IF.A.CTTX.I'A.ID X> 33 MEI3ICIITA 3E E MEXICO. LIGERO ESTUDIO de algunos de los accidentes de LA GRAN HISTERIA TÉSIS INAUGURAL DE JsAAC YAZQUEZ Alumno de la Escuela Hacional de Medicina, ayudante del Consultorio gratuito de la Beneficencia Pública y practicante interno del Hospital de Jesús. MEXICO Imprenta del Comercio, de Dublan y Compañía Calle de Cordobanes núm. 8. 1882 3T -A- CTTXj T -A. CD X> E LEEEXCIITA DE MEDICO. LIGERO ESTUDIO de algunos de los accidentes de LA GRAN HISTERIA TÉSIS INAUGURAL DE JSA A C yAZqUEZ Alumno de la Escuela Nacional de Medicina, ayudante del Consultorio gratuito de la Beneficencia Pública y practicante interno del Hospital de Jesús. MEXICO Imprenta del Comercio, de Dublan y Compañía Calle de Cordobanes núm. 8. 1882 A LA SAGRADA MEMORIA DE MI ADORADA MADRE. A LOS «MUDOS HEDIOOS DEL HOSPITAL DE JESUS, LOS SEÑORES JK Cwap g ijMlí* ||* ijhiwiitiws f 1 yjÉCW» GOMO LA MANIFESTACION SINCERA DE MI APRECIO. H ACE pocos años aún, las enfermedades del sistema nervioso consideradas de una manera general, permanecían en un atraso considerable, tanto bajo el punto de vista de la sintomatología como de la anatomía patológica. Los tra- bajos continuados de los fisiologistas y las observaciones detalladas recogidas en las clínicas, han realizado de poco tiempo á esta parte, un verdadero progreso en este ramo de la patología. Esto sucede, por ejemplo, con algunas va- riedades de mielitis que anteriormente á esta época de re- forma, eran confundidas bajo una misma denominación, y cuyos caractéres son ahora perfectamente conocidos, para darles un lugar aparte en el cuadro de las enfermedades> A pesar de estos adelantos, se pueden formar dos grupos en la clase tan interesante como numerosa de afecciones del sistema nervioso. En uno, los síntomas, así como las lesiones materiales que significan, están más ó ménos bien conocidos; en el otro, si la sintomatología está bien estu- diada, Jas lesiones anatómicas lian escapado hasta hoy á las investigaciones mas pacientes. Este último grupo es bien numeroso todavía, pues comprende: la parálisis agi- tante, la corea, la epilepsia, la histeria y algunas otras. La anatomía patológica ofrece aquí un campo vasto al estudio y sus dificultades numerosos obstáculos que vencer; por esta razón, la tarea queda confiada á hombres eminentes por su saber, y hábiles en extremo en las investigaciones microscópicas. No obstante que los síntomas de este segundo grupo de afecciones nerviosas, están estudiados de una manera casi completa, me propongo ocuparme de algunos de los varia- dos accidentes que distinguen una de ellas, y que á pesar de encontrarse señalados en los libros, se han ofrecido á mi observación bajo una forma que me impresionó viva- mente. Aun conservo el recuerdo de un ataque comatoso, cuya aparente gravedad me hizo temer por la vida de una joven que había ofrecido á nuestra observación signos cla- ros de histeria convulsiva. Entre las impresiones de lo que había leído, no encontré señalado como accidente de esta variedad de histeria, algo semejante á lo que observaba; en tal virtud, mi pronóstico y mi tratamiento se desviaron mucho del camino de la verdad. Como la gran histeria, que también se llama fustero-epi- lepsia, no es bien conocida entre nosotros, voy á trazar á grandes rasgos sus caractéres generales, y después me ocuparé de algunos de los episodios más frecuentes y más importantes que forman el punto curioso de la historia de esta neurosis. Febrero de 1882. T >A histero-epilepsia, dice Charcot, es la histeria propia- piamente dicha, con ataques epileptiformes. Landouzy, que ha estudiado con especialidad esta cues- tión, establece varios grupos de hechos, según el predomi- nio de una ú otra enfermedad, cuando se desarrollan en la misma persona, pero realmente son dos los esenciales. La epilepsia y la histeria pueden observarse en el mismo indi- viduo, conservando cada cual su autonomía y manifestán- dose de una manera aislada; estos casos han sido designa- dos con el nombre de histero-epilepsía de crisis distintas, y no deben ocupar nuestra atención para el objeto que nos proponemos. En otra série de hechos las dos neurosis na- cieron juntas y desde su origen se han modificado de una manera más ó ménos profunda, predominando, sin embar- go, los caractéres de la histeria. Landouzy le da el nombre de histero-epilepsía de crisis combinadas, y responde á la definición de Charcot, Hé aquí lo que se denomina un ataque en esta variedad de histeria. Desde luego es preciso notar que no sorprende en medio de una salud completa; existe siempre un conjun- to de signos precursores que impresionan la economía en- tera de las mujeres nerviosas, y les permiten, hasta cierto punto, predecir el momento de su ataque. Este cortejo de sig- nos es muy variado, y se puede asegurar que en todos los apa- ratos orgánicos se encuentra algún síntoma que está indicado con mucha anticipación] la proximidad de un ataque de histe- ro-epilepsía. Las perturbaciones síquicas son las más notables y las primeras en el orden de su aparición; el carácter está cambiado, las enfermas se ponen tristes, experimentan cier- to malestar general, todo les inquieta, el acontecimiento más insignificante las conmueve, están imposibilitadas de entregarse á sus ocupaciones habituales, se preocupan gran- demente con los sucesos de su vida pasada, las contrarieda- des nimias del presente adquieren á sus ojos una importan- cia suma, y esta volubilidad de sus sensaciones, las conduce rápidamente de la melancolía más profunda á la alegría más desenfrenada. Con mucha frecuencia se observan cambios del instinto genésico. Las alucinaciones de la vista y del oido figuran también en un gran número de casos, entre los pródromos de un ataque; las primeras son más comu- nes y más variadas, y consisten en visiones de séres reales ó imaginarios diversamente coloridos, que aparecen del mismo lado de la hemianestesia, y en ciertos casos, del la- do opuesto, aunque la primera relación es la más frecuente. Las del oido consisten en zumbidos y en voces desconoci- das, ó de algún personaje que figuró en los acontecimien- tos pasados de la vida de la enferma. El apetito se dismi- nuye ó se pervierte, con frecuencia se observan vómitos y náuseas, y el intestino paralizado contiene una gran canti- dad de gases, síntoma demasiado común en las histéricas. Las palpitaciones cordiacas tienen un lugar importante en- tre los signos precursores, tanto por su constancia como por las molestias que origina á las desdichadas enfermas; vie- nen por accesos, sin causa aparente, y se acompañan de al- gunas perturbaciones vaso-motoras, como sentimiento de frió y decoloración en ciertas regiones del cuerpo. Hay otro grupo de fenómenos, que aparecen inmediata- mente ántes del ataque, y forman el aura histérica, propia- mente hablando. De alguno de los ovarios, y con mucha frecuencia del izquierdo, nace una sensación dolorosa, acom- pañada de irradiaciones de la misma naturaleza, que gana el epigastrio, después el cuello, donde causa un sentimiento de constricción (bola histérica), y por fin, irradiándose á la cabeza, se manifiesta por silbidos análogos á los de una lo- comotora, ó por la sensación de un martillazo, percibidos en el lado izquierdo. Además de los ovarios, todas las zo- nas histerógenas pueden ser el lugar del nacimiento del aura, y Briquet asegura que no es raro que el fenómeno tenga su punto de partida en las extremidades. A pesar de su opinión, tan respetable en esta materia, Charcot señala en casi todos los casos, las regiones del ovario como el ori- gen del fenómeno. Se ignora si las irradiaciones del aura producen otros síntomas subjetivos, pues la pérdida de la conciencia que sobreviene luego, impide á las enfermas dar cuenta de sus sensaciones. Una histero-epiléptica que ha dado materia para mis observaciones, tiene un síntoma ex- traño inmediatamente ántes de sus ataques. Siente el cuer- po pesado y crecido en todas sus partes, como si su volu- men se hubiera multiplicado muchas veces, y luego, le parece ser arrojada de cabeza en un abismo profundo; en- tonces pierde el conocimiento y comienzan las colvulsiones. En el primer período, son puramente tónicas, y por esta ra- zón se le llama también epifepíbide. El grito súbito, la pér- dida de la conciencia, la palidez extrema de la cara, las con- torsiones del rostro y las convulsiones tónicas de todos los músculos del cuerpo, figuran como síntomas de este perío- do. Las enfermas toman posiciones muy variadas, debidas á la contracción tetánica de sus músculos, y que no descri- bo por los límites estrechos de mi trabajo; pero si alguno tiene deseo de conocerlas, las encontrará muy detalladas en el libro de Richer. Es raro observar el predominio de las convulsiones en un lado del cuerpo, como sucede en la epi- lepsia; pero en cambio es frecuente ver espuma sanguino- lenta en la boca, lividez de la cara, que también se pone vultuosa, y por último, se ven aparecer el relajamiento mus- cular, el coma y la respiración estertorosa, que duran un tiempo más ó ménos larg'o. Richer, con la ayuda del mio- gráfo, ha seguido los cambios de la contracción muscular en este período; hé aquí el resultado de sus observaciones. La aguja del aparato traza una línea ascendente ligeramen- te ondulada, que termina en otra casi horizontal, luego que la contractilidad muscular alcanza su máximo; después se pinta otra línea finamente quebrada, que se acentúa cada vez más al acercarse el estertor, y por fin, la línea del trazo es horizontal cuando la resolución muscular es completa. En el segundo período las convulsiones son clónicas, y determinan grandes contorsiones y grandes movimientos de carácter intencional, Richer lo llama período de clonismo, derivando esta frase de la palabra inglesa clown, payaso. No me ocuparé en describir los movimientos tan variados que las enfermas ejecutan, y solamente señalaré tres de los más frecuentes, el de las salutaciones, el del arco de círculo y los movimientos de lateralidad de la cabeza. Supongamos que la enferma está sentada en la cama; pues bien, bajo la in- fluencia de las convulsiones, se arroja atrás cayendo sobre la almohada con brusquedad inaudita, se levanta entonces violentamente hasta alcanzar la primera posición, se echa de nuevo hácia atrás, y así sucesivamente muchas veces se- guidas. Otras ocasiones da á su cuerpo la forma de un arco, descansando en los piés y en la cabeza, con procidencia exagerada del vientre, ó bien se tuerce en diversos senti- dos, ejecuta movimientos parciales ó generales, y á veces toma posiciones muy difíciles y que pueden variar al in- finito. El tercer período se llama de las actitudes pasionales 6 de las posiciones plásticas, y el nombre está en armonía per- fecta con los síntomas que lo caracterizan. La enferma es el juguete de alucinaciones que la llevan á un mundo imagi- nario, donde asiste á escenas creadas por su imaginación fecunda, ó relacionadas con algún acontecimiento de su vi- da; se entiende que desempeña el papel principal, y da tal expresión á su fisonomía y á sus actitudes, que pintan cla- ramente el estado de su alma; en suma, acciona como si fuera la realidad. Por las palabras que de cuando en cuando se le escapan, y las diferentes posiciones que toma, es bien fácil seguir el hilo del drama que se representa en su ima- ginación. El delirio es algunas veces alegre, jocoso; otras, triste, melancólico, y con facilidad se sustituyen uno por otro, de una manera intempestiva, durante el mismo ataque. Entre este período y el último ó del delirio, no extiste un límite bien trazado, sin embargo, ofrecen sus signos dife- renciales. Aquí es un delirio de memoria, con gran varia- bilidad en las concepciones delirantes, miéntras que en el tercer período es un delirio en acción, que se presenta con caracteres idénticos en todos los ataques, y cuyo asunto es- tá casi siempre tomado en algunos incidentes de la vida de la enferma. Luego que termina el delirio aparecen los so- llozos, la risa, las lágrimas, y todo acaba con la vuelta al conocimiento, si no se presenta un ataque nuevo. No siem- pre se caracterizan estos diversos períodos al grado que sea posible observarlos como los he descrito, y á veces sucede que el predominio de alguno de ellos oculta la existencia éfímera de los demas. Veo una histérica que dura con las convulsiones tónicas muchas horas seguidas, las clónicas propiamente no aparecen, son reemplazadas por un temblor ligero é inmediatamente estalla el delirio. Además de estos ataques, que son los de todos los dias, se señalan otros de sueño, de sonambulismo, de catalepsia, etc. Por medio de excitaciones fuertes, de la vista ó del oido, han llegado á producir en las histero-epilépticas acce- sos de sonambulismo y de catalepsia, al antojo del experi- mentador! y lo más curioso es ver cómo se suceden uno al otro, modificando de cierto modo la causa que los en- gendra. Con motivo de los casos excepcionales, voy á referir un hecho acaecido en una joven histérica, que presenta en to- dos sus ataques, la variedad de movimientos que se llama en arco de círculo. Padece además, de una metritis del cue- llo, que la ocasiona dolores intolerables, acompañados de los otros signos de un padecimiento uterino. Le doy el nombre de comatoso, per parecerme el más adecuado para designarlo. Ahora bien, cierto dia, en que el dolor ocasio- nado por el padecimiento de la matriz, era muy vivo, me suplicó le hiciera una inyección subcutánea de morfina; tal vez por falta de tiempo ó por alguna otra circunstancia, el narcótico no produjo el efecto deseado, y pasaban unos cuan- tos segundos, cuando la enfermera me anunció la situación grave de aquella mujer. La encontré con el semblante des- compuesto, la cara pálida, el pulso pequeño y muy lento, la respiración dificultosa y las extremidades enteramente frías. Sentia además un dolor constrictivo en la región pre- cordial, sin las irradiaciones y sin los adormecimientos que distinguen el dolor de la angina de pecho. La conciencia del mundo exterior estaba medio perdida, y me costó al- gún trabajo adquirir los pocos datos que doy acerca de sus sensaciones. Enfrente de esta situación, tan extraña para mí, pensé desde luego en una perniciosa, y apoyé la supo- sición de mi diagnóstico, en los numerosos casos de impalu- dismo que se presentaron en ese tiempo, (Octubre de 81), en el Consultorio de la Beneficencia Pública, de donde era ayudadante. En tal virtud, administré sulfato de quinina en alta dosis, y mandé alguna friega excitante. Trascurrió cer- ca de una hora, y este cuadro alarmante no desaparecia, si- no al contrario, se agravaba más y más la situación de aque- lla enferma; no se conseguía entibiar las extremidades frías, á pesar de las frotaciones repetidas en mi presencia, á pesar también de las aplicaciones de lienzos calientes, que se renovaban á cada instante; la conciencia estaba ente- ramente perdida, la insensibilidad era general, la resolución muscular completa, y la respiración estertorosa y cada vez más difícil. Se oian infinidad de estertores mucosos de to- dos tamaños, diseminados en el pecho. Hice entonces, una inyección subcutánea de éter sulfúrico, y después de algu- nos minutos, comenzó á volver el calor á las extremidades, la respiración se hizo con ménos dificultad, y la enferma recobró poco á poco el conocimiento, después de haber per- manecido más de dos horas en el estado que he dicho. Es- ta señora está acostumbrada á las inyecciones de morfina, y no se me puede objetar que aquel estado haya sido el efecto de un narcotismo profundo, pues además de que en esa ocasión no pasé la dosis acostumbrada, un centigramo de clorhidrato, no existían ni comezones ni contracción de las pupilas, como sucede en esa dase de envenenamientos. Estoy en la imposibilidad de indicar la naturaleza de este trastorno; sin embargo, quiero aventurar la suposición si- guiente, para la explicación del hecho. Existe un estado de la inervación cerebral, que Jaccoud llama neurolisis, es de- cir, abolición súbita de las facultades del cerebro; pues bien, ¿no seria posible que un dolor intenso pudiera ocasionarlo en una mujer nerviosa, por ser bien conocida su impresio- nabilidad suma, relativamente á causas insignificantes? Después de esta pequeña digresión, paso á señalar las diferencias que hay entre la epilepsia y la histeria convul- siva, pues es fácil notar que en el primer período se pare- cen hasta confundirse, y ahora vamos á ver que difieren radicalmente en todos los demás períodos. El punto de partida del aura histérica, en alguno de los ovarios ó en otra región histerógena, es un signo que bo- rra el parecido entre las dos neurosis. Cuando hay grito inicial, es agudo y repetido en la his- teria, en tanto que es único, ronco y como ahogado en la epilepsia pura. Chorcot, que ha estudiado la marcha de la temperatura en las dos neurosis, asegura que el termómetro oscila en- tre 41o y 42o, cuando se repiten los accesos de epilepsia, al grado de constituir lo que se llama estado de mal, y el fenómeno se observa mucho tiempo después que han cesa- do las convulsiones, lo cual prueba que el aumento del ca- lor no se debe al trabajo muscular. En la histeria, la repe- tición de los ataques en corto tiempo, no hace subir la temperatura más allá de 38o La compresión del ovario en la mujer, y del testículo en el hombre, produce las sensaciones del aura y con frecuen- cia ataques completos; además, esta misma compresión, suprime ó cuando ménos modifica los ataques que se pre- sentan de una manera espontánea. En la epilepsia no se des- arrollan ni se suprimen ó modifican los accesos, por la compresión de los mismos órganos. Se han señalado las perturbaciones de la inteligencia y de las facultades afectivas y morales, como un signo diag- nóstico entre las dos neurosis; si bien es cierto que son ca- si constantes en los epilépticos, también lo es que se ven trastornos iguales en muchas de las enfermas afectadas de la gran histeria, y por esta razón, la diferencia deducida de estas aberraciones del espíritu, se disminuye mucho en su significación. Queda; por fin, cgmg regursg extremo para el diagnósti* co, un medio terapéutico. El bromuro de potasio mejora notablemente el estado de un epiléptico, disminuyendo el número de sus accesos, y no produce resultado apreciable en los individuos afectados de la otra neurosis. El diagnóstico entre la histeria vulgar ó pequeña histe- ria, y la histero-epilepsía ó gran histeria, no ofrece mucha utilidad, y todos los que se han ocupado del asunto, están de acuerdo en admitir una diferencia de grado y no de na- turaleza entre las dos enfermedades. Paso en seguida á ocuparme de algunos de los acciden- tes de la histeria, que son como el recuerdo de los ataques que pasaron, ó que se presentan de una manera intempes- tiva en el intervalo de aquellos, y sin el cortejo de las con- vulsiones. Los médicos ingleses dan al conjunto de estos fenómenos, el nombre de histeria local. Como he dicho, es frecuente verlos aparecer después de un ataque de histe- ria, persistir más ó ménos tiempo, y desaparecer en dos circunstancias distintas; ó bien después de un ataque nue- vo, ó con ocasión de un sacudimiento moral intenso, sin Seguir en esto ninguna regla fija; de tal suerte, que se ca- racterizan bien por su inconstancia, cualquiera que sea el punto de vista bajo el cual se les considere. Los trastornos de la sensibilidad, las contracturas, los espasmos, los pun- tos dolorosos fijos, pertenecen á esta categoría. PERTURBACIONES DE LA SENSIBILIDAD La sensibilidad puede estar comprometida, en sus moda- lidades diversas de ser, á la temperatura, al contacto, al dolor, y entonces se dice que la anestesia es completa; ó bien afectada de un modo parcial y se le llama incom- pleta. Por la manera con que estas alteraciones están dis- tribuidas en la superficie del cuerpo, hay lugar de estable- cer tres grandes grupos; la anestesia generalizada ó total, que es muy excepcional, la hemianestesia, que comprende medio cuerpo, es la más frecuente, y la anestesia disemi- nada ó en placas, variedad más común que la primera. En la anestesia total, las enfermas experimentan mucha dificultad para moverse, caminan con gran trabajo, les pa- rece estar suspendidas en el vacío, y sin la ayuda de la vis- ta, se exageran estos síntomas. La hemianestesia es un síntoma de la histeria que se observa con suma frecuencia, y que es preciso buscar por- que las enfermas no tienen conocimiento de él, y muchas veces quedan sorprendidas de la insensibilidad que existe en una de las mitades de su cuerpo. En una estadística de Briquet, figura 93 veces en 400 casos, y es más frecuen- te encontrarlo en el lado izquierdo que en el derecho, en la relación de 3 á 1. La pérdida de la sensibilidad queda limitada perfectamente por la línea média del cuerpo, tan- to adelante como detrás, extendiéndose al mismo lado de la cara, así como á los órganos de los sentidos especiales; comprende en muchos casos no solamente la piel, sino también los tejidos profundos, como los músculos, huesos, articulaciones, y en otros en fin, la hiperestesia de una vis- cera, existe con la anestesia cutánea. Estos fenómenos se acompañan de enfriamiento y de palidez de la piel, relacio- nados acaso con alguna perturbación de los nervios vaso- motores. Las mucosas participan de la insensibilidad de la piel, se puede tocar la epiglotis sin que sobrevenga fe- nómeno reflejo, el gusto desaparece en la mitad de la len- gua, y así para los otros órganos de los sentidos especia- les, el olfato, la vista, el oido; pero hay que hacer mención especial de la acromatopsia, fenómeno que se observa cuan- do la alteración visual se presenta del lado izquierdo. Con- siste en la diminución del campo visual para ciertos colo- res, que normalmente lo tienen muy estrecho, ó bien en la pérdida de la facultad de percibir algunos; á pesar de esto, los colores que impresionan la retina, se sobreponen por la rotación del círculo de Newton, y dan como resultante el color blanco. He observado en una histérica un caso de hemianestesia izquierda con hiperestesia del lado derecho, en donde se producían oscilaciones paralelas de ambos síntomas, bajo la influencia de la metaloterapía. Dos centavos, perfecta- mente limpios, fueron aplicados en el brazo y en el muslo del lado anestesiado; al cabo de dos ó tres dias, la sensi- bilidad volvió al pié izquierdo, é insensiblemente á la pier- na del mismo lado, hasta cerca de la rodilla, y al mismo tiempo, la hiperestesia abandonó las regiones homologas del lado opuesto. Así pasaron algunos dias sin obtener más resultado; entonces se colocaron dos plaquitas de cobre de seis centímetros cuadrados, en vez de los centavos, y no se observó más cambio que con la primera aplicación del me- tal. Por fin, con el fierro, se vieron desaparecer en breve tiempo las perturbaciones de la sensibilidad, y después de más de dos meses no se han vuelto á presentar. Señalo el hecho, por parecerme notables las variaciones inversas de la sensibilidad en los dos lados del cuerpo; cuando la hipe- restesia disminuia en el derecho, volvía la sensibilidad al izquierdo, y tal parecía, que una misma cantidad de influjo nervioso era puesta en juego para la producción del fenó- meno.—No es extraño andar con tanteos en la aplicación de los metales, en las circunstancias ántes dichas, porque su acción es muy variable para cada enferma; en unas, el oro, la plata, el fierro, tienen la facultad de hacer desapa- recer estos trastornos de la sensibilidad; en otras, los ima- nes ó metales muy diversos son los que dan resultado, de tal manera, que es preciso probar la acción de algunos, án- tes de llegar al metal que en un caso dado, debe producir el efecto que se busca. Hay un fenómeno semejante al anterior, que encuentro descrito en el libro de Richer, con el nombre de transferí (traslación). Por la aplicación de un metal, se consigue vol- ver su sensibilidad á una zona anestesiada, pero al mismo tiempo, la región homologa de la primera queda entera- mente insensible; si entonces se aleja el metal, pueden su- ceder dos cosas; las perturbaciones de la sensibilidad apa- recen como estaban ántes de la experiencia, ó bien se ob- servan durante alo-unas horas seguidas los cambios alter- c> o nativos originados por el agente estesiógeno, y que cons- tituyen el fenómeno del transferí. Estas oscilaciones de la sensibilidad, son casi constantes en la hemianestesia histé- rica, y muy excepcionales en las hemianestesias de origen cerebral ó tóxico. En la variedad en placas, la anestesia está indistintamen- te repartida en diferentes regiones del cuerpo, que no tienen ninguna relación apreciable con el trayecto de los nervios y más bien parecen seguir la distribución de los vasos; si esta disposición es cierta, se pueden explicar muy bien es- tos fenómenos, por algún trastorno de la inervación vaso- motriz; para esto me bastará recordar que con la aneste- sia cutánea coexisten otros dos síntomas, el enfriamiento y la palidez de la piel, y si con la hiperestesia no se señalan la rubicundez y el aumento de la temperatura, es acaso por falta de atención. Pues bien, si analizamos la acción del frío á cierto grado sobre los músculos vasculares, y su efecto inmediato en el calibre de los vasos, nos encontraremos en- tonces en la posibilidad de explicar la relación que existe entre las placas de anestesia y la distribución vascular. Sa- bemos de una manera cierta, que el primer efecto produci- do por el frió sobre los músculos lisos, es determinar su con- tracción, y en consecuencia, disminuir el calibre de los vasos; este fenómeno físico se acompaña de otro subjetivo, la pér- dida de la sensibilidad, como lo prueba el uso de las apli- caciones de hielo para producir la anestesia local, en ciertos casos quirúrgicos. Además de esto, se observa enfriamien- to de la piel y una palidez muy notable, es decir, todos los síntomas de que se acompaña la anestesia de las histéricas. Si por otro lado recordamos las molestias que origina un trastorno de la circulación, en alguna de las extremidades, por ejemplo, una ligadura fuertemente aplicada, al grado de impedir la vuelta de la sangre venosa, vemos figurando en primer lugar, la hiperestesia cutánea acompañada de ador- mecimientos y de hormigueos, y en esta circunstancia, hay dilatación vascular por el aumento de la presión sanguínea. En resumen, la contracción vascular se acompaña de anes- tesia y la dilatación de hiperestesia; luego una perturbación de los nervios vaso-motores, que realice estos cambios en el sistema capilar, es suficiente para dar la explicación de estas fenómenos singulares de la sensibilidad, y de la rela- ción que guardan con el trayecto de los vasos. Recuerdo que buscando la sensibilidad al calor en la enferma de la hemianestesia, produje en la mano del lado insensible, una quemadura al segundo grado, y que tardó más de quince dias en cicatrizarse á pesar de ser muy pequeña. Con la hemianestesia, se notaba cierta palidez de la piel y un en- friamiento más ó ménos notable, y por esta circunstancia no vacilé en referir á la isquemia cutánea el retardo de la cicatrización. Es evidente que la hipótesis de los nervios vaso-motores, se presta admirablemente para la explicación de muchos hechos; pero hasta que la anatomía no demuestre su exis- tencia, todas estas suposiciones formarán un edificio sin ci- mientos, un conjunto de fenómenos sin causa, que entre tanto satisfarán el deseo insaciable de nuestro espíritu, que prefiere las hipótesis á la incertidumbre, en las cuestiones que no podemos juzgar todavía á la luz de la verdad. La hemianestesia no es un síntoma peculiar de la histe- ria, se observa también en ciertos casos de hemorragia y de reblandecimiento cerebrales, y por lo mismo, es preciso in- vestigar si el fenómeno en sí mismo, ofrece alguna diferen- cia en estos casos. Antes de los trabajos de Charcot, se te- nia como cierta la proposición siguiente: en las lesiones ce- rebrales en foco, se señala solamente la pérdida de la sen- sibilidad general, y queda la obnubilación de los sentidos especiales, como un signo diferencial de la hemianestesia histérica; pero los estudios emprendidos recientemente, con el objeto de dilucidar esta cuestión, nos enseñan que el fe- nómeno es idéntico en ambos casos, bajo el punto de vista de la sintomatología, y además nos señalan la región del cerebro, cuyas lesiones lo producen casi de un modo segu- ro. Todos, fisiologistas y clínicos, están de acuerdo en ad- mitir que las alteraciones que ocupan la región lentículo- óptica de la cápsula interna, se acompañan del fenómeno de la hemianestesia, y aun han llegado á suponer su origen ce- rebral en todos los casos en que se observa. Llegamos, pues, á este resultado, que el síntoma en sí mismo no ofre- ce diferencia alguna, y que es preciso buscar en los antece- dentes ó entre los fenómenos concomitantes, los datos ne- cesarios para conducirnos con cierta seguridad por la vía del diagnóstico. Los estudios emprendidos en la Salpetriére, han dado á conocer con el nombre de zonas histerógenas, diversas re- giones del cuerpo, en donde una compresión más ó ménos fuerte, hace nacer los síntomas que forman el aura histéri- ca; á veces verdaderos ataques, si la presión se ejerce más tiempo, variable con la excitabilidad de cada enferma, y otras en fin, la misma maniobra modifica ó suprime los ata- ques producidos de una manera espontánea. Al nivel de estos puntos, la piel ha perdido su sensibilidad de un modo más ó ménos completo. Las regiones histerógenas ocupan una extensión variable, de uno á tres centímetros, y se co- nocen muchas. Se han señalado en el bregma y en el lamb- da, en el esternón, en los espacios intercostales, en la ex- tremidad externa de la clavícula, arriba, abajo y afuera de los senos, en algunas apófisis espinosas de las vértebras cer- vicales y dorsales, en la región de los ovarios, en el testícu- lo y algunas otras. En ciertas enfermas se encuentran mu- chas zonas histerógenas; en otras, una solamente: unas res- ponden á la más ligera excitación, en tanto que otras no producen los fenómenos del aura, sino bajo la influencia de una compresión demasiado fuerte. Entre todas las zonas, hay una que Charcot ha estudiado de un modo especial, por el papel principal que tiene en esta variedad de la his- teria. La designa con el nombre de ovaralgía, ocupa co- munmente el flanco izquierdo, en sus límites con la región del hipogastrio; es un síntoma frecuente, unánimemente ad- mitido por los observadores de todos los tiempos, aunque no estén de acuerdo en su significación verdadera; así, algunos le dan por punto de partida el ovario, y otros las diferentes capas que forman las paredes abdominales, piel ó músculos, el recto, el piramidal óel oblicuo. Es un dolor muy vivo, al grado que las enfermas no pueden soportar á veces el contacto más ligero, y se alejan bruscamente de la mano del observador. Si este dolor se acompaña de cierto abul- tamlento del vientre, se tiene el conjunto de síntomas, que los médicos ingleses han llamado falsa peritonitis; pero es preciso advertir, que en estas circunstancias, el dolor se ex- tiende más ó ménos á todo el vientre, miéntras que en la ovaralgía propiamente, es fácil limitar el lugar que ocupa. Las enfermas no se quejan de molestia alguna, así es, pre- ciso buscarlo, porque no se manifiesta de una manera es- pontánea; la piel de la región ha perdido su sensibilidad, como las capas musculares, y es fácil convencerse de que no hay dolor, formando un pliegue con la pared abdominal cuando los músculos están en la relajación, todo lo cual nos está probando que su origen es profundo. Ocupa un lugar fijo, que corresponde á la intersección de dos líneas, una llevada horizontalmente por las espinas iliacas anteriores y superiores, y otra perpendicular á la primera, es la misma que en anatomía topográfica separa el epigastrio de los hi- pocondrios. La exploración profunda, en el punto señalado, permite tocar un cuerpo duro, colocando trasversalmente al eje del cuerpo, del tamaño de una almendra, y que en el momento de comprimirlo, desarrolla los fenómenos que for- man el aura histérica. Como ya he dicho, consisten en una sensación dolorosa con irradiaciones al epigastrio, (primer nodo), aquí pueden observarse náuseas y palpitaciones; luego aparece la constricción del cuello, (segundo nodo), y si se continúa la compresión del ovario, vienen algunos síntomas cefálicos, silbidos, etc., etc. (tercer nodo), y por fin, obnubi- laciones de la vista y pérdida de la conciencia, seguidos de las convulsiones. Se ve por lo expuesto, que la compresión de los ovarios, hace nacer uno por uno los síntomas que en multitud de ocasiones se presentan de una manera espon- tánea, ó bajo la influencia de una causa apreciable pero muy diversa de la que nos ocupa. Cuando la manipulación se practica durante los ataques, se suprimen ó al ménos se modifican, de tal suerte que la misma causa tiene la facultad de producir ó aniquilar los efectos que están en relación con ella. Este hecho de observación no es nuevo, como lo prue- ban las prácticas tan esparcidas en la edad média, con oca- sión de aquellas epidemias famosas de histeria, que impre- sionaron vivamente á las gentes de esa época, tanto por el número considerable de los casos que se presentaban, como por la singularidad de los accidentes que ofrecían. Los efec- tos determinados por la compresión de los ovarios, durante los ataques de histeria, pueden compararse á los que pro- duce la ligadura del miembro de donde parte el aura epi- léptica, ó á los resultados que da la flexión brusca del pié, haciendo cesar los movimientos trepidatorios en los casos de epilepsia espinal. PERTURBACIONES DE LA MOTILIDAD. Hay otro accidente histérico, no ménos raro que Jostras- tornos de la sensibilidad, y que se presenta también del mismo lado del cuerpo en que existe la ovaralgía. Tiene cierta importancia, bajo el doble punto de vista del diagnós- tico y del pronóstico, y es tan inconstante en su manera de existir, como los otros síntomas de la histeria. Quiero ha- blar de las contracturas que aparecen bruscamente en los miembros de las histéricas, y que pueden ofrecerse bajo tres formas clínicas principales: hemiplégica, paraplégica y mo- noplégica, aunque no es raro observar Ja contractura aisla- da de un solo músculo, como sucede con el externo-mastoi- deo, por ejemplo. Para formarnos una idea exacta de este síntoma, voy á darlos caractéres de la variedad hemiplégi- ca, y así será fácil juzgar de las otras, que son, por decirlo así, un caso particular de la primera. El antebrazo está en la semiflexion lo mismo que el puño, los dedos doblados en la palma de la mano, el pulgar oculto por los demás, y todo el miembro superior perfectamente rígido, al grado que es imposible cambiar la posición en que se encuentra. EL miembro inferior, también rígido, está extendido en aduc- ción, y el pié ofrece con mucha frecuencia la posición que se denomina varus-equino. Esta actitud del miembro abdo- minal, es rara en las contracturas tardías de las lesiones ce- rebrales, y por esta circunstancia, se hace hasta cierto gra- do peculiar de la histeria. La contractura es permanente, de ninguna manera se modifica por el sueño más profundo, ni mucho ménos durante la vigilia, y solamente desaparece bajo la influencia del cloroformo, miéntras dura su acción. La nutrición de los músculos contracturados no se modifh ca, aun después de mucho tiempo, y la contractilidad eléc- trica se conserva casi de un modo indefinido. Enderezando bruscamente el pié del lado contracturado, aparece inme- diatamente cierto movimiento trepidatorio, igual al que se observa en la esclerosis de los cordones laterales de la mé- dula, y el fenómeno se ha producido en casos en que las contracturas desaparecieron después, lo cual separa desde luego la idea de una lesión material como causa productora de estos accidentes. Estas contracturas de la histeria se pa- recen á las que sobrevienen de una manera tardía, en cier- tas lesiones cerebrales, y como su pronóstico es muy dis- tinto, se comprende fácilmente la utilidad de diferenciarlas entre sí. Cuando significan una lesión del cerebro, se acompañan de parálisis del facial con desviación de la lengua, y es ex- cepcional la coincidencia de las contracturas con la aneste- sia, en alguna de las formas que caracterizan la histeria. Si se tratara por ejemplo, de una lesión de la médula, no ha- bría motivo de error, porque las contracturas y la anestesia serian cruzadas, y no es estala variedad clínica que se obser- va en la neurosis que estudiamos. La brusquedad con que aparecen unas, y el tiempo á veces demasiado largo que trascurre para que se presenten las otras, es un signo de tal valor, que me parece imposible la vacilación delante de un enfermo con el síntoma que nos ocupa. Las contractu- ras debidas á una lesión material, no desaparecen durante el sueño producido por el cloroformo, y ya he dicho la mo- dificación que experimentan las de la histeria por la acción del anestésico. Consideradas bajo el punto de vista del pronóstico, sa- bemos que las que son el efecto de una lesión orgánica» burlan los recursos del arte y duran toda la vida; no es así como se debe juzgar el síntoma contractura de la histeria, que puede existir muchos años, pero que se ve desaparecer el dia ménos pensado, después de un ataque, ó bajo la in- fluencia de una emoción moral, de esas que conmueven el organismo entero. El síntoma no es inquietante en sí mis- mo, y lo único que puede preocupar, es la incertidumbre de su duración, pues al lado de un caso que existió algunos dias ó unas cuantas semanas, se cita otro que desapareció después de muchos años. Esta proposición, sin embargo, no debe tomarse en un sentido tan general, pues Charcot asegura, que cuando el accidente ha sobrevivido diez años ó más, no ofrece la benignidad relativa que tiene en los he- chos de poca duración, porque entonces depende de una verdadera esclerosis de los cordones laterales, se acompaña de la atrofia de algunos grupos de músculos, diminución de la contractilidad farádica, contracciones fibrilares, etc., etc., y se debe desechar, por lo mismo, toda esperanza de cura- ción en estos casos. Espasmos.—Son un síntoma demasiado común, sobre to- do en el aparato digestivo, y á veces en el aparato genital de la mujer; figuran entre los pródromos de los ataques, ó se presentan de una manera intempestiva, y con frecuencia después de una emoción moral intensa. El espasmo del esó- fago y de la faringe, explica el sentimiento de constricción del cuello y la disfagia, que llevada á su último grado, se cambia en una verdadera hidrofobia con la vista de los líquidos; tal sucedía con la enferma de Landouzy, en que una miga de pan en un vaso de agua, desarrollaba convul- siones terribles. Los espasmos del estómago, nos dan la explicación de una variedad de vómitos de las histéricas, porque se observan otros, que son el suplemento providen- cial de las funciones del riñon en los casos de iscuria. El intestino también nos ofrece, de vez en cuando, ciertas con- tracciones parciales y permanentes, que impiden el curso de las materias fecales, originando el cuadro de síntomas de la oclusión intestinal. Tengo presente un hecho de esta natu- raleza, acaecido en una histérica, en el cual, el resultado fa- vorable de los medios terapéuticos que usé en esas circuns- tancias, me da la seguridad de no estar en un error, al con- siderarlo como el efecto de los espasmos parciales del in- testino. Es el caso, que pasaban tres dias sin que la enfer- ma evacuara, sentía gran molestia, el vientre estaba meteo- rizado, muy sensible á la palpación, que sin embargo, me hizo conocer la existencia de un tumor pastoso poco móvil, en el flanco derecho. El pulso era pequeño y acelerado, y no había por el momento ningún síntoma sério. Se le or- denó una lavativa purgante, y no sé por qué circunstancia la abandoné más de media hora, el hecho fué que la lavativa repetida tres veces, no dió ningún resultado, y á mi regreso, encontré síntomas alarmantes; comenzaban las náuseas y el pulso se concentraba más y más. Me acordé entonces del hecho que refiere Jaccoud en su patología interna, y se me •r1 . - , ocurrió que el que se ofrecía á mi observación, 'podía ser análogo por la circunstancia de presentarse en una histéri- ca. Prescribí inmediatamente una lavativa de valeriana y asafétida, que mandé aplicar en cantidades pequeñas, con el objeto de que la enferma las contuviera, y en ménos de un cuarto de hora, las materias fecales dejaban libre la cavidad intestinal, sin el auxilio de otra droga. También en el aparato respiratorio se señalan los espas- mos como causa de la tos nerviosa, que se caracteriza por sus accesos y por su desaparición completa durante el sue- ño. El hipo, la risa y otros fenómenos, son igualmente el efecto de la misma causa; y por fin, entre los trastornos de otro aparato orgánico, es indispensable señalar el vaginis- mo producido también por un espasmo. En los pocos libros que he podido consultar, no encuen- tro descritos los espasmos de la glotis, que se han ofrecido á mi observación, en cuatro ocasiones diversas, y por este motivo voy á indicarlos con cierta particularidad. Espasmos de la glotis.—Fueron originados por la causa más insignificante que se pueda imaginar. Mi apreciable compañero y amigo el Sr. Marrón, auscultando cierto dia el corazón de la enferma de hemianestesia, de que ya hice mención arriba, que ofrece el soplo de una lesión valvular consecutiva al reumatismo, le suplicó suspendiera su respi- ración por un momento, y este esfuerzo poco natural, pero voluntario, fué suficiente para desarrollar la série de acci- dentes de que voy á hablar. En los momentos del espasmo, la respiración se suspen- día enteramente, esos instantes eran de verdadera angustia para la enferma, que con la mirada fija y el semblante afligi- do, manifestador ciertas señales su apurada situación. Ya ficC se lleva las manos al cuello, en actitud de quitar algo que la sofocaba, ya producía con los dedos una série de chas- quidos, como la significación de su impaciencia, por alcan- zar ese aire tan necesario para la vida, y que ella no podía introducir en su pecho á pesar de esfuerzos inauditos. Des- pués de un tiempo variable, de quince á treinta segundos, de un modo espontáneo ó por influencia de ciertas excita- ciones, compresión de las paredes torácicas, imitando los movimientos respiratorios, aspersiones de agua fria en el rostro, etc., el espasmo desaparecía bruscamente y se oia silbar el aire al introducirse precipitadamente al pecho, por la abertura aún estrecha de la glotis. Aquí terminaban las angustias para la enferma, y venia un intervalo de reposo, durante el cual, sin embargo, la respiración se hacia con cierta dificultad, sobre todo en la espiración, de tal suerte, que este período de calma relativa no compensaba suficien- temente las congojas del primero. Si el espasmo se prolon- gaba mucho tiempo, la cara se ponía vultuosa y lívida, los labios azulados, los ojos salientes, se dibujaban en la piel del cuello todas las venas yugulares, y después ele indes- criptibles angustias, terminaba’el acceso por la misma ins- piración silbante. Con estos fenómenos, coexistía un dolor constrictivo en la región precordial, con irradiaciones al hom- bro izquierdo, sin extenderse al brazo y sin acompañarse tampoco de los adormecimientos de la angina de pecho. El dolor era continuo, solamente los espasmos aparecían con intermitencias variables, de algunos segundos á tres y cua- tro minutos. Para combatir los espasmos la primera ocasión que se presentaron, recurrimos el Sr. Marrón y yo á multitud de medios terapéuticos, y primero á una inyección subcutánea de clorhidrato de morfina, para ver hasta qué grado influía el dolor precordial en la determinación del accidente, y como el resultado no correspondió á nuestras esperanzas, nos decidimos por las inhalaciones de cloroformo. Bajo la influencia del sueño producido por esta sustancia, cesaron los espasmos como por encanto, y creimos terminado todo; pero luego que la enferma recobró el conocimiento, se pre- sentaron de nuevo con la misma tenacidad. Por fin, con el auxilio de una inyección subcutánea de éter sulfúrico y nue- vas inhalaciones de cloroformo, logramos verlos desaparecer En la segunda ocasión, era sábado, lo recuerdo perfecta- mente, estaba yo en turno, gasté diez onzas de cloroformo, ensayé casi todos los anties-pasmódicos conocidos, Valeria, na, belladona, asafétida, éter, etc., etc., y á pesar de todos estos medios eficaces en otra ocasión, persistieron los es- pasmos con la misma constancia, desde las diez y media de la mañana, hasta las once y media de la noche. Dadas las once y sin saber que hacerle en hora tan avanzada, mandé quitar la luz y dejar á la enferma en un silencio completo; tal vez fuera de la influencia de la luz, que sabemos es un excitante considerable del sistema nervioso, ó por la fatiga determinada por la repetición del mismo acto, lo cierto es que los espasmos se fueron alejando y disminuyendo tam- bién en su duración, y á la media noche abandoné á la en- ferma perfectamente dormida. Convencido de la ineficacia de los medios terapéuticos empleados en estas ocasiones, ensayé posteriormente las fumigaciones de hojas de bella- dona y estramonio, y he conseguido hacer cesar los espas- mos en unos cuantos minutos, dos ocasiones diferentes. Desde luego, llama la atención la coincidencia del dolor precordial y los espasmos; ¿qué relación existirá entre los dos fenómenos? Lo ignoro, me encuentro en la imposibili- dad de responder de una manera absoluta; pero en mi con- cepto son dos hechos coexistentes, efecto de la misma cau- sa, y es posible que el dolor sea la manifestación de una neuralgia más ó ménos completa del neumogástrico, y que por esta razón no ofrece todos los caractéres del dolor de la angina de pecho; en cuanto al espasmo, no seria invero- símil considerarlo como un reflejo originado por la intensi- dad del dolor precordial. Sea lo que fuere, la coincidencia es digna de notarse, pues tal vez dará más tarde la clave para la explicación del hecho. Iscuria histérica.—De un modo general, se entiende por iscuria, la imposibilidad de orinar cualquiera que sea su causa. En el hecho que nos va á ocupar, no se trata de una simple retención de orina en la vejiga, sino de un fenóme- no, que reconoce un origen más elevado en el aparato uri- nario, acaso los uretéros ó los riñones, es una cuestión in- soluta todavía. Consiste en la diminución de la cantidad de orina extraída de la vejiga con la ayuda de la sonda, en un tiempo determinado, veinticuatro horas por ejemplo*(oligu- ria), ó bien en la supresión completa de la función renal (anuria.) El fenómeno persiste algunas horas solamente, ó dura un tiempo más largo, á veces semanas y meses, y en estos casos se le llama iscuria histérica propiamente dicha; pero se debe notar, que la supresión de la orina no es com- pleta en todo este tiempo, sino que de cuando en cuando se expulsan pequeñas cantidades. Lo notable de este acci- dente de la histeria es acompañarse de vómitos, que son hasta cierto punto, el complemento necesario de la función renal, en las circunstancias que estudiamos; se llevan á ca- bo sin esfuerzo, diariamente, y en ocasiones se repiten dos y tres veces en las veinticuatro horas; duran tanto co- mo la iscuria, y las materias vomitadas ofrecen, en muchos casos, el color y el olor de la orina. La cantidad de las sus- tancias expulsada por el vómito, está en razón inversa de la cantidad de orina, y la análisis química ha demostrado la presencia de la urea. Todos estos signos nos están demos- trando la relación íntima que hay entre los vómitos y la iscuria, y el papel importante que desempeña el aparato di- gestivo en los casos en que el riñon no funciona. Por vía de experimentación, se ha llegado á producir en los anima- les este cuadro de síntomas; se ha demostrado también, que los vómitos contienen urea ó carbonato de amoniaco, debido á la descomposición de la primera; además, en es- tos hechos se ha podido observar, que la supresión de los vómitos origina accidentes graves y aun la muerte misma, en un tiempo más ó ménos largo. Es grande el contraste que ofrece el estado general, de un animal con iscuria, y el de una histérica en igualdad de circunstancias; allí, apare- cen síntomas alarmantes en poco tiempo; aquí, hay tal gra- do de tolerancia, que apénas se reciente el organismo del trastorno que experimenta. Para terminar, señalaré algunos fenómenos de nutrición, o que se han notado, acompañados de algunas modificaciones de la sensibilidad, especialmente de la hiperestesia histéri- ca, tales son, algunas erupciones pustulosas, la acnea, el ec- tima, etc., etc. En una histérica, he visto una alteración de , t/n las uñas, que en mi concepto, debe tener un lugar esta cla- se de perturbaciones, La lesión ocupa las uñas del pulgar de la mano izquierda y las del índice y anular de la dere- cha; su aparición data de épocas distintas en ambas manos, un año para la izquierda y seis meses solamente para la derecha. Entrelas ocupaciones de la enferma no figura nin- guna á la que pueda relacionarse como causa, y queda so- lamente la influencia de la neurosis sufrida por tres años, co- mo único fenómeno imputable de la alteración que señalo. Las uñas de los dedos mencionados, han perdido su brillo y su pulido, están opacas, rugosas y desiguales, con crestas trasversales y paralelas al eje de la uña, y en toda la super- ficie. alterada, la coloración es de un blanco mate. Las cel- dillas epiteliales que forman la uña, degeneran ántes de al- canzar su desarrollo completo, y á pesar de que en ciertos puntos proliferan en abundancia, hasta formar crestas que pasan el nivel de la parte sana, sin embargo, no se revisten de las cualidades que tienen en el estado fisiológico. Cons- tantemente se están formando escamas, que sustituyen á las que caen, y mantienen de este modo la lesión en el mismo estado. En la raíz de la uña hay punzadas, que la enferma compara al dolor de un panadizo supurado.