REFLEXIONES ACERCA DE UN HECHO EN EL CUAL PUDIERAN APOYARSE ALGUNAS PERSONAS PARA ASEGURAR LA EXISTENCIA DE LA VACUNA SIFILITICA. f 15 MEMORIA PRESENTADA A LA ACADEMIA DE MEDICINA XXE MEXICO POR Shis UTnñ0¿, PROFESOR DE PATOLOGIA EXTERNA Y ANTIGUO DIRECTOR DE LA VACUNA MUNICIPAL. MEXICO. IMPRENTA DE JOSÉ MARIANO FERNANDEZ DE LARA, CALLE DE LA PALMA NUMERO 4. 1873. REFLEXIONES ACERCA DE UN HECHO EN EL CUAL PUDIERAN APOYARSE ALGUNAS PERSONAS PARA ASEGURAR LA EXISTENCIA DE LA VACUNA SIFILITICA. MEMORIA PRESENTADA A LA ACADEMIA DE MEDICINA IDE MEXICO POR Jhís PROFESOR DE PATOLOGIA EXTERNA Y ANTIGUO DIRECTOR DE LA VACUNA MUNICIPAL. MEXICO. IMPRENTA DE JOSÉ MARIANO FERNANDEZ DE LARA, GALLE DE LA PALMA NUMERO 4, 13712. SEÑORES: mediados de Mayo próximo pasado el Sr. D. Manuel Carmo- na tuvo la bondad de invitarme para que pasara á ver dos en- ermos cariosos, cuyo mal provenia de una vacunación que se les practicó á fines de Enero de este año en una casa situada i&b en uno de los barrios de la Capital. Pasé, en efecto, y pude observar que después de haberse ulcerado en dichos enfermos las pústulas que aparecieron á los veinte dias poco mas ó menos después de la vacunación, según me informaron los parientes de los inoculados, de haberse extendido y durado algún tiempo, aparecieron pústulas de ecthyma en diversas partes del cuerpo, úlceras superficiales sobre las amígdalas, infartos de los ganglios linfáticos, especialmente de los axilares, y dolores reu- matoides; en una palabra, un conjunto de síntomas que no dejaba duda de que se había desarrollado en ellos una sífilis constitucional. Como se hubiesen vacunado allí mismo en ese dia cincuenta y tantas personas investigué el estado de salud de los demas vacunados, y hallé buenos á todos los que pude reconocer. A pocos dias sin embargo tuve conocimiento de otro jovencito que estaba igual- mente enfermo, y en el que reconocí también síntomas de la misma naturaleza de los que mencioné antes. Habían resultado, pues, de aquella vacunación, tres enfermos: no podía dudar- se que su enfermedad pro venia de una inoculación del virus sifilítico. Me limito á estos ligeros apuntes, porque el Sr. Carmona debe ya haber pre- sentado extensos detalles relativos á este hecho. Solo añadiré que investigaciones posteriores pusieron perfectamente en claro que los tres que resultaron enfermos fueron inoculados con la materia tomada de 4 un niño que tenia desde que vino á vacunarse una erupción de muy mal aspecto, por lo que se le señaló en el registro con la nota de sospechoso. Posteriormente se han desarrollado en ól pústulas de ecthyma sifilítico y otras manifestaciones es- pecíficas en el ano que no dejan duda de que la erupción de que se ha hecho mé- rito era realmente una sifílides. Quedó también por otra parte averiguado que el resto de los vacunados lo fué con otro vacunífero, que reconocido recientemente se encuentra perfectamente sano. El deber que me impuse para con la Academia me obliga no solo á darle cuen- ta de estos hechos sino á exponer sobre ellos mi opinión, tanto mas cuanto que para mí son á propósito para disipar la confusión que se ha querido establecer so- bre este punto de la ciencia. Diré, pues, lo que sobre ellos pienso, y si por acaso mis razones no fueren con- vincentes dejo la decisión al tiempo pues es preciso convenir* en que nadie tiene el poder bastante para impedir que llegue á abrirse paso la verdad. Sabéis que he rechazado y rechazo todavía la sífilis vacunal en el sentido en que se la ha generalmente admitido. Voy á explicarme. En dos casos esencialmente diferentes dicen que puede producirse: 1? Cuando el vacunífero que se supone origen de ella está evidentemente si- filítico en el momento en que se toma de él la vacuna; 2° Cuando el vacunífero considerado en ese mismo momento no tiene ningu- na manifestación perceptible de esa enfermedad, por lo que se dice que se halla en él al estado latente. Examinemos el primer caso. Algunos, Monteggia el primero, han asegurado que la pústula vacunal que se desarrolla en un sifilítico contiene mezclados el virus vacuno y el sifilítico. Yo opino que esto no es exacto mientras la pústula vacunal esté íntegra y que haya sido perfecta, como no es exacto tampoco que se mezclen el virus varioloso y el vacuno cuando ambas enfermedades existen al mismo tiempo sobre un mismo individuo, puesto que marchan separadamente y si se toma de él la vacuna en estas circunstancias para inocularla á otros, como se ha practicado muchas veces, no se observa que se produzca la viruela. Estoy persuadido de que lo propio sucede respecto del virus sifilítico. El he- cho reciente, que á primera vista parece probar lo contrario, va á servirme para apoyar mi juicio. Si el virus sifilítico existiera reunido necesariamente al vacuno en la pústula vacunal perfecta de un individuo sifilítico, ¿como se podría explicar la inocuidad de las numerosas vacunaciones que aquí y en todas partes se han practicado en 5 esas circunstancias, ya por casualidad, ya con la mira de hacer sobre esto experi- mentos directos? ¿Pueden suponer quienes conocen los efectos del virus sifilítico que si éste existiera allí constantemente no revelaría al momento su presencia? Acabamos de verlo: la materia tomada de un vacunífero sifilítico en condicio- nes especiales que estudiaremos en seguida ha bastado para reproducir indefec- tiblemente sífilis en las tres personas inoculadas con ella. Porque no hay que ponerlo en duda; innumerables veces se ha vacunado en estas circunstancias, ya en Europa y ya aquí, antes de que se hubiera estableci- do reconocer bien al vacunífero para proceder á las vacunaciones. ¿ Cuán multiplicados y funestos resultados no se habrían visto ya? Y en cuanto á experimentos directos, desde Mr. Husson, uno de los mas anti- guos é inteligentes vacunadores, hasta nuestros dias, han sido éstos hechos y se han repetido con el mismo feliz resultado; es decir, sin que se haya trasmitido la sífilis al mismo tiempo. A los que pensamos así nos oponen sin embargo algunas epidemias de sífilis sobrevenidas después de la vacunación, en diversos tiempos, en algunos lugares de Europa, y, cosa particular, en todas las relaciones de esos hechos se encuentra escrito que los vacuníferos estaban sanos cuando se tomó de ellos la vacuna. ¿Cómo, en los experimentos directos hechos por los observadores con el virus vacuno de un sifilítico no se han visto esas inoculaciones, y éstas se producirían con la vacuna de uno que parece enteramente sano? ¿La sífilis latente seria por ventura mas temible que la manifiesta? Admitir esto seria sancionar un absurdo. Examinando el hecho que motiva este artículo expondré como comprendo que pueda comunicarse la sífilis á aquellos á quienes se pretende vacunar con un in- dividuo que se halla ya afectado de tal enfermedad. Mas debo ante todo recordar los efectos que puede producir la vacuna cuando es aplicada á los afectados de sífilis, efectos que be observado yo mismo. O bien ésta prende perfectamente produciendo pústulas tan legítimas como en los sanos, dejando en seguida cicatrices vacunales exactamente iguales á las que quedan en éstos, o bien aparecen pústulas vacunales bastardas, o bien, en fin, re- sultan unas pústulas que nada tienen de vacunales y son pura y simplemente pús- tulas de ecthyma. Creo conveniente llamar también la atención sobre una forma particular de ec- tbyma que, aunque no es muy común, suele verse aun en los sanos. Consiste és- ta en pústulas aplanadas que tienen en el centro una costra debajo de la cual bay un líquido sero-purulento; en el rededor se ve un rodete vesiculoso que ai picarle deja salir un líquido trasparente. Por otra parte, se sabe que la forma aplanada es característica en el ecthyma sifilítico. 6 Esto supuesto ya se comprenderá cómo cuando las pústulas vacunales son per- fectas todo pasa en ellos como en los sanos, y cómo cuando son ecthymatosas es- tán sujetos á experimentar todas las consecuencias que pueden sobrevenir en la marcha de las pústulas ecthymatosas sifilíticas, inclusas profundas ulceraciones mas ó menos extensas. Pero no solo, sino que existe entonces en ellos un elemento virulento inocula- ble pues el ecthyma sifilítico es uno do los accidentes secundarios de la sífilis, cu- ya contagiosidad está probada. Ya no repugnará creer que si se toma convenientemente la vacuna de una pús- tula vacunal perfecta desarrollada en un sifilítico, no ocasiona ese contagio, y tam- bién comprenderemos cómo pueda verificarse exclusivamente la inoculación del vi- rus sifilítico cuando se toma en ellos la materia de pústulas de ecthyma que en vez de pústulas vacunales pueden aparecer en las picaduras después de la vacunación. Si estas consideraciones nos explican del modo mas natural j sencillo, ora las numerosas vacunaciones inocentes que realmente se han practicado con la vacu- na legítima de muchos sifilíticos, ora las verdaderas epidemias de sífilis que en el otro caso pueden producirse, ¿por qué hemos de admitir la reunión forzosa de es- tos dos virus en una pústula vacunal perfecta? Y ¿por qué, también, se ha de llamar impropiamente sífilis vacunal á la trasmisión de una forma de la afección sifilítica que provocada en el sifilítico tal vez por el simple traumatismo se ha emancipado j es una entidad diversa de la vacuna? Para que yo admitiera que en la vacuna de la pústula vacunal perfecta de un sifilítico existe este otro virus era preciso que se me probara que nunca d solo muy rara vez se lia vacunado con ellos; cosa á la verdad insostenible, como paso á hacerlo ver con los siguientes datos estadísticos recogidos por mí. En los dos años de 1869 y 1870 vacuné á cinco mil oclienta y dos individuos: entre ellos fueron encontrados con manifestaciones sifilíticas indisputables, cin- cuenta; con erupciones y otros síntomas sospechosos semejantes á los que presen- taba el vacunífero que ocasiono los accidentes que examinamos actualmente, y que aunque he llamado en el registro sospechosos considero como específicos, tres- cientos sesenta y ocho; uniendo éstos á los cincuenta anteriores se tienen cuatro- cientos diez y ocho vacunados capaces sin duda de haber comunicado igualmente la sífilis. Puedo asegurar que todos los niños á que me refiero en este momento han si- do examinados por mí cuidadosamente, y á pesar de esto voy á citar un hecho que me es personal y que prueba que por grande que sea la vigilancia puede pa- sar desapercibido algún enfermo de esta clase. Vacunaba un dia delante de un amigo que presenció el hecho con un niño á quien hablamos examinado como á los demas sin encontrarle ninguna enfermedad 7 aparente. Cuando hubimos acabado de vacunar la madre del vacunífero me con- sultó qué le baria á su niño porque tenia una enfermedad en la boca; reconocién- dole vi que tenia unas úlceras superficiales en el paladar, cerca del velo. Gran- de fué el asombro que me causó aquel descubrimiento j grande mi temor de que sobreviniera algo desagradable en los vacunados con él. Sin embargo, felizmen- te pasó todo bien en ellos. Que era fundado mi temor lo probaré con la siguiente observación que cita Mr. Yelpeau como prueba de la contagiosidad de los accidentes secundarios de la sífilis, y á la que dá mucha importancia porque dice que la ha tomado del mismo Hunter, quien, como se sabe, negaba tal contagiosidad. « Una señora que tenia mucha leche criaba á un niño extraño con el pecho del lado izquierdo y al suyo con el derecho. « Al cabo de seis semanas tenia una úlcera en el pezón izquierdo; después se infartaron los ganglios de la axila; en seguida aparecieron una erupción y úlce- ras sobre diferentes partes del cuerpo. El niño extraño que mamaba de ese pe- cho tenia úlceras en la garganta, aftas en la boca, y murió cubierto de numero- sas úlceras cutáneas, etc.» Yo he tenido cuidado de anotar en el libro, sin darlos por específicos, aun los mas pequeños accidentes que presentaran los niños, como simples escoriacio- nes de la nariz, de los lábios, del ano, etc.; y que he tenido razón lo prueba el hecho siguiente que tomo del mismo origen. « Un recien nacido que tenia el ano y los lábios escoriados (el autor dice écJiau- dés) con la fisonomía enfermiza, fué confiado á una nodriza sana que lo crio con el pecho izquierdo reservando el derecho para su propio hijo. Al cabo de cinco semanas esta mujer tenia el pecho izquierdo enfermo; en seguida se le presenta- ron los accidentes de la sífilis constitucional. Se le retiró al niño y se le confió á otra nodriza joven y sana. Algunos dias después apareció una erupción en el niño y la nodriza resultó enferma del pecho izquierdo: confiado á una tercera, ósta fué prontamente afectada y en los mismos términos.» Todo lo que vengo exponiendo deja establecido que entre el gran número de niños enfermos que se han podido reconocer entre los vacunados pueden pasar des- apercibidos algunos, y que varios que parecen tener lesiones insignificantes po- drían ser el origen de enfermedades serias. Pues bien, señores, ¿ cómo es posible que en la larga época en que se vacunó aquí sin reconocer de modo alguno á los vacuníferos no se haya caido repetidas veces sobre muchos enfermos de esta clase para tomar de ellos la vacuna? Sin embargo no se han observado en México esas epidemias de sífilis que ne- cesariamente se hubieran producido de cuando en cuando, y que ya por el núme- ro notable de personas que se han vacunado periódicamente, ya por la naturale- za misma de estos accidentes, no hubieran podido ocultarse. 8 Por otra parte: me consta á mí mismo haber vacunado no intencionalmente sino de casualidad con el niño enfermo de que hablé antes, sin haber observado ningún mal resultado. Algunas personas se explicarán esta inocuidad diciendo que los individuos á quienes me refiero no tendrían tal vez lesiones específicas. No negaré que esto pueda haber sucedido respecto de un cierto número; pero entre todos ellos no se encontrarían muchos verdaderamente sifilíticos? Si esto es así, por reducido que se quiera suponer el número de los verdaderamente en- fermos, es preciso convenir en que varias veces se ha tomado de ellos la vacuna: pues bien, en ninguno de esos casos han aparecido esas epidemias. Fundado en esto, y persuadido al mismo tiempo de que la sífilis no perdona cuando se la inocula debidamente, me parece mas lógico creer que las pústulas vacunales perfectas de los sifilíticos no contienen á la vez el virus vacuno y el sifilítico. Ya me parece oir que se me arguye con el caso que está fijando hoy nuestra atención, y que se me dice: en el hecho presente se ha declarado que las pústulas eran hermosas y perfectas, y sin embargo de allí salió el virus sifilítico cuya ino- culación dio el resultado positivo que se observa en los tres individuos inocula- dos con él. Voy á contestar á esta reflexión y seré explícito al exponer mi juicio. He examinado al vacunífero en cuestión y obtenido de la madre los siguientes detalles: Las pústulas del brazo derecho se hablan desgarrado con anticipación y por lo mismo no se tomó vacuna de ellas. Se procedió á abrir una de las pús- tulas del brazo izquierdo; inmediatamente después, y sin hacer uso de la primera, se abrió la otra. Pregunté entonces cuántos se hablan vacunado con ese niño y se me contestó que solo tres personas. Basta esto para persuadirme de que algo extraño se vio en aquellas pústulas, porque ¿con qué objeto se abrieron dos grandes pústulas para vacunar á solo tres personas? Esto lo practicamos solamente cuando picando un primer grano hallamos la linfa vacunal turbia, cosa que puede verificarse aun cuando el grano aparezca exteriormente perfecto. Creo, pues, que no eran pústulas vacunales las de ese niño, sino de ecthyma, y que serian semejantes á algunas que aplanadas, muy frescas y hermosas, encontré esparcidas en varias partes de su cuerpo, sin que estuvieran cubiertas de las cos- tras que las caracterizan: así fueron probablemente las que se desarrollaron en los lugares de las picaduras que se hicieron para ponerle la vacuna. He dicho probablemente, y confieso que no habiendo visto yo mismo las pús- tulas me detendría ahí si la patología no nos diera los medios de poder recono- cer las enfermedades de la piel, no solo en los diversos períodos en que puedan 9 hallarse, sino hasta en los vestigios que dejan tras de sí; mas de esto me ocupa- ré adelante. La persona que hizo la vacunación, se me dirá, está acostumbrada á ver las pústulas vacunales: convengo en ello; pero si se reflexiona que no tiene conoci- mientos médicos, lo encuentro tanto mas excusable cuanto que parece que ese accidente ha podido sobrevenir en manos de los médicos mismos. Por mi parte estoy persuadido de que solo con pústulas semejantes y en cir- cunstancias perfectamente idénticas es como pueden haberse producido alguna vez esas epidemias sifilíticas que se nos dice han sido observadas en Europa des- pués de algunas vacunaciones. Prosigamos el exámen. Las cicatrices que dejaron sobre los brazos del vacu- nífero las pústulas que se produjeron en el lugar de las picaduras no son en ma- nera alguna vacunales; son algo extensas, de un blanco mate, parece que sucedie- ron á ulceraciones superficiales. En las pieles morenas nunca quedan con ese aspecto ni con ese color las cicatrices vacunales. Se dirá que esta trasformacion puede ser posterior; mas yo responderé que ya eran verdaderas pústulas de ecthyma al octavo 6 noveno dia, pues que la materia de ellas, sin que quepa duda, reprodujo pústulas idénticas en los tres individuos en quienes se aplico. Cuando las vacunas son perfectas en los sifilíticos no solo presentan el mismo aspecto j siguen la misma marcha que en los sanos, sino que las cicatrices que les suceden son perfectamente iguales á las que quedan en estos últimos; lo que prueba que la vacuna puede pasar en ellos independientemente de la sífilis. No digo que no puedan ulcerarse después en algunos; pero ademas de que esto sucede hasta en los sanos solo entonces podrían revestir los caracteres de la en- fermedad general. Yéamos ahora el efecto producido en los inoculados con la materia tomada de ese vacunífero. Yo no pongo duda alguna en que lo que se les lia comunicado es el ecthyma sifilítico: después de una inoculación prolongada aparecieron unas pústulas en el lugar de las picaduras; á éstas sucedieron unas ulceraciones extensas; los gan- glios correspondientes se infartaron en seguida; por fin aparecieron otras pústu- las de la misma clase en varias partes del cuerpo y lesiones específicas en las amygdalas, con el cortejo de síntomas que prueban la infección general. Permitidme que establezca aquí algunos preliminares que creo indispensables para fundar las ideas que debo seguir exponiendo. Cuando terminó en la Academia de Medicina de Paris la discusión sobre la inoculabilidad de los accidentes secundarios de la sífilis parece haber quedado fuera de duda que algunos de ellos son evidentemente contagiosos. Ademas de los hechos de trasmisión casual que se refirieron para comprobar esto se presen- taron los resultados positivos que habían dado las inoculaciones directas hechas con la materia tomada de ellos. Se puede observar, ademas, que al reproducirse estos accidentes en los inocu- lados revestían la misma forma del síntoma de que provenían: así, el ecthyma re- produce al ecthyma, la placa mucosa se reproduce á sí misma, etc., etc. Hay muchas personas, sin embargo, (los partidarios de la Escuela de Lyon) que no admiten que la inoculación de la materia de un accidente secundario re- produzca ese mismo accidente en una persona sana sino un chancro infectante. Me abstengo de tocar siquiera esta cuestión pues para mi objeto eso basta para que aun así se comprenda igualmente cómo se ha trasmitido la sífilis en los casos de que nos ocupamos. Pero entre todos los accidentes secundarios, el que mas se ha hecho notar por su fácil inoculación á otros, es el ecthyma. Citaré algunas observaciones para comprobar esto. Mr. Lagneau refiere la observación siguiente cuya autenticidad garantiza. « Un hombre de veintiséis años que entró al hospital del Mediodia en el serví- « ció de Mr. Vidal habia tenido siete años antes un chancro que se cicatrizó de- «jando en seguida alguna induración. Dos meses después le aparecieron en el « glande unas vegetaciones que fueron cortadas y cauterizadas sin que se manifes- «taran después otros accidentes consecutivos. No se sujetó á ningún tratamiento «general. Cinco meses antes de su entrada al servicio de Mr. Vidal este hombre « habia contraido un nuevo chancro, el que fué seguido cinco dias después de su cu- « ración de un bubón en cada ingle, y no se curó mas que doce dias. Tres semanas « después se le infartaron los ganglios del cuello; en fin, pasadas otras seis semanas « aparecieron sobre los brazos y los muslos grandes pústulas ecthymatosas. « Hacia seis dias que estaba siguiendo un tratamiento cuando se le inoculó en «la parte interna de ambos muslos la materia de una de las pústulas que tenia en «el puño izquierdo. Dos enteramente semejantes se desarrollaron allí: cuatro dias « después se inoculó la materia de estas últimas en la parte superior de los mus- «los; en las dos picaduras se reprodujeron pústulas iguales á las primitivas, etc.» En este caso la inoculación fué practicada sobre el enfermo mismo. Yoy ahora á referir otro en el cual ésta fué hecha sobre un individuo sano. Mr. Yelpeau es quien le refiere en estos términos: «Un joven alumno perfectamente sano que nunca habia estado enfermo de sí- « filis, muy consagrado á la ciencia como hay muchos en nuestras escuelas, se «prestó con la mejor voluntad á la inoculación de la sífilis constitucional. Mr. «Vidal escogió para esta operación á un enfermo de una de sus salas que habia «tenido un chancro indurado seis semanas antes, pero que habia cicatrizado pre- « sentándose después en él los accidentes de la sífilis constitucional. «El 28 de Octubre de 1849 se tomo la materia de una pústula de ecthyma si- «tuada en el lado derecho del pecho, y se inoculó sobre el mismo enfermo en la «parte interna de ambos muslos. Se produjeron allí pústulas de ecthyma iguales « á aquellas de donde provenia el fluido inoculado. La materia de estas pústulas « sirvió entonces para inocular la parte superior de los muslos del mismo enfermo, «lo que produjo otras dos pústulas de ecthyma. «El de Noviembre el joven interno fué inoculado por Mr. Yidad con la ma- «teria tomada de una pústula situada sobre el pedio de ese enfermo, pústula que «no estaba ulcerada. Se inoculo primero la cara anterior del antebrazo izquier- « do, después, el antebrazo derecho, con la materia de otra pústula de la misma rc- «gion; de suerte que tanto en el enfermo como en el joven hubo tres inoculacio- «nes hechas con la materia de tres pústulas diferentes. La inoculación tuvo «tan buen resultado que el jdven acabo por tener la sífilis constitucional.» Después de exponer este hecho, viendo Mr. Yelpeau que se suscitaban algunas dudas sobre si ese joven habria sido inoculado mas bien con la materia de un chan- cro del enfermo de que se ha hablado j si no habria tenido al principio <51 mismo un verdadero chancro, continuo hablando en estos términos: « Ese sistema de interpretación es verdaderamente desgraciado. Todos los que «han visto al joven inoculado son testigos de que se produjeron en él pústulas de «ecthyma, y cuando él mismo describe la evolución de los efectos de su inocula- « cion dá realmente la descripción del ccthjma. El enfermo que suministré la «materia de la inoculación tenia una erupción evidentemente secundaria; no ha «sido de un chancro, ni de úlceras, sino de pústulas todavía intactas de donde «Mr. Vidal tomo la materia de la inoculación. Ademas: qué singular idea la de « extenderse hasta creer que haciendo uso de tres pústulas diferentes se haya cai- « do sobre tres chancros primitivos que hubieran venido ú situarse casualmente « en el pecho en medio de la erupción general!» Estos hechos, y multitud de otros semejantes que me abstengo de citar por no cansar vuestra atención, prueban que el ecthyma sifilítico es inoculable, no solo sobre los mismos que lo padecen, sino sobre personas perfectamente sanas, y que una vez implantado en estas últimas dá lugar á la evolución de la sífilis consti- tucional. Establecido ya esto es fácil que nos expliquemos el hecho de que se trata si se recuerda lo que desde 1869 os decia yo sobre los resultados que puede produ- cir la vacuna en los sifilíticos en un trabajo que tuve la honra de dirigiros y del que me permitiréis reproduzca el siguiente pasaje: « No es fuera del caso decir aquí lo que se observa en los niños afectados do « sífilis cuando se les inocula la vacuna. « En muchos la vacuna aparece y sigue su curso como si estuvieran perfecta- « mente sanos: las pústulas vacunales pueden presentar en ellos todos los caracte- (f res de la vacuna mas perfecta: estas pústulas no supuran necesariamente; pue- « den secarse y caer las costras como en los sanos, y esto, aun cuando tengan los «niños en otras partes alguna supuración á consecuencia de los accidentes que «llevan en sí. « En algunos la vacuna comienza á aparecer en la época natural; pero las pús- «tulas que se forman son globulosas 6 cónicas, irregulares lo mismo que la areo- «la: como estas pústulas no son pústulas vacunales verdaderas, el fluido que con- «tienen no está encerrado en celdillas sino que picadas por cualquiera parte se « vacian completamente, se supuran en todo 6 en parte, se forman sobre ellas eos- «tras mas ó menos adherentes que caen y se renuevan, son blandas como en el «impétigo ó mas consistentes cual en el ecthyma: en el primer caso la superficie ((supurante se extiende mas o menos alrededor; en el segundo, suelen aparecer en «las inmediaciones 6 en otras partes del cuerpo pústulas ecihymatosas semejantes: « en todo caso la supuración dura mas 6 menos tiempo. « La formación de verdaderas ulceraciones sobre el lugar de las pústulas no es <( rara en estos casos; pueden hacerse algo profundas y durar también algún tiempo, (f Esto no debe extrañarse supuesto que cualquiera lesión traumática en estas cir- <( cunstancias puede dar lugar al mismo resultado. «Mas por qué en muchos niños que tienen manifestaciones sifilíticas palpa- bles marcha la vacuna como independientemente de la saturación en que se en- <( cuentra su naturaleza y se produce una vacuna completa? « ¿Por qué en otros esa misma vacuna, aunque aparecida al término natural, « se altera, y, aunque resultado do una vacunación regular, no se puede llamar á «las pústulas que resultan, pústulas Verdaderamente vacunales? Ellas son úni- «comente impetiginosas, ecthy matosas, etc. ((Estas son cosas que yo no pretendo explicar: me limito solo á señalar los « hechos. «Estos hechos constan á algunos miembros de la Academia, y son, por otra « parte, de fácil verificación.» Hoy añado, respecto de esto último, que debemos convenir en que realmente no hay que ver en ello nada do extraordinario. ¿ No observamos todos los dias qué pasa con las heridas y otros accidentes traumáticos en los sifilíticos? En varios, unos y otras se convierten en ulceraciones sifilíticas, aunque en muchos mas sanan pronta y fácilmente cual en los sanos. El objeto principal de la cita que precede es haceros ver que hace mucho tiem- po había observado las alteraciones que puede experimentar la vacuna cuando se la pone sobre un sifilítico, bien que hasta hoy solo me haya sido dado observar las consecuencias de la trasmisión del contenido de esas pústulas trasformadas. Estas consecuencias las palpamos en el hecho que se examina actualmente; y en verdad que no advierto en él nada que me obligue á modificar lo que antes había escrito. ¿ He dicho, por ventura, que el ecthyma sifilítico no sea inoculable 6 que ino- culado no pueda producir la sífilis constitucional? ¿Y no he afirmado yo mismo, hace mucho tiempo, que se puede producir el ec- thyma en un sifilítico sobre las picaduras que se le hacen con el fin de vacunarle? Luego no repugna á mis ideas que inoculando la materia de la pústula ecthy- matosa que resulta en él por aquella operación la sífilis pueda comunicarse á otras personas. ¿ Pero se infiere de aquí que en el sifilítico se hallen reunidos los dos virus en una misma pústula? Para que yo admitiera eso era preciso que se me probara que el ecthyma que produjo en el sifilítico la vacunación es una pústula vacunal perfecta 6 que la pús- tula vacunal perfecta en él es un ecthyma. Mientras no se pruebe esto continuaré creyendo que siempre que se ha inocu- lado la sífilis empleando un vacunífero afectado de esta enfermedad se ha tomado la materia de pústulas ecthymatosas que se han desconocido. Se concibe tanto mas fácilmente este error cuanto que el ecthyma puede en algunos casos revestir la forma rara de que hablé antes, y, sobre todo, si se recuer- da la que toma constantemente en los sifilíticos, con particularidad cuando la en- fermedad es hereditaria. Estas pústulas de forma aplanada pueden permanecer muchos dias sin cubrirse de las costras características, que una vez aparecidas no permiten desconocérselas. Es verdad que se ha señalado como carácter para reconocer la pústula ecthy- matosa sifilítica el color rojo lívido ó cobrizo de la areola; pero no cabe duda de que en algunos casos esta coloración puede no ser muy marcada, y desconocérsela por eso. Para comprobar que algunas veces pueden confundirse las pústulas de ecthyma con las pústulas vacunales bastardas copio aquí lo que dice Mr. Biett en el Dic- cionario de treinta volúmenes, tomo 11?, pág. 171, hablando del diagnostico di- ferencial del ecthyma comparado con otras enfermedades pustulosas. « Las pústulas umbilicadas de la viruela, las de la vacuna, que son muítilocula- «res, y su naturaleza contagiosa, no pueden permitir el menor error. No podría