun.
Sr. Presidente; Sres.; dejando á un lado preámbulos enojosos que,
por otra parte, repele la índole concisa de esta clase de trabajos, me li-
mito á reclamar la atención del Congreso sobre un punto doctrinal,
origen aún de vivísima discusión y de la más alta importancia clínica,
cual lo es indudablemente el que se relaciona con la significación etio-
lógica de los procesos infecciosos, su fisiología patológica y por ende
su terapéutica experimental; desgraciadamente, después de lo descu-
bierto y publicado en estos últimos años, poco de original y nuevo me
resta que añadir, y á mayor abundamiento, el Congreso tiene ó tendrá
á gran dicha oir las pacientes cuanto hábiles y prolijas investigaciones
emprendidas por mi querido amigo é ilustradísimo colega el Dr. Ta-
mayo, con una constancia, abnegación y celo, dignos de mejor fortuna.
Así pues, solo como preliminar obligado y en cierto modo exijible
al que viene á vosotros en demanda de luz para una idea nueva y pide
vuestra cooperación si la juzgáis provechosa; entendiendo que en asun-
to tan grave como lo es siempre proponer cualquier medida terapéutica,
hay que dar estrecha cuenta ante las leyes fisiopatológicas de como se
subordina á ellas, en el laboratorio y en la clínica, sin torcer el cauce
de los hechos, el criterio inductivo que enlaza á priori la generación de
Una idea y su razón experimental; solo, repito, como exposición inelu-
dible del orden de hechos que motiva la concepción fundamental de
mi trabajo, lie de esplanaros siquier sea brevemente y de mi propia
cosecha, como juzgo yo el proceso cuyo tratamiento, en la parte que
me atañe, tengo el honor de someter á la alta consideración del
Congreso.
Bajo el punto de vista patogenético la fiebre amarilla debe ser
clasificada en el grupo de las llamadas Toxihemias.
El elemento directa y primitivamente atacado es la sangre, tradu-
ciéndose el daño en los primeros momentos por una sobreoxidación
de la hemoglobina del glóbulo rojo, al reaccionar sobre este el agente
tóxico absorbido, que acelerando las combustiones orgánicas, provoca
desde luego y bruscamente el estado reaccionario febril.
Esta sobreoxidación da por resultado inmediato el desdoblamiento
de la hemoglobina en hemato-cristalina, sustancia que apoderándose 111
de una parte de los álcalis del plasma deja en libertad cierta cantidad
de albúmina combinada con ellos en forma de albuminatos alcalinos,
y hematina, que trasformándose lentamente en hematoidina y sus de-
rivados, pigmentos análogos al biliar, dará lugar más tarde á una icte-
ricia hematógena; pero no es esto solo, sobrecargada en efecto la
sangre arterial de un exceso de ácido carbónico que representa el
equivalente atómico del carbono quemado pierde parte de sus propie-
dades vitales y con ellas la facultad que posee la sangre normal de
mantener disuelta en el plasma, la plasmina, sustancia que, como se
sabe, produce al ponerse en libertad por la acción de un fermento pro-
teico contenido en la sangre, la fibrina; como en la naturaleza, las cau-
sas y los efectos se equilibran armónicamente, el destino de esta fibrina,
do constitución molecular especialísima, no puede ser otro sino el do
suministrar á los órganos hematopoyéticos el material proteico que
necesitan para regenerar aprisa el número de glóbulos rojos que se
destruyen más aprisa aún. Si en este momento las vías de absorción
cerraran sus puertas al agente tóxico, no permitiendo que pasara ni
un átomo más de este al torrente circulatorio, ó el poder oxidante del
mismo se neutralizara químicamente, ó se lograra, en fin, expulsarle
completamente del organismo, todavía sería posible restituir á su in-
tegridad primitiva el dinamismo molecular de la sangre y por ende, la
reparación fisiológica de todas las funciones que estuvieron compro-
metidas, ó lo que es lo mismo; la vuelta rápida y completa al estado
de salud.
En efecto; si so admite este modo de interpretar la patogénesis de
los síntomas que constituyen lo que con gran propiedad se ha llama-
do período inflamatorio de la fiebre amarilla y se acepta la naturaleza
química del agente morboso, se concibe fácilmente, en el caso que he-
mos supuesto, como no habiendo sufrido en su nutrición lesión dura-
dera y profunda los órganos hematopoyéticos, pueden restaurar á la
sangre un número equivalente de glóbulos sanos, mientras la fiebre
misma se encarga de desembarazarla del exceso de ácido carbónico
acelerando los movimientos respiratorios y haciendo posible otra vez
la solución en el plasma del fermento fibrino-plástico, condición esem
cialísima para la reparación del líquido sanguíneo. Hagamos notar de
paso, que dentro de la benignidad del caso que hemos supuesto, por
acción insuficiente del tóxico, cabe esplicar el aparato sintomático del
primer período ó inflamatorio subordinando su intensidad á la de la
dosis absorbida; en efecto: la acción química del referido agente debe
empezar desde el momento que las raicillas venosas del estómago y el
linfático central de las vellocidades intestinales (lugares ámbos donde
probablemente se produce y deposita el veneno) le franquean de golpe
la entrada al torrente circulatorio, entendiéndose que una dosis A de dicho agente se destruye al producir un número A de glóbulos sobreo-
xidados. Sobreoxigenada la sangre determina desde el primer momen-
to la hipertermia, un poco por el aumento en las combustiones orgá-
nicas y mucho más por el intermedio del sistema nervioso, estimulando
la acción vaso-dilatadora de ciertas fibras sensitivas ó bien paralizando
los vaso-constrictores del simpático; de aquí la brusca y alta elevación
de la cifra térmica con repleción de los vasos que puede hacerse muy
visible en los órganos delicados y trasparentes como la conjuntiva
ocular y el dermis mucoso de Ja piel de la cara y parte anterior del
cuello, constituyendo uno de los síntomas más característicos del sín-
drome morboso que inicia el padecimiento. Por otra parte, la rápida
desfibrinación del plasma, esplica la tendencia de la sangre á estrava-
sarse sobre todo en aquellos puntos en que solo protege á los vasos
una delgada capa epitelial, máxime si como sucede en la mucosa gin-
gival se baila macerada aquella por las secreciones ácidas que los fer-
mentos determinan en el líquido salival; finalmente, el ligero exceso
de albúmina libre contenido en la sangre, cambiando de estado mole-
cular, es atraído y dializado por el epiteliun renal, apareciendo pre-
cozmente en la orina, por lo menos desde el segundo día siquier sea en
forma de leves indicios y abstracción hecha de la benignidad ó grave-
dad del caso; siendo esto un hecho teóricamente previsto y confirmado
á posteriori en la práctica, merced á cuidados especiales en el análisis
de las orinas, de los que nos ocuparemos en un trabajo aparte, y á la
confección de un reactivo estreñí adámente sensible, y constituyendo
por lo tanto esta forma de albuminuria un síntoma patognomónico a 1
que damos un valor absoluto para la certeza del diagnóstico.
Ahora bien: supongamos que incesantemente se absorben é ingresan
en la sangre nuevas dosis del veneno; ciertamente, los glóbulos des-
truidos seguirán siendo reparados, pero solo por el tiempo que esta
sangre viciada sea capaz de sostener la nutrición de los órganos hema-
topoyéticos; la irritabilidad de estos determinará al principio mayor
cantidad de trabajo y el exceso de glóbulos producido servirá de última
reserva al organismo en la lucha sin tregua que viene sosteniendo;
más, pronto sobrevendrá el cansancio y tras este, paralizados los cam-
bios intersticiales, el agotamiento funcional de las glándulas linfógenas;
alcanzado este límite, la destrucción orgánica se hace inevitable; una
sangre cuyos glóbulos después de sufrir una alteración química pro-
funda, cuya realidad puede hacerse patente en calidad y medida por
procederes espectroscópicos como el de Henoque, mucho más exactos
que los empleados hasta el día por los otros observadores que nos han
precedido; una sangre, digo, cuyos glóbulos así alterados no se renue-
van, solo sostendrá la economía por tiempo muy corto y gracias que
pueda emplearse aportando los últimos y escasos materiales de que 113
dispone, en sostener aquellos centros cuyo funcionamiento malo ó
bueno, es indispensable aún en los momentos en que se extingue
la vida.
Nuestra hipótesis patogénica adaptada rigurosamente a la observa-
ción de los fenómenos clínicos, establece, pues, un círculo completo
entre los órganos hematopoyéticos y la sangre, subordinando á su ca-
tegoría y creyendo secundarias las múltiples manifestaciones de lesión
y de función que provocan todo el aparato sintomático.
Pasemos ahora para comprender mejor las razones aducidas en
apoyo de esta doctrina, á otro orden de consideraciones de las que he-
mos prescindido hasta este instante para mayor claridad de la exposi-
ción de los hechos; dichas consideraciones recaen sobre los fenómenos
interesantísimos que tienen lugar y se desarrollan en toda la extensión
del tubo digestivo.
Nadie, señores, osará poner en duda, como en la mayoría de los
casos, las causas que tienden á hiperemiar la mucosa digestiva y prepa-
ran el terreno á una infección local cuyo germen ya existía, abren, por
decirlo así, el surco en cuyo seno se ofrece á la semilla, material abun-
dante para su reproducción y crecimiento; el frió, los alcohólicos, las
ingestas etc., son á menudo factores que juegan un papel etiológico
importante en esta primera etapa del proceso infeccioso que nos ocu-
pa; de otra parte, todos convenimos de buen grado en lo mucho que
de específico tienen las materias vomitadas, reconociendo que siempre
hay en más ó en menos, grosera ó íntimamente unida á ellas, sangre
estravasada, recientemente vertida ó alterada y como digerida por los
jugos glandulares; allí donde la clínica juzga que los síntomas prime-
ros corresponden á una inflamación violenta del tubo digestivo, la
autopsia pone de manifiesto en la mucosa tumefacta del estómago, á
través de sus pliegues salientes, perdido casi del todo su revestimiento
epitelial y acribillada á puntitos como otros tantos sacabocados de re-
dondas ulceritas, una fina inyección de los vasos, formando elegantes
i’edes que denota cuan intensa debió ser en vida la hiperemia visceral.
El exámen histológico con su finura de percepción detalla delicada-
mente la estructura de estas lesiones, pero no deja entrever otras y
ménos que ninguna, la rápida degeneración grasosa que se asegura ha-
ber encontrado por otros observadores; en todo caso, este hecho, dada
su inconstancia, no pudo declararse como expresión biológica del su-
frimiento celular, sino como su resultado, es decir, uno de los modos
que aceptan las células al perecer; es pués, simplemente, la degenera-
ción grasosa, cuando se encuentra, no una metamorfosis biológica sino
un fenómeno cadavérico. Lo mismo decimos del hígado y el riñón sin
más escepción á favor de este, que la salvedad de existir repletos algu-
nos cilindros por coágulos fibrinosos en algunos casos, haber observa- do en otros una nefritis conjuntiva de formación embrionaria y en
muchos la ausencia de estas lesiones, y sí solo la dilatación de los glo-
mérulos con tumefacción turbia de las células, signos que correspon-
den á la inflamación renal de naturaleza congestiva; así se esplica
como á veces la micción no se dificulta mientras en otras su rareza se
estreñía hasta llegar á la anuria.
Acentúan el relieve de estos hechos cuando se abordan de frente,
las dificultades del problema etiológico, la imposibilidad de obtener
culturas con la sangre de los enfermos, pese á lo asegurado en contra
por el Dr. Finlay, cuya aserción ha sido ya refutada experimentalmen-
te por el hábil bacteriólogo Dr. Tamayo, imputándola á la falta de
precauciones asépticas; la ineficacia de las inoculaciones por los medios
conocidos, bien que esté todavía por llenar el vacío que se advierto en
esta parte de la patología experimental tendiendo en la actualidad
nuestros esfuerzos á unificar las experiencias estudiando nuevos proce-
deres y métodos de cultivo, y la ausencia, en los innumerables cortes
de tejidos que por todas las técnicas conocidas liemos examinado, de
todo micro-organismo, escepción hecha de un bacilo hallado una sola
vez en el tejido conjuntivo subyacente á la capa glandular de la
mucosa del estómago.
Lo que hasta hoy arroja de más interesante la Bacteriología, esta
hermosa ciencia del porvenir que no sin trabajo se deja arrancar sus
secretos, se refiere sin duda, si los hechos resultan ciertos, al bacilo en-
contrado por Paul Gibier en el contenido intestinal y del estómago;
este bacilo que sin ser cromógeno, colora en negro el medio ambiente
esplicaría muchas cosas, pero, desgraciadamente, ni en las manos de
Sternberg ni en las nuestras, ha mostrado una vez más la facultad co-
lorante graciosamente revelada á Paul Gibier é inútilmente hemos pro-
curado aislarle; y sin embargo, señores, con el resultado adverso de
las investigaciones emprendidas, contrasta asombrosamente la intui-
ción rayana en evidencia clara y positiva de la naturaleza tóxica de la
infección y su localización gastro-intestinal; nace este convencimiento
de que en las ciencias experimentales y á la vez do observación, es
preferible aceptar una hipótesis racional cualquiera, por dudosa que
sea, antes que abandonarse á una indiferencia ruinosa, echándose en
brazos de la ciega rutina; yo confieso por mi parte, que doy gran va-
lor á esta clase de convicciones, que son á los actos intelectuales, como
la levadura misteriosa del pensamiento, pues llevan en sí la fuerza
plasmante que incita á nuevas formas el embrión de la idea y repre-
sentan casi siempre los primeros rudimentos de una verdad entre Vista.
No creo, de acuerdo con la Clínica y esperando la sanción del la-
boratorio, que debe atribuirse el proceso etiológico de la fiebre amari-
]la á un germen animado evolucionando en los tejidos al modo que 115
lo hacen los reconocidos hasta hoy como verdaderamente patógenos;
en cambio, afirmo la excelencia del tratamiento antiséptico del tubo
digestivo, por ser este el verdadero receptáculo del veneno zimógeno
desarrollado en él, según vemos, por la acción de múltiples concausas
y único al que, en nuestro juicio, es imputable toda responsabilidad
en este extraño proceso; para que este pueda desarrollarse se necesita,
en efecto, un trabajo previo al que concurren la infinidad de bacilus,
microcoecus, tondas y saprofitos hallados en los líquidos del estómago
é intestinos, principalmente el monas crepusculum, y un bacteriun pa-
recido al termo que licúa en 16 horas la gelatina; ahora bien: este
trabajo no se realiza sino á condición de que circunstancias accesorias
determinen de antemano la hiperemia de la mucosa gástrica y esto
exceso de riego sanguíneo con un plasma de intenso poder fibrinógeno,
que sólo se encuentra en los individuos no aclimatados, suministre á
los jugos glandulares una aptitud especial para que prospere en ellos
el cultivo de los organismos mencionados; si esta condición se cum-
ple, ocurre entonces que por la acción de un fermento diastásico de
secreción microbiana, son digeridas las células epiteliales formándose
nuevos productos que son nocivos y hacen perecer las nuevas genera-
ciones; mas, ya á ede tiempo la corrosión epitelial ha provocado ex-
tensas sufusiones hemorrágicas y una finísima trabazón fibrinógena
aprisiona en sus redes, los detritus de células muertas, muchas de las
cuales han sufrido la infiltración melanógena, y los infinitos organis-
mos que pulularon en ellas; fórmase entonces como una falsa mem-
brana que tapiza el epiteliun exulcerado casi próximo á la capa glan-
dular de la mucosa, y á partir de este instante, es cuando tiene lugar
la verdadera infección.
Esta, á nuestro juicio es realizada por un vibrión-fermento, esen-
cialmente anaerobio, que solo puedo vivir una existencia caduca al
abrigo de esta especie de falsa neo-membrana; sabido es, en efecto,
cuán pequeño número de estos vibriones basta para provocar en muy
poco tiempo una putridez intensa al abrigo del oxígeno, elaborando
productos altamente tóxicos, y nada más abonado para desarrollar esta
fermentación que el material pectógeno de los folículos gástricos y las
otras glándulas del estómago é intestino. Entonces y merced al desa-
rrollo activo de una ptomaina especial, sobreviene el envenenamiento
que pone al plasma de la sangre en condiciones tales de fluidez que
no sirve para la reparación orgánica y acontecen esas hemorragias
que añaden á las borras su aspecto híbrido y confuso. No tienen, pues,
para mí unas y otras, sino la significación que se desprende de los he-
chos que acabo de referir.
Consecuente con estas ideas y siendo llegada la ocasión de concre-
tarme al objeto especial de mi trabajo, he de proclamar muy alto que no reconozco otra indicación como base del tratamiento sino la desin-
fección enérgica del tubo digestivo; sólo á este título han podido ser
muy útiles y seguirán siéndolos, las sales de quinina, el ácido salicílico
y sus derivados, el naftol y el percloruro de hierro; sobre . todo si son
precedidos de una dialización rápida por el sulfato de sosa; reconozco la
importancia de estos medios, mas no rae satisface del todo su coeficieir
te antiséptico, abrigando la convicción de que bajará la mortalidad á
medida que podamos hacer más completa la asepsia y más rápida la
desinfección.
El sublimado corrosivo mismo, si detiene el desarrollo de los esqur
zomisetos, está probado que se necesitan dosis muy altas para detener
las fermentaciones zimógenas; ahora bien; resulta obvio que la dosis
tóxica y antiséptica se tocan; por consiguiente su empleo en la dosis
que propone Paul Gibier resulta completamente ilusorio.
Pugnando en nuestra mente por resolver este problema, nos ocu-
rrió la idea de ensayar el ácido sulfuroso á dosis moderadas y en for-
ma gaseosa valiéndonos de la inyección por el recto.
Al principio nos hemos valido de la sonda rectal enchufada al
extremo de un tubo flexible que recibía el gas después de bien lavado
y seco, haciéndole atravesar por agua saturada de ácido sulfuroso y
piedra pómez embebida en ácido sulfúrico; con este engorroso aparato
nos hemos asegurado por multitud de experiencias fisiológicas y algu-
na que otra vez en pacientes de diversos afectos, de que se puede im-
punemente sin traspasar la dosis terapéutica, inyectar en una sola
sesión de 1 á 2 y 1 decímetros cúbicos, manifestándose sólo en esta
última dosis, un ligero espasmo abdominal quo no tarda en desapa-
recer.
Lamentamos mucho no haber tenido ocasión de emplearlo sino en
un solo caso ocurrido en Matanzas el mes de Septiembre próximo pa-
sado, en que hubo siete invadidos, de los cuales uno falleció al cuarto
día, sin que llegásemos con oportunidad para aplicar nuestro aparato;
cinco fueron leves, que estaban en convalecencia, y el último, gravísi-
mo, bastó una sola sesión para mejorarle notablemente, debiendo
apuntar la curiosa circunstancia de que convaleció más rápidamente;
y el tinte ictérico aunque muy acentuado, fue de menos duración
también.
En lo sucesivo me propongo salvar los inconvenientes de emplear
este aparato no portátil y de difícil manipulación, por el que se repre-
senta en la figura que acompaña este original, de uso tan cómodo y
fácil, que simplifica mucho el procedimiento.
No es más que una pera de inyección, uno de cuyos polos lleva una
llave de paso que enchufa exactamente en la sonda rectal; precede á
esta llave una válvula automática que modera la brusca espansión del Aparato para las inyecciones rectales de ácido sulfuroso en la fiebre
amarilla.
117
Tres oota.•vos clel xra,t-u.xe.l-
E. Pera de inyección. B. Manubrio del émbolo dentado que entra á rosca en el
cilindro C. A. Ampolla de cristal cerrada á la lámpara que contiene el ácido sulfuroso
líquido. C. Cilindro de acero empavonado y pulimentado interiormente. D. Válvula
que se abre de fuera á dentro. F. Llave de paso. G. Cánula en la que enchufa la sonda
rectal H. Dos gramos de ácido sulfuroso líquido que miden 1.55 c. c., desarrollan 0.9
libras de gas á 25 centígrados y VOO ra, m. gas y regula su salida, obedeciendo á la presión de la mano; al polo
opuesto se atornilla un cilindro de acero empavonado, en cuyo inte-
rior se mueve á rosca, ocluyéndolo herméticamente, un émbolo denta-
do destinado á romper una ampolleta de vidrio que contiene el ácido
sulfuroso líquido y puro, que se reduce á vapor instantáneamente, una
vez producida la rotura.
Ahora bien: hecha la fórmula de corrección general para el volú-
rnen de los gases á 00, resulta para la temperatura media del país, ó
sea 25 centígrados, que V’, volúmen del gas á 25 centígrados, será
igual á la expresión algebraica: V’ =~——-designando por H, la al-
tura barométrica; por h, la diferencia de nivel del mercurio contenido
en la probeta que mide el gas comparado con la altura barométrica;
f, la tensión elástica del vapor de agua á 25°; a, el coeficiente de dila-
tación de los gases y t, la temperatura media á que se opera. Según
este cálculo, dos gramos de ácido sulfuroso líquido, que miden 1,55
cents, cúbicos, desarrollan á 25 centígrados, 9 decilitros cúbicos de gas.
Véase, pues, cuan fácilmente podemos disponer para nuestro
aparato, de dosis progresivas y suficientes de ácido sulfuroso; encerra-
das bajo forma líquida en ampolletas de vidrio, de volúmen pequeño
y que varía según las necesidades.
Renuncio por ahora á formular conclusiones que serían prematuras,
tratándose de un trabajo que no ha recibido todavía la sanción de la
práctica; desgraciadamente y quizás con aterradora frecuencia llegará
para mí la ocasión de proclamar su eficacia ó do relegarle al olvido
por inútil; si lo primero, vuestra honradez profesional sabrá ponerse á
cubierto encomiando sus ventajas; si lo segundo, siempre tendré por
laudablo el estímulo que incesantemente espolea á una voluntad tenaz
y firme como la mia en beneficio del que sufre y en obsequio de la
ciencia.
Veo, señores, con júbilo, que he debido cansar vuestra atención,
que he llegado al fin de mi tarea; réstame solo elevar al Congreso el
homenaje de mi gratitud por la bondadosa indulgencia con que ha
deferido en la aceptación de mi trabajo, celebrando el honor de poder
cooperar con vosotros, en la pobre medida de mis fuerzas, á la realiza-
ción de una idea para cuyos iniciadores reservo toda la admiración de
mi alma y toda la sinceridad de mis mejores recuerdos.
He dicho.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. San Martín,
El Dr. San Martín: no está conforme en algunos de los puntos
tratados por el Dr. Semprun en su trabajo: al observar la sangre de
los enfermos atacados de fiebre amarilla, por medio del espectrosco-
po, ha encontrado que la oxihemoglobina ofrece cierta tendencia á
desoxidarse y permanecer así. 119
El Sr. Presidente: tiene la ¡palabra el Dr. Tamayo.
El Dr. Tamayo: indica que ninguno de los microbios aerobios
descubiertos hasta la fecha, presenta los caracteres de especificidad en
la fiebre amarilla. con el estudio de los anaerobios ha abierto el
Dr. Semprun un nuevo camino á la investigación.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Semprun para replicar.
El Dr. Semprun: contesta al Dr. San Martín, que le ataca por el
punto más débil de su teoría, que sin embargo acepta como conse-
cuencia de los hechos observados: que no ha practicado el análisis es-
pectral; pero en el estado actual de la ciencia, le parece, que ni se co-
nocen bien todas las transformaciones de la hemoglobina, ni aún se
sabe el verdadero estado en que se encuentra combinado á ella el
oxígeno.
Al Dr. Tamayo le dice: que hallándose ámbos en un trabajo de
colaboración, proseguiría junto con él, gloriándose cada día más de
ser su ayudante.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Gutiérrez Lee para leer su
trabajo:
Consideraciones sobre la fiebre de borras.
el Dr. Ricardo Gutiérrez Lee
Señores: Muchas veces he consultado la opinión de ilustrados
compañeros acerca de la naturaleza de la fiebre llamada de borras,
pues dadas las manifestaciones de esa entidad morbosa y los indivi-
duos que generalmente la sufren, la opinión de los profesores aquí
está dividida: unos se inclinan á considerarla como una fiebre amari-
lla modificada en el criollo y otros piensan que es una modalidad del
paludismo.
En los primeros casos aislados, creí con estos que era un proceso
malárico, mayormente, cuando en virtud de tratamientos opuestos,
obtuve curaciones que me satisfacieron.
Como esta afección no se presenta con gran frocuencia, he tenido
que esperar á que hubiese casos en mi clientela particular para ratifi-
car ó modificar mi juicio. He podido reunir algunas observaciones, las
que considero incompletas y deficientes, puesto que los casos desgra-
ciados no los he comprobado en la losa anatómica, por las dificultades
propias al ejercicio profesional en las familias; que se resisten á este
género de investigación, como igualmente tampoco he podido practi-
car exámenes bacteriológicos, que en esta enfermedad están llamados
a arrojar gran luz. Con todo, el número de personas afectadas, su edad,
naturalidad, condiciones de desarrollo de la afección, duración de es-
ta, terminación y tratamiento, son factores clínicos que reunidos, me han impresionado lo bastante para que pueda señalar el juicio que
acerca de su naturaleza me he formado.
Los profesores que ejercen fuera de la ciudad tienen mejor ocasión
para estudiar esta enfermedad y dilucidar tan importante punto de
patología intertropical, por ser más común en el interior; en los meses
de Junio, Agosto y Septiembre, he tenido mayor número de casos,
casi todos procedentes del campo, aún cuando también los he asistido
de nacidos y criados en la capital. Los niños de 3 á 14 años son los
que presentan mayor contingente; los adultos también son invadidos,
pero con menos frecuencia.
Relataré mis observaciones brevemente, señalaré los datos más in-
teresantes, indicaré las observaciones que me sugirieron, las que, cam-
biadas con las vuestras, me ilustrarán.
Observación I.—D. M. N. Catey Jariaco, natural de Managua,
de 14 años de edad, hacía más de dos meses que no venía.á la ciudad;
joven robusto y sano, fue invadido con los caractéres de toda fiebre;
treinta horas después aparecieron los vómitos borrosos, por lo que fui
llamado, encontrando al paciente en estado adinámico, la temperatu-
ra á 38.5, pulso 120, respiración anhelosa, poca epigastralgia, ningún
íctero, náuseas y vómitos, las orinas escasas y con una nubécula de
albúmina: tratamiento sintomático para el vómito, enemas, laxantes
y después bisulfato de quinina y poción de Todd helada.
Este paciente fué el primero que asistí, y á la verdad, dado el éxi-
to que obtuve en esa campaña, creí haber salvado á un malárico de
suma gravedad., pues, ¿quién duda del efecto que al médico produce
un vómito de esa naturaleza con un cuadro tan alarmante de síntomas?
Observación II.—D. N. Rizo, natural de Nazareno, de 18 años, de
constitución atlética, después de una insolación prolongada y de un
viaje á la ciudad, tuvo una fiebre, que aún cuando no era alta, al ter-
cer día que lo vi, tan solo acusaba 39°5; ya los vómitos de borras los
había tenido el día anterior, iniciándose por vómitos biliosos, amari-
llos y verdes para hacerse negros después. A este paciente fué impo-
sible reducirle á que tomase medicación alguna; á las pocas horas la
orina se suprimió y el paciente murió á los cinco días de invadido sin
íctero, con penosa agonía, sin hemorragia externa, aún cuando en la
piel aparecieron desde el quinto día equimosis sanguíneos, petequias
hemofílicas. No pude reconocer la orina en las tres visitas que le hice;
tampoco presentó reborde gingival hemorrágico ni mialgias: desde el
principio predominaron la adinamia y el estupor.
Observación lll.—Caso interesante por tratarse de una pequeña
epidemia en una familia, que residió accidentalmente en la ciudad,
donde vino á tomar baños de mar. La señorita M. 8., de 17 años, fué
invadida por la fiebre con intensa gravedad; el profesor que la asistió 121
certificó fiebre amarilla, cuando sucumbió al 59 día de su invasión.
El resto de la familia se trasladó á su antigua residencia, donde hubo
nueve invasiones, presentándose con tal gravedad, que los más falle-
cieron á pesar de haber agotado los recursos científicos de que podían
disponer. No le fue posible á la familia continuar la asistencia de los
enfermos con profesores de la ciudad, por lo que fui llamado, por vi-
vir en una localidad inmediata, para asistir al 79, 89, 99 y 109 casos,
que sucesivamente fueron ocurriendo. De éstos vi desaparecer dos
muy jóvenes, con síntomas de uremia, sin íctero ni hemorragias exter-
nas, predominando las bajas temperaturas, tanto en éstos como en los
dos que curé. La primera que se curó fué una niña de ocho años,
con escalofrío y ligera fiebre de invasión á 39°; durante treinta y seis
horas, malestar, inquietud, vómitos biliosos, sin íctero ni congestión
conjuntival; durante el fastigio tuvo orinas abundantes y sin albú-
mina; en las primeras treinta y seis horas tuvo sudores abundantes?
epigastralgia á la presión, ligero infarto del hígado y del bazo; unas
veces aumentaba la intensidad y se acentuaban estos síntomas y otras
se mejoraban. La paciente no eliminó nunca biliverdina, ni su orina
dio precipitado sino de uratos; entró en convalecencia el séptimo día
y conservó durante un mes una gran postración de fuerzas, que no
alcanzó á reponer sino después de un tratamiento tónico ferrado.
El hermano, de 5 años, tuvo un cuadro igual, aunque con ménos
intensidad; á las veinte y cuatro horas arrojó las borras; ambos fueron
tratados por purgantes de calomel y quinina al interior en solución
con agua de Rabel; una medicación sintomática: fué una hecatombe
la de esta desgraciada familia.
Observación IV.—Antonio Yega Ortega, natural de esta ciudad,
de 6 años, fué invadido después do algunos días de malestar por una
fiebre á 39° con remisiones matutinas y exacerbaciones vesperales; el
exámen de los dos órganos no revelaba nada; transcurrido el primer
septenario creyendo asistir á una tífica benigna, puesto que las ma-
nifestaciones abdominales eran de poca intensidad, faltándole las
manchas, petequías etc., fui sorprendido al noveno día por varios vó-
mitos de borras; al principio pensé que fuera sangre de la nariz y mal
digerida que ocasionaba esos vómitos; pero no tardé en comprobar
que eran efectivamente de borras; el paciente continuó agravándose y
con fenómenos de adinamia, estupor y delirio; los vómitos eontinuaron
más ó ménos abundantes durante tres días. El paciente consiguió re-
cuperar las fuerzas perdidas y siguió con bastante resistencia orgánica
hasta el 21 días, en que tuvo una enterorragia abundante, sudores
profusos y una remisión de 36°, pareciendo indicar un desenlace fatal;
sin embargo, la orina era abundante con algún precipitado de albú-
mina en el segundo septenario, desapareciendo en el tercero, sin pre- sentar biliverdina; poco á poco se reaccionó y obtuvo la curación,
empleando más de tres meses en reconstituirse.
Observación Y.—La familia Vigil, en Consolación, había tenido
cinco casos de fiebre, en los que el síntoma borras se presentó casi
desde el principio; dando lugar á manifestaciones de suma gravedad;
tres de ellos fallecieron en muy corto tiempo; de los otros dos, uno ob-
tuvo la curación al décimo día y el otro permaneció en cama veinte y
ocho días, necesitando muchos meses para reponerse. Esta familia no
guardó ninguna prescripción higiénica para evitar el contagio, pagan-
do bien caro su olvido. A consecuencia de esa desgracia tomaron la
resolución de venir á pasar una temporada á la capital; sus amigos le
aconsejaron vivieran en Puentes Grandes, por considerarla mejor loca-
lidad: habían transcurrido dos meses de las primeras invasiones cuan-
do en la nueva morada se presentó un caso de fiebre en uno de sus 8
hijos; á los tres días cayó otro; los profesores de la localidad y de la
ciudad que los asistían auguraban una feliz terminación, puesto que
desde su iniciación la fiebre no llegaba á 39°; no tardaron en aparecer
los vómitos biliosos, de alas de mosca y borras, con tendencia á la
adinamia, lipotimias y anuria; ambos pacientes fallecieron; las certifi-
caciones se extendieron como dafiébre amarilla. Esta nueva desgracia
los decidió á trasladarse á la Habana; á los tres meses, á principios
de Septiembre, fui llamado para ver á una niña, natural de Consola-
ción, de 3 años de edad, muy raquítica, que hacía doce horas tenía
fiebre de 381°, no encontré estado congestivo de la piel, ni inyección
conjuntival, la lengua húmeda, sensibilidad epigástrica, repugnaba los
alimentos y acusaba malestar; la madre le había dado un purgante,
que le hizo muy buen efecto; el vientre estaba suave y flácido. Como
la repugnancia era notable, no quise intervenir dando ninguna medi-
cación por la boca; ordené dosis de o’3o de bisulfato de quinina en
enemas y lociones de quinina en alcohol: esto pasaba á las siete de la
noche y á las cinco de la mañana fui llamado porque la niña hacía vó-
mitos espontáneos de borras abundantes; la inquietud y malestar se
reflejaban en su rostro descompuesto; sudores abundantes, sobre todo,
cuando vomitaba; las orinas escasas, no contenían albúmina. Continué
empleando el mismo tratamiento; habiendo podido comprobar la ac-
ción fisiológica de la quinina, agregué al interior el hielo; al quinto
día dio muestras de mejoría, no habiendo presentado albúmina, ni
biliverdina, ni ningún precipitado al ácido nítrico ni al calor separa-
dos y luego juntos. La niña siguió su convalecencia, que fué larga y
penosa.
Al tercer día de estar asistiéndola cayó en esa misma casa otro ni-
ño de seis años; fué tratado por un purgante oleoso, que no dio resul-
tado, repetí otro de calomel; la fiebre se sostuvo de 38 á 38?; las borras 123
aparecieron á las 36 horas sin albúmina, ni biliverdina, no tuvo íctero
y sí solo profundo malestar y adinamia; al 6? día entró en convale-
cencia y obtuvo algunos días después sn completa curación.
Al terminar el primer septenario el segundo enfermo, fue invadi-
do otro niño do 12 años, con los mismos síntomas iniciales, siguió el
curso de los anteriores, la fiebre á 39°; los vómitos biliosos y de bo-
rras aparecieron de las 28 á 31 horas con malestar, dolores lumbares,
muy poca cefalalgia, dolor en el epigastrio, infarto hepático sin con-
gestión de la piel ni de la conjuntiva, las orinas sin albúmina; tampo-
co buho remisión en la fiebre, pues aunque poco elevada, siempre se
sostuvo con diferencia sólo de algunas décimas de grado.
Este joven resistió muy bien, apesar de que tuvo hipo en el curso
de la afección durante dos días. El tratamiento fue el de purgantes de
calóme! con jalapa, quinina al interior, lociones de quinina, poción
tónica, hielo, etc., etc.; entró en convalecencia al 99 día y adquirió
pronto la salud.
Doce días después la niña H. tuvo ligero escalofrío, malestar, cefa-
lalgia, fiebre á 39° con remisiones variables y de algunas décimas de
grado; los vómitos fueron biliosos y de alas de moscas; no se presen-
taron las borras de una manera abundante, solo algunas estrías se ob-
servaron; estuvo enfermo 5 días; la orina de esta enferma tampoco
tuvo albúmina, ni biliverdina.
Observación VI.—D. Ambrosio Díaz, se trasladó con su familia,
natural de Güines, á esta ciudad en el mes de Abril de 1885. A media-
dos de Mayo fui llamado para ver á la señorita 8., de 12 años, bien
desarrollada, con fiebre á 39°, acusaba cefalalgia y grandes dolores
contusivos en los miembros, inquietud y vómitos, desde el primer día
biliosos, 24 horas después se hicieron borrosos: no tuvo congestión de
la piel ni de la conjuntiva, la fiebre remite irregularmente algunos
décimos de grado; sudores profusos, orinas abundantes sin albúmina,
ni biliverdina: la paciente estuvo enferma 6 días y todo se disipó sin
dejar íctero. Tres hermanas menores fueron invadidas sucesivamen-
te, sólo una de ellas tuvo vómitos borráceos, sin albúmina ni bili-
verdina, las otras dos experimentaron malestar, inquietud, vómitos
biliosos y mucosos y entraron todas, en convalecencia con rapidez y
sin dejar rastro de eliminación biliosa. El tratamiento fué el sintomá-
tico, purgantes al principio y quinina después.
Observación VII.—Una familia de Vuelta-Abajo se trasladó de
temporada á Marianao; dos de sus miembros murieron con pocos días
intérvalo, eran ámbos naturales do Consolación y jóvenes; á raíz de
ese acontecimiento fué invadido un matrimonio que había venido á
asistirlos.
Con ese motivo, concurrí á una consulta con un estimable compa- ñero, á cuyo cuidado estuvieron los anteriores, quien rae manifestó
habían muerto de fiebre amarilla y que se encontraban recorriendo su
período otros dos. Efectivamente, examiné al matrimonio y pude
comprobar que casi habían sido invadidos simultáneamente, con es-
calofrío, cefalalgia, dolores en las articulaciones y lumbares, fiebre de
poca intensidad, igual á la que tuvieron los fallecidos, según me infor-
mó el profesor de cabecera, y aún cuando continuó poco elevada, tuvo
vómitos tenaces y mucobiliosos y con borras á las 30 horas; la señora
no las arrojó, las orinas abundantes rojas y sin albúmina; hice mi ad-
hesión al compañero y le indiqué que en casos parecidos usaba la me-
dicación quínica y purgantes. Acepté la medicación sintomática se-
guida y posteriormente supe que ambos individuos se habían salvado.
Observación VIII.—La niña Ercilia, de 4 años, bien constituida,
fué invadida de fiebre, cpie por la marcha, siempre continúa de 391 el
primer día y 381 con poca diferencia en los subsecuentes y por las ma-
nifestaciones poco intensas por parte del abdomen, la tos, vómitos,
cuando tomaba alimentos, me inclinaba á creer se trataría de un caso
de fiebre tifoidea normal, cuando al séptimo día los vómitos se hicie-
ron tenaces, creció el malestar, hubo delirio y al final de esta escena,
en que la fiebre no era factor alarmante, aparecen los vómitos de
borras, continuando, aunque con alguna disminución, durante tres
días. No fué posible recoger los orines, pues la niña lo hacía en los
paños y la mayor parte de las veces mezclados á los excrementos; así
continuó el ciclo febril, que fué aumentando día por día hasta adqui-
rir la forma hipertérmica, disminuyeron los orines, aparecieron las
convulsiones, falleciendo á los 22 días sin haber presentado íctero, ni
hemorragias externas y solo erupciones sudorales. El tratamiento muy
parecido á los anteriores.
Observación IX.—Niño de 1 año de edad, natural de esta ciudad,
asistido por el Dr. Landeta, tuve oportunidad de verle en consulta; en
ella me informó mi ilustrado compañero que al tercer día con una
temperatura de 38 en el curso de la afección, con irregulares remisio-
nes de pocas décimas, solo con la continuidad de la fiebre presentaba
síntomas de adinamia graves, la respiración era suspirosa y frecuente,
las facciones descompuestas; no había tenido congestión, ni de la piel,
ni de la conjuntiva al principio de la enfermedad, ni sufusión ictárica;
desde el 49 al 69 días las orinas se suprimieron y falleció anúrico, por
consiguiente urémico, estuporoso y sin hemorragias visibles.
Observación X.—El niño Morales, de 8 años de edad, natural de
Managua, nunca había venido á la Habana, fue invadido de fiebre
moderada, al decir de sus padres, y veinticuatro horas después, alar-
mados por el color de los vómitos, me avisaron; el niño presentaba el
siguiente cuadro; fiebre, ansiedad y dolor en el epigastrio con vómitos 125
y deposiciones borrosas, tendencia á las lipotimias, respiración iré-
cuente, sin íctero, ni snfusión ictérica, orinas abundantes y de color
amarillo oscuro; no pude reconocer los orines porque cuando estuve no
había; el niño continuó dos ó tres días más postrado y entró en
convalescencia con toda rapidez, sin íctero.
Observación XI.—Un niño do 7 años, natural de San José de las
Lajas, con residencia habitual en el campo, jamás bahía estado en la
ciudad. Los padres, acostumbrados á verle con fiebres, no les llamó
la atención, sino cuando lo vieron con los vómitos y las deposiciones
de borras, hacía 40 horas de su invasión: cuando lo vi tenía 38°, in-
quietud, malestar, respiración frecuente, náuseas y vómitos, tanto es-
tos como las deposiciones eran de borras; los orines no tenían albú-
mina, ni ningún precipitado. Tratamiento sintomático, quinina en
papelillos al interior, hielo, cáustico en el epigastrio. A los tres días
entró en convalescencia y curó, sin íctero ántes, ni después.
Observación XII.—El niño García, de 3 años de edad, natural de
esta ciudad, (vecino de la Plaza Vieja, sitio muy especial por sus con-
diciones antihigiénicas), bastante raquítico; tuvo una ligera reacción
febril; á las horas de invadido fui llamado, tenía 39°, estaba muy in-
quieto, sin inyección conjuntival, ni congestión cutánea, piel madoro-
sa, vientre suave, respiración regular y frecuente, 120 pulsaciones, ten-
dencia al sueño é irritabilidad de carácter; iniciado el tratamiento
aparecieron los vómitos biliosos, con dolor epigástrico; por la noche la
inquietud aumentó hasta el delirio, necesitando ocurrir á otro compa-
ñero, que vivía en la vecindad; la fiebre era igual á la de la mañana,
atribuyendo esas manifestaciones nerviosas á falta de alimentos; por
la mañana muy temprano me avisaron, porque aparecieron los prime-
ros vómitos de borras, abundantes; la fiebre había bajado á 38°, lo
hallé con una postración general y languidez, orinas abundantes y con
una nubécula de albúmina, insignificante durante dos días; no hubo
íctero ni sufusión ictérica en el curso, al 59 día principió la mejoría.
El niño quedó tan debilitado que ha estado sin poder andar cerca de
Un mes. El mismo tratamiento.
Observación XIII.—D. N. N., natural de Güira de Melena, vino
por primera vez á colocarse en esta Capital y á los pocos días tuvo fie-
bre que se elevó á 39° en las primeras 24 horas, con cefalalgia in-
tensa, lengua saburral, dolor en el epigastrio, mialgias y sudores; al
dia siguiente se presentaron vómitos biliosos y luego borrosos, la fie-
bre remitió á 38°, el malestar continuó por algunas horas; la orina
nunca tuvo albúmina, ni ningún precipitado; al 59 día entró en
convalescencia: empleé el mismo tratamiento.
Observación XIV.—El niño Alberto, natural de esta Ciudad, 3
años y medio, siempre habitó en los alrededores de la Plaza Vieja, fue curado por una fiebre que se supuso fuera de una ingesta; á las 24
horas aparecieron los vómitos de borras, la postración fué violenta y
absoluta, la orina suprimida, y falleció al 49 día sin íctero, ni hemo-
rragias en un estado completo de estupor. La familia cambió de do-
micilio inmediatamente; al tercer día, otro niño de dos años, fué inva-
dido con igual cortejo de síntomas en que la gravedad apareció con
las borras, que se presentaron á las 30 horas, y falleció al 49 día
anúrico, sin íctero ni hemorragias, con fenómenos convulsivos y
estupor.
Por lo expuesto se ve que los niños blancos del país son atacados
de preferencia á los adultos, que los que habitan en el campo prestan
mayor contingente, estén ó no en relación con pueblos cercanos al
mar; las más de las veces se ha creido encontrar la causa del mal en
una ocasional; por ejemplo, la insolación prolongada, el enfriamiento
ó el beber aguas estancadas.
Los síntomas no anuncian gravedad al principio y el médico,
salvo casos excepcionales, se encuentra sorprendido por las borras, á
las que sobrevienen síntomas de colapsus, adinamia, postración de
fuerzas, anuria con el cortejo urémico, aún en los casos de terminación
favorable.
La marcha general del mal es rápida, pues en un septenario hace
su evolución; la convalescencia no es tan rápida como en otras afec-
ciones. He asistido dos casos cuyo diagnóstico desde el principio fue
de fiebre tifoidea; al entrar el segundo septenario, las horras aparecie-
ron y los enfermos continuaron febricitantes hasta finalizar el tercer
septenario, con temperaturas moderadas, sin albúmina ni íctero y con
enterorrágias abundantes; uno se curó y el otro falleció á los 18 dias.
Llamo la atención sobre este particular, por ver en esos dos enfermos
la misma fiebre de borras de forma lenta.
Los casos son graves, sobre todo si hay condiciones epidémicas,
como vemos en la familia B, que de 10 invadidos solo se curaron tres.
Creo que el tratamiento evacuante enérgico, la quinina y los
tónicos ayudan á la naturaleza y proporcionan algunas curaciones; la
falta de asistencia apropiada aumenta las defunciones notablemente.
¿Tiene el paludismo alguna relación en los casos citados? ¿Son
estas fiebres, intermitentes perniciosas con borras? ¿Es la malaria la
causa obligada de los complicados fenómenos descritos?
Si el paludismo es susceptible de hacer larga incubación en perso-
nas que lo adquirieron en localidades mal sanas y si se manifiesta
hasta los 14 ó 20 días después, entonces puede aceptárseles sin titu-
bear como causa; pero ¿quién afirma su acción contagiosa? Entonces
¿cómo se esplica la epidemia de la familia V. de Consolación, que tuvo
allí cinco casos, de los cuales fallecieron 3? Be los otros dos curados, 127
uno estuvo enfermo 26 días y el otro 10, y todos arrojaron las borras.
Esta familia se mudó á Puentes Grandes, después de recidir allí dos
meses; en 10 días perdió otros dos niños del mismo mal; por este
acontecimiento se traslada á la ciudad y tres meses después pasaron
la misma afección otros individuos.
Si lo que he asistido es lo que se llama fiebre de borras por la
naturaleza de sus vómitos, no hay duda que es contagiosa; dado
continuo cámbio de domicilio de esta familia, me esplico ese contagio
por las faltas de condiciones higiénicas observadas por sus individuos.
En la familia B, presté mi servicio á 4 enfermos, dos estaban
preagónicos y á las pocas horas murieron urémicos, sin íctero ni he-
morragias visibles; los dos que terminaron felizmente, arrojaron las
borras sin íctero ni albúmina, recorrieron en un septenario toda la
dolencia.
A los 4 meses de establecida la familia en esta ciudad, proce-
dente de Güines, tuvo el primer caso y á medida que iban levan-
tándose, se enfermaron los otros; los 4 invadidos se curaron y tres
arrojaron borras: la marcha fué rápida.
Si en el curso de mi práctica, no hubiera asistido á las pequeñas
epidemias que acabo de señalar, creería que el paludismo es el agente
productor de esta fiebre, pero me creo autorizado para dudarlo y este
es mi juicio particular. Comunmente, al ver un invadido de fiebre y
que á las pocas horas en los vómitos arroja borras, muchos médicos
y la generalidad del público, han bautizado esta entidad morbosa con
el nombre de vómito, refiriéndose así á la fiebre amarilla. Es casi
evidente que antes de poder diagnosticar en un paciente hijo del país
y de las condiciones requeridas para el desarrollo de esa enfermedad,
el médico ni se acuerda siquiera de'que 'tal afección se ha de presen-
tar; al pensar en una palúdica irregular,'en una tifoidea etc., las borras
le sorprenden y advierte el peligro que corre el enfermo; es por esto
que en mi práctica, he tenido 'en cuenta para fijar más la 'atención y
separar el proceso fiebre amarilla de la entidad morbosa que vamos
tratando, de los siguientes datos, los cuales nos dan un diagnóstico
diferencial; para ello tomo por punto de partida la fiebre amarilla
grave.
FIEBRE AMARILLA.
FIEBRE DE BORRAS.
Fiebre alta de invasión brusca.
Fiebre moderada precedida algunos
días antes de malestar.
Después del escalofrío inicial la fiebre
sube á 40,5 durante los dos ó tres prime-
ros días en que remite algunas horas,
para elevarse en casos graves durante el
segundo periodo y remitir en el tercero.
Pulso fuerte y lleno de 125 á 140.
Pulso pequeño de 120 á 130.
Si la temperatura alcanza 40° el pri-
mer dia, á las pocas horas remite incom-
pletamente hasta 38,5, oscilando entre
esta temperatura y 39°. Cefalalgia intensa.
Kaquialgia.
Epigastralgia intensa.
Inyección conjuntival, hiperemia de la
piel hasta el rash, eritema escrotal.
En las 36 ó 40 horas primeras, dismi-
nución de intensidad en los síntomas y
aparición de los nuevos, correspondientes
al segundo período; albúmina abundan-
te al finalizar el tercer día y rara vez án-
tes para los casos gravísimos, los vómitos
son dolorosos y de color vário, hasta que
se inician los de alas de moscas y al fin
las borras; puede establecerse, que cuan-
to más elevada es la temperatura al
principio, más precoces y graves son los
síntomas que le siguen.
Los vómitos de borras se presentan del
cuarto día en adelante; al finalizar éste
aparece el íctero conjuntival yde ahí se
extiende á la cara y demás regiones.
En el sexto, la eliminación de la bili-
verdina y notable congestión de las mu-
cosas bucal y gingival, formándose el bor-
de gingival hemorrágico para entrar en
el periodo hemorrágico; á las borras se
sucede la sangre, la anuria, fiebre eleva
da y la muerte.
En pleno periodo hemorrágico, hemo-
rragias nasales, gingivales, gastrorragia
y otras, hasta la terminación fatal del
caso, acentuándose más y más el íctero
general.
FIEBRE AMARILLA.
. Cefalalgia menos intensa.
No hay raquialgia.
Epigastralgia más moderada.
No hay inyección conjuntival, ni hipe-
remia de la piel, ni eritema escrotal.
En la fiebre de borras la temperatura
sólo se eleva en las primeras horas y des-
ciende para volver á elevarse en caso de
terminación fatal, siempre la he observa-
do, oscilando entre 38° á 39°. La intensi-
dad del mal se revela por la falta de re-
lación que hay entre la temperatura, el
ufanero de pulsaciones y la respiración.
La albúmina es accidental. Los vómitos
son mucosos, rara vez biliosos y casi
siempre borrosos desde que se inician.
FIEBRE DE BORRAS.
Las borras aparecen á las 24 horas y,
según relación de compañeros, hay casos
en que son más precoces; ninguno de mis
enfermos ha tenido íctero durante el cur-
so de la enfermedad, ni en la convales-
cencia; á los que le he reconocido la ori-
na, no han eliminado biliverdina; tam-
poco he observado la encía hemorrágica
y sólo aparecieron petéquias y manchas
oscuras en la piel.
En mis observaciones no he visto ese
periodo hemorrágico ni el íctero; la ter-
minación ha sido frecuentemente urémi-
ca, ya por el estupor tífico y adinamia,
ya por convulsiones.
Para comprobar esos hechos se hace preciso confirmarlos con au-
topsias, exámenes bacteriológicos y cultivos, que nuestros entusiastas
compañeros, dedicados á esta clase de estudios, no tardarán en em-
prender hasta conseguir llegar á la verdad.
Réstame solo indicar que eliminamos el proceso malárico, porque
los casos de contagio en las familias, alejadas de los focos nos obligan
á creer, que sólo en la fiebre amarilla ó en elementos tifógenos, están
las causas de esta afección. En los pocos casos que presento, clínica-
mente se notan bastantes diferencias en la iniciación, curso, síntomas
y terminación de las dos enfermedades, puesto que lo que caracteriza
la primera, falta en la segunda, que es el íctero.
En mi concepto, la intoxicación tífica es la causa productora del 129
mal. Además, si es una verdad que los niños europeos resisten mejor
al clima tropical, y que si no gozan de inmunidad para la fiebre ama-
rilla, son proporcionalmente menos atacados, ¿cómo vemos que en los
niños del país, de dentro y fuera de la ciudad, es en los que hay más
casos?
En todos los casos he tenido oportunidad de observar detalles
etiológicos, malas condiciones de aire, hacinamiento en las viviendas
etc., como factores importantes en la producción de esta afección.
Podría extenderme más, pero la índole del trabajo no me lo per-
mite; deseo vuestras ilustradas observaciones para obtener la satisfac-
ción del saber.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Reyes para argumentar.
El Dr. Reyes (de Sagua). Cree que la fiebre de borras no debe con-
siderarse como una entidad clínica, sino como una forma del paludis-
mo pernicioso. Los casos descritos por el Dr. Gutiérrez Lee, ofrecen
más analogía con la fiebre tifoidea, que con la fiebre de borras. Ha te-
nido oportunidad de observar que esta afección se padece con suma
frecuencia en la infancia, que la albúmina no se presenta en las ori-
nas, ni se producen hemorragias intestinales; siendo de nueve días la
duración máxima de los casos que ha visto. En cuanto al tratamiento,
conviene en el uso de los tónicos, la quinina asociada al arsénico y
los baños generales frios, y no tibios, por el colapso á que suelen
exponer.
El Sr. Presidente; tiene la palabra el Dr. Delfín.
El Dr. Delfín: manifiesta que, durante su permanencia en Vuelta-
Abajo, observó dos epidemias que aparecieron de un modo simultá-
neo: una de fiebre amarilla en el poblado y otra de fiebre de borras en
el campo. La primera enfermedad fue importada por un médico, que
murió, propagándose después la fiebre amarilla en Consolación del
Sur. La segunda, que los campesinos conocen con el nombre de tabar-
dillo, ofrecía un notable parecido con la fiebre tifoidea, sobre todo en
el período de estado y en su terminación; el íctero faltó las más de las
veces; la albúmina, nunca se presentó en las orinas, y en todos los
casos, la quinina dio un resultado fatal. El tratamiento más ventajoso
fué el evacuante.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Moreno do la Torre.
El Dr. Moreno de la Torre: encuentra muy difícil la distinción en
clínica de los tres estados morbosos que se conocen con los nombres
de fiebre tifoidea, fiebre amarilla y fiebre de borras. Descarta la pri-
mera por la ausencia de las borras y la marcha especial de la tempe-
ratura. Tai segunda, ofrece tres tipos clínicos que no pueden confun-
dirse: el de simple paroxismo, el de doble paroxismo y el mixto
descrito por Sternberg. En la pretendida fiebre de borras, la marcha de la temperatura es semejante á la del paludismo en su forma
continua.
Creé que el Dr. Gutiérrez Lee lia omitido ciertos detalles de suma
importancia para el diagnóstico diferencial; siendo digno de tenerse
en cuenta el hecho de que cada día se observa mayor número de casos
de fiebre amarilla en individuos nacidos en el país: además, en esta
última pirexia suele faltar la albúmina, así como también la cefalalgia.
El Sr. Presidente; tiene la palabra el Dr. Bellver.
El Dr. Bellver: dice que ha observado fiebres intermitentes en
individuos peninsulares y ninguno ofrecía el tipo señalado, siendo un
hecho importante para él, la frecuencia de la fiebre de borras en los
habitantes del campo. Crée que esta fiebre no es de origen palúdico
sino un proceso morboso que solo se presenta en los criollos. Tampoco
le parece que la naturaleza de la afección se aproxime á la de la fiebre
tifoidea, pues el tipo continuo se presenta también en la fiebre amari-
lla; y manifiesta, que debe considerarse como una modificación de
este último proceso infeccioso, en los naturales del país.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Plazaola.
El Dr. Plazaola (de Sagua): ha visto coincidir siempre la fiebre
de borras con las fiebres palúdicas en la localidad en que ejerce habi-
tualmente. Atribuye los resultados funestos á que en el campo se
apela demasiado tarde á los recursos de la ciencia; y en apoyo de este
aserto, agrega que el desenlace ha sido favorable en todos los casos
tratados desde el comienzo de la afección. El tratamiento empleado
por él, consiste en la quinina asociada á la orgotina en casos de hemo-
rragia. A su juicio, los datos termométricos presentados por el Dr. Gu-
tiérrez Lee, son deficientes. Respecto á la naturaleza de la enfermedad,
no está de acuerdo en considerarla do origen, tifoideo, ni tampoco co-
mo una fiebre amarilla: falta el íctero, la albúmina es inconstante en
las orinas, y la marcha de la temperatura es análoga á la de la fiebre
palúdica: la considera, por lo tanto, como una forma hemorrágica de
la malaria.
El Sr. Presidente; tiene la palabra el Dr. Montalvo.
El Dr. Montalvo; señala como un escollo de importancia para
establecer el diagnóstico, la falta de autopsias, no hallando otro recur-
so para dilucidar el problema, que los datos de la clínica. Refiere tres
casos de fiebre de borras: el primero, observado en compañía del
Dr. Porto, en el cual no faltó ninguno de los síntomas de la fiebre
amarilla y terminó por uremia al cuarto día; el segundo, que vio
también el Dr. Moreno de la Torre, reproducía de un modo tan per-
fecto el cuadro de la fiebre amarilla, que nadie dudó por un momento
del diagnóstico; el tercero, se hallaba en las mismas condiciones. Y si
una enfermedad, agrega, presenta todos los síntomas de la fiebre ama- 131
filia, ¿por qué no se ha de llamar por su nombre? Este género de
infección existe en los criollos, y la teoría de la inmunidad, que su-
pone una serie de infecciones sucesivas, esplica suficientemente su
existencia en los cubanos.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. San Martín.
El Dr. San Martín: cree que tanto los cubanos del campo como los
de la ciudad pueden padecer la fiebre amarilla. Ha visto epidemias
de fiebre de borras y una endemia en que fueron atacados adultos y
niños. Aún cuando á ocasiones abría la escena el paludismo, no le
parece que sea ésta la naturaleza de la enfermedad, pero sí que pre-
disponía a infecciones secundarias dignas de estudiarse. Los primeros
casos que observó, tratados por la quinina, fueron desgraciados, va-
riando por completo el pronóstico, tan pronto como asoció á dicha
sustancia el uso de los purgantes.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Aróstegui.
El Dr. Aróstegui: estima que el estudio de la piretología cubana se
encuentra muy atrasado, como lo prueba la confusión que se hace, de
fiebres de distinta naturaleza. Refiere un caso, comprobado por la au-
topsia, de fiebre amarilla en un hijo del país; al principio creyó en la
fiebre tifoidea; pero más adelante tuvo que modificar su diagnóstico al
presentarse el íclero. Describió brevemente otro caso, terminado por
uremia, y terminó diciendo que la fiebre de borras era la fiebre
amarilla en los criollos.
El Dr. Dueñas: espuso que miéntras se discutiera sobre piretología
intertropical por los datos de la clínica, no podría llegarse á un resul-
tado positivo; que no había oído hablar de investigaciones hematoló-
gicas, y éstas son hoy indispensables para formular un diagnóstico
preciso. Por el examen de la sangre y la comprobación de los pigmen-
tos niélameos se logra descartar el paludismo de las otras fiebres con
las cuales puede confundirse. A su modo de ver, las fiebres de borras,
son las formas intensas, siderantes, de las tres grandes pirexias de
nuestros climas: la fiebre tifoidea, la fiebre amarilla y la fiebre palúdi-
ca, así como las fiebres climáticas, son sus formas atenuadas.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Dueñas.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Cacho.
El Dr. Cacho (de Trinidad): apoya la opinión que considera la
fiebre de borras de naturaleza palúdica, fundándose en que nunca ha
observado un caso que no coincidiese con la época de las aguas.
Además, la quinina, administrada á fuertes dosis por la vía hipodér-
mica, le ha dado siempre brillantes resultados, hasta el punto de no
perder más que un solo enfermo de los catorce que ha asistido.
El Dr. Santos Fernández ocupa la presidencia, y concede el uso de
la palabra al Dr. Tamayo. El Dr. Tamayo; hace notar que las observaciones del Dr. Gutiérrez
Lee, aportan un dato interesante en contra de la naturaleza palúdica
de la fiebre que se discute; este dato, es la contagiosidad.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Albarrán.
El Dr. Albarrán (de Sagua): observó hace algunos años una epide-
mia mortífera de fiebre amarilla en San Diego de Núñez, en la que
perecieron las dos terceras partes de los atacados. Los cubanos enfer-
maron en gran número, presentándose en ellos la infección bajo todas
sus formas, sobre todo la urémica y comatosa. Los peninsulares no
aclimatados fueron invadidos todos; los aclimatados, en escaso núme-
ro. Los cubanos del litoral no sufrieron. Un médico peninsular no
aclimatado pereció en unión de su familia. Cinco médicos murieron
por hemorragias gingivales.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Perna.
El Dr. Perna (de Cienfuegos): hizo referencia á una pequeña epi-
demia de fiebre de borras que observó en Cienfuegos, y en la cual
consiguió muy buenos resultados con el uso de la quinina asociada al
arsénico; crée que esta fiebre es de naturaleza palúdica, tanto por el re-
sultado de la medicación, como por no haberse aumentado en aquella
época los enfermos de fiebre amarilla. Por otra parte, la afección no
atacó á los individuos no aclimatados, cebándose de preferencia en los
niños.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Vila.
El Dr. Vila (de Cienfuegos): cree que la cuestión principal que ha
de ventilarse es puramente etiológica y no se resolverá sino con ayu-
da del microscopio. Agrega que siempre que coinciden en una misma
familia enfermedades semejantes, la etiología debe ser única; así suce-
de con la fiebre de borras, que se desarrolla en focos dfe fiebre inter-
mitente y remitente palúdica. La quinina, que es una panacea para
todo género de infección de la sangre, debe emplearse hasta con un
fin profiláctico, por más que no sea eficaz en todos los casos. Las bo-
rras y las otras hemorragias, no deben considerarse como típicas, por-
que son consecuencia de toda infección; y si la fiebre de borras coin-
cide en su aparición con la fiebre amarilla, solo debe atribuirse á las
condiciones telúricas que son semejantes.
El Sr. Presidente: tiene la ¡glabra el Dr. Gutiérrez Lee para
replicar.
El Dr. Gutiérrez Lee: contesta de un modo general á todos los
argumentantes, y reitera las mismas consideraciones sobre la natu-
raleza del proceso que estudia en su trabajo. Establece algunas di-
ferencias clínicas entre la fiebre de borras y la amarilla, é insiste
sobre todo, en el descenso de temperatura que es constante en las pri-
meras veinticuatro horas. En cuanto á las borras, se presentan á las 12, 133
24 ó 36 horas del comienzo de la enfermedad; lo que no acontece en
la fiebre amarilla; además, falta el íctero y la biliverdina. El Dr. Gu-
tiérrez Lee acepta la fiebre amarilla en los criollos, pero esta se halla
perfectamente caracterizada por sus principales síntomas, que no se
yen en la fiebre de borras.
Refiriéndose á la deficiencia en los ciclos térmicos, señalada por
alguno, dijo, que como el Reglamento solo concedía 15 minutos para
la exposición de un trabajo, no pudo extenderse todo lo que deseaba.
Agregó que los primeros casos de fiebres de borras observados por él,
fueron considerados de origen malárico, pero que pronto desechó esa
idea al confirmar su contagiosidad; y terminó asegurando que solo se
trataba de un proceso tífico de marcha rápida.
El Sr. Presidente; tiene la palabra el Dr. Reyes para leer su trabajo;
De las fiebres de borras.—¿Cuál es su naturaleza y su mejor
tratamiento?
el Dr. D. Agustín W. Reyes.
Señores: No venimos á este recinto, en donde se encuentran con-
gregados tantos y tan distinguidos comprofesores, con la pretensión,
que nada justificaría, tratándose de tan humilde personalidad como
la nuestra, de agregar nuevos descubrimientos á los extraordinarios
que ya han brotado del inmenso y fértil campo tan profundamente
surcado por el habilísimo é inmortal Pasteur; campo que es de suyo
tan extenso y tan rico, que parece que basta sentar en él la planta
para que hasta los ménos preparados para explotarlo saquen de él no-
toriedad y provecho.
No voy á entregarme, pues, á nuevas disquisiciones sobre la doc-
trina microbiana. Tampoco pretendo, ni sería tan fácil, invadir el te-
rreno con tanto y tan brillante éxito explotado por nuestro antiguo
condiscípulo de la Salpétriére y hoy eminente profesor, el profundo y
sagaz Bouchard. La doctrina de los trastornos generales de la nutrición,
la doctrina ó teoría microbiana han dado tal impulso á la ciencia mé-
dica, que es difícil concebir principios más fecundos, ni porvenir más
glorioso, que los que hoy colocan á la progresista facultad de París á
tan inmensa altura con relación á todas las demás facultades del
mundo.
Dejemos, pues, á los entusiastas del día, seguir con más ó ménos
éxito, y con más ó ménos preparación y aptitud sus experimentos
más ó ménos acabados ó concluyentes: contemplemos el flujo ó reflu-
jo de sus cambiantes opiniones, que si no traen á la superficie cosas reales y positivas siempre, por lo ménos proporcionan notoriedad,
nuevos nombres y un movimiento intelectual que es siempre útil.
Vamos á limitamos en nuestra modesta esfera á consignar algu-
nas observaciones nuestras, á relatar del modo que han llamado
nuestra atención, y que hemos creido pertinente recoger cuánto y có-
mo hemos podido, sin más elementos que la propia observación, con
la simple clínica, que, dígase lo que se quiera, y por más que algunos
de los llamados experimentadores pretendan deprimirla desde las ne-
bulosas alturas en que los ha colocado su espíritu de imitación, siem-
pre será el principio y la piedra de toque de la medicina verdadera-
mente útil y práctica. Así, pues, al observar ciertos hechos, tomamos
apuntes de ellos, y el año de 1881 dimos á luz algunas de nuestras
observaciones y las consecuencias que de ellas nos parecían despren-
derse, con el título de: “Ensayo sobre el vómito de los criollos, ó fie-
bres de borras de los niños”. La presencia reciente en Cuba de la
Comisión Americana para el estudio de la Fiebre Amarilla, la autori.
dad de Bérenger Féraud, que considera los dos casos que cita en su
obra sobre la “Fiebre Biliosa Inflamatoria”, como simple modalidad
de la Fiebre Amarilla (lo que prueba que estas fiebres de borras han
sido observadas por otros y en otros paises) lo deficiente de nuestras
observaciones, influyendo en nuestro ánimo para esa denominación y
para la interpretación que entonces dimos de la naturaleza de la afec-
ción; pero poco después, con motivo de haber observado nuevos casos,
de tipo verdaderamente intermitente, empezamos á ver las cosas de
otro modo, y en 1884 publicamos un artículo en el Eco Científico délas
Villas, correspondiente al 1? de Junio de 1884, artículo reproducido en
los Ancdes de la Academia de Ciencias de la Habana, en que formulába-
mos nuestra opinión del modo siguiente: “Las fiebres de borras, ó vó-
mito de los criollos, no son, según parece, más que fiebres perniciosas,
que pueden afectar el tipo intermitente, el remitente ó continuo”. En
ese artículo dábamos cabida á un caso clínico auténtico que fue ob-
servado en la localidad en que vivimos, con la circunstancia de ser
médico el padre del niño. Hé aquí el caso en dos palabras:—Niño J.
P., de seis años de edad, propenso á fiebres; el año anterior, por la
misma época, había estado muchos días en cama, con una fiebre re-
mitente seria; el día anterior al acceso había comido unos caimitos:
el día del acceso tuvo por la mañana algunas diarreas y cólicos y
también fiebre ligera. Después del mediodía, convulsiones clónicas y
comas; á las cuatro de la tarde, 38° centígrados: continuaron las con-
vulsiones y la temperatura subió á 40°. Se presentaron vómitos de bo-
rras muy abundantes y caracterizados, con ciánosis hasta en las uñas;
comenzó el estertor traqueal, y el niño falleció á las seis y media de
la tarde, ménos de cuatro horas después de iniciado el acceso mortal.” 135
“Desde hacía tres días (añade el Dr. Rodríguez, D. E. F.) que con el
padre había asistido al niño, 'parece que este había tenido alguna no-
vedad, alguna fiebrecilla, según se pudo comprender: no se explica,
sin duda ninguna, la historia de este caso, sino admitiendo un acceso
pernicioso ataxo-hemorrágico: el acceso insignificante de por la maña-
na quizás no fue el único que precedió al pernicioso. Esta intermitente
de borras, es indudablemente de naturaleza palúdica”.
Tengo que colocar al lado de esta somera observación, otra del
mismo género, singular por muchos muchos motivos: por ser el niño,
objeto de ella, hijo del mismo profesor médico; por haber ocurrido el
caso en la misma casa, que está situada á dos cuadras del río Sagua; en
condiciones idénticas al primero, cuatro años después, con el mismo
rápido y funesto resultado, y por que, como la vez primera, fué un
caso único en dicha casa, sin contagio ni propagación, habiendo otros
niños en la casa. Después supimos extra-oficialmente, que había un
caño, sin salida á la calle, en el patio, que exhalaba muy mal olor, y
los niños jugaban en el patio.
Esta observación, se encontrará in extenso, en el número de Octu-
bre de 1888, de la Crónicai Médico-Quirúrgica, de la Habana. Héla aquí
extractada;
El 22 de Febrero de 1888, recibimos, como a las nueve de la no-
che, un recado de nuestro comprofesor el Dr. D. Joaquín P., para que
fuéramos inmediatamente á ver uno de sus niños, que estaba enfermo.
Los antecedentes fueron los siguientes: el niño se había bañado como
de costumbre, y comido un pedazo de caimito, cuando lo sacaron de
repente al aire; pocos momentos después le empezaron vómitos, que
duraron algunas horas, ya de alimentos, ya de los líquidos ingeridos.
Durante los vómitos no tuvo fiebre, según me aseguró el padre, pero
no se le había aplicado el termómetro. Por fin se calmaron los vómitos, y
el niño se durmió: despertó como á las cinco de la tarde pidiendo ali-
mento, y se le dió una copa llena de atol de sagú: siguió bien, al pa-
recer, como hasta las diez de la noche, en que empezaron nuevos vó-
mitos, haciendo uno muy grande, de borras-características: de ahí una
gran alarma, y por eso me llamaron.
Grande fué mi perplegidad ante tan extraña circunstancia, es de-
cir, ante aquel enorme vómito de borras, sin ir precedido ni acompa-
ñado de fiebre. Empecé por examinar al niño con mucho cuidado,
tomando en seguida la temperatura; cuando yo llegué, el padre le ha-
bía puesto el termómetro, que al cabo de un cuarto de hora, solo mar-
caba 37°,2 centígrados; no dándome por satisfecho, puse mi termóme-
tro en la otra axila; ámbos eran de los de máxima de Blocb: dieron
la misma temperatura 37°,2. El pulso, aunque blando, era ámplio,
desarrollado, regular, con ciento treinta y seis pulsaciones por minuto; la respiración, suspirosa, era de 36 por minuto; el niño había orinado
con alguna abundancia antes de mi llegada; y como hacía horas que
no evacuaba, el padre, muy partidario de los lavados intestinales (y
conviene que algunos se fijen en este dato) le aplicó un irrigador de
Tatura, Whitall y C?, y le inyectó por dos veces grandes cantidades
de agua tibia en el intestino; el niño expulsó escíbalos redondos, del
tamaño de un huevo de paloma, de color blanco lechoso y verdoso.
Pero lo que más me llamó la atención al examinarlo, después de la
ataxia (como decían los antiguos) del- pulso y la respiración con res-
pecto ála temperatura, fue el aspecto de la fisonomía del enfermo;
las facciones del niño tenían la blancura del mármol, y la impasibili-
dad de una máscara: las pupilas estaban anchamente dilatadas, no
obstante tener ante los ojos la vela con que lo examinaba, sin la me-
nor contractilidad, por lo tanto. Además, me llamó la atención, la
actitud de aquel niño de veinte y cinco meses de edad, su impasibili-
dad, la flojedad de todo su cuerpo, pues parecía desmayarse en cuan-
to lo movían: todo eso revelaba una profunda sideración del sistema ner-
vioso. Habiéndose dormido el niño al poco rato, indiqué, después de
permanecer en la casa más de hora y media, que si había oportuni-
dad, se le administraran alimentos fríos, estimulantes generales, té y
cognac, y que se le observara.
Volví á ver al niño á las 7 y media de la mañana del siguiente día.
el enfermo no había tenido más novedad, al parecer; estaba más ani-
mado; hablaba de que lo bajaran de la cama para jugar con sus her-
manitos: la temperatura era la misma de la noche anterior 37°,2. Res-
piración más tranquila que la de la víspera; pero exactamente el mismo
pulso, con los mismos caractéres de frecuencia (136), amplitud y ritmo.
El niño no había vuelto á evacuar ni á orinar; dispuse seguir con los
estimulantes, alimentos fríos, y que me avisaran á la menor novedad.
A las once de la mañana vinieron á decirme que al niño le estaba
entrando fiebre. Inmediatamente me trasladé á su casa, y mi primer
acto fué aplicar el termómetro, que marcó 38°,2; respiración 36; pulso
136, con los mismos caractéres: me alarmé de tal modo, que yo mismo
fui á la botica y pedí dos gramos de bisulfato de quinina disueltos en
doce de vehículo para inyecciones hipodérmicas, y dos gramos en 250
de decocción de quina, para enemas. En cuanto llegué á casa del ni-
ño (serían las 12 y media) le inyecté dos gramos de la disolución (pú-
nica, y se le puso la tercera parte del enema, alimentos y estimulan-
tes como ántes.
A las dos de la tarde, otra inyección de dos gramos, otra vez, de la
disolución quínica. El parecía cada vez más postrado, poco sensible
á las inyecciones hipodérmicas. Supresión de orines. Sin la menor
apariencia de ictericia-inquietud. 137
A las cuatro de la tarde, sintiendo la piel fresca, volví á aplicar el
termómetro: sólo marcó 37°,2, la temperatura del principio; pero la
respiración había subido á 44, y el pulso á 146 por minuto, con ten-
dencias á desaparecer por momentos; se enfriaban las extremidades
y había cianosis. Ante ese cuadro, sólo inyecté un gramo de la diso-
lución de quinina, á las 4 de la tarde; como á las seis era tan grande
la anestesia, que se tocaba la conjuntiva con la punta del dedo índice?
y ni siquiera pestañaba el enfermo. Este siguió debilitándose cada
vez más: como á las once de la noche, 24 horas después de haberle
visto por primera vez, tuvo unas contráctil ras de los antebrazos, se
enfriaron las extremidades, se fue debilitando el pulso, y se extin-
guió el enfermo, precediendo á la muerte un fuerte y corto estertor
traqueal (1).
Así, pues, hasta 1884, no habíamos tenido ningún caso de fiebre
de borras verdaderamente intermitente; los casos que hasta entonces
habíamos recogido, fueron de tipo remitente ó sub-contínuo: esta cir-
cunstancia, la ictericia real ó aparente en casi todos los casos primiti-
vamente observados, la presencia de cierta cantidad de albúmina en
los orines, á veces; los vómitos de borras, en que Féraud, Porte y
nuestro compañero el Dr. Bonet, de Sagua, habían encontrado sangre,
ya con el microscopio, ya con los reactivos, inclinaron nuestro ánimo’
como dijimos antes, á no ver en las fiebres con borras, más que una
modalidad de la fiebre amarilla; por eso la llamamos «vómito de los
criollos».—En 1884 reprodujimos en la Crónica Médico-quirúrgica de la
Habana, nuestro primer trabajo, impreso en Sagua la Grande en 1881,
con las modificaciones oportunas, y haciendo hincapié en el cambio
que había sufrido nuestro modo de ver por lo que hacía á la natura-
leza de la afección. —Ese primer trabajo, el publicado en 1881, fué tra-
ducido y publicado en sus partes esenciales por el Dr. D. Kodolfo
Matas, distinguido médico—de New Orleans—en el Medical and Surgi-
cal Journal de aquella ilustrada población. Entonces vivía aún el re-
putado clínico Faget, tan conocido por su monografía sobre la fiebre
amarilla, como competente en piretología americana; Faget rechazó
desde el primer momento la opinión de que aquella afección fuera la
verdadera endemia americana; para él, aquellas observaciones corres-
pondían á fiebres palúdicas hematemésicas: Saint-Vel también trae
dos observaciones, que aunque cortas, son características, y las coloca
(1) Vamos á decir aquí, una vez por todas, á los que pretenden siempre inva-
lidar las observaciones de las fiebres graves de estos países por falta de autopsias,
que hasta ahora, esa exigencia no es más que una muletilla sin importancia; hasta
ahora no conocemos, de ninguna de esas fiebres, inclusa la misma fiebre amarilla, la
característica anátomo-patológica; tenemos que conformarnos con los síntomas y las
formas clínicas, porque no hay otra cosa. entre las fiebres perniciosas; todo eso, unido álas razonadas observacio-
nes que nos hicieron los Dres. Finlay, Saenz Yanez, Montalvo etc. etc,,
en la Sociedad de Estudios Clínicos de la Habana, en donde dimos
lectura á ese trabajo, inclinaron mi ánimo á interpretar de distinto
modo la naturaleza de la afección que observamos; y cuando tuvimos
casos de verdaderas intermitentes con borras, ya entonces formulamos
nuestra opinión de la manera que hemos dicho anteriormente, y que
hasta ahora creemos exacta.
En efecto, ni la marcha del pulso y la temperatura son idénticos á
los de la fiebre amarilla, ni su curso es parecido, ni hay el íctero, la
cantidad de albúmina ni las hemorragias de la fiebre amarilla de igual
intensidad, ni con la misma constancia, ni los pródromos son idénti-
cos; ni la fiebre de borras es contagiosa, ni la hemos visto trasmitirse
de un individuo á otro en ningún caso; que ataca con preferencia á
los niños de todas las razas; que cuando es epidémica es muy mortí-
fera; que el desarrollo de la afección corresponde á localidades esen-
cialmente palúdicas, ya haya casos de vómitos simultáneamente ó no,
como lo hemos observado en Sagua. Por todos esos motivos, y otros
que sería prolijo enumerar ahora, hemos creido y creemos que se trata
de verdaderas fiebres palúdicas con vómitos de borras; porque aunque
no rechazamos la idea de que en el tifus, la fiebre tifoidea y otras fie-
bres continuas se puedan presentar borras en este clima, hasta ahora
no lo hemos visto nunca, y no recordamos que el Dr. Laguardia haya
citado casos en su interesante trabajo sobre la Fiebre, tifoidea en la Ha-
bana.
Las fiebres de borras se separan, para nosotros, al menos, de to-
dos los tifus, porque no es contagiosa; pues si bien se han citado casos
numerosos y simultáneos en una localidad determinada, eso indicaría
un carácter epidémico, y no indicaría de un modo absoluto, como no
fia faltado quien lo pretenda, sin más pruebas que su opinión, de que
pueda trasmitirse de un individuo á otro. Por otra parte, admitir con
tanta facilidad como lo hacen algunos, que fiebre de borras y fiebre
amarilla es la misma cosa, cuando la primera suele cebarse más par-
ticularmente en los niños nacidos en el país, es subvertir, con simples
creencias y opiniones, todas nuestras nociones, hijas también de la ob-
servación, sobre aclimatación, inmunidad, etc., etc.; lo cual no implica,
de ninguna manera, que rechacemos la idea de que los criollos no
pueden padecer también de vómito negro; siempre hemos creido que
en ciertas y determinadas condiciones pueden morir también de fiebre
amarilla.
En cuestión de tanta trascendencia como la de que nos ocupamos,
ya para la conservación y desarrollo de nuestra población, ya para la
ciencia y la práctica diaria en general, no hemos querido limitarnos á 139
nuestra opinión, por muy fundada que nos parezca, porque dudar de
sí mismo, es ya encaminarse á aprender algo: la oportunidad de salir
de dudas nos la brindará la reunión de nuestro primer Congreso Mé-
dico, y ese mero hecho tenía que implicar nuestro incondicional apoyo
á esa obra de progreso; ¡qué diríamos si hubiéramos de considerar la
obra en conjunto, sus alcances y su utilidad práctica, aunque no fueía
más que para crear lazos profesionales que no existían!
Decir que afirmamos la naturaleza palúdica de la fiebre de borras,
es dar por sentado su tratamiento entre compañeros que tienen con-
ciencia de su responsabilidad y que no aceptan d’un casur léger, según
la frase tan célebre como desgraciada de un experimentador político,
las fantásticas y peligrosas concepciones de otros experimentadores
tan caprichosos como temerarios.
Así, en las fiebres de borras, como en todo paludismo, emplearémos
con oportunidad, constancia y á dosis conveniente, las sales de quinina;
y decimos dosis conveniente, porque hemos oido decir á algunos, que
en las fiebres perniciosas debe darse la quinina á cucharadas. No olvi-
demos que con cuatro ó cinco gramos de quinina, á lo sumo, adminis-
trados oportunamente, en general, y cada 24 horas á un adulto, se cura
cualquier acceso pernicioso (Véase Crónica Médico-Quirúrgica de la
Habana, Febrero de 1888, Casos insólitos de Fiebre Perniciosa por A. W.
Reyes): los casos de amaurosis por el abuso de la quinina parecen ser
más frecuentes.
En los casos de alguna duración, el ácido arsenioso será un coad-
yuvante no despreciable de la quinina: los estimulantes quinales son
siempre útiles, y los baños fríos han dado buenos resultados.
Nuestras conclusiones, pues, son las siguientes;
I.—Lo que se ha llamado vómito de los criollos, no existe como enti-
dad morbosa: el vómito de los criollos viene á reducirse á tipos inter-
mitentes, remitentes ó sub-contínuos de fiebres palúdicas perniciosas
con borras.
II.—>No constituyendo el vómito de borras una característica pro-
pia de la fiebre amarilla, hay que determinar sus condiciones patoge-
néticas en las diversas afecciones en que se presenta; problema de mi-
cro-bacteriología, cuya solución recomendamos á los aficionados á ese
género de estudios.
111.—Hemos visto epidemias de fiebres de borras, pero nunca su
propagación por contagio.
IV.—Hay epidemias mixtas, es decir, en que todas las causas in-
fecciosas extreman su acción al mismo tiempo. En la epidemia de
Sagua de 1881, había, al mismo tiempo, fiebre amarilla, fiebre de bo-
rras, fiebres palúdicas de todas formas, y una constitución médico bilio-
sa, que todos pudimos observar. V.—La aparente impotencia de la quinina en algunos casos, es de-
bida á la intensidad de la intoxicación, y de ningún modo, á un ori-
gen infeccioso distinto al de la malaria.
El Sr. Presidente concede la palabra para argumentar y no ha-
biendo quien la pida da por terminada la sesión. CUARTA SESION.
(i 8 de Enero.)
Presidencia: Dr. Zayas.
El Sr. Presidente: Queda abierta la sesión.
El Yice-Secretario, Dr. Dueñas, da lectura al acta de la sesión an-
terior, que fué aprobada, después de hacer constar el Dr. A. W. Reyes,
de Sagua, que su trabajo no se había discutido á pesar de diferir del
presentado por el Dr. Gutiérrez Lee.
A continuación leyó dos mociones recibidas: la primera, condu-
cente á que el Congreso recomendara á la Sociedad de Estudios Clíni-
cos el importante asunto de las «Fiebres de borras,» á fin de que
abriera sobre éstas una información análoga á la que en época ante-
rior llevó á efecto con la cuestión del Tétanos, y la segunda moción,
fundada en el considerable número de trabajos presentados, solicitan-
do que, desde el día 19, se celebren dos sesiones, una al medio día y
otra á la hora que se han verificado las anteriores.
El Sr. Presidente, después que fueron tomadas en consideración
ámbas mociones, indicó que, á su juicio, lo relativo á la primera co-
rrespondía al Congreso por medio de una comisión, que, nombrada al
efecto, funcionara al propio tiempo que él y viniera á dar cuenta de
sus deliberaciones en la última sesión, y terminó concediendo la pala-
bra para la discusión del punto á que se hacía referencia.
El Dr. Montalvo; llama la atención sobre el poco tiempo de que
podría disponer esa Comisión para un asunto tan arduo, y, por lo tanto, cree más oportuno tratarlo en el próximo Congreso, lo cual es-
pera por su importancia misma y por la que realmente inspira á los
médicos de Cuba.
El Dr. Reyneri: propone que, tanto la Sociedad de Estudios Clínicos,
como los miembros del actual Congreso, traigan el contigente de cono-
cimientos que puedan y sean necesarios, á fin de que en el inmediato
se haga la mayor luz posible en tan importante cuestión.
Los Eres. Plá, Moreno de la Torre y San Martín proponen que se
nombre una comisión que estudie para el próximo Congreso la cues-
tión de las «Fiebres de borras;» que figuren éstas como tema para el
mismo y que, independientemente, la Sociedad de Estudios Clínicos,
abra la información solicitada; fundando su proposición en que mién-
tras más espacios se abran á la luz para el estudio de tan interesante,
como aún poco conocida materia, tanto más fácil será la investigación,
más abundantes los datos y más provechosos los resultados.
El Sr. Presidente, dispone que se lean por el Sr. Secretario las
proposiciones discutidas y las somete á votación, resultando aprobada
por mayoría la de los Dres' Plá, Moreno y San Martín.
Acto continuo puso á votación el Sr. Presidente los miembros que
debían componer la Comisión del Congreso, obteniendo mayoría los
Dres. Gutiérrez Lee, Tamayo, San Martín, Dueñas, Plá, Laguardia,
Reyneri y Moreno de la Torre, quiénes aceptaron tan honroso encargo,
significando por él su reconocimiento al Congreso.
El Sr. Presidente: Se somete á consideración la segunda moción y
en caso afirmativo, se abre discusión sobre ella. Fué aprobada por
aclamación unánime en la forma que se había presentado.
El Sr. Presidente: El Dr. San Martín tiene la palabra para dar
lectura á su trabajo, titulado:
El riñón en la fiebre amarilla.—Estudio anátomo-patológico.
el Dr, D, Julio San Martin.
Sr. Presidente, Sres.:
Un Congreso médico, reunido en un país intertropical, como el
nuestro, es natural que dedique su atención de un modo preferente ó
principal, por lo menos, á la discusión de los abundantísimos proble-
mas patológicos, que, planteados desde hace largo tiempo, están muy
lejos, en su mayor parte, no ya de haber recibido cumplida resolución,
pero ni aún siquiera, sobre todo para algunos de entre ellos, de haberse
colocado en la vía ancha y recta que ha de conducir á la verdad.
Realmente el nutrido capítulo de Patología médica, que, usando de
una frase convencional, se ha dado en llamar «Patología intertropical,» 143
está aún lleno de incógnitas, y es esto tanto más de deplorarse, cuanto
que dichas enfermedades son generalmente muy graves y algunas
revisten, á veces, carácter epidémico.
Por otra parte, baste para justificar esta preferencia, consignar el
hecho de que conocer estas enfermedades, sería estar muy cerca de
poderlas evitar ó dominarlas, resultado íntimamente unido á trascen-
dentales cuestiones de vida y porvenir para estos países y aún para
los que, en íntimo trato con ellos, se ven amenazados, á menudo, por
el azote temible de su invasión.
Y no hay necesidad de aducir pruebas. Todos conocemos los
esfuerzos poderosos y perseverantes del Gobierno de la Unión Ameri-
cana, que más inmediatamente amenazado y justamente preocupado
por la mayor frecuencia con que una do nuestras enfermedades, la
más terrible, invade su territorio, procura por todos los medios escla-
recer el aún oscuro problema etiológico, que ha de llevarlo, quizás
ántes que á nosotros, dada la actividad que para ello desplega, á
ponerse á salvo de los brutales ataques del veneno amarillo.
Estas breves líneas que anteceden, no tienen más objeto que expli-
car porque voy á ocuparme de una cuestión, que parecerá, quizás, ino-
portuna por ya muy tratada. Sin embargo, me figuro que todo lo que
sea estudiar prolijamente una enfermedad como la fiebre amarilla, no
ha de ser tiempo perdido, y tanto más, cuanto que, preciso es confe-
sarlo, no me parece que todo lo que sobre ella se ha escrito lleva im-
preso el sello de la mayor corrección, sobre todo si la consideramos
desde el punto de vista de los conocimientos nuevamente adquiridos
en la ciencia.
Por lo que al riñón atañe, recorriendo la bibliografía de la cues-
tión, fácilmente veremos, que quizás el solo punto en que se está de
completa conformidad, es el siguiente: el riñón es uno de los órganos
que siempre sufre en la fiebre amarilla. Pero, si se entra en el análisis
de las lesiones descritas, ¡cuánta diferencia en los hechos y en la inter-
pretación! Por estas razones, y además por las especialísimas circuns-
tancias en que aquí estamos colocados para estudiar con verdadero
fruto esta enfermedad, es por lo que lie emprendido dicha investiga-
ción. Principalmente, desde que se inauguró entre nosotros el estudio
de ella por los procedimientos de la bacteriología, es también desde
que he podido dedicarme á ello, porque, practicándose las autopsias
muy poco tiempo después de la muerte, (á menudo, una ó dos horas
solamente) es evidente que había de encontrar las visceras, aún no
modificadas por el proceso de la putrefación y, por consiguiente, en
condiciones inmejorables para apreciar la cantidad y calidad de las
alteraciones patológicas, (pie en su íntima estructura han sufrido
aquellas. Siempre hemos cuidado de no tomar para nuestra investigación,
sino visceras de cadáveres muy recientes, y la mayor parte de las ve-
ces, usando de la siguiente técnica: envolviámos el riñón, comprendi-
da su cápsula y atmósfera grasosa ambiente, después de lavado en so-
lución de sublimado al 1 X 1,000, en vários pliegos de papel de filtrar
y lo colocábamos en un frasco entre capas de hielo. De este modo lo
trasladábamos al laboratorio, en donde procedíamos á la estracción
de las partes que nos convenían y que eran unas veces fijadas por el
alcohol, otras por el ácido ósmico en solución al 1 X 100. Otras veces,
practicábamos los cortes por medio del microtomo, en el tejido fresco?
sin tratamiento por ningún reactivo, congelando con el chorro de biclo-
ruro de metilo. Estos últimos cortes sufrían diversos tratamientos; ya
eran fijados por el ácido ósmico al 1 X 200, ya por el alcohol ó ya
montados, sin coloración prévia, en glicerina anhidra, con objeto de
evitar que el agua de los reactivos se mezclase con los productos con-
tenidos en los canalículos uriníferos, diluyéndolos y contribuyendo á
su evacuación. Las coloraciones que hemos empleado han sido para
cortes con exclusivo objeto histológico: el picro-carmín de Ranvier, el
carmín acuoso al alumbre de Grenacher y la hematoxilina al alumbre
de Bsehmer, que hemos empleado, (esta última) después de algunos
días de preparada, según los procederes clásicos, y también reciente-
mente hecha la mezcla; procedimiento este último, que nos ha dado
resultados verdaderamente notables, tanto por la poca tendencia á so-
brecolorear, cuanto por la delicada acción electiva sobre la cromatina
de los núcleos, que nos ha permitido amenudo observar bellas figuras
carioquinéticas. Los cortes se montaron en el líquido de Farrant, ó en
la resina de Dammar al xilol para las preparaciones permanentes y
en la glicerina fórmica al 1 por 100, ó anhidra, como ántes hemos di-
cho, para las transitorias, que solo habían de servir para observaciones
de momento.
Las piezas tratadas por los procedimientos de induración lentos,
han sido siempre incluidas en colodión, con objeto de mantener en
perfecto estado la posición de los respectivos elementos, coloreándose
y montándose el córte, sin disolver el colodión, proceder técnico que
nos ha parecido ventajoso.
Nuestras observaciones se han llevado á cabo sobre más de veinte
casos, cuya terminación había sobrevenido en días variables, pero
sobre todo entre el cuarto y séptimo y durante tres épocas distintas,
los veranos de 1887, 88 y 89.
Aspecto macroscópico.—El aspecto macroscópico del riñón varía
grandemente en relación directa con la época en que ha sobrevenido
la muerte. No es infrecuente que esta ocurra ántes ó durante el quinto
día, aunque más comunmente es después. En el primer caso, el riñón 145
se presenta más ó menos aumentado de volumen y su coloración va-
ría del rojo débil al intenso, salpicado de manchas más claras, es de-
cir, el aspecto conocido ó descrito con la denominación de «riñón
marmóreo,)) viéndose algunas veces placas equimóticas y puntos lie-
morrágicos sub-capsulares, y las estrellas de Verbeyen muy inyecta-
das y aparentes bajo la cápsula. En estos casos no es raro ver, al cór-
te, en ia sustancia cortical, resaltando sobre el fondo rojo de esta,
pequeñísimos puntos rojos intensos de pequeño relieve, que corres-
ponden á los glomérulos de Malpighi, que son asiento de focos herno-
rrágicos intensos. Los vasos de la sustancia intermediaria pueden
verse con facilidad á simple vista ó con la lente enormemente disten-
didos. El color pálido, habitual de la sustancia medular, se vé interrum-
pido por estrias longitudinales rojas, acusando el estado de repleción
de los vasos rectos. En una palabra, se notan los signos todos de una
congestión renal, tanto más intensa, cuanto que la muerte ha sobreve-
nido más temprano; congestión, que como ya llevo apuntado, llega á
veces á la hemorrágia. Cuando la terminación fatal es más tardía (ca-
so más común), el riñón no ofrece muy marcadas variaciones en su
volumen, siendo su coloración normal y algunas veces de un tinte
amarillo pálido, como ictérico. La cápsula se presenta aumentada de
espesor amenudo, pero nunca hemos comprobado su adherencia, sino
que, al contrario, siempre es fácilmente enucleable. En dos casos hemos
encontrado discretos focos purulentos sub-capsulares, cuyo volumen
variaba desde el de una cabeza de alfiler al de un grano de mijo ó
algo mayores, sin que nunca hayamos encontrado estos focos en el
espesor del órgano. Estos abcesitos miliares, son, sin duda, depen-
dientes de infecciones secundarias, por lo que no merecen una especial
mención en este estudio.
La coloración amarilla, denunciante de la degeneración grasosa,
estamos léjos de haberla encontrado constantemente (sólo próxima-
mente en el 4 de los casos) y siempre en casos de larga duración,
siendo necesario distinguirla del color amarillo pálido de que ántas he-
mos hablado y que no corresponde, en modo alguno, á la degeneración
adiposa. La consistencia del tejido renal es casi siempre normal, ó
poco disminuida.
Aspecto microscópico.—Aunque la variedad de lesiones encontra-
da es grande, considerando que no son prácticamente, en general, sino
gradaciones diversas del mismo tipo anátomo-patológico, adoptaremos
en su descripción la clasificación siguiente: 19 riñón en casos de muer-
te temprana; 29 riñón del 59 al 79 día; y 89 en casos de terminación
más tardía.
Estoy léj os de creer que este modo de considerar el asunto esté
libre de justificada crítica, al contrario; pero si bién en su esencia puede variar la naturaleza ó el origen del proceso patológico, era ne-
cesario buscar, en un trabajo como este, necesariamente sintético, cor-
to, un modo práctico de resolverlo; por consiguiente, debe considerar-
se dicha división solo como artificial en cierto modo.
variedad.—Cuando sobreviene la muerte en un período de la
enfermedad próximo á su comienzo, la investigación microscópica,
puede decirse que está de antemano definida por el aspecto á simple
vista. En efecto, los cortes en cualquier dirección que sean, muestran
la sustancia renal absolutamente congestionada. Este aspecto es sobre
todo bien notable en los cortes no coloreados y montados en glicerina
anhidra, en que puede la repleción vascular considerarse como una
inyección fisiológica, espontánea. Los vasos sub-capsulares y sus rami-
ficaciones, que penetran la corteza renal, los de mayor calibre de la
sustancia intermediaria, con sus ramos corticales (arterias glomerula-
res) y sistema capilar que de ellos dependen, están llenos, distendidos
por verdaderos tapones de sangre en que pueden distinguirse perfec-
tamente los elementos que componen las coagulaciones mtravascula-
res; las asas del glomérulo, lo mismo, distendidas, llenando por com-
pleto el pelotón vascular, la cavidad de la cápsula de Bowmann. Los
vasos de la sustancia medular, resaltan como líneas rojo-oscuras en
los intervalos de los tubos; los plexos peripapilares igualmente llenos.
Cuando la congestión ha alcanzado su mayor intensidad y ha llegado
á ser hemorragia, es sobre todo al nivel del glomérulo dónde estas
hemorragias se verifican, apareciendo los coágulos como figuras semi-
lunares que abrazan por su concavidad el pelotón vascular.
Pero, aunque este es el aspecto más resaltante del tejido renal,
debo decir, que nunca he encontrado estas congestiones puras, es de-
cir, presentándose como único proceso. Léjos de eso, quien quisiera
tomar el riñón amarillo como tipo de congestión renal, sufriría inme-
diata decepción. En efecto, constantemente acompañan á la conges-
tión alteraciones de los epitelios ó del tejido conjuntivo intersticial.
En primer lugar, sobre todo cuando la congestión es de regular inten-
sidad, en que los vasos no están repletos al máximun, se puede ver
claramente una exudación en la cápsula de Bowmann, bastante
abundante, de apariencia albumino-granulosa. En la mayor parte de
los casos, ya se comprueba la implicación de los epitelios, sea el reves-
timiento endotelial de la cápsula, sea de los epitelios de los tubos
contorneados y asas de Henle. Estos epitelios están más granulosos
que de ordinario, las estriaciones básales de las células, poco aparen-
tes, los núcleos, sin embargo, bien visibles. Las estremidades celulares
que forman la luz del tubo aumentadas de volúmen, y en el interior
de estos, esferas hialinas que los llenan más ó minos completamente.
En este período las divisiones intercelulares son aún bastante netas y los núcleos toman bien la coloración, pero no es raro observar que en
muchos tubos las estremidades internas (es decir que miran al inte-
rior de los tubos) de las células se han fundido, presentando un plati-
llo continuo muy neto, comparable al que normalmente presentan los
epitelios de la mucosa intestinal; este platillo está interrumpido á
veces, y siempre en los tubos que contienen bolas hialinas y materia-
les granulosos, que probablemente son producto de exudación y des-
trucciones celulares, puesto que estas masas intratubulares, están colo-
cadas al nivel precisamente de las soluciones de continuidad de dicho
reborde. A demás, el tejido conjuntivo intersticial está hinchado, edema-
toso, lo que explica el ligero aumento de volumen del órgano.
Según toda probabilidad, estas lesiones epitelio-conjuntivas son
concomitantes del proceso congestivo y dependientes de la misma
causa; es decir, que pienso que no es la congestión la que las produce
esclusivamente, porque las he visto en casos de congestión poco in.
tensa, en el mismo grado que en casos de congestión más fuerte, si
bien es indudable que son lesiones del tipo de las que produce un
ataque congestivo no infeccioso, por lo que debe admitirse alguna
influencia del estado circulatorio sobre ellas.
Estas son las lesiones que se podrían llamar elementales, es decir,
reducidas al mínimum, y que forman la transición por suave pen-
diente ála 24 variedad, la más común de todas las que se encuen-
tran. En estos casos he buscado siempre con cuidado si existía altera-
ción grasosa de los epitelios y nunca he podido encontrarla, por más
que he practicado numerosos cortes por congelación en riñones com-
pletamente frescos y los he fijado inmediatamente en la solución de
ácido ósmico al 1 X 200.
En la 24 variedad, se encuentran lesiones comunes con la pri-
mera, más otras que son como un momento más adelantado del
proceso patológico, y otras aún, que difieren por su asiento anatómico.
Aquí debemos estudiar dos procesos distintos por su localización, uno
epitelial y otro conjuntivo.
En los glomérulos se notan los caractéres de una inflamación
enérgica (glomerulitis aguda). El endotelio de la cápsula de Bowmann
en activa proliferación; los núcleos del glomérulo mismo sumamente
numerosos, cubriéndolo literalmente, por asi decirlo. En la cavidad
capsular un exudado, más ó ménos abundante, en que existen nume-
rosos leucocitos, efecto probable de una activísima diapedésis. La cáp-
sula misma más gruesa y en ciertos casos (correspondientes, como
luego veremos, á un tipo de nefritis conjuntiva) como desdoblada en
muchas hojas ó láminas, conteniendo numerosos núcleos (elementos
embrionarios) fusiformes. Los tubos contorneados son asiento de in-
tensas lesiones epiteliales. Raro es encontrar uno en que el epitelio conserve sus caracteres normales. Las células están fuertemente gra-
nulosas en su parte basal, que puede decirse que es la única conserva-
da, puesto que su estremidad interna está completamente destruida,
convertida en un detritus granuloso, mezclado de esferas hialinas que
llenan más ó menos completamente la luz del canalículo. Los núcleos
aparentes y bastante bien coloreados, están contenidos en una masa
de protoplasma continua, que tapiza la pared del canalículo y en que
no puedo distinguirse la diferenciación normal en células. Ya, á esta
altura, se encuentran, en las preparaciones tratadas por el ácido ós-
mico, granulaciones y aún montones de ellas reunidas, coloreadas
en negro ó moreno oscuro, indicio evidente de la presencia de mate-
riales grasos. En ciertos tubos, esa masa protoplásmica continua, que
reemplaza ó representa el revestimiento epitelial del tubuli, se en-
cuentra despegada de la pared hialina de este, y, por consiguiente, flo-
tando en su cavidad. Las asas de Henle presentan su epitelio con las
mismas lesiones, más ó ménos; encontrándose los tubos llenos de cr
]indros hialinos ó coloides y en casos de hemorrágias, aún fibriñosos.
Los epitelios de los tubos colectores bién nucleados, pero en prolifera-
ción activa; esta diferencia grande entre las lesiones que presentan los
epitelios de las partes secretantes (tubos contorneados y asas de Hen-
le) y de las partes puramente conductoras (tubos colectores) no debe
de llamar la atención, puesto que bién sabido es que los epitelios,
miéntras más diferenciados, es decir, más aptos para llenar más eleva-
das funciones, sufren tanto más intensamente de cualquier proceso
irritativo, cayendo rápidamente en estado de muerte; en tanto que los
colocados más bajo, en función fisiológica, reaccionan más bién como
el tejido de que son, histológicamente hablando, más vecinos, del teji-
do embrionario; por lo cual reaccionan como éste, es decir, proliferan.
Este es en sus rasgos más generales, en sus principales jalones, el tipo
de lesión más comunmente encontrado en el riñón de la infección
amarilla y el que en general se ha descrito más ó ménos fielmente; es
decir, la nefritis parenquimatosa.
Pero creo que debo señalar también otro tipo de lesión muy inte-
resante, y tanto más, cuanto que no la he encontrado descrita en nin-
guna parte. Hablo de una nefritis verdaderamente conjuntiva. En
estos casos, no vaya á creerse que es una esclerosis de la pirámide, ó
que comienza por ella, sino que también lo es, y en mi opinión conco-
mitantemente con aquella, cortical. Son los casos de cápsula engrosada
y llena de núcleos fusiformes ó aún de islotes embrionarios puros; en
que el glomérulo aparece completamente cubierto por una verdadera
lluvia de núcleos, que se insinúan en su masa; en que la cápsula de
Bowmann, aparece dividida en hojas múltiples, con espacios fusifor-
mes repletos de núcleos embrionarios; en que la pared del túbuli contorti, está más gruesa y el tejido conjuntivo intertubular más apa-
rente é infiltrado de elementos jóvenes. Al rededor de los vasos mis-
mos, se advierte una abundancia mayor ó menor de tejido conjuntivo.
En estos casos de verdadera esclerosis, las lesiones epiteliales varían,
siendo repartidas con cierta desigualdad, pués al lado de séries de
tubos dilatados, de epitelio más ó menos aplastado, granuloso de as-
pecto, y entre los cuales se ve el tejido conjuntivo aumentado de
espesor, con cierta apariencia gelatinosa, se ven otras, en que los
epitelios parecen hipertrofiados, globulosos, y poco granulosos, con
sus núcleos redondos bien netos. No es raro ver en estos casos las
arteriolas, cuyas paredes engrosadas las mantienen bien abiertas en
los cortes, con su luz algo disminuida; en resumen, una verdadera
periarteritis, con endoarteritis, como lo demuestra la tumefacción
de su endotelio. Es pues, una verdadera nefritis esclerósica, primi-
tiva, que bien domina la escena patológica ó bien existe conco-
mitantemente con la nefritis puramente epitelial. Y es tanto más im-
portante hacerlo constar así, cuanto que, como luego veremos, jamás
la esplica la presencia de bacterias, como sucede en otros nefritis
recientemente descritas por Albarrán y que llama «nefritis esclerósica
simple, de origen microbiano,» puesto que en la infección amarilla no
ha sido posible hasta ahora, por ningún proceder directo ó indirecto,
demostrar la presencia de un micro-organismo patógeno.
La 8a variedad, de riñón amarillo, corresponde, como hemos di-
cho, al grado más avanzado de las lesiones, en los casos de muerte
tardía. En este caso las lesiones llegan al más alto grado y creo que
son estos riñones los que en general han servido de tipo á las descrip-
ciones histo-patológicas de la fiebre amarilla, por cuanto son en pri-
mer grado degenerativas. Aquí ya se encuentra casi siempre ó, mejor
dicho, siempre, pero en grado mayor ó menor de intensidad, la degene-
ración grasosa. La desintegración epitelial llega al máximo, no siendo
raro encontrar tubos contorneados, completamente vacíos y constitui-
dos solo por su pared hialina, deformados, elípticos y aún completa-
mente colapsados. En los tubos que conservan su epitelio está este
constituido por una masa granulosa que lo llena completamente, y en
que abundan extraordinariamente las granulaciones de grasa. En el
resto de los epitelios tubulares, se vé la misma lesión, con mayor ó
menor intensidad. Los cilindros coloides y hialinos abundan, llenan-
do completamente la luz de los tubos correspondientes. Las paredes
de las arteriolas se muestran también infiltradas de grasa. Es decir, que
en estos riñones se vé, no ya una lesión, que, sin embargo, se ha consi-
derado como específica, sino el último término del proceso inflama-
torio rápido y brutal á que está sometido el riñón en la infección
amarilla. Estas són, en condensada descripción, las lesiones principales que
presenta el riñón en la fiebre amarilla y que debían ser completadas
por el estudio bacteriológico de las mismas. Desgraciadamente nada
en este sentido ha dado resultado, como veremos en seguida.
El hecho, en mi opinión, hoy demostrado, de que ninguno de los
medios de investigación bacteriológica, de los que actualmente se em-
plean, ha sido capaz de denunciar la presencia del micro-organismo
patógeno en la sangre de los atacados de fiebre amarilla, inducía á
admitir que no había de encontrarse la presencia de microbios en el
riñón, en dónde no caben sino infecciones ascendentes (venidas de las
vías urinarias) ó infecciones descendentes, es decir, venidas de la circula-
ción sanguínea ó linfática, y, por consiguiente, comenzando por el pa-
rénquima renal mismo. Conociendo el estado de integridad de los ór-
ganos urinarios inferiores por el hecho de la infección amarilla y la
ausencia de gérmenes patógenos en la sangre, la deducción era legíti-
ma, y esto es lo que ha comprobado el análisis bacteriológico.
Cierto es que algunos autores han encontrado microbios en el
tejido renal (Babes, Freire, Billings), pero no es menos cierto que nin-
guno de aquellos puede, ni con cierta probabilidad siquiera, ser acusa-
do como el engendrador de la infección amarilla y, por otra parte, las
autopsias en que los órganos han sido recogidos ó no se dice explíci-
tamente en que condiciones se hicieron ó fueron largo tiempo después
de la muerte.
Nuestras piezas han sido recogidas siempre en condiciones de la
más absoluta seguridad de estrañas infecciones, tanto por la técnica
empleada para ello y que ántes hemos descrito, cuanto porque nunca
las hemos tomado en sujetos que tuvieran más de cuatro horas de
muertos, y en los casos en que alguna bacteria se ha encontrado, ni
por su número, ni por su localización, era suficiente para hacer pen-
sar en una relación do causalidad entre ellas y las lesiones encontra-
das; por lo demás, tanto más reciente es la época de la autopsia, tanto
raénos probabilidades se tiene de encontrarlas.
La idea primordialmente aceptada de que las nefritis infecciosas
eran necesariamente producidas por el paso de las bacterias á través
del filtro renal, produciendo en cierto modo mecánicamente las lesio-
nes, tiene que ceder ánte los hechos numerosos hoy en la ciencia, en
que se comprueban lesiones de mayor ó menor intensidad en el riñón,
y, sobre todo, en su porción cortical, sin que pueda comprobarse la
presencia de las bactérias, y esto, cuando, como en la fiebre amarilla
sucede, se tiene la mayor seguridad de que la eliminación de estas no
se ha efectuado durante la vida por la orina, pues la investigación di-
recta de ellas, ya por medio de preparaciones, ya por los más exáctos
de los diversos métodos de cultivo, ha resultado constantemente esté- ril. Por otra parte, los hechos de eliminación bacteriana activa é in-
tensa por el riñón, sin apreciable lesión de sus elementos histológicos,
son también un hecho bien estudiado y admitido; probado diremos.
Pásteme citar como ejemplo perentorio, la eliminación abundantísima
del bacillus anthracis sin determinar lesiones renales, ó solo ligerísi-
mas; la más activa aún, si cabo, del bacillus de la infusión de jequiri»
ty, que llenan completamente el sistema circulatorio renal y se elimi-
nan al cabo de un par de horas, en que ya aparecen dotados de su
poderosa motilidad, en la orina, prodigiosamente multiplicados, no so-
lo en los vasos sino aún fuera de ellos, entre las células epiteliales re-
nales, y esto sin determinar el menor trastorno patológico en ellas; por
último, en la septicemia de los ratones de Koch, y en la del conejo, del
mismo autor, el mismo hecho tiene lugar, aunque en este caso si bién
los vasos del riñón se encuentran verdaderamente repletos de las ca-
racterísticas bacterias (para la primera un bacillus corto y delgado, y
para la segunda una bacteria grande y ovoide), no salen estos fuera
de los vasos, pero, en cambio, su proliferación es asombrosa. Ahora
bién, al lado de estos hechos, consignemos que hay sustancias que
ejercen una acción electiva, por así decirlo, rapidísima sobre el riñón,
tales, por ejemplo, la cantaridina. Sabido es, además, que la tendencia
actual, cada vez más afirmada, multiplica los hechos de infecciones
en que se hace intervenir á los micro-organismos, no ya tanto por su
acción mecánica, sino por los productos de secreción de estos, (ptomaí-
nas y diastasas), de modo que muchas infecciones se explican por la
acción de estos productos, resultado de la función vital de los micro-
bios, y que no son otra cosa que poderosos tóxicos, cuya acción es
comparable á muchos de los más enérgicos tóxicos derivados del
reino mineral ó vegetal. Y tanto es esto así, que según la clínica ense-
ña, la duración de una infección debe de tomarse ménos en cuenta,
que su calidad, es decir, que la naturaleza del agente tóxico y la
cantidad de veneno absorvido.
Tales son los datos que concurren á esplicar, porqué, como en la
fiebre amarilla sucede, son compatibles la presencia de lesiones gra-
duadas, desde una ligera y que permite la restitutio ad integrum, hasta
la más absoluta desintegración del riñón, sin que sea absolutamente
necesario invocar la presencia de micro-organismos en el tejido de
esta viscera.
Así pués, ni los medios directos de investigación, ni las siembras
de orina bién hechas y de sustancia renal han dado resultado en ca-
sos ya innumerables, por lo que bién puede concluirse á la ausencia
de bacterias en el riñón, en esta enfermedad. Pero, como quiera que
sea, es esta una investigación que debe de proseguirse aún, sobre todo,
á medida quq medios nuevos de análisis, más perfeccionados, si cabe, vengan á agregarse á los ya poderosísimos de que hoy dispone el
bacteriólogo.
Resumiendo; son mis conclusiones;
19 La infección amarilla implica, en la inmensa mayoría de casos,
sino constantemente, el riñón.
2*l Las lesiones producidas por ellas no son siempre las mismas;
por consiguiente, no tienen nada de características.
39 Dos son los tipos generales de lesiones: 19 epitelial, y 29
conjuntiva.
49 La 19 más común, se encuentra en más de los 4?5 de los casos.
59 La nefritis conjuntiva, no por menos frecuente, es menos bién
determinada.
69 La degeneración grasosa no es una lesión específica en la fiebre
amarilla, sino el resultado fatal de la muerte rápida de los epitelios
activos.
79 Las lesiones, según toda probabilidad, no son producidas de
modo directo por los microbios, sino por la sangre cargada de produc-
tos microbianos absorvidos en la vía gastro-intestinal:
El Sr. Presidente; El T)r. Semprun tiene la palabra para argu-
mentar.
El Dr. Semprun: Después de felicitarlo calurosamente, pregunta al
Dr. San Martín si recuerda la última preparación quede presentó, en
la que se encontraba una nefritis conjuntiva; manifiesta que hay en-
fermos de fiebre amarilla que no acusan en su convalescencia el me-
nor síntoma de nefritis y curan rápidamente, y termina manifestando
su estrañeza por la rapidez del proceso.
El Sr. Presidente: El Dr. Montalvo tiene la palabra.
El Dr. Montalvo: El Dr. San Martín afirma que no existen micro-
bios en el riñón y que las lesiones son producidas por ptomaínas y que
éstas se eliminan por el emuntorio renal. Estando tan en boga los
estudios microbianos y de los alcaloides animales ó ptomaínas pudie-
ra haber hecho el Dr. San Martín, como Bouchard con la orina de los
coléricos, inyecciones en conejo con la orina filtrada para ver si se re-
producían las lesiones que manifiesta haber encontrado en el riñón, y
haber llenado así el vacío que presenta su trabajo.
El Sr. Presidente; El Dr. Albarrán tiene la palabra.
El Dr. Albarrán (de Sagua): Consagra sinceros plácemes al Dr. San
Martín por su importante trabajo, y le dice, que, si bién ha referido
que encuentra inflamados los glomérulos, no ha descrito un proceder
por el que, al sacar el riñón del cadáver, evite que se descongestione
para estudiarlo; interrogándole, con tal motivo, como ha podido ver el
glomérulo de Malpigio sin inyectarlo, y cual es el proceder de que
se valió para ello. El Dr. San Martín: Agradezco las frases de cariño que me han di-
rigido. La primera vez que encontré la nefritis conjuntiva fue por
azár: después la he comprobado otras veces. La nefritis intersticial no
es constante, pero la he observado en de los casos.
El Sr. Presidente: El Dr. San Martín tiene la palabra para replicar.
Al Dr. Montalvo debo decirle, que en el Laboratorio tenemos orga-
nizada la división del trabajo: yo me he hecho cargo de la parte ana-
tómica, y esa investigación á que se refiere, la practicará uno de mis
compañeros.
Al Dr. Albarrán debo recordarle la división en fases que de la
congestión del riñón hice en el cuerpo de mi trabajo.
No creo que se deban inyectar los glomérulos para observarlos,
pues los estudio sin necesidad xle inyección; por lo demás, el sistema
vascular se encuentra atascado de tapones de sangre, que simulan
una inyección de carmín.
El Sr. Presidente: El Dr, Plá tiene la palabra para leer su trabajo:
Naturaleza infecciosa del tétanos, v/
el Dr. Eduardo F. Plá.
El tétanos, considerado en estos climas como una de las complica-
ciones más frecuente y temible de los traumatismos accidentales, ha
sido uno de los obstáculos con que han tenido que luchar los ciruja-
nos para vencer los recelos del público, impresionado aún con la tra-
dicional creencia de ser la secuela del mayor número de operaciones.
Necesario es llegar á esta última década para que esos temores se
pierdan, gracias al empeño de nuestros cirujanos cu demostrar que,
aún las más sérias operaciones, cuando se practican con limpieza y por
los procedimientos antisépticos, están exentas de esa complicación,
no teniendo más peligros que los que le son inherentes, algunos, mé-
nos comunes que en Europa.
En corroboración de esta verdad, basta decir que de 40 defuncio-
nes por tétano traumático, ocurridas en esta ciudad durante el año
último, sólo dos han sido consecutivas á operaciones quirúrgicas.
Colocado el tétanos hasta hace muy pocos años en el inmenso gru-
po de las neurosis, término vago que, como el de la perniciosidad ha
servido muchas veces para ocultar las faltas de ideas concretas acerca
de la naturaleza de diversos estados patológicos, nadie osaba disputar-
le su puesto, á pesar de que á muchos no satisfacían las razones invo-
cadas para colocarlos en ese grupo, que los progresos de la anatomía
y el perfeccionamiento de los instrumentos de investigación han ido
reduciendo cada vez más. Esta manera de considerar la enfermedad ha estrechado el círculo de su medicación, sin que se intentase tomar
precauciones para prevenirla ó para disminuir su cifra de mortalidad,
que aún se sostiene en un 50 por 100.
La concepción patogénica, impresa por las doctrinas Pasterianas á
algunas enfermedades, que, como el tétanos, se creían perfectamente co-
nocidas, los asombrosos descubrimientos realizados por la microbiolo-
gía, con sus delicados procedimientos de investigación y de estudio,
han hecho renacer la teoría de la infecciosidad del tétanos, concebida
y tímidamente expuesta por Benjamín Travers en 1855.
Para este perspicuo observador, el tétanos era debido á un veneno
especial, que, introducido por la herida en el torrente circulatorio, pro-
vocaba los accidentes que lo caracterizan; expuesta sin hechos que la
apoyasen y en abierta oposición á las ideas reinantes, fué combatida
rudamente, no tardando en caer en completo olvido, a pesar del apo-
yo que con su autoridad le prestaron, Bertoli en Italia, Panun en Ho-
landa, Richardson en Inglaterra, Bilhroth en Alemania.
A intervalos aparecían alguno que otro artículo de periódicos ó
tésis en favor de esta hipótesis, pero los resultados negativos de las
inoculaciones, hechas con sangre y pus de hombres y animales muer-
tos de tétanos, por Tripier y Arloing en 1869, hicieron rechazarla á
muchos inclinados ya á admitirla.
Follín y Vulpian, fijándose en la semejanza entre ios síntomas del
tétanos y los del envenenamiento por la estricnina, continuaron atri-
buyéndolo á una alteración particular de la sangre, del mismo género
que la intoxicación estrícnica.
En 1882 renueva No car d las tentativas de inoculación, empleando
el líquido raquídeo, una emulsión de sustancia nerviosa del bulbo
raquídeo de caballos tetánicos, é inyectándola en la cavidad aracnoi-
dea, en la cavidad peritoneal, en el tejido conjuntivo, en las venas de
conejos y cabras, con resultados idénticos á los de Tripier y Arloing.
Dos años después, estudiando Nicolaíer, en el Instituto de Higiene
de Gottinga, los micro-organismos contenidos en la tierra, reprodujo
el cuadro clínico del tétanos en 69 animales de 140, á los que había
inoculado tierra tomada en diferentes lugares; tanto en la tierra como
en el pus, formado en el punto de la inoculación, encontró varios mi-
crococos y un bacilo largo y delgado, provistos algunos, en una ó en las
dos extremidades, de un abultamiento de forma oval ó redondeada.
En 1886, su compatriota Rossembach halló, en el pus de la herida
de un tetánico, un microbio idéntico al encontrado por Nicolaíer en la
tierra de los jardines.
Al siguiente año renovó Nocard sus experiencias de inoculación,
empleando entonces el pus procedente de caballos tetánicos y las par-
tículas raspadas de los instrumentos con que fueron castrados; esta vez con resultados tan positivos y evidentes, que es desde entonces un
adepto convencido y un entusiasta propagandista.
Desde entonces la cuestión cambió de aspecto; á la indiferencia su-
cedió el interés, los incrédulos comenzaron á dudar y no tardaron
muchos en convertirse, arrastrados por la rigurosidad de las experien-
cias llevadas á cabo por la escuela Alemana é Italiana, representadas
por Carie, Rattone, Bonorne, Giordano, Baert, Virilogin, Bseumer,
Eisesberg y otros.
La mayor parte de los investigadores contestes están en admitir,
como causa del tétanos, un microbio, que, introducido por la herida,
actúa sobre determinada zona do los centros nerviosos, lo mismo que
el virus rábico. En su auxilio no tardarán en venir los clínicos á darle
más fuerza con casos prácticos, en que la infecciosidad no será dudosa.
El 'origen de ese micro-organismo empezó entonces á buscarse;
unos, por encontrarse en la tierra y provocarse con la inyección de
ésta síntomas de tétanos, lo creen telúrico; su más entusiasta cam-
peón es el Dr. Rossembach; otros, basándose en la frecuencia de esta
enfermedad entre 1 >s caballos y en que las tierras de cultivo, abonadas
por lo general con estiércol y las de las calles, son las que producen
esos síntomas, lo suponen de origen animal ó equino; su más decidi-
do caudillo es el Dr. Vernenil. Una y otra doctrina cuentan hoy con
numerosos partidarios.
Brieger, á quien tanto debe la ciencia por sus trabajos acerca de las
ptomaínas, explicó el modo de obrar el micro-organismo inculpado
por la tetanina, ptomaína aislada de sus cultivos y con la cual, inyec-
tando algunos miligramos en conejos, les provocó convulsiones tóni-
cas y clónicas, terminando por la rigidez tetánica del tronco y de las
extremidades, que permanecieron en extensión completa; aunque Brie-
ger pretende haber aislado otras dos ptomaínas de sus cultivos, que
distingue con los nombres de tetanotoxina y espasmotoxina, creemos sean
estas modificaciones desdoblamientos ó formas impuras de la primera.
Con la génesis infecciosa se explica más satisfactoriamente la fre-
cuencia del tétanos en determinadas épocas, hasta el punto de consti-
tuir verdaderas epidemias, sin que en otras, con iguales condiciones
de temperatura y humedad atmosférica se observen; ella hace ver el
por qué de su presentación, por lo general en los heridos sucios y mal
cuidados; ella dá la razón de algunos síntomas, como las modificacio-
nes locales de la herida, el dolor agudo, que, partiendo de ésta, se irra-
dia por los nervios emergentes; anunciando, como en la rábia, con al-
gunas horas ó dias, su invasión.
Enamorado de esta hipótesis, me hice su eco en el seno de la So-
ciedad de Estudios Clínicos, á la cual propuse abriera una información
entre los médicos de la Isla, cuyos resultados se hallan consignados en el informe, que, como ponente, tuve el honor de leer en dicha Cor-
poración. (1) Entonces, sólo tres colegas aceptaban la teoría infecciosa;
hoy su número ha aumentado; ya en nuestros hospitales se aíslan á
los tetánicos; confiamos en que sus adeptos se irán acrecentando á me-
dida que los conocimientos bacteriológicos se generalicen; entonces se
agregarán muchos casos considerados aún como verdadero tétanos y
que sólo son manifestaciones de diversos procesos morbosos, actuando
directa ó indirectamente sobre zonas no determinadas aún de la
médula.
El Profesor Lampiasi, estudiando el tétanos idiopático, ha hallado
un bacilo, de distintos caractéres á los de Nicolaier, con el que ha
provocado el tétanos típico por inoculación en numerosos animales,
hecho que le ha llevado á pensar que el tétanos traumático y el idio-
pático son provocados cada uno por distintos agentes.
El tétanos infantil reconoce, según Beumer, la misma etiología que
el traumático, pues ha conseguido reprodurirlo en los animales, inocu-
culándoles bajo la piel pequeñas porciones de tejidos cortados de las
inmediaciones de la herida umbilical; además, en el jugo de estos te-
jidos, halló un bacilo semejante al de Nicolaier. Peiper, que repitió
esas experiencias en otro caso, obtuvo igualmente resultados positivos;
por último, Lope, de Marsella, refiere la observación de un niño que
á los diez días de nacido fné atacado de tétanos y murió rápidamente:
por sus indagaciones supo que algunos días antes del parto, la madre
lavó las ropas con que había de vestir al nuevo infante en un charco
de aguas corrompidas; tomó un poco de lino del fondo de dicho char-
co y de tierra de sus inmediaciones, con las que practicó en enrieles
inoculaciones, que dieron resultados positivos, lo mismo que las efec-
tuadas con pus tomado de la herida umbilical del niño.
Esta forma de tétanos es en Cuba más frecuente que el traumáti-
co, pues de 4.323 niños, nacidos en esta ciudad en el año de 1889, fa-
llecieron de tétanos 343, mientras que, en ese mismo tiempo, se asistie-
ron en las casas de socorro 5.006 heridos, número que bien pudiera
duplicarse por ser muchos los que, para evitarse las molestias de un
proceso, no concurren á dichos establecimientos, arrojando sólo 40
casos.
Esta excesiva mortalidad de niños por el tétanos, á un Gobierno
previsor, hubiera llamado ya la atención, y hubiera tratado de cono-
cer las causas para dictar medidas y reglas con que disminuir sus
desvastadores efectos.
Refleccionando acerca de esta hecatombe de niños, nos hemos pre-
guntado si á ella no contribuiría el descuido, el desaseo de las llama-
(1) Eduardo Plá.—Del tétanos traumático.—Habana, 1888 157
das recibidoras, encargadas de prestar los auxilios en el acto del parto:
no puede negarse, que, tanto éstas, corno la mayor parte de las coma-
dronas, desconocen los más rudimentarios principios y las reglas de
la antisepsia moderna. Hay entre nosotros la costumbre de lavar al
recien nacido con agua ligeramente templada: el agua de uso más ge-
neral es la llamada de la Zanja, que corre gran trecho por tierras de
cultivo, de donde arrastra sus micro-organismos, haciéndose así el
medio de trasmisión del agente infeccioso. Hipótesis que someto á
vuestra consideración y estudio y cuyo esclarecimiento me propongo
emprender más adelante.
Tras la doctrina de la infecciosidad, vino como consecuencia na-
tural la de contagiosidad; este es actualmente otro de los puntos en
litigio y en espera de una resolución definitiva. Desde las verdaderas
epidemias de tétanos, que según Larrey, diezmaron los heridos del
ejército francés, durante las campañas de Egipto y de Austria, hasta
nuestros días, innumerables son los casos do contagios señalados; la
luminosa monografía de Collin y la reciente memoria de Yerneuil en
la Academia de Medicina de París, contienen un conjunto de hechos
suficiente á traer el convencimiento á los más recalcitrantes. El Profe-
sor Trelat, tiene el convencimiento de ser esta enfermedad contagiosa,
pues dice la ha visto, como la infección purulenta, desarrollarse siem-
pre en medios de infectados. Esas pequeñas epidemias de localidad
son, por los datos y noticias que hemos podido recoger, bastante raras
en Cuba, lo que abona en contra de los que aún continúan concediendo
al tétanos aquí una intensidad y malignidad mayor que en Europa.
No obstante, con respecto á este particular, el respetable Dr. Re-
gueira, me ha comunicado que en el ingenio Banco, finca de la juris-
dicción de Güines, el tétanos era por el año de 1850. tan frecuente,
que casi ningún herido escapaba á esta terrible complicación, y mi
amigo el Dr. Porrero me dice que de Buena Vista á Mariana© es más
frecuente la enfermedad que en Puentes Grandes, tal vez por la dis-
tinta naturaleza del suelo.
Como hecho de contagio evidente, mi amigo el Dr. Fors me ha
comunicado la siguiente é interesante observación:
Una sobrina suya, hija de padres saludables, nació en esta ciudad
el 17 de Abril del año anterior, llamando la atención por lo hermosa
y bien desarrollada. El 10 de Junio el Dr. Laguardia la vacunó con
virus genneriano, y al siguiente día la llevaron sus padres para Mán-
tua (Pinar del Rio), yendo á vivir á la casa que ocupaba anteriormente
y donde tuvieron un niño atacado de tétanos crónico, según diagnós-
tico de algunos facultativos de esta capital. Cuatro inoculaciones se
le hicieron con el virus vaccinal, y las cuatro dieron resultado, desa-
rrollándose magníficas pústulas que siguieron su marcha normal. La niña dormía en el mismo cuarto y tenía colocada su cama en el mis-
mo sitio que ocupó la del niño enfermo del tétanos crónico; á la ha-
bitación no se le hizo modificación alguna, ni se usó nada para des-
infectarla, permaneciendo cerrada durante cinco meses, tiempo que
pasó la familia en la Habana. El 19 de Julio, existiendo aún dos pús-
tulas con sus costras, notó la madre que la niña no mamaba bien; exa-
minada por su padre, médico, observó existía un ligero trismo; sospe-
chando en la enfermedad de referencia, se instituyó un tratamiento
enérgico y apropiado, pero todo fue en vano: aquella progresó rápida-
mente, falleciendo el 5 de Julio de tétanos agudo sin que dejase de
observarse un sólo síntoma de los que ofrece la citada enfermedad.
Con el fin de comprobar personalmente el valor de las doctrinas
expuestas, he seguido el origen de algunos casos de tétanos ocurridos
en esta ciudad durante el año último, y he emprendido en el Labora-
torio de la Crónica Médico-Quirúrgica una série de investigaciones
bacteriológicas, en las cuales me han auxiliado los Doctores Dávalos,
Acosta y Cisneros, que voy á exponer simplemente, sin deducir con-
clusiones terminantes, á mi juicio aún prematuras, que reservo pa-
ra más adelante, cuando cuente con mayor número de casos y de
hechos de comprobación.
De los ocho casos cuyo estudio he podido seguir, gracias á la bon-
dad de los compañeros encargados de su asistencia, en cinco la infec-
ción ha sido telúrica, en dos equino-telúrica y sólo en uno no ha podido
determinarse su origen.
Observación I.—Hr. Fuentes.—-Un botero, natural de Pontevedra,
de 46 años de edad, entró el 27 de Enero de 1888, en el hospital “Las
Mercedes,” con trismo, disfagia, opistótono y una herida contusa en
la pierna izquierda, borde de la tibia, de dos centímetros de extensión,
causada con el filo de una de las estacas del muelle de caballería, en
contacto con la tierra; los primeros síntomas aparecieron á los diez
dias de recibida la lesión y la muerte ocurrió á los tres días de haber
estallado aquéllos: tratamiento doral y morfina.
Observación II.—Dr. Fuentes.—-Un joven peninsular, de 39 años,
dependiente, se hirió el 6 de Enero de 1889, con un clavo oxidado y
Sucio de tierra, en la región palmar del pié derecho; el 18 empezaron
los primeros síntomas, hasta el 24 no tomó cama porque las contrac-
ciones al principio invadían determinados grupos, empezando por los
del cuello; á éstos siguieron los de las extremidades superiores y lue-
go los de las inferiores; á fines de Febrero están completamente gene-
ralizadas. El Dr. Bango le sometió al tratamiento por el emético:
murió á mediados de Abril. Inmediato ála casa donde vivía y con-
trajo la enfermedad, hay un tren de carruajes de alquiler con sus co-
rrespondientes cuadras. Observación 111.-—Dr. Moas.—Pardo, de 19 años, natural de Puerto
Príncipe, vecino de San Isidro 68, herida en la región plantar derecha
al nivel del primer espacio intermetatarciano, con una puntilla oxida-
da y sucia de tierra; inmediatamente hizo sangrar la herida y la cubrió
con una capa de barniz. Ni ántes, ni después del accidente anduvo
con caballos: en la casa donde vivía y ocurrió el hecho 'existe una
cuadra que hace tiempo no se utiliza. Los primeros síntomas apare-
cieron á los ocho días y murió cuatro días después.
Observación IV.—Personal.—Un pardo de 9 años, vecino de Co-
rrales 179, recibió el 22 de Julio una herida incisa, como de cuatro
centímetros de longitud, situada en la región plantar del pié derecho,
de dirección transversal, que interesó la piel y el tejido celular subya-
cente. El fragmento de vidrio con que se causó la herida estaba en
la calle, súcio de lodo; el día ántes había llovido y la herida se cubrió
y llenó de éste: el Dr. Cueto, médico de la Casa de Socorro, la lavó con
una solución fenicada, le puso tres puntos de sutura metálica y la cu-
brió después con una capa de iodoformo y algodón hidrófilo; los siete
primeros días los pasó bien, el 29 le quité los puntos, por parecer cica-
trizada la herida y al separarlos se entreahió nuevamente, dando salida
á un líquido sanguinolento, de mal olor, con algunas partículas de
tierra; lavé la herida con una solución fenicada y le apliqué vaselina
iodoformada.
Al siguiente día por la tarde empezó á sentir disfagia, opistótono
epigastralgia y dolor agudo en la herida, que se abrió completamente.
Estos síntomas se pronunciaron más y las convulsiones se generaliza-
ron durante los tres siguientes días: el 2 de Agosto, el dolor en la he-
rida era tan intenso que le hacía arrancar gritos: la temperatura por
la mañana era de 41’4, los fenómenos axfísicos hacían prever el de-
senlace fatal, ocurrido á las 7 de la noche.
Con el pus de la herida se sembraron dos tubos de agar y dos de
suero, los cuales se colocaron en la estufa de Arsolval á la temperatu-
ra de 37°; á las 24 horas ya había comenzado la germinación en los
tubos, en la superficie de los primeros se desarrollaron dos colonias,
una de color blanco rojizo y otra de color blanco anaranjado; en la
segunda, una colonia de color blanquecino, prévia coloración por la
violeta de genciana yla fuchina, se vio las formaban micrococcus y
estrectococcus: no comprobé el bacilo cabezudo de Nicolaier. Con el
pus recogido en tres pipetas y disuelto en agua esterilizada se inocula-
ron, por la vía subcutánea, tres curíeles que permanecieron indemnes.
Observación Y.—Dr. Fuentes.—Un pardo, natural de la Habana,
de 24 años de edad, cargador del muelle de Paula, ingresó en la hos-
pital de «Las Mercedes)) el 2 de Diciembre de 1888. A mediado del
mes anterior sufrió una herida punzante con una astilla de madera, sucia de lodo, en la parte interna del grueso artejo del pié derecho,
de dos centímetros de extensión; á los pocos dias, obtuvo la cicatri-
zación.
El 29 del mismo mes, á las dos semanas de recibida la herida, no-
tó trismo y disfagia: á estos primeros síntomas siguieron todos los de-
más característicos de la afección. Asu entrada, tenía T. 37’2 R. 20
y P. 120. Por la tarde, T. 38, P. 25 y P. 120. Como purgante se le
administraron seis gotas de miel de abejas, mezclada, al tercio, con
manzanillo, resina del árbol de su nombre, usada al parecer con algún
éxito en Puerto Príncipe contra el tétanos y que mi amigo el Dr. Bc-
tancourt, de esa localidad, recomienda mucho.
Al siguiente día 3, los síntomas se habían acentuado mucho más,
la T. 39, P. 112 y R. 27: empezó á dársele el tártaro emético hasta
producir náuceas y sedación; por la tarde los síntomas se agrabaron, la
T. se elevó á 40, el P. 130 y R. 36, y se hicieron algunas inhalaciones
de cloroformo para calmarle las fuertes contracciones.
Esta misma tarde le vi con el Dr. Dávalos, el médico interno y el
Dr. Fuentes, á quien debo los detalles de este interesante caso; con su
autorización, incindo la cicatriz con objeto de recojer sangre para ino-
culaciones, dándose salida á un pus sanguinolento y fétido; con la
aguja de platino esterilizada sembré en el acto varios tubos de gelatina
y de agar, llené tros pipetas esterilizadas de pus, con el que inoculé
tres curíeles y un cerdo: ninguno presentó síntomas de tétanos, mu-
riendo de piohemia dos de los primeros.
A las 7 de la noche, cuarto día de enfermedad, falleció, presentan-
do de particular, algún tiempo después de su muerte, una elevada
temperatura en la axila: el termómetro marcaba 42.°
A las 9, en unión de los Dres. Fuentes, Acosta y alumno interno,
practiqué la autopsia; con todas las precauciones antisépticas, se ex-
trajo el bulbo y la porción inmediata de la médula, la cual se hallaba
reblandecida ó hiperemiada en una gran extensión; con ella practica-
mos por trepanación, como hace Pasteur para la rabia, las siguientes
experiencias:
PRIMER PASE.
Conejo A, murió á los 18 días, con trismo; el bulbo
y la médula estaban reblandecidos; con el bulbo de
este conejo se inocularon por trepanación un conejo E
y por inyección hipodérmica un curiel A.
Conejo B, muere á los 21 días; desde el anterior no
podía caminar, estaba triste: con el bulbo se hacen dos
inoculaciones por trepanación en dos enrieles, B y C y
por inyección subcutánea en un curiel, D.
Bulbo del tetá-
nico 161
Conejo E, muere á los 21 días; desde el anterior em-
pezó á experimentar contracciones del cuarto trasero,
que le hacían caerse: murió con trismo, que se le pre-
sentó desde el día anterior. No se hicieron pases.
Médula del te-
tánico
Conejo D, muere á los 25 días; desde el anterior te-
nía convulsiones en el cuarto posterior, que quedaban
en rigidez; el día déla muerte por la mañana no podía
abrir la boca, echaba la cabeza hacia atras: con su bul-
bo inoculé un conejo ’F, y con la médula un conejo G.
SEGUNDO PASE.
Bulbo del co-
nejo A
Conejo C, murió al siguiente día por traumatismo.
Curiel A, muere á los cinco días con trismo y con-
vulsiones en el cuarto trasero, que se le iniciaron des-
de el día anterior.
Curiel B, amanece bien; muere al tercer día por la
tarde, sin síntomas precursores, con rigidez de las pa-
tas traseras, las anteriores fláxidas, así como los maxi-
lares; la cabeza contraida hacia atrás.
Curiel C, muere á los cinco días con trismo y con-
tracciones, iniciadas algunas horas antes.
Curiel D, muere sin síntomas de tétanos al siguiente
- día.
Bulbo del co-
nejo B
Bulbo del co- ]
nejo C. j
No ge hicieron.
Bulbo del co-
nejo D
Conejo F, murió á los siete días con trismo y con-
tracciones tetánicas en las patas, con su bulbo se ino-
cularon dos conejos, H y J.
Conejo G, murió por traumatismo al día siguiente.
TERCER PASE.
Bulbo del co-
nejo F.
Conejo H, murió á los siete días, con trismo y con-
vulsiones del cuarto tracero, iniciado desde el día an-
terior.
Conejo F, muere por traumatismo al día siguiente.
Como se vé, en los conejos inoculados seis murieron con síntomas
evidentes de tétanos; los del primer pase entre los 18 y los 25 días; los
del segundo y tercero á los 7 días; lo que hace sospechar en la exacer-
bación del virus por el pase de uno á otro.
Observación VI.—Dr. Gavaldá.—Moreno de 18 años, aprendiz de
panadero, vecino de Compostela 153, entró en la casa de salud la Be- néfica; según manifestó el paciente y su patrono, hacía tres días, á
consecuencia de haber salido de la galera de la panadería, sudando y
de haberse quedado dormido al sereno y á la luna, experimentó ma-
lestar general, fiebre, epigastralgia, á cuyos síntomas siguieron el epis-
tótono, trismo, convulsiones crónicas y tónicas. Al principio el Dr. Ga-
valdá pensó en un tétanos espontáneo; más, indagando con insistencia,
el paciente le manifestó que hacía dos meses había sufrido una hinca-
da con un clavo en la región plantar del pié izquierdo, limpió el pié
cubierto todo por una gruesa costra de tierra, y encontró en efecto,
una herida aún no cicatrizada de uno ó dos centímetros de extensión,
cuyo fondo estaba lleno de tierra. En la morada del paciente no hay
ninguna cuadra, ni hubo noticias que estuviese en relaciones con ca-
ballos en esos días. Como él son muchos de esos llamados idiopáticos,
que, á causa de lo insignificante de la herida, pasa desapercibida para
los pacientes y para el médico.
Avisado por nuestro amigo Gavaldá, fuimos á verlo con el Dr. Dá-
valos; siguiendo la técnica aconsejada, con la aguja estirilizada, intro-
ducida basta la herida, hicimos siembras en agar agar y en gelatina;
de estas últimas, dos, llevando la aguja hasta el fondo de la herida, lle-
na de tierra seca y sin supuración, la tercera siembra se hizo reblan-
deciendo la costra terrosa con gelatina estirilizada; con los tres tubos
se hicieron cultivos en placa por el método de Esmarch. Desde el si-
guiente día comenzó la germinación. Examinadas las colonias al mi-
croscópio, prévia coloración por la fuschina y el azul de mctileno,
estaban formadas por numerosos micrococcus estreptocóccus y un ba-
cilo corto parecido al termo; ninguno presentó los caractéres asigna-
dos al bacilo Mcolaíer; con él se hicieron unas siembras en caldo;
cuando germinó se inocularon dos enrieles, inyectándole un gramo á
uno en el tejido intermuscular de la parte interna del muslo y á otro
subcutáneamente en el vientre; á los dos meses no habían presentado
accidente alguno. Las siembras de sangre, tomada en el dedo índice»
quedaron estériles, resultado conforme al de la mayor parte de los
investigadores.
Observación YII.—Dr. Sterling.— Niño de 7 años, vecino de la
calle de los Sitios, presentaba una fractura completa de la tibia y pe-
roné de la pierna izquierda, con una herida ya casi cicatrizada en el
tercio interno de dicba pierna y además una úlcera con el talón del
mismo pié; á los 20 días de recibida la lesión comenzó el trismo, úni-
co síntoma durante diez días, después fueron sucesivamente presen-
tándose, una contracción tónica dolorosa de los músculos cervicales
posteriores, luego de los rectos del abdomen y del músculo lesionado.
Este caso, que siguió una marcha crónica y terminó por la curación,
será objeto de un interesante trabajo de mi amigo el Dr. Sterling. 163
En los antecedentes no hay ningún dato favorable al origen equino-
telúrico.
Lavada la herida de la pierna con agua jabonosa primero, después
con una solución de sublimado al 1 por 100 y alcohol, se sembraron 4
tubos de gelatina y 1 de agar. De los primeros, uno quedó estéril y
otro comenzó á germinar á las 24 horas por un punto blanco en la
superficie, que fué extendiéndose lentamente sin penetrar en la masa,
ni seguir el trayecto de la aguja; la capa de la superficie era delgadísi-
ma y semitransparente: hechas varias preparaciones y coloreadas con
violeta de genciana, método de Gram, estaban formadas por un gran
número de microcóccus, simples unos, en diplocóccus otros, y for-
mando algunos masas zogléicas; las siembras en caldo y las inocula-
ciones en enrieles no dieron resultado.
Practicadas las mismas operaciones de limpieza y desinfección en
la úlcera del pié, se sembraron dos tubos de gelatina, con los que se
hicieron cultivos en placa, de las cuales se aislaron microcóccus y
varios bacilos; uno de ellos largo, delgado y filamentoso, solos unas
veces y otros entrecruzados en distintas direcciones sin el abulta-
miento terminal del bacilo de Nicolaier; se sembraron en caldo y
después se inoculó un curiel, que murió á los pocos días sin presentar
síntomas de tétanos.
Observación VIII.—-Dr. Valdespino. Un pardo de 7 años, natu-
ral de la Habana, el día 5 de Febrero de 1889, después de haber llovi-
do, dio una caida en la calle y con los fragmentos de una botella se
hizo dos heridas en el tercio superior, cara posterior, del antebrazo
izquierdo, de tres á cuatro centímetros, que interesaba la piel y el teji-
do celular; la herida se cubrió de lodo y para contener la hemorragia la
llenaron de tela de araña, que, como se sabe, está mezclada con polvo
de tierra.
A los 8 días comenzaron los síntomas del tétanos; las heridas da-
ban un pus sanioso, los bordes estaban inflamados y de ellas partía
un dolor agudo extendido hasta el hombro; los síntomas continuaron
agravándose hasta que falleció.
El accidente tuvo lugar en la calle de Revillagigedo, primera cua-
dra, entrando por la calzada del Monte, á seis metros de distancia de
la puerta de entrada del solar núm. 10, donde hace seis años se guar-
dan diariamente de 150 á 200 caballos, que se detienen, antes de entrar,
en el lugar de la ocurrencia.
Con cinco centigramos de esta tierra, disuelta en un gramo de
agua estirilizada, se inocularon por la vía hipodérmica, dos curíeles y
un ratón; éste y uno de los curíeles murieron de septicemia, el otro
curiel presentó cinco ulceraciones, de diversas dimensiones, de bordes
lisos y de forma más ó ménos circular, cubiertas por costras negruzcas y situadas de preferencia en los miembros abdominales, que tenían
una notable rigidez, la cual conservaron hasta su muerte, ocurrida al
mes próximamente. Con el pus de estas úlceras hizo el Dr. Cisneros
unos cultivos en placa de los que se aisló un bacilo largo, filamentoso,
abultado en una de sus extremidades; pero desgraciadamente uno de
los jóvenes del Laboratorio limpió la placa y no pudieron continuarse
las investigaciones. Otro curiel, inoculado con el pus de la herida, solo
presentó una úlcera en el punto de la inoculación, de la cual se curó.
Todos nuestros cultivos fueron hechos al contacto del aire, á lo
que, probablemente, se debe la falta de éxito: con posterioridad se ha
demostrado que el bacilo de Nicolaíer es anaerobio; á lo que se agrega
lo difícil que es obtener cultivos puros.
Las experiencias de Baert y Verhoagan han venido por otra parte
a explicarnos el insuceso de las inoculaciones del pus de esos heridos;
estos experimentadores diluyeron en agua una porción de pus que
contenía bacilo de Nicolaíer, la dividieron en dos partes, una que
abandonaron al aire en un cristal y otra que encerraron en un tubito
soldado á la lámpara; á los cinco días contenía, la primera, saprofitos,
pero ningún bacilo de Nicolaíer; en la segunda los había de gran can-
tidad y respondía á las inoculaciones, de lo cual deducen que debe
siempre recogerse pus reciente de las heridas, pues cuando reciben la
influencia del aire atmosférico pierden su virulencia.
CONCLUSIONES.
De todo lo expuesto, se deduce; 19 Que la mayor parte de los
experimentadores están conformes en asignarle al tétanos un origen
microbiótico; mis investigaciones experimentales no me permiten aún
deducir una conclusión afirmativa.
2? Que el bacilo inculpado, tiene su origen para unos en la tierra
y para otros procede del caballo; el examen minucioso del mayor
número de los casos que he recogido son favorables á la infección
telúrica.
Y 39 Que es conveniente continuar las experimentaciones por el
procedimiento de trepanación, como el usado por Pasteur para la
rabia.
El Sr. Presidente: El Dr. Plazaola tiene la palabra para argumentar-
El Dr. Plazaola; Declara que su objeto no es combatir el origen te-
lúrico del tétanos, sino manifestar que, á su modo de ver, ejercen gran
influencia para la aparición del mal los cuidados impropios de las co-
madronas, el abandono é ignorancia de las madres y, más que todo, la
arraigada creencia de que el tétanos infantil no debe curarse, por la cual
no llaman al médico más que para dar el certificado de defunción; 165
llegando en este sentido hasta el estremo de que en el campo, muchas
veces, cuando un niño presenta síntomas tetánicos, lo envuelven en
una sábana y colgando lo llevan para que el médico lo vea y tenga la
seguridad de que es el tétanos, negándose después, en la mayoría de los
casos, á administrarle ninguna medicina, y agrega que esto mismo se
hace á largas distancias para llevarlos á bautizar. Termina el Dr. Pla-
zaola asegurando que condiciones tales, son capaces de destruir el orga-
nismo más robusto.
El Sr. Presidente: El Dr. Delfín tiene la palabra.
El Dr. Delfín: Cuando ejercía en el campo abrigaba el error de
que el tétanos era palúdeo y lo trataba con quinina. He visto en un
caso de fractura ósea, sin solución de continuidad en las partes blan-
das, presentarse el tétanos, y esto rae hace creer que sea producido
por ptomaínas ó diastásas.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Montalvo.
El Dr. Montalvo: En la Maternidad no he visto, durante siete años,
más que cinco casos de tétanos, y de ellos tres presentaban el trismo al
recogerlos del torno. ¿Será porque allí no hay caballos, á pesar de estar
rodeada de establos, ó porque no todos los casos que se señalan serán
de tétanos?
Esto llama la atención y creo de utilidad investigar si los indivi-
duos tetánicos citados habían tenido ó no contacto con otros que an-
duviesen con caballos ó si había éstos en las casas que habitaban.
El Dr. Moreno de la Torre: El Dr. Plá ha omitido una de las causas
más frecuentes del tétanos, la picadura de la nigua (púlex pénetrans)
y creo que es importante consignarlo porque el procedimiento que
emplean los campesinos para estraerla favorece la infección.
El Dr. Finlay: En Europa se ha encontrado el bacilo de Nicolaíer
en las capas profundas de la tierra y esto puede estimarse como un
argumento en pró de la teoría telúrica.
El Dr. Malbérti; Opina que el tétanos es producido por los cambios
bruscos de temperatura, y en su apoyo refiere el caso do una joven, que,
con una herida en el pié, atravesó un rio y se le presentó el tétanos.
No admite, como el Dr. Moreno, que la picadura de la nigua, por
sí sola, lo produzca, y termina negando el origen telúrico porque una
herida de bala y de espina de pescado, sin haber estado. en contacto
con la tierra, á veces lo produce.
El Dr. Tamayo: El tétanos es una enfermedad infecciosa, pues pre-
senta los caractéres que se necesitan para considerarla así; la existen-
cia de un microbio anaerobio, cultivable, inoculable y trasmisible.
Es mucha exigencia pretender que el microbio venga del esterior:
el individuo lo puede llevar en sí y verificarse su evolución tan pron-
to como se reúnan las condiciones necesarias. El Dr. Poma de Salomó: Hace algunas consideraciones generales
sobre la etiología del tétanos para derivar su criterio negativo á la po-
sibilidad de asignarle una teoría sólida, y, como ejemplos, refiere tres
casos: uno, de estirpación de hemorroides; otro de hidrocele, en que se
empleó la inyección de ácido fénico y otro de un negro magullado. De
los tres, murieron el primero y el último.
El Dr. Forns (de Marianao): No encuentra satisfactorias las teorías
equina y telúrica, porque en su práctica ha tenido1 casos contradicto-
rios, y después de citar uno en el que se declaró el tétanos después de
haber practicado con una jeringuilla de Praváz nueva, sin estrenar,
una inyección de cocaina, pide esplicaciones sobre ese caso porque pa-
ra él no tiene origen telúrico, ni equino.
El Sr. Presidente: Dice que recuerda el caso citado por el Dr. Forns,-
al cual vio en consulta, y añade que de él no puede deducirse con-
clusión alguna, así como tampoco de los tres del Dr. Perna, pues
existía una herida espuesta al aire libre. Decir que es telúrico no
significa la materialidad de elevar la tierra y ponerla en la herida,
sino que ésta sea expuesta al medio ambiente; es decir, que se encuen-
tre libre la puerta de entrada para que la infección se realice, y termi-
na manifestando que con eso no quiere indicar que la teoría es
cierta, sino que tiene ciertos puntos que deben tomarse en consi-
deración.
El Dr. Menocal: Mi estadística de 1,023 operaciones solo arroja dos
casos de tétanos.
La complicación tetánica en las heridas es frecuente por las malas
condiciones higiénicas de las Casas de Socorros y por los cambios que
sufren al ser trasladados al hospital.
El Dr. Reyes, de Sagua: Manifiesta que la temperatura es la causa
que presenta más ejemplos de tétanos, y, en comprobación, aparte de
otros casos que pudiera referir, cita el de un individuo que sufrió una
hincada en un pié después de caminar mucho, al cual se le presentó
poco tiempo más tarde un tumor, que operó en compañía del Dr. Al-
barrán. Pasados algunos días, una mañana de Enero, recibió la acción
brusca del aire frío y fue violentamente atacado del tétanos, muriendo
por la tarde con todos los síntomas clínicos de dicha enfermedad.
El Dr. Reineri; Hace constar la influencia de los cambios bruscos
de. la temperatura para la producción del tétanos, fijándose en el gran
número de tetánicos que hubo después del ciclón de 1888. Dice que
el tétanos en las Casas de Socorros, apesar de sus malas condiciones
higiénicas, no es frecuente, y cree muy digna de estudio la predisposi-
ción á tetanizarse por las heridas de los miembros, más marcada que
por las del tronco.
El Dr. Bellver: En los casos en que se produce el tétanos por las 167
inyecciones hipodérmicas, hay que tener en cuenta la jeringuilla y el
contenido, que no siempre se esterilizan.
El Sr. Presidente; No habiendo ningún otro señor que haya pedi-
do la palabra para argumentar, la tiene el Dr. Plá para replicar.
El Dr. Plá: Lamenta que el tiempo de que puede disponer no le
permita contestar á todos como debiera y desearía y, en su consecuen-
cia, lo hará en tesis general.
El trismo, así como las contracturas, se presentaban en los conejos
de 36 á 48 horas ántes de la muerte; que la semejanza clínica entre la
rabia y el tétanos le había inducido á emplear el proceder de Pasteur;
el medio de trasmisión es la atmósfera, que conduce sus microorga-
nismos y los de la tierra. La frecuencia del tétanos por la nigua favo-
rece la teoría telúrica y la cuestión de contagiosidad está en litigio;
inclinándose él á aceptarla, y respecto á la influencia del aire más ó
menos húmedo en las mismas épocas del año, no se observa en igual
número de casos.
En cuanto al hecho de haberse observado algunos casos de tétanos
después de haberse empleado la curación antiséptica por el ácido féni-
co, dice que no tiene importancia, porque pudiera suceder que el ba-
cilo del tétanos, como el de la fiebre tifoidea, resistiera á la acción de
dicha sustancia.
El Sr. Presidente; Tiene la palabra el Dr. García Rijo para leer su
trabajo:
Apuntes estadísticos para servir al estudio del tétanos infantil.
el Dr. D. Rudesindo García Rijo.
I.
Hace pocos meses recibí de la Sociedad de Estudios Clínicos un
cuestionario-circular en que se solicitaba de todos los médicos de la
Isla una información sobre el tétanos. Oportunamente contesté, con-
signando, con la brevedad que me era impuesta por las circunstancias,
los resultados de mi escasísima observación y algunas apreciaciones
generales. No me fué posible en esa fecha incluir algunos datos que
tenía reunidos con ese objeto. De éstos datos omitidos, entresaco los
siguientes apuntes estadísticos, que revelan la mayor frecuencia del
tétanos infantil en el campo que en la población, y, con respecto á
razas, frecuencia mayor en la etiópica que en la caucásica; intermedia
en los mestizos de ámbas razas; no pudiendo sacar deducción en lo
que se refiere á los mestizos de raza mongólica por ser sumamente
reducido el número de dichos individuos en esta población. De 418 niños, nacidos en la población, han teni-
do el tétanos infantil 15, ó sea el 82 por 100.
De 195 niños, nacidos en' el campo, tuvieron el
tétanos infantil 22, ó sea el 11 por 100.
Blancos
De 172 niños, nacidos en la población, tuvieron
el mal 14, ó sea el 8 por 100.
De 26 niños, nacidos en el campo, tuvieron el
mal 4, ó sea el 15 por 100.
Negros
De 89 niños, nacidos en la población, tuvieron el
mal 5, ó sea el 51 por 100.
De 71 niños, nacidos en el campo, tuvieron el
tétanos infantil 9, ó sea el 121 por 100.
Pardos
Mestizos de chino y
blanco
De 31 niños, nacidos en la población, tuvo el
tétanos 1, ó sea el 3 2 por 100.
Un niño, nacido en el campo, no tuyo el tétanos
infantil.
SUMAN:
1,003 nacimientos; 70 casos de tétanos infantil, 7 por 100
11.
SEXO.
De 46 casos de tétanos infantil, en que me acordé de tomar nota
del sexo, resultan 23 varones j 23 hembras.
Debo advertir que la estadística que precede la tomé sin idea
alguna preconcebida. Hice imprimir un gran número de papeletas en
esta forma:
T,n. familia, dp T)
sdP' / w Tla palle n9...
ha tenido niñ
rjp Inpi eme Vían na.eido
os, nacidos vivo
El EL PUEBLO.
•s,
El EL CAMPO.
r
r
MUERTOS.
CURADOS.
MUERTOS.
CURADOS.
Indicar los diasque tenía de nacido cada niño atacado y Jas horas o días que duró
Ja enfermedad.
Indicar si ha habido en la familia otras personas pasmadas, 169
Con estas papeletas impresas, me he presentado de casa en casa al
azar y las he llenado, hubiera ó no habido casos de tétanos infantil en
la familia. Obligado por ocupaciones de diversa índole á limitar mi
tarea, confié un gran número de papeletas á vários de mis compañeros-
pero resultó lo que suele resultar en un trabajo realizado parcialmente
por varios; á saber, falta de unidad: el uno se limitó á tomar nota de
las familias en donde habían ocurrido uno ó más casos de tétanos in-
fantil; otro omitió hacer mención de la raza; otro no insistió suficien-
temente en los antecedentes tetánicos de la familia. Por ese motivo no
he querido hacer entrar en la estadística que precede los numerosos é
importantes datos que me han sido suministrados, especialmente por
mi ilustrado compañero y concienzudo amigo el Dr. Mencía, puesto
que fácil es comprender que, la preferencia dada á las familias visita-
das por el tétanos infantil, hubiera dado por resultado una frecuencia
exajerada de la enfermedad.
Dichos datos me servirán más adelante.
111.
ClIRABILIDAl).
De 165 casos de tétanos infantil han sanado 8, de los cuales 6 eran
blancos, 1 pardo y 1 negro.
fl
tenía
3
días de nacido al declararse el tétanos.
1
))
3
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Blancos <
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Pardo —1
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9
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»
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11
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Blancos i
))
12
))
))
))
))
))
))
))
Suman —8
De estos datos resulta que la curabilidad sería de un 5 por 100
escaso.
IV.
PREDISPOSICIÓN DE FAMILIA.
No es muy raro observar en una misma familia más de un caso de
tétanos infantil, como lo demuestran las siguientes cifras; 19 familias de 12 ó más hijos.
En 7 de dichas familias O casos.
» 5 » » )) 1 caso en cada familia
w5»»« 2 » » » »
w2»»» 3 » » » «
12 familias de 10 á 11 hijos.
En 5 de dichas familias O casos.
» 7 » » » 1 caso en cada una.
11 familias de 9 hijos.
En 6 de dichas familias O casos.
» 3 » » » 1 caso en cada una,
))1»»» 2 » » » »
)>1»»« 3 » » » »
7 familias de 8 hijos.
En 5 de dichas familias O casos.
» 2 » » » 1 » en cada una,
11 familias de 7 hijos,
En 6 de dichas familias O casos.
» 1 » » » 1 » en cada una.
« 2 » » » 2 » » )> »
» 2 » » » 4 » » » »
16 familias de 6 hijos.
En 9 de dichas familias O casos
»4»» » 1 »
»3«» » 2 »
22 familias de 5 hijos.
En 11 de dichas familias O casos,
» 10 » » » 1 »
»1»» » 3 »
12 familias de 4 hijos.
En 7 de dichas familias O casos,
» 5 » » » , t )) En 26 familias O casos.
82» 1 „
81» 2 »
*1» 3 »
SO familias de 3 hijos.
32 familias de 2 hijos
29 de dichas familias O casos..
3 » » » 1 >»
En 19 de dicfias familias O casos.
}> 15 » » « .... 1 »
3o familias de 1 hijo
Si descartamos las familias de uno y de dos hijos y nos fijamos
solamente en las de tres ó más hijos, en cuyo seno hayan ocurrido mío
0 nías casos de tétanos infantil, tenemos que;
de 58 familias de o ó más hijos,
39 han tenido cada una un caso solamente,
19 2 á 4 casos,
(,nyas cifras vienen á estar en la proporción de 2 á 1.
V.
ANTECEDENTES TETANICOS DE FAMILIA.
Como muchas de las familias que preceden no saben dar anteceden-
tes, manifestando la mayoría que ignora si alguno de sus antecesores
0 parientes colaterales ha tenido ó no el tétanos, me he limitado á en-
tresacar las 35 familias que recuerdan tener antecedentes tetánicos. De
esas 35 familias he formado dos grupos:
1° Familias de antecedentes tetánicos y que han tenido uno ó más
easos de tétanos infantil.
29 Familias de antecedentes tetánicos y que no han tenido ningún
easo de tétanos infantil. IPIRXIs/'LEIR. GRUPO.
O-ÍH
O O
FAMILIAS DE
*S o
rS’o Ul
~ cá O
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N" de ca
de tétai
infantil.
ANTECEDENTES TETÁNICOS.
f Un tio, tétanos debido á una
D. Joaquín Pérez
13
4
espina de jía. Otro tio, tétanos do
nigua, murió.
1 /i no V a,Idi vía,
2
1
- Un tio, tétanos de nigua, sanó,
i” Madre, tétanos de las plancha-
doras, sanó.
Fernando Gutiérrez....
7
1
D? Gabriela de la Cruz
6
2
f Madre, tétanos de las plancha-
( doras, sanó.
D? Serafina Madrigal..
4
2
f Madre, tétanos después de ha-
] ber estado haciendo dulce, sanó.
Madre, tétanos después de ha-
D. Eduardo Cubero....
6
1
ber estado tostando café, no se di-
ce el resultado.
Victoriano Gutiérrez...
7
1
Un tio, tétanos por ingestión
agua fría, no se dice el resultado.
Cornnlio Rivero
M
i
1
Padre, tétanos después de haber
( estado fabricando azúcar, sano.
i Hermano, tétanos por estacona-
Andrés Companioni...
10
2
zo en un pié, murió. Un tio, téta-
_ nos por quemadores, sanó.
"Bfvnitn Sánchez
1
1
Dos tios, tétanos por estaconazo,
murieron ámbos.
Rafael Cañizares
4
1
( Un primo, tétanos por estacona-
zo, sano.
Estéban Chariano
14
3
1 Padre y hermano, tétanos afri-
1 gore, ámbos sanaron.
17
1
Un primo, tétanos á frigore, mu-
Desiderio Companioni
rió. Una sobrina, tétanos de nigua,
_ murió.
Un primo, tétanos por estacona-
José M? Echemendía..
5
1
zo, murió. Otro primo, tétanos por
igual causa, sano. Otro primo, te-
L taños por incisión, murió,
f Un hijo, tétanos por herida, sa-
Simón Echemendía....
16
4
nó. Una hija y una hermana poli-
tica, tétanos de las planchadoras,
sanaron ámbas.
Joaquín Hernández....
5
1
f Hermano político, tétanos de
1 nigua, sanó.
Juan Santibáñez
6
2
( Un niño de dos años, tétanos
| post vaccínico, murió.
Suma y sigue
130
29
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©•)=i .
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familias de
o* J3 >
fe
o.-S.S
&
ANTECEDENTES TETÁNICOS.
Suma anterior
130
12
29
Juan Evaristo Pérez ., -
1
,
( Un sobrino, tétanos a frigore
\ sanó.
Sebastian Cuervo
H
i
1
( Un primo, tétanos traumático,
| murió.
Modesto Mencía
8
1
f Un familiar, tétanos sin espresar
\ el concepto, sanó.
Bernabé
5
1
í Un hermano político, tuvo el té-
1 taños infantil, sanó.
Fleto Orizondo
14
2
( Un hermano, tétanos traumáti-
| co, murió.
Joaquín García
17
1
( Un primo, tétanos sin espresar
( el motivo, sanó.
Avelina Meneses...
11
1
í Un tio, tétanos traumático, mu-
| rió.
( Un hijo, tétanos por haber esta-
la do tostando café, sanó.
F- Miguel Madrigal...
12
1
Fernando Gutiérrez....
'5
1
f Madre, tétanos de las plancha-
1 doras, sanó.
■—Suman 25 familias...
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ANTECEDENTES TETÁNICOS.
Suma anterior
31
D1} Ana Rubio
1
( Este niño, á la edad de 9 años.
1 tétanos por estaconazo, sanó.
TU Agustina Rubio
2
Ó
m
oá
f Un primo, tétanos por estacona-
í zo, sanó.
rH
í Hermana, tétanos de las plan-
D? Agustina Mendoza.
4
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-< chadoras, murió. Una tia, tétanos
( traumático, murió.
D. Ramón Lara
6
f Señora, tétanos sin espresar la
( causa, sanó.
D? Cecilia Estrada
5
f Madre, tétanos sin espresar la
l causa, sanó.
Suman 9 familias
49
r ..
Suman los dos grupos 270 niños nacidos vivos y 39 casos de tétanos
infantil, ó sea 14, 5 por 100.
No pretendo dar los resultados de las estadísticas que preceden
como concluyentes. Demasiado sé que para que un trabajo estadísco
tenga verdadero valor, so necesita basarlo en datos más numerosos-
Por esas razones precisamente, porque me proponía acopiar mayor
número de datos, he venido demorando la publicación de estos in-
completísimos apuntes, que otros más aventajados podrán fácilmente
ampliar y (pie, yo mismo, más adelante, si el tiempo y las ocupaciones
domésticas, que hasta aquí me han cohibido, me lo permitieran, trata-
ré do extender hasta donde me lo concedan mis pobres fuerzas, bien
pobres ante el vasto aunque fecundo campo de la clínica privada.
Antes do terminar, séame permitido, sin embargo, el agregar a Igu-
nas reflexiones sobre el tema que aquí he tratado, no de desarrollar,
como he indicado ántes, sino simplemente de plantear.
Me ha parecido que en muchos casos el estudio de ciertas enferme-
dades en la primera infancia puede facilitar el esclarecimiento de la
etiología de algunas enfermedades infecciosas, porque á nadie se ocul-
tará que un niño recien nacido, si bien está espuesto á que el agente
mórbido llegue hasta él, colpoltado ora por el aire, ora por un vestido,
un mueble, ora por una de las personas que á él se acercan... etc., sin
embargo, por el hecho de no moverse, está más al abrigo que el adulto,
porque el recien nacido y, más especialmente durante los primeros
días de nacido; esto es, mientras existe el peligro del tétanos infantil. 175
puede afirmarse que el agente mórbido ha tenido que venir hacia él y
por lo tanto, más fácil tiene que ser el sorprenderlo al pié, por decirlo
así, de la cuna, si el observador posee eso espíritu severamente anali-
zador que requiere todo estudio patogénico.
Ahora bien, ¿cuál ó cuáles son las conclusiones que debamos sa-
car de los apuntes estadísticos tan incompletos y deficientes que he
presentado? Por mi parte, no me atrevo á sostener más que una sola
conclusión; á saber, que el tétanos infantil es más frecuente en nuestros
campos que en nuestras poblaciones. ¿A qué circunstancias debe atribuir-
se este resultado? ¿Será á la falta de higiene, en cuyo punto todos re-
conocemos que reina por lo común mayor descuido do parte de nues-
tros hombres do campo que de parte de los que viven en la población,
más abandono por lo común en el medio social en que viven nuestros
hombres de color que en el medio social en (pie vive la población
blanca? Puede ser y es probable que así sea. Pero á mi juicio, por se-
parado de las circunstancias que pertenecen al dominio de la higiene
privada, hay que tener en cuenta, además otras circunstancias más
generales ligadas al clima, circunstancias de localidad ligadas más
especialmente al terreno quizás. Y en efecto, no solamente en este país,
sino que así mismo en otros países, se ha observado que el tétanos
común es muy frecuente en determinadas circunscripciones y relati-
vamente raro en otras localidades próximas á los focos tetánicos.
Aquí en Sancti-Spíritus, por cjemplo, el tétanos es más frecuente
en Mapos, en Cabaiguan que en Arroyo-Blanco, según opinión de
mis amigos y compañeros los Ldos. I). Agustín y 1). Montiniano
Cañizares.
No es esto todo. Una opinión popular, que está confirmada por la
observación imparcial de los hechos, debe fijar nuestra atención. «El
tétanos, dicese comunmente, suele ser provocado por la extracción de la ni-
gua..» El vulgo atribuye en estos casos el tétanos al hecho de la extrac-
ción; y yo creo que esa opinión merece que nos ocupemos de ella. En
efecto, si tenemos en cuenta los estudios de patología experimental;
vemos que, según Nicolaier, la inoculación do tierra á los animales
suele producir el tétanos (Fluggo. Los microorganismos) y vemos que
Bonome (Orón. Méd. Quirúrg., 1088, págb 119) describe un bácilo que
ha cultivado con el bacilo de la putrefacción, obteniendo así culturas
mistas, cuya inoculación produce el tétanos, mientras que las culturas
aisladas del bácillus de la putrefacción no lo producen.
Si tenemos en cuenta, repito, los resultados de estas esperirnenta-
ciones y además el hecho de que las niguas abundan sobremanera en
Cabaiguan y Mapos, en donde ya hemos dicho que el tétanos es fre-
cuente, mientras que escasean en Arroyo-Blanco, en donde hemos di-
cho ya que el tétanos es raro, tenemos aquí un conjunto de coinciden- cias que legitiman la deducción siguiente: «Las niguas, viviendo como
viven en la tierra y siendo muy afectas á hospedarse en las patas de los cer-
dos, los que á su vez son muy afectos á los lodazales, están en condiciones
muy favorables para colpoliar el germen del tétanos, enfermedad que puede
desarrollarse más fácilmente si en vez de extraer entera la nigua queda en
la herida parte de su cuerpo expuesto á la putrefacción.»
P. S. A continuación cito algunos hechos que me han sido
relatados por diversos compañeros.
El Dr. D. Santiago García Cañizares me refiere que en Santa Fé,
en donde abundan las niguas, abunda así mismo el tétanos infantil.
El Ldo. D. Montiniano Cañizares me refiere un caso de téta-
nos en un adulto que habiéndose extraido una nigua bajó á un
pozo. El tétanos se manifestó á las 12 horas de haber bajado al
pozo y el individuo murió á las 17 horas de iniciadas las manifesta-
ciones tetánicas.
El mismo me refiere otro caso de tétanos en un individuo que
tenía una nigua sin habérsela extraido.
Hace algunos meses vi en consulta en esta población un niño de
unos 4 años, que murió del tétanos, cuya causa también fué atribuida
á las niguas, las que existían en abundancia en la casa en que vivía.
No quiero omitir en este relato el siguiente y curioso caso: Un niño
de un compañero nuestro fué confiado desde que nació á una nodriza,
cuyo hijo había muerto del tétanos infantil. El niño de que se hizo
cargo contrajo el tétanos infantil y murió.
En cambio una enferma que asistía el Ldo. D. Agustín Cañizares
dió á luz teniendo el tétanos á cuya enfermedad sucumbió; mientras
que el niño vive sin haber tenido el tétanos infantil.
El Sr. Presidente; Se concede la palabra para argumentar.
El Dr. Aróstegui: Opina que el tétanos que se produce inmediata-
mente después del nacimiento es debido á las hemorragias meníngeas
y que los casos curables son originados por la compresión por los pa-
rietales, compresión que, según Sims, influye sobre la médula.
El Dr. Zayas, Presidente: Conviene en la originalidad del trabajo
leído por el Dr. García Rijo y cree que no debe elevarse mucho la opi-
nión sobre la infección por la nigua, ni la de que, evitando el contacto
de la superficie ulcerada con el aire, por medio del esparadrapo, se
evite la infección.
El Dr. Moreno: El Dr. García Rijo dice que en aquellos casos en
que queda dentro de los tegidos algún fragmento de la nigua es más
frecuente la tetanización, y urge esclarecer este punto. Se ha hablado
de las curas antisépticas y yo no las considero completas, sino cuando
las siembras resultan perfectamente estériles,
El Dr. Semprun; Cita el caso clínico de un muñón doloroso que 177
observó en el hospital «La Princesa,» de Madrid, al cual se le hizo la
ablación del tejido cicatricial y se presentó el trismo.
El Dr. Federico Rubio, recordando la teoría de Argumosa, que ha-
cía debido el tétanos á una proliferación conjuntiva del neurilema, hi-
zo con el termo-cauterio una incisión circular por encima de la cicatriz-
Aparecen las convulsiones y, persistiendo en su idea, practica una
nueva incisión un poco más arriba de la otra, pero muy profunda,
dando por resultado prontamente la cesación de los fenómenos tetáni-
cos. El Dr. Semprun termina, significando el deseo de que se le espli-
cara lo que de ese ejemplo se desprende.
El Sr. Presidente: El Dr. García Rijo tiene la palabra para replicar.
El Dr. García Rijo: Manifiesta que no ha querido lanzarse en el
terreno de las teorías porque seducen mucho y porque solo se ha
propuesto presentar un trabajo basado en la estadística. Respecto á la
patogenia, opina que se divaga tanto, porque muchos casos que se
consideran de tétanos no son sino pseudo-tétanos de localización me-
dular, que acusan gran número de víctimas.
El Sr. Presidente: El Dr. Saenz Yanez tiene la palabra para dar
lectura á su trabajo.
Tétanos infantil congénito.
el Dr. D. Bráulio Saenz Yánez
La brillante série de trabajos aquí leídos y que habrán de leerse, la
numerosa y selecta concurrencia, que, con atención honrosa, los ha es-
cuchado y en interés de la ciencia, prestigio propio y unidad de com-
pañerismo seguirá escuchando los que faltan; la harmonía de prove-
chosas aspiraciones, que une y hermosea, dignifica y recomienda la
realización de este primer «Congreso Regional de Cuba;» la poderosa
fuerza de atracción con que nos ha hecho realizar el acto más trascen-
dental de cuantos pueden contarse en Cuba hasta el presente, pues que
ha unido, en forma la más elocuente y ejemplar, nuestras aptitudes
con el interés de la ciencia, y nuestro errante estímulo, huérfano de
toda protección y ejemplo, con el cariño, el respeto y la desapasionada
censura; dando á todo ello la magestuosa importancia de la verdad,
en este sentido nunca interrogada por nosotros, por muchos, con tanta
desdicha como torpeza, negada é incontrovertiblemente sancionada
ya, son, señores, motivos más que suficientes, pruebas más que claras
ó hechos ciertos, que brindan calma y satisfacción á nuestro anhelo
pasado, entusiasmo á nuestra fé de siempre y que embellecen con los
hermosos colores de la justicia el sello de nuestros merecimientos y
Sr. Presidente, Sres.; nos rubrican la patente de admisión para el Congreso universal y
permanente de nuestra ciencia.
Bien comprendo, señores, que la contribución con que ahora pago
una parte de mi deuda es insignificante al lado del valor intelectual
y científico, que, sin duda, tienen todas las que aquí se han cum-
plido y seguirán cumpliéndose; pero entiendo que no debo poster-
garme en cuanto al entusiasmo y sinceridad por nuestro adelanta-
miento, y es en este terreno en el único que os demando un puesto y
desde el cual os pido un instante de atención para escuchar el aplauso
frenético y sincero que á mi patriotismo y amor por la ciencia arran-
can vuestra conducta, vuestro compañerismo y vuestra ilustrada
laboriosidad.
Recibidlo, pues, y perdonadme los momentos que os impida dedi-
car mejor vuestra atención.
Trátase, señores, de un caso, por mí calificado, de «Tétanos in-
fantil congénito,» cuya historia os presento en la forma que he podido
recogerla.
1)7 A. R. G., natural de Consolación del Sur, provincia de Pinar
del Rio, de 19 años de edad, casada y de buena constitución, tempe-
ramento linfático-nervioso, de buenas costumbres y posición desaho-
gada, sin antecedentes hereditarios dignos de mención y, como pro-
pios, algunos ligeros catarros puramente estacionales y un flujo vaginal
leucorréico, cuando tenía de once á doce años, apareciendo su mens-
truación á los trece y continuando con toda normalidad, se hizo em-
barazada como á los dos meses de su matrimonio con D. A, P. y A,
A escepción de una ligera inapetencia, algunos vómitos durante
los dos primeros meses de la preñez y poca voluntad para ocuparse
en los quehaceres de su casa, hechos que fueron gradualmente desa-
pareciendo, sintió los primeros movimientos del feto como á los tres
meses y marchó de una manera satisfactoria hasta principios de la se-
gunda quincena del noveno mes, en que, á consecuencia de una falsa
pisada, cayó bruscamente hacia atrás sobre una caja ¡pequeña, que-
dando el cuerpo sostenido por las caderas hasta que vinieron á levan-
tarla por haberle sido imposible hacerlo por sí sola.
Conducida á la cama, le administraron una taza de infusión con-
centrada de tilo con agua de azahar, no sintiendo por el momento
otra cosa que peso al bajo vientre y una oscitación de temor, tal, que
nada podía tranquilizarla. Le repitieron la indicada poción de tilo,
que, á los pocos momentos devolvió por un vómito violento, sin náu-
seas, ni dolor alguno; pero como una hora después de este vómito y
tres próximamente de la calda, el peso inicial al bajo vientre se con-
vierte en dolor y éste se acompaña de otros, que, partiendo de las ca-
deras, convergían al pubis, y, casi á continuación, un movimiento ge- 179
ñeral, como una sacudida interior del feto, desacostumbrada para
ella, que la aterrorizó aún más de lo mucho que ya estaba.
A partir de este momento y, según manifestación de la paciente,
esos movimientos convulsivos fueron repitiéndose cada vez con más
frecuencia é intensidad, al par que y, en consonancia con ellos, se
acentuaban los otros fenómenos iniciales, hasta el punto do que no
pudo distinguir, en los últimos instantes que precedieron al parto,
cual era la causa que más la molestaba.
En estas condiciones y bajo la dirección de una tia de la paciente,
muger que ha tenido muchos hijos, que lleva larga práctica de coma-
drona y, á la que no faltan conocimientos generales, que demuestra
con clara inteligencia en las cuestiones que se le plantean, se verifica
el parto, cuyo mecanismo se operó felizinente con presentación de
vértice y posición occípito anterior, al cual siguió, diez ó doce minutos
después de ligado el cordón, que se hallaba en toda su integridad, la
espulsión de las secundinas.
Terminado de una manera tan feliz el alumbramiento, observa la
comadrona, que la fisonomía del niño presentaba un aspecto estraño
y cierta rigidez en el tronco, que llamó extraordinariamente su aten-
ción, á pesar de lo cual, por acuerdo de la familia, lo iban á bañar en
una palangana con agua tibia y alguna cantidad de alcohol de rosas;
pero no bien hubieron inmergido las nalgas y estremidades inferiores,
es presa el niño de una convulsión violenta, á la que sucede una rigi-
dez intensa del tronco y do los brazos, amoratamicnto del rostro y los
dedos de las manos, que terminó á los pocos segundos con modifica-
ción del color y aparición por las comisuras labiales de una saliva
espumosa en corta cantidad.
Se suspende el baño, enjugan al niño y le colocan la compresa
hendida del cordón, untada de pomada alcanforada y lo dejan cuanto
aprisa pudieron, porque entre tanto la convulsión se repitió con ma-
yor intensidad, acentuándose un calor al tacto que sorprendió á la
asistente y la obligó ya á aconsejar al padre que fuera corriendo á
buscar un médico porque para ella el caso era muy grave.
Fui solicitado y, cual el padre me lo encarecía, acudí sin pérdida
de tiempo.
La impaciencia vulgar de las gentes, que quieren aparecer á los
ojos del médico como adivinadoras ó poco ménos y por lo cual
se disputan el triste privilegio de manifestar sus opiniones sobre
la gravedad del enfermo, me hizo conocer ántes de entrar en la
habitación, que todos en aquella casa creian que el niño había nacido
con el «malo)
No tardé mucho en esperimentar una verdadera sorpresa.
A mi consideración se presentaba un cuadro, sino difícil por su diagnóstico, al menos estimadamente raro, de una singularidad
sorprendente.
Tratábase de un niño bien formado, en completo desarrollo, que,
después de una gestación do nueve meses, menos unos diez ó doce
días, según la cuenta de su madre, rectificada por mí, y que tenia de
nacido unas dos horas, pues el parto se realizó á las nueve y minutos
de la mañana del día 14 de Diciembre del próximo pasado año y
eran las once cuando yo lo examinaba por primera vez, ofrecía una
rigidez marcada y uniforme de la cabeza, cuello y tronco, los brazos
en ligera flexión y rígidos, y las piernas estendidas con igual carácter:
la primera tirada hácia atrás é inmóvil; la frente rugosa en sentido
longitudinal, los párpados entreabiertos, fijos y como estirados por sus
ángulos estemos, que so hallaban rugosos ó plegados hacia las
en forma de abanico; bajo ellos los globos oculares, que se movían en
sentido lateral y cuyas pupilas no pudimos apreciar; la nariz parecía
acortada por la dilatación de sus aberturas y elevación de las alas, ha-
ciéndola puntiforme ó aguzada en su estremidad inferior; los labios,
comprimiéndose fuertemente, parecían unidos por una línea recta en
sus dos tercios medios, descoloridos y ligeramente entreabiertos por
sus comisuras, que aparecían suspendidas por los pómulos, y la bar-
ba, aguzada también, se iba á confundir por abajo con las líneas sa-
lientes y tersas de la sínfisis del mentón con las formadas por el
borde inferior de ámbas porciones del maxilar respectivo.
Una depresión ligera y por debajo do los pómulos, con las eminen-
cias de los músculos maseteros y temporales, que se dibujaban clara-
mente bajo el tegumento estenio y las orejas elevadas, daban á aquel
semblante el aspecto típico de la risa sardónica.
El cuello, curbado en igual sentido y separado totalmente del men-
tón, ostentaba los cordones rígidos de los estemos mastoideos, fuerte-
mente contraidos; los hombros elevados y como arrastrando el pecho
hacia arriba; éste, deprimido á lo largo del esternón, formaba un surco
que se confundía en el vientre con el de los músculos rectos anteriores
del abdomen, duros y rígidos, que, á su vez, parecían arrastrados por
los transversos y oblicuos, dando al conjunto del vientre el aspecto de
un plano incurbado de delante á atrás por sus estremidades; las
estremidades inferiores, según ya hemos manifestado.
La respiración era sumamente frecuente, entrecortada é irregular;
no pudimos contar el número de inspiraciones. El corazón ofrecía una
estremada agitación y se hacía tumultuosa con frecuencia, guardando
el pulso íntima relación con los centros respiratorio y circulatorio.
Al separar el brazo izquierdo para colocar el termómetro, sufrió el
niño una convulsión intensa, seguida de contractura permanente,
marcando por modo muy acentuado la forma opistótonos, por cuyo 181
accidente cambiamos de lugar para el termómetro y se lo colocamos
en el recto, obteniendo á los cinco minutos 40, 8/10 de la máxima fija
de León Bloch.
Examinado por detrás, pudimos apreciar que los trapecios se
hallaban fuertemente contraidos y duros, los omóplatos, por sus án-
gulos inferiores, prominentes y fijos; la colúmna vertebral, totalmente
rígida é incurbada hácia el plano anterior, formando con todo el cuer-
po un arco de concavidad posterior.
La exaltación de los síntomas descritos y la disfagia comprobada,
al par que la invencilidad del trismus, se acompañaron durante nues-
tro exámen de otros dos paroxismos intensos y prolongados, guardan-
do ámbos la tonicidad característica de la forma continente.
Con todo esto y la circunstancia de repetirse dichos paroxismos
nos hubiéramos abstenido de todo ulterior exámen, pues era claro el
sufrimiento de aquella desdichada criatura; pero no quisimos renun-
ciar á la esploración del cordón, ni á la investigación de las fajas, que
en tan malas condiciones se habían aplicado; y aún á riesgo de un
nuevo acceso, como sucedió, realizamos el propósito, observando el
cordón, seccionado por un córte limpio y aún fresco, colocado conve-
nientemente entre una compresa hendida de hilo con su ligadura á
doble nudo y hecha con pavilo poco retorcido.
El niño no había orinado, ni evacuado meconio: una y otra vía,
así como el resto del cuerpo se hallaban bastante cubiertas de sustan-
cia sebácea.
Las fajas, como desgraciada y torpemente se acostumbra, eran dos,
ámbas muy duras por el almidón, que á este fin les ponen en la
inmensa mayoría á los recien nacidos.
Quedábanos aún otra investigación.
Allí se nos aseguró, como ya lo hemos dicho, que el parto se
verificó sin trabajo distócico alguno, y es más, hasta con rara facili-
dad para una primípara; pero había ocurrido un accidente de impor-
tancia y era natural, casi indispensable, que buscáramos en el niño
alguna relación con él.
Nuestro exámen fue infructuoso.
Ni en el cráneo, donde no se hallaban cabalgamiento de sus hue-
sos, ni señal alguna de traumatismo, ni en parte alguna de su cuerpo,
pudimos encontrar nada que justificara nuestras pretensiones.
Un interrogatorio posterior á la comadrona ratificó los anteceden-
tes señalados y nos marchamos sin poder hacer otra cosa que afirmar
la ineficacia de cualquier intento terapéutico, justificando nuestra
inacción con la seguridad de provocar nuevas crisis, que precipitarían
la muerte, á nuestro juicio muy próxima.
Para marcar mejor la duración de esta tan efímera como dolorosa existencia, encargamos al padre nos diera aviso inmediatamente mu-
riera, y lo recibimos unas dos horas más tarde.
Aquí teneis, señores, realizadas en cinco horas de existencia, poco
más ó menos, todas las manifestaciones de un tétanos infantil, sobre el
cual os pasará, como me pasó á mí, al temor de considerarlo, aún
entre las formas más fulminantes, sin otra clasificación que la de
precoz.
En lo que no me aventuro á decir que estaréis conmigo y que
suscribiréis conmigo, es en la clasificación de congénito que yo le asig-
no; más, si he hablar con franqueza, si he de responder una vez de
nuevo á la perpetua pesadilla de mi alma, á esa especie de Javert de
mi conciencia de médico, que espía mi sinceridad y mi honradez, no
os negaré que vengo ante vosotros para que conmigo registréis los
ejemplos de vuestra fecunda práctica y me digáis, si tengo ó no dere-
cho para llamar á este caso, por más de un concepto interesante,
«tétanos infantil congénito;» pues no en vano he registrado textos, perió-
dicos y noticias acerca de este mal desvastador, ni en vano tampoco
he dejado á un lado teorías é hipótesis, que, dado el estado actual de
nuestra ciencia en esta parte do la patología y frente á vuestra ilus-
tración y buen juicio, solo servirán para haceros suponer una pre-
tensión en mí que no merecería más calificativo que de vulgar
pedantería.
Si la teoría infecciosa, que parece ganar más terreno cada día, es
una verdad, en ese caso tenemos que admitir que la infección se reali-
zó en el claustro materno por un mecanismo que escapa á nuestra pe-
netración y á la ciencia actualmente, tanto por el hecho de no ser la
madre una tetánica, como por la imposibilidad de esplicar la vía que
haya podido seguir esa infección, ya en la madre, ya en el mismo
feto, y, así mismo, tenemos clínicamente que admitir que el presente
caso es tipo perfecto de «tétanos congénito».
El Sr. Presidente: Tiene la palabra para argumentar el Dr. Weiss.
El Dr. Weiss: El interesante caso que se acaba de leer debe consi-
derarse como tétanos congénito; pudiéndose, con arreglo á pruebas
que ya tenemos en la ciencia, esplicarlo por la teoría de la infección.
En Alemania se ha demostrado que las oftalmías de los recien-naci-
dos se contraen por la vagina y en los Estados-Unidos se ha demos-
trado también que la introducción de los gérmenes puede llegar hasta
el feto, aún hallándose íntegras las membranas.
En el caso que nos ocupa pudo verificarse la infección por la
vagina, y aún cuando se le haya dado hasta hoy muy poca importan-
cia al fenómeno, debe seguirse con empeño su estudio porque real-
mente tiene mucha.
El Dr. Vila: En las observaciones presentadas sobre el tétanos he 183
observado deficiencias en las curvas térmicas y en las disensiones se
ha descuidado este punto.
El caso de que se trata debe clasificarse de paludismo tetánico más
bien que de tétanos congénito.
El Dr. Plá; No recuerdo ningún caso análogo y es de lamentarse,
por la importancia y significación que encierra, que no se haya hecho
la autopsia, pues habría arrojado alguna luz para el diagnóstico.
El Dr. Gordillo: Considero el caso como de una afección medular,
dependiente de la calda sufrida por la madre.
El Dr. Juan S. Fernández: Recuerda haber dado cuenta en la Aca-
demia de Medicina de vários casos de leucomas córneos contraidos
en el claustro materno, y, de acuerdo con la esplicación dada por el
Dr. Weiss, admite el caso como de tétanos infantil congénito.
El Dr. G. López: Es sensible que la auptósia no se haya practicado,
pues es condición sin la cual no se puede decidir nada en absoluto. Es
probable que el caso en cuestión dependiera de lesiones de la corteza
cerebral, de origen traumático.
Se conocen algunos casos comprobados por la autopsia, de los
cuales Rosenthal cita más de uno.
El Dr. San Martín: Si en el caso de referencia hubo infección, tuvo
que haber incubación y esta sería muy breve. Es un punto muy
oscuro y de difícil esplicación.
El Sr, Presidente: La observación discutida es interesante; pero no
tiene suficiente valor para apoyar ninguna teoría por ser un caso
aislado.
Hubo un golpe fuerte que pudo producir fenómenos centrales que
se tradujeron por formas tetánicas y esto hay que estimarlo prudente-
mente para la decisión del diagnóstico.
El Sr. Presidente: Consumidos los turnos para argumentar, tiene
la palabra el Dr. Saenz Yanez para replicar.
El Dr. Saenz Yanez; El tiempo de que se puede disponer es tan
breve que solo de una manera sintética se puede hacer la réplica.
Me congratulo de la esplicación dada por el Dr. Weiss, por cuanto
que, con su autorizada opinión viene á robustecer el dignóstico para
mí únicamente posible, no habiéndome permitido afirmar, ni negar,
ninguna teoría, porque lo he considerado sumamente difícil.
En cuanto á la manifestación del Dr. Vila, solo me permitiré
llamar su atención acerca de la imposibilidad de presentar curva
tetánica en un caso de tan fugáz existencia, debiendo agregarle que la
temperatura en el tétanos tiene variadas modificaciones, que no son
comparables con las del paludismo.
Al Dr. Santos Fernández reproduzco lo replicado al Dr. Weiss.
En cuanto á la objeción de los Dres. Plá y G. López, que presentan como grave deficiencia para el diagnóstico la falta de autopsia, contes-
taré que, si bien es sensible, no era indispensable para el diagnóstico,
pues las lesiones anátomo-patológicas en el tétanos son tan variables
y algunas veces tan contradictorias que en nada aventajan á la obser-
vación clínica en gran número de casos. Y uniendo á los Dres. Gordi-
-110 y G. López en lo que se refiere al traumatismo, repetiré que no
pude descubrir en el niño señal, ni huella alguna de él, así como
tampoco cabalgamiento de los huesos del cráneo, y, por último, que
las afecciones cerebrales y medulares, que pudieran confundirse con
el tétanos, tienen diferenciaciones clínicas evidentes.
Respecto al Dr. Zayas, ya contestado en parte, agregaré que estoy
de acuerdo en que un caso no puede servir para apoyar ninguna teo-
ría, pero sí para ser esplicado por alguna, como lo han hecho los
Dres. Weiss y J. S. Fernández, toda vez que de algún modo han de
tener esplicación las cosas.
El Sr. Presidente; Agotadas las horas reglamentarias se dá por
terminada la' sesión, y, en cumplimiento del acuerdo tomado, se
convoca el Congreso para el inmediato día á la una de la tarde. QUINTA SESION.
(19 de Enero.—Tarde )
El Dr. Santos Fernández (Vice-presidente) abre la sesión.
El Vice-secretario, Dr. D. J. San Martín, dio lectura al acta de la
anterior, que fue aprobada por unanimidad, después de ligeras rectifi-
caciones de los Dres. Plazaola, Plá, Reyes y Bellver.
Ocupa la Presidencia el Dr. Zayas y concede el uso de la palabra
al Dr. Diago para leer su trabajo:
la heinato-quiluria de los países cálidos.
P parte,—Etiología,
el Dr, Joaquín Diago.
La literatura de la hemato-quiluria es relativamente corta, y si se
tiene en cuenta que la quiluria puede ocurrir bajo el influjo de cir-
cunstancias muy diversas y hasta con distinto cuadro sintomático, y
se recuerda al mismo tiempo que jamás autor alguno ha descrito en
particular ninguna de estas formas, resulta más pobre todavía, toda
vez que los escritos existentes se refieren en conjunto á cuantos estados
patológicos pueden originar esta alteración de la orina.
Bien es verdad que estas diferencias han sido señaladas por los
autores, pero tan solo como cuestiones de importancia secundaria. Por otra parte, como la hemato-quiluria es una afección reconoci-
damente rara, la mayor parte de los médicos, que tienen la ocasión de
observar uno ó varios casos, se apresuran á publicarlos cuanto antes,
empeño, por lo demás, en extremo laudable. Pero resulta que no es
siempre el observador más idóneo el más afortunado, lo cual explica
el por qué se encuentran en la literatura médica relaciones de casos
tan poco minuciosos, que pueden considerarse sin escrúpulo como ca-
sos perdidos para la ciencia, toda vez que en ellos se omite á veces
hasta el análisis de la orina. Hagamos constar, de paso, que la distri-
bución geográfica de la hemato-quiluria es sumamente desfavorable á
su completo estudio.
Nosotros hemos tenido ocasión de observar cierto número de
casos, y como quiera que, teniendo á nuestro cargo la bien montada
sección de Urología del Laboratorio de la Crónica Médico-Quirúrgica
de la Habana, nos hallamos en condiciones escepcionalmente favora-
bles para este estudio, hemos instituido una série de investigaciones,
todavía incompletas, cuyos resultados sometemos hoy á la alta auto-
ridad de este Congreso.
En estas investigaciones hemos tratado:
19 De establecer y fijar las distintas circunstancias etiológicas y
patogenéticas del mal.
29 De averiguar la relación que pueda existir entre las distintas
modalidades etiológicas y las distintas formas clínicas.
39 De precisar la composición de la orina y las alteraciones de la-
sangre, y
49 De comparar sobre el terreno práctico los diversos tratamien-
tos propuestos y determinar su valor terapéutico.
Muy lejos estamos de creer que nuestra tarea se halle concluida;
ni siquiera abrigamos la esperanza de poderla concluir en época más
ó menos lejana. En efecto, las dificultades inherentes á esta clase de
estudios son de todos bien conocidas, sobre todo si se recuerda que la
hemato-quiluria en Cuba ataca con preferencia á las personas de color
y de mala posición, gente inculta y, en general, poco dispuesta á some-
terse á los múltiples exámenes y experiencias propias de toda investi-
gación minuciosa.
Así pues, nos importa sobremanera hacer constar que no pretende-
mos haber resuelto ni uno tan sólo de los árduos problemas que
acompañan al estudio de esta afección; hemos tratado de fijar los
límites de nuestra ignorancia, hemos buscado los puntos oscuros y
dudosos y hácia ellos hemos dirigido nuestras investigaciones. Estas
investigaciones son las que exponemos hoy á título de contribución
modestísima y las exponemos todas, tales como fueron, sin elegirlas
ni entresacarlas y á veces hasta sin comentarlas. 187
No liaremos, por tanto, una relación detallada de la enfermedad y
dejaremos á un lado aquellos puntos ciertos, sobre los cuales no cabe
discusión, para fijarnos sobre todo en los hechos dudosos que nos ha
sido dado investigar.
Hechas las anteriores observaciones, entremos en materia.
ETIOLOGÍA. (1.)
La mayor parte de los autores están de acuerdo en considerar la
hemato-quiluria como una afección parasitaria. Esta teoría, expuesta
por primera vez por Griesinger, (2) fue confirmada más tarde por
Lewis (15) el cual descubrió y describió el hematozoario en cuestión
y propuso para él el nombre de filaría sanguinis hominis, nombre que,
por lo demás, fue umversalmente admitido y es todavía el que sirve
para distinguir este parásito. En razón de su universalidad le admiti-
remos también, pero no sin hacer ántes constar que le juzgamos sobra-
damente impropio, toda vez que ni es el único hematozoario humano,
ni se le encuentra solo en el hombre.
El parásito descrito por Bilharz (3), Griesinger (2), Sonsino (16) y
Ponfick (32), con el nombre de Bilharzia ó distoma hcematohium pue-
de también producir la hemato-quiluria; pero como no nos ha sido
dado observar un solo caso de esta afección, no haremos mención de
ella, creyendo además que dos enfermedades de distinta causa no
deben confundirse en una sola descripción.
La teoría parasitaria de la hemato-quiluria ha encontrado nume-
rosos adversarios: Papin (Thése de Bordeaux 1886.)
Tras una série de bien dirigidas observaciones opone las siguientes
objeciones:
l?1 La filaria puede existir sin quiluria yla quiluria sin filaría.
2? La enfermedad cesa en un clima frío.
3? ¿Cómo explicar la producción simultánea de hematuria y qui-
luria por el mismo parásito?
49 ¿Por qué el parásito no engendra siempre lesiones iguales? y
o? ¿Por qué los efectos varían según las razas?
En el estado actual de nuestros conocimientos, es imposible des-
truir las objeciones de Papín. La primera es tan cierta que se halla
mencionada por casi todos los autores. Siegmund (45) si bien admite
el papel etiológico de la filaria, dice: 1?, que su existencia no es cons-
tante, y 29, que se encuentra en personas que no presentan la hemato-
quiluria. Comby (44) admite una hemato-quiluria parasitaria ó de los
países cálidos y otra no parasitaria que distingue con el nombre de
(1) Los números colocados entre paréntesis después de cada nombre de autor
remiten al lector á la bibliografía colocada al fin del trabajo. Chyluria nostras. Manson (37) ha encontrado la filarla en nueve indi-
viduos que no presentaban apariencia morbosa alguna. Finlay (41) cita
un caso en el cual no se encontró jamás filaría, coincidiendo siempre
la hemato-quiluria con la preñez. Este mismo autor cita cuatro casos
de filariosis sin hematoquiluria. Goetze (51), Wilkeus (57) y Abbé
(34) caso 39, Miss E. H., cita cada uno un caso sin filaría. Ponfick (32)
declara haber buscado en vano la filaría. Gross (58) relata un caso en
un calculoso que jamás presentó filaría.
De nuestra práctica particular podemos citar los siguientes casos:
19 Moreno Alejandro, hemato-quiluria intermitente de larga du-
ración, sin filarla.
29 Morena Juana Brito, hemato-quiluria desde su primer puerpe-
rio, (hace unos 15 años) coincidiendo con las preñeces, sin filaría.
39 D. Antonio Palacios, hemato-quiluria de ocho meses, sangre
examinada en repetidas ocasiones, sin filarla.
49 Morena Salomé, quiluria, sin filaría.
59 Moreno Eustaquio, filariosis, sin síntoma urinario alguno.
Como se vé, hemos tenido ocasión de observar hemato-quilurias y
quilurias sin filariosis y filariosis sin fenómenos urinarios; así pues,
nos parece en extremo fundada la primera objeción de Papín.
No lo es tanto ciertamente la segunda; 19, porque está muy lejos de
ser cierta en absoluto, y 29, porque, dado que lo fuera, en nada se opo-
ne á nuestro juicio á la teoría parasitaria.
No solamente puede la afección subsistir después de un cambio de
clima, sino que se la ha visto empezar en climas fríos y templados.
Abbé (34) en su primer caso dice que empezó en Copenhague. A. Fe-
rrand (40) vio debutar una hemato-quiluria parasitaria, tipo, en París
(caso de L. Anhis); como éstos, pudiéramos citar aún muchos casos,
pero los omitiremos en pro de la brevedad; bástenos decir que no
tenemos experiencia personal alguna en este punto.
Las objeciones 39 y 49 de Papín encierran problemas patológicos
muy dignos de estudio, pero bastante oscuros é indeterminados para
no poderse utilizar como argumentos.
Por lo que toca á la 59 objeción, diremos que las diferencias de
que habla Papín nos parecen tanto más claras, cuanto que admitimos
que la hemato-quiluria puede sobrevenir en el curso de estados pato-
lógicos muy diversos. Estas diferentes fisonomías clínicas, no solo se
observan en diferentes razas, sino hasta en individuos de la misma
raza y condiciones de vida.
La mayor parte de los argumentos, que se han opuesto á la teoría
parasitaria, son parecidos á los de Papín y su análisis detallado sería
en extremo extenso é inútil.
Para juzgar de la cuestión, bástenos pues examinar los argumentos 189
en pró y en contra y ver si de ellos puede deducirse alguna opinión
definitiva.
Los partidarios de la teoría parasitaria no tienen más dato en su
apoyo que la coincidencia del parásito con los síntomas. La frecuencia
de esta coincidencia varía naturalmente según los observadores. Autor
hay que asegura haber encontrado la filaría en todos sus casos. Pon-
fick (32) no la ha encontrado jamás; pero haciendo caso omiso de es-
tas opiniones extremas, vemos que la mayor parte de los autores han
presenciado casos con filaría y casos sin ella. Comby, (44) como ya
hemos dicho, las ha clasificado. Nosotros hemos observado más casos
sin filaría que con ella, á pesar de haber multiplicado los exámenes
de la sangre hasta la saciedad.
Ahora bien; si los partidarios de la teoría parasitaria no aducen
más prueba que la simple coincidencia del parásito y los síntomas, y
los contrarios á esta teoría solo se fundan en la falta de esta misma
coincidencia, ¿qué opinión adoptar?
Dado el enorme incremento que en estos últimos años ha tomado
la teoría parasitaria en general; dada la asombrosa precisión de los
aparatos y métodos modernos y, dada, por último, la severísima lógica
en que se inspiran los sábios que hoy practican investigaciones en es-
te sentido, lógica que, por lo demás, no ha sido efecto de un acuerdo
unánime, sino que, ántes bien, ha sido fatalmente impuesta á los ob-
servadores por el sin número de fracasos, que, con la sarcástica eviden-
cia de los hechos, han venido á deshacer una á una las hermosas teo-
rías cimentadas con demasiada ligereza sobre un vuelo de imaginación
ó una coincidencia pasajera; dadas, repetimos, estas circunstancias,
no es lícito admitir la filaría como causa de la hemato-quiluria.
Para que en el día se admita un parásito como causa de una
enfermedad, ha de reunir las siguientes condiciones:
14 Ha de encontrarse en todos los casos.
2? No ha de hallarse presente en otras enfermedades y mucho
menos en el estado de salud aparente.
3? Inoculado ha de reproducir la enfermedad, y
44 En los casos de enfermedad experimental, se le ha de encontrar
á distancia del punto de inoculación.
Veamos hasta donde llena la filaría este programa.
La I*l y 24 condición han sido ya ámpliamente estudiadas en el cur-
so de este trabajo y creemos haber demostrado hasta la evidencia que
la filaría no se halla presente en todos los casos de hemato-quiluria y
que, por el contrario, puede encontrarse en ausencia de todo síntoma
urinario y aún en el estado de salud aparente.
La 34 condición, (inoculación) si bien ha servido de base á varias
teorías, no ha sido objeto jamás, que nosotros sepamos, de una investi- gación seria. Manson (18) dio á luz la ingeniosa teoría del mosquito;
pero la mayor parte de su trabajo la dedica á estudiar las metamor-
fosis que sufre la filaría en el intestino y los escrementos de dicho
insecto, quedando por tanto, su teoría sin comprobación satisfactoria.
Las aguas potables han sido inculpadas por casi todos los autores:
nosotros nos hemos fijado muy mucho en este detalle sin que nos
haya sido posible obtener deducción alguna, pues si bien hemos ob-
servado la hemato-quiluria en tres personas acostumbradas á consu-
mir aguas de mala calidad, una de ellas no presentaba filarías y las
otras dos habían vivido con otros muchos individuos que consumían
la misma agua, sin que por eso padeciera su salud detrimento alguno.
De estos tres individuos, dos eran tabaqueros y habían habitado largo
tiempo en Key West yel tercero era mecánico á bordo de un barco
de guerra, que se surtía de agua dónde se le presentaba ocasión de
hacerlo, sin reparar en su proveniencia y la almacenaba á veces duran-
te largo tiempo. Este último no presentaba filarías.
Con el objeto de esclarecer en lo posible la cuestión hemos practi-
cado las siguientes experiencias:
L 1 Tomamos tres gotas de sangre de D. Juan Apolonio Valdés,
cuyo caso hemos publicado ya en otro lugar (66) y las mezclamos ín-
timamente con 3 c. c. de agua destilada y esterilizada.—-De dicha
mezcla inyectamos 1. c c. bajo la piel de un curiel, 1 c. c. bajo la piel
de un conejo y 1 c. c. en la cavidad peritoneal do otro conejo.—La
sangre de este enfermo presentaba 2 á 3 filarías por preparación y en
su orina se encontraban vivas y por término medio 1 por preparación.
Las inoculaciones las practicamos de noche, hora en que parecían ser
más abundantes las filarías, pues en este individuo se hallaban pre-
sentes á todas horas. El resultado fue en absoluto negativo, por más
que tuvimos los animales en observación más de dos meses, al
cabo de cuyo tiempo los sacrificamos sin que en la autopsia notára-
mos nada digno de mención.
2J Tomamos de este mismo paciente bastante cantidad de sangre
para teñir de rojo subido 10 c. c. de agua destilada y esterilizada, de
cuya cantidad hicimos ingerir 5 c. c. á un curiel y el resto á un conejo.
El resultado de esta experiencia fue igualmente negativo.
Para poder juzgar de estas experiencias es importante saber que
tanto el curiel como el conejo, pueden presentar la hemato-quiluria y
que la ¡presencia de hematozoarios en su sangre no es rara. Goetze (51)
hace mención de quince conejos quiluricos: nosotros hemos publicado
el hecho (66) de un curiel que presentó quiluria después de la inyec-
ción intravenosa de 1 c. c. de leche de vaca; últimamente hemos visto
un curiel cuya orina se hizo quilosa en el curso de una pintadillo, ex-
perimental. 191
También nos ha sido dado observar la presencia de hematozoarios,
parecidos á la filarla, en enrieles, pollos y ratones blancos.
Con el objeto de averiguar si la sangre de los bematoquilúricos
contenía algún schyzomyceto, hemos practicado siembras en gelatina y
agar-agar con la sangre de todos nuestros pacientes que se prestaron á
ello. Nuestra técnica ha sido la siguiente: lavado con agua y jabón,
lavado con sublimado al 1 por 1000, lavado con alcohol, 29 lavado con
sublimado, lavado con el éter, punción con lanceta flameada y siem-
bra por el proceder habitual. Todas las siembras resultaron estériles,
salvo una que se infectó con el micrococcus descrito por el Dr. Finlay
con el nombre de Tetragenus febris flavae.
Así pues, hemos llegado á la conclusión de que la sangre de los he-
mcdo-quilnricos no contiene schyzomycetos.
Estas investigaciones también las hemos llevado á cabo en la ori-
na; nuestra técnica ha sido por demás sencilla: hacíamos sostener al
enfermo, mientras orinaba, una gran campana de cristal sobre el chorro
para impedir la posible caida de los gérmenes aéreos, y sembrábamos
tubos numerados desde el principio hasta el fin de la micción; inva-
riablemente germinaban el 19 ó los dos primeros, quedando estéril
el resto; cuando despreciábamos las primeras porciones de orina, que-
daban estériles todos los tubos; quedando así demostrado que la orina
de los hemato-quilúricos se halla Übre de schyzomycetos.
Debemos hacer constar que la ausencia de microbios en la orina
fué comprobada por Wilkeus (57) ántes que por nosotros.
Una vez en posesión de estos datos no vacilamos en sostener:
19 Que la filarla no produce necesariamente la hemato-quiluria.
29 Que la hemato-quiluria no es siempre producida por la filarla.
39 Que no hay base científica suficiente para conceder ála filaría
un papel etiológico importante.
Réstanos ahora preguntarnos si la filarla puede por sí sola produ-
cir alguna vez la hemato-quiluria.
No nos es posible contestar esta pregunta, pero consignaremos que
datos positivos no tenemos ninguno, mientras que negativos tenemos
nuestras ya relatadas inoculaciones.
Cierto número de autores admiten la hemato-quiluria como sín-
toma ó complicación de otra enfermedad; esta opinión se halla apo-
yada por un número de hechos y observaciones bastante considerable.
Goetze (56) la cree dependiente de una lesión hepática, si bien admite
que también puede ser traumática ó parasitaria. Schreube, (59) fun-
dándose en un buen número de hechos, admite, como causa inmediata
de la hemato-quiluria, la obstrucción ó estrechamiento del gran canal
torácico y repleción subsecuente de todo el sistema linfático. Boyd
(60) opina de igual manera, así como también Grimm, (61) el cual insiste en el parecido de la grasa de las orinas quilosas con la grasa
alimenticia. Crevaux (14) considera predispuestos á los sujetos linfá-
ticos. Nativel (50) indica como causa predisponente un ataque ante'
rior de paludismo. Wucherer (9) inculpa al riñón, fundándose en el
hecho de haber encontrado en la orina cilindros y moldes de cana-
lículos, opinión que ha sido combatida por Siegmund (45) (pie no
cree que la orina sea escretada por el riñón tal cual se elimina, pues
de ser así es imposible que siendo tan rica en albúmina, grasa y gló-
bulos, no determine la ruptura y supuración del glomérulo; además,
le ha sido imposible encontrar los elementos renales de que habla
Wucherer. Yandyke Cárter (4) admite una mezcla de la linfa y la
orina en un punto cualquiera entre la pelvis renal y la uretra.
Por nuestra parte hemos tenido ocasión de observar vários de los
factores etiológicos arriba mencionados; citaremos:
19 Al moreno Alejandro, cocinero, como de 50 años de edad;—es
atacado do un violentísimo cólico hepático que dura doce horas, al
cabo do las cuales desaparece, presentándose entonces por primera
vez la hemato-quilnria. Al exámen presenta este enfermo un ligero
aumento de volúmen en el hígado. La hemato-quilnria desapareció
tras un régimen tónico y no ha vuelto á presentarse desde su prr
mera aparición, (1885) por más qne, desde esa época hasta el dia, haya
sufrido dos ataques más do cólico hepático de menor intensidad que
el primero. Este enfermo no presenta filarías.
2? D. Juan Arciega, hemato-quilnria intermitente, de 18 años de
duración, edema de las piernas, filariosis, no ha sentido jamás do-
lores en la región hepática; en cambio los siente bastante fuertes en
los riñones; el examen físico no revela nada anormal.
39 D. Antonio Palacios, 26 años, hemato-quilnria de ocho meses,
sin filaría, región hepática normal; dolores renales ligeros, emaciación-
49 D. Juan Apolonio Valdés, 26 años, hemato-quilnria intermi-
tente, cefalalgia, dolor renal vago, filariosis, región hepática normal.
59 Morena Juana Brito, hemato-quilúrica, coincidiendo con los
embarazos, sin filiaría, constipación, dolores vulvares.
En presencia de estos casos, analicemos someramente las opiniones
de los autores.
La opinión de Goetze, que, como ya hemos dicho, cree la hemato-
quiluria dependiente de una lesión hepática, nos parece muy digna
de tenerse en cuenta, pues la suma de hechos que indican por lo mé-
nos una relación bastante frecuente, es ya considerable. Nuestro pri-
mer caso es bastante significativo, si bien disminuye un tanto su valor
el hecho de haberse presentado posteriormente el cólico hepático sin
ser seguido de quiluria.
La teoría de Wucherer (riñón) nos parece menos fundada, pues, si 193
bien es verdad que en casi todos los casos se presenta dolor renal, más
ó menos graduado, bien pudiera ser que este dolor no tuviera su pun-
to de partida en el riñón mismo, sino que radicara en el uréter ó en
los tejidos peri-renales, sitio probablemente predilecto de las várices
linfáticas. Por otra parte, nosotros, al igual de Siegmund, no hemos
podido comprobar una sola vez la presencia de elementos figurados
del riñon en la orina de los hemato-quilúricos, y creemos con él que
los casos de Wucherer se hallaban atacados de alguna afección renal
preexistente. En este punto es necesario proceder con gran precisión,
pues bien conocido es de todos los observadores el hecho de que una
orina purulenta puede con mucha facilidad ser tomada por quilosa,
á poco que el exámen sea incompleto. Nosotros hemos examinado
dos orinas; la primera remitida por nuestro distinguido maestro el
Dr. Raimundo de Castro y la segunda por nuestro ilustrado amigo y
compañero el Dr. Manuel Moreno, que hubieran pasado fácilmente
por quilosas á juzgar por su aspecto lechoso rosáceo; ni aún por un
reposo prolongado recuperaban su transparencia; sin embargo, ámbas
orinas, convenientemente filtradas, se hicieron perfectamente límpidas;
el exámen microscópico solo demostró la presencia de leucocitos en
notable proporción y alguno que otro glóbulo rojo.
El caso del Dr. Moreno era el de un individuo que presentaba una
afección hepática, cuyo hecho podía contribuir á aumentar la con-
fusión.
La teoría linfática es quizás la más universalmente admitida, pero,
como fácilmente se comprende, no es una teoría etiológica sino pato-
genética, toda vez que tiende á poner en claro el mecanismo del paso
de las materias grasas y la sangre ála orina. Tan cierto es esto que
Schreube (59) y Boyd (60) admiten como causa de la hemato-quiluria
la obstrucción parasitaria del gran canal torácico. De igual manera
opina gran número de partidarios de la teoría parasitaria, por más
que esta creencia no haya sido aun comprobada satisfactoriamente.
Las alteraciones más ó ménos profundas del sistema linfático son
los únicos hechos constantes qne hasta hoy se han encontrado en laB
pocas autopsias que se han practicado.
Nosotros no hemos tenido ocasión de practicar autopsias de he-
mato-quilúricos, pero vista la constancia de las lesiones linfáticas, esta-
mos dispuestos á admitir como el hecho patogenético, si no constante?
al ménos más frecuente, el estrechamiento ú obstrucción del gran
canal torácico ú otro vaso linfático cualquiera.
De más está decir que dentro de la teoría linfática caben todas las
modalidades etiológicas, inclusa la parasitaria.
Mucho más tendríamos aún que decir, pero no queremos abusar
de la benévola paciencia de nuestros oyentes. Así pues, terminaremos este capítulo, repitiendo que en el estado actual de la ciencia no tene-
mos datos suficientes para explicarnos la etiología y patogenia de la
hemato-quiluria y proponiendo provisionalmente la siguiente división
de las hemato-quilurias, fundada sobre la insegura base de las hipó-
tesis y sin otro objeto que facilitar el estudio.
En esta división hemos admitido todas las teorías por más que no
se hallen comprobadas.
Sería de desear que los observadores al estudiar sus casos, se con-
formaran á ésta ó cualquiera otra clasificación, con el objeto de meto-
dizar el estudio.
He aquí nuestra división:
Compresión por tumo-
res, útero, etc.
Traumática.
Parasitaria primitiva ó
por obstrucción.
. Intestinal.
Mecánicas
Linfáticas
No mecánicas...
Parasitaria secundaria,
ó por la formación de
fístulas linfáticas.
Qmlúrias
De causa cono-
cida
Experimental (inyec-
ción intravenosa de
grasas ó leche).
No linfáticas
Hepática.
Renal.
Indeterminadas.
El Dr. Finlay: Está de acuerdo con el Dr. Diago. En un trabajo
que presentó hace algunos años á la Academia de Ciencias, afirmó la
frecuencia de la filarla en la mayor parte de los enfermos de hemato-
quilúria. En diez casos que ha tenido, ha podido observarla en ocho,
descartando desde luego aquellos que so relacionaban con la preñez ó
enfermedades anteriores. La producción de la filariosis, que á su
juicio no tiene que ver nada con el clima, puede esplicarse por la
ruptura de várices linfáticas en el trayecto de la orina.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr, Finlay para, argumentar.
El Dr. Semprun: Cree que el Dr. Diago ha omitido datos anam-
nésticos; no indica, por ejemplo, la influencia del alcohol. Cita el
hecho de un soldado alcoholista, dispéptico, en quien observó el
distoma hoematohium y pregunta si no pueden haber tenido influencia
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Semprun. 195
sobre el origen de esa liernatoquiluria, la esteatósis hepática ó la pre-
sencia de fermentos pancreáticos en la sangre.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Forns
El Dr. Forns (de Mariana©): Solo ha encontrado dos veces la filarla
en doce casos de hemato-quiluria. La mayor parte de ellos pertenecían
al sexo femenino, y ninguna era alcoholista. Es partidario de la teoría
que supone la enfermedad de origen linfático, y los mejores tratamien-
tos son aquellos que poseen una acción electiva sobre este sistema,
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Moreno de la Torre.
El Dr. Moreno de la Torre: Piensa que á falta de una teoría cierta,
no debe admitirse otra por más racional que parezca. No hay más que
dos estreñios: la verdad ó el error. Las clasificaciones provisionales
que no están bien basadas, no pueden aceptarse.
El Sr. Presidente; Tiene la palabra el Dr. Plá.
El Dr. Plá: Ha observado la hemato-quiluria, coincidiendo con un
fibroma uterino, en dos señoras y desea saber si las afecciones uterinas
juegan algún papel en la producción de dicha enfermedad.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Mestre.
El Dr. Mestre: Manifiesta que el caso citado por el Dr. Diago, de
filariosis sin hemato-quiluria no tiene un valor científico. Los autores
citan ejemplos de aparición tardía de esa enfermedad, en los cuales se
presentó tres veces la filariosis ántes de comprobarse los fenómenos
de la hemato-quiluria. Tal vez la observación ha sido insuficiente ó
no ha tenido en cuenta el Dr. Diago ciertos datos de historia natural.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Méndez.
El Dr. Méndez (de Cárdenas): Cita el caso de una mujer en que se
presentaba la hemato-quiluria cada vez que entraba en gestación y
otro en que curó la enfermedad al curarse una afección uterina.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Gordillo.
El Dr. Gordillo: Menciona el hecho de una histérica, que sufría un
ataque de hemato-quiluria pasagero con motivo de cualquier afección
moral. Describe también otro caso de forma intermitente: la hemato-
quiluria desaparecía por la noche, se presentaba de nuevo por la ma-
ñana y volvía á desaparecer con los movimientos de locomoción. Este
enfermo curó completamente después de haber hecho una larga jor-
nada á pié.
El Dr. Diago: Contesta al Dr. Finlay, que como no se ha hecho
estadística, no puede afirmarse la frecuencia que señala. Al Dr. Sem-
prun, que por observaciones recientemente verificadas, cree que la
grasa de la orina reconoce una procedencia alimenticia. Al Dr. More-
no, que en su clasificación ha dado cabida á todas las hipótesis, pero
que no acepta ninguna de estas como norma del tratamiento. Agrade-
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Diago para replicar. ce las observaciones de los Dres. Plá y Méndez sobre la coincidencia
de la hemato-quiluria y algunas afecciones uterinas, cuya influencia
etiológica es innegable. Al Dr. Mestre, manifestó que había vuelto á
ver el enfermo de la fllariosis y no le había encontrado, desde hace un
año, fenómenos urinarios. Al Dr. Gordillo, que dadas las circunstan-
cias en que se produjo el fenómeno y tratándose de una histérica, no
estaba dispuesto á aceptar los hechos relatados.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Diago para leer su
trabajo:
la hemato-quiluria de los países cálidos.
21 parte,—Sintomatologle,
el Dr. Joaquín Diago.
Como quiera que jamás nos ha sido dado practicar una autopsia
de hemato-quiluria, seremos sumamente breves en este capítulo y
haremos caso omiso de cuantas hipótesis se han sustentado sin la de-
bida comprobación. En los escritos que hemos recorrido solo hemos
encontrado la relación de cuatro autopsias de hemato-quiluria. Dare-
mos una corta exposición de ellas.
P1 autopsia.—Ponfick (32). Todas las lesiones apreciables residían
en los linfáticos. El diámetro del gran canal torácico era igual al de
un dedo. Los vasos linfáticos abdominales se hallaban sumamente
distendidos y llenos de una materia roja azulosa. Igual tinte se obser-
vaba en los gánglios linfáticos abdominales. Los ríñones presentaban
inflamación hemorrágica.
2? autopsia.—Stephen Mackenzie (39). Este observador acompaña
su relación de un grabado en el cual se ven los vasos linfáticos abdo-
minales y el gran canal torácico sumamente distendidos. El gran ca-
nal torácico se hallaba obliterado á doce centímetros por encima del
diafragma, perdiéndose en una masa inflamatoria; con todo, su extre-
mo superior estaba permeable.
3? autopsia.—Havelberg (45). Unica autopsia en que se halla com-
probada la existencia de las fístulas linfáticas. En este caso se vio un
grueso tumor linfático que comunicaba por una parte con la vejiga y
por otra con los quilíferos abdominales.
4? autopsia.—Murata (62). Vasos linfáticos sumamente distendi-
dos. En el riñón derecho se encontraron degenerados los glomérulos y
los canalículos.
Como se vé, el único hecho constante en todas las autopsias ha
sido la repleción y distensión del sistema linfático y del gran canal 197
torácico. En una de las autopsias se encontró una fístula linfática. En
otra se observó la obliteración inflamatoria del gran canal torácico.
Ninguno de los autores mencionados habla de obstrucción pa-
rasitaria.
SÍNTOMAS Y MARCHA.
La existencia de pródromos en la hemato-quiluria ha sido mencio-
nada por muchos autores. Pero si se examinan detenidamente sus
descripciones, pronto se echa de ver que los hechos que citan no pue-
den, en conciencia, ser aceptados como tales pródromos. Goetze (51),
por ejemplo, cita como pródromo la hístero-cpilepsia; A. Ferrand
(40), habla de dolores de cabeza un año ántes (caso de L. Anhis),
cólicos y diarrea sanguinolenta; Crevaux (14) ha visto la enfermedad
empezar con náuseas y vómitos.
Así pues, los fenómenos que generalmente se citan como pródro-
mos no son sino el conjunto de manifestaciones de una afección
preexistente, de la cual viene á ser la hemato-quiluria un síntoma?
complicación ó resultado más ó menos directo y más ó menos expli-
cable. En efecto, no nos parece propio llamar pródromo á un ataque
de hístero-epilépsia ó sarampión, á dolores de cabeza ocurridos un
año ántes del principio de la enfermedad, al embarazo etc. etc. Más
acertado sería preguntarnos si la enfermedad puede ocurrir por sí
sola y ser protopática.
La mayor parte de los casos citados ó referidos por los autores, han
tenido lugar en personas que habían padecido, poco tiempo ántes del
principio de los síntomas urinarios, alguna otra afección; esta afección
ha sido las más de las veces hepática; bueno será hacer constar que
las lesiones hepáticas comprobadas parecen ser más frecuentes en los
casos de Bilharzia hcernatobia, que en los de Filaría sanguinis y los de
hemato-quiluria no parasitaria. El célebre caso de Mine. S., referido
por Cfautrelet (49), fue de Bilharzia, y este autor no hace para nada men-
ción de la orina. Parécenos lógico suponer que dicho producto excre-
menticio no presentaba modificación alguna digna de mención, pues
de lo contrario, seguros estamos de que dicho inteligente observador
no lo hubiera pasado por alto.
En este caso la enferma llegó á expulsar un fragmento de tejido
propio del hígado, que pesaba 0 gr. 174, en el cual se encontraron
numerosos huevos de Bilharzia.
Por nuestra parte, siempre hemos observado la hemato-quiluria
después de otras manifestaciones patológicas más ó menos acentuadas;
citaremos algunos casos:
19 D. Antonio Palacios, la hemato-quiluria apareció tras largos
desórdenes digestivos y un trabajo material exagerado. 29 D. Juan Apolonio Valdés, desórdenes digestivos desde niño,
paludismo, hemato-quiluria y filariosis.
39 Moreno Alejandro, hernia escrotal, paludismo, violentísimo
cólico hepático, hemato-quiluria.
49 Morena Salomé, desórdenes menstruales, paludismo, reuma-
tismo crónico, quiluria.
59 Morena Juana Brito, hemato-quiluria tras un parto muy difícil
y coincidiendo luego con casi todos sus embarazos.
69 D. Juan Arciega, reumatismo y paludismo, lesión valvular,
edema de las extremidades, hemato-quiluria y filariosis.
79 D 9 M. M., fibroma uterino y hemato-quiluria.
89 D 9 M. J., ataque de hístero-epilepsia y hemato-quiluria.
En estas dos últimas no fue posible practicar el examen do la
sangre.
Nunca hemos tenido ocasión de observar el debut de una hemato-
quiluria; pero de las relaciones de los autores y de los enfermos se
desprende que el principio es brusco. A veces el enfermo se sorprende
del singular aspecto de su orina; otras un coágulo impide ó dificulta
la micción y otras en fin, y esto es más frecuente en las mujeres, el
paciente puede ignorar por cierto tiempo el estado de su orina; hemos
visto un caso de quiluria intermitente en una morena, la cual ignoró
durante algún tiempo, que su orina presentase modificación alguna, y
aún en el momento de acudir á nosotros atribuía el color blanco á la
mezcla de su orina con un finjo vaginal que padecía habitualmente:
este error se explica por el hecho de que la quiluria se presentaba tan
solo por la mañana y jamás se formaron coágulos intravesicales.
Una vez comenzada la afección, puede adoptar un carácter conti-
nuo ó intermitente; lo segundo es más frecuente.
Las intermitencias en la hemato-quiluria han llamado la atención
de casi todos los observadores. Wilkens (57) dice que la orina de la
mañana por lo general es clara; Uabershon (33) señala la influencia
de las comidas y asegura que la orina es más clara en ayunas. A. Fc-
rrand (40) observó (caso de L. Anhis) que las orinas se hacían lactes-
centes y sanguinolentas sobre todo en la segunda mitad de la noche y
la mañana. Finlay (41) ha comprobado también esas intermitencias. Se-
nator ha visto un caso en el cual la quiluria aparecía durante la noche.
Aparte de las intermitencias observadas por los autores dentro de las
veinte .y cuatro horas y que por lo general guardan cierta periodici-
dad, existen otras que se llevan á cabo á intervalos mucho más largos.
Murata (62) ha observado intermitencias hasta de un año. En el caso
de A. Ferrand (40) desaparecieron los síntomas urinarios durante seis
meses. Nuestro ilustrado amigo, el Dr. Enrique Morado (de Marianao)
ha tenido la bondad de facilitarnos la historia de una enferma en la 199
cual la aparición de la liemato-quiluria ha coincidido siempre con la
estación propia de las frutas acidas. El Dr. Héctor (do Guanabacoa)
(65) refiere el caso de una intermitencia que duró cinco años. Finlay
(41) cita su caso de coincidencia con los embarazos. Nosotros hemos
observado todas las clases de intermitencias; á saber:
Intermitencias periódicas: orinas lactescentes sólo durante la no-
che; sólo por la mañana; sólo por la tarde; á todas horas menos por la
mañana; á todas horas monos por la tarde y sólo durante el embarazo.
Intermitencias no periódicas: intermitencias de tres días, de dos
meses, do un año, de cuatro años, de cinco años y de diez y ocho años.
Hemos observado también casos con intermitencias no periódicas
y que presentaban una marcada periodicidad durante los períodos do
hemato-quiluria.
¿Cómo podemos explicarnos estas intermitencias periodicidades?
Habershon (33) lo atribuye á las comidas; esta opinión nos parece
en extremo infundada. Eggel (10) afirma que la posición horizontal
hace desaparecer la apariencia lechosa de la orina; este hecho ha sido
negado por Brieger en un trabajo que no nos ha sido posible exami-
nar, así es que no sabemos en qué razones se funda. Nosotros jamás
hemos podido hacer desaparecer la hemato-quiluria por el cambio de
posiciones, ni por el reposo prolongado en una posición determinada.
Algunos autores han querido relacionar las intermitencias en las
modificaciones do la orina, con la periodicidad de la aparición de la
filarla en la sangre. Nuestra experiencia personal se halla muy lejos
de confirmar esta ingeniosa teoría; en efecto: hemos observado un caso
sin filarla (morena Salomé) en el cual solo se presentaba la quiluria
por la mañana. Otro (Yaldés) que presentaba filarla á todas horas y
la orinado la mañana era normal. Solo hemos observado coincidencia
de horas en los síntomas urinarios y la aparición de la filaría en dos
casos, y aprovechamos esta rara ocasión para ensayar una medicación
antiperiódica, á cuyo fin administramos en distintas ocasiones, dos
gramos de sulfato do quinina en una sola dosis, ocho, diez, doce, ca-
torce y diez y seis horas antes del ataque. De paso diremos que á pe-
sar de este tratamiento, la hemato-quiluria reapareció á la hora de
costumbre y las filarlas continuaron impasibles.
Aparte de las alteraciones en la orina, se han descrito en la hema-
to-quiluria toda una serie de síntomas concomitantes. Estos síntomas
pueden relacionarse á veces con las manifestaciones urinarias; otras,
en cambio, parecen ser completamente independientes.
Si como creemos, es cierto que la hemato-quiluria jamás es proto-
pática, resulta poco menos que imposible trazarle un cuadro sintomá-
tico propio. No podemos, en efecto, resolver de una manera segura si
tal ó cual síntoma es dependiente directamente de la hemato-quiluria ó de la afección primitiva preexistente. Esta dificultad se hace en ex-
tremo patente al recorrer las descripciones de los autores. Abbé (34)
por ejemplo, dice que sólo se presentan trastornos generales cuando la
afección ha persistido por largo tiempo, en cuyo caso aparecen dolo-
res lumbares, neuralgias y síntomas análogos á los de la diabetes.
Crevaux (14) habla de náuseas y vómitos. En el caso de Héctor (65)
no había más sufrimientos que los morales. Nosotros hemos observa-
do un caso con anorexia casi absoluta y Crevaux declara que el ape-
tito por lo general se haya aumentado. A. Ferrand (40) vió su caso
comenzar con cólicos violentos y diarrea sanguinolenta. Díckinson
(18) ha visto sobrevenir un estado caquéctico en los casos de larga
duración.
De las descripciones de los autores antes citados y otros muchos
que no hemos mencionado, deseando ser en lo posible breves, parece
deducirse que lo más frecuente es que la hemato-quiluria origine al
principio pocos trastornos ó que no los origine en absoluto presentán-
dose éstos más ó menos acentuados en los casos de larga duración.
Nosotros no hemos observado un solo caso que no se acompañara
desde el primer momento de síntomas más ó menos notables. Bien es
verdad que estamos muy lejos do poder afirmar que estos síntomas
fueran directamente dependientes del estado de la orina.
En los casos que hemos podido observar, el apetito se hallaba
abolido, disminuido, normal ó exagerado; la sed era normal ó exagera-
da; la constipación ora la regla; el dolor hepático se hallaba presente á
veces; el renal casi constantemente, sobre todo del lado derecho; dolo-
res reumáticos en tres casos; pérdida ó disminución de las fuerzas en
casi todos; cefalalgia en dos casos; edema de las extremidades inferio-
res en dos; dolor vulvar considerable en uno; cólico hepático violento
en uno; desórdenes menstruales en dos; soplos cardiacos en dos (uno
de ellos con lesión valvular bien caracterizada); gánglios inguinales
aumentados de volumen en uno; numerosos infartos en distintas par-
tes del cuerpo en dos, y un picor casi continuo en los miembros
inferiores y el escroto en uno.
Como se vé por la anterior exposición los síntomas son en extremo
variables; no nos detendremos, por tanto, á hacer de ellos una relación
más minuciosa y entraremos en el estudio de una serie de alteraciones
mucho más importantes, cuyo conocimiento es de la más imprescin-
dible necesidad; nos referimos á las alteraciones de la sangre y de la
orina.
Sangre. Las modificaciones anatómicas de la sangre en la hema-
to-quiluria han sido estudiadas por un gran número de observadores.
Wilkens (57) que nos da una descripción detallada de las alteraciones
que ha podido comprobar cita ante todo el aumento del número de 201
los glóbulos blancos y la disminución del de los rojos; describe luego
ciertas masas de fibrina y un sin número de globulillos al parecer
grasosos. Abbé, (34) en el trabajo que tantas veces hemos citado ya,
publica una lámina que parece ser esquemática, pero que hemos que-
rido citar porque reproduce exactamente lo que hemos visto en todos
nuestros casos de filariosis; en esta lámina se ven, á más de cinco fila-
rias, unos cuantos glóbulos de sangre agrupados en pila. Esta es, en
efecto, su disposición habitual y si bien los glóbulos en el estado nor-
mal tienden á agruparse en pila, hecho que ha sido objeto de várias
publicaciones, nosotros hemos podido comprobar que en los filariosos
esta tendencia se halla aumentada. Las alteraciones que refiere Wil-
kens (57) nos parecen tener una importancia menor qne la que él pa-
rece concederle. En efecto, la hematología normal encierra todavía
problemas bastante oscuros para poderse pronunciar con seguridad
acerca de la significación de tal ó cual fenómeno observado. Por lo
demás, la presencia en la sangre, de granulaciones, globulillos ó cor-
púsculos, al parecer, grasosos, ha sido señalada por muchos autores
como hecho fisiológico, sobre todo en los momentos de la digestión.
Nosotros liemos hecho en distintas ocasiones el conteo en los gló-
bulos; también lo ha practicado en uno do nuestros enfermos el
Dr. Morado, cuya pericia en esta materia es de todos bien conocida;
ni nuestro ilustrado compañero ni nosotros hemos podido comprobar
alteración alguna en el número de glóbulos blancos ni en los rojos.
un enfermo (Valdés) de constitución sumamente pobre, presentó una
disminución en el número de glóbulos rojos y 7, 5 por 100 de hemo-
globina (al hemocromómetro de Malassez) pero no damos importancia
al hecho, toda vez que este individuo presentaba desórdenes intestina-
les, gran emanciación y empobrecimiento casi desde su niñez, al paso
que su hemato-quiluria sólo databa de ocho meses.
A más de las alteraciones anatómicas, presenta la sangre otra
particularidad digna del más detenido estudio; nos referimos á la pre-
sencia en ella de los distintos hematozoarios que han sido casi univer-
salmente considerados como la causa de la hemato-quiluria.
Vários autores han intentado establecer la identidad de la Bilhar-
zia y la Filaría, añadiendo que tan sólo difieren en tamaño; no hemos
visto jamás una Bilharzia; pero podemos asegurar que si son ciertas
las descripciones que de ellas se publican, no hay tal identidad. Por
lo pronto, hemos de confesar que no hemos podido comprobar ningu-
no de los delicadísimos detalles de extructura que encontramos en
ciertas relaciones y nos complacemos en decir que Grimm, (61) en su
notable artículo declara que tampoco las ha podido encontrar. El
Dr. Finlay (41) usando un aumento de 1,800 diámetros, pudo distin-
guir una estriación en el cuerpo del parásito. Asegura también este observador que ha comprobado la existencia de una boca, que le pare-
ció ser una ventosa retráctil que servía para coger los hematíes; ha obser-
vado también un tubo intestinal lleno de materia granulosa «además
de las granulaciones brillantes que aparecen siempre en el cuerpo de la
filaría,» y una abertura ovalada cerca de la cola que supone ser el ano-
Nosotros en nuestras investigaciones hemos usado diversos aumen-
tos: desde 60 diámetros para buscar el parásito hasta 2,250 inmers.
homog. y 3,500 secos para estudiar los detalles; nos hemos valido á
veces del condensador Abbé, provisto de diafragmas apropiados y he-
mos empleado, tanto la iluminación axial, como la oblicua con distin-
tas inclinaciones; el microscopio que hemos empleado ha sido el gran
modelo número 1 de Zeiss (do Jena), provisto de los nuevos objetivos
de este constructor llamados apocromáticos y de los oculares compensa-
dores números 2 al 18 inclusive. Hemos estudiado la filaría viva, muerta,
de noche, de día, en la sangre y en la orina, y aún hemos ensayado vá-
rios procederes de coloración. Todo ha sido inútil; á pesar de todas es-
tas precauciones, no hemos conseguido ver ni boca, ni ano, ni intestino,
ni hendidura genital; hemos visto tan sólo,y esto invariablemente, un
pequeño lumbricóide en extremo móvil y tal cual se vé en la lámina
de Abbé (34).
En las preparaciones recientes, la filaría se halla dotada de un
movimiento bastante vivo, pero por lo general bastante regular; este
movimiento se lleva á cabo encorvando el parásito una de sus extre-
midades (siempre la misma) y cruzándola sobre su cuerpo hasta for-
mar un círculo; la continuación de este movimiento hace avanzar el
círculo hasta la extremidad opuesta y desaparecer; estos movimientos
pueden á veces llevarse á cabo de una manera tan regular que pare-
cen rítmicos; en las preparaciones menos recientes, los movimientos
se hallan dificultados por el acúmulo de glóbulos al rededor de la
filaría, y quedan reducidos á simples ondulaciones, cada vez menos
frecuentes.
No llegaremos hasta negar en absoluto la existencia de órganos en
la filarla; pero se nos antoja que viva y en movimiento se presta su-
mamente poco á ser estudiada en detalle y que una vez que ha muer-
to rodeada de glóbulos, granulaciones, mallas de fibrina y detritus
globulares, debo ser poco menos que imposible determinar si tal ó
cual detalle, más ó menos aparente, se halla realmente en su cuerpo
óes el resultado de‘la agrupación más ó menos caprichosa de las
materias en que se halla sumergida.
Orina. La orina de los hemato-quilúricos ha sido objeto de nu-
merosas investigaciones y publicaciones. No entraremos aquí en un
estudio minucioso de su composición cuantitativa, materia acerca de
la cual hemos publicado recientemente un trabajo (66). Analizaremos 203
tan sólo algunos detalles de interés, que en parte hemos tratado en el
citado trabajo, y subsanaremos un error que sostenemos en él.
19 Color de la orina quilosa.—Como todos sabemos, la orina quilosa
es por lo general blanca, ligeramente rosada ó color de chocolate,
según se halle mezclada con mayor ó menor cantidad de sangre.
Las más de las veces, la orina quilosa es completamente opaca;
escepcionalmente es lactecente, translúcida ú opalina.
¿A qué es debida la opacidad de la orina quilosa? La inmensa
mayoría de los autores opina que esta opacidad es el resultado de la
presencia de una cantidad variable de grasa libre emulsionada ó fina-
mente dividida. Con todo, esta opinión ha sido puesta en duda por
unos pocos observadores, que han comprobado que una vez separada
la grasa por medio del éter, no siempre recobra su transparencia nor-
mal. Bizozzero y Fircket (48) atribuyen el fenómeno á la presencia de
un número tal de micro-organismos que enturbian el líquido res-
tante, pero nosotros hemos demostrado en nuestro ya citado trabajo,
que esta opinión es errónea. Ultimamente hemos observado una orina
en la cual la adición de éter, sólo producía una transparencia muy
imperfecta, por más que el análisis bacteriológico demostró que se
hallaba en absoluto, libre de gérmenes.
Carré (53) admite la existencia de una cubierta albuminosa que
protege al glóbulo de grasa, opinión que no podemos admitir: 19, por-
que no reposa sobre base sólida alguna y 29, porque hemos visto el
fenómeno producirse en una orina quilosa que no contenía albúmina.
A más de las experiencias que hemos publicado en Marzo próximo
pasado, (66) hemos practicado recientemente la siguiente: hemos ex-
traído por el proceder Kletzinsky (1), toda la grasa contenida en 100
c. c. do orina quilosa y la hemos mezclado con 100 c. c. de orina per-
fectamente normal; la grasa so dividió completamente, pero la orina
apenas perdió en transparencia; una gota de esta mezcla examinada
al microscopio, revelaba innumerables globulillos de grasa finamente
dividida; al cabo de veinte y cuatro horas, toda la grasa se había
separado y sobrenadaba.
Ahora bien: la orina quilosa, muy á menudo no tiene estos corpús-
culos y filtrada cuidadosamente por ocho ó diez papeles, queda libre
de todo elemento figurado sin (pie por eso disminuya en lo más mí-
nimo su opacidad. ¿Es posible admitir en buena lógica, que una orina
en estas condiciones contiene grasa libre?; por otra parte, ¿es posible
que la grasa sin combinarse ni disolverse se divida hasta el extremo
de que con los mejores objetivos de inmersión homogénea y un au-
mento de más de 2.000 diámetros no se perciba ni la más ligera pul-
verulencia?; no lo creemos y dudamos que existan argumentos serios
que apoyen esta creencia. Nosotros hemos buscado esta pulverulencia granulosa con toda
paciencia y buena voluntad; con el objeto de educar nuestra vista á
la apreciación de los detalles más delicados nos hemos ejercitado
durante cierto tiempo en el estudio de las Diatomeis y aún cuando he-
mos llegado á resolver con facilidad los problemáticos trazados é im-
presiones del Pleurosigma Angulatum, el Surirella Gemma y el Amphi-
pleura pellucida, no hemos conseguido distinguir la grasa de las orinas
antedichas.
Estas razones y otras más, (pie hemos expuesto en nuestra «Con-
tribución al estudio de las orinas grasas» (66) nos indujeron á pen-
sar en la saponificación. Cuando publicamos nuestro primer tra-
bajo, creimos ser los primeros en señalar la saponificación de las
grasas en la orina, si bien tuvimos la precaución de no decirlo; más
tarde hemos tenido ocasión de felicitarnos por esta reserva; en efecto,
Kletzinsky (1) autor, nada menos que del primer artículo que exis-
te en la literatura médica sobre la hemato-quiluria, si bien no dice
que la grasa se halla saponificada, expone un método para dosificarla
aún cuando se halle saponificada. Bouchut (26) tampoco dice que se
halla saponificada, pero declara que en la parte superior del vaso, la
orina no presenta glóbulo de grasa alguno, y que sólo se perciben
cuando se somete este producto excrementicio á la acción combinada
del ácido acético y del calor. Por último, Goetze (51) dice que la grasa
puede hallarse en la orina perfectamente disuelta.
Nosotros creemos haber demostrado que las orinas quilosas pue-
den hallarse privadas de grasa libre y que la simple adición de grasa
á una orina normal, no le comunica aspecto quilos.o; de ésto sería muy
aventurado concluir que las orinas quilosas deben su aspecto á la
grasa saponificada, pero esta opinión cuenta con las siguientes razones
y experiencias en su apoyo:
12 La grasa libre no es la que comunica su aspecto ála orina qui-
losa.
22 En las orinas quilosas, que no contienen grasa libre, la acidifi-
cación la joone en estado de libertad.
32 La grasa no saponificada es insoluble en el agua, al paso que
la saponificada es soluble.
42 Las soluciones acuosas de jabón se comportan, en presencia de
los reactivos, lo mismo que la orina quilosa.
52 Las orinas quilosas, que agotadas por el éter no se aclaran ¡ror
completo, recobran su transparencia normal al ser agotadas por el
cloroformo.
62 Las orinas que contienen grasa libre, la abandonan por com-
pleto al ser filtradas, aún cuando la grasa se halle en el estado do más
perfecta emulsión; este resultado es constante aún cuando sean albu- miñosas; en cambio, las orinas quilosas no recobran su transparencia
por filtración.
77 Es completamente imposible comunicar á una orina el aspec-
to de las quilosas por la simple adición de grasa; si se acompaña la
grasa de un cuerpo cualquiera de los que favorece la emulsión, se
obtiene la apariencia lechosa, pero de una manera en extremo tran-
sitoria.
87 Las orinas mezcladas con un jabón preparado con grasas ali-
menticias ó con la grasa extraída de una orina quilosa, adquieren una
opacidad, que, si bien no es tan completa como en la hematoquiluria,
persiste después de la más delicada filtración.
97 En una mezcla fuertemente agitada de 15 c. c. de orina nor-
mal y dos gotas de aceite de olivas, la adición de varias gotas de
legía concentrada de sosa ó de potasa, determina instantáneamente el
más completo aspecto quiloso.
Estas experiencias pueden llevarse á cabo con aceite de olivas, de
hígado de bacalao, de ballena y con manteca de puerco recién prepa-
rada; la manteca de puerco, importada en latas, suele, á causa de sus
impurezas, enmascarar los resultados; las experiencias llevadas á ca-
bo con la manteca de leche fundida, dan resultados extraordinaria-
mente claros: los aceites secantes no producen buenos resultados.
29 Origen de la grasa de la orina.—La mayor parte de los autores
cree que la grasa de las orinas quilosas proviene en su totalidad de
los alimentos; esta opinión descansa sobre un gran número de teorías
é hipótesis en extremo verosímiles; nosotros la aceptamos á reserva
de modificarla tan pronto como aparezca en la ciencia siquiera sea
un sólo hecho que parezca demostrar que su procedencia es otra. No
expondremos ni una sola de estas teorías, por no permitirlo la índole
de este trabajo y reasumiremos en pocas palabras, los hechos que
hemos podido recoger; á aquellos á quienes estas teorías interesen
más particularmente, les recomendamos la lectura de los trabajos de
Schreube (59) y Boyd (60).
El único hecho de verdadero valor que se ha invocado es la seme-
janza de la grasa extraída de las orinas quilosas con la grasa alimenti-
cia; esta semejanza ha sido señalada por Grimm (61) y comprobada
por nosotros hasta la saciedad; en efecto, la grasa que hemos extraído
de las orinas quilosas, ha sido por lo general sólida ó semisólida á la
temperatura ordinaria, grumosa, poco homogénea y amarillenta; en
estas grasas existen por lo menos dos cuerpos de distinta temperatu-
ra de fusión; así vemos en las materias abandonadas por el éter, gru-
mos ó masas perfectamente sólidas ó pastosas, cuya superficie es
irregular; estas masas se funden á una temperatura de 45°—50° c.; al
lado de estas masas encontramos otra sustancia líquida á la tempera- tura ambiente y que puede obtenerse por expresión de las masas grüj
mosas; el punto de fusión de esta sustancia se halla entre 15° y 20°
c. y su aspecto es en todo igual al del aceite común de olivas; dichas
materias grasas presentan un color amarillo verdoso y aún á veces
hasta ligeramente moreno; después de un buen número de observa-
ciones, hemos podido comprobar que el color de la grasa es tanto más
oscuro, cuanto más cargada de sangre está la orina; así pues, las
grasas obtenidas eñ casos de quiluria, ofrecen Una coloración menos
subida que las obtenidas en casos de hemato-quiluria. Todas estas
grasas manchan el papel de la manera más característica.
De la anterior exposición creemos lógico deducir sin aventurarnos
mucho, que es en extremo probable que las grasas de las orinas lecho-
sas, no son otras que las grasas alimenticias y que si con los alimentos
se ingieren distintas clases de materias grasas, también pueden elimi-
narse por la orina; con todo, consideramos que esta cuestión se halla
muy lejos de estar resuelta de una manera definitiva y que sólo pue-
de resolverse sobre el terreno experimental; cosa que, por lo demás,
no parece presentar teóricamente y a priori, grandes dificultades; á
este fin hemos instituido una serie de experiencias cuyos resultados
esperamos poder publicar á la mayor brevedad.
39 Acción del cloroformo sobre las orinas grasas. - En el mes de
Marzo del año próximo pasado, leimos ante la Sociedad de Estudios
Clínicos y publicamos más tarde (66) un trabajo que cerramos con
geis conclusiones, de las cuales, la quinta reza así:
«59 Que él éter disuelve la grasa de la orina quilosa y el cloroformo la
emulsiona poniéndola antes en libertad cuando se Judia saponificada.»
Diez meses han pasado y en este espacio de tiempo hemos podido
reconocer lo que hoy nos felicitamos de ser el primero en publicar;
esto es> que dicha conclusión es falsa; es falsa porque el cloroformo, sí
disuelve la grasa de las orinas quilosas; es falsa porque si bien es ver-
dad qüe el cloroformo separa de estas orinas una sustancia qUe seme-
ja tan perfectamente macro y microscópicamente una emulsión que
ha engañado por su aspecto á más de un compañero á quien la hemos
mostrado, esta sustancia no es grasa; y es falsa, por último, porque di-
cho fenómeno se produce, no sólo con las orinas quilosas, sino con
otras muchas, siempre patológicas, bajo el influjo de circunstancias
que no son del caso, ni nos es dado por el momento señalar.
Roux (54), tomo 39, página 59, dice: que una orina quilosa tratada
por el cloroformo se separa al cabo de cierto tiempo en cuatro capas, á
saber: 19 de orina pura; 29 de aspecto cremoso, grasa; 39 un coágulo
moreno y 49 ó inferior, de albúmina coagulada. Como se vé, el ilus-
trado colega nos precedió en el error.
Nosotros jamás hemos visto la orina tratada en estas condiciones separarse en cuatro capas; la S1! capa de que habla Roux es discuti-
ble, pero la 4? es inverosímil, toda vez que el cloroformo no coagula, ni
tan siquiera precipita la albúmina, cuyo hecho hemos publicado y
puesto de relieve, demostrando por medio de dosificaciones sucesivas
que la orina que sobrenada contiene toda la albúmina que proporcio-
nalmente le corresponde. En nuestras experiencias hemos visto siem-
pre la mezcla de orina y cloroformo separarse en dos capas: la 1? ó
superior, de orina clara y límpida, y la inferior cremosa, semejando
una emulsión y de un color blanco más ó menos rojizo. Esta capa es
sumamente complexa; en ella se hallan las materias grasas y de ella
pueden fácilmente extraerse, pero no se hallan en estado de emulsión;
la sustancia emulsionada, si cabe la palabra, es el cloroformo mismo;
y aún cuando la palabra emulsión sólo se ha usado para las grasas, el
aspecto de esta capa simula tan perfectamente una emulsión, tanto á
simple vista como con el auxilio del microscopio, que no hemos podi-
do resistir al deseo de conservarle el nombre. El cloroformo emulsiona-
do ó finamente dividido, contiene la grasa en perfecta solución. Bajo
el influjo de un calor suave, esta emulsión se separa; decantado enton-
ces el cloroformo y evaporado á sequedad, abandona las materias gra-
sas; la parte semisólida restante se halla en parte compuesta de glóbu-
los rojos y blancos, elementos celulares, fibrina y algunas materias
cristalinas; contiene además, una sustancia amorfa, orgánica y soluble
en el agua destilada que no hemos podido aún identificar y que, por
sus caracteres generales, parece ser análoga á la que puede obtenerse
tratando de igual manera á la mayor parte de las orinas, una vez que
ha comenzado la fermentación.
Una vez que por medio del éter se han separado las grasas, sin que
por eso hayan recobrado las orinas su transparencia primitiva, el clo-
roformo separa estos cuerpos en forma de emulsión, quedando entonces
límpida la orina.
TRATAMIENTO.
He aquí el capítulo de más importancia práctica en la historia de
toda enfermedad. Desgraciadamente en la afección que nos ocupa, el
capítulo más importante, es quizás el más pobre; en efecto, el estudio
del tratamiento de la hemato-quiluria se encuentra lleno de dificulta-
des; no es ciertamente la menor, la imposibilidad en que se halla el
práctico de diagnosticar la curación; y decimos «diagnosticar» porque
no solo cabe un diagnóstico, sino hasta un diagnóstico diferencial, por
lo general imposible, entre la curación y la intermitencia: de aquí que
no pueda con seguridad recomendarse tal ó cual medicamento aún
cuando su administración haya sido seguida de la desaparición de
los síntomas. Nosotros no podemos, dada la índole de nuestro trabajo, hacer un
estudio, ni tan siquiera una simple mención, de todos los medicamen-
tos ensayados, propuestos ó recomendados para combatir esta afec-
ción; forzoso sería para ello recorrer entero el Codex. Por otra parte,
los pocos enfermos que hemos podido examinar y someter á la inves-
tigación con toda libertad, si bien han sido suficientes para instituir
algunas experiencias y observaciones, por lo que toca á la etiología y
sintomatología, constituyen, tratándose de terapéutica, un número
del todo insignificante. Así pues, nos contentaremos con reasumir en
pocas palabras, nuestra embrionaria experiencia en la materia.
El tratamiento que mejor resultado ha dado en nuestras manos ha
sido el tónico y reconstituyente; los ferruginosos y la buena alimenta-
ción han bastado en un caso para hacer desaparecer los síntomas uri-
narios al parecer de una manera permanente, toda vez que el enfermo
cuenta ya cuatro años de curado (?)
Hemos ensayado también la hidroterapia; en general, el efecto ha
sido bueno; en dos casos desaparecieron los síntomas urinarios á los
pocos días de haberse instituido el tratamiento.
Nuestro amigo é ilustrado compañero el Dr. Zayas y Alfonso nos
ha recomendado vivamente el ácido benzoico, que en sus manos ha
dado resultados en extremo satisfactorios. Del ensayo, hasta ahora
incompleto, á que hemos sometido esta medicación no podemos ha-
cer deducción importante alguna, pero nuestras pruebas hasta ahora
han sido poco favorables, toda vez que de siete enfermos en quienes
probamos el medicamento, sólo en dos se aclararon las orinas; en uno
de ellos reapareció la apariencia lechosa al cabo de cuatro días; en el
otro la mejoría parece ser permanente, pero en este caso, se emplearon
al mismo tiempo, el ácido benzoico, los tónicos y la hidroterapia.
Igualmente poco favorable ha sido el resultado con los demás com-
puestos benzoados, tales como el benzoato de litina, recomendado por
Lagrave (55, pág. 1,092) etc. etc.
El empleo de la quinina en los casos de intermitencia periódica
ha sido también infructuoso en nuestras manos.
El aceite de hígado de bacalao, no ha sido, que nosotros sepamos,
ensayado en el tratamiento de esta enfermedad. En el curso de nues-
tras experiencias hemos presenciado un hecho que creemos digno de
mención; con el objeto de cerciorarnos de que la grasa de la orina
proviene de los alimentos, administramos á nn enfermo cien gramos
diarios de aceite de hígado de bacalao de Hogg, materia grasa que
escogimos entre otras por ser fácilmente reconocible por sus propiechr
des físico-químicas. Al día siguiente de sustituido este método, desa-
pareció la hemato-quiluria. No creemos que este hecho tenga impor-
tancia suficiente para basar en él deducción alguna, pero creemos que es lógico ensayar este medicamento en algunos casos más; por nuestra
parte, así lo haremos tan pronto como se nos presente la ocasión.
Mucho más tendríamos aún que decir, pero ya hemos abusado
bastante de la paciencia de nuestro auditorio; así pues, terminaremos
haciendo presente al Congreso nuestra gratitud más viva por la bené-
vola atención que nos ha dispensado.
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62 Murata.—Centralblatt für klinische medicin.—Mayo 28 1888
63 Yamane.—Centralblatt für klinische medicin 1888
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65 Héctor.—Hemato-quiluria de los países cálidos. Revista
de Ciencias Médicas.—Febrero 5 1889
66 Diago.—Contribución al estudio de las orinas grasas.—Cró-
nica Médico-Quirúrgica de la Habana.—Marzo 1889
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Finlay.
El Dr. Finlay: Insiste en sns anteriores consideraciones y afirma
que, descartando las hemato-quilnrias del embarazo ú otros estados en
qüe suele presentarse, las primitivas dan un 80 por 100 de filariosis-
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Delfín.
El Dr. Delfín: Dijo que no se esplicaba como en la orina quilosa
estuviese la grasa saponificada y emulsionada al mismo tiempo, sien-
do así que esta última era recogida por el éter.
El Sr, Presidente; Tiene la palabra el Dr. Semprun.
El Dr. Semprun: Se extraña de que el Dr. Diago no haya hecho
mención del alcoholismo. Recuerda el caso que describió en la ante-
rior discusión, en el cual existía una cirrosis que curó, haciendo la
hemato-quiluria el papel de fenómeno crítico.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Casuso.
El Dr. Casuso: cree que la influencia que puedan tener las infec-
ciones externas sobre la génesis de la hemato quiluria, sería insig-
nificante. En su práctica de especialista, sólo ha observado dos casos
auténticos y estima que la compresión que se señala durante el peno- do de gestación, está lejos de explicar su origen. La atribuye más bien
á las modificaciones generales que imprime el embarazo sobre todo el
organismo.
El Dr. Diago; contesta al Dr. Finlay que no es posible hacer esta-
dísticas con casos escogidos. A los Dres. Semprun y Casuso, que no
ha podido hacer un estudio de todos los puntos etiológicos, porque
entonces sería interminable su trabajo; y al Dr. Delfín, que hay orinas
que ofrecen la grasa bajo esos dos aspectos y otras no: que el éter re-
coge la grasa de la manera que se halla, dejando libre el álcali.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Diago para replicar.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. García Rijo para leer su
trabajo:
Apuntes clínicos sobre el envenenamiento por la leche en los niños
recien-nacidos y fiebres de la primera infancia.
Por el Dr. Rudesindo García Rijo (de Sancti-Spiiitu).
Desde hace próximamente 7 años, mi atención se ha fijado en
algunos accidentes que suele acarrear en los niños recién-nacidos el
uso de la leche de vaca. Váidas veces he hablado sobre el particular
con algunos de mis compañeros, tanto aquí como en la Habana, y,
quizás no me ocuparía hoy del asunto á no ser la frecuencia con que
viene ocupándose la prensa habanera de las intoxicaciones por la
leche. Por otra parte, al apreciar dichos fenómenos de intoxicación,
veo que la atención se fija casi exclusivamente en dos factores y omite
un tercero. Búscase generalmente la causa, sea en las adulteraciones
fraudulentas del líquido ingerido, sea en la falta de limpieza de las
vasijas en que se deposita, sea en otras alteraciones ó fermentaciones
accidentales de la leche empleada; pero no veo que se hable de un
tercer factor que, á mi juicio, es, por lo menos, en algunos casos,
un factor esencialísimo: me refiero á la idiosincrásia del sujeto mis
mo que ha ingurgitado el líquido. En efecto, de la leche puede
decirse lo que de cualquier otro alimento, á saber; que hay estómagos
que la soportan y digieren mejor que otros; si hay dispepsias que
se curan con leche, en cambio, hay estómagos é intestinos que, es-
tando buenos, se enferman con el uso de la leche y que, estando enfer-
mos, toleran mejor y sanan más fácilmente con el uso de otro alimento,
hasta sólido á veces, con tal que no sea la leche. Adviértase que soy
gran partidario, hasta fanático, si cabe semejante expresión en asunto
de esta índole, que soy, repito, gran partidario del uso terapéutico de
la leche; y digo que soy partidario fanático, porque, en los casos en que la considero indicada, me valgo de todos los medios posibles para
hacerla aceptar, sea por el estómago, sea por el paladar del enfermo,
habiendo podido observar que individuos hay, que la soportan me-
jor cruda que cocida, fresca que caliente, sola que adicionada con
otras sustancias y vice-versa. Y, sin embargo, con algunos enfermos he
tropezado, relativamente raros en verdad, en los que, tras múltiples es-
fuerzos por hacerles tolerar la leche, he tenido al fin que renunciar al
régimen que creía indispensable.
Viene á mi memoria en estos momentos el caso de un disentérico
crónico, al que tuve que permitir el uso de féculas y de carne de ave,
con cuyo régimen alimenticio sanó al fin tan definitivamente, que no
ha tenido más novedad desde hace unos 4 á 5 años.
Otra advertencia debo hacer. Bajo el punto de vista del aprovi-
sionamiento de leche, estamos aquí en condiciones diametralmente
opuestas á la Habana; allá es artículo caro y que tiene gran demanda;
aquí, por el contrario, es artículo barato y cuya producción supera con
excesiva demasía al consumo; allá se hace difícil conseguir leche pu-
ra, aún pagándola á alto precio; aquí el que no la consigue excelente
es porque no quiere. Por lo tanto, tan natural es que allá se haga difí-
cil el ponerse á cubierto de las sofisticaciones, como fácil es acá el
precaverse contra las adulteraciones.
Observación I.—La primera enfermita, que me hizo pensar sobre
el tema de que me estoy ocupando, fué una niña de pocas semanas de
nacida, Zoila C., cuya madre contrajo el sarampión, motivo por el
cual se hizo necesario aislar la niña y quitarle el pecho de la madre.
Acudióse á la leche de vaca: intolerancia; á la leche de yegua, á la de
chiva etc., sin resultado, hasta que se le puso una criandera. Además
de los fenómenos dispépticos, se presentó un estado febril, que recor-
daba el cuadro de una fiebre infecciosa.
Cerca de dos años más tarde, en Mayo de 1884, pude observar con
más detención otro caso que puede citarse como tipo.
Observación II.—Mario C. M., nació el 21 de Marzo de 1884. Se
conservó sano hasta el 9 de Mayo de 1884, en cuya fecha lo vacuné
con virus tomado del brazo de su hermana Angelina. En cada pierna
le hice dos inoculaciones.
El niño venía alimentándose con el pecho de la madre y con leche
de vaca. La hermanita, de la que se tomó el virus, estaba en perfecto
estado de salud.
A los dos días de vacunado principiaron á presentársele vómitos y
diarreas, habiendo notado la madre ó creído notar á veces, algún ca-
lorcito febril. El 14 de Mayo me llamó la familia; el niño estaba api-
rético en el momento en que le vi; vientre meteorizado, vomitaba
cuanto tomaba, especialmente la leche de vaca, la que ántes de la en- fermedad era bien soportada. Las vacunas estaban logradas todas
cuatro; pero las vesículas aún pequeñas, con trazas de inflamación.
Suprimí la leche de vaca; leche de pecho esclusivamente, agua de
arroz, agua de cal y canela, enemas de agua de almidón primero y
laudanizados después. El niño mejoró con el régimen que precede.
Las vacunas siguieron desarrollándose sin gran entorpecimiento. La
inflamación y la fiebre fueron mu)r moderadas.
En la mañana del 24 de Mayo vuelvo á verlo por haber estado
mal el niño la víspera. Recomendé el mismo tratamiento y por la no-
che, al pasar, me informé que el niño seguía mejor y que no se le
había notado movimiento febril.
El 26 de Mayo le volví á ver. Confiada la madre en la mejoría del
niño, había vuelto a darle leche de vaca. Reaparición de la diarrea y
los vómitos. En el medio día se amodorró y la familia alarmada se
decidió á bautizarlo precipitadamente. Vomita cada vez que se le hace
tomar algo; diarreas sumamente líquidas. Orines disminuidos. No
hay convulsiones. Tendencia comatosa. Pulso frecuente. Temperatura
rectal 38° 6. Ni gritos, ni agitación, ni tensión exagerada de las fonta-
nelas, ni parálisis de los miembros.
Quinina intus et extra. Suprímese la leche de vaca. Leche de
pecho etc.
—27 de Mayo. Temp. matinal 38° 3. En la noche idem.
El niño parece estar algo despejado. La diarrea ha sido mejor. Ha
tolerado la quinina: 0, 30 centígrs. en 24 horas.
—2B Mayo. Temp. M. 38° 5. N. 38° 7. En la noche de hoy lo
encuentro algo inquieto. Orines algo escasos. En la tarde, según me re-
fieren, ha estado muy amodorrado. Teniendo que salir al campo dejo
recomendado al Dr. Mencía que me vigilo al enfermito durante mi
corta ausencia.
—3O Mayo. Durante mi ausencia el niño volvió á amodorrarse y
caer en el mismo estado que el 28. La familia alarmada llamó al
Dr. Mencía, el que le encontró la piel fría y le aplicó una inyección
hipodérmica de quinina, la que le hizo gritar mucho.
La temperatura ayer de mañana era 38° 7, ayer noche 38° 5; hoy
á las 5 h. de la tarde, cuando le vio Mencía, la temperatura era de
87° 6. Hoy á las 8 h. de la mañana le vi, mi termómetro marcaba 38° 5.
Continuar con la quinina al interior y al exterior.
—EI 31 de Mayo lo ha pasado bien. La orina aún escasa.
—-El 19 de Junio á las 4h.de la tarde le acomete de nuevo la crisis
de sopor etc.; pero le principia más tarde y le dura ménos.
—EI 3de Junio, más atenuada aún la crisis, dura ménos tiempo y
le principia á las 4 h. de la tarde, acompañándose de frialdad y de
sudores. —EI 4de Junio no tuvo novedad. El niño sigue sometido ála
quinina: 0, 40 centígrs., repartidos en las 24 horas (por la boca) y 0, 15
centígrs., en lavativas.
La poca estabilidad de las nodrizas hace que la'familia, viendo el
niño bien, pruebe, en distintas ocasiones, volver al uso de la leche de
vaca, á largos intervalos y á pequeñísimas dosis. Cada ensayo es se-
guido de análogos accidentes. Acudióse á la leche condensada, á la
leche de yegua vanamente. El niño se crió con revalenta primero y
después con maizena.
El niño sigue á pecho.
Debo advertir que se probó primero acudir á la leche de una
misma vaca, escogida; que se acudió después á otra vaca y des-
pués á otra de menos y de más tiempo de parida, que la hermanita y
la familia toda tomaron, sin novedad, de la misma leche que hacía
daño al enfermito; y por último, que de los 5 ensayos que se hicieron
cuando el niño se restableció, tres fueron hechos en la población y dos
en el campo, á dónde la familia había trasladado su residencia des-
pués de restablecido el niño.
Este niño, que cuenta hoy 5 años de edad, conserva avdersión á la
leche; pero no le ocasiona ya hoy los accidentes que anteriormente le
producía. Por dos veces, una de ellas el año antepasado y la otra en
Julio del año pasado, durante la epidemia de fiebre amarilla, que
reinó aquí, tuve que asistirlo con motivo de una fiebrecita remitente
acompañada de epistaxis, de náuseas y de vómitos y diarreas sangui-
nolentas, de la que sanó.
De un trabajo que publiqué sobre el uso de la antifebrina en
la Crónica Médico-Quirúrgica, año 1887 y página 708, entresaco la
siguiente nota clínica.
Observación 111.—«Caso sumamente curioso. Niño de unos 6
meses. Diarrea crónica y muguet, debidos, al parecer, al uso precoz de
la leche de vaca. Aparición brusca de un estado que no presencié por
encontrarme en el campo. Por la relación que me hizo el Dr. Calzada
y por lo que presencié á los tres días de enfermedad, juzgo que se tra-
tó de una congestión pulmonar, ligada á un estado febril. Cuando le
vi, existía un estado cerebral de depresión, bronquitis, fiebre muy
moderada é intermitencia en dichas manifestaciones cerebrales. Mu-
cha diarrea. Aconsejé la quinina, tintura de iodo sobre el cuero cabe-
lludo, supresión de la leche de vaca, nodriza. Dichas indicaciones no
pudieron llenarse sino en parte. No se encontró nodriza, la quinina
no se pudo emplear sino en fricciones. El niño mejoró, sin embargo,
salvo la diarrea, que persistió más abundante unos días que otros.
Después de unos 12 ó 15 días de mejoría, fiebre más franca que ante-
riormente, con intermitencias y fenómenos cerebrales de agitación y depresión. Insisto en la medicación anterior, agrego el bismuto, veji-
gatorios, etc. La mejoría fué más lenta, pero se consiguió al fin que
volviera el niño á su estado anterior: diarrea moderada, estado general
satisfactorio. Debo agregar que en ese segundo período de la enferme-
dad conseguí al fin nodriza. Al cabo de unos 12 días, estando yo en
la Habana, volvió el niño á recaer en el mismo estado que anterior-
mente, aumentando la diarrea, acentuándose la depresión y la dema-
cración, negándose á tomar el pecho. Cuando le vi á mi regreso, me
asocié al Dr. Calzada, que me suplió durante mi ausencia. La fiebre
más acentuada que nunca; intermitencias muy marcadas. Diarreas
abundantísimas y sumamente fétidas, rebeldes á todo tratamiento; la
fiebre, rebelde también á la quinina. Hice encargar á la Habana la
cotoina; la que nunca llegó á emplearse porque principié por lo que
tenía en ese momento á mi alcance; principié por la antifebrina en pa-
pelillos de 0, 04 centigramos, ocho papelillos en las 24 horas; conseguí que
sudara; la orina, que estaba ligeramente escasa, aumentó; la fiebre dis-
minuyó y los accesos se retrasaban; pero la diarrea persistía abundan-
te y fétida. Demacración considerable. Pensando en la auto-infección
de las diarreas fétidas, ensayé el tratamiento de Dujardin Beaumetz,
esto es, el sulfuro de carbono; la fetidez de la diarrea fué disminuyen-
do lentamente, se suprimió el sulfuro de carbono; pero la antifebrina,.
que no se había suspendido, se continuó por espacio de unos-15 días, dis-
minuyendo la dosis. La mejoría se fué acentuando gradualmente.
Hace unas dos semanas que está dado de alta.»
A lo dicho en la nota que antecede, puedo agregar hoy, que este
enfermito se ha restablecido al fin, después de una larga convalecencia
y se encuentra hoy en perfecto estado de salud, habiendo conservado,
como consecuencia probable de su enfermedad, un color fuertemente
pigmentado de la piel, que resalta de un modo muy notable en presen-
cia de sus cinco hermanos.
Citaremos otro caso más, que redactamos con los apuntes que me
han sido facilitados por mi amigo y compañero el Ldo. Salas.
Observación IV.—El 8 de Enero de 1888 fué llamado D. Indalecio
Salas para asistir una niña como de cuatro meses de edad, (la hija de
D. Genaro M.), que, procedente del Ingenio San José, había sido trasla-
dada á esta ciudad y llevaba cuatro días de fiebre; encontró que la pa-
ciente, de temperamento linfático, presentaba una organización empo-
brecida, dependiente, además de su dolencia de actualidad, de haber
carecido desde su nacimiento de la lactancia materna, así como de una
apropiada nodriza.
Fiebre alta, timpanitis; ha tenido vómitos en días anteriores, gritos
agudos en ciertas horas, pero sin periodicidad marcada: dispusimos
fricciones con una disolución de quinina en alcohol, vomitivo de ipe- cacuana, purgantes oleosos, linimento de trementina laudanizado al
vientre; cocimiento blanco con láudano y tintura de quina por cucha-
raditas. En alternativas de avance y retroceso, siguió la enfermedad
durante 5 6 6 días, desarrollándose tal gravedad el 14, que pedí una
consulta con otros compañeros, concurriendo á ella los Doctores
Cuervo Serrano, García Rijo y Calzada en la noche de ese día 14,
en cuya consulta y, prescindiendo de algunas pequeñas divergencias
relativas al diagnóstico, manifestó García Rijo que llamaba la atención de
sus compañeros sobre ciertos casos muy parecidos al de la enfermita que
veíamos en aquel momento y en cuya patogenia había tenido ocasión de ob-
servar que la leche de vaca solía ser un factor importantísimo, recomendan-
do al médico de cabecera no echase en olvido, si la niña sobrevivía, la si-
guiente recomendación, en la que debía, á su juicio, hacer fuerte hincapié con
la familia, ¿i saber: que aún cuando la niña llegase á encontrarse del todo
repuesta, no se acordasen de darle leche de vaca en mucho tiempo, muchos
meses, ni siquiera en mínima cantidad, pues el más leve ensayo la expon-
dría á la reaparición de los mismos accidentes.
El estado que presentaba la niña, en cuanto á su aspecto general,
era el de una meningitis: párpados ligeramente entreabiertos y dejando
ver las escleróticas, estrabismos etc. Quinina, calomelano, vejigatorios
á las piernas, tintura de yodo á la cabeza.
Un mes entero se pasó entre la vida y la muerte; diferentes nodri.
zas concurrieron á sostener aquel endeble organismo, que parecía no
poder admitir, como elemento para su sostenimiento, la leche de vaca?
ni la de cabra. Por tres veces se probó con dicho alimento y cada en-
sayo fué seguido de fenómenos gástricos perniciosos. Se echó mano de
la leche de yegua, con cuyo uso la enfermedad fué cediendo, la conva-
lecencia, afirmándose, y la niña, restableciéndose sin los accidentes
arriba descritos.
Restablecida ya de un todo la niña, trasladóse la familia á su resi-
dencia habitual en el puerto de Túnas. Un día del mes de Mayo, no
encontrándose de momento leche de yegua y cansada ya la niña de
los caldos y otros alimentos prescritos, probó nuevamente la madre el
dar á su hija una corta porción de leche de vaca, reapareciendo con
tal motivo los vómitos, fiebre bastante alta con inquietud. Llama-
do precipitadamente por la familia, hice evacuar el tubo digestivo, pri-
mero con un vomitivo y después con un purgante. Poción de quinina
con tintura de quina y reiteré el consejo de no volver á usar la leche
de vaca, empleándose, á falta de leche de yegua, la leche condensada.
La niña se restableció y no ha vuelto á tener más novedad.
Las relaciones clínicas que anteceden, á las que podríamos agre-
gar una larga lista de casos análogos, me han hecho adquirir la con-
vicción de que la ingestión de la leche de vaca suele ocasionar en los niños reciennacidos accidentes tóxicos, comparables en sus ma-
nifestaciones á los de diversas fiebres infecciosas, fiebres frecuentes en
los niños, tan frecuentes como mal interpretadas, puesto que la mayor
parte de los médicos desconocen dicha etiología, la que por otra parte
tampoco he visto señalada en los pocos autores que he podido consul-
tar sobre enfermedades de la primera infancia.
Dado el brevísimo tiempo que las circunstancias me imponen para
redactar estos someros apuntes, no me es posible entrar en muchos de-
talles, debiendo, por lo tanto, limitarme á consignar á vuela pluma al-
gunas deducciones que he podido sacar.
Hay niños reciennacidos que no pueden soportar la leche de
vaca por más esfuerzos que se hagan y por muy buena que sea la ca-
lidad.
2il Hay niños que la soportan, al parecer, bien por espacio de más
ó menos tiempo, 2, 3 y 4 meses, al cabo de los cuales el estómago sue-
le resistirse y aparece la dispepsia gastro-intestinal.
37 A veces la enfermedad se limita á los síntomas habituales y
que todos conocen de la dispepsia gastro-intestinal, á saber: vómitos,
diarreas verdes, diarreas mucosas, serosas, sanguinolentas, lientéricas,
ete., con todas las conveniencias propias, ora de la enteritis aguda (có-
lera infantil), ora de la enteritis crónica (caquexia, atrépsia).
47 Pero, á veces también, las fermentaciones, ligadas á ese estado
dispéptico, provocan por el mecanismo de la auto-infección, complica-
ciones de otro orden, como las que se han presentado en los casos que
llevo referidos y cuya sintomatología concuerda con las descripciones
y experimentaciones del Profesor Bouchard en su obra «Lecciones sobre
las auto-intoxicaciones.»
s?* Dichas complicaciones tóxicas se observan más amenudo cuan-
do la leche empleada es la leche de vaca, que cuando se trata de otras
leches (leche de pecho, leche de burra, leche de yegua, leche de chiva).
La misma leche de vaca, después de tratada por los medios empleados
para obtener el producto industrial, conocido con el nombre de leche
condensadla, es ménos ocasionada á producir los accidentes tóxicos de
que nos hemos ocupado. Así mismo, ciertas féculas (sagú, maizena, re-
valenta, etc.), suelen en esos casos ser mejor toleradas y ménos nocivas
que la leche de vaca.
67 Cuando estallan los fenómenos de que nos ocupamos, se impo-
ne generalmente la necesidad de renunciar, por un tiempo generalmen-
te largo, al uso de la leche de vaca.
77 Una vez disipados los accidentes tóxicos que señalamos, y re-
cobrada la salud del enfermo, la administración de la leche de vaca,
aún en cantidad relativamente mínima, dá lugar á la reproducción de
los mismos accidentes. 8? En el cuadro cíe las fiebres de la primera infancia, podría dár-
sele cabida á una de las formas que suelen revestir dichos fenómenos
de auto-intoxicación.
Dr. Montalvo: No cree que se trate de accidentes por auto-into_
xicación. Los casos referidos por el Dr. García Rijo son muy comunes
durante la primera infancia y se deben sobre todo al empleo de la
lactancia artificial. Esta produce la dispepsia gástrica y consecutiva-
mente la dispepsia intestinal: después aparece la pséudo-meningitis
por inanición. El tratamiento de estos estados no debe ser espoliativo,
sino tónico; se hará lo posible para congestionar el cerebro por medio
del opio, y se vigilará con sumo cuidado la alimentación.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Montalvo.
Dr. Delfín: Manifiesta que el Dr. García Rijo confirma con los
hechos referidos los resultados que él ha obtenido comprobando la
presencia de ptomaínas tóxicas en la leche; éstas se desarrollan en
el intestino, verdadero medio de cultivo para los micro-organismos
que se encuentran en la leche y que el exámen de los escrementos
revela. La acción patógena de las leches ácidas está completamente
demostrada y le sirve de apoyo una estadística de Yirchow, que ha
señalado en 18,000 niños fallecidos, el 40 por 100, correspondiendo á
la lactancia artificial.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Delfín.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Reyes.
Dr. Reyes (de Sagua): Señala, entre otras causas de enteritis, la
diversidad de leches, que se emplean para alimentar un mismo niño
y la escesiva pureza de ella, que dificulta su digestibilidad. Encuentra
demasiado activo el tratamiento propuesto por el Dr. García Rijo, y
apoya las ideas del Dr. Montalvo sobre la frecuencia de la pséudo-
meningitis. Ha logrado buenos resultados en algunos casos con e¡
uso del agua de Vichy, y sobre todo, vigilando mucho el régimen
alimenticio de los niños.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Moreno de la Torre.
Dr. Moreno de la Torre: Opina que frecuentemente la diarrea
verde de los niños es producida por la presencia de micro-organismos
desarrollados en el intestino. El ácido láctico en solución al 2 por 100,
hace mejorar rápidamente á los enfermólos y, por el contrario, las
sustancias alcalinas, favorecen la pululación de los microbios.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Plá.
Dr. Plá: Llama la atención sobre esas fiebres prolongadas de la
infancia, que aparecen durante el período de la dentición y que unos
atribuyen al crecimiento del niño y otros al de la cabeza. La natura-
leza de dicha fiebre no es conocida y debe figurar, por lo tanto, en el
programa de los temas para el próximo Congreso. En cuanto al trata- miento, la quinina dá fatales resultados: en un caso que observó,
cuya duración fué de cuatro meses, usó con éxito los baños y las
preparaciones bromuradas.
El Sr. Presidente: No está conforme con el título del trabajo, pues
la leche no es una sustancia tóxica, sino cuando se altera. Todos los
individuos deben tolerar bien la leche por naturaleza, cuando es bue-
na; el que no la tolera, es porque está enfermo. Por otra parte, la le-
che, sin intoxicar, produce diarreas catarrales, agudas ó crónicas, pero
que no deben confundirse con el cólera infantil, que parece realmente
infeccioso.
Tiene la palabra el Dr. García Rijo para replicar.
Dr. García Rijo: Manifiesta que no ha pretendido hacer un
trabajo original; justificándose de este modo, al esplorar los antece-
dentes de todo lo que aquí se diga, la verdad de aquel principio,
nihil novus sub solem. Solo se ha limitado á referir hechos tomados de
su clínica, que ofrecen algún interés, para tratar de esplicarlos á la luz
de las nuevas doctrinas. El tratamiento que ha indicado no debe to-
marse como base para juzgar su criterio médico en los casos relatados.
En cuanto á la pséudo-meningitis, crée que miéntras no se conozca su
etiología, su localización exacta, será un problema clínico á la orden
del día. Así como en la fiebre tifoidea pueden sobrevenir tan graves
trastornos, como son las hemorragias, etc., del mismo modo, pueden
presentarse en la diarrea fétida las manifestaciones que simulan la
pséudo-meningitis.
Ocupa la Presidencia el Dr. Montané y concede el uso de la palabra
al Dr. Santos Fernández para leer su trabajo.
Estudio sobre la catarata.
(P parte.—Diagnostico.)
el Dr. Juan Santos Fernández.
Encargados de desenvolver el tema 22 del programa para el
primer Congreso Médico de la Isla de Cuba, venimos á cumplir nues-
tro cometido, si bien, no con la latitud, poco ménos que incomensu-
rable, que abraza el enunciado del tema, sino limitando el «estudio so-
bre la catarata» á los hechos observados por nosotros en la ya larga
práctica profesional que hemos alcanzado; circunscribiéndonos, por
esta vez, al diagnóstico y pronóstico de la enfermedad.
Aún limitando este trabajo á los elementos suministrados por
nuestra exclusiva observación, tenemos que imponernos restricciones
en concordancia con el artículo 13 del Reglamento, y, en tal concepto, sólo nos permitiremos señalar muy someramente aquellos puntos que
se refieran al estudio sobre la catarata, los cuales han motivado trabajos
leídos en las academias ó publicados en la prensa profesional por
nuestra parte.
El diagnóstico de la catarata nos ha merecido siempre preferente
atención, y aunque parece que después del portentoso descubrimiento
de Helmonthz no era posible un error de diagnóstico respecto á una
opacidad del cristalino, nada es menos cierto que esta presunción.
La catarata, que puede diagnosticarse á la simple inspección en
muchos casos y aún á varios metros de distancia, con probabilidades
de acertar si se vé marchar al enfermo, puede ofrecer serias dificulta-
des en determinadas circunstancias.
Uno de nuestros maestros se complacía en distinguir desde lejos el
enfermo afectado de opacidad del cristalino del que no lo estaba. Fun-
dábase en que los que tienen cataratas caminan con temor de trope-
zar y bajan la cabeza porque la luz les ofende por la difracción que
experimenta aquella al pasar, siquiera sea confusamente, al fondo del
ojo, por la periferia del cristalino ó, quizás, al través de su sustancia
opaca ó de las membranas que sirven de cubierta al ojo.
El diagnóstico de la catarata, por extraño que parezca, ofrece
dificultades mayores, en determinados casos, de las que á primera
vista pudiera pensarse; para confirmar nuestro aserto citaremos dos
hechos solamente.
Tratábase de operar á vários individuos afectados de catarata, que
habían sido diagnosticados el día ántes y acordada la operación. Por
su turno fueron operados los primeros y al llegar al cuarto ó quinto
desconocimos al individuo y, por más que á la simple inspección pa-
recía que estaba afectado de catarata, no quisimos operar sin some-
terle ántes á un nuevo exámen con el oftalmoscópio, el que desde
luego nos puso de manifiesto la ausencia de catarata y la existencia
de un desprendimiento casi total de la retina.
El otro caso se refiere á un señor de alta categoría bancaria. Fuera
de la Isla le habían diagnosticado una catarata del ojo derecho y dis-
puesto á operarse, no lo efectuó porque sus negocios le obligaban á re-
sidir en esta ciudad, y, cuando se estableció, reclamó nuestra opinión,
que no le dimos sin examinarle, pero que in Redore fue desde luego
idéntica á la que le habían dado; tal era el aspecto que presentaba el
ojo derecho á la simple inspección.
La convicción que siempre hemos tenido de un posible error de
diagnóstico nos llevó, más que otra cosa, tal vez, á examinarle con el
oftalmoscópio y, ántes de formular nuestro diagnóstico definitivamen-
te, dilatamos la pupila, descubriendo con verdadera sorpresa nuestra
y del enfermo, que no existía otra cosa que un desprendimiento de la mayor parte de.la retina, comprobando tan perfectamente una opacidad
total del cristalino, que, sólo después de muchos tanteos, pudimos pre-
cisar, descubriendo una zona roja del fondo del ojo, que aparecía y de-
saparecía según los movimientos: en este caso, como se vé, no se ha co-
metido el error por atenerse á la simple inspección del ojo, sino á pesar
del examen oftalmoscópico.
Los errores en el diagnóstico de la catarata, tratándose de personas
de avanzada edad, son tan frecuentes, si nó se recurre al oftalmoscópio,
que no cansaré la atención del auditorio en enumerarlos; los indico
solo para aseverar, una vez más, la necesidad del empleo de este ins-
trumento y, no pocas veces, la necesidad de un midriásico, sin olvidar
los peligros que encierra su empleo, tratándose de personas cuya
edad es la más abonada para el desarrollo exagerado de la presión
infraocular.
Puede caber otro error de diagnóstico respecto á la catarata; no lo
hemos cometido más que una vez, pero es posible incurrir en él si no
se guardan las reservas á que nos ha obligado este primer caso.
Nos consultó una señora de más de cincuenta años, que traía la
pupila de un ojo bajo la acción de un midriásico, que ella se había
instilado. Examinada con el oftalmoscópio, descubrimos en toda la
periferia del cristalino unas opacidades oscuras, de uno ó dos milíme-
tros de extensión, que, dada la edad de la señora, no dudamos en cali-
ficar de cataratas incipientes, manifestándole que la falta de vista era
debida á la dilatación de la pupila. Seis años después la examinamos
nuevamente y el cristalino presentaba el mismo aspecto; en la actua-
lidad la señora tiene la vista que corresponde á sus años. Las ojíacida-
des que calificamos de cataratas incipientes, no eran tales; ó se trataba
de un estado fisiológico del cristalino ó las opacidades dependían
de impresiones dejadas por el pigmentun del iris, desde la riela
intrauterina ó en cualquier período de su existencia.
Las opacidades del cuerpo vitreo, situadas inmediatamente detrás
del polo posterior del cristalino, pueden confundirse con una catarata
lenticular incipiente del polo posterior, sin que se pueda salvar el
error hasta que el tiempo transcurrido permita la absorción de la
opacidad del cuerpo vitreo y devuelva la transparencia completa de
los medios.
En lo que se refiere á error en el diagnóstico de la catarata, tócanos
citar el primero que cometimos y que, sólo después de algunos años,
lo vimos señalado por uno de nuestros maestros en un enfermo que
recorrió diversos clínicos de París, calificado de sifilítico y diagnosti-
cado al final de cataratas y más tarde operado.
Por raro que parezca, un ojo afectado de catarata (en los primeros
días de la enfermedad, por lo ménos) presenta la opacidad caracterís- tica á través de la cual se descubre el fondo del ojo en los enfermos
atacados de retino-coroiditis específica.
Creemos que este fenómeno se presenta cuando la opacidad del
cristalino empieza en toda la sustancia de la lente á un mismo tiem-
po, y con tal tenuidad, que sólo se advierte por la nebulosidad á tra-
vés de la cual se descubre la papila del nervio óptico y demás partes
del fondo del ojo, nebulosidad que hasta aquí los autores la hacen
radicar en el cuerpo vitreo, tratándose de afecciones específicas del
fondo del ojo.
Cabe todavía en la esfera del diagnóstico el hecho de declarar una
catarata en disposición de ser sometida á la operación, por haber lle-
gado la opacidad de la lente á su máximun de desenvolvimiento.
Antes del uso del oftalmoscópio era imprescindible aguardar á que la
vista se extinguiese para adquirir la certidumbre de haber llegado á la
época de la intervención quirúrgica; de aquí la confusión de la catara-
ta con ciertas enfermedades que terminan por la amaurosis, como el
glaucoma, y que hoy tienen su tratamiento operatorio: en tiempos
pasados, el aguardar á la extinción de la vista en una catarata que re-
sultaba un glaucoma simple, vg. no determinaba perjuicio notable pa-
ra el paciente, en tanto que en los actuales tiempos es una falta de
trascendencia, porque se priva al enfermo de una intervención qui-
rúrgica, la mayoría de las veces en extremo beneficiosa.
Nadie duda que el oftalmoscópio es suficiente (con muy raras
escepciones) para decidir el momento en que puede procederse á la
operación; pero también es cierto que en número muy limitado de
casos, aquel revela una opacidad total de la lente, no seguida de au-
sencia de la visión; al punto de no contar, ni poder marchar el pacien-
te, como es de rigor que suceda, sino permitiendo al enfermo ir de un
lado á otro durante largo tiempo, sin más contrariedad que la priva-
ción de la escritura y lectura y el deslumbramiento consiguiente en
frente del sol ó de un foco abundante de luz artificial.
Estos enfermos, no obstante, los hemos operado extrayéndoles un
cristalino opaco, duro y sin ofrecer nada que le diferenciase de otros
cristalinos opacos. ¿Cómo se explica la visión más ó ménos imperfecta
de que disfrutaban estos enfermos?
Préstase igualmente á error de diagnóstico un hecho que mere-
ce consignarse, pues, si para muchos es conocido, no carece de interés
por su poca frecuencia. Nos referimos á la desaparición de una cata-
rata lenticular dura, de la región que debe ocupar, sin que haya pre-
cedido ninguna operación y debido, al parecer, según se dedujo del
interrogatorio hecho, á una conmoción de la cabeza y por consiguien-
te del ojo, á consecuencia de una falsa pisada.
Tenemos noticias de que un fraile ciego por cataratas, hubo de rodar un día las escaleras y al incorporarse, después de pasar el últi-
mo escalón, con sorpresa de todos y asombro de su parte, salió
andando porque la catarata de un ojo se había luxado y veía de él.
Nosotros hemos publicado la observación de un individuo, que,
temeroso de operarse las cataratas, permaneció ciego hasta el día que
impensadamente recibió tan fuerte golpe en la cabeza con la esquina
de una mesa, que la catarata de un ojo rompió sus ataduras periféricas
y, quedando libres los medios que restaban transparentes, el enfermo
se encontró de súbito con vista, después de un lance en que temió ha-
berse desbaratado la cabeza; así permaneció unos días, y, á consecuen-
cia de haber inclinado ésta para recoger algo del suelo, volvió de
nuevo á colocarse la catarata delante de la pupila, exigiendo la depre-
sión operatoria con los cuidados consecutivos requeridos.
Las dudas para el médico que reconoce la afakia de un ojo y el
paciente asegura que nadie le ha operado, ni ha sufrido contusión al-
guna, puede compararse á la del mismo enfermo á quien el profesor
le asegure y le demuestre, haciéndole leer con cristales apropiados,
que no tiene ya la catarata.
Cuando esta depresión accidental de la catarata es reciente, puede
descubrirse la lente en el fondo del ojo, como hemos tenido ocasión de
observarlo; pero si ha transcurrido ya cierto tiempo y la catarata ha
sido disuelta en el cuerpo vitreo, falta este elemento de diagnóstico y
sólo queda la afakia y su corrección por los cristales correspondientes.
Y ya que tratamos de la desaparición del cristalino de un modo
tan extraño, se nos ocurre dar cuenta do una catarata traumática en
un ojo que recibió un tiro de municiones. Era de suponerse que una
de éstas hubiese traspasado la córnea y desgarrado la cápsula, pues el
cristalino, opaco, estaba hinchado en señal de haber sido invadido por
el humor acuoso. La desaparición expontánea de la catarata por ab-
sorción, dejaba ver una brida fibrilar que partía del borde de la pupi-
la y terminaba en un punto de la cara posterior de la córnea, el cual
correspondía á la cara interna de un leucoma circunscrito á dos
líneas de diámetro y resultado innegable de la perforación de la cór-
nea por un proyectil; y si éste penetró en el interior del ojo, ¿cómo no
se ha encontrado rastro de él cuando, curado el enfermo, se ha podido
examinar el fondo del ojo con el oftalmoscópio?
El color de la catarata suele dar lugar á dudas respecto á la de-
terminación de la época de la operación: en efecto, cuando ofrece á la
simple inspección un color oscuro de ébano, es ineficáz la aplicación
del reflector del oftalmoscópio, pués, confundiéndose la catarata con el
iris, por el color oscuro de éste, resulta una perfecta oscuridad en la
pupila, semejante á la que se percibe en una hemorragia total del
cuerpo vitreo. Recordamos un caso en que, á no ser por la opacidad incipiente del cristalino del lado opuesto y los síntomas subgetivos, no
nos hubiéramos decidido á la operación y, comenzada ésta, no adquiri-
mos el convencimiento de la existencia de la catarata hasta que, pro-
vocada su salida después de la queratotomía é iridectomía, asomó por
los labios de la herida, variando su color oscuro por el de la cola soli-
dificada, desde el momento que se puso en contacto con la luz del
día por toda su superficie.
Esta clase de cataratas negras no ofrece otra cosa de notable que la
dificultad de diagnóstico; por lo demás, se conduce del mismo modo
que las opacidades del cristalino, en general, cuando han llegado á su
término.
Las cataratas lenticulares, cuando pasa mucho tiempo sin ser
extraidas, se afectan de alteraciones degenerativas y se observan en
ellas granulos grasicntos ó calcáreos. Otras veces se hacen más peque-
ñas y duras ó se liquida su corteza, miéntras que el núcleo permanece
consistente: esto lo indican los autores (Neffleship) y es corriente ob-
servarlo; pero la presencia del glaucoma en una catarata antigua, que
no ha sido operada, es un punto que no ha sido ventilado y estamos
llamados á discurrir acerca de su posibilidad, cuando en la práctica
médica se nos presenta un día y otro la cuestión de si hay algún peli-
gro en dejar sin operar indefinidamente una catarata, máxime si la de
uno de los ojos lia sido operada con resultado feliz. ¿Qué responder?
Negativamente es aventurado; ya una vez estuvimos á punto de dar
esta contestación y seis meses después se nos presentó el paciente con
un ataque de glaucoma bien caracterizado, que exigió la intervención
quirúrgica.
¿Cuál es, pues, la conducta que debemos adoptar? Este es uno de
tantos problemas de la medicina, que entran de lleno en la deontolo.
gía después que aquella los plantea; en efecto, un ojo no operado, que
oculta un cristalino endurecido y que. aún cuando haya disminuido
de volumen, ha perdido parte de sus condiciones fisiológicas, puede
constituirse hasta cierto punto en algo parecido á un cuerpo extraño y
favorecer las condiciones abonadas que ofrecen la esclerótica y demás
membranas para determinar el glaucoma en la vejez; pero nosotros
hemos operado un individuo, que tenía á los 80 años una catarata,
cuyo principio se remontaba á la juventud del sugeto, sin observar
otra cosa que el embotamiento de la percepción luminosa de que nos
ocuparemos más adelante: hemos observado tantos en iguales condi-
ciones, que pudiéramos asegurar, basándonos en nuestra práctica, que
el glaucoma no se presenta en estas condiciones más que en la propor-
ción del uno por mil aproximadamente; más como puede presentarse?
no estamos autorizados para sentar la inocuidad de la abstención
operatoria. ¿Y la intervención está exenta de peligros para el ojo que lleva la catarata, y respecto al ya operado que constituye un tesoro
para el individuo? Sin duda, que no; ¿quién ignora los accidentes de
toda operación?; ¿quién desconoce la posibilidad de una oftalmia sim-
pática?; ¿quién subyuga las propatias adormecidas? Pues, ¿qué hacer?
Ya lo hemos dicho, entregarnos en brazos de la deontología médica;
explicar al enfermo ó á sus familiares el dilema y aceptar la resolución
que le den.
Aún nos queda acerca de esto particular algo que exige una solu-
ción. Admitida la posibilidad de un glaucoma ó, lo que es más, presen-
tada esta enfermedad en un ojo portador de una catarata ¿debe proce-
derse á su extracción? No, por cierto; las cataratas que se observan en
ojos amauróticos á consecuencia de un glaucoma abandonado ó no
asistido, si se extraen, van siempre seguidas de hemorragia, y esto nos
autoriza para temer lo mismo en los casos á que nos referimos. Basta
la iridectomía para dominar el elemento glaucoma y después que de
este se haya triunfado, puede intentarse la extracción, si es que desea-
mos devolver al ojo la agudeza visual; la estracción no es una necesi-
dad para curar ese primer ataque de glaucoma, así como no po-
dríamos asegurar, que, renunciando á ella indefinidamente, se esté á
cubierto de un segundo ataque en época más ó menos lejana y en de-
terminadas circunstancias; es un hecho que no tiene aún la sanción
de nuestra práctica, poro no podemos negarlo desde el momento que
hemos visto un ojo no acataratado y presa de un glaucoma, curar por
la iridectomía para ser atacado de un nuevo acceso tres años más
tarde.
Nuestra conducta en presencia de nn ojo con catarata y atacado de
glaucoma ha sido la de practicar la iridectomía en primer término y
después la extracción, cuando ésta ha debido hacerse, sin que tenga-
mos que arrepentimos de ella.
Tratándose del diagnóstico de la catarata no podemos silenciar la
relación de éste con los tratamientos no operatorios de la misma. Tal
parece que á la altura que ha llegado el progreso de la oftalmología
no debiera mencionarse la creencia de que la catarata puede desapa-
recer sin j3révio traumatismo accidental ú operatorio. Cuando algún
hombre de ciencia ha sostenido esta tésis, ha incurrido sin advertirlo
en un error; indiscutiblemente ha calificado de cataratas lo que de
positivo no lo era y de aquí la curación, merced á éste ó al otro
medicamento.
Nunca hemos visto proclamar la posibilidad del tratamiento ex-
clusivamente médico de la catarata á ningún profesor versado en la
oftalmología; siempre corresponde este triunfo á médicos ó cirujanos
idóneos, pero poco conocedores de las enfermedades de los ojos. No
nos corresponde ocuparnos de la explotación que de esta materia hacen los charlatanes porque nos saldríamos del terreno á que debe-
mos circunscribirnos.
Por razones especiales hemos sometido numerosos enfermos de ca-
tarata incipiente á tratamientos médicos exclusivos, sin que hayamos
sacado otro beneficio para el paciente que la esperanza acariciada
mientras no se generalizó la opacidad del cristalino.
Pertenece á esta clase de errores la reproducción de la catarata y,
por más que los anales de la oftalmología guardan alguno que otro
hecho, en las obras más autorizadas no se citan y por nuestra parte
los juzgamos mal interpretados, por cuanto, después de una larga
práctica y escrupulosa observación, nada hemos hallado que justifique
tal apreciación.
No pasa un día sin que seamos interrogados acerca del tiempo que
tardará tal opacidad del cristalino en generalizarse y estar en condi-
ciones de sufrir la operación y en verdad que no hay un solo dato que
nos autorice para fijar la época en que se completará la catarata, por
más avanzada que se encuentre en su evolución. Recordamos dos ca-
sos; el uno tardó diez años para el completo desarrollo de la opacidad
y el otro en el espacio de diez ó doce meses cegó y operado recobró
la vista.
Creíamos que las opacidades centrales, á la manera de las que
ocupan el polo posterior del cristalino, eran positivamente más tardías
que las periféricas, porque estas afectan la nutrición de la lente; pero
sin que podamos negar rotundamente este hecho, sustentado por
álguien, no encontramos razones fundadas en qué apoyarnos para de-
terminar la época en que pueda completarse una catarata, por más
que los pacientes lo reclamen con insistencia y tenga á veces la mayor
transcendencia poderlo asegurar.
Terminaremos afirmando que, á pesar del notable adelanto impre-
so al diagnóstico de la catarata desde Purldnje (1823) á Helmonthz
(1856), cabe un error ó, cuando minos, la duda, respecto á si existe ó
no una opacidad del cristalino y, por consiguiente, si estamos ó no au-
torizados para intervenir, haciendo uso de los medios de que dispone
la cirugía oftálmica.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. López.
Dr. López: Sostiene que el diagnóstico de la catarata no puede
asegurarse sin el auxilio del oftalmoscópio; que no debe intervenirse
sino cuando el individuo no vea lo suficiente para trabajar, y que él
opera los dos ojos en una sola sesión, habiendo sido favorecido por la
fortuna en todos los casos.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Santos Fernández para
replicar.
Dr. Santos Fernández: Contesta que, gracias á la antisepcia, se puede operar aunque no sea completa la opacidad del cristalino. Res-
pecto á la doble operación, que él también ha practicado, cree que
ofrece graves inconvenientes. A veces, por muy detenido que sea el
examen, puede escaparse algún antecedente que comprometa el éxito
operatorio. Si este existe, sirve de advertencia para el otro ojo.
El Sr. Presidente: Agotadas las horas reglamentarias, se levanta la
sesión. SESTA SESION.
(19 de Junio, 7J noche )
Presidencia: Vice-presidente Dr. Emiliano Núñez.
Abierta la sesión, el Secretario, Dr. E. López, dio lectura al acta
de la anterior, que fue aprobada, prévias ligeras aclaraciones del
Dr. Bellver.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Albarrán para leer su
trabajo.
Neuropatía urinaria.
el Dr Pedro J. Albarrán (de Sagua.)
Señores: Existen, á mi entender, dos grandes variedades de falsos
urinarios. En los primeros, los síntomas vexicales corresponden á
lesiones nerviosas bien determinadas; tal sucede en las mielitis, en los
traumatismos de la médula, etc. En los segundos, los fenómenos uri-
narios parecen constituir toda la enfermedad; los síntomas no corres-
ponden á lesión alguna determinada del aparato urinario y reflejan
únicamente el estado psíquico del enfermo.
Durante mucho tiempo solo fueron conocidas las enfermedades de
la primera categoría, y aun en la actualidad, para la mayoría de los
médicos, en la frase falsos urinarios va envuelto el diagnóstico de mie-
litis y particularmente el de atáxia. Eran ya conocidos desde larga fe- clia los variados síntomas vexicales que se presentan en la ataxia con-
firmada; más tarde se presentarán observaciones por Guyon, Fournier,
Geffrier y otros, en las cuales se demuestre que en casi una tercera
parte de atáxicos, los trastornos de la micción han precedido á los
síntomas de la enfermedad confirmada. Eso bastó, unido á los traba-
jos de estos últimos años sobre el período preatáxico de la tábes, tan
variado en sus manifestaciones sintomáticas, para que se considerasen
los síntomas acusados por los falsos urinarios, como fenómenos pre-
monitorios de la tábes dorsal.
De un año á esta parte, la escuela de Neker, representada por
Guyon y sus discípulos, tiende en su enseñanza diaria á establecer un
grupo de urinarios histéricos al lado del antiguo grupo de urinarios
mielíticos. •
En esta nueva clase de neurópatas se halla comprendida la gran
mayoría de los llamados falsos urinarios: me propongo decir, en el
corto espacio de tiempo de que puedo disponer, lo que sobre ellos he
aprendido y observado.
I.
El neurópata urinario, sin lesión alguna del aparato, constituye
una verdadera escepción. Casi siempre una lesión insignificante en
apariencia, uretritis posterior, blenorragia, eczema, llama y fija la
atención del enfermo, y desde entonces empieza á destacarse el tipo
del falso urinario, que se caracteriza por la desproporción extraordr
naria, enorme, pudiéramos decir, entre los síntomas que acusa y la
importancia real de su lesión existente.
Etiología.—Ya he dicho que esos individuos pueden ser conside-
rados como verdaderos histéricos; y como estaría de más repetir aquí
la etiología del histerismo en general, insistiré solamente en algunos
puntos de capital importancia para el asunto que trato.
La herencia nerviosa del enfermo es, sin duda, la causa predispo-
nente, cuya influencia es más evidente y demostrable.
Casi siempre, al indagar cuidadosamente, descubro entre los as-
cendentes directos ó colaterales próximos del enfermo un atáxico, un
loco, un suicida, epilépticos, histéricos ó fanáticos místicos visionarios.
Por herencia pertenecen esos individuos á la gran categoría do degene-
rados de Maguan, y en ellos se descubren los caractéres físicos y mo-
rales de la degeneración. Bajo el punto de vista físico, la asimetría
facial, el alargamiento y concavidad exagerada de la bóveda palatina,
las mil variedades de deformaciones de la oreja, el tartamudeo etc. etc.
Considerado bajo el punto de vista moral, son, en su mayor número,
seres poco inteligentes, de desigual carácter, sin energía moral, que
ocultan, con la brusca expresión, de arranques coléricos, la indecisión que les domina. En gran número de esos enfermos los accidentes uri-
narios han sido precedidos por otros síntomas que no tienen con ellos
más relación que la de ser producidos por un mismo estado nervioso.
Muchos han sufrido neurálgias diversas, otros padecieron incontinen-
cia nocturna de orina en la infancia. Diré cuatro palabras sobre estos
últimos.
Abandonadas las viejas teorías de Trousseau, se aceptaba, hasta
hace poco tiempo, que la incontinencia nocturna de los niños depen-
día de la falta de contractilidad del esfínter de la porción membrano-
sa de la uretra; de esa hipótesis, formulada por Guyon, dedujo el gran
maestro su tratamiento, algunas veces efioáz, consistente en la electri-
zación del esfínter por medio de las corrientes interrumpidas. Las ob-
servaciones de mi amigo Gibotteau y la escelente tésis de Guinou han
iniciado una corriente contraria á ese modo de ver, y en la actualidad
Jauet y el mismo Guyon, siguiendo honradamente á sus discípulos,
ven en la incontinencia de orina nocturna de la infancia, un carácter
un sello de degeneración.
Si se estudian ó analizan esos enfermitos, se ve que la orina no
sale gota á gota y babeando, como sucedería en la parálisis del esfín-
ter, sino por chorro espulsado con fuerza; el niño sueña que orina y ex-
pulsa el contenido de su vegiga. De la multitud de argumentos que
pudiera exponer, elijo dos solamente; primero; cuando se sondea la
uretra de esos niños con una bujia olivar exploratríz, se nota clara-
mente que hay espasmo; es decir, contracción exagerada y no parálisis
del esfínter; segundo; que en muchos casos basta castigar ó atemori-
zar el niño ó sugerirle, después de hi]3notizado, la idea de que des-
pierte para orinar, para que cese la incontinencia. En suma, existe en
esos niños una falta de sensibilidad de la mucosa de la uretra poste-
rior; y esa que considero placa de anestesia no debe causarnos más es-
trañeza que una placa de anestésia faríngea ú otras por el estilo.
Durante el día, la necesidad de orinar se siente y determina el acto
de la micción voluntaria; pero durante la noche, la sensación no basta
vencer el sueño de plomo de los niños; hay solo una percepción
vaga del deseo, se mueve un poco el niño en su cama, quizás balbucea
alguna frase y entre ensueños verifica su micción. Si por la electriza-
ción, por las instilaciones, por una irritación cualquiera de la mucosa
de la uretra posterior, se aumenta su sensibilidad, la sensación perci-
bida, más violenta, basta para despertar al niño y la incontinencia
cesa. Esa curación, notable en los primeros días, es comunmente
transitoria; tan pronto como la mucosa se acostumbra á la irritación
que se le produce, disminuye de nuevo la sensibilidad y vuelve la
incontinencia. Visito actualmente un niño incontinente, (caso análogo
,á otros que he observado) que no se orina en la cama la noche que sigue á una simple exploración de su uretra, para volver á su hábito
las noches siguientes.
Las neuralgias, la eclampsia, la incontinencia nocturna y los otros
caracteres, ya ántes enumerados, son, pudiera decirse, las manchas
de color saliente en el retrato de un neurópata, en buenas condiciones
para ser más tarde un falso urinario. Una causa ocasional, un trauma-
tismo, un coito impuro, un herpes prepucial, y sobre todo, las bleno-
rrágias, causas de poca importancia, pero suficientes para llamar la
atención del neurópata hácia sus vías urinarias, produce la explosión
de los síntomas histerifórmes: queda constituido el falso urinario;
ese enfermo que con cierta frecuencia se presenta al médico, del cual,
según creo, no se ha hecho hasta el presente un estudio de conjunto.
La exageración perceptiva del enfermo domina desde el primer
momento el cuadro de síntomas. Preocupado con su dolencia, inquie-
re entre sus amigos, cuando no busca en libros de medicina las con-
veniencias próximas y lejanas de lo que imagina tener. Casi todos se
aprenden nombres de enfermedades y de órganos, y les gusta emplear
en sus explicaciones palabras técnicas de medicina. Cistitis, esperma-
torrea, prostatítis, son palabras que conocen y emplean. Tengo un en-
fermo, el que me ha sugerido la idea de este trabajo, que se sabe casi
de memoria los libros de Guyon y de Thompson, y qué, de por sí y ante
sí, se ha hecho yo no sé cuantas cosas para cuidar, ya que no puedo
decir para curarse, una supuesta grave enfermedad de la próstata.
El falso urinario, preocupado constantemente, analiza con minucio-
sidad todas las sensaciones que experimenta; dolores, escozor, angustia
genital ó, como me dice un enfermo en una carta que copio, ((corrien-
tes de aire frío, que bajaban del vientre á las bolsas y de allí, tomando
tres direcciones, se extendían hasta el ano y los dos muslos».
Uno de los caractéres más curiosos de la dolencia es el sumo cui-
dado con que, en papel bien limpio, bien rayado y empleando una le-
tra lo más elegante posible, escriben los enfermos cuantos detalles
tontos se les ocurre: hay quien cuenta cuidadoso cuantas veces orinó
y la cantidad de orina de cada micción; otro indica la influencia que
tal ó cual alimento ejerce sobre su estado, y la mayoría emplea en
sus escritos frases á veces muy curiosas. Un día nos hizo reir Guyon
refiriéndonos el caso de un falso urinario que escribía: «sufro por
encima y por debajo del intérprete del amor».
El falso urinario es casi siempre vergonzoso: empieza por la uretra
púdica; es decir, por no poder orinar cuando alguien le vé (ese es
achaque de mucha gente) y se nota que sufre moralmente al some-
terse á un exámen de los órganos genitales.
Los hay que fueron onanistas mucho más largo tiempo de lo que
la educación del colegio inculca á un sano de espíritu. Otros, por exa- gerado- escrúpulo religioso ó por excesiva profilaxis, no tocaron nniger
hasta su casamiento: anomalías que algunos pagan con no poder
cumplir sus deberes de marido. Debo á mi distinguido compañero de
Sagua, Dr. Bonet, la observación de un enfermo de esta índole; á los
tres años de casado aún era virgen la muger de ese enfermo, que se
veía condenado á constantes espedientes evasivos para ocultar su
impotencia.
Cuando se encuentran los caracteres que acabo de citar, no es
difícil llegar á un diagnóstico, aún ántes del examen físico; pero es
común encontrar falsos urinarios que engañan fácilmente.
Cuentan haber tenido una blemorrágia, que curó dejando una
pequeña gota ó humedad en el canal y que desde entonces orinan con
mucha frecuencia, con algún dolor; el chorro de orina, dicen, tiene
forma de tirabuzón y después de orinar salen varias gotas que man-
chan el calzoncillo. Muchos médicos sospechan entonces la existencia
de una estrechéz y confirman su diagnóstico cuando tratan de pasar
una bujía y no pueden penetrar en la uretra posterior.
Grosero error que he cometido muchas veces cuando empecé á
ocuparme especialmente de las vías urinarias. Al hablar del diagnós-
tico me ocuparé de este punto.
Hay un síntoma que revela bien á las claras la contracción espas-
módica de la región membranosa de la uretra. En esos enfermos, mu-
chas veces, la micción se efectúa en dos tiempos: cree el enfermo haber
acabado de orinar y algunos minutos después orina de nuevo una
cantidad bastante considerable; se observa eso con bastante frecuencia
cuando el enfermo va al escusado; orina al empezar la defecación y,
ya terminado este acto, vuelve á orinar de nuevo.
En otros, lo que llama la atención es un verdadera neuralgia vexi-
cal con dolores agudísimos en el epigastrio, el periné y el pene.
Mi querido amigo y maestro Bazy, ha llamado la atención en éstos
últimos tiempos sobre una síntoma importante: no es raro que esos
enfermos aquejen una poliúria nerviosa bastante marcada, y el autor
citado encontró varias veces glucosa en las orinas. Esa glucosoria es
pasagera y no debe confundirse con la diabetes sacarina.
Volvamos á nuestro falso urinario. El examen físico confirma
en él el carácter dominante de la enfermedad: la falta de relación
entre las lesiones realmente existentes y los síntomas aquejados.
La uretra está sana ó presenta alguna uretrítis posterior, resto de
antigua blenorrágia.
En general, el paso de una bujía exploradora, sobre ser muy temi-
da por el enfermo, es muy dolorosa. A veces toda la uretra es extre-
madamente sensible; otros (y son los que con más frecuencia observo)
acusan excesiva sensibilidad en la región membranosa, de suyo más sensible, como todo el mundo sabe, que el resto de la uretra: cuando
la bujía olivar lia penetrado en la vegiga, cambia la fisonomía del en-
fermo, ya no sufre, abandona un poco sus muzlos y podemos tocar
impunemente las paredes de la vegiga sin provocar dolor alguno.
Hay, pues, exceso de sensibilidad uretral é insensibilidad de la vegiga
al contacto.
Si se inyecta líquido en la vegiga, se nota que la sensibilidad á la
distensión, tan marcada normalmente, ha disminuido mucho. Es co-
mún ver enfermos, que orinan cada cuarto de hora, á quienes se puede
inyectar 250 ó 300 gramos de líquido sin que se provoque en ellos
deseos de evacuar la vegiga. En las mugeres histéricas es esto frecuen-
te. Esa insensibilidad de la vegiga, unida á la disminución de su con-
tractilidad, es uno de los mejores caractéres del falso urinario. Fácil
es, sin recurrir á un manómetro, conocer la disminución del poder
contráctil de la vegiga; basta inyectar algún líquido y dejarlo salir
por la sonda; se le vé caer sin fuerza, como en un viejo prostático ó
con ménos impulso del que debiera tener. Más de una vez he notado'
que esos enfermos, en quienes el líquido inyectado sale sin fuerza por
la sonda, lanzan bastante léjos el chorro cuando orinan expontá-
neamente.
El tacto rectal no dá ningún síntoma de valor. Guyon atribuye
alguna importancia á cierto dolor que generalmente se despierta en
esos enfermos comprimiendo la porción membranosa de la uretra
contra el ligamento sub-pubiano.
El exámen de los uréteres, del riñón, del aparato genital, no
revelan lesión alguna.
Como se vé, no es muy difícil diagnosticar la neuropatía urinaria
en la mayoría de casos; y sólo diré algunas palabras sobre los dos
diagnósticos diferenciales más importantes. La estrechez espasmódica
se diferencia de la estrechez real por una série de síntomas. En los
primeros, existen á veces variaciones considerables en la facilidad con
que el enfermo orina y cambios bruscos, que sobrevienen en el espa-
cio de algunas horas. Lo mismo se nota con la sonda: un día no pasa
ni una filiforme, cuando al día siguiente pasa, sin dificultad, un n? 20
de la escala de Charriére. Es frecuente observar que los instrumentos
gruesos, sobre todo los metálicos, pasan á donde no pueden pasar los
de pequeño calibre.
En la estrechéz blenorrágica común se encuentran casi siempre
vários anillos ántes de llegar al bulbo, donde generalmente radica el
anillo más estrecho: en la estrechéz espasmódica, el único punto estre-
chado está más allá del bulbo, en la porción membranosa. Por otra
parte, nunca debe diagnosticarse una estrechéz sino se encuentran ani-
llos ántes de llegar al bulbo, hasta que con algún instrumento apro- piado (la bujía olivar) se haya penetrado más allá del sitio en que se
presume la coartación y que se siente otra vez de atrás á adelante al
sacar lentamente el instrumento.
Debemos siempre salvar otro gran escollo del diagnóstico, evi-
tando la confusión con una enfermedad nerviosa central. Un exámen
detallado de la motilidad y de la sensibilidad, de los reflejos etc., no
dejarán duda sobre este punto. Además, se encuentra casi siempre en
el falso urinario algún signo histérico; ausencia de reflejo
disminución del campo visual, placas de anestésia etc. etc.
El tratamiento ha de comprender una parte moral de suma impor-
tancia: sin hacer burla del enfermo, debemos tomar en sério lo que di-
ce. El falso urinario, como degenerado al fin, se enoja fácilmente y se
vuelve agresivo. Poca violencia con esos enfermos: su enfermedad es
rebelde entre todas.
Debemos cuidar luego de suprimir la causa próxima de la dolen-
cia: metritis posterior, ligera estrechéz, hérpes prepucial etc., por los
medios apropiados. Como adyuvante, es útil, según acabo de compro-
barlo en uno de mis clientes, insensibilizar la uretra posterior con
instilaciones de clorhidrato de cocaina, treinta ó cuarenta gotas de
una solución al 5 por 100. Por último, tratar por la hidroterapia bien
dirigida, los bromuros, reconstituyentes y demás medios apropiados al
estado general del enfermo, y hasta emplear medios que, como la elec-
trización de la uretra, sea capáz de impresionar fuertemente al infeliz
neurópata, que se designa con la frase: falso urinario.
El Br. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Tamayo para argumentar.
Dr. Tamayo: Se manifiesta de completo acuerdo con el trabajo
y las opiniones del Dr. Albarrán, citando dos casos en comprobación
de aquellas.
Dr. A. Barrena: Opina que en el diagnóstico diferencial de las
estrecheces es donde descansan los principales fundamentos del estu-
dio que el Dr. Albarrán denomina ((neuropatía urinaria».
Dr. G. López: No puede manifestarse conforme con el término
adoptado por el Dr. Albarrán, porque los trastornos que señala pue-
den perfectamente considerarse como síntomas de diversas afecciones
del cerebro, de los histéricos, melancólicos, etc.; además, esos fenóme-
nos se presentan al final de las enfermedades medulares, y no hay
razón alguna para formar con ellos un grupo aislado, al cual se le
pueda legítimamente asignar un carácter propio y crearles un término
nuevo.
Dr. A. Mestre y Hévia; Enumera consideraciones relativas á la
influencia que egercen las afecciones del aparato urinario y los espás-
mos de la vegiga sobre el carácter intelectual de los individuos; citan-
do el ejemplo de J. J, Rousseau. Dr. Montalvo: No es posible pronunciarse definitivamente en
ningún sentido en la cuestión que se debate sin un examen detenido
de los antecedentes; así pues, sin ese estudio no puede asegurarse que
los trastornos referidos por el Dr. Albarrán constituyan una verdadera
«neuropatía urinaria».
Dr. Bellver: Cree que la sugestión y el hipnotismo pueden
egercer una influencia favorable sobre los trastornos referidos, y la-
menta que el Dr. Albarrán no haya estudiado la cuestión bajo ese
aspecto.
Dr. Yila (de Sagua): Opina que los enfermos á que alude el
Dr. Albarrán, pueden considerarse como hipocondriacos comunes y
orée que el artritismo tenga alguna relación con ellos.
Dr. Moreno de la Torre: Opina que el hipnotismo egerce suma
influencia sobre dichos fenómenos.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Albarrán para replicar.
Dr. Albarrán: Arguye que, á pesar de toda cnanto se le ha ob-
jetado y de que podía ampliar sus fundamentos, sería suficiente la
manifestación de que, no porque se observen en otras enfermedades
los fenómenos y alteraciones que ha descrito, sea oficiosa, ni esterna ó
inútil su clasificación, pues con ella se caracterizan propiamente: in-
siste en el diagnóstico diferencial de las estrecheces y termina decla-
rando que no tiene esperiencia de las prácticas hipnóticas, bajo el
punto de vista que se ha tratado.
Sr. Presidente: Está en turno el Dr. T. Coronado (de Cabañas)
para leer su trabajo.
Apreciaciones sobre el tratamiento de los palúdicos.
el Dr. Tomás J. Coronado (de Cabañas.)
Careciendo de tiempo suficiente, pasaremos por alto los detalles
históricos de los diversos tratamientos que se han preconizado contra
el paludismo y sólo nos ocuparemos del tratamiento por nosotros
empleado.
Antes de describirlo nos parece prudente detenernos, aunque con
la mayor brevedad, en ciertos particulares relacionados con nuestra
terapéutica.
Entre las fiébres continuas, que aquí observamos con bastante
frecuencia, tanto en la forma biliosa, como en la gástrica, cuando no
eran tratadas enérgicamente por la diálisis intestinal, revestían muy
pronto una forma, tan parecida á la fiebre tifoidea dotinentérica, que
el práctico más experimentado cometía el error de diagnóstico, esta- bleciendo, por consiguiente, un tratamiento equivocado. Esta aparente
transformación, que nosotros, los médicos de campo, distinguíamos
primero con el nombre de tifus y más tarde con el de fiebre tifo-malá.
rica, podemos asegurar terminantemente, que, por lo menos aquí, en
esta localidad, no existe.
Las autopsias, que no han sido pocas, en la época que no em-
pleábamos la diálisis como tratamiento, nos demostráron siempre, la
falta de las lesiones anátomo-patológicas, tan características de la fie-
bre tifoidea y que teníamos muy presentes, después de nuestros tra-
bajos en «San Felipe y Santiago,» durante la epidemia de fiébres
tifoideas de 1880 y 1881.
Hoy, plenamente convencidos, aceptamos con el Dr. Vila, que aquí
en el campo, los fenómenos engañosos, que referíamos equivocada-
mente al veneno tifoideo, no eran más que consecuencias de la septice-
mia humana ó envenenamiento autóctono de origen palúdico, sin rela-
ción alguna con la dotinentería, á pesar del cuadro sintomático tan
parecido.
Desde que empleamos el método dialítico-evacuante no hemos
vuelto á observar una sola vez fiébres continuas palúdicas, que revis-
tan la forma tifoidea.
No terminaremos sin suplicar á nuestros ilustrados comprofesores,
que egercen en lugares maláricos, practiquen algunas autopsias en ca-
sos sospechosos y publiquen los resultados. Anotado este
que merece la ilustrada atención de todos, pasaremos á describir el
tratamiento anti-palúdico, que, con el Dr. Vila, venimos empleando
hace años.
Repetidas experiencias fisiológicas, llevando la diálisis intestinal á
sus más altas graduaciones, nos han demostrado, que determina los
fenómenos siguientes:
Eliminación rápida de todos los desechos orgánicos. Voracidad en
los individuos sanos sometidos á la experiencia y una facultad de asi-
milar los alimentos de manera extraordinaria, que se traduce rápida-
mente por aumento notable del peso normal.
Debemos estar prevenidos siempre contra el vulgo, que traduce
los efectos de la diálisis, ántes de experimentarla, por debilitantes. Fijo
la atención en estas ideas vulgares de debilitación para que se obser-
ven los enfermos en el comienzo de la medicación y estar garantidos
que se llenan nuestras indicaciones.
Tratamiento de los estados crónicos.—Sin preocuparnos de la debili-
dad que acusan algunos enfermos y que nosotros traducimos por fe-
nómenos del envenenamiento que los aniquila, iniciamos siempre el
tratamiento de la manera siguiente:
Primer día.—Un vomitivo de ipecacuana; tres horas después, dos gramos de calomelanos para los adultos, en dos ó tres dosis, con in-
tervalos de media hora; tres horas después de la ingestión de la últi-
ma dósis de calomelanos, de treinta á sesenta gramos de sulfato de
sosa, en una ó dos tomas; una vez tolerado el sulfato de sosa, que de-
be repetirse si fuere arrojado, recomendamos la ingestión de repetidas
copas de limusina, limonada, agua de coco ó agua simplemente, con
el fin de favorecer la diálisis.
Desde el día siguiente, recomendamos á los intoxicados crónicos,
baños fríos de esponja, de corta duración, á la hora de levantarse; una
vez pasada la reacción del baño, 30 gramos de sulfato de sosa, que
pueden tomar á otra hora cualquiera, si así lo requieren sus ocupacio-
nes, buena alimentación y los tónicos que más les convengan.
Este es el sencillo plan, con que vemos restablecerse multitud de
palúdicos crónicos, cansados de otras medicaciones, que durante largo
tiempo habían empleado.
Tratamiento de los estados agudos.—El vomitivo se hace casi siempre
indispensable y nuestra práctica es darlo en seguida, sin esperar
oportunidades favorables, que en las fiebres graves suelen no llegar
nunca.
Tan pronto como los efectos eméticos se han borrado por completo
y hemos conseguido una limpieza completa del estómago, con la inges-
tión de abundantes cantidades de agua tibia, ordenamos el calomela-
nos á la dósis de uno á dos gramos y asociándolo al ricino cuando el
enfermo lo tolera.
Muchas veces acontece que los enfermos piden la solución de
sulfato de sosa en pequeña cantidad de vehículo para efectuar la
ingestión con rapidéz; en estos casos determina vómitos casi siempre,
¡os cuales se evitan, fraccionando las dósis en la proporción de diez
gramos de sal de sosa por 200 gramos de agua, cada vez.
Cuando se presentan fenómenos de parésia intestinal, que siempre
es un signo de extrema gravedad en las fiebres graves, provocamos
la corriente eliminadora por medio de repetidas lavativas purgantes
voluminosas.
Si en el curso de este tratamiento enérgico se presentase tenesmo,
lo combatiremos fácilmente con lavativas abundantes de agua al-
buminosa.
En general, es suficiente la diálisis para que se marque el descenso
térmico; pero en los raros casos que esto no sucede y la hipertérmia
pone en peligro los enfermos, prescribimos baños á 37° C. de media
hora de duración.
En el tratamiento dialítico-evacuante el descenso térmico, por
debajo de la cifra normal, indica siempre la crisis favorable que ter-
mina el período agudo de la enfermedad é inicia la convalecencia. Tres ó cuatro días son suficientes para que el tratamiento, llenado
con energía, domine las fiebres más graves, seguidas siempre de una
convalecencia muy corta y sin un solo caso de recidiva.
Los líquidos con que habitualmente favorecemos la diálisis intes-
tinal, según las circunstancias y el estado del enfermo lo requieran,
son: la limusina, limonadas, agua con cognac y sobre todo leche en
abundancia.
En el período de corta convalecencia, recomendamos lavados del
conducto cibal, mañana y tarde, con 20 ó 30 gramos de sal de sosa y
alimentación reparadora y abundante, en proporción á los hábitos del
convaleciente y en relación á su estado, más ó menos depauperado
por su pasada intoxicación malárica y autóctona.
Los resultados favorables, que venimos observando en nuestros
maláricos, se deben en gran parte al hecho de ocuparnos muy particu-
larmente con el Dr. Vila del tratamiento de enfermos, sin preocupar
nuestra atención con las enfermedades, cuyas descripciones y trata-
mientos, en general, nos enseñaron las obras de patología. A la cabece-
ra de enfermos que veíamos morir en gran número y en las que ha-
bíamos empleado, con la verdadera fé de sectários, las medicaciones
clásicas, con rigorismo extraordinario, pudimos sorprender fenóme-
nos, que determinaron en nuestro ánimo la más completa convicción
de la insuficiencia de la terapéutica específica.
Hace cinco años que venimos empleando con el Dr. Vila la nueva
terapéutica para los fenómenos sencillos y graves, dependientes de la
malaria; pero siempre temerosos de incurrir en ligerezas, hasta hace
un año, no hemos dado á conocer nuestras ideas, que cada dia se con-
firman con nuevos hechos clínicos. La diferencia de mortalidad,
comparando la época en que tratábamos clásicamente á nuestros
intoxicados por la malaria, con la quinina, como base de tratamiento
y la que observamos en la actualidad, que prescindimos, casi por com-
pleto, del específico, puede establecerse para los casos graves, en la si-
guiente proporción.
Mortalidad en los casos graves, tratados con la quinina, defuncio-
nes 70 por 100.
Mortalidad en los casos graves, tratados por el método dialítico-
evacuante, defunciones 5 por 100.
El Dr. Pórtela, de Guanajay, que ha podido observar la reciente
epidémia malárica, que tantos enfermos arrebató, podrá decir si nues-
tra proporción es exaj erada.
En la ciudad de la Habana, donde la ilustración médica de nues-
tros queridos y respetados maestros, no puede ponerse en duda; donde
las grandes farmacias garantizan la excelencia de los productos me-
dicinales y donde las fiébres maláricas no reinan epidémicamente, como en nuestra localidad, han fallecido saturados de quinina, durante
el año 1888, doscientos ocho palúdicos, clasificados en su mayor número
de accesos perniciosos. Durante el año 1889, la cifra ha sido mayor,
como nos lo demuestran las excelentes estadísticas del ilustrado
Dr. Vicente de la Guardia.
La mortalidad que observamos con el tratamiento clásico, nos
autorizó á intentar otro método científico de curación, basado en los
principios del ilustre Pasteur y en las aplicaciones del sabio Bouchard
y de las que no nos ocuparemos en este lugar por ser ya conocidas
de todo el mundo médico. Los resultados clínicos han coronado nues-
tras esperanzas con el más brillante éxito, por cuyo motivo teníamos
el deber de darlo á conocer, como venimos dándolo, hace un año en
las colúmnas de la Crónica.
Con verdadero placer y agradecimiento, tenemos noticias que al-
gunos compañeros de esta capital, vários de la provincia de Matánzas
y muchos del interior, han experimentado nuestro proceder terapéuti-
co, quedando satisfechos de sus buenos resultados. No estamos auto-
rizados para citar sus nombres; pero como muchos se encuentran
presentes, espero harán las objeciones, que su ilustrado criterio les
sugiera.
El único interés que nos anima á insistir, significando los bene-
ficios del método dialitico-evacuante en las manifestaciones del palu-
dismo, es únicamente que los compañeros, que ejercen la profesión en
lugares azotados por la malaria, obtengan los mismos beneficiosos
resultados, que nosotros venimos consiguiendo hace tiempo.
Terminarémos recomendándoles, que si no desean separarse de las
ideas tradicionales, continúen empleando la quinina en buen hora;
pero, para evitar los peligros del envenenamiento autóctono, que pone
en inminente peligro la vida del enfermo y la reputación del práctico,
deben, se lo suplicamos, emplear simultáneamente el método diaVi-
tico-evacuante.
El Sr. Presidente: Queda abierta discusión sobre el trabajo que
acaba de leerse y en el uso de la palabra el Dr. Montalvo para
argumentar.
Dr. Montalvo: Considera hipotético el trabajo del Dr. Coronado;
opina que en él no hay fundamentos científicos suficientes para pre-
conizar el tratamiento dialitico-evacuante, como pretende su autor, y,
después de considerarlo peligroso en muchos casos, termina declaran-
do que dicho tratamiento no puede ponerse en parangón con el de la
quinina, cuyos beneficios califica de indiscutibles.
Dr. Plazaola: Cree que en los niños es sumamente peligroso el
tratamiento dialitico-evacuante, de muy difícil, sino imposible, aplica-
ción y capaz de determinar pséudo-meningítis. Para él la quinina es la medicación preferente y, en determinados casos, el ácido salicílico
y el yodoformo.
Dr. Moreno de la Torre: Empieza declarando que, aunque sin darse
verdadera cuenta del fundamento científico del tratamiento que se
discute, lo empleó en diversas circunstancias; no alcanzando resultado
favorable, sino en algunas formas francamente intermitentes; conside-
ra que es penosa su aplicación y concluye afirmando que el uso de los
purgantes, (diálisis) á larga mano, como recomienda el Dr. Coronado,
es peligroso.
Dr. A. Neyra: Dice que el paludismo es una entidad bien conocida
y que el cuerpo de Laverán es el micro-organismo que la produce;
que esto nadie puede ponerlo en duda y así lo ha confirmado entre
nosotros el Dr. Stemberg.
Se sorprende de que el Dr. Coronado, sabiendo todo eso, no haya
dicho si en los casos de paludismo que cita, ha comprobado el plas-
módio de Laverán en la sangre y, caso de haberlo hecho, si comparó
los efectos que producen sus medicamentos dialíticos sobre el micro-
bio, á fin de saber el grado de superioridad que tienen sobre las sales
de quinina, por más que no parezca racional la comparación, toda vez
que sus medicamentos no actúan más que sobre el tubo intestinal y
no es ese el lugar donde radica el microbio de la malária.
Dr. Semprun; Dice que donde quiera que él se encuentre y se tra-
te de paludismo, levantará su voz en defensa de la quinina: que, para
él, este es el medicamento heroico contra dicha entidad morbosa y
que, en tanto no se pruebe, de una manera irrefutable, la superioridad
de otra medicación, continuará otorgándole á la quinina su indiscuti-
ble especificidad contra el paludismo.
Dr. Vila; Considera el tratamiento dialitico-evacuante como un pro-
cedimiento poderosísimo de eliminación, y al tubo intestinal como la
vía por donde se han de arrojar los residuos orgánicos, capaces de en-
venenar por acumulación al individuo y de interrumpir las funciones
fundamentales para la nutrición, y de ahí deduce que ese tratamiento
es racional y agrega que, si á eso se suma el resultado favorable que
en centenares de casos ha producido, debe admitirse que es racional y
eminentemente práctico.
Dr. Morado: Opina que el tratamiento dialítico tiene buenos fun-
damentos y merece que se le preste atenta observación.
Dr. Méndez: Sostiene que ese tratamiento no puede reemplazar á
la quinina y mucho menos superarla; que los éxitos de ésta en el pa-
ludismo son universalmente reconocidos y su especificidad comproba-
da, y termina manifestando que, á pesar de los resultados señalados
por el Dr. Coronado, él no se creerá con valor para abandonar la
quinina. T)r. G. López; Manifiesta que desde las primeras observaciones
clínicas, publicadas por los Dres. Vila y Coronado, ensayó el trata-
miento dialitico-evacuante y no alcanzó resultado favorable, citando
algunos casos que fueron refractarios á dicho procedimiento y termi-
naron felizmente por la quinina.
Dr. Dueñas: Empezó diciendo que la quinina era el específico del
paludismo; pero que había estados, de origen palúdico, rebeldes por
completo al uso de dicha sustancia. En las revistas, en la clínica y
en confidencias verbales, se señalan casos que han llegado á termi-
nar por la muerte, á pesar del empleo de la quinina á saturación.
En estos casos encuentra justificado el tratamiento propuesto por los
Dres. Vila y Coronado; anima á sus colegas á continuar los ensayos, y
termina diciendo que así se tendrá el derecho de juzgar el tratamiento
á la cabecera de los enfermos.
Dr. Núñez: Cree que, aún considerando muy favorablemente el
procedimiento que se discute, es insuficiente; pues, para él, la indica-
ción evacuante, por mucho que se quiera, no puede convertirse en
indicación específica y que ésta hasta hoy le está reserva da á la quini-
na contra el paludismo.
Dr. R. Weiss: Considera de suma importancia los hechos clínicos
que presenta el Dr. Coronado y dice que ante la elocuencia de los nú-
meros no caben discusiones; que las proporciones de 70 por 100 en la
quinina y 5 por 100 con el método dialítico no permiten alegatos so-
bre patogenia, sino de números; que debe ensayarse el tratamiento
que proponen y con tan brillante éxito emplean los Dres. Vila y Co-
ronado, y mucho más, cuando los individuos curados por la diálisis
vuelven al foco palúdico sin que sean atacados de nuevo, ventaja no
conocida hasta el día con ningún otro tratamiento del paludismo.
Dr. Bellver: Que la quinina la viene empleando con un éxito
insuperable desde que llegó á Cuba y que tiene que estimarla como
irreemplazable en el paludismo.
Dr. Sáenz Yánez: Opina que no es del caso discutir la acción he-
roica de la quinina, sus éxitos y fracasos, pues hay multitud de cir-
cunstancias que no pueden reunirse en una apreciación general; que
no es preciso llegar á ese terreno para juzgar el procedimiento Vila-
Coronado; que para él debe limitarse la atención á los resultados que
presentan, y que, tanto por la capacidad y moral científica de sus
preconizadores, condiciones muy respetables para todo el que quiera
aprovechar algo de la esperien cia agena, cuanto porque estamos can-
sados de ver y saber que con la quinina en todas sus formas, cantida-
des y asociaciones y cuantos más tratamientos se han empleado con-
tra el paludismo, hemos sido impotentes muchas veces, hasta el
ridículo estremo de conseguir la salud del enfermo con solo el cambio material de localidad, de habitación y aún de cama, no debe recha-
zarse dicho tratamiento sin los fundamentos de la esperiencia propia.
Dr. San Martín: Declara que se cree en el deber de confesar franca
y honradamente que ha seguido con empeñada atención el tratamien-
to Vila-Coronado en dos casos de estremada gravedad, en los cuales el
resultado no pudo ser más satisfactorio.
Dr. Casuso: Cita dos casos más, análogos á los aludidos por el
Dr. San Martín y declara que en ellos el triunfo del tratamiento
dialitico fue absoluto.
Dr. Zayas: Cree que las observaciones presentadas son incompletas
y que no pueden, por lo tanto, servir de testimonio á sus defensores.
El Sr. Presidente: Agotada la discusión, tiene la palabra el Dr. Co-
ronado para replicar.
Dr. Coronado: Llama la atención del Congreso sobre su trabajo
para recordarle que en él no se defiende teoría alguna; que no tiene
más objeto que referir hechos clínicos, presentando al Congreso sus
observaciones estadísticas completas (2,000 casos) y asegura que sus
diagnósticos están confirmados por la comprobación microscópica de
los cuerpos de Laveráu, de todo lo cual dará pública cuenta muy en
breve.
Ocupa la Presidencia el Dr. Santos Fernández y concede el uso
de la palabra al Dr. Dueñas para leer su trabajo.
Sobre el empleo de la quinina en la Habana.
el Dr. Joaquín L. Dueñas.
Hace ya algunos años tuve el pensamiento de comunicar á una
de nuestras Sociedades médicas el resultado de mi experiencia perso-
nal sobre el uso de la quinina en diversas enfermedades; particular-
mente en aquellas que vienen acompañadas de fiebre y sobre todo
en aquel grupo de pirexias, que reconocen por causa, verdadera ó
supuesta, la infección palúdica. Llevó esa resolución á mi ánimo la
lectura de un razonado artículo que, con el epígrafe de Reflexiones acerca
del uso y abuso de la quinina, publicó en la Crónica Médico-Quirúrgica
de la Habana, año de 1883, el veterano de nuestros maestros, el
Dr. Fernando González del Valle. Por más que desde aquella época
me hallase yo dispuesto á suscribir las ideas juiciosamente desarrolla-
das en el artículo de referencia, por más que desde entonces sintiese
arraigadas en mi espíritu las convicciones que hoy poséo con el más
alto grado de firmeza, víme precisado á desistir de tal propósito a
causa de otra convicción que mi mano detenía: el reconocimiento de
mi propia insuficiencia, robustecido y afirmado por la seguridad del escaso valor que habrían de representar observaciones deficientes y
poco numerosas. Pero, de un modo ó de otro, los años han pasado,
y, aunque con el mismo grado de insuficiencia, encuentro que ya no
es despreciable el contingente de hechos clínicos acumulados y cuya
posesión me autoriza, por lo ménos, á reemplazar la antigua incer-
tidumbre que abrigara por una seguridad inquebrantable en mi
opinión.
Prescindiendo de consideraciones generales y de todo preámbulo,
que podría ser justamente censurado, por tratarse aquí de un acto serio
al que cada uno de nosotros aporta el producto de sus observaciones
y de sus estudios, me permitiré entrar do lleno en materia, reclamán-
doos encarecidamente un instante de atención á lo que servirá de
premisa indispensable para establecer mis inducciones.
De un total de 3,961 enfermos visitados por mí en el espacio de
nueve años consecutivos, curaron 3,477, murieron 268 é ignoro el re-
sultado de 216, cuya asistencia no continué por motivos diferentes: lo
que da un 7.16 por 100 de mortalidad absoluta. De esos 3,961 indi-
viduos, presentaron fiebre 2,267 y no la ¡presentaron 1,694.
De los 2,267 casos de enfermedades febriles, aparecen anotados en
el grupo de las pirexias infecciosas, 774, de las cuales reconocen un
origen indiscutiblemente palúdico, 70. Estos se distribuyen de la ma-
nera siguiente:
Fiebre intermitente 42
» remitente 18
» perniciosa 6
Caquexia palúdica 4
Total 70
El número de fallecidos por paludismo se eleva á 8, comprendien-
do en ese número los 6 atacados de fiebre perniciosa y 2 de fiebre
remitente, lo que arroja una proporción de 11.42 por 100 en la morta-
lidad por paludismo. Las piréxias restantes, que llegan á la cifra de
704 y que no distribuyo en este instante, por no creerlo pertinente,
llevan los diagnósticos de fiebre gástrica, fiebre tifoidea, fiebre amari-
lla, viruela, varicela, sarampión, escarlatina, sudor miliar, paperas,
erisipela, muermo y septicémia.
Difícil sería que yo pudiese consignar ahora con igual precisión
el número de enfermos que han tomado la quinina; pero sí puedo
decir de un modo general que, salvo los 70 casos de paludismo confir-
mado, en los cuales ha sido esa sustancia la base del tratamiento, no
la he usado sino muy pocas ocasiones en las demás piréxias, siendo
la fiebre tifoidea y la erisipela, aquellas que comparten mayor número
de casos. También la he usado al principio de ciertas enfermedades febriles, cuya oscura sintomatología no me ha permitido establecer
desde un principio el diagnóstico, y otras ocasiones como piedra de
toque para disipar mis dudas; pero he suspendido la administración
del medicamento al adquirir la certidumbre de que no tenía que ha-
bérmelas con el veneno de la malaria: así es que, atendida esta última
circunstancia, puedo asegurar que relativamente he administrado la
quinina á un determinado número de enfermos.
Lo que primero se desprende del estudio de estas cifras, es la poca
frecuencia del paludismo en la Habana. Esto podrá parecer extraño
á primera vista, tratándose de un país como la Isla de Cuba en qüe
reina la malaria. Sin embargo, nada más cierto y nada más fácil de
explicar á poco que se medite con calma en la cuestión. Si algún he-
cho hay umversalmente admitido por todos los autores que se ocupan
en la actualidad de paludismo, es sin duda el origen telúrico del
elemento patógeno. La condición principal, que sirve de fundamento
para establecer la etiología de la infección palúdica, es la siguiente:
un terreno impregnado de humedad, conteniendo materias orgánicas,
particularmente de origen vegetal, en vías de descomposición avanza-
da. El desarrollo de la enfermedad se halla además subordinado á
otras condiciones, que concurren á la génesis del principio morbífico,
como son, el nivel de agua subterráneo, el grado de calor, las lluvias,
las estaciones etc.; pero la condición esencial, la indispensable, para
desenvolver la actividad de la fermentación orgánica, la que todos los
autores contemporáneos aceptan, es la que acabo de anunciar: la cons-
titución hidrogeológica de la localidad.
Pues bien; esa condición no existe en la Habana sino en determi-
nadas puntos, cuya distribución topográfica es fácil señalar. En gene-
ral, el piso de la población, cubierto por el suelo impermeable de las
casas y macadanizado ó adoquinado en la vía pública, se opone á la
penetración del agente palúdico y restringe considerablemente la ema-
nación de los efluvios febrígenos en gran parte de la ciudad. Por el
contrario, en aquellos lugares, donde faltan esas condiciones, donde el
nivel de la población es más bajo, donde la capa impermeable del
pavimento no existe, donde aparecen corrientes de agua que sostienen
la humedad, donde el abandono de la higiene pública consiente la
aglomeración de detritus, de desechos de la vida humana; en puntos
determinados, como en el litoral de la bahía, en el barrio de Pueblo
Nuevo, y accidentalmente en algunos lugares diseminados en el vasto
emplazamiento de la ciudad, se presentan con ménos rareza casos
aislados ó focos endémicos de intoxicación palúdica.
La diferencia numérica, que se deja apreciar entre el paludismo
urbano y el que se desarrolla en los campos, ha sido señalada por dis-
tintos observadores. M. Roux, analizando una discusión ocurrida en- tre los Dres, Torres Honren, Regó y Claudio de Silva, de Rio Janeiro,
sobre la naturaleza de la linfangitis perniciosa, hace notar que el pa-
ludismo no se presenta con tanta frecuencia en las ciudades, donde
se hacen trabajos que reducen sobremanera las condiciones de su apa-
rición. Laverán hace observar también, que el paludismo es una
enfermedad de los campos; de la misma manera que la fiebre tifoidea,
frecuente en la Habana, lo es de las ciudades. Este autor va más lejos,
porque agrega que la acumulación en las ciudades populosas y que fa-
vorece en tan alto grado el desarrollo de las enfermedades tíficas parece
al contrario crear una especie de inmunidad para las fiebres, palustres.
Para Colin, las ciudades son verdaderos refúgios contra la malaria; y
por último, en distintas poblaciones de esta Isla, ha podido hacerse
igual observación sobre la menor frecuencia del paludismo urbano.
En la Habana, la opinión contraria, que señala por todas partes la
existencia de la malaria, descansa en un error, que consiste en suponer
de origen palúdico, gran número de afecciones que están muy dis-
tantes de serlo, Ha contribuido en primer lugar á originarlo, la idea
preestablecida y justamente fundada, do que vivimos en un pais ma-
lárico; esa idea influye á la cabecera del enfermo y siembra en el mé-
dico la primera prevención. En segundo lugar, la lectura de las obras
que se ocupan de piretología en los países cálidos, en algunas de
las cuales se menciona cierto número de accidentes que los autores
atribuyen á la infección malárica y que son debidos al influjo del
miasma sobre los distintos sistemas y órganos de la economía. Notad
bien, señores, que digo accidentes y no enfermedades; las enfermedades
que origina el impaludismo son; la fiebre intermitente, la remitente ó
subcontínua de otras autores, simples ó con accesos perniciosos y la
caquexia.
Ahora bien; los accidentes á que se hace alusión en los clásicos, se
producen en el curso de las fiebres intermitentes crónicas; en los individuos
que ya han sufrido la acción del veneno malárico; rara vez en las fiebres
agudas y con más rareza todavía en los individuos primitivamente
sanos, hasta el punto de no haber observado Laverán un solo caso de
la soi-disant fiebre larvada en un período de cinco años. Maillot tam-
poco la ha encontrado y Dutrouleau la combate en sus escritos. Todos
los autores insisten, por su parte, en la necesidad de inquirir los ante-
cedentes, la procedencia de los individuos portadores de esas afeccio-
nes, ántes de hacer el diagnóstico de impaludismo y recomiendan efi-
cazmente la exploración atenta del enfermo, que casi siempre y por
haber sufrido de la fiebre en otras ocasiones, ha do ofrecer un infarto
característico del bazo. Y nótese que todos esos autores han ejercido
en comarcas infectadas, en el teatro de acción del paludismo; su com-
petencia está, pues, doblemente autorizada. Otra de las circunstancias que han influido para recibir con agrado
la opinión expuesta sobre el origen palustre de muchas afecciones,
procede indudablemente de la frecuencia con que ceden al uso de la
quinina. Pero de que una enfermedad llegue á curarse por completo
mientras se ha estado usando la quinina, no puede deducirse que su
existencia obedezca al paludismo. Muchísimos ejemplos podría citar
en apoyo de este aserto, si no tuviera que ocuparme de otros puntos
del mayor interés para la clínica; más no quiero callar que muchas
dolencias y hasta enfermedades sérias, de marcha rápida, se curan á
veces por la vis medicatrix naturas, y otras de cierta duración, sujetas,
digámoslo así, á una plantilla conocida, llegan á feliz término sin que
pueda atribuirse el resultado al empleo que haya podido hacerse del
brillante antipalúdico.
Volviendo ahora al estudio de mi estadística nosológica para tratar
de inquirir cuales son las enfermedades que he visto con más frecuen-
cia en la Habana—ya que no parece serlo el paludismo—y cual el
tratamiento empleado, considerándolo desde un punto de vista gene-
ral y crítico y en sus relaciones con la mortalidad, debo informar:
19 Que de los 1,694 individuos, asistidos por enfermedades en las
cuales no figuró la fiebre entre los síntomas observados, curaron 1,435,
murieron 86, é ignoro el resultado de 173, lo que produce una morta-
lidad de 5.65 por ciento.
29 Que la mayor parte de ellos aparecen distribuidos en variables
proporciones con diagnósticos diversos, correspondiendo á un gran
número de estados ¡patológicos, ya primitivos, ya subordinados á
enfermedades constitucionales ú orgánicas de diferente marcha.
39 Que en este grupo de casos, cuya larga enumeración, tras de
cansada é importuna, sería al mismo tiempo enojosa y difícil, he
encontrado várias veces la oportunidad de formular la quinina, más
con el objeto de utilizar sus propiedades tónico-cardiacas, tónico-vas-
culares ó moderadoras de la inervación, que con un fin específico.
49 Que las afecciones predominantes, en este variado conjunto de
enfermedades, fueron las manifestaciones catarrales apiréticas, las de
origen reumático, las neurosis, en particular las neurálgias y los
trastornos producidos por la clorosis y la escrófula.
He podido comprobar, por lo tanto, la eficacia de la medicación
quínica en algunos estados congestivos, en las hemorrágias, en el
reumatismo apirético, en gran número de neurálgias idiopáticas ó de
origen constitucional, como las reumáticas que abarcan un crecido
número de hechos, en diversas neurosis de carácter paroxístico, en la
jaqueca, en ciertas disneas, en el asma esencial, en las hiperquinésias
cardiacas, en la tos convulsiva, en algunas manifestaciones cornifor-
mes, etc. Muchas de estas afecciones, que he notado se reproducen con intervalos bien regulares por cierto, como han referido ejemplos Trous-
sean y Graves, ceden frecuentemente á la quinina y, sin embargo, no
pueden ser consideradas de origen palúdico sino en circunstancias
excepcionales. La más frecuente de dichas afecciones, las neuralgias,
sobre todo las que radican en la extremidad cefálica, reconocen un
origen muy variado; pero ya sean dependientes de un estado genera}
de la economía, sífilis, clorosis, artritismo, etc., ya sean de origen re-
flejo, ya estén sostenidas por una afección orgánica ó una intoxica-
ción, ofrecen un carácter común, que es la intermitencia, á ocasiones
tan regular, como la observada en el paludismo. Así es que debe te-
nerse suma discresión para formular el diagnóstico patogénico; con
tanto más motivo, cuanto que las neurálgias reumáticas sobre todo?
las cloróticas y algunas otras, suelen desaparecer con el uso del anti-
periódico. El criterio clínico sobre la naturaleza palúdica de una neu-
rálgia, debe pues basarse, según la opinión unánime de los autores
que se ocupan de enfermedades propias á los países intertropicales,
en la marcha de la afección, en otras circunstancias patológicas con-
comitantes (Kelsch), en la existencia de los signos que revelan una
infección anterior, en los antecedentes personales, brevemente, en un
conjunto de datos, pero nunca en la periodicidad del fenómeno, ni en
el éxito terapéutico que proporcione la quinina. El resultado positivo,
en estas condiciones, adquiere todo el valor de una ratificación.
Ajustándome á esta severidad de principios, debo decir, que en
un total de 228 casos de neurálgias observad os por mí—sin contar las
que han venido acompañando á otros estados patológicos, á título de
fenómeno accesorio—no puedo asegurar la autenticidad del origen
palúdico, sino en dos solamente.
Según la opinión de Kelsch y Kiener, las neuralgias son las mani-
festaciones por las cuales se revelan casi exclusivamente las fiebres
larvadas; y, teniendo en cuenta el sitio de elección, parecen localizarse
sobre todo en las ramas supra é infraorbitarias del trigémino. Tal es la
opinión que hoy acepta la generalidad de los autores y la que debo de-
ducir de mi práctica profesional. En esta proposición se advierte la ten-
dencia á restringir el dominio de la fiebre larvada y con sobrada jus-
ticia, porque de no ser así, llegarían á simplificarse del modo más
absurdo, la ciencia del diagnóstico y los árduos problemas de la clínica.
Para completar el exámen de mi estadística personal, debo ocupar-
me ahora de aquel grupo de casos que estuvieron caracterizados por
la presencia del elemento febril, en los cuales se encuentra mayor
oportunidad para la administración de la quinina. Me permitiréis re-
cordaros que el número total de esos enfermos se eleva á 2,267; de
ellos curaron 2,042, murieron 182, é ignoro el resultado de 43, lo que
arroja una mortalidad de 8.18 por 100, Predominan en ese grupo las enfermedades de las mucosas, las
catarrales, que componen un total de 935 enfermos; luego siguen, por
orden de frecuencia, las pirexias infecciosas con 774; las inflamaciones
orgánicas y de varios tejidos con 272; ocupando un lugar secundario
la serie de enfermedades febriles que reconocen por origen el reuma-
tismo y la tuberculosis con 124; el resto lo constituyen las inflamacio-
nes específicas, como las anginas y laringitis diftéricas, la disentería,
las neurosis febriles, como el tétanos y el grupo de las fiebres efémeras.
Analizando este conjunto de hechos debo manifestar que he pros-
crito la quinina de la terapéutica de muchas enfermedades en las
cuales se acostumbra formular, ya con el objeto de oponerse al movi-
miento febril, ya con el fin de combatir la supuesta naturaleza palú-
dica, que, según algunos, permanece oculta detrás de un cuadro sinto-
mático robado, digámoslo así, á otras enfermedades, para desorientar
al médico y escapar á la acción de sus recursos terapéuticos.
Es indudable, que como antiflogístico y como antipirético, posée la
quinina virtudes sobresalientes, pero no es ménos cierto que á menu-
do se consiguen superiores resultados en la práctica con el empleo de
ciertos medicamentos generales ó locales que llenan mejor la indica-
ción y que la experiencia aconseja preferir. Así sucede, por ejemplo,
en las afecciones catarrales de las vías respiratorias. Las laringitis, las
bronquitis, las bronconeumonías agudas, ceden generalmente en un
período de tiempo que está subordinado á la intensidad ó la exten-
sión de las lesiones. Los mejores antiflogísticos, que pueden usarse en
tales casos, son los evacuantes, los diaforéticos, los revulsivos, los mo-
dificadores de la mucosa respiratoria. Cede la fiebre alta en una trá-
queo-bronquitis ligera con el empleo de un sudorífico y el reposo en
una habitación abrigada; baja la temperatura y comienza la fase de
resolución en una bronconeumonía, mercéd á un vegigatorio ó un vo-
mitivo oportunamente recetado; y acórtase la duración de esos esta-
dos catarrales con el uso de los espectorantes, los tónicos, el alcohol,
etc. Jamás he obtenido un descenso de la temperatura con la quinina
en dichas enfermedades, á no ser de algunas décimas de grado y su
administración en muchas ocasiones no viene más que á inclinar á su
favor la palma del éxito, porque coincide con el período de resolu-
ción más ó ménos largo, pero siempre subordinado á la extensión é
intensidad del proceso local.
Otro tanto diré de las afecciones catarrales de las vías digestivas.
Para rebajar la temperatura elevada que acompaña á una angina mu-
cosa, á una angina herpética, no hay mejor antipirético que un vomi-
tivo de ipecacuana; queda luego la resolución del proceso al cuidado
de los emolientes locales, los gargarismos diversos etc., y después al
tiempo; pero yo no le doy un gramo diario de quinina á un enfermo que ha de entrar en convalecencia en seis ó siete días, porque su tem-
peratura no haya cedido al tercero ó se eleva al cuarto con una recru-
descencia de los fenómenos guturales. Las estomatitis febriles, las
gastritis agudas, originadas por la acción del frío, el mal régimen, los
escesos en la mesa, las emociones morales etc., y que son tan fre-
cuentes en algunas épocas del año, tampoco deben ser tratadas por la
quinina sino por los vomitivos, el reposo, la dieta, los laxantes, etc.?
es más, la medicación quínica sostiene la fiebre y alarga la duración
del proceso, que entonces puede confundirse con la forma gástrica de
la fiebre tifoidea ó con una remitente palúdica. De modo que, por una
parte, medicación inútil, que no cura el catarro gástrico febril; por
otra, medicación perturbadora que interrumpe la marcha espontánea
de la gastritis á sn curación; por último, medicación inconveniente,
que extravía el juicio del prático y lo expone á cometer fácilmente un
error de diagnóstico.
Por lo que toca á las enteritis agudas, entero-colitis, cistitis, endo-
metrítis y demás enfermedades localizadas en las mucosas, es induda-
ble que gran provecho obtiene el médico del empleo de las más varia-
das medicaciones, sin necesidad de asociarles la quinina.
En las consideraciones precedentes no me he ocupado del uso del
alcaloide sino bajo el punto de vista de los servicios que puede prestar
en la marcha de esos procesos febriles, como antiflogístico y antipiré -
tico; pero me falta considerar el segundo aspecto de la cuestión; es de-
cir, cuando se aconseja su empleo para destruir el fundamento palú-
dico en que se hacen reposar algunos de esos estados patológicos.
Pertenecen á dicho número los catarros de las vías aéreas, ciertas an-
ginas, las gastritis simples ó de forma biliosa, y las llamadas fiebres
catarrales en las que, sin existir á veces localización predominante, se
observan de un modo simultáneo, fenómenos semejantes en váidas
mucosas. La interpretación patogénica para que sea exacta tiene que
ir precedida de un exámen riguroso de los hechos y de las circuns-
tancias en las cuales se verifican: único modo de aproximarse á un
juicio diagnóstico concreto y de llenar indicaciones provechosas.
Por mi parte me encuentro muy inclinado á admitir, para la gene-
ralidad de los casos, un origen cósmico, y en este concepto representan
un papel importantísimo las bruscas y frecuentes variaciones atmos-
féricas que se experimentan en estas latitudes. Las estaciones llama-
das de transición en Europa, puede decirse que aquí existen de un
modo permanente. De' Octubre á Mayo hacen súbitas apariciones los
vientos del norte, sucediendo á temperaturas elevadas otras relativa-
mente bajas. De Mayo á Octubre, los brisotes del 19 y 29 cuadrante
interrumpen diariamente las funciones de la piel, activadas por los
palores del estío. De allí la extraordinaria frecuencia de los estados catarrales que, según la predisposición habitual de cada individuo, las
condiciones higiénicas que le rodeen, su edad etc., y el grado con que
haya sufrido la impresión patogénica, se localizan en distintos órganos
ó en todas las mucosas á la vez. Asi vemos coincidir y sucederse de
un modo interminable, los corizas, las anginas, las bronquitis, bronco-
neumonías, gastritis y gastro-enterítis; unas veces febriles, otras apiré-
ticas, ya de corta duración, ya de forma prolongada, terminándose fa-
vorablemente en la mayoría de los casos, sin que nada autorice en su
expresión sintomática, en las condiciones que las preparan, ni por el
resultado de la terapéutica, á considerarlas de origen palúdico. Algu-
nas de estas formas, que por su extraordinaria difusión, por el aspecto
que revisten, por las complicaciones que las acompañan, recuerdan el
carácter infeccioso, tampoco ofrecen rasgos clínicos que justifiquen su
procedencia malárica, y más motivos encuentro por sus determinacio-
nes locales, por su marcha especial y por su sello clínico, para referir-
las á la gripe. Más como quiera que se consideren esas formas, caracte-
rísticas por su infecciosidad, hay un hecho que me importa consignar
y es que la quinina no tiene la menor influencia en el resultado que
se obtenga. Casos graves, de bronconeumonía infantil, desarrollados
en esas circunstancias, he logrado salvar de una muerte inminente,
sin que figurase, bajo ningún concepto, la quinina en todo el curso del
tratamiento. En cambio, he visto sucumbir niños que he saturado del
alcaloide—y perdonadme la frase—por una obstinación que hoy, con
el espíritu más sereno, considero injustificada y que quizás hubieran
podido curar, desviando en otro sentido los esfuerzos terapéuticos
desplegados.
Respecto á los catarros gástricos febriles, cuando no obedecen á la
acción del frío ó de los cámbios atmosféricos, reconocen casi siempre
por origen innumerables infracciones de los preceptos bromatológicos;
son sumamente frecuentes en los niños y, vayan ó no acompañados
de síntomas biliosos, deben ser tratados, ante todo, por los evacuantes,
si se quiere abreviar su duración. He tenido oportunidad de observar
que cuando esto no se hace, la afección se prolonga, adquiere la fiebre
un tipo remitente más ó menos regular, lleva al ánimo la duda y
obliga al médico á hacer uso de la quinina. En esta situación ocurre
lo siguiente: ya persiste la fiebre, modificándose más ó menos capri-
chosamente en su tipo ó eñ sus oscilaciones diarias hasta que se ex-
tingue poco á poco el proceso patológico, ya desaparece en corto plazo,
sembrando en el espíritu la idea de haber descubierto un caso de im-
paludismo. Se sigue administrando la quinina y el enfermo, que pare-
ce no tener fiebre, porque su temperatura oscila ligeramente al rede-
dor de los 37°, la siente sin embargo, su pulso late con frecuencia, la
lengua queda saburral, el estado gástrico persiste, y en fin, por donde quiera que se busquen, se encuentran los signos evidentes de que aún
no ha recobrado por completo el organismo su estado fisiológico. El
enfermo, y si es un niño con mayor motivo, por la extremada delicade-
za de sus órganos, llega al fin á curar de su afección, ó, por el contra"
rio, arrastra una convalecencia penosa y se convierte en un dispéptico,
cuya nutrición languidece y su estado general decae, exponiéndolo á
su vez á contraer una de tantas afecciones que reclutan sus víctimas
en las nutridas filas de los débiles.
En cuanto á las enteritis y gastro-enter ítis por ingestión de sustan-
cias fermentadas, que constituyen un grupo bastante numeroso de he"
chos en los cuales se observan los rasgos distintivos de una verdadera
intoxicación, tengo por costumbre renunciar en absoluto al empleo de
la quinina, porque los accidentes formidables que se desenvuelven y
que simulan por su intensidad á los que caracterizan la fiebre perni-
ciosa coleriforme, no desaparecen sino con el uso inmediato de los es-
timulantes, los tónicos y demás recursos que el práctico posée para
sacar á los enfermos del síncope, la algidéz y un colápso que puede
ser mortal. La ñébre, que suele suceder en tales casos á esa tempestad
morbosa, es una fiebre reaccionaria que tampoco es justiciable del
empleo de la quinina.
Creo haber explicado suficientemente en los párrafos que antece-
den, la distribución que he hecho en mi estadística de 935 casos de en-
fermedades diversas, y que hubieran aumentado de un modo extraor-
dinario la cifra del impaludismo agudo al considerar gran parte de
ellas como manifestaciones atenuadas, frustras, anómalas y hasta
perniciosas de la infección malárica.
Llego ahora, por orden de frecuencia, al grupo de las piréxias
infecciosas. El papel que corresponde á la quinina en este género de
trastornos morbosos, se presta á grandes consideraciones; pero yo me
limitaré á exponer el criterio que me guía en la práctica con el objeto
de concretar lo más posible mi trabajo.
De un modo general diré, que, salvo en los casos de paludismo,
uso dicha sustancia en las demás infecciones, sólo con el objeto de
rebajar las cifras hipertérmicas y como tónico cárdio-vascular. En este
concepto la he usado á dosis moderadas en algunas septicémias, en la
erisipela, en la fiebre tifoidea y en el sudor miliar: jamás en la viruela,
sarampión, escarlatina, paperas y fiebre amarilla. Hoy me inclino á
proscribirla de la terapéutica en las septicémias y muy particularmen-
te en la fiébre tifoidea, que ocupará dentro de poco mi atención. Pero
como quiera que las dudas y controversias sobre su enqúeo, no pare-
cen suscitarse cuando el diagnóstico está plenamente confirmado, sino
en aquellos casos en que se hace intervenir como elemento principal
ó accesorio á la malária, trataré de no apartarme ni un momento del terreno clínico en que me hallo desde un principio colocado, para
exponer cual ha sido y seguirá siendo mi línea de conducta en tales
circunstancias.
Al comienzo de toda afección febril en que no puede precisarse el
diagnóstico, localizar en algún órgano el proceso que se desenvuel-
ve, ni sospechar la aparición do una pirexia reinante, administro la
quinina como piedra de toque; pero es necesario para ello que me
asalte gran género de dudas y, en todo caso, procuro no elevar dema-
siado las dosis del medicamento. Nunca he tenido que arrepentirme
de tal proceder y afirmo que, en la generalidad de las ocasiones, no me
ha sido preciso continuar en el uso-de la quinina: la situación ha
llegado á despejarse y he modificado entonces mi tratamiento con
arreglo á la naturaleza del proceso francamente manifestado. Fuera
de este corto número do hechos, yo no insisto en la medicación quí-
nica, sino cuando tengo la convicción firme de que se trata de impalu-
dismo; y fundo esta convicción en un gran número de datos: circuns-
tancias esteriores, el medio, la estación, localidad etc.; circunstancias
individuales, que comprenden los antecedentes y la exploración mi-
nuciosa del enfermo. En los casos, para mí rarísimos, en los cuales la
ausencia de los caracteres propios á la malaria, no me autorizan á
afirmarla decididamente, fundo mi convicción en el resultado tera-
péutico, porque considero la quinina como un específico, y creo que
los ejemplos, también raros, que resisten la acción del medicamento,
no son suficientes para quitarle su inmenso valor como medio diag-
nóstico.
La frecuencia conque algunas afecciones febriles, benignas por su
resultado, aunque oscuras en su expresión clínica, se terminan con el
empleo de la quinina, ha servido para sustentar su naturaleza palú-
dica, sobre todo si se tiene en cuenta la posibilidad de que la malaria
se aparte por su sintomalogía, por sus modalidades clínicas, por la
ausencia de fenómenos decisivos, como el infarto ó el dolor esplénico,
del cuadro más ó menos variado de sus manifestaciones primordiales.
Yo creo, señores, que semejante criterio no tiene razón de sel y
citaré en mi apoyo la opinión respetabilísima de Roux, uno de los
que con tanto acierto han discutido sobre la naturaleza de las fiébres
en los países cálidos. «Si hay una enfermedad, dice este autor, siempre
igual á sí misma, produciendo invariablemente los mismos síntomas
y accidentes, es seguramente la fiebre palúdica, cualquiera que sea la
región en que se observe.» Si no con idénticas palabras, se muestran
de acuerdo con Roux, todos los demás autores antiguos y modernos
que he leído en estos últimos tiempos. Corre, Laveran, Colin, Butrón-
lean, Kelsch y Kiener, todos están conformes, á pesar de otras diver-
gencias de apreciación, en la frecuencia conque la malária se observa acompañada de los caracteres que han permitido clasificarla en cierto
número de grupos que se revelan por un conjunto de signos y de le-
siones constantes, invariables é irrecusables. Como tratadistas especia-
les que son, han debido incluir en sus obras las modalidades más
raras, las formas frustras, las variedades posibles; lo accesorio, lo
eventual, lo contingente; han debido estudiar de una manera prolija*
las complicaciones, las formas dudosas, pero sin dejar de señalar la
rareza que las distingue, rareza que yo he podido comprobar y de la
que suministra una prueba elocuentísima en la Habana mi estadís-
tica personal.
Esto por lo que toca á las formas ligeras ó comunes de la infección
palúdica. En las formas intensas, con acompañamiento bilioso, en la
remitente adinámica grave, en la hemoglobinúrica, en las cuales la
apreciación diagnóstica suele dificultarse por las analogías que las
unen á otros estados infecciosos ó no, el empleo de la quinina lleva
una fuerte presunción al ánimo, cuando tardan en aparecer signos tan
evidentes como el infarto esplénico y la melanémia periférica. En los
casos excesivamente graves, la quinina es inútil para conjurar los
terribles efectos de una intoxicación demasiado activa y debieran
ensayarse otros recursos más poderosos, como los propuestos por los
Eres. Yila y Coronado en recientes trabajos.
En las fiebres llamadas perniciosas, la quinina también ha sido la
base de mi tratamiento; y aunque no he descuidado ninguna de las
medicaciones accesorias que se dirigen al complexus sintomático, de-
bo decir, que en los seis casos que aparecen en mi estadística, la
muerte fue la terminación constante en todos ellos. Si ahora se desea
una contestación franca y categórica sobre la naturaleza real de los
casos, agrupados bajo la denominación de fiebre perniciosa, responde-
ré, ajustándome á la opinión más admitida sobre un concepto tan
vago y discutible como ese, que si por el aspecto de los síntomas y
la reunión de ciertos caracteres concomitantes, debo suponerles un
origen palúdico; en cambio, por la ausencia de algunos datos etioló-
gicos y por haber omitido el exámen de la sangre, cuya significación
es decisiva, continúan siendo estos hechos para mí, otros tantos pro-
blemas patológicos. Si á pesar de todo, hiciera responsable al paludis-
mo de esas defunciones, habría que convenir en la rareza conque se
ha presentado la fiebre perniciosa en mi práctica profesional. En
efecto, no he observado más qüe un caso por cada 400 individuos ata-
cados de enfermedades febriles, y sólo le corresponde un 3.49 por 100
en la mortalidad relativa á este grupo de padecimientos y Un 2.32 por
100 en la mortalidad general. La proporción de frecuencia de la fie-
bre perniciosa, con respecto á las demás fiebres de origen palúdico, es
de 8.57 por 100, en las observaciones qüe me pertenecen. En las enfermedades proporcionadas, compuestas de un elemento
tífico y do un elemento malárico, no está igualmente indicada la qui-
nina. En la remitente palustre tifoidea, caracterizada por el predomi-
nio do la fenomenalización malárica, el uso de la quinina va seguido
de brillantes resultados: tal es lo que he podido comprobar en el corto
número de enfermos sometidos á mi observación. Por el contrario, en
las formas calificadas generalmente con la denominación de tifo-ma-
láricas, en las cuales predominan síntomas tifoideos, la impotencia de
la quinina, es, como dice muy bien Jaccoud, un carácter constante de
la enfermedad. La administración del medicamento es indispensable
en los primeros días, pero lia de usarse con prudencia á la dosis de
dos gramos diarios, con el objeto de aclarar el diagnóstico y moderar
los síntomas atóxicos, que algunas veces se presentan; más nunca á
dosis excesivas, con el buen deseo de salvar la vida de un enfermo
que se supone en inminente peligro de muerte. La administración
sistemática de la quinina en dichas circunstancias, á dosis progresi-
vas, puede modificar desfavorablemente el pronóstico de la enferme-
dad, que, por el tipo de la fiebre y los sudores que la acompañan,
se presta á ser confundida con accesos palúdicos de forma perniciosa
ó con una remitente malárica al adquirir la fiébre dicho tipo desde el
cuarto ó quinto día después de la invasión.
Yo no voy á discutir en este momento la naturaleza de una enfer-
medad que ha sido objeto de tantas controversias. Creo que se trata
de una modalidad de la fiebre tifoidea, según la opinión sustentada
por Jaccoud, Borrelli y Tomaselli en Europa; por Lebredo y otros
compañeros en la Habana, y en particular por el Dr. Laguardia, cuyas
investigaciones anátomo-patológicas son concluyentes y decisivas.
Lo que sí me importa consignar es la inconveniencia de la medi-
cación quínica también señalada por Jaccoud, en los primeros días
del padecimiento y cuya obstinación es para mí injustificable además,
en el curso de la fiebre, que suele durar 5, 6 ó más septenarios, sin
modificarse en modo alguno, aunque se insista en la medicación anti-
palúdica. Pero hay algo más: la quinina, por su acción de contacto,
sostiene el estado irritativo de la mucosa gastro-intestinal, que por el
contrario reclama la administración de ciertos modificadores, como el
clorato, de potasa; debilita al enfermo que requiere el uso de los tóni-
cos, y disminuye la resistencia orgánica, que lo expone entre otros
accidentes á los sincópales, siendo ésta una enfermedad en que las
degeneraciones de la fibra cardiaca son una de las causas más abona-
das para la terminación funesta. Un criterio sistemático no dejaría de
ver en ello la brusca aparición de un acceso pernicioso y este fracaso
agregaría un ejemplo más á la lista de los casos rebeldes á la medica"
ción quínica, En suma, lejos de convenir la quinina, perjudica: ántes que curar, estenúa, debilita y compromete al enfermo. Si á pesar de
todo, el paciente vive, no se lo debe al medicamento; se lo debe á su
resistencia individual.
En las demás formas do la fiebre tifoidea, en la forma común, en
la forma gástrica, de las que he visto numerosos casos, no administro
la quinina, sino en condiciones particulares, por un corto número de
días y á dosis moderadas.
En el sudor miliar la he usado con ventajas, así como también en
la erisipela.
En la difteria, encuentro más provechosas otras medicaciones, y
lo mismo tengo que decir de las septicemias, sobre todo la de origen
puerperal. Por último, no la considero indicada en la disentería, ni
en la fiebre urinosa.
Réstame ocuparme, para terminar, del grupo de las inflamaciones
y de ciertas enfermedades generales. En los procesos febriles sintomá-
ticos de flogosis viscerales, orgánicas ó de las serosas, así como tam-
bién, en gran número de trabajos flegmásicos locales, como flemones,
periostitis etc., no encuentro justificada la administración de la quini-
na, sino á título de ayudante y siempre que resulte de ello algún
provecho para el enfermo. Cuando esto no sucede, tengo por costum-
bre abandonar el uso del medicamento para simplificar la terapéutica.
En el reumatismo agudo, sobre todo en el articular, el empleo de
la quinina es notoriamente beneficioso. Su acción, puesta de manifies-
to en la práctica desde los tiempos de Trousseau, es admitida en la
actualidad por los médicos de todos los países. En la gota aguda soy
más circunspecto en el uso del antiflogístico.
En la tuberculosis, debo decir, de un modo general, que solo es
ventajosa en determinadas circunstancias, cuando se usa á dosis mo-
deradas y en cortos períodos de tiempo. En la tuberculosis pulmonar
sub-aguda, la quinina, usada de ese modo, favorece la desaparición de
los brotes congestivos que preparan la extensión del proceso. En las
formas tórpidas, de marcha lenta, su empleo ha de ser dirigido con
mucha discreción. A dosis regulares y algún tiempo sostenidas, con-
duce á la depauperación orgánica y es un coup de fouet, para la multi-
plicación de los bacilos, que entonces pueden aparecer en otros ór-
ganos anteriormente indémnes. En los sujetos ya debilitados por la
tuberculosis ú otras causas, en los predispuestos á sufrirla, que ofrecen
á menudo trastornos vários que se relacionan con el empobrecimiento
de la sangre, como palpitaciones, neuralgias diversas, febrículas, etc.,
es sumamente funesta la destrucción globular del líquido sanguíneo,
que ocasiona la quinina y que Briquet, entre otros, se ha]encargado de
probar. Yo nunca uso sino con suma prudencia, un medicamento cu-
ya acción bipostenisante se acentúa más en los organismos achacosos y empobrecidos. En las localizaciones cerebrales ó meníngeas de la
tuberculosis, la quinina obra á título de descongestivo cuando se usa
á dosis moderadas; pero tengo por costumbre suspenderla tan pronto
como llego á convencerme de su impotencia terapéutica. En las hipe-
remias meníngeas, que acompañan al período de la dentición y á cier-
tas enfermedades agudas de la infancia, hiperemias que Bouchut ha
calificado con el nombre de pseudo-meningitis primitivas, la quinina
obra maravillosamente á dosis do 20 á 50 centigramos, según la edad.
Por el contrario, en la pséudo-meningitis por anemia, que son las más
frecuentes, el uso del medicamento, tras de ser nulo, es en sumo grado
peligroso, porque precipita la terminación fatal. En la práctica acos-
tumbro recordarme á mí mismo semejante resultado, porque las
pséudo-meningitis de este grupo, se observan con frecuencia en los
veranos húmedos, época en que, si bien en corto número, hacen su
aparición los accesos de fiébre perniciosa de localización intestinal
extraordinaria y graciosamente exagerados en estos últimos tiempos,
por el Dr. Ferreira del Brasil.
Por último, la quinina es ineficáz en la fiébre de origen sifilítico,
en la fiébre de la clorosis, en la fiébre de origen leucémico, en las fié-
bres de las histéricas y en la fiébre dentaria de los niños. Llamo la
atención sobre la posibilidad de confundir todas estas fiebres con las
de origen palúdico, puesto que afectan á menudo el tipo intermitente
con periodicidades regulares. En lo que se ha convenido llamar fiébre
traumática, no debe administrarse la quinina, sino cuando se trata de
individuos que moran en un foco de paludismo ó proceden de él,
cuando han padecido la malária, cuando existen pruebas clínicas que
autoricen á diagnosticarla, pero no de un modo absoluto en todas las
ocasiones.
He terminado mi propósito: las conclusiones que yo debiera con-
signar ahora me expondrían á concretar de un modo somero é incom-
pleto, un asunto tan vasto como el que acaba de ocuparme. Las ideas
que he desenvuelto, los particulares que he ido señalando, la crítica
que envuelve mi trabajo, son verdaderas conclusiones de mi experien-
cia personal, de mis estudios clínicos y del libre exámen de opiniones
conocidas.
He hecho mi profesión de fe sobro el empleo que debe hacerse de
la quinina en la Habana. Ahora deseo conocer la de vosotros en una
cuestión de tanta trascendencia para nuestra medicina local.
BIBLIOGRAFÍA.
Maurel.—Recherches microscopiques sur V etiologie du paludisme.—
París, 1887. Maurel.—Traite des matadles paludéennes á la Gáyeme--París, 1883,
Colin.— Traite des matadles epidémiques.— París. 1879,
Colin.—Traite des fiebres intermitientes.—París, 1870.
Laveran.—Traite des fiebres palustres.—París, 1884.
Kelsch y Kiener.— Traite des matadles des pays chauds.—-París, 1889,
Corre.— Traite clinique des matadles des pays chauds.—París, 1887.
Boux.— Traite predique des matadles des pays chauds.—París, 1889.
Dutrolean.— Traite des maladies des Européens dans les pays chauds,
París, 1868.
Frerichs.— Traite practique des matadles da Jote.—París, 1877.
Jaccoud.—Lecons de clinique medícale, á la Piti'e.—París, 1884.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Moreno de la Torre.
El Dr. Moreno de la Torre: Expone que la quinina le ha dado bue-
nos resultados en la septicemia puerperal. En este, como en otros esta-
dos infecciosos, dicha sustancia retarda los movimientos amiboideos
de los leucocitos. La quinina le ha sido muy útil también en las pa-
peras; administrada después de un purgante salino, á las dosis de 1 á
8 gramos diarios, contribuye á la desaparición de los infartos glandu-
lares y abrevia el curso de la enfermedad; tal es lo que deduce de ex-
perimentos realizados por él en dos grupos de á seis enfermos que so-
metió á tratamientos comparativos. Respecto á las fiebres perniciosas,
está de acuerdo con lo manifestado por el Dr. Dueñas, y agrega, que
en una comarca, donde se presentaba la malaria bajo todas sus for-
mas, no vio más que dos enfermos de fiebre perniciosa en un largo
período de tiempo.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Montalvo.
El Dr. Montalvo: Felicita al Dr. Dueñas por su honradéz clínica y
agrega que hubiera sido preferible limitar ese estudio á las pirexias
en que más se emplea la quinina. Señala el olvido de ciertas afeccio-
nes quirúrgicas, descritas por Verneuil, como las orquitis y epíxtasis;
y termina diciendo que en la fiébre tifoidea, según la última discu-
sión de la Academia de Medicina de París, debe usarse de la quinina
como el más seguro de los antitérmicos.
El Sr. Presidente; Tiene la palabra el Dr. Coronado.
El Dr. Coronado (de Cabañas): Apoyando las consideraciones del
Dr. Dueñas sobre las fiébres perniciosas, dijo que le parecía ese térmi-
no vulgar y que nada esplicaba. En las estadísticas aparecen engloba-
das bajo ese título un número considerable de fiebres graves de muy
distinta naturaleza. Cree que en la Habana no se presentan las fiébres
palúdicas sino en condiciones particulares (remociones).
El Dr. Delfín: Hace referencia á una epidemia de fiébre tifoidea
que presenció en el término de los Palacios durante el año de 1884:
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Delfín. tuvo que renunciar al uso de la quinina que no le daba resultado, y
por el contrario, curaban más rápidamente los enfermos haciendo uso
de otras medicaciones. Observó un caso grave de intoxicación quíni-
ca en una niña, que tomó grandes dosis de dicha sustancia.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Plá.
El Dr. Plá: Citó casos de fiebre tifoidea, en que la administración
de la quinina fue perjudicial, por lo que solo la usa en raras circuns-
tancias: en las fiebres prolongadas de la infancia tampoco le ha dado
resultados el empleo de dicho medicamento.
El Dr. García Rijo (de Sancti-Spíritu): Cree que es imposible
negar la acción antipalúdica de la quinina; pero también conviene en
la necesidad de otras medicaciones para combatir estados viscerales
locales que reconocieron por origen el envenenamiento malárico. Es-
tableció luego sus indicaciones en otros estados patológicos, como el
asma y la fiebre urinosa.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. García Rijo.
El Sr. Presidente: Tiene ]a palabra el Dr. Sáenz Yánez.
El Dr. Sáenz Yánez; Sostiene que es preciso disminuir el empleo de
la quinina como lo hace el Dr. Dueñas. En la fiebre tifoidea suele dar
resultados, según la modalidad y período de que se trate; no debiendo
proscribirse en absoluto, ni usarla sistemáticamente en todos los casos.
El Dr. Vila (de Cabañas): Hizo referencia á algunos casos de fie-
bres graves observadas por él, simulando la fiebre amarilla, en los
cuales prefirió al uso de la quinina, el método dialítico, seguido de
buenos resultados.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Vila.
El Sr. Presidente; Tiene la palabra el Dr. Bellver.
El Dr. Bellver: Señala las ventajas é incovenientes de la adminis-
tración de la quinina en la fiebre amarilla.
El Sr. Presidente, Dr. Santos Fernández: Menciona algunos casos
de iritis y neurálgias oculares, rebeldes á la medicación quínica, ma-
nifestando también que ha tenido la oportunidad de combatir muchas
amaurosis ocasionadas por el abuso en las dosis del medicamento.
El Dr. Dueñas; Contestó al Dr. Moreno que si había abandonado
el uso de la quinina en la septicémia, se debía á los insucesos de la
medicación; que otras sustancias le habían dado mejores resultados,
como lo demuestra la escasa mortalidad que le corresponde en su es-
tadística. En la papera, no la ha usado nunca por no creerla necesa-
ria. Al Dr. Montalvo: que si ha dado cuenta de un gran número de
enfermedades, se debe á que figuraban en su estadística y muchas se
suponen de origen palúdico, por cuyo motivo le era necesario ocupar-
se de todas bajo un punto de vista crítico. Respecto á las orquitis,
Tiene la palabra el Dr. Dueñas para replicar. epixtasis etc., se ha ocupado de ellas, al tratar de las manifestaciones
raras del paludismo. En la fiebre tifoidea, no deja de usarla en casos
especiales, en que dá resultado el medicamento, pero quiere consignar
que su empleo puede ir seguido de peligros, ó por lo menos, ser com-
pletamente inútil. Es partidario de simplificar la terapéutica en lo
que no perjudique á sus enfermos.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. E. López para leer su
trabajo.
Tratamiento de las úlceras infectadas de la córnea
el Dr. Enrique López.
Sr. Presidente, Sres.:
El antiguo aforismo que dice: «que lo que no curan los medicamen-
tos, ni el hierro, lo cura el fuego,» es cierto, dentro de la actual doctrina
microbiológica. En las últeras infectadas tenemos la prueba.
Nosotros consideramos de escaso valor clínico la diversidad de
tipos descritos por los autores para las úlceras de la córnea. En nues-
tro concepto no existen más que dos formas esenciales: la úlcera sim-
ple y la úlcera infectada.
Cualquiera que sea la causa determinante de una úlcera, que esta
sea superficial ó profunda, redonda ó alargada, y que el sujeto sea ó
no diatésico, la marcha del padecimiento dependerá única y exclusi-
vamente de la infección ó no infección de la solución de continuidad;
y, en consecuencia, el tratamiento solo debe obedecer á estas dos
variedades.
La úlcera simple tiene el fondo y los bordes limpios, transparentes,
y cicatriza fácilmente mediante un tejido blanco de nueva formación,
acompañado de un cortejo inflamatorio, de ordinario poco intenso.
Por tratamiento, solo requiere la limpieza de la porción ulcerada y,
sin más medicación, cura rápidamente.
La úlcera infectada es grave; aumenta en proporciones alarmantes
á pesar de cualquier tratamiento farmacológico y termina por la per-
foración y destrucción de la membrana transparente y la pérdida de
la vista.
Se reconoce por tener el fondo recubierto do una sustancia pútrida
amarillenta, que no desprenden los lavados. Esta sustancia se extiende
por el tejido propio, determinando una zona túrbia de infiltración al
rededor de la úlcera y despegando los bordes, que se tornan blanque-
cinos por las necrosis del tejido. Estas úlceras profundizan y se ex-
tienden con rapidez; se complican de aparato inflamatorio alarmante;
la conjuntiva está notablemente inyectada; el humor acuoso, túrbio; con frecuencia se deposita un hilo de pus en la cámara anterior; el
iris está perezoso, la vista muy disminuida, los dolores son intensos,
la fotofobia marcada, y en este momento se teme una linfangítis ante-
rior, que, con la destrucción de la córnea, arrastre consigo la pérdida
del órgano de la vista.
Esta forma de úlcera requiere un tratamiento inmediato y enér-
gico. Insistimos en que la medicación farmacológica, hasta hoy cono-
cida, es impotente para detener su marcha destructora. La cirujía ha
sido más afortunada. Saemisch propuso la incisión de la córnea á
través de la úlcera y con ella obtuvo buenos resultados. Esta práctica
fué desde entonces universalmente aceptada. Sin embargo, bien cono-
cidos son los inconvenientes de semejante operación. Es difícil hacer
la reapertura diaria de la cámara anterior en un ojo inflamado y lue-
go los peligros de enclavamiento del iris, cuando no otros mayores.
Por lo demás, esta operación es poco racional.
Yo recurro á la cauterización ígnea en todos los casos de úlcera
infectada. El remedio es radical. El modo más cómodo de proceder
es con un hilo del gálvano-cauterio, que se pasea por toda la exten-
sión de la úlcera, teniendo especial cuidado en destruir el borde blan-
co. La cauterización se aplica inmediatamente después de reconocido
el carácter infeccioso de la úlcera y se repite al tercero ó cuarto día, si
la primera no ha sido bastante eficáz.
El objeto de este tratamiento es destruir los gérmenes infecciosos;
transformar, por consiguiente, la úlcera en simple.
Obtenido este resultado se consigue la cicatrización con la asépsia,
lociones de ácido bórico, salicílico, etc.
Una mujer de 42 años, maestra de escuela en el campo, padece
una úlcera infectada en forma de surco profundo á lo largo del tércio
inferior de la córnea.
Véanse dos ejemplares de nuestro modo de proceder.
Como los remedios habituales no determinan la marcha invasora
de la enfermedad, hago una cauterización con el hilo del gálvano-cau-
terio; lo repito á los cinco días, y obtengo la curación en la semana
siguiente.
Un pailero, de 26 años, se hace extraer un cuerpo extraño metálico,
que había estado implantado vários días en la córnea derecha. Desde
el día siguiente había violenta infección conjuntiva!, abundancia de
moco-pus recubriendo una úlcera profunda, limitada hácia el centro
por un ancho borde blanquecino, iris biperemiado, cámara anterior
túrbia, dolores periorbitarios.
No siendo posible limpiar la úlcera, practico con energía la caute-
rización al rojo en toda la porción enferma. Mejoría rápida. Curación
en doce días. El Sr. Presidente: Se abre discusión sobre el trabajo qite se acaba
de leer y tiene la palabra el Dr. Montalvo para argumentar.
Dr. Montalvo: Después de manifestar que se halla de completo
acuerdo en el tratamiento de las úlceras infecciosas de la córnea por
el fuego y la antisepsia, cita cuatro observaciones propias en corrobo-
ración de su buen resultado.
Dr. Santos Fernández: Cree que el grado de infección y el tiempo
que tenga de verificada influyen en el resultado.
Acepta el tratamiento ígneo-antiséptico y manifiesta que el salol,
usado por su ayudante, Dr. Acosta, dio resultado en un caso, siendo
negativo en otro.
El Sr. Presidente consulta al Dr. López si deseaba replicar y
habiéndole manifestado que no, dá por terminada la sesión y convoca
para el día siguiente á las doce y media de la tarde. SEPTIMA SESION.
(20 de Enero —I2Í tarde.)
El Secretario, Dr. B. Sáenz Yánez, dio lectura al acta de la ante-
rior, que fue aprobada por unanimidad, después de una breve rectifi-
cación del Dr. Barrena.
El Dr. Santos Fernandez (Vicepresidente) abre la sesión.
El señor Presidente: tiene la palabra el Dr. Menocal para leer su
trabajo:
Contribución al tratamiento de las úlceras disentéricas del recto.
el Dr. Raimundo Menocal.
Señores:
En este trabajo me propongo exponer las consideraciones que
me ha sugerido el tratamiento de una serie de casos de ulceraciones
disentéricas del recto y el éxito obtenido.
Sabido es que el recto es el órgano en el cual se localizan finalmen-
te las lesiones anatómicas propias de las formas crónicas de la disente-
ría. Contribuyen á mantener indefinidamente este estado crónico las
condiciones de septicidad, debidas, por un lado, á la de su papel de
receptáculo de las materias excrementicias de la digestión, por otro, á
la presencia constante de un gran número de bacterias, normales y
patógenas en el interior de las glándulas en tubo, ulceradas ó no, y en
las pséudo membranas superficiales (Cornil) propias de la rectitis, Los casos que hemos tenido ocasión de tratar últimamente y cu-
yas historias clínicas reasumidas presento, son los siguientes:
19 Don F. Delgado, casado, de 45 años, talabartero, disentería
aguda, contraída en el mes de Noviembre del 86. Se presenta á noso-
tros en el mes de Junio del 87 en situación intolerable por una fisura
del ano, y con ella los síntomas de una disentería crónica con ulcera-
ciones de la pared anterior del recto. Tratamiento: dilatación forzada
del ano, previa anestesia. Después; aplicaciones locales a las úlceras
rectales de tintura de yodo fcnicada, tres veces á la semana, empleando
antes irrigaciones abundantes de agua fenicada al dos por ciento. Cu-
ración completa en el mes de Octubre.
29 Don M. M. de 32 años, soltero. Disentería aguda, contraída en
el campo en Enero de 87. Lo vemos por vez primera en Junio, des-
pués de una estación en Isla de Pinos, que nada lo mejoró y de un
tratamiento interno metódico y severamente continuado. Tenesmo
constante que imposibilita sus muchas ocupaciones. Fisura anal pos-
terior. Tratamiento: dilatación forzada del ano, previa anestesia. Un
examen ulterior demostró la existencia de tres ulceraciones de la pa-
red anterior del recto, que desaparecieron con las aplicaciones, duran-
te un mes, de ácido fénico, con irrigaciones antisépticas. Curación.
39 Don M. C. yde F., soltero, de 26 años, disentería aguda á me-
diados de Julio del 76, de corta duración. Nuevo ataque el 85, en el
mes de Diciembre, que se hizo crónico hasta el mes de Agosto del 87.
Al examen rectal encontramos una ulceración en la pared anterior,
rectilínea, que se prolongaba hasta cerca de la margen del ano. Trata-
miento: aplicaciones de tintura de yodo fenicada al principio, que
en nada la modificaron, después con ácido nítrico monohidratado,
con abundantes irrigaciones. Curación completa en el mes de No-
viembre.
49 Don M. M. de 29 años, reside en el campo, Punta Brava, dón-
de adquiere una disentería aguda en Febrero del 87 y desde esa época
hasta el mes de Junio, que lo vimos por primera vez, presentaba te-
nesmos intolerables por una fisura posterior del ano, que cedió á la
dilatación forzada. Comprobamos más tarde la presencia de una úlce-
ra rectal en la pared anterior, crateriforme y profunda. Le practicamos
cauterizaciones locales con una solución de nitrato de plata al diez
por ciento, sin lograr la curación. En el mes de Agosto cauterizamos
la úlcera con el termo cauterio de Paquelin. Curación.
59 Don G. M. yM.de 18 años, soltero, reside en el ingenio «Las
Cañas,» Alfonso XII, donde adquirió una disentería en el mes de Fe-
brero del 88, que se hizo crónica. Empezamos á asistirlo en Julio del
mismo año. Tres ulceraciones rectales en la pared anterior al nivel de
la próstata. Rectitis con exudados pséudos membranosos. Siete api i- caciones locales de solución do nitrato de plata al diez por ciento. Cu-
ración.
69 Don G. M., comerciante, casado, de 30 años; disentería aguda,
contraída en Güines el 88: crónica después. Siete meses de duración.
Aplicaciones de la solución de nitrato de plata en número de diez.
Curación.
79 Niño J. S. de 4 años. Disentería crónica de nueve meses de
duración. Erosiones rectales que desaparecieron por cinco aplicacio-
nes de la solución de nitrato do plata.
89 D. R. García, cartero, de Quivicán. Disentería crónica de ca-
torce meses de duración. Extensa úlcera rectal crateriforme, que de-
jaba percibir la capa musculosa. En el mes de Junio del corriente
año cauterización con el termo, repetidas después á los cinco días.
Curación.
99 Niño P. A. de tres años y medio. Disentería crónica de cuatro
meses de duración. Al examen encontramos rectitis y una pequeña
erosión de la pared anterior, que desapareció después de una sola
aplicación del termo. Irrigaciones antisépticas repetidas por un mes-
Curación.
109 Don J. D. de Bolondrón. casado, de 35 años. Disentería de 18
meses de duración. Estación en Isla de Pinos sin resultado. Tres úl-
ceraciones profundas de la pared anterior. Dos aplicaciones con ter-
mo-cauterio é irrigaciones antisépticas. Curación.
En cuanto á la sintomatología, todos estos enfermos lian presenta-
do los caracteres propios á la disentería crónica, sobresaliendo por su
constancia y pertinacia: las diarreas de aspecto gelatinoso, sanguino-
lentas, mas ó ménos líquidas y espumosas, mucosas y homogéneas,
fétidas. Más ó ménos variables en número, pero siempre frecuentes,
cuando ménos, cinco en las veinte y cuatro horas; sobre todo, por la
mañana. Con tenesmo intenso en los casos en que existían fisuras ó
hemorroides. Sin tenesmo, con solo sensación de ardor, en el caso con-
trario. Con tenesmo vesical casi constante.
Demacración considerable.
Con más ó ménos meteorismo.
El hígado siempre aumentado de volúmen y doloroso á la presión.
Al exámen local, por medio del spéculum de Sims, ó la valva de
Simón, encontramos constantemente el recto ocupado por la diarrea
propia Y en este hecho es en el que nos apoyamos principalmente
para darle una importancia de primer orden al tratamiento local di-
recto. Después de practicar un lavado conveniente y secar la super-
ficie de la mucosa rectal con algodón, hemos descubierto las ulcera-
ciones, variables en número, que ocupaban en todos los casos la
pared anterior. Las ulceraciones siempre han presentado una forma serpiginosa,
do bordes fungosos, de fondo gris, sangrando al menor contacto (úlce-
ras foliculosas).
El resto de la mucosa rectal, hasta los límites del esfínter externo,
se presentó siempre con síntomas de inflamación en mayor ó menor
grado (rectitis). La mucosa engrosada, infiltrada, cubierta de exuda-
dos pséudo membranosos en los casos recientes.
Infarto de los ganglios mesentéricos.
Tenemos, pues, nueve casos de disentería crónica de 20, 18, 17, 14
y 6 meses de duración en enfermos anteriormente sometidos á trata-
mientos diversos, internos, con enemas de nitrato ds plata, de tintura
de yodo (Delioux), estaciones de aguas minerales, etc.; y que solo han
curado radicalmente con las aplicaciones locales directas. Y, como es-
pecialmente hago observar, con las cauterizaciones, con el termo cau-
terio de Paquelin, es, como más rápidamente hemos logrado hacer
desaparecer las ulceraciones disentéricas del recto, y con ellas, la dia-
rrea propia.
Este tratamiento local, metódicamente practicado, evita á dichos
enfermos las complicaciones ulteriores de la disentería crónica, tan
frecuentes en nuestro clima. Y entre ellas, adquiere una importancia
capital por su frecuencia y gravedad, la hepatitis supurada, cuya pa-
togenia, bien conocida, es debida al trasporte de los materiales sépticos
intestinales por la vía linfática ó venosa.
Las estrecheces rectales, de cuya penosa afección hemos tenido
ocasión de tratar por la electrólisis dos casos: una joven de quince
años y un niño de seis.
La diarrea, que en algunos pacientes persiste por un plazo más ó
menos largo, aun después de haber sido curados de las úlceras rectales,
de color más ó menos amarillo y expresión de un catarro intestinal
más ó ménos generalizado, ó de una congestión hepática; pero que ce-
de fácilmente á un tratamiento dietético ó medicinal, y entre los que
encuentra en nuestra práctica más éxito, es el antiséptico intestinal,
solo ó asociado al astringente, dándole preferencia al tanino asociado
al naftol.
En todos los casos hemos seguido la técnica siguiente:
Colocado el enfermo en la posición de la talla, bien al borde de la
mesa ó del sillón, aplicamos la valva mediana del spéculum de
Sims, ó la de Simón, en el recto y deprimimos alternativamente las
paredes anterior y posterior para explorarlas. Definitivamente colo-
cado el spéculum en la pared posterior, pues, como ya hemos tenido
ocasión de decirlo, en la anterior es dónde casi siempre se encuentran
las ulceraciones, practicamos una irrigación abundante do la cavidad
rectal con la jeringa de fuente americana. Una vez lavado el recto, Secamos la mucosa con algodón absorbente, llevado con una pinza ó
nn porta algodón.
En los casos de mediana intensidad tocamos las ulceraciones con
nn algodón ó pincel empapados en la solución de nitrato de plata,
diez por treinta, ó con la tintura de yodo fenicada. En los casos gra-
ves y de úlceras profundas, empleamos el cuchillo mas fino del termo
cauterio llevado al rojo, seguido de irrigaciones abundantes de agua
fría.
Obligando al enfermo á hacer esfuerzos de defecación pueden exa-
minarse fácilmente las porciones más elevadas del recto y las inferio-
res de la S. ilíaca.
Empleando el termo, cuando más hemos necesitado hacer tres
aplicaciones. Con los tópicos líquidos cuando menos seis.
La aplicación del termo no ha sido seguida nunca de ningún ac-
cidente.
Recomendamos á los pacientes, durante y algún tiempo después
del tratamiento, el uso, por tres veces al día, de irrigaciones rectales
abundantes de agua fenicada al uno por ciento ó simplemente de
agua y vinagre una parte por tres de agua. Una alimentación repara-
dora y el uso de los antisépticos intestinales después de la comida.
Con la desaparición de las úlceras coincide la de la rectitis, adqui-
riendo la mucosa su coloración normal.
Un hecho constante que hemos observado, sobre todo, después de
las aplicaciones del termo, es la desaparición rápida de la diarrea ge-
latinosa y de las hemorragias rectales, cuya presencia constante, hace,
así como á su abundancia, inútil el empleo de las sustancias medica-
mentosas cuando se usan simplemente bajo la forma de enemas, haya
ó no defecado el enfermo, ántes de usarlas, pues hemos observado que
la desecación de la cavidad rectal sólo se obtiene después de várias
irrigaciones abundantes y del algodón absorvente
Creemos, pues, por las anteriores observaciones, poder formular
las conclusiones siguientes:
19 La disentería tiende en su forma crónica á localizarse exclusi-
vamente en las últimas porciones del intestino, sobre todo en la cavi-
dad rectal.
2? El tratamiento local directo, sobre todo con el termo-cauterio,
debe aplicarse siempre en las formas crónicas de la disentería, y es el
único que puede triunfar de esta afección, evitando las complicacio-
nes ulteriores, siempre graves, de la disentería crónica.
Ocupa la Presidencia el Dr. Zayas y concede el uso de la palabra
al Dr. Bellver para argumentar.
El Dr. Bellver: Pregunta qué resultados ha obtenido el Dr. Menocal
con el uso del naftol para evitar la infección estercorácea. El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Casuso.
El Dr. Casuso: Manifiesta que no guarda relación la segunda con-
clusión con el número de enfermos en que ha empleado el térmo-cau-
tério; pues solo ha hecho uso de él en tres casos de los diez que refie-
re, y, por lo tanto, no debe recomendarla como tratamiento general.
Cree que la irradiación del calor puede producir una estrechez conse-
cutiva si se opera dentro de la cavidad rectal, y respecto á las fisuras,
que llegan á desaparecer con un tratamiento antiséptico. Pregunta si
ha habido algún caso de prolapso.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Barrena.'
El Dr. Barrena: Pregunta si quedan ó nó estrecheces del recto y si
éstas son reparables.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Menocal para replicar.
El Dr. Menocal; Dice que el naftol le ha dado siempre excelentes
resultados; que solo ha empleado el termo-cauterio en los tres casos
que ha visto desde el año de 1888, pues los demás pertenecen á una
época anterior; que las ulceraciones son pequeñas, las cauterizaciones
superficiales y no hay temor á la irradiación del termo; que no ha
habido prolapso rectal y no ha quedado ninguna estrechez después
de las operaciones.
El Dr. E. López (Secretario); Da lectura á un oficio del Sr. Presiden-
te de la Academia de Ciencias, invitando para la sesión extraordinaria,
que en honor del Congreso, celebrará en la tarde del día 23, y en la
que el Dr. Montalvo habrá de disertar sobre «Patología comparada.»
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. López.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Casuso.
El Dr. Casuso: Expone, en nombre de todos los socios presentes,
que el Congreso acoge con benevolencia la invitación de la Academia,
agregando que todos se hallaban en el deber de asistir á la sesión
indicada.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. López,
El Dr. López: Recuerda que la Academia facilitó sus salones y
museos en obsequio del Congreso, tan pronto como fué solicitada su
valiosa cooperación.
El Dr. Torralbas: Manifiesta en nombre de la Academia, cuya
secretaría desempeña, que ella no podía ver con indiferencia la realiza-
ción del primer Congreso médico cubano, y que la Academia se com-
placía en recibir fraternalmente á los compañeros del interior, en cuyo
obsequio celebrará una sesión extraordinaria, escogiendo á uno de
sus miembros más distinguidos para llevar la palabra en dicho acto.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Torralbas.
El Sr. Presidente; Tiene la palabra el Dr. Coronado.
El Dr. Coronado (de Cabañas): En nombre de todos los médicos que ejercen en el interior de la Isla, hace constar su agradecimiento á
la Academia.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Neyra para leer su
trabajo.
Albuminuria de los primeros meses del embarazo—Tratamiento.
el Dr. Alejandro Neyra (de Cabañas.)
Es un hecho bien sabido que el embarazo coloca la sangre en
condiciones especiales de cantidad y calidad y que esas condiciones
son las que constituyen las causas predisponentes de la albuminuria.
Durante el embarazo la sangre se reparte con irregularidad y está
modificada en su constitución. Así como hay plétora pulmonar, pue-
de haber plétora renal, y, como consecuencia de esta congestión, puede
venir el desquilibrio anatómico y funcional del riñón. Añádase á esto
que el riñón puede venir padeciendo, al sobrevenir el embarazo, y
tendremos que admitir dos clases de albuminuria.
Señores:
19 Albuminuria propiamente dicha del embarazo.
29 Albuminuria con lesión renal.
No debemos admitir más que esas dos formas en los primeros me-
ses y no se me oculta que el útero grávido, cuando llega á su mayor
desarrollo, puede originar de un modo mecánico la congestión renal;
pero en este caso ya no sería albuminuria de los primeros meses, co-
mo no lo es la albúmina que se llama del trabajo; es decir, la que se
presenta durante el acto de la parturición ó se inicia algunos días
ántes.
Trataré primero de describir la albuminuria, propiamente dicha,
que llamaremos, con los prácticos modernos, albuminuria gravídica.
Asombra mucho el número de teorías que la ciencia registra para
explicar el mecanismo de la albuminuria gravídica. Antes de cansar
vuestra atención con la exposición detallada de esas teorías voy á
presentaros un cuadro de los veinte y seis casos de albuminuria en
que he hecho recaer mis observaciones, para exponeros después algu-
nas deducciones hijas de mi observación. 16— De 16 á 28
años
5.—Muerte por eclampsia en el
parto á término.—Muerte de la
criatura.
4.—Muerte de
la criatura.
6. Llegadas á'
término sin e--
clampsia i
Primíparas....
18
2.—La criatu-
ra ha vivido.
12.—los- meses
3. —Muerte por eclampsia en par-
to prematuro. Muerte de la
criatura.
4. —Se ha presentado el aborto de
los 4 á 6 meses y han curado.
6.—Ultimos
meses y tra-
bajo
2.—De 2 3 á 24
años
4.—Con lesión re-
nal preexisten-
te
3.—A término....
2. Muerte
por eclámp-
sia.
1. —• Vive aún.
Multíparas
8
I) o 24 á 40 años
1. —Muerte á los 6 meses del últi-
mo parto por nefritis parenqui-
natosa.
2.—Albuminuria por 2ll ó 3i1 vez. La albúmina lia de-
sapareciclo de 2 á 8 meses después del parto, la
criatura ha vivido.
2.—Albúmina por 1'? vez.—En las 2 ha vivido la cria-
tura en el parto á término.
Debo hacer presente que en ninguna de las primíparas que cito
en este cuadro he podido hacer observaciones con anterioridad á sus
embarazos.
En tres de las cuatro que aparecen con lesión renal preexistente,
no puedo tampoco asegurar que esa lesión haya venido como conse-
cuencia de albuminurias gravídicas repetidas ó por causas agenas al
embarazo. Una de estas multíparas tengo la convicción de que ha ad-
quirido con sus albuminurias gravídicas una nefritis parenquimatosa.
Del cuadro que os presento deduzco que la albuminuria gravídica
es frecuente en nuestro clima y que se presenta más en las primí-
paras.
No doy, como dan Regnault y Devillers, gran importancia á la
edad. Las 18 primíparas que he visto eran recien casadas y entre nos- otros la muger se casa muy joven. Por eso da mayor contingente la
muger de 15 á 23 años; más importancia parece tener la primiparidad.
En la obra de Cazeaux, antes que la revisara Tarnier, se lee un
artículo sobre la albuminuria, que cuando uno es estudiante y lo lee
por primera vez se entusiasma y cree explicado el problema do la al-
buminuria gravídica. Los trabajos de A. Robin y las ideas que Caz-
eaux añade sobre las condiciones de la embarazada y el exceso de
tensión en los vasos renales parece explicar el paso de la albúmina á
las orinas por el hecho que aquellos eminentes hombres llamaban la
plétora serosa.
La plétora serosa de Cazeaux es la seromuria de Peter, descrita con
esa bella literatura médica y esos razonamientos tan concisos del clí-
nico de la Pitié. He aquí sus palabras:
«Hay hiperemia funcional exagerada en el riñón; quien dice hipe-
remia, dice mayor presión vascular en el riñón, y quien dice mayor
presión, dice filtración posible, ciega, insensata del suero de la sangre.
Esa es la seromuria.»
Pero no bastaba á los clínicos osa teoría porque no explica todas
las albuminurias.
Raylli, en un artículo publicado en el Diccionario de medicina y
cirugía práctica, combate la teoría y expone que la poliemia serosa
nada explica, porque hay algunas mugeres fuertes y vigorosas que sin
aspecto de poliemia mueren en muy pocos días de albuminuria con
eclámpsia consecutiva.
El hecho me parece exacto.
No quiero pasar por alto esa ingeniosa teoría que se llama de la
superalbuminosis, cuyo defensor más esforzado ha sido Gubler. Se ad-
mite en la sangre de la muger embarazada un exceso de albúmina,
que es la sustancia proteica encargada de nutrir el feto. Unas veces la
madre fabrica mucha albúmina, otras veces el feto consume poca, y
de este desequilibrio viene la albuminuria. Esta teoría, apoyada por
las albuminurias artificiales que hacía A. Bernard, inyectando albú-
mina en la sangre y por las experiencias de Schiff, no es aceptable,
porque según ellas debiera haber muchas albuminurias, y porque en
los primeros meses del embarazo es poca la nutrición del feto para
invocarla como causa productora. En el cuadro que ántes he citado
hay tres mugeres que presentaron albúmina á los tres meses y una en
la cual comprobé indicios de albúmina á los tres meses. Como dice
Hypolitte, si la teoría fuera exacta, todas las embarazadas tendrían
albúmina y las estadísticas de Dumas, solo dan un caso por cada 5 ó
6 embarazadas.
No bastan esas teorías; es forzoso admitir que el embarazo algunas
veces provoca lesiones renales que se manifiestan por la albuminuria. Esa es la nefritis albuminosa defendida por los alemanes. Pero no
hay que generalizarla, por que las autopsias de Charpentier han pro-
bado que en muchas eclámpticas y albuminúricas no hay lesión
renal.
En resumen, en todas las teorías hay una albuminuria que escapa
á las explicaciones. Se hace necesario buscar lo que esas teorías tienen
de aceptables para englobar en dos clases todas las albuminurias
gravídicas de los primeros meses.
19 Albuminuria por alteraciones de la sangre, yen esta admitir
todas esas condiciones del embarazo que favorecen la aparición de la
enfermedad.
29 Albuminuria por lesión del riñón, yen estas la lesión puede
preexistir ó puede estallar en el mismo embarazo, porque él predispo-
ne y la causa ocasional puede venir do fuera.
Debo ocuparme ahora de los síntomas de la albuminuria gravídi-
ca. Salta á la vista que el primero y más importante es la presencia
de la albúmina en la orina y creo que no debo mencionar nada de los
procederes para la investigación de esa sustancia, procederes que son
ya harto conocidos. Hay además modificaciones en la cantidad de
orinas, en la de urea y en las densidades. He hecho diariamente el
análisis de las orinas de 24 horas de cinco raugeros primíparas del 59
al 79 mes de embarazo.
Os presento uno de los modelos de esos análisis y deduzco de ellos
que no son tan grandes las modificaciones de la urea como pretenden
algunos autores, pues las cifras menores son de 12,790 m. de grano
por litro de orina, aunque es verdad que mis cinco enfermas estaban
sometidas al tratamiento que preconiza Charpentier y esto debió in-
fluir en las cantidades emitidas de orina y en las proporciones de la
urea. La densidad ha sido disminuida y la reacción siempre ácida.
Examiné varias veces al microscopio los sedimentos de las orinas
de estas mugeres y obtuve como resultado de mis exámenes:
19 Cristales de fosfato amónico-magnesiano.
29 Células epiteliales en gran cantidad.
39 Cilindros hyalinos en corto número.
49 Escasísimo número de cilindros granulo-grasosos
No he visto, pues, esa riqueza de cilindros hyalinos, fibrinosos y
serosos que consignan algunos observadores y más que ninguno
Tarnier.
En las orinas de las que tenían lesión renal preexistente, compro-
bé el cilindro gránulo-grasoso, y, como es natural, aproveché ese signo
como elemento de pronóstico grave, porque es indudable que revela
la lesión del epitelio renal.
El edema es un signo que llama siempre la atención y es, puedo decir, el que da el grito de alerta en las embarazadas. Empieza por
los pies y regiones maleolares.
Siempre se lo nota en la cara y sobre todo en los párpados y da á
las mugeres ese aspecto abofado.
En la obra de Chourchill se nota una confusión entre la albumi-
nuria gravídica y el edema de las embarazadas en los últimos meses
del embarazo.
Plaifair liga este síntoma á la hidroemia y dice que puede llegar
á la ascitis y al derrame pleurítico: á mi juicio le da demasiada im-
portancia.
Las hemorragias por la mucosa de Schneider suelen presentarse,
pero nunca las he visto abundantes.
Casi todas las albuminúricas tienen cierto grado de dispepsia
acompañado de epigastrálgias intensas. En mis notas se encuentran
diez mugeres que lian presentado este síntoma de una manera deses-
perante. La sed es constante. El pulso casi siempre es pequeño y fre-
cuente.
Hay un hecho importante y es que la albuminuria gravídica pre-
dispone de una manera notable al aborto y para explicarlo no se
puede apelar á la denutrición del feto, porque á veces vemos á las al-
buminúricas tener hijos robustos.
Todos los abortos me han parecido siempre producidos por des-
prendimientos de la placenta y nunca he tratado de detenerlos.
Pueden presentarse trastornos de la vista y estos son más frecuen-
tes en las que tienen lesiones renales anteriores al embarazo. Es la
retinitis albuminosa.
La duración es muy variable y lo que más extraña es que á veces
se nota la desaparición completa déla albúmina para aparecer duran-
te el trabajo.
La mayor gravedad la constituye la aparición de la eclámpsia, que
puede estallar durante el embarazo, durante el trabajo ó en el puer-
pério. Mi ánimo no es penetrar en las diversas teorías de la eclámp-
sia, ni el de seguir el largo camino de razonamientos que tienden á
hacer de la eclámpsia y la uremia con sus diversas formas una mis-
ma cosa.
Deseo ocuparme ahora del tratamiento y no creo que deba enu-
meraros todos los que registra la ciencia, sino citar sólo el que he em-
pleado, creyendo obtener con él mejores resultados, inspirado en las
ideas de Tarnier y Charpentier, para colocar de este modo la cuestión
bajo el punto de vista clínico.
Este tratamiento consiste en el régimen lácteo absoluto, empezan-
do por un régimen mixto para habituar á la enferma; pero institu-
yéndolo desde el principio si la gravedad del caso lo requiere. régimen lácteo, añado los purgantes salinos: sulfato de sosa, de mag-
nesia ó aguas minerales.
En seis do las mugeres que aparecen en la estadística del principio,
he logrado instituir el régimen absoluto; en ninguna se presentó la
eclampsia y en todas disminuyó la albúmina á los cuatro ó cinco días
do empezar el tratamiento.
Cuando se presen taban en mis enfermas síntomas alarmantes ve-
nía á mi imaginación, como creo que le sucederá á todo médico, la
tan debatida cuestión del aborto ó el parto artificial, según las épocas
de la gravedad.
Depaul, Joulin, Plaifair, Schroeder y Brawn, admiten el aborto.
Tarnier es, quizás, el defensor más fuerte.
Antes que médicos somos hombres de sentimientos y á todos nos
ha de parecer duro y repugnante cooperar á un aborto. Confieso, pues*
que leí la obra de Tarnier con ideas preconcebidas; pero afirmo con
la satisfacción en la conciencia, que esos escrúpulos morales los hu-
biera ahogado si las razones de Tarnier me hubieran parecido convin"
centes.
«Si la albuminuria se agrava, si los fenómenos de eclámpsia ame"
nazan presentarse, se debe provocar el aborto ó hacer el parto forza
do»—así dice Tarnier.
¿Y quién nos asegura que no colocamos á la enferma en más graves
condiciones provocando el aborto?
Yo creo, como resultado de mis observaciones y de investigaciones
que todavía considero incompletas, que la eclámpsia es una infección
secundaria, que lo mismo puede estallar en un niño, como en un icte-
róicleo, como en una muger embarazada. Para mí el orden en que
están colocadas las buenas condiciones para adquirir la eclámpsia, co-
mo infección secundaria, es el siguiente;
19 Aborto ó trabajo del parto.
29 Embarazo.
39 Puerperio.
Si provocamos el trabajo, no haremos más que adelantar el riesgo
para la infección.
Una muger que asistí á principios de Enero del 89, presentó hácia
el quinto mes de embarazo, gran cantidad do albúmina, edema de los
pies y de la cara, y neurálgias fuertes de forma supra-orbitaria.
Fue sometida al régimen lácteo severo y á los purgantes salinos.
Esta muger mejoró notablemente y hubo días en que el albuminíme-
tro de Esbach casi no señalaba albúmina. El aborto se presentó por
desprendimiento placentario y la muger, al mes y medio de su aborto,
presentaba sus orinas completamente normales.
El 23 de Octubre fui llamado con urgencia. Estaba nuevamente 275
embarazada de 5 á 6 meses. Tenía un aspecto cloró tico muy marcado
y chocaba en seguida el abultamiento edematoso de sus párpados.—
Había tenido desde hacía cuatro días neuralgias supraorbitarias agu-
dísimas, que le hicieron consultar á otro facultativo, el cual indicó
dosis fuerte de quinina. Si fuera de oportunidad hablaría de los efec-
tos de la quinina en el embarazo.
Ese día la enferma había tomado gramo y medio de bromhidrato
y tengo para mí que la quinina provocó allí la contracción de las
fibras lisas del útero. El aborto había empezado de lleno, el cuello es-
taba dilatado, las contracciones se repetían é iba á expulsar el feto.
Extraje con la sonda 220 gramos de orina, que reconocí al calor y
comprobé grandes copos de albúmina.
No había notado ningún signo nervioso. El aborto se efectuó pron-
to y antes de una hora estalló un horrible acceso eclámptico de los
más brutales que he visto.
Los accesos se repitieron y la muger sucumbió en pocas horas á
pesar de las sangrías, de los enemas de doral y del cloroformo.
A la mañana siguiente la orina me señaló en el ureómetro de
Thyerri 7.524 gramos de urea por litro, á los 25° de temperatura. Re-
cordad que no tenía más que 220 gramos de orina.
Considero este caso como un aborto provocado y al aborto como
una causa ocasional de eclámpsia.
Creo que en esta enferma, por el exámen de las orinas, por el com-
plexo sintomático y por sus antecedentes, debió diagnosticarse: «albu-
minuria gravídica discrásica,» y suministrarle salinos y un régimen
lácteo severo, como en su primer embarazo.
Voy á citaros en pocas palabras otra historia.
La señora 1)7 A. M. de C.—Multípara, con una nefritis parenqui-
matosa anterior al embarazo. Tenía 8 meses y presentaba un cuadro
alarmante. Sus edemas eran considerables, fuertes epigastrálgias y
trastornos de la vista. Mucha albúmina; hubo que diluirla para po-
nerla en el albuminímetro. El insomnio se acentuaba cada vez más y
algunos signos nerviosos habían hecho pronosticar á los facultativos
de cabecera que la eclámpsia sería el término de aquellos trastornos.
Se había provocado una junta de seis profesores con objeto de joro-
poner el parto artificial. Después de largas discusiones, se convino en
esperar y someter la enferma al régimen lácteo.
El cuadro disminuyó algo y á los 25 días se inició el parto. Se
volvieron á reunir los seis profesores para aquel momento tan temido
y lo que presenciamos fué un parto rápido y fisiológico. La madre
murió á los ocho meses por los estragos de la nefritis y el niño aun
vive.
No sé hasta qué punto estoy autorizado para decir que si hubie- ramos provocado oí parto, quizás en el trabajo se hubiera presenta-
do la eclampsia. A esto añadid que el manual operatorio de esas pro-
vocaciones es siempre largo, infiel y de lo más desesperante que hay-
Después de todo, ¿quién da la medida de la gravedad para inter-
venir? Si los edemas aumentan, la albúmina es considerable y se
presentan trastornos de la vista y se inician los signos nerviosos, toda-
vía creo que se puede conseguir mucho del ¡régimen lácteo y los pur-
gantes.
Pudiera citar seis observaciones de mugeres, sometidas á este trata-
miento, que llegaron á término y en dos de ellas la criatura ha vivido.
Siempre el albuminímetro me marcó descenso en la albúmina ántes
de los cuatro días y la gravedad es sabido que está en razón directa
de la cantidad de albúmina.
Si la albuminuria es ligera, no hay que pensar en el aborto. Si la
albuminuria es grave, creo que se debe tratar de aplazar el trabajo
para colocar á la enferma en mejores condiciones de pasar ese con-
flicto.
A lo que más le temo en la albuminuria es al trabajo del aborto ó
del parto. Mi mayor preocupación es preparar á la enferma para esos
momentos y hacerla ménos apta para la infección.
Siempre he creído que provocar el aborto ó el parto, es jugar el
todo por el todo. ¿Hay albúmina? pues hay probabilidades de eclámp-
sia. ¿Se agrava la enferma? pues provoquemos el momento malo para
que, si ha de venir el enemigo, cuanto ántes venga, y no nos torture
esperando el peligro. Esta parece la cuestión.
Pues bien, me declaro enemigo del aborto y del parto forzados y
en todas mis enfermas esperaré á que ellos se inicien, y si no los con-
tengo ó trato de contenerlos, una vez iniciados, es porque creo que no
es posible y que, con mayor ó menor lentitud, marcharán á su
terminación.
No he presenciado más que un parto forzado á los ocho y medio
meses de embarazo. Se había colocado la esponja preparada, se ha-
bían puncionado las membranas y no recuerdo la larga lista de re-
cursos que se emplearon para dilatar bien el cuello y hacer una apli-
cación en el estrecho superior.
Mucho tuvimos que esperar y desesperar y al fin la enferma
sucumbió de eclámpsia, después de abundantes hemorrágias.
Cuando el aborto ó el parto se inician, como dije ántes, no trato de
contenerlos; ántes al contrario, trato de precipitarlos y apelo á cuan-
tos recursos me preste la ciencia. En cuanto el cuello está dilatado,
por ayudar la expulsión, si es un aborto, ó colocar el fórceps ó hacer
la versión. La eclámpsia siempre inicia el aborto ó el parto.
Juzgad si estaré bien preparado para admitir el parto artificial. Si se me preguntara por qué espero á que eí trabajo venga, con-
testaré:
19 Porque la eclampsia no es segura y todas las albuminúricas
no son eclámpticas, sino que son enfermas en condiciones para reci-
bir una infección. Esas condiciones son las que hay que combatir.
29 Porque el trabajo del parto ó del aborto, es, ámi juicio, el
momento de más peligro para recibir esa infección: mientras más
albúmina y ménos urea, más predisposición.
39 Porque creo que el régimen lácteo y los salinos disminuyen la
gravedad y la predisposición.
49 Después del aborto ó del parto, la predisposición continúa.
Después de mis observaciones, cuando he visto que Moricke, uno
de los más decididos defensores del parto y del aborto, se ha sometido
y que Schroeder no se sabe lo que piensa, me convenzo de que siempre
es necesario esperar. Y hoy me atrevería á extender mis ideas hasta
todas las demás indicaciones del aborto y del parto artificiales.
Dije que no se sabe lo que piensa Schroeder y lo sostengo, aunque
esto parezca una imputación temeraria y arriesgada, porque dema-
siado sé, que entre Schroeder y yo hay un abismo de diferencias y un
abismo á su favor; pero es lo cierto, porque para muchos este autor
es partidario del aborto y del parto; y sin embargo, en una carta di-
rigida no hace mucho á un ilustrado comprofesor, el Dr. Casuso, con-
signa estas palabras: «Provoco el aborto, más que por la albuminuria,
por devolver al riñón su integridad.» Y yo me pregunto ahora; ¿Pre-
tenderá Schroeder curar las nefritis con el aborto?
Para terminar, creo que en las albuminurias gravídicas nunca
debe provocarse el aborto ó el parto.
Creo que la eclámpsia es una infección que puede ser fulminante
y quizás no esté lejano el día en que el laboratorio nos dé el micro-
organismo productor.
Y creo que el orden de las buenas condiciones para recibir esa in-
fección, es el siguiente: 19, trabajo.—‘29, embarazo y 39, puerperio.
Por lo demás, no es á mi juicio la muger la única capáz de recibir
esa infección, porque se ve en los niños, y el icteroideo presenta tam-
bién convulsiones exactamente iguales á las de la mujer eclámptica.
Parecerá extraño que, creyendo en una infección, no trate de insti-
tuir tratamientos antisépticos preparatorios, y no lo es, sin embargo.
Adoro la microbiología, persigo los micro-organismos, pero no me gus-
ta ensayar en el organismo vivo.
Repito que ántes que médico, soy hombre de conciencia. ORINA.
Albuminuria gravídica.—-seis meses.
1888.—-Nbre. 23... Cantidad 1,015 gramos en 24 horas.
Densidad 1,020
Reacción acida.
Albúmina 74 gramos por litro.
Urea 16,302 » » »
w » 24... Cantidad 1,200 gramos en 24 horas.
Densidad 1,018
Reacción acida.
Albúmina 74 gramos por litro.
Urea 15,046 » » »
» » 25... Cantidad 2,000 gramos en 24 horas.
Densidad 1,011
Reacción acida.
Albúmina 4 gramos por litro.
Urea 16,302 » » »
» » 26... Cantidad 1,300 gramos en 24 horas.
Densidad 1,011
Reacción acida.
Albúmina 44 gramos por litro.
Urea 16,302 » » »
» » 27... Cantidad 1,500 gramos en 24 horas.
Densidad 1,015
Reacción ácida.
Albúmina 34 gramos por litro.
Urea 11,286 » » »
» » 28... Cantidad 1,500 gramos en 24 horas.
Densidad 1,011
Reacción ácida.
Albúmina 2 gramos por litro.
Urea 18,810 » » »
» » 29... Cantidad 1,600 gramos en 24 horas.
Densidad 1,011
Reacción ácida.
Albúmina 2 gramos por litro.
Urea 18,810 » » »
» 30... Cantidad 2,500 gramos en 24 horas.
Densidad 1,017
Reacción ácida.
Albúmina 14 gramos por litro.
Urea 18,810 » » » 279
» Dbre. 19... Cantidad 1,700 gramos en 24 horas
Densidad 1,015
Reacción acida.
Albúmina 14 gramos por litro.
Urea 18,810 » » »
» » 2... Cantidad 1,800 gramos en 24 horas,
Densidad 1,010
Reacción acida.
Albúmina 14 gramos por litro.
Urea 20,064 » » »
» » 3... Cantidad 1,250 gramos en 24 horas
Densidad 1,016
Reacción acida.
Albúmina , 2 gramos por litro.
Urea 20,064 » » »
» » 4... Cantidad 1,400 gramos en 24 horas
Densidad 1,022
Reacción acida.
Albúmina 2 gramos por litro.
Urea 19.185 » » »
» » 5... Cantidad 2,800 gramos en 24 horas
Densidad 1,009
Reacción acida.
Albúmina 2 gramos por litro.
Urea 16,302 » » »
» » 6... Cantidad 2,600 gramos en 24 horas.
Densidad 1,008
Reacción acida.
Albúmina 14 gramos por litro.
Urea 15,185 » » »
» » 7... Cantidad 2,330 gramos en 24 horas
Densidad 1,008
Reacción acida.
Albúmina 1 gramo por litro.
Urea 19,185 » » »
» » 8... Cantidad 2,000 gramos en 24 horas
Densidad 1,008
Reacción, acida.
Albúmina 14 gramos por litro.
Urea 12,790 » » »
» » 9... Cantidad 2,000 gramos en 24 horas
Densidad 1,015
Reacción acida. 1888.—Dbre. 9... Albúmina 1 gramo por litro.
Urea 12,790 » » »
" » 10... Cantidad 2,010 gramos en 24 horas
Densidad 1,010
Reacción úcida.
Albúmina 1 gramo por litro.
Urea 15,348 » » »
” » 11... Cantidad 1,800 gramos en 24 horas
Densidad 1,012
Reacción acida.
Albúmina 1 gramo por litro.
Urea 15,348 » » »
» » 12... Cantidad 1,900 gramos en 24 horas
Densidad 1,015
Reacción acida.
Albúmina 1 gramo por litro.
Urea 15,348 » » »
» » 13... Cantidad 2,200 gramos en 24 horas
Densidad 1,008
Reacción acida.
Albúmina 1 gramo por litro.
Urea 12,790 » » »
» » 14... Cantidad 1,800 gramos en-24 horas,
Densidad , 1,011
Reacción ácida.
Albúmina J gramo por litro.
Urea 12,790 » » »
» » 15... Cantidad 2,000 gramos en 24 horas,
Densidad 1,010
Reacción ácida.
Albúmina 1 gramo por litro.
Urea 11,511 » » »
» » 16... Cantidad 2,010 gramos en 24 horas,
Densidad 1,012
Reacción ácida.
Albúmina i gramo por litro.
Urea 11,511 » » »
» » 17... Cantidad 2,006 gramos en 24 horas,
Densidad 1,010
Reacción ácida.
Albúmina 1 gramo por litro.
Urea 16,302 » » »
» » 18... Cantidad.. 2,700 gramos en 24 horas, 281
Densidad 1,011
Reacción acida.
Albúmina 1 gramo por litro.
Urea 14,069 » » »
» }> 19... Cantidad 2,000 gramos en 24 horas
Densidad 1,010
Reacción acida.
Albúmina 1 gramo por litro.
Urea 14,069 » » »
)J » 20... Cantidad 1,700 gramos en 24 horas
Densidad 1,011
Reacción ácida.
Albúmina 1 gramo por litro.
Urea 18,810 » » »
» » 21... Cantidad 1,500 gramos en 24 horas.
Densidad 1,012
Reacción ácida.
Albúmina £ gramo por litro.
Urea 19,185 » » »
» » 22... Cantidad 1,900 gramos en 24 horas.
Densidad 1,015
Reacción acida.
Albúmina ü gramo por litro.
Urea 19,185 » » »
M » 23... Cantidad 1,600 gramos en 24 horas.
Densidad 1,014
Reacción ácida.
Albúmina 1 gramo por litro.
Urea 18,810 » » »
w » 24... Cantidad 2,000 gramos en 24 horas.
Densidad 1,010
Reacción ácida.
Albúmina 1 gramo por litro.
Urea 15,048 » » »
» » 25... Cantidad 1,900 gramos en 24 horas.
Densidad 1,015
Reacción ácida.
Albúmina 4 gramo por litro.
Urea 20,064 » » »
» » 26... Cantidad 1,900 gramos en 24 horas.
Densidad 1,011
Reacción ácida.
Albúmina 4 gramo por litro. 1888. —Dbre. 26... Urea 18,810 gramos por litro,
» )> 27... Cantidad 1,900 gramos en 24 horas.
Densidad 1,015
Reacción acida.
Albúmina 1 gramo por litro.
Urea 16,302 » » »
» » 28... Cantidad 1,600 gramos en 24 horas.
Densidad 1,015
Reacción acida.
Albúmina i gramo por litro.
Urea 21,818 » » »
» » 29... Cantidad 1,800 gramos en 24 horas.
Densidad 1,012
Reacción acida.
Albúmina 4 gramo por litro.
Urea 20,064 » » »
» » 30... Cantidad 2,000 gramos en 24 horas.
Densidad 1,011
Reacción acida.
Albúmina \ gramo por litro.
Urea 21,743 » » »
» )> 31... Cantidad 1,900 gramos en 24 horas.
Densidad 1,013
Reacción acida.
Albúmina 4 gramo por litro.
Urea 21,743 » » »
1889. —Enero 19.. Cantidad 1,850 gramos en 24 horas.
Densidad 1,011
Reacción acida.
Albúmina i gramo por litro.
Urea 20,185 » » »
» » 2... Cantidad 1,400 gramos en 24 horas.
Densidad 1.015
Reacción ácida.
Albúmina 1 gramo por litro.
Urea 20,064 » » »
A las 8 de la noche se presentaron dolores de parto. A la 1 había
expulsado el feto sin fenómenos nerviosos.
1889.—Enero 3... Cantidad 1,300: 460 recogidos con la
sonda.
Densidad 1,024
Reacción acida.
Albúmina \ gramo por litro. Urea 21,318 gramos por litro.
» « 4... Cantidad 1,600 gramos en 24 horas.
Densidad 1,018
Reacción .... acida.
Albúmina ........ £ gramo por litro.
Urea .-. . 20,064 » » »
» » 0... Cantidad 1,950 gramos en 24 horas.
Densidad ........ 1,019
Reacción .■ acida.
Albúmina í gramo por litro.
Urea 21,318 » » »
» » 6... Cantidad 1,800 gramos en 24 horas.
Densidad 1,019
Reacción acida.
Albúmina 1 gramo por litro.
Urea 20,064 » » »
» » 7... Cantidad 1,200 gramos en 24 horas.
Densidad 1,019
Reacción acida.
Albúmina 1 gramo por litro.
Urea . 20,064 » » »
» » 8... Cantidad 1,300 gramos en 24 horas.
Densidad 1,029
Reacción ácida.
Albúmina \ gramo por litro.
Urea 21,318 » » »
» » 9... Cantidad 1,800 gramos en 24 horas.
Densidad 1,018
Reacción acida.
Albúmina menos de 25 centigramos.
Urea , 24,064 gramos por litro.
A partir de este día se normaliza cada vez más la orina y á los dos
meses era fisiológica.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Casnso para argumentar.
El Dr. Casnso: Principia celebrando que el Dr. Neyra venga á repe-
tir en el Congreso lo que él mantuvo en una discusión en ese mismo
local hace algún tiempo. En apoyo de las ideas del Dr. Neyra, cita
cuatro casos; dos de albuminuria, que murieron eclámpticas, dentro de
las maniobras practicadas para provocar el aborto, y otras dos, de las
cuales, en una, el Dr. Plasencia, provocó el aborto por vómitos incoer-
cibles, que curó; publicando el hecho otro compañero como de albu-
minuria, y en el segundo, que curó también, se provocó el aborto por
albuminuria, sin existir ésta, como se comprobó en el Laboratorio de la Crónica. El Dr. Casuso agregó que cuando la lesión renal es super-
ficial cede al tratamiento farmacológico, pero que si es más profunda,
nada asegura que pueda ceder á la intervención quirúrgica, por cuya
razón cree contraindicado el aborto.
El Sr. Presidente; Tiene la palabra el I)r. Montalvo.
El Dr. Montalvo: El Dr. Neyra defiende la buena doctrina, soste-
nida por Depaul. No todas las embarazadas con albúmina en las
orinas, son albuminúricas. Hay una albuminuria fisiológica, magis-
tralmente descrita por Lépine, y debe establecerse, antes de intervenir,
el diagnóstico diferencial con el fin de evitar errores.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Bellver.
El Dr. Bellver: No admite la uremia como proceso infeccioso: hoy
se está de acuerdo en considerarla como producto de los desechos or-
gánicos. Cree que en el caso relatado por el Dr. Neyra, de aborto por
la quinina, debió tener en cuenta las condiciones de la enfermedad.
No admite el cloroformo en el tratamiento de los accesos urémicos
porque produce la isquemia del cerebro, congestiona el bulbo y por
acto reflejo produce la parálisis del corazón.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Neyra para replicar.
El Dr. Neyra: Recuerda al Dr. Montalvo que en su trabajo hacía
constar la ausencia de observaciones en las embarazadas ántes de en-
trar en gestación. Cree que la albuminuria fisiológica de Lepine se
convierte durante el embarazo en albuminuria gravídica. Al Dr. Bell-
ver dice que nota confusión en sus objeciones porque no distingue
entre uremia y eclampsia. Esta última puede existir sin acompañarse
de uremia, según han demostrado las observaciones y exámenes de la
sangre, publicados por Traube y Rosenstein. Además, fundándose en
algunos hechos de su práctica, cree que pueden admitirse ciertas con-
vulsiones de origen infeccioso, prometiendo continuar sus investiga-
ciones sobre la orina y sangre de las atacadas.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Casuso para leer su
trabajo.
Un caso de eclampsia.—Patogenia y tratamiento.
el Dr. Gabriel Casuso,
Señores:
Campeón entusiasta del Congreso desde su principio, y habiéndo-
me cabido la honra de apoyar la moción del Dr. López, natural es
que no quiera aparecer ante los demás indiferente al mayor brillo de
acto tan importante como el que aquí se realiza. Vengo á contribuir,
pues, con mi pequeño grano de arena, á la construcción del magnífi-
co edificio, que ostentará con orgullo en su fachada los nombres de ¿ayas, Santos Fernández, La Guardia, Tamayo, San Martín, Sem-
prnn, Weiss, Méndez, Braulio Saenz, García Rijo, Diago y otros.
¿Quién es el que no se siente lleno de orgullo, de profunda satisfac-
ción, al tender la vista por estos salones y encontrarse rodeado de
público tan selecto? Zambrana y La Luz, como decía muy oportuna-
mente en la prensa diaria mi amigo E. Lebredo, y nuestro irreemplaza-
ble Joaquín Lebredo, añado yo, aplauden, desde el punto donde mo-
ran los buenos, el móvil que aquí nos reúne y el esfuerzo con que cada
cual contribuye al éxito de este Congreso; éxito que es ya un hecho,
triunfo que sirve de regocijo á todo el que estime en algo su patria; y
¿cómo no, si este éxito y este triunfo abren ancho campo á los aman-
tes de las ciencias, á los jóvenes, sobre todo, que, llenos de aspiracio-
nes y de magníficos deseos, encontraban por do quier negros horizon-
tes? El statu quo, de los llegados á la meta, paralizaba sus esfuerzos,
detenía su actividad. ¿A qué luchar? ¿De qué sirven los brillantes
premios, los laureles legítimamente ganados, dentro ó fuera de las
Aulas, si después... ¿á qué seguir?
Echemos un velo sobre el pasado, estrechemos nuestras filas y ba-
jo la bandera del Progreso, luchemos siempre, que, al fin, el triunfo
será nuestro.
La clase médica no necesita más tónicos para regenerarse que
este cambio de ideas. Adelante, pues, y hasta muy pronto.
Dicho esto, entremos en materia:
Se trata de una joven blanca, de 23 años, neurópata y primípara:
embarazo sin accidentes en la primera mitad; en la segunda, cefalalgia
y diarreas, ausencia constante de albúmina. Trabajo á término: inicia-
do éste, es acometida de epigastrálgia y cefalálgia intensas y aparición
brusca de un acceso convulsivo eclámptico, albúmina en cantidad
notable después del acceso, que había faltado siempre hasta 48 horas
ántes. Vi á dicha señora en junta con los Dres. Echarte, Morado, Fors
y Pérez Miró: el trabajo estaba iniciado, dilatación aproximadamente
de una peseta, ausencia de ruidos cardiacos fetales, presentación de
vértice y posición anterior izquierda. A las pocas horas, dos nuevos ac-
cesos de eclámpsia: ayudamos el parto con duchas cervicales naftola-
das y rotura de las bolsas amnióticas; fueron precisas ligeras incisiones
cervicales para vencer una rigidez anatómica del orificio y extracción
con el fórceps de un feto muerto, sexo hembra y bien conformado;
abultamiento expontáneo, sutura inmediata del periné desgarrado
incompletamente y ámplios lavados antisépticos uterinos y vaginales.
Después de disipada la acción del cloroformo, empleado durante
las convulsiones y el parto y continuado en las primeras 24 horas,
se presentó un ligero timpanismo, acompañado de sensibilidad al
vientre, que, ni los enemas, ni los purgantes lograron vencer: el dolor ge fija en el hipocondrio derecho, obligando al Uso de la morfina; sed
intensa y vómitos biliosos los dos días consecutivos al parto; ausen-
cia de olor en los lóquios, ligera diarrea; la región hepática y lumbar,
sumamente dolorosas: hielo al vientre y opio. Al siguiente día, delirios
de palabras, alucinaciones, respiración de Cheyne-Stokes; temperatu-
ra 38° 2; remisiones matinales y exacerbaciones vespertinas irregu-
lares.
Aparición de puntos neurálgicos lumbares y costales, ausencia de
lesiones perceptibles al tacto en el tegido peri-uterino; la orina, al ter-
cer día del parto, ¡presenta poca albúmina, color verde, debido á la
presencia de pigmentos biliares; por la tarde desaparición de la albú-
mina urinaria, gran cantidad de pigmentos y ácidos biliares; tempe-
ratura 38-8: aparición al cuarto día de un íctero intenso y generaliza-
do, aumento de la matidéz hepática, temperatura 39-2 y pulso á 150
por minuto, sub-delirio.
Al sexto día, cicatriz por primera intención de la herida perineal;
estado general ligeramente mejor, disminución de los pigmentos bi-
liares urinarios y deposiciones alternativamente biliosas y sin color,
ni olor, remisiones y exhacervaciones de la temperatura y del pulso.
Al octavo día, diarreas frecuentes, disminución de pigmentos biliares
y descenso de la temperatura á 86-7; nuevo ascenso térmico á 39-4,
oscilando desde entonces la temperatura entre 37-5 y 38 y pulso de
100 á 110: dichos fenómenos generales empiezan lentamente á disi-
parse al décimo día y con ¡pequeñas remisiones y exhacerbaciones
del pulso y la temperatura y desaparición gradual del íctero y sínto-
mas hepáticos se inicia la convalescencia, interrumpida por cefalal-
gias, diarreas, zona, hemorragias uterinas, sudores generalizados, etc.,
que hacen irregular la marcha del mal, hasta los 20 días en que termi-
na completamente el cuadro patológico.
El tratamiento de este caso ha tenido que ser naturalmente varia-
do, en relación con las manifestaciones del mal: medidas antisépticas
al principio, relegadas después á un lugar secundario, por la falta ab-
soluta de signos de infección uterina ó perineal; revulsivos, hipnóti-
cos, quinina, laxantes, sedantes, astringentes, leche, caldos, etc., según
las complicaciones y signos mórbidos que aparecían.
Esta observación, que he extractado lo más posible, presenta algu-
nos particulares, que merecen fijar la atención.
En primer lugar, el cuello uterino estaba completamente borrado
y abierto; la dilatación era de dos centímetros próximamente; la cabe-
za en la excavación, enclavada casi en totalidad; el segmento antero-
inferior del útero dilatado, el cuello atrás y arriba, las contracciones
uterinas, frecuentes, enérgicas é indolentes; la parturienta no se daba
cuenta de ellas, ni hacía el menor gesto de desagrado cuando las mis- mas tenían lugar. Lo que ha hecho que fijemos la atención, sobre el
estado del cuello uterino, fue la afirmación, que repetidas veces nos
hizo el Dr. A. Pérez Miró, de que, en los reconocimientos practicados
por él, en los últimos 20 días, el cuello presentaba al tacto vaginal las
mismas modificaciones que el exámen me habla suministrado. No
deja de ser raro, aún en las multíparas y con más razón en las primí-
paras, que, el cuello esté, no solo borrado, sino también dilatado, y en
tales condiciones, que cualquiera hubiese afirmado, desde el primer
reconocimiento, (20 días antes) que dicha señora estaba de parto, lo
que no era cierto. Para evitar el error se necesita tener en cuenta que
la desaparición y la dilatación incompleta del cuello no bastan para
afirmar que el parto existe; es necesario comprobar la existencia de
las contracciones y la persistencia y frecuencia de las mismas: en este
caso el orificio externo, durante las contracciones se estrechaba más;
sus bordes delgados se hacían rígidos, existía, en una palabra, una
contractura anatómica, y como la parturienta, después del ataque de
eclámpsia, acusaba cefalalgia intensa y permanecía en estado de so-
por, del que se la sacaba con dificultad, aconsejé, además de la medi-
cación purgante, enemas de doral y duchas calientes al cuello, cada
dos horas.
Otro particular importante en este caso, es la aparición brusca de
la albúmina y su gran cantidad, y decimos brusca, porque el esposo
de esta señora, comprofesor nuestro, así como el hermano, que reco-
nocían las orinas diariamente, no habían notado alteración alguna;
solo hacía 48 horas que no se analizaban cuando tuvo lugar el pri-
mer ataque de eclámpsia, hallándose después gran cantidad de albú-
mina; no había edema, ni parcial, ni general; solo la cefalalgia y la
epigastrálgia precedieron al ataque. Después comenzó el cuadro de
síntomas descrito con tanta perfección por el Dr. Morado, que recogió
la observación y entre los cuales descuella, sobre todo, un íctero in-
tenso y dolores hacia la región lumbar y hepática, propagándose al
vientre; todo esto acompañado de elevación de temperatura, que al-
canzó una vez 39°, sin que hubiese lesiones por parte del aparato ge-
nital que explicaran el estado general. Era indudable que no se tra-
taba allí de la septicemia puerperal en sus variadas formas, porque
el punto de partida de esa infección, el aparato genital, nada acusaba,
ni existía modificación de los lóquios: teníamos una afección á la
cual atribuir la multitud y variedad de síntomas observados, la
eclámpsia, única en su origen, revistiendo tantos matices en su forma,
como casos clínicos puedan existir, verdadero proteo, ora precediera
de cefalálgia, de gastrálgia, trastornos en la visión, edemas, etc., ora
sin signo precursor, estallando bruscamente, ántes del parto, durante
el mismo ó después de él, en época más ó menos lejana (tengo un caso, en que los ataques tuvieron lugar 17 días después del parto) en
una palabra, la eclampsia que, para algunos, reconocía en sus diversas
formas un origen distinto y que considero como una enfermedad
infecciosa, producida por un mismo agento patógeno y de múltiples
formas, como múltiples son las formas de la tifoidea, del paludis-
mo, de la difteria: hablamos de formas clínicas, y de ahí el que?
tanto en ésta, como en otras enfermedades infecciosas, no pudiendo
destruir el agente patógeno, tengamos que limitarnos á combatir sín-
tomas; principio que defendí en otra época y ha recibido la sanción
de los hechos; miéntras no podamos destruir la causa productora de
la enfermedad, tenemos que concretarnos á la medicación sintomática
y esta no puede reducirse á un solo agente terapéutico, cualquiera
que sea. De ahí, la necesidad de la sangría, de los purgantes, el cloro-
formo, doral, etc., según el síntoma que, al predominar sobre los de-
más, amenace la vida de la paciente. La teoría infecciosa es la que
da una explicación más satisfactoria del cuadro eclámptico, variada
en sus manifestaciones, rápida en su desenvolvimiento, como lo son
las infecciones agudas y rápidas, las más de las veces, en su desapari-
ción. El hígado ha presentado en este caso manifestaciones que de-
muestran el papel importante que juega en el desarrollo de la eclámp-
sia (farmacolémica). La albuminuria ha desaparecido con rapidéz; en
cámbio, el íctero, revelador de los trastornos hepáticos, ha cambiado
la escena y todos conocemos, después de los magníficos trabajos de
Bouchard, la importancia de la glándula hepática en el mecanismo
de las infecciones, como órgano destructor de los principios que las
producen, cuando se encuentra en condiciones para ello, ó bien, per-
mitiendo su producción, cuando por su alteración no está en aptitud
de destruir dichos agentes. En el embarazo, la degeneración grasicnta
del hígado coloca este órgano en condiciones poco apropiadas para
las funciones de la destrucción, que, respecto de los agentes tóxicos?
está llamado á llenar, añadiéndose á esto la hiperemia renal que con-
tribuye á hacer más difícil la eliminación de los principios tóxicos
que se encuentran en la sangre, y de ahí, las condiciones favorables
de receptividad en que se halla la puérpera y la gravedad especial que
en ellas presentan las infecciones.
El Dr. Blanc, de Lyon, en el número 9 de los Archivos de Tocología,
de París, correspondiente al mes de Noviembre del año pasado, ase-
gura haber encontrado en la orina y en la sangre de las eclámpticas,
entre otros micro-organismos, una variedad de cocci muy finos y un
bacilo muy ténue, regular y corto, de una á tres veces más largo que
ancho. El cultivo é inoculación de los cocci, no dio resultado alguno;
en cambio, la inoculación del bacilo en conejas en gestación, produjo
constantemente la albuminuria, la expulsión prematura de los fetos. unos muertos, otros vivos y alguna vez convulsiones intensas en la
madre. Escarlatini, que ha practicado sus experiencias en perras pre-
ñadas, parece haber obtenido los mismos resultados.
El Dr. Weiss, bien joven aún y aplaudido con tanta justicia
por todos nosotros, se ocupará extensamente de la patogenia de la
eclampsia con la inteligencia y precisión que le distinguen.
Antes de abandonar la tribuna, debo congratularme de haber sido
de los primeros, si no el primero, en haber publicado en Cuba una
estadística operatoria verdad, así como la confesión ‘pública de los
errores por mí cometidos. Por eso veo con verdadero placer que en
este Congreso, todos los que me han precedido en el uso de la pala-
bra, ya en la tribuna ó en esos escaños, han dado gran ejemplo de
buena fé y lealtad: este solo hecho, aparte del valor científico indiscu-
tible de los trabajos aquí presentados, reviste verdadera importancia.
En efecto, señores, si la verdad enaltece y dignifica al hombre, la
ocultación y el disimulo degradan y envilecen. No es posible obtener
de una juventud hombres enérgicos y viriles, si se les hace respirar
una atmósfera de falsedad y engaño. Solo la verdad, repito, purifica y
enaltece.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Morado para argumentar.
El Dr. Morado: Manifiesta que el caso presentado por el Dr. Casu-
so constituye una prueba más en apoyo de la teoría infecciosa: que
analizada la orina en el Laboratorio de la Crónica por el Dr. Diago,
pudo comprobarse gran cantidad de ptomaínas y un aumento notable
de la urea (36 gramos) en las 24 horas.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Moreno de la Torre.
El Dr. Moreno de la Torre: Dice que los Dres. Casuso y Neyra se
deciden por la teoría de la infección para esplicar la eclámpsia, y de-
sea saber por qué el micro-organismo no manifiesta su presencia en
ciertos casos por ningún síntoma, pues le ha sido dado observar una
eclámptica, sin albuminuria ni fiebre, en la cual la estracción del feto
hizo cesar todos los accidentes.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Bellver.
El Dr. Bellver; Cree que la eclámpsia es una manifestación del
envenamiento urémico en unos casos, y, en otros, síntoma de un esta-
do infeccioso. Pregunta al Dr. Moreno como so esplican los hechos
observados sin fenómenos precursores.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Casuso para replicar.
El Dr. Casuso: Contesta que la infección eclámptica tiene su
período de incubación y su marcha es silenciosa hasta que estalla el
acceso; atribuyéndose con preferencia, al estado de gestación los fenó-
menos precursores que la muger esperimenta. El Dr. Bellver no acepta
más teoría que la lesión renal; pero hay albuminurias sin eclámpsia; y eclámpticas sin albúmina en las orinas y hasta sin lesión renal. Así,
la única teoría que debe aceptarse y que esplica la aparición y desa-
parición repentina do los accesos eclámpticos, es la teoría de la
infección.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Vila (de Cabañas) para la
lectura de sn trabajo:
Consideraciones sobre la naturaleza y tratamiento de las diarreas
crónicas de los países cálidos.
el Ldo. José Vila (de Cabañas.)
Los trabajos del Dr. Coronado, publicados en la Crónica Médica, y
los que presenta á este Congreso, dan á conocer sus opiniones, que
son también las nuestras, respecto á la patogenia y tratamiento de un
grupo de enfermedades infecciosas propias de los climas cálidos, de-
pendientes todas ellas de la presencia en el organismo humano de un
germen morboso, tan conocido por los estragos que ocasiona, como
poco definido por su biología microbiótica.
Nos referimos á las manifestaciones morbosas de la infección
palúdica.
De todas las enfermedades que son el triste patrimonio de la
humanidad doliente, las palúdicas son, en nuestro concepto, las más
dignas de ocupar la atención de los clínicos, no sólo por la inagotable
variedad de sus formas y por la alta cifra de mortalidad que ocasio-
nan, sino porque constituyen una formidable barrera á la civilización
en las estensas y fértilísimas regiones del planeta no esplotadas toda-
vía y en aquellas en que se principia la esplotación.
El paludismo es el terrible enemigo de las sociedades que nacen,
la gran represalia que opone la naturaleza virgen en la lucha á que la
provoca el hombre para someterla á su dominio, para conquistarla en
beneficio de la civilización, arrancándola los abundantes frutos de su
sávia vigorosa; lucha encarnizada, en la que, ántes de darse aquella
por vencida, causa innumerables víctimas á las primeras generaciones
de las sociedades nuevas, infiltrando en el organismo humano un ve-
neno sutil y mortífero del que guarda un acopio, que no se agota
fácilmente. De aquí, que las enfermedades dependientes de este vene-
no, sean las que más interesa conocer, tanto en sus variadas evolucio-
nes, como en los medios prácticos para defender de sus estragos á la
sociedad humana.
Convencidos de lo que acabamos de espresar y teniendo que reco-
nocer la frecuente ineficacia de los procedimientos terapéuticos gene- raímente empleados, que no evitan el fallecimiento de una buena
proporción de atacados por el paludismo, ha sido motivo para que
durante una larga série de años hayamos dedicado toda nuestra aten-
ción á investigar en el terreno clínico los recursos vitales que opone
el organismo para defenderse del veneno palúdico, y los medios tera-
péuticos con que podíamos auxiliarle en la lucha entablada contra
este agente tóxico que tiende á destruirlo.
De que son ineficaces los recursos terapéuticos generalmente pues-
tos en práctica, no hay clínico que lo ignore: una esperiencia asaz
dolorosa se lo enseña con sobrada elocuencia. ¡Cuántas toneladas de
sales de quinina estarán mezcladas con la tierra de los cementerios!
Sin estendernos más en consideraciones que alargarían con exceso
este trabajo, hemos de manifestar que los escritos del Dr. Coronado
tienen por objeto llamar la atención de los prácticos sobre algunas
particularidades, que, en el terreno clínico, ofrecen ciertas formas agir
das y crónicas de la infección palúdica. Una de ellas, que no ha sido
objeto especial de sus disertaciones, es la diarrea crónica de los paises
cálidos, enfermedad que opinamos debe ser considerada como una
consecuencia de aquella infección.
Esta opinión, que nos ha confirmado la observación clínica y el
resultado satisfactorio de nuestra terapéutica, es también la opinión
del Dr. Coronado, el cual fué presa durante algunos años de tan mo-
lesta enfermedad, de la que se vió libre después de una perniciosa
gravísima que cedió merced á una medicación enérgica en consonan-
cia con las ideas que esplana en sus escritos.
No entraremos en detalles esponiendo las diversas opiniones emi-
tidas por distintos autores respecto á la naturaleza de la diarrea cró-
nica de los paises cálidos, por no alargar en demasía este modesto tra-
bajo. Creemos que esta enfermedad es debida á la infección palúdica,
porque los que la sufren ofrecen los diversos síntomas descritos por el
Dr. Coronado; síntomas que revelan la infección, que hemos calificado
con el adjetivo de autóctona, la cual es consecuencia de la introduc-
ción en el organismo de un agente miasmático, que, modificando mor-
bosamente los desechos orgánicos, los convierte en productos sépticos
que son el factor principal de aquella infección.
Y no sólo los síntomas nos inducen á pensar que la enfermedad
que nos ocupa es una espresión de la infección autóctona de origen
palúdico, sino que corrobora nuestro modo de ver la circunstancia de
principiar generalmente la enfermedad á raiz de una fiébre palúdica
grave ó benigna, tratada por las sales de quinina con esclusión de
nuestro plan dialítico. Otro hecho frecuente, que confirma nuestra
opinión, es que la supresión brusca de la diarrea crónica es seguida
de una fiébre continua perniciosa, que en tal caso suele ser bien grave, no benignizándose hasta que, espontánea ó provocada, reaparece
la diarrea.
Considerada la enfermedad como espresión de la infección autóc-
tona de origen palúdico, deja en rigor de ser una entidad nosológica
distinta; no es una enfermedad, sino un síntoma concomitante con los
que son característicos de dicha infección; es, más que otra cosa, la
consecuencia de una enfermedad, y, mejor dicho, de la lucha del orga-
nismo que se defiende contra un veneno séptico, que tiende á des-
truirlo y del que procura desprenderse.
Durante los primeros años de ejercer nuestra profesión en Vuelta-
Abajo, era muy frecuente hallar enfermos de diarrea crónica; pero de
cuatro ó cinco años á esta parte en que nos conducimos de distinto
modo, aconsejando un tratamiento en consonancia con nuestro modo
de ver, podemos decir que casi ha desaparecido de aquella comarca la
manifestación morbosa que nos ocupa.
Nosotros opinamos que, modificados morbosamente los desechos
orgánicos por el agente miasmático, el organismo responde unas ve-
ces, poniendo en juego todas sus energías vitales, á fin de elaborar y
eliminar el miasma y el veneno séptico que es su consecuencia, y aca-
so también su vehículo, estableciéndose una lucha, tanto más violenta?
cuanto más tóxico sea el veneno, y también, cuanto más ineficaces
sean los esfuerzos vitales para elaborarlo y desprenderlo. En tal caso?
la infección es de forma aguda, y según existan ó no una de las dos
ó ambas circunstancias, es ó no perniciosa. Otras veces el organismo
tolera en cierto modo el veneno, no responde sublevando agudamente
sus energías vitales; pero no en vano se siente intoxicado por un ve-
neno anemizante, que no sólo destruye glóbulos, sino que acelera la
muerte de las células aumentando el coeficiente de las cenizas orgá-
nicas, las que, si siempre son venenosas, aún siendo fisiológicas, lo
Bon en este caso en mayor grado por haber sido alteradas por el agen-
te miasmático, á la manera que un fermento modifica la materia
fermentescible. De aquí la anémia que por la gravedad que en algu-
nos casos reviste, se califica de maligna, y á la cual llamamos nosotros
toxihemia autóctona; de aquí que aparezcan síntomas que son como
gritos de alerta ó quejas de dolor del organismo intoxicado y sínto-
mas reveladores de que la vida se defiende, poniendo en juego sus
órganos de defensa y activando el funcionalismo de aquellos emuu-
torios que le facilitan la eliminación de una parte del tóxico. Este es-
tado es lo que llamamos infección autóctona de origen palúdico y de
forma crónica; y á la diarrea crónica de los paises cálidos, la conside-
ramos como un síntoma de esta infección, síntoma que no es más que
un esfuerzo sano que no debemos empeñarnos en suprimir, sino que
debemos procurar aprovecharnos de él como emuntorio para lograr la curación de la enfermedad de que tal síntoma depende: de la infec-
ción autóctona de origen palúdico y de forma crónica.
En estas ideas se ha basado nuestra 'terapéutica cada vez que
hemos sido consultados, terapéutica bien distinta, por cierto, de aque-
lla que tiene por principal objeto suprimir el síntoma haciendo abs-
tracción de la causa de que depende, divergencia de opinión que ha
sido el motivo de .elegir este tema de nuestra disertación. Y en este
particular nos guía, como en casi todos los otros, la convicción de que
la medicación causal es, por su eficacia, muy superior á la medicación
sintomática, que por desgracia tiene demasiados adeptos, medicación
que consideramos más ventajosa para los intereses materiales del mé.
dico que para los de la humanidad doliente. Si el disertante no fuera
un hombre honrado, sería médico sintomatologista; pero la honradéz
implica la sinceridad, y al ser sintomatologista dejaría de ser sincero.
Volviendo á la diarrea crónica de los paises cálidos, procuraremos
precisar en lo posible el tratamiento que le oponemos, y decimos en
lo posible porque en realidad no existen enfermedades, sino sujetos
enfermos, que tiene cada uno su sello propio, como tienen su propia
fisonomía, y todos sabemos que los tratamientos han de amoldarse á
las particularidades de cada caso.
Como quiera que la espresión morbosa que nos ocupa no es más
que un síntoma de la infección de origen palúdico, curar la infección
es curar también el síntoma, y se cura la infección cuando se logra
sanear el organismo del tóxico infectante. El saneamiento del orga-
nismo procuramos alcanzarlo, merced á un plan terapéutico que ha
sido esplanado por el Dr. Coronado. Las más de las veces principia-
mos por administrar, en las primeras horas de la noche, un gramo ó
dos de ipecacuana á fin de provocar la emésis, repitiendo esta indi-
cación cada vez que el enfermo acuse alguna sensación de náusea ó
vómito, ó bién cuando con esta sensación ó sin ella percibe un males-
tar indefinible en el estómago, que traduce un estado de ocupación de
este órgano. Otra indicación de la ipecacuana es una inapetencia que
se prolonga algunos días. También la empleamos cada vez que se
exacerba de pronto el estado de irritación de la punta y bordes de la
lengua, ó la que á veces existe en las fáuces y faringe y también en
las encías, irritaciones que, sino siempre, acompañan con frecuencia á
la enfermedad. Optamos propinar la ipecacuana por la noche, porque
con el descanso de algunas horas se reponen las fuerzas consumidas
en la emésis. A la mañana siguiente temprano toma el enfermo uno ó
dos gramos de caíomelano, medicamento que lo repite uno ó dos días
más á la misma hora. Pasadas tres ó cuatro horas de haber tomado el
caíomelano, hacemos ingerir 15 ó 30 gramos de sulfato de sosa en di.
solución, dosis que se repite si dos horas después de la primera no se lian obtenido francas deposiciones que determinen una sensación de
vacuidad del tubo cibal, que produce un bienestar grato á los enfer-
mos. Una hora después del sulfato de sosa, en cuyo espacio de tiempo
generalmente ha cruzado el píloro, aconsejamos que se tome una bue-
na cantidad de agua pura ó ligeramente alcoholizada, con el fin de fa-
vorecer la acción dialítica del medicamento. Si la sensación de vacui-
dad del vientre no se obtiene fácilmente con la medicación, lo cual
acontece muchas veces, cuando la acumulación de gases, dilatando el
intestino, no permite los movimientos peristálticos, recomendamos al-
gunos enemas voluminosos de agua con el fin de espcler los gases y
lograr de este modo la vacuidad del tubo intestinal, que procuramos
se obtenga todas las mañanas. En lo restante del día toma el enfermo
una sobre-alimentación láctea, por lo menos durante los primeros
días ó las primeras semanas de tratamiento. La manera de responder
el sulfato de sosa nos indica bien pronto la dosis diaria de una ó dos
tomas que requiere el enfermo, dada su idiosincrasia, para conseguir
todas las mañanas el resultado de vaciar el vientre sin sobrepasar este
efecto. El día en que el medicamento promueve náuseas ó vómitos
administramos por la noche la ipecacuana, con lo cual se establece de
nuevo la tolerancia.
La mala calidad de los productos escrementicios, revelada por el
mal olor ultra-fisiológico, pase el neologismo, y también en ciertas oca-
siones por su coloración oscura, y en otras por sus cualidades irritati-
vas, hasta el punto de producir en algunos casos una marcada irrita-
ción de las márgenes del ano, demuestra que los productos ventrales
son morbosos, y, en consecuencia, concíbese que sería dañoso para el
enfermo el retenerlos en el intestino, porque, absorbiéndose, pasarían
al torrente circulatorio agravando la infección autóctona.
Debemos agregar, que siempre que existe un estado de irritación
en la faringe, fauces, lengua ó encías, se eliminan de vez en cuando
productos escrementicios de calidad irritativa, cuyo paso por el orifi-
cio anal determina una sensación de calor ó ardor, ó una irritación en
los márgenes sobrado molesta. Generalmente dura pocos días la eli-
minación de esta clase de productos, pero vuelven á presentarse, para
borrarse de nuevo y aparecer otra vez por alternativas que correspon-
den á etápas de mayor elaboración de malos productos, con agrava-
ciones transitorias de todos los síntomas, siendo con frecuencia uno
de los que preceden y acompañan á estas agravaciones transitorias
los latidos de la aorta abdominal, que simulan una dilatación de este
vaso. Hemos comprobado también clínicamente que siempre que
existen hérpes circinados, que con frecuencia coinciden con la enfer-
medad, se eliminan los productos irritativos que hemos mencionado,
hérpes que, á pesar de su conocida rebeldía, ceden á la par que los otros síntomas de la infección mediante la medicación que espia-
ríamos.
En algunos casos es tan irritativa la calidad de los productos, que
tenemos necesidad de apelar á un procedimiento tan sencillo como
eficaz. En tales casos recomendamos que, después de la deposición
irritativa, se haga uso de la geringa Davidson para hacer chocar con-
tra el orificio anal algunos chorros de agua tibia, seguidos de dos ó
tres pequeñas lavativas que laven perfectamente la estremidad infe-
rior del recto, con lo que se consigne un pronto alivio.
Cuando los agravamientos transitorios por etapas, que hemos seña-
lado nos demuestran una elaboración más acentuada de productos
morbosos de peor calidad, empleamos de nuevo el calomelano duran-
te dos ó tres días, y generalmente repetimos también la ipecacuana,
administrándola por la noche que precede á la primera dosis de aquel
medicamento.
Siempre que aconsejamos el calomelano, procuramos asegurar una
franca acción dialítica con dos ó tres dosis consecutivas de sulfato de
sosa, sino basta con la primera, porque de otro modo nos espondría-
mos á que la estomatitis mercurial exajorase en demasía la estomati-
tis morbosa. En aquellos casos que juzgamos insegura la franca acción
dialítica, á pesar de repetidas dosis de sulfato de sosa, tomamos la
precaución de propinar el calomelano mezclado en cincuenta ó más
gramos de ricino, que aseguran mejor el efecto de vaciar la cavidad
intestinal con el dialítico, que se administra á las tres ó cuatro horas.
Escepción hecha de los días en que se propina el calomelano ó la
ipecacuana, acostumbramos emplear una dosis de tres á seis gramos
de magnesia calcinada, tomada por la noche al tiempo de acostarse el
enfermo, con el objeto de que por la mañana obtenga ó esté preparado
para obtener una deposición que facilita la acción del sulfato de sosa,
con lo cual se logra mejor que todos los días esperimente el enfermo
la sensación de vacuidad del intestino, condición capital del tra-
tamiento.
Estos procedimientos terapéuticos no impiden que durante el día,
á la vez que se alimenta poderosamente al enfermo, se empleen algu-
nos medicamentos que tengan por objeto acallar los movimientos pe-
ristálticos del intestino, á fin de retener el suficiente tiempo los ali-
mentos en el tubo cibal para reparar las pérdidas. Pero estos recursos,
ó no los empleamos nunca, ó sólo hacemos uso de ellos durante los
primeros días de tratamiento, mientras dura la disposición á tener
diarreas á distintas horas del día; pues generalmente se logra ¡monto
la regularización intestinal en el sentido de no tener el enfermo otras
deposiciones que las provocadas por la medicación con el fin de vaciar
el vientre todas las mañanas, quedando luego tranquilo el intestino durante las restantes horas del día. Conseguida esta regularizadme
aumenta rápidamente la nutrición del enfermo, merced á una buena
alimentación en la que predomina la loche y las carnes poco asadas,
con esclusión de féculas y grasas, por lo menos en las primeras se-
manas.
La duración del tratamiento varía desde algunas semanas hasta
algunos meses. Nosotros no lo abandonamos mientras existe alguno
de los síntomas que revelan la persistencia de la infección autóctona;
irritaciones de la boca, gases intestinales, orinas escesivamente colo-
readas, inapetencia, vértigos, insomnio, neuralgias, perturbaciones sen-
soriales y afectivas, latidos aórticos, arítmia, hiperquinesia, etc.) Ge-
neralmente pasan pocos días sin esperimentar el enfermo una mejoría
que le alienta á seguir el tratamiento, sobre todo si se ha tenido la pre-
caución de advertirle de antemano las variaciones de mejores y peo-
res días, por etápas correspondientes á elaboraciones más acentuadas?
que son necesarias para desembarazarse el organismo de los productos
mal sanos que lo intoxican.
Teniendo en cuenta este curso en zig-zag, podemos afirmar que los
enfermos progresan siempre hacia la curación si el tratamiento es
bien dirigido. Sólo esceptuamos aquellos casos en que lesiones anató-
micas irreparables y aquellos en que el decaimiento vital, llevado á
un estremo cercano á la muerte, hacen de todo punto imposible la
curación.
Concluiremos manifestando que la observación clínica de muchos
hechos recogidos en la práctica de algunos años, nos ha llevado á pro-
fesar las ideas que esplanamos en este trabajo. Que otros clínicos las
sometan á la prueba de los hechos, para confirmarlas si estamos en lo
cierto, ó rechazarlas si estamos equivocados.
Es el fin que nos proponemos al esponerlas á la consideración de
tan ilustrado Congreso.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Semprun para argu-
mentar.
Dr. Semprun: Opina que en la Isla de Cuba, no hay, sino por
escepción, casos verdaderos ó típicos de paludismo, sino formas secun-
darias y cree que para estos enfermos el tratamiento dialítico-evacuan-
te debe ser sumamente debilitante, cuando no de resultados funestos.
Dr. Sáenz Yánez: Recuerda que hace tiempo llamó la atención en
la «Crónica Médico-Quirúrgica» sobre la pésima calidad y enorme
cantidad de quinina que se consumía en Cuba, á fin de que se pusie-
ra término á un comercio tan inmoral como funesto y se pudiera de-
ducir el verdadero resultado de una medicación tan necesaria y tan
exageradamente utilizada en Cuba; que trae ese recuerdo para que, ni
por el consumo aparente de quinina que aquí se ha hecho pueda for- marse idea de su necesidad y resultados, ni pueda desvirtuarse el fun-
damento científico ó, cuando menos racional, del tratamiento seguido
por el Dr. Yila en ciertos casos de diarreas crónicas, pues la verdad es
que en las diarreas consecutivas al paludismo están los enfermos sa-
turados, intoxicados de quinina la mayor parte de las veces y por
tanto de nada han de servir las nuevas dosis que se les administren.
Dr. J. F. Arango: Manifiesta que reconocida plena y umversalmen-
te la acción específica de la quinina contra el paludismo, no se conci-
be que en esa localidad no dé resultados; y, en consecuencia, cree que
las fiebres que en ella se padecen no sean palúdicas, ni las diarreas
crónicas, á que se refiere el Dr. Vila, sean verdaderamente las conoci-
das por de los países cálidos.
Dr. Moreno de la Torre: Pregunta si esas enfermedades no depen-
derán de las condiciones individuales ó del medio, pues él ba egerci-
do en localidades palúdicas y no ha visto ningún caso de diarreas
crónicas de los países cálidos.
Dr. Tamayo: Afirma que los Dres. Vila y Coronado están verdade-
ramente dentro del terreno científico, y que, al iniciar el problema
etiológico de nuestras enfermedades desconocidas, debemos seguirlos
con observación y constancia para saber en definitiva si hay fracaso ó
realmente un triunfo, que sería su gloria.
Dr. Bellver. El tratamiento es racional y científico, pues si la afec-
ción primitiva se encuentra localizada en el tubo digestivo, con ese
tratamiento se favorece la eliminación de la sustancia tóxica.
Dr. Zayas y Jiménez: Que según ha entendido, el tratamiento
dialítico era cuanto se ha instituido contra la fiébre palúdica y las
diarreas crónicas y, sin embargo, no se sabe que clase de fiébre, ni de
diarrea son; que, por otra parte, ese tratamiento, no solamente cura á
los individuos, sino que los deja inmúnes, y estas son cosas extraor-
dinarias: que para él hay que proseguir en ese estudio y decir el nú-
mero de casos de fiébres palúdeas, su tipo, formas, duración, etc.; la
dosis administrada del medicamento, período en que se administró y
cuanto más concierna á investigaciones clínicas perfectas.
Si con estas garantías de observación, prosigue el Dr. Zayas, se
obtiene la curación ante casos inminentes, quedaremos convencidos y
cambiaremos la quinina por el sulfato de sosa, á pesar de que aquella
cura en la gran mayoría de los casos, y haya muchos que no pueda
vencer la indicación Vila-Coronado, con su brillante 5 por 100 de
mortalidad.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Vila para replicar.
El Dr. Vila: Asegura que no ha tenido un enfermo al que no se le
hubiera despertado el apetito y aumentado la nutrición con el trata-
miento dialítico evacuante. Cree que la quinina es un tónico vital, que ellos no proscriben por
más que no lo administren como antes por virtud de que, cuando pu-
dieran hacerlo en los casos de paludismo, el sulfato de sosa ha escusa-
do su administración y termina manifestando que, á su juicio, hay dos
factores en el paludismo, el micro-organismo y sus productos y gran-
des cantidades de desechos orgánicos ó cenizas orgánicas, verdadera-
mente, que, aún siendo fisiológicas, son venenos y por su gran canti-
dad, sino se les procura la eliminación, causan la muerte: de ahí que
la eliminación la procuren con el método dialítico-evacuante, único
capáz de realizarla tan pronto y completamente como se necesita.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Torralbas para dar
lectura á su trabajo:
Consideraciones sobre la difteria y el croup.
el Dr. José I. Torralbas,
Las valiosas conquistas realizadas en estos últimos años por la
bacteriología, que tanto han contribuido al progreso de las ciencias
médicas, han hecho sentir su influencia, más que en otras secciones de
la patología, en el capítulo que se refiere á las enfermedades contagio-
sas é infecciosas, de las que, enseñándonos la etiología, nos da á cono-
cer la patogenia; así, por ejemplo, el estudio microscópico de la concre.
sión pséudo-membranosa, no sólo nos proporciona las nociones sobre
la naturaleza de la difteria, sino que nos pone en condiciones de ais-
lar, cultivar y estudiar el bacilo que la produce y ensayar los medios
de destruirlo.
Señores:
La cuestión patológica está resuelta; el bacilo descubierto y aislado
por Klebs y cultivado por Loefíler es característico de la difteria, la
sustancia por él segregada constituye el agente patógeno, el veneno de
la difteria, como hoy se llama.
Recordemos lo que nos dice el Dr. Jules Simón, cuya competencia
en estas materias no puede discutirse: la falsa membrana que no conten-
ga el citado micro-organismo, no es de naturaleza diftérica.
Esta afirmación terminante, en boca de la autoridad citada, nos
excusa de entrar en consideraciones para probar que el microbio que
nos ocupa es positivamente el productor del germen morbígeno; ade-
más, ¿no están llenas las revistas y publicaciones científicas contem-
poráneas de descripciones de experiencias y cultivos que todos cono-
cemos? ¿No es por ellas que sabemos que el bacilo en cuestión es
parecido al de Koch, aunque menos largo y más grueso, que es inmó-
vil, que se fija en un punto y desde allí se propaga, irradiando la falsa Membrana que le sirve de medio ambiente y que él mismo ha ge-
nerado?
Pues si todo esto lo sabemos y lo hemos visto descrito y demostra-
do por Roux, Jersin, Blache, Talamonds, Quinquands y otros, ¿por
qué detenernos más en este punto, que la investigación experimental
ha dejado ya establecido de una manera incontrovertible?
Aceptando, pues, como verdades comprobadas, las ideas que acaba-
mos de exponer y reconociendo además que el bacilo Klebs puede
ponerse impunemente en contacto con la mucosa bucal de un indivi-
duo, que en dicha mucosa no presenta solución de continuidad; que
su carácter de fijeza hace que se propague con menos rapidez de la
que se supone y que no se encuentre en la sangre de los diftéricos, ni
en los órganos distantes de la boca; que las inoculaciones no son el
medio más fácil de trasmisión, aun cuando se hagan con cierta canti-
dad de orina de diftéricos filtrada, que son las que han dado más
resultados, es otro orden de hechos el que debe ocuparnos.
El Dr. Rachfords, demostrador de Bacteriología en el Colegio Mé-
dico de Ohio, ha publicado en Febrero de 1889, una série de expe-
riencias que apoyan estas ideas; el profesor de Cincinati ha repetido
las investigaciones experimentales de Ronx, Jersin y los demás auto-
res que ántes mencionamos y ha tenido ocasión de dejar comprobado
lo que ellos afirman, hasta el extremo de establecer una série de con-
clusiones, de las cuales la primera asegura que la difteria es una enfer-
medad puramente (pulely) local, y la segunda que es causada por un pa-
rásito externo, y la tercera, que este microbio es prácticamente aunque no
exactamente (strictly) aerobio.
Al tenor de estas tres, continúan las demás conclusiones que aban-
donaremos por hoy, no sólo porque las consideramos conocidas por
nuestros colegas, sino porque cada una de ellas se ¡cresta á una mul-
titud de consideraciones agenas al carácter práctico y las dimensiones
de este trabajo.
En cambio, nos detendremos un momento, ya que de etiología de
la difteria se trata, en esta parte de nuestros apuntes, á señalar como
una de las causas más frecuentes de la invasión y propagación del
mal, la que ya el sentido práctico ha indicado aunque sin explicarse
su manera de obrar.
El polvo de las calles y plazas publicas, dicen las gentes, ocasiona el
croup: explícanlo unos por su acción irritante sobre las vías respirato-
rias, otros atribuyen el mal á la circunstancia de contener el polvo
de sus moléculas corpúsculos duros y angulosos, capaces de inferir
pequeñas heridas en la garganta, y al efecto preten den que el adoqui-
nado de las calles se encarga de suministrar esos elementos, suficiente-
mente duros y anfractuosos para desgarrar la mucosa. En esta cuestión, como en la mayor parte de los problemas que el
vulgo trata de resolver, se observa que el enunciado se aproxima á la
verdad para después alejarse de ella en la explicación del fenómeno-
Es el polvo y el polvo de nuestras sucias y descuidadas vías
públicas el que lleva la difteria á las fauces de la mayoría de los que
la sufren, más no por la irritación local que él pueda producir, pues
en multitud de casos los viajeros que en este ú otros países se ven ex-
puestos al polvo puramente telúrico de los caminos, no adquieren la
difteria, sino simplemente irritaciones brónquicas, que podrán ser más
ó ménos intensas, pero no específicas; tampoco puede atribuirse á las
erosiones producidas por las moléculas lapídeas del granito de los
adoquines, cuya composición de cuarzo, feldespato y mica, sustancias
insolubles é inatacables por la saliva, las deja e n condiciones de obrar
simplemente como cuerpo vulnerante baj o el punto de vista mecáni-
co, como la arena silícea, como el polvo de vidrio, si se quiere ir más
léjos, pero en ningún caso como una sustancia específica capaz de
imprimir carácter ó fisonomía especial á la lesión por ella producida.
A nuestro modo de ver, es el polvo de nuestras calles una de las
fuentes más abundantes de la difteria, pero no la causa directa; el
polvo es el vehículo entre cuyas moléculas se agita una multitud de
bacterias, bacilos y micro-organismos de todas clases, restos de todas
las inmundicias, basuras y estiércoles de varios animales, que cons-
tantemente se ven en nuestras calles, sin excluir los humanos, que
aunque no tan frecuentes, se ven también; todo esto, secado por un
sol abrazador, se levanta á impulso del viento, envuelto en una nube
de partículas calizas y de otros minerales que forman el piso de la
ciudad.
Ahora bien, estos gérmenes no siempre encuentran en la mucosa
bucal y nasal las condiciones convenientes para vivir y propagarse, y
por lo que respecta á los de las difterias, sabido es que se han encon-
trado en la boca de muchos niños sanos sin que su presencia haya
determinado ningún fenómeno, demostrado está hasta la evidencia
que condiciones anormales de la mucosa son las que favorecen la im-
plantación del bacilo que sobre el sitio se reproduce, puesto que es
inmóvil, y cuando su reproducción ha dado lugar á la colonia y á la
falsa membrana que lo sirve de medio ambiente es cuando segrega el
veneno de la difteria.
Parece á primera vista que si una série de coincidencias semejan-
tes se necesitan, no deben ser los gérmenes que vuelan con el polvo
los que más' casos de difteria produzcan; sin negar que las aguas, las
ropas y otros medios sirvan también de vehículo, insistimos en el ya
señalado polvo porque las épocas del año en que los vientos periódicos
levantan esos torbellinos, son las ménos lluviosas, las de temperatura más variable, las de las afecciones catarrales, en fin, que ponen á las
mucosas en las mejores condiciones de receptividad.
Un nuevo problema clínico surge de los descubrimientos que
rápidamente acabamos de reseñar y es el siguiente: si la difteria es
una enfermedad local en su principio, si más que á la propagación de
la concresión pséudo-membranosa, la propagación del mal se debe á
la absorción del veneno producido por el bacilo de Klebs, considerado
como una ptomaina, por los Dres. Watson, Rachfords, Cheyne’s y
otros, quienes nos dicen que han logrado cristalizar el alcaloide en
cuestión; en términos más breves, si la difteria procede de una auto-
intoxicación y esta determina la descomposición de la sangre y tras-
torno funcional del sistema nervioso; no es la manifestación conocida
con el nombre de croup, la que por sí sola, determinando la asfixia,
puede ocasionar la muerte de los pacientes, pues la propagación de
las falsas membranas á las vías aéreas no se puede verificar con tal
rapidez y profusión que impidan casi en lo absoluto la entrada del
aire en los pulmones: partiendo de los datos que las modernas inves-
tigaciones nos proporcionan, la acción séptica del veneno diftérico
desoxigena y altera profundamente la sangre en su composición quí-
nica y en sus condiciones biológicas y perturba profundamente tam-
bién las funciones del sistema nervioso, primero del ganglionar, des-
pués el cérebro-espinal, por lo que se temen tanto, en esta clase de
enfermos, los fenómenos de asistolia y otros semejantes, que no son
más que la expresión de la falta de acción nerviosa sobre determina-
dos órganos ó aparatos: ¿por qué los fenómenos respiratorios, que se
atribuyen á la presencia de unas cuantas falsas membranas, que tapi-
zan parcialmente la cavidad laríngea, la tráquea y cuando más la
primera bifurcación brónquica, no han de tener el mismo origen?
En este caso, que, según las ideas reinantes en la ciencia, sería el
caso de la lógica, la inminencia del peligro es menor ántes de la pro-
pagación del mal al aparato respiratorio, porque esa propagación pue-
de detenerse, quizás hasta evitarse, y los recursos quirúrgicos serían
inútiles después de la propagación.
Si el croup no asfixia mecánicamente, si la temida perturbación
funcional depende do la acción de centros distantes del lugar de la es-
cena, la intervención quirúrgica solo tendrá razón de ser en muy es-
peciales y determinadas circunstancias; el campo de la traqueotomía
se reduce ciñéndose á estrechos límites.
Una ojeada restrospectiva, que no cabe en este trabajo, dejaría
demostrado que los prácticos han vacilado siempre ante esta opera-
ción, que se ha tratado de fijar el momento preciso de su
y que á pesar de estadísticas más ó ménos favorables, su aplicación
no se ha generalizado y solo ha tenido períodos de apogeo efímero para volver en seguida á ser considerada como un recurso de apela-
ción en casos extremos.
Por lo que respecta á nuestra práctica, que nunca pretenderíamos
hacer pesar en la balanza de la ciencia, no puede servirnos de guía,
pues pocas veces hemos practicado esta operación: una de ellas para
reemplazar á un compañero, que, debiendo operar, necesitó ausentarse?
y tres veces en enfermos míos; de estos cinco pacientes, dos murieron,
uno á las 24 horas, otro á los dos días de operado.
estos datos nada importante puede deducirse.
¿Seria tardía la operación en los que fallecieron? ¿Habrían obteni-
do el mismo éxito los que se salvaron si se hubiera prescindido de la
traqueotomía?
No se nos oculta que alguno pudiera decirnos que la ciencia
señala los casos en que debe procederse.
A esto contestaremos: recordando, primero, que la indicación que
está señalada de una manera tan neta prueba la vacilación de los
prácticos y lo mucho que sobre el particular se ha escrito; segundo,
que, restringiendo más aún el campo de la intervención, las nuevas
ideas sobre la patogenia del mal, la operación quedaría reservada, co-
mo medio de sostener la respiración del enfermo en casos especialísi-
mos para dar tiempo á destruir los focos dé infección ántes que la
autointoxicación se haya verificado; de suerte, que el argumento que
pudo tener algún valor ante la ciencia de ayer, lo pierde ante la
de hoy.
Dejando aparte la cuestión de la traqueotomía, expondremos algu-
nas consideraciones referentes al tratamiento racional de la difteria;
pero ántes referiremos, aunque someramente, las experiencias en que
fundamos las modificaciones que vamos á proponer. -
El 26 de Junio último se dio cuenta en la Sociedad de Medicina
pública e higiene profesional de un exelente trabajo de carácter práctico,
hecho por los Dres. Chantemesse y Vidal que tenía por objeto el
tratamiento racional de la difteria.
Refiérese en la citada comunicación la siguiente experiencia que á
nuestro sentir es bastante concluyente.
Un hilo de seda perfectamente esterilizado, sumergido en un culti-
vo de bacilos Klebs, después en un líquido antiséptico de los que se
usan, por tres minutos, lavado en seguida en agua destilada esteriliza-
da, después en alcohol absoluto, que como es sabido, no destruye el
bacilo, é inmergido después en un líquido de cultivo mezclado con
varios de los antisépticos que comunmente se aplican para combatir
localmente la difteria, han dado los resultados que á continuación
se ven:
El agua de cal, la solución de tanino, el agua boratada al 4 por 100, la solución de sulfato férrico, la de sulfato cúprico, el agua saje-
lada, el ácido salicílico, el percloruro de hierro al 1 por 100, el biyodu-
ro de mercurio al 0.5 por 100, el agua naftolada, no bastan á impedir
que los cultivos prosperen.
En cambio existen tres líquidos que han impedido manifiesta-
mente el desarrollo de las colonias de cultivo, deteniendo el desarrollo
de los gérmenes; estos líquidos son: el naftol alcanforado, la solución
de Soulez. (Acido fénico 5 gramos. Alcanfor 20 gramos. Aceite de oli-
vas 25 gramos), y una tercera solución de que los componentes son
los mismos de la anterior, exepto el aceite de olivas que ha sido
sustituido con ventaja por la glicerina.
Por sí sola bastaría la relación de estos hechos experimentales
influir en el ánimo de los prácticos y hacerles variar de idea respecto
del tratamiento de la difteria, pero las consideraciones que vamos á
exponer es muy posible que vengan en apoyo de ellas, y de esta suer-
te agreguen á las razones del orden científico que dejamos señaladas,
otras del orden práctico que les den mayor importancia.
Una larga y paciente observación, sostenida durante algunos años,
nos pone en condiciones de poder juzgar, bajo el punto de vista de los
resultados, una série de tratamientos, asi locales como generales, que
Se han venido usando contra esta enfermedad.
Desde la época en que llenos de fé, empezamos á usar el clorato
de potasa intus et extra como el específico más poderoso contra la dif-
teria, hasta nuestros días, hemos tenido ocasión de tratar multitud de
enfermos de esta clase y de ir ensayando, sino todos los tratamientos
que en esa larga série de años han sido propuestos, al ménos aquellos
que á nuestro juicio se ajustaban más á las ideas que sobre la etiolo-
gía y patogenia de la enfermedad predominaban en la época de su
aparición.
Precindiendo del clorato de potasa ya mencionado y del que po-
demos decir, que si bien no nos dio resultados satisfactorios, no fue-
ron completos, pues entre los enfermos curados por su administración
no se cuentan sino algunos pocos de difteria grave y solo uno de esos
de cuello proconsular de St. Germain: además, el hecho de haberle em-
pleado la mayor parte de las veces unido á otros tratamientos locales
y generales, no permiten juzgar de sus efectos con la debida exactitud.
No sucede lo mismo con el calomel al interior y las cauterizaciones
con nitrato de plata, cuyos resultados negativos no vacilamos enseñalar-
Las insuflaciones de azufre con y sin aditamento de la misma
sustancia al interior.
En el mismo caso se encuentra el ácido salicílico intus et extra.
Las de tanino y alumbre unidas á la ingestión de clorato de potasa
á dosis más ó ménos altas, Las sales de hierro, sobre todo el percloruro, que hemos usado en
diversas formas, nos han servido más bien como medio coadyuvante.
Los vomitivos no hemos podido considerarlos, sino como medios
mecánicos de evitar la acumulación de falsas membranas en las fau-
ces, y cuando los hemos usado para expulsarlas de la tráquea y larin-
ge, no nos han servido para otra cosa que para salvar la situación del
momento, y más de una vez su repetición nos ha creado dificultades
que nos han recordado oportunamente, por fortuna, que no debíamos
debilitar organismos que sufrían la influencia séptica.
El fenato de sosa bruto lo ensayamos poco, tres ó cuatro casos de
los cuales uno fue funesto, y la poca influencia que nos pareció obser-
var en la marcha de la enfermedad, en los que curaron, así como la
repugnancia de los enfermitos, que parecía prolongarse demasiado
tiempo después de las curas, nos hicieron abandonarlo.
Los ácidos acético, clorhídrico, láctico y gálico más ó ménos dilui-
dos y usados localmente, no nos ha parecido que ejercieran una
acción más determinada que otros remedios.
El agua oxigenada, recomendada por Vogelsaug y por Hofmolk. no
ha podido sor ensayada por nosotros sino de una manera deficiente;
así es que no podemos establecer deduciones acerca de su valor como
tratamiento.
Los balsámicos, á la cabeza de los cuales colocaremos la copaiba,
aunque los hemos ensayado poco, no hemos advertido que su admi-
nistración influyera en la marcha de la enfermedad.
He aquí los principales médios que hasta hace pocos años hemos
venido usando contra la difteria y sus manifestaciones; muchos más
han sido los tratamientos aconsejados, lo sabemos, pero de estos solo
hemos puesto en práctica aquellos que nos han parecido inspirados
por una terapéutica racional; otros esperando verlos acreditarse ántes
de proceder, cayeron en desuso.
Hasta hace poco dijimos, porque de algún tiempo acá (3 ó 4 años)
venimos siguiendo un plan que nos parece dar más resultado que
cuanto hasta esa fecha habíamos hecho: ese plan que tiene por objeto
en primer término, hacer desaparecer las falsas membranas que desde
hace años se consideran como focos de infección; en segundo término,
evitar su reproducción, y en tercero, sostener las fuerzas del enfermo.
Lo primero lo conseguimos, aplicando frecuentes lociones de agua 2Í.1
de ccd á las falsas membranas, que bajo la acción de este líquido alcali-
no vemos desgastarse sensiblemente: lo segundo no lo hemos logrado.
Lo tercero, administrando al interior y á dosis proporcionales á la
edad de los enfermitos, carbonato de amoniaco que facilita la expulsión
de las falsas membranas, quizás porque disminuye la flogosis de la
mucosa respiratoria, quizás por su acción como álcali. Un plan tónico reconstituyente que sostenga las fuerzas del enfermo, responde al
tercero.
Desde luego llamamos la atención hacia el tratamiento local, res-
pecto del cual decimos que la segunda parte no la hemos logrado; en
efecto la concresión pséudo-membranosa que por la mañana hacíamos
desaparecer con el agua de cal, por la tarde se había reproducido y
esto en la inmensa mayoría de los casos,
Para obviar este inconveniente venimos ensayando varios medios
hasta que un químico amigo nuestro nos preparó agua 2*l de cal feni-
cada, sustancia que desde la primera aplicación demostró su utilidad,
y que usada después en otros casos dio idéntico resultado.
Como se vé, no era siempre la terapéutica racional la que presidía
los tratamientos empleados, puesto que no se conocía bien la natura-
leza del mal que se pretendía combatir; hoy no sucede lo mismo, los
descubrimientos sobre la patogenia de la difteria á que antes nos refe-
rimos no señalan el derrotero que debemos seguir: las experiencias
que llevamos mencionadas deben repetirse, así pensamos hacerlo; al
efecto venimos preparando con el estimable colega Dr. Fors, que bon-
dadosamente nos presta su cooperación, los elementos necesarios, y si
la realización de este primer «Congreso Médico Cubano,» hubiese teni-
do lugar algunos meses más tarde, habríamos preséntado á su ilustra-
da consideración el resultado de nuestras propias investigaciones ex-
perimentales completadas con la observación clínica; más ya que las
cosas han sido de otra suerte y que en apoyo de nuestras investigacio-
nes solo pueden presentar los resultados, poco ménos que negativos de
otros tratamientos anteriores al antiséptico, y algunos casos cuya
relación dejo al distinguido profesor Dr. Moreno, que fué quien nos
los refirió.
Deducimos á nuestra vez, de cuanto llevamos expuesto que, dadas
las pruebas experimentales realizadas en otros países y los resultados
clínicos que hasta ahora hemos obtenido, debemos invitar á nuestros
respetables conprofesores á que continúen las observaciones en este
sentido, y quizás en no lejano día las ventajas del tratamiento anti-
séptico local en la difteria, lleguen á figurar entre los principios de la
ciencia constituida.
El Sr. Presidente: Queda abierta la discusión sobre el trabajo del
Dr. Torralbas y tiene la palabra el Dr. Moreno de la Torre para
argumentar.
Dr. Moreno de la Torre: Recuerda que en la Sociedad de Terapéu-
tica de París se promovió una discusión muy interesante en la que el
Dr. Guelfa sostuvo con gran abundancia de antecedentes estadísticos
los mismos principios é ideas que había emitido el Dr. Torralbas, y,
agrega, que él, en un caso de forma crónica de difteria, había exagera- do el tratamiento antiséptico local, logrando la curación de las úlceras
por primera intención.
Dr. Aróstegni: Califica de singular la teoría espuesta por el Dr. To-
rralbas en la parte etiológica de su trabajo, suponiendo al polvo de
las ciudades, sin referirse al del campo, como una de las causas del
contagio; entiende que para que éste se produzca es indispensable el
contacto ó algún cuerpo intermediario, y termina echando de ménos
que el Dr. Torralbas no hubiera citado el procedimiento de la intro-
ducción de un tubo especial en la laringe, muy empleado en los
Estados-Unidos.
Dr. Diago; Dice que es estraño que el Dr. Torralbas se hubiera
olvidado, al tratar de las propiedades biológicas del microbio, de la
susceptibilidad que tiene á los ácidos en general, pues es sabido que)
acidificado el medio de cultivo, se evita su desarrollo, y terminó in-
culpándolo por no haber tratado, ni aún incidentalmente, de la solu-
ción de bicloruro de mercurio, tan importante en la terapéutica de las
afecciones microbióticas.
Dr. Tamayo: Se manifiesta en completo desacuerdo con el trata'
miento por el agua de cal, pues, alcalinizado el medio de cultivo, se
activa la virulencia del microbio.
Dr. Bellver: Opina que el ácido salicílico es el agente indicado
contra la intoxicación producida por la diftéria.
El Sr. Presidente; Tiene la palabra el Dr. Torralbas para replicar.
Dr. Torralbas: Replica diciendo que no pueden considerarse igua-
les el polvo de lugares donde haya séres organizados, que dejan de-
tritus y sustancias tóxicas y el polvo de lugares desiertos; que si ha-
bía aludido particularmente al polvo de las poblaciones, era porque,
como muy bien podía comprenderse, en él los elementos de cotagio
son más numerosos, más fáciles de investigar y sus efectos más cono-
cidos y comunes; que no ha tratado en particular de todos los trata-
mientos porque él no había querido hacer una bibliografía de la
diftéria, del croup, ni de sus tratamientos, por falta de tiempo sufi-
ciente y porque, al hacer un trabajo sintético, en el cual se reflejaran
sus ideas, prefirió las referencias que estuvieran más de acuerdo con
ellas y las observaciones de su práctica, y terminó declarando que
ésta era la única aspiración de su trabajo.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Jacóbsen para dar lectura
al trabajo del Dr. Enrique Llúria, de París: Asepsia y antisepsia de las vías urinarias.
el Dr. Enrique Llúria. (Paris.)
De los ramos de la cirujía, el menos favorecido por el método de
Listel1 y los descubrimientos de Pasteur, lia sido sin duda el de las
vías urinarias. La patogenia de ciertas enfermedades, conocidas hoy
como de origen infeccioso, al mismo tiempo que el origen microbiano
de la fiebre urinosa, (Albarrán) han despertado la tendencia, que de
algún tiempo á esta parte se manifiesta, de colocar el importante ra-
mo de las vías urinarias bajo la estricta dependencia de la asépsia y
de la antisepsia.
Las infecciones urinarias, como la piohemia y otras, que hace al-
gún tiempo han desaparecido de la cirujía general, se encuentran aún
hoy en el ramo de vías urinarias á no ser en ciertos y determinados
servicios, en que los métodos asépticos y antisépticos se llevan á cabo
con todo rigor.
CONDICIONES DE NO INFECCIÓN DEL APARATO URINARIO.
Hoy la clínica de vías urinarias, ayudada de la experimentación,
ha podido determinar cuáles son las condiciones para la no receptibi-
lidad de la infección en el aparato urinario. Se sabe que cuando el
aparato urinario conserva íntegro su epitelio, á la par que su fisiolo-
gía es completa, no tiene lugar la infección. Lo prueban las experien-
cias de Albarrán, Hallé, Blumm y otros, quienes, inyectante en la ve-
jiga de conejos sanos cultivos de microbios, en plena virulencia, no
han podido provocar el más mínimo trastorno.
Esto, que nos enseña la experimentación, nos explica el por qué
enfermos que se sondean ó son sondeados sin precauciones asépticas
no tienen infección. Esta no ha podido llevarse á cabo por las mismas
razones que en los experimentos ántes citados: por la integridad del
epitelio y por el completo funcionalismo de la vejiga, que expulsa,
con la totalidad de la orina, todo lo que puede haber de elemento
bacteriológico.
CONDICIONES DE INFECCIÓN.
Para que se constituya una infección, se necesitan dos elementos:
primero, un medio que tenga propiedades adecuadas de vitalidad;
segundo, la presencia del gérmen externo ó interno (microbismo la-
tente: Bouchard).
El medio lo preparan todos aquellos procesos que alteran la nutrí- ción ó disminuyen la vitalidad del aparato urinario. Tal sucede en
los prostéticos con distensión de la vejiga; en los mielíticos ó también
en los traumatismos de la médula. En los diabéticos, la presencia del
azúcar en las orinas favorece el cultivo de los micro-organismos. La
retención completa, cuya patogenia se conoce bien, después de las
experiencias de Albarrán, favorece grandemente la infección. La in-
fección en los urinarios puede ser de dos modos; expontáneo ó ins-
trumental.
INFECCION EXPONTÁNEA.
La infección expontánea se divide, á su vez, en infección expontá-
nea ascendente y en infección expontánea descendente.
Tai infección expontánea ascendente es rara, y podemos citar, tal
vez como único ejemplo, la infección blenorrágica.
Uretra.—En el hombre se infecta la parte anterior de ésta fácil-
mente: puede propagarse la infección á la uretra posterior: esta infec-
ción á la uretra posterior, so hace unas veces por propagación de con-
tinuidad; otras veces es debida á imprudencias de los enfermos, como
el montar á caballo ó también por inyecciones forzadas en un trata-
miento mal comprendido.
Vejiga.—Cuando la uretra posterior está infectada, es fácil que se
infecte la vejiga: bien sea por propagación en las inflamaciones muy
violentas ó bien por un cateterismo intempestivo: tal sucede en las
cistitis blenorrágicas.
INFECCIÓN EXPONTÁNEA ASCENDENTE EN LA MUJER.
Uretra.—Morfológicamente, la uretra de la mujer representa la
uretra posterior en el hombre.
En la mujer la uretra se infecta con más frecuencia por sus rela-
ciones de vecindad.
En la vagina y en la vulva viven número considerable de micro-
bios, aún en estado normal; entre ellos, unos son patógenos y otros no
lo son: entre los patógenos, Albarrán ha demostrado la existencia, en
la vagina de la mujer en estado normal, de la bacteria piógena, y ha
comprobado la existencia de la misma bacteria piógena en un caso de
celulitis pelviana, post-puerperal. Widal ha encontrado el staphylo-
coccus áureus en la vagina y después ha encontrado en la infección
puerperal el mismo micro-organismo.
Se comprende, pues, con qué facilidad será inyectada la uretra de
la mujer.
Vejiga.—Dada la poca longitud de la uretra en la mujer, á más de
la mujer, á más de las condiciones señaladas, no debe sorprendernos que las cistitis espontáneas sean mucho más frecuentes en ella que en
el hombre.
Las cistitis puerperales, no reconocen otro origen que la fácil
introducción por la uretra de los micro-organismos que viven en la
vagina y vulva, cuyo desarrollo puede hallarse favorecido por el trau-
matismo que sufre o puede sufrir la vejiga durante el parto.
Uréteres. La lesiones ureterales en la mujer son generalmente
unilaterales y el tipo que presenta el útero es el verdadero tipo de la
ureteritis; es decir, de origen inflamatorio, paredes gruesas, induradas,
y la longitud del uréter disminuido, lo cual le hace tomar una direc-
ción casi rectilínea.
Riñón.—Siguiendo el mismo mecanismo de propagación expontá-
nea ascendente, no es raro ver en las mujeres las pielonefritis.
INFECCIÓN DESCENDENTE.
Esta clase de infección (tesis Albarrán) se limita en general al
riñón y la infección se hace por el torrente circulatorio general. Pode-
mos citar, como ejemplo de esta clase de infección, la nefritis escar-
latinosa.
A veces se extiende á la vejiga y á la próstata, como en la tuber-
culosis y en la piohémia.
INFECCIÓN INSTRUMENTAL.
Uretra.—Las sondas ó instrumentos que no estén completamente
asépticos, infectarán completamente la uretra: ejemplo, la metritis de
los prostáticos que están obligados á sondarse á menudo: las metritis
de los individuos sometidos á la dilatación.
Vejiga.—Se infecta, bien sea por traumatismo, hecho con instru-
mentos sépticos, en cuyo caso la inoculación se hace directamente ó
bien por cateterismos sépticos, en los casos de retención completa
ó incompleta. (Guyon).
Los traumatismos ocurren en la vejiga, no sólo con los sondeos,
sino más amenudo aún en las operaciones prolongadas como la lito-
tricia. El traumatismo puede ser ligero y localizarse la infección en la
vejiga, pero puede ser considerable y dar lugar á una infección gene-
ral, que puede terminarse por la muerte en el espacio de pocas horas-
Una vejiga, que no se vacíe por completo, será infectada al primer
cateterismo séptico. La orina que queda estancada, unida á los detri-
tus orgánicos que existen siempre en esos casos, más la temperatur a
del cuerpo, hacen un buen caldo de cultivo para que el primer micro-
bio que llegue dé lugar á una infección de las orinas y en seguida á la
infección de la vejiga. El profesor Bonchard dice que basta un microbio para producir
en 10 horas 60 millones y billones en 24 horas.
Uréteres.—La infección de los uréteres puede ser debida á un trau-
matismo, y aparece también en los casos de retención completa en
que la orina ha sido infectada; entonces, á causa de la distensión, la
vejiga y el uréter han perdido su contractilidad y la tensión vesical
hace subir por el uréter, en un momento dado, junto con las orinas,
la infección, que llega hasta el riñón. (Experiencias Albarrán).
Si en un mielítico ó en un individuo que por traumatismo de la
columna vertebral ó lesión de la médula, tiene paralizado su aparato
urinario y con la parálisis de la vejiga, ha venido la retención, si en
estas condiciones hacemos un cateterismo sóptico, la infección de la
vejiga es segura, y á esta infección sucederá con gran rapidéz, gracias
á la parálisis del aparato urinario, la supuración de los uréteres, de
los bacinetes y de los riñones; y entonces, como sucede casi siempre
en estos casos, el individuo muere, no por su lesión de la médula,
sino por la infección producida en su aparato urinario: muere por
pielonefritis supurada.
(Experiencias de Albarrán). Si á un conejo se le secciona la médu-
la, al nivel de su duodécima vértebra dorsal y se le abandona con su
parálisis, muere por urémia, que es el último término de la retención
de orina, y muere sin haber tenido nada de infección. Si por el con-
trario, al conejo con su médula seccionada á dicho nivel se le hacen
cateterismos sin precauciones asépticas, su árbol urinario supura á
las 24 horas y el animal acaba por morir, como el mielítico: muere
por pielonefritis supurada.
Los prostásticos con distensión están sujetos al mismo proceso.
Esto nos demuestra hasta qué punto el cirujano que quiere salvar su
responsabilidad, debe ser escrupuloso en los cateterismos.
ASEPSIA.
En vista de los grandes trastornos que produce la infección en los
urinarios son muchos los trabajos y ensayos que se han llevado á ca-
bo para asegurar una asepsia rigurosa. Hoy mismo, las experiencias
más concluyentes, á la par que más prácticas, son debidas á la inicia-
tiva de Albarrán, y sentimos que no estén terminadas en la fecha que
esto escribimos para darlas á conocer en todos sus detalles.
Si para lograr la asépsia de los instrumentos la cosa es fácil cuan-
do se trata de los instrumentos metálicos, la dificultad sube de punto
cuando se trata de sondas en cautchouc.
Los instrumentos metálicos pueden hacerse hervir y llevar la tem-
peratura en el auto-clave hasta 120 grados, temperatura en que no só-
lo mueren los microbios, sino también los esporos. Los instrumentos metálicos pueden soportar temperaturas eleva-
das y además tienen la ventaja de resistir largo tiempo en soluciones
antisépticas fuertes.
El gran desiderátum para las sondas en goma y cautchouc es el
desinfectarlas á la alta temperatura y conservarlas luego en líquidos
antisépticos.
La sonda de cautchouc rojo, llamada sonda de Nelatón, resiste
bastante bien á la ebullición y al sublimado al 1 ¡ 1,000; pero esta son-
da no es la única, ni la más usual en vías urinarias y así tenemos, por
otro lado, las sondas «olivares,» llamadas exploradoras, las sondas
«bequille» de Guyón y las sondas «bujías» que, siendo, de goma no
pueden subsistir temperaturas suficientemente elevadas para ofrecer
completa garantía bajo el punto de vista de la asepsia; á este incon-
veniente debemos añadir el de descomponerse á las pocas horas
en soluciones verdaderamente antisépticas, como la solución de Van
Swieten.
Antes de pasar adelante citaré las sondas que ha ideado Albarrán
con objeto de subsanar esos defectos: consisten en una armazón de se-
da, revestida de una capa de guttapercha, al interior como al exterior;
estas sondas, en las experiencias que con ellas ha hecho su autor, han
resistido temperaturas de 150 grados durante media hora y además
pueden estar vários días en el sublimado al 1/1,000 sin alterarse. Es-
tas sondas, boj7 en construcción, están llamadas á jugar un gran pa-
pel, no solamente bajo el punto de vista de la asepsia, sino también
en los países cálidos por su resistencia al calor.
Como quiera que las sondas Albarrán no están aún en la práctica
corriente, dado que las experiencias hechas son muy recientes, espe-
raremos á que Albarrán dé su juicio completo, junto con el de otros
experimentos que le son personales y que tienen por objeto asegurar
la asépsia en el tratamiento de las afecciones del aparato urinario.
Nos ocuparemos de cómo se hace la asépsia en las sondas caut-
chouc.
Método de Enrique Delageniere.—Habiendo observado que las son-
das de cautchouc podían resistir hasta 110 grados durante media
hora, sin que sufrieran alteración, se le ocurrió hacer aplicación del
método de Koch para esterilizar las sondas; á éste fin coloca en tubos
de vidrio las sondas y demás instrumentos que, no siendo metálicos,
se emplean en vías urinarias; se pone al tubo de vidrio un tapón
de algodón y así dispuesto se lleva á la estufa á la temperatura
de 100 grados. Esta preparación debe practicarse tres días segui-
dos ántes de servirse de los instrumentos; se coloca el tubo de vi-
drio tres veces consecutivas en la estufa con el objeto de matar los
microbios y luego sus esporos, Cuando el cirujano quiera servirse de uno de estos instrumentos así preparados tendrá buen cuidado de
sacarle del tubo, guardando todas las precauciones antisépticas; es de-
cir, las manos completamente asépticas, como si fuese á hacer una
operación cruenta y volver á tapar inmediatamente el tubo de vidrio
en que están los otros instrumentos. Antes de usar el instrumento 6
la sonda debe engrasarse convenientemente y siempre con substan-
cias asépticas, como aceite fenicado ó bien vaselina bórica. Después
que se ha usado la sonda, se seca con algodón y se coloca aparte, con
el objeto de esterilizarle en la estufa ántes de volverla á emplear.
Método Albarrán.—Para esterilizar las sondas por esto método se
procede del modo siguiente: se toma una caja rectangular de 75 centí-
metros de altura por 50 de anchura, cuya cavidad esté dividida en
dos partes desiguales por un enrejado horizontal. En la parte inferior
se coloca un recipiente lleno de bisulfito de soda, y en la parte supe-
rior se disponen los instrumentos destinados á esterilizarse: en la tapa
superior se adapta una llave para la salida del aire y gases que se des-
prendan y además un tubo de vidrio terminado en embudo, que hace
comunicar el recipiente con el exterior. Las cosas así dispuestas, se
deja caer por el tubo que va al recipiente ácido clorhídrico: empieza
en seguida el desprendimiento de ácido sulfuroso, que al principio
sale mezclado con el aire que había en el aparato, para cuyo fin se de-
ja la llave abierta ántes de empezar la operación: cuando empieza á
salir el ácido sulfuroso puro se cierra la llave, y como el aparato debe
estar perfectamente cerrado, queda en el interior del mismo ácido
sulfuroso. Los instrumentos se dejan en esa atmósfera durante 12 ho-
ras. Las sondas así tratadas son completamente estériles, pues si colo-
camos en caldos de cultivo pedazos de estas sondas, los caldos quedan
perfectamente estériles: no sucede lo mismo con las sondas que han
pasado sencillamente por el sublimado al 1/1.000; pedazos de estas
sondas, colocadas en caldos de cultivo á las 24 horas, han infectado
los caldos.
Este es el método que se sigue en el servicio del Dr. Terrier.
Ahora bien, para servirnos de las sondas, esterilizadas por el mé-
todo Albarrán, se colocan, al sacarlas del aparato, en pequeños depó-
sitos, baquets, con una solución del sublimado al 1/2,000. En esta solu-
ción sólo pueden estar las sondas y demás instrumentos de cautchouc
dos horas al máximo, so pena de que se deterioren.
Una vez usadas las sondas se ponen aparte, con objeto de esterili-
zarlas en el mismo aparato ántes de que las volvamos á emplear.
Las sondas que habiendo estado en la solución de sublimado no
hayan servido, tendremos esmerado cuidado en secarlas y ponerlas,
bien sea en tubos de vidrio asépticos, ó bien entre dos capas de algo-
dón aséptico también. Todo esto, que es cómodo en un hospital, no creemos que sea
muy práctico para la clientela privada, para cuyo caso diremos lo que
aconseja Albarrán.
Se disponen tubos de vidrio que tengan sobre 40 centímetros de
longitud y 2i ó 3 centímetros de diámetro: estos tubos deben estar
esterilizados, y esto puede hacerse en la estufa 6 bien en el mismo
aparato de las sondas con el ácido sulfuroso; los tubos deben tener
siempre tapones de algodón, (pie, como sabemos, es el filtro aséptico
de Pasteur: en estos tubos se colocan las sondas, de modo que el ciru-
jano crea conveniente, ya clasificándolos por número, ó de otro modo;
es una cuestión secundaria, que queda al arbitrio del cirujano.
Creemos inútil indicar que en todas estas manipulaciones con las
sondas debe tener el cirujano las manos completamente asépticas; es
decir, lavadas con jabón y cepillo, pasadas por alcohol, y en seguida
por sublimado, y sólo así podrán garantizarse como tales.
Esto método es el que se emplea hoy en el servicio clínico del
profesor Guyón.
Otro método que podemos emplear, en caso que falte un esterili-
zador ó que tengamos pocas sondas que emplear, es el siguiente: se
lavan los instrumentos con alcohol y las sondas; no basta lavarlas por
fuera, sino que es necesario hacerles una inyección de alcohol; luego
se les hace la misma manipulación con el sublimado al 1/1,000, para
hacerlas luego hervir durante media hora: por este método podemos
estar seguros de tener sondas completamente asépticas.
En los casos que se tengan que esterilizar gran número de sondas,
es preferible el método por el ácido sulfuroso.
ANTISEPSIA.
Todo cuanto hemos expuesto en el capítulo anterior está dispuesto
á prevenir la infección.
Muchas veces tendremos que hacer con enfermos ya infectados, en
cuyo caso debemos recurrir á la antisepsia.
Uretra.—Antes de sondar un enfermo no debemos olvidar que en
la mayor parte do las uretras existen micro-organismos, que muy bien
pudieran ser patógenos, y debemos por tanto cuidar de no arrastrar-
los con el paso de las sondas hácia la vejiga. Para prevenir este incon-
veniente haremos el lavado de la uretra que llama Guyón, a canal
auvert. Se toma una jeringa que contenga de IGO á 200 gramos, y con
ella una solución boricada al 4 por 100: se hace pasar la inyección de
modo que la jeringa no cierre por completo la luz del meato; de este
modo la inyección es proyectada hasta el esfínter de la región mem-
branosa, y como tiene libre la salida, en vez de franquear el esfínter, retrocede para salir por el meato; de este modo se puede hacer pasar
una gran cantidad de la solución para la uretra anterior.
Cuando se trate de una infección en la uretra posterior, como sue-
le suceder en la blenorragia, el mejor modo de hacer la desinfección,
consiste en servirse del instilador de Guyón, con cuyo aparato se hace
el tratamiento in situ. Antes de proceder ála institución debe hacerse
orinar al enfermo con el sano objeto de que la orina arrastre la canti-
dad de pus que pueda haberse retenido en la uretra posterior. Se coje
entonces el instilador, que va lleno de una solución de nitrato de pla-
ta al 2 por 100, y llegamos hasta sentir el esfínter de la región mem-
branosa, lo franqueamos y en seguida el enfermo acusará un vivo
dolor, síntoma que encuentra su razón de ser, no solamente por la in-
flamación, sino porque siempre la uretra posterior es mucho más sen-
sible que la anterior: hacemos la instilación de 12 á 15 gotas y retira-
mos el instilador. Si la instilación ha estado bien hecha no saldrá la
solución; pero si por el contrario sale ésta al retirar el instilador, la
instilación ha estado mal hecha, pues quiere decir que se ha practica-
do más acá del esfínter membranoso, en cuyo caso tendremos que
repetir la operación.
Se aconseja hacer orinar al enfermo ántes de la instalación, por-
que con el pus so forman albuminatos insolubles.
Vejiga.—El ácido bórico ha gozado de gran boga y crédito durante
largo tiempo; pero hoy sabemos que no es un antiséptico, pues los
cultivos tienen lugar á pesar de su presencia. Obra, sin embargo, y
presta algún servicio cuando se emplea en gran cantidad; entonces
podemos decir que su acción es mecánica: á esto se añade que es
muy tolerado por la vejiga.
Sabiendo que la solución boricada no era un antiséptico se han
ensayado otras, tales como las del naftol alcanforado y otras solucio-
nes de iodoformo, pero sin resultado.
En la tuberculosis se ha ensayado la resorcina y el ácido láctico,
sin resultados positivos.
El nitrato de plata, que el profesor Guyón llama el el amigo de las
'mucosas, es el único que nos ofrece garantías, casi completas, bajo el
punto de vista de la antisépsia.
En estos días se están haciendo ensayos con la creolina.
Si en las instilaciones se emplea al 1/50, para los lavados de la
vejiga se emplea al 1/500, y al 1/300: con la solución al 1/500 basta en
la mayoría de los casos: para servirnos de ella debemos lavar primero
la vejiga con una solución de ácido bórico al 4 por 100; se inyectan
luego de la solución de nitrato 50 ó 60 gramos, que se retiran en se-
guida. El tratamiento puede hacerse todos los días ó cada dos, según
la tolerancia de la vejiga. Uréteres y riñones.—La antisepsia se realiza hasta la vejiga, con
facilidad; pero esto no basta; á veces la infección viene de más alto,
puede venir por los uréteres ó de los uréteres, del bacinete, y del
riñón. En los casos, por ejemplo, de nefritis supurada, en que la in-
fección viene del riñón, de nada le servirá al cirujano el hacer la anti-
sepsia de la vejiga, pues la infección llega constantemente por los
uréteres viniendo del riñón y pasando á la vejiga.
Para llegar á hacer la antisepsia de la parte superior del árbol
urinario se han propuesto dos métodos: el método directo de Blum-
menthal y el método indirecto.
Por el método directo Blummenthal se propone hacer el cateteris-
mo de los uréteres, penetrando en la vejiga por el tabique vésico-vagi-
nal. Esta operación, sobre ser cruenta, nos parece de una dificultad
extremada, y para convencerse de ello basta intentar, no ya en el vi-
vo, sino en el cadáver y áun con la vejiga en la mano, el hacer el cate-
terismo indicado: esta operación expone además á una fístula vé-
sico-vaginal, y es una nueva puerta abierta para la infección. Tiene
también el inconveniente de no ser completa en los casos de nefritis,
pues nos parece ilusorio por ese medio pretender llegar á los canalicu-
los uriníferos.
En el hombre nos parece la operación mucho más difícil, porque
es ménos fácil llegar á la vejiga y porque hay menos campo ope-
ratorio.
Nos queda para terminar el método indirecto, que consiste en
administrar al interior sustancias medicamentosas que, eliminándose
por el riñón, sean capaces de producir la antisépsia del órgano.
El Dr. Terrier administra á sus enfermos ácido bórico, pero como
sucede en las enfermedades del riñón, con la alteración en la secreción
hay retención de úrea y ésta produce trastornos generales y dispépti-
cos, que hace intolerable el tratamiento.
Se ha administrado el salo!, pero no daba resultados por ser
insoluble.
Ultimamente hay una nueva preparación Lacroix, de salol solu-
ble, con la cual Albarrán ha emprendido experiencias, aunque con
pocas esperanzas de llevar á feliz término el problema.
El Sr. Presidente: Consulta al Congreso si debe ó nó abrirse discu-
sión sobre el trabajo que acaba de leerse del Dr. Llúria, anticipándose
él á proponer que se suprima esta formalidad por virtud de ser un
trabajo que venía del extrangero y no estaba presente su autor para
defenderlo.
Aprobada unánimemente por el Congreso esta deferencia al aludc
do trabajo el Sr. Presidente rogó al Dr. Jacobsen diera lectura al remi-
tido por los Dres. F. Guyon y J. Albarrán, de París, titulado: 316
Estudio experimental de la retención de orina
Profesor de la Facultad de Medicina
de París.
los Dres F. Guyon y J. Albarrán,
Primer Interno. Medalla de Oro de
los Hospitales de París.
Hasta hoy la retención de orina ha sido casi exclusivamente estu-
diada bajo el punto de vista clínico: el único trabajo experimental
que conocemos, el de Quinquaud, se limita á determinar los cambios
que la retención de orina provoca en la composición química de la
sangre.
En otros trabajos, particularmente en una comunicación reciente
á la Academia de Ciencias de París, hemos determinado la influencia
de la retención de orina en el desarrollo de la infección urinosa y
cuán fácilmente se provoca su explosión en los enfermos atacados de
retención. Hoy queremos determinar las causas que conducen á que
en la retención encuentren los micro-organismos fácil terreno de cul-
tura y nuestro trabajo tiene por objeto el conocimiento de los cám-
bios anatómicos y fisiológicos á que conduce la imposibilidad de la
micción.
Presentamos al Congreso la parte experimental relativa á la reten-
ción aguda completa de orina y pronto publicaremos lo que atañe á
la retención incompleta crónica con lo que hemos podido observar en
el hombre.
I.
ESTUDIO EXPERIMENTAL.
Nuestras experiencias se han llevado á cabo en 17 perros, 4 enrie-
les y 4 conejos.
Teniendo por objeto nuestro estudio la retención aguda completa
de orina, para determinarla hemos practicado la ligadura del pene.
En algunas de las experiencias hemos tenido que sondar los animales
con sondas bujías, otras veces hemos practicado punciones con el as-
pirador y también inyecciones en el interior de la vegiga: para todas
estas operaciones hemos seguido las precauciones minuciosas que
exige la antisepsia y siempre los animales en experiencia se han
encontrado en buenas condiciones higiénicas.
(a) ANATOMÍA PATOLÓGICA.
La retención aguda de orina determina modificaciones anatómicas
y fisiológicas en el aparato urinario: produce además modificaciones
importantes en el estado general del animal en experiencia. ANATOMÍA PATOLÓGICA DEL APARATO URINARIO.
Vegiga.—Tai congestión vesical se manifiesta al principio por vas-
cularizaciones, que son más acusadas en las partes vecinas del cuello
de la vegiga y en el cuello mismo; pronto aparecen manchas equimó-
ticas irregularmente diseminadas en la mucosa. Cuando la retención
se prolonga, la mucosa aparece de un rojo oscuro, sembrada de anchas
placas negruzcas y cuando se corta ia vegiga se vé que la extravasa-
ción de sangre se estiende á todo el espesor de las paredes vesicales,
sin que hayamos visto hemorragias en el tejido celular prevesical.
Además de la congestión, la mucosa de la vegiga presenta una
notable descamación epitelial: dónde el epitelio ha caído por com-
pleto la superficie mucosa presenta un aspecto mate liso y sin brillo;
en otros sitios aún se ven placas epiteliales medio desprendidas adhe.
rentes por uno de sus bordes. A veces, en las retenciones de larga du-
ración, se ven, á simple vista, los hacecillos musculares, disociados
por la presión del líquido, separarse unos de otros; la mucosa forma
hérnia entre las fibras musculares y la vegiga presenta una série de
columnas salientes. Según esto, nos parece racional creer que la
retención crónica juega un papel importante en la producción de
colúmnas vesicales en los prostáticos.
El estudio microscópico de la pared vesical confirma el exámen á
simple vista. La extravasación sanguínea y descamación epitelial
son los fenómenos dominantes. La sangre se derrama entre los haces
de la capa muscular, siguiendo sus contornos: en el tejido flojo de la
submucosa y en el dermis mucoso se distinguen apenas algunas
fibrillas conjuntivas y algunas fibras clásticas entre los glóbulos de
sangre: en algunos puntos el epitelio resiste todavía, en otros la desca-
mación del epitelio ha sido completa y la sangre hace irrupción en la
cavidad de la vegiga.
El epitelio no presenta ya sus caracteres normales: las células no
se colorean tan fácilmente y presentan casi todas una forma aplasta-
da y, solo como rareza, se ven esas formas prolongadas tan caprichosas
de la capa media del epitelio normal de la vegiga.
La orina contenida en ¡a vegiga aparece en el perro, al cabo de 20 á
24 horas, de un color amarillento súcio y ya entonces se distinguen al
microscopio numerosos glóbulos rojos. Más tarde la orina toma com-
pletamente un color rojo, negruzco casi, y contiene coágulos de forma
irregular.
Con el microscopio se ven, además de los glóbulos rojos, células
epiteliales aisladas ó formando colgajos; á veces cilindros epiteliales
ó cilindros hemáticos, parecidos á los que serán descritos al hablar
del bacinete. Guarido la retención se prolonga y el animal no muere de Ufe-
mia sobreviene la ruptura de la vegiga; su contenido se derrama,
en el peritoneo y una peritonitis, más ó menos intensa, viene á com-
plicar el cuadro: amenudo sucede que una parte del epiplón se adhiere
á la vegiga, disimulando asi la solución de continuidad.
La ruptura de la vegiga sobreviene en el perro de las 55 á las 70
horas después de la ligadura; existen uno ó dos orificios en la pared
superior del órgano, con frecuencia en las cercanías de la inserción
del uraco. El contorno de los orificios es bastante regular y de forma
redondeada ú ovalar.
Examinando las piezas se comprende fácilmente el mecanismo de
la ruptura: los hacecillos musculares se encuentran distendidos y se-
parados y la mucosa, infiltrada de sangre y sin epitelio, se deja rom-
per por la presión creciente del líquido. Siempre hemos visto que la
ruptura tiene lugar en el interior del peritoneo: asi se esplica por dos
motivos; primero, por el sitio que ocupa la perforación, que está reves-
tido por la serosa, y segundo, porque la irritación producida en el
peritoneo hace que la serosa adhiera en ese punto.
Próstata.—La hemos examinado una vez en el perro en una reten-
ción de 45 horas y nos ha parecido más gruesa que en estado normal,
presentando además hemorrágias intersticiales.
Uréter y bacinete.—El uréter y el bacinete sufren también cierto
grado de dilatación, pero dilatación que sobreviene más tarde y que
varía según la especie animal y aún en la misma especie, según el
individuo. En el perro se hace apreciable cuando la vegiga contiene
300 gramos de orina. En el conejo y en el curie! la dilatación es
completa 48 horas después de la ligadura.
Cuando por la infección el animal adquiere una cistitis, al mismo
tiempo que existe la retención, hemos observado que la dilatación
ureteral ya no está en relación con la distensión de la vegiga; esta úl-
tima puede contener poco líquido, miéntras que los uríteres se hallan
fuertemente distendidos: veremos más tarde que esto es debido á las
contracciones incesantes de la vegiga, que impiden al contenido do
los uréteres vaciarse libremente. (Perro N9 10).
En los casos en que la distensión ureteral no ha sido llevada al
máximo se vé que, cuando se retira una pequeña cantidad de líquido
de la vegiga, el uréter se vacía, aún cuando exista en la misma una
cantidad considerable de orina: si la distensión ureteral es llevada á
un alto grado y el animal está echado boca arriba los uréteres com
servan su volúmen, aún cuando se haya vaciado completamente la
vegiga. (Curíeles N9 3 y 4).
Con la distensión, los uréteres presentan fenómenos de congestión
y do descamación epiteliales, parecidos á los de la vegiga. La congestión aparece más tarde que en la vegiga y amenudo es
mucho más pronunciada en el uréter que en el basinete. En los casos
de retención prolongada el bacinete no presenta generalmente más que
arborisaciones vasculares y algunos equimosis: el uréter presenta en
toda su ostensión un color más rosado, que se convierte en rojo oscuro,
con algunas manchas negruzcas en sus tres ó cuatro centímetros supe-
riores; las dos porciones de la mucosa están en este caso claramente
limitadas por una línea circular que corresponde al cuello del bacinete.
Esta localisación notable de la congestión hemorrágica en la parte
superior del uréter dehe estar ligada á la observación hecha por Ha-
llé, quien señala este punto como el sitio de elección de las ureteritis
en el hombre.
La orina contenida en el uréter presenta un aspecto bien diferente
de la orina contenida en la vegiga: cuando esta última es ya comple-
tamente hemorrágica, la orina de los uréteres conserva un color
amarillo oscuro y parece más densa que la orina normal.
Rara vez la orina aparece teñida por la sangre; pero en un caso
hemos visto un grueso coágulo amoldado en el bacinete.
Con el microscopio se vé una cantidad variable de sangre y en las
retenciones prolongadas gran cantidad de elementos epiteliales, célu-
las y cilindros. Las células presentan las formas variadas del epitelio
del bacinete, mejor conservadas que las de las vegigas: entre ellas al-
gunas son células epiteliales del riñón. Los cilindros epiteliales re-
producen el molde epitelial de los canalículos del riñón: son á veces
muy largos y las células que los forman suelen conservar sus carác-
teres, hasta tal punto, que se puede distinguir si pertenecen á los tu-
bos rectos ó á las asas de Henle. Se comprende que el aspecto de estos
cilindros varíe, según que los veamos en estas ó que hayan sido rotos
durante la preparación. En el primer caso el cilindro aparece lleno y
formado por pequeñas células pavimentosas. Cuando el tubo ha sido
abierto se distingue la forma verdadera alargada ó cubicada de las
células que lo forman y que limitan la cavidad central.
A veces se encuentra una variedad curiosa de cilindros constituida
por un cilindro epitelial, cuyo canal central contiene un coágulo intra-
canalicular.
Al lado de estos cilindros epiteliales es menester hacer especial
mención de los cilindros hemáticos; estos reproducen la forma de los
canalículos, pueden presentar á veces una gran longitud y se encuen-
tran fórmanos por glóbulos rojos, sujetos por una fina redesilla fibri-
nosa. Sucede que en la superficie de estos cilindros suelen encontrarse
algunas células epiteliales adherentes todavía.
En los cortes microscópicos del uréter y del basinete se ven lesio-
nes análogas á las de la vegiga, En las retenciones muy prolongadas todo está infiltrado de san-
gre, qne se derrama entre los hacecillos musculares y en el tejido
conjuntivo do la pared. El epitelio se halla en mejor estado que el de
la vegiga: la mayor parte de las células superficiales han desapareci-
do, pero queda adherente á la pared una espesa capa de células alar-
gadas, cuyos caractéres normales están bien manifiestos. En algunos
puntos la descamación vá más lejos; no quedan ya sino algunas célu-
las básales, separadas por intervalos despejados de epitelio ó bien se
vé una placa epitelial completamente separada.
Riñón. —En el riñón vamos á encontrar lesiones comparables á
las del uréter y de la vegiga.
La congestión es el fenómeno dominante; pero esta congestión que
aparece más tarde y es ménos marcada que la de la vegiga es tam-
bién más fugáz, y ¡jara podernos dar bien cuenta de ella es menester
hacer la vivisección del animal en esperiencia.
Asi hemos podido darnos cuenta y apreciar la intensidad de esas
congestiones, que desaparecen ó disminuyen después de la muerte.
El riñón congestionado aparece aumentado de volumen; y á tra-
vés de su cápsula, aunque opaca en el perro, se trasluce amenudo un
fino punteado hemorrágico, y otras veces placas equimóticas. El ri-
ñón, separado del animal después de la muerte, sangra en abundan-
cia cuando se corta; la superficie seccionada está sembrada de peque-
ñas manchas irregulares en la substancia cortical y de estrías rojas,
radiadas en la porción piramidal. En ciertos casos de retención pro-
longada se ven anchas zonas hemorrágicas, sin forma determinada,
dar una coloración negruzca á una gran parte, á veces casi todo el
órgano.
Para hacernos cargo aproximadamente del cámbio de volúmen
debido á la congestión, hemos medido los tres diámetros del órgano,
no solo durante la vida, sino después de haber sacrificado al animal
por hemorrágia. Es fácil comprender que con este procedimiento se
debe obtener una diferencia ménos considerable en las cifras que la
que existe realmente entre el riñón normal y el riñón congestionado;
en primer lugar, porque este no puede volver enseguida á su volúmen
normal, y en segundo lugar, ¡jorque existe casi siempre una mayor ó
menor cantidad de sangre estancada en el parénquima.
Resulta do las cifras que hemos obtenido, que el riñón aumenta
de volúmen, pero que sus tres diámetros aumentan de un modo desi-
gual; asi es que encontramos, por término medio, un aumento de un
sexto en el diámetro anterior-posterior, miéntras que en el diámetro
vertical y transversal no aumentan más que en un décimo.
Estas cifras varían según el animal y de un riñón al del lado
opuesto. Es curioso notar que 48 horas después de la ligadura las ci- iras no difieren de las obtenidas con una retención que ha durado
solo 24 horas: la congestión es, sin embargo, más fuerte en el primer
caso, como lo prueba la abundancia de los equimosis; pero el riñón
vuelve más difícilmente sobre sí mismo.
En resúmen y no obstante las diferencias individualee. creemos
aproximarnos á la verdad cuando decimos que en largas retenciones
do orina, esperimentales, el riñón aumenta en conjunto de i á i de su
volumen normal: este aumento de volumen es sobre todo pronuncia-
do en el diámetro antero posterior del órgano.
Para bien comprender este aumento de volumen en el riñón es
menester haber examinado cortes microscópicos de la cápsula del ri-
ñón; se ve entonces, entremezclada á las capas fibrosas superpues"
tas, una notable abundancia de fibras elásticas, finas, en forma de red.
El estudio de estos cortes, demostrándonos los finos vasos sanguíneos,
que pasan de la cápsula al interior del riñón, vasos que están soste-
nidos por algunas fibras conjuntivas, nos esplica sus desgarraduras y
los equimosis subcapsulares, señalados ya en las largas retenciones.
El estudio microscópico del riñón dá resultados diferentes, según que
la retención sea más ó menos prolongada.
Simple dilatación vascular al principio la congestión, termina por
hemorragia en las retenciones medias de 36 horas. Aún en aquellos
sitios en que no se distinguían equimosis á simple vista se ven al
microscopio pequeñas hemorragias intertubulares. En las zimas equi-
móticas la sangre se esparce entre los tubos y penetra en su interior.
El epitelio está á trechos bien conservado y rodea el cilindro hemáti-
co; en estos puntos la hemorragia intratubular es más abundante y el
epitelio forma una delgada bordura ó se encuentra en parte des-
prendido
En las retenciones que duran sesenta horas ó más se ven, con las
lesiones precedentes más estendidas, otras alteraciones notables. Al-
gunos raros tubos contorneados presentan una dilatación evidente,
amenudo limitada á un segmento del canalículo.
Los epitelios aparecen alterados en algunos puntos; las células
muy granulosas tienen límites poco distintos, se separan fácilmente
de las paredes y á veces la cavidad del canalículo está llena por un
detritus granuloso. Las lesiones epiteliales pueden ir más lejos toda-
vía; uno de nuestros perros vivió 113 horas con su ligadura y en sus
riñones encontramos lesiones de digeneración grasosa. La grasa se
presenta bajo la forma de pequeñas granulacienes refringentes, negras
por el ácido ósmico, que nacen en el protoplasma celular: bien pronto
la célula se destruye y en el tubo no se ven más que pequeñas gotas
grasosas, entre los restos granulosos del protoplasma y de los núcleos.
Esta lesión se encuentra narticularmente en los tubos rectos de la porción cortical, pero se la ve también en cierto número de tubos
contorneados.
Es de notarse en el estudio contorneado de las lesiones renales,
debidas á la retención simple aséptica de orina, que los glomerulos
están poco ó nada alterados. A veces se ven pequeñas hemorragias
intraglomcridares; más raramente todavía una pequeña acumulación
de líquido rechaza el paquete vascular y distiende ligeramente la
cápsula de Boumann.
El tejido conjuntivo del riñón está siempre indémne; á veces un
ligero edema y algunas extravasaciones sanguíneas, nunca se ven
lesiones de irritación proliferante.
En suma, la característica de las lesiones renales en la retención
reside en las hemorragias parenquimatosas y en las modificaciones
epiteliales, que varían de la descamación simple á la degeneración de
las células El contraste resalta con las nefritis difusas epiteliales y
conjuntivas determinadas por la retención, acompañada de infección;
en este caso el epitelio prolifera en ciertos puntos y degenera en otros,
los glomérulos están enfermos, y el tejido conjuntivo proliferado,
infiltrado de leucocitos, tiene participación activa en el proceso infla-
matorio.
EFECTOS DE LA RETENCION FUERA DEL APARATO URINARIO.
Cuando la retención de orina es poco prolongada los fenómenos
congestivos quedan limitados al aparato urinario; pero si se prolonga
se vé que la congestión toma proporciones considerables: se estiende
á todo el sistema de la vena cava inferior y en ciertos casos á los
pulmones.
El peritoneo presenta en las retenciones agudas prolongadas ar-
borisaciones con punteado hemorrágico y en algunos casos anchas
placas equimóticas. Estas lesiones, que aparecen en las dos hojuelas
parietal y visceral del peritoneo, son más pronunciados en esta últi-
ma: el gran epiplón, la inserción del mesentério al intestino son el
sitio de predilección de los focos hemorrágicos. La congestión perito-
neal nos dá bien cuenta del hecho siguiente, que es constante; en las
retenciones un poco prolongadas existe un derrame sero-sanguinolen-
to muy abundante en la cavidad peritoneal. Hemos señalado ya la
ruptura intraparietal de la vegiga y la peritonitis consecutiva.
El intestino presenta amenudo un punteado equimótico por de-
bajo de la serosa: en ciertos casos muy prolongados se ven grandes
hemorragias en la túnica mucosa; estas lesiones son causa de vómitos?
á veces de diarrea sanguinolenta en algunos animales.
El hígado, el bazo, el páncreas, pueden presentar lesiones análogas,
aunque menos pronunciadas. Las pleuras y los pulmones están sanos en la mayor parte de los
casos: en algunos casos liemos notado focos equimóticos, sobre todo
en la base de los pulmones.
El corazón contiene coágulos negros; el pericárdio no presenta
alteraciones.
(b) FISIOLOGÍA PATOLÓGICA.
Las lesiones anatómicas que acabamos de describir debían alterar
profundamente el funcionalismo del aparato urinario y, de ahí, in-
fluenciar todo el resto de la economía.
ivas hemos estudiado considerándolas bajo este doble punto do
vista.
I. FISIOLOGÍA PATOLÓGICA DEL APARATO URINARIO.
Las vías excretorias de la orina, vegiga, uréteres, son las primeras
alteradas; la glándula renal funciona luego de una manera anormal y
se producen modificaciones cualitativas y cuantitativas, más difíciles
de precisar en el producto segregado.
Vegiga.—En el estado normal la orina que cae en la vegiga, grácias
á la contracción ureteral, y en el hombre á la acción de la gravedad,
distiende poco á poco el receptáculo: cuando la tensión ha adquirido
cierto grado, la contracción vesical espulga la orina á través de la
uretra.
En la retención esperimental las contracciones se suceden con
angustia y dolor, pero son impotentes á vencer el obstáculo.
Las primeras tentativas de micción vienen ántes de que la vegiga
contenga la cantidad de líquido equivalente á la que es necesaria en
el estado normal para que la necesidad de orinar sea sentida: esto se
esplica haciendo intervenir reflejos partidos del punto de la uretra
comprimido por la ligadura. Estas tentativas de micción se repiten á
intérvalos cada vez más próximos y parecen acompañarse de vivos
dolores; después el animal, fatigado, trata ménos amenudo de orinar,
hasta que, agotado por el sufrimiento y los vómitos urémicos, se
acuesta de lado y deja su enorme vegiga distender la pared abdominal
sin procurar ya vaciarla.
Para analizar bien ese período último es necesario hacer una
distinción capital entre las contracciones de la vegiga y las de los
músculos estriados que ayudan normalmente en la micción.
El agotamiento del animal impide la contracción de los músculos
de la pared abdominal, pero esos músculos conservan intacta su po-
tencia contráctil y de ello nos hemos asegurado con la electrización
farádica.
En la vegiga las condiciones cámbian: el músculo vesical ha perdi-
do su contractilidad. Para demostrarlo liemos hecho vivisecciones á intervalos varia-
bles del principio de la retención y hemos buscado la contractilidad
farádica de la vegiga, ya sea colocando los dos polos sobre el órgano,
ya fijando un polo en la colúmua vertebral y tratando con el otro de
excitar en distintos puntos la capa muscular de la vegiga.
Al principio la vegiga responde con enérgica contracción al exci-
tante eléctrico; más tardo su contractilidad disminuye y acaba por
agotarse completamente.
En esas condiciones hemos observado lo siguiente:
Si la distensión de la vegiga no ha sido llevada á un alto grado la
contractilidad vuelve á manifestarse cuando se vacía parcialmente el
órgano; si, al contrario, la vegiga estaba muy distendida, se queda iner-
te después de vaciada: toda excitación es inútil, la contractilidad se
perdió para siempre.
Uréteres.—Cuando, haciendo una vivisección, la laparotomía, se
estudia la contractilidad normal de los uréteres del ¡ierro, se ven á in-
tervalos regulares contracciones peristálticas que empiezan cerca del
bacinete y se propagan hácia la vegiga. Esas contracciones sobrevie-
nen cuando la orina que baja de los riñones adquiere en los uréteres
una tención suficiente para excitar la capa muscular de esos conduc-
tos. Si se excita la contractilidad del uréter, haciendo pasar una ca-
ndente farádica, se ven contracciones peristálticas bruscas, que se pro-
pagan hácia arriba y hácia abajo del punto excitado.
Cuando se provoca una retención experimental de orina la dis-
tensión excesiva del uréter y las modificaciones anatómicas, ántes
mencionadas, producen cámbios interesantes en la contractilidad del
uréter.
A las 24 horas ya no se observan contracciones expontáneas, y, sin
embargo, hemos visto que la orina continúa acumulándose en la vegi-
ga: esto enseña que el exceso de presión ureteral basta por sí solo pa-
ra vencer durante algún tiempo la resistencia que ofrecen las paredes
vesicales que comprimen el trayecto intraparietal del uréter.
Cuando so estudia la contractilidad farádica del uréter durante la
retención de orina se la ve persistir más largo tiempo que la contrac-
tilidad expontánea. Al principio solo cambia el modo de contracción; el
uréter responde á la excitación, pero solo se obtiene una contracción
limitada al punto que se excita, sin que exista propagación peristálti-
ca por encima y por debajo de ese sitio. Más tarde, á las 36 horas, la
contractilidad farádica desaparece; pero si la retención no es aún de
muy larga fecha, se vé, cuando se vacía la vegiga, que el uréter se
vacía también y que á los pocos minutos ha recobrado su con-
tractilidad.
Era cosa interesante determinar si el uréter puede presentar con- tracciones antiperistálticas. Zemblinoff dice haberlas observado: in-
yectó ese autor en la vegiga culturas de microbios, adicionadas con
azul de Prusia, y al mismo tiempo producía fuertes irritaciones mecá-
nicas de ese órgano para provocar sus contracciones: con ese proceder
encontró Zemblinoff partículas coloreadas en el bacinete.
Las condiciones de los experimentos siendo distintas nada podría-
mos nosotros deducir de los trabajos del autor ruso, y eso sin contar
con que esos experimentos pueden conducir al error; en efecto, estan-
do la orina teñida por el azul podía encontrarse una coloración del
bacinete debida á la simple difusión, sin hacer intervenir la contrac-
ción ureteral.
Cuéntese también que los micro-organismos, como uno de noso-
tros lo ha demostrado, pueden subir hasta el riñón á favor de sus mo-
vimientos propios.
Para ponerlos al abrigo de los errores que señalamos, hemos
inyectado en la vegiga de animales de especies diferentes un polvo
inerte y ligero, el polvo de carbón vegetal; después de la inyección
hemos ligado el pene de los animales para producir la retención. En
esas condiciones hemos visto que á las 4.8 horas existen algunas par-
tículas de carbón en la orina del bacinete, sin que las hayamos encon-
trado nunca en el riñón mismo. La cantidad de carbón encontrada en
el bacinete ha sido siempre muy pequeña, apenas algunas partículas
descubiertas con el microscopio.
La ascensión del carbón no puede explicarse sino admitiendo que
las contracciones de la vegiga hacen refluir la orina hácia el uréter
cuando la urétra está obstruida. Ahora bien, dado que cuando se dis-
tiende la vegiga el orificio de los uréteres se cierra el reflujo no puede
efectuarse sino en el momento mismo en que la presión de la orina
que baja del riñón es suficiente para entreabrir el orificio renal de los
uréteres. Esas dificultades mecánicas que existen para que la orina de
la vegiga penetre en el uréter, nos dan cuenta de la pequeña cantidad
de carbón encontrada y nos explican porque, aún en las más largas
retenciones, existe una notable diferencia en el aspecto y en la com-
posición de las orinas contenidas en la vegiga y en el uréter.
Riñones.—Para estudiar la fisiología patológica de los riñones he-
mos determinado la cantidad y la calidad de los orines segregados
durante la retención de orina.
Cantidad de orina.—A priori podía decirse que la congestión renal,
observada en nuestros experimentos, determina un aumento en la
cantidad de orina.
La experimentación demuestra que, cuando la retención es com-
pleta y persistente, la cantidad de orina segregada en las primeras 24
horas es superior á la que se produce en las segundas 24 horas; es decir, que si á las 24 horas un animal ha segregado 300 gramos de
orina, á las 48 su vegiga contendrá solamente 400 ó 500 en vez de 600
gramos, cantidad doble. de la del primer día. Eso es debido, así lo
creemos, sobre todo al aumento de la presión en el interior de los
canalículos del riñón.
Si á las 24 horas se suprime la retención se nota en las segundas
24 horas un aumento constante de la secreción: entonces con haber
vaciado la vegiga, se ha suprimido el exceso de presión intracanalicu-
lar y la congestión del riñón produce la poliuria. Para demostrar lo
que aquí decimos hemos practicado sobre el mismo animal puncio-
nes de la vegiga á las 24 y á las 48 horas después del principio de la
retención. He aquí algunos de los resultados obtenidos.
Perro N9 11 200 gramos. 260 gramos.
» » 12 170 )> 250 »
)) » 15 165 » 825 »
Primeras u Horas.
Segundas u Horas,
Se vé, pués, que la poliuria puede ser bastante para doblar la
cantidad de orina segregada en las primeras 24 horas.
Algunas veces hemos observado en esos experimentos un curioso
fenómeno: después de la punción de la vegiga puede sobrevenir una
oliguria, llegando casi hasta la anuria completa. Así le sucedió al pe-
rro n? 14: á las 24 horas se retiraron por la punción 140 gramos de
orina y al día siguiente murió el animal con una vegiga casi vacía.
El perro n9 10 vivió 6 días y secretó 650 gramos en las primeras 24
horas, 250 en las 48 horas que siguieron y sólo 60 gramos en las
últimas 48 horas de su vida.
Esos resultados deben conducirnos á una gran reserva en la prác-
tica de la punción de la vegiga en el hombre.
Excreción de Id urea.—Varias veces hemos visto que á las 24 horas
la cantidad de urea contenida en la orina disminuye. Si entonces se
Vacía la vegiga, dejando la ligadura del pene, la orina de las segundas
24 horas contiene una cantidad de urea todavía menor que la del día
ántes. Más arriba dijimos que en esas condiciones existe poliuria;
ahora añadimos que el aumento en la cantidad de la orina no es
suficiente para compensar la disminución de la urea.
Cuando la retención se prolonga, la orina segregada en las últimas
horas contiene una cantidad de urea mucho menor que la segregada
anteriormente. Para demostrarlo hemos recogido en el mismo perro
]a orina que distendía los uréteres y la contenida en la vegiga; luego,
comparando la riqueza en urea de las dos orinas, hemos visto que la
del uréter contenía dos ó tres veces ménos de urea.
Esa diferencia de composición comprueba bien lo que antes diji- rnos: la orina de la vegiga y la del uréter no se mezclan íntimamente.
Para comprender la dilatación de los uréteres no se puede, dado eso?
admitir que los orificios ureterales estando forzados, se produzca en
los conductos una dilatación de abajo arriba; hay al contrario que ad-
mitir la dilatación producida por la orina que, bajando del riñón, no
puede penetrar en la vegiga llena. Ya las autopsias nos enseñaron en
gran número de casos de retenciones crónicas que en el hombre se
pueden.ver uréteres cuyo diámetro alcanza el del intestino delgado,
sin que los orificios vesicales de esos conductos sean más anchos que
en el estado normal. Añadiremos que en la retención aguda tampoco
están forzados los orificios ureterales y lo demostraremos con un muy
sencillo experimento de resultado infalible. En una retención de 48 ó
50 horas se abre el abdomen del animal y buscando por detrás de la
vegiga los uréteres se cortan esos conductos: la orina contenida en la
vegiga no sale por los uréteres seccionados, aún cuando se apriete
fuertemente el órgano con las manos.
Las cifras siguientes darán una idea de la disminución de la úrea
durante las retenciones experimentales de orina:
Antes fle la ligadura.
24 loras después.
48 loras.
Perro N9 14... 49 gr. por litro. 33 gr. por litro.
» » 15... 51 »24 » 62 « » » 12 gr. 24
» » 10... 60 » 40 » 45 » 12 » 22 » 76
Orina
de la vegiga,
orina
del uréter,
Perro N9 10.—Retención de 6 días 22 gr. 56 11 gr. 92
« « 17.— » de 48 horas.. 38 » 43 12 » 81
EFECTOS DE LA RETENCION DE ORINA EN EL ESTADO GENERAL.
Los desórdenes anatómicos que hemos encontrado en los órganos,
cuya circulación es tributaria de la vena cava inferior y la eliminación
insuficiente de la urea por la orina, debian necesariamente ejercer su
influencia sobre la economía entera; en efecto, nuestros animales mo-
rían por uremia ó por rotura de la vegiga con peritonitis consecutiva-
Muy amenudo la urémia es causa ocasional de la rotura de la
vegiga: la mucosa alterada, privada de resistencia, forma hérnia al tra-
vés de las fibras musculares disociadas y llega á ponerse en contacto
con la serosa distendida, si entonces sobrevienen vómitos urémicos la
presión del líquido contenido en la vegiga aumenta por compresión
de los músculos abdominales y la pared vesical, asi adelgazada, acaba
por romperse.
De 5 perros que habíamos dejado morir espontáneamente, en 4 la muerte Be produjo al tercer día (de la 559 hora á la 709 hora). En el
5?, por excepción, la muerte no tuvo lugar sino al 59 día á la 1139 ho-
ra de retención. Uno ó dos días después de hecha la ligadura los ani-
males presentan vómitos urémicos, pero en la autopsia hemos encon-
trado 4 veces en cinco casos la vegiga rota. Estos resultados difieren un
poco de los de Quinquaud: según este autor la muerte sobreviene en
el perro al 49 día por uremia y excepcionalmente al 39 por rotura de
la vegiga.
En un conejo, que dejamos morir también espontáneamente des-
pués de haber ligado la verga, la muerte tuvo lugar á las 52 horas y
encontramos una perforación de la vegiga.
En los enrieles la rotura de la vegiga es poco frecuente, sin duda á
causa de lo bien musculado que es este órgano en esos animales. La
muerte tiene lugar por uremia y sobreviene al fin del 29 día ó en el
curso del 39
ESTUDIO DE LA TEMPERATURA.
En la retención simple de orina, sin infección del aparato urinario,
la temperatura es normal durante los dos primeros días y después
desciende hasta la muerte, la que llega siempre con hipotérmia. Algu-
nas veces la disminución de temperatura se presenta al día siguiente
de la operación.
Según el Sr. Quinquaud la temperatura aumenta un poco los dos
primeros días, disminuyendo después hasta la muerte.
Completamente diferente se presenta la escena cuando la retención
de orina está complicada de infección del aparato urinario; entonces
la temperatura sube y la muerte sobreviene á la hiportérmia.
Compárense las dos curbas adjuntas.
La curba A pertenece á un perro (N9 9) que sobrevivió 113 horas
á la ligadura peniana; desde el principio la temperatura descendió y
la muerte vino con 35°.
La curba B indica la temperatura de un perro (N9 6) muerto de
infección 57 horas después de la ligadura de la verga. Se habían inyec-
tado en la vegiga de este animal polvos de carbón con una sonda sú-
cia y contaminada accidentalmente en el Laboratorio. La temperatura
sube por la tarde y el animal muere con cerca de 41°.
Por el estudio de culturas hechas en la orina y el riñón de ese
animal y por los cortes de esos tejidos hemos podido comprobar que
la infección fué debida á la bacteria piogena; también vimos algunos
raros micrococos.
También presentamos otra curba interesante para probar la in-
fluencia de la retención de orina sobre el desenvolvimiento de la
infección urinaria y sobre la naturaleza microbiana de esta fiébre.
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diciones que el perro cuya historia acabamos de resumir. Como en el
perro, sube la temperatura rápidamente más allá de 40°, pero enton-
ces casualmente la ligadura de la verga se afloja, haciendo cesar, por
consiguiente, la retención, y enseguida vemos la temperatura volver
lentamente á la cifra normal.
La vuelta gradual de la temperatura al estado normal es debida
en este caso á que la infección general no podía cesar sino después de
la eliminación de microbios y ptomaínas acumuladas en la sangre.
Queda pues establecido que en los animales la retención simple
aséptica de orina determina una baja de temperatura, miéntras que la
retención con inoculación de microbios produce la fiebre.
Según el profesor Lépine, el riñón contendría sustancias piretóge-
nas capaces, cuando son reabsorvidas, de producir una elevación de
temperatura; pero el Sr. Lépine reconoce que estas sustancias no son
reabsorvidas durante la retención de orina; es decir, que la retención
es apirética.
ACUMULACIÓN DE UREA EN LA SANGRE, DISMINUCION DE LOS CAMBIOS
ORGÁNICOS.
Nos queda por determinar que en todas las alteraciones anatómi-
cas y en el conjunto de trastornos funcionales que hemos descrito, no
se trata de simples fenómenos de orden mecánico, sino que á un mo-
mento dado la acumulación en la sangre de los productos escrementi-
cios añade su acción y complica el cuadro sintomático.
Hemos visto que la secreción renal disminuye y acaba por supri-
mirse; hemos visto también que la orina segregada en los últimos
tiempos de la retención es más pobre. No se necesita pues insistir
mucho para poder atribuir á la uremia el papel que le corresponde
en el cuadro de la retención de orina.
Además, Mr. Quinquaud ha establecido, por comprobación directa,
en un notable trabajo, lo que nosotros hemos demostrado de una ma-
nera indirecta. Este autor ha visto que la urea acumula en la sangre
desde la 48? á la 72? hora y que vá de 16 milgs. á 145 y de 25 á 189
miligs.
Según Quinquaud, la exhalación pulmonar de ácido carbónico
disminuye á partir del tercer día.
Si nos colocamos bajo un punto de vista más general, estudiando
el conjunto de fenómenos que la experimentación nos ha hecho cono-
cer, el papel que juega la distensión toma una importancia capital.
Distensión de la vegiga, incapáz de forzar los orificios de los uréte-
res, pero suficiente para determinar una dificultad en la circulación y después una congestión pasiva acompañada do hemorragias intersti-
ciales. A esto se añade más tarde el aplanamiento y caída del epitelio,
lo que permite la irrupción de la sangre en la cavidad vesical, mientras
que la capa muscular, disociada por la presión del líquido y por la
hemorragia interfascicular, es incapaz de contraerse.
Este conjunto de trastornos vesicales, acto vesical de la retención
de orina, es el primero que aparece, pero antes que la distensión haya
ganado las partes superiores del aparato urinario, vemos aparecer un
fenómeno que tomará más tarde una grande importancia. Nos referi-
mos á la congestión renal.
La congestión renal, ya apreciable en el perro á las 15 ó 20 prime-
ras horas después del principio de la retención, no puede ser esplica-
da en sus primeros períodos por influencias puramente mecánicas,
poco acentuadas al principio. Preferible es hacer intervenir la dilata-
ción neuroparalítica de los vasos del riñón y aceptar la congestión
refleja renal, bien demostrada hoy.
Más tarde sobrevienen fenómenos que nos esplican la intensidad
creciente de la congestión, que se hace hemorrágica, y las importantes
modificaciones que hemos encontrado en la secreción de la orina.
Este 29 acto urétero-renal do la congestión principia con la disten-
sión de la parte supra-vesical del aparato, producida por la acumula-
ción de orina. La vegiga, cada vez más distendida, presenta un obstácu-
lo creciente al uréter y el líquido acumulado distiende los conductos
que debía recorrer: asi se encuentra la dilatación no solo en el uréter,
sino también en los canalículos del riñón. La distensión trae consigo,
como corolario obligado, la congestión mecánica, la que se añade á la
congestión refleja del principio y entonces la sangre se derrama en las
paredes del uréter, en el interior de los canículos renales y en el tejido
que los separa.
Bien fácil es darse cuenta de esta congestión mecánica si se piensa
el obstáculo que debe producir en la circulación de la doble red capi-
lar, dispuesta en sistema porta en el riñón, la distensión de los canalí-
culos uriníferos; basta recordar que esos vasos, sostenidos apenas por
un tejido conjuntivo, tan ténue que su existencia ha sido puesta en
duda, tocan casi directamente la pared de los canalículos. Los capila-
res venosos del riñón, como los de otros muchos órganos, Ranvier, pre-
sentan en su origen una ampolla cuyo calibre es superior al de 3 ó 4
capilares arteriales de los que allí desembocan; esta particularidad
es suficiente para explicarnos como la sangre, llegando con cierta
facilidad por las arterias, encuentra una salida difícil del lado de
las venas.
En el uréter la contractilidad acaba por desaparecer, lo que es
debido por una parte á que los manojos musculares se contraen mal á causa de la presión de la orina y de otra parte á que la hemorragia
intraparietal comprometa la nutrición tan activa de las fibras mus-
culares.
En el riñón la hemorragia intra-canalicular suprime funcional-
mente cierto número de tubos y la descamación epitelial produce
también el mismo resultado. Queda pues, una cantidad menor de
sustancia renal capaz de funcionar.
Ademas, hemos visto que, según la duración de la retención, los
trastornos epiteliales variaban desde el estado granuloso de las células
basta la verdadera degeneración del epitelio, alteraciones epiteliales
tan importantes que tienen que traer necesariamente modificaciones
en la composición de la orina. Pero no es esto todo; para comprender
bien la fisiología patológica de la retención es necesario tener en
cuenta otros dos factores. En primer lugar, como lo hemos ya dicho,
la sangre se altera cada vez más en su composición y la cantidad de
oxígeno que contiene disminuye; la nutrición se vuelve defectuosa en
toda la economía y tanto más en el riñón, cuanto que su circulación
está dificultada por el hecho mismo de la retención.
Por otra parte hay distensión de los canalículos y, por lo tanto,
presión anormal en su interior: al mismo tiempo la estasia en los ca-
pilares sanguíneos modifica la presión sanguínea intra-renal. Nosotros
vemos en estos hechos condiciones muy desventajosas para los fenó-
menos de osmosis, cuya importancia es considerable en la secresión
de la orina.
Ahora podemos comprender que en la retención de orina poco
prolongada, cuando no existe más que una simple congestión del
riñón, se vea aparecer la poliuria, que indica una sohreactividad
funcional.
Más tarde, en las retenciones más prolongadas, el riñón segrega
ménos cantidad de orina y la orina contiene en menor cantidad los
productos excrementicios que se eliminan por el riñón.
Muchas causas producen este resultado: la cantidad menor de
tejido capáz de funcionar; la nutrición defectuosa y las alteraciones
epiteliales de la parte del riñón todavía activa; en fin, el aumento de
presión intra-canalicular y las modificaciones circulatorias que crean
las condiciones desventajosas en que se producen los fenómenos de
osmosis.
A este acto urétero-renal de la retención sucede lo que pudiera
llamarse el acto terminal ó la intoxicatión del organismo; la sangre
cargada de productos excrementicios no eliminados y pobre en oxíge-
no nutre mal los tejidos, los cámbios orgánicos son insuficientes y la
exhalación pulmonar do ácido carbónico disminuye. Lentamente la
muerte llega acompañada del cuadro sintomático de la urémia. El Sr. Presidente: Manifiesta que las mismas razones que había
invocado para pedir al Congreso que se suprimiera la discusión sobro
el trabajo del Dr. Llúria, tenía para rogar que se suprimiera la del
que acababa de leerse, y como el Congreso no podía contradecirse en
su conducta la daba por suprimida, felicitando en nombre de él y en
el suyo propio á los referidos doctores por la muestra de honrosa de-
ferencia que daban al Congreso con la remisión de trabajos originales
de tan elevada importancia.
El Congreso acordó por unanimidad que se consignaran estas ma-
nifestaciones como testimonio de su reconocimiento al Dr. Guyon y á
los compatriotas distinguidos, que desde el extrangero ayudaban
tan brillantemente los esfuerzos científicos de Cuba para su primer
Congreso-Regional.
El Sr. Presidente dio por terminada la sesión. OCTAVA SESION.
(21 de Enero.)
Abierta la sesión, el Yice-Secretario, Dr. J. L, Dueñas, leyó el acta
de la anterior, que fue aprobada.
Presidencia; Vice-Presidente, Dr. Luis Montané.
El Sr. Presidente: Con arreglo á la orden del día tiene la palabra
el Dr, Ulrici para dar lectura á su trabajo:
Estudio Químico del Isotoma longiflora: Prl.—(Revienta caballos).
el Dr. C. D, Ulrici.
Descripción botánica,—Este vegetal pertenece á la familia de las Lo-
beliaceas, tribu de las Lobélicas, género Isotoma.
Sinonimia.—Hyppobroma longiflora.—Revienta Caballos.—Tibcy
Quibey; (Cuba y Puerto Rico.)
Historia.—Esta es una planta herbácea, originaria de la América
cálida y Antillas, con sábia lechosa y que posee propiedades venenosas
muy enérgicas, produciendo la muerte de los animales que la comen
descuidadamente; posee un olor fuerte, viroso y desagradable. El doc-
tor Grosourdy le asigna en su Médico-botánico-criollo propiedades
medicinales muy apreciables, cuando se aplica su decocción en dosis
conveniente, para tratar la bronquitis y el asma nervioso que ha sido
rebelde á las solanáceas. Hirviendo la raiz de este vegetal con aceite de oliva, se obtiene un
aceite dotado de propiedades sedantes, enérgico remedio para aplicar-
lo en embrocaciones loco-dolenti. El Dr. Baudeloque empleó su infu-
sión contra un idiota, con éxito, y según el Dr. Rumbado, los dolores
de muelas ceden rápidamente con bolitas de algodón empapadas en
el zumo lechoso de esta planta, y, por último, algunos prácticos le atri-
buyen propiedades anti-sifilíticas muy curiosas.
ISOTOMINA.
(nuevo alcaloide.)
Proceder de obtención.—Se prepara un alcoholaturo con la planta
fresca, prévia pistación y alcohol de 95° G. L. macerando por 15 días,
se filtra el líquido y evapora en B. M. hasta consistencia extractiva;
se mezcla éste con ácido sulfúrico diluido al 10 por 100 y enseguida
se trata por alcohol de 95°; en exceso, se precipita entonces buena pro-
porción de una materia semi-sólida, insoluble y sulfáto potásico, se fil-
tra y el líquido alcohólico se evapora hasta que por el calor haya per-
dido toda la parte espirituosa, diluyendo el líquido resultante en agua,
la que precipita un cuerpo resinoso teñido de clorofila de olor caracte-
rístico; nueva filtración, tratamiento por snb-acetato de plomo. Elimi-
nación del plomo del líquido procedente del precipitado plúmbico,
por un soluto concentrado de sulfato sódico. Separación del sulfato de
plomo por filtración, concentración del líquido al baño de María, aci-
dulación fuerte del líquido después de frío por ácido acético y pre-
cipitación del alcaloide de dicha solución por el reactivo de Wagner
(yoduro de potasio-yodurado) al estado de Yoduro de Yodhidrato de
Isotomina; recójase el precipitado éste y, después de lavado, descom-
póngase por lejía de sosa: diluida en presencia del éter sulfúrico al
0’25 D., agítese fuertemente y repetidas veces, sepárese y destílese en
aparato ad hoc. El residuo, de aspecto oleoso amarillo y aromático,
trátese por ácido clorhídrico diluido al 10 por 100, sepárese el cuerpo
oleoso insoluble, fíltrese el soluto ácido por filtro previamente húmedo,
descompóngase de nuevo por lejía sódica, agitación con éter, destila-
ción de éste y el residuo es un cuerpo amarilloso, espeso, fuertemente
alcalino al tornasol; más ¡jara purificarlo se requiere ahora neutrali-
zarlo exactamente con ácido clorhídrico diluido, filtración, y descom-
posición de la sal formada por carbonato sódico; éste precipita el alca-
loide, bajo la forma de gruesos copos blancos voluminosos; se agita
entonces con cloroformo, el cuál se apodera del alcaloide en suspensión
disolviéndolo y por separación de éste y evaporación expontánea, bajo
una campana de cristal, abandona por residuo final el alcaloide Isoto-
mina, libre ya de la materia oleosa que le acompaña é impurifica en las primeras manipulaciones, bajo la forma de un cuerpo amorfo de
aspecto semi-blando, de color amarillo pajizo transparente.
Propiedades.—La sustancia Isotomina, colocada bajo una atmósfera
confinada de ácido sulfúrico, pierde la humedad y se transforma en
costras cristalinas, incoloras, compuestas de largos prismas radiados,
que en contacto del aire se delicuescen, tomando de nuevo el aspecto
anterior debido á su propiedad higrométrica: es inodora, sabor amar-
go pronunciado y fuertemente acre, es más pesada que el agua é inso-
luble en este líquido; más no obstante, en frío se comunica á dicho
líquido lo suficiente para que su solución azulee el tornasol rojo, más
soluble en caliente y en todas proporciones en cloroformo, éter sulfú-
rico. alcohol amílico, metílico, absoluto y aún en el alcohol oscuro; á
la lámina de platino calentada se funde á 98° C.; bajo la forma líqui-
da á 100° C. so volatiliza una porción y el resto se quema, despidiendo
un olor á pluma quemada; el residuo orgánico concluye por desapare-
cer por la combustión. Es fuertemente azoada y calentada con cal so-
dada, desprende abundantes vapores amoniacales.
Los ácidos nítrico, sulfúrico y clorhídrico disuelven, en estado de
pureza y concentrados, á la Isotomina, en un líquido incoloro, sin de-
jar residuo y sin descomponerla.
Este alcaloide se combina con todos los ácidos, formando sales cris-
talizadles, incluso el acético, algo delicuescentes y muy solubles en el
agua, si la neutralización ha sido perfecta é igualmente solubles en al-
cohol é insolubles en éter.
La Isotomina, en soluciones aciduladas, produce las reacciones ca-
racterísticas de esperar por la acción de los reactivos generales de al-
caloides. Comportándose como base enérgica en presencia del yoduro
yodurado de potasio, yoduro mercúrico-potásico, ácido tánico, pícrico,
ácido fosfomolíbdico y cloruros aúrico y platínico.
Los alcaloides cáusticos no le descomponen visiblemente, sí en ca-
liente, con desprendimiento de un cuerpo amoniacal volátil de olor
nauseabundo.
Como complemento al estudio del vegetal, añadiremos que las se-
millas pulverizadas y agotadas por el éter rinden por la evaporación
de dicho disolvente un 30 por 100 de un aceite fijo á la temperatura
ambiente, de color amarillo rojizo, soluble en sulfuro de carbono, clo-
roformo y benzina é insoluble en alcohol de 95° G. L. saponificadle y
con todas las propiedades de una buena grasa líquida.
Dicho aceite arrastra en solución un cuerpo que lo cede al alcohol
de 95° G. L. y por agitación, el alcohol, cargado de principio, se eva-
pora y el residuo es un cuerpo de aspecto resinoso-blando, de reacción
ácida al tornasol, de color amarillo pálido, insoluble en agua, soluble
en cloroformo y éter, insípido en el primer momento, pero que des- pues tiene un sabor acre repugnante, que irrita fuertemente las fauces
si se han colocado algunos miligramos sobre la lengua; éstas semillas,
una vez despojadas del cuerpo acre y del aceite, suministran el alco-
hol acidulado con acético un cuerpo resinoso, que, tratado por ácido
sulfúrico diluido y lejía de sosa y agitando con éter, deja un cuerpo
orgánico dotado de propiedades alcalinas enérgicas é idénticas reac-
ciones que la Isotomina extraída del total del vegetal, en proporción
de 25 m. m. por 1.000 de semillas empleadas.
Usos de la Isotomina.—Aún no ha sido estudiado este nuevo alca-
loide en sentido terapéutico, pero hemos de suponer estará dotado, á
no dudarlo, de propiedades clínicas útiles, y será de importancia su
estudio, después de conocida su acción fisiológica, teniendo en cuenta
la actividad medicinal que se lo atribuye ála planta de que procede.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Delfín para argumentar.
Dr. Delfín: Opina que la sustancia presentada por el Dr. (Jlrici con
el nombre de Isotomina sea análoga á la Lobelina y lamenta que no
se hubiera practicado el análisis elemental, pues es el que serviría
para asegurar ó negar que fuera un alcaloide.
Dr. Semprun; Manifiesta que no puede admitir que la sustancia
llamada Isotomina sea un alcaloide, porque el Dr. Ulrici no la ha defi-
nido con los carácteres de tal y termina interrogándole porque no
empleó el ácido sulfídrico en vez del acetato de ¡piorno.
Dr. Moreno de la Torre: Cree que no debe llevarse á la práctica
terapéutica la Isotomina porque aún no tiene bien definidas, ni estu-
diadas sus propiedades, y su empleo pudiera ser de gráves conse-
cuencias.
Dr. Torralbas; De acuerdo con lo manifestado por el Dr. Moreno
de la Torre, pide que se practiquen ensayos con dicha sustancia en
los animales, según los más modernos preceptos de la esperimenta-
ción terapéutica, y propone que se remita á la Academia de Ciencias
Médicas para que se practiquen dichos ensayos.
Dr. Silverio: Dice que en tanto no se investiguen satisfactoriamen-
te las propiedades que se derivan por el análisis del cuerpo y su cons-
titución química, no puede dársele el nombre de alcaloide á ninguna
sustancia y que para él la Isotomina no ha llenado esos requisitos
indispensables.
Dr. González Curquejo: No encuentra satisfechas las principales
condiciones para incluir en la lista de los alcaloides á la Isotomina y
juzga que dicha sustancia no puede, por lo tanto, admitirse bajo ese
concepto; así como que no es prudente su empleo en terapéutica
mientras no se conozcan, cual la ciencia señala, sus propiedades
químicas y fisiológicas y las verdaderas indicaciones que haya de
llenar. El Sr. Presidente: No habiendo ningún otro señor que quiera argu-
mentar se concede la palabra al Dr. Ulrici para replicar.
Dr. Ulrici: Dice que la Lobelina es un cuerpo líquido inestable y
que la Isotomina es sólida y se diferencian perfectamente; que en
el estudio de dicha sustancia solo ha comprendido las propiedades
químicas del cuerpo y ratifica su creencia de que es un verdadero
alcaloide.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Pérez Miró para dar lec-
tura á su trabajo:
Aparatos especiales para fracturas de las extremidades.
el Dr. Abrahan Perez Miró. (Marianao,)
Sr. Presidente: Sres.; Sin pretensión de ninguna clase y movido
nada más que por la idea de que se generalicen los aparatos moldea-
dos de yeso y cuero, cuyas ventajas se comprenderán, es por lo que
presento esta breve nota sobre su construcción y empleo, según yo lo
realizo. «Estos aparatos moldeados, dice Guillemin, refiriéndose al
aparato de tela metálica de Sarazin, al de cartón y cola de Laforgue y
al de Merchiee, moldeados previamente sobre maniquíes ó sobre
miembros sanos, no hay razón alguna para que no puedan ser
empleados además en la Cirujía de los campos de batalla, para
la que han sido propuestos en la práctica civil con grandes ven-
tajas.))
Siempre estuve conforme con esta manera de pensar de Guillemin,
habiendo contribuido mucho á hacerme partidario de ellos el haber
visto los de cartón endurecido, puestos por el Dr. Creus en su clínica
de Madrid; más tarde, los ingeniosos corsets de yeso; luego las piezas
de madera talladas á la forma del miembro, en su mitad ó tercera
parte, empleadas en Alemania é Inglaterra; las canales de alambre y
las de gutapercha, y el uso de los aparatos de silicato, de quita y pon,
empleados alguna vez por los Dres. Casuso y Menocal, junto con algu-
na, muy vaga idea, de las férulas de cuero, usadas por algunos ciruja-
nos de Méjico.
Vamos á describir con la mayor brevedad los aparatos de yeso,
deteniéndonos más en los de cuero. Es de notar que vengo empleán-
dolos hace más de cinco años en distintas fracturas de las extremida-
des y como aparato contentivo y otras veces de compresión en diver-
sas luxaciones, en distenciones do ligamentos articulares, en artritis y
en algunas paréxias de los miémhros inferiores. Los aparatos de yeso
se hacen, como los corset, con vendas de tarlatana enyesada con ante- rioridad y sumerjidas en agua fresca, á la que se añade goma ó almi-
dón cocido. Se coloca en la mitad de la cara interna y externa una
tira en cada lado, de hojalata ó zinc, en la dirección del miembro y
más largas por arriba y abajo que la parte que ha de ser cubierta por
el vendaje; tendrá centímetro y medio de ancho y tienen por objeto
cortar con una cuchilla, sin temor á herir la piel, el vendaje enyesado,
después de seco. Quitado el aparato se forra por dentro con hule, en
el caso de herida, siendo preferible esto á los barnices. Se ensanchan
ambas valvas por tracciones, hácia afuera, de sus bordes. Se pone en
su interior, 6 algodón en rama, ó un cojín de enguatado, idea esta
última sujcrida por el Dr. Morado y que tan perfectos se hacen en la
mayoría de las máquinas de coser; se colocan en el miembro ámbas
valvas, que se sostienen ajustadas, ó por medio de tiras de esparadra-
po, ó por lazadas, ó por cintas con hebillas. Este aparato de yeso pue-
de ser empleado aún inmediatamente después de la fractura, á dife-
rencia déla mayoría de los aparatos inamovibles, pudiéndose en estos,
que describo, moderarse á voluntad la presión. Si la inflamación ó la
existencia de una herida exigiesen el aparato de Scultet, puede usar-
se este aj)arato y sobre él moldear, como hemos dicho, ámbas
valvas de yeso con sus lazadas, que vienen á representar las fé-
rulas del aparato de Scultet, con la ventaja de poder trasladar al frac-
turado con más comodidad y con mayor fijeza en los fragmentos. Se
comprende perfectamente que estando bien limpio este aparato, des-
pués do usado una ó más veces, pueda continuarse aplicándolo á otros
casos de fracturas del mismo miembro, siendo la talla análoga y tam-
bién se ve que con tres aparatos de tamaño mayor, mediano y peque-
ño, por cada miembro toráxico y abdominal, se tenga un verdadero
arsenal, que prestará preciosos resultados en casos de urgencia, como
en las Empresas de Ferro-Carril, Casas de Socorro, Ayuntamientos y
aún en los pequeños Hospitales.
Nada más cómodo, elegante, limpio, duradero, útil y fácil que un
buen aparato de cuero, sobre todo en las fracturas sin solución de
continuidad de la piel y aún en las luxaciones, como aparato de con-
tención. Nada se habla de ellos en las obras que he consultado; se in-
dica en alguna la posibilidad de su empleo, dando largas descripcio-
nes de los de zinc, silicato, dextrina, almidonados, de papel impreg-
nado en óxido de zinc y pez, de papel y goma laca, etc, de cartón,
cartón-piedra, gutapercha, madera, tela metálica, yeso y tripolita, sin
poner detalle alguno sobre los que me ocupan, viéndose únicamente
el empleo del cuero para algunas partes de los aparatos ortopédicos.
Más como creo que son muy sencillos y puedo prestar algún benefi-
cio á mis compañeros con su descripción, la haré con la mayor clari-
dad que me sea dable. Mido el largo que ha de tener el aparato en el miembro sano; hu-
medezco este en su línea media y á lo largo; trazo de cuatro en cuatro
centímetros con un lápiz dermográfico rayas pequeñas. Cortado el
cuero del largo que se desea, se traza en su mitad una línea á lo largo;
se corta esta línea, de cuatro en cuatro centímetros, por rayas trans-
versales. Se toma la circunferencia del miembro en cada una de las
líneas marcadas en él; se pasan estas medidas exactamente á igual
distancia á uno y otro lado de la línea media hecha en el cuero, para
lo cual es cómodo doblar la cinta por su parte media, después de to-
mada la medida y marcar esta distancia á un lado y ,otro de la verti-
cal del cuero en su raya transversal, que corresponde á la marcada en
el miémbro. Se unen estos puntos periféricos que marcan el contorno
del miembro. Se corta con la cuchilla el cuero, desde la cara rugosa á
la exterior lisa y planchada, dirigiendo el corte de arriba para abajo y
de dentro á fuera; todos estos trazos en el cuero se han hecho en su
cara rugosa, con lápiz dermográfico y humedecido ligeramente el cuero.
Ya está en disposición de ser empleado. Si hay oportunidad de em-
plear broches, se ponen estos en los bordes de la cara lisa ó planchada,
á distancia unos de otros como de tres ó cuatro centímetros. Este de-
talle de los broches es muy cómodo y perfecto y debe emplearse
siempre que se pueda. En el caso de no tenerlos, habrá que afrontar
los bordes al principio con vueltas de vendas. Se prepara el enguata-
tado como dijimos para los aparatos de yeso; en defecto de este per-
fecto enguatado se puede emplear algodón en rama, vueltas de venda,
almohadillas de lienzo etc., ó el mismo Scultet si se prefiere. Se in-
merge el cuero en agua alcalina, lejía común templada, agua y bicar-
bonato de sosa, ó disoluciones ténues de potasa ó sosa comercial y
cuando está perfectamente suave el cuero, se escurre toda el agua, se
pasa un paño con fuerza hasta dejarlo húmedo, lo ménos posible. Se
pasa por debajo del miembro, que estará cubierto según hemos dicho,
por uno ú otro almohadillado de los descritos, y si el cuero tiene bro-
ches, se vá con un cordon fuerte enlazándolos, haciendo tracciones há-
cia uno, para que se adapte perfectamente á la forma del miembro;
se deja en el sitio hasta que esté algo seco, en este país generalmen-
te un cuarto de hora, y entonces se puede aflojar á voluntad. Si no
hubiera broches, se rodea el cuero con un vendaje circular bien
apretado, el cuál se quita á la hora y se reemplaza por correas ó cin-
tas con hebillas mantenidas á conveniente distancia por el procedi-
miento que se crea más conveniente; yo me valgo como se vé de una
cinta cosida á lo largo de la mitad de la cara planchada con espacios
que permitan el pase de la cinta. Estos aparatos son susceptibles de
muchas variaciones, según el miémbro en que se empleen y las cir-
cunstancias que concurran; por ejemplo, con orejuelas verticales en la cara externa del pié. en las fracturas del fémur; con articulaciones,
aparatos de extensión y contra extensión; con poleas para la elevación
del miembro etc. Huelga con lo que hemos dicho indicar que estos
aparatos pueden volverse á usar y adaptarse bien á otros individuos
de talla análoga, durando en buen estado muchos años; pudiéndose
rápidamente desinfectar por medio de la ebullición en un líquido an-
tiséptico; quitándose completamente sus manchas por el uso de una
ligera disolución de hipoclorito de sosa potasa y no tan bien con el
de cal.
La impregnación, si se quiere, del exterior del aparato con una
mezcla de vaselina y aceite de maní aromatizado con aceite de abedul
ó de sándalo, ó de esencia de piel de Rusia, dada con un pedazo de
paño y frotada la superficie con otro seco, completa la parte estética
del aparato, y lo dá cierta suavidad muy apetecible en estos aparatos
inamovibles de fractura, sin perjudicar su fijeza y solidéz.
El Sr. Presidente: Los señores profesores que deseen examinar el
aparato presentado pueden hacerlo, y queda abierta discusión sobre
el trabajo leido, así como sobre la utilidad de aplicación de aquel.
Examinado el aparato por casi todos los señores presentes, felici-
citaron muchos al autor por la facilidad y economía de construcción,
así como por las positivas ventajas de su aplicación, consignando parti-
cularmente los Dres. Morado, Cañizares, Reinery y Bcllver su opinión
de que debía generalizarse su aplicación y principalmente en las Casas
de Socorro y Cuerpo de Sanidad.
Prévia la vénia del Sr. Presidente hace uso de la palabra el Dr. Pé-
rez Miró para significar su agradecimiento por las frases lisonjeras
que le habían dirigido y declarar que en ellas, más que justicia, re-
conocía la escesiva indulgencia del Congreso y particularmente de los
Dres. Morado, Cañizares, Reinery y Bellver.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. I. Rojas para leer su
trabajo:
Estudio sobre el modo de atenuar, abolir y combatir los efectos
generales de la cocaína
y manera de aplicarla en inyecciones siibmucosas.
el Dr. I. Rojas.
Sr. Presidente, Sres.: Desde los tiempos más remotos es incesante
aspiración de la humanidad poder librarse de uno de los mayores
castigos que sin trégua alguna acibara su existencia, y si es cierto que
en variadas épocas todos los pueblos, las distintas y aún opuestas es- Modelo de los aparatos para fractura, del Dr. Pérez Miró. cuelas han estado conformes y no han dejado do trabajar en idéntico
sentido, es innegable también que los apóstoles de la Medicina, en
tantos siglos transcurridos, no pudieron alcanzar bajo este punto de
vista relativamente lo que en estos últimos años para combatir el fe-
nómeno dolor tan agoviante siempre y sobre todo cuando se trata de
operaciones quirúrgicas en cualquiera región del cuerpo humano.
La aspiración del cirujano no se ha limitado solo á obtener la
acción sedante, calmante ó carminativa de agentes como el opio, la
belladona, el beleño etc., que con buen éxito combaten las más de las
veces los dolores de distintas y numerosas enfermedades; necesitaba
algo más para el ámplio ejercicio de su ministerio. La cirujía ofrecía
un vasto horizonte á la humanidad, pero los enormes sufrimientos
que su aplicación ocasionaba hacía las más de las veces imposible su
intervención y por más que no puede negarse que la cirujía no es
de hoy y que siempre ha reportado beneficios, hay que convenir en
que las grandes operaciones, la alta cirujía, solo han pertenecido á este
siglo y que su incremento indudablemente es debido al descubri-
miento de la anestésia quirúrgica y de la hemostásis.
Por eso, después del descubrimiento de Souveiran y Liebig, que
dotó á la cirujía de un agente tan precioso como el cloroformo, por
cuyo medio se practican las más cruentas y delicadas operaciones sin
ningún dolor, solo faltaba otro tesoro análogo de efectos locales para
realizar igualmente las operaciones menores.
En la cirujía mayor está justificado; es más, se impone la necesi-
dad de un anestésico general; la importancia de la lesión que se quie-
re combatir, el largo tiempo necesario para operar, el laborioso ma-
nual que requiere, la inmovilidad del enfermo necesaria y todos los
demás requisitos indicados lo ameritan, y aún exponer el operado á
la muerte tiene su esplicación, y querer establecer comparaciones en-
tre estas operaciones de alta cirujía, que llegan á poner á descubierto
las grandes cavidades, con otras insignificantes, como la dilatación de
un abceso ó una avulsión dentaria, es una aberración.
De aquí también la racional división de los agentes anestésicos en
locales y generales; de aquí el alto honor que le ha cabido al éter sul-
fúrico; su constante uso en irrigaciones y pulverizaciones para dilatar
pequeños abcesos, flemones y numerosas operaciones de ¡mea impor-
tancia le han hecho más útil y necesario como anestésico local, que
como anestésico general en inhalaciones, puesto que con este objeto
muy pocos son hoy los que le prefieren al cloroformo.
El éter en cirujía dental ha prestado y aún presta inmensos bene-
ficios; ha sido tan imprescindible como anestésico local en nuestros
gabinetes para estracciones dentarias, como el ácido fénico para el
tratamiento de la cáries. El éter sulfúrico, la rigolina, el cloruro de metilo, la morfina, el
doral, la esencia de menta, el cloroformo tópicamente, solo y mezcla-
do con otras sustancias y hasta el fantástico cánnáhis indica y otros,
han venido aplicándose por nosotros de mil variadas maneras como
anestésicos locales, con inimitable constancia y con más soñadas espe-
ranzas que casos de éxito verdadero.
La anestésia local, á pesar de sus múltiples y variados agentes, no
respondía en la mayoría de los casos sino en la imaginación del pa-
ciente y aún del operador.
En esos casos sencillos en que las relaciones anatómicas y víncu-
los de unión entre los órganos dentarios y el hueso están debilitados
por numerosas causas patológicas de forma crónica, en los casos en
que la vacilación y espulsión propias solo bastan para desalojar el
diente de su alveolo; en los casos en que ya esos órganos no pueden
llamarse dientes sino cuerpos estrados, porque les fiüta cuantos ele-
mentos de vida deben tener para llevar ese nombre; en una pa-
labra, cuando son raigones desprovistos de pulpa, sin periostio que
los sostenga en su alveolo, cuando están enteramente luxados y no
guardan otras relaciones que una ligera unión gingival, á veces con
ingurgitación y fungosidades mucosas periféricas, que hacen la parte
ménos sensible á los dolores por el éxtasis sanguíneo que allí cons-
tantemente tiene lugar; entonces, cuando no son ya dientes, ni aún
raices, sino verdaderos cuerpos estrados, es cuando todos estos agentes
anestésicos locales producen ese efecto propio, muy fácil de esplicar
ante las consideraciones mencionadas y que no á jjocos prácticos
sorprende, maravilla y deja satisfechos de todas sus aspiraciones.
Más no es este el terreno que necesitamos, dado nuestro estado de
cultura actual, para aquilatar las maravillosas bondades de estos
anestésicos locales, tan ensalzados: no son las avulsiones que hemos
citado á lo ligero las que requieren nuestra atención; queden ellas
para constituir, aún por algunos años, el tupido velo que viene cu-
briendo pasageramente á los charlatanes que desgraciadamente vie-
nen a esplotar y desprestigiar nuestra profesión.
Nuestra, atención bajo el punto de vista de las estracciones denta-
rias y de los medios de producir el menor dolor posible en el acto de
la operación, la reclaman los que podemos llamar con propiedad
estracciones dentarias; es decir, aquellas que se verifican en dientes
que tienen todos, ó por lo ménos, parte de sus elementos de vida, por
más que ellos sufran determinadas afecciones. En estos casos es don-
de queremos que se nos demuestren esas maravillas que aún no he-
mos podido encontrar. Demuéstresenos la acción anestésica local sufi-
ciente, de que nos ocupamos, al estraer un diente, cuyo periostio
jamás haya sufrido afección inflamatoria alguna y sea la causa de la estracción una pulpitis aguda, como las que se presentan á cada paso,
que se trate así mismo de una periostitis hiperestésica, ó de afeccio-
nes simultáneas de ambos elementos; que abscesos subperiósticos de
forma aguda obliguen á estraer dientes de dos, tres ó más raíces, y
en fin, que se requiera quitar el dolor por los citados medios ó agen-
tes anestésicos locales en todas las estracciones que hagamos por dis-
tintas causas en dientes con vitalidad, y entonces, cuando allí se de-
muestre esta acción, se podrán admitir seriamente estos agentes como
anestésicos locales suficientes para estas clases de afecciones.
Por ese motivo la aparición de la cocaína en la terapéutica hizo
concebir las más halagüeñas esperanzas, que persisten á pesar de
tener este alcaloide apasionados partidarios y detractores incansables.
Estas esperanzas, aunque más ligeramente, existen desde 1850
en que el químico alemán Niemann llegó á estraer de las hojas del
Erythroxilon Coca un alcaloide al que dio el nombre de cocaína ó
érythroxilina y que en 1862 Echroff reconoció que este alcaloide C 32
H 23 Az O 8 poseía la propiedad de insensibilizar la mucosa bucal.
No hay que decir nada sobre’ el particular, después, cuando su
aplicación surgía á la vez casi en toda Europa, porque luego Kollerj
de Viena, demostró que la acción anestésica de la cocaína no se limi-
taba á la mucosa bucal, sino que aún era más manifiesta en la muco-
sa ocular; con tal motivo, desde que la oftalmología la aplicó con tan
completo éxito en las operaciones dolorosas y que respondía brillan-
temente esta y sus sales, las esperanzas de la cirujía dental se acen-
tuaron con sobrado fundamento, puesto que desde entonces su em-
pleo se vulgarizó y la prensa médica do todos ios países ha venido
publicando trabajos, clínicos de los más reputados profesores en que
consignan los más satisfactorios resultados, no solo sobre las mucosas
bucal y óculo-palpebral, sino también en la pituitaria, laríngea, en la
de los aparatos digestivos, génito-urinario y otras aún en la piel.
En vista de tan satisfactorios resultados, la cirujía dental no podía
ménos que regocijarse y empezar á practicar esperimentos y hacer
ensayos con el nuevo medicamento, como anestésico local, para las
operaciones dolorosas de la boca y especialmente para las’avulsiones
dentarias, que, como es sabido, á pesar de ser operaciones de las más
pequeñas y de menor importancia, son, sin disputa, sino las más do-
lorosas por regla general, sí las más temidas y hácia las que se mani-
fiesta más temor y adversión hasta por las personas ménos tímidas y
de mayor discreción.
Por estas y otras consideraciones, que no queremos aquí esponer,
estimamos que ios nombres de Brettauer, Pelschow, Witzel, Aubeau,
Poisont, Vían Preterre, Brown Sequard y otros, serán recordados con
respeto y gratitud por cuantos venimos trabajando para la obtención de la anestesia local suficiente para las avulsiones dentarias y otras
operaciones dolorosas de la boca, porque estos figuran entre los pri-
meros profesores que han hecho ensayos con la cocaína en favorable
sentido para el logro de uno de nuestros más perseguidos ideales,
apresurándose á dar á conocer sus investigaciones, contribuyendo con
ello á propagar el conocimiento de tan estimada sustancia, prestando
así un importante servicio á la ciencia.
Entrando de lleno en el empleo de la cocaína para las avulsiones
dentarias, diremos que no es nuestro ánimo dar á conocer este alcaloi-
de ni sus sales por serlo ya suficientemente por tan escogido como inte-
ligente auditorio, ni tampoco á demostrar sus bondades como anestésico
local porque ya hoy es éste un punto admitido por la inmensa mayo-
ría de los prácticos, que están de acuerdo en que es útil como anesté-
sico local y que dá excelentes resultados para las avulsiones dentarias.
Ahora bien, si existe unidad de parecer con respeto á su propie,
dad esencial y á su utilidad, no pasa lo mismo con respecto á sus
efectos fisiológicos, que es el punto más culminante hoy que debe di-
lucidarse, porque su variedad y escasos conocimientos son la causa
de que sobre tan interesante particular no haya escrito ni publicado
nada en concreto, revestido de la seriedad que ello requiere y solo ob-
tengamos ligeros datos dispersos, rodeados de más ó raénos dudas y
desprovistos de la debida autoridad.
Todos conocemos las esperiencias hechas sobre animales para es-
tudiar los efectos fisiológicos de la cocaína por Laborde, Fieit, Wat-
zel, Rossbach, Anrrep y otros en conejos, perros etc., y poco más ó
ménos podemos decir de los trabajos de unos y otros, que á dosis de
2, 4, 6 y 10 centigramos de clorhidrato de cocaína sentían gran exci-
tación, inquietud alegre en los perros, respiración acelerada, seque-
dad de la mucosa bucal, faríngea, pituitaria y dilatación pupilar. A
medida que se aumentaban las dosis, en relación á la especie y peso
del animal, se acentuaban más estos síntomas; advirtiéndose además-
atáxia, irritabilidad gradual sensitiva, que no tarda en ser seguida de
una parálisis; después tienen violentos espasmos clónicos; por último,
pierden el conocimiento y quedan más ó ménos tiempo en un estado
comatoso: al cabo de dos ó tres horas llegan á desaparecer estos fenó-
menos, observándose pocos casos de muerte y no teniendo lugar esta
por los fenómenos cerebrales, ni cardiacos, como pudiera presumirse,
sino por una parálisis de la respiración. Ahora, se desprenden de las
esperiéncias últimas de Laborde, como conclusiones, que la cocaína
produce una analgésia. general, hiperescitabilidad ó convulsiones epi-
leptiformes, antes que ningún otro fenómeno apreciable, midriásis é
insensibilidad de la córnea, que, al parecer, obedece á efectos generales
difíciles de esplicar hoy. Estos y otros conocimientos análogos se nos presentan casi como
únicos, y no pocos prácticos parten sin miramiento alguno de ellos
para administrar este alcaloide; pero nosotros juzgamos insuficiente
todo esto y aventurado tal proceder porque recordamos los esperi-
mentos de carácter químico fisiológico de Cl. Bernard, Vulpian,
Schroff, Meuriot, Whaston, Dumeil, Schiff y otros con los alcaloides
del opio, belladona, digital etc., mucho ántes de conocerse la cocaína,
y en los cuales por repeticiones se ha demostrado diferir bastante sus
efectos en el hombre de los animales. Aplicando aquí racional y pru-
dente criterio, corroborado por nuestras propias observaciones en el
hombre, desconfiamos de que los efectos fisiológicos de la cocaína
sean iguales en el hombre que en los perros, conejos y otros animales,
á pesar de la respetable opinión de algunos de los autores citados, que
aseguran completa identidad entre unos y otros; y razonadamente
insistimos en ello, porque de las referidas esperiencias en distintas
clases de animales se observa frecuentemente que la misma dosis de
medicamento, aplicado en igual forma en animales de la misma espe-
cie, de peso y tamaño análogo, producen fenómenos diferentes y aún
opuestos; detalle este de bastante peso que viene en nuestro apoyo
para rebatir tan autorizadas opiniones.
Por otro lado, las esperiencias que venimos practicando constante-
mente desde que principió á darse á conocer esta sustancia, tanto en
el hospital, en el Presidio Departamental, como en nuestra clínica
particular, nos han demostrado palpablemente que pasa en el hombre
lo que hemos citado ya en los animales ó sea el hecho de que iguales
dosis' de cocaína en sujetos de igual edad y demás circunstancias,
producen efectos distintos y aún opuestos, al estrcmo de sentir algu-
nos los más alarmantes fenómenos generales y perturbaciones consi-
derables con dosis de 3, 6, 8, 12, 15 y más centigramos de cocaína,
sin que por ello dejasen do sentir bastante dolor en el acto de la es-
tracción, mientras que otros con iguales dosis no han sentido absolu-
tamente dolor alguno durante la operación, ni el menor trastorno,
ni alteración que merezca mencionarse.
Parece incuestionable que la cocaína actúa sobre los centros ner-
viosos por intermediación de los nervios periféricos y sobre el cerebe-
lo de preferencia; esto se deduce del hecho de producir las inyeccio-
nes sub-mucosas de este alcaloide y sus sales repetidas veces un
movimiento de rotación de la cabeza hácia el lado opuesto al de la
inyección, haciéndose otras veces este movimiento como de torsión ó
de vuelta sobre el mismo tronco. Por estos y otros efectos muy seme-
jantes algunos comparan la cocaína con el curare, asegurando que la
primera paraliza las terminaciones de los nervios sensitivos, miéntras
el segundo paraliza también las terminaciones de los nervios motores. La cocaína, á dosis que podemos llamar terapéuticas, actúa como
estimulante de los centros nerviosos, para cuyo efecto insensibiliza
antes las mucosas y en este grado de actividad se pueden verificar-
ciertas operaciones sin dolor, ni trastorno general las más de las veces;
pasando estas dosis obra como soporífero, como estupefaciente; inva-
de mucho más el cerebro sin que ello pueda traer mayor insensibi-
lidad cpre la necesaria y obtenida sin llegar á este grado en que se
inician fenómenos más ó menos peligrosos.
De una ú otra manera se observa claramente aumento de presión
del líquido sanguíneo, de los movimientos respiratorios y de los lati-
dos cardiacos-
La cantidad de saliva procedente de las glándulas sub-maxilares
y también la de úrea están aumentadas, y parece lógico suponer
que la cocaína se elimina por el riñón porque se ha demostrado la
producción albuminúrica y la presencia de la glucosa en la orina. Este
líquido está disminuido, elevada la temperatura y la parésia y cons-
tipación intestinal; todo en relación á la dosis del medicamento y la
idiosincracia del sujeto.
Hemos dicho que la cocaína paraliza las terminaciones de los ner-
vios sensitivos y ello está claramente demostrado, peí’o ahora falta sa-
ber si su acción es directamente sobre las estremidades nerviosas ó si,
como parece más admisible, es debida á un trastorno vaso-motor en el
que las arteriolas entran en contracción bajo su influencia y los fila-
mentos nerviosos se ponen anemiados; siendo de todos modos un he-
cho que, cualquiera que sea el medio por el cual se manifiesten sus
efectos ó propiedades, hace desaparecer, mientras dura su acción y
aún á veces después, el sentido del gusto, el del olfato, el del tacto
y el dolor.
Hemos observado que el dolor que se produce en el acto de verifi-
car una avulsión dentaria puede abolirse en absoluto, puesto que pa-
ra ello solo tenemos que aumentar gradualmente la cantidad de co-
caína, hasta que claramente se manifieste la insensibilidad, que tiene
sus signos que no dejan lugar á dudas, pero los trastornos generales
más ó ménos alarmantes que se presentan y el malestar que esperi-
menta el operado en repetidas veces, cuando se pasa do cierta canti-
dad, variable según el caso, nos impide frecuentemente llegar á este
fin que tanto perseguimos, en obsequio á la prudencia y miramientos
que en todos estos casos debe caracterizar al práctico.
Por este motivo hemos abandonado el empleo de la cocaína sola
y emprendimos estos trabajos encaminados á abolir los fenómenos ge-
nerales alarmantes que tan excelente sustancia produce y que impi-
den obtener de ellas cuantas bondades encierra para nuestra prác-
tica, En el último Congreso Dentario de París, realizado con motivo de
la Exposición Universal, los profesores Poisont, Bleischteiner, Chau-
vin y el Dr. Dunogier, en sus trabajos sobre la anestesia local por la
cocaina, indican 5, 10, 15 y aún más centigramos. Nosotros, por regla
general, no usamos más de 2,3, 6y 8 y creemos que los casos en que el
sngeto acusa dolor depende de la poca cantidad que nos vemos obli-
gados á usar, y decimos que nos vemos obligados porque con estas
pequeñas dosis que empleamos, á veces se manifiestan fenómenos ge-
nerales desagradables, los cuales se hacen alarmantes cuando se eleva
mucho más la cantidad.
Por eso se hace necesario ya, no sólo conformarse con decir que la
cocaina es buena y recomendar tal ó cuál dosis y afirmar que por su
medio se practican extracciones dentarias y otras operaciones sin do-
lor, ocultando sus inconvenientes y peligros, enseñando estadísticas
admirables que no pueden ser verdad y conduciendo la investigación
puramente científica bajo el punto do vista comercial. Es necesario
ser verídico y honrado observador y sobre todo dirigir los trabajos de
la manera más viable para contribuir al estudio más amplio del cono-
cimiento de los medios de conjurar los fenómenos generales que la co-
caina produce tan repetidas veces y que son hoy los que dificultan la
necesaria administración.
Nosotros hemos dado un paso en este sentido; hemos llegado á ate-
nuar de tal manera los efectos generales y fenómenos alarmantes que
produce la cocaina á dosis de 2, 3, 4, 6, 8 y 10 centigramos, que no hay
término de comparación; verdad es que, según se vé en el cuadro ad-
junto, hay frecuentes casos que consignan trastornos varios y aún
quizás los mismos que se presentan al emplear la cocaina sola, pero,
la intensidad es muy distinta, su carácter alarmante ha desaparecido,
así como su duración y el medio fácil y rápido de combatirlos no le
conocíamos hasta ahora.
Nuestros experimentos han consistido en combinar tres alcaloides
del opio, la morfina, la narceina y la codeina, con la cocaina, cada uno
separadamente y emplearlo en inyecciones sub-mucosas con el fin de
atenuar ó abolir los repetidos fenómenos, objeto principal de estas lí-
neas. La elección de estas sustancias para ensayos semejantes abede-
ció al conocimiento de su acción fisiológica, y dedujimos que sería po-
sible su resultado porque vemos que la cocaina, dados los signos que
la caracterizan, produce la analgesia, sin trastornos generales, por ane-
mia más ó menos profunda del sitio de la inyección y su vecindad, y
asimismo esos fenómenos generales, más ó menos alarmantes, son pro-
ducidos también por una anemia del cerebro de variable intensidad
en relación de la dosis, y, en tal concepto, parece lógico, para atenuar
estos efectos, pensar en aquellos agentes que actuaran como modera- dores ó antagonistas de la cocaína, y entonces ninguno mejor que es-
tas tres bases del opio, que producen su acción estupefaciente conges-
tionando el cerebro, no estando en esto desacertados según lo demues-
tra el cuadro adjunto de 100 observaciones, elegidas entre muchas
más, de extracciones dentarias por medio de la anestésia local, produ-
cida por la combinación de la cocaína y los mencionados alcaloides
del opio en soluciones acuosas inyectadas en el tejido jinjival, 100 ob-
servaciones de las que realmente ameritan el empleo de una anestésia
local por tratarse en todas de dientes de gran vitalidad.
Hemos practicado antes numerosas extracciones por medio de la
cocaína sola, en solución acuosa también; al principio los casos de al-
teraciones generales eran frecuentísimos y en extremo alarmantes;
poco á poco después, disminuyó el número de ellas con el perfecciona-
miento de la técnica, de la posología y del conocimiento de las condi-
ciones generales y particulares del sugeto, y si es cierto que últimamen-
te son numerosos los casos felices de operar sin dolor, ni alteraciones
generales, no puede negarse que frecuentemente el sugeto experi-
mentaba mucho dolor, ó bien, si no sentía éste mucho, tenía alteracio-
nes más ó ménos desagradables, lo cual no sucede hoy sino muy ex-
cepcionalmente empleando la combinación mencionada.
Después de ensayar distintas fórmulas ó proporciones de estas sus-
tancias, hemos hallado ser las mejores las que damos á continuación,
las cuáles usamos definitivamente, excepto en casos particulares, y las
cuáles hemos empleado en todas las observaciones que acompa-
ñamos.
Solución analgésica N°. 1.
R. Clorhidrato de cocaína 60 centigramos.
Sulfato de morfina 6 »
Acido fénico 2 »
Alcohol á 38° 2 gramos.
Agua destilada 13 »
D. y fíltrese.
Solución analgésica N°. 2.
R. Clorhidrato de cocaína 60 centigramos.
Narceina 12 »
Acido fénico 5 »
Alcohol á 38° , 2 gramos.
Agua destilada , 13 »
D. y fíltrese. Solución analgésica N°. 3.
K. Clorhidrato de cocaína 60 centigramos.
Codeina 12 »
Acido fénico, 5 »
Alcohol á 38° 2 gramos.
Agua destilada 13 »
D. y fíltrese s. a.
La preparación de las tres fórmulas es muy sencilla; se pone en
una pequeña medida de vidrio el ácido fénico, luego el alcohol, des-
pués los alcaloides ó sus sales y por último el agua, disolviéndose fá-
cilmente al agitarlo con una varilla de cristal; se pasa por un papel de
filtro tupido y se guarda en pomitos esmerilados para el uso.
El ácido fénico en estas proporciones no influye en la acción de
los demás medicamentos é impide en lo posible la alteración ó des-
composición del preparado, lo cuál no se logra sino por poco tiempo,
por cuyo motivo preparamos siempre poca cantidad en cada vez, pues,
de lo contrario, la cantidad de ácido fénico necesario llegaría á alterar
los efectos de las sustancias anestésicas mencionadas y no podríamos
juzgar tan ciertamente de sus efectos.
Cada gramo de la solución analgésica número 1, contiene 4 centi-
gramos de cocaína por 4 miligramos de morfina.
La solución analgésica número 2, contiene 4 centigramos de cocaí-
na por 8 miligramos de narccinn.
Y la solución analgésica número 3, también contiene 4 centigramos
de cocaína por 8 miligramos de codeina.
Hacemos las inyecciones sub-mncosas con la geringa de Pravaz,
modificada eligiendo la aguja más fina, que cuidamos de conservar en el
mejor estado de limpieza, así como de humedad la zapatilla del émbo-
lo para que al inyectar no refluya el líquido hacia atrás, como aconte-
ce cuando no se tiene cuidado con este pequeño detalle; para proceder
ponemos el sugeto casi horizontal en el sillón de operar, dispuesta la
geringa con un gramo de la solución, hacemos la punción lo más cerca
posible del cuello del diente, profundizando lo suficiente y con todas
las precauciones que estas inyecciones requieren, por todos conocidas,
para que el líquido quede depositado en el sitio conveniente de este
tejido, inyectamos muy despacio para que sea lenta la absorción, no
se distienda mucho la mucosa y evitar que el líquido se pierda ó vier-
ta en la boca. Inyectamos medio gramo hácia la parte lingual y otro
medio hácia la labial, y para practicar la extracción no esperamos es-
pacio de tiempo determinado. Cási todos los prácticos aconsejan inter-
venir á los 4, 6, 8 y 10 minutos de practicar la inyección y algunos
inmediatamente después de verificado esto. Ni lo uno ni 1» otro es racional porque no hay pruebas que lo de-
muestren debidamente; es tan variable el tiempo necesario para ma-
nifestarse la analgesia, que la lógica misma indica conceder á cada su-
geto y en cada caso el tiempo que requiera; esta es nuestra conducta
siempre; observamos la decoloración gingival y demás signos ciertos
que presenta la mucosa, y sobre todo, provamos frecuentemente por
medio de un instrumento punzante, cuando se establece la completa
insensibilidad de las partes, y entonces, que puede ser inmediata-
mente, al cabo de 1, 2, 4, 6 ó más minutos, hacemos la extracción;
no pudiendo fijar por tanto, racionalmente, tiempo determinado para
ello.
Con respecto á prevenir y combatir en caso necesario los fenóme-
nos generales, diremos que es fácil evitarlos muchas veces y combatir-
los siempre: para lo primero, operamos, colocando ántes el sugeto en
posición casi horizontal, haciéndole guardar esta posición por espacio
de 15 á 30 minutos según la disposición del paciente y la cantidad de
solución inyectada; hacemos la inyección despacio, para que la absor-
ción no se verifique bruscamente; no permitimos que varíe la posición
ni para escupir; si el estado es enteramente satisfactorio, á los 5 minu-
tos le suspendemos un poco, á los otros 5 minutos un poco más y asi
sucesivamente hasta dejar el sillón en su posición natural y permane-
ciendo así unos minutos más ántes de levantarse. Si mientras le va-
mos quitando de la horizontal notamos enfriamiento en las manos,
aumento del que tienen, palidez, sudor ó algo anormal, le volvemos á
colocar horizontalmente y esperamos á que estos signos desaparezcan
para volver á levantarle poco á poco y más lentamente. Estas ligeras
precauciones son muy útiles; por medio de ellas nos libramos muy
amenudo del disgusto de ver sugetos que han soportado perfectamen-
te la operación sin dolor y que después han estado muy bién en el
sillón, sufrir un síncope completo al levantarse bruscamente ó ántes
de tiempo.
Cuando se presenta un síncope, lo cual sucede muchas veces, aún
en las estracciones dentarias más fáciles, en que no se emplea anesté-
sia alguna, colocamos el sujeto de modo que quede acostado y con la
cabeza más baja que los piés y le hacemos aspirar unas gotas de ni-
trito de amilo, lo cual es suficiente por lo común, hecho de momento;
dejando la respiración artificial, las corrientes eléctricas y demás me-
dios indicados en estos casos para cuando se ameriten después. En
seguida de pasar el síncope le damos de 20 á 40 gramos de cognac se-
gún los sujetos, y se reponen en seguida. Usamos este alcohol además
en todos los casos en que se manifiesten trastornos por ligeros que es-
tos sean; sus efectos son maravillosos, lo que se esplica teniendo en
cuenta los efectos fisiológicos del alcohol sobre el sistema nervioso, que exita por completo á pequeñas dosis y se conduce como la mayor
parte de los estimulantes difusibles.
La morfina, narceina y codeina, se comportan como antagonistas
de la cocaina, lo cual deducimos con bastante fundamento, no solo
por la excelente manera como modifican los fenómenos generales que
la última produce en la mayoría de los casos, sino también por lo fá-
cil y rápidamente con que se combaten, por muy alarmantes que sean,
cuando se recurre á estas sales, también en inyecciones sub-mucosas,
en el mismo sitio ó muy próximo del en que fué practicada la prime-
ra ó primeras causantes de los trastornos.
Si la inyección empleada para la operación fue do la fórmula
N9 1, se inyectan uno ó dos gramos de la solución antagonista N9 1,
según la cantidad usada en la primera.
Si se hizo con la fórmula N9 2, se aplicarán uno ó dos gramos de la
solución antagonista N9 2.
Y si fue del N9 3 ó de codeina se hará uso asimismo de la solución
antagonista N9 3 en cantidad de uno á dos gramos.
Las soluciones sinérgicas ó antagonistas son las siguientes:
Solución antagonista ÍV9 1.
R.—Sulfato de morfina 10 centigramos.
Agua destilada 10 gramos.
D. y fíltrese, s. a.
Solución antagonista JV9 2.
R.—Narceina 20 centigramos.
Alcohol 1 gramo.
Agua destilada 9 »
D. y fíltrese, s. a.
Solución antagonista N°. 3,
R.—Codeina 20 centigramos.
Alcohol á 38° 1 gramo.
Agua destilada 9 »
D. y fíltrese, s. a.
Cada gramo de solución del N9 1 contiene un centigramo de mor-
fina, cada gramo del N9 2 contiene dos centigramos de narceina, y la
marcada con el N9 3 contiene también dos centigramos de codeina
para cada gramo de solución.
No hemos probado si cualquiera de las tres soluciones antago-
nistas surte igual efecto indiferentemente; puede suceder, pero nos- otros hasta ahora hemos cuidado de emplear como antagonista la
misma sustancia usada como modificadora para la operación. Prime-
ro usamos una sola inyección, que, por lo general, es suficiente, sobre
todo si en seguida también administramos un poco de cagnac, de 20 á
40 gramos, pero cuando á los 8 ó 10 minutos persisten los trastornos,
sin dar notables señales de mejoría, recurrimos á la segunda.
Hacemos uso también con buen éxito de dos á seis cucharadas de
la siguiente poción:
R.—Bromuro de potasio 10 gramos.
Hidrato de clora! 4 »
Estracto tebáico 10 centigramos.
Goma arábiga 10 gramos.
Cognac 80 »
Agua 60 )>
Jarabe simple 110 »
M. s. a. para el uso.
Los buenos efectos de esta poción se manifiestan en casi todos los
casos; calma inmediatamente la exitación nerviosa y el temblor de las
estremidades ante todo, disminuye el enfriamiento de las manos y la
sofocación y cefalalgia; á los pocos momentos manifiesta el mismo
paciente marcado bienestar; pero sobre todo en los casos que dá mejo-
res resultados y para los cuales se nos ocurrió esta indicación, fué pa-
ra las mujeres escitables, nerviosas, que con el menor motivo dan se-
ñales de más ó menos histerismo y en estas la referida poción nos
presta irremplazables servicios.
Un particular que bajo todos conceptos tiene bastante interés es el
que se refiere á la posología. El conocimiento de la cantidad de cocaí-
na ó, mejor dicho, de las soluciones señaladas como analgésicas que
debemos emplear para obtener el resultado que se apetece, es muy
conveniente, y pudiera decirse que de ello depende el éxito ó los tras-
tornos ulteriores, y manifestaremos también aquí no estar de acuerdo
con los numerosos prácticos de concepto que han dado á conocer sus
trabajos y los cuales ante tan espinoso asunto no han vacilado en se-
ñalar determinadas cantidades para las avulsiones dentarias, como si
fuera posible que medicamento tan variable en sus efectos y que pro-
duce fenómenos tan complexos se prestara á tan cómoda indicación.
Tanto en este punto, como en el que se refiere al tiempo en que debo
intervenirse después de la inyección, estamos en completo desacuerdo
con los profesores más autorizados que han emitido ya su parecer.
Unos marcan dosis mínimas de uno, dos y tros centigramos; otros, do-
sis medias de cuatro, seis y ocho, y no pocos, dosis respetables, en
este terreno, de 10, 12, 15 y aún más. El que estudie detenidamente este medicamento se admirará co-
mo nosotros de la frescura conque se resuelve semejante asunto en e]
día y afirmará que la cocaína no dá motivos para señalar racional-
mente ninguna de estas dosis en todos los casos; creemos, ó, mejor di-
cho, sabemos que la cantidad necesaria es de 2 á 10 centigramos para
casi todos los casos, pero es necesario fijarnos mucho en aplicar esta
graduación y tener un juicio muy práctico y conocedor de estas sus-
tancias para que no nos espongamos á los fracasos de operar sin anes-
tesia alguna usando dos 6 tres centigramos ó que asimismo, cayendo
en el estremo de emplear 8, 10, 15 ó más, tengamos trastornos y con-
secuencias desagradables en que peligre el operado, la reputación del
profesor y hasta la del medicamento.
Opinamos que aún este punto no puedo presentarse dilucidado al
alcance de todos y con preceptos y límites tan determinados y con-
cluyentes, que debe quedar en estudio por algún tiempo porque está
relacionado íntimamente con otros conocimientos médicos generales
y particulares, que de consuno son los que vienen á indicar al práctico?
cuando tienen delante el paciente y le ha examinado, la cantidad de
cocaína que debe de emplear para la operación sin malos resultados.
Téngase presente que otros medicamentos; como por ejemplo, el
opio, la digital, la nuez vómica, el cloroformo, los mercuriales, los
iódicos etc. que nos son muy conocidos y tienen la garantía de su
empleo durante largos años, se usan por los médicos más concienzu-
dos y profundos clínicos con análogas precauciones, y al prescribir las
cantidades lo hacen en relación á la edad, sexo, temperamento, idio-
sincrásia, hábito, tolerancia etc., llenando todos los preceptos reco-
mendados por la ciencia en general, y de los cuales, no solamente
creemos que no puede salir la cocaína, sino que, por el contrario, esta
es hoy .la más comprendida y que exige su severa aplicación dados
los diversos y heterogéneos fenómenos que presenta y su variedad tan
frecuente en el hombre y en los animales de la misma especie. Nos-
otros usamos cantidades muy variables según los casos y sabemos lo
que debemos emplear en el sujeto después de un exámen y un inte-
rrogatorio delicadamente hecho: conocemos la constitución, el tempe-
ramento, disposición ó predisposición al procedimiento, calma ó in-
tranquilidad; nos enteramos de sus estracciones anteriores del estado
de la boca en general y particularmente del diente ó dientes llamados
á estraer, de sus antecedentes nerviosos, coréicos, histéricos ó epilépti-
cos, de si es propenso á vértigos, síncopes, lipotimias, hemorragias; es-
tado del aparato circulatorio, respiratorio y digestivo, de si ha usado
la cocaina otra vez para operaciones ó al interior para combatir alguna
afección gastro-intestinal; si le han administrado éter, morfina ú otros
medicamentos activos y que efectos le produjeron; procuramos tam- bien conocer su estado de ánimo y aún la temperatura, el pulso y la
respiración, que muchas veces suelen constituir un dato importante
aún antes de operar, ni hacerles en la boca cosa alguna, no pasa-
mos desapercibidos el período catamenial, y del conocimiento de
todo esto y algunas pequeneces más, que solemos investigar y has-
ta de la ocupación y capacidad del cliente, venimos á determinar
la dosis de cocaína que hemos de administrarle; habiendo algunos
casos en los cuales nos negamos á aplicarla por temores surgidos de
nuestro criterio profesional ante el caso y otros por no permitir que
injustamente se desacredite un medicamento tan precioso, pues á me-
nudo se presentan clientes que el práctico conoce en seguida, que por
sistema, falta de criterio ó educación, se disponen á ello, pues siem-
pre y en todos los casos hacen movimientos aparatosos y gestos de los
más ridículos, asegurando que la más insignificante operación les do-
lió atrozmente, siendo incierto; hemos tenido tipos de estos que han
hecho igual afirmación después de una fácil estracción, verificada bajo
la anestesia general clorofórmica llevada de intento hasta el período
de relajación completa.
Casos como los que citamos antes ’del cuadro clínico, ó sean tras-
tornos múltiples de consideración, se presentan con frecuencia á todo
el que emplee la cocaína sola en inyecciones sub-mucosas en estas
cantidades citadas, que son bien reducidas: ahora, se dice que varios
profesores aseguran que jamás han tenido un solo caso.
Observamos también que durante el período menstrual podemos
disminuir la dosis cuando se trata de mujeres muy cloro-anémicas ó
debilitadas, y, por el contrario, en las que no están en estas condiciones
tan desfavorables, tenemos que aumentarla durante la época de este
estado fisiológico tan especial.
Los niños toleran relativamente dosis mayores que los adultos, pe-
ro se dificulta su empleo en ellos porque después de sentir la punción,
por ligera que sea, no se prestan á que la operación se les practique
por este medio.
Las personas anémicas ó débiles soportan más cantidad relativa-
mente, por lo general, que las muy sanguíneas y robustas.
Nada podemos decir con respecto á los que sufren lesiones orgáni-
cas cardiacas, pulmonares, de las vías digestivas, etc:, porque en estos
nos hemos eximido siempre de emplear esta y otras sustancias que
ejerzan tan señalada influencia sobre los principales aparatos, vemos
que ello es muy inconveniente por más de que no hay muchos casos
desgraciados apesar de emplearse esta sustancia á discreción y sin las
debidas‘precauciones por los que nada respetan y á todo se atreven.
En los sugetos, que sin ser lo que entendemos por alcoholistas, sin
embargo, hacen repetido uso del alcohol, notamos ser mejor la narcei- na y la codeina que la morfina, unidas á la cocaína, porque la morfina
siempre y más en estos sugetos congestiona el cerebro y suele dejar
luego algo de náuseas y cefalalgia, que rara vez proporciona la narcei-
na, ni la codeina.
En resúmen: estimando que no podemos disfrutar sino en parte,
de los inmensos beneficios que la cocaína puede proporcionarnos co-
mo anestésico local, á causa de los fenómenos generales y trastornos
que produce con la mayor frecuencia, los cuáles daremos á conocer
aunque ligeramente, citando algunos de los casos que hemos operado
con la cocaina solamente, nos dispusimos á practicar experimentos en
distinto sentido y con variados medicamentos con el fin de modificar,
atenuar ó abolir los citados y repetidos trastornos, que vienen siendo
el mayor obstáculo que se opone al éxito completo de tan estimada
sustancia. Entre otras sustancias empleamos la morfina, narccina yla
codeina en la forma ya indicada.
Es indudable que estas bases del opio y la cocaína son antagonis-
tas y el resultado que producen, combatiendo los efectos alarmantes
de esta última, tienen igual explicación que los de la atropina sobre la
morfina y otros opiáceos.
El cuadro clínico de 156 observaciones, en las cuales puede juzgar-
se cualquier sustancia anestésica porque son todas ó la mayor parte
de dientes fuertes, con vida y en condiciones de gran sensibilidad, es
bajo el punto de vista práctico, una recopilación de la que pueden sa-
carse datos importantes de la acción de la cocaina asociada á los repe-
tidos alcaloides del opio, y puede decirse que conocida ya la cocaina
en sus aplicaciones, es curioso ver allí como se modifican sus efectos,
lo fácilmente que se obtiene la analgésia y cuanto se ha conseguido
por este procedimiento, en pro de la anestésia local, suficiente para las
avulsiones dentarias y otras operaciones de la boca.
Ahora, para que se pueda establecer comparación y apreciar los
éfectos del procedimiento, hacemos un extracto de algunos casos de
extracciones por medio de la cocaina solamente, los cuales, sino son en
profusión, se presentan con mucha frecuencia y la mayor parte decre-
ciendo gradualmente y con algo anormal desagradable.
Sra. S. C. R., 28 años, fuerte, de buena salud y antecedentes ner-
viosos; 6 centigramos de cocaina en dos inyecciones: á los cuatro mi-
nutos extracción; sintió poco dolor, á los 12 minutos, bastante mal
estar, dificultad de respirar y de deglutir, náuseas, sofocación, trastor-
nos de la visión, agitación general y debilidad de las piernas, contrac-
ciones de los músculos de la cara y temblor de la mandíbula. A los 30
minutos dificultad de marchar. Pulso ántes de la operación; 70; des-
pués: 110.
Sra. M. L. M., 39 años, débil y nerviosa, acatarrada; 3 centigramos de cocaína, extracción superior á los 5 minutos, sin dolor; sigue á la
inyección gran fatiga, dolor renal, cefalalgia y trastornos visuales, estos
aumentan á los 10 minutos y durante 45 siente gran debilidad, llora,
se queja de ansiedad, mal estar y anda con dificultad para marcharse.
Pasa en su casa todo el día y la noche con náuseas y constante cefa-
lalgia.
Srta. J. G., de 20 años, bastante exitable pero muy saludable y con
buenos antecedentes: con 2 centigramos de cocaína se extrae á los 6
minutos un molar inferior bastante difícil con poco dolor; á los pocos
momentos so sintió fatigada, con sequedad en la garganta, insensibili-
dad de las extremidades, frialdad en las manos, cefalalgia, dificultad
de la palabra y hormigueos, siente sueño á los 20 minutos, se da cuen-
ta de no ser el dolor ni la aprensión sino efecto del medicamento todo
lo que siente; tiene los dedos de la mano como atacados de parálisis,
adormecidas las pantorrillas, epigastrálgia y tristeza, no distingue los
objetos y cada momento solloza y rie. Pulso 115. Pasa después dos
días de fatigas, mal estar y adormecimiento.
Don F. D., Médico de Marina, 40 años, fuerte y saludable; con 3
centigramos de cocaína, extracción de un canino superior, sin dolor, á
los 3 minutos; á los 10 siente frialdad en las manos y lijero mareo, un
poco de agitación; á los 20 minutos estaba bien; bajó la escalera con
dificultad y marcha en coche á su casa porque fué muy acentuada la
debilidad y adormecimiento de las piernas.
Sra. M. D., de 30 años, bastante nerviosa; con 6 centigramos en dos
inyecciones, sintió poco dolor al extraerle un molar y un raigón supe-
riores, pero enseguida acusa frialdad de las manos y calámbre en las
piernas, temblores y debilidad general; este mal estar le duró una ho-
ra. Después supimos que en su casa estuvo soñolienta, con dolor de
estómago, cefalálgia y que se sintió muy torpe para ir dos cuadras á
pié. Todo el siguiente dia sintió zumbido de oidos, abombada y con
escalofríos, deglutía con dificultad y la noche siguiente no pudo dor-
mir por la excitación nerviosa y el frío que tenía.
Don L. C. A., estudiante de derecho, de buena salud, pero muy
impresionable; se extrajo un molar superior, con 6 centigramos de co-
caína, con poco dolor, á los 6 minutos de la inyección; á los pocos mo-
mentos acusa adormecimiento y abultamiento de la lengua y del lá-
bio superior, insensibilidad en los pies y frialdad en las manos, pérdida
de la visión momentánea, rigidéz de los dedos de la mano derecha,
constricción de la garganta y sofocación. Pulso 120. A los 40 minutos
se encuentra bien, quedándole únicamente dolor en la región poplítea
y sensación como de tener fuertes ligaduras en las piernas.
Casos como estos se han presentado y se presentan con frecuencia
siempre á todo el que emplee la cocaína sola en inyecciones sub-mu- cosas en estas cantidades, que son bien reducidas; ahora, se dice que
varios profesores aseguran que jamás lian tenido un sólo caso de estos
desagradable, y verdaderamente que los admiramos, porque, una de
dos, ó no han empleado la cocaína jamás en inyeccioces sub-mucosas,
ó, de lo contrario, cometen la simpleza de ridiculizarse ante sus compa-
ñeros y todas las personas inteligentes, ocultando hechos para enga-
ñarse á sí mismo y no contribuir, como es su deber, al conocimiento y
estudio de particulares como éste que tanto interesan, no sólo á la ci-
rujía dental, sino á la ciencia en general.
Para concluir, dejamos estos datos á la consideración de las doctas
personas que nos escuchan, para que ámplia y francamente nos hagan
las observaciones y aún impugnaciones que les sugieran y las cuáles
tendremos el gusto de contestar, sintiendo no presentar un trabajo á
la altura de este Congreso, á quien agradecemos su hospitalidad y de-
ferencia. 366
Cuadro clínico ó Estado que contiene 156 observaciones de avulsiones dentárias empleando la anestesia local por medio de la
cocaína combinada con la morfina, narceina y cochina en inyecciones submucosas.
SS5
NOMBRES.
1
i
i
TEMPERAMENTO
CONSTITUCION.
DIAGNOSTICO.
Centigramos
de
coeaina inyectada
SOLUCION.
I 1
1)23
PARTICULARES MAS NOTABLES.
1
N L.
28
4
Débil
pide D. S
inyección, mucha sequedad en la boca y ligera dis-
minución de temperatura en las manos, todo muy fu-
gáz: á los 15 minutos se despidió.
O
A R
30
Pulpítis F1 muela S. D..
4
6
ciones ninguna.
3
L. C .
14 Dhhil v nervioso
Periostitis Ti muela I. I.
•
4
nos ligeramente frías y un poco de cefalalgia: á los
1
15 minutos se despidió.
4
A S
20
Fuerte y nervioso
6 i
A P
14
Fuerte y saludable
6 i
ra muela. D. I.
6
T. M. Cantante
30
Fuerte y poco sensible..
Periostitis cordal S. D...
6
A los 5 minutos operación sin dolor.
•j
M S. Militar
99
Periostitis 2? muela 1.1.
4
ligera cefalalgia y pasajera.
8 R. R. Religiosa....
55
Fuerte y sanguínea
Periostitis cordal 1. D...
4
A los 7 minutos se opera sin dolor; está un poco
nerviosa, llora y sale á los 15 minutos.
9
0. A. Estudiante...
21
Nervioso muy débil
Odontalgia aguda revel-
4
Extracción á los 3 minutos. Dolor apénas percep-
de
tibie. Ligeros mareos y enfriamiento muy ligero.
10
N. Z
26
Nervioso y fuerte
6
A los 4 minutos se opera. Dolor nnlo. Ligera ce-
I. D
falálgia fugaz.
11
B. C. Labrador
40
Fuerte y sanguíneo
Odontalgia por abrasión
6
A Tos 7 minutos extracción sin dolor, ligera cefa-
de 2 dientes centrales
lálgia pasajera. Durmió después en su casa varias
horas y se levantó con apetito.
12
I. S
20
Muy anémica....,
Periostitis 1? muela S. i.
4 ;
A los 3 minutos extracción, sintió dolor muy ligero.. 13
N. Costurera
24
Tuberculosa; poco sensi-
Periostitis de la 2a mue-
la I. D
4
|
i A los 5 minutos, se opera sin dolor. Poco de sofo-
| cación y tós, debidas á su estado. Muy contento del
éxito y dispuesto para varias que le quedan.
A los 4 minutos se operan ambos, sin dolor ningu-
no. Buen estado.
Extracción á los 6 minutos sin dolor, mucha pica-
zón en el pecho y brazos, que duró 10 minutos. Mu-
cha sed y ligero enfriamiento de las manos.
A los cinco minutos se extrae sin el menor dolor
ni malestar.
A los 6 minutos de la Ia otra inyección. Anestésia
á los 8 minutos. Extracción de los 3 dientes sin dolor
alguno. La anestésia dura más de 15 minutos, pues á
este tiempo hubo que extraer un fragmento alveolar-
profundo y no sintió nada tampoco. Un poco de ce-
falálgia y náuseas
Extracción laboriosa, extensas incisiones á los 6
minutos sin el menor dolor. Tenía 5 días de período
menstrual.
Trastornos visuales y sofocación.
Alarmante hemorragia que se cohibió por el tapo-
namiento. Metrorragia enseguida, que cesó al poco
rato. Tristeza, llora, siente cefalálgia y náuseas. To-
do cesa al cabo de media hora y se siente contenta
al darse cuenta que ya no siente los dolores que
tantos días la tenían atormentada. Pulsaciones 120.
14
F. C. Escribiente...
26
Fuerte y poco sensible,.
Periostitis de las dos bi-
6
15
M. 0. Comercio.. .
28
Débil
Odontálgia
4
2a muela S. D
16
S. M. Pintor
26
Fuerte y saludable
Pulpítis violenta, dien-
6
17
J. M. U. Médico...
34
Fuerte y saludable
Osteoperiostítis hiperes-
tésica de 2 bicúspides
y 1er. molar S. I
8
18
19
A. S. Y. Viuda re-
ciente
0. C
26
14
Fuerte, muy sensible y
dada á la tristeza
Muy gruesa pero escro-
fulosa y la piel siem-
Erupción difícil del cor-
dal I. D. Odontalgia
violenta con accesos
de manía agresiva
6
Odontalgia , periostitis
aguda Ia muela I. I,.
4
A los 4 minutos extracción sin dolor. Alteración
ninguna.
A los 6 minutos extracción sin dolor alguno. Mo-
mentánea cefalálgia. Pulsaciones 115.
Acostado en su cama le hacemos las inyecciones
equivalentes á 6 centigramos de cocaína. Había gran
hiperestésia del diente. Extracción á los 6 minutos,
incisión profunda hácia la eminencia canina para
desalojar parte del pús, todo sin el menor dolor. A
los 15 minutos ligeras náuseas !y cefalálgia. Mucho
sueño. Al siguiente día desaparición el edema del pár-
20
D. L. Comerciante.
40
Fuerte y excitable
Pulpítis aguda del cani-
no S. D -
4
21
M. L. S. Abogado..
,
48
Débil y dispéptico
Absceso perimaxilar por
el canino S. I. edema
del párpado y 40 gra-
dos de temperatura y
fenómenos cerebrales.
6
367 368
Centigramos
de
cocaína inyectada
o
-a?
1
TEMPERAMENTO
SOLUCION.
s
5¡5
NOMBRES.
ó
CONSTITUCION.
DIAGNOSTICO.
1
2
3
PARTICULARES MAS NOTABLES.
22
F. G. N. Maquinis-
ta
23
Fuerte y saludable
Periostitis aguda de 1?
4
pado; la coloración, el abultamiento y temperatura
normales, bienestar general. Dijo sentir á media noche
entorpecimiento en las piernas y calambre, que dura-
ron media hora. Pulsaciones 130.
A los 2 minutos extracción sin dolor, ni alteración
alguna.
Había pasado poco ántes la fiebre amarilla tipo.
Al instante de la inyección se operó sin dolor algu-
no. Hemorragia alarmante, cohibida fácilmente, pul-
saciones 110.
A los 3 minutos de la inyección, extracción sin do
lor. Un poco de disnea pasajera y sequedad de las
fáuces. Pulsaciones 100.
A los 3 minutos ambas extracciones; fueron nece-
sarias 2 inyecciones equivalentes á 6 centigramos,
sintió muy poco dolor. Alteración ninguna.
A los 4 minutos extracción, sintiendo apénas el
chasquido, según dice, del instrumento. Sequedad en
la garganta, abultamiento y adormecimiento de la
la lengua, pasajeros. Pulso 90.
Extracción laboriosa á los 5 minutos de la primera
inyección sin dolor alguno. Extirpación de algunas
fungosidades.
Sequedad de garganta y ligero enfriamiento pasa-
jero de las manos.
A los 3 minutos de la segunda inyección, extrac-
ción sin dolor.
Alteración ninguna.
23
R. N. Músico
37
Muy débil y nervioso...
Periostitis hiperestésica
4
24
P. Sra. de Higiene
19
Muy robusta, saludable
Pulpítis violenta, muco-
sa biperestesiada por
los cáusticos
Osteoperiostítis perti-
náz de el lateral y ca-
6
25
La Gallega
24
Sanguínea nerviosa
6
Sra. de Higiene . .
Sifilítica ya curada
26
28
D. M. Empleado...
R. V. A. Marino...
E. A. P. Practican-
te de farmácia...
38
35
20
Linfático y nerviosa....
Linfático y reumático...
Muy débil y escrofuloso
Periostitis del 2o molar
S. I. Odontálgia
Neuralgia facial depen-
diente del 2? molar
I. I. muy necrosado..
Fungosidades gingivales
Periostitis difusa de los
dos últimos molares
I- I
4
8
6 29
30
A. Z. J. Modista...
M. F. Agricultor...
27
40
Linfática, nerviosa
Fuerte y sanguíneo muy
Pulpítis aguda del 2?
molar I. L
Odontálgía por fractu-
ra contusa de los dos
1 4
! 8
A los 4 minutos extracción sin dolor ni trastorno
alguno.
Pulsaciones 90.
A los 3 minutos extracción de las dos y cauteri
zación con cloruro de zinc de !os laterales, sin el menor
dolor. Sequedad en la garganta,
31
A. V. D. Navegan-
30
Linfático nervioso
centrales superiores..
Periostitis de la Plmue-
4
la S. I
y calor en la boca. Pulsaciones 90.
A los 4 minutos extracción sin dolor. Cefalalgia
pasajera y frialdad de las manos.
A los 3 minutos extracción sin dolor alguno. Ce-
falágia, escalofrió, contracción de las manos y tras-
tornos de la visión, á los 15 minutos llora abundan-
temente y á los 30 queda bien, con sólo ligera ceía-
lálgia.
A los 3 minutos extracción sin dolor alguno. Li-
gera cefalálgia y náuseas.
A los 4 minutos extracción con dolor muy ligero.
Ninguna alteración. Pulso 90.
Extracción á los 3 minutos con muy ligero dolor.
Sequedad de la boca. Pulso 100.
A los 4 minutos extracción con dolor ninguno,
cefalálgia y náuseas pasajeras. Un poco de excitación
nerviosa. Pulso 120.
A los 4 minutos extracción con dolor insignifican-
te. Sequedad de la garganta, ningún otro trastorno.
Pulso 100.
A los 4 minutos extracción con ligero dolor. Sien-
te calambres en las pantorrillas. Pulso 130.
Extracción a los 4 minutos con ligero dolor al se-
gundo. Sequedad en la garganta, sensación de hor-
migueo y ruido del oido. Pulso 110. Cesó todo á los
30 minutos. Por la noche hubo alguna disnea y tos.
A los 2 minutos extracción sin dolor ni alteración
32
33
S. I. Estudiante...
n a
19
32
Sanguíneo muy fuerte...
Nerviosa, liistérica..—
Periostitis del 1er. molar
I. I
Periostitis hiperestésica
del 2? molar I. I
Pulpítis del 2? pre-mo-
lar I. I
4
2
34 J. R. 0. Médico
38
Débil y nerviosa, pero
4
35
A L
12
Robusta, pero muy ner-
Pulpítis del 1er. molar
4
S. D
36 J. R. G. Sanitario..
i
29
Muy débil y anémico...
Periostitis del cordal i,
I
6
37
A. R. P. Profesor...
43
Periostitis de la mué-
4
6
la I. D. obturada
38
N. P. Arquitecto...
45
Muy grueso, robusto y
Odontálgia por obtura-
ción intempestiva de
la muela I. I
Odontálgia aguda del
6
39
L. Y, Comerciante.
36
Linfático y sifilítico
6
40
S Pb
65
Muy débil
Neurálgia facial depen-
diente de los dos ca-
6
41
B I
53
minos I. cariados
Absceso flegmonoso del
6
alguna.
Extracción á los 2 minutos sin dolor ni trastorno
42
28
Periostitis aguda del 1er.
molar S. I)
6
Saludable
alguno.
Centigramos
é
eocaina inyectada
g
T
TEMPERAMENTO.
SOLUCION.
NOMBRES.
ó
CONSTITUCION.
DIAGNOSTICO.
1
2
3
PARTICULARES MAS NOTABLES.
43
E. A. D. Conductor
de correos
23
Débil y nervioso
Absceso caliente del 2?
bi-cúspide S. D... ..
4
A los 3 minutos extracción sin dolor. Cefalálgia,
vértigos y adormecimiento de las extremidades. Su-
jeto propenso al síncope y á los abscesos á la boca.
A los 30 minutos sólo queda un poco de cefalálgia.
Pulso 130.
44
M, 0. Costurera...
24
-
Débil y nerviosa, ante-
cedentes hemorrágicos
uterinos
Pulpítis del lateral S. I.
y congestión ginjival.
4
A los 4 minutos operación sin dolor. Cefalálgia y
náuseas, ligeras ganas de llorar y un poco de excita-
ción. Pulso 125.
A los 3 minutos extracción sin dolor. Ligera cefa-
lálgia momentánea.
A los 4 minutos se extrae sin dolor ni trastorno
alguno.
Extracción sin dolor á los 3 minutos.
45
A. 0. Oficial mili-
tar
28
Sanguíneo, muy excita-
Periostitis del 1er. mo-
lar I D
4
46
47
E. C. Abogado
A. M. L. Catedrá-
tico
36
54
Fuerte y saluda-ble
Fuerte y bien constitui-
do
Periostitis del cordal I.
D
Pulpítis de la 27 muela
I D
6
6
48
F. L. Empleado ...
28 Linfático y debilitado...
Periostitis del canino S.
4
A los 3 minutos extracción sin dolor.
49
N. R. Z. Sirviente.
36
Bien constituido, histe-
Absceso de la 17 bi-cús-
6
A los 3 minutos extracción con dolor muy ligero.
Cefalálgia. pasajera. Pulso 110.
A los 2 minutos extracción sin dolor.
50
U. W. Intérprete...
30
Sanguíneo y muy asmá-
Pulpítis de la 27 bi-cús-
4
51
L. R
23
Linfático y enfermizo...
Periostitis del 2? molar
I. D
4
A los 3 minutos extracción sin dolor. Ligera cefa-
lálgia. Pulso 100.
Extracción á los 3 minutos, sin dolor; á los 10, so-
focación, temblores, náuseas, epigastrálgia y trastor-
nos visuales. Pulso 130, gran excitación. Todo cesó
á los 25 minutos, ménos la cefalálgia, que pasó al
conciliar el sueño en su casa.
52
C. I. J. Enfermero.
26
Muy nervioso y excita-
ble
Flemón subperiósticodel
3
370 53
54
L. F D
28
Cloroanémica y nervio-
SR
Fuerte, nerviosa, pade-
Neurálgia facial por el
canino S. D
Periostitis del 1? y 2o
bi-cúspide I. D
6
á los 4 minutos extracción sin dolor. Sequedad de
A. P. A, Relojero..
46
1
i
1
6
garganta, dificultad de tragar, sofocación y pesantéz
de las piernas. Pulso 120. Está criando. A los 30 mi-
nutos cesó todo.
Operación á los 2 minutos sin dolor.
55
56
D. P. Comerciante.
M.M. L. Maquinis-
29
36
Linfático y sifilítico
Sanguíneo, nervioso, sa-
Periostitis crónica y tra-
yecto fistuloso á la
piel del cordal I. I...
Tumor del suelo de la
boca por el 1er. bi-
| 6
6
A los 3 minutos extracción con muy ligero doler.
Sequedad de garganta y pesantéz de cabeza. Pul-
so b8.
Extracción á los 2 minutos sin dolor ni trastorno
alguno.
57
A. G. E. Comercio..
30
Linfático, nervioso, muy
Pulpítis de la 27 muela
I. I
6
Extracción á los 5 minutos con ligero dolor. Cons-
tricción de la garganta y un poco de disnea. Pul-
so 100.
58
L. W. Camarera....
32
Fístula cutánea del 2?
4
Extracción á los 6 minutos con muy poco dolor.
En período menstrual. Ligera frialdad de las manos
y hormigueo en lospiés. Pulso 120. Debilidad en las
piernas.
Operado á los 3 minutos sin dolor. Cefalálgia, náu-
seas y constricción de garganta; pero muy ligera y
fugáz. A los 20 minutos completo bienestar.
A los 3 minutos extracción sin dolor, ni el más li-
Igero trastorno.
59
E. D. Y. Procura-
dor
J. M. M. Viajante.
42
Periostitis de la 17 bi-
6
60
27
Sanguíneo, muy fuerte..
Periostitis violenta del
1er. bi-cúspide I. D...
6
01
S. Fondista
21
Linfático y acabando de
Periostitis biperestésica
del canino y 1" pre-
8
A los 6 minutos ambas extracciones sin dolor, so-
focación, sequedad de garganta, enfriamiento de las
Unanos y dolor en las piernas. Todo muy ligero; pasó
á los 25 minutos. Pulso 95. Dos meses antes su-
frió repetidos ataques de paludismo que la depaupe
raron mucho.
Operado á los 3 minutos sin dolor, ni el menor
Trastorno. Padecía ántes de hemicráneas.
62
A. D. A, Cigarrero.
60
Linfático, dispépsico y
Periostitis del cordal !.
D
4
63
S R
31
Nerviosa y anémica
Pulpítis del 2? molar I.
S
6
Extracción á los 5 minutos sin dolor.
Ganas de llorar y un poco de excitación. Pulso 130.
371
Centígramos
,|
cocaína inyectada
g
1
TEMPERAMENTO
SOLUCIOX.
1
NOMBRES.
1
Ó
CONSTITUCION.
DIAGNOSTICO.
1
2
3
PARTICULARES MAS NOTABLES.
64
D E G
34
Linfática, reumática
4
A los 3 minutos operado con muy ligero dolor.
Dolores contusivos en las rodillas, flojedad en las
piernas y los brazos.
Pulso 100. Todo cesó á los 20 minutos.
Padecía luxaciones espontáneas repetidas de las ar-
ticulaciones escapulo-huneral y témporo-maxilar.
Operado á los 4 minutos sin dolor. Dilatación
del flegmón lo mismo. A los 10 minutos se presentan
ligeras náuseas y cefalalgia. Pulso 120. Todo cesó á
los 30 minutos.
A los 6 minutos extracción. Dió un grito al extraer:
pero aseguró no sentir dolor alguno. Se le dijo se
recostara bien en el sillón para evitar algún mareo
y enseguida dijo se sentía acometido de ligera frial-
dad de Jas manos y sequedad de garganta.
Pulso 120.
A los 6 minutos extracción sin dolor, ni trastorno
alguno.
Operación á los 2 minutos sin dolor.
lar ID
65
A. S. Escribiente...
18
Sanguíneo, nervioso y
Absceso sub - perióstico
caliente muy difuso
por el 2? molar 1.1...
Periostitis del 1er. mo-
lar ID
6
66
F. F. Militar
30
Linfático, muy pusilá-
nime
4
Tiembla ántes de ocupar
el sillón
67
4:?
Debilitado por la sífilis
4
D
68
C R Sastre
35
Sanguíneo, nervioso y
Neuralgia facial rebelde
4
69
A. R. Tiple de zar-
zuela
25
Débil, escrofulosa, con
cicatrices visibles del
cuello, pero valiente..
Neuralgia; ocupaba la
cara, cabeza y bom-
8
Hicimos la inyección en la superior primera y
operamos á los 4 minutos, no sintió dolor ni males-
tar pasados 12 miutos, entonces hicimos la inyección
de la inferior con otros 4 centigramos y operamos á
los dos minutos, sin dolor también. Hacía alarde de
su bienestar y elogiaba el proceder. Se inclinaba
algo en el sillón y al bajar la cabeza para escupir 70
B. G. Comerciante.
56
Pulpítis aguda del 2?
4
sentía ligero vértigo, guardó entonces, la posición
indicada por nosotros y á los 15 minutos se retiró
muy dispuesto y alegre.
Extracción á los 5 minutos sin dolor algnno.
71
S. S. P. Estudiante
2ñ
Nervioso, valiente y de-
Periostitis de la lí mue-
la I. D
6
Extracción á los 6 minutos, sin dolor, ni trastorno
más ligero.
Operado á los 3 minutos sin dolor. Constricción de
garganta, cefalalgia y náuseas. Pulso 120. Todo cesó
á los 20 minutos.
A los 4 minutos extracción de ambos sin dolor.
72
30
Anémico y pusilánime..
Periostitis de la lí bi-
4
73
M.G
24
Muy débil, escrofulosa
Periostitis de la lí bi-
8
cúspide y canino I. D.
Odontalgia violenta del
Los 8 centigramos inyectados á la vez. Ligero vérti-
go, disnea y sofocación, frialdad de manos, debilidad
en las piernas. Pulso 130. Todo cesó á los 30 minu-
tos, ménos la debilidad de las piernas.
Extracción á los 4 minutos con ligero dolor; poca
disnea pasajera.
Extracción á los 6 minutos sin dolor. Debilidad
74
R. P
63
Linfática y con defor-
4
76
M. A. S
73
Débil y con enteritis eró-
Absceso flemonoso muy
difuso de la mejilla
por el central S. I)....
Pulpítis violenta del 2?
4
general, calambres en las piernas, vértigos y frialdad
en las manos. Pulso 120.
A los 40 minutos sólo le queda la debilidad ge-
neral.
Otras veces se hizo extracciones por el éter local-
mente y siempre sintó vértigos y postración.
Extracción con 2 inyecciones; una no producía
efecto alguno. No sintió dolor. Gritó al operar, pero
no supo que la extracción fué hecha sino al lavarse
la boca. Estaba con el período. No hubo alteración
alguna.
Extracción sin dolor alguno á los 6 minutos. Sin
alteraciones.
76
Mí Higienista
22
Sanguínea, nerviosa y
muy excitable
6
77
M. M. Propietario.
41
Linfático, nervioso muy
Periostitis crónica del 2?
4
78
D. S. C. Presbítero
48
Sanguíneo, robusto y sa-
Neuralgia facial con to-
dos sus focos doloro-
sos. Por el cordal I.
D
6
A los 5 minutos extracción con muy ligero dolor.
Constricción de garganta, nada más. Pulso 90.
19
R. L. H. Hacenda-
do
59
Sanguíneo, reumático...
Periostitis del canino 1.
I
4
Operado á los 3 minutos, sin el menor dolor ni
trastorno.
373 374
Centigramos
de
cocaína inyectada
ú
ícd
1
TEMPERAMENTO
SOLUCION.
'3
NOMBRES.
C3
CONSTITUCION.
DIAGNOSTICO.
1
2
3
PARTICULARES MAS NOTABLES.
80
E. M. P. Comer-
ciante
39
Muy débil, asmático in-
Periostitis de la y 3!1
8
Ambas extracciones seguidas, á los 4 minutos de
las inyecciones, con dolor apenas perceptible. Disnea,
epigastrálgia y enfriamiento ligero. Pulso 120. A los
35 minutos cesó todo trastorno.
A los 6 minutos extracción sin dolor ni trastorno
alguno, apesar de sus malas condiciones.
81
L H
32
Linfática, debilitada por
metrorrágias y anémi-
Periostitis del maxilar
inferior, con fenóme-
nos alarmantes. De la
4
82
A. S. P. Pianista...
20
Linfático, pero saluda-
ble y grueso
Periostitis de la 2a; mue-
la S D
4
A los 2 minutos extracción. Ligero dolor apenas
perceptible. Ninguna alteración.
A los 7 minutos extracción sin dolor alguno. La
primera inyección aún se ba dejado sentir algo; á la
segunda la encía indica la completa anestésia.
A los 15 minutos siente constricción de garganta,
sofocación y adormecimiento de las piernas y epigas-
trálgia. Pulso 130. Siente calambres en los brazos y
pantorrillas. A los 40 minutos todo cesó. Al siguien-
te día supimos que estuvo algo disnéico casi toda la
noche y aún sentía las piernas torpes para andar.
Ya le dijimos al oculista, que le trajo que era
dosis que le ocasionaría trastornos, pero él lo que
quería sobre todo que no sintiera dolor en la extracción.
Extracción á los 2 minutos. Dolor apenas percep-
tible. Trastorno ninguno.
A un tiempo la inyección en ámbos lados. A los 6
minutos extracción sin dolor. La niña grita aún án-
tes de aplicar el fórceps. Después confiesa que no le
dolieron, y recuerda con horror la vez anterior que
83 N. G. C. Propietario
62
Sanguíneo muy debili-
tado y ciego por una
fiebre tifoidea
Osteo-periostítis del ca-
8
i
1
48
Linfático, muy débil y
Pulpítis del cordal I.D.
4
85 T) MR
'10
Linfática, muy débil y
enfermiza del aparato
digestivo
Deformidad de la man-
díbula superior, Es-
traer los dos molares
primeros S. sanos
8 86
I. S. Maestro de
50
Sanguíneo nervioso
Pulpítis de la 1? bi-cús-
pide I. D
4
se le extrajo una muela de leche que no tenía raíces
ni adherencias.
Sintió en seguida mucho calor y sofocación: á 39.5
llegaba. Las manos, la cabeza y el cuello ardiendo y
sudando. Al cabo de media hora todo había desapa-
recido. Solo quedó algo pálida.
A los 2 minutos extracción sin dolor, ni trastorno
alguno.
Extracción á los 6 minutos. No sintió dolor sino
muy ligeramente.
Sin trastorno alguno.
Inyecciones á un tiempo arriba y abajo. Extrac-
ción á los 6 minutos sintiendo muy ligero dolor.
Pulso 120 poco de disnea y excitación pasagera.
Extracción á los 3 minutos sin dolor alguno. Poco
de cefalálgia y frialdad de las manos. Pulso 120.
A los 6 minutos extracción sin dolor. Ligeras náu-
seas y vértigos. Pulso 100.
Operado á los 4 minutos sintió apénas el contacto
del elevador. Gran hemorragia. Cohibida. Trastorno
ninguno.
Extracción al minuto sin dolor alguno.
87
L. N. Electricista..
28
Linfático algo debilita-
Periostitis aguda del 1er.
4
88
T. M. Tabaquero...
19
Muy sanguíneo. Aspec-
Periostitis del 1er. bi-
cúspide S. I. y del 1er.
8
89
M. 0. Tintorero....
21
Bien constituido y salu-
Absceso caliente de las
ralees 1er. molar S. D.
4
90
E. L. Oficial de 0.
P
30
Linfático artrítico
Periostitis del 1er. mo-
lar I D
4
91
92
V. B. Platero
A. Sra. Higiénica..
54
22
Nervioso y fuerte
Débil por metrorrágias
en los períodos mens-
Periostitis del alveolo
por necrosis de los rai-
gones del 2? molar I.D
Neurálgia por cáries del
2? molar S. I
4
6
93
F. C
21
Linfático débil por el pa-
ludismo que ha sufri-
do
Odontálgia por necrosis
del 1er. molar S. I..,.
9
Extracción en seguida Sintió dolor muy ligero.
Sugeto que padecía de jaqueca intensa. Ningún tras-
torno.
94
L. A. P
28
Sanguíneo muy excita-
4
Extracción á los 4 minutos. Ligero dolor. Sin al-
teración alguna.
I
95
24
Muy débil y nerviosa...
Periostitis deT2? premo-
4
to de las manos y hormigueo en los piés. Pulso 110.
A los 2 minutos extracción sin dolor. Bienestar.
96
M. V
Epiléptica inveterada...
Absceso difuso de la ca-
6
ra, síntomas genera-
les alarmantes 2? mo-
lar S. I.
Sangró y evacuó pus en abundancia. A los 15 minu-
tos, ansiedad, palidéz, trastornos visuales, risa y llan-
to alternativamente; contracciones musculares clóni-
cas, trísnms y sofocación. A los 30 minutos todo cesó
y queda perfectamente. Pulso 100 y ligera insensibi-
lidad en las piernas.
375 376
Centigramos
s
cocaína inyectada
i
1
TEMPERAMENTO
SOLUCION.
1
NOMBRES.
1
ó
CONSTITUCION.
DIAGNOSTICO.
1
2
3
PARTICULARES MAS NOTABLES.
97
L. N. G Cocinero..
19
Fuerte y saludable
Periostitis del 1er. mo-
lar S. D
4
Extracción á los 6 minutos sin dolor ni trastorno
alguno.
Operado á los 3 minutos no sintió dolor. A los 10,
constricción de garganta é insensibilidad y abotaga-
miento de la lengua y labio inferior. Pulso 120. Pasó
todo á los 20 minutos.
Extracción de los dos raigones y resecar el alveo-
lo por su cara labial, que tardó más de 8 minutos sin
el menor dolor. Ligero vértigo al inclinarse y frial-
dad en las manos, que desapareció al instante.
Se le extrajo á los 2 minutos. Sintió muy ligero
dolor. Sin trastorno alguno.
98
A. D. Estudiante...
22
Débil y muy grueso.....
Periostitis del 2? molar
1 I
4
99
M, A. R. Comer-
38
Debilitado por la sífilis
Caries alveolar por ne-
crósis de los raigones
del 2? molar I. D
Pulpítis violenta del 2?
6
100
S. S. Tapicero
26
Fuerte y nervioso
4
101
N. H
24
Fuerte, excitable, cou
quemaduras extensas
Periostitis del 1er. mo-
4
Extracción instantánea sin dolor, ni trastorno al-
lar I. I
alguno. Pulso 100.
102
D. Confitero
58
Fuerte, muy excitable
con varios lipomas...
Neurálgia facial por ne-
crosis de la 2a muela
I, D
6
A los 3 minutos extracción. A los 10 náuseas,
frialdad en las manos, cefalálgia, pesadéz y adorme-
cimiento de las piernas. Pulso 120. Bastante sofoca-
103
M. E. Telegrafista..
29
6
ción é inquietud. Todo cesó á los 35 minutos.
Operación de ámbos dientes á los 4 minutos con
muy ligero dolor. Sin trastorno alguno.
Operación á los 3 minutos sin dolor. A los 10 ca-
104
23
Odontalgia por necrosis
de los raigones de la
Ia muela S. I... ■
6
Hemato-quilúrica
lambre en las piernas y palidéz. Todo cesó á los 20
minutos.
105
J. C. I. Librero ....
63
Periostitis del canino S.
6
Extracción á los 5 minutos con muy ligero dolor.
D
Ningún malestar.
A los 4 minutos extracción sin dolor. Palidéz y
enfriamiento de las manos muy ligero. Constricción
106
E. A. Empleado ...
32
Fuerte, sanguíneo ner-
vioso
Absceso sub - perióstico
I del 1er. molar S. D...
6 377
107 V. G. Militar
108 J.E. Paaad ero, ...
109 N. B. Niña
30
19
11
9
33
40
26
Linfático saludable
Fuerte, robusto y salu-
dable
Periostitis de la bi-
de la garganta. Pulso 110. A los 20 minutos cesó to-
do malestar.
4 Operado á los 5 minutos sintió ligero dolor, en se-
guida se queja de opresión del pecho é insensibilidad
del labio superior. Pulso 120. Todo desaparece á los
20 minutos.
6 A los 6 minutos extracción y dilatación del absce-
so sin dolor. Poco después siente ligeros mareos y
falta de sensibilidad de las piernas. Pulso 110. Todo
pasó á los 35 minutos.
8 A los 7 minutos extracción de los dos primeros
molares sin dolor. Llora la niña, según dijo, de susto
porque no le dolió. En seguida la madre me hizo ce-
rrar las ventanas porque la niña tenía alta tempera-
tura de 39°, sobre todo, cuello, cara y manos y sudor
copioso. No tuvo malestar alguno más y á los 30 mi-
nutos se retiró para hacerle igual á su hermanito y
volver ella á los 6 días para igual operación en la
mandíbula inferior.
8 Se operó á los 4 minutos, sintió dolor muy ligero.
Ningún trastorno.
Todos los extraídos á ámbos niños son molares
permanentes perfectamente sanos.
Son niños recomendados por el Dr. Weber y mo-
delo de buena crianza y disposición para estas ope-
raciones.
4 Extracción á los 2 minutos sin dolor.
4 A los 4 minutos extracción sin dolor, ni trastorno
alguno.
6 A los 5 minutos extracción laboriosa y difícil de
un molar, aún incluido en parte, sin dolor alguno.
Vino muy agitada y tímida; gritó al operar, pero
dijo no sentir el fórceps, ni el bisturí.
Sintió ligero vértigo, náuseas y adormecimiento de
las piernas, frialdad de las manos, y cefalálgia. Pul-
so 130.
Absceso perirnaxilar
enorme, fenómenos ge-
nerales. Estraccion
del 1er. molar S. I
Deformidad del maxilar
superior, estraccion de
los Iros, molares S. I.
y D
110 N. B. Niño
Deformidad de la man-
díbula inferior. Los
últimos molares I
Periostitis del cordal S.
I) .. .
i
111 B. I. Cantante
112 L. A. N. Escultor..
Eobusto de gran desa-
rrollo
Linfático, edematoso....
Robusto y linfático ner-
vioso
Periostitis del lateral I.
S
Violenta neuralgia fa-
cial por erupción difí-
cil del cordal S. I
•
Centigramos
de
cocaína inyectada
•í-S
1
TEMPERAMENTO
SOLUCION.
3
SSS
NOMBRES.
W
ó
CONSTITUCION.
DIAGNOSTICO.
1
2
3
PARTICULARES MAS NOTABLES.
114
115
116
M. P. Estudiante...
R. D. Veterinario..
J. D. Periodista ...
23
34
42
Fuerte, sanguíneo
Linfático nervioso
Muy débil y nervioso
Periostitis crónica del
1er. molar S. D
Periostitis alveolar por
necrosis de raigones
del 1er. molar I. D....
Pulpítis del 1er. molar
S I
6
4
6
A los 40 minutos cesó todo, quedando algo de cefa-
lalgia. Sn estado la tenía esos días triste y por eso
quizás lloró bastante después de operada.
Al siguiente día supimos que pasó la noche algo
excitada nada más y que amaneció perfectamente.
Extracción á los 3 minutos, sin dolor, ni trastorno
alguno.
A los 4 minutos extracción sin dolor, ni trastorno
alguno.
Extracción á los 2 minutos, sin dolor, ni perturba-
ción alguna.
Extracción á los 5 minutos sin dolor. Fué muy pe-
117
A
17
Fuerte, nervioso y va-
Anomalía de sitio y de
6
número del canino S.
nosa. Ligera frialdad en las manos.
D
118
R. L. Policía
32
Fuerte y robusto
Periostitis del cordal I.
6
Operado á los 3 minutos con muy ligero dolor.
D
Sin trastorno alguno.
A los 3 minutos se operó sin dolor. Sintió constric-
ción de garganta muy ligera y dificultad de deglutir,
que pasó á los 20 minutos.
A los 6 minutos se opera sin el menor dolor. Se
119
I. G. Maquinista...
60
Fuerte y nervioso -
Odontalgia sub- aguda
oertináz del canino I.
i
6
120
10
Fuerte y de valor
Deformidad por anoma-
lía de número y posi-
ción últimos molares
I I
6
queja al operar y luego dice fué de temor. Siente li-
gera frialdad en las manos é insensibilidad en la
lengua y labio inferior. Pulso 120. Cesó todo á los 20
minutos.
Extracción á los 2 minutos sin el menor dolor ni
121
F1 T?; G
30
Linfática obesa
Periostitis del lateral I.
4
n
trastorno.
Las observaciones clínicas quo aparecen de menos en este trabajo no se publican porque no pudieron ser leídas en el Congreso. El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Gómez de la Maza para
argumentar.
Dr. Gómez de la .Maza: Se manifiesta de completa conformidad
con el trabajo leído y califica á su autor de concienzudo é inteligente
observador y práctico prudente.
Dr. Rodríguez: Considera la posición horizontal como muy venta-
josa para evitar accidentes, aunque propensa á dificultar las prácticas
dentarias, y manifiesta que en su práctica ha empleado siempre me-
nores dosis y no ha tenido contrariedad alguna.
Dr. Moreno de la Torre: Cree que los peligros que se señalan por
la administración de la cocaina son exagerados, pues él ha empleado
sola dicha sustancia muchas veces y en distintas circunstancias sin
accidentes de ningún género.
Dr. Cañizares: En apoyo de la tésis sustentada en el trabajo de
referencia, cita la opinión del Dr. Amoedo, afirmando que, á su jucio,
en cirujía dental tiene oportunísimas y muy ventajosas aplicaciones
la cocaina.
Dr. Santos Fernández: Dice que habiendo ocurrido accidentes des-
graciados por la aplicación de la cocaina en oculística, él prefiere la
anestesia general, con la cual, en su larga práctica, no ha tenido
ninguno.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Rojas para replicar.
Dr. Rojas: Después de reproducir algunos particulares de su tra-
bajo, pertinentes á las objecciones que se le hicieron, termina recor-
dando que para producir la anestésia por la cocaina son variables las
dosis.
El Sr. Presidente; Tiene la palabra el Dr. Fuentes para la lectura
de su trabajo:
Caractéres clínicos de la infección mnermosa
el Dr. Juan B. Fuentes.
Sr. Presidente: Sres.—Permitidme que consuma un turno en este
concurso, que justifica el adelanto progresivo de la medicina en este
país. Comparezco ante vosotros sin otro mérito que mi decidido entu-
siasmo en pro de nuestra cultura intelectual. Nada aprenderéis con la
lectura de estas líneas; mi deseo de asistir á este Congreso, dónde tan-
to beneficio he de obtener, explica mi atrevimiento al tomar parte ac-
tiva en él, que no quise presentarme sin un trabajo que demostrara
mi esfuerzo en favor de las ideas de confraternidad y desenvolvimien-
to científico, que, al iniciarlo, tuvo la Sociedad de Estudios Clínicos.
Explicada mi conducta, no dudo que mis profesores y compañeros aquí reunidos y á quiénes con efusión saludo, acogerán con benevo-
lencia mis palabras.
Si bien he escogido un particular ageno á la patología local, no me
parece inoportuno el que someto á vuestra ilustrada consideración;
pues siendo tan crecido el número de individuos atacados de la infec-
ción muermosa en esta ciudad, aún comparado con las primeras capi-
tales del mundo, creí revestiría algún interés para vosotros, la expo-
sición de sus más frecuentes manifestaciones clínicas, si bien con la
concisión que exige el corto tiempo que concede el Reglamento para
los asuntos que se traen á este Congreso. En efecto, desde el año de
1880 á la fecha han sucumbido, víctimas de ella en la Habana, 112
personas. En igual período, en el Hospital «San Felipe y Santiago» y
hoy en el «Nuestra Señora de las Mercedes», registran sus estadísticas
53 casos. A mi me ha sido posible recoger en los dos años y medio
transcurridos desde Junio do 1887 á Diciembre de 1889, 15 observa-
ciones. Esta frecuencia motivó la elección de mi tésis.
Comenzaré por hacer una ligera reseña histórica do la afección que
me ocupa, debiendo significar que abandono la división establecida
entre muermo y farcino. Y así como Laboulbéne la llama infección
lámparo-muermosa y Jaccoud infección farcino-muermosa, yo la doy
el nombre genérico de infección muermosa. Y fundo el abandono de
dichas denomineciones en su origen único y en el cuadro clínico, que,
si no se manifiesta igual, no obedece á diferencias de verdadera impor-
tancia y sí al modo de presentarse los síntomas ó á la frecuencia de
algunos de ellos. Sabido es qué no siempre encontramos, al examinar
un enfermo, el cuadro clínico de la afección, tal cual la describen los
autores, y no debemos hacer una excepción para lo que á la enferme-
dad que estudiamos se refiere.
Existen casos en que faltando el flujo nasal que distingue el muer-
mo del farcino, han sido, no obstante, colocados en el primer grupo,
pues á pesar de la ausencia de dicha secreción, se ha comprobado post
mortem la presencia de granulaciones, abeesos ó úlceraciones en las fo-
sas nasales, como prueba de localización. Como se ve, la falta de flujo
nasal no indica la integridad de la mucosa de dicha cavidad. Y si
siempre no se ha comprobado la lesión, lia sido sin duda por falta de
exámen en vida, ó por no haberse practicado la autopsia en los casos
funestos. Tampoco en el curso de la afección se destacan del cuadro
esos síntomas culminantes que nos obligáran á continuar admitiendo
la división establecida; las variaciones que observáramos serían debi-
das al temperamento é idiosincrácia individuales, que influyen para
que los enfermos no se presenten siempre bajo el mismo tipo; fijándose
sólo nuestra atención en los síntomas principales. Si las manifestacio-
nes morbosas pudieran observarse siempre con el mismo aspecto, nada de difícil tendría la ciencia del diagnóstico. Y más que á las condicio-
nes individuales, es mi opinión que el predominio de determinados
síntomas obedece al mayor ó menor grado de infección.
El hecho de presentarse en el último período el flujo nasal, indica
que está en relación con el summum de la infección, y aún en los casos
de farcino crónico, á su terminación, se observa con frecuencia dicho
flujo, explicándo los dualistas este hecho por un ataque de muermo
agudo en el curso de dicho farcino, lo cual no deja de ser una sutileza
clínica, y si admitido ántes el doble carácter de la afección, debe hoy
aceptarse como una sola, puesto que es único su origen.
La formación de abcesos de lenta evolución, signo distintivo, que
refieren los partidarios de la división al farcino, liemos podido com-
probarla en casos, (pie, según ellos, serían clasificados como de
muermo.
Historia y etiología.—El Dr. Lorio, en 1811, refiere que un veterina-
rio presentó gran inflamación en los dedos de ámbas manos, produci-
da por hincadas que se hizo operando un caballo atacado de farcino.
Se formaron más tarde diversos tumores que fueron extirpados y cu-
radas las soluciones de continuidad con tópicos de esencia de tremen-
tina. Dicho veterinario curó al caho de 15 dias.
Waldinger, profesor de veterinaria de Viena, encargaba se tomaran
precauciones para la abertura de caballos muerraosos ó farcinosos,
porque muy graves accidentes, y aún la muerte, podrían ser la conse-
cuencia de la inoculación por desgarraduras ó heridas.
Weith también experimentó inflamación de los párpados por con-
tacto de materia muermosa, así como gran inflamación en los dedos,
seguida de linfangítis y dolores articulares. Pero ninguno pensó en la
posibilidad de trasmisión del muermo del caballo al hombre.
Sidow, médico militar de Dusseldorf, publicó en 1817 una obra,
emitiendo la opinión de la trasmisibilidad de dicha enfermedad al
hombre.
Consultados el Profesor Naumaun y su ayudante, veterinario Hal-
bach, sobre el resultado de sus experiencias y posibilidad de trasmi-
tirse la enfermedad, negaron el hecho, aunque afirmaban haber obser-
vado inflamaciones de mal carácter en personas que disecaban caballos
límennosos.
Dietrich combatió asi mismo la trasmisibilidad. En dicha época
Holbach temía tan poco al contagio, que no hubiera tenido inconve-
niente en hacerse inocular el pus del muermo.
La primera observación de muermo en el hombre fué recogida en
1821 por Schilling, cirujano de Regimiento en Berlín.
Después fueron más frecuentes las observaciones, y en las Memo-
rias de la ((Academia de Medicina» de París, de 1837, aparecen 50 ob- ser vaciónos de muermo y farcino, debidas á Rayer, Andrew-Brown,
Mac-Dounell, Graves, Roots, Elliotson, Williams, Wolff, Alexander,
Schilling, Hertwig, Goub, Parrot, Vogeli, Halaban, Eck, Lorin, Tavo-
rry, Breva, Bleynie, Dawce, Meniere, Ramón, Roux, Travers, Hardwic-
ke, Numan y Gras.
Ya desde aquella época se admitió como indiscutible el origen
animal de la afección en el hombre, bien por inoculación, bien por in-
fección; reconociéndose por causa, más ó ménos inmediata, un virus.
Pero después de los trabajos de Pasteur y con los progresos evidentes
de la bacteriología, base comprobado por Loefler y Schultz la existen-
cia de un bacilo productor de la enfermedad, semejante al descubierto
por Koch en la tuberculosis.
Sintomatologia:—Varían los síntomas según se adquiera la enferme-
dad por infección ó por inoculación. Ocupémonos del primer caso.
Los autores de patología hacen la enumeración de los síntomas sin
expresar la mayor parte de ellos el orden y época de su aparición. He
de procurar en lo posible dividir la entidad patológica que estudiamos
en períodos clínicos bien marcados; distribuyendo á cada uno de ellos
los que por la naturaleza de la división le sean característicos. Esto
sentado, admitimos los siguientes períodos: 19 De invasión ó articular.
29 Eruptivo y 39 Septicémico.
Invasión.—Las primeras manifestaciones no se presentan en la mis-
ma época, pues si generalmente son inmediatas, ha habido casos en
que han transcurrido seis semanas sin experimentar el enfermo otro
signo que malestar.
El orden en la aparición de los fenómenos es el siguiente: escalo-
fríos y malestar durante un tiempo que varía de dos á ocho días; fie-
bre á 38 ó 38°-5, pulso acelerado, inapetencia, náuseas, lengua sabu-
rral, sequedad y calor en la garganta; examinadas las amígdalas se
nota aumento de volumen y coloración roja en una ó en ámbas. Estos
síntomas van acompañados de cefalálgia y á veces de delirio, que pron-
to desaparece. El enfermo permanece en decúbito y acusa dolores á lo
largo de los miémbros, que se propagan más tarde á las articulaciones,
provocándose á la más lijera presión. Son estos síntomas análogos á
los que se presentan en el reumatismo, por cuyo motivo se confunden
muchas veces ámbas afecciones, sobre todo cuando este período artrí-
tico se prolonga, como sucede con frecuencia. Recuerdo un enfermo
que ocupó la cama número 18 de la Sala de «Santa Margarita» en el
Hospital «Mercedes», cuyos fenómenos reumáticos persistieron cerca
de dos meses, pues habiendo sido dado de alta el 9 de Setiembre de
1887, después de una permanencia de 12 dias, sin otros síntomas que
hicieran sospechar su enfermedad, ingresó nuevamente el 12 dol pro-
pio mes, permaneciendo hasta el día 19 de Octubre, en cuyo día se patentizaron los síntomas del muermo que le hizo sucumbir el 24 de
Octubre siguiente.
Suelen acusar los enfermos, al final de este período, dolor gravativo
en la pared anterior del tórax, así como disfágia y dolor en los talones.
Una señorita de esta capital tuvo accesos exageredos de nervosismo y
síncopes.
Periodo eruptivo.—A los síntomas descritos anteriormente se agre-
gan: en primer lugar, algo de tos y cosquilleo en la garganta, produci-
dos ambos signos por la presencia de pequeñas granulaciones en la
faringe, laringe y pulmones; á la auscultación exteriores crepitantes
diseminados.
Placas rojas erisipelatosas hacen su aparición al nivel de las ar-
ticulaciones, sin que sea posible efectuar ningún movimiento en ellas
por los intensos dolores que acusan los enfermos; no siendo raro que
se presenten edematosas. Percíbense tumores subcutáneos, duros, cir-
cunscritos y dolorosos al tacto, sin coloración de la piel. Estos tumores
son producidos por angiolencítis profundas, al igual de las alteracio-
nes observadas en la piel y miembros de animales muermosos.
A los seis ó siete dias de iniciada esta segunda etapa de la afección
y después de sudores profusos, comienzan á presentarse en distintas
partes del cuerpo, sobre todo en, la superior del tórax y miembros, una
erupción que no reviste siempre los mismos caracteres. Unas veces
son vesículas, otras pústulas, en ocasiones pápulas, siempre en fondo
rojizo. También pueden observarse flictenas, ampollas, sobre una su-
perficie lívida. Estas manifestaciones no tienen sitio de elección; las
vemos en los miembros, en la cara, en el tórax, en los órganos genita-
les, sobre todo en el prepucio y escroto. Las sensaciones que experi-
mentaban en la garganta los enfermos se acentúan, y es fétido su
aliento. Pos tumores subcutáneos, que eran duros y circunscritos, se
reblandecen sin que puedan limitarse, coloreándose la piel que los
cubre. Hay infartos de los gánglios sub-maxilares, axilarese inguinales.
La duración de este período es de ocho á doce dias.
Periodo septicémico.—La piel que cubre los tumores va adelgazán-
dose y se abren estos expontánearaente, si no se han dilatado previa-
mente; las flictenas y ampollas toman un tinte negruzco que se explica
por el esfacelo que allí se efectúa. La fiebre aumenta hasta 40° ó más;
hay sub-delirio; la respiración es acelerada, el pulso, de frecuente que
era al principio, se vuelve intermitente, débil, depresible. Numerosas
pústulas, con tendencia á agruparse, se desarrollan en la nariz, que es
sitio de gran inflamación, extendida álas mejillas y párpados; fluyen-
do por aquella, y á veces por éstos, un líquido amarillo viscoso, más
ó menos espeso y adherente; puede ser sanguinolento. Por esfuerzos
de la tos se expulsa un líquido análogo, que es debido á su caida por la parte posterior de las fosas nasales. Placas gangrenosas son forma-
das en la nariz, glande y escroto. Las parotiditis pueden presentarse;
yo no las he observado en los 15 casos vistos por mí en el Hospital.
La voz se debilita y pone ronca, consecuencia de las complicacio-
nes fraguadas en la laringe; la lengua es seca y cubierta de mucosida-
des negruzcas, el vientre está elevado, sin que se noten petéquias; hay
vómitos y frecuentes deposiciones acuosas, teñidas de sangre y de una
fetidez insoportable. En las proximidades de la muerte, el pulso es de
una pequenez y frecuencia excesiva, alcanzando su número la cifra de
144 por minuto. Aspecto tifoideo. La terminación fatal tiene lugar por
lo regular á los tres dias de iniciado este período, por septicemia.
El cuadro descrito se refiere á los casos de marcha aguda. En los
de curso crónico se prolonga el segundo período, cicatrizándose unos
abcesos y formándose otros nuevos, con tenacidad desesperante, hasta
que se verifica la curación ó su paso á tercer período. Así se explican
los casos cuya duración lia sido de 21, 28, 60 y más dias.
Cuando la enfermedad es producida por inoculación, á los dos dias
se inicia por escalofríos, cefalálgia, fiebre, náuseas, inflamación interna
en la proximidad de la solución de continuidad, linfangítis, infartos
ganglionares y formación de abcesos subcutáneos ó flemones difusos;
en fin, un cuadro de síntomas análogo al que produce la inoculación
de sustancias en putrefacción, picaduras anatómicas, etc.
Al 7? dia, cuando la terminación es fatal, preséntanse las pústulas
en distintas partes del cuerpo, y á poco el flujo nasal con los síntomas
descritos anteriormente y que anuncian un funesto desenlace.
Pero no siempre sucede así, y, á pesar del flujo nasal, se han visto
casos en los que, después de formado un vasto abceso, ha terminado
por resolución al mes y medio, obteniéndose la curación del enfermo.
Autopsias.—No son constantes los resultados obtenidos en las que
se han practicado. Enumeraré las más frecuentes: ulceraciones de las
amígdalas; placas rojas en el exófago; mucosa estomacal roja y equi-
mosada; punteados negros en el iléon, al nivel déla válvula íleo-cecal.
Pequeños puntos purulentos debajo del peritoneo. Membrana de
Schneider espesada é infiltrada; granulaciones, abcesos y ulceraciones
de las fosas nasales y laringe; alteración necrósica de los huesos pro-
pios de la nariz; inflamación de la tráquea; ulceraciones de la úvula y
epiglótis; puntos purulentos en los pulmones; pleuro-neumonía infe-
rior; pus entre los pulmones y el diafrágma; pléuras adhereñtes á las
paredes del tórax; abcesos intermusculares.
Diagnóstico.—No ofrece grandes dificultades cuando se vé al enfer-
mo en el último período, pues, si bien presenta aspecto tifoideo, las
manifestaciones de la piel y las de la nariz no dejan lugar á confusión- Si antes de llegar á este extremo pudieran equivocarse las placas gan-
grenosas con la pústula maligna, no debe olvidarse el desenvolvimien-
to local de esta última y su inicio sin los antecedentes que siempre
trae consigo la infección muermosa.
Si con otras inoculaciones se compara, pronto la generalización de
la enfermedad que estudiamos y los síntomas subsiguientes, nos ale-
jarán de toda duda.
Es muy difícil y á veces imposible establecer un diagnóstico entre
el reumatismo y la infección muermosa en su primer período. Ni el
estado general del enfermó, ni las manifestaciones articulares pueden
conducirnos á la verdad y esta dificultad aumenta cuando se trata de
individuos que han padecido reumatismo con anterioridad. He publi-
cado la observación do un enfermo que á fines del año 1888 ocupó
una cama en la Clínica Quirúrgica, con manifestaciones articulares;
dicho individuo había ocupado ya la misma cama con reumatismo
blenorrágico, de cuya afección curó. He aquí una causa de error. Bien
pronto se dio á conocer la afección con toda su variedad de síntomas
y falleció á los pocos días. Otro tanto sucedió con un enfermo en la
Sala do «San Antonio». Ya cuando me ocupé de los síntomas del pri-
mer período relaté lo acaecido con el caso de la Sala de «Santa Marga-
rita», en idénticas condiciones á los anteriores.
Pudiera dar alguna luz la clase de trabajo de los atacados; así es,
en efecto, en el mayor número; pero á veces nos encontramos ante in-
dividuos que por sus condiciones de profesión, riqueza ó sexo, están
exentos de toda sospecha de contacto morboso, lo que hace difícil el
diagnóstico. El caso reciente de la señorita Paró confirma el anterior
aserto.
¿Quiere esto decir que nos declárennos impotentes para formular
juicio exacto en los casos de infección muermosa? Los adelantos de la
bacteriología nos brindan médios para tomar pus de la primera mani-
festación local que observemos y practicar un exámen que esclarezca
nuestro juicio.
En el tercer período es tan completo el cuadro, que nadie incurrirá
en error. Y aún ántes de recurrir al análisis bacteriológico, debemos
desconfiar mucho de esas formas de reumatismo sub-agudo en las que
el tratamiento racional no obtiene resultado positivo. Examínese con
frecuencia la cavidad nasal, la retro-boca v la laringe, y será muy di-
fícil que la infección muermosa burle tan minuciosa investigación.
Pronóstico.—Es tan grave el de esta afección, que cuando hay un
caso de curación casi se vacila en el diagnóstico formulado.
De los 53 casos del Hospital Civil, sólo dos se han resuelto favora-
blemente. En ellos la enfermedad revistió una marcha crónica, sin que
llegaran á presentarse las localizaciones en la nariz ni los signos septi- cómicos. Y no obstante fue opinión unánime de los profesores que
examinaron los enfermos, que el diagnóstico no ofrecía dudas. Los
Dres. Lávalos y Tamayo recogieron pus de abcesos y pústulas de di-
chos enfermos, que fueron, D. Antonio Plana González, de la Sala de
«Santa Magdalena» número 7 y D. Ramón González, de «San Joaquín»
número 5, para hacer cultivos, sin que, ni uno, ni otro pudieran com-
probar bacteriológicamente el carácter muermoso de la enfermedad;
lo cual se explica porque, si bien el bacilo es constante en las manifes-
taciones reales, como son abcesos y pústulas, cuando éstas se hacen
un poco antiguas, como sucede en la infección crónica, desaparece el
bacilo, que, ó se ha transformado en granulaciones irregulares imposi-
bles de distinguir al microscopio do otros productos morbosos, ó han
desaparecido por completo délos tejidos, encontrándose solo los coccus
piogénicos, que van en aumento con la duración de los signos locales.
Por eso debe recogerse desde los primeros momentos el pus y aislar y
cultivar los bastoncillos característicos do la infección muermosa, que,
inoculados luego á otros animales, lian de desarrollar la enfermedad
en su forma típica, como comprobación del diagnóstico.
Tratamiento.—No debemos tener fé sino en el profiláctico. Por eso
se debe insistir uno y otro dia para que las autoridades adopten las
medidas necesarias á fin de evitar el contacto con animales muermo-
sos, aunque por ello sufran detrimento los intereses do los que subor-
dinan la salud pública á su afán de lucro.
Cuando la afección es producida por inoculación que ha alcanzado
los gánglios linfáticos, pudiera ensayarse la extirpación de los mismos.
Si esto no es suficiente y sobreviene inflamación difusa del miembro,
deberán practicarse grandes desbridamientos, y sobre todo la más ri-
gurosa antisépcia para evitar los fenómenos de infección general. En
los demás casos deben sostenerse las fuerzas del enfermo, adminis-
trando tónicos y estimulantes; abrir los abcesos, dando salida al pus
y hacer lavados antisépticos. Podrá ensayarse la esencia de trementi-
na al interior, como asi mismo la tintura de yodo y ácido fénico, á
cuyo plán farmacológico estuvieron sometidos los individuos ya men-
cionados, que lograron su curación.
AÑO.
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NOMBRE Y APELLIDO.
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José Ribot
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Pardo. Francisco Ouirós
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José Martínez Barro
de Pueblo Nuevo.
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Cuerpo
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Cuadro demostrativo de los casos de muermo y farcino habidos en el Hospital Civil de la Habana, durante los años
de 1880 á 1890.
AÑO.
MES.
Dia.
NOMBRE Y APELLIDO.
PROCEDENCIA.
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DIAGNOSTICO.
Resultado.
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Farcino
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Juan Don Malde
» de San Lázaro . ..
Santa Cruz
17
))
))
)) El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Reinery para argumentar-
Dr. Reinery: Elogia el trabajo del Dr. Fuentes bajo el punto de
vista general; pero lamenta que, á pesar de tratar de la sintomalología
del muermo y de presentar en ella los caracteres diagnósticos diferen-
ciales, no se hubiera detenido más en el estudio de los síntomas de
los primeros momentos, que son los más importantes para la fijación
del diagnóstico y la oportuna aplicación del tratamiento conveniente,
y termina señalando los síntomas más comunes y medios de aprecia-
ción más seguros y suficientes, á su juicio, para el conocimiento del
mal desde su principio.
Dr. Fuentes: Dá las gracias por su elogio al Dr. Reinery, y mani-
fiesta que considera suficientemente esplicadas en su trabajo las difi-
cultades diagnósticas de los primeros momentos en algunos casos; la
posibilidad de diagnosticar, desde muy al principio, en otros; los auxi-
lios á que puede el médico recurrir para vencer aquellas dificultades
y, en una palabra, cuanto dentro de la realidad de la clínica puede y
debe tenerse en cuenta en infecciones como la de que se trata.
El Sr. Presidente: El Dr. Fuentes tiene la palabra para replicar.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. González Curquejo para
dar lectura á su trabajo:
Noto sobre los extractos fluidos
Por. el Dr. A. González Curquejo,
Sr. Presidente, Sres: Pocas oportunidades serán tan propicias como
la presente, en que se encuentra congregada una respetable parte del
cuerpo médico de Cuba, para ocupar su atención, aunque sea por bré-
ves momentos, sobre un asunto que, si parece tri vial para algunos, en-
vuelve, sin embargo, trascendencia grande para la Terapéutica de este
país; nos referimos á los Extráctos fluidos de origen americano. Fui-
mos los primeros que hace diez añ os consagramos al particular algu-
nas líneas que vieron la luz en la Crónica Médico-Quirúrgica de esta
ciudad, porque desde ent ónces supimos que dichas formas farmacéu-
ticas estaban llamadas, no sólo á aclimatarse en este suelo, sino á ge-
neralizarse por todo el orbe civilizado. Y así ha sucedido en efecto.
Entre nosotros son ya algo numerosos los médicos que emplean el
extrácto fluido de cornezuelo de centeno en lugar del polvo reciente
de dicha sustancia y los extráct os fluidos de ipecacuana, acónito
quina, ruibarbo, jaborandi y otros, en los diferentes casos que dichos
medicamentos están indica dos y, por lo que á los farmacéuticos se re-
fiere, los más ilustrados de este país, se sirven de los extráctos fluidos
para preparar, incontinenti, los jarabes, las tinturas y los vinos medi-
cinales. Muchos extractos fluidos se importan en este país de fabricantes
americanos acreditados, como Squibb, Wyetb y otros; algunos se pre-
paran aquí y bastante número de ellos figuran ya en los precios co-
rrientes de las droguerías de la plaza.
Con respecto á Europa, autoridades tan respetables en Francia co-
mo Bouchut y Després, en su Dictionaire de Medecine et de Therapeuti-
que de 1877, se expresan de este modo: «estos extractos ofrecen gran-
des ventajas sobre los preparados por los medios corrientes.»
En Italia, el Profesor Ruata en su Farmacopea nazionale e generóle
de 1883, manifiesta «que siendo los extractos blandos, que estaban en
uso en aquel país bastante inseguros en sus efectos, debían los médi-
cos usarlos con parquedad, siendo de lamentar que no se hubiesen
adoptado ya los extractos líquidos de la Farmacopea de los Estados
Unidos.» En la Farmacopea inglesa figuran los extractos fluidos hace
bastante tiempo, siendo igualmente conocidos y empleados en Alema-
nia y otros países, aunque en pequeña escala.
Mr. Adrián, uno de los farmacéuticos y químicos más eminentes
de Francia, de la época presente, acaba de dar á luz una obra monu-
mental que se titula «Elude historique sur les Extraits pharmaceutiques,»
en la que consagra un largo capítulo á los extractos fluidos america-
nos, compendiando la mayor parte de lo que se ha escrito sobre ellos
en América. La lectura de dicho capítulo lleva al ánimo el convenci-
miento de que dichos productos farmacéuticos se imponen por las
favorables circunstancias que reúnen. La obra de Mr. Adrián, escrita
con una competencia admirable, ha de contribuir no poco á la propa-
gación de los extráctos fluidos en Francia y en los otros países donde
se leen y estudian las obras francesas, fijando los términos y enseñan-
do el verdadero valor y significación de los extráctos fluidos, que muchas
personas confunden lastimosamente.
Para comprender cómo se extienden en la misma América del
Norte, no hay más que fijarse en que la edición de la Farmacopea de
los Estados Unidos de 1877 sólo contenía 46 extráctos fluidos y la de
1883, que es la última publicada, contiene 77; aunque esto dá una
idea pálida de cómo se usan en aquel portentoso país. En los catálo-
gos de las grandes casas manufactureras de productos farmacéuticos
de aquella nación, como Me Kesson y Robbins, Parke Davis & Co. y
otras muchas, que sería largo enumerar, se fabrican más de 400 clases
diferentes de extráctos fluidos, lo que significa que los americanos
preparan extráctos fluidos de todas las partes de los vegetales que
tienen propiedades medicinales, de aplicación á la Terapéutica y que
los médicos americanos, con ese carácter práctico común en los de su
raza, los emplean frecuentemente porque les dán buen resultado y son
de fácil manejo. Después de los alcaloides nada hay como los extrác- tos fluidos, que mejor representen las virtudes medicinales do las
plantas, ni formas farmacéuticas que mejor se presten á una exacta
dosificación,
Cierto es que sucesivamente han ido experimentando mejoras en
su preparación, pues se desechó por completo el azúcar que se em-
pleaba en un tiempo para conservarlos, sustituyéndola, sólo en los
casos necesarios, con la glicerina, que es un cuerpo que ofrece grandes
cualidades como disolvente y antiséptico; así es que empleando el
agua, el alcohol y la glicerina, en las proporciones que cada caso re:
quiere, se obtienen vehículos complejos de poderosa acción disolvente
y con ellos extractos fluidos que se conservan por un tiempo indeter-
minado sin sufrir alteración.
Desde un principio se propusieron los americanos economizar el
calor en la preparación de estos extractos, de modo que, para lograr
una libra de producto, obtenían en frió de primera intención, por el
proceder de la liquidación ó desalojamiento, las catorce onzas prime-
ras y el resto del líquido era el que evaporaban para obtener las dos
onzas restantes. Pero los procedimientos se han ido mejorando más y
más, al extremo que unos fabricantes emplean el vacío y otros lixi-
viaciones repetidas y fraccionadas, que permiten obtener líquidos de
la mayor concentración ó soluciones normales, como los llama con opor-
tunidad Mr. Davis, de Detrvit, sin que intervenga para nada el calor.
Sería impropio de esta ocasión que entrásemos á detallar los dis-
tintos procederes que están en uso hoy para conseguir los extráctos
fluidos en el grado de bondad que se obtienen. Ese perfeccionamiento
es el que explica el buen aspecto que presentan: su trasparencia, su
color, olor y sabor, en perfecta relación y harmonía con las partes de
los vejetales de que proceden, su solubilidad y lo bien que se con-
servan.
Pero las mejoras y perfeccionamientos á que hemos aludido no han
modificado la base fundamental en que descansan los extráctos fluidos
y que les dá el carácter de entidad farmacéutica, enteramente distinta
de las tinturas alcohólicas y de los extráctos blandos, con cuyas dos
formas tienen sin embargo analogía.
Esa base consiste en que cada centímetro cúbco de un extrácto fluido,
corresponde á un gramo en peso de la planta de donde procede, ó, en otros
términos, que de cada libra de corteza, raiz ú hoja medicinal se obtie-
ne una libra de extrácto fluido; por eso es tan fácil la dosificación, y
esta regla, que sólo tiene escasas excepciones, (1) permite al médico
emplear estos medicamentos con confianza y seguridad.
Si se tiene en cuenta que las tinturas están preparadas con alcohol
(1) Como el de opio entre otros. solo y con las partes secas de las plantas, por cuyo motivo son débiles
é inseguras en sus efectos y que los extractos blandos unos tienden á
atraer la humedad de la atmósfera y otros á descartarse de esta, pro-
pendiendo todos á descomponerse, se comprenderá la ventaja que pre-
sentan los extractos fluidos, que tienen siempre la misma composición
y se conservan sin alterarse en todos los climas y contienen en su seno
todos los principios solubles y medicinales de los vegetales. Por ese
motivo, mientras van desapareciendo las tinturas alcohólicas y redu-
ciéndose el número de los extractos blandos, van ocupando el lugar
de ambos en las Farmacias americanas los extractos fluidos.
Se encuentran sobre la mesa varios ejemplares de extractos fluidos
que pueden ser examinados por los señores presentes.
Somos deudores á los americanos de varias formas farmacéuticas
que pronto se han adaptado á este país, como las píldoras comprimi-
das, los emplastos porosos y otras. En el mismo caso están los extrac-
tos fluidos, siendo á nuestro juicio una gloria para las provincias de
Cuba haber sido las primeras de la nación que los han empleado, por-
que representan, sin duda, un progreso en la Terapéutica y Farmácia
modernas.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Ulrici para argumentar.
Dr. Ulrici: Opina que los extráctos flúidos no responden á la pre-
ferencia que les asigna el Dr. González Curquejo porque son medica-
mentos poco seguros en manos del clínico.
Dr. Coronado: Estima indispensables dos consideraciones: la prime-
ra, si es posible garantizar el titrage, y, la segunda, si el cámbio de lo-
calidad y demás circunstancias que influyen en determinadas prepa-
raciones farmacéuticas no los altera.
Dr. Jhonson; Rechaza abiertamente el uso de los extráctos flúidos
para la preparación de vinos, jarabes etc., tanto porque resultan túr-
bios los productos, como porque siempre se precipitan ciértas sustan-
cias de la planta de donde proceden.
Dr. Torralbas (F.): Afirma que para él es innegable la superioridad
de los extráctos blandos sobre las tinturas, pues con ellos resultan
preparados escelentes, y termina manifestando que es necesario, por
otra parte, distinguir ó clasificar los que son útiles para vinos ó para
jarabes etc.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. González Curquejo para
replicar.
Dr. González Curquejo: No cree que haya diferencia alguna entre
los extráctos fluidos; asegura que todos son iguales, que tienen una
forma fija y constante y que sirven perfectamente para toda clase de
compuestos líquidos; niega en absoluto y por esperiencia propia los
inconvenientes señalados para las preparaciones de vinos ó siropes y termina manifestando que, además de no alterarse por el cambio de
localidad, tienen la inmensa ventaja de su exacta dosificación.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Yesa para dar lectura á
su trabajo:
Honorarios médico-legales
Y CONFUSIÓN EN QUE NOS HALLAMOS, DADOS LOS ARTÍCULOS 241 Y 242 DE
LA LEY DE ENJUICIAMIENTO CRIMINAL Y OTROS REGLAMENTOS
especiales; necesidad, por tanto, de
MAYOR ACLARACIÓN, EN ELLA, DE LO RELATIVO A NUESTRA CLASE.
D. Aníonio Vesa y Fillart.
Sr. Presidente: Honorables colegas: Si muy loable y justo es que
nuestros principales esfuerzos se dirijan á conocer, disminuir y domi-
nar las enfermedades humanas y á procurar, en lo que á nosotros in-
cumba, que se convierta esto mundo en placentero edén, en vez de ser
valle de lágrimas, enalba dado en llamarle determinada Escuela mís-
tica, no lo es menos tampoco el que nos apartemos alguna vez de las
gratas satisfacciones que nos causa el promover el bien ageno y quo
nos acordemos de que nosotros y nuestras familias tenemos también
derecho al mayor disfrute de comodidades y bienestar posible en la
tierra; y no habrá de extrañaros, por tanto, que, fundado en tales con-
sideraciones, intente apartaros por un momento del encanto y bellezas
psíquicas que el dedicarse al sacrificio en'pró do los demás y el engol-
farse, por decirlo así, en los árduos problemas que la ciencia, produce
y que os invite á descender do lo alto de vuestro entusiasmo para que
tratemos un tema ordinario, de sobra vulgar, que ni siquiera tendrá
la novedad de las frases; pero que, de motivar lo que se desea, en algo
podrá influir al bien de la clase médica, y por tanto creo cabe en los
fines y tendencias de un Congreso médico, que, entiendo, deben ser,
no sólo el de comunicarnos cuantos adelantos se hayan obtenido en
cualquiera de las ramas de la ciencia médica, ya aclarando dudas, de-
cidiendo verdades ó narrando nuevas adquisiciones científicas; sino
promover también todo lo conducente al mayor bienestar de la clase
médica.
Pues bien, referente á esta última tendencia, son como he dicho las
consideraciones que pienso exponer. Y lo he resuelto así, no porque
me sean ménos gratos los trabajos referentes á la ciencia; ántes al con-
trario, les siento afecto predilecto en mi espíritu; pero creido de que
inteligencias mucho más aptas que la mia habían de presentar varia-
dísimos, ilustrados y abundantes temas científicos en este Congreso, opté por el que acabo de manifestar, tanto para contribuir á la varie-
dad de los trabajos, que se presenten en él, como porque realmente
creo necesario llamar vuestra atención y deber inclinar nuestro ánimo
hacia el estudio de las leyes judiciales, que á cada paso se relacionan
con nosotros; así como es de aplaudir que por los jueces se hagan al-
gunos estudios de ciencia médica para que en determinados delitos
contra personas, contra la honestidad contra la salud pública ú otros,
revistan sus fallos la firmeza que da la ilustración y el conocimiento
del asunto que se debata y que á su criterio se halla sugeto tan repe-
tidas veces.
Primera parte.
HONORARIOS MEDICO-LEGALES.
Consecuente pues á tal propósito, el tema que he escogido es relati-
vo á Honorarios médicos, variedad Médico legales, que son, como sabéis,
los que devengamos al fungir como peritos en las-causas criminales y algu-
na vez en las civiles, bien sea por orden judicial b á petición de parte. Ho-
norarios que devengamos, pero que jamás cobramos, y que por la im-
posibilidad de haber conseguido hacerlos efectivos alguna vez, tene-
mos olvidados; pero que representan sumas crecidas, y que, de obte-
nerse resultado positivo, servirían, cuando no para compensar en algo
las displicencias ó amarguras que nos motivan algunas veces determi-
nadas personalidades, encargadas de la administración de justicia, al
sernos exigidos servicios médico-legales: las que no son por cierto de
ogaño, y que al muy distinguido comprofesor y Catedrático de la
Universidad Central, al par que Senador del Reino, D. José de Leta-
mendi, le obligaron ya á decir en el luminoso preámbulo del proyecto
de Ley, que para reformas del servicio médico-forense presentó al Se-
nado en 5 de Febrero de 1885, al tratar de la intemperancia autoritaria.
«Pudiéndose asegurar que apénas hay médico, cuya consideración pro-
«fesional no halla sido ofendida por puro alarde autoritario judicial,
«porque es de notar que la profesión médica, considerada hoy y aten-
«dida, como se merece, por toda suerte de Autoridades civiles, milita-
«res y por la misma realeza, sólo sufre vejámenes injustos y conmina-
«ciones innecesarias de parte de personalidades encargadas de la Ad-
«ministración de justicia, como si el derecho, que no es sólo un oficio
«pericial; sino además su natural colaborador en la confección de las
«leyes, engendrase y mantuviese en el ánimo de no pocos curiales, así
«de estrados arriba como de estrados abajo, aquella inclemente volun-
«tad, aquella repugnancia indeliberada, que á todos por mecánico
«ruin impulso nos mueve á repeler, cual si fuéramos imánes, todo
«aquello cpie más se asemeja á nuestra propia naturaleza. Sólo así se «explica, corno ningún perito industrial se vé tan expuesto—aparte de
»la adustez indebida de los mandatos—ni á las vejaciones ni al incon-
«siderado proceder, ni á la intimación de imposibles, ni á los perjui-
»cios materiales y morales, ni á la insolvencia en los legítimos hono-
rarios como el médico; y todo esto bajo un despotismo tal, que á la
«menor y más comedida reclamación, siente blandir sobre su atribu-
«lada cabeza el viejo y mellado alfanje del desacato á la Autoridad-, y
«de tales desmiramientos no le libra al médico el haber alcanzado su-
«perior categoría dentro de su profesión ó al servicio del Estado, lo
«cual, en medio de todo, dentro del absoluto mal, es un relativo bien,
«porque al ménos realiza la igualdad en la injusticia.»
CAPITULO 19
DERECHOS DEL MEDICO Á COBRARLOS.
Pues bien, con el objeto de que todo pueda hacérsenos más lleva-
dero, paso á exponer lo que creo es de utilidad conozcamos referente
al cobro de honorarios médico-legales..
En primer lugar; ¿tenemos derecho á ello? Esto no hay que du-
darlo, por más que sea el Poder judicial, en nombre del Estado, quién
reclame ó exija nuestros servicios. Pues á más del principio de sentido
común de que cualquier trabajo, que en beneficio de otro se hiciere, á me-
nos de expontánea renuncia del derecho, de una manera ú otra, debe ser re-
munerado; las leyes existentes también lo reconocen, y así nos dice la
Ley orgánica de Sanidad del Reino de 28 de Noviembre de 1855, con
las modificaciones de 24 de Mayo de 1866, en sus artículos 79 y 95.
«79. Siendo las profesiones médicas libres en su ejercicio, ninguna
«Autoridad pública podrá obligar á otros Profesores que á los titulares,
«excepto en casos de notoria urgencia, á actuar en diligencias de oficio, á
«no ser que á ello se presten voluntariamente. En semejantes funcio-
«nes, ya sean consultas, dictámen, análisis, reconocimiento ó autopsia
«serán abonados á estos Profesores sus honorarios y gastos de medici-
»na ó en viajes, si hubieren sido precisos.»
«95. A los Profesores encargados del servicio médico-legal se les
«abonarán los derechos, que por las leyes arancelarias se les señalen,
«lo mismo que las drogas, reactivos y aparatos que necesiten para los
«análisis, experimentos y viajes que se les ordenen. Los honorarios y
«gastos de los expresados Profesores se pagarán del Presupuesto de
«Gracia y Justicia, por lo que se consignará en el mismo la cantidad
«competente. Un Reglamento especial, que publicará el Gobierno, esta-
«blecerá la organización, deberes y atribuciones de los facultativos fo-
renses.» Y éste á su vez, en su artículo 26, manifiesta: «Los médicos foren-
ses y demás Profesores á que se refiere este Decreto, que presten ser-
» vicios con el carácter de auxiliares de la Administración de Justicia,
«anotarán al pié de las diligencias ó escritos correspondientes, los de-
«rechos que cada uno devengue, los que percibirán siempre con arre-
«glo al adjunto Arancel.»
Y finalmente, en el artículo 465 de la Ley de Enjuiciamiento cri-
minal, vigente desde 19 de Enero do 1889 en esta Isla y la de Puerto-
Rica, se lee: «Los que presten informe como peritos, en virtud de ór-
«den judicial, tendrán derecho á reclamar los honorarios é indemniza-
«ciones que sean justas, si no tuvieren retribución fija satisfecha por
«el Estado, por la Provincia ó por el Municipio.»
De modo, pués, que el derecho está plenamente reconocido.
Pero, á pesar de ello, ¿hemos llegado á cobrar en realidad algún
honorario médico-legal, cuando el servicio prestado lo ha sido por or-
den de algún juez? En las causas en que ha recaido condena de costas
y ha sido solvente el condenado á ellas, circunstancia última que rara
vez sucede, porque no tardan los interesados en anticiparse oportuna-
mente á la cesión, transición ó venta, aunque generalmente fingida,
de sus bienes, y al llegar á la fecha de hacerse efectivas ya no se en-
cuentra sobre que; no negaré que algunas pueden haberse cobrado
aunque generalmente, en virtud de lo que se tarda p ara que recaiga
sentencia definitiva en un proceso, sobre todo si tiene haberes é in-
fluencia el acusado; pues no hay incidente que no busque, ni apela-
ción que no establezca y son infinitos los recursos de que puede dis-
poner si el abogado que le dirija es listo y el Juez no fuere enérgico y
del todo íntegro; y al fin y al cabo vemos, varias veces, que prevalece
el ardid por el abogado defensor establecido y no aparecen responsa-
bilidades al finir la causa; generalmente, digo, olvidamos nuestro dere-
cho y se queda éste eternamente reconocido entre fojas, bien por el
motivo eitado ó porque la Secretaría, encargada del cumplimiento de
la sentencia, no se dá ninguna prisa en llevarlas á cabo, ó, si lo intenta,
anda con el mismo lento paso que para la tramitación anteriormente
citada, y en realidad, creo que no cobramos ninguno. De mí, sé decir
que en los diez y ocho años que hace vengo ejerciendo, y son infini-
tas las causas en que he intervenido, aún estoy por haber obtenido el
cobro de ninguno.
Pero si el honorario es de los que hayamos devengado en causas
con costas declaradas de oficio, ó que siendo condenado alguno á ellas
haya resultado después insolvente el condenado á ellas creo que se
puede afirmar en absoluto, que aún estamos en esta Isla y quizás en el
resto de la Nación, por ver el primer caso. Y que tal injusticia viene de
muy antiguo subsistiendo no hay que dudarlo, pues hasta por R. O. viene reconocido. Hé aquí lo que dice la de 20 de Marzo de 1865 en
su inciso 12? del preámbulo al referirse al crédito presentado por los
médicos en aquel tiempo:
Ysi es evidente que la tal situación del Tesoro no podría hoy ser agra-
vada con este gasto, no lo es menos que el actual estado de cosas no puede
continuar. No es decorosamente sostenible que una clase profesional numerosa
tenga solamente prometida su justa retribución, y que parezca, por tanto,
poder reclamarle con derecho; y que, sin embargo, los gobiernos no puedan de
modo alguno satisfacerle por no estar como queda dicho legitimado este gasto.
Pero bien, los años han pasado; y si respecto á honorario químico-
legal ya algún cobro creo se ha verificado; en cuanto al honorario mé-
dico-legal, en las últimas condiciones, no sé de ninguno. Y no se argu-
ya que los efectos del artículo 29 del Reglamento de forenses fueron
anulados por la R. O. de 20 de Marzo de 1865; pues el artículo 465 de
la Ley de Enjuiciamiento criminal, vigente en esta Isla y la de Puer-
to-Rico, favorece, cuando el que prestó el servicio no tuviere entonces
retribución fija por el Estado, por la Provincia ó el Municipio, y el
espíritu de dicho artículo se hallaba vigente desdo muchísimos años
atrás en las Leyes de la Península.
Solo de un caso de cobro conozco, y aún solo aproximado, y es el
que narro en páginas 530 á 535 del tomo 1? de mi «Manual de legisla-
ción sanitaria de la Isla de Cuba,)) que vengo publicando; cuyo tomo 1?
se halla ya terminado y en el que después de regulada la cuenta por
la Real Academia de ciencias médicas, físicas y naturales de esta Ciu-
dad y admitida por la Hacienda, se encuentra desde el año de 1885
en espera de designación de capítulo para ser satisfecha. Pero, por de
pronto, hasta la fecha nada he visto.
Más, no obstante lo expuesto, ¿debemos desistir y abandonar nues-
tro derecho? En ningún modo; pues, reconocido como se halla por las
Leyes y tan adelantado como está su trámite, cual acabo de exponer,
con obviar obstáculos de oficina en la forma y manera que precise, se-
rá, más ó ménos pronto, un hecho real el cobro del honorario médico-
legal en causas con costas declaradas de oficio, y después de obtenido
el primer paso, fácil les será igual resultado á los demás.
Más para cuando algún comprofesor quiera iniciar el cobro de ho-
norarios de tal clase no basta que el derecho, en general, sea reconoci-
do y que se halle espedito el trámite; sino que es menester que aquel
se sepa agenciar y que tengamos presente el alcance y límite de las
distintas situaciones en que podamos hallarnos, ó nos hayamos halla-
do, al prestar el servicio.
Y esto es lo que pasaré á tratar.
En primer término, hay que distinguir: si se prestó el servicio medi-
co-legal por órden judicial, ó sifué á instancia departe. En segundo: si al prestarlo era medico libre ó tenía adquirido algún
compromiso de sus servicios con el Municipio, Provincia ó Estado, por los
cuales percibiese alguna remuneración fija. También hay que atender: á si
ha habido condena de costas ó han sido declaradas de oficio, y en una y
otra de las primeras situaciones, si la parte condenada al pago residía ó no
solvente, ó ha sido declarada pobre durante el juicio, que se tramite; y
finalmente, si ha transcurrido 6 no el plazo legal para reclamarlos.
CAPITULO 29
CASO EN QUE SEA LA AUTORIDAD JUDICIAL HA QUE HAYA
EXIGIDO EL SERVICIO.
Artículo I?— Procedimiento si el servicio exigido lo ha sido por Autoridad
judicial á un Profesor libre, y situación dietinta, según que al fallarse en fírmela
causa, haya declaración de costas y resulte solvente el condenada á ellas ó que este
sea insolvente ó fueren las costas declaradas de oficio.
Si el servicio ha sido exigido por Autoridad judicial y prestado
por Profesor libre: luego que haya recaído sentencia firme en la causa,
(y no lo es sino cuando después de haberla fallado la Excma. Audien-
cia hayan las partes y el Ministerio fiscal consentido la sentencia por
lapsus escesivo del tiempo de apelación, ó bien después que el Tribu-
nal Supremo la haya casado ó no, si se hubiere acudido á tal recurso)
y si ha verificado el Profesor en cada una de las diligencias que ha
suscrito é intervenido lo que respecto al honorario devengado nos dice
el artículo 26 del Reglamento de forenses, que ya he citado, y caso de
que haya habido condena de costas; entonces «el Secretario del tribunal
ó juzgado, que interviniere en la ejecución de la sentencia, hará,, conforme
ordenan los artículos 242, inciso 49 de la Ley de Enjuiciamiento criminal
vigente, la tasación de las costas de que hablan los incisos 19 y 29 del ar-
ticulo 241, ó sea del reintegro de papel sellado y de las costas por pago de
derecho de Arancel,» á que ajustan los honorarios médicos.
Tasadas y reguladas, se da vista al Ministerio fiscal y á la parte
condenada al pago para que manifiesten lo que tengan por convenien-
te en el término de tres días (artículo 243).
Si existe conformidad de ambas, ó pasaren los plazos legales jiara
tacharlas, las aprueba el Tribunal y son firmes y se ejecutan luego, y,
en caso de tacharse por algún concepto ó argüirse de excesivas ó ile-
gítimas, reforma la tasación y regulación, ó antes de resolver, puede
el juez ó tribunal pedir informe á dos individuos de la misma profe-
sión ó á la Junta de Gobierno del Colegio respectivo, (artículo 244);
que en nosotros es á la Real Academia de ciencias médicas etc. Aprobadas ó reformadas la tasación ó regulación, se procede á ha-
cerlas efectivas por la vía de apremio, establecida en la Ley de Enjui-
ciamiento civil, con los bienes de los que hubiesen sido condenados al
pago, (artículo 245 de la misma).
Esto es lo referente á cuando el condenado al pago de costas es
solvente; que, caso de no serlo, ó haber sido declaradas de oficio, en-
tonces, en virtud de lo que dispone el artículo 465 de la Ley de En-
juiciamiento criminal, en harmonía con el artículo 26 del Reglamento
de forenses, que en un tiempo rigió, y lo que sucede en los peritos
químico-legales, que perciben del Estado por sus honorarios y demás
gastos do cantidad que se fije en el Reglamento (artículos 358 y 361
de la referida Ley); así sucede en ellos. Y para esto, después de pedir
al juez instructor un atestado del servicio que se cumplió, así como
del honorario devengado y de ser el fallo recaído con declaración de
costas de oficio, se formula una instancia al Excmo. Sr. Presidente
de la Audiencia para que se digne promover lo conducente, á fin de
que se abone el honorario devengado, uniéndole el atestado antes
adquirido.
El juez instructor, junto con su informe, lo eleva entonces al Pre-
sidente referido, quien, hallándole conforme, remite la cuenta informa-
da al Ministro de Ultramar; y de no, pide informe á tres comprofeso-
res, y eji vista de su dictámen, aquel los confirma ó rebaja y la remite,
de todos modos, informada al Excmo. Sr. Ministro de Ultramar.
Este, si los considera escesivos, puede también, ántes desechar el
pago, pedir informe; y en su caso, nueva tasación de los mismos á la
Real Academia de ciencias médicas, físicas y naturales: y en vista de
lo que esta expone, ó nueva tasación que practicara, confirma ó redu-
ce el honorario á lo que cree justo y decreta su pago: á cuyo efecto en
los presupuestos de cada año del referido ministerio se incluye la
cantidad que se estimare necesaria, (artículo 359 y 301 de la refe-
rida Ley.
Anteriormente no se mandaba la cuenta y tasación al Ministerio
de Ultramar; sino que, en atención á lo que dispone la R. O. de 26 de
Diciembre de 1884, remitían los Jueces de 1? Instancia la cuenta á la
Real Academia citada, quien, junto con informe, la devolvía al anterior
Juez do P.1 Instancia y este á su vez, después de aprobarla, la remitía
á su superior gerárquico el Regente déla Audiencia, el cual la pasaba á
la Dirección General de Hacienda á los efectos correspondientes.
Más, promulgada posteriormente la referida Ley de Enjuiciamien-
to criminal, á sus preceptos ántes citados, hay que atenernos.
Y caso de que el Profesor que prestó el servicio hubiera olvidado
anotar su honorario al pié de las diligencias al suscribirlas, puede su-
plicar al Sr. Juez instructor que entendió en ellas, y en cuya Secreta- ría radica la causa, después de fallada en firme, que se le ponga de
manifiesto en la Escribanía, lo que se concede. Enumera y especifica
entonces sus honorarios, formula su cuenta y suplica el abono de la
misma manera que anteriormente he indicado.
Avtículo 2?—Procedimiento si el servicio exigido lo ha sido por le Antoridad
judicial ó Profesor que disfrute alguna remuneración fija por el Estado, por la Pro-
vincia ó por el Municipio y ha recaído condena de costas en la sentencia firme y re-
sulte solvente el condenado á ellas, ó si es insolvente ó sean las costas declaradas de
oficio.
Ahora, si el servicio médico prestado por orden judicial lo hubiere
sido por médico que disfrute alguna retribución fija por el Estado, por
la Provincia ó Municipio, (y en este caso se hallan los médicos muni-
cipales y los forenses), entonces, si cual los forenses de Madrid disfru-
tase sueldo fijo por el Estado, no tendría derecho á percibir ninguna
otra remuneración en el concepto de tal funcionario, cualquiera que
fuese el resultado de la causa, por disponerlo así la R. O. de 31 de
Marzo de 1863, que en su artículo 39, les dice también: «Que los dere-
chos que se devenguen en lo sucesivo por los médicos forenses, ya re-
feridos, y con arreglo al Arancel, se harán efectivos en los pleitos ó
causas de partes solventes en papel de multas, que se inutilizará,
uniéndolo á los autos etc.» Y en el artículo 29 dice también: «Que
queda sin efecto con referencia á ellos lo dispuesto en el artículo 29
del R. Decreto de 31 de Mayo de 1862, ó sea el abono por el Estado
cuando hubiere insolvencia ó declaración de costas de oficio.»
Más, si solo fuese médico municipal ó titular, quienes no gozan
sueldo especial de médico-forense; sino de médico municipal para la
asistencia de enfermos pobres de un término y sobre quienes, si recae
el trabajo médico-forense, es solo ((Ínterin se realiza la formación de la
clase ó cuerpo de los facultativos forenses,» como textualmente dice el
artículo 93 de la Ley orgánica de Sanidad, y se prevee también en el
preámbulo del Decreto del Gobierno General de esta Isla de 24 de
Agosto de 1871, al final del inciso 79, en que dice al tratar de las obli-
gaciones forenses, que también se imponen al médico municipal: ((Que
tal organismo puede servir de base á la creación ulterior de médicos foren-
ses en todos los partidos;» entonces tiene derecho al cobro de los hono-
rarios que haya devengado en causa (pie haya recaido condena de
costas, y el trámite para obtenerle es el mismo que el enarrado para
el Profesor libre. Pero si las costas hubiesen sido declaradas de oficio, en-
tonces corre el mismo albur ó situación que los Escribanos y demás
del Juzgado, sugetos á Arancel, porque, en primer lugar, le niega de-
recho al cobro el artículo 465 de la Ley de Enjuiciamiento criminal;
que dice, como anteriormente tengo manifestado: «Los que presten in- forme como 'peritos, en virtud de orden judicial, tendrán derecho á recla-
mar los honorarios e indemnizaciones que sean justas, sino tuvieren, en
concepto de tales peritos, retribución fija satisfecha por el Estado, por la
Provincia ó por el Municipio,» (aunque quizás pudieren exigir algo en
sentido de que su haber no es en el concepto de perito forense); y, en
segundo lugar, porque el artículo 242 de la Ley de Enjuiciamiento
criminal espresa; «Cuando se declaren de oficio las costas no habrá lugar
al pago de las cantidades á que se refieren tos artículos 19 y 29 del artículo
anterior, ó sean 29 el pago de los derechos de Arancel,» entre los que
suelen englobarse los derechos médico-forenses.
CAPITULO 89
CASO EN QUE EL SERVICIO PRESTADO LO HAYA SIDO Á PETICION
PARTE INTERESADA.
Otra de las circunstancias fundamentales que indiqué había que
atender era la de que el servicio médico-legal hubiera sido prestado á
petición de parte interesada.
Esta circunstancia puede ocurrir tanto á un Profesor libre, como á
otro cualquiera, cpie se halle percibiendo alguna remuneración fija
como médico del Estado, de la Provincia ó del Municipio, y ya en un
aspecto como en otro, el resultado es el mismo.
Pasaré á probar y á precisar lo que debe hacerse en tales casos.
Artículo I?— Procedimiento si resulta solvente la parte que exigió el servicio y
ya sea ó no Profesor libre el que lo hubiere prestado.
Si el que solicitó el concurso es solvente y quiere abonar los hono-
rarios, es lo más fácil y puede hacerlo en cualquier estado de la causa
y hasta anticiparlo y convenirse en la cantidad; pero si rehúsa ó si se
demorase indebidamente, entonces han de proceder cual les exije el
artículo 242, inciso 29 de la Ley de Enjuiciamiento criminal, ó sea
«Los Procuradores y Abogados que hubiesen representado y defendi-
do á cualquiera de las partes y los peritos ó testigos, que hubiesen de-
clarado á su instancia, podrán exigir de aquella, sino hubieren obte-
nido el beneficio de pobreza, el abono de los derechos, honorarios é
indemnizaciones que les correspondieren, reclamándolos del Juez ó
Tribunal que conociere en la causa. Se procederá á su exacción por la
vía de apremio, si presentadas las respectivas reclamaciones y hechas
saber á las partes no pagasen estas, en el término prudencial que el
Juzgado ó Tribunal señale, ni tachasen aquellas de ilegítimas ó exce-
sivas. En este último caso se procederá previamente, como dispone el
párrafo 29 del artículo 244, que es «pedir informe á dos individuos de la misma profesión ó á la Junta de Gobierno del Colegio de su profe-
sión,» que en este caso sería la Real Academia de ciencias médicas etc.
Articulo 2?— Situación y procedimientos si es insolvente ó fuere declarado pobre
durante el juicio, la parte que exigió el servicio.
Pero, puede sucederles también que el que les haya reclamado el
trabajo resulte luego insolvente ó fuere declarado pobre durante el
juicio. Entonces no les queda más recurso que conformarse y renun-
ciar de por sí al cobro ó esperar á que mejore de fortuna dicho inte-
resado. Y esta circunstancia solo podrá referirse cuando, de conformi-
dad con lo que dispone el artículo 140 de la Ley de Enjuiciamiento
criminal, «viene á ella dentro de tres años después de finida la causa,
entendiéndose que así sucede cuando llega á alguna de las situaciones
á que se refieren los números 19 y 29 del artículo 39 de la Ley de En-
juiciamiento civil, que son: 19 cuando se ha adquirido salario perma-
nente, sueldo, rentas ó bienes ó está dedicado al cultivo de tierras ó
cria de ganados, cuyos productos sean ó estén graduados en una can-
tidad superior al jornal de cuatro braceros en cada localidad; y 29
cuando paga de contribución de subsidio cuotas dobles á las designa-
das en el número 49 del artículo 15 de la misma,» que son; «Para la
ciudad de la Habana 300 pesetas. Para las capitales de las demás
provincias de esta Isla, 200 pesetas. Para la capital de la Isla de
Puerto-Rico, 200 pesetas.—Para las cabezas de partido judicial de esta
Isla yla de Puerto-Rico, 100 pesetas.— Y para los demás pueblos de
ambas Islas, 50 pesetas.»
De modo, pues, que ya veis cuántas distinciones ó considerandos
han tenido que hacerse para poder compendiar los distintos aspectos
que pueden surgir para el cobro de los honorarios médico-legales, y
por ello deduciréis la necesidad de conocer la situación, tanto propia
como del deudor, y clase de fallo recaído en la causa, ántes de que
emprendamos en la petición y defensa de un honorario médico-legal
de los referidos.
Y todo ello, se entiende, no habiendo dejado transcurrir el plazo
legal de reclamación de honorarios médicos, que, como sabéis, caduca
el derecho á reclamarlo, si la acción no se estableciere ántes de los tres
años después de devengado, según así se determinó por Sentencia del
Tribunal Supremo de Justicia en 20 de Abril de 1882 en la reclama-
ción establecida por el comprofesor D. José Longoria contra 1)9 Balbi-
na Martínez y Fernández. Y en los honorarios médico-legales el plazo
no empieza á correr, en causas cuyo servicio se haya prestado por or-
den judicial, hasta que recaído fallo firme, le ha sido la sentencia no
tificada en forma al comprofessr. Segunda parte.
CONSIDERANDOS RESPECTO Á LOS EFECTOS DE LOS ARTÍCULOS 241 Y 242
DE LA LEY DE ENJUICIAMIENTO CRIMINAL, CON REFERENCIA
Á NUESTRA CLASE.
Réstame ahora solo hacer ligeras observaciones, lo que haré así,
atendido lo corto del tiempo que me queda para poder hacer uso de
la palabra que tan honrosamente para mí me ha sido concedida, acerca
de lo que entiendo existe de oscuridad respecto á nuestra clase en los
artículos 241 y 242 de la Ley de Enjuiciamiento criminal, y que creo
deberíamos esforzarnos en reclamar su aclaración para evitar perjui-
cios á la clase médica.
De la lectura del artículo 95 de la Ley orgánica de Sanidad, que
nos dice: «A los Profesores encargados del servicio médico-legal se les
«abonarán los derechos que por las leyés arancelarias se le señalen etc.»
También de la del artículo 26 del Reglamento de Forenses, en el que
se manifiesta «que los médicos forenses y demás Profesores á que se
«refiera tal Decreto, que presten servicios con el carácter de auxiliares
«de la Administración de justicia etc,, percibirán los derechos que
«cada uno devengue, siempre con arreglo al Arancel, que á continua-
«ción le sigue.»
Y finalmente, de la del artículo 358 de la Ley de Enjuiciamiento
criminal, que, al tratar de los peritos químico-legales, dice: «Que perci-
«birán por sus honorarios la cantidad que se fije en los Reglamentos,
«y esta se halla ya designada en el Arancel del Reglamento de médi-
«cos forenses».
De todo ello se deduce que nuestros honorarios son arancelarios y
que, por tanto, nos hallamos incluidos, para los efectos de cobro, en las
ventajas y contras del inciso 29 del artículo 241 de la Ley referida, ó
sea respecto á perjuicio, que al ser declaradas las costas de oficio, no ha
lugar cd abuso de nuestros honorarios por ser de los de Arancel.
Más, de lo que se deduce de la definición de la palabra Perito, que
es «la de serlo el que posee conocimientos ó práctica en un arte ó cien-
cia,» y con relación á los asuntos judiciales el que con sus conocimientos
del arte ó ciencia que ejerciere ó poseyere, es llamado para auxiliar con ellos
ála buena Administración de la justicia y dilucidar los casos cuestionables,
que, referente á un arte ó profesión, existiesen en la causa», circunstancias
que nos comprenden de lleno; y de la lectura de los artículos de la
Ley de Enjuiciamiento criminal vigente, números 456, 457, 356 y 357
que dicen: «456. El Juez acordará el informe judicial cuando para «conocer ó apreciar algún hedió ó circunstancia importante en el sa-
bulario fuesen necesarios ó convenientes conocimientos científicos ó
«artísticos.
«Art. 457. Los peritos pueden sor 6 no titulares. Son peritos titula-
«res los que tienen título oficial do una ciencia ó arte, cuyo ejercicio
«esté reglamentado por la Administración.
«Art. 356. Las ojieraciones de análisis químico, que exige la sus-
«tanciación de los procesos criminales, se practicarán por doctores en
«medicina, en farmácia, en ciencias físico-químicas, ó por ingenieros
«que se hubieren dedicado á la especialidad química etc.
«Art. 357. Los indicados Profesores prestarán este servicio en con-
«cepto de peritos titulares, etc.»
De todo ello puede también deducirse, que así mismo tenemos el
carácter de peritos titulares, y que, en tal concepto, pueden cabernos
los pro y contras del artículo 241, inciso 3? y los de inciso 2? del ar-
tículo 242, y derechos que por el inciso 49, párrafo 29, tienen los obli-
gados peritos, que son el de que no se les tase par Arancel su trarajo inte-
lectual; sino que sus honorarios se acreditan por minutas firmadas por los
mismos interesados, en las que ellos de por si han apreciado su trabajo inte-
lectual y sin perjuicio de que después, caso de que no hubiere conformidad
con las cuentas, se corran los trámites de impugnación por el ministerio fis-
cal óla parte interesada; y si se tachasen de excesivas ó ilegitimas, se regula-
ricen por los dos individuos de la misma profesión ó por la Junta de Go-
bierno del Colegio ó Academia respectiva, que dice el articulo 244/ inciso 29
de la Ley de Enjuiciamiento criminal.
Por todo lo que se vé, que existe confusión en el aspecto con que
podamos ser considerados, y qué distintas pueden ser las consecuen-
cias, según que se nos consideren los honorarios médico-legales con
carácter arancelario ó al análogo de los demás peritos ó abogados.
Dedúcese por tanto lo conveniente de que para evitar dudas y ob-
tener la consideración que nos es debida, de una vez se nos incluyera
en la clase general de «peritos» y «titulares» con todos los pro y contras
de los mismos y de este modo habríamos obtenido condiciones igua-
les á los Abogados y peritos referidos.
Carácter que sería mucho más lógico; pues de apreciárnoslos solo
con arreglo al Arancel, únicamente se consigue que el mismo honora-
rio obtenga un escrito ramplón, que uno realmente científico, que de-
termine de por sí sólo el punto objeto de ilustración ó debate, con tal
que en tamaño igualen, pues el Arancel sólo estima los dictámenes
por su extensión, como si dijéramos por metro ó á peso, como cualquier
objeto ordinario material y no por su calidad.
Y si esto pareciere inexacto, véase lo que textualmente dice: Por
un informe ó consulta.—Si no ocupa más de una hoja de papel de la marca del sellado: 50, 40 ó 30 'pesetas. Si excede de la 1? hoja, por cada una. que
se añada: 20, 15 y 10 pesetas.
Ya veis, pues, que no puede ser más inadecuado este sistema de
apreciación de los dictámenes médicos y consiguientemente la adjudi-
cación de los honorarios con arreglo al Arancel.
Por tanto, muy justo sería que al llegar cualquiera de los de nues-
tra clase en aptitud de ser oidos en la confección de las leyes, procura-
se se aclarase este particular y otros que en análogo sentido fuere me-
nester (cual ya recientemente nos ha dado ejemplo el Dr. Letamendi,
quien deseando armonizar el Código penal con la ciencia médica, pi-
dió. como Senador que es, al Minis.ro de Gracia y Justicia en Febrero
ó Marzo de 1887, que llevase el concurso del elemento médico en la Comi-
sión de Codificación y así se le ofreció al mismo), ó, sino quiere confiar-
se en este medio, lo promoviésemos algún dia en nombre de la clase,
en el seno del Colegio ó Asociación médica, que acaba de instituirse,
especialmente con el fin principal de defender á la clase é intereses
médicos; razón por la que debemos prestarle todo nuestro apoyo.
Pues cuentan refranes viejos; y ¡á fe que se contienen verdades en
algunos de ellos! «que la caridad bien ordenada no excluye el que tam-
bién se piense,(y á veces con alguna preferencia) en lo que sea referente
á uno mismo.»
Reitero, que no es que intente apartaros del bello ideal y práctica
de la ciencia y del bien á la Humanidad.
¡Parte de este gran todo somos! Bajo los anchurosos pliegues de su
bandera el «Progreso» nos movemos, y cuanto tienda al bienestar y
felicidad humanas, objeto serán de nuestros constantes desvelos, Ínte-
rin la Parca, con su fría segur, no venga á cercenar el hilo de nuestras
vidas; pero tam]:»oco debemos olvidarnos de nosotros.
Entre tanto y al mismo tiempo: ¡al bien, á la fraternidad y á la
ilustración universales vayamos!
Esto es, cuánto he creido conveniente exponeros en desarrollo de
mi tesis.
El Sr. Presidente: Se concede la palabra para argumentar al
Dr. J. Santos Fernández.
Dr. J. Santos Fernández; Manifiesta que, á pesar de las opiniones
emitidas por el Dr. Yesa y de las citas legales que hace, no se conse-
guirá que el Estado abone á los médicos sus honorarios, fundándose
en que no había consignación especial para ello.
Dr. Gómez de la Maza: Dice que es indiscutible el derecho de los
médicos á cobrar sus honorarios y que comprende la razón que ten-
drían para oponerse á prestar servicios gratuitos, pero que no sabe
como podrían repeler esas imposiciones del poder judicial, ni verificar
el cobro de sus honorarios. Dr. Vila: Que á no ser en los casos de muy urgente necesidad no
pueden las autoridades obligar á los médicos á la prestación de esos
servicios, y que esto lo establece un fallo de la Audiencia á su favor,
con motivo de una reclamación contra la disposición de un juez á
quien no obedeció por no creerlo indispensable.
Dr. Reinery: Dice que en la Habana los médicos forenses llenan
los servicios judiciales porque tienen los honorarios correspondientes
y que, por lo tanto, en el campo los médicos municipales pueden
negarse á prestar dichos servicios sino se los abonan.
El Sr. Presidente: Tiñe la palabra al Dr. Vesa para la réplica.
Dr. Vesa; Insiste en el derecho de los médicos para negarse á esa
clase de servicios, escepción hecha de los casos muy urgentes, en que,
ya por la importancia del asunto, el esclarecimiento judicial, ó cir-
cunstancias escepcionales, de todos conocidas, ó ya por la propia
misión del médico, no parece digno, ni lógico, escusarse.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Sr. Secretario para dar lectu-
ra á una moción que acaba de presentarse.
El Sr. Secretario; «Los que suscriben, en vista de todo lo manifes-
tado y teniendo en cuenta las frecuentes y graves consecuencias que
para los médicos tienen casi siempre las diferencias que entre ellos y
el poder judicial se suscitan, con motivos de mandatos para servicios
á que no están obligados, y, por otra parte, la verdadera necesidad
que se esperimenta en el interior de un servicio médico-forense oficial,
tienen el honor de proponer al Congreso que reclame del Gobierno el
cumplimiento de esa necesidad. Dres. fí. Sáenz Yánez. Eduardo
F. Plá.
El Sr. Presidente la sometió á votación y fue aprobada por unani-
midad.
El Sr. Presidente: Se dá por terminada la sesión y se cita al Con-
greso para el día inmediato á las siete y media de la noche. NOVENA SESION.
(21 de Enero—Noche.)
Presidencia: Dr. Zayas.
Secretario: Vice-Secretario, Dr. J. San Martín.
Abierta la sesión á la hora señalada previamente, dió lectura el
Vice-Secretario, Dr. J. San Martín, al acta de la anterior, que fué apro-
bada sin modificaciones.
El Dr. Bellver pide la palabra para una cuestión previa y, conce-
dida que le fué por el Sr. Presidente, pide que, con arreglo al artículo
15 del Reglamento, se lo señalara el último turno de la sesión para
una conferencia sobre Fiebre-Amarilla.
El Sr. Presidente, después de manifestar que podía aprovecharse
la latitud del artículo citado para diferir á la solicitud del Dr. Bellver,
la sometió á la discusión del Congreso y habiendo resultado favorable,
se le señaló el último turno de esa sesión.
El Dr. Bellver manifestó su agradecimiento al Congreso.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Desvernine para dar
lectura á su trabajo.
Contribución al estudio de las insuficiencias laríngeas, por lesiones
de los recurrentes.
el Dr. Cárlos M. Desvernine.
Los primeros datos clínicos referentes á esa perturbación de la
motilidad laríngea, que conduce en su completo desarrollo á la posi- ción media de las cuerdas vocales y á la muerte por asfixia, sino se
interviene abriendo la tráquea, proceden de las observaciones Ger-
hardt, publicadas en 1863 los anales de Virchow. Gerhardt y los inves-
tigadores que le sucedieron en el estudio de este importante asunto,
atribuyeron la insuficiencia respiratoria á un estado paralítico de los
músculos dilatadores de la glotis, ya de origen miopático, (Gerhardt,
Mackenzie) }ra por trastornos orgánicos en el territorio central ó peri-
férico de los nervios laríngeos inferiores.
Bajo este último punto de vista y en presencia del hecho neto de
que en la gran mayoría de estos casos la causa perturbadora inicial,
que implica cordones nerviosos aferentes á un grupo muscular que
rije y la oclusión y la dilatación de la glotis, cuando sus filetes en su
agregado constituyen ya un tronco nervioso compacto y único, era
indispensable, en tales circunstancias, encontrar la aplicación del sin-
gular fenómeno de la inmunidad que parecen poseer los músculos
constrictores. Por este concepto han sido innumerables las teorías é
hipótesis que han circulado en el mundo científico; pero todas han
encontrado un muy débil apoyo, ó ninguno, por parte de la investi-
gación anatómica, de la experimentación y de la clínica.
Así, pues, puede afirmarse que, á pesar del hecho evidente y ele-
mental de que la lesión inicial reside en el trayecto de los laríngeos
inferiores las más de las veces, á pesar de una rica analogía en pato-
logía nerviosa, y á pesar de los esfuerzos de los hombres más expertos
en la ciencia, no ha sido posible, por causa de la integridad de los
constrictores, incluir, sin grandes reservas, dicho desorden motriz en
el grupo bien definido de las parálisis periféricas, si se interpreta esta
expresión rigorosamente en el sentido de supresión funcional del seg-
mento distal del nérvio por interrupción de su conductividad en el
sitio de la lesión.
Semen, de Londres, á quien pertenece el mérito de haber probado
lo frecuente que es la afección, apoyándose en el estudio de un consi-
derable número de casos, intenta resolver el problema, atribuyendo á
las fibras abductoras del laríngeo inferior cierta tendencia especial
á ser afectadas aisladamente bajo la influencia de aquellas causas que
envuelven la totalidad del cordón nervioso, y hace extensiva esta
particularidad á las fibras abductoras del accesorio y del pneumogás-
trico, ya por lesiones periféricas, }ra con completa ausencia de altera-
ción orgánica. Pero el mismo Semón, así como también sus adeptos,
conceden que no quedará interpretada la patogénia de dicho estado
patológico, miéntras no se descifre el extraordinario fenómeno de que,
dada una lesión de un segmento nervioso periférico, se encuentren
abolidas exclusivamente los atributos funcionales de un determinado
grupo de sus fibras, conservando los restantes una integridad absolu- ta. Con todo esto, pues, Semen no lia hecho más que enunciar la po-
sibilidad de un hecho hipotético, sin decimos en ninguna parte el por
qué anatómico y fisiológico de esa misteriosa vulnerabilidad.
Las únicas observaciones que parecen apoyar esta manera de ver,
son las de Riegel, quien se vé conducido por ellas á la convicción de
que no es admisible otra interpretación do fenómeno, sino la de una
parálisis primitiva de los filetes dilatadores de los recurrentes. La fir-
me opinión de Riegel está basada en las autopsias de dos de estos ca-
sos, en uno de los cuales se encontró el enelavamiento de ámbos recu-
rrentes en producciones patológicas, y, al mismo tiempo, la atrofia de
ámbos crico-aritenóideos posteriores, acompañado este estado de la
degeneración de algunas de las fibras de dichos nervios, contiguos á
otros perfectamente normales. En el segundo caso sólo encontró la
atrofia de los dilatadores. Estas observaciones, que parecen conclu-
yentes en el sentido que se las interpreta, veremos más adelante la
significación que pueden adquirir.
Rossembach atribuye á los crico-aritenóideos posteriores el mismo
papel fisiológico que á los extensores y abductores de las extremida-
des, y en este concepto resultarían ser más profundamente perturba-
dos por lesiones periféricas ó centrales, como sucede en las parálisis
de las extremidades.
Semón, independiente, ha llegado á un juicio análogo, y cree,
además, en la existencia de un centro ganglionar especial para los di-
latadores, cuya lesión, si bien explicaría las parálisis abductrices de
origen central, no sucedería así para las de origen periférico, sobre las
que piensa con Penzald, que podrán ser explicadas por la resistencia
que presentan los abductores ó constrictores en virtud de la acción
sinérgica de éstos.
Además, es para Semón un factor de -mayor vulnerabilidad el
acentuado automatismo de los dilatadores. Todas estas interpretacio-
nes carecen de base si se analizan en un sentido anatómico ó fisioló-
gico, y, sobre todo, el hecho clínico indiscutible de que lesiones ner-
viosas unilaterales provocan á veces trastornos laríngeos bilaterales
(Baümler, Johnson, SommerbrodP, Desvernine) excluye forzosamente
aquellas teorías que encierran el concepto de una perturbación fun-
cional de origen estrictamente periférico; es decir, la noción patogéni-
ca de que lesiones situadas en el trayecto de los nérvios laríngeos in-
feriores, ó de sus tributarios, ejercen su acción perturbadora por un
mecanismo exclusivamente centrífugo. En efecto, el único grupo mus-
cular de los que presiden á los movimientos de posición de las cuer-
das, que podría perturbar dichas excursiones en ámbas cuerdas, por
lesión de un solo recurrente, sería el inter-aritenóideo, por el hecho de
estar subordinado á cada uno de dichos nérvios. Pero si bien este dis- positivo anatómico, cuyo conocimiento debemos á Erner, es un hecho
que confirma la experimentación, éste nos dice que es tan completa
esa distribución nerviosa de doble origen, que persiste íntegra la con-
tractibilidad de dicho grupo muscular, aun cuando se sustraiga fatal-
mente una de sus fuentes de influjo nervioso.
Sin insistir en más detalles, puede decirse que tal era el estado de
la cuestión, hasta que Krausse, de Berlín, publicó un trabajo experi-
menta], que hizo época en el estudio de este asunto.
La idea fundamental de Krausse consistió en emplear diversos
grados de compresión sobre los recurrentes y observar sus efectos
para interpretarlos á la luz de la más severa fisiología normal y pato-
lógica.
Sus experimentos se componen de tres séries.
En la primera practicó la compresión del recurrente en 11 perros,
comprendiendo al nervio entro un pedazo de corcho y una tira de go-
ma elástica. En el primer experimento, el resultado fue inmediato y
franco; la cuerda correspondiente asumió la posición de abducción
completa, en la que permaneció durante 30 horas consecutivas. En el
segundo caso, los efectos fueron más intensos aún, y á la compresión
del nervio sucedió una disnea de 1.00 respiraciones por minuto, de-
pendiente de la insuficiencia respiratoria por la oposición íntima de
ámbas cuerdas en la línea media. Estos trastornos persistieron, un
tanto atenuados, 40 horas, provocando la muerte del animal por
asfixia.
En vista del fenómeno activo de la contracción de los abductores,
Krausse abandonó la idea de que fuese un efecto directo de la irrita-
ción mecánica y pensó en una contractura de origen reflejo, contando,
como vía para la incitación centrípeta, aquellas fibras sensitivas del
recurrente que provienen do la rama comunicante del laríngeo supe-
rior. En los nueve casos restantes, en sólo dos se obtuvo la posición
media de las bandas, sin volver á alcanzar los resultados la intensidad
de los ensayos anteriores. La sección de ámbos laríngeos superiores,
que debía suprimir la vía centrípeta del arco diastáltico, sólo una vez
provocó la desaparición de la contractura, ocupando las cuerdas en el
acto la posición cadavérica. Atribuyéndose esta poca uniformidad en
los resultados á la manera desigual é imperfecta de la compresión, se
sustituyó el aparato primitivo por un pequeño instrumento de caout-
chut vulcanizado, el que permitía precisar mejor el grado de constric-
ción; pero, á pesar de este perfeccionamiento, los efectos no resultaron,
ni más concluyentes, ni mas constantes, deduciéndose únicamente de
estas compresiones progresivas, que la cuerda vocal determinaba unifor-
memente, hasta la ‘producción de la parálisis completa, tanto la abduc-
ción, como la adducción, aunque aquella es la regla, con más energía que 'esta • La tercera serie de experimentos merece la mayor atención: Kraus-
se la considera decisiva. Esta vez se prescindió de ejercer una fuerte
constricción, y se aplicó sobre el nervio un fragmento de corcho; una
ligadura floja con una tira de goma ó una cuerda de violín, resblande.
cida previamente en agua.
Después de breves instantes ó de algunas horas, persisten las ex-
cursiones bilaterales; pero esforzando la adducción, preséntame entonces
en uno n otro punto, lajeras contracciones vibrátiles y conservan las cuer-
das la posición tic adducción por un espacio de tiempo algo más largo
que antes de la operación, llevándose á cabo aún, con energía y regula-
ridad, los movimientos hacia afuera, hasta el máximun posible. A las
ocho ó diez horas, la respiración se hace precipitadamente estridulosa,
enómeno que es transitorio, y, sí 24 horas después de la operación
se practica un examen laringoscópico, se observan las cuerdas vocales
en la posición media de una manera fija y permanente, provocándose
Unicamente la atenuación de este estado por la administración de un
anestésico; pero, así que pasan sus efectos, vuelven á presentarse enér-
gicamente tersas y aplicadas una á otra en cada momento de la ins-
piración.
A pesar de los fenómenos inflamatorios, provocados en el nérvio
por el traumatismo, las cuerdas reasumían su libertad si se suprimía
la constricción, para volver á la posición de adducción al restituir
todas las circunstancias del experimento.
Estos fenómenos los interpreta Krausse, no como consecuencia de
un estado paralítico de los crico-aritenóideos desde luego, sino depen-
dientes de una contracción activa de los constrictores, y funda su
principal argumento en que, después de seccionado el nérvio, la cons-
tricción de su extremidad periférica, lógrase provocar en idénticas
condiciones la posición media de la cuerda.
Trece fueron los perros operados. En 9 de ellos, los síntomas larín-
geos fueron bilaterales; en dos, el resultado deseado fue unilateral, del
lado correspondiente al sitio de la lesión; en uno, la cuerda asumió la
posición cadavérica, y en el último, la parálisis fué total de ámbos
lados.
El estudio histológico de los nérvios, demostró la existencia de un
proceso neurítico y peri-neurítico, más ó ménos avanzado, y, en algu-
nos casos, la regresión degenerativa del elemento nervioso propio.
De este conjunto de datos concluye Krausse, después de un severo
análisis y de una madura reflexión, que se trata en estas condiciones,
así como en las análogas de patología humana, no de una parálisis de
los dilatadores, sino de una contractura tónica, permanente, de los
constrictores de la glotis, primitivamente originada por una irritación
periférica del recurrente. Para crear esta exaltación permanente de la excitabilidad nervio-
sa, cree Kransse indispensable un cierto grado de neuritis, la que por
sí sola, sin embargo, sería insuficiente para despertar los fenómenos
laríngeos, y necesita, como agente solicitante, un cierto grado de com-
presión.
Esta apreciación parece estar en acuerdo con el hecho de la apari-
ción y desaparición de la contractura, en la tercera serie de experimen-
tos, durante la presencia ó ausencia do la ligadura.
Ahora bien; de que estos hechos y estas conclusiones sean correc-
tas en el fondo, ¿puede deducirse que sea éste el mecanismo funda-
mental y general del trastorno, tal como se nos presenta en patología
humana? Paréceme aventurado resolver el problema de manera tan
absoluta ante ciertas consideraciones de orden fisiológico, y, sobre to-
do, ante el análisis clínico y anátomo-patológico de cierta categoría
de casos.
Es necesario sentar por principio que no existe prueba alguna de
que las fibras adductoras de los recurrentes sean particularmente vul-
nerables. Esta noción es absolutamente errónea, sin siquiera la som-
bra de una analogía en toda la anatomía comparada, y ha surgido de
la preponderancia que poseen los adductores por razón de su superio-
ridad numérica, la que invariablemente se pone de manifiesto por la
oclusión de la glotis, siempre que un estímulo adecuado excita el
tronco nervioso aferente á ambos grupos musculares. Es evidente,
pues, que cuando se observan dichas cuerdas en la posición fonética,
de alguna suerte ha entrado en acción esa preponderancia fisiológica.
He podido comprobar este hecho en el hombre experimentalmen-
te. Un individuo que casualmente, por un accidente, se había seccio-
nado el recurrente izquierdo en el cuello, presentaba un trayecto fis-
tuloso que conducía á un punto muy próximo del segmento distal
del nérvio. La cuerda vocal correspondiente ocupaba, en condiciones
ordinarias, la posición cadavérica; pero introduciendo en el conducto
fistuloso un electiodo apropiado, la excitación eléctrica determinaba,
del mismo lado, la adducción súbita y violenta de la cuerda, sin que
la opuesta participase de este movimiento, á pesar de una ligera incli-
nación mesial del aritenóideo derecho. Este hecho demuestra que en
el hombre, como en los animales inferiores de un tipo laríngeo análo-
go, los recurrentes conservan exclusivamente el aparato muscular de
su propio lado; de suerte, que en aquellos estados de posición media
de ámbas cuerdas por lesión única, como se observan ejemplos en pa-
tología humana, y como los describe Kransse en algunos de sus expe-
rimentos, es ineludible interpretar la bilateralidad del fenómeno por
algún mecanismo reflejo.
A priori es admisible esa contracción muscular indirecta, por el hecho de contener los recurrentes fibras centrípetas, ya propias, ya
procedentes del laríngeo superior por la vía de la rama comunicante;
pero no deja dudas sobre la significación fisiológica de los hechos
anatómicos invocados, la desaparición instantánea de la contracción,
seccionando los laríngeos superiores. Si este último resultado no es
constante, es porque la vía laríngea centípreta es múltiple y todavía
imperfectamente conocida en todos sus detalles.
Después de todas estas consideraciones, es de todo punto imposi-
ble aceptar las conclusiones de Krausse para los trastornos bilaterales
de origen nervioso unilateral; y, si he entendido bien su texto, justa-
mente la última serie de experimentos encierra en sí un argumento
formidable en contra de la interpretación definitiva que deriva de
ella. De los trece casos operados, en nueve la posición activa de las
cuerdas fué bilateral. Este resultado aduce forzosamente la ingerencia
de algún elemento centrípeto, pues, aún invocando para su explica-
ción la teoría de los movimientos sinérgicos anormales de Hitzig, co-
mo lo hace el autor, ésta se reduce en último término, á considerarlos
como la expresión exajerada de lo que acontece en el estado normal,
y tendríamos que admitir, como condición sine qua non preexistente,
un estado de exaltación de los centros básales, que en la especie ten-
dría que proceder de la irritación periférica; pero esta comparación
no es precisamente exacta, porque los movimientos anormales coaso-
ciados, á que alude la teoría de Hitzig, son intermitentes y se obser-
van generalmente bajo la influencia de actos voluntarios.
En definitiva, la prueba crucial de su teoría la encuentra Krausse
en el hecho de que, una vez seccionado el nérvio, si se comprime su
extremidad periférica, sucedió que «siempre que el experimento fué
fructuoso, se reproducían, sin divergencia alguna, los mismos resulta-
dos que los ya descritos; esto es, logramos provocar, en igualdad de
tiempo y de condiciones, la adducción permanente de la cuerda vocal
interesada.» De estas palabras, textuales, se desprende que los resulta-
dos no fueron exactamente tan constantes, por una parte y, por la
otra, que los fenómenos motrices se limitaron exclusivamente á la
cuerda vocal interesada; hechos éstos que, además de ser algo restrin-
gidos, no prueban sino la presencia de una excitabilidad exagerada
en la extremidad periférica del nérvio. Si bien este experimento hace
admitir las contracciones laríngeas de corta duración, provocadas por
la vía centrífuga directa, no encierra de ningún modo la prueba nece-
saria de que el delicado proceso neurítico, que se ha podido entretener
en el perro durante horas, á lo sumo cinco días, sea viable en pa-
tología humana durante meses, años, décadas aún, en ese abzoluto
equilibrio de excitabilidad, que debe despertar un determinado grado
de compresión, sin que ésta varíe en intensidad, sin que el nérvio se agote, ó sin que las alteraciones histológicas progresen hasta anular el
elemento esencialmente conductor.
Semejante evolución del trabajo patológico en cuestión, hasta un
límite matemáticamente preciso, bajo influencias mecánicas, necesa-
riamente muy variables en todas sus fases y que, sin embargo, en un
momento dado, con una frecuencia ya común, asuma una estabilidad
imperturbable, dentro de los distintos factores que rodean á semejan-
tes lesiones, es un estado patológico extraordinario é incomprensible.
Es más lógico, juzgando por una abrumadora analogía, buscar en el
fondo de situaciones tan permanentes, un origen de orden paralítico.
Krausse se anticipa á esta clase do objeciones, y, para satisfacerlas, in-
voca la larga duración de las contracturas activas en otras regiones
del cuerpo; pero á las que se alude son de origen central, y se olvida,
á lo que parece, al referirse á ellas, que en su experimento precitado,
secciona el recurrente, lo excita, y, por la identidad de efectos sobre la
motilidad laríngea, ántes y después de la sección, deduce que la con-
tractura es directamente periférica.
Ahora, señores, pasemos al terreno de la clínica, complemento de
todas nuestras investigaciones. Uno de los hechos de la experiencia
de otros y de la mia propia, que más me ha inclinado al estudio de
este problema, es que la observación de dos tipos bien analizados,
ofrecen caracteres distintivos notables.
En el uno se observa la más profunda perturbación de todos los
atributos funcionales de los músculos laríngeos: respiración y fona-
ción impedidas.
En el otro, los trastornos respiratorios dominan la escena. En ám-
bos casos, las cuerdas ocupan la posición media, ya por lesión única,
ya por lesión bilateral de los laríngeos inferiores. En el primer grupo
se observan las cuerdas gruesas, flácidas y pasivas ante la colúmna de
aire respirado; en el segundo, éstas se presentan tersas, lisas, con bor-
de agudo, y no oscilan pasivamente durante la respiración. En los ca-
sos de posición media unilaterales, la analogía es idéntica, sólo que la
integridad de una de las cuerdas asegura la capacidad respiratoria de
la glotis; pero bajo el punto de vista de la fonación, también se presen-
tan á la observación dos formas clínicas que, en un caso, se caracteri-
zan por una disfonía franca, y en el otro por la conservación de la
voz, ó bien la alteración consiste en una elevación de la tonalidad.
En la primera forma, el laringoscopio revela una cuerda en la po-
sición fonética permanente, larga y desprovista de las condiciones re-
queridas para vibrar al unísono con su congénere. La disfonía es bito-
nal, discordante en sumo grado. En la segunda categoría, á pesar de
ocupar igualmente la posición media de una manera permanente, se
revela á la inspección, lisa, brillante, firme, y su aparato muscular no ha perdido sus aptitudes de sostenerla ventajosamente durante las vi
braciones que le imprimen los esfuerzos de vocalización, y, si su ten-
sión, á veces exajerada, es variable en límites demasiado estrechos
para adaptarse funcionalmente a la cuerda libre, esta última se adap-
ta á ella y la tonalidad de la nota emitida podría ser muy alta, pero
es perfectamente clara y sonora.
Mientras escribo estas líneas, tengo bajo mi observación un ejem-
plo típico de esta última forma. Se trata de un individuo de 54 años
de edad, antiguo sifilítico, con accesos de dolor precordial que datan
de ocho meses. Ultimamente ha venido notando que su voz se altera,
adquiriendo los caracteres de un falsete agudo.
Examen laringoscopio: cuerda’ vocal izquierda inmóvil, en posi-
ción media, tersa, lisa, blanca y brillante, borde agudo. Cuerda vocal
derecha absolutamente libre y acordándose con su congénere para
producir un sonido alto y claro. En el tórax existen signos de un
tumor mediastínico.
Hace 18 meses pudo someter á la observación del Dr. Antonio
D. Albertini un caso análogo.
En esta categoría de casos se trata de fenómenos de excitación con
predominio de los conatrictores, y el origen reflejo es incuestionable,
por las razones expuestas, cuando los trastornos de la motilidad son
bilaterales por lesión periférica única. La universalidad' de la excita-
ción permite las coordinaciones musculares fonéticas. Cuando los
trastornos son unilaterales, la adaptación funcional de la cuerda libre,
sin esfuerzo consciente alguno, es, en harmonía con las ideas de Hitzig,
un fenómeno dinámico de perfecta coasociación muscular anómala,
preparado por un estado de exaltación de los centros sinérgicos bul-
bo-fonógenos; exaltación que en estas circunstancias es fácil compren-
der que es de origen periférico. Esta forma es rara, interrumpida en
su marcha por treguas en que la motilidad se establece, y si la pertur-
bación motriz es unilateral, de relativa corta duración, es la única sus-
ceptible de la interpretación de Krausse de la contractura activa directa.
En lo que concierne al grupo, muy numeroso ya, en el que una ó
ambas cuerdas vocales ocupan la posición media, pasivas, etc., é inca-
paces de emitir sonido sonoro alguno, estos signos son, como más
adelante veremos, los de un estado paralítico, y, en su consecuencia,
excluyen por completo la teoría de la contractura activa. Hé aquí dos
observaciones típicas.
Srita. X, de Matánzas. Antecedentes tuberculosos; 18 ?ños de edad.
En el 87 solicitó los servicios del Dr. Font para una disfonía muy
acentuada, sensación de cosquillas en la laringe y alguna tos. Cuatro
meses después, insuficiencia respiratoria laríngea, muerte inminente.
Se practica la traqueotomía y se conjuran los accidentes, Eñ Octubre del 88 vemos la enferma con el Dr. Echarte y en-
contramos:
Estado general, aparentemente bueno. Voz, nula. Examen larin-
goscópico: cuerdas en oposición media, separadas escasamente por dos
milímetros. Ausencia total de todo movimiento de abducción. Obtu-
rando la cánula, las cuerdas oscilan pasivamente ante la columna de
aire respiratorio.
En el tórax; signos físicos do adenopatía tráqueo-bronquial. Com-
presión del brónquio izquierdo, silencio respiratorio en el pulmón
corresqondiente. Respiración supletoria en el derecho.
Tratamiento apropiado.
El 8 de Enero del 89, reaparición de la voz. Vemos á la enferma,
reunidos con los Dres. San Martín y Sánchez Toledo, y encontramos:
Respiración posible con la cánula obturada y el aire penetra ám-
pliamente en el pulmón izquierdo. Aspecto laríngeo: irreprochable.
Algunos días después se suprime la cánula, se obtura la herida tra-
queal, y, hasta esta fecha, sin accidente alguno. A fines del 88 me con-
sultó un individuo de 58 años de edad para una disfonía que hacía
rápidos progresos. Tos y espectoracicn sanguinolenta.
Exámen laringoscópico: cuerdas flácidas y con tendencias á per-
manecer en la línea media.
Exámen del tórax: tumor mediastínico. Sus fenómenos laríngeos
progresan; cuerdas completamente pasivas. Se rehúsa toda interven-
ción quirúrgica y cinco días después de la primera consulta muere
por asfixia.
Autopsia practicada con el auxilio del Dr. Emilio Martínez: Tumor
mediastínico que había ulcerado el bronquío izquierdo y envolvía el
recurrente izquierdo.
Al exámen histológico encontramos los músculos laríngeos nor-
males. El recurrente era el sitio de un proceso neurítico. Recurrente
derecho, sin alteración alguna.
En estas observaciones es evidente que el trastorno laríngeo era de
origen reflejo, por lesión de un solo recurrente. Si en el primer caso,
el recurrente derecho hubiese estado igualmente implicado, se hacía
necesario, para la desaparición brusca de los fenómenos, quejas lesio-
nes hubiesen retrocedido exactamente en igual grado de ámbos lados,
lo que es inverosímil.
En cuanto al segundo, una cuidadosa autopsia pone la cuestión
fuera de dudas.
Si el mecanismo de la oclusión glótica hubiese sido en estos ejem-
plos los de una contractura activa, por predominio de los contrictores,
es lógico admitir, siendo uniforme para todos los músculos la incita-
ción anormal, que las cuerdas debían, no solamente ocupar la posición media, sino también revelarse lisas y tersas, ofrecer mayor resistencia
á la colúmna de aire, por efecto de la acción exajerada de los tensores.
Por otra parte, la voz no debía presentar tan completa extinción si
los folladores hubiesen participado de la exaltación general.
Todo esto parécenos incontestable.
Ahora bien; los centros bulbares de los nervios aferentes á los
músculos constructores están bajo la dependencia de centros de una
jerarquía, gradualmente superior, que los colocan en último término,
en relaciones fisiológicas estrechas con fuerzas que evolúan en regio-
nes de las más elevadas del cerebro, y de aquí que este grupo muscu-
lar represente en sus funciones la más alta categoría de los fenómenos
de la vida de relación. Su función no es normal, ni aún completa,
sino cuando se desenvuelve bajo impulsos adecuados de la actividad
psíquica; pero si su motilidad se desencadena bajo otras influencias,
éstas le imprimen una índole anómala, más ó ménos automática, y la
resultante es entonces un hecho relativamente bruto, sin un fin fisio-
lógico intencional y preciso. La función fonética, para ser alterada,
necesita la ingerencia de agentes excepcionales que determinen en sus
centros inferiores ó subcorticales, desórdenes dinámicos, ya por adi-
ción de fuerzas, ya por sustracción de otras, capaces de perturbar la
influencia refrenadora directriz que sobre ellas ejercen centros más
elevados, ó bien desintegraciones de estas últimas, tales, que queden
los centros fonógenos básales á la merced de influencias absoluta-
mente cu paces de regir sus actividades y que, en el estado normal,
serían aún insuficientes para tan sólo despertarlas..
Por estas condiciones elevadas de organización, los constrietores
son ménos vulnerables que los dilatadores.
Estos, por el contrario, dependen de centros esencialmente auto-
máticos, de una actividad que no cesa jamás del todo, que, ni
durante las pausas respiratorias, pierden su preponderancia sobre la
tonicidad refleja de los constrietores. Esta actividad funcional se com-
pone de una série de actos reflejos, sin que, en condiciones ordinarias,
participe en nada la volición. Por otra parte, toda función automática
es relativamente elemental, y su equivalente somático ménos comple-
jo que el de las funciones bajo el imperio de la vida psíquica. De aquí
que sean más autónomas fisiológica y anatómicamente; pero esta mi-
sura les crea una exquisita instabilidad ante agentes imitativos ó des-
tructivos de su propio substractum anatómico. Ellas son de las
más aptas en perder su equilibrio dinámico, porque las transforma-
ciones de fuerzas que ordinariamente tienen lugar en sus centros se
encuentran subordinadas, sin interferencias acentuadas de centros su-
periores, al origen, intensidad, calidad, extensión, duración, etc., de
las impresiones de origen periférico. Aeidenhaun ha encontrado, ex- perimentalmente, que las funciones incesantes son las más fáciles de
inhibir. Este hecho tiene para nosotros una explicación aceptable en
la circunstancia de que, por depender en absoluto dichas funciones
de incitaciones periféricas, poseen una impresionabilidad acentuadísi-
ma. adquirida filogénicamente, ante todo estímulo de orden centrípe-
to, y carecer, además, de asociaciones preexistentes con otras esferas
de acción, que les aseguren susflexiones funcionales.
Durante la respiración normal, los dilatadores predominan siem-
pre sobre los constrictores sin ceder en predominio, ni durante la es-
piración, puesto que nunca asumen las cuerdas, en condiciones fisio-
lógicas, la posición cadavérica; mientras que los constrictores están
abandonados á su tenacidad, si un impulso psieo-motríz uo solicita
sus centros básales.
Desde luego que es evidente, por Jo que tienen de esencialmente
Respiratorias las contracciones incesantes de los dilatadores, que esta
de la función laríngea es de exclusivo orden reflejo, partiendo la
incitación provocadora de ciertas expansiones del pnéumo-gástrico,
como lo han demostrado para el acto respiratorio en general, Trou.be>
Bernard, Ecbhard, Budgo, y con más precisión Rosenthal, Bert, Scbiflf,
Arloing, Tripier, etc.
Si estas premisas encierran todo el valor que es de concedérseles,
por el origen que toma en la más severa fisiología experimental, es de
concedérseles también una importante trascendencia en el terreno pa-
tológico; y, partiendo de estos datos, paréceme ineludible atribuir á las
lesiones irritativas periféricas de este sistema diastáltico mayor in-
fluencia en un sentido centrípeto de lo que basta aquí nadie ha he-
cho en el estudio do los trastornos de la motilidad laríngea, parti-
cularmente bajo el punto de vista de la inhibición. Después de los
trabajos de los hermanos Weber y do Ekbard, Troube, Bernard, Bud-
ge, Gflisger, Brown Sequard, etc., el fenómeno de cesación de acción
nerviosa, por el mecanismo de irritaciones á distancia, sin alteración
orgánica en el centro inhibido, es ya un factor tan preponderante y
general, en las acciones y reacciones de fuerzas nerviosas, que es im-
posible completar, sin su árnplio concurso, el conjunto de datos que
deben guiarnos en el estudio de todo problema de patología nerviosa.
Los desórdenes musculares que estudiamos son complejos y se
revelan en dos sentidos diametralmente opuestos: 19, preponderancia
de los adductores, puesto que las cuerdas se encuentran en la línea
media; y 29, importancia de los tensores, al extremo de no ser posible
ni la emisión de la nota laríngea fundamental, lo que representa el
mínimum posible de tensión, ni oscilación harmónica alguna, si se
solicita con la suma mayor de esfuerzos.
Tales resultados no pueden ser dependientes de la simple adduc- cíón de las cuerdas, puesto que esta posición es la primera etapa en
el mecanismo de la fonación, y ,por otra parte, ya hemos visto estados,
igualmente patológicos, en los que predomina el mismo elemento,
con conservación ó exaltación de la voz. Tampoco existen datos de
ninguna clase para suponer que factores disociados, múltiples, proce-
den del sitio de la lesión nerviosa periférica para crear independien-
dientemente cada uno de los elementos descritos, que en su agre-
gación constituyen tan singular síndrome. Es necesario concebir la
solución del problema, atendiendo á la solidaridad fisiológica del órga-
no, en el sentido de la existencia de un conjunto de trastornos muscula-
res, en la más estrecha filiación entre sí, referibles en su primer término
á una perturbación dinámica inicial, provocada por la lesión nerviosa.
Bajo este punto de vista, no existe en la parte periférica del apara-
to vocal, como ya lo hemos visto, hecho estructural alguno, que se pue-
da invocar, para descifrar la primera deficiencia que rige el orden social
en que se desarrollan los fenómenos. Pero, si nos volvemos á las fuen-
tes de influjo nervioso, allí se encuentran contrastes, muy dignos de
atención, que ya hemos estudiado.
La plena solución del problema reside en esa escasa resistencia de
los centros respiratorios laríngeos, ante influencias centrípetas, parti-
cularmente efectivas en el pnéumo-gástrico izquierdo, según Tripier, y
que reside también en los recurrentes, según los experimentos de
Burkart, las que crean, por inhibición, la parálisis de los crico-aritenói-
des posteriores.
Una de las bases fundamentales de este concepto es que, persis-
tiendo íntegro el resto de la musculatura laríngea, como se admite
umversalmente, la contractilidad del grupo tensor no se hace efectiva
sobre las cuerdas por la ausencia únicamente del antagonismo coordi-
nador que les sustrae la insuficiencia do los dilatadores. Desde la ¡pro-
testa de Winslow y las brillantes demostraciones de Duchenne de
Boulogne, se sabe que toda acción muscular fisiológica no es el objeto
directo de determinados grupos musculares, sino la resultante de aso-
ciaciones musculares opuestas. La deficiencia de los dilatadores, pues,
permite una rotación exagerada bácia dentro de los cartílagos arite-
nóideos por la acción no contrastada de los adductores, y, aún más,
un desligamiento bácia adelante de los mismos cartílagos por el do-
ble mecanismo de la contracción de los tensores transversales y la re-
tropulsión del cricóides, en el sentido que yo la be descrito, no pu-
diendo los dilatadores paralíticos sostener sólidamente fijos á los
aritenóides sobre el borde superior del cricóides.
En estas condiciones los adductores preponderan aisladamente, y,
á pesar de la posición fonética de las cuerdas, se comprende que toda
emisión de voz sonora es absolutamente imposible. En cuanto á los casos ya citados de Riegel y sus análogos, cu los
que existe una degeneración neuro-mnscnlar sistematizada, nada di-
cen en oposición á la patogenia que hemos expuesto, pues entre los
atributos más frecuentes de los fenómenos de inhibición, se observan
trastornos muy acentuados de la influencia trófica central. Erb admi-
te tales desórdenes por causas centrales de un orden puramente diná-
mico, y la distrofia de la musculatura del muslo, consecutiva á las
lesiones irritativas de la articulación tibio-femoral, es un fenómeno
trófico reflejo bien estudiado por Charcot y sus discípulos.
En definitiva, señores, la vulnerabilidad de los músculos dilatado-
res de la glotis, ante lesiones periféricas de los recurrentes, existen, y
es de doble origen.
19 Si la lesión exalta la irritabilidad del segmento nervioso, de-
penden en este caso de insuficiencia de los dilatadores, de la acción
preponderante por su múmero, del grupo de los constrictores.
29 Si la lesión nerviosa, por su sitio ú otra circunstancia, ejerce
una influencia centrípeta, los dilatadores pierden entonces su motili-
dad automática por la instabilidad dinámica, inherente á sus centros
bulbares, y se suceden los fenómenos que hemos estudiado.
El Sr. Presidente somete á discusión el anterior trabajo.
El Dr. Semprún, pide la palabra y refiere un caso de bocio qmstico
telengiectásico, en el cual se practicó la operación con el ecrasseur de
Chassaignac y, durante cuya operación, hubo momentos de verdaderos
temores y alarma grande para el operador y los asistentes por el tre-
mendo dolor que determinaba la constricción de la cadena y las ins-
piraciones tetánicas que se manifestaron, obligando á suspender la
operación, dejando en plaza la cadena estranguladora. Afirma que el
recurrente fué interesado en la compresión. A los pocos días cayó el
pedículo y el enfermo quedó afónico.
El exámen laringoscópico, prosigue el Dr. Semprún, demostró una
parálisis muscular sin atrofia; y con este motivo pregunta al Dr. Des-
vernine su opinión sobre la analogía de este caso con los que refiere
en su trabajo y sobre sino sería por acción inhibitoria.
El Dr. Desvernine interroga á su comunicante si el tumor tenía
adherencias á los recurrentes, y, después de habérsele respondido que
las había al lado izquierdo, opina que se trataba de una parálisis re-
fleja, ya por las fibras propias del recurrente, ya-por la rama comuni-
cante del laríngeo inferior.
El Sr. Presidente; Tiene la palabra el Dr. Belot para leer su trabajo La hidroterapia en la anemia.
el Dr. T. Belot.
Los interesantes trabajos del Dr. Thermes, presentados en el año
de 1877 ála Sociedad Hidrológica de París, acerca de la importante
benéfica acción de la hidroterapia sobre la constitución de la sangre,
consistente en el aumento de los hematíes, han probado la utilidad de
este tratamiento en la Academia. Sin necesidad de medicaciones in-
ternas, que con frecuencia las contraindican los trastornos gástricos
que producen; la hidroterapia por sí sola basta para modificar el esta-
do anémico, devolviendo al enfermo la salud y las fuerzas. La acción
es lenta, seguramente, pero comparada con la del tratamiento usual
interno, no titubeamos en decir que aquella produce efectos infinita-
mente más rápidos y eficaces. Confirmamos aquí lo que todos los
hidrópatas han escrito sobre este particular en otros países.
Tal es la seguridad en el favorable resultado de este medio tera-
péutico, que la tardanza en el alivio sirve de elemento diagnóstico de
enfermedades orgánicas ocultas..
El Dr. Delmas, director del establecimiento hidroterápico de Long-
champ en Burdeos, cita en su obra tres casos de cáncer del estómago?
diagnosticados y corroborados por el resultado final.
Como elemento diagnóstico tiene también su importada para esos
casos de anémia descrita por el profesor Potain, la anemia ‘pictórica. La
gran semejanza de síntomas que presentan la anémia y la hiperémia
cerebral entraña dificultades para el diagnóstico de ámbas, lo cual es
esencial. Prontamente nos saca de duda la hidroterápia. En nuestra
práctica hemos tenido ocasión de probar la eficacia de la técnica hi-
dráulica en estos casos, para desde luego saber a qué atenemos sobre
un diagnóstico que más de una vez hemos rectificado.
No hay tratamiento interno que produzca tan rápido alivio en los
fenómenos cerebrales y nerviosos de los anémicos. Este alivio, además
de ser inmediato, es duradero y las siguientes observaciones com-
prueban nuestra aserción. En los casos que cito se ha acudido á la
hidroterápia después de agotados todos los demás recursos.
Las aplicaciones hidráticas que empleamos son calientes, templa-
das ó frías, según el estado del enfermo y los fenómenos que se pre-
sentan en el transcurso del tratamiento. Siempre evitamos, al princi-
piar, choques fuertes, sobre todo cuando hay sobrexitación nerviosa,
siendo las primeras aplicaciones esploradoras ó preparatorias. Conoci-
da ya la suceptibilidad hidrática del enfermo, entramos de lleno en el
tratamiento empleando la técnica más apropiada. Esta es distinta de la que generalmente se usa. Nuestra práctica nos ha demostrado la
necesidad de insistir en aplicaciones de fuerte presión en todo el cuera
po, pero especialmente en el arco superior, la región cefálica. Sin te-
mor alguno aplicamos esa ducha de fuerte presión que proporciona al
enfermo un bienestar inmediato, haciendo desaparecer en el acto ma"
veos y vértigos. Volverán éstos al cabo de algún tiempo más ó ménos
largo, pero con la continuación diaria de estas aplicaciones, en muy
pocos días desaparecen completamente. En esto nos apartamos de la
regla general que indican los tratados clásicos y empleamos una téc-
nica diametralmente opuesta, cuyo buen resultado está sancionado
por nuestra práctica diaria.
El empleo de este procedimiento no carece de peligro en determi-
nados casos y su manipulación requiere tacto y prudencia. Sólo los
anémicos con fenómenos cerebrales son sometidos á esta técnica cuya
descripción es la siguiente:
Ducha de chorro, mitigada, de fuerte presión sobre la espalda, los
hombros y los brazos estendidos; duración de diez á quince segundos.
Igual duración que la anterior. Este procedimiento se repite por cua-
tro ó cinco días seguidos, y entonces añadimos además la ducha
filiforme con presión de dos atmósferas, dirigiéndola por cinco ó seis
segundos á la región cervical, occipital, apófisis mastóides y orejas
para pasar en seguida á la región frontal, previamente cubiertos los
ojos. La aplicación frontal, más corta, de dos ó tres segundos solamen-
te, por sacudidas, no siendo posible al enfermo resistirla seguida. Para
concluir la sesión, una ducha de lluvia de fuerte presión y de un se-
gundo. Como se comprenderá, esta aplicación es sumamente enérgica.
Produce rubefacción instantánea de la piel en la región duchada, dolor
superficial intenso durante la aplicación y calor en la región, aturdi-
miento por algunos segundos, seguido inmediatamente de una sensa-
ción de bienestar en el cerebro, que sorprende al enfermo, y desapari-
ción de los mareos.
Cuando el enfermo cesa de sentir mareos es prudente no seguir
con ésta técnica, y sólo las aplicaciones generales usuales estarán
indicadas. Siempre hemos empleado el agua á la temperatura natural.
El estado de debilidad y de estenuación del enfermo no constituye
contra-in dicación.
Para comprobar la eficacia de éste método, que no veo menciona-
do en ningún tratado, presento las siguientes observaciones de indivi-
duos pertenecientes á la clientela de distinguidos facultativos de ésta
ciudad y que me han sido dirigidos para someterlos á la hidrotera-
pia. Como mejor prueba, presento casos de anémia producida por dis-
tintas entidades patológicas. La observación N9 1 tiene la particu-
laridad de haber sido sometido el individuo, en primer lugar, al tratamiento interno usual, después al tratamiento hidroterápico, según
la fórmula clásica y como adyuvante del tratamiento interno, y, últi-
mamente, el tratamiento hidroterápico esclusivo, con la nueva aplica-
ción, produciendo ésto inmediato alivio.
Observación N9 1.—1)9 F. /V. Anémia producida por abusos gené-
ricos y pérdidas, dienta del Dr. Y. B. Valdés.
De 29 años; aspecto anémico. Se queja de cefalálgias diarias, ma-
reos, vértigos, pérdida de memoria, dificultad para el trabajo mental,
no puede fijar su atención, ni la vista, sin la aparición de llamas de
fuego y moscas (según su propia expresión): imposibilidad de mante-
ner la actitud vertical, se alivia en la posición horizontal; insomnio,
melancolía, anoréxia, la conversación le causa mareo.
Siguió un tratamiento adecuado interno, bajo la dirección de vá-
rios facultativos durante los dos años que padece y últimamente se
puso en manos del Dr. Vicente B. Valdés, Después de dos meses de
asistencia le aconseja éste la hidroterápia y me lo recomienda en prin-
cipio de 1888, en Marzo. Empieza desde luego las aplicaciones hidriá-
tícas bajo mi personal dirección y las recibe principalmente en el arco
inferior, evitando cuidadosamente la región superior, sobre todo la ce-
fálica, que está cubierta con una toballa doblada, para no recibir la
lluvia directamente sobre la cabeza, (fórmula clásica). El enfermo si-
gue, á la vez, con el tratamiento interno, bajo la dirección del Dr. Val-
dés. Cinco semanas estuvo esto señor usando la hidroterápia y no en-
contrando alivio alguno se despidió. El 17 de Octubre de 1888 vuelve
á presentarse en el establecimiento con todos los síntomas anteriores
muy agravados.
Ha tenido que cesar en su ocupación de tenedor de libros por los
trastornos cerebrales que le produce este trabajo. Ha desistido de todo
tratamiento interno por creerlo ineficáz.
Octubre 17.—Primera sesión hidroterápica. Ducha general tónica y
escotante, insistiendo en el arco superior, los brazos, los hombros, parte
anterior y posterior. Ducha filiforme región cérvical, occipital, y
frontal. A la conclusión, lluvia fuerte de un segundo sobre la cabeza-
Efecto inmediato: aturdimiento por un momento sumamente corto>
seguido de sensasión de bienestar general y el cerebro ligero.
Octubre 26.—Los fenómenos cerebrales han disminuido notable-
mente. Puede leer y escribir con ménos molestia, duerme mucho me-
jor, el apetito aparece. Sigue la misma aplicación hidriática.
Noviembre 19—Ya principia á atender á su carpeta. Todo su estado
general muy mejorado. Los síntomas cerebrales casi han desapareci-
do. Los fenómenos visuales han mejorado mucho, dice que las llamas
han desaparecido pero le molestan las moscas que se presentan en la
vista dodavía. Apetito y sueño mejorado. Sigue la misma aplicación. Noviembre 15.—Sigue la mejoría muy rápida. Sueño y apetito na-
tural. Buena disposición de ánimo. De vez en cuando algún pequeño
mareo.
Diciembre 8.—Dejó de asistir durante quince días por un fuerte ca-
tarro febril. Hoy se presenta en el mismo estado que estaba el 15 de
Noviembre. Vuelve á recibir las mismas aplicaciones.
Enero 15.—Hoy se despide. Se siente enteramente bien.
Observación N9 3.—Srita. J. H. Padece de anemia; disrnenorrea,
producida por método de vida anti-higiénieo. Dirigida por el Dr. P.
Pagés, y recomendada para la hidroterápia.
Se queja de un gran peso en el cerebro (región occipital) que le
obliga á tener la cabeza inclinada bácia atrás. Necesita apoyar la ca-
beza contra algo por no poder tenerla en posición recta algún tiempo.
Frecuentes mareos, aumentados por cualquier ocupación mental, co-
mo leer, escribir, conversar, que también ocasionan cefalálgia y tras-
tornos visuales. Las cefalálgias casi constantes. Insomnio, melanco-
lía, irritabilidad del carácter. Gran pereza para ocuparse y moverse.
Anoréxia.
Octubre 80 de 1889.—Principia hoy el tratamiento, aplicaciones ge-
nerales y la local occipital. La ducha general fría con toda presión en
todo el arco superior y la local á la región cervical y occipital. Des-
pués de esta sesión siente la cabeza ligera y bienestar general.
Noviembre 2.—Ha seguido el mismo método. Carácter alegre; ma-
reos más flojos, ménos frecuentes, sueño mejor. Reaparece el apetito-
Noviembre 5.—Mareos, cefalálgias y demás fenómenos cerebrales
han desaparecido. Buen apetito, sueño bueno.
Noviembre 10.—Todos los fenómenos nerviosos han desaparecido.
Cesa la aplicación local.
Diciembre I?— Pasó su período catamenial sin trastornos de ningu-
na clase. Han vuelto hoy marcos muy ligeros, vuelve á cansar el cere-
bro la lectura. Aplicación general fría.
Diciembre 3.—Siguen mareos, peso en el cerebro cuando leé. Apli-
cación general arco superior y local occipital.
Diciembre 4.—Después de la ducha de ayer se sintió mejor de la
cabeza y no se presentaron los mareos en todo el día. Sigue la misma
aplicación.
Diciembre 6.—No siente molestia alguna en el cerebro. Lée en voz
alta una hora seguida sin notar molestia.
Diciembre 8.—Sigue muy bien. Al iniciar el tratamiento hidroterá-
pia, cesó el Dr. P. Pagés todo tratamiento interno.
Observación N9 3.—Sra. -í. P. de B. Anémia por metrorrágia.
Cliente del Dr. A. D. Albertini.
Hace pocas semanas tuvo un parto laborioso, seguido de metrorrá- gias graves. Queda esterillada y profundamente anémica. Adelanta
poco con el tratamiento interno y le aconseja el Dr. Albertini que se
someta á la hidroterapia, á lo que accede con mucha repugnancia.
El día 3 de Octubre de 1889 se presenta en el Establecimiento.
7 Entra muy lentamente y sostenida por dos personas. Sumamente pá-
ida y débil, dice que tiene mareos y vértigos constantes, una cefalál-
gia que no cesa. No puede fijar su atención en nada, le fatiga la con-
versación. La lectura imposible. Se le va la vista. Tiene diplopía y
estrabismo. Unas llamitas de todas clases constantes le molestan la
vista. No puede estar en estación vertical, ni sentada algún tiempo
sin sentir mareos fuertes y vértigos que la obligan á tomar el decúbito
horizontal. Anoréxia completa. Sueño malo.
Octubre 3.—Las primeras aplicaciones se administran con todas
las precauciones que requiere su estado delicado. Se siente mejor y
más animada después de la ducha, que tomó con mucho recelo.
Octubre 4.—Aplicación tónica escitante al arco superior, insistiendo
en los hombros, región occipital.
Octubre 6.—Fenómenos cerebrales muy mejorados. Mareos mucho
menos pronunciados. Ya anda sin auxilio de otra persona.
Octubre 10.—Estrabismo casi desaparecido. Diplopía ménos. Anda
dos cuadras sin tener tanto mareo. La conversación más fácii. La cefa-
lálgia ha desaparecido. Apetito bueno. Sigue la misma técnica.
Octubre 15.—El estrabismo ha desaparecido completamente. La di-
plopía apénas existe. Los mareos aparecen sólo si se ocupa en leer.
Dá sus paseos con facilidad.
Octubre 18,—Aparece el ménstruo y se suspende el tratamiento.
Octubre 29.—Vuelve hoy con mareos continuos y los mismos fenó-
menos cerebrales anteriores, ménos intensos. Técnica: aplicación tóni-
ca escitante al arco superior, ducha local occipital y lluvia fuerte.
Noviembre 2.—Se siente mucho mejor. Sigue la misma técnica.
Noviembre 4.—Aparece ligera metrorrágia. Siguen las aplicaciones
hidriáticas.
Noviembre 6.—Desapareció la metrorrágia con las duchas. Los ma-
reos y demás síntomas cerebrales han desaparecido. Persisten las lla-
mas de distintos colores en la vista.
Noviembre 9.—Aparece el período catamenial.
Noviembre 22.—Hoy vuelve al tratamiento, muy dispuesta. Estado
general muy satisfactorio. Da largos paseos y se siente bien.
Desde el 24 de Noviembre ha dejado el tratamiento contra la opr
nión de los facultativos.
Observación N9 4,—8. P. G. L. Anémia cérebro-espinal. Dr. F,
Zayas.
Este señor, cliente del Dr. 1). Francisco Zayas, se presenta á este Establecimiento para someterse á la hidroterapia, recomendada por
dicho doctor. La relación cpie me hace es la siguiente:
En 1886 tuvo un desmayo, seguido de parálisis de ambas piernas,
de lo cual se repuso en poco tiempo. So repitió este fenómeno varias
veces en distintos intervalos. Más tarde empezó á notar pérdida de
memoria, diversos fenómenos extraños de la visión, zumbidos en los
oídos, imposibilidad de fijar la atención, lectura imposible, conversa-
ción difícil, mareos, vértigos que le imposibilitan la estación vertical,
insómnio de noche y soñolencia constante de día, torpeza de la len-
gua bastante pronunciada, anoréxia, gran debilidad de las piernas,
acompañada de hormigueo en las manos y los piés. Necesita el apoyo
de su hijo para moverse.
Febrero 10 de 1888.—Con mucho temor vá al baño. Se le hace una
aplicación preparatoria con las precauciones que exige su estado deli-
cado. A la conclusión sale muy animado.
Febrero 12.—Tercera sesión hoy: empiezan las aplicaciones tónicas
escitantes generales, insistiendo en el arco superior, además la filifor-
me occipital y frontal, concluyendo con una lluvia fuerte sumamente
corta.
Febrero 13.—Después de la aplicación ayer sintió el cerebro más
ligero, más despejado, pasó el día con ménos mareos, pudo dormir,
despertándose nueve veces, miéntras en las noches anteriores quedaba
enteramente desvelado.
Febrero 14.—Durmió toda la noche y empieza el apetito. Los mareos
han disminuido considerablemente, el ánimo dispuesto, fija mejor la
vista, conversa con ménos dificultad, lengua ménos torpe, ménos
soñolencia de día.
Febrero 15 y 16.—Retroceso en estos dos días en todos los síntomas
y temió venir al Establecimiento.
Febrero 17.—Hoy lo trae el hijo contra la voluntad del enfermo. Se
somete á la misma fórmula.
Febrero 18.—Alivio general después de la aplicación de ayer. Sigue
la misma fórmula.
Febrero 20.—La mejoría sigue muy rápida en todos los síntomas-
Puede seguir una conversación sin sentir fatiga, leé y escribe algún
rato sin cansancio. Anda ocho cuadras sin molestia alguna y sin ayu-
da. Apetito y sueño natural.
Febrero 29.—Salió ayer al campo y anduvo á caballo un espacio de
seis leguas sin molestia. Antes la equitación producía vértigos inten-
sos. Viene á pié desde Paula hasta el Establecimiento.
Marzo 4.—Ya puede atender á su bufete, lo que no podía efectuar
desde hace dos años. Apenas siente fenómenos cerebrales y sólo cuan-
do se escede en el trabaio mental. Abril 8.—Se siente muy bien
Abril 20.—Se despide bueno.
Observación N9 5.—D, J. M. Anemia por abusos genésicos.
De 23 años, soltero. Padeció de fiebres palúdeas hace años.
En el año de 1886 empezó á notar frecuentes pérdidas seminales.
Desatendió su estado, que fue agravándose considerablemente, presen-
tándose síntomas cerebrales. Tuvo un síncope que duró dos horas y
quedó más tarde en estado cataléptico durante trece días consecuti-
vos. Desde aquella época se repitieron de vez en cuando los síncopes,
agravándose su estado y aparecieron diversos fenómenos cerebrales.
Agotó todos los medios de curación en el campo y vino á la Habana
mandado por su señor padre, médico.
Presenta hoy los síntomas siguientes: palidéz. fisonomía triste, de-
bilidad general. Tiene mareos constantes, vértigos que hacen la loco-
moción lenta y difícil, gran peso en el cerebro, pérdida de memoria,
soñolencia constante de dia, insomnio pertináz de noche, pudiendo á
duras penas conseguir algún sueño con los narcóticos, imposibilidad
de fijar la atención, conversación dificultosa, lectura imposible, hipo-
condría, trastornos visuales. Apetito nulo. Erección nula. Pérdidas
inconscientes diurnas y nocturnas á la defecación y micción.
Noviembre 10.—-Empieza hoy el tratamiento. Medicación hidriática,
tónica reconstituyente. Aplicaciones generales frías, y locales á i a re-
gión del plexus sacro, las ingles. La ducha filiforme á la región occi-
pital, cervical y frontal. Ninguna medicación interna.
Noviembre 14.—Duerme toda la noche sin necesidad de narcóticos.
Mareos y trastornos visuales menores. Recupera el apetito. Se siente
más animado; la hipocondría desaparece. Las erecciones se presentan
de madrugada; (desde hace un año no las tenía). Sigue la misma fór-
mula hidriática.
Noviembre 18.—Mejoría do todo su estado. Los mareos han desapa-
recido y también los demás fenómenos cerebrales. Animo muy dis-
puesto. Las pérdidas han disminuido considerablemente. Apetito
bueno.
Noviembre 22.—Estos días, desde el 18, interrumpió el tratamiento
por un fuerte catarro febril. Vuelve hoy. Sigue la misma fórmula.
Noviembre 26.—Dice que se siente del todo bien y así lo demuestra
su semblante. Dice que no nota pérdida alguna. Erección natural co-
mo no las tenía desde hace tres años.
El día 28 sale al campo, por considerarse bueno.
Diciembre 2.—Vuelve á hacerme una visita, dándole yo de alta.
Observación N9 6.—D. T. R. Espermatorrea.
Hace tres años que empezó á notar las erecciones débiles y dificul-
tad del coito. Antes ya venía padeciendo de pérdidas durante la defecación y micción. Fue empeorando su estado y se presentaron Jos
fenómenos cerebrales. Consulta al Dr. Estrada y se somete á un trata-
miento por espacio de algunos meses, al cabo de los cuales no consi-
gue alivio y vá á la Península, donde permanece unos seis meses sin
conseguir el estado apetecido. Vuelve á Cuba agravado.
Noviembre 11 de 1889.—So presenta en este Establecimiento para
someterse á la hidroterapia.
Aspecto anémico y debilidad general muy pronunciada. Se queja
de constantes mareos y vértigos, temiendo caer á cada momento, per-
dida de la memoria, insomnio de noche, constante soñolencia de día,
vista turbia y que no puede fijar, zumbidos constantes en los oídos y
sordera á ratos; gran dificultad para atender á sus negocios. Pérdidas
inconscientes dirimas y á la defecación y micción. Erección nula.
Indicación: medicación hidroterápica tónica reconstituyente. Apli-
cación general fría insistiendo en el arco superior. Ducha filiforme á
la región cervical, occipital y frontal y lluvia.
Noviembre 20.—Todos los fenómenoe cerebrales han mejorado con-
siderablemente. Buen apetito y ánimo dispuesto.
Diciembre 19—Los mareos, vértigos, zumbidos de oídos han desa-
parecido casi del todo. Vista natural.
Diciembre 10.—Todos los síntomas del cerebro han desaparecido.
Se siente muy bien. Hay erección, sigue el tratamiento.
Hace un año empezó á sentir mareos, peso en el cerebro, hipocon-
dría, amor á la soledad, ideas de homicidio, insomnio, trabajo mental
muy difícil, cefalalgia y apetito nulo, debilidad general, estado ner-
vioso muy pronunciado. Pérdidas seminales frecuentes.
Observación N9 7.—Sr. D. W. G. Recomendado por el Dr. Zúñiga.
Noviembre 14.—Empieza hoy con aplicaciones preparatorias. Cesa
medicación interna.
Noviembre 16.—Aplicación tónica reconstituyente general y local,
ducha filiforme región occipital y frontal.
Noviembre 20.—Los síntomas cerebrales han desaparecido. Sueño
bueno. Apetito bueno. Alegría, apego á la vida. Trabajo mental fácil.
Diciembre 19—Mejoría muy rápida. Trabaja todo el tiempo necesa-
rio sin molestia. Cesa Ja aplicación cefálica.
Diciembre s.—Vuelven algunos mareos; trabajo mental más difícil
otra vez. Vuelve la aplicación cefálica.
Diciembre 7.—Desaparecieron los mareos. Trabaja lo necesario. Se
siente muy lúen. La misma aplicación.
Diciembre 10.—Sigue muy bien. Cesan las pérdidas seminales.
El Sr. Presidente: Queda abierta discusión sobre el trabajo que se
acaba de leer y el Dr. Jover tiene la palabra para argumentar.
Dr. Jover: Dice que quiere tener el honor de ser el primero en argu- mentar el trabajo del Dr. Belot y celebrárselo, tanto por su importan-
cia científica, como por la respetabilidad de su autor.
Después de declararse partidario del método hidroterápico, arguye
que en el trabajo se toma este tratamiento como med o de esploración
para el diagnóstico entre la anémia cerebral y la congestión, y opina
que, tras de ser sumamente peligroso, envolvía una falta á la clínica;
pués si bien es cierto que en varios estados se suelen confundir ambas
enfermedades, uo lo es ménos que casi siempre pueden distinguirse.
Para la anémia, agrega el Dr. Jo ver, será un brillante tratamiento el
del Dr. Belot, pero para la congestión tiene que ser fatal, y termina
refiriendo un caso pertinente á su tésis.
Dr. Gordillo: Después de hacer un cumplido elogio de los méritos
del Dr. Belot, al que considera como el hidrópata más caracterizado
de la Habana, y de estimar como concluyentes las observaciones que
ha presentado, dice que sólo encuentra una objección que hacer, des-
pués de la presentada por el Dr. Jover, y es la que se refiere á ciertas
predisposiciones peculiares de algunos individuos, particularmente
las señoritas, contra la acción súbita de las irrigaciones frías, cuya
predisposición es indispensable modificar. A este fin, dice el Dr. Gor-
dillo, es preciso calmarlas con una ducha suave, tibia y bréve, y él lo
ha practicado con tan buen éxito, que luego pueden sufrir las frías
sin dificultad.
El Dr. Weiss: Dice que los que le han precedido han hecho ya el
elogio que merece el Dr. Belot, pero que deseando hacer alguna luz
en las anémias gráves, tiene que declarar que en éstas no es posible
aplicar el tratamiento sin hacer, no ya el diagnóstico señalado por el
Dr. Jover, sino, además, el de las diversas clases de anémias; las pro-
pias de la vida sedentaria, las de los trabajos intelectuales, y particu-
larmente las que en las señoras proceden de afecciones uterinas etc.
etc., en las cuales no puede ser bueno el tratamiento señalado. En
consonancia con esto refiere un caso observado en los Estados-Unidos
y termina su argumentación, recordando que hay un tratamiento he-
roico, muy superior á todos, bajo el punto de vista de la prontitud de
su acción y seguridad: éste es el de las inyecciones de citrato de hie-
rro en disolución, en cuyo apoyo refiere hechos curiosos.
Dr. Bell ver: Opina que ningún sistema puede aceptarse corno una
verdad, siempre que se presente en absoluto. Conviene en que el tra-
tamiento hidroterápico es escelente, pero cree que hay otros que dan
mejores resultados; siendo entre ellos el del empleo de los strícnus el
preferible, porque con ellos ha obtenido verdaderos triunfos en casos
que se consideraban perdidos.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Belot para replicar.
Dr. Belot: Replica manifestando que él no ha pretendido antepo- ner el tratamiento hidroterápico, sino únicamente presentar su técnica
particular con los resultados positivos que por ella ha obtenido; con-
viniendo en creer que la ducha fría de regadera á la cabeza es perju-
dicial en ciertos casos.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Morado para leer su
trabajo:
Importancia del estudio microscópico de la sangre al bicromato
de potasa bajo el punto de vista terapéutico.
el Dr. Enrique Morado.
Sr. Presidente, Sres.:
En sesión ordinaria de la Sociedad de Estudios Clínicos y en la
Crónica Módico-Quirúrgica, correspondientes al mes de Julio próximo
pasado, tuve el honor de leer y publicar algunas líneas respecto al
uso del bicromato de potasa en las anémias, ajustándonos para el es-
tudio microscópico de la sangre á la siguiente técnica, debida á nues-
tro compañero el Dr. D. Julio San Martín.
Treinta ó cuarenta gramos de solución concentrada de bicromato
de potasa, por sesenta ó setenta de agua esterilizada, nos ha parecido
lo más conveniente. Se toman dos placas porta objetos que se esterili-
zan en un mechero de Bunzen ó lámpara de alcohol lo mismo que los
cubre objetos, guardándolos sobre una hoja de papel blanco esteri-
lizado bajo una campana pequeña por cuyo interior se ha pasado la
llama.
Una vez fríos (menos de 35° C?) se punciona el dedo en las inme-
diaciones del borde de las uñas para obtener una gota de sangre.
Es conveniente esterilizar bien la piel de la región haciendo loción
jabonosa, después con una mezcla de alcohol y éter, seguida de otra
con solución de sublimado al 1/1,000 y terminando con lavado ámplio
de agua esterilizada, con objeto de arrastrar toda traza de agentes este-
rilizantes empleados y sobre todo del último que obraría rápidamente
sobre la sangre, coagulándola. Esta operación puede hacerse miéntras
se enfrían las placas; úntase el borde de los cuatro objetos con una li-
gera cantidad de vaselina para evitar la evaporación. La gota de san-
gre obtenida debe ser de volúmen mediano, de modo que, mezclada
con una gota de solución, ofrezca un conveniente grado de diluición,
sin dejar por ello de tener cierto espesor. Lo mejor es depositar la go-
ta de bicromato sobre la placa y llevarla al contacto de la gota de
sangre con suma rapidez para evitar la evaporación; se pone el cubre
objeto, se comprime ligeramente quitando el esceso de líquido que reasume por los bordes con un pedazo de papel absorvente y cerrando
la preparación con un borde de vaselina. (Crónica Módica-Quirúrgica
de la Habana. N9 5.—1889.—Añ0 XV).
El trabajo que en estos momentos sometemos ajuicio del Congre-
so ha tomado origen y desenvolvimiento en el seno de los menciona-
dos estudios y puede considerarse como una consecuencia precisa de
la concepción que nos condujo á la administración de la sal crómica
en esos estados, que encuentran hasta hoy en la Hematimetría y He-
mocromometría las bases del diagnóstico y fundamento de las indica-
ciones terapéuticas. Estudiar una gota de sangre según técnica refe-
rida y ;i temperatura de 25 á 30° C 9, observando exclusivamente las
distintas .'etapas que los hematíes recorren en determinado período
de tiempo, deduciendo su mayor ó menor grado de vitalidad y la te-
rapéutica más conveniente, es la causa do que moleste vuestra aten-
ción, si quiera no sea más que por bréves instantes. He aquí en pocas
palabras la síntesis del exámen de sangre perteneciente á individuo
perfectamente constituido. El aspecto discoideo del hematíe se conser-
va por espacio de ocho á diez minutos, después el centro se eleva ó,
mejor, desaparece por adelgazamiento del borde y toma un aspecto
semi-esférico, que dura de cuatro á seis minutos, para dar lugar á una
ondulación en su circunferencia, á un festón que se conserva de cinco
á diez minutos, al cual sigue una indentación en forma de cruz que in-
vierte de quince á veinte y cinco minutos, terminando por la división de
los dientes en pequeños glóbulos, durando esta fase do setenta á noven-
ta minutos y siendo seguida de la última, hasta ahora observada, que
dura de seis á diez días y en la cual el glóbulo decolorado presenta en
su interior partículas brillantes, rápidamente agitadas, que dá el as-
pecto de un retículum animado de contracciones y dilataciones. Du-
rante esta fase es cuando verdaderamente sorprende á la imaginación
del observador el aspecto de vida y movimiento de que es teatro la
gota de sangre, que solo presentaba los hematíes separados, discoideos
y oscilando lentamente. Fase descrita minuciosamente por el Dr. San
Martín en el trabajo anteriormente citado y cuya lectura recomenda-
mos á los que deseen adquirir más ámplio conocimiento del asunto
Los diversos cámbios descritos han recibido los nombres de etapas de
Esferización. Festonamiento, Indentación (Elsbery), Globulación y
Reticulación, que definen los variados estados que toma el hemátie
en presencia de la solución de bicromato y á temperatura convenien-
te. Etapas que para nosotros tienen notable importancia en el diag-
nóstico de las anemias y gran valor para les indicaciones terapéuticas.
Hemos reunido ó formado tres grupos con los distintos exámenes de
sangre practicados, comprendiendo en el primero los que pertenecen á
individuos saludables y fuertes; los débiles, que llamamos general- mente linfáticos y en los cuales los síntomas de la anemia están algo
acentuados, forman el segundo; quedando para constituir el tercero los
que son practicados en individuos crónicamente enfermos por palu-
dismo, tuberculosis, cáncer, sífilis ú otras causas. Grupos que abrazan
número suficiente de observaciones, que permiten precisar algo las va-
riantes de etapas, sobre todo las de Indentación, que son las más im-
portantes y fáciles de apreciar en la sangre de los comprendidos en el
último grupo. Descritas ya las etapas y su duración en la sangre no r-
mal (primer grupo) pasemos á las del segundo.
Tres ó cuatro primeros minutos de observación bastan para apre-
ciar que el aspecto discoideo desaparece en el mayor número de los
hemáties. La Esferización dura do uno á tres minutos, el Festonamiento
casi no se apercibe, la Indentación varía de cinco á veinte minutos; la
Globulización de veinte á cincuenta y la Reticulación de tres á seis dias.
Réstanos lógicamente referir lo apreciado en los que forman el tercero
y último grupo; exámenes frecuentes y que requieren la terapéutica
más activa, demandando, por consiguiente, mayor atención. Las dos
primeras etapas, Esferización y Festonamiento, se suceden coil tal rapi-
dez, que por muy pronto que ejecutemos la técnica, encontramos en el
primer tiempo de observación muchos glóbulos en período de Inden-
tación, que dura de cinco á ocho minutos, el de Globulización de diez á
veinte minutos, y el de Reticulación de veinte y cuatro á cuarenta y ocho
horas. El hemátie de este grupo no ejecuta, en el mayor número de los
casos, una etapa de Indentación regular, como sucede en los que co-
rresponden á los dos primeros grupos, en los cuales las cuatro prolon-
gaciones, bastante iguales en forma y tamaño, le dan aspecto de cruz ó
dchispas de un molino. Aquí es tan irregular y caprichosa que no es
posible describirla, siendo solo el exámen el que puede dar una idea
de las variadas figuras que afecta el glóbulo. Es frecuente observar
que falta dicha etapa y'entónces el hemátie en la fugaz de Esferización>
se alarga en sentido de-uno de sus diámetros, formando un cilindro,
muchas veces filiforme, que á los dos ó tres minutos se segmenta en
glóbulos.
Esta forma predomina en la sangre de los tuberculosos bacilares y
caquécticos cancerosos, revelando un profundo ataque do la nutrición?
hasta el punto, que más de una vez nos ha inducido á investigar en-
fermedades gráves, encontrando carcinoma del cuello uterino, que
hasta entonces solo se traducía por trastornos [[dispépticos y alguna
que otra hemorrágia, que no llamaba la atención de la paciente por
atribuirla al período menopáusico de su vida.
Reasumiendo, pues, lo anteriormente expuesto, podemos consignar
que el hemátie invierte el siguiente tiempo en alcanzar su última
etada, Reticulación. r Primer grupo—de una y media á dos horas.
El del - Segundo grupo—de media á una hora.
(.Tercer grupo—de un cuarto á media hora.
Dedúcese naturalmente que el examen atento del tiempo de dura-
ción de las etapas y sus variantes nos conducen insensiblemente al
conocimiento de la mayor ó menor vitalidad de la sangre; y con obje-
to de confirmar la verdad de esta conclusión, hemos puesto en prácti-
ca dos de los medios con que cuenta la Hematología para el diagnós-
tico de la anemia.
Hemos medido en cada caso el número de glóbulos rojos y canti-
dad de hemoglobina, valiéndonos de los aparatos de Mr. Malassez, de-
duciendo el promedio para cada grupo y formando el siguiente cuadro
sintetiza el resultado de los exámenes practicados al Bicromato y con
los aparatos arriba mencionados.
TÉCNICA AL BICROMATO CON TEMPERATURAS DE 25 Á 80? CENTÍGRADOS.
Esferización cinco minutos.
Festonamiento diez minutos.
Indentación veinte minutos.
I Globulización una hora.
i Reticulación de seis á diez días.
Hematimetría 5.000,000.
Hemocromometría 5 por 100.
Riqueza globular 30’30 U. U. gr.
Primer grupo.
TÉCNICA AL BICROMATO CON TEMPERATURAS DE 25 Á 809 CENTÍGRADOS.
Esferización dos minutos.
Festonamiento apenas se observa.
Indentación diez minutos.
Globulización treinta minutos.
Reticulación de tres á seis días.
Hematimetría 4.000,000.
Hemocromometría 10 por 100.
Riqueza globular 25 U. U. gr.
Segundo grupo.
TÉCNICA AL BICROMATO CON TEMPERATURAS DE 25 Á 30? CENTÍGRADOS.
Esferización fugaz.
Festonamiento no existe.
Indentación cinco minutos.
Globulización veinte minutos.
Reticulación de 24 á 48 horas.
Hematometría 2.500,000.
Hemocromometría 7 por 100.
Riqueza globular 20 U, U. gr.
Tercer grupo. Con bastante claridad se destaca en primer término la estrecha
relación, tal vez causal, que parece existir entre la riqueza hemoglóbi-
ca y la duración ó esencia de las etapas, y que nos autoriza á pensar
en un nuevo elemento diagnóstico, quizás más preciso que el conteo
globular y medición de hemoglobina, que requieren entre otras condi-
ciones la perfección do aparatos para evitar errores en los cálculos y
un grado igual de facultad perceptiva de colores; independiente de la
intensidad de tinte, según que la luz es reflejada por atmósfera azúl ó
cargadas de nubes blancas, conforme á la opinión recientemente emi-
tida por el ilustre hematologista francés, Mr. Georges Hayem, en su
última obra (T)u Sang, 1889). Bastarían, pués, entonces diez minutos
de observación para juzgar aproximadamente la riqueza globular y
hemoglóbica de la sangre, sin necesidad de extraer mayor cantidad
que la proporcionada por la simple punción- con una aguja, y no la
incisión con la lanceta, que más de una vez dificulta la aplicación del
método en la práctica civil. Por éstas y otras razones de orden econó-
mico, unido á la simplicidad de ejecución, que lo hace un proceder
práctico, confiamos que el examen de sangre al bicromato, ó, mejor
dicho, el examen del hematíe, por ser éste el único elemento hasta hoy
estudiado por nosotros, tome la importancia que deba en el diagnós-
tico de la anémia y señale (4 medicamento mas conveniente para su
curación. Algunas observaciones publicadas é inéditas demuestran
hasta hoy, que el reactivo usado al interior, á la dosis de uno á cinco
miligramos diarios en solución acuosa, resuelve el problema terapéu-
tico de dar vitalidad al hemátie en los estados anémicos, sintomáticos
de varios procesos patológicos y triunfar en aquellos casos que burlan
los efectos de la tradicional medicación por los marciales. Administrar,
pues, el bicromato de potasa, aumentando ó disminuyendo i a dosis,
según la mayor ó menor vitalidad que revela el hemátie. en presencia
del reactivo, es la manera más tangible de apreciar la importancia
que el estudio microscópico de la sangre al bicromato de potasa tiene
bajo el punto de vista terapéutico, y la conducta menos dubitativa
que podemos seguir ante ia evolución clínica del proceso etiológico.
Hemos terminado nuestra comunicación y esperamos que las conclu-
siones sean acogidas con la reserva que precede á todo estudio expe-
rimental ó de observación; con tanto más motivo, cuanto que se pre-
senta en pleno período embrionario para ser admitido ó rechazado en
la vida común de los conocimientos médicos.
NOTA ADICIONAL.
En el tiempo transcurrido desde el día que puse en manos del
Sr. Presidente de la Comisión Organizadora el trabajo que acabo de
leer, he tenido la satisfacción de conocer la reciente é interesante obra del profesor G. Hayem «Da Sang» y en el capítulo «Alterations des
éleménts figurés» existen observaciones de sangre en un enfermo lle-
gado á la caquéxia cancerosa (cáncer del estómago) que sorprenden
al ilustre hematologista por las formas variadas y bizarras que pre-
sentaron los hemáties. Acompaña una lámina (fig. 61, pág. 338), que
pudiera corresponder y adaptarse perfectamente á las variantes que, en
la etapa de Indentación van descritas en la sangre del. tercer grupo. La
rapidéz en la presentación de esta etapa en el indicado grupo explica
la posibilidad de ser observada, examinando en célula «á rigole» ó por
desecación pronta, únicos métodos de observación usados por el dis-
tinguido profesor de la Escuela de París.
Impórtanos hacer constar lo anteriormente referido, por cuanto
evidencia la significación que para nosotros tiene on la decadencia
general de la nutrición la época, duración y variantes de la tercera
etapa.
SEGUNDA NOTA ADICIONAL.
Cinco minutos más para dar á conocer un hecho que nos ha sor-
prendido en nuestras investigaciones hematológicas y que sometemos
á nuestros compañeros para que, estudiado detenidamente, sea confir-
mado ó negado por ellos ó nosotros antes ó en nuestro próximo Con-
greso. Gracias á mi ilustrado amigo y compañero el Dr. Semprun,
que, por su constancia en el estudio y entusiasmo científico, honra al
cuerpo que pertenece, débese la realización de un deseo, de una nece-
sidad hace tiempo sentida por el Director del Laboratorio de la Cróni-
ca , Dr. D. Juan Santos Fernández, quien lia puesto á nuestra disposi-
ción todo lo que hacernos falta pudiera, para estudiar la sangre del
europeo recien llegado á Cuba.
Grácias debo dar al Sr. D. Emilio Gutiérrez do la Cámara, Coronel
en Jefe del Regimiento de Caballería, por su amable concesión permi-
tiéndonos examinar la sangre de los quintos acuartelados en Dragones.
El hecho á que nos referimos es la cifra enorme que arroja el cori-
feo globular, que hace surgir dudas en nuestro ánimo y desconfiar do
la técnica, de los aparatos y hasta de las multiplicaciones, una y otra
vez repetidas. Acudimos á persona do reconocida competencia, el
Dr. San Martín, para que nos hiciera luz en el asunto y las cifras por
él obtenidas igualaron á las nuestras. En los quintos llegados de la
Península, que reciben instrucción en el Cuartel de Dragones, practi-
camos nuestros exámenes, procediendo con los cuidados más minu-
ciosos en la rigurosa técnica que para éstos estudios se requiere; sir-
viéndonos de la cámara húmeda graduada de Mr. Malasses, mezclador
Potain, hemocromómetro del primero de dichos autores, y haciendo
para el conteo la solución al Cmrto. Además nos servimos del Hema-
tóscopo y Hematospectróscopo de Mr. Henocque, examinando tam- bién la sangre al bicromato, que, por otra parte, lia venido á confirmar
lo sustentado en el cuerpo de nuestro trabajo. Pocos son basta ahora
los sujetos examinados, corto es el número; no desconocemos que pa-
ra que el hecho-atenga valor y significación deben hacerse muchos
conteos, repetidos en los mismos individuos durante épocas distintas
y apreciar de este modo las variaciones en más ó en menos que pre-
senten. Nos proponemos hacerlo y prometemos dar cuenta de nues-
tros resultados. Mientras tanto, expongamos el obtenido en los doce
exámenes, que, para mayor claridad, dividiremos en tres grupos, for-
mado cada uno de cuatro casos y comprendiendo en el primero los
que llevan de ocho á quince días de residencia; en el segundo, de trein-
ta á cuarenta y cinco; yde dos meses en el tercero, determinando, respec-
tivamente, la mínima, máxima y promedio de las cifras alcanzadas.
PRIMER GRUPO.
8 A 15 DIAS.
8 A 15 DIAS.
Mínima 4.880,000
Máxima 9.000,000
Promedio 6.435,000
CONTEO GLOBULAR.
Mínima 14
Máxima 14
Promedio 14
OXIHEMOG LOBINA.
HEM ATOSCO PIA.
INDENT ACION,
Mínima. 14
Máxima 14
Promedio 14
Mínima 14 mitos.
Máxima 30 »
Promedio 38 »
HEM ATOES PECTROSCÓriA.
GLOBULIZ ACION.
Mínima 14
Máxima 14
Promedio 14
Mínima 30 »
Máxima 45 »
Promedio 38 »
SEGUNDO GRUPO.
,30 A 45 DI AS
30 A 45 DIAS.
Mínima 3.530,000
Máxima 9.020,000
Promedio 7.012,000
CONTEO GLOBULAR.
Mínima 9.5
Máxima 13
Promedio 11
OXIHEMOGLOBINA.
HEMATOSCÓPIA.
INDENT ACION
Mínima 10
Máxima 14’5
Promedio 12’8
Mínima 16 mitos.
Máxima 30 »
Promedio 21 »
HEMATOESPECTROSCÓPIA.
GLOBULIZ ACION.
Mínima 15
Máxima 20
Promedio 17
Mínima ; 45 »
Máxima 120 »
Promedio 71 » 2 MESES.
TERCER GRUPO.
2 MESES.
COMTEOGLOBULAR.
OXIHEMOGLOBINA.
Mínima 6.240,000
Máxima 11.000,000
Promedio 9.370,000
Mínima 9
Máxima 13
Promedio 10
Mínima 12.5
Máxima 15.5
Promedio 13
HEMATOSCÓPIA.
Mínima 20 mitos.
Máxima 30 »
Promedio 35 »
INDENT ACION,
HEM ATOESPECTROSCÓPIA.
Mínima 15
Máxima 22
Promedio 19
Mínima 30 »
Máxima 120 »
Promedio 71 »
GLOBULIZACIÓN.
Las cifras del hemocromómetro no han sido incluidas por no ha-
berse practicado el exámen en todos los casos. Tenemos, pues, en los
anteriores grupos, una cifra globular creciente y una decreciente con
respecto á la oxihemoglobina á medida que es mayor el tiempo de
residencia.
He aquí el hecho tal como ha herido nuestra imaginación. ¿Será
esta hiperglobulia real? Será la expresión de un estado de condensa-
ción de la sangre por las pérdidas que tienen lugar en la superficie
cutánea, en virtud de las influencias climatéricas? Será un argumento
poderoso á favor de la concepción de nuestro amigo el Dr. San Martín
sobre el papel que la glándula hepática toma en la división globular,
sobreexitada en su funcionalismo por razón del clima? Puntos son es-
tos que, como todos, someto á la consideración de mis compañeros.
Tal vez en la confirmación vaya envuelta la profiláxia ó tratamiento
curativo de la fiébre amarilla.
El porvenir responderá, es asunto importantísimo; factor princip al
del problema colonial y su favorable solución hará, una vez más, me-
recedora á nuestra pátria del dictado de «Tierra hospitalaria» que le
dieron.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Pérez Miró para argu-
mentar.
Dr. Pérez Miró: Opina que el trabajo del Dr. Morado es para él lo
más importante que se ha presentado al Congreso, bajo todos los pun-
tos de vista del diagnóstico, del pronóstico y tratamiento de las ané-
mias; que tal parece que se asiste á la escena del glóbulo rojo y blanco,
cuyas esferitas es la última etapa de las diferentes fases de la transfor-
mación globular.
Que por el tiempo que media entre la salida y la transformación, se puede seguir el diagnóstico y el pronóstico y termina recomendan-
do el empleo del bicromato de potasa.
Dr. Fors: Dice que, siendo muy frecuente el hecho de encontrar
personas diagnosticadas de anémia, que no se curan, á pesar de los
remedios, y sí, por el contrario, con un cámbio de clima ú otra cosa
análoga, es preciso preguntarse si serían anemias, y, después de afir-
mar categóricamente que no, añade que para diagnosticar la anémia
y curarla es necesario recurrir al proceder del Dr. Morado.
Dr. Gordillo; Cree que el procedimiento del bicromato de potasa
es fructífero, y respecto á la hiperglobulía de los quintos, observada por
los Dres. Morado y Semprún, que puede y debe atribuirse, más que á
nada, á las ventajas que esos hombres tienen con la vida regalada del
cuartel y la alimentación fuerte y nutritiva que se les dá, en lugar de
la pobre y mala de sus aldeas ó lugares. Esos hombres, agrega, son,
en su mayor parte, labradores, que no comían carnes; después la co-
men, juntamente con otros alimentos de buena calidad y abundantes:
sus estómagos se dilatan y después descansan y nutren.
Dr. Bellver: Admite la hiperglobulía tal como la esplica el Dr. Gor-
dillo en los quintos.
Dr. San Martín; Dice que callaría de buen grado sino tuviera que
hacer una profesión de fé; la de que tuvo la audácia de penetrar el
problema de la regeneración de los hemáties; que sus investigaciones
lo llevaron á admitir que la hematopoyésis se realizaba también en el
hígado y que los hemáties se dividían activamente, esplicando así la
degeneración de ellos, y termina declarando que el hecho observado
por los Dres. Morado y Semprún en los recién llegados de Europa, es,
para él, la confirmación, el hecho fisiológico, que necesitaba para fun-
dar grandes esperanzas en su teoría hemato-poyética.
Dr. Dueñas: Felicita al Dr. Morado por la prioridad en el uso del
bicromato de potasa en las anemias. Manifiesta haberlo empleado él
con éxito en cinco casos: tres niños y un adulto tuberculoso, de log
cuales hace especial mención de un niño escrofuloso, con ozena cróni-
co, que había resistido á todos los medios y se restableció rápida-
mente y concluye suplicando al Dr. Morado le diga si lo ha empleado
en niños muy pequeños y en la atrépsia y á qué dosis.
Dr. Gastón; Se declara partidario decidido del bicromato de pota-
sa, manifestando haberlo usado en una tuberculosa que aumentó doce
libras en cinco meses; en su hija, de tres años, que no toleraba ningún
ferruginoso y aumentó tres libras en dos meses y además en tubercu-
losos en distintos períodos, en cancerosos y diversas caquéxias mucho
y siempre con buen resultado.
Dr. Santos Fernández; Comprueba lo dicho por el Dr. Morado,
citando un enfermo con disminución de la presión infraocular, en el que, al cabo de cuatro ó cinco días, se observó aumento y se encon-
traba bien por el empleo del bicromato de potasa.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Morado para replicar.
El Dr. Morado; Da las gracias á los Dres. Pérez Miró y Fors por las
frases y conceptos que le han dirigido; á los Dres. Dueñas y Gastón
por los hechos presentados y á los Dres. Gordillo y Bellver les dice
que su teoría para esplicar la hiperglobúlia no es cierta, toda vez que
puede haber anemia con hiperglobúlia.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Plasencia para dar lectu-
ra á su trabajo:
Del tratamiento del hidrocele por el ácido fénico diluido.
el Dr. Ignacio Plasencia
ESTADISTICA.—RESULTADOS.
Sr. Presidente, Señores: Si alguna vez el célebre aforismo Hipocrá-
tico, cito, tuto etjucunde, se cumple en todas sus partes, es cuando trata-
mos de modificar la Vaginalitisplástica y la serosa crónica por medio
del Fenol, usado en la cantidad y modo que luego hablaremos. El poco
ó ningún dolor, más bien una sensación desagradable, producida por
una más alta temperatura del líquido introducido; su eficacia é ino-
cuidad y ser poca la reacción que produce, hablan muy alto en favor
del medio que recomendamos.
Historia.—Como decíamos en nuestro primer trabajo sobre el par-
ticular (Anales de la Real Academia, Julio 15 de 1883) nos había lla-
mado la atención la propiedad anestésica, modificadora y antiséptica
del ácido carbólico, por cuyo motivo, por indicación propia y sin da-
tos en que apoyarnos, ensayamos su uso en el tratamiento del hidro-
cele, con el mejor resultado. Más tarde leimos los trabajos y estadísti-
ca del Dr. Levis de Filadelfia, que databan del 72, empleándolo en
corta dosis 1,50 puro, liquidado al fuego ó por el agua ó la glicerina.
Los de Roberts, Yeir Sandidge, Abbe, Jonah, Nicolson, Weber, Bull,
que de 82 casos hubo una sola recidiva y los Keller con 50 casos, todos
felices. Schoctybe lo empleó ya más diluido, soluciones del 3 al 8 por
100; pero sólo inyectaba 15 gramos de esta disolución, que, concentrada?
producía mucho dolor, por lo que recomendaba empezar por la débil
para acostumbrar á la serosa. Más reciente Bompiani, de Roma, sigue
el proceder anterior; pero agrega á éste una série de suturas destina-
das á unir la cara anterior y posterior del escroto; es decir, que busca-
ba la adhesión de la serosa. Wagner inyecta un gramo de una solución
fénica al 1 por 100 en la vaginal vacía, que deja dentro; la reacción era nula; pero el éxito era dudoso é incierto, pues en 37 operados tuvo 5
recidivas.
Nosotros, desde que instituimos nuestra técnica, lo empleamos di-
luido al principio con alcohol, que más luego cambiamos por la glice-
rina, para que no se atribuyese á éste la cura; sustancia que era en el
proceder de Monod empleada.
Entonces pudimos confeccionar la fórmula siguiente, que es la que
usamos actualmente con el más asombroso éxito.
T.—Acido fénico cristalizado blanco 5 gramos.
Glicerina de Price 10 »
Agua destilada 100 »
Fíltrese dos veces.
Nuestra técnica es la que sigue: Después de evacuada la cavidad
vaginal con un trocar de llave de plata, de mediano calibre, en el me-
jor estado de limpieza y asépsia, inyectamos toda la fórmula, que per-
manece dentro de la cavidad de 5 á 7 minutos, según el tiempo del
derrame, su cantidad ó el mayor ó menor grosor de la serosa, mala-
sando el tumor con la mano izquierda, miéntras la derecha sujeta la
cánula para que toda la superficie interna de la serosa sea bañada por
el líquido; después de pasado dicho tiempo, damos salida á todo el
contenido, que para el buen resultado debe de salir de color lactesente;
extraemos la cánula y después de malasar el punto de la punción, co-
locamos encima, cubriendo todo el escroto, algodón absorvente ó
salicilado, que el operado debe no quitarse hasta no tener completa-
mente cerrada la herida operatoria. El todo es sujeto con una T ó un
suspensorio ad hoc. El paciente debe permanecer acostado tres dias,
esperando si viene la reacción, y el primer dia sólo tomará de alimen-
to caldo ó leche.
Generalmente volvemos á ver al paciente por primera vez á los 8
ó 15 dias y ya en este tiempo algunos están casi curados, siendo la
dureza del teste una buena señal; en otros la vaginal continúa por
más tiempo llena del líquido nuevamente exudado y vá poco á poco
reabsorviéndose hasta la curación completa. No hay qne desesperar
por que éste tarde en desaparecer, pues en algunos, aunque raros, he-
mos visto, después de los tres meses de permanecer estacionario el de-
rrame, desaparecer rápidamente cuando el paciente reclamaba una
nueva intervención.
Detengámonos en algunas complicaciones dependientes del acto
operatorio. El dolor producido por la punción es igual, sea cualquiera
el líquido que se vaya á usar; pero, al inverso de la inyección iodada,
de suyo muy dolorosa, el ácido fénico no produce en algunos dolor de
ninguna espécie; otros, más nerviosos, sienten en el cordón una ten- sión desagradable, que desaparece rápidamente cuando se equilibra
la temperatura del líquido que introducimos en ía cavidad de la
serosa. Cuando se usa la tintura de iodo pura ó la solución de Lugol
hay que tener sumo cuidado en que no se infiltre la totalidad ó parte
de ella entre las túnicas del escroto, porque se produce seguro el está-
celo de dichas cubiertas; accidente deplorable, debido la más de las
veces á imprudencias y temores del que va á hacer operado; y si bien
hoy se ha podido mitigar en parte el dolor producido por la inyección
del iodo, mediante las inyección es previas de cocaína ó también usar
la mezcla á la temperatura del cuerpo, no es posible evitar lo
una vez sufrido el accidente. Con el ácido fénico este inconveniente
grave no tiene lugar aunque sobrevenga la complicación, pues, como
se puede ver en las experiencias de mi primer trabajo, hemos inyecta-
do el líquido de nuestra fórmula en el escroto de algunos perros sin
que les sobreviniese más que rubefacciones transitorias; y en dos casos
que citamos, se derramó la inyección fenicada en las capas escrotales,
y sólo ocurrió en uno de ellos un pequeño abceso superficial que curó
rápidamente.
La reacción producida por la solución fenicada es casi nula en los
más; en otros no se presenta y sólo en muy cortísimo número y por
lo común por imprudencias, como es caminar en los primeros dias
después de operados, se presenta y está caracterizada por algún dolor
é infiamaeiones, pero sin fiebre, que desaparecen con el uso de los emo-
lientes y seguir nuevamente los consejos de quietud dados.
Réstanos tocar un punto litigioso aún; nos referimos á los casos en
que, hecha la punción, el líquido que sale, bien es claro y del color pro-
pio de esta clase de dolencia y sólo al final sale túrbio y mezclado con
sangre decolorada ó pura, ó bien es un verdadero hidro-hematocele;
pero que la sangre está en muy corta cantidad. ¿Debemos inyectarlos?
En nuestra estadística se pueden ver casos que, sin embargo de estar
en estas circunstancias, como prueba, hemos procedido como si fue-
sen vaginalitis serosas y algunos han curado. Lo mismo ha aconteci-
do con dos ó tres hidrocéles grasosos que en un caso era doble y estos
últimos todos curaron.
CONCLUSIONES.
El hidrocéle crónico ha estado sometido, según el conocimiento
que del proceso anátomo-patológico se tenía, á variados tratamientos.
Con el advenimiento de la era antiséptica aparece la inyección de
ácido fénico puro, que, mal graduado más tarde, no daba resultados
satisfactorios.
El ácido fénico diluido, según nuestra fórmula, constituye el medio más seguro, indoloro é inofensivo para curar la vaginalítis serosa y
en algunos casos sencillos la hemorrágica.
Su rapidéz en actuar, su eficácia y la poca reacción que produce,
lo hacen superior á otras sustancias de manejo peligroso é incierto.
Cuando el líquido de la inyección sale después de la operación de
color lactescente es seguro el éxito.
La inspección ulterior de muchos de los operados, demuestra que
la inyección que usamos no tiene influencia sobre los zoospermos;
pues muchos de ellos con vaginalítis doble y un monórquido tuvieron
sucesión.
TOTAL POR RAZAS Y PROFESIONES.
HAZAS.
Blancos 137
Morenos 12
Pardos 5
Asiáticos 1
Total 155
PROFESIONES.
Cocheros 5
Comercio 42
Labradores 5
Herreros 1
Estudiantes 1
Jornaleros 1
Propietarios 1
Albañiles 1
Muñidores 1
Sepultureros 1
Médicos 3
Sacristanes 2
Cocineros 7
Abogados 1
Caldereros 1
Carpinteros 6
Zapateros 1
Tabaqueros 28
Mecánicos 1
Empleados 1
Pintor 1
Panaderos 3 Carretoneros 2
Litógrafos 4
Escribientes 3
Profesores 2
Marinos 2
Militares 1
Barberos 3
Porteros 4
Enfermeros 7
Pescadores 1
Plateros 1
Sombrereros 1
Telegrafistas 1
Se ignora su procedencia 9
Total 155
TOTAL GENERAL POR EDADES.
EDAD.
CASOS.
EDAD.
CASOS.
16 años 1
17 » 5
18 » 1
19 » 2
20 « 5
21 )> 3
22 « 9
23 » 5
24 » 7
25 » 12
26 » 9
27 )> 5
28 » 7
29 » 3
30 )> 7
31 « 4
32 » 2
34 » 7
35 )> 4
36 » 5
37 » 3
38 » 3
40 años... 7
41 » 1
42 » 3
43 » 1
44 » 2
45 » 3
47 » 1
50 « 4
51 » 2
52 « 2
53 )> 1
54 » 3
56 >. 1
57 » 1
58 » 1
59 » 3
60 » 1
63 « 1
66 » 1
Sin especificar edad 7
Total* 155 TOTAL DE OPERADOS POR EL ACIDO FENICO.
SEGUN FÓRMULA.
Derechos . . ... 49
Izquierdos 48
Dobles 34
Sin especificar sitio 12
Hidrocéles grasosos 6
Id. enquistados 2
Hidro-Hematocele 4
NATURALEZA.
Total 155
RESULTADO.
Curados vistos en diferentes épocas 125
Sin éxito 2
Dudosos 4
No vistos 24
Total 155
Hay que hacer constar que de los 129 casos-vistos tenemos que
rebajar los 44 incluidos en esta estadística y ya presentados en nuestro
primer trabajo á la Academia. Los 85 casos operados después, que for-
man nuestra segunda série, no arrojan ninguna recidiva. El Dr. Meno-
cal presenta 85 casos con 2 recidivas; reuniendo las dos estadísticas
dan 170 casos con 2 recidivas, lo que arroja 1,70 de recidiva. RELACION ESTADISTICA. Relación estadística de los casos de hidrocéles operados con la inyección fenicada, según fórmula del Dr. Plasencia, 'por los
Dres. Plasencia y Menocal.
cS
C'
NOMBRES i APELLIDOS,
NAÍÜRAL10AD,
CCÍ
Lado eo quo radicaba
el tumor,
Día en que se practicó
la operación,
Resultado y dia en que se
dió de alta.
l
D Angel Alberto Montevilla
24
9
9 2
ii » V
1 » »
3
22
4
24
» Eduardo González del Valle
23
6
25
Id
24
8
40
9
40
10
24
11
20
11 Enero 188]
—C.
12
17
25 Febrero 1881
13
» José Malville
34
13 Marzo »
14
24
23 » »
15
Moreno Encarnación Coca
34
26 Junio »
9 Julio »
16
21 Julio »
17
18
17
Curado.
19
20
69
28 » ),
21
25
99
20
23
40
Doble
15 Octubre »
29 » »
24
20
Curado.
25
54
7 Dicbre. »
15 Diciembre »
26
9 2
10 Enero 1882.—C.
27
26
28
» José R. Alfonso
Id
34
L. izquierdo
23 Febrero »
6 Marzo »
)) 447
291
26
Curado.
30
9 9|
20 Abril
Id.
31
Id
37
] 2 Julio
Id.
32
IJ
19
17 »
Id.
33
40
22 Setiembre »
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34
34
25 »
5 Noviembre >
35
54
8 Octubre >
28
20 Octubre
Curado.
41
Iñ Dicbre.
49 Diciembre >
38
20
11 Enero
1883
21 Enero 188
3.—C.
39
24
11 »
21 » i
40
35
11 »
21 r >
41
34
Í 2 »
Curado.
42
38
Id.
43
26
11 Abril
Id.
44
Id
27
1° 9 Afftn 82 v 2o 11 Atril 8.1
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45
Id
24
Doble
18 Abril
1883
Curado.
46
27
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Id.
47
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Doble
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Id.
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50
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Curado.
52
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Id.
53
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54
25
L. derecho
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5 Setiembre >
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55
20
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Curado.
56
42
» izquierdo
19 Novbre.
Id.
57
36
Doble
30 Julio >
58
Id
35
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13 »
Curado.
59
22
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10 Agosto >
60
21
Curado.
61
41
Doble
30 Octubre >
62
Id.
25
L. derecho
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Curado.
63
26
» izquierdo
9 »
13 Octubre >
64
Id
22
24 »
27 »
))
65
40
Doble
Curado.
✓ -s
NOMBRES Y APELLIDOS.
NATURALIDAD.
CC3
Lado en que radicaba
el tumor.
Día en que se practicó
la operación.
Resultado y dia en que se
dió de alta.
51
21 Novbre. 1883
67
25
29 Dicbre. »
10 Enero
1884.-
-C.
68
25
5 Enero 1884
20 »
))
69
22
7 » »
20 »
))
70
29
9 Febrero »
14 Febrero
))
71
id
44
7 Marzo »
Curado.
72
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Doble
7 » »
Id.
73
37
12 » »
Id.
74
24
L. izquierdo
13 » »
16 Abril
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30
20 »
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17
Doble
19 » »
31 Marzo
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))
50
19 » »
Curado.
78
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10 Abril »
i 7 Abril
»
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79
10
Curado.
80
Id
22
» derecho
7 Mayo »
27 Mayo
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81
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Doble
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Curado.
82
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Id.
83
45
(Cordón)
27 Junio »
Id.
84
25
L. derecho
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Id
85
Id
28
10 Agosto »
17 Agosto
))
))
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Doble
12 Dicbre. »
Curado.
87
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L. izquierdo
22 » »
Id.
88
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Doble
31 Octubre »
Id.
89
32
3 Enero 1885
Id.
90
63
L. derecho
15 » »
Id.
91
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Doble
22 Febrero »
Id.
92
Id
26
L. derecho
2 Abril »
Id.
93
27
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2 » ' »
1 Mayo
1885.-
-C.
94
30
7 » »
11 Abril
))
))
95
52
Curado.
96
» Isidro Molina
l7|l)oble
15 Mayo »
12 Agosto
))
))
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23
1885 —C.
Id
42
20 »
99
28
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42
] 01
Luso
25
24 Febrero
1886.—C.
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Cárdenas
31
Curado.
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Cataluña
35
Doble..
Id.
104
Artemisa
23
L. izquierdo
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31
Id.
100
20
Id.
66
Id.
Id
56
» derecho
Id.
i 00
Id
26
Id.
22
Doble
Id.
28
Id.
26
Doble
Id.
113
Id
45
Id.
114
Habana
17
23 Marzo
Id
28
Recidiva.
Id
21
1 ]j7
19
22 Mayo
118
Santander
25
» izquierdo
29 »
Curado.
no
35
Id.
Coruña
51
Id.
i o]
31
5 Setiembre
1 “ L
122
Id
22
20 Setiembre »
Curado.
123
28
Doble
Id.
124
Vizcaya
34
L izquierdo
13 Enero 1888
20 Enero
1888.—C.
1^5
Habana
36
8 Julio »
1 Agosto
126
Galicia
28
)) ))
21 Setiémbre »
Curado.
1 97
Recidiva.
59
Doble
Curado.
129
Galicia
45
L. izquierdo
7 Dicbre. »
17 Marzo
1890.—C.
130
Habana
53
26 Febrero
131
San José de las Lajas
30
)) ))
4 Enero 1890
Curado.
132
Habana
26
)) »
11 U »
Id.
133
>) Jaime Pereyra
Pontevedra
20|Doble
11 » »
Id.
449 o»
NOMBRES í APELLIDOS.
'
NATURALIDAD.
Lado en que radicaba
el tumor.
Día en que se practicó
la operación.
Resultado | dia en que se
dió de alta.
134
D. Lorenzo Betancourt ..
30 Doble
1 SQO
135
» Juan José Marcando
9 n
Id
136
» Félix Fernández Granda
Asturias
38
.
Id'
137
» Domingo Córdova
44
19 »
Id
138
» Juan González
90
Id
139
» Juan Ruvira
Alfonso XII
47
Id"
140
» Gerardo Paga
22 »
Id'
141
Pardo Hilario Sousa
42 I)n!il<»
Id
142
» José A. Cabello
36
Id
143
D. Dionisio Piedra
23
Id
144
» Juan F. Castaño
50
8 »
Id’
145
» Luis Alvarez Monianer
Canarias . .
54
24 »
Id
146
» Juan González Posada
23
Id
147
» Bonifacio Martínez
25
16 »
Id
148
» Edelmiro Fernández
36
90 i,
Id
149
» Francisco Pérez González
Guatao
29
13 »
150
» Joaquín Alvarez
40
i)
151
Moreno Andrés Papá
59
152
D. Pascual Caput
32
153
» Enrique Cano
27
18 »
154
« Manuel Doval
16
Doble
26 ii
Id
155
» Luis Vanderbergle
Cádiz
57
96 n
Id
156
» Francisco Bear
Coruña
37
12 »
LL Hidrocéles operados por la inyección fenícada, fórmula del Dr. Plasencia.
por et Dr. R. Monacal.
1880.
1 Mulato José Romero, derecho, curado, S, Juan de Dios 10, Fbro. 12
2 Chino Juan Rain, id., id., id. 5, Mayo 11.
3 Id. José Antonio, izquierdo, id., id. 6, Abril 30.
4 D. Vicente Guerra, derecho, id., S. Dímas 15, Agosto 2.
5 D. Ignacio Bojes, id., id., id. 5, id. 26.
6 Negro Ambrosio Beltrán, id., id., id. 30, Setiembre 30.
1881.
7 D. Antonio García, derecho, curado, S. Juan de Dios 6, Enero 6.
8 D. Tomás Gómez Gómez, id., id., id. 32, id. 12.
9 D. José Milvelle Herrera, id., id., S. Ramón 1, Mayo 13.
10 D. José Rodríguez Moure, id., id., id. 4, Marzo 13.
11 D. Diego Hoyo Haro, id., id., S. Juan de Dios 54, Agosto 28.
12 D. José Matías Yarda, id., id., S. Ramón 9, Junio 26.
13 D. N. N„, izquierdo, id., Concordia 89, Octubre 28.
14 D. Miguel Pérez Hormigal, id., id., S. Ramón 15, Noviembre 4.
15 D. Lázaro Rodríguez, id., id., S. Juan de Dios 3, Octubre 20.
16 Negro Leopoldo Martínez, doble, id., S. Ramón 5, Noviembre 10.
17 D. Francisco Lamido Cereiro, derecho, id., id. 13, id. 14.
18 D. Santiago Montes, izquierdo, id., id. 60, id. 16.
19 D. N. N., derecho, id., Industria 50, Diciembre 29.
1882.
20 D. Francisco Núñez, derecho, curado, S. Ramón 14, Marzo 15.
21 D. Antonio Romero, izquierdo, id., S. Juan de Dios 42, Abril 15.
22 D. Pedro Pruchenoff, id., id., S. Ramón 10, Mayo 20.
23 D. Agustín Velázquez, id., id., S. Ramón 27, Junio 14.
24 Negro José Cabañas, derecho, id., S. Juan de Dios 48, Julio 17.
25 Mulato Rafael Andares, id., id., id. 26, id. 21.
26 Negro Isidoro, izquierdo, id., id. 16, Octubre 22.
27 Negro José Ríos, id., id., S. Ramón 8, Noviembre 18.
1883,
28 D. José Alvarez Martínez, izquierdo, curado, S. Cosme 11, Abril 4.
29 D. Ramón Otero Arnota, id., id., id. 15, id. 5.
30 D. Manuel Tosa Rodríguez, id., id., S. Ramón 21, Junio 19.
81 Negro Joaquín Hernández, id., id., id. 4, id. 28. 32 D. N. N., doble, curado, S. Ignacio 23, Junio 15.
33 D. Aurelio Suárez, id., id., S. Lázaro 252, Noviembre 18.
34 D. Francisco Orsina Pérez, derecho, id., S. Juan de Dios 25, Stbre. 9.
35 D. Emilio Suárez López, izquierdo, id., id. 40, id. 9.
36 D. Jcsé Basar, id., id., Llabana 88, Noviembre 26.
37 D. Juan Carrasco Laguna, id., id., S. Ramón 26, id. 28.
38 D. Jaime García Folk, izquierdo, id., id. 2, Diciembre 4.
39 D. Tomás Gran, id., id., id. 1, id. 4.
1884.
40 D. Juan Muñoz Valdivia, izquierdo, curado, Luz 81, Marzo 29.
41 D. Eduardo Majana, doble, id., Someruelos 56, Abril 19
42 Negro Miguel Blanco, izquierdo, id., Cantarranas, Junio 7.
43 D. N. N., id., id., Aguila 71, Julio 20.
44 D. Antonio Rodríguez Pérez, id., id., S. Pedro 5, Ma}To 10.
45 D. Nicolás Díaz Alvarez, derecho, id., S. Juan de Dios 23, Marzo 24
46 D. Santos López Alvarez, izquierdo, id., id. 35, Abril 12.
47 D. José González Gutiérrez, id., id., id. 23, id. 16.
48 D. Vicente Real, doble, id., S. Ramón 22, Junio 5.
49 D. José M 9 Dajuan, izquierdo, id., S. Juan de Dios 16, id. 25.
50 D. Antonio Blanco Deibe, doble, id., Quemados, Octubre 6.
51 Negro José Congo, izquierdo, id., S. Ramón 15, Abril 18.
1885.
52 D. G. R., derecho, curado, S. Ignacio 25, Abril 26.
53 D. Pedro Alvarez Giralt, id., id., Habana 27, id. 10,
54 D. Andrés Ramírez Reselló, izquierdo, id., Amistad 77, Julio 15.
55 Negro Epifánio Ruíz, id., id., S. Ramón 6, Enero 29.
56 D. Vicente Borgaño Fernández, id., id., S. Juan de Dios 13, Mayo 27,
57 D. Cárlos Peláez Medina, derecho, id., id. 16, Abril 8.
58 Negro Manuel Mausipe, izquierdo, id., S. Ramón 16, Mayo 27.
50 D. Fernando Alonso, id., id., S. Juan.de Dios 8, Julio 23.
60 D. Manuel Cañedo, doble, id., S. Ramón 24, id. 23.
61 D. Tomás Rodríguez Cedrón, izquierdo, id., S. J. de Dios 5, Agto. 8,
62 D. Domingo Villaverde, id., id., Animas 180, id. 24.
63 D. Victoriano López Puentes, derecho, id., S. J. de Dios 9, Nbre. 12,
64 1). José Cano Rivero, izquierdo, id., Animas 1, Enero 26.
1886
65 D. Rafael Mariscal, derecho, curado, S. Ramón 41, Enero 12.
66 D. N. N., doble, id., O’Reilly y Habana, Febrero 8.
67 D. Mariano Díaz Núñez, izquierdo, id., S. Isidro 68, Mayo 27. 68 D. Miguel Cabanagh, izquierdo, curado, Puentes Grandes, Julio 5.
69 Chino Calixto Jiménez, id., id., S. Ramón 11, Enero 31.
70 Negro Leonardo Ramos, derecho, id., S. Joaquín 17, Abril 8.
71 D. Alberto Borrero Castillo, id., id., Villegas 68, id. 7.
72 D. Antonio Martínez, doble, id., Neptuno 152, Mayo 20.
73 D. Ramón Ruíz Betancourt, id., id., Enna 2; id. 25.
74 D. Pedro Montells Gil, izquierdo, id., Revillagigedo 151, Junio 10,
1889.
75 Negro Fernando Pequeño, izquierdo, curado, Cárdenas 5, Marzo 4.
76 D. N. N., id., id., Consulado 91, Junio 24.
77 D. Alfredo Romay Rabell, derecho, id., Marqués González 3, Julio 20
78 Mulato Domingo Portocarrero, id., td., Gloria 89, Agosto 9,
79 D. N. N., izquierdo, id., Sagua la Grande, id. 10.
80 D. Pedro Mais, derecho, no curó, Belascoain 110, id. 20.
81 Mulato Andrés Fortún, doble, curado, Paula 72, id. 24.
82 D. Juan Calderín. izquierdo, no curó, Jovellar 9, Octubre 8.
83 Negro Marcelino Cairo, id., curado, Misión 63, Noviembre 22.
84 P. Vidal López, doble, id., Regla, Noviembre 27.
85 Mulato Leonardo Arrondo, id., id., Habana 102, Diciembre 19
Total 85.—Derechos 29.—Izquierdos 44.—Dobles 12. —No curados 2.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra para argumentar al Dr. Ortíz.
Dr. Ortíz y Coffigni (de Matanzas): Manifiesta que, invitado desde
hace algunos años, por el Dr. Casuso, ha tenido ocasión de operar su-
ficiente número de hidrocéles, para formar opinión exacta; que, según
el Dr. Plasencia, todas son ventajas para el procedimiento por el ácido
fénico y, que, á su juicio, no es así; pues, si bien es verdad que la
reacción inflamatoria es poca y el dolor cási nulo, no lo es ménos que
la curación se opera con excesiva lentitud y que eso depende de la
gran exudación de la vaginal, lo cual es muy importante porque, tra-
tándose de hidrocéles, debe procurarse la mayor prontitud. En cuanto
á la antisepsia empleada por el Dr. Plasencia, dice que la cree innece-
saria porque, aparte de Ja pequeñéz de la herida, queda la misma in-
yección fénica que es antiséptica á igual grado que la que él emplea,
y termina opinando que la única ventaja del tratamiento por el ácido
fénico es la de evitar el dolor.
Dr. Vila, D. Alfredo: Opina que en el hidrocéle no puede admitir-
se, ni sentarse, un sólo tratamiento y, después de describir el proceso
evolutivo de la vaginalítis hasta llegar al hidrocéle, afirma, por vía de
deducciones, que por lo mismo que el tratamiento es bueno para las
vaginalítis simples, no debe recomendarse en la forma absoluta que se
hace, y en comprobación de sus opiniones cita un caso, en el que tuvo
que hacer el raclage y termina admitiendo comolmeno el tratamiento por el ácido fénico bajo el punto de vista relativo á la naturaleza de
la afección.
Dr. Casuso: Dice que se complace en felicitar á su amigo y compa-
ñero el Dr. Plasencia por su trabajo.
Opina que éste es demasiado absolutista y por ello, siendo él lo
contrario, se ven tan amenudo en extremos muy distantes; que él se
aparta de los extremos porque cree que los términos medios deben ser
siempre la regla general y que lo demás debe arrimarse á los casos
particulares.
Le objeta como un error de escritura ó lectura, el propósito de unir
ó poner en relación la lámina anterior con la posterior del escroto
siendo las de la vaginal las queso unen. Afirma que el punto déla ino-
cuidad no está demostrado con el número de 100 y pico de casos que
cita, pues no es, ni mucho ménos, suficiente para anteponerlo á las
cifras superiores que arrojan otros procedimientos empleados, conoci-
dos y que son aún más ventajosos. Agrega que él ha visto complica-
ciones de hematocéles, estácelos y, por último, lo mismo que tan opor-
tunamente ha señalado el Dr. Ortíz y Coligió, de Matanzas. Además,
dice el Dr. Casuso, en el trabajo del Dr. Plasencia se trata de un líqui-
do lechoso como vía de seguridad para esperar el resultado curativo y,
sin embargo, no se cita el número de casos, lo cual cree muy impor-
tante para la determinación del mérito, y se pregunta si el número
de hechos del Dr; Plasencia podrá ser suficiente para decir que su
tratamiento sea el mejor, declarando por su parte que no lo cree así
porque las recidivas son más frecuentes de lo que se supone.
Dr. Semprún: Apoya las opiniones emitidas por el Dr. Casuso y
opina que para una enfermedad como el hidrocele todos los tratamien-
tos son buenos y malos.
Cita el procedimiento del Dr. Rúbio, de Madrid, por el cual se pro-
voca una irritación, de naturaleza séptica; proceder que describió di-
ciendo que preparaba el mismo líquido vaginal, cargándolo de pioco-
ccus é inyectándolo después y que la reacción inflamatoria consecutiva
era tremenda; no podiendo decir más porque no volvió á ver al en-
fermo.
Dr. Dueñas: Dijo que había operado siete hidrocéles por medio de
la inyección fenicada; el primero de ellos hace seis meses, habiéndose
reproducido el derrame á causa, probablemente, de ejercicios violentos
y prematuros; que, en cámbio, en un caso recientemente operado con
el Dr. Borrero, por la inyección yodada, la inflamación consecutiva
pareció eternizarse; de modo que, aún cuando ámbos procedimientos
espongan á los mismos accidentes, se cree autorizado á preferir el pri-
mero, en vista de su pequeña estadística, por ser más cómodo para el
operado. El Sr. Presidente: El Dr. Plasencia tiene la palabra para replicar.
Dr. Plasencia: Manifiesta que él no ha dicho que su tratamiento
del hidrocéle por el ácido fénico sea mejor, ni peor, que los demás y
que al referirse al yodo fue porque con su procedimiento se propuso
corregir los males que determina este.
Contesta al Dr. Ortíz que, no sabiendo el número de casos opera-
dos por él, no puede hacerle comparaciones, y que ha leido y sabe
que cualquier tratamiento que se siga permite siempre un retorno de
líquido.
Se manifiesta de acuerdo con el Dr. Yila, y, en comprobación de
sus observaciones, hace algunas citas análogas.
Refiriéndose á la argumentación del Dr. Casuso dice, que jamás se
ha tenido por exclusivista y que, no considerando su trabajo de esa
índole, cree que el que siempre se coloca en el extremo opuesto es el
Dr. Casuso, asegurando que en su aludido trabajo no hace más que
presentar y defender lo que ha estudiado y le dá buenos resultados y
termina mostrando su conformidad con el criterio del Dr. Dueñas.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Sr. Secretario, Dr. López.
Dr. López; Dá lectura á una carta presentada por el Dr. Fernández
Ibarra, suscrita por Mr. Clark Lee, Presidente de la Sociedad de Medi-
cina Legal de New-York, en la que lo acreditaba de Comisionado para
su concurrencia al Congreso.
Con este motivo, el Sr. Presidente recomendó que, en prueba de
cortesía y deferencia á la referida Sociedad, se concediera al Dr. Fer-
nández Ibarra el inmediato turno para la lectura de un trabajo de Medi-
cina Legal que deseaba presentar al Congreso.
Aprobada por unanimidad la anterior proposición y con la venia
del Sr. Presidente, ocupó la tribuna el Dr. González Ibarra y leyó un
trabajo titulado:
«Notas clínicas y observaciones sobre el nacimiento de un feto
doble.» (1)
Después de su lectura, que llenó tres veces el tiempo reglamentario
por expresa condescendencia del Congreso, á petición del Sr. Presi-
dente, y suprimida su discusión por las razones de cortesía antes em-
pleadas con otros, hicieron uso de la palabra los Dres. Aróstegui y
Yesa para suplicar al Dr. Fernández Ibarra que significara en el seno
de la Sociedad por él representada, la expresiva atención que se le ha-
bía dispensado.
El Dr. Plá: propuso un voto de gracias á la Sociedad de referencia
por haber enviado un representante, sin prévia invitación; que fue
(I) No ha sido posible publicarlo porque su autor no lo entregó en la Secretaría;
y no se dá en estracto porque, confiando que dicho trabajo se entregaría para su in-
serción en esta obra, no se tomaron las notas correspondientes. aprobado y enmendado con la adición hecha por el Dr. Saenz Yanez,
de que hiciera constar que su trabajo no se había discutido, ni aún
emitido opinión sobre él, por pura deferencia á la comisión de que
aparecía investido.
El Sr. Presidente; Tiene la palabra el Dr. Cuervo para dar lectura
ájsu trabajo:
Nota sobre dos luxaciones traumáticas de la rótula.
el Dr, Cuervo y Serrano. (Sancti-Spíritu.)
Sr. Presidente: Sres.:
Con la presente nota sólo pretendo contribuir á la realización del
primer Congreso Médico que ha de tener lugar en nuestra Isla y cuya
idea, llevada á cabo, debo ser motivo de justas y sinceras felicitaciones
para la Sociedad de Estudios Clínicos, que lo ha iniciado.
Al decir de los autores, las luxaciones de la rótula son raras y su
reducción difícil. Boyer se queja de no haber encontrado sino un pe-
queño número de observaciones desprovistas de detalles que puedan
dar una idea exacta de las mismas; él y Cooper solo han observado
una, y Dupuytren tres, a pesar del vasto campo de observación de es-
tos autores. Vidal no cita caso alguno de su práctica y habla de este
accidente por referencia. Mi venerable colega el Dr. Manzini, cuya
práctica en esta Isla data de 1848, según me dice, recuerda uno sin
los detalles; el Dr. Cuervo y Alvarez, mi padre, médico desde 1835 y
en Sancti-Spíritus desde 1838, con una clínica numerosa, me asegura
haber visto este accidente, aunque no con frecuencia.
También aseguran los autores que las primeras tentativas de re-
ducción han sido casi siempre infructuosas, y citan á Valentín como
el que mejor ha dado á conocer el procedimiento que en tales casos
debe emplearse; consiste en levantar más ó ménos la pierna hasta po-
ner en flexión el muslo sobre la pelvis para después deprimir y em-
pujar el borde saliente 'de la rótula en sentido opuesto al de la luxa-
ción. Malgaigne, (Traite desfract. et de* luxat. t. II p. 902 á 938) hace
un magnífico estudio sobredas luxaciones de la rótula, pasando revis-
ta detenida á sus diferentes'formas; empieza por las traumáticas, ase-
gurando que son muy raras, circunstancia que le explica la'oscuridad
de su historia, y refiere casos en que algunos cirujanos han recurrido
á medios cruentos, y entre ellos, el corte del tendóndibio-rotuliano, sin
conseguir por eso éxito alguno.
La rareza con que se presentan estos accidentes y las dificultades
con que se ha luchado para su reducción, me han decidido á enviar mis notas sobre dos casos de luxaciones traumáticas de la rótula, los
únicos que he observado en el intervalo de 20 años.
El primero so refiere á un colega, el Dr. Fernando Canelo y Ma-
drigal.
17 Observación.—El 27 de Julio de 1884, iba á caballo por una de
las calles de esta ciudad, á paso corto, con la cara vuelta á la derecha,
atendiendo á uno que le hablaba; otro gánete venía en sentido opuesto
y un borde metálico do su montura chocó contra la rótula izquierda
de nuestro amigo, que, enseguida se vio obligado á detenerse por el
violento dolor que le ocasionaba el paso de su caballo. Quiso desmon-
tarse pero no lo fué posible; hubo que ayudarle. Trasladado á la casa
más inmediata se le acostó en una cama, dándose cuenta entonces de
que en lugar do la cara anterior de la rótula, se encontraba una cresta
muy proeminente. Varios compañeros practicaron, sin éxito, tentati-
vas de reducción, durante dos horas. Solicitado entonces mi concurso,
me enteré de los antecedentes que acabo de referir, recogiendo las si-
guientes impresiones.
El paciente se encontraba acostado boca arriba, y cualquier movi-
miento de la pierna izquierda le producía dolores insoportables: á la
simple vista se observaba una eminencia, en forma de cresta, en lugar
de la rótula; haciendo descender el dedo índice por la parte interna
se podía observar la porción do la tróclea femoral correspondiente al
cóndilo interno, existiendo una depresión que formaba ángulo con la
rótula; pasando el dedo en la dirección opuesta, ó sea reconociendo la
cara que anormalmente miraba hácia afuera, se pudo comprobar la
cresta posterior, si bien no en toda su longitud. Existía, pues, una
luxación en que la cara anterior de la rótula se había hecho interna,
con enelavamiento del borde interno, que se había hecho posterior. El
tendón del recto anterior y su porción tibio rotuliana estaban tirantes
y con la oblicuidad consiguiente.
Practiqué algunas tentativas de reducción haciendo levantar el
pié por un ayudante, pero sin llegar hasta la flexión del muslo sobre
el vientre y tratando do deprimir la eminencia anormal hácia el cón-
dilo externo para empujarla después hácia adentro, sin obtener otro
resultado que desesperar al paciente.
Después de un pequeño intervalo, intenté el siguiente procedimien-
to que fué seguido de un resultado inmediato.
Sostenido el pié del mismo modo que ántes y colocado yo junto
al muslo izquierdo, apliqué mis dos pulgares por encima de la rótula,
ó sea, en el punto de inserción del tendón del recto anterior; imprimí
una presión gradual, empujando la rótula en dirección al pié y enton-
ces se redujo con la velocidad de un proyectil y sin molestia notable
para el enfermo, apenas había empezado la presión. Permaneció acostado, aplicándose compresas de aguardiente hasta
las 24 horas/ que se trasladó ásu casa en un carruaje sin sentir mo-
lestia alguna; no volvió á ocuparse de su pierna.
A los 8 dias quiso bailar y observó que su articulación no funcio-
naba con la necesaria ligereza: hubiera sido prudente renunciar por
entonces á la danza; pero nuestro galante compañero prefirió atender
á su dama, olvidando su rótula y bailó toda la noche.
En los días subsiguientes sintió débil la articulación, observando
que al caminar el pié avanzaba algo más de lo que él so proponía, lo
que vino á desaparecer por completo á los tres meses.
2? Observación.—En el segundo caso se trata de un pardito de 12
años, J. Yenegas, bien constituido. El dia 11 de Octubre próximo pa-
sado, al salir á caballo por la puerta de una finca, chocó con ella brus-
camente su rodilla izquierda, sintiendo enseguida un dolor intenso,
que le impidió seguir la marcha: fué necesario desmontarlo y lo con-
dujeron á esta ciudad en la tarde del mismo dia. Puesto bajo la direc-
ción de mi ilustrado amigo el Dr. García Rijo (D. Rudesindo) practicó
varias tentativas de reducción, que fueron dolorosas y sin otro éxito
que haber logrado inclinar el borde prominente un poco hácia afuera.
Solicitó mi concurso, proponiéndose nuevas tentativas después de so-
meter el enfermo á la acción del cloroformo.
Encontré el mismo aspecto que en la primera observación, con la
única diferencia de percibirse más francamente la faceta articular ex-
terna y la cresta rotuliana posterior. Propuse á mi colega intentar el
mismo procedimiento, lo que aceptó de buen grado. Sosteniendo yo
la pierna en extensión, hizo presión García Rijo con sus pulgares,
empujando la rótula hácia el pié, lo cual fué seguido de la reducción,
tan rápida como en el primer caso: también el dolor fué insignificante
encontrándose enseguida el paciente sin molestias.
El dia 3 de Diciembre volví á verlo: conserva algún abultamiento
de los tejidos intrarticulares sin que acuse dolor alguno.
Las consideraciones que se me ocurren se refieren
1? al mecanismo de la luxación.
29 al lugar del enclavamiento.
39 al obstáculo para la reducción.
49 al mecanismo de la reducción.
19 Mecanismo de la luxación.—La conformación anatómica del
cóndilo interno hace que el borde de la rótula sobresalga más por el
lado, circunstancia que la expone más por ese punto á las violencias
exteriores: colocada la pi'erna en un estado de semi-extensión, el cho-
que la empujó hácia afuera, y, en consecuencia, la rótula debió resba-
lar en dicha dirección sobre la porción correspondiente de la tróclea,
algo más elevada que la opuesta; la acción de los músculos recto ante- rior y vasto externo, predominando sobre la del interno, debieron
ejercer tracción sobre el hueso y determinar la inclinación del mismo,
suficiente para que la faceta interna llegara á adaptarse á la superficie
articular-externa de la tróclea.
29 Lugar del enclavamiento.—El borde interno de la rótula se en-
clavó en la ranura central de la polea? ¿Subió más allá, alojándose en
la depresión supra-condiloidea (hoyo supra-condiloideo de Malgaigne?)
Sobre este punto tengo que decir que al presente no puedo pronun-
ciarme definitivamente, y si nuevos casos se presentasen á mi obser-
váción procuraré aprovecharlos en este sentido.
39 Obstáculos para la reducción.—Sea cualquiera el lugar del en-
clavamiento cuando se intentó verificar la reducción, deprimiendo el
borde saliente de la rótula, la cresta de su cara posterior debió jugar
un papel importante por formar un ángulo cuya resistencia hay que
vencer. Por otra parte, si la ranura de la polea alojaba el borde del
hueso luxado, la porción interna de la misma debió también oponerse
á los movimientos que se pretendían imprimir hácia ese lado. Si el
enclavamiento fué supra-condiloideo, entonces hay que aceptar la
opinión de Malgaigne que lo atribuye al tejido adiposo de ese punto
que se hincha y rodea el hueso.
49 Mecanismo de la reducción.—Empujando la rótula hácia abajo
se la coloca en el punto más ancho de la polea. Suponiéndola encla-
vada en la depresión supra-condiloidea, con la dirección que se le im-
prime se le hace entrar fácilmente en la tróclea y una vez colocada en
el punto más ancho de esta, las fibras musculares del vasto interno se
contraen en su dirección, en cuyo momento recobra bruscamente el
hueso sus antiguas relaciones.
De todo lo que antecede resulta, que el procedimiento seguido en
los dos casos citados ha sido sencillo y rápido, siendo insignificante la
molestia del paciente; por lo cual creo que debe emplearse en casos
iguales, ántes de recurrir á otros más molestos. Las observaciones que
en lo sucesivo puedan presentarse servirán para completar su estudio.
Ei Sr. Presidente; Queda abierta discusión sobre el trabajo que se
acaba de leer y en el uso de la palabra el Dr. Reinery para argu-
mentar.
Dr. Reinery: Dice que, á la vez que cumplir un deber cariñoso con
el amigo y compañero, le era forzoso celebrar la clase de trabajo pre-
sentado por el Dr. Cuervo, pues es, rsin duda, de los que más encajan
en la índole propia de los trabajos de Congresos médicos y termina
proponiendo que se le tributara un aplauso, á cuya indicación corres-
pondieron casi todos los compañeros presentes.
El Sr. Presidente: No habiendo ningún otro que desee hacer uso
de la palabra, se le concede al Dr. Cuervo. Dr. Cuervo: Dá las más cumplidas grácias al Congreso y particu-
larmente al Dr. Reinery y dice que su única aspiración al presentar
sus observaciones fué la de cumplir con la naturaleza del Congreso,
procurando servirla sin cansar su alta y honrosa atención.
El Sr. Presidente: Corresponde el turno al Dr. Mádan, de Matan-
zas, para leer su trabajo.
Conjuntivitis Edematosa, dependiente de la arteri-esclorósis.
el Dr. Domingo Madan.
Después que fijamos nuestra atención en los trastornos visuales
dependientes de la albuminuria latente, hemos podido comprobar
otras manifestaciones oculares tributarías también, á nuestro modo de
ver, de la arteri-esclorósis generalizada, y creemos hacer obra útil so-
metiendo á vuestra ilustrada consideración los dos casos siguientes
con las reflexiones que nos surgieren.
Un señor, de sesenta y ocho años, nos consulta por una molestia do
sus ojos, que se ponen lagrimosos con pesadez en los párpados y ligero
dolor, sin inflamación visible de las membranas externas. Un lente
del número diez para la lectura y su vista no sufre alteración alguna-
Sin encontrar lesiones que pudieran acreditar otra afección ocular,
creimos que se trataba de una conjuntivitis hiperémica simple, recru-
decida por la oclusión de los párpados durante el sueño, vista la espe-
cie de intermitencia del malestar experimentado, que so acentuaba so-
bre todo en las primeras horas de la mañana. Algunos meses después
volvimos á ver á este enfermo en unión de su médico habitual; pre-
sentaba entonces el cuadro sintomático de una afección cardi-aórtica.
Al edema de las extremidades inferiores, que invadía el tronco, se ha-
bía unido la disnea cardiaca con sensación de barra opresora del tó-
rax, pulso lento y vibrante y después de alternativas várias el enfermo
sucumbía con los dolores anginosos propios de una miocarditis que
que durante algún tiempo se manifestó varias veces por períodos de
arterio-cárdis-vascular, eficazmente combatidos con el régimen lácteo,
los yoduros y la esparténia. En los úlpmos días la manifestación ocu-
lar se hizo más patente; la cara abotagada del cardiaco no presentaba
el edema interpalpetral de los nefríticos; pero en la conjuntiva bulbar
se notaba un edema marcado que daba al ojo un aspecto brillante de
humedad, y el dolor sobre los párpados se había convertido en intenso
sufrimiento que impedía el sueño del enfermo. Durante todo el curso
de su enfermedad conservó su vista y no presentó los fenómenos de
amaurosis urémica, ni de retinitis propios de los hraíc/ticos aunque la disminución notable en la cantidad de orina, sin albumirnria, denota-
ba la insuficencia de la función depurativa del riñón.
En condiciones comparables vimos algún tiempo después otro en-
fermo de cuarenta y ocho años de edad, que nos consultaba también
para un malestar con pesadéz de los párpados y ligero lagrimeo que
le obliga á suspender por momentos su trabajo para procurarse un
descanso que alivie su sufrimiento. Usa lentes desde hace tiempo pa-
ra la lectura y con ellos desempeña sus ocupaciones en una casa de
comercio, sin notar disminución en su vista. En este enfermo tampo-
co se notaba otra cosa que la falta de relación entre los síntomas sub-
jetivos y los cine la inspección directa podía descubrir. Se reducían
éstos á un estado congestivo de la conjuntiva bulbar, que atribuimos
a una conjuntivitis catarral provocada por un enfriamiento que sufrió
el enfermo poco tiempo antes con motivo de un viaje en que, á causa
del mal tiempo reinante, permaneció todo un día con sus vestidos hu-
medecidos. Lo importante para nosotros en este enfermo debió ser
que un hermano había muerto de albuminuria con fenómenos visua-
les que iniciaron su enfermedad y recordando este antecedente hici-
mos un interrogatorio buscando los signos de una afección venal sin
encontrar ninguno, del mismo modo que el examen oftalmoscópico
nos permitió comprobar la integridad del fondo del ojo. Fundado en
este resultrdo negativo del examen que entonces hicimos descuidamos
el análisis de los orines, y ¿cual no sería nuestra sorpresa al saber tres
meses después que este enfermo es un albuminúrico y que, preocupado
hoy por el estado de sus orines, ha olvidado casi por completo su ma-
lestar de ojos, que permanecen sin embargo en el mismo estado.
Se trataba en estos dos casos de una enfermednd de Brigth, de prin-
cipio lento ó insidioso? No lo creemos. Porque aunque nuestros en-
fermos han presentado trastornos imputables a una lesión del riñón
los síntomas oculares no tenían los caractéres comunes de los amau-
rosis y de las retinitis propias del mal de Brigth. Sus fenómenos prin-
cipales constituyen el síndrome clásico estudiado por el médico inglés,
la albuminuria, la uremia y el edema generalizado á los cuales corres-
ponden las alteraciones contingentes del grueso riñón y del corazón
hipertrofiado. Pero las expresiones riñón-cardiaco y corazón venal
denotan en clínica las relacionés patológicas de estos dos órganos so-
metidos á la influencia de un mismo proceso morboso, que se presentan
con caractéres mixtos, semejantes ó parecidos á los descritos por
Brigth.
Ahora bien, las lesiones oculares que se presentan en las formas
crónicas del mal de Brigth, con un pequeño riñón esclerosado, corres-
ponden á las alteraciones vasculares que se manifiestan en los capila-
res y arteriolas de la retina sometidos al mismo proceso de esclerosis vascular y á la alta presión dependiente de la hipertrofia cardiaca.
Deben considerarse, por consiguiente, como expresión local de una
misma lesión arterial generalizada á los peque os vasos periféricos y
que constituyen el conjunto patológico descrito desde hace algún
tiempo con el nombre de arteri-esclorósis; de la misma manera que
las nefritis interticiales con esclerosis del riñón deben atribuirse á una
localización en los vasos venales de la arteri-esclorósis generalizada.
Así podemos interpretar los fenómenos presentados por nuestros
enfermos. En el primero se veía el desarrollo do una cardiopatía arte-
rial compatible con la vida, mientras la tensión vascular permitía el
equilibrio funcional de la circulación periférica y visceral, y los sín-
tomas oculares que presentó sin las primeras manifestaciones de la
artería cardio-vascular que en diversas ocasiones pudo ser combatida-
En el segundo enfermo podemos decir también que los fenómenos
ocularos dependían de la misma causa. La arteri-esclorósis se mani-
fiesta en su primer período por el espasmo natural y trastornos tran-
sitorios de la circulación capilar periférica. En este período, sorpren-
dido el enfermo por el sufrimiento áque puede atribuirse la explosión
de su enfermedad, sufre su riñón la influencia directa de una causa
ocasional que provoca una congestión glomenular y origina la albu-
minuria, rompe el equilibrio de la circulación periférica regulada por
la hipertensión arterial y la arteria vascular, que se inicia por los fe-
nómenos oculares, se presenta más marcado cuando se descubre su
albuminuria porque el enfermo sentía un debilitamiento general que
motivaba el exámen de su orina.
Los fenómenos oeulares de la arteri-esclorósis, interpretados de esta
manera, vienen á establecer un tipo caraterístico demostrado por los
accidentes que las enfermedades del corazón originan en el aparato
ocular. Recuérdese, por ejemplo, la importancia que da Peter al exá-
men del ojo externo en su magistral estudio de la endo-arterítis y los
casos que cita de una hemorrágia intraorbitaria provocada por la rup-
tura de una de las arterias ciliares en una enferma y el caso del ma-
gistrado examinado por Desmarres con una hemorragia de la retina,
seguida tres años después de una hemorragia cerebral fulminante.
De la misma manera Germán Sée, en su tratado de enfermedades del
corazón, establece entre las formas anormales, un tipo ocular fundado
en las observaciones de Galezowski, y otros oculistas.
Estos casos se refieren todos á lesiones cardio vasculares con hi-
pertensión arterial en quo la esclerosis capilar, favorecida por la hi-
pertrofia cardiaca, da origen á los fenómenos de apoplegía ó hemorra-
gias oculares pueden considerarse como expresión inicial de la arteria
cardio-vascular, accidente frecuente y generalmente terminal de la
arteri-esclorósis generalizada. La novedad de nuestra comunicación consiste únicamente en la
interpretación patogénica de esta especio de conjuntivitis persistente,
edematosa que no había escapado á la sagaz observoción de Brigth.
En efecto, Lccorché y Talamu en su reciente obra, describen según
Barlow el ojo de Brigth de la manera siguiente, en sus formas crónicas
de principio insidioso.
«El ojo aparece brillante, lagrimoso, como mojado, parece que una
lágrima brilla en el ángulo del páipado, pero examinando con cuida-
do se vé que la conjuntiva está hinchada y que la serosidad se ha
infiltrado entre la esclerótica y la mucosa ocular. El edema subcon-
juntival puede observarse solo; pero en lo general está asociado á un
poco de hinchazón de Jos párpados inferiores.»
Al atribuir nosotros alguna importancia é este signo, revelador de
la arteri-esclorosis, por la inminencia de los accidentes que puede
anunciar, no pretendemos hacer opinión nueva en un asunto que
ocupa y reclama la atención de los clínicos; solamente hemos tratado
de darle el valor que creemos corresponderle en la práctica diaria.
El Sr. Presidente: Tienen la palabra los Dres. López y Santos Fer-
nández.
Dr. López: Celebra y felicita al Dr. Mádan y asegura ser cierto que
en el mal de Brithg se presentaba el edema de la conjuntiva bulbar y
como prueba por su parte, cita un caso de su clínica en el qne com-
probó una retinitis hraigtica, típica.
Dr. Santos Fernández: Felicita al Dr. Mádan con tanto más moti-
vo, por cuánto que no lia podido observar lo espuesto por él sino en
muy contadas ocasiones; dice que el caso referido por el Dr. López tu-
vo ocasión de examinarlo cuando aún no presentaba los síntomas por
este profesor observados y termina manifestando que, á su juicio, es
de más valor la clínica general que la especial para ciertas cuestiones.
El Sr. Presidente: El Dr. Madan tiene la palabra.
Dr. Madan; Dá las gracias y agrega aigunas consideraciones ácerca
de lo manifestado por los Dres. López y Santos Fernández.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Bellver para su confe-
rencia.
Contribución al estudio de la fiebre amarilla
el Dr. Bellver
Sr. Presidente; Sres.:
Reclamo toda la benevolencia de que este ilustrado Congreso se
encuentra saturado, por no haber tenido necesidad de concederla á los
notables y elocuentes trabajos hasta el momento presentados: supri- miendo exordios entro en la exposición, prometiendo ser sintético y
encerrar tan extenso trabajo en los límites reglamentarios.
A mi llegada á esta Isla en 7 de Enero del 75, aprovechando unos
dias que permanecí en esta capital, antes de salir para mi destino,
campamento de Sandoval, Trocha Militar de Júcaro á Morón, pude
enterarme que en etiología, diagnóstico, pronóstico y tratamiento del
terrible azote de extraños y... propios reinaba la harmonía más in-
harmónica; es de naturaleza miasmática, zooparasitaria, filoparasitaria,
cambios en la composición humoral, en el predominio de los órganos
y funciones asimilatrices y desasimilatrices, enfermedad general, local,
etc., etc.: diagnóstico fácil, difícil, pronóstico optimista, fatal, trata-
mientos... ¡el caos terapéutico entre los hombres de ciencia!; entre el
vulgo en medicina, un tratamiento que dominaba por completo el mal,
cuando no intervenían los médicos, al que por ser empleado por los
detallistas de víveres, y en general, por todos los dueños de estableci-
miento comercial ó no en sus dependientes, se le conocía y conoce con
el seudónimo de «Tratamiento de los bodegueros»; tan mal impresio-
nado quedé, que me prometí no hacer intervenir en el tratamiento do
mi individuo, si desgraciadamente llegaba á ser caso, á ningún enemigo
que pudiera perturbar los esfuerzos de mi organismo en la lucha con
la enfermedad: aislado en un campamento,* á los dos meses el síndro-
me inicial de un proceso febril; no permitió se avisase á nadie: pur-
gantes, limonadas y dieta, y afortunadamente tengo el honor de diri-
giros la palabra en estos momentos.
Destinado el 77 de Gefe de (dinica en el Hospital de esta Plaza fui
encargado de la Clínica Quirúrgica, convirtiéndose al poco tiempo,
por los casos que en ella se presentaron y por estar próximo á la en-
trada del establecimiento y ser la más conveniente para alojar los en-
fermos graves en Clínica de medicina en la que se dominaba la fiebre
amarilla: ¡qué situación tan angustiosa la del medico, obligado por su
misión á defender las vidas que se le confian, y verse impotente y de-
sarmado ante ese horripilante mal! El desaliento se apodera del espí-
ritu más bien templado en la fragua del sufrimiento! Hecho un tupido
velo sobre aquellas numerosas víctimas de la ignorancia de la cien-
cia en el momento histórico referido y, como todo tiene su compensa-
ción, sírvales de desagravio nuestras honradas miras, nuestros comunes
esfuerzos, nuestra tenáz é incesante lucha en todos terrenos, sacrifican-
do afectos é intereses, para restar á la Parca esa pujante juventud en
que se ceba.
Algo provechoso creí recabar de situación tan] desairada: el hecho
casi constante de que desde el inicio del mal existían lesiones en el
estómago é intestinos que, confirmado en las necropsias, empezó á ge-
nerar mi creencia: el hedió de dos casos cpie terminaron por la muer- te que durante el acto evolutivo no acusaron trastornos gástricos y, en
cambio, se presentaron por parte del intestino, sensibilidad exagerada
y deposiciones borrosas, hallando en la autopsia macroscópica que el
ensanche del tubo digestivo estaba en su integridad y el intestino
con las lesiones peculiares, convirtieron mi todavía débil creencia en
opinión firme de que el tubo digestivo era asiento primitivo del mal,
que podían tener más ó menos extensión las lesiones locales, según
que el agente organizado que las provocaba se implantara en el estó-
mago, como en general observaba, propagándose al tráctus intestinal
ó pasando á través de aquél, sin afectarle, fijándose en este: el meca-
nismo de las lesiones secundarias no podía explicarme estas líneas
divisorias en los órganos.
Formulé para mi gobierno el siguiente juicio: las enfermedades de
género miasmático no tienen la propiedad de ser contagiosas y un ca-
so estrañado del foco no puede constituir epidemia: la historia de la
fiebre amarilla cuenta con bastantes hechos en que esta circunstancia
está plenamente demostrada; no es, por tanto, de ese origen; para que
ello así se verifique es preciso que el agente patogenésico se reproduz-
ca y multiplique: los séres orgánicos únicamente reasumen esta vir-
tualidad y dentro, por tanto, de la teoría panspermiana, la fiebre ama-
rilla es una infección local del tubo digestivo con auto-intoxicación
concomitante; consecuente con esta opinión, tracé mi plan terapéuti-
co empleando los agentes que más adelante expondré, llegando en 12
de Agosto del 78 hasta practicar la transfusión con prévia deplesión,
como para los envenenamientos invencibles, por los medios comunes
aconseja en su monografía sobre la trasfusión Mr. Julien, operación
de común acuerdo con mi querido hermano D. José, Médico Mayor-
personal también del Cuerpo de Sanidad, en el Comandante Capitán
de Ingenieros D. Alfredo Cortés, enfermo que fué asistido por el jus-
tamente reputado clínico Sr. D. Antonio Pardillas, digno Jefe del
Cuerpo hoy en esta Antilla, dándose el sublime ejemplo de prestarse
á proporcionarnos la sangre que pudiéramos necesitar, sin limitacio-
nes, todos los soldados del Cuerpo de Ingenieros que estaban presen-
tes, unos 100; rasgo admirable que fué debidamente recompensado,
otorgando por R. O. la Cruz de Beneficencia al que elegimos, y con-
signándose en la Orden del Cuerpo para toda la fuerza tan expontá-
neo y núnca bastante ensalzado rasgo.
Los estúdios bacteriológicos de estos últimos años vinieron á apoyar
mis apreciaciones, y conocidos son, en primer lugar, los de mi queri-
do amigo el modesto cuanto ilustrado bacteriólogo Dr. Tamayo, los
del eminente Dr, Gibier, los del simpático y ’sábio Dr. Sternberg, los
del Dr. Clairac, distinguido médico militar, que honra nuestro Cuer-
po, auxiliado del inteligente farmacéutico militar Sr. Castro. Estos estudios, bien conocidos del Congreso, dan en síntesis la resultante de
que la sangre es estéril, el tubo digestivo constantemente fecundo en
numerosos y variados gérmenes, y el hígado y riñones algunas veces,
deduciéndose de ello, que la infección no es general: que en estómago
é intestinos radica la localización, y que así como este es un terreno
apropiado para cultivos, el hígado y riñones carecen de estas circuns-
tancias abonadas y se puede considerar la presencia de gérmenes en
ellos como accidental, dadas sus funciones reductoras y elimina-
doras.
Los distinguidos, ilustrados y laboriosos investigadores Dres. Fin-
lay y Delgado, si bien encuentran con su técnica en la sangre y otros
líquidos, un micrococo «Tetrágono,» que le asignan el papel de pató-
geno y esto aminoraría el valor de mis apreciaciones, no le conceden
hoy más que importancia muy secundaria, pues admiten que el pro-
ceso de que es causa, es la forma leve de una fiebre, que obedece á
cualquiera métodos racionales, contando al espectante entre ellos, y
que cuando las formas graves se presentan, es debido á una infección
secundaria ascendente, por el bacilus coli determinada, que, siendo de
ordinario inofensivo, adquiere gran virulencia en el terreno laboreado
por su «Tetrágono»: resultando, con un prólogo breve, el mismo san-
griento drama que si esta infección secundaria localizada, fuera la ini-
cial de que ántes me ocupé.
Claramente y sin violencia se desprende de lo expuesto, que la
bacteriología, en el foco principal de cultivos de fiebre amarilla, dá en
una ú otra forma la resultante etiológica de infección del tubo diges-
tivo, con auto-intoxicación por los productos de la función vida del
agente infectante.
Estamos, pues, los Clínicos de enhorabuena; dejemos á tan ilus-
tres bacteriólogos españoles y extranjeros que, haciendo siembras en
los distintos medios de cultivo, decidan el problema con técnicas ri-
gorosas, y de mancomún nos presenten al reo convicto y confeso, con
su cédula de vecindad en toda regla expedida y refrendada, y, bien
sea el traidorzuelo coli que se revela, celoso del alojamiento del sim-
pático «Tetrágono», y olvidando las más elementales reglas de agra-
decimiento, atento ála vida de su galante y antiguo hospedero, ó
bien el A. B. C Sternberg, bien el vibrión Tamayo, Semprun, que
en primer término abren la escena, y, multiplicándose fabulosamente,
determina con sus ptomaínas ó diastásas microbianas la toxihémia;
abordemos el problema práctico de vital interés, estableciendo una
terapéutica en consonancia con los principios que la Ciencia moderna
sanciona para esta clase de infecciones.
Este fue el problema que ha ocupado constantemente mi ánimo y
que pudo emprender en buenas condiciones desde 19 de Junio del 87> en que, de regreso de la Península, entré en función activa, después
de un interregno de cuatro años.
Mis primores ensayos antiguamente fueron con las sales de quini-
na y percloruro de hierro á dosis antisépticas, y el salicilato de sosa
como hiperoxidante solubilizador, lavando en primer término el ca-
nal alimenticio y sosteniendo la diálisis con las limonadas cremoriza-
das. En la segunda época, por su orden: calomelanos, naftalina y
naftol, con prévio por los purgantes, sulfato de sosa, y bebidas ácido
laxantes: el silicilato de sosa, factor constante.
Afiladas las armas al llegar al naftol. en Marzo del 88, adopté la
siguiente conducta: (advierto que en mis enfermos se dio principio al
tratamiento desde dos horas como mínimum á doce como máximum)
50 á 60 gramos de sulfato de magnesia en 300 de agua edulcorada, en
general bien tolerado y seguido da abundantes cámaras: pasadas dos
horas, un sello, conteniendo medio gramo de naftol é igual cantidad
de salicilato de sosa, que se repite con el mismo intervalo durante los
dos primeros días clínicos de la enfermedad, sustituyendo al tercero
el de sosa por el de bismuto para comprobar si la asepsia está bien
establecida, alejando ya en este día y en el siguiente las dosis, según
lo que resulte de la observación, suspendiéndola si, del tercero al cuar-
to, se presenta apirético, ó continuándolas alejadas á cuatro horas ó
seis si la temperatura oscila entre 37°5 y 39°; del quinto día en ade-
lante, solamente limonadas cremorizadas del tiempo ó frías, según el
gusto del enfermo, estableciendo una alimentación gradual, según los
casos, pasado el tercer día, de caldos, vinos de Jerez, leche, sopa, etc.
Si el proceso tóxico continúa á pesar de todo, bien por radicar la
infección en terrenos muy favorables, bien por la virulencia del agen-
te en las distintas épocas del año, bien por ámbas y el más ó ménos
tiempo perdido, una hora, diez, veinte, según las circunstancias, ten-
drán ó no valor, y la toxihémia y trastornos funcionales, con sus na-
turales consecuencias, no pudieran ser vencidos y la muerte fuera el
resultado del juicio pronóstico, por lo que á mí concierne, siempre que
pueda adquirir sangre humana en buenas condiciones y cantidad su-
ficiente, practicaré la transfusión con deplesión prévia.
Me ha parecido observar que, además del síndrome inicial común
á varios procesos febriles, con los que en sus albores pudiera confun-
dirse la fiebre amarilla, es de gran interés diagnóstico la tumefacción
y color de las encías: presentan en ésta los caractéres que apunto; tu-
mefacción, color vinoso de la encía con festoneado más vivo, velándose
la mucosa por una ligera capa blanco-sucio semitrasparente á las 6 ú
8 horas de la invasión; caractéres constantes que no he podido cons-
tatar en las dichas fiebres gástricas, inflamatorias, gastro biliosas, etc.,
en estúdios comparativos con enfermos á la vista: esto y la discrepan- cía en la curva termo-esfémica, son datos preciosos para los diagnósti-
cos prematuros.
Otros puntos interesantes sobre incubación, focos, receptividad
individual, impugnación de las condiciones que Koob asigna á los
agentes infectantes, en lo que se refiere á lo absoluto de que no
se les encuentre otra enfermedad ó individuos que hubiera tenido
necesidad de tratar, á pesar de la galantería de este Congreso, de la
que tanto he abusado por lo avanzadísimo de la hora, no puedo ni
esbozarlos.
Notaréis en la estadística adjunta, que comprende 145 casos, una
diferencia que chocará á los que hayan leído mi artículo, que la nota-
ble publicación científica local, la Crónica Médico-Quirúrgica me hizo
el inmerecido honor de acoger benévola en su seno en el mes de Sep-
tiembre último, como acoje todo lo que pueda significar algo, que aún
de léjos, pudiera resultar de alguna utilidad y aunque no sirva más
que de objeto de discusión en la que se esclarezcan hechos clínicos.
La cifra allí consignada de enfermos, como en dicha publicación de
Octubre, al contestar el artículo del Dr. Bueno, es de 70 casos tratados
por mi método y de 75 por los otros; de los primeros, 68 éxitos y dos
fracasos; de los segundos, 47 y 28; pues, señores, cargo con un muerto
que eché al contrincante, y sumo, en su haber de éxitos, cuatro casos
de los míos, que, tal vez por un escrúpulo de clínico puritano, me co-
rresponde el fracaso y no los éxitos.
Dos palabras sobre el valor de las cifras estadísticas os convence-
rán que lo que se desprende del trabajo del ilustrado joven Dr. Weiss
no tiene toda la fuerza que á primera vista aparece, y no destruye el
valor de la que presento, ni tienen explicación por rachas, ni benigni-
dades.
En estos enfermos concurren las mismas circunstancias: edad, gé-
nero de vida, profesión, local que los aloje, se compenetran los 79 con
ios 66, alimentos, bebidas, procedencia, etc.; sólo hay dos factores dis-
tintos, momento de la intervención, en general más tardío en los pri-
meros que en los segundos, por razón que no es la oportunidad expo-
ner; y segundo, tratamiento distinto que, como habrá observado, las
objecciones que se les hagan en Buchard, se reflejarán: hé aquí, pues,
establecido el verdadero valor de esas cifras que si reconozco que son
cortas y nada brutales, hay que concederles que tienen gran peso.
No sucede así con las cifras de la estadística á que me refiero; ellas
quieren demostrar que los tratamientos sintomáticos y especiantes y
antisépticos tienen el mismo valor terapéutico, pero advierto que los
tratamientos que se presentan corno tales antisépticos no reúnen las
condiciones apetecidas, ni se precisa bastante en los momentos que se
aplicaron, pudiendo, per lo tanto, ser más científicos en este sentido los sintomáticos con que se les compara y cuyos agentes terapéuticos
olvidó el distinguido compañero consignar.
En la comparación establecida del poder antiséptico entre el naf-
tol y el bicloruro, sentó un precedente ruinoso, consignando que el
naftol (¿cuál el A. ó B?) es 16 veces menos antiséptico; eso sucederá
en el tubo de ensayo, pero no en el tubo digestivo que está, por lo
menos, invertida su proporción, pues hay que tener en cuenta que es
253 veces menos tóxico el A. siendo en su vista 16 veces por lo menos
más antiséptico: con una simple operación aritmética puede conven-
cerse, si no dá crédito á Máximo Witeh, deducido de los experimentos
en el laboratorio del sabio antes citado.
Entre el naftol A y B, como sabemos también, existen diferencias
notables; el A es más soluble, más antiséptico y menos tóxico que el B
en proporción de 1 á 3.
Del A bastan gr. 0,10 por 1000 de caldo para impedir completamente
el desarrollo de los microbios del muermo, cólera gallinas, carbunco,
neumonía, tifoidea, etc.
Respecto al valor del tratamiento Stemberg, comparado con los
sintomáticos y especiantes, he de significar que merece todos mis res-
petos sabio tan ilustre, Médico Militar tan simpático, pero que ade-
más de las razones que el Dr. Weiss expone para proscribirlos, hay
muchas más, no responde más que á laboratorio, no á clínica. De lo
que antecede se desprende que el valor asignado á esas cifras compa-
rativas, para deducir consecuencias sobre la eficacia de las medicacio-
nes, no pueden resistir el más ligero y superficial exámen, hay, por lo
menos, que suspender el juicio y cada cual seguir los derroteros á
que sus gustos é inclinaciones le lancen, dejando en pié le cuestión,
que estará resuelta cuando, dentro del plazo de dos años, tengamos el
placer de oir nuevamente otro trabajo en el mismo sentido, que, reu-
niendo la misma brillantéz, pueda estar al abrigo de tan sérias tras-
cendentales objeciones.
ESTADISTICA COMPARATIVA DE 145 CASOS.
MESES.
Casos.
Tratamiento sintomático
Curados. Muertos.
Tratamiento racional
Curados. Muertos.
Enero
.... 12
6
3
3
0
Febrero
... 11
5
O
O
3
0
Marzo
5
8
1
2
0
Abril
... 15
8
2
5
0
Mayo
.... 21
8
6
6
1
Junio
.... 33
7
7
18
1
Julio
.... 48
16
5
26
1
Total
.... 145
52
27 .
63
3
59 OBSERVACIONES.
Albuminúricos.
ler. grupo.. 60
29 id 35
Hemorrágicos...
ler. grupo.. 35
29 id 19
El Sr. Presidente: Se somete á discusión la conferencia del doctor
Bellver y tiene la palabra el T)r. Weiss para argumentar.
Total 95
Total 44
Dr. Weiss: Sostiene las conclusiones del trabajo que presentó al
Congreso, porque de las estadísticas conocidas no se puede deducir en
fiebre amarilla nada favorable á los métodos antisépticos, pues la cifra
de 15 por 100, alcanzada por el Dr. E. Martínez, con el método de
Stemberg, se obtuvo también por el tratamiento sintomático del doc-
tor Cabrera y por un método racionalmente especiante del Dr. Cubas;
dice que la antisépsia intestinal por el naftol ó las preparaciones mercu-
riales es insuficiente para modificar de un modo sério los casos graves
de fiebre amarilla hasta ahora observados; asegura que en su trabajo
aludido no ha dicho que un tratamiento fuese mejor, ni peor, que otro,
sino que, para él, los resultados alcanzados por unos y otros son poco
satisfactorios y que las condiciones de la buenas estadísticas las dan las
grandes cifras, la apreciación exacta de los hechos y los grandes perío-
dos de tiempo y termina declarando que, á su juicio, los casos obser-
vados por el Dr. Bellver fueron una racha benigna é insuficientes los
resultados obtenidos para aceptarlos como una conclusión general.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Tamayo.
Dr. Tamayo: cree que debe llamar la atención sobre el hecho de
no haberse levantado el Dr. Bellver á discutir las opiniones que emi-
tió en su trabajo leido en una de las sesiones anteriores, así como sobre
las ideas enunciadas por el Dr. Bellver en esta conferencia, para hacer
constar que aquellas continúan en pié.
Advierte que mucho antes de que llegase á Cuba el Dr. Bellver,
eran conocidas las opiniones del Dr. Giralt, considerando la fiebre
amarilla como una gastritis, y que se ha llegado á las actuales con-
cepciones por medio de sucesivos tanteos. Declara que asistió ála
autopsia á que se refiere el Dr. Bellver y que observó las lesiones en
el interino, pero que no puede considerar ese caso sino como de fiebre
tifoidea, por hallarse dichas lesiones en las placas de Peyer, cuya pre-
paración conserva y puede enseñarle, y concluye diciendo, que omite
hablar del tratamiento porque en su trabajo lo ha hecho y en nada
tiene que modificarlo.
Dr. Jo ver; Dice que no ha tenido la satisfacción de concurrir á las
anteriores sesiones y no puede referirse á ellas; pero que se considera
aludido por el Dr. Bellver al decir que en una Quinta se habían em-
El Sr. Presidente: El Dr. Jo ver tiene la palabra. pleado á la vez ambos tratamientos, y como Director de la «Quinta
del Rey», se cree obligado á manifester lo que en esta se lia hecho.
Refiere que el Dr. Dumás experimentó el tratamiento antiséptico
severo por un raes, en tanto que él seguía con el sintomático, y que
comprendiendo que dos de los veinte casos que él trataba eran muy
graves, los sometió al tratamiento antiséptico sin poder sarvarlos.
Alude al Dr. Weiss en lo que se refería á las estadísticas y condi-
ciones que les dan valor para decir que nadie podrá obtener resultado
homogéneo con cantidades heterogéneas y concluye manifestando que
en fiebre amarilla hay que tener en cuenta muchas cosas, sin las cua-
les es imposible alcanzar una buena estadística.
El Sr. Presidente; Tiene la palabra el Dr. C. Delgado.
Dr. C. Delgado; El Dr. Bellver ha emitido con mucha ligereza
conceptos de importancia que es fuerza rectifique. Creo haberle oido
que mi teoría está desechada, y yo debo decirle, que eso no es verdad,
pues aún no se ha encontrado el específico patógeno, apesar de los
grandes y repetidos esfuerzos do los más distinguidos experimenta-
dores.
Se dice que no encuentran micro-organismos en la sangree, pero eso
obedece á que no se colocan en las mismas condiciones que el Dr. Fin-
lay y yo, que hallamos casi constantemente nuestro micrococus te-
trágenus; y si aún no se conoce el verdadero microbio, si entre los
muchos venenos que suma Stemberg no se ha aislado el que produce
tantos estragos, si todo está por demostrar aún, todas son hipótesis y
estamos lo mismo que ántes, claro es que nuestra teoría, léjos de estar
desechada, prevalece firme; por lo demás, estoy de conformidad con
los Dres. Weiss y Jo ver,
Dr. Bellver: Contesta al Dr. Tamayo diciéndole, que profesa sus
ideas patogenésicas y que aprovechará su ofrecimiento para ir á ver
la preparación á que se refirió; que no ha empleado el salol y no pue-
de, por lo tanto, emitir opinión propia sobre él, por más que le atri-
buya la cualidad de solublizar en el intestino; en cuanto al Dr. Jover,
declara que no se refirió á su Quinta y que respecto al resultado hay
que tener muy nresente que muchos enfermos mueren por auto-in-
toxicación.
El Sr. Presidente: El Dr. Bellver tiene la palabra para la réplica.
Tuvo que interrumpir su réplica porque había agotado el tiempo
reglamentario.
El Sr. Presidente dió por terminada la sesión y citó para el inme-
diato día á las 12 y media. DECIMA SESION.
(21 de Enero.—i de la tarde.)
El Dr. Santos Fernández, (Vice-Presidente): Abrela sesión.
El Secretario: Dr. B. Saenz Yanez dio lectura al acta déla anterior,
que fue aprobada.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Pardillas para leer su
trabajo.
Notas sobre las imlicacioues y contra indicaciones de las
aguas minero-medicinales de Madruga.
el Dr. José María Pardiñas
I.
En la sesión de la Real Académia de Ciencias de la Habana, de 8
de Enero de 1882, evacuando una consulta del Ministerio de Ultramar
acerca de las aguas minero-medicinales existentes en estas Provincias,
su clasificación, aplicoción y demás particulares pertinentes para la
formación do una estadística hidrológica, expresaba el ponente, ántes
de entrar en el fondo de la cuestión, que «trabajos de esa índole nece-
sitaban el concurso de diversos profesores médicos, químicos y natu-
ralistas, con recursos disponibles para practicar los análisis, investiga-
aciones y estudios necesarios en cada localidad y en los innumerables
«manantiales que existen en toda la Isla.» Afirmación exacta y que, en aquello que se refiere á su aplicación
ó sea á su clínica terapéutica, exige observación continuada durante
largo tiempo y la sanción de una racional y científica experiencia ba-
sada en estadísticas severas y numerosas.
Si cada uno de los grupos en que se clasifican ó dividen las aguas
minerales, tiene asignada su acción fisiológica general y de ella dedu-
cimos su valor terapéutico, también es cierto que existe lo que se lla-
ma especialidad de algunas determinadas, cuyo carácter sólo puede
precisarlo la observación de las entidades patológicas que en ellas en-
cuentren más fácil y rápida curación. Por la sola denominación de
sulfurosas, ferruginosas, cloruradas, etc., no podrá llenarse la indica-
ción de una manera perfecta, porque, aparte de la termalidad diversa,
existen otras condiciones que determinan aquella especialidad y que
aconsejan el uso de unas aguas minerales, con preferencia á otras, aún
dentro de las del mismo grupo.
De la fecha del precitado informe de la Real Académia de Ciencias
hasta hoy, ningún trabajo ha venido á llenar el vacío existente con
respecto á las de Madruga. Pretendemos por ello y en la medida de
nuestras escasas fuerzas, señalar de una manera compendiada y sus-
cinta, cual lo consiente el perentorio plazo que nuestro Reglamento
concede para su lectura:
«Las indicaciones y contra-indicaciones de las aguas sulfurosas,
»cálcicas y ferruginosas-carbonatadas, de los manantiales Paila y Ti-
ngre, respectivamente».
11.
Escusaremos, por ageno á nuestro propósito, extendernos en con-
sideraciones acerca de la importancia de este precioso recurso terapéu-
tico, que, con el cambio de vida y el mejoramiento de las condiciones
higiénicas, constituye el tratamiento por excelencia de las enfermeda-
des crónicas.
Una ligera idea de sus caractéres físicos y químicos, de su acción
fisiológica, de su clasificación, analogía con otras de España y el ex-
trangero, y usos, precederán al objeto primordial de nuestro'trabajo.
Manantial «La Paila.»
Caractéres físicos.—Las aguas de este manantial son transparentes,
enturbiándose ligeramente al contacto del oxígeno del aire, que desa-
loja al hidrógeno sulfurado; tienen olor á huevos podridos yjsabor
análogo. El peso específico es de 1.009 y su temperatura constante es
de 27° C?. Como la mayor parte de las aguas sulfurosas, se distinguen
por su inalterabilidad á pesar de los cámbios de estaciones ó de los
fenómenos metereológicos. Análisis quimiio. (Aenlle.)
Un litro de agua contiene:
Gramos.
Acido sulphídrico 0.228.
Acido carbónico 0.112.
Carbonato de magnesia 0.078.
Carbonato de cal 0.486.
Sulfato de cal 0.384.
Cloruro de sodio 0.098.
Carbonato de hierro 0.008.
Cloruro de magnesia 0.008.
Oxido de aluminio 0.003.
Materia orgánica 0.049.
Total 1.472.
Acción fisiológica.—'Tienen acción electiva sobre la piel y las muco-
sas, activando sus secreciones. Vigorizan las funciones de los centros
nerviosos y como necesaria consecuencia, las de circulación y asimi-
lación. Son, en conjunto, eminentemente tónicas, aumentan el elemen-
to globular rojo y se traducen sus efectos por una completa reconsti-
tución orgánica.
Clasificación.—Ideal perseguido desde los tiempos de Plinio, no ha
encontrado realización en Hidrología médica, una clasificación estable
é indiscutible. Basada unas veces en un criterio geológico-geográfico,
terapéutico otras y químico las más, es este el que, no sin contradic-
ciones, se sostiene. El terapéutico constituirá la base de una clasifica-
ción médica más racional, á medida que se conozcan con perfección
los cámbios químico-biológicos que cada especie de aguas minerales
imprime á nuestro organismo.
Ateniéndonos á la clasificación química, las aguas del manantial
La Paila, pertenecen al grupo de las sulfurosas y entre éstas á las
cálcicas.
Analogía.—Por su composición y termalidad son semejantes, entre
otras, á las de la Puda, Ontaneda y Alceda, en España; á las de En-
ghien, departamento del Sena; Uriage, en el del Isére y Aguas Buenas
en los Bajos Pirineos, en Francia; Weisbach en el Ducado de Nassau
y Aaden en Austria-Hungría.
Usos.—Prescríbense en baños y en bebida.
Manantial «El Tigre.»
De escaso caudal, son sus aguas transparentes en pequeñas masas,
ligeramente azuladas en mayor volúmen y cubiertas por películas iri- sacias, debidas á la precipitación del hidróxido de hierro, por despren-
dimiento del ácido carbónico, de olor á huevos podridos, poco estable
y de sabor metálico, ligeramente estíptico. Su peso específico es de
1.00 y su temperatura de 20° C 9 En el tanque de los manantiales se
deposita un lodo untuoso y suave al tacto.
Análisis químico. (Aenlle.)
Cs. Cs.
Acido sulfúrico 38.5.
Acido carbónico 122.2.
Gramos.
Carbonato de magnesia 0.168.
Carbonato de cal 0:325.
Sulfato de cal 0.234.
Cloruro de sodio 0.173.
Cloruro de magnesia 0.024.
Carbonato de hierro 0.024.
Oxido de aluminio 0.004.
Materia orgánica 0.050.
Total 1.003.
Silicato de hierro
Oxígeno
Azoe
Cantidades indeterminadas.
Acción fisiológica.—Obran directamente sobre la sangre, facilitando
elemento importante para la formación y multiplicación de los hemá-
ties. Su acción es más rápida y visible cuando, á su uso, ha precedido
la exitación de los centros nerviosos, despertando energías que vigo-
ricen la asimilación.
Clasificación.—Entran en el cuadro de las ferruginosas-carbonata-
das. Según el sábio hidrólogo Lehman, para clasificarse como ferrugi-
nosas, deben contener las aguas 0.02 del compuesto férrico, por litro,
como tipo mínimo.
Analogía.—Por sus componentes químicos y por su temperatura,
son semejantes á las de Marmolejo en Jaén, Graena en Granada y á
las de Mondaríz en Galicia, salvo la mayor cantidad de acido carbó-
nico de estas últimas: á las de Spa en Bélgica y Orezza en Córcega.
Usos.—Usanse en baños y en bebida, siendo éste ultimo medio el
más racional y más generalmente aplicado. Nuestra experiencia nos
nos inclina decididamente á este último uso, salvo ligeras exepciones,
encontrando poderoso apoyo nuestra opinión en el parecer de Reinl, que en el último Congreso Internacional de Hidrología y Climatología,
celebrado en París, establece que los baños estimulantes activan el
efecto del uso interno de las aguas ferruginosas.
El lodo del manantial ha venido usándose, con buenos resultados,
como tópico.
111.
Abstracción hecha del mecanismo, en virtud del cuál producen las
aguas minerales sus maravillosos efectos, objeto de largas disquisioncs
científicas, nos fijaremos sólo en su acción fisiológica para deducir la
indicación terapéutica, y los resultados obtenidos en el tratamiento de
diversas enfermedades determinarán, por su éxito más favorable y
constante en algunas, su verdadera especialidad.
De las estadísticas publicadas por la Dirección Médica de aquellas
aguas y de nuestra personal observación, deducimos que las de Ma-
druga están indicadas y son especiales para el tratamiento de:
La Anemia, de diversos orígenes. Ocupa esta enfermedad en los
cuadros estadísticos, más de la cuarta parte del total de enfermos con-
currentes á este balneario, siendo el resultado obtenido para modifi-
car aquel estado constitucional, absolutamente satisfactorio.
El conteo de los glóbulos rojos, acusando un rápido aumento des-
pués del tratamiento hidro-mineral y el retardo en la evolución hemá-
tica, precisan la indicación en estos estados.
Artritismo.—El conjunto de afecciones comprendido en esta deno-
minación genérica encuentra medio apropiado de tratamiento en el
uso de estas aguas.
Las artritides, especialmente las secas, se modifican y curan con las
sulfurosas, á pesar de la opinión contraria de Bazín. En las húmedas,
hemos visto, en la generalidad, manifestarse un brote agudo con corto
número de baños, sin que á esa exacerbación haya seguido, en algu-
nos casos, la curación.
Los reumatismos articular y muscular, crónicos, sin complicaciones
viscerales, se corrigen con esta medicación, á pesar de la escasa terma-
lidad de estas aguas. Las estadísticas dán el cuarto lugar á los reu-
máticos tratados, generalmente con buen éxito, siendo este, tanto más
rápido y permanente, cuando el tratamiento se ha seguido en los me-
ses de primavera.
El coriza y el asma artríticos y las dispepsias, enteritis y metritis so-
metidas á esa misma influencia, logran en la mayoría de los casos
brillantes resultados del uso de estas aguas.
Escrofulismo.—Si las aguas cloruradas sódicas de fuerte mineraliza-
ción constituyen la base del tratamiento hidro-mineral para el escro-
fulismo, ocupan las sulfurosas el segundo rango en este concepto. En Francia han llegado á considerarlas corno especiales y Bazin
las proclama como la verdadera medicación termal de las afecciones
de naturaleza escrofulosa. Parece ser lo cierto que su influencia sola-
mente se ejerce de una manera eficaz en las manifestaciones escrofulo-
sas, cutáneas y mucosas.
El impétigo y el eczema escrofulosos, el coriza, las oftalmías, otorreas
y leucorreas de la propia índole, aceptan, con éxitos favorables, el uso
de las aguas sulfurosas de La Páila, confirmando su acción electiva
sobre la piel y las mucosas.
En su influencia acreditada y constante sobre estos tres estados
constitucionales basan su especialidad las aguas sulfurosas-cálcicas y
ferruginosas carbonatadas de los manantiales Páila y Tigre.
Su utilidad es también manifiesta en la caquexia consecutiva á la
sífilis inveterada; ó á los estragos del mercurio en organismos, de suyo
débiles.
Estas aguas sulfurosas serán un ayudante poderoso de la medica-
ción específica.
La reconstitución orgánica, como resultado del racional empleo de
estas aguas, combate las consecuencias del paludismo y levanta las
fuerzas agotadas en las convalecencias de enfermedades prolongadas.
Las laringitis, bronquitis, cistitis, uretritis y metritis, crónicas, sin
dependencia de alguna de los estados constitucionales espuestos, com-
pletan y afianzan con ellas el éxito de las medicaciones apropiadas
para su tratamiento, obteniéndose igual resultado en las congestiones
de los órganos de los aparatos digestivo y genito-usinario.
La espermatorrea obtiene en la mayoría de los casos la curación.
Las neuralgias, en general, y el histerismo, ligados con frecuencia á
la anemia ó al artritismo, desaparecen con la modificación de estos es-
tados por el uso de estas aguas.
Las parálisis periféricas, sobre todo las á frigore, dan un contingen-
te valioso de curaciones con el tratamiento hidro-mineral.
En cámbio, no liemos visto modificarse favorablemente y de una
manera ostensible las parálisis de origen central y si no estimamos ab-
solutamente perjudicial, por lo ménos creemos inútil la estancia de
estos enfermos en aquel balneario, en que agotan sus esperanzas y su
caudal.
Los traumatismos accidentales ó quirúrgicos, dejando en pos de sí
supuraciones prolongadas, retracciones muscidares, fístulas rebeldes y en
general, miseria orgánica, encuentran indicación completa en el uso de
estas aguas.
Las ulceras atónicas pierden este carácter con el tratamiento hidro-
mineral. IV.
Escaso es, ciertamente, el número de las enfermedades para las
cuales esté contra-indicado de un modo absoluto el tratamiento ter-
mal; pero tanto en el orden fisiológico como en el patológico, existen
estados que aconsejan juiciosa prudencia para instituirlo.
En el orden fisiológico y a pesar de la opinión favorable de distin-
guidos hidrólogos, no hemos visto soportar bien esta medicación á la
primera infancia. Cualquiera que haya sido el objeto de la indicación
y á pesar de una cuidadosa vigilancia en la temperatura y duración
do los baños, adecuadas á organizaciones tan tiernas y débiles, cons-
tantemente. del cuarto al quinto, hemos presenciado la fiebre termal
con caractéres alarmantes. En los casos en que ha sido posible conti-
nuar el tratamiento, pasado este accidente, hemos tenido que suspen-
derlo en breve, por complicaciones gastro-intestinales.
El embarazo contra-indica su uso en los dos primeros y dos últi-
mos meses de su período. Es útil, en cambio, en los meses interme-
dios, a la madre y al feto, cuando la primera es tributaria de alguno
de los estados ántes enunciados.
En el orden patológico, contra-indicamos su uso en la tuberculosis.
Si en su primer período pudiera ser propicio el tratamiento, las con-
diciones de la localidad, sujeta á frecuentes y bruscos cambios de tem-
peratura y el habitual estado higrométrico del aire, aconsejan la abs-
tención.
Las lesiones orgánicas del corazón y las alteraciones de textura de los
vasos, están proscritas casi universalmente de la terapéutica hidroló-
gica. Sin embargo, las endocarditis y pericarditis de naturaleza reumá-
tica reciente, pueden modificarse favorablemente con la diátesis que
les dio origen.
Las hidropesías por lesiones orgánicas ó discrásias sanguíneas, no
sólo no obtienen alivio eon este tratamiento, sino que recordamos ca-
sos en que su uso ha sido seguido de mortificaciones estensas de la
piel y en uno de la de los dedos de las extremidades inferiores.
Si en el período dispéptico del cáncer del estómago estas aguas
pueden aliviar este accidente, en las caquéxias son completamente
ineficaces.
V.
Dentro del período asignado oficialmente para el uso de las aguas
de Madruga, del 15 de Marzo al 15 de Octubre, aconsejamos como
más favorables:
La primera estación, ántes de las lluvias y calores del estío, para el tratamiento de las dermatosis, reumatismos y enfermedades del apa-
rato g astro-intestinal.
La segunda para el de las enfermedades del aparato respiratorio y
en general las de las mucosas.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. San Martín.
Dr. San Martín: Alaba el trabajo del Dr. Pardillas por su impor-
tancia en la terapéutica hidrológica. En él ha fijado el autor las indi-
caciones y contraindicaciones de las aguas de Madruga, llenando así
un vacío inmenso, pues hasta ahora carecíamos de datos precisos y
concienzudos sobre esas aguas minero-medicinales.
El Sr. Presidente; Tiene la palabra el Dr. Morado.
Dr. Morado (de Marianao): Considera también de suma importan-
cia el trabajo que acaba de leerse y propone que se imprima en un
folleto aparte, con objeto de repartirlo profusamente entre los médicos
de la Isla. (Aprobado).
El Sr. Presidente: Tiñe la palabra el Dr. García Rijo.
Dr. García Rijo (de Sancti-Spíritus): La moción del Dr. Morado le
induce á proponer, que se dicte una pauta para facilitar el conoci-
miento de las diversas aguas minero-medicinales.
Dr. Delfín: Propone que se nombre una comisión para hacer el
análisis de las aguas de la Isla que puedan utilizarse.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Delfín.
Dr. Sáenz Yáñez: No pareciéndole fácil lo propuesto por el Dr. Del-
fín, indica que se pidan los análisis á los médicos ó farmacéuticos
de las respectivas localidades.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Sáenz Yáñez.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Ulrici.
Dr. Ulrici; Pregunta á qué temperatura se tomó la densidad de
esas aguas. Hace presente, respecto á los análisis, la variabilidad de la
composición química, pués siempre el tiempo en que se practique el
exámen diferirá su naturaleza y escala hidrotimétrica.
Dr. Chavan (de Alquízar); Desea saber los resultados obtenidos
por el Dr. Pardillas con las aguas de Madruga en la sífilis, porque á
su juicio la mejor indicación existe en el período terciario.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Chavan.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Santos Fernández.
Dr. Santos Fernández: Crée que debe escitarse el interés de todos
los médicos de la Isla para comunicar el estudio clínico que hayan
hecho de las aguas medicinales de su respectiva localidad, ya que en
la Academia de Ciencias constan los análisis químicos de la mayor
parte de las aguas.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Pardillas para replicar.
Dr. Pardifias: Contesta que su trabajo tiene un interés práctico y encierra una cuestión de moral médica, porque á menudo sucede que
llegan algunos individuos á bañarse por indicaciones de sus médicos
de asistencia en contradicción flagrante con las que haya más oportu-
nas el médico del establecimiento balneario; creyendo que debe de-
jarse entera libertad á este último para proceder, según el estudio que
ha hecho de las aguas y según su propia esperiencia. Dijo al Dr. Ulrici
que no ha tomado las temperaturas á que hizo alusión y al Dr. Cha-
van, que las aguas sulfurosas son un ayudante del tratamiento espe-
cífico en todos los casos de sifilídes asténicas y, en general, en el pe-
ríodo terciario.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Delfín para leer su
trabajo:
La leche eu la Habana
el Dr. M. Delfín.
La higiene es en cada época de la historia de la Medicina la resul-
tante de la concurrencia de todos los estudios é investigaciones que se
refieren á las diversas etapas de la vida material del hombre: sujeta
nuestra ciencia á la invariable ley de la evolución, modifica cada día
la etiología de innumerables enfermedades, y esta modificación, hija
del progreso en las investigaciones, ha engendrado nuevos tratamien-
tos y nueva profilaxis.
El tema de mi discurso está comprendido en ella: alarmada justa-
mente esta ciudad por innumerables casos de envenenamiento pro-
ducidos por la leche, los quesos, pastillas y mantecados, se hacía in-
dispensable dar cumplida satisfacción á los que nos honraron con su
confianza y al justísimo deseo de los que buscaban en la ciencia la
verdad de tanta alarma justificada.
La leche de mayor consumo en la ciudad y en los pueblos rurales
y en el campo es la de vaca, por ser la más abundante y la más fácil
de obtener.
La leche es un alimento completo y de fácil digestión, así para los
niños, como para los adultos; para los enfermos, como para los que
gozan de salud completa.
Usase también en asilos y hospitales porque se presta como ali-
mento dietético para los convalecientes y enfermos; préstase también
por su sabor grato y sus caracteres químicos como alimento exclusivo
en muchas enfermedades.
Ayuda á la lactancia de los niños, sobre todo cuando las madres ó
nodrizas no pueden criar á pedio sólo por su estado de debilidad
ó escaséz, y en no pocos casos suple á aquellas, sobre todo en las fa- milias que no pueden sufragar los gastos é incomodidades de una
criandera.
Estas múltiples aplicaciones lian hecho que en todos los países
civilizados se ocupe de este preciado alimento la Administración pú-
blica como elemento valioso de la higiene.
La inspección de los animales por una parte y la investigación del
líquido por otra son hoy en toda Europa constante empeño de Go-
biernos y Municipios, de sabios químicos y de concienzudos higie-
nistas.
La leche de vaca, químicamente considerada, es una emulsión en
que hay elementos en suspensión y elementos en solución.
Los análisis de unos y otros elementos varían en cuanto á su pro-
porción por motivos poderosos y por causas múltiples, pero son, en
las leches normales, invariables, constantes, en lo que se refiere á lo
cualitativo.
Sin duda toda leche deberá contener:
Materia grasa en suspensión.
Caseina en suspensión y en solución.
Lactosa en solución.
Fosfato de cal en suspensión en solución.
Otras sales... en solución.
Sin estos elementos no es posible que exista la leche, y la presen-
cia de otro ú otros cuerpos, que no sean los mencionados, indicará
adulteración, enfermedad del animal que lo escreta, ó descomposición
de sus elementos.
El caseim es la parte sólida en suspensión que se concreta por la
presencia de un fermento, que es es el cuajo, de que se valen los fabri-
cantes de queso para cuajar la leche, cuya sustancia también es escre-
tada por una bacteria llamada Tyrothrix tennis, que concreta el ca-
seum; según el sábio bacteriólogo Donclau, treinta miligramos de
dichas bacterias producen bastante cuajo para coagular 1,800 centí-
metros cúbicos de leche.
La materia grasa (mantequilla) se encuentra en suspensión, emul-
sionada, cuya cantidad es también variable y depende de la alimenta-
ción y estado de salud del animal; su olor es grato y de todos conocido.
Su enranciaraiento depende de su oxidación por fermentación; produ-
ciendo el ácido butírico la presencia de un micro-organismo, llamado
el Amilobácter. Este ácido tiene un olor especial y es muy volátil.
Las leches de Cuba no suelen ser muy abundantes en manteca,
esceptuando las procedentes de reses que se alimentan en pastos
fuertes y nutritivos.
Los glóbulos de grasa se vé al microscopio que no tienen todos el mismo tamaño, porque se funden unos en otros, tomando así mayo-
res dimensiones: estos glóbulos de grasa aparecen distintos y sedara-
dos cuando se les observa con dicho aparato amplificante, y á esto
obedece el que por mucho tiempo se haya discutido su forma organi-
zada, creyendo algunos que, como los hematíes, tienen su cubierta pro-
tectora ó séase que están formados por una membrana que contiene
como protoplasma la grasa. Son, sin embargo, más poderosas las razo-
nes que militan en contra de tal aserto: sería en tal caso imposible la
fusión de dos ó más glóbulos sin que con los aparatos amplificantes
de que hoy dispone la ciencia no se observase la cubierta; por la for-
ma nada puede deducirse, pues cualquier grasa emulsionada, vista al
microscopio, presenta formas redondeadas como los glóbulos grasos de
la leche; prescindiendo de otras poderosas razones que no apuntamos
por no ser este el momento para tratar dicha cuestión.
La lactosa ó azúcar de leche se encuentra en solución en el líquido,
dándole sabor dulzaino: se obtiene por concentración del suero y se
dosifica bien por pesadas, bien por el reactivo de Thelinz.
La lactosa sufre la primera fermentación convirtiéndose en ácido
láctico, como ácido coagulado la caseína, no obstante que los fosfatos
alcalinos normales do la leche retardan la coagulación, solamente
cuando el ácido láctico representa un 8 por 1,000, poco más ó menos,
es cuando la caseína se cuaja; esta fermentación de la lactosa es debi-
da á una bacteria esencialmente aerobia, que se apodera del oxígeno
en el medio en que vive y le sirve para sus transformaciones, sin que
al apoderarse de dicho gas se desprenda ácido carbónico: la fermenta-
ción láctica es, pués, una fermentación por desdoblamiento, lo cual se
prueba en la siguiente fórmula química:
C 12 H 22 O 11 + H 2 o=4 c 3 H 6 O 3
Lactosa—Ac. láctico.
Este desdoblamiento se denuncia bien pronto y se reconoce por el
papel de tornasol azul. Puede asegurarse que, tan pronto como la leche
ha salido de la übre de la vaca, comienza su fermentación.
Todas estas sustancias y las sales minerales de que hemos hecho
mención, disueltas ó en suspensión en agua, constituyen este preciado
alimento.
Este sólo enunsiado nos indica ya lo que significa la densidad de la
leche; indica, pues, la cantidad de agua que tiene y la mayor ó menor
cantidad de sustancias en solución ó en suspensión, diciendo la den-
sidad su poder nutritivo, su riqueza, su valor real como alimento.
Así en la densidad como en la caseína, lactosa, sales y manteca no
es uniforme y constante la cifra que las indica, varía con mil circuns-
tancias; respecto á la densidad podemos hacer las siguientes afirma- ciones: la leche de vaca es menos densa en tiempo de agua, también
depende de la clase de alimentación; en los predios, que tienen retoño
ó yerba nueva, la leche del ganado que de ellos se alimenta es menos
densa; hemos comprobado estos hechos por una serie de esperimentos
que hemos llevado á cabo en las vacas que recorren la ciudad: tam-
bién influye el tiempo que llevan de paridas; es más densa cuando ya
la res lleva más de un mes de haber dado á luz, que cuando aún no
han pasado treinta días poco más ó menos.
Para medir esta densidad se han propuesto vários instrumentos,
pero nosotros damos la preferencia á la balanza de precisión. Procede-
mos de la manera siguiente: en una pequeña cápsula de platino, tapa-
da con un cristal, ponemos 10, 20 ó 30 centímetros cúbicos de leche y
pesamos en la balanza, teniendo presente la temperatura y presión
barométrica.
Los resultados para la leche vista ordeñar son los siguientes:
Leche 1? 1,046. Reacción neutra.
29 1,040 )> »
39 1,010 » » lluvia.
4? 1,013 « »
s?* 1,026 » alcalina.
69 1,023 » »
79 1,029 » »
89 1.016 » »
99 1,029 » «
10 1,030 « »
Temperatura 25°, término medio.
Existe el densímetro de Ruevenne, que sirve para análisis rápidos.
La densidad que hemos medido nos determina 1.025, como térmi-
no medio, á 25° centígrados. En Francia es de 30 á32 á 15° c 9
Y procurando no fundar nuestras conclusiones sobre hipótesis ilu-
sorias hemos hecho nuestras observaciones en las vacas que se pasean
por la ciudad: la mayor densidad obtenida fué 1,046 en tiempo de se-
ca; es decir, sin haber precedido lluvia alguna, y la menor 1,010, toma-
da al día siguiente de copiosos aguaceros; y es digno de mención el
hecho de que según se alejaba la fecha de la lluvia mencionada iba
aumentando la densidad, al estremo de que en siete días de 1,010
volvió á subir á 1,030.
Medir la densidad al pié de la vaca es un precioso dato para juzgar
su riqueza; pero no basta, se hace indispensable llevar á cabo ciertas
investigaciones bacteriológicas é histológicas, que son las que indican
sus propiedades y su valor bromatológico.
Cuando la leche de que se hace uso es la directa do la vacr, no ca- be, por parte de la Administraciónpública, más vigilancia que las con-
diciones del animal do que se extrae.
Entre nosotros nada se ha hecho para evitar el mal.
Las vacas sumamente flacas, que apénas pueden tenerse en pié,
que padecen de tumores, de diarreas etc., son inadmisibles, porque
llevan el germen de enfermedades infecciosas, trasmisibles al hombre
por medio de la leche.
En Europa cuídase mucho la Administración de la clase de ali-
mento que se da al ganado, cuyo alimento modifica la cantidad y la
calidad de la leche: aquí, en dónde no existe otra alimentación para
el ganado vacuno que el natural verde y reciente, no cabe ocuparse
por ahora de ese medio de que se valen en otros países los desalmados
industriales para aumentar la riqueza ó la cantidad del preciado ali-
mento; limítanse aquí los lecheros á dar grandes cantidades de agua
salada, con sal de la cocina, para despertar aún más la sed del animal
y, por el exceso de agua tomada por éste, aumentar la cantidad de lí-
quido excretado.
Aún prescindiendo del alimento y del aspecto del ganado, fijémo-
nos en cómo se expende la leche vista ordeñar.
Entra en la ciudad el ganado á cualquier hora del dia, no sin ha-
ber andado por caminos pantanosos intransitables; camina por entre
coches y transeúntes que le azoran, cuando no le estropean; se les de-
tiene para extraerle el líquido y violentándolo se le agota, producién-
dole torturas y dolores inconcebibles; no come absolutamente nada en
doce ó más horas; estos suplicios á que se someten las vacas las pre-
paran para la tuberculosis, la escarlatina, la diftéria, etc., enemigos
implacables que reinan peremnemente entre nosotros.
La bacteriología nos lia venido á demostrar que es la leche un ve-
hículo apropiadísimo |)ara los gérmenes de muchas enfermedades: el
bacilus de Koch, que tantos estragos causa en esta ciudad, está demos-
trado, con toda evidencia, que es trasmisible por medio de la leche, del
ganado al hombre. Esto sin contar algunas enfermedades que puede
el ordeñador, si no toma precauciones, trasmitir por sus manos.
Si nuestra Administración se ocupase de sus administrados, no sólo
para esquilmarlos con excesivos impuestos, si que también para im-
pedirles ser víctimas de numerosas enfermedades contagiosas, hubiera
tenido en cuenta que en esta ciudad reinan la tuberculosis, la difteria,
la tifoidea, el muermo y otras afecciones que tienen su única profi-
láxia en la persecución de los animales enfermos.
Impidiendo el suplicio de esos animales enfermos y estenuados,
que surten de leche y carne á la ciudad, se evitarían muchas epidé-
mias, que, sin duda, no reconocen otra causa.
El ganado debe distribuirse por plazas y plazoletas de donde no se le pueda sacar, sino para llevarlo al campo ó corral en dónde se le
cuide y alimente: no debe permitirse ordeñar las vacas sino por las
mañanas y por las tardes y no á todas las horas del día, á no ser en
aquellos puntos en dónde existan lecherías con caballerizas rigurosa-
mente higiénicas, fuera de la ciudad ó en los barrios en que haya
más amplitud.
Dado el modo como se distribuye el ganado en esta ciudad, se ha-
ce imposible toda vigilancia, toda inspección científica: el análisis bac-
teriológico de la leche vista ordeñar, al detalle, es una obra tan difícil
que casi raya en lo imposible, porque se necesitarían muchos profeso-
res dedicados á este trabajo; además del mucho tiempo que en él in-
vertirían: dificultad es esta que se obvia con tener puntos fijos para
el ganado, así como determinadas horas y calles para entrar en la
ciudad.
La inspección inteligente y honrada puede suplir por ahora á las
rigurosas exigencias de la bacteriología, desechando el ganado que no
reúna perfectas condiciones de salubridad: la cultura y civilización de
nuestro pueblo exigirá más adelante y á su debido tiempo lo que ya
en otras naciones es un deber de la Administración pública Munici-
pal. Conformémonos con pedir lo posible y de fácil realización hoy
mismo.
La leche de vaca que se trae ordeñada á la ciudad puede tener dos
fines: ó para depositar en las lecherías y cafés, ó para vender por las
calles.
¿Cómo se conduce hoy ála Habana? Verdaderamente los depósitos
de transporte no reúnen ninguna condición higiénica; pués, prescin-
diendo de su estado de deterioro, son de lata, con boca estrecha y muy
profundos los mayores.
El depósito de metal, aún el no oxidado, el que reúne buenas con-
diciones materiales; es decir, que sea nuevo, no es el más apropósito
para transportar la leche: hemos hecho el siguiente experimento: una
leche vista ordeñar, de reacción neutra, la colocamos en dos vasijas
limpias, destapadas, una de vidrio y otra de lata; ántes de las seis ho-
ras la leche contenida en la vasija de metal daba reacción ácida, la
contenida en la de vidrio permaneció neutra aún á las 24 horas y sin
fermentar; la de la vasija metálica á las 24 horas estaba en completa
fermentación, dividiéndose el líquido en caseum y suero, con reacción
marcadamente ácida y de olor repugnante. Ambas estaban en la mis-
ma atmósfera y á la misma temperatura, y en este caso la vasija de
lata no había perdido su estañado, que cuando el estaño desaparece y
el hierro oxidado forma la superficie, los ácidos de la leche, combinán- dose con la base metálica, pueden hacer que el líquido no reaccione
francamente sobre el papel azul de tornasol y no por eso hemos de
creer que allí no haya una verdadera fermentación.
En algunas lecherías europeas se usa el hierro galvanizado para fa-
bricar las vasijas de transporte y depósito; pero nosotros, teniendo en
cuenta nuestros cambios atmosféricos, nuestros variados estados higro-
métricos y nuestras elevadas temperaturas, nunca las preferiríamos
para depósito á las de barro, cristal ó loza. Esto en cuanto al material
de que se hacen las vasijas; respecto á la forma, debemos decir que la
boca estrecha dificulta la introducción de la mano para fregar bien su
interior, y no cabe duda que, aún empleando agua caliente y algún
desinfectante, siempre quedará la vasija espuesta á conservar gérme-
nes nocivos para el líquido. Todo esto aún en el supuesto de que las
vasijas sean nuevas.
Todavía conservan el impropio nombre de botijas los cántaros que
hoy se usan; aquellos que se usaron hace 15 ó 20 años reunían los dos
buenas cualidades de ser de barro oxidado y de boca ancha, las cua-
les facilitaban el aseo é impedían la alteración del líquido.
En los pueblos rurales se usa aún la botella de vidrio, lo cuál ex-
plica los raros casos de envenenamientos por este líquido en dichas
poblaciones, sin olvidar que la distancia que recorre el líquido ántes
de su consumo es mucho menor; prescindiendo de apuntar otros mo-
tivos por abreviar este trabajo.
La leche (pie se trae ála Habana viene de largas distancias y en
caballerías, pocas son las que nos llegan por ferrocarril y de lugares
próximos: para consumirse por la mañana han debido ser ordeñadas
durante las primeras horas de la noche, cuando no por la tarde del
dia anterior; tienen, por consiguiente, ocho horas como mínimum y
doce como máximum de extraídas; vienen sujetas al hataje ó sacudi-
miento indispensable en nuestros malos caminos y conducidas á ca-
ballo; en cualquier otro país que no tenga nuestras condiciones clima-
tológicas, esas horas poco importarían, sobre todo si la leche viniera
en buenos embases, aquí son concausas de fermentaciones variadí-
simas.
Estas son las leches que reclaman por parte de la Administración
pública Municipal, mayor vigilancia, porque son las que se prestan al
fráude y adulteración.
La inspección de las vasijas para las que se traen á las lecherías y
cafés, el análisis bromatológico y bacteriológico y la vigilancia de los
depósitos en que se las conserva en dichas casas, que las expenden al
público, todo es en ellas realizable.
Estas leches son las más uniformes en sus cualidades porque están
constituidas por la reunión de varias clases de leche. Su densidad es más uniforme porque se compensan las cifras bajas con las altas, dan-
do un promedio conveniente.
Apénas llega al depósito, lechería ó café, se las somete á la ebulli-
ción, costumbre empírica que hoy halla su esplicación científica en la
antisépsia; por la ebullición pierde la leche gran parte de su agua, vol-
viéndose más densa y haciéndose más fácil y segura su conservación,
si no se llevase á cabo en vasijas no muy limpias y metálicas. La de-
ducción que de esta práctica debíamos sacar es que la leche de leche-
rías, cafés y depósitos, debe ser más densa que la vista ordeñar, y asi
resulta en toda tierra, ménos en esta Ciudad.
Nosotros hemos encontrado las siguientes densidades en leches de
lecherías y cafés.
I 5?1 Lechería. 1015 acida.
27 id. 1010 neutra.
3? id. 1017 id.
47 Café. 1032 acida.
5? id. 1020 id.
6? id. 1027 id.
7? id. 1029 id.
8? id. 1025 id.
De manera que el término medio de la densidad de las leches de
lecherías de la Habana es 1016, y de los cafées es 1026.
No debia denunciar estos hechos y el más escandaloso de los ven-
dedores ambulantes, que han sido los principales envenenadores en
esta ciudad, si no tuviese la convicción de que mis palabras han de
ser recibidas por vosotros como nacidas de la más profunda convicción
y de la más severa honradez.
Las densidades de la leche que se vende al menudeo en pequeños
cántaros y que es la que consumen las familias más pobres, núnca ha
subido á más de 1004 y ha llegado hasta 1002.
En la leche vista ordeñar, la reacción es siempre ó neutra ó alcalina,
y si ácida, muy ligeramente: en todas, absolutamente en todas las otras,
reacción ácida hasta el súnmun. Es decir, señores, las leches en fer-
mentación,'quizás por desaseo, por abandono.
No creáis que nuestros expendedores falsifiquen las leches con sus-
tancias químicas especiales; se conforman con seguir el clásico fraude
usado en todo el mundo; añaden agua sin tasa ni cuidado, el negocio
es aumentar la mercancía; poco importa la densidad del líquido, el
público no entiende de eso y la Administración es ciega. Y ninguna
se presta tanto al fráude y á todo género de pillage como la que se
vende por vendedores ambulantes, sin responsabilidad y sin temor á
perder el crédito. Todos han visto los envases, súcios deteriorados y con estratificaciones de fermentos de todas clases: allí se ve un verda-
dero mosaico de microbios de todas las fermentaciones.
Decíamos que la leche es una emulsión, pero á la vez un líquido
albuminóideo; la grasa y la albúmina, dos cuerpos fermentescibles, y
la lactosa como complemento del mismo género, susceptibles todos,
en condiciones de temperatura, de transformarse por la acción de los
fermentos en cuerpos variadísimos; aún sin contar con la adición de
sustancias esternas, como agua ó féculas, etc.
Todo cuerpo en estas condiciones cambia por completo su compo-
sición química por la fermentación; así vemos que el azúcar se con-
vierte en alcohol y ácido carbónico, el alcohol en ácido acético, etc.; lo
mismo pasa con la leche, que experimenta cámbios radicales que
transforman el líquido en nuevos productos químicos que le dán nue-
vas propiedades.
Esta fermentación reconoce várias causas: I*l su composición vi-
ciosa ó patológica; 2*l el tiempo transcurrido desde su extracción; 3*l el
envase en que se la transporta y 4*l la adición de sustancias extrañas
que la adulteran.
Las reses enfermas, en estado de preñéz ó recién paridas, dan leche
alterada por el pus é incompleta en cuanto á sus elementos normales,
cuya leche fermenta con suma facilidad y la fermentación es suma-
mente compleja.
La leche que lleva mucho tiempo de extraida y se agita al condu-
cirla á la ciudad y no se transporta con todos los rigores de que deja-
mos hecha mención, fermenta muy fácilmente, sobre todo si no se la
somete á manipulaciones de esterilización.
Los envases metálicos, mal tapados, no bien llenos, súcios, deterio-
rados, con restos de leche de días anteriores, dán origen á rápidas
transformaciones del líquido; pues basta para ello que un espórulo
quede en la vasija, para que en el acto comience la fermentación, sin
que sea dable clasificar la variación química que experimentará el lí-
quido, porque tampoco es dable saber cual sea el gérmen productor.
En nuestra práctica no hemos encontrado en la leche otra adulte-
ración que la de la densidad por médio del agua, y sabido es que el
agua lleva innumerables gérmenes, que van á sumarse con los propios
de la leche y con los que este líquido ha recogido en las vasijas y le-
cherías.
La misma complejidad de la leche dificulta conocer á priori las
distintas evoluciones de los fermentos que en ella encuentran médio
de cultivo, centro de vida. De estos descuidos han nacido los casos de envenenamientos por
la leche, los mantecados, los quesos y los pastelillos. Séase que las
bacterias segreguen cuerpos especiales, dotados de caracteres alcalóidi-
cos, ó séase que esas mismas bacterias absorvan ó descompongan los
elementos del medio de cultivo, dando lugar á cuerpos sintéticos alca-
loideos, el caso es que la presencia de esos microorganismos provoca
las fermentaciones y de estas nacen cuerpos variadísimos, de los cuáles
algunos tienen propiedades tóxicas.
Ingeridas esas leches en fermentación han provocado síntomas
alarmantes, clasificados por nuestros comprofesores médicos como ver-
daderos envenenamientos, como casos en que, por peligrar la vida de
sus enfermos, debía intervenir la Autoridad judicial.
Sorprender el momento de la producción de esos cuerpos alcalói-
dicos es tarea sumamente difícil en los casos judiciales.
Los fermentos evolucionan con suma rapidéz y el producto de su
secreción ó de su síntesis, encontrándose en el mismo médio y bajo
la acción de otras bacterias y de otros cuerpos químicos, sufre nuevas
transformaciones, y, el cuerpo que era un tóxico, pierde ó adquiere
uno ó más elementos y por este sólo hecho se despoja de sus cualida-
des tóxicas, porque sabemos que las primeras evoluciones son más no-
civas porque los cuerpos son más complejos y en las últimas ya está
hecha la separación constitutiva del cuerpo.
Han llegado á nuestra mesa esos cuerpos de delito contra la salud
pública: hemos comenzado nuestras investigaciones químico-legales
buscando los tóxicos minerales, sin resultado positivo: hemos investi-
gado los tóxicos vegetales y nos ha sorprendido la presencia de un al-
caloide. Hemos agotado todos los medios para unificar sus caractéres;
es decir, para diagnosticarlo y hemos visto que no podíamos colocarlo
entre los alcaloides vegetales por sus reacciones contradictorias; y, fi-
nalmente, hemos acudido á su origen y nos hemos convencido de que
se trataba de un alcaloide bacteriano llamado 'ptomaína.
Y ¡cosa admirable! sorprendidos por una serie de reacciones que
nos llevaban á la extricnina ó á la morfina, apelamos á la reacción fi-
siológica y vimos que el cuerpo era inofensivo.
El problema toxicológico ha venido á complicarse por la aparición
ó descubrimiento de las ptomáinas: nuevas dificultades se presentan
al químico en la investigación de los alcaloides vegetales; no hay una
reacción que sirva para distinguirlos de los bacterianos, y sólo puede
hacerse por una] série de datos negativos en unos casos, positivos en
otros y por la acción fisiológica: los reactivos generales no hacen más
que’denunciar un alcaloide, sin determinar su naturaleza, y los espe-
ciales son los que fijan la distinción.
Hemos sorprendido en dos casos la aparición de alcaloides bacte- ríanos tóxicos: una vez en un queso de los fabricados en el país, otra
en nn dulce confeccionado con leche fermentada.
En ambos casos obtuvimos por el método de Brieger, modificado,
un suero que reaccionaba con los reactivos generales de Mayer, Mar-
iné y Fauret.
Por los reactivos especiales vimos que daba color azul permanente
con el bicromato de potasa y ácido sulfúrico puros; con el ferricianuro
de potasio y perclornro de hierro, color azul intenso é inmediatamente;
con el moliodato sódico, azul claro, siendo siempre estas reacciones
proporcionales en intensidad y duración al precipitado que daba con
el reactivo yodomercúrico.
Parece imposible que en más de 35 casos de análisis de quesos, le-
ches, pastelillos y mantecados, no hayamos dado con el tóxico bacte-
riano más que en dos ocasiones; pero han llegado tarde á nuestra me-
sa los cuerpos que habían de someterse al análisis y todos vosotros
sabéis que á medida que la putrefacción avanza van desapareciendo
las ptomáinas.
En estos dos casos hicimos uso de la reacción fisiológica con bas-
tante éxito, pues la consideramos como la más decisiva: con la sustan-
cia obtenida inyectamos dos enrieles, que fueron intoxicados, presen-
tando ámbos dilatación de la pupila, temblores, convulsiones y
movimientos como de hipo, dolor á la presión en la región abdominal,
caída del cuarto trasero, se crisparon sus pelos, volvió opaca la córnea,
indiferentes al alimento: de los dos, uno sucumbió á las cinco horas
de inyectado y el otro recobró la salud, aquél recibió mayor cantidad
de inyección que éste.
No queremos detenernos en hacer consideraciones sobre las pto-
máinas, pués no es ese el objeto de este trabajo, ni lo necesita vuestra
ilustración.
Si aseguramos que la experiencia fisiológica nos ha sacado de toda
duda y ha abierto á nuestra vista el verdadero sendero en nuestras
investigaciones.
En muchos casos hemos obtenido ptomáinas que por su olor y por
sus reacciones nos hacían creer que se trataba de alcaloides vegetales
tóxicos; pero la reacción fisiológica en animales apropiados han deshe-
cho todas nuestras dudas.
Es frecuente práctica, aún por los profanos á la ciencia, añadir bi-
carbonato sódico á la leche para evitar que fermente: este es un error,
la fermentación no se detiene, los alcaloides bacterianos se producirán,
los ácidos desalojarán al del bicarbonato, y quedarán el álcali y el al-
calóide y la leche será tóxica, apesar del bicarbonato y á despecho de
la reacción alcalina.
Nos resta aún tratar la manera de conservar la leche: cuando es vista ordeñar, debe hervírsela largo rato en vasijas de barro o vidrio,
debiendo tener presente qne es una mala práctica suspender la ebulli-
ción cuando el líquido comienza á derramarse; esta operación debe
repetirse en cada sesión dos ó más veces, lográndose concentrar y es-
terilizar la leche, dando muerte no sólo á los micro-organismos pató-
genos, si que también impidiendo la acción de los fermentos embrio-
narios que hay en el líquido, esperando que éste tome por la acción
de otros fermentos las condiciones apropiadas á su desenvolvimiento.
Verdad es, que sólo en ciertos aparatos, á gran presión y á altísimas
temperaturas, se logra la verdadera esterilización de la leche, pero á
100° muchos gérmenes desaparecen.
Una vez hervida puede guardarse en botellas de vidrio, bien llenas
y tapadas herméticamente, cuya operación debe hacerse con el líquido
en ebullición, y habiendo lavado préviamente los envases con agua
boratada á 100° temperatura.
Puede conservarse en la misma vasija en que se la hirvió, en una
nevera, de modo que la baja temperatura impida las fermentaciones;
pero hiérvasela cada vez que se vaya á hacer uso de ella, sobre todo
si han transcurrido muchas horas de la primera ebullición.
La leche de lecherías, cafés y depósitos, debe someterse exacta-
mente á las mismas manipulaciones, teniendo presente que, dado el
modo con que se las conserva hoy, es sumamente peligroso tomar le-
che en dichos lugares déspués de las tres de la tarde.
Los quesos frescos, los dulces confeccionados con leche y los man-
tecados, están sugetos á las mismas prescripciones higiénicas, y si en
esta ciudad ha habido innumerables casos de intoxicación, ha sido
porque el deseo del lucro se sobrepone á los sentimientos de amor á
la humanidad y porque se han olvidado los preceptos empíricos del
aseo y de la Higiene.
Pero ¿qué transformación ha sufrido el ganado, la leche ó los pas-
tos, que ahora es cuándo la leche, los quesos, los pastelillos y mante-
cados producen intoxicaciones?
Permitidme que yo pregunte á mi vez: ¿Los casos de cólera nostras,
los de cólera infantil, los de perniciosa coleriforme, eran en otros tiem-
pos y ántes de nuestras investigaciones tales casos de cólera y perni-
ciosa coleriforme?
Hace como dos años que no leemos la palabra cólera esporádico
de los adultos en nuestras estadísticas médicas; miéntras que en un
quinquénio anterior encuentro 73 casos de dicha enfermedad, que me
inclino á creer que eran otros tantos casos de intoxicaciones por la le-
che y sus preparados. El cólera infantil tiene para nosotros la misma etiología, y fijáos
en que los niños que son lactados por la madre, al pecho, rara vez su-
cumben de dicha enfermedad; el contingente de muertes nos lo dá la
lactancia artificial.
El cólera infantil lo veréis correr paralelo con las temperaturas;
también corren al unísono las fermentaciones.
Deficientes son nuestras observaciones, pero no por deficientes mé-
nos valiosas;
En las estadísticas médicas, publicadas en un quinquenio anterior
á 1888, vemos lo siguiente:
Cólera riostras 73 defunciones.
Cólera infantil 570 id.
Hace dos años próximamente que no leemos la palabra cólera nos-
tras en las estadísticas de la Habana.
Respecto al cólera infantil debemos hacer presente que las estadís-
ticas demográficas, publicadas por La Crónica Médico-Quirúrgica de la
Habana, nos dan á conocer hechos que han pasado desapercibidos en
años anteriores. Guarda relación íntima la curva de la temperatura
con los casos de defunción de los niños de enteritis coleriforme y
atrépsia, paridad que se ha notado ya en la América, Alemania y
otros paises.
AÑO DE 1888.
Defunciones Temperatura Humedad
Enero 17 21.9 73
Febrero 14 22.4 73
Marzo 6 22.8 67
Abril 6 23.7 67
Mayo 33 25.3 75
Junio 55 26.9 76
Julio 38 27.7 77
Agosto 39 28.5 72
Septiémbre 21 26.9 79
Octubre 17 26.0 78
Noviémbre 25 23.6 78
Diciémbre 24 31.1 70
AÑO DE 1889.
Enero 26 22.0 80
Febrero 37 22.1 77
Marzo 42 21.9 68
Abril 47 24.3 69 Mayo 50 25.7 66
Junio 42 27.5 74
Julio 29 28.0 74
Agosto 23 27.2 76
Septiembre 11 27.6 77
Octubre 14 25.2 73
Noviembre 19 24.5 75
La temperatura es la media de cada mes; de manera, que en aque-
llos meses en que parece no cumplirse la ley de paridad, consiste en
que la máxima permanente es la que da los casos de defunción.
Señalamos el hecho y dejamos el estúdio de esta cuestión impor-
tantísima á nuestros comprofesores médicos, seguros de que, junto con
el cólera nostras, desaparece el cólera infantil, viniendo á confundirse
bajo la denominación de intoxicaciones per la leche.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Ulrici.
El Dr. Ulrici: Basándose en análisis comparativos de diversas le-
ches, establece la igualdad entre los pastos de Normandía y los de la
Isla de Cuba. Desea saber qué diferencias ha encontrado el Dr. Delfín
entre las ptomaínas de la leche y ciertos alcaloides vegetales.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. San Martín.
El Dr. San Martín: Hizo algunas consideraciones que demuestran
la diferencia obtenida en la antisépsia de la leche, según sea hervida
en vasija cerrada ó al áire libre.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Wilson.
El Dr. Wilson; Hizo ver la influencia del estío en las fermentacio-
nes de la leche, refiriéndose á artículos que anteriormente publicó.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Reynerí.
El Dr. Reyneri: Insistió en la funesta influencia de la leche, consi-
derada bajo el punto de vista de las fermentaciones, y llamó la aten-
ción sobre los estados patológicos del intestino que se observan con
carácter permanente en los niños.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Dueñas.
El Dr. Dueñas: Apoya las ideas del Dr. Delfín con datos de su
propia experiencia. Hizo ver la confusión etiológica que existe con
motivo de la dispepsia y otras afecciones gastrointestinales de la in-
fancia, tanto agudas como crónicas, y terminó exponiendo el buen
resultado que obtenía en su práctica con el uso de los antisépticos lo-
cales: quinina, salicilato de bismuto, etc.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Tamayo.
El Dr. Tamayo; Pregunta qué diferencias pueden existir entre el
tirotoxicon, alcaloide encontrado en el queso, y aquél á que alude el
Dr. Delfín, por su presencia en la leche. Crée que es de gran impor- tancia la elección de las vasijas que se destinan á envasar ese producto
alimenticio y propone, para garantir la esterilización de la leebe, el uso
de los pomos de cristal.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. García Rijo.
El Dr. García Rijo: Aludiendo al trabajo anteriormente presentado
por él, trata de establecer las condiciones diferentes que concurren á
la génesis de los accidentes que produce la fermentación de la leche.
Aconseja también el empleo de las sustancias antisépticas.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Moreno.
El Dr. Moreno: Hizo la descripción de un sencillo aparato para
esterilizar la leche, que encontró en un número del Boletín de la Socie-
dan de Terapéutica de París.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Vila.
El Dr. Vila (de Cienfuegos): Manifestó la conveniencia de saber si
era ó no anaerobio el fermento descrito por el Dr. Delfín, pues de la
aclaración de ese hecho podría recomendarse, ya la estracción neu-
mática de la leche, ya la aereación.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Diago.
El Dr. Diago: Hace ver la analogía que existe entre las conclusio-
nes del Dr. Delfín y las que presenta el Dr. Baginski en un estudio
que se refiere á 18,000 casos de afecciones intestinales.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Delfín para replicar.
El Dr. Delfín; Contestó diciendo que en nada se parecía el tiroto-
xicón á las ptomaínas descritas por él y que dan las reacciones de los
alcaloides. En un caso recientemente observado, practicó el análisis
químico y encontró, al mismo tiempo que las ptomaínas dichas, es-
tricnina, pudiendo distinguir perfectamente ámbas sustancias. Agregó
que las ptomaínas poseían un carácter absorbente y que la absorción
del ácido carbónico iba acompañada de efervescencia. Terminó espli-
cando largamente los motivos de no poder usarse los vasos abiertos
para conservar la leche al abrigo de la fermentación.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Acosta para leer su tra-
bajo:
La rabia y el tratamiento de Pasteur en la Habana.
el Dr. E. Acosta.
I.
El 26 de Octubre de 1885 un hombre, sábio, después de largas expe-
riencias y sérios estudios, presentaba á la Académia de París el resul-
tado de ellos, demostrando que la rabia podía evitarse y disminuirse
notablemente el tanto por ciento de la mortalidad que causaba. En apoyo de su teoría, y excluyendo las experiencias hechas en numero-
sos y distintos animales, presenta al pastor Jupille y á Meister, á quie-
nes acababa de practicar con éxito las inoculaciones.
Semejante descubrimiento no podía quedar oscurecido, y bien
pronto es acogido en casi todos los grandes centros científicos, dónde
iba á ser sancionado. No faltaron, sin embargo, detractores al método
de Pasteur, y muchos lanzaron la acusación de que producía la rabia
en lugar de curarla.
Todos vosotros conocéis las discusiones sostenidas en la Academia
de Medicina de París, en la que intervinieron sabios de la talla de Pe-
ter, Vulpián, etc., etc., y como ha dicho, hace poco, el profesor Gran-
cher, en esas discusiones científicas, dónde el ataque y la defensa fueron
igualmente ardientes, todo se dijo á favor y en contra del método de
las vacunaciones antirábicas: los adversarios sostenían que el método
era ineficaz y peligroso, según los casos; los partidarios proclamaban,
al contrario, que la vacunación anti-rábica era inofensiva y en extre-
mo eficáz.
Las discusiones del método do Pasteur fueron provocadas, como
sabéis, por una comisión inglesa; no obstante, esta comisión, compues-
ta de los sábios más célebres de Inglaterra, entre ellos el reconocido
fisiologista Horsley, fué á París, y, después de estudiar profundamente
la cuestión, volvió á Inglaterra y repitió las experiencias de Pasteur;
la comprobación duró más de un año; la conclusión de la comisión
fué «que Mr. Pasteur había descubierto un método preventivo de la
rabia, comparable á la de la vacunación contra la viruela».
Antes de concluir este punto, nos parece oportuno repetir las frases
de Mr. Charcot, con motivo de estas discusiones: dice Charcot, «el in-
ventor de la vacunación anti-rábica puede hoy dia, más que nunca,
marchar con la cabeza alta, y perseguir en adelante el perfecciona-
miento de su trabajo glorioso, sin dejarse dominar un solo instante
por los clamores de la contradicción sistemática, ó por los murmullos
insidiosos de la denigración.
A pesar de la desconfianza, de las dudas y de las resistencia opues-
ta á la práctica do las vacunaciones anti-rábicas, ella vence, y así ve-
mos como inmediatamente se establece en Rusia, Odessa, San Petes-
bourg, Moscou, Milán, Turín, Palermo, Nápoles, Bologne, Viena,
Constantinopla, Barcelona, Bucarest, Rio-Janeiro, Buenos Aires y Chi-
cago, y como en efecto disminuyó la mortalidad de esta enfermedad,
que desde entonces era mortal y para lo cual la terapéutica era impo-
tente y hasta vulgar y ridicula.
No pasó mucho sin que, grácias al esfuerzo particular del Dr. San-
tos Fernández, se estableciera en esta ciudad un Laboratorio Bacterioló-
gico é Instituto de vacunaciones anti-rábicas, que vino á llenar una necesidad imperiosa, y que ha prestado, como se esperaba, señalados
servicios á todos los habitantes de esta Isla.
Al frente nosotros de esta Sección del Laboratorio, creada por el
Dr. Tamayo, que nos ayuda, y al que debemos sabios consejos, veni-
mos ante vosotros a exponer nuestro trabajo, nuestras experiencias, y
por último, á demostraros con datos estadísticos la excelencia del mé-
todo que inmortalizará á Pasteur.
11.
Numerosas son las experiencias que liemos hecho para convencer-
nos que los conejos que trajeron de París morían de rabia, y que al
morir su cerebro y médula trasmitían la enfermedad á otros conejos;
a hacerlas, más nos obligaron las dudas que algunos compañeros nos
expusieron al yer un conejo en el período de parálisis; estas dudas te-
nían por base la posibilidad de producir en el conejo los mismos fenó-
menos paralíticos, inoculando por el mismo procedimiento un líquido
en que se hubiera triturado cerebro sano, ó bién fragmentos de riñón,
hígado ó bazo de cualquier animal sano.
Nosotros, queriendo, por otro lado, convencernos de la verdad délos
hechos, hicimos las experiéncias que brevemente reseñaremos.
19 Extraído el bulbo de un conejo de la série de Pasteur,''prepa-
ramos el virus con todas las precauciones de asépsia é inoculamos
dos conejos por trepanación debajo de la dura madre. Acto continuo,
sacrificamos un conejo sano, y, extraído su cerebro, preparamos virus
con las mismas precauciones empleadas anteriormente, y con él
inoculamos dos conejos por trepanación y debajo de la dura madre.
De ámbos virus se hicieron siémbras bacteriológicas en gelatina y
agar-agar, cuyos médios de cultivo no germinaron.
Estos cuatro conejos fueron aislados y observados cuidadosamente;
ocho dias después, los inoculados con cerebro rabioso, estaban paralíti-
cos y morian rabiosos, miéntras que sus compañeros gozaban de una
salud completa; aún más todavía, un mes después á estos últimos co-
nejos los sometimos á otra prueba más convincente; á uno de ellos le
inoculamos por el sitio en que habíamos hecho la trepanación tres go-
tas de una disolución de cerebro rábico, miéntras al otro le introducía-
mos la misma cantidad de caldo esterilizado solamente. El primer
conejo murió de rabia, miéntras que el segundo, á pesar del trauma-
tismo sufrido por dos veces, se mantuvo bueno durante mucho tiempo-
29 A tres conejos completamente sanos le inyectamos,“debajo de
la dura madre, tres gotas de agua destilada y esterilizada; veinte dias
después estos conejos estaban alegres y contentos. 3? Sacrificamos áun conejo sano y nos apoderamos del hígado:
un pedazo de éste, reducido á pequeños fragmentos, fue triturado en
caldo esterilizado; con este líquido inoculamos á seis conejos por tre-
panación, y en ninguno observamos la más ligera paresia: un mes des-
pués fueron aprovechados para el servicio de la rabia y á su tiempo
morían rabiosos.
A un carnero, al que se sacrificó para approvechar su sangre
en la confección de un médio de cultivo (suero) le extraemos un riñón:
con el mayor cuidado posible, separamos un fragmento de la parte
central y lo trituramos en caldo: inoculados con este líquido cuatro
conejos, dos enrieles y dos ratones, ninguno de ellos murió.
Estás mismas experiencias fueron repetidas sin resultado en la cá-
mara anterior del ojo, cuándo comprobábamos- la trasmisión de la
rabia por este órgano.
111.
El tratamiento de las inyecciones preventivas empezamos á prac-
ticarlo en Abril de 1887, desde la instalación del Laboratorio, que se
inauguró el 8 de Mayo. Por primera vez en un clima intertropical se
aplicaba el tratamiento de Pasteur y el 5 de Setiembre del mismo año
34 enfermos tratados por el método intensivo no habían presentado
novedad alguna, que pudiera atribuirse á las mordidas tratadas, ni á
las inyecciones que se les practicaron. En Diciembre del mismo año,
49 personas más fueron asistidas con idénticos resultados, apesar de
que uno de ios tratados, mordido por perro rabioso, comprobado ex-
perimentalmente, se presentó en el Laboratorio 26 días después de
mordido.
El primer caso desgraciado ocurrió el año 1888 después de tratadas
105 personas y en condiciones especiales. Una mujer de 30 años fué
mordida por perro rabioso, comprobado por inoculación á conejos, el
30 de Abril del 87. Se sometió al tratamiento intensivo doble, termi-
nado el 28 de Mayo. A los diez meses de salud completas es mordida
de segunda vez por un perro que no pudo adquirirse y, teniendo en
cuenta que había sufrido ya el tratamiento intensivo doble, se la so-
mete á una sola série; 40 días después de la segunda mordida es ata-
cada de síntomas rabiosos que producen la muerte en 6 días. El
Dr. Tamayo, que publicó el caso en el número 5 de la Crónica Médico-
Quirúrgica, del año 88, llama la atención del período de inmunidad
concedido por el primer tratamiento, que duró más de 9 meses.
El segundo caso de muerte, observado en el Laboratorio, tuvo lugar
en un hombre del campo, mordido por un perro rabioso en la nariz,
donde presentaba 3 cicatrices; á los 26 días de herido se presentó en el Laboratorio. El estado de excitación nerviosa y [ansiedad moral era
muy marcado y, en la posible presunción de una incubación tardía, se
le hace la primera serie de inyecciones del método intensivo; pero
antes de comenzar la segunda, aparecen los signos de la rabia que
causan la muerte en tres días.
Otro mordido acudió al Laboratorio, pero sólo se hizo una inyec-
ción y no volvió después. La rabia se presentó á los 15 meses y mu-
rió en el Hospital Reina Mercedes, dónde pudimos hacerle la autop-
sia y trasmitir la rabia á varios conejos con inoculaciones del tejido
nervioso.
El cuarto caso se refiere á un niño de 9 años, tratado en el Labo-
ratorio por el método intensivo doble, á los 6 días de mordeduras
profundas recibidas en el labio superior. Los primeros síntomas se
presentaron al mes de las mordeduras y murió 16 días después de la
última inyección.
Tres individuos más han muerto después, á pesar de haber recibido
un tratamiento completo.
En resumen; desde el 15 de Abril de 1887 al 31 de Diciembre de
1889—806 personas han recibido el tratamiento de las inoculaciones
preventivas por el método intensivo doble. En este número, dos per-
sonas solamente han muerto después de recibir el tratamiento com-
pleto, pues no deben contarse el segundo caso, que sólo recibió una
série por declararse la rabia ántes de la segunda y el tercer caso, que
sólo recibió una inyección por no volver al Laboratorio é ignorarse su
domicilio. [Y es de notar que de los fallecidos, después de tratados con
la regularidad debida, el uno falleció después de la segunda mordida,
tratada por una sola série y el cuarto á consecuencia de mordeduras
que perforaron el labio superior
Si se restringen esos dos casos de tratamiento incompleto, tenemos
5 muertos por 306 tratados regularmente, lo que dá una mortalidad
de 1.63 por 100.
Comparemos nuestra estadística con la de Pasteur que dá 1.82 por
100; la de San Petesbourg 2.68 por 100; la de Odessa 1.41 por 100;
Varsovia 3 por 100; Milán 0.60 por 100; Ñápeles 1.50 por 100, etc., y
se verá que arroja una proporción satisfactoria.
Ahora bien, si recordamos que la mortalidad ántes de las vacuna-
ciones era de 20 por 100 para Vulpian, de 14 por 100 para Dieulafoy,
15 por 100 en el Departamento del Sena y 31 á 34 por 100 para Bou-
ley, se comprenderán los beneficios indiscutibles de las inoculaciones.
Además, durante este tiempo han muerto en distintos puntos de
la Isla, según tenemos noticias, 8 individuos que no han recibido tra-
tamiento alguno; si la mortalidad de la rabia no tratada fuese igual á
la tratada por las inyecciones preventivas, que nos dá 1.63 por 100 en 306 inoculados, los 8 no tratados corresponderían á 2,448 individuos
mordidos y no sometidos á tratamiento: esta cifra es exagerada si se
tiene en cuenta que vienen al Laboratorio de todas partes de la Isla y
que sólo liemos recibido hasta el presente la visita de 700 personas.
Con estos datos creemos no pueden negarse seriamente los benefi-
cios del tratamiento de Pasteur, ni tampoco imputarse consecuencia
alguna á la práctica de las inoculaciones antirrábicas.
Dr. Santos Fernández: Propone enviar un telegrama á Mr. Pasteur,
para significarle la adhesión del Congreso, en vista de los resultados
de su tratamiento entre nosotros. (Aprobado).
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Santos Fernández.
El Sr. Presidente; Tiene la palabra el Dr. Cuervo.
Dr. Cuervo (de Sancti-Spíritus): Desea saber si todos los indivi-
duos inoculados en el Instituto fueron mordidos por perros rabiosos.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Cacho.
Dr. Cacho (de Trinidad): Hace constar que de cuatro individuos
mordidos en Trinidad por un perro rabioso, los dos que curaron, fue-
ron los que se sometieron en el Instituto á las inoculaciones preventi-
vas de Mr. Pasteur.
El Sr. Presidente; Tiene la palabra el Dr. Aróstegui.
Dr. Aróstegui: Pregunta si un individuo mordido por un perro
rabioso ha de ser forzosamente rabioso, y si ha establecido la estadís-
tica de mortalidad por la rabia, ántes y después del tratamiento de
Pasteur.
Dr. Sáenz Yáñez: Aplaude, por justísima, la felicitación al Dr. Pas-
teur y pide que se le tribute otra al Dr. Santos Fernández por la
creación de su Instituto de vacunación antirrábica, anexo al Labora-
torio histo-bacteriológico.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Sáenz Yáñez.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Acosta para replicar.
Dr. Acosta; Dijo que había demostrado por la experimentación y
por la clínica, que todos los individuos inoculados fueron mordidos
por perros rabiosos; que dichas inoculaciones no se practicaban sino
en caso de certidumbre ó duda por lo menos, cuando el perro no
pudiera ser sometido á observación: que los casos descritos por el
Dr. Cacho venían á demostrar plenamente la ventaja de las inocula-
ciones preventivas. Y al Dr. Aróstegui dijo que era cási imposible co-
nocer la estadística de la mortalidad de la rabia ántes del tratamiento
Pasteur, por no existir las cifras.
Dr. Aróstegui: En las tablas obituarias del Dr. Valie.
Dr. Tamayo; No señor.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Saladrigas para leer su
trabajo: Tuberculosis pulmonar.
BREVES CONSIDERACIONES RELATIVAS Á SU TRATAMIENTO POR LAS
INYECCIONES RECTALES GASEOSAS Y POR EL TANINO.
el Dr. D. Enrique Saladrigas.
Señores: Las perplegidades 6 incertidumbres que han ejercido en
mi espíritu la elección de un asunto que satisfaciera las exigencias
del actual movimiento científico, no son ciertamente imaginables.
En semejante trabajo de selección intelectual, el pensamiento ávi-
do de hallar un punto de apo}ro en los problemas de la Medicina
contemporánea, recorre grandes distancias, experimenta fuertes alter-
nativas, parece que, falto de fuerzas, vá á decaer; pero una reacción,
—señal de vida—le conduce al lugar dónde encontrará sintetizados
en luminosos principios, las inspiraciones de que ha menester para
afianzarse en las ideas, poderosos baluartes que le fijarán, al cabo, su
estabilidad.
Y débese esto, más que á la mayor ó menor aptitud—en este caso
bastante insuficiente—al aumento cada día más considerable de los
progresos realizados por la Ciencia en las diversas esferas de los cono-
cimientos médicos. No obstante de la tendencia harto unitaria de los
trabajos de la moderna medicina, se hace difícil en el terreno clínico
la solución de no escasas entidades morbosas, que si es cierto no exis-
ten dudas acerca desús etiologías y patogenias etc., no sucede igual
con respecto á la manera de cómo han do ser tratadas en los organis-
mos enfermos.
Diríase a prior i que se sostiene una seria oposición, en el orden
práctico, entre las enseñanzas de la Bacteriología, por ejemplo, demos-
trándonos las causas positivas de algunas enfermedades y el tra-
tamiento, que conforme á estos principios es preciso prescribir. Sin
embargo, discurriendo con algún sentido místico sobre los interesan-
tísimos adelantos que la Bacteoriología ha inspirado á los estudios
médicos especialmente, se advierte para legítima expansión del espí-
ritu, una como verdadera centralización de ideas. El aspecto que
presentan los problemas médicos de hoy es muy distinto, desde lue-
go, al que ofrecían en tiempo de nuestros antepasados. No es extraño,
pues, que las nuevas teorías hayan determinado nuevas corrientes,
armando al clínico, sobre todo, de medios’ enérgicos para triunfar, en
momentos oportunos, contra el conflicto que á menudo se establece
entre la célula orgánica, elemento imprescindible de nuestra estruc-
tura y la célula de otro organismo: el microbio. La tuberculosis -pulmonar: breves consideraciones relativas á su trata-
miento por las inyecciones rectales gaseosas, y por el tanino, es el tema
que me propongo demostrar en este importante movimiento de nues-
tra actividad científica. Por decontado, que no he de ocuparme aquí
de la historia pasada de esta enfermedad, lumínicamente juzgada pol-
los clásicos: he de insistir particularmente sobre los interesantes pro-
gresos de índole experimental y clínicos, realizados por las distintas
escuelas que en las postrimerías de este siglo han fijado la naturaleza
bacilar de esta afección y determinado, en el terreno práctico, las con-
clusiones de reconocida utilidad. Terminaré este trabajo con) obser-
vaciones personales acerca de los dos tratamientos ya indicados, em-
pleados en los enfermos del Hospital Civil «Nuestra Señora de las
Mercedes» juntamente con los juicios clínicos que se me antojen opor-
tunos.
El carácter microbiano do la tuberculosis pulmonar es asunto que
no se discute boy. Recordaréis, á este propósito, la comunicación que
dirigió á la Academia de París, allá por los años 1865, el profesor
Yillemín, en la que demostraba, por las inoculaciones practicadas en
conejos, la acción inyectante de la materia tuberculosa. Semejante
experiéncia, junto á los estudios de Pasteur, que desde ha tiempo ofre-
cía sobre las fermentaciones, probando ser estas la obra de infinitos
micro-organismos; el genio de Koch, apoderándose quizás de estas
nociones elaboradas por su prestigiosa inteligencia, descubre en 1882
el bacilo tuberculoso. No he de repetir aquí las experiencias que se
han realizado para la demostración en todo proceso tuberculoso del
bacilo. Procedió como Davain para la bacteriodia carbundosa; esto
es, cultivar el bacilo y producir, por la inoculación del producto de
cultivo, la tuberculosis, afirmando Koch, de esta suerte, la cáusa de
esta afección. No es extraño que tamaño descubrimiento levantara
en algunos observadores protestas más ó menos sinceras, que no en
balde es ley humana que toda innovación, sea cual fuese el orden de
hechos, dé motivo de desconfianza en sus primeras tentativas. Así,
las conclusiones de Kock fueron criticadas por Klebs y Spina. La
opinión de Klebs, sosteniendo ser la causa de la tuberculosis otros
micrococus que se hallaban en sus productos y no el el bacilo; argu-
yendo que éste no se encontraba con fijeza, á pesar de haberse obser-
vado en las heces de los individuos sanos, y negando, por último, fue-
ran los bacilos seres organizados, nada de esto es sostenible hoy. No
tardó en reconocerlo de esta manera el mismo Klebs al modificar,
como lo hizo, su modo de pensar, admitiendo al cabo, no sin restric-
ciones concernientes á su significación, el bacilo de Koch. Un nuevo argumento venía á apoyar, en cierta medida, esa opi-
nión de Klebs. Hago alusión á esas masas zoogléicas, de forma y
volumen variables, constituidas por numerosos micrococus inmóviles,
muy unidos los unos á los otros y de extrema finura. Los profesores
Malassez y Vignel creyeron que estas masas de zoogleas en los pro-
ductos tuberculosos podían demostrar la existencia de una tubercu-
losis sin bacilos. Representarían en los tejidos que ellas infectan el
papel de cuerpos extraños globógenos; tendríamos, según este juicio,
una tuberculosis zoogléica y una tuberculosis bacilar. Pero esta dua-
lidad, que parecía imponerse a las inteligencias de aquellos observa-
dores, es destruida más tarde por la presencia del bacilo de Kock en
las nuevas y repetidas inoculaciones hechas con esos mismos produc-
tos. Surgió naturalmente de estas experiencias el siguiente proble-
ma: ó las masas de zoogleas señalan las fases iniciales del bacilo, ó en
los productos inoculados este se ha introducido accidentalmente. La
mayoría de los pensadores sobre este dilema aceptan la primera in-
terpretación. No he de molestaros con las apuntaciones y juicios que
se han emitido acerca de este particular. Bien se me alcanza que la
teoría bacilar, por otra parte, no está exenta de algunas argumenta-
ciones. El Profesor Jaccoud las estudia en muchas de sus notables
conferencias pronunciadas en el Hospital de Piedad—1883-84. Las
experiencias de Malassez y Vignal, de que he hablado, sirven á aquel
eminente patólogo para limitar, hasta cierto punto, las consecuencias
de esta concepción etiológica de la tuberculosis. No se maravilla,
desde luego, que un micro-organismo presente varias formas sucesi-
vas en su evolución, y para el caso particular de esta enfermedad, es
posible que las masas zoogléicas indiquen les formas iniciales de ¡pa-
rásito y por desarrollos ulteriores se transformen en bacilos. Play en
esto dos hechos para mí concluyentes y que resuelven el punto que las
inoculaciones de las masas zoogléicas han dado el bacilo, y que estas
zoogleas desaparecen tan pronto como se muestra aquél.
La biología de los microbios es sumamente compleja y la tuber-
culosis, enfermedad microbiana, no puede constituir excepción. El
individuo tuberculoso constituye, por tanto, un estudio complicadí-
simo. Además del bacilo como causa, añádase otro elemento que in-
terviene directamente á hacer más conpléjos los fenómenos observados
en esta afección: el organismo. Es de observación vulgar que la absor-
ción del bacilo específico por un organismo, en condiciones de perfec-
ta salud, no crea la enfermedad. Necesítase, por lo menos, una dispo-
sición que favorezca el desarrollo y multiplicación del parásito. El mismo Koch proclamaba en el Congreso de Wiesbaden, la existencia
de terrenos refractarios, ingeniándose así los partidarios de su teoría
en buscar terrenos favorables en la nutrición del bacilo. Resulta de
esto dos condiciones: la absorción del agente patógeno y lo que po-
demos llamar la conseción del organismo. Séame permitido decir que
la teoría bacilar de la tuberculosis debilita un tanto la opinión más
estendida de la predisposición orgánica, de igual manera la inmuni-
dad de que parecen estar dotados ciertos organismos. Se me argüirá
que en algunos lugares, en Falkcineteir, por ejemplo, no se ha obser-
vado, por espacio de quince años, en las encargadas de las enfermas
de ese asilo, caso alguno de tuberculósis. Se me figura que puede
aplicarse, más que á esa inmunidad, á las condiciones de rigurosa hi-
giene que en este, como en otros puntos, se emplea.
La fisiología experimental nos enseña á diário que las modifica-
ciones del medio de cultura, por pequeñas que se les pueda imaginar,
bastará á facilitar 6 á impedir el desarrollo de tal ó cual micro-orga-
nismo. En este sentido la inmunidad á continuar la tuberculósis ó
cualquier otra enfermedad microbicida, puede concebirse. Estudios
experimentales recientes han determinado, además en animales, la
inmunidad artificial. El profesor Casagnis, Director Anatómico del
Hospital Civil de Venecia, ha realizado experiencias de este género-
Discurriendo que modificando el medio orgánico, en el cual podían
desarrollarse los bácilos tuberculosos, se conseguiría, al fin, un terreno
poco ó nada apropiado para su procreación, ideó someter á dos cone-
nejos, durante cincuenta días, al yoduro de potasio, por inyección
subcutánea, á la dosis de tres centigramos. Pasados estos días, tomó
de un esputo bien nutrido en bácilos diez centigramos, que fueron in-
yectados en los dos conejos de la experiencia. Treinta y cuatro días
después de esta inoculación, muertos los conejos por inhalaciones de
cloroformo, no presentaron lesiones tuberculosas. No conforme el pro-
fesor Casagnis con esta experiencia, que le pareciera algo fortuita, in-
tentó con otras sustancias producir en conejos esta inmunidad. No
tuvo éxito.
Tanto en el arsénico, ácido fénico y otros cuerpos, los animales
pioculados con esputos tuberculosos murieron con las lesiones típicas
de esta e nfermedad.
El alcance de esta observación es indiscutible. A mi juicio, no sólo
nos enseña á interpretar el sentido de lo que debe entenderse por in-
munidad,—que se adqui ere modificando el medio orgánico—si que
también inspira fuertes probabilidades de que en un organismo en
condiciones de tuberculizarse, puede impedirse, por la administración
de ciertas sustancias, el funesto trabajo del bácilo. La virulencia del bacilo tuberculoso es de las más sorprendentes.
Ni aún la permanencia en terrenos refractarios los hace incapaces para
proseguir su labor de destrucción en organismos adecuados. Conser-
van en aquellos todas sus aptitudes morbosas y las ponen en actitud,
tan pronto como el medio que se les presenta reúne las condiciones
propias á su existencia. Quedan inactivos en el entretanto no se les
ofrece razones de vida. Era opinión general que ciértas especies de
animales escapaban á la infección tuberculosa; tales eran los pájaros,
los pollos, en una palabra, la estensa familia de las gallináceas. Pero,
á no dudarlo, después del descubrimiento del bácilo de Koch, hechos
indiscutibles han probado que el verdadero tubérculo bacilar, puede
infectar á todos los órganos de estos animales. Por una parte Lachcr,
en 1871, demostrando que la tuberculosis del hígado no es rara en los
pájaros; Bóllingcr, relatando experiéncias múltiples de inoculaciones
tuberculosas por ingestión en algunas palomas, y por otra Nocaixb
por inoculaciones peritoneales y celulares, produciendo la tuberculo-
sis en estas espécies de animales, las incertidumbres quedaban, pues,
desvanecidas. Pero lo interesante aquí es que estos animales tuberculi-
zados, pero no tuberculosos son suceptibles de comunicar esta enferme-
dad á otros organismos. La virulencia, como decía, no pierde fuerzas-
Este hecho se encuentra, por lo demás, perfectamente comprobado
experimentalmente por el profesor Hippolyte Martín.
¿En el terreno clínico, la teoría bacilar responde á las esperanzas
forjadas por los entusiastas de ella? ¿Existe alguna relación entre los
síndromes que se observan entre las tuberculosis y algunas formas de
bácilo?
Es evidente que el descubrimiento del bácilo inspírase á las inteli-
gencias el propósito de terminar con esta afección. Sin embargo, á pe-
sar de sentimiento tan natural, el límite de ese entusiasmo se impone
á todo observador reflexivo. No sucede, por desgracia, con la tubercu-
losis lo que acontece con ciértas enfermedades también microbianas,
esto es: el restiiutio ad integrum. Con todo, es innegable que In teoría
bacilar nos dá el conocimiento de ciértos médios para triunfar, sabidas
como son las condiciones de vida de este microbio, en determinados
casos. Además, esta concepción bacilar nos ayuda ventajosamente á
impedir también, en momentos oportunos, la infección consiguiente á
la penetración del bacilo. De otra suerte no se hubiera llegado á los
interesantísimos estúdios de esas verdaderas intoxicaciones produci-
das por las secreciones de los microbios. La acción que cumplen en el
trabajo de infección las matérias solubles, excretadas por estos séres infinitamente pequeños, no tardará, así es presumible, en espliear
muchos puntos aún oscuros sobre ciertas ptomaínas de algunos mi-
crobios patógenos. Que yo sepa, todavía no se lian aislado las ptomaí-
nas que es probable segreguen el bacilo do Koch. Pero la existencia
de hechos de este género, en algunas afecciones microbianas, hacen
pensar en ese lejano porvenir la solución de este problema con res-
pecto al bacilo tuberculoso, secundando, para ello, los recientes estudios
de Rox y Tersin sobre la difteria, que no sólo demuestran la etiología
de esta enfermedad, debida al bacilo de Klebe y Loeffer, sino que han
obtenido, en curiosas experiencias, una sustancia soluble, propia de
este bacilo, la cual, inyectada en animales, ha reproducido los diversos
trastornos de la infección diftérica.
Frankel, Gaífy y todos los autores que han estudiado minuciosa-
mente la morfología del bacilo tuberculoso y diversas evoluciones en
los líquidos de espectoración, han señalado el hecho de que la forma
del bacilo y sus distintos aspectos se hallaban íntimamente ligados á
diferencias de marcha y evolución de la enfermedad. La comprobación
de la experiéncia se debe á Raymond y Artaud. Según la forma y as-
pecto del bacilo corresponden las variadas categorías de tuberculosis.
En las tuberculosis agudas han encontrado estos eminentes profesores
el bacilo bajo la forma de un bastoncillo corto, bastante grueso y
de contornos limitados. Representa el grado más virulento de esta
afección.
En las tuberculosis sub-agudas, la forma del bácilo se halla más
alargada, ménos gruesa y do una esporulación más evidente.
En las tuberculosis lentas y crónicas se alarga aún más que en
esas formas ya mencionadas. Se segmenta en fragmentos de los cuales
se encontrarían esporos con indicios do esporulación; al mismo tiem-
po se entreven otros esporos libres.
Frecuentemente se observa en las tuberculosis agudas y subagu-
das esta reunión en masas, este agrupamiento do vários bacilos, tan
común, por otra parte, en la tisis vulgar. Esto confirma, en mi con-
firma, en mi concepto, la relación bastante marcada que existe entre
estos diversos aspectos que adquiere el bacilo de Koch y las formas,
que en el terreno clínico puede originar. No es temeridad, por tanto,
afirmar por modo indubitable, la importancia que tiene este estúdio
acerca de la forma del bacilo para la acertada interpretación de los
hechos clínicos mirados á diário. Terminado este breve estudio, que me lie impuesto para dejar bien
comprendidas mis impresiones sobre este asunto, voy á ocuparme, en
lo que me resta, de añadir algunas observaciones clínicas sobre trata-
mientos del Dr. Berjeón, incluyendo los estudios que me son perso-
nales acerca del tanino en esta enfermedad.
La necesidad de un tratamiento etiológico se impone en este mo-
mento histórico, como se dice hoy, á todo observador. Pero antes de
entretenernos con la descripción do algunos medios terapéuticos em-
pleados en la curación de los tuberculosos, séame permitido insistir
ligeramente en el tratamiento higiénico. Por un trabajo de síntesis
llegaré á afirmaros que donde se cumple esta higiene del tuberculoso
de una manera rigurosa y severa es en Falkensteins. El director de
este Establecimiento, Doctor Dettreuler, ha realizado, en materia de
la higiene del tuberculoso, verdaderos progresos. Os diré, en pocas
palabras, el orden á que se hallan sujetos estos enfermos, que parecen
ménos desgraciados, y la vida en este lugar no presenta para ellos
las desesperantes amarguras de esos albergues destinados, por sus fa-
tales condiciones, á una existencia llena de indecibles angustias.
Antes de salir de la cama todo enfermo es frotado con un lienzo,
ya seco, ya con un paño simplemente humedecido en algún líquido
antiséptico, según el estado de cada cual. Aún los febricitantes son fro-
tados allí con un paño seco, que los no febricitantes reciben duchas. Se
consigue, de esta suerte, mantener la piel perfectamente limpia. A los
pocos momentos los enfermos toman el desayuno, que consiste en café
con leche, té, chocolate con mucha crema y cerveza. Enseguida cada
enfermo ocupa su silla correspondiente, la que no abandona más que
para dar algunos paseos por los alegres parques y jardines que circun-
dan este asilo.
A fin de evitar toda fatiga, estos paseos no deben de exceder de 10
á 15 minutos, siendo susceptibles de renovarse cinco ó seis veces más
en la mañanas. Haré constar de paso, que estos ejercicios se hacen
sobre suaves pendientes: la marcha ha de ser lenta; las espaldas sepa-
radas, procurando los enfermos, así tratados, efectuar serie sucesiva
de inspiraciones por la nariz para ampliar, de este modo, el campo
respiratorio. La comida es nutritiva y sustanciosa. Es curioso obser-
servar en este establecimiento que los tísicos tosen muy poco y esto
se debe á una educación bien dirigida. Se les ha acostumbrado á esas
grandes inspiraciones por la nariz, el mejor remédio de evitar la tos,
al extremo que es raro oir toser á un enfermo más de tres veces al
día. Después de la comida vuelven á su silla y toman el café al aire
libre. Se les dá unos 60 ú 80 gramos de cognac que guardan para su
uso en un pequeño frasco. Para reasumir, diré que en Falkenstein
no existe un tratamiento terapéutico especial, exceptuando un poco de antipirina ó antifibrína, que se prescribe en el día. Permanencia al
aire libre, alimentación abundante, reposo y gimnasio. Según estas
prácticas las curaciones se hallan, á decir de una estadística comen-
zada hace doce años, en la proporción de 27 por 100, incluyendo las
formas más gráves. Los enfermos en este sanatorio permanecen por
término medio de cinco á seis meses, siendo muy común verlos de
nuevo entregados á sus ocupaciones y continuar en sus casas la mis-
ma vida que tenían en Falkenstein. Por fortuna no nos hallamos tan
desprovistos de un establecimiento que reúna, sino por completo, to-
das las condiciones señaladas en el Sanatorio del Dr. Detterweiler, á
lo menos muchas de ellas existen en nuestro hospital civil. Aquella
indicación, recomendada por el Dr. Th. Heryng en nn reciente estúdio
acerca del tratamiento de la tisis laringe a, aplicable también á las for-
mas pulmonares, se cumple en nuestro hospital de una manera prác-
tica y beneficiosa. Decía este profesor eminente «que la primera con-
dición de éxite consistía en una abundante provisión de aire fresco
y la ventilación completa de los departamentos, aún durante la noche.»
Los diez pabellones ó salas del hospital «Nuestra Señora de las
Mercedes» se prestan á maravillas para la asistencia de estos enfermos.
Según una interesantísima memoria, redactada y publicada en los
últimos días del año 1890 por el distinguido director de este Asilo,
Dr. Emiliano Núfiez, los departamentos tienen 26 m. 50 cent, de largo,
por 7 m. de largo y 5 m. 15 cent, de altura. La capacidad cúbica es de
955 m. 325 cent, que para las 20 camas que deben existir en cada pa-
bellón le corresponden 48 m. á cada una. Además de las ventanas, en
número de sois, provistas de persianas y vidrieras que abren y cierran
á modo de guillotina, midiendo 1 m. 50 cent, do ancho por 3 m. 50
cent, de altura, existen várias troneras á nivel del piso con sus orifi-
cios ventiladores en el techo: de manera, que cerradas las ventanas ha-
brá siempre una constante renovación de aire. Estos pabellones están
separados, como sabéis, por patios de 10 metros de ancho. La orienta-
ción de este edificio es inmejorable. La brisa le baña por completo. La
higiene del tuberculoso está allí garantida. En el año 88, cuando me
cupo la honra de desempeñar una de las plazas de alúmno interno de
ese hospital, pude convencerme do las notables mejorías que estos en-
fermos sentían con el tratamiento higiénico practicado por el profesor
Dettweiler. El Dr. Laguardia, mi amigo y maestro, médico de la sala
de Santa Margarita, obligaba á sus tuberculosos á los ejercicios de que
há poco hablaba cuando me refería al Sanatorio de Falkenstein y á fé
que obtenía resultados satisfactorios.
Otro punto también de importancia en el tratamiento higiénico de
los tuberculosos, es el de mantener abiertos, durante la noche, las ven-
tanas de los departamentos destinados á esta clase de enfermos. Y á mi modo de ver es perfectamente racional esta prescripción. Basta pa-
ra ello recordar las diversas causas que contribuyen de consuno á la
alteración del aire en las salas de estos enfermos particularmente.
Por un lado, la insuficiencia del oxígeno, aumento del ácido car-
bónico, productos volátiles, amoniaco, hidrógeno sulfurado, ácido y
bases volátiles y quizás sustancias tóxicas, análogas á las ptomáinas,
que exhala el organismo humano. Un factor último viene á añadirse
en estos casos á los precedentes: la temperatura del aire confinado. Es
cosa corriente, además, percibir el olor fétido que se desprende por
las aberturas de los ventiladores de las salas dónde se encuentra una
reunión de individuos. Escepción hecha de las exhalaciones pulmo-
nares y cutáneas, cuéntese con todas las causas originadas ya por el
alumbrado, ya por las escreciones y secreciones morbosas inevitables,
desde luego, en un departamento de enfermos. A este respecto, nuestro
hospital civil está exento, por su construcción, de esta viciación del
aire. Una corriente incesante impide, en sus pabellones, que los enfer-
mos tuberculosos se hallen perjudicados por las ifluencias de lo que
llamaba Perter, graciosamente, el aire ensunciado.
Uno de los tratamientos que alcanzó más auge y prestigio para la
acción de la tuberculosis pulmonar, fué sin duda, las inyecciones ga-
seosas rectales del Dr. Bergeón. Este profesor, intentó colocar al bacilo
en contacto directo y prolongado con una sustancia antiséptica, capáz
de impedir en el organismo la serie de funciones ya comenzada por el
trabajo de estos micro-organismos.
Dos experiéncias de A. Bernard ayudaron al Dr. Bergeón para de-
cidirse en la elección de la sustancia. A. Bernard demostró, primero,
que las sustancias tóxicas administradas por inhalaciones son absor-
bidas rápidamente, produciendo la muerte en los animales, por su pe-
netración fácil en su sistema arterial; y segundo, qae estas mismas
sustancias introducidas en los senos ó en el tubo digestivo, se elimina-
ban por d pulmón, pero á condición de ser inyectado, en pequeñas
cantidades y de abstenerse de una nueva inyección, en el entretanto
la precedente no fuera totalmente eliminada.
Las sustancias antisépticas son, por lo general, muy tóxicas, y las
precauciones señaladas por A. Bernard le eran perfectamente aplica-
bles. Por tanto, la vía digestiva se imponía con exclusión de la vía
pulmonar, pero la administración por la boca de las sustancias astrin-
gentes que proporcionan un gusto y olor desagradable; pudiendo, ade-
más, afectar el estómago, y consecuentemente acarrea nueves obstácu-
los á la nutrición, bastantante imperfecta yá, de algunos tuberculosos, determinó Bergeón inyectarlas por el recto. Aquí la absorción se hace
por los orígenes de la vena porta, las sustancias son llevadas por la
sangre venosa á través del hígado, las venas supra-hepáticas, la vena
capa inferior, el corazón derecho y las arterias pulmonares, poniéndose
así en contacto con las lesiones del pulmón. Quédale por encontrar
una sustancia volátil, susceptible de exhalarse por el pulmón. Varias
experiencias realizó Bergeón en anirnaies, yá con el cloro, la trementi-
na, el éter, yá con el amoniaco y el bromo, pero estos cuerpos habían
producido una inflamación violenta del recto, hasta el punto de esfa-
celarse la mucosa, por cuya razón fueron abandonados.
Al fin y al cabo, el ácido sulfídrico de que se había servido A. Ber-
nard en sus trabajos, convenía en parte á los propósitos del Dr. Ber-
geón. Dotado de propiedades fuertemente microbicidas y fácilmente
eliminado por el pulmón, el ácido sulfídrico presentaba, empero, el
inconveniente de inflamar la mucosa intestinal. Bergeón pensó enton-
ces mezclarlo con el ácido carbónico, que, según observaciones de De-
marquay, poseía también la propiedad de absorberse rápidamente por
el sistema venoso y ser eliminado con no ménos prontitud por el pul-
món, sin ocasinar graves accidentes. No me detendré en la descripción
del aparato del Dr. Morell, que sirvió á Bergeón, Chantemesse y Connil
para estas inyecciones gaseosas rectales. Sólo me fijaré en el principio
que lo inspiró. El Dr. Morel piensa que una corriente de gas ácido car-
bónico, al pasar sobre ciertas sustancias gaseosas ó valátiles las descom-
pone, produciéndose una disociación de elementos gaseosos que con-
tiene. Estos elementos puestos en libertad, son arrastrados en el sentido
de la corriente de gas carbónico. De esta manera Morel realizaba dos
propósitos: obtener gas ácido carbónico puro primero, y hacerlo pasar,
después, en un líquido medicamentoso 6 sustancias volátiles en el in-
testino por el recto.
Recordaréis todas las esperanzas que alentó en muchos este trata-
miento de las inyecciones gaseosas. Personas de grandes prestigios le
aclamaban en Europa conio en América, y quizás, debido á ese entu-
siasmo, la muerte del método de Bergeón no se hizo esperar, al extre-
mo que nádie tomaría en serio hoy el trabajo de volverlo á la vida,
apesar de los éxitos alcanzados por Chantemesse, Morel, Dujardín-
Beaumetz y otros.
En nuestro hospital civil, el año pasado—lBBB—sometimos el Doc-
tor La Guardia y yo á 12 enfermos al tratamiento de las inyecciones
gaseosas. Según las historias clínicas, escrrrp tilosamente estudiadas, de
estos 12 enfermos, 8 experimentaron notables mejorías;—los cuatro
restantes no ofrecieron síntoma alguno de alivio.—Justo es declarar
que estos últimos de nuestra estadística se hallaban en un estado de
pronunciada caquexia. De los 8 muy mejorados, dos se han mantenido perfectamente bién:
tres han vuelto á ocupar de nuevo la Sala de Santa Margarita, después
de siete meses de no sentirse ningún fenómeno característico, han vuel-
to, repito, en condiciones que no me parecieron propias, para intentar
en ellos las mencionadas inyecciones, y en los tres restantes no sé la
suerte que les ha cabido.
Este tratamiento tiene además, contraindicaciones muy dignas de
señalarse: 1? en los casos de grandes hemoptisis; 29 cuando las disnea
es muy pronunciada, signo evidente de invasión de tuberculosis en el
pulmón; 39 la más pequeña comunicación entre la pleura y el pulmón;
49 las dilataciones aneurismáticas, y todas las alteraciones vascu-
lares, á pesar de que Bergeón piense que estas inyecciones de sulfuro
do hidrógeno, ponen sobre la circulación una acción más bién sedan-
te que excitante. En los casos de enteritis tuberculosa, me ha sido da-
ble observar que estas inyecciones producen efectos serios. Las diarreas
aumentan considerablemente, agravándose así el estado general de
los enfermos. Creo, no obstante, en algunos casos dé buenos resultados
este tratamiento; personalmente puedo presentar dos, que aún se sien-
ten bién, según propias declaraciones. Termino aquí, no sin hacer mias
estas significativas frases del Dr. Bergeón, «Querer tratar indistinta-
mente todos los tuberculosos de la misma manera, sin tener en cuenta
las diferencias que presentan bajo muchos puntos de vista, y en parti-
cular de la extensión de las lesiones pulmonares, es exponerse á fraca-
sos ciertos, que no pueden sino engañar al médico sobre el valor de
un médio terapéutico cualquiera».
Un tratamiento etiológico de la tuberculosis pulmonar es la cons-
tante aspiración del clínico moderno. Las tentativas de Bergeón con
las inyecciones gaseosas yá mencionadas, las experiéncias en Alema-
nia por Luis Weigert. (1) de las inhalaciones do aire caliente, las in-
halaciones de ácido sulfídrico, tan recomendadas por el sábio Herard,
las inyecciones de éter yodoformado practicadas por Jeanell y Sunla-
nié, etc., son pruebas evidentes de los esfuerzos para instituir un mé-
dio que obre directamente sobre el bacilo destruyéndolo. Experimen-
talmente no me ha sido posible, por ahora, estudiar estos procedimien-
tos, excluyendo el del Dr. Bergeón.
Mis ensayos clínicos en el tratamiento de esta enfermedad han ve-
nido sobre el tanino. Los importantes estúdiosde Artaus y Raymond,
(1) Aplicado por vez primera por Halter, quién reclama la prioridad Interna-
tionseles Medizinische Presse des 2 y 9 Dic. 1888. en Francia, y de Cecherelli en Italia, acerca del tanino en la tubercu-
losis, me indujeron á estudiar en los casos clínicos de que podía dis-
poner los efectos de esta sustancia. Estos profesores realizaron expe-
riencias de indiscutible valor. Tomaron dos series de conejos; la pri-
mera fue nutrida con el tanino á la dosis de un gramo, y la segunda
se reservó para la contraprueba. Inoculados del bacilo tuberculoso la
primera serie y practicada la autopsia después de diez meses de ob-
servación, no se observó en los conejos que habían tomado tanino le-
sión tuberculosa en sus órganos, no sucediendo esto con los de la
segunda serie que presentaron, al cabo de algún tiempo de la inocula-
ción, las lesiones anatomo-patológicas del tubérculo. Este hecho expe-
rimental demuestra la acción anti-bacilar del tanino.
Con motivo de un caso (1) que tuve el año pasado en el Hospital
Civil «Ntra. Sra. de las Mercedes», me explicaba de esta manera los
brillantes efectos del tanino; (das experiéncias Thinmings, de Mitscher-
lich, de Schoff, demostraron que los tejidos absorben el ácido tánico
cuando es puesto en contacto en solución concentrada, produciendo
entonces, en el interior de la célula, modificaciones que se asemejan á
las que se forman en el lanaje de las pieles. Podía pensarse, quizás, que
el tanino, ántes de descomponerse en ácido gálico en el organismo, ac-
ciona sobre las células, lugar de elección del bacilo, oponiéndose de
esta suerte á los fenómenos de karyokinésis, consecutivos á la infec-
ción bacilar».
«En el notable artículo de Cornill, referente á los fenómenos de
karyokinésis, se estudian las alteraciones de la célula en presencia
del bacilo».
Este trabajo, unido á los de Bangosten sobre las figuras de karyo-
kinésis en los tubérculos de los diversos órganos, especialmente en el
iris, en los ganglios linfáticos y en el pulmón, ayudan ventajosamente,
á mi ver, á determinar, por una concepción general, la verdadera gé-
nesis del bacilo en las células fijas. Según las experiéncias más recien-
tes, en este orden de ideas, las masas de los bacilos penetran y se mul-
tiplican, sin producir, en este primer período, lesiones características.
Después se vé que estos elementos etiológicos de la tuberculosis, en-
tran en las células fijas de los tejidos y por su contacto realizan, no só-
lo en los tejidos invadidos, si que también en los vecinos, una irritación
nutritiva y fomatríz que se revela por figuras karyokinéticas y por el
aumento de células fijas, células del tejido conjuntivo, endoteliales de
los vasos, etc. Además de estas lesiones, los vasos arrastran los bacilos
deteniéndose en los vasos capilares, ántes de extenderse en derredor
(1) Trabajo de ingreso leído en la Sesión de Estudios Clínicos, el 14 de Mayo.
Revista de Ciencias Médicas, 5 de Abril, núm. 7. págs. 75 y 18, 1889. de éstos. Alteradas de este modo las paredes vasculares, no tardan, por
diapedésis, en dejar salir los glóbulos blancos, penetrándo en los nó-
dulos, nervios de formación, é invadiéndolo en número considerable.
Tal es, á grandes rasgos, lo que nos enseña la moderna histología
sobre estos fenómenos, cuya explicación alienta al espíritu para insti-
tuir, con razones de alto sentido práctico, un tratamiento perfectamen-
te adecuado al proceso morboso á que vengo refiriéndome.
De consiguiente, esforzarse en hallar una sustancia capaz de impe-
dir, en la multiplicación de las células, el aumento del bacilo, es en
mi sentir, estar dentro de las tendencias, harto manifiestas, de la me-
dicina contemporánea.
Ratifico estas consideraciones y os presentaré á continuación la sínte-
sis de seis observaciones clínicas recojidas con minuciosidad: hélas aquí:
Observación 14—D. Manuel Pérez y Pérez, Canarias, 42 años de
edad. Ingresó en el Hospital el 29 de Octubre del 88. Diagnóstico: tu-
berculosis pulmonar,—primer período.—Analizados los esputos pre-
sentaban bacilos. Tratamiento por el tanino. Se le dio el alta el 9 de
Noviémbre del mismo año por sentirse en buenas condiciones.
Observación 2?— Juan García Sánchez, Badajoz. Ingresó en el Hos-
pital el 11 de Noviembre del 88. Diagnóstico: tuberculosis pulmonar.
Analizados los esputos, presentaron bacilos. Tratamiento por el tanino.
Pidió el alta el 5 de Enero del 89, en condiciones de aparente cu-
ración.
Observación 34—El pardo Estanislao Junqué, Habana, 29 años de
edad. Ingresó en el Hospital el 25 de Julio del 88. Diagnóstico: Pleu-
ro-neumonía traumática, tuberculosis pulmonar. Tratamiento por el
tanino. Analizados los esputos, presentáron bacilos. Se le dió de alta
el 27 de Diciembre del mismo año. Curado.
Observación 44—Baldomcro Fernández Bustillo, Astriñas, 24 años.
Ingresó en el Hospital el 24 de Marzo de 1889. Diagnóstico: tubercu-
losis pulmonar,—primer período.—Analizados los esputos presentaron
bacilos. Tratamiento por el tanino. El 12 de Mayo pidió el alta por
hallarse en buenas condiciones.
Observación 54—Asiático, Francisco López, 4b años. Ingresó en el
Hospital el 12 de Marzo del 89. Diagnóstico: tuberculosis pulmonar—
primer período.—Analizados los esputos, presentaron bacilos. Trata-
miento por el tanino. El 11 de Abril pidió el alta por sentirse muy
mejorado.
Observación 64—Manuel Biestro Callejas, Asturias, 19 años de edad.
Ingresó en el Hospital el 24 de Enero del 89. Diagnóstico: tuberculo-
sis pulmonar. Analizados los esputos presentaron bacilos. Tratamien-
to por el tanino. Pidió el alta el 2 de Mayo en condiciones de aparente
curación. Estas observaciones demostrarán los buenos efectos del tanino en
la tuberculosis pulmonar. La observación 3a constituye el caso más
completo, debiéndose esto á que el enfermo permaneció en el Hospital
durante algunos meses—desde Julio hasta Diciembre—y pudo seguir-
se con regularidad el tratamiento. En las otras observaciones, no tan
completas como deseara, los enfermos, tan pronto se sentían mejorados»
exigían el alta, cosa que no estaba en mis atribuciones, negarlas, prue-
ban á mi juicio, los buenos efectos de esta sustancia..
No obstante, en todos ellos me fué posible ratificar sus mejorías.
Los fenómenos pulmonares, soplo tubario, soplo cavernoso, estertor
cavernoso, etc., fueron reemplazados por una respiración casi normal.
Los sudores notablemente disminuidos; la tos en ocasiones nula: la
fiebre desaparece generalmente: las diarreas cesan: las hemoptisis se
detienen con facilidad. El apetito reaparece y la nutrición se mantie-
ne en buenas condiciones.
Y haré notar, sin embargo, que, ingeriendo grandes cantidades de
tanino, se produce el síndrome dispepsia, pero administrándolo á dosis
progresivas (1), puede evitarse este molesto accidente. La forma más
comunmente prescrita ha sido la pilular, sin excluir por esto, la ma-
nera de darlo'en poción. No es común la constipación.
El empleo del tanino, sea dicho de paso, en la tuberculosis pulmo-
nar, no es reciente. Ya Woiller, en 1834, le dedicó un interesante es-
túdio. Pidoux en su obra, (2) al hablar del tanino en el tratamiento de
la tuberculosis pulmonar, se expresa en estos términos: «comprime la
expansión de los elementos orgánicos, desvasculariza los tejidos y mo-
dera las secreciones.» Pero la indicación verdaderamente científica á
la par que práctica de esta sustancia, es asunto de nuestros días. Los
trabajos de Artaud, Raymonds y Cecherelli, ya citados, demuestran
la acción anti-bacilar del tanino en animales. En el hombre su acción
no es ménos cierta. De los exámenes practicados en los esputos de in-
dividuos tuberculosos, sometidos al tratamiento tánico, he podido con-
vencerme de su poder anti-bacilar. No diré que en las seis observacio-
nes presentadas en este trabajo, en todos los esputos desapareciéronlos
bacilos por completo, pero me fué dable investigar su menor número.
En el individuo de la observación 3a, dos días ántes de su salida del
Hospital, analicé escrupulosamente su casi nula espectoración y no
hallé bacilos.
Aquí, en nuestro país, profesores competentísimos lo han emplea-
do. Recuerdo en primer término, al Dr. Juan Bruno Zayas, que pres-
cribía en sus enfermos .tuberculosos la infusión del mángle; su her-
(1) Hasta tí gramos diarios.
(2) Etudes generales et practiques su la Thisis, pág. 408. Ed. 1387. mano, Dr. Francisco Zayas, que usaba el tanino, ya sólo ó con otras
sustancias y, por último, el Dr. B. Saenz y Saenz, que lo empleaba unido
al cloruro de sodio.
Tanino y pepsina. Tanino, glicerina y vino de Jeréz. Tanino y
opio.
El tanino puede darse con las siguientes sustancias:
No es tiempo, ni he reunido suficientes observaciones’para resolver
este importantísimo problema clínico. Hasta ahora se me figura que
entre las sustancias consideradas como anti-bacilares, la que mejor re-
sultados me ha dado ha sido el tanino. Me prometo, en lo adelante,
proseguir en el terreno práctico, y no sé si la suerte y la constante de-
dicación á este estudio, me conducirán, al cabo, á obtener mayor nú-
mero de éxitos.
Por de pronto, he aprovechado la oportunidad que las actuales
circunstancias me ofrecen, para presentar con honrada modestia, la
labor de algunos meses en la que podréis advertir la sinceridad de
mis esfuerzos y la fé que me inspiran los positivos progresos de’los
estúdios médicos.
RESUMEN.
He tratado de fijar en este trabajo los puntos siguientes: la natura-
leza de la tuberculosis; que las masas zoogleícas representan las forma-
iniciales del bacilo; que la inmunidad á contraer la tuberculosis puls
monar depende, en principio, de los cámbios operados en el médio
orgánico; que la violencia del bacilo tuberculoso, según lo demuestran
determinadas experiencias, no la pierde en los organismos tuberculi-
zados, aunque nó tuberculosos; que en el terreno clínico se hallan per-
fectamente justificadas las esperanzas forjadas por la teoría bacilar de
la tuberculosis; que á cada forma clínica corresponden diversos aspec-
tos del bacilo; de la necesidad del tratamiento higiénico en la tubercu-
losis pulmonar, especialmente del que se practica en Falkenstein; de
las buenas condiciones higiénicas del Hospital Civil «Nuestra Señora
de las Mercedes» para esta clase de enfermos; juicio clínico acerca de
tratamiento por las inyecciones de gas súlfuro de hidrógeno, del doc-
tor Bergeón; estadísticas de 12 enfermos tratados por este procedi-
miento, ocho muy mejorados, cuatro sin resultado: de los ocho, dos
gozan aún de buena salud, tres volvieron á ingresar en el Hospital,
después de siete meses de positivas mejorías, y de los tres últimos no
se tienen’noticias, no considerando prudente por esto la completa abs-
tención de las inyecciones gaseosas; de las principales contra-indica-
ciones para el empleo de este tratamiento en los casos de grandes he-
moptisis; cuando la disnea es muy pronunciada; la más'jípequeña
comunicación éntrela pleura y el pulmón: las dilataciones ’aneurismá- ticas y todas las alteraciones vasculares; en casos de diarreas persisten-
tes; de las tendencias manifiestas de instituir un tratamiento etiológico
de la tuberculosis pulmonar; de los trabajos de Artaud, Raymond y
Cecherelli sobre el tanino; apreciación personal del tanino en los orga-
nismos tuberculosos, oponiéndose á los fenómenos de karyokinésis,
observados en las células fijas por la absorción del bacilo; de los resul-
tados clínicos de seis observaciones cuidadosamente estudiados y que
demuestran los buenos efectos del tanino, considerado especialmente
como una sustancia de, entre las llamadas anti-bacilares, la que posee
una acción más poderosa; la necesidad de mayor número de observa-
ciones para fijar bien la solución del problema clínico.
BIBLIOGRAFIA.
a.—M. V. Cornil.—Article sur les phénoménes de karyokinese ob-
serves dans la tubérculose. París, 1887.
b.—Raymond y Artaud.—Article sur les moyens de remire l’orga-
nisme refractaire á la tubérculose, París, 1887.
c.—Petit.—Article sur le traitement de la pbtisis plumonaire par
les inyections rectales (Metode de Bergeón) París, 1887.
d.—Jcarmel et Laulanié.—Tentatives experimentales sur la gueri-
son de la tuberculoso. París, 1887.
e.—Cavagnis Vittorio.—Article sur Imniunité de la tubérculose
obtenue artificialment. París, 1887.
/.—Cecherelli (Andrea).—Article sur le tanin dans la tubérculose
des os et des articulations. París, 1889.
g.—Raymond et Artaud.—Eludes sur le traitement étiologique de
la tubérculose, en particulier par le tanin, París, 1888.
h.—Julius Cohnheim.—La tubérculose considerée au point de vue
de la doctrine de l’infections. Traducida del alemán al francés. Segunda
edición y considerablemente modificada por el Dr. R. de Musagrave Clay
(de Pan). París, 1882.
i.—Pidoux. Eludes generales et practiques sur la pbtisis. Pa-
rís, 1873.
t rj k.—H. Hallopeau.—Traité élémentaire de pathologie general, com-
prenant la pathogéne et la physiologie pathologique. París, 1887.
j.—E. Duclaux.—Le rnicrobe et la maladie. París, 1886.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Morado.
El Dr. Morado: Recuerda el caso presentado por él á la Sociedad
de Estudios Clínicos, en el cuál comprobó la disminución de los baci-
los tuberculosos después de administrar el tanino.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Weiss.
I.—E. Saladrigas.—Pleuro-neumonía traumática. Tuberculosis. El Dr. Weiss: Considera como prematuras las conclusiones que se
han tratado de establecer después de aplicar las inyecciones rectales y
el tanino en los tuberculosos. Cree que esta enfermedad tiene períodos
de recrudescéncia y mejorías, que podrían interpretarse como efectos
de la terapéutica.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Aróstegui.
El Dr. Aróstegui: Crée que el tanino puede ser útil al principio de
la tuberculosis y que esta enfermedad es susceptible de curación, no
debiendo olvidarse el tratamiento higiénico.
El Dr. Moreno; Refiere, en bréves términos, el resultado obtenido
por él con la alimentación forzada en el tratamiento de los tubercu-
losos.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Moreno.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Bellver.
El Dr. Bellver: Da á conocer los buenos efectos que ha obtenido
con el empleo de la creosota, sulfuro de calcio, iodoformo y sobre-ali-
mentación.
El Dr. Cuervo: (de Sancti-Spíritu) Manifiesta que en la tubercu-
losis hay que tener en cuenta variadas condiciones; entre otras, las de
localidad, y circunstancias individuales. Si no se hacen estadísticas,
es imposible sostener deducciones á favor de ciértos métodos tera-
péuticos.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Cuervo.
El Dr. Saladrigas: Hace presente que el tanino no es la única sus-
tancia que puede emplearse en el tratameento del tuberculoso; sólo
ha querido comunicar los buenos resultados que ha obtenido en sus
enfermos.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Saladrigas para replicar.
El Sr. Sresidente: Tiene la palabra el Dr. Barrena para leer su tra-
bajos;
La cirujía abdominal en Cuba.—Estadística y resultados.
el Dr. Avehno Barrena.
Los cirujanos de nuestra patria, siempre ávidos de progreso, si-
guiendo las corrientes científicas de la vieja Europa, han intentado
poner en planta la Laparotomía y la han aclimatado entre nosotros
con el resultado más brillante; y la Ovariotomía, las incisiones explo-
ra trices, la Salpingotomía la Doforectomía y la Histerectomía son
operaciones de todos los días.
Sr. Presidente, Sres.:
Años atrás, un distinguido cirujano, ya difunto, el Dr. D. Manuel S. Bustamante, después de un diagnóstico exacto, practica la primera
Ovariotomía entre nosotros, á la que concurrieron vários compañeros,
alguno de ellos presente, y, aunque la operación fue muy bien hecha,
la suerte no le fue propicia y la enferma murió de tétano. Más tarde
el distinguido Dr. D. Francisco Cabrera Saavedra inicia la era quirúr-
gica presente, ejecutando una Ovariotomía, la primera de nuestra Es-
tadística, con feliz éxito, y desde entonces acá se han llevado á térmi-
no multitud de Laparotomías, cuyos números, estadística y resultados
son los que me honro presentándolos al primer Congreso Médico de
la Isla de Cuba.
¡Sesenta y dos operados, veinte y cinco defunciones! El resultado
que arroja el método numerario es desconsolador y por él estaríamos
tentados á negar el derecho de intervención; pero la verdadera esta-
dística no debe comprenderse así; en efecto, de este modo formamos
un cuadro que abarca todos los casos y los resultados á bulto. Nos-
otros creemos que para hacer exacta una estadística debe comprender
casos semejantes para con el resultado llegar á conclusiones, y, en la
nuestra, nada hemos dicho de las malas condiciones higiénicas de las
habitaciones en que, forzosamente y á falta de un Hospital ad oc, te-
níamos que conformarnos, ni la mala asistencia y el pauperismo á
que se dejan llegar, por incúria ó temor, las que más tarde se ven for-
zadas por los sufrimientos á aceptar una operación decisiva, que ya es
á última hora; tampoco en él se tiene en cuenta la diversidad de ope-
raciones, reunidas bajo un solo rubro, ni la diferente mortalidad según
la clase de intervención: la Laparo-histerectomía, por ejemplo, dá
nueve casos fatales en once operaciones; pues bien, esta, que ha sido
muy recomendada hasta hace poco tiempo por los más afamados ci-
rujanos de Europa y Estados-Unidos de América, con estadísticas en-
tusiasmadoras y engañosas, ha caído hoy en tal descrédito que, aún
los más intrépidos, Law§on Tait, que está en su tercera série de mil
Laparotomías, la proscribe, y si acaso queda en Alemania algún ciru-
jano que no se deje vencer por los reveces, es con la esperanza del me-
joramiento de la técnica en un porvenir lejano. Además hay otras ra-
zones que justifican la crecida mortalidad de nuestra Estadística; en
la Ovariotomía la série de casos que la suerte nos ha deparado han
sido en su mayor parte con lesiones complicadas, unos con adheren-
cias múltiples al intestino, útero, vejiga etc., otros infiltrados en el li-
gamento ancho, haciéndose á veces necesario prolongar el término de
la operación y el producirse grandes superficies sangrantes, que algu-
na vez han hecho necesario el método extra peritoneal de ese símil de
pedículo formado con las hojas del ligamento ancho y el doble drena-
je correspondiente; en fin, muchos de los casos citados eran verdaderos
tumores malignos de los órganos de la reproducción, tan magistral- mente estudiados por los Dres. Malassez y Synety con el nombre de
Epitelioma mucóides. Por último, una complicación fortuita, el Téta-
nos, ha venido á sombrear las páginas de nuestro desaliñado trabajo
estadístico; pero una esperanza se dibuja aún en el horizonte, unas érie
de jóvenes cirujamos llenos de fé, trabajadores constantes y estudiosos,
procuran sin cesar el mejoramiento quirúrgico, en la creencia honrada,
no de hacer cirujía demasiado Japonesa, ni de ser nuestra cirujía ab-
dominal la degollación de los inocentes, sino con el laudable fin de
curar dolencias que no perdonan y volver la calma á las atribuladas
familias.
CAUSA DE LA MUERTE EN LA LAPAROTOMIA.
Peritonitis 8
Septicémia 8
Tétanos 4
Oclusión intestinal aguda 2
Mielitis aguda 1
Hemorragia primitiva 1
Schoc 1
EN LA OVARIOTOMÍA EN PARTICULAR.
Peritonitis 4
Septicémia 3
Oclusión intestinal 1
Tétanos 2
Mielitis aguda 1
EN LA HISTERECTOMÍA ABDOMINAL.
Peritonitis 4
Septicemia 3
Tétanos 1
Oclusión intestinal 1
EN LA HISTERECTOMÍA VAGINAL.
Hemorragia 1
EN LA INCISIÓN EXPLORATRÍZ,
Septicemia 2
Schoc 1
Total 26 ESTADISTICA GENERAL DE LAS LAPAROTOMIAS.
Totai
Curados Muertos general
Ovariotomías 28 12 40
Histerectomías 2 9 11
Miomotomías 3 0 3
Incisión exploratríz 13 4
Salpingotomías 3 0 3
Histerectomía vaginal 0 1 1
Ligadura de las trompas ... 10 1
Total 38 25 63
RESUMEN DE LA ESTADISTICA DE LA LAPAROTOMIA
Curados Muertos
Dr. D. Francisco Cabrera y Saaveclra.
Ovariotomías 4 1
Histerectomías 1 1
Total 5 2
Dr. D. Ignacio Plusencia.
Ovariotomías 7 3
Histerectomías 1 3
Miomotomías 1 0
Salpingotomías 1 0
Incisión exploratríz 1 0
Extirpación de anejos 1 0
Histerectomía vaginal 0 1
Total 12 7
Dr. D. Raimundo Menocal.
Ovariotomías 6 1
Salpingotomías 1 0
Histerectomías 0 2
Miomotomía 1 0
Total 8 3 Curados Muertos
Dr. D. Gabriel Cas uso.
Ovariotomías 9 5
Histerectomías 0 3
Miomotomías 1 0
Ligaduras de las trompas 1 0
Incisión exploratríz 0 2
Total 11 10
Dr. D. Federico Horstmann.
Ovariotomía 0 1
Total 0 1
Dr. D. José Ramírez Tovar.
Ovariotomía 0 1
Total 0 1
Dr. D. Avelina Barrena.
Ovariotomías 1 1
Incisión exploratríz 0 1
Total 1 2
ESTADISTICA.
Ovariotomías.—Dr. F. Cabrera Saavedra.
Strta. D!.1 Luisa Urquiola, de Mantua, 27 años. Cistoma multilocu-
lar del ovario derecho. Operada en Diciembre de 1882. Alta á los 32
días. Peso del tumor, 24 libras.
Di1 María Candelaria. Habana, 46 años, casada, multípara. Cisto
epitelioma mucóides multilocular del ovario derecho. Operada el 2de
Septiémbre de 1882. Peso del tumor líquido y sólido 34 libras. Muer_
ta al octavo dia de tétanos.
D? Dolores Morales. Canarias, 31 años. Cisto epitelioma mucói-
des del oVário derecho. Operada el 8 de Diciembre de 1883. Alta á
los 21 días. Peso del tumor 321 libras.
D? Andrea Ríos. Canarias, 50 años, casada, multípara. Cisto-epite-
lioma mucóides del ovario izquierdo. Operada el 15 de Diciembre de
1885. Alta á los 24 días. D 9 Justa Aauyanat. Candelaria, 26 años, soltera. Sarcoma globo-
celular del ovário derecho. Ascítis. Operada el 10 de Febrero de 1884.
Alta á los 17 días. Peso del tumor 3 libras.
Morena, Secundina Leider. Matánzas, 40 años, multípara. Miomas
sub-peritoneales é intersticiales. Operada el 4 de Abril de 1884 de Lá-
paro-histerectomia. Muerta al 49 dia de peritonitis. Peso del tumor
con el útero 9 kilos.
Parda, Loreto Cassá. Habana, 33 años. Fibro-mioma sub-seroso
pediculado y fibro-miómas intersticiales del útero. Operada el 16 de
Marzo de 1887, de Láparo-histerectomía y Salpingo-ovariotomía iz-
quierda. Peso del tumor 3.971 gramos. Curada.
OvARIOTOMIAS.—Dr. IGNACIO PIASENCIA
D 9 Sofía Rivero. Alquízar, 32 años, viuda, nulípara. Quiste multi-
locular del ovario izquierdo. Operada el 27 de Mayo de 1883. Muerta
al tercer dia de Peritonitis.
D 9 Dolores Xenes. Santiago délas Vegas, 35 años, viuda, multípa-
ra. Quiste ovárico doble. Operada el 21 de Enero de 1885. Peso del
tumor izquierdo 41 libras, el derecho 2 libras. Alta á los 23 días.
D 9 Dolores Valdés. Habana, 42 años, soltera. Quiste pancilocular
del ovario izquierdo. Operada el 25 de Noviembre de 1885. Alta á los
40 días.
La moreda, Colomba. Sabanilla, 38 años, nulípara. Quiste ovárico
izquierdo con muchas adherencias. Operada el 30 de Julio de 1886 por
el método de Pean (drenaje). Curada.
D 9 Cármen Fernández y Robelo, Canárias, 55 años, soltera. Quiste
moltilocular del ovário derecho. Operada el 2 de Agosto de 1887. Cu-
ración.
D 9 Angela Porro. Puerto-Príncipe, 34 años, viuda, multípara. Quis-
te multilocular del ovário derecho con adherencias. Operada el 3 de
Noviembre de 1886. Peso del tumor 40 libras. Curada.
D 9 América Valdés. Habana, 39 años. Quiste ovárico izquierdo
multilocular vegetante, infiltrado, de contenido cremoso purulento.
Operada el 10 de Mayo de 1887. Muerta al 49 dia.
D 9 Rosa Pascual Cruz. Valencia, 35 años, casada, nulípara. Quiste
unilocular del ovário derecho infiltrado, con muchas adherencias. Ope-
rada el 24 de Agosto de 1888, de corticación y drenaje del ligamento
ancho situado á la pared ventral. Curación á los 35 días.
D 9 N. N. Quiste multilocular del ovário izquierdo, doble pedículo
y muchas adherencias firmes al intestino delgado. Operada el 10 de
Setiembre de 1889. Muerta al tercer dia de septiticémia aguda.
D 9 Teresa X. Habana, 35 años. Quiste unilocular del ovário iz- quierdo infiltrado. Operada el 10 de Enero de 1890. En vías de cu-
ración.
D? N. N. Pio-salpingítis doble. Operada el dia ... de
de Salpingo-ovariotomía en el lado izquierde y sutura y drenaje de la
trompa derecha. Curación.
Morena, Guadalupe Uruneau. Santiago de Cuba, 48 años, multípa-
ra. Tumor flbro-quístico del útero, pediculado. Operada el 19 de Mar-
zo de 1886 de Miomotomía. Alta á los 28 días. Peso del tumor, parte
sólida, 10 libras, líquida, 7i litros.
D 9 Agueda Pérez de Galván. Santiago délas Vegas, 43 años. Quis-
te ovárico doble y fibroma intersticial del útero. A. Geodas, infiltrado.
Operada el 19 de Mayo de 1886, de Láparo histerectomía y doble ova-
riotomía (Pedículo extra-peritoneal). Muerta al 59 dia de septicemia
aguda.
Morena, Asunción Silvera. Wajay, 38 años. Fibro-sarcoma del
útero, ascítis. Operada el 6de Agosto de 1886; de Láparo histerecto-
mía. Muerta al 29 dia de Peritonitis séptica.
Morena, Juana Durañona. Marianao, 36 años. Fibroma sub-mu-
coso del útero y pequeños fibromas sub-peritoneales. Operada el dia
... de de Láparo-histerectomía. Muerta al 89 dia de Té-
tanos.
Mulata, Serafina. Puerto Príncipe, 34 años. Fibroma intersticial
del útero con hemorragias incoercibles. Operada el dia ... de
de extirpación de los anejos del útero (operación de Lawsont Tait)
Complicación; Flegmásia alba-dolens de la pierna izquierda.
Parda, Juana. Habana, 40 años. Fibroma intersticial del útero.
Incisión exploratríz. Curada de esta.
Srta. L. C. San José de las Lajas, 26 años. Hérnia congénita de to-
do el aparato útero-ovárico, con un tumor fibroso en el gran labio de-
recho y ausencia de la vagina. Operada el 13 de Diciembre de 1884 de
Láparo, salpingo-ovário-isterectomía y formación de la vagina artifi-
cial. Curada.
D 9 Encarnación Cortés y Valdés. Habana, 45 años, viuda, multí-
para. Epitelioma del cuello del útero y prolápsu completo del órgano.
Operada el 27 de Enero de 1886, de Histerectomía vaginal. Muerta ed
hemorrágia primitiva.
OVARIOTOMIAS.—ÜR. D. RAIMUNDO MeNOCAL
Morena, Leonarda de la Holla. Habana, 36 años, nulípara. Quiste
para-ovárico derecho, infiltrado. Operada el dia ... de por
decorticación y drenaje. Curación á los 46 días.
D 9 Pilar Real y León. Habana, 25 años. Quiste multí-locular del ovario izquierdo, pediculado. Operada el 15 de Noviembre de 1888.
Curada.
Mulata, Carlota Valdés. Habana, 32 años. Quiste multi-locular del
ovario izquierdo, pediculado. Operada el Bde Diciembre de 1888. Cu-
ración.
Parda, N. N. Epitelioma vegetante maligno del ovario izquierdo,
sólido y quístico del derecho, ascítis. Operada en Mayo de 1889, de
doble ovariotomía. Muerta al tercer dia de Peritonitis séptica.
Niña, Elena Sierra. Habana, 13 años. Quiste dermoideo del ovario
izquierdo. Operada el dia ... de de ovariotomía doble.
Curada.
Mulata, Josefa Calvo. Habana, 20 años. Quiste unilocular del ova-
rio izquierdo. Operada el 25 de Mayo de 1888. Curada.
Di Merced Valdés Becquer. Habana, 26 años. Fibroma intersticial
del útero y ovario izquierdo quístico. Operada de doblo ovariotomía.
Curada.
Di Ines Prats. 23 años, peninsular. Pio-salpingítis derecha y ad-
herencias múltiples. Operada el 11 de Setiembre de 1888, de Laparo-
tomía con sutura y drenage de la tronca. Curación.
Morena, Lutgarda Valdés. Habana, 36 años. Fibroma intersticial
del útero enclavado en la pequeña pélvis. Operada de Láparo histe-
rectomia. Peso del tumor 3 kilos. Muerta al 59 dia de Oclusión intes-
tinal aguda.
Morena, Florencia Torres. Habana, 40 años. Fibroma pediculado
del útero, Operada el 25 de Julio de 1884, de Láparo-miomotomía.
Peso del tumor 4.300 gramos. Alta á los 12 días.
Di Concepción Valera de Aranguren. Habana, 40 años. Papiloma
pediculado del fondo del útero, hidropesía enquistada del peritoneo.
Operada el 27 de Junio de 1887, de Láparo-histerotomía. Muerta á
los 12 dias de septicemia.
O Y ARIOTOMI AS.—Dr. D. FEDERICO HoRSTMANN
Di Dolores Naranjo. Habana, 35 años, casada, nulípara. Cisto-
flbroma del ovário izquierdo. Operada el 12 de Marzo de 1886. Muerta
á los 28 días de Mielitis aguda, debido á una gran escara sacra por
decúbito. Peso del tumor, parte sólida, 7 libras, líquida 33 libras.
Ovatiotomias.—Dr. D. José Ramírez Tovar.
Di N. N. Quiste multilocular vegetante de no se sabe qué ovário
por las muchas adherencias que existían. Operada de Laparotomía.
Método por supuración de Pean. Persistencia de la fístula y reproduc-
ción de las vegetaciones. Ovariotomias.—Dr. D. Avelino Barrena.
1)9 Catalina Rodríguez de Morales. Matánzas, 52 años. Quistoma
multilocular del ovario izquierdo infiltrado. Operada el 25 de Agosto
de 1888 de Ovariotomía con decorticación y sutura del ligamento an-
cho á la pared ventral y drenage: Fístula uretero-abdominal consecu-
tiva, obliteración expontánea. Curación.
D 9 Dolores Lunares. Habana, 40 años. Quiste multilocular vege-
tante, de contenido purulento, infiltrado en ambos ligamentos. Opera-
da el dia 12 de Julio de 1889, de Ovariotomía con decorticación y
drenage. Muerta al tercer dia de septicemia.
D 9 X. Cataluña, 32 años. Pio-salpingítis blenorrágica. Operada el
18 de Noviembre de 1889, de incisión exploratríz. Muerte al 29 dia
de Schoc.
Ovariotomias.—Dr. D. Gabriel Casuso..
Morena, Agustina Padrón. Macuríges, 33 años, plurigesta. Mioma
subperitoneal y quiste del ovario derecho. Operada el 6 de Mayo de
1886, de doble ovariotomía normal. Alta el 17 de Junio. Peso del tu-
mor 6 libras.
D 9 Joaquina Armas de Rodríguez. Habana, 33 años, casada, nulí-
para. Quiste para-ovárico doble. Operada el 9 de Junio de 1886. De-
corticación del quiste izquierdo y sutura del ligamento ancho á la pa-
red ventral y drenaje. Fijación del quiste derecho á la parte inferior
de la incisión y drenaje. Alta el 19 de Julio.
Srta. Natalia Franco. Vuelta-Abajo, 27 años. Quiste multilocular
del ovario izquierdo. Operada el 10 de Enero de 1887. Peso del tumor
50 libras. Curada.
D 9 Concepción Quesada. Guanabacoa, 54 años. Quiste multilocu-
lar del ovario izquierdo. Operada el 26 de Noviembre de 1886, de
Ovario-histerectomía. Muerta al 49 dia de oclusión intestinal aguda.
Srta. D 9 Dolores Nodalse. Ságua, 16 años. Quiste dermoideo del
ovario derecho. Operada el 15 de Mayo de 1887, de Ovariotomía. Cu-
ración. Peso del tumor .9 libras.
. D 9 N. N. Quiste multilocular del ovario izquierdo pediculado.
Operada el 19 de Noviembre de 1888, de Ovariotomía. Curación.
D 9 N. N. Quiste multilocular del ovario derecho infiltrado. Ope-
rada el 19 de Noviembre de 1888, de Ovariotomía y decorticación.
Curación.
D 9 N. N. Quiste multilocular del ovario derecho infiltrado. Opera-
da el 25 de Noviembre de 18S9. Ovariotomía, decorticación. Muerta
el 29 de Peritonitis séptica. Dl} N. N. Quiste unilocular del ovarlo izquierdo pediculado. Ope-
rada el 5 de Diciembre de 1888, Curación.
Srta. X. N. Quiste multilocular del ovario derecho infiltrado. Ope-
rada el 9 de Febrero de 1889, por decorticación, que duró 20 horas,
(en Paula). Muerta de tétanos.
D? N. N. Quiste unilocular del ovario izquierdo pediculado. Ope-
rada en Junio de 1889. Curación.
Di1 X. X. Quiste multilocular del ovario derecho, adherencias al
epiplóon. Operada en Junio de 1889. Curación.
D? X. X. Quiste multilocular del ovario derecho, supurado. Ope-
rada el 18 de Julio do 1889, por decorticación. Muerta al tercer dia
por septicemia aguda.
Faustina Soto. Habana, 39 años, nulípara. Fibroma uterino
cavernoso, grandes hemorragias. Operada el 5 de Mayo de 1887, por
la ligadura de las trompas, no pudiendo encontrarse los ovarios. Cu-
rada de la intervención.
D? Juana X. Habana, 40 años. Quiste del ovario izquierdo y fibro-
ma intersticial del útero, grandes hemorragias. Operada el 15 de
Agosto de 1884, de Láparo-hisierectomía y doble Ovariotomía. Peso
del tumor, parte sólida, 2 kilos, el quiste 3 kilos. Muerta al tercer dia
de Peritonitis.
Morena, Hilaria Alfonso. Habana, 38 años. Fibro-mioma intersti-
cial del útero. Operada de Láparo-hisrerectomía. Método intra perito-
neal, proceder de Schroder. Peso del tumor, 8 kilos. Muerta al 4? dia
de Peritonitis.
D? N. X. Fibroma intersticial del útero. Operada el 11 de Diciem-
bre de 1889, de Láparo-histerectomía. Muerta al tercer dia del septi-
cémia. (Hospital Mercedes).
Parda, X. Fibroma pediculado del útero. Oj>erada el 7 de Junio
de 1889, de Láparo-miomotomía. Curación. (Hospital Mercedes.)
D 5! N. N. Vecina de la calle del Morro, embarazada de 5 meses y
peritonitis enquistada. Operada de incisión exploratríz y drenaje.
Aborto. Muerta de septicémia aguda.
D'.1 N. X. Vecina de Crespo 2. Peritonitis crónica ó tumor enquis-
tado del uraco. Operada por la incisión exploratríz y drenaje. Muerta
de septicémia.
Di1 X. X. Quiste multilocular del ovário izquierdo. Muerta de té-
tanos. (Quinta del Rey.)
Dr. Casuso; Considera inexacta é incompleta la estadística presen-
tada por el Dr. Barrena. Xiega haber presentado 14 ovariotomías con
5 muertos, sino 19, con 4 muertos, 2 de tétanos y 2 de peritonitis.
Además, ha practicado 2 laparatomías, por peritonitis enguistadas,
E Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Casuso. seguidas de muerte, cuyos casos publicó con todos sus detalles. En
cuanto á las histerectomías, de 11 practicadas, sólo una ha curado, la
que pertenece al Dr. Cabrera; la otra curada, no existe. Al terminar?
suplica al Dr. Barrena, que ántes de emprender estadísticas operato-
rias se acerque á cada cirujano para que le proporcione todos los da-
tos que le conciernen, respecto al número y resultado de sus opera-
ciones. El Dr. Casuso concluyó felicitando á su colega por haber
seguido su ejemplo al publicar una estadística de las grandes opera-
ciones en Cuba y por más que para nada mencione su trabajo, que
versaba sobre la misma cuestión.
El Sr. Presidente, Tiene la palabra el Dr. Weiss.
Dr. Weiss: La estadística que presenta el Dr. Barrena, debía lla-
marse de cirujía abdominal ginecológica, pués no comprende más que
las operaciones de ginecología. La cifra de 20 por 100 de mortalidad es
asombrosa y no habla en contra de las operaciones, sino de los opera-
dores. Por último, la estadística no señala los casos de supervivencia,
careciéndose así de todos los detalles respecto al resultado final.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Barrena para replicar.
Dr. Barrena: Contestó que no tenía bastante intimidad con el
Dr. Casuso para pedirle los datos á que se refiere en su argumentación:
que ha consignado, aparte de las laparotomías, 2 incisiones espirado-
ras, incluidas en la estadística de su colega, y que, en los casos en que
hubo infección, esta se debió á las condiciones individuales del enfer-
mo, que impidieron obtener la asepsia y antisepsia, según conviene en
tales casos.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Wilson para leer su
trabajo:
La medicina preventiva.
el Dr. Erastus Wilson,
El asunto que deseo presentar á este Congreso lo estimo de capital
importancia para los intereses de la sociedad á cuyo servicio dedica-
mos nuestros desvelos.
Si es verdad que salvar la vida es de primera importancia para la
persona que está gravemente enferma, la medicina preventiva, no sólo
salva la vida con sus precauciones, sino también salva á las personas
y á la sociedad el valor que suman sus trabajos perdidos durante
sus enfermedades y consecuencias posteriores.
Desde la época en que las ciéncias físicas empezaron á aclarar la
patología y la terapéutica, la profiláctica ha hecho grandes progresos
y hoy día está colocada en el rango primero de las ciéncias colaterales de curar; posición bien ganada por los beneficios prácticos obtenidos
de su aplicación.
En todos los países, las ciencias físicas están esplicándonos, cada
vez más, las causas de las enfermedades, sus modos de propagación y
sugiriendo medidas preventivas.
Las viruelas, el cólera, la tifoidea y las diarreas han perdido sus
terrores místicos; la cirugía mayor, parte de su septieémia; pero en la
práctica, aunque ha progresado, estamos, en la aplicación de medicina
preventiva, atrás de nuestros conocimientos.
En Inglaterra, las obras prácticas de saneamiento han reducido el
tipo anual de mortalidad en un 50 por 100, ó sea á la mitad, y en su
metrópoli, á menos de 20 por 1,000 de habitantes; mientras que entre
nosotros, sin embargo de nuestra superior ventilación, debido á per-
mitir el clima casas abiertas con grandes puertas y ventanas, facilitan-
do la libre circulación del aire, renovando continuamente la atmósfera
de nuestras casas, nuestro tipo de mortalidad es casi el doble del tipo
de Londres, y los que en nuestra sociedad piensan, nos preguntan
¿por qué?
Este Congreso Médico Cubano no debe, en mi concepto, dejar pa-
sar sin respuesta esta razonable pregunta de sus paisanos y clientes.
Estos tienen derecho á reclamar de este Congreso una contestación
franca y categórica; pues esta es la única autoridad s,áf quien compete
darla; la ocasión es propicia' y debemos decirles sin rodeos, que nues-
tros aires y nuestras aguas, que son los vehículos para la propagación
de las enfermedades, dejan mucho que desear respecto á su pureza.
El agua de la zanja recibe corrupciones é infecciones de los excre-
mentos de un distrito populoso á lo largo de su curso; nuestras alcan-
tarillas, las de la Capital, están todavía sin hacer, ó, á lo ménos. sin las
condiciones que la ciencia aconseja; muchas de nuestras calles están
sin adoquines, haciendo imposible el drenage super y subterráneo, á
no ser muy imperfecto, dejando charcos patogénicos en médio de las
calles, envenenando la atmósfera de ¿nuestros domicilios por las ema-
naciones pestilentas y permanentes de los sumideros existentes dentro
de nuestras casas o en sus pátios, y en muchos casos establos de caba-
llos dentro de las mismas casas de la población. Por falta de drenage
subterráneo, los terrenos de la Capital están casi siempre, sino satura-
dos de agua, por lo'ménos muy húmedos, y nuestras casas en directo
contacto con estos terrenos, sin la conveniente capa de cimiento hi-
dráulico, asfalto, óde plomo, al nivel de la superficieMel terreno, para
que la humedad no suba á las paredes, y la falta de la exclusión de
esta humedad produce efectos patogénicos, que todos los de este Con-
greso conocen. Sino fuera así, pronto les convencería la estadística he-
cogida y publicada por Sir Edwin Chadwick, de Londres. Esto prue- ba que las epidemias, cuando visitan los barrios dónde los pobres
viven en casas de muchos pisos, sólo atacan á los que habitan en los
bajos, y los de los altos escapan de la infección. También sabemos
que el reumatismo y sus secuelas, respecto al corazón, que tanto añije
nuestra población, se origina de estas mismas causas.
Añadiremos á estas causas de insalubridad ya señaladas, la bahía,
en la que además de sus bordes cenagosos, que siembran el paludismo
en su vecindad, hallamos que la bahía misma, sin corrientes y reci-
biendo desde tiempos remotos el drenage de las aguas de nuestras ca-
lles, corrompidas con excretas de animales, y además el producto de
muchos escusados que se vacían en las cuñetas que en algunas calles
suplen la falta de alcantarillas y que conducen á la bahía, convirtién-
dose ésta en un gran sumidero general y pestífero de la población.
Este conjunto de condiciones patogénicas, creo, de seguro, que
merecerán la censura de esto Congreso.
Si ahora tornamos nuestras miradas hácia el barrio, tenido entre
nosotros como muy saludable, el Vedado, preguntamos: ¿Cuáles son y
en qué consisten sus condiciones sanitarias? Tampoco tiene alcantari-
llas y la superficie de los terrenos están tan al nivel del mar que en
su estado actual no hay drenage posible, y las excretas y desperdicios
están acumuladas en sumideros y fosos en cada casa.
Con tanta población sobre esos terrenos y rocas permeables, ¿han
pensado los compañeros en la cosecha probable de tifoideas y diarreas
que se producirán dentro de diez ó veinte años si se deja esa populosa
barriada sin obras de saneamiento?
¡Ah! dirá alguno; pero ya se ha dado el primer paso en su sanea-
miento, que es el surtirla de agua pura de manantial, con la que ya
se abastece. Creo que en el interés de la ciéncia y el arte sanitario, com-
pete á este Congreso discutir si este abastecimiento está hecho con las
reglas de éste y exigencias de aquélla.
Personalmente he visitado sus manantiales y depósito de distribu-
ción durante los calores de Julio último y los encontré en las condi-
ciones siguientes, á saber:
El manantial y las bombas están establecidos en un islote del río
Almendares y en caso que no existan vías de agua que comuniquen
el río con el manantial, lo que no he podido descubrir en mi breve
ojeada, el agua del manantial se purifica comparativamente por su
infiltración á través del terreno que forma el islote y, por lo que pude
apreciar de una simple inspección, me pareció el agua en el manantial
muy clara y que era de buena calidad.
Me trasladé al depósito de distribución, y con eso el buen concep-
to que había formado al visitar el manantial, sufrió una gran desilu-
sión. El depósito sin techo sufría sin defensa las influencias del calor, y no necesito decir á ninguno de los miembros de este Congreso lo
que procedería de los efectos de la luz y del calor de este clima sobre
cualquier agua natural. En aquel depósito el agua parecía un acuario
lleno de vidas animal y vegetal.
Añadiré á lo dicho, que el depósito está muy inmediato al Cemen-
terio de Colón, y parte de este en que se entierran los muertos de en-
fermedades infecciosas, y sabemos la gran afinidad ó la rapidez con
que las aguas absorben los gases producidos y exhalados por los cadá-
veres en descomposición y la facilidad con que los gérmenes ó baccilli
de las enfermedades infecciosas flotan en la atmósfera adheridas á las
partículas de polvo levantadas y trasportadas por los vientos.
También está probada la rapidez ó facilidad con que mueren las
plantas criptógamas á que me he referido, así como las espécies infe-
riores zoológicas de que aquel depósito está poblado, y el envenena-
miento del agua por las descomposiciones de ámbas clases de séres, y
no dudo de que este Congreso acordará sin vacilar una debida censu-
ra por las condiciones patogénicas que he señalado. En mi humilde
opinión, á este depósito de distribución de las aguas á la barriada del
Vedado, se le debe colocar un techo cuanto ántes, y la mejor clase de
techo para depósitos de distribución es la de arcos de bóveda de
manipostería, cubiertos con tierra y césped.
Además de esta protección, las aguas potables ganarían mucho en
su pureza, estableciendo en el depósito una bomba de vapor para com-
primir aire é inyectarle en el fondo de las aguas para que en su
travesía por ellas se las purifique por oxidación de sus impurezas.
Respecto del Cementerio de viruelas en su vecindad, debe cesar
el enterramiento de los cadáveres por enfermedades infecciosas, y es-
tablecer un horno para la incineración, en sustitución de la inhuma-
ción de estos cadáveres.
Ante un cuerpo docente como éste, sería impertinente de mi parte
entrar en detalles respecto al saneamiento de las poblaciones, como se
ha practicado en Inglaterra, Alemania, Francia y los Estados-Unidos
y de su éxito admirable, pues son harto conocidos de los compañeros
de este Congreso.
Con el establecimiento en nuestra capital de estas obras de sanea-
miento, aconsejadas por la ciencia, indispensables á la salud de las
poblaciones, no dudo de que el tipo anual de mortalidad, sería igual
ó menor que el de Londres, ó sea 20 por 1000.
De la estadística recojida por los Dres. A. E. Parkes y Sir Edwin
Chadwick en Inglaterra, resulta que anualménte por cada muerto hay
enfermas igual á dos personas todo el año, lo que representa, por los
tres, 900 días de trabajo, perdido en el año por cada muerto.
Si se calcula nuestro tipo de mortalidad en 40 por 1000 y nuestra población en 200.000 habitantes, entonces tendríamos 8000 muertos al
año; y, si por llevar á cabo obras de saneamiento, pudiéramos reducir
el tipo á 20 por 1000, salvaríamos cada año 4000 vidas productivas á
la población, y aunque haciendo caso omiso de las ansiedades y aflic-
ciones y del costo de la asistencia que los enfermos obligan á hacer á
sus familias y amigos, y fríamente calculamos el importe del ahorro
material, en favor de nuestra población, desde luego tendremos, en
primer lugar, el producto del trabajo de los 4000 salvados de la muerte,
y calculando los días de trabajo á 300 al año, multiplicados por las
4000 vidas, resulta 1.200,000 jornales, agregados á los de los 8000 en-
fermos, también salvados, por cada 4000 vidas, resulta la enorme cifrg,
de 3.600,000 de jornales anuales, que, capitalizado, aún á précio muy
módico, dá el interés de un capital de más de cien millones de pesos,
que es actualmente lo perdido para nuestra ciudad anualmente, por
enfermedades susceptibles do evitar.
Estos guarismos respecto de la capital, son, comparativamente tam-
bién, aplicables á otras poblaciones de la Isla nuestra, y me refiero
particularmente á ésta, porque entiendo que este Congreso no está
reunido para tratar de asuntos exteriores de ella. Y si nuestra falta
de obras de saneamiento nos inflige estas imperdonables pérdidas físi-
cas y materiales, las pérdidas morales son no ménos gráves. La esta-
dística, que es la base más segura para todas las generalizaciones cien-
tíficas, nos demuestra que hay también íntima relación entre la
suciedad, la ignorancia y el crimen, y esta relación, en muchos casos,
es de causa y efecto.
Con la inteligencia, aumentan en la sociedad la limpieza, la salud
y el respeto para sí y para los demás.
Las epidemias siempre hacen sus mayores estragos en los bárrios
dónde se albergan los más pobres, ignorantes y súcios.
El Dr. E. A. Parkes ha comparado la mortalidad por la tisis en
las dos cárceles de Yiena. La de Leopoldstadt, ó sea la situada al lado
Norte del canal, á la entrada del Prater, es muy antigua y su ventila-
ción defectuosa. Durante los años, desde 1834 á 1847, contenía 4.280
presos, de los cuáles 51 por 1000 murieron de tisis. En la cárcel del
otro lado del canal, que es más moderna y bien ventilada, durante los
cinco años, desde 1850 á 1855, contenía 3037 presos, de los cuáles mu-
rieron de tisis ménos del 8 por 1000.
El Dr. Lincoln cita el efecto de la inspiración de aire viciado sobre
la salud de los monos, en el Jardín Zoológico de Londres, al construir-
se para ellos una nueva casa de invierno, calentada por tubos de va-
por, por debajo del suelo, agujereado para conseguir así una tempera-
tura parecida á la de su país nativo. La ventilación se hacía por
aberturas cerca del suelo, y por dos chimeneas grandes. Trasladaron á esta casa 70 monos, de los cuáles una gran parte
habían ya pasado varios inviernos en el jardín, sin novedad.
Al mes, 50 de los 70 monos murieron de tisis y los otros 20 estaban
enfermos. Se abrieron ventanas en la parte alta de la pared y curaron
los 20 restantes.
Hasta el año de 1836, la muerte anual de caballos del ejército
francés era de 180 á 197 por 1000. En ese año se construyeron caba-
llerizas mayores y más ventiladas, y así se redujo de pronto la morta-
lidad á 68 por 1000. Lo mismo ha sucedido en los ejércitos inglés y
alemán; la mortalidad caballar, en aquél es de 20 por 1000, y de éste,
15 por 1000, destinando 1200 piés cúbicos de aire para cada caballo
en las caballerizas.
En los hospitales, civiles y militares, las mejoras modernas, respec-
to á la ventilación, son aún más marcadas, por su influencia favorable
para la curación de enfermos y operados. En la guerra de Crimea,
1856, la mortandad anual de los ejércitos inglés y francés era 23 por
100 en el primero, y 30 por 100 en el último, de su fuerza total; mien-
tras que en la guerra americana, 1861 á 1865, quedó reducida al 6 por
100 del ejército.
Otra comparación puede también dar luz sobre esta cuestión; la
de la mortalidad de blancos y de gente de color en las mismas pobla-
ciones.
Por ejemplo: (1885) en las tres ciudades americanas de
Charleston.
Blancos.. 17 1 „IAAA
De color. 20 j Pllooo
Memphis.
Blancos.. 16) IAAA
De color. 36 j KlOOO
Nashville.
d“ l}^1000
Esta diferencia se atribuye á las condiciones inferiores de las ha-
bitaciones y calles dónde habitan los de color. Señores: no quiero ex-
tender esta comparación á nuestras habitaciones y calles. Dejo á cada
cuál hacer las que mejor le parezcan; pero al concluir esta parte de mi
comunicación, no puedo menos de hacer constar mi protesta contraía
mala costumbre, que es demasiado prevalente en nuestra población,
de cerrar herméticamente los cuartos de nuestros enfermos, especial-
mente con fiebres, como se hace con sobrada frecuencia.
Tampoco quiero insistir ante este Congreso sobre los efectos pato-
génicos de la atmósfera corrompida por las emanaciones de las mate-
rias de origen animal y vegetal, en estado de fermentación pútrida,
dentro de los permanentes sumideros ó letrinas de nuestras casas, ni
dejar de recordar, que son depósitos peligrosos de baccilli, causantes
de enfermedades infecciosas.
Todos sabemos los efectos perniciosos sobre la salud del hombre, que suceden cuando dejan de funcionar bien sus órganos de excreción,
y no puedo menos de comparar las condiciones de nuestra ciudad con
las del hombre en este caso, y no olvidaremos lo que le falta á la po-
blación al faltarle las alcantarillas, su principal aparato excretor.
La salud pública está sufriendo las tristes consecuencias de su au-
sencia.
El Dr. Simón, uno de los 'higienistas más eminentes de Londres,
afirma que «el papel representado por los gases de las letrinas y el
drenage defectuoso son incuestionables en la producción de la menin-
gitis». Esta está muy prevalente en la Habana. En una epidemia de
meningitis que hubo en Nueva York, en el año de 1872, el Dr. Mere-
dith Clymer recojió su estadística y publicó una monografía y mapa,
demostrando que el mayor número de invasiones correspondía preci-
samente á los terrenos más húmedos de la ciudad y en las habitacio-
nes de las familias pobres que habitaban en casas, dónde las letrinas
estaban mal acondicionadas y el drenaje era muy imperfecto.
Las diarreas y enteritis causan mucha mortalidad en nuestra ca-
pital.
En un informe oficial al gobierno inglés el Dr. Simón hace cons-
tar que:
«Nada en la medicina es más cierto que lo que indica un alto tipo
de mortandad por diarreas. Es que la población que la sufre está ins-
pirando con el aire ó imbibiendo con el agua muchas materias orgá-
nicas pútridas.
Estas infecciones pueden proceder de hábitos y condiciones súcias,
al rededor ó dentro de las casas que habitan, ó de los eflúvios voláti-
les que se escapan de las fosas que sirven de receptáculos á las inmun-
dicias y envenenan la atmósfera de las casas.»
Si el abandono de la higiene trae consecuencias desastrosas para
toda población, estas son peores en nuestro clima, donde el calor y la
humedad excesivas favorecen las rápidas descomposiciones de las ma-
terias orgánicas,.y por la misma razón, la medicina preventiva necesi-
ta emplear la más vigilante inspección de las materias alimenticias
que se expenden á la población y que están expuestas, por las razones
dichas, á rápidas alteraciones, que producen alcaloides venenosos, in-
toxicando á los que las ingieren; puesto que la cocción no aniquila las
ptomaínas, ni evita, por lo tanto, sus efectos.
Pero no son sólo de los productos de las alteraciones pútridas de
los que hay que precaverse para defender la salud, sino también de
algunos de los productos de la acción fisiológica de nuestros órganos
digestivos, que inducen cámbios metal) olí eos ó metamorfosis retrógra-
das, resultando de ellas leucomáinas muy venenosas; siendo una de
las funciones de los órganos de excreción el de eliminarlos de los ór- ganos, antes que penetren en la circulación sanguínea. Estas leucomaí-
nas y ptomaínas se están formando continuamente y para mantenerse
en estado de salud exigen igual actividad ó correspondencia entre la
producción yla eliminación. Doy por muy conocidos los dos grupos
de leucomaínas, uno relacionado con el ácido úrico, el otro con la
creatina, formados á expensas de la alimentación nitrogenada.
También Bouchard ha encontrado que las heces fecales naturales
contienen una ptomaína que, separada é inyectada á conejos, les pro-
ducen convulsiones violentas.
Calcula que la cantidad formada cada dia en los intestinos de un
hombre en salud es la suficiente para causarle la muerte, si no fuese
eliminada por sus emunctorios.
Broon-Sequard, Hammond y Wurtz, han probado que el vapor
exhalado por perros, encerrados en una atmósfera viciada, condensado
é inyectado en otros animales, les producía la muerte, y Broon-Sequard
opinó, que es la inhalación de este veneno volátil el origen orgánico
de la tisis.
Sabemos también que, aunque las peptonas no son alcaloides,
cuando se inyectan directamente dentro del torrente circulatorio, obran
como veneno violento, destruyendo el poder de coagulación de la san-
gre, y en grandes cantidades producen la muerte.
Sabemos que una de las funciones del hígado es convertirlas en
globulines, y que cuando, por falta de ejercicio, el hígado y los intesti-
nos son torpes ó lentos en su acción, é ingerimos alimentos nitrogena-
dos en exceso, la vena porta lleva exceso de peptonas y una parte
pasa al hígado sin conversión, y entra en la circulación, lo mismo que
la ptomaína de los intestinos, que sea debidamente eliminada, envene-
na la corriente vital y así produce desórdenes en la salud.
El egercicio físico es aperitivo de la naturaleza ó el desobstruente
natural.
Opino que la carne forma parte en exceso de nuestra alimentación,
dado el clima; y particularmente la parte femenina de nuestra pobla-
ción sufre las graves consecuencias de la falta de ejercicio corporal.
No debo dejar el asunto de la Medicina preventiva sin señalar toda-
vía otra causa que es muy productora de enfermedades entre nosotros
y es la imperfecta alimentación por difíciles digestiones, debidas á la
pérdida de ios órganos de la masticación, resultando dispépsias y de-
bilidades que conducen á muchas otras formas de enfermedades. No
es sólo la trituración y deglución lo que requieren los alimentos
amiláceos, sino también perfecta insalivación, sin la cual la saliva no
puede efectuar su función de trasformarla en dextrina y glucosa, tras-
mutación indispensable para su digestión. Ni una ni otra se pueden
efectuar sin perfecta masticación y por esta falta sufre fermentación dentro del estómago é intestinos, provocando desórdenes generales en
la salud.
Los límites prescritos por el reglamento de este Congreso no me
permite estenderme más en este asunto; pero, reclamando su indul-
gencia, deseo referir brevemente las medidas preventivas que la cien-
cia nos indica y señalan el camino que en mi concepto debe seguirse
para lograr avanzar el arte hasta cumplir con las indicaciones de la
ciencia.
Dedicado cerca do cuarenta años á esta especialidad de la medici-
na preventiva, me permito hablar de ella, con la confianza correspon-
diente de esta, para decir que ocupa aún una categoría muy humilde
ontre nosotros; siendo considerado como oficio, que se supone fácil de
aprender en poco tiempo y con poca ó ninguna práctica.
Este es un error fundamental; pues como oficio es un arte, no para
aprender, sino para adquirir, como otro arte ú oficio, con unos años de
constante práctica bajo la conveniente dirección de un maestro dies-
tro que tenga abundantes trabajos, con el cual pueda adquirir el arte
de tocar el piano-forte.
Como profesión, ciencia y ramo de la medicina curativa, no caben
otras bases que la anatomía, la fisiología, la patología, la química y la
terapéutica, y estas bases no se pueden aprender buenamente sino en
las clases de medicina de la Universidad, dónde hay los aparatos y
clínicas necesarios para esta enseñanza; pero este modo de enseñanza
no se halla todavía en el plan de estudios y exámenes de los dentistas
entre nosotros.
Ya puede imaginarse este Congreso el éxito que se obtinene de los
ensayos curativos por los que cultivan este ramo, sin otros conoci-
mientos previos.
Como ramo preventivo, depende su buen éxito de una esquisita
destreza manipulativa, que sólo se puede adquirir con constante y
larga práctica.
Deploro se espidan títulos de dentistas sin exigir se tenga base
médica, ni haber adquirido los conocimientos y prácticas del arte;
pués la calidad del mayor número, en cualquier profesión ó arte,
determina su categoría en la estimación pública, siendo así que la ca-
lidad de los servicios prestados en general es la que los fija.
La calidad, en general, de los servicios dentales que se prestan hoy
á la sociedad, siento decirlo, no son los que pueden y deben ser cuan-
do se perfeccione el plan de estúdios y exámenes para adquirir el
título de dentista.
En su estado actual, no puedo reclamar para este ramo que se le
declare profesión, ni que esté á la altura do su misión como arte pre-
ventivo de enfermedades. En resúmen: ¿Cuáles son las condiciones patogénicas de nuestra
población, que exigen de manera más apremiante la atención de la
medicina preventiva?
Tai etiología nos enseña que, á lo menos, la mayor parte y proba-
blemente todas las fiebres y otras enfermedades infecciosas están cau-
sadas y propagadas por micro-organismos, cuyos vehículos de comu-
nicación son las aguas potables y los polvos flotantes en la atmósfera.
¿Cómo entonces se puede extrañar que una población sin alcantarillas,
ni drenage subterráneo general de ninguna especie; una población en
que las pocas cubetas que existen en váidas calles para recibir las
aguas de las casas, están recibiendo también las inmundicias de sus
letrinas, así infectando por absorción los terrenos de las calles; una
población en que toda el drenage superterráneo de sus calles y los
desperdicios de sus mataderos van á parar á su bahía sin corrientes 6
á sus bordes cenagosos bajo un sol tórrido; una población cuyos te-
rrenos, sean de sus pátios ó de sus calles, muchas de estas sin adoqui-
nes, han recibido desde siglos ha y absorbido gran parte de las aguas
domésticas; en una población, dónde las caballerizas están dentro de
las mismas casas que habitan las familias, y, peor que eso, dónde las
excretas ó inmundicias de las familias se dejan acumular en fosos
fijos dentro de las casas ó pátios, estos fosos sin chimeneas para lleva1
sus efluvios más arriba de los techos, estos fosos con paredes permea-
bles, así que sus Ardelos son absorbidos por los terrenos de las casas,
hasta saturación, y para concluir, digo, en una población en que
cuando es forzoso vaciar estos fosos por estar llenos, que no pueden
contener más, suelen distribuir estas materias fecales profusamente
sobre declives de terrenos que vierten sus microbios directamente en
las aguas potables de la zanja que surte á la población? En fin, yo de-
searía que mis compañeros do este Congreso, en vista de esta cuadra
de condiciones anti-sanitarias de nuestra Capital, me digan si en su
estimación se pudiesen idear condiciones más adecuadas para distri-
buir á la población entera cualquiera y todas las infecciones que se
originan por dentro ó que viniesen de afuera de nuestra Ciudad, y les
advierto que tengo noticias de Constantinopla. con fecha 27 de No-
viembre, que el Cólera morbo asiático está haciendo estragos en Mas-
soulj Bokhara y en todo el país, á lo largo de los ríos Tigris y Eufrátes,
y amenazando á Europa.
Dr. Tamayo: Señala en la bahía de la Habana el primer foco de
infección; sobre todo, la parte comprendida entre la ensenada de Atarés
y el muelle de Caballería, dónde alcanza su mínimum Los barcos que
se mantienen alejados de esos focos, escapan mejor á la influencia del
veneno de la fiebre amarilla.
El Sr. Presidente; Tiene la palabra el I)r. Tamayo. l)r. Reyneri: Confirmando las ideas del Dr. Tamayo, dijo que po-
día depender la infección de la bahía de los depósitos de escrementos,
vertidos en las faldas de Atares desde hace algunos años.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Reyneri.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Delfín.
Dr. Delfín; Consideró la importancia de las ptomaínas en la salud
pública. El efecto tóxico de estas sustancias es conocido desde la más
remota antigüedad. Temístocles se envenenó con la sangre corrompi-
da de un toro, 470 años de Jesucristo.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Plá.
Dr. Plá: Señaló al matadero como un foco activísimo de infección,
y propuso llamar la atención del Gobierno sobre esos particulares.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Bellver.
Dr. Bellver; Se estendió en algunas consideraciones sobre las malas
condiciones de la bahía de la Habana.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Wilson para replicar.
Dr. Wilson: Agradeció á sus colegas todo lo que habían manifesta-
do con motivo de su trabajo.
151 Sr. Presidente; Tiene la palabra el Dr. Aróstegui para leer su
trabajo: ,
l)e la CÓrea crónica progresiva.
el Dr. Gonzalo Aróstegui.
Séarne permitido, antes de dar lectura á este modesto trabajo,
encomendarme á la benevolencia del Congreso por la índole del
asunto, que se aparta totalmente de las afecciones microbióticas que
tanto os apasionan y seducen, y por las cortas horas de que he podi-
do disponer para reunir y condensar antiguas notas, recogidas en mis
apuntes para apoyar dos observaciones.
Justificaré primeramente el título de estas líneas.
Prefiero esta denominación á la de corea de Huntington, que es la
que tiende á predominar en muchos autores, porque, al designarla
de aquella manera, habría que aceptar todas las peculiaridades que
dicho señor le confirió, y, sobre todo, su reproducción en los enfer-
mos de cada familia; desecho asimismo, por igual razón, el título de
corea hereditaria. Entiendo que á esta especie de corea la caracteriza
su gravedad, comparada con la de Sydenham; pero que en la mani-
festación de los movimientos desordenados é irregulares, que es lo
que imprime sello á la dolencia, una y otra se revelan igualmente, y
que «así como en la epilesía tardía se trata siempre de epilepsia, la
«corea tardía, que llega á ser crónica y que puede ó no acompañarse
«de herencia similar, es siempre la corea». Encontraréis en las fami-
lias de coréicos la trasmisión de padres á hijos de la misma enferme- dad, y aún en la propia época, en la herencia similar; y la encon-
traréis también, formando la gran familia neuropatológica, con sus
múltiples variaciones y sus formas singulares, en esas enfermedades
proteiformes, á las cuales el microscopio no ha arrebatado todavía
sus secretos, y, sin embargo, la clínica estudia, clasifica, conoce y á
veces vence.
Desígnanse en ocasiones las variedades en las espécies nosológicas
atendiendo al predominio de un síntoma sobre los otros que general-
mente los acompañan: así tenéis en la pneumonía, la de vértice, y es-
te calificativo solamente basta para deducir el pronostico y para
disponer el tratamiento; decid viruela hemorrágica y raro será el in-
dividuo que no se sobrecoja de pavor al anuncio de la enfermedad;
calificad de tuberculosa una meningitis, y los allegados os dirán la
gravedad que encierran juntas esas palabras, que aún aisladas aterro-
rizan. Y viniendo á la corea, hay tantas formas que se imponen las
variedades, según el elemento que domine. Recordad que está carac-
terizada por movimientos espasmódicos y regulares, por la incordina-
ción de los movimientos voluntarios, la cual quita la precisión en los
resultados y la sinérgia de las contracciones, como si los músculos
estuviesen privados de la fuerza de situación ó fuerza estática de Bar-
thes; en una palabra, por el carácter instantáneo é involuntario del
movimiento y por perturbaciones de la sensibilidad y de la inteli-
gencia. Del modo de agruparse los caractéres expuestos resultan va-
riedades importantes algunas; no pocas raras, y singulares en sus ma-
nifestaciones otras; por ejemplo, las histéricas ó rítmicas, y las que se
acompañan do ecolália, ecokinésis y coprolália. La ecolalia, dicho sea
de paso, es más frecuente de lo que hasta aquí han afirmado los au-
tores en las afecciones nerviosas, en las neurosis, no temo por el mo-
mento pronunciar la palabra. En casi todas ellas veo tipos acentuados
de degeneración, y los casos que más tarde he de relatar se encuen-
tran en esa gran clase de Esquirol, la cual comprende muchos indivi-
duos que difieren poco en su organización de la organización normal,
y otros que tienen apénas vestigios de las facultades instintivas de la
humanidad: son los imbéciles, cretinos é idiotas.
De todas las formas es, sin duda, la más rara la que M. Gowers
llama corea tetanóide; no se conoce más que el hecho publicado por
ese autor; el enfermo de que hablo murió á los siete meses con sínto-
mas parecidos á los de la corea y la tetania; el exámen necroscópico
no reveló nada macroscópica, ni microscópicamente. Un hermano de
este enfermo murió de una afección parecida (1). Viene después por
(1) Para más detalles, léase en “A Manual of Dlseases of the nervous system,’’
por Gowers. 1888, la página 1,059. orden de rareza la corea monoplégica, pues un autor de tanta nom-
bradla como Bouchut, no refiere más que un caso. Se llaman así es-
tas coreas porque solamente afectan una extremidad los desórdenes
en los movimientos; ó también porque les acompañan parálisis de un
sólo miembro; en los casos en que se encuentran afectados los miem-
bros de otro modo, toma los mismos nombres la corea que cuando se
han abolido los movimientos por lesión central destructiva, neoplási-
ca ó neurósica. Son esos los casos llamados paralíticos y por los in-
gleses limp Chorea, ó corea flácida. La única observación que he teni-
do en enfermos de esta clase, pertenecen á la raza negra; dato que
señalo incidentalmente á la atención del Congreso, por si se dignan
algunos señores recojer esta alusión, pues se dice por autores extran-
jeros (Gowers), que si la afección es algo frecuente en los niños blan-
cos, es desconocida en los negros cubanos.
No me ocupo de las coreas pre y post-paralíticas, por carecer de
los síntomas principales délas demás coreas y por acompañar ó pre-
ceder enfermedades paralíticas.
Es crecido el número de desórdenes convulsivos, puesto que Lan-
nois describe diecisiete formas; pero todas pueden agruparse en tres
clases principales: 1?, corea común, ó de Sydenham, sub-aguda y cró-
nica (1); á esta primera categoría pertenecen los hechos anteriormente
mencionados, excepción del ejemplo de Mr. Gowers, el cual me pare-
ce un caso mixto y puede entrar en el cuadro de la tetánia, ó en el
de la corea; 2?, á esta segunda clase corresponden los Tics convulsi-
vos, perfectamente estudiados en sus caracteres especiales por los
autores americanos en los jumpers, myriachit y latah, y por Gilíes de
la Tourette en las formas acompañadas de ecolalia y coprolalía; en-
cierra también esta clase lo que pudiera llamarse hábito coréico, ó
sean ciértas variedades nerviosas en la charla y el gesto. Forman la
clase las espécies mixtas, en las cuales dos neurosis se dán la mano
para producirse, son los espasmos ó coreas histéricos; comprende esta
clase en las subdivisiones la corea major, el espasmo nutans y algu-
nas otras. Todas estas variedades estaban antes reunidas, así como
también la corea gravidarum, ó lactantium, que es bastante grave, y
la corea eléctrica. Merece esta última que también se le separe de las
otras coreas, como lo hace Henoch. Esta confusión es debida «á Sy-
«denham, y sobre todo á Trousseau, quienes han abrazado bajo esa
«denominación multitud de afecciones diversas» (Charcot).
En la primera de las divisiones expuestas dejo consignado que
puede presentarse en la forma crónica, y añadiré que, al manifestarse
de esa manera, adquiere una marcha continua, se prolonga indefini-
(1) Desde Thilenius, en 1816, ha quedado establecida esta división. clámente y resiste á todos los tratamientos. Así entendida, creo que
le cuadra la designación que encuentro hecha en Hoffmann por los
síntomas que 'presentan los enfermos que he observado; en uno de
ellos la herencia parece existir, y bajo este punto de vista era muy
útil su estudio; pero el escaso desarrollo intelectual que tienen me ha
impedido confirmar esa ley indiscutible que domina la patología ner-
viosa y la especie humana, y regula la actividad vital. Todos habréis
nombrado la herencia que hasta hoy, según Herbert Spencer (3), no
ha encontrado sino una solución hipotética. Si estos pobres enfermos
hubieran podido auxiliarme habría recojido datos para establecer en
ellos la ley de herencia directa é inmediata, ó la ley de preponderan-
cia en la transmisión de los caractéres, ó las leyes do atavismo, ó la
herencia homocrona, que es la que se presenta en los períodos corres-
pondientes de la vida. Deploro no haber podido verificarlo así.
Estudiaré ahora conjuntamente, en los dos enfermos, el terreno
en que se ha desarrollado la dolencia, y luego la corea con sus mani-
festaciones especiales.
Primer enfermo: es éste un hombre de 54 años, de baja estatura,
ojos pequeños, mirada sin expresión, difícil palabra, limitado en idea,
y con una hérnia inguinal del lado izquierdo bastante desarrollada,
de cabeza muy pequeña, como si la osificación hubiera ocurrido des-
de temprano. Es natural de Galicia y reside en Cuba desde niño.
Dedicábase á esas labores insignificantes que impiden el desarrollo de
las facultades intelectuales. En este individuo degenerado, se concibe
que fácilmente germinarían las enfermedades nerviosas: puede decir-
se que es el terreno abonado en que ámpliamente se desenvuelven.
No recuerda fijamente la época de aparición de la enfermedad, y
cuando por primera vez lo vi, hará cuatro años, todavía no lo asistía,
era su inteligencia más despierta de lo que es en la actualidad, los
movimientos más acentuados en los dos brazos, ménos dificultosa la
palabra, y ménos vaga la mirada.
El exámen ulterior ha revelado que la marcha no ofrece dificultad
y que alcanza por este médio el fin que se propone, aunque no en
línea recta. Sus movimientos desordenados, que comenzaron por el
brazo derecho, lado hoy más enfermo, tienen lugar en ámbas extre-
midades superiores, y se realizan en el hombro, en el brazo, en el an-
tebrazo, en la muñeca y en la mano. Han sido tan intensos en oca-
siones que han impedido que este hombre se alimentara á sí mismo.
En la cabeza se notan movimientos oscilatorios de pequeña extensión
é intermitentes.
La sensibilidad no se encuentra afectada en modo alguno; no he-
(1) Dejerine L’hérédité dans les maladies du Sisteme nerveux. París. 1886. mos podido realizar el examen eléctrico; primero, por creerlo de escasa
importancia, y luego, por no aumentar los movimientos.
Es su inteligencia bien limitada: su vida de relación terminó cuan-
do comenzó «la locura muscular». (Boullaud).
El examen del corazón, pulmón, &, no deja descubrir lesión algu-
na de esos órganos. La temperatura es normal, lo cual está de con-
formidad con las ideas de Charcot y Bouchard: entienden esos autores
que las convulsiones dinámicas, ó sea en aquellas en que predominan
los elementos clónicos, no se afecta la temperatura de una manera
notable.
No se observan tampoco en este enfermo los miembros paréticos,
ni paralizados; pero hay un fenómeno digno de señalarse, y es que, á
los dos años de desarrollada la corea, se han presentado repetidas ve-
ces ataques de epilepsia con períodos marcados; como el enfermo
pierde el conocimiento no ha podido asegurarnos si ántes los padecía.
Descartando de este enfermo toda lesión orgánica, á la cual pueda
referirse el padecimiento en cuestión, lo dejo clasificado en el grupo
mencionado en el epígrafe.
No me ha sido posible averiguar las causas de este mal; pero sos-
pecho influencias artríticas y degenerativas. Esta enfermedad puede
durar en nuestro enfermo 10, 20 ó 30 años, y extenderse á todo el
cuerpo; por esta razón se le ha llamado progresiva. La inteligencia
disminuirá á medida que los movimientos aumenten.
Paso al segundo enfermo, en el cual se nota desde el principis mayor
generalización de los movimientos y un verdadero delirio muscular:
todos los músculos toman parte en ese juego irregular y sin objeto,
excepto los del ojo que parecen gozar de relativa inmunidad (este sín-
toma ha sido señalado por Lannois).
Es un hombre de cerca de 60 años de edad, tinte terreo, cabeza
pequeña, pelo abundante y recio, delgado; el abandono de su cuerpo
es grande, tanto que presentaba en las piernas grandes placas negruz-
cas parecidas á las del ectima, y constituidas sencillamente por depó-
sitos del pulex penetraos. Habla poco y los datos que suministra los
considero tan escasos de valor, que ni me acojo á sus palabras, ni doy
crédito á la seguridad que tiene de que su padre haya padecido el
mismo mal. Parece que ha vivido siempre en el campo, dedicado á
los oficios más humildes, «á esos oficios que, según Morel, idiotizan ó
cretinizan los individuos» (1): se diría que es el último término en la
escala de la degeneración; así acaban, por ventura, en término general,
las familias de degenerados.
Por los datos expuestos comprenderéis en cuán poco he de esti-
(1) B. A. Morel, «Traite des ojaladles mentales»., París, 1860. mar los antecedentes á que me refiero: al aproximarse, da algunos
pasos rápidos, se detiene de momento é inclina el cuerpo hacia ade-
lante y á los lados; permanece así algunos segundos; parece que vá á
caer, y luego marcha, poco tiempo, normalmente; esto se repite siem-
pre que marcha, y nunca lo hace en línea recta; camina con los ojos
cerrados, y para dar la vuelta, se ve obligado á describir un círculo
completo. Los reflejos y rotulianos exagerados.
En las extremidades superiores conserva el mismo juego, sin fin,
ni sueño, ni límites; la atención no los aumenta; su fuerza es poca;
lo cual no nos admira por la demacración que presenta el individuo.
En el tronco se perciben movimientos hacia adelante, atrás y de Lite-
ralidad. La cabeza presenta movimientos en todas direcciones; la fiso-
nomía es grotesca: contráense los párpados, y la cara tan desordenada
de este enfermo revela la rara expresión de las máscaras. Los sínto-
mas motores comprenden todo el cuerpo.
La sensibilidad parece retardada, pero ya he dicho que no doy
crédito á las palabras de este enfermo por la ruina de sus facultades
intelectuales. Pronuncia las palabras en voz muy baja, á intérvalos,
separa las sílabas como por profundas inspiraciones, y las repite fre-
cuentemente; habla por brotes de tres ó cuatro palabras: y la última
del que le interpela, se le grava durante algunos segundos en la me-
moria, y la dice algunas veces (ecolália); á esto se limita en ocasiones
su expresión intelectual. No he notado la ecokinésis, ó sea la repro-
ducción de los movimientos que se ejecuten en su presencia. Su inte-
ligencia es débil, núla su memoria, y sus sentimientos morales nulos.
No sabe qué cosa os la familia, ni el agradecimiento. Sin inteligencia
y sin voluntad, este hombre es el caso más grave de trastornos men-
tales permanentes que he observado en un coréico crónico.
Todos los órganos se revelan funcionalmente en buen estado. El
tinte caquéctico y la demacración parecen indicar duración grande de
la enfermedad. Hago el mismo diagnóstico, y reduzco el tratamiento
al uso de los tónicos y antiespasmódicos.
De fijo, que si estos individuos hubieran podido exteriorizar su
pensamiento, habríamos encontrado antecedentes de esa misma en-
fermedad en la familia, aunque Charcot (1) crea que las enfermeda-
des nerviosas nunca se trasmiten bajo la misma forma; ó hubiéramos
hallado enfermedades nerviosas ó quizás el reumatismo. Es un vacío
que no nos ha sido posible llenar.
La primera descripción de esta enfermedad se debe á un médico
de Long-Island, Mr. Huntington, en 1871; sus caractéres son heredi-
tarios (el autor, su padre y el abuelo, que eran médicos, han observa-
(1) Charcot, «Lepon du mardi,» pág. 10. París, 1887,“1888. do familias enteras que la padecían); principian del modo ordinario-
aumentan de intensidad, y se acompañan de trastornos psíquicos; no
comienzan nunca en la juventud y mueren los que la padecen al ca-
bo de mucho tiempo (1).
Si bien muchos autores opinan que difieren esta enfermedad y la
de Sydenham, apoyándome yo en estos y otros hechos observados, en
la lectura atenta de las observaciones publicadas, y en la experiencia
considerable de Charcot y de Huet (2), entiendo que la enfermedad
de familia, y la que describieron Sydenham, y en 1810 Boutelle, es
la misma, y que no difiere de la de Huntington, sino por ser dardía
y tener una marcha progresiva; pero en la herencia de la corea ocurre
lo que en casi todas las enfermedades nerviosas, las cuales presentan
la herencia similar y la de transformación. Creo que la herencia si-
milar es un débil factor para establecer una variedad nosológica; mar-
ca solamente el «grado más alto de potencia que la trasmisión de los
«caracteres morbosos pueda adquirir» (Charcot).
En los viejos es ménos frecuente que en los adultos la corea cró-
nica, y en ámbos tiene tendencia á hacerse permanente.
Las familias do coréicos, publicadas hasta hoy, alcanzan el número
de once, en las que se notan 85 enfermos, pero el cuadro publicado
por Huet de las coreas sin herencia, es casi igual al de las coreas he-
reditarias. En ámbos casos, la corea se presenta en la edad adulta,
rara vez en los niños; en casi todos, la enfermedad ha comenzado á
los 40 años y durado hasta la vejéz.
No estableceré diagnóstico diferencial entre la corea de Hunting-
ton; es decir, la corea con tendencia similar y la que describo, porque
en ámbas, los caractéres sintomáticos apreciables son los mismos, y
núlo el carácter anatómico, pues aún no se ha podido fijar con preci-
sión la anatomía patológica, á pesar de la respetable suma de investi-
gaciones hechas en todos los países. Quienes han creído en la teoría
embólica, que refiere la corea á embolias capilares de los centros ner-
viosos, especialmente en la cápsula interna, y en los núcleos cerebrales
capilares. Otros piensan en la alteración discrásica de la sangre, y los
más, y yo comparto esta opinión, la consideran como una perturba-
ción funcional difusa, que se extiende por todo el sistema nervioso.
Su naturaleza no ha podido todavía definirse exactamente.
Con respecto al diagnóstico diferencial, diré que no pienso, como
Clarence King, que sea fácil de confundir con la atáxia locomotriz,
por los síntomas característicos de esta última; pero sí pudiera tomar-
se por la enfermedad de Friederich, ó atáxia hereditaria, que es tras-
(1) Lannois, «Revue de Médecine.» París, 1888,
(2) «De la Chorée chroniqne,» París, 1889. misible en alto grado en la familia, pero que se presenta solamente
en la juventud. Para no cansaros más, diré que el signo de Romberg
existe en esta última, y que es además una enfermedad con substra-
tum anatómico, que parece constituido por la esclerosis de las colum-
nas lateral, anterior y posterior.
El temblor y la rigidez de la parálisis agitante la distinguen per-
fectamente de aquella enfermedad.
Doy por terminado este ligero ensayo de diagnóstico, y consigno,
al terminar, que la corea de Huntington difiere poco de la corea vul-
gar, teniendo en cuenta la manera de producirse los síntomas en
ámbas. La corea es una, ha dicho Charcot, no confundiendo en ella
las afecciones corniformes, y más categórico Ollivier, (1) afirma que
la corea de que hablamos es la de Sydenham y de todo el mundo.
Como tratamiento, emplead los tónicos, antiespasmódicos, los se-
dantes y los hipnóticos.
Conclusiones.—I*l Esta corea crónica progresiva es la misma de
Huntington.
29 Atendiendo á los síntomas es igual ála de Sydenham
3? El carácter hereditario no basta por sí sólo para distinguir esta
especie: la herencia es un hecho en todas las enfermedades nerviosas.
49 Se observa perfectamente en los individuos degenerados, y
59" Suele durar 10, 15, 20 ó3O años.
Estas son las consideraciones que me sugiere el exámen detenido
de los dos enfermos de que os he hablado. A falta de un trabajo so-
bre la Patología Tropical, que ha hallado en este Congreso gran reso-
nancia y observadores autorizados que la expusieran, he creído nece-
sario contribuir con este pequeño contingente, no tánto para llenar
una necesidad científica, cuánto por satisfacer un deber de confrater-
nidad.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Bellver.
Dr. Bellver: Felicita al Dr. Aróstegui por el trabajo que acababa
de leer, apoyando su criterio.
Dr. Aróstegui: Dá las gracias al Dr. Bellver.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Malverti para leer su
trabajo:
(1) Olliviér, «Matadles des enfants,» París, 1889. El hipnotismo y sus aplicaciones en la terapéutica de las afecciones
mentales.
el Dr. J. A. Malverti.
Sres.: Justamente escitado por la invitación dirigida al cuerpo
médico de esta región con el propósito de llevar a cabo un Congreso,
que entrañase el sello de la originalidad, entiendo que era para nos-
otros todos un deber ineludible el contribuir cada uno con sus fuerzas
á que la feliz idea enunciada por un digno compañero, el Dr. López,
encontrara eco repercutido, tantas veces como compañeros existen en
toda la Isla. La importancia de estos Congresos, creo pueril decir que la
entiendo como vosotros; este es un Congreso al cual no debemos venir
á demostrar nuestro mayor ó menor grado de ilustración, erudición y
talento. Aquí todos y cada uno saben, porque deben saberlo, el estado
actual progresivo de nuestra profesión; diariamente se enuncian nue-
vos descubrimientos, diariamente se explica la patogenia de enferme-
dades cuyo origen era para nosotros dudoso ó mal interpretado, que-
dando el médico una vez alejado de las aulas en la aptitud de profesar
las ideas del autor que mejor le satisfacía en la esplicación de la géne-
sis de las afecciones. Hoy, grácias á los médios de investigación que
poseemos y con la constitución de los gabinetes histo-bacteriológicos,
muchos problemas están resueltos; ejemplo de ello tenemos en la teo-
ría infecciosa que se impone de día en día con mayor fuerza é irresis-
tible competencia, descubriendo el velo tupido é hipotético que se
cernía sobre el origen real do enfermedades diversas.
Estimo pues, que para que el Congreso reúna las dos condiciones
estipuladas, de originalidad y regionalidad, que para que de una ma-
nera lógica se obtengan de él resultados positivos y de verdadera im-
portancia práctica, debemos todos venir á este recinto desprovistos de
pompa, de ese afán delirante de exhibición, para demostrar siempre, ó
casi siempre, que interpretamos y, aún más, que asimilamos, casi apro-
piándonos, las producciones cerebrales de nuestros maestros; circuns-
tancias que, como todos conocéis, dio lugar á que se dijera, con
buena ó mala intención, que el cuerpo médico de la Isla de Cuba
consume pero no produce.
Sres.; La celebración de este Congreso destruye elocuentemente
esta apreciación, puesto que aquí venimos á aportar hechos clínicos
recogidos en nuestra práctica y además, en cuanto cabe, una esplica-
ción propia del resultado de esas observaciones, y los trabajos lleva-
dos á término en el laboratorio histo-bacteriológico del Dr. Santos Fernández, demuestran, igualmente que aquí se comprueba y se inves-
tiga, contribuyendo al esclarecimiento de lo desconocido con la tena-
cidad y constancia de un obrero fiel al cumplimiento de su deber.
Conforme, pues, con el criterio expuesto, voy á ocuparme del objeto
de mi trabajo, corto por estar sujeto al articulado de nuestro Regla-
mento. Yo os suplico que no veáis en él sino la buena fé propia en la
relación exacta de los hechos y mis consideraciones las miréis con
benevolencia.
El hipnotismo y sus aplicaciones en la terapéutica de las afeccio-
nes mentales.
Convencido estoy de que no vengo á conquistar adeptos sin restri-
ción para la práctica hoy en voga del hipnotismo; esa pretensión la
conceptuaría ridicula, entre otras causas por mi falta de autoridad ja-
porque mis estúdios aún incipientes no pueden traer consecuencias
científicas de valor irrefutable.
En Francia, España, Inglaterra, Alemania y América son frecuen-
tes é interesantes hoy las discusiones que solicitan una interpretación
racional de la acción de este agente precioso, y así también se ventila
con viveza y señalada elocuencia lo que se contrae á la determinación
precisa de sus indicaciones terapéuticas y de las resultas consiguientes
de estas aplicaciones.
Desde la escuela de Nancy, que juzga con sus adeptos al fenómeno
hipnótico como un hecho natural é inofensivo, semejante en un todo
al sueño fisiológico, hasta la exagerada apreciación de estimarlo como
perjudicial y reprensible, originario, por ende, de trastornos del orden
neuropático, son innumerables las presunciones de la hipnosis; unas
perfectamente razonables, otras que si halagan, porque representan la
cosecha de imaginaciones poderosas, no es rnénos cierto que todavía
envuelven apreciables confuciones en cuyo fondo se agita latente
la duda.
El caudal de hechos aportados por los experimentadores Bern-
heim, Cullere, Bouricy, Burot, Luys, Charcot, Richet, Liebeanlt etc.
etc., como asimismo los ofrecidos en nuestros periódicos profesionales
por estudiosos compañeros, que no por lo modestos son ménos valio-
sos, representan un número valiosísimo es verdad; pero las aprecia-
ciones diversas que han nacido al calor de estas experiencias entrañan
tan variados juicios, que el espíritu, ansioso siempre de escalar la cima
de la verdad, ha sido el móvil para determinaros en el sentido de las
experiéncias personales en la esperanza de obtener un agente curativo
que nos consintiera la satisfacción de devolver la razón á esos séres,
doblemente enfermos y desdichados por carecer de ese don precioso
que enaltece al hombre y le coloca preferentemente á la cabeza en la
escala de los séres organizados. Despojado completamente de toda idea preconcebida relativa al
modo íntimo de acción de ese agente, usando sólo de esos procederes
clásicos de hipnotización, emprendí el ensayo en una série de casos,
alguno de los cuales paso á exponeros.
La parda X. X., joven de veinte y un años de edad, que había pa-
decido dos accesos de delirio maniaco, inconherente, se encontraba ya
en Anas do curación, tranquila, razonable un tanto y sobre todo había
recobrado ya la atención, antes móvil, suficientemente para poner en
ella el sueño hipnótico, colocada ante nosotros, bien pronto vimos
que sus párpados se cerraban, los miembros todos entraron en una
completa resolución y adquirió el grado de catalépsia sugestiva, sufi-
ciente para que nosotros aprovechéramos ese estado para recomendar-
le la calma y le inculcáramos todas aquellas ideas encaminadas á un
recto juicio y perfecta deliberación.
Así continuamos diariamente, notando que nuestra enferma fué
ganando de una manera rápida la curación, rapidez que, comparada
con la lenta marcha de todos los procesos frenopáticos, nos autorizaba
á atribuirlo al sistema de que me Arengo ocupando.
Al siguiente día, nueva sesión con éxito rápido.
Esta enferma salió radicalmente curada del Asilo, debiendo hacer
constar, que poco tiempo antes de su salida, y cuando ya la teníamos
sometida á las sugestiones hipnóticas, tuvo lugar el ingreso de su ma-
dre, mortalmente herida de demencia paralítica. Esta joven asistía á
su madre con solícito cuidado, y cuando salió de alta nos manifestó
sus deseos de obtener su extracción, á lo cuál le indicamos nuestra
falta de conformidad porque juzgábamos imprudente, el que en las
condiciones sociales de nuestra enferma, sin recursos, fuese á adquirir
una obligación que es bien lógica, bajo el punto de vista moral y sin
embargo peligrosa para aquél cerebro tan recientemente íntegro en sus
funciones.
29 caso.—D 9 X. de Pinar del Rio, manía general, incoherente du-
rante los cuatro meses primeros. En la época en que empezamos á ha-
cer nuestras experiéncias, período de calma, de aparente integridad y
susceptible de prestar atención.
Váidas sesiones sucesivas, con éxito, sueño profundo sin catalépsia,
modificación del carácter, mejoría notable y rápida hasta la curación
completa.
39 caso.—La morena X. X. lipemaniaca, con alucinaciones senso-
riales, atención móvil, sostenida únicamente cuando fuertemente exi-
tamos su sensación. Préstase á nuestra experiéncia y durante el sueño,
en primer grado, le sugerimos, entre otras cosas, que le era preciso que
ejercitara su actividad física, que no se preocupase, que esté tranquila
y convencida de que todos los que le rodean están dispuestos á con- tribuir para el restablecimiento de su salud. Después de tres sesiones
sucesivas, la veíamos, por iniciativa propia, asear las habitaciones,
coser y ser apta para el desempeño de las funciones ó ejercicios pro-
pios de su sexo, para los que la empleaban las Hermanas de la Cari-
dad. Curación rápida comparada con la marcha lenta que de ordina-
rio lleva esta forma mentopática.
49 caso.—La parda N. N. de alguna edad, con delirio de naturaleza
hipocondriaca y alucinaciones persistentes é intensísimas del oido;
préstase á la sugestión, pero núnca pudimos obtener sino una ligera
soñolencia. Levantábase de repente, después de una ó más tentativas,
y se negaba rotundamente á prestarse para más experiéncias. Todos
los días que intentamos sugestionar á esta enferma, nos pasaba lo
mismo que dejo relatado. De manera, que en este caso nada hemos
conseguido.
69 caso.— morena N. N. de San Antonio de los Baños, melancó-
lica, con delirio alucinatorio acentuado, que alimenta y sostiene su
dolor moral, recelosa de cuanto le rodea, ofrece una resistencia activa
á la hipnosis. Vanamente intentamos en diversas ocasiones, conven-
cerla de la utilidad que le reportaría su prestación voluntaria á nues-
tra experiencia. Tan pronto como tratábamos de ejercer en ella una
influencia que creíamos beneficiosa, con la presencia de los enfermos,
esa enagenada, de triste, callada, retraída, se convertía en locuáz, ma-
nifestando un temor grande, sostenido por las alucinaciones terrorífi-
cas que obraban sobre su cerebro exitable, y haciéndose agresiva, nos
obligaba á renunciar á nuestros ensayos, por considerarlo altamente
perjudicial y contraproducente.
Teniendo en cuenta que este fracaso, y muchos más que considero
inútil relatar, eran debidos á que la mayor parte de nuestros enfermos,
por ser este Asilo un establecimiento general para la reclusión defini-
tiva, revestían como formas más comunes las demencias y los delirios
crónicos, cuyos estados denotan evidentemente alteración nutritiva de
la sustancia cerebral.
Considerando que en estos casos no so trata de una alteración fun-
cional simplemente, por exceso ó defecto de irrigación sanguínea, sino
que hay ya un proceso microbiótico de los elementos cerebro-espina-
les, y que, por consiguiente, en ningún estado puede hacerse funcionar
un órgano que ya no tiene condiciones de vitalidad.
Renunciamos á continuar las experiéncias de una manera general,
limitándonos únicamente á provocar la hipnosis en los enagenados,
en los cuales, ó bien se ha despertado la atención, ó que esta facultad
no ha sido muy preferentemente alterada y que, por consiguiente, están
en condiciones propias para ser sugestionados. En estos hemos encon-
trado siempre, y no creemos engañarnos, una precipitación en la m ar- cha propia de las afecciones mentales, obteniéndose así una curación
más rápida.
En nuestra clínica particular liemos tenido lugar de sugestionar,
entre otros, á un joven á el cual teníamos siempre que anunciarle án-
tes de despertarle, que no sentiría la menor molestia; una vez que
omitimos esta observación, nuestro sugeto se despertó aquejando vio-
lentísima cefalálgia, los ojos inyectados y la cara roja, con un aumento
de temperatura cutánea notable, sobre todo en la región frontal; con-
vencírnosle con alguna dificultad, á que se sometiera á nueva expe-
riencia, y, una vez obtenido el sueño hipnótico en 29 grado, le manda-
mos despertar, previniéndole que no sentiría la menor molestia. Hemos
de ser francos, el resultado nos sorprendió, puesto que nunca habíamos
omitido la precaución de prevenir á nuestros experimentados, el des-
pertar con la ausencia completa de toda molestia.
Otro.—Una morena que por cáries se vió atacada de una neurálgia
intensísima y renuente á la extracción de la pieza, le propusimos el
sueño hipnótico, que aceptó con alguna reserva.
Catalépsia sugestiva; al despertarse nos manifestó desaparición
completa del dolor.
Al siguiente dia nueva exacerbación dolorosa, ménos intensa; nue-
va sugestión con éxito completo.
Para no cansáros, señores, voy á relataros el caso que yo conceptúo
más curioso por el resultado obtenido de la aplicación de la sugestión
hipnótica.
Solicitan mis cuidados para una enferma del término; monté á ca-
ballo y salí con el sobrestante bácia su vivienda. Durante el camino
nada me dijo, y cuando ya hubimos llegado á la casa, con mucha re-
serva me manifiesta, que su mujer estaba trastornada hacía algunos
días, que se negaba á tomar alimento y medicación alguna y que la
sola enunciación de que algún médico pudiera asistirla, provocaba en
ella un delirio tan intenso y agresivo, que eran insuficientes los es-
fuerzos de cuatro ó cinco hombres. Manifestóme el marido que iba á
presentarme como un mercader de tabaco, y que en ese concepto yo
la podría observar y manifestarles mi opinión sobre la enferma. N o
dudo en decir, señores, que me imponía el encontrarme frente á frente
de una manía agresiva é intensa, sin condiciones apropiadas para la
defensa y sin influencia moral sobre la enferma.
Penetré bruscamente en la habitación; la enferma estaba vestida y
acostada en un catre, con aspecto exterior de salud; levantóse de re-
pente, como movida por un resorte, los ojos grandes, parecían despren-
derse de sus órbitas, el disgusto se retrató en el semblante; yó, en vista
de un cuadro prodrómico tan marcado de un acceso, me acerqué á
ella y le hablé con entonación algo fuerte, la indiqué que era médico, que venía á curarla y que de no prestarse al examen y atención, ten-
dría irresistiblemente que ser trasladada de su casa al Asilo.
Para no cansaros os diré, que tras una lucha de resistencia por
parte de ella, pero sin violencia, y de persuación por la mia, consigo
en un momento de calma, que la enferma se sentase en una silla, ha-
ciendo yo lo propio delante de ella.
Ocurrióseme entonces provocar el sueño hipnótico, el cual conseguí
tras unas tentativas sin resultados. La familia y demás personas pre-
sentes creyeron que yo le había propinado algún calmante. Peñéren-
me entonces que hacía tres días que la enferma tenía una moneda de
oro en la boca, yo lo dudaba porque no había notado ningún impedi-
mento en la palabra; pero para convencerme le abro la, boca, y al ir á
extraerle la moneda, que tenía debajo de la lengua, despiértase y nié-
gase á continuar más tiempo sentada; comprendiendo que la influén-
cia sugestiva persistía, á pesar de haberse despertado, provócele con
gran facilidad nuevo sueño, y hago que me entregue la moneda, suge-
riéndole la idea de que debía alimentarse y tomar la medicación que
le indicaría. Al siguiente dia supe que la enferma había dormido bien
y que ofrecía una calma, que hacía esperanzar á su familia una pronta
curación. No he vuelto á saber de esta enferma.
Nada nuevo he de deciros, señores, al asegurar que el hipnotismo
es un hecho probado y aceptado por la ciencia y tanto en la explica-
ción del fenómeno como en el resultado terapéutico que de él puede
esperarse, se provocan hoy constantes controvérsias.
Considero y comprendo las exageraciones á que, como todos los sis-
temas, ha estado expuesto el estúdio del hipnotismo, exageraciones
que han traido consecuentemente el excepticismo por una parte, y
por otra las apreciaciones de charlatanes para unos, de cándidos para
otros y de prácticas perjudiciales para los más.
Y llamo exageradas apreciaciones, tanto las que se derivan de los
que, juzgando el sueño hipnótico, como semejante en un todo al sueño
natural, lo consideran de fácil obtención y sin perjuicio alguno en su
práctica; como también las que nacen de los que opinan, que tiene
una importancia terapéutica tan extraordinaria, que, á juzgar por sus
asertos, llega á ser el desiderátum de la medicina, por la curación casi
milagrosa, fácil y pronta, de afecciones diversas y rebeldes algunas á
los tratamientos actuales.
Que el hipnotismo no es idéntico, ni aún semejante, al sueño natu-
ral, me lo prueban los hechos siguientes, observados en mis cortas ex-
periéncias:
En todos los casos, tanto en enagenados hipnotizables, como en per-
sonas cuerdas, mujeres jóvenes y niños, he observado rubicundéz pri-
mero ligera, más tarde acentuada, de la cara, con aumento notable de la temperatura y muy particularmente de la frente, inyección de las
conjuntivas y lagrimeo, frialdad de las extremidades, pulso frecuente,
débil y contraido, movimiento vibratorio de los párpados, y los ojos
fuertemente convulsionados hacia arriba; respiración anhelosa al ini-
ciarse el sueño, aunque algunas veces recupera la calma y norma-
lidad.
Estos fenómenos objetivos, unidos á los subjetivos de que los en-
fermos, á no ser que les prevenga lo contrario, despiertan con pesadez
de los ojos, cefalalgia gravativa y un estado emocional más ó menos
pronunciado, indican claramente que el cerebro está pronunciado en
un sentido tal, inesplicable tal vez, pero que al fin funciona, determi-
nando una sobreexitación extraordinaria en una de sus facultades, la
atención; sobreexitación que trae por consecuencia la abstracción com-
pleta del sugeto hipnotizado, de todo aquello que no sea referido de
una manera ó de otra por el operador; sobreexitación y abstracción
que le obligan á perder la reacción necesaria para ejercitar libremente
su voluntad. La abstracción llega á grado tal, que el individuo, no so-
lo pierde la aptitud para ponerse en relación y sentir otras sensaciones
que las sugeridas por el operador, sino que se abstrae por completo
de sí mismo; esto es, pierde la conciencia, el conocimiento de su pro-
pio poderío.
Ahora bien, concíbese fácilmente que algún efecto orgánico y
funcional han de producir en un órgano la constancia y frecuencia
de prácticas, cuyo fin principal es colocar á un ser en una condición
psíquica especial, impotente á ofrecer la menor resistencia para deter-
minaciones, tanto del orden moral, como físico, sujeridas por otro.
Es probable que el individuo que se habitúa á ser dócil lo sea
siempre; por consiguiente, la continuación mal dirigida y peor inter-
pretada de la hipnosis, ha de ocasionar, á mi manera de ver, la debili-
tación notable de la voluntad del sujeto que se somete á las experien-
cias. Por consiguiente, el beneficio que de la aplicación terapéutica del
hipnotismo pueda obtenerse, depende, á mi manera de ver, de su apli-
cación racional y prudente y de ninguna manera del abuso que de él
se hace para exitar el interés de un público, que satisface su cu-
riosidad.
El hipnotismo, como todo agente medicamentoso, tiene señalada
su acción fisiológica, que resulta de una aplicación convenientemente
indicada, y su acción tóxica, reprensible y que debe ser castigada por
las leyes, cuando es aplicada por personas á quiénes no les guía más
interés que provocar ante el público, más ó ménos numeroso que le
contempla, la admiración y estupor, quiénes, por lo regular, no se con-
forman conque sus pacientes operados obtengan una ligera soñolen-
cia ó cuando más lleguen á la catalépsia sugestiva, sino que habituán- dolos con la pertinación y frecuencia do las experiencias, consignen
obtener de ellos los estados máximos de sonambulismo, en cuyo esta-
do pueden sugerir á sus hipnotizados las acciones más perversas y cri-
minales.
Conforme con esta apreciación, yo creo que en la terapéutica de
la patología mental, la hipnosis tiene un ancho campo dónde ensayar
sus frutos. El momento oportuno para emplear este agente, será aquél
en que el enagenado ofrezca menor alteración en su facultad atentiva,
sin la cuál es imposible llevar á cabo la hipnosis.
Es indudable que en las demencias, delirios crónicos y todos aque-
llos casos en que la alteración funcional obedece á una perturbación
nutritiva de la sustancia nerviosa, ó á su incompleto desarrollo, la hip-
nosis no estará indicada; pero, en cámbio, en aquellos en que la locura
está sostenida por una idea delirante que predominando hace impor-
tante la reacción de la voluntad y del raciocinio en el sentido de la
razón, entonces un agente como es el que nos ocupa, que pone la vo-
luntad y sensación del operado á merced completa del operador, es el
que reúne las condiciones propias por su aplicación para que, una vez
conseguido el sueño hipnótico, combatamos el delirio, y sugeriendo
la idea de la reacción post hipnótica, al cabo de algunas sesiones, el
delirio desaparezca y la integridad funcional del cerebro venga á coro-
nar nuestros esfuerzos.
El Dr. Bellver: Crée que puede llegarse hasta el sonambulismo
provocado, con un fin terapéutico en los locos; debiendo recurrirse, en
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Bellver.
caso de resistencia, al cloroformo ó doral, para facilitar la inter-
vención.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Dr. Bayneri.
El Dr. Bayneri: Crée que el hipnotismo llegará á utilizarse como
médio diagnóstico en las locuras, y que su empleo es beneficioso en
algunas formas de enagenación.
El Dr. Malverti: Dijo que su trabajo tenía que ser incompleto, por
no prestarse mucho para las observaciones, el campo de que dispone
en Mazorra; sin embargo, tratará de vencer los obstáculos que existen
para lo futuro.
El Sr. Presidente; Tiene la palabra el Dr. Malvertipara replicar.
El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Sr. Rodríguez para leer su
trabajo. 553
La gingivitis expulsiva en la Isla de Cuba.
el Sr. D. Francisco Rodríguez.
Cirujano-Dentista.
No hace aún muchos años, cuando un grupo de entusiástas y
decididos compañeros, fundaba la primera sociedad dental que ha
existido en los dominios españoles, tuve la honra de proponer y que
fuera aceptado por esa naciente Asociación, un premio particular al
autor de la mejor Memoria sobre el tema de que es objeto el presente
trabajo. Dos fines me proponía: el estímulo de mis compañeros, jó-
venes y deseosos de aprender, y el beneficio de la humanidad con la
comprobación y estudio de las múltiples observaciones que había
recogido en mi práctica privada.
Pasaron los tiempos y, triste es decirlo, ninguno de mis compañe-
ros correspondió á mis esfuerzos, y la sociedad, cuando por tristísimas
causas tuvimos que abandonarla, vio, impávida y sin una protesta
siquiera, el momento de desligarse de su compromiso para con su pa-
tria, con la ciencia y con la humanidad.
Hoy, en más felices días, al inaugurarse el primer Congreso Mé-
dico de Cuba, os presento á vosotros algunos de esos datos recogidos,
y os mego que les prestéis más apoyo, que los acojáis con más bene-
volencia; pues lo que en bien de la ciencia bagáis, redundará en bene-
ficio de vuestra profesión y de vuestra pátria.
Descripción.—La gingivitis expulsiva, llamada también osteo-
periostítis alveolo-dentaria, es una enfermedad larga y circunscrita,
lo que permite seguir paso á paso su marcha. En el primer período,
se revela su presencia por un sarro especial, sebáseo, que nunca se
endurece, de olor especial, pero nunca fétido, que cubre los dientes y
muelas. Las encías se presentan ligeramente inflamadas. El paciente
se queja además de pesadéz en el estómago, las digestiones se hacen
laboriosas; más tarde la lengua se siente áspera y seca, haciéndose casi
de necesidad el uso de bebidas azucaradas y frutas jugosas. La cons-
tipación intestinal se presenta en unos, en otros el estreñimiento, se-
guido de desahogo repentinos, cual si estuviesen bajo la acción de
purgantes. Este período de invasión, más ó ménos largo, casi pasa
desapercibido para muchos; cuando lo notan es al entrar en el segun-
do, al que caracteriza un aumento de inflamación en las encías,
inflamación que va á más cada día, molestando incesantemente al
paciente. A la declinación de este segundo período, que dura por lo regular
algunos meses, se presenta el tercero, que es el más característico de
ésta, entre nosotros, muy común enfermedad. La supuración empieza
á brotar entre el borde alveolar y el tejido gingival: desde este mo-
mento la encía empieza su marcha de contracción gradual, los alvéo-
los se pierden y, por consecuencia, el diente ó muela sigue alargándose,
al parecer, desorganizándose estos últimos; de tal manera, que al irse
separando unos do otros dejan espacios vacíos tan grandes, que casi
parecen acusar la existencia de antiguos dientes. El dolor, que hasta
ahora no ha existido, se presenta bajo una forma lenta y constante
más arriba del cuello del diente, dolor que es más agudo en el invier-
no y al contacto de las impresiones frías, y más pertináz así que ván
los dientes acabando do perder su apoyo y organización. Por último,
faltos de sujeción, impulsados por la lengua incesantemente á todos
lados, casi como cuerpos extraños, terminan por caerse ó por extraér-
selos el mismo paciente, pues sólo los sostiene el periostio en un pe-
queñísimo punto en el ápice de la raíz.
Si el paciente es sifilítico, el desenvolvimiento supuratorio se hace
más rápido, complicándose más la enfermedad y perdiendo sobrevenir,
como lo he visto más do una voz, la necrosis del maxilar.
Consideraciones etnológicas.—Creo de este lugar hacer presente
algunos datos sobre este asunto, recojidos, durante más de cuarenta
años, entre las diversas razas existentes en esta Isla. Si son esencial-
mente característicos de la afección que se trata ó como otras muchas
enfermedades originadas por circunstancias especiales del médio en
que se mueven, es lo que aún no he podido comprobar.
La raza caucásica es la más expuesta entre nosotros, á este mal;
mientras más sedentaria es la vida del individuo, mientras más en-
tregado está á los trabajos intelectuales, más fácil le es caer presa de
la gingivitis expulsiva. Entre los europeos, sobre todo los españoles
peninsulares, es más común después que han pasado la fiebre amari-
lla y se han aclimatado en el país. Sus hijos, los cubanos, son mucho
más atacados que los padres.
En la raza etiópica hay hechos dignos de notarse. No he visto un
sólo negro africano que sufra de gingivitis expulsiva. ¿Será por su
vida material y sus trabajos puramente mecánicos? ¿Será por su
constitución más fuerte y su vida, pasada casi siempre en los cam-
pos? ¿Será porque su organización sea refractaria á la aclimatación
completa en nuestro suelo? Su prole, los negros criollos, al contrario
de sus padres, sufren la enfermedad, pero siempre los de las ciu-
dades más que los de los campos; los más inteligentes, más que los
más ignorantes; los más débiles, más que los más robustos.
Entre la raza mongólica, también habitante de esta hospitalaria tierra, es casi desconocida la gingivitis. Su mala alimentación, poca
higiene y excesivo uso del opio, les trae la estomatitis, la periostitis,
pero nunca la gingivitis.
Las mezclas de todas estas razas unas con otras, quizás por nacer
en este suelo nuestro, todas sufren más ó menos, sin estadística fija,
del mal de que se trata.
Con respecto á los sexos, no regla segura; tanto ataca al hom-
bre como ála mujer. En cuanto á la edad, salvo excepciones, nunca
se presenta ántes de los diez y ocho ó veinte años.
Causas.—Dice Follín, que: «la gingivitis expulsiva es una enfer-
«medad idiopática, consistente en una flegmasía especial, que produ-
«ce el desprendimiento, la supuración del periostio, y termina por la
«caída de los dientes sanos; la enfermedad se presenta fuera de toda
«irritación local en individuos de dientes sanos y cuyo líquido bucal
«puede presentar la reacción alcalina normal, lo que nos conduce á
«suponer que se desarrolla, bajo la acción de causas generales, cuya natu-
«raleza es, por otra parte, muy mal conocida».
Ed. Garriere también ha creído observar que «la gingivitis expul-
«siva era más frecuente en los países, cuánto mayor era el número de
«afecciones escrofulosas ó verminosas».
Graves ha añadido, como causas de esta afección, la gota y el reu-
matismo.
Otros acusan al mal de Bright y sobre todo la glicosuria. En esta
última es tan constante, que constituye, según Magitot, un síntoma
primordial.
Dice además Fort que «la gingivitis ha preocupado mucho á los
«médicos, porque reúne á todos los caractéres ya descritos, el ser su-
rtidamente rebelde á los médios terapéuticos;» así lo confirman tam-
bién Vidal, Marchal (de Calví) y Toirat.
Ahora bien, hasta aquí quedan enumeradas las enfermedades de
las que, según los diversos autores, puede sor síntoma la gingivitis
expulsiva; pero hay en Cuba otro azote, del que lie observado tantos
casos que, sin temor alguno, pudiera afirmaros que debe también aña-
dirse á las anteriores. Esta es la tuberculosis pulmonar. En la gran ma-
yoría de los casos en nuestro país, la gingivitis acusa una diátesis
tuberculosa. Casos he seguido, en que los individuos sanos y robus-
tos al parecer, y en los cuáles no se hubieran encontrado síntomas
ningunos de afecciones pulmonares, no ha tardado mucho tiempo en
presentarse la tuberculización después de desarrollada la gingivitis.
¿No guardan además, entre nosotros, una completa relación mu-
chos de los atacados de tisis y de gingivitis? Las naturalezas delica-
das y nerviosas, de gran trabajo intelectual y poco mecánico, son las
más expuestas en una y otro caso. Llamo, pues, la atención sobre este particular y os ruego os fijéis
en él, por el bien que pudiera resultar.
Diagnóstico.—No es difícil las más de las veces. Sarro especial,
inflamación de las encías, seguida de supuración en el borde alveolar,
contracción gradual del mismo borde, vacilación del diente, desorga-
nización y caída. Hé aquí los signos característicos y que nos la ha-
rían diagnosticar en seguida, por más que todos los síntomas no se
presenten de momento, sino tarden á veces en aparecer mucho tiempo.
Pronóstico.—Considerada como enfermedad local, su pronóstico
no es dudoso; termina con la calda de los dientes. Los medicamentos
no obran, en la mayoría de los casos, más que deteniendo el curso
del mal; pero, á la larga, casi siempre se pierde el diente atacado.
Como síntoma de afecciones generales, seguirá la marcha, más ó
ménos lenta de aquellos males de los que ella no es más que el signo
exterior.
Tratamiento.—Este tiene que ser, en primer lugar, el de una
completa higiene en todo lo que se relacione con la boca.
El siguiente colutorio, usado con frecuencia al principio, me ha
dado siempre buenos resultados.
Tintura de quina 2 gramos.
Clorato de potasa 1 ~
Agua destilada 300 „
Más adelantado el padecimiento puede usarse, una vez al día, la
siguiente preparación; pero usando, en vez de escobilla, una esponja
pequefiita sujeta á un cabo de madera ó mejor de ballena;
Clorato de potasa 8 gramos.
Carbón de Belloc 15 ~
Agua rosada C. S.
Hágase como una pasta muy blanda.
Algunos autores prescriben las cauterizaciones con yodo, ácido fé-
nico ó crómico; pero, á pesar de haberlas ensayado muchas veces, ja-
más me han dado buen resultado.
Como tratamiento general deben prescribirse, en cuanto lo permi-
tan las circunstancias, los baños de esponja, ejercicios gimnásticos,
equitación, disminución del trabajo cerebral excesivo, el uso de ali-
mentos sanos, huyendo de todos aquellos estimulantes que no sirven
sino para engañar el apetito á costa del estómago, tener las horas su-
ficientes de sueño y no repetir mucho las veladas, cuyo resultado es
tan perjudicial en estos climas, y, por fin, el uso de todos los recons-
tituyentes.
Las madres de familia deben, por tanto, acostumbrar á sus niños,
desde la infancia, al mejor régimen higiénico que, al mismo tiempo que les desarrolle la economía, les evite mañana, entre otros muchos
males, el tan frecuente de que se trata.
El Dr. Co roñado: señala el paludismo como un factor importante
en la génesis de la gingivitis expulsiva: ha tenido ocasión de compro-
barlo muchas veces en la localidad en que ejerce su profesión.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Coronado.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Vila.
El Dr. Vila: ha observado la gingivitis en los individuos afectados
de la diarrea crónica que se padece en Cabañas.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Rayneri.
El Dr. Rayneri: cree que esta afección puede ser de origen infec-
cioso.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. San Martín.
El Dr. San Martín: Apoya la idea de una infección general del
organismo, originada en el proceso local de la gingivitis. Ruega al
Sr. Rodríguez, que continúe las investigaciones que ha practicado en
dicha enfermedad.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Wilson.
El Dr. Wilson: cree que la gingivitis puede obedecer, en algunos
casos, á irritaciones locales, y propone las cauterizaciones con el ácido
sulfúrico.
El Dr. Dueñas felicitó al Dr. Rodríguez por la escrupulosidad con
que ha llevado á cabo sus observaciones.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Dr. Rodríguez.
El Dr. Rodríguez; agradece las indicaciones de todos los que han
hecho uso de la palabra sobre su trabajo.
El Sr. Presidente: Cumplida la orden del día se da por terminada
esta sesión y se cita para la próxima á la hora acostumbrada. UNDECIMA SESION.
(22 de Enero.—rj\ noche.)
Presidencia: Dr. Francisco Zayas Jiménez.
Secretario: Dr. López.
El Sr. Presidente declara abierta la sesión y autoriza al Sr. Secreta-
rio para que dé lectura al acta de la anterior.
Sometida á discusión y no habiendo más que algunas modificacio-
nes pedidas por el Dr. Bell ver sobre su disertación, que fueron atendi-
das, quedó aprobada por unanimidad.
El Sr. Presidente: Después de leída (da orden del día» concede la
palabra al Dr. Portuondo para que leyera su trabajo:
Análisis bacteriológico de las aguas del “Canal de Albear.”
Por los Doctores Juan N. Dávalos y Enrique Portuondo y Portuondo.
Señor Presidente: Sres.—El agua de los manantiales proviene,
como sabéis, de las aguas raeteóricas, que, una vez en la superficie
terrestre, podémos dividir en dos partes: una que corre por la superfi-
cie ó penetra muy poco, apénas llega á las primeras capas de la tie-
rra, y otra que llega á una gran profundidad de la misma; esta última,
después de permanecer más ó ménos tiempo en el lugar indicado,
sale de nuevo, constituyendo así los manantiales.
Al caer, las aguas pluviales arrastran consigo los elementos figu- ráelos, que flotan en las capas inferiores de la atmósfera, entre los
cuales figuran los micro-organismos, que el aire mantiene en suspen-
sión; pero estas aguas se cargan aún de muchos más gérmenes al
ponerse en contacto con el suelo, donde pueden existir y generalmen-
te existen, en condiciones dadas, los gérmenes de las enfermedades
infecciosas.
Estas serán las aguas destinadas después á nuestro consumo; pero
tal como la acabamos de ver, cargada de los elementos que recogió al
atravesar la atmósfera y de las existentes en el suelo, no es posible
hacer uso de ella; debemos, ántes de ingerirla en nuestro organismo,
despojarla de cuántos gérmenes patógenos pudiera llevar consigo. La
naturaleza se ha encargado de esta operación, y nos la presenta, al
cabo do cierto tiempo, limpia, transparente y desprovista de todo
aquello que sea peligroso á nuestra economía.
El agua atraviesa las diversas capas del suelo por filtración capi-
lar; quedando, por tanto, aprisionados los micro-organismos que lleva
en suspensión: mediante esta operación llega el líquido perfectamen-
te estéril á los depósitos subterráneos, de donde parten los manantia-
les. Tenemos, pues, en el subsuelo, un inmejorable filtro, en donde
la naturaleza esteriliza el agua que nos proporciona para nuestro uso;
pero no siempre se halla en ese estado de integridad este filtro; pues
á veces presenta endijas ó grietas, que ponen en comunicación los
depósitos subterráneos con el exterior, y entonces las aguas no sufren
esa filtración esterilizadora, sucediendo ésto, sobre todo, en los terre-
nos de naturaleza caliza.
Por otra parte, el agua al brotar del suelo y llegar á nuestras ma-
nos, ha recogido de nuevo los gérmenes aéreos y los de los conductos
por donde han de ser conducidos hasta nosotros.
Hé aquí, Señores, la importancia del análisis biológico del agua
de los manantiales, que se quieren dedicar al consumo de una pobla
ción; análisis que es más importante, cuánto que quizás de él dependa
el grado de salubridad de una población de miles de almas. ¿Cómo
puede estar exenta de las enfermedades contagiosas un pueblo que
ingiere, con el agua, los gérmenes que ésta recoge de la superficie del
suelo, de una comarca más ó ménos extensa, donde tal vez existan
fábricas de diversas clases y hasta poblaciones? ¿Cómo pueden estar
exentas de sufrir endemias ó epidemias?
Al análisis biológico de las aguas del canal de Albear, se le ha da-
do tan poca importancia entre nosotros, que quizás todavía sea consi-
derado como un lujo científico, y no como una necesidad que se im-
pone hoy á cualquiera población medianamente civilizada.
Hoy ya no basta el análisis físico-químico do un agua para consi-
derarla como de buena ó mala calidad. No es suficiente decir que es transparente, que marca tal ó cual grado hidrotimétrico; que contiene
estas ó aquellas sales y en tales' proporciones; no, poca importancia
tendrían las bondades físico-químicas de un agua, si en ella se encon-
trase oculto el germen de alguna de las enferm edades más contagiosas-
No entraremos en la descripción de las obras del Canal ó acueduc-
to de Albear; primero, porque somos en extremo insuficientes, no pa-
ra describir, sino para dar aún una ligera idea de una obra, que ella
sola ha inmortalizado entre nosotros al sabio y distinguido ingeniero
D. Francisco Albear y Lara, y segundo, porque lo exige así la índo-
le del trabajo que sometemos hoy á la ilustrada consideración de los
Señores miembros de este Congreso.
Sólo vamos á dar una ligera reseña geológica de los manantiales
de Vento; manifestando antes que se la debemos á la amabilidad del
distinguido ingeniero Director de dichas obras, en la actualidad,
D. Joaquín Ruiz.
El terreno de Vento puede calificarse de terciario, existiendo du-
das sólo sobre si es mioceno ó eoceno, dado los fósiles algo, escasos en
este punto. El subsuelo es de caliza compacta arciñonada.
Los manantiales provienen de las aguas pluviales infiltradas, sur-
giendo á la superficie á una temperatura algo inferior á la media at-
mosférica.
La cuenca hidrográfica del. río Almendáres, aguas arriba de Vento,
es sumamente extensa, y las aguas que corren por el drenage natural,
que les ofrece su suelo permeable, son más que sobradas para alimen-
tar al río, aún teniendo en cuenta sus crecientes, y mantener invaria-
ble en su composición y cantidad los manantiales de Vento.
Esta cuenca hidrológica tendrá unas 33 leguas cuadradas, ó sean
1.017 millones de metros cuadrados.
La más restringida, que parece influir de modo más directo y casi
exclusivo sobre Vento, tendrá 18 leguas cuadradas, y se comprende,
hácia el Oeste de dicho punto, limitada al Norte por la Sierra de Ba-
ñes v Lomas del Rosario, y, por el Sur, la Sierra de Bejucal.
En la actualidad, las aguas del Canal de Albear, se hallan dividi-
das en un as que, concentradas ó reunidas por la presa, ván á dar al
río Almendáres, y en otra, que proviene de un manantial que desa-
gua directamente en el túnel y (pie en la actualidad es de la que
hace uso una gran parte de esta población.
Nosotros hemos practicado el análisis bacteriológico de ámbas,
por separado y en dos ocasiones distintas, para evitar, en lo posible,
los errores á que hubiésemos estado expuestos de haberlo hecho sólo
una vez, observando las reglas que la ciencia aconseja para impedir-
las infecciones frecuentes en las manipulaciones que hemos tenido
que llevar á cabo. Dada la disposición de las obras, nos ha sido imposible recoger el
agua á su salida inmediata de los manantiales, que es cómo debe re-
cogerse para estos análisis, pues así se evitan las infecciones del aire.
Agua denominada de la. Presa.—Esta sale de una multitud de ma-
nantiales que brotan del fondo de ella: la Presa tiene una forma cir-
cular, el agua que contiene tendrá próximamente un metro de altura,
se halla al aire libre y bajo la influencia directa de la luz solar. Re-
cogimos el agua en un punto inmediato á su desagü en el río; pues
en ese lugar se encuentran reunidas las aguas do todos los manan-
tiales.
Agua denominada del Manantial.—Como anteriormente hemos di-
cho, el agua que en la actualidad consume una paate de la población
de la Habana, proviene de un manantial que brota del fondo del tú-
nel, hallándose resguardada del aire y de la luz solar: posee, por lo
general, una temperatura algo superior á la de la Presa.
Técnica empleada.—Para recoger el agua de ambos manantiales,
usamos los balones Pasteur, perfectamente esterilizados de antemano,
é hicimos una dilusión en agua esterilizada, en la proporción de 4 por
50; es decir, pusimos en 50 gramos de agua esterilizada 4 de gramo
del agua que íbamos á analizar; colocándo esta mezcla en un balón
y después de agitada, tomamos con pipetas esterilizadas 35 gotas de
dicha mezcla y vertimos una gota en cada uno de los 35 balones de
Pasteur, que previamente habíamos dispuesto; éstos contenían caldo
de vaca peptonizado, subalcanilizado y perfectamente esterilizado.
Medios de cultivo.—Como medios de cultivo, hemos empleado el
agar-agar y la gelatina.
Descripción de los micro-organismos encontrados en el agua deno-
minada del Manantial, que es la que hoy consume una parte de la
ciudad de la Habana. De los 35 balones de Pasteur, en que hicimos
las siembras, germinaron 13, que corresponden á los gérmenes que,
por orden alfabético, describimos á continuación:
A—Bacilo de 2"5 mm. de largo por 1/4 mm. de grueso; extremida-
des algo redondeadas, éstas se colorean muy fuertemente por los colo-
res de anilina, y el resto recibe muy bien los mismos colores: posée
ligeros movimientos de progresión.
Caracteres de la colonia.—Agar-agar: en este médio de cultivo se
desarrolla bien; su color es amarillo algo oscuro, de bordes y superfi-
cie irregulares y de un aspecto homogéneo.
Gelatina: Conserva los mismos caractéres y no la licúa.
B—Staíilocócus de I' 2 mm. próximamente de diámetro; recibe
muy bien los colores de anilina.
Caractéres de la colonia.—Agar-agar: germina muy bien en la super-
ficie de éste, representa una mancha rojiza, que forma relieve, siendo su superficie brillante y granulosa, sus bordes son irregulares y su
aspecto homogéneo.
Gelatina: Sus caractéres idénticos al anterior, sólo que se desarro-
lla con lentitud y no la licúa.
O - Está constituido por el microcócus habanensis de Gibier.
D—Sacaromices ó levadura, que se agrupa á menudo en tetradas,
de grandes demensiones, y recibe una coloración perfecta por los co-
lores do anilina.
Caractéres de la colonia.—Agar-agar: germina bastante bien en este
medio; en la superficie adquiere una forma circular de color amarri-
llo verdoso; su superficie es granulosa y brillante y el aspecto homo-
géneo. En la gelatina se desarrolla con rapidéz y no licúa.
E—Sacaromises, de grandes dimenciones, y no guarda ningún
modo especial de agrupación; se colorea bien por los colores de
anilina
Caracteres de la colonia...—En el agar-agar germina bastante bien,
formando en su superficie una colonia de color de rosa, de relieve
bastante pronunciado en la superficie del agar-agar; es brillante, gra-
nuloso y sus bordes algo irregulares.
Gelatina: Se desarrolla bien en este medio y la licúa lentamente,
tomando ésta la forma de un embudo.
F—Es un cocus ovalado, de 1/2 mm. por V mm., coloreándose muy
bien por los colores de anilina.
Caractéres d,e la, colonia.—En el agar-agar germina bien; adquiere
en su superficie una forma circular, de color grisáseo, siendo dicha
superficie lisa y brillante: sus bordes bastante irregulares.
Gelatina: La licúa lentamente, limitándose al principio sólo al
trayecto recorrido por la aguja.
G—Stafilocócus, de 1 mm. de diámetro próximamente. Recibe
muy bien los colores de la anilina.
Caracteres de la colonia.—En el agar-agar germina con rapidéz y
muy bien; se presenta en la superficie de éste bajo una forma circular,
abombada; á los pocos días de germinar adquiere un color franco de
amarillo de canario, siendo mucho más pronunciado éste hácia su
centro; su superficie es lisa y brillante: el aspecto general de la colonia
es homogéneo.
Gelatina: A este medio de cultivo la licúa con lentitud, siguiendo
al principio el trayecto que la aguja ha recorrido; al cabo de cierto
tiempo se precipita en el fondo de ésta un depósito grumoso.
H—Es el micrococus habanénsis de Gibier.
/—Bacilo filamentoso, de 07 mm. de grosor; inmóvil y recibe bien
la coloración por los colores de anilina.
Caractéres de la, colonia.—Su desarrollo es bastante bueno- en el agar-agar; en la superficie ele éste se presenta en una forma irregular,
aplanada, de color rogizo, brillante y homogéneo.
■Gelatina; La licúa con lentitud, formando al principio una verda-
dera gota de ésta; depositada en su superficie, después de algunos días,
se licúa la que corresponde al trayecto trazado por la aguja.
J—Por sus caracteres, tanto del micro-organismo, como de sus co-
lonias en el agar-agar y gelatina, corresponde á la especié conocida por
Barcina lútea.
K—Corresponde al microcócus habanénsis de Gibier.
L—Stafilocócus de P mm. de diámetro; se colora muy bien por
los colores de anilina.
Caracteres de su colonia.—Agar-gar: en este médio de cultivo no ger-
mina bien; en su superficie se distingue con dificultad del resto de él;
forma una mancha pequeña, irregular, arrugada en su superficie, y
su colores muy parecido al del medio de cultivo.
Gelatina: En este medio se desarrolla mejor (pie en el anterior, y
conserva, aunque más acentuados, los caracteres propios que presenta
en el agar-agar; no la licúa.
M—Es igual al anterior ó sea al L.
Microcócus encontrados en el agua denominada de la Presa.
De los 35 balones sembrados bajo las mismas reglas en el anterior,
sólo geminaron 8, que están constituidos por los gérmenes que á con-
tinuación y por orden alfabético describimos.
.1-1
R— f Estos cuatro corresponden al microcócus habanénsis de
C— í Gibier.
D—J
E—Bacilo do 2'3 mm. por 0'8; de extremidades redondeadas y al-
go abultadas; presenta ligerísimos movimientos y recibe, una colora-
ción muy buena por los colores de anilina.
Caracteres de la, colonia.—Agar-agar: germina bien en este medio; en
su superficie adquiere una forma circular, de color amarillo rogizo, su
superficie es lisa y brillante y el aspecto general es homogéneo.
Gelatina; Su desarrollo en este medio de cultivo es lento y no la
licúa.
F—Por sus caracteres corresponde al bacilo subtílis.
G—Microeocus, algo ovalado- de l'l mm. de diámetro próxima-
mente.
Caractéres de su colonia.—-Agar-agar: su desarrollo en este medio de
cultivo es lento; en la superficie de él se presenta bajo una forma irre-
gular, de color amarillo oscuro, siendo su superficie granulosa y bri-
llante.
Gelatina: La licúa con mucha rapidez, trasmitiéndole al cabo de algún tiempo.un poco su coloración amarillo oscuro, que presenta en
el agar-agar.
H-—Es igual al anterior ó sea al G.
Después de haber estudiado estos microorganismos como se com-
portaban con los medios de cultivo y los caracteres particulares de
ellas; como de sus colonias debíamos practicar inspecciones ó evolu-
ciones en animales para ver si eran patógenos ó, por el contrario, ino-
fensivos ya que, por el conocimiento que de ellos teníamos, parecían
ser lo segundo.
Para llevar á cabo estas inoculaciones preparamos de antemano
los balones necesarios con caldo de vaca peptonizado, subalcalino y
esterilizado é hicimos siembras en cada uno de ellos de los micro-
organismos anteriormente descritos; después que germinaron lo sufi-
ciente, que el caldo se enturbió, que fué próximamente á los siete días
de llevado á cabo la siembra, practicamos en enrieles las inoculaciones
inyectándole á cada uno, de cada siembra en especial, 2 c. c. de líquido;
hace próximamente un mes que se inocularon y esta es la fecha en
que no han acusado trastorno de ningún género en su economía.
Del análisis que hemos practicado de estas aguas podemos sacar
algunas conclusiones.
1? Que han predominado los llamados cromógenos y, sobro todo
el micrococus habanénsis de Gibier.
2? Que no hemos en contrado ninguno de los conocidos como pa-
tógenos, tanto para el hombre, como para los animales.
Y 39 Que puede calcularse que en el agua denominada del «ma-
nantial» existen 621 microorganismos, por c.c., correspondiendo al nú-
mero de 621.000 por litro de dicha agua. En la déla Presa existen
930 por c.c., que corresponden á 930.000 por litro de dicha agua.
¿Tendrá alguna explicación la diferencia entre el número de los
gérmenes que contiene cada una de esas aguas?
Esta es fácil; pues basta fijarse en las condiciones en que se en-
cuentra cada una de ellas respecto á los agentes exteriores; de la de-
nominada del «manantial» se halla resguardada del aire; así como de
la luz y rayos solares, al propio tiempo que es muy reducido el espa-
cio por donde corre dicha agua en relación con la de la Presa.
Esta última, por el contrario, se halla al aire libre bajo una influen-
cia directa, tanto de la luz como de los rayos solares y es ámplio el
lugar en donde se retiene y corre el agua.
Si recordamos las experiencias de Pansini y Roux, de Londres,
veremos la influencia atenuante, que ejerce tanto la luz de los rayos
solares en la vida y multiplicación de esos séres infinitamente pe-
queños.
Antes do terminar, debemos dar las gracias al Congreso por la atención que en esta noche nos ha dispensado; al propio tiempo debe-
mos indicar que solo nos hemos limitado en este trabajo al estudio
de los microbios aerobios; pues hubiera sido demasiado extenso de
hubiéramos pretendido hacer un análisis bacteriológico completo si
estas aguas y nos habríamos extralimitado del tiempo que el reglamen-
to señala para la lectura de los trabajos que á él se presenten.
El Sr. Presidente: 8e somete á discusión el trabajo que se acaba de
leer.
Ocupa la Presidencia el Dr. Zayas, y no habiendo quien hiciera
uso de la palabra para argumentar invita al I)r. G. López á que dé
lectura á su estudio, titulado:
¿Existe en la locura ese “intérvalo de razón” que entiende
y determina el Código Penal?
Por el Dr. Gustavo López (interno de la Casa general de Enagenados.)
Señor Presidente Sres.—Si mi voz, atrevida y temblorosa, se alza
en este recinto sagrado, donde resuenan aun, deleitosamente en nues-
tros oidos, las sabias apreciaciones y los elocuentes conceptos de las
ilustres personalidades que dan notable auge á este Congreso, es Se-
ñores, en cumplimiento de altisima misión, de ineludible deber, y no,
en modo alguno, porque en mi concurran las condiciones de valer
personal que ameritan actos de la resonancia del presente.
Un poco más de esa benevolencia, que ordinariamente cedéis—
cual alentador estímulo,—al que es bisoño en la contienda, es lo que
de vosotros [necesito reclamar, al par también que breve atención y
alentador apoyo en los propósitos que be de someter á tan docta de-
liberación.
No hay punto, señores, ni fenómeno alguno, que no tenga relación
con la locura, que entrañe la colosal importancia de los períodos, que
se titulan de razón, de la enagenación mental. Siquiera sea porque
ellos jamás han sido estudiados con detención profunda y porque
asimismo han merecido las más opuestas y variadas apreciaciones,
de entre las cuales el espíritu sigue entregado á cruel incertidumbre,
reclaman imperiosamente un lugar de preferencia en esta etapa de
nuestro siglo, que trás labores afanosos, trás discusiones mesuradas,
tras constantes y desapasionadas investigaciones, parece por nuestra
suerte, abierta á la fecundidad científica, á la justificación de la ver-
dad, al predominio de la fuerza intelectual y á la disipación de la
ignorancia, ya que no siempre pueden disiparse todavía esas nebulo-
sidades que caracterizan la duda. Asunto de estudio, que á la vez pertenece á la Medicina Mental y á
la Jurisprudencia Médica; cpie por su vivo interés se disputan los Tri-
bunales de justicia y las Sociedades de nuestros tiempos; que repre-
senta un conjunto indesligable de los deberes y de los derechos, que
se atribuyen y conceden al individuo y a la sociedad en que se agita;
en el que están interesados el espíritu moderno de investigación cien-
tífica y las más altísimas miras de la verdad, al par que las concepcio-
nes metafísicas más templadas, y las justísimas aspiraciones y exi-
gencias de la libertad individual; que tan presto se inclina Inicia la
respetabilidad que debemos á los derechos humanos, como á la tan
justa y bondadosa conmiseración hácia el pobre privándole razón, y
que interesa muy común y frecuentemente á la dignidad y prestigio
de nuestra especie, y más aún á la de la especialidad que representa-
mos: tal es, en síntesis brusca, la real importancia del punto que me
propongo razonar ante vuestra reconocidísima competencia.
La deficiencia tan grande que en la Literatura médica se cierne
sobre los «intérvalos de razón» de la Enagenación mental, hace que
este punto resulte siempre lleno de novedad é interés.
Esos períodos de razón se ven tratados con poca verdad práctica y
con escasa previsión en nuestros corrientes autores: jamás, que sepa-
mos, han sido estudiados, ni menos observados, con profunda deten-
ción, ni tampoco con marcada precisión; y ellos, por ultimo, entraña,
la más grande contradicción, puesto que, sino son admitidos hoy por-
rinos pocos, aparecen, en cambio, corno tolerados y aceptados por las
más.
Guislain, Tardieu, Legrand du tíaulle y Bigot, son realmente las
más salientes figuras, que, con el esplendor reconocido de sus nom-
bres, iluminan la secta de los que se amparan bajo el solio do la tra-
dicional corriente afirmativa. Luys, Morell, Mata, Giné Ball, Regis,
v otros, responden asimismo con la afirmativa.
Pero de entre todo ese grupo de personalidades ilustres, parecen
realmente descollar por su mayor dedicación al asunto, los doctores
Legrand du Saulle y Bigot. El primero, en su notable obra «La Locu-
ra ante los tribunales» y el segundo, en su tratado sobre los períodos
razonantes de la Alienación mental», dedica el mayor número de pá-
ginas que conocemos, al estudio de los periodos lúcidos y de los perío-
dos razonantes, como respectivamente los nombran.
Para esa colosal figura de la Jurisprudencia médica, que se llamó
Legrad Du Saulle, y que la Ciencia llora todavía, existen dos clases de
intervalos lúcidos: el uno es el retorno de la inteligencia, que se mues-
tra repentinamente, que él titula frágil, y que entiende constituye
una simple remisión. El otro es más evidente, y es, ásu juicio, aquel
en que el enfermo vuelve á su modo de ser anterior, á sus costum- bres; eu el que recobra la expresión su fisonomía; en el que recibe con
placer á su familia, sonríe á sus amigos, píntase la bondad en su sem-
blante, y á su corazón vuelve la sensibilidad, etc., etc, Este es el que
constituye para el sabio Du Saulle, el intervalo lúcido de buena ley.
La inmensa mayoría de los autores parece aceptar, como hechos
comprobados, esta apreciación del que fue médico del Hospicio de
Bicétre.
Para el ex-médico principal del Asilo de Enajenados de Léhon, y
Director del de Bonneval, Dr. V. Bigot, existen tres formas de perío-
dos de raciocinio de la enagenación mental. El los titula de Lucidez,
pséudo-lucidéz y para-lucidez.
Tanto esta apreciación como la anterior, no parecen justificadas.
Y salvando todo el respeto que se merecen, trataré do evidenciaros
entrañan un error.
En efecto, Legrand Du Saulle, quiere que existan dos clases de
intervalos lúcidos: uno frágil, que se muestra repentinamente y que
es una simple remisión; otro, más evidente, más franco, en el que el
enfermo vuelve á su modo de ser y sensibilidad anterior. A éste lo
titula de buena ley. Deja creado, pues, por forzoza deducción, un in-
tervalo de razón, de mala ley.
Entiendo que realmente existen dos modos de manifestarse para
esas intercurrencias de la enagenación mental; pero de ello, á confun-
dir un efímero momento de lucidez con las remisiones francas, que se
observan sólo en la convalecencia de las enfermedades mentales, hay
una enorme distancia, que no se puede salvar sin que peligre la ver-
dad práctica y sin que venga por tierra la enseñanza de la clínica.
Este entendido profesor, luego de agrupar bajo el mismo nombre,
estados los más distintos, y luego de dar distinta signficación pronós-
tica para lo que juzga una misma cosa, acaba por englobar sus mis-
mas diferencias bajo apretado haz de timoratas consideraciones jurí-
dico-filosóficas, apreciando bajo el mismo punto de vista y lanzando
homólogos preceptos para lo que ántes se esforzára en diferenciar.
Esto es el error llevado al extremo,—notablemente extraño en la pre-
clara y sagáz inteligencia dél clínico francés,—y que realmente existe
en casi todas las obras.
¿No parece lógico que cosas tan claramente diferentes exijan dis-
tintas condiciones apreciativas, demanden variados juicios, y, como
resultados, nos traigan consideraciones desiguales?
A poco de leer, cualquiera que tenga siquiera mediana costumbre
de ver locos, los bellos capítulos que sobre los períodos razonantes tie-
ne escritos el Dr. Bigot, pregúntase si realmente ellos tienen positiva
existencia. Esas formas, Señores, en las que, en la primera, el enage-
nado «tiene conciencia más ó menos clara de la concepción mórbida que le ataca y arrastra;» en la que, en la segunda, el enfermo »no so
revela a la fantasía delirante, si no la acepta comprendiendo el inte-
rés de su ocultación;» y en la que, en la tercera, «no tiene el enajenado
conciencia de su delirio, y no trata de disimularlo, á menos que él
no se aperciba que su producción obstinada le suscita enfados, en
cuyo caso sabe disimularlo» son, en verdad, inadmisibles en la
práctica, y traen en pós de sí la duda de que, en el campo clínico, se
hayan presentado casos tan perfectamente definidos, delineados y
medidos. ¿Y qué cantidades son esas de conciencia de la enfermedad
ó del delirio, (pie con pródiga mano distribuye Bigot caprichosamen-
te á sus enfermos, cosa, en verdad, que sólo él ha hecho, y que está en
abierta oposición con las nociones más elementales que poseémos so-
bre la significación y alcance del término locuraf
Las tres formas de lucidez, pséudo lucidez y para-lucidez, son inad-
misibles patológicamente comprendidas, y asimismo, bajo el punto
de vista de la clínica. Nadie las ha podido comprobar en la práctica.
Es más, no hay una obra—que yo conozca al ménos,—que las men-
cione.
Esos períodos razonantes, no parecen ser realmente más que una
pura, si bien bellísima concepción del espíritu. Bigot, perdido sin
duda, por los campos dorados del psicólogo, olvidó su condición de
alienista: do observador sagáz se convirtió en soñador risueño y ele-
gante, y de sevéro clínico, tornóse en bellísimo escritor.
Esa, tan pregonada, tan admitida y tan exagerada lucidez del ena-
jenado, que tan mal estudiada y tan mal observada se vé en la pre-
sente época, tiene para nosotros una importancia puramente relativa;
y se presenta siempre dentro del círculo de los trastornos mentales,
y bajo dos cambiantes distintos, susceptibles de ser claramente apre-
ciados.
La primera modalidad la, constituyen esos retornos instantáneos
hácia la calma y la razón, no negados por nadie, y que suelen obser-
varse aún en medio de los delirios más violentos. Son efímeras ráfa-
gas, escasamente apreciables casi siempre, y que, por su breve apari-
ción, apenas dejan tras sí el recuerdo de su existencia.
La segunda modalidad la constituye, propiamente hablando, lo
descrito generalmente, y que generalmente entienden con el epíteto
de lucidez, ó de intervalo de razón de la locura. Ellos son los que cons-
tituyen ese espacio de tiempo, de duración capáz á permitir se haga
constar la mayor ausencia posible de las manifestaciones y de los ca-
ractéres del delirio.
Una emoción cualquiera, una pregunta ágria, una llamada brusca,
un cámbio en las costumbres, la inespeaada visita de un pariente, ó
de un amigo, una noticia violenta, la vista de hermosas mujeres, &, &, son, por lo general, las causas que provocan tales estados. No obstante,
ni siempre pueden apreciarse las condiciones determinativas, ni pare-
ce, á veces, qué puede entrar en su producción, una como natural fa-
tiga por parte de los órganos encefálicos.
Pero tengo para mí, Señores, que la modalidad últimamente ad-
mitida, que es la más fácilmente apreciable, es la que parece merecer
más unánimemente el calificativo de intervalo de razón de la locara; y
así mismo, parece ser la cuna ó causa originaria de esa tan grande y
tradicional confusión que observamos en el punto que me ocupa.
Los autores y clínicos parece se disputaban el honor de no cono-
cer que la lucidez de la locura, y los periodos de remisión de la enajena-
ción mental, eran y son dos cosas perfectamente distintas y clara-
mente demarcables. Pruébalo más patentemente y con más autoridad
que nadie, el hábil clínico Legrand du 8aullé: la descripción que él
hace y llevo citada, del intervalo lúcido do buena ley, puede tomarso
por irreprochable modelo descriptivo de un período de remisión de
la enajenación mental. Y trás él la confusión parece haberse hecho
regia general. El hecho de que ningún autor se ocupe de esta impor-
tante diferenciación, abona mi aserto.
Aquí pues, está el error: se ha venido confundiendo eso que lla-
man período lúcido de la locura con los períodos de remisión que se
observan en la declinación de los estados mentales. Y así se explica
que un cómodo y fácil colorarlo haya hecho que en la frase intervalo
lúcido, se confundiesen y englobasen lamentablemente estados que
entraña cada cual su fisonomía propia, y que los estúdios más aca-
bados ,y las observaciones, quizás ménos ligeras, permiten distinguir
en el campo de la clínica.
Esos intervalos, que se dicen de razón, tales como los entiende y
determina el Código Penal, y tales como los aprecian é interpretan
nuestros jueces y majistrados, y tales como común y vulgarmente se
definen y consideran-, no existen pues.
Esa jactanciosa lucidez del loco, no tiene de razón más que el nom-
bre impropio que la tradición le lía conservado. Ese espacio de tiem-
po tiene su existencia dentro de la órbita de los trastornos del enten-
dimiento humano; cae bajo el dominio patológico, y, por tanto, dentro
del poder apreciativo, único, del médico mentalista.
Esos intercurrentes espacios, en que aparecen amenguados los sín-
tomas frenopáticos, no tienen lugar sino en el curso mismo del proceso 571
que afecta á la inteligencia: ellos no pueden adornarse de una razón
que no poseen, y que no tiene cabida en medio de desórdenes funcio-
nales; y ellos tampoco pueden facilitar cantidades de conciencia, ni
prestar porciones do dicenvhniento, que sólo son atributos de integral
funcionalismo.
Si, dada la ley do mutua solidaridad dé los órganos encefálicos,
existe poderosísima razón para no admitir las locuras parciales, que
representan un desquiciamiento de una parte del cerebro conjuntiva-
mente con la integridad de ciertas partes ó ciertos órdenes de fenóme-
nos, mayor, mucho mayor, poderosísima fuerza do razón y verdad,
tiene que haber para desechar ese sentido extenso y absoluto que pa-
rece quiere siempre significarse y concederse á esos intervalos lúcidos,
á esas vulgares expresiones do cordura decantada de la enagenación
mental. ¿Cómo en un momento, en instantáneo lugar, un cerebro sin
rumbo, ni orden, ni concierto, completamente desquiciado, vá á fabri-
car, por decir así, cantidad suficiente de razón, tan sólo para determi-
nados actos y para especiales oportunidades?
Preciso es forzar mucho la fantasía para la aceptación de estos tér-
minos, y sería preciso también despojarnos de toda lógica, de todo
sentido común y de toda noción y verdad científica, para aceptar que
órganos probadamente enfermos puedan funcionar como las exigencias
fisiológicas demandan; qué órganos manifiestamente perturbados y
alterados, puedan ser los engendradores de un orden de cosas, que
precisamente tienen por condición, sitie qaa non, la perfectibidad de su
encadenamiento y engranage funcional.
La locura, enfermedad esencialmente crónica por su invasión, por
su marcha y por sus manifestaciones, no puede apartarse de la ley co-
mún de todas las afecciones de esta clase- La lógica así lo demanda,
la razón así lo impone; la clínica así lo exige.
No porque exista amenguación de los síntomas disnéicos de un
tuberculoso se dice que el estrumoso está curado; nó porque un reu-
mático, ponga en días calurosos y secos, en juego repetido sus articu-
laciones, sin producirse dolor, se puede aseverar la desaparición de
sus accidentes articulares; no porque al chancro indurado siga un in-
tervalo de tiempo relativamente largo sin otras manifestaciones al dér-
mis, se puede colegir que no existe la sífilis; nó tampoco porque el
mercurio, el ioduro y los sulfurosos, acallen por cierto tiempo sus ma-
nifestaciones, se puede colegir su desaparición; nó porque el infarto
ganglionar cervical disminuya ó desaparezca en los escrofulosos, ase-
verarémos la curación de esa tuberculosis atenuada; nó porque á be-
neficio de la posición y del descanso se cierre una úlcera varicosa,
vamos á adelantar que no existe la várices en las venas, que la engen-
draron; y, por otra parte, ¿á que clínico se le ocurrirá afirmar que en el tiempo medio entre dos cólicos nefríticos ó hepáticos, el enfermo no
padece de litiásis? ¿Ni qué médico tendría el arrojo de manifestar que
eii el interregno de tiempo que separa dos accesos de fiebre palúdica,
el enfermo está completamente fuera do la acción de los marasmos
maláricos?
No; el loco no puede ser á la vez loco y cuerdo; privado de la razón
y á la vez lleno de razón; sin conciencia y ála par consciente; con la
presencia y con la ausencia, á la vez, de la deliberación para sus actos;
que la locura, entidad morbosa cada vez mejor estudiada, no es pila
eléctrica, que tan presto abone su concurso, como lo interrumpa; ni
tampoco es la razón luz que se encienda y apague según la aproxima-
ción ó separación de carbones que llevan en pos de sí electricidades
de distintas procedencias. Nó; la razón, así como la locura, no es más
que una y tiene por dilema su ausencia ó su presencia. Y el loco no
tiene tampoco más dilema que serlo ó dejarlo de ser.
Por tanto: la irresponsabilidad del loco, que se ve expuesta en el
Código Penal, resulta simplemente un craso error, una ficción legal,
que nada determina ni precisa, ni para nada debe servir, dado como
hemos demostrado, que esa razón del loco,—singular compatibilidad
entre la salud y la enfermedad, campo procomún de la fisiología y de
la Patología,—no existe en manera alguna, y ningún clínico ha visto
en la práctica locos, cuya razón sea susceptible de encenderse y apa-
garse, ni más, ni ménos, que una corriente eléctrica intermitente.'
Las frases «El loco no delinque, á no ser que hubiese obrado en
intervalo de razón», resultan sencillamente un desatino, que sólo es
perdonable en los que legislan sobre enagenados, sin conocer, siquiera
ligeramente, la Patología Mental.
Basado, pues, en las consideraciones que acabo de exponer,—con
la única extensión que conciente el artículo 19 del Reglamento de es-
te Congreso,—nos permitimos suplicar encarecidamente á todos los
dignos y competentes miembros de esta Asamblea, acepten los siguien-
tes ruegos:
Recomendar expresivamente á la clase médica, la más grande me-
sura y cautela para los casos en que oficien de peritos apreciadores de
responsabilidad, por actos que se señalen cometidos en períodos que
se dicen de razón de la enagenación mental; toda vez que esa razón del
loco se encuentra negada por toda verdad y noción científica, por todo
razonamiento psicológico y fisiológico, por toda concepción patológica
y por todo el poderío de la enseñanza clínica.
Qué á virtud de las mismas conclusiones—y en la forma que se estime procedente—se sirva hacer recaer sobre este punto tan impor-
tantísimo, la atención juiciosa de los señores Letrados, Jueces y Ma-
gistrados.
Y, por último, si he de ser fiel á mi profunda convicción, si he de
guiarme sólo por el tamaño del bien que debe recibir la humanidad,
y si be de desoir la voz ordenadora del silencio, que nace de mi pobre
autoridad, yo os débo rogar que agitéis la petición de una completa
modificación en los artículos penales que se contraen á esa supuesta
razón de los enagenados.
Y si es una verdad reconocida, señores, que el papel del Médico
Mentalista, es el de legítimo defensor y valioso y natural escudo de
esos desdichados niños grandes, que navegan por el mundo de las vio-
lencias, los arrebatos y los errores, convendréis conmigo, que el babe-
ros molestado ha sido en gracia del cumplimiento de mi deber.
Pil Sr. Presidente: El Dr. Jover tiene la palabra.
Dr. Jover: Se manifiesta de completo acuerdo con las opiniones del
disertante; apoya las conclusiones por este establecidas y refiere un
caso que corrobora dichas opiniones.
Dr. Zayas, Presidente: ¿Sino existen intérvalos de lucidez en los
locos, cómo se sabe si están curados? ¿Qué duración se puede asignar
al período de calma para distinguir el intérvalo de una curación defi-
nitiva?
Dr. Bellver: Considera de importancia las preguntas del Dr. Zayas
y las apoya, suplicando se contesten.
Dr. Yesa: Niega las opiniones del Dr. G. López y afirma la existen-
cia de intérvalos lúcidos, en los cuales Admite la responsabilidad para
los locos.
Dr. Reyneri: Opina que es indispensable distinguir la diferencia