BREVE ESTUDIO 
SOBRE LOS 
QUISTES DEL OVARIO 
Presentado por 
.nit'ícíiú "Tutdioieio. 
En 8H Eximen profesional de Medicina y Cirujía 
MEXICO 
Tipografía liltrrarla de Filomeno Mata 
Núm,. 5.—Canoa—Núm. 5. 
1880. BREVE ESTUDIO 
SOBRE LOS 
fÜISTMS MI OVABiG 
Presentado por 
JWefio "Yafdiüioa. 
En sa Eximen profesional de Medicina y Ciruji* 
MÉXICO 
Tipografía Literaria de Filomeno Mata 
Núm. 5.—Canoa—Núm. 5. 
aseo. MmiS <^-J 
As primeras palabras en un escrito de los que nos 
exigen en el exámen profesional de medicina y cirujía, 
deben ser encaminadas á hacer ver que nuestro móvil, 
no es otro que acatar esa disposición buena ó mala, sin 
pretensión ninguna, que mal nos sentaria á los que ape- 
nas salidos de las aulas caminamos con vacilante paso en 
la escabrosa senda que han recorrido brillantemente los 
maestros. 
Magna tarea seria presentar á mi jurado un trabajo 
digno de su ilustración ó que siquiera valiera la pena 
<le ser leido; pero ya que fin tan deseado por mí no pue- 
do alcanzar, me propongo patentizar mi buena voluntad 
en hacer el último esfuerzo para optar el honroso título 
de médico. 
He escojido como objeto de disertación, los quistes del 
ovario, que en estos últimos tiempos hasido tema fe- 
cundo de discusiones académicas, y ha proporcionado 
abundante material y no escaso interés en las publicacio- 
nes periódicas. He retrocedido prudentemente ante la 4 
empresa de comprender en este trabajo los quistes que* 
asociados á otros elementos de nueva formación (cisto- 
sarcoma, cisto-carcinoma) tienen por terreno la glándu- 
la ovárica, pues ademas de la extensión que hubiera de 
dar á este cuaderno, tendría que tocar puntos que son 
todavía desiderata en la patologia clínica del ovario. 
Por esto, á pesar de los grandes adelantos conquistados 
por la moderna histología, solo me limito á los que mer- 
ced á sus caracteres anatómicos han merecido délos au- 
tores el nombre de quistes fibro serosos. 
Concluyo aquí esta pequeña introducción y seguida- 
mente entro en materia, confiado en la indulgencia que 
no dudo alcanzar, pues que es uno de los atributos del 
saber y la ilustración. 
I 
Los quistes del ovario son grandes ó pequeños, por 
cuyo motivo algunos no son descubiertos sino en las au- 
topsias, en tanto que otros se nos imponen por los ta- 
maños que alcanzan; la forma que afectan puede decirse 
de una manera general que es la globulosa, aunque es 
modificada, cuando existen varios quistes, por la presión 
que ejercen los unos sobre los otros tomando así una 
forma alargada. Por la palpación se reconoce que con- 
tienen un líquido cuyos caracteres describiremos des- 
pués; pero cuya consistencia puede sospecharse según la 
claridad con que se manifiesta el fenómeno de la fluc- 
tuación. Las paredes del quiste pueden ser delgadas y trasparentes, adquiriendo otras veces un espesor consi- 
derable é infiltrándose por partes de sales calcáreas y 
de elementos cartilaginosos. La parte histológica com- 
pletará estos caracteres que damos aquí á la ligera. Es- 
tos quistes pueden estar constituidos por una sola cavi- 
dad ó por varias, denominándose en el primer caso quis- 
tes uniloculares y multiloculares en el segundo. En estos 
últimos, las cavidades comunican entre sí frecuentemen- 
te; pero se encuentran también tumores de estos en los 
cuales los lóculos están perfectamente aislados ó inde- 
pendientes, representando cada uno un quiste; lo cual les 
ha valido el nombre de quistes múltiples. 
Los multiloculares, hemos dicho, tienen dos ó más 
sacos separados por tabiques, cuyo desarrollo no basta 
siempre á constituirlos independientes, sino que son pa- 
redes de separación incompleta, que en ocasiones se pre- 
sentan rudimentarias. Autores hay que creen que lejos 
de ser rudimentos de tabiques, son estos mismos que 
atrofiándose llegan á convertir los quistes multiloculares 
en uniloculares; de suerte que para ellos todos estos tu- 
mores en alcanzando cierto grado de evolución tende- 
rían á confundir sus diferentes cavidades en una sola. 
Esta opinión está consagrada especialmente á explicar 
el desarrollo de los quistes que derivan de una degene- 
ración coloide de los folículos de Graab. 
No anticipamos la histogénesis y seguiremos descri- 
biendo estos tumores como se presentan macroscópica- 
mente; así, pues, diremos que no solo se ven tabiques 
incompletos entre los diversos departamentos de un te- 
mor cistoide multilocular, sino que suelen encontrarse 
en los uniloculares haces fibrosas que van de un punto 
5 á otro á guisa de cuerdas que subtender! sus respectivo» 
arcos, que han sido comparados por Crurcilhier á arcos 
de sosten (arcs-boutants) y que sugieren la idea de co- 
locarlos entre los quistes uniloculares y los multilocula- 
res. 
Este mismo autor describió quistes uniloculares en 
cuyas paredes se hallan vegetaciones y que por este mo- 
tivo apellidó vegentantes. Estas mismas vegetaciones 
son las que ha descrito Wilson Fox en los quistes que 
él llama prolíferos; según él en los tabiques de un quiste 
no serian otra cosa que la fusión de estas excrecencias. 
Veremos la significación que para otras autoridades tie- 
nen estas vegetaciones, haciendo observar por el mo- 
mento la reserva que ha de tenerse con las antiguas ob- 
servaciones de quistes de la especie de que tratamos, 
siendo de temerse la confusión con neoplasias quísticas 
que tienen por asiento la glándula ovárica, como por 
ejemplo el cisto-sarcoma. 
No solamente las paredes de un quiste ofrecen al aná- 
tomo tabiques, bridas ó vegetaciones, que también en- 
cuentra otros quistes implantados en su superficie ó 
ahuecados en la pared misma; estos han sido designados 
por Hodgkin con el nombre de quistes compuestos, pu~ 
diendo encontrarse según él aun quistes terciarios, es 
decir, quistes nacidos de las paredes de los secundarios; 
con esta ocasión al referir Lebert 1 los trabajos del doc- 
tor Hodgkin, en su mayor parte aceptados por Müller, 
hace notar la semejanza de los quistes hidáticos con es- 
tos tumores y recomienda su atento exámen, tanto mas 
6 
1 Lebe t: Physiologie pathologique. T. II. ] cuanto que se hallan las dos especies no solo sobre el 
ovario, sino también en otros órganos de la economía. 
Antes de dar á conocer el líquido encerrado en los cis- 
toides ováricos, permítaseme recordar que es muy co- 
mún en las autopsias encontrar un quiste voluminoso y 
otros pequeños agrupados en su base. 
El líquido encerrado en los quistes varia mucho en 
consistencia, de tal modo, que si los hay que contengan 
un líquido seroso, los hay también con un contenido po- 
co fluido y viscoso ú oleaginoso; el color no es siempre 
el mismo, puede ser amarillento, verdoso, color de café 
con leche ó tirando á chocolate. Pudiendo explicarse 
hasta cierto punto los cambios de coloración por las di- 
versas trasformaciones de la hematina que se encuentra 
juntamente con otras sustancias. La cantidad de líquido 
se eleva á veces á proporciones que bien merecen el 
epíteto de colosales y que solo reconocen por límite el 
de la extensibilidad del continente. Cuando el quiste es 
multilocular, no solo es diferente la cantidad de líquido 
de cada lóculo, que también varian la consistencia y co- 
lor de una á otra cavidad quística. Fácilmente se com- 
prende que en un quiste de departamentos varios, el 
contenido pueda pasar del en que se halla á otro, si el 
tabique de separación no es completo. Por desgracia 
es raro que en un quiste de esta naturaleza una sola 
punción baste á vaciarlo todo y las mas veces, sea por 
la fluidez del líquido, sea por la dificultad de la mu tua 
comunicación no sale mas que el de la parte puncionada. 
Respecto de la composición química del líquido, se 
aproxima á veces á la del suero sanguíneo; esto es lo 
que caracteriza al contenido de los quistes que provie- 8 
nen de la hidropesía propiamente dicha del ovario; pero 
lo común es que se aparte de esta semejanza, tomando 
otros caracteres que han sido muy bien estudiados por 
Eichwald. Encuéntranse en él: celdillas, núcleos, gotas 
y detritus grasosos, cristales de colesterina, glóbulos san- 
guíneos, pigmento, etc., etc. Debemos decir dos pala- 
bras acerca del principio químico que mas llama la aten- 
ción; se le cree perteneciente a la familia de los albumi- 
noides sin que se le haya asignado hasta ahora su ver- 
dadera composición y naturaleza, se le ha dado el nom- 
bre de sustancia coloide. Según el autor que citamos, 
se verifican dos séries de trasformaciones químicas en 
el líquido de los cistoides del ovario. Una de estas mo- 
difica la sustancia coloide, haciéndola pasar á peptona 
mucosa; la otra trasformacion consiste en que la albú- 
mina trasudada de la sangre se convierte en peptona 
albuminosa. La semejanza de estos fenómenos con los 
que pasan en la digestión, no puede ser mas grande; 
basta aquí el calor del cuerpo para hacer esta digestión 
de los principios del quiste contribuyendo eficazmente 
á hacer mas solubles los principios albuminoides y á que 
sea mas líquido el contenido de estos quistes. 
Fáltanos hablar de la distribución de los vasos en es- 
tos tumores y de como están implantados estos, en su 
origen, es decir, el pedículo. Se entiende por pedículo 
el punto que corresponde al nacimiento del quiste, y por 
el cual pasan las arterias y venas que se distribuyen á 
sus paredes; no siempre hay un verdadero pedículo en el 
sentido estricto de la palabra, siendo muy frecuente que 
apenas haya línea de demarcación neta entre el quiste 
y los tejidos sanos, ó que ni esta línea exista y el tumor 9 
sea realmente sésil estando entonces obligado el ciruja- 
no en el momento de la ovariotomía á crearlo artificial- 
mente. 
Respecto á la distribución de los vasos sanguíneos, 
hay que notar que las venas forman dos redes, una su- 
perficial y otra profunda, siendo la primera formada por 
las mas gruesas casi reducidas á su membrana interna, 
sostenida por tejido fibroso. Los vasos arteriales cons- 
tituyen una red muy fina que avanza, casi como las ve- 
nas hasta los tabiques de los quistes multiloculares; de 
suerte que no habría temor al hacer una punción de una 
hemorragia de alguna consideración, como lo ha proba- 
do ademas plenamente la práctica. 
Para completar el estudio anatómico de los quistes 
del ovario, necesitamos pasarlos al campo del microsco- 
pio y allí brotarán conocimientos que nunca se hubieran 
conquistado á la simple vista ni con el ojo mas privile- 
giado. Es cierto que reina grande confusión de térmi- 
nos en las descripciones histológicas qu han antecedido 
á las de esta época y aun entra los libros que nos sirven 
de textos, sobre todo en lo que se refiere á las neoplasias 
que nacen en el ovario; por esto hemos tenido cuidado de 
hacerlas á un lado en lo que llevamos de este desaliñado 
escrito, fijándonos de preferencia en los quistes propia- 
mente dichos y reser válido un lugar mas adelante para 
los que están mezclados con producciones de otra natu- 
raleza; así pues, lo que vamos á compendiar es el resul- 
tado de las investigaciones hechas con el fin de conocer 
los tejidos elementales que entran en la composición de 
los quistes y el origen probable de estos últimos. 
Válida corre la voz entre la mayoría de los autores, que el origen de estos tumores está en las vesículas de 
van Graaf, que han sido comparadas por Cazeaux á quis- 
tes del ovario en miniatura, las cuales por efecto de una 
hidropesía alcanzan las dimensiones que ocasionan fre- 
cuentemente la intervención del arte;'de esta manera se 
explican fácilmente el que los quistes sean uniloculares, 
multiloculares ó múltiples. Ademas se apoyan en que 
algunos de estos quistes conservan hasta cierto grado de 
su desarrollo el elemento característico, el óvulo, como 
en el caso tan citado en que Rokitansky encontró un 
óvolo en cada uno de los departamentos de un quiste 
múltiple. Les describen á estos tumores además del con- 
tenido una pared fibrosa de espesor variable que suele 
ser trasparente, pero que también adquiere grosor con- 
siderable a causa de las incrustaciones calcáreas ó carti- 
laginosas; envolviendo á esta se halla el peritoneo que 
en algunos puntos casi ha desaparecido. La pared está 
deprimida en el lugar correspondiente á la inserción de 
los tabiques. La membrana epitelial solo existiría en 
los quistes jóvenes y aun en estos no seria ni completa 
ni perfecta. A esto agregan la distribución de los vasos 
sanguíneos que del pedículo ó de la base del tumor se 
ramifican en todo su espesor, formando una red arterial 
fina y ramos venosos de alguna consideración que for- 
man senos semejantes á los que se encuentran en otras 
partes de la economía. 
Reconociendo que en todo esto hay algo justo, prefe- 
rimos seguir la opinión de algunos histólogos, que si 
piensan que la mayor parte de los quistes nacen á ex- 
pensas de los folículos de Graaf, hay para ellos otros que 
derivan del estroma del ovario; además el modo de for- 
10 macion más general no serla el de una hidropesía. Rind- 
fleisch que profesa esta opinión divide los quistes ová- 
ricos en tres clases: hidropesía de los folículos, tumores 
cistoides y quistes dermoides. La hidropesía no tiene 
nada particular, está constituida por la presencia de un 
líquido análogo al suero de la sangre en la cavidad del 
folículo. Estos quistes no reclaman la intervención del 
arte, pues su volúmen rara vez llega al de una cabeza de 
niño, siendo comunmente del tamaño del puño. 
La segunda clase es la más importante, tanto bajo el 
punto de vista anatómico como terapéutico. El exámen 
microscópico ha conducido á una división diferente de 
la clásica en uni y multiloculares, porque para él si esta 
es exelente en clínica no lo es en histología puesto que 
está demostrado que cuando menos la mayor parte son 
multiloculares al principio y qua solo por fusión se con- 
vierten en uniloculares. Tres formas describe, la primera 
es la de los que forman un tumor compuesto de varios 
lóculos ó de uno solo que puede medir hasta 70 centí- 
metros de diámetro; la superficie del tumor es lisa y 
poco adherente; sus paredes un poco gruesas dan naci- 
miento por su cara interna á excrecencias papilosas, á 
vegetaciones y están tapizadas por epitelio cilindrico; 
su contenido es un líquido de color amarillento. En es- 
tos cistoides encontramos los descritos por Fox con el 
nombre de prolíferos y que Cruveillhier llamó vegetan- 
tes. Están constituidos por laminitas de tejido conjun- 
tivo muy delgadas, la última capa, la mas interior úni- 
camente es la que está formada por tejido embrionario 
que da origen á las vejetaciones papilares de que hemos 
hablado y que están cubiertas también por el epitelio 12 
cilindrico. Estas vegetaciones tienen importancia porque 
son las que formarán más tarde otros quistes según un 
modo particular descrito por el histologista que hemos 
citado. Este modo de formación de los quistes secun- 
darios y terciarios es el siguiente: las excrecencias papi- 
lares en virtud de su propio desarrollo se llegan á tocar 
por varios puntos constituyendo de esta manera hendi- 
duras, que en siguiendo su crecimiento, su recíproca 
presión aumenta y con ella la fusión de las ramificacio- 
nes que se han puesto en contacto y como á todo'esto se 
agrega que están encerradas en una cavidad, es mas fá 
cil este encuentro y esta soldadura y de esta suerte se 
circunscriben cavidades que llegan á ser otros tantos 
quistes. 
El origen de esta forma de cistoides seria una dege- 
neración coloide de los folículos de van Graaf; la prueba 
directa y mejor de esta patogenia seria encontrar un 
óvulo en esots quistes, lo cual solo una vez ha sucedido 
examinando uno del tamaño de una cereza; pero á falta 
de prueba directa hay consideraciones que haciendo de 
pruebas indirectas conducen á creer en tal origen. Des- 
de luego debe tenerse en cuenta que nunca se han en- 
contrado quistes mas pequeños que los foliculos de van 
Graaf; en seguida que todos aun los mas pequeños están 
revestidos de un epitelio que tiene los caracteres de los 
que cubren una superficie glandular, hasta el de reno- 
varse poríodicamente; por último, esta forma de cistoi- 
des se parece bastante á los tumores que ha descrito 
M üller en la glándula mamaria bjo el rubro de cisto- 
sarcomá filoide, en los cuales los papilomas intra-canali- 
culares y las excrecencias arborescentes al tocarse y 13 
soldarse forman quistes, que son mas aparentes en los 
tumores análogos del ovario por originarse en una cavi- 
dad cerrada por todas partes; en virtud de esta seme- 
janza es uno inducido á creer que como los unos, los 
otros también derivan de elementos glandulares pree- 
xistentes, es decir, de los folículos del ovario. 
Tocante á la procedencia del líquido coloide que en- 
cierran, es de presumirse sea producto de secreción mas 
bien que resultado de una involucioft, de una degenera- 
ción del protoplasma de las celdillas epiteliales. 
La segunda forma de cístoides invade frecuentemente 
los dos ovarios; está caracterizada por un tumor que pa- 
sa del tamaño de una cabeza de adulto, compuesto de 
algunos grandes quistes y de otros pequeños y media- 
nos. Sus paredes son fáciles de desgarrar y están forma- 
das de tejido conjuntivo rara vez bien organizado aun 
en sus capas externas y en un corte se aperciben quistes 
pequeñísimos diseminados en toda la trama fibrosa. En 
muchos cistoides liay tabiques perforados ó cordones fi- 
brosos rómificados; en’ los pequeños estos cordones son 
reemplazados por filamentos muy finos que simulan una 
tela de araña y su contenido es gelatinoso, en tanto que 
el de los grandes es mas fluido y está mezclado á san- 
gre ó á pigmento sanguíneo. 
El origen de esta segunda forma de cistoides no seria 
según Rindfleisch, una degeneración de los folículos, sino 
del estroma de la glándula; su punto de partida seria el 
reblandecimiento coloide de una parte del estroma con<- 
juntivo. La sustancia coloide repelería los elementos 
conjuntivos de este estroma y tendería á tomar Ja for- 
ma globulosa, circunscribiendo un espacio arredondado, atravesado por haces que mas tarde aparecerán como 
tabiques. Waldeyer piensa que estos cistoides emanan 
del tejido epitelial raro y rudimentario que se halla en 
el ovario del feto, fundándose en que examinando un 
ovario degenerado en cistoide, encontró algunos elemen- 
tos epiteliales; en este supuesto habrian de considerarse 
como eisto-carcinomas coloides. 
La, tercera y última forma de cistoides del ovario es 
la que ha sido descrita por Cruveilhier con el nombre 
de quistes areolares ó vesiculares, está caracterizada por 
la degeneración cisto-coloide de los ovarios que llegan 
al tamaño del puño. La superficie es lisa y á través de 
la albugínea se ven quistes pequeños dispuestos unos al 
lado de los otros á manera de un mosaico. En un corte 
se reconoce que esta disposición se continúa en el espe- 
sor mismo del ovario y que su distribución es la de los 
folículos ováricos, están provistos de una memprana pro- 
pia, sólida y nunca son mas pequeños que los elementos 
glandulares. 
La tercera clase de quistes la forman los quistes der- 
moides; son tumores generalmente del tamaño del puño 
cuyo contenido ha llamado la atención de los observa- 
dores por encontrarse en él juntamente con una sustan- 
cia sebácea, pelos, dientes, huesos y raras veces tejidos 
superiores. Sus paredes de estructura y textura análo- 
gas á las de la piel, tienen su epidermis con capa cór- 
nea y capa mucosa; las papilas de la piel no siempre se 
muestran, en cambio la capa grasosa existe y se confun- 
de con el tejido conjuntivo ambiente. Se habia creido 
antes que estos quistes eran fetos rudimentarios, lo que 
no se admite hoy que con mejores nociones acerca de la formación de los neoplasmas, no se ve en todo esto sino 
una heterología, es decir, desarrollo de tejidos diferen- 
tes de aquellos en que están implantados. 1 
En resúmen, los quistes de ovario, se dividen en quis- 
tes que provienen de una hodropesia, quistes que deri- 
van de una degeneración caloide délos folículos de Graaf 
ó del estroma del ovario y quistes que deben su naci- 
miento á un neoplasma heterológico que consiste en 
el desarrollo de tejidos epidermoidales en la glándula 
oválica. 
Estas son según pienso las mejores nociones que po- 
seemos sobre la histogenesis de las producciones quísti- 
cas que son el asunto de este escrito. 
Desgraciadamente si el micróscópio ensancha aquí 
nuestros conocimientos anatomo-patológicos, y nos hace 
ver un poco claro allí en donde nos perdiéramos en vaho 
en toda clase de conjeturas, nada nos hace adelantar en 
el escabroso terreno de la práctica y no aprovechamos 
ni sus divisiones que, exelentes para el objeto que se 
propone, no nos son útiles al lado de la enferma, en don- 
de dominan poderosamente las exigencias clínicas de 
dignóstico y tratamiento. Por esto, á pesar de todo, se- 
guirómos la vieja división de los quistes en uni y mul- 
tiloculares por ser muy útil en la práctica. 
Que no se nos crea por esto del número de los que 
oyen con desdeñosa sonrisa las enseñanzas que dia por 
dia conquista la histología normal y patológica; lejos de 
esto aceptamos con profundo respeto y grtitud lo que 
los ilustres trabajadores de este ramo de la medicina 
consignan como fruto de sus preciosas investigaciones; 
1 Virchore. máxime que nosotros comprendemos el dominio justo 
en que se extienden sus conocimientos y no porque no 
sean estos de aplicación directa al arte médica, nos cree- 
mos autorizados á despreciarlos, no, les damos el digno 
lugar que les corresponde y esperamos con fé que algún 
dia sean aprovechados de una ó de otra manera, pero 
siempre útil á la ciencia. 
16 
II 
La segunda parte de este escrito está consagrada á 
dar una rápida ojeada sobre la etiología y sintomatolo- 
gía de los quistes del ovario. 
Hay que confesar francamente que acerca de las cau- 
sas de esta enfermedad se sabe muy poco; como sucede- 
por lo demas en casi todas las cuestiones de la misma 
naturaleza, teniendo por esta razón que conformarse con 
la simple mención de las circunstancias en que se ha ob- 
servado. Qué mucho entonces que Nauche haya dicho 
que es una de las muchas afecciones dependientes de la 
escrofulósis; que haya algunos que han hechado mano 
de la causa banal de muchas enfermedades, del frió y 
que Capuron la atribuya al celibato, á la esterilidad y á 
la vejez y aun que las emociones violentas figuren en 
esta etiología. Es cierto que esta enfermedad no respe- 
ta edad ni estado, se la encuentra así en la niña como 
en la anciana, en la soltera y en la casada, en las que 
han tenido hijos y en las que no los han tenido. Algunos 
creen que son mas frecuentes en las mujeres de edad y que no han tenido sucesión; Sprengel dice que en las 
religiosas y en las estériles, Lisfranc pensaba que los 
embarazos repetidos y el abuso del coito favorecen su 
desarrollo; Tilomas concede gran valor etiológico al tra- 
bajo del parto, á la supresión brusca de la menstruación 
y á laexcitacion del coito. Lo único que puede decirse 
respecto á esta cusetion, es que hay un relación íntima 
entre la aparición de un quiste y las perturbaciones de 
la menstruación, pero no puede asegurarse que esta 
relación sea de causalidad, pues como lo hace notar jui- 
ciosamente Labbé es muy común que las enfermas obser- 
ven al mismo tiempo ó muy poco después el crecimiento 
de su vientre, de suerte que pudiera decirse que hay coin- 
cidencia. Sin embargo, diremos que estas perturbaciones 
han sido notadas por Scanzoni 37 vece3 sobre 57. Estas 
perturbaciones menstruales consisten en la amenorrea, 
la dismenorrea ó la irregularidad del flujo catamenial, 
siendo la primera la que con mas frecuencia se observa. 
Terminaremos diciendo que, de todo lo que se ha es- 
crito sobre etiología de los quistes oválicos, resulta: que 
habría dos factores de importancia para la producción de 
los quistes, seria el uno la constitución general, el otro 
una causa ocasional cualquiera, caída, golpe, etc. En el 
primero no están conformes todos en su interpretación, 
así mientras unos pretenden que el organismo en su con- 
junto está viciado por una organización defectuosa (So- 
lidistas) ó por un elemento extraño que existiera en los 
humores (Humoristas), otros creen con Virchow, que el 
d efecto del organisno es local. 
Dejémonos de etiología que es muy oscura y nada pro- 
vechoso nos enseña, pasemos á la sintomatología con 
17 cuyo conocimiento abordaremos después las importantí- 
simas cuestiones de diagnóstico y tratamiento. 
Los quistes del ovario tienen un período durante el 
cual ó nó manifiestan signo alguno de su existencia, ó 
este es tan equívoco que es imposible que por sí solo 
sea suficiente para diagnosticar el afecto cuya expresión 
es; en el primer caso es claro que la enfermedad efec- 
tuando silenciosamente su evolución, no se revela á su 
víctima sino pasado un espacio de tiempo que por va- 
riable no consiente fija limitación; pero que en vencién- 
dose conduce, por medio de los síntomas de que hacemos 
mérito en el párrafo siguiente, á establecer su dignósti- 
co y el tratamiento que le convenga; en el segundo caso 
en el que se revela por un signo equívoco, un exámen 
minucioso y una sana análisis de los fenómenos que en- 
contremos, ayudados de todos los medios de exploración 
solo terminarían en un diagnóstico conjetural, nunca en 
una certidumbre. Es inútil decir que los quistes de que 
hemos hablado en la anatomía patológica, que apenas 
sobresalen en la superficie del ovarió y que reconocen 
por origen una verdadera hidropesía, no solamente no 
son diagnosticares, pero ni aun llaman la atención de 
las mujeres que los llevan; nos referimos á los que tardo 
ó temprano reclaman la intervención del arte. 
Cuando el proceso morboso ha llegado por su creci- 
miento á formar un tumor sea pelviano, sea abdominal 
el dignóstico puede y debe establecerse, pues los signos 
por los cuales se manifiesta aunque considerados aisla- 
damente sean insuficientes por sí mismos, adquieren por 
su conjunto, grande valor que hemos de saber apreciar 
para no cometer errores de lamentables consecuencias. Por otra parte, las enfermas no solicitan los auxilios mé- 
dicos sino en estas últimas circunstancias. Por esta ra- 
zón la existencia de un tumor y la apreciación de sus 
caracteres toma tal importancia, que viene á ser la parte 
principal en el cuadro de la enfermedad. Cuando este 
tumor no ha pasado del tamaño de una naranja, no se 
revela á la vista, permanece en la cavidad pelviana y 
da 1 U£far, como todo tumor encerrado en una cavidad, á 
síntomas de compresión é irritación que consisten: en 
dificultad en la micción y en la defecación, sobre todo 
cuando está metido como una cuña entre el ú tero y el 
recto en el fondo de saco útero-rectal, contándose ya ca- 
sos aunque raros, en que esta constipación haya termi- 
nado en una oclusión intestinal con sus terribles conse- 
cuencias, como en el caso de Cruveilhier en que se 
descubrió á la autopsia que un quiste ovárico comprimía 
el recto produciendo su oclusión; también se observan 
en estos casos fenómenos disentériforines y algunas ve- 
ces hemorroides. 
En este período de la enfermedad se desarrollan al- 
gunos síntomas de órden reflejo, se hinchan los senos y 
se ponen dolorosos y á veces secretan leche, lo que uni- 
do á algunos malestares sufridos en las mañanas por las 
enfermas y á la supresión del flujo cataraenial, puede 
hacer creer en una preñez incipiente, sin hablar de los 
casos que han presentado una semejanza completa en 
sus signos, con la preñez en sus primeros meses. 
El tacto vaginal hace reconocer un tumor situado 
muy comunmente entre el útero y el recto, pero aun 
cuando las paredes sean delgadas, es muy raro percibir 
fluctuación y lo mas que se obtiene es una sensación de 
19 20 
renitencia. Para hacer esta exploración vaginal, deben 
seguirse algunas reglas: después de engrasar el dedo ín- 
dice de la mano izquierda, debe introducirse suavemen- 
te en la vagina, dirigiéndolo hacia el fondo de saco va- 
ginal, al mismo tiempo se comprime con la mano dere- 
cha arriba del pubis. Valiéndose de esta maniobra, es 
muy fácil comprobar el estado del útero, pues se halla 
cojido entre los dedos de la mano derecha y el índice de 
la izquierda; de esta manera se determinará su figura, 
sus contornos y su consistencia, si el orificio uterino es- 
tá en su lugar, ó si está mas elevado ó mas bajo, repe- 
lido á un lado ó á otro; que cualquiera de estas posicio- 
nes puede tener. Además, miéntras el dedo introducido 
en la vagina explora la parte inferior, la superior y las 
laterales son exploradas por la mano derecha, y si á es- 
to se añade el tacto rectal que da buenos datos, se habrá 
hecho un exámen tan completo como es posible. No de- 
be olvidarse el reconocer si los ovarios están enfermos. 
Si el diagnóstico de un quiste en el ovario es muy 
difícil cuando no ha franqueado el recinto pelviano, se 
facilita mucho cuando ha subido al abdómen por pres- 
tarse á un exámen mejor. En éste período, alarmadas 
las enfermas porque ven crecer su vientre, consultan al 
médico, en tanto que al principio, como algunas no sien- 
ten nada anormal por desarrollarse latentemente el quis- 
to y otras solo sienten una molestia, un peso y ven su- 
primirse sus reglas, es muy frecuente que se descuiden 
ó bien si consultan un médico la enfermedad no es re- 
conocida á causa de lo equívoco de sus síntomas. 
Los quistes de mediano volúmen invaden la cavidad 
abdominal rechazando los intestinos hácia arriba y há- cía atrás y cuando por su tamaño llegan al epigastrio, 
las perturbaciones que causan son mas acentuadas y se 
parecen á las que causara un útero grávido, veremos 
mas adelante cómo debe hacerse la distinción entre 
la gestación y la degeneración cistoide del ovario; por 
ahora bosquejaremos los caracteres que ofrecen cuando 
han pasado del extrecho superior. Se presentan bajo la 
forma de un tumor globuloso ú ovalado; por la palpa- 
ción, si las paredes son depresibles, se puede circunscri- 
bir y comprobar su movilidad ó su fijeza, siendo raro lo 
primero y frecuente lo segundo. Se halla’generalmente 
arriba de los púbis, sin poder saber si antes ha ocupado 
uno ú otro lado del abdómen; si este dato puede reco- 
jerse servirá para enseñarnos cuál de los ovarios es el 
enfermo. «• 
Con la palpación se determina no solamente la forma 
y el grado de fijeza, sino también el volumen y los lími- 
tes del tumor; procura datos sobre la consistencia en los 
diferentes puntos de su superficie; la fluctuación es uno 
de los fenómenos que se aprecian con este medio de ex- 
ploración y que se debe buscar, puesto que es muy im- 
portante; por desgracia no siempre es clara, puede ser 
oscura y hay que conformarse con un sensación vaga de 
elasticidad y renitencia, que nos hace suponer la exis- 
tencia de un tumor líquido. Hay m is, no se siente fluc- 
tuación cuan lo el contenido es espeso, ó cuando la ca- 
vidad cístiea está dividida por tabiques, ó que sus pa- 
redes son gruesas, como en el caso en que están incrus- 
tadas por sales calcáreas ó elementos cartilaginosos; pero 
aun en el caso de percibirse fluctuación, es difícil apre- 
ciar la ondulación del líquido, es decir, el fenómeno que 
21 22 
consiste en la sensación experimentada en una mano 
posada en el tumor, mientras que la otra percute en el 
punto opuesto; fenómeno producido por la trasmisión 
al líquido de las vibraciones nacidas de esta manera en 
las paredes císticas. 
La percusión no deja duda sobre la presencia de un 
tumor abdominal, pues el resultado de ella es un sonido 
mate extendido en toda la región del tumor, pudiéndo- 
se de este modo trazar sus límites. Al tocar estos va 
desapareciendo gradualmente el carácter del sonido has- 
ta tornarse en sonido claro que indica la presencia del 
tubo intestinal, así, en el epigastrio denotará la presen- 
cio del estómago y del colon transverso, cuya una par- 
teestará bajo del hígado y la otra se irá á colocar 
en elhipocondrio correspondiente. La auscultación ge- 
neralmente no da signo alguno, y es muy raro que se 
oiga un soplo como asegura Churchill haberlo oido en 
un caso. 
El tacto vaginal es otro medio de exploración que 
debe emplearse, y sobre cuyos datos y modas faciendi 
hemos hablado mas arriba. Lo mismo decimos repecto 
al tacto rectal. Se valen también muchos del cateteris- 
mo del útero para conocer los cambios que este órgano 
ha sufrido, sea respecto á su longitud, sea respecto de 
la dirección de su eje. Es preciso confesar que muy ra- 
ra vez sufre un alargamiento considerable y que la ex- 
ploración de la cavidad uterina no ofrece grande utili- 
dad. Solo agregaremos que cuando el quiste es bastan- 
te voluminoso, el útero lejos de estar elevado está bajo 
y aun en prolapsus. Los síntomas que despiertan los quistes que han fran- 
queado el extrecho de la pélvis, son un poco diferentes 
de los que ofrecen los que no lo han franqueado. La 
menstruación puede haberse restablecido, ser regular, 
irregular, ó bien, lo que es muy raro, hay hemorrágias. 
La dificultad de la micción da lugar á veces á la incon- 
tinencia, y la constipación puede haber desaparecido; 
pero como el tumor necesita espacio proporcionado á su 
tamaño, la compresión de los órganos abdominales au- 
menta mas y mas, y de ahí perturbaciones que alcanzan 
al corazón y al pulmón. El estómago no funciona bien 
y las enfermas se quejan de palpitaciones y dispnea 
causadas por el rechazamiento del diafragma. La canti- 
dad de orina, unas veces disminuye y otras queda la 
misma; en una ocasión Portal 1 refiere que por la com- 
presión de los uréteres y de los riñones la orina no po- 
día salir. Las irradiaciones reflejas de que hemos ha- 
blado, pueden persistir: los senos continúan volumino- 
sos y sensibles, y secretan un líquido semejante á leche; 
las irradaciones reflejas pueden remontar hasta el bulbo 
y traducirse en ataques histéricos. Las funciones geni- 
tales pueden quedar intactas como lo prueban abundan- 
temente los casos de preñez en mujeres portadoras de 
un quiste. 
La salud genenil que puede quedar buena durante 
mucho tiempo, empieza á quebrantarse á causa de la 
compresión é irritación del estómago, pues sobre ser 
poca la alimentación ingerida, no es aprovechada por 
ser muy frecuentes los vómitos; además, comienza á 
haber accesos de dolores de vientre con fiebre y calos- 
1 Citado por Churchill en 3U tratado de enfermedades de mujeres. 24 
frió, accesos que se repiten con mas ó menos frecuencia; 
esto no quiere decir que en los otros períodos de la en- 
fermedad no los haya habido, sino que en esta época 
avanzada del mal, son mas graves, pues contribuyen po- 
derosamente á deteriorar el organismo. Este llega á 
caer en un estado de caquexia, en que ni el primero ni 
el último término de la nutrición se efectúan bien, y en 
que por consiguiente camina derechamente á la muerte. 
La marcha que sigue la enfermedad es generalmente 
lenta, necesitándose años para que llegue á ocasionar los 
síntomas de que hemos hablado en el párrafo preceden- 
te y la restricción que pongo aquí es exigida por la fuer- 
za irresistible de los hechos que enseñan que hay casos 
en que la marcha ha sido rápida; que en pocos meses el 
quiste lia tomado dimensiones inquietas. Ha sucedido 
también que habiendo comenzado esta enfermedad rápi- 
damente, quede estacionaria, y esto durante muchos 
años, para tomar después, sin que á veces pueda saberse 
la causa, nuevo incremento. Si se han referido observa- 
ciones de breve evolución, hánse publicado también las 
de tumores, que sin grandes molestias, contaban hasta 
cuarenta años de edad. 
Se dice que esta enfermedad puede, aunque muy re- 
motamente, terminarse por resolución; pero puede y mas 
frecuentemente, terminarse por la muerte. Esta es oca- 
sionada por el tamaño desmesurado del quiste y por la 
inflamación de éste comunicada á la serosa abdominal, ó 
por su ruptura en el abdomen. Esta ruptura no es siem- 
pre funesta á pesar de la terrible aparición de la perito- 
nitis como sucedió en un enferma de Lebert 1 
1 Lebert: Physiologie patliologiqne. 25 
En algunos casos, á causa de una inflamación, se es- 
tablecen adherencias no solo en la pared abdominal, si 
que también con los órganos vecinos: intestinos delgado 
y grueso, hígado, vaso, útero, etc. Estas adherencias 
tienen altísima importancia bajo el punto ne vista del 
tratamiento. 
El quiste se ha abierto á veces después de estas ad. 
herencias en alguno de estos órganos, y la enferma ha cu- 
rado ya por algún tiempo, ya para siempre. 
III 
Para llegará formular el diagnóstico de una enferme- 
dad, es indispensable conocer bien los signos que le son 
prop'103 y que la distinguen de otras que por sus analogías 
clínicas pudieran confundirse con ella. De esta necesi- 
dad práctica ha surgido la división en signos patogno- 
mónicos y signos no patognomónicos ó equívocos; sien- 
do los primeros aquellos que su sola presencia encamina 
derechamente al conocimiento de la enfermedad, en tan- 
to que los segundos no bastan á la resolución de estepro- 
blema clínico. Mas las enfermedades no presentan siem- 
pre signos que nos lleven como de la mano al diagnóstico; 
al contrario, es muy común encontrar estados patológicos 
que para caracterizar individualmente hay que tener en 
cuenta todas ycadauna de laspartes que formansucuadro 
sintomatológico, y como dice el Sr. I. Velasco valorizar- 
las y traer en cnenta también los anamnésticos, circuns- 
tancias en que han nacido, etc., etc. Esto complica mu- 
cho como se comprende fácilmente, la tarea del médico, y hace muy resbaladizo el terreno que pisa; ademas, no 
basta conocer la enfermedad que se tiene delante, sino 
que se deben hacer todos los esfuerzos posibles para 
saber su sitio, extensión, grado de evolución, naturaleza 
simple ó complexa, etc.; pues solo así se ha de formar 
un juicio exacto de mucha importancia por dar origen 
á otros de no menor trascendencia: pronóstico y trata- 
miento. 
Estas consideraciones sobre el diagnóstico en general 
no pierden su fuerza cuando se trata de los quistes del 
ovario y los errores que se registran no.dejan dudad, 
este respecto, pues aun cuando algunos sean imputados á 
inexcusables descuidos, quedan otros que hablan muy 
alto en pró de las dificultades á veces casi insuperables 
ante las cuales viene á estrellarse la sagacidad médica. 
En efecto, una exposición didáctica nunca puede abra- 
zar las múltiples y variadas circunstancias que modi- 
fican las condiciones, al lado de la enferma, para diag- 
nosticar los quistes ováricos. Así estos á causa de su 
estructura, que hemos visto puede cambiar, originan sín- 
tomas diferentes que si no se sabe con fijeza el sitio del 
mal, ocasionan deplorables extravies, como ha sucedido 
mas de una vez á personas respetables. Esta enseñanza 
como todas las que emanan de la experiencia nos debe 
hacer muy cautos para emitir nuestro juicio diagnósti- 
co acerca de esta enfermedad; en estos casos mas vale 
sacrificar la brillantez del diagnóstico á un resultado 
que, si obtenido sin lucimiento, es en cambio mas va- 
lioso para el médico y para el enfermo; además, debe- 
mos penetrarnos, sobre todo los que estamos apénas en 
el comienzo de la profesión, que la rápida apreciación de los síntomas (que se ha dado en llamar brillantez) es 
muchas veces rasgo de gónio y que estos no se encuen- 
tran ni con mucho á cada paso. La satisfacción que ha 
de anhelarse no es el establecer instantáneamente el 
diagnóstico, sino que este sea exacto y tan completo 
como es posible. Por estas razones recomendamos que 
el exámen de la enferma sea completo, que no se per- 
done medio ninguno de exploración, logrando de es- 
te modo evitar un error; debiendo advertir que algunas 
veces á pesar de todo, el diagnóstico puede ser equivo- 
cado. 
Pudiera decirse que un quiste del ovario se caracteriza 
perfectamente sobre todo cuando sale de la pelvis, por 
su marcha que en general es lenta, por el lugar en que 
ha comenzado, por su implantación en el ovario que ha 
de reconocerse por el tacto, por la movilidad, por la 
fluctuación que bien percibida y unida a los datos • del 
tacto vaginal y rectal, es de un valor precioso; también 
el estado de la salud general que se conserva bien en 
esta enfermedad, debe entrar en línea de cuenta; no 
obstante recorreremos prontamente algunos estados 
que pueden confundirse con el objeto de nuestro estu- 
dio y trataremos de diferenciarlos. Entre estos está la 
preñez que á pesar de los excelentes estudios de que ha 
sido objeto y de lo extraño que parezca su confusión con 
un quiste ovárico, ha sido cometida, y esto por especia- 
listas de justo renombre como Spencer Wells, loque 
quizás bastaria á fijar nuestra atención. 
Cuando un quiste tiene edad incompatible con la de 
una preñez, es evidente que la equivocación no es posi- 
ble; pero sin haber sobrepasado la duración de una pre- ñez fisiológica, el tumor que forma un quiste puede ím * 
poner á primera vista y hacer creer en aquella si el 
médico se conforma con un exámen superficial, mas aun 
si es bastante crédulo y se deja influenciar por la rela- 
ción de la enferma, que muchas veces de mala fé y otras 
de buena, extravian á aquel y lo haceu caer en un error 
de lamentables consecuencias. En efecto, la forma y el 
tamaño del tumor se parecen mucho en los dos casos; 
pero la palpación por sí sola puede indicar que se trata 
de un quiste cuando la superficie de éste es gibosa, pues- 
to que no se observa esto en útero grávido. Además 
el tacto por la vagina y por el recto da á conocer que 
el ovario es el sitio del mal, que el útero (excepto en 
casos raros) conserva sus caracteres fisiológicos en e 
cuello y en el cuerpo. Tampoco es de despreciar el da- 
to sobre el lugar en que ha tomado principio la enfer- 
medad, si este se adquiere con certeza. En una época 
avanzada de la preñez, es difícil sufrir una equivocación,, 
pues el signo cierto por excelencia, que indica con segu- 
ridad la existencia de un feto: los dobles latidos del co- 
razón, no deja absolutamente duda. Existe otro signo 
entónces: el ruido de soplo; pero como ha sucedido que 
por efecto de la compresión de un grueso tronco arte- 
rial se haya oido este ruido de soplo, no tiene tanto va- 
lor como el de los dobles latidos, sin embargo, debe te- 
nerse presente lo que dice Depaul, que el ruido de soplo 
en el embarazo no es acompañado de una impulsión co- 
mo el soplo arterial. Hay también otre signo que quita 
toda vacilación, los movimientos y desigualdades del 
feto. Se ve por todo esto cuán difícil es tomar una pre- 
ñez por un quiste ovárico, y se puede asegurar que casi 
28 siempre.se la conocerá, y que se necesitan circunstan- 
cias de tal manera funestas, para causar un error, que se 
las puede contar como muy excepcionales. Es mas fácil 
confundir una preñez de los dos ó tres primeros meses 
con un quiste de ovario; no existiendo entonces ni mo- 
vimientos, ni peloteo, ni ruido de corazón fetal, se ten- 
drá que tomar en cuenta todos los signos de probabilidad, 
presunción y certidumbre y reconocer, si es posible, el 
sitio del mal, tratando al mismo tiempo de darse cuenta 
del estado del útero. Solo así se pueden distinguir estos 
dos estados; que por lo demas, el tiempo nos traerá los 
signos de que hemos hablado arriba. 
Una preñez tubárica ó del ovario, para ser distingui- 
da de un quiste, se deben tener en cuenta las circuns- 
tancias en que se ha producido, y también los signos de 
la existencia de un feto vivo; por fortuna rara vez se 
presenta un caso semejante. 
En fin, puede haber coincidencia de un embarazo y 
de un quiste ovárico y en estos casos las dificultades de 
diagnóstico aumentan por la confusión de los signos de 
la una con los del otro. 
La ascitis que presenta semejanza con un quiste cuya 
fluctuación fuese clara, no presenta límites bien marca- 
dos, cambia cuando se varía la posición de la enferma, 
lo que no pasa con un quiste. Este dá un sonido mate 
en toda la extensión del tumor, y un sonido claro en el 
epigástrio y en los flancos y esto aun cuando se acueste 
la enferma de uno ó de otro lado, mientras que en la 
ascitis al cambio de posición sigue un cambio correla- 
tivo en los resultados de la percusión. 
El exámen por la vagina dará á conocer el estado del útero y el examen por el recto el crecimiento del ova- 
rio. Además, en la ascitis hay siempre lina lesión que 
puede explicarla y la salud general que está bastante 
quebrantada, en tanto que en un quiste ovárico se con- 
serva bien durante mucho tiempo. 
Entre las enfermedades del útero, los tumores fibro- 
sos, los fibro-miomas subperitoneales ó los intersticiales 
que sobresalen en la superficie, serán distinguidos en 
que por el tacto se apreciará su continuidad con el teji- 
do del útero, en la presencia de otros de la misma espe- 
cie que sobresalen en la cavidad uterina ó vaginal, en 
los otros síntomas, entre los cuales se encuentran las 
hemorrágias que tan ráras son en los quistos. 
Para terminar el diagnóstico diferencial, diremos que, 
es muy difícil conocor las neoplasias que se desarrollan 
en el ovario y que las malignas solo pueden presumirse 
por las perturbaciones graves de la salud general. Lo 
que digo aquí respecto á esta dificultad, se aplica á I03 
quistes hidáticos del ovario que, sumamente raros, po- 
drían solamente ser reconocidos por una punccion explo- 
radora o por el extremeximiento hiddtico. 
Para completar el diagnóstico de un quiste dél ova- 
rio, no basta haberlo reconocide, es necesario saber hasta 
donde es posible, qué especie de contenido tiene, si está 
constituido por uno ó por varios lóculos, si está ó no ad- 
herido con los órganos vecinos. Esto es lo que breve- 
mente harémos en las líneas siguientes. 
El contenido del quiste puede ser de una consistencia 
más ó menos grande, ser muy fluido ó muy espeso; en 
el primer caso, la fluctuación percibida es muy clara; en 
el segundo, esta fluctuación es muy oscura; pero como 31 
no solamente el líquido tiene influencia sobre este fenó- 
meno, sino que también la tiene el continente, oponién- 
dose ó no á su producción, resulta que la oscura ó nula 
fluctuación de un quiste nos indicará una de dos cosas: 
ó que el líquido es espeso ó que está encerrado en va- 
rios lóculos. En este último caso, la onda líquida no se 
siente en todos los puntos del tumor, pero se siente en 
algunos puntos, falta la fluctuación general, pero en 
cambio hay fluctuaciones parciales. Estas fluctuaciones 
parciales no son de la misma naturaleza en los diferen- 
tes departamentos del quiste, pueden variar dé carácter 
siendo en una parte francas y en otra oscuras, indican- 
do que el líquido contenido en un lóculo es mas viscoso 
que en otro. Al mismo tiempo es posible percibir por la 
palpación algunas desigualdades y gibitas en la super- 
ficie del quiste, que nos indican poco más ó menos el 
estado de sus paredes. En los quistes multiloculares la 
salud general es ménos buena que en los uniloculares. 
Sabiendo apreciar justamente todos estos datos, se pue- 
de uno formar un juicio acerca de la bolsa quística. 
Pasemos al contenido y veamos si se presta á un diag- 
nóstico más é ménos aproximado. Cuando el liquido es 
seroso la fluctuación es franca, neta, se parece á la de la 
ascitis y se percibe en todos los puntos del quiste. Si la 
consistencia aumenta estos caracteres van siendo ménos 
y ménos marcados; de suerte que si el líquido es visco- 
so, aceitoso, ó de una densidad análoga, la fluctuación 
es oscura, no es neta, no llega á la mano con prontitud 
y facilidad, sino con cierta dificultad, como desalojándo- 
se pesadamente; pero hay que añadir que aunque sean tales sus caracteres se perciben en todos los puntos del 
quiste. 
El líquido será más ó menos colorido, cuando haya 
habido algunos signos de inflamación, punzadas, dolor 
ligero en el vientre, etc. Si la enferma ha perdido el 
apetito, si padece vómitos, si tiene diarrea y una fiebre 
lenta y continua que la vaya enflaqueciendo más y más; 
se puede anunciar con probabilidad que el líquido es pu- 
rolento, pues estos son los síntomas que anuncian estar 
efectuándose un trabajo de supuración. 
No es suficiente saber que hay un quiste y un quiste 
del ovario, que es probablemente uni ó multilocular, que 
contiene un líquido que parece de tal ó cual consisten- 
cia, sino que las exinencias prácticas demandan un jui- 
cio siquiera sea aproximado acerca del estado de aisla- 
miento en que se encuentra el quiste; se sabe en efecto 
que el cirujano es detenido al prácticar la ovariotomía 
por las adherencias que fijan el quiste á las visceras con 
que está en relación ó á lo pared abdominal; pues ade- 
más de constituir un obstáculo al desprendimiento del 
quiste, son por su vascularidad capaces de dar una he- 
morragia que por las maniobras que exije, suscita mo- 
tivo mas que suficiente á la inflamación del peritoneo, y 
por lo mismo es de consecuencias fatales á la enferma. 
Por desgracia, á pesar de la grande importancia prácti- 
ca inherente á esta cuestión, no es fácil, sino antes bien, 
difícil y problemático conocer: si existen esas adheren- 
cias, si se extienden de todos los puntos del quiste á las 
partes vecinas y si son débiles ó fuertes. Pero si hay 
atraso para emitir un diagnóstico exacto acerca de estas 
adherencias, no debe entenderse que por este motivo se 
32 •desechen los signos que se dan para establecerlo; lejos 
de esto la misión del médico ántes de resolverse á la ova- 
riotomía, es conocerlas y para esto necesita mucho cui- 
dado y emplear todos los medios conducentes sometiendo 
los resultados que obtenga, á un análisis rigoroso. Su- 
cede así por lo demás en toda cuestión difícil de clínica, 
el médico con pocos datos tiene que aguzar su inteligen- 
cia para resolver tal ó cual problema; de suerte que no 
debe causar extrañeza el encontrar puntos difíciles en el 
diagnóstico de los quistes ováricos. 
Dicho esto, veamos cuáles son los signos del aislamien- 
to ó de las adherencias que puede haber contraido un 
qiliste; podemos dividirlos en dos clases, los primeros 
han sido dados como signos físicos, son: 1. ° el fácil 
deslizamiento de la pared abdominal sobre las partes an- 
terior y lateral del tumor, indica que no hay adherencia 
entre ambos; si por el contrario no hay esta movilidad, 
habrá adherencias. 2. ° Si estando sentada la mujer, 
el quiste sobresale entre los músculos rectos, este quiste 
estará libre según Lee; 3. ° Si se han creado adheren- 
cias, el tumor no bajará cuando la enferma haga profun- 
das inspiraciones. 
La segunda clase de signos que pueden llamarse ra- 
cionales, consisten en la apreciación justa de la marcha 
<de la enfermedad, en averiguar si ha habido alguna vez 
dolores en el vientre, fiebre, vómitos, etc., en una pala- 
bra, si ha habido ó hay signos de peritonitis. Este diag- 
nóstico retrospectivo es importante, porque la peritoni- 
tis da lugar generalmente á adherencias; pero es probable 
sino seguro, que no haya adherencias cuando faltan los signos de la flogosis peritoneal, pues esta puede ser la- 
tente y haberlas producido. 
La clase á que pertenece el quiste, indica algo en el 
asunto de que se trata. En general un quiste de un solo 
seno no es adherente, mientras que los de varios lóculos 
contraen frecuentemente lazos de unión con los órganos 
vecinos; una punción anterior seguida de inyección pue- 
de también ocasionarlos; de manera que en el interroga- 
torio debe inquirirse si ha habido antes algún tratamien- 
to. Por último, la punción del quiste podria aclarar no 
solo este punto de diagnóstico, sino otros relativos al 
contenido y al número de lóculos. Así lo hizo el señor 
profesor Lavista en la enferma que poco después operú 
con éxito en el Hospital de San Andrés. 
Una vez que por sus caracteres propios hayamos re- 
conocido un quiste del ovario y que por los diferencia- 
les lo hayamos distinguido de todo lo que puediera pa- 
recérsele; una vez que sepamos de que especie de quiste 
se trata, cuál es probablemente su contenido y confor- 
mación, cuál su marcha, &c., estaremos autorizados á 
emitir nuestro juicio sobre la suerte reservada á la pa- 
ciente. En efecto, de ahí y solo de ahí, surgirá un pro- 
nóstico que no comprométala reputación del médico. En 
abstracto solo puede decirse que el pronóstico es grave, 
puesto que la marcha natural de la enfermedad in- 
dica que ésta tarde ó temprano conduce su víctima á la 
muerte. IV 
El tratamiento de los quistes del ovario es del domi- 
nio de la cirujía; no se cree ya absolutamente en la efi- 
cacia do la terapéutica médica; los diaforéticos, los diu- 
réticos, los purgantes, los fundentes y los resolutivos no 
han dado ningún resultado y me parece perfectamente 
justo lo que decia Boyer, que no pueden curar la hidro- 
pesía enquistada del ovario ni retardar su marcha; pue- 
den sí, ser perjudiciales desarreglando las funciones di- 
gestivas. 
La cirujía dispone de medios que curan radicalmente 
esta enfermedad y cuando por motivos que expresare- 
mos, no puede intervenir enérgicamente, tiene recursos 
paliativos que oponer á la incurabilidad del mal. Esta 
incurabilidad está limitada á pocos cosos bien determi- 
nados; pues que ha perdido en el grandioso movimiento 
de la cirujía en este siglo, la acepción que antes tuviera. 
En efecto, era esta enfermedad que se consideraba su- 
perior á los recursos del arte, cuando aparecieron los 
dos principales métodos curativos que aun hoy se dis- 
putan la supremacía á saber: la punción seguida de in- 
yección y la ovariotomía ó extirpación del ovario. El 
primero ya empleado por el doctor B. C. Williams (de 
Londres) y el doctor Alison (de Indiana) ha sido for- 
mulado por Boinet con tal maestría que se le considera 
como su creador y como autoridad eminente en este asunto; el segundo de origen americano, aunque mas 
antiguo que el anterior no ha sido sancionado sino hasta 
estos últimos años. 
Con el objeto de que haya algún órden en la suscinta 
exposición que del tratamiento vamos á hacer, dividire- 
mos este en dos partes; tratamiento paliativo y trata- 
miento curativo. Diremos en qué consiste el primero y 
cuáles son sus indicaciones. Respecto del segundo esta- 
bleceremos las indicaciones de los medios de que se vale, 
daremos una rápida ojeada á las precauciones que requie- 
ren y al manual operatorio que les es propio y en segui- 
da por un estudio comparativo nos formaremos un juicio 
más ó ménos exacto sobre lo que debe pedirse y sobre 
lo que esperarsa debe de cada uno de ellos. 
El tratamiento paliativo consiste en dar salida al lí- 
quido contenido en el quiste; esta pequeña operación se 
práctica con un trocart provisto de su cánula, que no ha 
de ser de pequeño calibre para que el líquido, si tiene 
alguna consistencia, pueda correr fácilmente; pero tam- 
poco ha de tener gran diámetro, porque si es cierto que 
el líquido tendria en este caso fácil salida, se exprondria 
uno á hacer una gran abertura en el quiste y este ver- 
tiría parte de su contenido en el peritoneo; accidente 
que debe evitarse por más que haya líquidos císticos 
perfectamente tolerados por aquella serosa como lo prue- 
ba la tentativa de curación hecha por Maisonneuve, en 
un quiste cuya pared dividió con una aguja de catarata, 
para provocar el escurrimiento del líquido en la cavidad 
abdominal; esto no obstante, como no sabemos si el lí- 
quido á que vamos á dar salida es ó no inocente, nuestro 
deber será procurar evitar todo aquello que tenga pro- babilidad de causar siquiera sea el menor incidente. Por 
tal motivo, escojeremos un trocart de mediano calibre 
que no nos exponga ni á uno ni á otro inconveniente; 
pudiendo aprovechar los aspiradores usados hoy en los 
cuales pueden servir las cánulas de pequeño diámetro. 
El lugar que se elige para hacer la punción es la pa- 
red abdominal, aunque se haya aconsejado hacerla por 
el recto y por la vagina (Récamier). Cuando el quiste 
es unilocular se introduce el trocart en la línea blanca á 
igual distancia del púbis y del ombligo, ó bien hácia 
afuera aproximándose al ligamento de Poupart, evitan- 
do herir la arteria epigástrica y del lado en que ha to- 
mado nacimiento la enfermedad. Si el quiste es multi- 
locular, se hace la punción en los puntos más salientes. 
De todos modos ántes de introducir el trocart, debe 
uno reconocer si hay viscera entre el tumor y la pared 
abdominal, valiéndose para esto de la percusión y del 
cateterismo, la primera hará saber si hay alguna asa in- 
testinal; el segundo si la vejiga está adelante del tumor. 
Introduciendo el trocart (lo que ha de hacerse con rapi- 
dez), se saca éste dejando la cánula por la que correrá 
el líquido; al mismo tiempo se comprimirá el vientre pa- 
ra que el escurrimiento sea continuo y evitar así que el 
aire penetre en la bolsa quística, pues provocaría en esta 
la inflamación y la supuración; por lo demás es acciden- 
te este que puede evitarse, si con la precaución ántes 
dicha se tiene la de adaptar á la cánula un tubo de cau- 
chuc que se sumerje en el trasto que sirva de recipiente, 
ó haciéndo uso del aspirador que se opone eficazmente 
á la entrada del aire. Se deja salir todo el líquido; pero 
si se observa que la enferma está amenazada de síncope, 
37 debe detenerse uno inmediatamente hasta su restableci- 
miento ó aplazar para otra sesión el dar salida á lo que 
quedara. Concluida. la operación se saca bruscamente 
la cánula, teniendo cuidado de deprimir con la otra ma- 
no, la piel y de sostenerla en el lugar del piquete. Des- 
pués se cubre este con una cruz de Malta y se hace una 
compresión metódica con ouate y un vendaje. 
Hemos dicho en que consiste el tratamiento paliativo 
y las precauciones que requiere su manual operatorio; 
si nos hemos detenido algo en la manera de ponerlo en 
práctica, es porque si insignificantes, no por eso se deben 
despreciar las pequeñas circunstancias que á veces son 
causa de reveses que desaniman al jóven cirujano. Va- 
mos á asentar las indicaciones que reclaman este trata- 
miento: la punción simple está indicada siempre que un 
quiste inoperable, h otro para el cual no se ha juzgado 
conveniente emplear tratamiento radical; llegan á pro- 
porciones tales que la vida de las enfermas se hace in- 
soportable. Tocante á los quistes inoperables no entro 
por ahora en ninguna explicación; pero respecto de aque- 
llos para los cuales no se ha empleado medio curativo 
y que forman parte de las indicaciones de la punción 
simple, si debo hacerme comprender. Hay quistes, como 
lo hemos dicho al tratar de la anatomía potológica y de 
la sintomatología, que se desarrollan con una lentitud 
tal. que no ocasionan ninguna perturbación séria, y que 
por consiguiente deben ser respetados; no hay para es- 
tos mas que la sábia expectación. Creo que lo mismo 
debe hacerse con los quistes mixtos, es decir, con los 
que están mezclados con producciones malignas que han 
podido ser sospechadas, pues bien, en estos casos, lo re- 
38 pito, no debe haber intervención, lo mejor es esperar. 
Pero si la enferma por su edad (caso de quiste lento) 
no debe ser tratada radicalmente, cuando la enfermedad 
toma alguna gravedad, ó si el quiste mixto exigiera in- 
tervención; soy de opinión que se emplee el tratamiento 
paliativo. También se practica este cuando hay junta- 
mente un quiste y un embarazo, si aquel por su volli- 
men ó su situación, opone sério obstáculo á la continua- 
ción de este, ó á su desenlace fisiológico. Estas son las 
7 O 
' 9 
circunstancias en que ha de emplearse la punción; pero 
para completar lo que á ello se refiere, diremos que se 
ha empleado como medio diagnóstico (punción explora- 
dora) y que se la ha querido elevar al rango de medio 
curativo, fundándose en algunos casos en que ha desa- 
parecido el quiste después de su empleo. Como medio 
diagnóstico presta excelentes servicios y hemos hablado 
ya de él; solamente es necesario penetrarse bien de su 
uso para no caer en el abuso. 
Para concluir lo relativo á la punción, debemos decir 
que expone á algunas consecuencias que no por raras 
han de pasarse en silencio, tales son, la peritonitis cau- 
sada por el simple piquete, que si ligera y parcial á ve- 
ces, produciendo simplemente adherencias; se registran 
casos en que se ha generalizado. Hemos dicho que en el 
momento de la punción, cierta cantidad del líquido pue- 
de caer en la cavidad peritoneal, produciendo el mismo 
accidente, no insistiremos mas, añadirémos que tocante 
al tratamiento subsecuente, la punción repetida puede 
comprometer mucho su buen resultado, por lo cual el 
abuso del trocart debe ser condenado. 
Tratamiento curativo. Los diferentes métodos de este 
39 tratamiento se dividen en tres grupos: punción seguida 
de inyección, incisión y extirpación ú ovariotomía; el 
primero trata de modificar la superficie interior del quis- 
te sin dejar entrar el aire, el segundo pone en comunica- 
ción el quiste con el aire y el tercero quita el quiste por 
completo. 
El primer método tiene por reglas según Boinet: 1 ? 
Dar salida al líquido contenido en los tumores enquis- 
tados sin correr el riesgo de un derrame abdominal, 2 ? 
inyectar tintura de iodo en la bolsa ovárica si está en 
condiciones convenientes; en pocas palabras, proceder 
como en la bidrocele simple; 3 P en los casos complica- 
dos, dejar una cánula á permanencia, cuando el quisto 
ha disminuido considerablemente con la intención de 
procurar una salida al líquido y de poder lavar frecuen- 
temente y de hacer inyecciones de tintura de iodo cuan- 
do se juzgue conveniente. Sentadas estas bases veamos 
cómo se procede á la operación. Se escoge un trocart 
grueso provisto de su cánula y se introduce en el quiste 
procurando acercarse al punto en que ha tomado naci- 
miento, y hácia el cual se retraerá después de vaciado, 
es decir, arriba del ligamento de Falopio y afuera de la 
línea de la arteria epigástrica. Se di ja correr el líquido, 
en seguida se adapta á la cánula una jeringa destinada 
á hacer la inyección. Esta se hará inmediatamente des- 
pués si el líquido es seroso; pero si es espeso ó purulen- 
to deberán hacerse previamente inyecciones de agua 
tibia. Boinet aconseja sustituirá la cánula metálica, una 
sonda de goma larga y flexible, pues esta sonda, dice, 
se adaptará mejor á la jeringa y además siendo larga y 
flexible, no se escapará fácilmente del interior del quiste- 
40 La sustancia inyectada lia variado mucho, la que se pre- 
fiere y la que aconseja Boinet, es la siguiente: Agua 
destilada 100 ó 150 gramos, tintura de iodo 100 gamos, 
ioduro de potasio 4 gramos; esta solución debe ponerse 
en contacto con las paredes del quiste y para lograrlo se 
la deja 5 6 10 minutos y se fricciona el tumor, así como 
se recomienda á la enferma inclinarse unas veces de un 
lado, otras del otro. Después se saca la inyección por 
medio de la aspiración hasta que no corra ni una sola 
gota, en este momento se saca bruscamente la cánula. 
No insistiremos sobre las demás precauciones, por ha- 
berlas ya indicado en la punción paliativa. De recomen- 
darse es que la enferma permanezca 24 horas acostada 
sobre el lado opuesto al de la punción. 
Esta operación no causa generalmente dolor cuando se 
ha tenido cuidado de que no caiga líquido ninguno en el 
peritoneo, ni en el piquete hecho en la piel, en este úl- 
timo caso sufren ligeramente al nivel de la pequeña he- 
rida; pero en el primero no solamente el sufrimiento 
es mayor sino que ocasiona una peritonitis sobre cuyo 
pronóstico no hay necesidad de detenerse. Es cierto que 
como dice Boinet, la reacción despertada por esta ope- 
ración es ligera en general; pero es raro que no se susci- 
ten dolores de vientre al cabo de algunas horas tradu- 
ciendo una peritonitis parcial que como ya hemos dicho 
puede hacer nacer algunas adherencias. Con estas lige- 
ras perturbaciones vienen algunas veces signos de iodis- 
mo que nada inquietantes son. 
Hemos descrito rápidamente el modo de proceder de 
Boinet por ser el mas usado; pero se han inventado ins- 
trumentos con el objeto de evitar no solo la entrada del 
41 42 
aire, sino también para que la cánula no se escape de la 
cavidad cística; tal es el instrumento propuesto por Buys, 
en el que cuatro resortes de oro impiden que la cánula 
se salga y un disco de baudruche aplicado sobre la piel, 
junta la pared abdominal con la pared anterior del quiste. 
Las indicaciones de esta operación pueden resumirse 
así: los quistes uniloculares de contenido seroso están en 
las mejores condiciones para operarse. Los quistes uni- 
loculares que por contenido tienen un líquido espeso y 
de difícil escurrimiento, no están en buenas condiciones 
y se necesita dejar una sonda á permanencia después de 
la inyección. La coloración del líquido indica en general 
que ha habido algún trabajo inflamatorio en los quistes 
y entran también en esta última categoría. Cuando el 
quiste es multilocular, la inyección tendrá buen resulta- 
do si éste se aproxima por sus caratéres á un quiste uni- 
locular simple, y es de pocos lóculos, es decir si el con- 
tenido es de buena naturaleza. En resumen el quiste uni- 
locular simple y de contenido seroso, es el tipo de las 
indicaciones de la inyección modificadora; en todos los 
otros casos el éxito no seria constante y aun se tendría 
que recurrir á la sonda á permanencia. 
Poco nos detendrémos en el segundo método aplicado 
á la curación de los quistes ováricos, consiste en poner 
en comunicación con el aire la cavidad de éstos. Con es- 
te objeto se hace una incisión procurando previamente 
que se establezcan adherencias entre la cara anterior del 
tumor y la pared abdominal/ para lo cual se hace uso de 
los cáusticos según el procedimiento de Pécamier para 
los quistes hidáticos de hígado. La primera aplicación 
de cáustico se hará en una extensión suficiente para pro- curarse una abertura bastante ámplia, pues como se sabe 
esta lia de formar la base de un cono cuyo vértice trun- 
cado corresponderá á la pared del quiste. Esto procedi- 
miento requiere tiempo para llevarse á cabo; pero tiene 
la ventaja de que al abrir el quiste ya se han creado ad- 
herencias que previenen la caída del líquido en la cavidad 
peritonial. Algunos no hacen uso del cáustico, emplean 
el bisturí cortando capa por capa, ó como quiere Begin 
cortando en un solo tiempo la pared abdominal incluso 
el peritoneo. Otros después de cortar la pared cística reú- 
nen con puntos de sutura sus labios á los de la pared ab- 
dominal. El procedimiento de Boinet consistente en ha- 
cer una punción y sustituir á la cánula una sonda de go- 
ma que se deja á permanencia, puede considerarse como 
perteneciendo á este método puesto que permite el acce- 
so del aire. 
Cualquiera que sea el medio que se emplee, es impor- 
tante que se averigüe el lado en que ha comenzado la 
enfermedad para que allí se practique la abertura, evi- 
tando así que quede después de la curación un pedículo 
largo que ocasione dolores, estiramientos y aun sea una 
causa predisponente de estrangulamiento intestinal; ade- 
más la curación será menos lenta y el establecimiento 
de una fístula menos fácil, si la abertura de la pared del 
quiste está mas cerca del punto hácia el cual ha de re- 
traerse. 
Este método curativo exige muchos cuidados por parte 
del médico y una gran resistencia por la de la enferma. 
En efecto han de hacerse lociones repetidas de líquidos 
desinfectantes y modificadores y se necesita mucho tiem- po para obtener la curación y esto en medio de los peli- 
gros inherentes á una larga supuración. 
ílespecto de las indicaciones diremos que es procedi- 
miento que se ha usado para los quistes de contenido 
viscoso ó purulento; mas adelante apreciaremos su valor. 
Sus riesgos fácilmente se comprenden, son: la perito- 
nitis, la piohemia y la septicemia. 
La ovariotomia es el tercer método que se ha propues- 
to para la curación radical de los quistes oválicos y que 
ha dado ya exelentes resultados. Este método como se 
sabe, consiste en abrir la cavidad abdominal, extraer el 
quiste (en el caso particular de que nos ocupamos) divi- 
dir su pedículo, extirpando de este modo el tumor for- 
mado por aquel. Se ve por esto que es una de las opera- 
ciones mas delicadas y de las que ponen á prueba no solo 
la habilidad operatoria del cirujano, sino todas las cua- 
lidades que ha de reunir para haberse formado juicio 
exacto sobre la enfermedad y para impartir los cuidados 
consecutivos que han de coronar dignamente su obra. 
No es ya el dia en que se protestaba enérgicamente 
contra la ovariatomia como una operación temeraria y 
en extremis. La célebre discucion en el seno de la acade- 
mia de medicina de París, en la que casi fué proscrita la 
ovariotomia, no tiene actualmente influencia en Fran- 
cia, en donde como en América y en Inglaterra, ha to- 
mado definitivamente rango quirúrgico. Entre nosotros 
también ha gozado de disfavor y hasta estos momentos 
no queda todavía limpia de descrédito; sin embargo ha 
entrado ya en el número de las operaciones que practi- 
can nuestros cirujanos y creo no ser desacertado si afir- 
mo que la ovariotomia tan brillantemente practicada por el Sr. Lavista, debe ser parte importante á levantar es- 
ta operación ;í la altura á que se halla en Europa. 
Prescindiendo de las exageraciones de los ardientes 
(iba tí decir sistemáticos) partidarios de la ovariatomia, 
así como de las ideas de los cirujanos que todavía tienen 
un pié en el pasado; vamos á asentar suscintamente las 
indicaciones y contra-indicaciones de esta operación. 
Nada diremos de las buenas condiciones generales reque- 
ridas por todas las grandes operaciones y de la aquies- 
cencia obtenida de la enferma por el convencimiento que 
de la necesidad de operarse tiene y que se subentiende 
fácilmente. 
La operación está indicada cuando la enfermedad sigue 
una marcha progresiva y amenaza sériamente la vida de 
la enferma. Cuando la enfermedad aunque in statu quo 
y sin causar sufrimientos y perturbaciones funcionales 
continuas, produce sin embargo el debilitamiento y el 
enflaquecimiento; es de hacerse la operación. Los quis- 
tes uni ó multiloculares de mediano volúmen que no tie- 
nen adherencias y de pedículo largo y estrecho están en 
las mejores condiciones para operarse. Entre estos na- 
turalmente los uniloculares libres, de contenido seroso ó 
albuminoso y pediculados son los que están en primera 
línea. A medida que el contenido adquiere mas consis- 
tencia y coloración, ó que se vuelve purulento y que 
pierde su libertad; el éxito de la operación disminuye 
proporcionalmente. La operación se hará algunos dias 
después de la época menstrual, aunque según Koeberlé, 
las reglas no parecen tener influencia sobre aquellas. 
Algunos recomiendan no recurrir á esta operación sino 
después del empleo de las inyecciones iodadas, otros creen que esto puede acarrear obstáculo á la ovarioto- 
mia y agravar mucho su pronóstico en razón de las ad- 
herencias que es muy común se produzcan después de 
las inyecciones. 
Las contra indicaciones surgirán del estado general, 
de las condiciones morbosas del ovario, de la edad de la 
enferma y de ciertas circunstancias particulares. Así es 
que una enfermedad grave concomitante, como el tubér- 
culo, el cáncer, un afecto orgánico del corazón etc. son 
motivos para no intervenir. La edad avanza la, el volu- 
men excesivo del tumor, la dificultad ordinaria de los 
erutos; son circuntancias desfavorables. La abstención 
es de regla cuando hay una preñez concomitante ó cuan- 
do el diagnóstico es dudoso. No debe intervenirse cuan- 
de el quiste se desarrolla lentamente y sin causar gra- 
ves perturbaciones. 
El pronóstico de la ovariotomia es muy grave sobre 
todo después de la mitad de la vida y fuera de toda cau- 
sa de error en el diagnóstico. La enferma puede morir 
durante ó después de la operación á causa de perturba- 
ciones nerviosas profundas, de hemorragia, de agota- 
miento, de peritonitis sea inmediata, sea consecutiva. 
El pronóstico es menos grave cuando el estado general 
es bueno, que el tumor es mediano, unilocular sin adhe- 
rencias, que el pedículo es suficientemente largo para ser 
llevado fuera del abdómen. 
Antes de proceder á la operación, necesario es tomar 
precauciones que se refieren no solo á la enferma sino 
también al local en que ha de practicarse. A la enferma 
se le prescribirá la víspera un purgante aceitoso, y se 
procurará evitarla cualquier enfriamiento y si es posible 47 
se le cubrirá con franela como lo recomienda Spencer 
Wells. Se escojerá un local bien aereado con bastante 
luz y que tenga una temperatura constante (20°). Deben 
tenerse preparadas muchas esponjas finas y limpias y 
un arsenal quirúrgico que nunca puede ser grande si se 
atiende á que esta operación es de las que exigen un apa- 
rato instrumental que corresponda no solo á las exigen- 
cias de su manual, sino también á todas las eventualida- 
des que pudieran surgir; de suerte que bien puede de- 
cirse con el Sr. Lavista que este arsenal ha de ser abun- 
dante y hasta lujoso. Como lo hizo este mismo profesor 
han de prepararse lienzos que servirán para aplicarlos á 
los lados de la incisión, llevados previamente á la tem- 
peratura del cuerpo por medio de una inmersión en agua 
que tenga esta temperatura. Es de procurarse un pulve- 
rizador de Lister, que funcione durante toda la opera- 
ción. Se preparará juntamente con todo esto, ligaduras, 
percloruro de fierro, cauterios, agua caliente ó tibia ouate 
vendas etc. 
Llegado el momento de la operación, se distribuyen 
los papeles á los ayudantes, que han de ser en número 
suficiente y que sepan corresponder satisfactoriamente 
á la confianza que en ellos deposita el cirujano. Los 
principales son los siguientes: Uno que se encargue del 
cloroformo, misión importantísima que es supérfluo en- 
carecer, pues que la vigilancia que tan activa tiene siem- 
pre el que cloroforma en una operación, en esta sube de 
punto por su duración, y además porque la enferma de- 
be estar completamente cloroformada; de suerte que es 
papel dificilísimo, de que no puede encargarse sino á una 
persona de reconocida habilidad. He visto desempeñar muy satisfactoriamente este difícil encargo al Sr. profe- 
sor Bandera en la ovariatomia que practicó el año próxi- 
mo pasado el profesor Lavista. Dos ayudantes sosten- 
drán las piernas de la enferma; otro fijará el abdómen 
y el quiste poniendo á plano sus dos manos sobre el 
vientre cerca del ombligo; otro que sostenga el vientre 
hácia abajo; dos que tienen la misión mas importante, 
después del operador; colocados á los lados de este, si- 
guen solícitamente todos sus movimientos, prestando 
con toda oportunidad y actividad sus servicios en todos 
los tiempos de la operación; uno de ellos enjuga con es- 
ponja la herida, cuida de los lieuzos aplicados á la heri- 
da y vigila que no entre líquido alguno en el peritoneo; 
el otro liga los vasos ó inclina, cuando se necesite, el 
quiste del lado conveniente; si el líquido se escapa por 
los lados de la cánula, liga esta á las paredes del tumor, 
ayuda á destruir si hay necesidad las adherencias, etc. 
En la operación que se hizo en el hospital de San An- 
drés, estos papeles estaban á cargo, si mal no recuerdo, 
de los Sres. Liceaga y San Juan, cuyos nombres bastan 
á dar cabal idea de la excepcional destreza con que fue- 
ron desempeñados. Otros ayudantes se encargan de pa- 
sar los instrumentos, de tener prontos los lienzos y es- 
ponjas que se necesiten, de que no falte agua caliente ó 
tibia, etc., etc. He mencionado los ayudantes que por 
lo menos se necesitan para esta grande operación. In- 
dicaré, para concluir, que los instrumentos deben estar 
bien limpios, así como las manos del operador y de los 
ayudantes principales, disponiéndose agua para que se 
laven siempre que lo juzguen necesario. 
Tres tiempos pueden considerarse á la operación: la 49 
incisión de la pared abdominal y del peritoneo, la extir- 
pación del quiste y aseo del abdómen, y por último, la 
reunión de la herida. Muy por encima describiremos 
estos diversos tiempos de la operación. Cuando todo es- 
tá dispuesto y que la enferma está cloroformada, el ciru- 
jano se coloca al lado de la enferma ó bien adelante, co- 
mo si se fuera á hacer la talla. La incisión se hace en- 
tre el púbis y el ombligo; su longitud, que se ha discu- 
tido mucho, ha de ser suficiente para poder maniobrar, 
prolongándose, si necesario fuere, hasta el epigastrio. 
Después de cortar capa por capa la pared abdominal y 
de detener toda hemorrágia por insignificante que sea, 
sé corta el peritoneo sobre una sonda acanalada. En es- 
te momento se descubre el quiste. Lo primero que debe 
hacerse es introducir el dedo y aun la mano para buscar 
las adherencias. Si es posible, se destruyen las abdomi- 
nales; las del ombligo y de los intestinos serán destrui- 
das después de la punción, cuando estén mas á la vista. 
Cuando el quiste es unicular y libre, se procede á la 
punción; en este momento debe tenerse mucho cuidado 
para que no entre ni una sola gota de líquido en la ca- 
vidad peritoneal; ya hemos dicho que los ayudantes 
principales deben ser muy diestros, porque á ellos está 
encargado este papel. Cuando el quiste se ha vaciado, 
se procede á la extracción, no sin haber limpiado antes 
perfectamente los bordes de la herida y el tumor mismo. 
Cuando el quiste tiene adherencias, se desgarran con 
algunas tracciones las anteriores, y las que lo unen á las 
visceras serán cortadas entre dos ligaduras. Pudiera re- 
currirse al galvano-cauterio. A veces las adherencias 
son fuertes y extensas, y la operación no puede llevarse á cabo, recurriendo entonces á la incisión. En un caso 
semejante he visto proceder así al Sr. Fénelon. Si el 
quiste es multilocular, se harán punciones para vaciarlo 
y se hará con las adherencias si existen, lo que acaba- 
mos de decir con las de los uniloculares. 
El trocart ha varido mucho, puede decirse que cada 
operador tiene el suyo. Sin embargo, es de recomen- 
darse el de Koeberlé. 
Ya que se ha vaciado el quiste se extrae, y si el pe- 
dículo es largo se le liga sólidamente, se le lleva al án- 
gulo inferior de la herida y abajo de esta ligadura se le 
constriñe con un clamp ó Clipper. Este instrumento in- 
ventado por Hutchinson ha sido muy modificado, y no 
insistiremos en sus modificaciones. Si el pedículo es 
corto se imitará á Koeberlé que hace uso en este caso 
de un aprieta nudos ó se liga en masa y se fijan los hi- 
los en el ángulo inferior de la herida. Koeberlé tiene un 
clamp y un aprieta nudos» en cuya descripción no en- 
traré. 
Llegados á esta parte de la operación, no queda mas 
que cortar el tumor y hacer con el cuidado mas minu- 
cioso un aseo completo, limpiar perpectamente la peque- 
ña pélvis y el abdomen, lo que exige tiempo y pacien- 
cia; pero que debe hacerse con la mayor solicitud. Se 
colocan en su lugar todos los órganos que momentánea- 
mente se hayan adelantado hácia la incisión. En segui- 
da se reúne la parte superior de la herida por medio de 
dos suturas, una superficial y otra profunda, pudiendo 
asegurarse además la primera por medio de vendoletes. 
En la parte inferior está el pedículo constriñido por el 
clamp ó por el aprieta nudos, y se procurará que allí 
50 mismo se reúnan todas las ligaduras que se hayan 
puesto. 
Después de trasportar á la enferma á la cama que se 
ha dispuesto, Spencer Wells pone sobre el vientre una 
bolsa de cauchuc llena de agua caliente y sostenida con 
franela. Koeberlé al contrario, pone de cada lado de la 
herida dos vejigas de hielo. 
El reposo, el silencio, etc., etc., todo lo que se reco- 
mienda después de las grandes operaciones, es de pre- 
cepto también en esta. Una posición del tronco un poco 
elevada para facilitar el trasporte de los líquidos hacia 
la pequeña pélvis. Las lociones detersivas, los toques al 
pedículo con percloruro de fierro, son de recomendarse. 
No tengo la intención de describir la marcha de la 
curación, y solo indicaré para concluir, que las causas que 
producen mas frecuentemente la muerte, son: el agota- 
miento nervioso, una hemorragia interna que si por sí 
sola no causa la muerte, esta es producida por la perito- 
nitis consecutiva, la septicemia y la peritonitis, siendo 
estas dos últimas las de mayor contingente. 
Debiera completar el tratamiento con la descripción 
del método electrolítico, pero no hago mas que mencio- 
narlo porque hasta hoy no ocupa un lugar importante 
en la terapéutica de los quistes oválicos. 
51 
Ahora que hemos recorrido los diversos recursos de 
que se vale la cirujía eu el tratamiento de los quistes 
oválicos, tratarémos de apreciarlos hasta donde nos sea 
posible; habrémos de estimarlos, no solo por los resulta- dos que alcancen, que también los riesgos que les son 
inherentes deben pesar en la balanza del cirujano. 
Entre estos recursos curativos no cabe duda que dos 
son los principales, los únicos que harán fluctuar una 
determinación, dando la preferencia ora á uno ora á 
otro, no solo según el caso particular que en considera- 
ción se tenga, 'sino también según las ideas que respec- 
to de ellos se haya formado el cirujano. Estos recursos 
son: lapuncion seguida de .inyección y la ovariotomía. 
Veamos los elementos de esta importante cuestión. 
El método de las inyecciones ha dado, sobre todo en 
manos de Boinet, muy buenos resultados; pero también 
hay registrados numerosos reveses. Una estadística de 
este autor ha dado 64 curaciones en 130 operaciones, 
y si enfrente estampamos una estadística de Kceberlé 
<5 de Spencer Wells, veremos también que no son me- 
nos halagadoras; la del primero da en un total de 100 
operaciones 71 éxitos y 29 inéditos; la del segundo en 
250 ovariotomías 72 curaciones por ciento. De suerte, 
que atendiendo únicamente al resultado de la estadísti- 
ca, liabria de darse la preferencia á la ovariotomía, pero 
la« inyecciones no exponen, nqcon mucho, á los peligros 
de esta. De ahí que se tema tanto emprender la extirpa- 
ción del ovario, pues como hemos visto su gravedad es 
imponente; no queremos decir por esto que la inyección 
iodada no comprometa la vida de la enferma, pues que 
sabemos que las estadísticas de esta operación tienen su 
parte sombría por las muertes que ha causado; sino que 
la otra las produce en mayor número y está rodeada de 
incidentes y peripecias que además de exigir habilidad 
operatoria, requiere extraordinarios cuidados consecuti- vos. La ovariotomía tiene la inmensa ventaja de hacer 
radical la curación, de volver á la mujer á la vida co- 
mún, y como las inyecciones iodadas con sus riesgos 
correspondientes, no curan siempre la enfermedad, re- 
sulta que la extirpación halla un justo lugar en el trata- 
miento de los quistes ováricos. 
Este lugar es el que debe preocuparnos, dejando á los 
sistemáticos que ven en todo quiste la indicación de ex- 
tirparlo, ó se oponen abiertamente á la operación. No 
hay por lo tanto mas que saber, conocer cuando se han 
de emplear las inyecciones, y cuando se ha de practicar 
la ovariotomia. Es claro que no se puede decir de una 
manera absoluta,cuándo ha de darse la preferencia á 
una de entre ellas. La determinación surgirá de las con- 
diciones de cada caso particular. 
Creemos, sin embargo, que entre las indicaciones de 
las inyecciones iodadas que ha formulado Boinet, hay 
una que siempre que se presente no debe vacilarse en el 
tratamiento, á saber: el quiste unilocular, simple, libre 
y de contenido seroso y fluido, es curable por el método 
de las inyecciones. Es para nosotros el caso tipo de las 
indicaciones de este método, pues ha dado excelentes 
resultados, y como generalmente estos quistes no com- 
prometen formalmente la vida, la ovariotomia que es una 
operación bastante peligrosa, no puede competir con el 
otro método, solo temeríamos provocar si no tenia éxito 
la inyección, las adherencias y otras complicaciones que 
se opusieran mas tarde á una curación radical. 
En los casos de quistes uniloculares de contenido es- 
peso ó viscoso, la elección es mas difícil, pues mucho 
depende de un buen diagnóstico que abrace el conoci- 
53 miento de la naturaleza, marcha, adherencias y compli- 
caciones del tumor, así como la edad, constitución &c., 
de la enferma. Nada debe menospreciarse por alcanzar 
estos preciosos datos, que de ellos y solo de ellos surgi- 
rá el método curativo. Esto que acabamos de decir, se 
aplica por completo y con mayor razón á los quistes niul- 
tiloculares. No debemos perder de vista en esta elección, 
que las adherencias extensas y vasculares, son una for- 
mal contraindicación á la ovariotomía, aun cuando las 
demás circunstancias no sean desfavorables, máxime si 
el contenido del quiste es purulento; pero también de- 
bemos tener presente que cuando la enfermedad sigue 
una marcha progresiva y amenazante y que hay una 
enorme extensión de la bolsa, el único camino segu- 
ro es el de la ovariotomía, con todos sus peligros, in- 
cluso el de la muerte inmediata. No debemos detener- 
nos por el grave pronóstico de esta operación, sino decir 
con el Sr. La vista: n Siempre que aun nos queda un 
“recurso, por peligroso y atrevido que sea, con tal que 
“nos dé la esperanza de arrancar una víctima á la muer- 
“te, nos creemos obligados á emplearle, y jamás nos ha 
“ocurrido que faltamos á nuestro deber como hombres 
“científicos, pues no queremos que la ciencia haga mi- 
lagros y nos conformamos con llenar nuestro deber, n 1 
Algunos cirujanos aconsejan emplear primeramente 
las inyecciones y después prácticar la ovariotomía, si 
con aquellas no se logra nada; en caso de seguir este 
consejo, extremo cuidado ha de tenerse para evitar las- 
consecuencias de la primera operación, que como hemos 
1 R. La vista. Gaceta médica de México, tom. XIV, núm. 19 dicho podrían traérsenos obstáculos y aun formales con- 
traindicaciones á la segunda. 
Quedan aun casos en que ni las inyecciones, ni la ex- 
tirpación son aplicables y en que el cirujano se puede 
ver forzado á intervenir; entonces puede recurrirse á la 
incisión, canalización, ó á la sonda á permanencia que 
recomienda Boinet, estos casos son: aquellos en que el 
quiste está fuertemente adherido y su contenido es pu- 
rulento. 
Podemos resumir lo referente al tratamiento en las 
conclusiones siguientes, que asentamos con la natural 
timidez del que sin práctica, y con escasos conocimien- 
tos, se atreve á presentar un estudio sobre asunto de la 
trascendencia del presente. 
Hay casos en que por la lentitud de la enfermedad, 
y por las pocas ó ningunas perturbaciones que causa, la 
expectación es de precepto. 
El tratamiento paliativo está indicado en determina- 
das condiciones que hemos especificado. Consiste este 
en la punción simple de la que no debe abusarse. 
En el tratamiento curativo debe guiar sobre todo un 
diagnóstico extraordinariamente exacto. 
Las inyecciones iodadas, son de preferirse cuando el 
quiste es unilocular, simple, libre y de contenido seroso 
y fluido. 
La ovariotomía está indicada particularmente, cuan- 
do el quiste sigue una marcha progresiva y amenazante» que su bolsa está muy extendida, y que no haya forma- 
les contraindicaciones. 
.La incisión, la canalización ó la sonda á permanencia 
solo se emplearán, cuando precisado el cirujano á inter- 
venir, el quiste tenga fuertes adherencias y contenido 
purulento. 
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