LA SABIDURÍA O RELACIONES DEL HOMBRE en su animalidad, en su razón y en su política. .«&**■ 3LA SASXDTTBJIA o RELACIONES DEL HOMBRE EN SU ANIMALIDAD , EN SU RAZÓN Y EN SU POLÍTICA. m un ssgttt Primeva Parle. EDICIÓN PRIMERA. —..►ve@e*t..— HEROICA VERACRUZ. IMPRENTA A CARGO DE VICENTE TORRAS, 1827. CONCIUDADANOS iempre ha estado inquieto mi espíritu por mani- festar de una manera pública los efluvios de mi cora- zón y los juicios de mi entendimiento. Si en mi tier- na juventud no pude espresarme por mi insuficiencia para la coordinación de las ideas, me lo impidió en la edad viril una sucesión de vicisitudes, emanadas de la doble tiranía de un gobierno monárquico por ser vasallo y americano. Hallándome ahora con mayor estudio y esperien- cia, viviendo ya libre del yugo español, y bajo los auspicios de una República; estoy persuadido ínti- mamente que me haría responsable á la Naturaleza y á mis iguales, si no tratara de escribir mis produc- ciones y darles la luz pública por medios imborrables. Aunque no sea nueva ni sublime mi doctrina, de- jando su mérito al juicio de los lectores ; sí puedo de- cir que es clara y franca sin velo alguno, y que por consiguiente será la mas generalmente conocida y a- doptada por todos los pueblos de la tierra, lisonjeán- dome que los hombres benéficos procurarán de ver- tirla en todos los idiomas, y que los sabios la enrique- cerán de mejores luces. La obra, aunque no lo merezca, será decorada con el título de la Sabiduría, y la dividiré en dos partes. S La primera será el hombre físico, y la segunda el hom- bre moral. Su dedicatoria está implícitamente dirigi- da al género humano. Como en algunos impresos he querido esparcir an-s ticipadamente algunos principios de la obra, y en ellos se comprenden la nota á los editores, un aviso mió y la dedicatoria, me ha parecido útil insertar á conti- nuación estos documentos por lo que pueda interesar al discernimiento. NOTA A LOS EDITORES. XJ'eseoso de que mis paisanos en la actual crisis de la indepen- dencia de la América se instruyesen de ciertas reglas que les sir- vieran de guia segura para su dicha, hube de meditar una pe- queña obra que las contuviese con la mayor claridad y método, para que cada gefe de familia pudiese leerla con frecuencia como su principal cartilla ; bien convencido de que todo ser humano debe conocer las relaciones de su natural constitución, y las de su sociedad civil; siendo ya una mácsima de que su moral debe estar fundada en bases físicas, para que pueda ser dichoso en su vida y en su muerte. En efecto, mi corazón convino desde luego en el proyecto que me inspiro el espíritu ; pero me detuve en la empresa hasta que llegara el tiempo de un gobierno liberal, cuya cercanía presentí por el progreso de las luces que observaba de todas partes, para poderme espresar con franqueza sin que los vanos prestigios so- focasen la esencial elevación de mis pensamientos. Bajo estos principios tan sagrados empecé los ensayos de mi obra, pero apenas he llegado al octavo capítulo cuando la suspen- dí por incidencias fatales. Ahora en mejor suerte, me resuelvo continuarla para su conclusión. Sin embargo como rara vez pueden preveerse algunas vicisitu- des que interrumpen la egecucion de los mejores designios, por la vigilancia de los tiranos y egoístas en destruirlos, me ha pare- cido conveniente publicar lo que tengo escrito, para que se apro- veche su lectura, siempre que Vdes. como redactores de.... juz- guen importante imprimirlo en sus diarios. AVISO DEL AUTOR. 1\ o es esta la primera obra que sale á luz con el título de la Sabiduría. Charron lo dio á la suya; y un célebre Francés lo co- honesta con el de Filosofía de la Naturaleza. Verdaderamente será el título mas justo, si con él conviene la obra. De otro mo- do será el mas despreciable entre los lectores ilustrados. La sabiduría en mi concepto, es una facultad ó potencia que produce todos los conocimientos relativos al hombre en su tem- peramento, en su razón y en su armonía con el género humano. Ella es una palabra de sentido tan rigoroso, que no admite nin- gún adjetivo; pues por su misma esencia no puede contener fal- sas ideas d principios. Siendo el hombre el único objeto de la Sabiduría, no puede ser feliz sin el conocimiento y observancia de todas las verdades y reglas que ella inspira y prescribe. ¿ Pero quien será ó habrá sido el hombre que haya egercitado esa sublime potencia ? ¿ y cuando habrá ecsistido una obra que abrace y esplique todos sus elementos y productos? Parece á la verdad imposible, que uno conozca el origen y efectos de su propia organización, y que á la vez sea un ecsacto inteligente de su moral, y un profundo político para sus relacio- nes de humanidad, de cuyas tres fuentes derivan todos los cono- cimientos de la sabiduría. Nunca ha sido un sabio, aun el profesor mas eminente de al- gunas facultades; porque ni ellas por sí solas constituyen la sabi- duría , ni sus principios y doctrinas han estado al abrigo de los errores, engaños ó preocupaciones. Ella no encierra mácsimas os- curas , como las ciencias físicas ó metafísicas que envuelven incerti- dumbres y falacias, habiéndose descubierto la verdad con el tiem- po , la esperiencia y la invención. De suerte que en todo género de conocimientos se ha demostrado, que lo que se ha tenido por justo y verdadero millares de siglos, ha llegado á ser esencial- mente falso, absurdo y bárbaro. Bajo estos conceptos he deliberado en solo bien de mis iguales, formar una obra concisa, que contenga la ilustración de todo lo concerniente á esa triple relación del hombre, animalidad, ra- zón y política. Si este trabajo parece no tener egemplo por su método y por su designio, puede también juzgarse que es el producto de un genio circunspecto y el mas amante de la humanidad. No por eso pretendo que se me tenga por sabio; y persuádase todo el mundo que estoy muy distante de tener la arrogancia de considerarme con tan sublime facultad. DEDICATORIA AL GÉNERO HUMANO. T J~ o odos los hombres tienen un derecho imprescriptible de participar de los pro- ductos de la Sabiduría. No debe haber en esta comunicación privilegio esclusivov cualquiera que sea su origen, pais y sis- tema de gobierno. Porque todo lo que con- duce d la feliz ecsistencia del hombre, e- vitando el dolor y la miseria, es una en- señanza que solo impía y cruelmente pue- de prohibirse. La pura moral derivada de la naturaleza, y fundada en la pro- pia constitución ó carácter humano, es la que precisamente forma las dulces conce- siones de la vida, siendo una tiranía im- pedir el conocimiento de las reglas infa- libles para una conciencia sin mancha. Las gerarquías de toda clase que son ne- cesarias en fuerza de la natural consti- tución de los estados 9 no deben servir de contraste a la dicha individual. La legis- lación apoyada en estos principios, deja- rá entonces de ser incompatible con el gran objeto de un buen gobierno, como lo ha si- do en algunos sistemas liberales por la ig- norancia de las verdaderas ideas, ó por su inesacta combinación. Bajo estos con- ceptos ¿ a quien mejor que al Género hu- mano debo dedicar esta obra que el cora- zón me ha inspirado ? Ella le es consagra-* da por su propia naturaleza., y debe apre- ciarla como la ofrenda del mas sincero amor de uno de sus individuos. LA SABIDURÍA. PARTE PRIMERA. Del hombre físico, E CAPITULO PRIMERO/ Del Hombre. II entendimiento no puede concebir la for- mación del hombre para demostrarla con evi- dencia, ni el tiempo que ha corrido desde su. creación, ni el motivo de sus diversas clases y colores. Los filósofos que han intentado penetrar esta materia, no han discurrido sino sutilezas, inverosimilitudes ó absurdidades, que han servi- do mas bien de perjuicio que de provecho. Así es que solo debe interesar al hombre el conocimiento de lo que le sea útil realmente, como es el de sus relaciones de animalidad, de su razón y de la política : pues en estas tres fuentes de la sabiduría es en lo que consiste su verdadera felicidad. Me parece que en las relaciones de pura ani- malidad debe comprenderse todo lo que contri- buye á conservar su energía orgánica ó á resta- blecerla ; porque así estará siempre sano, y pro- longará su ecsistencia hasta su natural disolución, prescripta por la Providencia. Esto podrá llamar- se amor de sí, sabiduría peculiar ó primer ca- rácter del hombre. En las relaciones de razón se comprende todo lo que importa á la dulzura de la vida en so- ciedad , porque así gozará de paz, será socorrido en sus necesidades, el gobierno será justo, y re- frenadas las perversas inclinaciones. Esto podrá decirse amor social, sabiduría civil ó segundo ca- rácter del hombre. Por último, en las relaciones de política se com- prende todo lo que corresponde á los vínculos que deben unir al género humano en sus diversas divisiones de países y gobiernos, porque así se co- municarán todos sus individuos recíprocamente, disfrutarán de sus respectivas producciones en to- do género, y podrá evitarse la guerra, que solo es el símbolo de los deseos criminales. Este será el amor humano, la sabiduría de la naturaleza ó el tercer carácter del hombre. ¡Oh divinos sistemas de República! Solo con ella puede ir subiendo el hombre las escalas de su dicha hasta el punto que parece decretado en la presiencia del Ser supremo : siendo ya una de- mostración que despotismo y sabiduría son cosas incompatibles: y que ignorancia y desgracia son idénticas. II Con estos principios desenvolveré todo el ca- rácter del hombre del modo mas verosímil, o mas análogo á la esperiencia y á una razón ilus^ trada. Se ha dicho que él es un misto de materia y de espíritu. Esta idea corre desde muchos mi- les de años, distinguiendo el cuerpo del alma, con el objeto de establecer el dogma consolador de la inmortalidad. ¿ Pero puede acaso ser in- compatible con este dogma, que el hombre sea organizado de una materia vivificante, como to- das las demás criaturas? seria por eso negar la sublimidad de la materia, que organiza al hom- bre en la escala animal? seria tampoco negar la inmortalidad del espíritu de esa materia, co- mo producto de la esencia de la naturaleza? Ello es que el hombre crece, vegeta y ecsis- te por la adición continua de materiales, cuya sustancia aumenta sin duda sus facultades espi- rituales y modifica sus deseos, sus pasiones y sus afectos. Siendo su alma susceptible de placer y pena, él es activo para precaver su miseria, y para lo- grar los objetos lisonjeros de su gusto. Su moral consiste en no cometer daño á sus iguales , ni á ninguna otra criatura sin necesi- dad. Pasemos á otro elemento del hombre. Su fuer- za se apoya en la reunión social, porque estan- do solo, es un ser débil y sin defensa; no pu^ diendo afianzar sus derechos ni remediar sus ma- I2 les. Por eso Dios le imprimid el amor de sus iguales, impeliéndole por motivos poderosos á en- trar en un estado de sociedad. Por eso fermen- ta en él cierto principio de promover y obser- var aquellas mácsimas y reglas, que le aseguran sus derechos y conservan la paz y buen orden. El hombre también es religioso por su propia naturaleza. Cuando él contempla los objetos su- blimes, maravillosos y magníficos que le rodean ó están á su alcance, queda convencido desde lue- go que hay un Ser supremo que lo produjo á la vida, y que gobierna el firmamento. Persuadido después de su propia debilidad y males á que es- tá sujeto por su ignorancia y por sus violacio- nes á la ley moral, y que no puede hallar otro consuelo que en la bondad de la omnipotencia, se prosterna é implora su misericordia y su fa- vor para calmar sus remordimientos. Lo espuesto es cuanto puede decirse del ca- rácter del hombre; y de todo se deduce que él es un ser material, espiritual, razonable y religioso. CAPÍTULO II. Del local de su morada constante. Lo primero que debe procurar el hombre para su morada constante es la localidad en que reine una admdsfera pura; debiendo ser de la conside- 13 ración del gobierno este principal objeto para el establecimiento de las poblaciones. La admdsfera no es otra cosa, sino la cantidad de aire mas prócsimo á la tierra, donde se unen ó mezclan todas las partículas que se evaporan de ella, y el clima es la diversa cantidad de la tierra respecto del sol. Es nociva la admdsfera de un lugar, cuando en él d sus cercanías hay,depósitos de inmundi- cias, ó de aguas cenagosas que se corrompen. Y es absolutamente saludable cuando el local está ven- tilado de un aire puro. Nuestro cuerpo siendo poroso está bajo las in- fluencias de la admdsfera: así es que se dañan los humores ó fluidos, si aspira infestados hálitos: por el contrario, aquellos conservan y renuevan su bálsamo si pompa un aire limpio. La esperien- cia constante lo ha demostrado. Por lo regular son pálidos y enfermizos todos los que moran en parages cenagosos, ó á las orillas de las inmundi- cias que se estancan. Aun mayor desgracia suce- de y ha sucedido en las nuevas poblaciones, y mas por no haberse fabricado con anticipación los alojamientos necesarios ni proveídolas de bue- nos alimentos y ropas precisas. ¡ Con que tiranía y barbarie se enviaban colonos á perecer á la Gua- yana, Cayena, Nueva-Orleans y otras muchas fun- daciones internas y litorales! Si la sola trasplan- tación basta para sufrir y peligrar ¿qué deberá suceder agregándose causas estrañas? Es tal la influencia que tiene la admdsfera so* H bre nuestra salud, que aun en los rompimientos de montes se han notado graves enfermedades en los que han vivido en aquel punto; ya por la pu- trefacción, d por los vapores fuertes que se as- piran. Lo mismo y aun mayor daño resulta con el olor de las pinturas en personas delicadas y en- fermizas, con la fragancia continua de las flores, con el hedor de la cal en fábricas recientes y con la pestilencia de las mofetas. Esas pestes que de tiempo en tiempo disminu- yen las poblaciones, ¿qué otra cosa puede origi- narlas, sino los malignos vapores que el aire con^ duce? Hablemos ahora del clima. El no es mal sano por su naturaleza. El hombre puede habitar en cualquiera parte del globo sin dolor y con salud, pudiendo solo alterarla un descuidado tránsito, como sucede en toda trasplantación. Parece no tener el clima otra influencia, sino en la variedad notable de las producciones en ani- males y plantas, y también respecto á los hombres, en su contestura, talla y fuerzas. Por consecuencia de estos principios, la pri- mera atención del hombre para su morada pe- renne, es la de buscar la localidad mas libre de miasmas; que su casa tenga la aptitud proporcio- nada para que se ventile, y que iio contenga ó encierre olores nocivos. 15 CAPÍTULO III. De su nacimiento y de su crianza. En el parto perecen muchos niños, y rara veár deja de ser por defecto del cirujano 6 de la ma- trona. El solo esfuerzo de la naturaleza evitaría todos estos homicidios. Las chinas y las peruanas jamas habian oido hablar de parteras, y nunca se quejaron de las desgracias de su fecundidad. No niego por eso que en un accidente puede el arte venir al socorro de la naturaleza. Todo niño debe nacer sano, suponiéndose el buen humor de los padres, y el comporte que tu- vieron durante el preñado, porque la naturaleza no hace seres enfermos, siendo solo el lujo y el libertinage los que depravan la máquina. Apenas el niño nace cuando se le purga, dicién- dose que es para librarlo de las flemas retenidas en los intestinos y en el estomago; pero no hay mejor purgante que la primera leche de la madre, cuyo pecho pide el hijo casi á las dos horas de su nacimiento. De este uso natural se evita que la entraña del niño se deprave con me- dicinas y que la madre sufra inflamaciones en las glándulas del pecho por la retención de la leche, que por lo regular le origina la muerte después de sufrir horribles tormentos. La madre debe criar su hijo: así se cumple con la naturaleza, y son recíprocos el afecto y respe- to ; pero en la enfermedad ó debilidad de la ma- dre se usará de criandera, que esté sana por un esacto reconocimiento. La lactancia debe durar un año por lo menos, pudiendo desde entonces darle al niño manjares nutritivos y de fácil cocción, sin ser mascados, por- que á mas de ser una porquería perjudican á su salud. Son cosas indispensables el aseo del niño, sueño frecuente y su vestido que no comprima sus deli- cados nervios: que se lévele para no desgraciarse, y que goze las suaves impresiones del aire y sol para que se desenrolle naturalmente y adquiera energía. CAPÍTULO IV. De su alimento. La materia en el sentido filosófico es la sustan- cia esterna é impenetrable, capaz de recibir toda suerte de formas. El cuerpo humano siendo compuesto de esa sustancia, es consecuente que todo lo que le vivifique sea análogo á sus propie- dades. El jugo de los alimentos en su cocción en el estómago, es destinado á renovar los sucos y reponerlas moléculas que se evaporan, y no sien- do de la propia calidad, se acortaría la vida d se trastornarían las facultades intelectuales. Por estos principios debe consistir nuestro prin- cipal conato en el conocimiento de los manjares que deben nutrirnos y sustentarnos; pues cuan- do no son compatibles con nuestra sustancia ori- ginaria , no podemos vivir sanos ni obrar con rec- titud. No conviene al objeto que me he propuesto, ni casi es posible, el clasificar la virtud de los alimentos. Su bondad es regularmente conocida. Son de notoria sanidad algunas raices, granos, le- gumbres y frutas. Las aves y animales que se nu- tren con este género de productos, ó con pastos, son provechosos; así como es nociva la carne de los que se sustentan de putrefacciones ó de insec- tos venenosos, ó son feroces y carnívoros. La del ganado vacuno es la mas análoga á nuestro tem- peramento^ toda otra usándose diariamente lle- ga á ser fastidiosa, ó propensa á pervertir los hu- mores. Sobre pescados y anfibios convengo en que hay muchos sanos, comiéndose frescos, y rara vez sa- lados. Lo mismo digo de las bebidas. El agua es la natural, sea corriente ó purificada. De las be- bidas artificiales, el buen vino fortifica, y el uso — frecuente de los licores daña, según el tempera- mento individual. Los manjares corrompidos son un veneno len- to, y á veces causan muerte repentina. La reunión de diversos alimentos en la oficina digestiva es favorable á la salud y á la fuerza corr- poral, cuando hay analogía en sus virtudes. Hay 3 18 vegetales y carnes que participan de un elemen- to mas que de otro, y los unos ayudan á la pei> fecta cocción de los que son difíciles de digerir, y otros los califican. Todo esceso de lo que requiere el estómago es peligroso, porque puede sofocar los vasos, impi- diendo la circulación y egercicio de los humores, alterándose la salud ó cesando la vida. Sin embargo, es preciso bastante material para el sustento, pues el jugo que resulta siendo esca- so, no nutrirá, ni restablecerá la energía orgá- nica , debilitada por cualquiera causa. Es tal la influencia que tiene sobre nuestros fluidos la mala calidad de los alimentos, ó la cor- rupción de los buenos, que puedo decir ser una demostración evidentísima que casi todas las en- fermedades y los males mas horribles, como el venéreo, elefancia, fuego de San-Antonio, la fiebre amarilla y otros iguales, traen su principal orí- gen de esas comidas y perversas bebidas. Los negros salvages y otras castas que se ali- mentan de insectos, pescados de ciénegas, de fru- tas y carnes de mala calidad, ecsalan generalmen- te un sudor y vapor pestífero, derivados de sus perversos humores, que producen sus comidas: y tal ha sido la observación de los físicos que pur- gados y nutridos en las ciudades con manjares sanos, se les ha disminuido la peste, y en su pro- le casi se ha estinguido sucediendo aun lo mismo á las personas con quienes se mezclan ó porque usan iguales alimentos. *9 No hay duda: la bondad de estos engendra los Buenos humores, y de aquí dependen la salud y el placer en cuyo goze consiste la felicidad hu- mana, guardando la ley moral. Parece preciso comprender también en este ca- pítulo una ligera advertencia sobre el uso de las vasijas en que se cuecen ó preparan los manjares- Bien dolorosaha sido la esperiencia de las de co- bre, cuyo herrumbre ó moho es un veneno dema- siado activo, y por eso se prohibieron á menos de estar bien estañadas, con encargo á la policía de reconocerse á menudo y ecsigir las multas seña- ladas. Me ha parecido por último de este capítulo aña- dir el sabio y elocuente discurso de un filósofo, para que sirva de mayor instrucción, aunque con- tenga no pequeños errores. APÉNDICE. JN o es una hipérbole decir, que de las mil ocho- cientas enfermedades que afligen la especie hu- mana, según refiere Boerhaave, hay mil y qui- nientas que provienen de la naturaleza de los ali- mentos de que se nutre, ó de la intemperancia. Entretanto el hombre no tiene mas necesida- des naturales que los animales; el principio de su degradación viene menos de sus sentidos que de su imaginación que es la que pervierte su uso. Casi so nunca se muere físicamente de hambre, mientras que el hombre desgastado haciendo contribuir en su mesa los dos mundos, se espone á morir antes de tiempo por sus escesos. Otra teoría tenia Epicuro, á quien toman por maestro hombres mas bien libertinos que volup- tuosos. El cenia el círculo de sus gozos para dis- frutar mucho tiempo; no pensaba en placeres ar- tificiales para disgustarse de los naturales, y no reunia en un instante de su vida diez años de ec- sistencia. Mi modo de ver es muy diferente del de nues- tros Apicius, porque quisiera limitar mi subsisten- cia diaria á una fruta y un vaso de agua: enton- ces todo lo que restringía á mis necesidades aña- diría á mis placeres: hallaría en algunas legum- bres y en el menos precioso de los vinos mas gus- to , que el que busca en vano el paladar gastado de los grandes en sus Macedonias y en sus cremas de las Barbadas. Si algunos pueblos podrían acercarse á este ré- gimen que hace el objeto de los vanos deseos del filósofo, serian los orientales á quienes la ley de Mahoma prescribe los mas rigurosos ayunos. El de Ramadan en particular es una especie de de- safío hecho á la naturaleza humana, y los de los musulmanes que los mas gimen bajo los grillos de la superstición, añaden también á ellos los de su abstinencia á los perfumes, á no tragar su saliva con designio premeditado, y por guardar un si- lencio riguroso para no respirar el aire que po- 21 dria alimentarles. Es verdad que estos sectarios disminuyen sus necesidades por fanatismo y no por filosofía, pero se pierde el fruto de estas esperien- cias para el discípulo de la naturaleza. Un holandés del penúltimo siglo que se decía el Mesías y que hizo su curso de milagros en las casas pobres, se atrevió á mas todavía, que el mas celoso de los Dérvis: pues pasó cuarenta dias con sus noches sin comer, y fué preciso creer en este prodigio porque Baile que ha sido tan séptico, lo creyó y lo anunció á toda la Europa. El hecho mas estraordinario de este género es el que se refiere en las transaciones filosóficas. Un hombre vivió diez y ocho años con solo agua. Es probable que su sangre estaría enteramenta fría, y que tal estado de torpeza haría mas lenta en él la circulación de los fluidos, disminuiría sus secreciones, y le impediría debilitarse transpiran- do. Un tal individuo pertenece entonces mas bien á la clase de los lirones que á la de los hombres. Dejemos ahí los prodigios, y establezcamos so- bre algunos hechos el régimen que conviene al hombre para impedirle que se degrade. Digan lo que quieran los fondistas, los carniceros y los médicos sobre una moda cruel que protegen por- que les hace vivir: la naturaleza desde luego no ha prescrito al hombre degollar á los animales para nutrirse de ellos; y si les hubiese dado esta ley de sangre seria preciso considerarla como el mal principio y que no ha producido los seres si- no para burlarse de su ecsistencia. 22 Los físicos han observado que el uso de la car-? ne hacia mas feroces á los animales: la analogía nos conduce á pensar que los mismos alimentos producen en el hombre la misma ferocidad. Nuestra sola organización depone contra la uni- versal prevención de los europeos. Si naciésemos carnívoros como los tigres y jaguares, tendríamos sus garras para tomar nuestra presa, y sus dientes para devorarla. Por último el hombre es bastantemente casti- gado de su blasfemia contra la naturaleza, por las enfermedades que produce el género de alimentos á que se condena. Está probado que la carne es en general una nutrición muy fuerte para nues- tro estómago: los sucos de que ella abunda cor- roen poco á poco la felpa de esta viscera, minan todos los reservatorios en que se detienen por su acrimonia, y preparan la espesura de los fluidos, la inercia de los órganos y la apoplegía. El peligro aun es mucho mas grande, cuando se acostumbra á la mezcla de las carnes y á to- dos los simples para sazonarla. El estómago llega entonces á ser un volcan en que los alimentos fer- mentan, y tarde ó temprano se hace la esplosion dando la muerte. Orfeo es uno de los sabios que mas ha mereci- do del género humano: nacido entre salvages que pasaban su vida en cazar las bestias feroces y en imitarlas, los civilizó dándoles costumbres pacífi- cas y ordenándoles ser frugívoros sopeña de do- $or y remordimiento. Platón dijo,- que era una 23 de las primeras leyes del código de Orfeo la abs« tinencia de la carne de animales. Pitágoras que habia estudiado en los libros de Orfeo y de la naturaleza, llevó el mismo régimen al oriente, y la larga vida de sus discípulos ates- ta su escelencia. Es verdad que este legislador hi- zo mal en prohibir las habas y malvas como pro- tegidas de los dioses, porque las legumbres no son mas sagradas que los árboles; y porque las costum- bres pacíficas san un don muy hermoso, para que no se mezclen en él los errores del pueblo y las preocupaciones de los sacerdotes. La abstinencia pitagórica aun está en uso en toda la Asia. En nuestra Europa algunos sabios que han tenido valor de vivir para ellos la han adoptado, siendo de este número el grají Newton, quien aunque anadia el uso del pescado era me- nos por gusto que por condescendencia á la so- ciedad en que vivía, creyéndose obligado á res- petar sus debilidades. Los físicos han observado también que la nu- trición de los pescados espesaba la sangre, dis- minuía la transpiración y engendraba las enfer- medades cutáneas. En efecto la mayor parte de los pueblos ictiófagos están sujetos á una especie de lepra; y la historia refiere que los de los griegos que no quisieron adoptar en Egipto el régimen dietético de Orfeo, fueron acometidos de la abo- minable enfermedad de la elefancía, la cual se anuncia por la pelonía total y por los ecsotosis, hallándose el cuerpo corroído de horribles úlce- 24 ras, y por un cáncer universal que penetra hasta la osamenta. Las causas y efectos de esta enfer- medad están conocidas, y hasta ahora ningún médico ha podido curarla. Tan verdad es que el uso del pescado, unido á la neblina infectada que ecshalan las aguas del mar ó tanques, es el principio de este azote; que la costa marítima del Asia y la baja Egipto han sido siempre miradas como su suelo natal. También en Europa no se ven hoy algunas tra- zas de esa enfermedad sino en ciertos países ma- rítimos , tal como la Irlanda, la Groelandia y la Noruega. El autor de la historia de la elefancía preten- de que el fuego de San-Antonio, el mal Pérsico, la plica Polonesa, el escorbuto y las enfermedades venéreas, no son sino los arroyos de este origen en- venenado: esta conjetura vale bien las de Astruc, de Mr. Paw y las del autor de la Cacomonada. Los de Kamchada que se nutren de pescados corrompidos, viven raramente mas de los cincuen- ta años; y si aun llegan á esta edad á pesar del germen venenoso que transmiten sin cesar en su sangre, es porque su vida activa impide á ese ger- men de residir en ella: es decir que la transpira- don es el antídoto de su veneno. En cuanto á la edad madura de algunos ceno- vitas que al parecer han vivido de pescado, no es preciso atribuirla al género de alimentos á que se dedicaron, sino á la vida simple y uniforme que llevaban, á su situación local, ó por otras cau- 2«5 sas ocultas; y si con su frugalidad y su apatía hu- bieran sido frujívoros, serian menos admirados por el número de sus centenares. Observo que los romanos nunca fueron mas vigorosos de cuerpo y de entendimiento, que cuando sus Fabrícius y sus Cíncinatus vivían de las legumbres que ellos mismos sembraban. El lujo vino después á enervar sus órganos y su al- ma. Lúculo hizo servir el despojo de un pueblo á los gastos de una comida. Craso apareció en público llevando el luto de un pescado, y Roma tuvo dueños. Una tierra estéril, un cielo que favorece la flo- jedad del carácter y también algunas veces la des- esperación, han obligado á pueblos salvages á nu- trirse de animales de que tienen horror los civi- lizados. Hay en Etiopa tribus enteras que no vi- ven sino de langostas, y así á los cuarenta años de edad se engendran insectos con alas en la san- gre de estos acridófagos, de suerte que los anima- les que ellos han devorado, los devoran á su turno. No es en la clase de los etiopes que es preciso poner á los ofiófagos. Shaw asegura que en los contornos del Gran-cairo hay cerca de cuarenta mil personas que comen serpientes; pero añade que es para no temer la picadura de los reptiles ve- nenosos que se propagan en el ardiente clima del Egipto. No hay duda que su sangre se empobre- ce con este alimento lleno de sal alcalino „ pudien- do creerse que fueron ofiófagos los antiguos Si- 4 26 las, que hacían oficio de curar las heridas envene- nadas chupándolas. En fin, por no dejar de haber ninguna suerte de delirio de que sea capaz el espíritu humano, han ecsistido antropófagos, y los historiadores ha- bian atestado ya este hecho deshonorante para la especie humana aun antes que Homero hubiese pintado su Polifemo. Pero los viajantes ó bárba- ros que han visto mal, ó tenido interés en ello, han ecsagerado prodigiosamente el número: y en verdad el ser que se dice rey de la naturaleza se ha hecho ya bastante odioso por sus crímenes, para' que no se le marchite su memoria por calumnias. Es probable que en todos tiempos el delirio de la venganza ha podido obligar á los salvages ven- cedores á comer sus prisioneros después de una guerra larga y sangrienta; pero un esceso de fre- nesí de parte de algunos individuos nada prueba contra el carácter dominante de una nación. Los tentiritos no han sido acusados del crimen de ca- níbales porque uno de sus fanáticos se comió á otro de ellos, y seria injusto que porque en Ams- terdam se devoró el corazón del famoso de Witt, y en París el del mariscal de Ancre, se ponga á los holandeses y franceses en el rango de los an- tropófagos. Por respeto que tenga á Tito Livio, no puedo creer bajo su palabra, que Aníbal hizo distribuir á sus soldados carne humana para hacerlos mas temibles á los romanos: el historiador del siglo de Augusto calumniando al héroe del África , pro- 2/ curaba sin duda labar á sus conciudadanos del oprobio que repartía sobre ellos la ruina de Car- tago. Entretanto no quiero esparcir las tinieblas del pirronismo sobre la historia de los pueblos bár- baros. Sé muy bien que los adoradores del Teu- tates y de Irminsul han comido hombres algunas veces; tampoco niego que este uso atroz se ha ob- servado entre algunos caribes, en las ordasde los caníbales y entre los Jagas tan celebrados por los condes de Cavazi y de la enciclopedia. También si se quiere, estaré de acuerdo contra toda verosimilitud, que en el palacio del rey ne- gro mococo se matan diariamente doscientos hom- bres así criminales como esclavos de tributo, para la comida del soberano y de su casa. Apesar de todo no es de temer, que estos horrores desagra- dables lleguen nunca á ser de moda en los pue- blos que tienen costumbres y leyes: el instinto solo sirve al hombre de preservativo contra iguales atentados, sin que haya necesidad de consultarse al filósofo de la naturaleza. También será inútil reclamar contra el dogma monstruoso de Crisipo, que permitía nutrirse de cadáveres ¿ Cual puede ser la autoridad de un hon> bre que hizo setecientos volúmenes, y que no tra- bajaba sino después de haber tomado el eléboro? No ignoro que el crimen de comer un hombre muerto es nada en comparación al de asesinarlo: pero es imposible que el dogma de Crisipo ten- ga partidarios. La sensibilidad depone muy viva- 28 mente contra esta paradoja, y jamas se usará que los muertos tengan por sepulcro el estómago de los que les sobreviven. CAPÍTULO V. De la medicina y de los médicos* En ningún lugar de esta obra es tan adecuado tratarse este capítulo, como á la seguida del de los alimentos; por ser los que mas contribuyen á enfermar al hombre, ya por la ignorancia de sus calidades, como por el abuso en la gula ó destemplanza. Las sabias ideas que se han escrito sobre la me- dicina y los médicos, me ahorran sin duda produ- cir las mias con la misma estension. Así evito cual- quiera censura en copiarlas, protestando no ser mi ánimo la sátira de los dignos facultativos, sino contribuir á que se adelanten las luces sobre un ejercicio tan interesante como peligroso á la hu- manidad, y con el objeto también de que sepan conducirse en sus males los que tengan la desgra- cia de perder su salud. Empieza así el sabio escritor „ Pido perdón á todas las facultades de medicina, por ser verda- dero en una discusión en que ellas desearían que no fuese sino prudente. Me cuesta mucho derri- bar altares; pero porque mi pluma es pacífica, es 2£ que se levanta contra los cultos sanguinarios, y no destruyo sino para prevenir mayores destruc- ciones. La medicina de los doctores se define el arte de conjeturar: así en la escala de los conocimien- tos humanos, es preciso colocar este arte con el de descifrar geroglíficos y componer almanaques. Ella es desde luego fútil por sí misma „ pues cuan- do el enfermo sana, todo se debe á la naturaleza y nada á los doctores. Digo mas y es lo que despedaza mi alma: la medicina es el mas peligroso de nuestros conoci- mientos, porque no puede adquirirse, sino ha- ciendo una caterva de esperiencias: así es que un doctor asesinando álos padres, aprende á curar á su posteridad. Los hombres sin principios que creen degra- dar la máquina animal, si la mano de un doctor no remontase á cada instante sus resortes, no sa- ben que la medicina fué ignorada de los griegos durante quinientos años, es decir todo el interva- lo que corrió entre la guerra de Troya y la del Pe- loponeso; y que no fué conocida de los romanos en espacio de seis siglos, sino por el oprobio que repartieron sobre los que la ejercitaron, pues siendo desterrados de la Italia cuando vinieron á Roma de los países que conquistó, acordó después su ejercicio á viles esclavos luego que el lujo ec- sijió su tolerancia; de suerte que Augusto, que pudo todo lo que quiso, deseando ensalzar la me- dicina por súplica de Antonio Musa, fué obliga- 3° do á espedir un decreto que libertaba perpetua- mente á los médicos. En fin aun hoy en esa mi- tad del Asia en que se conserva el régimen de Pi- tágoras, no se ven en ella tantos centenares, sino porque tampoco se ven médicos. Quisiera saber sobre que se ha fundado el atre- vimiento de las decisiones de nuestros modernos médicos. Los tres hombres de genio de que se honran, que son Hipócrates, Sidenhan y Boer- haave se encierran sin cesar en los límites del mas rígido cepticismo, pues dan á entender á cada página que las escepciones son siempre mas nu- merosas que las reglas, y que apenas por cin- cuenta años de trabajo se compra el derecho de establecer algunas conjeturas. ce Los doctores que han hecho tantos libros ab- surdos para esclarecer los hombres y tantos homi- cidios para curarlos ¿conocen muy afondo el me- canismo del cuerpo humano para cambiar á su gusto sus resortes y sus ruedas? ¿tienen algunas luces sobre el fuego, principio que vivifica los se- res, que los produce y que los descompone? Es muy probable que la mayor parte de nues- tras enfermedades derivan de la alteración del suco nervioso, y no pueden establecerse sino frivolas conjeturas sobre la naturaleza de este fluido que parece el estracto de todos los otros, sobre el me- canismo que emplea el cerebro para filtrarlo, y sobre la rapidez con que es transmitido por los ner- vios á todas las partes del cuerpo para obrar nues- tras sensaciones. La naturaleza nos demuestra los 31 efectos dejándonos ignorar las causas: ella traba- ja tras del teatro para ocultar sus resortes y contra- pesos, y nuestros doctores están tranquilamente en el patio, despachando sus paradojas, sus ve- nenos y sus recetas. ¿Como el médico aplicaría a propósito lo que él llama sus remedios, cuando casi siempre igno- ra el parage de las enfermedades ? ¿ cual es por ejemplo el sitio de la fiebre mas ordinaria de las que atacan á los hombres civilizados en los dos mundos? Galeno la coloca en el corazón, Mor- ton en el cerebro, Silvio en el páncreas y Boglivi en el mesenterio: es probable que los cuatro no tienen razón pero sí partidarios; y antes que el mundo esté de acuerdo, cada uno mata sus en- fewnos por la gloria de su maestro y por el ade- lanto de su doctrina. Los médicos confiesan que hay enfermedades incurables, tal como la gota y el humor corrosivo del cáncer; pero el principio morvífico que alte- ra la máquina humana en estas dos circunstancias ¿nunca ha tenido otro desenvolvimiento? Entre las enfermedades físicas hay la misma filiación que la moral descubre entre las del alma: la misma" causa que da la gota á mi padre puede á mí darme la fiebre, y quizas ha dado áMahoma la epilepsia. ¿Por qué temeridad pues se cree que yo quede curado cuando no se atrevió curarse á mi padre, y cuando todo el arte de los Hipó- crates de la Arabia nunca ha podido paliar el mal vergonzoso de su profeta ? 32 La verdad es que no hay ninguna enferme- dad incurable por la naturaleza y que todas lo son por los médicos. Sin embargo de tantas razones para que fue- sen modestos, ved la intrepidez con que los doc- tores se burlan de la vida y de la muerte de los ciudadanos. Al primer golpe de ojo juzgan de una enfermedad, aunque su génnen haya espe- rado algunas veces hasta veinte años -para desen- volverse : déspotas hasta en los términos del arte, dan á sus frivolas recetas el nombre fastuoso de ordenanzas, y cuando en su orgullosa ignorancia no ven mas recurso contra el mal que empeoran, estos terribles inquisidores condenan su víctima á morir desde lo alto de su tribunal. Es verdad que de tiempo en tiempo el enfermo apela de elios á la naturaleza, y esta lo cura á la vez de su mal y de su idolatría por los doctores. Es por una consecuencia de este despotismo, que la medicina mil veces menos útil á los hom- bres que la cirugía , no cesa entretanto de per- seguirla; es también por la misma razón, que los doctores se levantan contra todos los remedios que ellos no han inventado; que han proscripto la ipecacuana antimonia y la inoculación ; y que siempre que un estranjero simplifica el arte de curar, ellos emplean la autoridad para cargarle de grillos; como si los anatemas de una facultad impidiesen á los vejetales saludables de ayudar á la naturaleza ¡ y como si la propaganda enca- denando á Galileo hubiese impedido á la tierra que turne al rededor del sol! 33 Cuanto á la mayor parte de los remedios que se hallan en todas sus recetas, ó no sirven de nada y es lo que puede ser mas feliz al en- fermo, ó ellos obran con violencia: entonces des- pués de haber curado la enfermedad, es preciso curar después los funestos efectos del remedio. Un médico filósofo, penetrado de la futilidad de su arte, se esplicó en nuestros dias con fran- queza en uii apólogo. La naturaleza, dijo él, está luchando con la enfermedad: llega un ciego, que es el médico armado con un bastón para ponerla de acuerdo: él levanta su arma sin saber donde hiere : si atrapa la enfermedad, la destruye, y si cae sobre la naturaleza, la mata. A este sufragio puede añadirse el del hombre mas elocuente de este siglo. El arte de la medi- cina dijo, es mas pernicioso á los hombres que todos los males que pretende curar... El está en moda entre nosotros y debe estarlo, porque es la distracción de los hombres ociosos y holgazanes, que no sabiendo que hacerse de su tiempo lo pa- san en conversar... Es preciso que esas gentes ten- gan médicos que los amenacen para lisonjearlos, y que les den cada dia el placer de que sean sus- ceptibles , como el de no morirse... En general la medicina puede ser útil á ciertos hombres, pero sostengo que es funesta al género humano.... Se me dirá como se ha dicho sin cesar, que los de- fectos son del médico, pero que la medicina es por sí misma infalible. Está bien: que venga ella sin médico, pues mientras que vengan juntos, ha- 5 34 brá que temer cien veces mas los errores del ar- tista que esperar los socorros del arte. ¡ Y estos son entretanto los ciegos que gobier- nan la Europa con sus recetas, así como las an- tiguas Sibilas la gobernaban con sus oráculos! La medicina no cura al hombre del mal físico, y aumenta en él el mal moral: ella le da con el tiempo una alma pusilánime, le sustrae de sus deberes para prevenir los males de opinión; y aislándolo en medio de la sociedad, ciñe su ecsis- tencia al solo instinto que le conduce á conser- varse. No me lisonjeo de destruir la moda que se ha introducido desde mucho tiempo en nuestras ca- pitales de tener un médico de casa, como se tie- ne un mayordomo y un papagayo. El mismo Mo- liere, azote de los doctores tenia uno de ellos: es verdad que cuando Luis xiv le ecsigió el moti- vo de esta contradicción, respondió con pureza el hombre de genio. Este hombre es mi amigo: cuando estoy enfermo me da consejos: yo no los sigo y me curo. A pesar de la epigrama de Moliere, es preci- so ser justo: los consejos de un hombre que ha estudiado la anatomía y la historia natural de- ben seguirse algunas veces; pero es necesario te- ner el aliento de juzgar á sus jueces, y no aban- donarse á ellos sino á la última estremidad, pues entonces es igual pagar el tributo á la natura- leza ó ser muerto por los médicos. La medicina de los doctores no es pues en ge- 35 neral sino el arte de adular al hombre enfermo: veamos si la medicina de la naturaleza seria el arte de curarlo. La naturaleza no hace seres enfermos; por con- secuencia, la enfermedad es un estado contra na- turaleza. Cuando nuestra intemperancia, ó el desorden de nuestras pasiones, ó cualquiera otra causa han alterado la economía animal, es preciso que una crisis saludable la restablezca, ó que la máquina se descomponga. Así la naturaleza no tiene necesidad sino de su energía para combatir el mal que le es estraño; y siempre que los órganos no estén debilitados por la edad ó por el abuso de los placeres, ella lo combate con suceso, escepto quizas en el ca- so de un contagio. El combate entre el mal y la naturaleza se anun- cia ordinariamente por la fiebre: el movimiento se acelera entonces en la sangre y en los humo- res : las arterias multiplican sus latidos: todo ha- ce esfuerzo contra la materia heterogénea: en fin la crisis sobreviene, la naturaleza vence y el mal es curado. Cuanto á los remedios que pueden acelerarla salida del humor morbífico, es la naturaleza que los indica, y no las caprichosas recetas de los doc- tores; he observado en las fiebres pútridas que los enfermos no gustaban sino de las naranjas y be- bidas acidas : el italiano picado de la tarántula suspira por la música que debe curarlo. 36 Sobre todo en los animales que están mas al alcance que nosotros de oir la voz de la natura- leza, es que su instinto triunfa. Si un gallo en- cerrado tiene necesidad de un absorvente que cor- rija la acritud de sus humores, tragará la cal de las paredes: un perro enfermo vá á buscar en un jardín la planta que debe purgarle. Se sostiene que el caballo marino sobre carga- do de sangre, se frota con juncos que le despe- dazan y se cura por medio de esta emorragia. Y que no se diga que el hombre enfermo no sabría procurarse sino á gran costo los simples que puedan acelerar la crisis de la naturaleza: el abeto tan común en el Norte, destruye por la efi- cacia de sus botones ó vastagos la acrimonia de la sangre que contraen los pueblos ictiófagos: el berro, la romaza, la coclearia, y todos los anti-escorbúticos abundan en los países cenago- sos : sobre todo en los países donde son endémi- cas las enfermedades venéreas, se halla el guaya- can, la zarzaparrilla, la lobelia y todas las plan- tas sudoríficas, á las que otros están obligados á sustituir el terrible remedio del mercurio. La mas temible de las enfermedades que es la elefancía, cuyo germen parece fijo en el"%rdíente clima del Egipto, no podría curarse sino con cal- dos de una especie de vívora que se halla con abundancia sobre los bordes del Nilo. Sobre todo es preciso, que cuando el instinto ó la esperiencia de los sabios nos ha hecho cono- cer algún específico contra las enfermedades que 37 derivan de nuestra incontinencia, no se mezclen jamas coi otros remedios. De la unidad de la hi- pecacuana ó de la quina es que depende su su- ceso en la disenteria, ó en las fiebres intermiten- tes. En fin separándose de esta sencillez primiti- va , es que los doctores logran á menudo volver peligrosos los remedios de la naturaleza, hacien- do del cuerpo del hombre un laboratorio de al- quimia, en que del crisol sale la muerte en lu- gar de la grande obra. Hombre sabio, hombre intemperante ¿ queréis curaros? Simplificad vuestros remedios, pensad que no tuvieron los romanos en seiscientos años otra farmacia que algunas plantas indígenas: ¿ creéis que ellos habrían hecho tan grandes co- sas , si hubieran pasado su vida en temer la muer- te ? hubieran ellos conquistado el mundo si hu- bieran sufrido la tiranía de los médicos ? Uno de los medirte mas seguros, para acelerar la crisis saludable que debe purgar nuestros flui- dos de toda materia heterogénea, es la transpira- ción ; y el arte la facilita por las fricciones, por los sudoríficos y sobre todo por el uso oportuno de los baños. Los antiguos romanos prevenían ó curaban casi todas sus enfermedades bañándose en la agua fria: hoy también los turcos y los rusos egecutan pro- digios en este género, y no podemos contradecirles por no tener el valor de imitarlos. Los baños de aire aun serian mas útiles que los de agua, si se supiese.tomarlos: alguna parte de 38 las enfermedades de las capitales se adquieren por respirar el aire envenenado de las camas, de los coches y de las salas de los espectáculos; puede precaverse de ellas si de tiempo en tiem- po se fuese á la cima de alguna montaña, en que despojado de sus vestidos se gozase libremente del aire y de la naturaleza: pero seria preciso ir á pie llegando al amanecer para que fuese mas efi- caz: pues la gente ociosa no usa andar, y nuestras lindas mugeres serian bien incómodas de conocer otra aurora que la de Ovidio ó del teatro de la ópera. El ejercicio, la frugalidad y el equilibrio en las pasiones; he aquí para el hombre sabio el me- dio de estar siempre sano: el agua, el aire y al- gunos simples; he aquí el medio de curarse cuan- do algunos escesos lo han hecho enfermo. Si no hay fuerza para perseverar en la filoso- fía práctica, es preciso á 4¡» menos estudiar su temperamento para en la necesidad sustraerse de la tiranía de los médicos. No conviene al hombre sanguíneo sino platos suaves y privados de sazones: cuando él está en- fermo, no tiene precisión sino de remedios pro- pios á refrescar la sangre y á calmar su •eferves- cencia. Los temperamentos pitituosos piden los amar- gos, los cordiales, las bebidas astringentes y todo lo que pueda fortificar el tejido fibrilar y multi- plicar sus oscilaciones. La naturaleza indica al hombre vilioso los nar- 39 cóticos, las bebidas ligeramente acidas, algunas aguas minerales; y todo lo que puede dividir los humores y templar su acrimonia. El temperamento melancólico es quizás el bilioso llegado al estremo. Las enfermedades que él origina se curan por el mismo régimen: no de- be sino recomendarse mucho al hombre melancóli- co el agua por bebida, el paseo, la equitación, y una mezcla feliz de trabajo y de placeres. Reduciendo sin cesar el hombre á la natura- leza, no pretendo como Paracelso lisonjearle de una vana inmortalidad. Es indispensable que nues- tros resortes se alteren en razón de su tensión, que el fuego, principio que nos ha organizado, nos consuma, y que todos los fluidos que circulando en nuestros vasos mantienen nuestra ecsistencia, se evaporen por el frotamiento; pero quisiera que el ser pensador tuviese como el que vejeta, el privilegio de acaÜir la carrera que la natura- leza le ha señalado, para que antes de tiempo no perezca por sus faltas ó por la orgullosa ignoran- cia de los médicos. Después de haber escrito este sabio sobre la medicina y sus doctores, ha ido progresando esta ciencia en el discurso de cincuenta años mas ó menos, en que dio á luz sus pensamientos. Se han visto en Europa escelentes médicos que hacen ho- nor á. la profesión; pero este adelanto se ha de- bido sin duda á las luminosas ideas de aquel es- critor, que marcando la ruta á los estudiantes, increpaba á los médicos su ignorancia criminal con que se multiplicaban los homicidios: así los estimuló al estudio de la anatomía, de la botáni- ca y de todos los conocimientos físicos análogos al cuerpo humano; siendo estos los verdaderos prin- cipios para el probable acierto en la curación de los males que turban el curso natural de la vida. El talento de curar debe tener ciertas reglas infalibles, así como las tiene el de regular el de- recho político y el civil. Todas las ciencias en sus principios han sido conjeturales. El tiempo, la invención, el injenio, las nociones preliminares, la dolorosa esperiencia de tantos siglos y la con- tinua aplicación literaria, han sido los motivos poderosos para que un entendimiento ilustrado haya establecido acsiomaS y dictado reglas fijas en todas las ciencias, que cada vez se irán pu- rificando hasta su mayor perfección; y llegará tiempo en que el defecto no consistirá en la fa- cultad, sino en el que la e^rza por carecer del genio adecuado y de la suficiente capacidad, CAPÍTULO VI. Del carácter. Esta palabra debe considerarse respecto de mi asunto, como una cualidad física en la especie hu- mana, ó como un sentimiento moral. Como cuali- dad física, corresponde su conocimiento á todo lo 4i que puede contribuir á la conservación de la energía y regularidad de los órganos, ó mejorar- los. De este modo debe el hombre disminuir la infinidad de males que le acarrean sus desórde- nes , originados mas por su ignorancia que por la saciedad de sus deseos. El estaría entonces sujeto á los que eran imprescindibles en fuerza de los elementos de que está formado, y de los efectos naturales de la tierra en que lo colocó el Omni- potente. El carácter humano como un sentimiento mo- ral, debe tener dos consideraciones: la primera con respecto á la religión, y la segunda con ten- dencia á la sociedad. Reconociendo el hombre á su creador supremo para admirarlo y consagrar- le la pureza de su corazón; y observando las re- glas de conducta que ecsigen las relaciones socia- les en toda su estension: he aquí la posible feli- cidad del género humano, con que se hace apre- ciable la vida, y estendiéndola á cuanto permite la naturaleza. Así, para entrar en su estado futu- ro, recibe la muerte con impavidez, se arroja con confianza en los brazos deda divina Providencia, y su misma muerte pacífica evitará los dolores agu- dos del pesar de su familia, y de todo lo que le afectaba. Este es el verdadero carácter que debe tener el hombre, pensando y obrando constantemente según los principios referidos, y que espresaré con la mas posible ecsactitud en los capítulos que di- viden las partes de este discurso. 6 42 Sin embargo, no será fuera de propósito hacer otra esplicacion del carácter humano en cuanto distingue á una persona de otra por las calidades del ánimo y del ingenio; pues todo contribuye al gran objeto de la instrucción general para la conducta pública y privada de los individuos. Hablando con un sabio que ha tratado la ma- teria, digo pues que en este sentido todo hombre tiene carácter, siendo maravillosa la infinita di- versidad de los que le constituyen, y evidente que obra en esto la misma naturaleza. Quizás no se halla sobre la tierra dos granos de arena, ni so- bre ningún árbol dos hojas perfectamente homo- géneas: lo cual induce á convencer que la fí- sica de los espíritus no tiene otras leyes que la de los cuerpos. Aunque estos fuesen esencialmente iguales, se hallaría siempre alguna diferencia por el mismo órgano de la vista, pues la pasión da un color par- ticular á todo lo que se mira con ella. Un micros- copio cambia las modificaciones de los cuerpos, y el carácter es el de los seres inteligentes. Con todo, hay algunos que parecen sin carácter porque no tienen sino cualidades indetermina- das; y cuya alma sin vicio y sin virtud, no ofrece ningún rasgo sobresaliente, lo mismo que sucede con los rostros sin fisonomía. Muchos consideran que los hombres sin carácter son muy peligro- sos en la sociedad, porque la bondad de sus miem- bros no se funda sino en el comercio de los bene- ficios que supone la confianza. ¿Puede fiarse de 43 una estatua, cuyos resortes no se mueven sino al impulso de una mano estraña? ¿y que aprecio de- be hacerse de la virtud de un hombre que no me obliga, sino porque hoy sopla el viento del Este? Solón en una ley declaraba por infames á los ciudadanos que en una sedición no tomaban par- tido. El no pensaba protejer rebeldes, sino casti- gar á los hombres sin carácter. Todos los hombres difieren entre sí, y cada uno difiere del mismo: por eso es muy difícil conocer- se el carácter. Un magistrado juzgando, no está organizado como cuando está en la ópera. César en los brazos de Cleopatra no es el de Farsalia. ¿Y que intervalo tan inmenso no hay entre New- ton que hace gravitar los planetas, y Newton que comenta el apocalipsis? La falta de abertura en los caracteres impide también al filósofo someterlos á la antorcha del análisis. La misma verdad viene á ser mentira en la boca de Tiberio ó de Mazarin, y el hombre estúpido que cree adivinarse, sus mismas contra- dicciones lo disfrazan. Aun las. acciones mas brillantes no denotan evi- dentemente un carácter. La religión de Huet ha sido un problema á pesar de su demostración evan- gélica; y diez años de humildad en el cardenal de Montalto, no designaban sino el despotismo de Sisto V. ¿Quien creyera que la misma sinceridad pue- de servir de velo á un carácter? Un hombre sen- cillo no es tonto porque él ignore las cosas de con- 44 vención: su candor puede ser la simple espresion de una idea, y tener el fondo de ella mucha de- licadeza. Puede también contribuir el abuso de las pa- labras á que se dude sobre el carácter: por ejem- plo, se cree definir un hombre cuando se dice que él es serio; pero ¿cuan diversas matices no ve el filósofo en las varias acepciones de esta palabra ? ¿qué sagacidad no es preciso para subdividir al infinito los seres que el pueblo gusta confundir? Es uno serio, cuando se ha recibido de la na- turaleza una sangre templada, y fibras poco fér- tiles en espíritus animales. La habitud de las maneras graves y de los to- nos concertados, hace que el hombre parezca se- rio, aunque no sea propenso á la flema y á la misantropía. Una persona alegre llega á ser seria, cuando tiene abatido su coraje por el peso de la desgracia. Un hombre estúpido parece serio, porque sus órganos son pasivos y no hay soltura en los mús- culos de la fisonomía. Es serio un hombre de genio como Arquíme- des, porque toda su alma está recogida en sí mis- ma, y no parece que ecsiste sino por su inteligencia. El serio de la ociosidad, debe también distin- guirse del serio de la distracción y del de la ti- midez. Aun debe confundirse menos el hombre serio por acceso, que el filósofo serio por prin- cipio. Se abusa igualmente de los nombres que se dan 45 á otros caracteres. Los inventores de una lengua definen mal los hombres, porque no los conocen; el vulgo repite estas definiciones, porque les ahor- ran el embarazo de observar; y los filósofos qu& quieren escudriñar el corazón humano, se detie- nen á cada paso, ya por el idioma de la ciencia, y ya por sus dificultades. ¿ Será pues el carácter de los hombres un enig- ma que no pueda emplear toda la sagacidad del filósofo? No: sin duda el problema estará resuel- to, cuando se hable de la pasión dominante, por ser quien lo descubre sin poder ocultarse, y que- dará justificada la naturaleza. CAPÍTULO VIL Del temperamento. Parece que al hombre se atribuyó un tempe- ramento á comparación del clima. Esta idea fué sin duda luminosa; pero el modo con que se ha definido no es esacto, y aun puede considerarse absurdo. Se ha esplicado el temperamento del hombre como la constitución ó disposición proporciona* da de los humores del cuerpo ¿No seria mejor decir que es la cualidad constitutiva de las entra- ñas, ó de los sucos y humores que las alimen- tan ; pues que siendo aquellas la raiz del animal. 46 y estos la sustancia delicada y fluida que las vi- vifican, resulta por consecuencia que su virtud ó calidad es la que forma el temperamento del hombre ? Es bien demostrado, que el género humano tiene una misma organización y una propia for- ma ; pero se nota una infinita variedad en su es- tructura interior y esterior. Desde que él ecsiste, nunca habrá habido quizás dos hombres perfec- tamente iguales. Se há manifestado en las memo- rias de las academias muchas descripciones de las arterias de la cabeza, y hay en todos los dibu- jos una distinción singular. En la forma se no- ta la mayor desigualdad por el color, por las proporciones, por el tamaño, y por los rasgos ó delineamientos del rostro. Tau prodigiosa va- riedad es puro efecto de la naturaleza, quien re- servando la sencillez en sus planes, prodiga en los detalles la riqueza, la diversidad y la mag- nificencia. ¿Y como habría de evitarse la mo- notonía humana, con que se confundirían los in- dividuos y las clases? Con el temperamento sucede lo mismo: todos los hombres lo tienen, pero cada individuo de- riva el suyo peculiar de la mayor ó menor ener- gía de sus propios sucos y humores. Es muy sa- bido que el cuerpo, siendo compuesto de los lí- quidos y fluidos para el preciso sustento de los sólidos, se vigoriza ó enerva según sus cualida- des. Así es que mientras los resortes orgánicos mantienen su fuerza en mas ó menos grado de 4? actividad, solo puede templarse su esceso con ba- ños y bebidas suaves de algunos vegetales, ó con las fuertes y espirituosas, pues así es como se equilibra en los estremos la balanza de los hu- mores. El error en la definición que se ha dado al temperamento, ha inducido igualmente el otro de su división en sanguinos, biliosos flemáticos y melancólicos; es decir que los doctores gradú- an el temperamento del individuo, cuando se persuaden que á este predomina alguno de aque- llos fluidos; pero es un error tan perjudicial cuan- to infalible el desacierto en la curación, pues á menudo se tendría á un flemático por sangui- no, á este por bilioso, y al otro por melancólico. ¿ Qué se entiende por temperamento sanguino? ¿Será porque el individuo tiene mucha sangre, ó esta es ardiente? ¿Será el flemático por abun- dar de flema? ¿El bilioso y melancólico deri- varán también de la misma causa? ¡oh igno- rancia ! ¡ qué de ruinas has originado! El esceso ó vicio de aquellos humores no es natural sino adquirido, ya por la mala natura- leza de los alimentos, ó ya por el daño de al- guna viscera causado por la deprabacion de cos- tumbres, ó por otros motivos que degradan los sucos. Todos los hombres tienen sangre, bilis, y otros fluidos, y no porque estos se alteren,abun- den ó degraden por accidentes, ó abusos, debe tal estado marcar el temperamento. En tal concepto un flemático, pudiendo muy 48 bien abundar en sangre ó tenerla viciada papa ■una circulación violenta ó dolorosa ¿se dirá por eso que su temperamento es sanguino? Enton- ces un bilioso natural cambiaría con el tiempo en flemático. Si el temperamento del hombre es divisible, ninguna división podría ser mas natural y aná- loga que la de seco y húmedo, proviniendo el uno de la abundancia del fuego elemental en los fluidos y sucos, y derivando el otro del estre- mo contrario por predominar la parte aguosa. Así es que el temperamento debe calificarse por el grado de calor ó frialdad que constituye al hombre, á manera del termómetro con respecto al clima: de suerte que llega á ser gradual des- de el mas cálido hasta el mas frió, siendo los estremos los que contribuyen á la disolución del cuerpo: el uno porque seca el húmedo radical, y el otro porque apaga el calor natural. Bajo estos principios y probabilidades físicas, es necesario que el esceso de sequedad se tem- ple con baños, bebidas y manjares suaves, y por contrario concepto, el de humedad ó frialdad, con las espirituosas ó alimentos enérgicos; por ser así que los órganos vuelven á tomar su equili- brio ; cuyo estado llaman los médicos el tono del estómago. Con esta corta doctrina de esacta esencia se conocerá que el temperamento ardiente que con error se llama sanguino, proviene de la seque- dad del húmedo radical, y el flemático de la a- 49 bundancia de humedad en los fluidos: contribu- yendo á uno y otro vicio la depravación de los sucos por la mala calidad del alimento mas ó me- nos ígneo y aguoso que es lo que fija su can- tidad balsámica, ó por otros motivos de escesos y abusos. La melancolía puede decirse que es la perver- sión de la bilis ó cóleras, y también proviene de alguna entraña dañada por un humor maligno que la corroe: siendo por lo mismo en este úl- timo caso muy difícil de curarse, porque son en- tonces necesarios el mas fino discernimiento de un médico sabio, y una rígida dieta y conduc- ta del paciente. ¿Y por qué la melancolía es por lo común imposible de curarse? Porque para lle- gar al sumo grado, es preciso también una su- cesión de abusos y desgracias que debilitan los resortes, obstruyen la transpiración é infestan hasta los sucos y fluidos, aposándose después es- tos humores estraños ó viciados en algunas de las partes mas nobles y sensibles de los órganos que los van royendo hasta causar la disolución total. CAPÍTULO VIII. Del trabajo y egercicio. La organización del hombre, su mismo carác- ter espiritual, y la naturaleza desús sentimientos 7 sociales, demuestran que no fué creado para ú reposo. Si su forma lo constituye precisamente para toda clase de trabajo, también su alma le ins* pira obras maravillosas, facultándolo por su en- tendimiento á dirigirlas con armonía, brillantez y gusto. Por consecuencia la inacción es un estado con- tra la naturaleza del hombre, repugnando á su estructura, y propendiendo á su enervación. Es también la pereza un insulto á los designios del Creador, porque se desprecian los poderes que dio al alma para ejercitarlos. De otra parte, la falta de ocupación y ejercicio, induce desde luego al desorden moral y al odio de la misma vida. En virtud de estos principios, deben egercitar-* se todos los individuos del género humano. Es ver- dad que ni pueden tener una propia ocupación, ni una igual constancia, siendo lo uno incompati- ble con la sociedad y las diversas inclinaciones, y lo otro por la desigualdad de las fuerzas físicas é intelectuales, Siendo evidente que la sociedad civil ecsige para su ecsistencia diferentes artefactos y labores, pró- vida la naturaleza remedió esta necesidad con los distintos genios y temperamentos de los hombres, haciéndolos capaces para todo género de ejerci- cios. El gran talento de las cabezas de familia y de los gefes del gobierno económico nacional, es saber acomodar el genio y la fuerza á la ocupa- ción que deben tener los subditos en los empleos públicos y privados. . .3* Hay ejercicios puramente corporales, espiritua- les y mistos. Hay también hombres fuertes, débiles, estúpidos y perspicaces: por consecuencia para unos basta la fuerza física, para otros la intelectual, y para muchos el genio y la robustez á la vez. La distinción de todos estos ejercicios está bien demostrada y no necesita de esplicacion: solo si es de advertirse que los que se ocupan en traba- jos de fatiga corporal, requieren descanso; y los de ocupaciones sedentarias necesitan del paseo y recreaciones para la circulación de los fluidos y para la energía de los órganos. Esta es una doctrina tan importante á un buen gobierno, como útil á los individuos: porque el primer principio del orden social y de la moral pública, es la constante aplicación en ambos sec- sos, que es la que modera las pasiones ó deseos criminales; y porque en las familias jamas falta- rán la abundancia, la paz y la salud. De todos estos conocimientos es que derivan pre- cisamente los encantos y bienes de la sociedad civil, y la felicidad individual, aplicándose todos á los ejercicios y trabajos compatibles con su inclina- ción y con sus fuerzas. 52 CAPÍTULO IX. De la limpieza, vestido y adornos. El aseo contribuye tanto á la salud, como el buen alimento. Las manchas corporales obstru- yen casi siempre la transpiración, endurecen el cutis, y todos los humores se alteran con la su- ciedad esterior que pompa el cuerpo, embotán- dose los hálitos sanos. El agua fresca ó templada es preferible para la limpieza al prepararse al sueño; siendo rara vez oportunos los licores ó es- píritus artificiales, y los cocimientos aromáticos. Lo mismo sucede con el vestido. La calidad de las ropas, y su manufactura ha de ser compati- ble con el temperamento del individuo, y con el clima en que se vive. Todo vestido ha de ser también proporcionado á los contornos del cuer- po, evitándose lo ridículo, y dejándose á los mús- culos su libertad, para que los miembros ejerzan francamente sus funciones en cualquier acción, ciencia ó arte. Muchos individuos enferman por la calidad y clase de las telas en sus vestidos ó ca- mas, y no pocos, principalmente las jóvenes y ni- ños, han sido víctimas de la apretura por modas ó por un uso absurdo y salvage, ó por las pie- les ó lanas que forman su lecho. Los adornos han de ser igualmente análogos á los elementos de su constitución, y sin ofender la 03 figura. En ambos secsos los barnices ó afeites, los peinados, mutilaciones, pinturas y prendas han sido bizarros, han maltratado el cutis y han perjudicado las fibras ó nervios. Así es que para usarse han de ser abonados los unos y los otros de modo que no depraven la máquina. La deli- cadeza y elegancia en los adornos y vestidos no solo influyen en la hermosura, sino en la sereni- dad y placer del corazón, que son los signos ine- quívocos de la salud y de la moralidad. CAPÍTULO X. Del placer de la reproducción, ya en la mezcla como en solo. El abuso de este gozo por falta de sazón, es una de las primordiales causas de nuestras enferme- dades y dolores. y algunas veces de la deprava- ción moral. El corazón se enerva perturbándose sus fluidos á fuerza de los placeres inmaturos con la frotación del órgano ó del instrumento genera- dor; ó se deprava en su calidad moral, porque la energía y bondad de sus humores influye mucho sobre su providad y su rectitud; y porque aflo- jándose también sus resortes intelectuales, apenas se atina con la razón por científico que sea el individuo; y tanto el mal se aumenta, cuanto que hay esceso, 34 Todo padre de familia, 6 rector de los edu- candos que se halle poseído de estos conocimien- tos por su desgraciada esperíencia, por su instin- to, ó por su ciencia, deberá ser muy vigilante con los niños de cualquiera secso para impedir- les directamente el uso de su impotencia, ó lo inmaturo del placer natural de la generación, y cualquiera otro deleite innatural de la reproduc- ción. Cuando el individuo está sazonado, no hay otro peligro contra la salud, que la repetición de ac- tos hallándose ecshausta la esperma, equivaliendo á lo temprano, como los estravíos y abusos con criaturas de diversas cualidades de la materia; ya por lo que enerva, y ya por la aspiración de flui- dos estraños que envenenan la pureza de nuestros sucos, quebrantándose así la sanidad, ó acortan- do la ecsistencia. Con esta sucinta y casi misteriosa esplicacion he dicho lo bastante, sin estenderme por no he^ rir la preocupación que se ha radicado en todo pueblo culto de no ser permitido emitirse los con- ceptos con las palabras de su franca significación, aunque no se repara que todas ellas están escri- tas en los diccionarios, y sin atenderse á que con doctrinas enfáticas no han de aprender los que ca- recen de la educación científica, ó de una razón muy versada. 3$ CAPÍTULO XI. De las pasiones. El conocimiento de las pasiones es dé loa más importantes: viene á ser como la llave que abre la puerta á la sabiduría, por la influencia qué tienen en lo físico y moral* No se trata de la pasión en cuanto hace sufrir al hombre por sus enfermedades, sino por ló qué turba la principal entraña centro del alnia sin Caü«- sa morbífica. Los filósofos han definido está pasión de Varios modos, y la que mas adecúa es la siguiente: él ímpetu ó inquietud del corazón por algún motivó que hace gozar Ó sufrir. Estos motivos pueden Ser de un sentido físico y de un sentido moral: tantas Serán las pasiones cuantos fueren los motivos: y aunque en esta par* té solo se trata del hombre físico, no se estraña- rá que se mezclen en este capítulo las pasiones de un sentido moral por la conecsioñ é influen- cia que tienen sobre la animalidad, y porque así se percibirá una idea completa de las pasiones* Pero me parece preciso antes de entrar en ésta esplicacion, manifestar lo qué es el alnia en sü Cua- lidad sensible. Se dice que ha mas de cuatro mil años se está discurriendo y disputando sobre su esencia, y hasta ahora Up se ha conocido* Por Id 56 que espuso cierto filósofo en la oración fúnebre de un Parsís, parece que el alma es el producto de la materia, ó la sustancia de sus elementos. Así esclamaba el discípulo de Zoroastre. ¡ Oh tierra madre común de los mortales, vuelve á to- mar del cuerpo de este héroe lo que te pertenece! ¡ Que las partes acuosas contenidas en sus venas se ecshalen en los aires para que vuelvan á caer en lluvia sobre las montañas, hinchen los ríos, fer- tilicen las campiñas, y corran al abismo de los mares de donde han salido l Que el calor concen- trado en este cuerpo se reúna al astro origen de la luz y del fuego! Que el aire comprimido en sus miembros, rompa su prisión para que los vien- tos lo dispersen en el espacio! Y tú en fin ¡ oh alma! vuelve á la sustancia incógnita que te ha produ- cido. Con este corto rasgo de la idea del alma, pa- saré desde luego á la esplicacion de los motivos que alteran sus naturales palpitaciones, afectos y deseos. El miedo es uno de ellos y se origina de la aprehensión, del remordimiento, ó de la vista de algún peligro que amenaza ó se recela. El miedo produce el sobresalto, el pavor, el terror, el asom- bro, el espanto; siendo estos motivos de mas ó me- nos ímpetu en el órgano principal, conforme á la ignorancia ó las preocupaciones, y á la de- bilidad. La ira nace de la indignación y del enojo cau- sados por él odio, por el colmo de la injusticia 57 y por la desgracia: ella se eleva hasta él furor, arrebato y desesperación. El celo, la envidia y las injurias producen violencias iracundas hasta efectuarse crueles venganzas. El pesar es otro motivo que perturba el ánimo, y si el corazón lo abriga, produce el llanto, so- llozo, lamento, suspiro, agonía, fatiga y ansia: degenerando á veces en la melancolía que con- duce al sepulcro. La pérdida de lo que se ama, la dificultad insuperable por el logro de los de- seos y afectos, los infortunios y todo objeto las- timoso originan el pesar. El placer es otro motivo de la pasión. El amor, la amistad, la gloria, la música, el baile, el gus- to, el tacto, el olfato, el adorno, la limpieza, la armonía, las bellezas naturales y artificiales, y la beneficencia; causan los suaves efluvios del co- razón , ó unas sensaciones tan agradables que vi- vifican al hombre y hacen apetecible la vida. Estas son las cuatro pasiones principales, las mas de ellas de un sentido físico digámoslo así por ma- yor espresion. El miedo, la ira y el pesar influ- yen mas ó menos en la salud, según el grado á que suben; según el estado de organización en que se halla el individuo por su debilidad; según su temperamento; y según las funciones digestivas que esté egerciendo el'estómago. Se ha visto que la sorpresa de un pesar, de un miedo y de un placer ha hecho tan fuertes impresiones que ha dado la muerte, á menos de estar prevenido siem- pre con la serenidad del alma. 8 58 Pueden numerarse entre las ramas de esas cua- tro principales pasiones los afectos, que vienen á ser ciertas contracciones producidas de motivos naturales ó accidentales. La simpatía y antipa- tía, la emulación, el estímulo, la codicia, la ver- güenza, el pudor y la ambición, turban también la tranquilidad. He concluido por mi parte la esplicacion mas necesaria de lo que es pasión, pero no puedo me- nos que estenderla con un sabio tratado de ellas, que traduciré para mayor instrucción y gusto de los lectores. Hubo muchos escritores respetables que trata- ron de criminal la naturaleza por haber creado las pasiones, ó que el hombre apasionado siguie- se el instinto de ella. Pero si las pasiones son el alma del mundo sensible, ¿porque se ha compla- cido en decir que son el azote? La mayor parte de los moralistas que con tanta elocuencia han de- clamado contra ellas, se asemejan en mi concep- to á esos empíricos que crean nuevas enfermedades para tener un derecho esclusivo de serlos médicos. Los filósofos que hacen dos clases de pasiones, siendo las unas permitidas y las otras prohibidas, son tan absurdos como peligrosos; porque es el corazón el criminal y no la facultad de amar ó aborrecer. Todas las pasiones son buenas cuando el alma domina, y son malas cuando ella es esclava. Las pasiones son tan esenciales al hombre, como el pensamiento lo es al entendimiento y los mús- culos á la acción de los órganos. Si el hombre fue- 59 se limitado á sus sentidos y á su fría razón, no se- ria mas que una estatua organizada: no habría ningún movimiento en el orden moral; se destrui- rían los grandes talentos, y la virtud cesaría de ser sublime. La razón nada obra sobre la tierra; son las pa- siones que la hacen mover y que la revuelven, equiparándose á los terribles males en que los ba- jeles navegan sin cesar pero en medio de las tor- mentas y huracanes. La razón es el océano pací- fico en que el navegador detenido por una calma eterna, participa la inercia del cielo y de las aguas: no vive sino en el aniquilamiento y creo que no ecsiste sino por desear la muerte. De otra parte si las pasiones fuesen las únicas fa- cultades del alma, desde luego serian fatales al género humano, pues despedazado siempre el co- razón por convulsiones internas, jamas gozaría de serenidad, consumiéndose á fuerza de obrar y reo- brar. No, la naturaleza no ha creado nuestra al- ma para agotarse en vanos combates: así es que cuando el desorden llega á su colmo, aparece la razón, y restablece el equilibrio entre nuestras fa- cultades. Hay pasiones que parecen peculiares al alma, y otras á los sentidos. Cuando se arroja un gol- pe de vista filosófica sobre este tronco inmenso y sus diversas ramas, se apercibe que no hay sino dos pasiones primitivas, el amor y la ambición; siendo el uno el resorte del mundo físico, y la otra el del mundo moral: las demás no son sino rué- das que ceden al impulso de ese doble móvil. Las pasiones se matizan y modifican según los tiempos, los lugares y los caracteres. No tenían los romanos las pasiones de los italianos del siglo de Maquiavelo. Un árabe no se apasiona del mismo modo que un samoyedo. ¿Quien sabe también si se han agotado todas las combinaciones? Los mo- vimientos del alma quizas serán como los carac- teres de la imprenta. Aun hay mil pasiones por nacer, como hay mil libros por formar. Se ve algunas veces en la sociedad hombres pa- sivos, sin actividad sus músculos y su alma sin resorte. La razón puede mucho sobre estos autó- matas. Hay también otras personas dotadas de la mayor sensibilidad, que con órganos vigorosos se halla su alma á pique de incendiarse. Tales seres sacuden fácilmente el yugo de la razón, pero tie- nen doble mérito cuando llegan á ser filósofos. Jamas ha habido un tiempo favorable á la ac- tividad de las pasiones, como el de las guerras ci- viles, porque hay entonces una fermentación uni- versal en los espíritus. El estado bambolea pero las almas se fortifican: parece que los órganos se engrandecen, y que la naturaleza dobla las fuer- zas de cada individuo: es entonces que los estados y los particulares toman un carácter, que Cesar y Cromwel asombran la Europa, y que los reyes no son mas que hombres. El sueño de los imperios es el triunfo de la des- igualdad, pero una revolución repone á los hom- bres en su lugar. Sin embargo es triste para la hu- 6i manidad que sea preciso que los reyes bamboleen sobre sus tronos, y que los estados se revuelvan para que el hombre político llegue á ser el hom- bre de la naturaleza. Pope dijo que las pasiones eran las modifica- ciones del amor propio. Esta definición lumino- sa dice en tres palabras lo que Locke ha proba- do peniblemente en veinte páginas: he aquí la ventaja que tiene el hombre de genio que pinta, sobre el hombre de genio que diserta. El hombre se ama, y por consecuencia se in- teresa en procurar su bien, y en huir de todo lo que pueda dañarle. Siendo pues el placer y la pe- na los dos ejes sobre que ruedan sus afectos, no habría en la tierra amistad ni venganza, magna- nimidad ni vano orgullo, si fuésemos insensibles. La alegría es el primer grado de placer que acompaña la ecsistencia: si la sensación es mas vi- va produce el regocijo, y si el principio sensible reúne todas las facultades del alma y concentra su actividad en el mismo punto, entonces agota el hombre por todos sus sentidos la copa del de- leite. Cuanto mas grande es la dicha que se gusta, tal es la inquietud de perderse: he aquí el orí- gen del temor, pero no se teme sino porque se ama. El mismo miedo toma tan diversos grados, que el ojo del filósofo tiene trabajo en seguirlo en sus diferentes transformaciones. Catilina en su pri- sión teme el suplicio á que no puede escapar; el italiano supersticioso teme la caida imposible délas 62 estrellas sobre su cabeza: un guerrero intrépid© tiembla á la presencia de un espectro; y una don- cella sincera teme también la vista del lecho nup- cial que debe ser el sepulcro de su virginidad, aunque no sea de su virtud. El temor no se halla sin la esperanza; porque estas dos pasiones derivan igualmente de la pro- babilidad del bien y del mal. Denis y Cromwel temían á cada instante perder su corona, y espe- raban conservarla. Un navegante en el naufragio de su buque tiembla á la vista de la muerte, y sin embargo nada para evitarla. No hay sino un afecto dominante que pueda olvidar el temor y la esperanza en una alma sensible. Ved á Régu- lo regresar á su patria sin temor á los tormentos que se le preparan, y sin esperar sustraerse de ellos; su alma sublime no conoce de todos los afectos humanos sino el amor de la patria. La tristeza sucede al miedo, cuando siente el alma que se rasga el velo de la esperanza., y que el orizonte que se presenta no descubre á su vis- ta sino la imagen del dolor. Y si valiéndose el hombre del microscopio de la imaginación, ve en lo futuro una cadena infinita de desgracias, de que aun no ha ligado sino el primer anillo, de- genera entonces su tristeza en desesperación, y maldice su ecsistencia irritándose contra la divi- nidad; y muere como Ajax blasfemándola. El hombre recorre con ansia todos los objetos que pueden hacerlo feliz: él es curioso porque quiere variar sus sensaciones agradables, y cuando 63 un nuevo placer ha satisfecho su curiosidad, co- noce que en él ha nacido un sentimiento de ad-> miración. El que es estúpido, admira mucho mas que el de talento, porque la admiración es la so- cia comnn de la ignorancia; pero su alma pusi- lánime llega á este término, mientras que el genio lo franquea para arribar al entusiasmo, que de- fino ser la admiración de las almas fuertes. Mientras que un hombre vulgar admira una obra, la hace leyéndola una imaginación ardien- te. Transportad á Racine y á Cotin á la primera representación de Ciña, y este dirá: Corneille es un gran hombre, cuando el primero adelantará escribiendo, Británicus. Es quizás perdonable al autor de Británicus haber hecho subrogar el orgullo al entusiasmo. ¿No es por ventura una obra maestra la manifes- tación del carácter de Nerón? ¿No es la obra del genio el contraste de Burrhus y de Narciso ? ¿ Des- pués de Virgilio hubo algún poeta mas perfecto que Racine? El orgullo no debería ser tolerado sino en los hombres de genio: seria una especie de recom- pensa que la naturaleza les acordara para conso- larlos del odio de los pequeños talentos, pero esta pasión es común á todos; siendo la primera que fermenta en el corazón, y la última de que se despoja. Una muger se cree con los talentos que le atribuyen sus adoradores: Pradon pensaba que era un genio, y Calígula se persuadía ser un Dios. Hay gran diferencia entre la vanidad de los pe- 46 queños entendimientos, y la altivez de los hom- bres grandes. El ministro Louvois que no era sino vano, degradaba á Luis xiv; pero Colbert que era altivo resucitaba en París la antigua Cartago, recordaba el siglo de Augusto, y sustituía á Sully. El amor de sí conduce también las almas dé- biles a envidiar en los otros los bienes que no par- ticipan. Guando la envidia se egerce sobre los ta- lentos, arrastra con ella su suplicio. En efecto, esta pasión no es entonces, sino un voto forzado del mérito que se carece. La envidia es quizas el mayor azote del mundo moral, pues hace ala vez la desgracia de los grandes hombres y la de sus persecutores: es el tigre que despedaza los ciervos y devora á sus hijos. El hombre de genio castiga la envidia, riéndo- se desdeñosamente de los esfuerzos que ella hace para destilar su veneno; pero el menosprecio se perdona mucho menos que el odio. Un moderno ha dicho que el placer que se gusta en vengarse era el cuarto de hora de un criminal que sale del potro. Esta definición debia curar á los hombres del tormento de aborrecer y del furor de vengarse. La venganza es el vicio de los espíritus vulga- res: ella no se procura sino cuando se siente ofendido. ¿Y qué pueden los tiros de la envi- dia para herir á un hombre grande? Un coloso no se afecta de que lo aplaste un átomo. Tratando de la manera que se engendran las pasiones, no he pretendido seguir el germen fe- cundo del amor propio hasta en las últimas de- 65 mostraciones, sino indicar una ruta al hombre que piensa. No hay libro mas enfadoso y menos útil que en el que el autor lo dice todo. Oscuros misántropos han hecho un crimen del amor; pero es el colmo de la estravagancia huma- na haber querido degradar un sentimiento, sin el cual no habría hombres sobre la tierra; pues la naturaleza dice á todos los seres que se propa- guen. El amor es solo un sentimiento en los tempe- ramentos fríos y en los corazones enervados; pero es una pasión en un hombre ardiente, cuyos po- ros junto con todas las potencias del alma se abren sin pena á las impresiones del placer. No siempre se deja guiar el amor por el inte- rés de los sentidos: si así fuese, nunca ofrecería- mos nuestros homenajes sino á una belleza perfec- ta : entonces la especie humana seria incapaz de amor, porque la naturaleza no multiplicando es- tos prodigios solo haría felices á ciertos individuos. Es por lo común el carácter que engendra una pasión vehemente, pues aunque se admira una hermosura regular, no hay fuego por una muger, sino cuando sus gracias nos pinzan; que ella par- ticipa de nuestro grado de sensibilidad, y que hay unión en las almas. Tal reflecsion conduce á es- te principio: el hombre sabe mas que gozar, él sabe amar. Hay en la pasión del amor dos objetos que se escapan al ojo filosófico: el deseo físico de propa- garse, y la necesidad moral de vivir en sociedad. 9 66 Separados estos dos sentimientos, se destruye el amor ó la virtud. Este principio mas demostrado, servirá después á refutar dos paradojas tanto mas peligrosas, cuan- to producidas por hombres grandes; pues bien se ve que el pueblo de todas las naciones, pone siempre la autoridad del genio en paralelo con la de la naturaleza. La primera es, ese amor platónico que subsiste con independencia de los sentidos, y que deriva de la idea metafísica de la armonía univesal. Este comercio sublime entre las inteligencias no es hecho para seres mistos; pues siendo el hom- bre compuesto de dos sustancias, no debe la filo- sofía despedazarlo para hacerlo dichoso. Un célebre escritor que tiene la imaginación del discípulo de Sócrates y algunos de sus errores, ha tenido sobre el amor una idea aun mas peli- grosa. El ha dicho que en esta pasión no habia de bueno sino lo físico. Así este filósofo para no imitar á Platón, ha copiado á Diógenes. El amor es vil sin la unión de las almas, pero también es nada sin el interés de los sentidos. No profanemos el amor confundiéndolo con el sentimiento imperfecto que se llama galantería, y que consiste en ofrecer un culto sin consecuencia á toda suerte de hermosuras, en sustituir una jerga cortesana á las espresiones ardientes del en- tusiasmo, y en adorar sin amar. Los espartiatas, romanos y samnitas no eran galantes; entonces un joven seguía su corazón, 67 merecía la mano de su dama, y no amaba sino una vez; pero entre nosotros, el amor consiste en subyugar las mugeres, engañar sus deseos y en deshonrarlas. Parece que la naturaleza ha dividido en dos el intervalo de la vida, colocando en el uno el amor con todos los. afectos que tienen por objeto los sentidos, y en otro poniendo la ambición con todo su cortejo de pasiones intelectuales. Es en la juventud, que los sentidos siempre en efervescencia mantienen el delirio del amor. En el instante que el germen de esta pasión empie- za á manifestarse, es cuando los órganos han ad- quirido su último grado de perfección. Si una educación sibarita no ha abrasado la imaginación de un joven antes de tiempo, ó enervado su al- ma antes que estuviese en el punto de gozar, él no puede estar instruido de las necesidades de la naturaleza, sino por ella misma. Y si en el mo- mento de fermentación se presenta á sus miradas la belleza que debe amar, sus tímidas palpitacio- nes anuncian el ardor de sus deseos: el sentimien- to absorve las diversas potencias de su alma, y todo su ser queda subyugado. La educación que en Europa se da al secso previene el incendio de los sentidos, pero impele al espíritu someterse á las ideas pusilánimes. Se aparta con cuidado de la imaginación de una niña todos los cuadros que podrían instruirle de lo físico del amor; pero se hace fermentar en ella ese principio inato de vanidad, que pervierte to- 6$ das las pasiones enérgicas, ó que impide su naci- miento. Lo que ve, lee y oye, le persuade que es superior al hombre, y se hace un arte de coquete- ría para eternizar la ilusión de sus adoradores, no procurando amar sino seducir: y cuando sus en- cantos empiezan á marchitarse, termina su insi% pida carrera sin haber conocido la naturaleza, quedando sola en medio del torbellino de la socie- dad, privada de amigos y de amantes. Nos asombramos de ver que las mugeres amen sin ser sensibles, y que sean voluptuosas sin estar apasionadas: pero no tomemos de ello sino la edu- cación nacional, que invierte el orden de sus facul- tades, sometiendo la voluntad á su imaginación, y enervando su alma por conservar sus sentidos. Me parece que el único medio de purificar el amor es hacer de él una pasión: este fuego pue- de llegar entonces á ser el alimento de las mas su- blimes almas. Un señor perfumado en el regazo de Ninon, debe ser muy pequeño, pero un jó ven na- cido con un corazón sensible y órganos vigorosos, que no sabe hacer el cortejo sino que ama con violencia y que se vuelve virtuoso con su dama para merecerla, es á mi ver la obra maestra de la naturaleza. La ambición es como el amor la pasión del ser; bien que la unidad que hay entre sus principios, no se halla entre sus fines. El amor aspira á go- zos físicos, y la ambición se propone placeres in- telectuales, siendo por lo común una felicidad de preocupación. El amor se amortigua con la 69 posesión, pero la ambición hace servir de ali- mento á la codicia. Sus deseos satisfechos se irri- tan viendo mas allá del placer que gusta y esto le impide gozarle. Ella se aloja en el corazón de todos los hom- bres ; ya en el cenobita que quiere colocar sobre su capilla una cruz de madera, como en el guer- rero que pretende adornarse con todos los cordo- nes y cruces de la Europa. Ella anima al caribe que no procura sino una hamaca, lo mismo que á Alejandro que quiso multiplicar los mundos por tener la gloria de conquistarlos. La ambición por sí misma no es como el amor tampoco mala, pues la naturaleza nos dice que engrandezcamos nuestra alma, así como multipli- carnos. Solo en un corazón ya criminal, es que se deprava este afecto á semejanza de que en Ita- lia el agua mas pura se corrompe, luego que pasa por el terreno bituminoso del sulfate. Este principio del mundo moral se modifica de mil modos, y se amalgama con todos los carac- teres ; vamos á seguirlo por lo menos en sus prin- cipales manifestaciones. Los hombres de letras, y el pueblo que no sabe sino repetir sus oráculos, dan el título es- clusivo de ambición á ese furor de acumular en su cabeza bienes apreciados por el capricho, y consagrados por la preocupación. En este concep- to el ambicioso es un ser pequeño, desgraciado y soberbio, que atormenta su ecsistencia con peni- bles vagatelas. 70 . , Lo que se llama un conquistador es aun mas despreciable: pues es un niño perverso que en- sangrienta su mamador. El deseo de vivir después de la muerte hacien- do bien á los hombres, es la ambición mas noble que puede prometerse una inteligencia sublime. Tal era el fin de los dos Antoninos sobre el trono de los Césares, y tal fué el Tito de la Lorena, que el desgraciado ha conocido y que tanto lo sintió. La ambición de gloría literaria merece mar- char después del amor de la beneficencia. Ella consiste en engrandecer su alma, como la pasión de los conquistadores en estender los límites de un imperio. Un hombre tal como Leibnitz arde por apropiarse la inteligencia de muchos sabios, así como Gengiskan los estados de diversos mo- narcas. Se ha dicho que el amor á las letras no era una pasión digna de nosotros. El mismo hombre de genio que adelantó esta paradoja, la refutó escribiéndola; así como Zenon refutó otra vez á un filósofo que negaba el movimiento, caminan- do delante de él. No justificaré tampoco esa especie de ambición que consiste en la pretensión de llevar la prima- cía en el mundo para ser el ídolo de lo que se llama la sociedad. Aunque en este torbellino se ha estendido un poco esta vanidad, bien se aper- cibe que basta tener talentos escasos, un gran fon- do de presunción, y un gusto desordenado délos placeres. Todos estos lindos autómatos que los hombres observan y que las mugeres los evitan, nunca han tenido una alma;pues aunque brillan en la buena compañía, serán opacos en el gabi- nete de Locke ó en la corte de Marco Aurelio. El amor de las riquezas no es esencialmente una pasión criminal, pues que el oro y ía plata son el instrumento de nuestras necesidades, pu- diendo desearse tan legítimamente como los bie- nes que se adquieren con el socorro de estos meta- les. Tal suerte de ambición no llega á ser un cri- men sino en los hombres que no saben ceñirla, como el avaro que se atormenta cruelmente para que sea infeliz todo lo que le rodea, y á quien la naturaleza no ha dado riquezas, sino para qué el sabio se disguste de ellas. Se puede observar, que á escepcion de la avari- cia, todas las clases de la ambición pueden re- ferirse á un amor innato de la grandeza, siendo tan necesario al alma estenderse como ecsistir. Es por esto que el hombre difiere del ser supremo y de los últimos elementos de la materia, pues el átomo parece que no puede adquirir por ser nada, y Dios porque todo lo tiene. Es feliz para la especie humana, que la ma- yor parte de nuestras pasiones no tengan sino un grado moderado de actividad. Si el equilibrio del alma se rompiese á cada momento, la mitad de los individuos perecerían antes de tiempo, y los otros se volverían locos. Las pasiones dulces esparcen una dichosa sem 72 nidad sobre el orizonte de la vida, haciendo mo- ver al hombre sin fatigarlo, iluminándolo sin abrasarlo, y distándolo de los grandes placeres que le vuelven insípida la mitad de la vida igualmente de los grandes dolores que destruyen la máquina. La esperanza es la primera de las pasiones sua- ves, pues nacida con nosotros no se acaba sino con el último aliento: es la que nos hace amados los momentos fugitivos de nuestra ecsistencia. El hombre siendo formado para otro gozo debe es- perar ser feliz. Quisiera hablar ahora de ese pudor que la na- turaleza armó al secso mas débil para salvarlo de las empresas del mas fuerte. ¡ Dichoso sentimiento que acompaña ó caracteriza la inocencia, y sin el cual no hay placer ni aun para los corazones corrompidos! Quisiera.... pero temo que no se me entienda. El propio motivo me impide recargarme sobre la gratitud, sentimiento tan natural en las almas sensibles, y de que los hombres no hacen una vir- tud, sino cuando han empezado á desconocerla. La conmiseración es de todas las pasiones sua- ves la que tiene mas poder sobre el hombre, cuando la superstición no lo ha hecho pequeño y bárbaro. En todos tiempos y climas el aspecto de una persona que sufre nos conmueve sin querer, y nuestra alma se unisona con el dolor. La lásti- ma es el grito de la naturaleza, que clama por la conservación de los seres en todo lo que }os rodea. 73 Las pasiones no cesan de ser dulces porque se abuse de ellas. Se ha forzado poner en la misma elase, así la noble altivez que hace emprender grandes cosas, como la vanidad que las degrada cuando están hechas; é igualmente ese entusiasmo que conmueve al genio cuando celebra á un grande hombre, como esta baja adulación que caracteri- za los esclavos arrodillados á otros esclavos. En general las pasiones mas furiosas han sido moderadas en su rigor, porque el alma sigue los grados en ellas á imitación de la naturaleza sin obrar por saltos. Un italiano ama pasiblemente antes de estar celoso, de encolerizarse contra su dama y antes de apuñalearla. El odio de Astréo contra Thieste empezó por la indiferencia, y ter- minó por un crimen mayor que el parricidio. Hay hombres cuya alma tranquila en su ele- mento nunca ha sufrido el combate de las pasio- nes. Estos seres débilmente organizados, esperi- mentan poco los bienes y los males que afectan la ecsistencia, y nunca sienten brillar en su en- tendimiento la antorcha del genio: llegan á una estrema vejez y mueren sin haber vivido. Las pasiones violentas caracterizan una alma fuerte, y cuando se encuentran con una razón recta y hermosa, resulta de aquí un grande hom- bre; siendo estos tan raros como los cometas que arrastran en su órbita los cuerpos celestes, suje- tando á nuevas leyes el sistema del universo. La naturaleza se ejercita en organizarlo muchos si- glos, y cuando él aparece, ella reposa como si JO formándolo se hubiese agotado su potencia cria- dora. Por lo común las pasiones impetuosas están unidas á una razón lenta y enervada: entonces la sociedad esperimenta convulsiones que le des- pedazan, los cuerpos políticos se revuelven, y la celebridad viene á ser la socia de los grandes mal- vados. Se puede contar entre las pasiones violentas es- ta sed de sangre humana que caracteriza los con- quistadores: estos remordimientos que bastarían para vengar la virtud aun cuando el alma fuese mortal; y sobre todo esos odios atroces de que los poetas colocan el teatro en los siglos heroi- cos para el consuelo de los siglos bárbaros. No hay pasión que tienda mas á la violencia como el amor, porque subyuga con mas fuerza lo físico y lo moral de nuestro ser, incendiando á la vez la imaginación y los sentidos para unir la ebriedad del amor propio á la de los placeres. Uno de los fenómenos mas singulares que se descubre en el corazón humano, es que el senti- miento de la miseria es mas propio á producir las pasiones vehementes, que el sentimiento de nues- tras fuerzas. Ün hombre que conoce todos los re- cursos de su alma, seguro de emplearlos á su vo- luntad, no hace ningún esfuerzo y queda en un estado de inercia; pero el que tiene conocimien- to de sus imperfecciones, esperimenta una inquie- tud activa que le fuerza á balanzarse, y á some- ter la naturaleza: el primero es débil por su mis- 75 mo vigor, y el segundo es fuerte por su impo- tencia. Se cree ordinariamente que las pasiones impe- tuosas no pueden aliarse con la razón, pero es un error de los que nunca han estudiado la na- turaleza. Un hombre dotado de la mayor sensi- bilidad , es mas á menudo el dueño de sí, que aquel cuyo temperamento es tan frío como la ra- zón. El hombre grande combate sin Cesar y triun- fa algunas veces: y el vulgar es vencido sin com- batir. Es cierto que las pasiones violentas alteran á la larga la organización de la máquina; pero un instante de ecsistencia en el hombre de genio, es mas lítil á la tierra que la vida pasiva de un millón de hombres. Por último, la especie hu- mana se conserva por el mismo principio que des- truye los individuos. He dicho que el hombre era un enigma in- esplicable para el común de los observadores: el filósofo no halla sino un hilo para conducirle en este oscuro laberinto: vedle aquí. El hombre recibiendo la vida nace con una pasión que algún dia debe dominar su alma, y arrastrar todas las otras en la esfera de su activi- dad : todo concurre á manifestarse este germen. La habitud lo nutre, los talentos lo fortifican, la razón misma lo demuestra. Guando la pasión se halla en el último término de madurez, fuerza to- das las pasiones del alma á moverse siguiendo tina regular dirección: las contradicciones desa- parecen, y es reconocido el corazón humano. La pasión dominante es incompatible con el artificio, y es solo en este punto que la inconstan- cía aparece fija, que el cortesano es natural, y que las mugeres son sinceras. El filósofo que acier- ta á descubrir los corazones que ecsamina, se ins- truye mas por este rasgo de luz, que por todos los pensamientos de Pascual y mácsimas de Ro- chefoucault. En fin, el filósofo se engaña algunas veces en la averiguación del afecto dominante, tomando por resorte principal una rueda que la está su- bordinada. Se cree ordinariamente que Mahoma era un fanático, y no era sino un ambicioso: es- te legislador tenia demasiado genio para imagi- narse, que sus convulsiones anunciaban sus plá- ticas con el ángel, que la luna se ocultaba en su manga, y que él subía al cielo sobre un jumento; pero sabia que el árabe era supersticioso y crédu- lo, y lo asombraba para sojuzgarlo. Conducid á Mahoma á la antigua Roma: él sujetará al sena- do sin hacer hablar á las Sibilas, y será César mas bien que profeta. En vano un político astuto procura disfrazar la vehemente afección que lo tiraniza; los mismos esfuerzos que haga para encubrirse lo manifies- tan , y no viene á ser sino mas esclavo de su in- clinación por haber tentado resistirla. Sisto V. nació con el alma de los déspotas. Mientras fué novicio, apareció el mas humilde de los frailes, pero apenas le dieron crédito susta- 77 lentos cuando acometió á un guardián que se atrevió á resistirle. Luego que fué cardenal, dio á su espíritu toda la flecsibilidad que conviene á un esclavo; y cuando fué electo papa reasumió su primitiva altivez, subyugó al Sacro colegio, é hizo temblar á los reyes. , Cuando la pasión dominante es criminal, se amalgama con todos los afectos que hospeda el co- razón : cuando es virtuosa, comunica su tez á to- das las cualidades que la hermosean, pero conser- vando siempre la superioridad: es un sol que eclipsa todos los fuegos de su torbellino. Dichoso el filósofo cuya pasión dominante es el amor de la armonía universal, que ama á los hombres porque conoce el precio de ellos, y cu- yas vistas se encuentran todas cou las de la natu- raleza. CAPÍTULO XII. De la educación general. Nada parece mas necesario é importante en una república representativa por elección popu- lar, como la común instrucción de ciertos prin- cipios que deben sostenerla, y un ejercicio esten- so de las virtudes morales. La ignorancia, la fal- sa doctrina y la inmoralidad inducen á la escla- vitud y á la desgracia de los pueblos. Es efímero 78 sin luces el sistema republicano que hemos adop- tado. Sin virtudes es forzoso que la nación recai- ga á la monarquía, del mismo modo que vuelven á su centro los materiales del edificio fundado en bases flojas. Para precaverse pues una fatalidad tan grande, no hay otro remedio que reparar con tiempo ese vacío enorme que por todas partes se manifiesta en el mismo origen de nuestras institu- ciones. Si en las monarquías se obra con el designio de deprabar á los hombres para castigarlos cruel- mente, ó de entorpecerlos para conservarlos en el vasallage, ¿ por qué pues en razón inversa no se ha de restablecer ahora la sana moral, y apren- derse la ciencia del régimen público, siendo este el único medio para ser libres, y para que la na- ción prospere? ¿ No es entonces por el propio mo- tivo que debe protegerse el genio, y alentarse á los grandes pensamientos, así como antes se les buscaba su desgracia, humillación ó muerte pa- ra estinguir la ilustración, según es evidente por públicas relaciones y por los sucesos espantosos de nuestros dias? ¡Oh pueblos! conoced y sentid vuestra fatalidad, derivada solo de los errores. ¡Que diferencia tan enorme hay entre un vasallo y un ciudadano! entre un ignorante y un des- preocupado! En las monarquías todo es vasalla- ge y miseria; pero en las repúblicas representa- tivas, todo conduce á la sabiduría y al goce de los verdaderos placeres. Desengañémonos, sin una educación generalmente ilustrada, no podemos 79 ser libres ni dichosos: pues faltando este princi- palísimo cimiento, es imposible que se afiance y vivifique la república que hemos adoptado; sien- do la mejor conocida hasta ahora y sobre que los sabios han trabajado desde muchos siglos. No se crea por este preámbulo que yo sea ca- paz de estender un plan perfecto de educación; pero sí puede persuadirse que serán las ideas emi- tidas muy análogas á obgetos de tan inmensura- ble provecho, refluyendo en el civil esplendor so- bre el beneficio infalible de la humanidad; pues producirá comunmente las virtudes físicas y mo- rales, junto con la aptitud para los empleos, y la sabiduría en entendimientos sublimes que di- rijan y perfeccionen las ciencias y las artes. Es ya un acsioma que el hombre para ser vir- tuoso moralmente, es preciso que antes lo sea fí- sicamente; es decir, que observe todos los conoci- mientos relativos á mantener su energía orgánica. Pasará quizas por paradoja este concepto, pero no es á la verdad sino una demostración. Es im- posible que el hombre tenga una moralidad com- pleta cuando se hallen obstruidos sus órganos, ó sus fluidos estén infestados con los escesos ó con los ma- los alimentos. La salud que se afianza en la bue- na calidad de los humores y su libre circulación, es la base principal ó la influencia para la vir- tud moral siempre que se reciba una educación sin errores: siendo entonces útil al gobierno y á la sociedad. Bajo estos principios, siendo lo primero que 8o debe enseñarse á los niños para su instrucción la lectura, escritura y aritmética, es indispensable que durante la enseñanza de estos rudimentos, debe el maestro cuidar de su pudor para preca- ver el deleite inmaturo. Vigilar sus pasos para que no se desgracien, advirtiéndoles con frecuencia de los peligros á que pueden conducirlos su imprudencia ó viveza, cuando se les dé un rato de recreo en cada hora. No se pasará mucho tiempo sin que tomen ali- mento de conocida sanidad. Se procurará su aseo y compostura en su cuer- po y vestido: debiendo ser este desahogado, aun- que se ajuste á los contornos de su contestura. Que su sueño sea de ocho horas en la noche; precaviéndose la íntima unión, y principalmente de los malhumorados. Que la reprensión ó corrección de sus faltas se haga con dulzura y grave aspecto. Últimamente hará el maestro una plática dia- ria sobre las relaciones honestas que se deben te- ner con los que nos rodean, sobre la obedien- cia á sus padres, la consideración á los mayores y el respeto á las autoridades. Como las primeras impresiones son tan fuertes que casi llegan á ser imborrables á pesar de la es- periencia de ser erróneas; parece de toda necesidad que el maestro de los rudimentos se halle dotado de la suficiente instrucción despreocupada y de las virtudes, honestidad y templanza: siendo tan- to mejor que sea hombre de genio, para discer- 8i nir en los niños su entendimiento perspicaz y pro- fundo, con el objeto de ser destinados al estudio de las ciencias sublimes. Estos tales maestros deberán gozar de un suel- do proporcionado á una cómoda subsistencia; y mereciendo ademas en cada período de cinco años un obsequio de tres mil pesos en las capitales ó pueblos litorales, y de cuatro mil en los interio- res ó rancherías, porque sus trabajos yegercicios son incomparables requeriéndose la unión del ge- nio, de la moralidad, de la paciencia y de los ta- lentos intelectuales. No es ecsagerar. Es evidente que en todos tiempos se ha puesto el mayor cona^ to en la educación pública, hasta fatigarse los sa- bios con el designio de lograrse. ¿No es cierto que los gobiernos justos han tenido que intervenir con su poderoso brazo para ponerla en prácti- ca? Y por ventura se ha conseguido hasta ahora una verdadera educación pública á escepcion de los Estados unidos del Norte-América ? ¿ No habrá quizas consistido en no haberse dibujado un perfec- to cuadro; ó porque la educación general se ha en- cargado á quien tenga interés de entorpecer el entendimiento con enseñanzas metafísicas y en un idioma estrangero difícil y que no se habla? Luego que el 'niño sepa leer, escribir y contar con perfección, se le enseñará á registrar el dic- cionario y se le esplicará el sentido de las voces ó palabras que no haya comprendido, adquirien- do desde luego la ideología. Se le instruirá al mismo tiempo sobre la cons- n 82 titucion general y la particular del Estado: lo que es infracción á las leyes, y lo que son las pe- nas señaladas á los delincuentes. Concluida esta primera enseñanza que debe ser general en todas las poblaciones, y que cali- ficará la inspección encargada, podrá hacerse la repartición en esta forma. Los niños que por su inclinación ó facultades han de aplicarse á las artes, oficios, agricultura ó á cualquiera industria, quedará completa su ins- trucción en las escuelas. Pero si algunos de es- tos niños manifestaren gran entendimiento para las ciencias, se destinarán á su estudio. Se ha creí- do difícil conocer en ellos su capacidad inte- lectual por egemplos que refieren algunos escrito- res ? pero el entendimiento se descubre desde lue- go cuando el niño comprende ó dicierne con faci- lidad cualquiera materia que lee ó se le esplica, sea su espíritu vivo lento ó luminoso. La cua- lidad maravillosa es, que al entendimiento pro- fundo se reúna el luminoso, y entonces como animado de una fina y delicada organización re- sulta el genio, cuya bondad ó maldad deriva prin- cipalmente de la educación. Observándose este ré- gimen se vería la multiplicación, ó el gran núme- ro de sabios y de genios, que algunos han creí- do fenómenos de la naturaleza. Las primeras clases mayores deberían consistir en el estudio de la lógica y retórica, pudiendo aprenderse en los intermedios la geografía, el bai- le y la música. 83 Con tales estudios sé hallarán los hombres aptos y hábiles para emplearse en cualquier cargo públi- co ó privado que no requiera la profesión de otra ciencia. Los niños de un fino entendimiento como se ha dicho, y los demás que hayan mostrado una capa- cidad suficiente para las respectivas ciencias á que se dediquen por su inclinación ó por su conve- niencia, pasarán á cursarla en la clase que elijan; siendo indispensable en este período que lean las historias de su nación. Y como cada individuo se aplicará con gusto á la ciencia que quiera profe- sar, es consecuente que estará siempre discurrien- do y combinando con la misma práctica sobre sus reglas, sustancia y método. De aquí resul- ta que todas las ciencias se irán perfeccionando, y se logrará aprenderlas con la mayor facilidad. Pero los jóvenes que en todos sus cursos han manifestado superiores talentos deberán aprender todas las ciencias si fuere posible, hasta ser ellos los catedráticos, aunque fuese por un período de tres años. Estos hombres llegarán á ser los sabios de la nación y aun de todo el mundo; siendo dig- nos y acreedores á los primeros puestos del gobier- no, por ser en ellos casi congenial la economía pública y la política. Con este método de educación ¿como no ha de ser común la buena conducta de los gobernan- tes y gobernados? ¿ Como no ha de brillar el lus- tre de la nación que pone en práctica ese régi- men? ¿Y como no ha de ser respetable y dicho- 84 . . . „ sa una sociedad cimentada, en tales principios? ¡Padres de familia! Gobierno protector! precisaos á educar bajo este método á vuestros hijos y á vuestros pupilos. ¡Cuerpos municipales! ayudad con vuestros esfuerzos y vigilancia á tan saluda- ble instrucción. Así se conseguirá el gran objeto de que los ciudadanos y todos los individuos de cualquiera clase, adornados de las virtudes so- ciales facilitarán y acreditarán su propio gobier- no: y por recompensa no volverá á desaparecer la luz para que reincidamos en el tenebroso la- berinto de planes combinados contra nuestras jus- tas y legítimas libertades. Mucho han discurrido los escritores en esta materia sobre la utilidad de la enseñanza en las escuelas públicas y colegios ó en casa privada ó paterna. Pero se ha convencido darse la prefe- rencia á las primeras, así para los rudimentos co- mo para el estudio de las ciencias. Bajo este concepto no estará demás, ó quizas es muy útil, que en los colegios se observe el méto- do siguiente. Los estudiantes despertarán á las cuatro de la mañana, seguirán el aseo, el vestido y un corto desayuno sustancioso. Tomarán después su libro para leer con mucho discernimiento y meditación la materia que ha de esplicarse, dándole tantos repasos cuantos se consideren bastantes para po- der ellos mismos verterla sin el socorro del li- bro, y recordando siempre las lecciones anterio- res. Este es el verdadero egercicio de lá memoria v del entendimiento. %5 Concluida su asistencia á las aulas se alimenta- rán , y á poco rato deberán tomar su lección de geografía baile ó música por una vez diaria; y acto continuo cada uno se pondrá á estudiar. Terminada la clase de la tarde, seguirá un ra- to de recreación ó paseo hasta las siete en que se reunirán en la sala de enseñanza, para que el maestro les haga una plática relativa á sus virtu- des físicas ó morales, y esplicándoles por último algún artículo ó capítulo de la Constitución del Estado. Esta sección durará hasta las ocho, en que cada estudiante tomará su alimento y se irá á dormir hasta las cuatro de la mañana. La elocuencia de los catedráticos, y la dulzu- ra con que debe tratar á sus discípulos, conquista- rán su mas fija y respetable atención, lográndo- se en ellos un deseo ferviente de estudiar y saber. Deberá seguirse el mismo orden respecto de cualquiera otra ciencia, pudiendo entonces mez- clarse por talento de adorno y de utilidad la de los idiomas estrangeros que sean mas análogos, añadiéndose el estudio de las historias del género humano para una completa ilustración. Así serán sustituidas habitudes justas y mora- les á las presentes preocupadas. Continuándose con los errores y con malos hábitos, resultará que aunque ha variado el sistema político, quedará vi- ciada la sustancia que solo puede purificarse con hombres nuevos, y nunca se pondrán en prácti- ca los medios que aseguren las garantías que se nos han ofrecido en la ley fundamental de la Re- $6 pública. En una palabra la juventud bien edu- cada es el plantel de todos los intentos civiles. Me parece aquí oportuno hacer las observacio- nes siguientes. Los respectivos profesores de las ciencias han escrito diversamente sobre ellas, y si cuanto á las esactas casi todas sus reglas son idén- ticas é infalibles; no ha sucedido así en las me- tafísicas y morales, en que cada escritor ha pro- ducido su obra según su instrucción y su enten- dimiento. Tales obras y volúmenes han llegado á ser en el dia de tanto número, que casi no hay tiempo de leerlas; y como sus métodos y doctrinas im- plican en no poca parte, ha influido demasia- do contra los progresos del estudiante, porque ca- da facultativo quiere sostener la doctrina de su maestro; resultando de aquí la diversidad de opi- niones tan perniciosa al régimen del gobierno como á la salud y derechos del individuo. ¿Y qué se dirá si los profesores públicos no fueron dotados de un entendimiento y genio aná- logo á la ciencia que egercen, ó no tuvieron la debida aplicación para haberla comprendido com- pletamente? Dígalo la esperiencia en todos los si- glos y naciones. ¿No se ha visto que cirujanos y médicos han obrado con la mayor torpeza en su egercicio? ¿Qué muchos abogados defienden plei- tos y dictan sentencias ignorando el derecho, no estudiando las leyes sino algunos comentadores ó tratadistas, y aun algunos sin saber perfectamente el idioma nativo ó careciendo de la ideología? 87 ¿Como entonces no han de fluctuar ó bambolear en el poder judicial el honor la vida y las pro- piedades? Así sucede frecuentemente sin poderlo negar, y mas cuando se carece de un código me- tódico de leyes claras y justas, de un reglamento infalible de proceder en los diversos juicios, y de una distinción de penas proporcionadas á los de- litos: quedando así entronizados el despotismo y la arbitrariedad con lo irregular de los procesos y la barbarie de los castigos. Y puede acaso hacerse así efectivas las garantías sociales dictadas en la constitución? ¿Se sostendrá por ventura de este modo la república que re- quiere ciudadanos morales y capaces? En fin bas- ta lo dicho para no prevenir de una vez las ma- terias que han de tratarse en el hombre moral, y porque debe considerarse que lo indicado será suficiente á que todos nos esforcemos en ser vir- tuosos, y en que se practique una educación ge- neral para ilustrarse la nación, y con que se acre- ditará mas bien por la bondad de sus habitantes que por sus riquezas. FIN DE LA PRIMERA PARTE. ERRATAS. Página 14 antepenúltima línea, dice aptitud léase altura. Página 67 línea 8 le'ase y en el otro. TABLA DE LOS CAPÍTULOS. Prólogo..........Pág. 3 nota á los editores......... 5 aviso del autor..........5 Dedicatoria...........7 CAP. I. Del hombre. ...... 9 CAP. II. Del local de su morada. . . . 12 CAP. III. De su nacimiento y de su crianza. 15 CAP. IV. De su alimento......16 Apéndice........... 19 CAP. V. De la medicina y de los médicos. 28 CAP. VI. De su carácter......4o CAP. VIL De su temperamento.....45 CAP. VIII. De su trabajo y egercicio. . . 49 CAP. IX. De su limpieza, vestido y adorno. 5 2 CAP. X. Del placer de la reproducción. . 53 CAP. XI. De sus pasiones......55 GAP. XII. De su educación......77 FIN DE LA TABLA.