FACULTAD MEDK/A HE^MEXICO. BREVES CONSIDERACIONES SOBRE LA PIOHÉMIA Y SD TRATAMIENTO. TESIS Que para el exámen general de Medicina, Cirugía y Obstetricia presenta al Jurado de Calificación, RAMON MARTINEZ CARRIEDO. Alumno de la Escuela de Medicina de México, Miembro de la Sociedad “Filoiátrica,” Ex-practicante de Número del Hospital de Mujeres “San Juan de Dios.” etc. etc. MÉXICO: Tipografía de Cayetano Berrueco y Hermanos. 1 P Calle Ancha Número 12. 1883. CUERPO PE PROFESORES DE LA Escuela Nacional de Medicina de México. PRIMER AÑO. Anatomía. Propietario: Dr. Francisco Or- tega. i Adjunto: Dr. Nicolás San Juan. Farmacia. Interino: J. Donaciano Mora- les. Adjunto interino: Dr. A. Gri- be. Histología. Interino: Dr. M. Cordero. i SEGUNDO AÑO. Patología interna. Propietario: Dr. Rafael Lucio. Adjunto: Dr. Maximiliano Ga- lán. Patología externa. Propietario: Dr. Rafael La- vista. Adjunto: Dr. José María Ga- j ma [en ejercicio.] Fisiología. Propietario: Dr. José M. Ban- ! dera. Adjunto: Dr. Porfirio Parra. Preparador: Dr. Tomás No- riega. Clínica externa. Profesor interino: Dr. Rafael Lavista. Jefe de clínica interino: Dr. Francisco Ortega, TERCER AÑO. Anatomía topográfica. Propietario: Dr. F. de P. Cha- cón- Adjuntó: Dr. M. Cordero y Gómez. Clínica interna. Interino: Dr. Ildefonso Velaz- co. Jefe de clínica (interino:) J. J. R. de Arellano. (Los alumnos del tercer año, repiten las patologías con los mismos profesores del segundo 1 año.) CUARTO AÑO. I Medicina Operatoria. Propietario: Dr. Eduardo Li- ceaga. Adjunto: Dr. Ramón Icaza. Jefe repetidor interino:' Dr. Regino González. FACULTAD MEDICA DE MEXICO. BREVES CONSIDERACIONES SOBRE LA PIOHÉIIÁ Y SU TRATAMIENTO. TÉSIS Que para el exámen general de Medicina, Cirugía y Obstetricia presenta al Jurado de Calificación, RAMON MARTINEZ CARRIEDO. Alumno de la Escuela de Medicina de México, Miembro de la Sociedad “Filoiátrica,” Ex-practicante de Número del Hospital de Mujeres •‘San Juan de Dios.” etc. etc. MÉXICO: Tipografía de Cayetano Berrueco y Henfriamos. 1 ? Calle Ancha Número 12. 1883. /u memoíia aá mi y fÁ mi @er mfe (^feé^aeÁfe mi J¿eímimo 7%ec¿/e e¿fe y¿yumb éecmídí? /y fe ccm- myla amen 4¿emJ?íe fe /ei auelte/e. Si fáyo. fodfc/an 4d <04 j/l€l= ■c/'í'idd'O; Sz -tz $/$'¿/. 4d 414444— da4j 4>add 4d/e /d4ldffy.4/ dddl j£4l4Z4 tzdf 44dd/d4ddZl't^4J 4dd Ái 4¿ed= z/e dnzd -tZddzdd Áddd-4 (P&dídse dní. j/ ¿cá //ene-tea fmeetó&a de/ caima /¿ c/ cí/ümo de ¿a¿ ácÁmcá. '(c/ A US MAESTROS. IUTHODUCCIOIT. 4JÉ}|espues de vacilar mucho acerca del punto debiera elegir como objeto de mi tesis; des- de haber recorrido por largo tiempo en mi imaginación las diferentes cuestiones que todavia están en embrión y por ser discutidas; y después del mucho temor que he tenido al emprender un trabajo científico por la primera vez en mi vida que se versara en el vasto campo de la ciencia patológica; y por último, conside- rando que son mis fuerzas débiles para tamaña empresa; me he decidido, solamente por el cumplimiento del deber, y por llegar á conseguir por medio de tantos y tan pe- nosos afanes que el estudiante pobre tiene que sufrir en el curso de su vida en los estudios, un título que presen- tar á la sociedad, me he decidido, repito, á hacer algunas consideraciones sobre la infección purulenta y su trata- miento por medio de los hiposulfitos aplicados en inyec- ciones intravenosas, ó introducidos al torrente circula- torio por algunas de las vias de que podemos disponer, 12 para ponerlos en contacto con la sangre: con esto pre- tendo neutralizar los principios sépticos de los piohémios, y atacar por el medio mas natural y directo tan grave enfermedad. Muchas dificultades he tenido que vencer; dudo mu- cho que las ideas que me he formado acerca del punto que me propongo tratar, no sean de multitud de objecio- nes merecedoras; no sé si el modo de interpretar el re- sultado de mis experiencias vaya de acuerdo con la inter- pretación de los demás; por lo cuál suplico á mi respeta- ble Jurado vea con indulgencia este trabajo, que no es digno de ser visto por personas tan ilustradas como él. El método que me propongo seguir en el presente es- tudio me parece que lo puedo plantar en el cuadro siguien- te: así iré con mas órden estudiando, paso á paso y con el desarrollo que me sea posible, las diferentes faces por que ha tenido que pasar, y las modificaciones que, imagi- naciones exaltadas han hecho sufrir á la cuestión pre- sente. CUADRO SINÓPTICO de las diferentes cuestiones que se tratan en este pequeño estudio. Abertura de abeesos y curaciones tó- picas antisépticas, por los métodos de Lister, Guerin y Gosselin. Introducción en el torrente circulatorio de medica- mentos neutralizantes del pus y demas principios sépticos que tiene la sangre de los piohémicos, por algunas ele las vías de que podemos disponer. Parte tercera.—OBSERVACIONES.—Parte cuarta,—CONCLUSIONES. Con la tintura de acónito. La quinina y sus sales. Eliminadores. Definición. Patogénia. Anatomía patológica. Síntomas y diagnóstico de la infección purulenta. Anti-séptico. Alcalino. Desinfectante. Reparador. Médico.. Quirúrgico.. Profiláctico. Sintomático . Curativo.. Parte primera. Parte segunda. (Tratamiento.) PAUTE PRIMERA. Definición, Patogenia, Anatomía patológica Sín- tomas Y DIAGNÓSTICO DE LA INFECCION PURULENTA. CAPÍTULO I. DEFINICION. Crfy es definir una enfermedad, porque difícil es conocer lo que esencialmente la caracteriza. En me- dicina una definición en todo conforme con las reglas de la Filosofía no siempre se puede exigir. A cada paso vemos en el inteligente Jaccoud y en los escritos del concienzudo Grissolle, definiciones que son meras des- cripciones de enfermedades, por consiguiente largas y al- 4 14 gunas no muy claras: hasta cierto punto tienen razón; pues como son pocos los signos caraterísticos, también po- cas serán las definiciones claras. No deben pues extrañar que al ocuparme de la difinicion de la infección purulen- ta adopte una que no todos acepten. Para mí, la definición mas clara que se puede dar de infección purulenta ó piohemia es la que descuella de su sentido etimológico: La Piohemia que quiere decir, pus y sangre, será: La mezcla del ¡vis con la sangre en el torrente circulatorio de un ser dotado de vida. Mas no con esto creo que esta definición pueda por sí so- la dar á comprender la causa de la enfermedad, su mar- cha y sus consecuencias; ni tampoco pintarla en sus dife- rentes faces; pero si creo que con claridad explica, que siempre que el pus y la sangre se encuentren juntos en las pequeñas ó grandes ramificaciones del árbol circulato- rio y mezclados caminan en él, hay piohemia; ya sea de una intensidad media, pequeña ó grande; y que la conoz- camos ó no; y que sus estragos sean grandes, graves ó pa- sajeros; ya se manifiesten desde el mas ligero calosfrío hasta el abceso metastático articular, siempre hubo la in- fección, siempre el pus circuló con la sangre; y siempre el individuo muera ó nó, fué presa de lo que tanto se ha debatido por autoridades tan respetables como Velpeau Tessier Sedillot y Blandin. En nada toca tampoco esta definición la naturaleza de la infección; por que sea cual fuere la teoría de su producción que admitamos, de las que se han dado hasta ahora, todas admiten la existen- cia del pus en la sangre, venga de una vena, de fuera de 15 ella, ó de un capilar; ó bien se forme en el interior de la masa sanguínea: nada prejuzga sobre su naturaleza, es clara, es corta, y por eso me parece aceptable. Yoy ahora á ocuparme de la patogénia de la infección purulenta y á analizar, en cuanto me sea posible, las nu- merosas teorías que se han dado de su producción. CAPÍTULO II. FATOBÍHIA. poder emprender este estudio y seguir pa- so á paso las diferentes fases, por las qué la opinión de los sabios y experimentadores ha tenido que pasar, voy á analizar, aunque someramente, una por una las teorías que se han dado de su producción; así como también señalaré cuál es para mí la que vá mas de acuerdo con la experiencia, y aquella por la cual se pueda percibir con claridad la razón del tratamiento que propongo: de otra manera, podría creerse que éste hubiera tomado su fuen- te en el empirismo y en el acaso. Como se debe com- 17 prender, nada nuevo sobre este punto voy á añadir; pues no hago mas que extractar lo que otros autores han es- crito sobre la materia: así no me veré obligado á penetrar en el escabroso campo de la vacilación y de las conjeturas. ¿Cuál es la causa de la infección purulenta? Hé aquí la cuestión que desde á fines del siglo pasado se han ve- nido proponiendo y ocupando de ella los cirujanos; hé aquí también lo que por primera vez dió origen á lo que hoy conocemos con el nombre de teoría ele la metástasis y reabsorción del pus. Los primeros que se ocuparon de ella, y la sustuvieron con talento y entusiasmo, para ex- plicar las relaciones de los abeesos interiores con las su- puraciones exteriores Van Swieten, J. L. Petit y Mor- gagni, dijeron: que se verificaba del foco purulento exte- rior hacia los demás órganos en su interior, un trasporte de pus; mas no se dieron cuenta ni explicación de cómo se verificaba este trasporte. Vinieron después Velpeau y Marechal; el primero, en su tesis para el doctorado, el año de 1823, y el segundo, en su tésis de 1828; estable- ciendo: que el pus de las heridas podia ser absorvido por las venas abiertas; de allí caminar para las visceras donde iba á formar los abeesos metastáticos. Se apo- yaban al emitir su teoria, en que habian encontrado en las venas de los heridos muertos por infección purulenta, la sangre mezclada con gran cantidad de pus; así como también focos purulentos en el parenquima del pulmón, hígado y cerebro. Como se vé, algo avanzaron en la ex- plicación de los abeesos metastáticos: por su teoria, te- nían establecido, digamos así la base, las tres condi ció- 18 nes principales; punto de partida ó foco purulento, ca- mino que recorrer y parte á donde llegar; solamente que la explicación no iba de acuerdo con la Fisiología y otros casos, en donde no se lia encontrado el pus en ninguna de las venas vecinas del foco purulento. En efecto: su- poner una vena abierta y circulando sangre por ella, es nada menos que desconocer su estructura, su función y las leyes de la Hidráulica. ¿Porqué? Un ejemplo lo escla- recerá: tomemos un tubo de cautcliuc, hagámosle una abertura en su parte media, pongámosle en el interior de su calibre y cerca de la abertura que le hemos hecho una laminita que juegue como válvula, pongamos un émbolo con su cuerpo de bomba lleno de agua en comunicación con el tubo, demos un golpe, y veremos que el agua pa- sará por la abertura y no recorrerá todo el canal: este grosero ejemplo aplicado á una vena, y teniendo además en consideración su estructura, hace fácilmente compren- der que abiertas las venas al exterior no permiten circu- lación al interior; puesto qué, por una parte la corriente líquida se verificará liácia fuera, y por otra, las válvulas venosas le oponen cierta resistencia que no vence por la falta de la vis d tergo y porque toma otra dirección que se le presenta por la abertura. Estas razones y las que nos pudiera dar la Fisiología patológica, hacen que dese" che, aunque no totalmente la teoria de Yelpeau y Mare- chal. Otra razón mas todavía me hace desecharla, y es que los abcesos metastáticos no son constituidos desde su principio por una masa de tejidos en vía de supura- ción, ni por una colección purulenta bien determinada, pura y simple, como pudiera deducirse de esta teoria, y 19 como realmente lo supone; sino que en los pulmones y el hígado se encuentran focos constituidos poruña infiltra- ción sanguínea: primero, que caracteriza el primer perío- do de los tres, porque los abcesos metastáticos tienen que pasar; después, por una infiltración plástica carácter del segundo período, y por último una infiltración puru- lenta caracterizando al tercero. ¿Admitida una vez la teoría de Velpeau y Marechal, se puede explicar esto? Me parece que nó. Hay otra teoría que se conoce con el nombre de teoría de la flebitis: á su desarrollo contribuyeron Danee, Cru- veilhier, Blandin y Berard el primero sobre todo, ocupán- dose de la flebitis uterina, observó en las mujeres muer- tas por infección purulenta, y en los heridos atacados de la misma enfermedad, los troncos venosos inflamados y supurados; por lo cual supuso que el pus llegaba á alguna colateral que desembocaba en el seno venoso supurado, y de allí era acarreado al torrente circulatorio. Una vez llegado el pus á la sangre por este mecanismo, se mezcla- ría tan íntimamente con ella, que después no se podría separar; la alteraba y le comunicaba propiedades irritan- tes sobre los capilares ejercidas, y notablemente los de las visceras; de allí nuevas flebitis caracterizadas, prime- ro, por coágulos, después por el pus. Esta teoría parece adaptarse mejor á la explicación de lo que la anterior no explica pero es bastante general al enumerar hechos que no la llevarían sino á consecuencias particulares. En efecto: supone que en todos los casos de infección purulenta, ésta es debida á la supuración 20 de los senos venosos. Se ocuparon de combatirla en sus trabajos, Tessier, Sedillot y Darech, quienes no encontra- ron, en multitud de casos donde los buscaron, los senos venosos supurados. Gosselin mismo, al ocuparse de esta teoría y cuyos términos copio á la letra, no le dá su au- toridad ni apoyo, y se expresa así: “Yo mismo, dice, he “muchas veces, en la autopsia de sujetos muertos por la “infección purulenta, disecado con cuidado las venas de “la región herida ú operada, á cuyo nivel se encontraba, “ciertamente, el punto de partida de la enfermedad, y no “he encontrado pus.” Mas todavía: Tessier ha demostra- do con bastante claridad y triunfo, que las venas inflama- das encerraban ademas del pus coágulos sanguíneos; los que en multitud de casos estaban colocados arriba del foco supurante, oponiéndose así á la inmigración del pus hácia los centros. Podía invocar también aquí que: por medio del microscopio se podían demostrar los glóbulos de pus en la sangre, según esta teoría; mas como los gló- bulos de pus y los blancos de la sangre, en el campo del microscopio, se nos presentan bajo la misma forma y de las mismas dimensiones, creo no tener razón Gosselin cuando en su clínica quirúrgica, parece valerse de esto para negar la presencia del pus en el torrente circulato- rio. Otra de las razones que el autor francés que acabo de citar expone para echar por tierra la teoría de la fle- bitis, es que ella hace arrojar toda idea profiláctica contra la infección, teniendo al cirujano que la admita, obligado á cruzarse de manos al frente de tal enfermedad. Tal vez sea poderosa ¿Pero qué no tenemos ningún recurso para hacer que la sangre se desembarace de las sustan- 21 cias que la envenenan y la privan de sus funciones vita- les? Mas adelante lo discutiremos, cuando nos ocupemos de su tratamiento. Después de la teoría de Tessier ha venido propalándo- se cada día mas y mas otra, que ha hecho bastante revo- lución en todo el mundo médico, y es la que se llama Teo- ría de la Septicemia, cuyo origen es disputado entre ale- manes y franceses. Por ella se trata de explicar la piohe- mia, suponiendo la introducción y absorción en la sangre de materias pútridas y sépticas imperceptibles, provi- niendo de la descomposición de la sangre en algún foco purulento; ó bien de algunos tejidos gangrenados, ó de exsudados inflamatorios mortificados. Esta es la teoría que los alemanes se apropian, y que la mayor parte de las asociaciones médicas les conceden; mas para no atribuir á quien no le corresponda alguna mala doctrina, ni tampoco quitar el mérito á quien le pertenezca, lea- mos los trabajos que se publicaron en Francia, antes de que los alemanes dieran el nombre de Septicemia á esta teoría. En ellos vemos que solamente el nombre les pertenece á los primeros; las ideas á los segundos. Darcet fué el primero que se ocupó de la teoría que tenemos expuesta, sin darle el nombre que hoy lleva, guiado por trabajos anteriores que se referian mas á otras enferme- nades, como las fiebres pútrida y tifoidéa. También en- tónces Bouillaud, seducido por los trabajos de Gaspar y Magendi, publicó en el año de 1825 en la Revista Médi- ca, un tratado muy importante sobre la flebitis, fijándose, sobre todo, en señalar esta acompañada de síntomas aná- 6 22 logos á los de la fiebre tifoidéa y pútrida; se ocupa tam- bién, como Dance y Blandin, del pus vertido en la san- gre por causa de la flebitis. Mas tarde Bonnet de Lyon, en una memoria que publicó en el año de 1837 sobre la composición y absorción del pus, demostró al ocuparse de la descomposición de él: que por la presencia del azufre en el pus, siendo los productos de esta descomposición el ácido sulfídrico y el sulfidrato de amoniaco, estos pueden ser absorvidos por las superficies supurantes, y causar accidentes febriles, como los que producen las sus- tancias deletéreas en general. De la misma manera Be- rard hizo una distinción entre la infección purulenta, que la creia, como Dance y Blandin, debida á la introducción del pus en la sangre, y otro envenenamiento debido al paso hacia el torrente circulatorio de los productos de descomposición del pus, envenenamiento que venia en los individuos que tenian algún foco en via de supuración: mas tarde que los fenómenos piohémicos llamándolo in- fección pútrida, análoga á la infección purulenta por su modo de producción, mas no por su manera de anunciarse, su anatomía patológica ni su fin. Todo esto ha venido con- tribuyendo ventajosamente al conocimiento de lo que án- tes estaba cubierto por el velo de las conjeturas. Todo lo cual, unido al esclarecido talento y á la continua experien- cia de M. Bouillaud, hizo que dicho autor, segregara en dos partes los productos de descomposición del pus; una constituyendo un veneno sutil é imperceptible, que intro- ducido en la sangre y demas elementos anatómicos da- ría origen á la fiebre; y otra, venenosa en menor escala, sumamente dividida en pequeñísimas partículas, pudien- 23 do penetrar, bajo esta forma, por los poros de los mas voluminosos vasos al torrente circulatorio, pero que se detendrían en los capilares pulmonares, y estancándose allí, producirían el abceso metastático, obrando como cuerpos irritantes. Hasta aquí avanzaron, hasta aquí la mayor parte de los médicos franceses llegaron en esta cuestión, dejando constituido, digamos así, el árbol cuyo fruto otros habían de recojer, y de cuyos méritos, los alemanes se habían de llamar acredores, y los franceses inventores. Este era el estado en qué cuestión tan importante había llegado mediante los esfuerzos de nuestros antepasados maestros. Habiendo empezado otra era de investigaciones, se ha abierto un nuevo horizonte en el que la inteligencia de nuestros contemporáneos ha podido campear con libertad investigando secretos, cotejando ideas, y criticando teo- rías: en él y solamente en él, el esclarecido Gosselin ha en- contrado un medio apropiado para desarrollar el torbellino de ideas, que desde su vida de estudiante rebullían en su mente. El es el que ha reconcentrado en su teoría las ideas pasadas y las actuales, desechando las primeras y adoptando las segundas. Quisiera no omitir ni lo mas mínimo, al ocuparme de lo que dicho autor, en su Clíni- ca Quirúrgica, trata con tanto talento y sencillez: pero como debe comprenderse, las circunstancias por las qué la mayor parte de los estudiantes cursamos, no son muy bonancibles, no nos permiten, por lo mismo, estendernos mucho en una tésis que exige muchos gastos. Así es que, para ser mas breve, voy, como lo he hecho hasta aquí, á extractar en pocas palabras, la teoría de Gosselin, que 24 quizá con ninguna restricción admita; no descuidándo- me, sin embargo, de tratar aunque á la ligera, los puntos que mas contacto tengan con ella. Gosselin, este inteli- gente cirujano á quien solo para elogiarlo he visto citado por varios autores, recopiló lo que se habia dicho de la infección purulenta, y lo que él habia establecido por me- dio de sus experiencias y larga práctica, en una doctrina que hoy lleva su nombre, y de la que es el verdadero au- tor. Considera la infección purulenta constituida, por dos elementos; el primero, formado por un conjunto de síntomas clínicos, y que reasume bajo el nombre de- Hebre\ y el segundo por lesiones anatómicas en las diver- sas regiones y órganos, mas principalmente por los abce- sos metastáticos articulares y viscerales. A1 examinar cada uno de estos puntos separadamente, y recorrer las diferentes opiniones que aún están en pié, acerca de la producción de los primeros, Gosselin crée: que el elemento fiebre, es debido á la introducción de materiales tóxicos en la sangre, por el intermediario, ya de las venas gruesas, de los capilares venosos, ó de los linfáticos; materiales que se desarrollan en la superfi- cie ó en la profundidad de las heridas, por el contacto del aire, y de multitud de principios sépticos que siempre tiene en suspensión. Parece que este autor no ataca de lleno las teorías de Petite, Morgagni, Velpeau y Marechal, pues parece ad- mitir, como medio de trasporte de las sustancias sépti- cas, los canales venosos mismos; no considera como ne- cesaria la irritación é inflamación de las superficies in- 25 ternas ele las venas, para la producción de un abceso metastático, ni para la infección purulenta; supuesto que los capilares venosos y los linfáticos pueden intervenir, de tres maneras distintas para producirla, ó no intervenir de ninguna. En primer lugar, pueden los linfáticos ó las venas servir para el simple paso de las materias sépticas sin alterarse: en segundo lugar, pueden alterarse por ir- ritación ó septicidad de dichas sustancias, consistiendo esta alteración en la inflamación de la superficie interna de las venas cuya inflamación, terminada por supuración constituye un nuevo foco. Este modo de considerar la cuestión abraza, como puede verse, los hechos observa- dos por Dance y Berard y otros quienes encontraban una relación íntima entre los focos supurantes y los abeesos metastáticos viscerales; llevados simplemente por que en las autopsias que ellos habian hecho, habian encontrado en la mayor parte las huellas del pushácia otros tejidos, concluyendo por esto en considerar la flebitis como causa constante de infección purulenta, sin considerarla como una coincidencia y como faltando algunas veces, como se ve por la teoria de Gosselin: y en tercer lugar, pueden las venas, los capilares y los linfáticos, inflamarse primi- tivamente y sin causa apreciable, supurar y causar así, sea cual fuere el mecanismo que adoptemos, la infección purulenta. Gran parte, y con razón, hace gozar Gosselin, á la sep- ticidad y mala naturaleza del pus, y demas miasmas que van á infectar las heridas, por el intermediario de la at- mósfera y utensilios de curación, para la producción de la piohemia y septicemia. Aquí de paso necesito tocar 26 una cuestión, que tiene íntimo contacto con el origen de la infección purulenta y de la septicemia; quiero hablar de lo que algunos autores han dicho, para sostener que la piohémia y septicemia son enfermedades zimóticas, pues todo necesito tener en cuenta, para poder manifes- tar las razones por las cuales admita tal ó cual teoria. Soy llevado á ocuparme de este punto, no porque como muchos lo han hecho, trate de fusionar en una sola, la septicemia y la infección purulenta; sino por distinguir- las mas y mas hasta que cada una de ellas esté represen- tando una nueva entidad morbosa. Antes de examinar en su punto la cuestión demos la definición de lo que se entiende por enfermedades infec- ciosas ó zimóticas: aquí no hacemos mas que repetir lo que el inmortal Buillaud, en su Tratado de Nosografía Médica, dijo sobre este punto. “Son enfermedades ge- nerales, totius substantice, caracterizadas por la intro- ducción en el organismo, de un principio particular, “agente infeccioso, diferenciándose de los venenos en que “puede reproducirse si está colocado en un medio con- teniente.” Por esta definición se deja comprender cuán vasto es el cuadro de las enfermedades infecciosas: ¡mas cuánto tiempo y trabajo me seria necesario para ir pa - sando en revista cada una de ellas! Así es que creo de- ber extractar en pocas palabras, contrayéndome á lo que principalmente es mi objeto, lo que tantos han tra- tado ocupando volúmenes enteros. Justo es que pague el tributo que merecen á los que por sus trabajos han es- tablecido un edificio cada dia mas sólido. Lemair, Chau- 27 veau, Behier, Vulpian, Cli. Robin, Castelneau, Dui- ret, Gaspar, Virchow, Psergmann, Landerson y otros muchos, quienes lian contribuido á este estudio en gran parte para la profilaxia de enfermedades que, como el tifo y la fiebre tifoidea, han rebajado á la raza humana. Pues bien; una vez conocidas las condiciones para que una enfermedad sea zimótica, veamos si la piohémia y septicemia cumplen con ellas. Experiencias numerosas de algunos de los autores que antes he citado, y princi- palmente las de L. Collin, han venido demostrando que la septicemia puede provocarse inyectando en el torrente circulatorio productos de descomposición vegetales ó animales; teniendo de esta manera, en el modo de pro- ducción, y parte en su origen, una analogía entre la fie- bre tifoidea, el tifo, la escarlatina y demas enfermedades infecciosas piohémia y septicemia; no solamente llevados por las experiencias citadas, sino por la observación de que tenian lugar, inoculando los principios sépticos de un enfermo en otro; de la misma manera que tiene lugar la inoculación de la viruela en otro individuo que no ha- ya sido varioloso como el enfermo de quien se toma di- cho pus para inocularlo. Ahora bien; distinguidos par- teros, al ocuparse de la fiebre puerperal y de su origen, creyeron que era enteramente la misma que se observa- ba en los heridos y las recien paridas; solamente con la diferencia, de que en las segundas tiene por origen la descomposición de algunos detritus uterinos, de cuya descomposición resultaba el miasma séptico, capaz de producir la septicemia en una enferma, y de contagiar por multitud de medios de comunicación, entre los que 28 figuran mas especialmente el aire y las manos del parte- ro; y en los primeros, por los productos de supuración descompuestos al contacto del aire alterado como el de la sala de un hospital, lian sostenido, y con justicia, que la septicemia puerperal y la quirúrgica, son análogas y por muchas razones iguales; de marcha caprichosa, de síntomas variables y de consecuencias indeterminadas. Parece que con esta manera de ver, se alejaban de la idea de sostener, que eran enfermedades infecciosas, es- pecíficas en su naturaleza, como la fiebre tifoidea y el ti- fo; teniendo una relación constante entre los fenómenos locales observados á la autopsia, como la viruela con las pústulas de la piel, y las ulceraciones de las glándulas intestinales con la fiebre tifoidea. Arroja también la idea de considerarlas, como manifestándose siempre de la misma manera, con ligeras diferencias; y de tener las mismas manifestaciones, como lo supone Fordicio Bar- ber, al ocuparse de las enfermedades puerperales; pues casi se puede decir, que: de cien enfermos atacados de la septicemia, no se encuentran dos enteramente iguales en la marcha de su enfermedad, modo de invasión, sín- tomas y consecuencias: ésta consideración me hace aquí decir, con algunos, que las enfermedades cambian con los individuos, lo mismo que los efectos de las causas con el terreno en que tienen lugar. Mas para destruir por completo, lo que Fordicio Barber ha expresado en su tratado de enfermedades puerperales, sosteniendo (pie la septicemia y pioliémia, no son enfermedades infeccio- sas, como la fiebre tifoidea, el tifo, la escarlatina y la erisipela, considerémoslas en el terreno experimental, y 29 de allí saquemos las consecuencias. Gaspar, Trousseau, Sedillot y otros han, de la misma manera que se inocu- la la viruela en los niños, y se ha inoculado el miasma tifoidéo, tomándolo de un muerto por el tifo, producido, en perros y conejos, inoculándoles sustancias animales en via de putrefacción, y midiendo las dósis ingeridas, la septicemia experimental, como la llamó Piorry. Las sustancias que han servido, han sido pus alterado, san- gre descompuesta, sánies gangrenosa, y la sangre extrai- da de conejos ya inoculados, obteniendo de estas expe- riencias la enfermedad tal cual se presenta en otros ani- males no sometidos á las mismas condiciones de salud, como están los que se utilizan en las experimentaciones, sino bajo la influencia de alguna herida en supuración de mala naturaleza y al contacto del aire ambiente: sien- do las vi as para la introducción de las sustancias sépti- cas las venas, las arterias, los capilares, el tejido celular y las cavidades serosas, así como también el estómago y el recto. Las consecuencias de la experimentación por estas vias, han variado algo, como debe comprenderse; pero en su esencia han sido idénticas, pues todas, con diferencia de dias ú horas han producido la septicemia, aunque ésta no caracterizada por una anatomía patoló- gica constante; pero sí, con un cuadro sintomatológico propio; pues el cuadro general del proceso morboso ha sido siempre el mismo. En cuanto á la marcha de la enfermedad, producida de esta manera, es variable apareciendo la fiebre unas veces inmediatamente después de la penetración de las 30 sustancias pútridas; ó bien se presenta primero una es- pecie de incubación, que varia, desde algunas horas has- ta algunos dias. Déjase entender también que la mar- cha 'de la septicemia tiene que variar de la misma mane- ra, según el lugar por donde se verifique la absorción de la materia séptica; el grado de putridez á que ésta haya llegado; y sobre todo, la cantidad introducida y la espe- cie de animal á que se introduzca; causas, que también modifican la duración de la septicemia y su terminación: pues aunque esta sea mas frecuente por la muerte, sin embargo se dan algunos casos en que se ha terminado favorablemente; pues, según las experiencias de M. Kehrer la mortalidad seria de unos 3fip§ . Respecto de las vias digestivas como medios de ino- culación, algunos las han considerado como oponiéndose á ella; fundándose en que el jugo gástrico obraria sobre las sustancias sépticas destruyendo sus propiedades: mas otros experimentadores Cl. Bernard y Collin han proba- do por muchos ejemplos, la producción de la septicemia en los conejos inoculados por la via gas tro-intestinal, v en los que ha tenido lugar la muerte como consecuencia. Sobre diez conejos en los qué se hizo la inyección de sustancias pútridas por el recto, Cose y Feltz perdieron nueve en término de once dias; siendo la cantidad de sustancias pútridas inyectadas de doce centímetros cú- bicos. Algunas particularidad es vienen á modificar la impor- tancia de los efectos de las sustancias tóxicas ingeridas en plena putrefacción. En efecto: la naturaleza de la 31 sangre ingerida y descompuesta por el calor y el ambien- te, no es sin influencia sobre la producción de los acci- dentes; de la misma manera que la especie de animal de- be tomarse en gran consideración; pues, como lo han de- mostrado Collin, Cl. Bernard y M. M. Bouley, en las se- siones de la Academia de Medicina de 1872, el conejo es el mas apto para contraer la septicemia experimental. En este terreno he creído conveniente colocarme para sostener, con los parteros ingleses y algunos alemanes, que la septicemia y la piohémia son enfermedades zimó- ticas é infecciosas; y que dan á la sangre, así como á to- dos los humores y tejidos, el poder de reproducir á su vez la enfermedad: en suma, les hacen tomar el carácter de la virulencia, aumentando la intensidad á medida que atra- viesa mayor número de organismos, con la particularidad de producirla con tanta mayor intensidad y violencia cuanto menos cargada está la solución de las sustancias sépticas, siempre hasta cierto límite; porque se ha nota- do, en las experiencias hechas por Picot, que: á medida que era mayor el número de conejos inoculados, y me- nor la cantidad de sustancias sépticas introducidas en un mismo conejo, aparecían los fenómenos septicémicos con mas prontitud y con tal intensidad, que lo mataban en término de veinte horas. Esto quizá pudiera llevarnos á conceder á los lioméopatas la pretendida acción de sus dósis infinitesimales, aumentando con el número de las diluciones como la ¿ ó la g^Q0. Pero también, por expe- riencias hechas en otros animales, como el perro, el bor- rego y el caballo, Bouley ha demostrado que este au- mento de intensidad en los fenómenos septicémicos, y 32 la rapidez con que aparecian, disminuyendo las dósis de las sustancias pútridas ingeridas, se observaba solamen- te en el conejo, animal muy apto para la inoculación, y para refinar la acción de las sustancias sépticas; pero no se observaba en el perro, borrego y caballo. Hasta aquí me parece tener sentado, por las experien- cias antes referidas, que tenian razón los parteros al con- siderar la septicemia y la piohémia como enfermedades infecciosas ó zimóticas; supuesto que se propagan por medio del contagio, y muchas veces son producidas por inoculación. Básteme, para concluir este punto, referir una observación de las muchas que el eminente clínico Trousseau trae sobre esta materia, fijándose, sobretodo, en la producción de la septicemia por otra enfermedad zimótica. “Una mujer atacada de erisipela fué admiti- da en el Hospital Rotunda, el 15 de Febrero de 1877. Siendo el estado del hospital excelente en esa época, la enferma salió al dia siguiente; y de diez mujeres que le eran vecinas, nueve fueron atacadas de fiebre puerperal, y la que no lo fué, pero que aún no alumbraba, abortó al dia siguiente.” Esta observación me conduce, no sola- mente á afirmar que la septicemia y piohémia son en- fermedades infecciosas; sino también á ver en ellas la propiedad de producir otra del mismo género, v á ser producidas por ellas. Básteme con esto haber alcanza- do á manifestar cuál es el estado actual de la ciencia sobre la materia. Continuemos ya analizando la teoría de Gosselin, y examinemos suscintamente la segunda parte. Mas antes 33 concluyamos la primera de que nos ocupábamos y esta- blezcamos: que la fiebre y todo su cuadro sintomatológico, como ya lo liemos repetido, es debido á la presencia en la masa sanguínea y en la intimidad de los tejidos de princi- pios miasmáticos, sépticos, purulentos y pútridos; ó bien, al desarrollo de estos mismos principios en el interior del árbol circulatorio, debido á una inflamación de 7nala natu- raleza, como la endocarditis ulcerosa ó cualquiera de sus análogas. Pasemos á la segunda parte de la teoría de Gosselin, ó sea á las lesiones anatómicas múltiples, de que las prin- cipales son los abcesos metastáticos. Hasta ahora no se han podido explicar satisfactoria- mente, las lesiones anatómicas de la pioliémia y septice- mia; ésto ya lo hemos visto, al analizar cada una de las teorias que se han dado de su producción; las cuales, como lo vimos, no resuelven con claridad y precisión las objeciones que hemos hecho á cada una de ellas. He- mos insistido, sobre todo, en la manera con que Darcet y Cruveilhier explican su formación, suponiendo la flebi- tis capilar supurada, la sangre alterada, y con propieda- des irritantes y flogógenas por las cuales, en ciertos ór- ganos, principalmente en el pulmón y el hígado, produci- rla una inflamación supurativa análoga á la producida por el mercurio y otros cuerpos extraños, arrastrados por las venas en las experiencias de Cruveilhier y Dar- cet. Esta manera de ver la cuestión hemos dicho no aceptarla; porque las experiencias de otros autores han venido probando que los abcesos metastáticos pasan por 34 tres períodos sucesivos, que no explica la teoría que es- tudiamos. Lo mismo podíamos decir acerca de las em- bolias fibrinosa de Darcet y sanguínea de Virchow; pues solamente se podrían aceptar para el pulmón y el hígado, pero no para todas las colecciones purulentas; como las articulares, y en general, las de las serosas y de los espa- cios intermusculares. Para terminar esta cuestión y dar nuestra opinión so- bre ella, voy á manifestar con sus mismas palabras la ma- nera con que Gosselin concluye, al ocuparse de ella, en su Clínica Quirúrgica. “En presencia, dice, de estas va- ciedades de formación que nos da la imvestigacion ana- “tómica, no podemos decir mas que una sola cosa, y es: “que la sangre una vez alterada por su infección, y la “fiebre una vez establecida, la economía toda toma la “predisposición á la supuración.” En tanto que no hay envenenamiento la supuración queda local, y todos los esfuerzos del organismo se emplean en la reparación, de “la cual la secreción regular del pus es una condición “esencial. Una vez producido el envenenamiento, la ap- “titud piogénica se extiende; y el organismo, á expensas “de la sangre alterada, hace pus en todas partes excepto “en la región que primero se había preparado para pro- ducirlo.” ¿Qué decir por fin, y qué hacer para salir del caso en que nos encontramos todavía sofoe este pun- to? Miedo me causa el tener que manifestar mi opinión; por que no está basada ni en conocimientos, ni en expe- riencias propias: pero me creo obligado á emitirla para su critica; porque creo que es un deber de todo aquel 35 que se dedica á un arte ó á una ciencia, hacer porque és- ta avance, ora modificando procedimientos mañana ana- lizando teorias, ó bien proponiendo algunas para su crí- tica. Pues bien: para mí, los abcesos metastáticos de la piohémia, y las lesiones anatómicas consecutivas de la septicemia, pueden ser producidos por multitud de cau- sas que obran de distintas maneras, conforme á los me- dios en que se encuentran, tendiendo á producir en la sangre de los piohémicos y septicémicos un estado par- ticular, que consiste principalmente en variaciones de composición de la sangre; conteniendo ésta sustancias extrañas á las que normalmente tiene, y perdiendo algu- nas de las que debía contener: entendiéndose por esta pérdida, no la desaparición de algunas de la masa san- guínea; sino la descomposición de algunas de ellas en otras distintas en sus propiedades físicas y químicas. Creo que todos los elementos, todos los productos de se- creción de las glándulas, todos los de desasimilacion etc. toman parte en el desarrollo de los abcesos metastáticos, de la misma manera que los principios sépticos y puru- lentos, ya que vengan de fuera, ó bien que se desarrollen en la misma masa sanguínea. Estos productos de secre- ción no obran todos de la misma manera; cada uno de ellos trabajando á su modo, produce un efecto especial, y une este efecto con los efectos de los demas productos; unión que, por leyes desconocidas de armonías orgáni- cas y patológicas, viene á ser la causa del proceso que estudio. Para mí todos los elementos constituyentes de un organismo enfermo ó predispuesto ya, todos los líqui- dos, todos los sólidos á la par que las funciones propias 36 á cada uno de ellos, desde la celdilla huesosa hasta la ce- rebral, desde el líquido sanguíneo hasta el salivar, todos contribuyen cada uno con su grano de arena, á la pro- ducción de un fenómeno constante, conocido muchas ve- ces y desconocido algunas; fenómeno que consiste en el cambio absoluto ó relativo de las manifestaciones orgá- nico fisiológicas, manifestaciones que, según su marcha, duración é intensidad, para nosotros vienen á constituir los síntomas. Este modo de ver, aplicado á las entida- des morbosas septicemia y piohémia, y en general á todos los procesos morbosos, creo no ha de carecer de muchas obj eciones, que me propondré resolver, al seguir soste- niendo mi opinión. Para poder explicar, de una manera mas satisfactoria de lo que se lia hecho hasta aquí, la formación de colec- ciones purulentas sembradas en las distintas partes de un piohémico, colecciones en que no se puede invocar nin- guna solución de continuidad ni de las carnes ni de los huesos, como tampoco del sistema circulatorio, lo mismo que ni el contagio, ni la inoculación, es necesario ir mas lejos á buscar la causa, no fuera del individuo, sino en la intimidad de sus órganos; es necesario tener en considera- ción el movimiento de su organismo lo mismo que de sus funciones desasimiladoras; de sus funciones respiratorias y circulatorias, y muy principalmente del estado de su san- gre, y de las sustancias con que esta se mezcla, de las modificaciones que estas tienen que sufrir, cuando la máquina animal funciona normalmente y cuando no lo hace de una manera fisiológica, de las modificaciones de todos los órganos, tanto en su estructura como en los 37 productos de sus funciones, que sufren cuando se lia per- dido entre ellos la armonía de nutrición, de estructura y de funcionamiento; porque á mi humilde juicio con el mas simple proceso morboso que conozcamos, tiene el or- ganismo que resentir todo; porque con una simple armo- nía orgánica que se le trastorne, sus funciones todas cam- biarán de cierta manera; cambio que, algunas veces, pa- sará desapercibido; y otras, en que lo conozcamos, y en fin algunas en que lo supondremos solamente por las huellas que dejó. Si suponemos una máquina, como la de hilados y tejidos, ú otra cualquiera, obrando de la manera que se lo propuso su autor, y en un momento la sorprendemos quitándole una de las piezas que la consti- tuyen y le es necesaria para su función armónica y normal; notaremos, inmediatamente, cambios en su manerade fun- cionar, en la misma función y en los efectos que produ- ce; podremos notar también que, según la pieza de que la hayamos privado y su importancia, así podremos per- cibir esos cambios; unas veces inmediatamente, y otras con el trascurso del tiempo y la observación atenta de sus resultados. Si esto podemos decir de una máquina grosera y bruta ¿qué no diremos de la máquina humana, modelo del universo? Variada hasta donde la inteligen- cia humana no la ha conocido, y hasta donde solo el Ha- cedor la puede comprender, tenemos que sujetarnos, pa- ra explicar sus funciones y perturbaciones, á los pocos conocimientos que, con el trascurso de muchas generacio- nes, se han podido adquirir. Ahora bien; en general el organismo humano, como se debe comprender por lo ántes dicho, tiene que sufrir 38 modificaciones en proporción de los medios en que se encuentra, en la manera de obrar de estos medios, y en la intensidad de su acción, medios cósmicos, individuales y sociales: por consiguiente, una vez modificado un medio se le modificarán también sus funciones sobre que haga resonar su influencia, modificados también sentirá los efectos propios á estas funciones, y con un simple cam- bio en un órgano cambiará todo el cuadro funcional del organismo, teatro en donde se vivifica la materia inerte y ciega. Así es que para explicarnos los trastornos fun- cionales tanto físicos como psíquicos, tenemos que recu- rrir á las leyes de armonías orgánicas y patológicas, que, aunque todavía están por descubrirse en su mayor par- te, sin embargo conocemos algunas por sus consecuen- cias. Dadas por lo tanto estas dos entidades morbo- sas piohémia y septicemia ¿como explicarnos las lesio- nes anatómicas que engendran? Cualquiera teoría que ad- mitamos de las que llevo ya estudiadas, no bastará pa- ra explicarlas por exclusivistas; no podrán comprender todos los casos en general, y bastarán solo para explicar un caso particular; de manera que para responder á la pre- gunta que nos acabamos de hacer, necesitamos recurrir á la pluralidad de causas que concurren á la producción de los abcesos metastáticos de la piohémia y las variadas le- siones de la septicemia. En todo caso de piohémia ó de septicemia tenemos, por una parte, todas las causas ex- trínsecas al individuo, que obrando todas en combinación vienen á influir de cierta manera, engendrando en él un estado particular que lo predisponga á contraer multi- tud de enfermedades; ó bien aniquilando la potencia reac- 39 tiva de su naturaleza, ó disminuyéndola, pues sabemos que con ella ofrece una barrera á las enfermedades que le amenazan. El grupo de estas causas puede estar re- presentando principalmente por la mayor ó menor pure- za del aire ambiente, las variedades de la temperatura, el estado higrométrico del aire, la presión atmosférica, la mayor ó menor cantidad de luz, la latitud ó altitud del lugar, la carencia ó lejanía de algunos focos que cons- tatemente despiden principios infectantes y deletéreos (pie tienen cierta tendencia á manifestar su acción de una manera determinada, como el miasma palustre y zoé- mico; y por último, creo también que el medio social en que un individuo se desarrolla tiene que influir podero- samente sobre él; ya sea reanimándole y favoreciendo su resistencia á las enfermedades, bien disminuyéndosela, produciendo en él un decaimiento moral, que, como sa- bemos influye enérgicamente sobre el desarrollo de mu- chos estados patológicos, cuya gravedad muchas veces está en razón inversa de la moral del individuo. Entre los medios intrínsecos que debemos enumerar, y que en el individuo vienen á imprimir un carácter par- ticular, desconocido en su esencia, pero palpable á nues- tros medios de investigación, se encuentran en primer lugar, su edad, su sexo, su temperamento y las enferme- dades hereditarias: en segundo lugar, los órganos, las fun- ciones y sus productos, las propiedades de éstos para lle- nar el objeto á que están entregados, y la capacidad de los distintos sistemas á ser impresionados por los agentes exitantes. Para percibir con mas claridad las 40 ideas que quiero expresar, permítaseme poner un ejem- plo. Tomemos dos perros uno al estado de salud con todas sus funciones normales, otro de la misma edad pero agotado por alguna enfermedad ó por el hambre; tomemos de un tercero, que ántes hayamos preparado, pus ñegmonoso y de buena naturaleza con una jeringa de Praváz; descubramos á los dos primeros una vena; in- yectemos la misma cantidad de pus á cada uno de ellos y observaremos lo siguiente. En el primero: al principio ningún síntoma apreciable; á las dos horas algún decai- miento y algunos calosfríos; y si tomamos la temperatu- ra en el recto ántes de la inyección y después de ella, el termómetro nos marca una elevación que progresa hasta las diez y ocho ó treinta y seis horas, bajando después paulatinamente hasta quedar en la cifra normal. Duran- te el período de calor, el perro no demuestra ninguna apetencia para los sólidos, alguna sí para los líquidos; volviendo después á su estado normal; con la herida que le hicimos en via de cicatrización, cubriéndose de llemas carnosas; y en fin, tomando sus costumbres habi- tuales. En el segundo, notamos cambios en relación con las fatales condiciones en que se encuentra: lo tenemos desde el momento de la inyección del pus, abatido y mie- doso, como indicando desde luego que se le ha causado un mal sin reparo alguno. Comienza á tener un calos- frío intenso, una postración exaj erada, inapetencia insó- lita, contrastando con la voracidad primitiva propia de la convalescencia en que estaba cuando lo hemos tomado; presenta una temperatura elevada y sin remisiones mar- cadas; secas las mucosas palatinas, conjuntivales y nasa- 41 les, lo mismo que su lengua; en fin, todo su organismo parece estar en un conflicto, parece atacado de una afec- ción tifoidéa y que su organismo lucha entre la vida y la muerte. Lo dejamos, lo abandonamos á sus propias fuerzas y en cierto número de dias, generalmente corto, morirá presa de un agotamiento extremo, de colecciones purulentas numerosas y de una diarréa agotante que acaba con su existencia. Por esto debe comprenderse la inmensa diferencia entre uno y otro caso y tan grande como la que hay entre la vida y la muerte; diferencia que depende del estado particular de cada uno de los perros en experiencia. Por esto me explico el contras- te marcado en la aparición de la septicemia y de la pio- hémia en individuos influenciados por un mismo órden de causas extrínsecas; y la nó aparición en otros sujetos á las mismas causas exteriores, pero de causas intrínci- cas muy diferentes. Un individuo y otro son sorpren- didos en el campo, y heridos por un mismo instrumento cortante, casi sin diferencia de regiones heridas, y suje- tos á las mismas condiciones atmosféricas y climatéricas; los dos curándose de la misma manera y tomando una misma alimentación; en fin, siendo idénticas las condicio- nes exteriores que á ambos rodean. Sin embargo, en uno la herida cicatriza velozmente dando un pus flegmonoso de buena naturaleza, y el enfermo casi no presenta sín- tomas generales alarmantes; en el otro, la herida supura mal, le viene una erisipela, una linfangítis é) una flebitis y todo un cuadro de sufrimientos que lo mata, caracté- ristico de la piohémia, ¿y porqué? Porque en el primero no encontramos diátesis tuberculosa, escrofulosa ó sifilí- 42 tica; mientras que en el segundo, encontramos su orga- nismo minado por la diátesis tuberculosa, aunque algo disimulada por condiciones aparentes de salud, latente digamos así, y que no requiere mas que un achaque pa- ra estallar. Pudiera seguir analizando todas las causas que creo contribuyen á la producción de la piohémia y septicemia pero creo mas conveniente reasumirlas, para no exten- derme mas en un trabajo que, según mis circunstancias, debe ser corto. Ia La septicemia y la piohémia son dos entidades morbosas muy parecidas, pero distintas. 2a Pueden ser producidas mediatamente por los traumatismos, é inmediatamente por la inoculación y el contagio. 3a Pueden provenir, independientemente de las cau- sas exteriores, en individuos que llevan consigo alguna diátesis que los predisponga á la degeneración de su sangre y á las colecciones purulentas; y por último, á la septicidad de todos sus órganos, por cualquiera causa ocasional ó determinante, como una endocarditis ulcero- sa ó una endoarteritis. Respecto á las colecciones purulentas que aparecen en las diferentes partes del organismo, creo que la san- gre ya envenenada se colecciona en un punto por cual- quiera causa, la mas insignificante; irrita allí los tejidos, los inflama, hay por consiguiente éstasis; después dege- neración de la sangre y de los tejidos que ataca en una masa purulenta de mala naturaleza y distinta con la na- 43 turaleza, estructura, función y productos de los tejidos que invade. Aquí termino este estudio que léjos está de satisfacer los muchos deseos que tengo de verlo mas avanzado. Paso ya á ocuparme de la Anatomía Patológica de la infección purulenta y de la septicemia, que recopilaré en el capítulo siguiente. CAPÍTULO III. AIAfOIÍA PATOLÓGICA. 3@l estudio de la Anatomía Patológica de la septice- mia y de la piohémia, debiera comprender no solamente la descripción clara y terminante de las lesiones anatómi- cas que nos encontramos en las autopias de los cadáve- res, sino también la descripción de las diferentes faces porque tienen que pasar, siendo unas agresivas y otras regresivas ó descendentes. Mas como es difícil encontrar tales lesiones en sus diferentes grados y en un mismo sujeto, tenemos no que aventurar lo que haya sido una 45 lesión en la vida, sino lo que es actualmente; mas no por esto debe de estrecharse el campo al pensamiento para emitir uno su opinión, sino que al formarse un juicio so- bre el desarrollo de tal ó cual lesión lo apoye con razo- nes las mas probables que pueda invocar. Las lesiones anatómicas que presentan los piohémicos las dividiremos en dos partes principales, las de los sóli- dos y las de los líquidos: abrazando la primera todas las que se encuentran en los órganos de forma y consisten- cia constante como el pulmón, hígado, bazo, riñones y cerebro; y la segunda, las que se encuentran en los líqui- dos orgánicos como la sangre el líquido céfalo-raquidiano el jugo gástrico y demas humores de la economia, abra- zando los productos de secreción orgánicos. Principia- remos por estudiar las lesiones anatómicas de los líqui- dos, y después las de los sólidos: en las primeras consi- deraremos principalmente la sangre y sus trastornos; así como también las diferentes modificaciones que va reci- biendo cuando se colecciona en la intimidad de los teji- dos para constituir los abcesos y suministrar los elemen- tos de las supuraciones múltiples. La sangre es un líquido rojo, circulante en todo el sis- tema vascular, que lleva los elementos de nutrición á los tejidos y que arrastra los desechos de éstos hácia fuer a para ser eliminados por los aparatos glandulares, y en general por todas las partes que el organismo posee para desembarazarse de las sustancias que le perjudican. Pa- ra saber que alteraciones puede sufrir ó las qué realmente sufre en las afecciones de que me ocupo, la voy á estu- 46 diar primero, aunque someramente al estado normal, y después al estado patológico en que la encontremos. Fisiológicamente la sangre se compone de dos partes principales, una sólida y otra líquida: la primera estando representada por los glóbulos, y la segunda por el suero, los elementos que forman la primera son los glóbulos blancos y los glóbulos rojos; los que constituyen la se- gunda son, el agua y diversas sales que debemos tener en gran consideración. Multitud de procedimientos se lian inventado para calcular la masa total de la sangre que circula en el or- ganismo humano: unos experimentadores han tratado de sacar su valor por las sustancias que quedaban después de la desecación de una cantidad dada de sangre, otros creyeron apreciarla por su potencia colorante. Todos estos procedimientos, como debe comprenderse, no lian dado sino resultados poco satisfactorios con la realidad. La experiencia por la cual se ha llegado á calcular mejor la cantidad de sangre que un individuo de talla media tiene en su organismo, es debida á M. Vierordt, quien toma como punto de partida la capacidad del ven- trículo izquierdo del corazón y las contracciones que eje- cuta en un tiempo dado; así como también el tiempo que tarda una cantidad de sangre en recorrer todo el circui- to, observando su salida y vuelta al mismo ventrículo. Por esta experiencia y un cálculo bastante sencillo, ha llegado á medirse la cantidad de sangre en cinco kilo- gramos, correspondiente á un hombre de peso de 60, ó 65 kilogramos. Estas cifras, sin embargo, no deben to- 47 marse como ciertas y seguras, porque pueden variar ili- mitadamente. De las dos partes principales que forman la masa san- guínea una es sólida y otra líquida: la primera forma el crúor, la segunda el liquor. La primera está formada principalmente por los glóbulos; los cuales, suspendidos en la segunda ó sea en el liquor, circulan por todo el sis- tema llevando al organismo los elementos nutritivos y desembarazándolo de las sustancias que lo dañan. El crúor consta de dos elementos esenciales: uno for- mado por los glóbulos blancos, y otro por los glóbulos rojos. Los glóbulos blancos son unos corpúsculos bas- tante pequeños, incoloros de forma esférica, y de dimen- siones un poco mayores que las de los glóbulos rojos y á los qué Robín ha dado el nombre de leucocitos. Estos se encuentran en la sangre en proporción relativamente pequeña, comparándolos con los rojos; pues por 300 de éstos últimos hay uno de los primeros; los cuales son de forma esferoidal y casi idénticos con los glóbulos de la linfa. Estos glóbulos redondos están ademas dotados de núcleos, y son de superficie granulosa; vistos en la san- gre bajo un aumento de 300 á 400 diámetros, se presen- tan con aspecto granuloso, con un contorno irregular y con un blanco de plata característico; se encuentran re- partidos en el sistema venoso y arterial casi uniforme- mente, con ligeras excepciones en las cuales suelen ob- servarse mas abundantes en algunos puntos del árbol cir- culatorio. Los glóbulos rojos ó hematíes de Gruithuisen y Ch. Robín forman la mayor parte del crúor y son los elemen- 48 tos mas esenciales para la hematósis; son los que en sus viajes por todo el sistema, llevan al organismo el oxíge- no vivificante y lo desembaranzan del óxido de carbono y del ácido carbónico que le envenenan. Para calcular su cantidad en toda la economía, se lian inventado mu- chos procedimientos, de los cuales solo trascribo el de Yierordt modificado por Potain, Malassez y Hayem. Es- te procedimiento consiste en diluir una cantidad de san- gre en otra igual de agua destilada;se recoje una pequeña cantidad en un tubo capilar, y después se cuenta por me- dio de un micrómetro bajo el microscopio,el contenido de una pequeña porción de este tubo. Por este procedimien- to Malassez obtuvo el número de 4.300,000 por milíme- tro cúbico y M. Hayem el de 5.000,000. La forma y dimensiones de los glóbulos rojos, pueden compararse á la de pequeños discos excavados en sus dos caras y mas gruesos en su contorno; siendo su diá- metro de yly y su espesor de de milímitro. Siendo estos glóbulos en una proporción extraor- dinariamente mayor que los blancos, compréndese desd e luego que el papel que tienen que desempeñar es de los mas esenciales para la vida. En efecto, el aumento ó la diminución de ellos ocasiona dos trastornos orgáni- cos que conducen al sepulcro. Están formados dichos glóbulos, de un continente ó cubierta y un contenido, ambos coloridos y constituidos por una sustancia albu- minoidéa (la globulina) que á los reactivos ofrece todas las reacciones de las materias azoadas neutras. La ma- teria que les dá su coloración y que se conoce con el 49 nombre de hematosina, tiene en su composición un com- puesto ferruginoso (sexquióxido de fierro) á quien tai- vez es debida la coloración roja de la sangre. En cuanto á la parte líquida de la sangre (el liquor ó el plasma sanguíneo,) está formada principalmente por agua, albúmina, diversas sales que tiene en disolución, gases, materias extractivas y diferentes grasas. La pri- mera se encuentra en proporciones bastante considera- bles formando la mayor parte de la masa sanguínea; la albúmina se haya en proporción de un décimo con rela- ción á toda la masa líquida, de la cual una pequeña can- tidad se coagula espontáneamente; siendo por esta pro- piedad la que aprisiona los glóbulos rojos y blancos al coagularse cuando la sangre se encuentra en condiciones especiales de temperatura, presión y superficie de los vasos por donde circula. Sacada por consiguiente una cantidad de sangre de un individuo, y dejándola reposar al aire libre sin mucho esperar, obtenemos una masa ro- ja (sangre coagulada) de consistencia de la gelatina, na- dando en una cierta cantidad de líquido que es el que constituye el suero de la sangre, líquido que contiene sustancias albuminoideas no coagulables espontánea-* mente, variando su cantidad entre unos setenta ú ochen- ta gramos por mil, siendo una de las principales la se- rbia, análoga á la albúmina del huevo. Las demas sus- tancias albuminoideas son menores en cantidad, y están representadas principalmente por la para-globulina y las parapeptonas que resultan de la absorción. Fuera de estas sustancias, el suero contiene otras mu- chas materias grasas, y otra que han aproximado á 50 ellas, pero que la Química ha venido á colocar, por su analogía, entre los éteres y los alcoholes la colesterina. Ademas: es en el suero de la sangre donde se encuen- tran las materias extractivas como la azúcar, que proviene de la acción glicogénica del hígado, según lo ha demos- trado Cl. Bernard; ácidos grasos volátiles, uréa, ácido úrico, diversos productos excrementiciales que vinieran á provocar otras muchas enfermedades, si no fueran eli- minados; creatina, leucina, creatinina, xantina y otros derivados azoados; sustancias todas que van acompaña- das de las materias colorantes destinadas á aparecer en otras secreciones, como la bilis; ya con objeto especial, opinión generalizada, ó simplemente con el de salir al exterior como simples desechos. No solamente la sangre en los vasos que la contienen, se apropia de cuerpos sólidos y líquidos para permane- cer en su sér, contiene ademas gases que, disueltos en ella, la hacen cambiar de propiedades, tanto físicas co- mo químicas y biológicas. En efecto, por la respiración, sabemos que se introduce cierta cantidad de oxígeno y se despide otra de ácido carbónico; que la primera, ó sea el oxígeno, va en la masa sanguínea á apoderarse del glóbulo rojo que le sirve de vehículo, una parte; y otra, en menor proporción, vá á disolverse en el liquor. En cuanto á la segunda, ó sea el ácido carbónico que arroja- mos por los pulmones, está la mayor parte contenida en el suero, ya en disolución, ó bien combinada con algunas bases para formar carbonatos ó bicarbonatos. En suma: la Fisiología nos enseña por medio de la experimenta- ción, que la sangre es el vehículo de los gases de que el 51 organismo necesita, y también el líquido limpiador de los que le perjudican. Según Ktiss, la cantidad de gases contenidos en la san- gre, está repartida de la manera siguiente, siendo el to- tal de 40 á 45 de gases, por ciento de sangre en volumen. Sangre arterial Sangre venosa. Oxígeno, = 16: Acido carbónico, = 28. Oxígeno, = 8: „ „ =32. Hecho este ligero estudio sobre la anatomía de la san- gre, ya es tiempo que pasemos á examinar las alteracio- nes que puede sufrir en los individuos atacados de piohé- mia; alteraciones que pueden ser de dos grandes mane- ras: Io, en cuanto á su cantidad; 2o, en cuanto á sus pro- piedades. De aquí descuella forzosamente, que puede la sangre en estos enfermos, aumentar, que puede dismi- nuir, puede contener sustancias anormales, puede no contener algunas de las que normalmente tiene, ypuede te- ner unas sustancias sustituidas por otras análogas, alte rando de esta manera su composición. Ahora bien, sabemos que en todas las enfermedades infecciosas, como el tifo, la fiebre tifoidéa, y aun en las virulentas, como en la sífilis y la viruela, desde su perío- do de invasión hasta su completo desarrollo, se observa una anémia creciente y rápida que viene á agravarlas, la que hasta ahora no se conoce exactamente cuál sea la causa y el mecanismo de su producción; causa que, según se cree, es una falta de formación de los elemen- tos sanguíneos, y principalmente de las hematíes; ó se- gún otros, una pérdida mas considerable de los glóbulos, como lo ha demostrado Kelsch por medio de sus expe- 52 riencías, al estudiar la fiebre tifoidéa, y Werstracten al ocuparse de los enfermos de viruela. Mas no solamente estos autores han demostrado que el número de las he- matíes era menor, sino también que con la diminución en el número, había diminución en el peso de los glóbulos; habiendo, por consiguiente, dos causas contribuyentes de la anémia, en las enfermedades que he dicho, com- prendiéndose entre ellas la piohémia y la septicemia. Ob- sérbase también, con la diminución de los glóbulos, un cambio en la forma de estos elementos: tomando, sea la de ruedas de molino, y no reuniéndose en apilitos de cuartillitas, como sucede normalmente, ó ya la forma es- trellada, ó bien en husos embotados en sus extremida- des. Con estas modificaciones en la forma, sufren cam- bios en el volúmen; cuyos cambios tienen por caracterís- tica, la variabilidad, aumento ó diminución de volúmen, y observándose de esta manera ya una macrositemia, ó bien una oligocitemia, efectos cuyas causas no se co- nocen. En cuanto á los glóbulos blancos ó leucocitos, general- mente se encuentran aumentados en su cantidad, y mu- chas veces á tal grado, que se hace palpable una larco- sitósis mas ó ménos intensa, según la marcha y duración de la enfermedad, como también la receptividad indivi- dual; pero no teniendo en estos enfermos las mismas manifestaciones que presenta cuando es ella sola, todo el proceso morboso que altera la salud. Hay, por otra parte, en la sangre de los piohémicos, multitud de corpúsculos; micrococus, bácterias, microzoá- rios y micrófitos, que vienen cada uno por su parte, co- 53 mo cuerpos extraños, á provocar estados particulares, que se nos manifiestan por ciertos matices en el cuadro sintomatológico que presenta el enfermo, y que muchas veces su existencia queda para nosotros latente, hasta que el microscopio nos la viene á demostrar. Modificados así los elementos principales de la sangre, ¿qué alteraciones sufre este medio en cuanto á su com- posición química? Aquí es donde la experimentación no ha dado todavía resultados concluyentes; porque admi- tiendo con Pasteur, la fermentación en el interior de la masa sanguínea, provocada por cualquier fermento intro- ducido ó desarrollado en ella, como la fuente de desdo- blamientos de unas sustancias en otras, no se puede, sin embargo, con toda evidencia probar, que un principio fué desarrollado durante la vida ó después de ella, y si este desarrollo se verificó espontáneamente en el interior de la masa sanguínea, ó por cualquiera vía conocida ó desconocida le llegó de fuera. Pero esto solamente de- be de tenerse en cuenta, para sustancias cuya existencia es un problema, ó para aquellas cuyo origen se ignora; mas para aquellas que se nos manifiestan por sus pro- piedades y sus efectos, no debemos menos de tenerlas en consideración. En los individuos atacados de piohémia, tiene lugar en distintos puntos de su organismo la putrefacción á di- ferentes grados y de tejidos cuyos componentes son dife- rentes; por lo cual, ésta dará productos de descomposición, de reducción y de oxidación diferentes, según lo ha de- mostrado Ch Robín. Hay, por la misma putrefacción, de- sarrollo de muchos gases que, como el ácido carbónico, 14 54 el ázoe, el hidrógeno carbonado, el ácido sulfídrico, el hidrógeno fosforado y el amoniaco, vienen por su parte, á infectar de otras mil maneras al organismo ya enfermo: di- ferentes sales, ácidos acético, butírico, úrico y un aumen- to de urea, ácido valeriánico, propiónico y capróico; amo- niacos compuestos, la propilamina y trimetilamina mas otras diferentes sales entre las que se hacen mas notar el carbonato y el sulfidrato de amoniaco. Mas no todas es- tas sustancias se encuentran constantemente juntas en los individuos atacados de las enfermedades de que me ocupo, ni en todos sus períodos; pues como lo ha muy bien demostrado Ch Robín al ocuparse de la putrefacción de la materia orgánica en los individuos septicémicos, hay que distinguir dos periódos: en el primero ó estado virulento, no se encuentran todos los productos de que hemos hablado, sino simplemente modificaciones de na- turaleza isomérica de las materias albuminoidéas sin alteración de sus propiedades físicas; hay modificaciones materiales que producen cambios en el estado molecu- lar de las sustancias, análogos á las que se observan en la trasformacion del fósforo ordinario en fósforo rojo. Pues bien, modificadas de esta manera las sustan- cias albuminoides adquieren propiedades virulentas y se hacen capaces de comunicar sus mismas propiedades á las demas sustancias con quienes se les ponga en con- tacto. Así es como las sustancias albuminoides van ad- quiriendo propiedades diferentes en cuanto á su coagu- labilidad y en cuanto á la mayor ó menor resistencia á la putrefacción. 55 En el segundo período ó de putridez, se destruye la virulencia cuando á espensas de los elementos orgánicos aparecen los compuestos químicos bien definidos que ya hemos estudiado. No debo concluir este estudio sin dejar notadas otras alteraciones que se observan en otros líquidos de la eco- nomía, como la saliva, el jugo gástrico, la leche y el lí- quido céfalo-raquideano. Aunque muy poco acerca de esto se ha dicho por los patologistas, sin embargo debo manifestar lo que mi ob- servación me ha enseñado. El líquido céfalo-raquideano lo encontré, en una au- topsia que hice de un individuo muerto por la infección purulenta desarrollada á causa de una fractura de los huesos del cráneo, disminuido y ademas alterado por una notable cantidad de pus que provenia de un abceso en la masa cerebral. En otra autopsia de un individuo muerto por la misma enfermedad desarrollada después de una amputación del muslo derecho, encontré el líqui- do céfalo-raquideano disminuido en su cantidad, de un olor muy desagradable y ademas mezclado con natillas de un exudado inflamatorio, debido á una meningitis situada en los senos de la dura madre; inflamación muy probablemente desarrollada á causa de una colección purulenta situada en la masa cerebral de aquel indivi- duo; cuyo cuadro sintomatológico era característico de la infección purulenta; diagnóstico confirmado por la autopsia. La secreción salivar la he encontrado disminuida y á tal grado, que los enfermos que he tenido oportunidad 56 de ver, lian pedido, y con ánsia, una poca de agua para remojar su boca por que les faltaba la saliva. Modifi- caciones semejantes han venido en otros líquidos orgá- nicos; su composición se ha alterado y su cantidad ha aumentado respecto á unos y disminuido con relación á otros; como el jugo gástrico ha disminuido notablemen- te: alteraciones todas debidas, según creo, á la alteración de la sangre, origen de todos nuestros humores. Aquí termino las alteraciones de los líquidos; voy á ocuparme de las lesiones de los sólidos. Al ocuparme de la patógenia de la infección purulen- ta, he indicado la presencia de abcesos metastáticos en diferentes órganos de la economía; he indicado, aunque de una manera muy general, el mecanismo de su produc- ción, y he hecho notar que muchas veces en un mismo individuo encontramos abcesos en diferentes faces de de- sarrollo. Ahora que directamente emprendemos este estudio, ahora que me voy á ocupar del abceso metastático en sí, no debo dejar pasar por alto la principal influencia que ej líquido sanguíneo ya alterado ejerce sobre ciertos ór- ganos, alterando su estructura y sus funciones. Como lo he dicho ya, alterada la composición de la sangre por cualquiera medio, bien sea porque en su inte- rior tenga lugar un desarrollo de sustancias que la enve- nenan y le comuniquen propiedades sépticas, ó bien sea que le vengan éstas de fuera; á todos los órganos que ésta sangre envenenada nutra; ó les comunica sus pro- piedades sépticas, ó no los provee de los elementos nece- sarios para funcionar; todo esto manifestándose mas ó 57 menos pronto según la receptividad, delicadeza é impor- tancia del órgano afectado. Sabemos que en todas las enfermedades infecciosas, contándose entre ellas la piohémia y la septicemia, vie- nen perturbaciones en el aparato circulatorio, perturba- ciones que algunas veces se extienden desde el centro hasta la periferia, otras veces comprendiendo solo el co- razón, y otras solo los capilares. Las cuales consisten: ó bien, en una inflamación del centro ó de sus membra- nas interna ó externa; ó en una degeneración de los ca- pilares arteriales ó venosos: de allá la diminución de la actividad cardiaca, las extásis, los infartos y los extra- vasados sanguíneos que se producen por un aumento de tensión debido á la repleción, ó bien á la ruptura de los capilares degenerados. De esta manera también se puede explicar la formación de las embolias en las dife- rentes ramificaciones del árbol circulatorio, como lo ha demostrado Felts; embolias que frecuentemente dan lu- gar á lo que conocemos con el nombre de infartos, y que dicho escritor considera como origen de todas las colec- ciones purulentas y en general de los abcesos metastáti- cos de la piohémia; opinión á la que el esclarecido Pi- cot no ha negado su adhesión, pero á la que Chauveau no da toda su autoridad, al menos en cuanto á la forma- ción de los abcesos metastáticos de la infección, purulen- ta; porque según él cuando se produce la piohémia por una inyección intravenosa de pus, éste va á determinar fenómenos inflamatorios en los tejidos á donde se distri- buyen los vasos por donde se hizo la inyección, y aun algunas veces en otras partes, si toda la sustancia en 15 58 inyección no fue detenida por la primera red capilar. Mas si el pus es retenido por esa primera red, entónces se tiene una embolia productora del abceso; y si no es detenido sino que al contrario se filtra y está privado de toda partícula sólida, puede ir atravesando los capi- lares, y puede de hecho ocasionar en tales condiciones lesiones inflamatorias en los tejidos irrigados por los capilares qiie atraviesa, produciendo así los abcesos me- tastáticos. Se ve pues, por esto que no es esencial como lo quiere Felts, la embolia para la producción del abce- so supuesto que no hay obliteración de los capilares; siendo, por consiguiente, necesario buscar su causa en las propiedades flogógenas y sépticas del pus mezclado á la masa sanguínea. De esta manera si podremos explicar la formación de los abcesos no solo en el pulmón sino también en el hí- gado, riñones, bazo y cerebro, masas musculares y arti- culaciones. Sentado una vez esto, hagamos notar que los abcesos que en distintos órganos aparecen, siguen una marcha diversa según la naturaleza del tejido que atacan. En el hígado se han podido observar abcesos en tres faces de evolución; la primera caracterizada por un estado congestivo; la segunda por un exudado inflamatorio; y la tercera por un exudado purulento y muchas veces gra- soso. El tamaño de estos abcesos ha variado desde el de una cabeza de alfiler hasta fusionarse en una masa graso-purulenta grandes masas de la glándula hepática. Análogo es lo que se encuentra por parte del aparato pulmonar; observándose, sin embargo, con mas frecuen- 59 cia las lesiones que voy á enumerar. Multitud de veces se encuentran en las cavidades pleurales, derrames se- rosos ó purulentos en cantidad casi siempre considera- ble; ya libres ó ya enquistados por falsas membranas que se desarrollan entre pleura y pleura ó entre la superficie exterior de la pleura parietal y la superficie interna de la hoja torácica. En el parenquima del pulmón encon- tramos muchos puntos endurecidos de las dimensiones de un garbanzo, dotados de un color que algunas veces llega hasta el amarillo, por lo cual la superficie del pul- món aparece en sus demas partes con un color mas su- bido. Al ejecutar, sobre estos puntos, ó núcleos endure- cidos, un corte con el escalpelo vemos á éste de un color negruzco; y si los raspamos ó los esprimimos escurre de ellos un liquido espeso y pastoso que no es otra cosa que sangre, pero una sangre alterada en su composición y en sus propiedades. Hay ademas otros núcleos de la mis- ma naturaleza, pero á un período mas avanzado y en los cuales, si se practica una incisión se observa una colora- ción amarilla en su centro; mientras que su superficie conserva el color negruzco que antes he mencionado. A la presión éstos núcleos ó por el raspado, dan una canti- dad de líquido aunque pequeña, cuyo aspecto es puru- lento y en la que el microscopio descubre glóbulos puru- lentos. Hay otros núcleos en el parenquima del pulmón que al corte dejan salir una cantidad de pus amarillo cremoso, con todo el aspecto del pus loable y el que des- pués de escurrirse y lavarse deja una cavidad relativa- mente de grandes dimensiones, y cuya superficie se pue - de encontrar tapizada por una capa de exudado amari- 60 liento bastante resistente. Esto es lo que viene á cons- tituir los abcesos metastáticos pulmonares; y los tres pe- ríodos que tienen que recorrer generalmente, están ca- racterizados por los tres aspectos diferentes en que los hemos descrito; los cuales también nos pueden servir pa- ra explicarnos algunos de los síntomas que presentan los piohémicos. Hasta ahora solo hemos hecho notar las lesiones que se encuentran generalmente en el aparato pulmonar y en la glándula hepática; vamos á ocuparnos de otras muchas lesiones que se encuentran esparcidas por toda la econo- mía, y que no siempre tienen lugar preciso donde desa- rrollarse, ó mas bien no tienen sitio de predilección. Multitud de lesiones representadas por abcesos y por puntos de inflamación, se encuentran en el bazo, el cere- bro, los riñones, y en general en las partes del organis- mo, que son tributarias inmediatas del líquido sanguíneo; se pueden encontrar y aun se han encontrado en diver- sos órganos los abcesos metastáticos; unas veces apare- ciendo con todos los caractéres de la inflamación de los órganos atacados, como los abcesos metastáticos articu- lares; y otras constituidas simplemente por colecciones purulentas, sin los fenómenos inflamatorios anteceden- tes, concomitantes ó subsecuentes, de los tejidos, sitio del abceso: tales como los que se encuentran ó se han solido encontrar en las masas musculares, y como yo mismo he visto dos colecciones purulentas situadas en- tre los músculos intercostales de un amputado del muslo, que murió de infección purulenta en la sala 2a de Medi- cina del Hospital Militar, y las cuales se notaron simple- 61 mente por un tumor fluctuante, acompañado de un do- lor sordo y continuo; de una sensación de opresión y de estorbo; mas no por los caracteres propios de una miosi- tis franca y bien determinada. Una vez vaciados y la- vados, dejaron el foco limpio y sin señal alguna de infla- mación de sus paredes ó de algún punto cercano. De esta misma especie se lian encontrado, según refieren al- gunos autores, colecciones en otras partes del organis- mo, tales como el bazo y los riñones; en distintas masas musculares y en las diferentes regiones de la economía, que con causa apreciable ó nó, se presentan ménos re- fractarias á los ataques de la sangre envenenada. Podia seguir enumerando estas lesiones, que tan va- riadas serpentean por todo el organismo de los piohémi- cos; pero como todas se refieren á un tipo, al abceso me- tastático, básteme solamente manifestar, que adonde quiera que la materia orgánica sea nutrida por una san- gre séptica, allí puede haber la colección purulenta. CAPÍTULO IV. Síntomas y diagnóstico de la infección como hay enfermedades cuyo diagnóstico se hace mas ó menos difícil según la mayor ó menor semejan- za que presentan con otras y la falta de un signo propio que les caracterice, de la misma manera hay otras que muy fácilmente se conocen y que con menos facilidad se confunden, por venir marcadas con un sello que les es pa- tognomónico y esencial; tal es la piohémia. Dos son los ca- sos principales en los qué podemos estudiar los síntomas que se manifiestan ó pueden manifestarse en los enfer- 63 mos atacados de piohémia. Al primero, corresponden los individuos que por un traumatismo cualquiera, son atacados de aquella enfermedad: y al segundo los indivi- duos en quienes aparece esta propia enfermedad sin trau- matismo ninguno. Veamos el primer caso y estudié- mosle en un ejemplo clínico que nos servirá para desar- rollarlo con mas claridad. Un individuo ha recibido un balazo en la rodilla izquierda, siendo el proyectil del ta- maño ordinario del de un Remington, y habiendo intere- sado la extremidad inferior del fémur y partes blandas, dejó un canal abierto en la parte esponjosa de dicho hueso; dicho herido no fué atendido inmediatamente con los recursos del arte, por una circunstancia cualquiera: tuvo este enfermo, por consiguiente, que pasar por todos los accidentes de las heridas hechas por armas de fuego, accidentes inmediatos que conocemos y sabemos que mu- chas veces lo matan. Se dejó de esta manera venir el período supurante de toda herida que por segunda inten- ción cicatriza. Al principio todo vá bien, y el enfermo ha escapado á la fiebre traumática; su lesión se encuen- tra en las mejores condiciones para la curación, y el pus que dá es de buena naturaleza, bien ligado y sin olor de- sagradable; las escaras de la herida y las esquirlas van saliendo con mucha facilidad y sin causar graves acciden- tes; el período de cicatrización marcha y la herida está cubriéndose de llemas carnosas dia á dia que le dan el aspecto mas deseable; el enfermo, desde algunos dias no presenta reacción, su apetito es bueno y todo está en las mejores condiciones: situación en la cual concebimos las mas consoladoras esperanzas. A la mañana siguiente 64 nos encontramos con que nuestro enfermo en la tarde del dia anterior, tuvo un calosfrío muy intenso al grado que lo hizo tiritar, calosfrío de duración media seguido de calentura y sudores, sin haber podido conciliar el sue- ño y con una sed devoradora; acompañado todo esto de dolores intensos en la herida. Hasta aquí hemos visto las modificaciones percibidas por el enfermo; veamos las que nosotros podamos observar. Le vemos y su cara nos llama primero la atención: no es la que con una son- risa lisongera nos manifestaba, en dias pasados, halagüe- ñas esperanzas, ni la que nos decía tener confianza en su salvación; nó, ahora está expresando el desasociego, la inquietud y tristeza; su color es terroso, su mirada lángui- da y su expresión marchita: si la tocamos encontramos su piel seca, áspera y caliente; si consultamos al espejo del estómago, hayámosle igualmente cambiado; pues la mucosa bucal está descolorida, la lengua cargada y seca, dándole al enfermo la sensación de trapo; la secreción sa- livar generalmente disminuida y mucha veces nula. Si pasamos á la herida ¿que aspecto tan distinto es el que nos presenta! La superficie proliferante ha fusionado la mayor parte de las llemas carnosas, en un deliquio sanguí- neo. purulento en pequeña cantidad, de mal aspecto y de olor repugnante; los contornos de la herida inflama- mados y dolorosos; y en fin, todo el cuadro que antes pre- sentaba de esperanzas se ha cambiado en otro de decep- ciones. Pero curemos á nuestro enfermo; démosle fran- ca salida al pus; administrémosle una dósis de quinina y un cantidad de vino de quina para volverle á ver el dia siguiente. ¿Como lo encontramos? Volvió al acceso pero 65 con menor intensidad y á la misma hora; el enfermo ha perdido completamente el apetito; su boca está de la mis- ma manera; su piel marcada mas y mas con el tinte ter- roso, la fisonomía mas alterada y en algunos momentos el enfermo ha sentido olas de calor que lo abrasaban, y en otros, frió intenso. Le examinamos la herida y esta sigue de mal aspecto; con un pus corrompido, en cantidad mas abundante; buscamos la diferencia de temperatura y pulso con la que advertimos hoy, y encontramos que aque- lla fue de cuatro grados sobre la temperatura normal, y el pulso de cien á ciento veinte por minuto; y la de es- te, encontramos que es de cinco grados sobre la normal y de ciento veinte pulsaciones por minuto. Volvemos á administrar la quinina y el vino de quina; ordenamos bue- na alimentación, ponemos una curación antiséptica á la herida y nos retiramos dejando encargado el tomar la tem- peratura cuatro veces durante el dia, dos por la mañana y dos por la tarde. Al dia siguiente volvemos y nuestro enfermo marcha hacia al sepulcro; pues fuera del cuadro sintomatológico que antes nos presentaba, acusa dolor de costado, anciedad, opresión y tos; arrojando al toser, el esputo color de ladrillo y pegajoso caraterístico de la pulmonía: le vemos su tórax, lo palpamos, lo percutimos y lo auscultamos y nuestro diagnóstico con razón sospe- chado, queda confirmado por todo el cuadro sintomático de dicha enfermedad: mas no solo esto presenta de nuevo, sino que acusa un dolor continuo y sonso en la regiónhepá tica; examinamos esta viscera por el método ordinario y encontramos su área crecida en una ó varias direcciones; uniéndose á todo esto una diarrea agotante que deja al 66 enfermo en el decaimiento mas triste. Llama nuestra atención muchas veces, siendo estas las mas, un dolor si- tuado en la región ocupada por el bazo, dolor continuo sonso que obliga algunas veces, al enfermo á oprimirse en busca de algún consuelo. Vemos la temperatura to- mada el (lia anterior varias veces; y en la mañana, á las primeras horas, casi es normal, llegando después á ele- varse hasta cuarenta ó cuarenta y dos grados según que se aproxima la tarde; coincidiendo este aumento de tem- peratura con la aparición de calosfríos, intensos unas ve- ces, moderados otras, aunque á distintas horas del dia; acompañado con una sensación de frío intenso referido por el enfermo; cuando mas elevada está su temperatura. Mas no por esto deba creerse que trate de establecer, que la temperatura siga una marcha progresiva de las prime- ras á las últimas horas del dia, sino al contrario; por que si tomamos la temperatura de dichos enfermos á cada hora, obtenemos un trazo termométrico sumamente irre- gular, aunque algunas veces, pero raras, suele verce la temperatura de los pioliémicos llevar el tipo intermitente; con cuya irregularidad de la temperatura conincide la irregularidad en la aparición de lesiones que se van mar- cando con los síntomas que cada una de ellas puede de- sarrollar. Así es que adonde quiera que vaya á forma- se un absceso ó bien que el medio interior sufra nuevos ataques, todo esto tendrá un cuadro sintomático propio; cuadro que se presentará á nuestra vista con mas ó me- nos intensidad, según la receptividad del individuo y la naturaleza del órgano atacado. Comunmente se presentan en los piohémicos, acom- 67 pañando á los calosfríos erráticos, dolores musculares y contracturas que se extienden desde la fibra muscular hasta la túnica de los capilares; lo cual puede servir para explicarnos la sensación de frió que experimentan los enfermos, supuesto que el diámetro de los capilares dis- minuye, y con él, como consecuencia, la calorificación su- perficial. Pero si ponemos un termómetro en la axila de estos enfermos, encontramos nn contraste entre la tem- peratura exterior y la interior; pues la primera está baja y la segunda elevada de 1 grado hasta 5, sobre la nor- mal. Así, pues, la marcha de la enfermedad se va veri- ficando con mas ó menos variantes, pudiendo durar des- de tres y cuatro dias, hasta dos y tres meses, según su intensidad; razón por la cual ha venido á considerarse la piohémia como aguda y como crónica, según los pasos que dé y las manifestaciones que presente. Respecto del signo patognomónico que al principio del estudio de los síntomas he anunciado, y por el cual se puede establecer que hay la piohémia ó que la hubo en el enfermo que acaba de morir, es el abceso metastático; y digo que es característico porque no sé que aparezca en otra enfermedad sin que vaya complicada de la pio- hémia. En cnanto á la marcha que la temperatura sigue en los enfermos, lo mismo que la de los calosfríos, nada de análogo presenta con la marcha de las intermitentes, co- mo lo han creído algunos patologistas, supuesto que el trazo térmico presenta las irregularidades mas imprevis- tas que se esperaran. 68 En el segundo grupo que formo con los enfermos de piohémia que no han recibido ningún traumatismo, com- prendo todos aquellos que por una causa interna se les desarrolla dicha enfermedad; ya sea que por malas con- diciones individuales ó malas condiciones en el medio, los individuos se hayan predispuestos á procesos infla- matorios de carácter infeccioso, como la endocarditis ul- cerosa y las endoflebitis con tendencia á supurar. Fálta- me solo agregar que con los síntomas de que he hecho mención, se observa también en las mujeres recien pari- das una fetidéz exagerada del escurrimiento loquial, acom- pañándose muchas veces de los edemas que aparecen en la Flegmatia alca dolem ó inflamación blanca dolor osa, y ademas la diminución de la secreción láctea en el mayor número de veces, ó la falta de dicha secreción en otras. No debo de pasar adelante sin hacer notar que, cuan- do la piohémia viene acompañada de otra enfermedad en alguna viscera, entónces el cuadro sintomatológico de esa enfermedad, se manifestará mas ó menos modificado, y aparecerán síntomas que vengan á unirse á los que ya existian; pongamos un ejemplo. Se nos presenta un enfermo en quien existe el cuadro sintomático de la piohémia, debida ésta á una endocar- ditis ulcerosa; al tomar los antecedentes y hacer el reco- nocimiento, encontramos en él cuatro ó seis diviesos en supuración y con tendencia á la mortificación; y por úl- timo con todos los datos, para considerarlo un diabético. Aquí variará el cuadro de ambas enfermedades, en la apariencia confundidas, pero que es su esencia fácilmen- te se podrán distinguir. 69 En resúmen: para hacer el diagnóstico de la enferme- dad de que me ocupo, el médico tiene que tener presen- te la posibilidad de la piohémia en todos aquellos enfer- mos que tengan algún foco supurante, puesto que de allí es donde mas comunmente toma su origen; y además es- tar vigilante en el cuadro de síntomas que sus enfermos le vayan presentando, para hacer un diagnóstico preciso, y no ver, con un fracaso, echado por tierra el favorable pronóstico que ántes había formulado. Una palabra mas diré acerca de los síntomas; es que estos cambian con los individuos y con los medios en que estos se encuentran, y que solamente el abceso metastá- tico, es el característico de la piohémia. PAUTE SEGUNDA. CAPÍTULO I. |||)e la multitud de deberes que el médico tiene que desempeñar al frente de la humanidad y delante de su enfermo, se notan estos tres principales: Io, oponerse al desarrollo de las enfermedades; 2o, detenerlas en su mar- cha; y 3o, curarlas cuando se han desarrollado; todo es- to consiguiéndolo por los medios que le suministra la 71 ciencia. Bajo este punto de vista, es como he dividido el gran problema del tratamiento de la piohémia, empe- zando por el método para evitarla ó su profiláxia. De tres maneras se puede oponer el médico al desa- rrollo de la piohémia, tendiendo todas al mismo objeto aunque las sustancias y medios sean diferentes, las cua- les estudiaré en artículos separados. ARTÍCULO I. IÍT0D0 AVTI8ÍPIC0. |Í|)e la manera como hemos considerado la producción de la piohémia, y teniendo algunas veces, como ya lo diji- mos, pororígen la descomposición de los productos de supu- ración, y otras la introducción de estos productos descom- puestos en el torrente de la masa sanguínea, se deduce que dos son las indicaciones que hay que llenar, para evitar am- bas cosas: primero, dar una salida al pus de cualquier foco supurante, salida pronta y libre, para que no se estanque y para que no siga otras vías que el arte ó la naturaleza le han franqueado; y segundo, evitar su descomposición para que no altere y corroiga los tejidos vecinos á los de 73 su producción, por medio de los productos sépticos y corrosivos á que da origen su producción. ¿Cómo conse- guimos estos fines? Lo primero es óbvio; porque siguien- do sobre esta cuestión, las reglas que el inteligente y concienzudo Liceaga nos dá, al ocuparse de los abcesos nos recomienda con instancia, para la curación de éstos y evitar las complicaciones que los suelen acompañar, se les dé una ámplia y libre vía para el escurrimiento del pus, y una posición á la parte donde sitúa la mas conveniente también para el mismo objeto. De acuerdo enteramente con sus reglas, Guerin, Gos- selin y otros cirujanos que honran á la profesión que han abrazado, obrando según ellas han obtenido los me- jores resultados en su práctica. Lo mismo se ha visto en México con los nuestros, quienes han obtenido siempre resultados, al parecer, maravillosos. Así es que, siempre que se está en frente de un foco purulento ó supurante (y otras reglas mas necesarias por observar no se opon- gan) se debe, para llenar esta indicación, dar una ámplia salida al pus y una posición conveniente para el escurri- miento fuera del foco que le dá origen. Así se evitarán es- tas dos causas de descomposición, la colección y la reten- ción. Pues bien: llenada esta indicación, y recordando que ademas de que en el mismo organismo se desarrollan ó pueden desarrollarse los miasmas y principios sépticos, vienen generalmente á dañarlo los elementos pútridos exteriores, pudiendo por esta causa ser producidas, entre otras enfermedades, la piohémia y la septicemia. En gran consideración deben tenerse las condiciones exteriores, 74 y tomar medidas convenientes para detener las conse- cuencias que puedan acarrear. Otra de las indicaciones principales para el tratamien- to profiláctico, según el método antiséptico, es evitar la penetración en el organismo de los principios que lo in- fectan; de esta manera se evita la enfermedad, oponién- dose á la producción de la causa productora. Para esto las reglas de la Higiene nos son del todo importantes, y tenemos estrictamente que observarlas, sabiendo ser á la par que médicos, higienistas. Así, una vez desarrolla- dos los agentes infecciosos fuera del organismo, es de to- da importancia oponerse á su propagación y á la pene- tración en él, lo cual se puede conseguir: ó bien destru- yendo estos principios sépticos en el lugar mismo de su producción; ó en los vehículos que les contienen; ó apri- sionándoles en donde mismo se producen. En cuanto á lo primero, se puede conseguir con ayuda de los desin- fectantes que pueden obrar sobre los agentes infecciosos y también sobre la atmósfera de los focos de infección. Ahora bien, como la mayor parte de los agentes infeccio- sos se multiplican en los organismos que invaden, y sus- pendidos en la atmósfera, ó pegados en la ropa y vesti- dos, ó en los utensilios de curaciones, se ponen así en con- tacto con los enfermos, ó bien son arrastrados con sus deyecciones y van á viciar el aire, las aguas ó el suelo, es de toda importancia desinfectar los lugares en donde los enfermos habitan á la par que los objetos de que se sirven; vigilar atentamente todo lo que sirve para las cu- raciones, puesto que muchas veces eso mismo sirve de vehículo para el miasma infeccioso. Si de esta manera 75 no se evita la producción de estos agentes perniciosos que pueden dar origen á la piohémia ó á la septicemia, entónces debemos recurrir al mejor desinfectante que se conoce, al ácido fénico; pues sabemos que este ácido se opone á la fermentación pútrida y posee una acción tóxica enérgica sobre los organismos inferiores y sobre los principios sépticos y septicoides. Se debe por lo tanto: utilizar dicha sustancia para la desinfección en primer lugar, de las salas en donde los enfermos se en- cuentran, las piezas para las curaciones de los heridos; y en segundo lugar, la ropa de que se hace uso diario pa- ra cubrirlos. Pudieran también emplearse los sulfuros y las aguas sulfurosas para la desinfección de dichos ob- jetos no teniendo, sin embargo, las mismas ventajas que el ácido fénico. Se puede también usar del cloro y sus compuestos, como el cloruro de cal, que posee también la misma propiedad á la par que del sulfato de fierro que también se ha empleado como tal. Otro de los mejores medios para la destrucción de los agentes infecciosos es el empleo del calor; pues como lo han demostrado M. Davain y Valin, este destruye di- chos agentes á una temperatura de 86 á 90 grados. Se debe por consiguiente usar, poniendo los objetos de usos diarios en los hospitales, al frente de una corriente de aire bastante caliente para destruir todos los miasmas que puedan contener, y evitar de esta manera el desar- rollo de ellos en los enfermos. Pero una vez desarrollados los miasmas ¿cómo dete- ner su propagación? Aquí lo que creo conveniente ha- 76 cer, es intentar qne no salgan de su foco de origen; lo cual, según Picot, se obtiene por recursos que se dirigen los primeros, á los receptáculos de las materias putreci- bles, y los segundos á los enfermos mismos. En cuanto á los primeros, se debe procurar una vasta extensión y una construcción bien hecha de los lugares en que se re- ciben, para evitar la filtración de dichos miasmas al sue- lo ó al agua de que se hace uso diario; y en general cum- pliendo con exactitud las reglas que nos dá la Higiene sobre este punto. En cuantu á los segundos, para im- pedir la propagación de unos enfermos á otros se requie- re un aislamiento tan completo como sea posible de unos que estén atacados y de otros que no lo estén; mas si el aislamiento no se puede obtener, se evitará la aglomera- ción, supuesto que de ella resultan miasmas que produ- cen enfermedades infecciosas como el tifo y en ciertas condiciones la piohémia y la septicemia. Obsérvense en todos los casos dichas reglas y sobre todo en aquellos individuos que, como los heridos y las recien paridas, es- tán amenazados por las infecciones; supuesto que tienen ademas de las vias naturales de absorción, superficies supurantes que los predisponen mas que á cualquiera otro enfermo. Bueno será, por consiguiente diseminar- los, sobre todo cuando haya acumulación, como en los ca- sos de guerra. Muy conveniente es separar colocando en establecimientos particulares á los gravemente heridos y á los amputados, no conservando en los hospitales mas que los enfermos de heridas ligeras dándoles sin embar- go, cuidados muy especiales; pues solo así se evitará el que la piohémia y la septicemia se propagen de unos he- 77 ridos á otros dejando por donde quiera huellas de su existencia. Como se deja comprender por lo que hemos visto, to- dos los medios que hemos enunciado, repetiendo lo que ya hombres científicos y experimentados han dicho, son medios profilácticos que se dirigen contra los agentes in- fecciosos; en ellos hemos hecho resaltar la potencia an- tiséptica del ácido fénico, así como también la de otras sustancias como el cloruro de cal y el sulfato de fierro; he pasado la vista sobre la influencia de una tempera- tura elevada ejercida para destruir los agentes infeccio- sos. Mas como no solamente de esa manera se puede evitar la putrefacción de las sustancias y deyecciones orgánicas, sino también destruyendo los malos olores que despiden, es necesario continuar el método profilác- tico, sobre todo en los heridos en quienes el cirujano tie- ne particularmente que evitar la absorción de los agen- tes infecciosos que pueden penetrar por sus heridas. Para conseguir esto deberá hacer uso de las curaciones por oclusión que han hecho grandes servicios empleando: ó bien, la curación neumática, la curación huatada ó la curación de Lister, procedimientos todos que impiden con mas ó ménos éxito el contacto y por consiguiente la penetración de dichos agentes en las superficies supu- rantes; supuesto que el contacto de las materias orgáni- cas con los agentes infecciosos tiene generalmente por resultado hacer pasar dichas sustancias al mismo estado que los agentes en cuestión, según lo han probado J. (xuerin y mas recientemente Mathieu y Urbain, quienes han demostrado que la descomposición del pus de las 20 78 heridas marcha tanto mas rápidamente cuanto que á es- te pus se le ha mezclado una pequeña cantidad de un líquido pútrido; por consiguiente, según los mismos auto- res, “los polvos purulentos en suspensión en el aire bas- tarán para aumentar sus propiedades nocivas y multi- plicar los casos de infección purulenta.” Tal es, en resú- men, el tratamiento profiláctico antiséptico de la infec- ción purulenta. ARTÍCULO II. MÉTODO DlEHFSCTálTl. Ipí ay un hecho bien averiguado que la observa- ción continua pone en claro diariamente, y es: que á me- dida que las descomposiciones orgánicas avanzan, tiene lugar el desarrollo de diferentes miasmas; de la misma manera que diferentes gases deletéreos mezclados con ellos, yendo á infectar el ambiente, á hacerlo mortífero en lugar de vivificante. El método mas directo para evitar dicho desarrollo sería el evitar las descomposiciones orgánicas; mas como esto no siempre está á nuestro alcance tenemos entón- 80 ces que utilizar ciertos medios para destruir sus efectos, y de ciertos medicamentos para aniquilarlos; medicamen- tos que conocemos con el nombre de desinfectantes, y que tienen también una propiedad muy importante que les es inherente; la de ser antiséptica al mismo tiempo. Su número se ha ido extendiendo, y cada dia se exten- derá mas, cuando todas las propiedades de los medica- mentos se vayan conociendo con mas intimidad. Por ahora solo me ocuparé de ellos de una manera concisa, supuesto que en la mayor parte los hemos visto al ocu- parnos del método antiséptico. Los principales desinfectantes que conocemos y vemos usar diariamente son, ademas del ácido fénico, el perman- ganato de potasa, los hipocloritos y el carbón. El permanganato de potasa se ha usado desde hace mucho tiempo para desinfectar las heridas pútridas y gangrenosas; en las picaduras anatómicas; en inyecciones vaginales y nasales para evitar el mal olor de los enfer- mos de ozena; en gargarismos para la fetidez del aliento; aplicaciones todas fundadas en la propiedad de esta sus- tancia de reducirse al contacto de una materia organiza- da, dejando en libertad una cantidad de oxígeno nacien- te que posée la propiedad de matar instantáneamente las materias orgánicas descompuestas. La sustancia de que me ocupo une á esta propiedad la de ser á la vez an- tiséptica y antifermentecible. La preparación ordinaria que comunmente se usa en los casos que ya he indicado, está formada de 1,000 partes de agua destilada por 10 de permanganato de potasa; pudiendo aumentarse ó dis- 81 miniarse estas cantidades, según lo mas enérgicamente que se quiera obrar. En cuanto á los compuestos del cloro, también se han usado como antisépticos y disinfectantes. Así lo ha pro- bado, entre otros hombres científicos, Labarraque, quien ha demostrado que pueden atacar los miasmas y neutra- lizar las materias sépticas, siendo de esta manera anti- sépticos; y apoderarse del ácido sulfihídrico y del sulfihi- drato de amoniaco, ejerciendo así su acción desinfectan- te; sobre la cual está fundado el uso diario del licor de Labarraque, que tan buenos efectos produce en la cura- ción de las heridas y de muchas ulceraciones de mal as- pecto. En ella también está fundado el empleo de dicho licor para desinfectar los Hospitales y generalmente todos aquellos lugares en donde suelen alojarse multitud de miasmas orgánicos. En cuanto á las propiedades desinfectantes del carbón vegetal han sido, desde los tiempos mas remotos, utili- zadas para desinfectar los lugares de donde se despren- dían ó podían desprenderse gases deletéreos, como el gas amoniaco, el hidrógeno sulfurado, el ácido carbónico y otros; produciendo resultados inesperados é increíbles si los hechos no los demostráran. Mas hoy que el ácido fénico y el licor de Labarraque han extendido su uso por sus buenos resultados, éste desinfectante, tan inocente á la par que tan barato, ha sido casi relegado al olvido respecto á las propiedades que posée como tal. En efec- to, sus aplicaciones han ido restringiéndose hasta em- plearlo solamente como desinfectante del tubo digestivo y como purgante mecánico, no obstante de recomendar- 82 lo Trousseau en el cáncer del recto para quitarle toda fetidez al escurrimiento. En resúmen: hay otra multitud de medicamentos anti- sépticos y desinfectantes á la vez, cuyas propiedades de- bieran utilizarse. Así el ozona es un desinfectante enér- gico por sus propiedades comburentes; el alcohol, es uno de los mejores antisépticos que se conocen y cuyos resultados rivalizan con los del ácido fénico, por lo cual se ha extendido tanto en la curación de las heridas; el iodo, de la misma manera que el bromo y el cloro, es un antiséptico y desinfectante que se usa en las heridas y en los focos supurantes que desprenden productos de descomposición gaseosos, sirviendo para destruirlos ó neutralizarlos; el tanino, posée también propiedades antisépticas que se pueden utilizar, unidas á las de la quina, bajo la forma de polvo ó de maceracion y aplica- do tópicamente, en las heridas y úlceras de mal aspecto. Pudiera seguir enumerando todos los desinfectantes de que se puede hacer uso para la profilaxia de la pio- hémia; mas como ya he pasado la vista por los principa- les, solamente añadiré que las sales metálicas, y princi- palmente las de fierro, gozan de propiedades que se pue- den unir á las de las otras sustancias que ya enumeré. ARTÍCULO III. a§ jgN la profilaxia de todas las enfermedades sereco- mienda generalmente evitar todas las cansas que las pro- ducen, colocando á los individuos en las mejores condi- ciones higiénicas para no ser atacados por ellas; mas si así obrásemos siempre, y esto solo bastára para librar- nos de ellas, entónces no quizá todo ser orgánico pasa- ria por los tres períodos que necesariamente tiene que recorrer. Además, siendo muy difícil cumplir con todas las reglas que dá la higiene para evitar todos los proce- sos morbosos, sustrayéndonos á las causas, tenemos que 84 modificar en cierto sentido nuestra naturaleza y la de nuestros enfermos, para hacerla resistente á las causas que la atacan dándole en esa misma resistencia la mejor arma con que luchar contra la intemperie. Mas cuando vemos que en donde quiera que el ser viviente establece su residencia, puede llegar á modificar profundamente su naturaleza, hasta en los actos en que esta parece mas inmutable, tenemos, fundándonos en esta observación, que hacer de un organismo delicado, un organismo que resista; de un débil, un fuerte y vigoroso que con su fuerza desafie á lo que antes parecía temer. Para conseguir lo antes dicho, se requiere toda clase de medios que, aumentando la resistencia orgánica, es- tablezcan constantemente el equilibrio entre el organis- mo que desecha y el organismo que absorbe, el orga- nismo que activamente funciona y el organismo que re- lativamente descansa. Todos estos medios que nos proporcionan por una parte la Higiene, por otra la Te- rapéutica y por otra la naturaleza misma, son los que vienen en conjunto á constituir el método reparador pa- ra la profiláxia de las enfermedades, y por consiguiente de la piohémia y septicemia. Mas como el presente tra- bajo no puede pasar los límites que meramente tiene, voy á ocuparme de una manera general de este método por no ser muy extenso. Una de las indicaciones por llenar en el tratamiento de los enfermos que por ciertas condiciones están ame- nazados de la piohémia y septicemia, es hacer que su na- turaleza tenga toda la fuerza suficiente para resistir á las 85 cansas que la amenazan; hacerla vigorosa y fortificarla, haciendo que repare lo que diariamente pierde y que ga- ne lo que remotamente ha perdido. Así es, que en este sentido se debe usar, para los enfermos, de toda clase de tónicos para conseguirlo; una buena alimentación cuando las vías digestivas lo permitan, mas cuando nó, combatir las causas para conseguirlo dándole los alimentos de mas fácil digestión como la carne cruda, la leche en buena cantidad, mescladas con una cantidad regular de sal ma- rina para qué á la par que se repara lo perdido por los principios asimilables de estos alimentos, se deseche lo que al organismo perjudica. El vino del Dr. Vivien, el de H. Carpió y el de quina, se deben utilizar también, supuesto que ejercen una acción bien marcada sobre los organismos debilitados y predispuestos á las enfermeda- des infecciosas: ya exitando algunas de las funciones que languidecen, ó sirviendo de vehículos en que se eliminan algunos principios de desasimilacion que al organismo perjudican, y que antes no se desprendían de él por falta de un vehículo suficiente que los arrastrara; consiguien- do esto tanto mas fácilmente, cuanto mayor es la canti- dad de alcohol contenido en el vino de que se sirve. De suerte es, que esta acción combinada de los vinos que he dicho; por una parte, reparando las pérdidas, disminuyen- do los gastos orgánicos; y por otra parte, arrastrando con- sigo los principios que al organismo dañan, se debe uti- lizar acompañándola con la acción que la Hidroterapia posée sobre la superficie tegumentaria, despertando sus propias funciones, acelarando la función sudoral y provo- cando reacciones benéficas á todo el sistema orgánico, pa- 86 ra hacer al individuo mas resistente á las causas morbi- génas y mas apto para repelerlas. Quizá á esto se podría objetar diciendo: que la hidroterapia en los heridos seria de aplicación difícil, sobre todo en aquellos, en quienes, con una fractura de la pierna acompañada de herida, tu- viera que aplicarse, y peligrosa en aquellos que tuvieran alguna reacion febril. A lo primero puedo contestar que: no se debe de desechar la benéfica acción de la hidroterapia por la simple incomodidad de trasportar á los enfermos al lugar de la aplicación de los baños, y la de ponerles un apósito oclusivo y hecho impermeable por medio de una capa de colodion; salvo, sin embargo, que alguna otra indicación, por llenar mas esencial, se oponga á su empleo. A lo segundo se le puede considerar dividido» en dos partes: ó bien la reacción que nuestro enfermo presenta es continua y de grande intensidad; ó es inter- mitente y de intensidad variable. No seria muy conve- niente en el primer caso aplicar la hidroterapia, supues- to que á nuestros enfermos los expondríamos á una nue- va enfermedad, sobre todo inflamatoria si es que la fie- bre que el enfermo presenta no es debida á una inflama- ción anterior de algún órgano importante, como el pul- món ó cualquiera otro, lo cual sería excepcional. En cuanto al segundo, ó sea cuando la reacción que el en- fermo presenta es intermitente, se debe aplicar sobre to- do en el período apirético, para modificar las funciones cutáneas y provocar reacciones favorables en toda la eco- nomía. Nada de extraño es que sobre este punto los mejores médicos hayan recomendado en sus obras, como un auxiliar de los mas poderosos, la hidroterapia en el 87 tratamiento de las intermitentes y de otras enfermeda- des infecciosas ó que se sospechan como tales. No ha llegado á mis manos un tratado de patología en donde se deje de recomendar la hidroterapia aplicada en multitud de organismos debilitados por sus dolencias; al contra- rio, los consejos de nuestros maestros y la práctica dia- ria en los hospitales, á cada paso nos empujan á exten- derla y propagarla, con otras medidas higiénicas para el buen desarrollo físico del individuo, y de la huma- nidad. No pasaré adelante sin haber dado una ojeada sobre los medicamentos que, además de los que he mencionado se consideran como reparadores y que Bouchardat ha llamado analépticos. Pues bien: en este grupo de medicamentos se han co- locado por su acción sobre el organismo, las diferentes sales calcáreas, el aceite de hígado de bacalao, las grasas animales y vegetales, las sustancias azoadas é hidrocarbo- nadas, así como también la leche de que ya hemos habla- do en otra parte, determinando los casos en que ésta tiene sus aplicaciones propias. Mas como los usos de tales sus- tancias tienen lugar cuando se presentan sus correspon- dientes indicaciones, solamente me limitaré á decir que de este grupo de reparadores, en el caso de que nos ocu- pamos, tiene su aplicación la leche; en cuanto á las sales calcáreas deben usarse en caso de que el enfermo tenga que proporcionar los gastos de una consolidación hueso- sa, así como también en el caso de una diarrea; pues uni- dos al ópio ó bien aisladamente, prestan muy buenos ser- vicios, pero obrando en este caso como astringentes. El 88 aceite de hígado de bacalao ha ido extendiéndose cada dia mas, como nno de los mejores reparadores; en dife- rentes diátesis se ha aplicado, como en la tuberculosa y escrofulosa por los buenos efectos que según se ha visto, produce: modifica la nutrición ventajosamente, aumenta el apetito, da vigor al organismo y evita que tenga pér- didas exesivas, moderando la eliminación de sustancias necesarias á la composición de ciertos órganos. Las cantidades en que se debe administrar este me- dicamento varían según la edad del individuo; pero an- tes se debe de procurar que las vías digestivas estén en buena situación; porque aplicado en un estado morboso de las vías digestivas, aumenta dicho estado y no pro- duce los efectos que se desean. Las dósis que á los ni- ños es conveniente dar varían entre 10 á 20 gramos diarios, y á los adultos la de 20 á 100 gramos por dia, uniendo la hidroterapia y el ejercicio para obtener el re- sultado que nos proponemos. En cuanto á las sustan- cias hidrocarbonadas y á las materias azoadas, solo hay que recurrir á ellas cuando el organismo no haya recibi- do de los alimentos los principios que aquellas suminis- tran; mas dándole una buena alimentación á nuestro en- fermo, sustrayéndolo, por otra parte, á las causas que lo atacan, vigilando y arreglando por los recursos terapeú- ticos, las funciones trastornadas, habremos cumplido con nuestro deber, poniendo una barrera á las enfermedades que lo persiguen y lo habremos hecho apto para luchar contra la intemperie. CAPÍTULO II. TRATAMIENTO SXHTOMÁTICO. JÍLas indicaciones racionales del tratamiento sinto- mático nos van siendo señaladas á cada paso por las fa- ces y marcha de la enfermedad. Una vez que estamos en presencia de nuestro enfermo, una vez también que por motivos poderosos hemos hecho el diagnóstico de la piohémia; primero combatiremos la causa, después com- batiremos los sintómas, ó sean sus manifestaciones mor- bosas propias. Mas como éstas son locales y generales te- nemos que, para los primeros, usar del tratamiento qui- rúrgico, para las segundas del tratamiento meramente médico. Empezemos por éste. ARTÍCULO I. Jos son las indicaciones que hay que llenar en el tratamiento médico: Io disminuir la rapidez de la cir- culación, sin ocasionar su decaimiento; y 2o hacer bajar la temperatura. ¿Cómo llenar la primera? Entre los me- dios recomendados por los terapeutistas se encuentra el Veratrum viride que se debe emplear á la dosis de cin- co gotas de tintura cada hora. Barker sobre esta sustan- cia dice, que se debe usar hasta que el pulso haya baja- do á menos de 100 pulsaciones por minuto; dada la dósis antes dicha y obtenido este efecto, bajarlas hasta dos ó tres gotas cada hora para conseguir un pulso al menos próximo al normal. Mas como no ha producido éste medicamento los resultados que de él se esperaban, ha venido sustituyéndose cada dia mas por la tintura 91 de acónito, la cual, administrada con ciertas precaucio- nes, ha producido realmente buenos efectos: dándose al principio una sola gota de tintura cada media hora, y des- pués aumentando las dósis según los efectos obtenidos. Generalmente después de haber dado cinco ó seis dósis de dicho medicamento á cada media hora repartidas, el pulso baja; bastan después algunas dósis administradas, trascurridas que sean una ó dos horas, para impedir que el corazón tome la rapidez que antes combatiamos. Es evidente que modificando de esta manera la acción cardiaca, se evita un gasto excesivo del organismo. Mas como la potencia y actividad del medicamento de que me ocupo son sumamente enérgicas, es necesario em- plearlo con extrema reserva y vigilar sus efectos; porque si su empleo se continúa por bastante tiempo y á inter- valos muy cercanos, puede deprimir excesivamente la circulación y producir un decepción en lugar de una es- peranza matando á nuestro enfermo. Por consiguiente, es del todo importante vigilar con atención los efectos del acónito para suspenderlo en caso de que el pulso llegue á ser intermitente ó débil. Es muy probable que este medicamento se haga mas útil al principio de la en- fermedad, ántes de que nuestros enfermos comiencen á agotarse por las colecciones purulentas y cuando el pul- so tenga cierta fuerza y resistencia; pues su administra- ción está contraindicada cuando hay postración, sudores fríos á la par que hay enfriamiento de las extremidades, y el pulso es pequeño, frecuente, filiforme é irregular. En cuanto á la segunda indicación, ó sea la de hacer bajar la temperatura, muchos son los medios que están 92 á nuestra disposición para conseguirlo; medicamentos que si no se usan á su debida oportunidad, casi siempre se muestran ineficaces. La quinina, dada á la dósis de 50 centigramos á 1 gramo, ha sido empleada sobre todo por los alemanes, para hacer bajar la temperatura de los piohémicos y septicémicos, porque después de su administración la temperatura baja un grado y más. El tiempo mas oportuno para administrarla es en la mañana y en la tarde; mas si se declaran síntomas de envenena- miento por ella, entonces se le pueden unir unas diez ó quince gotas de ácido bromídrico que puede evitar los accidentes que pueda causar. De paso diré que cuando la calentura tiene el tipo remitente se puede administrar ventajosamente un me- dicamento muy bien aceptado y que produce resultados satisfactorios, la tintura de Warburg cuya eficacia ha si- do reconocida por varios autores, entre otros, el Dr. Ma- clean de Netley y el Dr. Broadbent; quienes han visto resultados que no habian podido obtenerse con la qui- nina. Su composición ha sido publicada recientemente por el Sr. Dr. Maclean, quien establece que es de base de quinina conteniendo ademas diferentes sustancias aromáticas y amargas, cuya acción ayuda en gran parte á la de la quinina. Pero sea cual fuere su composición, el hecho es que posée propiedades antipiréticas marca- das, ocasiona una traspiración abundante y una dimi- nución rápida de los síntomas alarmantes de estos en- fermos. Otra de las vías que se pueden seguir para obtener un descenso de temperatura en los piohémicos, sobre to- 93 do cuando ésta llega á 40, ó 42 grados, es provocar abundantes evacuaciones* por medio de los purgantes, principalmente cuando haya constipación; pues según las tendencias del dia, paso á paso se va admitiendo que la vía intestinal puede ser útil para la eliminación de los venenos y principios purulentos y sépticos de los septicémicos y piohémicos. Los purgantes han sido re- comendados ardientemente por Schreder y otros profe- sores alemanes, y en Inglaterra fueron en un tiempo los medicamentos mas preconisados y favorecidos; dicho au- tor, á sus enfermos de piohémia ó de septicemia, daba el calomel en la cantidad de 15 á 20 centigramos mez- clado con el extracto de coloquinta para sostener la libertad del vientre. Mas al administrar los purgantes débese tener en gran consideración, que bien se puede provocar por ellos una diarrea agotante que postre á los enfermos; de suerte que mas conveniente me parece evi- tarlos absteniéndose de dicho método, ó no usarlo sino al principio de la enfermedad, uniendo á esto lo que an- tes hemos recomendado para la profilaxia de la pio- hémia. Se han recomendado los purgantes con objeto de que por los intestinos tuviera lugar la eliminación de los principios sépticos, mas como en primer lugar, no está todavía completamente demostrado que dichos princi- pios se eliminen por esa vía, y en segundo lugar pode- mos disponer de medicamentos que, como eliminadores, arrastren el veneno, ó sea el principio séptico, sin te- ner el inconveniente de los purgantes, debemos, cuando menos, intentar por medio de su acción y de una mane- 24 94 ra indirecta, disminuir la elevación de temperatura que quema, y el mayor número de veces, mata á nuestros enfermos. Paso por fin á ocuparme de los eliminadores. Cuando el organismo es impregnado de sustancias que lo envenenan, cuando contiene materias que normal- mente existen en él, pero en cantidad anormal, como los principios excrementicios de la orina y del sudor, y en general, cuando por cualquiera vía son absorvidos sus- tancias y principios sépticos que tiendan á matarlo, en- tonces la indicación principal está en desembarazarlo de estos principios por medio de los eliminadores. Rabuteau define estos medicamentos diciendo: Son- medicamentos que tienen la propiedad de arrojar ó de ar- rastrar del organismo, los cuerpos que son nocivos ó extra- ños. Mas como en el caso presente tenemos que usar de la acción de estos medicamentos ejerciéndose en el in- terior de la masa sanguinea y en la intimidad de los te- jidos, voy á pasar por alto aquellos que, como los pur- gantes y vomitivos, se pueden considerar como elimina- dores; supuesto que sirven para arrojar ya del estómago ó del tubo digestivo, sustancias que obran como cuerpos extraños ó como venenos. Los principales eliminadores que se pueden usar para eliminar hasta donde sea posible, los principios sépticos de los piohémicos, serán todos aquellos que obrando ín- timamente los arrastren hácia fuera. Partiendo de la analogía que presentan todas las en- fermedades en su manera de producirse; es decir, de aquellas que se desarrollan á causa de la introducción de 95 sustancias extrañas en el interior de la masa sanguínea, y partiendo del tratamiento propio á cada una de ellas, fácilmente se puede colegir que muy oportuno debe ser el que á los enfermos de piohémia y de septicemia se les sujete á un tratamiento eliminador por una parte, y pro- filáctico por otra. Pues bien: los principales eliminadores que se usan diariamente para eliminar sustancias extrañas contenidas en el organismo, son: en primer lugar, el agua que posée la propiedad de arrastrar del organismo en función, multi- tud de sustancias tóxicas que lo envenenan; Sydenham, continuamente usaba de ella, y recomendaba que se usa- ra, sobre todo, para tratar los envenenamientos ocasio- nados principalmente por las sales metálicas. Así, en un tiempo el cólera, considerado como un envenenamiento, era tratado con el agua, por la cual se obtuvieron muy buenos resultados. Además, considerando que el agua posée propiedades diuréticas marcadísimas, y siendo, por otra parte, el riñon órgano por donde se eliminan multi- tud de venenos, se ha utilizado para arrastrar del orga- nismo estas sustancias tóxicas, irrigándolo de bastante agua para que obre como diurético, á la par que como vehículo. Mas como no solamente ella debe usarse en el presente caso, creo muy conveniente unir su acción á la de otros medicamentos que obran también como diuré- ticos, ya aumentando la secreción urinaria ú otras de las que en el organismo tienen lugar. Guiado por estas consideraciones, y viendo que es una indicación principal el arrojar del enfermo piohémico ó septicémico, los principios sépticos y purulentos que en- 96 cierra; y considerando que generalmente las diátesis exi- gen para su tratamiento, sustancias que eliminen y ha- gan desaparecer del organismo los principios extraños que las ocasionan, como la diátesis sifilítica, escrofulosa y úrica, creo conveniente proponer para los enfermos de que me ocupo, una medicación análoga. La introducción de los bromuros alcalinos en la tera- péutica, debida es en gran parte, á la acción eliminadora que ejercen sobre los venenos, principalmente sobre los venenos metálicos; acción demostrada por experiencias directas emprendidas para ésto. Mas como todavía na- da se ha dicho acerca de la acción que dichos medica- mentos ejercen sobre los principios sépticos y purulen- tos de los individuos atacados de piohémia, por una ana- logía, y por los efectos que producen en un individuo dia- tésico tratado por los bromuros, yoduros y alcoholes; me parece que puedo proponer hacer un uso bien diriji- do y bien combinado de ellos, para conseguir el objeto que me propongo, ó sea el de eliminar los principios sép- ticos y purulentos. En resúmen: los agentes eliminadores, como el agua, el alcohol, los bromuros y los yoduros, obrando ya como diu- rético, ó bien como vehículos de las sustancias conteni- das en el organismo, deben ensayarse en los enfermos atacados de piohémia ó de septicemia, unidos á los me- dicamentos que ya he recomendado en la primera parte del tratamiento sintomático; pues los yoduros, de la mis- ma manera que los bromuros, han sido preconizados pa- ra el tratamiento de las intoxicaciones por las sales me- tálicas, unidos á los alcoholes y á otros medicamentos 97 ya mencionados; por lo cual deben usarse en aquel esta- do en que se ponen los enfermos por la introducción de los principios que los envenenan y que los matan. Paso á ocuparme del tratamiento quirúrgico, ó sea de las manifestaciones locales que aparecen. ARTÍCULO II. TEATáMIEITQ QUIRÚRGICO. $j|foMO dos son los principales casos enfrente de los cuales nos podemos encontrar como manifestaciones locales, dos son, por consiguiente, los deberes que tene- mos que desempeñar enfrente de un piohémico: primero, podemos tener á nuestra vista manifestaciones locales múltiples; y segundo, no tener mas que una sola: repre- sentando á la primera, los abcesos metastáticos con sus consecuencias; y á la segunda, el foco primitivo de supu ración. Veamos que es lo que debemos hacer en ambos casos. Tenemos el foco supurante primitivo ¿cómo lo cu- ramos? Aquí recordaré lo que liemos dicho sobre la etio- logía de la pioliémia, para proponer el método que me parece mas racional. 99 Hemos visto que la piohémia era debida á la intro- ducción ó presencia de principios sépticos y purulentos en el interior de la masa sanguínea, hemos visto tam- bién que estos principios podian desarrollarse en el mis- mo individuo ó venirle de fuera, para en él reproducirse y propagarse, y hemos visto por último, que las manifes- taciones de esta introducción de principios sépticos ó purulentos en el interior del organismo, podian ser de intensidad media, pequeña ó grande. Pues bien; esta- blecido una vez esto, me parece que el tratamiento de las manifestaciones locales debe de estar subordinado á las reglas del tratamiento general, es decir á las del an- tiséptico. Sobre estos datos y considerando, por otra parte, como lo ha demostrado Pasteur, que las manifes- taciones piohémicas son debidas muchas veces á la pre- sencia de gérmenes sépticos en el organismo, el método antiséptico, para las manifestaciones locales, es el que por sí solo se recomienda. Es en la práctica de los hos- pitales mal sanos y en los individuos sujetos á las peo- res condiciones que se ha obtenido, por este método, los mejores resultados; en vista de los cuales muchos incré- dulos han tenido que sucumbir. Persuadido de esta manera M. Pasteur, por el resul- tado de sus experiencias, vió que los accidentes que pre- sentan las heridas son debidas á las causas de que ya hemos hablado; demostró la presencia de gérmenes en la atmósfera y la influencia que estos ejercen sobre las fermentaciones y putrefacción; propuso por esta causa luchar contra ellos, supuesto que procuran la putrefac- ción de la sangre y de todos los líquidos animales; pre- 100 disponiendo así á las complicaciones de las heridas, y entre ellas á la pioliémia. Ahora bien, si nos oponemos á la presencia de estos gérmenes infecciosos en la at- mósfera que rodea nuestros heridos, ó bien si nos opo- nemos á su desarrollo, habremos hecho lo que mas na- tural parece: destruir la causa para evitar el efecto. So- bre este punto es que Lister propuso el método que va- mos á ver y por el cual ha visto, en su práctica, la desa- parición de la infección purulenta. El conjunto de las condiciones prácticas necesarias para la desaparición de los gérmenes, pone los focos su- purantes en una situación particular y que M. Lister ha estudiado con esmero, concluyendo que: la supuración de las heridas no es un fenómeno esencial, y que es cau- sado generalmente por las irritaciones, en las soluciones de continuidad, debidas á los gérmenes que pueblan el ambiente y que de él se depositan en ellas; atribuyendo á estos gérmenes una acción doble que no se limita sim- plemente á provocar la supuración, sino también á de- terminar la putrefacción de los tejidos orgánicos y de los líquidos; siendo también por este solo hecho, los principales agentes de las complicaciones de las heridas. Según esto, fácilmente se comprende cuales deben ser los términos principales del tratamiento local de la so- lución de continuidad de un enfermo que es piohémico, ó que pueda serlo; desde luego, destruir los gérmenes ó los microbios por medio de los antisépticos, cuya po- tencia de acción podrá variar según las condiciones de las heridas, siendo sobre todo al principio muy pruden- te usar de ellos, de esta manera se cambiará la atmósfe- 101 ra de nuestro enfermo proporcionándole otra purificada. Ahora, en los puntos en que los gérmenes se desarrollan y multiplican, la acción de los antisépticos deberá au- mentarse; principalmente si su desarrollo tiene lugar en el abceso ó foco supurante, de paredes anfractuosas y de difícil acceso. Habiendo organismos en donde los gérmenes se de- sarrollan con mas facilidad, y enseñando la experiencia que en los debilitados y enfermos este desarrollo es mas favorecido, se necesita una vez conocido esto, obrar con mas energia. En la herida y en todo foco supurante, se tendrá (pie evitar el exceso de tensión de los tejidos de- bida á la presencia del pus, dando á éste franca y fácil salida. Debe evitarse también la irritación directa de las superficies sangrientas ó supurantes; bien sea por medio de la reunión de las paredes del abceso é) de los lábios de la herida, poniendo de esta manera, al abrigo de los agentes exteriores los elementos orgánicos; ó bien quitando todo cuerpo extraño séptico; ó proteguiendo las heridas ó los abcesos de la acción directa de los gér- menes que pululan en la atmósfera, por medio de los antisépticos. Pues bien: establecido de esta manera el objeto por alcanzar, la curación de Lister no es una curación espe- cial; sino que variará según las circunstancias y el caso que se presente, pero siempre sujetándose á tres indica- ciones principales: primera, evitar el desarrollo de gér- menes en la atmósfera que los enfermos respiran; segun- da, evitar el contacto de ellos con las superficies que su- puran; v tercera, destruirlos cuando dicho contacto ten- 102 ga lugar, para evitar su penetración en el organismo. Para cumplir con estas tres condiciones, esencial es te- ner en cuenta que los gérmenes que se encuentran en la atmósfera, se encuentran también en la superficie de to- dos los cuerpos cubiertos por ella; así es que, todos los instrumentos y útiles que -van á servir para la curación de las heridas y abcesos, deben ser purificados de dichos micro-organismos. Algunos objetos sobre todo, tienen la propiedad de retenerlos y de favorecer su desarrollo, como las esponjas y los trapos en los cuales pueden per- manecer materias putreeibles; todos estos serán prepa- rados de antemano y llevados á un estado de salubridad perfecta, resultado que se obtendrá colocándolos en un baño antifermenticida. Dos son las soluciones fenicadas que gozan el princi- pal papel, según el método que analizo, la solución fuer- te de ácido fénico, que está formada de 100 gramos de agua por 5 gramos de ácido; y la solución débil, formada, por la mitad de la cantidad de ácido mencionada v 100 gramos de agua. Los instrumentos y demas objetos que deben servir para la curación, hasta las manos del cirujano y de los ayudantes, deben ser mojados en esta solución constan- temente; las esponjas serán mantenidas siempre en ella, antes de servir y después de haber servido; de la misma manera que todo lo que esté en contacto con las super- ficies supurantes ó sanguinolentas, ó que pueda estarlo, será tenido bajo las mismas precauciones; manteniendo, á la hora de la curación, la atmósfera que circunda la he- rida saturada de ácido fénico, por medio de la pulveriza- 103 cion de la solución fenicacla fuerte. Esta maniobra, á la que se han hecho teóricamente objeciones no justifi- cadas, es bastante sencilla; consistiendo en último térmi- no. en impregnar el lugar en donde se opere ó se cure de una atmósfera formada por la solución fenicada fuer- te; lo cual se consigue por medio del pulverizador de Richardson, del de M. Collin, ó del de L. Championier, que da una atmósfera fenicada mas uniforme, y tiene la ventaja de poderse manejar por el mismo cirujano que hace la curación, pues se puede hacer funcionar con el pié. En resúmen, el método antiséptico ó de Lister, tien- de á llenar esta indicación principal: evitar la septicidad y putrefacción de los tejidos orgánicos, ántes, al produ- cirse y después de producidas las soluciones de conti- nuidad y focos supurantes en general. En cuanto al tratamiento de las manifestaciones loca- les múltiples, variará según las reglas que dá la patolo- gía interna por una parte, y la medicina operatoria por otra. Supongamos que tenemos en nuestro enfermo, una pulmonía debida á la piohémia: la trataremos como una manifestación de otra enfermedad que la engendra, y también como una enfermedad sola; pero teniendo en combinación ambos tratamientos para que no se nulifiquen en sus efectos y agoten su eficacia. Respecto á las manifestaciones locales que nuestros sentidos é instrumentos puedan percibir y alcanzar, como los abcesos metastáticos articulares, musculares y algunas veces los viscerales, haremos con ellos lo que generalmente se recomienda, que es: extraer el pus y usar también de las curaciones antisépticas; calmar los 104 dolores que ocasionan, por los narcóticos; y usar de to- dos los recursos que nos ofrecen la terapeútica médica y operatoria, para llevarlos á buen término y después com- batir sus consecuencias. Paso á ocuparme de los métodos de Guerin y Gosse- lin aplicados en las manifestaciones locales, ó en los focos de donde la piohémia puede tomar origen. El principio sobre el cual reposa el método de Guerin es el de evitar el contacto del aire con las heridas, y no provocar las molestias tanto locales como generales, que sufren los enfermos, retardando las curaciones por bas- tante número de dias. En manos de su autor y otros cirujanos, ha hecho este método disminuir, de la misma manera que el método de Lister, los casos de piohémia y de septicemia, provocados por las materias orgánicas que vuelan por el espacio. Dicho método, ó mas bien la curación de Guerin, consiste en la aplicación de una capa de algodón laminado en el fondo de la herida y en la cavidad representada por ese fondo, y después sobre la superficie de la misma herida y en derredor del miembro sobre que se sitúa; extendiéndose dicha capa lo mas alto que sea posible del lugar en que se encuen- tra la herida; siendo necesario que dicha capa tenga de unos 15 á 20 centímetros de espesor. Después se en- rolla una venda sobre la capa de algodón que se ha puesto, procurando que vaya un poco apretada; siendo las vueltas que se den arriba de la herida horizontales, trasversales y oblicuas á su nivel, procurando que cu- bran completamente la capa de algodón, cubriéndose unas con otras. 105 Lo que caracteriza este vendaje, es la permanencia en su lugar durante unos veinte ó veintidós dias, en térmi- no de los cuales no se toca el miembro ó la parte don- de está situada la herida, sino es que se afloje ó se em- beba la curación de líquidos que se han alterado ó que puedan corromperse en sus capas exteriores. Vencido el término de esta primera curación, se emprende la si- guiente, trasportando al enfermo á otro lugar bien puri- ficado y bien ventilado; se quita el vendaje, se limpia perfectamente el miembro con agua simple ó ligeramen- te fenicada, se hace después una curación análoga á la primera, se deja menos tiempo en permanencia, y una vez que ha durado unos doce ó quince dias se reempla- za con una curación ordinaria simple ó con glicerina, que se renovará todos los dias; ó bien con una curación alcohólica fenicada que se renovará de la misma mane- ra, estando esta tanto mas indicada cuanto que la herida ó el abceso han entrado en el grupo de aquellos que no ofrecen complicaciones temibles. Ahora bien, ¿cuáles son los efectos que intentó obte- ner Alfonso Guerin con esta curación? Según Gosselin, unos son perceptibles y los otros pueden presumirse. En cuanto á los primeros, fácilmente se podrán notar teniendo en cuenta el estado anterior de la herida y el presente, después de haber quitado la última curación tardía; pues en tanto que esta queda en su lugar, se ob- serva que el enfermo, si sufre es muy poco relativamen- te, si presenta reacción, no es muy intensa, conserva el apetito y duerme tranquilamente por no tener esa zozo- 27 106 bra de la curación diaria que casi siempre es molesta y dolorosa. Una vez que lia sido quitado el último vendaje se ad- vierte en sus capas profundas y sobre la superficie su- purante, un pus espeso y viscoso cuya cantidad, relativa- mente pequeña, está en relación con el número de dias que ha permanecido el apósito en su lugar; que no tiene la fetidez del pus pútrido y de mala naturaleza que pro- viene de los huesos enfermos; ademas, se observa sobre la superficie supurante una capa exuberante de llemas carnosas que caracteriza una franca y buena reparación; y por último, se advierten todos los fenómenos de una herida que regularmente cicatriza por segunda intención y que camina á buen fin. En cuanto al métodu de Gosselin para el tratamiento de los focos supurantes y de las manifestaciones locales de la piohémia, es variable como variables son las indi- caciones y los casos particulares que se presentan. Res- pecto de él, solamente puedo decir que este grande é in- teligente Cirujano ha dado reglas especiales á cada caso particular, las que no me es permitido tocar en este pe- queño estudio: reglas que el autor aplica en unos casos, adoptando la curación neumática; en otros, el método de Guerin ó de las curaciones tardías; ó en fin, el méto- do de Lister, modificándolos á cada paso según las indi- caciones que, aunque no siempre, suelen presentarse en la práctica. Voy, aunque muy á la ligera, á ocuparme de otro mé- todo muy recomendado, que hoy, en manos de nuestros cirujanos y del que habla, ha producido resultados que 107 verdaderamente satisfacen: quiero hablar de las curacio- nes hechas con el alcohol. El alcohol fué empleado frecuentemente por los anti- guos cirujanos ya solo, ó bien asociado á otros medica- mentos como el alcanfor, formado lo que hoy conocemos con el nombre de aguardiente alcanforado, con ardor hoy recomendado por Lestocquoy Nelaton y Batailhé. Con- siste dicha curación en colocar, hasta la profundidad de la herida, bolitas de hilas embebidas en alcohol ó aguar- diente alcanforado; cubriendo después con un trapo pica- do en toda su extensión, bañado de la misma sustancia; encima del cual se pone una tela impermeable, como la de salud, cubierta á la vez por un vendaje contentivo ó compresivo, según la indicación del caso que se presente. Esta curación se renueva diariamente, procurando man- tenerla siempre húmeda por medio del alcohol, puesto con una esponja ó cualquier otro utensilio cuando se vea que la curación se seca. Ahora bien, ¿cuales son los efectos producidos por el alcohol aplicado tópicamente? Los fenómenos que se observan por medio de estas cura- ciones con el alcohol y que generalmente se presentan, en primer lugar son: la falta ó la moderación extrema de los fenómenos inflamatorios locales, la no alteración de la sangre en la superficie de la herida, la ausencia de fe- tidez de los tejidos orgánicos, y la falta de fenómenos fe- briles intensos que aparecen en la generalidad de los ca- sos. En resúmen, el alcohol evita uno de los factores de la piohémia y de la septicemia: la descomposición de las materias putrecibles; y por consecuencia hace desapare- cer ó disminuve los fenómenos inflamatorios, de la misma 108 manera que evita una de las causas que pueden produ- cir la piohémia ó la septicemia. En cuanto al tratamiento de las manifestaciones loca- les, situadas en la intimidad de algún órgano ó de algu- na viscera ó bien de las que se nos manifiestan á la vista, como los abcesos metastáticos articulares y musculares, tenemos, para las primeras, que obrar según las reglas ge- nerales que nos dá la patología interna y la terapeútica quirúrgica, combinando su tratamiento local con el tra- tamiento general de la enfermedad que las ocaciona; ya haciendo punciones con el trocar en la viscera donde si- túan, ó usando de otros medios que las hagan desapare- cer, absorbiéndose, enquistándose ó degenerándose, para cuyo efecto tienen su aplicación los yoduros, los mercu- riales y los reparadores. En cuanto á las segundas, ó sea las manifestaciones locales múltiples que son acseci- bles á nuestra vista, debemos de curarlas como curamos el foco primitivo; dando primero salida libre al pus, lavar después el fondo y las paredes del foco con una solución antiséptica y desinfectante á la vez, y por último, seguir en toda su marcha el método de Lister, hasta obtener el resultado que de ellas esperamos; cual es su curación por la cicatrización completa. CAPÍTULO III. T1ATAMIEETTQ CUBATIVO. *|B§ o dudo ni un instante que los que pasen la vis- ta por estas páginas y vean anunciado el tratamiento curativo de una enfermedad que todo el mundo médico considera como incurable, lo miren como un disparate y como un borron en la ciencia, cuando esta jamás admite semejantes errores; pero si se fija un poco la atención y se medita que el método mas racional para tratar todas las enfermedades, es aquel que destruyendo las causas que las producen, alivia al individuo ó mas bien lo cura, fácil- mente podrá comprenderse que, aquel método que des- truya la causa de la piohémia y salve al enfermo de las 110 garras de la muerte; ó aquel que tienda á conseguir es- tos resultados, deberá llamarse el tratamiento curativo. Mas como no solamente el método que propongo lo con- sidero el mas racional, sino también el mas poderoso de los que hasta aquí se conocen, creo tener justicia en lla- marle el método curativo de la piohémia y septicemia. Indudable debe ser que para la curación de una enfer- medad, se requiere destruir la causa que le dá origen y combatir los síntomas que ocasiona, hasta verlos desa- parecer, dejando al individuo en un estado de salud mas ó menos perfecta. Así es que conocida, como lo supo- nemos, la causa de la piohémia y de la septicemia, sabien- do, por consiguiente, que estas dos entidades morbosas son debidas á la introducción ó á la presencia en la masa sanguínea de principios sépticos y purulentos, tenemos que obrar contra ellos; sea destruyéndolos, neutralezán- dolos ó eliminándolos, á la por que ir combatiendo sus huellas. ¿Más de qué manera conseguir estos tres resul- tados, é) cuando menos uno de ellos? Tenemos que tener presente, para resolver este problema, multitud de cir- cunstancias que pueden mas é) menos modificar nuestro método curativo. En primer lugar, debemos considerar el medio ó vehículo en donde los principios sépticos y purulentos se encuentran, é) sea la sangre; así como tam- bién las partes del organismo á donde esta se distribuya: en segundo lugar, la mas ó menos resistencia presentada por este líquido y la de los órganos á donde se dirige; y en último lugar, la acción de las sustancias que, obran- do según las dósis ingeridas, pueden ejercer una acción marcada curando al enfermo, matándolo ó no haciendo 111 resonar su influencia. Mas como el líquido que sirve de vehículo ya lo hemos estudiado en otra parte, así como también teniendo conocido que el organismo poseé apa- ratos eliminadores de las sustancias que le dañan; y por otra parte, considerando que los piohémieos y septicémi- cos presentan cierta resistencia á la causa morbosa que tiende á matarlos, de tal manera que luchan entre al muerte y la vida por un número de dias que nos permi- te ensayar nuestros medicamentos, creo muy oportuno el proponer, para neutralizar dichos principios purulentos y sépticos, la ingestión en el torrente de la masa sanguí- nea de ciertos medicamentos que naturalizen su acción ó que los destruyan; así como también de otros medica- mentos que los arrastren hácia fuera libertando al indi- viduo del peligro que le amenaza. En cuanto á los segundos, ya los hemos estudiado en otro lugar, al ocuparnos del tratamiento sintomático; ocupémonos de los primeros ó sea de los medicamentos neutralizantes del pus y demás principios sépticos que tenga la sangre de los piohémieos. El uso de ciertos medicamentos que se prolonga por mayor número de años, así como también el conocimien- to perfecto ó aproximado de las modificaciones que sufren en el misterioso organismo humano, y las opiniones en pró que trás sí arrastran, hacen que el médico y el aspiran- te á serlo, les vayan poco á poco dando también cierto crédito y un lugar en el arsenal terapéutico, que por sus propiedades conquisten; hace que solo los hechos venzan al hombre científico, y por consiguiente lo obligan á pres- cindir del capricho y del partido apasionado que por 112 ciertas ideas provincialistas defiende. Así es que, al ocu- parme de los medicamentos neutralizantes del pus, no voy á considerarlos realmente como lo indica la palabra neutralizantes, sino como medicamentos que destruyen las propidades antivitales del pus ó sea sus propiedades corrosivas y mortíferas en el organismo vivo. Ahora bien, siendo los sulfitos é hiposulfitos empleados, desde hace algunos años, como antipútridos para la con- servación de los cadáveres, su uso en la terapéutica se ha extendido desde el año de 1832, época en la qué Kurs y Manuel los empezaron á utilizar como medicamentos internos en varias enfermedades infecciosas. Después Polli, creyendo que las enfermedades infecciosas y viru- lentas eran debidas á fermentaciones desarrolladas en el organismo, pensó en utilizar los sulfitos para que estos, apoderándose del óxigeno necesario á las fermentacio- nes, neutralizaran de esta manera sus efectos. Mas después Gubler, no aceptando las ideas de Polli que las creyó como en contradicción con los hechos, sostuvo que los sulfitos é hiposulfitos pueden obrar de otra mane- ra que como antizimóticos; pues introducidos en la eco- nomía son primero envueltos por la albúmina de la san- gre y pueden de esta manera atravesar los tejidos é ir, por este mecanismo, á disinfectar porción de líquidos escrementicios que hayan sufrido la fermentación amoni- cal. Según Giovanni y Ferrini los sulfitos dan mayor resistencia al organismo contra las fermentaciones, ha- ciéndolo refractario á la infeccien purulenta, con tal que estos sean ingeridos al principio de la enfermedad; mas no les concede la acción que les atribuye Gubler, sino que 113 les considera como deteniendo el desarrollo de las fer- mentaciones, imprimiéndoles á la vez modificaciones que el organismo pueda resistir su acción. Pietra Santa llegó á resultados análogos; sosteniendo ademas que los hiposulfitos y sulfitos son perfectamente tolerados por la economía siendo preferibles los primeros, supuesto que las trasformaciones que mas comunmente sufren, tienen lugar con menos facilidad, y permanecen por mas tiem- po en el organismo en el estado en que se han ingerido. Por otra parte, estando actualmente demostrado cientí- ficamente que dichos medicamentos ejercen una acción benéfica sobre las enfermedades infecciosas y virulentas, racional debe ser que en la piohémia y septicemia ocupen el principal lugar de su aplicación. Por estas razones, y por los resultados obtenidos entre las manos de Polli, Teggiuri, Caparelli, Mirone, Kodolpho Redolphi, Maz- zolini, Adamollo, Remóla, Granara y Sémola, los han pre- conizado tanto y reconocido, así como también ratificado lo que otros habian dicho con aticipacion. Pero veámos nosotros cuales son las trasformaciones y propiedades de los medicamentos en cuestión- En primer lugar, debemos tener presente que los hipo- sulfitos y sulfitos de los metales alcalinos son bastante solubles en el agua y tienen un sabor sulfuroso desagra- dable; siendo al contrario, muy poco solubles los de los metales alcalino-terrosos, propiedad que no les permite extender sus usos. Si atendemos á que los hiposulfitos son en general mas solubles en el agua, y tienen en general un sabor menos 29 114 desagradable que los sulfitos, trasformándose con menos facilidad en el organismo en sulfatos, reconoceremos la justicia al preferirlos á estos últimos. Mas ya es tiempo de que pasemos á tratar de la absorción y eliminación de los medicamentos mencionados. Hemos dejado ya sentado que los sulfitos é hiposulfi- tos de los metales alcalinos, son mas solubles que los de los alcalino-terrosos; de ese principio puede venirse en conocimiento de la mayor facilidad con que son absor- bidos puestos una vez en el interior del tubo digestivo; pero una vez absorbidos y en contacto con la intimidad de los órganos y aparatos sufren, dichas sustancias, trasfor- maciones que se pueden apreciar cuando se reconoce ó se busca su presencia en los líquidos de secreción orgá- nica, como la orina, la saliva y otros. En efecto, para reconocer los sulfitos é hiposulfitos en el agua, con ayuda de un ácido concentrado como el sulfúrico ó el nitríco, fácilmente se percibe el olor del ácido sulfuroso que les es característico; así como también por la propiedad que éste tiene de reducir el cloruro de oro y decolorar el permangato de potasa que es violeta. Este procedi- miento no da siempre resultados satisfactorios y seguros, sobre todo, si los hiposulfitos han sido ingeridos en pe- queña cantidad. Rabuteau ha inventado un procedi- miento tan fácil como seguro, por medio del cual se pue- den reconocer cantidades infinitesimales de ácido sulfu- roso; este consiste en añadir al líquido en donde se hace la investigación, iodato de potasa puro y agua de almi- dón, poniendo en seguida algunas gotas de ácido acéti- co concentrado, el cual tiene la propiedad de producir 115 una reacción menos fuerte que el sulfúrico ó nítrico, á pesar de que hace descubrir, en la orina ó en el líquido que se opera, hasta de ó hiposulfito ingeri- dos. Partiendo de estas bases, el mismo Rabuteau ha reco- nocido que los sulfitos é hiposulfitos se trasforman en el interior de la masa sanguínea y en la intimidad de los tejidos, en sulfatos, teniendo siempre en cuenta la dósis ingerida de dichos medicamentos; pues frecuente- mente se advierte que en dósis elevadas, no se opera la trasformacion por completo; pues cierta cantidad apare- ce en su primitivo estado de hiposulfito ó sulfito, obran- do como antisépticos y como antizimóticos, y ótra al es- tado de sulfatos, los cuales obran según su cantidad, co- mo purgantes ó como anticatárticos. Así es que, po- niendo en un perro una dósis de cuatro gramos de hi- posulfito de sosa, se encuentra en la orina y en otros lí- quidos de secreción orgánica, parte al estado de sulfato y parte al de hiposulfito; mas si se hace tomar á un hombre la misma dósis, se observará que toda se elimi- na trasformada en sulfato; y si al mismo individuo le hacemos tomar una dósis mas elevada como de diez á veinte gramos, ya podremos advertir que parte se tras- forma en sulfatos y que parte se conserva en su estado primitivo, como puede comprobarse fácilmente con la observación de la orina. Luego, de aquí podemos infe- rir rectamente y como una consecuencia necesaria y pre- cisa, que para tener constantemente en contacto la san- gre con los hiposulfitos, debemos hacer la ingestión de ellos en el individuo á dósis elevada. 116 La acción que estos medicamento» ejercen sobre los fermentos se demuestra con añadir un sulfito ó hiposul- fito al líquido que se extrae de la uva ó de la caña; en el cual se advertirá la falta absoluta de fermentación. Esta misma falta de fermentación se advierte en los ca- dáveres de animales muertos por una inyección en can- tidad elevada de dichos medicamentos; pues con ella lo- gran resistir mucho mas tiempo á la putrefacción que los de otros cuya muerte es debida á causas diversas Puede, pues, decirse que los sulfitos é hiposulfitos son antizimóticos y antipútridos, en virtud de que pueden impedir las fermentaciones de las sustancias orgánicas y detenerlas en su marcha. Por estas propiedades, y por los hechos antes referi- dos Polli creyó que los sulfitos é hiposulfitos deben anu- lar las fermentaciones que dan origen á ciertas enferme- dades de naturaleza infecciosa ó pútrida; ya sea que los agentes infecciosos ó pútridos vengan del exterior, ó bien se formen en el interior mismo del individuo. Las experiencias de dicho autor han confirmado sus previsio- nes, y corroborado que aquellos medicamentos impiden las fermentaciones y descomposiciones orgánicas; pues entre los experimentos del referido Sr. Polli se encuen- tra el de haber tomado pus descompuesto é inyectándo- lo en la vena de un perro, habiéndolo hecho en el pro- pio animal anteriormente de una cantidad de hiposulfito suficiente, advirtió la resistencia que el perro presentaba á la acción. Análogas experiencias hechas por dicho escritor, de- muestran que la inyección de los hiposulfitos en el tor- 117 rente circulatorio, sirve para destruir ó precaver los efec- tos del pus y demas principios sépticos, según que la in- yección de este sea anterior ó posterior á la de aquellos; igualmente comprueban que los referidos medicamentos son capaces, por sí, para obrar sobre todos los principios sépticos ó micro-organismos que tienen por origen la fer- mentación ó que la producen, destruyéndolos ó hacién- dolos inactivos: tal es en efecto el papel que desempeñan los hiposulfitos cuando son ingeridos en el organismo. Mas como la acción de los medicamentos es tanto mas íntima y mas rápida cuanto mayor es el contacto entre ellos y los elementos sobre que obran, y mayor es la ra- pidez de este contacto, fácilmente se colije que, introdu- cidos de una manera directa los hiposulfitos á la masa sanguínea, su acción será mas rápida y mas segura. Así es que, para la consecución cierta, ó á lo menos proba- ble, de la neutralización de los principios sépticos y pu- rulentos en el interior del organismo y en la intimidad de los tejidos, deberá adoptarse aquel camino mas corto y mas directo, ó sea el sistema vascular, para ponerlos en contacto con mas prontitud y seguridad con toda la masa sanguínea. Para caminar, por lo que se vé, con esta seguridad de- bemos de prescindir hasta cierto punto del temor que reina generalmente en utilizar de un modo directo el sis- tema vascular para la introducción de ciertos medica- mentos, cuya acción es mas ó menos modificada cuando son absorbidos por la vía gastro-intestinal. Si es cierto que á muchos peligros se expone el que directamente por medio de las invecciones intravenosas, 30 118 pone medicamentos en contacto con la sangre, no menos lo es que los temores hasta hoy tenidos al abrir las ve- nas, son exagerados; pues la experiencia de todos los dias los debilita mas y mas, con la frecuencia de casos en que observamos venas abiertas por heridas cuyos ac- cidentes que se crée causa dicha abertura no aparecen sino rara vez. Otra razón mas poderosa aún me hace proponer las inyecciones intravenosas de hiposulfitos ar- rostrando los peligros á que se crée está uno expuesto, ¿cuál es el actual pronóstico de los individuos atacados de piohémia y cuáles son los medios actuales recomen- dados en las obras de medicina que andan en nuestras manos, para combatirla? Grave es el pronóstico; siempre es mortal, puesto que hasta ahora los medios para com- batirla son ineficaces. ¿Porqué pues si nos encontramos enfrente de un pio- hémico, viendo que inevitablemente en mas ó menos dias tiene que morir, no nos exponemos á un accidente remoto y que generalmente no tiene lugar poniéndole, en inyecciones intravenosas, los medicamentos que di- rectamente ataquen su enfermedad, obrando como anti- sépticos, antipútridos, y antizimóticos? ¿Acaso no todos los dias emprendemos operaciones, exponiéndonos á los peligros del sueño clorofórmico? Si es cierto esto, creo tener razón en proponer las inyecciones intravenosas de los hiposulfitos para el tratamiento de la piohémia y septicemia, acompañando este método con lo que ántes liemos dicho del tratamiento profiláctico y sintomático de la enfermedad. 119 ¿Cómo y á qué dósis debemos emplear los hiposulfitos? Partiendo de que la absorción de los medicamentos por la vía gastro-intestinal es un hecho; ademas, consideran- do que la absorción por dicha vía tiene lugar tanto mas fácilmente cuanto que su estado se aproxima mas al fi- siológico, debemos siempre que las vías digestivas lo permitan, aprovecharlas para la ingestión de los medi- camentos en cuestión; mas si la absorción no se puede verificar por alguna afección concomitante, consiguiente ó provocada por los mismos medicamentos, entonces hay lugar de recurrir á las inyecciones intravenosas, pa- ra ponerlos en el interior de la masa sanguínea, rodéan- dose de todas las precauciones necesarias en dicho caso; pues de lo contrario fácilmente nos exponemos á los pe- ligros que la abertura de las venas puede acarrear, y en lugar de un beneficio á nuestro enfermo, le habremos hecho un perjuicio que nos dejará intranquilos. Sentado ésto, ¿cuáles son los hiposulfitos de que de- bemos hacer uso y cómo los administraremos para apro- vechar sus propiedades antisépticas y antipútridas? Dos son los casos enfrente de los cuales nos podemos encontrar: ó bien nuestro enfermo tiene las funciones y órganos digestivos en estado capaz de absorber los me- dicamentos que ingiera; ó tiene los mencionados órganos alterados en su estructura y por consiguiente en sus fun- ciones. En el primer caso, administraremos el sulfito ó hiposulfito de sosa, supuesto que las sales de base de sosa y de ácido inofensivo son inocentes, sucediendo al contrario con las sales de magnesia y de potasa; pues su administración está rodeada de bastantes peligros, 120 sobre todo, la de las últimas que son venenosas y de una energía rápida según la dosis ingerida. Por eso es que impunemente se puede poner á un perro una inyección de 20 gramos de sulfato de sosa disueltos en una doble cantidad de agua, sin causarle mas fenómenos que los producidos por un purgante común; mientras que si le pusiéramos una inyección de 10 gramos de sulfato de magnesia, le produciríamos la muerte rápida. Lo mismo se observaría con una dosis relativamente pequeña de sulfato de potasa, supuesto que las sales de potasa obran sobre el corazón paralizándolo instantáneamente. En consecuencia, guiados por estos datos debemos dar la preferencia al súbito ó hiposulfito de sosa, ya en in- yecciones intravenosas ó ingeridos por la vía intestinal, teniendo presente que la mayor parte de ellos se tras- forman en sulfatos siendo, por esta razón, preciso hacer su administración á dosis elevadas; pues así tendríamos siempre en contacto con la masa sanguínea los medica- mentos mencionados. El modo mas apropósito y que me parece mas pru- dente para administrarlos, consiste en ponerles por vehí- culo una solución gomosa de la que se administrarán cu- charadas cada hora ó cada media hora; de tal manera que administremos unos 15 ó 20 gramos por dia, sin que por esto se suprima la administración de las demas sus- tancias que hemos recomendado para combatir los sin- tómas. Mas si hay alguna contraindicación para la admi- nistración de ellos por la vía gastrointestinal, entónces recurriremos a las inyecciones intravenosas; las cuales se aplican por medio de una jeringa grande de Praváz 121 cuya capacidad equivalga á 10 gramos, por medio de la cual se inyecta paulatinamente la solución preparada de antemano; en la cual se puede poner, por un gramo de agua pura un gramo de la sustancia medicamentosa, á la cual se le puede añadir algún otro líquido antiséptico, como una pequeña cantidad de alcohol ó una de solu- ción débil de permangato de potasa, ó cualquiera otra sustancia medicamentosa cuyos efectos se deseen obte- ner con seguridad y rapidez, como las sales de quinina ó la tintura de acónito. En cuanto al lugar ó vaso para poner la inyección, debe ser aquel que sea mas accesible y de mayor calibre; pues cumpliendo con estas condiciones, se tiene la mayor se- guridad de poner pronto en la circulación general el me- dicamento que empleamos; procurando que la cánula, al ser introducida, se dirija en el sentido longitudinal del vaso y con dirección al centro circulatorio, pues de lo contrario, se desviaría la inyección y no iría directa á la circulación general. No terminaré estos ligeros apuntes sin haber echado una rápida ojeada sobre un método que me parece bas- tante racional aplicarlo en la curación de la enfermedad de que me ocupo. Partiendo de que en la sangre de los piohémicos es donde reside la causa principal de la enfermedad para ir á causar sus estragos en los diferentes órganos de la economía; y siendo, por otra parte, de observación que un individuo puede sobrevivir á los ataques de una profun- da anémia; creo que no seria imprudente ensayar la transfusión de la sangre en los piohémicos, verifieándo- 31 122 la de tal manera que con ella no solamente se obtenga el diluir mas y mas los principios sépticos y purulentos en una mayor cantidad de vehículo, sino también el de hacer meramente un cambio, en cuanto sea posible, de la sangre dañada del individuo por una de propiedades vi- vificantes y lo mas fisiológicas que se pueda conseguir. Para obtener este resultado, debe obrarse de tal manera que por una parte se extraiga poco á poco la sangre da- ñada, y por otra, se inyecte en el enfermo sangre buena, privada de todo principio séptico que pueda predisponer ó que de hecho predisponga á la enfermedad que trata- mos de combatir. Para obtener el fin propuesto es, en mi humilde opinión el medio mas seguro, la aplicación de una sangría, rodéan- dola de todas las precauciones que aconseja la ciencia en ese caso; y procurar que en una ó dos veces se extrai- ga del enfermo la mayor parte de la sangre dañada, sus- tituyéndola con una nueva por dos conductos opuestos, preparados de antemano, según el procedimiento reco- mendado generalmente para su preparación; pues debe procederse de tal manera, que al extraer la sangre daña- da por una vena sea al propio tiempo sustituida por otra de propiedades vivificantes, inyectada por una arteria de mediano ó grueso calibre. En esta operación se reco- mienda la vigilancia y cuidado mas solícito para preca- verse de los accidentes de las picaduras arteriales verifi- cadas con un trócar capilar, pues generalmente pasan desapercividos á primera vista y no se advierten sino mediatamente después de la operación. 123 No me detengo mas en describir las reglas que se de- ben observar en la aplicación de la operación que reco- miendo, por ser mas bien del dominio de la cirujía; y porque creo que todo aquel que la trate de emprender las tendrá presentes, y habrá consultado los métodos mas recomendados por los especialistas en la materia, co- mo Bellina y otros que in extenso se ocupan de ella sin omitir los detalles esenciales y útiles de la operación, cuando la proponen para el tratamiento de las intoxica- ciones y sobre todo de la uremia. Básteme por consi- guiente el indicarla, para qué personas competentes den su fallo sobre ella. Paso, por último, á exponer el resultado de mis expe - riendas; pues aunque incompletas creo de mi deber con- signarlas, para que si de ellas se puede sacar alguna con- secuencia, la persona perita en la materia pueda na- turalmente deducirla. PAUTE TERCERA. OBSERVACIONES. 4 para emprender un trabajo científico en el cam- po de la teoría y del raciocinio, se tienen que vencer multitud de dificultades y millares de tropiezos, ¡cuantas no serán las que se presenten cuando á ese trabajo lo tratamos de apoyar con los resultados de la experimen- tación! Tortura y grande es la que experimentamos al- de los estudiantes cuando, por medio de experien- cias, procuramos dar cuerpo á nuestras concepciones; pues los mas por falta de acopio de conocimientos, otros 125 por falta de recursos pecuniarios, y casi todos por care- cer de local apropósito para hacer las experiencias, y to- do esto unido á la carencia absoluta de una persona que nos dirija en nuestras operaciones, nos hacen casi siem- pre privarnos de llevar á efecto nuestra idea. Cuando es tan grande nuestra osadía que apesar de todas las di- ficultades con que tropezamos, nos resolvemos á salir avantes en nuestros propósitos, se advierte desde luego la torpeza con que obramos; y si esta no existe, las con- diciones en que nos encontramos por la infinidad de obs- táculos que al propio tiempo tratarnos de allanar, se le- vantan en contra de nuestra aptitud. Estas razones hé querido dejar consignadas á fin de que no os extrañe, si por casualidad incurriere en algu- nos defectos ó errores al exponer á vuestra crítica las experiencias que he podido reunir durante el poco tiem- po de que he podido disponer para el presente trabajo. Déjase, por consiguiente, entender que las experiencias, que con dificultad grande he hecho, no son elevadas en número; tanto por premura del tiempo, como por la falta de medios. Esto bastará para preveer desde ahora que el resultado que de ellas salga, no será ni constante ni ab- solutamente cierto; pues podrá robustecerse ó debilitar- se por un número mayor de hechos afirmativos ó nega- tivos. El orden que he seguido para la experimentación es el siguiente. Io Producción de la piohémia en cinco perros, por medio de las inyecciones intravenosas de pus descom- puesto al contacto del aire, por bastante número de dias. 32 126 2o Aplicación de hiposulfitos en el interior de la ma- sa sanguínea de cinco perros, inyectados anteriormente de pus descompuesto por el sistema venoso. 3o Ingestión á otros cinco perros en su torrente cir- culatorio, de hiposulfito de sosa en solución con agua destilada á la cantidad de 6,00 gramos de medicamento; y una hora después de esta inyección, aplicación de in- yección del pus descompuesto, y observación de los fe- nómenos que presenten. Antes de pasar á la narración de mis experiencias, de- jaré anotado que el pus de que me he servido, lo tomé de un enfermo de la sala de Medicina, del hospital de San Andrés; el cual ocupaba el número 8 de dicha sala, teniendo un ganglio de la axila izquierda supurado y en gran abundancia; pues me dió, al recoger el pus, la canti- dad próximamente de 120 gramos de supuración; la cual recojida en una botella la he dejado por espacio de seis dias al contacto del aire y en una pieza donde habitaban varias personas; estando por consiguiente ese pus com- pletamente descompuesto, de un olor fétido y penetrante, y del que me serví para las experincias que á continua- ción expongo. OBSERVACION PRIMERA. Tomé un perro de color negro, de pequeña talla y de constitución regular; ántes de comenzar mi experiencia le tomé la temperatura en el recto, el pulso y el número de respiraciones que hacía en un minuto; siendo la primera de 37 7 décimos, el segundo de 110 pul- saciones por minuto y la tercera de 30 respiraciones por la misma unidad de tiempo. Hice después una incisión para descubrir ia ve- na safena interna del animal, y teniéndola á la vista y aislada per- fectamente, comprobamos varias veces que era tal la que buscabá- mos, el Sr. Dr. Uribe y yo; pues varias veces interceptamos con el mango del escalpelo la corriente líquida ascendente. Una vez á nues- tra vista y preparada la vena para la inyección, tomé mi jeringa de Praváz grande (de capacidad de 20 gramos) en la cual puse diez gramos de la supuración descompuesta que ya he mencionado; colo- qué la cánula en la jeringa, me cercioré que no habia aire en ella, apliqué la cánula, que era de un grosor regular, en la vena adentro de su calibre; fui poniendo la inyección con lentitud hasta introdu- 128 cir los diez gramos de supuración que habia colocado en ella; extra- je mi cánula de la vena, y el pus habia penetrado en la circulación general; habia por lo mismo producido la piohémia experimental: veamos lo que después se observó. A la media hora después de la inyección, la temperatura habia subido á 39 grados y medio, la respiración era de 20 por minuto y el corazón latia con irregularidad 64 veces por el mismo tiempo. Se observó ademas, casi inmediatamente después de la inyección, mucha inquietud, á la par que el perro tuvo evacuaciones semilíquidas. Como esto pasaba á las doce del dia, tuve que estar observando lo que el perro presentara en lo sucesivo; y en efecto á la 1 y § de 1a. tarde fue atacado de un calosfrió intenso, al grado que tiritaba y daba algunos aullidos. A las dos de la tarde volví á tomar la tem- peratura, pulso y respiración; alcanzando la primera, 41 grados cua- tro décimos, el segundo 132 y la tercera 40 respiraciones por minu- to. Continúo en todo el resto de la tarde en un estado general bas- tante triste; con calosfríos repetidos, quejidos y sumamente inquie- to; esatdo en el que le abandoné para volverlo á ver el dia siguiente siendo el 15 de Noviembre. A las once de la mañana de dicho dia tomé el pulso, el cual era de 130 por minuto, la respiración de 39 y la temperatura de 40 gra- dos cuatro décimos; presentando ademas catarro con algo de tos y una postración marcada, acompañada de algunas convulciones rápi- das en distintas masas musculares; bastante sed y sequedad de la mucosa bocal y de la lengua. Al dia siguiente á las 9 de la mañana la temperatura era de 39 5 el pulso de 130 y la respiración 30 por minuto, continuando aún los calosfríos repetidos, la postración y la irregularidad del pulso. El dia 17, á las diez de la mañana, el estado general estaba mejo- rado; el apetito aumentado, con relación á los dias anteriores; algunas deposiciones, continuación del catarro y de la tos el número de res- piraciones era de 28 por minuto, el pulso de 116 y la temperatura de 38 grados. 129 Al dia siguiente, dia 18, el estado general era casi normal; el cata- rro habia disminuido, el apetito era normal, la temperatura era de 37° 9, la respiración de 28 porminuto, el pulso 100 por el mismo tiempo. Nada mas digno de notarse, traduciéndose por esto la vuel- ta al estado normal. El dia 20, nueva inyección de veinte gramos de pus descom- puesto, á las diez y media de la mañana; observándose en todo el resto del dia, inquietud, malestar, pulso irregular y de 170 por mi- nuto, la temperatura de 41 % grados, la respiración estertorosa y ve- rificada 40 veces por minuto, calosfríos repetidos é intensos, apetito disminuido y estado general pésimo. Dia 21. Continúa el estado del dia anterior, con una ligera remi- sión de la temperatura á las ocho de la mañana. Dia 22. Diminución notable del cuadro presentado en el pri- mero y segundo dia y vuelta á pasos lentos á tomar sus costumbres habituales. OBSERVACION SEGUNDA. Tomé un perro de color amarillo, de pequeña talla, de constitu- ción deteriorada; tomé la temperatura, respiración y pulso, ántes de comenzar mi experiencia, marcándome la primera, 37 grados dos décimos; la segunda 24 por minuto; y el tercero 132 por la misma unidad de tiempo. Descubrí la vena safena interna del animal, y una vez á nuestra vista, puse una inyección de 10 gramos de pus descompuesto por la vena jjreparada al efecto, y observé lo que pre- sentára el animal en todo el resto de la tarde, pues la hora de la ex- periencia fué á las tres de la misma. Después de la experiencia, como á la media hora, la temperatura era de 39 grados 2 décimos; el pulso irregular y pequeño, de 128 por minuto; y la respiración de 22 en el mismo tiempo. Al dia siguiente de la experiencia, á las nueve de la mañana, la temperatura era de 39 grados 7 décimos; el pulso 120 y la respira- ción 34 por minuto; teniendo ademas, el perro, calosfríos repetidos, á la vez que se quejaba de cuando en cuando; todo lo cual observé los di as 14 y 15 de Noviembre. 131 Dia 16. Temperatura 38 grados 7 décimos; pulso 130, y respi- ración 34 por minuto; presentando ademas, dolores en diferentes partes del cuerpo cuando se le tocaba. En los dias siguientes, diminución del estado anterior, y vuelta al estado normal. Dia 20. En la mañana, á las diez, nueva inyección de 20 gra- mos de pus descompuesto, aplicada por la vena correspondiente á la primera. El estado general triste; la temperatura de 42 grados; la respira- ción de 24 por minuto, y el pulso de 140; por lo cual supuse una muerte próxima; pues este estado persistió desde las doce del dia, hasta las seis de la tarde en que lo abandoné para verlo al dia siguien- te, con un cambio marcado del estado del dia anterior; pues la tem- peratura era de 39 grados, el pulso todavía irregular, de 110 por minuto; la respiración se ejecutaba 30 veces en el mismo tiempo, habiendo todavía algunos calosfríos intensos. Dia 22. El estado general aun postrado; la temperatura subía á 39 grados 4 décimos; la respiración de 38 por minuto, y el pulso de 120; tomados estos datos á las nueve del dia, y observando los que pudieran presentarse en lo sucesivo encontré que no diferenció el precedente estado del de en la tarde, mas que por la temperatu- ra, que ascendió un grado, como sucedió también en la experiencia anterior. Dia 23. Se observó un cambio completo en el estado general, perfectamente marcado; pues la temperatura era de 38 grados 2 décimos; el pulso de 112, y la respiración se verificaba 28 veces por minuto; nada de calosfríos, bastante hambre, las heridas cicatrizan- do, y el perro volvía á un estado casi normal, como en efecto se ob- servó cuando su herida estaba completamente cicatrizada. OBSERVACION TERCERA. A un perro pinto, de mediana talla, de buena constitución, tome la respiracian antes de la experiencia, de la misma manera que el pulso y la temperatura; fué la primera, de 26 por minuto, el pulso de 96 y la temperatura de 38 grados. Inmediatamente después, pu- se una inyección de 10 gramos de pus descompuesto; y tomados el pulso, la respiración y la temperatura media hora después de la in- yección, fue el primero de 96 pulsaciones, la segunda de 28 respi- raciones por minuto, y la tercera, de 38 grados 5 décimos. En la tarde del mismo dia, á las cuatro y media, la temperatura subió á 41 gra- dos 1 décimo; la respiración era de 36 por minuto, y el pulso de 160 por el mismo tiempo. El dia 16, á las doce del dia, la temperatura era de 40 grados y medio, el pulso ascendia á 150, y la respiración era de 28 por mi- nuto; advirtiendo que el pulso era sumamente irregular, y el esta- do general demasiado postrado, provocándose dolores al menor con- tacto. 133 El dia 17, á las diez de la mañana, era la temperatura de 38 gra- dos, 2 décimos la respiración de 28 por minuto; y el número de pul- saciones ascendia á 106; notándose, ademas, catarro y algunas de- posiciones abundantes y líquidas, sin haber nada más digno de men- cionarse. Dia 18. Estado general mejorado; bastante hambre, continuadas deposiciones; hay ademas del catarro, tos, por la que arroja un líquido hilante y de mal olor; la respiración se ejecutaba 28 veces por mi- nuto, la temperatura era de 38 grados y el pulso de 112 por minuto. Dia 19. Estado enteramente mejorado; bastante hambre, nada de tos; el termómetro marcaba 37 grados y 9 lécimos; el número de respiraciones era de 28 por minuto, y el pulso de 116; solamente podia suponerse enfermo á este animal, fijándose en la herida que te- nia en la cara interna del miembro posterior derecho hácia arriba. OBSERVACION CUARTA. Perro blanco, talla grande, buena constitución, de poca edad al parecer. Antes de la experiencia, la respiración era de 28 por mi- nuto, el pulso de 98, y el termómetro indicaba 87 grados 9 déci- mos. Ingerida la cantidad de 20 gramos de pus, por la vena safena interna, y tomados que fueron el pulso, la respiración y temperatu- ra, después de una hora de inyección, marcó el primero, 140 por minuto; la segunda, 88 y la tercera 40 grados; observe ademas, ca- losfríos intensos, inquietud, algunos sobresaltos, un pulso sumamen- te pequeño ó irregular, de lleno que era antes de la experiencia. Al dia siguiente, á las nueve de la mañana, observó 1 grado de aumento en la temperatura, pues el termómetro colocado en el rec- to marcaba 41 grados; el número de respiraciones era de 38 por mi- nuto, y el corazan se contraía 180 veces en el mismo tiempo. El pe- rro tenia calosfríos intensos y repetidos, deposiciones líquidas y de muy mal olor, á la par que se encontraba en un estado torpe ó in- diferente á los exitantes, solamente se interesaba, cuando se le pre- sentaba una vasija con agua; de suerte es que presentaba alguna sed, que coincidia con una sequedad de la mucosa bocal de lo mas intenso; pues tomada su lengua con mis dedos, no dejaba ninguna huella de humedad, y ni escurría ningún líquido por el hocico, co- mo se observa normalmente cuando á un perro en completo estado de salud le estiramos la lengua, y se la extraemos un poco del ho- cico. Este estado aumentó un poco de intensidad en la tarde del mismo dia. El dia 19, aparecieron dolores en diferentes articulaciones, al me- nor contacto provocados; al mismo tiempo que la temperatura al- canzaba 40 grados, el pulso era de 160, y la respiración de 40 por minuto; acompañándose de calosfríos repetidos, quejidos á cada ins- tante, pulso irregular y abundantes deposiciones. El dia 20, á las nueve de la mañana, era la temperatura de 39| grados, las respiraciones eran de 36 por minuto, y el número de pul- saciones era de 120 en el mismo espacio de tiempo. Las deposicio- nes continuaron y parece que hay cierto bienestar. Dia 22. Nada digno de notarse; la temperatura es de 38 grados, el número de respiraciones es de 32, y el de las pulsaciones es de 120 por minuto; por lo cual se puede decir que el perro toma sus costumbres habituales. OBSERVACION QUINTA. Tomé un perro pinto, de pequeña talla y de buena constitución. Le tomé antes de la experiencia el pulso, que era de 108; la respi- ración de 30 por minuto, y la temperatura de 37 grados 9 décimos. Inmediatamente después, le puse una inyección de 20 gramos de pus descompuesto en la vena safena interna del animal, por la cual hubo una cantidad abundante de sangre que se escurrió; pues al descubrirla la piqué con el bisturí; hemorragia venosa que se de- tuvo por medio de la compresión por algunos minutos, y una poca de esencia de trementina; por lo cual debo notar que, después de detenida la hemorragia, puse la inyección intravenosa de pus des- compuesto á dicho animal. El dia 18 tomé, á las ocho de la mañana, la temperatura, el pul- so, y el número de respiraciones; marcando á esa hora el termóme- tro 40 grados 7 décimos; el pulso ICO, y la respiración ejecutándo- se 46 veces por minuto. 137 Observé, ademas, una sed ardiente, sequedad en la lengua, y ca- losfríos intensos y repetidos; habiendo conocido la primera, porque el perro se precipitaba á la bandeja con agua que le presentaba, y que pronto la agotaba; y la segunda por el tacto directo aplicado en la lengua y en toda la cavidad bocal. Este estado persistió todo el dia, con un aumento en la tarde de la temperatura; á las cinco y media que apliqué el termómetro marcó éste, 41 grados 2 décimos. Al dia siguiente, el estado del dia precedente, más algo de cata- rro, tos y algunas deposiciones: siendo la temperatura, el pulso y la respiración idénticos á los del dia anterior. El dia 20, diminución del estado del dia anterior; pues la tempe- ratura, tomada á las cinco de la tarde, fue de 39 grados 7 décimos; el pulso de 140, y el número de respiraciones era de 38 por minuto. Continuaron las deposiciones de la misma manera que el catarro; pero han desaparecido los dolores y los quejidos que el animal da- ba. La herida en una franca vía de cicatriz. Dia 21. En la tarde. Temperatura, 38 grados 2 décimos; pulso, 130, y respiración 30 por minuto; parece entrar en franca convales- eencia; notándose solamente que las deposiciones continúan, y ade- mas gran voracidad. Por estas experiencias, y los resultados de ellas obtenidas, puedo sacar solamente quizá esta deducción, que: con las cantidades de pus ingerido en el torrente circulatorio de los perros, he produci- do la infección purulenta; pero no de la intensidad necesaria pa- ra matar á los animales en experiencia. Paso á consignar las experiencias que hice, en el sen- tido de precaver de la enfermedad y de curarla, por me- dio de los hiposulfitos en solución en agua destilada, administrados por la vía gastro-intestinal, en los anima- les que he elejido para la experimentación; advirtiendo que no son elevadas en número, por tantas dificultades con que he tenido que tropezar. EXPERIENCIA N° 1. Tomé una perra de talla regular, de poca edad, y de constitución regular; tomé el número de respiraciones, pulso y temperatura án- tes de la experiencia; siendo el primero, de 38 por minuto, el pulso, de 110, y la temperatura de 37 grados 9 décimos. Puse una inyec- ción de 40 gramos de pus descompuesto, y á las doce horas próxi- mamente, después de haber desaparecido los primeros fenómenos de absorción purulenta, y siendo la temperatura de 39 grados 8 dé- cimos; le administré 6 gramos de hiposulfito de sosa, por la vía gas- tro-intestinal, los cuales se absorvieron; pues á las tres horas y me- dia aparecieron deposiciones abundantes, coincidiendo con un des- censo de temperatura notable; pues á las cinco de la tarde, era de 38 grados, y no habia, como antes, calosfríos y dolores en diferentes masas musculares. Al dia siguiente, á las once de la mañana, nueva dosis de hipo- sulfito, en cantidad de 4 gramos; nada de fenómenos purgantes; tem- peratura 37 grados 9 décimos; y pulso 124 por minuto, á la par que regular; y respiración normal. EXPERIENCIA N° 2. Tomé un perro negro, de pequeña talla y de buena constitución; tomados que fueron el pulso, la respiración y la temperatura, ántes de la experiencia, marcó el primero 108 por minuto, la segunda 28, y la tercera 37 grados 2 décimos. Inyecté 40 gramos de pus des- compuesto, y á las dos horas administré 6 gramos de hiposulfito por la víagastro-intestinal; los cuales, á la media hora ó poco ménos, fue- 139 ron vomitados; volví á ingerir á mi perro nueva cantidad de hipo- sulfito, á la hora después de haber vomitado la primera; la detuvo, y se absorvió, pues aparecieron algunas deposiciones líquidas y abun- dantes; tomé la temperatura, el pulso y la respiración, y solamente la primera, era de 37 grados 9 décimos, y la respiración y el pulso, como ántes de la experiencia. Al dia siguiente, nada digno de notarse, y su estado general casi normal. EXPERIENCIA N° 3. Tomé una perra café, de talla media y constitución regular; tomé el pulso la respiración y temperatura en el recto, ántes de la in- yección; habiendo marcado el primero, 130 por minuto; la segunda, 38 por el mismo tiempo; y la tercera 38 grados. Puse una inyección de 40 gramos de pus; y media hora después, aparecieron calos- fríos repetidos é intensos y algo de vasca, coincidiendo con una tem- peratura de 40 grados, 5 décimos. A las dos horas de la inyección, administré 16 gramos de solución de hiposulfito de sosa, ó sea 8 gra- mos de sustancia medicamentosa, por la vía gastro-intestinal. Con- tinué observando, y á las cinco y media de la tarde, habia tenido varias deposiciones, y la temperatura habia bajado á 38 grados, 3 décimos. Al dia siguiente, nueva dosis de 8 gramos de solución en la ma- ñana: algunas deposiciones en todo el dia, y la temperatura era de 38 grados, á las once y doce de la mañana, tres, cuatro y cinco de la tarde, para el dia siguiente no presentar nada notable. EXPERIENCIA N° 4. Tomé un perro prieto de pequeña talla, de constitución regular. Tomé la temperatura, el pulso y la respiración ántes de la experien- cia; marcó la primera 37 grados 8 décimos, el segundo 120 por mi- nuto y la tercera era de 36 respiraciones por el mismo tiempo. In- yecté 40 gramos de pus; y á la hora de la inyección administré 16 gramos de la solución de hiposulfito de sosa, y solamente aparecie- ron como accidentes: á las tres horas, deposiciones abundantes y una reacción de medio grado sobre la temperatura observada ántes de la experiencia, pues el termómetro aplicado en el recto marcó 38 gra- dos 5 décimos. Al dia siguiente en la mañana, el perro estaba triste y con una sequedad notable de la lengua, coincidiendo con una temperatura de 39 grados 7 décimos; en la mañana, volví á administrar nueva can- tidad de hiposulfito de sosa, volvieron las deposiciones y ademas hubo vómitos amarillentos; pero á las dos horas de la tarde habia descendido y habia disminuido aquel estado que presentó en la ma- ñana. A las seis de la tarde volví á dar á mi perro nueva dosis de la so- lución de hiposulfito en la cantidad de 40 gramos de sustancia ac- tiva; y al dia siguiente el perro solamente se preocupaba de la herida que tenia en la pierna, pues nada digno de notarse presen- taba. EXPERIENCIA Xo 5. Tomé un perro de talla grande y de buena constitución. Le to- mé la temperatura, el pulso y la respiración, y habiendo marcado la primera 37 grados 9 décimos, el segundo 120 y la tercera 30 por minuto, le inyecté 40 gramos de pus, é inmediatamente después le administré 20 de solución de hiposulfito de sosa. A las dos horas aparecieron deposiciones abundantes y líquidas. Tomé la temperatura, el pulso y la respiración en la tarde del mis- mo dia; era la primera de 37 grados 2 décimos, el segundo de 130, y la tercera se verificaba 36 por minuto. Al dia siguiente, nada mas notable que continuación de las depo- siciones y algo de conatos de basca, los cuales desaparecieron con una poca de agua caliente con limón. Al dia siguiente estado normal. EXPERIENCIA N° 6. Tomé un perro de pequeña talla, de constitución regular. Antes de la experiencia su pulso era de 106 por minuto, la temperatura de 37 grados 6 décimos, y el número de respiraciones de 28 por mi- nuto. Le administré 16 gramos de la solución de hiposulfito y á la hora y media le puse una inyección de pus descompuesto; dos horas después tomé la temperatura, el pulso y la respiración, marcando la primera 38 grados, el segundo 128 y la tercera 28 por minuto. Aparecieron abundantes deposiciones, vómitos, y calambres en diferentes masas musculares. En la tarde del mismo dia, á las 4 habia subido la temperatura á 39 grados 5 décimos, y el pulso y la respiración estaban idénticos. Al dia siguiente en la mañana, la temperatura era de 38 grados 2 décimos, el pulso de 128 y la respiración se ejecutaba 30 veces por minuto, continuando ademas las deposiciones. En la tarde del mismo dia, era la temperatura de 38 grados 2 décimos, el pulso ] 30 y la respiración 30 por minuto; habian desaparecido por completo los calambres que ántes acusaba, Al dia siguiente, nada notable; pulso, temperatura y respiración normales. EXPERIENCIA N° 7. En un perro lobo, de mediana talla y constitución regular; inyec- té 20 gramos de pus descompuesto después de haber administrado 20 gramos de la solución de hiposulfito de sosa; y el animal no pre- sentó, fuera de los fenómenos purgantes, nada notable en el dia de la experiencia y al siguiente. EXPERIENCIA N° 8. Tomé un perro de pequeña talla y de buena constitución; le ad- ministré 16 gramos de la solución de hiposulfito de sosa; y una ho- ra después le puse una inyección de 20 gramos de pus; al cabo de una hora de la inyección aparecieron calosfrios repetidos, y el perro gritaba, pues parecia tener algunos cólicos. A las cuatro horas de administrado el hiposulfito de sosa, apare- cieron abundantes deposiciones acompañadas de calambres, siendo la temperatura de 39 grados 7 décimos á las cuatro de la tarde. Al dia siguiente, en la mañana las deposiciones continuaban, la temperatura era de 38 grados, el número de respiraciones 38 y el pulso de 138 por minuto. Administré al perro otros 10 gramos de la solución de hiposulfito y en la tarde del mismo dia, la tempera - 143 tura era de 37 grados 8 décimos, el pulso de 138 y el número de respiraciones de 38 por minuto. Al dia siguiente, nada mas notable, solamente algunas deposicio- nes líquidas que desaparecieron pronto. EXPERIENCIA N° 9. Tomé una perra de pequeña talla y de buena constitución, estan- do, ademas, embarazada: le administré diez gramos de hiposulfito de sosa en solución. A la media hora después le inyecté 20 gramos de pus descompuesto y como fenómenos que pude observar fueron, después de la inyección, calosfrios intensos, una temperatura de 40 grados, á la hora próximamente después. Este estado, al dia si- guiente, habia disminuido notablemente, mas no pude continuar observándolo por haberse escapado el animal cuando menos lo pen- saba. EXPERIENCIA N° 10. Tomé un perro amarillo, de pequeña talla y de mala constitución al parecer. Le administré 6 gramos de hiposulfito de sosa; á la media hora le inyecté 20 gramos de pus descompuesto por la vena safena interna, inyección á la cual el animal se presentó insensible; pues solo los fenómenos purgantes del hiposulfito aparecieron, que- dando el pulso, la temperatura y la respiración sensiblemente idén- ticos ántes de la inyección y después del purgante, pues el primero 144 era de 110 por minuto, la temperatura de 37, 5 y el número de respiraciones ascendia á 38 por el mismo espacio de tiempo. Los fenómenos purgantes desaparecieron probablemente en el mismo dia, pues á la mañana del siguiente no habia signo nin- guno de evacuación reciente en el lugar donde estaba encerrado el animal. PAUTE CUARTA. CONCLUSIONES. I. En la profilaxia de la piohémia, debe recurrirse al tratamiento desinfectante, ó al antiséptico, ó á los dos combinados. II. A este tratamiento, deben agregarse los tónicos y una buena alimentación. 146 III. El tratamiento de los síntomas es médico ó quirúrjico. En el primero se hace uso de los agentes moderadores del pulso y de la temperatura, y de los eliminadores. En el segundo, deben seguirse las reglas quirúrjicas, aplica- bles á cada caso, y practicarse las curaciones por los mé- todos de Lister, de Guérin ó de Gosselin. IV. En el tratamiento curativo de la enfermedad, el uso de los hiposulfitos es racional. No terminaré este ligero estudio sin haber dado antes las gracias á los Sres. Dr. Uribe, Ramón Prado, Mel- quíades Maciel y Miguel Silva, quienes, con la bondad que les caracteriza y su amor á 1a. ciencia, me han ayudado en gran parte para ejecutar las pocas experiencias que dejo consignadas. Quiero ántes de concluir dar debidamente las gracias al Sr. Dr. Angel Gutiérrez, quien tan bondadosamente me ha ilustrado con sus prudentes reflexiones, y me ha guiado con su vasta instrucción en la interpretación de los hechos que la experimentación y el estudio me han hecho percibir. 147 He concluido mi desaliñado trabajo. Solamente la agradable sensación del cumplimiento del deber me rea- nima; mas teniendo, como tengo, un alto concepto de vuestro saber é indulgencia, confio en que disimulareis mis errores y levantareis el velo con que en este momen- to solemne, veo encubierto mi porvenir. México, Febrero de 1883. cJÍQ. FE DE ERRATAS. PÁGS. LÍNEAS. DICE. LÉASE. 19 11 Danee Dance. 20 2 Darech Darcet. 28 17 Barber Barker. 44 4 Autopias Autopsias. 59 7 hoja caja. 66 19 verce verse. 80 5 antiséptica antisépticos. 82 5 ozona ozono. 107 5 formado formando. 127 12 20 gramos 10 gramos. 128 18 esatdo estado. Patología general. Propietario: Dr. Adrián Segu- ra. Adjunto: Dr. Joaquín Vértiz. Terareútica. Propietario: Dr. Manuel Do- mínguez. Adjunto: Dr. Fernando Alta- mirano. Preparador: El mismo. Clínica externa. Propietario: Dr. Francisco Mon- tes de Oca. Adjunto: Dr. Tobías Núñez. Jefe de clínica: [vacante.] QUINTO ANO. Obstetricia. Propietario: Dr. Ricardo Vér- tiz. Adjunto: Dr. Manuel Gutiér- rez. Higiene. Propietario: Dr. José G. Loba- to. Adjunto: Dr. Luis E. Ruiz. Preparador: Dr. Angel Gavi- ño. Medicina legal. Propietario: Dr. Agustín An- drade. Adjunto: Dr. Nicolás R. de Arel la no. Preparador: Dr. A. Ruiz Er- dozain. Clínica interna. Propietario: Dr. Manuel Car- mona y Valle. Adjunto: Dr. Demetrio Mejía. Jefe de Clínica: (el mismo.) Farmacia. Profesor interino: Do::aciano Morales. Adjunto interino: Dr. A Uribe. Historia de Drogas. Profesor interino: J. M. Laso de la Vega. Análisis Químico. Propietario: Profesor G. Mendo- za. Adjunto interino profesor Víc- tor Lucio. Anfiteatro. Prosector Dr. Nicolás San Juan. Preparador y conservador del Museo Anatómico: Dr. José Ra- mirez. OBRAS DE TEXTO de la Escuela Nacional de Medicina. Anatomía descriptiva.—Beau- nis et Bouchard. Histología.—Fort y Duval. Farmacia para los Médicos.— Andouard. Patología Interna.—Moynac. Idem Externa.—Moynac. Fisiología.—Ktss v Duval. Anatomía Topográfica,—Ti- llaux. Patología General.—Moynac. Terapéutica.—Notlmagel. Medicina Operatoria. — Mal- gaigne. Higiene.-Lacassagne y Proust. Obstetricia.—Nasgele y Gren- ser. Medicina legal.—Paulier y Hétet. F arinacia teórico-práctica.-— Soubeiran. Historia de Drogas.—Plan- chón Análisis Química.—Gerhardt y Chance!. Clínica de Obstetricia.—Guía Rodríguez y Na*gelo.