LIJEROS APUNTES SOBRE FIEBRE AMARILLA. PPPIPAPPP AL SEÑOR CORONEL José J). éjlmunátoojui, JEFE POLÍTICO Y MILITAR DEL CALLAO; Y AI- SEÑOR CAPITAN DE FRAGATA, LUIS POMAR, G-obernador Marítimo del mismo. POR 3. jilamtcl Salamanca, MEDICO I CIRUJÍjmr” OA-XjLA. o. 1882. Propiedad del autor, quien perseguirá SEGUN LAS LEYES, A QUIEN REIMPRIMA EL PRE- SENTE TRATADO SIN SU PERMISO. 3. fHamtrí Salamanca. Imp. tlt*l Muslls~Dár* en », N. Solari. PROLOGO. L £0R0NEL, jSEÑOPv jJoSÉ p, y*tMU NÁTE6ÜI, JEFE POLÍTICO I MILITAR DEL CALLAO; Capitan de Fragata, Señor Luis Pomar, Gobernador Marítimo del mismo. I AL IVEui señores míos: Amenazados de la invacion del terrible flajelo de la Afiebre amarilla” el señor Jeneral en jefe, i con él Chile i su glorioso ejército, confió a vuestro vijilante cuidado la primera i mayor puerta de entrada á que lia de llamar ese nuncio de la muerte para llegar hasta nosotros: la ba- lda del Callao. A vuestro turno, vosotros pusisteis en mis manos tamaña responsabilidad, nombrándome mé- dico de bahia, honor que, á la verdad, estoi mui lejos de merecer. Deseoso de corresponder á esa prueba de aprecio i de confianza con que me habéis distinguido, nada mas he podido hacer qne dedicarme con tesón al estudio de la mortífera epidemia que tengo el encargo de vijilar, para, de esta manera, no comprometer, por falta de conocimien- tos, vuestra tan justa i bien sentada reputación de man- datarios activos i celosos por el exacto cumplimiento de vuestras múltiples i pesadas tareas. No es uno, no son dos, son muchos mas los casos que en Lima i el Callao, han sido diagnosticados como de fiebre amarilla, sin que ni uno solo, hasta ahora, haya sido pe- rtivamente confirmado. Ellos no han producido otro resultado que difundir falsas alarmas i llevar el terror i la desconfianza á los tranquilos hogares que, á cada ins- tante, se creen invadidos por el temido flajelo. Queriendo prestar un débil servicio á los hijos de Chile que, por amor a su patria, se hallan lejos del suelo queri- do, en inhospitalarios climas, he reunido en un cuerpo de doctrina i metodizado el fruto de mis estudios. Para ponerlos al alcance de todos, he tratado de escribirlos en el lenguaje mas sencillo que me ha sido posible á fin de que puedan ser por todos comprendidos i por todos utilizados. Mi trabajo, deficiente por mas de un concepto, ha me- nester de poderosos protectores que lo sostengan i a nadie encuentro mejores que a vosotros: si mis estudios fueron por vosotros emprendidos, el fruto que de ellos he sacado justo es que también para vosotros sea. Por otra parte, vuestra esmerada ilustración, vuestra reconocida protec- ción para todo trabajo que tienda a un buen fin, me dan garantías mas que suficientes de que mi humilde obsequio será acojido con el mismo desinteresado cariño que siem- pre me habéis dispensado. A vosotros dedico, pues, esta modesta prueba de la sincera amistad que os profeso, i os ruego la aceptéis, sin considerar en ella el valor intrínsico de la obra, sino los deseos que animaron a su autor. Antes de decidirme á emprender este trabajo traté, como era natural, de proporcionarme todos los estudios que sobre este mismo tema hubiesen emprendido los dis- tinguidos facultativos de estas localidades en qne hubie- ran dejado apuntado el fruto que pudieron recojer de la basta esperiencia que lia debido proporcionarles la mor- tífera epidemia que en 1868 asolo casi toda la costa del Perú. Mas, con estrañeza, solo be encontrado una obra voluminosa del doctor Juan Copello “Nuevos estu- dios sobre la fiebre amarilla” en la que nada de nuevo pude encontrar- No esperéis tampoco que yo os presente novedad alguna. Falto de esperiencia personal, me limitaré, solo a la espo- siciou sencilla de lo que en distintinguidos observadores i eminentes escritores lie podido aprender. Por ellos me guiaré al seguir la marcha desbastadora de tan cruel enfer- medad,, que siempre ha respetado nuestro bello Chile, pero que no por eso la desconocemos por completo, como algu- nos colegas de Lima se han atrevido á afirmarlo. Tan absurda opinión, que de ninguna manera nos al- canza á dañar, seria bien fácil de refutar, si no se encar- gara de refutarse por si misma. A la verdad, los que tal afirman, dan una mui pobre idea de la escuela que los ha formado i una peor idea de sí mismos. De su escuela que no les habría enseñado la verdadera ciencia, que en lugar de médicos formaría empíricos, impotentes para ejercer su noble profesión mas allá del estrecho círculo que los rodea, que los deja maniatados para asistir un enfermo fuera de la pequeña porción de tierra que los alien- ta. Una peor idea de si mismos, porque, al afirmar que solo con la practica se puede curar una enfermedad, táci- tamente afirman, que, antes de haber llegado á formular un diagnóstico verdadero i plantear un tratamiento racio- nal i apropiado, han tenido que pasar sobre numerosos ca- dáveres. ¿Qué diferencia hai entonces entre el médico que se ajusta á los preceptos jenerales de la ciencia, que cura, aprovechando la ilustrada esperiencia de millares de aven- tajados escritores que le han precedido, gastando su vida entera en observar, estudiar i analizar, con el vulgar empí- rico que solo cura como i lo que únicamente ha visto curar? Qué seria de la ciencia si quedara reducida al es- caso número de conocimientos que cada cual pudiera por si propio recojer? Ño habría valido, pues, la pena de ocuparme de aseve- ración tan errónea si ella, por desgracia, no hubiera sido oida i creida por muchos de lo mas distinguido de nuestro ejército. Alucinados, sorprendidos i nó de otra manera se comprende que hayan podido dar crédito a aquellos que, por interes ó mala fé, han propagado la idea que, “los médicos chilenos no saben curar las enfermedades pro- pias á estos climas/3 El ejército tiene en si propio la es- periencia contraria en el solo hecho de hoyar con su planta vencedora el suelo de los Incas. Nuestro ilustre jeneral Baquedano, nuestro no menos ilustre almirante Lynch, vosotros mismos i con vosotros, toda la falanje de héroes que guiasteis a la victoria, no ten- drían hoi la corona del triunfo, si la ciencia i el arte que- daran csclusivamente relegadas al lugar del estudio i las primeras esperiencias. El ejército de Chile, guiado por ilustrados i valerosos jefes i oficiales, hizo su aprendizaje de guerra allá en las fértiles campiñas de la Araucanía, luchando con el agua i el frió, salvando rios caudalosos, praderas de verdura i bosques seculares, desafiando el valor brutal de tribus sal- vajes, tan altivas como sus montañas, tan fuertes y robus- tas como los añosos robles que las cobijan bajo su sombra. Esto no impidió, sin embargo, para que, cambiando repen- tinamente su campo de acción, siguieran, como antes, siendo los guerreros nunca vencidos, siempre vencedores. En la campaña al Perú, el soldado chileno ha tenido que vencer los ardores de un sol tropical, desafiar la aridez de los desiertos, combatir el hambre i la sed, lo que por cierto forma un cuadro bien diverso, un panorama enteramente opuesto al que les presentaban sus gloriosas campañas de Arauco. A pesar de todo, sus jefes verdade- ramente instruidos en el difícil arte de la guerra, jamás encontraron tropiezo alguno ni se detuvieron en su glo- riosa senda, si no fué para reeojer los laureles de la victoria i aprestarse para nuevos triunfos. Ellos desarrollaron siem- pre i en todas partes una táctica superior, una pericia ma- yor que los jenerales enemigos, formados i ejercitados en el mismo campo de acción i adiestrados por constantes revoluciones. Tal es la enseñanza de Chile, tales son las escuelas en que forma sus hijos; i si tal sucede en la guerra ¿por qué no ha de pasar otro tanto en medicina? No veo razón al- guna para lo contrario: la misma raza, los mismos hom- bres, la misma escuela, idénticos principios. Vuelvo, pues, á repetirlo, solo sorprendidos algunos jefes chilenos han podido creer que los médicos que sirven su ejército no conozcan las enfermedades propias á estos climas. En medicina, como en la guerra, como en todas las cien- cias i las artes en general, las localidades i las circunstan- cias pueden cambiar, pero el principio científico ó artístico queda siempre el mismo- La entidad mórbida en todas partes es la misma, i, si es verdad que las influencias cli- matéricas, la constitución médica reinante de una locali- dad imprime siempre un sello particular á la marcha i carácter de las enfermedades, nunca llega hasta el estremo de hacerlas desconocer por completo. Las tercianas, por ejemplo, desconocidas en Chile, ¿quién de mis distin- guidos compañeros no ha sabido conocerlas siempre que se les ha presentado un caso de ellas? Quién fue á ense- ñarles su diagnóstico i tratamiento allá en las soledades de lio, Moquegua, Sitana, Yaras? etc. Y sin embargo en- tonces las curaron como ahora i como siempre las sa- brán curar. Empero no creáis por esto que yo escriba este pequeño trabajo por hacer alarde de conocimientos. Mui lejos de mi tal idea, semejante pretencion. Yo, el ultimo de mis compañeros, escribo únicamente lo que he visto escrito, ordeno lo que eminencias médicas, de universal reputación me han enseñado i no pretendo otra cosa que contribuir con el escaso continjente de mis fuerzas á la grande obra del bienestar de mis compatriotas, vulgarizando conoci- mientos útiles en.las circunstancias por cpie atravezamos. Colmadas de sobra quedarían mis aspiraciones si fuera de vuestra aceptación el pequeño trabajo que os dedico i creyerais que con él liabia cumplido el propósito que me animó al emprenderlo. De vosotros A. S. S. 3. iH. Salamanca. LA FIEBRE AMARILLA. Historia.— Todos los autores están conformes en decir que la fiebre amarilla, del mismo modo que el colera, no puede nacer indis- tintamente en todas partes. Todos convienen, de buen gra- do, en que existe solo en ciertas comarcas que, puede decirse, sirven de cuna a la enfermedad i de donde es esportada, por cualquiera de sus medios de propagación, a los distintos puer- tos del globo que lian sufrido sus estragos. Pero, si bien todas las opiniones se conforman en este pun- to, no sucede otro tanto al tratar'de indicar la época de su pri- mera aparición, ni el sitio preciso de su nacimiento. Algunos, como Robert i Valentín, la remontan hasta los tiempos de Hi- pócrates i creen encontrarla en las fiebres por él descritas, que asolaban en aquellos tiempos las comarcas marítimas de la Grecia i las costas del Asia. Sin embargo, Littré, el hábil co- mentador de los libros hipocrátícos, piensa, con muchos fun- damentos de verdad, que las pirexias descritas por el ilustre sabio de Cos, no son otra cosa que las fiebres biliosas de los países cálidos que reinan hasta*el dia en esas localidades i que, como mas adelante veremos, tienen algunos puntos de con- tacto con la enfermedad que tratamos. La opinión mas probable, que cuenta con mayor número de sostenedores i la actualmente en voga, es hacerla contem- poránea con el descubrimiento de la xAmérica por Cristóbal Colon. El historiador Oviedo, en su Historiajeneral délas Indias, refiere que “en 1494 nació entre los españoles una peste i una gran corrupción ’, i que esa enfermedad les daba “el color del oro que fueron a buscar a esos remotos países". Otro tanto dice el historiador López de Gomara, (Historia de las Indias' 2 que, al hablar de las enfermedades que aflijieron á los con- quistadores; se expresa asi: “la otra era un cambio de color en amarillo, que parecían cubiertos de azufran." Como los autores ya nombrados, podria citarse muchos otros, Herrera, el padre Dutertre, etc. que no hacen mas que corroborar la apiracion de la fiebre amarilla, en América, en la época de su descubrimiento. Pero ¿existia ya esta enfermedad ó nació con la llegada de los españoles? Cuestión es esta bastante debatida i que aun no ha sido enteramente resuelta. Lo mas probable parece sin embargo, lo último. Según Herrera, Rochefort i otros, la fiebre amarilla ejercia ya sus estragos entre los indíjenas del C olfo de Méjico i de las Antillas, aun antes de ser descubier- tas por los europeos. Pero Cornillac, mejor informado; se opone á tal idea i cree que la enfermedad de que estos escrito- res hacen mención, no es otra que el Matlasahuaf, de que ha bla Torquemada, que atacaba únicamente los indígenas, res- petando los blancos i sus hijos criollos. Si de la fecha de la primera aparición de la fiebre amarilla pasamos al lugar que la dio su nacimiento, encontramos las mismas dudas i las mismas vacilaciones, aunque á este respec- to tenemos datos mas positivos. Bien comprobado esta que la fiebre amarilla era totalmen- te desconocida en el antiguo continente, antes del descubri- miento del Nuevo Mundo. A lo menos, no tenemos ningnn dato positivo que pueda afirmarlo, pues, la opinión de Ro- bert i Valentín, ya citada, se encuentra victoriosamente refu- tada en las obras de Littré. Si es verdad que algunos tratados antiguos traen descripciones de enfermedades cuyos síntomas se asemejan á los de la enfermedad en cuestión, ninguno hai, en cambio, que reúna ese conjunto sintomático, esa individua- lidad sni generis que caracteriza la fiebre amarilla. Per reir a da Rosa, es el primero, según Littré, que haya dado una descripción completa de la marcha i síntomas de esta cruel enfermedad, en una obra publicada en Lisboa en 1694 (Tratado da constituirán pestilencial da Fernanbuco) apropósi- to de la epidemia de este jéuero que rienó en Olinda en 1634. En Europa, según los datos mas antiguos que se rejistran hizo su primera aparición con la epidemia que desoló a Lis- boa, en 1723, probablemente traída del Brasil, según sil* Gfil- bert Blane. Según el mismo autor, apareció después en Cá diz, en 1732, i mas tarde en 1744, 1,746 etc. i en Málaga i Sevilla, en 1741. (Francisco Beyes Sahayum). Por todos estos datos, á los que pudiera agregar todavía algunos otros, se ve que la enfermedad que nos ocupa, siem- pre que se lia presentado en Europa, ha sido importada de sus colonias del Nuevo Mundo, particularmente de las colo- nias portuguesas del Brasil. Errónea es pues, la opinión de los que creen que la fiebre amarilla ha sido trasportada de las Indias Orientales a la An- tillas, probablemente en 1686, ó mejor en 1690, según lo afir- ma Chisholm, en una obra publicada en Londres en 1796. Es- te escritor llama la fiebre amarilla enfermedad de Bulam ó de Siam, por creerla oriunda de Bulama, isla situada en la costa occidental del Africa. Aparte la victoriosa refutación hecha a Chisholm por Brancoít, en un tratado escrito igualmente en Londres, en 1817, el solo hecho de haber reinado ya epidé- micamente en O linda en 1643, según Per reira da Rosa basta para probar la inexactitud de la opinión de Chisholm. Parece, por lo tanto, innegable que la fiebre amarilla es una afección de fresca data, habiendo nacido en América á la época de su descubrimiento, i que sus avaros consquistadores, cegados por la sed de oro que los dominaba, llevaron al viejo mundo todo lo que vieron de color amarillo, i, junto con e¡ rico metal, encerraron en sus arcas repletas el fatal veneno de la enfermedad que tratamos. Ahora, fijándose en los lugares en que esta enfermedad es endémica, donde reina de una manera constante, sufriendo de tiempo en tiempo exarcervaciones que la hacen epidémica, los autores modernos están conformes en fijar, como lugar que le da su origen, la costa occidental de la América, com- prendida entre la desembocadura del Orinoco, por el sur, i la punta de la florida, por el norte, i las islas adyacentes. Quizás observaciones i estudios posteriores vengan a intro- decir reformas en la reseña histórica que hemos hecho de la fiebre amarilla. Mas por ahora, los conocimientos que de ella se tienen no van mas lejos de los que dejamos apuntados i son admitidas por la inmensa mayoría de los tratadistas. Sinonimia—Tifus icteroides (Sauvages) fiebre amarilla de América (Pinel) fiebre de Bulamao deSian (Chisholm) vómito negro, vómito prieto, tifus amarillo (Rochoux) fiebre pútrida continua, ictericia de la Carolina, fiebre maligna biliosa de América, tifus de los trópicos, tifus esplano-cardiaco (en esp.)—ibomanhatina (en caribe)—coupe de barre, tifus mias- matique, fiebre jaune (en francés)—yellow-feber, Rendal-fe- ber, black vomitt íeber etc. (en igl.)—febbre gialla (en ital.)—gelber fieber, amerikanisches fieber, matrosen fieber (en alem). jNAtuealeza T qenesis—I.a naturaleza del veneno que dá origen a la fiebre amarilla, no está mejor conocida que el del cólera. Muchas son las hipótesis que se han formulado a este respecto, pero todas ellas no pasa A mas allá de meras presunciones, mas o menos bien fundadas. Algunos creen que larfiebre amarilla es solo una variedad de la fiebre intermitente i que, como ésta, debe su origen a detritus vejetales en descomposición, a los miasmas pantano- sos. Pero son tales las diferencias que separan ambas enferme- dadas, que semejante confusión es de todo punto inadmisible. Sin tomar en consideración ]a completa diversidad del cua- dro sintomático de una i otra, hai razones poderosas para no admitir tal opinión. La fiebre intermitente, al reves de la fiebre amarilla, jamás se propaga por contajio ni traspasa nunca los límites de los lugares en que se produce el miasma que la enjendra; en ella las recidivas son frecuentes, casi la regla, pues el individuo que una vez ha sido atacado por las tercianas es mas apto para recibir la impresión del veneno que el que nunca las ha sufrido; mientras la fiebre amarilla deja casi inmune al que una vez ha sido su víctima. Hai lugares pantanosos en que la fiebre intermitente reina de una manera constante, sin que en ellos se conozca la fiebre amarilla i otro, por eleontrario, en que esta enfermedad ha cebado us estra- 4 gos, siendo las tercianas enteramente desconocidas. El vene- no jenerador de la fiebre amarilla, conjestiouando y produ- ciendo profundas alteraciones en todas !as víceras, puede decirse que únicamente respeta el bazo, el primero atacado por el miasma productor de la fiebre intermitente. ¡Sin entrar en tantos detalles, nos bastará el solo heelio de sus respectivos tratamientos para salvar toda confusión i des- vanecer toda duda a cerca de la diversidad de origen de ambos procedimientos mórbidos. El sulfato de quinina, el específico de la fiebre intermitente; es muchas veces perjudicial en la fiebre amarilla, lo que no podria suceder, si ambos reconocie- ran idéntico principio. ¡Se ha querido, pues, buscar su causa jeneradora en un esta- do particular metereológico de los lugares que le dan origen sin que hasta ahora los distintos observadores que se lian, ocupado de este asunto, hayan podido encontrar esa particu- laridad que se nombra. Con mejores fundamentos, Bertulus, Jacoud i como ellos la mayor parte de los tratadistas modernos, la atribuyen a un veneno telúrico, de naturaleza animal. Tal idea la ha sujerido el hecho de que la fiebre amarilla, por lo jeneral, no se aparta de las riveras del mar, sino para seguir el cause de los grandes rios. Bertulus daba, así, mucha importancia a las grandes masas madrepóricas, arrancadas i arrastradas por el mar, en estado de descomposición i que tanto abundan en el golfo de Méjico. Para corroborar esta opinión, se citan muchos he- chos de epidemias que se han presentado después que, por circunstancias especiales, grandes porciones de materias ani- males han entrado en descomposición. Mas, la fiebre amarilla solo se presenta de un modo espon-' táneo en mui limitadas comarcas, i no puede nacer en muchas otras, aunque existan grandes porciones deesas materias ani- males en descomposición i cuando es importada siempre da con la misma intensidad, aunque esas condiciones telúricas no existan. Muchos autores niegan, pues, que sea un veneno telúrico de naturaleza animal el que da origen a la fiebre ama- rilla, i buscan en otra parte su causa jeneradora. Melier la cree debida a la fosforesencia del mar, opinión que puede refutarse del mismo modo i por idénticas razones que la anterior. Apenas merecen mencionarse las teorías siguientes: una al- teración déla sangre por la bilis (Hillary); un estado inflama- torio jeneral (Moseley); un ácido eéptico que ataca a indi- viduos con marcada predisposición tifoidea—Un veneno mui sutil que ataca la sangre, sistema nervioso, i fuerzas vitales (J. Franck) caidas ya completamente en desuso i cuya refuta- ción se encuentra en todas partes, lo que me salva de ocupar- me de ellas. Barrallier de Toulon dice asi: la creo debida a una causa es- pacífica, residente en las emanaciones telúricas de las localidades miasmáticas, cuyo poder es acrecentado por condiciones hidro- termo-eléctricas. Pero ¿cuál seria esa causa específica? ¿cu: - les las condiciones liidro-termo-eléctricas que dan oríjen al veneno jenerador de la fiebre amarilla? Nada dice a este res- pecto el autor de la teoría que citamos i por consiguiente no da solución alguna al problema que piensa resolver. Difícil es, pues, averiguar quién, está en la verdad, que bien pudiera no estar en ninguno, i solo el tiempo i la observa- ción podrán ser los jueces que vengan a resolver este impor- tante i difícil punto de discucion. Mas, cualquiera que sea su causa jeneradora, una vez en- jendrada, la fiebre amarilla tiende siempre a la difusión i su propagación epidémica. Autores sistemáticos, escritores es- elusivistas, han sostenido polémicas interminables a cerca del modo de propagación de esta enfermedad. Algunos, como Sedillot i muchos otros, fijándose en que el mal no se aparta, en su oríjen, de las orillas del mar; que au- menta proporcionalmente son el calor continuo, que se pre- senta con frecuencia en las embarcaciones mal sanas o en las poblaciones desaceadas etc., no reconocen otro medio de pro- pagación para las edipemias que el aire ya viciado de los lu- gares que la vieron nacer. Los afirman mas en su opinión el que muchos individuos sa- lidos de lugares infestados, no llevan el contajio a su nueva residencia, como igualmente el que muchos de los que cuidan enfermos no sufren la enfermedad. La trasportación de la enfermedad a otros lugares en que Tío nace espontáneamente, se hacia, según los citados auto- res, por el aire encerrado en las bodegas i demas compartimen- tos de las embarcaciones portadoras de la epidemia. Para estos la enfermedad es, pues, simplemente infecciosa, sin ningún otro medio de propagación que el aire ya viciado. Como comprobante de su afirmación, citan, los curiosos espe- rimentos del doctor Bfirth, de Salen, en la Nueva Jersey. Este distinguido esperimentador, amasando pan con la mate- ria negra vomitada por uno de sus enfermos, alimentó con él un gato i un perro, sin notar alteración alguna en su salud. Inoculó en seguida la materia de los vómitos bajo la piel de animales de la misma especie i obtuvo el mismo resultado. Por último, él mismo se hizo inoculaciones en diversas partes de su cuerpo con la sustancia negra vomitada por sus enfer- mos, las colocó sobre sus ojos, sobre el dermis denudado i por fin eomió dos onzas de materia pura, sin sintir efecto alguno. Otros, al contrario, i estos forman la mayoría, piensan que, la enfermedad en cuestión es simplemente contagiosa i que su propagación únicamente tiene lugar por la trasmisión directa del hombre enfermo o los objetos que han estado en relación con él, al hombre sano. Se apoyan en que el dimano pre- serva a los naturales del pais; que un calor moderado basta a su propagación; que hai ciudades que nada han sufrido en la fuerza del calor i si con una temperatura moderada, sin que ha- yan cambiado los vientos reinantes (Barcelona) que, pueblos colocados siempre en la mismas condiciones, pasan muchos años sin sufrir la fiebre amarilla (Philadelphia, Cádiz, Lisboa): que, países pantanosos en largo tiempo no han padecido en- fermedad alguna de esta clase (La Trinidad española;) que, aumentando el desaseo de las poblaciones, después de una epidemia, ésta no reaparece (Barcelona), i en fin que cebán- dose en ciudades limpias i bien conservadas, respeta sin em- bargo, otras inmundas. Estos hechos son, para los sostenedores esclusivos del con- 8 tajio, una prueba inequívoca de la propiedad no infecciosa de la fiebre amarilla. Mientras que. su difusión rápida con re- lación al número de enfermos; su aparición en los puertos a la llegada de una embarcación infestada, como se citan mu- chos ejemplos; la facilidad con que se trasmite de una embar- cación a otra; el peligro de visitar una embarcación infestada, el comunicar con los enfermos, usar sus vestidos o las merca- derías venidas de lugares en que reina la epidemia, son un testimonio irrecusable del carácter eminentemente contagioso de la enfermedad. >Tacoud, admitiendo esta opinión, distingue, sin embargo, el canta jio vico, por miasmas desprendidas del cuerpo del mismo enfermo, i el contagio muerto, por los objetos que han estado en relación con él, i solo admite este último medjo de' propagación. Consideradas de un modo aislado i esclusivo las teorias precedentes, como quieren sus autores, creo que ninguna está en la verdad, que, se encuentra, sin embargo, en la reunión de ambas. Ni !a enfermedad que tratamos es únicamente in feccio- sa ni tampoco esclusivamente contajiosa, sino mas bien infec- to—contajiosa. Verdad es que el hecho de la propagación de la fiebre ama- rilla a los lugares apartados de su origen por medio del aire encerrado en los compartimentos interiores de una embarca- ción, no pasa mas allá de una utopia inadmisible. Los es- perimentos del Doctar Efirth carecen igualmente de gran va- lor para demostrar la naturaleza no contajiosa del mal. Conocida por todas es la inmunidad especial, la idiosincracia particular de ciertos individuos que los hace completamente refractarios al virus de determinadas afecciones contagiosas. Todos los dias estamos viendo personas desafiar impunemente los estragos de la sífilis, la difteria, la viruela, etc., sin que por eso estas enfermedades pierdan nada de su carácter es- cencialmente contajioso. El Doctor Efirth gozó, sin duda, de este raro privilejio pues ni sufrió la fiebre. Con la inocu- Ivcion, ni con la infección, pues practicó sus esperimeutos en el sitio mismo de la epidemia. Lis innumerabeles i bien probadas observaciones de la pro- pagación por contajio de la fiebre amarilla, tampoco escluyen de manera algnna su naturaleza infecciosa, i existen ejemplos palpables i bien claros de C3te modo de propagación. Entre otros muchos, nos bastará citar el caso de la Ana María que llevó la epidemia a San Nazario en 1861. Este vapor venido de la Habana, i en cuya tripulación apareció la fiebre amarilla, durante la travesía, fonde i cerca del Chantante, 1 cual llevó después la epidemia a Indret, e infestó todos los vapores fon- deados a sotavento de él, Ghastang, Los T)ardáñelos, Arequipa i Lorena núm. 6, sin que nada tuvieran que sufrir los que se ba- ilaron a barlovento, el Ohandernagor i Lorena núm. 7. Hechos como éste prueban de un modo terminante la pro- pagación de la fiebre amarilla por medio del aire viciado. Tal es también la opinión de Keraudren que se espresa así: la fie- bre amarilla se contras, pues, en una atmosfera viciada por las emanaciones de los enfermos atacados de ella. Por todo lo anterior naturalmente tenemos que llegar a la conclusión deque la fiebre amarilla, debiendo su origen prime- ro a un veneno desconocido en su escencia, ataca el organismo sano que a su turno se convierte en campo de reproducción del veneno jenerador i se propaga por medio del aire viciado por el veneno primitivo, por las emanaciones del cuerpo de los en fermos i por los objetos que lian estado en relación con él. Reasumiendo, diremos, pues, que la fiebre amarilla es tina enfermedad infecto-contajiosa, cuyo orijen se encuentra en las Antillas i costas del Golfo de Méjico, de donde se propaga a los distintos puntos del Globo, llevada por los viajeros, por las mer- caderías i demas objetos esportadas i cuyo principal vehículo son las embarcaciones. “Una embarcación, dice Melier, puede compararse a una arma mortífera que hace esplocion, matan- do o hiriendo a los que se le acercan, tocando a unos en el mismo sitio i a otros a la distancia.” Etiolojia—Muchas causas favorecen la propagación de la fiebre amarilla, aunque para su aparición es indispensable la presencia del veneno jeuerador, que permanece siempre el mismo. Para clarificarlas metódicamemte, las dividiremos en telúricas, cósmicas, sociales e individuales. Condiciones cósmicas—El calor húmedo i continuo favore- ce la propagación de la fiebre amarilla; pero es inesacta la idea que antiguamente se tenia a cerca de la necesidad de una tem- peratura elevada para el desenvolvimiento del virus amarillo. Una de las epidemias de Barcelona, empezó con una tempera- tura media de 26 c centígrados, declino a los 16 ° i terminó con 1,7°. Según Jacoud, para que el veneno jencrador de la fiebre amarilla sea completamente estinguido, es necesario que ¡a temperatura baje a Üc , hasta la conjelacion del suelo. Aun así existen casos contrarios observados por Dcwler en Luisiana, en 1853 i otros por Fenner, en Nueva Orleans, en donde la fiebre amarilla continuó su marcha desbastadora, a pesar de la conjelacion del agua por el frió, i en Philade'phia en 1703, hubo gran mortalidad con el termómetro a O ° . Sin embargo, según Barrallier, es de temer la invasión de una epidemia de esta ciase cuando el termómetro se mantiene entre 32° i 35° (Actualmente tenemos en el Callao una temperatura media de 24 ° ) (1). La linea isotérmica que mar- ca ios límites basta ahora observados para la fiebre amarilla, tiene una temperatura media de 20° (Barrallier). El verano i principios del otoño son mirados como mas fa- vorables parala aparición de una epidemia, que las demas es- taciones. Pero debo advertir que, en Vera Cruz, se ha no- tado que los casos habidos en invierno, aunque menos numero- sos, son siempre los mas graves. Durante las tempestades los enfermos de esta afección es- tán mas ajitados que de ordinario, por lo que parece que el estado eléctrico de la atmósfera fuera favorable al desarrollo de la enfermedad. La favorecen igualmente la calma atmos- férica, la falta de tempestades, las variaciones bruscas de tem- peratura, i las lluvias seguidas de largas sequías. La dirección de los vientos reinantes parece tener también su influencia en la aparición i propagación del mal. Según se ha observado en la Habana, los vientos del sur agravan i aumentan la en- [1] Abril 2G. fermedad; mientras en el Brasil, Montevideo i Buenos Aires, se teme mas los vientos del norte. Condiciones telúricas—Hasta hace poco tiempo se creia que la fiebre amarilla no podia pasar mas allá del grado 4G de latitud norte (Quevec, en el Canadá) i del 10, de latitud sur (Pernanbuco, en el Brasil, i Callao, en ei Perú,) ni subir a mayor altura de 2,000 pies, sobre el nivel del mar, ni apartar- se mas que unas cuantas millas de la costa. Una amarga i cruel esperiencia ha venido bien prouto a des- vanecer tan halagüeñas ideas. Actualmente esos límites se han es tendí do de una manera extraordinaria i parece que dia a dia seguirán en aumento. En las costas orientales de la América, ha llegado, al norte, hasta el grado 40 ° ,48’ de latitud (Que- vec) i hasta los 34 ° , 80’ de latitud sur (Buenos Aires) i en la costa occidental, al sur, hasta Yalparaiso i aun hasta Santiago (de Chile),pero en estos dos últimos puntos para morir a su lle- ga la epidémica hasta Cobija,en el grado 22,20’ .En Europa se ha estendido hasta los 50 ° , 53’, de latitud boreal (Southamton) i S(] ° , 6’ de latitud austral (Jibraltar),i se ha hecho endémica en algunas comarcas del Africa, como Senegambia i Sierra Leona. Otro tanto pasa con relaciona la altura i a su alejamiento de las riveras del mar. Se ha presentado en Neweastle (Ja- maica) situada a 3,800 piés sobre el nivel del mar, siendo esta, por otra parte, la altura máxima que se ha observado; i en 1821 reinó en Cataluña a 100 millas de la costa. Debemos hacer notar, sin embargo, que, en el Perú, jamás ha llegado hasta las cordilleras, siendo tal vez, Tacna uno de los pueblos mas al interior en que se ha presentado el terrible flajelo. Nada podemos, pues, prefijar sobre los límites estrenaos de latitud o lonjituda que puede llegar la fiebre amarilla, sin correr el riesgo de recibir un pronto i amargo desengaño. Eavoreeen, sin embargo, el desarrollo de ella los lugares hú- medos, bajos i pantanosos, la proximidad del mar i de los grandes rios, un terreno arenoso i de fango i les temblores o movimientos de tierra. Condiciones sociales—La aglomeración de individuos parece iudispensabie para la presentación de una epidemia de esta clase, no habiéndosela observado en poblaciones me- nores de 5 a 6 mil habitantes (Jacoud). No todas las razas son igualmente aptas para recibir la impresión del veneno de la fiebre amarilla disminuyendo esta aptitud a medida que el calor aumenta. Asi la raza blanca es la mas espues- ta de todas; vienen después los criollos, la raza cobriza i por último la raza negra. En tiempos de epidemia, los mas espuestos son los estranjeros.aun no aclimatados, i entre éstos los de ciertas nacionalidades, según la localidad en que tenga lugar la epidemia. En el Perú parece haberse notado que los que mas han sufrido han sido los chilenos i los italianos. Ja- coud cree poder sentar, a este respecto, la regla siguiente: “ La fiebre amarilla alaca a los entra ajeros en razón directa de la diversidad de climas é inversa de la lovjitud de la travesía ' que parece acercarse mucho a la verdad. ¡Son igualmente favorables al desarrollo de una epidemia las aglomeraciones de individuos en lugares estrechos i mal ventilados, el desaseo de los pueblos i habitaciones i las ma- las condiciones hijiénieas de sus habitantes. Naejeli, dá menor importancia que la que otros atribuyen a la diversidad de razas i de climas. Cree que si la raza negra; está menos expuesta que la raza blanca, es debido al sistema de vida de los negros que, entregados a los mas repugnantes tra- bajos, se han, hasta cierto punto, habituado a la absorción de miasmas de todas clases. Una explicación semejante dá para los extranjeros que, llegados a un pueblo estraño, faltos de recursos, se encuentran muchas veces sin trabajo i entregados a los rigores de la miseria i una mala hijiene. Condiciones individuales—Un individuo solo puede lla- marse inmune cuando ha sufrido una vez la enfermedad o ha permanecido en el foco de una epidemia sin contraería; i pierde su inmunidad cuando ha pasado largo tiempo sin pre- sentarse una nueva epidemia en el lugar de su residencia o cuando se ha separado por algunos años de los lugares en que esta enfenmedad es endémica. Esta regla, sin embargo, no debe ser tomada en absoluto. Hai ciertos individuos que, habiendo sufrido una vez la fiebre amarilla i salvando de sus estragos, sucumben después, víctimas de una nueva epidemia. Otros hai que han sufrido la forma benigna de la enferme- dad cada vez que sellan encontrado en un foco de infección; i muchos que, desafiando una vez inpunemente sus estragos, son atacados en una segunda epidemia i mueren en ella. Los individuos sanguíneos e irritables son los mas aptos para contraer la fiebre, siendo notable la escepeion que hace a esta regla la epidemia de Lisboa, en 1854, que se cebó particular- mente en las personas débiles, anémicas i linfáticas. La edad viril de 25 a 40 años es mas espuesta, según Deveze, que cualquier otra. El hombre lo está mas que la mujer i, entre éstas, el embarazo es perjudicial. Predisponen a contraer la enfermedad el resfrio, la em- briaguez; las afecciones morales, como el temor, las nostaljia, ciertas profeciones, especialmente aquellas que obligan la permanencia junto a focos de calor, como fogoneros, cocineros, maquinistas, etc. Otras profeciones en cambio, dan una inmunidad relativa, cuando obligan a los que las ejercen a permanecer en medio de productos animales en descompo- sición: carniceros, empleados de matadero, estudiantes de me- dicina, etc. Mas, aun reunidas todas las causas enumeiadas como favo- recedoras para la aparición i desarrollo del mal, quedarían impotentes, sino existiera primero el veneno jcnerador de la epidemia, el virus amarillo, condición sine qaa non de la en- fermedad i que solo puede nacer espontáneamente en limita- das localidades. Este veneno guarda su mortífero poder du- rante largo tiempo i tenemos un ejemplo de ello en la barca J'laria.de la Gloría que; puesta en cuarentena i fondeada du- rante varias semanas, en Lisboa, cuando se le creyó en perfec- to estado de sanidad, emprendió su vuelta altio i durante la travesía apareció la fiebre amarilla en su tripulación. Casos como éste son los que, por observadores poco escrupulosos, han sido considerados como de jeneraeion espontánea del vi- rus productor de la enfermedad. El virus no ataca, por otra parte, esclusivamente al hom- bre. En muchas epidemias se ha notado cierta ajííación e irri- labilidad particular en los perros i Blair cuenta que, en la Guayana inglesa, ha visto morir de vómito negro muchas aves de corral, especialmente las venidas de Europa (Jaeoud, Barrallier.) División—Muchas son las que se han propuesto para la fiebre amarilla: así se ha distinguido la fiebre amarilla paIndi- ca, gástrica, cerebral, atáxica, adinámica, inflamatoria, tifoi- dea, con}estiva, álgida, colerforme, etc. Pero todo este lujo do divisiones no pasa de ser meras concomitancia de otras enfermedades, predominio de ciertos síntomas ó grados diver- sos de la misma entidad mórbida. Fijándose en el predomi- nio sucesivo de los síntomas, Bellot, de la Habana, la ha di- vidido en gástrica, aguda, entero—hepoto-gástrica i meningo—en- céfalo-gástrica, división completamente abandonada. Adoptaremos, pues, la visión propuesta por Jaeoud, mas conforme que las demas con la enseñanza clínica, i admitiré - moa con este distinguido autor una forma abortiva, que pudié- ramos llamar benigna, en la que el proceso mórbido parece de- tenerse i terminar en el primer período; una forma coman, subdividida en tijera i grave; i que según sus síntomas pre- dominantes, puede aun subdividirse en regular, colé mica, uré- mica i hemorrájica; i una forma fulminante, caracterizada por la aparición prematura, en las primeras 21 horas, de la icteri- cia, el vómito negro i aun placas equimóticas, i que por lo je- neral, termina por la muerte. Por nuestra parte, agregare- mos todavía una variedad particular de la forma fulminante, llamada wolking cases por los ingleses, en la que un indivi- duo, en aparente estado de buena salud, es repentinamente atacado de vómito negro i sucumbe en pocas horas i a veces en cortos instantes. Anatomía patolojica— Como esta parte de la descripción de la enfermedad que tratamos tiene bien poca importancia para el fin que perseguimos, cual es escribir algo que esté al alcance de todos i puedan utilizarlo en el diagnostico i trata- miento de la fiebre amarilla, nos limitaremos solamente a los caracteres mas resaltantes de las alteraciones cadavéricas que pueden servir, en la autopsia, para rectificar el diagnóstico formulado durante la vida de un enfermo sospechoso. Para esto nos bastaría casi per si solo el magnífico resumen de Ba- rrallier que mas adelante incertareinos. El cadáver de un enfermo, muerto de fiebre ama rilla, pre- senta una coloración ictérica jen eral, mas marcada en la cara cuello i axilas que es constante después déla muerte, aunque no se haya presentado en vida, alternando con manchas equi- móticas, azuladas ó violadas, debidas a congestiones parciales i a hemorrajias capilares sub-eutaneas que han tenido lugar durante la enfermedad i mas comunes a la espalda. Sus órbitas están de color violado; su boca, i muchas veces todas sus aberturas naturales, cubiertas de una espuma sanguino- lenta, i aun sus ojos i oidos pueden presentar evidentes se- ñales de una hemorragia. Se suelen encontrar también res- tos de erupciones diversas, con mayor frecuencia a la piel del escroto. A su abertura, se ve la mayor parte de las víceras conges- tionadas, llenas de una sangre negra i difluente. Hígado exangüe, atacado de degeneración grasosa aguda, mas consis- tente, de volumen normal, rara vez aumetado, de color ama- rillo especial que varia, ya de manteca fresca o de café con leche, ya de gomo-guta, amarillo de ruibarbo o color de mostaza, a veces anaranjado i puntuado (M. Luis, en la epide- mia de Jibraltar, en 1828,) ya coloreado en placas i sembrado de manchas; su superficie de sección marmórea, sembrada de manchas amarillas, gomo-gutas, anaranjadas o rojas: el tinte pálido, por lo jeneral, es propio de los períodos mas avanza- dos del mal. El bozo en estado normal, carácter importante que lo distingue délas fiebres palúdicas. La mucosa gas- tro-intestinal conjestionada, sembrada de arborizaciones, mu- chas veces con placas equimóticas i aun inflamaciones, ulcera- ciones i gangrenas. Tanto el estómago como los intestinos desí endidos por gaces i conteniendo materias semejantes a las arrojadas en los vómitos i evacuaciones: a veces contienen coágulos sanguíneos alterados sin que el vómito negro ni la melena se hayan pre sentado. La vejiga, oculta bajo el pubis contiene cortas cantidades de orina albuminosa, roja o sangrú- uolenta o se haya completamente vacía. Las lesiones de los centros nerviosos son mui variadas e inconstantes i no vale la pena de mencionarlas. Barrallier, de Toulon, reasume de la manera siguiente la anatomía patológica de la fiebre amarilla: “Alteración especial del hígado, con dejcneracion grasosa i su estado exangüe, contras- tando con la hiperemia de todos los otros órganos; ingurgitamien- to de los pulmones, simulando mui comunmente las lesiones de la apoplejía pulmonar; la presencia de una sangre alterada, en can- tidad mas o menos considerable, en el estómago i en los intestinos; la coloración amarilla de la piel i las mucosas, i en dn, la inte- gridad del bazo". Incubación,—El período de in *uba -ion de la fiebre amari - Ha es mui variable. Los autores de la Historia médica refie- ren el caso de un oficial que recibió el contajlo por ir a dar una ultima prueba de amor i de respeto a su amada que aca- baba de morir de esta cruel enfermedad. Llega hacia ella, abraza su cadáver, estampa en su helada frente un beso de eterno adiós, i lo encierra en su atahud. Cuatro horas después este oficial sintió los primeros síntoma del mal i tres dias mas tarde muere, víctima de su amor i de su abnegación. Moreau de Jonnes, por el contrario dice en su Monografía que “el principio de la enfermedad quedó latente durante veintiocho dias i no produjo su último efecto mas que a los treinta i uno". Otros hablan de diez i ocho dias: pero todos estos casos son raros i lo común es que den al período de incubación una duración me- dia de 3 a S dias; Jacoud le di de 3 a 5 i Barra1 lier de 3 a 7. Síntomas—Por lo jen eral la enfermedad aparece brusca- mente, de una manera brutal, sise nos permite la espresion. El individuo atacado se encuentra repentinamente enfermo, sin (jue nada le advierta de antemano el grave riesgo que le amenazaba. Por lo común, i mas particularmente aquí en América, esta inunción tiene lugar a la inedia noche o en las primeras horas de la mañana (Arejilla). Una persona so acuesta i se duerme en perfecto estado aparente de salud i se despierta enferma. En algunos casos, sin embargo, la enfermedad puede venir precedida de pró dromos precursores que anuncian su próxima invasión. Estos consisten en dolores vagos de cabeza, parti- cularmente a la región frontal, a los lomos i a los miembros; inapetencia, en especial repugnancia por los alimentos grasos; a veces un hambre insólita; ojos animados i brillantes que suelen contrastar con un malestar jeneral, laxitud i depresión de las fuerzas; fetidez de aliento que hace recordar el olor del ácido sulfhídrico o los liuevos podridos; calofríos, jenerales o parciales, a la rejion lumbar, alternado a veces, con bochor- nos, eructos, ná uceas, sequedal de la piel, zumbido de oidos i aun vértigos. El sueño puede quedar natural o turbado por ensueños penosos o haber insomnio. Una vez confirmada la fiebre amarilla, los autores no están conformes en la manera de reconocer sus períodos, ni en la clasificación que deben darles. En ésto imitaré a .Tacoud, agregando ademas un período intermedio a ios dos que este patolojista reconoce. Admito, pues, en la fiebre amarilla confirmada tres periodos: 1. ° de reacción jeneral, en que se manifiesta el efecto del veneno por la inpresion causada en todo el organismo; 2. ° de transición, que pudiéramos tam- bién llamar, como Frank, período de remisión-, 3. ° de loca- lización. Primer período, de reacción' jexerac—Un calofrío único i violento abre, pero lo jeneral, la terrible escena; a veces son también pequeños calofríos repetidos, alternando con calor o una especie de horripilación o eontriceion particular del cuer- po, seguida de un calor intenso, seco i mordicante, apreciable a la mano o acusado interiormente por el enfermo, que se queda de un fuego oculto que lo devora (Devése). Aparece al mismo tiempo una eefalaljia, mas o menos violenta, frontal o suborbitaria; raquialjia aguda, debida a la conjestion me- niujea; dolores lumbares que se arradian hasta el ombligo o descienden hasta los muslos i que unidos a los dolores articu- lares, mas comunes a la articulación de la rodilla, maléolos 1 ortejos, son vulgarmente conocidos con el nombre de garrota- zo (coupe de barre). Los ojos están brillantes, salientes i Jacámosos, con sus pupilas comunmente dilatadas i las con- j uní ivas inyectarlas, de color escarlata i sembradas de arbori- zaciones vasculares, lo que les da alguna semen janza con los ojos i la mirada de una persona embriagada. Mejillas rubi- cundas, bultuosas, ardientes i secas, rara vez pálidas. Lengua húmeda, cubierta de un barniz blanquizco en el centro, limpia i sonrosada en los bordes i punta. Sed ardiente, en relación con el calor, a veces nula (ilist. méd.); piel encendida i pulso lleno, frecuente, (le 90 a 120 pulsaciones por minuto, i aun duro. El calor llega prontamente a su máximo i jeneralmente a la tarde del primero dia el termómetro centígrado marca de 8m, 88 á 40 i 42. Joseph Jones lo lia visto subir hasta 48, 88 en la ipidemiade Philadelpbia, en 1870. La respiración, re- gular en los casos lijeros, se acelera t vlos mas graves i se pue- de hacer irregular, frecuente, entrecortada i suspirosa. La ori- na escasa, rara vez en el estado normal, es encendida, caliente, i contiene indicios de albúmina que va aumentando con los progresos ¿el mal. Desde el primer,dia el enfermo es atormentado por un vio- pento dolor al epigastrio que se propaga hasta la rejion pre- cordial, aumentando con la presión i los vómitos i va acompa- ñado de latidos tumultuosos del tronco eeliaco, perseplimes muchas veces a la vista i la mano (Bertulus.) Molestan también al enfermo, las nanceas i eructos nidoro- sos que muchas veces alternan o van seguidos de vómitos, frecuentes aun en el primer dia. Las sustancias vomitadas, compuestas en su principio de los líquidos i alimentos injeridos, se hacen luego biliosas, mu- cosas i trasparentes i producen una sensación de ardor al es- tómago, esófago i farinje. Tranquilo algunas veces, el enfermo está por lo jeneral ajilado i su semblante espresa el miedo i la inquietud. El insomnio se presenta con frecuencia i el sueño, natural en los casos lijeros, es comunmente turbado por ensueños penosos i terribles. Jeneralmente la inteligencia es conservada o ape- nas perturbada por incoordinación de ideas; el delirio es mas raro. En ios casos mui graves puede también haber estupor, con tendencia al coma. Este período dura de 1 a 3 dias i puede ser seguido de una crisis favorable, manifestada por sudores abundantes, epis- taxis o una diarrea biliosa i el enfenno empezar su convale- sencia: forma abortiva. Segundo periodo, de remisión o transición.—Este perío- do, señalado por todos los patolojistas i considerado por mu- chos como patonogmónico de la fiebre amarilla, es conocido vulgarmente con el nombre de mejoría de la muerte. A la ver- dad no merece tan dura denominación pues, si es cierto que nos anuncia que el enfermo va a entrar en el período mas crí- tico de su enfermedad, en el que le aguarda tal vez una muer- te próxima, no es siempre un presajio funesto del fin que lo espera i inucbos pueden sanar todavía. Está caracterizado por una remisión notable de los sínto- mas, i empieza, por lo común, a la mañana del 3. ° dia. La fiebre disminuye, el pulso baja a la normal i aun des- ciende a 50, 40 i 30, (La Boche, de Philadelpliia) este ultimo signo fatal que nos anuncia la adinamia; los vómitos disminu- yen o cesan por completo, la lengua s- limpia, las fuerzas vuelven i el enfermo se siente mui aliviado, no quedando mas, según Jacoud, que el dolor epigastrio, intolerancia del estó- mago i persistencia de la jhbre. Dura desde algunas horas hasta 1 i 2 dias, rara vez m as (Moseley) aunque se le ha visto prolongarse hasta 5 dias (Devéze.) Sin embargo de que puede no existir en los casos graves i se le ha visto faltar por completo en algunas epidemias, hago deél una descripción especial, a diferencia de la mayor parte de los autores que no hacen mas que mencionarlo, por llamar sobre él mui bien la atención i evitar una confianza engañosa que puede ser perjudicial al médico i fatal al enfermo. Tercer periodo de localización—Bepentinamente se nota una agravación jeneral del enfermo, que llega a su máximo en tres o cuatro horas a tres o cuatro dias. Su piel, perdiendo el color rubicundo del primer período, se torna pnlida, fría, marmórea, cubierta de un sudor viscoso, helada. Poco a poco empieza a tomar el tinte amarillento, característico que ha sido comparado por algunos al color de la cara de una perso- na iluminada, en la oscuridad, por la llama del alcohol mez- clado a la sal marina (Pym.) Esta coloración, desde apenas perceptible,puede hacerse su- cesivamente amarilla, azafranada, anaranjada, cobriza, bruna, violada i llegar hasta el verde-aceituna (Jacoud.) Puede tener dos orijenes: la materia colorante de las bilis, mezclada al tor- rente circulatorio, i mas tarde la sangre extravasada. Aparece del 3. ° al 4. ° dia, agravando el pronostico, si se presenta an- tes de este tiempo. El pulso, lento o precipitado, es siempre débil, filiforme, muchas veces irregular, intermitente i desaparece en la radial, a la proximidad de la muerte. Según Fayet, la continuidad de-creciente i regular del pulso caracteriza la fiebre amarilla. Ala humedad de la 1 engua sucede la sequedad i el barniz blanco del principio se hace amarillento o grisáceo i la cubre por completo, como igualmente las encías i los dientes, i a la cereania de la muerte se arrolla sobre sí misma i está como lanceolada. Los vómitos que suceden a los eructos i a las náuceas, se hacen mas i mas frecuentes i abundantes, viscosos, trasparen- tes de un olor particular, olor hepático (Devéze) con estrías brunas; parecidas a grumos de café o de hollin derretido en agua; luego grisáceos, negruscos, sanguinoleutos,negros, como pozo de café, con coágulos sanguíneos o masas fibrinosas des- coloradas i a veces sangre pura. Son provocados por el sim- ple cambio de posision o por la ingestión de una sola gota de agua i molestan de tal modo al desgracia lo paciente, le producen a veces tan horribles sufrimientos que, á pesar de la sed intensa que lo devora, se niega a la in jestion de toda bebi- da. Por el reposo, las sustancias vomitadas se dividen en dos partes: una sólida, precipitada, i la otra liquida. La primera se halla formada de estrías negras, pulverulentas, como de hollín o pozo de café, i la segunda de color amarillo subido (Barrallier.) Se'distinguen del vómito bilioso oscuro de la fiebre biliosa en que introduciendo un lienzo en estos últimos se tiñe de un color amarillo o verde oscuro. Según Alva- renga, por análisis practicados en Lisboa, en 1850, las mate— rias vomitadas están compuestas de glóbulos de sangre des- colorados; cuerpos de forma irregular, de color moreno oscu- ro, formados probablemente por la materia verde de la bilis, combinada con la materia colorante de la sangre; células epi- teliales pavimentosas, acumuladas en copos espesos; glóbulos grasicntos, procedentes de los injestas; a veces Barcinas (de la variedad llamada ventriculi, según Earrallier); algunos crista- les en agujas, reunidos en forma de erizo; vibriones mui acti- vos o casi muertos, tanto mas abundantes cuanto mas anti- guos son los vómitos (Jacoud). Su sabor es salado o ácido, ya soso o nauceabundo, otros dicen con gusto de sangre, ac. e i corrocivo; pero lo mas je- neralmente ácidos, por el ácido clorhídrico del jugo gástrico, o la bilis transformada en amoniaco; (Josepb Jones) Chapuis lo atribuye mas bien al ácido clorhídrico porque, vertiendo algunas gota3 de este ácido sobre la sangre normal, se obtie- ne un liquido muy parecido al vómito negro. El vómito de sangre pura se espliea o bien por la ausencia de los jugos gás- tricos, en especial del ácido clorhídrico (Saint-Pair) o bien por una gastrorrajia mui abundante que provoque el vómito ins- tantáneamente. “Una mujer vomitaba sangre desde el cuarto día de su enfermedad con tal abundancia que- inundaba su cama cagas ropas se veian obligadas a cambiar a cada instante". (Hist. med). A la constipación sucede la diarrea. Las evacuaciones van acompañadas de dolores al vientre, particularmente a la re- jion umbilical i son liquidas, mucosas, verdosas, espumosas, membraniformes, cretáceas, i grasosas, amarillas, verdes, ne- gras i sanguinolentas, como hollín o pozo de cafe, a veces san- gre pura. Estas últimas, signo mui grave para el pronóstico, son debidas a una enterorrajia aguda. Las orinas, cada vez mas escazas, pueden encontrarse com- pletamente suprimidas, ya por anuria verdadera, ya por aqui- nesiao falta de estímulo de la vejiga, distinción que se com- prueba por medio del cateterismo. Se hacen amarillosas, oscuras i acidas i, cuando hai ictericia, enverdecen por el ácido azútico. Contienen albúmina, materia colorante de la bilis i detritus epiteliales. La albúmina, señalada como constante por todos los esperimentadores, anuncia, según Ballot, el prin- cipio del segundo periodo i va aumentando de un modo cons- tante i progresivo, siendo un signo fatal, de muerte próxima, cuando va acompañada de epitelium i cilindros granulosos. La hematuria u orina de sangre, es mui rara. A síntomas tan graves, viene a unirse bien pronto, casi simultáneamente con la ictericia, del 3. c al 5. ° dia, el mas fatal de todos: las hemorrajias. El enfermo sangra por todas partes, por los ojos, oidos, narices, boca, picaduras de sangui- juelas, las superficies denudadas de los vejigatorios, las úlce- ras, etc., las mujeres también por la vulva i ven aparecer sus reglas, aunque aun no sean los dias en que deben presentarse, i en las embarazadas el aborto es casi constante. Estas he- morrájias producidas por una alteración de la sangre o la degeneración aguda de los capilares, roban al desgraciado en- fermo el resto de sus fuerzas i están formadas por una sangre negra i difluente, conteniendo úrea i materia colorante de la bilis. Pueden faltar i faltan en muchos casos; mas, cuando son prematuras o mui abundantes, nos anuncian jeneralmente una agonía próxima. .Tacoud es el único en que be visto señalada la relación po- sible que debe existir entre esta mezcla de los principios de la orina i de la bilis a la sangre, con los síntomas cerebrales, i yo agregaria i de nutrición, que presenta esta enfermedad. Efec- tivamente los fenómenos jenerales que acompañan la uremia i colemia son tan semejantes con los que presenta la fiebre amarilla que este punto es nmi digno de llamar la atención de los esperimentadores, pues con su solución es casi seguro que el consensus patogénico de la enfermedad que tratamos, apare- cerá mas claro i definido. En cuanto a los fenómenos de nutrición va el inmortal Sydenham decia: “la bilis se hace a ve- ces tan ocre i penetrante que hace en la sangre las veces de un ve- neno de donde resultan inflamaciones, ulceraciones i gangrenas . Los síntomas jenerales son múltiples i variados i por lo je- neral inconstantes. En algunos enfermos, la sensibilidad es- tá perfectamente conservada, mas comunmente disminuida, i en ocasiones aumenta, al estremo de que el paciente no pue- da tolerar ni el ruido ni la luz. Towenser.d, cuenta la histo- ria de una mujer que, siendo sorda, recobró el oido durante toda su enfermedad, oyendo hasta los menores ruidos, i a su mejoría quedó sorda como antes. El sueño, nulo por lo jeneral, suele ser turbado por horri- bles i pesados ensueños. El delirio, mas comunmente noctur- no, se presenta algunas veces, ya calmado i alegre, ya triste o violento i terrible. En ocasiones los enfermos dan gritos las- timeros, como los de uu hombre a quien amenaza un gran pe- ligro i pueden llegar hasta simular la hidrofobia. “Horrorpor las bebidas, contracción cspasmódica de la faringe, convulsiones? ¡p itos violentos á lo. vista de un liquido, caracterizan este estado" (Keraudren). Este delirio, que está lejos de ser constante, puede ser reemplazado por el estupor i el coma. En otras ocacionesel enfermo conserva entera suintelijencia, hasta su último momento. Keraudren refiere el caso curioso del doctor Calvet que, cayendo enfermo al mismo tiempo que M. Damblard, asistió á éste hasta su muerte, acaecida el 13 de Noviembre, i murió él mismo el 11, dejando la historia completa, hasta su terminación, de la marcha i síntomas de Ja enfermedad de M.” Damblard, En tales casos, los enfermos, dándose cuenta de la gravedad de su estado, están tristes i abatidos o bien conversan tranquilos i aun alegres con sus enfermeros sobre sus esperanzas de placeres que les aguardan, lo que contrasta horriblemente con “su cara de amarillo de ocre, sus póm ulos inyectados i rojos, sus párpados de un negro de plomo, las comisuras de sus labios sanguinolentas i sus ojos fuer- temente inyectados de sangre' (Jiist. med.) que les dá el aspec- to de una máscara horrible (Frank). La cefalaljia, que liabia disminuido considerablemente, por lo común, vuelve a hacerse violenta i la acompañan a menudo sobre-saltos de tendones,convulciones jenerales o bien circuns- critas a ciertos músculos i el espasmo del esófago i de la larin- je. La contracción de los músculos de Ja cara da a ésta la es- presion de una sonrisa sardónica, señalada por primera vez por AVillis, que aterra al compararla con el estado de gra- vedad del paciente. El hipa suele unirse a los vómitos i viene a aumentar mas todavía el suplicio de esos desgraciados: el calambre del diafragma es un signo de muerte próxima (Jacoud.) Erupciones diversas pueden presentarse a las distintas par- tes del cuerpo. Ya son petequías o manchas equimóticas mas o menos estensas, debidas a hernorrajias cutáneas capilares, i «un gangrenas parciales, mas frecuentes a la márjen del ano i de las partes genitales, del escroto, en el hombre, de la vulva, en la mujer. La erupción miliar blanca i el eritema son jene- ralmente los primeros en aparecer i de existencia mas constan- te, i el último con mas frecuencia al escroto. Vienen en segui- da la urticaria, la rubéola, la erisipela, los herpes, la* flictenas etc. Mas raras todavía son las adenitis o bubones, mas comu- nes al cuello i axila, raros en las ingles, que pueden termi- nar por supuración; las parotiditis, que pocas veces supuran, los miositis esternas, inflamaciones flegmonosas que pueden dar lugar a abcesos, debidos a hernorrajias intermusculares que se anuncian por hinchazón, color apizarrado i enfriamiento de la parte afectada p.Tacoud] los antrax i el carbón. Tal es el cuadro sintomático de la fiebre amarilla que ha se- guido su marcha típica, regular i completa. Pero muchos de estos síntomas pueden faltar, no encontr'nlose jamas reuni- dos en un solo enfermo todos los que anteriormente hemos enumerado. Muchos de ellos pueden encontrarse notable- mente atenuados, mientras otros toman una violencia extraor- dinaria, i de esto nace que la enfermedad que nos ocupa recor- ra una inmensa escala de variadas forma» que algunos auto- res han tomado como tipos especiales del mal i los describen como tal. Pero la enfermedad es siempre la misma i en todas partes igual. “Semejanza ecsacta en las causas de la enfermedad- de Cat duna i de las Antillas; la misma correspondencia en las é¡ ocas de la invasión i cesación délas epidemias, tanto en Euro- pa como en los Estados Unidos. En los dos Mundos principió car si sin estado de incubación. La misma división en tres periodos ja misma duración de la jiebre, el mismo tipo, la misma termina- ción, el mismo pronostico. Ai upan medio de curación conocido i fundado en resultados felices; Jos mismos fenómenos en las ob- servaciones cadavéricas que pueden ser comparadas (Hist. med). Terminación—Dos son simplemente las que puede tener la fiebre amarilla: la mejoría o la muerte. En el primer caso, una especie de humedad cubre todo el cuerpo del enfermo. La fie- bre baja; los vómitos, la diarrea i las emorrajias disminuyen i cesan por completo; el pulso se levanta, las fuerzas vuelven, todos los síntomas prierden su intensidad i el enfermo entra en convalencia. En los casos lijeros casi no hai convalecencia i el enfermo vuelve de pronto a su estado habitural de salud. Pero en los mas graves siempre es larga, penosa i delicada. Empieza casi constantemente sin crisis precursora al tí. ° i aun 5. ° dia: a veces del 9. ° al 10. ° i hasta el 15. ° , cuando es retardada por complicaciones. En los casos que llegan a la cu- ración, la remisión del segundo periodo es constante (Jacoud.) Mui comunmente se ve turbada por insomnio, pesadez i do- lor de cabeza, sobre saltos de tendones i una gran exitacion. Uevéze, cuenta que los deseos venéreos atormentaban sus en- fermos cíe uno i otro sexo; pero los autores de la Historia Mé- dica nada han notado sobre este particular. Puede también ser dificultada per enfermedades entercurrentes, particularmente las que ya antes habian sufrido los enfermos, como ataques de tercianas, diarreas en los disentéricos, hepatitis etc. La icteri- cia en algunos casos tarda mucho tiempo en desaparecer. (Juanero la muerte va a tener lugar, el estupor se pinta en el semblante del enfermo, sus ojos se apagan, sus pupilas están dilatadas o retraídas o bien al estado normal; sus párpados cerrados i equimoticos; manchas lívidas que se multiplican mas i mas cubren su cuerpo; un olor infesto i cadaveroso se esparse con su aliento, mui particularmente si ha sufrido de gastrorra- jias; su respiración entrecortada, anhelante i estertorosa, sus estremidades frias i violadas i muchas veces una espuma sanguinolenta, rodeando sus narices, boca i ano, completa este cuadro de horror. Esta terminación fatal que, casi en la mitad de los casos, tiene lugar del 4. ° al 5. ° dia, puede prolongarse hasta el tí. ° i 7. ° i mui rara vez hasta el 9. c i 10. c es ocasionada ya por acolía (falta de bilis) por uremia (mezcla de los principios de la orina a la sangre) o por hemorrajia. Cuando se prolonga hasta el 10. ° dia debe atribuirse mas bien a accidentes tifoideos (Jacoud). “Diagnostico— Es mui notable, dice Jacoud, hablando de “ la fiebre amarilla, su máximum térmico mui elevado i pre- “ coz, remisión mas o menos profunda del 3. ° al 4: ° dia, “ jeneralmente en la tarde, que nunca llega a la normal, i la “ persistencia de la fiebre en toda enfermedad.” Barra- “ llier de Toulon se espresa así: “Caracterizan la fiebre amari- “ Ha: calofrío inicial, cefalaljia intensa; requialjia; dolores “ musculares i articulares; sensación dolorosa a la rejion epi- “ gástrica; coloración rojo-bruna de la cara; inyección parti- “ cular de las conjuntivas; náuceas, eructaciones i vómitos de “ materias mucosas i mas tarde aero-sanguinolentas i negras; “ evacuaciones con los mismos caracteres; hemorrajias por “ casi todas las vias naturales; sufuciones sanguíneas subcutá- “ neas é intermusculares; coloración amarilla de la piel; calor “ mui elevado; movimiento febril mui marcado en el primer “ periodo, mui atenuado en el segundo i disminuyendo rápida- “ mente cuando la terminación ha de ser fatal; i supresión de “ orinas”. Si la fiebre amarilla no tiene un síntoma patonogmcnico que la caracterize i sirva a diagnosticarla por sí solo, poseo en cambio una marcha tan suigeneris, un conjunto sintomáti- co tan esclusivo que su confusión con otras enfermedades se hacen mui difícil. Sin embargo, se la ha confundido con la -fiebre biliosa hema- t úrica. la fiebre palúdica, la ictericia grave 6 atrofia amarilla aguda del hígado, la fiebre infamatoria biliosa de los paises cáli- dos, con la fiebre perniciosa áljida, comatosa ó delirante, con el relapsing feber, (fiebre de recaídas, fiebre de siete dias) de los ingleses i la peste de oriente. Se distinguí de la fiebre biliosa hematúrica ó melanuria, en- fermedad propia del Senegal i otros paises calidos, en que ésta ataca casi esclusivamente a los naturales del pais o estranje- ros aclimatados, al revez déla fiebre amarilla, i que han sufrí- do anteriormente accesos de fiebres palúdicas. En ella falta ademas el principio violento, la raquialjia, la ansiedad epigís trica i esa facies especial del tifus icteroides. La ictericia es jeneralmente precoz, los vómitos siempre biliosos i no hai mas hemorrájias que la hematnria, la mas rara de todas en la fiebre amarilla; finalmente la inelanuria se cura por el sulfato de quinina. La fiebre palúdica o intermitente, como lo dice su nombre, está caracterizada por la intermitencia del proceso febril, que es continuo en la fiebre amarilla. ¡Solo podríamos confundirla con la fiebre perniciosa, comatosa, áljicla o delirante. Pero en estas la ictericia es mui precoz, los vómitos jeneralmente bi- liosos, el aumeuto del bazo es casi constante i las orinas nun- ca albuminosas. Paltau los dolores radiados i las hemorrájias son mui raras. Li ictericia grave, hepatitis parenquimatosa aguda o atrofia amarilla aguda d.el hígado, se distingue por la precocidad de la ictericia, la falta de raquialjia, de inyección tegumentaria, de ansiedad epigástrica, e irradiaciones dolorosas. La fiebre biliosa infamatoria de los países cálidos, empieza comunmente con pródromos i hai siempre alivio para el enfer mo con los vómitos i la diarrea que lo atormentan i agravan el mal, en la fiebre amarilla; el color de los tegumentos es francamente ictérico i el de la fiebre amarilla mas bien aza- franado o moreno-oscuro. Movimiento febril intenso en el primer período i disminuido en el segundo, en la fiebre ama- rilla, constante i con intermitencias en la fiebre biliosa, Con el relapsingfebcr,fiebre de recaídas, fiebre de cinco dias, fie- bre de siete dias, enfermedad que apareció por primera vez en Dubiin, en 1739, después en Edimburgo i últimamente en Lon- dres,en l»47, estudiada por primera vez por Jenner i casi eselu- siva de Escocia. Irlanda i N. América; (1) tiene la fiebre amarilla puntos de mayor contacto. Pero se distinguen en que en aque- lla'‘la ictericia aparece rápidamente, las hemorrajias son menos frecuentes i menos graves, la albúmina en la orina i los yómi- (1) La enfermedad aquí llamada, impropiamente, mal de siete dias es la puerperal” i el ‘•tétanos i eclampsia de los recien nacidos, ’J tos faltan generalmente i las recaidas son sil carácter escen- cial: el bazo en ella está comunmente alterado i resblandeci- do.” (Barrallier). Con el tifus casi no puede existir la duda. La marcha de una i otra enfermedad son tan diversas que un examen atento bastará para aclarar el diagnóstico. Sin embargo llamaremos la atención hácia el máximum térmico que tiene lugar al fin del primer dia, en la fiebre amarilla, a fines del primer septe- nario, en el tifus. En éste la duración total es mas larga, el estupor mas marcado, las petequias mas prontas i constantes en su aparición i las hemorraájias, menos la epistaxis, i la di- suria mas raras. La peste ds Oriente no haré mas que mencionarla. ■ Como se vi, por lo que dejamos apuntado, en caso de vaci- laciones, el diagnóstico diferencial nos llevará fácilmente a la verdad i es a él al que debemos apelar siempre, a la cabecera de un enfermo, cuando nos asistan dudas sobre el diagnostico directo que debemos formular. Pkonostico—El pronóstico do la fiebre amarilla es mui va- riado. Jeneralmeute benigno en la forma abortiva i en la variedad lijera de la forma común, se agrava en los restantes. Según el Historiador Herrera, mas de cuarenta mil Euro- peos habion muerto en Panamá, antes de acabar la conquista del Perú (Moreau de Jonnes.) En Cádiz, en la epidemia de 1830, de maso menos 57,691) habitantes que quedaron en el pueblo, enfermaron 18, 520 de los que sanaron 13,776, murie- ron 7,387 i 357 quedaron achacosos. En Sevilla, de SO,563 habitantes, 70,138 sufrironla enfermedad. De éstos sanaron 61,718 murieron 11,635 i 85 quedaron achacosos. (A.rejula.) La mortalidad varía. Según Dutroulau, su término medio es de 1 por 3. Cuando la marcha de la ¿fiebre amarilla es re- gular i que los casos graves son relativamente raros, esta pro- porción es de 1 por 7 ú 8; en el caso contrario puede elevarse á 60 ú 80 por ciento. “En efecto, dice Moreau de Jonnes, en su Monografía p. 22, en su máximo de intensidad, la fiebre ama- rilla de las Antillas sobre-pasa al tfns i a la peste por la rapi- dez de su marcha i por la certeza ds sus mart foros palpes que, hasta el presente hacen inútiles todos los esfuerzos de la ciencia." Según los datos recojidos por Bouffier, en Vera Cruz, en un período de 41 años, la mortalidad para la fiebre amarilla fué de 34, 95 por 100 (Barrallier). S iento no haber podido encontrar, para estampar aqui, los datos estadísticos de la epidemia que asoló las costas del Perú, en 1863, que habrian sido de grande utilidad para un estudio de esta naturaleza. Solo seque los pueblos invadidos pi’esenr taban mas o menos el mismo aspecto con que los Autores de la Historia médica nos pintan a Barcelona. “Entrando a Barcelona, encontramos sus calles desiertas i silenciosas. Este silencio siniestro no era interrumpido durante la noche mas que por los pasos de los médicos que corrían a casa de los enfermos, por el golpear de los mirtillos que clavaban los féretros o bien por el lúgubre tañir de las campanas que precedían el Santo Viá- tico, las preces que los relijiosos murmuraban i el ruido del tarn- bor\que,de tiempo en tiempo, lo anunciaba a losfieles (ddist. méd.) Sin embargo, los datos que dejamos apuntados bastan para convencerse de que, tratándose de una epidemia de fiebre ama- ril'a, na la se puede predeeir ni sobre la estension que va a to- mar ni las víctimas que va a causar. Bita cruel enfermedad, reducida a veces a unos cuantos casos aislados, esporádicos, se estiende eu otras con rapidez abrumadora i ataca casi a cuan- tos llegan a su mano. Benigna hasta el estremo de apenas apartar el enfermo de sus diarias ocupaciones, recorre, en su gravedad, una inmensa escala hasta llegar a esa forma que hiere i mata como el rayo, llamada wolking cases, por los in- gleses, denominación [que no tiene equivalente propio en cas- tellano i que pudiéramos traducir casos sobre la marcha o ata- ques de paseo. Conviene, siu embargo, apuntar algunos datos prosnósiicos que nos sirvan de guias sobre las esperanzas que debemos abrigar para con nuestros enfermos. Hemos dicho ya que la forma abortiva i la variedad lijera de la forma común, permiten casi siempre formular un pro- nóstico favorable. • La concomitancia de la fiebre palúdica en todo caso agraya «1 pronóstico. Una sed ardiente, persistente i continua es signo de mal agüero, mientras que, si es moderada i va gradualmente dismi- nuyendo, por lo jeneral, nos permite esperar una pronta mejoría. La retención de orinas, ya sea por anuria (falta de orinas) verdadera o por aquinesia de la vejiga, anuncia casi siempre una terminación fatal. Igual significado tienen las orinas fuer- temente albuminosas i cargadas de epitelium i cilindros gra- nulosos. Equimosis en los miembros, vómito negro i parótidas pro- nostican una muerte próxima. La aparición prematura, antes del 3. ° dia, de la ictericia i las liemorrajiaa, sobre todo si éstas son frecuentes i copiosa*, auguran casi constantemente una terminación fatal. Vomito negro, melena (evacuaciones de sangre alterada, ne- gra) petequias, tinte oscuro de la piel, relajamiento del pulso, Convulsiones, aljidez o síncope, signos funestos de una muer- te inevitable. El calambre del diafragma es precursor de la muerte. Temperatura inicial de 40 ° , 5 en el primer dia, es signo fu- nesto; si pasa mas allá, la muerte se hace inevitable. Si el termómetro sube a 41 o mas, en los primeros momentos, de- bemos esperar una muerte súbita (Barrallier). Proceso febril mas marcado después del período de remi- sión que en el primero, como la falta de remisión, dan un pro- nóstico mui grave. Vonito color de brea no deja esperanza. Eiebre poco marcada, pequeña ajitacion, hemorrajias poco abundantes i poca albúmina en la orina, hacen esperar la cu- ración. El individuo que anteriermente ha gozado de buena salud, sin haber sido atormentado por enfermedades propias del cli- ma, como disenterias, fiebres palúdicas, etc. regularmente lle- ga a sanar. Agravan siempre el pronóstico una estación ardiente, la falta de aclimatación, el temperamento pletórico, el embarazo, la vida de los pueblos, especialmente, en habitaciones estre- chas i mal ventiladas, las afecciones morales, en particular el temor a la enfermedad, vida anterior desarreglada] el abuso del alcohol i de los placeres A’enéreos. Tratamiento—Nada es tan difidente como el tratamiento de la fiebre amarilla. Los mas grandes prácticos confiesan su ignorancia a este respecto i Moreau de Jonnes ha llebado su pesimismo hasta decir que “la mayor parte de los remedios empleados hasta el presente contra la fiebre amarilla, no solo han sido inútiles sino mas lien perjudiciales". En cambio muchos medicamentos, muchos específicos secretos han sido pondera- dos; pero “si cada práctico enzalsa, á la verdad, los resultados de su método. al lado de los eloyies que se prodiga, venios que el nu- mero de muertos es siempre proporcionado á la gravedad de los síntomas (Hist. med). Careciendo, pues, de un tratamiento racional, nos vemos precisados a apelar a los métodos puramente empíricos que la práctica ha sancionado como favorables, al tratamiento casi esclusivamente sintomático que, según Frank, tiene por ob- jeto: impedir las complicaciones, mitigar los síntomas i sostener las fuerzas. Pero en una enfermedad tan incidiosa, de marcha tan rápi- da i desbastadora, la circunspección i la prudencia deben ser la base en que se apoye toda intervención terapéutica. “Si hai “ una enfermedad que exija un tacto ejercitado de parte del “ medico, es ésta sin contradicción. Su rapidez es tal que los “ momentos favorables son siempre fujitivos, i que, una vez “ pasados, no vuelven a aparecer. Su violencia es tan grande “ que los términos medios se hacen inútiles i los medios mui “ activos apresuran el instante que debe precipitar el enfermo “ a la tumba. En su tratamiento, el menor olvido, el mas lijc- “ ro error constantemente son faltas mortales.” (Devéze.) Para ser metódico en la esposicion de los diversos métodos de tratamiento que se han empleado para combatir los estra- gos de tan mortífera enfermedad, imitaré a Barrallier deTou- lon i con este distinguido autor, los divideré en antiflogísticos, evacuantes, revulsivos tónicos i anties pasmodicos. Antiflojisticos—sangrías—Proclamadas por Hillary, Mu- se ley, Devéze, etc. son rechazadas por Yalentin, Arejula, etc. i los autores de la Historia médica que dicen: toda pérdida de sangre es funesta, en el dia se hallan casi por completo aban- donadas. Sin atacar el mal en su eseeneia i aunque bajan, es cierto, la fiebre i disminuyen los síntomas congestivos, nos es- polien a la adinamia del tercer periodo del cual no volvoremos nuestro desgraciado enfermo. En caso de practicarse, debe ser solo en el primer dia i en individuos vigorosos i recien llega- dos al sitio de la epidemia i cuando hai síntomas inflamatorios o congestivos mui violentos. ¡Según Dutroulau, deben ser de 500 a G00 gramos de una sola vez. Sanguijuelas i ventosas escakificadas—Beehazadas por Dutroulau, prestan útiles servicios en las conjestiones parcia- les. Aplicadas a las cienes o rejion mastoidea (detrás de la oreja) disminuyen la cefalaljia violenta; al epigastrio {boca del estómago) alivian la gastraljia, i a los lomos mitigan el dolor lumbar. Pero, en cambio de un beneficio tan insignificante i pasajero, nos esponen a la gangrena, la erisipela i las hemor- rajias i mas de un enfermo se ha visto morir desangrado, lite- ralmente, por una sola picadura de sanguijuela. Esto nos bastara para ser cautos en su aplicación. Sulfato de quinina—Tiene el grave inconveniente de irri- tar el estómago, provocar los vómitos i aumentar la postra- ción del tercer período. Sin embargo cuenta con algunos de. cididos partidarios, i unido a los evacuantes ha dado bue- nos resultados. El Dr. Dagnino, de Maracaibo, cura la fiebre amarilla del modo siguiente: el primer dia un laxante enérjico i al fin de él prescribe: Sulfato de quinina 1 gramo Calomel 80 centigramos Ruibarbo 50 „ M. i div. en 10 pildoras—Una cada dos horas. Aumenta esta dosis si hai constipación i la disminuyen en caso de diarrea i suspende siempre las píldoras antes del 3. ° dia o antes todavía si vienen zumbidos de oidos. Ayuda su tratamiento con fricciones de aceite de olivo, mezclado al al- cohol, con lo cual dice: “Yo he obtenido en mi práctica resul- tados mui felices i hasta lisonjerosó' WU Las honorables hermanas de caridad, del Hospital de Gua- dalupe de este pueblo, refieren qne, en la epidemia de 1808, el tratamiento que vieron producir mejores resultados i con el cual tuvieron la felicidad, desde que lo emplearon, de no perder ninguna de las niñas asiladas en sus colegios, como igualmente ninguna hermana, es el siguiente: PaiMEu día.—Un purgante de tres onzas de aceite de olivo, batidas con el jugo de un limón. Cuando éste haya producido su efecto, se favorece la traspiración del enfermo por medio de baños de pié con mostaza o baños de vapor, cuidando no de- sabrigar el cuerpo del paciente, como tampoco de abrigarlo demasiado. Al mismo tiempo se aplican, cada cuarto de hora lavativas compuestas con dos onzas de aceite de ricino, mez- cladas al agua de malvas u otro cocimiento emoliente, hasta provocar evacuaciones copiosas. En este caso se empieza a dar al enfermo una poción compuesta de infucion de tilo i licor acetato de amoniaco: por copitas cada hora. Como agua a pasto se da el cocimiento de cebada tostada. Tan pronto se note que la fiebre disminuye, lo que debe ser cuidadosamente observado, se prescriben 50 centigramos de sulfato de quinina, en las personas débiles que no están acos- tumbradas a este medicamento, i 1 gramo en el caso contrario. ¡Seoundo día—Si la fiebre no ha disminuido de una manera notable, se prescriben cada 2 lloras píldoras de 2 granos de sulfato de quinina, i dos veces al dia la lavativa siguiente: Zumo de calabazas 40 gramos Tema de huevo X,° 1 xVceite de almendras 00 gramos Vinagre común 50 gramos Para una lavativa. En caso de vómitos, se favorecen con el agua tibia; pero si persisten a pesar de estar ya limpio el estómago, se combaten con la pocion de liiverio cada media hora, i un sinapismo al epigastrio. La retención de orina reclama la aplicación de un fomen- to de trementina alcanforada al bajo vientre, que sirve tana-, bien para calmar los dolores lumbares i artríticos, aplicada en. fricciones loco dolénti: la cefalaljia se calma con aplicaciones de agua sedativa a la frente. Aunque la enfermedad haya pasado, se continuará todavía el uso del sulfato de quinina durante la noche, al acostarse. En los casos fulminantes se empezará desde luego con las píldoras de 2 granos de sulfato de quinina, cada dos horas i las demas prescripciones que hemos señalado para el segundo dia. El l)r. Garmendia de Vera Cruz, que ha gozado de gran prestí jio en el tratamiento de la fiebre amarilla en esas locali- dades en que reina de un modo endémico, la cura de la si- guiente manera: Aceite de ricino 2 onzas De una vez—Y continuaba después con Masa azul 1 gramo Div. ni 10 píldoras—Una cada dos horas. Prescribía ademas dos lavativas al dia de sulfato de quinina en altas dosis, un gramo por ejemplo. Modera la fiebre por medio de fricciones a las articulaciones con trementina; unida al sulfato de quinina; combate los vómi- tos por la pocion de Riverio, con hielo, i si persisten i hai gas- traljia violenta, un pequeño vejigatorio al epigastrio; i da !a limonada sulf(trica, a pasto. El nitrato de potasa i el veratrum vivid es preconizados por algunos, ademas de ser difícilmente tolerados por el estómago de los enfermos, se han aplicado siempre sin resultado. Los baños frios jenerales, seguidos de abrigo con coberturas de lana, unidos a las bebidas frescas i emolientes, siendo de corta duración i repetidos cuantas veces fuere necesario, traen consigo la disminución de los dolores i la sed, el bajamiento del pulso i del calor i provocan sudores i orinas abundantes. Tan benéfica acción la producen sin mas inconveniente que los cuidados que su aplicación reclama para no esponer al en- fermo a un refrió, i no debemos olvidarlos. El Dr. Gran preconiza los baños prolongados un cuarto de hora en agua acidulada con ácido sulfúrico, ocho gramos de ácido por cada ocho litros de agua, i seguidos de una loeion jeneral con la misma agua acidulada. A seguran que favorecen la diaforesis i cuentan con felices resultados. Se prescriben también las aplicaciones frías a la cabeza i hueco epigástrico; las lociones jenerales por medio de espon- jas, con agua alcoholizada o acidulada con ácido de limón; las lavativas heladas; el hielo en trocitos, al interior i las bebidas gaceosas, endulzadas con un jarabe ácido. ¿No podría tener también cabida aquí el Champaña helado que, a los benéfi- cos efectos del hielo i del ácido carbónico, como anestésicos del estomogo, uniría ademas la virtud antifebril i conservado- ra del alcohol, tan ponderado por Jacoud i Naejeli? Evacuantes—Es el método de tratamiento mas ponderado i que cuenta con mayor número de partidarios i de resultados felices. Los dividiremos en eméticos,purgantes i sudoríficos. Eméticos—Los vomitivos están indicados siempre que hai síntomas saburrales i que la irritación gástrica aun no se ha presentado o ha pasado ya. Se emplea el agua tibia, el aceite i la ipecacuana. Jacoud, a imitación de Naejeli, aconseja em- pezar el tratamiento de la fiebre amarilla con un vomitivo de un gramo de ipeca, sin emético, seguido de un purgante de aceite de ricino. Pero no debemos de olvidar que los eméticos, conjestionando e irritando el estomago, pueden provocar el vómito negro i debemos ser mui cautos en su prescripción. Poicantes—Obran como revulsivos i calman la escitacion nerviosa. ¡Se prescriben por las vías superiores o inferiores, segnn las circunstancias lo permitan. Se han empleado la pul- pa de tamarindo, el maná, el tartrato ácido de potasa, siendo los mas recomendados el aceite de ricino que unido al jugo de limón es mui ponderado empíricamente en las Antillas i aquí mismo se ha dado con mui buenos resultados en la epidemia de 1868, por lo cual recomendaremos dar, inmediatamente que se noten los primeros síntomas de la enfermedad, dos on- zas de aceite de ricino, mezcladas ai jugo de un limón i llamar enseguida al médico, si antes no ha sido posible, que debe diri- jir el resto del tratamiento; el calomel, especialmente a cortas dosis repetidas (Keraudren) como en las fórmulas de los doc- tores Dagnino i Grarmendia, ya citados, i las sales neutras. El sulfato de magnesia aseguran que ha producido también esplendidos resultados. El doctor G-rau, de Lima, usaba la siguiente formula. Sulfato de magnesia 2 onzas — de quinina., 30 granos Acido sulfúrico 15 gotas Agua destilada 1 ilbra M. A tomar por copas cada media hora. Si produce vómito, como igualmente en la mejoría, se dis- minuye la dosis a la mitad. Se favorece la traspiración del enfermo por medio de un abrigo moderado, teniendo cuidado, de tiempo en tiempo, de enjugar, por medio de una esponja, el sudor que brota de su cuerpo para no esponerlo al refrío. Con este tratamiento tan sencillo i usado desde el principio mismo de la enfermedad, me aseguran que la retención de ori- na es mui rara i salva un 90 por 100 de los enfermos, resul- tado por demas lisonjero, si llegara a ser verdad. Fue él es- clusivamente seguido en 1SG8 con los numerosos empleados de Ja Compañía Inglesa de vapores en el Pacífico (P. S. X. C.) El citrato de magnesia, de sabor agradable i bien tolerado i aun deseado por los enfermos, tiene ademas la bella propiedad de purgar sin irritar el estómago, i debe ser recomendado. SlTDOitiFicos—Voz jeneral es en todos los paises en que ha reinado la fiebre amarilla la idea de provocar la traspiración de los enfermos, tanto mas saludable cuanto mas abundante sea. Sin embargo, al decir de muchos distinguidos tratadis- tas, esta idea es errónea. Un sudor tan abundante, a mas de agravar ciertos síntomas, como la exaltación nerviosa, esponc a que el enfermo, en un instante de delirio i de descuido ar- roje las ropas de su lecho o se salga de él, como se ve con fre- cuencia, i ocasionarle de este modo un refrió que le seria mui fatal. Conviene, con todo, una traspiración moderada i conti- nua por medio de los polvos de Dower, las bebidas calientes, especialmente un poco aromáticas, de té, tilo, melisa, naranjo, saúco, borraja etc. ¿palqui o yerba santa, como aqui se llama? con acetato de amoniaco i prestan útiles servicios, como ayu- fiantes de otros tratamientos. Revulsivos cutáneos—Son también de mucha utilidad, no como tratamiento propio de la enfermedad, sino como coayu- dantes de otras medicaciones. Hemos hablado ya de las fric- ciones de aceite i trementina, solas o unidas al sulfato de qui- nina o al alcohol. Se emplean igualmente fricciones exitantes con el alcohol, el bálsamo de Fieroventi, de Opodeldoch, las torrejas i jugo de limón, el vinagre caliente, el aceite de hulla etc., a las que tenemos que agregar los vejigatorios, las moxa# i sinapizinos. Tienen la propiedad de calmar los dolores i activar la circulación capilar i cutánea, por lo cual combaten ventajosamente las conjestiones, particularmente vicerales. Pero los vejigatorios esponen a las hemorrajias i tanto con ellos como con las moxas i sinapismos es de temer la erisipela i la gangrena. Tónicos—Siempre debemos recurrir a ellos en el período de depresión. Se ha hecho uso de la quina, del ponche de té, vino caliente, aguas gaceosas con vino blanco, vino de Madera, cal- do de vaca frió, café tinto i lo que es mejor, las lavativas de cocimiento de quina con vino rojo. He oido decir que la ca- feína ha producido aquí mui buenos resultados. Yo agrega- ría el natri, sub-arl)usto de la familia de las solanáceas, que, a las propiedades tónicas estimulantes de la quina, une una acción febrífuga poderosa que los naturales, en Chile, aprove- chan contra el tifus con magníficos resultados. Wucherer propone, cuando es posible, loa ejercicios violentos, hasta pro- vocar una traspiración abundante i cita dos casos de curación debidos a su empleo. (Barrallier.) Antiespasmodicos—Jeneralmente inútiles como medios de curación, sirven ma3 bien para facilitar la tolerancia de otros medicamentos o para minorar ciertos síntomas. Se prescribe el opio, ya bajo la forma de láudano, ya en píldoras de grano i medio de estracto, dos horas antes del medicamento cuya tolerancia se quiere alcanzar. Se ha usado también el alcan- for, el almizcle, el castóreo, sin que su empleo llene indicación alguna i siempre sin resultados. Esplieado ya el tratamiento jeneral de la enfermedad, nos resta solo atender algunas indicaciones particulares, sacadas de la concomitancia de otras enfermedades o del predominio 38 exajerando de ciertos síntomas. Esta agregación, que en stf mayor parte tomaré del magnifico artículo de Barrallier, la creo casi necesaria, tratándose de un proceso patolójico cuya tratamiento racional se desconoce i en el cual los prácticos mas hábiles se ven obligados a obrar empíricamente i el mayor nú- mero de las reces reducidos á seguir un tratamiento pura- mente sintomático. Con la atenuación de los síntomas, mas; de una vez habremos ganado un tiempo precioso, consiguiendo prolongar un poco mas la vida del enfermo, hasta alcanzar una reacción favorable i siempre daremos algún alivia á sus acer- vos dolores. En los casos lijeras, un vomitivo de ipeca, sin emético, se- guido de un purgante, i los revulsivos cutáneos nos darán la curación. Cuando en el 3. ° período predominan los fenómenos de exaltación nerviosa, nos serán de grande utilidad los revulsivos cutáneos, unidos a los purgantes o al opio i las lavativas an- tiespasmódicas de alcanfor, asafé tiáaé infusión de valeriana. En la depresión de las fuerzas, cuando se presenta el estu- por, el coma o la al jidez, debemos prontamente hechar mano de los tónicos i estimulantes: vino rojo, quina, licor acetato de amoniaco, etc. La complicación palúdica reclama el inmediato empleo del sulfato de quinina, a la dosis de uno a dos gramos, al cuando no bai síntomas de irritación gástrica, o lo que es me- jor en inyecciones hipodérmicas o en enemas. La cefalalgia puede ser dominada con afusiones frías a la frente, aplicaciones de agua sedativa o, como hacen los indí- jeuas de las Antillas i de Méjico, con la mitad de un limón aplicada á las cienes i sujetas con una venda. Los accidentes cerebrales se calman con los revulsivos cu- 1 úneos, sanguijuelas i vejigatorios a la nuca i purgantes. El opio, aconcejado por algunos, parece mas bien estar contra- indicado, pues con él vamos á aumentar la conjestion del encéfalo. Los vómitos, si son biliosos, serán combatidos con sinapis- mos o un vejigatorio al epigástrio; con bebidas frías i repetí- (las acortas dosis, las aguas gaceosas, la cerveza, la champaña, la pocion de Riverio, la leche con agua de cal, el hielo, i las pociones con eodeina o cloruro de morfina que son mejor to- leradas en inyecciones hipodérmicas o sobre el dermis denu- dado de su epitelium. Si son de sangre, tomaremos recurso en el hielo al interior, el agua de Rabel, la ergotina, la creo- sota i las aplicaciones de hielo al epigastrio. Las hemorrajias esternas pueden cohibirse con el alum- bre, percloruro de hierro, el agua de Pagliari, los ácidos i los astrinjentes en jeneral. La hemorrajia bucal con colutorios de igual clase i las nazales con inyecciones semejantes i en úl- timo caso, con el taponamiento. Igual procedimiento puede emplearse con las vajinales. El hipo reclama las bebidas con cloroformo o eter i la com- presión del epigastrio. La supresión de orinas las fricciones al vientre i los lomos con linimento alcanforado o trementina i enemas de nitro con alcanfor. En estos últimos tiempos, fijándose en el carácter séptico de 3a fiebre amarilla, se ha esperimentado en el Brasil el empleo del ácido fénico, particularmente en inyecciones hipodérmicas, i, según cuentan, con magníficos resultados. Esperemos que la práctica venga á dar su fallo sobre el nuevo medicamento que se presenta a la lid, i que creyéndolo mui racional, reco- mendaremos su esperimentacion. Convalecencia—La convalecencia, que, aun en los casos poco graves, es siempre larga i penosa, ha menester de cuidado» especiales para evitar las recaídas, casi siempre funestas. El enfermo debe permanecer siquiera ocho dias relegado en su habitación i sometido a una dieta rigurosa. Se darán primero i en cortas porciones, repetidas varias veces al dia, los caldos de vaca o gallina fríos, las sopas de sémola o tapioca, hasta llegar gradualmente a los alimentos mas fuertes. Arprinci- pio conviene mas las carnes de pescado que las de vaca, i en jeneral el réjimen vejetales mas propio que el animal (Frank.) Convienen también las frutas cocidas, en particular las man- zanas; los laxantes suaves, los tónicos i un buen vino. Cuan- de es posible, la vida del campo es lo mejor. Tanto en la convalecencia, como en todo el curso de la en- fermedad, debemos procurar al enfermo aire frezco, aseo es- merado, cambiándolo frecuentemente de cama, bebidas acidas i mucilajinosas, limonadas naranjadas, i agua con crémor: aquí se recomienda mucho el fresco de granadillas. Profilaxia—Al hablar de la etiolojía, he cuidado espresa- mente de esponer, de la manera mas metódica que me ha sido posible, las condiciones climatéricas, telúricas i sociales que favorecen la aparición i propagación de la fiebre amarilla i volver a ellas seria inútil redundancia. He tratado también de desvanecer, por medio de ejemplos, la errónea idea que tie- nen algunos sobre la imposibilidad de su aparición en lugares situados a mayor altura de 2,000 pies sobre el nivel del mar ó un poco alejados de la costa, como igualmente de su falta de propagación con una temperatura poco elevada, todo lo cual nos podría llevar a una engañosa i fatal confiianza. Inútil creo, pues volver sobre el mismo asunto por aquello de que; qui- tando la causa cesa el efecto. Evitar las causas que hemos enu- merado como favorecedoras del desarrollo del mar, sera se- guir la profilaxia que debe adoptarse. Pero sí es de mi deber indicar los medios mas convenientes para evitar la trasportación del veneno de otros lugares i la propagación de la epidemia, toda vez que un enfermo se haya presentado. Las embarcaciones venidas de lugares infestados o sospe- chos de infección o que durante su travesía hayan comunicado con otras embarcaciones atacadas del ílajelo, deberán ser so- metidas a rigurosa cuarentena, dando siempre por sucia su patente de sanidad. El tiempo que ésta debe durar es mui variable en relación con el período de incubación de la enfer- medad i de los dias de navegación que haya tenido la embar- cación, desde que salió del puerto último que haya tocado; pero en jeneral bastan de 8 a 12 dias. No debemos olvidar que el veneno productor de tan terrible ílajelo copserva du- rante largo tiempo su mortífero poder i que su introducción tiene lugar casi siempre por las mercaderías importadas. Es- to nos enseña que, con temores a la invacion de una epidemia de esta clase, debernos ser inexorables en prohibir la introduc- ción de mercaderías n otros objetos venidos de lugares con- tajiados. Para evitar las pérdidas que puedan ocacionarse al comer- cio con la adopción de tan justas medidas, se pueden tener bodegas especiales, en lugares aislados i convenientemente situados, donde serán depositadas las mercaderías sospecho- sas para poder hacerles una desinfección apropiada i propor- cionarles la aireación suficiente. Si esto no fuera posible, se tendrán estaciones navales en que puedan desembarcar los pa- sajeros i tripulación de la nave puesta en cuarentena, i, quedan- do esta abandonada, al cuidado de una ronda de vijilancia, se abrirán sus portalones, escotillas i pañoles, se colocaran sus ventiladores i mangueras i se dejará así espuesta a las cor- rientes de aire todo el tiempo que dure su incomunicación, cuidando, antes de ponerla a libre plática, de fumigarla por cualquiera de las medios que indicaré mas adelante. Mas, si un enfermo se presenta en tierra, sin cuidarse de edad, sexo ni condición, debe ordenarse inmediatamente su aislamiento, en habitaciones situadas fuera i a sotavento de la población, teniendo cuidado de colocar sobre ella la bandera amarilla, señal de contajio, para que todos eviten sus cerca- nías. Con el enfermo solo deben comunicar las personas es- trictamente necesarias para su asistencia i cuidados, prefirién- dose siempre para estos oficios las personas que otra vez hu- bieran sufrido la enfermedad o, a falta de ellas, personas ya aclimatadas, i mejores de la raza negra. Se cuidará de colocar en los pasillos i corredores que llevan a la habitación del en- fermo cortinas de lienzo, constantemente empapadas t-n agua clorurada i en su defecto vasijas de agua en que se haya pues- to cloruro de calcio o ácido fónico. Las ropas de cama o de vestuario que hayan sido usadas por el enfermo o cualquier objeto que haya estado en relación con él, se lavarán aislada- mente, sin juntarlas con otras ropas, i siempre se hará su desinfección con aguas cloruradas o fénicadas. Si, ápesarde estas precauciones, la enfermedad se desarrolla- ra epidémicamente, lo que mas conviene es el alejamiento a las alturas, a 3000 pies sobre el nivel del mar, i lo mis apartado posible de la costa; evitar, las ciudades i retirarse al campo. Las guarniciones se dividirán en pequeños grupos, colocados a alguna distancia el uno del otro, i formando una línea a barlovento del foco de infección i que sea vertical a la direc- ción de los vientos reinantes. ¡Se prestará una atención es- pecial al aseo personal del soldado i cuarteles, a la comida i be- bida de la tropa i se evitarán los ejercicios violentos i prolonga- dos, especialmente al sol; i en cuanto fuere posible, se tratará de cubrir con negros las guardias de las horas de calor i de la noche. Los individuos obligados a permanecer en focos de ine c- cion, llevarán una vida sobria i arreglada, mantendrán siempre su vientre corriente, por medio de laxantes suaves, velarán por la aireación i aseo de sus habitaciones, i evitarán ios ardo- res del sol, las bebidas alcohólicas, las vetadas prolongadas i los placeres venéreos i mui particularmente desecharán el te- mor a la enfermedad. Las casas en que haya habido enfermos deben ser total- mente abandonadas i no volver a ellas sino pasado algún tiem- po, cuando hayan sido suficientemente aireadas i convenien- temente desinfectadas. Esta desinfección puede hacerse de la manera siguiente: se toman 150 gramos de al común. 200 gramos de peróxido de manganeso i otros 200 de agua i ácido sulfúrico, ¡Se mezcla aisladamente la sal marina con el peróxi- do de manganeso, i el agua con el ácido sulfúrico i todo en un plato o cápsula de porcelana o de vidrio. ¡Se ajita la mezcla con una varilla de vidrio i se coloca dentro de la habitación que se quiere desinfectar, cerrando en seguida todas sus puertas i ventanas. Esta mezcla basta para la desinfección de un apo- sento de 100 metros cúbicos de capacidad i en dos horas esta terminada la operación. Otros recomiendan la desinfección, quemando azufre o por medio del agua fenicada; pero son menos seguras que lo anterior. Si la epidemia se presenta en una embarcación, sin la menor tardanza se procederá al desembarque de la tripulación en un lugar aislado i completamente incumunicado; el buque se dejara enteramente abandonado, con sus portalones, escotillas i paño- les abiertos i sus mangueras de ventilación colocadas. Su carga se desinfectará con asperciones de agua clorurada, que se prepa- ra haciendo pasar una corriente de cloro, para cuja preparación se puede enplear la mezcla va indicada, por el agua destilada: j por medio de las bombas se hecha esta misma agua a los com- partimentos interiores de la embarcación. Algunos hacen esta desinfección con el azufre o el ácido fénico que, como he- mos dicho, es menos segura que el cloro. Como el acto de la descarga de una embarcación es el mas temible para el desarrollo del contapo, conviene que ésta se haga por partes, teniendo miidado de colocar las mercade- rías en hileras en una plava abierta donde reciban de lleno la acción de las corrientes atmosféricas. Roy de Mericourt, fijándose en la acción del cloro sóbrela8 mercaderías, pues tiene la propiedad de descolorar las tintas vejetales, recomienda que la descarga se haga por individuos provistos de aparatos de aire comprimido, el de Rouquayrol o el de Galibert, i se proceda en seguida al lavado de ellas. Después se desinfecta la embarcación, carbonizándola superfi- cialmente con la llama de un gnz inflamable cualquiera. Fontaine, tratando de evitar la acción del cloro sobre la parte de ferretería de un vapor, aconseja, antes de la desinfec- ción clorurada, durante la cual se tieeu cuidado de cubrir la máquina con tela impermeable o papel con cola, hechar una solución áe sulfato Se zinc en 40 veces su peso de agua i ésta en proporción de 1/10,000 de la cantidad de agua contenida en los fondos de la embarcación; repetir por segunda vez la operación, después de haber estraido la primera agua con las bombas, al cabo de dos horas de haber sido puesta, seguir con la desinfec- ción clorurada, que dura cuatro dias, i por último airear per- fectamente el vapor. La tripulación de un vapor infestado no podrá salir de su aislamiento antes de pasados diez dias de la presentación de su último enfermo que ya haya mejorado i después de la con- veniente desinfección de las personas i del equipaje. Resumen—Aislamiento severo i suficientemente prolongado del equipaje i pasajeros; 2. ° aireación de los objetos de uso, i mercaderías, i 3. ° empleo metódico de los desinfectantes. (Barrallier deToulon) APENDICE. Para terminar mi trabajo, copio á continuación algunos ar- tículos de los que be creído de mayor importancia en la Leí de navegación de la República de Chile, en la Ordenanza de ma- rina de la República del Perú, i en la Ordenanza de cuarentena marítima da la República de Chile, dictada el 13 de Enero de 1874. Les daré cierto orden metódico para que puedan ser consultados por aquellos que en un caso de necesidad de esta clase, no tuvieren á la mano las ordenanzas ya citadas. Artículo 1. ° La visita de reconocimiento se efectuará en los casos que á continuación se espresan: 1. ° Si la nave procedente del estranjero navega sin boleta de sanidad, ó no ha sido renovada en tiempo oportuno; 2. ° Si procede de puerto infestado ó con boleta sucia; 3. ° Si hubiere tenido comunicación sospechosa en la mar ó hecho escala en puerto infestado ó atacado de epidemia. 4. Si durante la travesía se hubiere declarado á bordo alguna enfermedad epidémica ó se emprendiere viaje con per- sona atacada de la misma i no fuere desembarcada por lo me- nos ocho dias antes del arribo de la nave á puerto chileno; 5. ° Si alguno de los tripulantes ó pasajeros hubiere muer- to de emfermedad contajiosa; 0. ° Si la carga se encontrare en estado de putrefacción; ó si se notaren accidentes ó tuvieren datos que inspiren funda- da desconfianza del estado sanitario de la embarcación, cual- quiera que sea el puerto de su procedencia. (L. de Nav. de la 34. de Ch. art 5. c ) Art. 2. ° Serán reputados por puertos sospechosos i en en- tre dicho aquellos que declare tales una resolución suprema, o de que, aun no estando declarados, se tenga noticia fidedigna que están invadidos por una epidemia maligna. (Ord. de c. m. para los p. de la 11. de Ch. art. 5. ° ) Art. 3. ° Todo buque procedente de pais en que se sepa se lia desarrollado la fiebre amarilla, deberá ponerse en facha á dos tiros de cañón del puerto para esperar la falúa de sanidad (Ord. m. de la R. del P. art. 103.) Art. 4. ° Todo capitán, comandante ó patrón de buque que llegue á un puerto de la república está obligado: 1. ° De impedir toda comunicación antes de ser admitido á ella. 2. ° De conformarse con todas las reglas sanitarias im- puestas; 3. ° De contestar bajo juramento de decir verdad al inter- rogatorio que se le dirija, declarando sobretodos los hechos i datos que puedan interesar á la salud pública en la visita de sanidad. 4. ° De fondear su buque en el lugar que se le designe. 5. De dirijirse en subote al lugar que le señale la auto- ridad marítima i presentar a dicha autoridad los papeles de su buque, después de airados i fumigados con las debidas precau- ciones i dar las esplicaciones que se les pidan (O. de C. m. de la R. de Ch. art. 9. = ) Art. 5. ° La cuarentena de observación será aplicada á las naves que hayan comunicado con puertos en donde reine enfer- medad pestilencial epidémica 6 contajiosa, aunque no se haya declarado á su bordo la dicha enfermedad, i en aquellos casos de que tratan los artículos 6. ° i 7. ° Durante esta cuarentena, el comandante, capitán ó patrón de la nave, deberá abrir las escotillas i pañoles, establecer man- gueras ó ventiladores, airear en las jarcias las ropas de pasa- jeros i tripulación. (O. de c. m. de la R. de Ch. art. 14. Art. 6. ° La falúa de sanidad se situará á barlovento, i á la voz recibirá, bajo palabra de honor del capitán, las noticias del puerto de su procedencia, la tripulación i número de pasage- ros que sacó i las enfermedades que han padecido durante la navegación. (O. de m. de la R. del P. art. 101.) Art. 7. ° Si en su contesto manifiestan estar sanos todos i sin contajio, subirán á bordo los individuos de la junta, exa- minarán el rol i la patente de sanidad, i estando todo confor- me, se le permitirá la entranda al puerto, (id. art. 105) Art 8. ° Si de la contestación apareciere motivo para temer contajio, no se le permitirá entrar al puerto i se le mandará pasar al lazareto que se establecerá á sus inmediaciones, se- gún el plan que de la junta suprema, para sufrir en él la con- veniente cuarentena, (id. art. 100.) Art. 9. ° Todo capitán, comandante ó patrón de buque que faltare á la verdad en las declaraciones que dé, será sometido á juicio para que se le imponga la pena á que se hi- ciere acreedor por el perjuicio i los males que se hubieren orijinado por su culpa. (O. de c. m. de la R. de Ch. art. 11.) Art. 10. ° Designado por la autoridad competente el lugar en que deba un buque sufrir la cuarentena, será obligación de la autoridad marítima impedir toda otra comunicación que la que ordene la junta de vijilancia sanitaria del lugar, quien de- terminará los socorros en medicina, víveres, etc., con que deba ausiliarse el buque en cuarentena, á espensas del mismo, ó de acuerdo con el consignatario ó del cónsul de su nación. (O. de c. m. de la R. de Cb. art. 16.) Art. 11. ° En les lazaretos que se establezcan, i particular- mente en el de la isla de 8an Lorenzo, que mira al oeste, ha- brá dos departamentos separados: uno para barracas desaho- gadas i grandes para habitación de los pasajeros i tripulación? i el otro departamento para fumigar i ventilar los fardos i todo el cargamento. (O. m. de la R. del P. art. 114.) Art. 12. ° En los puertos donde no baya lugares aparen- tes para establecer lazaretos, se obligará á los buques á hacer la cuarentena en el mar i á distancia de dos tiros de cañón, (id. art. 115.) Art. 18. ° I a guardia de sanidad tendrá una habitación cómoda i situada á barlovento del lazareto, (id. art. 109,) Art. 14. ° Durante el tiempo de la cuarentena, se obser- vará una perfecta incí n unicacion éntrelos contajiados i los guardas i demas empleados de sanidad, (id. art 110.) Art. 15. ° En las circunstancias graves de existir á bordo casos de enfermedad pestilencial ó contajiosa ó que hubiese acontecido muerte de ella, la incomunicación debe afectar no solo al buque i á los que en él hayan venido, sino también á personas i á cosas que se hayan puesto en contacto con las personas i cosas de dicho buque. (O. de c. m. de la R. de Ch. art. 8. ° ) „ Art. 1G. ° La cuarentena de rigor se aplicará á las naves que procedan de puertos donde reina epidemia i que hayan presentado á su bordo casos de la enfermedad, durante su permanencia en dichos puertos i su travesía. Durante ella se practicarán las mismas operaciones de ventilar la nave i fumigarla en todos sus compartimentos con el sistema mas apropiado que para tales casos se usa. • Los pasajeros i personas sanas que hubiesen en el buque, serán trasbordadas á unponton, o trasladaias á un lazareto 6 á donde la autoridad competente determine, para ventilarse i fumigarse i pasar su cuarentena de observación, antes de co- municar con la población. Los equipajes, mercaderías i demas artículos que haya á bordo, serán ventilados i fumigados antes de ser desembarca- dos. (id. art. 15.) Art. 17. ° Las medicinas, víveres, etc., se trasmitirán al o..que incomunicado, manteniendo un bote con una bandera amarilla, en el sitio qua se le determine, a cuyo bote se tras- bordarán los artículos mencionados, evitando todo contacto- (id, art. 17. ° )