MEMORÁNDUM LA OPERACION CESÁREA Y AMPUTACION UT ERO-OVA RICA EJECUTADA POR LA PRIMERA VEZ EN MÉXICO. Escrito para celebrar el Octavo Aniversario de la primera operación de su género practicada por el Doctor EDUARDO PORRO, de Milán, presentado á la Academia de Medicina el dia 21 de Mayo de 1884, y leído en la sesión del 11 de Jnnio del mismo año, el Doctor DON JUAN MARIA RODRIGUEZ, PROFESOR DE CLÍNICA DE OBSTETRICIA DE LA ESCUELA NACIONAL DE MEDICINA, DE QUÍMICA GENERAL DE LA ESCUELA N. PREPARATORIA, DIRECTOR CIENTÍFICO DE LA CASA DE MATERNIDAD, VI GE-PRESIDEN TE DE LA ACADEMIA DE MEDICINA Y MIEMBRO DE VARIAS SOCIEDADES NACIONALES Y EXTRANJERAS. MÉXICO ■IENTA DE IGNACIO ESCALANTE Bajos dk San Agustín, num. j. 1884 EN CELEBRACION DEL 8? ANIVERSARIO de LA OPERACION EJECDTADA POR PRIMERA VEZ EN JULIA COVALLINI, POR EL Dr. EDUARDO PORRO, DE MILAN, 21 DE MAYO DE 1876. (q/ SUMARIO. Retrato del sujeto clínico.—Sus condiciones actuales.—Su reconocimiento y consecuencias inme- diatas.—El indicante toconómieo.—Lección clínica sobre el caso y lo que deberla hacerse en favor de la madre y del producto, recogida por el alumno D. J. J. Castañeda.—Consulta con otros Profesores.—Resolución.—-Preparativos de la operación proyectada.—Elenco de los Pro- fesores que tomaron participio en la operación, y distribución de papeles.—Descripción cir- cunstanciada del manual operatorio.—Sálvese el producto.—Desperfecto de la operación y accidente consecutivo inmediato.—Cómo se corrigió.—Estado de la madre después de la opera- ción.—Relación de lo ocurrido durante las veintiocho horas que mediaron entre el fin de la operación yla muerte de la paciento.—De qué murió.—Conservación del cadáver y autopsia practicada treinta y siete horas después.—Juicio crítico acerca de la causa que ocasionó la muerte.—Medidas interiores de la pélvis revestida, y comparación entre éstas y las que se ob- tuvieron por la pelvimetría durante la vida. —Medidas de la pélvis desnuda y clasificación cor- respondiente.—Descripción de la uiñauonuata; su desarrollo, peso y medidas.—Adonde está y por qué.—Revelaciones de Eufemia Ortega relativas á la procedencia y antecedentes de la operada—Apreciación del caso con varias notas aditivas aclaratorias y complementarias con- ducentes al objeto deeste Memorándum. las nueve de la mañana del 12 de Marzo de este año el prac- ticante de la Gasa de Maternidad D. José Torres Anzorena me anunció que el caso clínico dispuesto para la lección de ese dia era una muchacha contrahecha, que dos mujeres, condolidas de su triste estado, llevaron allí, diciendo que vi- vían en el callejón «del Diablo,» por si acaso se les necesi- tase. Seguido de los cursantes de la Clínica encaminé mis pasos á la sala destinada á los reconocimientos, y bajo las cubiertas del lecho hallé á una infeliz mujer, como de diez y ocho años de edad, á quien saludé afable- mente para disponerla en nuestro favor y obtener de grado las respuestas qne debían ponernos al tanto del conmemorativo y estado actual; y como las únicas contestaciones que diera redujéranse á movimientos de cabeza automáticos y á uno que otro gruñido, y por otra parte hube de adquirir el convencimiento de que era sorda, me resolví á estudiarla sin dirigirle una vez más la palabra. 6 Noté desde luego que en la fisonomía de aquella infeliz criatura estaban pin- tados el idiotismo, el nanismo yel raquitismo. Procuraré hacer su retrato; Una cara proporcionalmente grande y un cráneo relativamente pequeño, com- ponían una cabeza monstruosa, desmesurada para su talla. Cabello hirsuto y desaliñado; piel bronceada picada de viruelas; frente ruin echada atrás; ángulo facial muy agudo; facciones irregulares, antipáticas; ojos pequeños, hundidos, convergentes como los del japonés; vaga, inexpresiva, estúpida mirada; nariz chata, ancha, con amplias ventanas; enorme boca, de la que sin cesar brota inmunda baba; labios gruesos, salientes, remangados; barba abultada, sobre- saliente, como el resto de la mandíbula: tal era en conjunto aquella horrible cabeza depresícola, sobrepuesta en el tronco, arriba entre dos hombros angulo- sos, en seguida entre los senos, descansando hacia adelante sobre la región esternal. Senos voluminosos, deformes; pezones grandes, negros, erguidos. Miembros superiores, proporcionalmente cortos, delgados, desviados, y garras más bien que manos, vista su forma ylo corvo y nudoso de los dedos. Al des- cubrirla, para continuar la observación, vimos que aquella no era mujer sino un bulto que envolvían por completo los pliegues del camisón. Reposaba acostada sobre el lado izquierdo, acurrucada, reducida á sus más pequeñas dimensiones. La dirección de la columna vertebral es regular. El tórax reducido, cónico, de anchurosa base. Abdomen voluminosísimo; piel poco pigmentada, ombligo muy bajo y anillo bastante dilatado. Advertíase, además, un tumor ovoide so- bresaliente, dirigido á la derecha, arriba y adelante. Cadera diminuta; empeine abundantemente provisto de pelo cerdoso y lacio. Regiones glúteas deprimidas, salientes sólo hácia atrás y abajo. Miembros inferiores aun más irregulares que los superiores: extendiéndolos miden escasamente la altura del tronco. El miembro derecho se desvía ménos que el izquierdo, y en ambos hay edema. Las articu- laciones de la rodilla están muy abultadas y dislocadas; en la derecha la rótula se halla adentro y arriba, y en la izquierda, arriba y afuera. Las articulaciones tibio-tarcianas también están abultadas y desviadas; el pié derecho es valgas y varas el izquierdo. Colocada en postura toconómica se exploró el vientre por la palpación, y diag- nosticamos; embarazo simple intra-uterino,, abocamiento cervical, sobrepuesto en la rama horizontal pubica izquierda, y dorso dirigido adelante y tam- bién á la izquierda. Por medio de la auscultación se diagnosticó: feto vivo; máximum de los latidos cardíacos situado hácia la izquierda de la zona umbilical, y sentido de la mayor trasmisión, arriba; datos concordantes de los que diera la palpación abdominal. 7 Procedióse á la exploración de la vía génito-urioaria. Grandes labios muy voluminosos, colgantes á manera de escroto; ninfas sobresalientes, del mismo tamaño y forma que Jos grandes tienen en estado normal. Glítoris exiguo, cu- bierto por su prepucio. La comisura superior, después de haber formado el prepucio del clítoris, continúase con la piel, y de ahí depende que la parte alta de los grandes labios se halle muy distante y aparezca como bifurcada. Meato urinario casi oculto por un pliegue valvular de la mucosa. No se ve el tubérculo de la pared anterior de la vagina, cuyo conducto es muy amplio, está caliente y bañado de muco-pus de la vaginitis concomitante. El cuerpo del pubis aproxi- mativamente mide de cuatro á cinco centímetros; las ramas isquio-púbicas for- man un ángulo muy agudo, cuyo seno mide 53 milímetros poco más ó menos. Recorriendo las paredes laterales de la vagina tócanse con claridad y muy próximos los fondos de las cavidades cotiloides. Calcúlase en 55 ó 60 milíme- tros la longitud del diámetro coccipúbico, y en 70 milímetros la del sacro- púbico.1 Llevado el dedo al fondo vaginal tócase el segmento inferior de la matriz, y algo, poquísimo, la cabeza del feto. A la izquierda, atrás y muy alto, encuéntrase el orificio uterino, uniformemente blando, adelgazado, enjaretado y dilatable cosa de 10 milímetros; siéntese á la vez la fuente amniótica pequeña y no plana. Existen contracciones uterinas orgánicas de corta duración y muy de tarde en tarde. En vista de esto se diagnostica que la mujer está de parto y al principio del período de la dilatación. El estado general de la paciente merece mencionarse. La cara, las manos, las uñas y la mucosa bucal, están marcadamente dañosas; respiración fatigosí- sima, 58 por minuto: pulso, 110: temperatura 38°2. Con este acopio de datos, que procuré fuesen comprobados por algunos de los circunstantes, hube de formarme juicio del caso, y abarcando aquellos en una rápida ojeada expuse al auditorio en breve discurso mi opinión, para apro- vechar los instantes, pues comprendí que no tenia tiempo que perder. Hé aquí mi exposición: «La lección clínica que boy recibís, señores, es de la más alta importancia, y encierra interés tanto, que de seguro va á dejar en vuestro’ánimo indeleble memoria. Este es un hecho del que en lo de adelante encontraréis con dificultad la reproducción; y lo exquisito, lo raro de él, depende de que, á Dios gracias, el nanismo, y más todavía, el raquitismo y sus deplorables efectos en la mujer 1 Adelante diré cuál era en realidad la longitud de este diámetro, así como el motivo porque resultó errada esta medida. 8 se observan en nuestro país de vez en cuando. Por obra de un mal desarrollo original, del nanismo, y después del raquitismo, el esqueleto de esta infeliz se halla deformado, y por ende las dimensiones de la pélvis están reducidas á exi- guo tamaño, á tal grado que es imposible que el niño que acabais de sentir vivo pueda nacer á la luz por la vía natural.» «Al dar este fallo, y antes de proseguir, permitidme os manifieste el ímprobo esfuerzo que me cuesta figurarme sólo cómo haya hombres de apetito tan ver- gonzoso, innoble, casi feroz como el de las bestias salvajes; hombres de gusto tan estragado y de tan depravados sentimientos, que deliberadamente se decidan á cometer el nefando crimen, crimen de lesa-humauidad, cuyas consecuencias estáis mirando, y cuyo alcance (que ya presentís) vais á tener oportunidad de medir dentro de poco. Esto es de tal modo inaudito, que al consumarse, Mefis- lófeles de seguro ha de haber lanzado á los vientos su más estridente carcajada. Siéntese la sociedad ofendida; llena de justa indignación rechaza de sí el aten- tado que contra ella se consuma desde el momento que sabe que en la cabeza de un hombre, de un ser hecho á semejanza de Dios, surgió un pensamiento que á tal extremo le degrada Pero dejemos esto que ha hecho venir el rubor á vuestros rostros, y volvamos nuestras compasivas miradas hácia la víctima que tenemos delante.» «Si en estas circunstancias no interviniésemos, como es debido y en el acto, no os quepa duda de que dentro de muy pronto, dentro de unas cuantas horas, esos dos corazones dejarían de latir; esos dos séres se trocarían cadáveres á vuestra vista. El calibre del canal pélvico no permite la salida natural ni artifi- cial del producto. Renunciemos, por tanto, en este caso á toda idea de parto, y dirijamos nuestra vista á otro lado, á la Tocurgía. «En situación tan apretada, en lance tan tremendo, podemos optar por alguno de estos tres caminos: la embriotomía, la operación cesárea clásica y la opera- ción cesárea moderna, quiere decir, con la modificación ideada por el Dr. Eduar- do Porro, de Milán. La indicación que desde luego se impone en tan seria dificultad es salvar á madre é hijo, si fuere posible; ysi no, impartir toda la protección que se pueda al que cuente con mayores probabilidades de exis- tencia. Meditemos sobre esto.» » «Según su nombre lo indica la embriotomía sacrifica siempre al niño, y, aun cuando no lo indique, probablemente sacrifica á la madre también. Atentos á la indicación, sin vacilar desecharemos á la embriotomía.» «La operación cesárea ocupa un lugar dudoso entre la Obstetricia conserva- dora y la sacriücadora; si por sus tendencias es lo primero, por su espantosa 9 letalidad es lo segando. La mayoría de los parteros tiénela solo como recurso desesperado, y mírala de reojo por oprobiosa, pues pone de manifiesto la im- potencia del arte (Jhon Hunter). «Para que desde ahora sepáis á qué ateneros, voy á deciros algo acerca de su historia y de lo que de ella cuentan Tirios y Troyanos.» «El origen de esta operación se remonta á los tiempos mitológicos de la his- toria griega. La fábula refiere que Baco fué sacado del vientre de su madre Se- melé, por Mercurio, y que Apolo aguardó á que Goronis muriese para extraerle vivo á su hijo Esculapio. Cuando en el altar del Numen los sacerdotes ofrecían en holocausto hembras preñadas es probable que observaran que las crías so- lian sobrevivir á las madres, y acaso, acaso, de ahí surgió la idea de abrir el vientre de toda mujer que muriera en estado interesante, con la mira de salvar algunos engendros. En los antiguos poetas hay referencias de esta operación, y os citaré desde luego á Virgilio, quien hace venir por ella al mundo á Lico, uno de los héroes de la Eneida. Entre los historiadores os citaré á Plinio, quien además creyó que aquellos que eran sacados de vientre de madre que no podía darlos á luz por la vía natural eran hijos predilectos de la fortuna, y en prueba de ello designa áMaullo, tribuno militar famoso, áEscipion, «el Africano,» y á César, cuyo nombre, en su opinión, viene del latín «coessus;» Auspicatius enec- tá párente, gignmtur, sicut Scipio Africanas prior natns, primusque Cessa- rum a cceso matris útero, dictus; quá de causa Ctessones apellati. Simili modo natus est Manlius qui Carthaginem cum exercitu intravitA «En tiempo de los reyes de Roma la operación cesárea fué prescrita á los médicos por la Lex regia (700 años ántes de J. C.), generalmente atribuida á Numa Pompilío, «á fin de que conservasen ciudadanos al Estado.» Es muy válida la opinión de que de la legislación romana pasase después á las demás. Sea de eso lo que fuere, lo cierto es que en el Coran, el Talmud y el Mischajolh se hallan ordenamientos semejantes.2 La Iglesia Católica, atenta al cuidado de la vida espiritual de los niños, la tiene y usa desde tiempo inmemorial, y mu- chos concilios y sínodos han formalmente repetido esa prevención.»3 1 Historia naturalis. Líber VII, cap. 7? 2 El Talmud y el Mischajoth niegan á los ñiños extraídos por la sección del vientre el derecho de primogenitura. 3 Negat lex regia mulierem, qucepregnans mortus sit, humari, antequam partus ei excidatur: qui con tra fecerit spem animantis cum grávida peremisse videtur. Digesto, lib. XI, tom. VIII. Acerca de esto puede verse lo que el P. jesuíta T. Raymond dice en su obra titulada: De ortu infantum contra naturam per sectionem ccesaream tractatus, Lyon, 1637; y á Fr. Oangiamila en su Embryología sacra #c., Milán, 1751. «En nuestro país, y durante Ja época colonial, «á mocion del Fiscal de S. M.» fué prevenida con ocasión de la obra que el R. P. Fr. José Manuel Rodríguez, de la Regular observancia de San Francisco, dió á luz bajo el título de «La ca- ridad del sacerdote para con los niños encerrados en el vientre de sus madres difuntas, y documentos de utilidad y necesidad de su práctica.» «El mes de Noviembre de 1772, el Radío Don Frey Antonio María de Bucareli y Ursúa ex- pidió á los subdelegados una circular donde á cada uno previno (textualmente): «que siempre que en su jurisdicción se pida y se necesite del Real auxilio para «la citada operación, lo imparta inmediatamente bajo la pena de 500 pesos, y «en caso necesario compela á los facultativos á que la ejecuten, como también «en el de que lo rehúsen ó se opongan á su práctica, los padres, maridos ó pa- «rientes de la difunta, ú omitan la noticia á tiempo oportuno de semejante ne- «cesidad; haciendo publicar esta prevención en esa jurisdicción con las penas «arbitrarias que, según los casos, se impondrán á los contraventores, por vd., «y los que le sucedan en ella; dando cuenta á este superior gobierno con Ja in- «formación ó causa que para su observancia y castigo deberá formarse.» La circular anterior, que seguramente se dió considerando que con la operación cesárea, además de la vida espiritual, acaso pudiera salvarse también la civil del engendro, es tenida por vigente, y como tal se le ha visto en la práctica corriente ántes y después de la promulgación de las Leyes de Reforma.1» 1 La prevención del Yirey de México fia la ejecución del parto cesáreo á personas facultativas exclusivamente, y con razón de sobra, pues la prudencia aconseja que en materia tan grave no se dé ingerencia á quienes no están ni pueden estar en aptitud de discernir si la mujer está real ó aparentemente muerta, si está ó no embarazada. Para afianzar más el fin de la Lcx regia, sin comprometer por ello la vida de las mujeres que estuviesen en estado de muerte aparente, el Se- nado do Venecia expidió dos decretos en 1608 y 1721, conforme á los cuales se castigaba con pe- nas severas á los facultativos que al practicar la operación cesárea post-mortem no procediesen con el mismo cuidado que si estuvieran vivas de hecho. Persuadido de la conveniencia do estas prevenciones, no es extraño que en un todo disienta de la doctrina del sabio trapense P. Debrey- ne, quien en su importante obra “Mocchiología sagrada,” con la mira de bautizar un engendro, por lo común ya muerto, obliga á los sacerdotes á abrir á las mujeres preñadas inmediatamente que fallezcan, aun cuando la preñez sea de pocos dias; y, además de eso, desapruebe el procedi- miento operatorio que aconseja el limo. Obispo Bouvier, en su obra para uso de los confesores, titulada: Dissertatio in sextuvi decalogi preseeptilín et supplementum ad tractatum de matrimo- nio, donde dice; “Para hacer esta operación (cesárea) los cirujanos usan instrumentos á propósi- to; pero las personas que no los tengan deben servirse del primero que hayan á la mano y les parezca apropiado: lo que mejor conviene es una navaja de barba.” Yo creo que clérigos y cualquie- ra otra persona extraña al arte, en general, obrarán muy cuerdamente si se abstienen de seguir tales consejos, entre otras cosas para no verse en el doloroso trance de tener que rendir cuentas do su conducta ante los tribunales civiles y sufrir después las penas que los códigos imponen á los in- trusos. L'Art Medical d’Ambdres, refiriendo que aquellos preceptos son algunas veces obedecí- «Y ya que he tocado este punto no creo fuera de propósito poneros aunque sea ligeramente al tanto de cuáles hayan sido entre nosotros las consecuencias de la operación cesárea post-mortem. De las pesquisas por mí hechas resulta, que de las varias veces que se ha practicado, sólo en un caso, hasta hoy inédi- to, fue extraido el feto vivo, sobreviviendo al bautizo unos cuantos minutos; en los restantes la sección ha sido completamente inútil. El hecho á que me refiero sucedió en la ciudad de Guana]nato el 28 de Diciembre de 1870. La operación cesárea se hizo por los Profesores D. José Palacios y D. Manuel Ana- ya en el cadáver de la Sra. D.a María de Jesús Sámano de Ibargüengoitia, ata- cada repentinamente de congestión cerebro-pulmonar, según el primero de estos caballeros me comunicó en carta autógrafa que guardo en mi poder. La señora iba á cumplir el sexto mes de su segundo embarazo, de donde se colige que el producto murió por falta de desarrollo. En el extranjero la operación no ha caminado con tan poca fortuna. Lange y Heiman dicen que de entre las 331 operaciones hechas en el presente siglo, en G ó 7 salvaron los niños, y en otras 13 solo sobrevivieron unas cuantas horas; visto lo cual queda suficientemente justificado este proceder, digan lo que dijeren Schwartz y sus demás oposi- tores.1» «De averiguaciones históricas resulta también que hasta el siglo XVI la ope- dos por el clero de Bélgica, cuenta que en la municipalidad de Zoersel un cura que juzgó emba- razada á una joven enferma encomendó al padre de ella que en caso de que sucumbiese le hicie- ra la operación cesárea, á cuyo intento le entregó una navaja (canif). Llegada la ocasión, el padre no tuvo valor de operar á su hija, y recurrió á una partera que abrió el vientre con una navaja de barba. La joven no estaba embarazada. El juez de instrucción que tuvo conocimiento de lo ocurrido interrogó á la comadrona acerca de los signos que le habían servido para conocer que aquella joven estaba realmente muerta, y por única contestación le oyó decir que no sabia. Más recientemente, según he leído en la obra de Witkowski, “La génération liumaine,” un vica- rio de Aertrycke fue condenado por la corte de Gante á un mes de prisión por haber practicado la operación cesárea post-mortem. No obstante hubo de sobreseerse la causa en el Tribunal de Casación, atento á que el hecho constituía violación de un cadáver aún insepulto, caso imprevis- to por la ley existente, y no violación de sepultura, que era lo que aquella vedaba y castigaba. El clero francés se ha conducido en esta materia con circunspección; sin embargo, el año de 1878, en el departamento del Loira, cierto carnicero, por instigación de un cura, abrió el vientre á una preñada que parecía muerta: el tribunal le condenó á pagar una multa (aunque insignificante) por haber ejercido ilegalmente la cirugía en aquel acto. Nuestro clero nunca se ha ingerido en esto (que yo sepa al menos), y su abstención es digna de elogio: ha hecho muy bien en no meter su hoz en mies ajena. 1 Algunos prácticos concienzudos dan el siguiente buen consejo: Hacer la operación cesárea conforme lo prevenido; pero si la mujer sucumbe durante el trabajo del parto y es posible termi- narlo artificialmente, el facultativo procederá á su ejecución haciendo lo que estuviese indicado; extracción manual del feto, versión, aplicación del fórceps. Este consejo se apoya en los hechos referidos por Rigandeaux, Mende Reinhard, Roembild, Heymann y otros varios parteros. ración cesárea se practico exclusivamente en mujeres muertas. Guillemeau re- cuerda una antigua ley conforme á la cual se condenaba al último suplicio «celuy qui aura encevely la femme grosse devant qui de luy tirer son enfant, pour luy avoir oslé (avec la mere) Vesperance de viere.» En 1747 el rey de Sicilia expidió una ley semejante, aplicable á los médicos que omitieran hacerla á mu- jeres que muriesen en los últimos meses del embarazo. Para afianzar más el objeto de la Lex regia, sin comprometer por eso la vida de las mujeres en esta- do de muerte aparente, caso muy posible, el Senado de Yeuecia expidió dos decretos (1608 y 1721) conforme á los cuales se castigaba con severísimas pe- nas á los facultativos que al practicar la sección cesárea post-mortem no proce- diesen con la misma atención y las propias precauciones que si de hecho estu- viesen vivas.» «Según el Dr. G. J. Wilkowski1 empezó á hacerse en mujeres vivasháciael año de 1537. Enrique VIII de Inglaterra mandó operar á su mujer Juana de Seymour: merced á la operación salvóse el regio vástago, que llevó el nombre de Eduardo VI, y la madre sobrevivió doce dias. Admirable resultado; admi- rable, sí, atendiendo á que ejecutada en el vivo de primera vez, por muy hábiles que supongamos á los operadores, no es aventurado figurarse fuera hecha sin aquellos cuidados y cautela que de suyo demanda.» «Cronistas dignos de todo respeto aseguran que desde su principio las conse- cuencias del parto cesáreo fueron desastrosas; desastrosas á tal grado, que die- ron motivo á que Sacombe enderezase á los médicos de su época el siguiente cruelísimo apostrofe: “Imittez Apollan et riassassinez pas, Pour ouvrir une femme, atiendes son trepas.” «Esto no obstante, sus partidarios alegan en pro de ella que hay mujeres que la soportan no una, sino dos, tres, cuatro, cinco y hasta seis veces, como Rous- sel cuenta pasó con la llamada Godard (del Gatinais), que vino á morir de la sétima!2 Alegan más; que algunas escapan en medio de circunstancias reagra- vantes, cual sucedió con la llamada Frenaye,3 operada con ocasión de una cor- nada de toro, recobrando la salud pasadas seis semanas; cual sucedió también en el caso que refiere Desault,4 acaecido en San Sebastian (España) durante 1 La génération húmame. París, 1881, pág. 312 y 313. 2 Traite nouveau de VhysterotomotoTcie ou enfantement cesárien, ¿¡'G. París, 1581. 3 Ibid. 4 Witkowski, op. cit., pág. 313. ima corrida de toros en que se desplomó el anfiteatro: el furioso bicho que á la sazón se lidiaba en el redondel embistió á una mujer y le abrió espaciosa heri- da en el vientre. El autor de «La Luciniade» (con las respectivas licencias poé- ticas. se entiende) relata como sigue lo ocurrido en tan terrible trance; “Perce ses vétements, fend son venare et son sein, Le foetus sort vivent sans franchir le bassin; Et sa mere ó proelige! aprés cette aventure, ÍPeut besoin que de yin et d’uu poiut de suture.” «A estos dos hechos puedo agregar un tercero, tan portentoso como ellos, nacional, que aunque publicado ya1 no está de más lo traiga á la colección. Al pasar por la plazuela de San Pablo de esta ciudad el 27 de Julio de 1850, á la hora de la ordeña, Jacinta Guzman recibió en el vientre una cornada de vaca; nuestro inolvidable Dr. D. Miguel Jiménez, que saña del Hospital vecino, tuvo noticia del suceso, y se apresuró á socorrer el caso extrayendo por una herida de cosa de ocho centímetros de largo, ligeramente desbridada, un niño vivo, ileso, de más de ocho meses, cuya extremidad pélvica asomaba ya. La madre sobrevivió también salvando de la metroperitonitis traumática sobreveniente.» «Como comprenderéis, ni referencias milagrosas ni hechos casuales podrán nunca ser bastantes para abonar procedimientos de la naturaleza del que nos ocupa, precisamente porque no tenemos el don de hacer milagros ni poseemos el secreto de los ocultos resortes de lo que llamamos «el acaso.» Por lo que alarte toca, mi opinión es que en esto como en otras varias cosas, todavía deja mu- chísimo que desear, y diré más, que por esta via jamás logrará ver coronados sus esfuerzos.» «Os decía há poco que los partidarios de la operación cesárea, refiriéndose á Europa y los Estados Unidos del Norte, cuentan que muchas mujeres sobrevi- ven, no á una, sino á dos y á más.2 Pihan-Dufeilly declara3 que haciéndola en circunstancias favorables, luego que se reconoce la imposibilidad del parto por la vía natural, casi se tienen 75 por 100 de supervivientes. Puede ser Llegando á este punto es de hacerse uno Ja misma pregunta de Barnes; «¿quién nos responde de que no se haya procurado encubrir los casos adversos tanto cuanto se ha cuidado de recoger, exhibir y ostentar los prósperos?» 1 ,Esta observación, que conservo escrita de puño y letra del Dr. Jiménez, saquéla á luz en mi tesis para el profesorado, titulada “Breves apuntes sobre la Obstetricia en México.” Imprentado José Mariano Lara,"calle de la Palma uúm. 4, 1869, págs. 40 y 41. 2 Micbaelis, en la mujer llamada Adametz, y Ottíer, en la operada en Graiz. 3 Archives genérales de Médecine. 1861. «Comparándola coa la embriotomía, es preferible, en gracia de que casi ase- gura la supervivencia de uno de los dos. A los peligros que le están anexos debe agregarse otro que debo pesar, si, como es de mi responsabilidad hacerlo, con toda anticipación he de cotejar á vuestra vista las ventajas y las desventajas, el pro y el contra de los medios propuestos; peligro que por ser demasiado serio exige toda nuestra atención. En la ciudad y en el recinto donde nos hallamos vaga bá tiempo el miasma puerperal. Si practicásemos la operación cesárea clásica, abriríamos amplia brecha en el organismo de esta desventurada (predis- puesta á la receptividad por su mala constitución original y subsecuente, y por el mísero estado que guardan la respiración y la circulación), por donde el miasma penetraría y tomaría posesión de la sitiada plaza que nos hemos pro- puesto defender á toda costa. El proteico veneno de las Maternidades, especial- mente cual la nuestra, que todo podrá ser menos «Casa de Maternidad,» se cebaría en la presa que por decirlo asi le arrojábamos, y adiós hasta nuestro último resto de esperanza.» «Es preciso, pues, que salgamos de aquí y nos resolvamos de una vez á que el útero que jamas debió haber concebido desaparezca de la escena. Según di- cen, la operación cesárea complementada con la del Dr. Porro ofrece algunas más garantías que la clásica, y ateniéndonos á ese dicho naturalmente vamos á aprovecharnos de ellas en este caso, puesto que el indicante capitalísimo es ha- cer todo cuanto de nuestra parte estuviere por salvar las dos existencias que á la Providencia plugo poner hoy bajo nuestra guarda. La hora de proceder ha sonado. El parto se inicia y no conviene esperar á que sus avances opongan trabas al intento ni á su llana y cómoda ejecución.» «No pretendo decir con esto que la operación del Dr. Porro sea una opera- ción sencilla, inofensiva de suyo. No. En las operaciones que el traumatismo es considerable, como en la que propongo hacer, el estropeo quirúrgico que causan, inevitable por la sección de incontable número de hilos nerviosos, y la sobreveniente inflamación del plexo más grande de la economía, del plexo solar (verdadero cerebro abdominal que surte de nervios á la mayor parte de las vis- ceras), después de irritar serosa tan amplia como el peritoneo, el estropeo qui- rúrgico, repito, mata á muchas mujeres, y tal puede ser el desenlace en nuestro caso. Pero qué vamos á hacer. Si á tan gran mal debemos aplicar un gran remedio; si ninguno de los tres con que contamos da toda la seguridad apete- cible, optemos prudentemente por el menos malo, y el menos malo aquí, en mi concepto, es la operación cesárea seguida de la amputación del útero y sus anexos.» «No cuento con tiempo disponible para detenerme á demostraros la legalidad de la operación que propongo; alguna vez me ocuparé de este punto con la ex- tensión y sosiego que demanda. Básteme anunciaros, por lo pronto, que el ilustre médico milanés, tratando de tranquilizar aun á las conciencias más timo- ratas, consultó este recurso con el Obispo de Pavía, y el resultado de la consulta fué que S. S. I. aprobase lo propuesto y le concediese su anuencia.» «Tranquilos acerca de este punto, quedan otros por resolver. ¿Quién me otor- ga el permiso de hacer en esta mujer una operación que, conforme acabo de deciros, no pone á cubierto su vida con la apetecible seguridad? ¿Quién me autoriza á mutilarla, á inhabilitarla para miéntras viva (si es que ha de sobrevivir á la operación) de poder ser otra vez madre? La autorización del miserable que la arrastró á este triste extremo para mí es cuestionable; pero aun cuando no lo fuese, no le conocemos, ignoramos quién sea y adonde resida. En cuanto á la de ella, necios seriamos por demás si nos propusiésemos siquiera recabár- sela. En ella jamas se han manifestado las facultades mentales y afectivas; eso quiere decir idiota; porque la idiotez comienza con la vida ó cuando ménos en Ja edad que precede al desarrollo de las facultades. Los séres de esta especie desde su principio son lo que han de ser durante su vida. En los idiotas todo revela una organización imperfecta, un incompleto desarrollo. Hágase lo que se hiciere, nada puede sacarles de ese estado; nadie puede darles ni inteligencia ni razón. Entre lo mucho que les hace falta cuéntase el libre albedrío, la libertad, la divina dádiva con que vienen dotados los animales racionales, mas no los que carecen de racionalidad. Por el hecho de ser un individuo de nuestra especie, sin embargo, la cobijan y amparan las leyes divinas y humanas: por tanto, ha- gamos con ella ni más ni ménos lo que haríamos con nosotros, con nuestras hermanas, con nuestras hijas, si por desgracia llegáramos á verlas en el mismo trance; impartámosle todo el bien posible, quiere decir, procuremos salvarla y salvar el fruto de su vientre. Por el ejercicio del magisterio y por estar á mi cargo lo relativo á la parte científica en la Casa de Maternidad, considéreme perito árbitro, y, por tanto, investido de cuantas facultades se necesitan para resolver los casos que aquí se presenten y demanden pronta resolución, sin otra cortapisa que ajustarme siempre á los preceptos de la ciencia y á las prescrip- ciones de la ley. La resolución tomada obedece los unos y las otras. «El Código de Moral Médica quiere, además, que resoluciones de la cuantía de ésta, ántes de ser llevadas al terreno de la ejecución, sean sujetadas á cen- sura y parecer de sugetos idóneos. Gustoso voy á llenar esta formalidad convo- cando á dos profesores cuya competencia científica y honorabilidad están á salvo de toda tacha. En el acto voy á hacer venir á mis queridos discípulos D. Ricar- do Yértiz y D. Ignacio Capotillo, para que con vista del caso y del parecer que acabo de emitir ante vosotros, juzguen y me den el suyo. Cuando termine la consulta cuidaré de poneros al corriente de su dictamen.» Mientras llegaban los Profesores Capotillo y Yértiz me apresuré á hacer la mensuracion de la talla y de la pélvis, haciendo que tomasen parte en ésta labor los aventajados alumnos D. Luis Troconis Alcalá y D. Jesús Castañeda. Hé aquí el resultado: Altura vertical con la plomada m 0,850 Altura real siguiendo las inflexiones 1,160 Distancia entre las espinas ilíacas ántero-superiores 0,170 „ entre las crestas ilíacas 0,185 „ entre las tuberosidades isquiáticas 0,075 „ entre la tuberosidad isquiática derecha y la cresta ilíaca.. 0,120 „ „ „ „ „ izquierda „ „ „ 0,125 Altura del pubis, de 4 á 5 centímetros: promedio 0,045 Cuerda sacro-eoxigia 0,065 Diámetro sacro-púbico 0,070 „ coxi-púbico, de 55 á6O milímetros: promedio 0,057 „ bicotiloide, de 55 á6O milímetros: promedio 0,057 „ bi-isquiático 0,050 „ conjugado diagonal, 0,103, 0,105, 0,109: promedio 0,106 Temperatura de la mujer, 38°1. Al estar practicando la mensuracion llegaron las personas citadas, tomaron parte en ella, reconocieron á la paciente á toda su satisfacción, y luego nos retiramos á deliberar. Durante la deliberación no hubo ni la más leve discrepancia: estuvimos de acuerdo en las particularidades del caso, en el indicante, y en la única manera de llenarle: practicar lo más pronto posible la operación cesárea con la modifi- cación propuesta por el Dr. Porro. Gomo el pensamiento que me preocupaba era poner en juego cuanto fuese capaz de contribuir al buen suceso de aquella empresa, me ocurrió, por último, promover que la amputación útero-ovárica se hiciese con la otra modificación ideada y ejecutada por el Dr. Müller.. Acogida mi propuesta fuimos en busca de los alumnos de la Clínica y en el acto les participé lo convenido en la consulta. Uno de nuestros primeros cuidados fué elegir local más á propósito que la Gasa de Maternidad, para hacer la operación; después procurarme lo necesario, rodearme de cirujanos diestros que me ayudasen en la ejecución, y buscar alum- nos que se encargasen personalmente de la asistencia de la operada. El estado respectivamente satisfactorio, para el caso, que á la sazón guardara el Hospital de San Andrés, hizo que de consuno optásemos por ese local; mas ántes era preciso contar con la vénia de la persona que lo tiene á su cargo. Acompañado de los Sres. Vértiz y Capetillo fui en busca de su director, Pro- fesor D. Rafael Lavista, quien apénas oyó que demandábamos hospitalidad, puso á nuestra disposición su persona, la casa, el instrumental de su propiedad y del Hospital y cuanto se convino podria ser necesario. Aplacé y cité la opera- ción para las tres de la tarde, miéutras se hacían el saneamiento de la sala de operaciones, los demás preparativos, el trasporte de la paciente, é invitaba á las personas escogidas con objeto de que cooperasen con sus conocimientos y eficaz ayuda, que fueron principalmente los Dres. Andrade, Lavista y Licéaga. A las tres de la tarde del citado dia la sala de operaciones del Hospital de San Andrés se halla cuidadosamente aseada: con la debida anticipación las pa- redes y el pavimento fueron regados con solución de ácido fénico al 2 por 100; el pulverizador de Lúeas Ghampionier purifica el ambiente. Todo lo necesario está listo. Hecho el programa de la operación, distribuyo los papeles de la ma- nera siguiente: Dr. Berrueco Cloroformo. Dr. Rodríguez Gastrotomía, Histerotomía, Extracción del útero y del producto, y amputación útero- ovárica. Dr. Vértiz (R.) Extracción y ligadura de la matriz y amputa- ción útero-ovárica. Dr. Capetillo Socorrer al producto. Dres. Lavista, Licéaga y Andrade Hemóstasis, protección de la cavidad abdo- minal, ligadura del pedículo. Dichos y Rodríguez Suturas del peritoneo y pared del vientre y colocación del apósito (Lister). Dr. Ortega y Eonsecay alumno Martí- nez del Campo Dar instrumentos. Dres. Olivares y Chacón (Agustín).. Dar esponjas. Dres. Yazquez Legorreta y Hurtado.. Dar lienzos calientes. Alumno Jesús Castañeda Crónica. A las 3 y 30 minutos, previa evacuación del recto y vejiga é inyección va- ginal, envuelta la mujer en amplia bata de franela, empezó la administración del cloroformo; obtenida la anestesia se coloco á aquella en postura toconómica. Con bisturí convexo divido Ja piel y tejido celular sobre Ja línea alba en una extensión de 22 centímetros, empezando á 7 de la extremidad del apéndice xifoide, desviándome hacia la izquierda á la proximidad del ombligo y costeán- dole á distancia de 2 centímetros de su centro hasta encontrar dicha línea abajo de él, desde cuyo punto vuelve á ser recta hasta 4 centímetros arriba del pubis. Hecha la hemóstasis, divido capa por capa los planos apoueuróticos hasta des- cubrir el peritoneo. Hago una abertura pequeña; introduzco por ella la son- da acanalada, y con tijeras de extremos romos agrando la incisión de arri- ba abajo de modo que resulte del mismo tamaño de la primera. Adviértese que existen ligeras adherencias entre las hojas parietal y visceral de la serosa. Se les destruye. Con lienzos húmedos y calientes protégense los labios de la herida, á la sazón que los ayudantes tiran de ellos trasversalmente deslizándo- los sobre la superficie uterina para espaciar la herida y facilitar la extracción de la matriz grávida. Una vez traída fuera de Ja cavidad abdominal, y cambiando lienzos, se impide la salida del intestino. Acto continuo con la mayor presteza rodease el segmento inferior con un alambre de cobre de 15 diez milímetros de diámetro; los cabos se sujetan por medio del constrictor de Giotrat, se cuida de que el asa quede situada debajo de la cabeza del feto, y se lleva á cabo la es- trangulación. Entretanto reconozco el sitio de la inserción placentaria, que en- cuentro arriba y atrás; sin pérdida de tiempo, con toda premura, divido la cara anterior de la matriz haciendo un corte descendente que solo interesa la mitad del espesor de la pared en un extensión de cerca de 15 centímetros. Hemós- tasis inmediata con esponjas y los dedos. Penetro con el cuchillo por la parte inferior de la sección hasta descubrir el huevo, lo defiendo con el índice y medio de la mano izquierda y completo la división de lo que falta con tijeras de ex- tremos romos. Incontinenti divido las membranas de arriba abajo, el líquido amniótico brota, aparece el producto en la situación diagnosticada, le tomo por la extremidad pélvica, que yacía en el fondo de la matriz, le extraigo lige- ramente asfixiado, le pongo en manos del Dr. Capotillo, practico la doble ligadura del cordon y divido entre ambas. Al sacarle del claustro materno viósele hacer una fuerte inspiración, é instantes después se escuchó el ansiado vagido que nos llenó de inexplicable gozo é hizo estallar calurosamente el en- tusiasmo de más de cuarenta personas que había á nuestro alrededor. Seguidamente se aumentó la constricción para cohibir la hemorragia capilar de la herida uterina. Se aplican esponjas húmedas y calientes en torno del seg- mento inferior con objeto de impedir cayese sangre dentro de Ja cavidad perí- loneal, y con un cuchillo de hoja corta el Dr. Yértiz realiza la amputación iitero-ovárica á cuatro centímetros arriba de la porción estrangulada. Con pin- zas en raqueta del Dr. Pean se comprimen los labios del muñón. Se coloca el clamp de Spath debajo de la zona estrangulada por el alambre del constrictor de Gintrat, veinticinco milímetros arriba de la inserción vaginal, y se le hace funcionar con rapidez para fijarlo. Se desmonta el constrictor con objeto de retirar el alambre y se observa que éste se halla comprendido entre lo que el clamp abarca y ajusta. Se cambian lienzos, se limpian el muñón y sus contor- nos, y con fuertes tijeras curvas, á instancias del Dr. Lavista, lo recorto un poco. Concluido el recorte, se aseay cubre con lienzo caliente. Se limpia esme- radamente el peritoneo por medio de esponjitas tomadas con pinzas del Dr. Pean. Esto terminado descúbrense los labios de la herida abdominal, se hacen sobre- salir los bordes peritoneales, y, previo exacto afrontamiento, se les sutura hacia la mitad de la incisión con alambre de plata. En la parte superior de ésta se hacen dos costuras distantes una de otra dos centímetros. (Al llegar aquí se advierte que el pulso es imperceptible y que la faz de la paciente se pone lívida. Se administra oxígeno.) Se saca de la cavidad del vientre una hebra de hilo procedente de alguno de los lienzos empleados, ocurrencia que hizo decir alDr. Yértiz que, «con vista de lo acaecido era necesario recomendar que los lienzos que en lo sucesivo se em- pleasen estuvieran dobladillados;» cuya recomendaciones de atenderse porque no seria remoto que una cosa igual pudiera repetirse en otro caso con detri- mento del resultado, y, lo que es todavía peor, con grave perjuicio de la per- sona operada, si, como también es factible, nadie de los circunstantes echaba de ver á tiempo que una ó más hebras quedaban prisioneras dentro de la ca- vidad. Se hacen otras once suturas en la herida peritoneal. Después se descubre el muñón y se asea; con pequeñas esponjas se quita una poca sangre derrama- da en la cavidad, luego se sitúa el pedículo en la comisura inferior de la herida, se afrontan los labios de ella, se cuida de que lo circunden en la parte corres- pondiente, y se hace una sutura abotonada profunda inmediatamente arriba del muñón. Se hace otra de la misma especie dos centímetros arriba de la primera, y empezábase otra, que no se pudo concluir, porque cuando la operación, por decirlo así, estaba ai terminar, y casi en blanco, záfase el pedículo de Ja asa constrictora, y de la arteria ovárica derecha sale á borbollones sangre que se derrama dentro y fuera de la cavidad peritoneal. Corta rápidamente los alambres de las suturas abotonadas el Dr. Licéaga, y el Dr. Lavista, con presteza y sangre fría, armado de ima pinza del Dr. Pean, busca el vaso, lo comprime, y cohíbe la hemorragia. El Dr. Yérliz introduce el índice derecho dentro de la vagina, empuja el pedículo, lo eleva hasta hacerlo accesible, y con pinzas hemostáticas se asegura y comprime el contorno: obtenida la hemóstasis se procede á la disección de la arteria ovárica; descubierta, se liga con cat-gut, y con lo mismo se hace otro tanto sucesivamente, con un colgajo del epiplon (herniado durante la hemorragia), que luego se amputa, con la arteria úlero-ovárica y vena saté- lite, y, por último, con el ligamento ancho derecho. (En estos momentos vie- ne basca; después de inauditos esfuerzos la paciente vomita corta cantidad de bilis.) Examinado el alambre de cobre que sirvió para estrangular al pedículo se ve que el asa tiene 15 milímetros de diámetro. Se toma un nuevo alambre, se coloca inmediatamente abajo de las pinzas que sostienen al pedículo, se arma el constrictor de Gintrat é incontinenti se le hace funcionar hasta que constriñe lo bastante. Reprodúcese la hemorragia, pero cabe la suerte de cohibirla al mo- mento. El Dr. Andrade atraviesa el pedículo con dos largos alfileres puestos en cruz abajo de donde están las pinzas hemostáticas, cubre las puntas con los casquillos respectivos, .y liga luego interiormente con un tubo de caulchuc vul- canizado. Se retiran las pinzas, se asean pedículo y contornos, se reponen las suturas cortadas cuando sobrevino la hemorragia, y se cosen los bordes de la herida con alambre de plata. Prolijo aseo; se toca el muñón con percloruro de fierro; se ponen rollos de tela emplástica debajo de los extremos de los alfileres: se barniza el vientre con colodion elástico; se ata el clamp de Spáth al muslo izquierdo, y se cura tópicamente conforme al método de Lister. La operación concluye á las seis y media de la tarde. Temperatura 37°2. Pulso 120. 50 respiraciones por minuto. Los alumnos D. Joaquín Benitez y D. Luis Garza Cárdenas quedan encarga- dos de atender personalmente ála operada. Prescripción: un centigramo de ex- tracto de opio, una cucharada sopera de vino de Champaña helado y otra de le- che, cada hora. Cada tres sondar la vejiga. Día 13. 3h. de la mañana, temperatura, 36°8. 9h. 30’ „ „ „ 37°2, pulso 136. Respiración, 47. Desaparecimiento completo de la cianosis. Medicinas y alimentos, los mismos: añádese un pocilio bis de té de carne y medio pocilio de leche helada. 4 h de la tarde. Temperatura 39°2, pulso 195. Respiración fatigosísima, 95. Abundante sudor, sed y notable desfiguramiento de la fisonomía. 7 h de la noche. Prosigue la reacción y se procura buscar la causa. Descubierta la enferma, que ha permanecido acostada en decúbito derecho, se observa que la parte del apósito de ese lado está empapada de serosidad san- guinolenta. Quitado el apósito, se ve escurrir de dentro naturalmente, y más cuando se comprimen Jas paredes, poca serosidad sin hedor. Se desprende el clamp; se cortan los cabos del alambre á cerca de tres centímetros del pedículo; éste y la pared del vientre se enjugan con esponjas desinfectadas, y se procede luego á la exploración. Hay ligero adolorimieuto de vientre; bácia los dos ter- cios superiores del abdomen se ven y tientan los contornos redondeados de las asas intestinales, lo que indica que el intestino se halla paralizado. Nada de esto se advierte en el tercio inferior del vientre, lo que se atribuye á que las suturas y los ahiléres que retienen al pedículo se oponen á la dilatación de la pared, y por concomitancia inmediata á que al través de ella se vea y sienta el relieve de esa otra porción del intestino. Meteorismo exagerado en las regio- nes epigástrica y umbilical. En las fosas ilíacas y flancos no hay resonancia: existe un ligero derrame hácia uno y otro lado. Hay escurrimiento loquial y el desecho no hiede. Se introduce el dedo y con él se toca intacto el fondo vagi- nal; el cuello uterino está entreabierto, flexible y caliente. Por no poder alcan- zar el fondo del muñón se introduce por el cuello uterino una sonda elástica reblandecida en agua tibia, con la mira de averiguar si la cavidad peritoneal y la vagina se comunican, y como después de prudentes tentativas no se consigue penetre, dedúcese que no hay tal comunicación ó que si eu efecto existe es es- trechísima. Con excepción de la herida, se barniza la pared del vientre con colodion elás- tico, y se hace la curación Listeriana. El estado actual es atribuido á la fiebre traumática. 7h45’. Temperatura 39°5. Pulso 202. Respiración 93. El tipo de la respiración es medular, puesto que la cerebral, según Cheyne- Stokes, es lenta y suspirosa. El número excesivo de pulsaciones indica que el nervio de Gyon está paralizado. Para devolverle la tonicidad, más bien que por su cualidad autiperética, prescríbense 2o centigramos de sulfato de quinina y uno de opio, cada hora, hasta conseguir lo que se desea. 10 h. de la noche. Temperatura 38°7. Respiración frecuentísima é incontable. Falta el pulso en todas las arterias de los miembros superiores y es casi im- perceptible en las femorales. Prescripción: sinapismos y friegas excitantes, sin resultado. iOh. 30' Muerte instantánea en el acto de significar que quería beber agua. Dia 14. Se inyecta el cadáver para conservarle y estudiarle. Dia 13. Autopsia á las 11 y 13m de la mañana presidida por el Dr. Yértiz, con asistencia de los Dres. Chacón (Agustín), Ortega y Fonseca y Vázquez Le- gorreta, y de los alumnos Troconis Alcalá y Jesús Castañeda. La inspección es ejecutada por el alumno Adrián de Caray después de haber fotografiado el cadáver en dos diferentes actitudes. Cavidad abdominal.—Estómago sano; intestino notablemente dilatado, libre de adherencias; no hay inyección vascular ni nada que indique siquiera el principio de peritonitis; ningún derrame desangre: poca serosidad. Hígado pe- queño, amarillento, cirrósico. Bazo duro. Páncreas sano. Riñones, uréteres y vejiga normales. Examinado el pedículo se observa que está constituido por la parte más baja del segmento inferior de la matriz y una porción de los ligamen- tos anchos; lo que estaba situado arriba de la ligadura empezaba agangrenarse. Cuello uterino intacto; el orificio cervical está situado dos centímetros abajo del sitio donde se practicó la amputación útero-oválica. Cavidad torácica.—El corazón tiene un tamaño proporcionado á la estatu- ra: hipertrofia concéntrica: ventrículo derecho lleno de coágulos sanguíneos, é izquierdo vacío. Pulmones muy pequeños, totalmante crepitantes, congestiona- dos porhipósíasís. No se procedió á inspeccionar la cavidad craneana, tanto porque no se con- sideró necesario, cuanto para que el esqueleto pueda conservarse íntegro. La autopsia demostró que la muerte fué causada por eso que generalmente se llama peritonismo, choque quirúrgico. Medidas interiores de la pelvis revestida, y comparación entre éstas Y LAS QUE SE OBTUVIERON POR MEDIO DE LA PELYIMETRÍA PRACTICADA DURANTE LA VIDA. Muerta. Viva. Diferencia. Altura del pubis 0,045 Huía. Espesor del idem Altara de las paredes laterales Cuerda sacro-coxigia* 0,065 0,013 /Diámetro saero-púbico1 .... m. 0,092 0,070 0,022 Estrecho superior.) trasverso .... m. 0,072 ) Id. oblicuo f Id. conjugado diagonal m. 0,107 0,106 0,001 í Id- coxi-púbico 0,057 0,003 Estrecho inferior.) Id. bi-isquiático 0,050 0,001 ( IJ- oblicuo 0,051 0,004 í id. ántero-posterior Excavación. { Id. bi-cotiloide 0,057 0,004 f Id. oblicuo .... m. 0,078 Ha llegado el momento de definir la naturaleza genuina de la enfermedad que originó la muerte, y desde luego empiezo por confesar que en llegando á tal punto me ha sucedido lo que sucede siempre que se loca á cuestiones de este género: hallarme frente á frente de un desconocido. Si para definirla debiera guiarme exclusivamente por la causa y síntomas notados en el caso, estropeo quirúrgico (compañero inseparable de las grandes operaciones), intensa reacción febril:pulso frecuente y depresible: adolorimien- to de la pared del vientre: timpanismo: constipación: vómitos de bilis: insa- ciable sed: enfriamiento general y sudores viscosos; sin titubear la calificaría de peritonitis traumática, y no habría uno solo de vosotros que no me conce- diese Ja razón. Mas como esta calificación no cuenta con el apoyo de Jos signos necrópsicos correlativos, y, lo que es peor, para explicar lo ocurrido, la autop- sia no reveló los de ninguna otra entidad morbosa del orden ílogístico, antes de echar á vuelo la fantasía, antes de asirme, como de una brasa, de ese vergon- zante recurso llamado «peritonismo;» antes de escabullirme por esa puerta de escape rumbosamente llamada «choque quirúrgico,» que hasta hoy, ninguno que yo sepa, ha logrado decir qué cosa es, y al que por su fabulosa y convencio- 1 Esta medida y la do la cuerda sacro-coxigia durante la vida resultaron inexactas, porque equivocadamente creimos tocar con el dedo el promontorio, cuando lo que realmente se tocaba era la saliente del cuerpo de la segunda vérte- bra sacra, no alcanzándose el ángulo sacro-vertebral por estar muy exagerada la inclinación del plano del estrecho su- perior, de cuya particularidad no pudimos darnos cuenta durante la mensuracion. nal existencia (con vuestro permiso), miro con el mismo recelo, con el propio asco, que desde joven miré á la catálisis química (que duerme en paz y nadie mienta ya); antes de todo eso, prefiero la opiuion de un clínico cuya competen- cia no puede ser sospechosa, del célebre cirujano del Hospital de la Caridad de París, Dr. Gosselin, robustecida con la do otros profesores no méuos renom- brados . La etiología de las intoxicaciones traumáticas depende, como se sabe, de una serie de causas anatómicas1 (formación de pubescencias, materias sépticas so- bre la herida, antes 6 después de que se establece la supuración): de causas generales individuales (edad, sexo, temperamento, sufrimientos físicos, priva- ciones, emociones morales, etc.): y de causas generales atmosféricas (aire alte- rado por acumulación, viciado por emanaciones miasmáticas especiales, noso- comiales, que entran por la herida o por el pulmón), Jas cuales aislada ó colec- tivamente pueden envenenar la sangre, según lo ha demostrado Mr. Jules Guerin;2 siendo muy probable el que reuniéndose varias de estas causas en tales ó cuales proporciones se formen otros venenos de naturaleza distinta, cuyos efectos en el organismo cambien, en cuanto á la forma del mal, en cuanto á las lesiones,}7en cuanto ála letalidad. De este modo, dice el Dr. Gosselin, pueden explicarse las diferencias que se notan respecto de lo más ó ménos rápido de la marcha de la fiebre traumática y de la infección purulenta regulares, y también de este modo puede caberles la misma explicación á aquellas formas insólitas que ni pertenecen á la septicemia primitiva pura ni se acompañan de los fenó- menos habituales de la infección purulenta clásica, en virtud de lo cual debe vérseles y considerárseles como estados intermediarios que se bosquejan, etats ébauchées, según les llaman los Dres. Gosselin y Guerin: verdaderos bocetos, digamos así, que la clínica no designa con nombres particulares todavía. Es imposible que en las grandes operaciones quirúrgicas como la ovariotomía, y concretándonos á nuestro caso la cesárea común y la reformada, es imposi- ble, digo, que por experimentados y duchos que sean los operadores, por nimias que fueren las precauciones que tomen, por pulido y bien acabado que esté cuanto ejecuten, consigan evitar aquello que de todo punto es inevitable porque está en la índole misma de las cosas, porque es absolutamente inseparable de ellas-, quiere decir, que no se maltrate y estropée lo que se pince y corte, cuanto 1 Clinique CMrurgicale de l’Sópital de la Charité. 3me. edit. París, 1879, Tome secónd, pag. 125. 2 BuUetin de VAcadémie de Médecine, 1871, Avril et Sept. Tomo XXXTI, toquen los instrumentos, y los dedos, y los lienzos, y las esponjas, y el aire mis- mo, aun cuando fuere muy puro. Todo eso forma un conjunto de lesiones muy artísticas, pero no por eso menos reales, que suponiendo que aisladamente consideradas sean poca cosa, acumuladas, reunidas, forman un respetable todo colectivo, capaz de originar un mal local por lo pronto, y seguidamente otro general, serios, imponentes é indomables las más veces. El estropeo quirúr- gico, el traumatismo, es el creador por excelencia, el verdadero y legítimo pa- dre de esa familia patológica cuyos individuos, como su íntima naturaleza, des- conocemos en su mayor parte: el estropeo quirúrgico, el traumatismo, prepara la trama, el canevá, donde la septicemia perfila sus lúgubres arabescos. Secuaz (convicto, no ciego) de las ¡deas de M. Hervieux, sobre «unidad de origen y pluralidad de formas,» en achaques de envenenamiento puerperal, y, generalizado, de todo envenenamiento miasmático, sea el que fuere: cierto de que existen «séries morbosas paralelas» (formadas y así designadas por Lorain), creo que Ja enfermedad que aquí causó la muerte fue una de las modalidades ó especies de la série morbosa que procede del miasma que anda á caza de los heridos y debe figurar entre sus congéneres, la flebitis, la infección purulenta, la antonomásticapodredumbre del hospital, la erisipela, etc., etc., cuyo paso por el organismo á fuerza ha de dejar un rastro siquiera leve que la denuncie, pero con el que no se ha dado aún desgraciadamente, como por largo tiempo tampoco se di ó con otros que hoy se conocen gracias á la sagacidad de los ob- servadores y merced á los ingeniosos medios de averiguación posteriormente inventados ó perfeccionados, que han contribuido á los progresos de la anatomía patológica y la nosografía, envueltas antes en densa bruma y lastimosamente atrasadas. Para terminaar lo relativo al estudio de la pélvis de nuestro caso, réstame adjudicarla el lugar que de derecho le corresponde en el cuadro de los vicios de conformación de esta importante parte del esqueleto humano. Basta verla para convenir en que es una pelvis pequeña. Si viéndola aislada en el acto aparece tal, comparándola con la pélvis normal que tiene al lado no solo se le ve empequeñecida, sino diminuta. La siguiente tabla pone de manifiesto las dimensiones de una y otra en las dos primeras columnas; la tercera muestra las diferencias. Su tamaño, esas diferencias y la textura de los huesos me han servido de base para clasificarla. Medidas de la pelvis de Josefa Martínez, comparadas con el promedio de las que COMUNMENTE TIENE LA PELVIS MEXICANA. Viciada. Normal. Diferencia. Talla de Josefa m. 0,85. Promedio normal, m. 1,54. Entre ambas crestas ilíacas m. 0,132 0,235 0,103 Entre ambas espinas ántero-superiores.. m. 0,145 0,220 0,075 Entro la espina ilíaca anterior y superior y la posterior y superior m. 0,092 0,122 0,030 Entre ambas espinas án tero-inferiores,.. m. 0,105 Entre una y otra espina ciática m. 0,062 0,104 0,042 Entre ambas espinas póstero-superiores. m. 0,067 Entre ambas espinas póstero-inferiores.. m. 0,062 Entre la espina ántero-superior izquierda y tuberosidad isquiática derecha m. 0,183 Entre la espina ántero-superior derecha y tuberosidad isquiática izquierda m. 0,146 Altura de la pared anterior del canal pélvico ra. 0,036 0,050 0,014 Altura de la pared lateral izquierda m. 0,054 0,085 0,031 fj j.f derecha...... m. 0,055 0,085 0,030 Cuerda sacro-coxigea m. 0,070 0,107 0,037 Curvatura sacro-coxigea m. 0,096 0,125 0,029 i Diámetro sacro-púbico m. 0,092 0,108 0,016 Estrecho superior.| „ trasverso m. 0,078 0,130 0,052 ( ,, oblicuo m. 0,090 0,120 0,030 /Diámetro ántero-posterior. m. 0.091 0,115 0,024 \ „ trasverso m. 0,063 0,115 0,052 ) „ oblicuo derecho m. 0,093 0.120 0,027 ' „ ,, izquierdo m. 0,079 0,120 0,041 /Diámetro ántero-posterior m. 0,070 0,094 0,024 ) ,, trasverso m. 0,070 0,100 0,030 Estrecho inferior.! oblicuo derecho m. 0,078 0,100 0,022 t ,, „ izquierdo m. 0,074 0,100 0,026 Algunas personas que conocen el ejemplar lo encuentran reducido y nada más. Sin embargo, hay en él otra particularidad que el compás pone fuera de toda duda, y es que el empequeñecimiento regular solo es aparente y que la reducción de las dimensiones dista mucho de ser uniforme, quiere decir, una reducción sobre pequeña escala de la pelvis normal de la mujer. No es lapélvis viciada por pequeñez absoluta, de Yelpeau, ó con perfección de formas, de Paul Dubois, puestas en primer lugar en la clasificación de Mr. Pajot. Tampoco cabe en ninguno de los dos grupos ó géneros de pélvis general- mente pequeñas descritos por F. G. Nsegelé, conforme voy á demostrarlo. Las pelvis del primer grupo (que son las más comunes según el célebre par- tero aleman) se parecen á la pelvis normal por la textura y espesor de los hue- sos; la diferencia solamente consiste en el tamaño. Se observan en mujeres de pequeña, mediana y alta talla, bien formadas y esbeltas tocante á lo demás. Ni por su aspecto exterior ni por su actitud ni por el modo de andar se viene en sospecha de que la pelvis esté mal conformada. El vicio, de ordinario, si no es que siempre, se conoce en el momento del parto, con ocasión de las dificultades que entonces presenta. Las pélvis del segundo grupo (que son más raras) se hallan exclusivamente en mujeres de muy corta talla, en las enanas. Con respecto al tamaño, espesor, resistencia, los huesos son como los de los niños, cuyo carácter en mucha parle realza por el modo con que están unidas las diversas piezas que contribuyen á la formación del Íleon, isquion y pubis. En dichas mujeres los otros huesos del esqueleto tienen la propia textura, y se diferencian de los huesos de los raquíti- cos en todo y por todo. La relación de los diámetros de la pélvis en caso de suficiente desarrollo de la esfera genital es idéntica á la de Jas pélvis del primer grupo; quiere decir, solo se diferencia de la pélvis normal por el tamaño: todas las dimensiones están uniformemente reducidas, uno, dos, tres ó más centí- metros, por cuya razón el parto no solo puede ser en extremo difícil sino impo- sible por los esfuerzos de la naturaleza. Si se comparan los caractéres que ofrece el nuevo ejemplar con los designa- dos en los dos párrafos anteriores luego se advierte que son discordantes, ora se parangonen con los del primero, ora con los del segundo de dichos géneros. La reducción de las dimensiones, según lo indica el cuadro comparativo, no es uniforme; al contrario. Por otra parte, no se parece á las de los niños, porque en ellas las porciones óseas constitutivas del Íleon, isquion y pubis no están definitivamente soldadas, al paso que aquí, salvo en lo relativo á las ramas isquio-púbicas, la soldadura se ha consumado. Esto supuesto no cabe en ninguno de los géneros de vicio de conformación por estrechez absoluta, creados por Naegelé. Al hablar sobre este punto Depaul, dice1 «que una regularidad perfecta en las formas no es común ni en esta clase de pélvis ni en las ampliamente exa- geradas,» y al asentar esta proposición la corrobora con diez observaciones publicadas por Faurichon, Nichet y Gensoul, en cuyas pélvis se nota lo propio que en la que tenemos á la vista. Cosa igual se advierte en la pélvis de Yicto- 1 Dictionnaire encyclojpedique des Sciences medicales. Art. Basin vicié. Tom. YIII, pag. 465. 28 riana Hernández, observación que leí ante esta Academia el 16 de Diciembre de 1868,1 y cuya pieza se guarda en el Museo Anatómico de la Escuela Nacio- nal de Medicina. Apoyado en esas diez observaciones, y con vista de muchos ejemplares com- probantes que logró recoger, Depaul concluye haciendo una advertencia impor- tante (que según preveo va á hacer cambiar la faz de esta cuestión) y es «que en su concepto no conviene tomar en sentido muy riguroso —como si dijé- semos al pié de la letra— las denominaciones uniformemente estrechada, re- gularmente estrecha, usadas por los autores para caracterizar este género de vicio de conformación.» Tamaña reserva indica, si no me equivoco, que tal vez sea preciso sujetar á revisión y censura esta doctrina, de contado con vista de los ejemplares coleccionados en los museos de Europa. El tiempo dirá lo que haya de realmente cierto en este particular. Suponiendo, entretanto, como debo suponer, que Nsegelé, Yelpeau, Paul Dubois y otros parteros, antes de denominar así á estas pélvis se hicieron cargo de la regularidad y uniformidad de Ja estrechez absoluta y pusieron mucho cuidado en comprobarlas: aceptando, por otra parte, las observaciones de Depaul, é incluyendo las mias, creo que no resulta ningún mal, sino al contrario, con dividir en dos especies cada uno de los géneros existentes por hoy: la primera seria caracterizada por la uniformidad y regularidad del estrechamiento ab- soluto, y la segunda por la desigualdad é irregularidad del propio vicio. Con este sesgo, exigido por la autenticidad de los hechos, toda dificultad des- aparecerá en lo de adelante, pues habrá lugar donde se acomoden las pélvis que hasta ahora no lo tienen en las clasificaciones alemana y francesa. En caso de que la reforma que me atrevo á proponer mereciese la aceptación de las personas entendidas, tanto las pélvis á que alude Depaul, como la de la enana Josefa Martínez y la de Yictoriana Hernández se clasificarían éntrelas de la segunda especie del segundo género, viciadas por estrechez absoluta desigual é irregular. Conforme queda dicho, la niña que extraje ligeramente asfixiada á poco em- pezó á respirar con libertad según lo indicó la fuerza de sus vagidos. Tomadas las precauciones debidas se trasportó á la Gasa de Maternidad, encargando á la partera del establecimiento D.a Dolores Ortiz que fuese cuidada con esmero. 1 Gaceta Médica. Año de 1869, tomo IY, pág. 177-182. Examinada, pesada, y medida después del acaecimiento se notó que estaba sana y regularmente conformada. Piel lisa, consistente, ligeramente rosada, epidermis próxima á esfoliarse: vellosa, sobre todo en los hombros: y cubiertos de unto sebáceo abundante, pecho, vientre, espalda y pliegues articulares. Uñas bien formadas y algo salientes. Hallábase la inserción umbilical casi á la mitad de la longitud de la niña, ám. 0.22. En la primera columna de la siguiente tabla se encuentran consignados el peso y dimensiones toconómicas de la niña; en la segunda pongo el promedio de esta misma computación en los niños mexicanos que nacen maduros, y en la tercera hago constar las diferencias entre unas y otras, advirtiendo que en el presente caso son en menos. Peso neto . Gr. 2,000 2,776 0,776 Longitud . m. 0,450 0,476 0,026 Diámetro occípito-mentoniano... m. 0,125 0,135 0,010 Id. „ frontal . m. 0,115 0,125 0,010 Id. „ bregmático. ... . ra. 0,090 0,095 0,005 Id. biparietal . m. 0,090 0,095 0,005 Id. raento-bregmático . ra. 0,085 0,095 0,010 Id. mento-frontal . ra. 0,070 0,080 0,010 Id. bi-zigomático .. m. 0,070 0,080 0,010 Id. bi-aeromial m. 0,100 0,110 0,010 Id. bi-ilíaco m. 0,070 0,075 0,005 Lo expuesto me autoriza á creer que esta criatura uonnata, aunque confor- mada normalmente, no alcanzó más desarrollo que el correspondiente á ocho meses y medio de la vida intra-uterina, poco más ó ménos. Durante los catorce dias que permaneció en la Casa de Maternidad se man- tuvo sana. Mamaba, digería y dormía perfectamente. Tratando de asegurarle por lo pronto la subsistencia, y pensando para más tarde en su educación, se dispuso fuese trasladada á la Casa de Expósitos, recibiendo previamente las aguas del Bautismo en la parroquia de la Santa Yeracruz, eu cuyo acto se le llamó Nonnata Porro y Rodríguez, inscribiéndola con este nombre en los registros eclesiástico y civil. El bautizo y la traslación á su nueva morada se veriücaron el dia26 de Marzo del año corriente, interviniendo en ello la citada D.a Dolores Ortiz. Una mujer llamada Eufemia Ortega ha hecho posteriormente algunas reve- laciones importantes. Por ella se ha sabido que la muchacha objeto de este estudio era nativa de Pachuca, que tenia diez y siete años de edad, y se llamaba Josefa Martínez; que la madre había muerto al darla á luz: que de nacimiento fué contrahecha y sordo-muda (solo articulaba uno que otro monosílabo): que no podía andar sino con ayuda de otra persona: que en su primera infancia tuvo la viruela, y que con frecuencia padecía reumatismo articular (?). Huérfana y sin abrigo, Eufemia recogió á Josefa, la que vivió siempre conforme en cuanto cabe. Que comia con buen apetito y dormía bien. Que el período catamenial apareció á los quince años y siempre fué regular. Que habiendo tenido precisión de venir á la Capital la dejó al cuidado de una tamalera N. (á) «la Gurriona,» que vivía en compañía de unos hombres. Que sabedora de que Josefa había enfermado emprendió viaje á Pachuca con objeto de traerla consigo, como en efecto lo hizo: que ya en México, y pasados tres meses, hubo de comprender que su hija adoptiva estaba embarazada, por cuyo motivo la llevó á la Casa de Ma- ternidad, donde le negaron el lugar que solicitaba pretextando que no se admi- tía á las mujeres sino cuando estaban próximos sus partos. Que dos meses des- pués, y cuando según su cómputo el embarazo había llegado á término, volvió á la citada Casa, donde la dejó, quedando tranquila y segura de que Josefa en ninguna otra parte estaría mejor atendida que allí. Por último; sabedora de lo que había pasado, solicitaba le entregasen á la niña, cuya pretensión le fué dene- gada. La buena Eufemia se marchó llorando Pobrecilla! Señores Académicos: Una vez concluido el Memorándum de lo que acaeció en el caso de Josefa Martínez, me resta hacer ante vosotros examen de con- ciencia, y, con vuestra licencia, voy á proceder á ello. Pienso que cuando un Profesor acomete una empresa ardua, cual la que el 12 de Marzo acometí al ejecutar por primera vez en México la operación cesá- rea con las modificaciones ideadas por los Dres. Porro y Müller, se impone el deber de sujetar á juicio su conducta,, rindiendo cuenta de los móviles que le impulsaron y sometiendo á revisión sus procedimientos, para que vistas, estu- diadas y examinadas las cosas á la luz, de la razón, el juicio que de ellos formen los inteligentes, y el desapasionado fallo que den, sirvan de lección en lo porvenir ora el rey éxito haya coronado el esfuerzo, ora el resultado no haya correspon- dido á la intención. Pienso, asimismo, que un pormenorizado y auténtico re- lato de los hechos es de una importancia capitalísima: los favorables muestran lo que conviene hacer y los adversos lo que se debe evitar; con lo que basta para que los hombres se vuelvan cautos, recelosos y experimentados. Saqúese, pues, provecho de este caso; que él re'dunde en beneficio de la humanidad, puu- to objetivo del presente Memorándum, al que voy á dar fin agregando algunas notas aclaratorias y complementarias conducentes á mi modo de ver. ■1.a La operación cesárea tiene que ser considerada de dos maneras diferen- tes: absoluta y relativa: como operación necesaria, quiere decir, como el único medio de poder desembarazar á una mujer, y como operación elegible, ólo que es lo mismo, como el mejor medio para lograrlo. «Esta distinción es impor- tante, pues no da lo mismo mirarla de un modo que de otro. »1 Vista por el lado de la necesidad, de aceptarse es quiérase que no. Dura lex. Guando un pro- blema clínico no tiene otra espectativa que esta horrible disyunción —o dejar morir á madre é hijo, ó practicar la gastro-histerotomía—quién será tan necio é inhumano que opte por el extremo de abandonar á uno y otra al cruel destino, cuando hay pruebas, y no pocas, de que con la operación cesárea pueden sal- varse los dos, o cuando ménos uno, otorgando al otro más probabilidades de supervivencia que desamparándole? Tal era el problema en el caso de Josefa Martínez, y esto me basta para que resulte justificada mi resolución. Ejecután- dola con las modificaciones señaladas por los Dres. Porro y Müller, propúsome además obtener las siguientes ventajas en favor de Josefa: detener de un modo seguro, definitivo y breve la hemorragia, aun cuando la placenta estuviese im- plantada en la cara anterior de la matriz: disminuir la extensión de la herida uterina reduciéndola al espesor del pedículo: traer afuera el muñón, para que la cavidad peritoneal quedase al abrigo de toda causa de irritación, y someterle á cuidados directos: disminuir las probabilidades de infección puerperal: abre- viar la operación, supuesto que la amputación útero-ovárica, al decir de los Dres. Porro y Müller, demanda ménos tiempo que el tratamiento de la hemor- ragia: impedir mejor el paso de los líquidos á la cavidad peritoneal cerrando las paredes abdominales al rededor del muñón; por último, inhabilitar á la mujer para que tuviese otro embarazo. Distinto habría sido el sesgo dado á este negocio si hubiese visto á Josefa cuando la buena Eufemia la llevó por primera vez á la Gasa de Maternidad; entonces, por nada de este mundo habría consentido en que las cosas llegaran al deplorable extremo en que las vi; no la habría puesto entre la espada y la pared, como vulgarmente se dice, porque á eso equivalía dejar correr el emba- razo, esperar impasible que feneciese su término, dar de mano á otros recursos salvavidas permitidos, y escoger la operación cesárea como el mejor de los me- dios de desembarazarla. Digan lo que dijeren sus apasionados, aleguen lo que 1 Leqons surtes opéraüons obstetricales, 4'C-, 4 'C-, por Eobert Barnes, M. D. Lond. F. R. C. P. &c., traduites par le I)r. A. E. Cordes. París, 1873, pag. 297. alegaren sus defensores, la operación cesárea vista por el lado de la elegibili- dad es inaceptable. Por una inexplicable fascinación de los estadistas que la preconizan, cifras que representan hechos lo más desemejante, lo más hete- rogéneo que figurarse pueda, témanse entre sus manos (sin saberse como ni por qué) en premisas, de las que á la postre infieren conclusiones que son enga- lanadas con el honroso epíteto de «experimentales,» cuando «es inconcuso que se pierde lastimosamente el tiempo y la razón extravia el rumbo siempre quede números estadísticos se tiene la pretensión de sacar reglas prácticas.»1 «La te- rapéutica estadística, dice Bouchard, es viciosa en su principio, viciosa en sus procedimientos, y un empirismo desenfrenado en último análisis.»2 Eso sin contar con que los estadistas no pocas veces se toman la licencia de dejar en el tintero lo que les conviene no se sepa. No soy el primero ni el único que lo dice. Debe contarse también con otro elemento de error en las computaciones estadísticas, que, si bien era de presu- mirse, hasta ahora no he visto que nadie lo denuncie lanzándolo á los cuatro vientos de la publicidad. Ese elemento no es otro que la suposición de casos favorables. Aunque «una golondrina no hace verano,» según el adagio, bueno es que quede consignado el que paso á exhibir con el carácter de muestra. En la interesante obra del Dr. Ad, Wasseige, titulada: «Des opérations obs- tétricales. Cours professé a VUniversité de Liege <£.» (París et Liege, 1881) el autor trascribe una estadística de operaciones cesáreas practicadas en los Esta- dos Unidos de la América del Norte y naciones vecinas, que le envió el Dr. Ro- bert Harris, de Filadelüa. En la pág. 394, | 326, figura México con un caso y un buen éxito, del cual no existe, de ello estoy seguro, ni la más ligera refe- rencia en las publicaciones patrias antiguas ó recientes. En la República Mexi- cana, la primera operación cesárea en mujer viva es la que el día 12 de Marzo de este año practiqué en el Hospital de San Andrés, y si hago esta rectificación es pro veritate sólo, podéis creerme.3 Os decia, señores, que no era ni el primero ni el único en asegurar que en punto á estadísticas había que andarse con muchísimo tiento, y que los estadis- 1 Eob. Barnes. Ojp. cit. 2 Nouveaux élements de matiere médicale et de therapeutique, par H. Xothnagel et J. Eosbach; introduction par C. Bouchard. París, 1880, pag. XI. 3 La ligereza de algunos escritores y la premura é inexactitud con que se publican á veces las noticias de sensación no han de dejar de contribuir á acrecer la de los balances estadísticos. Sin ir demasiado léjos aquí tenemos una prueba: "La Yoz de Hipócrates,” en su número de 15 de Marzo próximo pasado (Tomo 11, núm. 11), bajo el epígrafe "Operaciones quirúrgicas,” estampó que "el Dr. Lavista había practicado la to- tas no pocas veces se tomaban la licencia de dejar en el tintero lo que no convenia que se supiese: oid el testimonio de personas idóneas y honorables que ponen de manifiesto esta verdad. Refiriéndose el Dr. Schroder1 á las cifras que figuran en las recientes esta- dísticas de Mayen.2 se expresa como sigue: «Aunque estos resultados de por sí sean muy favorables y no se les pueda poner en duda, la cosa se explica fácil- mente; el mayor número de operaciones cesáreas seguidas de salvación de la madre se ha publicado, al paso que muchos casos desgraciados no lo lian sido.» El Dr. Klein, al ocuparse de la computación estadística hecha por Kayser,3 crí- tico muy concieozudo y compilador de los cuadros de sus predecesores, desde "nuble operación ele Porro en la persona ele una pobre mujer deforme, con tan feliz éxito, que el “niño vivía y disfrutaba perfecta salud.” "La Crónica Médico-Quirúrgica de la Habana/’ en su número correspondiente al mes de Mayo de 1884 (Año X, núra. 5, pág. 243-244), como prueba de los progresos que en México y en estos últimos tiempos ha alcanzado la cirugía, exhibe dos operaciones recientemente practicadas por el Dr. Lavista: "una de ellas, la de Porro ó extirpación "útero-ovárica, ejecutada en una pobre mujer de pólvis deforme, con tan feliz éxito, que el niño y “la madre viven aún: la otra una oyariotomía, ejecutadas anibas por primera ves en México, con "brillantísimo resultado.” Prescindiendo de lo relativo á la oyariotomía, sobre lo cual habría que decir que la últimamente hecha ni era la primera ni la primeramente lograda, y añadir algo más que habla muy alto en su contra, porque hay no una sino varias constancias de que en México le han soplado malos vien- tos, y restringiéndome á lo que el articulista refiere sobre la de Porro, lo cierto es que á la hora de ésta corren por el mundo dos noticias falsas, no obstante la rectificación que oportunamente hizo el cirujano aludido (conforme á su caballerosidad cumplía), que seguirán corriendo con gran con- tentamiento de los partidarios de la operación cesárea, quienes tarde ó temprano sacarán de ellas el partido que puedan. Hada difícil será que yendo y viniendo dias, en otros periódicos, en algún opúsculo, en una tésis ó en un Tratado de Ginecología ó de Partos que nos vengan del extranje- ro, veamos consignado lo que sigue, escrito en estos ó parecidos términos: "Tres operaciones cesá- reas seguidas de amputación útoro-ovárica se han ejecutado en México. En una de las hechas por el Dr. Lavista salvó el niño y pereció la madre, como refiere "La Yoz de Hipócrates.” (Tomo 11, núm. 11, 15 de Marzo de 1884); en la otra, sobrevivieron la madre y el hijo, según leimos en la "Crónica Médico-Quirúrgica de la Habana (Año X, núm. 5, correspondiente al mes de Mayo de 1884); en la practicada por el Dr. Rodríguez conforme los procedimientos do los Dres. Porro y Mül- ler, salvó la niña y murió la madre, según se lee en "La Gaceta Médica de México, año de 1884, tomo XIX, núm. 15.” Con esto, que al parecer tiene los claros visos de las noticias auténticas y el brillante barniz de los hechos fehacientes, un caso único verdadero se triplica, y resulta que dos de las operadas sucumbieron, otra sobrevive, y se libertaron dos niños y una niña: ó en otras palabras: con la operación del Dr. Porro (casos del Dr. Lavista), y con la de los Dres. Porro y Müller (caso del Dr. Rodríguez), de seis existencias sóidamente amenazadas libráronse cuatro, ó sea poco más do G6 por 100; con lo cual, desvirtuando la verdad de las cosas, aumentará la cifra de los hechos y no faltará quien pretenda reparar el ya vacilante crédito de la operación cesárea modificada. 1 Manuel d'accoudiements tyc., par le Dr. Cari. Schroder, professeur d’Obstétrique et Directeur de la Maternité á FTJuiversité d’Brlangen. París, 1875, pag. 339. 2 Sulla gastroisterotomía. Xapoli, 1867, 3 Kayser, Deevcntu sectionis casar, Harnie, 1841, in 8. 1750 á 1839, considerados muy favorables (63 por 100), dice «que se sabe de una manera positiva que muchos casos desgraciados aun del presente siglo no han visto la luz pública.» El Dr. Aubeuas (de Estrasburgo) asegura que preci- samente en Alemania es donde se han ocultado bastantes.1 «Desde la invención de la imprenta hasta hoy, dice M. Pajot,2 puede ser que no exista un caso favo- rable solo que se haya pasado por alto; mientras tanto se ha podido notar menos empeño siempre en dar a la estampa los adversos.» El corte de caja de la operación cesárea hecho por el justamente popular partero francés arroja un saldo en contra de ella; «Si la operación cesárea cuenta los triunfos por cente- nas, en cambio cuenta las derrotas á millares » Por vía de estudio comparativo quiero dar á conocer los resultados habidos las veces que la gastro-histerotomía ha sido practicada en animales vivos, á propuesta de Bourgelat y de Brugnone (1781), primeramente por Morange (1813), y después por Gohier (1816), Gharloty Grétien (1824), Pradal (1832), Lecoq, de Bayeux (1833), Garrean (1845), Thierry (1873), veterinarios fran- ceses; por el prusiano Rohlwes, y por los ingleses Hayer y Morgan, cuyas noti- cias he tomado de la interesante obra titulada Traüé d'Obstétriqne vétérinaire, escrita por Mr. F. Saiut-Cyr, profesor de la Escuela Veterinaria deLyon. Nú- mero de las observaciones auténticas recogidas, 28. Distribución: en vacas 16, en perras 5, en ovejas y cabras 3, en marranas 2, en yeguas 2. Consecuencias: en diez casos perdiéronse hembras y crias; en tres sucumbieron las hembras y nada se sabe de las respectivas crias: en siete las hembras perecieron y las crias salvaron: en dos las hembras sobrevivieron y murieron las crias, y en las seis restantes las hembras se libraron y ni palabra se dice de la suerte de las crias. En ningún caso consiguióse salvar hembra y cria simultáneamente. La pro- porción de mortalidad en cuanto á las madres ha sido de 20 en 28, ó sea más de 71 por 100. Con respecto al engendro (haciendo abstracción de los nueve casos en que no se sabe qué suerte cupo á las crias), la proporción fué de 12 en 19, ó sea 63 por 100. Estas cifras, para mí y para cualquier otro, tienen una elo- cuencia azoradora, terrible: quiérase que nó, esos números son capaces no digo de resfriar sino hasta de extinguir el entusiasmo del más decidido experimenta- dor. Verdad es que atenúa algo la culpa de tales tentativas la consideración de que varias de entre ellas se hicieran en deplorables condiciones, tanto respecto 1 Traite jpratique de l’Árt des accouchements, par les professeurs H. F. Fasgelé et W. L. Gren- ser. 2me. édit. fraupaise, traduite sur la Bme. éditiou allemando &c., par Gr. A. Aubenas, profes- seur á la faculté de Médeeiue de Strasbourg. París, 1880, pag. 366. 2 Travmw d'obsté trique et de Ginecologie, París, 1882, pág. 125. de las hembras cuanto de las crias; agolados los medios loconómicos ordinarios de desembarazamiento, tal vez, tal vez, después de haber quemado el último car- tucho. Mascón todo y esa atenuación queda en pié siempre, que ni aun tratán- dose de las bestias la gastrotomía merece entrar en el rango de las operaciones usuales de obstetricia. Según opina el profesor Saiot-Cyr, considerada bajo el punto de vista puramente quirúrgico es una de las operaciones más largas, más fatigosas y más difíciles de la cirugía veterinaria. Si además se loma en cuenta el estado particular en que queda la hembra operada, el estado puerpe- ral, agravado, en la inmensa mayoría de casos, por Jas maniobras anteriores, ele., etc., no costará gran trabajo comprender de dónde párle su extrema gra- vedad. Téngase entendido que en los casos citados, sin excepción, la mente de los operadores fué salvar las dos vidas ó una de ellas al ménos, pues si otra hubiese sido, indudablemente que los profesores de veterinaria dichos desde un principio habrían cedido el puesto á los carniceros y destazadores. Sabiendo de antemano todo esto, cómo había de preferir esa operación, tan pavorosamente letal, al parto prematuro artificial, al mismo aborto provocado, cuyo nombre y crédito liábanse veces mil mejor sentados? Jamás. Se me argüirá que para hacer la operación cesárea los parteros están autori- zados y amparados por las leyes divina y humana, miéntras no lo están para provocar el aborto, y que quien tal haga quebranta uno de los mandamientos de la ley de Dios y viola una prohibición preceptiva de los códigos civiles délos pueblos cultos, sin exceptuar uno A pesar de eso, que no pasa de ser una opinión, un modo particular de ver de úna fracción médica, cuyo número, comparado con el que compone el contrario bando, está en exigua minoría; á pe- sar de eso, repito, en aquel entonces sin titubear prefiero el aborto, lo consulto, lo provoco, en fin, y os aseguro que estaría ahora tan tranquila mi conciencia y tan quitado de la pena, como me veis después de haber propuesto, consul- tado y hecho la operación que formalmente rechazo por su lado elegible, con todo y la benéfica modificación ideada por el Dr. Porro; y la razón en que me fundo es su letalidad, aunque siempre en menor escala comparativamente. «Si el aborto provocado, dice Mr. Pajot,1 es mil veces ménos peligroso que la ope- ración cesárea, lo es cien veces ménos todavía que la amputación útero-ová- rica.» Después de mucho cavilar sobre este punto que tan preocupados y divididos ha traído á los parteros; después de compulsar distintas opiniones, he llegado 1 Op. cit., pág. 516. al cabo á formarme un criterio todo mió, como debe ser, puesto que nadie sino yo mismo ha de dar á Dios estrecha cuenta de los pensamientos, deseos, pala- bras y obras de mi vida: “Desde el soltar las tiernas fajas de la cuna Al estrecho ataúd, todo es tormenta.” según cantó el egregio obispo-poeta hispano-mexicano.1 Este íntimo testimo- nio de mi alma, este criterio, díceme que hago bien en pensar como pienso y en obrar como acostumbro hacerlo ejerciendo el arte que me cuesta tantos des- velos, tantos sacrificios, y por el que realmente me he desvivido. Posteriormen- te mi criterio se ha robustecido y consolidado estudiando lo relativo á cuestión tan delicada en San Alfonso María Ligorio y en el justamente reputado teólo- go Billuart,2 quien, de paso sea dicho, se anticipó á la opinión, hoy predomi- nante, dos siglos casi, designando la indicación general del aborto médico y absolviendo de responsabilidad desde entonces á los facultativos que lo provo- casen, se entiende conforme á dicha indicación. También cuento en mi abono con el parecer de los teólogos y moralistas recientes. Nuestro contemporáneo el P. Gury, en Casus conscientue, resúmen de conferencias habidas en Roma poco há, aprueba la provocación del aborto en los casos determinados por el indicante médico, de acuerdo con lo que decidió el Sacro Colegio Romano, pre- vias las discusiones médicas públicas suscitadas ex profeso para ilustrar á los sabios cardenales que componen el cuerpo consultivo á quien el Sumo Pon tí tice confia el estudio y dictamen de aquellas cuestiones que por su importancia y trascendencia demandan sensatez, maduro examen, alta dosis de ciencia y no 1 Dr. D. Bernardo de Balbctena, originario de Valdepeñas, donde nació el 22 de Noviembre de 1568. Fué trasportado á México desde su infancia, y estudió en nuestras escuelas y colegios cuando las dos Españas unidas con los lazos de la sangro, do la lengua, de la común historia, de los comunes intereses y creencias, no eran más que una patria. Ilonró á la Iglesia, glorificó las letras españolas y dió lustre á nuestra México con señaladas muestras do su preclaro talento y aptitud para la poesía, obteniendo el premio en tres certámenes públicos, uno de ellos á los diez y siete años de edad y en competencia con más de trescientos rivales que se lo disputaban, cuyo acto verificóse para solemnizar el dia de Corpus, ante el Arzobispo D. Pedro Moya de Contreras y seis obispos más que celebraban el tercer Concilio mexicano; dedicándose á la par á los graves estudios teológicos, y alcanzando después las dignidades de Abad de Jamaica y Obispo de Puer- to-Pico. Escribió varios poemas: el “Bernardo,” que contiene 5,000 octavas; el “Siglo de oro;” la “Cristiada” (que los holandeses quemaron en el asalto do la Isla), varias elocuentes Homilías, y fué ilustre cantor de la “Grandeza Mexicana.” Esta celebridad, cuyas obras duermen silencio- samente, y cubiertas de polvo, en las bibliotecas de algunos eruditos, terminó su incansable y fe- cunda existencia á los 59 años, el 11 de Octubre de 1627. 2 De jure etjustitia. Dissertatio X. De abortu. T. Y, ménos de consejo. Si á pesar del dictamen del Sacro Colegio Romano la práctica del aborto médico continuara siendo censurable todavía, S. S. el Señor León XIII, de quien justamente se ba dicho que es un Santo Pontífice, que mira con un criterio sobrenatural las cuestiones más arduas y las más sencillas, y que de lo que preferentemente se ocupa es de la salvación de las almas, ni por un mo- mento más habría permitido se enseñase públicamente lo contrario en las aulas donde bajo su directa cuanto paternal vigilancia, maestros escogidos y designa- dos por él, instruyen á los futuros encargados de esparcir por el orbe la doctri- na pura del Evangelio y los mandamientos de la Iglesia. Esta reflexión de fijo tranquilizará los escrúpulos de los timoratos obstinados, cuya porfía, por lo vis- to, ya no tiene razón de ser. La cuestión del aborto, pues, está definitivamente juzgada. En Francia se halla aceptado en principio, aun por sus dos más acérrimos adversarios, MM. Stolz y Villeneuve (de Marsella), que lo autorizan en todos los casos indicados ménos en uno, la estrechez pélvica, para el que reservan la operación cesárea.1 En nues- tro país, los médicos generalmente siguen el camino indicado por la prudencia: proceder en cada caso conforme lo exige la indicación: abandonar la solución del problema clínico á la conciencia del facultativo que está encargado de regen- tarle y que por ese hecho debe asumir la responsabilidad moral y civil de sus actos: compartir dicha responsabilidad entre el actor y los médicos convocados para consultar sobre lo que propone, siempre que consientan y tomen parte en la decisión y ejecución de lo propuesto. No debe llamárosla atencionmi causaros extrañeza que en este Memorándum, aunque sea muy de paso, baya tocado la cuestión teólogo-moralista sobre el aborto provocado, debiendo limitarme al tema de mi opúsculo, la operación ce- sárea, que fue la practicada. Relaciónanse de tal manera estas dos operaciones, existen conexiones tan íntimas entre una y otra, especulativa y prácticamente vistas, que sin poderlo evitar he dejado correr la pluma sobre el papel, en fuerza de divulgar, como el público interes requiere, el estado actual de una cuestión grave bajo todos aspectos y que está zanjada en lo que cabe por la ley religiosa y por la civil. Lo que falta aún es obra del tiempo. Según el Dr. Garimond, la primera prohíbe la cefalotripcia y el aborto; sin embargo tolera este último en ciertos casos médicos en que es de absoluta ne- cesidad. 1 Yéase la obra delDr. Charpentier titulada Traite pratique des accouchements. París, 1883, pag. 740-741, La segunda proscribe á la cefalotripcia y al aborto: excepcionalmente tolera estas dos operaciones. La ley civil y la religiosa permiten con mayor razón el parto prematuro, cuando las dos existencias igualmente comprometidas pueden ser salvadas conjuntiva- mente por este medio. Ya se sabe, pues, á qué debe uno atenerse.1 2.a Propóngorae en esta segunda nota hacer el juicio crítico del modus fa- ciendi de la operación, llamada á nuevos y mejores destinos que su antecesora por varios cirujanos modernos notables, cansados, y más que eso, avergonzados de un arte tan peligroso como estéril, cuando se ejerce de modo que en recom- pensa de «mutilaciones sabias,» cual las denomina Ghassaignac, ofrece resulta- dos clínicos desastrosos únicamente. Al emprender esta tarea me asaltan serios temores de no ver colmados mis deseos, y estos temores parten precisamente de la convicción en que estoy, po- déis creerme, de no ser para el caso. Para juzgar magistral y autoritativamente sobre cualquiera operación no basta haberla estudiado en los libros, y leído muchos autores: no basta tampoco haberla ejecutado en maniquíes ó en cadá- veres, aun cuando en unos y otros sea factible: lo principal, lo que importa, es haber tropezado (miéntras más, mejor) con las dificultades, peligros ó siquiera desperfectos que solamente se revelan en el sujeto clínico. No hay duda: apren- der y saber son dos cosas distintas. «Así se explican, dice el célebre práctico que acabo de citar, así se explican las zozobras y la indecisión que se notan en operadores realmente hábiles durante el curso de ciertas operaciones que por cierto no gozan la reputación de difíciles.» Puesto en este caso, teniendo precisión de practicar la amputación útero- ovárica que jamas había hecho ni visto ni ensayado siquiera; exhausto de au- dacia (enumerada in capile de las cualidades que según algunos debe poseer todo aquel que aspirase á ser cirujano): falto de confianza y de firmeza, que para mí valen mucho más que la audacia, no pude haber hecho cosa mejor que suplir lo que me faltaba echando mano de las inapreciables dotes de varios ami- gos, cuyos auxilios fueron fructuosos, y á quienes, muy obligado, doy aquí un testimonio público de agradecimiento. El detal de lo que se hizo dicho queda en su lugar cronológico: compláceme 1 Do las indicaciones particulares del aborto intencionalmente hago punto omiso por no ser difuso. Al que desee ver algo bueno (lo mejor que he encontrado en su género acerca de ellas y sobre algo más muy ilustrativo é interesante) le recomiendo lea la obra de M. Emile Garimond, titulada: Traite théorique et pratique de Vavortement #c. Paris, 1873, pag. 275-370. agregar que cuantos tomaron parte en la ejecución cumplieron satisfactoriamen- te con su encargo. Cada uno se esforzó en llenar su cometido con expedición, seguridad y la celeridad posible, y como el camino por andar era llano, en reali- dad no hubo dificultades serias, ó mejor dicho, no hubo ninguna. Sin embargo, hubo una imperfección, y á consecuencia de ella surgió un accidente. La imperfección consistió en que el instrumento de Gintrat no estranguló al pedículo de modo que lo retuviese: suelto ya, produjese la hemorragia. La cau- sa de la imperfección solo podia depender de alguna de estas tres cosas: el constrictor no funcionaba bien; la constricción fue más allá de lo requerido: la constricción no fué bastante. Analicemos. No fué lo primero, porque el instrumento empleado está perfectamente cons- truido. No fué lo segundo, porque el alambre constrictor no dividió al pedícu- lo. Luego fué lo tercero, y, en este caso, una de dos: ó la asa desde un princi- pio quedó floja, ó primitivamente ajustada luego se aflojó por lo que se zafó el pedículo. La persona encargada de este detalle sabe lo que trae entre manos, y por tanto no creo probable lo primero. Solo queda, pues, el segundo supuesto: que se aflojó; el por qué fué, me parece bastante natural y sencillo. Siendo de cobre el alambre del constrictor, siendo ese metal uno de los más maleables y dúctiles, encrudeciendo por la acción del laminador y de la hilera de tirador (si después de tirado el artífice no cuida de recocerlo llevándolo primero á la tem- peratura del rojo sombrío y dejándolo luego enfriar lentamente), su densidad aumenta, endurece y tórnase elástico, cuya propiedad, claro es, no conviene de modo alguno cuando con el alambre se trata de ejercer una sujeción uniforme- mente constante y permanente, cual en estos ó semejantes casos se requiere. Tal pudo haber sucedido aquí. Cualquiera que haya sido la causa del desperfecto no creo de sobra este de- talle, cuyo menosprecio ü olvido pudiera ser de lamentables consecuencias. Pequeñas causas, muchas veces, producen grandes efectos. Sin embargo de que los Dres. Porro y Müller usan y recomiendan el cons- trictor de Gintrat para hacer el estrangulamiento hemostático del pedículo, otros operadores no lo emplean, lo cual me ha hecho concebir serios temores de que allá, tal vez, en alguna ocasión, haya ocurrido lo que acá. El Dr. Spáth (de Yiena), por ejemplo, emplea el machacador común, cuya cadena, para este caso, está provista de una corredera que la fija con toda seguridad en el punto que se considera necesario. Los Dres. Litzmanu y Felhiug (el primero de Kiel y el se- gundo de Stuttgard) constriñen por medio de la venda de Esmarch. El Dr. Y. Ghalot hace la hemóstasis preventiva con un tubo elástico grueso, y la definitiva por medio de cordones de cautchuc puestos de cierta manera que por el momen- to no es del caso referir. El Dr. Wasseige(de Lieja) usa un instrumento de su inventiva. Consiste en un constrictor que en vez de alambre lleva una cinta de acero de 50 centímetros de largo, 1 centímetro de ancho y poquísimo espesor. Entre las ventajas que asigna á su instrumento, tiene, dice, las de constreñir sobre una superficie ancha, ser suave y directa su acción, y poderse sentir con mayor claridad la fuerza empleada y la resistencia de los tejidos. En cuanto al accidente, la hemorragia, dicho queda que fue cohibida ligando con cat-gut la arteria ovárica previamente descubierta, la útero-ovárica, y el ligamento ancho derecho, y constriñendo al pedículo por medio de un grueso tubo elástico vulcanizado y desinfectado, con lo cual, y merced al obstáculo in- superable que oponían á su deslizamiento los dos grandes alfileres que cruzados lo atravesaban arriba de la porción ligada, ni volvió á salir sangre ni el pedí- culo volvió á zafarse, según se comprobó algunas horas después en la autopsia cadavérica. Poca serosidad de color ambarino fue lo único que se encontró dentro de la cavidad del vientre, la misma que durante las horas que Josefa sobrevivió á la operación manó de la herida y mojó el apósito. Si alguna ocasión se me ofreciese repetir la amputación útero-ovárica, con la experiencia de lo acontecido prevendría la hemorragia ligando en masa y por separado los ligamentos anchos y redondos que contienen ramos délas arterias espermáticas internas ó uterinas aórticas, procedentes de la aorta ó de la re- nal; de las espermáticas externas, que nacen de las arterias epigástricas, y los de las arterias uterinas que emergen de las hipogástricas (Luschka). En cuan- to al pedículo, lo constreñiría por medio de un grueso cordon ó de un tubo de cautchuc. 3.a Propóngome en esta tercera y última nota decir algo acerca del éxito clí- nico obtenido en el primer ensayo nacional de la aparatosa, delicada y grave operación del Dr. Porro. ¿Debe verse este caso como un triunfo ó como un revés? Para fallar en este punto se necesita dirigir ántes una ojeada retrospectiva hácia el de su origen: él revela la mente, el propósito, el ideal que le decidieron á ejecutar la operación que lleva su nombre; sin esta reminiscencia previa me fallaría apoyo y me seria difícil responder á la pregunta. Antes del 21 de Mayo de 1876, en que el Dr. Porro operó á Julia Covallini en el Hospicio de la Maternidad de Pavía, conforme él mismo refiere,1 lo tocante ála 1 Delta amputazione utero-ovariea come complemento di taglio cesáreo. Milano, 1876. amputación útero-ovárica había marchado á paso tardo y progresado muy poco, limitándose, realmente, á consideraciones teóricas y ensayos en animales, ini- ciados por Cavallini más há de un siglo. Sorprendido el Dr. Porro de los resul- tados brillantes obtenidos por el Dr. Pean, tanto en la ovariotomía, cuanto en la extirpación de la matriz no grávida, y azorado al par de los continuos reveses en las operaciones cesáreas, aun en los casos en que se practicaba la sutura uterina (ideada y ejecutada primeramente por Lebas, según cuenta Lauverjat; después por Wiesel (de Gülsenbusch) en 1833; luego por Godefroy (1840), por Didot (1849), y más recientemente por otros varios), reflexionó que era nece- rio impedir á todo trance que en lo sucesivo se derramara sangre en la cavi- dad peritoneal, oponiendo la ligadura y sección del útero y sus anexos, y no dejar dentro, tampoco, una herida que allí vertiese sus productos. Buscó modo de realizar su idea, púsose en acecho de una oportunidad, y llegado el momen- to ejecutó por fin la operación con el suceso más lisonjero y victorioso que darse pueda. La venturosa nueva en breve dió la vuelta al mundo y excitó el entusiasmo de los cirujanos á tal grado, que en el corto período de ocho años que de entonces acá han trascurrido bien se han hecho más de cien operaciones por el estilo, sin y con las diversas modificaciones posteriormente introducidas por algunos cirujanos. Y como sucede en todo aquello en que el hombre mete mano: unas ocasiones el desenlace ha sido bueno, otras malo, y bien mirado, no tenemos de qué asombrarnos. Lo que se desprende de esta reminiscencia histórica, de intento traída á cola- ción, es; que el propósito, el ideal del Dr. Porro esencialmente consiste en im- pedir toda hemorragia, toda causa de irritación, de infección purulenta, séptica común ó específica (miasma puerperal) en las mujeres sometidas á la operación cesárea. Bellísimo ideal áfé! Si se ha realizado ó no, díganlo los hechos: Jos hechos contestan que unas veces no y otras sí. Bien meditado esto, tampoco tenemos por qué pasmarnos. El hombre propone y Dios dispone, dice el vulgar proverbio, y eso es verdad. En los problemas terapéuticos médicos ó quirúrgicos no sucede lo que en los problemas de la álgebra, en que ax b=ab; y es que la medicina está muy dis- tante de ser una de las ciencias exactas; aun está en duda que sea ciencia. Mas dése por sentado que el ideal del Dr. Porro nunca fallase: los medios propuestos, amputar el útero y sus anexos y traer afuera el muñón, ¿servirán, acaso, para conjurar los demás peligros anexos á toda operación quirúrgica, sobre todo de la seriedad é imponencia de la que se trata? ¿AI ponerlos en plan- ta, por ventura se evitan la fiebre traumática y sus numerosas complicaciones? ¿Por hacerlos, se impide esotro que viene y no se ve, esa entidad misteriosa no definida hasta este momento por nadie, que aterra á los operadores y mata sin misericordia, sin remisión, á muchos operados infelices, y que desciende por linea paterna del estado sui generis á que toda herida, toda lesión quirúrgica grave arrastra al organismo? No. Lo más selecto de ios cirujanos de esta y otras épocas hasta ahora no ha logrado esquivar tan temible escollo. Hace muchos años, leyendo una obra de cirugía de autor célebre (de cuyo nombre no he podido acordarme) aprendí que una de las principales dotes del cirujano, la mayor puede ser, que se adquiere á fuerza de buen sentido, á fuer- za de observar atentamente cuanto le rodea, es el arte de bien juzgar la capa- cidad para el traumatismo; quiere decir, valuar qué grado de traumatismo puede soportar un individuo que tenga que sujetarse á la operación quirúrgica indicada; cuál, la región del cuerpo donde se ha de ejecutar; cuál, el estado higiénico del individuo; y cuál, por último, la población en que ejerce; en dos palabras, penetrarse bien del medio operatorio en que se encuentra. Agregaba, que aquel á quien falte esa dote de penetración, que él llama sentido de trauma- tismo (sens de traumatisme), carece de una de las cualidades más esenciales de un cirujano, y, sin poderlo evitar, se verá expuesto á muy tristes desenga- ños á cada ralo. Para mayor claridad, me acuerdo que pone el siguiente ejem- plo. Si dejándose llevar únicamente de los trabajos publicados sobre extirpación del ovario, por los autores ingleses y americanos, un cirujano creyese poder imitar en París la práctica seguida por nuestros cofrades de ultra-Mancha y Norte-América, yo afirmo que se expondría á las más crueles decepciones por no conocer ó no haber sabido conocer el medio operatorio en donde practica. ¿No pasará lo propio con la operación cesárea? Conforme acaba de verse, arduo é ímprobo trabajo tiene que echarse á cues- tas quien cuchillo en mano se proponga velar por la existencia de sus semejan- tes. Tan arduo é improbo, que dificulto que entre nuestros cirujanos de más renombre y fama; avanzaré más, que aun entre los de mayor renombre y fama del mundo científico, haya uno siquiera que con justicia pueda jactarse de tener el don de saber conocer la capacidad traumática del medio en que opera, toma- do bajo punto de vista tan complexo y visto bajo tan múltiples fases. Todavía diré más: dificulto que con todo y ese talento nunca visto, con todo y ese don de prever, un cirujano deje de equivocarse, v. gr., calificando de poco ó nada resistente á un sugeto de pobre complexión, de triste apariencia á la vista, que en realidad sea muy capaz de soportar y sobrepujar con ventaja, no digamos á las lesiones graves originadas por la operación, sino á lo que todavía es supe- rior, á sus efectos y terribles complicaciones, yal contrario. ¡Cuántos chascos de esta especie be presenciado en mi vida, y cuántos me he llevado yo mismo! Con Ja resistencia vital sucede lo que con toda fuerza física ó moral: que las apariencias son engañosas. En la naturaleza no vemos al desencadenado é im- petuoso Bóreas romper las seculares y robustas encinas, arrancar y rodar á los abismos las inmensas moles de granito, y agitar sólo, sin causarles daño, á los flexibles juncos y las endebles cañas? A la edad que alcanzo ya no me es permitido forjarme ilusiones. Ojalá! Durante los primeros años de la práctica del arte la sangre hierve, la imagina- ción divaga, engendra proyectos imposibles y germinan en ella todos los ab- surdos, todas las quimeras, todas las utopias: cualquiera cosa parece tan fá- cil, tan sencilla, tan llana, que más no puede ser. Deslízanse mansamente los dias unos tras otros, y sin sentir, los brios juveniles y los mil dorados ensue- ños de ventura y placidez se apagan, quedan reducidos á pavezas, huyen para no volver. A los engaños suceden los desengaños y repentinamente cam- bia la escena. Entonces todo se mira ímprobo, arduo, erizado de mil dificulta- des, inaccesible: el deshojado árbol de la experiencia sazona sus frutos, y esos frutos sazonados, mas no por eso menos acerbos, mal de su grado, son el postrer manjar del hombre y su nutrimiento en el último tercio de la existencia Pero ni por un momento vayais á creer que estas amargas quejas nazcan del sentimiento que me haya producido el resultado á medias que obtuve en la em- presa que acometiera con la ayuda de Dios y la cooperación de varios amigos. No; mis lamentos datan de años atrás; son los suspiros del viajero que se retira fatigado, que echa de ménos las ilusiones, y solo palpa ya la fría realidad en cuanto se le pone delante. Por eso desde que vi á Josefa y me penetré de su situación juzgué que su suerte estaba echada. Acabando de reconocerla pre- dije su triste fin, y me resignó: el vaticinio se cumplió al pié de la letra, y sigo resignado. Mi pronóstico se fundaba en el conocimiento del medio en que iba á ejercer: súbito asaltaron mi mente y bulleron en mi cerebro los di- chos del sabio autor cuyo nombre he olvidado, y á una simple ojeada pude mirar que el estado de la paciente nada tenia de higiénico; que la región por atacar era muy susceptible; la operación por hacer, grave y delicadísima: las condiciones de la ciudad, y sobre todo del lugar en que estaba, pésimas á un grado superlativo. Todo lo tenia en su contra, y todo lo miré, no porque posea ese mítico don que debe presidir y casi sintetiza las dotes que han de adornar á los cirujanos —cuán distante estoy de eso— sino porque tuve al alcance de mis ojos el panorama de los sucesos, porque aquello era claro, trasparente como la luz, y por ciego que sea, imposible era dejase de verlo. Estaba cierto de salvar la vida del producto y casi cierto de que la madre perecería en la de- manda: y qué remedio? Semitriunfo ó semiderrota, conforme sea el lado por donde se le tome, el desenlace no desacredita en lo más mínimo la operación del Dr. Porro, puesto que su destino no es salvar á cuantas mujeres se someten al procedimiento, sino disminuir, tan solo, las probabilidades en contra, y acrecer, en proporción, las probabilidades en pro. Por lo visto en ocho años de existencia que hoy preci- samente cuenta, la suerte, el porvenir de esa operación, tiene de ser ni más ni menos la que de ordinario cabe á los inventos de los hombres. Los de Jesty y Jenner, calificados de providenciales, de divinos, no por eso han logrado po- nerse á salvo del terrible anatema y esquivar el porfiado tolle tolle de la maledi- cencia. Quiénes, si no, acusan á la linfa vacunal humanizada de que degenera en el cultivo; quiénes, de que no es exacto que sus virtudes preservalivas sean de por vida, y propalan y vocean que es de todo punto preciso repetir la vacu- nación á este ó aquel plazo; quiénes, de ser contaminativa de esa asquerosa enfermedad que corroe la vida, degenera las estirpes y degrada al linaje huma- no Y quiénes, al contrario, yo entre ellos, la defienden y ensalzan des- entendiéndose de los dichos calumniosos de sus gratuitos deturpadores. No obstante, la vacuna humanizada subsiste y subsistirá miéntras haya gentes sen- satas que atribuyan á sus verdaderos orígenes lo que se funda hasta hoy única- mente en esta extraña pero muy común manera de discurrir: Post hoc ergo propter hoc. Lo propio digo de la operación del Dr. Porro. E! éxito de Ja ejecutada en México no puede desacreditarla, porque su destino se cumplió al pié de la letra: concluida que fué, la herida no vertió en la cavidad periíoneal ni sangre ni ningún otro producto. Por lo tanto el revés sufrido no le atañe. Las causas de él fueron otras; hélas aquí; mala constitución de la mujer, que debe hacerse partir desde que se inició su concepción; era original: empobrecimiento de fuer- za vital motivada por los trastornos funcionales y mecánicos de la preñez que en hora aciaga empeoró un estado de por si bien precario; la hemorragia que sobrevino cuando el constrictor de Cintrat dejó de constreñir al pedículo, la cual contribuyó, y no poco, á cercenar la escasa fuerza de resistencia que quedaba; por último, los desperfectos del manual operatorio, inherentes á toda cosa que coje de nuevo, que se hace por primera vez, aunque se conozca bien especulati- vamente.