T vás PARA EL EXAMEN PROFESIONAL DE MEDICINA Y CIRUGÍA DE msmú g jabato, ALUMNO DE LA ESCUPALA DE MEDICINA DE MÉXICO. LA FIEBRE PUERPERAL ES UN ENVENENAMIENTO SÉPTICO. MÉXICO IMPRENTA DE I. ESCALANTE Y C? BAJOS DE SAN AGUSTIN, NIIM. 1. 1879 Á LOS SERES QUERIDOS QTTE ME PUSIERON EN EL CAMINO DE LA vida: & mis |j;tbr*s: TIERNO HOMENAJE BE AMOR FILIAL. A MIS BUENOS Y APRECIABLES HERMANOS: TESTIMONIO DE FRATERNAL AFECTO' A LOS Skes. S«tt gwtoto CDrttp, §mi 1 nt pmin fwtte Y §an P%ntl Ilagon, PRUEBA BI GRATÜTGB V RESPE?©. f|«crétaro: REGBERB© BE WSS PRIMEROS AÍC©t. A LA SÜBÍIDAD m©JÍsfB]©A 1 ©2 lSN£?[)(§SNm DE LOS ALUMNOS DE LA ESCUELA DE MEDICINA. A los que conmigo lian compartido las alegrías y sin- sabores de los días do estudiantes mis Compañeros. M. g. Señores: IFIGIL es, por cierto, la situación del que, como yo, se Ss ja encuentra colocado entre un imperioso deber que la ley le impone, y sus ningunas fuerzas para llenarlo. Si en la mayor parte de los ramos científicos que se ofrecen á nuestro estudio y cultivo, tropezamos con gran- des obstáculos, estos son ciertamente insuperables tratándo- se de la Medicina, en la que la llegada al profesorado no se conquista sino después de atravesar una senda casi toda de abrojos, y de la que con razón decia Celso: «Que es un arte en cuyo ejercicio nos puede inducirá error no solo la teoría, sino también la misma experiencia.» Presentar ante nuestros maestros, ante los médicos ilus- tres que honran nuestra Escuela, un trabajo digno de ellos, seria codiciar un título que no nos pertenece. A nosotros, como dice muy bien uno de mis más queridos compañeros, solo puede tocarnos la gloria de haber trazado sus huellas. Parecerá extraño que con tan débiles elementos me atre- va á tomar para asunto de esta tésis, una cuestión que lia sido hasta hoy el escollo del médico. Todo, ménos la fatui- dad, me induce á ello. Habiendo tenido la oportunidad de presenciar la epidemia de fiebre puerperal que se desarrolló en nuestra Casa de Maternidad á principios del año pasado, afectó vivamente mi atención el alarmante cuadro de sus efectos, y desdo entonces decidí seguirlos en sus distintas fases por medio de una observación constante, la que unida á las sabias lecciones de mi apreciable maestro el Sr. D. Aniceto Ortega, me resuelve á presentarme hoy ante mi dig- no Jurado, suplicándole disculpe mi atrevimiento. Grande será mi gloria si mis observaciones pueden servir de base al perfeccionamiento del punto que voy á tratar. «A fiebre puerperal, como todas las enfer- medades que desde su origen van encu- biertas con el velo de la oscuridad, ha sido descrita con caractéres tan diversos é inter- pretada de tantas maneras diferentes, cuan- tas han sido las opiniones que cada uno formara sobre su naturaleza. Desde Hipócrates hasta nuestros dias, todos los médicos han tenido ocasión de observar sus terribles efectos. Desde entonces también, hipótesis y teorías más ó ménos ingeniosas, han tratado de precisar su causa íntima; pero inadmisibles las unas, han hecho retroceder la ciencia hasta su infancia: las otras, nacidas bajo el dominio del exclusivismo, solo han servido para engendrar grandes errores y nuevas dificultades, sin de- terminar qué cosa sea la fiebre puerperal. Parece increible que aun no se encuentre la resolución de este problema, que seria la salvación de la humanidad y del arte; y sin embargo, esta es una triste verdad; y, ya sea por lo in- 10 superable de la materia, ó bien por las ideas absolutas de los autores, el hecho es que la enfermedad de que voy á ocuparme, presenta un vacío inmenso desde su sinonimia hasta su método curativo. Para penetrar, pues, el oculto misterio de esta entidad patológica, me parece lógico comenzar por la exposición de las distintas teorías imaginadas para explicarla, ocu- pándome luego de hacer las reflexiones críticas que juz- gare convenientes, y terminando por asentar las ideas que me parecen concluyentes y los fundamentos en que me apoyo. PRIMERA PARTE. Las diversas teorías ó modos con que se ha querido describir la fiebre puerperal, son numerosas. Para faci_ litar su estudio, las colocaré en tres grupos principales: 1. las que tienen por base cambios en las secreciones; 2. las que suponen la inflamación del útero, del peri- toneo ó del intestino; y 3.°, la que lleva propiamente el nombre de la enfermedad, y que reconoce en ella la exis- tencia de una fiebre esencial. La mas antigua doctrina que ha reinado sobre la fiebre de las recien-paridas es, sin duda, la de la supresión de los lóquios. Nacida 332 años antes de la era cristiana, 11 bajo el patrocinio del anciano de Cos, y defendida por Galeno, Avicena, Albucásis, Sydenham é innumerables otros, ha sobrevivido hasta mediados del siglo pasado. Sus partidarios suponian, que la supresión de los lóquios era la principal causa de las enfermedades puerperales; y algunos, como Petit, llevaron su entusiasmo hasta seña- lar la clase de afecciones que debian producirse, según que los lóquios suprimidos eran sanguíneos, puriformes ó serosos. En 1631, Sennert concentró la atención del mundo científico hacia un punto de vista nuevo: la producción de accidentes puerperales, y principalmente de las fiebres agudas, como consecuencia de trastornos en la secreción láctea. Hé aquí el punto de partida de una teoría nueva, pero vaga, puesto que no se especificaba cuáles fuesen estos cambios generadores de tales desórdenes, hasta que en 1686, Puzos los designó con la denominación de me- tástasis ó desviaciones lechosas, y dió una explicación completa de la doctrina que lleva su nombre. Según él, la leche circularla con la sangre, se dirigirla al útero durante el embarazo, y á las mamilas después del parto, pero pudiendo ocupar también otras distintas partes del cuerpo, en las que se esparceria ó formada de- pósitos. Bordeu, mira en estos fenómenos una verdadera ca- quexia lechosa; en su concepto, la sangre recibe, á cada parto, una abundante cantidad de leche, que fija en apa- riencia en las mamilas, penetra realmente en el tejido mucoso, y pasando así de un lugar á otro é invadiendo la matriz, daria lugar á distintos fenómenos bastante graves. En fin, no falló alguno que enlazara esta teoría con la precedente, considerando las metástasis lechosas como el resultado de la supresión de los lóquios; pero hasta aquí; la doctrina no tenia mas recomendación que el nom- bre de sus defensores. En 1782, al ingenio halagador de la teoría, se unió el testimonio irrecusable de la práctica. Doulcet, que pre- senció la epidemia de fiebre puerperal que se manifestó en aquella época en el Hótel-Dieu de París, anunció que al practicar la autopsia de las enfermas que sucumbían á tan terrible enfermedad, se encontraba siempre en la cavidad del vientre un derrame lechoso adherente á los intestinos por su parte sólida. Tal aseveración vino á ser el triunfo de los defensores de la doctrina, y el golpe de gracia de sus contradictores. 12 II. Las principales teorías del segundo grupo, podrían muy bien expresarse en estas palabras: la inflamación localizada en el útero, ó el peritoneo. El organicismo es, en efecto, el principal punto de mira de sus partidarios. La doctrina de la metritis, simple en su principio, su- frió en seguida algunas modificaciones en relación con los trabajos anátomo-patológicos. Las observaciones de Breschet, á principios del pre- sente siglo, hicieron ver que la inflamación no se limi- taba al tejido del útero, sino que invadía aun las venas del órgano, y por lo mismo, la fiebre puerperal seria, se- gún esto, una flebitis uterina. 13 Cruveilhier colocó en seguida la inflamación en los va- sos linfáticos uterinos que, según él, estarian dilatados y llenos de pus, y creó así la teoría de la angioleucitis uterina. Los mismos trabajos de anatomía patológica que die- ron nacimiento á la teoría de la metritis, la destruyeron luego para reemplazarla con la de la peritonitis. Su ori- gen se encuentra en Mead, quien en 1742, dice haber observado constantemente en las numerosas autopsias que hizo, que la matriz estaba sana, y que existian der- rames fétidos en el abdomen. En 1750, Pouteau observaba en el Hótel-Dieu de Lyon, una epidemia cuyos caracteres anátomo-patológicos eran los siguientes: el epiplon, teniendo un espesor, como de un dedo, ofrecia en su superficie muchos puntos de su- puración pútrida, y además algunas adherencias con la hoja del peritoneo que tapiza los músculos abdomina- les. Concluyó de aquí que la fiebre puerperal no era sino una inflamación de los epiplones. Will Hunter aseguró después, que no solamente la in- flamación de la serosa abdominal era la causa de la fie- bre de las recien-paridas, sino que, cuando se encontraba á consecuencia de esta enfermedad, la inflamación de otras visceras, debía atribuirse á su contigüidad con el peritoneo, sitio primitivo de la flogosis. Muchos otros autores, demostrando que los derrames encontrados en el abdomen no eran lechosos, y por lo mismo, no debían considerarse como el efecto de metás- tasis, los atribuyeron á la peritonitis, y siguieron también la corriente de esta teoría. Pero la época verdaderamente brillante de la peritonitis fué la de su discusión en la 14 Academia de Medicina de París, en donde fue sostenida por algunas celebridades médicas como Cazeaux, Beau y Velpeau. Las doctrinas de la metritis y’de la peritonitis, que tuvieron distinto origen, y que existieron independien- temente la una de la otra, no tardaron en confundirse en una sola, y esta fusión era indispensable, puesto que la observación demostró la frecuente asociación de las lesiones que caracterizan las inflamaciones del útero y del peritoneo. Nació, pues, la teoría de la metro-peri- tonitis. Por fin, alguno de los organicistas dió á conocer con la denominación de entero-peritonitis una teoría absurda que suponía la existencia de una inflamación en los intestinos y en el peritoneo. Aunque no haya encontrado eco al- guno, la cito, sin embargo, como un punto de historia. Para terminar las opiniones que he colocado en este grupo, creo útil hablar de lo que West y Yan Swietten han llamado traumatismo puerperal. Considerando colo- cada á la recien-parida absolutamente en las mismas con- diciones de un amputado, teniendo en cuenta que los vasos uterinos quedan abiertos á consecuencia de la se- paración del feto, explican fácilmente la producción de una fiebre traumática, de una flebitis, de la infección pu- rulenta ó pútrida. III. Llegamos á la teoría que ha operado una verdadera revolución científica, y que por oposición á las preceden- tes, hace de la fiebre de las recien-paridas una afección esencial. Atribuida por unos á la retención de los lóquios ó su putrefacción, y por otros á causas múltiples y des- conocidas, fué defendida ante la Academia de Medicina, por Dubois, Danyau y Depaul. Existe una fiebre puerperal dicen sus sectarios. Vea- mos cuáles son los argumentos en que se fundan. 1. En muchas epidemias no se ha encontrado lesión cadavérica alguna en enfermas que habian presentado todo el cuadro sintomatológico de la fiebre puerperal. 2. En la fiebre de las recien-paridas hay una altera- ción de la sangre, y por esta razón, puede colocarse en- tre las pirexias. Las opiniones, unánimes en cuanto á la existencia de esta alteración, divergen mucho en cuanto á su natura- leza. Bouillaud admite la mezcla del pus con la sangre, y cita en apoyo de su creencia las experiencias de Baglivi, Magendie y Gaspard, quienes han podido producir sínto- mas análogos á los de la fiebre puerperal, inyectando materias pútridas en la economía. Se funda igualmente en la existencia de pus en las venas uterinas en ciertas formas de la enfermedad. Por lo que hace á los caractéres apreciables de la san- gre, tampoco existe una opinión uniforme: Moore dice haber observado una vez, un precipitado negro y un olor fétido. Para Schoeler la sangre seria muy fluida y pre- sentaría todos los caractéres del envenenamiento por el ácido cianhydrico, miéntras que en una observación de Simón, formaba un coágulo bastante firme y cubierto de una costra bastante gruesa. El análisis químico ha dado los mismos resultados. En unos casos, relatados por Day, existia un aumento en 16 la proporción de la fibrina y una gran diminución en la de los glóbulos, mientras que en la observación de Heller, la sangre muy abundante en fosfatos y colesterina, ofre- cia un coágulo moreno, cubierto por una membrana que tenia vista al microscopio una apariencia granulosa. Ademas de esta alteración primitiva de la sangre, se ha admitido una tendencia general al reblandecimiento de los tejidos. 3. Se arguye en favor de la fiebre puerperal la iden- tidad de los síntomas observados en la peritonitis, la fle- bitis, la infección purulenta, etc. 4. Las lesiones diversas que se encuentran en las en- fermas pueden depender de una misma causa general que ha penetrado en la economía por infección ó contagio. Por último, se trata de apoyar la existencia de la fie- bre esencial en la creación de tres formas distintas admi- tidas por los autores, y que son: la forma inflamatoria, la forma mucosa ó biliosa, y la forma tifoidea. SEGUNDA PARTE. El médico prudente y sabio no debe set- exclusivista. Graves, Lecons de Clinique. Antes de comenzar la tarea que me propongo desem- peñar en esta parte de mi trabajo, creo necesario adver- tir que no serán las ideas absolutas que tanto han per- judicado á la causa de la fiebre puerperal, las que me 17 guien en la crítica de sus diversas teorías. Tampoco sa- crificaré, con el silencio, aquello que pueda contrariar en algo á mis ideas propias: el resultado de mis observa- ciones y el consejo del eminente médico de Dublin, cu- yas palabras tomo por epígrafe, serán la norma de mi conducta. I. Pocas teorías hay que se presenten ante la censura, escudadas, como la de la supresión de los lóquios, con un reinado de veinte siglos, y con el nombre imperece- dero é ilustre de sus partidarios. Y sin embargo, todos esos títulos tienen que desaparecer ante los convincen- tes resultados de la observación clínica. Los lóquios se suprimen, es cierto, en la fiebre puer- peral; pero esta supresión no tiene lugar sino del se- gundo ó tercero dia en adelante, cuando ya se ha ma- nifestado el cuadro general del envenenamiento, y, por lo mismo, es mas racional considerarla como efecto de la enfermedad, y no como su causa generatriz. Tal es para mí la principal objeción que puede ponerse en con- tra de la teoría mencionada. Mr. Hervieux va más lejos: cree que no solo no es constante la supresión de los lóquios, sino que estos se hacen notar casi siempre por su abundancia y fetidez. Influya tal vez en esto, el distinto genio de las epide- mias, según las regiones que ocupan; pero en México, puedo asegurar que no se ha observado tal abundancia en los lóquios, y que por lo contrario, su supresión, ó cuando ménos su diminución, es el carácter constante. 18 En cuanto á las metástasis lechosas, ha podido verse, por la exposición hecha en la primera parte de este tra- bajo, que son dos los argumentos con que se ha inten- tado apoyarlas: la supresión de la leche observada en las epidemias de enfermedades puerperales, y los su- puestos derrames lechosos que se dice haber encontrado en el abdomen. La supresión de la leche que es, en efecto, uno de los fenómenos que se manifiestan en el curso de la fiebre puerperal, no es, sin embargo, tan constante como la retención de loslóquios. En la epidemia que tuve oca- sión de presenciar el año pasado, pude encontrar al- gunas enfermas en las que no se produjo cambio alguno en la secreción de la leche. Por otra parte, aun en aque- llas en quienes se observa la supresión láctea, ésta no siempre es completa, y en muchos casos no hay sino una diminución. Pero la principal objeción nos la sumi- nistrará, como en la teoría precedente, la época á que se presenta el fenómeno secretorio. En efecto, no apa- reciendo sino varios dias después del desarrollo de la enfermedad, no hay razón para considerarlo como causa de los accidentes puerperales. Son ménos fundados los hechos anátomo-patológieos que forman el segundo argumento. Ya Bichat habia demostrado que los pretendidos der- rames lechosos no eran mas que pus ó falsas membra- nas dependientes de una peritonitis, y citaba en su apoyo la producción de fenómenos idénticos en las pe- ritonitis de los hombres, y en las que se producen en las mujeres fuera del puerperio. Desde entonces, este hecho ha sido una evidencia para 19 todos los médicos, y nadie puede hoy admitir la supuesta circulación y progresión de la leche en la economía. ii. La localización de los accidentes puerperales en la ma- triz, ó en las venas y los vasos linfáticos que contribu- yen á formar su tejido, tuvo su origen, como se ha visto, en hechos ciertos pero mal interpretados. En efecto, si bien es verdad que al hacer la autopsia de las muje- res que sucumben á la fiebre puerperal, se encuentran algunas veces los caractéres anátomo-patológicos de la metritis; también lo es que, en otros casos, se observan los de una angioleucitis, ó de una flebitis, ó aun lo que es frecuente, no existe fenómeno alguno notable. Del examen de las teorías que suponen la existencia de metritis, angioleucitis ó flebitis, se desprende un he- cho indudable: la destrucción que mutua y sucesiva- mente han ejercido unas sobre otras, por la causa mis- ma de ser exclusivas. Ciertamente, ninguna de ellas puede por sí sola explicar el cuadro sintomatológico tan numeroso de la fiebre de las recien-paridas. Yo no niego su existencia; pero tampoco creo que estos fenómenos locales que, cuando se presentan aislados ó indepen- dientes de las condiciones en que se desarrolla la fiebre puerperal, ofrecen caractéres tan diversos, puedan cons- tituir por sí toda la enfermedad. La peritonitis es la afección que mas frecuentemente se ha confundido con la fiebre puerperal; y sin embargo, estas dos palabras no son ni pueden ser sinónimas. 20 Prescindiendo de las razones aducidas en contra de la teoría precedente, y que en todas sus partes pueden aplicarse á la que me ocupa en este momento, hay algu- nas objeciones que hacerle. Desde luego diré, que no deben confundirse los casos en que se desarrolla una peritonitis simple é indepen- diente del envenenamiento que produce la fiebre puer- peral, con aquellos que son efectivamente su consecuen- cia; pero aun en estos, no son ciertamente los síntomas locales los que predominan, ni son proporcionados á los generales, cuya gravedad tampoco explican satisfactoria- mente. Así las mas veces no se encuentra en el abdo- men, al practicar la autopsia, sino apenas un poco mas del líquido que normalmente lubrifica la serosa perito- neal. Mr. Grisolle, contradictor de la fiebre puerperal, ha trazado, en mi concepto, un cuadro clínico perfecto de esta enfermedad, al describir su peritonitis de las re- cien-paridas. Encontramos allí, particularmente en la forma biliosa, el mismo color amarillo y particular de la piel y de las conjuntivas, la misma intensidad é in- termitencia de los calofríos, el estado fuliginoso de la lengua y los dientes, la supresión ó diminución de los lóquios y de la leche; en fin, los mismos fenómenos nerviosos, desde la más ligera agitación de los labios hasta las más fuertes convulsiones de los miembros, y desde el subdelirio hasta el coma. Por otra parte, la ob- servación nos demuestra que existen enfermas en quie- nes, á pesar de haberse manifestado todos los síntomas dichos, no existe, sin embargo, ninguna lesión anátomo- patológica importante. 21 En resúmen, la peritonitis aunque existe algunas ve- ces, lo mismo que la metritis, la flebitis y la angioleuci- tis, no es sino un fenómeno concomitante del envenena- miento puerperal, una de sus manifestaciones sise quiere. La metro-peritonitis es susceptible de los mismos re- proches que las dos teorías reunidas para formarla. No siempre, en efecto, se encuentran los caractéres anató- micos de la flogosis en el útero y el peritoneo, y, aun cuando existan, no son sino la huella de uno de los sín- tomas que puede presentar el envenenamiento puer- peral . El grande error que ha servido de base á lo que se ha querido llamar teoría de la entero-peritonitis me dis- pensa de entrar en detalles que serian inútiles. Nadie podrá hoy tomar por enteritis, lo que no es sino la in- flamación del peritoneo. III. Si en las teorías precedentes, domina el exclusivismo con todos los errores que de él dimanan; en la que hace de la fiebre puerperal una pirexia, no se encuentra sino la vaguedad científica con toda su sinrazón. Si las pri- meras han tenido su origen en hechos mal interpretados pero ciertos, la que me ocupa actualmente no reconoce más fundamento que la suposición de fenómenos que no existen. Considerar como fiebre esencial una afección que es tan variada en los síntomas que la hacen reconocer du- rante la vida, como en las lesiones que la demuestran en el cadáver, es ciertamente indigno de la época cien 24 clase de afecciones se refieren estas formas, muchas son las enfermedades que pueden presentar el carácter bi- lioso, tifoideo ó inflamatorio, según el genio reinante. ¡Con cuánta razón ha dicho M. Hervieux que la hi- pótesis de la fiebre puerperal era la negación de toda ciencia diagnóstica en materia de puerperalidad! La crí- tica de este autor es justa como se verá por el párrafo siguiente que creo útil copiar. ‘"Siempre que una mujer recien-parida, después de uno ó muchos calofríos, presente accidentes graves, ca- paces de comprometer mas ó menos su vida; si os con- tentáis con diagnosticar: Fiebre puerperal, digo que no habréis diagnosticado. Esta mujer podrá estar afectada de peritonitis, metro-peritonitis, flebitis uterina, ovari- tis, flegmon de los ligamentos anchos, flebitis de los miembros inferiores etc. etc. Ahora bien, yo apelo al sentido común mas vulgar: ¿es permitido contentarse con una frase tan vaga, tan elástica, tan insignificante como la de: fiebre puerperal, para designar uno de los estados patológicos tan numerosos como distintos que acabo de enumerar? ¿Por qué, si tengo todos los ele- mentos necesarios para admitir la existencia de una pe- ritonitis, he de diagnosticar: Fiebre puerperal? Guando los fenómenos tan característicos de una flebitis uterina con infección purulenta se manifiesten, ¿me limitaré á responder á los que me interroguen sobre la naturaleza de la enfermedad: Fiebre puerperal? Guando, por la exploración atenta del abdomen, de la vagina y del rec- to, pueda yo reconocer el principio de algún flegmon pelviano, y referir á esta próxima supuración los fenó- menos, ¿me atendré á este diagnóstico impotente: Fie- 25 bre puerperal? Guando, en una palabra, haya yo preci- sado el sitio anatómico de la enfermedad; cuando, por consiguiente, me sea permitido asentar mi diagnóstico sobre una base sólida, ¿no tendré á mi servicio para expresar este diagnóstico, más que esta denominación, Fiebre puerperal? Semejante simplificación de las enfer- medades de las recien-paridas seria muy cómodo, pero nos conduciria á la barbarie científica. ¡No valdria ciertamente la pena de que nuestros an- tepasados hubiesen hecho tanto por la ciencia del diag- nóstico, si todo ello hubiera de encerrarse en semejan- te nomenclatura!” Y bien: no siendo admisible ningu- na de las teorías que han reinado hasta hoy sobre la fiebre puerperal, ¿cómo explicar en qué consista esta enfermedad? Voy á exponer las ideas que tengo sobre la materia, sin creer que he descubierto esta incógnita científica, y sí animado solamente por la fácil explicación que en ellas encuentran las lesiones que aislada ó co- lectivamente han recibido hasta aquí el nombre de fie- bre puerperal. TERCERA PARTE. La fiebre puerperal es un envenenamiento séptico. Esta proposición puede descomponerse en dos, que son: 1.a La fiebre puerperal es un envenenamiento. 2.a Este envenenamiento pertenece al género de los sép- ticos. Voy á ocuparme de cada una de ellas en el orden que las he enunciado. 26 I. La fiebre puerperal es un envenenamiento. A.—Basta leer con atención todos y cada uno de los casos de fiebre puerperal que mencionan los autores, y presenciar los que diariamente se ofrecen en la práctica, para estar convencidos de que esta afección no acusa constantemente los mismos síntomas, ni revela unifor- memente las propias lesiones: algunas veces, una peri- tonitis, una metritis, y otras una variedad inmensa de enfermedades análogas, vienen á ponerle un sello, vie- nen á caracterizarla de cierto modo. De manera que á ciencia cierta puede decirse lo que los hechos han de- mostrado ya: que la autopsia cadavérica nunca es uni- forme en sus resultados. Esto habla altamente, puesto que viene á indicarnos que ni la metritis, ni la peritonitis, ni la linfangitis, ni ninguna de esas otras lesiones, son esenciales á la fie- bre puerperal, sino solamente sus accidentes ó compli- caciones, y que por lo mismo, no es en ellas donde pode- mos encontrar su naturaleza íntima. La fiebre puerperal queda la misma, con tal ó cual de estas lesiones, ó sin ninguna de ellas. ¿Dónde, pues, se podrá encontrar la causa de la fie- bre puerperal? Indudablemente entre aquellas lesiones que nunca faltan, que sean esenciales á ella, ó sin las cuales no pueda existir. Toda causa, dice el Sr. Barreda, que obra siempre de un mismo modo, produce fatal- mente el mismo resultado. El trabajo, pues, consiste en averiguar cuál sea la causa y cuál su modo de obrar en 27 la fiebre puerperal. Para esto el médico no dispone mas que de dos vías: la ciencia y la experiencia. La ciencia nos ha mostrado en el cadáver, las mas veces, la falta mas completa de lesiones, á no ser las complicatorias. Allí, ni el ojo experto del anatómico, ni el criterio del fisiologista, han podido señalar dónde se oculta esa in- cógnita que buscamos. La experiencia, por el contrario, ha venido á demos- trarnos dos hechos: 1.° la constancia de los síntomas adi- námicos y nerviosos que podemos llamar una prueba que nos encarrila á priori, y 2.° la uniformidad en el resultado de las tentativas hechas con las inyecciones de materias pútridas para procurar la fiebre puerperal; prue- ba que podemos llamar á posteriori. Solo nos queda ya, por lo mismo, que buscar el punto convergente adon- de ellas nos conducen, y de una manera segura, habre- mos encontrado la verdad que investigamos. Dos grandes reactivos hay para llegar al conocimien- to de una sustancia impalpable en su sér, y solo noto- ria en sus resultados, y son: el reactivo fisiológico y el químico. El primero, más poderoso que el segundo,, descubre lo que aquel no halla, y es el último eslabón, el postrer atrincheramiento científico. El reactivo quí- mico no ha señalado, hasta hoy, en qué consista la modi- ficación que los líquidos y sólidos de la economía sufran en la fiebre puerperal, ó mas bien, que la produzcan; no es pues á él á quien debemos ocurrir, sino al reac- tivo fisiológico: la ciencia nada responde, pero aun nos queda la experiencia. Si eliminando todas las lesiones que registran los autores; si variando todas las circunstan- cias que pregonan los libros, tenemos algo que á núes- 28 tra voluntad produzca la fiebre puerperal con todos sus síntomas, con todos sus caractéres, podemos asegurar que hemos hallado lo que buscábamos. Pues bien, ese algo lia aparecido, y se llama materia pútrida: luego en ella, y no en otra causa alguna, es donde está la razón de ser de la fiebre puerperal. Esta verdad que he asen- tado es el resultado de la concienzuda observación de Magendie y Baglivi. Pero supongamos que la observa- ción á que aludimos no ha sido bien hecha, que sus autores se preocuparon con una verdad que querian com- probar, y no averiguar; supongamos todavía más, que la observación no existe; siempre quedarán en pié es- tos hechos palpitantes: l.° la fiebre puerperal no puede explicarse por lesiones meramente accidentales, y de es- ta especie son todas las que ha venido á señalar la au- topsia cadavérica, puesto que no han sido necesarias, como condición, sine quanon, para caracterizarla, y 2.° la causa primordial característica de la fiebre de las re- cien-paridas es de tal naturaleza que no provoca lesio- nes tangibles. El primero nos indica que no es en el intestino, ni en el peritoneo, ni en la matriz, donde se encierra la causa que buscamos; y el segundo, que se trata muy probablemente de un agente que circula con la sangre, y que produce los síntomas alarmantes que observamos. Pero sabido es que un veneno no es otra cosa que un agente capaz de comprometer la salud ó aun la vida, cuando, por una vía cualquiera, ha lle- gado al torrente circulatorio. Luego lo que circula en la sangre de las enfermas de fiebre puerperal, provo- cando la série de fenómenos que la clasifican, no puede ser sino un veneno. 29 B.—Si recorriendo la sintomatología, marcha, termi- nación, etc., de un envenenamiento, y la de la fiebre puerperal, puedo demostrar que hay en ellas una perfecta similitud, ó, mas bien, que la de la segunda está calcada sobre la del primero, habré demostrado la proposición que trato de sostener. El envenenamiento es rápido en sus manifestaciones, violento en sus síntomas, alarmante en sus resultados. Un individuo en plena salud entra repentinamente en suma gravedad; sus facciones se demudan; su color cam- bia, y sus funciones digestivas se alteran. El ejercicio mental es obtuso, ó, por el contrario, excitado; sufre in- mensamente, y el estado adinámico reemplaza bien pron- to al precedente. La fiebre puerperal empieza también como él. Muchas veces, en el momento del parto; algunas, ántes de él, y aun se ha presentado el caso de que en estado de vacui- dad, la mujer es repentinamente presa de calofríos vio- lentos; el color de su piel cambia y es reemplazado por un tinte ictérico particular: sus facciones se alteran; su espíritu está agitado, su pulso violento; tiene trastornos digestivos. Después, todos estos síntomas abren paso á una suma postración; la enferma, insensible á cuanto le rodea, apénas se queja ó dice que se halla mejor; su pulso cae; su tranquilidad es aterradora; apénas responde. El envenenamiento progresa con una rapidez increible. Síntomas de más en más graves terminan por agotar al paciente, y lo ponen bien pronto fuera de toda esperanza, ó si accidentalmente la salud debe volver, lo dejan en un estado valetudinario de larga duración y con achaques posteriores, difíciles de desarraigar. La fiebre puerperal presenta la misma marcha. La mu- jer, cada vez mas sufrida, pierde la esperanza, y entra en el mas profundo desaliento; y, cuando salva, le queda, como reato de su pasada enfermedad, la misma postra- ción y el mismo estado enfermizo que se observa después de cualquiera otra sobreaguda. El envenenamiento trae casi constantemente la muerte. La fiebre puerperal abandona á pocas de sus víctimas. La autopsia, en los envenenamientos de cierta especie, no deja huella característica; de manera que necesita, casi siempre, de la copa del químico para demostrar su pre- sencia. La fiebre puerperal tampoco deja lesión alguna que le sea propia. Las alteraciones orgánicas y sanguíneas que en el cadáver se demuestran, son explicables por afeccio- nes diversas y distintas de ella. En una palabra, los síntomas, la marcha, la termina- ción, etc., de la fiebre puerperal, son los mismos que los del envenenamiento; pero según hemos dicho: efectos idénticos no pueden ser resultado sino de una causa única y que obra fatalmente del mismo modo: luego la fiebre puerperal es un envenenamiento. C.—Una tercera prueba de la proposición á que me he contraido, se puede tomar de la faz misma que presen- tan los síntomas en la enfermedad. Sabido es que, en la fiebre puerperal, los signos son tomados, en su mayor parte, de la alteración de las secreciones, exactamente del mismo modo que en las reabsorciones purulentas ó pú- tridas. En efecto, así como en estas últimas, en la pri- mera, y con mayor especialidad en ella, las secreciones cambian ó se alteran. La leche desaparece ó disminuye; 30 31 los lóquios disminuyen también, y se vuelven fétidos; los sudores abundantes; el tinte ictérico de los tegumen- tos marcado; en una palabra, todo indica que el trabajo secretorio sufre alguna modificación. Pues bien: para que la secreción cambie ó se altere, se hace preciso que en la circulación se encuentre una causa que provoque ese efec- to, porque los dos trabajos nutritivos, circulación y se- creción, son correlativos, y el segundo no es mas que el reflejo del estado fisiológico ó patológico del primero. Si, pues, en la fiebre puerperal, las secreciones cambian ó se alteran, es que tienen su causa en la circulación, y ella debe ser capaz de producir esos efectos, tales como los presenciamos. Pero si se atiende á la rapidez con que se opera la evolución de la fiebre puerperal, se comprende desde luego que el agente productor de esos efectos se ha formado también rápidamente. Las condi- ciones todas que cercan á la mujer en estos casos, demues- tran pues perfectamente, que en su sangre circula un prin- cipio producido con violencia y capaz de determinar to- das las manifestaciones de la fiebre puerperal. Pero un agente de esta especie, según la definición que hemos dado, no puede ser sino un veneno: luego la fiebre puer- peral es el resultado de un veneno. II. El envenenamiento que constituye la fiebre puerperal, pertenece á la clase de los sépticos. Para que se comprenda mejor mi idea, la aclararé antes con algunas explicaciones. Por vaneno séptico en- 32 tiendo con Grisolle, un agente capaz de provocar en la economía, una vez absorbido, los fenómenos patológicos que los antiguos comprendian con el nombre de putridez de los humores, tales como la gangrena, el estado adiná- mico profundo, etc. Un veneno séptico puede penetrar, por una vía cualquiera, en la economía; pero se absorbe mucho mas fácilmente por una solución de continuidad. Los venenos sépticos pueden venir de fuera ó de nues- tro propio organismo, y en este último caso sobre todo, cuando se añade la anterior condición, sus efectos se pro- ducen con mas energía. Pues bien, siendo esto así, y teniendo como inconcusas estas verdades que no puede desconocer el que, por lo ménos, ha visitado el umbral de la ciencia, discurro del modo siguiente: la fiebre puer- peral será un envenenamiento séptico, si todos los fenó- menos que caracterizan el estado patológico de su nom- bre, se agrupan para constituirla; pero esto pasa constan- te y periódicamente: luego la fiebre puerperal es un en- venenamiento séptico. Demostrar que en la fiebre puerperal hay los fenó- menos de que hago mención, seria un trabajo verdade- ramente improductivo. Cualquiera que haya presenciado ú oído relatar un caso patológico de esta especie, se con- vencerá de la verdad que he asentado. Pero aun pudiera probarla de otros varios modos, de los que elegiré algunos. Voy á probar que el veneno que causa la fiebre puerperal, es séptico, l.°, por la causa que la produce; 2.°, por el lugar donde toma nacimiento; y 3.°, por la terapéutica que da mejores resultados. Primera prueba. Una de las causas, tal vez la mas principal, aunque no la única en la producción de la 33 fiebre puerperal, es: el agrupamiento de las enfermas, y la temperatura del lugar. El agrupamiento de las enfermas hace que el aire se vicie con rapidez, por los compuestos químicos que en la respiración se producen, y por los miasmas infec- tos que de los cuerpos se desprenden. Toda enfermedad que es producida bajo esta influencia, toma, si me es permitido decirlo así, un carácter pútrido y contagioso. Las erisipelas, las pudredumbres de hospital, etc., son buenos testigos de esta verdad. Pero miéntras en estas afecciones basta la simple presencia del enfermo para provocar en un sano una afección semejante, en la ñe- bre puerperal se necesita solo que la mujer esté sujeta á las propias condiciones; lo que se explica perfecta- mente si se considera que, en el primer caso, el aire es solo el vehículo de los miasmas, miéntras que, en el segundo, es la causa influyente y capaz de provocarla. La temperatura obra también, y ya es sabido que, los cambios químicos que produce en la materia orgáni- ca, tienden á tomar el carácter pútrido, puesto que las condiciones que para este caso se requieren, son la hu- medad y el calor. En apoyo de esta influencia, me bas- tará recordar que, la epidemia que he observado en la Gasa de Maternidad, se produjo precisamente en medio délos cambios bruscos de temperatura que pudieron muy bien apreciarse, en la primavera del año próximo pasado. En la fiebre puerperal los lóquios, bajo el dominio de las influencias dichas, se alteran visiblemente. Ahora bien: los líquidos pútridos son los mas capaces de dejar nacer en su seno un veneno séptico; y se comprende por lo mismo, que, en casos como en los que se des- 34 arrolla la fiebre puerperal, se produzca éste y no otro veneno. Segunda prueba. Las secreciones, cuando por cualquie- ra razón se detienen en su curso, están muy propensas á dar gases infectos que producen un verdadero envenena- miento séptico en el individuo. En un enfermo que ado- lece de parálisis de la vejiga, y en quien, por lo mismo, la orina no puede salir con regularidad, ese líquido ter- mina por corromperse, y constituir así un manantial de inminentes peligros que amagan la vida del paciente. Y esto que pasa en todas las secreciones, se refiere mas especialmente á las que se hacen por las vías anal y ge- neratriz, porque dan paso á las materias inútiles ó noci- vas para la nutrición, y también porque normalmente tienen un olor infecto que les es característico. En la fiebre puerperal los líquidos se detienen en su curso, como ya lo hemos dicho, y como lo prueba su me- nor cantidad. Las paredes uterinas, convertidas en una verdadera esponja saturada por ellos, los mantienen, y permiten, así, su corrupción. En este caso, es posible, probable, y aun seguro, que un veneno séptico se pro- ducirá, y que, arrastrado por el torrente de la circulación á los órganos maternos, determinará síntomas en concor- dancia con su naturaleza. (Véase la observación 3.a) Tercera prueba. La terapéutica es, en muchos casos, el último recurso del diagnóstico médico. Por eso, y con mucha razón se ha podido decir que, naturam morborum curationes ostendunt. Sirviéndonos de este talismán para averiguar la verdad que buscamos, nos convencerémos perfectamente de que es cierta la proposición que he asentado. Con efecto, los 35 reconstitutivos, los desinfectantes, los excitantes difusibles son los medicamentos que obran mejor en la fiebre puer- peral. Pues todavía más: pueden verse en las observa- ciones que acompañan este trabajo, varias curaciones ob- tenidas con los medicamentos dichos. Es sobre todo no- table el caso de mi apreciable compañero D. Fernando Malanco, en el que solo los lavatorios desinfectantes, hechos por la madre de la enferma con una abnegación y constancia sin ejemplo, hicieron entrarla en una con- valecencia franca, á pesar de haberla desahuciado dos no- tables facultativos, juzgando su muerte inevitable. Estos hechos hablan demasiado en pro del envenenamiento séptico, para ser casi concluyentes. Pero quiero fijarme, aunque sea de paso, en una medicina muy útil en casos semejantes, y cuya acción, en mi concepto, se explica muy bien con la tesis que sostengo. Esta medicina es la ipecacuana á dosis vomi-purgante. Con tal carácter, esta sustancia produce tres resultados ostensibles en el envenenamiento puerperal. Es el 1.°, vaciar las paredes uterinas de los jugos pútridos que las empapan, por me- dio de la compresión que el diafragma ejerce sobre las visceras abdominales: el 2.°, producir una derivación há- cia el tubo intestinal, de las materias ya absorbidas y nocivas á la salud, para evacuarlas con las deposiciones; y el 3.°, operar por su acción alterante, una diminución en el movimiento circulatorio, y por tanto, una absorción ménos rápida de los jugos pútridos. Si esto no es mas que una suposición, sí se ve desde luego, que es muy adaptable el hecho á la teoría, y que, por lo mismo, mi- lita un argumento más en favor de la proposición que formula mi tésis. 36 He expuesto, y creo que he fundado mis ideas. Si á ellas falta la erudición que requieren, abrigo en cambio la creencia de que los argumentos en que las apoyo son convincentes. Partiendo de este principio, y sin conside- rarme como el creador de una teoría, asiento las conclu- siones siguientes: 1. a Existe un envenenamiento puerperal. 2. a Este envenenamiento pertenece al género de los sépticos. 3. a Los síntomas que lo caracterizan son esencialmente los adinámicos y nerviosos. 4 .a A priori y á posteriori, se comprende que su tra- tamiento debe ser evacuante, tónico y antiséptico. 5.a La anatomía patológica no nos hace reconocer en el envenenamiento de que me ocupo, mas que las lesio- nes accidentales ó complicatorias. G>'/¿anue/ y ¿fciva/a. 37 Para comprobar las diversas proposiciones vertidas en el curso de mi tesis, podria citar todas las observa- ciones que he podido recoger en el tiempo de mi asisten- cia á la clínica de obstetricia; pero siendo mias, tales observaciones no podrian tener toda la fuerza que deseo. Por lo mismo, citando solo algunas, me ocuparé de las de profesores distinguidos y prácticos en la materia, para que estableciendo un paralelo entre ellas, pueda recono- cerse la semejanza de los síntomas, marcha, terminación, método curativo y lesiones anatómicas que las caracte- rizan. Antes de pasar adelante, creo de mi deber manifestar mi gratitud á las personas que, dirigiéndome con sus consejos, ó enriqueciéndome con sus observaciones, han contribuido á la formación de mi trabajo. Observación 1.a Grescencia Nieves, de 22 años de edad, de buena constitución, multípara, dice no haber sufrido accidente alguno durante su embarazo. Tuvo su parto natural, en tercera posición de vértice, el dia 13 de Julio de 1871, sin presentar complicación alguna. El dia 14, en la tarde, la enferma acusaba un calofrío intenso, cefalalgia y sed; su pulso latia 112 veces por mi- nuto. En la noche se observaba en la piel, y muy lige- ramente en las conjuntivas, el color sub-ictérico caracte- rístico de la fiebre de las recien-paridas; la lengua estaba 38 muy seca; el vientre ligeramente meteorizado; existia en la articulación del codo un dolor que se propagaba hasta el hombro; el pulso habia subido á 120. Los dias 15 y 16 el cuadro de la enfermedad se man- tenía en el mismo estado, solamente en el primero la icteria era mas marcada, y en el segundo se manifesta- ron ligeras epistaxis. El dia 17 se tocaba perfectamente el útero, al nivel del ombligo, sin observarse sensibilidad sospechosa en el vientre; no habia aparecido aún la secreción láctea; los lóquios eran escasos y fétidos; inflamación bien reco- nocible en la articulación del codo: el pulso se mante- nía á 120. En la noche sus facciones estaban demudadas; la enferma deliraba, y tenia ligeras convulsiones en los labios. En la mañana del dia 18 la paciente se hallaba algo restablecida; el calor de su piel era casi normal; la len- gua húmeda, el vientre menos sensible aún que los dias anteriores; el útero ofrecia un volúmen menor; seguia la tumefacción en el codo; el pulso bajó á 112. En la tarde del mismo dia se produjo una exacerbación en los sínto- mas generales: la paciente acusaba una cefalalgia insopor- table, y el calor de su piel era exagerado, la arteria ra- dial latia 124 veces por minuto. En los dos dias siguientes se observó una mejoría no- table en el estado general de la enferma; la icteria comen- zaba á desaparecer; los lóquios continuaban escasos y fétidos, pero habia alguna leche. A pesar de seguir su marcha la inflamación de la articulación del codo, el nú- mero de pulsaciones arteriales era solo de 100. Del dia 21 al26, fueron disminuyendo progresivamente 39 de intensidad los síntomas locales y generales, quedando solo aquellos que dependian de la artritis del codo. El tratamiento consistió en la administración, los pri- meros dias, de la ipecacuana á dosis vomi-purgantes y del calomel á dosis refractas, así como en el uso de lavato- rios desinfectantes; en los últimos dias de la enfermedad, al método dicho se unió el correspondiente á la artritis del codo. Creyendo inútil relatar la marcha ulterior de esta úl- tima, me bastará decir, que después de quince dias, en que se pusieron en práctica todos los medios curativos necesarios, la enferma salió del hospital completamente restablecida. Observación 2.a—El dia 26 de Febrero de 1871 se presentó en la Casa de Maternidad, ya en trabajo de par- to, Paula Ramirez, natural de México, viuda, de 2 i años de edad, buena constitución y temperamento mixto: vive en la calle del Niño Perdido número 8. Según su dicho, apareció la primera menstruación á los 19 años; la última en Julio del año pasado; no ha padecido mas enfermedades anteriores que viruelas en la niñez, y ningunos acciden- tes durante su embarazo. Por estar ya bastante avanzado el trabajo no se tomaron mas datos. Haciendo el exámen por los principales medios de ex- ploración, la palpación, la auscultación y el tacto, se pudo diagnosticar fácilmente una presentación de vértice, y una posición occípito-ilíaca-izquierda-anterior. A las cuatro y media de la tarde se verificó el parto natural, efectuando la cabeza su movimiento de restitu- ción hácia la izquierda, y confirmando así el diagnóstico establecido. Habiéndose observado en el momento mis- 40 mo del parto la salida de una cierta cantidad de sangre, se procedió á hacer la extracción de la placenta, con lo que se consiguió dominar el escurrimiento sanguíneo. El siguiente dia, en la mañana, la enferma se encon- traba en estado satisfactorio; la arteria radial latia 61 ve- ces por minuto, y el termómetro acusaba la temperatura de 36 grados. El dia 28 por la mañana no se observaba trastorno al- guno; persistían el mismo número de pulsaciones arte- riales, la misma temperatura. A las dos de la tarde, la paciente experimentó un calofrío intenso con chasquido de dientes y convulsiones. Una hora después existia en la piel una coloración sub-ictérica; la temperatura de esta membrana era de 39 grados, y el pulso latia 132 por minuto. En la mañana del 29, se pudo ver en las conjuntivas la misma coloración que existia el dia anterior en la piel; habia anorexia y un estado saburral de la lengua; sed in- tensa: el vientre estaba un poco doloroso á la presión; los lóquios se habian suprimido. El pulso y la tempera- tura se mantenian en el mismo estado que el dia anterior. El dia 1.° de Marzo, ademas de los síntomas observa- dos el anterior, se encontró un estado semi-comatoso, del que se hacia salir á la enferma al dirigirle la palabra; la lengua, áspera y seca, tenia el aspecto de un fragmen- to de corcho; los lóquios habian vuelto, aunque muy es- casos y fétidos. Todos los síntomas se encontraban exa- cerbados en la noche. En los intervalos en que se logra- ba sacar á la enferma de su estado comatoso, se podía reconocer fácilmente el trastorno de sus ideas; en su concepto experimentaba una mejoría notable. El número 41 de pulsaciones que en la mañana era de 132, descendió en la noche á 124, mientras que la temperatura aumentó cinco décimos de grado. Dia 2.—La enferma dice haber pasado la noche en el mas completo insomnio, y presa de la mas grande agitación. Hay náuseas; el vientre está poco sensible á la presión; el pulso ha bajado á 120, y la tempera- tura á 39,4. Dia 3.—Dolor intenso en la articulación del hombro izquierdo; hay sed muy intensa, la lengua y los dientes están cubiertos de fuliginosidades. No existe ya dolor en el vientre; los lóquios continúan escasos y fétidos. Pulso á 124; temperatura á 39,4. A las cinco de la tarde la enferma presentaba una ligera inyección en el rostro y las conjuntivas; la piel estaba caliente y pegajosa al tacto; el cuerpo adormecido, la inteligencia despejada. Se observaba muy bien un temblor en la lengua, y cier- ta vacilación en la palabra; además, estremecimientos li- geros en la articulación escápulo-humeral, que continua- ba dolorosa. El pulso habia subido rápidamente á 136, y la temperatura á 40°. El dia 4, la enferma, en decúbito supino, tenia su facies un poco alterada, los ojos salientes y lijos; presa de una grande agitación, con su voz temblorosa y en- trecortada, deliraba continuamente; su respiración era anhelante; su piel, caliente y seca, ofrecia en algunos puntos una erupción eritematosa; el pulso, que latia 136 veces por minuto, se fué haciendo más y más pequeño y depresible, y la temperatura fué descendiendo también hasta las 8 de la noche, hora en que falleció la en- ferma. 42 En todo el tiempo de la enfermedad, el tratamiento fué esencialmente tónico y antiséptico. Autopsia.—En la mañana del dia 5, y por encargo del Sr. Dr. D. Aniceto Ortega, practiqué, en compañía de mi apreciable compañero D. Antonio Dominguez, la inspección del cadáver de Paula Ramirez. Abiertas las cavidades del cráneo y tórax, y examinadas sus diver- sas visceras, no encontramos en ellas otras lesiones que las cadavéricas. Pasando luego á reconocer la cavidad abdominal, observamos la cantidad normal del líquido que favorece los deslizamientos del peritoneo; en esta membrana no existia inyección ni fenómeno alguno que indicara la existencia de una peritonitis; los intestinos estaban intactos en toda su extensión; el hígado, con su coloración ordinaria, ofrecia un volumen mayor que el normal, y una notable diminución de consistencia. Fe- nómenos idénticos existian en el bazo. Pasando luego á examinar la matriz y sus anexas, en- contramos los caractéres siguientes: el aspecto y la co- loración exterior del útero eran normales, pero existia un aumento de sus diversas dimensiones. Las trompas, los ovarios, los ligamentos anchos y los redondos esta- ban intactos. Dividiendo el útero en dos mitades por un corte ver- tical, se ofreció á nuestra vista la superficie interna con un color apizarrado, particularmente al nivel de la he- rida placentaria, donde parecia que estaba adherente un tejido como gangrenoso. En el espesor de las paredes uterinas, observamos los senos bastante abiertos y lige- ramente inyectados. Examinamos con atención las prin- cipales venas, y no descubrimos nada notable. 43 Debo á la amabilidad del Sr. Dr. Lavista, el poder dar una idea, aunque sucinta, de la siguiente observa- ción, que juzgo demasiado importante. Observación 3.a—La Sra. X., de 20 años de edad, de constitución robusta, y de salud anterior irreprocha- ble, multípara; tuvo un primer parto bastante laborioso y debido sin duda á la gran rigidez de las partes blan- das de su pelvis. A pesar de esto, el puerperio fué bas- tante regular y el niño no presentó accidente alguno. Siete meses después, se hizo de nuevo embarazada, y á los tres del embarazo, y sin causa aparente, sobrevinie- ron todos los síntomas de aborto; por desgracia, se acu- dió bastante tarde al Sr. Lavista, y este señor no pudo ya detener el prematuro trabajo de la matriz; la placenta quedó dentro de la cavidad uterina, y fué expulsada siete dias después sin haberse observado, en todo este tiempo, mas que un ligero escurrimiento de sangre que cesó con la causa que lo producia. Después de haber pasado todos los efectos de este aborto, y reconociendo á la enferma, pudo verse que existia en ella una hipertrofia de la mucosa del cuello con atresia, catarro consecutivo, una granulosis ligera, é hipertrofia de los huevecillos de Naboth. Sobrevino un nuevo embarazo, precisamente en la época en que la Sra. X. acababa de perder á su niño, víctima de una meningitis tuberculosa que vino á cer- rar la marcha de una tos ferina. Tal impresión de áni- mo, unida á las que habian dejado ya el primer parto y el aborto, produjeron en la Sra. X. un temor exagerado, y la resolvieron á guardar un reposo tan completo, que á los seis meses se notaba en ella una verdadera pléto- 44 ra puerperal; se habia desarrollado una gran cantidad de grasa, y la plenitud del sistema sanguíneo daba á su cara un aspecto verdaderamente vultuoso. El Sr. Lavis- ta le recomendó entonces el ejercicio moderado; pero la Sra. X. no siguió tal regla de conducta sino que diaria- mente andaba todo el tramo que média entre San Cos- me (lugar de su residencia) y el centro de la capital. Por esa misma época, y aprovechando la estancia en México de uno de sus parientes, decidió tomar esta úl- tima residencia; pero entonces, á las malas condiciones del ejercicio vino á añadirse el cambio en las condicio- nes higiénicas, pues, de su primera habitación, en el campo y en el mejor clima, pasó á residir en una casa cuyo patio estrecho y mal ventilado, presentaba ade- más un manantial de miasmas infectos, consecuencia del albañal que en él se encontraba, y de la coinciden- cia de reinar actualmente en la mencionada casa la epide- mia de viruelas que todavía boy ocasiona tantos es- tragos. En tan malas condiciones, se manifestaron los dolores del parto: llamado el Sr. Lavista, reconoció una pri- mera posición de vértice, y no encontrando fenómeno alguno notable, dejó á la enferma bajo la asistencia de una partera. En los tres primeros dias del puerperio, no tuvo ac- cidente alguno, pero el cuarto en la noche la enferma fué acometida de un calofrío intenso; tenia una muy fuerte cefalalgia; su pulso estaba á 128. Informándose el Sr. Lavista de la causa aparente de aquella enferme- dad, vino en conocimiento de que no se habian practica- do los cuidados de aseo que habitualmente recomienda en 45 todas las recien-paridas, y desde luego pudo sospechar la enfermedad de que se trataba. En los dos dias siguientes, á los síntomas antedi- chos, se unió un meteorismo ligero; la lengua estaba ári- da y seca; los lóquios escasos y fétidos; existia además, una retención de materias fecales. El sétimo dia la enferma tenia algún delirio, movi- mientos convulsivos; la respiración anhelante; habia sed muy intensa; el pulso era mucho mas frecuente que los dias anteriores. El vientre enteramente insensible; los lóquios continuaban escasos y fétidos. El octavo, existia un estado adinámico marcado; ade- más de las convulsiones, podia notarse un verdadero tic musculoso. La enferma, insensible á cuanto le ro- deaba, ofrecia un aspecto tifoideo marcado. Su piel era quemante; su pulso casi incontable, concentrado y pe- queño, fué disminuyendo basta la noche, en la que su- cumbió la enferma. El tratamiento consistió en la administración de alte- rantes evacuantes y tónicos, así como de los desinfec- tantes al interior y en inyecciones. Aunque esta observación se resiente, como dice su autor, de la falta de la autopsia, siendo de los mas per- fectos el cuadro clínico que en ella está trazado, no pue- de caber duda sobre la afección de que se trataba. Observación 4.a—(Del Sr. D. Fernando Malanco.)— Narcisa Rendon, de 19 años de edad, casada, costurera, residente hace nueve meses en México, de temperamen- to linfático exagerado, constitución débil, normalmente gastrálgica, pálida, con las mucosas descoloridas, pri- mípara; vive en el número 3 de la Plazuela de Loreto. 46 Durante su embarazo nada presentó de notable. Por la palpación y auscultación del vientre se habia diagnosti- cado la primera posición de vértice. A las doce de la noche del 17 de Mayo de 1871, co- menzaron los dolores del parto, y á las ocho de la si- guiente, dió á luz una niña pálida y enfermiza, con hi- drocefalia y espina bífida, que murió á las siete de la mañana del dia 19. Ese dia nada tuvo notable; el pul- so y escurrimiento loquial eran normales. El 20, á las tres y media de la tarde, fuerte calofrío, pulso frecuente, y adolorimiento en el vientre, mucha sed y diminución y fetidez en los lóquios; constipación. El 21 tinte ictérico general; pulso á 100 por minuto; calor ardiente en la piel; dolor ventral vivo; lengua ári- da; delirio alegre. En la tarde, entonó varios aires na- cionales; sudor poco abundante y frió; ojos brillantes y vagos. El 22, los propios síntomas, pero el delirio alterna con grande postración; evacuó abundantemente en las ropas; ha tomado la posición supina, y no se cuida de lo que la rodea; el pulso á 110. El 23 postración suma; lóquios insoportablemente fé- tidos; pulso como el dia anterior; evacuación hedionda y abundante. El 24 lengua ligeramente húmeda; pulso á 99; ano- rexia completa; se queja de fatiga y dolores en el vientre. El 25 como el dia anterior, pero comió con alguna apetencia. El 26 lengua limpia; poco dolor; pulso á 90; buen humor; bastante alentada; lóquios ménos fétidos y abun- dantes; poca leche en los pechos. 47 El 27 pulso y lóquios normales; poca leche; ningún dolor; comió con apetencia. El 28 entró en completa convalecencia. Durante todo este tiempo, se siguió un tratamiento alterante, tónico y desinfectante, todo bajo las mismas formas empleadas en la Maternidad por el Sr. Dr. D. Ani- ceto Ortega. El primer dia, papel bis de medio gramo de ipecacuana; el segundo 6 granos de calomel y 1 de opio en 24 papeles, á tomar uno cada media hora, é in yecciones detersivas en la cavidad de la matriz, con co- cimiento de quina y cloruro; y los dias siguientes, el mismo cocimiento con ácido fónico en inyecciones, y una pocion formada de una libra de cocimiento de quina, una dracma de hipofosfito de sosa, y una onza de jarabe de acónito. Por alimentación, caldo, sopa, té con leche y vino de Bordeaux. Debo advertir que las inyecciones detersivas al útero se hicieron con gran constancia y asiduidad, impután- doles por lo mismo, la mejora en no pequeña parte. Observación 5.a—(Del Sr. D. Antonio Dominguez.) — Brígida Vargas. Embriotomía á las tres de la tarde del dia 20 de Febrero de 1871. Fiebre puerperal. Muer- te á los siete dias. Dia 21 en la mañana. Sin novedad. Pulso 90. Tem- peratura 37,2. A las tres de la tarde, calofrío intenso con horripi- lación, chasquido de dientes y fuertes convulsiones. Re- pitió en la noche con igual intensidad. Cefalalgia y su- dor abundante. Dia 22 en la mañana á las nueve, calofrío mas in- tenso; sudor; color ictérico; vientre doloroso á la pre- 48 sion; lóquios disminuidos y fétidos; cefalalgia. Pul- so 136. Temperatura 40°. Dia 23 lo mismo. Se le administró ipecacuana á do- sis vomipurgante. Pulso 140. Temperatura 40. En la tarde. La ipecacuana obró como purgante y no como vomitivo; calofrío menos fuerte. Pulso 110. Tem- peratura 37,7. Dia 24. En la mañana. Calofríos ménos violentos; diarrea á pesar de haberse suspendido la ipecacuana. Ca- lomelá dosis fraccionadas. Pulso 132. Temperatura 38,8. En la tarde. Temblor de los labios; sobresaltos de los tendones; contractura efímera de los miembros; voz temblorosa. La enferma dice hallarse mejor y se queja de que no se le da su ropa para vestirse. Pulso 132. Temperatura 38,8. Dia 25 en la mañana. La enferma, queparecia haber dormido toda la noche, estaba en un estado de somno- lencia, del que salió fácilmente al hablarle. Vientre sensible á la presión; meteorismo; rostro alterado; len- gua seca y con el mismo aspecto que en los tifoideos; fuliginosidades; deposiciones involuntarias; decúbito dor- sal. Pulso 132. Temperatura 39,4. Enla tarde. Lo mismo. Pulso 144. Temperatura 40. Dia 26. En la mañana. Calofrío intenso durante el cual la enferma salió del estado comatoso, volviendo después á él. Los mismos síntomas del dia anterior. La piel de la cara como grasosa; sudor frió; respiración suspirosa. Pulso 132. Temperatura 39,4. En la tarde. Violento calofrío acompañado de convul- siones y excitación cerebral; estado comatoso; respira- 49 cion anhelante, estertorosa y plañidera; erupción miliar en las narices. Pulso 130. Temperatura 38. Murió á la una de la mañana del 27. REFLEXIONES. Llama desde luego la atención, que solo hayan tras- currido 27 horas del parto á la primera manifestación de la fiebre, y creo por lo mismo, que ésta reconoce por causa un traumatismo. Lo primero que se observo fué el calofrío y la calen- tura. Los calofríos, muy intensos, tuvieron de notable la perfecta regularidad en su aparición intermitente á las nueve de la mañana y tres de la tarde. Su duración era de una hora. El sudor fué frecuente y abundante. El color ic- térico, la mirada y la facies idénticos á los que se ob- servan en la piohemia. El temblor de los labios, las contracturas, y la sequedad de la lengua análogos á los que se observan en el último período del tifo. No hubo vómitos, ni delirio. Desde el dia 25 apareció una erupción eritematosa primero en los piés bajo la forma de anchas placas ro- sadas que desaparecían por la presión, y que ocupaban la parte interna del pié cerca de los dedos y arriba del maléolo interno. El dia 26 se presentó en la parte interna de la arti- culación del puño, y ménos marcada, por pequeños pun- tos en casi toda la superficie del cuerpo. La circulación y la calorificación siguieron su marcha regular, elevándose desde el principio hasta el momen- 50 to en que la diarrea producida por la ipecacuana vino á abatirla, elevándose después, y decreciendo los últi- mos dias. Observación 6a.—(Primera del Sr. Jiménez.)—A. R., joven delicada, de 21 años de edad, entró en el trabajo de su primer parto la mañana del 14 de Julio de 1839; treinta y seis horas después cayó el útero en inercia (6 de la tarde); la posición era segunda de vér- tice; la cabeza habia salido fuera del cuello y parecia estar enclavada. Apliqué el fórceps, auxiliado por el Sr. Martinez del Rio, y extraje una criatura semi-asfixiada. Se rasgó el perineo en su rafe. Ni la madre ni el niño tuvieron novedad hasta el dia 19, en que sobrevino una calentura bastante fuerte, que de pronto se atribuyó á la lactación, y que continuó el 20, 21, 22y 23 con no- table fuerza. Las secreciones láctea y loquial se supri- mieron. La calentura tomó un aspecto tifoideo adiná- mico, con estupor y subdelirio: no habia signos de in- flamación de vientre. Aumentó la postración, vinieron sudores frios y la enferma sucumbió el 24. El trata- miento fué evacuante, siendo el tártaro su base y an- tiespasmódico. Inspección.—Utero retraido, pero todavía de un vo- lúmen doble del normal, algo rojo y reblandecido. Su cara interna roja violada, como equimótica. Vagina nor- mal. La rasgadura del perineo cicatrizada, pero separa- dos los bordes. Observación 7a.—(Segunda del mismo señor.)—G. A. tuvo su quinto parto el 10 de Noviembre de 1857. Al tercero dia sobrevino la secreción láctea con calentura. Al dia siguiente aumentó ésta, se suprimieron los ló- 51 quios, y fué llamado el Sr. Jiménez. Un dia después, á más de la calentura, hubo mucha inquietud, algún deli- rio y postración, poco adolorimiento del vientre, ningún meteorismo, constipación. El sexto, sétimo y octavo dia el aspecto de la enferma era el de una febricitante; mas sin embargo, no habia ronchas, ni sordera, ni epistaxis. El noveno, la adinamia aumentó y la enferma murió en la noche. El tratamiento fué antiflogístico, evacuante, y tónico al fin. No se inspeccionó. Observación 8a.—(Primera del Sr. Rodriguez.)—Da. A. L. de G., de 37 años, temperamento sanguíneo-ner- vioso, que menstrua desde la edad de 15 con suma re- gularidad, tiene ocho hijos, cuatro de los cuales han nacido en mis manos. Los partos han sido todos por el vértice, naturales y felices. En la madrugada del dia 19 de Febrero de 1869, se sintió con dolores de parto, y me hizo llamar desde luego. (Entra aquí el autor en todos los detalles del parto, en que la presentación fué pelviana con salida del me- conio al iniciarse apénas el periodo de expulsión, y en que fué preciso hacer la extracción manual, quedando la enferma bien, así como el producto. Después sigue:) Continué visitando á la Sra. de G. diariamente, y en la mañana del dia 22 supe que por la noche habia tenido un fuerte calofrío. Su pulso latia 120 por minuto, la cara estaba descompuesta, habia náuseas, sed, inape- tencia, cefalalgia supra-orbitaria, cierto temor, ligero ado- lorimiento de la región hipogástrica, supresión de los lóquios. Aunque la primera idea que me ocurrió fué 52 que aquel cuadro pudiera corresponder á la lactación, no sé por qué luego pensé que mas bien se trataba de la invasión de la fiebre puerperal. El alarmante aparato que tenia ante mis ojos y la ausencia de fenómenos lo- cales, me hicieron corroborar aquel juicio. Sin pérdida de tiempo la hice dar un vomitivo de treinta granos de ipecacuana, y ordené que la hicieran inyecciones fénicas cada hora miéntras volvia. Al visitarla por la tarde, los fenómenos generales habían tomado incremento, pero los locales subsistían en el mismo estado. Ordené que se le repitiese el vomitivo, á pesar de que el primero había obrado perfectamente, y que después de que des- cansase un poco, la diesen cada hora un papel que con- tenia medio escrúpulo de hipofosñto de magnesia mez- clado con azúcar. Ademas, un enema-purgante oleoso é inyecciones fénicas cada dos horas. El dia 23, por la mañana, supe que la enferma no había podido dormir; que el vomitivo le había obrado bien, lo mismo que la lavativa (tres copiosas evacuacio- nes), y que había estado muy postrada. En efecto, era así: la cara revelaba angustia y terror, la piel trasudaba ligeramente, y la sudación era pegajosa; el vientre esta- ba ligeramente sensible, algo meteorizado; había náu- seas, sed, y un ligero escurrimienio loquial fétido. La vejiga estaba llena, y me aseguraron que no orinaba desde la noche anterior. El pulso latía 130 por minuto. Prescripción: practiqué el cateterismo de la vejiga, y ex- traje una regular cantidad de orina sedimentosa y muy alcalina; tercer vomitivo de ipecacuana; papeles é inyec- ciones como en la noche anterior; medio pozuelo de consommé cada cuatro horas, y que se dispusiese sa- 53 cramentalmente. La visitó á las seis de la tarde. El as- pecto general era mejor: habian desaparecido las náu- seas y el meteorismo después de la administración del vomitivo. La sed, aunque intensa, no la amortiguaba la enferma por no tomar el agua fénica. Los lóquios eran más abundantes y ménos fétidos. Se quejaba de un fuerte ardor en la vulva. El pulso latia 104. Pres- cripción: continúan los papeles y las inyecciones; defen- sivos de glycerina mezclada con un poco de magisterio de bismuto á la vulva; consommé y trozos de hielo. Me consultaron si podria recibir el Sagrado Viático y ac- cedí á sus deseos. El dia 24 el estado general era mejor; los lóquios escurrían en mayor abundancia y tenían su fetidez ha- bitual. Había dormido algo, se quejabadeque la importu- nasen tan á menudo para darla la medicina. El ardor de la vulva había cedido. La orina salía con facilidad: el pulso latia 96. Prescripción: papel cada tres hcras; inyección cada cuatro; el consommé alternado con los papeles, Conti- nuaron los defensivos á la vulva. La visité á las ocho de la noche. Había mejorado con siderablemente y el pulso latia 90 por minuto. Dos pa- peles, dos inyecciones y leche con quina en el trascurso de la noche. Dia 25. Mejoría notable; pulso á 80; hambre. Como no había evacuado el dia anterior, le prescribí un ene- ma purgante-aceitoso; un papel por la mañana y otro por la tarde; dos inyecciones. Una taza de consommé y una copa de vino de Oporto á las diez de la mañana y otra á las dos de la tarde. A las cinco la vi muy aliviada: pulso á 80; había 54 evacuado dos veces. Té con leche y una inyección fé- nica. Dias 26 y 27. Mejor. Inyecciones fénicas. Sopa y una chuleta de carnero asada á la parrilla; vino de Oporto; leche con quina. Dia l.° de Marzo. Alta. Observación 9a.—(Segunda del Sr. Rodríguez.)—El dia 31 de Enero del corriente (1871) fui llamado por la partera Da. Francisca Sosa para que viese á N. A., primípara, que hacia tres dias habia alumbrado á un niño de término, natural y felizmente. En esos momen' tos habia casos de fiebre puerperal en el Hospital de Maternidad, de tabardillos y erisipelas en la capital, y temí que la partera (que solia ir de visita á ese estable- cimiento) hubiese contaminado á la pobre mujer, pues su aspecto hacia sospechar que se tratara de aquel ter- rible mal. La señora Sosa, sin embargo, no habia ido al Hospital hacia ya tiempo. La paciente se quejaba de un malestar indecible, le dolia la cabeza, tenia vértigos, zumbido de oídos, dolor de cintura y de vientre, can- sancio y suma postración. Náuseas, pequeños vómitos biliosos, inapetencia y sed. La secreción láctea se ha- bia establecido en la tarde del dia anterior sin calentu- ra prévia. En la noche habia tenido un intenso calo- frío y luego fuerte calentura. Los lóquios escurrieron sanguinolentos y con alguna mayor fetidez. Habia eva- cuado y orinado. El pulso está frecuente (110) y de- presible. Habiéndole reconocido el vientre encontré al- guna sensibilidad general; el útero estaba doloroso, aunque muy poco, y se elevaba hasta cerca del ombli- go. La vagina estaba húmeda, caliente, insensible, y el 55 cuello uterino no tenia nada de particular. Visto que el aparato general grave no correspondía á los accidentes ó fenómenos locales que eran levísimos, juzgué que en efecto se trataba de la fiebre puerperal, y conforme á esa idea la prescribí un vomitivo de ipecacuana (média dracma en tres papeles), agua fénica helada y fumiga- ciones fénicas; (ordené también que sacasen de allí el fuego que habia en el brasero situado en uno de los rincones, y que escombrasen la pieza.) l.° de Febrero. Mala noche. El vomitivo produjo sus efectos. Hubo dos evacuaciones alvinas, sudor copio- so, orina escasa, poco escurrimiento loquial y poca le- che, inquietud y sub-delirium. El vientre está tan ado- lorido como el dia anterior; la cintura duele ménos. El pulso blando y depresible, late 135. Continúa la náu- sea. Prescripción: vomitivo de ipecacuana; medio es- crúpulo de hipofosfito de magnesia mezclado con una cantidad igual de azúcar, cada hora, desde que termine el efecto vomitivo; inyecciones fénicas cada dos, caldo con vino Jerez, medio pozuelo, cada tres. Cuatro de la tarde. Agravación de los síntomas ge- nerales y continuación de los locales. Hay un punto sen- sible que corresponde al ligamento ancho izquierdo. Pulso á 140 muy depresible. Prescripción: disposicio- nes sacramentales, vomitivo de ipecacuana; inyeccio- nes fénicas; pomada de belladona con atropina al sitio doloroso. Continúan los papeles y el caldo solo, pues le disgusta con el vino. Agua fénica helada. 2 de Febrero. Mala noche. Delirio, agitación, sudo- res frios, alteración profunda de las facciones, supresión de los lóquios y de la leche. No ha habido orina ni la 56 vejiga la contiene. Terror. El vomitivo obró como pur- gante. Pulso 140. Prescripción: vomitivo de ipecacua- na (30 granos del polvo de la raíz en una toma) y el mismo método anterior. Siete de la noche. Alguna mejoría; el vomitivo pro- dujo un gran efecto; hay algo melánico en el vómito. Ligera metroragia. El dolor se ha disipado completa- mente; solo la cintura continúa doliendo. Pulso á 130. Prescripción: média dracma de ergotina de Bonjean en cuatro onzas de agua de canela endulzada con jarabe de quina, para darle una cucharada cada dos horas, alter- nándolas con los papeles de hipofosflto de magnesia. Leche con quina. Se suspenden las inyecciones y se sus- tituyen con pequeñas lavativas (medio pozuelo de agua fénica cada cuatro horas). La pomada con atropina á la región sacro-lumbar. 3 de Febrero. Guarda el mismo estado que la noche anterior. Se ha suspendido la metroragia; hay un eseur- rimiento loquial fétido. Pulso á 128. El mismo trata- miento. A las seis de la tarde la volví á ver casi en el mismo estado. La cefalalgia era mas intensa sin embargo: el pulso á 134. Retiré la pocion hemostática y la sustituí con unas cápsulas de etherolado de asafétida. Enema anti- espasmódico y laxante. Dia 4. Algo ha dormido. La cefalalgia ha disminuido. La fetidez de los lóquios ha disminuido igualmente y es- curren con alguna mas abundancia. Vuelve la leche. Pulso á 110. Prescripción: continúan los papeles y las lavativas fénicas; una sola inyección vaginal fénica. Caldo: agua con vino á pasto. Dia 5. El dia anterior y la noche han sido mejores. La leche es mas abundante; los lóquios están como el dia anterior. Pulso á 98. Continúan los papeles: se suspenden las lavativas, y recomiendo hagan inyecciones frecuentes. Dia 7. No pude verla el dia anterior. Está mas ali- viada, tiene hambre y la secreción láctea es muy poca. Los lóquios siguen escurriendo y son blancos enteramente; despiden ya su fetidez habitual. El pulso late 70. Pres- cripción; sopa y pollo: un pocilio de pulque después de cada comida; té con leche. Dia 8. En convalecencia. Prescripción: sopa y una costilla de ternera tierna, pulque, leche con quina. La secreción láctea es muy escasa. Dia 11. Sigue bien; solo la leche se le ha retirado casi. Alta. Observación 10.a (del Sr. Espejo.)—D.a D. V. de A., multípara, de 28 años de edad, parió el mártes 12 de Oc- tubre de 1869. El parto fué natural y seguido de una pe- queña hemorragia. Al siguiente dia y sin causa aprecia- ble, tuvo calofríos y calentura; al otro, y casi á la misma hora, volvió á tenerlos mas intensos, y mas fuerte aún la calentura, aturdimiento, delirio, sudor, anorexia y viva sed. El viérnes 15 fué visitada por un médico, que le ordenó un emeto-catártico y mercurio con belladona un- tado en el vientre. El dia 16 le ordenó un epispástico para el hipogastrio, média dracma de la sal febrífuga de Pelletier y una onza de manteca para que se le untase en las axilas, muslos y brazos; cocimiento de malva y quina para beber. El domingo 17, á las once de la mañana, la visitó el Sr. Espejo, y diagnosticó fiebre puerperal. Mandó qui- 57 58 tar el vejigatorio y suspendió el método dicho. Los fun- damentos del diagnóstico del Sr. Espejo tenian por base el aspecto general de la enferma, que era tifoideo, y los pocos fenómenos locales que habia por parte del aparato genital, sus anexos y contiguos. El pulso latia 130 por minuto. Le prescribió un vomitivo de ipecacuana. Al dia siguiente consultó con el Sr. Rodriguez, y acordaron desde luego que se le diese otro vomitivo y se le repi- tiese otro por la noche, un enema purgante, inyeccio- nes fénicas cada tres horas, y medio escrúpulo de hipo- sulfito de magnesia con azúcar cada dos; agua fénica á pasto; caldo. Sintió alivio y pudo dormir. El martes 19 el aspecto general era mejor, la calen- tura habia bajado, el pulso latia á 100, manifestó deseos de comer y ménos sed. Prescripción: el mismo método, ménos la lavativa evacuante. El miércoles 20 late el pulso 72 veces por minuto; ha dormido bien y pide de comer con instancia. Pres- cripción: tres papeles de la sal ya dicha, é inyecciones fénicas. Caldo. A las ocho de la noche de ese dia el pulso habia su- bido á 108; hubo un fuerte calofrío, los lóquios se han escaseado, pero no están fétidos, La leche no ha sufri- do alteración; emisión copiosa de orina; ardor en la ure- tra; sed. Prescripción: vomitivo de ipecacuana y lava- tiva purgante. El juéves 21 refirieron al Sr. Espejo que el vomitivo habia causado poco efecto, que la lavativa habia pro- ducido una evacuación copiosa, y que la enferma no habia podido dormir. Estaba triste, muy abatida, su pulso latia á 108, pero no era depresible ni pequeño. 59 El escurrimiento loquial seguía escaso. La secreción lác- tea sin novedad. Prescripción: un papel de la sal anti- scéptica cada dos horas, inyección fénica cada tres, cal- do y agua fénica á pasto. Dia 22. Ha dormido algo; las facciones tienen mas expresión, no se queja; los lóquios siguen escasos; el pulso late 84 por minuto. La misma prescripción. Dia 23. Ha dormido perfectamente. La cara está ani- mada y el pulso late 84. La misma prescripción. Caldo y sopa. Dia 24. La enferma ha hecho cinco evacuaciones poco copiosas. Los lóquios son mas abundantes; el pulso late como ayer. Está mas contenta, nada le molesta, se queja de debilidad, y tiene hambre. Prescripción: caldo y sopa, é inyecciones fénicas. Dia 25. Mejor. Caldo, sopa y pollo, é inyecciones fénicas. Dia 27. Convalecencia franca. Observación 11.a (Del Sr. D. Francisco de P. Larrea.) —La Sra. de B., multípara, tuvo su último parto en po- sición occípito-ilíaca izquierda anterior, sin que se pre- sentara ningún accidente desde el principio del trabajo hasta la salida del niño. La partera que la asistió creyó necesaria la extracción de la placenta: sea que no estaba indicada, ó que no se practicó debidamente, el hecho es que sobrevino, des- pués de ella, una hemorragia considerable. Llamado el Sr. Larrea, reconoció que la causa de la hemorragia era una inercia uterina, por lo que administró inmediatamen- te el cuernecillo de centeno, bajo la influencia del cual el útero se contrajo, y cesó el escurrimiento sanguíneo. 60 La enferma pasó los dos dias siguientes en un estado completamente normal; pero el tercero tuvo una reac- ción febril considerable y cefalalgia. La leche vino como de costumbre. En los dias siguientes, ademas de la calentura y de la cefalalgia, se observó un estado saburral de las pri- meras vías; no habia dolor, ni fenómeno alguno que acusara una lesión local. El calor de la piel fué subien- do, lo mismo que el pulso, que llegó á marcar hasta 140 pulsaciones. Los lóquios disminuyeron sin suprimirse; pero la secreción láctea continuó en su estado ordinario. Por fin, sobrevinieron algunos fenómenos nerviosos, y entre ellos el delirio. Este estado se mantuvo hasta el noveno dia, y en todo este tiempo no se usó sino de los cuidados ordinarios de aseo, y de un vomitivo de ipe- cacuana. Al décimo dia apareció un dolor en el hipogastrio, con los demas síntomas que caracterizan la metritis. Se hizo uso del calomel al interior, y de fricciones con ungüento mercurial al vientre, y este tratamiento, conti- nuado algunos dias, dominó completamente la inflama- ción del útero. En este caso, como se ha visto, no se manifestó lesión local alguna que explicara el cuadro sintoinatológico ob- servado, sino hasta el décimo dia. Por lo mismo se com- prende que se trataba aquí de la fiebre puerperal. NOTA.—Las observaciones 6*, 7?, 8?, 9* y 10? están sacadas del trabajo que sobre la fiebre puerperal, ha publicado el Sr. D. Sebastian Labastida en los números 17 y 18 del tomo 6? de la Gaceta Médica.