FACULTAD DE MEDICINA DE MEXICO. BREVE ESTUDIO SOBRE LOS SUDORÍFICOS Y CON ESPECIALIDAD DE LA PILOCARPIÑA COMO UN PODEROSO AUXILIAR EN EL TRATAMIENTO DE LA SÍFILIS. . TÉSIS INAUGURAL Que para el exámen general de Medicina, Cirujía y Obstetricia, presenta al Jurado Calificador. Leónides <É. Jmtpiíuá Alumno tle la Escuela Nacional de Medicina de México, Ex-Practi- eante del “Hospital Juárez,” Practicante del “Hospital general de San Andrés” y Miembro de la “Sociedad Filoiátrica” MEXICO. IMPRENTA DE BERRUECO HNOS-. TRIMERA CALLE ANCHA NUMERO 12. 1885. FACULTAD DE MEDICINA DE MEXICO. BREVE ESTUDIO SOBRE LOS SUDORÍFICOS Y CON ESPECIALIDAD DE LA PILOCARPINA COMO UN PODEROSO AUXILIAR EN EL TRATAMIENTO DE LA SÍFILIS. TÉSIS INAUGURAL Que para el examen general de Medicina, Cirujía y Obstetricia,] presenta al Jurado Calificador, Leónides Oí. Jomjuiíud Alumno de la Escuela Nacional de Medicina de México, Ex-Practi- cante del “Hospital Juárez,” Practicante del “Hospital general de San Andrés” y Miembro de la “Sociedad Filoiátrica” MEXICO. IMPRENTA 1)E BERRUECO 1IN0S-. PRIMERA CALLE ANCHA NUMERO 12. 1885. ALA memoUa ¿/e mú <$d mtd deímanoá. 9oaíme j/¿a¿etna/y ¿ü/cdo de me eteína yíatdue/,y¿eí e/ ampíate con ytce me ¿tan //eyeií a/yen de me caUeia. AL SEÑOR DOCTOR MANUEL MEDIRA, *Jdyacen c/efo ana óeÁccYuc/^¿afamad A LOS DISTINGUIDOS PROFESORES Dres. Demetrio lejía j Francisco de P, Chacón mamj/eóáictcn dé etjpíadéoemtenfo. AL DOCTOS JIM PUIBTO, y* ¿a¿ tvtmeiecídaá ccn¿ic£¿acccneá con jtie me /¿a d¿4fmyatcdé. AL DOCTOR PORFIRIO PARRA, Su (fc4cy/¿a/o a^.¿ac/ectc/o. Q todas mis maestros, fEgflSIQMl© ©K BV&mOtO ¿«BAOBCfflIXBOTQ. primera vista nada más sencillo que tratar de las enfermedades sifilíticas; pero ¡cuán difícil y espi- noso es el camino que tiene que recorrerse en la prác- tica! La marcha larga é insidiosa de la enfermedad, la rebeldía de los enfermos, el horror inveterado que existe por el mercurio y el ioduro de potasio, y por último, la multitud de medios empíricos empleados por los charlatanes, forman un escollo terrible que tiene que vencer el práctico, empleando para ello los consejos de la moral, y señalando al enfermo uno por uno, todos los terribles accidentes que pueden sobrevenirle, si descuida el tratamiento y si no se so- mete á él por un tiempo verdaderamente largo; es- to no es tan fácil como se podría creer; el enfermo que lleva un chancro infectante, nunca puede sospe- char que ese insignificante síntoma sea el precursor de graves accidentes ulteriores; en tal virtud desoye los sanos consejos del práctico y espera tan solo que ese pequeño accidente, como le llama el vulgo, desa- 8 parezca para abandonar todo tratamiento, dejando, por consecuencia, enteramente libre á la enfermedad para enseñorearse en todo el organismo. El estudio de las enfermedades sifilíticas consti- tuye una suma de conocimientos tal, que puedo decir sin temor de equivocarme, que se necesitan algunos años de práctica y estudio para conocerlas. Por lo mismo imploro la benevolencia de mi res- petable Jurado, para que vea tan solo en este im- perfecto estudio, la dedicación que un practicante ha tenido para hacerse acreedor á recibir el honroso título de Médico. Algunos autores opinan que la síñlis apareció á fines del siglo XV, y desde entonces viene siendo el azote que aflige á la humanidad. Nacida ó mejor conocida desde esta época, lia seguido su marcha, de- generando las razas y corroyendo las sociedades, sin que hasta hoy se cuente en la ciencia con un medio seguro para hacerla desaparecer. De aquí el afan que constantemente se ha tenido en buscar algo con que se pueda contribuir para su curación, ó cuando ménos para disminuir sus terribles estragos. Multitud de defectos hay en la mayor parte de las obras que se han escrito sobre las enfermedades si- 9 filíticas, y me atrevo á decirlo, porque consta á todo el mundo médico; pero estos defectos más bien se en- cuentran en las obras que se escribieron ántes del año de 1600, pues en ellas no están bien circunstan- ciados los síntomas, las causas no se manifiestan bien, y lo que más importa al práctico, el método curativo que en ellas se expone, no es bastante seguro ni efi- caz, pues se confía mucho del guayacan, sasafras y zarzaparrilla, no haciendo justicia al mercurio. Estos defectos no deben en gran parte imputarse á los autores, sino al siglo en que escribieron, mere- ciendo excusa, si se considera que en esa época no se conocían los verdaderos remedios empleados hoy. Por lo mismo debemos decir como Plinnio: "Dar á los antiguos las gracias de la novedad, confirmar lo nuevo, aclarar lo oscuro, demostrar lo dudoso, vol- ver el honor á lo que estaba despreciado, hacer gas- tar lo que ya se había dejado, y representar cada cosa con los colores más naturales y que más le con- vienen. I! Los médicos que vieron aparecer el mal venéreo en Europa, se sorprendieron con la novedad y vio- lencia de este mal, de modo que estuvieron mucho tiempo dudosos, sin saber qué partido tomar, ni atre- verse á emprender la curación de una enfermedad, que juzgaban no poder ellos curar. En 1500, Torrella asegura que los médicos huían de curar esta enfermedad, confesando que de ella nada conocían. 10 Juan Almenara, español que escribió antes del año de 1516, se lamentaba de la crasa ignorancia de los médicos en la curación de esta enfermedad. En Alemania causó gran admiración la aparición de dicho mal, y Hulrich de Hutten refiere por el año de 1519, que los médicos de Alemania estuvie- ron callando dos años después de su aparición, y que léjos de curar á los enfermos, no querían ni aun ver- los, tanto era el horror que les causaba este mal; al grado que dice Lorenzo Phrisio, médico de Metz, que los afectados de esta enfermedad fueron deste- rrados de la sociedad, como cadáveres podridos, y precisados a habitar en las selvas y bosques, abando- nados por los médicos, que no querían tomar par- te en su curación. Los médicos franceses se encontraron tan confu- sos como los demás. Habiendo tomado gran incremento la enfermedad, los médicos se avergonzaron de haber faltado á su obligación en tan graves circunstancias, y empren- dieron su curación; es decir, más por vergüenza, que porque tuviesen esperanza de conseguirla. Entro pues en la cuestión del tratamiento, procu- rando contraerme más especialmente á les sudorífi- cos, objeto de esta tésis. 11 Gaspar Torrella dice: que el mejor modo que ha hallado para curar los dolores y aun las pústulas, es el de hacer sudar al enfermo en un horno caliente, ó en una estufa, por espacio de quince dias, en ayunas. Como se vé, el método sudorífico comenzó á tener su aplicación por el año de 1500. De las Indias Occidentales fué á Europa el gua- yaco y palo santo, que según se decia, curaban per- fectamente el mal venéreo, y fueron recibidos con ex- traordinario aplauso, y como soberanos específicos. El guayaco no fué conocido en Europa sino por los años de 1508 á 1517; el primer enfermo á quien se le administró, por orden del médico Brassavole, fué al célebre Eneas Pió, que vivia en Ferrara por el año de 1551, con el cual vieron sano á este ilustre enfermo. Pero esto me parece que debe referirse al tiempo en que por la primera vez se usó dicha sus- tancia en Ferrara, y no á la época en que empezó á conocerse en Italia. En 1526 el español Francisco Delgado, publicó en Venecia una obra escrita en italiano sobre el mo- do de administrar el palo santo, y en la cual dice, que esta medicina y el guayaco no se conocieron en España, sino en el año de 1508, y en Italia hasta el 1517, y finalmente en lo restante de Europa, en los años siguientes. Hay dos géneros de palos de Indias: uno es sólido, compacto y resinoso, que tiene las fibras entretejidas de diferente modo, de un gusto acre un poco amargo 12 y aromático; los indígenas le llaman hiacam ó liuia- cam y los europeos guayaco: elotro leño se asemeja al anterior en su solidez, en la textura de sus fibras» en su gusto y olor, pero es más amarillo; á éste le lla- man los indios hoaxacan, y los europeos palo santo. El modo como se emplearon estas sustancias, fue en cocimiento. Unos dias antes, el enfermo era purgado y mante nido con un ligero alimento; se le ponia en una pieza en la cual se calentaba el aire, tapando bien todas las rendijas; por la mañana muy temprano se le daba en la cama un vaso del cocimiento bien caliente, y arropándolo, se le liada sudar por dos ó tres horas; pasadas cuatro, le daban un ligero alimento com- puesto de bizcochos, pasas y almendras, y le daban á beber un segundo cocimiento; cuatro horas después volvía á tomar otro cocimiento, tomando el alimento anterior. Si el enfermo estaba delicado, flaco y sin fuerzas para resistir tan rigorosa abstinencia, le da- ban un poco de pan, pasas y caldo de gallina, y al- gunos dias después, un cuarto de pollo cocido sin sal; este método se observaba por quince días, des- pués se le purgaba con maná ó tamarindo; pasados cuatro ó cinco dias se volvía al primer tratamiento, observándolo por un mes ó un poco más. Finalmente, al terminar la curación, le purgaban de nuevo y salía de la pieza calentada, á otra donde permanecía hasta que se creía conveniente que pu- diese resistir las impresiones del aire. 13 A este tratamiento fueron sometidos más de dos mil enfermos, curando casi todos, según dice Cár- los Y. Hutten, médico que padeció nueve años la sífilis, teniendo dolores osteócopos, exostosis, úlceras y cá- ries, dice fué sometido á las unciones mercuriales y no sanó sino con el cocimiento de guayaco, según el método referido. Poco tiempo duró el entusiasmo por el guayaco, pues muchos enfermos murieron por el riguroso sis- tema dietético á que se les condenaba, así como por el excesivo sudor. £n tal virtud, el guayaco fué administrado en dó- sis infinitamente pequeñas, al grado de no producir su efecto sudorífico, es decir, se cayó en el defecto contrario. Poco tiempo después apareció la raiz de China, la cual fué acogida con gran novedad, y olvidando los beneficios recibidos por el guayaco, lé relegaron al olvido, solo por los inéxitos que por su mala aplica- ción obtuvieron. Pronto vieron lo ineficaz de dicha sustancia, pues como sudorífico era superior la primera. Los médicos de aquella época estaban verdadera- mente asustados con la enfermedad venérea, para ellos era una pesadilla, una sombra que por doquie- ra los seguía; en tal virtud acogían con festinación y sin juicio, las sustancias que se proclamaban como buenas para curar dicho mal. 14 La zarzaparrilla y el sasafras vinieron después de la raíz de China, y á su vez fueron también emplea- dos, reconociendo que no eran superiores al guayaco. Después se hizo un cocimiento de los leños del guayaco, sasafras y las raices de China y zarzaparri- lla; á este cocimiento anadian generalmente las ho- jas de sen, y lo daban unas veces como simple sudo- rífico y otras como purgante y diaforético: algunos machacaban un pedazo de antimonio, lo colocaban en una bolsa de trapo y lo ponían también á hervir junto con las otras sustancias, y además agregaban orozus. En la época á que me refiero, se emplearon mul- titud de sustancias, tanto por los médicos como por los charlatanes, y sin que ninguna tuviese las virtu- des que el guayaco. A principios del año de 1790, Nicolás Yiana, na- tural de Pátzcuaro, se presentó al Proto-medicato de esta Capital, con el fin de dar á conocer un especí- fico que poseía para curar el gálico, asegurando que no intervenia para nada el mercurio, sino solamente unas raíces y plantas indígenas, propias tan solo del suelo mexicano. Las raíces son: una del agave ame- ricano ó maguey, y la otra de la begonia balmisiana; esta última se encuentra en Michoacan. Empleó Yiana, para tratar á los enfermos sifilíti- cos del Hospital de San Andrés que se le confiaron, un cocimiento sudorífico, compuesto de pulque, raíz de maguey, carne de víbora y una rosa de Castilla. La begonia la daba como purgante; añadiré que también hacia uso del sasafras, saúco y goma de li- món, para hacer sudar á los enfermos. El Dr. Balmis sustituyó el pulque por la sidra, quitó la carne de víbora y solo dejó la raíz del ma- guey y la begonia; con esto dice que en España con- siguió muchas curaciones del mal venéreo, según lo expresa en su obra escrita en 1794. El Dr. D. Pedro Diez de Bonilla dice en El Ob- servador Médico, que la raíz del agave es un sudorí- fico superior al jaborandi; me parece que en esto ha sufrido un error, pues bien conocidos son los efectos del jaborandi y que hasta hoy no hay otro igual. En cuanto á las pretendidas curaciones con el aga- ve y begonia, solo diré que de las observaciones en que se apoya el Dr. Balmis, algunas adolecen: pri- mero, del defecto de la época en que se creía que la blenorragia, chancro y bubón no específico, eran sifi- líticos; además, en muchos enfermos la historia es in- completa, y termina diciendo que los perdía de vista. El Dr. Puerto sujetó á algunos sifilíticos al uso de la raíz del agave y begonia, habiendo recibido de la primera, dos tercios que le remitió de la hacienda de Quintanilla, su dueño el Sr. D. José de la Luz Moreno. En ningún caso el efecto sudorífico es comparable con el jaborandi, su acción sobre la sífilis es nula, y por último, á los diez ó doce dias produce náuseas al enfermo y ya no puede tomarla. 15 16 Pasemos al jaborandi: por los años de 1874 á 1875, llegó á esta Capital dicha sustancia, y parece que quien primero la recibió fué el Sr. D. Maximino Rio de la Loza. Por más investigaciones que lie hecho con los Sres. Domínguez, Andrade, Laso de la Vega, etc., no he podido saber nada en realidad, pues to- dos ignoran la fecha en que nos llegó; el Sr. Puerto fué quien me dijo que podia asegurarme que el Sr. Pió de la Loza, en la época mencionada, fué el que por primera vez la recibió y nos la dió á conocer. El jaborandi y su alcaloide la pilocarpina, no tie- nen, en mi humilde concepto, una acción específica contra la sífilis, pero su acción diaforética mejora sí mucho la salud de los enfermos. Esta última sustancia puede emplearse en solución para beber ó en inyecciones hipodérmicas. Ambos modos de administración tienen sus ligeros inconve- nientes; el primero provoca algunas veces náuseas y vómitos, casi siempre tolerados por los enfermos lue- go que ven el beneficio de su medicación; el segundo tiene inconveniente para muy pocos enfermos, solo por el pequeño dolor que les causa el piquete dado con la aguja de la jeringa de Pravaz. Para terminar voy á referir, de las muchas obser- vaciones que el Dr. Puerto podia proporcionarme de su clientela civil, dos de las más recientes. Las demas he tenido ocasión de seguirlas personalmente, bajo su misma dirección, en el hospital de San Andrés, como confirmación del uso que de la pilocarpina he- 17 mos hecho para curar enfermos sifilíticos; sin que por esto se infiera que considere como específico el sudorífico de que me ocupo, ni que por él se deban abandonar los demas medios que hoy conocemos, pues solo lo aprecio, como lo indica el título de esta tésis, como un auxilio poderoso del cual el médico puede disponer con ventaja en ésta, lo mismo que en otras muchas enfermedades. OBSERVACIONES. I. N. H., dependiente de una casa de comercio de esta Capital, padeció á mediados de Noviembre de 1884 un prúrigo de naturaleza sifilítica, del cual lo estuvo atendiendo el Dr. Puerto, administrándole por un tiempo bastante largo el tratamiento llamado específico, sin que se hubiera conseguido ningún ali- vio; desesperando ya por la persistencia de este pade- cimiento, el Dr. Puerto inyectó la pilocarpina á este enfermo; viendo el éxito que obtuvo por este medio, repitió una segunda inyección de la misma sustancia, con la que consiguió hace cuatro meses la desapari- ción de aquella manifestación, sin que hasta la fecha su cliente haya vuelto á sufrir las consecuencias de su diátesis. 18 II. D. N. que padece hace algunos meses una diáte- sis sifilítica, vino á esta Capital por los primeros dias de Enero del presente año, después de un largo tra- tamiento específico, á curarse de extensas placas mu- cosas situadas en los pilares de los dos lados del ist- mo de la garganta. El Dr. Puerto, con estos antece- dentes, creyó inútil seguir el uso de los mercuriales y le administró una bebida compuesta de diez gramos de agua, tres centigramos de pilocarpina y ocho gra- mos de jarabe simple, con lo que obtenía en su en- fermo, sudores y salivación abundantes; repitió esta misma bebida dos veces á la semana, y el dia 20 de Enero del presente año, en que tuve ocasión de ver á este enfermo, por favor del Sr. Puerto, las placas mu- cosas estaban en perfecto estado y próximas á cica- trizar por completo. III. E. G., natural de Puebla, de 31 años de edad, sol- tero, de oñcio tejedor, de temperamento linfático, en- tró al Hospital general de San Andrés el 7 de Marzo de 1884, á curarse de un ectima sifilítico, situado en los miembros inferiores. Cuenta que hace tres años padeció pequeñas úlceras esparcidas en el glande y bubones no supurados en las dos ingles; que tuvo 19 ántes y después de este padecimiento, dolores en los muslos y anginas. Desde este tiempo siguió en sus ocupaciones, sin más sufrimiento que sus dolores, con intermitencias. En Noviembre de 1883 contrajo una blenorragia y una úlcera, que tuvo por sitio también el glande, á ésta, acompañó un bubón que terminó por supuración. El mártes de Carnaval de 1884, se sintió con malestar, calosfrío, dolor de cuerpo, sobre todo en los huesos de las piernas, y por la noche. En este estado duró cinco dias, al fin de los cuales le apareció la erupción indicada. A su entrada al hospital se notaba en este enfer- mo un ligero enflaquecimiento, palidez bien marca- da, infarto ganglionar en la parte posterior del cue- llo y en las ingles, y la erupción mencionada. Del clia 8 al 1G fue sometido en el servicio de mi distinguido maestro el Dr. Domínguez, al tratamien- to mixto, sin que se hubiera notado ningún alivio en sus males. El clia 17 mi apreciable amigo el Dr. Antonio Gue- rrero, que entonces quiso emprender este trabajo, y que abandonó, por no contar con el tiempo suficien- te para continuar sus observaciones, inyectó un cen- tigramo diario de clorihidrato de pilocorpina, hasta el clia 25 del mismo mes, fecha en la cual el enfermo estaba enteramente curado de su erupción, por la de- secación progresiva de las pústulas. Como seguía quejándose de sus dolores osteóco- pos, con objeto de ver la acción de la pilocarpina so- 20 bre esta manifestación, seguí personalmente inyec- tando cada tercer día, centigramo y medio del mismo clorihidrato, hasta el 2 de Abril en que nada se pu- do conseguir. Lo sometí entonces, de acuerdo con el Dr. Puerto, al ioduro de potasio á dosis creciente; pero sea por la constitución del enfermo ó por sus propios descuidos, sus dolores han continuado con los mismos caracteres que al principio. Al ioduro de potasio (pie se le administró, no in- tenté combinar la pilocarpina porque lo impedia ya el estado del enfermo, que por su inacción estaba un poco agotado. IV. C. S., natural do Guanajuato, de 39 años de edad, albañil, de temperamento sanguíneo-linfático, entró al Hospital general de San Andrés el 17 de Marzo de 1884, á curarse de algunas placas mucosas, situadas en diversos puntos del istmo de la garganta y tres úlceras, resultado de gomas supuradas esparcidas en la frente. Como antecedentes, cuenta haber padeci- do hace seis años una úlcera situada en el glande, á un lado del frenillo, de la cpie sanó en menos de vein- te dias; con esta úlcera vinieron dos bubones supu- rados, uno en cada ingle, y de los cuales uno curó á los dos meses, y el otro hasta los catorce después de su aparición. Siguió sus ocupaciones desde esta vez sin padecer ninguna enfermedad, hasta el año de 1881 21 que tuvo otra úlcera en la misma región, acompaña- da también de un bubón supurado en la ingle dere- cha y del que se alivió en poco tiempo; cuatro meses después tuvo dolores en los miembros inferiores, los que le parecían exacerbarse por la noche, úlceras en la garganta y una erupción que invadía los miembros superiores é inferiores. De las úlceras de la gargan- ta curó en muy corto tiempo, de la erupción y de sus dolores á los ocho meses. Permaneció bien hasta Ju- lio de 1883, en que le volvieron los dolores que he- mos mencionado, con el mismo carácter, los que per- sistieron hasta su entrada al hospital, habiéndose agregado en Diciembre del mismo año, como en épo- cas anteriores, placas mucosas en la pared posterior de la faringe, en el velo del paladar, y úlceras en las antiguas cicatrices de la cara, En este estado entró á curarse al Hospital de San Andrés. Se notaba entonces en el enfermo un ligero enfla- quecimiento, trayendo, además de todo lo mencio- nado, sus pléyadas ganglionares en las dos ingles. Como este enfermo había sido ya sometido en otra ocasión, al uso del mercurio y del induro de potasio, sin (pie hubiera conseguido mejorarse de sus últimas manifestaciones, y puesto qtie todos los recursos es- taban agotados, creí estar autorizado para aplicar los sudoríficos hasta donde la prudencia del caso lo exigía. El 18 de Marzo comencé á inyectarle un centigra- mo diario de clorihidrato de pilocarpina, por espacio 22 de cinco dias, observando en cada inyección, pero con más abundancia en los tres primeros, la suda- ción y salivación, efectos esenciales de este alcaloide. Las úlceras de la cara supurando muy poco, des- de el dia 22 comenzaron á secar y á cicatrizarse rá- pidamente, El dia 23, viendo disminuir la acción del sudorí- fico, aumenté la dósis á centigramo y medio, inyec- tando solo cada tercer dia, hasta el 2 de Abril, fecha en la cual el enfermo estaba enteramente bien de sus manifestaciones, comprendiendo aun las placas mucosas, á las que no hice más que tocar con glice- rina, en todo ese tiempo, y los dolores que le habían afligido hasta su llegada al Hospital Al tratamiento anterior, agregué el uso del vino de Hidalgo Carpió, y una alimentación lo mejor que las circunstancias permitían. Y. El día l.° de Abril entró al Hospital general de San Andrés, F. C., natural de Oaxaca, radicado en México desde el año de 1881, de edad de 22 años, escribiente, de temperamento linfático. Dice haber padecido á principios de 1883 una blenorragia que desapareció en veinte dias; en Febrero del mismo año tuvo dos úlceras pequeñas, que tenían por sitio los lados del frenillo, y un bubón en cada ingle, de los que ninguno supuró. A los quince dias de su 23 principio, úlcera é infarto habían curado. A fines de Marzo del mismo 1883, sintió un malestar general y dolores en todo el cuerpo, según él expresaba, y una erupción en la caja torácica y en los miembros supe- riores é inferiores. Sin embargo de sus padecimientos, este enfermo siguió en sus ocupaciones, atendiéndose en cuanto le era posible. No teniendo más recursos para con- tinuar su curación, vino á este Hospital con su infar- to en la parte posterior del cuello y en las ingles, y una erupción de ectima, en la extensión que hemos marcado. Se le sometió desde el dia siguiente de la fecha de su entrada, á la acción de la pilocarpina, inyectando un centigramo diario hasta el dia 8. Después aumen- té la dosis á centigramo y medio, usándola-solo cada tercer dia, hasta el 25 del mismo Abril. Desde el dia 4 pude notar perfectamente, que las pústulas se secaban tomando un color moreno oscu- ro. El dia 10 algunas costras habían caído. El enfermo estaba curado de sus accidentes, y quedándole solo el infarto de los gánglios inguinales, se le dió su alta. VI. J. R, natural de México, de treinta anos de edad, viudo, comerciante, de temperamento mixto, entró al Hospital general de San Andrés el 11 de Abril de 24 1884. Hace 10 años tuvo una blenorragia que le di- lató tres meses para su completa curación; el año de 1876, dice, tuvo una úlcera pequeña, situada en el frenillo, á la que acompañó un bubón supurado. Ambos padecimientos curaron en menos de dos me- ses. A principios de 1880 comenzó á sentir dolores en losmiembros inferiores, marcados sobre todo por la noche y de los que se mejoró en pocos meses, vol- viéndole solo por intervalos más ó ménos lejanos, hasta Marzo de 1884, en que de nuevo le atacaron con la misma intensidad que á su principio y con los mis- mos caracteres. A estos dolores siguió una erupción de ectima, esparcida en los miembros inferiores. Vi- no al Hospital en este estado, y con un infarto gan- glionar bien caracterizado en las dos ingles. El dia 12 del mes de su llegada á San Andrés co- mencé á darle dos cucharadas diarias de vino de quina, en sus horas de comida, una alimentación su- ficiente y á inyectarle un centigramo diario de clori- hidrato de pilocarpina, hasta el 16. A esta féchalas pústulas no habían sufrido modificación perceptible, y como el efecto de la pilocarpina se hacia marcar poco, á la dosis á que habíamos comenzado, la au- menté á centigramo y medio, también diariamente, hasta el 18 en que las pústulas empezaban á secar, tomando un color negro. Después de la última fecha se le siguieron las in- yecciones á la misma dosis hasta el 26, en que la ci- catrización estaba terminada y el enfermo curado de 25 sus accidentes, quedándole únicamente sus dolores osteócopos, aunque con ménos fuerza que ántes. Por no prolongar más tiempo el uso del sudorífico, se le comenzó á administrar el ioduro de potasio des- de el dia 18, con lo que quedó enteramente bien, y se le dió su alta pocos dias después. VIL M. M., natural de México, de 18 años de edad, de oficio jiearero, de temperamento mixto, entró al Hos- pital general de San Andrés el 17 de Abril de 1884. Relata haber padecido en Abril de 1883, una erup- ción en la cabeza, cuyos caractéres no pudo definir, y que curó de ella hasta los cuatro meses. En Diciem- bre del mismo 1833, le repitió el padecimiento de que venimos hablando; pero en esta ocasión, se alivió en muy poco tiempo. En Noviembre del referido 1883, tuvo una pequeña úlcera á un lado del frenillo y un bubón en cada ingle. De la primera sanó á los dos meses de su aparición, y los segundos se resolvieron, según la expresión del enfermo, á los veinte dias. A su entrada al hospital traia placas mucosas en la garganta y en diversos puntos del escroto, y una erupción de acnea sifilítica, esparcida á todo el cuerpo. El 18 comencé su tratamiento, inyectándole un centigramo diario de clorihidrato de pilocarpina, pro- 26 dueiendo con esta dosis sudor y salivación abundan- tes, hasta el dia 23. Desde el 21 las pústulas comenzaron á secarse y á desaparecer, esencialmente las de los brazos y piernas. Del 23 al 30 se le continuó cada tercer dia el uso de la pilocarpina, bajo la misma forma y á la misma dosis, sin que sus efectos hubiesen disminuido de un modo notable, como lo hemos visto en observaciones anteriores. Para el l.° de Mayo, la erupción, siguiendo la mar- cha anteriormente indicada, y las placas mucosas, tanto las de la garganta, que no habían sufrido más que la influencia local del clorato, como las del es- croto, á las que solo se les aplicaba, también local- mente, pomada con óxido de zinc, todo liabia com- pletamente desaparecido. El dia 4 de Mayo el enfermo, curado de sus mani- festaciones, salió de alta. VIII. N. P., natural de México, de 37 años de edad, ca- sado, de oficio carpintero, de temperamento mixto, entró al Hospital general de San Andrés, el 26 de Mayo de 1884. Cuenta haber padecido hace algunos años de tifo y que en Febrero del mismo 1884, con- trajo una pequeña úlcera situada en el prepucio, á 27 la que acompañaron dos bubones duros, uno en ca- da ingle. La úlcera, que supuraba muy poco según él decía, curó en el término de quince dias, y el in- farto, en un estado crónico, persiste aún. Poco tiem- po después le sobrevino una nueva úlcera que tenia por sitio el frenillo, la que no habiéndose atendido oportunamente se hizo fagedénica. En los primeros dias de Mayo comenzó á aparecerle una erupción ge- neralizada á todo el cuerpo. A su entrada al Hospital traía la úlcera tal como la hemos mencionado, y la erupción que entonces consistía en placas de psoriasis, de color rojizo y cu- biertas en su circunferencia de pequeñas escamas. Para curar su chancro se le instituyó el tratamien- to conveniente, y á mediados de Junio estaba éste enteramente bien. Con objeto de combatir sus accidentes secunda- rios, desde el 28 de Mayo comencé á inyectarle un centigramo diario de clorihidrato de piiocarpina, por la noche, hasta el 3 de Junio en que las placas pso- riásicas situadas en la cara habían por completo des- aparecido, miéntras las del resto del cuerpo perma- necían en su mismo estado. Del 4 al 12 continué, á la dosis de centigramo y medio, el uso de la piiocarpina, bajo la misma forma, solo cada tercer dia, sin que la erupción hubiera su- frido alguna modificación más. Satisfecho de que la acción sudorífica sola no ejer- cía influencia sobre el padecimiento, la continué con 28 los mercuriales, siguiendo la administración de la pi- locarpina, como lo acabamos de decir, y le di dos cu- charaditas diarias de licor de Van-Swieten, reparti- das en el di a. El dia 22 del citado Junio, habiéndole aparecido la estomatitis mercurial, no obstante abundantes su- dores que se producían, suspendí este tratamiento y tomó por algunos dias clorato de potasa, haciendo á la vez buches emolientes, que contenían la misma sustancia. La estomatitis curó, pero la erupción ni aun por este medio pudo modificarse. Cambiando su tratamiento por completo, di al en- fermo desde l.° de Julio, el ioduro de potasio á do- sis creciente hasta el dia 15, sin haber conseguido absolutamente nada en beneficio de su salud. En es- ta fecha se le dió su alta. IX. El dia l.° de Julio de 1884, entró al Hospital ge- neral de San Andrés, L. C. natural de México, de 24 años de edad, pintor, de temperamento sanguí- neo. Dice que en 1873 se lastimó la rodilla derecha, á consecuencia de un golpe dado por un caballo. De esta lesión conserva caractéres bien claros, pues le persiste una anquilosis completa de la articulación mencionada. En Julio de 1883 tuvo una blenorragia, de la que se alivió en poco ménos de un mes. Tres 29 mases después padeció de nuevo la blenorragia, de- bida en esta ocasión, probablemente, á un chancro situado en el canal uretral, á juzgar por los sínto- mas que la acompañaron y siguieron. Tuvo en la misma época un bubón que no supuró. La blenorra- gia tardó para su completa curación, algo más de se- senta dias, y el infarto ganglionar persistía aún has- ta la fecha de su entrada. En Junio de 1884 le apa- reció, á juzgar por el estado en que llegó, una erup- ción de impétigo esparsa, que invadía los miembros inferiores. Vino al Hospital en la fecha citada, con sus padecimientos, como lo hemos mencionado. Del 2 al 12 inyecté cada tercer dia un centigramo de clorihidrato de pilocarpina. Los dias 3, 4 y 5 no había nada notable que poder observar; el 7 las placas impetigiliosas comenzaban á secarse, formando costras duras de un color ama- rillo sucio, continuando la misma marcha los dias si- guientes. El dia 13, viendo disminuidos los efectos de la pi- locarpina, subí la dosis á centigramo y medio, inyec- tando como al principio, con el mismo intervalo de tiempo, hasta el dia 20 en que las costras todas esta- ban enteramente secas y comenzaban á desprenderse. Del 21 al 28, época en que el enfermo estaba ya enteramente curado de sus manifestaciones, conti- nué únicamente el tratamiento tónico, que también le había instituido desde el principio. El dia 30 se le dió su alta. 30 X. C. A., natural de México, de 30 años de edad, viu- do, fundidor, de temperamento sanguíneo-linfático, entró al Hospital general de San Andrés, el 24 de Ju- lio de 1884. Cuenta haber padecido hace cuatro años una blenorragia, de la que sufrió por más de tres me- ses, y á la que acompañaron dos bubones, de los cua- les, el que tuvo por sitio la ingle izquierda supuró y curó en poco más de dos meses; el de la ingle dere- cha se resolvió, según refiere el enfermo, en quince dias. Cinco meses después del principio de sus pa- decimientos, comenzó á sentir molestias en la gar- ganta por algunas úlceras que entonces tenia en esta región, y de las que pude encontrar cicatrices en los pilares izquierdos y en la parte posterior derecha de la pared de este lado. Curó de ellas en ménos de veinte dias. En Abril de 1884, tuvo una úlcera pe- queña á un lado del frenillo, otra situada en el pre- pucio y una erupción que no se podía clasificar con los solos datos dados por el enfermo, situada en la cara y en la caja torácica. En este estado vino al Hospital en la fecha men- cionada, La erupción era, según la respetable opi- nión del Dr. Puerto, un impétigo esparsa, con ex- cepción de la de la cara, que tenia más bien los ca- racteres de la mentagra. 31 El 25 de Julio comencé á inyectarle un centigra- mo diario de clorihidrato de pilocarpina, hasta el dia 8 de Agosto. A esta fecha las placas de impétigo si- tuadas en la caja torácica se habian desprendido, y las úlceras que ellas cubrían estaban cicatrizadas, quedando la erupción de la cara, que no liabia sufri- do modificación alguna. Del 9 de Agosto en qne la acción de la pilocarpi- na era ya poco marcada, hasta el dia 22 del mismo mes, inyecté centigramo y medio cada tercer dia. Como en este último período la erupción de la ca- ra persistía, por no prolongar más la sudación y pues- to que no daba ningún resultado, sometí al enfermo al tratamiento mercurial y apliqué localmente poma- das azufradas, con objeto de combatir también el ca- rácter parasitario. El 2 de Setiembre le apareció la estomatitis mer- curial, por cuyo motivo suspendí el uso de esta medicación, y administré, para combatir este acci- dente, el clorato de potasa al interior y en buches emolientes. Hasta el 14 del último mes citado, en que el en- fermo pidió su alta, la erupción persistente de la ca- ra había permanecido en el mismo estado, no obs- tante el tratamiento llamado específico. 32 CONCLUSIONES. 1. Los sudoríficos lian sido empleados para com- batir la sífilis, poco tiempo después de su aparición, y los resultados obtenidos fueron favorables. 2. Como auxiliares del mercurio y ioduro de po- tasio, los éxitos lian sido casi siempre satisfactorios. 3. De los cuatro leños sudoríficos, se ha emplea- do con mejores resultados el guayacan. 4. La raíz del maguey, en su acción sudorífica, es inferior al sasafras, guayacan y zarzaparrilla. 5. Eljaborandiy su alcaloide, la pilocarpina, son un poderoso auxilio para combatir los accidentes de la sífilis. 6. Absorbida la pilocarpina por el estómago, dá tan buenos resultados como en inyecciones bipodér- micas, y el práctico debe escoger uno ú otro medio, según sea el caso que se presente. Este es el resultado de mi pequeño trabajo, muy defectuoso sin duda, á pesar de mis esfuerzos y de mi buena intención para presentar á mi ilustre Jura- do algo que fuera digno de su atención. Leónides E. Jonguitud.