FACDLTAD DE MEDICINA DE MEXICO. BREVE EXPOSICIÓN DE LA TEORIA PARASITARIA DEL PALUDISMO. TEABAJO PEESEÍÑTTADO Para el examen general Je Medicina, Cirugía y Obstetricia POR Rafael Martínez y Freg Alumno de la Escuela Nacional Preparatoria y de la Escuela Nacional de Medicina de México. I MÉXICO _ Imprenta del Gobierno Federal, en el Ex-ArzobisVado',"' ( Avenida 2 Oriente niim. 726.) 1892 FACULTAD DE MEDICINA DE MEXICO. BREVE EXPOSICION DE LA TEORIA PARASITARIA 011, PALUDISMO. TRABAJO PRESENTADO Para el examen general de Medicina, Cirugía y Obstetricia POR Rafael Martínez y Freg Alumno de la Escuela Nacional Preparatoria y de la Escuela Nacional de Medicina de México. MEXICO IMPRENTA DEL GOBIERNO FEDERAL, EN EL EX-ARZOBISPADO ( Avenida 2 Oriente, núm. 726.) 1892 a l óacjiaba nmnoua b& mi mabw. & m i cPib t e. ©ÍD cujas abanes ij/ cleaaeío» deí>a eP Piaftev Píejada aP de mi canela,, €t m ió m i m a n o ó. ijueila |xute&a- de mi calillo, di § gJo&é §)aiuzmno ofazza (SjpLved/Oi' Jet <@ofe glo - ©Ítscxlcari/O, tí/ Si. S)i. Q)Uanml Saimón a ij tyalh. de admita cié n/ ij/ teajtebo, (Sil Si. Lj)i. Sfianciocc cBuilabo. tecaet do de aa dtacu |mfo agxadecido. (£lí Si. fyi. qSosí ffl. cfianbeia. ele fjxabLbud. G les oKm. ¿Uian dllazta ¿¡ic^iíc/ucz, SBufa 8. éftuíz í¡ dlíanud ti mió macókox INTRODUCCION. ¡c/jU N Patología» la investigación de las causas es la ba- se en que deben apoyarse todos los estudios. La idea de atribuir las enfermedades á la pre- sencia en el organismo, de seres infinitamente pe- queños, es muy antigua; era ya vieja en los tiempos de Lucrecio, que floreció hace 2,000 años. Para los médicos de la Edad Media, animales micros- cópicos eran la causa de las epidemias de peste. Varro y Columelle en su tratado de Re Riísticci, atri- buían las fiebres palustres á la penetración en el cuerpo del hombre de pequeñísimos seres vivos. Atanasio Kircher, nacido en Geysen en 1602, fue el primero en expresar la idea de que las fermentaciones se deben á los animalillos, gusanos ó insectos que pululan en las materias en vía de alteración, y que estos pequeños se- res son igualmente la causa de la aparición de las enfer- medades epidémicas. El descubrimiento de los infusorios hecho poco tiempo después por Lcewenhoeck, y particularmente el de los es- 12 permatozoides, verificado en 1677 per su discípulo Ham dio tal apoyo á las ideas de Kircher, que las hizo aceptar por Lancisi, Vallisnieri, Réaumur, Lineo y otros muchos . sabios. Esta doctrina, verdaderamente avanzada para su épo- ca, cayó bien pronto en descrédito por las ridiculas exa- geraciones de algunos de sus partidarios, y cuando en 1843, Raspad quiso rehabilitarla, no logró más que atraerse el sar- casmo de sus contemporáneos. Entre las eminencias médicas de esa época, Henle fué el único que tuvo el mérito de sostener la teoría del conta- giam vivum, exponiéndola con gran vigor de convicción en 1853; pero sus ideas, contrarias por completo á los sis- temas fisiológicos en boga entonces, no encontraron nin- gún prosélito. El perfeccionamiento del microscopio, debido princi- palmente á Seligues, Amici, Goring y Jorge Oberhauser, los descubrimientos sucesivos de los parásitos de la sarna, considerada hasta entonces como enfermedad diatésica, del achorion, hallado por Shcenlein en 1839 en las costras de la tiña, del trichophyton encontrado por Malmsten en la mentagra y el herpes tonsurante; descubrimientos á los que se unieron bien pronto los importantes estudios sobre los entozoarios, sus metamorfosis y sus migraciones, probaban con luminosa evidencia, que los parásitos no limitan su ac- ción á la superficie del cuerpo del hombre, sino que pene- tran en las profundidades de su organismo, y perturban las funciones indispensables á la vida. Parecería según lo que hemos dicho, que faltaba ya muy poco camino que recorrer, para descubrir la tierra pro- metida de la patología animada, y sin embargo, se ha ne- cesitado para recorrer este camino, más de un cuarto de siglo de trabajos, experiencias y luchas; para realizar este descubrimiento, ha sido necesaria toda la existencia de un 13 hombre de genio, que ha hecho nacer una Fisiología nue- va, que ha cambiado la faz de la Medicina, y ha transfor- mado la Higiene. Los memorables trabajos de Pasteur sobre las fermen- taciones y la generación espontánea, bien pronto confir- mados por las experiencias de John Tyndall, familiariza- ron al mundo científico con la idea de que la atmósfera que nos envuelve y el suelo que nos sustenta, están llenos de gérmenes organizados que sólo esperan el momento pro- picio para desarrollarse y reproducirse. Era evidente que estas partículas vivas, debían intro- ducirse al organismo humano, con los alimentos, con las bebidas, con el aire de la respiración; y de esta idea, á atri- buirles un papel preponderante en la génesis de las enfer- medades, no había más que un paso. Nacida así, la doctrina microbiana quedó bien pronto establecida sobre sólidas bases, gracias á los esfuerzos com- binados de un gran número de sabios que siguieron la sen- da trazada por el ilustre Pasteur, que ha conquistado, co- mo lo dijo Bouchard ante el Congreso Internacional de Copenhague “la gratitud de los pueblos, y la admiración de los sabios.” Esta doctrina ha transformado la Patología general, sustituyendo la exactitud experimental á la vaguedad de las hipótesis; ha dado la explicación fácil de todos los he- chos de contagio, antes incomprensibles; ha arruinado por completo la vieja y estéril doctrina de la espontaneidad de las enfermedades infecciosas. La enfermedad tal como hoy la comprendemos, dice Strauss, es el esfuerzo, la lucha suprema, emprendida por la economía contra el agente morboso que tiende á inva- dirla. La Medicina le debe en muchos casos, preciosos me- dios de diagnóstico. Es indiscutible que el examen bacte- 14 riológico, ha añadido un grado más de precisión al diag- nóstico de la tuberculosis, como lo ha demostrado el inte- ligente y laborioso Dr. Orvañanos en su tesis de concurso acerca del valor clínico de la presencia del bacillus de Koch en los esputos. La aplicación de las nuevas ideas á la Terapéutica, ha dado como precioso fruto la antisepsia médica cuyas bases han sido formuladas por Bouchard. La Cirugía debe á la doctrina microbiana, los mayores progresos que ha realizado desde que existe. Gracias á ella, que ha prohijado en las manos de Guérin y de Lister, la an- tisepsia quirúrgica, las complicaciones de las heridas han desaparecido casi por completo. En Obstetricia, la introducción del método antiséptico ha producido los más satisfactorios resultados, y el espec- tro fatídico de la septicemia puerperal no se cierne ya so- bre las Maternidades. Bajo el feliz impulso de los descubrimientos contem- poráneos, la Higiene ha ensanchado notablemente su cam- po de acción, adquiriendo una importancia de la que ape- nas hubieran podido formarse idea los médicos de hace 50 años. Son estas consideraciones, muy brevemente expuestas, acerca de la importancia de las doctrinas microbianas en Medicina, las que me han decidido al llegar al último es- calón de mis estudios, á escoger como punto de tesis en mi examen profesional, un asunto que se relacionara di- rectamente con ellas. La circunstancia de haber practicado durante el curso del año próximo pasado, numerosos exámenes microscó- picos de la sangre de los enfermos atacados de intermiten- tes, bajo la inteligente dirección del Señor Profesorde Ana- tomía Patológica, Dr. Francisco Hurtado, observaciones que comprueban en nuestros palustres, la existencia del he- matozoario señalado por Laveran como agente patógeno de la malaria, me hizo fijarme en el estudio de la teoría pa- rasitaria del Paludismo, la más extendida de las endemias de nuestra República, para formar el trabajo reglamenta- rio que hoy someto humildemente al ilustrado juicio del Jurado que ha de juzgarlo. ¿Pi. ffl. cf. HISTORIA. §E todas las influencias morbíficas que intervienen en la producción de las calenturas intermitentes, la me- nos dudosa ha sido siempre la ejercida por los pan- e) taños; pero así como se ha reconocido que no todas las diferentes especies de pantanos ejercen una influencia igualmente desastrosa, así también las distintas partes que constituyen un mismo pantano han sido alternativamente acusadas de representar un papel preponderante en la gé- nesis del Paludismo. Mientras unos con Motard acusan la mezcla de agua salada y de agua dulce que bajo la influencia de la fuerza catalítica, produciríarápidamente fermentaciones de origen no determinado en los deltas formados por la desemboca- dura de los grandes ríos; otros suponen que los efluvios y los gases, desprendidos en abundancia de los pantanos son el origen de la malaria. Algunos atribuyen la mayor influencia á la vegetación propia á estos lugares, y otros por último, aceptan la teo- ría más antigua, la de las causas animadas ó teoría para- sitaria. 18 La. opinión que ha reinado más tiempo en Medicina respecto al origen de las fiebres palustres, ha sido el atri- buirlas á los gases que se desprenden en abundancia del fango de los pantanos. Volta puso fuera de duda la forma- ción de estos gases; su demostración era por lo demás, has- ta cierto punto banal, pues basta observar la superficie de las aguas estancadas, para percibir claramente las burbu- jas gaseosas. La química demostró que estos productos gaseosos es- tán principalmente formados por el hidrógeno protocarbo- nado (gas de pantanos) al que se añaden el ázoe, el ácido carbónico, el hidrógeno sulfurado y en ciertas ocasiones el hidrógeno fosforado. Los italianos designaban con el nom- bre de aria cattiva la atmósfera que rodea los pantanos y suponían que era la causa de la infección malárica. Los análisis químicos hechos por Fourcroy, Thompson, Herpin y otros, no revelaron ninguna sustancia extraña á la composición que pudiera llamarse común ; pero Vauque- lin habiendo analizado el rocío que Rigaud de 1’ Isle había recogido en el centro mismo de las lagunas Pontinas, le encontró una reacción alcalina, quizás amoniacal, olor sul- furoso, y además observó la presencia de un residuo or- gánico, sólido, que se carbonizaba al fuego. Moscati de Milán condensó por medio del hielo, en matraces de vi- drio las emanaciones de los pantanos, demostrando igual- mente en ellas, la presencia de una materia coposa, de olor infecto y muy putrescible. Los análisis de Thénard y Dupuytren comprobaron la existencia de *esta materia co- posa y putrescible que Boussingault consideraba como un principio orgánico de base hidrogenada. Alibert formula la opinión de que las intermitentes que se observan en los lugares pantanosos son producidas por los miasmas deletéreos que brotan de estos lugares in- fectos. 19 Beaumes atribuye el Paludismo al ácido carbónico, Mit- chill al ácido nitroso, otros muchos á la diminución simple de la cantidad de oxígeno. Entre los representantes de la teoría que atribuye el origen de la malaria á la flora de los pantanos, citaremos á Boudin, quien creyendo primero en la alteración de la sangre por los efluvios maremáticosacusa más tarde á la llu- via, anthoxatum odoratum. Esta planta según ¿1, produ- ciría principios volátiles tóxicos, capaces de engendrar el paludismo. Plumboldt dice que en las regiones tropicales de Amé- rica las raíces del mangle y del manzanillo, son acusadas de producir las calenturas intermitentes. La naturaleza parasitaria del Paludismo era sospechada desde hace largo tiempo como lo demuestran los escritos de Vitruvio. Varro y Columelle en su tratado de Re Riística, atri- buían las fiebres palúdicas á la penetración en el organis- mo humano de pequeños seres vivos. Lancisi y Rasori admitían que la malaria era producida por animalillos engendrados por la putrefacción, en el agua estancada de los pantanos. A decir de Laveran, estos animalillos eran designados por el vulgo de Italia con el nombre de seraficú Conociendo la gran facilidad con que se produce la ge- neración de los insectos bajo la doble influencia del calor y de la humedad, Rasori, y con él la mayor parte de los médicos de su época, creía que los efluvios de los pantanos estaban constituidos por insectos que nacen en el fango de los lugares pantanosos. En los deltas de los grandes ríos así como en todas las llanuras inundadas se ven millones de insectos pulular al rededor de las habitaciones, y esta circunstancia hizo pen- sar á algunos que estos insectos eran los vehículos del con- 20 tagio, que transmitían por verdadera inoculación. Esta idea está muy esparcida entre el vulgo de algunos de nues- tros Estados palustres. Algunos médicos, particularmente en España, soste- nían que la intermitente era contagiosa; pero esta idea no fué nunca aceptada en Francia, donde se la consideraba bajo el imperio de las ideas reinantes, como una enferme- dad nerviosa que á la manera de las neurosis, podía pro- pagarse por imitación. La época contemporánea ha buscado el origen del Pa- ludismo en los fenómenos atribuidos antiguamente ála fuer- za catalítica. demostrando que la pretendida acción de pre- sencia, es en realidad un fenómeno vital, y que los cuerpos sólidos, líquidos ó gaseosos que intervienen en las descom- posiciones orgánicas, no son más que instrumentos utiliza- dos por seres infinitamente pequeños, en los múltiples y oscuros actos de su vida íntima. Era evidente que se pensase en buscar y determinar específicamente el microorganismo, que habiendo repre- sentado sin duda un gran papel en las fermentaciones ve- rificadas en el seno del suelo malarial, debía encontrarse en el aire ó en el agua que de él proceden, y que conti- nuando su evolución vital en el organismo humano, pro- vocara las perturbaciones múltiples que caracterizan la in- fección palustre. Bouchardat en el “Anuario de Terapéutica” expresa la idea hipotética de que los accidentes palúdicos se deben á un veneno secretado por las variadas especies animales que pululan en los pantanos. J. K. Mitchell, Mühry y W. A. Hammond, atribuyen las manifestaciones maláricas á la funesta influencia de la atmósfera cargada de esporos de ciertos animales micros- cópicos. J. Lemaire acusaba álos microfitos y microzoarios, co- mo lo había hecho mucho antes Virey; pero sin especificar ninguna especie distinta: los bacterium, vibrio, spirillum. Massy en Ceylán, ha señalado la presencia de hongos microscópicos en el aire palustre de Jaffna, y Cunningham y Corre en Calcuta y el Senegal, expresan ideas semejan- tes sin determinar el microbio patógeno. Binz demuestra la acción tóxica de las sales de quini- na sobre los infusorios, y cree que estas sustancias obran de la misma manera contra las bacterias de la sangre. Vul- pian hace notar que se necesitaría una dosis enorme de quinina para matar las bacterias, si la intermitente estu- viera bajo su dependencia. Salisbury atribuye el Paludismo á algas del géneropal- jnella, que ha encontrado constantemente en el sudor y en la orina de los febricitantes del Ohio y del Mississipi; pe- ro los hechos referidos por este autor no prueban que la malaria se contraiga por las palmellas. Wood y Leidy, Quinquaud y Magnin, han repetido en sí mismos, sin re- sultado, las experiencias de Salisbury. Hallier acusa especies próximas á las osciláreas, y Van den Korput y Hannon, de acuerdo con él, refieren haber contraído el Paludismo por haber dormido en un cuarto donde se encontraban varios vasos llenos de algas diver- sas y particularmente osciláreas. Schürtz cita un caso semejante. Balestra y Selmi, han concluido en favor de una alga, encontrada en abundancia en el agua de las lagunas Pon- tinas. Lanzi y Terrigi dicen que la malaria se debe á una bac- teria morena encontrada en los pantanos de Ostia, la cual produciría la pigmentación anormal en los órganos de los palustres. Eklund describe, como parásito patógeno, un hongo que ha encontrado sobre las algas de las localidades febrí- genas. 22 En 1879 Klebs y Tommasi Crudeli, han sometido al análisis el aire, el agua y el suelo de las lagunas Pontinas, encontrando un bacillus, el bacillus malarice, aerobio, que se desarrolla en los cultivos puros bajo la forma de largos filamentos de aspecto homogéneo al principio, y que se seg- mentan después en artejos, en cuyo interior se desarrollan esporos. Según los observadores citados, la inyección de estos microbios en el tejido conjuntivo subcutáneo del conejo» produce una elevación térmica, semejante á la intermiten- te ; pero sus experiencias son pasibles de varias objecio- nes, pues Laveran no cree la curva térmica experimental comparable á la de la intermitente, y además, los conejos que viven en los países pantanosos donde reina la mala- ria, no son nunca atacados espontáneamente de ningún fenómeno que se parezca ni aun remotamente á la inter- mitente. Sin embargo, debemos decir que Ceci en 1882 y Schia- vuzzi en 1886, han publicado aún varios trabajos en favor del bacillus de Klebs. Estas diversas teorías no presentan hoy más que un interés puramente histórico. Los trabajos de Laveran, coronados por la Academia de Ciencias con la adjudicación del premio Bréant, han demostrado que el agente patógeno de Paludismo, está re- presentado por un microorganismo que describe con el nombre de Hcmatozoario. Desde el momento en que este distinguido observador señaló la existencia del microbio encontrado por él en la sangre de los palúdicos, multitud de experimentadores tra- taron de comprobar sus ideas sometiendo al examen mi- croscópico la sangre de los enfermos. Las ideas del sabio francés fueron acogidas al principio con marcada descon- fianza; pero bien pronto, multitud de trabajos de compro- 23 bación, aparecieron en diversas publicaciones científicas, siendo Richard el primero en encontrar el hematozoario de Lavaran en la sangre de los palustres de Philippeville, en Constantina. Marchiafava y Celli, primero partidarios decididos del bacilliis malcn'ice de Ivlebs y Tommasi Crudeli, no tarda- ron mucho en abandonarlo, y aunque negaron al principio de sus investigaciones la existencia de los hematozoarios que consideraban como glóbulos rojos degenerados y de- formados, han concluido por aceptarlos plenamente, aun- que difiriendo un poco de las ideas emitidas por Laveran, como veremos más adelante. Las observaciones hechas por distintos autores en las diversas partes del mundo, que comprueban el descubri- miento de Laveran son tan numerosas, que nos es impo- sible analizarlas en este pequeño trabajo, y por lo tanto nos limitaremos á indicar únicamente como breve reseña histórica las importantes observaciones de Osler, Council- man, Vandyke Cárter, Evans, Sacharoff, Sternberg, y los interesantes estudios de la Escuela Italiana, particularmen- te los de Golgi de Pavía, Feletti y Grassi, Pietro Canalis, Antolisei, Bastianelli y Bignanú. DESCRIPCIÓN DEL HEMATOZOARIO Jly&P . . , ef/ítN 1B80 A. Laveran, estudiando microscópicamente el yl [T modo de formación del pigmento melánico en la san- gre de los enfermos atacados de calenturas intermi- tentes, encontró, juntamente con los leucocitos me- laníferos, corpúsculos esféricos, hialinos, sin núcleo, gene- ralmente pigmentados, y elementos en forma de media luna muy característicos. Habiendo encontrado en observaciones posteriores fila- mentos movibles en los bordes de los cuerpos esféricos, supuso que los elementos en cuestión, eran los agentes pa- tógenos del Paludismo. De numerosísimas observaciones, Laveran ha conclui- do que el parásito descubierto por él, se presenta bajo formas variadas que pueden reducirse á los cuatro tipos siguientes: i ? Cuerpos esféricos. 2? Flagelas. 3? Cuerpos en media luna. 4? Cuerpos segmentados ó en roseta. Describiremos estas variedades del parásito en el or- den en que las hemos enumerado. Cuerpos esféricos. Es la forma más común. Están constituidos por peque- ñas esferas formadas por una sustancia hialina, incolora, muy trasparente. Sus dimensiones son muy variables des- de i tj. hasta 9 ¡± y io ¡j.; algunos tienen un diámetro doble del de los glóbulos rojos de la sangre. Estos elementos presentan un contorno bien marcado, limitado por úna línea muy fina; el doble contorno que pre sentan las preparaciones tratadas por el ácido ósmico y por los reactivos colorantes, no se observa en las preparacio- nes de sangre fresca. Los más pequeños no contienen más que uno ó dos granos de pigmento, y cuando no lo contienen se presen- tan con el aspecto de pequeñísimas manchas claras. A me- dida que estos elementos se desarrollan, el número de gra- nulaciones pigmentarias aumenta, y estas granulaciones se disponen algunas veces en forma de corona en la periferia del cuerpo esférico, mientras que otras no presentan nada regular en su disposición. A menudo se les ve animadas de movimientos muy semejantes al que se ha llamado mo- vimiento brozvniano sin que presenten nunca la constancia y regularidad de este último. Los cuerpos esféricos están dotados de movimientos amiboides, y éstos coinciden con la agitación de los gra- nos pigmentarios, lo que parece probar que el movimien- to de estos últimos es comunicado. En las preparaciones de sangre fresca se les encuen- tra adheridos á los glóbulos rojos, ó libres en medio del suero. Estos parásitos se desarrollan á expensas de las hema- cias, que palidecen á medida que aumentan de volumen 27 los elementos parasitarios; llega un momento en que el gló- bulo rojo se distingue únicamente por su contorno; su co- loración característica ha desaparecido, su transparencia es la misma que la del parásito, y bien pronto se pierde por completo. Mucho se ha discutido para saber si los cuerpos esfé- ricos están incluidos en las hemacias, las penetran ó si por el contrario se adhieren simplemente á su superficie. El hecho de que se encuentran también libres en el suero, pa- rece indicar que solamente se adhieren á los glóbulos ro- jos deprimiéndolos. Su reproducción puede verificarse por segmentación ó por gemación. Se les ve algunas veces segmentarse en tres ó cuatro cuerpecillos que se separan y quedan en libertad en el suero sanguíneo; pero en otras ocasiones emiten por sus bordes pequeñas yemas muy semejantes á las bolas sarcódicas. Cuando la observación de estos pequeños cuerpos se ha prolongado durante media hora ó tres cuartos de hora, sus contornos se hacen irregulares, los movimientos de los granos pigmentarios se detienen, y éstos se reúnen en un punto. Este aspecto es la forma cadavérica del elemento, y se distingue del leucocito melanífero por la ausencia de nú- cleo, pues aunque algunos observadores hayan descrito un núcleo en el interior de los cuerpos esféricos, su existencia no está demostrada. Según Laveran, representan la forma primitiva, em- brionaria del hematozoario. Flagelas. Una observación atenta de las preparaciones permite descubrir en la periferia de los cuerpos esféricos de medía- 28 no volumen que contienen ya una corona de granos de pig- mento, ya pigmento irregularmente distribuido, filamentos movibles que se agitan vivamente, imprimiendo á los gló- bulos rojos cercanos, movimientos muy variados. Laveran compara estos movimientos á los de anguilil- las que fijas por una de sus extremidades, trataran de des- prenderse. Estos filamentos, extraordinariamente delgados y transparentes tienen una longitud de 21 ¿28 milésimos de milímetro; su número en cada cuerpo esférico es muy va- riable: desde uno, hasta tres ó cuatro. Sus movimientos son independientes, y cesan rápida- mente bajo la influencia del enfriamiento, del mismo modo que los de las celdillas con pestañas vibrátiles. La extremidad libre de los filamentos presenta un pe- queño ensanchamiento piriforme que es muy difícil llegar á distinguir con claridad; y algunas veces otros ensancha- mientos que parecen desalojarse siguiendo el eje de la fla- gela. Su punto de inserción á la periferia de los cuerpos es- féricos es muy variable; se les encuentra ya-simétrica- mente colocados en las extremidades de dos diámetros que se cruzan perpendicularmente, ya agrupados en un sólo punto, formando una especie de penacho. Por sus movimientos, imprimen al cuerpo esférico fla- gelíforo, un movimiento de oscilación ó de translación. En un momento dado, los filamentos se desprenden del cuerpo esférico, y continúan moviéndose entre las he- macias, desalojándose rápidamente en el campo del micros- copio. Es evidente que entonces cada filamento vive una vi- da independiente de la del corpúsculo á que estaba adhe- rido, el cual al perder sus flagelas sufre las transformacio- nes cadavéricas. 29 Segun Laveran, estos filamentos son la forma más ele- vada del parásito, representan su estado adulto ó perfecto. No son visibles generalmente en las preparaciones de san- gre desecada y colorida, y como por otra parte es muy di- fícil distinguirlos cuando no están animados de movimien- tos y desaparecen rápidamente bajo la influencia de la me- dicación quínica, son las formas que es más raro encontrar en la sangre de los enfermos. Cuerpos en inedia luna. Se presentan bajo la forma de cuerpos cilindricos más ó menos adelgazados en sus extremos, y encorvados en forma de media luna, particularidad que ha hecho que se les dé este nombre. La sustancia de que están formados es transparente é incolora excepto en la parte media, don- de se encuentran granos pigmentarios, completamente se- mejantes á los que tienen los cuerpos esféricos. El pig- mento se deposita muy rara vez en los extremos. Su longitud, un poco mayor que la de los glóbulos ro- jos es de 8 á 9 milésimos de milímetro, su anchura de 2 en la parte media. Estos elementos están libres ó accidentalmente adhe- ridos á las hemacias, si en estas condiciones se imprime un ligero movimiento al cubre-objeto para desalojar los glóbulos rojos, las medias lunas se desprenden del glóbulo y quedan libres, muy distintas en esto de los cuerpos es- féricos que se adhieren tan íntimamente á las hemacias que es imposible desprenderlos deellas por el artificio que acabamos de indicar. Estos cuerpos en forma de media luna son inmóviles, y su pigmento no está dotado tampoco de movimientos. Observando atentamente uno de ellos en el campo del mi- 30 croscopio, es fácil ver que al cabo de un tiempo variable su forma cambia, va haciéndose ovalar, y la forma ovalar misma se hace poco tiempo después redondeada. Es permitido pensar que las medias lunas no son más que hemacias invadidas y deformadas por el hematozoa- rio. La línea delgada que une sus extremos, sería una par- te del contorno del glóbulo rojo primitivo. Esta es la opinión de Laveran. Cuerpos segmentados ó en roseta. No es raro encontrar en la sangre de los atacados de calentura intermitente de los tipos cotidiano ó cuartano, rara vez terciano, elementos esféricos pigmentados en el centro, y regularmente segmentados. Algunos observadores, particularmente Golgi, hacen representar á las rosetas un papel muy importante en la multiplicación del parásito de la malaria; pero Laveran no les concede más que un papel muy secundario, habiéndo- los encontrado muy pocas veces en los enfermos cuya san- gre ha examinado. A las cuatro variedades que hemos descrito, debemos añadir: cuerpos hialinos, inmóviles, irregulares, pigmen- tados, que no son otra cosa que formas cadavéricas de los primeros, y leucocitos melaníferos de forma más regular y provistos de un núcleo que se colora intensamente por el carmín. En resumen, las distintas fases evolutivas del hematozoario, serían según Laveran, como sigue: Los corpúsculos hialinos, no pigmentados todavía que forman pequeñas manchas claras sobre los glóbulos rojos, representan la forma embrionaria del parásito; poco á po- co, estos pequeños cuerpos crecen, y su volumen acaba por igualar ó superar al volumen de las hemacias; al mismo 31 tiempo el número de los granos pigmentarios aumenta, y el elemento, dotado de movimientos amiboides, vive en el suero, libre, ó se adhiere á las hemacias á cuyas expensas vive, formando el pigmento. Los filamentos se desarrollan en el interior de los cuer- pos esféricos, salen de ellos, quedando adherentes á la pe- riferia, y por último se desprenden. La interpretación de las rosetas es aún obscura; pero sus relaciones con los cuerpos esféricos y los filamentos no son dudosas. Por consiguiente, á pesar de la multiplicidad de sus formas, estos elementos constituyen, no parásitos de es- pecies distintas, sino estados sucesivos de un sólo parási- to polimorfo. No son estas las ideas aceptadas por todos los obser- vadores, y la Escuela Italiana particularmente, se separa en muchos puntos de la opinión de Laveran. Según Marchiafava y Celli, la infección malárica, ha- ciendo omisión de la caquexia poco interesante desde el punto de vista parasitario, puede presentarse, consideran- do sobre todo su gravedad, bajo dos formas. Atenuada, lo que corresponde á la forma que se ha descrito con el nombre de calentura de invierno ó prima- vera; ó grave, forma que corresponde á la llamada calen- tura de estío y de otoño. Desde el punto de vista del ritmo, los autores que ci- tamos distinguen las formas siguientes: i ° La cuartana, cuyas combinaciones son la cuartana doble y la cuartana triple ó pseudo-cotidiana. 2? La terciana, de la que deriva la terciana doble ó pseudo-cotidiana. 3? La cotidiana, de la que derivan las calenturas de accesos prolongados, sub-mitrantes, subcontinuos y per- niciosos. 32 Según la teoría italiana, á cada uno de estos tres tipos principales, corresponden formas parasitarias distintas, bien caracterizadas, tanto por sus caracteres morfológicos res- pectivos, como por la duración distinta de su evolución, que es, según el tipo febril, de uno, dos ó tres días; pu- diendo ser más rápida para las formas que se desarrollan sin formación de pigmento, y que producen los accesos an- ticipados que se refieren á los tipos terciana y cuartana, y las formas derivadas del tipo cotidiano. Para Golgi en la cuartana el ciclo del desarrollo en- cloglobular se verifica en tres días, según el orden siguien- te: Pequeñas masas amiboides que se pigmentan con mu- cha rapidez; masas pigmentadas, redondeadas, poco mo- vibles que no emiten prolongaciones pseudopódicas; estas masas van creciendo poco á poco hasta invadir por su des- arrollo progresivo el glóbulo rojo, sin deformarlo notable- mente. La hemoglobina no es alterada; pero desaparece poco á poco á medida que la hemacia es invadida por el pará- sito. En las formas adultas, la esporulación se verifica por agrupaciones circulares de nueve á doce esporos que se agrupan al rededor de una pequeña masa de pigmento. Esta esporulación según Antolisei puede hacerse por grupos de seis á ocho esporos; pero esto es excepcional. La faz que podemos llamar de vida libre del parásito en el plasma sanguíneo, tiene muy poca importancia. Una vez llegado á ella, el parásito no tarda en degenerar, los mo- vimientos de su pigmento van haciéndose cada vez más lentos, acaban por cesar por completo, y el parásito trans- formado en cadáver, se disocia. Este ciclo evolutivo es distinto en el tipo terciano. Se observan igualmente pequeñas formas amiboides, que al crecer se cargan de granos de pigmento, conservan- 33 do siempre la actividad de su movimiento. Este es mucho más activo que en el tipo cuartano, y las granulaciones son generalmente más pequeñas. Poco á poco el glóbulo invadido se hincha, su hemo- globina se altera decolorándose ó tomando una coloración cúprica. La esporulación se verifica con rapidez extraordinaria en las formas de volumen mediano, y sobre todo en las que han invadido la totalidad del glóbulo rojo, que dan una corona de quince á veinte esporos, algunas veces de cinco ó seis solamente. Las formas adultas que abandonan la hemacia ya al- terada sin esporular, quedan libres en medio del plasma, se hacen más grandes, hidrópicas, presentan numerosos vacudos en su interior, emiten prolongaciones en forma de filamentos movibles, y finalmente mueren, produciendo masas de pigmento, animadas demovimientos muy activos. En el tipo cotidiano verdadero, se presenta según Mar- ch iafava y Celli, una variedad de parásitos, formados por pequeñas masas amiboides,endoglobulares, que se pigmeti- tan al aproximarse un nuevo acceso febril, tomando una forma redondeada. La masa pigmentaria se reúne en el centro ó en un punto cualquiera de la periferia del parási- to que esporula entonces. La esporulación no se verifica en todos los parásitos; muchos mueren en el interior mismo de los glóbulos rojos atacados, que toman un color cobrizo. Otros continúan cre- ciendo conservando su forma redondeada, ó bien se alar- gan y se doblan poco á poco. Corresponden en esta faz, á los corpúsculos semilunares de Laveran. Mientras tanto, el glóbulo parasitífero, palidece y prin- cipia á desaparecer, quedando únicamente visible la parte del contorno que corresponde á la cara cóncava de la me- dia luna. 34 Estas formas semilunares no esporulan, degeneran len- tamente, pasan á las formas redonda ú ovoide sin emitir filamentos movibles, y acaban por disociarse en el seno del plasma. Bignami y Bastianelli concluyen de numerosas obser- vaciones que las formas semilunares, son tipos de evolu- ción desviada, formas estériles. En resumen, según la teoría italiana, el microzoario de la sangre humana está caracterizado por su situación en el interior del glóbulo rojo, donde se multiplica por esporu- lación. Las formas que no esporulan, después de una faz de vida libre en el plasma, concluyen por desaparecer: son es- tériles. La reproducción se verifica por gimnosporos, sin en- quistamiento previo, y la estructura del hematozoario con- siste en dos sustancias que son desigualmente susceptibles de coloración. Tienen un núcleo. Podemos ver por este ligero análisis, que las opiniones de Marchiafava y Celli y las de Laveran, están muy lejos de concordar. Conviniendo en las formas descritas tanto por el uno como por los otros (formas libres en el suero, cuerpos es- féricos, con ó sin flagelas, flagelas libres, cuerpos semilu- nares, formas adherentes ó incluidas en las hemacias, cuer- pos en roseta de Golgi) difieren en que los autores italia- nos han descrito formas pigmentadas de bordes ondulados, en diversas fases de desarrollo, que pueden seguirse hasta la formación por segmentación, de corpúsculos embriona- rios no pigmentados. Sin embargo, á pesar de estas diferencias, la oposición entre el uno y los otros no sería tan grande, si no se aña- diese una interpretación de las formas parasitarias comple- tamente distinta. 35 Para Laveran, la flagela libre es el parásito perfecto, la forma definitiva; los cuerpos esféricos son formas tran- sitorias, especie de pequeños quistes ó sacos que contienen el parásito en las fases primordiales de su evolución. Para los italianos por el contrario, los filamentos mo- vibles, son formas degeneradas, estériles; sus movimien- tos son fenómenos agónicos. Cree Laveran que el parásito no es endoglobular, que se adhiere solamente á la superficie exterior de los glóbu- los rojos enfermos, durante los primeros períodos de su desarrollo; pero cuando llega al estado perfecto, se separa del glóbulo que lo ha nutrido en su infancia, y vive libre- mente en el plasma. La Escuela Italiana admite por el contrario, que el mi- croorganismo es esencialmente endoglobular, que se des- arrolla y reproduce en el interior del glóbulo. Cuando sale de él antes de esporular es estéril. Laveran y los italianos están de acuerdo en la signifi- cación de las semilunas. Son hemacias degeneradas por la presencia del hematozoario; pero mientras Marchiafava y Celli las creen formas degenerativas del mismo parásito y suponen que pueden transformarse en cuerpos esféricos y emitir prolongaciones movibles, Laveran les niega todas estas fases de evolución progresiva. Respecto á los cuerpos segmentados, la diferencia de ideas es aún más radical. En tanto que el autor francés no les concede grande importancia, tienen en la teoría italia- na un gran papel: representan la faz de esporulación endo- globular del hematozoario, y todas las formas que no pa- san por este período son estériles. Laveran opina, según lo hemos indicado, que la repro- ducción del parásito se verifica por la multiplicación de los cuerpos esféricos, sea por segmentación en tres ó cuatro elementos más pequeños, ó por la producción de bolas sar- códicas en su periferia. 36 Marchiafava y Celli han simplificado las fases sucesivas de la evolución del hematozoario en cualquiera de sus varie- dades; se compone según ellos de los períodos siguientes: i ? Corpúsculos esféricos endoglobulares no pigmenta- dos. 2? Corpúsculos pigmentados que aumentan poco á po- co de volumen. 3? Siguen dos vías distintas: a) Unos esporulan y los esporos quedan libres en el plasma. b) Otros no esporulan, quedan estériles, unas veces li- bres en el plasma (formas esféricas con prolongaciones mo- vibles) otras, incluidos en el interior de los glóbulos ata- cados (cuerpos semilunares). Los autores italianos no han podido averiguar, á pesar de atentas observaciones, cuál es el paso entre la faz de libertad de los esporos que salen del parásito maduro, y el primer período endoglobular del ciclo siguiente. Danilewski ha completado en este punto la teoría, su- poniendo por analogía con lo que se verifica en el Palu - dismo de las aves, que los esporos se introducen en el in- terior de las hemacias embrionarias. Ya en el interior de los glóbulos blancos que deberán transformarse en glóbulos rojos, ó en el interior de los hematoblastos, si son estos últimos los que deben dar origen á las hemacias. Marchiafava, Celli y San Felice aceptan las ideas de Golgi respecto á la esporulación; pero mientras que ellos admiten como hemos visto, tres variedades de parásitos, Golgi reconoce únicamente dos: los que corresponden á la terciana, y los que caracterizan el tipo cuartano. Admite además el paso de una forma parasitaria á la otra. Con el objeto sólo de ser completos, citaremos las opi- niones de Pietro Canalis, y de Grassi y Feletti. 37 El primero acepta tres variedades. Io Parásitos del tipo cuartano. 2o Parásitos del tipo terciano. 3o Cuerpos semilunares. Los segundos han clasificado los parásitos del Paludis- mo en dos especies. i° Hsemamaeba (a) Prcecox.—Produce la cotidiana. (b) Vivax. — Produce la terciana. (c) Haem. malariae.— Produce la cuartana. 2o Laverania (cuerpos en media luna). Produce las fiebres irregulares que cambian bruscamen- te de tipo (continuas, subcontinuas, cotidianas, etc.) Trefile d’Angers niega que el Paludismo, que él fia- ma aluvionismo, sea producido por un parásito polimorfo. Cree, en oposición á la Escuela Italiana, que el hematozoa- rio es único, y explica la intermitencia variable por la pre- cocidad ó el retardo de la evolución del agente específico. Este es según él un coccus de esporo central que se multi- plica por división. Las fases sucesivas de su desarrollo se- rían como sigue: i? Pequeños corpúsculos aislados. 2? Desarrollo de estos corpúsculos en tallos. 3? En seguida en tórulas. 4? La tórula llegada á la madurez se desagrega y el ciclo vuelve á principiar. Varias objeciones pueden hacerse á los estudios de Trefile. En primer lugar no indica si su microbio es ó no en- doglobular, y además las formas que describe han sido encontradas por Hayem en la sangre alterada, y parece que las distintas formas de su parásito se hallan en la san- gre de individuos no palustres. Muy recientemente Nepveu ha publicado los resulta- 38 dos de sus observaciones, acerca de los parásitos de la san- gre de los enfermos palustres. Debemos decir que no son nada favorables á las teo- rías unitarias, pues describe un gran número de parásitos distintos que coloca en dos grupos: algas inferiores y es- quizomicetos; infusorios flagelados y esporozoarios, entre los cuales coloca á los hematozoarios de Laveran. Concluye diciendo que la multiplicidad de las especies parasitarias en los palúdicos, es un gran obstáculo para su estudio, complicado ya por la existencia en una misma es- pecie, de fases distintas de evolución. La asociación de parásitos distintos, y el paso de éstos por fases ulteriores de desarrollo, explican según él, las formas tan variadas del Paludismo. Danílewski, Kruse, Celli y San Felice, Grassi y Fe- letti, han hecho interesantísimas observaciones sobre la in- fección palúdica en los animales. No permitiéndonos seguirlos en sus experiencias los límites que nos hemos trazado en este trabajo, nos limita- remos á asentar los siguientes resultados: i? La malaria de los animales es probable. 2? Es producida por hematozoarios muy parecidos á los del hombre; pero que difieren de éstos por caracteres específicos muy importantes. 3? Cada especie animal tiene sus parásitos propios. 4? El parásito desarrollado en la sangre de un animal, muere cuando es inoculado en la sangre de otro animal de especie ó variedad distinta. CLASIFICACION DEL HEMATOZOARIO. %Í\JL U^al ue 0S distintos observadores que se lian ocuP c^e esta cuestión, señalan á los parásitos por ellos descubiertos, es muy distinto, pues varía natu- **(2? raímente con las formas que describen. Los autores que como Nepveu, han encontrado nume- rosos microbios, los han repartido según sus caracteres es- pecíficos en esqtiizomicetos, algas, esporozoarios. Treille d’Angers coloca su microbio entre los bacillus: micro - bacillus alluvionis. Laveran se inclinaba á colocar su hematozoario entre las oscillarias. Los filamentos movibles tienen, dice, una gran analogía con las oscillarias; si se demostrara que los filamentos pertenecen á esta especie, el nombre de oscilla- ria malaria convendría al nuevo hematozoario. En su última obra, Laveran ha modificado sus ideas en este punto. Aludiendo á la parasitología de la sangre de los animales se expresa así: “Los parásitos de la sangre palustre, han encontrado una familia cuya importancia aumenta considerablemente de día en día. Quizás debería crearse en la clase de los es- 40 porozoarios, una división especial al lado de las coccidias, para colocar en ella al hematozoario del Paludismo del hom- bre, y á los hematozoarios análogos descubiertos en dis- tintos animales. Dejo á los naturalistas la tarea de diluci- dar esta cuestión.” Feletti y Grassi distribuyen los hematozoarios en dos especies distintas: Amaba y Laverania, pertenecientesá los rizópodos. Metschnikoff considera el hematozoario del Paludismo como una coccidia; para Kruse es una gregamna. Celli y San Felice opinan que debe agregarse una cuar- ta subclase á las tres subclases de esporozoarios descritas por Bütschli: Gregar inida > Myxosporidia, Sarcospomdia. La nueva clase que proponen llamar Hamospomdia quedaría distribuida como sigue: Géneros. Especies. Variedades. 1. Haemogregarina.. DanilewsJci. y H. ranarum. Danil. H. testudinis. Danil. H. lacertas. Danil. H. columbas. Días. 11. 1 )anilewski. Kru. II. aluci. 11. bubunis. (a) (b) (a) (b) («) (b) (c) (a) qnartanas. (b) tertianas. (c) quotidianas. 2. Hasmoproteus... .) H. passeris. Gras... j 11. noctuae j I 3. Plasmodimn. Marchiafava y Cell \ H. alaudas j Pl. malarias | Examen microscópico de la sangre de los enfermos palustres. JfciA técnica que hemos seguido para las preparaciones ¿74i t de sangre palúdica, en la cátedra de Anatomía Pa- cPk*' tológica bajo la inteligente dirección del Sr. Profe- Vy sor Hurtado, es la aconsejada por Laveran, aumen- tada en algunos detalles que señalaremos al hacer la des- cripción. Debe escogerse ante todo, el momento oportuno para hacer el examen; teniendo en cuenta que los hematozoa- rios faltan generalmente en la sangre de los enfermos cu- yos accesos han desaparecido desde hace algún tiempo, ó que han sido sometidos á la acción de la quinina ó de sus sales. Se escogerá de preferencia un febricitante ó un enfer- mo en inminencia de acceso, pues es en estas condiciones cuando se puede contar con mayores probabilidades de éxito. Puede hacerse el examen de la sangre periférica que es el empleado generalmente, ó el examen de la sangre ex- traída directamente por punción capilar del parénquima mismo del bazo, que según Councilman y Golgi contiene 42 mayor número de parásitos; pero las dificultades inheren- tes á este procedimiento, lo hacen difícilmente aplicable, por lo menos en la mayoría de los enfermos que general- mente se rehúsan á someterse á él. La sangre es examinada pura, sin adición de ningún líquido, y ya al estado seco, ya al estado fresco. La preparación seca tiene la inmensa ventaja de per- mitir la conservación de las preparaciones, transportarlas ó colorarlas ulteriormente, para estudiarlas más tarde. Ais- lando unos de otros, los distintos elementos de la sangre y fijándolos de una manera definitiva, la desecación per- mite hacer colecciones de preparaciones, ya de un mismo enfermo, ya de enfermos diferentes, que pueden ser estu- diadas detenidamente y comparadas entre sí. Para proporcionarse la sangre que va á ser estudiada, el procedimiento más sencillo y más rápido, consiste en to- mar una pequeña gota, obtenida por una ligera punción de la yema de un dedo. Las preparaciones pueden hacerse de dos maneras: i? Se prepara un número variable de láminas porta- objeto, lavándolas primero con agua destilada, después con agua acidulada con ácido sulfúrico ó con alcohol, y pasán- dolas varias veces por la fiama de una lámpara. Es pre- ciso dejar que se enfríen bien antes de usarlas; pues cuan- do están aún calientes en el momento en que se deposita sobre ellas la sangre, ésta se seca muy rápidamente, y los elementos figurados se alteran por la elevación de tempe- ratura. Se lavará igualmente el dedo del enfermo, primera- mente con agua, después con alcohol, teniendo cuidado de que quede completamente seco, porque entonces la sangre que sale por el piquete no se extiende sobre la superficie de la piel, sino que se reúne formando una gota bien li- mitada y de cierto volumen, que es muy fácil recoger. 43 Preparadas las láminas, y bien limpio y seco el dedo que va á dar la sangre, se pica al nivel de la yema con una lanceta previamente llameada, y cuando la gota ha adqui- rido cierto volumen, se toma inmediatamente un porta-ob- jeto con la mano izquierda, entre el pulgar y el índice, mientras que con la mano derecha se toma un agitador ú otra lámina. Mientras un ayudante ó la misma persona cuya sangre se examina, comprime suavemente la extre- midad del dedo picado para hacer aumentar el volumen de la gota de sangre, el operador aproxima la lámina de vidrio al dedo, y estos dos tiempos de la operación deben ejecutarse de tal modo, que la gotita de sangre toque al porta-objeto en un punto cercano á uno de los lados me- nores del rectángulo. Se recoge de esta manera una pe- queña cantidad de sangre que se extiende inmediatamente en capa delgada, haciendo deslizar rápidamente de dentro hacia afuera, sobre la gota de sangre, el agitador ó el bor- de de la otra lámina que se tiene con la mano derecha. Se sacude entonces varias veces la preparación hasta que el aspecto opaco de la sangre indique la desecación, y se pasa tres veces por la flama de una lámpara de alcohol, teniendo cuidado de presentar á la flama la cara del por- ta-objeto, donde no está extendida la capa sanguínea. El éxito depende de la rapidez de la maniobra. Con alguna práctica bastan unos cuantos segundos para llevar á cabo la preparación. Esta es examinada al microscopio, cubriéndola simple- mente con varias laminillas, cuyos ángulos se fijan á la lá- mina por medio de unas gotas de parafina. El bálsamo del Canadá tiene el inconveniente de trasparentar mucho los elementos. 2? La preparación puede hacerse en laminillas (cubre- objetos), siguiendo la técnica aconsejada por Laveran. Se limpian cuidadosamente las laminillas y el dedo del 44 enfermo como lo hemos indicado en el procedimiento an- terior; se hace la picadura y se aplica inmediatamente una laminilla á la gotita de sangre; en seguida se coloca una se- gunda laminilla sobre la gota adherida á la primera; se comprimen suavemente entre los dedos para extender la sangre en su intervalo, y se las separa después haciéndo- las deslizar una sobre otra. La sangre forma una capa muy delgada sobre cada laminilla, y se seca con mucha rapidez. Se toma entonces cada cubre-objeto con una pinza del- gada, y se pasa tres veces por la flama de la lámpara con las mismas precauciones que en el procedimiento anterior. Las laminillas así preparadas se colocan sobre un por- ta-objeto, y se monta la preparación en seco. El primer procedimiento tiene la ventaja de dar mayor extensión á la superficie de sangre que se examina sin ne- cesitar el empleo de muchas preparaciones. Un buen procedimiento para examinar la sangre en el estado fresco debe llenar las condiciones siguientes; Per- mitir á la gota de sangre extenderse en capa delgada y uniforme, sin encontrar humedad ni cuerpos extraños; pro- teger los elementos contra todo traumatismo; poner la san- gre al abrigo de toda evaporación. Todas estas condiciones quedan satisfechas por el em- pleo de porta-objetos especiales que permiten la formación de pequeñas cámaras húmedas; pero en rigor puede uno dispensarse de su uso, sirviéndose sencillamente de las lá- minas y laminillas comunes. La gota de sangre se deposita con las mismas precau- ciones que cuando se hace una preparación seca, sobre una laminilla, y ésta se coloca sobre el porta-objeto, teniendo cuidado de inclinarla poco á poco, para impedir la forma- ción de burbujas de aire que perjudicarían al éxito de la operación. La sangre misma coagulándose en los bordes muy rápidamente, protege las partes centrales contra la 45 evaporación, y éstas permanecen líquidas durante varias horas. Es siempre necesario rodear la preparación con pa- rafina cuando se emplean aumentos muy considerables; se suprimen por este artificio los movimientos que la evapo- ración de la sangre que ocupa la periferia, imprime á las hemacias centrales. Cuando la preparación está acabada de hacer, los gló- bulos rojos están apilados, se adhieren entre sí, y se pre- sentan de canto. Por el reposo no tardan en colocarse de plano en una sola capa que tiene precisamente el espe- sor del diámetro medio de los elementos figurados de la O sangre. Cuando éstos están parcialmente imbricados, es prefe- rible hacer una nueva preparación para no exponerse á to- mar por modificaciones en los caracteres de los elementos, particularidades debidas á la extraordinaria delgadez de la capa sanguínea que se observa. Un aumento de 400 á 450 diámetros es muy suficien- te para observar los hematozoarios. En la cátedra de Anatomía Patológica han sido vistos con el aumento obtenido por la combinación del objetivo 8 de Reichert de Viena con el ocular 4; pero si se quie- ren hacer delicadas observaciones de los movimientos ami- boides ó de los que presentan las flagelas, pueden emplear- se los objetivos de inmersión que dan aumentos muy con- siderables. El condensador de Abbé, transparenta demasiado los elementos parasitarios, haciéndolos difícilmente percep- tibles. Es ventajoso algunas veces para el estudio de los he- matozoarios en preparaciones secas, someterlas previamen- te á la coloración por medio del azul ele metilena, ó á la doble coloración por la eosina y el azul de metilena. Los diversos procedimientos de coloración requieren la fijación previa de la sangre, por medio de la mezcla de alcohol absoluto y de éter á partes iguales, según el proce- der de Roux. Este reactivo fija muy bien los elementos de la sangre sin deformarlos. La coloración por el azul de metilena se obtiene ver- tiendo sobre la cara de la laminilla ó del porta-objeto don- de se ha depositado la sangre algunas gotas de una solu- ción acuosa concentrada de este color, dejándola algunos segundos en contacto con la capa sanguínea, y lavando en seguida la preparación con agua destilada. Se seca y se monta en seco por las razones que hemos indicado. — Los cuerpos esféricos y las medias lunas se co- loran en azul pálido: hasta hoy no se ha logrado colorar las flagelas, que sólo pueden serestudiadas en sangre fresca. Metsdmikoff ha ideado el procedimiento de doble co- loración por medio de la eosina y el azul de metilena. La laminilla ó el porta-objeto se colocan en una solución con- centrada de eosina en el agua destilada, permanecen en ella medio minuto, son después lavadas con agua destila- da, se secan y se someten á la acción colorante del azul, también en solución acuosa concentrada; se lavan de nue- vo, se secan y se montan del mismo modo que en el pro- cedimiento de coloración simple. En la sangre de las aves los núcleos se coloran fuertemente en azul, los hematozoa- rios toman un color azul más pálido que los leucocitos, ó un tinte violáceo debido á la mezcla de la eosina y el azul de metilena. Las hemacias enfermas se coloran menos por la eosina que las sanas. Con el azul de Loffler la coloración se obtiene con ex- traordinaria rapidez. Algunos observadores han empleado el violeta de gen- ciana. Con este reactivo los parásitos toman un matiz ro- jizo, semejante al que presentan los glóbulos blancos; pero las flagelas no son aparentes. 47 Laveran cree inferior el violeta de genciana al azul de metilena; los granos de pigmento que constituyen uno de los principales caracteres del hematozoario en sus dis- tintas fases, son muy difícilmente visibles en las prepara- ciones coloridas con el violeta de genciana. Loffler ha aconsejado últimamente un procedimiento de coloración de las flagelas que consiste en el empleo de las dos sustancias siguientes: la primera, que hace las ve- ces de mordente, se compone de una solución de tanino al 20 por ioo, á la que se agrega sulfato de fierro y se mezcla con una decocción de palo de Campeche; la segunda es una solución alcalina de azul ó violeta de metilena ó fus- china. No tenemos ninguna experiencia personal en el empleo de este procedimiento. Muy recientemente, Romanowsky ha descrito en el pe- riódico Petersburger Medicinische Wochenschrift, una técnica especial para la preparación y coloración de los ele- mentos parasitarios de la sangre palustre. Su procedimien- to es el siguiente: La sangre por examinar es tomada de la yema de un dedo, cuidadosamente aseado, primero con alcohol y después con éter. La punción se hace por medio de una aguja, cuya forma se parece á la de una bayoneta, previamente calentada al rojo, y que se deja enfriar bien antes de usarse. Las primeras gotitas de sangre se limpian por medio de un lienzo fino, impregnado con alguna solu- ción desinfectante, y se aprovechan las que brotan des- pués. La limpieza de los vidrios que han de usarse se debe hacer con un cuidado minucioso, y una vez limpios deben someterse á una temperatura de 140o, hasta que queden perfectamente secos. Como método mejor para la distribución de la sangre, Romanowsky emplea el de los dos cubre-objetos que se 48 sobreponen, teniendo mucho cuidado en evitar los frota- mientos y la compresión de esta preparación tan delicada. Se recibe la gota en un cubre-objeto, y después se co- loca éste invertido sobre otro, de manera que por su pro- pio peso distribuya la sangre en una fina capa radiada. Recomienda no aplicar los cubre-objetos exactamente uno sobre otro, sino aplicarlos á la manera de las tejas de un techo, es decir, dejando dos márgenes salientes. De es- te modo se pueden separar con los dedos, en vez de ser- virse de las pinzas generalmente empleadas; no hay nin- guna desventaja en proceder así, y se ahorra tiempo. La distribución de la sangre se hace de la manera más satisfactoria, en una delgada capa uniforme. El medio de fijación empleado es el calentamiento, lle- vado á 105 o ó r 10o C., y nunca menos de 30 minutos. Respecto al procedimiento de coloración, ha ensayado el de Ehrlich para las granulaciones neutrófilas de los gló- bulos blancos de la sangre, pero los resultados no han sido satisfactorios; el parásito toma una coloración verde páli- da, y es muy difícil apreciar su estructura. Lo mismo su- cede con los procedimientos de doble coloración, el de Chenzinsky, el de Plehn y otros. Teniendo en cuenta la teoría de Ehrlich en su “ Aná- lisis de los Colores, ” y sabiendo por experiencia propia que los núcleos, de preferencia á las otras partes constituyentes de las celdillas, se coloran con sustancias básicas ó neutras; ha buscado Romanowsky una combinación neutra de azul de metilena, básico, y de eos i na,4 ácido. Ya ¿i prior i se puede esperar el obtener una mezcla neutra con estos dos colores, supuesto que el uno es básico y el otro es ácido; pero para evitar que se dificulte la so- lubilidad de la mezcla, se usan exclusivamente soluciones acuosas. Después de numerosos ensayos, Romanowky se ha de- 49 tenido en el resultado siguiente: mezclando soluciones fil- tradas de azul de metilena y eosina, llega un momento en que habiendo un exceso de eosina se presenta en la mezcla un precipitado que tiene un ligero matiz violeta. Este precipitado se produce probablemente desde an- tes; pero se disuelve en un exceso de azul de metilena. Buscando las proporciones exactas de la solución, se ve que el precipitado no aparece, cuando se mezcla una parte de solución concentrada de azul, con dos partes de solución acuosa de eosina al i por loo. De este modo la mezcla tiene su mayor capacidad colorante; los núcleos par- ticularmente reciben una bella coloración, de suerte que los colores no pierden de ninguna manera, por la mezcla, su propiedad de elección colorante; pero además de los colo- res empleados, se presenta en la mezcla un tercer color enteramente particular, que tiene una afinidad muy nota- ble por los núcleos, ó más bien dicho, por la masa cromá- tica de éstos. En una copa graduada hasta io cc., se vierte la so- lución de metilena, 2 cc. por ejemplo, y después se añade lentamente la solución de eosina. Al principio la solución queda azul; pero al empezar la neutralización, por ejemplo, en el caso supuesto al llegar á 4 cc. de eosina, ya no se combina ésta enteramente, y flota en el líquido bajo la for- ma de una delgada película rosada. Por lo demás, un pe- queño exceso de esta sustancia, no es perjudicial para el resultado. La mezcla así obtenida debe agitarse cuidadosamente 'con una varilla de vidrio; pero no debe filtrarse. En lo ge- neral los colores de Ehrlich no toleran la filtración, y pier- den, por razones desconocidas, su capacidad colorante. Para colorar la preparación se vierte el líquido colo- rante en un vidrio de reloj, y se dejan nadar en él las lami- nillas. 50 Para evitar el precipitado que se formaría por evapo- ración en la solución concentrada que se emplea, es siem- pre bueno cubrir cuidadosamente el vidrio de reloj. La preparación se colora suficientemente después de media hora, ó de una hora; mas para que sea más exacta é intensa, se necesitan dos ó tres horas. Ultimamente Romanowsky ha empleado una mezcla que da un precipitado casi insignificante, y que se obtiene mezclando partes iguales de una solución de eosina al por ioo, y de otra solución concentrada de azul, diluida en igual cantidad de agua destilada. Nunca sufre la pre- paración una coloración excesiva; pero necesita permane- cer por lo menos en la mezcla durante 24 horas. Una vez colorida la preparación, se lava con agua des- tilada. Presenta un color violeta rosado oscuro. Si la preparación se ha colorado en exceso, puede de- jarse en agua destilada una ó más horas sin inconvenien- te; adquiere mayor limpieza y claridad, sin perder la va- riedad de sus matices. Si se quiere obtener una preparación más transparente y pálida, basta sujetarla á un lavado, en alcohol primero, después en agua. Sucede algunas veces que se adhiere á la preparación un precipitado que dificulta la investigación. Para evitar este inconveniente se mete la laminilla de plano en el lí- quido colorante, evitando su contacto con la película de brillo metálico que se forma rápidamente; pero en caso de que el precipitado ensucie la preparación, se somete á la acción de un delgado chorro de agua, ó se limpia por medio de un pincel que perjudica muy poco su fijeza. Colorida ya y bien seca, se monta la preparación en bálsamo del Canadá disuelto en xilol. Para terminar la parte técnica diremos algunas pala- bras acerca de los colores que se forman por este método de coloración. 51 Los glóbulos rojos se coloran en rosa; si la sangre con- tiene glóbulos rojos granulosos, también el protoplasma se colora en rojo, mientras los núcleos se coloran intensamen- te en violeta. Los glóbulos que contienen el parásito de la malaria se tiñen, en rosa; pero tanto más pálido, cuanto más pig- mentado está dicho parásito, de manera que la coloración rosada del glóbulo que contiene la esporulación parasita- ria, apenas se distingue en el fondo claro é incoloro. El protoplasma de los glóbulos blancos eosinófilos se colora en rosa intenso. El protoplasma de los leucocitos neutrófilos polinuclea- res toma una coloración violeta clara con granulaciones teñidas en violeta oscuro. Los núcleos de los glóbulos blancos se coloran en vio- leta oscuro, tomando sin embargo un matiz distinto; los núcleos de los más jóvenes son más azulados, los de los eosi- n ó filos más rojizos. En el parásito de la malaria, sea cual fuere su forma y el tamaño que haya alcanzado, se encuentran siempre por el método de coloración de Romanowsky, dos partes: Una, de forma irregular, de color azul de Prusia, y la otra, siem- pre incolora, de forma redonda ú ovalada, en la cual se distinguen formaciones diversas de color carmín violeta, que se encuentran en el centro ó en la periferia de la par- te incolora. Sea cual fuere el método empleado, debe tenerse muy presente la facilidad con que se alteran los elementos de la sangre. El olvido de esta circunstancia ha dado lugar á innumerables errores de interpretación, que son sobre todo frecuentes, cuando por primera vez se consagra uno al estudio de estas difíciles cuestiones. 52 Las numerosas investigaciones emprendidas con el ob- jeto de averiguar la forma en que se encuentra el heñía- tozoario en el medio exterior, no han llegado todavía á re- sultados concluyentes. Era muy natural buscarlo en los medios que se supo- nen favorables á su desarrollo en el limo de los pantanos, en las aguas, y muchos observadores han seguido esta vía. Laveran ha hecho en Argelia numerosos exámenes del suelo y del agua de las regiones palustres, encontrando en el agua organismos parecidos, pero no iguales al germen malárico, y cree probable que su hematozoario exista en los medios palustres, como parásito de algún animal ó de alguna planta. Maurel ha encontrado formas amiboides en el agua donde han permanecido vegetales en descomposición, y Grassi y Feletti, comprobando estas observaciones, se in- clinan á creer que es esta la forma que revisten los hema- tozoarios en el medio exterior. Esta cuestión importante no ha sido aún resuelta, de- bido tal vez, como lo indica Laveran, á que los esporozoa- rios á que pertenece el parásito que ha descubierto son aún muy poco conocidos, y la historia de su desarrollo está aún por hacer. Vías de introducción del hematozoario al organismo. t|S|jjjr n todo tiempo se ha hecho representar un gran pa- úl i í peí al aire en la producción del Paludismo como lo indica la palabra malaria, mal aire, que se le apii- ca generalmente; y según estas ideas, la vía más común de introducción del germen patógeno, sería la pul- monar; pero no se ha logrado en el hombre dar la prueba científica de esta aserción, universalmente aceptada sin em- bargo. Feletti y Grassi han encontrado una amiba en los terrenos palustres; exponiendo varios pichones durante dos noches, en una localidad palúdica, á dos metros sobre el suelo, han comprobado la existencia de esta amiba en las fosas nasales de los pichones en experiencia, que nueve días más tarde presentaban en su sangre cuerpos en media luna. Esta experiencia sería concluyente si se probara que los hematozoarios del hombre son los mismos que los de las aves. Algunos autores emiten la opinión, señalada ya, de que los mosquitos propagan el Paludismo por verdadera inoculación. 54 Se ha tratado de averiguar si la leche de una enferma palúdica podía trasmitir la malaria. Franck, Richard de Nancy, Boudin, Larouze, citan varios hechos que parecen probarlo. El más significativo es el de Boudin. “Una en- ferma palustre, llegade Africa para servir de nodriza en To- lón; el niño que le es confiado contrae una fiebre intermi- tente al cabo de tres días, que cede al sulfato de quinina.” Hay sin embargo numerosas observaciones contrarias, que tienden á probar que una nodriza palúdica puede amaman- tar á un niño, sin peligro de infección. Strauss y Chamberland han demostrado que la placen- ta deja pasar algunos microbios, y Laveran cree que la situación misma de los hematozoarios, adherentes á los glóbulos rojos, les permite franquear la barrera placenta- ría é infectar al feto, que unas veces nace con un bazo enor- me y los signos de la caquexia palustre; pero sin calentu- ra, y la enfermedad cede, no á la administración directa de la quinina, sino tomando la leche de una nodriza some- tida á esta medicación; otras ocasiones, poco tiempo des- pués del nacimiento, el niño presenta accesos febriles de ritmo variable. La cuestión referente á las relaciones de la malaria con el agua potable, no está aún definitivamente resuelta. Laveran acepta la infección por el agua, fundándose en numerosos hechos que tienden á probarla. En las lo- calidades palustres, los individuos son ó no son atacados, según la procedencia del agua que beben, y en muchos ca- sos basta el uso de una agua de buena calidad para ver desaparecer las calenturas; pero al lado de estos hechos, encontramos las experiencias de Zeri-Agenore, que pare- cen demostrar lo contrario. Estas experiencias pueden dividirse en tres grupos; in- dividuos á quienes se Ies ha hecho beber el agua sospecho- sa; individuos á quienes Ies ha sido administrada en lava- 55 ti va; individuos que han absorbido por las vías respiratorias el agua de los pantanos pulverizada. En las tres series de experiencias los resultados han sido negativos. Si no sabemos todavía de una manera definitiva bajo qué forma se encuentra el parásito en el medio exterior, ni cómo penetra en la economía, conocemos al menos las circunstancias que favorecen su desarrollo. Corresponde de una manera general, pero no absolu- ta, á la repartición de los pantanos en la superficie de la tierra. El máximum de frecuencia y gravedad se encuentra entre los trópicos. Se extiende en el hemisferio boreal has- ta el ¡sotermo + 5 °; 45 0 á 50o latitud N. en Asia; 50o á 60o en Europa; 45o á 55o en América. En el hemisferio austral, hasta el isotermo + 10 en América, 45o latitud; 4-15° en Oceanía, 35o á 40o latitud; + 20 en Africa, 30 o latitud. No corresponde de una manera absoluta á la reparti- ción de los pantanos, pues hay numerosas regiones palú- dicas sin pantanos, y por otra parte, la existencia de éstos no determina el Paludismo, como lo demuestran las re- giones del Río de la Plata y del Paraná Inferior en la Amé- rica del Sur. La composición geológica más favorable á su desarro- llo es un terreno poroso, higroscópico, con capas subte- rráneas impermeables, de modo que las capas superficia- les sean fácilmente permeables al aire y á la humedad. Este terreno es aún más favorable si está cargado de materias vegetales y abandonado. El terreno por sí mismo es estéril; el germen parasi- tario para desarrollarse y obrar necesita la asociación del aire, del agua y del calor. Si el aire encuentra una barre- ra, sea cual fuere, el desarrollo se detiene; esta barrera puede ser el agua misma en los terrenos inundados, los pavimentos, las construcciones, una capa gruesa de tierra salubre. Un grado moderado de humedad es muy favorable al desarrollo de la malaria; sea cual fuere la naturaleza del agua que impregne el terreno. Si se priva un terreno ma- lárico de su humedad por medio del dren-age, el Paludismo desaparece. La temperatura obra facilitando las descomposiciones de las materias orgánicas, y ayudando al desprendimien- to de los vapores que se exhalan del suelo, y que con to- da probabilidad sirven de vehículo al hematozoario. Es en la noche principalmente, después de la puesta del sol, y en las horas que en la mañana preceden á su salida, cuan- do los vapores nocivos, bajo la influencia del enfriamien- to del suelo, se hacen más densos y bajan á las capas de aire donde respiramos. El germen palustre no se eleva á mucha altura sobre el suelo, este hecho está demostrado por multitud de ob- servaciones. En una casa la malaria ataca á los habitan- tes de los pisos bajos, mientras que respeta á las personas que viven en los altos. Las corrientes de aire pueden tener una influencia fe- liz ó desfavorable, según su dirección respecto al lugar que se considera. Si los vientos antes de llegar á la localidad pasan por un terreno productor de gérmenes, son desfa- vorables; si arrastran los parásitos lejos de ella, son por el contrario benéficos. El mayor número de los autores está de acuerdo en calcular en cuatro kilómetros la distancia máxima á que el viento puede transportar los parásitos. Respecto á la electricidad y el estado ozónico del aire, no se sabe todavía nada preciso. Es un capítulo abierto á la investigación. DEFENSA DEL ORGANISMO. uc^a (lue organismo emprende contra los agen- epjjp tes infecciosos, ha sido en estos últimos tiempos, } r*? objeto de minuciosos y detallados estudios, que han arrojado una luz nueva sobre la teoría de la infec- ción tan importante en Patología. La concepción de la enfermedad infecciosa, sea cual fuere, supone el conocimiento preliminar de los medios que el organismo emplea para destruir los agentes patógenos, y de los procedimientos por cuyo medio estos agentes pue- den influenciar al organismo. Las propiedades fisiológicas de la sangre, tan bien co- nocidas en nuestros días, se han aumentado recientemen- te con los conocimientos adquiridos respecto al papel que este medio líquido desempeña en la defensa del organis- mo contra las infecciones. Los distintos elementos de la sangre, figurados ó líqui- dos, concurren á la lucha, influenciando á los microbios por su estado químico y por su estado biológico. 58 De los diversos medios que la sangre emplea en la de- fensa, los dos más importantes son: el fagocitismo que con- siste en el empleo de actividades celulares (condición di- námica); y el estado bactericida, que resulta de una mane- ra de ser química de la sangre ( condición estática) y que podría definirse con Bouchard, como “un estado particular, que no solamente mata ó disuelve los microbios, sino que también retarda su nacimiento ó su multiplicación, estor- ba su nutrición y disminuye la actividad de sus funciones. ” Puede comprenderse muy bien este estado, considerando que los microorganismos para desarrollarse,(y por desarro- llo entendemos no sólo el aumento en número, sino tam- bién en virulencia) necesitan una multitud de condiciones, variables para las distintas especies que conocemos; pero que en lo general están contenidas en lo que se ha llamado les medios de cultivo favorables á tal ó cual especie. Son las sustancias químicas que forman parte de la composición del medio líquido ó sólido, por una parte; por otra las con- diciones físicas de temperatura, luz, estado eléctrico, en me- dio de las cuales se produce el desarrollo. Por lo que á los medios químicos concierne, sabemos que mínimas diferen- cias, en la composición de los medios inertes, activan más ó menos la vegetación bacteriana. Se puede por la adi- ción ó la sustracción de pequeñísimas dosis de tal ó cual sustancia, detener toda manifestación de la vida microbia- na ó por el contrario dejarla subsistir, imprimiendo al ve- getal, profundas modificaciones en la rapidez de su pulu- lación, en su forma, en sus funciones, especialmente en las funciones químicas, que según toda probabilidad constitu- yen la virulencia. Cuando se lian hecho sufrir así á la bacteria, degene- raciones ó atenuaciones que puecUm subsistir hereditaria- mente durante un tiempo más ó menos largo, aun cuando vuelva á ser colocada en su medio favorable, ó que por otra serie de modificaciones se ha aumentado la intensi- dad de su vida, se le ha restituido ó aun exaltado su vi- rulencia, se comprende perfectamente que las diferencias en la composición de los humores del organismo vivo de- ban producir los mismos resultados; y en efecto, por razo- nes puramente químicas, sin necesidad de invocar el esta- do dinámico, según los humores, según las especies ó razas animales que los producen, las bacterias sembradas en ellos, pueden ser matadas ó aun disueltas, ó simplemente impe- dirse su desarrollo; adquirir por el contrario un elevado grado de intensidad en sus manifestaciones vitales, ó pre- sentar entre estos dos extremos, todos los matices posi- bles de atenuación. Esta acción de las sustancias quími- cas sobre el desarrollo de los cultivos, ha sido demostrada para un gran número de gérmenes, es de conocimiento vulgar hoy, y sería inútil insistir más en ella. El fagocitismo descubierto por Metschnikoff en los te- jidos transparentes de la pulga de agua (dafne), es el ac- to por el cual ciertos elementos celulares del organismo, envuelven y disuelven algunas veceslas partículas dañosas. Este papel es desempeñado en los vertebrados, por los glóbulos blancos de la sangre ó de la linfa, micrófagos, y por las celdillas fijas del tejido conjuntivo, llamadas por oposición á las primeras, macrófctgos. Estas dos clases de elementos se conocen con el nombre de fagocitos, come- dores de microbios, y del mismo modo que el estado bac- tericida, representan un papel muy importante en la evo- lución de las enfermedades infecciosas, y en el fenómeno de la inmunidad. Estos dos medios de defensa, se encuentran siempre asociados, y se prestan un mutuo y poderoso apoyo; pero en tanto que el fagocitispio es general, es una función cons- tante en el estado de salud, que se debilita en el estado de enfermedad ó bajo la influencia de causas debilitantes; el 60 estado bactericida por el contrario, es accesorio y contin- gente, supone una constitución química de la sangre, prees- tablecida ó adquirida en determinadas condiciones, pare- ce resultar como lo hemos dicho de variaciones en las sus- tancias químicas que contiene, y esto, fuera de toda inter- vención celular, de todo acto vital. Metschnikoff ha aplicado sus descubrimientos para for- marse idea de la manera como lucha el organismo contra la infección malárica, y estudiando los órganos interiores en dos casos mortales de Paludismo, ha podido conven- cerse de la acción de los fagocitos en esta enfermedad. Se- gún él, son sobre todo los macrófagos del hígado y del ba- zo, los que envuelven y destruyen á los hematozoarios. Laveran, aceptando la teoría fagocitaria, supone que son sobre todo los glóbulos blancos quienes representan el papel principal en la lucha. Golgi admite también que los leucocitos, se apoderan de los parásitos, los envuelven y los destruyen. Ha deducido de sus interesantes observaciones, que los leucocitos tienen un papel preponderante en el fenó- meno de la intermitencia, y que el período febril aumen- tando la función fagocitaria, hace más rápida la destruc- ción de los hematozoarios. Según él en la faz inicial délos accesos, la sangre contenida en la pulpa esplénica es más rica en fagocitos que la sangre de la circulación general. Gamaleia por su parte ha llegado á los mismos resul- tados, que han recibido una brillante confirmación, cotilas experiencias de Danilewski sobre el fagocitismo en la ma- laria de las aves. El estado bactericida tiene también una gran impor- tancia tanto en la desaparición de los accidentes palúdi- cos ya presentes, como oponiéndose á su desarrollo, lo que constituye la inmunidad. Así se explicaría por qué multitud de individuos son refractarías á la infección limnhémica, aun en las regiones más palustres. El estado bactericida y el fagocitismo, im- piden la producción del Paludismo, constituyendo un me- dio refractario al desarrollo de los hematozoarios, ó des- truyéndolos tan pronto como penetran en el torrente cir- culatorio. Por el contrario, la infección malárica queda constitui- da cuando el desarrollo del agente patógeno ha podido efectuarse, ya porque el fagocitismo ha faltado, ó ya por- que el estado bactericida ha sido insuficiente. En consecuencia, la infección malárica según esta teo- ría, es favorecida por todas las causas que tienden á dis- minuir la función fagocítica de los leucocitos ó el estado microbicida de la sangre. De este modo se explica la influencia de las razas, que sin conceder inmunidad absoluta para ninguna de ellas, nos muestra á la raza negra relativamente inmune; mien- tras que obra inversamente en el europeo, haciéndolo par- ticularmente sensible á la infección; de las edades, mos- trándonos á la infancia, que según Bohn, citado por Hirtz, paga en sus dos primeros años un fuerte tributo á la ma- laria; del sexo, que hace que la enfermedad ataque siem- pre, en igualdad de circunstancias, al ser de menor resis- tencia. La teoría que hemos indicado explica igualmente la influencia de la condición social y de la profesión, señala- das desde hace largo tiempo, la influencia de las fatigas, de las privaciones, de las enfermedades anteriores, que obran debilitando el organismo y por lo tanto disminuyen- do sus medios de defensa. Según Duboué los traumatismos obran por las hemo- rragias que producen, disminuyendo directamente el lí- quido orgánico que tiene el papel más considerable en la lucha contra los agentes del Paludismo; y su opinión con- 62 firma las ideas emitidas por Bouisson de Montpellier, Ver- neuil, Dériaud y Kirmisson. La teoría expuesta nos da cuenta de la eficacia de los medios aconsejados por la Higiene á los habitantes de las regiones palúdicas; medios que obran, ya impidiendo el desarrollo del germen infeccioso fuera del organismo, ya oponiéndose á su penetración en él, ya aumentando los medios de defensa de éste, contraía infección confirmada. PATOGENIA. fEBEMOS estudiar con este título, el mecanismo íntimo por cuyo medio los hematozoarios dan lugar á los accidentes palustres, cuando una vez introducidos en la sangre, han faltado ó han sido insuficientes los medios de defensa del organismo. Los accidentes palúdicos pueden atribuirse en gran parte á los dos mecanismos siguientes: alteración directa de la sangre por los hematozoarios; perturbaciones circu- latorias y fenómenos irritativos, producidos por los pará- sitos en los tejidos, y particularmente en los centros ner- viosos. Pero antes de producir estas manifestaciones, el ger- men permanece durante un tiempo variable en el interior del torrente circulatorio, y este período de infección con- firmada, sin manifestaciones morbosas ostensibles, ha sido señalado por multitud de observadores, que han visto en un grupo de individuos igualmente expuestos á la malaria, que algunos son atacados al cabo de diez días ó menos, mientras que otros no lo son sino después de un período 64 más ó menos largo; dos ó más meses. Tal parece que el hematozoario es depositado en el organismo, como un gra- no en un campo; las causas predisponentes modifican el terreno haciéndolo favorable á la germinación, y la causa ocasional es la gota de agua que hace germinar la semi- lla. Si el germen del Paludismo penetra en un terreno en- teramente preparado, principia inmediatamente á desarro- llarse, pero antes de producir las distintas manifestaciones que revelan su penetración y su desarrollo, queda silencio- so por decirlo así, durante un período que mide la dura- ción mínima, entre el momento en que penetra y el mo- mento en que estallan los accidentes. Este período puede llamarse período latente y su duración mínima es muy di- fícil de precisar, porque aun por el método de inyección intravenosa, que parece ser el más riguroso desde el pun- to de vista científico, hay varias causas de error; entre otras el colocarse en condiciones demasiado favorables, inocu- lando sangre que contiene gérmenes completamente des- arrollados, y poniéndolos en su medio natural de cultivo. Para Laveran este período sería cuando menos de seis ó siete días; para otros, de algunas lloras solamente; pero tal vez estos últimos han confundido el período latente, con la causa determinante del acceso, pues se sabe que muchas personas que habitan regiones palustres, no pre- sentan ninguna manifestación, aun cuando exista el ger- men en su sangre, sino después de haberse expuesto á cualquiera de las causas ocasionales que favorecen su des- arrollo. La duración máxima del período latente, es aún me- nos conocida. Hirtz la limita á un mes. Fernando Roux cree que un individuo que ha abandonado un país palus- tre desde hace algunos nieses, sin haber presentado en él manifestaciones maláricas, puede considerarse como in- demne; pero no es esta la opinión de Verneuil, quien cree 65 que el traumatismo puede despertar el Paludismo en estas condiciones. Sea como fuere, el parásito una vez introducido en la economía, donde encuentra condiciones que le son favo- rables, crece y se multiplica invadiendo los elementos nor- males de la sangre. Las hemacias atacadas, palidecen más y más á medida que los hematozoarios se desarrollan, y acaban por desaparecer completamente. Así se explica fá- cilmente la anemia que es el síntoma más constante del Paludismo, puesto que los parásitos destruyen activamente la parte más esencial del líquido sanguíneo. Todos los au- tores que se. ocupan de esta cuestión, insisten con justicia, en la rapidez con que se produce la hipoglobulia; algunos accesos bastan para anemiar profundamente al enfermo, y algunos hay en quienes la infección evoluciona sin sínto- mas febriles, y presentan solamente una anemia cada vez más profunda que los conduce á la caquexia sin que la tem- peratura se haya elevado sobre la normal. Observando la extraordinaria abundancia de los gra- nos pigmentarios en las redes capilares de los cerebros de individuos que sucumbían, víctimas de accesos perniciosos, Frerichs emitió la idea de que la trombosis producida por las acumulaciones pigmentarias, representaba un gran pa- pel en la patogenia de ciertos, accidentes del Paludismo. Esta opinión ha sido vivamente atacada. No podía en efecto comprenderse partiendo de esta hipótesis, la desa- parición rápida de los accidentes, ni los fenómenos tan no- tables de intermitencia. La acción terapéutica de la qui- nina y de sus sales, no se explicaba tampoco fácilmente en la idea de la trombosis pigmentaria. Laveran ha hecho más comprensible la patogenia del Paludismo, suponiendo que el trombus patógeno está for- mado, no por pigmento inerte sino por los elementos pa- rasitarios mismos; pero su explicación no es aceptada por todos, á pesar del apoyo serio que le dan las observacio- nes numerosas de Bignami. Según el descubridor del hematozoario, obstrucciones temporales, limitadas á la tercera circunvolución frontal izquierda, producirían la afasia transitoria ; las parálisis pue- den explicarse de igual modo. La obstrucción aumentando la tensión sanguínea en la red embolizada, puede hacerse hemorragípara, y de aquí las hemorragias cerebrales, observadas en algunos accesos perniciosos. Las hiperhemias y las inflamaciones viscerales se ex- plican por la presencia de los parásitos, y presentan natu- ralmente una marcha distinta según el organismo atacado. Si el enfermo cura rápidamente, las congestiones se disi- pan, y el órgano recobra su volumen y su funcionamiento normales; pero sise repiten, dan comunmente lugar á fleg- masías crónicas, cuyo sitio de elección está naturalmente, en las visceras que sirven más especialmente de habitación al hematozoario. Así se explican las esplenitis y las peri- esplenitis, las hepatitis y las nefritis crónicas que no es raro encontrar en los antiguos febricitantes. Si los hematozoarios ocupan las delicadas redes vascu- lares del encéfalo ó de la médula espinal, producirán los síntomas nerviosos de la infección; la cefalalgia, la raqui- algia, el delirio, las convulsiones y el coma, que caracteri- zan las formas perniciosas. Si buscamos la explicación de los síntomas principales del acceso normal del Paludismo, según la teoría parasita- ria, no nos detendremos en el calofrío, fenómeno esen- cialmente nervioso, caracterizado por la contracción isqué- mica de los vasos periféricos, por la erección de los bulbos del vello, que resulta del espasmo de los pequeños múscu- los foliculares, y por contracciones más ó menos enérgicas de los músculos de la vida de relación. Estos fenómenos 67 se encuentran en todas las elevaciones térmicas, sea cual fuere su causa, y son tanto más marcados cuanto que la temperatura alcanza más rápidamente su cifra más eleva- da, como sucede generalmente en el Paludismo; se deben á un acto reflejo, que resulta de la impresión anormal pro- ducida en los nervios sensitivos, por el calor febril llegado á cierto grado. Laveran explica la elevación rápida de la temperatura por la irritación de la médula espinal; pero debemos pre- guntarnos si esta irritación es producida por lasóla presen- cia del parásito ó por la acción de alguna sustancia pire- tógena, análoga á las ptomaínas, y elaborada por él. A esta última opinión se inclina el profesor Bouchard. Para él la calentura de las enfermedades infecciosas es tóxica, es pro- vocada por diastasas ó por ptomaínas. Las investigaciones hechas por Brousse; Roque y Le- moine, sobre la toxicidad de la orina de los palustres, de- mostrando que está siempre muy aumentada, parecen dar una seria confirmación á la teoría; pero para ser por com- pleto demostrativas, deberían probar que á cifra térmica igual, la orina palúdica es más tóxica que la orina evacua- da en accesos febriles no palustres. El sudor debe considerarse como un acto reacciona! del organismo, que tiende á desembarazarse de los produc- tos de la combustión febril, eliminándolos por la piel. Quédanos por explicar el mecanismo de la intermi- tencia. La teoría italiana, muy científica y muy seductora, su- pone que en los tipos regulares ó irregulares, la intermi- tencia es el período que separa dos esporulaciones suce- sivas de hematozoarios, variables para cada tipo como lo hemos dicho ya. Laveran hace observar que la intermitencia está muy lejos de constituir un carácter constante del Paludismo, á pesar de haberse empleado á menudo la palabra intermi- tente para designar la enfermedad de que tratamos. Se in- clina á creer que hay una relación directa entre los paro- xismos febriles y la pululación de los hematozoarios en la sangre; pero la aparición y la desaparición de los parásitos, no coinciden exactamente con las exacerbaciones febriles y con los intervalos de apirexia, y por lo tanto no pueden servir, según él, para explicar la intermitencia. Según Metschnikoff, la absorción de los hematozoarios por los fagocitos, cuyas funciones se activan durante el acceso térmico, podría ser uno de los elementos de la in- termitencia. Si la elevación de la temperatura es debida á la producción de una sustancia piretógena por el parásito, podría suponerse con Roux y Chamberland que el orga- nismo representa el papel de un medio de cultivo, favora- ble en ciertos momentos y desfavorable en otros. Cuando la acumulación de la sustancia elaborada por los parásitos, les forma un medio impropio para su desarrollo, la pulu- lación cesa y la temperatura cae. Es la apirexia. Cuando esta materia es eliminada ó destruida por los cambios in- cesantes de la sangre, el medio de cultivo es favorable de nuevo, los hematozoarios vuelven á pulular, y la tempera- tura se eleva paralelamente. Por último, Laveran cree que hay una íntima relación entre la intermitencia y el grado de irritabilidad del siste- ma nervioso. Esta irritabilidad cede á la larga; el sistema nervioso se acostumbra, por decirlo así, á la presencia del parásito, y reacciona cada vez con menor intensidad. En los antiguos febricitantes los accesos son raros y ligeros; en los que son atacados por primera vez, son frecuentes é intensos. Inoculaciones de serosidad y de sangre palustre al hombre. .-ai (3 1|a idea de inocular el Paludismo por inyecciones de serosidad ó de sangre palustre, nació en 1880. A los nombres de Dochmann, Gehrardt, Ma- * riotti y Ciarochi, Marchiafava, tenemos que agregar los de Gualdi y Antolisei, cuyos trabajos han sido anali- zados por Laveran en los Archivos de Medicina experi- mental, y los de Celli y San P'elice. No pudiendo entrar en los detalles de estas interesan- tes experiencias, nos limitaremos ¿señalarlas consecuen- cias que de ellas pueden sacarse. 1 ? El Paludismo es transmisible por inoculación. 2? El mejor método consiste en practicar inyecciones intravenosas; pero no podría decirse de un modo absolu- to que las inyecciones subcutáneas sean estériles; porque en todas las experiencias las inyecciones subcutáneas han sido seguidas de inyecciones intravenosas, de manera que es muy difícil saber si estas últimas no han apresurado so- lamente la evolución del parásito. 70 3° El resultado de estas inoculaciones es favorable á la teoría unitaria, sea que se considere el parásito como único en su naturaleza pero polimorfo en su evolución, y en los distintos tipos de la infección malárica; sea que se con- sideren todos los hematozoarios como perteneciendo á una sola especie, formada por variedades, que pueden sustituir- se una á otra. 4? Los ensayos hechos hasta hoy para cultivar los pa- rásitos del Paludismo no han dado resultado favorable. Laveran ha intentado hacer cultivos en caldo, en gelati- na, en agar-agar, en papa. Richard en sangre pura á la temperatura de 38 o; todo sin éxito. Celli es de opinión que el cultivo de los parásitos de la sangre no da resultado, porque viven y se desarrollan en un medio que no puede reproducirse artificialmente; los glóbulos rojos vivos. Desde el momento en que se trata de parásitos endo-globulares, su cultivo debe presentar dificultades muy superiores á las que presentan los culti- vos de las bacterias que viven en los líquidos del orga- nismo. Corre es uno de los pocos autores que hayan puesto en duda el valor científico de las inoculaciones. Les reprocha haber sido hechas en medios palustres, y cree que no han producido otra cosa que una irritación banal ó una fiebre septicémica. Respecto á los hematozoarios que el microscopio ha revelado después de ellas, cree que no son más que modi- ficaciones que presenta la sangre alterada, y que se con- funden con los verdaderos parásitos. Laveran ha respondido á esta objeción, haciendo no- tar que se necesita una temperatura relativamente eleva- da, para ver aparecer las deformaciones semejantes á las flagelas. Los pseudo-parásitos están animados de un movimien- 71 to de oscilación continuo al rededor de su eje vertical, y además presentan movimientos de inflexión según sus ca- ras. Resulta de este doble movimiento y de la irregulari- dad de sus contornos, que cada uno de ellos, considerado individualmente, cambia de forma, particularidad que bas- ta para distinguir estos cuerpos movibles de los parásitos verdaderos con los que pueden confundirse. Considerar la elevación térmica como producto de la septicemia, es una objeción que no puede aplicarse á la mayoría de las experiencias; los caracteres del movimien- to febril han sido absolutamente los del Paludismo, y la elevación de la temperatura ha desaparecido por la medi- cación quínica. Para estar al abrigo de toda objeción, pudiera inten- tarse la experiencia siguiente: enviar á un palustre á una región donde no reine la malaria; con su sangre inocular allí á otro individuo; si la experiencia da resultado, tomar sangre de este último é inocular con ella á un tercer indi- viduo. Distribución geográfica del Paludismo en la Piepública Mexicana, «A Patología Nacional debe á los trabajos del eminen- te Profesor de Higiene, Dr. Luis E. Ruiz, un per- fecto conocimiento de las enfermedades que bajo la forma endémica, azotan el vasto territorio de nues- tra República. Su Memoria acerca de este asunto, premia- da por la Primera Corporación Médica del país, contiene importantísimos y fecundos datos, y de ella tomaremos lo referente al objeto de nuestro trabajo. “La malaria, dice el sabio Profesor de Higiene, es, en sus múltiples variedades, el inamovible centinela de la Pa- tología en el inmenso territorio de la República.” Sus distintas formas eran conocidas por las primeras tribus pobladoras del Anáhuac, que las designaban con el nombre de cocolisti. Lejos de circunscribirse á las regiones pantanosas co- mo se creía aún no hace mucho tiempo, se extiende á to- das las regiones, sea cual fuere su naturaleza, en donde encuentra un terreno capaz de absorber el agua, y dese- carse después bajo la influencia de la elevación de la tem- peratura. Estas dos condiciones rigen constantemente, la relación entre el Paludismo y el suelo, y nos explican con luminosa claridad, la existencia de la endemia, en lugares donde no hay ni pantanos ni ciénagas. La vemos en sus múltiples formas, tanto en las regio- nes bajas, húmedas y cubiertas de exuberante vegetación de nuestras costas, como en las extensas comarcas altas, secas y descubiertas de la Mesa Central. Fácilmente se comprende que reine en la parte que está más próxima al Ecuador, donde la elevada temperatura favorece singular- mente una de las condiciones que hemos señalado; pero no falta en las regiones templadas ó frías, situadas más allá del trópico. Las condiciones de absorción del agua y desecación bajo la influencia del calor, que favorecen el desarrollo del parásito palustre, se encuentran reunidas en los terrenos de aluvión y arcillosos, porosos siempre, cubiertos de ve- getación ó desnudos, con formaciones pantanosas ó sin ellas; del mismo modo que en los terrenos arenosos, tepe- tatosos, calcáreos y con tierra vegetal, sean bajos ó eleva- dos, vegetados ó desnudos, recorridos por corrientes de aire seco ó húmedo, poco ó muy poblados. Si alguna de las condiciones señaladas no está presente, el Paludismo no se desarrolla; tal sucede en el terreno que no es poroso, y que por lo tanto no da acceso al agua. Pero si las condi- ciones de vegetación, temperatura, humedad, presión, no parecen tener influencia sobre el Paludismo, sí la tienen sobre la forma que reviste la infección. El tipo clásico ó las formas que le son cercanas, se encuentran en las regiones que, como Veracruz, Tabasco, Colima, Guerrero, parte de Morelos y Jalisco, y el Sur de Puebla, tienen un suelo cu- bierto por una vegetación completamente tropical, irriga- do abundantemente, envuelto por una atmósfera húmeda, caluroso, é inundado frecuentemente por fuertes aguaceros; mientras que las formas larvadas y anómalas predominan, y las lesiones derivadas y consecutivas sólo se observan accidentalmente en los lugares que como Sonora, Chihua- hua, Du rango, San Luis Potosí é Hidalgo, son montaño- sos, fríos, pobres en agua, y escasamente irrigados por las lluvias. Además, en los lugares pantanosos, de atmósfera muy húmeda, vegetación rica, y labores principalmente agríco- las, la endemia palustre es constante, se acerca más al tipo clásico, y su gravedad es mayor; mientras que en los luga- res relativamente secos, de poca vegetación y máxima tér- mica poco elevada, la endemia no es constante sino esta- cional. En ambos casos la infección reciente cede al tra- tamiento por la quinina; más tarde debe unirse á su acción el cambio de clima. En la capital de la República vemos al Paludismo ya formando la enfermedad principal, ya invadiendo al orga- nismo en unión de otra afección, ya formando el fondo por decirlo así, de la enfermedad real. Los datos recogidos por nuestro ilustre Profesor, de- muestran un hecho de suma importancia para el diagnós- tico. Tanto en las localidades templadas como en las frías, tanto en el Valle de México como en la faja Oriental del Estado de Sonora, la hora del acceso no es como dicen los autores europeos, en la mañana, sino que se inicia en la tarde. Esta diferencia no se debe á una modificación del pa- rásito patógeno como pudiera creerse, depende de las dis- tintas condiciones del medio en que se desarrolla. Tanto as observaciones microscópicas, practicadas en las cir- :unstancias requeridas, por los Dres. Ruiz, en Veracruz, y Matienzo, en Tampico; en la capital por el distinguido Pro- esor de Bacteriología Dr. A. Gaviño, así como las hechas )or nosotros bajo la dirección del señor Profesor Hurta- lo*en la cátedra de Anatomía Patológica, demuestran que la sangre de nuestros enfermos palustres, observada en ausencia de tratamiento quínico, y en el momento del ac- ceso ó poco después, contiene los mismos parásitos indica- dos por Laveran, como los verdaderos agentes producto- res del Paludismo. El Profesor Ruíz hace observar que la infección palú- dica, á diferencia del tifo, ataca más seguramente á los re- cién llegados á la comarca palustre, que á los que llevan ya algún tiempo de permanecer en ella; hecho muy impor- tante desde el punto de vista de la Higiene profiláctica, y que es fácil comprobar en las regiones donde la endemia aparece al principiar y al concluir la época de las lluvias. Termina nuestro Maestro su trabajo en lo relativo al Paludismo, señalando las circunstancias principales de la endemia en las distintas entidades que forman la Repúbli- ca Mexicana. Reproducimos aquí sus observaciones, porque tienen mucha utilidad, y comprueban lo que hemos apuntado. Estados de la Vertiente Oriental Tíimaulipas, Yeracruz, Tabasco, Campeche y Yucatán. Tamaulipas. — En este Estado se observan todas las formas de la infección palúdica. Las intermitentes adqui- ridas á la orilla del mar, son muy persistentes y rebeldes al tratamiento. Veracruz. — Ninguno de los 18 cantones que forman este Estado, escapa á la endemia palustre, que ocupa el primer lugar entre las que se observan en él. Es más cons- 77 tan te, rebelde y grave, en los lugares próximos al mar, ó bañados por él. Se encuentran todas las formas, así como la caquexia y sus terribles consecuencias. Tabasco.—El Paludismo es tan común como grave en lo general; reviste en muchas comarcas la forma pernicio- sa, y casi siempre en los casos en que no es fatal, trae co- mo consecuencia la anemia y la caquexia. Campeche. — La malaria reina durante todo el año en los lugares habitados de las costas, y periódicamente al ini- ciarse las lluvias y al principio del invierno, en el centro y en el Sur de este Estado. Yucatán. — En sus principales variedades, el Paludis- mo reina sin interrupción en el litoral, y de un modo in- termitente, en el centro y Sur de la península. Estados de la Vertiente Occidental. Sonora, Sinaloa, Colima y Territorio de la Baja California. Sonora. — El Paludismo domina en todo el Estado; desde la forma hipócritamente larvada, hasta la faz franca; desde el acceso benigno, hasta la irremediable perniciosa. Sin aloa. — Casi común en todo el Estado, pues sólo no es endémico en el extremo Oriente, es igualmente gra- ve en las costas, siendo escaso y benigno en el centro. Colima. — Reina en toda su extensión el Paludismo, principalmente en las cercanías de las formaciones panta- nosas, de las cuales unas son permanentes, las otras acci- dentales, sólo en la época de las lluvias. 78 Territorio de la Baja California. — El Paludismo aunque muchas veces larvado, existe allí, sobre todo en la Paz, donde ha sido comprobado por las observaciones mé- dicas. Estados de las mesas que tienen litoral. Jalisco, Miclioacán, Guerrero y Territorio