FACULTAD DE MEDICINA DE MÉXICO, ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL SONAMBULISMO TESIS INAUGURAL DE FORTUNATO HERXÁXDEZ ALUMNO DE LA ESCUELA NACIONAL DE MEDICINA, EX—PRACTICANTE INTERNO DEL HOSPITAL GENERAL DE SAN ANDRÉS Y ADJUNTO DEL HOSPITAL DE JESUS, PRACTICANTE DE CÁRCELES EN EL DISTRITO FEDERAL. MÉXICO OFIC. TIP. DE LA SECRETARÍA DE FOMENTO Calle de San Andrés núm. 15. 1886 FACULTAD DE MEDICINA DE MEXICO. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL SONAMBULISMO TÉSIS INAUGURAL DE FORTUNATO HERNÁNDEZ ALUMNO DE LA ESCUELA NACIONAL DE MEDICINA, EX—PRACTICANTE INTERNO DEL HOSPITAL GENERAL DE SAN ANDRÉS Y ADJUNTO DEL HOSPITAL DE JESUS, PRACTICANTE DE CÁRCELES EN EL DISTRITO FEDERAL. Multa renascuntur quae jam ceciderc Horacio. MÉXICO OFIC. TIP. DE LA SECRETARÍA DE FOMENTO Calle de San Andrés núm. 15. 18 86 A MI VENERADA MADRE AMOR Y GRATITUD. INTRODUCCION. La historia de lo maravilloso es la histo- ria de los más grandes y lamentables erro- res de la humanidad, esa orgullosa huérfana del astro Tierra, que, abandonada sobre un pobre fragmento de las inmensas nebulosas, ha llegado á creerse la reina y soberana de una creación, cuyo principio y cuyo fin ig- nora. Nada extraño es que el hombre, lleno de incertidumbre sobre su mitológico pasado, y de temores por su desconocido porvenir; sintiendo que hasta su misma vida es para él un misterio inexplicable; nacido sobre un suelo donde siempre ha sido desgraciado, y VI soñando en ser feliz é inmortal allá en un cielo, cuya portentosa magnificencia le asom- bra, haya inclinado la frente ante lo sobre- natural; aterrador fantasma que meció su cuna y le perseguirá constantemente al paso de los siglos y á través de las edades. La creencia en lo sobrenatural ha nacido con el hombre y le es y le será necesaria mientras haya para el un algo que le sea desconocido, mientras no llegue á sorpren- der todos los secretos de la naturaleza, mien- tras que no se resigne á creer que lo único que existe es la materia, y que él, al aban- donar en la tumba su actual forma, seguirá siendo materia. Pocos, muy pocos ha de haber que no abriguen la tan dulce esperanza de volver á ver á los seres que amaron en el mun- do, y que se conformen con, una vez termina- da su brevísima vida, hundirse en el no ser. Por eso en todos los tiempos y entre to- dos los pueblos ha existido la creencia de VII que más allá del sepulcro hay una nueva é inmortal existencia, que la imaginación ha revestido con los más misteriosos y fantás- ticos caracteres. Tal es el origen de lo sobrenatural y de lo maravilloso; y como siempre ha habido al lado de las masas ignorantes, hombres de su- perior instrucción 6 inteligencia, que de buena 6 de mala fe, se hayan aprovechado déla superstición de los demas para hacerse superiores á ellos; de aquí es que para esto hayan tenido que recurrir á investirse de secretos y sobrenaturales poderes adquiri- dos por medio de su comunicación con la divinidad y con los seres del otro mundo; creando así la magia, la astrología y todas las ciencias secretas de los antiguos y mo- dernos tiempos. En la antigüedad, el arte de adivinar, con sus mil variaciones, sus oráculos, sibilas y taumaturgos: en la edad media, la alqui- mia, la magia, los exorcistas, las posesiones VIII diabólicas; y en nuestros dias, el magnetis- mo animal, las mesas que adivinan, los es- píritus y los médiums, no son más que el resultado de la superstición y la ignorancia. En la India los lamas y los brahmines hacian comunicar el Cielo con la Tierra, y es- te privilegio remontaba á la génesis mis- ma de los Hindous, á la casta sacerdotal salida del cerebro de Brahma. También los sacerdotes del antiguo Egip- to pretendían poseer el poder de comunicar- se con la divinidad. En el alta Asia una cosmogonía revelada por Zoroastro, creaba los mundos conocidos y los desconocidos con un fluido que era la sustancia misma de la divinidad, y de esa cosmogonía, según Condillac, lian salido to- dos los secretos de la magia desde los cal- deos,’ los pitagóricos, los eclécticos y Simón de Samaría que los obtuvo de la escuela de Alejandría, hasta los gnósticos, los ilumi- nados y los médiums. IX Del Oriente, á la par que la civilización, sa- le la magia y se extiende por el orbe modi- ficándose en sus formas y adaptándose á la época, carácter, costumbres é instrucción de los pueblos. Así ha llegado hasta nosotros bajo la for- ma de magnetismo animal y espiritismo: y como Mesmer y Faria en el siglo pasado, los Hansen y los Donato han asombrado con sus prodigios al siglo XIX. Mesmer admitía como Yan Helmon Max- wel y todos los alquimistas de la edad media, la existencia de un fluido universalmente ex- tendido en el espacio y por medio del cual, todos los cuerpos, tanto celestes como terres- tres, animados é inanimados, ejercen unos sobre los otros una influencia recíproca. Según él, este fluido, aplicado conforme á su método, se insinuaría en la sustancia ner- viosa de los animales produciendo todos los efectos maravillosos que le atribuia. Hoy la creencia en un fluido semejante X ha renacido; todos los sabios modernos lo admiten, y de ellos ha recibido el nombre de éter. Casi á fines del siglo pasado un discípulo de Mesmer, el barón de Puysegur, descubre el sonambulismo natural, y algunos años más tarde descubre Braid el hipnotismo, que ya probablemente era conocido desde hace mu- cho tiempo por los antiguos fakirs de la In- dia. Desde entonces el charlatanismo se ha apoderado de todo esto rodeándolo de mis- terios, y el sonambulismo aparece todavía hoy, ante los ojos del vulgo, como un fenó- meno extraordinario y maravilloso. Hasta estos últimos tiempos es cuando médicos verdaderamente científicos se han ocupado de él, así como del hipnotismo y del magnetismo animal, haciéndoles entrar en el terreno de la experimentación y de la ciencia. En México se ha escrito muy poco sobre el particular, y este es el motivo que nos ha XI inducido á elegir este punto para nuestra tesis. Casi nada hay en ella de original; pe- ro esperamos que los señores Jurados serán indulgentes en vista de nuestra buena in- tención. Solo liemos tratado de demostrar que los fenómenos observados en el sonam- bulismo son exclusivamente del orden pa- tológico; que nada tienen de sobrenatural, y que son perfectamente explicables por las leyes conocidas de la fisiología y de la pato- logía, utilizando para esto los trabajos de Preyer, Heidenhaiden, Despine, Ball, Cham- bart, P. Rieher Charcot y varios otros emi- nentes é ilustrados médicos, que últimamen- te lian tratado la materia. Entre los fenómenos que se presentan en los sonámbulos hay algunos que no han si- do calificados de maravillosos y que pueden llamarse fenómenos ordinarios del estado sonambúlico: de éstos nos ocupamos en la primera parte, previos algunos pormenores de fisiología que nos parecen indispensables. XII En la segunda parte tratamos de los que pudieran llamarse fenómenos extraordina- rios del estado sonambúlico, tanto por la rareza con que se presentan, cuanto por el carácter fantástico y maravilloso con que durante mucho tiempo han estado inves- tidos. Nuestro insignificante trabajo es sin du- da insuficiente para llegar al fin que nos he- mos propuesto, fin que es muy superior á nuestros escasos conocimientos; pero lo he- mos escrito por llenar el deber que el regla- mento de nuestra Escuela nos impone. ] Se ha dado el nombre de sonambulismo á un estado anormal y patológico del organismo, du- rante el cual, paralizada la actividad consciente del cerebro, puede el hombre ejecutar diversos actos inteligentes de la vida de relación bajo la sola influencia de la cerebracion inconsciente, ó más bien, del automatismo cerebro-medular. Los autores han hecho la división del sonam- bulismo en natural ó espontáneo, y artificial ó provocado; llamando así al primero por presen- tarse en el individuo sin la intervención de los diversos medios, tales como los pases magnéti- cos, el hipnotismo y las excitaciones físicas y psíquicas, que han sido utilizados para obtener el segundo. Si decimos que es un estado patológico, es porque en nuestro concepto no es más que un síntoma de la histeria; síntoma, cuya causa in- mediata es probablemente una alteración de las celdillas nerviosas, que forman la capa externa de la sustancia gris cortical en los hemisferios cerebrales. Si hasta ahora no conocemos esta alteración, es sin duda debido á la insuficiencia de nuestros actuales medios de investigación ana tomo-pato- lógica; pero ella tiene que existir, como existe y ha sido demostrada en un gran número de en- fermedades, y puesto que en patología ya no se admite hoy una perturbación funcional, sin la lesión material correspondiente. Para Chambart, el sonambulismo es la expre- sión de una diátesis, do una predisposición mor- bosa, general y casi siempre hereditaria, que ha sido designada por él con el nombre de diátesis neuropática. Esta diátesis, que aun al estado latente pue- de permanecer largo tiempo en la familia ó en el individuo, y trasmitirse por herencia, ya in- tegralmente, ya modificándose, da lugar casi siempre á afecciones unas veces difusas, otras sistemáticas del sistema nervioso, y puede ma- nifestarse, ó espontáneamente, ó á consecuencia de una multitud de causas: como la conmoción, la compresión y la contusión del cerebro; una inflamación de las meninges ó de la sustancia cerebral; una enfermedad aguda ó constitucio- nal; la ingestión de ciertos tóxicos, el empleo de 14 15 algunos anestésicos, y aun por la influencia de las impresiones psíquicas. Paul Richer y Charcot han creído encontrar una estrecha relación entre el sonambulismo y la hístero—epilepsia ó gran histeria, enfermedad cuyo interesante estudio y perfecta descripción se debe á ellos. Casi todos los autores modernos opinan de un modo parecido, y por nuestra parte, al ver que siempre se ha presentado en individuos histéri- cos, más ó ménos bien caracterizados, creemos que el sonambulismo no es, en todos los casos, más que un modo de manifestación, un verda- dero síntoma de esa neurosis, que más bien que de histeria, debería llevar el nombre de neuro- sismo que ha propuesto Bouchut. Conocida como es la influencia que diversas causas, tanto del orden físico como del moral y sociológico, ejercen en el desarrollo de la his- teria, y por consiguiente del sonambulismo, no nos detendrémos en el estudio de su etiolo- gía, y pasarémos desde luego á la explicación de lo que en nuestra introducción hemos llamado fenómenos ordinarios del estado sonambúlico, recurriendo para ello no más que á la fisio- logía. Como en la definición del sonambulismo he- mos hecho intervenir algunos términos que pu- dieran interpretarse de varios modos, parece conveniente precisar la significación de los más importantes. Desde luego; como el espíritu desempeña un gran papel en la mayor parte de nuestros actos, diremos que adoptamos la definición que de él da Hebert Spencer: “El espíritu es un com- puesto de estados de conciencia.” Y de concien- cia, la que dan los naturalistas diciendo que: es el sentimiento que tiene cada animal de su identi- dad permanente á través del tiempo. Por actividad consciente del cerebro, debe en- tenderse la que preside las manifestaciones del yo; es decir, del ser consciente. Por actividad cerebral inconsciente, la que con el concurso de diversas facultades psíquicas, produce actos semejantes á los que emanan del yo, pero sin que la intervención de éste haya in- fluido en modo alguno para su realización. Actividad refleja es la que, tanto en los cen- tros nerviosos superiores, como en los inferio- res, preside una trasformacion de fuerzas, en virtud de la cual, una impresión sensorial cual- quiera, llevada por los conductores centrípetos á un centro nervioso automático, es converti- da en reacción motriz sin el concurso de la vo- luntad. Los actos reflejos son generalmente incons- cientes, pero el yo puede intervenir en ellos de un modo pasivo, simplemente percibiéndolos, y 16 17 en este caso, sin perder su carácter de reflejos, adquieren el de conscientes. Se dice que un acto es inteligente, cuando la fuerza que lo produce y regula es capaz de di- rigirlo á un fin determinado. En cuanto á la inteligencia, Cl. Bernard ha dicho que, considerada de un modo general, y como una fuerza que armoniza los diferentes actos de la vida, los regula y dirige á su fin: las experiencias fisiológicas demuestran que esta fuerza no está concentrada sólo en el órgano ce- rebral superior, y que por el contrario, reside á diversos grados en una porción de centros ner- viosos inconscientes escalonados á lo largo del eje cerebro-espinal; centros que pueden obrar de una manera independiente, aunque coordina- dos y subordinados jerárgicamente los unos á los otros. No sólo el ilustre fisiologista francés opina de este modo; muchos autores creen lo mismo, y Hceckel dice que: “Toda la materia organizada está hasta cierto punto provista de propiedades intelectuales.” Que un animal puede ejecutar actos inteli- gentes sin la intervención de la actividad cons- ciente de su cerebro, esto es fácil de demostrar por las experiencias ordinarias de la Fisiología. Para ir de lo ménos á lo más complicado, nos ocuparémos primero de los actos que están en 18 la esfera ele actividad del automatismo medular, y en seguida estudiarémos los que están bajo el dominio de los centros nerviosos superiores. Si se separa la mitad posterior del cuerpo de una rana, de la mitad anterior, y colocada una pata del animal en la extensión, se provoca en ella el dolor por un medio cualquiera, una pi- cadura por ejemplo, se obtiene un brusco movi- miento de flexión, que no es el resultado de una simple contracción de todos los músculos del miembro; porque en tal caso se producirla la extensión forzada como la que se obtiene en el envenenamiento por la estricnina, puesto que en la rana los extensores predominan sobre los flexores. Es este un movimiento producido por una contracción combinada de manera que sus- trae el punto vulnerado á la acción del instru- mento vulnerante; es un acto inteligente y en- teramente igual al que la rana hubiera ejecutado estando viva, bajo la influencia de la misma causa. Si en vez de picar una pata, la picadura se ha- ce en un lugar inmediato al ano, el movimiento defensivo cambia; entonces el animal, llevando sus dos patas en la flexión, aplica ambos piés en el punto herido, y en seguida, por un enérgi- co movimiento de extensión, ejecuta el acto más á propósito para rechazar el cuerpo que le las- tima. 19 Fenómenos parecidos acontecen en los tri- tones decapitados. Dugés ha observado que en el insecto llamado manto religioso, la parte pos- terior del animal, separada de la anterior y parada sobre sus cuatro patas, resiste á los es- fuerzos que se hacen para derribarla, y una vez caida, se levanta y vuelve á su primera po- sición. Todo el mundo sabe que un pato decapitado puede volar, y á veces un trecho relativamente largo. Kuss, después de cortar la cabeza á un conejo, valiéndose de tijeras mal afiladas para que machacando las partes blandas impidieran la hemorragia, vió al animal brincar de la mesa y recorrer la sala con movimientos perfectamen- te regulares y con sólo el auxilio de su médula espinal. Por nuestra parte, hemos obtenido re- sultados análogos en diversos animales operando con el constrictor Chasaignac. Como se ve, hay en la médula espinal de al- gunos animales un poder automático inteligen- te, capaz de adaptar los actos reflejos á un fin racional y preciso. Este poder existe también, aunque á menor grado, en la médula de los animales superiores, y aun en la del hombre, como lo ha demostrado Robin experimentando en un ajusticiado, en cu- yo cadáver logró obtener movimientos de defen- sa ejecutados por los brazos para rechazar un 20 instrumento vulnerante que se hizo obrar sobre el pecho. Pero si en los animales superiores la esfera de acción de la médula espinal es más limitada, ya con sólo la asociación del bulbo raquídeo se pueden obtener actos perfectamente inteligen- tes, como la deglución, la respiración, el grito, el estornudo y varios otros, y si además del bulbo raquídeo, se dejan la protuberancia anu- lar, los pedúnculos cerebrales y el cerebelo, qui- tando solamente los hemisferios, el animal que- dará reducido nada más que á la actividad de sus centros automáticos, y ya con sólo esto, po- dran observarse en él funciones mucho más com- plicadas. Así Longet experimentando en perros que se encontraban en estas condiciones, ha demostra- do la persistencia del sentido del gusto. Esto prueba además, que los centros automá- ticos están en relación con los nervios de los sentidos especiales, y que pudiendo el autómata orgánico ser impresionado por conducto de es- tos nervios, por los agentes luz, calor, sonido, sabor, etc., y pudiendo también convertir estas impresiones en reacciones motrices inteligentes gracias á las facultades que posee, es capaz de llegar á un fin determinado del mismo modo que el sér que tiene la conciencia de sí. Es verdad que la terminación de los nervios 21 sensitivos no puede ser seguida hasta sus últi- mos límites en los centros nerviosos, porque en su trayecto se pierden en diversos ganglios que son órganos ya de trasformacion, ya de trasmi- sión, de los cuales parten las fibras que han de llevar las impresiones sensoriales á los centros de reacción; pero debe admitirse que su termi- nación está en dichos centros, puesto que la excitación de aquellos determina una percepción en éstos. Hay sin embargo un nervio, el audi- tivo, al que se le conocen tres terminaciones ó raíces; una que se dirige á los hemisferios cere- brales, centros nerviosos de la conciencia; pero dotados á su vez de funciones automáticas im- portantes, y otras dos, de las cuales una va al cerebelo y la otra al bulbo, órganos exclusiva- mente automáticos. Esta disposición es admirable y está perfec- tamente adaptada á permitir, que cuando el es- píritu absorto por el pensamiento no se ocupe de dirigir en el mundo á ese autómata que el espiritual J. Demaistre llamaba la bestia, pueda éste hacerlo con sólo el auxilio de su maravillosa organización. El cerebelo desempeña en la esfera de la ac- tividad automática funciones importantísimas. Según Flourens y la mayor parte de los fisiolo- gistas, preside la coordinación de las contraccio- nes musculares que concurren á la producción 22 de un movimiento dado. Sus funciones son in- dependientes de las del cerebro, y así, por ejem- plo, cuando se trata de mover un miembro en determinada dirección, el mecanismo que ha de producir este movimiento, se arregla por si mis- mo; el sér inteligente no se propone en este caso más que llegar á un objeto, pero los medios que necesita para ello, no son ni combinados por su razón, ni sometidos á su exámen. El yo manda ejecutar un movimiento; el cerebelo se encarga de coordinar la acción muscular necesaria para la ejecución; y es por cierto admirable la inteli- gencia orgánica ó ciencia coordinatriz de que es- te órgano está dotado para presidir movimientos tan complicados como los del salto, el vuelo, la carrera y tantos otros prodigios de equilibrio que todo el mundo ha visto ejecutar, ya á los ani- males que, como el mono, están dotados de sor- prendente agilidad, ya á los acróbatas en nuestros circos. Movimientos para los que es necesaria la intervención de numerosos músculos, cuya con- tracción tiene que variar de intensidad á cada instante con matemática precisión y asombrosa oportunidad y rapidez. El cerebro posee también propiedades análo- gas, siendo el centro de coordinación de algunos movimientos, especialmente de los de la pala- bra, y podría suplir las funciones del cerebelo aun en los de locomoción y demas relativos, que parecen del dominio exclusivo de este último; pero para ello seria necesario largo tiempo de educación y de ejercicio. Hasta aquí sólo nos hemos ocupado de los actos que pueden ser ejecutados con sólo el po- der automático de los centros inferiores; veamos ahora de lo que es capaz la actividad automá- tica de los centros nerviosos superiores. En el estado normal de conciencia, los actos por medio de los cuales se manifiesta el automa- tismo cerebral son de dos clases: l9 Actos que largo tiempo dirigidos por la iniciativa consciente del yo, han llegado á entrar en el dominio del automatismo á fuerza de re- petición, es decir, por el hábito; y 29 Actos instintivos, automáticos, que no han sido aprendidos y que en relación con la activi- dad actual del espíritu, están en cierto modo li- gados con ella, pero que se realizan sin que el yo los ordene y dirija. Los centros nerviosos automáticos tienen una propiedad retentiva, una especie de memoria orgánica en virtud de la cual pueden retener los actos de la primera clase, y á un momento da- do, ejecutarlos sin la intervención de la volun- tad. Tal sucede en la marcha; desde que el espí- ritu da el primer impulso, no piensa más en ella, y dichos centros son los que continúan ha- ciendo que los miembros se muevan para que 23 24 el individuo siga marchando con toda regula- ridad. Cuando una pieza de canto, de difícil ejecu- ción, ha sido suficientemente repetida, llega un dia en que el autómata orgánico se apodera de ella y se encarga de ejecutarla, dejando así al espíritu en libertad para ocuparse exclusiva- mente de la parte intelectual; entonces es cuan- do el artista puede perfeccionar su canto dán- dole sentimiento y expresión. Igual cosa sucede si, por ejemplo, se trata'de tocar al piano un trozo difícil; para que el eje- cutante pueda tocarlo con sentimiento, es nece- sario que su espíritu no tenga que ocuparse de la parte meramente mecánica, y que ésta quede á cargo de sus centros automáticos. Para tocar bien á primera vista es necesario algo más, es preciso que el autómata orgánico haya adqui- rido por el hábito la prodigiosa facilidad de se- guir la lectura del espíritu, por rápida que sea. La memoria psíquica retiene la idea musical, el tema, la frase; la memoria orgánica retiene la complicada serie de movimientos necesarios para la ejecución, y esta memoria orgánica lle- ga á ser notablemente superior á la otra: lo que algún pianista expresaba diciendo: “cuando bus- co algún tema que he olvidado, dejo correr mis dedos sobre el teclado y ellos lo encuentran en seguida; tienen mejor memoria que yo.” 25 En la escritura tenemos otro ejemplo notable de lo que puede el automatismo por medio del hábito; y respecto de la palabra, hé aquí como se expresa T. Reid: “Cada niño aprende por el hábito á pronunciar las vocales y consonantes de su idioma nativo; pero esa pronunciación tan difícil al principio, llega después á ser suma- mente fácil.” Hay más: tan luego como un ora- dor ha concebido lo que quiere decir, las letras y las sílabas se arreglan sin que él piense en ello, y esto con* la elección de la justa expresión de las palabras, siguiendo las reglas de la gra- mática, de la lógica y de la retórica, sin faltar á una sola. Este arte, si fuera ménos conocido, parecería un milagro. Como se ve, la mayor parte de los actos de nuestra vida son automáticos, y con mucha ra- zón ha dicho J. Simón: “Que si todas nuestras acciones fueran voluntarias y reflexionadas, se- riamos capaces de muy poco. La acción de an- dar que nos parece tan simple, continuaría sien- do para el hombre un objeto de estudio durante toda su existencia. Hablaríamos nuestro propio idioma con los mismos esfuerzos que exige el empleo de un idioma extranjero, nueva é im- perfectamente aprendido. La elección de una palabra y la preocupación de la sintáxis impedi- rían á nuestro espíritu dedicarse por entero al desarrollo de su idea. Escribiendo nos parece- 26 riamos á un escolar que copia difícilmente una muestra. El hombre mejor dotado no llegaría á tocar cinco compases al piano sin fatigarse* Todo lo que pasa desapercibido en nuestra vida, y que sin embargo forma el fondo de ella, ab- sorbería todas nuestras fuerzas, y para el pen- samiento, para los negocios, para las mejoras y los descubrimientos no quedaría nada.” Los actos de la segunda clase, es decir, los instintivos, no aprendidos, están bajo el exclu- sivo dominio del automatismo cétebro-medular. Preestablecidos y sujetos á idénticas leyes, son enteramente iguales en todos los individuos: así el desprecio, la cólera, el orgullo, el miedo, etc., se traducen por las mismas contracciones mus- culares, y por consiguiente por las mismas ex- presiones de la fisonomía, y esto no sólo en el hombre, sino también en los animales. Todos estos actos son hereditarios, y se han perpetuado á través de los siglos en las diver- sas especies sin perder sus caracteres. En los bajo-relieves asirios, en las escultu- ras más antiguas y en las diversas obras de ar- te que nos han dejado las generaciones pasadas, se puede ver que las pasiones están representa- das desde entonces por las mismas actitudes y la misma expresión fisonómica que hoy las ca- racteriza. Tanto estos actos, como los de la primera clase 27 pueden ser considerados como fenómenos refle- jos cerebrales, y se realizan por el mismo meca- nismo y obedeciendo á las mismas leyes que los reflejos medulares. Si en la médula, y bajo el punto de vista ana- tómico, las acciones reflejas tienen por substra- tum indispensable la sustancia gris, que en las regiones posteriores está formada por elemen- tos nerviosos característicos, de pequeño volú- men, y dotados de propiedades éxito-motrices; y en las regiones anteriores por celdillas volumi- nosas, multipolares, comunicando por sus polos con las raíces anteriores, y dotadas de propie- dades exclusivamente motrices: también en el cerebro las acciones motrices tienen un substra- tum, cuya disposición es análoga á la que se ob- serva en la médula. Así en el cerebro las celdillas de pequeñas dimensiones de la sustancia gris ocupan el es- pacio submeningeo; las más voluminosas ocu- pan la capa profunda, y ambas están en comu- nicación por medio de celdillas de caracteres mixtos, situadas en la zona intermedia, y de las fibras eferentes que, comunicando con las diver- sas celdillas que encuentran á su paso, y per- diéndose en el reticulum formado por los pro- longamientos celulares, son vias directas para las incitaciones sensoriales que lian de ir á des- pertar la actividad de las diferentes zonas. 28 Si se tienen en cuenta estas analogías de es- tructura y las leyes generales de propagación á través de los elementos nerviosos, es de admi- tirse que, allí donde se encuentran equivalen- cias morfológicas, deben también existir equi- valencias fisiológicas. M. Luys cree que la capa externa de la sus- tancia gris cortical de los hemisferios cerebrales, es la encargada de presidir el sensorium; la capa média las facultades intelectuales, y probable- mente las instintivas; y en fin, que la inferior ó interna está encargada de la trasmisión de la voluntad por medio de la acción. Según su teoría, en toda acción motriz ema- nada de la actividad cerebral,'entrarían siempre como factores indispensables dos elementos, dos esferas de actividad nerviosa obrando sinérgica- mente: una, la de la actividad psíquico-intelec- tual que elabora y prepara el acto de motrici- dad; otra, la automática, que no es más que la parte instrumental que prepara la manifesta- ción somática. Toda incitación sensorial lanza- da de los centros de las capas ópticas á las pe- queñas celdillas submeningeas, se amortiguaría en ellas, produciendo inmediatamente la reac- ción del sensorium. A consecuencia de este conflicto íntimo entre la impresión incidente y el elemento cerebral, esta impresión, trasformada, espiritualizada, 29 por decirlo así, pero conservando su carácter original, daría nacimiento á la incitación psí- quica, propiamente dicha; sucediendo así un fe- nómeno enteramente semejante al que tiene lu- gar en la intimidad de las redes de la retina, cuando los elementos nerviosos de ésta convier- ten por su acción metabólica, como lo ha de- mostrado Duval, las vibraciones luminosas, que son fenómenos puramente físicos, en vibraciones nerviosas, que son fenómenos exclusivamente del orden vital. El procesus de las acciones cerebrales, puede, como el de las medulares, descomponerse en tres períodos: l9 Un período de incidencia, correspondiente al momento en que una impresión llega al sen- sorium y desarrolla allí las sinergias específicas de sus elemeptos. 27 Un período intermediario de propagación, durante el cual la conmoción es irradiada de las celdillas del sensorium hácia las capas profun- das, desarrollando á su paso las sinergias de las diversas regiones nerviosas interpuestas. 3? Un período de reflexión en el que la im- presión incidente, trasformada por la acción me- tabólica de las celdillas por donde pasa, abando- na las zonas motrices de la sustancia cortical, y va por las fibras blancas cerebrales á los dife- rentes territorios del cuerpo estriado, para des- 30 pues entrar en conflicto con la inervación cere- belosa, y repartirse ulteriormente, según sus puntos de origen, en los diversos segmentos del eje espinal. El papel que Luys atribuye á las diferentes zonas de la sustancia gris en la producción de los diversos actos cerebrales, está en armonía con las leyes generales que presiden la agrupa- ción de los elementos nerviosos que forman el substratum de dichos actos, y con los descubri- mientos que sobre localizaciones han sido hechos por Flourens, Longet, Ferrier y algunos otros. Las experiencias de Flourens han hecho ver que, quitando á un animal capas sucesivas de cerebro, se le priva sucesivamente de la facul- tad de percibir tal ó cual orden de impresiones: visuales, auditivas, olfativas, etc. Schiff ha demostrado por mediq de aparatos termo-eléctricos de suma precisión, que en un animal vivo á quien se le excita sucesivamente tal ó cual plexus sensorial periférico, haciéndole ver ú oler un objeto, ú oir algún sonido, la llega- da de la impresión correspondiente á los lóbulos cerebrales, es señalada allí por una elevación de la temperatura en una región circunscrita, y que bajo este punto de vista, la participación de la celdilla cerebral se anuncia por un desprendi- miento de calor limitado á determinado punto. Longet y Flourens, en Francia, y Ferrier en 31 Inglaterra, valiéndose ele corrientes eléctricas, han llegado á establecer que hay en la inti- midad de la sustancia cortical, todo un sistema de centros motores independientes, cuya exci- tación produce la contracción de determinados grupos musculares. Como sabemos, hay en la sustancia cortical un número infinito de celdillas de forma y di- mensiones variables, dispuestas trasversalmen- te unas al lado de las otras, por zonas regular- mente estratificadas, formando á través de las ondulaciones de dicha sustancia, capas de ele- mentos nerviosos, superpuestas como las dife- rentes capas de la corteza terrestre. De esto resulta una serie de esferas de acti- vidad nerviosa que, conservando cierta inde- pendencia, están sin embargo suficientemente ligadas y anastomosadas con sus homologas su- periores é inferiores, para formar un admirable aparato, cuyos diversos elementos están aptos para vibrar al unísono cuando una conmoción se haga sentir en alguno de sus puntos. Esta disposición en zonas que embutidas las unas en las otras, independientes hasta cierto punto, y sin embargo solidarias, permite com- prender cómo una de ellas puede permanecer en reposo, miéntras las otras están en actividad, y vice versa. Asi la zona encargada de las operaciones in- 32 telectuales puede funcionar parcialmente, man- tenerse en eretismo, y provocar á distancia impresiones prolongadas, mientras las zonas inmediatas permanecen inactivas. Ahora bien; supongamos que por esta ó aque- lla causa se paraliza la actividad de la zona cor- tical submeningea, en laque reside el sensorium, es decir, la personalidad consciente; miéntras que el resto del sistema nervioso funciona en virtud de las facultades que le son inherentes; y tendrémos al hombre reducido á la condición de un autómata, que podrá ejecutar todos los actos que están bajo el dominio de sus diversos y numerosos centros nerviosos, pero sin darse cuenta de ello y sin tener conciencia de su eje- cución. Ya hemos visto cuántos y cuán complicados son los actos que pueden verificarse en estas condiciones, y sabemos que la intervención del sensorium no es necesaria para la determina- ción de una incitación motriz voluntaria, pues que la sustancia gris de las zonas corticales tie- ne la facultad de recibir las impresiones senso- riales, almacenarlas, gracias á su memoria or- gánica; y una vez elaborado en la intimidad de sus celdillas el estimulus que ha de partir por los conductores centrífugos con la velocidad del rayo, trasformarlas en movimientos muscu- lares. 33 Sabemos también que el procesus reflejo pue- de, por la repetición de las impresiones, sobre- vivir á éstas, ser retenido por los centros ner- viosos, y á un momento dado, por una especie de fosforescencia orgánica, según la feliz compa- ración del eminente Luys, ser una nueva fuerza que determine la realización de actos, cuyo nú- mero y complicación pueden, bajo la doble in- fluencia de la herencia y del hábito, llegar á una altura prodigiosa. Si después de saber todo aquello de que es capaz el hombre reducido á la sola actividad de sus centros nerviosos automáticos, que bastan por sí solos para la ejecución de casi todos los actos de nuestra vida, vemos que los ejecutados por él en estado sonambúlico, tienen todos los caracteres de los actos inconscientes, y son del exclusivo dominio del automatismo; lógico es deducir que lo único que falta en dicho estado es la intervención de la actividad consciente del cerebro, y como ésta reside en la capa sub- meningea de la sustancia gris hemisférica, atri- buir su no intervención á la parálisis de esta capa. Mas, cuando sabemos que hay sustancias como el hatchis, el éter, el cloroformo y algu- nos otros anestésicos, con cuya administración se pueden obtener experimentalmente parálisis parciales de la sustancia cerebral, semejantes á la que hemos supuesto en el sonambulismo, y 34 dando lugar á estados muy parecidos, si no iguales, al estado sonambúlico. Basta leer la descripción de un acceso ordina- rio de sonambulismo, para convencerse de que los actos ejecutados por los sonámbulos son en- teramente automáticos é inconscientes. Hé aquí un individuo, en quien bajo la in- fluencia de unaafeccion neuropática, la actividad de sus centros nerviosos automáticos persiste y funciona durante su sueño, miéntras que su sen- sorium está paralizado como en todo el que duer- me. Este individuo se levanta, y sin despertar, abandona su habitación, recorre una gran parte de su casa evitando los obstáculos que encuen- tra, contestando á las preguntas que se le hacen, y después de haber ejecutado tal ó cual faena de aquellas á que ordinariamente se dedica, vuelve á su cama, sigue durmiendo; y al dia siguien- te despierta sin acordarse de su excursión noc- turna, y sin darse cuenta de lo que hizo durante ella. ¿Tendremos necesidad para explicarnos esto, de recurrir á una causa sobrenatural ó ma- ravillosa? No, indudablemente; pues que el conocimien- to de las facultades del sistema nervioso y de su disposición anatómica en virtud de la cual pueden una ó varias de sus partes funcionar con perfecta regularidad, miéntras las otras perma- necen inactivas; el conocimiento de su memoria é inteligencia orgánicas y de la propiedad que tiene de entrar en actividad de una manera es- pontánea sin la intervención del yo; basta para explicar estos fenómenos, que aunque de origen patológico, son tan naturales como los que tie- nen lugar en estado normal, y están, como ellos, sujetos á las leyes conocidas de fisiología. Pero hay en algunos casos de sonambulismo al lado de dichos fenómenos, otros de tal natu- raleza, que parecen sustraerse á las leyes que á éstos rigen y salir de la esfera de lo natural: tales son la catalepsia, la letargía, el éxtasis, los estigmas, la visión á través de los cuerpos opa- cos, y la pretendida extralucidez ó doble vista. De éstos son de los que nos vamos á ocupar en seguida, procurando dar, de los que realmen- te existan, una explicación fisiológica que los despoje de ese carácter sobrenatural y misterio- so con que la superstición los ha investido. 35 II Hiperestesia de los órganos de los sen- tidos.—La facultad que poseen algunos sonám- bulos de ver en la oscuridad, es debida sin duda á la hiperestesia de la retina; y aunque Richet cree que no ven los objetos tales como realmen- te son, sino tales como su memoria se los pre- senta, fundándose en que, si por ejemplo, se cambia la disposición de los muebles de su cuar- to, no marchan sin evitarlos y tropiezan con ellos; la verdad es que dicha facultad ha sido perfectamente comprobada en muchos casos. “Los observadores, dicen Ball y Chambart, no están absolutamente de acuerdo sobre el es- tado del sentido de la vista: unos miran su in- tegridad y aun su hiperestesia como la regla, otros como la excepción: en realidad todas las modalidades pueden presentarse y han sido ob- 38 servadas, desde la nyctalopía hasta la amaurosis más completa.” Por lo demas, la hiperestesia de la retina no sólo se observa en el sonambulismo, sino en al- gunas otras enfermedades; y la nyctalopía es normal en muchos animales, como en los buhos y en los felinos. En cuanto á la visión á través de los cuerpos opacos, en primer lugar no es un hecho debida- mente comprobado, y en caso de que lo fuera, encontraríamos su explicación en la teoría que sobre la luz y su modo de trasmisión se admite actualmente. Si aceptamos con los sabios modernos que la luz no es más que un modo particular de vibra- ción del éter, de ese flúido invisible que llena el espacio, penetrando todos los cuerpos y en- gendrando según la intensidad de sus vibracio- nes, luz ó calor, electricidad ó magnetismo; es fácil deducir que la opacidad de los cuerpos no es absoluta, sino relativa á la impresionabilidad de nuestros nervios ópticos; y es indudable que muchos cuerpos que llamamos opacos dejan pa- sar vibraciones luminosas aunque á un grado insuficiente para que tenga lugar la vista dis- tinta. Si entre un objeto cualquiera y nuestros ojos interponemos un cristal; las vibraciones lumi- nosas se propagarán á través de él como si no 39 existiera; pero si superponemos varios cristales, la claridad de la iinágen irá disminuyendo has- ta que llegue un momento en que no veamos el objeto. Habremos asi convertido el cristal en un cuerpo opaco, es decir, en un cuerpo que no deja pasar sino un número de vibraciones in- suficientes para impresionar nuestra retina: pe- ro supongamos qué la potencia visual de ésta aumenta proporcionalmente al número de cris- tales interpuestos; y entonces la visión tendrá lugar á través de aquel cuerpo, opaco para una retina normal, pero suficientemente trasparente para una retina liiperestesiada. Ahora bien, la hiperestesia de un nervio nada tiene de sobre- natural, y puede ser sintomática de diversos es- tados patológicos. Refiere Prosper Lúeas en su “Traité sur l’heredite naturelle” que el rabino Hirsch Daenmark se apercibió á los doce años de que poseía dos facultades maravillosas: la primera, que él consideraba como natural, era una memoria prodigiosa; la segunda era la fa- cultad de ver á través de los cuerpos opacos. Leia determinada página de un libro cerrado indicada por medio de un alfiler introducido en- tre las hojas. Esta potencia óptica se trasmitió hereditariamente á su hijo. Gasper Hauser estaba dotado de una vísta tal, que veia las estrellas en pleno dia, y distin- guía los colores en la oscuridad. 40 Huyghens refiere que en Inglaterra hubo un prisionero que veia los objetos estando cubier- tos por un lienzo, á condición de que éste no fue- ra rojo; y muchos autores respetables refieren casos de individuos que veian con los ojos cer- rados ó vendados y con sólo la intervención del tacto, tratando de explicar este fenómeno por medio de lo que impropiamente se ha llamado trasposición de los sentidos. Aunque la vista sin el auxilio de los ojos haya sido admitida por hombres como Bertrand; y por más que, según diversos historiadores, se haya observado aun fuera del estado sonambúlico en individuos en quienes las funciones del sistema nervioso estaban profundamente perturbadas, como en los tembladores de Cevennes, los con- vulsionarios de Saint-Medard y los poseidos de Loudun, el hecho es por lo menos, dudoso; pe- ro vamos á demostrar que aunque estuviera ri- gurosamente comprobado, encontraria su expli- cación en las leyes generales de fisiología. Los antiguos fisiologistas creian que cada ner- vio tenia una función propia y exclusiva, y que esta función dependía, no del órgano central impresionado por determinada fibra nerviosa, sino del nervio mismo. Hoy ya esto no se admite, y los nervios son considerados como simples agentes de trasmi- sión. 41 “Es en los núcleos de origen de los nervios sensoriales, dice Vulpian, es decir, en la protu- berancia anular, en los pedúnculos del cerebro y en los tubérculos cuadrigéminos donde las sensaciones se especializan; porque no es del nervio mismo de quien depende la especialidad de la sensación, sino de la naturaleza y de la disposición particular de los elementos del nú- cleo de este nervio. Asi el nervio óptico no de- be su función especial á una particularidad de su estructura, la debe á la disposición y á las propiedades fisiológicas de sus celdillas de ori- gen. La impresión es trasmitida por él hasta los tubérculos cuadrigéminos, y es alli donde adquiere su carácter especial.” Sabiendo que el nervio óptico especialmente destinado á la trasmisión de las vibraciones lu- minosas, no es absolutamente necesario para la percepción visual, y que para que dicha percep- ción tenga lugar, lo esencial es que el ganglio de la vista reciba la impresión de un objeto lumi- noso, sea por el conducto que fuere; sólo nos fal- ta saber de qué manera este ganglio puede re- cibir una impresión venida del exterior por medio de un nervio que no es el que normal- mente la conduce, y que no está en relación di- recta con él; y tendrémos la explicación deseada. Para esto tenemos lo que en fisiología se ha llamado ley de difusión ó sinestesia. Según Du- 42 val, “una impresión producida por una excita- ción exterior y llevada por un nervio sensitivo á un centro nervioso, puede producir en éste una excitación demasiado intensa para irradiar- se hácia los centros inmediatos. Estos son en- tonces el lugar de sensaciones idénticas á las que se producirían si hubieran sido puestos en juego por los nervios que normalmente les lle- van las impresiones de ciertos puntos de la pe- riferia. Es que en efecto, desde el momento en que un centro nervioso recibe una excitación, no hay- un indicio es¡3ecial que permita á este centro distinguir si dicha excitación es debida realmente á una impresión venida del exterior, ó si se ha producido por simple propagación de la conmoción sufrida por un centro vecino.” Es un hecho que la excitación de un nervio bulbar puede producir dolor en otro nervio bul- bar; la de los nervios ganglionares del gran simpático repercutir sobre los nervios cerebro- raquídeos y sobre otros nervios también gan- glionares; y en fin, que la excitación de un ner- vio sensitivo especial puede repercutir sobre el ganglio sensitivo de otro sentido y producir en él las sensaciones que le son inherentes como en el caso que refiere Hupert: Un individuo cuando leia mentalmente oia repetir en alta voz cada una de las palabras que pasaban ante sus ojos. 43 En este caso el ganglio auditivo era impre- sionado, no directamente por un sonido del ex- terior, sino por la causa que impresionaba el nervio óptico, y por conducto de éste. Lo mismo tendría lugar cuando los nervios hiperestesiados de la piel de un sonámbulo lle- varan la impresión de un objeto luminoso al cerebro, y de allí esta impresión propagada por irradiación al ganglio sensitivo de la vista, se trasformara en percepción en los hemisferios cerebrales. Si se presentara el fenómeno de la trasposi- ción de los sentidos, serian suficientes para ex- plicarlo las leyes de difusión nerviosa, de irra- diación ó sinestesia. De la misma manera que el nervio óptico, pueden estar hiperestesiados el auditivo, el ol- fativo y los nervios de la sensibilidad táctil, por lo que en muchos casos se ha creido que los so- námbulos poseen la facultad de adivinar, cuan- do en realidad no hacen más que oir sonidos ó percibir olores, que no están al alcance de los sentidos de los observadores. La hiperestesia de los nervios puede llegar á muy alto grado, y es simplemente un fenóme- no patológico en el hombre, pero es normal en algunos animales. Los murciélagos por ejem- plo, cuyas alas están dotadas de una sensibi- lidad táctil sorprendente, y gracias á la cual 44 pueden ser impresionados por el aire que rodea los objetos, conocer así su proximidad y evi- tarlos sin necesidad de verlos ni tocarlos; pues lo mismo los evitan durante su rápido vuelo cuendo están ciegos y con sólo el auxilio de la impresión á distancia. . El fenómeno inverso, es decir, la anestesia más ó menos completa de diversos nervios, pue- de y suele presentarse en los sonámbulos, per- mitiéndoles hacer algunas cosas que á primera vista parecen prodigiosas. Tal sucedía á Sócra- tes, á quien la parálisis de la retínale permitía, durante sus accesos de sonambulismo, mirar el sol de frente por largo tiempo. La anestesia sonambúlica puede llegar á tal grado, que permita la ejecución de operaciones quirúrgicas muy dolorosas, como lo han demos- trado las experiencias de Schiff, Broca, Lada- me, Slrohol y varios otros que han obtenido la analgesia, ya por medio del hipnotismo, ya en el sonambulismo natural. CATALEPSIA, LETARGÍA, IMITACION AUTOMÁ- TICA, sugestion Y alucinaciones.— La cata- lepsia es una neurosis que en algunos casos se ha presentado espontáneamente; pero casi siem- pre se observa durante el estado sonambúlico y generalmente se obtiene por medio de la hip- notización. 45 Se lian atribuido al jesuíta Hircher, inventor de la linterna mágica, las primeras experien- cias hechas sobre el particular; pero ya ántes que él, en 1636, Daniel Schwinter había logra- do inmovilizar un gallo, obligándole á fijar la vista en una raya blanca trazada delante del pico sobre un fondo negro. Más tarde Braid obtenía la misma inmovili- dad en el hombre, haciéndole fijar la vista du- rante alguno tiempo en un objeto brillante, la punta de un escalpelo, colocado á una distan- cia de veinte ó cuarenta centímetros delante de los ojos. Por lo demas, todo el mundo ha vis- to á ciertos animales, como el gato y la serpien- te, practicar el hipnotismo con éxito completo, ejerciendo su acción sobre los pájaros; y es in- dudable que diversas prácticas de hipnotización eran conocidas por los antiguos fakirs de la India. Durante el estado sonambiilico, la catalepsia se puede producir por diversos procedimientos: pases magnéticos, excitaciones periféricas, etc., y Charcot y P. Richer la han obtenido de una manera instantánea experimentando en las hi- téricas. Estas son de tal modo sensibles á la • acción de una luz muy intensa como la luz Dru- mond ó la eléctrica, que en la Salpetrier Char- cot ha logrado por este medio cataleptizarlas tan rápidamente, que quedaban inmóviles en 46 la misma actitud en que las sorprendía el rayo luminoso que se hacia obrar sobre su retina, y su fisonomía conservaba una expresión en per- fecta armonía con dicha actitud. En el individuo catal-éptico los miembros ad- quieren no sólo la propiedad de tomar la posi- ción que se les da; sino la de conservarla du- rante largo tiempo, por incómoda que sea. La catalepsia es acompañada de una anes- tesia completa; pero si en tanto que el suje- to permanece insensible bajo la influencia del agente empleado para cataleptizarlo, se hace cesar la acción de éste, entonces se obtiene un segundo estado que Charcot llama letargía, y durante el cual hay una hij)erexcitabilidad neu- ro-museular tal, que con sólo tocar un músculo se puede provocar su contracción. “Esta expe- riencia, dice Richer, puede variarse de la ma- nera siguiente: Supongamos una enferma en estado cataléptico bajo la influencia de una luz intensa. Cerramos uno de sus ojos, el derecho por ejemplo, é inmediatamente queda catalép- tica nada más que del lado izquierdo y letárgica del derecho. Es decir, que la cara y los miem- bros del lado derecho, están en la resolución muscular y gozan de la liiperexcitabilidad ca- racterística de la letargía; en tanto que los del lado izquierdo están anestesiados y no tienen más que la propiedad de conservar las actitu- 47 des que se les comunica. La enferma es á la vez hemiletárgica y hemicataléptica. En los períodos de catalepsia y de letargía las histéricas pueden ejecutar todos los actos que los magnetizadores obtienen en sus buenos sujetos, y á pesar de que se las puede picar, pe- llizcar, etc., sin que den la mejor señal de sen- tirlo; conservan la sensibilidad especial y la ac- tividad psíquica, suficientes para que se puedan provocar en ellas las sugestiones y alucinacio- nes que se observan en los magnetizadores, lle- gando á convertirse por una educación apropia- da, en dóciles autómatas. Como en este estado tienen marcada tenden- cia á imitar de una manera inconsciente los actos del experimentador, se las puede hacer ejecutar los más extravagantes; pues según la comparación de Richer, la enferma se porta co- sí fuera la imágen del observador reflejada en un espejo. En algunos casos, y por un fenómeno que es conocido con el nombre de automatismo de la memoria, sucede que si se pone en las manos de un cataléptico un objeto cuyo uso le sea co- nocido, sale de su estado de catalepsia y se po- ne á ejecutar actos en relación con el empleo de dicho objeto. Hé aquí algunas experiencias he- chas en la Salpetrier, y referidas por Richer: “Se colocan sobre una mesa, una jarra con 48 agua, una cubeta y jabón; tan luego como su mirada se dirige á estos objetos ó su mano to- ca alguno de ellos, la enferma con aparente es- pontaneidad, vierte agua en la cubeta, toma el jabón y se lava las manos con minucioso cui- dado. Si miéntras lo está haciendo se le cierra un ojo, el derecho por ejemplo, todo el lado de- recho de su cuerpo queda letárgico, la mano derecha se detiene; pero cosa singular, la ma- no izquierda continúa ejecutando los movimien- tos empezados. Haciéndola de nuevo abrir el ojo, las dos manos vuelven á la misma opera- ción. Si en lugar de agua y jabón se le dan sus útiles de costura ó de tejido, se pone á coser ó á tejer como si estuviera en su estado normal. Como se comprende, estas experiencias pueden ser variadas de muchos modos. “Por medio de la palabra se pueden provocar en estas enfermas alucinaciones muy notables que interesan ya uno, ya varios ó todos los sen- tidos. Esto es á lo que ha llegado Charcot, y es realmente lo que se llama sugestión, pues la en- ferma está á merced del experimentador, que puede hacer de ella lo que quiere. Si traza con el dedo una linea sinuosa sobre el suelo, la en- ferma cree ver una serpiente; si raspa la mesa con las uñas, cree ver ratones; si se le dice que está en un jardín, se pone á recoger flores ad- mirando su belleza y su olor. Con sólo ponerla 49 en determinadas actitudes se obtienen diferen- tes estados en su ánimo; así, cerrándole los pu- ños se la hace entrar'en cólera, y poniéndole las manos en ademan de súplica, se pone en oración. “El poder, dice aún M. Richer, que el expe- rimentador posee sobre la organización del su- jeto en este estado nervioso especial, puede ir más lejos y pasar los límites de la alucinación. Se pueden provocar en él sensaciones internas y hacer nacer movimientos que al estado nor- mal están fuera del dominio de la voluntad. Sentamos á B.... á una mesa que le decimos está espléndidamente servida. La invitamos á beber vinos magníficos. Ella entonces hace ade- man de llenar una copa, la lleva á sus labios y encuentra el vino exquisito. Le instamos para que beba más, y nos contesta que teme ponerse mal; le aseguramos que no, y sigue aparentan- do beber. Después le decimos que está ébria, y se levanta inquieta, vacilando como si real- mente lo estuviera, y llevándose la mano al epi- gastro. Nos es posible entonces provocar en ella náuseas diciéndole que vomita. Parece sufrir de tal modo, que no nos atrevemos á prolongar esta escena. Basta entonces afirmarle que ya está buena, para que todo cese al instante.” Experiencias análogas han sido hechas por un gran fisiologista, el profesor Heidenhain, con 50 motivo de las re]3resentaciones dadas en algu- nas ciudades de Alemania por el magnetizador Hansen. Habiendo hipnotizado á un estudiante de me- dicina, Heidenhain le condujo por medio del pensamiento al anfiteatro y le hizo creer que disecaba un cadáver. El estudiante ofreció entonces á los concur- rentes un espectáculo singular. Se le vio ejecu- tar lentamente; pero con la mayor precisión, todos los movimientos que exige la apertura de un cadáver y la disección de sus diferentes órganos. En seguida el profesor le condujo, siempre con el pensamiento, al jardin zoológico; y allí, después de un paseo agradable, le hizo creer que los leones se habían escapado. Ningu- no de los que vieron la pantomima del estudian- te espantado y la expresión de terror pánico que tomó su fisonomía, podrá dudar de la realidad de la alucinación. Para hacer cesar esta visión espantosa, Heidenhain anunció que iban á ma- tar los leones é imitó el ruido de los tiros; pero era tal la angustia del hipnotizado, que todo su cuerpo temblaba. Ya despierto, conservó algún tiempo la sensación de calofrío, y durante cerca de diez minutos se quejó de sensaciones desa- gradables en los miembros. Esta misma alucinación se repitió espontá- neamente por la tarde, cuando se sometió al es- 51 tucliante á una nueva hipnotización, y á la noche siguiente tuvo la misma pesadilla durante su sueño normal. Como ejemplo muy notable de sugestión pue- de citarse el de Josefina, la de Guiols, violada por el mendigo magnetizador Castellan y obli- gada por él á seguirle á pesar de la repugnan- cia que le inspiraba. La relación de este caso puede leerse en la cuenta dada ante las audiencias de la Cour des Assises de Draguiman del 29 y 30 de Julio de 1865. Tres médicos notables, los Dres. Ileriart, Pau- let y Théus, fueron llamados ante el Jurado pa- ra dar su opinión sobre los efectos del magne- tismo, y esta opinión fué confirmada por los Dres. Auban y Roux de Toulon. Si Josefina habia sido violada y habia seguido á Castellan, esto habia tenido lugar á pesar suyo y bajo la influencia de esa fascinación particular del es- píritu, de esa parálisis de la voluntad que en algunos casos determina el magnetismo, y gra- cias á la cual la actividad nerviosa del magne- tizador se sustituye á la del magnetizado. Castellan fué condenado á doce años de tra- bajos forzados. Los magnetizadores se han aprovechado de la facilidad con que se pueden provocar estas sugestiones en los sonámbulos, y gracias á la 52 educación que dan á sus sujetos, llegan á causar la admiración en los espectadores. ¡Cuántos fenómenos liay que á primera vista parecen inexplicables y que llegan á explicarse fácilmente cuando se estudian con atención! Hay un gran número de individuos que es- tán en la creencia de que no sólo en el estado sonambúlico, sino aun en el sueño normal, el alma puede entrar en comunicación con los es- píritus de los que ya han muerto, y de que á esto es debida la pretendida extralucidez ó do- ble vista: y más se confirman en su creencia, cuando llegan á su noticia casos como el que re- fiere Briere de Boismont. M. R. de Bowland, propietario en el Valle de Gala, seguia un pleito por una deuda de testa- mentaría. Ya estaba próximo á perderlo á pesar de que tenia la seguridad de que la suma que le cobraban habia sido pagada por su padre, muerto hacia algunos años, cuando una noche soñó que éste se le apareció y le dijo: “El docu- mento que acredita ese pago está en poder de M * * * notario que reside en Invereck cerca de Edimburgo: tal vez no recuerde el asunto de que se trata porque ha trascurrido mucho tiem- po; pero dile que cuando le llevé el dinero tuvi- mos una discusión sobre el valor de una mone- da de oro de Portugal, y que resolvimos gastar la diferencia en una taberna inmediata.” M. R. fué á Invereck, encontró al notario, que cuando oyó lo de la referida moneda recor- dó el caso y entregó el documento, con lo que M. R. ganó el pleito. Para el vulgo, un suceso como éste no ten- dida más explicación que la real y verdadera aparición de un muerto; pero la verdad es que M. R. liabia oido contar á su padre hacia mu- chos años el caso y lo liabia olvidado. Aquella noche, durante el sueño, surgió en su memoria el recuerdo de lo que su padre le habia referi- do, y hé ahí todo. Esta explicación es más aceptable hoy que la mayor parte de los fisiologistas se inclinan á admitir la hipótesis que atribuye la memoria á huellas materiales dejadas en el cerebro por las impresiones venidas del exterior, ó por los pen- samientos del individuo. En tanto que estas huellas existen en deter- minados grupos de celdillas cerebrales, la exci- tación espontánea ó provocada de dichos gru- pos, haria que estas huellas reprodujeran los objetos que representan. Así se explicarían los recuerdos que surgen cuando uno ménos los es- pera, y también esos recuerdos de ideas, de sen- saciones, de ciertos aires musicales, etc., que se aferran á nosotros y nos persiguen, sin que po- damos borrarlos de nuestra memoria. Esto seria debido á que sin la participación 53 del yo} se produciría la excitación de los gru- pos celulares que conservan las huellas mencio- nadas, por sólo la actividad cerebral automá- tica. En el estado sonambúlico, en el de catalepsia y en el de letargía, esta actividad funciona con tal energía, que puede dar lugar á fenómenos aun más notables que el referido por Briere de Boismont. No sólo, sino que ya en el sueño nor- mal nuestro cerebro funciona mil veces más ac- tivamente que cuando estamos despiertos. “Un hecho, dice Maury, que me parece suficiente para establecer que basta un instante para so- ñar muy extensamente, es el siguiente: Yo es- taba algo indispuesto y en cama, miéntras mi madre velaba á mi cabecera. Sueño el Terror, asisto á escenas de matanza, comparezco ante el tribunal revolucionario, veo á Robespierre, á Marat, á Fouquier-Tinville, á las más repug- nantes figuras de aquella época terrible, y discu- to con ellos; en fin, después de muchos aconteci- mientos que no recuerdo sino imperfectamente, soy juzgado, condenado á muerte, conducido en carreta en medio de una concurrencia inmensa á la plaza de la Revolución, subo al cadalso, el verdugo me ata sobre la plancha fatal, cae la cuchilla; despierto presa de intensa angustia, y siento la flecha de mi catre que se había des- prendido y había caído sobre mis vértebras 54 cervicales. Esto acababa de suceder en aquel instante, como me lo refirió mi madre; y sin embargo, era esta sensación externa el punto de partida de un sueño en que tantos aconteci- mientos se habian sucedido. En el momento en que yo recibí el golpe, el recuerdo de la terri- ble máquina, cuyo efecto remedaba tan bien la flecha de mi cama, había despertado todos los recuerdos de una época cuyo símbolo era la gui- llotina.” A esta sorprendente actividad cerebral y á varias otras causas, como la hiperestesia de di- versos órganos de los sentidos, las sugestiones y las alucinaciones, es debido que los magne- tizadores hayan llegado á hacer creer que la ex- tralucidez existe en los sonámbulos, en los ca- talépticos y letárgicos; pero en realidad la doble vista es sólo una impostura. Muchas teorías existen sobre la catalepsia y la letargía, y los límites de este humilde traba- jo no nos permiten exponerlas: nos contentare- mos con hacer notar que todos los fenómenos que acompañan á estas neurosis, han perdido su carácter de maravillosos desde el momento en que existe una enfermedad, la liistero-ejpilep- sia ó gran histeria, en la que se presentan como síntomas, y han, por lo tanto, entrado en el do- minio de la patología. La histero-epilepsia ha sido admirablemente 55 56 estudiada y descrita por Charcot y P.. Richer, que dividen sus accesos en cuatro períodos: Primero. Un período epileptoide, durante el cual el ataque tiene todas las apariencias de la verdadera epilepsia; la enferma se retuerce y sacude agitada por temblores y convulsiones, á los cuales sucede, al cabo de algunos minutos, un tiempo de reposo por resolución muscular. Segundo. Un período de grandes contorsio- nes y movimientos, al que Charcot ha llamado clónico, y Richer, periodo de tours de forcé. Las enfermas toman actitudes y posiciones tan difí- ciles, que los más hábiles gimnastas tratarían en vano de imitarlas. A estas actitudes siguen, des- pués de algunos instantes de relajación muscu- lar completa, nuevos grandes movimientos de flexión y de torsión precedidos de un grito agu- do y penetrante, el grito histérico. Tercero. Un período dq actitudes pasionales ó de posiciones plásticas (Charcot), que muchas veces empieza cuando el segundo aun no ha ter- minado, y en el cual, dice Richer, “la enferma es presa de alucinaciones que la extasían y trasportan á un mundo imaginario. Allí asiste á escenas en las que por lo regular desempeña el primer papel; la expresión de su fisonomía y sus actitudes reproducen los fenómenos que la animan; obra como si su sueño fuera realidad, y tanto por su mímica expresiva, como por las 57 palabras que se le escapan, es fácil seguir las pe- ripecias del drama que á su vista se desarrolla; su alucinación puramente subjetiva se convierte en objetiva por la traducción que hace de ella. Cuarto. En fin, un último período que en realidad no forma parte del acceso, y caracteri- zado por un delirio que puede versar sobre los asuntos más variados, unas veces triste, otras alegre, y con frecuencia furioso, religioso, ú obs- ceno. Estos accesos no se presentan invariablemen- te en el orden anterior; algunas veces son mo- dificados, ó bien porque uno de los períodos se alarga á expensas de los otros, ó bien porque vienen á complicarlo la letargía, la catalepsia, el sonambulismo, un ataque demoniaco ó el éx- tasis. A la histero-epilepsia atribuye Richer la co- rea epidémica de la edad média, las epidemias de posesiones demoniacas, de convulsionarios y tembladores, y en fin, todas las visiones sobre- naturales y las apariciones de Dios y de la Vir- gen: notables alucinaciones que en todos los tiempos se han presentado en las histéricas, des- de la inmortal Santa Teresa, hasta Luisa Lateau y María de Moerl, que tanto han llamado la aten- ción en nuestros dias. 58 Éxtasis místico y estigmas.—Desde el año de 1226 en que murió San Francisco d’Assises, hasta los tiempos modernos, el éxtasis y los es- tigmas se han presentado en muchos individuos, pero el caso mejor estudiado bajo el punto de vista fisioiógico-patológico, es el de Luisa La- teau, la estigmatizada de Bois d’Haine, cuya re- lación fué presentada en 1875 por Warlomont á la Academia de Medicina de Bélgica. La historia de Luisa ha sido escrita por M. Lefévre, profesor de la Universidad de Lou- vain, y de ella vamos á tomar los datos si- guientes: En 1867 Luisa tenia 16 años, era pálida, de constitución delicada, clorótica; y con frecuen- cia padecía neuralgias. Su carácter es dulce, apacible y uniforme; su inteligencia no es notable, y su imaginación es poco viva; es sencilla, sincera, y desde su in- fancia ha tenido una piedad excepcional, pero no afectada. En 1868 tuvo dolores neurálgicos muy inten- sos, pérdida del apetito, algunas hematemesis; y pasó un mes á dieta sin tomar casi más que agua y los medicamentos que se le prescribían, por lo cual llegó á un grado sumo de debilidad; pero se restableció pronto, y ya el 29 de Abril pudo ir por su pié á la iglesia. El 19 se habían presentado sus reglas por primera vez, para ter- 59 minar el clia21. Tres clias después aparecieron los estigmas, y desde entonces el fenómeno se ha seguido reproduciendo todos los viérnes. El primer escurrimiento de sangre tuvo lu- gar un viérnes, y empezó por el costado izquier- do; al viérnes siguiente la hemorragia se veri- ficó por la cara dorsal de los piés y por ambas caras de las manos, y el 25 de Setiembre del mismo año, la sangre salió también por la frente. Hé aqui cómo describe Lefévre las diferentes fases de la estigmatizacion: Si se examinan, del miércoles al juéves, las partes por donde la sangre ha de salir, se en- cuentra sobre la cara dorsal de cada mano una superficie ovalar de dos centímetros y medio de extensión en su mayor diámetro, y de un color más rosado que el del resto de la piel. En el dorso de los piés se encuentran las mismas man- chas, pero allí su forma es losángica. El juéves, como á eso de mediodía, sobre cada una de es- tas superficies se ven formarse ámpulas llenas de serosidad, que algunas veces toma un color rojo más ó ménos marcado. Al dia siguiente el ámpula se rompe y la hemorragia empieza á verificarse por la superficie del dérmis puesta á descubierto. En la frente no se ve ni ámpula ni coloración rosada; la sangre sale por doce ó catorce puntos dispuestos circular mente sobre una zona de piel 60 como ele dos centímetros de anchura, ligeramen- te turgescente- y dolorosa á la presión. La he- morragia duraba al principio 24 horas, y la can- tidad de sangre perdida era por término medio 250 gramos. Al dia siguiente los estigmas se secaban sin que nunca llegaran á supurar; y Luisa, que los viérnes apénas podia servirse de sus piés y de sus manos, el sábado se volvía á dedicar á sus quehaceres ordinarios. Este fenómeno de los estigmas se ha presen- tado casi siempre bajo la influencia de ideas re- ligiosas muy exaltadas, ó de la verdadera ma- nía religiosa; pero también ha tenido lugar por otras causas y en condiciones muy distintas. De todos modos, su explicación nos parece fácil sabiendo que bajo la influencia de una impre- sión moral viva, se producen por medio de los nervios vaso-motores, dilataciones más ó ménos considerables de los capilares, y sabiendo ade- más que la diapédesis ó paso de la sangre con todos sus elementos, suero, hematías y leucoci- tos, puede efectuarse á través de los capilares dilatados, sin previa desgarradura de sus pa- redes. Según Warlomont, Despine y muchos otros autores, la influencia que la moral y la imagi- nación ejercen sobre el sistema nervioso, y más en las personas que se encuentran predispuestas por su constitución, su género de vida y la ten- sion de su espíritu hácia un solo objeto, es de txl modo enérgica, que puede determinar per- turbaciones muy notables en éste ó aquel órga- no; y citan en apoyo de su opinión una multitud de casos en los que se ha visto que un órgano en el que se fija de una manera sostenida la aten- ción de un individuo, llegaba á ser el sitio de dolores intensos y aun de perturbaqiones fun- cionales de importancia. Así en el caso de Luisa, ella fijaba su aten- ción de una manera sostenida sobre las partes de su cuerpo en donde aparecían los estigmas, y aquellas partes se ponían dolorosas. Ahora bien, donde el dolor persiste hay un aflujo con- siderable de sangre, y habiendo este aflujo, na- tural es que se produzca una dilatación de los vasos, dilatación que puede llegar á ser perma- nente si se repite ó persiste la causa que la pro- duce. Había reunidas allí las dos condiciones prin- cipales para que eí fenómeno de la diapédesis ti viera lugar, á saber: un estado seroso ó hipo- globrulia de la sangre, puesto que Luisa era clo- rótica, y una dilatación de los capilares; por consiguiente, nada extraño es que dicho fenóme- no se presentara. Sabido es también que la hemathidrosis se ha presentado en muchos enfermos que no estaban en las condiciones de los extáticos, y tratándose 61 de ellos á nadie le ha ocurrido que el hecho tu- viera algo de sobrenatural ó de divino. Trece semanas después del primer estigma se presentaron los éxtasis. Durante la mayor parte del éxtasis, Luisa permanece sentada, con las manos apoyadas en las rodillas, los ojos abiertos, inmóviles, dirigi- dos hácia arriba y un poco á la derecha; la ex- presión de su fisonomía es la de una atención profunda y lejana que absorberla su esimfitu. Esta expresión y sus actitudes varían con fre- cuencia. Unas veces las lágrimas humedecen sus ojos y una sonrisa de celestial beatitud en- treabre sus labios; otras, intensa palidez cubre su semblante y un profundo terror se apodera de ella, ó bien llora silenciosamente. A ratos la extática se pone en ¡fié, y con las manos levantadas al cielo, parece próxima á ele- varse en el espacio. “ Se transfigura, dice M. Le- févre, se ilumina con una belleza ideal, y si á esto agregáis su frente coronada por una diade- ma de sangre que corre por sus sienes y sus me- jillas, tendréis idea del espectáculo que nosotros hemos visto.” Como á la una y media cae de rodillas, y per- manece en actitud de profunda contemplación hasta las dos, hora en que se levanta lentamen- te para en seguida dejarse caer, quedando con la cara en tierra. A las tres hace un brusco mo- 62 63 vimiento, pone los brazos en cruz, coloca un pié sobre el otro, y así permanece hasta las cinco de la tarde. El éxtasis se termina por una escena extraña: los brazos quedan pendientes al lado del cuer- po, la cabeza se reclina sobre el pecho, sus ojos se cierran, su nariz se afila, una palidez mortal cubre su rostro, y un sudor frió inunda su cuer- po; sus extremidades se enfrian, su pulso viene á ser imperceptible, y se escucha el estertor de la agonía. Este estado dura unos diez minutos. Después los movimientos vuelven, y con ellos el calor y la vida que parecían haberse extin- guido, y el éxtasis concluye. Para explicar los fenómenos, tanto psíquicos como somáticos del éxtasis, nos parecen suficien- tes la parálisis de la actividad consciente del cerebro y la hiperestesia de la protuberancia anular. Muchos físiologistas creen que la protuberan- cia anular es el centro de asociación de los mo- vimientos emocionales; movimientos cuya causa puede emanar, ó bien del exterior, ó bien del ce- rebro mismo, y que desempeña el principal pa- pel en las grandes expresiones emotivas. El placer, la tristeza, el terror, etc., afectan los ele- mentos activos de la protuberancia, y por una excitación conexa de las fibras motrices, se pro- duce una serie de movimientos que varían se- 64 gun la naturaleza de los elementos afectados, y en razón directa de la intensidad de la afección: de allí la risa, el llanto, etc., etc. Si el sentido emotivo de la escuela alemana existe, de!>e ser localizado en la protuberancia anular. En Luisa, como en San Francisco de Asis y otros muchos individuos, bajo la influencia de lo que Warlomont ha llamado neuropatía estig- mática, se producía un estado muy parecido, si no igual, al estado sonambúlico, acompañado de hiperestesia de la protuberancia anular, cuya actividad, reaccionando sobre los diversos cen- tros automáticos y sobre los ganglios del gran simpático, determinaba la producción de los fe- nómenos presentados durante sus éxtasis. Dice Despine: “El objeto sentimental que ocupaba el espíritu de Luisa, Jesucristo, se le aparecía por una alucinación de la vista. Las diversas escenas de la Pasión que la alucinación le presentaba, producían en ella impresiones morales, vivas, que variaban con cada una de estas escenas, y determinaban fenómenos emo- tivos, automáticos y orgánicos en relación con lo que veia. Estos fenómenos son muy bellos en su parte mímica. El cuerpo movido por la actividad nerviosa automática, sigue por sí mis- mo el acto psíquico sin la intervención de la voluntad, por sólo la influencia que el cerebro ejerce sobre los otros centros nerviosos, y así movido por estos resortes orgánicos, refleja al exterior todo lo que pasa en el espíritu; expre- sando admirablemente por las actitudes, por los gestos, por las expresiones de la fisonomía, por la coloración ó palidez de las mejillas, hasta las menores variaciones de los sentimientos experi- mentados, los cuales varian con las escenas que la memoria trae al pensamiento, según los cua- dros religiosos ó las descripciones de los libros piadosos que la alucinación reproduce al natu- ral. Jamas las expresiones son tan bellas y tan verdaderas, como cuando el cuerpo, enteramen- te dirigido por las leyes que le rigen, sigue au- tomáticamente sin el concurso de la voluntad, que podría perturbar estas leyes, los diversos movimientos del espíritu. Si las expresiones del éxtasis son las más hermosas que se puedan ver, esto es á consecuencia de la hiperestesia del ór- gano nervioso que preside los fenómenos auto- máticos de la emoción, la protuberancia anular; y es también porque en el éxtasis las reacciones nerviosas automáticas y orgánicas determina- das por cada sentimiento experimentado, llegan ásu sumum de intensidad, sin que fuerza alguna antagonista venga á contrariar su expansión.” Los éxtasis y los estigmas se han presentado también en Félida, la notable sonámbula estu- diada por el Dr. Azain, de Bordeaux. Félida es una histérica perfectamente caracterizada; 65 sus primeros accesos de sonambulismo fueron de corta duración, pero han ido alargándose hasta el grado que en 1877 pasaba la mayor parte de su vida en estado sonambúlico ó “con- dición segunda,” como la llama Azam: esto no impedia que se dedicara á sus quehaceres ordi- narios, como si estuviera en su estado normal. Tanto el éxtasis como los estigmas, ya se pre- senten en individuos afectados de manía reli- giosa, ya en otros que, como Félida, están en muy distintas condiciones, son fenómenos pu- ramente del orden patológico, y su patogenia y etiología están íntimamente ligadas con la diá- tesis neuropática. 66 Trasmisión del pensamiento sin la in- tervención de signos exteriores.—La fa- cultad que se ha atribuido á los sonámbulos, de seguir el pensamiento del magnetizador, sin que éste se lo comunique ni por medio de la pala- bra, ni por medio de otros signos, ha sido afir- mada por personas honorables, y aceptada por verdaderas notabilidades científicas; pero á pesar de esto, creemos que es un hecho que está muy léjos de ser demostrado, y si nos ocupamos de él es, en primer lugar, porque no nos parece imposible; y en segundo, porque la explicación propuesta por Despine, seria suficiente para ha- cer entrar dicha facultad en el orden de los fe- 67 nómenos naturales. Hé aquí en resúmen esta explicación: El vacío no existe en la naturaleza; todos los físicos modernos están de acuerdo en que el es- pacio está lleno de una materia eminentemente sutil, llamada éter, cuyas atribuciones son, tanto la trasmisión de la luz y del calor, como la de la electricidad y el magnetismo terrestre. “Que el éter, dice Hebert Spencer, materia en apa- riencia imponderable que llena todo el espacio, esté sin embargo compuesto de elementos aso- ciados que se mueven conforme á las leyes de la física, es ya un hecho. Dotando á estos ele- mentos de movimientos, y suponiendo que en cada ondulación su curso es determinado por una composición de fuerzas, los matemáticos han podido desde hace largo tiempo explicar las propiedades conocidas de la luz, constituida por las ondulaciones del éter. Se ba descubierto aún una mayor relación entre lo ponderable y lo imponderable. Las actividades del uno son incesantemente modificadas por las actividades del otro. Cada molécula complexa de materia que oscila individualmente, causa movimientos correlativos en las moléculas adyacentes del éter, y éste en otras más lejanas, y así sucesi- vamente hasta el infinito. Las revelaciones no terminan aquí. El descubrimiento de que la materia, en apa- 68 rienda tan simple, es en su estructura última admirablemente complicada, y el de que sus moléculas, oscilando con una rapidez casi infi- nita, propagan sus impulsiones al éter ambien- te, .que las propaga á distancias inconcebibles en tiempos infinitamente pequeños, nos condu- cen á este otro descubrimiento, más maravillo- so: que las moléculas de cada clase son afecta- das de una manera especial por las moléculas de la misma clase que existen en las regiones más lejanas del espacio.” Si pues todo está lleno y en comunicación por medio del éter; toda manifestación psíquica, to- do pensamiento determinado por un movimien- to, un cambio, una vibración particular en las celdillas cerebrales de un individuo, será tras- mitido al flúido universal, y si este movimiento encuentra un cerebro de tal modo impresiona- ble que sea influenciado de manera de vibrar idénticamente; esta actividad nerviosa impresa por la actividad nerviosa de otro, determinará en el cerebro impresionado, vibraciones seme- jantes: de donde resultarán productos psíquicos semejantes, pensamientos también semejantes, sugestiones, y por último, el conocimiento por el cerebro impresionado, del pensamiento del ce- rebro que lo impresiona; ó lo que es lo mismo, el conocimiento por el magnetizado de lo que piensa el magnetizador. 69 Si la vibración de una molécula de hidrógeno en Sirio, vibración que tarda tres años para lle- gar á la tierra, es trasmitida intacta por el éter, á pesar del enorme trayecto que ha recorrido este movimiento vibratorio; ¿por qué la vibra- ción de un cerebro no podría ser trasmitida in- tacta por el mismo flúido á otro cerebro vuelto excepcionalmente impresionable por un estado neuropático? En el estado normal las vibracio- nes cerebrales de cada individuo quedan sin efecto sobre los otros cerebros, á causa de la débil impresionabilidad normal de estos órga- nos; pero cuando la impresionabilidad es exce- siva, la trasmisión de estas vibraciones se hace sentir no sólo por pensamientos idénticos en el sonámbulo á los pensamientos del magnetiza- dor, sino que aun en las personas naturalmente impresionables y fuera del estado sonambúlico, se haria también sentir por el contagio espas- módico y el moral. Asi se explicarían orgáni- camente estos dos contagios. Esta teoría nos parece aceptable, porque en efecto, si como ha dicho Lamé, el éter es el ver- dadero rey de la naturaleza física; en el estado actual de la ciencia, casi es necesario creer que también es el rey de la naturaleza orgánica. Si el éter es el principio de la luz, de la elec- tricidad y del calor, tiene que ser el principio de la vida, puesto que sin estas sus tres princi- 70 pales manifestaciones, la vida es imposible. El sistema nervioso no es necesario para ella, el reino vegetal y una gran parte del animal; la formada por los animales inferiores, están des- provistos de él, y sin embargo viven. Todos los fenómenos de la naturaleza se re- ducen en último análisis á movimientos, y todo movimiento es una manifestación del éter. La vida es uno de tantos fenómenos, y natu- ral es creer que su principio no resida en los cuerpos organizados, sino en las manifestacio- nes del éter, y que tal ó cual sistema, como el nervioso por ejemplo, no sirva más que para especializar las funciones cuando el flúido eté- reo vibrando de tal ó cual modo, los ponga en actividad. En tal caso, el principio de actividad, en vez de ser inherente á la materia orgánica en general ó á la nerviosa en particular, seria inherente al éter, que vibrando en dicha materia produciría fenómenos orgánicos, ó psíquicos, según el sistema que pusiera enjuego; manifestándose en las moléculas cerebrales por pensamientos? de la misma manera que al vibrar en los cuer- pos inorgánicos se manifiesta por luz, calor, electricidad, magnetismo, gravitación, afinida- des químicas y atracción molecular. Tal vez llegará un dia en que estas teorías que hoy parecen aventuradas, se confirmen; y 71 en que la ciencia, ó haga surgir la vida en el seno de sus laboratorios, o llegue á sorprender el secreto principio de esa fuerza que anima la creación. Este seria sin duda el más glorioso lauro que hubiera conquistado el hombre. México, Junio de 1886. Fortunato Hernández.