FACULTAD DE MEDICINA DE MÉXICO EDUCACION DEL MÉDICO TESIS INAUGURAL DK MANUEL FLORES ADUMNO DE LA ESCUELA DE MEDICINA, CATEDRÁTICO DE PEDAGOGIA DE LA ESCUELA NACIONAL SECUNDARIA DE NIÑAS, ASPIRANTE DEL CUERPO DE SANIDAD DEL EJÉRCITO MEXICANO, MIEMBRO DE LAS SOCIEDADES “METODOFILA G, BARREDA," “MÉDICO-QUIRURGICA LARREY" Y “FILOIÁTRICA." méx::co IMPRENTA E ESCALANTE, Bajos de San a gusto?, nU«:t.' 1880 FACULTAD DE MEDICINA DE MÉXICO EDUCACION DEL MÉDICO TESIS INAUGURAL DE MANUEL FLORES ALUMNO DE LA ESCUELA DE MEDICINA, CATEDRÁTICO DE PEDAGOGIA DE LA ESCUELA NACIONAL SECUNDARIA DE NIÑAS, ASPIRANTE DEL CUERPO DE SANIDAD DEL EJÉRCITO MEXICANO, MIEMBRO DE LAS SOCIEDADES “METODOFILA O. BARREDA,” “MÉDICO-QUIRURGICA LARRKY" Y “FILOIÁTRICA,” MÉXICO IMPRENTA DE IGNACIO ESCALANTE, Bajos de San Agustín, num. i. 1880 AL EMINENTE FUNDADOR Y PROPAGADOR DEL POSITIVISMO EN MÉXICO. DOCTOR GASINO BARREDA A MI MAESTRO, PROTECTOR Y AMIGO, El, EMINENTE CIRUJANO Doctor Francisco Montes de Oca. INTRODUCCION ■)L arte médico consta de tres operaciones fundamentales que son: | el Diagnóstico, ó la investigación de la enfermedad y de las cir- ! cunstancias en que se desarrolla; el Pronóstico, ó la previsión de la marcha y resultados del mal, y el Tratamiento ó la elección y aplicación de los medios más adecuados para lograr el mejor de los resultados posibles en cada caso. En estos tres términos está contenido todo el arte, y analizándolos lle- garémos al conocimiento de los elementos indispensables de que debe do- tarse al práctico para el cumplimiento de su misión. Si investigamos en qué consiste un diagnóstico, encontrarémos que consta de dos pasos sucesivos: uno preparatorio, la averiguación de los síntomas objetivos y subjetivos, que son los datos de que se párte para el conocimiento ulterior de la enfermedad, y otro final que consiste esen- cialmente, en un raciocinio cuyas premisas son los síntomas conocidos de antemano. Las dificultades de esta primera operación son tales, que áun estamos en la época en que todo el mundo médico se ocupa de preferencia de ven- cerlas, descuidando lamentablemente el pronóstico, punto de vista casi exclusivo de nuestros predecesores, y el tratamiento, que con el tiempo llegará á ser la preocupación dominante de nuestros sucesores. De paso harémos notar que nuestra preferencia por el diagnóstico es un resultado de la tendencia tan general como viciosa, que hace que to- dos procurémos elevar nuestro arte á la categoría de ciencia, creyendo de ese modo ennoblecerlo. Acumular conocimientos, áun cuando no ten- gan inmediata ni probable aplicación, es el deseo dominador de todos los espíritus ilustrados ó que aspiran á serlo. 6 Así se explica ese lujo con cpie los maestros diagnostican las lesiones por milímetros como en algunos casos de lesión cerebral; esa preocupa- ción para averiguar hasta los más profundos secretos de la constitución histológica de un neoplasma, cuando áun el pronóstico y la terapéutica están á muchos siglos de distancia de poder utilizar tales minuciosidades. El trabajo perdido de ese modo no seria de lamentarse si el deseo inmo- derado de saber no perjudicara tanto á la previsión y á la acción. Este perjuicio debe preocupar algo más de lo que hoy preocupa á los médicos prácticos: á los que han hecho profesión de teóricos no se les de- be poner trabas de ningún género en sus investigaciones, con una sola condición, la de no ejercer. Sea de esto lo que fuere, es el hecho que el diagnóstico presenta difi- cultades á veces insuperables. Estas son: las unas intrínsecas, dependientes de la naturaleza misma de los hechos sometidos á nuestro análisis, cuya complicación y oscuri- dad no está en nuestra mano remediar; y las otras extrínsecas, depen- dientes no ya de la naturaleza del caso en cuestión sino de circunstan- cias peculiares á cada médico. Para nuestro objeto nos basta con ocuparnos de las segundas. Dado un caso cuyo diagnóstico cabe en lo posible, dos causas inminen- tes de error son realizables: la inexacta apreciación de los síntomas, y la incorrección del raciocinio fundado en ellos. Ocupémonos de la primera. Siendo los síntomas de dos naturalezas, objetivos y subjetivos, comen- zarémos por las causas posibles de error en la apreciación de los ob- jetivos. Un síntoma de esta clase no es, en el fondo, más que una sensación ó conjunto de sensaciones percibidas por el médico; en tal virtud la inexac- ta apreciación de tales síntomas, no depende ni puede depender más que del médico. El síntoma, en tales casos, no es más que un fenómeno físi- co, apreciable por las semejanzas y diferencias que presenta con otros, físicos también. Si un error se desliza, cúlpese á quien está encargado de hacer la apreciación y no al hecho mismo. En efecto, si nos encerra- mos en los límites de las percepciones posibles, dos casos pueden pre- sentarse: ó la percepción es simple ó es complexa. En este último caso, los errores consisten en falsos raciocinios basados en sensaciones verda- deras. Así, por ejemplo, cuando al mirar la sombra de un objeto juzga- mos que es un fastasma, nuestro error depende no de la sombra misma, Pages 7-11 missing PRIMERA PARTE. Educación física. 1 Entendemos por educación física el desarrollo de los seis sentidos y de los demás órganos y facultades corporales, especialmente de los órganos locomotores. Incluimos de intento los órganos de los sentidos por razo- nes más bien de conveniencia para nuestro objeto, que en virtud de al- gún principio rigurosamente científico. En el fondo la educación de los sentidos es intelectual y no física. En efecto; sin desconocer que los senti- dos pueden funcionar fuera del dominio de la conciencia y dar lugar á actos más ó menos complicados y acertados por via refleja; sin descono- cer tampoco que este modo de función es más frecuente é importante de lo que parece, y que la médula es el único agente en multitud de actos que solo nos parecen de origen intelectual, porque después de ejecuta- dos los encontramos de acuerdo con lo que la inteligencia hubiera acon- sejado y la voluntad mandado, si hubieran realmente intervenido; en ultimo análisis, la parte útil de las funciones sensoriales en los animales superiores y en actos tan importantes y complicados como los que exi- gen las artes elevadas, es la parte conciente, la percepción, base y es- tímulo indispensables de la inteligencia, y la primera entre las faculta- des intelectuales. Esto bastaria para colocar la Educación de los senti- dos al principio y como parte integrante de la Educación intelectual; pero aun hay otra razón importante para comprender las sensaciones en el dominio intelectual. El desarrollo de la parte puramente física de las sensaciones, no implica el de su parte intelectual, en tanto que, todo perfeccionamiento de las percepciones, implica forzosamente el de la ap- titud física del órgano por cuyo medio se obtienen. El desarrollo de la percepción es pues una garantía del perfeccionamiento físico de los ór- ganos de los sentidos en tanto que la recíproca no es cierta. A pesar de esto, hemos preferido colocar los sentidos entre las facul- 12 tades físicas, porque para llamar la atención sobre este importantísimo punto es indispensable tratarlo aislándolo de otras cuestiones á las que actualmente se da una preponderancia tal, que la atención de los lecto- res se hubiera desviado hacia la consideración de cuestiones que hoy for- man la preocupación casi única de nuestra época. Además, nuestra cla- sificación es, aunque en realidad injustificada, la más vulgar, y la gene- ralidad la encontrará más racional y le dedicarán por esto una atención más sostenida. Hecha esta aclaración pasemos á nuestro asunto. La época por que atravesamos no es seguramente la más propicia pa- ra dar á la Educación física toda la importancia que se merece. En to- dos los planteles de Educación general, tanto como especial, se observa una marcadísima tendencia á descuidar lo físico y lo moral en provecho de lo intelectual. Una tendencia tan marcada y general no podia ménos de tener una explicación satisfactoria en las leyes mismas que rigen el progreso hu- mano, y así es en efecto. Los actos de los hombres toman origen de los sentimientos que los animan, y éstos, á su vez, son el resultado de un conjunto de causas entre las que descuella por su importancia el carác- ter de las ideas dominantes. Respecto á la naturaleza humana y á sus fines, las ideas dominantes son más bien nocivas que útiles al perfec- cionamiento físico. Para la gran mayoría de nuestros contemporáneos el hombre es un compuesto de una parte materiql y secundaria, el cuerpo; y de otra es- piritual y principal, el alma. Todo lo que el hombre tiene de noble, de grande, de bueno, lo debe al alma; todo lo que pueda tener de bajo, de miserable, de malo, lo debe al cuerpo. En incesante lucha ambos elemen- tos contrarios, el último es una rémora constante, un obstáculo serio, una dificultad continua para el progreso de la primera. Por los sentidos, la engaña y extravía ; por sus instintos, la seduce y pervierte; por sus ac- tos, la degrada y mancilla. Ella, que por sí sola seria perfecta, no debe más que á él sus imperfecciones. Bajo tal orden de ideas, el sentimiento más natural es la tendencia á la degradación física, ya sea de un modo directo como algunas religiones lo predican, ya de un modo indirecto, olvidando el desarrollo de las aptitudes corporales y preocupándose solo de las espirituales. Bajo tales creencias nada más lógico que tales pre- ceptos. Pero si se reflexiona atentamente y se estudia á fondo la natu- raleza del hombre, las ideas cambian, y con ellas tienen que cambiar los 13 preceptos. A los ojos de la ciencia positiva, la naturaleza humana es única, elementos puramente materiales la constituyen; el alma no es más que una función del cuerpo más elevada y complicada que las otras; to- do lo debe al cuerpo; y vicios ó virtudes, defectos ó perfecciones, no son más que modalidades de función variables con el estado de los órganos y de sus medios según leyes constantes ó incambiables. Mirada bajo es- te aspecto la constitución física, cambia de tal modo su importancia que se coloca en la primera categoría, y á ser conocidas por completo las funciones corporales, ellas formarían la base del estudio intelectual y moral del hombre. La clase de público para quien escribo, posée estas creencias, ó, por lo ménos, sus actos todos se ejecutan como si las pose- yera realmente, y esto basta para excusarme de una demostración espe- cial que estaría aquí de más. Reservo para lugar más á propósito la de- mostración de la realidad, grado y naturaleza de la influencia de lo físico sobre lo intelectual y moral del hombre. Si como lo asienta y demuestra la sana filosofía, las funciones eleva- das del organismo dependen de las inferiores, el estado de éstas tiene que determinar forzosamente el de aquellas, y los pensamientos, senti- mientos y actos de todos los séres animados encontrarán su razón de sér en el estado de su organización física. Perfeccionar esta última es pues, de capital importancia, y léjos de degradarla, nuestra misión debe con- sistir en exaltar al máximo sus preciosas cualidades. La ejecución de un acto voluntario exige un conjunto de elementos igualmente indispensables, que son: una excitación exterior actual ó pa- sada, y en este líltimo caso reavivada por la memoria, un pensamiento que designe qué actos son ejecutables en cada caso y los modos posibles de acción, un sentimiento que determine el deseo de ejecutar uno de ellos, una volición que mande el acto y un órgano adecuado que la ejecute. Yernos desde luego, que el primer momento de todos nuestros actos ea puramente físico; la excitación que en nosotros producen los agentes exteriores, no es más que un cambio producido en el estado de los órga- nos que la reciben. Las acciones que en apariencia no exigen excitante exterior, lo necesitan en realidad; únicamente que la excitación no es actual sino pasada, que ha quedado latente hasta el momento en que la memoria la hace brotar de nuevo en nuestra mente, y esto, no de un mo- do espontáneo, sino siempre bajo la influencia de tal ó cual excitación exterior. Los actos llamados instintivos están en el mismo caso; los instintos no 14 son más que modificaciones orgánicas de origen externo, acumuladas en los ascendientes y trasmitidas á los descendientes por vía de herencia. Las sensaciones, y por consecuencia los órganos que las reciben, son, pues, el principio y la causa primitiva de nuestros actos. El pensamien- to ó serie de pensamientos suscitados por las sensaciones, tienen por elemento físico esas mismas sensaciones. Nada hay en la inteligencia que no haya estado ántes en los sentidos. Este axioma, que encierra en su seno toda la psicología, hace patente la importancia de los sentidos, y su capital influencia sobre las funcio- nes superiores. Lo mismo sucede en materia do sentimientos; ellos to- maron su origen en las sensaciones que los alimentan y mantienen; su- primidlas, y pronto la apatía y la indiferencia más absolutas serán la consecuencia. La voluntad está en el mismo caso: nacida del sentimien- to, es por esto derivada de las sensaciones; cambiad estas últimas, y nuestras voliciones cambiarán con ellas. Hasta aquí la influencia de los sentidos es manifiesta. Las facultades activas entran después en ejer- cicio bajo la influencia lejana', pero indispensable, de las sensaciones; el ejercicio de estas facultades activas para ser posible y apropiado, exige nada menos que el concurso de toda la organización; y como las facul- tades activas, á su vez, influyen y determinan el estado de los órganos de los sentidos, que nunca son enteramente pasivos, se ve bien claro que cada una de nuestras propiedades físicas está tan íntimamente re- lacionada con las demás, así como con los otros órdenes de facultades, que perfeccionar una de ellas implica el perfeccionamiento de todas, y que la degradación de una sola acarrea como una necesaria consecuen- cia, la decadencia de las otras. La mecánica ha demostrado que, cual- quiera que sea la resultante de un sistema de fuerzas, ninguna de ellas deja de producirla totalidad de su efecto: ya positivamente, arrastrando hácia sí el punto de su aplicación, ya negativamente, neutralizando el efecto de sus antagonistas. Vulgarmente el efecto de una fuerza no se mide sino por sus resultados positivos, y se desprecian completamente los resultados negativos. Este modo vicioso de juzgar es tanto más marcado, cuanto la compli- cación del fenómeno es mayor y los resultados de esta evaluación erró- nea son proporcionalmente más funestos. Tratándose de fenómenos tan complicados como los de la organización humana, este hecho da lugar á consecuencias á cual más desastrosas. Un ejemplo hará bien patente lo anterior. El descuido tan general de las prescripciones higiénicas re- 15 conoce por causa la creencia de que los resultados de una tendencia no son reales porque no son tangibles. Como las prescripciones higiénicas tienen por carácter fundamental impedir los resultados perniciosos de ciertas circunstancias que por re- gla general no producen sus efectos sino por acumulación, la generali- dad do las gentes que no percibe bajo forma positiva los resultados de los preceptos higiénicos, los crée punto ménos que inútiles, ó por lo mé- nos incapaces de compensar las privaciones que imponen. En materia de Educación, y de Educación física, los mismos racioci- nios conducen á los mismos errores. No debe parecer, pues, exagerado, que admitamos que la Educación física en toda su extensión, sea un precedente indispensable de todo género de Educación. El estudio que acabamos de hacer de las condiciones que preparan y aseguran la correcta ejecución de un acto, pone de manifiesto que, de las aptitudes físicas, unas ejercen una influencia directa y las otras in- directa, pero ambas igualmente indispensables sobre nuestras acciones. Entre las primeras colocaremos los sentidos y las facultades locomotri- ces de la vida de relación, sin las que seria imposible la ejecución de un acto; entre las segundas colocamos todas las demás funciones de la vida vegetativa que determinan el modo particular de funcionar de las pri- meras. Comenzaremos el estudio de la Educación física por los sentidos; se- guiremos con las facultades locomotrices, y concluirémos con las demás facultades que llamaremos auxiliares. ii Importancia (le los sentidos. Los sentidos son los medios por los (pie el hombre se pone en relación con el mundo exterior. Por ellos adquirimos los datos relativos á todo lo que nos rodea, ellos son la guia constante de nuestra práctica y cons- tituyen el móvil y el objeto final de nuestra actividad. Su utilidad fundamental es indiscutible, y solo estudiaremos aquí dos puntos importantes más controvertibles. V‘ ¿Los sentidos son perfecti- bles? 2- ¿Su desarrollo es benéfico para nuestra actividad? Solo una contestación afirmativa para ambas cuestiones, puede jus- tificar las tentativas educacionales en este sentido. 16 Cada sentido es susceptible de recibir determinado genero de impre- siones exteriores con exclusión de las demás, y, en tal virtud, los senti- dos no son susceptibles de hacerse sensibles á la acción de otras impre- siones exteriores que las que su organización preestablecida determina. Pero si los sentidos no son perfectibles en calidad, sí lo son en grado. No es posible que nos suministren nuevas sensaciones, pero sí que sean susceptibles de apreciar diferencias menores en las impresiones inciden- tes. Esta especie de perfeccionamiento es un hecho, y son incontables las pruebas de su realidad. Cada uno en sí mismo puede cerciorarse del perfeccionamiento gradual de sus sentidos. Las sensaciones visuales, auditivas, táctiles, etc., etc., van adquirien- do progresivamente una claridad y una precisión que ántes no tenían; y á medida que nos ejercitamos en el dibujo, la música, las diversas ar- tes, observamos un desarrollo evidente de nuestras facultades sensoria- les. Casi diariamente tenemos oportunidad de admirar en tal ó cual per- sona, el extraordinario desarrollo de algún sentido, que la hace apreciar impresiones desapercibidas para nosotros. Obsérvese si nó la penetra- ción visual del pintor, la íineza de apreciación auditiva del músico, la delicadeza de tacto de ciertos artesanos, el exquisito paladar y el espe- cial olfato del gastrónomo; compárense las sensaciones actualmente su- ministradas por los órganos respectivos con las del principio del apren- dizaje, y no podrá caber ya duda respecto á la realidad del desarrollo sensorial y del grado á que puede llegar. El grado de perfección de un acto, es una consecuencia del grado de desarrollo de los sentidos. iii Su influencia sobre la inteligencia y la práctica. La influencia que el desarrollo de los sentidos tiene sobre el desarro- llo de la inteligencia, puede demostrarse á priori y á posterior). A priori, es desde luego evidente que la inteligencia, cuyos materia- les son las sensaciones, tiene forzosamente que desarrollarse después que ellas. Para los que creen que el pensamiento contiene ó puede contener algo más que elementos actuales ó pasados, tomados de la sensibilidad, esta relación entre el desarrollo sensorial y el intelectual no existe ó por lo mónos no es necesaria. La demostración de que en el pensamiento 17 hay algo más que en los sentidos, toca á los que lo afirman; pero no obs- tante, bosquejarémos una demostración en contrario que nos parece opor- tuna aquí. De entre las facultades intelectuales, la imaginación es la que parece poner en juego elementos extraños á las sensaciones, puesto que es ca- paz de crear cosas cuyo modelo seria imposible encontrar en el mundo real. Estudiando atentamente los productos de la imaginación, se en- cuentra, que considerados como conjuntos no tienen realmente represen- tantes en el mundo real; pero si se desciende á los detalles, se encontra- rá que son elementos tomados á los sentidos y combinados de un modo diferente de como la realidad los presenta. Un hipógrifo es un animal imaginario, pero en cuya concepción entran elementos tomados de otros animales. Es una combinación de caballo y de ave en la que nada ex- traño al mundo real puede encontrarse. Las concepciones imaginarias más elevadas, como las de las diferentes divinidades, no son sino com- binaciones más ó ménos absurdas que las otras, pero, en el fondo, for- madas á expensas de elementos tomados exclusivamente de nuestras sensaciones 6 de nuestras abstracciones, y combinadas el? formas más ó ménos racionales y en ias que es imposible encontrar nada extraño á la observación de lo verdadero. Si, pues, la inteligencia está formada á expensas de las sensaciones, la influencia de éstas sobre aquella no pue- de ser ya puesta en duda. A prior i, también se puede demostrar no solo esta influencia y esta importancia generales y mal definidas que harían suponer que bastaría poseer sentidos para aspirar al sumun de la inteligencia, sino también que el grado de desarrollo de los primeros determina en igualdad de cir- cunstancias los progresos de la segunda. En efecto, si la inteligencia vale por el número, claridad y extensión de los conocimientos á que con- duce, y si estas cualidades dependen, como en realidad sucede, del nú- mero, precisión y amplitud de las relaciones entre el mundo exterior y el mundo interior, el número y grado de desarrollo de los sentidos de- terminarán el grado posible de desarollo intelectual. Si los sentidos son muchos y sus enseñanzas variadas y exactas, la in- teligencia será grande; y será pequeña en caso contrario. Con los ojos rudimentarios del topo ¿cómo hubiera podido el hombre elevarse á las nociones del mundo y del universo, al conocimiento de las plantas y de los animales y por consiguiente á los conceptos de la filosofía basados en ellas? ¿Qué seria en ese caso de la ciencia, auxiliar poderoso de núes- 18 tro perfeccionamiento; qué de las bellas artes, última y suprema expan- sión del genio humano? La confirmación d posteriori de todo lo ántes asentado no puede ser más brillante. La degradación intelectual y la sensorial caminan siem- pre juntas; donde quiera que los sentidos se debilitan, la inteligencia baja, y donde quiera que las primeras progresan, la segunda mejora. Toda la escala zoológica está ahí para demostrarlo. No podría alegar- se en contra que ciertos animales poseen á mayor grado que el hombre ciertas facultades sensitivas, y que su inteligencia es menor que la de este último. Esto solo probaria que el desarrollo de un solo sentido por grande que sea, es insuficiente para elevar el nivel intelectual, y así es la verdad. Una de las funciones de la inteligencia y la más im- portante es, relacionar unos con otros, y con la mayor exactitud posi- ble los diferentes modos de sensación; en tal virtud, si hay grandes di- ferencias entre la extensión de ciertas nociones y lo limitado de otras, la inteligencia tendrá un exceso de elementos no susceptibles de relacio- narse con otros, y quedará siempre inferior á lo que seria, si todos los sentidos estuvieran desarrollados al mismo grado que el que lo está más. Llainarémos la atención sobre este hecho, porque de él deriva el importante precepto de desarrollar armónicamente los sentidos, y en general las facultades todas (porque el principio les es universalmente aplicable), si se quiere obtener de ellas todos los resultados de que son susceptibles. La claudicación intelectual y moral no es ménos perniciosa que la física. La demostración á posteriori (pie venimos desarrollando puede hacer- se exclusivamente en el hombre con resultados idénticos. Todos presen- ciamos dia á dia los inconvenientes que la falta de un sentido ejerce so- bre nuestra inteligencia. Estos inconvenientes, por lo (pie respecta á la inteligencia, son ménos notables de lo que debieran, por dos razones: 1- porque la influencia funesta de estos defectos sobre la actividad son tales, que su gravedad nos impide fijarnos en lo que la inteligencia se ha perjudicado: 2* que se consideran como verdaderas concepciones, la simple adquisición de palabras ó frases aprendidas de memoria y vacías de sentido para quien las pronuncia. Así es que cuando vemos á un ciego cayendo y levantando, tropezan- do aquí y allá con los obstáculos que hay en su camino; imposibilitado para huir del peligro, y, en una palabra, sumido en una profunda des- gracia, aunque á veces sin saberlo; la consideración de los inebnvenien- 19 tes materiales de su defecto nos impide fijarnos en los intelectuales; y cuando en presencia nuestra repite lo que lia oído decir sobre luces, co- lores, perspectivas, etc. etc., olvidamos que todo aquel conjunto de pala- bras á nada corresponde en su entendimiento, y que seria incapaz de lle- var el contingente de trabajo más insignificante á la adquisición de co- nocimientos relativos á fenómenos que no puede observar. La simple torpeza sensorial es un obstáculo serio para el desarrollo in- telectual; pero como sus inconvenientes son especialmente marcados en lo relativo á la actividad material, nos ocuparémos de ella en su opor- tunidad. Demostrada la influencia de los sentidos en el desarrollo de la inteli- gencia, surge desde luego el precepto de desarrollarlos suficientemente siempre que se aspire á perfeccionar la inteligencia; y como la inteligen- cia es un elemento indispensable al médico, esto solo bastaría para exi- gir de él un desarrollo considerable de sus facultades sensitivas. IV Su influencia sobre la actividad material. Este género de influencia es tan obvio que apenas se comprende que se descuide tanto y se abandono tan completamente á sí mismo, un ele- mento tan capital. Para el ejercicio de las artes, los sentidos son el guia indispensable de los movimientos; sin ellos nuestra actividad se ejercería como la do una máquina abandonada á sí misma ciegamente, sin.finalidad posible. Me- diante su benéfica influencia, por el contrario, adaptamos incesantemente á su fin cada uno de nuestros movimientos; ellos nos advierten los obstá- culos inesperados, y nos sugieren y suministran los datos para modificar nuestra intervención según las circunstancias, y esto, con una perfec- ción y oportunidad tanto mayores, cuanto más delicadas son sus apre- ciaciones. Su utilidad persiste áun cuando por la repetición nuestros ac- tos se hayan automatizado, porque áun en este caso, el acto es guiado incesantemente por las impresiones exteriores, que no por limitarse á los centros nerviosos medulares, dejan de producir su debido efecto. Y tan es esto así, que si una circunstancia imprevista se presenta, se despier- ta incontinenti la conciencia, y el acto vuelve momentáneamente á ser voluntario. Cuando el acto es delicado, cuando exige movimientos rigu- 20 rosamente graduados y coordinados, entonces la necesidad de sentidos sutilísimos se hace imperiosa en sumo grado. Es inútil insistir más sobre el particular, estando este hecho más ó menos profundamente grabado en la conciencia de todo el mundo. Si aplicamos estas consideraciones al arte de la Medicina, encontra- rémos que el médico necesita de un alto grado de desarrollo sensorial por tres razones poderosísimas: primera, porque ellos le suministran los datos primeros en que todo su arte está fundado, los síntomas, de los que una gran parte entra directamente por los sentidos; segunda, por- que son la base del desarrollo intelectual de que tanta necesidad se tie- ne; y tercera, porque en el trascurso de su intervención, de ellos toma los datos indispensables para guiarla con acierto, modificándola opor- tuna y debidamente, según sea necesario. Como las sensaciones en esos tres casos son de todo género, el desarrollo debe ser general y compren- der los seis sentidos, á saber: la vista, el sentido muscular, el tacto, el oído, el olfato y el gusto. Además, como las impresiones son rara vez enérgicas, y por el contrario, casi siempre débiles, fugitivas, de difícil apreciación, el desarrollo debe ser no solo general, sino elevarse al ma- yor grado posible, para evitar, como en otro lugar lo dijimos, el mayor número posible de errores. v importancia de las facultades locomotrices. Las mismas ideas viciosas que, como lo dijimos ántes, perjudican tan- to á la educación de los sentidos, han perjudicado también notablemen- te á la educación de las facultades que vamos á estudiar. Durante mu- cho tiempo se ha creído que la voluntad es una causa eficiente de nues- tros movimientos. Entre ella y su efecto no había intermedio alguno; bastaba que la primera estuviera presente para que el segundo tuviera lugar en los mismos términos y con los mismos requisitos que la volun- tad había determinado. Esta ilusión era mantenida por la observación diaria que nos presenta á cada paso voliciones seguidas de movimien- tos, sin la menor apariencia de circunstancias intermedias. Si pues la voluntad era la única condición de nuestros movimientos, bastaba sus- citar la primera para producir el segundo, en la inteligencia de que los órganos locomotores obedecerían sin replicar y sin equivocarse. Así se 21 explica y disculpa la candidez de infinidad de personas que se conten- tan con leer descripciones de actos, creyendo que eso basta para apren- der á ejecutarlos. Así se forman, ó mejor dicho, creen formarse tantos cirujanos. Este modo de proceder es sencillísimo, pero desgraciadamen- te no es el bueno. Como ya dijimos, todo acto comienza por una impresión; sigue ó no á ésta una serie de actos intelectuales, de los cuales el último es una volición; después viene la ejecución del acto. Pero entre este último y la volición que parece precederlo inmediatamente, hay una operación intermedia cuyo descubrimiento es reciente y cuya influencia sobre su ejecución es más capital que la de la misma voluntad. Esta operación es enteramente inconciente, y con tanta independencia de la voluntad, que la intervención de esta última es, en muchísimos casos, nociva para la correcta ejecución de un acto. Esta facultad es la coordinación motriz cuyos órganos, al ménos los mejor conocidos hoy, son las grandes celdas de los cuernos posteriores de la médula. Un simple raciocinio basta para hacer prever que, sin órganos y fa- cultades coordinadoras independientes de la voluntad, los movimientos voluntarios serian imposibles. Un movimiento cualquiera, por sencillo que se suponga, no es un acto simple é indivisible, sino, por el contrario, es el resultado de la acción combinada de un grupo de músculos, cuya situación, volúmen, relacio- nes, etc., etc., son totalmente diferentes entre sí, y cuya acción tiene que variar para cada uno de ellos. La intervención de la voluntad en un movimiento supondria una excitación particular para cada músculo, según sus circunstancias especiales; y como cada una de estas excita- ciones particulares tendria que ser bien deliberada y calculada de ante- mano, la sola complicación de conocimientos necesarios para la distri- bución de las excitaciones, la necesidad de hacerlas todas simultánea- mente y la rapidez con que seria necesario proceder, harían imposible el movimiento, puesto que ni la inteligencia sabe todb lo necesario, ni la voluntad es capaz de operaciones simultáneas y rápidas, no proce- diendo nunca sino analítica y lentamente. Esta idea teórica se encuentra corroborada plenamente por la obser- vación, y tres órdenes de pruebas se pueden presentar en apoyo de la importancia capital de las funciones de coordinación. La primera resulta del estudio del desarrollo progresivo de las fun- 22 ciernes locomotrices, desde el nacimiento hasta la madurez; la segunda, del modo de adquisición de los movimientos constituyentes de los diver- sos ejercicios á que podemos dedicarnos en un momento dado de nues- tra vida, y la tercera del estudio de las lesiones de los órganos de coor- dinación y de sus consecuencias. Todo ser, al nacer, está dotado de la facultad de ejercitar ciertos mo- vimientos, y estos son exclusivamente los aferentes á la inmediata con- servación del individuo. La respiración, la succión y todos los movimien- tos que exige la vida vegetativa están ya plenamente desarrollados. Si así no fuera, las especies no podrían perpetuarse, porque la muerte arre- batarla á los recien-nacidos ántes de que pudieran adquirir esas faculta- des. Si hacemos abstracción de estos actos, relativamente poco nume- rosos, y nos ocupamos de los de la vida de relación, encontramos que el niño, al nacer, no posée en realidad ninguno. Es verdad que se mueve, pero obsérvense sus movimientos y se les encontrará indefinidos, inco- herentes, faltos por completo de precisión y de finalidad. Esto pudie- ra atribuirse, en los primeros dias de la vida, al estado de la inteligen- cia que no funcionando aún con regularidad y precisión, no puede suge- rir á la voluntad fines precisos y terminantes, y que, en tal virtud, esta última, caprichosa y loca, traduce por movimientos desordenados su propio desórden, así como el de la inteligencia. A los pocos dias del na- cimiento, esta opinión no es ya sostenible. A esta época se puede ya sor- prender en el niño deseos bien definidos, nociones hasta cierto punto cla- ras sobre el modo de realizarlas, y á pesar de esto, los movimientos no son sino tentativas infructuosas. Su mano quiere tomar un objeto, pero léjos de dirigirse á él con la prontitud, seguridad y precisión con que lo hará después, se la ve oscilar, cambiar de dirección, avanzar, retro- ceder y agitarse en vano sin realizar su objeto. A medida que avanza en edad, sus ideas y sus deseos adquieren una claridad que se anticipa con mucho á la posibilidad de ponerlos en práctica. La palabra y la mar- cha demuestran esto con toda precisión. Si respecto á la marcha pudiera alegarse, como razón de las dificultades de su adquisición, la debilidad de los órganos encargados de ejecutarla, lo que no resiste á una atenta observación; respecto á la palabra, este argumento no tiene valor algu- no, puesto que en la época en que comienza á adquirirse los músculos de la laringe, de la faringe y de la boca, poseen ya un desarrollo suficiente. Entiéndase que no nos referimos á la expresión articulada del pensamien- to que presenta dificultades de otro género que las puramente de coor- 23 ilinación, sino de la simple repetición de palabras (pie tanto trabajo cues- ta adquirir. La infancia es un aprendizaje, ha dicho álguien que no re- cuerdo, ó acaso nosotros mismos en otro lugar, y esta idea está justifi- cada de un modo más aparente para las facultades motrices de la vida de relación que para cualquiera otra de nuestras aptitudes. Y así es que se ve á los niños progresar en la ejecución de sus actos por medio de ten- tativas, primero infructuosas, y luego, cada vez más apropiadas á su ob- jeto, es decir, cada vez mejor coordinadas. Estas ideas encuentran una confirmación en el estudio del hombre adul- to. Una persona en estado de completo desarrollo intelectual, y bien do- tada de las aptitudes físicas indispensables, emprende por la primera vez de su vida un paso de baile, la ejecución de una pieza en un instru- mento musical, un ejercicio gimnástico ú otro conjunto ó serie de movi- mientos cualesquiera: explíquesele oralmente ó désele á leer un libro donde esté explicado con toda claridad lo que va á hacer; hágasele re- petir de memoria y explicar con claridad el acto en cuestión, y después obligúesele á ejecutarlo, y se encontrará que, cualesquiera que sean las nociones de que su inteligencia haya sido dotada, cualquiera que sea la buena voluntad que tenga de practicarlo, su ejecución dejará mucho y áun todo que desear en cuanto á precisión, rapidez y oportunidad. Esto demuestra que, además de la inteligencia y de la voluntad, algo más exige el correcto desempeño de nuestras acciones. A la patología medular debemos una contraprueba casi experimental que no deja duda á este respecto. La ataxia locomotriz es una afección caracterizada por la pérdida completa de la coordinación motriz voluntaria. La inteligencia y la vo- luntad permanecen intactas, se sabe lo que se quiere hacer y el cómo de- be hacerse: ántes de la enfermedad los actos se ejecutaban con toda cor- rección, los órganos conductores de la excitación voluntaria la trasmiten hasta los órganos-ejecutores, éstos últimos están aptos para funcionar, y no obstante, entre el acto mandado y el ejecutado média una diferencia que asombra al mismo enfermo. Algún órgano ú órganos especiales coor- dinadores se encuentran perturbados; esta es la única explicación de la en- fermedad; y la anatomía patológica, localizando la lesión en los cuernos posteriores medulares ha indicado el sitio y naturaleza de tales órganos. La importancia de una educación especial locomotriz, jesuíta con tal evidencia de la exposición anterior, que no se comprende (pie se dejetan descuidada, y que los encargados de la educación se conformen tan fácil- 24 mente con enseñar en teoría lo que debiera hacerse sin tomar igual empeño porque los actos se ejecuten realmente y se repitan lo bastante para ser ejecutados con la debida perfección. La sencillez de un acto no es una excusa bastante para dispensar de su práctica; actos poco com- plicados exigen poco ejercicio, pero no pueden ser ejecutados sin él: con mayor razón debe exigirse la práctica tratándose de actos complicados. Pretender que la lectura del Jamain basta para poner un buen vendaje, es tanto como pretender que para ser tirador de llórete basta eon la lec- tura de las ocho paradas y de los ocho ataques en que se funda. El ejer- cicio hace maestro, dice el vulgo hace siglos: ¡cuántas veces el sabio y el ignorante cambian sus papeles! En cuanto á la otra condición, que además de la destreza exige la eje- cución de nuestros movimientos, la fuerza, ya hemos dicho en la intro- ducción lo bastante sobre su importancia y utilidad y no insistiremos más. Ya que hemos demostrado que las aptitudes locomotrices son eminen- temente útiles, veámos si son perfectibles y á qué grado. Al ocuparnos del estudio de esta clase de facultades, implícitamente hemos hecho el de su perfectibilidad. Hemos visto que durante el tras- curso de los años que median entre la infancia y la madurez, el hombre, y en general los animales, van adquiriendo una destreza cada vez ma- yor en la ejecución de sus actos, á medida que se aplican á desempeñar- los; que los movimientos que aun en su mayor grado de sencillez eran difíciles, se van poco á poco facilitando, al grado que las dificultades de su adquisición llegan á hacerse incomprensibles. Solo agregarémos, que con el ejercicio, no solo se gana en destreza, sino también en fuerza, y que las dificultades que nacen de esta cualidad se van venciendo tam- bién progresivamente, llegando esta cualidad á ser el símbolo de la ju‘ ventad y de la madurez, como la debilidad lo era de la infancia. En cuanto al grado de perfeccionamiento de (pie son susceptibles, es tan elevado, que no es fácil asignarle límites precisos. Algunas veces lle- gan á lo maravilloso, y los acróbatas y saltimbanquis producen efecto, gracias á la extraordinaria perfección con que poseen estos atributos. La sola agilidad de movimientos de un Paganini ó un Thalberg, áun pres- cindiendo de sus demás cualidades artísticas, bastan para asombrar á los más indiferentes. Y sin ir muy lejos, la práctica de las artes, en ge- neral, presenta innumerables ejemplos de fuerza ó de destreza maravillo- sas, de desarrollo sensorial extraordinario, que no por ser vulgares de- ben dejar de llamar la atención. 25 A esto podría objetarse, que esos ejemplos de perfección suma son ex- cepcionales, y que no puede exigirse á todo el mundo que llegue á ese gra- do. No es lo importante saber que los casos son raros, sino el por qué de que así sea; y necesitaría demostrarse que la generalidad de los hombres es incapaz de llegar á cierta altura, para justificar el abandono de las tentativas para lograr ese resultado. Ahora bien: esto, lejos de estar de- mostrado, es evidentemente falso.- No puede negarse que hay grados su- premos de perfeccionamiento reservados solo á organizaciones excepcio- nales; y si es esto lo que se quiere dar á entender con el argumento an- terior, no es posible negar su validez. Pero si se quiere dar á entender que la media de desarrollo actual, es el máximo posible, único sentido en que el indiferentismo puede encon- trar su justificación, entonces negamos redondamente el hecho. Desde luego, es evidente que en el grado de desarrollo influyen el grado y modo del ejercicio: es así que este último es lastimosamente descuidado; luego cualquiera que sea el desarrollo actual efectivo, puede y debe aspirarse á otro mayor. Otra forma en que pudiera y se defiende realmente la apatía á este respecto, consiste en suponer que, por poco que sea, lo que poseemos es lo bastante para la satisfacción de nuestras necesida- des, y que nada liaríamos con un exceso de dotes. Difícil es por cierto decir á cada uno lo que haría si fuera más perfecto; pero lo que sí se puede decir con seguridad y precisión, es, lo que no hubiera hecho, si hubiera tenido elementos para proceder mejor. Esta sola ventaja nega- tiva es mucho más positiva que otras que aspiran á serlo, y convencerá á los más reliados de que, desgraciadamente, nunca tenemos en exceso las cualidades que tan necesarias nos son. Se ve que la menor ventaja que pudiéramos sacar de una educación mejor, seria disminuir el número de nuestros desaciertos, y nadie se atre- verá á decir que esto sea poco. Pero, además, fácil, aunque supérfluo, es demostrar que, aparte de las mencionadas, otras muchas ventajas de carácter positivo resultarían del perfeccionamiento délas aptitudes físi- cas, y con mayor razón de todas las demás. Hay otro argumento en contra de nuestra tésis, más leal y con más pretensiones que los anteriores, el cual consiste en suponer que el des- arrollo lísieo se hace á expensas del intelectual y moral; ó de un modo más general, que ninguna facultad puede desarrollarse en alto grado sin notable perjuicio de las otras. Los hechos son bastante numerosos y frecuentes para poder llevar, se dice, el peso de tan desoladora teoría. 26 Se citan, la notoria estupidez é inmoralidad de los atletas ríe todas las épocas y de todos los países; las incompatibilidades de ciertas facul- tades con otras más ó menos diferentes; por ejemplo, los matemáticos no son nunca poetas, y al contrario; los filósofos, no son nunca hom- bres prácticos; los negociantes no llegan jamás á la sabiduría; y para coronar el cúmulo de pruebas, se hace palpable la proverbial decaden- cia física de todos los sabios. Nada habría (pie objetar á esto, si se de- mostrara que el desarrollo de una facultad y la degradación de otra ú otras eran las únicas circunstancias constantes en todos los casos: si así fuera, quedaría establecido como una ley empírica (pie el exceso de una facultad coincide siempre con el defecto de otra ú otras, y habría que sospechar que uno de estos hechos era causa del otro, ó bien que ambas eran á la vez, el efecto de una causa ignorada. Pero, lejos de ser así, se observa, por el contrario, que otras dos circunstancias coinciden con los anteriores en todos los ejemplos aducidos, á saber: el ejercicio prepon- derante de la facultad desarrollada y el reposo más ó menos absoluto de la degradada. Como, además, está plenamente demostrado que el des- arrollo es uu efecto del ejercicio, resulta claramente, que si hay faculta- des degradadas, esto debe atribuirse no al perfeccionamiento de una de ellas, sino á la inercia en que las demás han estado sumidas. Pruebas positivas tenemos de esto en los casos más frecuentes de lo que era de esperarse del modo vicioso de Educación general, en que se observa que el ejercicio de varias aptitudes da lugar á un desarrollo proporcional de cada una. Recordamos á este propósito, entre otros ejemplos de hombres ilota- dos simultáneamente de muchas facultades desarrolladas en alto grado, los de Y. Cellini, Miguel Angel, y especialmente de Leonardo de Vinci, que con la misma firmeza caminaba por el sendero escabroso y difícil de la filosofía, que por el ameno y florido del arte, y para quien era igual- mente fácil vencer espada en mano á un adversario que descubrir una verdad científica. Actividades diamctralmente opuestas y para las (pie estaba igualmente dotado. Quevedo es otro ejemplo elocuente de este hecho. Como es este un punto capital de nuestro estudio, y como los princi- pios en este lugar establecidos son universalmente aplicables á todas las aptitudes, lo mismo físicas que intelectuales y morales, menciona- remos todavía un argumento en contra de las aspiraciones hácia un perfeccionamiento mayor de nuestras facultades. En él se raciocina de 27 este modo: para que el perfeccionamiento sea grande, es forzoso que el ejercicio sea mucho, y como éste requiere tiempo, la cantidad de este último empleada en desarrollar facultades, se robária al empleo defini- tivo de éstas en beneficio personal y general. A esto contestarémos que los defensores de la precocidad ignoran sus inconvenientes, que lo im- portante no es precisamente trabajar temprano, sino trabajar bien, y por último, que si bien es cierto que en la actualidad los grandes resul- tados se logran solo á una edad avanzada, esto depende, por regla ge- neral, de la falta de buenos métodos de ejercicio, de que el desarrollo de las facultades se hace casi espontáneamente y sujeto á las eventualida- des de la vida, que dan unas veces pasto á su actividad y otras no; que en la inmensa mayoría de los casos, el mismo que trata de lograr un perfeccionamiento tiene la necesidad de dirigir su educación; que todos estos inconvenientes desaparecerán con la adopción de métodos regula- res de desarrollo, y que el ligero exceso de tiempo de preparación que- dará ampliamente compensado con el grado de perfección adquirido por medios ménos empíricos y más sistemáticos. Pero una insistencia tan grande sobre la utilidad y perfectibilidad de las facultades locomotrices, ¿está justificada por las necesidades de la práctica médica? Evidentemente sí. La práctica exige del médico en materia de fuerza y de destreza un desarrollo extraordinario. ¡Cuántas veces la vida de un hombre depende de la presión que la mano de su médico ejerce sobre una arteria herida! ¡Cuántas veces el porvenir y la felicidad de una familia dependen de un movimiento imperceptible que puede herir gravemente un órgano im- perfecto! Y, desde la delicadeza y exquisita finura que exige la extrac- ción de una catarata, hasta el esfuerzo vigoroso, sostenido, y sin embar- go inteligente y coordinado que es necesario para reducir una luxación, todos los grados de la fuerza y todos los medios tintes de la destreza son inexorablemente exigidos, sopeña de graves responsabilidades, áun cuan- do no sea ante otro tribunal que el de la propia conciencia. ¡Cuántas veces un tacto obtuso, un sentido muscular torpe, una coordinación im- perfecta han producido por maniobras en apariencia inocentes la ruptu- ra de un aneurisma! Yo sé de algún médico que, al puncionar un absce- so de hígado taladró de parte á parte la viscera vaciando el foco en el peritonéo, y causando la muerte del paciente, que acaso estaba destina- do á vivir muchos años; falta imputable á un sentido muscular mal des- arrollado y que caracteriza á esta persona. Sé también de otro, que al 28 practicar una traqueotomía hirió la pared posterior de la t ráquea , el en- fermo murió, y acaso por esta causa. ¿No se sabe de cirujanos que han ligado un nervio en lugar de una arteria? ¿Con una vista y un tacto me- jores hubieran incurrido en tan grave falta? No pretendemos anular enteramente todos los desaciertos, sino redu- cirlos al menor número posible; y es innegable que el desarrollo físico es medio de los más eficaces y el único en casos como los ya citados. La necesidad de un gran desarrollo en este sentido, por la doble ra- zón de las necesidades y responsabilidad inherentes alarte módico, que- da pues definitivamente establecida. VI Importancia de las funciones de la vida vegetativa. En la organización humana, como en todas las organizaciones supe- riores, uno de los caractéres más notables de su alto grado de perfección es la mutua dependencia de sus diversas partes. Cada uno de los órga- nos y cada una de las funciones es íntimamente dependiente del conjun to de los demás, sobre las que influye á su vez. Una perturbación cual- quiera producida en una de ellas, determina una perturbación correlativa en las otras, de tal modo, que la localización de un trastorno cualquiera en un órgano ó función es rara vez posible y solo temporalmente. Esta ley comprende no solo las funciones inferiores, sino también las superio- res que dependen de ellas. En tal virtud, el funcionamiento correcto de nuestras facultades animales, exige directamente la integridad de los órganos y funciones superiores; pero también y con igual imperio, la de los órganos y funciones inferiores. Esta consideración pone desde luego en evidencia este principio: que el ejercicio correcto y continuo de una facultad cualquiera á su mayor grado de perfección, exige la integridad y perfección de todas las demás funciones del organismo; y por consiguiente, que el grado de perfección con que una función dada se ejecuta, no solo depende del estado del ór- gano que directamente la ejecuta, sino también del estado de todas las demás. Si pues liemos establecido que el arte módico exige un alto gra- do de perfección de las funciones animales, claro es que debe exigirse un grado comparable de perfección á las facultades vegetativas, que son el antecedente invariable é incondicionado de aquellas. 29 Estas miras teóricas están plenamente comprobadas por la observa- ción y la experimentación. Es una ley biológica fundamental, que las funciones animales superiores son una consecuencia de la especializa- cion y subordinación crecientes en la escala animal de las funciones ve- getativas. Y así se ve que las primeras manifestaciones de la inteligen- cia y de las facultades animales superiores, no aparecen sino cuando las funciones vegetativas tienen un grado de diferenciación y dependencia mutua muy considerables. A medida que estos caracteres se marcan más y más, se observa también un mayor grado de perturbabilidad de las primeras bajo la influencia de las segundas. ¡Qué diferencia á este respecto entre un pólipo de agua dulce, al que se puede dividir en pe- queñísimas fracciones sin que ninguna de ellas pierda ni una sola de sus funciones, y un hombre, ú otro animal superior, en los cuales la supre- sión de algunas porciones de ciertos órganos, compromete el funciona- miento de todos los demás. Limitándonos á la sola observación del hombre, el contingente de he- chos probantes es considerable á más no poder. Desde las enfermeda- des fulminantes que aniquilan de un golpe y en un solo instante todas las funciones animales y convierten al paciente en una masa inerte é in- sensible, hasta las simples modalidades orgánicas que llamamos tem- peramentos y constituciones, y que imprimen en los actos un sello ca- racterístico, toda la patología es una confirmación del hecho que dis- cutimos. ¿Qué tiene de común el carácter apático é indolente de un anémico, con la vivacidad, extravagancia y volubilidad de una histéri- ca? ¿Qué punto de contacto existe entre la taciturnidad de un hipocon- driaco y la excitabilidad, la fe, la ambición y la actividad del princi- pio de la parálisis general progresiva? Pero ¿á qué recurrir á la patolo- gía si las simples modalidades fisiológicas dan pruebas más fructuosas para los fines de la educación que cualquiera otro orden de hechos? Las diversas constituciones y temperamentos que por sí solas no constituyen, propiamente hablando, estados patológicos, se distinguen entre sí, no tanto por el color de las mejillas, el aspecto de las conjuntivas, ó las otras particularidades estáticas del individuo, cuanto por los rasgos de la in- teligencia, del carácter, de la actividad. ¿Acaso las diversas razas fun- cionan de idéntica manera? ¿Por ventura las diversas edades no están caracterizadas por particularidades funcionales á la vez físicas, intelec- tuales y morales? Pero la experimentación viene á completar el cuadro de nuestra de- 30 mostración. La introducción de agentes materiales extraños ó no á la economía, no es más que un cambio tísico producido en la organización física; y á ménos que se admita que el alcohol ó la belladona obran sobre el alma misma, tendrá que admitirse que los variadísimos y con- trapuestos efectos que la experimentación demuestra, no ya en las fun- ciones corporales, que seria lo de ménos, sino en las espirituales, de- penden del estado físico de los órganos. Sin recurrir tampoco á modi- ficaciones anormales, sino concretándose á las normales, ¿quién no lia observado la influencia, por ejemplo, de la alimentación sobre los mo- vimientos, los pensamientos y los sentimientos? ¿Quién no ha observa- do que después de una comida moderada, sana y apropiada, el vigor y precisión motriz aumentan, la inteligencia se esclarece y los sentimien- tos se dulcifican? Bajo la influencia de la miseria y del frío, lia dicho Víctor Hugo, quien en su calidad de poeta debería tender á la destruc- ción de los hechos que averiguamos, se acercan los cuerpos, pero se ale- jan los corazones. Esta poética frase vale más que por su belleza por el fondo filosófico que encierra. Apliquemos al médico estas ideas generales. En nuestra calidad de aspirantes del Cuerpo de Sanidad Militar, to- dos los dias presenciamos el cuidado extremado, la meticulosidad y con- ciencia con que se examinan una á una y sin excepción, todas las fun- ciones de los aspirantes ó forzados á la carrera militar: las autoridades imponen á este reconocimiento requisitos excepcionales, y toda precau- ción les parece poca para adquirir la convicción de que el soldado es apto para el fin á que se le destina. Nadie diria que todo ese cúmulo de precauciones se toman para asegurar la pronta y eficaz destrucción de nuestros semejantes, y que las condiciones que en ese caso se exigen de un hombre, tengan por resultado la pérdida de un sér más perfecto y por consiguiente más útil. Y cuando se trata de proveer á la conser- vación de los demás; cuando se trata de un arte más difícil y complica- do; cuando se trata de imponer, si no fatigas más rudas, responsabilida- des más grandes, nadie se preocupa ni de la mala constitución, ni de las enfermedades, ni de la moralidad, y sí solamente y de un modo defectuo- so, del grado de instrucción, principalmente teórica. ¿Y será, por ven- tura, que esos requisitos, especialmente los tres primeros, no sean indis- pensables para el ejercicio de nuestro arte? Nó, y mil veces nó, sino por- que equivocadamente se cree que tales circunstancias no tienen sino una influencia secundaria sobre la práctica. Y así se ve que, á pesar de de- 31 formidades considerables, de reconocida mala salud, de debilidad mani- fiesta de constitución, de bien averiguada mala conducta, se expiden todos los dias títulos que, en manos de personas incapaces por una ií otra razón, se convierten en armas poderosas contra la salud, la felici- dad y la vida de los enfermos. Haciendo abstracción de ciertas defor- midades que, cuando menos, perjudican indirectamente al médico, pri- vándolo de la respetabilidad que asegura la fe y disciplina de sus subor- dinados, ocupémonos de las demás condiciones enumeradas. Una sa- lud perfecta es una condición indispensable al médico: la enferme- dad perjudica de dos maneras: directamente, por los obstáculos que pone al ejercicio de la actividad material, tan necesaria al médico, é indirectamente, por la influencia que ejerce sobre la inteligencia y el ca- rácter. El médico tiene el imprescindible deber de hallarse á todas ho- ras á disposición de los enfermos. En todo momento debe poder dispo- ner de la integridad y vigor de sus. movimientos, de la claridad y exac- titud de sus pensamientos, del dominio y manejo absoluto de sus senti- mientos. Ahora bien: las enfermedades perjudican más ó ménos, y por regla general simultáneamente, estas facultades: las unas producen una torpeza, una indolencia y una debilidad motrices marcadísimas, y dañan á la ejecución de nuestros designios; las otras impiden una atención sos- tenida, y dañan por esto á todas las operaciones intelectuales subsecuen- tes; todas, más ó ménos, despiertan los sentimientos egoístas, adorme- cen el interés que el paciente inspira, producen el disgusto por sus que- jas, la impaciencia por sus impertinencias; suscitan la idea dominadora de suprimir los preámbulos y de abreviar los procedimientos; y ya se comprende los males que esto puede acarrear. Y entiéndase que no nos referimos á las enfermedades agudas que postran en el lecho y que im- piden de raíz todo ejercicio profesional, sino á esos estados valetudina- rios sordos, casi latentes, que no imposibilitan del todo, pero que dañan al correcto desempeño de nuestras funciones. La simple debilidad orgánica está en el mismo caso: ella obliga al médico, en obvio de mayores males, á precaverse de la intemperie, á huir de las influencias miasmáticas, á esquivar los ejercicios violentos que lo.enerven; ella lo expone á la adquisición de enfermedades frecuen- tes y graves; lo priva de fuerza y de resistencia para los trabaios rudos y sostenidos, y en una palabra, pone tal número de trabas á su libre actividad, que la misma opinión pública señala con cuidado, conoce y desecha á los médicos que no salen de noche, ni caminan mucho aunque 32 no sea sino por miedo á un constipado. Miedo muy justificado, pero que justificaría mejor la adopción de una profesión ménos ruda y ménos sus- ceptible de perjudicar á los demás. Con estas consideraciones damos punto al estudio de la importancia de las facultades físicas, y vamos á entrar de lleno en el de los medios adecuados para desarrollarlas. VII Educación general de las facultades. Ya hemos hecho notar en otro lugar la influencia que las ideas domi- nantes tienen sobre nuestra conducta. Hicimos ver entonces que los errores teóricos traían inevitablemente los desaciertos prácticos. La verdad de estos principios resalta con particular claridad á causa de que, interesando vivamente á todos lo relativo al porvenir del hom- bre y de la sociedad, y á causa también de la complicación natural de los hechos, los errores científicos son más frecuentes y trasladados á la práctica con excesiva escrupulosidad, y en tal virtud, con resultados más funestos. Esta influencia de la filosofía sobre la Educación, marca en este arte con toda precisión los tres pasos fundamentales por los que la primera ha pasado. Podemos, pues, asignar á la Educación los tres períodos clásicos que todas nuestras nociones han ido sucesivamen- te recorriendo. Bajo la influencia de las ideas teológicas, la Educación, propiamente dicha, no puede existir. Toda la influencia del hombre sobre el perfec- cionamiento de sus semejantes, se reduce á implorar el auxilio de la Di- vinidad y confiar á solo ella una tarea que nadie podría desempeñar sin su consentimiento ni sin su intervención. Aun hoy vemos á cada paso muchos padres de familia, cuyo modo preferente de moralización con- siste en pedir á Dios fervorosamente que sus hijos extraviados vuel- van al buen camino. En las épocas más florecientes del período teológi- co á esto solo se reducía la Educación: hoy ese medio es más bien con- siderado como accesorio que como principal; pero áun es practicado: muchos médicos inician sus tratamientos por prácticas religiosas, como por ejemplo: comulgan ántes de operar, etc. En tales circunstancias, el desarrollo de las facultades se ve punto ménos que abandonado á sí mismo. 33 La metafísica concede á la materia y al espíritu leyes y propiedades sobre las que ni la misma Divinidad tiene influencia, y á las cuales aun ella misma está sujeta. Este principio comienza á hacer posibles los mé- todos de Educación, puesto que establece ya leyes fijas que con toda confianza se pueden poner en juego para lograr inevitablemente resul- tados previstos de antemano. Pero la metafísica tiene por carácter im- poner á lo objetivo las leyes de lo subjetivo: según ella, el espíritu pri- ma á la materia; esta última no puede separarse de las leyes de aquel; y la verdad, según Santo Tomás de Aquino, no es más que la confor- midad de las cosas con nuestro 'pensamiento; es decir, precisamente lo contrario de lo que debe ser. De aquí que los métodos educacionales de origen metaíísico se preocupen exclusivamente del espíritu con detri- mento del cuerpo; que descuidando las nociones que da la observación, se empeñen en desarrollar el espíritu por sí mismo, sin el auxilio de los sentidos: de aquí que toda la educación para ellos consista en inculcar las teorías del silogismo, y en obligar á raciocinar exclusivamente con él, formando interminables cadenas, creyendo (pie la clave de todos los secretos de la naturaleza está contenida en la bárbara celarent, etc. Si su ciencia, su arte y su moral son á priori, ¿qué de extraño será que sus procedimientos de Educación lo sean también? La Filosofía Positiva, por el contrario, cuyos principios todos están to- mados de la observación, léjos de pretender que la naturaleza se some- ta á las leyes del pensamiento, exige á éste que se doblegue constante- mente á las exigencias de aquella. Los principios de una Educación po- sitiva deben, pues, tomarse de los datos de la observación y de la expe- riencia, y nunca debe plantearse un precepto, por racional que pueda parecer, si no está sancionado por esos dos criterios supremos. En tal virtud, nada más natural que investigar primero las circunstancias en que una facultad se desarrolla espontáneamente, para poner en juego los medios de lograr su perfeccionamiento: una vez conocidas las leyes de ese progreso, así como las circunstancias favorables ó perjudiciales á su realización, se procura establecer el precepto correspondiente, que no debe admitirse como bueno, sino cuando baya sido suficientemente experimentado. Así procederémos en el establecimiento de los precep- tos generales y particulares de Educación. Para mayor claridad y sencillez, comenzarémos por los casos más pal- pables y más sencillos, y nos elevarémos poco á poco á la consideración de los ménos aparentes y más complicados. 34 Uno de los hechos de desarrollo más fáciles de observar, es el del sis- tema muscular. El volumen y consistencia de las masas musculares no es el mismo para todos los individuos, ni en un mismo individuo, en los diversos pe- ríodos de la vida, ni en las diversas épocas de cada período. En la ni- ñez son poco considerables y consistentes: estas cualidades aumentan poco á poco hasta la madurez; permanecen estacionarias durante cier- to tiempo, y comienzan después á disminuir á medida que se avanza en edad. Como la masa y consistencia de los músculos son los indicios más aparentes de su desarrollo, no hay ni que decir que éste sigue las mis- mas fases de progreso, estado y decadencia. Estas tres fases coinciden con el hecho de que la actividad motriz crece desde la niñez á la madu- rez, y decrece desde ésta hasta la muerte. Si en cada uno de estos pe- ríodos de la vida estudiamos el estado del sistema muscular, observaré- mos que ni el progreso ni el regreso se hacen uniformemente, y que ni el mismo período de estado es del todo uniforme. Sin cesar se pro- ducen alternativas de ascenso y de descenso, y siempre coincidiendo el primero con el aumento de la actividad, y el segundo con su dimi- nución. La época de los trabajos escolares, que se hacen hoy bajo una forma sedentaria, detiene el desarrollo muscular de la juventud y áun produce cierto grado de decadencia. Después de unas vacaciones pasadas en el campo, y ocupadas por ejercicios violentos, las cualidades perdidas se recobran más ó ménos para volver á perderse por la inacción. Las alter- nativas de trabajo y descanso se hacen notables á todas las edades por iguales manifestaciones. La comparación del estado de los diversos gru- pos musculares conduce á idénticos resultados. Es rarísimo observar un desarrollo proporcional de todos los músculos, y siempre se observan más voluminosos y consistentes los más activos, y ménos los demás. Entre los miembros superiores é inferiores de un herrero hay una gran diferencia en favor de los primeros. El brazo derecho es, por regla general, más robusto que el izquierdo, especialinete en los tiradores de esgrima. Co- mo estos son hechos de observación vulgar no insistirémos más en ellos. De estas consideraciones, así como de las que dejamos sentadas al es- tudiar la perfectibilidad física, resulta: Que el sistema muscular se desarrolla por el ejerciólo y solo por él, puesto que en todos los casos de desarrollo el hecho del ejercicio es un precedente constante, y puesto que su falta precede invariablemente á 35 la atrofia de los músculos. Como, además, no hemos encontrado otro he- cho que produzca el mismo resultado, estamos autorizados á deducir que para desarrollar los músculos es indispensable hacerlos funcionar. Aquí podría deslizarse un principio d prior i, á saber: que el desarrollo de los músculos es proporcional al ejercicio que hacen, y de aquí una consecuen- cia dañosa por absoluta: que un exceso de ejercicio traería un exceso de desarrollo. Como ya hemos dicho que ninguna idea teórica, por racional que parezca, debe aceptarse si la observación no la justifica, vamos á suje- tar este hecho ásu natural criterio. La observación enseña, que cualquiera que sea el grado del ejercicio, el desarrollo tiene un límite, y que una vez alcanzado, todo lo que se puede lograr es conservarlo. Pero además, los gimnastas saben bien que el exceso del ejercicio produce la decadencia más que el progreso. Esto contribuye á explicar, en combinación con otras circunstancias accesorias, por qué el desarrollo muscular de las per- sonas que practican oficios muy rudos es relativamente inferior al de otras que trabajan menos. Lo anterior conduce á otro principio relativo al des- arrollo muscular, y es el siguiente: No siendo el desarrollo muscular pro- porcional al ejercicio, sino en ciertos limites, no debe el ejercicio ser nun- ca excesivo, sino graduarse según la observación vaya indicando en cada caso. De esto último se deducen otros dos preceptos: es el Io, que el ejerci- cio debe ser practicado con persistencia, pero no debe ser continuo; y el 2°: que el tiempo en que se puede lograr determinado grado de desarro- llo, no es nunca asignable con precisión, y depende ménos de la volun- tad del que educa que de las circunstancias peculiares al educado. En efecto, la observación demuestra, que cuando muchos individuos se so- meten á un ejercicio idéntico, en circunstancias semejantes, el desarro- llo es diferente en cada uno: esto se explica en gran parte por la alimen- tación, higiene, y otras muchas circunstancias particulares, cuyo con- junto marca en cada sér el sello de la personalidad. En los órganos si- métricos el ejercicio de uno solo perjudica al otro. Para los miembros superiores, el uso preferente de la mano derecha la desarrolla más que la izquierda: de aquí un defecto general de origen educativo, y que con- siste en que, á pesar de tener dos órganos en igualdad de circunstancias, en realidad no podemos usar más que de uno. Las ventajas que resul. tarian de la educación de entrambos son fáciles de calcular, y en tal vir- tud, debe establecerse como un precepto el ejercicio simétrico délos ói- ganos, tanto de los sentidos como de la locomoción. 36 Este es el momento de poner de manifiesto los inconvenientes de la precocidad á que aludimos en otro lugar. El desarrollo prematuro de un órgano ó función, cuando es espontáneo, no parece tener más inconveniente que su decadencia prematura tam- bién; inconveniente bien serio si se reflexiona en que la facultad empie* za á decaer precisamente en el momento en que las demás están prontas á secundarla. Cuando la precocidad es provocada, por regla general se ocasiona un perjuicio positivo, porque se imponen ejercicios rudos á órganos débiles, causa poderosísima de degradación. Estos principios son enteramente aplicables á todas las facultades, y por eso constituyen la base inconmovible de toda educación. Los senti- dos, los movimientos, la inteligencia, la moral, se desarrollan conformán- dose á ellos, y se perturban en las circunstancias por ellos indicadas. Como seria inútil ir aplicando á cada facultad el procedimiento á que acabamos de dar cima, puesto que en todo lo anteriormente demostrado están implícitos los mismos hechos, nos conformarémos, para asegurar la convicción de los áun vacilantes, con tomar un ejemplo de cada órdeu de facultades, el que méuos parezca prestarse á la demostración, y ha- rémos ver con él lo que los límites de este trabajo no permiten demostrar individualmente para cada aptitud. La buena voluntad de los lectores, tomando diferentes ejemplos y sujetándolos al mismo exámen, completa- rá nuestra demostración. Comenzando por los sentidos, era natural dar la preferencia al senti- do muscular; pero como éste necesita un estudio especialísimo, todo lo que á él se refiera lo agruparémos en un capítulo particular. De este mo- do, de un golpe de vista se podrá apreciar todo lo interesante relativo á este sentido tan sujeto á controversia. Respecto á los demás, en todos ellos se pueden comprobar las leyes enunciadas. Que los sentidos se desarrollan por el ejercicio está ya bien demostra- do por los hechos alegados en el estudio de la perfectibilidad física. Allí hemos comprobado la coexistencia constante del ejercicio de cada senti- do con su perfeccionamiento gradual. El hecho opuesto es igualmente notable; el reposo exagerado de un órgano sensorial lo entorpece mani- fiestamente, y puede llegar hasta su aniquilamiento. El silencio y la os- curidad casi absolutos de ciertas prisiones, producen una dureza de oído muy marcada y una amaurosis, á veces completa, en los desgraciados que las habitan. Sin ir tan léjos, todos hemos experimentado en nos- 37 otros mismos la torpeza de nuestros sentidos después de una gran inac- ción. Así, por ejemplo, cuando se deja de auscultar mucho tiempo, se aprecian ménos fácilmente los medios tintes de los ruidos normales ó patológicos. Los tiradores de armas, los jugadores de billar, y otras muchas personas, ven disminuir su penetración visual, así como sus aptitudes coordinadoras, por la interrupción prolongada de su ejerci- cio predilecto. Hasta el hecho mismo de que en una serie de percep- ciones ó de acciones, las primeras son ménos perfectas que las siguien- tes, demuestra que no solo el grado de aptitud considerado en general se entorpece por el reposo, sino que para alcanzar el máximo de su per- fección se necesita en cada vez que se ejerce el acto, un período ante- rior de ejercicio ménos perfecto y preparatorio del que sigue. El hecho de que una aptitud sensorial ú otra disminuye por el reposo, ha pasado al lenguaje del vulgo, que dice de las personas en quienes lo observa que están empolvadas. De la misma manera hay muchas frases vulgares para designar la necesidad de un ejercicio preparatorio para lograr el máximum de perfección de una aptitud. Así, se dice: entrar en calor, ponerse en tono, suscitar el orgasmo, calentar el pulso; ex- presiones cuya vulgarización es una garantía de nuestro aserto. Otra comprobación son los heclios de ejercicio, deliberadamente ejecutado pa- ra preparar y garantizar la eficacia de la acción definitiva, como los ar- pegios de los pianistas ántes de comenzar á ejecutar, las vocalizaciones de los cantantes ántes de comenzar á cantar ejercicios, que no porque no sean expresamente practicados para avivar los sentidos, dejan de ser- les necesarios. El exceso de ejercicio perjudica igualmente á los sentidos, temporal y definitivamente. Una luz muy viva como la que produce la visión direc- ta del sol, de la luz reflejada por las superficies brillantes como la su- perficie del agua, la de la nieve, etc., producen inmediatamente el des- lumbramiento; y si su acción es muy prolongada, el sentido pierde más y más su fuerza y hasta llega á perderla del todo. No solo la intensidad de la sensación sino el esfuerzo que exige producen resultados idénticos; los micrógrafos, los astrónomos, etc., etc, pierden, por el abuso, sus fa- cultades visuales. Los artilleros, los campaneros, los herreros, son habitualmente sordos. Para el olfato y el gusto iguales fenómenos se observan: los gastróno- mos necesitan sazones exagerados; lo que traduce su anestesia gustati- va creciente. Los que abusan de los perfumes como los orientales, lie- 38 gan á darles, para poder disfrutarlos, una acritud que se nos hace into- lerable. Los que sufren presiones rudas pierden para ollas la sensibili- dad á un grado notable; el cosquilleo llega á hacerse soportable por el abuso; lo mismo pasa con la sensación de temperatura y aun con el do- lor mismo cuando no es muy exagerado. En una palabra, en materia sensorial el hábito es una prueba patente de los resultados de la persis- tencia exagerada de una sensación. Si los principios establecidos son, pues, los mismos para los sentidos y los movimientos, los preceptos educacionales serán idénticos para unos y para otros. Haremos, para terminar, una importante observa- ción, y es, que tanto en materia de sentidos como de movimientos, el ejercicio educacional debe hacerse en el mayor número posible de for- mas de cada actividad. Efectivamente: el desarrollo de una sola de las formas de sensación en cada sentido ó de movimiento en cada grupo muscular, es insuficien- te para el perfeccionamiento de las otras; así, por ejemplo, el desarrollo de la perceptibilidad de los colores no garantiza un perfeccionamiento en la apreciación de las formas, distancias ú otro modo cualquiera do percepción visual, ni tampoco la habilidad para la esgrima, podría ase- gurar el éxito en una operación quirúrgica. La facilidad para distinguir sonidos no es idéntica á la que exige la diferenciación de los ruidos. Puede la educación dotar de extremada perfección para la apreciación del estado de la superficie de los cuerpos, sin que la de sus temperaturas se eleve en lo más mínimo. Todos estos principios banales son, sin embar- go olvidados, lo bastante para perjudicar. Otra observación importante es la siguiente: como el reposo prolongado de una aptitud la perjudica, y como ningún acto déla vida, por sencillo que se suponga, requiere el so- lo desarrollo de una aptitud, es conveniente que los ejercicios educacio- nales exijan el concurso de varias aptitudes simultáneamente. De estas dos observaciones finales se deduce otro precepto capitalísimo, y es, que los ejercicios sé acerquen lo más posible á la forma en que la vida real requiere el concurso de las aptitudes, y esto por dos razones: Ia, porque así se asegura el ejercicio simultáneo de otras facultades ac- cesorias; y porque así se alcanza una destreza mayor en la práctica definitiva, para la que se trata de perfeccionar dichas facultades. Este principio es tan universal como los anteriores, y se aplica no solo á las formas de la Educación, sino también á las de la Instrucción. La educación de nuestros movimientos tiene que ser practicada según idénticos principios. En los ejemplos aducidos poco antes, al aplicar á los sentidos los principios generales de Educación, están comprendidos muchos referentes á la actividad motriz: si recordamos además lo expre- sado en la parte relativa á la perfectibilidad motriz, veremos que, tanto la fuerza como la destreza se desarrollan exclusivamente por el ejercicio, y se degradan por la inacción; que el exceso produce en ellas este mis- mo resultado, lo cual es evidente para la fuerza como lo demuestra la anemia de los gimnastas. La destreza es ménos evidentemente perjudica- da; pero, sin embargo, el hecho de que no sean las personas excesivamente aplicadas á un ejercicio de destreza las que mejor lo ejecutan, tendería á demostrar que, aun aquí, el exceso es perjudicial. Al ocuparnos del sentido muscular trataremos á fondo esta cuestión. También hemos de- mostrado la imposibilidad de suplir unos por otros los diversos ejerci- cios y la necesidad de practicar individualmente cada uno de los que se quiere adquirir. Es manifiesta también la utilidad de que los ejercicios sean complexos para que el desarrollo sea general, y la necesidad de que se acerquen en lo posible á las formas prácticas habituales, para que sean útiles á un grado eminente. No insistiremos más en esta apli- cación particular de los principios generales, porque en todo lo anterior, así como en lo que va á seguir, se encontrarán las soluciones de las du- das que pudieran suscitarse á este respecto. Examinemos ahora si las facultades intelectuales se conforman ó no á esos principios que hemos establecido como generales. A reserva de ha- cer una demostración especial para cada facultad, nos limitaremos á exa- minar una de ellas, la más importante de todas, el raciocinio. Que el ra- ciocinio se desarrolla por el ejercicio, y (pie tal resultado solo puede lo- grarse por tal medio, es un hecho de facilísima demostración. Compárese el estado que guarda esta facultad en los hombres que se dedican al cul- tivo de las ciencias, con el que se observa en las personas que se dedi- can á las artes puramente mecánicas, y la inconcusa superioridad de las primeras sobre las segundas eii la exactitud de sus juicios, salta á la vista. Compárense á su vez, los hombres científicos puramente eruditos, con los que cultivan más ó ménos la filosofía, y manifiestamente los se- gundos predominan sobre los primeros. Ahora bien: el cultivo de las ciencias, áun por simple placer de erudición, obliga al raciocinio á un ejercicio asiduo, mediante el cual se perfecciona gradualmente. Los ejercicios puramente mecánicos, dejan á esta facultad en un reposo tan prolongado y tan completo, que explica la decadencia necesaria de la 39 40 facultad inactiva. El exceso de trabajo, produce también la decadencia que, por regla general, se generaliza á toda la inteligencia, y la obser- vación sanciona dia á dia los inconvenientes intelectuales de un traba- jo excesivo: inconvenientes próximos, como son: la incapacidad momen- tánea para raciocinar después de un exceso de ejercicio, y hasta una pos- tración completa; y remotos, como el descenso del límite intelectual por los abusos en este sentido. La observación también demuestra, que el ejercicio, de un modo ex- clusivo de raciocinio, es impotente para perfeccionar en su conjunto es- ta facultad. La sutileza, las argucias, la exquisita finura silogística de los metafí- sicos, contrasta notablemente con su habitual ineptitud para las cien- cias físicas que tienen tanto de inductivas. Y no solo los dos modos fun- damentales de raciocinio se perfeccionan aisladamente, sin influir casi uno sobre otro, sino que aun las formas que cada uno de ellos reviste pueden presentar ese mismo fenómeno. Un matemático y un metafísico raciocinan en el modo deductivo, y sin embargo, cada uno de ellos es especialista en su terreno predilecto, y no manifiesta igual facilidad en el campo de exploración del otro. El raciocinio abstracto y relativamen- te simple de la teoría no basta, por perfecto que se le suponga, para desarrollar el raciocinio concreto y complicado de la práctica, como tam- poco este último basta por sí solo para perfeccionar al primero. Estas consideraciones patentizan, que los principios fundamentales de educa- ción física son aplicables á la inteligencia; y la necesidad del ejercicio, de su graduación, de su complexidad y de su semejanza con las formas prácticas, se impone con el mismo imperio á la inteligencia que á la sen- sibilidad y motilidad. La moral está en el mismo caso. Tomemos como ejemplo la caridad. Para desarrollar este sentimiento, no basta la convicción de su nobleza ni de su utilidad, y todos los moralistas recomiendan la práctica de las buenas obras como el medio más eficaz de desarrollar los sentimientos que las dictan. El hábito, en materia moral, es tan irresistible como en materia intelectual ó física, y llega á convertir en irresistibles deseos lo que acaso al principio eran repugnancias invencibles. Así se observa que la práctica de la caridad, áun cuando al principio no fuera agrada- ble, acaba por ser uno de los placeres más nobles y dominadores por la sola influencia del hábito, y á veces contra las sugestiones más podero- sas de la razón. El abandono de estas prácticas llega á cegar comple- 41 tamente ese fecundo manantial de bienes. El desarrollo de una forma de caridad no es la garantía del de otra distinta, y así se ven muchos filántropos dotados de la tendencia marcadísima para favorecer á los pueblos y que permanecen indiferentes ante los males individuales, y el caso contrario es todavía más patente. Una por una, todas las cualida- des morales dan la medida de estas influencias, y garantizan que la apli- cación de los preceptos generales establecidos es tan indispensable al desarrollo de este modo de actividad como á los otros. VIII. Excitantes de ia actividad. Va que el ejercicio es la condición fundamental del desarrollo, procu- remos investigar qué causas nos determinan á practicarlo, y si éstas tie- nen alguna influencia sobre él, y por concomitancia inmediata sobre nuestro perfeccionamiento. Cinco causas son conocidas para excitar nuestra actividad, y son: La necesidad, la imitación, el hábito, la coacción y el estímulo. Las dos pri- meras son primitivas, la segunda es siempre consecutiva. Estas tres di- manan de la naturaleza humana, á diferencia de las otras dos que tienen un origen artificial. Todas podrian en el fondo reducirse á la primera; pero hemos preferido considerarlas aisladamente, porque las necesida- des que imponen varian inmensamente en grado según que estas lílti- mas son naturales ó artificiales, y que, por consiguiente, el poder excitan- te es muy diferente para cada una. La necesidad puede ser tísica, intelectual ó moral, y en cualquiera de estos tres casos es directa ó indirecta: el hambre es una necesidad tísica directa, respecto á la acción de comer, é indirecta respecto á la nutri- ción en general: la satisfacción de la curiosidad es intelectual directa ó indirecta, según que ella determina por sí sola y de un modo inmediato, la adquisición de un conocimiento, ó bien que prepara solamente la de otro cuya investigación es nuestro objeto final: la solicitud por un en- fermo es directa, cuando el resultado á que por ella vamos á llegar es in- mediato ó final, é indirecta, cuando este último es solo preparatorio ó auxiliar de otro resultado remoto. Estas distinciones están sancionadas por las exigencias de nuestro es- tudio, como pronto lo verémos. 42 La necesidad es el excitante más poderoso de nuestra actividad. Esta proposición está demostrada por el hecho de que la solicitud que todos manifestamos por un género de actividad, aumenta en proporción de la falta que nos hace, y por el hecho de que las necesidades son tanto más imperiosas y se manifiestan por deseos tanto más intensos cuanto su sa- tisfacción tiene una influencia mayor sobre nuestra conservación ó pro- greso. La respiración y la alimentación son para nosotros las necesidades mas imperiosas, y casi todas nuestras peocupaciones y nuestra actividad tienen en ellas su principal excitante. Si los elementos respiratorios es- tuvieran menos profusamente esparcidos en la naturaleza, las activida- des destinadas á proporcionárselos serian las más imperiosas. Si las actividades aferentes á la alimentación tienen, en circunstancias habituales, el predominio, esto depende de que es más fácil tener que respirar que tener que comer; pero cuando el oxígeno escasea, entonces la necesidad respiratoria domina á todas las demás. Se ve por esto, que en materia de actividad física los actos son ejecutados con tanta mayor solicitud cuanto el excitante es más poderoso y más directo; y esto en razón del placer que producen ó del sufrimiento que evitan. La impor- tancia de que el excitante sea directo está demostrado por el hecho de que nada nos incita tanto á buscar alimentos como el hambre misma, por más que haya para ello excitaciones tan poderosas pero no tan di- rectas, como la necesidad de nuestra conservación, que pudiera hacerse patente por una demostración teórica ó práctica. Así, por ejemplo, cuan- do no tenemos apetito, no hay argumento bastante para hacernos ali- mentar convenientemente, por manifiesta «pie nos sea la necesidad indi- recta de la alimentación. En una palabra: si nos tomamos el trabajo de buscar qué comer y de hacerlo realmente, no es porque esto contribuye á nuestra conservación, sino simple y sencillamente porque tenemos ham- bre. En materia intelectual observamos lo mismo. Los fines inmediatos excitan poderosamente nuestra actividad intelectual, y los mediatos ó indirectos la excitan ménos ó nada. Nadie hay (pie se eche á dormir en presencia de un peligro que para ser evitado necesita un raciocinio pronto y de inmediata aplicación, en tanto que nos abandonamos á la indolencia cuando el fin á que aspiramos es remoto y de mediana ó nin- guna importancia. Estos principios son tan aplicables á la actividad moral que precisa- mente en virtud de que sus excitaciones son muy indirectas, su ejercicio 43 es menos general y asiduamente cultivado. Pero que por una causa ó por otra estas excitaciones se hagan más directas, en virtud de susci- tar acciones de una utilidad más inmediata, y entonces la práctica de la moral y la propaganda de sus doctrinas, llega á un grado extraordina- rio. En la Edad Media, por razones que seria inoportuno citar aquí, las necesidades morales se elevaron á un alto grado de imperio y su ejerci- cio á un grado elevadísimo de perfección. La imitación, base de la simpatía, es también un excitante poderoso de la actividad en todas sus formas. Muchos de nuestros actos, áun los involuntarios como el bostezo, la tos, no tienen á veces más justificación que ella. Nuestro estilo, nuestro modo de raciocinar y de pensar, en gene- ral, tienen el sello de imitación de nuestros maestros, de nuestros amigos, de nuestros autores favoritos. Cuántos hay que no podrían, por ejemplo, dar el fundamento de sus creencias ni indicarles otro origen que la imita- ción de las que los rodean. Muchos de nuestros sentimientos, infinitos rasgos de nuestra conducta no dimanan más que de eso. El servilismo con que seguimos la moda, ¿qué otra cosa es sino una imitación? Pero obsérvese que este excitante es siempre pasajero, que como no dimana de la convicción ni satisface necesidades directas é imperio- sas, es eminentemente falible y está sujeto á la volubilidad del modelo. En tal virtud, es inferior, como excitante de la actividad, al anterior- mente estudiado cuya constancia é invariabilidad para cada caso son no- torias. Una vez logrado de un modo ó de otro, que cierta actividad éntre en juego, á poco que se repita se convierte más ó ménos en una necesidad, que no por ser artificial deja de ser eficaz. Esta garantiza la repetición subsecuente del acto y el hábito se establece. Desde este momento bien puede cesar el excitante primordial, bien puede el acto ser manifiesta- mente nocivo, nada de esto será bastante para impedir su ejecución: es más: ese mismo hábito puede perjudicar cuando cesa, por el solo hecho de ser abandonado. Los vicios son por regla general repugnantes al principio; pero una vez establecida su práctica, constituye una verdade- ra necesidad, á la que á veces se sacrifica la vida misma. Física intelec. tual y moralmente hablando, la influencia del hábito es de cuotidiana observación. Muchos gestos, actitudes y movimientos correctos ó vi- ciosos no tienen más origen que la costumbre; nuestros pensamientos y sentimientos sufren su influjo de un modo marcadísimo. La costumbre de raciocinar con rectitud nos obliga á hacerlo así áun en perjuicio de 44 nuestros propios intereses: la crueldad no reconoce á veces otro origen que el hábito de los espectáculos sangrientos. Pero sus mismas cualida- des lo hacen peligroso, porque priva de la libertad moral tan necesaria para la dirección de nuestra conducta. La coacción es otro medio artificial de excitar la actividad; consiste en establecer castigos ó penas que serán aplicadas á los que no ejerci- ten ó guien su actividad según ciertos preceptos. No hay duda que este es un modo muy generalizado de guiar y áun de suscitar la actividad; no hay duda de que hay circunstancias especiales en que es el único aplicable; pero tampoco la hay de que, en general, es el menos racional, el menos moral, y el ménos eficáz, y de todos ellos el último que se deba emplear. Solo en dos casos se puede comprender que sea usado: 1" cuan- do el género de actividad que se exige es irracional é inmoral, y 2o cuan- do áun no siéndolo, es imposible hacer comprender su moralidad y ne- cesidad. Por esas razones es el único excitante aplicable á los animales con raras excepciones, á los hombres rudos y á los niños; pero los incon- venientes que presenta deben hacer cada dia más limitado su uso. Cuan- do la coacción se hace procurando que el castigo se asemeje en lo posible á las consecuencias naturales de la falta, entonces el verdadero excitan- te es la necesidad, y en este caso es plenamente justificable su uso. Pero, y esto es lo más general, cuando el castigo es ilógico, cuando difiere no- tablemente de las naturales consecuencias de la falta, entonces, todos, léjos de atribuirlo á nuestro delito, lo vemos como un resultado de la malevolencia ó capricho de los demás, y además de impulsarnos á cul- tivar sentimientos malévolos respecto á los autores del castigo, ni des- pierta siquiera de un modo eficaz la idea de la enmienda, ántes bien, tiende á desarrollar la hipocresía. Un paliativo á los inconvenientes de este recurso consiste en convertir en bien público el mal particular que ocasiona, y no en aplicar penas cuyo único resultado es el mal del delin- cuente. El estímulo es un medio diametralmcnte opuesto, y consiste en insti- tuir recompensas destinadas á los que se sujeten á tales ó cuales pres- cripciones establecidas. La eficacia de este recurso no puede ponerse en duda, y sus benéficos resultados no guardan proporción con los del an- terior. Es aplicable universalmente, con ligeras modificaciones de for- ma; es eminentemente moral, y debe sustituir cada dia más al otro. Como mediante ciertos artificios, cada uno de estos excitantes es con- vertible, por regla general, en alguno ó algunos de los demás, y como 45 hemos demostrado que unos son más eficaces que otros, establecemos que: para excitar la actividad debe siempre procurarse el uso del agente ó agentes mcis eficaces, de entre los practicables en el caso en cuestión. Ya verémos después de cuán grande importancia es este precepto. Una vez planteadas las reglas generales de Educación, vamos á apli- carlas al desarrollo de cada sentido, después al de las facultades motri- ces, y por último al de las funciones vegetativas. IX Educación de los sentidos en particular. SENTIDO DE LA VISTA. Este sentido es el más perfecto de todos, puesto que las nociones que nos suministra son más numerosas y precisas que las de cualquier otro. El color, la forma, las dimensiones, la situación, el estado de movimien- to ó de reposo, el de la superficie, la naturaleza, etc., etc. de los cuerpos que nos rodean, todo eso lo podemos conocer por la vista. Pero seria un error creer que todos esos conocimientos dimanan exclusivamente de ella. En efecto, es un ley general de las sensaciones, el completarse por las de- más, y especialmente las visuales están en este caso. Casi todas las no- ciones que la vista hace adquirir, no son sensaciones simples, indescom- ponibles y que le pertenezcan propiamente. Bien al contrario, con excep- ción de la sensación de color, exclusiva al sentido que nos ocupa, todas las demás no son sino deducciones sacadas de ese elemento primitivo, en combinación, especialmente, con los que suministran los sentidos del tac- to y muscular. Así, por ejemplo, la naturaleza de una sustancia es reco- nocible por la vista, mas no por una sensación peculiar y característica, sino porque hemos observado que las sensaciones de color actuales, han coincidido con otro conjunto á serie de sensaciones de todo género, tácti- les, musculares, auditivas, gustativas y olfativas, y deducimos que en el caso actual la misma coincidencia tendrá lugar, y las mismas sensacio- nes se reproducirán si se repiten las circunstancias en que ántes fueron experimentadas. Si sujetamos al mismo criterio las demás nociones de origen visual, en- contraremos que en el fondo, la línica nocion propia al sentido de la vis- ta es la de color; que todas nuestras sensaciones visuales se resuelven 46 en ella, y que las relaciones que establecemos entre este modo particu- lar de sentir y los demás de que somos susceptibles, son las que ensan- chan tanto el campo de nuestra observación visual. La prueba más fundamental de nuestro aserto es la siguiente. En el estado normal, nuestros errores cualitativos en la apreciación de sensa- ciones visuales, son frecuentes para todas ellas, excepto para las de co- lor, en las cuales el error solo es cuantitativo. Como ya hemos demos- trado que los errores de apreciación de sensación, son errores de deduc- ción, queda igualmente probado que todas las nociones visuales, excep- to la de color, son nociones de deducción, y por consiguiente no son sensaciones simples. En éstas, en efecto, los errores no son sino cuanti- tativos y están determinados por una imperfección absoluta ó relativa del sentido que las suministra. Este análisis es importantísimo porque deja entrever, desde luego, que la educación del sentido de la vista tiene por base la percepción finísima de los diversos colores, de sus diversos grados y combinaciones, y por cima, el establecimiento fácil, rápido y cor- recto de relaciones exactas entre esas sensaciones fundamentales y sus combinaciones, y los demás modos de sentir. Establecido este principio, veámos cuál es el mejor modo de realizarlo. Hemos dicho que el ejercicio es el modo fundamental; pero como éste puede ser practicado en muy diversas formas, la dificultad última con- siste en elegir, entre todas las posibles, una que satisfaga á las condi- ciones, tanto generales como particulares, que hemos demostrado ser in- dispensables. La forma más apropiada será aquella que exija el ejercicio de un nú- mero mayor de percepciones simples y complexas, y que además, las pre- sente á todos los grados posibles; que permita el uso de los excitantes más poderosos de la actividad, y por líltimo, que haga de fácil y patente observación los progresos alcanzados, y ponga á cada momento de ma- nifiesto las dificultades con que el educando vaya tropezando, para pro- porcionarle el modo de vencerlas. Puesto que, tanto en cantidad como en calidad, el ejercicio tiene que ser muy variado, solo el espectáculo mismo de la naturaleza puede sumi- nistrar elementos tan numerosos, variados y exactos, y todos los métodos representativos quedarán siempre inferiores al método presentativo (ob- jetivo). Pero la simple contemplación de la naturaleza, por sí sola es insufi- ciente: porque está sujeta al azar, presentando unas veces y otras no los 47 elementos de la percepción; porque no siempre presenta en número su- ficiente los fenómenos que fuera deseable percibir; porque no excita con igual imperio todos los órdenes de percepciones; y porque no seria fá- cil vigilar los progresos del desarrollo y guiarlo convenientemente. Conservando, pues, como un principio establecido, que el espectáculo de las cosas mismas y no el de sus representaciones directas (estampas, figuras de los textos), ó indirectas (descripciones), es la base del desar- rollo de la vista, es necesario darle una forma apropiada para que-sa- tisfaga á las otras condiciones ya expresadas. Y desde luego es indis- pensable convertir en una verdadera necesidad la exacta apreciación de las sensaciones en cantidad y en calidad, y hacer que al exterior se trasparente de un modo inequívoco el modo con que son percibidas y apreciadas. Esto puede lograrse obligando al educando á hacer des- cripciones exactas de todo lo que ve, á comparar unos con otros los modelos para expresar sus semejanzas ó diferencias, y rectificando sus errores á medida que los vaya externando. Pero si se procede de es- ta suerte, se tropieza con dos inconvenientes gravísimos: es el prime- ro, que de ese modo se tiene conocimiento de que tal ó cual sensación ha sido mal apreciada, pero no de cuándo ha dejado de serlo del to- do, caso muy frecuente; es el segundo, que la rectificación de los erro- res ó de las omisiones no sería hecha por el mismo educando sino por su maestro, lo cual equivale á sustituir el omnipotente excitante de la necesidad por los ménos poderosos ó eficaces de la coacción ó el estímu- lo: el interés que se tomara por la observación exacta y completa seria poco, y los resultados dejarían mucho que desear. Es, pues, indispensable hacer de tal modo, que para el mismo educan- do sea una imprescindible necesidad la correcta observación, que sea él mismo el que rectifique sus errores y complete sus omisiones, en virtud de circunstancias que lo interesen, más que á su mismo maestro, en ob- servar con atención y exactitud. Para esto debe darse un fin agradable y útil al ejercicio que se em- prenda, suscitar un vivo interés por su realización perfecta, y procu- rar términos incesantes de comparación que, sin el auxilio del maes- tro, permitan al discípulo la rectificación de sus errores. La práctica de la pintura, eopiando del natural y empleando los co- lores desde el principio, es el ejercicio que mejor satisface á todo género de condiciones. Ella, á la vez que exige mucha precisión en las observaciones, sumi- 48 nistra un número inmenso á todos los grados posibles: ella interesa y agrada lo suficiente para obligar á tomar empeño por la exacta apre- ciación de las sensaciones; ella,’ por sí sola, enseña los errores y en muchos casos el modo de evitarlos; ella hace patentes para el maestro los errores más insignificantes y sus causas; ella ejercita otras muchas facultades físicas é intelectuales, á cuyo desarrollo contribuye; ella es una de las formas en que la práctica presenta con frecuencia la necesi- dad del desarrollo visual; y ella, por último, es, por sí sola, un modo de actividad útil, honesto y agradable, y por consiguiente, un recurso más para luchar por la existencia. Si á esto se agregan algunos ejercicios de descripción oral, que tan útiles son en la práctica, y otros que exijan corrección visual, se ha- brán puesto en juego todos los medios posibles para desarrollar tan im- portante facultad. SENTIDO MUSCULAR, La extensión que damos al estudio de este sentido tiene dos razones de sér: 1% su alta importancia, desconocida hasta ahora; y 2*, la nove- dad del asunto, que obliga á una exposición muy completa de todo lo referente á él. El sentido muscular no es admitido por todos. I)e entre los que nie- gan su existencia, algunos lo creen enteramente inútil, y el resto supone que aunque sus funciones son indispensables, éstas están á cargo de los otros sentidos, especialmente los de la vista y el tacto. Para resolver la cuestión en favor de quién tenga la justicia, es nece- sario caracterizar este sentido. Con Jaccoud, admitimos que el sentido muscular es el encargado de trasmitir al sensorium las impresiones que le indican la existencia y grado de la contracción muscular. Los que niegan la necesidad de tal sentido, admiten que la voluntad basta por sí sola para la producción de un movimiento con todas las circunstancias requeridas, y que basta también con que el luí á que está destinado sea bien conocido, para que la voluntad sea capaz de guiar conforme á él, nuestros movimientos. Por lo demás, solo una prueba de observación aducen en su favor, y es: que en un momento dado, y estan- do un miembro en reposo, si la voluntad manda un movimiento, el miem- bro lo ejecuta, y esto, con toda precisión desde el primer momento, lo cual demuestra, según ellos, que la voluntad al mandarlo, predeterminó 49 todas sus condiciones, lo que excluye la idea de un sentido de rectifica- ción que la guíe. Para refutar esta opinión, así como la de los que creen que la vista y el tacto son los sentidos que desempeñan las funciones del sentido muscular, preciso será que entremos en un análisis más detalla- do que el que en otro lugar bosquejamos, de la coordinación motriz. Ya hemos visto que en los movimientos voluntarios, la voluntad es im- potente para determinar la totalidad de las condiciones que exigen, pe- ro que hay ciertas de ellas que le están enteramente subordinadas. La fuerza, la dirección, la extensión y la velocidad son las cualidades voluntarias, llamémosles así, del movimiento. La distribución proporcional de la excitación á cada uno de los mús- culos del grupo, según sus circunstancias particulares; el orden en que deben actuar cuando su acción no es simultánea, son sus cualidades in- voluntarias. Sobre éstas la voluntad nada puede, y la organización preestablecida de la médula es su árbitro supremo. Sobre las primeras, por el contrario, ella tiene un dominio absoluto, y gracias á esto, un movimiento dado puede adaptarse á diversos fines. Pero es un error creer que este dominio le es innato ó primitivo. Léjos de ser así, ya hemos visto que es de una adquisición penosa y solo realizable por un largo aprendizaje. En tal virtud, la necesidad de un guía que rectifique sus incesantes errores es tan manifiesta, que no se comprende que sin él pudiera existir tal aprendizaje, puesto que nunca podría saberse si un movimiento actual era semejante ó no á otro lí otros anteriores, faltando todo punto de comparación, condición fundamental de un mejoramiento progresivo, y puesto que lo adecuado ó inadecuado de un movimiento seria pura cuestión de azar, y como tal, ingoberna- ble. En estas circunstancias, ¿cómo podría la voluntad cerciorarse de si sus órdenes eran ó no ejecutadas fielmente, y cómo podría preverse de antemano si el movimiento incipiente correspondería ó no al resulta- do, único modo de corregirlo en tiempo útil? Y en caso deque fuera po- sible prever los resultados, ¿lo seria conocer el modo de intervenir, sin que una sensación cualquiera indicara cuál era el defecto de que el acto adolecía, único modo de no encomendar á la casualidad los resul- tados? Este análisis teórico destruye por completo el primer argumento que niega la necesidad del sentido niuscular, suponiendo á la voluntad do- tada de cualidades que la experiencia demuestra que no tiene. 50 Dentro de poco la observación y la experiencia completarán esta re- futación. El segundo género de opositores está de acuerdo con todo lo anterior; pero admite que la vista y el tacto, son los sentidos-guías que se recono- cen necesarios. Dos clases de pruebas existen en contra; una de carácter negativo que consiste en demostrar la insuficiencia de estos por sí solos para ex- plicar los hechos, y otra positiva que consiste en demostrar experimen- talmente, que sin el auxilio de la vista ni del tacto, el grado de tensión muscular es perceptible para el individuo en el estado normal. Si fuera el órgano de la vista el guía .único de nuestros movimientos, todos los ciegos serian atáxicos, lo que es enteramente falso. Si es ver- dad que en la oscuridad nuestra marcha se hace titubeante y lenta, es- to depende del temor á los obstáculos imprevisibles con que tememos tropezar, y esta modificación es de origen intelectual y no constituye imposibilidad física. Y si nó, obsérvese que al descender una escalera oscura, vacilamos en el primer peldaño y nos detenernos y lo buscamos cuidadosamente hasta encontrarlo; pero que una vez hallado, descende- mos con todo el ritmo y regularidad habituales hasta que estamos próxi- mos á concluir nuestro descenso; repetimos entonces nuestros primeros tanteos, y una vez ciertos de no encontrar ya más escalones, avanzamos con toda regularidad por la superficie plana subsecuente. Otros muchos ejemplos pueden aducirse, en los que se ve que algo más que la vista ne- cesitamos para la coordinación voluntaria de nuestros movimientos. Las indicaciones del tacto son, por regla general, intermitentes, y á veces separadas por intervalos considerables, durante las cuales el mo- vimiento persiste, y además, las relaciones entre las sensaciones táctiles y los movimientos, no tiene, ni con mucho, la solidez y extensión necesa- rias para la continua rectificación que se les supone. Supongamos un pianista apoyando un dedo en una tecla cualquiera; el tacto puede su- ministrarle la nocion de la nota á que corresponde, en virtud de los ca- ractéres de las teclas próximas; supongamos, lo cual es enteramente fal- so, que esto pueda hacerse con suma rapidez y con el solo concurso de una pequeña parte de la superficie tegumentaria de la yema de un dedo, como es el caso ordinario: si ahora suponemos que quiere hacer sonar la octava aguda de dicha nota, tendrá que mover su mano hácia la de- recha sobre el teclado, sin tocarlo, y el movimiento deberá tener deter- minada extensión para que la mano recorra justamente el intervalo que 51 separa las dos teclas: desde el momento en que el dedo se separa del te- clado, y así tocan hasta los mismos ciegos, la sensación desaparece, su solo recuerdo persiste y tan sin relación con el objeto final del movimien- to, que éste es el mismo cualquiera que sea la nota que se tocó primero, la fuerza con que se verificó el contacto, la temperatura de la tecla, etc., etc. Esto solo bastaría para imposibilitar la iniciación racional del mo- vimiento, que requiere una constancia de relaciones entre la impresión inicial y la final. Pero suponiendo que se comienza de un modo cualquie- ra, durante su ejecución es imposible saber si camina ó no bien, puesto que ya no liay sensación, y la rectificación por el oído vendría después de tiempo. Nuevas tentativas producirían idéntico resultado, y el apren- dizaje sin la vista ó la ejecución en la oscuridad, serian totalmente im- posibles, lo cual es contrario á la observación. Vemos por lo anterior, que la sensación directora debo ser continua, y que en tal virtud, la vista tendría más derecho que el tacto á ser con- siderada como tal; pero puesto que aun faltando ella, la coordinación voluntaria persiste, debe haber un sentido diferente que desempeñe tan importante función. El sentido muscular, áun cuando no fuera directamente demostrable, seria admisible como una necesidad lógica imperiosa. El satisface á las dos condiciones indispensables que el desempeño de su cargo requiere: la continuidad, que depende de la contracción muscular que en circuns- tancias normales jamás falta totalmente, ni al estado de reposo, y la per- fecta relación entre sus propias cualidades y las del movimiento que se ejecuta. Pero áun suponiendo, sin conceder, que esas miras teóricas no fueran fundadas, la existencia del sentido muscular no podría ponerse en duda, puesto que es directamente demostrable. Para hacerlo evidente se co- mienza por suprimir la influencia de la vista: vendados los ojos de la per- sona en experiencia, se la coloca en la posición horizontal con un miem- bro superior en la extensión y fuera de la cama ó mesa en que el cuer- po descansa, y se cuelga de su mano un saquillo, en el que se van colo- cando pesas diferentes; se emplea el saquillo para evitar que por el con- tacto directo de las pesas se deduzca su peso, ya sea de su tamaño, nú- mero, etc., etc., y se observa que en muy extensos límites, los cambios de peso, en más ó en ménos, son perfectamente percibidos, y que, la con- ciencia de un esfuerzo, mayor ó menor, según el caso, es perfectamente clara. Como la presión que el cordon del saquillo ejerce sobre la mano, 52 pudiera, según su grado, dar indicio del peso que la mano soporta, se deberá colocar un cojincillo elástico entre el cordon y la mano, para ha- cer confusa y difusa la sensación: se puede también, con el mismo obje- to, procurar la anestesia de la mano por el enfriamiento, ó ajustar fuer- temente el cordoncillo. En estas condiciones, las diferencias mínimas de peso, apreciablcs claramente por los miembros superiores, son entre sí como 39 á40 (Weber), y para los miembros inferiores como 50 á 70 (Jac- coud). La existencia del sentido muscular no puede ser ya puesta en duda. Su negación estaba disculpada por ciertos hechos que es impor- tante conocer. Ya hemos dicho que la utilidad de un sentido aislado es nula, en comparación con la que presta el establecimiento de relacio- nes numerosas y exactas, entre sus nociones propias y las de los demás. Esto es lo que pasa con el sentido muscular. De la misma manera qne las nociones visuales solo sirven por sus relaciones con nuestros otros mo- dos de sentir, y que los demás sentidos no sirven sino con ese requi- sito, el sentido muscular necesita relacionarse con los demás, y espe- cialmente con el más perfecto de todos, con la vista; esto hace que al principio de la vida, y del aprendizaje en general, se les vea entrar siem- pre juntos en acción. De este mutuo cambio de servicios, solo vemos lo que la vista da al sentido muscular, cuya actividad está siempre paten- te por ir acompañada de funciones visibles, como son los movimientos ejecutados bajo su dirección, fenómenos directamente observables. La segunda faz de este procesus, los servicios que la vista recibe del senti- do muscular, no son directamente observables, y requieren, para ser com- prendidos, un análisis profundo, un acopio de conocimientos, bastante grande, y un desarrollo intelectual elevado, para estar al alcance de la observación vulgar. De aquí resulta que, como lo único fácilmente ob- servable es la influencia de la vista sobre la coordinación motriz, se des- conozca tan fácilmente, por una parte, la influencia del sentido muscular sobre la adquisición de nociones visuales, y por otra, la que ejerce sobre dicha coordinación. Lo mismo podríamos decir respecto al tacto, y áun respecto á los demás sentidos. Para concluir, refutaremos el argumento basado en la posibilidad de ejecutar de pronto, y con toda eficacia y regularidad, un movimiento da- do; argumento en que se fúndala supuesta influencia coordinadora espon- tánea de la voluntad sobre el movimiento, sin el precedente ni el con- curso del sentido muscular. Para esto, basta considerar que ántes de ejecutar un movimiento, el miembro guardaba una actitud cualquiera, 53 y que el sentido muscular enviaba sin cesar, al sensorium, la impresión correspondiente á dicha actitud, cuya impresión sirve, por decirlo así, de premisa de donde la inteligencia deduce la forma particular de exci- tación requerida en el caso en cuestión. Todo lo que en comprobación pudiera aducirse se encuentra ya dicho, y solo agregaremos, que los atóxicos por pérdida del sentido muscular, están incapacitados, no diga- mos de guiar, pero ni aun de comenzar el movimiento que se les exige, sin el socorro de la vista, que da entonces la nocion primordial indispensa- ble de posición. Demostrada la existencia, y caracterizado convenientemente el sen- tido muscular, ocupémonos de su importancia. Si investigamos cuáles son las nociones que adquirimos por este sentido, encontraremos que la sensación fundamental de tensión muscular es la úni- ca que puede suministrarnos el sentimiento déla resistencia. La sensación táctil, de presión, es insuficiente para proporcionar este conocimiento. Para nosotros, la nocion de resistencia es siempre referida al mundo exterior: no es sino la imposibilidad de traducir una contracción por el movimiento correspondiente, y el sentimiento de presión, si no se traduce por el de tensión muscular, no puede dar la nocion de resistencia. Si con- sideramos que esta nocion es la base de nuestro conocimiento de la ma- teria; que á ella recurrimos en todos los casos de duda; que hay cuerpos cuyo conocimiento seria imposible sin esa propiedad, tínica que los reve- la á nosotros y que nos impulsa á buscarles otras, como sucede con el aire (Spencer), cuya resistencia es el único conocimiento directo que po- demos tener de él, y sin la cual ni sospecharíamos acaso su existencia, y por consiguiente, la física, la química y la biolología serian imposibles; la importancia de la nocion á que aludimos, y á fortiori, la del sentido que la procura, está fuera de duda. Pero además, la nocion de fuerza, sin la que ninguna filosofía seria posible, deriva de este sentido. Ninguno de los otros hubiera podido darle origen; y no es imaginable el estado de nuestros conocimientos sin ella. La nocion de movimiento, y la opuesta, la de reposo, que emanan de las anteriores, tienen su raíz en el sentido muscular: es eminentemente probable que nuestras primeras nociones de movimiento las obtengamos de la observación de nosotros mismos, estableciendo relaciones entre nues- tras sensaciones musculares, y las déla vista y del tacto. Pero descendien- do á un terreno más práctico, encontrarémos que la nocion de posición de nuestro cuerpo y sus diversas partes; del grado de extensión, fuerza, 54 velocidad de nuestros movimientos y su dirección; el peso de los cuerpos, las cualidades de sus movimientos, su estado físico; si son sólidos: su di- versa resistencia, elasticidad, maleabilidad, ductilidad, etc., etc.; si lí- quidos: su densidad, su viscosidad, etc., etc., todas son nociones posibles de adquirirse por el sentido muscular. De entre ellas, muchas se creen puramente visuales, como las relativas al movimiento, cuyo origen es muscular, que ya se hayan hecho visuales por deducción, y son para nosotros, comunes á estos dos sentidos: las restantes son juzgadas, vulgarmente, como táctiles; pero equivocadamente como las del estado físico, maleabilidad, ductilidad., etc., etc., que en realidad no le pertene- cen, ó por lo menos, que exigen el concurso, no menos indispensable é importante del sentido muscular. Si comparamos estas nociones con las que las artes manuales exigen, verémos que al sentido muscular le corresponde dotarnos de las más ne- cesarias para la práctica; y como prueba citarémos el hecho de que los ciegos pueden desempeñar muchísimas de ellas con suma perfección, en tanto que los atáxicos se ven reducidos á una impotencia casi absoluta en esta materia. El sentido muscular es, pues, de capital importancia bajo el doble pun- to de vista de las nociones que suministra, y de las prácticas que hace posibles. El hecho de que el sentido de que nos ocupamos no se ejercite, por re- gla general, aisladamente, sino en unión de los de la vista y el tacto, así como en compañía de las facultades coordinadoras, dificulta el encon- trar ejemplos en los que su progreso y decadencia propias se hagan evi- dentes; pero hay casos en los que tanto el uno como la otra son bastan- te claros. Por lo que toca al desarrollo, citarémos los casos en que la aprecia- ción del peso de los cuerpos se hace con singular perfección: los trafi- cantes en pedrería, dependientes de tienda, contadores de moneda, etc., etc., no necesitan en muchísimos casos, recurrir á la balanza para hacer sus cálculos. La decadencia en las apreciaciones delicadas se nota en los que prac- tican oficios muy rudos; cargadores, herreros, panaderos. El sentimien- to del esfuerzo se embota en todos estos casos, temporal y definitiva- mente. El progreso en la apreciación de pequeñas diferencias en la resisten- cia y demás propiedades derivadas, como dureza, maleabilidad, ductili- 55 dad, elasticidad, es marcadísimo en las personas que practican artes que requieren un ejercicio adecuado, como amasadores, grabadores, hiladores, alfareros, etc., etc. Cuando estos son muy rudos se embota la sensibilidad como en el ca- so anterior, y se imposibilitan las prácticas más delicadas. Los mismos hechos se observan por lo que toca á la apreciación de la fuerza, extensión, velocidad y dirección de nuestros movimientos. El progreso es evidente en los dibujantes, escultores, relojeros, gra- badores y en otras muchas circunstancias en las que las cualidades enun- ciadas de nuestros movimientos necesitan ser apreciadas con suma exactitud. Hemos elegido ejemplos en los que los movimientos son muy sencillos para descartar la influencia del desarrollo de las facultades coordina- doras. En los herreros, gimnastas, canteros y otros, se observa cierta brus- quedad peculiar de movimientos que traduce el embotamiento de la sen- sibilidad que estudiamos. Estos mismos ejemplos sirven, mirados bajo otro aspecto, para de- mostrar la imposibilidad de suplir uno con otro dichos ejercicios. Haré- inos notar particularmente aquí, un hecho de carácter general, y es: que las actividades se facilitan unas á otras cuando son semejantes, 'pe- ro que nunca se suplen. Para evitar repeticiones enojosas, no llevaremos más adelante la apli- cación al desarrollo de este sentido de los principios generales ya esta- blecidos que le son aplicables en todo y por todo. En vano buscaríamos, siguiendo el criterio empleado para el sentido de la vista, un ejercicio que por sí solo pudiera satisfacer á la educación de este sentido. Cada oficio, cada profesión,.tiende á desarrollar ciertos modos de esta sensibilidad con exclusión mayor ó menor de las demás. Solo la práctica de varios de ellos puede satisfacer á todas las exigen- cias del caso mediante una elección apropiada á los fines preferentes á que se tiende. En la primera infancia, la época más propicia para toda educación sensorial, los diversos juegos á que espontáneamente se entre- gan los niños, son un poderoso manantial de adquisiciones de todas cla- ses y particularmente de la que estudiamos, al grado, que es verdadera- mente sensible que por apresurarse demasiado á inculcar conocimientos muchas veces imposibles á esa edad, se impida á los niños que jueguen lo bastante. 56 SENTIDO DEL TACTO. La importancia de este sentido disminuye mucho, relativamente, desl de que el sentido muscular toma la parte que injustamente se daba a- que actualmente nos ocupa. Las sensaciones táctiles, propiamente di- chas, son las de presión, temperatura, cosquilleo, tersura y aspereza. De éstas, las tres primeras, son evidentemente primitivas; las dos últi- mas, y la de simple contacto, que pudiera considerarse como un grado ínfimo de la presión, son difíciles de caracterizar como primitivas ó de- rivadas. De la combinación de todas estas entre sí, y con la de otros sentidos, dimanan nociones variadísimas que hacen al tacto de eminente utilidad. Su desarrollo y decadencia están sometidos á leyes idénticas á las ya demostradas. No insistiremos en esto más que para hacer notar, que el tacto y el sen- tido muscular suplen á la vista en infinidad de casos y la rectifican en otros no méno3 numerosos. En tal virtud, es necesario preocuparse de dichos sentidos, porque la vista, sobre ser inaplicable en gran número de casos, especialmente en medicina, es muchas veces menos precisa que ellos. Su educación tropieza con las mismas dificultades que la del muscular, y solo es aconsejable la mucha variedad de ejercicios y la continua rec- tificación, á posteriori, por los otros sentidos. SENTIDO DEL OÍDO. Las variadas nociones que podemos adquirir por medio de este senti- do pueden reducirse á dos fundamentales: el sonido y el ruido. El se- gundo no es, en concepto de los físicos, más que el resultado de una com- binación de varios sonidos; combinación irregular, en la (pie es difícil de- finir cada uno de los elementos componentes, diferenciándose así de la armonía, en la que es apreciable cada sonido componente en particular. A los ojos de la acústica no hay, pues, más que una clase de sensación, auditiva, los sonidos;.pero á los de la práctica hay, en realidad, los dos ya enunciados. En acústica, las cualidades de un sonido son tres: la altura, la inten- sidad y el timbre: á éstas agregaremos la duración y el ritmo, para 57 nuestras necesidades particulares. En los ruidos podemos percibir idén ticas cualidades, excepto la altura que es variable de un momento á otro, ó que, aunque constante, es siempre de difícil apreciación. De la combinación de estas cualidades entre sí, y de sus variedades, resultan otras nociones, derivadas por deducción, como las de dirección, naturaleza del cuerpo sonoro, estado de movimiento ó de reposo de éste, y otras muchas circunstancias particulares, relativas al modo de pro- ducción del sonido ó del ruido. La observación demuestra que la adquisición del conocimiento de ca- da una de estas cualidades, no es igualmente fácil para todas. Así, las diferencias de intensidad son más fáciles de percibirse que las de ritmo, éstas más que las de timbre, éstas más que las de duración, y las de altura son las de más difícil apreciación. Este hecho tiene una expli- cación muy racional. Obsérvese que la cualidad más difícil de poseer, es la apreciación de un fenómeno exclusivo al sonido, lo cual se explica por la circunstancia de que los fenómenos acústicos más frecuentes en la na- turaleza, son los ruidos: el desarrollo de este último modo particular de sentir, tiene que ser más pronunciado, por el constante ejercicio á que es- tá sujeto. Como, además, los ruidos son excepcionalmente de un ritmo re- gular y sí de muy variadas intensidades, la apreciación de esta última cualidad tiene que ser más fácil (pie otra cualquiera; como la duración re- lativa, única que nos ocupa, y la nocion del ritmo, son correlativas, tienen que dificultarse más que la anterior. Como el timbre varía con cada cuerpo sonoro, y es propiedad muy particular, solo se adquiere después de las otras. Esta última cualidad no se perfecciona sino para aquellos ruidos muy familiares, en los cuales toma un carácter específi- co, como para el ruido del agua, de la voz humana, de los animales do- mésticos, etc., etc. Si á esto agregamos que la apreciación de la al- tura es particularmente fácil á las personas que cultivan la música, quedará completo el cuadro de pruebas de que el sentido del oído se des- arrolla según los mismos principios que los otros, con todas las parti- cularidades de forma tantas veces repetidas. En tal virtud, los mismos preceptos educacionales son aplicables á este sentido. Parece natural suponer que el cultivo de la música sea el ejercicio más adecuado para lograr el desarrollo de este sentido: pero si se reflexiona que en la práctica los ruidos son más frecuentes y útiles de conocer que los sonidos, excepto para los músicos; y si se recuerda que no se suplen jamás las actividades cuyos elementos son muy diferentes, se compren- 58 derá que la música no puede bastar por sí sola para la educación com- pleta de este sentido, y que aquí, como en los dos anteriores, los ejerci- cios deben elegirse según la naturaleza del fin que se trata de realizar. La educación musical como medio general de educación directa de cier- tas aptitudes físicas, é indirecta de ciertos sentimientos, es inmejorable; pero el especialista no debe limitarse á solo ella. SENTIDOS DEL OLFATO Y DEL GUSTO. ción estos dos sentidos pasa actualmente lo mismo que con los muscu- lar y del tacto; y es que se atribuyen al gusto muchas nociones que de- rivan del olfato. No hay un perfecto acuerdo en precisar las que á cada uno corresponde; pero cualesquiera que puedan ser los resultados á que se llegue en este estudio, en nada afectarán nuestras conclusiones. El carácter profundamente específico de las sensaciones que estos sen- tidos suministran, dimanado de que son muy poco relaciónales, hace que no sea fácil hacer su educación, consistiendo su perfeccionamiento más bien en el conocimiento individual de cada sensación y en el del cuerpo de que dimana. No es, sin embargo, imposible toda educación en ellos, y es también de eminente utilidad. El finísimo olfato del perro, y el partido que de él sa- ca, hacen entrever la que reportaría el hombre de un grado mayor de perfeccionamiento de este sentido, así como también del perfeccionamien- to del gusto. Por lo demás, ni uno ni otro se separan en nada de los prin- cipios de desarrollo ya establecidos, ni tampoco es asignable para ellos un ejercicio educacional exclusivo. X Educación de los sentidos del médico en particular. En este estudio separamos el sentido muscular para ocuparnos de él al estudiar la educación de las facultades locomotrices. Esta separación nos evita repeticiones y sutilezas, y tiene la ventaja de reunir en un cuerpo de doctrina homogéneo la educación de facultades que no fun- cionan jamás aisladamente. El número de sensaciones de que el médico necesita para la aprecia- 59 cion de los síntomas objetivos, así como para la dirección de sn con- ducta, es tan considerable como las sensaciones mismas. El color, la forma, el volumen, el estado superficial, el de movimiento y sus formas; las distancias, resistencias, elasticidades, durezas, olores y áun sabores, todo lo que la sensibilidad enseña es necesario apreciar- lo en el estado de un órgano ó de un individuo enfermo. Los diversos grados de cada una de estas percepciones son recursos preciosísimos que no debe descuidar el módico para averiguar las enfermedades y pa- ra intervenir con acierto. Es seguro que ningún otro arte exige una variedad y una exactitud tan grandes de apreciación objetiva como el arte de la Medicina. Las artes inferiores pueden excederle en exigencias de fineza, y aun es du- doso que así sea, pero no en las de variedad; las artes superiores, como la política, proceden con datos casi exclusivamente subjetivos; y aunque exigen más inteligencia y más moralidad que la Medicina, ésta las supe- ra en dificultades de apreciación objetiva. En tal virtud, á nadie más que al médico debe dotarse de sentidos plenamente desarrollados. Sien- do esto así, la educación de los sentidos requiere mucho tiempo y cuida- dos, y lejos de abandonarlos á sí mismos se debe procurar su educación desde bien temprano, por ser á todas luces insuficiente el tiempo del es- tudio meramente profesional. Esto traería como consecuencia la nece- sidad de comenzar la educación desde la escuela preparatoria, y acaso desde la escuela primaria, como Graves lo pretende con tanta justicia. Esto haría indispensable el dedicar á los niños desde sus primeros años á esta profesión, ó excluirlos completa y prematuramente de ella, áun ántes de conocer sus inclinaciones y particulares aptitudes. Lo in- justo é irracional de semejante proceder le hacen de tal modo imprac- ticable en apariencia, que todo el estudio que hemos venido haciendo no pasaría de la categoría de un bello ideal inaplicable á la práctica. Algunas reflexiones van presto á hacer ver que esa impracticabilidad es más bien imaginaria que real. En la actualidad no es seguramente posible comenzar la educación médica desde la escuela primaria; pero todo hace augurar una época no muy remota en que ésta, como toda clase de Educación, tenga su raíz en la Educación (ya no le llamare- mos Instrucción) primaria. El movimiento revolucionario que cada dia se pronuncia más y más en favor de la verdadera educación primaria, tendiendo á sustituir y sustituyendo, poco á poco, á los métodos metaíí- sicos y rutinarios del pasado, un método positivo de educación que tome 60 por mira preferente, ya que no exclusiva, el desarrollo al mayor grado posible de todas las facultades del niño, preparándolo así, con igual efi- cacia, para todos los géneros de actividad posibles y procediendo en virtud de los mismos principios fundamentales que dejamos establecidos; el apoyo que las autoridades y el público en general dispensan cada dia con mayor fe á los que tuvimos la honra de ser sus fundadores en nues- tra patria y á todos los dignos Profesores que han secundado esta ini- ciativa, apoyo tanto más sólido cuanto que filé precedido por una época de contrariedad y hasta de desprecio por el nuevo método, garantizan la pronta realización para nuestro arte como para todos los demás, de un sistema de educación que pueda comenzar casi con la vida del hom- bre, y cuyas exigencias imecían darse por satisfechas con la conclusión de la carrera, cosa reputada aún como imposible. Pero áun á falta del recurso de la Educación primaria nos queda el de la Educación preparatoria. La admirable organización que el emi- nente Dr. Gabino Barreda, secundado al principio por el ilustre Juárez y por un pequeño grupo de pensadores, ha logrado dar á nuestra Es- cuela Nacional Preparatoria, luchando infatigable con una sistemática y poderosa oposición trocada hoy en una casi unánime aprobación, es lo más á propósito para la educación prévia que el desempeño de las actividades más elevadas del hombre exige tan imperiosamente. Para li- mitarnos á la Educación de los sentidos que actualmente nos ocupa, ha- rémos observar que todo conspira en ese admirable sistema para reali- zar las aspiraciones de los espíritus más exigentes ó de las actividades más difíciles. Los estudios de Geometría, Física, Química é Historia na- tural, en gabinetes perfectamente dotados, dan incesante ocasión de ejercicio, no solo á la inteligencia sino también, y de una manera asidua y adecuada, á todas nuestras facultades físicas. La afluencia incesante de alumnos impide que puedan satisfacerse las exigencias de la Edu- cación física personal al alto grado que la práctica les impone y que los elementos del Establecimiento permiten casi por completo; pero cada dia se notan mejoras en este sentido, y dentro de pronto el establecimiento no dejará nada que desear. Para que la Educación física preparatoria pudiera realizarse en ese Establecimiento con gran ventaja para los alumnos y sin mayores in- convenientes para los Profesores, bastaría que se diera á los alumnos una ingerencia mayor en el manejo de los aparatos, la práctica de las experiencias, las preparaciones anatómicas é histológicas á las que se 61 debería recurrir con más frecuencia, y procurando en lo posible susti- tuir con ellas á los maniquíes y dibujos. Según la profesión de cada alumno se daría la preferencia á determinado género de práctica, la más adecuada para su objeto especial: este trabajo podría encargarse á los mismos preparadores, que en la actualidad lo ejecutan por sí so- los, y á los que los alumnos podrían útilmente ayudar en sus tareas, sin graves inconvenientes, si se hacia intervenir una vigilancia un poco ac- tiva, facilitándola por la división de los alumnos en grupos que actua- ran sucesivamente. ¿Qué ventajas sacaría un médico de una práctica asidua y sistemática en los gabinetes y laboratorios? Prescindiendo de las ventajas intelec- tuales que no son del momento, la consecuencia del manejo personal de los diversos instrumentos, utensilios y aparatos, seria el desarrollo armó- nico de todos los sentidos y de las facultades locomotrices, bajo el punto de vista de la delicadeza, precisión, armonía y vigor de los movimientos. Todos esos ejercicios, y especialmente los fenómenos de óptica indivi- dualmente percibidos, comparados, descritos, clasificados y aplicados, llevarían el sentido de la vista á un alto grado de perfección; el manejo de instrumentos delicados exaltaría el sentido muscular, el del tacto, las facultades coordinadoras, y en una forma muy análoga á la que exige el manejo de los instrumentos quirúrgicos, é idéntica á la que impone la Medicina para el uso conveniente de los muchos instrumentos termoló- gicos, barológicos, eléctricos, dinamométricos, etc., etc. El olfato y el gusto se sutilizarían extremadamente por la práctica de la química, y por último, las preparaciones, disecciones, descripciones y experimentos de todo género en los gabinetes de Historia natural, serian la síntesis preparatoria más adecuada para la educación especial ulterior del mé- dico. Como todas estas operaciones toman por base la organización y la vida, y sobre la vida y la organización en su tipo más perfecto versa el arte médico, no hay ni que decir que el líltimo año preparatorio seria el momento más precioso para la Educación física del médico, como lo es- para la intelectual y moral. Concluirémos esta parte con la enumeración de los ejemplos que de- muestran la necesidad del desarrollo de los sentidos del olfato y el gus- to para la práctica de la medicina. Como enfermedades reconocibles por solo el olfato citarémos: Ozena, gangrena pulmonar, bronquiectasia, estomatitis mercurial, heridas intes- tinales (el Dr. Francisco Montes de Oca pudo, por solo el olfato, diag- 62 nosticar la penetración al vientre y al intestino, de un proyectil que ha- bía herido la parte ántero-externa del muslo derecho en su tercio medio, y que acababa de ser declarada sin gravedad por otro cirujano momen- tos ántes); abscesos urinosos y estercolares, envenenamientos por el fós- foro, el cianuro de potasio y otros. El olor particular que despiden los locos, los atacados de parálisis general progresiva, de fiebres tifoidea y puerperal, de abscesos de hígado, el que se manifiesta durante el período de desecación en la viruela, son indicios de mucho valor. Las úlceras fagedénicas, las podredumbres de hospital, el pus de mala naturaleza, dan por el olfato un alerta que no debe nunca desoírse. El gusto sirve como auxiliar poderoso, ó más bien, como de guía im- portante de la terapéutica médica. Casi á cada paso el médico concien- zudo debe estar vigilando la naturaleza y calidad de los medicamentos que el enfermo va á usar, y en muchísimos casos no hay más recurso que el sentido del gusto para investigar los hechos y resolver las dudas. XI Educación de las facultades locomotrices. Ya hemos hecho ver que la fuerza y la destreza son las cualidades de que los movimientos del médico deben estar dotados para ser eficaces. El desarrollo de la fuerza puede lograrse por los medios habituales, sin que la medicina imponga más condiciones que las de uniformidad y simetría de desarrollo, procurando, sin embargo, una exageración ma- yor de él en los miembros superiores, y especialmente en la mano. Co- mo en infinidad de casos el solo vigor de la mano deba bastar al médi- co, hay que procurar ejercitarla de un modo preferente y asiduo. Los ejercicios preparatorios ya mencionados, pueden procurar un desarrollo considerable; pero si se juzgare necesario exagerarlo, se deberá recurrir á ejercicios especiales, como la malaxación de sustancias progresiva- mente consistentes, ó algún otro que se juzgue á propósito para el caso. Los ejercicios gimnásticos deben ser variados, progresivos, complexos y de carácter práctico; como preparatorios son recomendables casi todos. Por lo que toca á los ejercicios de destreza, la predominancia del des- arrollo en los miembros superiores, y sobre todo, en las manos, es tam- bién evidente. Como ejercicios preparatorios, son de recomendarse mul- 63 titud de artes manuales, piano, relojería, ebanistería, etc. etc., que no siempre son practicables, pero á falta de ellos, la educación física pre- paratoria suple y áun basta. La educación definitiva la estudiarémos después. XII Educación de las funciones de la vida vegetativa. Esta parte de la educación del médico, es del exclusivo resorte de la higiene; en tal virtud, poco tendríamos que decir de especial sobre ella. La higiene del estudiante de medicina, al ménos en la parte que más directamente se relaciona con el ejercicio de su profesión, no debe con- fiarse, como se lia hecho hasta aquí, á la sola espontaneidad del edu- cando; por el contrario, sus profesores, especialmente los de clínica, de- ben atentamente vigilarla, y ya que no obligar materialmente, salvo ca- sos excepcionales, á su observancia, por lo ménos estimular y dar ejemplo de una escrupulosa minuciosidad en este sentido, para salvar toda res- ponsabilidad en los muchos casos en que por tales ó cuales descuidos se ocasionan males á los alumnos ó á los enfermos. Todo el conjunto do medios adecuados á la consecución de tan importante fin, se estudiarán y expondrán con más detalles al tratar de la clínica como medio de edu- cación. SEGUNDA PARTE. EDUCACION INTELECTUAL. PHEIJMINAK. Diferencias entre educación é instrucción. I* emprender esta segunda parte de nuestro trabajo, tenemos c 'vftWi 1 la ventaja de poder contar con la aprobación casi unánime de la °PÚúon pública. En la primera parte hicimos ver que el descui- do que se hacia notar en el cultivo de las facultades tísicas, re- 4* i conocia principal, ya que no exclusivamente por causa, el alto grado de estimación de que tan justamente es objeto nuestra inteligencia. La importancia que unánimemente le acordamos, es fruto de la observación que nos muestra que todos nuestros progresos mate- riales ó morales son consecuencia de nuestras conquistas científicas. Y esos progresos son tan grandes, y esas conquistas tan importantes, que por grande que sea nuestra convicción de que la organización tísica es su base y la organización moral la garantía de su reconocida utilidad, no podemos menos de extasiarnos en una admiración preponderante y has- ta exclusiva por ellas, de la misma manera que el brillo de una piedra preciosa roba nuestras miradas al engaste que la soporta, y nos hace ol- vidar hasta la luz misma á quien debe su belleza. Pero por injusto (pie sea el olvido en que solemos dejar á las facultades físicas y morales, no es menos justa la alta idea que hoy generalmente domina respecto á la magnitud de los servicios que á nuestra inteligencia debemos. La nece- 66 sidad de la educación intelectual es, pues, en nuestros tiempos tan re- conocida, que abunda quien crea que ella es la única base de la felicidad privada y pública. Pero si en este punto capital la opinión marcha por una buena vía, no sucede lo mismo respecto á la elección de los medios para desarrollar las facultades que nos ocupan. Si se pregunta á la mayoría de las gen- tes cuál es el medio más eficaz de desarrollar la inteligencia, contestará á una voz: el libro. En la estimación pública, el libro es á los demás métodos educacionales, lo que es la inteligencia á las facultades físicas y morales. El vigorosísimo impulso que la instrucción lia recibido des- de el inmortal descubrimiento de Giittemberg; la extraordinaria difusión de que son susceptibles, mediante él, todos los conocimientos; la feliz circunstancia de poner al alcance de casi todos, los más elevados y difí- ciles problemas de la ciencia; los innumerables progresos que desde él hasta nosotros se han venido sin cesar sucediendo sin interrupción, lo mismo en materia industrial que en materia literaria, científica y mora l, han ofuscado el brillo de los demás métodos educacionales, dado la pre- ferencia á un medio comparativamente secundario y convertido en úni- co un resorte que no siendo más que de simplificación, es inútil sin los demás. Toda educación por medio del libro, presupone la educación por otros medios; en tal virtud, no puede suplirlos, ni tampoco bastar por sí sola. En todas nuestras operaciones intelectuales hay dos hechos que, aun- que simultáneos, son, sin embargo, bien diferentes. Es el primero, el ejer- cicio de los órganos que la efectúan, y el segundo la acumulación de una ó varias nociones resultantes de la operación fundamental. De estos he- chos dimanan dos consecuencias diferentes: del primero, el desarrollo de los órganos empleados, en virtud del ejercicio practicado; y del segundo, la adquisición do un conocimiento nuevo ó la consolidación de otro ya adquirido. Esta segunda consecuencia es la más palpable de las dos: en tal virtud, tiene, en concepto de la gran mayoría de las gentes, la pre- dominancia, y se atribuyen á ella exclusivamente los resultados de am- bas. La primera es de difícil observación; solo se hace patente por me- dio del raciocinio, y en tal virtud, es puesta en segundo término: has- ta llega á olvidarse que existe y á desconocerse por completo su impor- tancia. Todos los dias vemos lamentar á multitud de personas el tiempo que perdieron en la adquisición de nociones que han olvidado y el tra- bajo empleado en adquirirlas, sin sospechar siquiera el perfeccionamien- 67 to que sus facultades experimentaron, y que subsiste aun cuando la me- moria no guarde nada de los hechos mismos. Suponer que el trabajo empleado en adquirir una nocion, se pierde en cuanto la nocion se olvi- da, es tanto como suponer que los beneficios de la gimnástica han cesa- do, porque no se puede ya ejecutar una plancha ó un molinete. Acumu- lación de conocimientos que aplicar en un momento dado, y desarrollo de aptitudes nuevas ó perfeccionamiento de las ya existentes para utili- zarlas como medios de adquisición ó de aplicación en los casos no acu- mulados, tales son los resultados coincidentes pero diferentes, de todo ejercicio intelectual. Al primero se le llama Instrucción, al segundo Edu- cación. El papel de la primera es casi exclusivamente conservador, el de la segunda es eminentemente progresista. La primera es un capital que solo la segunda puede acrecentar y utilizar. Un ejemplo hará paten- te esta verdad. Tomemos la enseñanza de las matemáticas. Suponga- mos que á una persona se le enseña y aprende concienzudamente de memoria cincuenta ó cien problemas de aritmética. En un momento da- do se le presenta uno nuevo; ¿de qué le servirá para su solución el recuerdo de los otros cien? Si no hay punto de comparación, claro es que de nada. Pero supongamos que hay semejanza entre el problema actual y alguno de los otros. Miéntras esa semejanza no llegue á la igual- dad, habrá necesidad de comparar uno con otro los dos casos análogos y de apreciar el grado y naturaleza de dicha semejanza; habrá que mo- dificar los raciocinios y procedimientos, y para todo esto se exigen otras facultades que la memoria, y á las que ésta no puede suplir. Suponga- mos todavía, que no son tales ó cuales problemas los que se han enseña- do, sino la regla general para resolver todos. Pues áun así, ese conoci- miento es inútil por sí solo para lograr la resolución de cualquiera de ellos; apelamos á la experiencia de todo el mundo á este respecto y á la opinión de los matemáticos que unánimemente opinan, que no hay regla que baste para tanto, y que solo el hábito de resolverlos por si mismo, da la facilidad que se busca. Ahora bien: ese hábito es educativo y no instructivo, puesto que los problemas cuya resolución se ha emprendi- do por vía de ejercicio pueden olvidarse por completo, sin que por eso se pierda la aptitud á que se aspiraba. Las ciencias más complicadas, como la biología y la sociología son más elocuentes á este respecto. Cua- lesquiera que sean las nociones acumuladas en la memoria, ni la inves- tigación de nuevas, ni la aplicación de las antiguas puede hacerse sin que otras muchas facultades, á más de la memoria entren en juego; y 68 en tal virtud, la simple instrucción no podría nunca bastar. Las necesi- dades científicas tanto como las de la práctica no pueden ser satisfechas si á una Instrucción suficiente no va unida una Educación conveniente. Como, por regla general, al adquirir esa instrucción, se ejercitan algo las otras facultades, los inconvenientes déla simple erudición son ménos marcados de lo que debieran; pero el hecho que tratamos de patentizar subsiste sin embargo. Ahora bien: la enseñanza que dan los libros es siempre abstracta, analítica y subjetiva, entre tanto que los problemas prácticos son siempre concretos, sintéticos y objetivos. La aplicación de esos conocimientos á la satisfacción de esas necesidades, exige un fun- cionamiento cerebral diferente, si no en sus elementos fundamentales, por lo ménos en su modo de combinación; y como las formas de desar- rollo no se suplen jamás unas á otras, sino que solamente se facilitan, se ve bien claro que la simple acumulación de conocimientos no podría nun- ca bastar para la práctica. Y este principio, que es evidente para la enseñanza primaria, lo es igualmente para la secundaria. Tan imposible es enseñar la aritmética por los solos textos, como la lógica; y si préviamente no ha habido un ejercicio de las facultades aferentes á ese aprendizaje, y ese ejercicio no ha sido concreto, sintético y objetivo, los preceptos generales de la una como de la otra quedan vacíos de sentido é incapaces de ser aplicados. La preferencia que se da á la Instrucción sobre la Educación es, pues, injustificada: si fuera dable escoger entre una y otra, seria preferible de- cidirse por la segunda, porque ella es la base de la primera, en tanto que ésta no tiene influencia sobre aquella. El hecho de que tanto el hom- bre como la humanidad, en su origen, son enteramente ignorantes y so- lo están dotados de órganos más ó ménos desarrollados, bastándoles es- tos últimos para la adquisición, con el tiempo, de los conocimientos más variados, demuestra que nuestra preferencia no es tan aventurada como parece. La posesión simultánea de un caudal de conocimientos considerable, y de un desarrollo de facultades igualmente grande, es, en materia de enseñanza, el verdadero fin á que debe aspirarse. La instrucción suminis- traría los datos indispensables, y la educación los utilizaría convenien- temente. La enseñanza general, tanto como profesional, adolecía, no há mucho, del defecto de ser casi exclusivamente instructiva. A la Escue- la Nacional Preparatoria debemos el que cada dia tienda con más fuer- za hácia la Educación, sin perjuicio de una variada y sólida Instrucción. 69 El médico, por lo esencialmente práctico de su misión, así como tam- bién por lo complicado y oscuro de los fenómenos de que so ocupa, y en cu- ya modificación interviene, necesita una vastísima y sólida instrucción, pero sobre todo, una educación intelectual inmensa, que le permita afron- tar y dominar todo lo imprevisto, todo lo desconocido, todo lo nuevo con que á cada momento tiene que luchar. Esta segunda parte contendrá, pues, dos puntos importantes: 1° La Educación intelectual, propiamente dicha, ó el estudio de las facultades necesarias al médico, así como el grado, modo y forma en que deben des- arrollarse; y 2° La instrucción, ó los conocimientos necesarios, así co- mo el orden y forma en que deben inculcarse. EDUCACION INTELECTUAL I ¿La inteligencia es perfectible? ¿Según qué leyes? En la primera parte hemos dado las pruebas de que la inteligencia es susceptible de perfeccionamiento, y que éste se hace en virtud de las mismas leyes que rigen al desarrollo de las demás facultades. Aquí com- pletaremos esta demostración. El desarrollo de la inteligencia es notable, tanto en la especie como en*el individuo. La historia demuestra que la variedad, solidez, exten- sión y exactitud de las nociones que la inteligencia suministra, decrece á medida que nos remontamos en el curso de los acontecimientos. Tome- mos una nocion cualquiera, y estudiémosla en distintos períodos históri- cos. Sea, por ejemplo, la del mecanismo del universo considerado astro- nómicamente. ¡Qué diferencia tan inmensa separa la concepción de una bóveda material, tachonada de estrellas, inmóviles unas respecto á otras, movidas por una divinidad directamente como la mano del hombre mue- ve al objeto que empuja, sin acción sobre la tierra á la que solo servia de adorno, y la portentosa concepción de Newton, cuya extensión, soli- dez, exactitud y relatividad con los demás fenómenos conocidos, con- trastan con la simplicidad, fragilidad é independencia de las teorías 70 primitivas! ¡Y qué diferencia entre esta última y la nocion de la evolu- ción general de Spcncer, que todo lo abarca, que á todo se extiende, que todo lo explica! ¡Qué semejanza existe entre la teoría providencial de la historia, forjada por nuestros antepasados, y los admirables descubri- mientos de Augusto Comte! Y decir que estos progresos se deben ex- clusivamente á la acumulación de conocimientos que nuestros antepasa- dos nos legaron, es un gravísimo error; porque de nada nos hubieran servido, como de hecho de nada sirven á los hombres incultos contem- poráneos, si con ellos no hubiéramos, por una parte heredado, y por otra adquirido una aptitud mayor que la de nuestros padres, para po- der aprovecharlos. En materia de bellas artes y de bellas letras, mal que pese á los idólatras del pasado, este desarrollo es igualmente ma- nifiesto. La música y la literatura dramática, bastarían por sí solas pa- ra demostrarlo. La demostración de esta ley en el individuo nos parece supérflua, pues la sola consideración de las diferencias intelectuales que existen entre el niño y el hombre, es convincente á más no poder. En cuanto á las leyes que rigen este desarrollo, son las mismas que demostramos. Haciendo á un lado la herencia que damos por supuesta en todas nuestras inves- tigaciones, en todas las facultades, la ley del ejercicio es la que más sal- ta á la vista. Es fácil demostrar ese desarrollo por el ejercicio más ó ménos exclusivo de ciertas facultades, en virtud de las necesidades par- ticulares de cada época. La necesidad por una parte; por otra, la faci- lidad de poner enjuego ciertas facultades, dan á cada pueblo y á cada período histórico, un tipo intelectual característico, y un alto grado de desarrollo de las facultades ejercitadas. Circunstancias especialísiinas de raza, clima, situación geográfica, creencias, instituciones, etc., favo- recieron en la antigua Grecia, entre otros, el cultivo de la imaginación estética, y áun sus inmortales creaciones nos sirven de modelos. En la Edad Media, la necesidad de edificar la moral sin más base que la au- toridad de los textos sagrados, obligó á un ejercicio tan asiduo de la in- ferencia deductiva, que la sutileza, la astucia, la profundidad y el inge- nio desplegados en esa tarea, no han reconocido ántes ni volverán aca- so á reconocer rival. En la época por que atravesamos, el raciocinio in- ductivo y sus auxiliares como la observación, la clasificación, y sobre to- do, y á un grado portentoso en todas materias, la experimentación; así como también la imaginación industrial, estimuladas por la necesidad, son preferentemente ejercitadas, y su alto grado de desarrollo es la con- 71 secuencia de ese ejercicio. Los mismos ejemplos demuestran la decaden- cia de las facultades en reposo. En la primera parte, hemos sido bastante explícitos sobre la influencia del ejercicio de las facultades en el individuo, así como sobre la que ejer- ce el modo y forma de él, sobre el modo y forma del perfeccionamiento, y no insistirémos más en esto. Podemos pues entrar de lleno en el estudio de la educación intelectual. ii ¿Cuántas y cuáles son las facultades intelectuales? Al emprender esta parte de nuestro estudio, se presenta desde luego la cuestión de saber cuáles son las facultades intelectuales de que el mé- dico necesita. Este punto necesita la solución prévia de otra cuestión: la de saber cuántas y cuáles son las facultades intelectuales. No es nada fácil en el terreno puramente científico, resolver completa- mente esta cuestión. Caracterizadas individualmente las facultades, de- berían tener la precisa condición de ser cada una diferente de las otras, de tal modo que pudiera decirse dónde concluía una y dónde comenza- ba la otra: ahora bien; nada más difícil que tal limitación. Tratándose de las facultades superiores y complicadas, nada tendría de extraño en- contrar en ellas los elementos de las inferiores: pero el hecho se observa áun tratándose de las facultades inferiores, en las cuales se encuentran siempre .en ejercicio las otras. La simple percepción, facultad en apa- riencia tan simple y tan primitiva, está al análisis, compuesta de todas las otras áun de las más elevadas. En la percepción más elemental, se puede descubrir una comparación entre la sensación percibida y otras actuales ó pasadas, representadas por la memoria: esa comparación conduce á dos resultados: por una parte, á un raciocinio, en cuya virtud reconocemos la causa de la impresión y las circunstancias en que se pro- duce; y por otra, á una volición cualquiera precedida de un sentimiento. Solo cuando todo esto lia tenido lugar, ó por lo menos todo lo que pre- cede al sentimiento y á la volición, tenemos plenamente conciencia de haber percibido. La percepción es la clasificación que hacemos en nues- tra mente de las impresiones que la afectan, y esta clasificación exige el concurso de la inteligencia toda áun de las facultades misma# de abs- 72 tracción. Este íntimo consensúa de las facultades cerebrales, en cuya virtud en cada una encontramos los caracteres de todas, reconoce, á mi modo de ver, dos causas principales, la una objetiva, y la otra subjetiva. Por una parte la estructura del cerebro, en el que cada territorio co- munica ampliamente con todas las demás, hace prever que el funcio- namiento aislado de cada grupo celular es imposible por la facilidad de difundirse que encuentra toda excitación interior ó exterior. Por otra, el medio de investigación más aplicado á este género de fenómenos es la introspección, y no puede haber nada más defectuoso por cuanto á que exige la dualidad de la atención ocupada á la vez del fenómeno in- terno que se está produciendo y del modo con que se está observando. Las dificultades peculiares á las investigaciones de este género pro- ducen un desacuerdo completo entre los autores á este respecto. Unos multiplican mucho las facultades elementales, y los otros las restrin- gen con igual exageración. Así por ejemplo: el P. Ripalda hace del entendimiento una sola facul- tad, á pesar de su manifiesta complexidad. Bain reduce á tres las facul- tades intelectuales: el discernimiento ó conciencia de la diferencia, la similitud ó conciencia de la semejanza, y la retentividad ó memoria. Comte distribuye las funciones del cerebro en tres grupos: emotivas, es- peculativas y activas. Las especulativas son, concepción y expresión. La concepción es pasiva ó contemplativa, y activa ó meditativa. La primera es concreta ó sintética, ó abstracta ó analítica; la segunda es inductiva ó deductiva. La expresión la divide en mímica, oral ó escrita. Como se ve, es una clasificación irreprochable de las funciones intelec- tuales, que fué lo que el autor se propuso; pero no se encuentra una de los elementos intelectuales ó funciones primitivas. Estas consideraciones tienen por objeto disculpar los errores que pu- dieran deslizarse en nuestra clasificación. Por fortuna nuestro objeto es meramente artístico, y en tal virtud nos asiste el derecho de separarnos de las clasificaciones puramente científicas, y adoptar la que creamos más adecuada á nuestro objeto particular. Si algunas de ellas merecen más bien el nombre de operaciones que el de facultades intelectuales, esto en nada daña á nuestra investigación, con tal que dichas operacio- nes sean suficientemente características, habitualmente empleadas é im- portantes para la práctica. En tal virtud, distinguirémos las facultades ú operaciones intelectua- les siguientes: percepción, atención, memoria, imaginación, raciocinio. 73 Colocamos la imaginación después de la memoria, porque habitualmen- te esta ultima sirve de base á la primera; por lo demás, conservando ese orden pudieran colocarse ambas al liltimo, por cuanto á que, si bien es cierto que basta para su ejercicio el de las que las preceden, razón por la cual las colocamos ahí, pueden ser, y de hecho son, ejercidas con los elementos de todas las demás. La clasificación anterior está plenamente justificada por las necesi- dades prácticas. Cada uno de sus términos corresponde á un hecho bien definido y bastante diferente de los otros, para que todo el mundo los distinga, como realmente sucedo, con facilidad. Las facultades elemen- tales, cualesquiera que sean, funcionan habitualmente en esa forma, y la importancia práctica de cada una de las señaladas es innegable, co- mo pronto lo haremos notar. ni Importancia y educación de la Atención. No debe extrañarse que pasemos por alto la percepción en el estudio que vamos á emprender: en efecto, lo relativo á dicha facultad tiene dos aspectos: el uno, que de buena gana llamaríamos físico, y que comprende el estudio de las condiciones orgánicas (pie la preceden y producen, de su desarrollo y educación, punto que no es otra cosa que lo ya estudia- do en la educación de los sentidos; y otro, que llamaríamos intelectual, en oposición al anterior, y que abarcaria el estudio de las condiciones y circunstancias en que esta facultad, supuesta ya existente, se hace fructuosa para la inteligencia, el grado que puede alcanzar, la influen- cia que este último tiene sobre el ejercicio ulterior de la inteligencia, etc., etc. El primer punto no seria otra cosa que el estudio de la percepción en relación con el objeto que la produce; el segundo, el de la misma facul- tad con relación al sugeto en quien se manifiesta. La primera faz de la cuestión está ya en gran parte estudiada en la Educación física; lo que falta de ella, así como el segundo aspecto del problema, caben perfecta- mente en el estudio de la Atención; y para evitar repeticiones no estu- diarémos más que esta última. La percepción es la conciencia de la impresión que nuestros sentidos reciben; es la impresión conciente lo que la distingue de la sensación en la que la impresión no llega á nuestro conocimiento. 74 La observación enseña que las percepciones son susceptibles de gra- dos diversos de intensidad, y que las diferencias de grado no dependen totalmente de las diferencias correspondientes en las impresiones inci- dentes. Así es, que una misma impresión puede ser percibida con di- versa intensidad, según las circunstancias. Cuando somos presa de una preocupación ó nos domina un sentimiento poderoso, pueden no ser per- cibidas ó serlo á un grado muy débil, impresiones que en otras circuns- tancias darían lugar á percepciones intensas. En esas mismas circuns- tancias las impresiones que favorecen nuestra preocupación, que exci- tan 6 justifican nuestro sentimiento dominante, son percibidas con una intensidad mayor que la normal. Ese estado particular de concentración que llamamos distracción, es- tá caracterizado por la debilidad ó nulidad de ciertas percepciones, bien claras é intensas en otros casos. En ciertos límites, pues, la intensidad de la percepción no dependo del objeto sino del sugeto. Es de fácil observación que nuestra voluntad influye en el grado y de- más cualidades de dicha facultad. Cuando oímos ejecutar una orquesta, podemos á voluntad cambiar la intensidad de las percepciones aisla- das que componen la percepción complexa actual y fijarnos de prefe- rencia en uno ú otro de los sonidos que se están produciendo, el cual es entonces percibido y conocido con más perfección que los otros. La facultad en virtud de la cual podemos en ciertos límites aumen- tar la intensidad de determinadas percepciones de un modo casi siempre voluntario y deliberado, es la que llamamos Atención. En esta definición liemos incluido dos cláusulas restrictivas: una, relativa al grado de in- tensidad á que la atención eleva nuestras percepciones, y la otra á las circunstancias en que la voluntad y la deliberación preceden á la aten- ción. En efecto, el grado de la percepción no depende del de la aten* cion, sino primera y principalmente del de la impresión; por consiguien- te, la influencia de la atención tiene que depender de la naturaleza de la impresión. De esta consideración resultan á priori dos hechos correla- tivos demostrados plenamente por la experiencia: primero, que no hay atención que baste para hacer perceptibles las impresiones que no al- canzan determinada intensidad; y segundo, que cuando las impresiones son muy enérgicas, la atención interviene sin el auxilio y áun á pesar de la voluntad. La prueba concluyente de lo primero la da el hecho de que todas nuestras percepciones tienen un límite inferior, áun cuando 75 las impresiones que debieran producirlas sean demostrables abajo de él; la del segundo es, que llegadas á cierto grado todas las impresiones exageradas absorben nuestra atención, al extremo de impedirnos el po- der fijarla á voluntad en otras impresiones diferentes. Las grandes emociones, los dolores intensos, las simples sensaciones exageradas son imanes poderosos para la atención, con perjuicio, en muchos casos bien evidente para nosotros, y casi siempre predominando sobre nuestra vo- luntad. Lo anterior resume los principios que rigen á la producción y ejer- cicio de la atención, y pueden reducirse á uno solo en esta forma: El grado de la atención depende del de la percepción. De aquí dimana el precepto de aumentar la intensidad de la primera para lograr la segunda. Veamos de cuántos modos se puede lograr este resultado. El grado de la percepción, y por consiguiente el de la atención, pue- de exagerarse por dos órdenes de medios: uno objetivo, consistente en la exageración del fenómeno que se trata de percibir; y el otro, subjetivo, encaminado á susceptibilizar al individuo, para el género de percepción que se le quiere imponer. El primer medio es, en muchísimas ocasiones, impracticable; y aun cuando lo fuera en gran número de casos, lo importante es precisamen. te despertar la atención por medio de percepciones débiles, como suce- de particularmente para el médico. En tal virtud, este medio no se em- plea sino provisionalmente, como medio educativo, y se procura hacer decrecer gradualmente la intensidad de la impresión, hasta lograr per- cepciones claras, y atención sostenida con la menor impresión posible. El otro medio tiene la ventaja de dejar el fenómeno original intacto, y suscitar, mediante él, tal como la necesidad lo impone, el ejercicio de las facultades ántes mencionadas. En dos circunstancias se observa un aumento en grado de las facultades que estudiamos, á igualdad de im- presión original. En la primera entra enjuego un elemento puramente intelectual, la comparación; en la segunda todos los elementos de orden moral. Cuando observamos un objeto ó fenómeno aislado, es muy común que pasen desapercibidas algunas de las circunstancias que lo constituyen, y todo el mundo sabe con qué facilidad se hacen perceptibles en presencia de otro hecho ó fenómeno análogo en el que faltan ó existen á un grado más débil. Es tan fundamental este hecho, que es inconcebible otra gé- 76 nesis de nuestras diversas percepciones que la comparación. Fácil es comprender la importancia que los procedimientos de comparación tie- nen en materia de Educación. Ella es tal que, en lo que respecta, por lo ménos, á la Educación sensorial, debiera ser la única base racional; evi- tarse lo más posible toda indicación directa, y recurrir constantemente á la comparación. Esta última puede hacerse por semejanza ó por dife- rencia. La primera es sintética, abarca conjuntos, y en tal virtud, las percepciones elementales son ménos precisas por mucho que lo sea la percepción complexa. La segunda es analítica: hace resaltar determina- do detalle con particular claridad, y es, como medio educativo general, preferible á lo anterior. Las nociones que da la primera, son, por decir- lo así, empíricas; las sugestiones que produce tienen mucho de instinti- vo y un gran carácter de probabilidad; pero las nociones que suministra la segunda son racionales, sus sugestiones deliberadas, y solo ella puede conducir á una seguridad completa de intervención. El hábito de ver en- fermos de determinada clase, puede dar á un enfermero un gran conoci- miento diagnóstico especial, y sugerirle tal ó cual tratamiento apropia- do; pero solo el estudio racional por diferencia puede dar á este diagnós- tico toda seguridad y á ese tratamiento toda eficacia. Cuando se quiera, pues, hacer percibir algo, debe reeurrirse, no á una indicación directa de la que se va á encontrar, sino á la presentación de dos casos análogos, en uno délos cuales existe el fenómeno y en otro no. Los diversos grados y los diversos tintes particulares que quieran darse á conocer, deben inculcarse de la misma manera. No cabe duda de que procediendo de esta suerte, la atención se excita á un alto grado, lo que no sucede cuando se hace de antemano la indicación de que se va á per- cibir tal ó cual cosa. Además de este modo fundamental de susceptibilizar la percepción, existe el que ántes diéramos de carácter moral. Se diferencia del ante- rior, en que el ya estudiado realza la percepción para despertar la aten- ción, en tanto que el que va á ocuparnos procede á la inversa, excitando primero la atención para hacer resaltar la percepción. Ya ántes haciamos notar, que los sentimientos que nos dominan en un momento dado favorecen cierto género de percepciones, y les dan un real- ce que hasta llega á ser perjudicial por exagerado. Desde luego se com- prende de cuán grandes resultados puede ser susceptible un método que ponga en juego nuestros sentimientos para suscitar nuestra atención. Al interés que nos inspiran nuestros estudios favoritos, debe referirse 77 el cuidado con que los hacemos y los resultados mejores que alcanzamos en ellos; y es proverbial el descuido con que procedemos en todo lo que nos es indiferente ó desagradable. La forma que se dé á los ejercicios educacionales no es, pues, indiferente en materia de percepción ni en otra alguna, y debe tenderse, constantemente, á darles úna, agradable é interesante. De un modo general, esto se logra haciendo prácticamen- te manifiesta la utilidad del ejercicio que se impone; haciendo patente el éxito que se obtiene del desarrollo y perfeccionamiento de nuestras ap- titudes. Pero es indispensable, de todo punto, que haya verdadera afi- ción por el género de trabajo que se impone, porque de otro modo el has- tío y el cansancio serian un formidable escollo que Se opondría al ejercicio mismo que muchas veces,- por más que se haga, es enojoso por sí mismo. El desarrollo progresivo de la atención, y la influencia que sobre él tiene el ejercicio son bien notorios. La volubilidad es característica de la niñez. El niño es incapaz de una atención sostenida, y á medida que avanza en edad se le ve fijarse cada vez más en los objetos de su obser- vación: en la madurez esta fijeza de atención alcanza su máximo para disminuir en la vejez. En la práctica de nuestros ejercicios diversos, es notable la dificultad inicial y la facilidad final con que podemos concentrar nuestra atención: este último resultado es favorecido singularmente, por el placer que pro- ducen ó el interés que inspiran, como se hizo observar hace poco. En cuanto á las ventajas que resultan de una atención sostenida que- darán d priori demostradas, por el raciocinio siguiente: La exactitud de nuestras ideas y el perfeccionamieto de nuestra actividad, son pro- porcionales, en igualdad de circunstancias, á la exactitud de nuestras percepciones: si la atención, como lo hemos demostrado, perfecciona es- tas últimas, producirá resultados idénticos en las primeras; por lo de- más, la práctica comprueba plenamente esta conclusión. IV Memoria. La memoria es la facultad en cuya virtud nuestros estados de concien- cia pasados se reproducen en ausencia del exeitante exterior que los pro- dujo anteriormente. La repetición subjetiva ó imagen que constituye el recuerdo, tiene los caracteres siguientes: es más débil, es decir, está cons- 78 tituida por estados de conciencia de una intensidad menor que los pri- mitivos; no consta de los mismos elementos que la percepción original, conteniendo solo algunos de ellos, los más notables en el momento de la observación primordial; y poV último, su combinación puede ser diferen- te de la verdadera. Todas estas cualidades son susceptibles de afectar grados diversos en virtud de las leyes que siguen: I- La intensidad, exactitud y facilidad del recuerdo disminuyen con el trascurso del tiempo. 2* Estas mismas cualidades aumentan con la intensidad; claridad y proximidad de la percepción primera. 3- La repetición fréfcuente de un bocho favorece su recuerdo. 4? Los recuerdos se despiertan y facilitan por asociación con otros más fáciles ó con percepciones actuales. La facilidad de adquisición aumenta desde la infancia hasta la madurez, y disminuye desde ésta hasta la vejez. 6La cantidad de nociones que pueden acumularse en la memoria es variable de un individuo á otro, pero siempre es limitada. Aclararémos esta última ley. Aun cuando en potencia la memoria pudiera retener un número inde- finido de nociones, lo cual no es demostrable, de hecho no sucede ni pue- de suceder tal cosa. La adquisición de un número inmenso de conoci- mientos supone una cantidad proporcional de tiempo, y fácilmente se comprende que llegada á ser insuficiente la vida humana para una acu- mulación de cierta magnitud; pero áun hay otra circunstancia que limi- ta forzosamente el número de adquisiciones posibles, y es la necesidad periódica de renovar las impresiones pasadas, sin lo cual acaban por bor- rarse de la memoria como lo indica la primera ley. Como el número de conocimientos diferentes que dia á dia se van ad- quiriendo aumenta sin cesar, fácil es prever que llegará un momento, que acaso haya ya llegado, en el que sea imposible á un solo hombre poseerlos todos: como por otra parte, á medida que el hombre progresa le va siendo necesario para luchar ventajosamente por la vida, un aco- pio de conocimientos mayor, tiene que llegar una época en la que esa lucha sea casi imposible y en que todo progreso se haga ya irrealizable. Esta desoladora consideración induce á buscar, por una parte, los me- dios de amplificar el campo de la memoria, y por otra, á poner remedio al fatal resultado teórico que acabamos de exponer, cuando se haya tocado al límite extremo de adquisibilidad posible. Esto último es pracfci- 79 cado desde remotos tiempos: la división del trabajo sociales un remedio, no solo para ese sino para otros muchos males de la humanidad, más ó ménos relacionados con éste. Dicha división, limitando el campo de la actividad, limita, ipsofacto, la cantidad de conocimientos necesarios pa- ra la conservación y progreso individuales y humanos; y como ella es, ó puede ser casi indefinida, mediante su influencia es concebible un pro- greso indefinido. La potencia de adquisición de la memoria crece también dia á dia á medida que es cultivada en un campo más vasto y por ejercicios mejor elegidos; pero áun cuando así no fuera, áun existe un medio poderoso de acrecentar el caudal de la memoria á un grado incalculable. Este consiste en reunir los hechos que han de constituir ese caudal, de mane- ra de poder ser expresados por una ó un número reducido de fórmulas que los comprendan todos, y partiendo de la cual como premisa, se pue- da llegar, por deducción, al conocimiento individual de cada uno. Así, por ejemplo, seria imposible adquirir y conservar los logaritmos siquie- ra de cien números; pero el conocimiento de la fórmula por medio de la cual se obtienen, hace inútil el aprendizaje de cada uno en particular, y sustituye con ventaja y en una extensión ilimitada, á otro conocimiento que nos seria imposible llegar á poseer. En matemáticas, este perfeccio- namiento ha llegado á un alto grado, y mediante un perfeccionamiento mayor del raciocinio pudiera aún simplificarse mucho el estudio de tan importante ciencia. En las demás ciencias se logran cada dia mayores resultados, si bien que tratándose de las superiores, la aplicación del medio indicado sea más difícil. No hacemos especial mención de otros medios de ensanche de la me- moria, como la conservación de los conocimientos en los libros, inscrip- ciones, etc., etc., por ser bien conocidos y vulgarmente usados. La 4* ley es por sí misma, un elemento intrínseco de lograr el resul- tado, y se distingue del anterior en que el enlace establecido por asocia- ción es fortuito casi siempre, en tanto que el establecido por raciocinio es lógico, y depende de propiedades de las cosas mismas. Este último, sobre permitir enlaces más numerosos y variados, les da más solidez, por regla general, y en tal virtud debe ser preferido. En las seis leyes establecidas, están implícitos todos los preceptos re- lativos al cultivo de la memoria, y por consiguiente á la adquisición de conocimientos, ó sea á la Instrucción. 80 Y desde luego veámos cuál es el ideal á que se debe aspirar en mate- ria de memoria. Acumular el mayor número de conocimientos posibles, en el menor tiempo posible, y.hacerlos lo más duraderos que se pueda, tal es este ideal. Como los conocimientos valen por la utilidad que prestan, y ésta es variable para cada individuo, según su papel en sociedad, y como ade- más, hemos visto que seria imposible adquirir toda clase de nociones, lo primero que hay que hacer, es elegir entre la totalidad de los conoci- mientos aquellos enteramente indispensables, para inculcarlos primero, é ir después inculcando por su orden de necesidad los demás. A este pri- mer precepto sigue, en importancia, el que prescribe el abreviar el tiem- po de adquisición hasta donde no perjudique á la solidez de la nocion ad- quirida. Esto tieiie tres ventajas: disminuir el tiempo de preparación y aumentar, en consecuencia, el de actividad definitiva; hacer posible la repetición de las percepciones á medida que se vayan debilitando, y pen- último, permitir adquisiciones de otro género y no limitar, sino al con- trario, multiplicar las formas de trabajo posible á cada individuo. Pero es también inconcuso que estas ventajas deben subordinarse á la princi- pal, que es el perfeccionar al máximo, determinado género de actividad. Las personas educadas en una forma diferente, reciben del vulgo, y con justicia, la calificación de aprendices de todo y oficiales de nada, que ex- presa con exactitud los inconvenientes de una instrucción, cuyos resul- tados son: una gran aptitud aparante para todo, y una destreza real muy escasa para cada género de práctica. El tiempo de adquisición puede abreviarse por asociación ó por re- lación. Analicemos cada uno de estos modos. La asociación se establece en dos circunstancias diferentes. En una la coincidencia constante ó frecuente de dos hechos, los hace inseparables en el pensamiento, de tal modo, que el recuerdo del uno evoca necesaria- mente el del otro, como sucede entre las nociones de extensión y de re- sistencia de los cuerpos; ó bien, una de las impresiones asociadas es de grande intensidad, en cuyo caso la otra será fácilmente suscitada por ella, y al contrario. Esto último se realiza para las grandes emociones á las que se asocian siempre las circunstancias en que fueron experimen- tadas y persisten durante largo tiempo en la memoria. El lugar donde hemos experimentado una emoción intensa persiste en nuestra memoria con caractéres singularmente intensos, y su presencia suscita el recuer- 81 do de la emoción que allí hemos sentido, así como el recuerdo de esta úl- tima hace surgir el del lugar y circunstancias en que fuimos afectados por ella. De estos dos modos de asociación, el segundo es el único que pue- de producir una economía de tiempo, puesto que á veces basta una sola experiencia para producir una asociación indisoluble. En tal virtud debe darse á la instrucción una forma agradable é interesante. Los estudios monótomos y enojosos no dejan impresión duradera en la memoria, en tanto que los que causan placer ó suscitan intéres son casi siempre inol- vidables. A este orden de hechos debo referirse la facilidad mayor para retener en verso las nociones que se dificultaban en prosa; la influencia que ejerce sóbrela facilidad y persistencia délas adquisiciones, un estilo ameno y elegante, y otras muchas circunstancias que nos conmueven de un modo más ó menos agradable. De entre éstas solo mencionarémos una que nos parece de gran porvenir en materia de instrucción, y poco utilizada hasta hoy. Todos hemos tenido ocasión de observar cuán sólidas y duraderas son para nosotros todas las nociones que hemos descubierto ó creido descu- brir. El placer que experimentamos es tan intenso, que no hay te- mor de olvidar aquel principio. Dar, pues, hasta donde sea posible á los estudios la forma de investigaciones que conduzcan, mediante circuns- tancias hábilmente combinadas al descubrimiento del principio que se trata do inculcar, es, no solo la forma más perfecta de la Instrucción, si- no también de la Educación. Spencer, en su obra “La Educación,” ha- bla de la enseñanza de la geometría, bajo esa forma, como medio pode- roso de Instrucción y ejercicio vastísimo para la Educación. Nosotros lo practicamos con pleno éxito hace algunos años en materias muy varia- das, y en algunas tan elevadas como la psicología, cuyos elementos in- culcamos en esa forma á nuestras discípulas de Pedagogía. La gimna- sia sensorial é intelectual á que tan precioso medio da lugar; la facili- dad con que las nociones son asimilidas; la claridad con que persisten y el tiempo que duran, hacen de este recurso ur.o de los más eficaces y agradables para el alumno, de que se puede disponer en Pedagogía. El segundo modo de abreviar el tiempo de adquisición, consiste en re- lacionar los conocimientos unos con otros, de tal modo, que inculcados los fundamentales, el simple raciocinio conduzca á los otros, los cuales, en tal virtud, no tienen necesidad de ser adquiridos individualmente. Cuando en los fenómenos mismos que se inculcan es conocida la rela- ción natural que los une, la sola educación del raciocinio debe ser la 82 preocupación dominante, para dotar á esta última facultad de una poten- cia suficiente para hacer las inferencias necesarias en cada caso parti- cular. Cierto género de inferencias son tan complicadas, que la generali- dad de las gentes, aun convenientemente educada, no podria hacerlas; en estos casos tendrian que inculcarse individualmente las nociones; pero muchas de ellas, no estando en este caso, no obligarían áesa enseñanza especial que tanto tiempo y trabajo cuesta habitualmente. Cuando la relación existente entre los fenómenos no sea conocida, el hábil y prudente manejo de las hipótesis puede suplir por medio de re- laciones probables á las relaciones reales, y lograr de este modo resulta- dos análogos á los anteriores. Por último, el establecimiento de relaciones ficticias ó convencionales, cuando en nada perjudica á las leyes de los fenómenos que se trata de enlazar, es plenamente justificable y eminentemente útil en el caso en que no haya relación alguna entre ellos. De las relaciones naturales entre los fenómenos, la que menos debe olvidarse en la Instrucción es la de su gerarquía. Es incalculable hasta qué punto se facilita la adquisición de conoci- mientos cuando se hace el estudio en el orden lógico. Estudiar primero lo independiente y después lo que de ello depende; no emprender nunca un estudio sin los conocimientos preliminares ne- cesarios, y para esto categorizar los diversos ramos del estudio según sus dependencias recíprocas, es una imperiosa necesidad. El olvido frecuen- te de este principio da lugar á funestos resultados. La organización de nuestra Escuela Nacional Preparatoria es un mo- delo en este sentido, y es bien lamentable que últimamente y por consi- deraciones en manera alguna científicas y solo por miras de un orden muy secundario y personal, el estudio de las matemáticas haya sido frac- cionado y dispersado en los demás. Confiamos en que esta anomalía no dure mucho tiempo. Resumiendo todo lo anterior, formularémos para la adquisición de conocimientos, los preceptos siguientes: Io Elegir las nociones que deban inculcarse según el fin á que se aspira. 23 Jerarquizar éstas según sus dependencias mutuas para inculcarlas por su orden. 39 Dar á cada nocion ó grupo de nociones una forma que realice las condiciones de amenidad, interés y aplicabilidad. 4- Procurar que las nociones no se aprendan ya hechas, sino darles 83 la forma de investigaciones que el educando emprenda y que lo conduz- can al descubrimiento de lo que se le trata de enseñar. No nos hemos ocupado especialmente de la importancia de la memo- ria por parecemos supérfluo. Bástenos decir, que la conciencia del yo, de la propia personalidad, seria imposible sin ella para no necesitar in- sistir en que todas las demás nociones lo serian áun ménos. imaginación. La imaginación es la facultad en cuya virtud podemos combinar nues- tros estados de conciencia en una forma diferente de aquella en que la experiencia los produce naturalmente. Esta simple definición deja entrever la importancia de dicha facultad. Desde luego se manifiesta en ella una propiedad nueva, no implicada en ninguna de las anteriores, á saber: una reacción de lo subjetivo so- bre lo objetivo. En las facultades anteriores no se observa nada seme- jante. La percepción recibe, la atención fortalece y graba, y la memo- ria conserva las impresiones exteriores, sin que nada nuevo en el fondo ni en la forma se agregue á ellas: hasta aquí la inteligencia es un espejo que retrata pura y simplemente los objetos exteriores, tales y como se presentan. Por la imaginación y el raciocinio la inteligencia se convier- te en un vasto laboratorio, en el que los elementos suministrados por las facultades pasivas, sufren cambios y combinaciones múltiples, y del que salen trasformados útilmente y adaptados ya á las exigencias de nues- tros propósitos. La imaginación y el raciocinio son, pues, facultades eminentemente activas. Figurémonos por un momento desposeídos do ellas, y el espectáculo más desolador se pintará en nuestro espíritu. ¿Las bellas artes y las bellas letras primero, las ciencias después, y por último, las artes puramente industriales, pudieran realizarse sin ellas? No hay duda de que las bellas artes en general, productos esencial- mente imaginativos, no serian conocidas; ¿pero acaso las ciencias mis- mas y las artes mecánicas más humildes no están en el mismo caso? ¿Es dable encontrar un solo descubrimiento, ó un solo invento, por sencillos 84 que parezcan, que no hayan exigido como trabajo preparatorio ó final, tanto la combinación de los datos en formas más ó menos diferentes de las observadas, como la previsión más ó ménos segura del resultado, ó lo que es lo mismo, que no hayan puesto á la vez en ejercicio la imagina- ción y el raciocinio? Todos los descubridores é inventores, todos los ar- tistas é industriales, desde Copérnico hasta Morse, desde Homero hasta Edison, y desde éstos hasta los desconocidos inventores del arco y la Hecha, del martillo y la azada, han necesitado, á la vez que una imagi- nación poderosa, un raciocinio profundo y exacto. Si esto es así, como lo es, y si á los genios debe la humanidad lo más llo- rido y valioso de sus conquistas, la imaginación y el raciocinio deben ser en materia intelectual el punto de vista preferente y la aspiración predominante de todos. Comte (Política positiva, tom. II, pág. 456), dice: “Excesiva sumi- sión al espectáculo exterior, sin suficiente reacción interior, caracteriza al idiotismo puro.” Algo peor que el idiotismo seria nuestro estado in- telectual sin tan preciosas facultades, puesto que la reacción interior seria, no solo insuficiente, sino completamente nula. Vista la capital influencia que sobre nuestra conservación y progreso ejercen las facultades de que nos ocupamos, era de esperarse verlas ocu- par un lugar preferente en los sistemas de educación. Ahora bien: pre- cisamente observamos todo lo contrario. Concretémonos á la imagina- ción. Por lo que á ella respecta encontramos, cosa nunca vista tratán- dose de las demás facultades, erigida en verdadero precepto la absten- sion educacional. En los Tratados de literatura nada más frecuente que este axioma: Los poetas nacen, pero no se hacen. Un axioma semejan- te es aplicado en las demás bellas artes y áun en las industriales, y en estas últimas los grandes descubrimientos son casi siempre atribuidos á la simple casualidad. De aquí dimana que los sistemas de educación artística se preocupen, no de enseñar á crear, sino más bien de juzgar más ó ménos acertadamente de lo ya creado; de aquí que sea material- mente imposible hacerse poeta estudiando el Hermosilla ó el Gil y Zá- rate, y de aquí, por último, el desarrollo del espíritu crítico y la atrofia del espíritu creador. ¿A qué se reduce en punto á imaginación el arse- nal pedagógico? Al estudio de los buenos modelos. Sujetando este pre- cepto al criterio de los principios generales ya establecidos, ¿podrémos reputarlo como bueno? Evidentemente no. Ya hemos demostrado que el ejercicio es el único medio de desarrollar cualquiera facultad; en tal 85 virtud, para desarrollar la imaginación habrá necesidad de ejercitarla, y por consiguiente de obligarla á crear, y esto en circunstancias seme- jantes á aquellas en que la necesidad lia de imponer tal obligación. Ahora bien: el estudio de los buenos modelos, ni obliga á crear, ni sil práctica presenta analogía con las necesidades de la vida real, puesto que ese estudio es analítico, en tanto que las creaciones han de ser sin- téticas; por lo mismo es inadecuado para el fln á que se le destina. Sus frutos naturales son el desarrollo de las facultades que ejercita : la imitación llevada hasta el servilismo: el espíritu de crítica llevado hasta la maledicencia, y el culto del pasado llevado hasta el retroceso. En materia de imaginación estética esas tres circunstancias son los ve- nenos más activos para el genio; y gracias á que á la imaginación in- dustrial no le son tan nocivos, y á que las circunstancias porque atra- vesamos le dan constante pávulo, no yernos á la industria decaer como decae la estética. Hay que convenir en que los encargados de desarrollar la imagina- ción en nuestra época no han desconocido absolutamente las exigencias de semejante educación, puesto que dedican cierto tiempo á los ensayos de composición; pero en el fondo, hacen secundario lo que en realidad es principal. Un solo principio resume toda la educación de la Imaginación: Po- ner al educando en circunstancias que le obliguen á inventar, y obli- garle á comparar los resultados de su invento con el género de necesi- dades que estaba destinado á satisfacer. Los buenos modelos serian pos- teriormente útiles como puntos de comparación. Que el objetivo preferente sea la belleza, como sucede para la imagi- nación estética, 6 la utilidad, como para la industrial, el principio es el mismo, lo único que varía es el fin, pero los medios de lograrlo son idénticos en ambos casos. En las facultades estudiadas ya, no hemos hecho aplicación particu- lar al médico, porque tratándose de la percepción ya habíamos dicho lo bastante en la educación de los sentidos; como la atención no es más que un grado de la percepción, lo dicho respecto á esta última le era enteramente aplicable; la memoria era inconcuso que debia encontrar- se en el mismo caso que sus predecesoras, los preceptos relativos á su cultivo encontrarían el lleno de su aplicación especial en el estudio de la Instrucción del médico; pero tratándose de la imaginación es im- portante hacer una aplicación más especial al médico. 86 De las dos clases de imaginación que liemos considerado antes, la in- dustrial es indispensable al médico, y puede serle accesoriamente útil la estética. La imaginación industrial presta eminentes servicios al médico en la invención y perfeccionamiento de los instrumentos, utensilios y aparatos, sin cuyo auxilio seria muchas veces imposible su intervención, así como también para sacar partido de todos los elementos que lo rodean y que él debe saber modificar y utilizar lo mejor posible. Necesidades de este último género son particularmente imperiosas para los médicos milita- res y los de las poblaciones pobres y escasas de elementos. Saber impro- visar una camilla, un aparato contentivo, un torniquete compresor, un lecho, etc., son cualidades que un médico debe poseer en alto grado, y que derivan de la potencia de su imaginación industrial. La construc- ción de instrumentos necesita de un conocimiento del fin á que están des- tinados, de las circunstancias en que van á emplearse, de los males que pueden ocasionar, etc., etc., y no es posible exigir de un industrial, aunque sea un Charriere, que sepa tanto, que prevea tanto y que reali- ce tanto: el médico mismo debe, pues, ser un guía del fabricante y debe darle, no solo la idea sino también el modelo, y para esto vuelve á im- ponerse la necesidad del desarrollo de la forma industrial de la imagi- nación. La forma estética se hace también necesaria en algunas ocasio- nes, pero tiene siempre un carácter secundario, y por eso no nos ocupa- mos de ella. En virtud de lo anterior, es conveniente qúe el médico, durante su educación, sea obligado á discurrir, á inventar y á modificar los medios de exploración é intervención, que antes de ser presentados debe pro- curarse que sean imaginados por el discípulo y representados por él al mayor grado de perfección posible. Las imperfecciones de lo que inven- te le serán demostradas lo más prácticamente que se pueda, buscando más las rectificaciones espontáneas del discípulo que las dictadas por el maestro. vi Raciocinio. Por raciocinio se entiende al acto, como también la facultad, por cuyo medio investigamos lo desconocido en función de lo conocido. Puede raciocinarse en tres formas. De una sola observación inferimos 87 para un solo caso particular; de varias observaciones inferimos para varios,ó para la totalidad de los hechos de la misma clase; ó por últi- mo, de una fórmula general inferimos para uno ó solo algunos hechos de la clase. La primera forma de raciocinio es habitual y acaso la única de que dan señales los animales inferiores y los niños en sus primeros años. Esta y la segunda, particular al hombre, y de la que acaso participan en cierto modo los animales inteligentes, llevan el nombre de raciocinio inductivo. La tercera, á la que tampoco son tal vez totalmente extra- ños los animales superiores, lleva el nombre de raciocinio deductivo. Su grado de importancia es variable. Colocándonos bajo el punto de vista de la satisfacción simple y sencilla de las necesidades del hom- bre considerado como animal, la primera forma, ó sea el raciocinio in- ductivo-concreto basta para llenarlas, y las otras dos formas por supér- Üuas pierden su importancia. Pero bajo el punto de vista humano, con- siderado el hombre como un ser destinado á un progreso indefinido que constituye para él, considerado colectivamente, una necesidad igual- mente imperiosa, las otras dos formas, la inductiva-abstracta y la de- ductiva adquieren una importancia preponderante. En un terreno puramente abstracto seria difícil, y además inútil, de- cidir cuál de las dos últimas formas es más útil; pero no sucede lo mis- mo en cada caso particular. Así, por ejemplo, no es dudoso que la for- ma deductiva es más útil al abogado que lo puede ser la forma inducti- va. En efecto, la interpretación y aplicación de la ley es su principal tarea, y el raciocinio deductivo es de interpretación y de aplicación á uu caso dado de un precepto establecido ya en general para toda una clase. Xo sucede lo mismo con el médico: su tarea no es de interpreta- ción sino de investigación; no es solo de aplicación sino de invención y de elección. Aun en aquellos casos en que hay ya establecidos precep- tos generales, su aplicación rigurosamente deductiva es imposible por la natural complicación de los fenómenos en que interviene. Entre él y el abogado ó el juez, hay la misma diferencia que entre estos últimos y el legislador. En el médico y el legislador que hemos tomado como ejem- plos la inducción es la regla, la pura deducción es la excepción: y no puede ser de otro modo. La Medicina, como la Pedagogía y como la polí- tica, están en ese período por que atraviesan todas las artes; período du- rante el cual, á la vez que se ejerce el arte se funda la ciencia; y la cien- cia, que no es más (pie la coordinación y generalización de la experiencia, 88 tiene sus raíces en la inducción. La matemática misma, tan eminente- mente deductiva debe sus axiomas á la inducción, y sus axiomas son su base. Los Tratados modernos de lógica, Stuart Mili y Bain, por ejemplo, fijan con toda claridad las condiciones do exactitud del raciocinio, espe- cialmente del inductivo, la escolástica perfeccionó en sumo grado las del deductivo, nada más podríamos agregar á esto. Pero lo que sí nos parece deber asentar es. (pie no se aprende á racio- cinar por medio del exclusivo estudio de los Tratados de lógica. El raciocinio es una facultad que, como todas, necesita ejercicio para desarrollarse. Aprender raciocinios ya hechos ó reglas para hacerlos, no es un medio de aprender á raciocinar, como no lo es para hacerse poe- ta el leer poesías y Tratados de literatura. Un solo ejemplo demostrará completamente nuestra proposición. Cualquiera que haya sido nuestra educación, es de regla que cuan- do salimos al mundo son frecuentes y notables los contratiempos que experimentamos en la dirección de nuestros negocios; y las numerosas decepciones de que somos víctimas llegan á veces hasta producir una falta completa de fe. Pasa el tiempo, y poco á poco, y de un modo in- sensible, vamos adquiriendo experiencia, es decir: prudencia, golpe de vista, y sobre todo previsión. Que en nuestros 'tratados de lógica esta- ban encerrados los preceptos más eficaces y racionales para guiar nues- tra conducta, es indudable; que el arsenal de nuestros conocimientos era en general bastante para el caso, es también perfectamente cierto, como lo prueba esa palmada que nos solemos dar en la frente, y que in- dica que no debimos habernos equivocado; que, en una palabra, tenía- mos los datos para un raciocinio exacto, y (pie sin embargo raciocina- mos equivocadamente, salta á la vista. Pues bien, solo la experiencia, es decir, solo el raciocinio frecuente al que nos impele la necesidad, rec- tificado elocuentemente por el desengaño, nos enseña á juzgar con rec- titud de los hombres y de las cosas. ¿Qué hay en esto sino la educación de tina facultad por el ejercicio? No es la edad como equivocadamente cree el vulgo, sino la práctica la que corrige los desaciertos, la que mo- dera los arrebatos, la que rectifica los juicios. Y tan es así, (pie eso que se llama experiencia puede no adquirirse nunca ó adquirirse bien temprano. La vida activa, los negocios, los viajes, la lucha por la exis- tencia, facilitan y abrevian la adquisición de esa facultad; la vida se- dentaria, el ocio, la falta de espíritu de empresa, el exceso de cuidados 89 y atenciones de que nuestra familia ó los que nos rodean nos hacen ob- jeto, la retardan, dificultan ó impiden, En tal virtud, obligar á raciocinar; corregir experimentalmente los errores cometidos; cultivar los diversos ramos de las ciencias según las prescripciones establecidas en la educación de los sentidos, de la atención, de la memoria y de la imaginación, tales son los medios de desarrollar el raciocinio. Y decimos las diversas ciencias, refiriéndonos á las abs- tractas, porque el cultivo de una sola seria insuficiente. Cada ciencia, en efecto, raciocina de un modo peculiar y exclusivo; se auxilia por me- dio de recursos especiales, con exclusión más ó menos completa de los demás; pone en juego de preferencia tal ó cual facultad auxiliar, y en tal virtud, si se quiere desarrollar todas las formas y ejercitar todas las facultades aferentes, y esto es lo debido, deben cultivarse en lo que tie- nen de esencial todas las ciencias abstractas, inclusive la matemática. Todos los Tratados de lógica dedican una debida atención al estudio de los sofismas ó falsos raciocinios. No debe descuidarse un asiduo ejer- cicio de esclarecimiento de falacias, que es un complemento indispensa- ble de todo ejercicio Educacional del raciocinio, por ser ésta una forma en que con frecuencia se nos presenta la necesidad de raciocinar. Saber demostrar verdades es importantísimo, pero no lo es ménos el saber desenmascarar errores. El poder de raciocinio de que el médico debe estar dotado, debe ser inmenso. Las dificultades de su arte, la oscuridad de la ciencia madre, la importancia del fin á que tiende, son otras tantas razones que le im- ponen el deber de raciocinar bien y de no dejarse arrastrar por lor er- rores de los demás. Vil Operaciones auxiliares fclel raciocinio. El raciocinio en bus formas más elementales no exige en el fondo más facultades que la percepción y la memoria; el inductivo concreto, tipo de sencillez, se confunde con la simple asociación de ideas: la sola pre- sentación de un objeto nuevo produce por asociación el recuerdo de otros semejantes anteriormente percibidos; este recuerdo suscita por el mismo mecanismo el conjunto de hechos coincidentes ó consecutivos que acom- pañaron á la primera observación, y la inferencia de la experiencia pa- 90 sacia al caso actual surge y se impone sin más preámbulos. No sucede lo mismo para las inducciones abstractas y las deducciones. Estos ra- ciocinios serian imposibles sin una serie de operaciones preliminares des- tinadas á disponer las premisas en un orden adecuado para suscitar asociaciones del género de las que se busca. La complicación de los fe- nómenos sobre que versan los raciocinios elevados, la diseminación de los caracteres en cpie la inferencia ha de basarse, la mezcla á veces inex- tricable de las nociones útiles en el caso en cuestión, con otras que no lo son y que dificultan la apreciación de las primeras, hacen que los ma- teriales brutos de la experiencia no puedan ser utilizados sin una depu- ración previa y una elaboración anterior que ponga orden en ese caos de hechos tan contrarios, tan numerosos, tan complexos como son los fenómenos sometidos á nuestra observación. La primera necesidad*en este caso es la de poder separar, siquiera sea subjetivamente, del conjunto de hechos coexistentes ó consecutivos que constituyen la percepción bruta, aquella ó aquellas propiedades que in- fluyen en el resultado de las que son extrañas á él. Esta separación ó disociación mental de estados de conciencia que corresponden á fenó- menos coincidentes del mundo exterior, permite el exclusivo estudio de una propiedad ó grupo pequeño de propiedades con abstracción de to- das las que habitualmente la acompañan y cuya influencia es nula sobre el resultado final de la investigación. La facultad que á ella presido es la abstracción. Esta disociación no es fácilmente realizable sin el auxilio de la com- paración, y á su A*ez ésta es impracticable en los casos complexos que necesitan un número de datos muy considerable, sin el ordenamiento, permítasenos la palabra, de dichos datos. La observación, en el sentido científico ele la palabrada comparación y la abstracción, son, pues, ope- raciones preliminares indispensables en los raciocinios elevados. Una vez disociadas las percepciones complexas, fuerza es disponerlas en la forma más apropiada para el fin á que se aspira, agruparlas según sus semejanzas y diferencias, formar con ellas pequeños conjuntos cohe- rentes de nociones que faciliten tanto las aplicaciones como las investi- gaciones ulteriores; y esto es lo (pie se llama la clasificación que exige á su vez el establecimiento de las definiciones que lian de caracterizar los diversos grupos y la terminología y la nomenclatura que han de desig- narlos con nombres especiales. Solo á costa de todos estos preliminares los raciocinios elevados son 91 posibles; y la importancia de cada uno es tal, que se puede afirmar que los errores de raciocinio tienen todos su raíz en un defecto de cualquie- ra ó varias de dichas operaciones auxiliares. Así se ve, que todos ó ca- si todos los sofismas pueden clasificarse, correspondiendo á faltas come- tidas en dichos preliminares. El arte de la medicina, como tantas veces lo hemos dicho, es suma- mente complicado; la ciencia madre, la biología, es la segunda en com- plicación y oscuridad; por consiguiente, los raciocinios tienen en ella las circunstancias que hacen necesario el cultivo de las facultades auxilia- res: la falta de cultivo de alguna de ellas no puede ménos de viciar hon- damente las investigaciones, y por consiguiente la práctica médica. Los medios de desarrollar las facultades aferentes han sido ya indica- dos á propósito de la educación del raciocinio. INSTRUCCION DEL MEDICO i Conocimientos indispensables. ■L objeto (le la Medicina es la curación ó alivio de las enferme- dades, la prolongación de la vida ó cuando menos la mitiga- ción del sufrimiento. Puesto que su fin últ imo no es la adquisición de un conocimiento sino su aplicación á la consecución de un v v fin de otra naturaleza, la medicina es un arte y no una cien- cia. Debe, pues, estar constituida por un conjunto de precep- tos que expresen en forma imperativa, ó por una perífrasis equivalen- te, lo que debe hacerse en tal ó cual caso determinado. En tal virtud, toda ella debe estar resumida en la terapéutica propiamente dicha, es decir, que encierre las indicaciones y el modo de llenarlas. En el estado de perfección ideal en que suponemos el arte, la terapéutica será el úni- co conocimiento necesario para la práctica : á ese grado de perfección, ella encerrará todas las indicaciones posibles y los medios seguros de lle- nar cada una de ellas. Pero ese perfeccionamiento está aún muy léjos de realizarse, y miéntras no se llegue á él, y acaso no se llegue jamás, la te- rapéutica presentará dos vacíos; primero: no podrá contener todas las indicaciones, y segundo: no podrá indicar, en muchísimos casos, los me- dios de llenarlas. Estas indicaciones á que nos referimos, y esos medios de que hablamos, en el estado de perfeccionamiento supuesto, se entien- de que han de ser esencialmente de carácter concreto, para poder ser usados casi mecánicamente. En cantidad como en calidad, tanto la indi- cación como el medio, deben ser perfectamente determinadas. Miéntras así no sea, además de los conocimientos terapéuticos puros, habrá necesidad de otros que permitan precisar en cada casólas indica- ciones que no hayan sido previstas, y además, que permitan el uso de medios no señalados aún. La patología por una parte y la farmacología 93 poi4 otra, se elevan al rango de nociones indispensables, sin las que la inmensa mayoría de las indicaciones y la casi totalidad de los medios quedarían completamente fuera de la práctica habitual, y en tal virtud la intervención del médico seria casi nula. La patología ó ciencia de las enfermedades llenaría, en punto á indi- caciones, los vacíos de una terapéutica imperfecta. El conocimiento de las enfermedades con todas sus circunstancias, permitiría la previsión concreta derivada de leyes abstractas ya conocidas, y en presencia de un enfermo nuevo, la correcta combinación de los datos de la patología tendría que conducir al conocimiento de las indicaciones especiales á que daba lugar. La farmacología ó ciencia de la acción de los agentes terapéuticos lle- naría el vacío relativo á la satisfacción de las indicaciones. El conoci- miento de la acción de dichos agentes permitiría, mediante una correcta combinación y una prévia comparación con los clesiderata de cada caso, la completa satisfacción de las indicaciones. La terapéutica, la patología y la farmacología son, pues, los conoci- mientos más fundamentales para el ejercicio de la medicina. Pero como la patología es la ciencia de las perturbaciones del estado normal; como además sucede con ella lo que con la terapéutica, es decir, que aun no ha concluido y está muy léjos de concluir sus exploraciones, se impone con doble motivo la necesidad del conocimiento perfecto del es- tado normal: este último es pues necesario, porque sin él es imposible el estudio de la patología, y porque está destinado á llenar los vacíos que se observan en esta última; y en este sentido es á la patología lo que és- ta es á la terapéutica, un medio de amplificación en cada caso del arse- nal de conocimientos de que se dispone. Las propiedades de un agente terapéutico se manifiestan por pertur- baciones del estado normal, y por tal motivo la farmacología no puede pasarse sin conocimientos profundos de dicho estado. Esta última ciencia tiene, pues, que ser conocida á la par de las ya enunciadas. Los fenómenos del estado normal, desde los más simples hasta los más complicados, no son sino manifestaciones del orden químico, físico, me- cánico, geométrico ó numérico; en tal virtud, no seria posible prescindir de la adquisición de conocimientos de todos esos órdenes. La farmaco- logía los exige por la razón anterior, y además por el hecho de que son los agentes terapéuticos, sustancias dotadas de un conjunto de propie- 94 dades de todos esos órdenes que en tal virtud, para ser bien conocidos, hacen indispensables las nociones ya dichas. Si á esas agregamos las de medicina legal é higiene, tendrémos completo el cuadro de las necesarias al módico, que son: Matemáticas, Mecánica, Física, Química, Biología, Patología, Farmacología, Terapéutica, Medicina legal ó Higiene. Las cinco primeras llevan el nombre de preparatorias, denominación en armonía con sus funciones, Las cinco últimas son las profesionales. La justificación extensa y completa de los estudios preparatorios men- cionados, como de algunos otros que derivan de necesidades de orden secundario, los idiomas y la geografía, por ejemplo, se encuentra con todos los requisitos exigibles, en la carta que el ilustre fundador de la Escuela Nacional Preparatoria dirigió al Gobernador del Estado de México. Mariano Riva Palacio, y que está publicada en los Anales de la Sociedad Metodófila, Gavino Barreda. Nada podríamos decir que no estuviera allí perfectamente consignado, tanto respecto á las materias mismas, como al orden en que deben estudiarse. Solo harémos observar, que las necesidades particulares de la medici- na exigen un estudio especial á la vez extenso y profundo de la organi- zación humana, estática y dinámica, y que no bastando los estudios de biología é historia natural, se hace indispensable el estudio especial del hombre en la parte profesional de la carrera. * . Esta última advertencia completa definitivamente el cuadro de co- nocimientos indispensables al médico. II Oi'den en que deben inculcarse. Veamos ahora el orden en que dichos conocimientos deben ser incul- cados, limitándonos á los puramente profesionales. El estudio del estado normal del hombre se presenta desde luego como el conocimiento primordial, y esto por dos razones. Es la primera, que los fenómenos del estado normal son más sencillos, más generales y me- jor definidos que los del estado patológico; y la segunda, que la patolo- gía presupone forzosamente el estado normal del que no es más que una desviación. En consecuencia, este último debe preceder al otro en el or- den natural del estudio. Una vez conocido el estado normal, como los es- 95 tudios preparatorios lian dotado de nociones suficientes sobre las propie- dades físico-químicas de los agentes terapéuticos, lógico és hacer el es- tudio ile la farmacología después de el del estado normal: esto se puede justificar por tres consideraciones: primera, que una vez hecho el estu- dio del estado normal y previos los de tísica y química, no se necesita ya más para el conocimiento de la acción que los agentes terapéuticos ejer- cen sobre el organismo normal; segunda: la farmacología es una transi- ción casi insensible entró la fisiología y la patología, en cuya virtud pre- para y facilita el estudio de esta última, y tercera: que en el fondo, la inmensa mayoría de las investigaciones fisiológicas, se hacen por medio de la experimentación, es decir, por la introducción de agentes físico- químicos y por la observación de las perturbaciones á que su influencia da lugar. Esto último hace que el estudio de la fisiología incluya y ne- cesite gran número de investigaciones farmacológicas. En el orden jerárquico viene después el estudio de la patología, y á continuación el de la terapéutica. La Medicina legal, que exige conoci- mientos de tocios esos órdenes, tiene que ser estudiada al último. Tal es el orden jerárquico de los estudios médicos; orden que no pue- de infringirse so pena de graves perjuicios y de inconvenientes irrepara- bles para el educando. Dichos estudios deberán hacerse sucesivamente; la simultaneidad solo es admisible para los que tengan á la vez un grado tle preparación conveniente; pero nunca para los que tengan dependen- cias tales, que el conocimiento del uno exija previamente el del otro. Estas infracciones no pueden disculparse ni áun por la laudable inten- ción de abreviar el tiempo de estudios, porque, como en otro lugar lo hemos dicho, lo importante no es poder ejercer pronto sino hacerlo con perfección. III Formas en que debe hacerse el estudio. ANATOMÍA. Los fenómenos del. estado normal son de dos naturalezas, estáticos y dinámicos. Los primeros estudian el organismo apto para funcionar, y los segundos funcionando realmente. La estructura por una parte, y la 96 función por otra, son los hechos fundamentales que constituyen todo or- ganismo. En'tal virtud, el conocimiento del estado normal tiene (pie es- tar constituido por dos series paralelas y correlativas, la estructura por una parte y la función por otra. En el orden lógico, el primer conoci- miento debe preceder al segundo por dos razones: porque la estructura puede existir sin la función, y porque esta última es una consecuencia de la primera. El conocimiento de la función seria imposible sin el del órgano, en tanto que este último puede ser alcanzado sin el primero. El estudio del estado normal debe constar de dos partes: el conoci- miento de los órganos y el de las funciones. El primero se llama anato- mía, y el segundo fisiología. Los estudios anatómicos deben preceder forzosamente á los fisiológicos. La anatomía puede estudiar los órganos bajo tres aspectos: ó bien se ocupa de cada órgano aisladamente, ó según sus dependencias y relacio- nes, ó según su estructura, es decir, según su composición. Lleva el nombre de anatomía descriptiva la que se ocupa del estudio de los órganos en particular y de sus dependencias por continuidad; estudia, pues, los órganos, los aparatos y los sistemas. Se llama topo- gráfica á la que estudia las relaciones de contigüidad de los órganos, general á la que estudia los principios inmediatos que los componen (te- jidos), y se denomina histología á la que se ocupa de los elementos ana- tómicos. El orden lógico de estos estudios es: histología, anatomía general, des- criptiva y topográfica. Las investigaciones inmortales del gran Bichat, y en nuestra época las de Yirchow, han puesto fuera de duda que las propiedades'de los ór- ganos, al estado normal como al patológico, dependen de las de los te- jidos y elementos anatómicos que los constituyen. Las funciones orgánicas son una consecuencia de las funciones de los tejidos y elementos últimos. Las alteraciones de dichas funciones tienen que reconocer por origen alteraciones antecedentes de los tejidos y ele- mentos celulares. Y como la función en general, tiene con la estructura relaciones evidentes de causalidad, el conocimiento racional y por con- siguiente eficaz para la práctica de las enfermedades, es imposible sin el conocimiento previo de la fisiología y anatomía generales y celulares. La importancia de la anatomía general y de la histología, es, pues, inmensa por la doble razón de que ellas encierran las explicaciones últi- mas de los estados morbosos, base de nuestra intervención, y de que pre- 97 paran y aseguran, tanto para la medicina como para cada médico, un progreso indefinido científico y práctico. La función presupone no solo la estructura sino también cierta combi- nación especial de los tejidos. Ella es la resultante de dos factores: las propiedades fundamentales del tejido ó tejidos constitutivos, más el modo de combinación y las relaciones de continuidad y contigüidad. El tejido muscular, por ejemplo, tiene por propiedad fundamental la contractilidad, pero los resultados últimos de dicha propiedad varían al infinito, según su distribución y relaciones. En los miembros produce la locomoción, en la laringe la fonación, en los vasos la distribución de la sangre con todas sus variedades: el elemento funcional primitivo es único, pero sus resulta- dos son múltiples según las circunstancias, y en cada órgano hay que estudiar no solo los tejidos que lo componen, sino también la distribución y relaciones que en él guardan. Esta distribución de los tejidos en canti- dad y calidad, esas relaciones de continuidad y dependencia de unos ór- ganos con otros para formarlos aparatos y sistemas, son del dominio de la anatomía descriptiva. Esta última es, pues, indispensable. La forma topográfica del estudio de la anatomía da lugar á conside- raciones análogas; pero además de ellas, hay otras que la hacen parti- cularmente importante al médico. Las enfermedades que atacan un ór- gano pueden trasmitirse, hecho frecuentísimo, á los órganos contiguos. Por regla general, una enfermedad está constituida por un conjunto de lesiones de varios órganos afectados por vía de continuidad (simpatía), ó por contigüidad (propagación), ó por ambas á la vez (colateralidad). La correcta interpretación de los síntomas y la eficacia de la interven- ción, hace necesario el conocimiento de las relaciones de vecindad de los órganos, de la anatomía topográfica. El conocimiento profundo de las relaciones de contigüidad, de la base de la aorta con el pléxus cardíaco, de éste con el pericardio, de éste con la pleura, y de ésta con el frénico izquierdo; el conocimiento de las de continuidad que* existen entre di- cho pléxus y los nervios pneumo-gástrico y gran simpático, han dado á Peter la posibilidad de explicar y de introducir el orden en ese Proteo morboso que se llama angina de pecho. Este ejemplo que cito por ser de actualidad, no es el único ni el más elocuente para enaltecer la importancia de las formas descriptiva y to- pográfica de la anatomía, de la necesidad de su conocimiento simultá- neo á cada instante, y de los mútuos servicios que se prestan entre sí y á la medicina en general. Además, la cirugía, por razones bien evidentes, 98 no puede pasarse sin el conocimiento de*las regiones': de aquí una nueva razón de ser de un estudio anatómico en forma topográfica. El orden filosófico del estudio de estas formas está ya sentado; prácti- camente se puede, sin inconvenientes, alterarlo para mayor comodidad. La jerarquía ya establecida, lo ha sido más bien por consideraciones di- námicas que por las puramente estáticas. Estas últimas no se imponen con tanto vigor' y el estudio de la forma, volumen, consistencia y demás propiedades físicas de los órganos así como el de sus relaciones recípro- cas, es perfectamente realizable sin el previo conocimiento de la estruc- tura íntima; como lo es el de la forma, brillo, refringencia, crucero, etc., etc.j de un cristal, sin el conocimiento anterior de su composición. Hay en esos dos casos una relación de causalidad, pero es tan desconocido su mecanismo y los dos aspectos del problema tan diferentes, que si la necesidad obliga, no hay inconveniente en alterar el orden del estudio. Como subjetivamente hablando no hay dependencia alguna entre los he- chos por más que objetivamente la haya, en nada perjudica esa inversión del orden como pudiera suceder tratándose de fenómenos de otras cla- ses. No es irracional comenzar el estudio descriptivo, seguir, con el topográfico y concluir con los demás; los conocimientos anatómicos no perderían nada por ello. En fisiología no sucedería lo mismo. Es una necesidad no solo objetiva, sino subjetiva, el previo conocimiento gene- ral y celular de las funciones para poder abordar el del funcionamiento orgánico. Así, por ejemplo, el estudio descriptivo del corazón, el conoci- miento de sus cavidades, sus válvulas, de los vasos que nacen de el, etc., etc., no exige el conocimiento previo de su estructura muscular; pudiera estar constituido por tejidos fibroso ó conjuntivo, sin que sus caracteres morfológicos ó topográficos, únicos de que se ocupa la anatomía, cam- biaran en lo más mínimo; pero no sucede lo mismo con sus funciones, és- tas son enteramente incomprensibles sin la previa nocion de las propie- dades de los tejidos componentes y de sus particularidades. Veámos ahora los modos en que puede y debe inculcarse la anatomía en su conjunto. Todos los modos de enseñar pueden reducirse á dos: uno llamado pro- sentativo, consiste en hacer estudiar el fenómeno mismo que se va á-ense- señar y la aplicación directa de los sentidos y demás facultades necesa- rias para su perfecto conocimiento; el otro, llamado representativo, con- siste no en hacer el estudio dol fenómeno mismo, sino de una representa- ción de él y hacer la aplicación consiguiente de las facultades. Este se- 99 gundo, presenta dos variedades: en la primera, la representación del objeto es directa, es una imitación del fenómeno; en la segunda, la re- presentación es indirecta, es una descripción oral ó escrita del hecho en cuestión. Cada uno de estos modos y variedades tiene su indicación especial y su particular utilidad. Comenzarémos su estudio en sentido inverso del en que los hemos enumerado. La segunda variedad del segundo modo es la única aplicable á los hechos irreproductibles; los históricos, por ejemplo, en su mayor parte y en su forma concreta. Es un modo rápido y seguro de difundir y generalizar los conocimientos; á estas cualidades debe el libro, síntesis de esta variedad, su incomparable utilidad. Pero esas cualidades no pueden compensar sus defectos. En el Preliminar los hicimos ya notar, y solo agregaremos algunas palabras. El estudio en esa forma, deja inactivas casi todas las facultades físicas, y las per- judica en consecuencia. El ejercicio á que sujeta á dichas facultades, es, en general, muy abstracto,* y tiende á dañar á la práctica que es siem- pre concreta. Las representaciones subjetivas á que da lugar, son siem- pre sucesivas y débiles, dando lugar á que la lectura de las descripcio- nes haga más laboriosas, fugitivas y menos aplicables, las adquisiciones. Estos inconvenientes se hacen aún más graves cuando las representa- ciones, además de ser indirectas, se hacen en forma oral. En este caso, casi no dejan huella en la memoria, y por esta razón seria de desearse que el tiempo que los profesores dedican á dar esas descripciones orales, tiempo que es absolutamente perdido, lo dedicaran á ejercicios más ra- cionales y fructuosos. Un solo ejemplo á este propósito: no hay filiación, por exacta y minuciosa que sea, que dé á conocer á una persona como un solo exámen á veces momentáneo. Las representaciones indirectas tienen que hacerse por medio de signos convencionales, que son siempre ménos numerosos que nuestras percepciones distintas: esto da lugar á que un solo término sirva para expresar muchas impresiones diferentes en grado; cada cual según sus circunstancias particulares se representa en grado distinto de la propiedad que la palabra representa: cuando las propiedades son mu- chas, estas alteraciones de grado de cada una en más ó en ménos, llega á alterar el conjunto á tal grado, que en presencia del objeto real nos causan asombro las diferencias profundas que encontramos entre él y la idea que nos habiamos formado. Sintetizar es el género de actividad mental más difícil para nuestra inteligencia: ahora bien, el modo repre- sentativo indirecto procede siempre por síntesis, es decir, ofreciéndonos 100 uno por uno los elementos de la concepción y forzándonos á combinarlos de determinado modo. La variedad representativa directa, no es susceptible de las mismas objeciones. Es concreta y analítica; no le son imputables los inconvenientes de am- bigüedad de términos, y fija, por consiguiente, á cada propiedad su gra- do y caracteres especiales; pero es tan difícil copiar con exactitud; se des- lizan tantas inexactitudes y errores en la copia más perfecta; es tan fácil idealizar copiando, que el método representativo no puede suplir por completo al presentativo. Es más fácil y eficaz aprender anatomía en el maniquí que en el libro; pero lo es afín más, sobre todo en.lo que respec- ta á la utilidad, estudiarla en el cadáver. El modo presentativo es la forma tipo. Todas las demás derivan de ella y la presuponen. Es educativa, en alto grado, de todas las facultades; las impresiones que produce son siempre enérgicas y perfectamente de- finidas; las percepciones consecutivas son, pues, intensas y la memoria gana en ello mucho. El que ha visto con cuidado un órgano forma me- jor idea de él, la retiene y aplica mejor que si hubiera leído veinte ve- ces su descripción. En el estudio de la anatomía, como en todos, debe buscarse la acumu- lación de ventajas para la práctica del arte; por tal motivo, en la adqui- sición de los conocimientos anatómicos deben hacerse entrar en juego los sentidos, las facultades locomotrices, la inteligencia. Los ejercicios de disección son, pues, la base más segura y fácil del aprendizaje; repre- sentan algo más que el modo presentativo de enseñanza, porque á la vez •pie satisfacen á las más estrictas condiciones de este último, preparan por el ejercicio, tanto á los sentidos de la vista y el tacto, como á las fa- cultades locomotrices para las altas y delicadas funciones á que están llamadas en cirugía. Hasta aquí en la enseñanza de la anatomía como por lo demás en los demás ramos del arte, se nota que la parte práctica es abandonada á la espontaneidad del educando, quien no está en la obligación de saber cuál es la forma más adecuada en que debe estu- diar, y que notando la indolencia de sus maestros en este sentido, des- cuida el dedicarse espontáneamente á un estudio que la apatía de sus maestros no le permite considerar como de capital importancia. Otros dos defectos, secundarios en comparación del ya señalado y derivados de él, encontramos en la enseñanza de la anatomía. Las preparaciones hechas por los prosectores son los únicos elementos presentativos de que 101 se puede disponer oficialmente. Ahora bien, el estudio de las piezas no se puede hacer sino á distancia, y hasta ahora, que yo sepa, no se ha instituido un estudio especial por el tacto, que es tan necesario en ciru- gía. Las preparaciones de anatomía deben la mitad de su importancia á que son conocimientos preparatorios para la cirugía. Ahora bien: en la práctica quirúrgica no se da nunca el caso de tener las regiones á des- cubierto, y casi siempre hay que proceder á través de espacios casi li- neales y guiándose por el tacto de preferencia. Es, pues, indispensable instituir ejercicios que realicen esas circuns- tancias, que son las de la práctica. Trazar una incisión en una región cualquiera, profundizar poco á poco y estudiar por el tacto y hasta don- de se pueda con la vista el aspecto que presenta al corte los diversos ór- ganos á medida que se van encontrando, lié ahí un ejercicio precioso para preparar á la práctica de la cirugía. Otro ejercicio útilísimo, que más que eso es la forma más perfecta pa- ra la enseñanza de este ramo, consiste en obligar á los alumnos, ántes de toda lectura ó audición, á describir como mejor puedan, los órganos y regiones, y en corregir, por comparación principalmente, los errores que cometan. De este modo se logra una atención sostenida, un vivo in- terés, y por consiguiente una conservación mayor de las nociones que se trata de inculcar. Además, se habitúa el alumno á observar y describir con minuciosidad, ejercicio educacional preparatorio importantísimo pa- ra la clínica. Léjos de hacer personalmente el profesor las descripcio- nes, debe llamar á los alumnos, y en presencia de un órgano ó región hacerlos describirla, enseñándoles el tecnicismo á paso y medida que va- yan describiendo. Si la anatomía macroscópica deja mucho que desear; si los métodos efi- caces de estudio son practicados en tan pequeña escala, ¿qué dirémos de la anatomía microscópica? En ésta estamos reducidos á los puros tra- tados teóricos con grabados intercalados en el texto. La microscopía entre nosotros, está toda por hacer, y ya es urgente que se haga. Tomando por base del estudio de la anatomía los ejercicios de disección, la importancia y utilidad de los tratados especiales es ya un hecho. Adquiridas por la vista y demás sentidos las. percepciones elementales y sus combinaciones principales, el texto seria un tesoro inapreciable de amplificación de conocimientos, de rectificación de errores, de avivamien- to de recuerdos, etc., etc. 102 Hoy sirve solo para tranquilizar la conciencia del estudiante, llenándo- le la cabeza de palabras vacías de sentido, y que él llama de buena fe, conocimientos. FISIOLOGÍA Y FARMACOLOGÍA. Los estudios de fisiología general deben forzosamente preceder á los demás, por las razones ya expresadas. No es tan fácil en la fisiología de los órganos establecer un órden je- rárquico perfectamente riguroso. El consensus de las funciones orgáni- cas es tal, que el conocimiento perfecto de una de ellas exige el de las demás. Este círculo vicioso hace que todas las tentativas de jerarqui- zacion sean más ó ménos defectuosas, y bajo otro punto de vista, que todas ellas puedan ser ventajosas en cierto modo. Sin embargo, el criterio de generalidad, complicación y dependencia puede sugerir algún órden más racional. Según esto, las funciones más generales, ménos complexas y más in- dependientes deben estudiarse ántes que las dependientes y especiales. Las funciones de locomoción están en circunstancias propias para ser estudiadas en primer lugar. Ellas son tan generales, que hay quien crea que todas las demás se resuelven en ellas; son tan sencillas, que siguen fielmente los principios elementales de mecánica; son tan independientes, que una vez admitido que el músculo desarrolla fuerza mecánica, lo cual es bien fácil para nuestra inteligencia, todas las funciones de locomoción pueden pasarse en gran parte sin el conocimiento de las otras. La circulación sometida á leyes hidráulicas bien definidas, presupues- to el conocimiento anterior, le sigue en el órden jerárquico. Los dos conocimientos anteriores, en combinación con las leyes físicas de solubilidad y absorción gaseosa, y los principios químicos aferentes, dan los elementos necesarios para el estudio de la respiración. A este estudio debe seguir el de la digestión. La oscuridad que áun envuelve á las funciones de secreción y nervio- sas, la concurrencia de todas las otras funciones para la verificación de éstas, su grado notable de especialidad y para la acción nerviosa, de complexidad, obliga á estudiarlas después: en seguida y por razones aná. logas, las de reproducción. Esto en cuanto al órden en que deben abordarse estos estudios; por lo que toca á la forma, ¿tendrémos necesidad de repetir las consideraciones 103 en que ya entramos, á propósito de la anatomía, tan aplicables á la fi- siología? Creemos que no. Tanto la mira instructiva como la educacio- nal imponen el deber de hacer el estudio tan práctico como sea posible. La solidez de los conocimientos gana en ello tanto como el desarrollo de los sentidos, por la observación: de las facultades locomotrices y de la inteligencia, por la experimentación fisiológica. Mucho nos,ha llamado siempre la atención, que en el estudio de la fisio- logía no se haga uso de todos los sentidos. En lo poco de enseñanza prác- tica que se nos imparte á los alumnos, se emplea exclusivamente el sentido de la vista. No debe olvidarse que para el módico todos los sentidos tie- nen por último fin la práctica, y ésta exige vastos conocimientos prácti- cos de fenómenos muy secundarios para el fisiologista puro. Para el mé- dico es indispensable la aplicación de la vista, tacto, sentido muscular, oído, olfato y gusto al organismo normal. Esta aplicación es la base de que ha de partirse en las exploraciones clínicas. En tal virtud, creemos fácil y sumamente útil el instituir ejercicios mediante los cuales, los sen- tidos se habitúen á conocer las impresiones de todas clases que produ- cen los individuos normales. Las investigaciones clínicas ulteriores ga- narían mucho en ello. Las consideraciones de orden jerárquico de las diversas partes de la farmacología derivan tan naturalmente de las anteriores, que no hemos creído necesario hacer especial mención de ellas, así como tampoco de la forma especial de este estudio que debe calcarse de los anteriores. PATOLOGÍA. Hasta hoy la patología ha estado constituida á la vez por las leyes científicas de las enfermedades, y por las reglas de conducta que han de observarse en los casos en que se presentan. Es todavía una mezcla de ciencia y de arte. Propiamente hablando, la patología es pura y simple- mente una ciencia que estudia las leyes de coexistencia, sucesión y se- mejanza de los fenómenos morbosos. Todo precepto artístico, toda regla de intervención en ellos le son enteramente extraños y corresponden de derecho á la terapéutica. La terminación característica de los nombres de estos dos estudios lo hace ya prever, y el análisis lógico lo comprue- ba. El modo vicioso de comprender la patología, determina un vicio aná- 104 logo en la concepción actual de la terapéutica, y á su vez este ultimo in- fluye sobre el primero y lo acentúa. La ciencia-madre de la medicina es la biología, y son auxiliares las ciencias físico-químicas: el fin xíltimo y supremo del arte es la terapéuti- ca. Entre los principios eminentemente abstractos de la biología y las necesidades esencialmente concretas de la práctica, aunque haya una rigurosa dependencia, média un abismo que la inteligencia humana po- dría difícilmente salvar de un salto. Se hace, pues, necesario un cuerpo de doctrina intermedio entre la biología y la práctica, cuyo fin sea dar á los principios científicos una forma ménos abstracta ya que no sea posi- ble hacerlos de carácter esencialmente concreto. El paso de estas leyes ménos abstractas á la aplicación práctica, se facilita en alto grado. La patología está llamada á formar ese cuerpo de doctrina intermedio. Pe- ro esto no le da en manera alguna un carácter artístico. Esta ciencia intermedia necesita, para hacer posible la práctica, del auxilio de otra, que partiendo de los principios de la patología determine con toda pre- cisión cuáles son los fines más deseables en cada caso. Esta ciencia de las indicaciones ó Teleología médica, prepararía eficazmente la verda- dera práctica, puesto que ella le indicaría los resultados á que debía as- pirar. Señalados sus fines á la práctica, y dándole por medio de los es- tudios farmacológicos los medios de realizarlos, la terapéutica podría ya existir. La distribución más rigurosa y útil de estos diversos conocimientos, es la siguiente: La farmacología, transición entre la fisiología y la pato- logía, estudia la acción de los agentes terapéuticos al estado normal; la patología tiene por objeto el establecimiento puro y simple de las le- yes que rigen el estado morboso; la ciencia do las indicaciones forma cuerpo con la terapéutica propiamente dicha, á la indicación debe seguir inmediatamente el modo de llenarla. Así considerada la patología, veámos el orden en que sus diversas par* tes deben ser estudiadas y las diversas formas en que dicho estudio debe hacerse. Los fenómenos patológicos son de dos órdenes: estáticos ó dinámicos. Esta primera división separa y caracteriza una parte importantísima de la patología: la anatomía patológica. Debe estudiarse bajo las formas descriptiva, topográfica, general é histológica, por razones análogas á las expresadas para la anatomía normal. 105 Las alteraciones funcionales (fisiología patológica) presentan también las cuatro formas ya expresadas. Debemos advertir, que expresamente no se distingue ni en anatomía ni en fisiología patológicas, la forma topográfica, aunque de hecho las alteraciones- por contigüidad sean bien conocidas y descritas en la gran mayoría de los casos. La patología, tal como actualmente es considerada, comprende los es- tudios descriptivos y topográficos, fusión que, lejos de tener inconvenien- tes, tiene, por el contrario, grandes ventajas. Considerados los estudios de patología estática y dinámica en sus re- laciones recíprocas, salta á la vista que cada forma de alteración fun- cional debe ser precedida en su estudio por el de la alteración anatómi- ca del mismo orden. La patología general debe, pues, comprender los estudios de anatomía patológica de los tejidos y elementos celulares, á la vez que el de las al- teraciones funcionales correspondientes. Las patologías descriptiva y topográfica perderían mucho si se sepa- rara de su cuerpo de doctrina especial el de las alteraciones macroscó- picas aferentes. En el estudio de las enfermedades deben ser, pues, simultáneas las no- ciones de estática y de dinámica patológicas. Otra cuestión se presenta en estas consideraciones de conjunto de la patología: la de clasificación. El problema es el siguiente: ¿Cuál es el modo de agrupamiento más á propósito para el estudio de las enfermedades? Las consideraciones precedentes facilitan su resolución. La clasificación, en patología general, debe basarse en la considera- ción de las lesiones; en patología descriptiva debe tomar por fundamen- to la consideración de los órganos agrupados por regiones. Como en la actualidad no hay conformidad de ideas á este respecto; como áun en nuestra Escuela el texto de patología interna adopta la cla- sificación por lesiones y el de externa la clasificación por regiones; fuerza nos es justificar nuestras proposiciones á este respecto, é intentar la uni- ficación de las opiniones, muy discordantes en este sentido. Desde luego la discordancia no existe en patología general: la clasificación por lesio- nes es allí la regla. La patología descriptiva, hemos dicho, es un conjunto de leyes cientí- ficas, destinadas muy especialmente á facilitar la práctica. 106 Así concebida, no puede caber duda de que debe agrupar las enfer- medades según las regiones y órganos atacados: 1” Porque es el primer conocimiento que se adquiere á la cabecera del enfermo, y por lo tanto, de él debe partirse para la adquisición de los demás. 2° Porque el diagnóstico topográfico es más fácil que el de la lesión. 3” Porque en la inmensa mayoría de casos, el pronóstico depende de la naturaleza del órgano atacado y de los que lo rodean. 4o Porque la medicación específica es la excepción y la sintomática la regla, y la importancia del síntoma depende de la del órgano en que se manifiesta. La división de la patología en interna y externa, cuya utilidad es in- negable, justifica nuestra opinión. El estudio de la patología en la forma que sostenemos presenta un con- traste marcadísimo con el que se emprende bajo la influencia de una cla- sificación por lesiones. En esta última se observa siempre una discordancia tal en los cuadros sintomáticos, en el pronóstico, en las indicaciones y en la terapéutica, que la memoria se fatiga, el raciocinio se extravía y la práctica se hace incomprensible. En cada grupo se observan toda clase de síntomas, todos los órdenes de gravedad, toda suerte de indicaciones y toda especie do tratamientos. La clasificación por órganos, por el contrario, limita en cada grupo de enfermedades, la sintoinatología, el pronóstico y la terapéutica. Pue- de jerarquizar mejor los medios tintes del pronóstico, y sobre todo es la forma en que en la práctica se presenta la necesidad de aplicar los co- nocimientos patológicos; en tal virtud así deben inculcarse. Pasando ahora á la forma en que debe hacerse el estudio de cada en- fermedad, harémos notar que la descripción debe constar de todos los elementos anatómicos, patogénicos, etiológicos, sintomatológicos (coin* calentes y consecutivos) y pronósticos. El orden enunciado es el orden lógico. Cada uno de estos puntos en patología descriptiva, debe tratar- se con relación casi exclusiva á la enfermedad que se estudia. Las consideraciones de orden general son del dominio de la patología general desde el momento en que tienen por base las consideraciones de tejido ó elemento anatómico, ó bien cuando son aplicables á los grandes grupos morbosos. Por esa razón no hay inconveniente en patología descriptiva, en en- 107 trar en consideraciones generales sobre las enfermedades de las grandes regiones, y otras que es muy frecuente encontrar en los tratados clásicos sobre la materia. La importancia de la patología descriptiva no es discutible: no insis* tirémos en ella. En cuanto á la general, nada hemos creído más oportuno que enco- mendar al Sr. Escobar el estudio de una cuestión en la que es especial- mente perito, á causa de los concienzudos estudios especiales á que hace ya tiempo se dedica con éxito. IMPORTANCIA DE LA PATOLOGÍA GENERAL. Es bien extraordinario que entre personas ilustradas, entre médicos de notoria reputación, baya quien dude todavía que pueda ser útil el es- tudio de la patología general; mas cuando existen, preciso será antes de reprocharles tal duda, examinar si sus creencias son bien ó mal tunda- dadas, lo que equivaldrá á demostrar la utilidad ó inutilidad del estudio en cuestión. ¿Cuando se niega la utilidad del estudio de la patología general se quiere significar que el conocimiento de las leyes que rigen al organismo enfermo es de ninguna importancia, ó se quiere dar á entender que de dicho conocimiento no pueden sacarse preceptos útiles y necesarios pa- ra la práctica? Supongamos por un momento que es lo primero, y veámos si el simple conocimiento de las leyes del estado morboso, suponiéndolas desprovis- tas de toda aplicación práctica al arte médico es de alguna utilidad. La patología, hoy es notorio, es tan solo un caso particular de la bio- logía, y como tal, deberá estar sujeta á los mismos principios generales á cuyo conocimiento debe haberse llegado con los mismos medios de que dispone aquella, y tan solo con ellos, puesto que las verdades que se tra- ta de descubrir son del mismo órden. Estas ideas que á priori deben ocurrirse á todo espíritu que haya he- cho su emancipación completa de la ontología, han sido sancionadas á posteriori con el reciente descubrimiento de que en el estado morboso el organismo no tiene ni nueva materia ni nuevas funciones, y con el exá- men de los medios que se han empleado para ligar al conocimiento de tan grandiosa ley, que no son otros que los métodos de observación, ex- 108 perimentacion y comparación, que son los útiles en biología. Tenemos ya, en primer lugar, que la patología ha venido á dar la contraprueba de los principios de la biología. Hay más: la Psicología, ese ramo tan importante de la biología que marca el paso entre ésta y la sociología, ha necesitado para elevarse al rango de ciencia, emplear el método experimental más á menudo que ningún otro; y como éste, tratándose de funciones casi exclusivas al hom- bre, encuentra un cúmulo de dificultades que no es necesario enumerar, ha sido preciso renunciar á provocar espontáneamente su aplicación, aprovechando la patología del cerebro humano para construir, casi ex- clusivamente con esto, ese puente que faltaba entre el hombre y la hu- manidad. Que no es la patología descriptiva la que más ha contribuido á esto, se reconocerá fácilmente pensando que la Psicología no lia podido venir á declarar las facultades superiores, funciones del cerebro, hasta que la anatomía patológica de los tejidos, parte de la patología general, ha demostrado, que á un desarreglo en las funciones, corresponde una al- teración material suficiente á explicarlo, vista la delicadeza de tejido y de composición. ¿Pero es esto lo que los adversarios de la patología general han ne- gado? Seguramente no, y estamos bien léjos de hacerles tamaña ofensa; así, no insistirémos en demostrar los grandes servicios prestados á las demás ciencias, y pasarémos á examinar la utilidad bajo el segundo aspecto. ¿El conocimiento de las leyes que rigen al estado morboso trae alguna aplicación práctica al arte médico? En otros términos: ¿nuestra conduc- ta en presencia de un caso morboso cualesquiera puede ser influenciada por el conocimiento de la patología general? Sí, inconcusamente, y pasa- mos á demostrarlo. El médico, frente á frente de un enfermo, se pone, ó mejor dicho, de- be ponerse esta serie de cuestiones: ¿de qué enfermedad se trata, cómo y cuándo terminará, á qué debe su origen, y por último, cómo debe com- batirla? La primera cuestión, ó sea el diagnóstico, requiere para ser bueno no solo una educación de sentidos especial y una lógica rigurosa, sino además un conocimiento completo de la semeiótica, parte de la patolo- gía general. Hay más; el diagnóstico debe llenar otro requisito, además de la exactitud: la rapidez, sobre todo si se trata de un caso apremian- 109 te ó de un enfermo que no soporte un largo interrogatorio y un exáinen físico detenido. En estos casos es cuando más importa al médico la apre- ciación rápida del medio que rodea al enfermo, estado social, hábitos, edad, etc., primeros datos para el diagnóstico, que solo serán útiles al que conozca la etiología general, parte de la patología general. ¿Qué habrá que decir de aquellos casos en que el enfermo no pue- de dar dato alguno, como se ve en el niño? ¿El estudio de las incompa- tibilidades morbosas en dónde puede y debe hacerse sino en la patología general? Se dirá tal vez que los datos que suministra esta última, son demasiado vagos para satisfacernos en un caso particular; objeción muy propia de quien no comprende la utilidad de las generalizaciones. A es- to se puede contestar: que no es de otra manera como arreglamos nues- tra vida práctica en todo ó casi todo; y para citar un ejemplo relativo á nuestro arte, bastará el de que en Medicina Legal se declara que un niño es viable desde los siete meses, fundándose en que los que nacen ántes no viven, sin que deje de tener excepciones dicha regla. Creemos inútil insistir más sobre este punto. Otra cuestión tanto ó más importante que la anterior es el pronóstico, cuyas bases son, además del buen diagnóstico, el conocimiento de la marcha y duración de la enfermedad; datos que si bien en cada enferme- dad son suministrados casi siempre por la patología descriptiva, en cam- bio no indican cómo son influenciados por las condiciones generales del medio y del individuo, datos que solo dará la patología general en su Etiología. ¿Y es siempre posible diagnosticar? No, por desgracia; y en estos casos es tal vez cuando más falta hace el pronóstico, que á estar solo sujeto á los dato,s de la patología descriptiva, seria imposible en estos casos. Afortunadamente la patología general enseña que independiente- mente del órgano ó aparato atacado y de la clase de lesión, hay una serie de fenómenos que indican un fin próximo ó una vuelta cercana á la salud; tales son, por ejemplo, el descenso brusco de temperatura para el primero y la sensación de bienestar para la segunda. El estudio de la etiología general, hemos visto ser útil para el estable- cimiento del diagnóstico, y puede decirse que ésta es su menor utilidad. En efecto; pongamos al médico no ya frente al enfermo y con el objeto de curar, sino contribuyendo con su saber para formar la legislación del país: ¿sin el conocimiento de la herencia morbosa, la geografía y clima- tología médicas, la epidemología, etc., es posible siquiera sentar pre- ceptos de higenie pública ó privada? 110 Veámos, por último, si la terapéutica, coronamiento del arte médico, escapa á esta influencia tan general y decisiva. El que se haya formado una idea justa de lo que es esta parte del ar- te, tiene que convenir en que los medios curativos sacados del lugar de habitación, vestidos, alimentación, etc., son por lo ménos tan poderosos como los llamados vulgarmente medicamentos, y que para conocer cuáles de aquellos son propios en determinado caso, preciso es saber an- tes su influencia en buen ó mal sentido respecto á las enfermedades. En suma: si se considera al médico empleando los recursos de su arte para aliviar al individuo ó la humanidad, el conocimiento de la patología general es no solo útil sino indispensable. ¿De qué ha podido provenir el desconocimiento de verdades tan palma- rias? En nuestro concepto, de una mala inteligencia sobre lo que es la patología general. La mayor parte de sus detractores creen que es tan solo un conjunto de teorías, y que en consecuencia, todo hombre prác- tico puede y hasta cierto punto debe desconocerlas. La demostración de que la patología general no es un catálogo ó con- junto de teorías está imbíbita en lo expuesto anteriormente; pero áun su- poniendo que así fuera, es bien sabido que no hay práctica posible sin teoría, y que en medicina sobre todo, áun el empirismo más grosero tiene una teoría buena ó mala para obrar. Así pues, no hay un solo viso de razón para hacer á un lado un conocimiento tan importante. Hasta cierto punto los libros franceses que han servido de texto entre nosotros, son culpables del descrédito de tan importante estudio. Todas las obras de patología descriptiva, al ménos las que aquí conocemos, son una mezcla informe de ésta y de patología general muy impropia para hacer resaltar la diversa utilidad de cada una; es de creerse, por consi- guiente, que si tuviéramos un buen texto de la primera, la necesidad del estudio de la segunda seria notoria. Nuestra Escuela, más lógica en esto que la francesa, ha colocado el estudio de la patología general después del de la descriptiva, momento verdaderamente oportuno para generalizar. TERAPÉUTICA. Ya hemos dicho que en nuestro concepto, la terapéutica debe constar de dos partes: la una puramente científica, que hemos llamado teleolo- 111 gía médica ó ciencia de las indicaciones, cuyo objeto es señalar qué fi- nes son deseables en los diferentes casos de la práctica; la otra puramen- te artística, que establece los recursos disponibles para lograr el resul- tado y el modo de aplicarlos. Esta última está naturalmente dividida en dos partes: la terapéutica médica y la terapéutica quirúrgica. Miéntras la farmacología no llegue á su perfeccionamiento, la terapéutica tendrá necesidad de investigaciones propias, relativas á las modificaciones que el estado patológico imprime á la acción de los agentes terapéuticos. En la actualidad la terapéutica está constituida de otro modo, á nues- tro entender vicioso. Estos vicios son más especiales á la médica, por más que la quirúrgica adolezca de ellos. Los tratados modernos de terapéutica no son sino de farmacología. El estudio de la acción de los agentes en el estado fisiológico es la preo- cupación predominante. El de las indicaciones es en ellas relegado al segundo término. Esto en cuanto al fondo: en cuanto á la forma, los vi cios de clasificación son capitales. El texto actualmente en uso en nues- tra Escuela (Rabuteau), realiza de un modo particular ese conjunto de defectos. En materia de terapéutica quirúrgica, las indicaciones son poco estu- diadas; pero las clasificaciones son más racionales. Un tratado de terapéutica para ser completo, necesita la doble con- dición tantas veces repetida de enumerar todas las indicaciones y de es- tudiar los medios de satisfacerlas, y para ser perfecto es forzoso que sea altamente práctico. Esta última condición es complexa y se resuelve en las siguientes: cla- sificación según las indicaciones, precisión de éstas, jerarquizacion de recursos según su grado de elicacia, incompatibilidades, contraindica- ciones y formas medicamentosas. En la parte médica este último punto es muy interesante y lleva el nombre de Farmacia. Su conocimiento es indispensable como preparación é la terapéutica aplicada. La terapéutica quirúrgica da lugar á consideraciones especiales. En medicina interna, una vez apreciada la indicación y elegido el me- dio de llenarla en el fondo como en la forma, la ejecución no correspon- de, ó por lo rnénos no es necesario que corresponda al médico. Por re- gla general, la aplicación es tan sencilla que puede confiarse y se confia de ordinario á los asistentes. En materia quirúrgica, la ejecución es un arte complicado y difícil. La práctica correcta de las operaciones, de la aplicación de vendajes y 112 aparatos etc., etc., exige conocimientos y destreza especiales de que so- lo el médico está dotado. El estudio de la terapéutica quirúrgica exige, pues, además de la apreciación de las indicaciones y de la elección de los medios, la aptitud y saber bastante para poder operar. Tan malo es descuidar la apreciación délas indicaciones por ejercitar la mano, que es lo habitual, como descuidar el ejercicio asiduo-de los sentidos y de las facultades locomotrices, por preocuparse de las cues, tiones puramente teóricas. Una cosa y otra son indispensables, y en tal virtud hay que manifes- tar igual solicitud para ambas. Así lo ha comprendido y así lo practica con particular acierto nuestro profesor de medicina operatoria, doctor Licéaga. El ejercicio manual sobre el cadáver, tan asiduo y cuidadoso como sea posible, procurando no dejar de practicar ninguna operación, aun cuan- do parezca sencilla, es una preparación útilísima para la práctica sobre el vivo. Para inculcad los diversos procedimientos, es de recomendarse alta- mente el procedimiento que los eminentes cirujanos Licéaga y Montes de Oca, practican constantemente en la enseñanza sobre el cadáver y áun sobre el vivo hasta donde es practicable. Antes de indicar los diver- sos procedimientos para ejecutar una operación, se preocupan de que el discípulo por sí mismo, poniendo á contribución sus conocimientos de to- das clases, y sin perder de vista la indicación que le hacen apreciar con toda exactitud, invente un modo cualquiera de remediar el mal. Si la enseñanza es sobre el cadáver, hacen que se practique tal como fué con- cebido y que se modifique según lo indique el resultado obtenido. Si la operación es sobre el vivo, las correciones tienen (pie ser prévias y teó- ricas; pero son eficacísimas aunque siempre ménos que si la experiencia misma las hubiera sugerido. Sentidos, movimientos, atención, memoria, imaginación, raciocinio, todas las facultades son ejercitadas en ese modo de proceder, en sus for- mas más difíciles y más prácticas. Obligar á apreciar indicaciones, á inventar procedimientos y á ejecu- tarlos, tal es el papel del maestro de terapéutica quirúrgica. 113 HIGIENE Y MEDICINA LEGAL. El arte de conservar la salud es de tal modo elevado, se relaciona á un grado tan alto con las ciencias superiores, exige conocimientos no solo de medicina sino también de sociología tan extensos, que como la política y la educación, no podrá ser nunca abordado sino por quien se haya asimilado todos los conocimientos científicos, por lo menos en lo que tienen de más fundamental. Los conocimientos médicos, por vastos y profundos que se supongan, son insuficientes para la práctica del arte, y desde luego advertimos que si lo hemos colocado como parte de los estudios médicos, es solo porque creemos que el médico está más próximo á ella que cualquiera otro hom- bre. Pronto determinarémos las condiciones complementarias que un médico debe llenar para elevarse á la categoría de higienista. La higiene en su conjunto, tal como actualmente es concebida, com- prende, á nuestro juicio, un gran número de nociones extrañas. Inde- pendientemente de los conocimientos de física, química, meteorología, geología, etc., etc., que deben suponerse ya adquiridos y que no deben ser, como hoy son, la preocupación dominante del higienista; la etiolo- gía morbosa, la patogenia, la epidemología, la geografía médica y otros muchos puntos de patología general y descriptiva, constituyen la parte más voluminosa y cuidadosamente estudiada en los tratados sobre la ma- teria. La primera necesidad para reformar el estudio de la higiene, seria purgarla de todas esas nociones extrañas y reducirla á su verdadero ter- reno, es decir, al conocimiento de las alteraciones de los medios y á los preceptos encaminados á evitarlas ó á remediarlas. Como uno de los me- dios, es el medio social, y como sobre éste no se tienen conocimientos por los estudios anteriores, seria de desearse que las obras de higiene destinadas al médico, estudiaran las cuestiones sociales más fundamen- tales y que más relación tuvieran con la salubridad pública, de un modo más extenso y preferente que como hasta aquí se ha hecho. La forma en que el estudio de la higiene debe hacerse, debe ser teó- rica y práctica. La parte teórica comprendería el estudio de la higiene privada, y de la pública en forma análoga á la que indicamos en el es- tudio de la terapéutica, es decir, procurando definir bien la indicación y acto continuo los medios de llenarla. 114 La parte práctica se liaría bajo la forma de problemas cuyos datos se- rian las condiciones particulares de una localidad, de una profesión, de una industria, etc., etc., investigadas por el mismo alumno; de ellas de- duciría las indicaciones higiénicas y aplicaría personalmente, en lo po- sible, los medios que hubiera demostrado ser eficaces para el objeto. Los numerosos problemas higiénicos que la práctica nosocomial obliga á resolver, permiten y exigen, durante los estudios clínicos, una serie de investigaciones y de soluciones prácticas, muy propias para la forma de estudio que indicamos. Los profesores de clínica y los directores de hospitales, y áun de otros establecimientos públicos, harían un verdadero beneficio á la cátedra de higiene asociándola y consultándola siempre que alguna cuestión de sa- lubridad exigiere estudios de alguna consideración. Los maestros de clí- nica podrían, en circunstancias análogas, hacer con sus discípulos los estudios prácticos de higiene á que sus respectivos servicios pudieran dar origen. El estudio de la Medicina legal da lugar á consideraciones análogas. Como la higiene, la medicina legal necesita estudios de otro género que los propiamente médicos, los estudios de legislación; durante el ejer- cicio de estas dos partes importantes del arte el médico tiene en sus ma- nos los intereses de la sociedad. No sin motivo estos dos ramos, con la tocología han sido colocados hasta el fin de la carrera. Los estudios de medicina legal entre nosotros no adolecen de otros de- fectos que los consiguientes á nuestro estado social. Los ejercicios prácticos, que como acaso ninguno otro en medicina exigen una consumada destreza, un asombroso ingenio, una delicadeza, un esmero y perspicacia poco comunes, sin los que los males ocasionados por el perito pudieran ser inmensos é irreparables; así como el conoci- miento del mundo y del corazón humano que se hacen tan indispensables, la intachable moralidad que presuponen, hacen que todo cuidado en di- rigirlos parezca poco para llenar la medida de sus exigencias. La autoridad, teniendo esto en cuenta, así como también lo interesan- te que es para ella el poder disponer de hombres inteligentes, sabios, diestros y morales, para las investigaciones periciales, deberia dar en ellas una ingerencia directa á los maestros y discípulos de medicina le- gal asociándolos á los peritos oficiales. De este modo se lograría una medida de perfeccionamiento muy consi- 115 derable en una materia muy poco cultivada entre nosotros por falta de elementos. LA CLÍNICA. Tiempo es ya de llenar un gran vacío que, en el curso de esta segun- da parte, se ha de haber hecho notar más de una vez. A cualquiera que se pregunte si los estudios anteriores bastan para la práctica de la medicina, contestará redondamente que no. Efectivamente; en ellos se ha hecho la preparación necesaria y estu- dio definitivo de las enfermades y del modo de intervenir en ellas, falta ahora hacer el estudio de los enfermos y del modo de curarlos. Entre una y otra cosa hay una inmensa diferencia. Por eminentemen- te práctica que se suponga la enseñanza anterior, al fin y al cabo, es una enseñanza abstracta, y la práctica tiene que ser concreta. Si como lo hemos indicado en distintas ocasiones, cuando se trata de las artes infe- riores, los conocimientos en abstracto no bastan por sí solos para la prác- tica y es indispensable un asiduo ejercicio en la forma misma en que de- ben ser ejercidos, con cuánta mayor razón no será lo mismo para las ar- tes superiores cuyo carácter predominante es la gran diferencia que se- para á la nocion abstracta de la impresión concreta. La medicina, que como lo hemos demostrado ya, realiza á un grado mayor acaso que cual- quier otro arte esta condición, no podria pasarse sin un ejercicio y un es- tudio práctico que la obligara al ejercicio simultáneo de todas sus facul- tades y á la aplicación simultánea de todos sus conocimientos. La clínica, ó estudio á la cabecera del enfermo, es el tipo perfecto del ejercicio médico educacional, tanto como instructivo. Y tan es así, que ella basta por sí sola para hacer buenos prácticos; es más, que ella es la única capaz de formarlos; en tanto que los estu- dios, áun los prácticos, cuando no son meramente clínicos nunca produ- cen tales resultados. En cirugía se observa que bien que altamente prác- tico, el ejercicio sobre el cadáver es insuficiente para hacer cirujanos, y esto, en razón de que no es clínico. No hay ni que decir que el máximo de la perfección posible solo es realizable, cuando á una base teórica só- lida se une una práctica clínica extensa y concienzuda. La clínica, por su naturaleza, tiene la doble cualidad de ser educati- va á la vez que instructiva. Tanto ó más vale por el grado de desarrollo 116 á que eleva, á las facultades, cuanto por el sinnúmero de nociones que in- culca. No hay una facultad que no ponga en juego. Los sentidos, los movi- mientos, la inteligencia, la moral, los elementos todos de la práctica en- tran en ejercicio y precisamente en la forma de la práctica, como que la clínica no es más que el ejercicio de la medicina en toda su extensión y con todas sus dificultades. Los conocimientos que inculca, son de tal manera sólidos, que pasa por axioma entre los hombres del arte, que no hay conocimiento más só- lido y útil que el que se adquiere á la cabecera del enfermo. Mas para que la clínica dé los inmensos resultados de que es suscep- tible, es necesario darle una forma que realice las numerosas y variadas condiciones que desde el principio de este trabajo hemos venido estable- ciendo. I)e ellas la principal, casi nos atreveríamos á decir la única que en- cierra en sí todos esos requisitos, puede expresarse así: La clínica debe hacerla el alumno y no el maestro; este último debe ser solo el que guía., y vigilante de la conducta del primero. Hasta hace pocos años, toda la clínica se reducía á que el maestro in- terrogara, explorara, raciocinara y tratara en consecuencia; el alum- no miéntras tanto presenciaba todo esto, y su papel, enteramente pa- sivo, se reducía á extasiarse escuchando las brillantes lecciones con que su maestro interrumpía una ó dos veces á la semana la monotonía de su enseñanza. Al eminente cirujano Sr. Montes de Oca, ex-catedrático de clínica ex- terna, toca la gloria de haber llevado en el Hospital Militar de Instruc- ción á un grado de perfección por nadie aún superado ni igualado, la enseñanza clínica. A su ejemplo y consejos debemos el haber podido dar cima al presente estudio, para el que no eran bastantes ni nuestros conocimientos teóri- cos, ni menos aún nuestra escasa práctica. Bajo la influencia de su ejemplo otros clínicos, especialmente el Dr. I. Velasco, han impulsado esta enseñanza; pero hay que confesar que más bien guiados por el instinto y el deseo del mejoramiento, que penetrados de los principios fundamentales que deben servir de base á esta parte,' la más importante de los estudios médicos. Veámos cuáles son los principios que deben regir á la enseñanza clínica. Ya hemos dicho que la clínica debe realizar y realiza de hecho, todas 117 las condiciones de la práctica* de la medicina en general; en tal virtud, debe comprender los tres puntos principales de esta última, á saber: el establecimiento del diagnóstico, el del pronóstico, y la institución de una terapéutica adecuada. Como lo dijimos en la introducción, el establecimiento del diagnóstico entraña dos operaciones: primera, recoger datos, y segunda, raciocinar con ellos. La investigación de los datos consta del interrogatorio y de la exploración. Uno y otro están sometidos á reglas bien determinadas (pie garantizan su utilidad, v que sino son fielmente observadas, extra- vian ó dificultan el raciocinio subsecuente que estaban destinados á fun- dar y facilitar. No es á nosotros á quien toca establecer esas reglas; pero sí señalar el modo más adecuado de hacerlas observar. Por lo que toca al interrogatorio, se presentan desde luego dos medios para hacerlo fructuoso: el más sencillo seria someterlo, por decirlo así, á un cartabón y obligar á su observancia impidiendo, por medio de indicacio- nes oportunas, que el alumno se separara de él, y obligándolo á llenar los vacíos, bien al fin ó bien á medida que fuera haciendo las omisiones: el segundo medio consistirá en dejar en libertad al alumno para que pregun- tara lo que quiera, en el orden que quiera, y al establecer y fundar su juicio irle demostrando que tales ó cuales errores reconocían por causa los vicios de su interrogatorio. El segundo medio está plenamente conforme con los principios gene- rales establecidos ya en los estudios hechos sóbrelos excitantes de la ac- tividad, la educación de los sentidos y facultades intelectuales. En tal virtud, debe ser el preferido. Nada más elocuente para demostrar el er- ror, ni más poderoso para estimular á evitarlo, que el ver las consecuen- cias que acarrean nuestras faltas. Cuando vemos, pues, venirse abajo el edificio, por la debilidad de los cimientos, toda nuestra tendencia en lo sucesivo es hacerlos más y más sólidos para evitar nuevas catástro- fes. No hay ni que decir que las consecuencias de los errores del alumno no deben nunca pesar sobre el enfermo, sino solo sobre el que los come- te. Estas consecuencias, no por ser de carácter moral, son ménos eficaces. La exploración física da lugar á consideraciones análogas. La enseñanza, sujeta á las mismas reglas que en el caso anterior, de- be extenderse á todos los medios de exploración conocidos, y elevar á la mayor perfección cada uno de ellos. Si tratándose del interrogatorio pudieran bastar las simples reglas teó- 118 ricas, tal suficiencia es completamente inadmisible para la exploración. Aquí, el fondo de la cuestión es percibir impresiones, y en gran número de casos impresiones débiles y fugitivas; todo lo que no se haga por el ejercicio y la educación personales no podrá lograrse de otro modo. Ade- más, para obtener esas percepciones es necesario saber buscarlas, y el manejo personal y constante de los medios materiales de exploración es el único camino para llegar al resultado. Los ejercicios de comparación con el estado normal y con el patológi- co análogo, son la base de las apreciaciones delicadas. Los ejercicios de exploración son una de las formas educacionales definitivas de las facul- tades, especialmente físicas, del médico: todos los ejercicios preparato- rios de que liemos hablado facilitan, pero nunca suplen á esta forma úl- tima.’ Los errores y omisiones serán corregidos por los medios indicados pa- ra el interrogatorio!' El raciocinio, que es la segunda de las operaciones constitutivas del diagnóstico, presenta dificultades peculiares tan grandes, que no debe descuidarse ninguna de las precauciones que garantizan su exactitud. Son tan frecuentes los errores, tan continuos los desengaños á que es- tá sujeto el médico, que en presencia de muchos discípulos hemos oido á un distinguido cirujano exclamar en un arranque de escepticismo: en medicina no hay lógica que valga. Esta desoladora opinión, que raya en blasfemia científica, es, por fortuna, absolutamente infundada, y lé- jos de ser la lógica un fardo enojoso por inútil, es, por el contrario, una poderosa palanca para remover obstáculos y allanar el escabroso sen- dero de la práctica. Nuestro eminente clínico Jiménez decía y demostraba á cada paso en sus lecciones, que los errores de diagnóstico dependían casi siempre de faltas cometidas en la apreciación de los síntomas. Ahora bien: esta apreciación es, con suma frecuencia, un raciocinio. A estos errores de raciocinio aludia especialmente Jiménez, como tiende á demostrarlo el rasgo siguiente que se le atribuye. En cierta ocasión percutía un pul- món; como se produjera un sonido timpánico, volvió la cara y preguntó á uno de los asistentes:—¿Qué hay aquí?—Enfisema, le contestaron.— Nó, replicó él; hay un gas. Este hecho y otros mil que de él se cuentan, hacen ver que, ála inver- sa de lo que habitualmente se practica, nunca a venturaba una hipótesis por sencilla que fuese, miéntras no contaba con todo los datos justificati- 119 vos; precepto eminentemente lógico. La pretendida inutilidad de la ló- gica se observa en casos análogos al siguiente: los síntomas son agru- pados en determinada forma; los grupos así formados sirven de premisas de un silogismo, y se saca determinada consecuencia que la autopsia des- miente; de aquí se deduce que la lógica perjudicóla exactitud del diag- nóstico. Así comprendida, la lógica es una verdadera plaga; pero por fortuna ese procedimiento es vicioso. Por regla general, ese vicio está en las premisas y no en la forma del silogismo. Nada tan propio como las autopsias para demostrarlo. En la gran mayoría de los casos ellas reve- lan que el diagnóstico era posible y que solo pudo extraviarlo una con- cepción lógicamente viciosa de alguno ó algunos de sus elementos. Pero como ya liemos demostrado que los conocimientos teóricos de ló- gica, cualesquiera que ellos sean, no pueden nada contra el error sin el concurso del ejercicio del raciocinio en la forma en que lia de usarse, no hay ni que decir que la educación clínica del raciocinio es en alto gra- do imperiosa. Las correcciones se liarán en la misma forma de las anteriores. El pronóstico, así como la parte racional del tratamiento, están suje- tos á los mismos preceptos, visto que en el fondo no son más que racio- cinios basados en los mismos datos que el diagnóstico. La aplicación del tratamiento exige, como es sabido, el concurso de las facultades físicas; debe en un todo regirse por los preceptos que asentamos al estudiar la exploración. La aplicación de los agentes mé- dicos, así como la de los de pequeña y gran cirugía, deben hacerlas los alumnos bajo la vigilancia del profesor; los discípulos deben ir progre- sando poco á poco, y ejecutando primero las operaciones fáciles y des- pués las difíciles, según sus adelantos. La apreciación de las indicaciones que debe preceder á la elección y aplicación de los medios merece más que el diagnóstico mismo, una aten- ción y un esmero especiales por parte del profesor. Hoy este punto y el pronóstico, son puntos de enseñanza clínica, relegados á una categoría secundaria, y el diagnóstico tiene la primacía. Una concepción más ra- cional de los deberes y del poder del médico debe invertir forzosamente esa relación* Así concebida y practicada la clínica, merece realmente el alto con- cepto en que es tenida por todo el mundo médico. Así la concibo y practica el Dr. Montes de Oca. Analicémos más cui- dadosamente su procedimiento. 120 Acompañado de sus discípulos se dirigía á un enfermo; elegía do en- tre sus alumnos á uno de aquellos cuyas dotes estuvieran en armonía con las dificultades del caso, y le encargaba su examen. Esta elección per- mitía un progreso gradual en el vencimiento de las dificultades; progre- so que, como no es el mismo para todos los alumnos, exige una elección entre ellos para que, habiendo proporción entre la potencia y el acto, se logre que los esfuerzos empleados en alcanzar el resultado no sean muy fatigosos, lo que sabemos que es perjudicial. Se logra además un doble estímulo, el del éxito por una parte, y por otra, el de la especie de dis- tinción que resulta para los más empeñosos y mejor dotados, de la cir- cunstancia de encargárseles el estudio y resolución de los casos difíciles. El encargado del enfermo tenia libertad plena de interrogatorio y ex- ploración. Concluida ésta, se pasaba al estudio de otros dos ó tres en- fermos, entretanto el primer encargado reflexionaba sobre el suyo y coordinaba sus ideas; á pedimento suyo podía dársele de tregua hasta el dia siguiente; miéntras tanto el enfermo quedaba naturalmente con- fiado á los cuidados del profesor. Se pasaba después al anfiteatro, don- de el alumno desarrollaba su juicio estableciendo el diagnóstico, el pro- nóstico y el tratamiento. El profesor tomaba entonces la palabra y dis- cutía la opinión del alumno; casi siempre consultaba ántes la opinión de varios de los que liabian asistido al exáinen del enfermo, circunstancia que tenia despierta la atención áun de los que no habían sido expresa- mente encargados de él. La discusión comenzaba naturalmente por el diagnóstico en esta for- ma: Si el enfermo tuviera la enfermedad que se le atribuye manifestaría tales y cuales signos; es así que según se dice solo tiene tales y cuales, luego no es fundado el juicio por insuficiencia de las pruebas ó por vicio del raciocinio mismo: y á continuación el profesor completaba los datos, que hacia observar á los alumnos, bien al concluir la lección, bien á la siguiente visita, y hacia asentar el diagnóstico. En esa forma, la discu- sión comprendía los tres géneros de error posible: por omisión, por fal- sa apreciación ó por vicio de raciocinio. Sentado el diagnóstico, se pro- cedía de la misma manera respecto al pronóstico. A continuación las indicaciones eran escrupulosamente discutidas, partiendo-de los datos del alumno, corregidos y completados primero por algunos otros alum- nos, y por último, por el profesor. Apreciadas las indicaciones se proce- día á la elección de los medios adecuados á las necesidades del caso. En esta parte de la lección, se comenzaba por invitar al alumno á que dis- 121 curriera por ¡sí mismo tanto los agentes mismos como la forma más apro- piada de su aplicación. Como se comprende, los principiantes especial- mente incurrían en inevitables errores. Cada medio propuesto era suje- to á discusión en la forma indicada, y el profesor concluía por aceptar ó establecer el fondo y forma del tratamiento, según que el propuesto llenaba ó no las condiciones apetecidas. En los casos en que la interven- ción era quirúrgica, una vez bien definido lo que había que hacer, se pro- cedía á hacerlo incontinenti cuando era urgente, previa la elección de los ayudantes, y obligando al alumno á que personalmente pidiera y se proveyera de todo lo necesario; el profesor llenaba los vacíos y comple- taba las instrucciones que el operador habia d