ESTADO MENTAL DE LOS EPILEPTICOS XjEESO en la sesión ordinaria de 23 de Mayo de 1890, en la Sociedad de Estudios Clínicos EL DR. GONZALO AROSTEGUI. Publicado en el “Progreso Médico.” HABANA. IMF. DE A. ALVAREZ Y COMPAÑIA calle de Riela nüm. 40 1890 ESTADO MEMTiL DE LOS EPILEPTICOS IjEIBO en la sesión ordinaria de 23 de Mayo de 1890, en la Sociedad de Estudios Clínicos EL T)R. GONZALO A POSTEOUL Publicado en el “Progreso Médico.'-' HABANA. IMF. DE A. AL VARE/, Y'COMPAÑIA calle de Riela nüm. 40 1890 ESTADO MENTAL DE LOS EPILEPTICOS 01 Señores: CONSIDERACIONES CLÍNICAS. Han pasado algunos días, y la animación que en los primeros momentos tuve para contestar el interesante trabajo de mi querido amigo el Dr. López, se ha disipado algo; por lo cual y por razones que conocéis sobrada- mente, necesito vuestra benevolencia ; pero queda, para obligarme, el interes que me inspiran los trabajos de Medicina mental; el estudio que hago de los escritos que se publican en nuestro país, especialmente los del Dr. López; la certidumbre de que las líneas y rasgos característicos de los epilépticos han sido condensados clínica, sintética y correctamente por maestros venera- dos; y por último, la palabra que empeñé la noche que el Sr. López discurría, á veces con mucho acierto y cordura, y otras omitiendo fases importantes, conocidas (1) Réplica al I)r. G. López. 4 tendencias y los síntomas comunes de esos infelices, más abandonados pov la suerte que por los hombres, puesto que aquella les ha dado en germen, á la par que todas las virtudes, los vicios, los más horribles crímenes, los atentados más espantosos, en las esferas todas en que se mueve el espíritu humano; presentando juntos el epilép- tico de genio que el mundo atónito aclama, y el crimi- nal que le horroriza, y el imbécil que lastima su orgullo y le produce compasión. Y si tales extragos se notaran solamente en la criatura de ese modo lisiada, pero nól en la descendencia reaparecen como estigma y condena- ción de familias que han de perecer. No pretendo yo desenvolver el tema en toda su ex- tensión, sino tratar aquellos particulares que S. S. haya olvidado, valiéndome de mi escasa práctica, y de la de observadores notables. Así quizás se llegue á saber á qué autores alude S. S., cuando al referirse á las obser- vaciones propias las califica de bien llevadas, dejando traslucir la inexactitud de las agenas. Por lo general, seguiré el plan trazado por S. S., que dicho de paso, no es el más conforme con la realidad clínica, ni con el desenvolvimiento que por lo general presentan esos en- fermos. El Dr. López, que tiene á su lado un mundo de de- mentes, que los visita á diario, y conoce sus costumbres y analiza sus desvarios y consigna sus observaciones, ha Creido prudente al publicar su trabajo, prescindir de los autores, citándolos solamente al comienzo como de sos- layo. Pero, ¿es posible que tal se haga? ¿Cómo prescindir de los hombres ilustres que han allanado nuestro camino? ;Cómo omitir la resonancia que han tenido sus teorías y él aplauso que el nombre y el desprendimiento genero- so de esos autores hayan podido despertar? Paciencia es una inmensa cadena: allá en lo más remoto y tenebro- so de las civilizaciones, hay una figura venerable para todos, Hipócrates, y el anillo que le corresponde enmo- hecido y desgastado por el tiempo, es un poderoso esla- bón; Galeno, Celso, Areteo que dijo, terrihilis in acce- sionibus morbus, et peracutus et perniciosus; Zacchias, de quien le lie de hablar á S. S. luego; Faracelso, Van Swietten, Sydenhara; Pinel, que forma su eslabón con las cadenas rotas de los locos; Esquirol, Falret. Trou- sseau, More!, Maudsley, Legrand du Saulle, Gowers; Cuba ha contribuido con el Sr. Echevarría, y es una de las páginas más hermosas de la Medicina Cubana; en estos dias Feré ha publicado un libro interesante. Roto un eslabón de esa cadena, desaparece la unidad y reina la confusión. Con estos autores á la vista hubiera ad- vertido S. S. que lo poco que aquí podemos observar está todo dicho; que las leyes médicas, jamás, en ningún ca- so, ni en ninguna materia han de nacer de aquí; y no. por inferioridad intelectual, sino que la clínica es redu- cida, aún en esos centros en que se aglomeran ios enfer- mos de una misma clase. Consuélenos de no poder regu- lar la Medicina, el que en vez de contar por decenas de millares, contemos por centenares los epilépticas.—Por consiguiente, la esfera queda reducida, y nuestro papel, aunque modesto, erizado de dificultades y á veces im- portantísimo, consiste en conformar los hechos que ob- servemos, con los que han observado y descrito autores eminentes. No por esto perderemos. Me parece vano empeño el de S. S. en no volver la vista atrás, pues por casualidad, en nuestro mismo país contamos con un maestro, y los extranjeros no se desdeñan en proporcio- narnos toda su ciencia y su saber. Este proceder, por lo temerario, es semejante al del arquitecto que en lo más fuerte de una fábrica, no colocara el cimiento necesario; vendría bien pronto á tierra el edificio levantado. No es esto decir que pueda ocurrirle eso á su disertación; ni tampoco que le falte base, sino que la precipitación no le permitió colocarla fuerte en los puntos más distantes del edificio; y se perdió en los arabescos de la dicción, en los frescos del estilo, á los que se muestra S. S; en- tusiasta aficionado. El título de la Memoria leida por el Sr. Gustavo López, abarca todo el estado mental de los epilépticos, y 6 para ser lógico y consecuente con el enunciado, debió recorrer en su estudio las innumerables gradaciones que forzosamente han de notarse en una enfermedad que no respeta clases en la sociedad, ni posición intelectual; que en Francia solamente, contaba en 1876“, 40,000 habitantes, 4,000 en los Asilos y 36,000 en libertad (1); que así afecta al pobre campesino como al magnate, Ce- sar, Pedro el Grande, ó Carlos V., dinastías en que los epilépticos, los hombres de genio y los locos abundan, hasta terminar por la estupidez ó la esterilidad; que al lado del imbécil, del idiota ó del demente, “niños gran- des,” como decía Esquirol (2) de los imbéciles, presen- tan en la fábula mitológica á Hércules; entre las profe- tisas, Pitia que murió á consecuencia de un ataque (3); entre los propagandistas Mahoma; entre Jos filósofos á Demócnto; de los guerreros Napoleón en Europa, y Páez en América (4); de los estadistas Richelieu; de los poetas, Petrarca, muerto después de un ataque; de los músicos Paganini; de los novelistas, Flaubert, Dos- toyewsky; de los humoristas, Swift; de los comediantes, nuestro detractor jurado, Moliere. No faltan tampoco entre ellos algunos que hayan cultivado la ciencia, todo el saber humano, íi los que puede aplicarse el verso de Lucrecio: Edita doctrina sapientium templa serena.— Sin que alcance un puesto tan alto en las letras, podría yo citar un distinguido escritor cubano, que después de pasados los accesos, ha dado á la estampa producciones amenas y cáusticas, que le han dado renombre en la Xsla.—Do lo que llevo dicho se infiere que la epilepsia y el genio suelen encontrarse reunidos; que puede ha- llarse en personas de ilustración y cultura, de aprecia- ble talento; con facultades intelectuales débiles y embo. (1) Legrand du Saulle.—Les épileptiques—lB76. (2) Bes matadles mentales, tomo 11. (3) Citado por Echevarría, de Plutarco, en "Matrimonio de los epilépticos.’’ Revista Cabana del Sr. Varona. 1888. (4) Véase Autobiografía de Páez. New-York 1867, págs, 149 y 207. tadas, ó también abolidas; y si JeanTailcarecía de razón al decir que la “mayoría de los epilépticos eran indivi- duos de gran inteligencia,” pues se observan como llevo dicho variedades infinitas, no le asistía mucha más exac- titud á Tonnini, cuando aseguraba “que las distraccio- nes de los grandes hombres no eran más que simples ausencias epilépticas» (1). Para encontrar epilépticos en esas alturas de la inte- ligencia, no hay que esforzarse mucho, como lo hace Morcan de Tours, en su bellísima Psicología morbosa, buscando antecedentes ó manifestaciones raras en los enfermos, como hace con Newton (2), por ejemplo, de quien dice que se desesperaba al ver quemados sus ma- nuscritos; como hace con Turenne, de quien dice que era tartamudo y alzaba los hombros cuando hablaba; como hace con Tayllerand porque tenía un pié contra- hecho; y otros muchos que podría citar. La lista délos epilépticos de genio tiene en los autores la confirmación del ataque ó del vértigo epiléptico. Es el de los epilép- ticos, pues, nuestro mundo más reducido, con todas sus agitaciones y peripecias; yes sensible que el señor Ló- pez haya abandonado completamente este aspecto déla cuestión, que debió haber consignado, para establecer esta deducción rigorosa: ni todo epiléptico es loco, ni todo epiléptico es criminal: los hay que entran de lleno en nuestro modo de ser, no apartándose de las reglas garantizadas por la sociedad. Decía al principio, cuando llamaba la atención sobre los autores á quienes S. S. en conjunto combatía, que eran muchos los que se habían ocupado de la epilepsia, ó epilencia, como la llama el vulgo en algunos países; me importa ahora añadir, que en todas esas épocas ha sido designada con multitud de nombres, que daban la significación de sistemas y teorías. Así la primera deno. urinación es la de mal de Hércules que emplean Hipó. (1) Cesare Lombroso. L'homme de génie.—París, 1889. (2) La psychologie morbide. orates y Aristóteles, porque se creía que Hércules la. había padecido (1); la que según algunos es el tipo de la epilepsia cerebral. Esta interpretación es la admisible; sin embargo Delasiauve no lo crée así, aceptando que se le llamara porque era como el dios Hércules, inven- cible. Areteo en su notable obra habla también del mor- cas herculeus. Luego los romanos le imponen el nombre, desde los tiempos más remotos de la República, de mor- bus comitiális, y ya se saben las formalidades que había que llenar para tomar parte en los comicios; la lluvia, el trueno, etc. los hacían separar, pero ningún incidente era tan terrible ni disolvía más pronto la reunión, como que uno de sus individuos tuviera un ataque, llegando al extremo de que las derrotas, el hambre, las revolu- ciones, etc., se atribuyeran á la cólera divina por haber- se reunido los patricios y haber sufrido uno de ellos de ataque epiléptico; Catón fué quien dió á conocer ese nombre. Dice Cullen que los antiguos la llamaron mor- bus sacer ó morbus divinus por creerla un castigo del cielo. Esta denominación la adopta Celso también, ade- más de la de morbus mayor, y morbus sonticus, ó mal funesto. En el siglo xvi en que tanto se habló de las influencias astrales se la denomina morbus lunáticas ó 8 (1) Un dia que Hércules ofrecía un sacrificio á Júpiter se de tiene de improviso; ruedan sus ojos de un modo espantoso y se llenan de sangre, echa espuma por la boca, la sonrisa es convulsiva y forza- da, y sus movimientos agitados. Cuando creen los que lo rodean que ha vuelto en sí, coje sus armas y persigue á su padre, á sus hijos, á todo el mundo, hasta que por fin mata á su mujer é hijos. Iba á dar muerte á su padre, cuando llega Pallas, lo detiene y lo derriba. Cae luego Hércules en un sueño profundo y al despertar viendo á su alrededor tantos cadáveres, se aterroriza y quiere suicidarse al saber que él es el autor de esa matanza.—Esto dicen, según Josat, Séneca y Eurípides.—También se dice que encontrándose disgustado con los rayos del Sol, se enfureció y les disparó una flecha.—La des- cripción parece hecha en nuestros días; no puede decirse más en mé>.- nos número de líneas.—Estos párrafos encierran casi toda la doc- trina de los crímenes realizados por los epilépticos. Puede servir de modelo la narración, aún careciendo de los otros pormenores con. que suelen completarse observaciones fantásticas, que no faltan. 9 astralis: en esa época los egipcios, y más tarde los grie- gos, atribuían á la luna y demás astros una influencia fatal en el desarrollo de ciertas enfermedades y espe- cialmente de la epilepsia; pero nadie exageró más esa influencia que Paracelso, á quien no quiero calificar de iluso, cuando decía, son sus expresiones, que era la en- fermedad cardinal, el microcosmo en revolución, el tem- blor de tierra del microcosmo, de lo cual resulta la efervescencia del espíritu vital, ó sea la epilepsia. En algunas de esas obras, aparte la exageración en las ex- plicaciones se encuentran hechos bien descritos. En los siglos xvii y xvm casi todos los médicos se dedicaron á la taumaturgia, y el papel que en el xvr desempeñaron los astros, lo vinieron á representar los demonios, los cuales engendraban todas las enfermedades: tal creen- cia impuso el nombre de morhus demoniacas. La repe- tición de los ataques era debida, según ellos, á la incre- dulidad de los enfermos. También se le ha conocido con los nombres de mal de los niños, de San Juan, mal her- moso, alto mal, ó mal sencillamente. Con estas últimas daré por terminada esta enumeración, que nos permite entrever cómo ha sido conocida en todos los lugares, en todas las épocas, en .todas las circunstancias, siendo considerada como enfermedad terrible é incurable y como el oprobio del arte médico, opprobrium artis. El nombre que generalmente se emplea hoy en todos los' países, epilepsia, derivado del griego, quiere decir sor- presa. Se vé por lo que llevo dicho lo antiguo de la en- fermedad, y le probará á S. S., que se encontraba y era temida en todas partes. No pienso discutir con S. S. palabras, sino concep- tos; por esto no me detengo en llamarle la atención sobre la expresión varias veces repetida de petit inalr teniendo su significado corriente en castellano, lo cual o•. 7 . impide que lleguemos á formarnos un tecnicismo cien- tífico; ni tampoco sobre las palabras «kaleidoscopio y multicolora faz* aplicadas á la epilepsia, pues con más galanura lo dijo Areteo; Variurn ac portentosum mor- 10 genus: ni he de preguntarle qué quiere significar S. S. con decir que «es útilísimo su poder jurídico» (1), de la epilepsia, entiéndase bien; ni he de recordarle esta pregunta del Sr. Mestre, «¿qué cosa es responsabi- lidad en su grado máximo atenuada?» ni sobre la irre- verencia al llamar varias veces la atención acerca de las ideas de autores respetables, al hablar de «modalidades que se exponen en ciertas y corrientes obras, que no están muy de acuerdo con la observación bien llevada de los hechos;» ni tampoco le aseguraré que no se ofende una Corporación diciendo unas cosas y omitien- do otras, porque se corre el riesgo de que pueda sospe- charse que aquello que se dice es porque se cree que no se sabe, y más cuando se insiste en el mismo concepto (3). Con ninguno de estos hechos molestaré vuestra atención, mas sí quiero fijar desde luego la falta de con- sistencia de la crítica que S. S. hace al Sr. Falret. Divi- de ese sabio frenópata los trastornos mentales que pue- den ocurrir en los epilépticos, y que S. S. transcribe, en tres categorías principales (4): «l9 Los que se producen antes, durante ó después del ataque y que pueden con- siderarse como epifenómenos del acceso convulsivo; 29 Los que se presentan habitualntente en esos enfermos durante los intervalos de los ataques. 3* Los que tienen una larga duración y constituyen una verdadera locura en forma de accesos que merecen una descripción espe- cial, ya en relación directa con los ataques convulsivos, ya de un modo independiente.» Y pregunta: «¿dónde colocar aquí las expresiones sintomáticas del nombrado (1) Crónica Médico-Quirúrgica de la Habana, del Dr. Santos Fernández.—Año XVI, pág. 21Ó. (2) Crónica Médico-Quirúrgica de la Habana, pág. 213. (3) Crónica Médico- Quirúrgica de la Habana, del Dr. Santos Fernández, Año XVl.—Así dice la Memoria del Sr. López: primero; «No voy á ofender vuestra ilustración tan reconocida con la des- cripción de los caracteres de esta demencia.» Y después: «No es po- sible que yo lastime vuestra competencia, etc., etc.» (4) Véase Crónica citada y Falret: Eludes cliniques sur les ma- ladies mentales el nerveuses, París 1890. 11 petit mal?)) Pues en la primera de esas categorías, que S. S. sin razón justificada, ha traspuesto. Más hubiera ga- nado su trabajo en método aceptándola, que no fragmen- tando la de Legrand du Saulle, al dividir dichos tras- tornos en «transitorios y permanentes.» Juzgue S. S. si no es más práctica la que el malogrado médico de Bicé- tre expuso (1): «l9 Epilépticos en los que la neurosis no ha dañado la inteligencia, que van y vuelven de sus negocios, tienen éxito en su círculo social, y pueden llegar á disimular su estado; 29 Los que no presentan sino pasajeramente (puede leerse transitoriamente, di- go) perturbaciones de las facultades intelectuales en el momento ó después de los vértigos, de los accesos in- completos, ó de los ataques, y que, en largos armisti- cios, gozan de la integridad completa de la razón; 39 Aqnellos que tienen el espíritu profundamente altera- do, y de un modo permanente, en los que la enagena- cion es adquirida é irremediable, y que constituyen en los Establecimientos especiales un grupo de enfermos agitados, impulsivos, furiosos y peligrosísimos.» Fácil- mente se comprende que al tomar una parte de esta división, no se encierra la totalidad del mal comicial. Una ú otra de estas divisiones abarca el estado mental de los epilépticos con la amplitud que exige lo compli- cado del asunto. También recordaré á la Sociedad la definición que da S. S. de los epilépticos, resentida como el resto del trabajo de la misma limitación. Hubiera S. S. reducido el enunciado en cuadro más estrecho, y parte de mis reparos no hubieran tenido fuerza; pero no ocurre lo mismo con la definición (2) que debe comprender todos (1) Gazzette des hópitaux. París, 1876. (2) La definición del Dr. López es la siguiente: “Son simple- mente epilépticos aquellos sujetos que atacados por la misma y nom- brada dolencia, ofrecen alteraciones psíquicas que guardando una relación más ó menos directa con los accesos epilépticos, constituyen un estado de pasagera alteración frecuentemente similar en los mismos individuos.” Luego más tarde, protesta S.S. contra la cons- 12 los extremos, sobre todo, si ha de ser descriptiva, como es costumbre hacerla. Cou pocas variantes, todos los autores la definen de la misma manera. Hé aquí la que yo propongo: Es la epilepsia una enfermedad por lo general hereditaria, hasta hace poco considerada como sine sede et sine materia, caracterizada por accesos con- vulsivos de más ó menos duración, por ausencias y vér- tigos é impulsiones irresistibles, acompañada ó no de trastornos transitorios ó permanentes de las facultades intelectuales y de alucinaciones é ilusiones y delirio, y como carácter fundamental la pérdida del conocimiento, y la amnesia durante el ataque y sus equivalentes.— Feré considera esta enfermedad como un síndrome, hoy se rechaza el término neurosis, pero está por confirmar la teoría de Chaslin que la cree dependiente de una le- sión de desarrollo ó evolución de la neuroglia (1). Al fin del ataque convulsivo el individuo puede quedar co- mo si no le hubiera ocurrido nada; ó por la repetición de los accesos, al salir del estupor, sentir fatiga, males- tar general, dolor de cabeza, vértigos, que son indicios para él de que ha sufrido algún trastorno. El dicho de algún amigo hace conocer al enfermo que ha padecido una grave perturbación. De todas las manifestaciones de la epilepsia, no es la convulsiva la que menor dura- ción (2) ofrece, sino la ausencia, el vértigo y el furor: Ira furor hrevis est. Establecidas las divisiones de Legrand du Saulle y de Falret sobre las perturbaciones de la inteligencia de los epilépticos, y una y otra me parecen excelentes, creo tancia de la similitud de las formas con dos casos que prueban, por su número reducido, lo dicho por la generalidad de los maestros. (1) En el notable compendio de Anatomía Patológica, de Bard',, publicado el mes pasado y que sólo he tenido tiempo de hojear, no- se hace mención de este hecho. En el libro de Feré se consigna. (2) “Pero precisamente el estadio convulsivo es el que menor duración ofrece.” Dr. López, loco citato. De la exactitud de esta afirmación puede juzgarse por lo que dice Defossez en¡la página 66 de su tesis; “La duración de la ausencia, de una brevedad notable* varía en límites que no exceden de 2á 5 segundos.’1, • 13 oportuno manifestar que las formas somáticas principa- les de la- epilepsia son tres: el vértigo, el acceso incom- pleto tan bien estudiado por Herpin (1), de Ginebra, y el ataque convulsivo; y como formas secundarias la epilepsia propulslva, estudiada perfectamente por Bour- neville, Brlcon y Mairet, de la que tengo un enfermo en observación; la congestión cerebral epileptiforme, sobre la cual llamaron Ja atención Trousseau y Rom- berg, forma parecida á los ataques de sueño imperioso y súbito, seguidos de violento delirio, señalados por Caffe y Semelaigne, y en los cuales se notan otros sín- tomas epilépticos (2), la alcohólica, la refleja, y la que denominaré quirúrgica debida á un trautismo; esta ne- cesita para curar la intervención operatoria. El delirio de la epilepsia puede coexistir con otras formas deliran- tes, especialmente la alcohólica, como han observado Laségue, Maguan, Pichón y otros. Si el Sr. López quiso proceder con lógica, debió ha- ber comenzado por los epilépticos que no presentan perturbación mental apreciable, haber seguido con las perturbaciones transitorias para concluir con las perma- nentes. Como el estado de locura viene precedido de trastornos, primero fugaces, luego permanentes, hasta que ocurre en definitiva la pérdida absoluta de las fa- cultades intelectuales, era natural que así procediese, antes de llegar á la demencia, de la cual es la epilepsia una de las causas principales. En este estado el médico pierde la esperanza de razón para el enfermo, el cual se vé reducido á la vida vegetativa; no tienen los demen- tes un instante de juicio, ni de libre albedrío, ni de vo- luntad, ni de conciencia; han perdido, con la anulación intelectual, los rasgos distintivos, los más altos de la personalidad humana. Epilépticos hay que presentan como fenómeno pre- cursor ó aura, solamente trastornos motores ó sensiti- (1) Des acces incomplets d 1 epilepsie, por Herpin. París, 1867. (2) Citado por Feré: Les epilepsies et les epileptiques. París, 1890, página 113. 14 vos. Este fenómeno puede estar ligado con la parte moral del individuo, ó ser la reproducción del punto cerebral que sufra con más intensidad el choque epilép- tico (1). La antigua división de los ataques por la ma- nera de principiar los accesos, que tanto preocupó á los griegos, se pudiera considerar hoy todavía como exacta; es la siguiente: 1? Epilepsia e parte externa, 29 Epi- lepsia ex útero, ex ore, ventrículo et/\ 39 Epilepsia ex capite vel cerebro (2). Se lian notado también modifica- ciones en el carácter; los enfermos se presentan tristes, irascibles, riñosos; las familias que cuentan epilépticos entre sus allegados sospechan el ataque; lo aguardan aterrorizados, pues todo aquel que haya presenciado una manifestación comicial en su espantosa realidad, y con la impotencia absoluta para dominarla, se sobrecojo de espanto, ya la note en la forma que más llama la atención, la forma convulsiva, ya la observe transforma- do en calambres, espamos viscerales, convulsiones, vér- tigos, etc., que son las distintas mutaciones que casi periódicamente sufre la enfermedad. En un mismo su- jeto el principio es, por lo general, igual. El aura sensi- tiva, ó visceral, es, generalmente, garantía para el enfer- mo y para los que le rodean, de que no cometerá un acto criminal. Pasado este acto, la insensibilidad es ab- soluta: el amoniaco no provoca ningún movimiento re- flejo, ni siquiera de repulsión en la fisonomía: el oído es insensible á la palabra humana, al acento conturbado del padre, de los hijos, de los amigos; el éter y el clo- roformo aspirados, no producen ninguna impresión; in- sensibles, pues, y sin conocimiento, pueden perder la vida en estas circunstancias, ó ahogados cayendo en el agua, ó por el fuego al desplomarse sobre la chimenea, (1) El aura motriz y sensitiva ha servido á los cirujanos que han practicado operaciones en la que he llamado epilepsia quirúr- gica, para juzgar con precisión el territorio en que debían aplicar el trépano. (2) Herpin. Loco citato. 15 presentando la cara medio calcinada, que los hace luego- desconocidos (1). Este individuo, después del grito característico, ini- mitable, presenta convulsiones tónicas y clónicas y lue- go un periodo largo de ronquido y estupor, de duración variable. El anonadamiento intelectual es absoluto, no hay conciencia, ni percepción: la máquina vital ha per- dido su mejor resorte, las potencias del espíritu, y sólo se ve un cuerpo inerte con manifestaciones de vida por la circulación intermitente, por la respiración velada é irregular, por las secreciones sin tasa, por la lengua que sangra de la mordedura que en ocasiones se nota. Ade- lantaré que en los períodos descritos, cuando ocurren de esa manera, no puede cometerse crimen de ninguna especie; pero sí al despertar, seguido ó no de delirio fugaz. En ocasiones, sobre todo en enfermos jóvenes, que han tenido ataques solamente durante dos ó tres años, no se observa delirio de ninguna especie, ni inco- herencia en las ideas; á veces algo de abatimiento, etc. las faenas habituales dan término al día, casi siempre sin conocimiento del grave período que acaba de atrave- sarse (2). En el intervalo de los ataques, las funciones intelec- tuales tienen el desenvolvimiento general; hay positiva euforia, equilibrio de las manifestaciones intelectuales y del bienestar físico; ó se nota, á veces, débil la me- moria y lenta la emisión de la palabra. Estos hombres, sin embargo, pueden sufrir en su carácter las mismas (1) Trousseau. Clinique Medícale de VHótel Dieu de París.— Tomo 11. 1877. (2) En algunos enfermos puede llegarse al diagnóstico por la emisión nocturna involuntaria de las orinas, síntoma que se ha exa- gerado, hasta querer asignarle el valor de prueba. No pocos enfer- mos presentan después de los ataques parálisis temporales locales, en forma hemiplégica (Todd), ó afectando los miembros superiores ó los inferiores, ó los cuatro ála vez. Según algunos es un fenómeno de inhibición; para otros, de agotamiento nervioso por las descargas epilépticas repetidas, y para muchos es debido á congestiones ó á hemorragias cerebrales. variaciones que en todos los demás se observan y llegar en el amor, á la felicidad; en las empresas, á la fortu- na; en las pasiones, á las más exaltadas fuera del domi- nio de la epilepsia; en la religión, á la creencia absolu- ta; y en la familia, ¡ah! en la familia, la descendencia, por regla general, y en forma semejante, ó variada, he- redará tristes, funestísimas consecuencias morbosas; pues si el epiléptico es capaz de perfeccionarse indivi- dualmente, á la especie humana, en cuanto á mejora- miento, no puede legarle más que monstruosidades y vicios. 16 AUSENCIA. VERTIGO. EPILEPSIA. LARVADA. Bien poco dice en su Memoria el Sr. López acerca del vértigo y de la ausencia epiléptica; en la aprecia- ción de estos hechos ha estado S. S. muy acertado. Lo sensible es la poca extensión que ha dado á tan impor- tante asunto; allí también se ven los caracteres princi- pales de la epilepsia, ó sean la inconsciencia y el olvido total de los actos. Debió consignar este último carác- ter, pues tiene gran importancia é intencionalmente ha sido omitido por algunos escritores, como por ejemplo ocurre á uno distinguido al citar al Magistrado (1) de que habla Trousseau, de quien se dice sencillamente que se levantó de su sitio á orinar, hecho que refiero tomándolo de sus lecciones ya citadas. Dice así en la página 73: «Tuve un amigo, Magistrado inteligentísi- mo, que sufría á menudo vértigos epilépticos, su herma- na estaba encerrada en Charenton donde la conocí. El enfermo presidía un Tribunal de Provincia. Un día se levanta pronunciando algunas palabras ininteligibles y va á la Sala de deliberaciones; el ugier lo sigue y lo ve orinar en un rincón; pocos minutos después vuelve á ocupar el sitial y escucha con inteligencia y atención (1) La primera parte de esta observación ha sido extractada por Charcot, pero sin omitir, como era natural, la pérdida del re- cuerdo. Legons du Mardi. 1889. Pág. 321. los informes interrumpidos breves momentos. No tenía ningún recuerdo de la falta increíble que había cometi- do.» Este mismo Magistrado, añade Trousseau, forma- ba parle de una sociedad literaria; «un día en esa so- ciedad, en medio de una importante discusión de histo- ria, tiene un vértigo. Desciende rápidamente á la plaza del Hotel de Ville y camina sin tropezar algunos minu- tos. Vuelve en sí, advierte que había olvidado el gaban y el sombrero, y retorna á la sesión con perfecta lucidez, sin conciencia de lo que había ocurrido durante el ata- que.» Es, pues, una pausa intelectual, un vacío en la vida que únicamente por referencias puede serles cono- cido. Suelen los individuos durante el vértigo sufrir algu- nos segundos, pero se han visto enfermos que han ca- minado sobre los andamies de una fábrica en que se ocupaban con la misma libertad que lo hubiera hecho un hombre en estado de salud; otros muestran sus órga- nos genitales á los que pasan (exhibicionistas); ó seño- ras de finas maneras, de exquisito trato, profieren pala- bras groseras en el Teatro, en la Iglesia, siempre sin conciencia (Trousseau), ó como el enfermo de Legrand du Saulle, de 41 años, el cual viajando en un departa- mento de primera con ocho personas más, se levanta de repente en el carro, vacía los bolsillos, coloca su reloj en el sombrero, tira sus lentes, se orina en la rodilla de una' niña menor de edad; y se sienta sin comprender la in- dignación, las amenazas y las violencias de los acompa- ñantes del wagón. Al dia siguiente que lo examinó el sabio médico legista, comprobó la epilepsia. Otros toman los objetos del primero que se le acerca, ó matan, ó se suicidan, pero siempre, quiero llamar la atención sobre este punto que el Sr. López apenas menciona, privados de conocimiento, obrando por impulsiones irresistibles, con olvido de lo ocurrido. Pero el tipo de los delirios transitorios, es la epilep- sia larva da descrita por Morel; y por otros, con el nombre de cerebral. Diré algunas palabras que hacen falta para lo que quiero probar, la inconsciencia y la amnesia, sín- tomas que merecen ponerse de relieve, pues son los ca- racterísticos del estado mental de los epilépticos. En es- ta forma, á los accesos maniacos de invasión brusca más pronunciados, siguen largas remisiones: los caracteres de esta forma son la alteración, la periodicidad, la inter- mitencia, la remitencia, la violencia extrema del delirio, y los actos peligrosos é impulsiones irresistibles. Pueden tener ó no alucinaciones de la vista y de los otros óro-a- --*/ • n nos (1); en todo el trabajo de S. S. no se habla de es- te fenómeno frecuentísimo en las alteraciones mentales; más tarde me he de ocupar de él. Al terminar los equi- valentes psico-epilépticos como los llama Saint (2) falta completamente el recuerdo de lo que ha sucedido. Al volver en sí del delirio «profieren las mismas injurias, cometen los mismos actos y obedecen á las mismas im- pulsiones» (Legrand du Saulle). Así queda constituida la epilepsia cerebral, forma tan temible, más temible á veces que las otras; para establecer el diagnóstico de la cual, no deben observarse solamente la futesas de carác- ter; las variaciones que todos los individuos experimen- tan según el estado del ánimo, pasando casi sin transi- ción en las actitudes sucesivas que forman nuestra ra- zón, nuestra conciencia y nuestra voluntad, del gozo á la pena, del sufrimiento á la alegría, de la pereza á la actividad, etc.—Más acertado que Goethe cuando afir- maba «dos almas habitan en mi pecho», es Griessinger (3) que decía «no son dos almas solamente, son muchas las que habitan en mí».—Déjense, pues, al formular el diagnóstico, las rarezas de carácter, la religiosidad 18 (1) Algunos.epilépticos «bajo la influencia de alucinaciones terrí- ficas, do emociones dramáticas, siembran el espanto á su alrededor, rompiendo todo lo que encuentran ásu paso, y cometiendo á veces homicidios'). Estas palabras de Charcot, pág. 320 de la obra citada, sirven para demostrar la gran importancia de ese síntoma. (2) Citado por Strumpell. Enfermedades del sistema nervioso. Tra- ducción de D. José Madera. New York. 1887. (3) Citado por Ribot en Matadles de lapersonnalité. 19 exagerada, pues los autores que hablan de ese síntoma, se refieren al delirio religioso, los paseos nocturnos ó diurnos, cuando no sean inmotivados 6 inconscientes y amnésicos, como el que sucedía á un pobre enfermo que en estas escapadas, se encontraba lejos de su residencia sin saber por qué, y atiéndase á la coexistencia de los ataques, á la pérdida del conocimiento, á la impulsión y al olvido (1). Y tenga siempre en cuenta el Médico el papel de justicia que le está encomendado, y que si es diíícil la simulación de la epilepsia, recuerde el hecho (1) Dice Hammond en la página 786 de su libro ya citado, que un enfermo «socio de una gran casa .de comercio padecía el grande y el pequeño mal. Dejó dicho enfermo la oficina á las once para hacer firmar un papel por otro negociante que habitaba en la vecin- dad. Como el enfermo no habia vuelto á la oficina á las tres, se le buscó, y se supo que habia estado en casa del otro negociante, y que después de haber tomado la firma de éste lo habia dejado á las once y media. Volvió á la oficina á las cinco. Más tarde se descu- brió, que habia estado en Brooklyn, donde compró un diario, que á la vuelta á New York tomó un ómnibus; y que al cabo de algún tiempo, recobró los sentidos». El enfermo citado por Charcot en las lecciones de los martes, 1887, Pag. 155, y que no doy ih extenso por no consentirlo las dimensiones de este trabajo, ha sido calificado por dicho autor de automatismo ambulativo, de naturaleza epiléptica. El enfermo éste sale con itinerario fijo y marcha con los ojos abiertos, durante uno, dos ó tres dias, con inconsciencia y vago recuerdo de lo que hace, ó más bien como si fueran ensueños. Atraviesa los puentes del Sena, viaja en ómnibus y en ferrocarril; en una de esas escapa- das se arrojó al rio, y por su destreza como nadador se salvó. No muestra en estos períodos sobreexcitación ni violencia; pero «es la misma serie de fenómenos post-epilépticoabajo otra forma» (Charcot). Es un caso, según el propio Charcot, digno de llamar la atención, pues jamás ha visto fenómenos comiciales de esta clase tan pronun- ciados, ni aún en las descripciones nosográficas. Este mismo enfermo le sirvió para otra lección publicada en el segundo volumen déla po- liclínica, que ya he mencionado. La lección tuvo lugar el 31 de Enero de 1889, y lleva por epígrafe lo siguiente: «Caso de automatis- mo comicial ambulativo». Se refieren los particulares de la lección anterior y la última escapada que duró ocho dias menos cinco ho- ras, con viajes en ferrocarril de París á Brest, ignorando dónde estaba, almuerzo, comida, arresto inmotivado hecho por un funcio- nario demasiado celoso y gasto de 40 pesos. La inconsciencia y la amnesia se notaban en este individuo, que mejoró durante algún tiempo por el empleo del bromuro de potasio. de Calmeil que cae en Charenton con un ataque fingido delante de Esquirol y Trousseau] hasta llegar á engañar al primero de esos maestros (1); que si difícil, digo, no es imposible la simulación del morhus moer, ni para el delincuente, ni para el quesea llamado á defenderle ex- tremando los argumentos que la astucia le sugiera; que á esto se reduce en muchas circunstancias el papel de los Letrados criminalistas. Abriré ahora un paréntesis. He insistido bastante en la pérdida del conocimiento, os diré algo de la amnesia, y en las citas que pienso hacer solamente me ocuparé de la literatura médica de estos últimos años. ¿Qué dice Trousseau? (2) «El acto del epiléptico es inconsciente y no deja el menor recuerdo. Así no sólo el epiléptico no es libre, sino que no sabe lo que hace». ¿Qué dice Ball (3)? «Existe una suspensión brusca y transito- ria de las funciones intelectuales; luego que ha pasado el ataque, el enfermo lo ignora completamente». ¿Qué dice Legrand du Saulle? «El epiléptico no ha visto, ni oido, ni sentido, nada; ha estado aislado del mundo ex- terior, ha estado ausente». ¿Qué cree Hammond? (4) Cree «que el síntoma principal es la inconsciencia, ó más bien el olvido de la conciencia». ¿Qué opinan Axenfeld y Huchard? (5) Opinan que un segundo carácter del deli- rio epiléptico es la pérdida del recuerdo, por lo que se nota la ausencia del remordimiento. Se ven enfermos que acaban de realizar los actos más violentos y crueles, asombrados cuando se les da parte de lo que han hecho». ¿Qué dice Gowers? (6) Gowers dice que «en ocasiones se producen automáticamente y que no conservan nin- (1) Citado por Maguan en sus Legones cliniques sur V epilepsie, 1882, y en Trousseau, (loe. cit.), y en Flourens, De la raison, etc., 1861. (2) Trousseau, Opera cilata. Pág. 76. T. 11. (3) Ball. Legons sur les maladies mentales, 1880. Pág. 503. (4) Hammond. Maladies du systéme nerveux. Traducción francesa de Labadie Lagrave. París, 1879. Pág. 789. (5) Traite des nevroses, página 795. (6) Gowers. Diseases of the nervous system. gnn recuerdo de lo hecho, porque no tienen de ello con' ciencia». ¿Qué opina Schüle? (1) Que en la ausencia «la amnesia es total». Y luego: «el epiléptico no tiene sino un recuerdo vago é incompleto de lo ocurrido». ¿Y Kraft Ebing? (2) «Que especialmente por la amnesia de los actos escandalosos que presentó un individuo después de cometidos, hacían suponerlos dependientes de la epi- lepsia larvada». ¿Qué opinaCullérre?(3) Opina que «cuan- do los enfermos vuelven en sí no se acuerdan de nada y saben con consternación los hechos pasados en que han sido actores». ¿Qué opina Max Simón? (4; Insiste varias veces en la amnesia de los epilépticos y luego textual- mente dice: «los epilépticos no tienen generalmente nin- gún recuerdo de los actos cometidos, ó por lo ménos, hay en su memoria graves vacíos que no les permiten, responder sino incompletamente á las cuestiones que se les dirigen. Es un hecho importantísimo y sobre el cual hay que llamar la atención». ¿Qué dice Falret? (5) Dice «que la confusión grandísima de los recuerdos, si no el olvido, es un síntoma casi constante en ese género de delirio». ¿Cuál es la opinión de Strumpell? (G) «Que fal- ta por completo el recuerdo de lo ocurrido ó es muy in- completo». ¿Qué cree Charcot? (7) Dice hablando de un epiléptico: «encontró en número de la casa que buscaba» y á partir de esa época comienza para él la oscuridad, el olvido completo», y luego añade: «se dice general- mente, y con razón, que uno de los caracteres principa- les de la enfermedad comicial es la amnesia». ¿Cuál es la opinión de liouillard? (8) Que «la amnesia periódica 21 (1) Schüle. Maladies mentales: Traducían francesa. Dagonet et. Duhamel. París 1888, páginas 246 y 250. (2) Krafft.Ebing. Le psícopatie sessuali. Traducción italiana. Sterg é Waldhart. Tormo, 1889, Pag. 128. (3) Cullérre. Maladies mentales, París, 1890, Pág. 430. (4) Orimes -et delits dans la folie, París, 1886, página 127. (5) Falret. Maladies mentales ct nerveuses, París 1890, página 351. (6) Strumpell. Opera citata, página 542. (7) Lcgons du Mardi á lo.t Salpetriere. París, 1887, Pág. 156. (8) IJ. encephale, 1888, Lesamnesi.es, página 667-, es el signo patognornónico de la epilepsia» Y el docto írenópata Sr. González Echevarría, ¿qué dice? Estas pa- labras, que tienen toda la autoridad que puede darles el nombre del autor; merecen ser reproducidas. Dice así el Sr. Echevarría (1): «la transición al estado normal de sanidad mental se efectúa siempre después de un largo sueño profundo, y entonces el epiléptico muestra una amnesia absoluta de cuanto ha ejecutado inconsciente durante su paroxismo mental» (2). Puede decirse todo lo que se quiera en contra, pero la base única del diag- nóstico de estos equivalentes psico-epilépticos es la im- pulsión irresistible, y por consiguiente inmotivada, la pérdida del conocimiento, y el olvido ó amnesia. Son muy contados los casos en que los enfermos han conservado el conocimiento y el recuerdo de los hechos. Hé aquí un ejemplo de Tuke y Bucknill citado en un artículo del señor Ball (3); Reciben un epiléptico en Wickfield, que no presenta en el momento de la entra- da trastornos psicológicos, el cual previene al médico que según toda probabilidad cometería actos de violencia al primer ataque. Esta predicción no tardó en comprobar- se. Se presentaron más tarde dos ataques sucesivos, y después ese enfermo golpeó á uno de los enfermeros é insultó al Dr. Major. El dia siguiente se excusa con el médico y le pide perdón por los actos de violencia que (1) Echevarría, Loco cítalo, Pág. 3 35. (2) Toigne, Du vértigo epxleptiqve, Thése de París, 1877. Defossez, Jn thése de París, 1878, Pág: 127, y Janin, De l epilepsie larvée, Pa- rís, 1878, Pág. 14, dicen en sus respectivas memorias: el primero, «esta afección se caracteriza por la pérdida absoluta del conocimiento y del recuerdo»; el segundo en una de las conclusiones dice: «el epiléptico, por regla general, no conserva ningún recuerdo del ataque m del delirio»; y el tercero: «que los epilépticos lian perdido la memoria de los hechos realizados durante el paroxismo».—El Sr. Varona en sus notables lecciones de Psicología, publicadas en la Habana el año 1888 dice al hablar de la amnesia «Los epilépticos presentan los ca- sos más comunes. Después del ataque, puede haber para ellos un pe- ríodo durante el cual ejecutan diversas acciones, pero del que pier- den la memoria, las más de las veces totalmente». Pág. 270. (3) 1' encephah, 1886. había cometido y por los insultos que había proferido, de los cuales conservaba completo recuerdo». La minu- ciosidad con que relatan este hecho (1) y algunos más, los autores, prueba la rareza del conocimiento en dichos estados; igual al precedente es el caso del enfermo que tenía conciencia de las impulsiones, y lo anunciaba á la familia, para que lo ataran y ellos pudieran escapar. Luego que el acceso había pasado daba gracias á la fa- milia y exclamaba; ¡cuánto he sufrido! Esta exclama- ción indica lo que muchos autores piensan, que esa des- carga psíco-sensorial sirvo de alivio y tregua á los enfermos. La clínica hubiera ganado mucho en sus apreciacio- nes si en las observaciones, en vez de consignar incom- pletamente la debilitación de la memoria se hubiera especificado en cada caso el grado, pues en ninguna enfermedad lo alcanza tan alto como en la epilepsia durante las manifestaciones de ese género; los dos ele- mentos de la memoria, la conservación y la reproduc- ción, se encuentran en estos ejemplos, abolidos. No es la amnesia del epiléptico en estos períodos, como la del demente, ni como la del paralítico progresivo; am- bos son ricos que han perdido todo el capital; el epi- léptico tiene fluctuaciones, y un capital que no pierde como no juegue en la epilepsia. Hay distintas clases de amnesia; á la periódica corresponden el sonambulismo, y la epilepsia, que no ha llegado á producir grandes tras- tornos mentales; en esa forma el olvido es absoluto. La insistencia con que he descrito este síntoma os probará: primero, la importancia que para los autores y para mí tiene; y segundo, la poca atención que el señor López ha puesto para describirla. (1) Tamburini, Saint, Echevarría, Toselli, y Bonfigli han pu- blicado hechos análogos. 24 LOCURA TRANSITORIA EN LA EPILEPSIA: FORMAS. Decía antes que en la epilepsia con aura sensitiva ó visceral, la comisión de actos punibles era, por lo gene- ral, rara y que lo mismo ocurría en los otros pe- ríodos del ataque convulsivo, especialmente en el de estupor post-epiléptico; este estupor, mentís consternatío, como lo hubiera llamado Félix Flater, es frecuente en los antiguos epilépticos, jóvenes ó viejos, y se prolonga y es más intenso cuando se instituye el estado de mal; estado en el cual suelen ocurrir el aura, la mordedura de la lengua, alucinaciones, impulsiones, ilusiones, con- vulsiones, delirio, excitación maniaca, que encierra los más graves caractéres de la manía, furor, espuma por la boca, evacuación de materias fecales y orina; todo lo que conturba y extremece, añadido á la mirada vaga del enfermo, á sus palabras incoherentes, á las alucina- ciones persistentes y penosas; y últimamente, por los crímenes que pueden cometer. El delirio se establece en ocasiones; presenta remitencias y dura dias y meses. Llamo la atención de la Sociedad sobre la escasa, ó mejor, sobre la nula importancia que el Sr. López da en su Memoria á las alucinaciones é ilusiones; estas aluci- naciones, verdaderas afirmaciones que no existen, se presentan pasado los ataques, ó antes, en forma de aura. Se comprende la importancia de la división antigua del aura; á la tercera clase epilepsia ex copite vel cerebro, corresponden estas perturbaciones. Las alucinaciones pueden ser unilaterales o bilaterales; yo las he observa- do unilaterales, sin que esto quiera significar que pre- tenda hacer generalizaciones por un solo hecho. Las alucinaciones recuerdan las circunstancias en que el mal se desarrolló primeramente. Ll oido puede sentir y confundir las sensaciones (ilusión) ó también puede percibir sonidos qué no existen, músicas lejanas, ruido de locomotoras, voces que impulsan al crimen, ocves amigas; en la vista las alucinaciones representa-n fantasmas, asesinos, ladrones; en las de colores, el rojo predomina; puede de este modo advertir líneas, puntos que no existan, bolas de fuego que se aproximan, ¡y cómo revela la fisonomía de los epilépticos las sensacio- nes terríficas que sufren!; pueden distinguir hombres que amenacen; el olfato puede percibir todos los olores. Estos epilépticos son terribles en este período, pues como dice Schüle(l) «esas sensaciones corporales deter- minan actos bruscos é impulsivos en los epilépticos que se hacen intratables en cuanto experimentan el menor malestar moral». Recuerdo en estos momentos un joven enfermo, que sufría atroces dolores porque creía que le cortaban un brazo; ese mismo joven tenía alucinaciones persistentes de la vista y del oido, y las alucinaciones variaban. Habla Grlesinger de un joven epiléptico que «sentía á veces su cuerpo extraordinariamente pesado y que apenas podía levartarlo; otras se creía tan ligero que le parecía que no tocaba el suelo, algunas ocasiones pensaba que su cuerpo había tomado tal volumen que no podía pasar por una puerta». Estas ilusiones rio son raras; valía la pena de haberlas mencionado en un tra- bajo en que se habla exclusivamente de las perversiones de la inteligencia. Constituido el ataque, y ya pasado, de estas cosas, una; ó el enfermo vuelve á tener alucinaciones en la forma dicha ó en otra, ó se presenta el delirio maniaco transitorio, ó se establece el estado de mal subintrante, que tarda algunos dias en desaparecer. Estos tres esta- dos pueden desaparecer. En estas condiciones se nota en el cuarto cerrado del enfermo, después de una noche de ataques, un olor sui generis, olor acre á ratones; olor tan característico como el que se presenta en una sala de dementes, ó donde haya un enfermo de gangrena, aunque no tan penetrante como en esta última. Los enfermos presentan también en estos casos abe- (I) Schüle, Matadles mentales, Traducción, Dagone! y Dubamel, París, 1888. rraciones del sentido genésico, exhiben sus órganos ge- r*' 7 y. D r> nitales (1), son onanistas, etc. i 7 ha desdeñado S. S. considerar particular tan interesante, pensando quizás que era realidad muy triste para expuesta, olvidando así que Tardieu cree que «no hay nada bastante corrom- pido para que aquel que se dedica á la ciencia del hom- bre no esté obligado á ver y referir»; estrechando los límites en el desarrollo del tema, y no comprendiendo, por tanto, la extensión inusitada del título. Esta, como las otras formas de delirio, es la expresión del gran desarreglo epiléptico; y se conforma lo mismo que las otras concepciones delirantes. ¿Para qué averiguar la razón que asistía á Demócri- to al comparar el coito á un ligero ataque epiléptico, ó á los romanos que decían coitus epilepsia hrevis est? Esto no me importa por el momento, y sí citaré antes de hablar de los exhibicionistas el enfermo de Schenk (2), el cual durante los paroxismos tenía una eyecula- ción y veía siempre una mujer que se le ofrecía lasci- vamente y otro enfermo en que Salmuth notó con- tracciones en los testículos durante los ataque convul- sivos (3). Me ocuparé de los exhibicionistas, neologismo acep- tado en nuestra lengua con el padrinazgo y el sentido que le dio Laségue, á quien se debe la descripción de la forma, y que consiste en mostrar su persona, nada más que en mostrarla, ó de su persona las partes geni- tales, al primero que pase; pero con intermitencia y amnesia, en los casos en que la manifestación delirante 26 (1) Refiere Magnan en la obra citada que «detuvieron á N. en la Iglesia San Roque, porque se desnudó gritando, quiero enseñar Algunos instantes después el mismo enfermo asegura que no ha en- trado en la Iglesia». Loco átalo. Pág. 36. (2) Estos datos los he tomado del interesantísimo estudio del señor Echevarría, tantas veces citado. (3) Parecido á éste es el caso deKiernan, publicado en 1884, y citado por Krafft Ebing, el cual como aura de los accesos tenía siempre la visión de una hermosa mujer en posición lasciva, lo que provocaba ■en el enfermo eyeculaciones. tiene por base la epilepsia. Y que es asi lo comprueba Krafft Ebing (1) al decir que son esos enfermos en tér- minos generales, paralíticos, epilépticos 6 ancianos. Además, en muchos epilépticos el estímulo genésico es intensísimo y lo satisfacen de manera viciosa y anómala; por regla general presentan esas excitaciones después de los paroxismos, como manifestación post-epiléptica, ó como equivalentes. En los intervalos no revelan la menor excitación sexual. Como el asunto es espinoso, terminaré esta parte con el siguiente hecho del propio Krafft Ebing, y de paso señalaré que en todos los casos de epilepsia larvada que refiere ese frenópata ilustre, la amnesia era absoluta. Hace muchos años -dice que vé «un epiléptico hereditario, el cual después de varios ac- cesos, se precipita sobre su madre para forzarla; al cabo de algún tiempo vuelve en sí con amnesia del hecho. En los intervalos es un hombre de severas costumbres y no siente estímulo carnal». Y como de estos hechos se derivan algunas veces actos penables, en su tiempo de- bieron haber sido descritos por el Sr. López para que conocidos los agentes que determinaron los autores á esas groseras manifestaciones se les considerará fuera de la esfera común, y de lleno, para la internación en los Asilos, al amparo de la ley. Las alteraciones en la palabra,—ya he hablado de la lentitud en la emisión,—que es en suma, la que exte- rioriza nuestro pensamiento, no ha merecido en el tra- bajo de S. S., como tampoco las alteraciones sexuales, ni las alucinaciones, ni las ilusiones, la más pequeña mención. La causa de la emisión no la conozco, ni es suficiente excusa el que S. S. no las haya observado.. Puede presentarse como síntoma pre-epiléptico, como aura; y siempre después de iniciado el ataque, el mutis- mo es absoluto, y más marcado que en ninguna otra clase en la congestión apoplectiforme, descrita por Trous- seau; pero ese mutismo ó afasia puede persistir uno, dos (1) Krafft Ebing. Loco cítalo. ó tres dias después del ataque; ó presentar un trastorno particular como el enfermo de Moreau (de Tours) que pronunciaba espontáneamente las palabras, pero que no podía hacerlo cuando se le ordenaba (1). Pueden, en vez de este síntoma, hablar lentamente, con alteraciones en la emisión de la palabra ó ser arritmómanos como el enfermo epiléptico de Cullérre que calculaba la división del tiempo, los segundos, los minutos, las horas, los dias, los meses, los años, los siglos; ó también sobre sus ocu- paciones habituales, género de vida etc. (2) Un trastorno curioso observado por el Sr. Echeva- rría con el nombre de eco epiléptico, el año 1870, con- siste en la reproducción de una palabra escrita ó de las sílabas de una palabra; de ese trastorno se han publicado algunas observaciones después de la de nuestro compa- triota. Ejemplo: al escribir la palabra escritorio, pon- drían: esesescricritotorio. 28 Van pronunciándose más las perturbaciones menta- les, y la repetición de los ataques hace que el delirio se produzca, se acentúe y se sistematice, y como no soy partidario de las clasificaciones de las monomanías, no me parece mal la de locura epiléptica que comprende varios aspectos, ofreciendo como en los otros enfermos «las concepciones delirantes que surjan de otras concep- ciones, la misma ley que hace que una idea razonable engendre otra». (Falret). Por consiguiente, la situación mental de estos degenerados que corresponden á la cla- se de los degenerados inferiores de Maguan, antes de definirse la locura, presenta variaciones de forma, las cuales están siempre bajo la dependencia del gran mal que las origina. Principia algunas veces la nueva fase epiléptica, pa- sando por los períodos ya descritos, ó bien manifestán- dose ciertas formas parciales para terminar por la de- mencia; ó viene ésta de repente, cofa tulléndose con el (1) Citado por AxenfelJ et Hucbard. Loco cítalo. (2) Citado en la Semaine Medícale. Número 15. 1890, estado de imbecilidad; ese período final es debido á las congestiones repetidas del cerebro (1). Estas grandes perturbaciones psíquicas, sensoriales y motrices hacen que los epilépticos no lleguen casi nunca á la vejez.— Decía Areteo que la locura, una por su género, era múl- tiple por sus especies. Así con la epiléptica, cuyas deri- vaciones tienen por género el mal coinicial. Esto que voy describiendo, la gran influencia que sobre las psicosis en general tiene la epilepsia, se ve más marcada en los niños epilépticos, en los que la atención no se desarrolla, ni tampoco la razón y adquieren el idio- tismo: no llegan nunca á hablar, sufridas las primeras conmociones epilépticas. En un cerebro débil, pues ya decía Hipócrates «por el cerebro caemos en la manía», se comprende que el resultado sea inmediato y la de- tención del desarrollo cerebral sea al par que rápido, absoluto. En los mayores, la desorganización cerebral en sus manifestaciones intelectuales y orgánicas, es más lenta.—Señalaré los principales estados, la melancolía epiléptica, en la que el enfermo tiene ideas tristes, som- brías, se creen indignos y están constantemente deses- perados. En la forma de manía, los epilépticos se presen- tan irascibles, violentos etc. Este estado dura tres ó cuatro dias. Pueden padecer también delirio de perse- cución, tienen enemigos por todas partes que los persi- guen, son desgraciados, rencorosos.— En la coexisten- cia del delirio epiléptico y de otras formas, el síntoma característico deí epiléptico, es la inconsciencia absoluta del acto comicial (Pichón). (1) A título de curiosidad refiero este hecho del Sr. Burrows, citado por Mor el; “en un joven de 30 años iba la sangre con tal violencia á las últimas ramificaciones de los vasos, que este líquido salía á través de los poros; ocurría á veces que el cuero'cabeíludo estaba impregnado de sangre. La inteligencia de este enfermo había sufrido grandemente á consecuencia de los ataques. Murió en el paroxismo de un ataque y la autopsia hizo ver una gran cantidad de sangre en la superficie del cerebro.” 30 DEMENCIA EPILEPTICA. Los fenómenos se hacen permanentes, las impulsio- nes continúan, las alucinaciones desesperan al enfermo- y sorprenden á los asistentes; el individuo enflaquece, desconoce sus amigos, no tiene pensamiento, ni racioci- nio, ni juicio, no asocia las ideas, no presta atención álo que se le dice, y es que con todos estos síntomas se com- pleta la disolución de la personalidad, el anonadamiento- de la voluntad y de la memoria; ya este individuo ne- cesita quien lo guíe, quien lo vista, quien atienda á sus- alimentos; es el árbol seco asido á la tierra por cortas radículas; de vez en cuando una descarga epiléptica despierta ese cerebro aniquilado; la vida vegetativa es bien poco para el ser que ha tenido en la inteligencia el grado más alto de perfección que alcanza la especie hu- mana! La disolución de la personalidad, como llama liibot la demencia, es bien palpable para que deje de asombrarme este concepto de S. S: copiosos palabras «la demencia epiléptica, proceso realmente consecutivo, y clarísirnamente de apreciar; sobre todo, en aquellos enfermos que han tenido una mediana ó regular inteli- gencia»; concepto que expresa con más exactitud Schitle, cuando dice que «el tipo de esa demencia es claro en los enfermos que han tenido brillante inteligencia y una decadencia psíquica rápida». De este modo lo compren- do mejor, aunque entiendo que siempre es fácil de apreciar la demencia, sea cualquiera la causa que la de- termine; más claro, la especie es fácil, pero el género- raras veces nos será permitido descubrirlo. Llegados á un Asilo, no podréis jamás conocer la demencia epiléptica, á no ser que la casualidad os depare un enfermo que padezca el ataque convulsivo en aquellos momentos, ó que esté sumido en el coma epiléptico, que también con mucha dificultad llegareis á reconocer; la presunción que os dé la simetría fronto-facial será poca; tiene valor, pero muy relativo, lo mismo que las asime- 31 trias cromáticas del iris, el astigmatismo, la desviación de la pupila, la disminución de la capacidad vital del pulmón, síntomas que ha señalado Feré. Es bien poco para caracterizar una especie de desarreglo mental per- manente, la existencia de síntomas que no sean cere- brales; á nadie se le ha ocurrido hasta hoy diagnosticar- la pneumonía por la coloración de las mejillas, y eso que hay cierta relación entre esa enfermedad y la colo- ración dicha. El médico diagnosticará, pues, la demencia y la ca- lificará de epiléptica por la observación detenida y «bien llevada» de ios hechos, como dice el Dr. López. Quien proceda de otro modo se engañará. Referiré, para con- cluir esta primera parte, el hecho que ocurrió varias ve- ces á Gall durante su estancia en París. Dicen que Gall deseaba visitar á Bicétre para descubrir en los criminales los instintos perversos por las eminencias del cráneo; en esa época Bicétre servía de prisión provisional. Acorda- da la visita con el ilustre Pariset, éste invito á almorzar al frenólogo; dispuso que se vistieran como sirvientes una docena de criminales escojidos entre muchos. Llega Gall, Pariset le hace palpar la cabeza de los supuestos sirvientes, y Gall declara que no ofrecen nada de par- ticular. Al acabar el almuerzo, pide que se le enseñen los criminales; á lo que contesta Pariset: «esos hombres que usted acaba de examinar son los que desea ver». En la visita que hizo el mismo Gall á la Saipetriére, suplica á Esquirol que le enseñe algunos enfermos, y cada vez que Esquirol decía las inclinaciones enfermizas de los vesánicos, las eminencias del cráneo venían en relación con el género de locura, mas al querer convencerse Es- quirol de la verdad de la teoría, no expuso los hechos y Gall no acertó más. Lo mismo pasaría al que, en el pe- ríodo final de la locura epiléptica, quisiera remontarse para reconocer la causa que la ha motivado, de los sín- tomas que note. Una cosa, pues, es la confirmación de la demencia y otra muy distinta, y expuesta á error y que sólo se conocerá, teniendo en cuenta los anteceden- tes de los enfermos, la clasificación de la demencia en el grupo de las epilépticas.- ÍI LA EPILEPSIA EN LOS CHINOS. Hipócrates en su primer aforismo dijo: «el arte es largo, la vida corta, el juicio difícil» Esto último se advierte al leer la parte dedicada en la Memoria á la epilepsia en los chinos, y que por inducción se podría resolver. A Mazorra, en donde estudia con provecho el Sr. López, habrán ido probablemente trescientos, cua- trocientos, un millar ó des de chinos si se quiere; me importa poco la cifra exacta. Es un número bien limitado para pretender establecer una ley. No hay razones que consientan esa eliminación de una gran raza, de una raza antigua y poderosísima por su número, (1) del resto de la especie humana, aunque no este aquella en contacto íntimo con las civilizaciones europea y americana. En estos momentos en que se trata de generalizar la pato- logía del hombre, á las otras especies animales, en- contrando en estas todas las modalidades morbosas de aquella, no deja de ser curioso y original tomar una enfermedad de todos los climas y de todas las épocas, afirmando que una porción considerable de la humani- dad no la padece, porque en muy reducido número no ha sido observada en un Asilo que no le está destinada (1) Mayr y Salviom en su exce lente libro La slatistica ela vita socíale, publicado en Turin en 1886 dicen en nota en la página 145, que Bhem y Wagner evalúan la población de China en 404.946.514 habitantes, y el Imperio Chino en 434.626.500. Esta cifra ha sido tomada de un censo del año 1842. En la edición de 1882, los autores ya citados proponen las cifras siguientes para la China 350,000,000 y para el Imperio 371.000,000. En números redondos el Coronel Tcheng-Ki-Tong en su obra Les chináis peints par eux-mémes, París, 1884, dice incidentalmente que se compone de 400.000,000 de almas. Según datos suministrados por el consulado chino existen en la Ha- bana 4,637 asiáticos, de ellos 24 mujeres. Este dato ha sido publicado enlas Consideraciones demográficas de la Habana, año 1889, por el Hr. Y. de la Guardia; pág. 5. exclusivamente. Las generalizaciones están expuestas á pecar por falta de base, cuando se atiende á una pe- quena parte para comprender el conjunto. ¿Cómo se entiende que la China, la nación más encerrada en sus antigüedades y en su tradición fuera á dar nombre á lo que entre ellos no se conoce? ¿Es la epilepsia mal contagioso que sólo por el comercio con individuos contaminados pueda sobrevenir? ¿Es fruto de nuestra adelantada civilización? ¿Puede ser dependiente de in- toxicaciones crónicas, el alcohol ó el ajenjo? La gran mayoría de los epilépticos que aquí se observan ¿no es dependiente de la degeneración ó de excesos en las be- bidas? ¿Qué tiene de particular, pues, que el opio con- duzca á los chinos á la epilepsia por la misma razón que el alcohol á los otros? Que todos los de la Sociedad «conozcamos esa espe- cie de inmunidad que para las dolencias nerviosas en general ofrece el chino,» es afirmación tan aventurada, que mejor hubiera sido no estamparla. Como manifes- taciones nerviosas, yo he visto varias veces las distintas vesanias, con el delirio que es habitual en las inteligen- cias reducidas; he visto mielitis difusas y localizadas; epilepsias sintomáticas de tumores cerebrales, neural- gias variadas; pero ¿por qué no haya visto hasta ahora la parálisis agitante, yo que habré observado trescientos chinos, puedo deducir que no la padezcan? porque no haya observado el histérico ¿lo podré afirmar? En modo alguno; porque á todas mis conclusiones, á mi afirma- ción, á las esplicaciones que el hecho pueda sugerirme, me dirá alguno ¿cuántas mujeres ha visto? ¿Cuántas hay en China? ¿Habita ó ejerce usted en medio chino? Vea, pues, que no hay tal «túnica encubridora de misterio» son sus palabras; que la túnica, y el misterio y el opio, no tienen más valor que el de una deducción sin base por limitarse á número reducido de hechos. Por eso dijo Hipócrates, lo repito: Judicium difficile. Por inducción, sólo porque la patología es la misma en todas las localidades con pequeñas variantes, puedo decir á S. S.; la epilepsia existe en China. Si no ¿porqué la designarían ellos en sus Diccionarios? (1) ¿Porqué, por último, rayar una enfermedad del cuadro nosológico de casi la tercera parte de la población total del mundo, sólo porque están lejos y no ha llegado á nosotros la no- ticia de que la padezcan? Conste que yo aplaudiría que no padecieran tan grave mal y que las afirmaciones del Sr. López fuera exactas y mió el error. Escrito casi todo lo que antecede, el libro de Dabry que acabo de citar di- sipa todas mis dudas; los chinos padecen epilepsia. Oigan algunos detalles del li bro citado, no copiaré más que dos para terminar esta cuestión que no debió haber sido suscitada: dice del pulso; «pulso débil, variable,» y más lejos: «cuando esta enfermedad es hereditaria es muy difícil curar, si no es incurable». 34 Ya he dicho que había visto epilepsias sintomáticas, pero no basta. ¿Se quieren observaciones? El Sr. Eche- varría, en comunicación oral me afirma que en Cuba la ha observado y que en Panamá hay un chino que todo el mundo puede ver en la calle con ataques.—Es muy corta nuestra experiencia para una afirmación tan ab- soluta. 111 ASPECTO MÉDICO LEGAD. Señores: ya toca á su término este análisis del es- tudio del Sr. López; hasta aquí he consignado somera- (1) Mi amigo el Dr. Robelin yel distinguido políglota Sr. Lecerñ me han dado los nombres técnico y vulgar del gran mal en China,- el primero es jam tset y el segundo yiong tin ching, escritos con su ca- rácter especial de letra. En una obra que me ha facilitado por con- ducto de dichos Sres., el Dr. Tomás Coronado, de Cabañas,obra titu- lada: La Mcdecine diez les Chináis por P. Dabry, París, 1863, en la pág 56 se lee el nombre Jan-tiao-fong (epilcpsie) y una breve des- cripción de la enfermedad. A mayor abundamiento poseen sinonimia, y la segunda de estas palabras, tiene algún parecido en su significa- ción, á la que ha servido para llamarla mal de San Juan, atendiendo al aspecto del decapitado, pues Sauvages cree que esto es lo que ha servido para designarla con ese nombre. 35 mente todo aquello que podía servir para el juicio diagnóstico, juicio que es la base de que dependen las decisiones que ia familia y los jueces hayan de tornar; y que sirve para que un epiléptico no se roce en la calle con los individuos sanos, para que sea internado en un Asilo, garantizando de esta manera la Sociedad, ó para que vaya á ese mismo Asilo, si habiendo cometido algún crimen en las circunstancias que la Patología mental determina, queda colocado bajo el amparo de la justicia, bajo la custodia de los médicos, fuera de las leyes que garantizan la hacienda, la familia, la honra, la vida de los ciudadanos. Se sabe que la idea de la justicia abso- luta está reñida con la forma de las leyes y los castigos impuestos. En la locura real están los vesánicos exentos de las circunstancias sobre que descansa la responsabi- lidad; el perito desempeña en esos difíciles momentos casi el papel de árbitro, y no debe comprometerlo por las simpatías, por la amistad, ni tampoco por la caridad ó por la compasión, pues si como dice Georget «las per- sonas que hablan con más seguridad de la enajenación son precisamente las extrañas á la Medicina», el médico, que conoce las formas de locura, debe solamente sugerir á los Letrados y al Tribunal la nocion de la enfermedad para que de allí se deduzca el grado de libertad que haya determinado al individuo á obrar en contra de lo establecido, y la responsabidad legal. La apreciación científica compete al médico (Ij; las enseñanzas que de allí se deriven conforme á los Códigos, á los Letrados; la aplicación de la pena, al Tribunal. La sanción la dá rectitud de los Jueces, y el axioma jurídico res judicata pro veritate hábetur, ha de encontrar en nuestro silencio respeto y acatamiento. Si en los tiempos de \ oltaire podía él decir que no había Tribunal que «durante los (1) «-Al Juez competente corresponde hacer la aplicación de las deducciones médicas al texto de la Ley. El médico no tiene que in- tervenir en la interpretación legal de los hechos; la interpretación del libre albedrío y de la responsabilidad moral, no es de su incum- bencia».— Feré.Las epilcpsies et les épiléptiques, París, 1890. 36 siglos que han precedido el nuestro no se hubiera man- chado con asesinatos legales», es lo cierto que hoy se buscan todas las fuentes de información necesarias para no condenar los dementes. Por otra parte, si el perito no debe pronunciarse sino sobre hechos probados, poniendo en evidencia todos los caracteres que note en el enfer- mo, hasta hacerlos tangibles, por decirlo así; el Juez puede tener en cuenta las probabilidades, y está capa- citado para separarse de nuestro dictamen. En punto á Medicina mental, no es corta la tarea de los médicos; es muy noble y obra de siglos, esa adquisición fecunda de los grandes mentalistas. Se circunscribe, pues, cada vez más, el papel del pe- rito y en mi opinión ganando en respeto la medicina. En tiempo de los romanos, la irresponsabilidad se ex- tendía á cierto número de enfermedades, las cuales se consideraban causas de inculpabilidad para los crimina- les. Se llega á Pinel; la obra de este filántropo y médi- co, de este benefactor de la humanidad, es una verda- dera revolución. En su tiempo los enfermos criminales eran los imbéciles, los furiosos y los dementes; y se se- cuestraban administrativamente los enfermos. Esquirol y Georget extienden el dominio de la locura legal. En- tonces nace, por afan filantrópico mal entendido, la res- ponsabilidad parcial, muy bien establecida por los auto- res en ciertos casos, l oma con esto el papel del médico un carácter que no le corresponde, y Falret, Gresinger y Morel se limitan á responder á la cuestión médica, a diagnosticar si un individuo está loco ó no, para que de- cidan la penalidad los llamados de derecho áhacerlo; nuestro papel termina con el diagnóstico ántes, en el acto y después del acto. Siempre recordaré este hecho de Motet (1). Se instaba á ese médico para que con- cluyera acerca de la responsabilidad ó irresponsabilidad de un enagenado, á lo cual contestó: «hemos evitado (1) Citado por Eaboud. In Ussai sur V irresponsabilité des alienes dits criminéis, París, 1884, pág. 95. cuidadosamente emplear la palabra responsabilidad en el informe. No somos nosotros los llamados á juzgar. Hemos dicho que se había conducido dominado por una agitación pasional. Que otros decidan». La impor- tancia de esta manera de proceder es manifiesta, y se establece por ella como entiende Legrand du Saulle «que toda cuestión médico-legal depende (ahoutit) de una cuestión de diagnóstico». El papel del médico no es el del Juez, ni el délos testigos; de todos ellos tiene; el médico es el representante de la verdad científica, así como los magistrados los representantes de la verdad jurídica. «Ni los gritos del pueblo reclamando ejecucio- nes, decía el gran Conolly, ni la severidad délos trados despreciando la verdad psicológica, deben des- viar al médico de su tarea de sabio y de su deber de testigo. Su deber es declarar la verdad. Que haga luego la Sociedad de esa verdad lo que le plazca». A esto se reduce nuestra misión; á que se confirme nuestra sin- ceridad científica, sin tomar el papel del defensor, ni el de la acusación. Lo que lia variado la moral y el concepto del crimen yde la pena, se advierte en las distintas épocas de la historia. El temor de Dios, los castigos sobrenaturales, la intimidación como medios de castigar son conoci- dos; en la edad teocrática la pena es atroz, es infinita por lo que quiere vengar. Los actos punibles van va- riando á medida que la moral sufre cambios y apénas se conciben la multitud de causas, los hechos realmente pueriles que eran castigados. La sociedad utilitaria do nuestros dias piensa ser equitativa, tomando por base la seguridad de las personas y de sus bienes, la solidaridad general, aceptando como Eplcuro que «lo que se llama justicia es lo mismo en todas partes: la razón de la uti- lidad recíproca que los lugares y circunstancias hacen variar». En este principio que puede decirse de defensa social, debe inspirarse el Médico al emitir su opinión sobre cada caso particular. Germán Garnier opinaba «que todo el que hacía una limosna sin examen cometía 38 un verdadero delito social»: el médico que procede sin maduro examen cuando se trata de la locura, se en- cuentra en ese mismo caso. Pero, vengamos á los epilépticos (1), y en este pun- to me encuentro con los mismos reparos que hacer al Dr. López, la fragmentación del tema, la oscuridad en muchas frases, el desden á los autores. ¿Cuántos epilép- ticos criminales bastan para ser autoridad, y que la doc- trina valga? ¿Qué actos pueden realizar? ¿Como ios realizan? Y si la base que se tenía no era bastante amplia, y por ende, no podía servir para edificar doc- trina ¿por qué sustentarla en términos ambiguos, dando á las expresiones un sentido jurídico que no tienen? Ya sabemos qué cosa es la irresponsabilidad; pero ¿qué es «la responsabilidad amenguada?» ¿qué, textual, «la res- ponsabilidad en su grado máximo atenuada?» «¿qué cosa es «lata irresponsabilidad?» Y declarado irrespon- sable, ¿qué suerte ha de caber al hombre que con la mayor de las desgracias, la declaración de su criminali- dad, tenga la de ser loco? Y sobre todo ¿por qué re- duce S. S. á 24, 36, 6, 8 y 12 horas los períodos de irres- ponsabilidad, y no á 15 dias, un mes, un año? ¿A qué se deben esas limitaciones? ¿No son arbitrarias á todas luces? ¿No sabe S. S. que ya Zacchías, el año 1673, limitaba dicho período de irresponsabilidad, á los actos cometidos tres días antes ó tres después del ataque, comprendiendo en una ley general todos los casos, la cual ha sido desechada por ilógica, como lo será la que propone S. S.? Y no objete que no conocía el pensa- miento de ese autor célebre, porque casi todos los es- critores lo citan. Hé aquí el inconveniente de no mirar con más atención y más cuidado las enseñanzas de los (I) Véase el programa de Medicina Legal del Dr. Castañeda, publicado en la Habana en el año 1886, página 92, lección 55, en la cual resume concisamente las manifestaciones mentales déla epi- lepsia en sus distintas modalidades. En otras lecciones del mismo programa, el Dr. Castañeda se ocupa des diagnóstico y de la res- ponsabilidad. 39 clásicos. ¿Será posible que todo acto cometido por un epiléptico, sea necesariamente de causa epiléptica, y por consiguiente, esté libre de pena el que lo ejecute? S. S. no lo dice, y al callarlo se imposibilita de secundar cumplidamente la justicia. Haré que le conteste Ham- mond (1) y trataré de que sea muy csplicito; óigalo la Sociedad: «debe comprenderse que un epiléptico puede, lo mismo que un hombre sano de inteligencia, cometer un acto criminal bajo el imperio de sentimientos de odio, de venganza ó de lucro y que es entonces respon- sable, y por tanto tiene que sufrir el castigo á que se haya hecho merecedor.» ¿No le merece plena confianza el Sr. Hammond? Oiga entonces á Trousseau (2): «ja- más he pretendido que la constancia de la epilepsia en un acusado, le libre de toda pena. Estoy convencido que muchos epilépticos son grandes criminales en el sentido moral de esa palabra y que los actos porque se les acusa los hacen culpables, porque han sido pre- meditados y ejecutados en plena libertad. Si el epilép- tico no es loco cuando no tiene los ataques, entra en la regla y en la jurisdicción común». ¿No le basta Trousseau? Pues si lo hubiera consultado habría visto en su libro toda la filosofía médica de las dos décadas pasadas. ¿Y Maudsley? «Debe afirmarse, dice, que un epiléptico puede ser tan sensato como un hombre de salud perfecta, y en caso de crimen, tan responsable, por tanto, como éste (3). Y Falret y Lacasagne (4), ¿qué opinan? Opinan que «cuando el epiléptico ha co- metido un acto violento, sin relación con los ataques convulsivos ó con los accesos de perturbación mental, debe considerársele como responsable de sus hechos, ó cuando más aplicarle el beneficio de las circunstancias (1) Loco cítalo, página 790. (2) Loco cítalo, páginas 71 y 72. Yol. 11. (3) Maudsley. El Crimen yla locura, Traducción, Santiago Gon zalea Avellan, Madrid 1880, (4) Lacassagne, Lrecis de Mcdecine judícíaíre. París, 1886, pá- gina 154. atenuantes». ¿EI propio Falret (1), que acabo de citar? Dice así: «si el epiléptico estaba enagenado, debe con- siderársele irresponsable; sino, debe ser condenado co- mo culpable.» ¿Y el gran médico legista francés, el hombre de criterio independiente y vastísima ilustra- ción, el difunto Tardieu (2)? Dice textualmnte: «Uno de esos desgraciados que terminó su existencia en Bicétre, mucho antes de ser encerrado en dicho Asilo, pero atacado ya de epilepsia, era contrabandista de los más activos y terribles. Perseguido y acorralado por los carabineros mató á dos de ellos á tiros. En este doble homicidio, cometido por un epiléptico ¿hay la menor analogía con ese homicidio estúpido cometido en un transeúnte sin reflexión y sin objeto por un obrero ma- nifiestamente impulsado por el choque de epilepsia lar- vada?Tan imposible es declarar al primero irresponsable, como admitir la responsabilidad del segundo». ¿Qué opi- na Delasiauve? «Que por la misma razón que es hom- bre tiene desfallecimientos y arranques y puede obede- cer, como todo el mundo, á un cálculo interesado, á una premeditación culpable. No debe abrigarse bajo la égida de una irresponsabilidad absoluta» (3). ¿Y Eiant? «Una sola con clusioh general nos parece imponerse: que la epilepsia no puede dispensar de toda responsabi- lidad, con el pretexto de que priva del .discernimien- to» (4). Cuando me enteré de que S. S. iba á disertar sobre este tema, sentí alegría por la seguridad de que había de oir cosas importantes y así ha sido, en efecto, aun- que yo hubiera preferido otro plan: yo habría consul- tado en las bibliotecas lo que iba á decir, á ver si otros habían pensado antes lo mismo; habría citado aquellos 40 (1) Falret, Loco citato. Página 394. (2) Tardieu. Estudio médico legal sobre la locura. Traducción Sereñana, Barcelona, 1883, páginas 201 y 202. (3) Delasiauve, Traite de l' épilepsie. París, 1854, Pág. 484. (4) Riant. Les irresponsables devant lajustice. París, 1888, Pá- gina 52. autores que venían acordes con mi manera de pensar; habría tratado de ser muy claro, terminante, cuando la teoría y los hechos fueran innegables; me habría incli- nado respetuosamente ante aquellos que han visto mi- llares de epilépticos; hubiera recordando los colegas que han muerto en el cumplimiento de su deber, en manos de esos enfermos;y habría elogiado el desinterés del médico que se mueve en ese medio fatídico de las alucinaciones, el desvarío, la inconsciencia, la anula- ción de la personalidad, recordando, de paso, al pobre colega Godefroy, herido en el corazón por un epilépti- co, con quien charlaba amigablemente; y ya en esas alturas me hubiera preguntado ¿qué actos en la vida diaria realizan los hombres en general? ¿Cuáles los epi- lépticos? ¿Contratan? ¿lncendian? ¿Violan? ¿Asesinan? ¿Son suicidas? ¿Qué móviles los agitan? ¿Es cierto que están dominados por el pesimismo, el egoísmo y una volubilidad de opiniones y sentimientos muy marcada que constituyen su carácter habitual? Llegados á la edad en que la sociedad exige la familia ¿pueden los epilépticos casarse? (1) ¿Es válido el matrimonio reali- zado en estas circunstancias? (2) ¿Qué males puede 41 (1) El Reverendo Padre Tomás Sánchez, autor antiguo citado por el Sr. Mata, en su libro Desafíelo matrimonii sacramento, 'no hace figurar entre ios impedimentos dirimentes las enfermedades. Tomo ]?, Pág. 302 de la Medicina Legal del Dr. Mata. (2) Contra mi convicción de que los médicos no deben inter- venir en las cuestiones legales, transcribo los preceptos que rigen en toda la Nación. Dice el Código Civil, Capítulo 3? Del Matrimo- nio Civil, Artículo 83, párrafos 2'.' y 3? No pueden contraer matri- monio: 2? «Los que no estuviesen en el pleno ejercicio de su razón al tiempo de contraer matrimonio; 3? Los que adolecieren de impoten- cia física, absoluta, ó relativa, para la procreación con anterioridad á la celebración del matrimonio, de una manera patente, perpetua é incurable». El matrimonio canónico pueden realizarlo los que tie- nen entendimiento sano. Ley 6, Título 2. Parí. 4ll Para el divorcio, Sección 4* del Código Civil, no se hace mérito del estado mental. Y el canónico tampoco procede por causa de demencia, pero puede obtenerse si existen malos tratamientos de palabra ú obra, por ser ésta una de las causas que dan lugar al divorcio, tanto por las leyes civiles como por las de la Iglesia. 42 acarrear? Para mi muy querido amigo el Dr. López este problema no existe, aunque viene agitándose desde la época de Zacchías; ha sido muy bien expuesto por Legrand du Saulle y de la pluma y de la experiencia notable del Sr. Echevarría, ha salido un excelente tra- bajo, que recomiendo á los que se dignan escucharme'. Según la Iglesia el matrimonio es indisoluble; para los hombres es un contrato que va perdiendo su carác- ter de permanencia en algunos países, con el estableci- miento del divorcio; debe declararse el matrimonio de los epilépticos sin efecto, aún el mismo canónico, cuando se realice bajóla impresión del paroxismo comicial, por la sencilla razón de que no puede haber consentimien- to donde ha desaparecido la inteligencia. Así sucedió á Augusto Oomte (1) loco en el momento de la ceremo- Entiendo que nuestra intervención en este caso es de consejo á los futuros cónyuges, y realizado el matrimonio, de dirección facul- tativa de la manera que dejo presentir en el cuerpo de este tra- bajo. Los Considerandos que la Sociedad de Medicina Legal esta- bleció el año 1875, en la discusión sobre epilepsia fueron los si- guientes: «Que bajo el nombre genérico de epilepsia se comprenden estados -morbosos que tienen por caracteres comunes ser intermitentes, con- vulsivos, vertiginosos, etc., pero diferentes por el tipo, la intensidad, la frecuencia, la duración y la forma de los accesos; Que la perversión mental, puede variar no sólo en los diversos sujetos, sino en el mismo enfermo, esquivando las más hábiles previsiones; Que la epilepsia se transforma por la repetición del mal y la de los ataques; Que el estado mental se modifica según la edad y los aconteci- mientos de la enfermedad; Que imponer una ley general á estos casos de análisis no deja de ser peligrase; La Sociedad de Medicina Legal opina que las reglas generales que presiden al exámen de la responsabilidad de los enagenados deben aplicarse á la epilepsia, teniendo en cuenta las dificultades especiales de una afección en la que las crisis delirantes sobrevie- nen bruscamente en medio del funcionalismo normal de la inteli- gencia, que desaparece sin dejar vestigios.» (1) Véase lo que dice E. Littré, in Augusto Comte et la. phi- iosophie positivo, París, 1879. «Nada más lúgubre que el matrimo- nio de Comte, realizado en el domicilio conyugal. Hubo falta de 43 nía religiosa. Igual ocurre con la epilepsia en los mo- mentos en que el mal presenta toda su intensidad, cuando la amnesia exista, ó se cometen actos crimina- les inmediatamente después del matrimonio, éste debía declararse nulo, pero las leyes no dicen nada sobre este punto, y Legra nd de Saulle opina que no es bueno in- troducir en el matrimonio causas patológicas que puedan anularlo. Entiendo que cuando los cónyuges conocen ese estado v las consecuencias que puede traer consigo, el lazo es legítimo y satisface á los más exigentes: el que se casa en estas condiciones está condenado á llevar una vida triste; mas si el hombre puede sacrificarse, la descendencia (1) tiene derechos que no es justo des- atender; puede sacrificarse el individuo con tal que se respete sóidamente la especie. El Médico está obligado moralmente á exponer la situación á la familia. Puede ocurrir que ésta ignore el mal y sus consecuencias, ó sa- berlo inmediatamente después como ocurrió en el matri- monio del zapatero Levieil (2), quien en la mañana del enlace sufrió un fuerte dolor de cabeza, más agudo cada vez, y fué sangrado, mejoró ligeramente y se casó. En la ceremonia se condujo bien, pero estaba taciturno y no dijo más palabra que sí. Acompañó la comitiva á casa de su suegro y allí tuvo que acostarse. Entonces tuvo un fuerte ataque; en lo más recio del paroxismo echa por tierra á los que lo rodean, sale á la calle en camisa, agarra una pala y derriba una mujer tacto, y so pronunció un discurso qne provocó en Comte una sobre- excitación cerebral mientras hablaba el sacerdote, y al firmar puso al lado de su firma, Brutus Bonaparte.n (1) Para precaverse de los males en la prole refiere el Sr. Eche- varría, citado por Maudsley y por Riboud, página 108 de la obra ya citada, el siguiente pasage tomado de las Kronihlis of Scotland, Edimburgo, 1533: «El que tenía el mal cadnco y era imbécil ó idiota, aquél que padecía enfermedades susceptibles de trasmitirse del padre al hijo era castrado para que su sangre impura no se propagara. Las mujeres que tenían un vicio cualquiera de esa naturaleza eran proscritas de la sociedad de los hombres y si daban á luz, ellas y sus hijos eran enterrados vivos». (2) Citado por Legrand du Saulle y por Echevarría. de un golpe. Luego se acuesta frente á la casa de su suegro á quien dice: «tengo que matarte»; y lo acribi- lla á puñaladas. Este ataque duró tres dias. Luego re- cordaba el matrimonio, pero había olvidado el crimen. El Tribunal francés conforme con el parecer del Fis- cal, Amelot, decidió la nulidad del matrimonio. A veces se enteran los esposos de la enfermedad de uno de ellos, cuando han pasado algunos años: ya el mal está hecho; la prole ha recibido la triste herencia y la ley no puede desunirlos. La epilepsia se trasmitirá á la pro- le toda en forma nerviosa, ó dando nacimiento á seres viciosos ó á séres sin inteligencia. Que el matrimonio cure en las mujeres ese terrible (1) mal es un error grande que ha llevado á muchas á la simulación, como es error también el de creer que la castración en los hombres pueda dominarla, el primer tratamiento es fu- nesto puesto que hace que el mal no cese en el indivi- duo, es atentatorio contra la sociedad; el segundo pre- cave la reproducción casi segura por herencia, destru- yendo el mal en su origen. Se comprende que no discuto la conveniencia, ni la necesidad del tratamiento y me limito á exponer conforme á prácticas antiguas desacostumbradas. 44 El Médico ha de interponer toda su influencia para que no se realice el mal que puede evitar, exponiendo claramente las consecuencias que ha de tener para el enfermo, los peligros á que están sujetos los que le rodean y la trasmisión á la prole (2). Cuando el Médico haya advertido estos males, su conciencia puede estar (1) La simulación de la epilepsia es un hecho frecuente por las largas remisiones que el mal presenta, para implorar la caridad pú- blica ó para eximirse del servicio militar, y en los tiempos antiguos para buscar matrimonio; así, refiere De Haen el caso de una joven que deseaba curarse por el matrimonio. (2) El Sr. Orilla considera como enfermedad incompatible con el matrimonio, entre algunas otras, la epilepsia. Tratado de Medi- cina Legal, 4!1 edición; y el Sr. Mata dice que debe ser considerada como «verdadero impedimento impediente». D. Pedro Mata. Tra- tada de Medicina Legal, etc.. 5? edición, 1874, Tomo 1? pag. 303. tranquila: lia cumplido su deber como ciudadano y como hombre de ciencia. El matrimonio en los países en que el divorcio esté establecido puede hallarse sujeto al grado de alteración mental que sufra el enfermo, aunque entiendo que es disolver la familia, atontar con- tra la sociedad y romper los lazos más puros del hogar, el cariño y la conmiseración del que sufre, dictar re- glas en sentido afirmativo. Como el divorcio no está aceptado entre nosotros, como en Francia por ejemplo, por el momento no me preocupa la cuestión. Las leyes se hacen para garantía de las instituciones y de la so- ciedad y no han de servir para relajar sacratísimos vínculos. 45 DEL ESTADO CIVIL. TESTAMENTOS, ETC. Seré muy breve al tratar esta importante cuestión: tan breve como lo consienta la gravedad del asunto. La etimología de la palabra testamento (de testatio mentís) indica la fórmula de los Códigos; sólo las personas de inteligencia cabal pueden expresar su riltima voluntad. Estos delicados problemas deben resolverse según los casos; en unos, el epiléptico conserva su razón y está en la misma aptitud que la generalidad de los indi- viduos; en otrso, el estado de mal se ha establecido ó está maniaco el epiléptico, ó ha llegado á la demencia, ó está probada la imbecilidad. No hay duda que en esta situación no está la persona en la misma aptitud mental para testar, ni para contratar que en la ante- rior; hablo siempre bajo el punto de vista médico, dado que se nos llame para emitir juicio, sin que pretenda invadir el terreno de los que se dedican á la ciencia del derecho; compréndense las diferencias que puede haber en uno ú otro caso conforme al Código y confor- me al estado mental de los individuos. La decisión que impone la enfermedad, grave y difícil al tratarse de los criminales epilépticos, encierra aquí grandes esco- llos: los antecedentes tienen escaso valor; la herencia no da la certidumbre v las otras determinaciones que concurren en la epilepsia larvada no tienen toda la fuer- za necesaria para imponer el juicio médico; el diagnós- tico retrospectivo no tiene tampoco el valor de prueba definitiva, porque la epilepsia no es una enfermedad que, al agravarse, tenga necesariamente que avanzar sin retroceder jamás. Epilépticos hay que después de estados de mal persistentes y perturbaciones maniacas acentuadas, mejoran visiblemente; y como no se les con- sidere en la categoría de los perjudiciales, realizan actos de trascendencia para los cuales la Sociedad no les niega la aptitud legal que el Código no consigna, ni los médi- cos se creen capacitados para establecer conclusiones en términos generales que pueden prestarse á abusos y falsas interpretaciones; así, pues, queda sentado que en ambos extremos se halla la solución de ese espinoso problema. Establecido el concepto anterior, se vé que en cada caso particular nuestra conducta tiene que ajustarse extnctamente a los hechos expuestos, y más valor debe tener en mi opinión la certificación del facultativo que asista al enfermo, que las ulteriores, sujetas á erróneas interpretaciones. El certificado del médico de cabecera- ha de ser en estos casos la prueba testimonial más evi- dente, siempre en el sentido médico. Debe el médico tener en cuenta también, las faltas que se cometan en los documentos de que se trate y la exageración en las consecuencias. No encuentro inconveniente para que deje de proveerse de tutor á un epiléptico que lo pida con objeto de preservar su fortuna, cuando se consulte al perito en la forma que las leyes determinan, aunque rara vez se ha hecho. En caso de que sea la familia la que ¡o pida, la averiguación debe ser completa é independiente, sin ideas preconcebidas, como tienen que ser los actos de los médicos legistas, ajustando su criterio á <'* ada hecho en particular. Y cuando interro- gado el médico haya dicho el grado de debilitación intelectual ó depresión que presenten los enfermos so- bre que sea consultado, entiendo que termina su come-» tido y comienza el de la Justicia en su digno minis- terio. 47 ROBOS, INCENDIOS, SUICIDIOS, HOMICIDIOS COMETIDOS LOS EPILÉPTICOS. Se contradice á todas luces el Sr. Falret, al afir- mar (1) «que debe inclinarse la balanza al lado de la validez de los actos siempre que se trate de cuestiones civiles, mientras que debe inclinarse del lado de la irres- ponsabilidad cuando se trate de cuestiones criminales.» íNo sé en qué criterio se apoyará ese sabio autor para emitir una opinión antitética en las dos partes que con- tiene, porque la exención criminal y la civil en estos casos marchan reunidas como derivadas de una mis- ma fuente, la capacidad mental de los individuos. Evidentemente, muchos de los crímenes cometidos en la Sociedad, se deben á los epilépticos delirantes ó alucinados, sin contar en ese número como enferme- dad análoga, á ejemplo del Sr. Lombroso, la locura mo- ral. Estudiándolas, se vé que ciertos rasgos hacen que puedan ser descritos como una sola dolencia, pero hay síntomas distintivos que cuadran únicamente en el mor- bus sacér y que lo eliminan de toda otra afección, con- que pueda ser comparada. Entran los epilépticos en la categoría de los perju- diciales, clasificación en que Feré comprende «todo lo que destruye en los individuos, desde la ociosidad pa- siva, hasta Jos apetitos más monstruosos (2).» En los perjudiciales, me parece que el grupo más nutrido está formado por aquellos en quienes la impul- sión irresistible, es el principal fenómeno; consiste, como se sabe, en la necesidad imperiosa que obliga á realizar un acto que no tendría lugar sin esa primera impulsión (1) Falret. Loco cítalo, página 404. (2) Feré. Degenerescevce ct criminante.—Parí?. 1888. Fág. 10] 48 nociva. La impulsión es una orden superior que no ne- cesita comprobación para convertirse en acto; es la for- ma instantánea y fugaz de hechos que deben realizarse automática é irresistiblemente. Si la voluntad se esfor- zara no podría contrapesar la determinación vigorosa que ha de conducir á un acto de vagancia, ó de cri- minalidad, siempre automático y enfermizo. En la im- pulsión, la concepción y la ejecución son simultaneas. Preceden las impulsiones y siguen á los ataques, óse presentan en los intervalos lúcidos con los otros carac- teres generales del delirio epiléptico. Esas impulsiones pueden notarse en distintas épocas de la enfermedad y terminar en las formas más acentuadas por ser una ver- dadera obsesión. «Es una clase de convulsión mental que no deja tras sí más que un recuerdo confuso ó nulo del crimen realizado». (Legrand du Saulle)—Por qué no haber puesto en evidencia estos síntomas? La impulsión es un guía inseguro en nuestro juicio, y como no es toda la epilepsia, no determina por sí sólo todo el diagnóstico. Me parece que se entra en el terreno de la metafísica al pretender medir la resistencia que la voluntad haya querido oponer á la impulsión violenta, irresistible, automática, instantánea y enfermiza.—El resultado de estas impulsiones es casi siempre funesto: los individuos van por ellas en derechura al asesinato, al robo, al suicidio. De todas las enfermedades en que la impulsión irresistible es más tenaz, ninguna cuenta el número de víctimas por homicidio, que la epilepsia en sus formas larvadas ó delirantes y alucinatorias, y con ser esto verdad no se puede encerrar un epiléptico que no haya cometido ántes un delito, ó no presente sínto- mas evidentes y tenaces de perturbación mental. Mu- chos casos de la antigua monomanía homicida, que los tribunales no aceptan, y que los médicos en su ma- yoría rechazan, pueden entrar en la categoría de las manifestaciones criminales de los epilépticos. Desde luego se comprende que los epilépticos, al igual que los locos, y por lo que llevo dicho, se dividen 49 en dos grandes categorías, los epilépticos peligrosos y los inofensivos; la linea que los separa encierra indivi- duos de una y otra clase, pero ningún facultativo está en aptitud de decir cuándo empezará á ser peligroso uno de esos enfermos; la vigilancia, sin embargo, debe redoblarse al primer anuncio de una crisis amenazado- ra; porque á una primera frustrada siguen otras tenta- tivas de igual índole en las varias manifestaciones que asaltan á los enfermos. La impulsión suele conducir al robo, pero no á esos robos complicados que piden astucia y consagración para despistar la policía, ni quiere esto significar que en las partidas de ladrones no haya epilépticos y muy malvados; nada de esto, en esas partidas se encuen- tran rasgos variados de inteligencia y malevolencia; te- neis la prueba de lo que acabo de decir en el desarrollo poético especial que se ha notado en algunos de esos infelices, recientemente ejecutados en esta Isla, los cua- les obedecían en esos momentos á las tendencias que animaban su espíritu, ó de infinita tristeza, ó de orgullo, óde compasión, ó de venganza, y alguno expresó bien lo que quería significar.—Dicho esto en guisa de parén- tesis, vuelvo al robo de los epilépticos que puede pre- ceder ó seguir, como las impulsiones que los motivan, una de las formas del acceso epiléptico; pues todas ellas traen consigo, así las formas delirantes sin conse- cuencia, como las más graves y penosas; no siendo otra cosa el mal menor que la reproducción en pequeño, la miniatura, del gran acceso convulsivo. Los robos se presentan más frecuentes en las formas vertiginosas y en la ausencia. Hé aquí la manera más general: «se trata de una señora que ha robado en el escaparate de una tienda (vol aux étalages) un par de zapatos á la vista del comerciante. Detenida no sabe qué contestar, balbucea algunas palabras, y devuelve los objetos, sin pensar excusarse de un hecho, de que no tiene concien- cia ni recuerdo». Los datos se repiten siempre iguales en estos enfermos, y en todos es grande la sorpresa, cuan- do advierten los hechos que se les imputan. No repa- ran lo que roban, no sienten la necesidad de apoderarse de los objetos, ni se hacen dueños de ellos para alma- cenarlos, como hacen los kleptómanos, sino que en ciertas épocas, periódicamente, irán donde su enferme- dad los lleve, y casi siempre, con las mismas tendencias morbosas. Algún autor ha propuesto que se provea á estos enfermos de certificados para evitarles las conse- cuencias de dicho estado; me parece muy buena y acer- tada la medida. Entre nosotros, creo que el fenómeno no será muy frecuente, ó por lo menos, yo no conozco ningún caso de ello. Dominados también por la impulsión irresistible pueden los epilépticos presentar en sus paroxismos la necesidad imperiosa de quemar, más frecuentemente al principio de los ataques: lo mismo incendian su pro- piedad que la de sus hijos ó la del vecino; es fuerza quemar, y queman. El epiléptico no elige casi nunca, por lo general, sus víctimas; lo cual se vé comprobado en las distintas formas de la impulsión; no elije el pun- to en qué ha de caer con el gran acceso convulsivo; no elije el objeto insignificante ó valioso de que ha de apo- derarse irremisiblemente; no elijo el lugar qué ha de reducir á cenizas; no elige las personas á quiénes vá á inmolar. ¡Qué triste suerte, que la razón y la inteligen- cia queden totalmente oscurecidas por una impulsión fugaz! Es casi la única enfermedad que suele presentar esas transiciones tan bruscas del estado de salud al estado morboso; aunque transitorio, grave. En esta forma como en las otras, los caracteres do- minantes se reducen en términos generales á la impul- sión, inconsciencia, amnesia, y como caractéres secun- darios, la extrañeza de motivos, la periodicidad, la in- sistencia, el ensañamiento, la imprevisión. En algunos de estos se presentan reunidas impulsiones variadas que los llevan á realizar los distintos actos de qué vengo ocupándome. Puede llevarlos la epilepsia al suicidio, voluntaria 51 ó involuntariamente. En el primer caso la triste convic- ción de su enfermedad, el toedium vitos, ó el afan de evadir el delito ó la pena, los conduce á esa extrema medida, es un acto justificado de deliberación; en el segundo, es un acto asimilable á los que acabo de exa- minar. El homicidio y el asesinato son muy frecuentes en los epilépticos, y ya dije que podia ser un acto moti- vado de venganza, de celos, de pasión; ó un acto reflejo debido á alguna pasagera alucinación o á la impulsión irresistible. En sus paseos, en sus cambios bruscos do carácter, en su vida de preocupaciones, el epiléptico tiene momentos rapidísimos que no puede dominar, ni que los asistentes preveen. Esto ha sido quizás lo que ha hecho decir á algunos autores que es difícil vivir con un epiléptico, y á Esquirol «que un amigo epiléptico no es un presente de los Dioses.» El epiléptico vive siempre con la enfermedad que padece, dispuesta á re- nacer en forma grave para el individuo y para los que se le acerquen, tan grave para los que siempre estén á su lado como para aquel infeliz que por primera vez lo vea. El primer encuentro le es funesto á veces, la muer- te con encarnizamiento puede ser el resultado. Aque- llas monomanias homicidas que tanto ruido hicieron, ya lo he dicho, suelen ser manifestaciones profundas del mal comicial. ¿Cómo se caracteriza el homicidio 'cometido por un epiléptico? La cuestión es fácil de resolver d priori, más fácil para los Letrados que extreman los argumen- tos buscando la absolución de sus defendidos en bases que algunas veces han tenido visos científicos, y que son de más mérito por el esfuerzo hecho para*deíender al acusado, que no como deducción diagnóstica. Los señores Letrados han buscado en la epilepsia en mu- chas ocasiones Ja base de sus escritos: «Que un abo- gado, decía Trousscau, se sirva de ese argumento para defender á un cliente, está muy bien»; y agrega: «yo no he pretendido que baste demostrar la epilepsia, para 52 que de ella resulte la irresponsabilidad)). Pero yo opino que es defensa bien triste, no ateniéndose á la verdad del diagnóstico, porque de las enfermedades mentales, si el idiotismo es siempre igual y no hay mejoría, así como tampoco en el imbécil; si el demente permanece siempre en el mismo estado, establecida la demencia; si el paralítico general no retrocede jamás en su mar- cha, sino aparentemente; el epiléptico, (1) aunque con grandes remisiones, muere siempre epiléptico. Luego, como no se sabe cuándo terminará, la enfermedad, ni cuándo dejará de ser peligroso el epiléptico que lo ha sido; de aquí que conforme á la ciencia deba ser re- cluido nd vitara. Que si es hermosa la compasión para el criminal, corre parejas con ella el grito de la socie- dad herida en un ser indefenso.—Después de este pa- réntesis, voy á tratar de establecer el carácter de dicha manifestación: el acto epiléptico es inmotivado, el epi- léptico mata al primero que pasa; es automático, vio- lento, no hay reacción de la voluntad, es un reflejo que llega á la ejecución en rnénos tiempo del que tardo en decirlo; es inconsciente en términos generales, y el olvido es casi constante. Ya lo dije ántes: el epiléptico no dije su víctima cuando la impulsión irresistible lo domina. No quiero decir que el epiléptico no pueda cometer un crimen premeditado; puede suceder así, complicando el problema; hay que estudiar entonces cada caso particularmente, para llegar á comprender hasta dónde ha sido motivada la impulsión, hasta dónde fué el choque epiléptico, hasta dónde el arrepentimien- to y el olvido. Los pobres epilépticos, dice Falret (2) «tienen necesidad de andar, de correr, son vagabundos, y al marchar con la cabeza baja se precipitan contra todos los obstáculos que se oponen á su paso.» (1) (Jazauvieilh. Da suicide et de I'aliénation mentale. París, 1840. Cazauvieilh y Aubanel se pronuncian en favor de la secues- tración perpétua de los epilépticos y de los enagenados homicidas. (2) Des alienes dangeveux, Por J. Falret. Paris, 1869, pági- na 15, Es un ejemplo de epiléptico homicida el citado por Tardieu «de un obrero que al cruzar la calle comiendo, clava el cuchillo de que se sirve, en el vientre de un transeúnte y continúa su camino y su comida» (1) Esta es en su terrible sencillez y en su grado más evidente, la impulsión instintiva é irresistible, la que bien reco- nocida y comprobada, implica la más completa y larnás absoluta irresponsabilidad. Estas impulsiones irresis- tibles pueden presentarse en todos los grados de la epi- lepsia, y en los Asilos ó fuera de ellos, pero casi siem- pre que un acto criminal epiléptico se realiza, hay pér- dida del recuerdo y alucinaciones de los sentidos y atroz ensañamiento en la ejecución. Esos epilépticos, después de un crimen horroroso, lo ignoran por lo ge- neral, y lloran amargamente el acto que han ejecutado cuando se convencen. 53 En algunos casos en que los centros superiores se encuentran aniquilados por el idus epiléptico, provo- cando las zonas corticales reacciones instantáneas, las crisis se manifiestan antes ó despucs del acto cometido, ó sobreviene un sueño patológico profundo ó no existe la crisis sino violenta agitación, ó impulsiones repeti- das (2). En nuestras Audiencias no debe ser muy co- rriente la nocion de la irresponsabilidad de los epilépti- cos por el hecho siguiente que refiero brevemente por recuerdos que conservo. Trátase de un pobre hombre (3) casado y separado de su mujer, hacia pocos meses. Encuentra yendo de paseo con un sobrino, á la mujer y una amiga, oye una palabra injuriosa (alucinación?) que á todos los maridos daña y-que no hay para qué (1) Tardieu. Loco cítalo, pág. 261. l 2) Dice Feré, pág. 603 de su gran obra: «loa certificados médi- cos en que se haga constar que el reo ha sido tratado como epilép- tico no tienen valor, sobre todo si no son muy detallados.» (3) Caso de Menchen. En el hecho de Morillo, los peritos más notables, entre ellos el doctor Yafiez, mi antiguo y querido maes- tro, concluyeron también en el sentido de la locura epiléptica, y Mo- rillo fué condenado. 54 repetir; saca una navaja y comete un doble parricidio, porque la mujer estaba en cinta. Corre sin dirección después del crimen y cae en sopor profundo (no recuer- do más detalles). En la Audiencia los médicos decla- ran que lo han asistido de ataques epilépticos cuando niño, y para término y comprobación del diagnóstico, delante de los Magistrados tiene un ataque completo. Los médicos lo confirman, razón porqué se le rebajó la pena. (1) Y eso que era la epilepsia formidable, no la forma frustrada que hay que diagnosticar por el delirio, la impulsión, la inconsciencia, la amnesia, y la carencia de motivos, y más fácil de simular que aquella. Feré dice: «que la simulación puede producirse durante la larga premeditación de un crimen»; y se comprende: porque no hay fenómeno somático de valor que pueda imponer el juicio médico. En los Archivos de Neurología (2) refiere Legrand du Saulle el siguiente hecho que paso á extractar y que puede servir de modelo en este género de averiguacio- nes cuando se nos llame á asesorar á los tribunales. Su designación nos impone el deber de no perturbar el rec- to criterio de los jueces. Hé aquí el hecho: Reno Nouaux, de mediana inteligencia. A los 15 años pa- deció vértigos, á los 17 sufrió una herida grave en la cabeza, donde tiene una cicatriz. Hace dos ó tres años siente grandes dolores de cabeza y pérdida momentá- nea de la vista. Pasaba el vértigo rápidamente. «Cuando estaba fuera, dice el mismo enfermo, marchaba derecho hácia adelante, me ha sucedido á veces que he perdido el camino y me he encontrado atontado á una ó dos leguas, sin saber dónde estaba. Me decían que padecía jaquecas.» Algunas veces era violento, amenazador, y otras tímido y taciturno. En 1882 entra en un regi- (1) El Sr. Echevarría me dice en comunicación escrita: «Epi- leptics cannot be held responsible for any act of violence perpetra- ted during their inconscious automatism wbich they have no power to control ñor capacity to judge.» (2) Setiembre, 1883. miento: tiene miedo y alucinaciones de la vista y el oído, oyendo imaginariamente cuchicheos y amenazas, saca el sable y dice: «mato al primero que se acerque». El jefe le habla con dulzura y le pide el sable. Nouaux obedece. El 8 de Octubre recibe la visita de su herma- na y refiere que tiene miedo. Pregunta más tarde á un amigo si no le han echado pólvora en la oreja y teme ser envenenado. Al siguiente dia vá á cazar. Se niega á tomar un refresco por temor á ser envenenado. Los Poupart y algunos amigos están á la mesa cuando entra Nouaux que no se habia sentado, toma un fusil y sin provocación hace fuego dos veces y mata á Pou- part. Todo el mundo se acerca á la víctima y Nouaux ya al patio, mira por una ventana, rompe un cristal, entra, se apodera de un cuchillo que habia afilado du- rante el dia, se precipita sobre el cadáver de Poupart hundiendo el arma en la garganta. Nouaux permanece una hora delante de la víctima.» Dice después Legran,d du Sa.ulle: Nouaux es un vertiginoso epiléptico con períodos de accesos, acompañados de alucinaciones de la vista y del oido, de ideas de persecución, temores de envenenamiento, terrores imaginarios é impulsiones ho- micidas súbitas con abolición parcial del recuerdo.» Cuando se le interroga dice lo que le conviene y lo que no le conviene, no deja de responder sino cuando le falta la memoria; entonces dice; «No sé.. .. no recuer- do.» Ahora bien, dice el mismo autor, el fenómeno de la amnesia epiléptica es hoy muy conocido.» No te- niendo en cuenta los vértigos y las perturbaciones alu- cinatorias, Nouaux no presenta el menor vestigio de enagenaclon mental. No hay delirio sistematizado de persecución ni alcoholismo. En presencia del sabio mentalista, tiene un temblor del brazo y hombro iz- quierdos. Hé aquí, ahora, la sucesión de los fenómenos ya dichos: (1) l 9 sacudidas, cefalalgias y vértigos des- pués; 29 angustia, sollozos, alucinaciones, llanto sin (1) Loco citato, pág. 167. motivo, escapadas posibles; 3''ideas do persecución, te* rrores imaginarios, impulsiones patológicas súbitas; 49 abolición parcial del recuerdo, ausencia de arrepenti- miento. Nouaux fue absuelto. Hé aquí otro ejemplo del propio autor: un vaquero asesina á su mejor amigo, «cuando le interrogan no recuerda nada, pregunta dónde está, ignora lo que ha sucedido y no se dá cuenta de ello. Reclama la visita de su amigo y le escribe afec- tuosamente. Está tan enfermo que se le ha ocultado el crimen que ha cometido.» De este modo se comportan los epilépticos; reunid todas esas perturbaciones y está hecho el diagnóstico. Creo que es la manera de con- ducirse para que sirva de criterio respetable nuestra con viccion científica, ésta nos dará la convicción mo- ral, y libre de trabas la ciencia del médico representará el papel imparcial que le corresponde. Estoy de acuerdo con Eeré en que no se conocen las condiciones fisiológicas de la inconsciencia y de la amnesia que también es imposible comprobar, pero en- tiendo que no puede negársele como pretende dicho se- ñor, al pequeño mal intelectual, porque no se conoce sino por condiciones subjetivas, la existencia legal. En estos casos dudosos pudiera ponerse en práctica el pre- cepto que para los enagenados, los apasionados y los cuerdos, da dicho autor, de someterlos á la misma sen- tencia, para que luego una sabia administración peni- tenciaria establezca las reglas más convenientes para su perfección y curación. De lo expuesto se deduce que los epilépticos crimi- nales pueden llegar á serlo, independientemente de la enfermedad comicial; ó bien deminados por ella, produ- ciéndose automática, instintiva é irresistiblemente, sin orden de la voluntad; que los síntomas no son tan fáci- les de precisar ni tan seguros que la sola enunciación baste para declarar la irresponsabilidad de los epilépti- cos. Que los enagenados epilépticos deben entrar en la ley general que el Código señala para los otros enage- nados; que es indispensable la prueba evidente de la epilepsia (vértigo, ausencia, amnesia, etc.) en el mo- mento del acto criminal cuando se trate de discernir el estado mental del individuo; que pueden también los epilépticos ser responsables; y que cada caso, por consi- guiente, necesita un estudio particular, concienzudo y detenido. 57 Ya al término de este trabajo os diré que son más temibles los crímenes en el pequeño mal intelectual de los epilépticos que en los grandes accesos, en los que también pueden aparecer. Cuando se halla comprobado que un epiléptico es peligroso, su lugar está en el Asi- lo; y la familia, á quien el médico debe haber adverti- do, es la responsable de las infracciones que en sus ac- tos impulsivos y automáticos lleven á cabo. Un epilép- tico que ha cometido actos criminales no está libre de volverlos á realizar. Al médico toca señalar esta verdad. Que sea en último término, nuestro juicio el reflejo de nuestra convicción; así al ménos, la sinceridad garanti- zará nuestros asertos y nos servirá de escusa si alguna vez llegamos á engañarnos.