BREVE ESTUDIO 
ACERCA DE LA 
PERIOSTITIS AGUDA DIFUSA 
V SU MEJOR TRATAMIENTO. 
T E S I S 
PARA EL concurso a la plaza de adjunto a la cátedra 
DE MEDICINA QPEEATOEIA 
DE LA ESCUELA DE MEDICINA DE MÉXICO, PRESENTADA AL JURADO DE CALIFICACION 
POR 
J. RAMON ICAZA 
Prosector ile tuatoinia Topográfica de la misma Escuela. 
Mtíx reo 
IMPRENTA DE IGNACIO ESCALANTE, 
Bajos de San Agustín, num. 1. 
1878 BREVE ESTUDIO 
ACERCA DE LA 
PERIOSTITIS AGUDA DIFUSA 
V SU MEJOR TRATAMIENTO. 
TESIS 
PARA El, CONCURSO A LA PLAZA DE ADJUNTO A LA CÁTEDRA 
DE MEDICINA OPERATORIA 
DE LA ESCUELA DE MEDICINA DE MÉXICO, PRESENTADA AL JURADO DE CALIFICACION 
POR 
J. RAMON ICAZA 
Prosector <le Anatomía Topográfica ile la misma Escuela. 
MÉXICO 
IMPRENTA DE IGNACIO ESCALANTE, 
Bajos df. San Agustín, num. 1. 
1878 V L A. TIERNA AI EJ JVI Oli I A 
DK El EAmiK. 
(Q¡/fm Ám 
A MIS QUERIDOS MAESTROS. £A circunstancia de haber asistido desde el año de 
1873 á las operaciones que se practican en el hos- 
pital de niños, y la de haber llamado muy especialmen- 
te mi atención las resecciones sub-periósticas aplicadas 
al tratamiento de la periostitis difusa, han hecho que me 
decida á escoger el estudio de esta enfermedad, como 
punto de la presente Tésis. 
A esta decisión ha contribuido también en mucha 
parte el deseo de dar publicidad á algunos hechos clí- 
nicos, á mi juicio, de grande importancia, y que no son 
bastante conocidos. 
El método que me propongo seguir es el siguiente: 
Trataré primero, aunque de una manera sucinta, de 
las causas y síntomas de la afección citada; estudiaré 
después el tratamiento que en mi concepto debe em- 
plearse para combatirla, ocupándome en particular de 
las indicaciones de la resección y de sus ventajas; des- cribiré en seguida el manual operatorio para hacer és- 
ta, y, por último, diré algo del modo como deben 
practicarse las curaciones consecutivas. 
En apoyo de mis asertos liaré referencia algunas 
veces, en el curso de mi escrito, á las observaciones 
que pongo al fin, y que no publico tan detalladamente 
como deseara, por no dar á esta parte de mi trabajo 
demasiada extensión. Antes de entrar en materia, creo 
oportuno recordar que la inflamación aguda y difusa 
del periostio, ha recibido diversas denominaciones: 
abscesos sub-periósticos, osteo-myelitis (Chassai- 
gnac) osteo-periostitis periarticular (Gamet), osteí- 
tis epifisiaria (Gosselin), periostitis flegmonosa 
(Scliutzenberger), periostitis aguda difusa (Holmes). 
Con la mayor parte de los autores, he adoptado esta 
última, por ser, á no dudarlo, la más exacta. Las otras 
se refieren, ó á ciertos períodos de la enfermedad ó á le- 
siones consecutivas. CAUSAS 
DE LA 
PERIOSTITIS AGUDA. 
Esta afección se observa , casi siempre, en los niños desde siete á 
catorce años de edad, y ataca á los de constitución débil por he- 
rencia, enfermedades anteriores, malas condiciones higiénicas, 
etc. La causa determinante, ó pasa desapercibida, ó es general- 
mente un golpe ligero, un ejercicio exagerado, un enfriamiento, 
ó alguna otra que parece estar muy poco en relación con los ac- 
cidentes que produce; hecho que indica la necesidad que tiene, 
por decirlo así, de encontrarse con un individuo predispuesto, 
débil, para poder ocasionar la terrible enfermedad de que trato. 
Comunmente invade los huesos largos de los miembros, y en- 
tre éstos la tibia parece ser su sitio predilecto. 
Respecto á su grado de frecuencia, puedo asegurar que no es 
rara entre nosotros. En el hospital de niños casi nunca falta al- 
gún enfermito de esta clase, y en la práctica civil no son, por des- 
gracia, tan escasos. 
SINTOMATOLOGÍA. 
El dolor muy intenso en toda la región correspondiente al hue- 
so enfermo, es uno de los primeros síntomas de la periostitis agu- da; á él sigue una hinchazón más ó menos considerable, la que 
tiene de particular su poca uniformidad, pues presenta al tacto 
como desigualdades, y el poderse sentir en algunos casos el abul- 
tamiento de la diálisis. Hay además alguna rubicundez de la piel 
y aumento de la temperatura local, como es común en las infla- 
maciones. 
Casi al mismo tiempo que el dolor, y á veces ántes, cuando no 
ha habido traumatismo, sobrevienen calofríos intensos, calentu- 
ra alta, y con ella síntomas generales más ó ménos graves. 
Sucede algunas ocasiones que, en el principio, los dolores se 
extienden á varios puntos de los miembros superiores é inferio- 
res y afectan á una ó á diversas articulaciones; parece áun que 
se trata de un reumatismo, y hasta más tarde es cuando se li- 
mita el mal y sigue su evolución acostumbrada. 
Como ejemplo de esto, podemos citar las observaciones segun- 
da y tercera. 
Cuando no se ha detenido la enfermedad en su primer perío- 
do, la región afectada se pone edematosa, y al fin presenta uno 
ó varios puntos fluctuantes, los que abiertos, espontánea ó arti- 
ficialmente, dan salida á un pus más ó ménos bien formado, y 
dejan descubierta una porción de hueso, cuya extensión varía. 
Estos accidentes son acompañados de un aumento en la reac- 
ción febril: hay delirio, sed, náuseas, vómitos biliosos; en una 
palabra, se desarrolla el conjunto de síntomas que constituye el 
estado que llamamos tifoideo. 
Una vez que la supuración ha salido, ó bien este cuadro va 
desapareciendo y dando lugar á otro más favorable, ó, al contra- 
rio, persiste y se agrava. 
En el primer caso, al calmarse los síntomas alarmantes, la 
herida toma buen aspecto, la supuración disminuye poco ápo- 
co, y según que el despegamiento del periostio ha sido más ó 
ménos grande, así es superficial ó profunda la necrosis que le 
sigue. En el segundo, la calentura se hace más y más intensa, el in- 
somnio y el delirio se vuelven continuos, la supuración es abun- 
dante y fétida, mantenida como está por la presencia de un hue- 
so necrosado; vienen, en fin, los sudores, la diarrea colicuativa, 
la postración y la muerte. 
DIAGNÓSTICO. 
Se ve, por la relación que acabo de hacer de los síntomas de 
la periostitis, que, en sil principio, puede ser difícil el diagnóstico. 
Vimos, en efecto, que puede simular un reumatismo ó un tifo. 
La semejanza con la primera de estas afecciones es en algunos 
casos tan grande, que aun se considera por algunos autores, co- 
mo Giraldés, que hay entre ella y la periostitis un cierto grado 
de parentesco. 
Con las afecciones tilicas puede también tener lugar la confu- 
sión, se entiende, cuando el mal ha venido sin causa manifiesta, 
y que los síntomas generales dominan, ocultando, por decirlo 
así, á los locales. 
Sin embargo, tanto en este caso como en el primero, bien se 
comprende que el diagnóstico es posible, investigando cuidado- 
samente el sitio y naturaleza de los padecimientos, y que la di- 
ficultad cesa desde el momento en que las lesiones del lugar en- 
fermo se hacen más acentuadas, dando la explicación del grande 
trastorno que originan. 
La erisipela puede simularla; mas la distinción podrá hacerse, 
buscando la coloración, la dureza especial de la piel, y el infarto 
de los ganglios que son propios á esta enfermedad. 
Con lo que sí podría muy bien confundirse la periostitis difu- 
sa supurada, es con el absceso profundo submuscular, y tanto 
más, cuanto que sucede á veces que estas afecciones se reúnen, 
y (iue el pus, aprisionado debajo del periostio, lo atraviesa y vie- 
ne á colocarse sobre él. El diagnóstico puede establecerse en estos casos, atendiendo 
al abultamiento de la diálisis, que, aunque difícilmente, se logra 
percibir por una mano ejercitada, y sobre todo, á la gravedad su- 
ma de los accidentes febriles y de postración que nunca faltan en 
la periostitis aguda. Por otra parte, el defecto estaría en no re- 
conocer la existencia profunda del pus, pues si éstese descubre, 
al darle salida se sabrá su origen. 
6 
PRONÓSTICO. 
Es en lo general grave; está, sin embargo, subordinado á las cir- 
cunstancias individuales del enfermo, á la intensidad del mal, á su 
marcha, á las complicaciones que se presenten, y en gran parte 
á la inteligencia y oportunidad de la intervención médica y quirúr- 
gica. 
TRATAMIENTO. 
Durante el período inicial, en el que, como se ha dicho, fuera 
del dolor, los síntomas locales son ligeros, lo que debe recomen- 
darse muy particularmente es la quietud y las unciones mercu- 
riales sobre el sitio del mal. Holmes recomienda mucho la apli- 
cación de sanguijuelas y fomentos calientes. 
El niño Vicente González (Observación 4.a) es una prueba de 
la intensidad que adquiérela inflamación, cuando no se obedece 
al principio tan natural de poner en reposo á todo órgano enfermo. 
Además, es importantísimo establecer desde el principio, un 
tratamiento tónico, ayudado de una alimentación tan nutritiva 
y abundante como lo permitan las vías digestivas, y de una bue- 
na higiene. 
La necesidad de este plan puede fundarse en la de mejorar, en 
cuanto fuere posible, la constitución ya débil del enfermo, y en 
la más urgente todavía de darle fuerzas para resistir 1a, serie de padecimientos que forzosamente vendrán,, si, la formación de pus 
y el despegamiento del periostio, llegan á verificarse. 
Cuando esto último lia sucedido, el tratamiento general debe 
continuar el mismo; se entiende que modificándolo y usando 
de los diversos medios que puedan reclamar los síntomas predo- 
minantes. Así, por ejemplo, si los dolores son muy agudos, las 
preparaciones narcóticas estarán indicadas; si el insomnio es te- 
naz, el doral será muy útil; si el delirio ú otros accidentes nervio- 
sos se exageran, podrá recurriese con ventaja á los antiespasmó- 
dicos; y, en suma, se combatirán por los medios apropiados, la 
diarrea y todos los otros accidentes que pudieren venir. 
Mas en cuanto al tratamiento focal, lo que debe hacerse y pron- 
to, es dar amplia y fácil salida al pus por medio de una ó más 
incisiones que lleguen hasta el hueso, dividiendo al periostio. 
Debo advertir, que áun no pensándose en la periostitis, si se 
tienen todos los signos de que hay pus, y no se le encuentra al 
dividir las partes blandas, debe llevarse el dedo al fondo de la 
herida para buscar con calma y cuidado si hay fluctuación bajo 
el periostio, en cuyo caso la indicación es clara, dividirlo. 
Al practicar esta división, sucede á veces, dicen los autores, 
que solo sale una cierta cantidad de linfa, cuya producción pare- 
ce preceder á la del pus. En los varios enfermos que he visto, 
no he encontrado esto; mas tal vez sea porque el processus mor- 
boso ha estado en ellos mas adelantado. 
Ya dividido el periostio y extraida la supuración, puede uno 
encontrarse con diversos estados patológicos, lo que obliga á pro- 
ceder de distinta manera. 
Efectivamente, el hueso puede estar descubierto, ó, mejor di- 
cho, separado de su membrana de envoltura, en una extensión 
más ó menos considerable, y en parte ó en la totalidad de su cir- 
cunferencia. 
Supongamos, primero, que el periostio esté desprendido en una 
corta extensión, por ejemplo, en la mitad, ó poco más de la Ion- gitucl de un hueso largo; pero solo en una de sus caras, lo que 
por desgracia no es muy común en las flegmasías agudas. 
En este caso, puede bastar y basta algunas veces, la incisión 
hecha, para que el periostio vuelva á adherirse, la herida cierre, 
y la reacción general desaparezca. Sin embargo, en la gran ma- 
yoría de las lesiones de este género, queda el hueso desnudo, se 
uecrosa una porción más ó menos grande, y la curación no se ob- 
tiene sino hasta la eliminación délas porciones muertas. Si la 
necrosis es superficial, se hará una exfoliación apenas sensible, 
y el enfermo sanará bien pronto; mas si es profunda, se formará 
un verdadero secuestro, que necesitará para desprenderse un 
tiempo siempre largo, durante el cual, las fuerzas se pierden y 
pueden venir mil accidentes. 
De aquí ha venido la idea de ayudar, por decirlo así, á la na- 
turaleza; cauterizando ó quitando una capa huesosa para apre- 
surar el trabajo de eliminación. 
Esto fué lo que se hizo en el niño, objeto de la Observación 5.a, 
con feliz resultado, y lo que creo deberá hacerse en casos seme- 
jantes. 
Respecto al modo como se han de practicar las curaciones, 
hay que tener presente lo importante que es en estas circunstan- 
cias, evitar que el pus detenido aumente el despegamiento del 
periostio, y prevenir la osteítis y la infección purulenta. 
Para lo primero, se utilizará la posición, los lavatorios, y, si 
fuere preciso, las contra-aberturas y la canalización. 
Como preventivos de la pio'iemia, los desinfectantes, la su- 
ma limpieza y el empaque son los medios que se usan con ventaja. 
Relativamente á la osteítis, lo que debe hacerse es tratar de 
reaplicar el periostio, buscando su adherencia; mas si esto no se 
consigue y el hueso queda descubierto, ¿qué tópicos serán más 
convenientes? 
En el hospital de niños se ha preferido el uso del alcohol, al 
que se añade una corta cantidad de ácido fénico (2 á 50 %). Este 9 
sistema de curación, que tiene la ventaja de disminuir la canti- 
dad de pus, ha sido, en verdad, empleado con éxito; mas no 
puede negarse que es irritante, y que acaso seria conveniente vol- 
ver á ensayar el uso de las materias emolientes y grasas (adi- 
cionadas con ácido fénico), y las que, según los experimentos y 
observaciones de Ténon, evitan ó hacen que sea muy superficial 
la mortificación de un hueso, cuando queda desnudo. 
Pasemos ahora á considerar el segundo caso, muchísimo más 
frecuente en la periostitis aguda (tanto que le ha dado el nombre 
de difusa), en el cual el periostio está enteramente desprendido 
del hueso en toda su circunferencia, y en toda ó la mayor parte 
de su longitud, ó por lo ménos, solo unido en puntos muy limi- 
tados y por adherencias sumamente débiles. 
La conducta que en esta situación debe seguirse, no está aún 
establecida de una manera dogmática. 
Algunos cirujanos, como el Sr. Licéaga entre nosotros, y ITol- 
mes y Giraldés, entre los autores europeos, recomiendan la re- 
sección sub-perióstica inmediata. 
Otros, como Yerneuil y Ollier, no se resuelven á extraerlo des- 
de luego y esperan su desprendimiento espontáneo. 
Los éxitos verdaderamente notables que se han obtenido en 
el hospital de niños, con la práctica primera, así como los que re- 
fiere Holmes en su Tratado de Terapéutica de las enfermedades 
quirúrgicas de la infancia, me darían ya suficiente autorización 
para recomendarla. Quiero, sin embargo, exponer con alguna 
detención los fundamentos, las consideraciones teóricas que la 
apoyan, para que pueda juzgarse mejor en la materia. 
Comenzaré por establecer, que una de las grandes ventajas de 
la resección sub-perióstica, en las condiciones expuestas, consis- 
te, en que se hace desde luego lo que la naturaleza tiende á ha- 
cer y no le es posible realizar, sino después de grandes trabajos 
y de mucho tiempo. 
En efecto, bien sabido es lo que sucede, si aislado un hueso por la supuración, y muerto en seguida, se abandonan los acon- 
tecimientos á su marcha natural; se forma á expensas del perios- 
tio y aun de los tejidos vecinos, un hueso nuevo que cubre é 
invagina en su interior al necrosado; se forman cloacas para la 
salida del pus, y al fin, si los secuestros son voluminosos y no 
pueden salir por estas aberturas, es preciso recurrir á la interven- 
ción quirúrgica para extraerlos. 
Durante el trascurso de este processus, necesariamente dilata- 
do, el enfermo agota sus escasas fuerzas, y está expuesto á la 
multitud de complicaciones y accidentes que suelen acompañar 
á las heridas. 
Pues bien, todos estos peligros, toda esta serie de padecimien- 
tos, pueden evitarse, si quitando el hueso, se quita la causa que 
los engendra. 
Por otra parte, conservando el periostio, se tiene no solo la 
probabilidad, sino casi la seguridad, se entiende en los niños y 
adolescentes, de regenerar con relativa prontitud, en tres ó cuat ro 
meses (Obs. \ .a y 2.a), un hueso que no tendrá la regularidad y 
dimensiones exactas del que se resecó; pero servirá admirable- 
mente para desempeñar las mismas funciones. 
Y he dicho casi seguridad, porque ya hoy no puede dudarse 
de la propiedad osteogénica del periostio: no solamente los expe- 
rimentos curiosos practicados en los animales inferiores, sino 
también multitud de hechos clínicos, nos la están demostrando 
diariamente. 
Los contrarios de la resección inmediata no pueden dejar de 
admirar los felices resultados que da en cuanto á la pronta repa- 
ración del elemento huesoso; mas en primer lugar, dudan mu- 
cho de la necrosis de un hueso que áun cuando rodeado de pus 
no tiene los caractéresde un secuestro, yen segundo, temen que 
no teniendo el hueso nuevo, molde por decirlo así, para formar- 
se, sea muy defectuoso y además corto, quedando el miem- 
bro enfermo disminuido en longitud y tal vez inútil. Respecto de este último punto, bastará decir, que vigilando 
convenientemente el trabajo de reparación, se consigue las más 
veces evitar el acortamiento consecutivo, ó al menos que sea poco 
notable; y que aunque es muy cierto que el hueso obtenido des- 
pués de una resección, es algo irregular y más grueso que el nor- 
mal, no por esto hay gran deformidad cubierto como queda por 
las partes blandas, y en cuanto á su solidez, si nú es igual es ma- 
yor á la de otro hueso semejante y enteramente sano. 
Por lo demás, hay que convenir en que ni son más regulares 
ni más útiles los que se forman en las condiciones comunes. 
Relativamente á la primera duda, arma la más poderosa de 
los partidarios de la expectación, tengo necesidad para desvane- 
cerla de entrar en algunos pormenores. 
Desde luego advertiré, que los mismos cirujanos que rechazan 
la resección inmediata con motivo de la periostitis supurada, la 
recomiendan cuando esta afección se acompaña de osteo-myelitis. 
Y es que, en efecto, nadie duda que la inflamación aguda del te- 
jido huesoso y de la médula, origina la necrosis llamada primiti va. 
La razón de esto se encuentra en la estructura particular de 
los huesos. 
Todos saben que los vasos sanguíneos, en ellos, están encerra- 
dos en canales estrechos é inextensibles (canales de Havers), y 
que por lo mismo cuando hay aglomeración de glóbulos, como 
sucede en la inflamación, no pueden dilatarse sus paredes, y se 
producen obstrucciones, sin que sea posible la pronta formación 
de nuevos vasos que restablezcan la circulación interrumpida, 
por la dureza propia de la sustancia huesosa y la lentitud de las 
modificaciones que puede sufrir. 
Si reflexionamos ahora en la facilidad con que se propagan 
las flegmasías de uno á otro de los elementos de un hueso, co- 
mo lo ha demostrado Ollier y como lo vemos frecuentemente 
en la práctica, resulta que en los casos de periostitis que vamos 
estudiando, si la osteítis y la niveláis no se presentan desde 12 
los primeros dias, casi es seguro que se desarrollarán más 
tarde. 
Mas supongamos que la flegmasía esté limitada al periostio y 
veamos si podrá ocasionar por sí sola la necrosis. 
Para aclarar esta cuestión me parece conveniente recordar el 
modo como se verifica la nutrición en los huesos, supuesto que 
es un hecho que cuando la circulación cesa, la muerte se produ- 
ce, y que la circulación falta cuando hay destrucción ú oblitera- 
ción de los vasos. 
Pues bien: sabido es que las arterias que llevan la sangre al 
tejido huesoso son de tres órdenes; la llamada por los anatómicos 
nutritiva ó mejor del canal medular, que de un calibre algo grue- 
so penetra por un conducto especial hasta el interior de los hue- 
sos largos, donde se divide; las arterias que se introducen en el 
espesor de los huesos cortos ó en las extremidades de los largos, 
(epífisis) y que se han llamado celulares ó del tejido esponjioso; 
y en fin, las muy pequeñas que atravesando el periostio van á nu- 
trir el tejido compacto. Todos estos vasos se anastomosan entre 
sí y pueden suplirse hasta un cierto límite los unos por los otros. 
Haciendo aplicación de estos conocimientos, tendremos que 
cuando el despegamiento del periostio, consecutivo á la forma- 
ción de pus, solo ocupe una corta extensión, el hueso quedará 
integro, ó la necrosis, si la hay, solo será superficial, nutridas co- 
mo estarán las porciones profundas por las arterias profundas y 
laterales. 
Si el despegamiento fuere más extenso, el secuestro será más 
ó ménos grande; pero, por las mismas razones, la mayor parte 
del hueso podrá saivar. 
Mas si, volviendo al punto que analizamos, la diálisis se en- 
cuentra bañada por la supuración y las arterias nutritivas del pe- 
riostio han sido destruidas, es evidente que el hueso no podría 
vivir más que por los vasos de sus extremidades; y si pensamos 
en que las arterias de éstas serian insuficientes para nutrirlo, y 13 
además en que lo más comun es que las epífisis se separen al ni- 
vel del cartílago epifisiario, por el reblandecimiento y destruc- 
ción de éste, resulta que su muerte es segura. 
En consecuencia, no hay que esperar en la vitalidad de un hue- 
so cuyo periostio está desprendido, y que rodeado de pus tiene 
precisión de estar en contacto del aire ó de tópicos siempre más 
ó ménos irritantes. 
Ahora bien, quitado el escrúpulo de sacrificar un hueso que 
pudiera creerse vivo, ¿por qué no extraerlo desde luego, econo- 
mizando á la naturaleza todo el trabajo que necesitaría para ex- 
pulsarlo? y sobre todo, ¿por qué no evitar al enfermo, peligros, 
sufrimientos y pérdida de tiempo? 
Creo, pues, en virtud de las consideraciones anteriores, que 
en las circunstancias ya dichas, debe procederse á practicar la re- 
sección sub-perióstica, y esto lo más pronto posible, supuesto 
que de la oportunidad de la intervención depende las más veces 
el éxito. Si no se opera á tiempo, ái i tes de que los desórdenes 
locales y generales hayan progresado, ántes de que el organismo 
se rinda, se compromete, y mucho, la salvación délos enfermos. 
Las observaciones 4.ay 6.a nos lo prueban: en la 4.a vemos 
que cuando se operó, ya la enfermedad se había generalizado, y 
la 6.a nos enseña, que en igual caso, no tuvo el enfermito fuer- 
zas para resistir el traumatismo necesario á la operación, único 
medio que le ofrecía algunas esperanzas de vida. 
Es tan importante atender á la indicación de quitar el hueso 
desnudo para conjurar los accidentes generales, que el mismo 
Ollier, que aconseja un método expectante, no procediendo á ex- 
traerlo hasta que se haya formado una capa huesosa nueva so- 
bre él, no puede ménos que recomendar se proceda inmediata- 
mente á resecarlo, siempre que la supuración sea muy conside- 
rable, que el estupor y la postración vayan en aumento, ó que 
amenacen síntomas de infección purulenta. 
No habría, en efecto, otro medio para combatir un estado tan 14 
grave sino la amputación ó la resección, y la estadística enseña, 
que la primera operación es mucho más grave que la segunda, 
sin contar con el inconveniente de que hace perder un miembro 
que ésta trata de conservar. 
Hay que convenir, sin embargo, en que se presentan ocasio- 
nes en las cuales la amputación es el único recurso-, y aun cuando 
aquí, como en otra multitud de lesiones, al buen juicio del ciru- 
jano toca decidir sobre la conducta que cada caso particular exi- 
ja, sí podré decir, apoyándome en la autoridad de Holmes y Gi- 
raldés: que cuando la epífisis haya sido interesada y que el pus 
pase directamente á la articulación, estará suficientemente indi- 
cada, y muy especialmente si la resección no ha conseguido me- 
jorar el estado general del enfermo. 
Resumiendo todo lo dicho: 
Si los accidentes generales son poco intensos y el despega- 
miento del periostio limitado; las incisiones amplias; la caute- 
rización y dan la escarbadura del hueso desnudo; la canaliza- 
ción del foco, junto con un tratamiento general bien dirigido, 
bastarán las más veces para conseguir la curación. 
Mas si el despegamiento es muy considerable, o los síntomas 
graves no se hubieren podido dominar por estos medios, debe- 
rá procederse inmediatamente á hacer la resección sub-penós- 
tica, reservando la amputación para los casos en que la fleg- 
masía se haya extendido á la epífisis, que el pus penetre á las 
articulaciones vecinas, ó en fin, para cuando la resección no 
hubiere mejorado las condiciones del enfermo. 
Manual operatorio de las resecciones sub-peridsticas, 
en la periostitis difusa. 
No pretendo dar aquí reglas especiales pa ra la resección de ca- 
da uno de los huesos de la economía. 15 
Esto seria demasiado largo y ajeno á la cuestión general qne 
me he propuesto tratar. 
Estableceré, pues, solamente los principios aplicables á todo 
caso. 
En primer lugar, como es de precepto en toda resección, de- 
ben hacerse las incisiones necesarias para poder extraer con fa- 
cilidad el hueso enfermo; será, sin embargo, conveniente que la 
incisión sea única, y que si fuere preciso, se hagan en sus extre- 
mos otras dos pequeñas y perpendiculares. 
Lo que sí debe procurarse siempre, es que no interesen vasos 
ó nervios de importancia, ni aun dividan músculos; todo lo que 
obliga naturalmente á variar su dirección, según la región de 
que se trate. 
Si se interesare alguna arteria, deberá ligársele inmediatamen- 
te, ó, lo que es mejor, cerrarla provisionalmente con prensa-ar- 
terias ó pinzas de Péan, para terminar más pronto, y evitar, en 
cuanto sea posible, la pérdida de sangre; circunstancia á la que 
se debe atender mucho en la periostitis. 
Llegando al hueso, es necesario tocar con el dedo para saber 
si el periostio está desprendido en toda la circunferencia y en qué 
extensión, rompiendo las débiles y aisladas adherencias que pu- 
diera haber. 
Esta parte de la operación es de las más sencillas: podría de- 
cirse que el pus se habia encargado de ejecutarla, y deja muy po- 
co quehacer al cirujano. 
Si se encuentra entonces que toda la diáfisis está desnuda, lo 
que se debe hacer es dividir el hueso en su parte média con una 
sierra de cadena, teniendo cuidado de proteger eficazmente las 
partes blandas, lo que se consigue pasando bajo el hueso la 
sonda-legra de Ollier, hecha expresamente para este objeto, ó 
una simple sonda acanalada sobre la cual ejecuta la sierra sus 
movimientos. 
Una vez dividido, se tomará sucesivamente con unas pinzas 16 
fuertes, ó con la mano, cada una de las dos mitades, é impri- 
miéndoles ligeros movimientos de báscula y torcion, se conse- 
guirá desprenderlas fácilmente de las epífisis, que en los casos 
comunes quedan protegiendo las articulaciones inmediatas. 
En el caso en que la porción que va á quitarse esté circuns- 
crita, la sección por la sierra de cadena se hará en los puntos 
que limiten el mal, es decir, donde el periostio se conserve adhe- 
rido. 
Después de extraído el hueso, ya no queda más que ocupar- 
se en detener la hemorragia que hubiere, por los medios cono- 
cidos, limpiar bien el periostio que queda á la vista por su cara 
interna, y aplicar la curación. 
En cuanto al modo de hacer ésta, así como las que deben se- 
guirse practicando después, me parece oportuno entrar en algu- 
nos detalles. 
Desde luego se comprende la necesidad de usar tópicos que 
disminuyan la cantidad de pus, y la más imperiosa todavía, de 
evitar su descomposición. 
Lo primero se consigue con el empleo del alcohol, y lo segun- 
do, con los desinfectantes, como el ácido fénico, cuyas propie- 
dades anti-fermentecibles están hoy bien conocidas y demos- 
tradas. 
Por consiguiente, combinando estos dos líquidos, se tendrán 
las ventajas que se buscan. 
Para favorecer el contacto de esta combinación, con todos los 
puntos de la herida, lo que se hace es empapar con ella bolitas 
de algodón, más ó ménos chicas, y acomodarlas, con gran cui- 
dado, de manera que la cubran perfectamente. 
Hecho ésto, se aplica encima una capa bastante gruesa de al- 
godón seco, según el método de Guerin. Un vendaje contentivo 
y la colocación del miembro enfermo en un aparato que sirva pa- 
ra mantenerlo inmóvil, completarán la curación del primer dia. 
Para renovarla, es en lo general conveniente cloroformar al enfermo, tanto para evitarle dolores agudos, cuanto para tener 
más libertad de acción y lavar la herida con toda franqueza. Es- 
to se hará á los dos ó tres dias después de la operación, y se re- 
petirá en los siguientes siempre que sea necesario; lo que se co- 
noce porque se mancha el aparato, y por el mal olor que dá, sin 
esperar á la aparición de síntomas generales como el calofrío, la 
calentura y los sudores que la reclaman con más urgencia. 
La limpieza extremada y el prolijo cuidado en este tratamien- 
to consecutivo lo considero tan necesario, que veo como un de- 
ber de los operadores el hacer ellos mismos las curaciones, en 
los casos difíciles, ó por lo menos asistir á ellas para vigilarlas. 
Volviendo al asunto, luego que el trabajo de osificación es- 
tá algo adelantado, que el periostio se pone grueso y duro, con- 
viene aproximar los labios de la herida con el objeto de estre- 
charla, y que se cubra más pronto el hueso nuevo que se va for- 
mando. 
Otro cuidado necesario en este período es mantener el miem- 
bro en la extensión continua, con la idea, se comprende, de pre- 
venir ó al menos disminuir el acortamiento, y ésto es en tos ni- 
ños de mayor importancia mientras más pequeños sean, porque, 
como enseña la fisiología, los huesos largos crecen por su cartí- 
lago epiíisiario, y éste se destruye en los casos de periostitis en 
que queda en contacto con la supuración. 
Durante todo el tiempo necesario para conseguir la cicatriza- 
ción, y que es por lo regular de cinco 6 seis meses, sucede ge- 
neralmente que la herida ó se inflama, ó se pone fungosa, ó to- 
ma, en fin, diversos aspectos. 
Los tópicos y curaciones que éstos exijan, variarán natural- 
mente con ellos; así por ejemplo: será preciso recurrir en algu- 
nos casos á la cauterización, más ó ménos enérgica, por los cáus- 
ticos químicos ó físicos, en otros habrá necesidad de usar emo- 
lientes, etc., etc. 
Además, muchas veces será ventajoso recurrir á los ingertos 18 
epidérmicos, ya sea para apresurar la curación ó para dar soli- 
dez á la cicatriz. 
En una palabra, se tratarán las heridas consecutivas á las re- 
secciones sub-periósticas según el estado que presenten: de lo 
que sí debe cuidarse siempre, es de adicionar al liquido que se 
emplée para lavarlas, así como á la sustancia que se deje en con- 
tacto con ellas, algún desinfectante, por el temor del desarrollo 
de la piohemia. OBSERVACIONES. 
OBSERVACION PRIMERA 
(Publicada por el Sr. Licéaga el año de 1875, y recogida por el Sr. Buiza.) 
Periostitis difusa supurada; resección sub-perióstica de los dos 
tercios inferiores de la tibia izquierda; curación; regeneración 
clel hueso. Periostitis circunscrita en el húmero derecho. 
José Cruz Arroyo, natural de Tepetlastoc, de 14 años de edad, 
temperamento linfático y constitución algo deteriorada, entró al 
Hospital de Infancia el 25 de Enero de 1875. No habia padeci- 
do, según decia, otra enfermedad que una varioloides. Al ser in- 
terrogado acerca de su enfermedad, contestó lo siguiente: El dia 
1° de Diciembre del año próximo pasado, recibió un golpe en la 
rodilla izquierda que no tuvo consecuencias; el 24 del mismo mes 
estaba sacando agua de un pozo, cuando se dió un resbalón que 
le produjo algunos dolores al nivel de la articulación tibio-tarsia- 
na. Estos dolores, que se mitigaron una hora después, se hicie- 
ron más intensos por la noche, después de haberse acostado so- 
bre unas losas frias, siendo entonces acompañados de calofrío y 
calentura. Los mismos dolores continuaron por espacio de tres 
dias, al cabo de los cuales no pudo andar, y notó que habia una 
hinchazón desde las tabas hasta la rodilla en la pierna izquierda. 
Esta hinchazón fué tomada por erisipela, y tratada por la apli- 
cación de capas de colodion, colocando previamente en su límite 
superior, y cerca de la rodilla, un estambre que ejerció una cons- 
tricción tan fuerte, que un mes después de su aplicación, es de- 
cir, el dia de la entrada del enfermo al Hospital, se veía aún un 
surco en el lugar donde habia sido colocado. El colodion que ha- 
bia cubierto la región enferma, hizo disminuir la supuesta erisipe- 20 
la, que terminó por supuración, dejándose percibir ocho dias des- 
pués, dos puntos francamente fluctuantes que fueron puncionados 
por el médico, y que dieron salida como á un pozuelo de pus. En- 
fermo ya Cruz, y en los primeros dias, tuvo unos nuevos dolores 
en el brazo derecho, que se irradiaban al hombro del mismo lado. 
Este fue el conmemorativo que se recogió del enfermo, y que 
precedió al examen del miembro, el cual se encontraba en el es- 
tado siguiente: la pierna, en la semiflexion sobre el muslo, suma- 
mente sensible al tacto, con un surco inmediatamente abajo de 
la rodilla (cuya causa es conocida), abultada ligeramente, y de 
una temperatura superior al resto del cuerpo. Cerca de la arti- 
culación tibio-tarsiana, y hacia su parte interna, había dos peque- 
ñas soluciones de continuidad, cubiertas de fungosidades, por las 
cuales salía un líquido sero-purulento al hacer la expresión del 
miembro. Se intentó, como era natural, conocer el estado de la 
tibia, introduciendo un estilete por aquellas aberturas; pero la 
sensibilidad exquisita del miembro no lo permitía, por cuyo mo- 
tivo se juzgó conveniente examinar al enfermo durante la anes- 
tesia.—Por otra parte, el estado general era alarmante; había 
dolores articulares, calofríos, calentura y sudores. 
El dia 27 se procedió á cloroformar al enfermo, y ya insensible, 
introdujo el Sr. Licéaga un estilete por una de las aberturas ve- 
cinas al maléolo, y encontró, que la tibia estaba desnuda en una 
extensión superior á la longitud del estilete. 
En vista de ésto, hizo el Sr. Licéaga, á lo largo del borde in- 
terno de la tibia, una incisión rectilínea, que partiendo de una de 
las aberturas dichas, fué á terminar diez centímetros abajo de la 
articulación fémoro-tibial; en ella se comprendieron todos los te- 
jidos blandos hasta llegar al hueso. Entonces pudo verse que la 
tibia estaba desnuda de su periostio en toda su circunferencia, y 
que esta desnudez tenia por límites, superiormente, el de la inci- 
sión hecha en la piel, é interiormente, el de una línea trazada, 
cosa de un centímetro de la articulación tibio-tarsiana. Los te- 
jidos estaban sanos, y el periostio presentaba una consistencia 
cartilaginosa en unos puntos, y huesosa en otros muy limitados. 
Considerando que aquel hueso tenia que morir y formar un se- cuestro envainado que al cabo de algún tiempo debía ser ex- 
traído, si la vida del enfermo lo permitía, juzgó conveniente el 
Sr. Licéaga imitar y aun adelantarse, por decirlo así, á la natu- 
raleza, separando el hueso desde luego. Para esto colocó la sierra 
de cadena en el ángulo superior de la herida, haciendo ántes dos 
incisiones perpendiculares á uno y otro lado con objeto de facili- 
tar su introducción, y la hizo funcionar hasta dividir completa- 
mente el hueso, siguiendo una dirección oblicua Inicia arriba y 
adelante. Bastó entonces tomar la diáfisis huesosa con la mano 
ó imprimirle un movimiento de báscula y torcion, para despren- 
derla, quedando interiormente una capa de hueso que, aunque 
delgada, protegía eficazmente la articulación tibio-tarsiana. Des- 
pués de esto, se vió que en la parte superior quedaba un fragmen- 
to desnudo, lo que obligó á prolongar cinco centímetros arriba la 
incisión de las partes blandas y á quitar por medio de la sierra, 
centímetro y medio de la parte anterior de la tibia y dos centí- 
metros de la parte posterior. Durante la operación se perdió al- 
guna sangre y se aplicaron tres ligaduras, terminando con la cu- 
ración de la herida por el método de Guerin. La longitud de la 
porción de tibia resecada era de 20 centímetros en su parte ante- 
rior interna, y de 19 en la posterior. 
La mejoría no se hizo esperar mucho tiempo. Ya el 3 de Fe- 
brero, dice la observación recogida diariamente, no había reac- 
ción; la herida tenia muy buen aspecto; el pus era abundante y 
de buena naturaleza. 
Así continuó en los dias siguientes. El aparato de curación se 
renovaba cada vez que estaba sucio, y la cicatrización fué dismi- 
nuyendo la superficie supurante. 
Sin embargo, como este trabajo se hacia con lentitud, á pesar 
de que se había procurado aproximar los labios de la herida, se 
aplicaron á fines de Abril, primero cuatro y después tres ingertos 
epidérmicos, los que afortunadamente dieron el resultado apete- 
cido. En efecto, el dia 30 de Mayo la cicatriz era completa, que- 
dando solo algunas aberturas fistulosas que cerraron más tarde, 
después de la salida de pequeñas esquirlas. 
El lugar de la tibia se encontraba en esta fecha ocupado per 
21 un hueso de nueva formación, y, aunque más grueso, tenia la mis- 
ma longitud y relaciones que el del lado sano. 
Puede decirse que la curación se obtuvo sin complicación al- 
guna de importancia. Lo único que molestó al enfermo fueron los 
dolores del brazo derecho de que hizo mención al entrar al hos- 
pital; dolores que reaparecieron á principios de Mayo, se acom- 
pañaron de abultamiento, calor y enrojecimiento ligero de la piel, 
limitado á la parte superior é interna de esa región. Siendo in- 
suficientes para combatir estos síntomas el tratamiento general 
y local que se prescribió, fué preciso hacer una incisión hasta el 
hueso que dió salida á una pequeña cantidad de pus caseoso. El 
periostio estaba desprendido en una extensión limitada. Se curó 
la herida con alcohol y pronto cicatrizó, dejando á su consecuen- 
cia una hiperostosis. 
En cuanto á las funciones de la pierna operada, todas se con- 
servaron; la marcha, la carrera, en una palabra, todos los movi- 
mientos se ejecutan como si no hubiera tenido padecimiento 
alguno. 
OBSERVACION SEGUNDA. 
(Publicada en la “Gaceta Médica de México,” tomo XIII, uúm. 19. 
Periostitis difusa supurada; resección subperióstica. Regene- 
ración. —Curación. 
El niño Antonio Chavira, de doce años de edad, temperamen- 
to linfático y tina constitución deteriorada, fue presentado á la 
consulta del hospital de Infancia el (lia 21 de Noviembre del año 
de 1870. La persona que lo acompañaba decía que el niño, dos 
dias antes, había hecho dos veces el camino hasta la Piedad: 
que ya regresaba, cuando no sabe si por cansancio ó por haber- 
se dado un golpe, se sentó á la orilla de una acequia, permane- 
ciendo allí una media hora larga, continuando en seguida su ca- 
mino. Al dia siguiente, el niño se sintió mal, se quejaba de can- 
sancio y de dolor al nivel de las articulaciones y ligero calofrío; 
pero en la tarde hubo calofríos intensos, anorexia, sed, náuseas, 
vómitos biliosos y los dolores se exacerbaron, sobre todo en la pierna derecha, donde por fin se fijaron. Durante la noche hubo 
insomnio, agitación, delirio y aumento de los dolores. En la ma- 
ñana el enfermito se presentó á la consulta con los síntomas des- 
critos, y además una rubicundez uniforme que se extendía desde 
el maléolo interno á la articulación de la rodilla; los tejidos esta- 
ban abultados, edematosos, y el enfermo se quejaba de un dolor 
en el trayecto de la tibia. Se le ordenaron fricciones mercuriales 
y calomel al interior. 
Al próximo dia de consulta se presentó en un estado alarman- 
te, porque á los síntomas expuestos se habia unido un estado ti- 
foideo bien acentuado, con postración extrema, nariz pulveru- 
lenta, fuliginosidades en los dientes, calentura alta, pulso de- 
presible, agitación y delirio durante la noche anterior; dolores 
agudísimos en la pierna, cuya piel se habia cubierto de flictenas, 
vesículas de hidrargiria y bulas bastante grandes. La palpación 
daba la seguridad de que habia pus, y se pensó en hacer incisio- 
nes amplias para darle salida. Como esto era el principio de un 
trabajo patológico importante, se admitió al niño en el hospital 
de Infancia, ese dia, es decir, el 21 de Noviembre. 
Previa anestesia, se hizo una incisión amplia, cuyos vestigios 
conserva, hasta llegar al periostio: no habia pus; pero dividien- 
< lo esta membrana se encontró una gran cantidad de pus flcgino- 
noso acumulado bajo de ella, y produciendo un despegamiento 
en toda la circunferencia del hueso y en toda su longitud, con ex- 
cepción de la inserción del ligamento interhuesoso. 
Curación con alcohol. Cuatro dias después se hizo la resección 
sub-perióstica, es decir, el 25 de Noviembre. Consistió ésta en 
prolongar la incisión antes hecha, agregando dos perpendicula- 
res á la primera, en los límites del mal; después, en la parte ine- 
dia del hueso, y sucesivamente arriba y abajo, en ios límites de 
la desnudez, se aplicó la sierra de cadena para poder separar la 
tibia en una extensión de 16 centímetros de longitud. Curación de 
Guerin, después de aplicar una sola ligadura: colocación en un 
aparato de extensión. 
Continuó bien el enfermo y en curación hasta el dia 6 de Di- 
ciembre en que apareció una artritis tibio-tarsiana; la piel se pu- so roja, caliente, (Morosa, y á los dos dias apareció un punto 
fluctuante, siendo entonces necesario hacer incisiones amplias 
para evacuar el pus. 
El dia 25 apareció otro foco al nivel del maléolo externo, que 
se abrió por medio del bisturí, haciendo en seguida curación sim- 
ple. En este mismo dia se aprovechó la anestesia para tocar la 
herida de la pierna con nitrato ácido de mercurio, pues estaba 
cubierta de una falsa membrana, que recordaba la de la podre- 
dumbre de hospital. 
El dia 5 de Enero se encontraron otros focos en el dorso del 
pié, que obligaron á hacer incisiones al nivel de la articulación 
escafo-cúneo-cuboidea. 
La herida de la pierna comenzaba á disminuir de extensión el 
dia 13 del mismo mes: las que resultaron de las incisiones poste- 
riores estaban en plena supuración. 
Continuó en supuración, pero disminuyendo su superficie, has- 
ta el dia 24 en que se sentia ya el tejido duro formado por el hue- 
so nuevo. 
Ocho dias después, es decir, el Io de Febrero, se hizo la apli- 
cación de tres ingertos epidérmicos, situados: uno cerca del án- 
gulo superior, otro en la parte media, y el tercero en el ángulo 
inferior de la herida. 
Continuó ésta reduciéndose, y algún ingerto no dió resultado 
favorable; pero los otros continuaron proliferando, contribuyen- 
do á disminuir la extensión. 
Ya comenzaba en el mes de Marzo la cicatrización de las he- 
ridas hechas al nivel de los maléolos, y concluía la de la prime- 
ra, cuando apareció una pequeña ulceración, demasiado rebelde 
para cicatrizar. La introducción del estilete para conocer la cau- 
sa de la suspensión del trabajo, llegó hasta un punto necrosado, 
consecuencia de la osteítis epifisiaria; secuestro que se sentia 
móvil y que dos semanas después pudo extraerse con las pinzas: 
otro pequeño fragmento necrosado y otro más, han podido salir al 
través de la pequeña ulceración situada en el ángulo inferior de 
la incisión hecha en la pierna. 
La cicatriz de las incisiones hechas, y que han sido ya consig- 
24 25 
nadas, fué haciéndose en los dos últimos meses, estando hoy del 
todo concluida. 
Solo falta consignar, que el enfermo abandonó la cama, per- 
mitiéndosele andar con muletas, y provisto de un aparato de 
madera adecuado, pocos dias después de la aplicación de los in- 
gertos, es decir, á principios del mes de Marzo. 
El Sr. Licéaga, al presentar á este enfermo, con su pieza pa- 
tológica, á la Academia de Medicina, añadió lo que sigue: 
La regeneración es completa; el hueso es más voluminoso; la 
cicatriz sólida; los movimientos se pueden ejecutar, y queda so- 
lamente ligera rigidez en la articulación tibio-tarsiana; la mar- 
cha se verifica con facilidad y podemos reputar al enfermo com- 
pletamente curado, pues han trascurrido dos años después de la 
primera presentación de este enfermo. 
La pieza patológica la tienen vdes. á la vista: la tibia está limpia 
como si se hubiese macerado; apénas existen algunos osteófltos 
que indican su procedencia. (Sesión del dia 15 de Mayo de 1878.) 
México, Julio de 1876.—José G-. Büiza. 
OBSERVACION TE R CE R A. 
Periostitis difusa supurada; necrosis consecutiva; extracción 
de secuestro; regeneración huesosa; curación. 
El joven Ensebio P., de 19 años de edad, temperamento linfá- 
tico y constitución débil, comenzó á quejarse de un dolor en la 
rodilla derecha el 28 de Julio de 1877; dolor que vino sin causa 
aparente y que fue tomado por un reumatismo articular. 
Como no cedia al tratamiento que conforme á esta idea se le 
pusiera, fueron consultados varios médicos y entre ellos el Sr. 
Montes de Oca. 
Este Señor, notando hinchazón y aun fluctuación profunda en 
la parte inferior del muslo derecho, junto con el desarrollo de ac- 
cidentes generales graves, creyó que se trataba de una periosti- 
tis aguda; que ya se había formado pus, y en consecuencia opinó 
por que se le diera salida. 
No encontrando eco su parecer, propuso que al ménos se hi- 
ciera una punción exploradora, la que indudablemente si daba al 26 
gun mal resultado, no podía ser otro que el de demostrar su error. 
La timidez de la familia del enfermo, acaso su falta de confian- 
za en la operación, hizo que no se practicara y que encomenda- 
ran la curación á un homeópata. 
Era natural, como sucedió, que la enfermedad avanzara, y que 
viniendo al fin la reflexión, llamaran nuevamente al Sr. Montes 
de Oca á principios del mes de Setiembre. 
Entonces se encontró con que la fluctuación, profunda y oscura 
antes, se habia hecho manifiesta; que los dolores liabian aumen- 
tado considerablemente; en una palabra, que el estado local era 
mucho peor y el general muy alarmante. 
En estas circunstancias, practicó una grande incisión en la 
parte externa é inferior del muslo, y dió salida á cosa de tres 
cuartillos de pus, pudiéndose comprobar que éste rodeaba com- 
pletamente al hueso, en su cuarto inferior, y estaba en contacto 
inmediato con él. 
Animado con la esperanza de que la naturaleza ayudara efi- 
cazmente reaplicando el periostio en unos puntos, y haciéndose 
una esfoliacion superficial en otros, se ocupó muy especialmente 
en sostener las fuerzas del enfermo y en dar fácil salida á la su- 
puración. 
Tanto el sitio del mal como la calentura y síntomas graves, se 
fueron mejorando visiblemente. Sin embargo, de cuando en cuan- 
do venian ligeros calofríos, alguna reacción febril, sudores, y, 
cosa particular, basca siempre que habia retención de pus. 
Por otra parte, la herida fué cerrando poco á poco, y solo dejó 
una fístula por la que se tocaba el hueso desnudo. 
Se esperó á que el secuestro se movilizara, y realizada esta 
condición, se extrajo el dia 11 do Diciembre último, una porción 
del fémur de 13 centímetros de longitud y que comprende todo su 
espesor. 
Con el objeto de favorecer la regeneración huesosa, y oponer- 
se al acortamiento, se colocó al enfermo en un aparato sencillo, 
que mantiene al miembro en la extensión continua é impide sus 
movimientos. 
Después de esta operación, la mejoría continuó sin accidentes 27 
notables; el único digno de señalarse, es que apareció un peque- 
ño foco purulento en la parte média y anterior del muslo, el cual 
comunicaba con la herida lateral externa. 
Se le abrió ampliamente, y se colocó un tubo de canalización, 
cuyos extremos salían por las dos aberturas. 
El 17 de Setiembre próximo pasado, dia en el que el Sr. Montes 
de Oca tuvo la amabilidad de proporcionarme los datos de esta 
observación y de llevarme á ver al enfermo, lo encontré en un es- 
tado bastante satisfactorio; la cantidad de supuración que salía 
por el tubo era insignificante; el hueso se ha reproducido; está 
más grueso que en el lado sano y el acortamiento es de solo 57 
milímetros 
OBSERVACION CUARTA. 
Periostitis difusa en la tibia derecha; abscesos en la parte in- 
ferior del muslo derecho y sobre el gran trocánter izquierdo; pe- 
riostitis sub-aguda en el cubito izquierdo; resección sub-periós- 
tica; muerte. 
Yicente González, de 9 años de edad, constitución débil y tem- 
peramento linfático, entró al hospital de niños el 25 de Enero 
del presente año de 1878. 
Por los datos que se recogieron, se supo que á principios de 
este mes habia recibido una contusión ligera en la parte supe- 
rior de la pierna derecha que le ocasionó algún dolor y lo obliga- 
ba á cojear. 
Creyendo los padres de este desgraciado que el dolor de que se 
quejaba y la claudicación eran fingidos, lo hacían andar y aun le 
daban crueles golpes: el resultado fue que pocos dias después 
comenzó á tener calofrío, calentura alta, delirio y demás acciden- 
tes que la acompañan, y que aparecieron una hinchazón nota- 
ble y alguna rubicundez en la cara interna de la tibia derecha. 
El médico á quien consultaron entonces, creyó oportuno hacer 
una incisión en la parte superior de la pierna, y dió salida á una 
gran cantidad de pus de buena naturaleza. 
Pocos dias después hizo otra incisión en la unión del tercio 
medio con el inferior, con igual resultado. Como el mal seguia adelante, y la familia del enfermo no podia 
asistirlo convenientemente en sn casa, lo llevaron al hospital, el 
dia ya mencionado. 
Al examinarlo, en el siguiente, nos encontramos con que la 
incisión superior dejaba ver la superficie de la tibia descubierta, 
y que introduciendo un estilete por la inferior se tocaba lo mismo 
que arriba se veía, es decir, el hueso desnudo. 
Al nivel del gran trocánter izquierdo, se notó un absceso, y en 
la parte inferior del cubito del mismo lado hinchazón y empas- 
tamiento ligero. 
El estado general era muy malo: en la observación detallada 
que recogió el inteligente y estudioso alumno I). Pedro Xoriega, 
se ve que el pulso latía 130 veces por minuto y que el termómetro 
marcaba 39°,9 de temperatura. 
En la noche de este dia 26 deliró bastante, y en el 21 se proce- 
dió á cloroformarlo para poder hacer un reconocimiento satisfac- 
torio y emprender el tratamiento que las circunstancias indicaran. 
Por parte de la pierna, se vió que el periostio estaba entera- 
mente separado de la tibia hasta donde podia alcanzar la sonda 
introducida por la abertura superior. 
En consecuencia, practicó el Sr. Licéaga una incisión sobre la 
(jnra interna del hueso hasta tocarlo, la que unió las dos abertu- 
ras existentes, y tenia una extensión de 16 centímetros y medio. 
'focando con el dedo, se sintió la tibia desnuda en casi toda 
su longitud, pues solo interiormente se unia el periostio al hueso, 
como es lo normal. 
En vista de esta situación, se seccionó en el punto que limita- 
ba la desnudez con una sierra de cadena, y tomando el fragmen- 
to superior con la mano, bastó torcerlo suavemente y estirar lia- 
ra que se desprendiera, dejando una especie de concha huesosa 
que separaba la herida de la articulación férnoro-tibial. 
La porción resecada de la tibia tiene 11 centímetros, y se con- 
serva en el hospital. 
Extraído el hueso, se percibió y abrió un absceso situado en la 
parte interna de la rodilla. 
Abierto también el que estaba sobre el gran trocánter izquier- 29 
do, se encontró una gran cavidad, la que extendiéndose hacia 
atrás, obligó á hacer una contra-abertura para facilitar la salida 
del pus: no se sintió al fémur desnudo. 
Después de la operación, tuvo el enfermo calofrío que duró me- 
dia hora: en la tarde, pulso: 128, temperatura: 39,8, mucha sed, 
constipación y alguna dificultad para orinar. 
El día 28 lo pasó bastante tranquilo. 
El 29 al hacer la primera curación, se vió que las heridas ha- 
bían supurado.bastante, y que el pus tenia buen aspecto. 
El 30 hubo necesidad de puncionar un absceso que se formó en 
la parte inferior é interna del antebrazo, y el 31 se hizo una in- 
cisión hasta el hueso, que se encontró desnudo. 
El estado general fué haciéndose más y más grave en los dias 
siguientes, la postración llegó á su colmo, no obstante el trata- 
miento reparador que se estableció desde el principio. Las heri- 
das se pusieron atónicas y daban un pus fétido y mal ligado. 
Al fin, todos los esfuerzos fueron vanos, y sucumbió en la ma- 
drugada del dia 11 de Febrero. 
Autopsia.—La herida de la pierna cubierta con una capa blan- 
quizca que se desprendía fácilmente; el periostio estaba grueso 
formando una capa uniforme como de dos milímetros de espesor 
áun en algunos puntos donde faltaba el dia de la operación. 
El fragmento de la tibia qne se dejó estaba necrosado en una 
extensión, como de un centímetro. 
La articulación tibio-tarsiana y la de la rodilla sanas, y sepa- 
rada la última de la herida por una capa huesosa de inénos de un 
centímetro de espesor. 
En la parte inferior del muslo derecho, había un absceso situa- 
do detrás del recto anterior, y sobre el periostio del fémur que es- 
taba intacto. 
El foco purulento situado al nivel del gran trocánter izquier- 
do, se extendía hasta la escotadura ciática, sin penetrar á la ca- 
vidad pelviana; la cara externa del trocánter, desnuda; la arti- 
culación coxo-femoral, sana. 
La extremidad inferior del cubito izquierdo, descubierta; la 
articulación del puño, normal. 30 
El corazón en buen estado; los pulmones algo congestiona- 
dos. 
En la cavidad abdominal nada se encontró digno de men- 
cionar. 
OBSERVACION QUINTA. 
Periostitis aguda; incisión; escardadura; curación. 
Isaac lluiz, de 11 años de edad, temperamento linfático y cons- 
titución deteriorada, entró al hospital de Niños el 19 de Febrero 
de 1875. Según consta en las ordenatas de este hospital, un mes 
ántes habia recibido un golpe en la pierna derecha, que le pro- 
dujo dolores, abultamiento y rubicundez. Pasados algunos dias, 
apareció un punto fluctuante un poco arriba del maléolo interno, 
(pie se abrió espontáneamente dejando un trayecto fistuloso. 
El dia de su entrada se vio que este trayecto conducía á la ti- 
bia desnuda, y que habia empastamiento profundo en los dos ter- 
cios inferiores de la pierna. 
El estado general era grave, la calentura alta y la postración 
considerable. 
El 20 se hizo una incisión de diez centímetros de largo sobre 
la tibia, hasta tocarla, y se encontró el periostio despegado en 
su cara interna. 
Con el cincel y el martillo se desprendió la capa superficial del 
hueso; se cubrió la herida con algodón empapado en alcohol y 
ácido fénico, y se aplicó el empaque de Guerin. 
En la tarde de este dia, y en los siguientes, la calentura se 
conservó elevada, vino alguna diarrea y se puso sucia la herida, 
lo que obligó á tocarla con nitrato de plata. 
El 26 mejoró mucho, tanto el aspecto de esta herida como los 
síntomas generales. 
Con excepción de una erisipela que invadió ála pierna opera- 
da en los primeros dias de Abril, y que naturalmente retardó la 
cicatrización, todo marchó bien, y salió del hospital completamen- 
te sano el 21 de Noviembre del mismo año de 1875. 31 
OBSERVACION SEXTA. 
Periostitis aguda supurada; resección del tercio medio del fé- 
mur derecho; muerte. 
El niño Filiberto T., de 11 años de edad, constitución débil é 
inteligencia muy precoz, comenzó á sufrir de dolor en el muslo de- 
recho el dia 26 de Junio del año de 18TT; este dolor vino, al pa- 
recer, espontáneamente, y fue bien pronto seguido de todos los 
síntomas de la periostitis aguda. 
Las medicinas empleadas para combatirla fueron enteramen- 
te inútiles; el mal avanzaba cada dia, y era mayor el peligro de 
perder la vida. 
A mediados del mes de Agosto, fue llamado en consulta el Sr. 
Licéaga, el que, sintiendo fluctuación profunda, hizo una punción 
con el trocar del aspirador de Potain, la cual dio salida á una 
gran cantidad de pus, y enseñó que el hueso estaba desnudo. 
A pesar de encontrarse el enfermito casi agotado, por sus gran- 
des sufrimientos, la intensidad de la calentura, los sudores, la 
falta de alimento y de sueño, propuso hacer la resección sub-pc- 
rióstica, como única esperanza, aunque remota, de salvarlo. 
Aceptada su idea, esta operación fue practicada por dicho se- 
ñor, al que acompañaron los Sres. Pascua, Núñez, y yo: su ejecu- 
ción fué tan violenta que no tardó diez minutos; la sangre que se 
perdió fué bien poca; y, en suma, se terminó sin accidente alguno. 
Sin embargo, el agotamiento que sigue á las grandes operacio- 
nes vino á unirse al que ya existia, y la muerte fué el resultado 
final.