DR. MATIAS DUQUE ' J«• ' A PROSTITUCION fJS CAUSAS SUS MALES SU HIGIENE H ABANA IMPRENTA Y PAPELERIA DE RAMBLA, BOUZA Y COMPAÑIA Pl Y MARGALL, NUMS. 33 Y 35 1914 AL DOCTOR JUAN GUITERAS Dedico este libro al doctor Juan Gaiteras, por el respeto y la estimación que siento por el cubano que en el extranjero ayudó constante- mente a la emancipación de Cuba y la elevó en el terreno científico a una gran altura, como lo demuestra el hecho de encontrarse en la famo- sa Universidad de Pensilvania, en lugar de ho- nor, su retrato, como premio a su labor, a su ta- lento y a sus grandes conocimientos y virtudes. Rindo este tributo sin que a ello me obligue nada más que la sinceridad y la justica; y lo único que siento es que este homenaje no esté en el mismo nivel científico en que está el doc- tor Juan Guiteras. Dr. Matías Duque:. PREFACIO Hablar de la prostitución, de su historia y de su origen, parece cosa inútil; sobre este te- ma se ha escrito mucho y se ha hablado más; tanto, que está agotado. Escribir, pues, algo original sobre él, es un intento vano. Pero como en estos momentos se trata de abolir por el Estado cubano la reglamenta- ción de la prostitución, y se buscan medios pa- ra que el desconocimiento oficial de la misma no dañe a la salud individual y social, voy a decir algo que la experiencia de once años en el Servicio de la Sección de Higiene Especial me hizo adquirir. CAPITULO I. ORIGEN GA PROSTITUCIÓN No cabe duela que la prostitución es tan an- tigua como el hombre. No como la entendieron los romanos, que la definieron: "Quae alit cor- pus corpore palam, sine delectu pecunia acep- ta", cuya definición no es más ni menos que la que el doctor Benjamín de Céspedes da en su libro "La Prostitución en la Ciudad de la Ha- bana", que dice así: "Toda oferta de conjun- ción sexual, aceptada pasajeramente por lu- cro, y sin limitación de personas". Definida así, la prostitución tuvo su origen en el oscuro momento prehistórico en que la sociedad humana apreció el valor de las cosas y conoció y consideró el inmenso poder del di- nero. Cuando la sociedad estableció la oferta y la demanda; cuando las transacciones sobre negocios e industrias fueron conocidas por los hombres, surgió, sin duda alguna, la prostitu- ción, como la entendían los romanos. Pero la 8 prostitución, como la entienden los moralistas, desde las más antiguas edades, y como es na- tural que se entienda, surgió en el instante en que la especie humana apareció sobre la tie- rra en forma de piaras nómadas, diferencián- dose de las demás especies animales, en que ella era un poco más inteligente. El ejercicio del coito en aquella época no representaba nada más que el instinto de con- servación de la especie, exactamente igual a la que existía y existe en las demás especies zoo- lógicas de la creación terrestre. Una confusión babilónica reinó entonces sobre los verdaderos padres de los hijos de aquellas mujeres. Mas, luego, la humanidad, a través de muchos si- glos, sin duda, fué adquiriendo más inteligen- cia, fué desenvolviendo sus rudimentarios sen- timientos de amor, de ambición, de orgullo y de vanidad, y fué constituyendo la familia; constitución que en un principio la formaban todas aquellas personas que vivían al amparo de un jefe, y en la cual éste tenía sobre todos, hombres y mujeres, un poder absoluto. Y la mujer, la hembra de aquella familia, era suya, fuese madre, hija, hermana, parienta o no. Así, de esa manera, lenta y paulatina, fué la humanidad transformándose, hasta que llegó la época en que se estableció el matrimonio y la verdadera familia, que parece haber nacido en el imperio babilónico, en el egipcio y en el 9 indio, y que la Grecia y la Roma tomaron de ellos y lo consolidaron, reformándolo y regu- lándolo, por medio de leyes justas y sabias, hasta el extremo de que, con algunas variantes, existe hoy en medio de esta esplendorosa civi- lización. A mi entender, la prostitución y la inmora- lidad no son dos cosas distintas, como afirma el doctor Ramón María Alfonso en su libro "La Reglamentación de la Prostitución." Co- mete un error el querido e ilustrado compa- ñero al admitir "que las mujeres que reciben, en paños menores, a personas amigas o no ami- gas y de cualquier sexo, en su casa y en las ha- bitaciones interiores, y hasta tienen uno o más amantes, no son prostitutas, sino únicamente inmorales". Esas mujeres son inmorales y prostitutas: lo único que no realizan es el ejer- cicio de la meretriz. Los sentimientos de pu- dor, de rubor, de vergüenza, no existen en ellas, y al menor soplo de contrarios vientos, ellas, serán prostitutas meretrices. Hay que apartarnos algo de la definición ro- mana, ya que entre ellos faltaba cierta educa- ción, cierta moral, cierta vergüenza y cierto pudor, a causa de que sus ritos sociales y mo- rales no eran todo lo completo que debían ser, y tal como los entienden hoy los más grandes sociólogos y moralistas. Y por eso es que la so- 10 ciedad moderna clasifica a las mujeres y hom- bres inmorales dentro del término prostitución, y a las prostitutas que se colocan dentro de la definición romana, las califica "prostitutas me- retrices". Ahora bien, como dicen los italianos, "tutto é convenzionale"; y como dice Herbert Spencer en su libro "La Moral de los Pueblos", cada pueblo, cada sociedad y cada civilización tie- nen su moral, y esa moral nace de la costum- bre y del convencionalismo. Es inútil discutir ampliamente estos términos, pues todo se re- duce a materia de interpretación y de gramá- tica, viniendo a dar la razón al poeta Campoa- mor cuando dijo, en espléndidos versos, que en la vida "todo es según el color del cristal con que se mira". La prostitución no es, como se ha dicho tan- tas veces, un mal necesario a la sociedad. De necesario no tiene absolutamente nada. Su existencia no es imprescindible para la vida de los pueblos. Tanto el hombre como la mujer pueden pasar perfectamente sin el ejercicio del coito, sin que su vida fisiológica se altere en lo más mínimo. Más bien podría aceptarse la opi- nión del doctor Reus, de Marsella, al decir 11 que "la prostitución es un mal inherente a la humanidad", definición que demuestra de una manera clara, que si ella es un vicio, un relaja- miento para las sociedades civilizadas, es tam- bién un estado natural de las sociedades primi- tivas. El hombre civilizado ha tratado, por todos los medios a su alcance, desde épocas remotas, de restringir o poner coto a todos los vicios que degradan a la especie humana. Pero in- discutiblemente, ni el vicio del juego, ni el abu- so del alcohol, ni menos la prostitución, ha lo- grado exterminar. Y si ha logrado encerrar a ésta última, con el castigo de los escándalos públicos, no por eso deja de existir. No se pue- de decir que hoy la prostitución es escandalosa como en épocas antiguas; pero si se puede afir- mar que cada vez que la policía descorre la cortina de un lupanar moderno, se encuentra en él la misma degradación, la misma inde- cencia que se encuentra en la historia de los pueblos más corrompidos y libertinos. El últi- mo escándalo, acaecido muy recientemente en una ciudad de Alemania, obligando a siete hombres de aquella sociedad a recurrir al sui- cidio para evitar la vergüenza de sus perver- siones, afirma la tesis que acabo de sostener, de que la prostitución actual es tan repugnan- te como en la antigüedad, y que si no fuera por 12 las leyes penales que castigan la lujuria públi- ca, las ofensas a la moral y al pudor, sería tan relajada y pública como en la Grecia y en la Roma antigua. El hombre, a igual que la mujer, cuando pierde el pudor, y con él la honestidad y la castidad, no se detiene ante nada; su sistema nervioso se enferma, su cerebro se excita y su único afán en tal estado, es la práctica del coi- to, sazonado previamente por un entremets variado y largo. Es natural que la unión sexual sea un de- seo ardiente y una "cosa" encantadoramente bella, ya que de ella depende la procreación y la conservación de la especie; y por eso, el Creador desarrolló y fijó tan excesivamente el instinto sexual, para evitar la pérdida de las especies zoológicas. Las especies zoológicas que tuvieron poco desarrollado ese instinto, desa- parecieron, y a las que por cualquiera causa se les atenúa, desaparecerán forzosamente con el transcurso del tiempo. Ese instinto es la única, la verdadera causa de la prostitución, de la existencia de la mere- triz, restringido como ya he dicho anterior- mente, por la acción de la ley y por la acción de la moral cristiana. ¿Cómo, de qué manera y por qué medios se podrá poner término a la prostitución? ¿Cómo 13 logrará el hombre del porvenir extinguir a la meretriz y al hombre que la busca? El reme- dio, a mi ver, hállase envuelto en las tinieblas de lo desconocido, donde habrá que ir a buscarlo. Unicamente si los términos llegaran a inver- tirsese y el amor libre fuera adoptado como moral de las sociedades futuras, la prostitu- ción habrá terminado. No pienso hacer historia sobre este vicio, porque nada que no se sepa hasta la saciedad podría decir. Pero es conveniente recordar que los antiguos romanos dictaron severas leyes para exterminar la prostitución, y nada logra- ron; ni tampoco han logrado nada los legisla- dores que de aquella época a la fecha, han in- tentado exterminarla. En las edades primitivas, la poliandria exis- tió como régimen social. Más tarde, el término fué invertido y sobrevino la poligamia. En ese momento, la mujer fué una bestia y un objeto de placer al mismo tiempo. Después vino Babi- lonia, Egipto, luego Grecia y más tarde Ro- ma, y la prostitución fué consagrada y divini- zada. En la primera de estas naciones, lo mis- mo que entre los asirios y los caldeos, existía el culto de la diosa Milita. Las mujeres sacrifi- caban en su altar sus cuerpos, vírgenes o no, en holocausto a la diosa amada, por lo menos una vez al año, a un extranjero, quien pagaba 14 en oro el sacrificio de la mujer, y cuyo oro era entregado en su totalidad al templo que guar- daba la efigie de la diosa amada. Las religio- nes de aquella época explotaron la prostitución e inventaron la palabra fisiolatría, la cual sig- nifica adoración del órgano genital femenino. Urania, Venus, Adonis, Isis y Osiris, eran di- vinidades de los pueblos egipcios, griegos y asirios. En el ritual de esa religión existió el deber de adornar y de embellecer el culto con algo que representare el órgano viril. El pria- po, el lingam y el falo, eran los atributos y los emblemas de esta religión; y llegaron a hacer- se tan populares, tan admirados y tan queri- dos esos símbolos, que no ya sólo en los tem- plos se pintaban y se tallaban en la piedra, si- no que en casas, en calles y en paseos, era el adorno obligado por su elegancia y por la reli- gión que ellos representaban. En Chipre y en Sidon, existían templos a Venus, a Pafos y a Munta, que eran objeto de peregrinaciones mucho más concurridas que las que hoy hace la piedad cristiana hacia Ro- ma y hacia Lourdes. En aquella época, hasta en los bosques que se titulaban sagrados, se prostituían las mujeres de la localidad, entre- gándose a los viajeros, quienes pagaban el sa- crificio con dinero, que percibían luego, ínte- gro, los ministros de aquella religión, cuyos 15 cultos llegaron a Roma con el nombre de fies- tas isíacas. Todo el refinamiento de la inmoralidad y del sensualismo con sus desórdenes, lo recogió el pueblo hebreo en sus peregrinaciones al tra- vés de los asirios, de los persas, de los egipcios y de los caldeos. Estos pueblos, esclavizados y tiranizados, sirviendo sus mujeres como bes- tias y como objeto de placer según los amos que tuvieran, encontraban como compensación a sus desdichas e infortunios, el prostituirse entre sí, llevando la corrupción al sumo de la degradación humana. Moisés, quizás el hom- bre más extraordinario que haya existido so- bre la Tierra, quiso salvarlos de tanta impudi- cia, de tanta relajación y desde las cumbres del monte Sinai, dijo al pueblo hebreo: "No fornicarás, no desearás la mujer de tu próji- mo". Y esto no fué bastante a lograr el fin que persiguió. Aquella raza empobrecida, moral, material y físicamente hablando, no escuchó aquel gemido, que era como una queja de do- lor de aquel sentimiento grande y bueno, que por tantos años luchó titánicamente, para sal- var de la esclavitud al pueblo de Israel, eleván- dolo a la altura de la dignidad humana. Pero aquel pueblo no hizo caso, repito, y siguió for- nicando, prostituyéndose y relajándose hasta el extremo de que el imperio que dirigiera el 16 sabio Salomón, se prostituyó en igual forma y en igual manera que lo hicieron sus anteceso- res. El hombre actual, la mujer moderna, se prostituyen, fornican y cometen los delitos de adulterio a pesar de que la humanidad civili- zada predica a todas voces y a todos los vien- tos las palabras de Moisés anteriormente men- cionadas. Este pueblo consagró a Venus, a Adonis, a Priapo y a todo aquello que pudiera significar culto a la realización del acto del coito. Y si de igual manera copiaron a los pueblos mencio- nados el uso de la mujer por el hombre, no ol- vidaron la ejecución del coito contra natura, entregándose hombres a hombres, mujeres a mujeres, llevándolo hasta la bestialidad; unién- dose con animales, buscando asi una nueva sensación al sentido genésico, agobiado, empa- lagado, por decirlo así, con el excesivo uso y. abuso de ese acto fisiológico. Más tarde sigue el pueblo griego, que re- fina, dados su civilización, su fantasía y su amor al arte, la prostitución. Escenas entre Pasifae y el toro, Leda y el cisne, la Níme- des y el águila, Glauco y las yeguas, y otras más lascivas y monstruosas, eran las que los griegos hacían representar como escenas de los cielos, que alimentaban sus creencias. El culto sacerdotal explotaba la prostitución, se 17 enriquecía, levantaba templos, y el ligan, el priapo, el falo y las Venus, eran los ador- nos y las decoraciones de las casas y de to- dos los lugares públicos. Los filósofos, los sa- bios, los guerreros, los sacerdotes y el pueblo todo, vivían para y por el amor. Y llevaron tan adelante el infortunio y la desmoralización, que se prostituían, y los actos más libidinosos ocurrían en los parques y paseos, al igual que en los bosques. Y hasta los grandes que caye- ron en Salamina y Maratón, fueron interrum- pidos en su eterno sueño al hacer crujir las meretrices, con sus cuerpos contraídos por el espasmo venéreo, las losas funerarias que cu- brían las tumbas de aquellos héroes. Solón, celoso de las riquezas acumuladas por los sacerdotes al explotar la prostitución, y al mismo tiempo deseoso de ordenar un tanto a su pueblo, la reglamentó, para contenerla, para evitar sus males, y a la vez como un tributo del Estado, que debían pagar a la nación helénica aquellas meretrices, que recibieron los nombres de consagradas, prostitutas de los templos, eu- letrides, prostitutas independientes, prostitutas músicas y las hetairas o prostitutas cortesanas. Estas últimas eran las más admiradas, las más consideradas, las más codiciadas, las más de- seadas por el pueblo griego. Las lésbicas eran las que se entregaban a 18 otra mujer. Safo, en Grecia, fué la mujer que excitó entre las griegas ese horrible e incom- prensible amor. Roma vino más tarde, y la elevó sobre sus enormes hombros de ciclope, y desde allí, des- de ese enorme escenario, enseñó al mundo la prostitución. La recoge de los lugares conquis- tados, la modifica, la transforma, la refina y la lanza de nuevo sobre ellos y planta la bandera de los Césares y la corrupción más desenfrena- da y horrible. Tan es asi, que Juvenal excla- maba en sus criticas al pueblo romano: "El vicio ha llegado a su colmo. Hemos llevado nuestras victorias a los confines de la Iberia. Hemos sometido recientemente a los galos y a la Bretaña. Pero las infamias que hace el pue- blo vencedor en la Ciudad Eterna, no las hacen los pueblos vencidos". Sigue hablando Juvenal, y dice: "Nobles y plebeyos, todos son igual- mente depravados". Hubo grandes horrores en la prostitución romana, que superan a toda descripción. Los paseos de Roma estaban in- vadidos por agentes de la prostitución y por cortesanas y meretrices de todos los países. Los asirios, los egipcios, los persas, los griegos y la prostitución del pueblo de Israel, estaban re- presentados en la Ciudad Heroica, y allí su- frieron una especie de "purificación" al agran- darse, al agigantarse. 19 Muchas de las emperatrices de aquella due- ña del mundo eran tan depravadas y tan cíni- cas, que no podían, a pesar de los excesos diur- nos, resistir al deseo inmenso de bajar al lupa- nar en las horas de la noche, a prostituirse co- mo las más inmundas y despreciables mujeres. Mesalina, Agripina y muchas más, son dignas de citar. Los hombres, desde los emperadores abajo, cometieron iguales excesos, y hasta hu- bo matrimonios entre hombres y animales. A'quello fué una locura inmensa que degradó al pueblo romano y lo llevó a la pérdida de sus energías, dando al traste con aquel imperio que se preparaba a conquistar la Tierra toda. En la edad media, en Francia y en España, la prostitución clavó sus garras en aquellas so- ciedades, y la danza lúbrica se bailó lo mismo por el aristócrata que por el plebeyo. Y el clero, en todas sus dignidades y en lastimosa confu- sión con. unos y con otros, se prostituía y pros- tituyó a los hogares, llevando al templo el pro- ducto de la desvergüenza y el libertinaje. La tierra española fué invadida una vez más por pueblos extranjeros, bárbaros y co- rrompidos, que implantaban sus costumbres, y la prostitución recibió un nuevo empuje y un nuevo refinamiento, y proporcionó grandes uti- lidades a los alcahuetes, proxenetes y a todos los que traficaron en comercio tan bajo y villa- 20 no. La Iglesia Católica tuvo a bien aprovechar- se de esa disolución social, de esa corrupción y relajación moral, hasta el extremo de que las Siete Partidas prohibían a los sacerdotes reci- bir ofrendas de las prostitutas. El vicio de la prostitución, en una palabra, nació con el hombre, fué su compañero al tra- vés de las grandes vicisitudes de los tiempos; no se ha separado de él un solo instante, y no parece que lo abandonará, ya que las naciones más civilizadas de la Tierra pretenden dar su mano a la prostitución de otras edades y a imi- tar la corrupción del oriental territorio. Los lazos de la familia moderna en las gran- des capitales y en las grandes ciudades se han aflojado un tanto. La rectitud de los principios y la austeridad de las costumbres se va rela- jando no muy lentamente por cierto, y cuando se piensa seriamente en estos problemas socia- les, se siente miedo por el porvenir de la espe- cie humana y se ve con pena que la moral de aquel hombre incomparable que murió sacrifi- cado en una cruz, por redimir al mundo de sus vicios, desaparezca en un momento cualquiera de la historia, desmoronada por los tangos, por los aullidos de las modernas lobas y por las lú- bricas ideas, que a cada paso se descubren en la actual civilización. 21 CAPITULO II. historia d£ la prostitución Ln cuba. Nada mejor se puede escribir sobre esta tris- te historia, que las hermosas páginas que el doctor Benjamín de Céspedes escribió en su li- bro "La Prostitución en la Ciudad de la Ha- bana". Así es que, creyendo imposible mejorar- las, y quizás ni igualarlas, las copio en toda su integridad. "Una aserción calumniosa del historiador de las Indias, Gonzalo Hernández de Oviedo y Valdés, adulterando las crónicas de aquellos tiempos, ha servido de fundamento a los que todavía mantienen la teoría del origen ameri- cano de la sífilis, defendida modernamente por Rollet, Profeta y Bassereau, a pesar de las ca- tegóricas denegaciones de la sana crítica histó- rica. De regreso a Europa, escribía a Carlos V el susodicho Oviedo: "Puede Vuestra Majestad tener por cierto que aquesta enfermedad vino de las Indias y es muy común de los indios; pero no peligrosa tanto en aquellas partes co- mo en éstas; antes muy fácilmente los indios se curan en las Islas con el palo llamado gua- cayán. La primera vez que aquesta enferme- dad en España se vió, fué después que el Almi- 22 rante D. Cristóbal Colón descubrió las Indias y tornó a estas partes, y algunos cristianos de los que con él vinieron trayeron esta plaga". La concordancia de las fechas será el mejor comprobante de la falsedad de estos hechos históricos, que con más malicia que ignorancia adujo tan parcial historiador. Partió Colón de Palos, con 240 españoles, en Agosto de 1492. En 11 de Octubre descubre las Lucayas, y después Cuba y Puerto Rico. Desembarca en Palos, de retorno, el 13 de Marzo de 1493. Si los tripulantes que acom- pañaban a Colón hubiesen importado la sífilis en Europa, ésta se habría propagado desde ese tiempo. Ahora bien, nos encontramos, con fe- cha 25 de Marzo de 1493 (12 días después de haber desembarcado Colón), un edicto real di- rigido a la ciudad de París, que no deja nin- guna duda acerca de la existencia de la sífilis muy anterior al desembarque. "Muchas veces se ha publicado, pregonado y ordenado el presente edicto, para que todos los enfermos de la sífilis salieran de la ciudad bajo pena de ser ahorcados, etc." En Marzo de 1493, cuando la tripulación de Colón no pudo tener tiempo para propagar la sífilis en Europa, hacía, pues, tales estragos es- ta enfermedad en París, que hubieron de dic- 23 tarse severísimas y hasta crueles medidas pro- filácticas. Pero supongamos, a pesar de la evidencia abrumadora de estas concordancias históricas, que la sífilis en Cuba hubiera tenido su foco natural y originario en la raza indígena. Da- das las peculiares costumbres de estos primiti- vos siboneyes, esencialmente polígamos, cuyas relaciones sexuales no obedecían a ningún fre- no ni conveniencia, dentro de la promiscuidad del estado salvaje en que vivían, si la sífilis hu- biera preexistido entre ellos antes de la con- quista, su contagio por virtud de esa facilidad de relaciones carnales se hubiera generaliza- do, causando verdaderos estragos, no ya sólo en la generación, sino en la descendencia. Se- guramente hubiera llamado entonces la aten- ción de los conquistadores el aspecto de esos indios degenerados por el sifilismo. Todos los historiadores, por el contrario, afirman haber visto representantes de una raza sana y robus- ta en los indígenas que poblaban la Isla de Cu- ba; de natural y condición mansa, de apacible temperamento, y que en sus relaciones genési- cas no revelaban los ardores y refinamientos lúbricos de las razas civilizadas. La mujer no era un objeto de lujo entre ellos, consagrada para los fines exclusivos del placer venéreo o de la maternidad, sino un instrumento activo 24 de trabajo, que al par que el hombre, ejercitá- base en hallar el diario sustento, a poca costa en verdad, por la sobriedad de sus costumbres y necesidades. En virtud de estas razones, no sería aventu- rado afirmar que la sífilis fué importada en Cuba por los primitivos colonizadores espa- ñoles. Los abigarrados elementos que constituyen los primeros asientos de nuestra colonización, eran propicios a la contaminación y crecimien- to de la sífilis en el seno de esa infeliz raza india. La expedición que condujo Sebastián Ocam- po para reconocer a Cuba, la que tres años des- pués llegó aquí al mando de Diego Velázquez, y las posteriores que hubieron de sucederse, componíanse de aventureros, soldados, licen- ciados de la conquista de Granada, frailes, cu- ras y funcionarios del Rey; el detritus de un pueblo esquilmado por todos los rigores de las guerras y por todas las opresiones del poder político y religioso. Era una muchedumbre de célibes amargados en su patria por las contra- riedades de una vida ardua; desgastados por el vicio, cuyas delicias pretendían renovar con la adquisición de improvisadas riquezas en re- motos países. No les traía el propósito de arrai- garse en la tierra de los prodigios, para orga- 25 nizar una sociedad regular y estable, eminen- temente española, en tierra conquistada por medio de los hábitos del trabajo y con virtudes familiares ordenadas: todo era provisional en ellos, menos el libertinaje y la insaciable co- dicia. El estado militar permanente en que había vivido la Metrópoli durante tantos siglos, en- dureció al cabo el noble carácter español. Su trato y dependencia íntima con teólogos pedan- tes y omnicientes, que asfixiaban la inteligen- cia de los estudiantes de aquellas universida- des licenciosas con nociones absolutas y co- mentarios indigestos, siempre encaminados a un acuerdo monstruoso con el dogma, hubie- ron de transformar el carácter nacional, enso- berbecido por otra parte con sus gloriosos he- chos .de armas, hasta el punto de que, según di- ce Gener, el español adquirió una altanería y un énfasis insoportables. Todo lo subordina a una irritante inferioridad; toda opinión que en al- go le contradiga, parece falsa; creese poseedor de la verdad absoluta e indiscutible, y despre- cia como malvado o como hereje a todo el que no haya nacido en España. La impunidad, amparándose en el irreme- diable desorden de toda primitiva colonización, alentaba a esos finchados hidalgos en sus de- predaciones abominables contra los indios. Go- 26 mara, describiendo las costumbres de los indí- genas, finge gran indignación porque el caci- que Behequio tenía treinta mujeres. Y en cambio, Las Casas nos dice que había españoles que tenían hasta cuarenta mujeres para su deleite. Los conquistadores, a medida que se internaban al través de los bosques re- gistrando con afán codicioso los filones de mi- nas, recorrían aquellas soledades como semi- dioses silvestres del paganismo helénico, bus- cando como lascivos sátiros y faunos, mujeres indias que huían despavoridas de aquel ojeo desenfrenado de hombres feroces que nada respetaban. Bajo el rigor de tan licenciosas y bárbaras costumbres, se comprende el aniqui- lamiento de toda una raza protegida, es ver- dad, por las leyes, pero brutalmente extermi- nada por las pasiones de aquellos hombres que no respetaban más ley que su propia codicia. Las leyes de Indias, que siempre fueron le- tra muerta para los conquistadores, en las par- tidas 5a, 6a, 7a y 8a, libro 7°, establecían como únicos preceptos restrictivos de la prostitución, que la pena del marco entre los amancebados y las otras pecuniarias impuestas por leyes de Castilla a los otros delincuentes, se entienden el doble en Indias. Que no se imponga dicha pena del marco a los indios amancebados, que no conviene castigar con tanto rigor. Que no 27 se prenda mujer por manceba de clérigo, fraile o casado sin proceder información. Y que si hubiera alguna sospecha que algunas indias vi- ven amancebadas, sean apremiadas por las jus- ticias, o que vayan a sus pueblos a servir, se- ñalándoles salario correspondiente. Hubo encomendador que construía serrallos de indias en tanto número, que en una carta que dirigió Vadillo al Emperador en 24 de septiembre de 1531, dice: "Hubo de aprego- nar a los solteros que tenían tantas indias, se casaran dentro de un año, pena de perderlos". La llegada de las flotas, en las que venían de España algunas esposas, muy pocas, de los fun- cionarios, y varias alcahuetas y mujeres de mal vivir, escapadas de las garras del Santo Oficio (Herrera), era un acontecimiento que se cele- braba con licenciosas fiestas, en que el juego, las riñas, el baile y la jácara, terminaban siem- pre por la ruina y el desenfreno más abomi- nable. En una carta que dirige Luján al Rey en 23 de diciembre de 1584, se lee: "Por la obliga- ción del oficio o descargo de mi conciencia, ha- go saber a V. M. que el alcalde, y su alférez y sargento están públicamente amancebados con tres mujeres casadas, y con tanta publicidad como si fueran suyas. Los demás soldados de aquí, viven en la misma libertad, tomando a 28 otros vecinos las mujeres y esclavas por fuerza". Los clérigos y frailes son los individuos más ignorantes y licenciosos de la colonización es- pañola. Con decir que el primero que acometió la empresa de refrenar el desbordamiento de las costumbres, el canónigo de Calahorra Dr. J. Manuel Montiel, nombrado Obispo de laHa- bana en 1657, fué envenenado por los mismos curas y frailes, y que más tarde sufrió la mis- ma suerte el Obispo Diez Vara, podremos juz- gar los desmanes de la prostitución clerical y frailuna. En 1658 escribía Salamanca al Rey, a poco de llegar a la Habana, lo siguiente: "La relajación en que vivían estos naturales en todo género de cosas, se ha puesto remedio y llegándose a obrar pecados públicos y escan- dalosos, desterré algunas mujeres públicas amancebadas con hombres casados. Obligué a los dueños de las negras y mulatas a que las tuviesen dentro de sus casas y no las diessen permission para vivir fuera de ellas, ni ir a los corrales que la daban con facilidad y gusto; porque estas esclavas daban ansi jornales muy ventajosos a los que ganaban en esta ciudad, y para ganarlos era preciso que fuese con ofen- sa de Dios; ansi, por lo que ellas obraban como por lo que hurtaban los negros a sus amos pa- 29 ra dar satisfazion á estas mujeres. Deseando continuar el remedio, se encontró con muchas que tenían amistad con eclesiásticos, y habien- do intentado desterrar algunas por su dema- siada disolución, fué preciso cesar en la obra porque se amotinaron los eclesiásticos. Me pa- reció más conveniente aguardar al prelado que aventurar un motín en esta plaza". Este documento es importantísimo para la historia de la prostitución en la Habana. Por él se comprueba el tráfico que empezó a ejer-. cerse con las negras y mulatas esclavas, cuyos amos cobraban el producto de la entrega tem- poral. El sostenimiento de la prostitución por los clérigos y frailes, omnipotentes, entonces, en frente de una autoridad que no se atrevía a aventurar un motín, y que muchas veces se vió arrollada por los filibusteros que saqueaban po- blaciones enteras de la Isla. Con la extensión rapidísima de la trata y los provechos de la agricultura, la prostitución em< pezó a revestir un carácter más refinado a la vez que hipócrita. Los criollos no le iban en za- ga a sus ascendientes los españoles, en disolu- ción, holgazanería y orgullo. Estos heredaron todos los vicios de sus padres. Serán como ellos j fatuos, altivos y déspotas con los inferiores; serviles y rastreros con el opresor y el que manda. 30 La esclavitud había viciado la sangre en to- das estas gentes, y lo mismo el español que el criollo, por un fenómeno de estrabismo men- tal, se imaginaban y se imaginan todavía, que cada uno de ellos, por el hecho de ser españoles o cubanos, significaban algo en el mapa del mundo, apareciendo como amos y señores en la ridicula farsa feudo-negrera en que todos se habían empeñado. En un país de idiotas afri- canos, bien podían figurar en el grado más ele- vado de imbéciles, todos estos reyezuelos del amor propio, que necesitaban subirse sobre bo- coyes y espaldas de negros para que se les vie- ra, como a los enanos, lucir su exaltación ficti- cia e improvisada. El lujo, el derroche y la profusión, tan a po- ca costa adquiridos, debordábanse sobre todo en los bailes y mascaradas, que empezaban ge- neralmente por ruinosas fiestas alrededor del tapete verde y terminaban en la mancebía. La tripulación de los barcos negreros y los cómi- tres de la trata, los corsarios, bucaneros y pi- ratas que infestaban nuestras costas, consti- tuían una población trashumante de lo más vi- cioso, criminal y abominable que arrojaba Eu- ropa a nuestras playas, contaminadas por la nefanda promiscuidad de tan heterogéneos ele- mentos. No había autoridad ni freno que con- tuviera el aluvión fangoso, alimentado cons- 31 tantemente por la introducción creciente de ne- gros esclavos. Estos aprontaban al desbara- juste moral un nuevo factor de barbarie, in- fundiendo sus costumbres depradatorias y sus salvajes usansas, en el seno de una sociedad decrépita ya en la cuna de la colonización. Guelmes, Cajigal, Bucareli y Someruelos dictaron disposiciones de buen gobierno y de policía, pero en ninguna de ellas se encuentra la más mínima alusión al régimen de la prosti- tución en la Habana. No se podía apreciar, en aquellos tiempos, la gravedad de la sífilis, ni aun diagnosticarla. En 1711 no había más que curanderos en la Habana, y cuando se estable- ció el protomedicato, hubo de desempeñarlo to- talmente el único médico de entonces, el Dr. Francisco Teneza. Confundíase el mal de San Lázaro con las manifestaciones externos de la sífilis, y cuan- do el obispo Valdés fundó, en 1715, el hospital de San Lázaro, debió obedecer esta medida al excesivo número de sifilíticos, más bien que de leprosos, cuyas lesiones se consideraban co- munes. En 1776, el marqués de la Torre fundó, en vista del crecido número de mujeres delincuen- tes y escandalosas, la casa de Recogidas, que desde entonces sirvió también de asilo de re- clusión a las prostitutas. 32 La emigración de familias canarias, promo- vida por el general Casas en 1792, contribuyó a aumentar la cifra de mujeres prostitutas de la clase blanca, por el vicioso sistema que sirvió de base para dar ocupación y empleo a esas fa- milias inmigrantes. Con la libertad de comercio, dictada a prin- cipios de este siglo, sobrevino una era esplen- dorosa para los intereses materiales de la Isla. Desgraciadamente, no respondió a este bienes- tar la regeneración de nuestras primitivas cos- tumbres. La esclavitud, hasta entonces explo- tada por la codicia, para el aprovechamiento de nuestros campos, empieza a servir de ins- trumento a la holganza y a la licencia en el se- no de los hogares. Manteníase por vanidad un lujoso servicio doméstico, innecesario y perjii' dicialísimo. Esta servidumbre esclava era el foco más activo de la prostitución clandestir p y del concubinato. El tártaro feroz de la con- quista se ha transformado ya en comerciante, crea familia, y hasta puede dar lecciones, si no de moralidad, por lo menos de moderación, a sus hijos criollos. Estos, salvo una gloriosa le- gión de hombres eminentes, muy superiores a sus compatriotas, distraían sus ocios entre plei- tos, gallos, riñas y bailes. Bajo un mismo techo se albergaba la fami- lia honesta y el concubinato más licencioso en- 33 ere amos y esclavos, y éstos entre sí; pululando boda una generación multicolor de hijos ilegí- timos, como surgen de un cultivo gelatinoso los gérmenes parasitarios de una colonia de mi- crobios. Constituía la prostitución pública una clase de mujeres blancas inmigrantes, arrojadas aquí como desechos del vicio de los puertos de Cos- ta Firme, República Americana y de Canarias. Mujeres de la raza de color, muchas de ellas acomodadas por los amos a jornal crecido pa- ra el comercio de sus cuerpos. Aglomerábanse en cuartones infectos, alrededor del Recinto y de las Murallas, frente a los cabildos de enton- ces, en las costanillas del puerto, cerca de los castillos y cuarteles, y sobre todo, de los con- ventos e iglesias, buscando quizás la proximi- dad de una clientela segura, reclutada entre ía gente de mar, la soldadesca y la cleresía. Muchas de estas casas de prostitución ser- vían de casa de juego y salón de baile. Organizábanse allí las bachitas con cantina, que duraban varios días, y los clérigos no te- mían aparecer luego borrachos por las calles. La prostitución era el complemento natural de la trata: ésta aportaba brazos esclavos, y aquélla reproducía y propagaba la generación esclava. La máquina social estaba acomodada de tal 34 modo, que suprimido cualquiera de estos vi- cios, se entorpecía el mecanismo. La prostituí- ción, el crimen, la tiranía y la ignorancia, eral las deyecciones naturales de un cuerpo soc/ai que se alimentaba exclusivamente 'con los pin- gües rendimientos de la esclavitud. En otro sentido, una desproporción conside- rable entre individuos del sexo masculino y fe- menino, dificultaba extraordinariamente las uniones legítimas. El celibato llegó a ser el es- tado permanente de una gran parte de la colo- nización blanca, sostenida por emigrantes, en su mayoría sin familia, sin arraigo y sin amor a la tierra. Esta clase de gente no podía dete- nerse a contemplar el pavoroso problema so- cial, quizás porque le era indiferente, y sin qui- zás, porque a la sombra de esta anarquía y flo- jedad de las costumbres, adelantaban más fá- cilmente los intereses y las riquezas. La fórmula de la actividad humana en aque- llos días era hacer fortuna pronto y como quie- ra, para marcharse. La prostitución debía ser el género de vida más cómodo para esos tran- seúntes apresurados, a quienes la vida ordena- da del hogar, en medio de la fiebre y del delirio de poseer, pudo parecerles una extraña e in- comprensible actitud de los tiempos. Así fué que cuando el general Vives, de concierto con Laborde, Pinillos y el obispo Es- 35 pada, el general Pezuela, y más tarde el gene- ral Serrano, tratando de remediar tamaños males, hubieron de encontrarse con tradiciona- les resistencias, tanto más insuperables cuanto que partían de ese elemento funesto, verdade- ro parásito de todas las colonias españolas, co- nocido con el nombre de españolismo o leales, que han llegado a imaginarse que este pueblo debe vivir como ellos, en la barbarie mercantil, convertido en factoría española, sin tradicio- nes, cultura ni progreso moral. Oigamos a uno de los histoiriadores más apasionados de las gloriosas fechorías de la colonización española, a D. Justo Za.ragoza, en su "Historia de las in- surrecciones de Cuba", defendiendo a Vives porque este astuto hombre político consentía la inmoralidad y el vicio como una suprema ra- zón de estado: "El malquistarse con aquellas clases, aunque viciosas, era pomer en grave peligro el dominio español en Cuba, y Vives tenía demasiado pa- triotismo para ^contribuir a sabiendas a tan gran mal, aunque se expusiera a censuras que empañaran su memoria y que habrían podido evitar aquellos filosóficos, literatos, profesores e individuos de la "Sociedad Patriótica". Tiene razón D. Injusto Zaragoza: si el Go- bierno hubiera comsentido, a maestros e indi- viduos de la "Sociedad Patriótica", moralizar 36 a cubanos y españoles en aquella ignominiosa época, ¿qué hubiera sido de la esclavitud y del dominio de España en Cuba, que no tenían otro arraigo que la explotación de la inmoralidad? Es preciso creer con D. Injusto Zaragoza, que Cuba no es ya un pueblo independiente, porque sus hijos prefieren satisfacer los deseos de co- rrupción con que les brinda el Gobierno para enervarlos, antes que vivir honradamente co- mo ciudadanos libres. Los cubanos tienen lo que se merecen: un régimen de cuartel y unos amos de lonja y mostrador. No pretendemos halagar las pasiones de nadie, y menos rendir culto a esa generosa figura retórica que se lla- ma patria cubana. Quédese para nuestros ora- dores el alimentar como vestales el fuego sa- grado del patriotismo. Seguiré creyendo siem- pre que la Revolución no fué la obra del pue- blo cubano, sino de una clase limitada de ese mismo pueblo: la más sana en sus costumbres, menos enervada por los vicios, más viril y sin mezclas por el contacto de otras razas. Esta falanje gloriosa no necesitó de maestros ni de filósofos, ni de individuos de la "Sociedad Pa- triótica", para saber cumplir con sus deberes patrióticos. Y entre un obscuro guajiro de Ca- magüey o un caudillo de Oriente y un sabio de aquellos tiempos, la elección no era dudosa. La Revolución fué la obra del sentimiento y de la 37 impetuosidad de un grupo determinado de hom- bres desconocidos en aquellos tiempos de reba- jamiento. Ella surgió espontáneamente, como el desahogo natural de una glándula enferma que alivia a un organismo exasperado. Fué más bien una explosión de bochorno y de decoro que una maquinación política. Tuvo, por lo tanto, un fin moral y social más bien que político. Marcado este carácter, que nos pro- poníamos señalar como resultado natural de los acontecimientos históricos descritos, de in- tento pasaremos por alto el estudiar la trans- formación de las costumbres durante el perío- do de la guerra de independencia. Nuestro res- petable amigo el Sr. D. Manuel Sanguily sa- brá colmar este vacío con más doctrina y datos originales, al publicar la historia que ahora es- tá escribiendo con verdadera perseverancia be- nedictina. El será el Tácito de aquella edad he- roica, y quizás el implacable Juvenal de los ver- gonzosos tiempos de la decadencia. Es preciso llegar al año 1873, después de ha- ber recorrido toda la historia de Cuba, desde Cristóbal Colón, para que al fin se reglamenta- ra la prostitución, que hasta entonces había si- do más que libre: una razón de estado para asegurar la dominación española en Cuba, se- gún nos lo da a entender el Sr. D. Justo Zara- goza. 38 En el mes de Abril de 1873, G Gobernador político de entonces, Pérez de la Riva, ordenó, en vista del número de prostitutas existentes en la Habana, por las naturales causas de la guerra, que se inscribieran las meretrices, con el objeto de allegar una cuota para cubrir los gastos originados por la creación de cuatro plazas de médicos higienistas y una sección es- pecial administrativa. Abrióse en junio del ci- tado año un hospital, que fué primitivamente el asilo de niños pobres de San José, y que por irrisión sin duda, se le denominó "Hospital de Higiene", porque, situado en una verdadera hoya de la calzada del Cerro y con aspecto de cuartón destartalado, pudieran haberle puesto lo mismo el nombre de hospital antihigiénico. Este asilo estaba destinado a la secuestración de las prostitutas enfermas. A los nueve meses de planteada la Institución Sanitaria, el 27 de diciembre de 1873, se dictó el primer Regla- mento sobre la Prostitución". ¿No es verdad que está trazada con mano maestra esta parte de la historia de la prosti- tución en Cuba? Pero un no sé qué de amargura queda en el sentimiento, cuando se piensa que todavía las bachitas con cantinas, los bailes desenfrenados, las riñas, las peleas de gallos y una política in- teresada y codiciosa, es lo que ama nuestro. 39 puebl >. La gran masa cubana exclama: "¡ Un dictador! ¡Un dictador es lo que hace falta aquí!' ¡Cuántos deseos de ser esclavos, des- pués de los tristes y tremendos sacrificios de la revolución libertadora! Eso sí, cada cual quie- re ser el dictador o amigo de él. Cuánto mejor sería exclamar: "¡La ley y su cumplimiento, antes que nada!" Doy a la publicidad el reglamento español, como dato histórico. REGLAMENTO ESPECIAL DE HIGIENE PUBLICA CAPITULO I. DE DAS MUJERES PÚBLICAS, SUS CLASES, OBLI- GACIONES Y PENAS A QUE QUEDAN SUJE- TAS. Artículo I. La creación de la sección espe- cial de higiene pública tiene por objeto preve- nir y evitar los malos efectos de la prostitu- ción, disminuir ésta en lo posible e impedir que se manifieste de un modo escandaloso, afec- tando a la moral pública. Art. II. Se abrirá un registro, donde serán inscritas todas las mujeres que se dediquen a 40 la prostitución en cualquiera de las clases que se determinan por este Reglamento. Art. III. Las prostitutas serán clasificadas de la manera siguiente: i° Amas de casa con huéspedes. 2° Amas de casa de recibir. 3° Prostitutas con domicilio fijo. Art. IV. Las amas de casa con huéspedes se dividirán en cuatro clases, satisfaciendo res- pectivamente una cuota mensual de veinticua- tro pesos la primero, diez y ocho la segunda, doce la tercera y seis la cuarta. Art. V. Las amas de casa de recibir se divi- dirán en tres clases, satisfaciendo respectiva- mente una cuota mensual de diez y ocho pesos las de primera, doce las de segunda y seis las de tercera. Art. VI. Las prostitutas con domicilio pro- pio se dividirán en dos clases, satisfaciendo respectivamente la cuota mensual de seis pesos las de primera y tres las de segunda. Art. VII. Las prostitutas que se hallan de huéspedes no satisfarán cuota alguna. Art. VIII. Todas las prostitutas estarán obligados a empadronarse en las Celadurías de sus barrios respectivos, y proveerse de cédula de seguridad, la que llevarán siempre consigo. Art. IX. Las amas de casa de prostitución estarán provistas de su correspondiente licen- 41 cia, por la que satisfarán seis pesos. Cuando deseen dejar el tráfico, bastará que devuelvan la licencia. Art. X. Las amas de casa no podrán admitir a ninguna prostituta, ni como huéspeda ni co- mo transeúnte, careciendo de la cédula mencio- nada. Art. XI. Las amas no podrán tener a su car- go más que una casa con el número de prosti- tutas que les parezca conveniente, sin que por esto se les aumente la cuota señalada según su clase. Art. XII. Las amas de casa no podrán ne- garse bajo ningún concepto a exhibir el libro donde estarán asentados los reconocimientos hechos por los facultativos del cuerpo, a cual- quiera persona que lo exija. Art. XIII. Las amas de casa no podrán ad- mitir como huéspedes a jóvenes menores de 14 años. Art. XIV. La que se dedique clandestina- mente a la prostitución satisfará una multa de quince pesos. Art. XV. Las amas de casa tendrán la obli- gación de dar parte a la Sección del recibo y salida de las huéspedes, en el improrrogable plazo de veinticuatro horas. Art. XVI. Las amas son responsables de los escándalos que ocurran en sus casas, así como 42 de que las huéspedas no estén de una manera deshonesta en los balcones y ventanas. Art. XVII. Queda prohibido a las mujeres públicas reunirse a las puertas de las casas, llamar a los transeúntes o hacerles proposicio- nes indecorosas. Art. XVIII. Las prostitutas no podrán ocu- par palcos en los teatros, ni ir en carruaje des- cubierto a los paseos públicos. Art. XIX. Las que al transitar por las calles lo hicieren de una manera deshonesta o se pa- rasen en ella llamando la atención por sus ac- tos o palabras indecorosas, quedarán sujetas a la penalidad que se determina en el artículo 22. Art. XX. Las amas de casa y prostitutas ha- bitarán precisamente los pisos altos. Art. XXL Las amas de casa están obligadas a entregar en el hospital de San Francisco de Paula, y en el mismo día, a las huéspedas que den de baja los facultativos. Art. XXII. Las infracciones de los artículos anteriores serán castigados con multas en la cantidad que el Excmo. Gobernador juzgue Oportuno, y con prisión en caso de insolvencia. A las prostitutas reincidentes se les expulsará de esta capital, por tránsito de la Guardia Ci- vil, al punto donde la Autoridad designe. Art. XXIII. El ama que oculte una pupila pagará una multa de quince pesos por la pri- 43 mera vez, el doble por la segunda, y si reinci- diese, prohibición de su tráfico. CAPITULO II. LA SECCIÓN DE HIGIENE ESPECIAL. Art. I. Habrá en el Gobierno político una sección a cuyo cargo estarán los trabajos co- rrespondientes a la higiene especial. Se esta- blecerá en ella una contabilidad rigurosa de los fondos que se recauden. Art. II. Para auxiliar los trabajos de esta sección habrá dos oficiales, con el sueldo anual de ochocientos pesos, y un escribiente con el de quinientos, pagados de los fondos que produz- ca el ramo. Art. III. Se llevarán tres registros de pros- titutas y amas, uno general, por orden alfabé- tico, y los restantes por el número de inscrip- ciones, relativamente de amas, pupilas y pros- titutas con domicilio propio. En estos dos últi- mos se anotarán el domicilio y las vicisitudes; además, en los de las amas y prostitutas, los pagos que dejen de efectuar mensualmente. Art. IV. La Sección de Higiene Especial de- penderá de la Secretaría del Gobierno político. Art. V. Habrá dos recaudadores, con un pe- so diario, pagado de los mismos fondos. 44 Art. VI. La recaudación se hará mensual- mente; al ama que deje de pagar dos cuotas se le impondrá un recargo de la cuarta parte de ellas. Si el atraso llegara a cuatro mensualida- des, después de realizarse el cobro por la vía ejecutiva, podrá prohibírsele al ama su conti- nuación en el tráfico. Art. VII. Cada mes se formarán estados de recaudación y gastos por el oficial encargado de la contabilidad, los cuales llevarán el visto bueno del encargado de la Sección y del Secre- tario del Gobierno político. Estos estados ser- virán de base y comprobante para el que se formará trimestralmente con el visto bueno del Excmo. Gobernador. Art. VIII. Habrá un libro de gastos y otro de ingresos, donde diariamente se anotarán las cantidades que figuren por ambos conceptos, trasladándose luego cada mes el balance a otro libro, que hará las veces de mayor. En todos ellos se observarán las reglas de una buena contabilidad. Art. IX. Se llevará un registro de entradas y salidas diarias del hospital de San Francisco de Paula, donde ingresarán las enfermas. Art. X. Habrá otro registro de multas que hagan efectivas y otro de presas y detenidas. Art. XI. Diespués de cubiertas las atencio- nes del personal y material de la Sección de 45 Pligiene, si resultase algún sobrante de la can- tidad recaudada, se destinará a reintegrar en lo posible el gasto que por estancias hayan de causar las mujeres enfermas en el hospital de San Francisco de Paula, o por cualquiera otro objeto benéfico a juicio del Gobernador. CAPITULO III. de los facultativos. Art. I. El cuerpo facultativo higienistas se compondrá de cuatro médicos, que se denomi- narán Delegados Facultativos de Higiene, con el sueldo anual de mil doscientos pesos, paga- dos de los productos del ramo, por trimestres. Art. II. Para ser nombrado médico higienis- ta se necesita poseer conocimientos especiales de este ramo. Art. III. Harán dos visitas semanales a las casas que de antemano les están señaladas, anotando el resultado de su escrupuloso exa- men en el libro de certificados. Uno de los re- gistros debe efectuarse necesariamente con el espéculo. Art. IV. En el momento que encuentren a una mujer atacada de sífilis, o de cualquiera otra enfermedad contagiosa, la enviarán al Hospital de San Francisco de Paula, dando 46 parte por separado a la Sección Especial, como ésta a su vez lo dará al facultativo cuando re- ciba el alta del Director de dicho Hospital, anotándose la hora de la visita y el nombre de la enferma. Art. V. El facultativo dará parte al Gober- nador del resultado de cada visita sin novedad, o con lo que encontrase, fijando la hora siem- pre que el médico determine que una pupila pase al hospital de San Francisco de Paula. Art. VI. El Director del Hospital de San Francisco de Paula dará parte diariamente a la Sección de mujeres públicas que ingresen en el establecimiento y las que de él salgan, con expresión del nombre, procedencia y hora en que haya entrado la enferma. Art. VII y último. Además de las prescrip- ciones de este Reglamento, se observará en un todo lo que se detalla en los bandos de policía. Habana, 27 de Diciembre de 1873.-Anto- nio Pérez de la Riva.-Aprobado. Cobaltos. Eas páginas del doctor Benjamín de Céspe- des, transcritas a este libro, dan la historia de la prostitución en la Habana hasta la guerra de 1895. De entonces acá, la faz de la prostitu- ción ha cambiado bastante. Ea mujer cubana blanca, que antes estaba en menor proporción que las extranjeras y las españolas, se encuen- 47 tra hoy en proporciones muy superiores. Y es- to sucede por la revolución que azotó a la pa- tria cubana desde el 24 de febrero de 1895 has- ta el 12 de agosto de 1898. La guerra, y la guerra que pusiera en prác- Weyler, fue la causa de que la mujer blanca se alistase en el ejército de la prostitución. Un gran contingente de miles de hombres abando- naron sus hogares, plácidos y tranquilos, para abrazar la causa de la revolución emancipado- ra, abandonando las más de las veces a la mu- jer, a las hijas y a las hermanas, a su propia suerte. Otros hombres eran sacados violenta- mente de sus casas y fusilados en las fortale- zas españolas, o asesinados en los caminos, o encarcelados en los presidios, o desterrados a la Península o a sus posesiones de Ultramar, y otros hombres, para no seguir igual suerte, huían a extranjeras playas hospitalarias, don- de trabajaban por y para la Revolución. Sus familias, abandonadas, caían en la miseria más espantosa, miseria que llegó a lo indes- criptible cuando se dictó la reconcentración de la población campesina hacia los recintos for- tificados por los españoles. Y naturalmente, la promiscuidad a que dió lugar tanta miseria y el hambre y la enfermedad que diezmó a toda aquella población, hizo surgir a la meretriz, bo- rrando toda esa desgracia el pudor y la virtud 48 que siempre albergó en su pecho la mujer cu- bana que, rica o pobre, pero sin miseria, se sin- tió siempre altiva para repeler con indomable energía todo aquello que pudiese mermar o res- tringir su alto amor a la familia y su sagrado ideal por la virtud y por el honor. En aquellos tristes momentos de la patria cubana, por donde se paseaban altaneros mili- tares españoles que si es verdad muchos eran hombres de honor, había también muchos en que la insolencia y la depravación rebosaban de manera indigna; y no digo nada de aquellos cubanos envilecidos que vistieron el uniforme de guerrilleros que les sirvió para asesinar a mansalva a sus compatriotas, y sitiar, rendir y deshonrar a su hermana infeliz, muerta de hambre y de dolor. Y junto con esos conquista- dores altaneros, esos guerrilleros criminales, agréguese el impío comerciante al por menor, junto con la lujuria del enriquecido en la colo- nia, y tendremos la gran causa de la prostitu- ción de la mujer blanca cubana. A la infeliz mujer de la raza negra no se puede culpar en nada, ya que la esclavitud azo- tó primero sus espaldas con el látigo infaman- te, y luego el traficante, el amo y el mayoral, la obligaron a vivir encerrada, sin separación alguna, con el hombre negro, y según sus en- 49 cantos físicos o la perversión de los esclavis- tas, la obligaron a prostituirse con ellos o con sus amigos. Hasta intentaron borrar el senti- miento de madre al separarla violentamente de sus hijos, vendiéndoles a ellos o a ellas, según conviniese a sus negocios; jamás respetada por nadie, la sorprendió la guerra de independen- cia. Y si la mujer blanca encontró en ella su tumba o su deshonra, ¿ qué podía esperar la in- feliz negra, acabada de salir de la esclavitud, de la abyección, y encontrarse de lleno en me- dio tan hostil para la vida y la decencia hu- mana? Pero llevamos ya quince años de emancipa- ción, y la enorme herida abierta a la sociedad cubana va cicatrizando, y el sol esplendoroso de la virtud y la abundancia alumbra ya inten- samente el porvenir de esta hermosa tierra. La virtud y el sosiego avanzan por el buen cami- no, restableciendo el imperio del decoro y la vergüenza. Si los cubanos encargados de dirigir a la Re- pública Cubana saben cumplir del mismo modo que cumplieron aquellos que, ya en los comba- tes, ya en los cuarteles españoles, ya en los pre- sidios, o en el destierro o en la emigración, su- cumbieron al grito hermoso de "¡Viva Cuba Libre!", se habrán hecho dignos del aplauso de 50 la historia. Pero si la desunión, el egoísmo, la envidia, la villanía, la concupiscencia y la des- honra, en hórrido torbellino, conmueven los ci- mientos de la República y se desmorona, y vuelven los cubanos, como modernos judíos, a vagar sobre el planeta y a ser nuevos parias en su tierra libre a costa de tanta sangre derra- mada, un grito enorme, lanzado desde el cielo, hará oir en todos los ámbitos de la Tierra, la tremenda acusación de ¡miserables! pronun- ciada por nuestros grandes de la independen- cia y de la libertad. Naturalmente que donde hay hombres y donde hay mujeres, y más donde existe una corriente de inmigración masculina y soltera, la prostitución establece sus cuarteles y siem- pre hace víctimas. Así es que dentro de la rela- tividad natural de las cosas humanas, existirá siempre la prostitución en el país. Pero cada día el número de prostitutas va siendo más corto, y no estará lejano el momento histórico en que su número no sea mayor que el que pro- porcionalmente corresponde a cualquier socie- dad civilizada y buena. En el año 1898, allá por el mes de diciembre, la administración española entregaba al Go- bierno de los Estados Unidos la posesión y la administración de la Isla de Cuba, disolviendo 51 el organismo encargado de poner en vigor y dirigir la reglamentación de la prostitución en el territorio cubano. Pero en el mes de febrero de 1900, la administración del general Brooke, de acuerdo con el general Ludlow, Gobernador militar de la Habana, y con el doctor Mora, Gobernador civil, reorganizó y reglamentó el ejercicio de la prostitución y puso al frente del servicio médico al doctor Eugenio Molinet, general de la revolución emancipadora. Este cubano, este hombre excepcional entre noso- tros, por su inteligencia, por sus sentimientos justos, por su elevada moral, reorganizó dicho servicio, e indiscutiblemente lo elevó a bello ni- vel, dignificándolo y haciéndolo tan provecho- so y tan útil, que se puede decir que el único momento de la historia de la reglamentación de la prostitución en Cuba en que existió de verdad, fué el periodo de su jefatura médica. Al doctor Molinet, las autoridades superio- res de aquella época dieron gran libertad de acción, y él aprovechó ese poder para hacer el bien; logró una policía moral y austera, que, compuesta por cinco vigilantes y un inspector, inscribieran 936 mujeres prostituíase de todas clases y condiciones. Suprimió por completo el régimen carcelario del Hospital de Higiene, y como el trato que las meretrices enfermas re- 52 cibieron en dicho hospital era elevado, y como él exigía de todos los empleados, técnicos o no técnicos, un gran respeto para las infelices mu- jeres prostitutas, éstas llegaron a no temer y hasta desear la reglamentación de la prostitu- ción. Puede estar satisfecho el doctor Molinet de que en el breve espacio de tiempo, la única vez que ocupó puesto en la administración de Cuba libre, lo hiciera de manera tal, que al través de los años pasados, obtiene los aplausos de todas aquellas personas justas que conocieron su la¿ bor y su probidad al frente de aquel servicio. Más tarde, el servicio de la reglamentación de la prostitución en la Habana pasó a depen- der del Municipio. Fui nombrado para susti- tuir al doctor Eugenio Molinet. Inspirado en la conducta de mi antecesor, pretendí, en vano, mantenerlo por lo menos a la altura moral en que había el doctor Molinet dejado el servicio; me fué de todo punto imposible. La política, nuestra dichosa política criolla, se había entro- nizado en nuestro Ayuntamiento, y minó las bases más sólidas de la Administración Muni- cipal. El Negociado de la reglamentación de la prostitución quebrantóse por el relajamiento de las otras oficinas, y aquello ya no fué un departamento de higiene y de profilaxis de los 53 males venéreos; aquello fué un centro de in- fluencia política; y los empleados fueron cada día en aumento, y colocándose nuevos inspec- tores y nuevos subinspectores, sin selección, quienes se sentían dueños de sus puestos, mien- tras su influencia política en los barrios y en las asambleas era utilizada por los grandes del Municipio; quienes olvidaron sus deberes, y con su conducta faltaron al respeto a la socie- dad, a la moral, a la probidad y .a la desgracia- da meretriz, a quien explotaban, cuando me- nos, en su cuerpo. Por mi parte, nada podía hacer para evitar semejante estado de cosas, ya que mi acción era sólo sobre el cuerpo facultativo del Servi- cio, debiendo declarar, por honor mío y por honor de ellos, que ningún compañero hizo na- da que desmereciera en su conducta de la alta misión a ellos encomendada. El doctor Diego Tamayo, Secretario de Go- bernación del Gabinete del general Wood, qui- zo acabar con los males que el Municipio llevó a la reglamentación de la prostitución, y, de acuerdo con el Gobernador militar acabado de citar, nombró una comisión de cubanos y de autoridades militares americanas, para que hi- ciera una ley reglamentando la prostitución en todo el territorio de la República. He aquí el Reglamento: 54 ORDEN CIVIL NUMERO 55 Febrero de 1902. REGLAMENTO GENERAL PARA EL SERVICIO DE LA HIGIENE DE LA PROSTITUCION O HIGIENE ESPECIAL DE LA ISLA DE CUBA Art. i° Este Reglamento tiene por objeto dar al Servicio de Higiene Especial de la Pros- titución un carácter general y uniforme en to- da la Isla, para de esta manera hacer más efi- caces las medidas profilácticas contra la sífilis y demás enfermedades venéreas, y prevenir los atentados a la moral pública. Art. 2o Este servicio se denominará "Servi- cio de Higiene Especial", y estará bajo la su- pervisión de la Secretaria de Estado y Gober- nación. Será regido por una comisión com- puesta de tres médicos, un abogado y un con- cejal, padres de familia, todos residentes en la ciudad de la Habana, nombrados por la prime- ra Autoridad a propuesta del Secretario de Estado y Gobernación. Uno de los tres médi- cos será elegido Presidente de la misma, por votación entre los miembros que la componen, y con tal carácter formará parte de la Junta de Sanidad del Estado, cuando se establezca; del 55 mismo modo, otro de los médicos será nom- brado vicepresidente, para sustituir a aquél en caso de ausencia. Art. 30 A fin de que siempre haya miembros experimentados en los trabajos de esta Comi- sión, el primer nombramiento será de dos años para uno de ellos, de tres años para otro, por el tiempo que sea concejal para éste, y de cua- tro para los dos restantes. En lo sucesivo, los nombramientos serán por cuatro años para todos, excepto para el conce- jal, que figurará en la Comisión mientras de- sempeñe su cargo en el Ayuntamiento. Estos miembros pueden ser reelectos. Las vacantes que por cualquier motivo ocurran durante esos cuatro años, serán cubiertos en la forma indi- cada en el artículo anterior, por el tiempo que le faltare al saliente. Art. 4° La Comisión tendrá su archivo en la oficina del Servicio de Higiene Especial de la ciudad de la Habana, en cuyo local, o en cual- quiera otro que señale el Secretario de Estado y Gobernación, celebrará sus sesiones, sema- nalmente y siempre que la convoque la presi- dencia o la pidan tres miembros por escrito. Los comisionados no percibirán sueldos, pe- ro como una compensación por el tiempo in- vertido, recibirán ocho pesos por su asistencia a cada junta, no pudiendo exceder de cuarenta 56 pesos al mes la cantidad percibida por cada miembro, cualquiera que sea el número de se- siones a que haya asistido. La Comisión tendrá derecho a emplear un secretario, nombrado por la misma, por mayo- ría de votos, con un sueldo que no pasará de ciento veinticinco pesos mensuales. Las dietas de los miembros de la Comisión, el sueldo del secretario, los gastos de escritorio y demás (que no pasarán de treinta pesos al mes) se pagarán de los fondos del Servicio de Higiene Especial de la ciudad de la Habana. Art. 5° Se establecerá un Servicio de Higie- ne Especial en todas aquellas poblaciones en que lo estime conveniente la Comisión, por las circunstancias especiales que en ellas concu- rran. Art. 6o Dada la importancia de este servicio en la ciudad de la Habana, su administración y gobierno estarán directamente a cargo de la Comisión de que trata el artículo segundo, la cual actuará conforme se provea en el Regla- mento especial del Servicio en esta ciudad. Art. 7° (a) En las demás poblaciones en que exista o se establezca el Servicio de Higiene Especial, su administración y gobierno estarán a cargo de un jefe, que será médico, nombrado por la Comisión a propuesta de la Junta de Sa- nidad, y si no existiese este organismo, por el 57 Alcalde; pudiendo la Comisión rechazar la pro- puesta que no creyese conveniente. (b) El Jefe del Servicio de Higiene Espe- cial, así nombrado, será, por razón de su car- go, miembro de la Junta Municipal de Sani- dad. Esta, o en su defecto el Alcalde, puede re- comendar a la Comisión que se destituya a di- cho Jefe por negligencia, prevaricación u otra falta grave que lo amerite. Esta recomenda- ción se hará. por escrito y razonada. (c) Los otros empleados del Servicio en las referidas poblaciones serán nombrados y se- parados por el Alcalde a propuesta del Jefe del Servicio Local. El Alcalde al separarlos, sólo lo hará por causas justificadas, y después de haber oído al interesado. El personal facultati- vo será nombrado previo concurso. Art. 8o Queda terminantemente prohibido a los empleados del Servicio de Higiene Espe- cial, cualquiera que sea el cargo que desempe- ñen, el tener cualesquiera relaciones que no sean necesarias al cumplimiento de sus debe- res oficiales, con las inquilinas, matronas, cria- das o gerentes de las casas de citas o de mere- trices, así como recibir de ellas dádivas, esti- pendio o remuneración por cualquier clase de servicio, y celebrar con ellas contratos, debien- do los que infrinjan este artículo, ser destituí- 58 dos de sus cargos, sin perjuicio de la mayor responsabilidad en que pudieran incurrir. Art. 9° Cuando la Comisión juzgue conve- niente inspeccionar el servicio en cualquier po- blación fuera de la Habana, lo pondrá en co- nocimiento del Secretario de Estado y Gober- nación, para que ordene lo que crea oportuno a ese objeto. Art. 10. El Servicio de Higiene Especial no recibirá subvención ni emolumento del Estado, Provincia o Municipio, sino que subsistirá de los recursos que arbitre, y cuidará de no con- traer compromisos o deudas que no pueda sol- ventar. Las cantidades que recaude por cualquier concepto se destinarán al pago de sus gastos legítimos, así como a su adelanto y mejora, y nunca a otro fin. El sostenimiento de las menores que sean enviadas a los Reformatorios por cualquier Municipio, según lo preceptuado en el párrafo C del artículo 12 de este Reglamento, estará a cargo del Servicio de Higiene Especial de dicha Municipalidad, abonándose de los fon- dos que resultaren sobrantes a fin de año. Art. 11. A los efectos de este Reglamento, se cosiderará como prostituta a toda mujer que habitualmente se entregue a actos de liviandad con distintos individuos. La prostitución debe- 59 rá comprobarse por medio de expediente de clandestina] e que se instruirá al efecto. Art. 12. En todas las poblaciones en que exista o se establezca el Servicio de Higiene Especial, regirán y se harán cumplir las si- guientes reglas: (a) Todas las prostitutas mayores de diez y ocho años, serán inscriptas, previo examen mé- dico; haciéndose constar los siguientes datos: (a) nombre, apellido y apodo, si lo tuviese; (a) edad; (c) estado; (d) ciudadanía; (e) ocupación; (f) lugar de su nacimiento; (g) domicilio; (h) tiempo de residencia en el país; (i) nombre y dirección de sus padres o parien- tes más próximos; (j) si con anterioridad ha ejercido la prostitución y en qué lugar; (k) filiación; (1) señas particulares que pudieran servir para su identificación en todo tiempo; (m) estado sanitario. Una vez inscrita, se le proveerá de una li- breta o cartilla, en la que se harán constar los datos a, b, d, f, j, k, 1 y m del párrafo anterior. (b) Si fuese menor de 23 años y mayor de 18, sus padres o parientes más próximos serán notificados de haber sido inscrita, a fin de que si lo desearen puedan obtener su radiación. (c) Toda menor de 18 años que siri estar inscrita ejerza la prostitución, será detenida y puesta a disposición del Jefe del Servicio de 60 Higiene Especial, el que instruirá expediente, que será remitido, junto con la acusada, al Juez Correccional o a la autoridad que haga sus ve- ces, para su resolución. Si de las diligencias practicadas resultase comprobado el hecho, la autoridad que conozca del caso remitirá la cul- pable a la institución correccional que corres- ponda, quedando sujeta a los reglamentos de la misma. (d) Las menores detenidas fuera de la Ha- bana pueden ser enviadas por el jefe del Servi- cio Especial respectivo al juez competente, pa- ra su remisión al reformatorio de menores de "Aldecoa", de la Habana, de acuerdo con lo previsto en la orden civil número 271, serie de 1900; siendo los gastos de viaje por cuenta de la Municipalidad de que procedan. (e) Las mujeres mayores de 18 años que ejerzan la prostitución sin estar inscritas se- rán, la primera vez, identificadas, amonesta- das o multadas, y puestas en libertad si por el examen médico resultasen sanas. La segunda vez serán multadas e inscritas. (f) Toda prostituta inscrita será examina- da dos veces por semana, por un médico del Servicio; deberá con este objeto presentarse en un dispensario u otro lugar conveniente, se- ñalado por el Jefe del Servicio. El resultado de este examen se hará en un libro registro, así 61 como en su cartilla, que se le devolverá a la examinada, que deberá conservarla y exhibir- la a todo el que la solicite. Toda prostituta que sin un motivo justificado faltase al reconoci- miento en el día y hora que se le señalare, será multada y conducida por la policía al lugar del examen. (g) Toda prostituta, esté o no inscrita, que resultase atacada de alguna enfermedad vené- rea, será enviada inmediatamente a un hospi- tal, para su aislamiento y asistencia, permane- ciendo en él hasta su curación. En aquellas po- blaciones en que el Servicio de Higiene Espe- cial no cuenta con un hospital sostenido con sus fondos propios, los gastos ocasionados por las enfermas de venéreo en el establecimiento a que sean enviadas serán costeados por el Ser- vicio de Higiene Especial de donde provengan. Las enfermas de sífilis pueden ser dadas de alta cuando todos los síntomas aparentes ha- yan desaparecido, pero continuarán el trata- miento hasta un año después, por lo menos, de haber cesado las últimas manifestaciones. (h) Toda casa de prostitución deberá pro- veerse de una licencia expedida por el Servicio de Higiene Especial, y no podrá trasladarse de un lugar a otro ni establecerse sin obtenerla previamente. Esta licencia, que sólo significa mera tolerancia, puede revocarse en cualquier tiempo. Dichas casas deben estar situadas fue- 62 ra de las calles comerciales y céntricas, en zo- nas y lugares en que sea más difícil alterar el orden público o la decencia de las costumbres. Nunca podrán estar situadas en lugares que por su proximidad a iglesias y colegios puedan ofender la moral de los que a estos sitios con- curran. En ningún caso la Comisión podrá autori- zar el establecimiento de estas casas fuera de las zonas o lugares a ellas asignadas. (i) El número de prostitutas que podrán re- sidir en los burdeles será determinado por el Jefe del Servicio, según la capacidad y demás condiciones del local en que ejerzan su indus- tria. El Jefe también dictará las reglas higié- nicas que crea necesarias. (j) No se permitirá el ejercicio de la pros- titución en las posadas, hoteles, casas de hués- pedes ni en ningún otro establecimiento públi- co. Las infracciones a este artículo se castiga- rán según se provea en el Reglamento especial y con la clausura del establecimiento. (k) Tampoco se permitirá que concurran a los burdeles jóvenes de ambos sexos menores de 18 años. Toda mujer mayor de 18 años que frecuente o visite casas de prostitución sin causa justifi- cada, se considerará como meretriz y será ins- cripta como tal; también lo serán las mujeres 63 menores de 40 años que en concepto de criadas u otro análogo estén en dichos burdeles. (1) Las casas de prostitución, de cualquier clase que sean, pagarán una contribución al Servicio de Higiene Especial. La ascendencia de esta contribución y de cualquiera otra parte que se crea necesaria, asi como la de las multas que se impongan y la de las licencias y carti- llas se fijarán en los reglamentos especiales. (m) Se tendrá un cuidado especial en evitar y perseguir la prostitución clandestina, causa principal de la propagación de las enfermeda- des venéreas, y por consiguiente, una amenaza constante para la salud pública. (n) Se creará en aquellas poblaciones en que la importancia del servicio lo amerite, un cuer- po de policía para el Servicio de Higiene Espe- cial, a fin de hacer cumplir este Reglamento y para perseguir la prostitución clandestina. Los funcionarios de esta policía tendrán el carácter de agentes de la Autoridad, a los efec- tos del Código Penal y de los reglamentos de policía. (o) Toda prostituta que desee reformarse y obtener su radiación, lo solicitará del Jefe del Servicio; si después de hechas las investigacio- nes necesarias, el Jefe comprobase que está sa- na y que es sincero su arrepentimiento, dará las órdenes necesarias para suprimir su nom- 64 bre del Registro y relevarla de todas las obli- gaciones que había contraído con el Servicio, pero hará que permanezca sometida a la vigi- lancia de la policía por algunos meses. Si con posterioridad fuese detenida por actos de pros- titución, se le castigará con la severidad que permita el máximum de la tarifa, y se la ins- cribirá de nuevo. Art. 13. En cada población en que exista o se establezca este servicio, con excepción de la Habana, la Junta de Sanidad local, o en su de- fecto el Jefe del Servicio, previamente nom- brado, redactará un reglamento especial para el régimen del mismo, de conformidad con las reglas contenidas en el artículo anterior, te- niendo en cuenta las circunstancias especiales de la localidad y comprendiendo todos los de- talles necesarios para la buena marcha del ser- vicio, incluyendo la organización del personal, obligaciones de los empleados, tarifas de con- tribuciones y multas, proveyendo los medios de aislamiento y asistencia de las prostitutas enfermas y dictando las medidas que deben to- marse contra las prostitutas no inscritas me- nores de 1 8años. Un ejemplar de este Regla- mento se enviará a la Comisión, por conducto del Alcalde, para su aprobación. Art. 14. Las infracciones del Reglamento Especial se castigarán con multas impuestas 65 por el Jefe del Servicio, según prescriban di- chos Reglamentos, siempre que su ascendencia no pase de diez pesos moneda de los Estados Unidos. Si excediesen de esta cantidad, dicho Jefe pondrá el hecho en conocimiento del juez correccional o autoridad que haga sus veces, para que conozca del caso y proceda de acuer- do con lo que preceptúe el Reglamento Espe- cial. Análogo procedimiento empleará el Jefe del Servicio en casos de reincidencia repetida por la acusada, que por esa circunstancia se considerará como comprendida dentro de los preceptos del articulo 261 del Código Penal, para los efectos de la falta que se le imputare y. penalidad que deba imponérsele. Cuando la multa impuesta por el Jefe del Servicio no se pagare dentro de las 24 horas de su notificación a la interesada, ese funcionario dará cuenta al Juez Municipal o autoridad que haga sus veces, para el cobro por la vía de apremio o prisión subsidiaria, a razón de un día por cada peso que haya dejado de pagar. Todas las multas cobradas por el Juez Correc- cional, el Municipio o el Jefe del Servicio, por infracciones del Reglamento Especial, ingre- sarán en la tesorería de este Servicio, como fondos del mismo. • Art. 15. En los diez primeros días de cada mes, los distintos jefes del Servicio de Higene 66 Especial, remitirán a la Comisión un estado correspondiente al mes anterior, con sujeción a los modelos que se le facilitará, conteniendo los siguientes datos: (a) Nombres y sueldos de todos los emplea- dos, incluso la policía especial. (b) Cuentas detalladas, con sus comproban- tes de los ingresos y egresos. (c) Estadísticas del número de prostitutas inscritas e irradiadas durante el mes, y de las existentes el último día del mismo. (d) Número de las enfermas remitidas al hospital, con expresión del diagnóstico de la enfermedad que motivó su reclusión, así como de las curadas. (e) Número de las detenidas por ejercer clandestinamente la prostitución, especificando las menores de 18 años, resultado del expe- diente a cada una instruido, y del examen mé- dico. Art. 16. En el mes de enero de cada año, el Presidente de la Comisión elevará al Secreta- rio de Estado y Gobernación un informe en que se relatarán de un modo minucioso todos los trabajos realizados por el Servicio de Hi- giene Especial de la Isla de Cuba durante el año, expresando su juicio acerca de las refor- mas que la Comisión crea conveniente intro-< ducir. 67 Art. 17. Por el presente Reglamento se con- fiere a la Comisión todas aquellas facultades de carácter gubernativo necesarias para la re- presión del clandestinaje y exacto cumplimien- to de los preceptos en él contenidos. Las autoridades y sus agentes prestarán a la Comisión y a los jefes del Servicio los auxi- lios que necesitaren en el desempeño de sus funciones. Art. 18. Quedan derogadas todas las órde- nes o decretos que se opongan al presente Re- glamento. REGLAMENTO ESPECIAL PARA EL REGIMEN DE LA PROSTITUCION EN LA HABANA TITULO I CAPITULO I. LAS PROSTITUTAS Y SU INSCRIPCIÓN. Artículo i° A los efectos de este Reglamen- to, se estimará como prostituta toda mujer que habitualmente se entregue a actos de livian- dad con distintos individuos. La prostitución deberá comprobarse en los expedientes de clan- destinaje que se instruirán al efecto. (Artícu- lo II del Reglamento General). 68 Art. 2° Las mujeres que quieran dedicarse a la prostitución deberán solicitar y obtener su inscripción en la oficina del Servicio de Higie- ne Especial, sometiéndose a este Reglamento. La policía detendrá, poniéndola a disposición del Jefe del Servicio, a toda mujer que ejerza la prostitución sin haber cumplido con este Re- glamento. Art. 30 Al hacerse la inscripción de toda prostituta, deberá hacerse constar: (a) Su nombre, apellido y apodo, si lo tu- viese; (b) su edad; (c) su estado; (d) su ciu- dadanía; (e) su ocupación; (f) lugar de su nacimiento; (g) domicilio; (h) tiempo de re- sidencia en el país; (i) nombres y dirección de sus padres o parientes más próximos; (j) tiem- po durante el cual ha ejercido la prostitución, y en qué lugares; (k) su filiación; (1) las se- ñales o marcas físicas características que el Je- fe crea necesarias para su identificación; y (m) estado sanitario. (Artículo 12 del Regla- mento General). Art. 4° Con estos datos se le expedirá su cartilla personal, en la que constarán las cir- cunstancias a, b, c, d, e, f, g, h, i, j, k, 1 y m del artículo anterior. (Artículo 12 del Reglamen- to General). Art. 50 Cuando solicite inscripción o sea de- tenida como clandestina una menor de 18 años, 69 será recluida en el Reformatorio de Aldecoa. (Articulo 12 del Reglamento General). Art. 6o Cuando la que solicite inscripción sea una menor de edad, mayor de 18 años, se hará ésta desde luego, pero se pondrá el hecho en conocimiento de sus padres, abuelos o tutores, para que se hagan cargo de ella, prometiendo o garantizando velar por la moralidad y bue- nas costumbres que en lo sucesivo observará dicha menor. En caso necesario, continuará inscripta y sujeta a este Reglamento. (Articu- lo 12 del Reglamento General). Art. 70 Las mujeres mayores de 18 años que ejerzan la prostitución sin estar inscriptas, se- rán, la primera vez, identificadas, amonesta- das o multadas, y puestas en libertad si por el examen médico resultaren sanas. Si fuesen menores de 23, se notificará a sus padres, abue- los o tutores. Si reincidiesen, serán multadas e inscriptas. (Artículo 12 del Reglamento Ge- neral). Art. 8o El reconocimiento médico es requisi- to previo indispensable antes de expedirse la cartilla a toda mujer que se inscriba. (Artículo 12 del Reglamento General). Art. 90 Todas las prostitutas están obli- gadas : (a) A llevar consigo siempre su cartilla, y presentarla a toda persona que la solicite. 70 (b) A presentarse en el Dispensario los días y a las horas que se les señalen, prestándose de buena voluntad al reconocimiento, en la forma que el médico crea deba practicarle. Las que sin causa legítima no se presenten, serán con- ducidas por la policía al Dispensario, multa- das y examinadas. (c) A no promover escándalos ni desórde- nes, ni exhibirse en puertas, ventanas o balco- nes, ni provocar a los transeúntes con gestos o palabras. También les está prohibido transi- tar en carruajes descubiertos por las calles y paseos, proferir palabras obscenas y faltar a los funcionarios de policía. (d) A no saludar en las calles y lugares pú- blicos a personas que no las saluden previa- mente. (e) A no salir jamás en trajes indecorosos o llamativos, ni más de dos juntas fuera de la demarcación que les está asignada. (f) A no concurrir a localidades principales en los teatros de primer orden. (g) A observar las reglas de higiene que les sean prescritas por el Jefe del Servicio. (h) A participar en el día los cambios de do- micilio en la oficina de Higiene Especial. (i) La declarada enferma quedará en la ofi- cina, para ser conducida al hospital por la po- licía del ramo. 71 Art. 10. Las meretrices tendrán la obliga- ción de vivir bajo el régimen de un ama o ma- trona, a menos que se les conceda por el Jefe del Servicio el derecho de vivir aisladas cuan- do acrediten tener un domicilio con las condi ciones que exige el Reglamento. La casa en que vivan más de una prostituta, se considera- rá burdel y tendrá que tener una ama a matro- na y someterse a las reglas del capítulo II. Art. ii. Queda terminantemente prohibido a las meretrices vivir ni entregarse a prostitu- ción en casas de huéspedes, hoteles, casas de vecindad, ni en ningún otro lugar público. Tampoco podrán ejercer su comercio en casas situadas fuera de la demarcación destinada a este efecto que no estén provistas de licencia especial. Art. 12. Las prostitutas que obtengan licen- cia para residir fuera de la demarcación espe- cial no podrán recibir en su domicilio a ningún hombre fuera del médico, cuando estén enfer- mas, y la autorización que se les otorgue para residir fuera del barrio será precaria y revo- cable en cualquier tiempo. Art. 13. Las infracciones de este capítulo se- rán corregidas con multa de 1 a 10 pesos. En casos de reincidencia, si el Jefe del Servicio lo creyese conveniente, lo participará a la Corte Correccional, para la imposición de una mul- ta no menor de 10 pesos. 72 CAPITULO II. de; dos burdeos y matronas. Art. 14. No podrá abrirse ningún burdel o casa de prostitución sin obtener previamente licencia del Jefe del Servicio, y los que se esta- blezcan sin este requisito serán clausurados, sufriendo la matrona culpable una multa de 10 a 20 pesos por primera vez, del doble si reinci- diese, y a la tercera se pondrá el hecho en co- nocimiento del Juez, a los efectos del artículo 261 del Código Penal. Art. 15. Para obtener la licencia a que se re- fiere el artículo anterior, se necesario: (a) Ser mayor de edad; (b) acreditar tener local y muebles apropiados con que establecer la casa; (c) manifestar el número máximo de mujeres que tendrá en la casa, cuyo número podrá ser limitado por el Jefe del Servicio, se- gún las condiciones del local; (d) inscribirse la solicitante como prostituta si es menor de 30 años, o si siendo mayor se le probase que comercia con su cuerpo; (e) comprometerse a cumplir todos los preceptos de este Reglamen- to y hacerlos cumplir en sus burdeles por las pupilas y sus visitantes. Art. 16. Para que se otorgue permiso de es- tablecer burdel en una casa, se requiere que es- 73 té situada en la calle y zona afecta a este obje- to, o que si estuviese fuera de la demarcación, reuna los requisitos siguientes: (a) Si la casa fuera de planta baja, debe de estar situada en lugar apropósito por su sole- dad, en calle poco transitada. Si estuviese en calle transitada, ha de ser por precisión de ah to; la sala de espera forzosamente en el alto, una cancela o mampara que impida ver el inte- rior a través de la puerta de la calle, y que sus habitaciones y patios no sean dominadas por otras casas próximas; (b) que las ventanas bajas se cierren de modo permanente con per- sianas de madera, y las altas o puertas que den al balcón estén por lo menos cerradas con per- sianas fijas vueltas hacia el exterior. Estas puertas y ventanas sólo opdrán abrirse de sie- te a diez de la mañana, en el momento indis- pensable para la limpieza y de modo que nin- guna mujer pueda ser vista del exterior; (c) que no se pinten las casas de colores llamati- vos, ni se coloquen al exterior faroles, objetos o signos que puedan atraer la atención del tran- seúnte; (d) que de noche no se enciendan luces excesivas que llamen la atención de los tran- seúntes; (e) que se obtenga, antes de estable- cer la casa, el consentimiento escrito de todos los vecinos próximos. Las licencias para esta- blecer casas fuera del barrio afecto a este ob- 74 jeto son por su naturaleza precarias y revoca- bles, a juicio de la Comisión, única entidad que podrá concederlas. Art. 17. Toda casa de prostitución podrá ce- rrarse por orden del Jefe del Servicio a causa de escándalo grave o de faltas repetidas y cons- tantes. Art. 18. Ninguna casa de prostitución podrá estar abierta después de la una de la noche. Art. 19. Las amas o matronas están obli- gadas : (a) A hacer conservar el orden y cumplir estrictamente este Reglamento dentro de sus casas, impetrando el auxilio de la policía cada vez que lo crean necesario. (b) A mantener la mayor limpieza dentro del burdel, obligando a las pupilas a observar las reglas de higiene que prescriba el Jefe del Servicio. (c) A no admitir en su casa a mujeres que no estén provistas de cartilla y a no permitir que en ellas se prostituyan mujeres que no apa- rezcan como pupilas en su libro registro. Po- drán, sin embargo, residir en los burdeles sin estar inscritas como prostitutas, las criadas mayores de cuarenta años. (d) A llevar un libro registro en que cons- ten las mujeres que sean pupilas de la casa y en el que se anotarán las altas y bajas que ocu^ 75 rran, participándolas en el día a la oficina del Servicio. (e) A hacer que comparezcan sus pupilas al reconocimiento. (f) A tener en cada cuarto los objetos nece- sarios para el aseo de los concurrentes según lo disponga el Jefe del Servicio. (g) A no permitir que en zaguán o corre- dor se estacionen los hombres. (h) A permitir a sus pupilas mudar de casa cada vez que lo quieran, sin que puedan rete- nerlas por ningún pretexto las ropas, adornos y prendas de su uso personal que no constitu- yan traje especial de la casa. La infracción de este precepto será puesto en conocimiento de los tribunales a los efectos de los artículos 515 y 516 del Código Penal. (i) A impedir el comercio de las mujeres a su cargo con hombres que estiman contamina- dos, y mostrar la cartilla a todo el que lo soli- cite. (j) A impedir que a su casa concurran per- sonas menores de 18 años. (k) A no vender en su casa bebidas alcohó- licas de ninguna clase. (1) A no permitir que en su casa residan otros hombres que los criados, cuyos nombres deben poner en conocimiento de la oficina del 76 Servicio, que podrá limitar su número. Cuan- do un hombre duerma en la casa dos noches seguidas, la dueña le hará saber que si durmie- se la tercera tendrá que poner el hecho en co- nocimiento de la policía, y así lo verificará pa- ra que ésta pueda adoptar las medidas que es- time oportunas. (m) A no obligar a sus pupilas a que desa- lojen las habitaciones por ellas ocupadas sin avisarles por lo menos con 48 horas de antici- pación o sin proporcionarles fuera otra habi- tación conveniente. (n) A liquidar sus cuentas con sus pupilas cada vez que éstas lo soliciten, no pudiendo re- tenerles la parte que les corresponda en sus ga- nancias para otro objeto que el pago de las multas que no se hubiesen abonado y el de su cartilla. (o) A no obligar a sus pupilas a recibir vi- sitas que ellas repugnen. Art. 20. Mientras no conste en la oficina del Servicio que una pupila ha dejado de pertene- cer a determinada casa, la dueña de ésta será responsable directamente al pago de las mul- tas impuestas a dicha pupila. Art. 21. Las infracciones a este capítulo se- rán corregidas con multas de 2 a 10 pesos; la reincidencia, si el Jefe del Servicio lo creyese 77 conveniente, la participará a la Corte Correc- cional, para la imposición de una multa no me- nor de 10 pesos. CAPITULO III. LAS CASAS DE CITAS. Art. 22. Son aplicables a las casas de citas las disposiciones de los artículos 14, 15 (menos su inciso C), 16, 17 y 21 de este Reglamento, y los párrafos A, B, E, J y K del 19. Art. 23. En las casas de citas sólo podrán residir, sin ejercer la prostitución, la concesio- naria y las criadas necesarias para el servicio, y cuando se pruebe que alguna de ellas se pros- tituye en la casa, se retirará a aquélla la con- cesión. Art. 24. Cuando una mujer concurra a la misma casa más de dos veces en un mes, con hombres distintos y no conste inscripta como prostituta, está la concesionaria obligada a participarlo a la policía especial, a los efectos del artículo 20 de este Reglamento. Art. 25. En las casas de citas no podrán ad- mitirse mujeres menores de 18 años que no consten inscriptas como prostitutas. Art. 26. Los gerentes de fondas con cuar- tos, posadas, hoteles, casas de huéspedes u 78 otros establecimientos públicos en que se ejer- ciere la prostitución, serán castigados a la pri- mera falta con una multa de 25 a 50 pesos y la segunda vez se les clausurará el estableci- miento. En iguales penas incurrirán los que clandestinamente establezcan o sostengan ca- sas de citas. capitulo IV. DA CANCELACIÓN DE LA INSCRIPCIÓN. Art. 27. La meretriz que quiera ser dada de baja en el registro de la prostitución, formula- rá personalmente su deseo, y si reconocida re- sultase sana y se comprobase que es sincero su arrepentimiento, se le otorgará inmediatamen- te la baja y se cancelará su inscripción, que- dando libre de las obligaciones que este Regla- mento impone; pero sujeta a la vigilancia de la policía especial por tres meses. Esta vigilan- cia se ejercerá de modo que no cause perjuicio a la interesada, ni descubra la conidción de que ha salido. Art. 28. Cuando una mujer que se haya irra- diado reincida en actos de prostitución sin dar- se previamente de alta, será reinscripta y su- frirá una multa de 20 pesos. 79 TITULO II CAPITULO I. ORGANIZACIÓN DEL SERVICIO DE HIGIENE. Art. 29. Este servicio comprende las siguien- tes secciones: (a) Sección médica. (b) Sección administrativa. (c) Sección de policía. Todas estas secciones estarán dirigidas por el Jefe del Servicio. Este funcionario será un médico, nombrado por la Comisión, previo con- curso, con el haber anual de $3,000, y no po- drá ser separado sin formación de expediente. CAPITULO II. SERVICIO MÉDICO. Art. 30. Este servicio tiene por objeto: (a) Reconocer periódicamente a las mere- trices desde el punto de vista de las afecciones contagiosas, sobre todo, las venéreas, y (b) Recluir y curar a las que resulten en- fermas. El primero se prestará en el Dispensario del Servicio de Higiene Especial, y el segundo en 80 el hospital conocido con el nombre de "Quinta de Higiene". Art. 31. Dicho servicio será desempeñado por un personal facultativo que ingresará pre- vio concurso y cuyo ascenso se verificará por riguroso escalafón, dentro del siguiente orden: 2 médicos internos de la Quinta de Higiene, sueldo anual de cada uno $ 1,000 3 médicos inspectores del Dispensa- rio, sueldo anual de cada uno. . 1,500 1 médico de visita de la Quinta, suel- do anual 1,660 1 Director del Dispensario, sueldo anual 1,800 1 Director de la Quinta de Higiene, sueldo anual 2,400 El ascenso de médicos inspectores a médicos de visitas de la Quinta se hará por oposición entre aquéllos, ante los miembros de la Comi- sión que sean médicos, siempre que los inspec- tores que concurran al ejercicio tengan dos años, por lo menos, de estar ejerciendo sus fun- ciones. Art. 32. Además del personal citado, habrá en la Quinta de Higiene un farmacéutico, un mayordomo y el personal subalterno necesario; y en el Dispensario, un oficial encargado del 81 trabajo no técnico de esa oficina y un escri- biente. Dicho personal, como el facultativo y todos los demás empleados, estarán bajo la inspec- ción del Jefe del Servicio, cargo inmediatamen- te superior en categoría al de Director de la Quinta de Higiene. Art. 33. El concurso para ingresar los mé- dicos de servicio, así como el farmacéutico de la Quinta de Higiene, se hará ante la Comi- sión, la que al hacer los nombramientos ten- drá en cuenta los méritos que concurran en los aspirantes, en vista de sus respectivos ex- pedientes. El mayordomo será nombrado por la Comisión, a propuesta del Jefe. Art. 34. Ningún individuo del personal fa- cultativo podrá ser separado de su destino sin la formación de expediente. El resto del perso- nal será separado por la Comisión, a propues- ta del Jefe. Art. 35. El servicio ordinario de reconoci- miento se practicará todos los días, menos los domingos, de 12 a 4 p. m., por los médicos ins- pectores, bajo la dirección del Director del Dis- pensario. Art. 36. Las meretrices serán examinadas por los médicos de turno, los que les darán des- pués de practicado el reconocimiento, una tar- jeta firmada, en la que se hará constar su es- 82 tado de sanidad. En los casos de enfermedad, se les extenderá, además, una baja para la Quinta, en la que se especificará el motivo de dicha baja. Despus de examinada, pasará al despacho, donde el oficial encargado de él to- mará razón del reconocimiento y lo anotará en la cartilla de la interesada. Art. 37. Las meretrices que por motivo de enfermedad no puedan concurrir al Dispensa- rio en el día señalado para su reconocimiento, lo comunicarán al despacho del mismo antes de las tres de la tarde, a fin de que uno de los médicos pueda ir a su casa a verificar el servi- cio de reconocimiento. Art. 38. Toda meretriz tiene derecho a acu- dir al Dispensario a consultarse con los médi- cos de turno sobre cualquiera afección que pa- dezca. Este servicio será gratuito. Les está prohibido a todos los médicos del Servicio de Higiene Especial prestar a las meretrices sus servicios profesionales fuera del Dispensario o de la Quinta de Higiene. SERVICIO DE CURACIÓN. Art. 39. Toda mujer dada de baja por en- ferma ingresará en la Quinta de Higiene el mismo día, y allí será tratada hasta la comple- ta curación de la enfermedad que motivó su reclusión. 83 Art. 40. Ninguna meretriz podrá salir de la Quinta sin que sea dada de alta como sana por el Director de la misma, excepto en los casos de mandato judicial. Art. 41. Toda meretriz sifilítica dada de alta en el hospital por estar curada del accidente que motivó su reclusión, concurrirá al Dispen- sario con la frecuencia que le indique el Di- rector facultativo, a fin de continuar el trata- miento de su mal durante un año por lo menos después de haber desaparecido las últimas ma- nifestaciones; llevándose en el referido Dis- pensario un registro de todas las mujeres que se encuentran en este caso para el exacto cum- plimiento de este precepto. Art. 42. El Director de la Quinta de Higie- ne comunicará diariamente al Jefe del Servi- cio, para los efectos de policía y estadística, el número de meretrices entradas y salidas, con expresión del nombre y apellido, calle y níime- ro de donde procedan, y diagnóstico de la en- fermedad. Art. 43. Un Reglamento determinará el ré- gimen interior del Dispensario y del Hospital. Este Reglamento esrá redactado por el Jefe del Servicio y aprobado por la Comisión. Art. 44. El servicio médico extraordinario será determinado por el Jefe del Servicio. 84 CAPITULO III. sección administrativa. Art. 45. Los empleados de esta sección serán: Un tesorero encargado de los cobros y pa- gos del servicio, que prestará fianza suficiente para garantizar sus operaciones, a juicio de la Comisión, la cual lo nombrará y cuya plaza es- tará dotada con el haber anual de $1,800. Un cobrador, que también prestará fianza necesaria, cuya ascendencia determinará la Co- misión, la que lo nombrará y cuyo sueldo con- sistirá en el tanto por ciento de cobranza que la Comisión fije. Un oficial encargado del despacho de carti- llas, licencias, renovaciones y demás, y que, asi como el personal subalterno necesario, se-i ¡a nombrado por la Comisión, a propuesta del Jefe del Servicio. Art. 46. La manera de funcionar de todos los empleados de esta sección administrativa será regulada en el Reglamento de orden inte- rior de la oficina redactado por el Jefe del Ser- vicio y aprobado por la Comisión. Esta fijará la ascendencia de los sueldos de los empleados cuyos haberes no se señalen en este Regla- mento. 85 CAPITULO IV. CONTRIBUCIONES Y ARBITRIOS. Art. 47. Todas las amas de casas de prosti- tución, así como las meretrices, pagarán una cuota a la oficina del Servicio con arreglo a la importancia de su tráfico. Al efecto, las casas se dividirán en catego- rías satisfaciendo respectivamente una cuota mensual con arreglo a la siguiente tarifa: CATEGORÍAS CASAS CON PUPILAS CASAS DE AISLADAS CASAS DE CITAS 1? clase $ 35.00 $ 12.00 $ 35.00 2? » 30.00 10.00 30 00 3* » 25.00 8.00 25.00 4* » 20.00 20.00 5? » 15.00 15.00 Art. 48. El permiso o licencia para abrir ca- sa tolerada sólo será valedero para la persona que lo hubiera solicitado. Si antes de terminar el año quisiere el ama mudarse a otra casa de igual categoría y que reuna las condiciones exigidas, podrá hacerlo con la debida autori- zación sin pagar nuevos derecho de licencia. Art. 49. El impuesto mensual de tolerancia deberá satisfacerse por adelantado dentro de 86 los primeros quince días de cada mes, y a los contribuyentes que el día veinte no hubiesen abonado sus cuotas se les clausurarán las casas. Art. 50. Las licencias que se expidan para establecer casas de prostitución habrán de re- novarse cada año y costarán una suma igual a la contribución mensual que les corresponda según su categoría. Art. 51. Las licencias o permisos especiales para establecer casas fuera de la demarcación asignada, no estarán sujetas a la tarifa asig- nándoles la Comisión la cuota que deberán sa- tisfacer previo informe del Jefe de las condi- ciones de las casas. Art. 52. Las cartillas se renovarán durante la primera mitad de los meses de enero, abril, julio y octubre de cada año, o siempre que se extraviasen o destruyesen, abonándose por ca- da una las siguientes cuotas: Por las de primera clase $ 2.00 Por las de segunda clase 1.00 CAPITULO V. SUCCIÓN DU POLICÍA. Art. 53. El servicio especial de policía de la prostitución estará a cargo de un inspector y 87 de los subinspectores y vigilantes necesarios, que nombrará la Comisión, a propuesta del Je- fe del Servicio, los que tendrán el carácter de agentes de la autoridad, a los efectos del Có- digo Penal y los Reglamentos de Policía. Art. 54. Son obligaciones de la Policía de Higiene: (a) Inspeccionar las casas de citas, burdeles y domicilio de las prostitutas aisladas, de modo que en estos lugares se observe escrupulosa- mente el Reglamento. (b) Perseguir la prostitución clandestina en todas sus formas, dando cuenta a sus superio- res de las casas en que se contravenga lo dis- puesto con respecto a tolerancia, deteniendo y proveyendo a la inscripción de las mujeres que ejerzan irregularmente la prostitución. (c) Detener y conducir al Dispensario a las mujeres que se les participe que han faltado a visita bisemanal, así como conducir al Hospi- tal a las que se les haya dado de baja para ese establecimiento. (d) Auxiliar al cobrador en la recaudación de los impuestos a que están sujetas las prosti- tutas y las gerentes de casas de citas y bur- deles. (e) Auxiliar a los médicos higienistas cuan- do éstos lo reclamen. (f) Hacer cuantas investigaciones y dar 88 cuantos informes relativos a la prostitución dispongan sus superiores. (g) Hacer cumplir las demás prescripciones de este Reglamento a las prostitutas, matronas y gerentes de casas de citas. Art. 55. Estos funcionarios serán corregi- dos con suspensión de sueldo o multa por las negligencias y faltas leves en que incurran en el desempeño de sus funciones. CAPITULO VI. DISPOSICIONES GENERALES. Art. 56. Está terminantemente prohibido a los empleados del Servicio de Higiene Espe- cial, cualquiera que sea el cargo que desempe- ñen, el tener cualesquiera relaciones que no sean necesarias al cumplimiento de sus debe- res oficiales, con las inquilinas, matronas, cria- das o gerentes de casas de citas o de meretri- ces, asi como recibir de ellas dádivas, estipen- dio o remuneración por cualquier clase de ser- vicio, y celebrar con ellas tratos o contratos, debiendo los que infrinjan este artículo ser destituidos de sus cargos, sin perjuicio de la mayor responsabilidad en que pudieran incu- rrir. Art. 57. Las autoridades y sus agentes pres- tarán al Jefe del Servicio y a la Policía del Ra- 89 mo los auxilios que necesitaren en el desempe- ño de sus funciones. Art. 58. Quedan derogadas todas las órde- nes, disposiciones o decretos que se opongan al presente Reglamento.-El Ayudante Gene- ral, H. L. Scott. Este Reglamento ley salió bastante bien he- cho y bastante ajustado a una buena moral. La primera Comisión la presidió el doctor Carlos Finlay (padre) y trató de enmendar los erro- res que en el Servicio introdujo la Administra- ción Municipal. Pero nada práctico consiguió a pesar de sus esfuerzos; la Comisión, que fué cambiando de vocales y de presidentes, no se ocupó del servi- cio, con la altura moral, con la elevación de principios, con la rectitud de conciencia con que lo hizo el doctor Eugenio Molinet. Pusilá- nimes algunos de ellos; incapaces para el bien ni para el mal, caprichosos, apasionados, arbi- trarios y egoístas otros, hicieron de ese servi- cio una mancha enorme para la cultura de la sociedad cubana, y dejaron, las segundas, como estela de sus actos, el bochorno y la vergüenza, cuyos pedazos flotan todavía enredados en las casas de ciertas prostitutas ricas y en el cuerpo de ellas, donde encuentra el investigador, la ci- 90 catriz quirúrgica que denuncia la avaricia y la codicia. Hoy, el servicio de la reglamentación de la prostitución sigue siendo tan malo y tan vicio- so como cuando lo regia el Municipio habane- ro, y las sucesivas comisiones. En los actuales momentos se han nombrado unos cuantos se- ñores, caballeros de gran elevación moral y de gran cultura; pero no se puede mantener la es- peranza de que la sociedad será limpiada de la mancha que la ensucia, porque la política si- gue dando juego y sigue imperando. Y debo confesarlo, porque si no lo dijera no sería sin- cero: no hay que esperar nada del actual Se- cretario de Sanidad, en cuanto a la organiza- ción del servicio se refiere, ya que lo tuvo en sus manos seis años, siendo Presidente de la Comisión, y nada práctico, nada justo ni bueno hizo por él, y ya que se puede afirmar que lejos de reinar en su cuerpo un espíritu orga- nizador, reina en él el espíritu más desorgani- zador posible; el vendaval del desorden y el capricho, lo envuelven por completo. En estos días una nutrida comisión de ilus- tres ha acordado derogar la orden civil núme- ro 55, para abolir la reglamentación de la pros- titución. A la verdad, no comprendo cómo es que en una reunión de hombres sabios y de abogados competentes, figurando entre ellos el 91 señor Secretario de Justicia, Cristóbal de La- guardia, haya acordado aconsejar al muy ho- norable Presidente de. la República la deroga- ción de dicha ley, empujando a la ilustre per- sonalidad del general Menocal hacia el terre- no de lo ilegal y hacia el campo del poder legis- lativo. La orden civil número 55 es intangible para el Poder Ejecutivo, y nuestro Tribunal Supre- mo de Justicia por dos veces ha declarado que dicha orden tiene todos los caracteres de una ley derogable únicamente por el Congreso. Y aunque tenga gran confianza en el patriota que rige hoy los destinos de la nación cubana, temo mucho que si sus consejeros abogados le ase- guran que él puede derogar la mencionada or- den, lo haga así, poniendo con tal medida, en gran aprieto al desautorizar a nuestro Tribu- nal Supremo de Justicia, a quien todos debe- mos, y .por bien de todos, acatamiento absoluto y un gran respeto a sus fallos y sentencias. Como comprobación de lo que acabo de de- cir, de que la orden civil número 55 es una ley y está en vigor, voy a copiar dos resoluciones del Tribunal Supremo. En la primera recuerda a los Jueces Correccionales la vigencia de di- cha ley, y está redactada en estos términos: "La Sala de Gobierno del Tribunal Supremo, con fecha 30 de junio de 1910, dice que se ha- 92 ga saber a los Jueces Correccionales que la or- den civil número 55, serie de 1902, está en vi- gor en todas sus partes, por el articulo 304 de la Ley del Poder Ejecutivo". En el Gaceta de 23 de Septiembre de 1911, figura una sentencia del Tribunal Supremo donde declara "que es incuestionable que la orden civil número 55 de 1902, del Cuartel General, por el objeto que tuvo de constituir y organizar el servicio de higiene de la prostitución, según en la misma se consigna, por la generalidad de sus disposi- ciones, por la autoridad que las dictó, en la que se encuentran refundidos los Poderes Legisla- tivo y Ejecutivo, no puede menos de ser tenida como una ley, mientras no sea legalmente de- rogada o modificada". Más tarde, y a pesar de esta declaración del Tribunal Supremo, la Junta Nacional de Sa- nidad, en agosto de 1912, pretendió primero la derogación de dicha orden, y en último caso su modificación. El señor Secretario de Justicia contestó con fecha 14 de septiembre de 1912, la consulta que el señor Secretario de Sanidad y Beneficencia se sirvió hacer con respecto al poder que pudiera tener el honorable Presiden- te de la República, para derogar o modificar dicha orden. He aquí la consulta del señor Se- cretario de Justicia: 93 Habana, septiembre 14 de 1912. Señor Secretario de Sanidad y Beneficen- cia. Señor: Con relación a la consulta formulada por usted, sobre si esa Secretaria a su digno car- go puede modificar la orden 55 de 1902, con motivo del acuerdo adoptado por la Junta Na- cional de Sanidad y Beneficencia en la sesión del día 3 de mayo último recomendando a us- ted que se modifiquen algunos artículos de los Reglamentos Generales Especiales para el Ser- vicio de Higiene de la Prostitución de la Isla y la Habana, respectivamente, tengo el honor de manifestarle que dicha orden reglamentó, con carácter general y uniforme, en toda la Isla, el servicio de higiene de la prostitución, con el nombre de Servicio Especial de Higiene, y es- tableció el régimen de la prostitución en la Ha- bana. Ea mencionada orden, tanto por la au- toridad que la dictó, como por su naturaleza, tiene carácter de ley, por cuanto contiene las disposiciones que organizan entre nosotros la prostitución por la ley en la materia, y por tanto, sólo el Congreso puede modificarla, no alcanzando al Poder Ejecutivo sino hacerla ejecutar, dictando al efecto las medidas opor- tunas, pero sin contravenir en ningún caso lo 94 establecido en ellas; y en el acuerdo de la Jun- ta Nacional de Sanidad y Beneficencia, se re- comienda al Secretario del ramo modifique sus- tancialmente determinados artículos del Re- glamento General y el Especial para la Haba- na, de tal suerte, que con tales modificaciones variará el régimen de la prostitución tanto en República como en la Habana, el cual no pue- de ser modificado sino por una ley. Si el señor Secretario de Sanidad encuentra provechosas las modificaciones que la Junta Nacional de Sanidad y Beneficencia recomien- da en atención a la alta inspección que tiene de los asuntos relacionados con la salud pública, puede, sí, aconsejar al señor Presidente de la República que por medio del oportuno mensa- je, someta a la consideración del Congreso esos cambios en nuestras leyes reguladoras del ejer- cicio de la prostitución. De usted atentamente, (F.) J. M. Menocal, Secretario de Justicia. CAPITULO TIT. CAUSAS DK LA PROSTITUCIÓN. Dentro de nuestra moral y de nuestro am- biente, la causa primordial, la causa única de 95 la prostitución, es la miseria. Todas las demás que se atribuyen al aumento del número de las mujeres prostitutas no son realmente esencia- les; es decir, no obran ellas por si solas. Todas ellas empujan a la mujer, primero, el campo de la miseria, umbral de la prostitución. En la Memoria Informe que como Director Médico del Servicio de Higiene me vi obliga- do, por el artículo 75 del Reglamento (español) de la Prostitución, a presentar al señor Alcal- de Municipal en enero de 1900, traté de estu- diar las causas que habían llevado a las muje- res prostitutas de la Habana y del interior de la Isla al comercio de sus cuerpos. Un grupo, el más grande de ellos, contestó a mi pregunta con una sola frase: la miseria, señor. Otro grupo, más pequeño, contestó: mi amante me abandonó, o mi esposo me echó a la calle. ¿Qué cosa queda a una pobre mujer aban- donada por el amante o el esposo, y quizás con hijos? A las 24, a las 48 horas, a la semana, al mes, al año, después de haber luchado titá- nicamente por no deshonrarse, por no prosti- tuirse, no le queda más que dos caminos que seguir: el del suicidio o el de la prostitución. ¿Se suicidan todas las personas que por cual- quier causa se encuentran en una situación 96 desesperada, en que la muerte aparece en un momento como el único remedio a sus dolores y a sus tristezas? No; el tanto por ciento de esos suicidios es relativamente corto. Y si es- to es asi, si la mujer abandonada y conducida por ese lanzamiento a la miseria, rara vez se suicida, porque ama la vida, ¿cómo va a vivir, si las más de las veces no encuentra trabajo pa- ra subvenir a las necesidades más imperiosas de la vida? ¿Qué remedio le queda, si no es to- mar el otro camino: el de la prostitución? Un tercer grupo contestó: niñas, quedamos huérfanas; no teníamos nada ni nadie que nos ayudase y nos protegiese. Vivimos hasta la edad de catorce o quince años sin saber cómo. Por eso hoy somos meretrices. La orfandad provocó la miseria, y ésta la prostitución. El cuarto grupo contestó: nuestro amante o nuestro esposo nos obligó a comerciar con nuestro cuerpo, porque éramos pobres y ellos no tenían trabajo y les gustaba el lujo. Es de- cir, que este grupo de mujeres meretrices su- cumbieron a la maldad y a la miseria, que con- juntamente lucharon contra su pudor y su vir- tud. En este grupo, la miseria también fué el principal móvil de la prostitución. El quinto grupo explicóse en estos términos: el deseo de divertirnos, de andar elegantes, nos obligó a prostituirnos. Estudiando bien es- 97 ta causa de la prostitución, se observará, pri- mero, un pequeño número de mujeres que su- cumbieron al lujo y a la vida alegre; y segun- do, que si se contempla lo que ellas llaman lujo, se ve en el fondo la miseria, ya que es bien po- bre el esplendor que ellas ostentan. Hay seres vanidosos que antes de confesar su miseria, inventan una mentira y la sostienen con gran valor, porque prefieren cualquier otra causa de deshonra, que la de haber pasado hambre. Así es que en este grupo, la miseria fué igualmen- te la causa de la prostitución. Un sexto grupo contestó: porque nos gus- tan los hombres, por eso nos prostituimos. A éstas las llaman muchos autores "meretrices natas". Pero, a la verdad, confieso que no creo en que nazcan mujeres que, criadas y educadas en medio de nuestra moral y de nuestra civili- zación, surja en ellas, espontáneamente, la me- retriz. Podrán ser enfermas del sistema ner- vioso, cuyos males les excita profundamente y altera el sentido genésico en ellas, haciéndoles imposible la vida sin la práctica constante del coito. Si a esto se llama no estar enfermo, sino ser meretriz nata, entonces nada tengo que de- cir ni objetar. Pero esta misma mujer, rica, es decir, sin estrecheses económicas, con una po- sición suficiente a mantener su vida, en rela- ción con sus gustos y deseos, no acude al tráfi- 98 co de su cuerpo para conseguir dinero, y busca sólo hombres que satisfagan sus placeres y sus gustos. Naturalmente, tanto las mujeres como los hombres disolutos no se preocupan de sus intereses económicos, y al fin y al cabo, más tarde o más temprano, la miseria toca a sus puertas, y entonces es cuando se les encuentra en el campo del vicio, vendiendo su cuerpo por dinero, y la miseria vuelve a alumbrar el ca- mino de la prostitución. Un séptimo grupo contestó: me aburrí de mi esposo; no lo pude soportar; amé a otro, y para poderlo querer según mis ansias y deseos, trie f ui a una casa de citas; más tarde, como no tenía dinero, aconsejada por la dueña, me en- tregaba a otros. La miseria, como causa, ¿no? Un octavo grupo, muy pequeño, de muy es- casa inteligencia, de cara tosca, de difícil pa- labra, denunciando todo ello una imbecilidad casi absoluta, contestó que no sabían por qué estaban en la prostitución. De éstas se dice que la ignorancia ha sido la causa de su infortunio. Detengámonos un momento a considerar la ignorancia como causa de la prostitución, y se verá cómo ella de por sí no influye de manera alguna en que una mujer se prostituya o no. Indudablemente que todas las meretrices re- sultan ser de una ignorancia casi perfecta. Pe- ro fíjense en que la miseria ha obrado como 99 causa principal, casi única, en la prostitución de la mujer. Si no se ha tenido para comer, pa- ra vestir y para conseguir un techo donde des- cansar y dormir, ¿cómo es posible que se tu- viera para aprender y para ilustrarse, aunque sea medianamente? La blanca meretriz (cubana), antes de la re- volución iniciada en Baire el 24 de febrero de 1895, era raro encontrarla. ¿Y era aquella mu- jer de entonces menos ignorante, más culta, más instruida, que la mujer blanca cubana que se prostituyó por causa de esa revolución qua la llevó a la miseria? No. Tan ignorante una como otra; vivía pobre, pero sin miseria, con lo suficiente para la vida, y la familia cubana se mantuvo a cubierto de la miseria y de la prostitución. Pero cuando el vendaval de la re- volución le trajo la miseria, le arrancó también el honor y la vergüenza y la pérdida, por lo tanto, de su pureza y castidad. Más bien po- dría decirse educación en vez de ignorancia, que son dos términos distintos, que significan cosas muy diferentes, y entonces sí se podrá afirmar que la miseria en primer término y la educación en el segundo, son las verdaderas causas de la prostitución de las mujeres. Estas causas, auxiliándose mutuamente, trabajan y luchan por triunfar de la mujer, y la obligan, por lo tanto, al tráfico de su cuerpo. 100 Y un noveno y un décimo grupo, en propor- ción muy pequeña, aseguraron que por castigo y por despecho a la infidelidad del esposo o del amante, o porque sus familiares contrariaron sus amores, abrazaron el camino de la prosti- tución. Pero en estos dos grupos era muy fá- cil encontrar el rastro, el sello, el estigma ¡de tremendas miserias sufridas anteriormente! Como se ve, analizando hasta lo último y es- tudiando sobre un grupo de más de mil muje- res, las causas que las obligaron a prostituirse, encontré que la miseria fué la verdadera cau- sa. Tan convencido estoy de eso, que declaro, sin temor a ser desmentido, que el día que en el mundo no exista la miseria, la prostitución desaparecerá con ella. Como estudio de las causas de la prostitu- ción, y como debo fijarme mucho en el medio cubano, para que se vea lo desheredada que está en Cuba la mujer pobre, voy a copiar ín- tegro el capítulo 30 del libro "La Reglamenta- ción de la Prostitución" por el doctor Ramón María Alfonso, ya que tratar de darle origina- lidad a este estudio, sería absolutamente impo- sible. De no hacerlo así, tendría forzosamente que repetir lo mismo que él ha dicho, y no me parece justo que yo quite, cambiando de pala- bras, el mérito del doctor Alfonso, al hacer tan concienzudo estudio. 101 "Exponer datos sobre la prostitución en un país y no hacer un estudio de las causas proba- bles que la ocasionan, parecería labor incom- pleta; pero nosotros no incurrimos en esta omi- sión, de buen grado, por varios motivos: en primer lugar, porque los que quieran conocer detalladamente esos particulares, no tienen más que acudir a la Memoria Oficial publica- da en 1902 por la Comisión de Higiene Espe- cial, que versa sobre la prostitución en Cuba, donde se hace un estudio minucioso, documen- tado y bastante completo de esta cuestión. En segundo lugar, bien examinadas las causas de la prostitución en nuestro país, no difieren subs- tancialmente de las que la determinan en cual- quier parte del mundo. Siempre encontrare- mos entre sus factores causales la promiscui- dad de sexos; la miseria o la insuficiencia de los salarios entre las clases desheredadas; a lo que puede además agregarse en ellas, su naci- miento en viviendas insalubres y la pobre ali- mentación que tienen, todo lo que acentúa su debilidad física para el trabajo; su estrechez mental, fruto de la escasa instrucción que se les da, y de las "taras hereditarias" de sus pro- genitores, heridos con frecuencia por la tuber- culosis, no pocas por el alcoholismo, y siempre por el inquietante acerbo de un trabajo manual sin porvenir. En otras clases, no tan misera- 102 bles, la ejemplaridad de las calles y de las ma- las lecturas, el afán de lujo y placeres, el des- cuido de su educación moral en la niñez. Tan- to en unas clases como en otras, la seducción y el abandono; y en una pequeña minoría, cier- tas enfermedades de los órganos genitales, que aumentan morbosamente su excitabilidad ge- nésica. Este es el anverso de la medalla: el que mira a la mujer. En el reverso, y por lo que hace al hombre, tenemos la prostitución respondiendo a la necesidad social de esta clientela muy va- riada: los "libertinos", que gustan cambiar de sazón y que sobre todo experimentan deseos, a veces morbosos, que exigen excitaciones, las cuales no pueden proporcionárselas sino mu- jeres expertas; los tímidos, y sobre todo, los principiantes, que no se atreven aún a cortejar a las mujeres; los averiados de la naturaleza, tan numerosos en los países civilizados; los ca- sados, cuyas esposas enfermas no pueden reci- birles; y la gran multitud de aquellos que no son o no se creen lo bastante adinerados para fundar un hogar o sostener una querida. Preciso es confesarlo: todo organismo so- cial tiene una razón de ser; toda oferta respon- de a una demanda. Los antiguos, que ya lo comprendían así, llegaron a conceder a la pros- titución un papel en el Estado que aparece una 103 paradoja monstruosa; el de garantizar el ho- nor de sus mujeres e hijos, siendo un reservo- rio natural de los apetitos groseros y violentos de la plebe, los marinos y los soldados. Hora- tio (Sat. i. 2. 30) nos cuenta que un hombre conocido salía en cierta ocasión de un burdel, a tiempo de ser visto por Catón. ¡Muy bien- le dijo el severo Censor-; es aquí a donde de- ben venir los jóvenes, para no perseguir a la mujer de otro! Pero aunque pasemos por alto el estudio mi- nucioso de las causas de este morbo social, que- remos fijar algunos detalles de nuestra fisono- mía propia, como pueblo, interesantes de cono- cer a los que tienen que tomar una actitud fren- te a este problema de las sociedades consti- tuidas. Teniendo a la vista el censo oficial de 1907 (fuente de donde tomaremos muchos de estos datos), había en esa época 974,098 mujeres en Cuba, de las cuales 73,520, o sea el 7.5 por 100 tenían ocupación lucrativa, es decir, trabajo o profesión con que ganarse la subsistencia. No puede considerarse esto como expresión de bienestar en esa clase social, pues aparte de que las necesidades múltiples de la vida se ha- cen sentir de una manera uniforme sobre toda la colectividad, y de un modo más apremiante sobre aquellos de sus individuos más débiles o 104 indefensos, hay el hecho, harto significativo, de que la proporción de mujeres que se gana- ban la vida entre los 55 y los 64 años de edad, esto es, cuando el descanso se impone más, era mayor que en cualquiera otra época de su exis- tencia y mayor, proporcionalmente, que la de los varones trabajadores de esa misma edad. Tampoco se podría dar gran valor a la consi- deración de que la mujer forma parte de la fa- milia natural, y vive protegida así por el hom- bre, con lo que no necesita ganarse la subsis- tencia, pues, según veremos más adelante, el estado conyugal, regular o irregular, que es el tipo de la familia constituida y protegida, sólo representa un quinto de la población total, es- tando esta proporción muy por debajo de la de casi todos los países de Europa, Norte y Cen- tro América. No deja de ser también digno de consideración el hecho de que el número de viudas es tres veces mayor que el de viudos, en toda la República. Comparando la situación de este grupo so- cial (mujeres dedicadas a ocupaciones lucrati- vas) en 1907, con la que tenía cuando el censo de 1899, se podrá ver que no ha mejorado sen- siblemente a este respecto, en los ocho años de paz. A raíz de la revolución, esto es, cuando estaba en ruinas nuestra vitalidad económica, era el 8 por 100. 105 Dividiendo las ocupaciones lucrativas en cinco grandes grupos: industria agrícola, pes- ca y minería; servicio doméstico y personal; industrias fabriles y mecánicas; comercio y transporte, y servicio profesional; y estable- ciendo la proporción por sexos que cada grupo guarda con el total de personas que ejercen profesiones lucrativas, podrá verse que las hembras agricultoras representan una vigési- ma quinta parte; las dedicadas al servicio do- méstico y personal, dos terceras (66.5); las que se ocupan en industrias fabriles y mecáni- cas, un quinto; y una proporción insignificante las dedicadas a comercio y transporte. Si nos fijamos en la distribución, por sexos, entre esos cinco grandes grupos de profesiones, observa- remos que, prácticamente, todos los agriculto- res, comerciantes y empleados de transporte; las siete octavas partes de los dedicados a in- dustrias fabriles y mecánicas; las dos terceras partes de los profesionales, y las tres quintas de los empleados en servicios domésticos y per- sonales, son varones. Quédale, pues, a la mujer cubana pobre, una parte insignificante en industrias fabriles y me- cánicas; otra, algo mayor, en las profesiones; y un margen algo más amplio, pero siempre inferior al de los varones, en las ocupaciones domésticas y personales. Si se analiza en de- 106 talle cada uno de estos tres horizontes econó- micos para la lucha por la vida, se pueden sim- bolizar en estas profesiones: industria del ta- baco, magisterio, criadas, costureras y lavande- ras. En una de estas últimas ocupaciones, la competencia es seria: las dos quintas partes de los criados son varones (15,934 hombres por 23,378 mujeres). Sólo en las lavanderas, uno de los oficios más rudos, la mujer tiene el tris- te privilegio de sobrepujar al hombre: para 1527 varones, hay 24,016 mujeres. En conjun- to, criadas y lavanderas representan el 64.5 por 100 de las hembras que se ganan la vida con su trabajo. Si se compara la situación de la nativa con respecto a la extranjera, se verá que el 14.7 por 100 de éstas se ganan la vida, mientras que de las nacionales, sólo el 3.2 por 100; siendo el servicio doméstico el terreno preferente de la competencia, ocurriendo esto sobre todo en los grandes centros urbanos, cuyo comercio, en su mayoría, es extranjero. Si las blancas nativas están, pues, en minoría, las negras representan en cambio las tres cuartas partes de todas las mujeres trabajadoras; situación igual a la que existía en 1899. Nada ha variado desde enton- ces en cuanto al mejoramiento económico de esa clase social. 107 Hemos dicho anteriormente que a cinco se pueden reducir los horizontes económicos, en la cubana necesitada que lucha por la vida: in- dustria del tabaco, magisterio, criadas, costu- reras y lavanderas. Descartando el magisterio, que, de algún tiempo a esta parte, viene siendo objeto de una cuidadosa atención por los Po- deres Públicos, pero que aún no representa más que un 0.8 por 100 entre las 44 profesio- nes lucrativas señaladas en el censo de 1907, veamos cuál es el porvenir económico de las ocupaciones restantes. Para esto se necesita conocer lo que los eco- nomistas llaman "unidad de ganancia" y "uni- dad de consumo" en un pueblo, con propósito de comparar ambos. En un trabajo presentado en la segunda Conferencia Nacional de Bene- ficencia y Corrección celebrado en Santa Cla- ra en. 1903, donde se trató este punto, se pre- sentaba el mínimum de la "unidad de consu- mo" en Cuba, como equivalente a algo más de un peso, plata española, diario. Las circuns- tancias han variado un tanto desde entonces, y puede asegurarse que hoy resulta la vida más cara, teniendo en cuenta que ha acrecido el pro- medio de gasto diario en alquileres, subsisten- cia y demás necesidades, con la recogida de la plata, el aumento en el precio de los artículos de primera necesidad y las múltiples exigen- 108 cias del progreso social. Pero dando por senta- do que así no sea, y aceptando esa "unidad de consumo," veamos si la "unidad de ganancia" equivale o supera a aquélla en las ocupaciones que se citan, dejadas a la mujer. Desgraciada- mente tenemos que pronunciarnos por la nega- tiva, pues ya en ese trabajo citado se demos- traba, con datos numéricos, que la "unidad de ganancia" es siempre menor, salvo en un con- tado oficio de la industria del tabaco (anillado- ras), y las circunstancias son prácticamente iguales hoy que ayer. Véase en comprobación el siguiente cuadro: OFICIOS Promedio diario de ganancia Costureras y sus similares. Confección de camisas, con puños y cuellos, á $1 docena. Se hacen de 6 á 7 al día. . . . $ 0.70 Confección de calzoncillos, á $0.40 docena, te- niendo que comprar el hilo (5 centavos ca- rretel) una diaria 0.40 Cofección de camisetas crepé, á 60 centavos, una diaria 0.60 Confección de pantalones de dril, de los lla- mados "de encargo", á 30 centavos uno, dos al día 0.60 Confección de pantalones de dril, de los lla- mados "de venta" ó "baratillo", á 60 centavos docena, una diaria 0.60 109 OFICIOS Promedio diario de ganancia Confección de forros de catre, ' ' de baratillo ' todo á mano, á 50 centavos docena, se hacen 8 al día $ 0.35 Confección de sayuelas con vuelos y tiras bor- dadas, á 60 centavos docena, una al día. . . Confección de camisones adornados con vuelos y encajes, á 50 centavos docena, una al día. 0.60 0.50 Confección de guerreras de la policía, á 40 cen- tavos una, máximum: dos diarias 0.80 Lavanderas. Se les paga por tareas, que constan de 100 ó más piezas, á 75 centavos tarea. Promedio de labor, una diaria 0.75 Cocineras. Se les paga por ajuste. Promedio de ganancia, incluido el alimento, $12 al mes; y en este oficio se da el caso de pagar al varón mayor salario que á la hembra 0.40 Criadas. Promedio diario de ganancia, incluidos alimen- to y casa, $9 al mes 0.30 Industria del tabaco. Despabiladeras, 7 centavos por "manojo", 12 diarios (si es bueno el material). . 0.85 Cigarreras. Trabajan por tareas: precio de ésta $1, que es lo más que pueden hacer. . 1.00 Bobineras, 25 centavos millar, 3 al día. . . . 0.75 Anilladoras, 60 centavos millar. De dos á tres diarios. 1.20 á 1.80 110 Sin duda por causa de esta mísera retribu- ción hemos visto disminuir de entonces acá a las costureras, a las bordadoras y oficios simi- lares, propios de la mujer, adaptándose a las dificultades de la lucha y la competencia de la producción mecánica. Decíase en la conferencia citada que si a pe- sar de tan sombrío porvenir económico traba- jaba la mujer necesitada, era por la coopera- ción de dos o más miembros dentro de una mis- ma familia, que se asociaban para la defensa común, y porque, en tesis general, el pueblo cu- bano ama el trabajo. Esta aseveración puede y debe aceptarse hoy, como ayer, pero no quita que se reconozca que el porvenir económico de la mujer en Cuba es angustioso; que estas cla- ses necesitadas, más numerosas de lo que se cree en centros capitalinos, sufren sus conse- cuencias, asfixiándose en la falta de medios ho- norables para desenvolverse en su lucha por vivir, y que cualquier reforma de carácter so- cial que se acometa tiene que tener muy en cuenta todas estas circunstancias. Con los datos que arroja el mismo censo (1907) ante los ojos, observaremos que desde el punto de vista del estado civil, el contingen- te de casados en 1907 equivalía al 20.7 por 100 de la población total; de los cuales, un 5 ñor 100 lo formaban inmigrantes que habían deja- 111 do sus esposas fuera del país; lo que significa un número de célibes "per accidens" que, uni- dos a los que existían en el territorio nacional, elevan la población de éstos, contando a los viudos, al 84.3 por 100. El 80 por 100 de los inmigrantes llegados (que en el quinquenio de 1902 a 1907 se elevó a 155,252 personas) era de varones y solteros. La proporción de casa- dos, pues, no aumentó en el período de ocho años transcurridos entre 1899 y 1907, pues era el 15.7 por 100 cuando el censo anterior, y se- guía siendo el mismo, virtualmente. Inferior a la de los Estados Unidos (36.5 por 100), España (37.5 por 100), México (31 por 100), y casi todos los países europeos, y con tendencia a mantener estacionaria su ci- fra, por lo menos, el hecho merece seria consi- deración, porque con esta estabilidad de los matrimonios legítimos coincide un pequeño au- mento de los llamados "consensúales", deno- minándose así a las personas que cohabitan sin que su unión sea formal y legalmente sancio- nada, y cuyos hijos se inscriben como ilegíti- mos. Más numerosos en el campo que en las ciudades, su cifra se ha elevado en ese mismo tiempo del 8.2 por 100 que era en 1899 al 8.6 por 100 en 1907, representando un matrimo- nio "consensual" por cada 2.4 legales. Este aumento coincide también con el de los 112 hijos ilegítimos. En 1899, la proporción de és- tos era el 11.8 por 100; en 1907, el 12.6 por 100, y entre los de 1 a 9 años superior a la de los 10 años en adelante, lo que revela cierto recrudecimiento en el período comprendido en- tre ambas censos. Por último, los matrimonios consensúales representan la tercera parte de los matrimonios cubanos, y los hijos de aqué- llos, esto es, los ilegítimos, la cuarta parte de todos los niños de la Isla. ¿Supone esto una mayor amoralidad en los residentes? No. Demuestra tan sólo que no hay gran inclinación al matrimonio legal, con- siderando a éste como un freno a la libertad del hombre, que crea responsabilidades y de- beres, los cuales se juzgan insuperables cuando no hay posición adquirida. La apreciación de las dificultades, siempre crecientes, en ganarse la vida, o mejor, en ganar para sus superflui- dades, que se consideran como indispensables, es el obstáculo más importante a la realización del matrimonio. Ahora bien: este estado de opinión crea en las sociedades civilizadas un status frecuente de ver y nocivo a ellas por más de un concepto: el celibatismo. Contra él claman todos los eco- nomistas, no sólo porque disminuyendo el nú- mero de los celibatarios decrece la clientela de la prostitución, sino porque en países como el 113 nuestro, que está bajo una órbita política ab- sorbente y peligrosa en muchos sentidos, que tiene gran riqueza natural, poca densidad de población y son centros de una corriente de in- migración considerable de varones extranje- ros, la defensa étnica y social para conservar la propia personalidad como nación, estriba en las frecuentes uniones legales entre o con sus nativos, para mantener una "reserva" crecien- te de población autóctona. Esto no es sólo una necesidad nacional en países que están en estado constituyente, como Cuba. Naciones seculares así lo entienden y re- conocen, y ello explica que en Inglaterra y los países sajones el matrimnoio puede hacerse en seguida, sin ningún trámite dilatorio. En algu- nas comarcas, Escocia, por ejemplo, basta que dos personas expresen ante un tercero su vo- luntad de casarse, para que el acto se conside- re válido, aunque ese tercero no sea un fun- cionario civil o religioso. La dificultad de crearse una posición aleja la época de los matrimonios legales. Los neo- malthusianos pretenden resolver esta dificul- tad recomendando no tener hijos, o no pro- crearlos, hasta que no se les pueda nutrir. Mas aparte de la inutilidad reconocida de todos los medios preconizados para lograr este fin, de los cuales el más heroico-la aproximación in- 114 completa-genera neurosis grave, existe el azo- te social ele la despoblación, en que han caído grandes pueblos de Europa (Francia), sin que los esfuerzos de sus estadistas hayan logrado contenerlo hasta hoy, y cuyas tremendas con- secuencias en una sociedad como la nuestra, no tenemos ni que señalar. Resumiendo: el celibatismo existe en Cuba en proporción muy superior a la de gran nú- mero de pueblos civilizados. Lo favorece la in- migración enorme de solteros y la indiferen- cia social hacia las uniones legales, observán- dose, en los últimos años, un ligero aumento en los matrimonios irregulares y en los hijos ilegítimos. Este estado social es peligroso y en- vuelve en sí una amenaza a la nacionalidad. Terminaremos estos apuntes sociales con un breve paralelo entre las costumbres de dos pueblos, cuya utilidad hemos de apreciar más adelante. Los sajones, en su propósito de favorecer el matrimonio legal, como medio de constitución de familias honestas y reproductivas a la co- lectividad nacional, no se limitan a allanar to- do obstáculo a su celebración, según hemos ex- puesto antes, sino que, entre sus leyes, contie- nen un precepto encaminado a dar validez a la promesa hecha, siendo a su vez un freno con- tra la seducción y el abandono, causas frecuen- 115 tes de la prostitución. En las sociedades sajo- nas toda ruptura de promesa matrimonial da a la joven derecho a reclamar una indemniza- ción. Entre nosotros no existe nada de esto. Los sajones tienen, en su vida pública, gran- de, profundo respeto a la mujer y a su libertad de transitar por las calles, y este respeto es ma- yor mientras más sola esté. Nosotros, en la vi- da pública, acostumbramos acosar a la mujer con miradas, piropos y desplantes donjuanes- cos, más acentuados y virulentos mientras más sola esté. Los sajones son correctos, celosos del bien parecer en la vida pública y tan disolutos en la privada como cualquier otro pueblo de la tie- rra ; nosotros somos más relajados en la vida pública que en la privada, como si quisiéramos hacer necia exhibición de nuestras lacerías in- dividuales. Los sajones tienen un gran respeto a la au- toridad, cualquiera que sea la forma en que és- ta se muestre, auxiliándola a la vez que aca- tándola. Nosotros, por regla general, la acata- mos a regañadientes, la auxiliamos cuando no hay otro remedio y le tenemos poco o ningún respeto, dispuestos a ver en todos sus actos, atropellos, y en todos sus agentes, esbirros. Los sajones tienen valor cívico para hacer sus denuncias y formular sus quejas, cuando 116 creen lastimados sus derechos, no vacilando en suscribir unas y otras. Entre nosotros es muy corriente y cada día toma más carta de natu- raleza el anónimo, eludiendo las responsabili- dades personales y llenando de papeles las ga- vetas y cestos de oficinas públicas, redacciones y cuanto representa autoridad, siendo ya tan numerosos cuando la primera Intervención, que ésta llegó a dictar una orden militar prohi- biendo que se les considerara como base de procedimiento. Los sajones no se ocupan de la vida ajena como no les afecte personalmente, rehuyen el chisme y la maledicencia. Nosotros lo cultiva- mos, llegando en nuestra labor lapidaria a no dejar una reputación en pie, haciendo un mal- vado o un ladrón de cualquier personaje, y aceptando sin controversia que es impura la más virtuosa dama que pase a nuestro lado, sobre cuya reputación babee el primer desco- nocido. Es más: ampliamos los detalles ver- gonzosos, si llega el caso, en nuestro empeño de parecer bien informados. Los sajones tiene fe religiosa profunda, sien- do por tanto creyentes sinceros. Nuestras creencias religiosas son superficiales-: más bien priva la indiferencia en esta materia o es susti- tuida por un fanatismo supersticioso. Los sajones practican la beneficencia públi- 117 ca a larga mano; sus instituciones de esta ín- dole, privadas y oficiales, son múltiples y cre- cientes. Entre nosotros, la beneficencia, des- cartados los hospitales, reviste la forma de asi- los para niños y ancianos; arrastrando casi to- dos una vida lánguida, siendo su número pe- queño, estacionario de diez años acá, y tan in- suficientes, que en 1907 albergaban, entre to- dos, unos 1595 asilados. No hay en toda la Re- pública un asilo de arrepentidas. La mendici- dad pública afea nuestras calles con el espec- táculo de sus miserias. Las instituciones enca- minadas a ayudar en su inclinación al trabajo a las mujeres que, faltas de protección o de medios para colocar sus productos, luchan por mantenerse con una labor honrada, se reducen a una Escuela de Enfermeras y otra de Tipó- grafas y Encuadernadoras, ésta última fomen- tada recientemente por una elevada y virtuosa dama; pero aunque el propósito es plausible, ello no empece a lo insuficiente del resultado, ante lo enorme de la necesidad. Por el año 1902 existió una institución, el "Woman Ex- change", que llevó una vida precaria durante tres años y pereció en medio del indiferentis- mo público. La caridad sajona es cristiana, como fruto de la educación religiosa de esos pueblos; la mano izquierda no sabe lo que da la derecha. 118 Nuestra caridad es exhibicionista, más apara- tosa que real, y entre el centavo dado a hurta- dillas o en montón anónimo, para una obra piadosa, y el centén prodigado en una suscrip- ción personal, que aparezca en las columnas de la prensa, optamos por dar la moneda de oro. Escribimos para el bien, sin que nos afecte la hueca vocinglería de los seudo patriotas que entienden que sólo halagando pasiones u ocul- tando nuestros defectos nacionales se puede hacer patria; y si hemos escogido al pueblo sa- jón para compararlo con el nuestro, no es pa- ra deprimir gratuitamente al cubano, que al fin es hijo de su época y habrá de evolucionar con el tiempo, hasta constituir una sociedad mejor, sino respondiendo a uno de los propósitos de este trabajo; porque, en efecto, los pueblos sa- jones son los representantes actuales de una tendencia en materia de reglamentación de la prostitución, que disputa a otros pueblos euro- peos el mejor tratamiento de ese morbo social. Ellos, los sajones, con la fisonomía que les es propia, social, política, económica y moral, son abolicionistas, esto es, opuestos a toda regla- mentación, frente a latinos y germanos, que en su mayoría son partidarios de ese sistema". Hasta aquí el Dr. Alfonso. En todo lo co- piado se ve claro a la miseria haciendo mere- trices. 119 Aceptado ya que la miseria es la única fuen- te de origen de la prostitución, debo estudiar una concausa señalada ya en los párrafos an- teriores, que obrando de conjunto con la mise- ria, conduce a la mujer a la relajación moral primero, y después, a las casas de lenocinio. Esa causa, que obra de una manera poderosa, es la educación. No conozco los medios en que se desenvuelvan las sociedades de otros países; pero, habiéndome fijado bastante en la manera en que en Cuba se da la educación al niño, de- claro que ésta influye mucho. Entre nosotros hay una clase social intermedia, entre la clase más pobre y la clase de mediana posición. Na- turalmente, esa clase intermedia influye sobre la clase más pobre, obligándola en cierta ma- nera y en cierta forma, a la imitación de esa clase más pobre y transmitiendo e influyendo y relajando a cierta parte de la clase media, que se ve obligada a convivir con ella. Y hasta en las clases más altas, a veces se contagian y olvidan, aunque sea momentáneamente, que niños y niñas, que empiezan a adivinar la vi- da, están presentes y conversan cosas que por ningún concepto debieran ser oídas por cere- bros infantiles, que como eco malsano, va a re- percutir sobre los sentimientos de aquellas na- turalezas infantiles. Quiero señalar aquí la promiscuidad que 120 en los hogares pobres se contempla, lo que en los pasillos y en los patios de nuestras casas llamadas de vecindad y en las ciuda- delas se conversa y se oye por el niño. Es horroroso lo que en esos lugares sucede: las palabras, los gestos, la práctica del amor, todo se dice y se hace casi a la vista de grandes y pequeños. La relajación de esas pequeñas ciu- dades es inmensa en todos sentidos. Pero eso sucede porque la miseria obliga a ello. Esos in- felices que casi no tienen para pan, no pueden tener habitaciones separadas para el matrimo- nio, para las hijas y para los hijos. A veces, en una misma habitación, vive el matrimonio don- de duermen los hijos e hijas mayores y meno- res de edad, si es que una hija o un hijo no está ya casado y convive en la misma habitación con su cónyuge. Y naturalmente, el que en ta- les medios vive, no puede dar una educación moral suficiente a evitar los males que acarrea al sentimiento moral de aquellos infelices se- mejante promiscuidad. No son esos malos hábitos adquiridos en esos medios a los que me he referido anteriormen- te; son a las costumbres de aquella clase social intermedia a la que hacía referencia, a la que censuro y critico. Acostumbrado por mi vida de médico a penetrar con cierta intimidad en toda clase de hogares, he podido presenciar que 121 cierta clase pobre, pero sin miseria, ha relaja- do sus costumbres y sus usos hasta extremo tal, que ciertas palabras insolentes es una cosa usual; que cierta libertad de costumbres es co- sa natural; que delante de niños y de niñas se desnudan, van al baño acompañados de esos niños y de esas niñas, aunque sean de sexos di- ferentes. Hasta en el mismo lugar del sueño, en la cama, se encuentran hermanas de más de 14 y 15 años, durmiendo con hermanos de ma- yor o menor edad. El amor parece el tema in- variable de sus conversaciones; y sus lecturas más asiduas son las crónicas sociales escanda- losas, los partes de policía; y los libros de poe- sías y novelas románticas son los que se ven en manos de esas personas. El danzón es la mú- sica predilecta, y el baile su distracción fa- vorita. Ninguna conversación, por libre que sea, por desvergonzada que resulte, es inabor- dable para ellas; haya niños o no delante, ha- blan del problema más erizado de amor, y lo mismo hacen sobre el tema de los abortos, de los partos, de los embarazos, de las enfermeda- des propias del sexo femenino, y algunas ve- ces, hasta del sexo masculino. Igualmente abor- dan con muy ligera discreción el amor entre mujeres y el amor entre hombres. Y por su- puesto, el cerebro del niño y de la niña que se desarrolla y se desenvuelve en medio tan rela- 122 jado, trae como consecuencia la explosión de la neurosis, y ella da como secuela la fuga, el rapto, el estupro, el embarazo, el aborto o el parto, con el escándalo público consiguiente. Las más de las veces, los padres culpables, que no supieron dirigir la educación de sus niños, se quieren presentar ante la sociedad como se- res de almas superiores y con una brutal y es- túpida ignorancia, entonan un himno a la mo- ral y la infeliz muchacha es lanzada a la calle. Sin auxilio de ninguna clase y la puerta del hogar paterno cerrado para siempre, ¿a dónde va esta mujer? Ya está en el abismo, que tiene dos departamentos: en uno, la palabra "muer- te" está inscrita; y en el otro, la palabra "pros- titución". Otras veces, el matrimonio obligado preten- de cicatrizar aquella herida, pero no lo logra; y en un espacio de tiempo relativamente corto, la disolución de aquel hogar sobreviene, y la mujer rueda al abismo. Otras veces la familia se resigna al concubinato, y este corre igual suerte que el matrimonio. Y siempre la miseria haciendo victimas. Nuestras costumbres públicas, dentro de una severa y rígida moral, resultan un tanto bas- tante licenciosas. No es raro ver en las calles y en los paseos públicos a hombres y a niños pro- nunciando palabras vergonzosas y verlos dedi- cados a la práctica de gestos altamente inmo- 123 rales; y ver a mujeres provocando y excitando la lujuria del transeúnte, con sus apretados y poco tupidos trajes, marchando con rítmico y lúbrico paso y no teniendo inconveniente en pronunciar palabras groseras y frases desho- nestas. Las calles de las ciudades cubanas son de- masiado estrechas, y el calor obliga a abrir puertas y ventanas, resultando que esas calles no son ni más ni menos que pedazos de las ca- sas, y por esto, éstas, al gozar de la libre en- trada del aire que las refresca interiormente, reciben también todo el germen de fermento de relajación, de inmoralidad, que enferma y da- ña el espíritu de las castas vírgenes y de los jó- venes adolescentes. Los teatros y los cinemató- grafos, tratando de una manera invariable el tema del amor con escenas y películas de un color más que verde, de un encendido rojo, re- lajan las costumbres y auxilian en cierto modo a la prostitución. Una severa policía de costumbres, una rígi- da y dura ley que castigue todos esos actos li- bidinosos, debía ser dictada y cumplida con ac- ción desbordante de energía. La gran cuestión de estudio para evitar una de las causas de la prostitución debe ser el pro- blema de la educación-entiéndase bien-, no de la ilustración, sino de educación moral, le- 124 yantando el sentimiento del pudor y de la vir- tud a lo más alto que dé cima a la moral que predicó Cristo. Mientras esto no se haga, mien- tras no se busque el medio de enseñar a las fa- milias la manera de educar al niño, rico o po- bre, no se logrará conjurar esta causa. No doy remedio alguno, porque éste corres- ponde a los sociólogos, a los legisladores. Pero, indiscutiblemente, creo que un movimiento so- cial, con predicaciones constantes, con ejem- plos no discutidos, puestos en práctica, evitará que continúe la disolución de la sociedad, que empieza a presentar síntomas funestos. Hay que levantar una cruzada decidida y vi- va contra el tenorio, el corruptor, el que rapta, el q.ue estupra, el que abandona mujer e hijos, y contra el viejo enriquecido, y quién sabe de qué modo, que emplea sus últimos días de exis- tencia y su dinero en perseguir a criaturas que mueren de hambre, para saciar su enfermedad, que es la lujuria cerebral. Contra éstos, el so- ciólogo, el moralista, debe ser enérgico y tra- tarlos sin piedad, ya que ellos no son más que cánceres sociales, que amenazan con sus pala- bras, sus actos y sus hechos, diezmar la socie- dad en que indebidamente viven. Se ve libres a reos de delito de rapto pre- gonando su maldad y su crimen por las calles 125 de la ciudad, jactándose de no ser castigados, porque han sabido o han podido burlar la ley. Contra el que estupra a una mujer de 23 años, contra el tenorio causante de la disolución de un matrimonio, no hay pena de ninguna clase; y hasta para la la misma violación, delito infa- me y asqueroso, el Código Penal se muestra débil; tres o cuatro años de encierro en una prisión, no son bastantes para el castigo de un delito tan horrendo. Siendo la miseria, como ya he dicho, la causa principal de la prostitución, debieran buscarse los medios de evitarla. Pero, ¿cómo, de qué ma- nera y en qué forma pueden establecerse pre- ceptos o dictarse leyes que conviertan, si no en ricos a todos, por lo menos que les dé la pose- sión de lo suficiente, para que la vida sea soste- nida con cierto desahogo, con cierta y relativa abundancia, que permita a esas pobres bestias del trabajo, vivir al amparo de un pequeño bienestar. Debieran existir sociedades humanitarias que predicaran el bien y que al mismo tiempo lo hicieran; sociedades que ampararan al des- valido. Perseguir como ideal apasionado y su- premo el que en todos aquellos trabajos de la Administración pública y privada, que pudie- ran ser desempeñados por mujeres, fuesen da- 126 dos a ellas, y entre éstas, escogidas las más cas- tas, las más puras y las más buenas, como com- pensación y como ejemplo, y buscar otro me- dio honesto para las demás. Esas mismas sociedades humanitarias de- bieran procurar que la educación y la instruc- ción de la niña y de la mujer pobre se hicieran de modo que les fuese posible y fácil encontrar trabajo honrado. Aquí en Cuba, todos estos deberes se le tie- nen encomendados al Estado, y, naturalmente, éste no puede con carga tan abrumadora. Aquí, el Tesoro de la Nación se ve obligado a subvenir a todas las necesidades y a todas las miserias de la vida. Ni los municipios ni las provincias hacen nada, absolutamente nada, en beneficio y obsequio de los desheredados. Las damas y los caballeros de esta tierra no dedican ni tiempo ni dinero para auxiliar a sus conciudadanos tristes y desventurados. Y esto no puede ser perdurable. Hay que cambiar de procedimiento, y hay que sacrificar algo del re- poso y de la bolsa particular, para borrar esos cuadros tan llenos de dolor y que tanto afectan al sentimiento humano. Urge que la caridad pública sea apoyada por la caridad privada. No se comprende ni se explica cómo la lágrima ajena, pleno exponente del dolor, puede permi- 127 tir una vida alegre y tranquila a los más afor- tunados, a los que no sufren y a los que lo tie- nen todo. CAPITULO IV. AGENTES Y PARÁSITOS DE LA PROSTITUCIÓN. No se crea que la mujer honrada puede pa- sar al prostitución de un solo salto; no. La mu- jer, por causa de su educación y de su miseria, pasa primero por un estado de relajamiento moral, que la prepara para llegar más tarde al campo de la meretriz. Cuando los agentes de la prostitución que persiguen a la próxima victima la encuentran acosada por el hambre, y por desgracias y mi- serias de la familia, envuelta en los harapos de la indigencia, con el alma entristecida, en ese momento de tribulación y de amargura, que es cuando la mujer cae más fácilmente en manos del "cazador" o "cazadora", ésta la atrapa, la conduce primero a la "casa de cita" y la deja después en el arroyo, por donde, lentamente unas veces y rápidamente otras, va derecho a la casa de lenocinio, al lupanar, más o menos inmundo, según la belleza física de la infeliz víctima. 128 I. LA alcahueta. Casi siempre vieja, con mucha práctica ron- da por calles y paseos y por los barrios po- bres, buscando la miseria que le vende carne fresca y le produce nuevas ganancias. Ella es- tá en combinación con las casas de prostitu- ción y con las dueñas de casas de cita. Estas dueñas son las encargadas de facilitar dinero, vestidos y comida, bajo la firma de recibos, que si es verdad que son poco válidos ante el Códi- go Civil, en cambio son muy valiosos en el te- rreno de la amenaza judicial. II. LAS DUEÑAS DE CASAS DE LENOCINIO Y LAS DUE- ÑAS DE CASAS DE CITA. Estas mujeres, viejas también, muy rara vez de mediana edad, nunca jóvenes, a menos que un hombre las proteja y las dirija en el "nego- cio", fueron siempre en su juventud meretri- ces. La vida de la meretriz es corta. Soldados de especiales batallas, pagan muy pronto su tri- buto a la muerte, y las que sobreviven mila- grosamente, envejecen pronto y se dedican a 129 explotar el cuerpo de las jóvenes, ya que el su- yo nada vale. La meretriz, niña o adolescente, raquítica por el hambre, por la fal.a de aire y de luz so- lar, contrae los males venéreos muy al princi- pio de su vida de prostituta. Todavía la buena mesa que le proporciona la venta de sus en- cantos, no ha vigorizado bien su organismo, cuando se ve atacada por la blenorragia y la sífilis. Los sufrimientos y las vigilias que traen consigo, la cistitis y las infecciones gonococ- cicas de la matriz, de las trompas, de los ova- rios, con propagación a las partes blandas de la cavidad pelviana, agotan la savia nueva que su rica vida de meretriz le daba. La sífilis, la más tremenda, la más sórdida, la más traicio- nera de todas las enfermedades de la patología humana, afección que obrando casi siempre en conjunto con la blenorragia, liquida pronto una constitución de mujer, que con otra manera de vivir, tendría una edad adulta, hermosa y pro- longada. Si a estas enfermedades se agrega la vida irregular y desordenada de la meretriz, au- mentados sus disgustos por las exigencias va- riadas y distingas de sus "parroquianos", au- mentados más con sus vigilias y agigantados los peligros con el uso de bebidas alcohólicas v el poco cuidado que prestan a sus estados patológi- 130 eos, se comprenderá que es muy natural, muy lógico, que la muerte dé pronto con el cuerpo de esas pobres mujeres en la fosa cadavérica, y que la que escapa de medios tan difíciles, sea una vieja a los 30 o 35 años de edad. A esa edad, sin belleza alguna, ignorante, rechazada y despreciada por la sociedad y aun por el hom- bre mismo de quien en época no lejana cons- tituyera su locura y su pasión, ¿qué va hacer esta pobre mujer? Por lo general carece de fa- milia, y aunque la tenga, está aislada de ella; no tiene hijos, no tiene afectos; nadie la quie- re, y ella, lógicamente, no quiere a nadie. Es un ser que está de más en el mundo de los vi- vos; es menos que un autómata: es una cosa que rueda por el camino de la vida, tropezan- do constantemente con su horrible pacado; aquel pasado que no le proporcionó ni juicio para economizar algún dinero, ni valor sufi- ciente para acudir al suicidio en la hora misma en que ya los hombres, brutales y egoístas, de- jaron de utilizarla para sus gustos y placeres. Y de aquel pasado, y de aquella vida de ale- grías y de orgías, no le queda más recuerdo que el estigma indeleble de las enfermedades contraídas en su vida de guerrera del "amor". Estos estigmas son tan tremendos, tan inde- lebles y tan extendidos por la superficie del cuerno, que el rostro sufre de sus cicatrices y mutilaciones. A unas les falta la vista, a otras 131 los labios, a otras la nariz; en otras, los dien- tes y los maxilares son atacados por la sífilis; aquéllos caen y los maxilares sufren de perios- titis, de osteítis, con las inflamaciones, las su- puraciones y fístulas consiguientes, siendo as- querosa y nauseabunda la contemplación de se- res tan desgraciados. Dicen los moralistas y los sociólogos que es- tas mujeres, que no han tenido la suerte de mo- rir a tiempo, son seres malvados, sin piedad y sin amor. Y yo quiero preguntar: ¿quién sien- te piedad y quién amor por ellas? ¿Y es justo, es humano, exigir que se sienta por los demás lo que los demás, no sienten por uno? Indiscu- tiblemente que esas pobres mujeres son seres dignos de la mayor piedad. Cuando niñas, eran pobres: no bien miradas por su único "deli- to", la miseria. Cuando jóvenes y hambrien- tas, perseguidas para saciar en ellas los ape- titos más desvergonzados. Cuando mujeres meretrices, explotadas y despreciadas. Y cuan- do viejas, consideradas como trastos inútiles que debieran ser arrojados a inmundo ester- colero. Estas viejas meretrices, por todo su pasado, tienen que ser egoístas y perversas, y tienen que tratar como tratan a la humanidad, como cosa despreciable. Ellas sienten a su edad una avaricia y una codicia que forma contraste con su vida pasada. Ellas, lo único que ansian en 132 ese momento, es el oro; y toda su impudicia la dedican a la posesión del dorado metal. Ellas buscan vírgenes; ellas buscan mujeres empo- brecidas por el abandono o por los golpes de una mala fortuna; ellas buscan en tierras leja- nas las carnes rebozantes de juventud que ofre- cer al marchante; ellas, obrando de acuerdo con hombres igualmente envilecidos, van a pla- yas extranjeras en busca de castas vírgenes y de perdidas mujeres, ofreciéndoles una especie de Jauja, la riqueza inmediata por medio de trabajo "honrado" en el país en que comer- cian; y cuando las pobres muchachas, arranca- das del seno del hogar, trasplantadas al través de inmensa distancia, sin el auxilio de nadie y muchas veces sin el auxilio de las leyes mis- mas, porque éstas desconocen esas operaciones, se encuentran de repente viviendo en medio de un lupanar. Y ellas, infelices, no pudiendo mo- rir de asco por tanta vergüenza, sucumben y entran en la vida de la prostitución. Dos o tres veces, y a veces más, son vendidas o rifadas sus virginidades legítimas o falsas. Se les dice por la dueña, que ganan mucho; ésta es la cajera y la tutora. Se les exige vestir bien, calzar bien y usar algunas prendas. Las pobres muchachas dan su autorización, firman un papel cualquiera y la dueña es la que com- pra, la que ajusta y paga; y al rendir sus cuen- tas, la muchacha sigue en débito con la vieja 133 que la explota, y que siempre está disgustada con la "boba", que no sabe exprimir el bolsillo de los hombres. Estas son las dueñas de las casas de prosti- tución, lo mismo las de las casas pobres que las de las casas ricas, siempre dispuestas a auxi- liar el rapto, el estupro, la fuga y la infidelidad conyugal, y hasta a proporcionar pederastas pasivos y hasta activos, según los deseos del marchante, que de todo hay en esta viña del diablo. III. LA TRATA DL BLANCAS. De medio siglo a la fecha, el mundo cristia- no se ha sentido conmovido ante una sociedad industrial, constituida en las principales ciuda- des de la Europa con el fin de explotar la pros- titución. Esa sociedad, conocida con el nombre de "La trata de blancas", está formada por jó- venes vigorosos, inteligentes y de cierta cultu- ra, ayudados por mujeres finas y jóvenes que se dedican a la busca de hermosas y lindas al- deanas y de bonitas pordioseras de las ciuda- des, para contratarlas para trabajos honrados y retribuidos con tanta esplendidez, que ade- lantan a sus padres como premio a su buena fe al entregarles sus hijas, cantidades crecidas 134 que son fuertes sumas para aquellos lugares. Quinientos o mil francos, entregados al cabeza de familia de una aldea europea, es una suma fabulosa que ofusca la razón de aquellos infe- lices, hasta el extremo de no sentir duda de ninguna clase por el porvenir de aquellas hi- jas, que de otra manera hubieran defendido brava y heroicamente. También es cierto que ellos, los tratantes, a más del dinero que rie- gan, tienen un porte y una conversación agra- dable, sugestiva, y parecen perfectos caballe- ros; sus palabras están rebosando de un senti- miento y una piedad ultracristiana. Se dan cierto arte, aguzan tanto su inteligencia y po- nen a contribución todo un mundo de falsedad y de hipocresía, que hasta los mismos alcaldes de algunos pueblos los han ayudado a la reco- lección y a la selección del "ganado" que había de ser embarcado para Africa, para Australia o para América. De cuando en cuanto, raras veces por desgracia, la ley tropieza con ellos, y les desbarata el "negocio"; pero como real- mente esa misma ley es tan benévola, ellos, cumplido el castigo, vuelven a emprender la industria, si es que no ha continuado, mientras duró su cautiverio, por los "consocios" que no cayeron bajo el Código Penal. La trata de blan- cas continúa, y la explotación de infelices mu- jeres sigue su curso. Y allá, en la soledad de una humilde habitación rural o urbana, seres 135 envejecidos lloran constantemente la ausencia eterna de aquellos seres adorados y que ellos en mala hora, cediendo al engaño, entregaron a esos miserables, que para mancha de la especie humana, se llaman hombres y viven entre ellos. IV. HL chulo. Cuando se estudia Botánica y Zoología, se encuentran especies y familias de vegetales, y especies y familias animales que viven de otras plantas y de otros animales, haciendo un raro contraste con el gigante pino, la esbelta palma, la frondosa ceiba, el regio león, el fornido to- ro, el elefante enorme; plantas y animales que causan admiración. Esta admiración se con- vierte en repugnancia al estudiar las especies que viven a expensas de otros, y que se deno- minan parásitos. La patología humana también habla de pa- rásitos, y muestra una variedad de insectos que viven del cuerpo del hombre. Así, al estu- diar los problemas sociales, se encuentran tam- bién parásitos en la sociedad, que producen re- pugnancia. Pero cuando el sociólogo y el mo- ralista especializan y estudian la prostitución, se enfrentan con los más inmundos. Entre todas esas clases de seres repugnantes, exis- 136 te uno desbordante de todos los ascos de la vi- da y que provoca, no ya el más profundo des- precio, sino una santa ira; ese tipo, ese rep il, ese inmundo parásito de la prostitución, se lla- ma "chulo" o "guayabito", "proxenete" o "sou- teneur". Cualquier nombre que ellos recibie- ran, por repulsivo que fuera, no representarla ni con mucho la vergüenza humana que produ- ce esa inmundicia de la creación. Dondequiera que exista la meretriz existe el "chulo"; y él se produce y comporta de igual manera en cualquier latitud de la tierra. Ade- más de explotar a la meretriz, son pendencie- ros, jugadores, alcoholistas, ladronzuelos y per- fectamente preparados para mandar a viajar por el infinito valle de la muerte a cualquiera que estorbe sus planes y negocios. Son seres amorales, sin conocimiento ninguno del bien humano. Su única preocupación es obtener bas- tante dinero de sus queridas, para gastarlo en sus vicios y para vestir con la rara y peculiar corrección que visten, y para pasear en coches y automóviles, y para celebrar orgías; ellos se establecen en los lupanares, son los protectores de esas mujeres cuando ellas tienen que ver con la policía o con los jueces; las amparan contra los particulares que por cualquier causa o motivo tienen negocios o asuntos de cual- quier género que ventilar con las meretrices. 137 Ellos visten, en verano, de blanco y sombrero de paja o panamá, con el ala caída sobre el ros- tro; en invierno, de casimir o lana de colores claros, llamativos, y con sombrero de castor, de color carmelita obscuro, de copa hundida y y el ala también echada sobre la cara. Sus za- patos siempre son amarillos o de charol, muy limpios; sus camisas y sus corbatas son de colores vivos y de rayas. Usan melena recor- tada y afeitado la parte posterior del cuello; una raya del lado izquierdo de la cabeza peina sus cabellos, y dejan caer sobre el lado derecho de la frente un mechón de pelo más o menos encrespado. Su rostro está siempre rasurado, y cuando usan bigote, lo rizan perfectamente y vuelven las guías hacia arriba. Les agrada un- tarse mucho polvo en la cara y tienen verdadera pasión par las esencias fuertes y penetrantes. El andar de esos hombres es muy particular, y sus pasos son muy raros; caminan como si fue- ran débiles de piernas; los saludos, que cam- bian entre sí al encontrarse, son gestos especia- les de sus brazos yde sus cuerpos,y dan un grito bajo y sui géneris. La piel de su cuerpo está ta- tuada de una manera singular: corazones a ra- vesados por flechas de Cupido son las más vul- gares. El día lo pasan en los cafés, donde juegan, beben, combinan robos y orgías; rondan las 138 casas de las amantes, para impedir que éstas les den por la noche una mala cuenta de las ga- nancias que han obtenido, ya que llevan muy contados los "marchantes" que éstas reciben durante el día y las primeras horas de la noche. Desgraciada de la mujer, amante de ellos, que demuestre predilección o simpatía por un hombre, y desgraciada también la que no rinda una buena cuenta al entregar el "diario", an- tes de dar el beso de amor que consagra aque- lla unión asquerosa. Estos hombres, brutales en sus sentimientos, lo son también en la manera de exteriorizar sus iras cuando la mujer no entrega la canti- dad acordada ; cuando ellos creen que la mujer está perdiendo el amor que en un tiempo le ins- piraron, la golpean de una manera salvaje; y ¡cosa rara! estas mujeres pagan con el más tierno cariño, redoblan sus halagos y sus cari- cias, y su enfermizo amor se acrecienta como pago a la brutalidad de ese ser envilecido que las explota miserablemente. No se comprende por qué la meretriz se com- porta de ese modo. Dice Lecourt; "Para un gran número de hombres encorvados en la vi- da ordinaria bajo el yugo del trabajo forzado, la tiranía de la alcoba es una revancha y una voluptuosidad de que abusan bestialmente". Es posibles que obreros, no souteneurs, por su fal- 139 ta de educación y por la irritabilidad nerviosa que produce un rudo trabajo, tengan como des- ahogo esa explosión de ira en sus hogares; pe- ro los verdaderos souteneurs, los "chulos" que explotan a la mujer prostituta, no trabajan; es cierto que existe una clase más elevada del souteneur que auxilia su vida con un tra- bajo más o menos ligero, pero no abundan esos ejemplares. Más explicable es creer que la meretriz, acostumbrada desde niña a sufrir to- das las miserias humanas, incluso el vejamen y la humillación, soporte resignada ese mal tra- tamiento. Y si se agrega la histeria intensa que padecen casi todas las prostitutas, tendre- mos, no el amor que parecen profesar, sino más bien, la sugestión, que las obliga a seme- jante conducta. Es cierto que en clases elevadas, de compor- tamiento honesto y de costumbres morigera- das, existen esos abusos denigrantes. Cichele, en su libro "El Delito de Dos" cuenta que "el amante de Ana de Austria, que a la vez era amante de tres reinas más, las maltrataba a veces; y este maltrato era nueva leña que él agregaba al fuego del amor que parecía extin- guirse". Lauzun, sigue diciendo Cichele, en su citado libro, amante aquél de Luisa de Fran- cia, hija de Enrique IV, princesa altiva y fe- roz, afirmaba que dicha princesa debía recibir golpes de sus amantes para hacerla tiernamen- 140 te amorosa, y agrega el citado autor que "a es- tas mujeres les pasa lo que les pasa a las mís- ticas religiosas en sus amores a los santos, que representan la fe religiosa y adorada; ellas creen que los sufrimientos y los martirios so- brevenidos y soportados con cierta dulzura, las acercan más a la divinidad, pues ésta es la que envía tales sufrimientos". Mantegazza asegu- ra, en su libro "Fisiología del Amor", "que una buena parte de las mujeres de Bolivia se que- jan de sus maridos cuando éstos no las pegan". Ovidio aconseja a los hombres la cólera y has- ta rasgar los vestidos de sus adoradas, para hacerse amar; y Paul de Kock agrega "que el amor de una mujer aumenta con los sacrificios que hace por su amante; cuanto más da, más crece su afecto". Sigo sosteniendo que es el sometimiento, y no el amor, el que produce el afecto y el cariño, después de los brutales tra- tos recibidos; y pienso así porque, dentro de un sano juicio, no se encuentra lógica ni justa otra explicación. A menudo, el "chulo" se convierte en amo de casas, donde explota a varias muchachas, haciéndolas traficar con su cuerpo para benefi- cio de él. Entre ellas está su favorita, pero él tiene derecho a cualquiera otra, sin que a la fa- vorita le sea tolerado protestar. Otras veces hace el papel de corredor, y sale en busca de carne nueva y avisa a las alcahuetas y a las 141 dueñas de casas de cita, donde viven jóvenes fáciles, o las enamoran y las raptan con pro- mesa de casamiento, y se casan o no, pero las conducen en el acto a las casas de prostitución. Otras veces se convierten en auxilares de hombres ricos, quienes pagan una boda prepa- rada de antemano con la muchacha y el soute- neur; y se casan para entregar la muchacha al hombre enriquecido y depravado. Cuando ese hombre ha saciado sus deseos carnales y deja de proteger aquel hogar, el "chulo" obliga a su esposa a prostituirse, y de este modo continúa viviendo de ella. Allá por el año 1900, y siendo médico ins- pector del servicio de Higiene Especial, visité una casa de prostitución, porque la dueña re- clamó el servicio de un médico inspector para reconocer a una muchacha nueva, sospechosa de padecer de sífilis y que se negaba a salir a la calle. Encontré en la mencionada casa a una mujer de 18 años escasos, no bella, pero sí bo- nita y en la más horrible desesperación; llora- ba, se retorcía sobre sí misma y protestaba de su inocencia, diciendo: "un mes escaso hace que, fiada en la palabra que me diera mi aman- te de casarse conmigo, me fui con él; ahora quiere y me obliga a que entregue mi cuerpo por dinero, y que éste se lo dé a él". Efectiva- mente, la muchacha tenía un enorme chancro 142 sifilítico en una de sus peqeuñas ninfas. El mi- serable, un mocetón rubio, estaba presente; lo hice detener, y la justicia, la santa justicia, lo dejó en libertad, porque el delito cometido por él era perseguible únicamente a instancia de parte. ¡Cuánta aberración!! Masee, jefe de policía de París, en 1881, en un informe remitido a las autoridades de París, presenta la siguiente clasificación de los sou- teneurs que pululan por aquella ciudad: Io Souteneurs del gran mundo, de la bur- guesía y del demimonde. 2° Souteneurs obreros. 3° Souteneurs de las casas de tolerancia. 4° Souteneurs casados. 5° Souteneurs pederastas. 6o Souteneurs vagabundos (rodeurs de bar- riere). Podríamos aceptar para Cuba esa clasifica- ción, pero pude descubrir, durante mis servi- cios prestados en dicho ramo de la Adminis- tración, un séptimo tipo de souteneur, y es el varón de una pareja tribadita. Estas mujeres, que rinden culto al amor sáfico, abundan entre las meretrices, y alguna de ellas, el hombre de la pareja, exige y obliga a la hembra a prosti- tuirse en beneficio suyo. El souteneur dedica parte de las horas de sus desocupados días a estrechar relaciones 143 con jóvenes casi adolescentes, para hacerlos marchantes de sus queridas, con la intención de que éstas les saquen la mayor cantidad de dinero posible y obtener así pingües beneficios. Para estos hombres, la ley penal no tiene en su articulado nada que castigue tanta infamia y tanta desvergüenza. No puedo conformar- me a que ella sea así; creo que es preciso rom- per con el pasado, abandonando estrechos mol- des, ciertos principios de una mal entendida y malsana libertad; y que los legisladores de to- dos los países voten leyes que castiguen dra- conianamente esos delitos contra la moral so- cial, y amparen algo más a las víctimas de esos amores criminales. CAPITULO V. DISTINTAS CLASES DE MERETRICES. I. Aquí en Cuba se puede estudiar distintos tipos de mujeres que ejercen la prostitución en forma diversa: Io Le meretriz de tapadillo. 2a La meretriz fletera. 3° La meretriz clandestina. 4° La meretriz reglamentada. 144 5° La meretriz menor de edad. (Niña o adolescente). 6o La meretriz viajera. II. Le meretriz de tapadillo es la mujer de con- ducta social casi irreprochable. Su vida públi- ca es honesta ; sus vestidos y su andar por las calles, por las tiendas y por los teatros son mo- rigerados. Vive acompañada por alguna mu- jer de edad madura o vieja, que da cierta res- petabilidad al ho^ar. Uno o varios hombres ri- cos subvienen a las necesidades del hogar y de la vida, y ellas buscan lo demás, concurriendo muy ocultamente a casas de ci'a de gran serie- dad y respeto, como dicen ellas. Esfas son las más buscadas por los hombres, las más deseadas y las mejor pagadas. III. La meretriz fletera es la que por calles, pa- seos públicos y teatros, va en busca de los hom- bres: sus trajes son llama1 ivos; exageran to- das las modas: sus perfumes son de gran pene- tración: su mirar es vivo y alegre: su cara es sonriente y atrevida, y su andar descocado. Sus movimientos v la manera de recoger los vesti- dos la denuncian a distancia. Concurren a la 145 casa de cita más próxima, a la primera indica- ción del primer hombre que de ellas momentá- neamente se enamore. En esta clase de meretrices existen ricas y pobres. Estas últimas, como no pueden brin- dar belleza ni enseñar riqueza alguna en sus vestidos y en sus esencias, se las contempla en los lugares concurridos de la ciudad, imploran- do del transeúnte el uso de sus cuerpos por cualquier cantidad de dinero, y anunciando de antemano que "saben hacer de todo" y "a todo se prestan". A veces aceptan una pequeña mo- neda de plata o cobre para que concurran a un lugar oscuro de un jardín de las ciudades, pa- ra practicar el onanismo, bien usando sus ma- nos o bien usando su boca. IV. La meretriz clandestina es aquella que no se Guiero someter a la reglamentación de la pros- titución. Indiscutiblemente que los tipos de me- retrices descriaos anteriormente son también clandestinos. Pero, como se verá más adelan- te. bav diferencias, si no an^e la ley de 1a re- glamentación, ñor lo menos entre la manera de vivir, de este tipo de mujer y las mencionadas anteriormente. La meretriz clandestina concurre a las ca- sas de lenocinio, donde pasa días y pernocta 146 muchas veces. Ella no tiene lugar fijo para ejercer la prostitución, y va de una casa de le- nocinio a otra y concurre a las casas de cita. Tiene fuera de las zonas de tolerancia un do- micilio que consiste en una habitación o casa pequeña, alquilada a su nombre, donde recibe a los "marchantes". En ese domicilio, y según los marchantes que consigue, intenta pasar co- mo mujer divorciada o separada momentánea- mente de su esposo, que, por las necesidades de la vida, ha tenido que marcharse de la ciu- dad. Otras veces aparenta ser viuda y emplea- da en las oficinas del Gobierno o en el comer- cio; trata de mostrar un amor inmenso por el hombre que engaña; le jura y le llora la pasión que siente por él, tratando de probarle que él es el único culpable de su deshonra. Todo esto excita la vanidad del "marchante", y logra que éste sea más dadivoso con ella. Al mismo tiempo que concurre a las casas de cita y hace de mujer "honrada", concurre a los paseos y a los teatros, haciendo papel de fletera. Este tipo de mujer meretriz es consi- derado por los demás seres que pululan en el mundo de la prostitución, por la verdadera clandestina. Indiscutiblemente su poliformia le da un carácter esencial, que la aparta de los otros tipos de meretrices clandestinas. 147 V. La meretriz viajera está formada por un núcleo de mujeres que van a prestar "servicio" en una población obrera. Dondequiera que, fuera de las ciudades y pueblos, se constituya un núcleo de obreros, en que la mayoría la componen hombres solteros, se establece ese tipo de meretriz, que se encuentra en los tre- nes y en las carreteras, cambiando de lugar a medida que el trabajo de aquellos obreros va terminando. Durante el periodo de la zafra azucarera en Cuba, concurren, si no a los mis- mos bateyes de los centrales azucareros, por lo menos a sus cercanías, donde alquilan una pequeña casa, o varias, si existen, y allí esta- blecen su campamento. De ahí pasan a los cen- tros tabacaleros, que bien en fincas o en pe- queños poblados, establecen lo que se denomi- na "escogidas de tabaco". Dondequiera que en un lugar apartado se establezca una obra pú- blica con un fuerte contingente de trabajado- res, ellas se establecen en sus inmediaciones. A ellas se las encuentra en los centros mineros, y si se dirige una investigación sobre las obras del canal del Roque (canal de Cuba) o canal de Panamá, se encontrará allí a este tipo de mere- triz, que viaja a retaguardia de esos ejércitos de obreros, de la misma manera que se les en- cuentra detrás de las fuerzas militares que van 148 a campaña o que salen lejos de las ciudades a grandes maniobras militares. VI. La meretriz menor de edad es el tipo más triste de todas las meretrices: niñas adolescen- tes, unas veces menores de esa edad, se encuen- tran en ese bajo y miserable peldaño de las so- ciedades humanas. He encontrado muchas ve- ces niñas de esas edades sirviendo en las casas de lenocinio, y en el albor de la vida, a los 13 años, recibiendo hombres tras hombres, como si fueran expertas veteranas del amor. Cuando su debilidad física o sus menos años les impide recibir hombres, se prestan esas infelices a "jugar" con aquéllos. Se denomina, "jugar" en el caló de la prostitución, el acostarse con un hombre para que la niña cubra su cuerpo con besos excitantes y ligeros mordiscos, termi- nando ese indigno "juego" por la eyaculación, producida por el frote de las manos o de la bo- ca, o de las regiones interfemorales de la niña, con los órganos genitales de la bestia. Este tipo de meretriz menor de edad puede dividirse en la misma forma en que se subdivi- de la prostitución clandestina que en los oárra- fos anteriores se ha estudiado; es decir, que existen las de tapadillo, las fleteras, las que 149 conviven en casas de lonocinio y las que van de un lado a otro buscando los centros obreros. Cuando se terminó la güera de Cuba contra España, fueron inscriptas por la reglamenta- ción de la prostitución más de 300 mujeres de 15 a 17 años. Esta es una prueba palpable de que en aquella heroica y gloriosa época se pros- tituyó la mujer cubana. Más de 100 niñas, me- nores, de 10 a 14 años, fueron recogidas por la policía de la ciudad y por la de la Sección de Higiene, y entregadas a sus padres, tutores o familiares, con el apercibimiento de que serían castigados como autores de delito de prostitu- ción de menores si esas niñas eran nuevamen- te encontradas en el ejercicio de la prostitu- ción, y se permitió a dichos tutores o familia- res renunciar a su cuidado si ellos no tenían medios de vida o fuerza moral bastante para hacerlas cambiar y modificar su pervertida moral. Cuando esto sucedía, o cuando esas in- felices niñas carecían de familiares o tutores, eran llevadas al asilo del "Buen Pastor", ins- titución creada y mantenida en Francia por santas religiosas y por la sociedad francesa, y que se extiende hoy por toda la tierra civilizada. Más tarde fueron llevadas a un asilo que creó el Gobierno Militar Interventor, asilo que fué suprimido por el Gobierno cubano; también la intervención militar americana creó, con el nombre de Aldecoa, un asilo donde debían ser 150 recluidas, para su reforma moral, las menores delincuentes, pero la Administración cubana, al suprimir el anterior asilo, entendió por delin- cuentes también a las menores prostitutas, y asi como confundió estos términos, confundió en el mismo asilo a aquéllas y a las niñas pros- titutas; y allá, en el último extremo de la cal- zada del Cerro, a su salida, se albergan en las- timosa confusión unas y otras. Tal conducta de las administraciones cubanas parece hecha ex profeso para que las unas instruyan a las otras de los pecados que ambas desconocen. Si espanta, asombra y acongoja la contem- plación de estas infelices, ángeles todavía por su edad, espanta más todavía y la acongoja se agiganta en proporciones indescriptibles, al sa- ber que muchas de estas menores padecen de sífilis y de blenorragia, como huella de su corta y dolorosa vida. Siendo Secretario de Gobernación del Ga- binete del honorable general L. Wood (hom- bre éste que ha hecho por la civilización y el progreso de Cuba más que ningún otro hom- bre) el Sr. Tamayo logró que se limitara para poder ser escrita como meretriz, el mínimum de 18 años de edad; y desde entonces a la fe- cha, toda mujer menor de esa edad y que se prostituya es recluida en el asilo de Aldecoa, de donde no puede salir hasta que cumpla los 2i años. 151 En ese asilo acabado de mencionar perma- nece durante cinco, seis, siete u ocho años la infancia prostituida, donde se intenta corregir a la infeliz niña. Ese asilo está administrado y dirigido por piadosas hermanas de la cristiana asociación del Buen Pastor. El Estado cubano paga los gastos que ocasiona el cuidado de las menores, y ellas no reciben más remuneración por los servicios que prestan que el alimento y el albergue. El trabajo de estas piadosas mujeres es in- menso y evangélico. La cantidad con que el Es- tado sostiene este asilo es muy pequeña. El edi- ficio no reune las condiciones necesarias para la separación de menores que una buena selec- ción obliga. A pesar de eso, ellas mantienen con gran dificultad, cierta separación de las niñas, dependiendo esa separación del carácter, de la conducta que observan en el asilo y de la edad. En todo lo que significa piedad y amparo al desvalido y al desgraciado, la nación cubana y sus componentes son poco bondadosos. El do- lor ajeno se siente y se hace por remediarlo, si éste se presencia; pero al que se aísla, al que va a llorar y a sufrir en los asilos y en los hospi- tales, el manto del olvido y del descuido lo se- para de tal modo de los sanos y dichosos, que desdice mucho de una bien entendida caridad. Cada vez que tengo ocasión de hablar de estas cosas, señalo ese mal con franqueza ruda, pa- 152 ra intentar algo que sacuda el marasmo y la indiferencia que se siente por el mal, no igno- rado, sino aislado de la sociedad. Afirmo esta vez, como otras, que el trabajo en pro de los infelices que la intervención militar americana realizó en Cuba, tuvo su punto, ¡y parece final!, desde que el noble Wood entregó al gran rebel- de Tomás Estrada Palma el gobierno de la Re- pública de Cuba. El que pretenda corregir niñas delincuentes y prostituidas en el mismo local y en una in- comprensible convivencia; el que pretenda que de esos correccionales salgan las niñas corre- gidas y reformadas, no ha leído un solo libro sobre ese difícil problema social, ni tampoco se ha detenido a meditar un momento sobre lo que el libro abierto de la vida real enseña a cualquier observador. La acción enérgica, para obtener algún be- neficio saludable positivo y real, tanfo en ni- ños como en niñas, es preciso dirigirla antes del derrumbe moral, antes que la perversión haya empezado; es preciso que los maestros de enseñanza primaria estudien al niño y fijen con un perfecto conocimiento las inclinaciones na- turales o impulsadas a virtud de una viciosa educación, y den cuenta a las Juntas de Educa- ción, para que éstas, por medio de sus delegacio- nes de barrios, que debían de tener, amollen la investigación y anoten en las historias clínicas- 153 permítase la frase- -de estas pobres criaturas, el carácter de sus padres, la manera de vivir de éstos y el abandono en que ellos tienen al menor, y las malas costumbres que ante ellos ejerciten. Igual investigación debe ser dirigida a los hogares donde habitan esos niños, si es que no conviven con sus padres. Las Juntas de Educación, con sus delegaciones de barrio, deben ser autorizadas para separar a todo niño o niña que carezca de un medio de vi- da doméstico, conveniente para el desarrollo de una sana moral, para llevar ese niño o esa niña a la Escuela Reformatoria; de esas es- cuelas reformatorias deben salir transforma- das. La jiba moral, nacida en aquellos lugares, faltos de educación, repletas de cieno v de mal- dad, debe ser suprimida en las escuelas refor- matorias, y cuando menos, si no se puede su- primir por completo esa joroba, debe tratarse que de ahí en adelante ei árbol de la vida de esos niños crezca recto, hermoso, tonificado vigorosamente por la sabia del bien y de la vir- tud. El niño que así haya sido tratado y no se reforma, poco hay que esperar de él. Indefec- tiblemente va a parar a manos de las corees juveniles o correccionales, para ser sentencia- do hasta su mavoría de edad a la reclusión en las escuelas correccionales. Poco bueno se ha de alcanzar por medio de la escuela correccio- 154 nal; no porque los métodos puestos en prácti- ca por sabios educadores sean malos; no; lo que es malo es la materia prima entregada a ellos; es que el veneno que intoxicó la existen- cia de esos infelices no pudo ser destruido to- talmente en la escuela reformatoria, y al salir de ella y ponerse en contacto con la sociedad, el letargo que sufrió el germen del mal en el reformatorio despertó) y guió de nuevo al niño por el camino de la desdicha y del oprobio. Aquí en Cuba se confunden lastimosamente los términos de escuela reformatoria y de es- cuela correccional. Se creen términos iguales y se cree que las funciones de una y otra son las mismas. ¡Y son tan diferentes! Es de desear que la sociedad sana y moral de esta colectividad cubana se sienta conmo- vida intensamente, y con una actividad y per- sistencia asombrosa, intervenga en el auxilio de esos infelices menores, tan abandonados y tan olvidados por todos, aun por el mismo go- bierno, y ampare a tanta desdicha, hambrienta de piedad cristiana. En primer término, la ley que castiga el de- lito de prostitución de menores debería ser mo- dificada in continenti. Los padres, los tutores, familiares o encargados de los niños tienen que probar ante los tribunales de justicia, de una manera matemática, la culpabilidad del acusado, aunque ese acusado tenga una histo- 155 ria moral llena de manchas y de horrores; des- pués de esa difícil tarea, si se llega a probar la acusación, el castigo para tan horrendo crimen es muy precario, y por lo tanto, deleznable. La ley penal vigente en Cuba entiende por violación, el ejercicio del coito en contra la vo- luntad de las mujeres y con niñas menores de 13 años, aunque sea con la voluntad de éstas. Resulta incomprensible, por lo erróneo y ho- rroroso, por lo que tiene de impío y de salvaje, por lo que tiene de anticientífico, el sostener que el ejercicio voluntario del coito con una mayor de 13 años de edad no es una violación de los sentimientos de una niña, encantadora mariposa que*revolotea en los jardines de la vi- da, sin más deseos y sin más sentimientos que el de gozarla angélicamente, de un modo sano, sin prejuicio y sin doblez alguno. El castigo que esos miserables corruptores merecen, debía ser equiparado al que recibe el culpable del de- lito de homicidio y ser excluido de la gracia de indulto o amnistía. Y los que violan a niñas y los que consiguen que niñas menores de 16 años se entreguen voluntariamente, debían ser considerados para el castigo como reos del de- lito de asesinato. Después de logrado esto, el movimiento so- cial debe continuar, para que se establezca una gran vigilancia sobre los menores sobre sus medios de vida y sobre sus mentores; y hacer 156 que se establezcan las escuelas reformatorias con los perfectos adelantos de las naciones ci- vilizadas y obligar que las que hoy tiene Cuba, sean transformadas para colocarlas a la altura de la civilización del siglo XX. Y después, con- tinuar luchando en batalla ruda con la miseria, para evitar que al salir de los reformatorios o de los correccionales, estas niñas acudan a sus cuerpos, como medio de obtener el sustento diario de la vida. No hay que olvidar que la so- ciedad rechaza a la manchada, a la infeliz que tuvo la desgracia de tropezar y caer, y que el hombre, egoísta y brutal, la busca para goce y deleite de su vida. Es preciso levantar la con- ciencia hasta la misma altura de la piedad cris- tiana, y exclamar con ella: "Que lance la pri- mera piedra el que no se sienta culpable". Y esto se consigue tendiendo la mano generosa y buena, llena de humildad y de caridad, al que está más bajo, al que ocupa un peldaño infe- rior en la peligrosa y ruda escalera de la vida humana. En esos reformatorios y en esos co- rreccionales, debe sostenerse una mansión de caridad, donde aquellas niñas, salidas de es^as instituciones, tuvieran seguro lecho y pan, has- ta que un futuro y honesto trabajo, les propor- cionara los medios de una existencia, aunque humilde, digna y sin bochorno. Y aun después de eso, hay que continuar la vigilancia protec- tora, para acudir con un socorro inmediato a 157 las tentaciones naturales de un alma débil, o a males propios, de un sistema nervioso irrita- ble, excitable y desequilibrado. No llevar hasta este extremo el ansia por el bien y por una buena moral, es destruir el edi- ficio levantado sobre base sólida, al momento mismo de colocar el capitel. Hoy, por acción de la ley, las menores delin- cuentes y las menores prostituidas, al cumplir la edad de 21 años, salen de la escuela refor- matoria-correccional, y son puestas en la calle, sin dinero, sin más bienes que la indumentaria que llevan, sin más amparo que el que Dios les preste y sin más auxilio que el que puede reci- bir de almas egoístas, herejes, explotadores del infortunio y de la miseria, ya que muy poco o nada harán por ellas sus padres o tutores, que en un principio las olvidaron. En estas condicio- nes, ¿qué van a hacer esas incipientes adultas, y qué va a hacer la infeliz mujer lanzada de aquel medio, al que fué llevada, mal enseñada, mal educada, y en donde no adquirió medios de lucha y no sanó por completo su tremenda herida, sin trabajo inmediato para acallar el hambre y sin lecho para descansar? Resiste un día, suplica otro,llora luego,implora más tarde; al tercer día, al cuarto,hambrienta y desdichada, cae en brazos del hombre corruptor a quien no ama. ¡Triste modo de dar su virginidad, o de 158 entregar una moral sana o corregida, abrazada sin placer y sin encanto en ella! En los Estados Unidos, en Inglaterra, en Alemania, Francia, Italia y en el Austria, pero sobre todo en los Estados Unidos y en Inglate- rra, la sociedad, obrando conjuntamente con el Estado, el Municipio y la Provincia, han abier- to una campaña, valientemente sostenida, con- tra estas grandes miserias de la vida. Natural- mente, hay siempre desgraciadas prostitutas, porque hay siempre malvados corruptores; pe- ro el esfuerzo se hace con arrojo, y el fruto del bien se cosecha muchas veces. Al lado de la reforma de la corrección de los infantes, hay que agregar el cuidado y la aten- ción para la busca de las menesterosas niñas, adolescentes, pobres y abandonadas, para soco- rrerlas con el lecho y con el pan, cosa de ga- rantizar la persistencia de la vida y evitar que el hambre y el desasosiego la obliguen a em- prender el camino de la prostitución. Escribiendo estos párrafos, leo en el perió- dico El Día, del 20 del mes de octubre, una car- ta de mi amigo el ilustrado doctor Clarck. jefe de los servicios sanitarios y de beneficencia del Municipio de la Habana, en cuya carta dice: "que por haberse agotado el crédito consigna- do en el presupuesto municipal para el socorro de los menores desamparados, el señor Alcal- de Municipal le ordenó que a todo menor, va- 159 rón o hembra, que tuviera 16 o más años de edad, los pusiera en la calle". ¿Cómo a una ni- ña de 16 años, sin auxilios de nadie y sin dine- ro, se la coloca así en medio del arroyo, cam- biando tan repentinamente su segura vida del hospicio por la insegura y problemática de una libertad ni pedida ni deseada? ¿Al amparo de qué cosa, con qué medios de vida es conducida a la calle esta menor de 16 años de edad? Sin lecho, sin ropa, sin comida, sin dinero y sin trabajo, ¿a dónde va a parar? Firmemente convencido estoy, porque conoz- co los sentimientos del Alcalde de la Habana, general Freyre de Andrade, de que él no dió esa orden ni por maldad ni por error, sino con- movido por el triste espectáculo que ofrecen niñas pequeñitas, huérfanos, sin amparo, seres más débiles y más infelices que esas menores de 16 años de edad. Juzgando de bulto, parece más natural, más equitativo, el auxilio a niños de meses o de pocos años, que el auxilio a 1as de 16 años. Parece más lógico que si el Alcalde de la Habana no tiene consignación en el presupues- to para auxiliar a todos los menesterosos, pro- teja en primer término a los más débiles, entre los igualmente necesitados de todo. Esa lógica defiende y salva al ilustre amigo el doctor Freyre de un duro calificativo; pero si el doc- tor Freyre se salva de un juicio crítico tremen 160 do, no se salva la sociedad, que contempla in- diferente la dolorosa miseria de los que el Al- calde ha mandado poner en medio de la calle, a la mitad del arroyo, para que su suerte o su destino los proteja y los ampare. ¿Quién será culpable, la joven colocada en esa situación, pecadora a las 48 o a las 72 horas de su des- plome económico, o la sociedad, que, escéptica y descreída, sigue adelante, sin detenerse a cu- brir con su manto protector a esa pobre cria- tura, lanzada de la Casa de Maternidad y Be- neficencia, para poder colocar en el vacío que deja a una niña que por su edad no puede, co- mo las de 16 años, defender su vida como gla- diadora del amor, en el estadio de la prostitu- ción? VII. La meretriz reglamentada es la que, obe- diente y humilde, cumple con los reglamentos y la ley. Ellas concurren habitualmente y con exactitud al llamado Dispensario de Higiene, situado, en la Habana, en la calle de Paula, número 77. Ellas pagan su tributo al sacar la cartilla que les exige el Reglamento de Hi- giene. Resignadas, se dejan conducir al Hos- pital de Higiene, situado en el barrio del Ce- rro, cuando se enferman; ellas no concurren, y si concurren, lo hacen ocultamente, a los lu- 161 gares públicos, cosa que la ley de la reglamen- tación de la prostitución les veda; y ellas se re- signan, con cierta conformidad alegre, a ir a vivir en las llamadas zonas de tolerancia. Zonas de tolerancia son aquellos lugares de muchas ciudades y de muchos pueblos de algu- nas naciones que se les señala como recinto, donde las meretrices deben vivir, dedicadas al comercio de su cuerpo. Aunque la ley señala la decencia pública, que naturalmente debe existir en dichos lugares, aquí, la costumbre, la policía, el público y hasta la misma sociedad, ha sido y es tolerante, quizás por encontrarse dentro de la zona de tolerancia, y permiten en esa zona cierta relajación, cierta inmoralidad pública intolerantes. En ese recinto habanero hay casas grandes, ocupadas por varias meretrices; otras más pe- queñas, ocupadas solamente por dos, y otras, más pequeñas aún, las denominadas acceso- rias, ocupadas por una sola mujer. Las venta- nas y las puertas del 99 por 100 de esas casas y accesorias están abiertas y se contempla desde la calle a las mujeres en muy ligeros trajes, muchas veces en camisón, con las piernas le- vantadas, fumando, charlando con el transeún- te, cantando coplas y canciones de un subido color, a la altura naturalmente de sus trajes y posiciones. Allí, detienen al visitante de esos lugares y lo invitan al coito, valiéndose de to- 162 dos los medios posibles, para provocar la exci- tación del hombre y hacerlo entrar. Ese espectáculo se contempla igual de día que de noche; y si familias decentes se ven obligadas a ir a lugares próximos de esa zona de tolerancia y toman un coche, y el cochero, por maldad o por descuido, transita por aque- llos lugares, ellas contemplan ese rincón nau- seabundo de la sociedad. He oído a extranjeros hablar escandalizados de lo que han contemplado en ese bazar de car- ne humana. Indiscutiblemente que el ver las calles de las zonas de tolerancia, llenas de hom- bres de todas clases, gritando, gesticulando, sin más frases que las de una pornografía gro- sera y sucia, da materia para hablar, y no bien por cierto, de tales costumbres y de tal tole- rancia. Las llamadas zonas de tolerancia no pueden ni deben ser suprimidas, al menos en Cuba. No puede autorizarse a estas mujeres depravadas y relajadas hasta el máximum, a quien el es- cándalo con personas decentes les da cartel, a que vivan en cualquier calle o en cualquier ca- sa de los pueblos o ciudades. No; la costumbre y la educación de ellas no puede adaptarse a la costumbre y a la educación de los medios de- centes. Todo el que gana, en cualquier sentido, con la práctica de una cosa cualquiera, la estimula, 163 la busca y la produce; y si el escándalo en estas desgraciadas, que inspiran lástima profunca, les produce de algún modo algo que aumente o mantenga sus productos a buena altura, es natural y lógico que ellas busquen la produc- ción del escándalo. Aunque no fuera nada más que por lo acabado de decir, las zonas de tole- rancia, y menos en la ciudad de la Habana, no pueden ser suprimdas. Pero si a ese mal del escándalo, en cualquier forma que se produzca, se le agrega el ejemplo que ellas dan con sus gestos, con sus palabras y con sus actos, a la sociedad sana donde ellas establezcan sus guaridas, se hace más incom- prensible todavía la supresión de la zona de to- lerancia; y si todavía se le agrega el eterno compañero de la prostitución, ese gusano de basurero inmundo que se denomina "chulo", entonces se ve mejor la imposibilidad de gri ar a ese ejército de meretrices: "¡Rompan filas!" y darles derecho de establecerse en accesorias o en varias casas contiguas en una calle habitada por familias decentes. No hay quien me pueda probar, no hay ar- gumento posible que me convenza de que no tengo la razón en lo que acabo de mantener. No se me diga por nadie que las famil'as no deben ser curiosas al pararse en las ventanas de las casas e investigar lo que pasa a su alre- dedor. No; no tienen necesidad de ser curiosas 164 para oir lo que dicen los vecinos del frente o los de al lado. Ni tampoco van a vivir encerradas en me- dio de estos tórridos calores, para darles el de- recho de libertad individual a las meretrices y a los "chulos", con la alcahueta y toda la corte que acompaña siempre a la prostitución; ni tampoco se diga que porque en la ciudad de la Habana existan cien o más casas de lenocinio que no pueden ser llevadas a las zonas de tole- rancia, por muchas razones fútiles y cobardes, se comete una injusticia llevando sólo a las que bondadosamente se prestan a fijar su domicilio en las zonas de tolerancia. Ahora bien; convengo en que la zona de to- lerancia de la Habana debía ser trasladada a un lugar menos céntrico de la ciudad, a un ex- tremo más apartado. Igualmente el Hospital de Higiene, que se encuentra en la calzada del Cerro, debe ser también transportado a un lu- gar próximo e inmediato, a donde se sitúe el nuevo recinto de la zona de tolerancia. CAPITULO VI. LA MORAL DE LA MERETRIZ. Cuando alguien quiere poner a contribución energías y deseos para conseguir el remedio de 165 un mal cualquiera, tiene forzosamente que es- tudiarlo en todos sus aspectos y detalles, para conocerlo de una manera perfecta; única ma- nera de llegar a encontrar el remedio, o por lo menos el paliativo, que haga el mal tolerable por el paciente y por los que lo cuidan. El patólogo estudia el mal en su etiología, en su síntoma y en los órganos donde el mal ra- dica. Pero no olvida estudiar la fisiología pato- lógica, y, tampoco olvida el estudio del medio y de la manera de vivir de un individuo enfer- mo, y mucho menos renuncia a conocer no so- lamente la historia de su vida y de su mal, sino que investiga el estado de salud de sus familia- res más cercanos, las enfermedades que han padecido y padecen, y si algunos han muerto; cuál ha sido la causa de su muerte; e investi- gan también el estado de salud anterior de sus pacientes y la higiene de los lugares a que ha- bitualmente concurren. Trata de conocer pro- fundamente cuál ha sido y cuál es el estado moral del enfermo, y qué impresión ha causado en su ánimo el mal que le aqueja. Reunidos todos esos varios conocimientos del individuo enfermo y de la enfermedad que padece, recurre a la terapéutica en busca de medios que le permitan curar o aliviar y va a la higiene en busca de auxilios para el enfermo y en busca de medios para que la enfermedad no dañe, al propogarse, a la comunidad. 166 Si esto hace el médico con los males físicos, ia sociología y la moral tienen que proceder de igual manera, para sanar los males sociales, o aminorarlos en la mayor proporción posible. Por eso quiero estudiar en este capitulo el es- tado moral de la meretriz, en los otros aspec- tos de la vida humana, para deducir luego el tanto por ciento de probabilidades que se tiene en el camino de la redención de la pobre prosti- tuta. Cualquiera que conozca superficialmente a la prostituta tiene que creer que su deprava- ción no le ha dejado otros sentimientos nobles y levantados. Y no es así: en medio de la ab- yección, en medio de su ultrajada vida, en me- dio de sus alegrías, de sus tristezas, de su obs- cura existencia, ellas conservan sentimientos de cierta nobleza y de cierto altruismo, que en- cantan al observador y que demuestran de una manera clara y palpable que si esas mujeres fueron obligadas a prostituirse, debido a la mi- seria y otras concausas, muchas de ellas, si continúan viviendo de ese indigno medio, es porque la necesidad las obliga a mantener su disoluta vida para sostener su existencia. Una mujer meretriz está incapacitada, mo- ral y socialmente hablando, para hacer algo que no sea vender su cuerpo. Nadie la conside- ra. La sociedad la rechaza y la desorecia de manera altiva. Los mismos hombres que la 167 tratan y la conocen y la visitan, cuando la en- cuentran en un lugar público cualquiera, se ha- cen los desconocidos y sin mirarla pasan por su lado. Esta mujer no tiene amigos, ni parien- tes, ni nadie que le preste alientos. Siempre tropezando con la miseria y siempre esclaviza- da por ella, tiene que continuar su vida desdi- chada. Los moralistas y los sociólogos deben dete- nerse atentamente ante los párrafos que vie- nen en seguida, para que se convenzan de que la meretriz es digna de lástima y de piedad, y que si la humanidad cristiana estuviera más compenetrada y sintiera mejor la caridad que inspiró y practicó el Hijo de Judea, hubieran existido y existirían hoy muchas Magdalenas, tan santas quizás como aquella pobre mujer de Jerusalén, socorro hoy del mundo cristiano, ya que a Ella le suplican y le imploran, y doblan sus rodillas ante Ella, en busca de sosiego y amparo para sus miserias y desgracias. En 1901 estudié y publiqué algo sobre el es- tado moral de las meretrices, y de entonces acá, ha continuado esa observación y me siento satisfecho de haber publicado aquellos apun- tes, donde daba a conocer ciertos sentimientos de bondad, de generosidad y de altruismo de muchas de esas infelices mujeres. Aquellas ob- servaciones son reafirmadas hoy por la expe- 168 riencia de más años de estudio, y como prueba de ello, las reproduzco, íntegras. Decía entonces: "Un valiente capitán del "Ejército Libertador que en un combate una "bala enemiga le privó de la vista y que se le "conoce por el "Ciego de los Pasitos", recor- "dando el triste apodo el lugar donde la acción "tuvo lugar, un día llegó a las oficinas de la "Sección de Higiene, en busca de auxilio en- "tre sus compañeros de la guerra que allí esta- "ban colocados; las meretrices venían para la "ordinaria visita y se enteraron en la antesala "de la mísera condición del inválido; una co- "misión de ellas vino a mi despacho, queriendo "entregar la suma de cuatro pesos plata y pro- "poniendo colocar una alcancía en la Sección, "en donde gustosas, semanalmente, todas ellas "pudieran depositar su óbolo en beneficio de "aquel bravo. Los cuatro pesos los hice entregar "al Capitán, la proposición de la alcancía la re- "chacé, y fué prohibido que se hicieran en "aquel lugar recolectas para ningún otro fin. "Aquellas mujeres protestaron vivamente y "tuvimos que usar de toda la autoridad para "que se retiraran, oyendo, sin embargo, pala- "bras duras que ellas dirigían apreciando mal "nuestros sentimientos. Otros ejemplos pudié- "ramos citar, pero nos abstenemos porque es 169 "suficientemente típico el que acabamos de re- "ferir. "Representa una verdadera manifestación "de dolor general el que una meretriz sea da- "da de baja por enfermedad y remitida al hos- "pital; esto es lo peor que, a sus ojos, les puede "acontecer; se ve entonces a las compañeras "dar aliento con palabras cariñosas a la que se "cree tan desgraciada, e imprecan contra la "institución que las recluya, para que no pro- "duzcan daños, propagando su enfermedad. "En el hospital prestan solícitos cuidados las "menos enfermas a las más graves; parecen "hermanas cariñosas, y hay verdadero pugila- "to en prestar todos los servicios, que no pue- "den ser prestados por las enfermeras con tan- "to cariño. "Las otras manifestaciones de la piedad al- "canzan principalmente a los viejos y a los "animales; a los primeros los atienden, los de- "fienden y los respetan; cada una de ellas tiene "un viejo mendigo al cual semanalmente le dan "su limosna; a los segundos les tienen verda- "deramente cariño, y el maltrato de una bestia "provoca grandes protestas. "En el afecto al niño revela toda entera la "parte buena que queda en el fondo del alma "de la mujer prostituida, pero cuando este ni- "ño es el propio, el hijo de sus entrañas, debido "quizá a aquel primer amor que la llevó a la 170 "vida de la deshonra, el cariño toma una for- "ma delirante; los cuidados más grandes les "prestan, algunas veces en daño de su mismo "bienestar, y aun educándolos en medio de tal "ambiente, procuran evitar que surjan depra- "vados. Hemos comprobado también lo que "Escipión Sichele afirma en su obra "El Delito "de Dos". "¡Extraña contradicción! Las mujeres que, "por su triste oficio, reducen el acto generativo "a una fuente de ganancia pura y simplemen- "te, y que, por la frecuencia del coito, vienen "a eliminar casi enteramente la posibilidad de "que éste consiga su verdadero fin, dando la "vida a un nuevo ser, si por casualidad quedan "encintas, sienten hacia su hijo una ternura "tan intensa como la que generalmente siente "un mujer honrada hacia el fruto de sus legí- "timos amores. "Aunque el robo representa en algunas una "manía, sin embargo, muchas se mantienen a "una buena altura; ejemplo: el año pasado, es- "tando un teniente de policía de guardia en el "tercer prescinto, llegó una meretriz e hizo en- "trega de una cartera, conteniendo documentos "y unos ochenta pesos en moneda americana, "diciendo que un señor americano que estuvo "a visitarla dejó olvidada en su casa esa car- "tera con esos valores; que no conociéndolo e "ignorando su domicilio, lo entregaba a la po- 171 "licía para que ésta lo hiciera llegar a sus ma- gnos; queriendo el teniente darle recibo por la "entrega de la cartera, no lo quiso, y contestó: "Yo no necesité recibo del dinero para entre- "garlo aquí; creo que usted no tiene necesidad "de dármelo a mí, para verse obligado a bus- "car a su dueño y entregarlo". Esta narración "nos fué hecha por el mismo oficial. "En el hospital de ellas, donde tienen liber,- "tad para moverse a su antojo, que no hay ca- "si nada bajo llave, es raro que falte algo; los "robos mayores han sido de ropas de cama, y "para eso, las que lo han efectuado eran po- "bres en el sentido más lato de la palabra. "Además de estos raros sentimientos, algu- "gunas poseen, no diré el de la virtud, pero sí "el deseo vivo de salir de esa vida; hablan de "ella con horror y suspiran por un hombre o "un trabajo honrado, que las libre de la nece- "sidad de ganarse el pan vendiendo su cuerpo. "Seguramente los que se basan sobre una "moral empírica. cri'icarán estas afirmaciones "que hemos venido haciendo, y podrán tildar- "nos de exagerados, aunque nosotros, nrevhn- "do esto, havamos citado casos ocurridos. En "estos baios fondos sociales, quedan sentimien- "tos gentiles aún; tal parece que la naturaleza "humana tiene fuentes inagotables de nobleza. "A los que están encardados de la dirección de "la vida social esto no debe de pasar inadverti- 172 "do, y aun más, debe ser para ellos, materia "aprovechable, y por medio de sabias disposi- "ciones, tratar de llegar a una regeneración". Las observaciones anteriores prueban lo bien que hacen ciertas partes de la sociedad alemana, francesa, inglesa, italiana y norte- americana, al dedicar un rato de atención a la triste podredumbre humana, llamada prostitu- ción. En esas sociedades, desde muy antiguo, da- mas honorables, nacidas en la opulencia, con sus cabezas encanecidas al servicio de la virtud y de la piedad cristiana, han emprendido el ca- mino de los lupanares para predicar el aban- dono de esa vida y para llevar a las arrepenti- das, al seno de sociedades religiosas y particu- lares, que las ponen a cubierto de las impres- cindibles necesidades de la vida humana! Allí ellas encuentran alimento y trabajo, y al- gunas, muy raras, han encontrado marido que las han hecho buenas madres y buenas espo- sas. Estas sociedades están mantenidas por la caridad privada y sostenidas por la propagan- da hecha por caballeros y por señoras que, dan- do la espalda a hipócritas preocupaciones, se elevan sobre el nivel del común social, y ampa- rando así a muchas desgraciadas, se han puesto más en contacto con la sana moral que el pue- blo de Galilea oyó de los labios del Maestro. Los Estados Unidos de Norte América, pue- 173 blo cuyas originales concepciones lo colocan por encima de los demás pueblos de la Tie- rra y cubre la extrema vanguardia del camino del progreso, han puesto en práctica esos me- dios de redención de la mujer prostituida, pero modificándolos y suprimiendo las rígidas y se- veras prácticas de la religión, dejando en liber- tad de pensar y de sentir a las mujeres según sus creencias. Ellos construyen en muchos Estados de la Unión Americana enormes casas, donde la mujer prostituida tiene alcoba, comida, tra- bajo y distracción. Nada la obliga: entra y sale cuando quiere. Dentro de esas casas es- tá sometida a una severa y rígida disciplina social y moral. Está bien tratada y bien aten- dida. Si se enferma, la cuidan, y el verdadero afán, la única práctica que allí se hace, no con- siste en otra cosa que prodigar a la meretriz una gran compasión, y se le demuestra que si ella se reforma y se vuelve honesta, la sociedad la llevará de nuevo a su seno. Los directores de esas sociedades de am- paro a las mujeres caídas tratan de probar- les que es mejor, incomparablemente mejor, la vida regular de una mujer tranquila, a la vida dura y despreciada de la meretriz. Mu- chas mujeres, aburridas momentáneamente de su vida airada, buscan albergue en esas man- siones hospitalarias. Muchas de éstas, la in- 174 mensa mayoría, después de un descanso más o menos corto o prolongado, abandonan esas mansiones y vuelven a la prostitución, para re-1 tornar más tarde a aquellas casas, que al fin y al baco, acaban por convencerlas de que es me- jor la vida honesta, y algunas quedan para siempre envueltas en la castidad y son se- res salvados de la miseria y arrancados a la maldad. ¿Por qué aquí, en Cuba, la sociedad, católi- ca o no, pero cristiana, no pone en práctica» las sanas costumbres de esos países, y ayuda en algo a las pobres caídas, reverenciando así al Hombre que, clavado en una cruz, hace dos mil años suplicaba al mundo misericordia para los afligidos, piedad para los necesitados y per- dón inmenso para los pecadores, para que así fueran perdonados nuestros pecados? CAPITULO VIL FECUNDIDAD DE LAS MERETRICES. La mujer meretriz es una mujer estéril; unas veces, la enfermedad, alterando profun- damente la función fisiológica de los órganos genitales, impide la impregnación de la célula hembra por el espermatozoide, y otras veces consigue la esterilidad poniendo en práctica 175 consciente o inconscientemente medios que im- piden la fecundación. Creencia bastante generalizada hace soste- ner a personas ignorantes en materia fisiológi- ca y de embriología, que la meretriz no queda fecundada a pesar de las múltiples veces que en 24 horas se entrega al hombre, debido a que ella no siente placer al realizar el coito, y que como ella por eso no eyacula, no puede quedar embarazada. Semejante modo de dis- currir demuestra la ignorancia más supina que puede existir sobre el proceso fisiológico de la preñez. La blenorragia, que en la mujer puede exis- tir y existe desde la vulva hasta los ovarios, cambia a menudo la función fisiológica de los órganos genitales. Y ese cambio, o mejor di- cho, esa alteración de funciones, es más propi- cia para la infecundidad cuando la blenorra- gia se localiza en los órganos genitales inter- nos. Cuando la mujer padece de vaginitis ble- norrágica, la secreción blenorrágica de las glándulas y de la mucosa vaginal convierte el medio naturalmente alcalino de la vagina en un medio ácido; medio, éste, que no es propicio a la vida del espermatozoide, que perece antes de haber tenido tiempo de atravesar el canal del cuello de la matriz, y por lo tanto, la fecun- didad queda impedida. La blenorragia, cuando ataca el cuello de la 176 matriz, se convierte en un mal crónico e incu- rable en 95 por ciento de los casos, siendo pre- ciso el uso del bisturí del cirujano para lograr la curación estirpado este órgano enfermo. Cuando el cuello de la matriz está en estado de salud completo, la secreción que fluye al través de su orificio, procedente de sus glándulas y sus mucosas, no es purulento, es alcalino y muy poco trabado, y corre a la vagina con mucha facilidad. Pero cuando existen metritis del cue- llo, y sobre todo metritis blenorrágicas, la se- creción es abundante, ácida, purulenta, espe- sa, muy trabada, que obtura el canal del cuello lo suficiente para impedir que el espermatozoi- de que logra escapar con vida de tal medio ga- ne la cavidad de la matriz. Cuando la blenorragia llega a la cavidad de la matriz, provoca la metritis que destruye la vida del espermatozoide, o bien la inflamación, que comúnmente es intensa, relaja los liga- mentos y sostenes de la matriz, y por las infla- maciones adhesivas con órganos vecinos, pro- vocan dislocaciones de dicho órgano, impidien- do la marcha triunfal del fecundante esperma- tozoide. La blenorragia de la matriz pasa fácilmente a los dos conductos y trompas de Falopio; con- ductos éstos encargados de conducir la célula hembra a la cavidad del útero, para recibir la célula del hombre y quedar fecundada. Estos 177 conductos, o las trompas, al sufrir una infec- ción cualquiera, y mucho más si es blenorrági- ca, modifica su mucosa, y la secreción se vuelve purulenta; si la infección queda localizada a la mucosa, y las otras capas de este órgano se li- bran de la infección y las supuraciones no se forman, cosa ésta que es muy difícil, se obtura la luz del conducto de Falopio, y la célula hem- bra no puede ser transportada a la cavidad de la matriz y desde luego la esterilidad se esta- blece. Cuando la supuración es el resultado de la infección, la cuchilla del cirujano es la en- cargada de curar esos órganos por la extirpa- ción, y sobreviene la esterilidad. Los ovarios sufren de infección blenorrági- ca también; la inflamación provocada por la infección altera la estructura y la fisiología de estos órganos imprescindibles para la fecun- dación, y se esclerosan o se vuelven quísticos o piliquísticos; otras veces la supuración los destruye y la esterilidad es la consecuencia. La sífilis muy rara vez trae la esterilidad en la mujer. Donde ella es causa poderosa de es- terilidad, es en el hombre. Otros son los males que la sífilis provoca-de los que más adelante se tratará-durante el período de la gestación. Los chancros blandos no tienen importancia desde el punto de vista de la fecundación. Es preciso que un fagedenismo muy extenso des- truya la vagina o parte del cuello de la matriz, 178 obturándolo y provocando la esterilidad' por la supresión parcial de los órganos genitales. Es- to puede ser, pero es muy raro. Las otras causas de esterilidad, como dije al principio de este capitulo, son los medios pues- tos en práctica por la mujer para su toilette o para impedir la fecundación. La meretriz, por su limpieza obligada pri- mero por su vida, y después por los consejos de los médicos higienistas, lavan sus órganos geni- tales, externos e internos, cada vez que ella reci- be la eyaculación del hombre. Estos lavados los hace profusamente, y casi siempre, con solucio- nes tóxicas de ácido fénico, de ácido bórico o de alguna otra substancia igualmente protec- tora para ella desde el punto de vista del con- tagio y de la fecundación. Ella pretende con esos lavados presentarse limpia ante el futuro "marchante", evitar en lo posible la contami- nación del hombre enfermo y ponerse a cu- bierto de una preñez molesta. Muchas mujeres que trafican con su cuerpo sienten tanto horror a un posible embarazo que, además de los lavados vulvares y vagina- les, usan algodones o esponjas que se introdu- cen en la vagina antes del coito, empujándose- los con los dedos hasta el fondo de este órga- no, para evitar el contacto del esperma del hombre con el orificio del cuello de la matriz, evitando que algunos espermatozoides vayan 179 a ser colocados en el interior de dicho oirficio, y como no pueden entonces ser muertos por las soluciones tóxicas, ni arrastrados afuera por la fuerza mecánica del agua del lavado, vayan a emprender la marcha al través del cuello y llegar a la matriz, donde pueden vivir perfec- tamente diez y doce días, en espera del huevo que, fecundado po" él, traiga la preñez. Otras mujeres usan el aparato de Maltus, de origen francés, que no es más que un enor- me dedal de goma de gruesos bordes, fácilmen- te adaptable con los dedos al cuello de la ma- triz. Ésta operación necesita cierta práctica, que muchas meretrices adquieren con bastante facilidad y a veces con asombrosa rapidez. El condón que los hombres usan para librar- se del contagio, también impide, naturalmente, la fecundación. La farmacología moderna prepara varias clases de comprimidos, de pastillas de vaselina y ceratos, para darle consistencia, con la que se mezclan substancias tóxicas y no cáusticas, que la mujer se introduce profundamente en la vagina, para que con el calor del cuerpo, se funda de manera lenta y continua. Natural- mente, el semen del hombre, depositado en la vagina ocho o diez minutos después de coloca- da la pastilla, sufre la acción esterilizante de dichos comprimidos o pastillas. La venta de este producto, a igual que la del aparato de 180 Maltus (aparato éste que se denomina así en memoria del ilustre filósofo y fisiólogo que abo- gó durante su vida, escribiendo libros y folle- tos, en contra del aumento de la especie huma- na), está prohibida por leyes de casi todas las naciones, precisamente para evitar que impe- ren las doctrinas maltusianas. A pesar de esta prohibición, las droguerías y las farmacias tie- nen ese producto en sus anaqueles, para la ven- ta al público, cuando lo prescribe el médico. Además de las enfermedades orgánicas y de los medios puestos en práctica por la meretriz que han sido descritos en este capítulo, existe otra causa de esterilidad en la meretriz. Esta, por su vida de sufrimientos, por el alcoholis- mo que más o menos ella padece, es un ser que tiene el sistema nervioso profundamente altera- do ; se sabe las estrechas relaciones que guarda el sistema nervioso con el aparato sexual de la mujer. Desde muy antiguo, se ha dicho: proter solum úterus mulie est id quodut; es decir, que según funcionen fisiológicamente o no los ór- ganos sexuales de la mujer, ella tendrá un buen o mal funcionamiento de su sistema ner- vioso. Y parece natural, y hasta estar compro- bado por la fisiología y la patología, que, se- gún funcione el sistema nervioso de la mujer, así funcionarán sus órganos genitales. Para que una mujer pueda ser fecundada por el hombre es necesario que ella esté en cir- 181 cunstancias especiales. La mujer no está en condiciones de ser fecundada nada más que una vez al mes, ya que una sola vez al mes se verifica la ruptura de una o varias vesículas de Graf, que al romperse dan salida a la célula hembra y, al ponerse en contacto con el esper- matozoide, da principio a una vida. Estas vesículas de Graf se rompen durante el período menstrual de la mujer. En el acto de romperse, las trompas de Falopio que bordean el ovario recogen la célula hembra ya mencio- nada, y es llevada por el conducto de Falopio a la cavidad uterina donde se verifica la fecun- dación normal por el esperma del hombre. Es decir, que para que una mujer quede embara- zada, es preciso que su período menstrual se verifique, y que se verifique en las mejores condiciones posibles desde el punto de vista de la normalidad. Es muy excepcional que una mujer sea fecundada sin el desenvolvimiento previo de ese proceso fisiológico. Hay mujeres que rara vez, muy rara, invierten los términos y presentan su flujo menstrual; únicamente cuando están embarazadas y después del par- to cesa esa función fisiológica. Esas son excep- ciones, fenómenos de la naturaleza, inexplica- bles todavía. Cualquier mujer que reciba obra de varón no estéril tres o cuatro días antes del período menstrual y durante éste, tiene un 75 por ciento 182 de probabilidades de quedar embarazada; se descuenta el 25 por ciento restante por la posibi- lidad de que el flujo menstrual, abundante a ve- ces, arrastre y desaloje de la matriz y de la va- gina, llevándolo a la vulva, el esperma fe un- dante. Las probabilidades llegan casi a la segu- ridad de la fecundación cuando la mujer reci- be obra de varón desde el úl imo día del perío- do hasta el cuarto o quinto días después del pe- ríodo menstrual; es decir, que cua.ro días an- tes de la menstruación, en los cuatro o cinco días que dura el período menstrual y en los cuatro o cinco días después de dicho período, la mujer que recibe obra de varón no estéril, sr algún proceso patológico de los órganos geni- tales no impide la preñez, o si los medios des- critos anteriormente no la hacen estéril, queda- rá embarazada. Resulta muy interesante el estudio de todo el proceso embriológico. Pero llama profunda- mente la atención el saber que la célula hembra conserva su vida en medio de los órganos ge- nitales de la mujer por diez o doce días-v hay observaciones hasta de diez y seis d:as-en es- pera de su compañero, el espermatozoide, pa- ra dar principio a una nueva existencia huma- na; lo mismo que saber que los órganos ^enha- les de la muier, sobre todo la matriz, prestan medios de vida, durante diez, doce, munce y hasta veinte días-muy raros éstos-al es er- 183 matozoide depositado en la vagina por el hom- bre, en espera de la ruptura de la vesícula de Graf, para fecundarla. Por eso los coitos más peligrosos para la fecundación resultan aque- llos que se verifican, como dije anteriormene, desde el tercer o cuarto día, antes del período menstrual, hasta el cuarto o quinto día después de dicho período. Observar esta abstinencia carnal es alejarse de los hijos. Ahora, ¿es posible, es fácil, esa larga abstinencia, para seres jóvenes que viven estrechamente unidos por los lazos del amor? CAPITULO VIII. I. PERVERSIÓN DE LOS SENTIDOS GENÉSICOS. Tanto en el hombre como en la mujer, la perversión de los sentidos genésicos es profun- da ; las aberraciones más incomprensibles, por lo que tienen de diabólico y de repugnante, se encuentran en alarmante proporción. Por su- puesto que esa perversión radica en la fun- ción anormal del cerebro humano. Los que se dedican a buscar y a obtener placer por medios tan antinaturales inspiran a prima facie, re- pugnancia y asco. Pero, estudiados a la cla- 184 ra luz de la ciencia, inspiran profunda lás- tima, porque se descubre en ellos al pobre loco, degenerado en su razón y degenerado en sus sentidos genésicos, del mismo modo que son locos degenerados los que tienen pervertido el gusto y comen excrementos humano o de ani- males, los que huelen por esencia exquisita y agradable los olores más nauseabundos, los que sienten placer inmenso en los ruidos más desenfrenados. Estos pervertidos en sus senti- dos, son locos; locos son también los anterio- res, y la humanidad que razona cuerdamente debe sentir piedad por esos desgraciados. II. EL ONANISMO. El onanismo en el sexo masculino, y en al- gunos casos en el sexo femenino, se practica en la edad adolescente y en la juventud, en la ma- yoría de los casos, por falta de compañero o de la compañera para practicar el coito. Estos se- res, de naturaleza ardiente, en cuanto son co- locados en condiciones de que puedan practi- car el coito abandonan el onanismo. En ellos no es perversión ni vicio, sino una necesidad que sustituye la cohabitación; pero de ese pe- ríodo de la vida, sale la mayoría de los mas- turbadores solitarios. 185 Un grupo, y no escaso, de onanistas de am- bos sexos, adquieren el vicio, mejor dicho, la manía de la masturbación con frenético ar- dor, y ningún acto genésico produce en ellos la excitación sexual. Ellos, en su imaginación, se forjan un ideal del sexo opuesto, y el frote de sus manos produce la erección y el espasmo venéreo. Muchas veces no es suficiente el frote de las manos en el hombre, y de los dedos en la mu- jer, y tienen que buscar algo cruento, que pro- voque dolor para despertar la sensibilidad que agoniza por el abuso o por la poca actividad de. la célula cerebral que preside a las funcio- nes genésicas. Y se ve entonces a hombres, recurrir a instrumentos duros, que introdu- cidos en la uretra y movidos con violencia y precipitadamente de arriba abajo en el ca- nal uretral, provocan primero una pequeña he- morragia, después la erección, que trae final- mente el espasmo genésico, la eyaculación, el placer. Otras veces y en otros individuos, resul- ta pobre, miserable, ese procedimiento cruen- to: la medicina legal está plagada de casos en que los hombres onanistas han tenido que re- currir al filo de navaja o bisturí, para conse- guir la erección y el espasmo venéreo. Ellos hacen en el balano y en el cuerpo incisiones de relativa profundidad, llegando a veces hasta 186 un cuarto de centímetro, sustituyendo rápida- mente el dolor producido por la herida, por un espléndido placer; las incisiones son sustitui- das, andando el tiempo, por cortes de peque- ños pedazos del órgano viril, seccionando a manera de rebanadas el balano, el glande; y si hemorragias, infecciones y trastornos genera- les no pusieran fin a existencia tan desgracia- da, llegarían a la total amputación del pene. Otros onanistas son "exhibicionistas"; y para obtener la erección del pene, tienen necesidad de enseñar sus órganos genésicos al público, para después proceder a la masturbación. Otros onanistas concurren a lugares frecuen- tados, como los cafés, los paseos, los teatros y los bailes, logrando la erección por medio de los forzados deslizamientos entre hombres y mujeres, y marchan rápidamente a un lugar reservado, al inodoro, por ejemplo, y practi- can allí la masturbación. Hay onanistas de esta clase, que en el trans- curso de tres o cuatro horas, se masturban cua- tro o cinco veces. Existe todavía otra tipo de onanista: se le encuentra en los teatros, concu- rriendo siempre a entrada genera!, apostado detrás de los palcos, extasiándose en la con- templación de hermosas mujeres, que vistien- do trajes escotados, lucen en todo su esplen- dor, la belleza de brazos y de bustos realmen- te incitantes; y allí mismo, detrás de aquellos 187 palcos, con el pene agarrado al través del bol- sillo del pantalón, se masturban. Los hombres que así proceden, si se les acostara con esas mis- mas mujeres, en libertad de usarlas a su anto- jo, no podrían llegar al coito, porque la erec- ción no sobrevendría, y si ésta apareciera, des- deñarían aquellas excelencias femeniles, para entregarse a sus prácticas acostumbradas. Parece que no es solamente la contempla- ción del sexo opuesto lo que provoca en ellos el deseo; necesitan de otros incentivos que ayuden el despertar de la lujuria: el olor a esencia, la multitud que los rodea y que les im- pone, los apretones y rozamientos con las de- más personas, el bullicio, la intensidad de la luz que les permite la contemplación de mu- chas mujeres, parece que son las causas que ayudan a llevar a la actividad a sus órganos sexuales. También se encuentra a los onanistas en los museos de pintura y de escultura, contemplan- do las bellezas femeninas que el genio humano ha llevado al mármol o al lienzo. En las gran- des capitales, donde existen soberbios museos y en multitud variada las más bellas creacio- nes de la mujer, los guardianes de esos mu- seos han sorprendido y sorprenden a diario a hombres extasiados ante la contemplación de ciertos cuadros y de ciertas figuras de muje- res, y al fin y al cabo, no pudiendo resistir al 188 deseo, intentan o se practican la masturbación delante del ser a quien ellos, con su loca imagi- nación, han dado vida. Hay onanistas de és- tos que se excitan con cualquier pintura o con cualquier escultura; otros tienen sus órdenes de pinturas y esculturas predilectas, y otros en- tregan todo su amor y toda su enferma imagi- nación a una sola, escogida entre el montón enorme de tantas divinidades pintadas o escul- pidas. La Mona Lisa, el cuadro esplendoroso del genio de Leonardo de Vinci, desaparecido del Museo de Louvre de París, hace poco más de tres años, se dice que fué robado por algún lo- co enamorado de tan singular belleza y de tan especial sonrisa. Si esa crónica es verdad, el raptor de tan fa- moso cuadro tiene que ser, forzosamente, en extremo rico para haber podido raptar de ma- nera tan callada y para poder guardar de ma- nera tan absoluta los cuatro millones de pesos que significa el valor de ese lienzo. Y nadie puede dudar que con el dinero em- pleado en robar y guardar tan valiosa pin- tura, el raptor hubiera tenido deidades feme- ninas en tan gran número, que las hubiera po- dido cambiar día por día, durante su existen- cia. Y sin embargo, prefiere la vieja Gioconda a las más tiernas jóvenes que hubiera podi- do fácilmente encontrar, no ya en el arroyo, 189 sino en medio de los círculos sociales en que él habitualmente se moviera. Llamando en auxilio del pensamiento la vivacidad de la ima- ginación, se puede ver en algún rincón de la Tierra a un hombre solitario, con su cuadro, gozando con la masturbación, de un amor in- capaz de sentir por ninguna belleza viviente de esas tiernas compañeras del hombre.(i) Los onanistas son por lo general de aparien- cia seria, un tanto melancólicos, de mirada va- ga, solitarios; rechazan el trato íntimo con las personas y no les agrada recibir más visitas que aquellas que sean susceptibles de provocar su lujuria, aunque éstos sean hombres, pues éstos a veces provocan, sin saberlo, el deseo de los masturbadores. En las mujeres se encuentran muchas que se dedican a la práctica del onanismo. Las más usan como medio de experimentar el placer venéreo, el frote del clítoris con los dedos de sus manos. Pero muchas veces esto no es sufi- ciente, y recurren a objetos resistentes que in- troducen en la uretra o en la vagina, que mue- ven precipitadamente hacia adentro y hacia afuera, obteniendo así lo que no obtendrían con el hombre más bello y más vigoroso que ellas pudieran poseer. (1) Ya en prensa este libro, los cables anuncian la aparición del famoso cuadro de Vinci; la leyenda era incierta. 190 Desde el gancho del peinado hasta los po- mos redondos de superficie lisa, de un largo de cinco a seis pulgadas y de un diámetro de una y media a dos pulgadas, las mujeres ona- nistas usan para encontrar el placer venéreo. Los objetos empleados por ellas pueden ser metálicos y de cristal, de madera, de cera, con tal de que su superficie sea lisa y el grosor conveniente. Usan cualquier objeto que encuen- tran a mano, y a veces ciertas frutas y ciertos tubérculos; el plátano y la yuca son, entre las onanistas de Cuba, objetos muy usables. Tanto el hombre como la mujer, muchas ve- ces en el momento del espasmo venéreo, abren sus manos, dejando escapar así el objeto usa- do para la masturbación, y éste o se queda en el canal uretral o marcha a la vejiga, y en las mujeres queda a veces depositados en la vagi- na, teniendo necesidad en estos casos del auxi- lio médico y del cirujano, para proceder a la ex- tracción de esos cuerpos extraños, que tiene a veces necesidad de recurrir a graves operacio- nes para la extracción de esos objetos. Las mujeres son también "exhibicionistas", y también se alteran y excitan en los lugares públicos, lo que las hace sufrir intensamente, porque ni sus vestidos, ni las exUennas socia- les, les permiten acudir a ocultos lugares como el hombre, para practicar en ellos la mastur- bación. 191 III. LA PEDERASTIA. Este vicio, esta degeneración, esta perver- sión sexual es practicada por algunos hombres, y se dividen en activa y pasiva. Esta se distin- gue en que los caracteres del sexo masculino se borran durante la infancia o fueron borra- dos durante su vida intra-uterina. En estos se- res, cuando empiezan su vida infantil, cuando empiezan a marcarse los caracteres físicos y psíquicos del sexo, se nota en ellos, que la voz no se hace fuerte; sus gritos son atiplados, son timoratos; las formas de su cuerpo son curvi-^ líneas; no son musculosos y tienen marcada tendencia por los juegos y los vestidos de las niñas. Se avergüenzan de todo, se ruborizan fácilmente; sus modales son más femeninos que masculinos, aumentando este parecido por el deseo que ellos sienten de semejarse al sexo femenino. Estos podrían llamarse pederastas pasivos congénitos. Por otras causas, algunos hombres se con- vierten en pederastas pasivos, y entre esas cau- sas nuede citarse la vida disipada y disoluta de un libertinaje desenfrenado, el alcoholismo, ciertos desequilibrios mentales, la reunión de grandes grunos de hombres jóvenes y solteros sin la posibilidad de encontrar mujeres que sa- 192 tisfagan sus naturales deseos carnales; en las cárceles, en los presidios, en los colegios y en los ejércitos, esta perversión se desarrolla con cierta facilidad, aunque no en proporción gran- de. Ciertas enfermedades del ano, como los herpes pruriginosos, hacen experimentar a ciertos individuos el deseo de entregarse a otro hombre que alivie, según ellos, su insoportable picor, y excitar de ese modo el sistema nervio- so genital, provocando un placer venéreo de una intensidad sin limites. Estos tipos de pederastas pasivos, por sus vestidos, por su forma física, por su peinado, por su andar, por sus modales, por su palabra y por su voz, se denuncian fácilmente ante el público. Otros en nada descubren su perversión sexual: son perfectos caballeros en las aparien- cias; su voz, su energía de carácter, sus moda- les y sus trajes, denuncian el hombre. Ellos bus- can a su compañero de una manera especial, bien por medio de agentes que se los proporcio- na o bien intimando con jóvenes o con hombres de vigor extraordinario y de moral dudosa, y, en la intimidad, descubren sus aficiones y se entregan a ellos. Hay pederastas pasivos que no toleran la in- sinuación de ningún hombre, que no se entre- garían por nada a otro hombre, y que en cam- bio usan ciertos aparatos de madera, de marfil o adquieren penes voluminosos de goma dura 193 que se introducen en el recto, instrumento al cual le imprimen un movimiento lento de as- censo y de descenso, hasta provocar la eyacu- lación. Velas de esperma, palillos de timbales, de billar, piezas de marfil, han sido extraidos por los cirujanos del recto de esos onanistas de la pederastía pasiva. El profesor Lejars, de París, expone el caso siguiente en su libro "La Cirugía de Urgen- cia" : "a su hospital se presentó un hombre conducido por amigos, con un fuerte dolor en el bajo vientre, y al palpar el abdomen, encon- tró la presencia de un turmor alargado, más fino en un extremo y más ancho y más redon- deado en en el extremo opuesto. Y oyó del pa- ciente la manifestación de que él era un hom- bre que no le gustaban las mujeres ni los otros hombres, ni ningún animal, y que él se propor- cionaba el placer venéreo introduciéndose en el recto una media botella de champagne, y que un movimiento brusco hecho en el momento de eyacular, fué causa de que se le escapara de sus manos la botella con que se masturbaba. Cuando yo era jefe de los Servicios Sanita- rios Municipales y cirujano de urgencia del Hospital de Emergencias, una noche, como a eso de las u, se presentó en el Hospital un hombre de 45 años de edad, obrero, un tanto falto de carnes y de apariencia triste y afligi- da, y dijo al médico interno de guardia, que 194 tenía "un palo en el vientre". Yo estaba en el Hospital, y precisamente de cirujano de guar- dia, aquella noche; en el acto fui avisado de la ocurrencia. Apresuradamente me trasladé a la sala de reconocimiento, y encontré al enfermo acostado sobre la mesa quirúrgica y con el cuerpo un tanto flexionado sobre sí mismo. Sin hacer ninguna pregunta al enfermo, bastándo- me la manifestación que él hizo al médico in- terno, de que tenía un palo en el vientre, fui a examinar la pared del abdomen, en busca de la herida que produjera el palo al introducirse en la cavidad ventral, y encontré la pared en estado perfectamente sano. Al preguntarle al enfermo que por dónde se le había introducido el palo, me dijo que que por el orificio anal. Supuse que ese po- bre obrero, trabajando, se hubiera caído sen- tado, introduciéndose por el recto ese cuerpo extraño; pero al reconocerle su región anal y perineal, no encontré síntoma de violencia externa, y él me dijo que tenía la costumbre de masturbarse por el recto con un pequeño pedazo de madera; que todas las noches salía al patio de su casa, que estaba obscuro, y se lo introducía hasta provocar el espasmo, y que aquella noche, en el momento de experimentar un intenso placer, con gran brusquedad movió hacia arriba el "pequeño palito" v se el escaño de sus manos sin que hubiera podido extraerlo. 195 Al hacer la palpación del vientre, encontré un enorme tumor en el bajo vientre. Después de haberme puesto guantes de goma, hice el tacto rectal y toqué con la punta de los dedos un voluminoso madero de forma circular, y cuya extremidad tactada era muy irregular, de cortes desiguales, cubiertos de púas. Ese ma- dero había repasado el recto y se había aloja- do casi en su totalidad en la S ilíaca y formaba por encima del pubis un ángulo aproximada- mente de 45o; era imposible, por su rigidez, hacerle perder la posición que había adopta- do, y extraerlo. Para lograr su extracción tuve que incindir el orificio anal, llevar la in- cisión hasta el sacro, y hacer la recepción subperióstica del coccis y de las dos últimas vértebras del sacro. La incisión fué profun- da, hasta el recto, y éste mismo fué incindido en su porción extra-peritoneal. Y entonces, cogido el palo con unas pinzas de garfio, fué extraído un enorme madero, instrumento que producía placer a aquel degenerado. Debo confesar que después de diagnosticado el mal y su causa, quedé asombrado, y ese asom- bro iba aumentándose a medida que iban suce- diendo los continuos e inesperados procesos del hecho. Pero ese asombró rayó en el límite de los asombros, cuando al extraer aquel leño, com- probé que era la extremidad de un remo, que 196 medía doce pulgadas inglesas de largo y muy cerca de 3 pulgadas de diámetro. Por medio de una sutura al cagut, cerré la herida del recto, y en un solo plano, 1a piel y los músculos de la región; hice un gran lavado de agua esterilizada en el recto, y puse un dre- naje de gasa yodoformada; apliqué una inyec- ción subdérmica de suero antitetánico, y el en- fermo curó fácilmente y sin ningún trastorno, al cabo de los 15 días. No quiero terminar la descripción de este caso sin señalar dos hechos de suma importan- cia para el proceso que estudio. Durante las maniobras que intenté, fuera del sueño cloro- fórmico, para ver si conseguía extraer el cuer- po extraño, el hombre experimentó una peque- ña convulsión, seguida de eyacu! ación. El otro extremo que quiero hacer notar es el siguien- te: al pasar la visita en la sala del Hospital Núm. 1, donde seguía el enfermo su curación, me suplicó que hiciera retirar a la nurse, al practicante y al médico que me acompañaban en la visita, porque quería hacerme un ruego secreto. No sin cierta prevención, accedí a lo pedido, y me dijo: "Doctor, ¿y el palito? Si us- ted lo tiene, yo le ruego que me lo devuelva. Eso es lo único que en la vida quiero". De vol- ví las espaldas sin contestarle, sintiendo pie- dad por ese desgraciado; y el madero continúa 197 en el Hospital de Emergencias, formando par- te de su incipiente museo. Como todo en la vida, las cosas entre si se diferencian por las gradaciones que forzosa- mente existen entre ellas. Así también este ti- po de aberración tiene diferentes escalas en la vida, y según esas escalas, según esas grada- ciones, se encuentra a estos degenerados, los más depravados, en los lupanares, sirviendo de criados a las meretrices y aprovechando ese medio para la busca de sus marchantes y de sus amantes, que también los tienen, aunque parezca mentira. Hay otra clase de estos seres que se congre- gan en número de tres, cuatro o más, y viven juntos en la misma casa y se hacen regir por una matrona, que hace las veces de dueña de casa, viviendo exactamente igual que, si fue- ran mujeres meretrices. Usan vestidos interio- res y exteriores iguales a los de las mujeres, y hasta imitan, durante cuatro o cinco días del mes, el período menstrual, siendo tan grande la sugestión, que se cruzan con un paño, como hacen las mujeres, y en esos días rechazan al amante y a los pederastas activos. En su loco afán de imitar al sexo femenino, simulan em- barazos, abortos y hasta partos; y después de los días de la simulación del parto, se les ve andar con muñecos que cuidan con aparente amor maternal. 198 Las otras clases de pederastas pasivos se descubren con dificultad, pues ellos guardan cierto respeto y cierto recato, y no se ofrecen sin antes haber asegurado de que no van a ser desairados al brindarse. Ahora toca el turno del estudio al pederas- ta activo. Muchos hombres entienden que den- tro del terreno de la aberración sexual, los pe- derastas activos están colocados en un nivel superior a los pederastas pasivos. Indecentes y corrompidos, degradados y degenerados e igualmente locos, son para mi los dos tipos de pederastas. En ambos la moral y el instinto están profundamente alterados, y ambos tipos se revuelcan igualmente en el inmundo cieno de lo asqueroso y repugnante. ¡Cuidado con la erección genésica promovi- da e inspirada por un hombre a otro hombre! El pederasta activo que desprecia a las muje- res, a quien éstas nada dicen y nada significan para él, es un ser que contradice la naturaleza y se burla del instinto de conservación de la especie. Al pederasta activo de oficio se le encuentra en primer término en los lupanares, en busca del pederasta pasivo; se le encuentra en los parques, en los paseos públicos, en los teatros, persiguiendo niños adolescentes a quienes per- vertir para hacerlos suyos más tarde, y se le ve 199 husmear tras de viejos licenciosos y corrompi- dos, a quienes supone pederastas pasivos. El pederasta activo no parece en ningún ca- so serlo de nacimiento, sino que se forma a virtud de ardentísimos sentimientos genésicos. En las escuelas, en los colegios, en las universi- dades, en los centros obreros, en los cuarteles, en las cárceles y en los presidios se forman, y al dejar esos centros, una proporción dema- siado grande continúa con el vicio que cierta necesidad le obligó a adquirir, y no tocan ja- más a ninguna mujer. Otros, al salir de esos centros, se regeneran y entran en su normali- dad genésica. Hay ciertos hombres, muy raros por supues- to, que al mismo tiempo que son pederastas pasivos, gustan de la mujer, y son pederastas activos. Esta perversión, esta abyección, es tan incomprensible como las otras, aunque es muy peculiar y llama poderosamente la atención el desplazamiento, por decirlo así, de una fun- ción por las otras funciones. Esos hombres son cadenas sin fin, en tanto se estudian desde el punto de vista del sentido genésico. Hay otros hombres que no son ni pederastas activos ni pasivos, que sus relaciones sexuales las tienen exclusivamente con las mujeres, pe- ro que necesitan para la erección y la eyacula- ción, el que las mujeres con quienes están en relaciones, les practiquen ciertas maniobras 200 con los dedos o con algún pequeño instrumen- to apropiado en el ano y en el recto, para po- der experimentar el deseo, es decir la erección y la eyaculación. Otros hombres necesitan co- mo paso previo para el coito el que un hombre introduzca su pene erecto en el recto de ellos, para que después que ese pederasta activo ha- ya terminado el coito, él lo pueda verificar con la mujer. Ese es el único medio con que esos infelices logran la erección. IV. LOS CULI-LINGÜE. Se conoce con este nombre a los hombres y a las mujeres que provocan y excitan los de- seos genésicos llevándolos hasta la eyaculación, colocando su boca en los órganos genitales de los seres que demandan de ellos esta práctica. Existen hombres y mujeres que no logran excitación venérea sino por medio del cosqui- lleo de sus órganos genitales con la lengua. Y no eyacula el hombre ni la mujer siente los placeres del espasmo venéreo, si no es por la succión, o frote, con la boca, de sus órganos genitales. Hay hombres y mujeres que provo- can el deseo, por breves momentos, por medio de la succión de los órganos genitales, y des- 201 pues de lograda la excitación genésica, verifi- can el coito. Aunque práctica sucia y asquerosa, aunque práctica de una higiene deleznable, hay que confesar que de las perversiones de los senci- dos genésicos, ésta es la menos depravada y la que menos degrada al ser humano. V. TRIBADISMO. AMOR SÁFICO. Al principio de este libro, al hacer un re- sumen de la historia de la prostitución, hube de decir en qué consistía esta degeneración sexual, y, para no cansar al lector, diré que lo mismo que sucede al pederasta activo y al pa- sivo, sucede a la mujer adoradora de otra mu- jer. Las mismas causas, las mismas excitacio- nes y el mismo amor que un hombre puede ins- pirar a otro hombre de los descritos anterior- mente, lleva a la mujer al terreno del amor sá- fico, y la hace amar incomprensible, pero in- tensamente, a otra mujer, que a menudo co- rresponde con el mismo cariño y el mismo amor. A estas mujeres, los hombres les son repul- sivos; lejos de inspirarles simpatía, les inspi- ran no solamente indiferencia y desdén, sino profundo asco. 202 A la mujer que hace de varón en la pareja tribadita, se le conoce por su voz fuerte, por sus maneras y modales de hombre y por sus enérgicas decisiones, y porque rechaza las reu- niones con los hombres y prefiere la sociedad femenina. La mujer en la pareja tribadita, es susceptible de ser identificada nada más que por el desprecio e indiferencia que siente para los hombres y el agrado que experimenta cuan- do encuentra una mujer de tendencias mascu- linas; ella es tímida en demasía, y por lo gene- ral está triste y melancólica. VI. SODOMITAS. Se conoce con este nombre a aquellas per- sonas del sexo masculino y femenino que pro- vocan la excitación del sentido genésico por medio de las caricias de animales determina- dos, dependiendo la elección de éstos, según ellos impresionen más o menos la imaginación de esos seres depravados y degenerados. Estos seres buscan la manera de que esos animales, frotándoles sus órganos genitales con la len- gua, les provoquen el placer venéreo. Nadie podrá negar que esta degradación sexual, que esta perversión del sentido genési- 203 co, no sea, como las anteriores, el producto de una imaginación dislocada, de una razón tor- cida, de una deformación de las funciones del cerebro y del sistema nervioso. En la historia de la prostitución se encuen- tran a menudo a hombres y a mujeres que ja- más han sentido amor por ningún ser humano. En cambio, han amado con frenesí a ciertos animales, y con preferencia al perro y al mono. Hombres han existido, y existen, que edu- can a perros pequeños para que les froten los órganos genitales con su áspera lengua, hasta conseguir la eyaculación. Otros han educado a hermosos perros de Terranova, para que és- tos practiquen el coito introduciéndoles su pe- ne en el recto. Otros eligen un mono grande en lugar del perro. Muchas mujeres crían y educan a perros pe- queñitos que les lamen y chupan el clítoris y los grandes y pequeños labios de la vulva; otras educan perros y monos de gran tamaño para obligarlos a cohabitar con ebas. Para el logro de esta aberración, las mujeres se colocan en la posición del cuadrúpedro, y entornes, el pe- rro o el mono las mon'an exactamente igual que si fuera una perra o una mona. Muchos hombres me han contado que la lu- juria en ellos se les exaba a la contemplación del coito de ciertos v determinados animales; y muchos otros confiesan, que es para ellos un 204 deleite el cohabitar con animales del sexo fe- menino, eligiendo el tipo de animal que hiere sus sentimientos. Estos tipos de degeneración sexual se en- cuentran de una manera abundante en los cen- tros de prostitución. Pero por desgracia para el bien y para la especie humana, no se libran, aunque sea en pequeño número, ni las 1 ajas, ni las medias ni las altas clases sociales. En to- das ellas, y hasta entre familias de costumbres públicas intachables, morigeradas y esclavas de su deber, se entregan en el interior de sus habitaciones, en la intimidad de su vida perso- nal, a prácticas que, si degeneran la función genésica, producen también Ja degeneración de la especie humana. Es muy difícil encontrar el remedio de estos males. Y mucho más difícil resulta, por la im- posibilidad de la aplicación el medio curativo que una buena educación pudiera prestar, y por la carencia absoluta de medios terapéuti- cos para curar el desequilibrio de las funciones cerebrales. He tratado en este libro de las perversiones sexuales, porque ellas representan una causa indirecta de la prostitución: los sentimientos relajados de esos seres coadyuvan con las otras causas de la prostitución, y la favorecen. 205 CAPITULO IX. PROFILAXIS DE LAS ENFERMEDADES VENÉREAS Y sifilíticas. La principal fuente de contagio, de trans- misión de las enfermedades venéreas y sifilíti- cas, se encuentra en el seno de la prostitución. Se puede afirmar que el noventa por ciento de las enfermedades venéreas y sifilíticas no he- redadas son contraídas cuando se verifica el coito con una persona enferma de esos males. Y siendo ésta una verdad inconcusa, no hay más remedio que ir al campo de la prostitución para estudiar las medidas profilácticas que más convenga poner en práctica, para evitar la pro- pagación de esas enfermedades. La prostitución, en sí, es una enfermedad social. Ella ataca a la moral y a las buenas cos- tumbres; ella impide la natalidad; ella produ- ce vicios; ella disuelve la familia; ella incita o prepara y ayuda a la criminalidad, y ella pro- duce enfermedades humanas que por su gra- vedad, por su extensión y por los males que se derivan de ellas, son por sí solas otro mal so- cial, tan grave y tan temido como el mismo mal de la prostitución. Descartado el chancro blando, que única- mente un tratamiento mal dirigido o una incu- ria inexplicable del paciente lo convierte en un 206 grave mal individual, existen otras enferme- dades conocidas con los nombres de blenorra- gia y sífilis, que son azotes tan graves para el individuo y para la sociedad, que no se expli- ca, no se concibe, cómo las sociedades y las na- ciones no han acordado severas medidas para aminorar la propagación de esas dos enferme- dades. La sífilis, enfermedad que, calificada de abo- minable, es poco todavía para indicar la reali- dad espantable de ella; aparte de los dolores físicos; aparte de las mudlaciones; aparee de los estigmas que como sello de marca deja en la superficie del rostro y del cuerpo; aparte de las lesiones que produce en todos los órganos de la economía humana; anarte de sus efectos desastrosos sobre el embarazo; anarte de que ella se contrae en el claustro materno: aparte de las degeneraciones físicas v morales en el feto contaminado, cuvos efectos se van a sentir a veces después del nacimiento, para presentar- se en cualquier época de la vida de ese infectado prenatal, hay que concurrir a los acilos de imoe- didos. a las cárceles, a los presidios v a los ma- nicomios, nara poderse dar cuenta de lo que sig- nifica la sífilis, como mal del hombre y como ma! social. Ninguna otra enfermedad, ni 1a tub°rcu1o- sis en cualquiera de sus formas, ni el cólava. ni la viruela, ni la fiebre amarilla, ni el paludis- 207 mo, ni la lepra, ni las más cruentas guerras, han causado al hombre y a la sociedad, dolores y tristezas como los que ha experimentado y experimenta a consecuencia de la sífilis. Y pas- ma contemplar al mundo civilizado, cruzado de brazos, casi inactivo, tolerando, permitien- do que ese mal, compañero indiscutible de la civilización, se riegue, se propague, por don- dequiera que establezca ella su dominio. Indiscutiblemente, para que las cosas pasen como han sucedido, como suceden y como pa- rece sucederán, es necesario recurrir a la psi- cología humana, para poderse explicar, con cierta lógica al menos, por qué el hombre y las sociedades de todas las épocas y de todos los lugares de la Tierra, han procedido y proceden de tal manera ante la sífilis. El cristianismo echó un tupido velo sobre la relajación y la inmoralidad de las épocas an- teriores a su existencia; él, basado sobre una rígida y severa moral, necesaria para cambiar el estado de prostitución de las sociedades an- tiguas, reconoció el dogma de Moisés, de que el coito, fuera del estado de matrimonio, era un grave pecado. El cristianismo disciplinó las costumbres y las conversaciones; la enseñanza misma la trajo al camino estrecho e infran- queable de su rigidez moral, y anunció casti- gos infernales para los que practicaran el coito 208 clandestino (lo llamaré así). Prohibió que las conversaciones recayesen sobre nada que se re- lacionara con los órganos sexuales, y quiso que la ciencia limitara en ellos sus estudios y fuese muy severa y muy rígida la literatura que se hiciera respecto a los órganos sexuales y a las enfermedades venéreas. Una gran hipocresía envolvió esas prédicas severas, ellas fueron obedecidas en la apariencia; se hacía de todo, como he señalado en la historia de la prostitu- ción, y no se hablaba de nada. Los males venéreos eran tenidos y se tienen todavía como males secretos, cuya divulgación constituye una vergüenza; vergüenza ésta que obligó al médico a silenciarlo, dentro de lo que se llamaba y se llama "secreto profesional". Cuando un hombre o una mujer era o es tenido como sospechoso de padecer un mal venéreo, un mal secreto, constituye un bochorno para el infeliz paciente. De ahí que en cierta época se bautizara a esos males con el nombre que con- serva todavía, de males vergonzosos. El error social y el error individual ha con- sistido y consiste todavía en haber alimentado y en alimentar esas concepciones de males se- cretos y de males vergonzosos, aparentando una deshonra que no es nada más que una des- gracia. Ciertas sociedades más civilizadas, co- mo la alemana y la de los Estados Unidos de 209 América, van comprendiendo el mal inmenso que se infiere a la sociedad y al individuo con esa práctica, más que moral, hipócrita, y han empezado por presentarse de frente ante el horrible problema, y atacarlo también de fren- te, para reducir sus plutónicas proporciones. Otra de las causas psíquicas que influyeron y que influyen con respecto a la persecución de los males venéreos para evitar su propagación, se le puede encontrar en la falta de la previ- sión humana, que no teme al mal futuro, que no teme a una muerte lejana ni a nada que no resulte perjudicial para el presente de él o de sus hijos. Todo aquello que no dañe el presen- te inmediato de la salud y de la vida, el hom- bre y la sociedad lo contemplan, si es que se detienen alguna vez ante ello, con un desdén que raya en lo sublime. En cambio, cuando los males amenazan el presente de un modo más o menos grave y de un modo más o menos posi- ble, el hombre y la sociedad se acobardan de tal manera, que muestran un estado de ánimo carente de energía moral, que los denuncia como cobardes. El anuncio de la aparición del cólera, de la peste bubónica, de la fiebre amarilla, en cual- quier latitud de la tierra civilizada, esnan'a al resto de la humanidad, y en seguida emoieza a buscar medios que la libre de esas placas, que matan en breves horas o en pocos días, y 210 cuyas víctimas se cuentan por centenares; pe- ro al fin y al cabo, aunque no haya higiene, esas plagas terminan por sí solas, sin dejar en la sociedad del momento, ni para la futura, más huellas que la lágrima y el luto que expre- sa el sentimento por el ser amado desaparecido para siempre. Y sin embargo, la sífilis, como se verá más adelante y como apunté anterior- mente, es una enfermedad mucho más dañina a la especie humana que cualquiera otro mal del individuo o de la sociedad. Y a pesar de eso, ella no es temida, se le mira con indife- rencia, debido a que ella es silenciosa en su ini- cio, que ella no es violenta, a veces después de su aparición, porque, gracias al mercurio, su agente etiológico es adormecido, y eso impide la violencia del proceso. Pero ese estado de le- targo no es bastante para dejar de producir sórdidos estados patológicos, que a la postre matan, unas veces violentamente, otras, a tra- vés de estados patológicos que, al iniciarse, bien podría escribirse: "Lasciate ogni speran- za 1" Y entonces es cuando el individuo se apu- ra y pretende subsanar su olvido, su desdén, su grave error; pero ya es tarde: ¡no hay re- medio ! No comprendo cómo las naciones, que hasta lo infinito prevén conflictos armados y con an- ticipación se preparan y buscan cartas geográ- ficas de los territorios con los que posiblemen- 211 te han de contender, y tratan de adquirir cono- cimientos del carácter, de la ilustración y de los medios de vida que tengan los individuos de los territorios que van a invadir; cómo cons- truyen y arman enormes buques; cómo reco- gen y adiestran y disciplinan millares y milla- res de hombres en plena juventud; es decir, en plena energía, gastando en todo eso enormes sumas de millones de pesos, y cómo las socie- dades que forman las naciones, permanecen sin previsión ante azotes tan terribles como la sífilis y demás males venéreos. La sífilis, posiblemente, es una enfermedad tan antigua como el hombre. Las arqueólogos, mostrando piezas óseas de esqueletos humanos recogidos en los cementerios de primitivas so- ciedades asiáticas, europeas y americanas, pre- tenden demostrar la antigüedad de la s'fibs. Ciertas necrosis, ciertas exóstosis de determi- nado engrosamiento de los huesos largos del esqueleto humano, tan parecidos a los que la ciencia moderna señala como causados por la sífilis, son las pruebas que se presentan para demostrar que el hombre prehistórico sufrió y lloró el padecimiento de la sífilis. La sífilis es una enfermedad incurable, que, una vez adueñada de una existencia, no la abandona jamás. Es transmisible por el coito, por el beso o por cualquier otro medio en que el veneno sifilítico puede ponerse en contacto, 212 con la más simple erosión de la piel o de las mucosas, y ella es llevada por la sangre al claustro materno, e infecta el feto. De los quince días, como mínimum, a los veintidós, como máximum, después de la ino- culación, se presenta en el sitio de ésta, una úl- cera cuya dimensión y cuya extensión puede ser desde lo más imperceptible, por su tamaño, por su reacción local, por su ninguna molestia, hasta el tamaño de una lenteja grande, cuya dureza en el fondo de dicha úlcera cuya indo- lencia espontánea o provocada, le dan, con su escasa supuración y con su color de cobre ba- tido, los precisos caracteres que la diferencian de otro mal venéreo, el chancro blando, y de cualquiera otra úlcera, que se presente al estu- dio y consideración del médico. Esta ulceración puede extenderse a propor- ciones enormes cuando una gangrena molecu- lar, conocida con el nombre de fajedenismo, la complica; cuando el fajedenismo u otra infec- ción secundaria no sobreviene, esa úlcera sana espontáneamente, no dejando rastro en las mucosas, y una cicatriz de fondo blanquecino# cuando ella se ha desarrollado sobre la piel, dejando en ambos lugares la dureza que ella presenta en su base de implantación. A los dos meses, poco más o menos, se esta- blecen las manifestaciones generales, que de- nuncian de una manera más clara la adquisi- 213 ción de la sífilis, a la que se conoce con el nom- bre de sífilis secundaria. A veces, debido a la virulencia del veneno sifilítico, o debido a la poca resistencia del in- dividuo infectado, la sífilis explota de una ma- nera brutal, apareciendo la manifestación p i- maria conjuntamente con las manifestaciones secundarias y con las manifestaciones tercia- rias, revistiendo una gravedad insólita y de pronóstico muy sombrío. Las manifestaciones secundarias se presen- tan en la piel, igual que en las mucosas, con una poliformia muy precisa y que es muy ne- cesario conocer, para evi'ar confusiones de gravedad inmensa. Desde la más ligera roséo- la hasta las úlceras más extensas, pasando a través de todas las erupciones, de todas las formas de herpes, la sífilis se muestra, y en las mucosas, desde la más pequeña pápula, hasta la más tremenda úlcera, ella se denuncia en ese tejido humano. El sistema óseo no se ve libre en ese período, y los dolores osteoscópicos y las periotitis y las osteítis se encuentran en el período secundario de la sífilis, período que dura de dos a tres años, y en seguida entra, y para siempre, el período terciario. Este tercer período, puede presentarse du- rante el período del chancro o durante el pe- ríodo secundario, y reviste siempre una grave- 214 dad inmensa, tanto para el individuo como pa- ra la prole. El sistema nervioso, el sistema circulatorio, el sistema óseo y las visceras, son los campos más a propósito para el desenvolvimiento del veneno sifilítico terciario. Esto no quiere decir que la piel y el sistema muscular se vean libres de su ataque. Con frecuencia se observan go- mas en la piel y en los tejidos musculares, gan- grenas fajedénicas, superficiales unas veces, profundas, interesando todo el espesor de la piel y el tejido celular, invadiendo tambi'n el tejido muscular, confundiéndose este fajede- nismo terciario con las gangrenas simétricas de las extremidades; de modo que cuando el observador se encuentra an^e ciertas neural- gias, debe preguntarse: ¿sífilis? Cuando el observador se encuentra ante ciertas neuralgias, debe preguntarse: ¿sífilis? Cuando se encuentra delante de un mielítico, debe preguntarse: ¿sífilis? Cuando se encuentra delante de un loco, de- be preguntarse: ¿sífilis? Cuando se encuentra ante un hioertendido arterial joven, debe preguntarse: ¿sífilis? Cuando se encuentra ante estados patológi- cos crónicos de las visceras, debe preguntarse: ¿sífilis? Cuando se encuentra con un estado patoló- 215 gico crónico del sistema linfático, debe pregun- tarse: ¿sífilis? Cuando se encuentra ante jóvenes arterio- esclerósicos, debe preguntarse: ¿sífilis? Cuando se encuentra delante de epilépticos o histéricos, niños, jóvenes o viejos, debe pre- guntarse: ¿sífilis? Cuando se encuentra delante de abortos en matrimonios jóvenes, y a veces en matrimo- nios antiguos, debe preguntarse: ¿sífilis? Cuando se encuentra delante de raquitismo pre-natal, o sobrevenido en la primera infan- cia, debe preguntarse: ¿sífilis? Cuando se encuentra delante de ciertas fal- tas de desarrollo y de un mal desarrollo del sistema óseo, debe preguntarse: ¿sífilis? Cuando se encuentra delante de idotas, mu- dos, no por falta de audición, sino por cretinis- mo, debe preguntarse: ¿sífilis? Cuando se encuentra delante de ulceraciones crónicas de las mucosas en cualquier época de la vida, debe preguntarse: ¿sífilis? Cuando se encuentra delante de gangrenas insólitas y de cierta cronicidad, debe pregun- tarse: ¿sífilis? Cuando se encuentra delante de misántro- pos, melancólicos con ideas de suicidio o de ho- micidio, debe preguntarse: ¿sífilis? Cuando se encuentra delante de ciertas ane- mias mal definidas, debe preguntarse: ¿sífilis? 216 Cuando se encuentra delante de aneurismas espontáneas, sobre todo de los vasos gruesos, debe preguntarse: ¿sífilis? Cuando se encuentra ante osteomas y cier- tas supuraciones óseas, debe preguntarse: ¿sí- filis ? Cuando tiene delante fetos muertos en el claustro materno o al momento de nacer, sin causa apreciable que lo explique, debe pregun- tarse: ¿sífilis? Cuando tiene delante ciertas dermatosis mal definidas, debe preguntarse: ¿sífilis? Cuando se encuentra delante de ciertos es- tados patológicos del testículo, debe pregun- tarse: ¿sífilis? Cuando se encuentra delante de ciertas fle- bitis de origen dudoso y de relativa cronicidad, debe preguntarse: ¿sífilis? Cuando se encuentra ante tumores indolen- tes del testículo, debe decir: ¿sífilis? Cuando se encuentra ante hemofílicos, debe decir: ¿sífilis? Cuando se encuentra ante casos de nanismo, debe decir: ¿sífilis? Cuando se encuentra ante casos de gigantis- mos, debe decir: ¿sífilis? Cuando se encuentra ante hipertrofias o hi- perplasias de las glándulas tiroides sin el sín- drome del bocio, debe decir: ¿sífilis? 217 Cuando concurre a los vivaques y contem- pla allí una multitud de seres detenidos por de- litos o faltas contra la sociedad, contra la per- sona o contra la propiedad, puede preguntar- se, sin que ocasione el asombro de nadie: ¿esos degenerados tienen que ver con la sífilis? Cuando concurre a las cárceles, a los presi- dios, y contempla allí tremendos criminales, cuyos delitos no son bien explicables para una buena lógica, que parecen producto más bien de una degeneración que de la maldad, puede, sin cometer ningún crimen científico, pregun- tarse: ¿sífilis? Cuando se encuentra delante de paralíticos generales, debe asegurar: ¡sífilis! Cuando se encuentra delante de hemorra- gias cerebrales más o menos intensas y sobre- venidas antes de la vejez, debe asegurar: ¡sí- filis! Cuando se encuentra delante de tabéticos, debe asegurar: ¡sífilis! Así es la sífilis: proteica en sus manifesta- ciones patológicas, proteica en sus efectos, y universal en el daño que acarrea al individuo y la sociedad: y siendo ella así, ¿cómo no dete- nerse ante ella por consecuencias que tienen su base en una moral equivocada o en principios de libertad individual, cuando ninguna moral ni ninguna libertad bien entendida puede dañar al derecho individual de los demás, ni al dere- 218 cho de los derechos, que es el que tiene la so- ciedad, la colectividad, a no ser perjudicada? Las afirmaciones y las preguntas acabadas de exponer no son producto de mi personal opinión. No; ellas son verdades enunciadas por las eminencias del mundo, como se puede com- probar leyendo obras, no ya de sifiliografia, si- no de patología médica y quirúrgica, para en- contrar después de las descripciones de multi- tud de enfermedades el párrafo del diagnósti- co diferencial de la enferemdad descrita y de la sífilis; en dermatología, es necesario esta- blecer, y casi constantemente, el diagnóstico diferencial entre las distintas enfermedades de la piel y la sífilis; en ginecología también abun- dan los estados patológicos que se confunden con la sífilis y obligan el diagnóstico diferen- cial, y en obstetricia, vea el lector cómo hablan los siguientes autores: "El Rapport", de Bru- selas, de 1890, dice que de 889 niños fallecidos, 12 eran sifilíticos. En el mismo "El Rapport", de Bruselas, se da el total que de 3,808 emba- razos, hubo 315 fetos nacidos muertos y 208 abortos, ocasionados ambos por la sífilis. Ru- ge, de París, en 72 nacidos muertos, encontró 67 sifilíticos. De la estadística de Eournier en matrimonios sifilíticos no tratados, se encuen- tra que en el 82 por 100 de los embarazos, el feto muere en el claustro materno o a poco de nacer; en 675 embarazos de sifilíticas vistas y 219 tratadas por él, sobrevinieron 375 abortos y partos prematuros. Pileu dice que en 567 em- barazos en sifilíticas observados por él, 274 terminaron por la muerte del feto, es decir, el 48.32 por 100. Coffin, en 26 embarazos de sifi- líticas, tuvo 27 fetos nacidos muertos. En los emvarazos de sifilíticas llegados a término con fetos nacidos muertos, Fournier señala la al- teradora cifra del 68.50 por 100 en el caso de que el padre y la madre fueran sifilíticas; el 60 por 100 en el caso de que la madre sola fue- ra sifilítica, y el 28.90 por 100 en el caso de que el padre sólo sea atacado de sífilis. Estudiando los efectos de la herencia de la sífilis, nos encontramos con Fournier esta tris- teza inmensa: que de 4,000 heredados sifilíti- cos, 1857 presentaron síntomas graves de sífi- lis del cerebro, de la médula, de los nervios craneales o raquidios, y según el mismo Four- nier, de 100 casos de esta clase, 22 curan, 19 mueren y 51 terminan por dolencias definiti- vas, que si no matan, traen consigo tales mo- lestias, que hacen la vida inservible e intolera- ble; y, si llegan a tener prole, los hijos llegan al mundo envueltos en la noche del horror, en- debles, raquíticos, misántropos, locos, paralíti- cos, idiotas, imbéciles, anémicos; pasto de las enfermedades infecto-contagiosas. ¿Es o no realmente terrorífico el efecto de la sífilis sobre el individuo y sobre la sociedad? 220 Fíjese el lector en que los autores citados son franceses, y de la capital de esa nación; que si no fuera por dar una extensión demasiado grande a este libro, recorrería literaturas mé- dicas del resto de la Francia y de otros países, en la seguridad de que la estadística habría de ser igual. Wiederhofer, autor alemán, dice que su experiencia le da el 99 por 100 de mortali- dad sobre los infantes nacidos sifilíticos. Este mal, hasta hoy, es incurable. Es cierto que existen dos medicamentos el mercurio y-el salvarsán, que dominan y yugulan la enferme- dad, logrando el enfermo, con sus usos, adqui- rir una salud casi completa. Pero es preciso que el enfermo tenga cuidado en usar de esas medicinas cada vez que un reconocimiento de la sangre denuncia eí despertar' del veneno si- filítico, cosa ésta que se logra fácilmente ha- ciendo reconocer la sangre para comprobarlo, por medio de la reacción de Wassermann; mé- todo preciso descubierto por un médico alemán que le dió su nombre. Hasta hace 10 años, la ciencia médica des- conocía el agente que fué descubierto por el naturalista Schodein, elevando con ese descu- brimiento a su patria alemana a un grado más como benefactora de la especie humana. Este micro-organismo se comprueba en la linfa exudados de las manifestaciones sifilíti- cas, en cualquiera de los períodos de ellas. Se 221 colorea con fucsina y su forma es de tirabu- zón, denominándose con el nombre de espiro- queta o treponema palidum. Se discute todavía-y la ciencia no lo ha podido determinar de una manera clara y pre- cisa-qué tiempo conserva en el cuerpo hu- mano su poder infectante el treponema. A mi modo de ver, y por la experiencia que el trato con esa enfermedad me ha hecho adquirir, me atrevo a afirmar que el micro-organismo pro- ductor de la sífilis, no aletargado por el mer- curio ni por el salvarsán, sea cualquiera el tiempo que él permanezca en un cuerpo huma- no, no pierde su condición esencial de agente productor de la sífilis; y que, con respecto a la transmisión hereditaria, he podido comprobar en un matrimonio, cuyo estudio clínico llevé al Congreso Médico Cubano de 1906, que los em- barazos y la salud de los hijos variaban según hubieran sido engendrados, durante el período de abandono en el tratamiento de la enferme- dad o bajo la influencia de un tratamiento mercurial intenso en los cónyuges, pues ambos eran sifilíticos. La blenorragia produce en un btien tanto por ciento la esterilidad en el hombre y en la mujer; provoca en sus períodos agudos y en sus complicaciones dolores y sufrimientos a veces insoportables; da lugar a la anquílosis de 222 una o de varias articulaciones; debida a las blenorragias articulares, lleva al lecho del in- válido, al pobre anquilosado que conserva de una manera normal y fisiológica todas las fun- ciones del organismo, menos el de la movili- dad, debido a que muchos de sus huesos largos están unidos entre sí, impidiéndole la marcha y no permitiéndole en algunos casos más que la posición horizontal en una cama, convirtién- dolo en un ser inútil, cuya imaginación y cuya voluntad se ven detenidas por colonias de mi- serables bacterias, produciéndole, a la par que el sufrimiento físico, la tristeza llevada hasta la angustia y a la más profunda melancolía en ese ser, casi siempre joven, haciendo su vida comparable al purgatorio que describiera Dan- te, ansiando y hasta amando la muerte misma, como triste remedio y casi como único consue- lo a su estado psíquico y a su estado físico. Esta enfermedad se inicia de las 6o a las 72 horas de haber sido contaminado el individuo sano; en su inicio, el hombre experimenta un intenso cosquilleo en la parte de la uretra co- rrespondiente al balano, donde existe una fo- sa, conocida con el nombre de fosa navicular, que es donde parece se detiene para formar domicilio el agente transmisor de la blenorra- gia. A partir de ese momento, la enfermedad va extendiéndose por la uretra anterior, gana la vejiga, se propaga por la uretra a los riño- 223 nes, y es ella casi siempre culpable de las nefri- tis ascendentes; pasa en muchos casos a la san- gre circulante, provocando focos blenorrágicos en visceras distintas, e invade las articulacio- nes del cuerpo humano, dejando a menudo co- mo secuela anquilosis y produce, no frecuente- mente por suerte, una septicemia que mata el enfermo al cabo de varios días. En la mujer, la blenorragia puede empezar por la mucosa vulvar, por la uretra, infectan- do las glándulas peri-uretrales, propagándose a la vejiga y de ahí al riñón, ascendiendo por el ureter. Puede empezar por la vagina, infec- tando las glándulas de Bertolini que se encuen- tran a su entrada o por el cuello de la matriz, infectando luego la cavidad uterina y propa- gándose después a las trompas y a los ovarios, de donde pasa a la sangre para producir los mismos estados patológicos que en el hombre. El agente productor de la blenorragia vive sobre la piel descamada, sobre las mucosas erosionadas, igual que en la mucosa bucal, lin- gual, ocular, faríngea, brónquicas y la pulmo- nar. Ese agente ataca al corazón produciendo pericarditis y miocarditis. El se atreve tam- bién con la pleura y con las meníngeas cerebra- les y medulares, y ataca y enferma al encéfalo y a la médula espinal. Estados todos esos de gravísimos pronósticos. 224 Por lo descrito en los párrafos anteriores se comprenderá que la blenorragia es una enfer- medad, si no tan terrible ni tan tremenda como la sífilis, que debe ser combatida con energía para evitar daños y perjuicios al individuo y a la sociedad, ya que muchos mueren, otros que- dan paralíticos, otros ciegos al efectar los ór- ganos de la visión, y muchos hombres se vuel- ven estériles, y en un 90 por 100 producen la esterilidad en la mujer, bien por las secrecio- nes purulentas, o bien porque acarrea trastor- nos anatómicos y fisiológicos a los órganos de la fecundación. Lo dicho anteriormente se refiere al estado agudo o subagudo de la blenorragia; el estado crónico de la blenorragia, aunque muy distinto en su cortejo fenomenal, sigue siendo fuente inagotable de males y peligros para el indivi- duo y para la sociedad. El estado crónico de la blenorragia se carac- teriza por una secreción de un color verde cla- ro que fluye por la uretra del hombre y de la mujer, o por cualquier otro órgano genital de la mujer, en muy pequeña cantidad; tan pe- queña a veces, que para encontrar el agente patógeno de ese mal, en la pequeñísima canti- dad de mocus que segrega, es preciso reco- gerlo en la uretra después que hayan oasado 7 u 8 horas de la última micción o del último la- vado vulvar o vaginal. 225 En un momento dado, por cualquier predis- posición del organismo, por cualquier excita- ción que haya sufrido la bacteria transmisora, los individuos se pueden ver atacados, d'amr- blée, de las complicaciones que han quedado anotadas, o volver al estado subagudo. Además, con gran frecuencia, se observa que las mujeres que padecen de blenorragia, al dar a luz contraen con más facilidad la fiebre puerperal que las no infectadas de blenorra- gia, y el pronóstico es más grave, más som- brío, en las blenorrágicas. Moezgorath afirma que los trastornos genitales producidos por la blenorragia llegan hasta el sistema nervioso produciendo distintas neurosis que son causas de profundas anemias. En un tanto por ciento que pasa de veinte, la metritis blenorrágica es causa de aborto, en un noventa por ciento, vuelve estériles a las mujeres, y en un cincuenta por ciento, afecta los ojos de los infantes en el momento del na- cimiento, al atravesar la vulva y el canal vagi- nal infectado de blenorragia. La blenorragia debe ser combatida desde su principio, es decir, desde el momento en que haga su aparición en el individuo. Abandonar- se, no cuidarse o descuidar el tratamiento por- que se haya conseguido gran mejoría, es una locura enorme. Ella se reproduce al menor des- cuido, y al mismo tiempo que se reproduce, ga- 226 na nuevos territorios y se establece la cronici- dad del mal, que se aloja en órganos profun- dos distantes de la acción de la mano, y la cu- ración se hace punto menos que imposible. La blenorragia crónica, la blenorrea, la llamada "gota militar", es muy importante combatirla, máxime si el hombre va a contraer matrimo- ni. No tiene derecho, comete más que un abu- so, un crimen, llevando a la alcoba nupcial la gota infectante, causa de graves trastornos y de tristezas infinitas a la pobre compañera que con intenso amor dió a ese hombre toda su vi- da y todos sus encantos. Berchier, Mompoofit, Diday, Pozzi, Kely y otros muchos, aseguran que todos los trastor- nos genitales de muchas recién casadas no tie- nen más origen que las infecciones blenorrá- gicas hechas por los esposos, que, ignorantes o no, creen que la llamada "gota militar" no es ofensiva, y enferman de ese modo a la infeliz jovencita que, cuando cree gozosa que va a cumplir el precepto bíblico de "creced y multi- plicaos", aborta, vienen las infecciones secun- darias, y la muerte o una vida de sufrimientos y dolores sobreviene, y la envuelve en la tris- teza de permanecer sorda al llamamiento que le hace la naturaleza para conservar la espe- cie; y se le ve suspirar por un hijo que halague su amor propio y acaricie sus cabellos y su faz, vueltos blancos y rugosa por la acción del tiem- 227 po, y la consuelen del dolor que le causa sentir- se vieja, próxima a abandonar la vida, sin de- jar rastro de su existencia. La blenorragia es curable por los balsámi- cos, por las instilaciones de ciertas drogas en la uretra, en las cavidades genitales accesibles a la mano del médico, por la higiene y el repo- so y por la proscripción de las bebidas alcohó- licas y excitantes. El coito y las excitaciones genitales deben ser proscriptas en absoluto. La blenorragia en las glándulas de Bertoli- no, de Skein, tiene que ser tratada por el ciru- jano, extirpando dichas glándulas. Igualmente tiene que intervenir el cirujano cuando se tra- ta de la blenorragia de los órganos genitales internos de la mujer, que, a veces, no consigue la curación sino por la extirpación total de di- chos órganos. Para la vulvitis y la vaginitis blenorrágicas, los lavados de agua caliente que lleven microbicidas disueltos en ella aseguran la curación. De algunos años a la fecha se viene em- pleando distintas vacunas anti-gonococcicas, vacunas que son preparadas, unas, por un go- nococco cualquiera, y otras que requieren el del mismo organismo. Se toma una gota del pus blenorrágico que segrega el individuo, se cultiva en medio apropiado, y después se pre- para la vacuna. Estos remedios todavía no es- tán bien estudiados, y los resultados obtenidos 228 hasta hoy no dan más que alientos para seguir su estudio y su modificación. Tengo fe com- pleta en que en día no lejano se llegará a obte- ner la vacuna que libre a la humanidad de tan tremendo mal. • Neisser, en 1870, descubrió el agente pató- geno de la enfermedad, que es una bacteria re- dondeada, agrupada de dos en dos, que adop- ta la forma de granos de café. Esta bacteria se colorea fácilmente por la anilina y la fucsina, y toma el Gram con facilidad. Estas dos enfermedades, con el chancro blando descrito, son las enfermedades conoci- das con el nombre de males venéreos; pero co- mo la meretriz puede padecer de tuberculosis pulmonar y genital, de lepra y también de cán- ceres en la boca y en sus órganos genitales in- ternos y externos, y por último, padece muy frecuentemente de todos los parásitos de la piel, que si es verdad que carecen de toda gra- vedad, no es menos cierto que son altamente repugnantes y ocasionan prurito intenso, que al rascarse los individuos, producen erosiones en la piel, pudiendo ser causa de infecciones agudas que en la inmensa mayoría de los casos son benignas, pero que algunas veces pueden ser infecciones graves, como la estafilacopcia, la estreptocopcia y el tétano-enfermedades éstas últimas de gravedad intensa- debe ser 229 vigilada la meretriz bajo esos aspectos, para garantizar la salud pública. CAPITULO X. HIGIENE. Para todos los males individuales y sociales que se han señalado en este libro no hay más re- medio, no queda al hombre otro recurso, que es procurar los medios higiénicos necesarios, que ol ponga a cubierto de males que le causan tanto daño. Estos medios, a mi juicio, son los siguientes: Reglamentación de la prostitución. 2° Dispensarios gratis para reconocimiento y tratamiento, de los enfermos que lo soliciten. 3° Dar entrada en los hospitales a los enfer- mos que lo soliciten, y retenerlos en ellos hasta su completa curación. 4° Declaración forzosa del mal por los mé- dicos de las ciudades. 5° Reconocimiento y curación forzosos en los cuerpos del ejército y de la policia. 6o Declaración forzosa, y semanal, por los empresarios de teatros y circos, de las enfer- medades venéreas que pudieran padecer los componentes de su compañía. 7° Obligación de las sociedades de benefi- cencia (regionales de Cuba) de denunciar los 230 casos de males venéreos, y curarlos forzosa- mente y renovar el tratamiento cada vez que exista la probabilidad del contagio. 8o Obligación de las industrias y de cual- quier trabajo donde concurran núcleos de obre- ros, a denunciar los males venéreos existentes entre ellos. 9° Castigo, como imprudentes temerarios en su grado mínimo, a quien conscientemente transmite un mal venéreo. io° Castigo como autor de homicidio en su grado mínimo si se trata de blenorragia; en su grado máximo si se trata de sífilis, al que de un modo consciente transmite esos males. ii° Vigilar las escuelas públicas y a las no- drizas para reconocer los estados patológicos de ellas. 12° Dar conferencias públicas para propa- gar los conocimientos profilácticos de esos ma- les; fundar museos y publicar cartillas indica- doras de la profilaxis y de lo terrible que son los males venéreos, y que llamase cartillas ve- néreas. I. REGLAMENTACIÓN DE LA PROSTITUCIÓN. La reglamentación de la prostitución es muy antigua. Desde los griegos contemporáneos de Solón hasta la fecha, ella ha sido reglamenta- 231 da y abolida su reglamentación en muchos paí- ses, algunos de los cuales han vuelto a ella y se conserva actualmente esa medida en la mayo- ría de las naciones civilizadas. Dos tendencias han existido y existen toda- vía con respecto a la reglamentación: los re- glamentaristas y los abolicionistas. Los prime- ros sobreponen el bien general a un discutible derecho indivdual y de libertad; y los segun- dos, inviertan los términos y refuerzan sus ar- gumentos diciendo que, a pesar de la regla- mentación más estricta y severa, los males ve- néreos subsisten y aumentan cada día más. Ar- gumentación ésta, que no sería un sofisma her- moso si la reglamentación de la prostitución fuera ayudada con otras medidas profilácticas, y si se la despojara del penoso encargo a ella encomendado, de perseguir y castigar los deli- tos contra la honestidad, la moral y el pudor público. Los abolicionistas dicen que es crimen de le- sa libertad el reglamentar la prostitución, ins- cribiendo en oficinas públicas y en libros que han de archivarse, el nombre de las meretrices, con la obligación de portar una cartilla y con el deber de prestarse a un reconocimiento se- manal y bisemanal, y cuantas veces el servicio médico lo crea conveniente; estos abolicionis- tas claman también a favor del secreto profe- sional, diciendo que los médicos obligados por 232 la moral médica no pueden prestarse bajo nin- gún concepto a denunciar los males de sus pa- cientes; dicen que es una injusticia no recono- cer a los hombres propagadores también del mal, y casi los verdaderos culpables, porque las meretrices no se enferman espontáneamente; y aducen como otro argumento de fuerza la imposibilidad que existe de reglamentar a to- das las mujeres que trafican en el comercio de la prostitución y que venden su cuerpo igual- mente enfermo. Esas son las bases de la defensa de los prin- cipios de los abolicionistas. ¿Qué valor tienen ellas? Los abolicionistas han creído, y creen, que la libertad individual y el sagrado derecho de los ciudadanos son mermados por la reglamen- tación; que a las mujeres meretrices no se les concede el derecho y la libertad concedidos a los demás seres; que la reglamentación viene a ser, además, una herejía moral y social, una especie de castigo a seres que no han cometido delito, ni siquiera falta, porque cada cual tiene el derecho inviolable, intangible, de prostituir- se o no; que, por lo tanto, el libre ejercicio de los actos carnales no puede estar limitado por nada ni por nadie. Es muy cierto que la prácti- ca del coito clandestino no puede ser conside- rada como falta ni delito, y que la prostitución tiene que ser considerada desde el punto de 233 vista del Código Penal, como un acto no cul- pable, libre de toda pena; es decir, absoluta- mente inocente. Pero, ¿sucede lo mismo ante la ley social y ante la ley moral, que regulan los severos principios de las sociedades civili- zadas y cristianas? No. Ante la sociedad y an- te la moral, la prostitución, el comercio cíe los actos carnales, es considerado como falta gra- vísima, tan grave, que puede ser clasificado co- mo un delito grave social y moral. Y se com- prueba lo que sostengo al estudiar cómo se comportan la sociedad y la moral ante las mu- jeres y los hombres que abrazan la prostitu- ción como un oficio, como un modus vivendi. La sociedad los rechaza de su seno; no quiere trato con ellos; y la moral los castiga negándo- les el derecho de presentarse en público y colo- carse en el mismo plano en que se colocan los honestos y los virtuosos. Ahora bien; la reglamentación de la prosti- tución no se ha instituido como castigo a las meretrices por el delito social y moral de pros- tituirse. La reglamentación ha existido y exis- te como medida impuesta por la higiene para evitar en lo posible los males que al individuo y a la sociedad la prostitución acarrea. Eso y no otra cosa ha sido y es el mantenimiento de la reglamentación de la prostitución en la ma- yor parte de las naciones civilizadas de la Tie- rra; porque, si es verdad que cada ciudadano 234 tiene el derecho y la libertad ele proceder se- gún sus gustos y aficiones, según su costumbre y su moral, nada le autoriza al perjuicio de un tercero, porque ese tercero está amparado igualmente que la sociedad, en un derecho tan sagrado como el de aquél, y este derecho con- siste en no recibir daño o perjuicio a su salud por actos que aquél realice. La prostitución, ya se dijo anteriormente, es la fuente inagotable de la propagación de las enfermedades venéreas, y es natural que a ella se haya dirigido el hombre y la sociedad con el intento justísimo de aminorar los terribles ma- les que ella propaga. Naturalmente, la reglamentación de la pros- titución ha sufrido y sufre los naturales erro- res de otras épocas más atrasadas que la ac- tual, y contra esos errores es contra los que hay que dirigir las reformas que una civiliza- ción más completa y una higiene más adelan- tada señalan. No comprendo, y posiblemente no hay quien me lo haga entender, cómo, considerando la materia ésta desde el punto de vista sanitario, haya quien encuentre un delito de lesa libertad individual el reglamentar la prostitución, con el secuestro de la mujer enferma, y quien ha- ble, sobre todo en los Estados Unidos y Cuba, de esas cosas y del secreto profesional. Todo eso es anticuado. Es deber guardar el secreto 235 mientras esa secreto no traiga aparejados ma- les individuales y sociales, y el derecho que las sociedades tienen del registro y del reconoci- miento médico y del secuestro de los indivi- duos que padecen o sean sospechosos de pade- cer una enfermedad grave y transmisible, es reconocido, mantenido y practicado, por todas las naciones celosas de la salud de sus compo- nentes sociales. Cuando a los puertos de esas naciones llega un buque con un caso de viruela, de peste'bu- bónica, de fiebre amarilla, de cólera o de algu- nas otras enfermedades transmisibles, o cuan- do ese buque procede de un puerto en que exis- tan esas enfermedades, o cuando ese buque trae a su bordo uno o más pasajeros que proce- dan de lugares interiores donde alguna de esas enfermedades se padezca, el buque y sus pasa- jeros y tripulantes son detenidos y reconocidos, y en el caso de comprobarse que un individuo sufre de una de esas enfermedades transmisi- bles o sospechoso de serlo, se le secuestra para aislarlo, y al resto del pasaje y de la tripula- ción se le considera como sospechoso de padecer estas enfermedades transmisibles, y se le con- duce a un lazareto, donde tiene que permane- cer aislado de todo, hasta que transcurra el máximu mdel periodo que necesita el micro- organismo productor de 1a enfermedad para producir el mal. Y si durante e! transcurso de 236 estos días, ocurre un caso, confirmado o sospe- choso, de esas enfermedades transmisibles, el período de' cuarentena empieza a contarse de nuevo, desde el mismo día que se descubra el nuevo enfermo; y así sucesivamente, hasta que se cumpla de una manera completa el período de días que requiere la enfermedad para su incubación. Aquí, en los puertos cubanos, se ve a diario el justo y natural rigor con que las autoridades sanitarias se conducen con los buques y sus pa- sajeros, que proceden de puertos considerados sospechosos de padecer fiebre amarilla, peste bubónica, etc., etc. Cuando hace poco más de un año, ocurrie- ron algunos casos de cólera en Marsella y Gé- nova, la sanidad cubana se alarmó, se alarma- ron los habitantes de esta República, y desco- nocedores de los medios que nuestra Sanidad estaba dispuesta a poner en práctica para evi- tar la invasión del cólera, empezaron a atacar- la de débil, de poco enérgica y hasta de incons- ciente; y cuando un buque llevó a la bahía de Nueva York uno o dos casos de cólera, la alar- ma cubana no tuvo límites y la Sanidad esco- gió al mu yilustre y muy reputado médico e hi- gienista Dr. Juan Guiteras y lo envió al puerto de New York, para que éste conociese los me- dios puestos en práctica por la sanidad para evitar la propagación del cólera en la babilóni- 237 ca ciudad, y además para observar y conocer en lo posible a los individuos que de New York se dirigiesen a Cuba; es decir, se estableció contra el puerto de New York una pre-cuaren- tena. Entre lo que el Dr. Guiteras estudió y apren- dió de las autoridades sanitarias neoyorkinas figura el reconocimiento que los médicos de la sanidad marítima del puerto mencionado prac- ticaban a todos los pasajeros y tripulantes de los buques procedentes de puertos sospechosos de cólera, y aun contra los pasajeros que ve- nían en buques procedentes de puertos limpios, pero los cuales procedían de otros lugares que eran tenidos como sospechosos de padecer bro- tes coléricos. El reconocimiento que estudió el doctor Guiteras y que trajo en cartera para apli- carlo en Cuba en caso de necesidad, fué el si- guiente: cada uno de los pasajeros era llevado a una habitación, donde recibía un reconoci- miento médico general de su organismo, y des- pués, uno especial, consistente en introducir por el orificio anal un tubo de goma perfecta- mente esterilizado que era llevado por todo el intestino recto hasta la parte más alta que fue- ra posible alcanzar, para recoger pequeñas partículas de heces fecales, para ser sembra- dos en medio de cultivos especiales, y averi- guar así si había algún individuo a quien el 238 microbio del cólera no dañaba llevándolo en su intestino y que ese indivduo al expulsarlo en sus heces fecales, durante días, semanas y me- ses, iba regando por dondequiera que él pasa- ra el germen productor de tan terrible enfer- medad; es decir, para saber si se encontraba en presencia de un individuo portador de mi- crobios. A nadie le pareció, y es justo y razona- ble que así fuera, clasificar de inmoral, ni de contrario a los derechos y a la libertad in- dividual, el procedimiento adoptado por las au- toridades sanitarias del puerto de New York contra los individuos sospechosos, no ya de pa- decer cólera, sino contra los individuos sospe- chosos de prestar su intestino al bacilus vir- gula, para su alojameinto. Y este procedimien- to, genuinamente americano, del país que ha sentado su gigantismo sobre las bases de una verdadera democracia, de una verdadera liber- tad, de una recta moral, fué aplicado a los hombres, a las mujeres, a las niñas y a los ni- ños, sin protesta alguna; al contrario, con el aplauso general para la medida salvadora. Aquí en Cuba, y no hace mucho, llegó un buque procedente de Islas Canarias, lugar éste considerado por la sanidad como sospechoso de padecer casi de una manera endémica de la peste bubónica. Ese buque, con escala en Puer- to Rico, no había tenido novedad a bordo; pero 239 la sanidad marítima de Puerto Rico anunció a la sanidad cubana que un pasajero presentaba en uno de sus ingles un bubón muy sospechoso. La sanidad cubana, procediendo científicamen- te, con gran cordura y con gran actividad, se armó contra el buque y se aprestó a la defensa. Apenas anclado el buque en bahía, el pasa- jero denunciado por la sanidad de Puerto Ri- co fue aislado, secuestrado y encerrado en el hospital "Las Animas", y el buque y el resto del pasaje fué llevado al lazareto del Mariel, pequeña isla que se encuentra en ese puerto, y el buque fué fumigado y desratizado. Al cuar- to o quinto día de ese suceso, la sanidad cuba - na declaró que el paciente aislado en el hospi- tal no padecía peste bubónica, siendo puesto en libertad en el acto y permitiéndose al pasaje secuestrado en el lazareto mencionado salir de él y dirigirse a los lugares que ellos tuvieran por conveniente. ¿Quién protestó de tan seve- ra medida? ¿Quién se acordó de la libertad in- dividual y de los derechos civiles, para protes- tar en nombre de ellos contra la sanidad cu- bana? Absolutamente nadie. Todo el mundo aplaudió frenéticamente las sabias y previso- ras medidas de la sanidad cubana. Todo el mundo, aun aquellos que entre nosotros repre- sentan, por su procedimientos, ridiculas cari- caturas de las grandes figuras de la revolución francesa, se respaldaron ante el derecho que la 240 sociedad tiene, a no ser dañada por nadie, y aplaudieron el justo draconismo de las autori- dades sanitarias. ¿ Por qué sucede esto, esa dis- paridad de criterio? Porque la peste bubónica mata en un promedio de cincuenta por ciento y mata en dos o tres días, y la sífilis mata en más largo plazo, y aunque el tanto por ciento de mortalidad que ella produce es mayor que el de la peste bubónica, ella ocasiona esas muer- tes, oculta o sórdidamente, sin permitir la iden- tificación a la multitud y no se le tiene miedo, no asusta. Esto es una cobardía indiscutible y una falta de previsión del hombre y de las socie- dades. ¿Por qué no se ha de observar igual conducta con la sífilis y la blenorragia que la que se sigue contra esas enfermedades trans- misibles y mortíferas? Tienen la palabra los abolicionistas, los amparadores del derecho a la libertad y del derecho individual. ¿Por qué es injusto e inmoral el reconocimiento de la me- retriz y es justo el reconocimiento, el aisla- miento y secuestro de los que padecen o son sospechosos de padecer las otras enfermedades, y moral el reconocimiento puesto en práctica ante los presuntos coléricos llegados al puerto de New York? No hay más que un derecho in- violable, lo repito otra vez, y es el derecho de las colectividades, porque ellas representan to- dos los derechos de cada uno de sus componen- 241 tes, y uno de ellos no puede perjudicar ni da- ñar el resto de los componentes de esa colecti- vidad. Cuando la segunda intervención americana en Cuba, la fiebre amarilla empezaba a hacer estragos en todo el territorio cubano, y fue preciso establecer la cuarentena de las pobla- ciones cubanas entre si; el Gobierno Interven- tor, aconsejado sabiamente por el ilustre coro- nel Dr. Kean, envió médicos a los trenes, que tenían el deber de reconocer y tomar la tempe- ratura en la boca de todo pasajero que estuvie- se, no enfermo, sino sospechoso de no ser in- mune a la fiebre amarilla, y, a la menor anor- malidad de la temperatura, el pasajero era de- tenido y bajado en las estaciones del ferroca- rril, que habían sido preparadas por el Estado para vigilar en ellas al sospechoso para com- probar si se trataba o no de fiebre amarilla, y nadie protestó ni se acordó de derechos ni de libertades individuales. En Cuba, los abolicionistas, igual que en los Estados Unidos de Norte América, ma- nejan el mismo argumento del derecho indivi- dual y del derecho de libertad, y en los Esta- dos Unidos de Norte América, en muchos Es- tados de esa Unión, se practica a los crimina- les, cualesquiera que éstos sean, la ligadura del cordón espermático o la resección de él pa- ra evitar que estos hombres engendren seres 242 inmorales, depravados y criminales, sin que esté demostrado de una manera papable, evi- dente, sin dudas de ninguna clase, que la cri- minalidad se transmite por herencia, y sin que todavia se haya precisado qué diferencia hay entre el que roba y él que mata por robar unos cuantos pesos, y el que mata y el que se coge lo que llama botín de guerra, que no es más que un robo; y entre el que mata y el que se aprovecha pecuniariamente de esa muerte, y le da a ese acto el nombre de crimen político. Dentro de una severa y sana moral, entre un tirano que mata y que despoja y confisca los bienes de los individuos, y el que mata y roba algunos pesos, no hay más diferencia que la que establece el modus o per andi. Y sin em- bargo, todo el mundo espera algo bueno y grande de los hijos de los tiranos y de los cri- minales políticos. Aparte de que muchas veces, el crimen del pobre está explicado por la nece- sidad, por una fuerza mayor. Hay muchos moralistas, sociólogos, filóso- fos y sabios educadores, que sostienen, y a mi modo de ver con más razón y más juicio, que la educación y el medio de vida y el medio so- cial influye más definitivamente sobre los sen- timientos de los individuos que la herencia psi- cológica. No quiero sostener que éstos últimos ten- gan la razón, pero tampoco está demostrado 243 que los partidarios de la herencia psico-pato- lógica tengan alguna. Existe, por lo menos, duda sobre cuál de las dos escuelas tiene la ra- zón, y, ¿cómo ante ese océano tumultuoso de duda inmensa puede una sociedad someter forzosamente a un individuo a sufrir una ope- ración cruenta y no exenta de peligros? Me parece que es un derecho que se arrogan, sin razón y sin justicia, los abolicionistas de los Estados Unidos de Norte América, y que aquí en Cuba, entre los abolicionistas cubanos, ya tiene partidarios. El Dr. Arístides Agramonte la predica. En Cuba, la lepra es perseguida por las au- toridades sanitarias de una manera exagera- da, si se tiene en cuenta lo poco fácil que es la transmisión o contagio de esa enfermedad y si se tiene en cuenta lo que está probado, y es que los hijos de los leprosos no se infectan an- tes de nacer, y que éstos separados de los le- prosos, no padecen de lepra. Si se quiere con- firmar este hecho una vez más, basta con los resultandos obtenidos en la práctica seguida en Hawai, que permite el matrimonio entre le- prosos, y que permite más todavía, y ese que un sano, que un individuo libre de lepra, con- traiga matrimonio con un leproso, a condición de que resida en la leprosería. Desde hace mu- chos años esa práctica se observa en dicho lu- gar, y la experiencia demuestra que todavía, 244 ningún niño ha nacido leproso y que los hijos de esos leprosos, que obligatoriamente son se- parados de sus padres, ninguno ha padecido de ese mal. (Dr. S. W. McCay Surgeon U. S. Public Health Services. Revista de Medicina y Cirugía. Agosto 25 de 1913). Y extraña sobre manera que los abolicionis- tas cubanos, los que esgrimen el argumento del derecho individual y del derecho a la liber- tad, para que la prostituta meretriz sea respe- tada en sus derechos y en sus libertades, aíslen y secuestren a los leprosos (y no a todos, co- mo sucede con la meteriz), impidan el matri- monio entre ellos, y lo que es más todavía, lo que a mi modo de ver es horrendo y viola to- dos los principios de todos los derechos, y vio- la la ley civil vigente en Cuba, y establecen el divorcio forzoso entre los matrimonios lepro- divorcio forzoso entre los matrimonios le- prosos. Esta pareja humana contrajo el matrimo- nio en estado de salud, y en el transcurso de la vida, los dos contrajeron la lepra; no deben, por tanto, ser separados manu militari; si tu- vieron la ventura de vivir juntos en días ale- gres, ¿por qué no permitirles en los días tristes y amargos de su existencia, en el día en que la enfermedad provoca dolores físicos y psíqui- cos, el amparo de los mutuos cuidados que se 245 ofrecieron el día feliz, en que el amor los unió para siempre ante los hombres y ante la ley cubana, que no permite el divorcio? ¿Cómo ante los leprosos, los abolicionistas resultan draconianos, y cómo ante los sifilíticos y las si- filíticas, resultan tan radicalmente liberales? El desconocimiento, la ignorancia sobre los efectos de los males venéreos, o quizás, en al- gunos, una relajación moral, es lo que hace proceder de tan encontrada manera a los abo- licionistas cubanos. El secreto profesional, arma que esgriman, como se ha dicho, los abolicionistas de Europa contra la reglamentación de la prostitución, es un arma inofensiva. En todos los países civi- lizados y que se preocupan de la salud de sus habitantes, el secreto profesional no existe; la declaratoria forzosa impuesta por la sanidad a los médicos es una ley que imperiosamente hoy que cumplir, y su no cumplimiento trae aparejada una acusación ante las cortes correc- cionales, y es castigado con multas de 20 a 50 pesos o más. Se comprende la necesidad imperiosa de la denuncia de la tuberculosis, le la fiebre ama- rilla, de la lepra, de la viruela, del cólera, de la peste, de la escarlatina, del palulismo y otras enfermedades transmisibles, para poder dictar medidas y prácticas higiénicas que garanticen la no propagación del mal. ¿Por qué, siendo 246 los males venéreos, sobre todo la sífilis y la ble- norragia, enfermedades graves para el indivi- duo, para su prole y para la sociedad, se guar- da el secreto profesional? ¿Qué motivo, qué causa obliga a tal procedimiento? ¿Por qué la sífilis y la blenorragia pueden continuar como torrente, que cada día aumenta su caudal de- vastador, de la especie humana? No; hay que poner un dique a tanto mal y a tanta desdicha; y hay que guardar ante la sífi- lis y la blenorragia el mismo comportamiento que se guarda con las otras enfermedades transmisibles. Que la Europa, envuelta aún en el ropaje de edades anteriores y atrasadas, rei- nantes aún gobiernos autócratas y aristócra- tas, repletos de una moral hipócrita y conven- cional, pretenda prolongar la agonía del se- creto profesional. Pero en la libre América, donde los Estados Unidos del Norte brillan como faro esplendoroso, que indica y marca el camino del verdadero progreso y de la verda- dera civilización, no se puede traer, como ar- gumento de los abolicionistas, para mantener sus teorías. Repiten los abolicionistas que la reglamen- tación de la prostitución viene a ser la declara- toria oficial de la existencia de la prostitución, y que ésta, debe y tiene que ser ignorada por los gobiernos y por las sociedades. ¡ Espléndido argumento, comparable a un hermoso avestruz 247 que oculta su cabeza presumiendo que al no ver a su enemigo, éste no lo ve a él! El Estado, al reglamentar la prostitución, no la reconoce y no la declara. Sabe que la prostitución existe y que daña al individuo y a la sociedad, y trata de evitar esos daños; y co- mo la meretriz puede ser fuente inagotable pa- ra la transmisión de esos males, él regula la manera de mantener una vigilancia sanitaria sobre esos seres peligrosos para la salud públi- ca, porque son sospechosos de poder padecer esas enfermedades. En ninguna manera y de ningún modo, ni en términos administrativos ni en términos jurídicos, puede ser clasificada la reglamenta- ción de la prostitución como sinónimo de pros- titución oficial. No; al Estado no le intere- sa, no tiene por qué saber si una mujer, guar- dando el respeto público, se prostituye o no. Lo que si importa imperiosamente al Estado es que esa mujer, al prostituirse y vender su cuerpo en el tráfico carnal, no dañe la salud del que la compra. Es muy posible que el com- prador sea el que vaya a dañar a la mere- triz; éste es un mal gravísimo que hasta aho- ra no se ha evitado ni se ha tratado de evitar, y es justo que todos los que estudian esta ma- teria se detengan ante ese hecho, para buscar el remedio. Y debe hacerse, no sólo por no oir ese justo y formidable argumento de los abolí- 248 cionistas, sino para evitar una injusticia, a to- das luces imposible de mantener por una con- ciencia honrada. Más adelante señalo una me- dida que si es impuesta y aplicada con energía y con equidad, despojará a la reglamentación de esa injusticia y ayudará mucho a la higie- ne pública. También dicen y escriben los abolicionistas que la reglamentación aumenta la prostitución. ¿Dónde están las pruebas que autoricen a na- die a presentar ese argumento en contra de la reglamentación? La reglamentación ni aumen- ta ni disminuye el número de las meretrices; la reglamentación no las fabrica, no las pro- cura. La meretriz se forma por las causas que en este libro se han expuesto, y después concu- rre a los lupanares, y ahí la sorprende la regla- mentación para bien de ellas, para cuidar de su salud y de la salud de los demás. La reglamentación es una necesidad higié- nica y social. Ahora, tal cual existe en casi to- das las ciudades que han implantado esa medi- da sanitaria, no debe ni puede continuar; es preciso introducir en ella grandes reformas, que son impuestas, no por capricho ni por ha- lagar la vanidad de los reformadores, vanidad que lleva a los hombres, a alterar o suprimir buenos servicios, con el único fin de llamar la atención sobre su obscura personalidad. Las reformas que deben implantarse son impues- 249 tas por la ciencia actual, por la justicia y por la moral. La meretriz no debe pagar tributación de ninguna clase; ése es un servicio que, al igual que los otros servicios sanitarios, debe ser pa- gado por la provincia, los municipios o la na- ción. Resulta repulsivo, injusto e impío, el ha- cerle pagar a la meretriz, no ya sólo la cura- ción de sus cuerpos enfermos, sino también el gasto que ocasiona la preservación de los de- más. Por esta consideración es por la que con- ceptúo de inmoral el cobro de contribución a esas infelices mujeres, que muchas veces, en los días del vencimiento del plazo para pagar la contribución, quizás muchas de ellas no ten- gan el dinero para hacerlo. La reglamentación debe ser despojada del deber de perseguir los escándalos públicos con que ofenden a la moral y al pudor las meretri- ces y sus parásitos. Esa función tiene que estar encomendada a los agentes de la seguridad pú- blica, como a ellos está encomendada la evita- ción de esos escándalos en los demás ciuda- danos. Esto haría que la mujer meretriz no recibie- ra ningún perjuicio de la reglamentación, y ella consideraría a ésta entonces como un man- to protector de su persona y de su salud. La meretriz, como cualquier ser humano, como cualquier animal, por feroz que sea. agradece 250 todo aquello en que reconozcan una tácita pro- tección a su individualidad. Esa es una Ley in- mutable y no hay quien se atreva a negarla. Naturalmente, si la reglamentación impone el tributo de la cartilla, impone la tributación a las dueñas de casas, prohibe a las meretrices concurrir a los parques, a los paseos, a los tea- tros y demás lugares públicos; si las persigue por sus actos deshonestos, ofensivos a la mo- ral pública, las meretrices no pueden amar la medida sanitaria que representa la reglamen- tación; ella imperiosamente tiene que odiar y huir a ese sistema. Suprimida la tributación y despojada de esos deberes correspondiente a los cuerpos de policía y a los jueces correccio- nales, y no siendo la reglamentación nada más que la más elevada representación de la higie- ne pública, que derrama el bien sobre ellas y sobre la sociedad, ellas tienen que amarla y acudir a ella como acuden a los consultorios de los médicos y a los consultorios públicos, y así como muchas, muchísimas, se retiran del "co- mercio" para lograr una curación completa de sus males venéreos, por la simple indicación de esos medios, ellas concurrirían al dispensario sostenido expresamente para ellas y se presta- rán muy a su gusto al secuestro momentáneo en un hospital, dotado de todo, que les presta- ría el auxilio más apreciado por cualquiera, que es devolver la salud perdida. 251 El hospital exclusivo para las meretrices de- be de existir dondequiera que haya un núcleo grande de población de meretrices. Un núme- ro elevado de estas mujeres, afectas de enfer- medades que no son dolorosas y que no requie- ren la estancia en el lecho, resultan casi impo- sible de mantener tranquilas y disciplinadas, dentro de la severidad del reglamento de los otros hospitales. En los hospitales, la meretriz debe recibir todos los auxilios médicos y quirúrgicos nece- sarios para la curación de sus enfermedades curables, o el apaciguamiento, el letargo de los gérmenes productores de la sífilis. Estas cura- ciones harían de la meretriz un ser inofensivo para la salud pública. Las glándulas de Skein o peri-uretrales, las glándulas de Bartolino, los folículos de la mucosa vulvar, de las carúnculas mirtiforme, cuando se infectan por la bleno- rragia, deben ser extirpados, porque de lo con- trario son fuentes perennes de contagio; igual pasa con el cuello de la matriz; cuando el cuer- po de este órgano se infecta y por cualquier motivo llega a la cronicidad, se hace necesaria la extirpación de él y la de sus anejos. Con ese tratamiento, más del 70 por 100 de las causas de contagio de la blenorragia desaparecen. La sífilis, tratada enérgicamente por las in- yecciones intra-musculares o intra-venosas de sales mercuriales, o de salvarsán o neo-salvar- 252 sán, es dominada, hasta el extremo de poder garantizar que una mujer ó un hombre infec- tado de sífilis y tratado convenientemente por medio de dos, tres o cuatro inyecciones del sal- varsán y de 30 o 40 de sales mercuriales, o más si la sífilis fuese muy rebelde, podrían perfec- tamente cohabitar y hasta engendrar, sin el peligro de transmitir su enfermedad. Ahora bien: no es posible poder determinar el tiempo que dure ese estado de esterilidad pasajera del mal en el sujeto sifilítico, y por eso es preciso establecer, después de la libertad de la mere- triz secuestrada, la vigilancia cuidadosa de su organismo y el examen periódico de la sangre, para que a la menor reacción positiva de Was- sermann, o a la menor lesión de la piel y las mucosas, sospechosos de ser sífilis, se inyecte a la meretriz enferma el salvarsán, las inyec- ciones de sales mercuriales, en el dispensario, sin necesidad de acudir a la secuestración de esa enferma. Además de esos beneficios que adquiere la mujer enferma con esas prácticas terapéuticas, ella adquiere conocimientos de higiene necesa- rios que la ponen hasta cierto punto a cubierto de una contaminación venérea. Esos conoci- mientos consisten en aprender a reconocer al hombre, en sus órganos genitales, para com- probar la existencia o no de secreción uretral o de úlceras, de erosiones de cualquier clase 253 que el hombre pueda presentar en sus órganos genitales, debiendo ella cuidarse mucho de no permitir besos en la boca ni en ninguna otra mucosa, de los hombres a quienes por cual- quier motivo ella pueda considerar como sos- pechosos de padecimientos sifilíticos. Además, ella aprende que los lavados, sobre todo de bi- cloruro de mercurio al uno por mil, bajo la for- ma de licor de Van Switen, la preserva de una posible infección blenorrágica o sifilítica, y ella aprende a conocer los primeros síntomas de los males venéreos; y a su vez propaga esos conocimientos entre su medio social, lo que ha- ce acudir a la metriz al médico, en época muy temprana, casi al inicio del mal adquirido, y aprende a conocer el inmenso estrago y el te- rrible tormento y el tétrico pronóstico de los males venéreos. Debe ser suprimida la cartilla y debe ser abolida la prohibición de que las meretrices concurran a los lugares públicos, en la misma forma que concurre cualquier persona que dé muestra de educación y de decencia pública. La cartilla y esas prohibiciones sí degradan a todos; sí se comete el delito de vejamen contra esas infelices al obligarlas a andar por las ca- lles con la cartilla, cédula personal que, como todas, son infamantes, y sí resulta depresión civil la obligación de usar de los coches y ve- hículos de paseo con los fuelles altos y el usar 254 determinadas prendas de vestir, por ser de usos de señoras, para evitar que en dichos lu- gares públicos se puedan confundir con las otras damas de la sociedad. Además del veja- men que establece esa costumbre, que mantie- ne esa práctica, se llama poderosamente la atención sobre la meretriz al marcarla de tan indigna manera. Nada de eso hace falta, ni es de provecho a la salud pública, y sí de mucho daño a la reglamentación. Todo eso debe desa- parecer para respetar esos derechos civiles y esas libertades individuales, que éstos sí son intangibles, porque con el respeto de ellos no se acarrea mal alguno a la sociedad ni a los componentes de ella. Los abolicionistas aseguran que la regla- mentación aumenta el número de las enferme- dades venéreas, y tratan de probarlo con esta- dísticas que ellos confeccionan. No quiero fal- tar al respeto a los que tales afirmaciones ha- cen, negando rotundamente la bondad de la confección de esas estadísticas; pero no alcan- zo a explicarme de qué manera puede aumen- tarse el número de las enfermedades venéreas al sustraer, por ejemplo, un mínimum de un 10 por 100 de mujeres enfermas de esos males, del comercio de la prostitución. Esas 10 muje- res retiradas del tráfico de la prostitución y se- cuestradas en un hospital, no enferman abso- lutamente a nadie; suponiendo que esas muje- 255 res reciban cada una de ellas, durante las 24 horas del día, a 5 hombres-promedio muy ba- jo, porque según confesiones de ellas mismas, el promedio de visitas de hombres que ellas re- ciben durante 24 horas es de 9 a 10-; si reci- ben, digo, 5 hombres, y de esos 5 hombres, tres, por distintas causas, resultan inmunes, y dos adquieren el mal, se tendrá un número de 20 hombres enfermados diariamente por esas me- retrices dejadas en libertad, y en un mes, ten- dría la sociedad 600 individuos enfermos de males venéreos; y durante un año, aumentaría ese número de enfermos a 7,200. Si los núme- ros que presentan las estadísticas de los aboli- cionistas son respetables, también los números que representan los datos que acabo de apun- tar tienen que ser respetados, tanto más cuan- to que una sana lógica los apoya, los respalda y los garantiza. La reglamentación existió en Inglaterra, y fué abolida a mediados de la primera mitad del siglo pasado. Los ingleses, hombres que han hecho del derecho y de la libertad un ver- dadero culto, y que, además, dotados de seve- ros principios de religión y de moral, juntos con la aplicación de una exquisita higiene, cre- yeron posible las ventajas de la abolición y su- primieron la reglamentación de la prostitución, ellos se sintieron capaces, seguros en su moral y educación y resguardados de los males ve- 256 néreos; pero sus estadísticas demuestran cla- ramente su grave error: estaban y están equi- vocados. Los Estados Unidos de Norte América sur- gieron a la vida de nación independiente bajo los auspicios de hombres como Washington, Flanklin y Jeffersson, y en los momentos en que la higiene no estaba lo suficientemente ade- lantada para que los hombres que siguieron el grito de libertad dado por el más demócrata de los hijos de Norte América pudieran compren- der que la higiene pública y privada tenía au- toridad bastante para mermar las libertades y los derechos individuales que habían conquis- tado las armas que lucharon contra Inglate- rra, emancipando ese territorio americano de la dependencia de aquella nación. No era propicio para un país que había sido fundado por puritanos y que, enloquecidos mo- mentáneamente con el logro de su libertad, en- galanaron su independencia y su soberanía na- cional con una constitución que reconocía pri- mero queda de ningunootro pueblo los derechos del hombre, reglamentar la prostitución, por- que para ese pueblo y para sus gobernantes no era fácil comprender, y mucho menos admitir, 257 que en su país pudiera existir la infamia de la prostitución y de la meretriz. Todo eso es dis- culpable y hasta admirable. Pero ya algunos Estados de la Unión Americana, obligados por la higiene y por la eugénesis, reglamentan la prostitución, y casi todas las autoridades sa- nitarias de Norte América reonocen lo conve- niente que seria que se dictaran medidas sani- tarias tendientes a aminorar el mal venéreo, y dicen que una de esas medidas debía de ser la reglamentación de la prostitución; que si ellos no la ponen en práctica es porque no encuen- tran el medio de imponerlo a la opinión públi- ca; opinión que, para suerte de esa nación, vi- ve todavía, intensamente, la vida austera que inspiraron aquellos grandes fundadores de la Unión Americana. En Francia, en Italia, en Alemania, en Aus- tria, en Bélgica, en España y en todos los paí- ses y colonias de esas naciones, y en todas las repúblicas latinoamericanas, la reglamentación de la prostitución existe más o menos igual. En unas naciones, la reglamentación de la prostitución está al cuidado de los municipios, y cada municipio tiene una reglamentación propia, según sus medios y sus necesidades. En otros países está al cuidado de los gobiernos 258 provinciales, y en otros es una función nacio- nal, como sucede en Cuba. La reglamentación de la prostitución debe de ser mantenida, aunque modificando la ley actual, introduciendo en ella las reformas que en párrafos anteriores dejé apuntadas. Este servicio, en Cuba, debe ser nacional y no mu- nicipal, como pretenden algunos al interpretar la Ley Orgánica de los Municipios cubanos, que encomienda a éstos la vigilancia de la prostitución. La ley, al encomendar ese cuida- do a los municipios, no se refiere a la sanidad física de los individuos, sino a la sanidad mo- ral de las respectivas sociedades municipales. Y esto es justo, porque el alcalde con los con- cejales vienen a ser los padres, los tutores, los mentores de la colectividad que rigen, que cui- dan y que auxilian. La República de Cuba es la única nación del mundo que ha nacionalizado los servicios sani- tarios y de beneficencia, y que los ha encomen- dado a un secretario del Despacho del Jefe del Ejecutivo Nacional; es decir, que la sanidad y la beneficencia tienen en el Consejo de Gobier- no, y en el Gobierno propiamente dicho, un re- presentante que defiende y cuida los intereses de la salud pública y de la caridad; por lo tan- 259 to, en cualquier país, menos en Cuba, puede encomendarse a los Municipios o a las Provin- cias la evitación de la propagación de los ma- les venéreos. La reglamentación de la prosti- tución, tal como la dejó el Gobierno Militar in- terventor por su orden civil número 55, debe continuar, siendo un servicio nacional, con una comisión o board que cuide de su exacta apli- cación y de la administración en la de la ciu- dad de la Habana. No comprendo ni me explico por qué existe ahora el empeño de abolir la reglamentación de la prostitución en este país, vuando hasta para la benigna enfermedad del sarampión, cuando para el mismo acarreo de la leche, se dictan medidas y más medidas sanitarias, me- didas que tienden a asegurar que ni ese ali- mento ni esa enfermedad produzcan males al individuo y a la sociedad. Se puede afirmar que los males que se produzcan por la falta del cumplimiento de las leyes dictadas para la vi- gilancia del sarampión y del acarreo de la le- che, son males; que al compararlos con los dia- bólicos males del venéreo, representan sólo en la vida de la sociedad una casi angélica sonri- sa. Es cierto, muy cierto, y ya lo dije al prin- cipio de este libro, que la ley de la reglamenta- ción de la prostitución vigente en Cuba debe 260 ser modificada, más que nada, deben ser modi- ficados profundamente los procedimientos pues- tos en práctica para la aplicación de dicha ley. Cosa curiosa resulta el estudiar el fenómeno que ocurre en Cuba, cuando un organismo ad- ministrativo no produce los bienes que se pro- pusieron alcanzar los fundadores de esos or- ganismos, debido a veces al mal procedimiento en la aplicación de la ley que regula esos orga- nismos y servicios. A veces, debido a que los encargados de la vigilancia y de la dirección de esos organismos y servicios no son compe- tentes, resultan aquéllos inútiles y perjudicia- les, y entonces, ofuscados y excitados por el mal resultado, no se les ocurre a los encarga- dos de la alta dirección la reforma de lo que la experiencia muestra reformable, y no se ex- pulsa a los que por maldad o por insuficiencia mental, cultural y de energía, hayan delinqui- do o hayan torcido el camino que debieron se- guir para llegar a obtener resultados próspe- ros y felices. No; nada de eso se hace. En una convulsión epiléptica de la voluntad y del pen- samiento, producida más que por nada, por una cobardía moral que impide atreverse con los delincuentes de buena o de mala fe, deci- den y decretan la supresión de esos organismos o de esos servicios. 261 Aquí, la intervención militar que mandó el general Wood, dejó establecido un asilo para niños y otro para niñas desamparadas. Una mala administración, producto unas veces de la política y otras veces de la incompetencia de los directores y administradores de esos esta- blecimientos, trajo un estado de relajamiento en aquellos hospicios, y no fueron reformados los defectos que naturalmente tenía que traer aparejados; servicios que fueron establecidos en un momento de sublime inspiración de la adnjinistración militar interventora, represen- tando ellos el núcleo de lo que la administra- ción cubana debía llevar a la altura de una ins- titución. Si se cambiaron los directores y ad- ministradores, no fueron escogidos ni seleccio- nados los sucesores, y forzosamente el relajo siguió aumentando, el dinero del Estado se in- vertía inútilmente y ante tantos defectos y males cosechados en esos hospicios, se decidió, no la reforma, no lo justo, sino la supresión de esos dos asilos. Más tarde, disgustos surgidos en la zona de tolerancia entre proxenetes, policías y solda- dos de artillería, culminaron en noche triste, con la muerte de dos o tres apreciables jóvenes oficiales, en una riña tumultuosa; y el Gobier- no, en aquellos momentos, no pudiendo supri- mir la policía, no pudiendo exterminar los pro- 262 xenetes, intentó suprimir el pequeño núcleo de soldados que formaba la improvisada artillería cubana. Cuando el Congreso cubano, cuando el Ayuntamiento de la ciudad de la Habana, ha- cen algo que disgusta a la mayoría de la opi- nión cubana, se desea la supresión del Congre- so y del Municipio habanero; nadie clama por la reforma, nadie es sereno; todos son violen- tos, todos quieren llegar pronto a lo más per- fecto, y si no, a la supresión. ¡Grave síntoma! Para que se vea lo arraigada que está esa manera de pensar y de actuar, voy a relatar lo sucedido a unos caimanes depositados en la fuente del parque de Colón de esta ciudad. En dicha fuente fueron depositados por el Gobierno de la primera intervención, cuatro o cinco ejemplares de la familia de los saurios, con la intención de que fueran los cubanos, po- co a poco, aumentando su jardín zoológico. Allí permanecieron durante toda la interven- ción americana, hasta pocos después, en que la administración cubana ordenó la muerte de aquellos animales. ¿Cuál fué la causa que mo- tivó dicha orden? Una muy sencilla y muy brutal: unos cuantos salvajes llevaban gatos, perros, ratas y palomas vivos, que deposita- ban en la fuente, para entretenerse presen- 263 ciando la caza de ellos por los caimanes, con- virtiendo a la fuente de dicho parque en cir- co romano. Las autoridades de aquella épo- ca no tuvieron el valor de ordenar a un policía que levantara el club y con todo vigor lo deja- ra caer sobre las cabezas de aquellos desalma- dos, que para sus torpes distracciones escogían medios tan reprochables, y decidieron matar a los caimanes; es decir, que pusieron en prácti- ca el añejo y anticientífico refrán: "Muerto el perro, se acabó la rabia". Ahora mismo, y por motivos del poco resul- tado favorable que en Cuba da la reglamenta- ción de la prostitución, se pretende abolir la ley que regula ese servicio en la nación cubana. En este asunto ocurrirá lo mismo que lo sucedido con los caimanes y con los servicios que en los párrafos anteriores he señalado. Si el servicio de la reglamentación de la prostitución no se presta en la forma precisa y necesaria para ob- tener un buen resultado, debido a defectos de la ley que lo regula, ¿por qué no se modifica la ley actual, en los puntos aquellos que la expe- riencia ha señalado que debe ser reformada? ¿Por qué, si al lado de esos defectos de la ley han existido o existen causas de mal procedi- miento en la aplicación de la ley, no se refor man esos procedimientos; y si esos procedí- 264 mientos dependen de la insuficiencia del carác- ter, de la moral o de la mentalidad de los encar- gados de aplicarlos y dirigir esos servicios, por qué no se va contra ellos, sustituyéndolos, y no que se va contra el sistema? No se trata la causa, sino los efectos. Este acto es compara- ble únicamente al del médico que, llamado pa- ra asistir un caso de difteria, en lugar de apli- car una inyección de suero Roux, procede a la decapitación del paciente, por no atreverse con el microbio de Klebs Loeffler. Todo esto es cuestión, desgraciadamente, de idiosincrasia, del carácter de la raza latina, y especialmente de la familia española, aumen- tada con la indolencia que adquieren fácilmen- te los individuos en las zonas tropicales. Ahora bien: los que pretenden que la regla- mentación de la prostitución por sí sola reduz- ca a un grado mínimum la propagación de los males venéreos, desconocen ñor completo los orígenes y los modos de propagación de esos males, y forzosamente tienen que desconocer también la higiene profiláctica que debe ser impuesta para aminorar dicha propagación. La reglamentación de la prostitución, por sí, da- rá, bien aplicada y como propagadora del bien hacia las meretrices, un 30 o 35 por 100 de li- 265 mitación a la propagación de la sífilis y de la blenorragia. Como la reglamentación no puede impedir la prostitución en las mujeres y en los hom- bres, porque las causas de la prostitución no reciben de la reglamentación, porque ella no lo puede dar, ningún remedio contra esas causas, no se puede pedir a esa reglamentación el ex- terminio de las prostitutas. Si los abolicionistas de la reglamentación en- tendieran que al no alcanzar esos fines la regla- mentación debe ser suprimida, estaría confor- me con ellos; pero si los abolicionistas entienden conmigo que la reglamentación no es más que una medida sanitaria para cooperar, para auxi- liar a otras medidas sanitarias, aplicadas con la intención de aminorar en un grado máximo la propagación de los males venéreos, y que ella no debe, porque no puede, hacer nada provecho- so al mezclarse en la parte moral, ellos deben estar y declarar conmigo que sobre esas bases debe cimentarse la reglamentación para bene- ficio de la humanidad. En lo único moral en que debe intervenir la reglamentación es en la edad en oue puede tolerarse a la mujer el ejer- cicio de la prostitución, que debe ser la que el Códio-o Civil señala como la conveniente para la emancipación de la mujer. Los otros medios que deben ayudar a auxi- liar a la reglamentación son los siguientes, 266 enumerados anteriormente, y que ahora me propongo analizar: II. DISPENSARIOS DE RECONOCIMIENTO Y DE CURACIÓN. Los gobiernos crearán en tocios los ba- rrios populosos, y sobre todo en los barrios obreros y pobres, un dispensario, dotado de to- dos los medios que la ciencia actual posee para reconocer y tratar a los enfermos que resulten infectados de los males venéreos. El tratamien- to que reciban los enfermos debe ser gratis, y se les obligará, después de diagnosticada su afección, a concurrir y a recibir la cura diaria de sus males. En esos dispensarios se repartirán las carti- llas venéreas donde se haga conocer con breve- dad precisa los peligros de su enfermedad, no sólo para él, sino para la familia, la esposa, los hijos y los amigos; donde se indica el crimen que él comete al contaminar inconsciente o conscien- temente a otra persona, y debe copiársele los artículos de la ley que se dicte para castigar 267 como autores de imprudencia u homicidio y de cualquier manera a otra persona. Esos dispensarios enseñarán también al en- fermo de sífilis la obligación en que está de concurrir a esos centros cada seis meses, para que la terapéutica antisifilítica le sea impuesta en el instante en que el reconocimiento de su sangre diese una reacción positiva de Wasser- mann. Estos dispensarios deben trabajar y prestar servicios durante el día y durante las primeras horas de la noche, y sus paredes in- teriores deben estar cubiertas con pinturas e imágenes, denunciando las múltiples formas, gravísimas todas, que pueden adoptar los ma- les venéreos, y deben llevar una estadística ri- gurosa y detallada. III. declaración obligatoria del mal venéreo. Los médicos deben ser obligados a denun- ciar a la Sanidad los casos de enfermedades venéreas que ellos asistan, expresando el pe- riodo en que se encuentra la enfermedad, y las manifestaciones que presente el enfermo, con objeto de que la Sanidad Nacional forme una 268 estadística y para que envíe al enfermo con su- ma brevedad una cartilla venérea de las que se reparten en los dispensarios antes dichos. IV. RECONOCIMIENTO DE DAS FUERZAS ARMADAS DE MAR Y TIERRA, Y DE LOS CUERPOS DE PO- LICÍA. Esta medida es necesaria, forzosa su aplica- ción. Ella resulta una necesidad imperiosa, tan imperiosa como es la reglamentación de la prostitución, con las reformas que se han indi- cado. En los ejércitos de mar y tierra, y en los cuerpos de policía, se encuentra una población sana, fuerte, vigorosa, joven y soltera, bases esenciales de toda lujuria, de todo ardimiento, y es natural que esos hombres, que además se alimentan bien y hacen una vida regular e hi- giénica en los campamentos y cuarteles, bus- quen constantemente a la meretriz, y en esa busca encuentran la enfermedad, y después se convierten ellos en propagadores de esos males, ayudando a difundir esas terribles enfermeda- des. Por lo tanto, el reconocimiento forzoso de los individuos todos que componen esos núcleos 269 debe ser impuesto, para ser tratados conve- nientemente y para ser instruidos por medio de la cartilla venérea del conocimeinto de su hi- giene y la higiene que deben observar para no infectar y para que no ignoren lo legislado so- bre esta materia. Cualquier individuo de los cuerpos mencio- nados debe ser tratado y cuidado con gran em- peño, con el mismo empeño con que se trata y se cuida a un colérico o a un pestoso, no sola- mente por piedad hacia el enfermo, sino tam- bién como guarda augusta de la sociedad pre- sente y futura. Los enfermos de venéreo no pueden recu- rrir actualmente a los hospitales públicos en busca de los cuidados que sus enfermedades reclaman, porque los hospitales cubanos no re- ciben como enfermos a los individuos, aunque sean excesivamente pobres, atacados de males venéreos, si no presentan complicaciones. Ese extremo de las leyes y reglamentos de benefi- cencia cubana debe ser modificado incontinenti y en el mismo momento adaptar salas especia- les para el tratamiento de los enfermos de esos males, en cualquiera de sus periodos y en su forma más simple, obligando también a los hospitales a confeccionar estadísticas completas por duplicado, una para su archivo y otra que 270 enviarán a la Sanidad Nacional; entregarán a cada uno de esos enfermos una cartilla ve- nérea. V. DECLARACIÓN FORZOSA POR LOS EMPRESARIOS DE COMPAÑÍAS DE TEATROS Y CIRCOS, ETC., ETC., ETC., DEL ESTADO DE SALUD DE SUS COM- PONENTES. Empiezo por rogar a las personas, y sobre todo a las señoras y señoritas que forman par- te de esas "troupes", que no se molesten ni se ofendan por esta medida higiénica, porque no va contra su dignidad ni contra su decoro, si- no que va en pro de la salud pública. Se sabe que muchos hombres son enferma- dos por mujeres que constituyen esos compo- nentes, y que muchas de esas mujeres son en- fermadas por hombres que logran alcanzar sus amores; esto es preciso evitarlo, y la mejor manera de ello, es obligar a los empresarios para que éstos obliguen a su vez a los compo- nentes de su comnañía, a que semanalmente concurran al médico, para que la Sanidad co- nozca su estado de salud y para que en el caso de que resulte enfermo sea obligado a curar- se, v también para que les sea entregada una cartilla venérea. 271 VI. CASTIGO PARA LOS QUE TRANSMITEN LAS EN- FERMEDADES VENÉREAS. No creo que pueda haber personas juiciosas y amantes del porvenir de la humanidad que encuentren mal el hecho de considerar que la transmisión de las enfermedades venéreas es un acto delictuoso. Es tan grande el mal inferido al individuo y a la sociedad por la transmisión de esas enfermedades, sobre todo la sífilis, que la humanidad tiene que recurrir a extremas medidas que la pongan a cubierto de la propagación de ellos. Grandes demócra- tas, grandes liberales, grandes sabios higienis- tas y filósofos, hace tiempo señalan la conve- niencia de que sean castigados los que trans- mitan esos males. El ilustre profesor de la Universidad de Palermo, el higienista profun- do y concienzudo filósofo doctor Tomaselli, que ha estudiado mucho el problema de la prostitución, y que de abolicionista se convir- tió en reformista del sistema empleado por la reglamentación, pero al fin reglamentarista, en los estudios que hizo por los años 1900 a 1902, se decidió a considerar la transmisión de esos males como un delito, y que, por lo tanto, sus 272 autores fuesen castigados como los de lesio- nes graves. Sé que es muy dificil probar en algunas oca- siones quién transmitió el mal; pero en la ma- yoría de las veces, la dificultad se allana tanto, que la facilidad se establece y permite compro- bar el autor de la transmisión, es decir, del de- lito. Por lo tanto, los legisladores deben dictar una ley conveniente para que los jueces proce- dan de oficio contra los que transmiten el mal venéreo, considerándolos como autores del de- lito de imprudencia temeraria a los que incons- cientemente transmitan el mal, para que sean sentenciados a la pena en su grado mínimum que el Código señala para los reos del delito de imprudencia. Los jueces deben considerar a los que cons- cientemente y a sabiendas transmiten un mal venéreo como autores de delito de homicidio, para ser condenados con la pena en su grado mínimum que señala la ley penal vigente en el país que fuera. Estas penas obligarían a los hombres y a las mujeres a ser más cuidadosos de su salud; los obligarían también a estudiar o instruirse, con resnecto a los medios a que las personas deben acudir para no contraer ni transmitir el mal, y 273 les daría cantidad de conocimientos bastantes para conocer el pronóstico tan tremendo para sus personas y para su prole, y sobre todo, aca- baría con el horrendo crimen que cometen los maridos transmitiendo en la alcoba nupcial esos males como rescoldo del inmundo cieno que ha quedado guardado en un rincón cual- quiera de su organismo aparentemente sano; y acabaría con la inconsciencia delictuosa dé los hombres y de las mujeres, que por satisfacer un deseo o por ganar un peso, se prostituyen estando enfermos de los males mencionados. Ningún juez ni ninduna autoridad eclesiás- tica podrán celebrar las nupcias de los indivi- duos, hombre o mujer, cuya certificación mé- dica jurada no oruebe eme la salud de ambos contrayentes está libre de los males venéreos, o en el caso de nadecerlo alguno de ellos, no pueda ser considerado como peligroso, desde el punto de vista de la transmisión o que un tra- tamiento médico bien dirigido, impida la trans- misión de la sífilis. Los jueces encardados de los registros civiles no deberán inscribir nin- gún niño, sin que sus padres, familiares o tu- tores, acompañen la certificación jurada, del estado de salud de esos infantes, con respecto a los males venéreos; los perjuros se castiga- rán según el Código vigente. 274 No se diga por nadie que estas exigencias re- presentan la esperanza del loco, ya que pudiera parecer esas prácticas, ideales irrealizables. Ello no es asi; no es práctica irealizable; es realizable, y con bastante facilidad. Los labo- ratorios del Estado, de las provincias y de los municipios, para los pobres, y los laboratorios privados para los ricos, pueden examinar la sangre de esos individuos y decir si padecen o no de sífilis; el diagnóstico de la blenorragia, en cualquiera de sus manifestaciones, aguda o crónica, o en sus diversas localizaciones ana- tómicas, es fácil de hacer. VIL VIGILANCIA DE NIÑOS Y NODRIZAS. . Las escuelas públicas y privadas, los insti- tutos, las universidades, deben exigir la certi- ficación jurada, suscrita por médicos, de la Sa- nidad del Estado, o por médicos particulares, de esos niños, antes de darles ingreso en di- chas instituciones, certificaciones que enviarán a la Sanidad nacional, para que ésta dicte las medidas convenientes y necesarias para obli- gar la curación del niño que resulte enfermo y para hacer guardar la conveniente separación 275 que el enfermo debe tener, de los demás jóve- nes estudiantes. Los padres deben ser considerados como res- ponsables, con el médico, del delito de perju- rio, y ellos estarán en la obligación de aten- der a la curación de sus hijos y los tutores a la de sus pupilos, y en el caso de que no lo hicieran o no pudieran hacerlo, permitirán que el Estado, obligatoriamente, los cure. Esta medida tiene que ser de gran utilidad y de gran provecho para la vida presente del individuo y de la so- ciedad, y mucho más aún para la vida futura de ella, a la que se está obligado y ligado tanto como para la sociedad presente. Las nodrizas deben ser vigiladas, y la Sani- dad nacional debe reconocerlas para compro- bar la existencia o no de algún mal venéreo, para autorizarlas o no a amamantar niños, se- gún su estado de salud, y obligarlas a su cura- ción y vigilar el momento en que, si están en- fermas de sífilis, un tratamiento adecuado les convierte en seres no peligrosos para la trans- misión de su enfermedad. La vigilancia en es- tos casos debe ser extremada, para impedir que ellas continúen su oficio, a la menor reacción positiva de Wassermann o a la menor duda clínica de la resurrección de su enfermedad. La sanidad estará autorizada para reclamar la certificación médica jurada indicadora del 276 estado de salud del niño encomendado al cuida- do de una nodriza. En el caso de que el niño resultase enfermo de sífilis, con manifestacio- nes sifilíticas, y que por ellas resulte fácil la transmisión, debe ser criado por medios artifi- ciales o amamantado por una nodriza sifilítica. VIII. VIGILANCIA SOBRE LOS GRANDES NÚCLEOS DE POBLACIONES OBRERAS Y SOBRE OTROS NÚ- CLEOS determinados DE POBLACIONES. Los patronos, los jefes, los encargados, los responsables de la dirección de las industrias y comercios donde exista una población numero- sa de obreros, en su mayoría solteros, y espe- cialmente los de núcleos obreros retirados de las grandes ciudades, estarán obligados a ha- cer que sus obreros, bien por el médico de la compañía o por los médicos particulares, certi- fiquen bajo juramento el estado de salud de ellos, con respecto a los males venéreos, para dar cuenta a la Sanidad con estas certificacio- nes, para que la Sanidad pueda dictar las pro- pias medidas, encaminadas a curar a los que resultan enfermos y aquellas otras que eviten la propagación de estos males. En todos esos 277 centros debe difundirse profusamente y de una manera constante la cartilla venérea. Él patro- no de esos obreros serán responsable, como el médico, del delito de perjurio. Los capitanes de buques mercantes de ma- tricula nacional o extranjera, deberán ser obli- gados a prestar igual declaración que los pa- tronos o encargados de las poblaciones obre- ras, y en ellos se repartirá profusamente tam- bién, la cartilla venérea. Los jefes de vivaques, cárceles y presidios estarán obligados a solicitar u obligar a los de- tenidos o sentenciados a que el médico de esos establecimientos los reconozca, para determi- nar si algunos de ellos padecen de males vené- reos, y si lo estuviesen, para obligarlos a su cu- ración y al aislamiento conveniente, para evi- tar entre ellos la propagación del mal. Los mé- dicos dichos deberán llevar una estadística muy completa para remitirla al Departamento de Sanidad Nacional. IX. DIFUSIÓN DE LOS CONOCIMIENTO DE HIGIENE PERSONAL Y PROFILAXIS. Esta medida es de las más interesantes. Por su importancia debe esperarse de ella grandes 278 resultados. Creo que la base esencial de la hi- giene pública y privada es la educación, la ilustración que se difunda con respecto a la manera de evitar el contagio de una enferme- dad, la manera de cuidarse de ella una vez ad- quirida y la manera de no propagarla, es una de las mejores medidas profilácticas. Una cons- tante difusión de los conocimientos de higiene personal y profiláctica de los males venéreos, hecha por medio de la palabra, por medio de la escritura, por la pintura, por el dibujo, por la caricatura o por el cinematógrafo, durante el periodo de 10 años, por ejemplo, había de pro- porcionar una disminución de un 50 por 100 al menos de la propagación de esas enfermeda- des y de la prostitución. No puede haber hombre o mujer, por muy baja que sea su condición, capaz de no cuidar su salud y de no prevenirse del castigo a que se haga acreedor al dañar a otra persona. Por eso las conferencias públicas sobre esos males, dadas a hombres y mujeres, y de cierto modo a los mismos adolescentes de ambos sexos, de- berían ponerse en práctica. Dichas conferen- cias deben ser hechas de una manera vulgar, sencilla y sin vuelos científicos, incapaces de producir beneficios y capaces de traer el abu- rrimiento de los oyentes y el descrédito de ta- les conferencias. Los escritos en los periódicos 279 diarios, aforismos colocados en todos los luga- res públicos, en los tranvías y en los ferroca- rriles, deben ser considerados como imperiosa necesidad. Al lado de esto deberán existir mu- seos de cera y de pintura que denunciaran los estragos de esos horribles males, y el Estado debería subvencionar a inteligentes caricatu- ristas para la constante publicación de carica- turas, que sin rebasar el terreno de la moral y de la decencia, mostraran en ellas'el horror, el miedo, a esas desgracias humanas. En estos momentos, en que la Eugénesis le- vanta gallarda su colosal figura, dedicando sus energías y cuidados que por momentos parece que ellos traspasan los límites de lo natural, dadas su grandes exigencias mutiladoras y es- terilizantes y contrarias a los sentimientos hu- manos; estas exigencias, que la asemejan a la de los grandes y sabios agricultores y botánicos de la Unión Norteamericana, ya que quiere al- canzar en la especie humana los rápidos y es- pléndidos resultados que esos agricultores y bo- tánicos han alcanzado en breve tiempo, en la crianza de cerdos, de vacas, de gallinas pone- doras o de gallinas de carne, en ciertas plantas alimenticias y en ciertas flores, nadie debe asombrarse ni rechazar esas conferencias por inmorales. No critico a la Eugénesis en sus no- bles empeños; antes al contrario, los aplaudo, pem, aconsejándole que no pretenda alcanzar 280 con rapidez lo que es obra de la constancia y del tiempo, de la educación, porque podría fá- cilmente entrar en el terreno de la idealidad, y el fracaso sería entonces seguro. Y si la Eugénesis pretende ese resultado, el higienista tiene que ayudarla, y los gobiernos apoyarla, para el éxito de tan espléndida obra: y el higienista la ayudará y los gobiernos la respaldarán, reglamentando éstos la prostitu- ción con las reformas dichas y con las medi- das sanitarias que deben ser coadyuvantes de la reglamentación, y con las conferencias pú- blicas que se den, con los escritos que se repar- tan para difundir los conocimientos sobre esas enfermedades tremendas. No se asombre nadie de que pretenda que de- lante de niños y de niñas, de señoras y de seño- ritas, se levante un conferencista a hablar de las enfermedades venéreas, porque éstas tengan re- lación intensa y estrechísima con los órganos genitales de ambos sexos, ya que precisamente, en la inmensa mayoría, las contaminaciones se adquieren por el ayuntamiento carnal. Una pa- labra discreta, sin dejar de llamar las cosas por su nombre, una severidad en la forma de la oración, revestida de un deseo inmenso de bondad, borran toda la inmoralidad que pu- diera tener para los escrupulosos, que desde- ñan los rudimentarios conocimientos de la fisio- 281 logia humana y de la higiene por temor a una perversión moral. El siglo XX ha hecho posible esos conoci- mientos adquiridos por medio de las conferen- cias indicadas y sustentadas en este libro. En Alemania y en los Estados Unidos de Norte América, han sido puestas en práctica; tanto, que una de las damas más bellas de sentimien- tos por su amor a la moral, Mrs. Wilson, espo- sa del muy honorable y muy moral Presidente actual de los Estados Unidos, patroniza y ayu- da esa propaganda y esas conferencias. No comprendo cómo hay personas que se asusten al hablar de higiene social o de higie- ne privada y de los órganos sexuales y sus fun- ciones, y no se asusten al concurrir con sus hi- jas a los teatros y encontrar exhibición de des- honestas cintas cinematográficas, o se encon- traron ante bailes pornográficos y ante repre- sentaciones de obras que por su mímica, por sus palabras, denuncian una inmoralidad com- pleta y absoluta. Esas vistas y esas exhibiciones pervierten, porque no enseñan más que el lado picaresco e indecente de la vida, sin dejar nin- guna impresión en la mente de los concurren- tes, favorable a nada bueno en ningún aspecto de la vida humana. 282 Todos los religiosos, hombres y mujeres, adolescentes y hasta niños, leen la Biblia, y a nadie se le ocurre pensar que ese libro es in- moral ; antes al contrario, se da a leer como co- sa buena y de gran moralidad, a pesar de sus múltiples y escabrosos pasajes y descripciones. La misma consideración que se hace sobre la Biblia, debe hacerse sobre la propagación de los conocimientos de los males venéreos. En Cuba debe exigirse a las sociedades de beneficencia regionales que denuncien a la Sa- nidad todos los casos de males venéreos que ellas puedan tener entre sus asociados, exigién- doles la confección de una estadística escru- pulosa y obligándolas a curar y hasta imponer la curación a los socios descuidados que pres- ten poca atención a sus males y repartir entre todos la cartilla venérea. Bien sé lo difícil que pudiera resultar la confección de la estadística por la Sanidad na- cional, ya que muchos enfermos de estos ma- les cambiarán, muchas veces, en el curso de su enfermedad, de médico, que, al denunciar és- tos, esos casos a la Sanidad, se multiplicarían grandemente, dando por resultado una esta- dística exagerada y falsa. Pero esta confusión, 283 a causa de la repetición de los casos denuncia- dos, puede evitarse obligando al médico de- nunciante a escribir en su denuncia todas las generales del enfermo que asiste, enumerando las manifestaciones venéreas que presente en el momento del examen y el periodo de su en- fermedad y asistencia médica anterior. Esos partes deben ser impresos por el Estado para que tengan uniformidad en su redacción y pa- ra facilitar el trabajo del médico, que no ten- dría nada más que llenar los huecos donde de- ben escribirse los datos solicitados. Para que estas medidas profilácticas den el resultado deseado, sería conveniente un arre- glo o convenio internacional, lo que sería fácil alcanzar por medio de la diplomacia. CAPITULO X. estado actuad de das enfermedades VENÉREAS EN CUBA. Poco se puede decir sobre este asunto: la ca- rencia completa de buenas estadísticas impide el juicio más o menos cierto de la propagación y de la existencia de esos males, no ya en las 284 pequeñas ciudades y poblados del interior de la Jsla, pero ni aun siquiera en la ciudad de la Habana. Esas enfermedades no son denuncia- das, y la Sanidad nacional no muestra más es- tadística que la que se encuentra en los partes de defunción, y para esto, la sífilis no se mues- tra en esos partes de defunción sino cuando ella es la causa directa de la muerte; pero cuando ella produce la enfermedad que mata, permane- ce ignorada; nosedetermina en las hemorragias cerebrales, las arterioesclerosis, en las mielitis, en las tabes, en la parálisis general, en los aneu- rismos, en las debilidades congénitas, en los partos prematuros con feto muerto, en los abortos, ni en ninguno de los otros estados pa- tológicos que destruyen la especie humana y de los cuales la sífilis es la verdadera causa que origina esos males. El honorable Presidente de la República, mayor general Mario G. Menocal, en mensa- jes dirigidos al Congreso, manifiesta la triste- za que le causa al señalar el crecido número de infantes que en la tierra cubana mueren al po- co tiempo de nacer, e indica en ese mismo men- saje, los medios que el Ejecutivo ha puesto en práctica para evitar esos males. En ese mensaje se habla de homicultura, del Negociado de Higiene Infantil, de médicos de 285 consulta para que las madres concurran en busca de auxilio médico para la dolencia del mal que aqueja a sus hijos; y se habla también del estanco de la leche, de la repartición de la leche pura, del abaratamiento de los artículos de primera necesidad, para impedir tan tre- menda cifra de mortalidad; pero, en ningún momento se habla en ese mensaje de nada que indique que el higienista ha pensado en la sífilis; talmente parece que se ignora que qui- zás el 50 por 100 de esos niños que abandonan la vida antes de abandonar la infancia, sean heredos sifilíticos, y que esa enfermedad pre- natal es la que mina sus pequeñas existencias, provocando los trastornos muy visibles para el sifiliógrafo y relativamente fácil de combatir si el diagnóstico es hecho con rapidez y el tra- tamiento se impone con el "ocasio precis" de Hipócrates. En los hospitales de la República, como no se admiten enfermos venéreos sin complica- ción, es inútil ir a ellos en busca de etsadística, y como los centros de socorros municipales no llevan estadísticas tampoco, no se puede saber el número de enfermos venéreos que a ellos concurren. Sólo he podido conseguir las esta- dísticas, muy incompletas, de los centros de be- neficencia regionales en la ciudad de la Haba- na, la de los hospitales militares establecidos en esta capital y la que suministró el Dispensa- 286 rio de Higiene Especial del servicio de la re- glamentación de la prostitución. Como se ve en ellas, resultan numerosos los casos de nueva invasión de sífilis y los casos de chancro blando, no pudiendo comprender por qué esta enfermedad se ha recrudecido, cuando hace siete u ocho años los estadísticas de esos mismos centros demostraban que el chancro blando era una enfermedad batida en sus trincheras mismas. He aquí las estadísticas que he podido reco- ger del tiempo de la colonia, del principio de nuestra vida independiente y de estas últimas épocas de la República de Cuba. ESPADO DEMOSTRATIVO de entrada y salida de enfermas en el Hospital de Higiene, durante el año 1887 MESES ENTRADA SALIDA Existencia 31 de Diciembre de 1886 34 Enero 26 22 38 Febrero 21 19 40 Marzo 23 27 36 Abril 28 41 21 Mayo 52 34 39 Junio 53 63 29 Julio 63 44 48 Agosto 48 Septiembre 62 63 35 Octubre 75 50 33 Noviembre 40 50 23 Diciembre 16 18 21 287 ¿Meretrices, clasificadas por edades, que ingresaron en el Hospital de Higiene en el año de / 887. AÑOS CASOS AÑOS CASOS 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 1 3 10 26 63 54 57 28 31 18 11 17 14 27 28 29 30 31 32 34 35 36 37 42 44 9 7 1 7 1 5 2 1 2 3 2 1 333 41 Total de mujeres 374 ¿Meretrices, clasificadas por razas, que ingresaron en el Hos- pital de Higiene en el año 1887. MESES BLANCAS DE COLOR Enero 5 12 Febrero 6 7 Marzo 8 8 Abril 8 9 Mayo 29 14 Junio.. ... 23 19 Julio 36 15 Agosto 26 32 Septiembre 28 18 Octubre 20 16 Noviembre 19 12 Diciembre 5 3 213 161 Total de blancas 213 Idem de color 161 374 288 ¿Meretrices blancas, clasificadas por los países en que nacieron, que ingresa- ron en el Hospital de Higiene en el año de 1887. CUBANAS ESPAÑOLAS PENINSULARES EXTRANJERAS NACIMIENTOS Enfermas NACIMIENTOS Enfermas NACIMIENTOS Enfermas Habana...., 54 Barcelona 9 Francia 1 Remedios 1 Canarias 48 Estados Unidos 7 Matanzas 11 Madrid 6 México 22 Puerto Príncipe 1 Cádiz 2 Total Regla 1 Valencia 2 30 Sancti Spíritus 1 Córdoba 1 RESUMEN Nuevitas 1 Murcia 2 Guanajay 4 Huesca 1 Sagua 2 Galicia 3 Cubanas blancas Guanabacoa 2 Valladolid 1 84 Güines 1 Santander 2 Portoriquefías 2 Cienfuegos 5 Huelva 1 Peninsulares 49 Total Sevilla 4 Islas Canarias 48 84 Asturias 4 Francia 1 Málaga 9 Estados Unidos. 7 Badajoz 1 México 22 Puerto Rico 2 Teruel 1 Total general 213 Total 97 289 ESTADISTICA de las enfermedades venéreas, durante los años comprendi- dos desde 1866 á 1875. AÑOS HOSPITAL MILITAR HOSPITAL CIVIL QUINTA DEL REY QUINTA DE GARCINI Entradas Venéreos % Entradas Venéreos % Entradas Venéreos % Entradas Venéreos % 1866 11,247 1,196 10,63 5,532 387 6,99 1,844 140 7,59 1,338 116 8,22 1867 6,879 988 14,36 7,206 483 6,70 2,541 113 4,44 2,072 149 7,19 1868 8,535 1,752 20,52 5,277 500 9,47 2,103 143 6,79 1,717 211 12,28 1869 9,905 1,704 17,20 5,103 408 7,99 2,079 105 5,05 1,617 219 13,54 1870 10,062 1,299 12,90 5,740 361 6,28 2,316 116 5,00 1,730 318 18,38 1871 7,824 634 8,10 5,464 307 5,61 2,867 142 4,95 1,867 373 19,97 1872 10,612 648 6,10 5,031 348 6,91 2,942 120 4,07 2,063 340 16,48 1873 9,520 557 5,85 5,799 444 7,65 2,815 176 6,25 2,388 268 11,22 1874 7,528 427 5,67 7,023 635 9,04 2,658 208 7,82 1,677 140 8,34 1875 9,870 1,044 10,57 6,957 719 10,33 2,138 224 10,47 1,592 148 9,29 91,982 10,249 11,14 59,332 4,592 7,76 24,303 1,487 6,11 18,061 2,276 12,60 290 Estadística de las enfermedades venéreas de las me- retrices que ingresaron en el Hospital de Higiene durante el año de 1887. Chancros sifilíticos Uretritis.-Vulvitis y va- ginitis blenorrágicas Metritis y endometritis cer- vical. Erosis y ulce- rosas, específicas y ba- nales Metro-vaginitis. - Especí- ficas y banales Bubones Manifestaciones secunda - rías de la sífilis Manifestaciones úlcero-go- mosas de la sífilis Vegetaciones y verrugas... Fístulas Totales I : ¡o : w : m m: a> | enero 1 o a M w 2 2 3 4 1 1 : to m w m m h* en te 1 MARZO I | ; mí m i ¡e en en m I ABRIL 1 1 : w : m : m oo o oc 1 MAYO O O 8 9 18 4 1 2 1 1 o 2 o 13 6 27 2 2 1 g ■i. o a 22 7 1!) 5 1 4 4 1 M jo JO i m m o -4 1 SEPTIEMBRE | ; • te X co so 1 OCTUBRE 1 « > o 12 3 13 2 3 2 1 | ? : JO o : : jo M 1 DICIEMBRE tJ ◄ M W Sí « © ◄ o 96 66 145 28 3 28 8 17 2 18 12 16 18 43 44 51 62 45 36 36 12 393 291 El resultado de las visitas sanitarias practicadas en el Dispensario desde que comenzó á fun- cionar en 10 de abril hasta 31 de diciembre de 1899, se encuentra expresado en el cuadro siguiente: MESES Abril Mayo Junio Julio Agosto Septbre. Octubre Noviembre Diciembre TOTAL REGLAMENTADAS Número de visitas 2392 3734 3773 3295 4264 4192 4212 4450 4579 34891 Número de enfermas 107 117 109 169 147 79 119 93 77 1017 Tanto por ciento 4-42 3-10 2-88 2-03 3-44 1-88 2-82 2-09 1-67 2-90 CLANDESTINAS Número de visitas 24 25 11 50 71 32 71 17 302 Número de enfermas 8 8 1 11 4 10 4 46 Tanto por ciento 33-8 32-0 9-1 21-29 5-45 31-8 5-4 5-2 AÑO 18 99 292 REGLAMENTADAS Enero Febrero Marzo Abril Mayo Junio Julio Agosto Septiembre Octubre Noviembre | Diciembre Total TURNO ORDINARIO Número de reconocimientos.. 4354 3764 4137 3457 4205 4288 4310 4962 4481 4599 4793 4973 52323 Resultaron enfermas 89 42 78 47 51 48 43 55 65 76 61 45 700 Tanto por ciento.... 1-98 1-11 1-88 1-36 1-21 1-11 1-88 1-18 1-45 1-65 1-24 0-98 1-39 TURNO EXTRAORDINARIO Número de reconocimientos.. 129 147 218 182 324 322 357 337 246 308 186 221 2970 Resultaron enfermas 00 2 00 15 16 15 12 19 9 18 7 11 124 Tanto por ciento.... 00 1-36 0-00 0-82 4-94 4-65 3-36 5-63 3-65 6-17 3-36 4-97 3-89 CLANDESTINAS Número de reconocimientos.. 8 41 0 12 43 18 32 41 23 56 23 20 296 0 14 3 12 82 5 13 12 4 19 6 9 125 Tanto por ciento.... 0 34-14 3-33 100-00 65-11 27-77 24-61 27-34 17-3 33-92 26-08 45 36-75 55636 949 DISPENSARIO DE HIGIENE.-AÑO £900 293 REGLAMENTADAS Enero Febrero Marzo Abril Mayo Junio Julio Agosto Septbre. Octubre Noviembre Diciembre Total TURNO ORDINARIO Número de reconocimientos.. 4890 4643 5012 4313 4889 4180 4379 4710 4178 4525 3997 3539 53255 Resultaron enfermas 70 34 47 38 37 57 58 60 56 46 43 29 575 Tanto por ciento.... 1-43 0-73 0-93 0-87 1-05 1-36 1-32 1-01 1-34 0-98 0-92 1-22 1-07 TURNO EXTRAORDINARIO Número de reconocimientos.. 248 263 243 235 315 303 344 97 138 157 110 88 2541 Resulta ron enfermas 22 17 11 10 13 20 18 7 4 00 2 2 126 Tanto por ciento.... 8-87 6-46 4-52 4-25 4-12 6-60 5-23 7-11 2-89 0-00 1-81 2-27 4-95 CLANDESTINAS Número de reconocimientos.. 65 32 39 21 20 9 9 3 00 4 19 9 230 Resultaron enfermas 28 13 9 6 3 4 2 2 00 0 0 1 68 Tanto por ciento.... 43-00 40-62 23-07 28-00 15-00 44-44 22-22 66-66 0-00 0-00 0-00 11-11 29-56 56026 Total de enfermas 769 Tanto por ciento 1-37 DISPENSARIO DE HIGIENE.-AÑO 1901 294 MESES Entradas Salidas Estancias Blancas De color Cubanas Extranjeras Menores de 20 años Mayores de 20 años Enero 4 72 4 3 1 2 2 Febrero 90 59 1135 76 14 60 30 39 54 Marzo 66 58 1554 52 14 51 15 37 29 Abril 129 113 2328 96 33 106 23 72 57 Mayo 115 107 2148 87 28 85 30 47 68 Junio 112 123 2587 76 36 84 28 47 65 Julio 68 81 1959 49 19 50 18 82 31 Agosto 153 109 2356 97 56 121 32 73 71 Septiembre 82 122 2125 49 33 71 11 46 36 Octubre 138 93 2302 82 56 113 25 65 73 Noviembre 89 107 2757 55 34 75 14 45 44 Diciembre 73 72 2301 57 26 62 11 30 37 Total 1119 1044 23624 770 349 881 238 552 567 HOSPITAL DE HIGIENE.-AÑO 1902 295 Totales Enero Febrero Marzo Abril Mayo Junio... Julio Agosto Septiembre Octubre Noviembre Diciembre MESES 3 iO 90 60 83 81 98 67 69 85 79 116 76 68 Entradas 970 80 70 67 69 116 79 69 90 82 90 82 76 Salidas 26241 2082 2095 1980 2204 2234 3396 2623 2351 1495 1730 2089 1962 Estancias 57 49 36 49 73 39 46 45 52 60 55 62 Blancas Si 23 21 31 20 43 40 23 45 30 30 27 24 De color -i 64 55 54 95 69 58 75 64 65 60 59 Cubanas 005 M 15 15 15 21 10 11 15 18 25 22 17 Extranjeras 995 30 27 21 15 31 14 17 21 24 14 12 30 Menores de 20 años 714 50 43 46 54 85 65 52 69 58 76 70 46 Mayores de 20 años HOSPITAL DE HIGIENE.-AÑO 1903 296 INSCRIPTAS ENFERMAS 1911 Inscriptas con cartilla Inscriptas sin cartilla Clandes- tinas Bleno- rragia Chancro blando Sífilis 1er. G. Sífilis 29 G. Sífilis 3er. G. Otras TOTAL de enfermas 1er- turno 525 67 75 24 17 3 1 3 48 2? turno 530 76 71 41 12 4 2 59 3er. turno 490 58 31 47 9 8 4 68 4? turno 497 47 49 28 10 • • 4 5 47 Total 2042 238 226 140 48 19 1 14 222 1912 1er. tumo 471 70 16 26 15 1 2 44 2" turno 429 103 45 20 16 4 1 4 45 3er- turno 441 89 61 17 21 4 1 6 49 4? turno 435 111 62 25 11 8 2 46 Total 1776 373 184 88 63 17 2 14 184 1913 1er- turno 508 70 158 24 19 5 1 4 53 2? turno 467 94 86 60 16 7 1 11 95 Total 975 164 244 84 35 12 2 15 148 ESTADISTICAS DEL HOSPITAL DE HIGIENE ESPECIAL 297 CLANDESTINAS ENFERMAS 1911 Blenorragia Chancro blando Sífilis 1er. P, Sífilis 2«P. Sífilis 3er. P. Otras TOTAL de enfermas TOTAL de reconocimientos 1er- turno 20 3 6 1 30 10738 2? turno 20 2 3 25 11481 3er. turno 2 1 2 5 10805 4° turno 6 2 6 14 10086 Total 48 8 14 4 74 43110 1912 1er. turno 4 2 1 7 9689 2? turno 8 1 3 1 13 8710 3er. turno 10 5 2 1 18 9395 4? turno 11 2 3 1 1 18 8892 Total 33 10 9 1 3 56 36686 1913 1er. turno 26 6 7 1 40 9402 2° turno 16 3 19 8697 Total 42 6 10 1 59 18099 Inscripciones de meretrices desde 1? de Febrero de 1899 á 30 de Diciembre de 1911 3684 Inscripciones de meretrices desde 1? de Febrero de 1899 á 28 de Diciembre de 1912 3820 Inscripciones de meretrices desde 1° de Febrero de 1899 á 30 de Junio de 1913 3911 298 Estadística de la Quinta de Salud "La Balear" AÑOS Blenorragias Sífilis Chancros blandos 1911 1912 1913 45 52 40 36 50 49 35 37 45 Total 137 135 . 117 Estadística de la Quinta de Salud "Asociación Canaria" 1910 1911 1912 1913 95 58 68 82 53 64 55 82 13 6 15 5 To^al 303 254 39 Estadística de la Quinta de Salud "La Purísima Concepción" AÑOS Adenitis Bleno- rragias Chancros blandos Chancros sifilíticos Sífilis 1* 2* 1911 1912 1913 102 52 87 289 257 157 87 53 55 69 98 225 8 106 110 124 67 241 703 195 167 339 301 Estadística de la Quinta de Salud "La Benéfica" 1910 1911 1912 452 325 405 129 179 206 136 159 178 122 238 315 1182 514 473 675 299 CASA DE SALUD "COVADONGA" AÑO MESES Bleno- rragia Chancro blando Chancro duro Sífilis 1911 Enero 33 9 10 9 Febrero 40 4 2 30 Marzo 38 7 5 40 Abril 29 3 5 55 Mayo 38 6 8 56 Junio 30 4 4 34 Julio 29 9 ■ 5 44 Agosto 32 5 3 20 Septiembre 35 3 3 28 Octubre 49 4 17 22 Noviembre 47 5 8 12 Diciembre 28 3 4 30 Totales 428 62 74 380 1912 Enero 39 6 8 9 Febrero 24 10 12 18 Marzo 44 7 12 17 Abril 47 7 7 12 Mayo 46 2 4 7 Junio 38 3 8 14 Julio 29 8 5 17 Agosto 48 1 12 11 Septiembre 40 5 10 8 Octubre 47 2 10 14 Noviembre. 38 4 10 32 Diciembre 35 5 14 25 Totales 481 60 112 204 1913 Enero 38 4 14 30 Febrero 24 Q 10 30 Marzo 47 3 9 32 Abril 23 7 6 27 Mayo 28 3 2 40 Junio 35 4 5 26 Julio 47 3 7 15 Agosto 42 4 18 37 Septiembre 25 5 7 20 Totales 304 36 78 257 300 ENFERMEDADES VENEREAS EXISTENTES ACTUALMENTE EN EL EJERCITO TROPA EXISTENTE 4466 INDIVIDUOS ENFERMEDADES CASOS Blenorragia 154 Chancro blando 41 Sífilis 165 Total 360 Habana, noviembre 30 de 1913. CUERPOS Alista- dos Tanto p. % con afeccio- nes venéreas Bleno- rragia Chan- cro blando Sífilis Artillería Campaña. 640 13,28 5,93 0,78 6,56 Ametralladoras 348 11,49 5,45 1,72 4,30 Reg. N? 1 Infaat.... 1061 10,09 3,30 1,41 6,21 Total 2049 11,21 4,27 1,20 5,72 301 Al publicar estas estadísticas, lo hago con la intención de que los higienistas y los soció- logos cubanos se fijen y mediten profunda- mente sobre el porvenir de Cuba bajo ese as- pecto de la salud humana. Los cubanos llevan en sus entrañas el escondido veneno que sor- damente mina su existencia, amenaza a la so- ciedad futura al nacer los hijos de la presente, infectados de sífilis, coadyuvando a las otras causas que tienden a la degeneración y a la de- gradación de la especie humana. La estadística del Dispensario de Higiene Especial da, y no vamos nada más que a exa- minar desde el punto de vista de la sífilis y en una población no mayor de 500 personas, 19 casos de sífilis secundaria en el año 1911; 17 en el año 1912, y en los dos primeros trimes- tres del año 1913, 12 casos. En un promedio de clandestinas que no llega a 24, hubo en el año 1911 14 casos de sífilis secundaria, y en el año 1912, en un promedio de 15, aproximadamen- te, 9 casos de sífilis secundaria. Y en los dos primeros trimestres de 1913 y en un promedio casi de 30, tenemos 10 casos de sífilis secun- daria. Como se ve, se llega a la cifra de 79 si- filíticas en su período secundario, muy viru- lento éste, y 6 en período terciario, que puede 302 ser virulento, en una población de meretrices cuyo promedio no pase de 550; cantidad ate- rradora si se recuerda el número de veces que una mujer meretriz ejerce el coito con los que demandan de ella esa función y el número de éstos que pueden salir infectados, y al pensar que el número de meretrices en la Habana de- be de pasar de 2,500. Pero el terror se acre- cienta más al examinar el tanto por ciento de sífilis que arrojan las estadística de las clan- destinas, en que se llega a un 50 por 100 casi entre ellas. En esto deben fijarse mucho los abolicionistas, ya que es un argumento de pe- so, es decir, de números, y que éstos no admi- ten argumentación de palabras, porque son he- chos abrumadores por la lógica brutal que ellos representan. Ahora, examinando las estadísticas de las sociedades regionales españolas y analizándo- las desde el punto de vista de la sífilis nada más, y calculando que entre esas cinco socieda- dades tengan como asociados unos 90,000 ha- bitantes, se ve que en el año 1912 encontraron los médicos de visita en esas casas de salud, 1,048 casos de sífilis en estado virulento, pues esos 1,048 casos son del período primario y se- cundario. Y para esto, los ilustres médicos di- rectores de esos establecimientos que bonda- dosamente suministraron esos datos, por lo que 303 estoy muy agradecido, manifiestan que esas estadísticas no son completas, ya que la mayo- ría de los enfermos de esta clase se asisten por los médicos de las instituciones en las consul- tas que para ese objeto dan en la ciudad de la Habana, donde no se llevan estadísticas; y también hay que tener en cuenta que la cifra de 90,000 asociados no es sólo de la Habana, sino que es la de toda la Isla, y que no he podi- do lograr las estadísticas del interior, ni tam- poco el número de asociados que viven en la ciudad de la Habana. A pesar de todo eso, a pesar de lo incompleto y rudimentario de las estadísticas, son bien tristes las reflexiones a que se llega al examinarlas y estudiarlas. Terminando la escritura de este libro, listo casi para entregar a la imprenta, nos sorpren- de La Discusión del día 21 del mes de octubre, con un informe del doctor Cristóbal de la Guardia, actual Secretario de Justicia, donde dice ese honorable funcionario que el Poder Ejecutivo de la nación cubana está autorizado para reformar o derogar la orden civil 55 del año 1902, del Gobierno Interventor americano. He dicho que me sorprendió dicho informe, porque entendía que el Ejecutivo cubano no podía reformar ni derogar leyes; siempre se había tenido en Cuba la orden civil núm. 55 como una ley de la Nación, y varias veces que 304 se quiso intentar su reforma o derogación, fueron detenidos esos intentos por la manifies- ta incapacidad legal del Poder Ejecutivo para derogar la mencionada ley, y hasta el mismo Tribunal Supremo de Justicia, como se deja dicho en este libro, entendió que esa orden era derogable únicamente por la autoridad compe- tente, es decir, por el Congreso cubano. No soy abogado, no soy hombre rae entien- de de leyes, pero mi lógica se estrella ante el juicio tan contradictorio, tan opuesto como los emitidos por el doctor de la Guardia y por el doctor Juan Manuel Menocal, ex Secretario de Justicia, ex Magistrado de Audiencia y Magis- trado del Tribunal Supremo de Justicia. ¿Será verdad que la ciencia del derecho es la ciencia de la contradicción, es la ciencia del pro y del contra, y que para ella los colores no existen, y que la misma física se quiebra ante ella, al tener que soportar a los consumados maestros del derecho la razón "de lo negro blanco y de lo blanco negro" ? No hago comentario, pero no puedo resistir al deseo de reproducir aquí, y una vez más en este libro, el informe del Magistrado Meno- cal, al lado del informe del doctor de la Guar- dia, como honor a la lógica y a la claridad del derecho; y la sentencia del Tribunal Supremo, 305 como escudo que simbolice tan clara confu- sión: Habana, 14 de septiembre de 1912. Señor Secretario de Sanidad y Beneeicen- cia. Señor: Con relación a la consulta formulada por usted sobre si esa Secretaría a su digno cargo puede modificar la orden 55 de 1902, con moti- vo del acuerdo adoptado por la Junta Nacio- nal de Sanidad y Beneficencia en la sesión del día 3 de mavo último, recomendando a usted que se modifiquen algunos artículos de los Re- glamentos Generales y Especiales para el Ser- vicio de Higiene de la prostitución de la Isla y la Habana, respectivamente, tengo el honor de manifestarle que dicha orden reglamentó con carácter general y uniforme en toda la is- la el servicio de higiene de la prostitución, con el nombre de Servicio Especial de Higiene, y estableció el régimen de la prostitución en la Habana. La mencionada orden, tanto por la Autoridad que dictó como por su naturaleza, tiene carácter de ley, por cuanto contiene las 306 disposiciones que organizan entre nosotros la prostitución, la ley en la materia, y por tanto, sólo el Congreso puede modificarla, no alcan- zando al Poder Ejecutivo sino hacerla ejecutar dictando al efecto las medidas oportunas, pero sin contravenir en ningún caso lo establecido en ellas; y en el acuerdo de la Junta Nacional de Sanidad y Beneficencia se reclama al Secre- tario del ramo que modifique sustancialmente determinados artículos del Reglamento Gene- ral y del Especial para la Habana, de tal suer- te que con dichas modificaciones variaría el ré- gimen de la prostitución tanto en la República como en 1 aHabana, el cual no puede ser mo- dificado sino por una ley. Si el señor Secreta- rio de Sanidad encuentra provechosas las mo- dificaciones que la Junta Nacional de Sanidad y Beneficencia recomienda, en atención a la al- ta inspección que tiene de los asuntos relacio- nados con la salud pública, puede, sí, aconse- jar al señor Presidente de la República que por medio del oportuno Mensaje someta a la con- sideración del Congreso esos cambios en nues- tras leyes reguladoras del ejercicio de la pros- titución. De usted atentamente, (f) J. M. Menocal, Secretario de Justicia. 307 LA ABOLICION DE LA PROSTITUCION INFORME DEL SECRETARIO DE JUSTICIA, DOCTOR DE LA GUARDIA, DEMOSTRANDO LA LEGALIDAD DEL DECRETO PRESIDENCIAL Honorable señor Presidente de la Repú- blica. Ciudad. Honorable señor: A la consulta que usted se sirvió hacerme en el Consejo del día 6 del actual, acerca de si se- ría derogable por decreto presidencial el Re- glamento del Servicio Especial de Higiene aprobado por la orden 55 del Gobierno Inter- ventor, fecha 27 de Febrero de 1902, creo po- der contestar, con toda seguridad, que sí. Esa seguridad me la dan las siguientes con- sideraciones: en primer lugar, hay que dejar establecido, como punto aceptado por todos los que aquí discutimos, que al Poder Ejecutivo corresponde la facultad de derogar, hacer y rehacer todo lo que sea materia reglamentaria, en cuanto no esté previsto y reglamentado por una ley. También puedo dejar sentado como particular no discutido, que en el poder inter- ventor residían las dos facultades, o sean la le- gislativa y la ejecutiva. Si alguien pusiere en duda esta afirmación, le enseñaríamos las pa- 308 labras usadas por el propio Interventor en su último decreto de 27 de enero de 1909, que di- ce asi: "Por cuanto el Gobierno Provisional ha tenido necesidad de promulgar varios decretos ejecutivos y legislativos", etc. Bajo los dos supuestos que anteceden, es evi- dente que si se logra demostrar que la orden 55, que aprobó el Reglamento de la Higiene Especial, pertenecía a las de carácter ejecuti- vo, el punto quedará resuelto a favor de los que sostenemos la posibilidad de la derogación por medio de un Decreto Presidencial. Ahora bien, a ese objeto hago constar lo si- guiente: Primero: que la materia objeto de la orden 55 nació en Cuba a virtud de decreto del Gobierno General, que no tuvo nunca faculta- des de legislador, en 1873, y fué objeto de di- versas reformas hasta la época del Gobierno Interventor, siempre por medio de decretos del Gobierno General de Cuba; siendo, pues, visto que, con arreglo a los procedentes, la materia se estimó siempre objeto de las fecultades re- glamentarias del Poder Ejecutivo, y de tanta menor importancia cuanto que se ejercían por el Gobernador Capitán General, que no tenía ni con mucho todas las que correspondían al verdadero Poder Ejecutivo de la Metrópoli. Segundo: que por el artículo 16 del Reglamen- to se ordena a la Comisión eleve todos los años a la Secretaría de Gobernación un informe 309 acerca de las reformas que considere conve- niente introducir en el Reglamento. Es de su- poner que si se le pedia ese informe, remitido nada más que a Gobernación, era para que és- ta aprobase o desaprobase las reformas, y por consecuencia, para que una vez aprobadas se pusiesen en vigor. Es así que las leyes no se re- forman por los Secretarios ni aun siquiera por el Ejecutivo, luego el mismo Poder que hacía la orden 55, estimaba que su contenido no era una ley, que no merecía siquiera que se ocupa- se de ella el Poder Ejecutivo. Entre los argumentos que se exponen por los que piensan de manera distinta a la mía, se encuentran como principales y de más efecto los siguientes: "Aunque fuese un reglamento, nunca podría ser derogado por decreto presi- dencial, porque la disposición transitoria sép- tima de la Constitución manda que las disposi- ciones vigentes al promulgarse la Constitución deberán seguir rigiendo mientras no sean le- galmente derogadas o modificadas; y no exis- te ningún precepto que autorice al Presidente para derogar esas disposiciones". El movimiento se demuestra andando. Yo no sé si existen o no disposiciones que faculten al Presidente para derogar reglamentos que existían vigentes en Cuba al promulgarse la Constitución, pero lo que sí sé es que el Regla- mento de la Ley Hipotecaria regía en Cuba 310 antes de la Constitución, y lo mismo el que acompaña a la Ley del Notariado, y en los dos se han introducido modificaciones por decretos presidenciales. Y no me sería difícil encontrar un ejemplar de esos actos en cada una de las Secretarías, tanto en este Gobierno como en el anterior. Hay que tener presente que la frase usada en la disposición transitoria "mientras no sean legalmente derogados o modificados" no quie- re decir que la modificación o derogación ha de ser por medio de una ley, sino que ha de serlo en forma legal; y la forma de modificar o derogar reglamentos por medio de decretos del Ejecutivo es una forma legal cuando se trata de materias que caen dentro de la esfera de acción y potestad del Ejecutivo. Otro de los argumentos de la no derogabili- dad de la orden 55 por un decreto presiden- cial, es que la vigencia de dicha orden ha sido reconocida por la Ley del Poder Ejecutivo. Y bien, es que aun siendo un reglamento deroga- ble, ¿no podía ser también reconocida su vi- gencia por la Ley? Es más, el argumento se puede volver en contra de los que lo emplean. En- efecto, véase lo que dice ees mismo artícu- lo: "Corresponderán a este Negociado los asuntos que se relacionen con la Comisión Es- pecial de Higiene, establecida por la orden 55, y con las RESOLUCIONES QUE EN MA- 311 TERIA DE HIGIENE ESPECIAL DICTE LA JUNTA NACIONAL DE SANIDAD". De modo que, como se ve, la materia de higie- ne especial podía ser regulada no ya por el Ejecutivo en persona, sino por una Junta de Sanidad que. está indudablemente por debajo de las facultades y de la potestad de aquél. Pero hay más, hay que convenir que en las leyes pueden cometerse errores, y que al cum- plimiento de los errores nadie está obligado. A mi juicio, cuando se puso en vigor la Ley del Poder Ejecutivo, la orden 55 estaba virtual- mente derogada; derogada con toda claridad, y no debió haber sido tenida en cuenta ni en- tonces ni ahora, por lo que podría decirse que el acto del Poder Ejecutivo no sería en estos momentos de derogación de la orden 55, sino simplemente de aclaración de hecho, de ejerci- cio de otra de sus facultades más preciadas y precisas, la de hacer cumplir las leyes. E'n efecto, la Ley Orgánica de los Munici- pios, de 29 de mayo de 1908, posterior en 6 años a la famosa orden 55, dice en su artículo 126: "El Ayuntamiento, entre otras faculta- des y deberes, tiene los siguientes: Décimo. En cuanto a lo moral pública y a las buenas cos- tumbres, ha de atender a todo lo que conduzca a su mejoramiento, así como la extinción de los vicios, a remediar e impedir la perversión, la prostitución, el juego, la embriaguez, etc." Y 312 es evidente que el darles local, hospitales, mé- dicos y hasta cierto punto protección, por me- dio de la policía, a las mujeres que ejercen la prostitución, sino al revés, cultivarla, ampliar- la, abrigarla con el calor oficial. El Reglamen- to era, pues, contrario a la ley; había sido de- rogado por la misma. Al declararlo así, el Pre- sidente no haría más que reponer las cosas a su estado normal, pondría en desuso una ley derogada y haría cumplir la vigente. El último argumento de los que sostienen la imposibilidad de la derogación por un decre- to, es la resolución del Supremo en el recurso de inconstitucionalidad de la Balmory, cuya sentencia contiene el siguiente considerando: "Siendo incuestionable que la orden 55, etc., por el objeto que tuvo, constituir y organizar el servicio de higiene de la prostitución, según en la misma se consigna; por la generalidad de sus disposiciones; y por la Autoridad que la dictó, en la que se encontraban refundidos los poderes legislativos y ejecutivos, no puede me- nos de ser tenida como una lev, mientras no sea legalmente derogada o modificada". Ante esta cita respetable, yo podría limitar- me a quitarle valor sin destruirle por comple- to, alegando únicamente razones que, por de- cirlo así, bordean en el argumento. Yo podría decir, por ejemplo, que una sentencia no hace 313 jurisprudencia ni forma doctrina, que el con- tenido de los considerandos no es obligatorio, etc., pero no quiero hacerlo asi porque no hay razones para ello, sino que le entro de frente al argumento y alego lo siguiente: si en el caso de Balmory se hubiese planteado netamente la cuestión de si la orden 55 era ley o era regla- mento, entonces sí hubiera sido decisivo contra nuestro criterio la doctrina o el argumento es- tablecido por el Supremo en la sentencia dic- tada, pero como no fué así, y como a los efec- tos de la referida sentencia, lo mismo daba que la referida orden fuese ley o que fuese regla- mento, es claro que la consideración del Tribu- nal de que dicha disposición había de ser teni- da como una ley, no viene a resolver nada en el asunto que discutimos. En efecto, en el caso de la Balmory, la recu- rrente decía: "Se ha infringido el artículo 15 de la Constitución por cuanto se ha detenido una persona sin que hubiera ley alguno que lo dispusiere". Y el Tribunal Supremo le dice: "Sí hay ley. Porque la orden 55, por la autori- dad que la dictó, por su materia, etc., tiene que ser tenida como tal mientras no haya sido de- rogada legalmente". Véase bien claro que al Tribunal Supremo le importaba poco que fue- ra ley o reglamento, y que el alcance del ar- tículo 15 de la Constitución no puede ser otro 314 sino el de exigir que, para la detención de una persona, exista disposición anterior válida que así lo disponga. De usted atentamente, (F) Cristóbal de la Guardia, Secretario de Justicia. SENTENCIA DEL TRIBUNAL SUPREMO En la ciudad de la Habana, a diez y seis de Septiembre de mil novecientos once. Visto an- te este Tribunal Supremo en pleno el recurso de inconstitucionalidad establecido por el pro- curador José María Leanés y Pérez, en repre- sentación de Victorina Balmory y Riestra, de este vecindario, ocupada en las labores de su sexo, contra la parte del Reglamento General para el servicio de la Higiene de la prostitu- ción en la Habana, por la cual se autoriza a la Jefatura de ese Servicio para dictar la orden de su detención: "Resultando de la certificación acompañada por el recurrente con su escrito de interposi- ción del recurso, que Victorina Balmory, que ejercía la prostitución en esta ciudad, fué re- conocida el día ocho de Julio último por el mé- dico inspector y el director del Dispensario del 315 Servicio de Higiene dando por resultado que aquélla padecia de una metritis gonococcica, por lo cual se le extendió la baja, y fué entre- gada al policía del Servicio, Apolinar García, para su conducción al Hospital de Higiene, y al ser conducida se fugó, habiéndose dispuesto en su consecuencia por el Jefe del Servicio de Higiene especial de esta ciudad, la detención y conducción de Victorina Balmory al Hospital de Higiene: Resultando que habiendo manifestado la re- currente su intención de establecer recurso de inconstitucionalidad contra la expresada or- den, el Jefe del Servicio de Higiene Especial, remitió de oficio al Presidente de este Tribunal Supremo certificación de las diligencias prac- ticadas con motivo de la fuga de la expresada Victorina- Balmory, en las cuales se inserta la orden de su detención, expedida en los siguien- tes términos: "Habana, ocho de julio de mil novecientos once. Vistas las diligencias que anteceden, y habiéndosele negado por esta Je- fatura a la interesada la autorización que soli- citó para pasar por su casa antes de ser condu- cida a la Quinta de Higiene, y de cuya negati- va fué advertido el vigilante de esta policía se- ñor Apolinar García, resulta una extremada negligencia por parte de dicho vigilante, re- suelvo suspenderlo de empleo y sueldo desde esta fecha, dándose cuenta a la Comisión de 316 Higiene especial con lo actuado para la resolu- ción que estime procedente. Comuniquesele lo resuelto al referido vigilante Sr. Apolinar Gar- cía para que proceda a la detención de la mere- triz Victorina Balmory, y que una vez deteni- da, sea conducida con la baja al Hospital Quin- ta de Higiene, (firmado) Dr. Iduate"; Resultando que con el testimonio de poder justificativo de su personalidad y la certifica- ción de que se deja hecho mérito, expedida por el Jefe del Servicio de Higiene especial de esta ciudad, entregada a la recurrente, presentó es- crito el mencionado procurador, solicitando que se declaren inconstitucionales los artículos 12, inciso G del Reglamento general, y los ar- tículos nueve, inciso Y, treinta y nueve y cin- cuenta y cuatro inciso C. del Reglamento espe- cial porque, a su juicio, infringen los artículos de la Constitución de la República marcados con los números diez, incisos primero y segun- do, treinta y seis en relación con el once, quin- ce, diez y seis, ochenta y cinco y ochenta y seis; y expresó el concepto de las infracciones en los siguientes términos: "A. El artículo diez de la Constitución de la República ha sido infringi- do por los artículos citados del Reglamento General y por el reglamento especial, por lo es- tablecido en este artículo en su inciso primero y en el segundo, porque no se ha ofrecido ni tenido a Victoria Balmory en el pleno respeto 317 de sus derechos. En efecto, ni se le ha ofrecido protección para su persona contra abusos ile- gales e injustificados, ni se le han reconocido derechos que la Constitución garantiza, como es el de no poder ser detenida sino por orden de Juez o Tribunal competente, y con arreglo y en las formas que las leyes establecen. Los ar- tículos del Reglamento que se han aplicado, han permitido a los empleados de la Sección de Hi- giene que violenten la Constitución de la Repú- blica. El hecho de ser extranjera Victorina Bal- mory, no la excluye del disfrute de los derechos que se establecen en la Sección primera del título cuarto de la Constitución. B. El artículo trein- ta y seis de la Constitución dispone, que la enu- meración de los derechos que expresamente la Constitución garantiza, no excluye otros que se derivan de la propia forma republicana de la Nación y del Gobierno, y de acuerdo con lo establecido en el artículo 11 de la Constitución se ha creado una reglamentación especial en la cual se establecen diferencias inexplicables en perjuicio de la mujer, que ningún precepto jus- tifica. Semejante reglamentación resulta tanto más odiosa, cuanto que sólo a las débiles mu- jeres se refiere. No es posible sostener esa re- glamentación de carácter opresor, y en la que implícitamente se reconoce un privilegio a fa- 318 vor del sexo masculino. C. El artículo 16 exige que todo detenido sea entregado al Juez o Au- toridad competente, dentro de las 24 horas de su detención. De aquí puede deducirse clara- mente que no hay medio alguno posible de apli- car esa reclusión establecida por oís artículos impugnados, por ser contrarios al sistema cons- titucional. Al artículo 16 de la Constitución; este artículo lo infringe directamente el artícu- lo 39 del Reglamento especial, por disponer que una mujer puede ser reducida por tiempo indeterminado sin orden judicial hasta su cu- ración. Y así también se infringe este artículo por el inciso Y del artículo 9 del Reglamento Especial. Por otra parte, el artículo 15 está de hecho infringido por el inciso C del Reglamen- to especial por autorizar la detención sin que haya ley que lo disponga, y menos la conduc- ción a la Quinta sin orden judicial. D. Los ar- tículos 85 y 86 de la Constitución han quedado de hecho infringidos, porque se ha creado bajo el nombre de la Comisión de Higiene un Tri- bunal que puede ordenar privaciones de liber- tad. Los artículos impugnados, todos infringen estos dos artículos. De tan fácil modo puede demostrarse que toda nuestra legislación se en- cuentra inspirada de tal respeto por la liber- tad, que para poder recluir a un loco, hay que cumplir con las formalidades legales". Resultando que el Ministerio Riscal impug- 319 nó la admisión del recurso porque no se acom- pañó por el recurrente, con el escrito de inter- posición, el testimonio literal de la resolución u orden que motiva la controversia, y no se ha comprobado, con relación a la fecha de 13 de julio, de que parte todo el recurso, ni respecto de ninguna otra, la aplicación del Reglamento a la reclamante, con infracción de lo dispuesto por el artículo 11 en relación con el 9 de la Ley de 31 de Marzo de 1903 ; y para el caso de que el Tribunal entendiera en definitiva que el re- curso era viable, solicitó que se declarara sin lugar, exponiendo las razones que estimó ade- cuadas. Resultando que señalado el día 1 del corrien- te para la vista pública del recurso, y celebra- da ésta, informaron por el recurrente el Le- trado Pedro Herrera Sotolongo y el represen- tante del Ministerio Fiscal, sosteniendo cada uno sus respectivas pretensiones: Siendo ponente el Magistrado Joaquín De- mestre. Considerando que si bien es cierto que el re- currente no ha acompañado con el escrito de interposición del recurso, testimonio literal de la resolución 11 orden que motiva la controver- sia como textualmente exige el artículo ti en relación con el 90 de la Ley de 31 de Marzo de 1913, invocados por el Ministerio Fiscal como fundamento de su impugnación a la admisión 320 del recurso; no lo es menos que la orden para la detención de Victorina Balmory y Riestra, expedida por el Jefe del servicio de Higiene especial de la Ciudad de la Habana, con fecha 8 de Julio último que es la disposición tachada de inconstitucionalidad, aparece inserta en la certificación que encabeza estas actuaciones, li- bradas por el Secretario de la Comisión de Hi- giene Especial de la Isla de Cuba, con fecha de 18 del mes y remitidas de oficio por el Jefe del servicio especial con motivo de haber manifes- tado la recurrente su intención de acudir ante este Tribunal Supremo en reclamación de in- constitucionalidad; y en tal concepto consta en las actuaciones en forma indubitada la orden objeto de la controversia, haciendo superfino el cumplimiento del requisito exigido por la Ley. Considerando que también debe desestimar- se el segundo y último motivo de la impugna- ción formulada por el Ministerio Fiscal, por- que dada la baja de Victoria Balmory, y la or- den de que fuese detenida para su conducción al Hospital, es indiferente la fecha en que la detención tuviera lugar. Considerando en cuanto a la cuestión de fondo, que los artículos de la Constitución de la República que como infringidos cita la par- te recurrente o sean, el io° incisos primero y segundo; 36o en relación con el 11, 15, 16, 85 y 86, establecen la equiparación de los extran- 321 jeros residentes en el territorio de la Repúbli- ca y los cubanos en cuanto a la protección de sus personas y bienes y el goce de los derechos individuales que la Constitución les garantiza, la igualdad ante la Ley, la prohibición de que nadie sea detenido sino en los casos y en la forma que prescriben las leyes, debiendo ser el detenido puesto en libertad, o entregado a Juez o Tribunal competente dentro de las 24 horas siguientes al acto de la detención, y el conoci- miento por los Tribunales de todos los juicios civiles, criminales o contencioso-administrati- vos, sin que puedan crearse en ningún caso co- misiones judiciales ni tribunales extraordina- rios, y ninguno de los derechos constituciona- les que dichos preceptos consagran puede esti- llarse quebrantado por los artículos que en el ecurso se citan como infractores de la Consti- ución o sean el 12, inciso G del Reglamento General para el servicio de la Higiene de la ^restitución o Higiene Especial de la Isla de Cuba y los artículos 9 inciso Y, 39 y 54 inciso C del Reglamento especial para el régimen de 1 prostitución en la Habana, contenidos am- bos en la orden núm. 55 de 27 de febrero de : 902; porque el Reglamento general en el inci- so G de su artículo 12, se limita a disponer que soda prostituta, inscripta o no, atacada de en- fermedad venérea, sea enviada inmediatamen- 322 te a un Hospital para su aislamiento y asisten cia hasta su curación, y en consonancia con el mismo, el artículo 90 del Reglamento Especial obliga a la declarada enferma a quedar en la Oficina del servicio, para ser conducida al Hos- pital por la policía del ramo; el artículo 39 dis- poe el ingreso el mismo día que sea dada de ba- ja y el inciso C del 54 impone la obligación de detener y conducir al Dispensario a las muje- res que falten a la visita bisemanal, así como conducir al Hospital a las dadas de baja; dis- posiciones todas de carácter general e interés público, tendientes a fines sanitarios y huma- nitarios que al poder social incumbe dictar en ejercicio de su potestad y por ministerio de sus propias funciones, sin que por ello se establez- can privilegios, ni se conculquen derechos in- dividuales, ni se surpe atribuciones exclusivas de los Tribunales de Justicia, ni puede estimar- se contraria a la Constitución la facultad de detener que a la policía del ramo confiere el in- ciso C del artículo 54 del Reglamento especial, ni infringido el artículo 16 de la Constitución, dado que la detención no tiene otro objeto que la remisión al Hospital de Higiene; porque aparte de que tal detención es modo necesario de cumplir la orden que dispone el ingreso de la enferma en el Hospital cuando ella no lo ve- 323 rifica voluntariamente, desde el momento en que está autorizada por la Legislación de la materia, deja de ser arbitraria u opuesta a las prescripciones legales, que es lo que prohibe el artículo 15 de la Constitución, siendo incues- tionable que la Orden número 55 de 1902 Cuar- tel General del Departamento de Cuba, por el objeto que tuvo, constituir y organizar el ser- vicio de Higiene de la prostitución según en la misma se consigna, por la generalidad de sus disposiciones, y por la autoridad que la dictó en la que se encontraban refundidos los pode- res legislativo y ejecutivo, no puede menos de ser tenida como una ley, mientras no sea legal- mente derogada o modificada. Considerando que en virtud de todo lo ex- puesto procede desestimar el recurso estableci- do y no habiendo a juicio de este Tribunal pro- cedido la recurrente con temeridad ni mala fe, ni existiendo razones de otro orden que justifi- quen una condenación de costas deben éstas ser declaradas en la forma ordinaria; Fallamos: que desestimando la impugna- ción formulada por el Ministerio Fiscal debe- mos declarar y declaramos sin lugar el recurso de inconstitucionalidad establecido por el Pro- curador José María Leanés y Pérez, a nombre y en representación de Victorina Balmory y Riestra, contra los artículos de los Reglamen- tos General y Especial del Servicio de Higiene 324 a que esta resolución se refiere, sin especial condenación de costas. Comuniqúese esta sentencia dentro de ter- cero día, al Jefe del servicio de Higiene Espe- cial de esta Ciudad, notifíquese dentro de diez días de su fecha en la Gaceta Oficial de la Re- pública, librándose para ello y para su remisión a la Secretaría de Justicia para su inserción en su oportunidad en la Colección Legislativa, las copias certificadas que fueren necesarias. Así por esta nuestra sentencia lo pronunciamos, mandamos y firmamos.-Juan B. Hernández Barreiro.- José Antonio Pichardo.-Antonio Covín.-Octavio Giberga.- Carlos Revilla.- José Cabarrocas Horta.-Angel C. Betancourt. -José V. Tapia.-Joaquín Demestre.-Artu- ro Hevia.-Juan Gutiérrez Quirós. Como remate de este claroscuro, de esos dos eminentes abogados y de esos ilustres del Tri- bunal Supremo, surgió el secreto presidencial, suprimiendo la reglamentación de la prostitu- ción en Cuba, que viene a ser un agravante de la confusión lógica de los ilustres abogados, ya que ese decreto confunde el vicio con la virtud, la salud con la enfermedad, y perturba a esta sociedad al modificar tan súbitamente la cos- tumbre de este pueblo. He aquí el decreto presidencial: 325 DECRETO PRESIDENCIAL SUPRIMIENDO LA REGLAMENTACION DE LA PROSTITUCION Visto el dictamen de la Comisión nombrada para informar sobre el régimen a que habría de someterse el ejercicio de la Prostitución de la Repúbli, al modificar su Reglamento actual y cuyo dictamen fue aprobado por la Junta Nacional de Sanidad y Beneficencia, capacita- da para dictar resoluciones en materia de Hi- giene Especial por el artículo 304 de la Ley del Poder Ejecutivo. Resultando: que no se han obtenido los be- neficios sociales y sanitarios que eran de espe- rarse con la creación de los servicios de Higie- ne Especial y sus reglamentos, sino que, por el contrario, han fomentado el proxenetismo, en- vileciendo a la mujer y descreditando a la ad- ministración pública. Resultando: que el examen médico obliga- torio y la reclusión y aislamiento forzosos de las meretrices enfermas han sido ineficaces pa- ra evitar la difusión de las enfermedades ve- néreas, ofreciendo una falsa garantía sanitaria inaceptable por el conocimiento que en la ac- tualidad se tiene sobre la evolución y manifes- taciones de dichos males. Resultando: que las llamadas zonas de tole- rancia tanto en la capital como en otras pobla- 326 ciones de la República, han resultado centros de vicios y de crímenes, donde se explota ini- cuamente a la mujer infamada por cuantos hacen granjeria de ese innoble comercio, am- parados por el Estado, sin utilidad alguna pa- ra la moral y la higiene, ofreciendo a los ex- tranjeros que nos visitan un espectáculo bo- chornoso, que desdice de nuestra cultura y ho- norabilidad. Considerando: que "El Reglamento General para el Servicio de Higiene de la Prostitución" y "Reglamento Especial para el Régimen de la Prostitución en la Habana", publicados en vir- tud de la autorización concedida a ese efecto por la orden número 55 del 27 de febrero de 1902, del Gobernador Militar de Cuba, no tie- ne carácter de ley, sino sencillamente de regla- mentación gubernativa, en cuyo articulo 16 se faculta al Gobierno para su reforma. Considerando: que el régimen de la prosti- tución reglamentada en la forma que existe actualmente es incompatible con la sana mo- ral, con el concepto de la igualdad y dignidad humanas y con el espíritu de libertad que rige la vida de nuestro pueblo, sin producir el re- sultado favorable que su aplicación perseguía, constituyendo su abolición un necesidad social, motivo por el que ha sido suprimido en las na- ciones más progresistas. Considerando: que la Constitución de la Re- 327 pública concede la igualdad jurídica a todos los habitantes, sin distinción de sexos, dispen- sando a hombres y mujeres la misma protec- ción en sus personas y en sus bienes. Considerando: que si compete al Congreso de la República el satisfacer las necesidades sociales, dictando leyes que prohíban o regulen el ejercicio de la prostitución, no debe permitir el Poder Ejecutivo, guardián también de la justicia, de la libertad y del derecho del pueblo, la continuación de un régimen arbitrario que afrenta la moral y restringe los derechos del ciudadano, sin beneficio de ningún orden. De conformidad con lo propuesto por el se- ñor Secretario de Sanidad y Beneficencia, oído el parecer del Consejo de Secretarios y usando de las facultades que me están conferidas por la Constitución, como Presidente de la Repú- blica, R^suexvo : Primero: Mientras por el Congreso de la República no se adopte una legislación adecua- da para reprimir el ejercicio público de la pros- titución, y castigar el proxenetismo en todas sus formas y la transmisión consciente y mali- ciosa-o por imprudencia-de las enfermeda- des venéreas, se dejará en suspenso la aplica- ción de los vigentes "Reglamento General pa- 328 ra el Servicio de la Higiene de la Prostitución" y "Reglamento Especial para el Régimen de la Prostitución en la Habana", exceptuándose los artículos referentes a las menores de edad. Segundo: Los Jefes de Sanidad de las po- blaciones de la República, cuyo número de ha- bitantes excede de 10,000, quedarán encarga- dos de establecer consultorios para atender gratuitamente al tratamiento de las enferme- dades venéreas y sifilíticas. Tercero: Por ninguna autoridad se estable- cerán registros de inscripciones de meretrices, ni se recaudarán tributos o gavelas por ejer- cer la prostitución, ni se obligará a residir en zonas fijas a las mujeres que privadamente se dediquen a ejercer actos de prostitución. Cuarto: Por la policía se reprimirá, por cuantos medios tenga a su alcance y conforme a las leyes vigentes, el escándalo público origi- nado por el libertinaje y cuantos hechos se re- fieran a la corrupción de menores. Quinto: Dada la extensión del vicio en la ciudad de la Habana, se dictarán por el Secre- tario de Gobernación, órdenes a la policía, que permitan reprimir el ejercicio público de la prostitución y se adoptarán por la Secretaría de Sanidad y Beneficencia las medidas más oportunas para la profilaxis de las enfermedar des venéreas. Sexto: A contar de la promulgación de este 329 decreto, se concede un plazo de dos meses para que desaparezca el aspecto público de las casas de prostitución establecidas en la Zona de To- lerancia de la capital y de las otras poblaciones de la República. Séptimo: El Secretario de Justicia cuidará der dar al Ministerio Fiscal las instrucciones conducentes al objeto de que, mediante la asis- tencia de un funcionario de dicho orden a cada juicio correccional, si necesario fuere, se inste ante los respectivos jueces la estricta aplica- ción de las penas de privación de libertad o de multa en la cuantía o extensión fijadas por la orden 213 de 1900 y sus complementarias a los casos comprendidos en el número segundo del artículo 594 del Código Penal, cuidando los funcionarios de policía, bajo su más estrecha responsabilidad, de la inmediata denuncia de estas infracciones contra la moral y las bue- nas costumbres, singularmente las cometidas por mujeres que hasta ahora ejercieron la pros- titución reglada, o por cualquier persona en relación con ellas, fuera de o en los lugares donde trasladen sus domicilios. Octavo: Los fondos pertenecientes a los Servicios de Higiene Especial de la República, se aplicarán por la Secretaría de Sanidad y Beneficencia, a la creación en las respectivas localidades de consultorios y salas de hospita- 330 les destinados a la curación de enfermedades venéreas. Noveno: Los documentos pertenecientes a los Servicios de Higiene Especial, se entrega- rán para su custodia al Negociado de Higiene Especial de la Dirección de Sanidad, y Décimo: Los Secretarios de Sanidad y Be- neficencia, Gobernación y Justicia, quedan en- cargados del cumplimiento de este decreto en las partes que respectivamente les concierne. Mario G. M^nocal, Presidente. Enrique Núñez, Secretario de Sanidad y Beneficencia. "Consumatum est". El barrio de San Isidro ha sido libertado de la ignominia, que se regará por toda la ciudad como mancha que sucia es- coba barre y esparce por el suelo. El barrio de San Isidro está en loor de santidad a virtud y obra del Dr. Enrique Núñez, y el resto de la ciudad de la Habana, a igual que las demás del interior, en estado de "pecadora", ya que el amor se solicita por calles y paseos, con entera libertad por las sacerdotisas de Afrodita y la enfermedad llegará a las alturas de !!! INDICE PÁGS. Prefacio 5 Capítulo I. Origen de la prostitución 9 Capítulo II. Historia de la prostitución en Cuba. ... 21 Reglamento especial de higiene pública. . 39 Reglamento general para el servicio de< la higiene de la prostitución o higiene es- pecial de la Isla de Cuba 54 Reglamento especial para el régimen de la prostitución en la Habana 67 Capítulo III. Causas de la prostitución 94 Capítulo IV. Agentes y parásitos de la prostitución. . . 127 I. La alcahueta 128 II. Las dueñas de casas de lenocinio y las dueñas de casas de cita. . 128 332 PÁGS. TIL La trata de blancas 133 IV. El chulo 135 Capítulo V. Distintas clases de meretrices 143 Capítulo VI. La moral de la meretriz 164 Capítulo VII. Fecundidad de las meretrices 174 Capítulo VIII. I. Perversión de los sentidos genésicos. 183 II. El onanismo 184 III. La pederastía 191 IV. Los culi-lingüe 200 V. Tribadismo.-Amor sáfico 201 VI. Sodomitas 202 Capítulo IX. Profilaxis de las enfermedades venéreas y sifilíticas 205 Capítulo X. Higiene 229 I. Reglamentación de la prostitución. 230 II. Dispensarios de reconocimiento y de curación 266 III. Declaración obligatoria del mal ve- néreo 267 IV. Reconocimiento de las Fuerzas Ar- madas de mar y tierra, y de los cuerpos de policía 268 333 PÁGS. V. Declaración forzosa por los empre- sarios, etc., etc., del estado de salud de sus componentes. . . 270 VI. Castigo para los que transmitan las ¡enfermedades venéreas 271 VII. Vigilancia de niños y nodrizas. . . 274 VIII. Vigilancia sobre los grandes núcleos de poblaciones obreras y sobre otros núcleos determinados de poblaciones 276 IX. Difusión de los conocimientos de higiene personal, y profilaxis. . 277 X. Estado actual de las enfermedades venéreas en Cuba 283 Estado demostrativo de entrada y salida de en- fermas en el Hospital de Higiene, durante el año 1887 286 Meretrices, clasificadas por edades, que ingresa- ron en el Hospital de Higiene en el año de 1887 287 Meretrices, clasificadas por razas, que ingresa- ron en el Hospital de Higiene en el año de 1887 287 Meretrices blancas, clasificadas por los países en que nacieron, que ingresaron en el Hos- pital de Higiene en el año de 1887 288 Estadística de las enfermedades venéreas du- rante los años comprendidos de 1866 a 1875. 2&9 Estadística de las enfermedades venéreas de las meretrices que ingresaron en el Hospital de Higiene durante el año 1887 290 Año 1899 291 Año 1900 292 Año 1901 293 334 PÁGS. Año 1902. 294 Año 1903 295 Estadística del Hospital de Higiene Especial. . 296 Clandestinas enfermas 297 Estadísticas de las quintas de salud "La Balear," "Asociación Canaria," "La Purísima Con- cepción" y "La Benéfica" 298 Casa de salud "Covadonga" 297 Enfermedades venéreas existentes actualmente en el Ejército 300 La abolición de la prostitución.-Informe del Se- cretario de Justicia, Dr. La Guardia, demos- trando la legalidad del decreto presidencial. 307 Sentencia del Tribunal Supremo 314 Decreto presidencial suprimiendo la reglamenta- ción de la prostitución 325