TESIS PARA EL EXAMEN PROFESIONAL DE POR CARLOS GONZALEZ PLIEGO, ALUMNO LA ESQUELA DE MEDICINA DE MEXICO. Consideraciones generales sotore las jEs-otois?©®.. MEXICO: 1869. Tipografía del Comercio, de N- Chayez, a cargo de J. Moreno. CalSc dcCor«lcll)anesíiíiiíí. § AL SEÑOR PUBLICO TESTIMONIO DE GRATITUD. A LA MEMORIA MI CONDISCIPULO MARIANO OLVERA. RECUERDO DE AMISTAD. I. La fiebre y las fiebres han llamado en todo tiempo la atención de los médicos, siendo objeto de importantes dis- cusiones- sin duda constituyen una clase de enfermedades caracterizadas esencialmente por un movimiento febril que comienza y termina con la enfermedad, y acompañadas muchas veces de lesiones anatómicas especiales que, aun- que sean constantes, no tienen mas que una importancia secundaria, en vista de la marcha y de los caracteres ge- nerales de la enfermedad. Pero lo que acabamos de decir, se aplica á las fiebres consideradas como enfermedades ó pyrexias, y no á la fiebre, síntoma común á un grande número de afecciones diversas. Se llama Pyretologia al estudio de las fiebres. La colección de los libros hipocráticos, es el primer manantial en donde se pueden tomar las primitivas nocio- nes sobre la fiebre y las fiebres. Según los médicos de la Escuela de Cos, la fiebre es una enfermedad muy co- mún y que acompaña á todas las otras, particularmente á la inflamación. Para los antiguos médicos, se encuentra sobre todo la idea de fiebre en la nocion del calor. Hi- pócrates no consultó el pulso, mas tarde fué cuando las alteraciones de los movimientos del corazón han sido con- tadas como un importante fenómeno en la apreciación de la fiebre: para los médicos hipocráticos, el aumento del calor del cuerpo es un síntoma general que se asocia á las enfermedades; cuando aparece solo, es lo que ellos entien- den en el sentido mas estricto por fiebre. Erasistrates hace consistir la esencia de la fiebre en el movimiento de las arterias: para Boerhaave, la aceleración del pulso es su carácter esencial. Celso vé en la fiebre una enferme- dad general. 6 Estos son los tres elementos que mas tarde debian ser- vir de base á casi todas las definiciones propuestas sobre la fiebre. Cuando los médicos se apartaron de la observación, co- comenzaron las teorías, que no hicieron mas que retardar la marcha de la ciencia. Willis, fundándose en las teorías humorales y neumá- ticas, considera la fiebre como un movimiento desarregla- do de la sangre, y una efervescencia excesiva de este liqui- do, con calor, sed y otros trastornos de la economía, Sydenham, no vé en la fiebre sino un movimiento im- primido á la sangre por la naturaleza, cuyos esfuerzos tien- den á desembarazar este liquido de las materias morbosas que lo alteran y á volverle su pureza primitiva. Las escuelas vitalistas creen con Stahl, que es una ope- ración de la naturaleza destinada á un fin saludable, y que proporciona por medio de los órganos, la espulsion de las materias dañosas. Según Federico Hoffmarm, Cufien y Nietzki, la fiebre es una afección espasmódica de todo el sistema nervioso y vascular, acompañada de turbación de las funciones, producida por una causa irritante que exita una viva con- tracción de las partes nerviosas; hasta que cesando el es- pasmo, las escreciones se restablecen y la fiebre desapa- rece. Sauvages y Borsieri, se limitan á dar los caracteres de este estado patológico: la fiebre, dice este último autor, es una enfermedad de todo el cuerpo, alterando casi todas las funciones, ya aguda, ya crónica; unas veces continua, otras intermitente, y volviendo á épocas periódicas, “de- terminada por las cosas no naturales,” acompañada or- dinariamente de diminución de las fuerzas, velocidad y frecuencia del pulso, modificación de la temperatura ñor- 7 mal, pudiendo detenerse por escreciones criticas, cuando es primitiva, y terminarse felizmente. Eeil define la fiebre, una exaltación de la irritabilidad unida al estado natural ó á la diminución del poder de obrar. 1 í:A pesar del numero de definiciones propuestas pol- los autores, á pesar de las discusiones interminables, á las que han servido de texto, no se tiene una sola que pueda resistir á una critica severa; lo que es debido á que la mayor parte de los médicos se han aplicado á penetrar la causa intima, la esencia de la fiebre, y á inscribir las ideas que se habían formado en sus definiciones. Otros mas re- servados comprendieron que era mejor apreciar los fenó- menos que caracterizan el estado febril, sin tratar de ele- varse á la causa que los produce.” Grisolle, dice, que las palabras fiebre, pyrexia o estado febril, sirven para designar un estado morboso de cierta duración, caracterizado sobre todo, por un aumento de ca- lor del cuerpo, por aceleración del pulso, por malestar y turbaciones diversas de otras varias funciones. La fiebre es, pues, caracterizada por un conjunto de síntomas que varían en su intensidad; su duración según los individuos, el sitio, la naturaleza y la época de la en- fermedad á la que se les observa. Los fenómenos que la anuncian, aunque muy notables, pueden ser debidos á una turbación funcional. Es por lo mismo necesario deducir los caractéres esenciales de la enfermedad, del conjunto de sus síntomas, y estudiarlos separadamente. De los que se encuentran siempre en toda clase de fie- bre, los dos fenómenos mas característicos son, el aumen- to del calor y la aceleración del pulso. El primero, en efecto, es el mas constante, y puede medir- se con exactitud por medio del termómetro aplicado en la axila del enfermo; este, efectivamente, acusa una elevación de temperatura de uno á tres grados, y a veces cuatro, co- mo en la escarlatina, arriba de la temperatura normal. I Compendio de medicina práctica. 8 El carácter particular del calor ofrece algunas diferen- cias, que han servido para establecer variedades designa- das con los nombres siguientes*. Calor franco, que es el que se asemeja á el calor de un individuo bien constituido que hace un ejercicio algo fuer- te: acompaña por lo general la fiebre poco intensa. Calor halituoso, es el que se reparte de un modo general y uniforme sobre toda la superficie del cuerpo, acompa- ñándose de una ligera humedad: se encuentra al principio de algunas fiebres eruptivas. El calor es seco cuando la piel ha perdido su humedad habitual. Es acre y mordicante cuando la mano aplicada sobre la piel siente una sensación penosa; estas dos últi- mas variedades acompañan la fiebre héctica d crónica El calor puede ser continuo ó fugaz, volver á épocas fijas ó irregulares según la causa de la fiebre: frecuente- mente es precedido de una sensación de frió que puede en algunas ocasiones reproducirse en el curso de la enfer- medad: unas veces es una simple sensación de frió, otras es una horripilación con salida de ios bulbos piliferos, ya es un verdadero calosfrío. El frió puede ser una per verdón de sensación de los enfermos, lo mismo sucede con el calor. En las fiebres continuas, cuando las partes exteriores se enfrian sin que la fiebre cese, y que al mismo tiempo el enfermo siente interiormente un calor ardiente, se debe lle- var un pronóstico grave, (Hippocr) In febribus non Ínter- mUtentihns, si 'partes exteriores pigeant, interiores urantur ct sitim habeat lethale. En las fiebres eruptivas, yen par- ticular en la viruela, es un signo funesto cuando des- pués de hecha la erupción se observan calosfríos violen- tos y reiterados. La aceleración del pulso es uno de los fenómenos mas constantes y mas ciertos de la fiebre. Ya hemos dicho que para Boerhaave es el carácter esencial; después de Gale- no, la esploracion del pulso ha adquirido una grande im- portancia, y de entonces acá los autores que han escrito sobre la fiebre, se han aplicado á notar sus menores varia- dones. El grado de frecuencia del pulso se aprecia exac- tamente por medio de un relox de segundos. 9 Para conocer con certidumbre el estado de circulación, el médico debe conocer el número de los latidos arteriales en las diversas edades. Según las investigaciones de Leuret y Mitivié, el pul- so de los viejos es mas frecuente que el de los adultos, puesto que en los primeros se encuentra por término me- dio 73 ó 74 pulsaciones por minuto, y 65 solamente en los segundos. Hade hace notar que en el hombre la frecuen- cia del pulso ha sido ciertamente exagerada. Dice ser mas común que lo que se piensa, encontrar individuos que tienen el pulso abajo de 60. Bouillaud ha hecho no- tar en su clínica, que muchos individuos tienen el pulso normalmente á 56, 54, 48; mas escepcionalmente se en- cuentra el pulso á 34, 32; es muy importante tener pre- sentes los hechos de que hablamos, porque en estos indi- viduos cuyo pulso es raro, pueden con 60 ó 70 pulsacio- nes tener una fiebre intensa. Los autores no estando conformes sobre la frecuencia del pulso en la niñez, daré las apreciaciones de los seño- res Yalleix y Grisolle: para Yalleix esta frecuencia no se- ria en los niños de dos á veintiún dias sino de 90 á 100 pulsaciones por minuto en estado de vigilia, y de 87 du- rante el sueño; á los siete meses llegaría por término medio á 126; después la aceleración del pulso iria declinando basta la edad de seis años, pero siempre manteniéndose un poco arriba de 100: para Grisolle, en el primer mes de la vida extra-uterina, el pulso oscila entre 88 y 160 pulsa- ciones, ofreciendo por frecuencia media 121 pulsaciones; de dos á cuatro meses esta frecuencia se eleva á 128; de cinco á siete meses se abate á 116, y de un año á catorce meses desciende á 11l por término medio, pero ofreciendo variaciones considerables según los individuos. Los cambios que las enfermedades febriles imprimen á la circulación son, según Chomcl, de dos especies: los unos son apreciables a cada latido, los otros no son sensibles, sino por la comparación de un cierto número de latidos en- tre si: ala primera serie pertenecen la velocidad y la len- 10 titud.la dureza y la suavidad, el desarrollo y la pequenez? la debilidad y la fuerza; á la segunda, la frecuencia y la rareza, la irregularidad y la desigualdad. No pudiendo entrar en el estudio por separado de cada uno de los caracteres que puede presentar el pulso en las fiebres, se me permitirá consignar aquí la apreciación que hace el profesor de Dublin, sobre el pulso dicroto; “En las fiebres el pulso dicroto, que es al mismo tiempo duro, es un muy funesto síntoma, si presiste mas de veinticuatro horas; pero si es seguido de una epistaxis moderada que modifica estos caracteres, entonces no es un mal signo. En la misma fiebre este pulso puede aparecer y desaparecer varias voces, pero cada aparición nueva aumenta la seve- ridad del pronóstico. Si en una fiebre el pulso queda di- croto y duro por varios dias, sin ninguna tendencia hemor- rágica, nueve veces sobre diez, la terminación es fatal.” La alteración del número de los latidos del corazón aparece al mismo tiempo que se turba la calorificación. El calosfrío ó el calor de una parte, y la aceleración del pul- so por la otra, marchan casi siempre simultáneamente: el práctico, fundándose en estos dos órdenes de síntomas, de- cide que hay fiebre; teniendo en cuenta, además, las turba- ciones variadas que trae consigo de parte de algunos apara- tos, especialmente del lado del aparato de la inervasion, de las vías digestivas y de varios órganos de secreción. El sufrimiento del sistema nervioso se indica por mal- estar, fatiga, cansancio muscular, dolores contusivos en los miembros, cefalalgia, torpeza intelectual, agitación noc- turna, delirio, algunas veces convulsiones, etc. Sed, anorexia, lengua pastosa y blanquecina, unas oca- siones árida ó seca, son las turbaciones ordinarias do los órganos digestivos. Por parte de los órganos de secreción tenemos, la piel unas veces árida, otras húmeda ó cubierta de sudor, la orina mas acida; y frecuentemente turbia por una mayor cantidad de moco y de sales. Los señores Becquerel y Rodier han llegado á resulta" dos interesantes en sus investigaciones sobre la orina, en 11 la fiebre tifoidea, el sarampión, la escarlatina, la viruela, y las fiebres intermitentes. En la fiebre tifoidea, hay diminución considerable de la agua; diminución proporcionalmente menos considerable de las materias tenidas en disolución; diminución de la urea, en proporción menos fuerte que la de la agua; au- mento del ácido úrico; diminución de las sales casi análo- ga á la de la urea; estado normal ó ligero aumento de las materias orgánicas; el moco aumenta algunas veces, sobre todo cuando hay retención de orina; la sangre se encuen- tra rara vez en la fiebre tifoidea. Sarampión.—En la fiebre de invasión la orina presenta los caracteres de la orina febril, es muy raro que presente una débil cantidad de albúmina; en el período de erupción, si la fiebre presiste, la orina conserva el carácter que ofre- ce en la fiebre de invasión; durante la descamación y la convalecencia, la orina obedece á las mismas leyes que du- rante la convalecencia de las enfermedades agudas. En la escarlatina simple, la orina presenta los caracte- res del estado febril al mas alto grado; es poco abundante, oscura en color, muy ácida y sedimentosa; contiene algunas ocasiones una pequeña cantidad de albúmina, que ade- mas de ser pasajera, es poco abundante y nada tiene de especial. Viruela.—En los pródromos de la viruela, las orinas pre- sentan en general los caracteres de la orina febril; en el período de erupción conservan los mismos caracteres; des- pués de la erupción las orinas tienen un carácter diferente, según que se les observa en la varioloides o en la virue- la. En la varioloides, las orinas vuelven á tomar sus ca- racteres normales á medida que se aproxima el período de descamación y que se aleja del instante en que la fiebre ha cesado. En la viruela, durante el periodo de supuración las orinas presentan aún los caracteres febriles: algunas veces se encuentra aunque pasajeramente una pequeña cantidad de albúmina durante la descamación. Fiebre intermitente. Durante la intermitencia, la orina se acerca tanto mas de su aspecto normal que los accesos son menos largos y que son mas lejanos unos de otros. Durante el acceso, frecuentemente las orinas conservan los caractéres que tenían en la intermitencia: algunas ocasio- nes las orinas son sedimentosas al fin del acceso; los sedi- mentos son compuestos de ácido úrico y uratos ácidos. 11. P remas.—Nos queda que hablar de estas enfermedades generales, en las cuales no ha sido posible descubrir una lesión sensible y primitiva de los sólidos ó de los líquidos. Las caracterizamos con Yalleix diciendo: que, las fiebres esenciales ó pyrexias, son enfermedades agudas, febriles, de tipo continuo, intermitente ó remitente, infecciosas ó contagiosas, reinando al estado esporádico, endémico o epidémico, caracterizadas esencialmente por un estado fe bril y por la defibrinacion de la sangre. Varias especies de fiebres son acompañadas de lesiones anatómicas; pero en ningún caso, estas lesiones podrían ser consideradas como la causa material y primitiva de la enfermedad. Las pyrexias pueden ser con determinación hacia la piet; la viruela, el sarampión, la escarlatina, el sudor miliar y tal vez el tifo, 1 son palpables ejemplos; pues es fácil probar que la inflamación de la piel, cuando existe, no constitu- ye mas que un carácter accidental y secundario, de otro modo dependería de la lesión de los tegumentos: pero se observan casos de viruelas discretas, y mas aún de escar- latinas mortales, cuando la erupción ha invadido una cor- ta extensión de la piel y que ha tenido una duración efí- mera; ademas, es imposible producirla artificialmente reco- nociendo una causa específica. 1. Aunque hacemos aquí este acercamiento, no por eso comprendemos al tifo en la clase de las enfermedades eruptivas: no por eso negamos que se encuentren algunas alteraciones en el tifo. En el importante trabajo del Sr. D. M. Jiménez, sobre el tabardillo, le asigna entre otros, los caractéres anátomo-patologicos siguientes: congestiones hasta hemorrágicas en el encéfalo, pulmones, bazo é intestinos, reblandecimiento de esos y otros órganos, como el corazón, y cier- ta consistencia como glutinosa del liquido que lubrifica las serosas. ¿Estas alteraciones serán comunes en todos los individuos que sucumben á una fiebre grave? o ¿serán especiales á nuestro tabardillo? 13 Pyrexias con determinación especial á la piel y la cavi- dad abdominal.—La fiebre tifoidea nos dá el ejemplo: por la piel la erupción de manchas rosadas lenticulares, y de su- dámina; de parte del abdomen la alteración especial de los folículos intestinales, el aumento de volumen, la inflama- ción y aun la supuración de los gánglios mesentericos, asi como también el aumento de volumen del bazo. Pyrexias con determinación principal hacia el tejido celur lar y las glándulas.—La peste de Oriente pertenece á esta clase; los bubones, los antrax, los carbones y las petequias gangrenosas, son accidentes muy comunes en esta enfer- medad. Pyrexias con determinación hacia el hígado y las vias biliares.—En la fiebre amarilla, la fiebre remitente y tal vez la fiebre biliosa de los países calientes, 1 el hígado es casi siempre alterado en su coloración y en su estructura; si bien esta alteración no explica el movimiento febril y los otros síntomas graves. Pyrexias en las cuales la turbación de la calorificación y de la circulación, es el carácter mas constante y aprecia- ble.—La fiebre efímera, la fiebre sinoca y la fiebre intermi- tente simple o perniciosa, son ejemplos; en esta ultima el aumento de volumen del bazo si bien es muy frecuente no es constante. Las generalidades en que acabamos de entrar nos ense- ñan á separar las fiebres de la fiebre, es decir de las enfermedades en que se manifiesta este síntoma. Galeno formuló con precisión las diferencias que separan las fie- bres de la fiebre; en unas, dice, depende de flecmaslas, en las otras de los humores; las primeras no son en alguna suerte mas que síntomas ligados á las partes inflamadas, y el mal recibe su nombre del órgano lesionado, como la peri-neumonia, la pleuresía. Las enfermedades que se deriban de los humores son llamadas fiebres; ellas no son síntomas sino enfermedades. Ciertamente esta frase da una buena idea de lo que de- be entenderse por la palabra fiebres; que no son otra cosa 1. Valleix asigna casi los mismos caractéres anátomo-patologicos á la fiebre biliosa de los países calientes, que Grisolle da á la fiebre remitente. que enfermedades febriles sin ninguna alteración local apreciable, esencial y primitiva. Porque si en algunas fiebres, la tifoidea por ejemplo, encontramos lesiones ana- tómicas bien caracterizadas del quinto dia de la enferme- dad en adelante, en otras, como en la sinoca, en ningún período se encuentran alteraciones especiales; desde enton- ces la palabra fiebre se debe conservar, pues designa esta- dos morbosos febriles, en los cuales la lesión local esencial no es primitiva ó falta del todo. Refiriéndonos á la fiebre tifoidea, podemos aplicarle lo que dice Littré sobre los ca- racteres generales de las fiebres: “Tiene en sus síntomas una generalidad que impide referir cada fenómeno parti- cular á la lesión local que existe.” Por lo tanto tenemos que abordar la cuestión siguiente: ¿Existen fiebres esenciales? Respondemos con los autores del compendio de Medicina: Se comprende que todos los estados febriles no tienen su primer origen en las alteracio- nes, sea constantes, sea variables, que se encuentran en los cadáveres, que estas no son sino uno de los elementos de la enfermedad, que hay otro esencial y primitivo que se nos escapa. Desde entonces los médicos que sostenían estas doctrinas conservaron la palabra fiebre, y se sir- vieron de ella para designar las enfermedades febriles las pyrexias, sin ninguna alteración local, esencial y pri- mitiva, no mirando las lesiones que encontraban sino como dependencias de la enfermedad. 14 Tal es también para nosotros el sentido que damos á la palabra fiebre esencial. Creemos necesario añadir, que las fiebres esenciales no son para nosotros enfermedades sin le- siones, enfermedades sinemateria, en las cuales el principio vital, para servirnos de la espresionde algunos autores, seria solo alterado; la esencialidad comprendida de esta suerte nos parece un contrasentido; una enfermedad sin lesión de los instrumentos nos parece imposible admitir. Creemos que es uno de los instrumentos de la vida, en otros térmi- nos, un tejido, un órgano, una molécula viviente, sea sóli- da, sea líquida, que deben ser primitivamente alterados; pero como no hemos podido hasta aquí sorprender esta le- sión. ni determinar la naturaleza y el sitio, damos al es- 15 lado febril que resulta el nombre de fiebre, porque el mo' vimiento febril, los síntomas pyréticos, constituyen la turbación mas evidente. No por eso dejamos de conocer los vicios de esta deno- minación; siendo preferible muchas veces valerse de un nombre insignificante. Sin duda el movimiento febriles el elemento esencial, pero ademas de que él es común á enfermedades muy diferentes por su naturaleza y por su sitio, como á todas las íiecma- sías, sea simples, sea especificas, hay otros elementos que en las fiebres tienen una grande importancia; asi en el sa- rampión, la viruela; el exantema cutáneo, las pústulas, son dependencias de la enfermedad como el movimiento febril: por lo tanto la denominación de sarampión, viruelaT son preferibles á otra cualesquiera, pues son ellas mismas insignificantes, y no dan ninguna idea falsa sobre la natu- raleza o el sitio de la enfermedad; bien que el estado pyrético sea uno de sus caractéres; pero como este es co- mún á un gran número de enfermedades diversas, no hay motivo para confundirlas bajo una misma denominación. En la fiebre tifoidea la ulceración de las placas de Pe- yer, las ronchitas lenticulares, las hemorragias, constitu- yen elementes tan esenciales de la enfermedad como el es- tado febril: ademas las palabras dotienenteria, enteritis foliculosa, de que los autores se han servido para denomi- nar la fiebre tifoidea, prueban la insuficiencia de la pala- bra fiebre: esto ha hecho que los autores hayan añadido alguna calificación para mejor determinar su naturaleza y su¿sitio. Por lo común han elegido los fenómenos mas or- dinarios y mas notables, tal sin duda á sido el objeto de las palabras atáxica, adinámica, comatosa, etc., añadidas á la denominación genérica de fiebre, y que son ciertamente en muchos casos elementos tan importantes como el estadu febril mismo. Usamos de preferencia las palabras fiebres primitivas, para denominar las enfermedades pyréticas, en las cuales el movimiento febril, como los otros síntomas que se nos ofrecen á la observación, no pueden ser referidos positiva- mente á ningún órgano, á ninguna lesión determinada: la 16 fiebre es secundaria ó sintomática cuando se liga á una lesión apreciable sea local ó general. Siendo este el senti- do en que usamos las palabras fiebres primitivas. La espresion de esencial aplicada á las fiebres, ha ori- ginado largas discusiones: ya hemos dicho que si se quie- re entender por esto una enfermedad febril constituida por una simple turbación funcional, sin ninguna lesión pri- mimitiva de los sólidos ó de los líquidos que forman el cuerpo humano, se usa de una espresion que no debe figu- rar en la patología actual: si al contrario se designa así, las enfermedades febriles sin ninguna lesión local, esencial y primitiva, apreciable, se espresa una verdad incuestiona- ble, y de ninguna manera se dice que los síntomas pyré- ticos son una simple perturbación de la vida. Los otros caracteres que hemos asignado á las fiebres, nos hacen entrar aunque brevemente en otras considera- ciones. La generalidad de los médicos atribuye los síntomas de las enfermedades, á las alteraciones que se encuentran en los cadáveres. Sin embargo los mejores observadores han reconocido que en las fiebres primitivas esta localiza- ción no es posible, por ejemplo en la fiebre tifoidea, en la viruela las ulceraciones de las placas de Peyer, las pústu- las, el exantema, no pueden ser consideradas como el pun- to de partida de donde proceden los síntomas, porque la fiebre y los síntomas esenciales nacen al mismo tiempo, y frecuentemente antes que la lesión exista: lo que prue- ba que esta lesión no es la causa de los síntomas, sino que la fiebre y estos reconocen un origen que hasta e* presente no se ha podido descubrir. Por otra parte, la estension y la generalización de los síntomas comparada con la localización limitada de la lesión, no puede espli- carse únicamente por esta. Se puede concluir que en las fiebres la lesión es secun- daria, que no es la causa del movimiento febril, ni de la mayor parte de los síntomas observados, y que existe una causa mas general que los domina. Así, pues, la falta de lesiones en unas, el desarrollo si- multáneo de los síntomas y de la lesión, ó su desarrollo 17 consecutivo en otras fiebres, debe hacer considerarlas co- mo enfermedades que reclaman su lugar en el cuadro no- sológico, y no suceptibles de ser localizadas. La generalidad de los fenómenos es otro carácter no menos evidente en las fiebres; todas las funciones de la economía son perturbadas, resultando desórdenes nume- rosos, cuyo sitio, aunque variable, es de ordinario los siste- mas nervioso y locomotor. Otra cosa notable en estas enfermedades, es el de ofrecer desde su principio, un conjunto de síntomas generales que no se encuentran en un grado tan notable en otras afec- ciones: las fiebres eruptivas, el tifo, la peste y todas las pyrexias primitivas, se anuncian desde su principio por turbaciones funcionales ocupando casi todos los órganos. Consideramos esta generalidad de los fenómenos morbosos, su aparición desde los primeros instantes de la enferme- dad, y su presistencia durante todo el curso de esta, como uno de los mejores caractéres de las enfermedades á las cuales conservamos la denominación de fiebres primitivas. Una circunstancia digna de notarse es la existencia de fenómenos precursores. Durante un cierto tiempo, se ob- servan antes del principio de la enfermedad, síntomas que constituyen los pródromos, y que á esta época anuncian ya por su generalidad que un trabajo patogénico se pre- para y obra sobre toda la economía. las fiebres reconocen por causa un agente específico que se trasmite sea por contagio, sea por infección; la prime, ra causa no es dudosa para el sarampión, la escarlatina- la viruela, el tifo; para muchos médicos, el contagio es manifiesto en la peste y la fiebre amarilla; la fiebre tifoi- dea según Bretonneau es igualmente contagiosa, lo mis- mo que según el testimonio de los médicos que la han observado en pequeñas localidades, entre otros Gendron: así es que las fiebres parecen desarrollarse bajo la influen- cia de un agente específico que obra sobre toda la eco- nomía. Esta especie de intoxicación es demostrada: 1? por la naturaleza misma del agente que penetra, sea por la vía de contagio, ó de infección, y reproduce una enfermedad 18 semejante á la que la lia engendrado: 2*? por la generali- dad de los síntomas que tienen este carácter desde el prin- cipio de la enfermedad conservándolo hasta el fin. Por último, el análisis de la sangre puede dar escelentes caracteres para distinguir las fiebres de otros estados mor- bosos. La composición de la sangre no ha sido estudiada de una manera menos completa en la pyrexias que en las demasías. Aun antes de que se hubiese podido hacer este estudio de una manera satisfactoria, se habia admitido un estado particular de la sangre en las fiebres graves. Este estado consiste en una verdadera fluidez, algunas veces completa de este líquido. Este hecho es positivo, pero so- lamente verdadero es un cierto número de casos. Se ha- bia querido generalizar un caso particular y aplicarlo á to- das las fiebres graves. Es á los señores Andral y Gavar- ret, á quienes se debe haber establecido de una manera positiva los caracteres principales de la sangre en las pyrexias. En las pyrexias, comprendiendo bajo este nombre la fiebre tifoidea, la escarlatina, la viruela, [dejando aparte por un momento las fiebres intermitentes], la fibrina nunca aumenta de cantidad, á menos de complicaciones flecmásicas, de una cierta estension y de cierta intensidad. Este carácter es cierto que es negativo, pero no es menos importante, so- bre todo, si se tiene en cuenta el aumento de proporción de la fibrina en las demasías. No solamente la fibrina queda en los límites normales, sino que frecuentemente disminuye de una manera nota- ble, y es por esta diminución que se esplica la fluidez de la sangre que se ha señalado en ciertos casos. Es por esta diminución en la proporción de la fibrina, que se han es- plicado las hemorragias del principio de muchas fiebres ti- foideas, y las que complican frecuentemente las diversas fiebres eruptivas. En su primer trabajo los señores Andral y Gavarret, habían anunciado que existia al principio de las fiebres eruptivas, un aumento de proporción de los glóbulos; pero mas tarde abandonaron esta opinión, y por lo tanto no in- sistimos mas. 19 Diremos de una manera genera), cuales son las altera- ciones de la sangie en las fiebres; las que pueden resu- mirse en las proposiciones siguientes: Primera. En muchas pyrexias, la composición de la sangre no se aleja sensiblemente de la del estado normal; se encuentra solamente, cuando la enfermedad se prolon- ga, los glóbulos así como la albúmina un poco disminuidos. Segunda. En cierto número de fiebres, yen particular en la fiebre tifoidea, se ve cuando la enfermedad se pro- longa, y sobre todo, cuando presenta la forma adinámica, la fibrina disminuir notablemente de cantidad, y como con- secuencia la sangre hacerse mas fluida y menos coagulable. En ciertas fiebres, algunas veces en la tifoidea, pero so- bre todo en las fiebres eruptivas, la enfermedad ofrece des- de el principio una forma hemorrágica; la producción de esta forma es debida á diminución de la proporción en la fibrina. En tal caso, la fluidez de la sangre y su menor coagu- labiiidad, son aun los caracteres principales. Los análisis de la sangre hechos por los señores An- dral y Gavarret en las diferentes pyrexias, son dignos de fijar la atención: los espondremos en pocas palabras. En los pródromos de las fiebres continuas, y de la afección ti- foidea particularmente, la cantidad de fibrina queda nor- mal (3 sobre 1,000 partes de sangre) ó disminuye pero jamas aumenta. Los glóbulos sanguíneos, cuya cifra nor- mal es de 127, aumenta, y se eleva algunas veces á 110; en un caso aumentaron á 157. En las liebres continuas simples, (y por esto entienden Andral y Gavarret, aquellos estados morbosos, en los cua- les el movimiento febril no puede ser referido á ninguna lesión,) la fibrina queda normal, y los glóbulos aumentan. En la fiebre tifoidea, sobre 21 enfermos en los cuales se practicaron 52 sangrías, constantemente la fibrina que- dó en su cifra normal, ó disminuyó de una manera notable; en ningún caso su cifra se elevó: al mismo tiempo los gló- bulos quedaron en su estado fisiológico, ó aumentaron. Es necesario distinguir varios casos antes de sacar con- clusiones y aplicarlas al estudio de las fiebres. Al principio la fibrina conserva su cifra normal, ó des- ciende muy poco; pero la diminución es considerable cuan- do la fiebre reviste desde su principio la forma ataxo- adinámica: es menos notable en la forma inflamatoria; en otros casos la fibrina queda en su estado normal. Des- cendió abajo de una milésima en un caso muy grave, y es la mayor diminución que se ha observado en la fiebre tifoidea. 20 Cuando se examina la sangre en un individuo atacado de fiebre tifoidea en el primer septenario, y antes de toda emisión sanguínea, se encuentra generalmente la cifra de los glóbulos aumentada arriba de su cantidad normal do una manera tanto mas notable, que se observa ó una épo- ca mas cercana de su principio. Después, bajo la in- fluencia de una dieta prolongada, y sobre todo, de las emi- siones sanguíneas, los glóbulos siguen la ley general, que es de disminuir abajo de la cifra en que estaban antes del uso Je estos dos grandes agentes anti-flogisticos. La sangre en las fiebres eruptivas, (viruela, varioloides, sarampión, escarlatina) presenta alteraciones semejantes á las que se encuentran en las otras fiebres. Jamas hay au- mento de fibrina como en las flecmasías; por lo común, la fibrina queda en su cifra normal; algunas veces disminuye sensiblemente. Los glóbulos aumentan ó conservan su ci- fra normal; pero es menester distinguir varias circunstan- cias. Al principio la cantidad de fibrina queda normal, en tanto que, en el periodo de erupción se abate de una manera notable. Andral ha hecho notar, con razón, cuan- to este resultado es importante, y en relación con los sín- tomas observados. Se sabe, en efecto, que en el periodo de erupción, los síntomas de la viruela presentan frecuen- temente una grande analogía con los de la fiebre tifoidea; las hemorragias, los accidentes ataxo-adinámicos se obser- van algunas veces en el uno como en el otro caso. En las fiebres intermitentes, según Andral y Gavarret, la fibrina queda en su cifra normal, ó aun se eleva un po- co; en tanto que los glóbulos disminuyen; se entiende que no hablamos del estado que se ha llamado caquexia palu- deana. 21 Según los señores Léonard y Foley: en las fiebres inter- mitentes en su estado de simplicidad cualquiera que sea su tipo, la cifra de la fibrina occila entre los máxima y los mínima de sus proposiciones fisiológicas. Los glóbulos no aumentan mas que excepcionalmente: tienden á quedar estacionarios ó disminuir Los materiales orgánicos é inorgánicos del suero, tien- den á disminuir de cantidad: sucede lo mismo con la albú- mina del suero. Por lo espuesto podemos concluir con Boucbut: La fiebre es una reacción de la naturaleza contra las causas morbosas estertores ó interiores que obran sobre el hombre. La fiebre es una operación natural, cuyo objeto es el de facilitar la espulsion de los materiales dañosos acumulados ó introducidos en el organismo. La fiebre aparece algunas veces bajo la influencia de causas morales y de la exitacion intelectual que desarre- gla ó agota la acción nerviosa. La fiebre nace ordinariamente bajo la influencia de le- siones orgánicas locales, traumáticas ó inflamatorias, que producen las obstrucciones capilares y el trabajo orgánico consecutivo, necesario á la reparación de los tejidos. Se vé frecuentemente la fiebre aparecer con las enfer- medades generales miasmáticas, virulentas ó venenosas, con ó sin alteración apreciable de la sangre y de los sóli- dos. tales como las fiebres continuas, las fiebres eruptivas y los envenenamientos. La fiebre, siendo un acto de reacción engendrado por la ley de conservación de las especies, es un fenómeno esencialmente variable, según su causa, según la edad, el sexo y la constitución del individuo, según la naturaleza y la época de la enfermedad, en la cual se le observa: muy frecuente, muy viva en los niños, en las mujeres y en los sujetos nerviosos, es frecuentemente desproporcionada con su causa; mas rara, menos ardiente en el viejo, en las mismas circunstancias, es menor que la que debería ser, y esta demuestra la diferencia de impresionabilidad y de reacción que existe en los dos periodos opuestos de la vida. 22 La fiebre se muestra por accesos ó de una manera con- tinua y remitente. La fiebre que vuelve bajo forma de accesos, se refiere siempre á una alteración maremática ó purulenta de la sangre. Las enfermedades generales febriles, constituyen las fie- bres; en tanto que las enfermedades generales apyréticas son vicios, es decir, diátesis. Las fiebres son enfermedades en las cuales el estado fe- bril parece ser el principal síntoma. En las fiebres se producen casi siempre de una manera secundaria, lesiones vicerales, cuyo número, estension y gravedad son en estremo variadas. No hay ninguna relación entre la estension de las le- siones vicerales en las fiebres, y la forma ó gravedad de la enfermedad. Una fiebre es frecuentemente mortal antes del desarro- llo de las lesiones orgánicas que hace nacer. Una fiebre puede ser muy grave, con alteraciones ma- teriales poco estensas. Una fiebre se termina algunas veces felizmente y sin accidentes, á pesar de grandes desórdenes materiales. La forma de una fiebre y el peligro que debe presentar, son modificados por la constitución y la disposición parti- cular del que es atacado. Las fiebres son tan particulares á las edades, á los pai- ses y á los climas, que esto basta para demostrar en el hombre la existencia de una disposición especial y transi- toria, favorable al desarrollo de estas enfermedades. La forma de las fiebres continuas es muy variable, por- que son inflamatorias, biliosas, mucosas, atáxicas ó adiná- micas. Las fiebres son ya esporádicas, ya epidémicas, ó endé- micas, y frecuentemente son contagiosas. Al terminar este imperfecto trabajo, no tengo la pre- sunción de haber llegado al objeto que me propuse; la 23 cuestión la he encontrado vasta y difícil, y digna de fijar la atención de personas instruidas, pues ademas de las consecuencias prácticas que se pueden sacar del estudio de esta envejecida cuestión de las fiebres, es por otra par- te un bello objeto de literatura médica. Asi es que suplico á mi jurado que va á decidir de mi suerte, se digne impartirme su indulgencia.