EXISTEN LAS PARAL» REFLEJAS. TÉISIS S?ARA EL EXAMEN PROFESIONAL DE MEDICINA Y CIRÜJIA, r-s ■ JOSE L FIGUEROA Y SUSTAITA, MIEMBRO FUNDADOR DE LA (SOCIEDAD FILOL/ÍTRICA T DE BENEFICENCIA DE LOS ALUMNOS DE LA ESCUELA DE MEDICINA DE MÉXICO- ÜICIBEMtBEJEUXWS 1873- IMPRENTA DEL GOBIERNO, EN PALACIO^ £ cargo de josé subía sanpoval. 1872. EXISTEN US PARALISIS REFLEJAS. TÉSIS PARA EL EXAMEN PROFESIONAL DE MEDICINA Y CIRUJIA, DE JOSE I. FIGUEROA Y SUSTAITA, MIEMBRO FUNDADOR DE LA SOCIEDAD FILOIjÍTRICA Y DE BENEFICENCIA DE LOS ALUMNOS DE LA ESCUELA DE MEDICINA DE MÜXICO. DICIEMBRE DE 1872. MEXICO. IMPRENTA DEL GOBIERNO, EN PALACIO, Á CARGO DE JOSÉ MARÍA 8AND0VAL. 1872. A LA MEMORIA gi mí amado A la Señora Doña Simona Sustaita. A jmaAxe) eyu) Lalcii, 11 «,v,atlxi in) xiImuxjckIon! Kaita) A ¿,oc Jjvc\) tan) o tamisa A A iai caMaiaA A A mueifaia lújGj ai, c,G.niac|,Ya *.t>ta amíxax^o. A mis periios hermanos, AÁ.nxcÁxmxt> xxm! N\\¿ i\«Íi«ÁA LcmA.axLs.. Al Sr. Doctor D. Manuel Carama y Yalle. xx I mrum.tvo £a\.mo».Cj x>i; aaívuuj o KfJ\Á.aÁn\c,. xj/C iVYiÁj 1 La medicina científica resulta de una unión íntima entre la fisio- logía y la clínica. Claudio Bkr.vard. V J Jstumad ese conjunto sorprendente de manifestaciones armónicas que constituyen los fenómenos biológicos, contempladlos tal como son en sí, examinad su orden de sucesión, buscad sus causas, su objeto, sus relaciones, y encontraréis admirable la análsis, bella la síntesis; entonces comprendereis, que entre el elemento anatómico y el tejido, entre el tejido y el órgano, entre el órgano y el aparato, en una pa- labra, entre el sér y el medio en que vive, existen íntimas relaciones y un enlace mutuo y recíproco; veréis que allí no hay solidaridad, sino un todo complexo, que en atinada combinación, estando cada cosa en su lugar, correspondiendo cada una á su objeto, todo conspira á un solo fin, la perfección en el ejercicio de las funciones del organismo viviente,que constituye la salud. Ahora bien, por una inducción rec- ta, legítima, que se hermana perfectamente con la verdad, podemos establecer, que una alteración, que una perturbación de cierto grado en cualesquiera de los elementos que forman el todo, no puede exis- tir, sin que se resientan de este cambio los demas: quien dirija una mirada perspicaz y penetrante á algunos hechos patológicos, quien procure intimarse en ellos, no podrá, ménos que confesar, que aquí, como en el estado normal, nada existe aislado; la misma asimilación, igual enlace, idénticas relaciones. 8 Si esto ei así, ¿por qué se atribuye á esta aserción: «las leyes que ■rigen los fenómenos de la vida, son siempre las mismas en el estado normal y en el estado patológico,)) el carácter-de atrevida paradoja? porque se sigue la rutina que desdeña la ciencia, porque se vea ios hechos bajo un prisma muy pequeño sin extender la vista á mayor espacio, porque se anda en busca de causas extrañas en la explicación de fenómenos cuyo origen se encuentra con facilidad apelando á lo que nos enseña una observación delicada; porque no se inquiere el mecanismo de su producción, se olvida el carácter esencial de sus ma- nifestaciones, y se quiere aislar lo que por su misma naturaleza debe estar unido. Por el contrario, si buscamos las causas próximas de los fenómenos que observamos, si procuramos darnos cuenta de las circunstancias en que se verifican, si llegamos á reproducirlos á nues- tra vista, si conocemos las relaciones que existen de causa á efecto por su coexistencia ó sucesión, habrémos dado ün paso de inmensa importancia en el camino que nos conduce á la posesión del conoci- miento mas perfecto de las enfermedades, y que pone en nuestra mano los medios mas eficaces para evitarlas ó destruirlas. Persuadidos de la verdad de este principio: que la ciencia de la vida es la misma en cualquiera de sus manifestaciones; buscando en los fenómenos mas simples su explicación, me he fijado en algunos hechos de los muchos que se registran en nuestros cuadros nosológi- cos, he estudiado sus analogías, su mecanizo, sus causas, y les hallo del todo idénticos á los que diariamente se ofrecen á nues- tra vista bajo la influencia de las ibisma3 causas y en iguales circuns- tancias; hé aquí establecido el fundamento de la tesis que me propongo desarrollar, Existen las parálisis reflejas. Para llenar mi objeto, habla- ré de un modo general de los órganos que sirven como centro de ac- ción á los fenómenos reflejos, indicaré las condiciones necesarias para su manifestación y las circunstancias en que se verifican, citaré algu- nos ejemplos de los hechos de esta naturaleza que se observan en el estado normal, consagraré un párrafo á las acciones llamadas parali- zantes ó suspensivas, expondré la opinión de una autoridad respeta- ble sobre el papel que desempeña en los fenómenos reflejos el siste- ma de nervios vasomotores, y de qué manera cree puede explicarse la producción de las parálisis reflejas: por último, trataré de estable- cer un paralelo entre los hechos clínicos que debo á la amabilidad y 9 fina deferencia de mis maestros, y los fenómenos fisiológicos ya indi- cados, y concluiré que hay una especie de parálisis, que por caracté- res que les son propios, merecen que se les designe con el nombre de reflejas: reasumiendo: La fisiología en perfecto acuerdo con la clínica, y la terapéutica dan pruebas de la existencia de las parálisis reflejas. El objeto es árduo, la empresa supera á mis débiles fuerzas; es- cúdame solo la benevolencia con que se me juzgue y el móvil de mis intenciones, que no es otro, que llamar la atención de inteligencias privilegiadas hácia el estudio de las afecciones del sistema nervioso, cuya importancia es vital. Tisis.—-2 CENTRO DE ACCION DE LOS FENOMENOS REFLEJOS. El sistema nervioso es la antorcha que nos permite penetrar en la oscuridad en que parecen envueltos los fenómenos biológicos. A me- dida que su estudio adelanta y se perfecciona, vemos con toda clari- dad y admiramos como muy naturales, fenómenos de que no encon- trando ántes su explicación, se atribuían á entidades ontológicas. No es de ayer la observación de las conexiones íntimas que existen entre órganos mas ó menos lejanos, en aparatos y aun en sistemas en- teros; conexiones que se manifiestan ya bajo el punto de vista de su actividad funcional, ó bajo la relación de sus perturbaciones patoló- gicas. Desde la mas remota antigüedad eran conocidos un gran mímero de actos, que entran en el órden de los fenómenos vitales; actos que se sustraen al dominio de la voluntad y de la conciencia, que necesi- tan un estímulo para su manifestación, estímulo que pasa algunas veces desapercibido, pero que una vez dado, su efecto se sucede á nuestro pesar. No faltó un nombre para las primeras [llamóseles sim- patías] ui una explicación que darles, que ó bien no satisfacia, ó era inadmisible, porque se fundaba en hipótesis vagas, aventuradas, in- geniosas, pero absurdas. En los segundos no debía verse mas que una nueva prueba de la existencia de un principio inmaterial, causa de los fenómenos de la vida y de la unidad vital. La verdadera explicación, la explicación satisfactoria, la explicación sancionada por la experiencia; la que nos mostrase con toda evidencia el hecho, la realidad, la que determinase en nosotros ese goce inex- plicable que nos causa la posesión de la verdad, no podría encontrarse, porque faltaba un elemento esencial, el conocimiento positivo del me- 11 canismo de las funciones del sistema nervioso. Era necesario ampliar el círculo limitado de nuestros conocimientos; investigar si habia un mas allá fuera del sitio déla voluntad y de la conciencia; saber si con razón ó sin ella se centralizaban en el encéfalo todas las acciones ner- viosas esenciales. A Prochaska debe la ciencia este inmenso servicio. Él fué el pri- mero que en 1800 despojé al cerebro de esa autocracia sobre la acti- vidad orgánica, cuyo goce le era tan antiguo como la fisiología. Pro- chaska demostró que un animal decapitado, privado por consiguiente de la acción cerebral, no quedaba reducido á una inacción absoluta, que podía ejecutar ciertos movimientos, no solamente convulsivos, aislados, confinados á este ó aquel músculo, sino movimientos de to- talidad, asociados, coordinados y que parecian adaptados á un fin. El insigne fisiologista, preocupado con las ideas de su tiempo, no vió su descubrimiento bajo el verdadero punto de vista: no consideró que había hallado la prueba de otro centro nervioso independiente del cerebro, sino que atribuyó la persistencia de los movimientos al ins- tinto de la conservación. Legallois da su contingente para perfeccionar, si se me permite esta palabra, la observación de Prochaska; añade: que para que se produz- can los movimientos observados en el tronco del animal, es indispen- sable una excitación exterior; mas aún, ve con toda claridad, que una sección trasversal de la médula en la región dorsal, establece en el animal dos centros de acción perfectamente distintos, independientes, un centro cérvico-cefálico anterior, un centro posterior ó dorso-lom- bar; uno y otro capaces de corresponder con movimientos á excitacio- nes exteriores. Ved en estas dos experiencias una nueva luz sobre las funciones del sistema nervioso; ved pruebas convincentes, irrecusables, que con toda evidencia nos manifiestan que la médula es un centro de acción: que es capaz de determinar y coordinar movimientos sin intervención del encéfalo: que es allí donde la impresión es trasformada en activi- dad propia del animal; eñ una palabra, que ella es el sitio del movi- miento reflejo de la acción refleja. Para que Marshall-Hall y Jean Müller puediesen establecer el mecanismo de la función nerviosa elemental, esencial, éra necesario que Charles Bell legase á la ciencia el mas bello de los deecubrimien- 12 tos, la distinción entre los nervios motores y sensitivos; entonces, ya todo estaba allí, nada habia que desear, todo se explicaba, nada que- daba por comprender. Las simpatías, los actos de la vida del animal, que pasan las mas veces desapercibidos para nosotros, actos que una vez dada la causa que los produce, sus efectos se suceden con absoluta independencia de nuestra voluntad, lo que observamos en el animal decapitado, es decir, la excitación trasformada en movimiento, ninguna otra cosa son sino verdaderas acciones reflejas. Hay una prueba del papel importantísimo que la médula desem- peña como centro de acción de movimientos involuntarios, y con ab- soluta independencia del encéfalo, prueba sensible, patente, cuyo señalamiento no pide ninguna suposición gratuita, que no se funda en conjeturas, que salta á los ojos con solo dar una mirada á un he- cho de los mas conocidos en la historia de la Teratología; me refiero á los mónstruos acéfalos; ¿no vemos y observamos que nos revelan su existencia en el seno materno de igual manera, por los mismos signos de actividad que otros séres á quienes no cupo tan triste aberración de la naturaleza? Por otra parte, la resistencia que ofrece la vitalidad orgánica en los animales de sangre fria, nos proporciona confirmar, de una manera que no deja lugar á la duda, lo que hemos dicho acerca de las funciones de la médula: debo á mi maestro el Sr. Car- mona y Valle el siguiente hecho de observación: Durante su perma- nencia en Paris, años de 1855 y 1856, asistió á las lecciones de fisio- logía experimental dadas por Martin-Magron, le llamó entonces la atención ver que ranas, á quienes se habia decapitado, sobrevivían después de un mes de haber sufrido esta considerable mutilación, con sok) el cuidado de colocarlas en una vasija que contuviera una poca de agua, y cubriendo el vaso para evitar la salida del animal, esto en la estación do invierno, en el verano vivian aún, pero por ménos tiempo: vemos aquí un hecho que significa mucho: la respiración por la piel que toma una gran parte, tal vez la mayor en la vida de esta clase de animales, basta para dar á la sangre las propiedades estimu- lantes necesarias, para poner en acción el corazón, que debe enviar á las demas partes del cuerpo el líquido nutritivo que asegurará al animal una vida automática. Los progresos de la fisiología positiva, no solo han puesto en claro el papel de la médula; han hecho mas aún: han probado que las pro- piedades que se le atribuían con respecto á los movimientos reflejos, no le son exclusivas, sino que también se extienden á esas masas de corpúsculos nerviosos que designamos con el nombre de gánglios. 13 Hay un experimento de una gran importancia que puede aducirse como una prueba evidente de la función de los gánglios nerviosos, y que ha sido puesto en práctica por el distinguido fisiologista Brown- Séquard y repetido varias veces por el Sr. Carmona y Valle con el mas feliz éxito; consiste en tomar un conejo que reúna las mejores circunstancias de un animal destinado á una experiencia, abrirle el cuello y el pecho con objeto de extraer del tórax el pulmón, la trá- quea y el corazón, teniendo cuidado de establecer ligaduras en la aorta y las venas cavas de manera de aislar el gran círculo circulato- rio y dejar el pequeño con los vasos coronarios destinados á la nutri- ción del órgano de impulsión; hé aquí lo que se observa: colocados los órganos que acabamos de mencionar sobre una mesa, se ve, que en tanto que la sangre arterial vivifica y estimula al corazón, sigue latiendo, pero llega un momento en que por falta de oxígeno la san-, gre ha perdido sus cualidades, y entónces se suspenden los movimien- tos; sin embargo, si se introduce el elemento que falta haciendo una insuflación por la tráquea, el corazón sale de su inercia dando prue- bas de su actividad. La misma expresión, la misma fuerza de probar tiene otro expe- rimento, de que fui testigo presencial, hecho por mi maestro el Sr. D. Ignacio Alvarado en la Escuela de Agricultura y Veterinaria, en la ¿poca en que daba sus lecciones de fisiología experimental: hélo aquí referido con todo detalle y presicion: «Para terminar, quiero mostrarles á vdes. un fenómeno que aunque no tenga ninguna rela- ción con los estudios que hacemos hoy sobre el curaro, no por eso deja de ser muy curioso é importante. «En todas las ranas que hemos sacrificado, hemos podido notar que mucho tiempo después de la muerte el corazón seguía latiendo con toda regularidad y casi exactamente como en el estado normal. Es cierto que en esta clase de animales la vitalidad orgánica se extingue muy lentamente; pero no es esta la única causa de persistencia fun- cional del corazón, hay otra mas poderosa que vamos á demostrar. «Hemos extraido de la cavidad toráxica el corazón de una de las ranas muertas hace un rato; lo vemos sobre la plancha latir perfec- tamente, aun cuando ya no le entra sangre que pudiera excitarlo con su contacto; y ademas, que estando fuera del pecho y arrancado de él, queda sustraído á la acción de la médula espinal y á la de cual- quier otro nervio, y sin embargo continúa latiendo. Si comenzamos á arrancar capas sucesivas en el sentido de su mayor eje, comenzando por la cara posterior, al segundo ó tercer corte cesa de latir completa- mente. Si hacemos otro tanto en otro corazón colocado en las mismas circunstancias, pero cortando solamente por la cara anterior, entónces toda la parte posterior seguirá latiendo hasta que la destruyamos com- pletamente. Esto es debido á que los latidos del corazón están bajo la influencia de tre3 pequeños gánglios del gran simpático colocados en la cara posterior, en la ranura aurículo-ventricular; por eso desde que cortamos esos gánglios deja de latir el corazón, lo que no sucede cuando cortamos en la cara anterior, porque la parte que resta conti- núa bajo la influencia de los tres gánglios mencionados. 1 » 14 Este mismo experimento ha sido repetido de un modo vario por mi apreciable amigo y compañero D.Manuel P. Reyes, como puede verse en una notable memoria que tiene por objeto demostrar la ver- dad que encierra la proposición siguiente: « La contracción del cora- zón se verifica por la excitación que la sangre produce en sus paredes;» en este bien escrito artículo el autor prueba hasta la evidencia que los movimientos del corazón extraído del cuerpo del animal están bajo la influencia del poder reflejo y en relación con la integridad de los gánglios del tabique aurículo-ventricular; y que obedecen en todo para verificarse á la excitación producida por el líquido san- guíneo. 5 Condiciones necesarias para la manifestación de una acción refleja. Para que se cumplan los movimientos reflejos es indispensable un medio de trasmisión, un centro de acción y otro medio de reflexión, por decirlo así, que trac la acción trasformada y la lleva á donde 1 El «Porvenir,» periódico de la Sociedad Filoiátrica y de beneficencia de los alumnos de la Escuela de Medicina. Tomo I, pág. 87. 2 El «Porvenir.» Tomo IV, entrega 12. J«uio de 1872. 15 corresponde; en otras palabras: es necesario un nervio sensitivo que reciba la impresión, qne la comunique á un centro nervioso, este la trasmite modificada á un nervio motor, el cual la conduce á los múscu- los bajo la forma de excitación ó movimiento. La integridad de esta especie de cadena nerviosa es la conditio guie qua non del cumplimiento de la acción refleja; divídase, sepárese un eslabón cualquiera de esta cadena, sea el nervio sensitivo, ó el nervio éxito-motor, y todo movimiento reflejo desaparece, lista cade- na puede estar formada por el sistema nervioso de la vida animal cérebro-raquidiano; ó por el de la vida orgánica, gran simpático; en parte por uno de los dos, en parte por el otro. Ademas, una impre- sión recibida por un nervio sensitivo del sistema del gran simpático puede dar lugar á un movimiento reflejo, que se manifieste en rnúscu. los de la vida orgánica ó de la vida animal. Recíprocamente, una impresión recibida en los nervios de la vida de relación, sensitivos cutáneos por ejemplo, [cosquillas, acción del frió] puede tener por consecuencia movimientos de los músculos de la vida animal [risa] ó de la vida orgánica [cólicos intestinales] efecto todo de las comu- nicaciones que existen entre estos sistemas, que en realidad no forman mas que uno. para producir los fenómenos reflejos y observar su manifestación es necesario colocarse en las condiciones mas favorables; no es indife- rente escoger esta ó aquella circunstancia: los efectos varían según que requerimos cou instancia lo que solo se nos concede con intermiten- cia. según que el estímulo lo llevamos á la piel ó á la extremidad ner- viosa periférica, según la intensidad de la excitación, y por último, según que la médula está unida al encéfalo ó separada de él: empero todo esto pide una demostración: irritando directamente el neumo- gástrico, muchas veces no hay tos, miéntras este fenómeno reflejo se produce con facilidad y energía á la mas ligera excitación de los hi- los periféricos de este nervio en la mucosa de la laringe ó de los bronquios por una gota de agua ó por una pequeña cantidad de un gas ó de vapores irritantes. Pellizcad ligeramente á un animal de sangre fria un miembro, y notaréis movimiento en solo el órgano excitado; pellizcad con mas tuerza, y el movimiento lo notaréis también á la vez en el órgano, afec- tado y en el del lado opuesto; dad mayor energía al excitante; y se- 16 r&n mas extensos los movimientos, los veréis convertirse en convul- siones generales. Concluimos de aquí: 19, que hay una relación entre la intensi- dad de la contracción y la intensidad de la sensación; esto nada tiene de extraño, porque como dice Rouget: la armonía entre la acción y la reacción es una ley esencial de estas acciones en que el sistema nervioso desempeña el papel de un aparato que recibe las impresio • nes y restituye bajo forma de excitación motriz y en cantidad pro- porcional lo que ba recibido como impresión; 29, que no es indife- rente para los efectos observados llevar la excitación sobre este ó aquel punto. Desde el tiempo de Prochaska y Legallois quedó establecido, que la médula separada del encéfalo ejerce una acción propia ó refleja, y hoy la experiencia demuestra que no solo es así, sino mas aún, su energía aumenta á consecuencia de esta separación; dos ó tres dias después de haber dividido la médula, se observa que las movimientos determinados en el cuarto posterior de un animal por la excitación de los nervios sensitivos, son mas extensos, mas prolongados; una li- gera irritación basta para determinar verdaderas convulsiones, lo que no sucede poco tiempo después de la sección.' La facultad éxito-motriz del eje cerebro-raquidiano, tiene su du- ración, su período en que se debilita, y por último, se extingue: una sola excitación produce movimientos en diversas partes que duran al- gunos segundos; después van perdiendo poco á poco su energía, se limitan á una nueva irritación, á la contracción de solo el órgano ex- citado; luego su manifestación no la vemos mas que en los múscu- los subyacentes, y, en fin, desaparece: sin embargo, dad un reposo al órgano de actividad, y veréis que recupera sus propiedades con mas vigor, con mas fuerza que ántes: ni podria ser da otra manera; la ac- tividad no es constante; la intermitencia es uno de los caractéres de la vida de los elementos nerviosos. ¿En qué circunstancia se manifiesta la acción refleja? Los fenómenos reflejos no solamente se observan de una manera accidental en ciertas condiciones de una experiencia determinada, ni en circunstancias anormales; durante la vida, en el estado de integri- dad absoluta del sistema nervioso, multitud de fenómenos, manifes- taciones habituales de la regularidad del organismo están bajo la de- pendencia inmediata del poder reflejo de la médula. Las funciones mas importantes del animal, ya de la vida orgánica ó de relacionaos movimientos del tubo digestivo, la digestión toda, los movimientos del corazón, las secreciones, los movimientos respiratorios, la locomo- ción, se cumpleñ bajo la influencia de impresiones inconscientes y por el mecanismo de las acciones reflejas. 17 Los fenómenos reflejos se verifican de una manera inconsciente, ó bien tenemos conocimiento de que su manifestación va á verificarse, y sin embargo, no está en nuestra mano evitarla; de una ú otra ma- nera, su carácter especial es que tengan lugar de una manera necesa- ria. Llenan perfectamente estas condiciones muchos de los actos que observamos en la vida del animal; haré una enumeración rápida de algunos de ellos, y solo me detendré un poco en aquellos que mas deben cautivar nuestra atención, ora por la importancia de los órga- nos en que se verifican, ó bien por el sumo interes que ofrecen bajo -el punto de vista patológico. Con mucha frecuencia el sistema nervioso obra por acción refleja. ¿No es verdad que los movimientos convulsivos que suscitan las cos- quillas en la planta del pié, el pestañar de los párpados, el estornudo, la tos, fenómenos todos provocados por la irritación de la mucqsa ocu- lar, nasal, brónquica ó gástrica; que los esfuerzos de vómito que oca- siona la titilación de la úvula, de los pilares del velo del paladar, y que aun basta para que se manifieste, el solo recuerdo de un objeto repugnante, merecen el nombre de verdaderas acciones reflejas? ¿No podrán colocarse en el mismo cuadro por la identidad de su produc- ción, el temblor de los miembros y el choque de los dientes, que se observan á consecuencia de una viva impresión de frió en la superfi- cie cutánea? En la vida animal, la marcha ordinaria, fenómeno en apariencia voluntario, no lo es sino en parte; la voluntad no interviene sino para marcar su principio ó su término; una vez en acción las palancas mo- vibles que son su medio, el movimiento se mantiene en cierto modo por sí mismo; la impresión del contacto del suelo, la sensación de la contracción muscular son punto de partida de excitaciones que deter- minan nuevos contactos, nuevas contracciones; de aquí la regularidad, Tisis.—3. la continuidad, la persistencia de esos movimientos en virtud de los cuales el hombre y los animales cambian sus relaciones con los cuer- pos que les rodean, se mueven en el medio en que viven. En la vida orgánica, la deglución que también parece voluntaria, es un verdadero movimiento reflejo; no puede ejecutarse aunque la vo* luntad lo quiera si la impresión producida por la mucosa del istmo faringéo por el bolo alimenticio, un líquido ó la saliva, no da á la ac- ción la impulsión indispensable. La progresión de la sustancia ali* mentó desde el exófago hasta su salida del recto, está bajo la misma dependencia. Ya he indicado que las secreciones están en el mismo caso. Los movimientos respiratorios son movimientos reflejos; pueden cumplirse, es verdad, bajo el influjo de nuestra voluntad; podemos acelerarlos ó retardarlos, comunicarles mayor impulso y energía, per- turbar su órden de sucesión, su regularidad, extinguirlos aún si se quiere; pero es cierto también, que esta serie de movimientos rítmicos tan absolutamente necesarios para el cumplimiento de una función de vital importancia, se sustraen la mayor parte del tiempo del do- minio de nuestra voluntad y pasan desapercibidos para nosotros; son el resultado de impresiones inconscientes reflejadas bajo la forma do excitaciones motrices, enlazadas con tan íntima dependencia de cau- sa á efecto, que supuesta la idoneidad de los medios, sistema nervioso y músculos, una vez recibida la excitación, no está en nuestra mano evitar el movimiento. Observad que el niño inicia su vida por un movimiento de inspi' ración. ¿Quién ha puesto en juego los músculos que concurren para este acto? ¿Quién ha estimulado sus fibras? Una impresión de frió, que llevada al encéfalo, vuelve bajo una nueva forma que se nos da á conocer por la contractilidad en acción. No es este un fenómeno aislado, ni se verifica una sola vez para no repetirse jamas; una ex- periencia constante nos demuestra que siempre sucede así, y que los movimientos que han comenzado persisten y se suceden sin interrup- ción. ¿Cómo explicarlo? Hay aquí un nuevo excitante, el aire, que obra sobre el aparato pulmonar, y ademas, el efecto se convierte en causa y asegura la continuidad de la respiración. En el estado patológico, durante la síncope, procuramos imitando á la naturaleza, comunicar el primer impulso; una vez obtenido, podemos tener la consoladora esperanza de ver pronto restablecida con perfecta regularidad 1a fun- ción perturbada. 19 El corazón recibe la. impresión necesaria á todo movimiento refle- jo; la vemos en la sangre que en contacto con las paredes de su cavi- dad lleva á los gánglios situados en la base del tabique inter-auricu- lar una excitación que volverá sobre los músculos del corazón por los nervios motores ganglionares, la vemos también en la contracción misma, las influencias morales obran de igual manera y aun el exci- tante voluntad, bien que en casos muy excepcionales no queda inac- tivo, como lo prueba uu hecho referido por mi apreciuble maestro en Fisiología el Sr. H. Ignacio Alvarado, de una persona residente en San Luis Potosí, el Sr. H. Francisco Estrada, que tiene la facilidad au- Je meutar ú disminuir según quiere las contracciones do su corazón. 1 Aeciones paralizantes ó suspensivas. Hay otra clase de fenómenos reflejos de un orden, si puedo expre- sarme así, mas elevado, cuyo mecanismo y modo de producción es el mismo, que obedecen á la misma ley, y reconocen igual causa á los que tan rápidamente he recorrido; y sin embargo, su manifestación so verifica por una actividad negativa. La impresión recibida en la ex- tremidad periférica vuelve del centro á donde se dirige bajo una nue- va forma, bajo la forma de parálisis; extraño hecho en verdad, y que cuando se examina superficialmente parece estar en tan abierta opo- sición con lo que nos enseña la experiencia, que se hace difícil com- prenderlo. Un fenómeno de esta naturaleza que llamó mas vivamente la aten cion de los fhiologistas por el gran número de veces que se presenta ? fue la parálisis de los movimientos del corazón producida bajo la influencia de una excitación directa del neumo-gástrico; tan contra- rio parecía este hecho al orden establecido, que llegaron á negarle su carácter y apelaron para explicarlo á la existencia de nervios espe- ciales llamados paralizantes ó suspensivos. Hoy la fisiología experimental no solo lia probado que esta doctn. 1 Un incidente fipsgrai'i'idn ha traído i la capital al Sr, Estrada, y el hecho de observa- ción á, que me refiero, ha sido confirmado por los feres. Jiménez 1), Miguel, Guian, Carinóna y Vallo. na de los nervios paralizantes es falsa é inútil; que el fenómeno de la suspensión de los movimientos del corazón en ciertas circunstan- cias está bajo el dominio de las acciones reflejas; sino también nos ha enseñado cómo podemos producirlo á voluntad y cual es el mecanis- mo de la trasmisión y trasformacion de la acción nerviosa. Oid á Brown-Séquard que ha hecho un gran número de experiencias sobra este punto cómo se expresa al hablar del papel que tidhe en la produc- ción de este fenómeno el gran simpático: «lie encontrado reciente- mente, que si se comprime rápidamente uno ú otro de los gánglios 8emi-lunares, pero sobre todo, el derecho, al que M. Flourens ha en- contrado tan sensible, se ve algunas veces que el corazón suspende completamente sus movimientos; ó por lo menos, el número de sus latidos disminuye de una manera notable. Lo que aquí pasa es muy probablemente una acción refleja que tiene lugar de la manera si- guiente: la excitación parte de los gánglios semi-lunares, gana la médula espinal, sobre todo por intermedio del gran nervio esplánico, va á la médula alargada, de donde vuelve al corazón por el nervio vago. Lo que hace muy probable esta consideración es, que después de haber cortado sea los nervios espláuicos ó bien los nervios vagos, yo, dice el autor citado, no he visto la suspensión ni la disminución notable de los latidos del corazón cuando he comprimido los gánglios remi-lunares. Parece fácil, según esto, darse cuenta de los casos de muerte súbita en el hombre acontecidos sea por un golpe en el abdó- men ó á consecuencia de heridas penetrantes de esta cavidad espláni- ca.» Empero no solo en estas circunstancias se verifica este fenómeno; lo observamos también bajo la influencia de una impresión moral, y mu- chas veces escoge como intermedio un nervio sensitivo cualquiera, que se encuentro dolorosamente impresionado. Si de aquí llevamos nues- tra consideración hacia la influencia que ejerce el sistema nervioso, no ya sobre este ó aquel músculo, sino sobre la túnica contráctil de los vasos sanguíneos. ¡Qué hermosísimos puntos de vista se descubren cua.ndo se le contempla bajo este aspecto! allí en un cuadro grande, inmenso, podemos ver, que multitud de fenómenos morbosos, perver- siones de las secreciones ó de la nutrición, encuentran su origen y la explicación de su processus patogénico en el efecto que resulta de una excitación mas ó ménos enérgica de los hilos nerviosos que se distribuyen á los vasos sanguíneos. 20 Analicemos los hechos y busquemos su interpretación. 21 Si se galvaniza un miembro y se observa su temperatura, se ve que disminuye al principio; pero si se continúa la excitación llega un momento en que aquella se eleva. Si se repite la experiencia que eu su origen pertenece á Brown-Séquard y Tholozan, de sumergir una mano en agua á una baja temperatura [1 grado sobre cero], se nota en la mano no sumergida’una disminución del calor animal que so- breviene con tanta mas prontitud é intensidad cuanto que el dolor que se experimenta por el contacto de la agua fria es mas intenso. Ahora bien, ¿qué ideas envuelven hechos tan sencillos, qué signifi- can, cuál es su expresión? Significan, que el abatimiento de tempera- tura es el centinela avanzado que da la voz de alarma, que indica que allí en los órganos que observamos falta el líquido que debe vi- vificarlos, y que como consecuencia obligada y necesaria vendrá la falta de actividad, la parálisis, en tanto que subsista la excitación, que ya tomando su punto de partida en un centro, ó en las partes periféricas del sistema nervioso, ha producido una contractura vascu- lar por acción refleja. Cuando se ve en un animal, un perro por ejemplo, que la sección de la mitad derecha de la médula en la región cervical, tiene tanta influencia sobre la temperatura del lado sano, que casi llega á colo- carla al nivel de la del aire ambiente, y que el estado de la circula- ción en el miembro posterior del lado bueno, está comprometido á tal grado, que una herida de la piel apenas da sangre; no puede dudarse que hay una notable analogía entre este hecho y los que referimos an- teriormente: que existe un espasmo considerable de los vasos sanguí- neos; que aquí, como allá, tiene su origen en la irritación producida por la galvanización ó sección del nervio. ¿Por qué en el lado enfer- mo hay un aflujo de sangre, un aumento de vitalidad en los tejidos? Porque existe de este lado una parálisis de los mismos vasos, la mis- ma que puede obtenerse por una galvanización prolongada. Estos hechos nos dan la explicación mas exacta de lo que pasa en la secre- ción de las glándulas. Si de todo esto no pudiera concluirse, que la anémia de un órgano en ausencia de toda lesión de tejido puede producir la parálisis, re- cordarémos los experimentos de Donders y de Suellen, quienes lian observado directamente la contractura de la pia-madi-e cerebral, á 22 consecuencia de la irritación del gran simpático en el cuello; las da Brown-Séquard, que ha tenido á la vista la contracción de los vasos sanguíneos de la médula por la irritación producida por una ligadura sobre el hilo del riñon; creo entonces, que teniendo en cuenta el pa- pel tan importante que desempeña en los fenómenos biológicos el sis- tema de nervios vaso-motores que toma su origen del gran simpático y que camina por todas partes unido á los nervios raquidianos; que no olvidando que los nervios sensitivos son uno de los intermedios mas poderosos para la generalización de las enfermedades, podemos con- cluir: que tiene un gran valor la opinión de Brown-Séquard, que consiste en considerar esta especie de parálisis como dependientes de una contractura vascular por acción refleja. Los principios ya establecidos servirán de base sólida é indestruc- tible á mi Tésis enunciada: Existen las parálisis reflejas. Dos palabras sobre su historia. Sorprende y admira, cómo una voz tan autorizada como la de Robert Whytt se haya perdido en el espa- cio del tiempo sin eco alguno, cómo se olvidaron sus palabras que envolvian nada ruónos que la expresión genuina de la verdad. En 1765, demostraba: «Que las simpatías normales y morbosas en los movimientos, la nutrición ó las secreciones sen fenómenos reflejos; mas aún, que el papel que desempeñan los vasos sanguíneos en la mayor parte de estos fenómenos es muy grande.» La importancia del estudio de las acciones reflejas bajo el punto de vista fisiológico, pa- tológico y terapéutico, no fue comprendida sino después de muchos años: hace apenas dos lustros que se ha dado mayor atención á este objeto, que reasume en sí una inmensa utilidad bajo cualquier as- pecto que se le considere. Graves, el clínico completo, el profundo sabio como le llama Trous- eeau, es el creador de la doctrina de las parálisis reflejas; doctrina cjue irradia una brillantísima luz sobre la patología del sistema ner- vioso; á Graves se debe esta concepción fecunda; él fué el primero flu0 estudió con exactitud las condiciones etioldgicus y el proccssus patogénico de estas afecciones. 23 Brown-Séquard, que acepta plénamente lo que nos enseña el gran médico de Dublin, reuniendo un gran número de hechos de obser- vación clínica que le son propios, añadiendo á ellos otros que le han sido comunicados por atentos observadores; estableciendo una larga serie de experimentos fisiológicos, ha deslindado C3ta doctrina, ha buscado sus pruebas, ha analizado y hecho conocer el mecanismo de la producción de las parálisis reflejas, y por último, con sus numero- sos escritos ha tratado de popularizarla en el mundo científico. En México no se ha fijado la atención de una manera notable so- bre este punto: no encuentro entre nuestras publicaciones científicas mas que tres observaciones de mi maestro el Sr. Carmona y Valle, publicadas en la Gaceta Médica en Enero de 18G7, época en la cual el autor, como se ve en el discurso de su narración, no conocía nin- gun hecho que tuviera analogía con los que se ofrecían á su observa- ción, y que con tanto acierto refirió á su verdadero origen. En esto mismo trabajo se hace mención de dos casos que pertenecen á los Sres. D. Francisco y D. Aniceto Ortega. Confieso que la premura del tiempo de que dispongo me ha urgido á no insistir en busca de observaciones de nuestros prácticos mexicanos que deseaba dar á co- nocer; pero creo que se encontrarán entre ellos muchos casos inédi- tos, y espero que muy en breve vendrán á añadirse á los muchos que se registran en los autores europeos y que dejarán la doctrina de las parálisis reflejas fuera del terreno en que andan mezcladas la vacila- ción y la duda. Si llego á demostrar que impresiones locales que no afectan mas que un punto determinado del organismo, las extremidades nerviosas periféricas siguiendo un trayecto retrógrado, propagándose hacia los órganos centrales de donde vuelven como por cierta reflexión hacia los nervios de regiones mas ó ménos lejanas, lieeen una influencia patogénica tal, que determinan en ellos manfestaciones morbosas muy análogas, pero no idénticas, á las que hacen nacer las lesiones orgá- nicas, las afecciones primitivas de los centros nerviosos, habré pro- bado que existen las parálisis reflejas. Pediré á la observación clíni- ca ponga el sello de la verdad y conceda la mas plena confirmación á mi proposición enunciada. 24 Caracteres de las parálisis reflejas. Los caracteres que pertenecen illas parálisis reflejas, y que deben servir de norma á nuestras apreciaciones, se reasumen en las propo' siciones siguientes. « 1? La causa supuesta ha precedido siempre á la parálisis de mo- vimiento ó de sentimiento; « 2?- Los cambios do intensidad en la causa, han sido siempre acom- pañados de cambios correspondientes en los síntomas de las parálsis; « Los remedios contra la parálisis y la anestesia no han produci- do efecto; Estas afecciones, en la mayor parte de los casos, han sido pron- tamente curadas después de la supresión de la causa; «5? No hay alteración visible del sistema nervioso al exámen ne- croscópico.» Paralelo entre los hechos fisiológicos y clínicos. Es tan perfecto el paralelo que puede establecerse entre la doctri- na fisiológica y los hechos clínicos, que se hace naturalmente y sin esfuerzo; entre los que sirven á mi propósito, me felicito de poder presentar los que pertenecen á mi maestro el Sr. Carmonay Valle; es- tán detallados de un modo que nada deja que desear; pero sobre to- do, hay tanta justicia en sus reflexiones, se acomodan tan bien á las doctrinas hoy generalmente recibidas, que con toda verdad puede de- cirse, que entre nosotros á él se debe el haber señalado esta clase de parálisis, explicado sus causas y comprendido su mecanismo. Por no quitarles su interes, se me disimulará las copie íntegras, añadiendo á ellas la que últimamente se ha servido comunicarme. Paraplegias curadas con morfina usada por el método endérmico. «La señorita R. M., de 27 años de edad, de temperamento ner- vioso. Desde que apareció el período menstrual, padece una histeral- PltlMERA OBSERVACION. 1 1 Gaceta médica, tomo 3n, páginas 73 y 104. gía bastante intensa, no siendo raro que durante él, ó en épocas dis- tintas y por la menor impresión moral, sobrevengan convulsiones cló- nicas mas ó méncs intensas, sin que haya pérdida de conocimiento. Desde la misma época padece do tiempo en tiempo un dolor mas ó ménos agudo en el epigastrio, que se le extiende al tórax y que con frecuencia le produce náuseas y vómitos, ya de materias alimenticias, ó bien de un líquido mucoso mas ó monos cargado de bilis. Este do- lor desaparece difícilmente con las diversas medicinas que se le han aplicado y mas bien cede al tiempo. Nunca ha vomitado sangre, ni so queja tampoco de indigestiones. Hará cinco años empezó á notar que tenia muy poca fuerza en las piernas para andar y que muy frecuentemente se le doblaban las rodillas. Desde la misma época sien- te las piernas, y sobre todo, los pies, adormecidos, la hormiguean con mucha frecuencia y al andar le parece que pisa sobre una alfombra muy gruesa, ó como si tuviera en la planta de los pies una espesa capa de algodón. Hay dias en que estos síntomas son mas marcados que en otros; pero nunca llegan á desaparecer completamente; ha- biendo notado que el frío y la humedad la empeoran muy notable- mente. Varias ocasiones ha estado paralizada completamente, sin po- derla aguantar sus piernas ni por un solo momento; poco á poco reco- bra un tanto las fuerzas; pero rara vez da mas de diez ó doce pasos sin que se le doblen las rodillas y esté á punto de caer: siempre ha sen- tido dolores bastante agudos en toda la extensión de la columna ver- tebral, pero sobre todo en la región sacra; habiendo observado que es- ta3 dolores se le extienden ya al tórax, ya á los brazos ó á las piernas, y que estas están tanto mas débiles, cuanto los dolores son mas inten- sos. Nunca ha sentido que la orina ó materias fecales hayan salido in- voluntariamente, asegurando por el contrario que estas excreciones es- tán siempre bajo el dominio de su voluntad. Ha sido asistida por un buen número de personas y la mayor parte de ellas de un mérito bien reconocido,sin que haya sentido nunca un alivio duraderó. Se han em- pleado en su tratamiento y de una manera bien sostenida los tónicos en general, y sobre todo, los analépticos, tales como el fierro, el aceite de hígado de bacalao, &c.; los antiespasmódicos bajo todas formas y variedades; la hidroterápia, los emenágogos, y por último, el plan an- tiflogístico y revulsivo muy sostenido: de manera que se ha sangrado el tobillo; se han hecho varias aplicaciones de sanguijuelas y yento- TÉsis.—4 sas escarificadas sobre toda la extensión de la columna vertebral; se ha cubierto el espinazo de vejigatorios volantes ó dejándolos supurar; se han aplicado ocho cauterios, cuya supuración se ha mantenido por mas ó ménos tiempo. La enferma asegura que con los cauterios es con los que siente mayor alivio, pero que el mal nunca ha podido ce- der enteramente. 26 «Este era su estado el mes de Marzo de 1859, época en que fui llamado para asistirla. Yo la encontré bastante delgada, pálida, ex- presando cu su rostro el sufrimiento: tenia muy poco apetito, se que- jaba de constipación, de que sus menstruaciones venían muy irregu- larmente, eran muy escasas y venían siempre acompañadas de un do- lor de vientre agudo. Sus extremidades inferiores se encontraban en el mismo estado que he descrito antes. « Me pareció que debia yo volver al plan tónico, y le volví á reco- mendar el fierro, el aceite de hígado de bacalao, una buena alimen- tación, el aire del campo y por último, los tetánicos, haciendo uso del extracto de nuez vómica, cuya dó-is fui levantando poco á poco hasta tener sobresaltos en laspiernas. Trascurrieron mas de seis meses sin que yo pudiera obtener ninguna ventaja sobre mis antepasados. Insistiendo la paciente en que con los cauterios sentia bastante con- suelo, apliqué un par de ellos á los lados de la columna vertebral, acercándome á los puntos mas dolorosos; pero evitando las cicatrices de los anteriores: miéntras tanto abandoné los tetánicos y eché mano de los antiespasmódicos sin dejar el uso del fierro y del aceite de ba- calao. Algo mejoró la enferma; pero por desgracia los cauterios pron- to se cerraron, por la dificultad que hay tn esa región de mantener las cuentas de una manera conveniente. En tal virtud, en el mes de Abril del año de 1 860, abrí otros dos cauterios, que solo duraron cin- co meses. En Octubre del mismo año, la enfermedad tomó un incre- mento considerable y sobrevino una parapl* gía de las mas completas, sin que nunca hubiera habido salida involuntaria de la orina. «En tal estado de cosas, y convencido de que los revulsivos eran jos que mejor efecto producían en mi enferma, le propuse la aplica- ción de un sedal p ira por medio de él mantener una revulsión por un tiempo ilimitado, supuesto que los cauterios nunca duraban mas de cuatro ó seis meses. La paciente, que se resignaba á todo, como muy pocas personas be conocido, accedió á mi indicación, y en el mes de Noviembre le abrí un sedal en la nuca, prefiriendo este lugar, porqué si bien todo el espinazo estaba sumamente sensible, habia á nivel de lapenúltima vértebra cervical un punto excesivamente doloroso. Al ca- bo de poco tiempo la paraplegía disminuyó, permitiéndole dar algunos pasos; pero la debilidad de piernas, el adormecimiento, el hormigueo y las punzadas en ellas continuaron en el mismo estado que antes de la exacerbación del mal. En el mes de Febrero de 1861, volvió á ser la paraplegía bastante completa; y en esta vez los narcóticos al inte- rior fueron ks que la mejoraron. En todo el curso de 61 tuvo varias alternativas, pero nunca una mejoría manifiesta, ántes por el contra- rio, parecía que la enfermedad se empeoraba con mas frecuencia. Re- currí entonces á la electricidad, insistiendo bastante en ella; pero con desconsuelo veia que este medio no producía mejores resultados que los anteriores. Sufriendo bastante con el sedal, y convencido de que realmente nada adelantábamos, siró que por el contrario, mas bien íbamos atras, me resolví á quitar el sedal, y enteramente desalentado, juzgué conveniente no hacer sufrir mas á aquella pobre víctima y se- guir un tratamiento meramente sintomático. Así estábamos, cuando á principios de 1862, el mal.se exacerbó de una manera bien marca- da, la paraplegía era completa y los dolores de la región sacra y mus- los sumamente intensos. Consecuente con mi propósito y con la mira de combatir el elemento dolor, le propuse, después de haber usado otros medios, aplicar en la región sacra un pequeño vejigatorio y cu- rarlo con el sulfato de morfina. Fácilmente accedió la enferma, y el resultado fué maravilloso, porque los dolores se calmaron casi entera- mente, la paraplegía disminuyó á tal punto, que cuando el pequeño vejigatorio supuraba aún, la paciente andaba ya por sí sola, y muy pocos dias después, sintió sus piernas tan sólidas, como hacia ya mu- cho tiempo que no las sentía. 27 «Les cobró tal afecto á los pequeños vejigatorios curados con sul- fato de morfina, que sintiendo un mes después que los dolores vol- vían á tomar cierta intensidad, y que volvía el adormecimiento y la .debilidad de piernas, me pidió ella misma y con grande instancia, le aplicase otro vejigatorio como el anterior. En esta vez el resultado fué mas completo aún, pues la enferma comenzó á salir á la calle y ya muy rara vez se le doblaban las rodillas. «Seis meses después, á consecuencia de un enfriamiento brusco, re- 28 aparecieron los dolores y la torpeza de los movimientos, hasta voívef á ser la paraplegia completa. Se aplicó un vejigatario como los ante- riores; pero en esta vez cicatrizó enteramente sin que mi enferma pudiese andar, bien que los dolores se calmaron de una manera muy notable. Bastante desconsolada, comenzaba á abatirse de nuevo y á perder la fé que tenia en su remedio. Por mi parte yo logré tran- quilizarla y convencerla de que se aplicase otro segundo vejigatorio> Me obedeció, y el resultado fué completo. Desde entonces hasta la fecha, los dolores se han iniciado dos ó tres veces; pero tan pronto como se manifiesta la debilidad de las piernas, se aplica un nuevo vejigatorio, desapareciendo inmediatamente todo síntoma alarmaute. Dos años hace que esta señorita se casó, habiendo tenido después uu hijo bastante robusto. La gastralgia la molesta de tiempo en tiempo, y una que otra vez suele tener convulsiones histéricas; pero su esta- do general está bastante regular, y sobre todo, la enfermedad que tanto la había mortificado, puede decirse que hace cuatro años des- apareció. » La presente observación da lugar á muy serias reflexiones. La en- ferma en cuestión estaba, á no dudarlo, clorótico, aunque no en un grado tan exagerado que se presentase siempre el soplo carotidéo. Ha- bía en ella un estado histérico bastante marcado; pero sobre todo, llamaba la atención el estado de su inervación en las extremidades inferiores. Los síntomas que acusaba estaban muy lejos de parecerse por su constancia, por su tenacidad y por su extensión á esos estados do torpeza de la sensibilidad ó del movimiento que suelen observarse en las personas histéricas. Los síntomas que acusaba se explicaban ma s racionalmente, por un padecimiento medular, bien que faltasen los trastornos consecutivos, en la emisión de la orina y de las materias fecales. Tal fué, sin duda, el modo de pensar de mis predecesores, y de aquí los métodos tan enérgicos que siguieron con la enferma; bien que ya se traslucía su incertidumbre, cuando se notaba que muchas veces acompañaban á los antiflogísticos y revulsivos los analépticos y antiespasmc)Jicos. Por mi parte, yo tampoco tuve una certidumbre de mi diagnóstico; pues para suponer la existencia de una lesión orgá- nica de la médula espinal, siempre llamaba la atención la marcha ir- regular de las enfermedades; es decir, la frecuencia con que los movi- mientos se entorpecían hasta el punto de no permitir á la paciente el tenerse firme sobre sus ctuatds y la facilidad con que á veces se me. joraba este estado, hasta permitirle andar espacios mas ó menos largos. Ademas, la facultad que siempre conservó de dominar á su voluntad la emisión de la orina y de las materias fecales, alejaban la idea de la existencia de una lesión orgánica de la parte inferior de la médu- la. Pero por otra parte, se marcaba tanto el adormecimiento y hor- migueo de las dos extremidades inferiores, el embotamiento de la sen- sibilidad táctil, la disminución y á veces falta completa de la voiutud en la energía de las contracciones musculares: se palpaba tan bien la duración, la intensidad y la resistensia del mal, sin que nada pudiera racionalmente explicar estos fenómenos, que yo llegué á persuadirme que si bien no se podía suponer la existencia de un reblandecimiento ú otra lesión orgánica de la médula; así como tampoco la presencia de un tumor de cualquiera naturaleza que comprimiese este órgano, era muy probable que hubiese una causa local ó general, desconoci- da para nosotros, y que diese lugar á congestiones mas ó menos in- tensas de la parte inferior de la médula. Esta hipótesis me explicaba hasta cierto punto la marcha irregular de la enfermedad, y me daba también razón de por qué los revulsivos enérgicos producian una me- joría manifiesta á lo menos mientras duraba su acción. Confieso, sin embargo, que la falta de síntomas por parte de los esfínteres de la vejiga y del recto, me hacían dudar mucho do la exactitud de mi juicio. En este estado de cosas, la casualidad, como se lia visto, me hizo encontrar el remedio tan apetecido, y su resultado puede acaso darnes razón mas exacta de lo que allí pasaba, aunque sea necesario supo- ner la existencia de una enfermedad no descrita; ó acaso deducir que la paraplegia puede ser sintomática de ciertas especies de nevral- gías. La parálisis del movimiento por las nevralgías, no la ancuentro señalada por ninguno de los autores que lie podido consultar. Al ocuparse Valleix en su tratado de nevralgías del diagnóstico diferen- cial entre la sciática y la paraplegía, dice: « En los casos muy graves y muy antiguos de esta última enfermedad, [habla de la sciáticaJ es verdad que existe algunas veces una semi-parálisis descrita por Cotugno; pero ademas de que eu ningún caso idéntico kx afectado á los dos miembros, es siempre ménos marcada que en las afeccionen da la médula. Por lo demas, este punto está muy bien reasumido por F. Fransk, cuando dice: 30 BACIIIALGIA LUMBARIS. NEVRALGIA ISCÍIIADICA. « Ambo plerumque femora magis, imbecillitate, quam cruciatibus tentantur.» «Unum afficitur fémur magi» dolore excruciatum, quam irnbe- cillitate.» Se ve, pues, que solo se ha admitido un estado de semi-parálibis, en los casos de sciática, muy atigua y muy grave; y que se dice ex- presamente: que no hay ningún caso auténtico en que la parálisis ha- ya sido bien marcada, y sobre todo, que existiese ó se extendiera á los dos miembros. Eu la observación presente no se trata, sin duda, de una sciática solamente, de una nevralgía de todo el pléxus sacro-lombar acompa- ñada de varias nevralgías de los nervios intercostales. La existencia de estas últimas nevralgías fué perfectamente comprobada, pues va- rias ocasiones pude reconocer los puntos dolorosos que también es- tudió Mr. Balleix.—En cuanto á la nevralgía del pléxus sacro-lom- ear, debo decir que marqué perfectamente todos los puntos dolorosos que existen afuera de las apófisis espinosas de las vértebras lombares y sacras; así como también el que existe en la parte média de las cres- tas ilíacas; pero que no pude reconocer los que corresponden á los nervios crural y sciático, porque el estado y la posición social de cier- tas personas impiden hacer cierta clase de exploraciones. Sin embar- go, la irradiación de los dolores á las piernas, y la naturaleza de ellos, no dejaban ninguna duda de que todos los nervios de las extremida- des inferiores participaban de la misma nevralgía en un grado mas ó ménos intenso. Admitida la existencia de la nevralgía del pléxus sacro-lombar, se admitirá la íntima relación que tenia esta con la paraplegía, cuando se recuerde que la parálisis del movimiento se marcaba tanto mas, cuanto que los dolores eran mas intensos, y que á medida que estos disminuían, la fuerza de las piernas se mejoraba. Pero lo que no de- ja ya lugar á la duda, es el resultado final de la observación, es decir, el método curativo. Fna enfermedad Ir.n tenaz y que babia resistido 31 á métodos curativos tan enérgicos, ha cedido fácilmente al uso de la morfina por el método endérmico. Si pues combatiendo el elemento dolor, es decir, la nevralgía, se ha curado la paraplegia, creo que es muy natural deducir que esta producía á aquella, ó lo que es lo mis- mo, que la paraplegia era sintomática de la nevralgía. No creo que haya quien suponga que la curación no fué debida á la moifina, sino á la acción revulsiva del vejigatorio; porque una tan pequeña revul- sión no podia hacer masque los muchos revulsivos que ya ántes se habian empleado. Podría suponerse también que el mal no había cedido al uso de la morfina sino á los simples esfuerzos de la naturaleza; pero recuér- dese que el resultado no fue manifiesto en una sola vez, sino que también surtió sus efectos en la recaida habida después, y que en otras dos ó tres ocasiones en que aparecieron de uuevo los dolores y la debildad de las piernas, un solo vejigatorio bastó para suspender la marcha del mal. SEGUNDA OBSERVACION. «En el año de 1863, vino de San Angel á consultarme sobre su enfermedad la Sra. D? L., Y., de 40 años de edad, casada, de tem- peramento [nervioso y que ha tenido ocho hijos. Padeció hace al- gunos años una diarróa bastante tenaz y después una afección uteri- na. Hace mas de un año que empezó á sentir dolores bastante agudos en todo el cuerpo, pero sobre todo, en las piernas, asegurando que los dolores son igualmente intensos en la parte anterior que en la poste- rior de dichos miembros. Pero lo que mas le llama la atención es la gran debilidad que experimenta en las extremidades inferiores, de manera que frecuentemente se le doblan las piernas [y teme caer á cada momento. Esta debilidad viene acompañada de hormigueos y adormecimientos, sobre todo, en los pies, pareciéndole que tiene los piés muy gruesos y que pisa sobre lana. No acusa ningún síntoma por parte del recto y de la vejiga. « Esta señora está delgada; y pálida; tiene poco apetito, digiere regu- larmente; pero de tiempo en tiempo padece un dolor de estómago bas- tante agudo. Sus menstruaciones han sido siempre regulares, aunque en estos últimos meses suelen adelantarse ó atrasarse, y á veces suele venir la sangre en cantidad bastante abundante. «Examinando lu región espinal se encuentran cuatro puntee dolo- rosos en la porción dorsal y tres en la región saero-lombnr. A cada uno de los puntos dolorosos de la región dorsal, corresponde otro en la parte média del espacio intercostal correspondiente y otro en la parte anterior de los mismos. En la región sacro-lumbar solo pude reco- nocer uno en la parte média de cada una de las crestas ilíacas y otro en la sínfisis del pñbis. Los puntos dolorosos de las piernas no los pu- de examinar. «Juzgué que este caso era muy análogo al anterior, aunque la en- fermedad no había tomado todavía un grande desarrollo. En conse- cuencia, prescribí el uso de la limadura de Berro; las píldoras de Me- glin y unas embrocaciones narcóticas al espinazo, compuestas de aceite de beleño, láudano de Rousseau y atropina. Algunos dias después abandoné dichas embrocaciones é hice aplicar sobre el espinazo lien- zos de paño empapados en cloroformo. Viendo que el mal no se mo- dificaba de ninguna manera, ordené un pequeño vejigatorio sobre la región sacra, y que fuese curado dos veces al día con un cuarto de grano de sulfato de morfina. Tanto los dolores como los demas sínto- mas disminuyeron de una manera muy notable; pero no habieudo des- aparecido del todo, apliqué otro segundo vejigatorio inmediatamente después. Cuando se agotó ia supuración, los dolores habían desapare- cido del todo, las piernas habían recobrado sus fuerzas y los hormi- gueamientos y demas sensaciones no se volvieron á presentar. «Tres meses después, los mismos fenómenos comenzaban á reapa recer, pero la pronta aplicación de un vejigatoaio los dominó del to- do; y desde entonces á acá, la enferma se ha quejado de otros acha- ques, pero nunca de la debilidad de las piernas. TERCERA OBSERVACION. « En el año próximo pasado de 1Ó66, pude observar un tercer caso del mismo género en un hijo de la señ 5. 34 el enfermo liabia arrojado la orina y evacuado libremente, su cabeza estaba mejor, pero los dolores y falta de movimientos en las piernas persistían de la misma manera. Tratando de evitarle á este joven los dolores que produce un vejigatorio, le ordené una disolución de sul- fato de morfina y de sulfato de atropina en dosis proporcionadas, pa- ra que tomase gotas durante el dia; repetí las embrocaciones del dia anterior, alternando con lienzos de paño empapados en cloroformo y aplicados sobre el espinazo, y recomendé el abrigo de la pieza y man- tener calientes las extremidades inferiores. Al dia siguiente, léjos de haberse mitigado el mal, parecía que los dolores se habian hecho mas intensos, habian aparecido en el brazo derecho y se quejaba de ador- mecimiento en este miembro. Ordené entónces un pequeño vejigato- rio á la región sacra, curado dos veces al dia con un cuarto de grano de sulfato de morfina. Por desgracia este vejigatorio solo supuró cua- tro dias, durante los cuales los dolores disminuyeron notablemente, hasta el punto de que el enfermo insistió en que lo vistieran, y arras- trándose andaba por toda su pieza; pues si bien los dolores se habian mejorado de una manera muy perceptible, no había absolutamente movimientos en las piernas, y el paciente decia que cuando trataban de pararlo, sentía los piés muy gruesos y como si no tuviera piernas. Apliqué un segundo vejigatorio abajo del primero, y en esta vez la supuración duró por espacio de ocho dias. Los dolores siguieron dis- minuyendo de una manera progresiva, y comenzó á mover las piernas, aunque con trabajo, pero no tenia fuerzas para ponerse en pié. Al sexto dia del segundo vejigatorio pudo pararse un instante, pero poco después volvió al mismo estado que ántes. El sétimo dia lo pasó de la misma manera y al octavo dia lo encontré ya andando con bastan- te facilidad; de manera que quince dias después de la invasión del mal, mi enfermito ya corría por toda la casa. Hasta ahora, nada ha vuelto á tener, sino de tiempo en tiempo algunos dolores en el espi- nazo, que ceden fácilmente á la aplicación de algunos lienzos de pa- ño empapados en cloroformo.» Esta última observación me parece que no deja ya lugar á las du- das; el modo de aparecer y de desaparecer la enfermedad, indica que 6e trataba de una neurosis. El carácter de los dolores y existencia de los puntos dolorosos ponen de manifiesto la existencia de una nevral- gta; es verdad que no limitada á un solo nervio, sino que se extendía 35 á muchos de ellos. Por último, la marcha del mal revela la relación íntima que hay entre la paraplegía y la nevralgía. De las tres observaciones que he leido, me parece que se puede de- ducir lógicamente lo siguiente: 19, que hay paraplegías bastante im- ponentes que se ligan íntimamente á la existencia de una nevralgía: 29, que esta nevralgía no se limita al nervio sciático ó crural, sino que se extiende quizá á todo el plexus sacro-lombar: 39, que existen á la vez varias nevralgías dorso-intercostales, y 49, que en las refe- ridas paraplegías no hay ningún síntoma por parte de los esfínteres de la vejiga y del recto: 59, que el mejor modo de tratarla, es com- batir el elemento dolor por medio de un vejigatorio curado con una sal de morfina. Antes de terminar, quiero decir dos palabras sobre dos observacio- nes, que si bien no las tengo detalladas, vienen, sin embargo, á cor- roborar mi conclusión general. Ilablondo con mis amigos los Sres. Ortega, de mis observaciones anteriores, el Sr. Ortega, D. Aniceto, me refirió que en una señora paraplégica á quien asistía, creyó oportuno, por no sé qué indicación, administrarle el jarabe de morfina, y que con no poca admiración su- ya, notó que la enferma se mejoraba Je su paraplegía, y que insis- tiendo en el referido jarabe, llegó á curarse completamente de ella. E1 Sr. D.jFrancisco Ortega, recuerda que se presentó en su casa un hombre que se quejaba de una nevralgía intensa del quinto par, en el cual se encontraba también.la parálisis del facial del mismo lado. Le ordenó una friega narcótica, y á los pocos dias volvió curado de 11 nevralgía y de la parálisis del facial. Esta última observación nos abre un campo mas vasto y nos indica que cualesquiera nevralgía puede determinar la parálisis de determinado tronco nervioso del mo- vimiento. ¿De qué manera podemos explicarnos el mecanismo por el cual una nevrósis de la sensibilidad puede producir una nevrósis del movi- miento? ¿el processus patológico que caracteriza á la nevrósis, existe en estos casos en los centros nerviosos y por eso se manifiesta en una y otra especie de nervios? ¿O bien no existe primitivamente mas que la nevralgía y extendiéndose esta á los ramos sensitivos que dan la sensibilidad recurrente á los nervios motores, dejan estos de hallarse en estado fisiológico y por ello se pervienten sus funciones? La pri- 36 ínera suposición me parece tiene pocos grados de posibilidad; en cuarr- to á la segunda, es posible que lleve consigo el gérmen dé la explica- ción del fenómeno. Pero cualquiera que sea la explicación que se de, creo que los he- chos son bastante elocuentes, y que deben fijar la atención de los prácticos para que, reuniendo un buen número de observaciones y estudiando escrupulosamente sus detalles, se llegue á fijar la historia completa de h enfermedad que acabo de indicar. CUARTA OBSERVACION. En el mes de Julio de 1871, la Srita. A. T., de 18 años de edad, de temperamento nervioso-linfático y habitualmente sana, empezó 4 sentir dolores en la región sacra, que se extendían á las dos piernas y que le producían cierta debilidad en ellas y algún adormecimiento en los pies. Se le prescribieron unas compresas con cloroformo aplica- bles al punto de partida de los dolores, se le ordenaron narcóticos al interior, y bajo la influencia de esto tratamiento sostenido por pocos dias la enferma se sintió perfectamente bien. El 19 de Octubre del mismo año, á consecuencia de la viva impresión moral que produjo en ella el pronunciamiento de la Ciudadela [vivía esta señorita en el Puente de Alvarado], repentinamente sintió que las piernas se le do- blaban, no podia andar sino apoyándose en los muebles, y á cada dos ó tres pasos hacia un movimiento semejante al que hace el que va á sentarse en cuclillas. Al tercer dia de este accidente la vio el Sr. Carmona y Valle, los dolores anteriores habían reaparecido, siempre en la región sacra, é irradiando hacia las piernas, pero de un modo general sin trayecto determinado. Existia el adormecimiento de los pies y pudo notar varios puntos dolorosos, en la parte anterior, média y posterior de la cresta ilíaca, en el gran trocánter, en las tuberosidades de la tibia. Esta vez se le ordenó un vejigatorio que se curó con sulfato de mor- fina; supuró seis dias, y al secarse, la enfermedad había desaparecido. Hasta hoy no ha habido reincidencia, la curación fue perfecta. Este liecho enteramente análogo á los anteriores, nos hace recor- dar la verdad de aquel principio: Naturam morborum curatiente 37 ostendunt; él viene á aumentar el número de las observaciones qua prueban que una nevralgía puede dar nacimiento á una parálisis. Las observaciones en que el elemento dolor se presenta como la explicación única, verdadera y legítima de la existencia de una pa- rálisis, ya del sentimiento ó del movimiento, se multiplican de un mo- do notable: Marchald y Cal vi citado por Brown-Séquard,1, refiere cuatro casos de nevralgía del quinto par de nervios que ha producido una parálisis del tercer par. Nottha visto dos casos en que una pará- lisis del elevador del párpado reconocia por causa una nevralgía. Neucourt y Gola han dado á conocer caJa uno un caso que tiene la mas perfecta analogía con el referido por el Sr. Ortega: una parálisis del facial que subsistía por una nevralgía y que desapereció con ella. Badin d’Hurtebise observó que una nevrósis del nervio supra- ortitario producía la parálisis del tercero y octavo par de nervios. La sciática puede determinar la anestesia ó la parálisis del movimiento como lo ha notado Brown-Séquard en un enfermo que presentaba este fenómeno en los dos miembros inferiores. En todos estos casos existia una íntima relación de causa á efecto, de lo cual hace consi- derar estas parálisis como verdaderas parálisis reflejas. Dirijamos nuestra atención hacia otro punto y oigamos á Itard referir dos casos de curación rápida de parálisis del nervio auditivo; á Mondiére el de una extinción pronta de afonía, después de haber expulsado del intestino oxiuros vermiculares; tengamos presente la observación de Molí: una parálisis de los miembros superiores debida á la presencia de una solitaria, y que cesó con la causa que la man- tenía, y nos persuadiremos que todos estos hechos tienen la misma interpretación, la misma significación, y que todos ellos nos dan la evidencia de que la excitación de un nervio sensitivo de la vida ani- mal ó de la vida orgánica, especialmente de su terminación en una membrana mucosa ó en la piel, puede traducirse por un movimiento reflejo bajo forma de parálisis. En gracia de la brevedad omito referir multitud de observaciones que ge registran en varios autores, y que no dejan duda sobre la posibi- lidad de la existencia de una paraplegía mas ó ménos completa sin 1 Brown-Séquard. Lecciones sobre los nervios yaso-motores y la epilepsia, traducida» del inglés por Beni-Barde, 1ST2, páginas 49 y 50. alteración de la médula espinal ó de sus nervios, debidas manifiesta- mente á una enfermedad de la uretra, de la vejiga y del útero. 38 Reuniendo á estos hechos otros de distinto género en que el exá- men necroscópico practicado en varias personas que han sucumbido después de haber presentado los síntomas de una parálisis refleja, no han ofrecido, sin embargo, afección orgánica evidente de la médula, llegamos á esta conclusión: que esta especie de parálisis tiene analo- gía, pero no identidad con las que reconocen por origen una lesión apreciable de aquel centro nervioso. ¿Por qué aducir todos estos casos en favor de la existencia de una parálisis refleja? Porque en ellos vemos una irritación periférica que consideramos como su causa: porque en tanto que no obedezcamos el precepto: Sublata causa toílitur, ejfectus la afección persiste. No con- seguirémos en ella la mas ligera modificación, miéntras que aplique- mos los medios curativos aconsejados en las enfermedades de la mé- dula; ademas, observemos que la impresión y la parálisis marchan en un perfecto paralelo, disminuye una, mejora la otra, la una desapa- rece, la otra no subsiste. No es esto todo: los síutomas que notamos en los hechos referidos no son los que convienen á una afección or- gánica de la médula, y en las autopsias hechas con el auxilio del mi- croscopio, por hombres cuya reputación es con toda notoriedad del mas alto mérito como observadores, no se ha encontrado ninguna alte- ración evidente de aquel centro de actividad; pero todos estos carae- téres son propios y peculiares de las parálisis reflejas; luego todos ellos tienen fuerza para probar de una manera decisiva que existe una for- ma de parálisis que merecen el nombre de reflejas. Léjos, muy léjos de mí toda pretensión; en la humilde esfera en que me encuentro colocado por mi nulidad é insuficiencia: solo he de- seado llamar la atención sobre un punto científico de suma importan- cia: el objeto de esta Tésis, bien lo comprendo, no estaba para su des- arrollo en los límites de mi capacidad; empero, que las dificultades que ofrece el asunto oculten mis defectos, que se me oiga benévola- mente, y esta será mi recompensa. José I. Figueroa y Sustaita.