•....EX-EME NT OS . • -DM MMJBZCXWJL DEL Dr. JUAN BROWN SECRETARIO DE LA SOCIEDAD DE ANTIQUARIOS DE ESCOCIA: AMFLIF1CADÚS POR* ' ¿>'..',/dfc € D. JOSEFH MARIANO MQZIÑO,? Profesor Médico m esta Capital, y Botánico de las Reales expediciones facultativas de Nueva España. -ft-% . TOMO PRIMERO. Impresos en México por D. Mariano de Zúñ uveros, calle del Espiritu Santo, año de . Omina probóte, quod honum est¿ tenete. Examinad todas las cosas, y aprovechaos ^ de la que fuere buena. Epist. i.Thessal. cap. 5. "$*, 21. 1 f del sa^, _.. • -.. ,fL¿!fe- drático del Dotfor angélico en la Real y Pontificia Universidad. Exmó. Señor. »» X A Obra de Brown ó contiene verdades de las mas » j j importantes para la vida y salud de los hombres, D ó contiene errores de igual importancia. Por lo que n hace á mí, soy de parecer que contiene verdades, y » tales, que merecieran la atención de ios Legisladores. » El sistema de Brown es un objeto de ínteres nacional, » quanto pueda serlo qualquiera otra cosa. » Con esta sola reflexión del célebre Franks, honor de la brillante Universidad de Pavía, puede V. E. «penetrar quan opor- tuna y aun necesaria será la publicación de este sistema ampliado y aclarado por el docto y laborioso profesor Don Joseph Mariano Moziño, quien puede disputar la gloria de la claridad y elegancia, de la exáditud y va- lentía al famoso Weikard , ex-Consejero de Estado, que sentado junto al trono del Emperador de Rusia, ha es- parcido por toda la Europa la importante noticia de es- te sistema sencillo y luminoso. Igaal beneficio recibi- rá la América de la impresión de la obra de Moziño ; y me parece la demanda no solo el honor de la facultad médica, para no juzgar el sistema sin conocerlo, sino el ínteres de la salud pública, á fin de que guiados por tan sencillos principios, sepamos en caso necesario á quie- nes hayamos de confiar nuestra salud y vida. El insigne Valenciano Luis Vives, el restaurador, como Verula- »lv . . mas exactitud ,-^^ principios, ucsvio de hipótesis filosóficas, tino ín la prádica, observación constante, conato en asistir i los enfermos &c. ; porque sas profesores tienen un derecho de vida y de muerte , no concedido á potestad humana, y que lo exercen segufósypoc lo común , de la impuni- dad aun de tos yerros mas enormes. El mismo Vives, de cuyas reflexiones me Ví1g<>, hace tanto caudal ( Hh. 4. de trad. Discipl. p. 3 5" r. ímpr. de Ñapóles ano 1764..') de Ia> confianza que el enfermo ha de tener en la habilidad del profesor, que da por primer concejo «el que el médico » no terina enfermedad grave, no esté pálido, ni en su » rostro'presenté la imagen de la> enfermedad ( ó de la » muerte) : no se le díga luego lo del Evangelio: Médi- » cb, cúrate á tí mismo. Porque ¿qué esperanza concebirá 35 de su médico el' paciente, quando ve que su arte á él jj mismo de riada le aprovecha? Tum ob aegrotorum f.¡s- >» tidia véstiatur nitidé magis, quam splendidé.» Los profesores sabios que aprecian la salud y vida desús semejantes, que estimulados de su honor y con- ciencia, pesan, examinan, calculan para encontrar una luz benéfica en los mayores conflictos de su corazón, que son los casos en que se decide la suerte de un hombre; estos beneméritos profesores meditarán sin duda este sis- tema, para decir al mundo, si es tan sólido como bri- llante, si es mas útil y certero, ó mas pernicioso y falso que los ya desechados por consentimiento universal. Ellos demostrarán, si Brown fué un médico geómetra , comparable á Descartes en la exáftitud, pero como Des- cartes forjador de quimeras luminosas; ó si mas bien ha sido el sabio y profundo intérprete de la naturaleza vi- viente, destinado por su Autor á ser, como el profundo Newton en la.Física, quien hallase la ley sencilla de que pende su existencia y conservación. Al contrario, si hubiere médicos que ni sepan ni quieran saber lo que se ha adelantado en las ciencias na- turales; que se espanten con solo el nombre del autor, como de un barnizador de sistemas viejos reprobados, e.-,tos haharán ea la obra algunos cáusticos para su des- organizado cerebro, en pago de los inútiles que ellos ha- brán aplicado á cien pacientes; y quizá se curarán sus dolencias intelectuales, como ya Weikard habrá curado á muchos con los estimulantes de su Prefacio. Y si ni así queda esperanza, el paoiico se precaverá no hallándoles raciocinio: tomará una suficiente tintura en esta cbra para poder discernirlos: traerá á la memoria ia comedia de Moliere eLE>;Jerm enfermedades en que á los otros profeso- res les parecía estaba muy abundante 1» sangre, quando en realidad se hallaba es- casa: que de su escasez, igualmente que de la falta de los otros estímulos, se había originado la debilidad, y que por consi- guiente debian aplicarse unos auxilios es- timulantes, proporcionados á la magnitud del daño de que la máquina estaba resen- tida. Por igual camino, llevando siempre delante aquella luz que debe gobernar á los médicos en su diagnóstico y en su mé- todo, curativo, llegó á conocer que las ca- lenturas, tanto intermitentes como conti- nuas, tenían una misma causa y demanda- ban, una misma, curación. Así la. naturaleza ,1o fué llevando co- mo por la mano al rededor del grande cír- culo que íbrnian las enfermedades, indis- putablemente, bijas de la debilidad. Vien- do su origen común; palpando que todas ellas no -formaban máseme una familia, entre cuyos individuos no había otra dis* tinción que la de la magnitud, creyó,. con, aquella solidez que no tiabrá quien pueda rebatir, que todas ellas indistintamente. debían tratarse con un método estimulan- te, en que no hubiera otra diferencia que la mayoría; así como un padre viste á sus- hijos de una. misma tela, sin gastar en ca- da uno de ellos igual número de. varas. *7 quando son diferentes sus tamaños. Por lo que toca á las enfermedades de naturaleza opuesto, que son las que lla- mamos esténicas, y llamaron flogísticas nuestros mayores: estas enfermedades, cu- ya causa y método curativo no habían al- canzado á conocer todos los médicos ante- riores, Brown es el primero que las pone á toda su luz. Desde Hipócrates, hasta él, media un inmenso espacio de tiempo: al anciano griego lo escogió la naturaleza pa-. ra su historiador fiel, veraz, imparciál, que refiriera desnudamente sus hechos y recogiera sus presagios: á Brown lo eligió para intérprete de su conducta y de sus auxilios: el Adán de los médicos da la mano á su primogénito, engendrado al ca- bo de millares de años. Este conoció, que la inflamación en las enfermedades procedentes de un exceso de vigor, no era causa, sí solo efecto o sínto- ma de ellas; y que tanto la enfermedad * 4 i8 ■«* como este síntoma ó efecto suyo, depen- dían solamente de aquel estado del cuerpo que llamamos diátesis, el que consiste en un exceso ó en una falta de vigor; y que solo quando la tal diátesis era muy vehe- mente , nacía el peligroso síntoma de una inflamación local. Gobernado siempre por los principios de una lógica muy exacta, experimentó primeramente en sí mismo, y después en otros muchos, que el catarro no dependía del frío, como lo había creí- do el vulgo hasta de los mismos médicos, sino del calor y de los otros estímulos co- nocidos; y que se curaba con el frió y con los otros auxilios debilitantes. Este hallaz- go lo conduxo naturalmente á examinar con sensatez ios síntomas catarrales en el sarampión; y en este escrutinio, felicísimo para el linage humano, se apesaró de en- contrar al grande Sidenham seducido por los médicos que tenían en el mas alto con- cepto á los alexiphármacos, ignorante de 10 las enfermedades asténicas, quando había sido tan feliz en promover la curación de las. esténicas ó flogísticas: y como los sin*. tomas catarrales son la parte mas peligro- sa del sarampión, era imposible empren- der la curación separada de ellos, sin que al mismo tiempo se procurase por los mis- mos medios la de toda la enfermedad. De este pensamiento, cuyo autor ori- ginal es Juan Brown,.resultó, que el mé- todo refrigerante y antiflogístico, se pal- pase no menos útil en el sarampión que en las viruelas; y que las advertencias de Sidenham acerca de las últimas, fuesen aplicables con igual ventaja en el primero. En sus propios hijos experimentó Brown ! la utilidad del método refrigerante en el ! sarampión, Él fué el que instruyó al orbe entero acerca de la verdadera causa de las enfermedades que hemos llamado flogísti- cas: él amplió, él enriqueció, él explicó, y él reduxo su curación á unos principios constantes. 20 Todas las enfermedades comunes las reduxo á solas dos clases, esténica y asténi- ca, ftogísúca. y antiflogística, que decían nuestros antepasados ; y con esto descargó á nuestra pobre memoria de aquel inmen- so .catálogo de nombres con que la abru>- maban los nosologistas ? y que á qualquie- ra médico que no la tuviera tan fel^ co- mo Xerxes, era preciso que costase muchí- simo trabajo el retenerlos. Demostró muy bien, que las enfermedades de la primera especie consistían en una excitación dema- siada, y en la defeQuosa las.de la segun- da; que aquellas debían curarse, y se cu- raban de hecho, con los remedios debili- tantes, y éstas con los estimulantes ; que las lesiones productivas de las primeras, eran los verdaderos auxilios contra las se- gundas; y también las productivas de és- tas, eran los correctivos de aquellas; y que unas y otilas obraban del mismo modo que Impotencias sostenedoras de la salud, va- 21 riando solamente en la magnitud. Exten- dio á las plantas la misma dectrina, y pro- puso un principio general, que ilustran y confirman quantos fenómenos se observan en los vivientes. Después de esto, ¿no po- drá decirse que la Medicina, arte conjetu- ral hasta' nuestros dias, poco coherente consigo misma, y enteramente falsa en mu- chísimas de sus partes, se ha elevado al gra- do de cierta, y que puede ya llamarse cien- cia de la vida? Díganlo los lectores sabios y despreocupados que tomen la pena de comparar los fundamentos y raciocinios de esta doctrina, con quantos sistemas médi- cos ha habido en todos los siglos prece- dentes. Nosotros quedamos asegurados en fuer- za de nuestra persuasión y convencimiento, de las ventajas que por este medio logrará el género humano, hallando simplificadas las nociones de los médicos, mejor deter- minadas las enfermedades por sus causas 22 productivas, mejor tomadas las indicacio- nes, y mejor aplicados los remedios Con el orden electivo, que debe emplearlos el profesor que no quiera*-vivir confundido entre los curanderos ignorantes, *■■ 2 2» DISCURSO PRELIMINAR: s í JL n o ha habido doctrina médica sobre la qual se haya hablado mas en esta capital y en todo este reyno que la del célebre es- coces Juan Brown, ni tampoco hay otra sobre cuyo mérito hayan formado algunos facultativos juicios mas llenos de preocu- pación y con ánimo mas precipitado. Re- pletos de sus opiniones rancias; amantes con extremo de la reputación adquirida entre la ignorancia popular, han puesto el mayor empeño en desacreditar los princi- pios mas sencillos y mas exactos que han aparecido hasta ahora en*el arte de curar. Sabemos muy bien lo dificultoso que es desarraigar las preocupaciones envejecidas: nos consta, con sumo dolor, ser una em- presa que toca en los límites del imposi- ble , el hacer que un presumido de sabio, en qualquiera profesión, confiese al fin los "H ' . . 1 errores en que ha vivido, y reconozca la limitación de su entendimiento. Ya Hora- cio nos había dicho, que los ancianos re- putan por infamia suya el obedecer á los que tienen menos edad; y que se creerían afrentados, si confesaran en la vejez que era preciso perder el fruto de los estudiosa que se dedicaron quando niños. Weykard, primer médico del emperador de la Rusia y su consejero de Estado, hablando de las- sentencias de Brown, que adoptó antes que nosotros, dice lo que nosotros diríamos sin que nos lo dictara aquel grande hom- bre, que el mudar de opiniones no es obra de cabezas ordinarias. Con efecto, los que analicen las perni- ciosas conseqüencias del amor propio; los que hayan observado el tiránico imperio que exerce sobre nuestra racionalidad este cariño de preferencia que tenemos respecto de.nosotros mismos, concebirán bien la grandeza de alma que se requiere para ( 2\ confesar ser errores los que por mucho tiempo nos han parecido verdades, y con cuya posesión habíamos labrado nuestra fortuna. Cuilen desconfiaba justamente de que su sistema, mas sólido, mas juicioso y mas reflexionado que el de sus antecesores, tuviese cabida en las preocupadas imagi- naciones de los viejos, acreditados en el arte por muchos años. La Medicina, no solo desde Hipócra- tes, sí también desde Esculapio, ha estado perpetuamente sujeta á continuas vicisitu- des, que son la prueba decisiva de su falta de exactitud. Es acaso mas antigua que la geometría; pero quando las otras ciencias naturales han llegado á una altura en ipie no sabemos si tienen mas que subir, ella sola quiere mantenerse estacionaria, como si ya no contuviera punto alguno disputa- ble, y sus decisiones tuvieran entre las ciencias físicas la misma autoridad que en la Teología tienen las verdades reveladas* s * 2Ó Son inalterables éstas, porque dependen del oráculo divino, que en sí misino trae todos los caracteres de su infalibilidad. Pe- ro ¡señores médicos! ¿nos argüiréis, en vuestra llamada ciencia, con unos princi- pios tan claros y tan indisputables como son los de la geometría ó qualquiera otro ramo de la física demostrativa? ¡Leaderes! Estad persuadidos, á que la IViedicina es ciertamente la mas atrasada de todas fes ciencias naturales: sus cultivadores mis- mos, los mismos que viven de ella, ponen obstáculos muy grandes psra su adelanta- miento: presagian su ruina, si ella se de- pura de todo lo misterioso, si se llegan á simplificar y facilitar sus principios, y si se convierte en ciencia exacta, la que hasta ahora no ha sido mas que un arte conjetu- ral, que necesita una reforma casi absolu- ta para ser de utilidad verdadera. Las opi- niones hipotéticas casi nunca salen de su esfera; de ordinario estriban en supuestos 27 arbitrarios ó equivocados, de que no pue- den derivarse conseqiiencias que no sean hijas de semejantes principios. No ha sido corto el tiempo en que no- sotros hemos estado imbuidos de las mis- mas opiniones, bebidas en las propias fuen- tes que los achules perseguidores de nues- tra doctrina: vivíamos, como ellos al pre- sente, muy satisfechos de nuestra suficien- cia; y á la sombra de ella, eran mayores nuestros créditos y nuestras comodidades. El mudar de sentimiento de ningún modo ha sido ligereza, sí solo efecto de un ple- no convencimiento, y un justo homeuage que todo hombre de bien está obligado á tributar a la verdad. Ninguno de nosotros mendigaba crédito: cada uno tenia el sufi- ciente para vivir satisfecho; pero renun- ciamos con placer toda reputación que no se funde en la justicia, prefiriendo el ser tenidos por singulares ó por innovadores, y también, si se quiere, por extravagantes, 28 á la infamia que creemos anexa á los viles intereses adquiridos por medios imposto- res, y al amor propio sobrepuesto á la uti- lidad común. El género humano ha sufrido casi siem- pre la desgracia de que se procuren em- plear los artificios de todas clases para pri- varlo de los inventos útiles en punto de Medicina. Ninguno se ha propuesto que no haya padecido crueles persecuciones por parte de los coetáneos. El mercurio, las preparaciones antimoniales, la quina y otras muchas cosas excitaron la emulación de los médicos, que siempre vociferaban no ser su interés, sino el zelo de la salud pública, el que los obligaba á multiplicar escritos contra estos útilísimos remedios, y á implorar la autoridad del gobierno pa- ra su proscripción. No obstante, á tales re- medios deben la vida millares de hombres, que habrían perecido, si hubiera triunfa- do la preocupado» é la maliciare sus ad- 20 versarlos. Si nuestros lectores se acuerdan de lo mucho que se declamó contra la in- oculación de las viruelas en esta ciudad, quando ya en Europa estaban todos con- vencidos de sus ventajas, habiendo conoci- do con la mayor evidencia lo pernicioso que les hubiera sido seguir el dictamen del caprichudo Haen, verán el aprecio que merecen los que se oponen á todo lo nue- vo , y creen que ya nada hay que discur- rir ni que adelantar en el conocimiento de las enfermedades, en el de sus causas pro- ductivas, y en los medios con que deben combatirse. La autoridad de nuestros antepasados, cuyo mérito no excita nuestra envidia por no haber vivido en nuestros tiempos, y porque no juzgamos competidores nuestros aquellos de quienes nos jactamos ser here- deros: la autoridad de estos, repetimos, es uno de los manantiales fecundos de los enormes perjuicios que sufre la humani- 3o- dad de parte de los médicos, que debían ser sus consoladores. No hablamos al ayre, ni aventuramos proposiciones exageradas para alucinar la imaginación de los incautos. Nuestros mé- dicos , para no abandonar su práctica de rutina, se abroquelan con los nombres de unos autores muy célebres en su tiempo, pero llenos de equivocaciones, que las eda- des subseqüentes han llegado á descubrir. En todas las ciencias naturales ha sucedi- do lo mismo: hubo célebres aristotélicos en el siglo duodécimo: escribieron biblio- tecas enteras de física; pero prensando to- dos sus libros, no sale de ellos una sola gota de esta ciencia. Eran doctores en lo. que ignoraban, y se reputaban como ori-i culos en lo mismo que no sabían; conten-a tándose sus oyentes con repetir sus ideasa y sus miserables frases, como los peñascoso repiten en eco la voz del caminante. SeS tenia por un gran sabio al que encomen-i 31 daba á la memoria mayor número de er- rores: se creía que el entendimiento hu- mano no podía llegar á donde llegó Aris- tóteles; y todo el mérito de los filósofos consistía en interpretar su mente, en repe- tir varios textos suyos, sin entenderlos muchas veces, y no pocas aplicándolos muy mal. ¿Habrá literato que no sepa las crueles persecuciones que sufrieron Des- cartes y sus discípulos por haber sacudido el tiránico yugo de las escuelas, y mani- festado la crasísima ignorancia de los ve- nerables representantes del anciano esta- girita? Los ha habido tan atrevidos en es- ta clase, que han querido oponer sus dé- biles blicíiris al raciocinio demostrativo del grande hombre que anatomizó la luz, y que determinó, sin medirla, la verdadera figura de la tierra, después de haberse pa- seado con el entendimienio por los cielos, y probado el principio constante de la atracción universal. 3* Grandes químicos fueron Staal y Boer- haave: por mucho tiempo se enejo que había transmigrado á sus cuerpos el alma de Trismegisto; que la naturaleza les ha- bía abierto sus profundos senos, poniéndo- les á la vista el gran misterio de sus ope- raciones secretas; pero vinieron al mundo Lavovsier y otros químicos mas felices y mas sagaces, que hicieron desaparecer el fWisto imaginaria, y nos dieron á cono- cer el oxigeno y las otras substancias aeri- formes que, siendo agentes muy podero- sos en la naturaleza, no fueron conocidos de los que mas se empeñaron en escudri- ñar sus arcanos. Si estas ciencias, que contaban con tan- tos y tan sabios promovedores, dedicados á ellas solamente, y que seguían un fenó- meno con indecible constancia, examinán- dolo por todos sus aspectos, viéndolo sor todos sus puntos, han necesitado tantos si- glos para llegar á la altura en que las ve- mos, ¿habrá sido tan venturosa la Meüi- cina en qualquiera de sus partes y en tedas juntas para hallarse ya en términos de que se den por verdades averiguadas todos sus asertos? La anatomía, que ha estado suje- ta puramente á los sentidos y á la destreza de las manos, todavía no está tan comple- ta que no falte bastante que descubrir en ella, á pesar de lo mucho que se ha traba- jado para perfeccionarla. Las otras partes de la Medicina, hasta nuestros dias,se han hallado defectuosísimas y muy fuera de estado de merecer el nombre de ciencias, á causa de lo falible de sus principios fun- damentales, de la falsedad de sus aplica- ciones y la incoherencia; de sus raciocinios. Las teorías mas acreditadas no merecen otro nombre que el de novelas físicas, que hacen tanta fe en la historia, natural,: como en la civil las de doña María de Zayas y las de Cervantes. La razón humana, como dice., muy 6 34 bien Bacon de Verulamio, por lo común no es otra cosa que el produóto del error ? y una confusa mezcla de opiniones aven- turadas, adoptadas sobre la palabra de sus autores; de nociones pueriles que se han recibido sin distinción y examen; y noso- tros añadiremos, que después se han soste- nido por capricho y por terquedad. Este improperio debe hacerse con sobradísima justicia á la Medicina, según el esudo en que la vemos entre muchos de nuestros compatriotas,á quienes, no para su confu- sión, sí solo para su corrección y para uti- lidad del público , haremos ver claramen- te estas verdades, exponiendo las equivo- caciones de aquellos grandes maestros, á quienes se han propuesto imitar. No tienen mas que recorrer los fastos de la Medicina desde sus principios, é ir viendo como unas sectas han ido destru- yendo á las otras, y como en esta incesan- te fluctuación de las doctrinas ha sidoá im- 3 5 posible que se fixen unas ideas inalterables que sirvan de basa fundamental.para dar consistencia al arte. Solamente los hechos referidos con legalidad, como hizo el gran- de Hipócrates, podían ir dando los mate- riales para una inducción, que por la vía del análisis, elevara los conocimientos de los facultativos á formar unos teoremas, que sintéticamente instruyeran á los prin- cipiantes; mas, por desgracia, hemos te- nido poquísimos médicos que se hayan de- dicado á la observación, sin mezclar sus hipótesis imaginarias, alterando los hechos, y atribuyendo tales ó tales efectos á cau- sas que no habían podido producirlos. La creencia de que la Medicina no era mas que una continuación de la Física, hizo siempre que los médicos aplicaran la bue- na ó mala que sabían, para la perfección de su facultad. Galeno la volvió peripatética: los qua- tro elementos de Aristóteles lo mduxeron 3<í á suponer en el cuerpo humano quatro humores y quatro temperamentos, y á mul- tiplicar las combinaciones quaternarias en todas partes. Su genio observador se eclip- só entre estas tinieblas, y los médicos que lo siguieron se contentaron con imitarlo, y aun excederlo en quanto tenia de malo, sin aprovecharse de lo bueno* El justo desprecio que merecía la secta galénica, fué la causa ocasional de que na- ciera otro partido opuesto, mas monstruo* so todavía y mas perjudicial al linage hu- mano. Hablamos de los químicos que se llamaban así, y que pretendían aplicar sus imperfectos é infantiles conocimientos in- distintamente á la economía animal. El xefe de esta escuela Paracelso, empeñado en confutar á los galénicos, y lleno de un necio orgullo con los aplausos que le da- ban los que admiran todo aquello que no entienden, comenzó á producir la nueva secta de los humoristas, que olvidados de 37 las partes sólidas del cuerpo, solo trataban de corregir sus vicios, enmendando a su parecer, la índole de los líquidos. La Filoso! ía cartesiana, y la newto- níana, últimamente, dieron á la Medicina otra forma: de peripatética y química la convirtieron en mecánica; y este sistema, alucinador por sí mismo, baxo la tutela y el nombre deBoerhaave, llenó de médicos hidráulicos á todo el orbe, y aun hoy nos tiene llena la mayor parte de la América, con notable detrimento de la salud de sus habitantes. Es muy de notar cierto genio de con- descendencia entre los profesores de todos tiempos, los que muy rara vez han dese- chado del todo las opiniones hipotéticas que encontraron establecidas. Por lo me- nos, entre los boerhaavianos coetáneo* nuestros hallamos un gergon de doctrinas galénicas, pseudoquímicas y mecánicas, tan indigesto y fastidioso, que excita mas n¿iu- 38 sea ea las almas lógicas, que la recordación del vino emético ó del ruibarbo al que los gustó alguna vez. La grande alma de Sydenham, bas- tante fuerte para combatir en algunas en- fermedades los alexífármacos de su tiem- po , no fué igualmente feliz ni para liber- tarse siempre de los errores que impugna- ba, ni para contener su plan debilitante en los límites que lo debió circunscribir. Este benemérito profesor, que con tanto acier- to curó las viruelas y la pulmonía, y cuyo método será siempre racional y útil mien- tras estas enfermedades infestaren á núes - tra especie, no aplicó los mismos princi- pios al tratamiento del sarampión, sin em- bargo de los indicios de semejanza que ya divisaba entre él y las viruelas. Tan sanguinario como su favorito Bo- tal, desembaynó la lanceta contra la mis- ma peste, cuyo carácter de debilidad se prueba concluyentemente con sas propias 39 descripciones. Su exemplo, pernicioso en esta parte, hace á nuestros médicos orde- nar las sangrías contra los débiles cuerpos de casi todos los febricitantes; lo que es mucho peor que emplear la espada de Aquiles, con que había de morir Héctor en el miserable cuerpo de Tersítes. Syden- ham no es pues oráculo infalible; es mas bien un exemplo de la miseria humana y de la reducida esfera de nuestros conoci- mientos: sus aciertos son como 3, y sus yerros como 97. Nuestros médicos suelen imitarlo con confianza, en donde justamen- te debe huirse de su doctrina como de una peste; despreciándolo, por lo común, en las cosas en que deberían seguirle, por ser su práctica el antídoto verdadero. Boerhaave fué uno de aquellos hom- bres extraordinarios que parece nacieron para abarcar todos los conocimientos hu- manos. A todas las materias que trató dio un ayre de novedad, que hizo mas ilustre 4o. su escuela que quantas nos refieren los anales de la Medicina, De ella salieron muchísimos hombres, que llenaron al mun- do con la fama de su profunda sabiduría. Boerhaave, con efecto, les inspiro cierto gusto por los experimentos y por la leciu- ra comparada de los escritores antiguos, puliendo asegurarse sin exageración, que él formó el carácter indagador de Alocuo Haller, y el genio erudito de Gerardo Vanswieten; pero Boerhaave era también un hombre, y en aquello mismo que po- ¿iamos equivocar su entendimiento con la mente angélica, permitió Dios que se le ofuscara en tal grado, que inconseqüente consigo mismo, violó las leyes que él pro- pio había* establecido para perfeccionar el estudio de la Medicina. Habiendo dicho este grande hombre, que los conocimientos médicos debían irse derivando de unos principios muy conoci- dos y fáciles de entenderse, aplica repen- 41 tinamente las leyes de la hidráulica a la máquina animal, formando así una fábula ingeniosa en vez de un sistema verdadera- mente físico, como era el que debia tra- zar. Los que se han dedicado al estudio de sus obras, incapaces de advertir lo que en ellas hay de mal fundado y antojadizo, lo han adoptado sin distinción en todo. No sabiendo muchos de ellos ni los primeros elementos del cálculo, se atreven a resol- ver en la cabecera de los enfermos los pro- blemas hidráulicos, que no hubiera resuel- to su mismo maestro, si despreocupado de la brillantez de su hipótesis, se hubiera hecho cargo de las grandes dificultades á que está expuesta. Con efecto, ¿como podía ocultarse á un Boerhaave, tan exercitado en las matemáticas, que es casi imposible aplicar los principios de la hidráulica a fa máquina del cuerpo humano, quando sa- bia tan bien el diverso calibre de infinitos canales flexibles y tortuosos, compuestos _.. 7 4* de otros menores, por donde circulan lí- quidos de muy diferente espesura, cuyo movimiento propulsivo depende de los mismos canales, dependiendo también la fuerza de estos de la acción distendente de aquellos? Aplicar á los líquidos las afec- ciones de los sólidos, es otra equivocación que no puede hacer honor al insigne Boer- haave. Los licores mas inflamables, por grande que sea la velocidad con que cir- culen, son ineptos para producir el calor con la frotación de sus moléculas, como lo pretendía Boerhaave, y lo pretenden toda- vía las boerhaavianos quando se empeñan en dar razón del calor febril. Bastarían estas reflexiones para mani- festar que el oráculo de Leyden, á quien tributamos el mas profundo respeto, no es una guía tan segura en la Medicina como lo han juzgado los que en lugar de hon- rarle lo ultrajan, llamándose discípulos su- yos, careciendo de ia ingenuidad y de los 43 conocimientos de Haller,para impugnar á su maestro en todo lo que éste se desvía de la verdad. Pero en su doctrina hay todavía otro error mas pernicioso y de transcendencia mas general: es el de las degeneraciones espontáneas de los humores, que han sido la envenenada fuente de donde ha fluido la práctica médica casi universal en la Nueva España. En el discurso de esta obra tendremos ocasiones muy freqüentes de probar lo errónea que es semejante teoría en el tratamiento de las enfermedades, y lo mucho que importa desterrarla de en- tre nosotros, como la han desterrado ya los médicos mas sabios de la Europa. Na- die puede demostrarnos la existencia de las acrimonias, de que incesantemente acu- san á los humores. A tres clases reduxo Boerhaave las suyas: acida, alcalina y sa- lina; pero ninguna de ellas se verifica sino muy rara vez, y solamente en aquellos hu- 44 inores que, en conseqüencía de las lesio- nes de los sólidos, han quedado fuera de la masa de la circulación, sin poder ya re- fluir á ella, no corrigiéndose antes el vicio de los canales por donde deben correr. Del supuesto glutinoso espontáneo se toma fun- damento para el método diluyente, que hace todos los días estragos irreparables. Como nuestros médicos siempre están alarmados contra los humores y entreteni- dos en espantar mosquitos, se descuidan de los tigres, infinitamente mas perniciosos: todas sus armas las dirigen contra unos se- res imaginarios, así como Don Quixote en- ristraba la lanza contra los molinos de vien- to, que le parecían unos formidables gigan- tes. L©s profesores mas cuerdos de Ingla- terra, de Francia y de los demás países en que mas y mejor se cultiva la Medicina han depuesto muchos años ha las ideas hu- morales , de que aun están llenos nuestros facultativos. Nuestra experiencia nos ha 45 enseñado, que en aquellas enfermedades en que los otros médicos juzgan como de pri- mera necesidad la evacuación de la bilis por vómito ó por cámara, el método esti- mulante ha producido los electos mas feli- ces aun en personas de edad muy a\anza- da, que tenían todas las señales con que nuestros médicos caracterizan los derrames biliosos en la cavidad del estómago. Las carimonias, de que tanto se habla en el vul- go de nuestros, facultativos, ó no existen realmente, ó son sumamente raras, y casi nunca de la índole que imaginan y que aseguran, sin poder darnos mas prueba de esto que la autoridad de Boerhaave, des- mentida por la experiencia.. En el caso de que extravasados los hu- mores adquieran alguna acrimonia, esta se- rá un síntoma de la enfermedad que pro- duxo tal extravasación y estancación, y no causa de ella; porque el efecto nunca an- tecede á la acción que lo produce. Querer pues, curar las. enfermedades corrigiendo* 46 la acrimonia de los líquidos, es lo mismo que pretender derribar por los cimientos una torre con solo destruirle la linternilla. Aun quando la verdadera indicación fuera la de corregir semejantes acrimonias, se ne- cesitaría mucha credulidad para esperar conseguirlo por los medios que ordinaria- mente se emplean, incapaces de atacar á los humores en su misma fuente, y mas inca- paces todavía de enmendar su índole, que no hay razón para suponer alterada en una pequeña parte, y sana en todas la otras. Pero seríamos fastidiosos si quisiéra- mos seguir añadiendo pruebas de los erro- res é inconseqüencias de los humoristas, y descubriendo la gran debilidad que por este lado padece la doctrina del sapientísi-, mo Boherhaave. En el discurso de esta obra se nos ofrecerán muchas ocasiones en que evidenciar lo que llevamos dicho; y esperamos que el útil trabajo de un com- pañero nuestro, que está analizando un ere- 47 cido número de sistemas médicos, conven- za alguna vez á nuestros lectores de la jus- ticia que hemos tenido para abandona! los> y del grave daño que resulta a la salud pú- blica de seguirlos por una excesiva adhe- sión á sus famosos autores. Mucho mas feliz que todos los que le precedieron fué el célebre Cúllen. A la. aparición de su ingenioso sistema, fundado sobre observaciones, debieron desaparecer los imaginarios entes del ¡entor y acrimo- nias , que tanto papel habían hecho en ta Medicina, substituyéndoles otros reales y mas conocidos en la naturaleza. En efecto, las ideas de debilidad, espasmo , tono , y acción y reacción sobre que estriba su mo- do de pensar acerca de la calentura, con- ducen á sus discípulos á dirigir toda la atención al estado de los sólidos para ex- plicar las causas, síntomas, pronóstico y curación de las enfermedades; y es inne- gable que de esta insigne alteración , pre- 4$ parada de antemano por otros médicos de grande nota, se siguió una práctica mas re- gular, mas activa, y mucho mas poderosa que la de los galénicos, químicos, sthalia- nos y boerhaavianos. , Sin embargo, aunque Cúllen es muy acceedor á nuestro respeto y gratitud por el incremento que procuró á la ciencia, no pocfemos desentendernos de sus defectos y equivocaciones, aun en la parte en que se le considera mas original. ^ Toda su explicación de la causa próxi- ma' y periodos de la calentura, es confusa, indigesta, y aun contradictoria. Las pala- bras tono, contraclilidad, espasmo, atonía,y esfuerzos curadores de la naturaleza, no se comprehenden con bastante claridad. Un solo exemplo justificará estas aserciones, Djce este sabio, 55 que consiste la calentura 55 en un espasmo de las extremidades de los » vasos capilares, producido por qualquie- 55 ra causa que irrita el corazón y las arte- 49 55 rias. u Elem. deMed. T. i. pág. 29. $.41. Añade: 55 que el espasmo es una parte " de los esfuerzos de la naturaleza para 55 efectuar la curación; pero al mismo tiem- v po le parece probable, que durante toda 55 la carrera de la calentura, subsiste la ato- 55 nía en los vasos capilares,y que el espas- -55 mo no puede disminuir, hasta que se res- 55 tablecen el tono y acción de estos vasos. Ibid. §. 43. Según esta explicación los vasos capi- lares, durante la calentura, están á un mis- mo tiempo en -atoníay espasmo', lo qual no puede suceder, si por atonía entendemos con Cúllen la relaxacion, y por espasmo la contracción forzada é involuntaria. La palabra tono, según él, significa 55 la <» tendencia de las fibras de los animales 55 vivos á contraerse. (Phisiolog. cap. 11. secc. 11. §. 1 o 1.) y sin embargo ha dicho, (Elem.T. 1. pág. 29. §. 113.) » que sub- 55 siste la atonía en los vasos capilares, y 8 5o 55 que el espasmo no puede disminuir (en 55 la calentura) hasta que se restablecen el tono y acción de estos vasos; 55 lo qual es como si dixera, que subsiste la atonía en los vasos hasta que se restablece en ellos la tendencia á contraerse &c. cosa que en ver- dad no puede suceder; porque la tenden- . cia á contraerse, siendo esencial á los sóli- dos vivos, no puede faltarles en ningún tiempo. Con toda la confusión y contrariedad expresada, es todavía mas defectuoso el sistema de la calentura de Cúllen, recopi- lando la serie de causas y efectos en que la funda: 55 las causas remotas de la calentura m son potencias sedativas, que debilitan el 35 sistema nervioso; y por consiguiente, to- 55 das las funciones, y con especialidad los n vasos capilares de la superficie. Esta de- 15 bilidad estimula indirectamente el siste- 55 ma sanguíneo, y ayudada de la accesión » del frió y del espasmo que la acompaña, 51 «■ aumenta la acción del corazón y de las 55 arterias mayores. 55 Elem. T. 1. cap. 11. £46. Por esta exposición se ve, que se in- terrumpe la cadena de causas y efectos que producen la calentura; porque siguiéndose el espasmo al frió, y no siendo efecto de él, sino de las fuerzas curadoras de la naturale- za, como se dice en el mismo tomo pág. 3 o. §.42. queda enteramente destruida. A mas de esto, el espasmo se supone ser parte de las fuerzas curadoras de la naturaleza, mien- tras que al mismo tiempo se establece, que continúa en los vasos capilares, hasta que es vencido por dichas fuerzas curadoras: á todo lo qual debe agregarse, que siendo cierto aquel razonamiento, se seguiría que las causas de la calentura producen á un mis- mo tiempo una debilidad bien caracteriza- da en el sistema nervioso, y un aumento de fuerza en el vascular; cuya imposibili- dad quedará demostrada en el discurso de s2 esta obra, quando se pruebe hasta la evi- dencia, que la excitación es una misma en toda la economía animal, asignándose á las palabras debilidad y estímulo su verdadero significado. Dexando aparte esta materia, debemos también decir una palabra de la. nosología del mismo autor. Por mas correcta que ella haya parecido, está implicada en los vicios mas perniciosos de las que le precedieron. De Cúllen y todos los nosologistas, pode- mos decir, que alucinados con los buenos caracteres y método exacto que dio Lineo para distinguir sin equivocación todos los individuos de la naturaleza, buscaron cier- tas relaciones generales entre los achaques que afligen al cuerpo humano; y olvida- dos, ó eiesentendidos de su verdadera ín- dole, contemplaron como especies de un mismo género unos males que tienen entre sí una similitud aparente, y una naturale- za enteramente contraria. La angina ton- 53 silar y la gangrenosa están colocadas en un mismo género, sin embargo ce pícuder la una de un exceso de vigor, y ia ctra de una grande falta, de el: cíe es lo mismo que si al formar el catalcro de los distin- tos cuerpos políticos que ccnpenen la so- ciedad, ineorrer;.sernos con los opulentos consulados de mercaderes, los miserables hospicios de mendigos. Una enfermedad misma al parecer, suele ser muy distinta en realidad, como lo demuestran las virue- las : las discretas son de un carácter diame- tralmente opuesto ai de las confluentes. No tiene la Medicina pruebas sólidas diversas de las que los lógicos llaman á posterioru Los resultados de las curaciones han hecho conocer la naturaleza de las en- fermedades; y una justa analogía, libre del necio empirismo, no menos que de la in- epta erudición de los pseudo-dogmáticos, es la que, como el hilo de Ariadna, pue- de conducir al médico en el obscuro labe- .54 rinto de las enfermedades humanas. Nos hemos con temado con hacer estas pocas reflexiones acerca de las doctrinas que nos han parecido mas acreditadas en nuestros días, juzgando ser bastantes para que nuestros lectores conozcan la falta de coherencia y de solidez de que hemos acu- sado al arte saludable, á fin de que puedan sentenciar si ha sido ligereza nuestra, ó efecto de prudencia, el adoptar los princi- pios fundamentales de un sabio, á quien será muy difícil poner tachas iguales. Brown se despojó de toda preocupa- ción científica, aparentando aún el que ig- noraba la Física, la Química, la Botánica y las Matemáticas, para impedir todo roce de estas ciencias con aquella que pretendía purificar de quanto había atrasado sus pro- gresos , y reducirla á la exactitud propia de su clase. Contempló á la naturaleza vi- va, puramente como viva: examinó aisla- damente los fenómenos vitales; y sin va- 55 lerse de las hipótesis antojadizas, los ex- plicó con los principios de la misma vida. Vio, con suma claridad, que esta no de- pende de sí misma, sí solo de unas causas que le son forasteras, pero que necesitan de ella para producir efectos vitales; y es- ta idea felicísima abrió un horizonte nue-* vo y despejado por todas partes á sus co- •" nocimientos. El morir los mas de los anímales quan- do se mantienen á un frió excesivo; el pe- recer las plantas en igual caso; el suceder lo mismo quando faltan del todo los ali- mentos ó se pierde una gran cantidad d$ líquidos á los vivientes, son hechos que- naturalmente inducen á inferir á qualquie- ra que reflexione sobra ellos y otros seme- jantes, que la vida depende de cierta ac- ción del calórico sobre los cuerpos vivos 9 no menos que de la de los alimentos, del ayre &c. Estas cosas, extrañas á la máqui- na animal, sin las quales faltaría absoluta- mente la vida, son las que Brown llama potencias excitativas externas. Pero como ninguna de ellas puede ac- tuar de un molo vital ni en el cuerpo que jamas ha tenido vida, ni en el que ha lle- gado á perderla, era preciso convenir en que el origen y conservación de la vida no pende solo de las enunciadas potencias, si- no también de otro principio,*sin la con- currencia del qual quedarían ellas impo- tentes, y solo producirían los efectos gene- rales de todos los otros cuerpos destituidos de vitalidad. Este principio, cuya existen- cia se conoce demostrativamente, aúneme se ignore su naturaleza, es el que Brown llama excitabilidad. Conducido siempre por el raciocinio mas exacto, y no perdiendo de vista las analogías mas manifiestas, concluyó, que la operación de las potencias excitativas era idéntica, aunque ellas entre sí fuesen de distinta naturaleza; y sentó el grande axio- .57 ma que tanta falta hacía en la Medicina, de que la identidad del efecto arguye siem- pre identidad de operación. Infirió de aquí, que siendo el efecto de las potencias excitativas internas, como la contracción muscular; las sensaciones y la fuerza del cerebro en las meditaciones y afectos, igual al de las externas, debía tam- bién ser igual su operación; y como la buena lógica nos enseña á discurrir acerca de lo ho conocido por las relaciones que tiene con lo conocido, la operación clara y manifiesta de las potencias que están suje- tas á nuestros sentidos, nos hace ver qual es la de aquellas que se hallan muy distan- tes de su jurisdicción. La sutilísima materia que llamamos calórico, el ayre, los alimen- tos, la sangre y los humores que se sepa- ran de ella, todas estas cosas obran disten- diendo las partes de la máquina animal, ó interponiéndose entre ellas. El separarlas de sus mutuos contactos, es inducirles cier- 9 *8 ta violencia, que es lo que llama Brown estimularlas; (a) y como todas operan de un modo uniforme, cada una en su respec- tivo distrito, las denomina, con bastante propiedad, estimulantes; asegurando que la vida consiste puramente en el estímulo. Éste admite ciertos grados, y del mis- mo modo que todas las otras obras de la Baturaleza, tiene su principio, su consis- tencia, y su fin; pero siempre es propor- cional al estado del otro principio insepa- rable de la vida; esto es, la excitabilidad, la vitalidad, ó llámese como se quiera, con tal que no se varíe la idea que hemos uni- áo á esta palabra. Una experiencia constante, tomada sín excepción en todos los seres vivientes, ha hecho ver, que quanto la excitabilidad é vitalidad es mayor, tanto menos estimu- le admite, y tanto mas expuesta se halla i (a) No se entiende por esto que la excitabilidad es afeítala ¿el mismo modo. 59 sofocarse con el mas pequeño: que esta misma excitabilidad va 'siendo sucesiva- mente menor á proporción que el animal va sufriendo mas y mas la operación délos estímulos; hasta eme, ror intimo, llega á anonadarse T quando la superior fuerza de aquellos la ha consumido del todo. Estas verdades se hacen patentes en toda la ex- tensión de la naturaleza viviente: nada tie*- nen de hipotético ni de arbitrario; y ellas sirven de basa fundamental á todo el siste- ma de Brown. Quando los dos principios constitutivos de la vida se hallan en un perfecto equilibrio, resulta el estado de salud mas perfecta^ y como las enfermeda- des no son otra cosa que^.unos desvíos del estado de la salud, no pudiendo originarse estos desvíos mas que del exceso de qual- quiera de los dos principios que hemos di- cho, resulta por conseqíiencia precisa, que ni hay ni puede haber mas que dos solas formas de enfermedades comunes: una> ea r 6o _______ que prepondere la fuerza estimulante; y otra,en que sea excesiva ó muy defectuo- sa la excitabilidad. Como el exceso, por un lado o por otro, puede ser mayor -ó menor, serán también mayores ó menores los desvíos del estado de la salud: esto es, mas ó me- nos graves las enfermedades, que por lo mismo exigirán una curación mas ó menos vigorosa, pero siempre conforme y pro- porcionada á su naturaleza. Esta es, en general, la medicina de Brown: este es el método que con tanta injusticia censuran y calumnian los que ó no lo entienden, ó no gustan de que el arte de curar se explique en términos per- ceptibles á todo el mundo; porque nues- tra fortuna tiene íntimas conexiones con nuestro estilo misterioso y obscuro. Quan- do Brown llega á tratar de las enfermeda- des en particular, no usa mas que de tres pruebas, ninguna de las quales tiene un 6i solo ápice de arbitraria: ia, lesiones pic- ducthas de la enfermedad: aa. infelicidad de tal método en su tratamiento: 3a. feli- cidad del método contrario. Si estos no son los únicos verdaderos tópicos de den- de los médicos deben derivar su ciencia, los desafiamos resueltamente á todos, á que nos los señalen diversos, y á que nos convenzan de nuestro error. La pausada meditación y la perspicaz observacicn son las dos fuentes de donde fluye con pureza el salí; da ble raudal de la Medicina. Pero | qué léxes están de merecer el concepto de buenos observadores, los que, con~mentes cargadas de preocupaciones, creen siempre batallar contra enemigos que coexisten! Con vosotros hablamos, mé- dicos acrimonistas, que como vuestro pa- triarca Galeno, no tratáis mas que de hu- mores, y que á sus falsas ideas habéis aña- dido las igualmente erróneas de sus capi- tales enemigos, los que tan sin razón se 62 decoraban con el honorífico título de quí- micos. ¡ Lectores! Qualquíera que os trate de acrimonias, y que quiera dirigir contra ellas sus recetas, es un humorista bien ca- racterizado , mirado con desprecio en toda la Europa sabia: el que os hable de pléto- ra verdadera ó espuria, de obstrucción y error de lugar, de movimiento excesivo ó defectuoso de los humores, de su lentor, su tenuidad ó su disolución, es un ver- dadero iatro-matemático, de quien igual- mente que del primero, se burlan los bue- nos profesores de todo el orbe. Ellos, no obstante, procuran poner obstáculos al incremento de la ciencia mé- dica, desacreditando en general al insigne escritor que nras la ha aproximado á su perfección. Unos le acusan de haber resu- citado la antiquísima doctrina de Temison y de los metodistas, alterándola solamente en no admitir las enfermedades que aque- llos llamaban de origen mixto, adoptando 63 las de lo apretado y lo floxo, lo denso y lo laxó, que suponían ellos. Otros le calum- nian de ser patrono de la intemperancia, y de que sus discípulos quieren combatir to- das las enfermedades lisongeando la gloto- nería, y aun aconsejando la embriaguez. Se dice que aborrecemos las sangrías, los emé- ticos y los purgantes, que tantas veces han conservado la vida y restablecido la salud. Estas imputaciones son hijas, en unos de la ignorancia, en otros de la preocupa- ción , y en no pocos de una malignidad muy concentrada. Los que estén impuestos en la historia médica, si quieren tomarse el trabajo de comparar las opiniones dele- mison y las de Brown, hallarán fácilmente una gran diferencia entre ellas. A nosotros nos bastará hacer ver, que la laxidad y densidad, que los metodistas reputaban por causas de las enfermedades, son efectos.de ellas según la doctrina de Brown, quien no les asigna otra causa próxima que su 64 respectiva diátesis, hijas solamente de su respectiva excitación : y es b".en claro, que esta sola nota, forma entre los metodistas y los brownianos una discrepancia tan grande, como la que hay entre la causa y €l efecto. Pero, aun quando fuese idéntica en la substancia la doctrina de unos y otros, pre- guntamos á todo hombre que tenga senti- do común, si esto solo bastaría para des- echarla. Antiquísima era la física corpus- «ular; estuvo sepultada en el olvido mu- chos siglos: se vio también con horror por su sospechada conexión con las ideas irre- ligiosas délos epicuristas; y con todo, esta -ftsiea en el dia se halla ya demostrada , siendo la única que entre todas las antiguas se aproximó mas á la verdad. Ninguna im- pugnación sólida se ha hecho á los meto- distas • y' no faltan médicos sistemáticos que hagan de ellos algún elogio, como se puede ver en Hofman; y así en este autor, 65 tromo en Baglivi y otros, encontrará el que los lea con reflexión bastantes vestigios de la coincidencia de sus pensamientos con los de los metodistas antiguos. Los otros cargos que se hacen contra la doctrina browniana, están desvanecidos con ella misma. Nadie prueba con mas so- lidez que Brown los gravísimos daños que resultan de la intemperancia, que acorta los plazos de la vida, y anticipa las inco- modidades de la vejez ; pero tampoco na - die demuestra mejor que Brown los per- juicios nada inferiores que resultan de una excesiva abstinencia y de una dieta poco nutritiva. Las virtudes físicas, igualmente que las morales, consisten en un punto que jamas decline á algún extremo. Un ava- riento es muy reprehensible, y no lo es menos el pródigo; pero es loable el liberal que se alexa igualmente de ambos defec- tos. Lo mismo sucede con el glotón y el ayunador maniaco, Brown recomienda la 10 66 moderación en todas las cosas. Consiguiente á ella ordena las sangrías y los purgantes con el tiento que jamas han sabido disponerlas nuestros humoristas ni nuestros hidráulicos. Brown manda sangrar y purgar en todos aquellos casos en que son verdaderamente útiles semejantes auxilios, y proscribe estas evacuaciones, siempre que son ó deben ser perniciosas. No sangran los brownianos á las histéricas ni á las cloró- ticas ; pero sangran* en la verdadera pul- monía, enel reumatismo agudo, y en to- das las enfermedades en que notan un ex- ceso de vigor, que se debe disminuir por este medio para restablecer la salud. Los brownianos proporcionan la eficacia del remedio á la magnitud del mal: jamas re- cetan á un tiempo quina y sangría, ni tam- poco vino y purgantes: si conviene debili- tar, debilitan, y si estimular, estimulan¿ pero lo uno ó lo otro lo hacen constante- mente, sin confundir lo quadrado con lo 67 redondo, ni interpolar métodos de indica- ciones contrarias, como es freqüentísimo en los otros médicos que estudian la natu- raleza en sus imaginaciones y no en sí mis- ma , ó que siguen una práctica de rutina, que se diferencia muy poco de la de los charlatanes ó de las viejas curanderas. La lectura de esta obra pondrá de ma- nifiesto si es exacto ó no lo es el racioci- nio que nos conduce; y si convencido de su fuerza puede un hombre de bien aban- donarlo por seguir la errónea senda que con perjuicio de la especie humana, ha he- cho venerable la autoridad de nuestros an- tepasados. La doctrina browniana en todas partes ha tenido perseguidores, y también admi- radores, porque la envidia reside en todos los países, como en todos los tiempos; pe- ro en todas las regiones y en todos los si- glos se hallan igualmente hombres ilustra- dos y amantes finos de la verdad, que an> 6S teponen á todas las consideraciones de la. política bastarda y del interés sórdido, la franca ingenuidad. Lo cierto es que i a. ra- zón , después de ser mas ó menos combati- da, vence al fin, destruyendo todos los obstáculos. A la manera que en un rio en- turbiado por las avenidas, precipitándose por último las materias que lo obscure- cían , sobrenada la madera útil: del mismo modo en el contraste de las opiniones, al cabo se abisman las absurdas, sosteniéndo- se con esplendor las bien fundadas. Tales se han reputado las de Brown en las partes mas ilustradas del orbe. No hay médico de talento sobresaliente en la céle- bre Universidad de Pavía, que no haya adoptado esta doctrina, la qual, según es- tamos informados por escritores fidedig- nos, es ya comunísima en Italia , sin serlo menos en Alemania y en Rusia. Han lle- gado á nuestras manos algunas obras del norte de la América, en que hemos obser- c9 vado la estimación que han merecido á sus autores los principios y los raciocinios de Brown; y sabemos también que se hace de él igud aprecio en la India Oriental, por las noticias que nos dan dos profesores in- gleses de Calcuta. Por los papeles públi- cos que últimamente nos'han venido cons- ta, que el Gobierno trances ha destinado quarenta jóvenes para que aprendan en Víena la Medicina práctica baxo la direc- ción de Franck, que es el mayor browniano de que tenemos noticia. El sabio editor de los elementos de Brown Dr.Tonías Beddoes, haciéndose car- go de los progresos que con su auxilio iba haciendo la Medicina en Europa, y acor- dándose de que los ingleses creían ver en esta ciencia con un ojo, mientras estaban ciegas todas las otras naciones; exhorta á sus compatriotas á no dexarse privar de esta ventaja, y á que se aprovechen con anticipación de una doctrina tan luminosa J° .___..........._ como la que acababa de ilustrar al suelo de Escocia. El gran crédito de Cúllen, y la brillante fortuna con que vivió y dexó enriquecida á su familia, pusieron al prin- cipio algunos obstáculos, puramente polí- ticos , á la propagación de unas ideas con- cebidas por un desgraciado sabio, que co- mo otro Sócrates, predicaba su doctrina con fervor en la prisión á que se vio con- denado por una causa extraña del asunto. A estas recomendaciones públicas á favor de la doctrina de Brown, podríamos agregar el elogio que de ella se hace en una de las gacetas de Madrid del año de 1800, y los notables que en varias partes de sus obras le tributa nuestro abate Her- vas en su obra intitulada el Hombre físico. No creemos que sean tan presuntuosos nuestros profesores mexicanos, que quie- ran anteponer su dictamen al de los sabios de tanto nombre que acabamos de citar. La santa verdad nos obligará á confesar ...._____......._........ 7i que estamos muy atrasados en la facultad médica; y que si entre nosotros hay algu- nos que la exerzan con algún acierto, ellos se han formado por sí mismos en fuerza de su loable aplicación, ayudada de la felici- dad de sus potencias. Las que acabamos de referir son unas verdades innegables de hecho. Aunque en esta ciudad hay medios para estudiar muy bien todas las partes de la Medicina y las ciencias auxiliares, hay también muchos estorbos para que esto se verifique como en Europa, y aun en Gua- temala. Aquí se enseñan por unos catedrá- ticos muy sabios en sus profesiones la Físi- ca experimental, las Matemáticas, la Ana- tomía, la Química y la Botánica; pero la incompatibilidad de las horas, y la necesi- dad de ganar los cursos en una Universi- dad en que nada de esto se aprende, hace que las escuelas separadas de ella no den á la ciencia médica todos los auxilios que necesita» Como esta profesión se elige pa- 72 ra ganar con ella la subsistencia, y como el deseo de llegar á este fin prepondera al de adquirir toda la aptitud precisa; des- pués de ganados los cursos de Universidad, recibido el grado de academia, y cumpli- dos los dos años de práctica, sin alguna enseñanza clínica, mas de por una simple imitación de las fórmulas familiares á los maestros, se examinan y obtienen su li- cencia los principiantes; y por eso mejora muy poco la facultad médica entre noso- tros. Ocupados después en visitar enfermos para ganar el sustento, se contentan mu- chos con solo tener prontuarios de las en- fermedades, que consultan en los casos du- dosos; y quedan tan poco instruidos, como los curanderos, que no estudian mas que á Tisot, Buchan, Esteinefer y Madama Fou- quet. Muy raros son los aplicados que,una vez obtenida su aprobación, después del examen del Protomedicato, freqüenten las escuelas que no habían visto antes, y pro- 7.3 curenadquírir los ccnccimiertos h\cespcn- sables para exercer la Medicina ccn utili- dad del púulico y seguridad ce sus con- ciencias. Sín embargo', hay algunos cuyo exemplo r¡ s ha edificado, que despeján- dose ele sis arraigadas preoeelaciones, se han dedicado ce buena fe á estudiar con empeño la nueva doctrina médica que adoptamos, tan diversa de la que a ellos y á nosotros se nos habla enseñado. Estos juiciosos apreelabies jóvenes, que rían pal- pado la diferencia de nuestros principios y de nuestro método, son el tierno almacigo que dcxainos pera la generación venidera. Ellos han tenido la docilidad de imitar nuestra práctica en lo que les ha parecido mas acertada: han estucado la Anatomía, la Física, la Química y la Botánica, que ignoraban ^sanso se graduaron de médi- cos; y ahora eosccen bien que los brow- nianos no son tan temerarios como los su- ponen sus antagonistas, y. que careciendo 11 74 estos de los auxilios expresados, sin em- bargo aspiran á ser jueces arbitros en una materia sobre la qual tienen muy ligeros, ó absolutamente ningunos conocimientos. Si en las escuelas de Europa, en don- de están reunidas todas las cátedras nece- sarias para la instrucción de un médico, son muy pocos los que salen buenos, ¿ po- dremos creer que aquí, hallándose las co- sas en el estado en que las hemos repre- sentado , no haya profesores muy ignoran- tes y muy perniciosos, que solo exercen la facultad para tener que comer, siendo en realidad indignos de pulsar á nadie ? Sea- mos sinceros, y no se nos gradúe por ene- migos de la patria, quando sin disfraz pu- blicamos sus atrasos, con el mas ardiente anhelo de que se corrijan y de que se me- jore su situación. Nos conceptuamos mu- cho mas amantes del bien común, confe- sando las miserias que padecemos, que aquellos que, anegados en su amor propio, 7 5 imaginan ó quieren persuadir, tal vez sin creerlo, que todo entre nosotros se halla en la situación mas ventajosa, porque ya ellos aseguraron su crédito y su fortuna. Un medio muy eficaz de hacer mas útil y menos embarazosa la práctica de la Medicina, reduciéndola á la exactitud de que ha carecido hasta ahora, nos parece ser el estudio bien profundizado de los prin- cipios de Brown, que sin disputa son los mas sencillos, y los mas fecundes de im- portantes conseqüencias que se han publi- cado hasta el presente. La doctrina de este sabio escocés, es muy probable que algún día formará un ramo de la educación públi- ca, quando aclarados por ella los caracteres genuinos de las enfermedades, y desterra- do el dilatado catálogo de misteriosos vo- cablos griegos, que hacían muy fastidiosa la lectura de las obras médicas; todos in- distintamente puedan imponerse en ella corrigiendo las falsas ideas y las denomi- 76 naciones impropias que se han ido perpe- tuando de siglo en siglo. Exhortamos pues, á nuestros compro- fesores, y á nombre del lino ¡je humano les pedimos, que en beneficio suyo, junten sus fuerzas á las nuestras, para el logro de ,-ste importante iiri; que deponiendo sus preo- cupaciones antiguas, y dóciles á la razón y á la evidencia, examinen maduramente y con imparcialidad la obra qi e les pre- sentamos, para ver si tiene la solidez y claridad que hemos promovido. Nada tie- ne de hombre juicioso y honrado el que anticipa" su dictamen á. la instrucción de un asunto controvertible. Diariamente nos engañamos en nuestros conceptos precipi- tados ; por lo que debemos desconfiar mu- cho de nuestras luces, para tomar partido en materias que requieren larga medita- ción. En las ciencias naturales, el mundo en esta época llegó á la madurez que no tuvo en los siglos anteriores: se acabó el 77 imperio de las hipótesis, la tiranía de la autoridad,y el capricho de seguir á'ciegas la senda abierta por nuestros antepasados: no hav mas de dos modos de establecer las ve.da.des tísicas; la experiencia y la razón, quando aquella no nos auxilia: una expe- riencia ese no se pueda combatir, ó una razón quq no admita réplica. Sin apoyarse en estos fundamentos se- rá muy temeraria la conducta del que se atreva ó á impugnar, ó a seguir el método' browniano en el tratamiento de las enfer- medades. Esto requiere mucha circunspec- ción , y no es obra de pocos dias, como lo han pretendido algunos, que creyendo que este método consiste solo en prescribir los estímulos mas vigorosos, los han emplea- do' sin discernimiento en su dosis, en su calidad, ó en casos que no debían emplear- los: con lo que, siendo tan culp-btcs su ignorancia y su arrojo, han ftcosto recaer. muy injustamente sus desaciertos sobra el .7» _............ sistema de Brown. Para templar un forte- piano no se necesita mis que tirar ó ado- xar las cuerdas; pero esta operación tan sencilla, requiere inteligencia para hacerse bien. El manejo de los estimulantes, según la doctrina de Brown, es tan nuevo, que necesitan aprenderlo hasta los médicos que tienen medio siglo de estudio y de practi- ca, si quieren aprovecharse de sus venta- jas; porque* la Medicina no es una ciencia que se adquiere derepente, así como el ofi- cio de aguador se sabe en el primer viage. La doctrina browniana no se halla tan completa que no sea susceptible de ulte- riores grados de perfección: su mismo au- tor lo confiesa así, con la ingenuidad pro- pia de un sabio. Los progresos que la Quí- mia va haciendo de día en día, llenarán los huecos que hay en el sistema de Brown; v los médicos de talento y aplicación com- pletarán el tratado de las enfermedades lo- cales, que él.dexo casi en embrión. Si la 79 salud y los asuntos personales nos lo per- mitieren, haremos á este intento lo que al- canzasen nuestras fuerzas, bien satisfechos de que nuestros lectores disimularán los defectos en que incurramos, en favor de la sanidad de nuestras: intenciones. NOTA., . [ Concluido ya este tomo, tuvimos pro- porción de leer algunos de los impresas que acerca de la doctrina browniana ha publicado en Barcelona el Dr. D. Vicente Mitja villa y Fisonell, habiéndonos servi- do de mucha satisfacción el poder anun- ciar á nuestros lectores, que muy en bre- ve podrán tener noticias auténticas de la grande reputación con que corre entre los 9 sabios de Europa la doctrina que les pre- sentamos. En el segundo de los referidos impre- sos encontramos una tabla de excitación 8 o compuesta por el cruda ' ano Vale;.'•■ano Luis Brera . Ia cual nm- mi' ;-arrcido mmor y mas comuLia ene la de aamuel Lineo, que habíamos intentado rmblkur con aígu. as reflexiones acerca de la distribución noso- lógica de las enfermedades. Es'a tabla es la que acompaña por ahora á nuestra oorr¡, y la mas alequada ciertamente rara expli- car mejor nuestras idea?. Tenemos otras dos* de eme hablaremos en el principio de nuestro tomo segúnuo , previniendo ahora, que son muy ingemu- sas y bastante significativas del estado de la excitación. Nos remitió la una uno de los primeros Magistrados de este Keyno, segeto instruido en las ciencias nnmrmes, y que por gusto se ha dedicado al estudio de la Medicina. La otra tabla es obra de un compañero nuestro. Entre los tomitos que ha publicado el Dr. Mitjavilia, ninguno nos ha sido mas apreciable que el que comprehende la lus- Si toria délas curaciones que se han hecho en el Instituto clínico de Pavía, baxo la di- rección del Dr. Franck, y con la asistencia de muchísimos facultativos de los mas sa- bios y acreditados. Nos hemos llenado de regocijo viendo apoyadas nuestras teorías y nuestra práctica consiguiente á ellas, no solo con unas autoridades tan respetables, síno principalmente con unos hechos tan bien circunstanciados, que no dexan lugar para la duda. Tenemos ánimo de traducir- lo al castellano, para que nuestros lectores vean las pruebas experimentales de la doc- trina browniana, y añadiremos algunas ob- servaciones nuestras, como un comproban- te seguro de la uniformidad con que pien- san en todo el mundo los que están imbui- dos en estos principios, y el beneficio que de ellos puede resultar al hombre enfermo. Como el Señor Mitjavila se ha pro- puesto ir imprimiendo quanto hubiere en pro y en contra de esta nueva medicina: 12 82 en cumplimiento de su oferta nos ha dado ya la impugnación de Stramb!o, calificán- dola por la mas vigorosa que ha salido contra el sistema de Brown. Confesamos francamente no haberle encontrado tanto nervio, que nos haga variar nuestras opi- niones^ desde luego prometemos respon- der á sus argumentos, si la salud y las ocu- paciones nos lo permitieren. ^dlm& ¡i! sí si ii (?) ELEMENTOS DE MEDICINA. ¿VÍ#rE PRIMERA. CAPÍTULO PRIMERO. DEFINICIONES. De la Medicina. De las enfermedades De la buena seiud.., . ¡ocales y universales. De ¡a enfermiza. De la predisposición. T 1 CLÁMASE Medicina aquella ciencia que nos enseña á conservar en buena salud á los hombres, á precaver ios achaques que les puedan invadir, y á curarlos quando los hubieren invadido. Como estos tres ob- jetos, igualmente que en el hombre, pue- den desempeñarse por unos mismos prin- cipios en todos, los otros seres vivientes, podríamos dar á la Medicina mayor exten- (a) sion, y afirmar sin impropiedad, que de- ben sujetarse á su tutela, no solo los bru- tos, pero también los vegetales; reducien- do la veterinaria y la agricultura al or- den que la naturaleza les da en los cono- cimientos humanos. La serie de esta obra nos pondrá en -la necesidad de ir haciendo repetidos cotejos entre los diversos estados de las substancias organizadas; y probare- mos con esto mismo, la constante uniformi- dad que reyna en todas las obras de la na- turaleza. Decimos que un animal qualquíera, ó qualquíera planta, disfruta una próspera salud, quando vemos que exerce sus res- pectivas funciones con facilidad y con aque- lla proporción que observamos en los otros individuos de la misma especie, quando una experiencia perpetua nos ha acredita- clo que se hallan en todo su vigor. En los animales notamos entonces una especie de alegría, que bien puede aplicarse á las plan- (3)..................___ tas en un sentido metafórico, tomando por caracteres suyos el verdor y la posición natural de las hojas y de las flores, cuyo color nos da iguales indicios de la mayor ó menor robustez del individuo que las produce. Siempre que vemos al hombre, ó qual- quíera otro animal, exercer con molestia ó con dificultad las acciones que le com- peten : siempre que en ellas notamos algu- na perturbación que las desquicie del or- den común que observamos en los otros individuos de la misma especie, conoce- mos naturalmente que hay algún trastorna en su salud, y esto es lo que llamamos en- fermedad. En los vegetales sucede respec- tivamente lo mismo: si las hojas pierde» la intensidad de su color: si en vez de man- tenerse en su regular situación, se apartan mas ó menos de ella: si dan unas flores- marchitas y unos frutos semejantes, cono- cemos desde luego que están enfermizos: (4) es decir, que se bailan atacados de alguna enfermedad. La que tenga entonces el individuo, puede ser .común a todo su cuerpo, ó limi- tada solamente a alguna de sus partes: ca- sos en los quales llamaremos enfermedad común á la primera, y local á la segunda: pjorque en efecto, la primera interesa á to- do el cuerpo, y la última i una sola parte de él. La fractura de los huesos de una pierna, la dislocación de qualquíera otro &c. son exemplos bien claros de la última especie; y un causón ó una apoplegía lo son también de la primera. Las enfermedades comunes son tales desde su principio. Desde el momento que invaden, atacan todas las funciones del ani- mal. Las locales, por el contrario, limita- das á un lugar determinado, solo pertur- ban las funciones de éste; y son pocas las eircunstancias en que llegan á trastornar toda la máquina. Circunstancias decimos, (?) y no-individuos; porque puede suceder muy bien que sean muchísimos los ataca- dos de una enfermedad local, y el conjun- to de todos ellos no equivaldrá en nuestro cálculo mas que a la unidad. Los enfermos hepáticos son muy freqüentes en México de algunos años á. esta fecha; pero todos juntos, por muchos que sean, no son mas que uno quando formamos el catalogo de los vicios limitados á un solo lugar del cuerpo.. El conocimiento que la experiencia y el raciocinio nos han dado de que la natu- raleza no camina á saltos, sino que lleva por un orden permanente todas sus obras, es el fundamento que nos asegura de que siempre antecede una predisposición á. las enfermedades comunes, y jamas á las lo- cales, que constantemente dependen de contingencias muy forasteras al orden re-^ guiar de las cosas, ó de las terminariones de las enfermedades comunes ó generales, (6) q uando no han podido superarse en su to- talidad por defecto en su tratamiento, ó por exceso de su gravedad. Las enferme- dades comunes dependen siempre de una ksion que ataca directamente al principio de la vida difundido por todo el cuerpo, en vez que las locales no consisten mas que en la ofensa singular de esta ó de la otra parte. La curación de las primeras se diri- ge á todo el cuerpo, y la de las segundas se limita por lo común al lugar afecto. Una gran parte de las enfermedades locales exige apenas otro auxilio que el de las manos, y por lo mismo se ha presumi- do no ser de la precisa incumbencia del médico; aunque nadie podrá dudar que este será tanto mas perfecto en su oficio, quanto mayor sea la generalidad y expe- dición de su práctica y de su ciencia. Pero áe contado le incumbe conocer y manejar bien las enfermedades comunes, y todas aquellas locales que trastornan el cuerpo generalmente, remedando los caracteres de las comunes. * Para proceder con acierto en esta im- portantísima materia, debemos simplificar todo lo posible nuestras ideas, é ir enca- denando nuestros juicios metódicamente, comenzando por lo mas fácil y mas claro, antes de engolfarnos en lo mas difícil y mas obscuro. Todo viviente es preciso que se halle en uno de estos tres casos: en el de aquel justo vigor que constituyela salud; en una falta de éste que todavía no trastorna las funciones; ó en el trastorno de ellas, mas ó- menos general», mas ó menos grande. El segundo de estos tres estados es el que se llama predisposición para las enfermeda- des; pues nunca pueden ellas verificarse sin que el viviente se haya apartado mas y mas de aquel grado de vigor en que casi indivisiblemente consiste la salud. J3 (8) CAPÍTULO IL De la vida. De la excitabilidad. Délas potencias excitati- De la excitación. vas internas y externas. De los estímulos. J Mí \£UALQUiERA que reflexione que la vida del hombre y la de los otros animales no puede sostenerse sin la comida y la be- bida, que pasan áser materia de su sangre y demás humores; sin el calórico, que ha de dar á éstos su estado de liquidez; sin el ayre atmosférico, que ha de contribuir ya con su acción distensiva en los pulmones, ya con su oxígeno, para las combinaciones que la armonía del cuerpo exige: conocerá que la vida depende de auxilios que es preciso le vengan de afuera al ser viviente. Pero todos estos auxilios serían inúti- les é incapaces de producir efecto alguno vital, si no hubiera en el viviente otro (9) # principio que determinara su acción. En efecto, un animal bien alimentado, sin de- fecto alguno en sus órganos, y mantenido en la temperatura mas conforme á la sa- lud, si se expone por algunos instantes á una atmósfera compuesta de tuíos ineptos para la respiración, pierde la vida en tér- minos que, aunque se le apliquen sus cau- sas físicamente conservadoras, no será po- sible que ia restaure. Infiérese pues, que hay en todo ser vi- viente una circunstancia sin la qual no pue- den verificarse los fenómenos de la vida. Esta circunstancia ó propiedad, que jamas falta en alguno de sus estados, es la que hace distinguir á los animales de sí mis- mos quando están muertos, y de qualquíe- ra otra materia inanimada, formando un carácter inseparable de la vida misma, y común á todos los vivientes. El hombre, los brutos y los vegetales están sujetos á la ley invariable de que, mientras viven, pue- (10) den ser afectados por las cosas externas y por sus acciones propias: de manera que , estando ellos vivos, produzcan unas y otras efectos vitales. Esta ley comprehende á quanto hay de vivo en la naturaleza, sin exclusión de los vegetales. Las cosas externas destinadas á este fin son varios fluidos etéreos, como el de la luz, el eléctrico y el calórico; la comida y la bebida; la sangre y los humores que sa- len de ella, y también el ayre. No tene- mos certeza, pero tampoco carecemos de probabilidad, para presumir que los vene- nos y los contagios pertenecen á esta mis- ma clase. La contracción muscular, los sentidos y la fuerza del cerebro, quando el alma piensa ó tiene algunos afectos, son las ac- ciones propias del cuerpo que producen el mismo efecto. En quanto cesa la operación de las co- sas y de las acciones referidas, es inevita- (") ble la muerte. Consiste pues la vida en esta operación solamente. Siempre que en lo sucesivo, usáremos la palabra excitabilidad, entenderemos por ella, aquella propiedad en que se distinguen los vivos de los muertos, y los animales de las substancias inanimadas: aquella pro«f piedad , por cuyo medio producen las co- sas y las acciones dichas su efecto vital. A las mismas cosas y á las acciones las llama^ remos potencias excitantes o excitativas; y con la denominación cuerpo expresaremos. no solo á la substancia llamada absoluta- mente así, sino también á la que tenga una alma racional, irracional,ó puramente ve- getativa. El cuerpo animal se llama co- munmente sistema, y por eso son freqüen- tes esas frases: Trastorna todo el sistema, de- bilita ó vigoriza el sistema &c. Las potencias excitantes siempre son operativas, y el efecto común de todas ellas en el sistema animal son las sensacio- (12) nes,tos movimientos y las funciones del alma , tanto en el exercicio de pensar, co- como en el de excitar sus afectos, mien- tras se halla unida al cuerpo, por medio de aquel vínculo que ninguna filosofía pue- de explicar, y que, como dice el cardenal de Poliñac, no es otro que la omnipotente voluntad del sapientísimo Autor de la na- turaleza. Si observamos que este efecto co- mún de las potencias excitativas es siempre uno, y uno mismo, es necesario Concluir, qiic debe también ser una, y una misma su operación, y que la acción de las unas no puede ser distinta de la de las otras. Las potencias excitativas no producen efecto vital mas de quando obran sobre la excitabilidad, y el tai efecto se llama en- tonces excitación. Y como algunas de estas potencias obran con unos impulsos manifiestos, co- gió veremos en adelante mas por menor, y por medio de tales impulsos producen (*3) la excitación, es naturalísimo presumir que obren del mismo modo las otras, respecto á que la identidad del electo arguye iden- tidad de operación, aúneme los agentes sean de naturaleza muy diversa. Si una ve- xiga se llena de agua, de alcool, de aceyte, ó de qualquíera otro líquido: si se llena de ayre común, ó de qualquíera otro fluido aeriforme, resultará siempre el mismo efec- to de distensión, y diremos que lo produ- cen de un modo idéntico estas substancias, aunque son entre, sí de naturaleza muy di- ferente. Obrando pues, todas las potencias excitativas con impulsos ó manifiestos, ó imperceptibles para nosotros, y teniendo todas una cierta energía para su acción% podremos denominarlas también potencias estimulantes. Y como de la operación ele ellas pende la vida, podemos también ase- gurar con uno de los médicos antiguos^ que esta consiste en el estímulo* (>4) CAPITULO ni. De Id'üaturakza de la excitabilidad. De las potencias exci- tativas. De los venenos. De los contagios. Del alimentó debilitante. De tas pasiones sedati- vas, ó que abaten. n./ 'De la naturaleza y límites deiañxcita-r- cion.^ - -w. Sucesión y sostitucion celos estímu'/S. Tratamiento de la excitabilidad dis- minuida, y de la '■ acumulada. ■■ £ ri. LiS necesario confesar ingenuamente nuestra ignorancia acerca de la esencia de la excitabilidad, y acerca del modo con que la afectan las potencias excitativas. No sabemos si es una substancia, ó una modi- ficación de los cuerpos vivientes: niños empeñaremos en averiguar esta qüestion llena de dificultades y de una obscuridad Os) impenetrable. Bástanos conocer que es una propiedad distintiva de los vivientes y ca- racterística suya, para no perderla de vis- ta, y contar siempre con ella en nuestros raciocinios médicos. Así calculaba Newton los efectos de la gravitación universal, sín conocer la esencia de la atracción; y así calculan los químicos sobre las afinidades, ignorando su naturaleza. Sea la excitabilidad lo que fuere, no cabe duda en que cada individuo, desde que empieza á vivir, recibe de la mano li- beral del supremo Autor de su existencia una porción determinada, ó un determina- do grado de ella, como un caudal que de- be irse gastando con la mas prudente eco- nomía, para la conservación de la vida. La cantidad, la fuerza ó la intensidad de esta preciosa dádiva, varía mucho en los diver- sos vivientes que la reciben, aun en indi- viduos de una misma especie, como lo acre- dita la varia duración de todos los seres 14 (x6) animados, comparados unos con otros. Va- ria también freqüentemente en un mismo sujeto, según la diversidad de las circuns- tancias en que se halla. El carecer de nociones claras acerca de la naturaleza de la excitabilidad; el no tener en nuestro idioma palabras' para ex- presar con precisión nuestras ideas acerca de ella,.y la novedad de la doarina, fun- dada sobre esta propiedad de los cuerpos vivientes, nos obligará á explicarnos en unos términos menos propios, y á tratar de ella como si tratáramos de una substan- cia. Diremos unas veces que abunda, quan- do se ha aplicado poco estímulo que la gaste: diremos que se disminuye , que se consume ó que se agota, quando ha obra- do sobre ella un estímulo muy vehemente. Mas no por esto queremos que nuestros lectores apliquen á tales voces unas ideas falsas, juzgando que expresamos con ellas la naturaleza de la excitabilidad. No hay (eO vicio mayor en el estudio de la Filosofía, que la inútil inquisición de.unas causas que son y serán siempre incomprehensibles. Nadie pues, se imagine al leer que la ex- citabilidad se aumenta ó se disminuye, que la reputamos una substancia material capaz de aumentarse ó de disminuirse, co- mo se aumenta y disminuye la sangre ó qualquíera humor. Tampoco queremos dar á entender que sea una facultad inherente al cuerpo vivo, ó una modificación suya, ó un accidente (como se explicaban nues- tros antepasados) cuando decimos que está exaltada, ó que está deprimida; que está vigente, ó que está marchita. Bien podrá ser cualquiera de estas cosas; pero no lo sabemos nosotros determinar, y por consi- guiente estamos obligados á abstenernos de semejante qüestiom bastándonos conocer su existencia por sus emCtos. Siendo ella mm propiedad caracterís- tica de los vivientes en quanto tutes,se ín- (i8) fiere naturalísí mámente, que mientras ellos puedan conservar este nombre, hasta en el último resto de su vida, es preciso que tengan una cantidad, aunque sea pequeñí- sima, de excitabilidad. No falta ésta ni en la misma asfixia; como que si faltara , la asfixia ó muerte aparente sería ya una ver* dadera muerte, respectó á que las poten¿* cias excitativas no podrían obrar.sobre el cuerpo asfixiado/- faltando lar-propiedad por cuyo medio única y exclusivamente exercen su acción: á la manera que nunca podríamos ver-iobjeto alguno si absoluta- mente nos faltara la luz. ¿um. uust? sj p &h *■■' Las potencias excitati vas asimismo nun* ca dexan de obrar mientras subsista aun- que sea un átomo de vida; bien que su ac- ción no sea igual constantemente, pues unas ocasiones es mas vigorosa y otras mas re- misa. Y como hemos probado antes, que ninguna de ellas obra si no es estimulan- do , es conseqüencia precisa que todas con- ('9) serven siempre ,una fuerza que , según las- circunstancias-, sea mayor. ó menor ,texce- siva, o proporcionada ó, defectuosa , pero siemore estimulante. Una excesiva canti- dad de,sangre estimula demasiado; y esta es la causa de -que produzca aquel linage de enfermedades que se originan de un es- tímulo excesivo. Si esta- cantidad es pro- porcionada ¿destinaulaqde la manera que conviene en eUcsíado de salud, y si es corta , estimula -^ tanto .j mas débilmente, quanto mas se, escasea; y de esta diminu- ción de estímulo resultan las enfermeda- des que reconocen, por causa a la debili- dad. Lo que hemos dicho de la sangre se aplica del mismoímodoi á todas lasw-otras potencias excitativas, supuesto que todas ellas obran de un modo uniforme, y la única excepción que pudiera hacerse, se- ría; la de los venenos y de los contagios, cuya obscura naturaleza no nos permite formar ideas claras y distintas acerca de su operación. (20) Los venenos sin embargo, ó no pro- ducen ofensas que no sean limitadas a las partes á que se han aplicado inmediata- mente, ó si las producen tales que lasti- men ó trastornen todo el sistema, indis- pensablemente deben hacerlo del mismo modo que qualquíera otra de las potencias excitativas, esto es, aumentando ó dismi- nuyendo la excitación justa en que consis- te la salud, por la regla general de que la identidad del efecto arguye siempre ^en- tidad de operación. Esta misma regla fundamental debe tenerse por basa de quanto discurramos en orden á los contagios, y con tanta mas ra- zón, quanto siempre los vemos acompañar ó á unas enfermedades que dependen de cierto exceso de vigor, como la viruela discreta ó el sarampión, ó á las que consis- ten en una gran debilidad, como'la peste V la viruela confluente. Demostraremos en otra ocasión, que los contagios por sí solos, (11) tienen menos fuerza para dañar que las lesiones ordinarias y comunes, y nos con- tentaremos por ahora con hacer dos refle- xiones sobre esta materia. ia. Si compara- mos la suma debilidad que se sigue de al- gunos contagios, y que en pocas horas qui- ta la vida, con la que resulta de un i rió excesivo, y que produce el mismo efecto en igual ó en menor tiempo, confesaremos desde luego, que la operación dañosa de éste, ha sido idéntica con la de aquellos. 2a. Las enfermedades originadas de algún contagio, no se curan con otros remedios que aquellos de que hacemos uso en las que provienen de las lesiones ordinarias y comunes; y es muy freqüente ver sanar á los enfermos, siempre que estos medica- mentos se les administran en tíemp© opor- tuno y por una mano inteligente. Parece pues, ser este un indicio harto claro de que los contagios obran sobre los cuerpos que atacan, de un modo unívoco, con el «Le todas las otras potencias excitativas. Estas solas producen todos los fenóme-, nos de la vida; y ya hemos probado que su operación solo es estimulante. Consis- tiendo pues, la vida en la acción de ellas sobre la excitabilidad; y no teniendo mas que los tres estados de salud, de predispo- sición y de enfermedad: ó ppr explicarnos mejor, no siendo la sajud, la predisposi- ción y la enfermedad mas que unos sim- ples grados de la vida, es necesario con- cluir por legítima conseqüencia, que todos ellos consisten solamente en el estímulo sin algún agregado. La excitación, que es el efecto de las potencias excitativas, y al mismo tiempo la causa continente de la vida, resulta con proporción á la magnitud del estímulo , pero contenida siempre dentro de ciertos límites determinados por el Supremo da- dor de este precioso don ; traspasados los quales, se destruye y perece, como proba- remos después. 'Una excitación moderada, esto es, constituida en la medianía , es la que produce kaaludi Si rebosa de esta me- dida, causa las»enfermedades que penden de estímulo excesivo? y si no la llena, ori- gina las que consisten en la debilidad; ó la predisposición para unas ó para otras,quan- do el exceso ©,el defecto de esta medianía no ha sido todavía considerable.- , m- 'í: El estimulóles el consumidor, único de la excitabilidad, y lo es ^íenipre ¿propor- ción de su magnitud.* De^aquí es,que quin- to mas débilmente'obran las potencias ex- citativas, esto es, quanto menor sea el es- tímulo qué' se aplica ;* tanta menos excita- bilidad se consume, ó tanto mas abunda ésta. Por el contrario, quanto mas vigoro- so sea el estímulo, ó quanto mayor sea la fuerza con* que obren las sobredicnas po- tencias, tanta mas excitabilidad se consu- mirá. Y comola excitación no esotra cosa queml efecto, de las-potencias excitativas ó estimulantes, obrando sobre la excitabili- dad, resulta, que en el caso de hallarse és- ta superabundante, á proporción que se le vaya aplicando mas estímulo, se irá tam- bién produciendo mas y mas excitación: y quando estuviere consumida, la aplicación del mismo estímulo, no podrá producir mas de una excitación cada vez menor, hasta llegar á cero. Un niño, una muger delicada, un hombree.que haya vivido en sobriedad, son los mejores exemplos para ilustrar el primer caso. Basta un estímulo muy pequeño, con tal que no estén acos- tumbrados á su uso, para producir en ellos la excitación mas grande que son capaces de recibir: una sola copa de vino los exal- ta sobre manera: la pimienta, la mostaza, los pimientos los irritan con extremo. Un adulto, un bebedor &c. pueden servirnos de prueba muy clara para conocer el dé- bil efecto que producen los estímulos quan- do han gastado ya mucha excitabilidad. El adulto tolera, sin experimentar una gran- de excitación, mayor cantidad de qual- quíera estimulante que un niño; y el be- bedor no se excita con una botella de vino, del qual no puede tomar sin embriagarse una sola copa una muger delicada. El glo- tón queda todavía hambriento, después de tomar una cantidad de alimento que basta para hartar á un parco ^ y el sedentario li- terato no puede tolerar los ardores del sol, ni las fatigas del vigoroso cavador. De to- das las potencias excitativas puede decirse que obran con mas vehemencia en los me- nos acostumbrados á su acción, y con me- nor actividad en lósaque están mas habi- tuados á su uso. Como la excitación nace de la suma del estímulo y de la excitabilidad, debe haber cierta proporción entre aquel y ésta, y variar según ella su resultado. Un es- tímulo medio, afectando á una excitabili- dad media, ó consumida ya por mitad. (2on el debido arreglo. La imbecilidad de los infantes, y aquella que en los adultos- proviene de una grande abundancia de ex- citabilidad, no admiten mas de un estímu- lo pequeño, pero que sea proporcionado á ía magnitud de la excitabilidad abun- capte; porque si es menor el estímulo que lo que exige la excitabilidad, desfallece el Tfiviente, y se sofoca si se le aplica uno ex- cesivo. La que proviene de la vejez, ó de cualquiera causa que haya consumido mu- cho la excitabilidad, demanda un estímu- lofgrande, pero también de una magnitud determinada; porque si es mas pequeño cue lo que debe ser, resulta el abatimien- . to,y si es mayor induce la ©onsuncion i total de la excitabilidad. Hepda general: quanto mas superabundante se halla esta propiedad, tanto mas fácilmente se satura, ' (29) tanto méribs estímulo admite; llegando es- ta impotencia de admitirlo á tal grado¿ que sea caraz de sofocarla aun con la me- nor cantidad. El mas pequeño también se- rá bastante para destruirla del todo, y pa- ra quitar la vida, quando la misma exci- tabilidad esté ya tan gastada, que no ad- mita ni un estímulo muy ligero. Ya antes hemos dicho, que la acción de los estímulos sobre la excitabilidad de- be contenerse dentro de ciertos límites f para producir una excitación saludable y vigorosa. Vamos á ver ahora como ésta va siendo sucesivamente menor hasta destruir- se del todo, lo que puede verificarse de doi maneras. Una de ellas es, quando la vehemen- cia del estímulo agota la excitabilidad. To- das las potencias excitativas pueden condu- cir su acción estimulante hasta un grade tal, que no resulte ya excitación alguna ; porqtie como ésta nace precisamente de k suma compuesta del estímulo y ele la exci- tabilidad, y como á proporción que el es- tímulo crece, la excitabilidad se disminuye, llega el caso de que el exceso de aquel re- duce ésta á cero, destruyendo entonces la excitación: que es lo mismo que decir, que queda el cuerpo incapaz de recibir estímu- lo alguno, como lo queda el agua de di- solver mas sal quando está saturada com- pletamente de esta substancia. Este anonadamiento de la excitación, que resulta de haberse consumido la exci- tabilidad en fuerza del estímulo, puede ser temporal, ó perpetuo. En el primer ca- so habrá una .suspensión de la vida , como se observa en las asfixias; y en el segundo \ se verificará la verdadera muerte. En el primero acaba la excitación en términos j que, no perdiendo momento, pueda des- j pertarse de nuevo; y en el segundo es ya j totalmente irreparable su extinción. Así, j una vela que acaba de apagarse, vueive' á- I (30 ____■- reanimar su llama, si se le dirige el soplo ó se agita con prontitud; ó queda extin- guida de una vez, si se le dexa escapar el residuo de fuego que podía producir la lla- ma si se hubiera auxiliado. Qualquiera de estos dos términos de la excitación, pifcde venir ó de la aplica- ción poco duradera de un grande estímu- lo, ó de la prolongada de otro menor. Lo mismo es para el caso lo uno que lo otro. Una gota de agua, cayendo muchas veces sobre una piedra, hace en ella el mismo efecto que haría instantáneamente una ba- la disparada contra la misma piedra. La magnitud de un estímulo de corta dura- ción compensa la larga permanencia de ©tro menos vigoroso. Un estímulo muy fuerte quita la vida con suma prontitud, porque consume de improviso toda la ex- citabilidad, no dando lugar para los era- dos intermedios déla paulatina consunción de ésta, en que consisten las enfermedades ló (30 de su respectiva clase. El estímulo ligero, pero diuturno, produce al cabo el mismo efecto; pero gradualmente se va aproxi- mando á él, y llega últimamente á produ- cirlo. después de haber corrido la escala de aquellas enfermedades que son una se- quera natural de su preponderancia respec- to de la excitabilidad. El hecho solo de vivir después de haber nacido, nos condu- ce de un modo inevitable á la muerte Por arreglada que sea nuestra conducta en to- das sus partes, hemos de morir indefecti- blemente. Las causas conservadoras de nuestra vida; las que alguna vez fueron constitutivas de nuestra mas perfecta sa- lud , esas mismas son las que nos llevan al sepulcro por sola la inevitable continuidad de su acción. Estas son las gotas que poco á poco van escavando y destruyendo nues- tro sistema. Qualquíera de las potencias excitati- vas puede consumir á la excitabilidad pau- latinamente ó en un momento, según la magnitud de su operación estimulante; pe- ro este destructivo efecto resultará con ma- yor certeza de la operación reunida de mu- chas de aellas, y con mas seguridad todavía de la de todas. La bebida espirituosa, to- mada de una vez en cantidad excesiva, puede quitar de repente la vida; y aun quando no sea extremada la cantidad en que se tome, acarreará la muerte del be- bedor solo por su diuturnidad, aunque con mas lentitud. Si á este estímulo se acom- paña el de un hartazgo, el de un gran ca- lor, solo ó antecedido del frío, el de una fatiga muscular,el de los vehementes afec- tos ó de las meditacioaes profundas, tanto mas irreparable será la ruina. El sudor, la languidez, el entorpecimiento del alma, el sueño &c, serán las señales claras de la brevedad con que un estímulo grande ago- ta la excitabilidad, y destruye por conse- cuencia ia excitación. La imbecilidad senil i (34) prueba la consunción lenta del mismo prin- cipio , como efecto necesario de la aplica- ción diuturna de un estímulo menor. La muerte es el término de uno y de otro. El divino Autor de nuestra existencia cuidó mas que lo que podríamos hacer no- sotros mismos, de nuestra conservación. Consumida con un estímulo la excitabili- dad , se reanima con qualquíera otro nue- vo. Una taza de café bien caliente, una co- pa de rosoli ó de espíritu de vino, disipan la modorra que se siente después de un es- pléndido banquete, de un recio exercicío corporal, ó de aquel cansancio que, des- pués de unas profundas meditaciones, nos inclina al sueño. La misma soñolencia y pesadez que provienen de las bebidas espi- ritosas, desaparecen con el opio, como lo han acreditado las experiencias mas decisi- vas. Si el amoniaco ó el éter son por ven- tura estímulos mas difusibles que el opio, ellos despertarán á los que estuvieren ale- turrarlos en merza de laaccion estimulan- tísima de esta substaucia. Llega uno can- sado de una caminata, se acuesta en el pri- mer sitio que halla: eucoge y aprieta con las manos sus adoloridos miembros; y quando, por no sentir de nuevo la moles- tia de su cansancio, no quisiera moverse de un lugar ni variar de situación, suena repentinamente una orquesta, y olvidado entonces de las incomodidades que sentía poco antes, lo vemos provocar de nuevo su sudor, baylando una contradanza. ¿A quantos habrá sucedido el echarse á cami- nar en seguimiento de la dama que se au- senta y les lleva el corazón (como Doña Clara se llevaba el de Don Luis en las aventuras del inmortal amante de Dulci- nea ) que vencida la primera jornada, y no hallándola, recobran fuerzas para hacer la segunda y la tercera si tienen esperanza de encontrarla ? Los literatos de todas clase* nos confesarán, que una lectura amena le* • (3*) qalta el fastidio de otra lectura desabrida. El teólogo, agoviado de leer veinte folios de los Salmantinos; el jurisconsulto , que perdió la paciencia estuuimmo un punto en la Curia Filípica; el médico, que necesita ir á la cama por haber leído una docena de hojas de Manget, todos indistintamente hallarán vigor para un nuevo estudio, si les presentamos al Hidalgo de la Mancha, á Gil Blas, a Telémaco, a Grandison, ó i Clarisa. Es pues, una de las propiedades de la excitabilidad el poder revivir con cada es- tímulo nuevo, quando otro ú otros aisla- damente la haa consumido, y no han cons- pirado todos ó la mayor parte de ellos á su destrucción. Pero j qué necedad será Ja *le aquel que se abandone á todo género de excesos, confiado en los recursos que acabamos de indicar! El dador de ellos no es pródigo, sino liberal: se apiada de nues- tra miseria, y castiga severamente núes- (37), tros desórdenes. Es ínfmiíamcnte ítltio, y en los mismos principios ele i.i cstra \ ida t u- so las causas inevitables de nuestra muerte. Una excitabilidad, consumida primero por tales ó tales esumirles, vuelta á reparar por oíros nuevos, que a su vez la van tam- bién consumiendo, difícilmente admite re- paros ulteriores, y son frecuentísimas las ocasiones en que se niega a todos general- mente. La razón es, porque quanto mayor número de estímulos se haya aplicado pa- ra conservar aquella operación estimulan- te en que consiste la vida, tanto es menor el recurso que queda para otros nuevos; y tanto mayor es la dificultad de encontrar algunos que resuciten la excitación, com- pañera inseparable de la vida. Es menester repetirlo: si qualquíera estímulo, por sí solo, puede aniquilar la excitabilidad y causar la muerte, ¿con quanta mas certi- dumbre debe aguardar este paradero el que ha vivido expuesto á la vehemencia de muchos estímulos juntos? (3») _ Su ruina será mas pronta por dé con- tado, porque es irreparable la pérdida de la excitabilidad quando lia pasado ya de cierta raya, respecto á que no queda otro recurso para restablecer la salud, esto es', parja reponer la excitación idónea en que e|lg. consiste, mas del mismo que causó su destrucción: es decir ,Tá fuerza excesiva de una operación estimulante, que por lo mis- £UQ no admite ya un mayor grado de estí- mulo. Es dificultosa por estola curación ■de' un ebrio que se contiene después de una larga permanencia en SU vicio; pero es ca- si imposible la'efé°tic|üel que envejeció en , ,.. Es de tal "condición la pérdida de la excitabilidad'.,, que á pasos rápidos conduce á la sepultura, si no se ocurre á conservar la vida con un estímulo grande, pero me^ ñor que el que la había casi agotado, des- pués con otro algo menor, y con otros ca- da vez menores, hasta llegar "á los media- (39) nos, que son los convenientes para la sa- lud , ó quando mucho un poco mas gran- des que los que corresponden á aquel es- tado. La razón de esto es bien clara, si se traen á la memoria las doctrinas que de- xamos sentadas anteriormente. La vida es inseparable de la excitación, de manera que faltando la una, falta indefectiblemen- te la otra. La excitación es una suma com- puesta de la excitabilidad y del estímulo ; y la excitación solo es conforme al estado de la salud, quando las dos cantidades que la forman son iguales entre sí. Los desvíos pequeños de este delicado é indivisible equilibrio están mas próximos al estado de salud, que al de enfermedad ó predisposición para ella; pero los gran- des, quando no lo son todavía mucho, se hallan en la tendencia ó predisposición pa- ra las enfermedades, ó ya las forman quan- do son mayores; porque no puede el ser viviente hallarse mas que en uno de tres *7 (4°) estados, ó en el de salud perfecta, o en el de predisposición á la enfermedad, ó en el que, en todo rigor, pueda llamarse enfer- medad. La muerte es un estado muy di- verso de la vida. Ahora bien: siendo la excitación una suma compuesta de la cantidad de la exci- tabilidad y la cantidad del estímulo, quan- do" falte una ú otra de estas dos cantida- des, faltará la excitación por una conse- qüencia necesaria; y quanto mas excedie- re" una de dichas cantidades á la otra, tan- to mas próxima sé hallará la excitación á su'destrucción total. Mientras quedase al- go1 dé vida en el moribundo, es preciso que'haya siquiera un átomo de excitabili- dad*, y una fuerza estimulante que conser- ve la pequeñísima excitación que hace du- rar la vida. Pero es propio de la excitabilidad el irse consumiendo á proporción que va (40 creciendo la fuerza estimulante, con cuya unión produce los fenómenos de la vida: con que si llega el estímulo á ser tan gran- de como lo era toda la excitabilidad an- tes de haberse consumido, agotará á ésta, y perecerá la excitación. Figurémonos, por un momento, á la excitabilidad, y á la operación estimulante, como represen- tadas en dos líneas paralelas, divididas en ochenta partes iguales, que sean otros tan- tos grados de su escala respectiva. Tenga la excitabilidad todos los ochenta grados en el primero de la suya :como nada se ha consumido de ella, la operación estimu- lante deberá corresponder á cero; y co- mo á medida que el estímulo crece, la ex- citabilidad disminuye, quando aquel ten- ga diez grados, no tendrá ésta mas que setenta; y por la inversa, tendrá diez, quando aquel haya llegado -á los setenta de su escala. Si el estímulo llegó á los se- tenta y nueve, ya no queda la excitabili- (40 dad mas'qüe en uno, y ya la excitación es pequeñísima, como que no le falta mas que un solo grado para reducirse á cero. Quando en tales circunstancias esta la excitacion solanienté amortiguada, abrti- mada ó sofocada cOn la vehemencia del es- tímulo», puede todavía reponerse, dismi- nuyendo la fuerza de éste. Pero esta di- minución se ha de manejar con mucha de- licadez y sagacidad. El buen médico debe imitar á la naturaleza, y no andar á sal- tos, como no anda ella; sí £olo por un or- den gradual, fundado en la razón y en la experiencia. Sería la mayor necedad é in- sensatez, el querer reponer en un, instante á los 40 grados una 'excitabilidad quje no tuviera ya mas que dos ó tres. El estímu- lo debe irse substrayendo paso á paso, y no repentinamente: al modo que debe ba- xar escalón por escalón el que, después de haber subido á una elevada torre 9 quiere andar otra vez por el mismo suelo desde (430 donde se elevó. A proporción que van sa- liendo las aguas que distendían el vientre de vn ascítico, se va aumentando la com- presión de las vendas. Lo mismo se hace con la parida acabado de expeler el feto. Si llega á enfermarse un ebrio, un glotón, un hombre muy exercitado en tareas men- tales ó corporales, su reparo es muy difí- cil, y debemos tenerlo por casi imposible,, si el médico de mera rutina trata de debi- litarlo mucho, ó de estimularlo con dema- sía. Tenemos experiencias diarias de esta verdad. Quitarle, al bebedor improvisa- mente toda bebida espirituosa, es matarlo: es matar al glotón el sujetarlo á una dieta tenue y poco nutritiva. La excitabilidad 4 consumida con la V vehemencia de uno ó de muchos estímu- los, no puede repararse mas de conser- vando cierto grado,de excitación, que ca- si insensiblemente vaya apartándose de aquel en que consistía ,1a enfermedad, y (44) aproximándose con lentitud al que es pro- pio de la salud. El estímulo auxiliar que se aplique, debe ser un poco menor que el que conduxo al paciente á aquel peligroso estado. Obrando éste á su vez, dará lugar á que se acumule un poco mas de excita- bilidad. El estímulo que siga, debe ser un poco menor que el que le antecedió, y así sucesivamente, hasta llegar al justo equi- librio que demanda la salud. A todas las potencias excitativas se extiende este ra- ciocinio. Quando el estímulo ha llegado á con- sumir la excitabilidad, decimos que hay una debilidad, á la qual llamamos indi- recta, porque no se origina de defecto, si- no de exceso de una fuerza estimulante. En toda la carrera para la debilidad indirecta, cada nuevo estímulo aumenta la acción opresiva del que le antecedió, añadiendo siempre la suya propia, con que gasea á su vez mas y mas porción de la i (45) excitabilidad, que ya va siendo menor y menor, hasta cue el ultimo estímulo la acaba de consumir enteramente. Un calor craude pone á un hombre sano y robusto en la tendencia para una sinoca, por exem- plo: si á mas del estímulo del calor, reci- be esta persona el de los muchos alimen- tos de un espléndido convite, crece mu- cho su peligro: si á los estímulos ya refe- ridos añade el de la mucha bebida espiri- tuosa, crece mas, é irá creciendo sucesiva- mente, si en semejante estado se pone á caminar ó á divertirse en un exercicio vio- lento, como tirar la barra, jugar pelota &c. Luego que un estímulo ha llegado á romper el equilibrio que debe tener con la excitabilidad, el nuevo estímulo que se agregue ayuda á la victoriosa acción del antecedente, y el que se siga á la de este, hasta que llegue á tierra aquel lado de la balanza en que estuviere la fuerza prepon- derante. u I gue, que quando se pretenda acumular, (1.) Abrahan Moivre es autor de una insigne Obra intitu! ;d:i Dodirina de L.s casualidades, aplicada á los pro- llevas de la probabilidad de la vida. &c. (77) con el designio de iueer mas vigorosa la acción de las potencias estimulantes, natu- rales, ó artificiales, que se apliquen, se corre el riesgo de no poder producir mas que una mas débil excitación, inferior á la que se hubiera producido antes de aquel acumulamiento. Porque estando la exci- tabilidad á 6o grados, y los estímulos á 20, resultaba una excitación, que solo distaba 20 grados de la saludable. Si a u excitabilidad se le aumentan 10 prados, ya no admite mas que otros 1 o de estí- mulo, y la excitación resulta de 10 gra- dos menor que la antecedente. Esta es la razón del grave perjuicic que reciben del baño frió los hidrópicos, los gotosos, los calenturientos, los diarrea- ticos, y todos aquellos que estén en une debilidad decidida. ¿Y habrá hombre sen- sato, que quiera acumular mayor porción de excitabilidad al que rerece de ham- bre, al que está abrumado de la tristeza, (78) al que cayó en la inercia de las funciones mentales, al que está reducido á la lan- guidez é inopia de sangre que trae con- sigo la falta del exercicio, con la vana es- peranza de la mayor energía de los estí- mulos, quando aquella estuviere mas abundante? En una palabra: solo convie- ne acumular la excitabilidad en el caso de una debilidad indirecta, sin propasarse al extremo opuesto. La naturaleza nunca ancla á saltos, siempre lleva un orden gradual en sus operaciones: y el médico, que debe ser un imitador suyo, debe en todo arreglarse á la conducta que ella observa. En virtud de este principio, es necesario tener por una resta invariable en los consejos medi- cinales, el no añadir debilidad a debili- dad. No añadir debilidad directa á la di- recta; porque es agravar el mal en su li- mes»: no añadir debilidad indirecta á la directa, ó al revés; porque en el primer (79). caso se aumenta la debilidad directa, y en el segundo es dar un salto de un ex- tremo á otro, de que será preciso que se sienta mucho la naturaleza. En la debili- dad indirecta se debe ir substrayendo paulatinamente la fuerza de los estímulos; y en la directa se deben ir aumentado paulatinamente. No dexarémos este artículo, que re- putamos como la clave fundamental de toda la nueva doctrina, sin haber sensibi- lizado mas nuestras ideas con una ima- gen de que es autor original Mr. Christie. Figurémonos un horno ó una chimenea, en que para mantener el fuego haya por detras un cañón ó tubo, por donde gra- dualmente se esté echando un carbón que ho sea demasiado combustible, y otros muchos túbós por los lados, por donde puedan dirigirse varias corrientes de ayre que sostengan aquella combustión. El hor- no ó chimenea nos representa á la má- 22 (8°) quina animal: el carbón á la excitabilidad, que se consume, se acumula, ó se repro- duce: los tubos laterales, a las potencias excitativas; y la llama que resulta, á la excitación, que es la misma vida. Figuré- monos también, que esté dispuesta nues- tra chimenea de manera que sea precisa la acción de todos los tubos conductores del ayre igualmente que la reposición del carbón que se fuere consumiendo, para que la llama se mantenga en una justa medianía, que será aquella en que esté todo el carbón inflamado, sin un exceso que amenaze consumirlo muy breve, ni en un grado tan remiso que se apague echando nuevo carbón encima. Qualquíera podrá hacerse cargo de que la llama de nuestra chimenea se pon- drá en su mayor fuerza, quando soplen en ella con demasiado ímpetu los caño- nes laterales, y que esta fuerza será pro- porcional siempre á la magnitud de los (80.........____ soplos, que por su vehemencia ó por su diuturnidad llegarán últimamente á con- sumir todo el carbón, y á no producir llama alguna por falta de él. Esta con- sunción será mas pronta, y mas viva la llama que produzca, si en vez del ayre común se dirigen corrientes de oxigeno á nuestra chimenea. Las potencias ordinarias con que sos- tenemos nuestra vida, son los soplos de ayre común, que no aceleran su destruc- ción, pero que á la larga la causan de un modo indefectible, como la del carbón en la chimenea por el solo hecho de arder. Los que se estimulan demasiado con el vi- no y los licores espirituosos, con el opio, el almizcle, el alcanfor, &c. se hallan en el caso de la chimenea soplada con el oxi- geno. Su vigor es mayor que el ordinario; pero se abrevia tanto su duración quanto mas crece la intensidad de aquel: á la ma- nera que arde mejor la candela en una at- (80 mósfera de oxigeno, pero fenece también con mayor prontitud. Si en vez del sopló de ayre común se dirige á la chimenea por los tubos el de algunos gases ineptos para la combustión, se apagará la llama improvisamente, como acaba improvisamente la vida del hombre, y de qualquíera animal, quando se le substraen de golpe algunos de los estímu- los necesarios para su conservación. La rotura considerable de una arteria, qual- quíera fluxo copios® y precipitado de san- ; gre ó de otros humores, acarrea la muerte con grande celeridad. Lo mismo hace el excesivo frió, robando el calórico necesa- rio para la existencia del hombre: lo mis- mo la falta total de qualquíera otra de las potencias excitativas ordinarias. En la chi- menea queda el carbón intacto, pero la llama perece. Así también en los anima- les se acumula, faltando los estímulos, una excitabilidad, no solo inútil, pero también perniciosa. (03) SÍ el soplo que se dirige á la chime- nea, quando solo tiene una llama débil, es muy fuerte, la apaga sin falta: como también mata al enfermo exhausto de vi- gor la aplicación imprudente de algún es- tímulo poderoso. Una cucharada de espíri- tu de vino bastará para sofocar instantá- neamente á un moribundo. Pero si la llama de nuestra chime- nea se halla en un estado regular, y en- tonces se disminuye la fuerza del soplo que la conservaba, comienza también ella á debilitarse y hacerse incapaz de incen- diar todo el carbón que está saliendo del tubo construido para el efecto. Mientras éste se acumula mas, se va haciendo mas, impotente para consumirlo la pequeña lla- ma; y llega el caso de que su acumula- miento la sofoca. Si al que vive en un es- tado de salud regular se le disminuyen los alimentos, ó se le dan en lugar de los usuales otros menos nutritivos, es* lo mis- (84) mo que disminuir el soplo en la chimenea. la fuerza vital comenzará á desfallecer, y seguirá desfalleciendo, á proporción que los alimentos se varíen en cantidad ó en calidad: se acumulará la excitabilidad lo mismo que el carbón, y su acumulamiento sofocará al cabo el débil fuego vital. Si queremos avivarlo quando no está extinguido todavía, hasta los herreros nos enseñan que debemos comenzar por un aumento gradual de la fuerza del soplo, hasta reponer toda la llama que necesita- mos; y si nos hemos propasado en el uso de este medio, debemos ir afioxando gra- dualmente hasta llegar á la justa media- nía, que mantenga en vigor á nuestra chi- menea. («5) CAPÍTULO IV. Asiento y efcelos de la Panes mas afectadas excitabilidad. por las potencias or- Desigualdad con que diñarías. diferentes % potencias Las afecciones parcia- ■afeclan el sistema. les son semejantes y Partes que son mas coexistentes con la afectadas. universal. Proporción entre la Los remedios no ac~ afección parcial y la túan parcialmente. universal. ./dk-QUELLA prontitud con que en el momento que se nos toca qualquíera parte de nuestro cuerpo, aunque sea la mas re- mota del origen común de las sensaciones, lo sentimos; y aquella con que movemos, en el instante que queremos, qualquíera de los miembros sujetos al imperi© de la voluntad, es la prueba menos equívoca de que estos movimientos no se producen por el intermedio de un líquido que fluya por estos ó aquellos canales, sino, quando mu- (86) cho, por el de un fluido etéreo,, que obre instantáneamente, como obran el eléctrico ó el galbánico. Siendo pues, uno de los in- dicios de la vida el exercicio de las accio- nes propias del cuerpo viviente; siendo es- ta una de ellas, y quedando probado ya que todas las acciones vitales se exereen de un modo uniforme, esto és, actuando los estímulos sobre la excitabilidad, es necesa- rio convenir, en que esta propiedad cons- titutiva y esencial de la vida no tiene otro asiento en el cuerpo que la posee mas de todo el sistema nervioso y muscu- lar , si acaso no son ambos una misma co- sa que varía solamente en algunas circuns- tancias accidentales, como no nos sería muy dificultoso probarlo. Lo instantáneo de la acción, y lo ge- neral de. ella, á conseqüencia de qualquíe- ra potencia excitativa que se le aplique, prueba que la excitabilidad está difundida por todo el cuerpo; que no consta de par- («7), tes integrantes, como la;sangre y los. de- mas humores, pero que es una sola é indi- visible en todo el sistema del individuo animal, y de todo ser organizado que exerza mas ó menos las funciones de la vida. Por distante que se halle del estóma- go la parte en que se sienta un dolor vi- vo , qual es el de la gota y otros semejan- tes, la pequeña cantidad de opio que actúa sobre aquella entraña, hace desapa- recer dentro de pocos momentos la moles- tia que estaba tan lexana. No hay potencia alguna de las excita- tivas que pueda á un mismo tiempo apli- carse á todo el sistema excitable. Ellas son cuerpos, y obran de un modo corpóreo: y el sistema es también un cuerpo, que reci- be de un modo corpóreo sus impresiones. La vibración de la cuerda templada, se difunde por toda ella al golpe que le da el. martinete ó la mano. Sucede lo mismo 23 (88.) con la excitabilidad: todo el sistema ner- vioso y muscular sienten la impresión que ella recibe de las potencias excita- tivas, naturales ó artificíales. Pero, del mismo modo que en la cuerda es mas per- ceptible el golpe en el mis!mo,ipunto en que empieza la vibración, sin que el serlo mas en esta parte impida el que se difun- da por toda su longitud', así también en el sistema nervioso actúa con alguna mas fuerza la potencia estimulante en la parte singular á que se aplica, sin dexar por eso de propagar su movimiento por toda su extensión, y afectar; á toda la excitabili- dad, aunque no de un mismo modo, en todas partes. La afectada primeramente, recibe un mayor impulso, como lo recibe la cuerda en el punto en que es tocada. En este si- tio es mas perceptible su, impresión que en qualquíera otro; y por de contado, no depende de otra causa que del impulso .(■89) primitivo dirigido á aquel lugar determij nado; pero la conmoción de éste se ex- tiende inmediatamente por todo el cuerpo, y la suma total de las impresiones que re- sultan en él es ciertamente mayor que la parcial del sitio afectado primeramente. Esta proposición admite una prueba matemática exclusiva de qualquíera duda. Comparemos la extensión de la parte que sintió el impulso de qualquier potencia excitativa, con la de todas las otras á don- de se propagó el movimiento. El cálculo será justo, siempre que comparemos la impresión de esta parte, ó la producida solamente en ella, con la producida en to- das las otras que le sean iguales. Figuré- monos pues, que la .afección de ia parte impelida sea igual á 6. Figurémonos asi- mismo, que cada una de las otras partes no haya recibido mas que la mitad de los grados de impresión que recibió la prime- ra. Supongamos también que las partes (90) afectadas secundariamente sean mil, y por una cuenta que puede hacer qualquier aritmético de los menos exercitados, se convencerá que, en el caso que propone- mos, quedará la razón entre la impresión parcial del sitio afectado, y la de todos los otros que le sean iguales, como 6 es respecto de 33. Este raciocinio matemáti- co en sí mismo, se confirma con la expe- riencia constante de los efectos que produ- cen todas las potencias excitativas, afectan- do en primer lugar la parte á que se apli- can directamente, y,después á todo el sis- tema. El primer efecto del calor se siente en la superficie del cuerpo á donde se aplica inmediatamente. El primer efecto de los alimentos se nota en el estómago y en el canal de los intestinos. La sangre extiende primeramente las arterias y venas: los de- mas humores sus respectivos canales ó re- ceptáculos: el exercicio muscular y la (90, quietud producen su efecto primitivo en las fibras musculares y en los vasos que en- tran á componer la corporatura de los músculos: los afectos del ánimo y las me- ditaciones del entendimiento exercen su primera acción sobre el cerebro. Res- pectivamente probaríamos lo mismo de qualquíera potencia excitativa, respecto á no haber una sola que no afecte primera- mente á una parte, y después, por consen- timiento, á todas las otras. Si en un hombre que está disfrutando una próspera salud, vemos correr algún sudor por la frente, esto nos da á conocer que se ha aumentado su excitación, y en este caso freqüentemente se disminuye la insensible transpiración, sin llegar todavía á hallarse aquel individuo en el estado de enfermedad, y sí puramente en el de pre- disposición, tanto mas grave, quanto mas distante se halle de la justa medianía en que consiste la salud. Propasada la raya (90 última de la predisposición, y elevada la excitación al grado de enfermedad, nos presenta ciertos caracteres para conocer su mas ó menos peligrosa altura; como son la inflamación, ó qualquíera afecto pa- recido á ella, el delirio, &c. Una transpi- ración excesiva, un sudor frió y espeso, las demás evacuaciones profusas, los espas- mos, las convulsiones, las perlesías de al- gunos nervios, la imbecilidad y confusión de la mente, el delirio, son las señales de una excitación disminuida, ó de una debi- lidad, que es lo mismo. Como la operación de las potencias es- timulantes comunes se dirige siempre con alguna preferencia a una parte determina- da, masque á qualquíera otra, bien obren ellas con demasía, ó bien con languidez ó con una justa proporción, es preciso que su efecto sea de un mismo género en todas partes, y nunca contrario en una á lo que' fuere en otra; y que del mismo modo que (93) el efecto universal puede ser excesivo, pro- porcionado ó deficiente, así también lo sea el particular, con la única diferencia de su respectiva mayoría: es .decir, que si la excitación universal es excesiva, lo es todavía mas la de la parte en que ha obra- do con mayor inmediación la fuerza de las potencias estimulantes. El demasiado ali- mento, aumentando la excitación general, aumenta proporcionalmente mas la del es- tómago, que inmediatamente lo ha recibi- do. El calor aumenta asimismo con igual proporción la excitación de la superficie, aumentando la de todo el resto del cuerpo. La acción debilitante del frió se hace mas sensible en las partes externas, que reci- ben inmediatamente su impresión^ y el es- tómago se resiente mas de la hambre, que hace desfallecer á todo el cuerpo. Por que siendo unas mismas las potencias excita- tivas, una misma en todas partes la exci- tabilidad sobre que obran, y uno mismo (94) el modo con que la afectan, es imposible que dexen de producir constantemente un efecto mismo; porque á una totalidad de causa, corresponde una totalidad de efecto. Aumentada pues, en todo el sistema la excitación general, no puede estar dismi- nuida en ninguna parte de él; y por la in- versa, no puede estar aumentada en una parte estando disminuida en el todo. No hay, en una palabra, otra diferencia entre la excitación general y la particular, que la de la magnitud. En un cuerpo que ha propasado los límites de su justo vigor, puede muy bien haberlos propasado algo mas una de sus partes: en otro que está muy distante de llegar á él, puede estarlo mas alguna de sus partes. Una causa que obra de un modo necesario, uniforme, conístante y con sola una diferencia de magnitud, no puede producir efectos con- trarios. Infiérese de lo dicho, que ninguna ' '(o5) ........, ........ impresión csmun reside en una sola parte determinada; pero que todas, y qualcuie- ra de. ellas,, afectan con generalidad á.tpn do el cuereo, sin,otra .diferencia que la de la mayor ó menor fuerza con que es afectada ,Ja excitabilidad de esta ó de la otra parte. [■. ,-, Qualquíera que observe las enferme- dades comunes, con la-atención correspon- diente, notará sin .dificultad, que no esta parte que mas padece la que recibió la pri- mera impresión que se deriva después por todo lo restante del cuerpo; porque en efe momento que es afectada la excitabilidad en qualquíera sitio que.participa de ella, en ese mismo lo es en toda su extensión, respecto,-á ser una propiedad única é in- divisible. El dolor vehemente del pecho, ca- racterístico de la ioñamacion interna en la pulmonía, no es la afección que primera- mente se presenta en este terrible mal; y 24 (96) antes bien casi siempre se nota después que han precedido las otras señales de la general. Los dolores de la gota no son tampoco la primer molestia que siente el gotoso; pues ha llegado á sufrirla después de haber experimentado los fenómenos precursores suyos, indicantes nada equívo- cos de una indisposición general de todo el sistema. No hay potencia excitativa cuya operación no conmueva con igual prontitud á todo el cuerpo que á qual- quíera de sus partes, con la diferencia arriba dicha. Todas las enfermedades co- munes, al mismo tiempo se curan en todo el cuerpo que en qualquíera de sus partes; y muchas veces se curan primero en todo él, que en la parte singular que mas pade- ció. Después de curada una pleuresía, sue- le sentirse un dolorcillo ligero en el mis- mo parage que se sentía el dolor vehe- mente. En conseqiiencia de esto, por grave (97) que nos parezca la afección de esta ó aque- lla parte en las enfermedades comunes, como la de los pulmones en la pulmonía, y la de los pies en la gota, no hemos de creer que estos dolores son toda la enfer- medad, sí solo una parte suya, muchísimo menor que toda ella: advertencia eme es necesario no perder de vista para no con- tentarnos en semejantes casos.eon dirigir ia curación solo á la parte que mas tolera^ pero sí á todo el cuerpo;, porque la razón natural dicta, que si queremos destruir á un todo cuyas partes tengan entre sí una adherencia que no haya fuerzas humanas que superen, será una gran necedad empe- ñarnos en atacar á una sola parte que no puede desprenderse de las otras. SÍ esta parte ofendida fuese externa, y accesible por lo mismo, nunca estará por demás el aplicar sobre ella unos auxilios locales, que ayuden á los internos y generales en su respectiva acción. (98) Las fomentaciones de éter, y mas que ellas las de láudano, alivian las molestias del gotoso, á quien al'mismo tiempo se administren las medicinas internas corres- pondientes. CAPÍTULO V. De la contracción mus- Diferente fuerza de cidar y sus eft~íos. los músculos en esta- do de salud. De la excitación, causa En el de enfermedad. de la densidad. Después de la muerte, o hay función alguna de la vida que no dependa de la excitación, como lo he- mos probado é inculcado repetidas veces; y siendo la contracción muscular una de ellas, es preciso que siga la misma ley que las otras, y que como todas y qualquíera de ellas corresponda siempre ala magni- N (99) tud de la excitación. La facultad pues, de contraerse que tienen las fibras muscula- res, será íntegra y subsistirá en su vigor' saludable, mientras la excitación se man- tenga en los límites que son propios de la salud. A la manera que solo hace buenas digestiones un sano; y nunca se ha reputa- do por tal, al que acosado ele una hambre canina, debora grandes cantidades de ali- mentos; así también las contracciones mus- culares, nunca podrán ser verdaderamente fuertes , aunque sean excesivas, mientras no dependan de la excitación mediana, constitutiva de la salud. Solo entonces hay vigor verdadero: solo entonces hay verda- dera fuerza vital: la que de ningún modo se ha de confundir con la puramente me- cánica, si no queremos precipitarnos al abismo de errores en que han caido los, que no han querido ó no han sabido hacer esta importante distinción. No hay verda- dera fuerza para los movimientos, en don- ( ioo) de no hay al mismo tiempo la facilidad de executarfes ó de suspenderlos. ¡ Infeliz el profesor que se gobierne por aparien- cias, y no por principios ciertos! Pero ¡-mas infeliz todavía el enfermo que cayere en sus temerarias manos! Los temblores, las convulsiones y todos los achaques com- prehendidos en este género, se cree depen- den de un aumento de vigor; siendo evi- dentísimo tocio lo contrario, como lo de- mostraremos en otra ocasión, y entonces haremos ver que su verdadera causa es la debilidad indirecta, originada de la apli- cación de u¡a estímulo demasiado activo -obre la parte convelida. Aquella misma contracción enorme que forma los espasmos, está muy lejos de ser una acción verdaderamente grande y vigorosa, quando en realidad solo es mas diuturna y mas defectuosa, que quan- to es mayor, depende mas de la debilidad indirecta producida por el estímulo local. (ioi ) de la distensión, ó de qualquíera otra co- sa que imite su modo de obrar: y como á proporción que la debilidad directa ó in- directa se aumenta, se disminuye la exci- tación, y con ella se disminuye también el vigor, es consiguiente que el espasmo esté destituido de él; y con efecto, el hecho de no curarse con otros auxilios que los esti- mulantes, convence esta verdad. Quedando pues, demostrado, que la magnitud de la contracción muscular quando es una acción genuina y sana, está íntimamente unida con el verdadero vi- gor, debe inferirse con igual certidumbre^ que la densidad correspondiente á las fi- bras contráctiles, reputadas sólidos sim- ples, debe ser constantemente proporcio- nal á la medida de la misma contracción. Luego, derivándose ésta de la excita- ción, del mismo origen ha de nacer la densidad de las fibras que componen la corporatura del músculo. Quanto mayor (102) sea la excitación mayor será también la densidad. La grande robustez de un ma- niaco, procedida de una excitación aumen- tada, se descubre consoló observar sus músculos fornidos,-y aF verle' levantar masas enormes,• mostrando''fuerzas {muy superiores- á las1 desoíros hombres^ Por el contrario, 'anonadándose da excitación en la proximidad ele-la muerte^ todo el'cüer- por se relaxa ,y faltan ¡Vas- $ berzas aun pa- ra, mover uria pajar Eñ-'qu'alcjdiera enfer- medad., venios diariamente ^quandó^su te'rmú&aciftR es funesta, que lasffuerzas sé van disminuyendo ¿gradualmente, y a\\-* merntándose^cion igual proporciónIfla'daii-¿ dad.,Qualquíera,puede repetir -los experi- mentos, de Haüer, y conocer per ellos la fuerza comparativa de las fibras muscula- res vivas y de las muertas: como asimis- mo la densidad de unas y otras en los dos estados. Es cierto * que quanto mas denso fuere un cuerpo de que se cuelgue r*' (i°3) t algún peso, tanto mas difícil será romper- lo. Las fibras musculares vivas, sostienen, sin romperse], pesos incomparablemente mayores que las muertas: luego es tan cla- ro como ia luz, que aquellas son mucho mas densas que éstas. Pero la fibra muerta no se distingue de la viva mas que en la falta de excitación: luego la excitación so- la era la causa de aquella mayor densidad. En toda la extensión del cuerpo se disminuye el calibre de los vasos circula- torios roxos ó diáfanos, á proporción que crece el vigor y se aumenta conforme cre- ce la debilidad, como lo explicaremos mas ampliamente en lo sucesivo. Esta es la causa de disminuirse la transpiración en tales y tales enfermedades. wm *5 (I04) - CAPÍTULO VI. Forma délas enferme- Todas dependen de la dadesy délas predis- excitación variada. posiciones para ellas. r r 31^ „?+;■,„: _*, . r 7 Enfermedades, esteno- Belacion entre la 5 a-. J *> - „ . ■ , ,. . . cas y asténicas. ludyla predisposición J y la enfermedad... Diátesis. .emos dicho ya que la excitación no es otra cosa que el efecto de las potencias excitativas que obran sobre la excitabili- dad. Hemos dicho .asimismo, que para que todo ser viviente tenga el justo vigor á que debe, ascender, era necesaria una ex- citación media, compuesta de sumas igua- les de excitabilidad y de acción estimulan- te d^ las potencias excitativas. La salud perfecta consiste en un punto indivisible, que en nuestra escala es el señalado con el número 40; pero los pequeños desvíos que por un lado ó por otro admita la bar (io5)_________ ,.- lanza dé la excitación, pueden también denotar ciertos grados de salud que se aproximen mas ó menosá la perfecta, y no pueden llamarse predisposición para la enfermedad. En efecto, no hay viviente alguno cuya excitación se- conserve cons- tantemente por muchos días en un grado determinado. El propasarse un poco en el alimento, ó no tomar todo el necesario: el hacer un poco mas de exercicio ó guar- dar algún mayor reposo: el que soplen es- tos vientos ó aquellos: el que abunde ó escasee la electricidad atmosférica,, &c. son otras tantas causas que mantienen en un plerpetuo b'ayben á la excitación, ha- ciéndola inclinarse ya á un lardo, ya á otro.*Pero en el estado de la salud regular y común, nunca son permanentes las incli- naciones á un solo lado: suben y baxan al- ternativamente los brazos de esta delicadí- sima balanza; y por eso conocemos que la preponderancia no se determina a lado -al- guno. (loóy Mas quaridb yael pesó comienza á in- clinar constantemente por alguno de ellos', es indicio de que el equilibrio se ha roto; de que ya no son iguales las sumas de la excitabilidad y de la Operación estimulan- te; y de que el cuerpo va predisponiéndo- se para las enfermedades, con tanta mayor presteza, quanto sea'mayor' el desvió del punto central. Esto es lo cjué llamamos predisposición, y lo que líenlos notado en la escala entre los grados '$0^5; 5 pur una parte, y 30 y 25 por otracEs decir, que quando la excitabilidad es'mayor ó menor 10 grados de" los 40 que corres- ponden á la salud perfecta, está él cuerpo predispuesto para las enfermedades del la- do en que estuviese el exceso. Luego que éste es ya mayor de 1 j grados, comienzan las enfermedades, cuya erra vedad crece á proporción que aumenta la cantidad preponderante, hasta rematar en la muerte quando el exceso sobredicho ( ">7 ■■) llega hasta donde puede llegar. Esta e¿ to- da la idea que podemos dar de los fenó- menos de la vida y del cuerpo humano en particular, bien lo consideremos en el es- tado de salud, ó bien en el de predisposi- ción para alguna enfermedad, ó bien en la enfermedad misma. En una palabra, la ex- citación es el origen único de la salud y de su destrucción. Los médicos han formado muchos sis- 1 temas para explicar las causas de nuestras dolencias.,Todos los sistemáticos, indistin- tamente, se ,han extraviado, dedicándose ¿estudiar al hombre muy lejos del hom- -bre mismo. No ha habjdo secta filosófica que no haya echado algún polvo para en- turbiar mas y mas las aguas puras que% como fuente saludable, debe Verter la Medicina: No vive el hombre por sí mis- mo: Dios hizo á la vida dependiente de substancias muy distintas del viviente. De fuera le viene el calórico que lo vivifica9 (ic8) el fluido eléctrico que lo agita, los ali- mentos con que se sostiene &c. Combinán- dose estas cosas de distintas maneras, to- das maravillosas y dignas de la infinita sa- biduría de su Autor, se han ido con vir- tiendo en nuestro cuerpo mismo. De ellas se formaron nuestros huesos', nuestras car- nes, nuestros nervios, nuestros vasos, nuestros humores, y por decirlo de una vez, todo nuestro cuerpo, todos los de los otros animales, y todos los de los vegeta- les sin excepción alguna. Pero estas mismas substancias serían por sí solas incapaeesyde entrar en tan ad- mirables combinaciones, si no hubiera en los vivientes un, principio tan absoluta- mente necesario para su vc-actuacion, que faltando él, es imposible que llegara ella a producirse, E^te principio desconocido en sí mismo, es el que llamamos excitabi- lidad. De la acción de las substancias arri- ba dichas, y de las otras potencias excita- (ioo) o tívas sobre la excitabilidad, nació todo quanto hay de sólido y de líquido en nuestro cuerpo. A.la excitación se debe la formación de los sólidos simples, su densi- dad, y su agregación para formar los compuestos. A la excitación se debe la existencia de los líquidos, y todas las alté- 1 raciones saludables ó enfermizas que ad-* | miten en el cuerpo vivo, f * Ya hemos prevenido que no tratamos en este lugar de los achaques limitados á i parte determinada, ó de los vicios instru- | mentales; sí.solo del estado común á todo el cuerpo: y repetímos la promesa de ha- / r blar de las otras , á su debido tiempo» | Nuestro objeto por ahora es solamente el f ! de la excitación general. \ Esta es la que produce todos los fenó- menos de la vida, como lo prueban todas las potencias excitativas, que siempre obran estimulando y excitando, según lo | hemos dicho. Las acciones propias del f ( i id) cuerpo vivo, sirven también de prueba de esta verdad, pues su vigor es constante- mente relativo al estado' *de la excitación. ¡Por último, los mismos medfcá'mentos con que se curan las'enfermedades,:dan un testimonio bien claró dé que sólo obran aumentando ó disminuyendo la excitación i según lo exija el caso' ó' la naturaleza del achaque que procura combatirse. Siendo pues, una misma la operación 5 e aquellas potencias que estimulan con lá medianía que demanda la salud, o con mayor, ó menor fuerza que la que esta pide; siendo también una misma siempre la excitabilidad por cuyo medio actúan, sin otra diferencia queja de el mas ó me- aos, debe resultar una misma excitación. Luego el estado enfermizo y el sano no se distinguen específicamente entre sí. Quando 1.a operación estimulante se ha propasado de sus justos límites, deci- mos que sé ha aumentado también fuera (U.i) de ellos la excitación;^y entonces resultan aquellas enfermedades comunes que llama- ron flogísticas nuestros antepasados, y no- sotros llamaremos esténicas con mayor propiedad,'ó por mejor decir, con la pro- piedad de que elfos estuvieron muy dis- tantes. La excitación puede traspasar sus lí- mites, sin que haya sido el calor la causa que la haya conducido á aquel estado: ca- so único en que podría llamarse "afección flogística la que resultara. Si la excitación se ha disminuido por í consunción enorme de la excitabilidad, ó por el acumulamiento de esta, nace otra l clase de enfermedades'contraria a la jpri- [ mera. Al estas enfermedades llamaremos asténicas, esto es, procedentes de la falta de vigor. Así quedarán divididas todas las enfermedades comunes en dos formas sola- mente, las quales deberán comprehender á sus respectivas predisposiciones, como que estas solo se diferencian $e aquellas ■ *i.a.:f ¿na.t»r - 20 (112) en pocos grados, y tan pocos, que biea podríamos llamar enfermedades tacitas á las unas, y manifiestas á las otras. La excitación aumentada ó disminui- da es la única causa próxima y la única verdadera de qu antas enfermedades comu- nes afligen al género humano y á todos quantos vivientes tiene la naturaleza. Las mismas potencias que afectan de esta ó de aquella manera la excitabilidad, y produ- cen una excitación mayor ó, menor que la saludable, producen asimismo la,,predispo- sición para las enfermedades, las enferme- dades mismas, y todos los grados de su respectiva forma. Los mismos remedios que quitan las predisposiciones, quitan también las enfermedades en todos sus ' grados, mientras se hallen todavía en la , esfera de curables» Una pulmonía y un ca- tarro no se diferencian mas que en grados: unas mismas causas producen la una y la otra de estas dos enfermedades, según que e^- obran con mayor ó con menor fuerza esti- mulante. Unos mismos remedios curan la una y la otra, sin mas distinción que la gradual. En una y en otra está aumentada la excitación; pero mas en la pulmonía que en el catarro. La indicación curativa de ambas es la de substraer- estímulos para rebaxar la excitación á los justos límites de la salud; pero en la pulmonía se han de substraer en mayor número y con ma- yor prontitud; y en él catarro en menor y con menor aceleración. La fiebre intermi- tente y el tifus no se distinguen mas que en grados: dependen de una excitación mas disminuida en el segundo que en la primera. Se curan reparando esta excita- ción por medio dé los auxilios que por su energía" sean capaces de hacerlo; pero en el tifus se requieren mas poderosos y mas eontinuados que en la intermitente, gober- nándose con arreglo á los principios que dexamos establecidos. Las enfermedades (rí4) no son mas que unos desvios de la excita- ción mediana constitutiva de la salud, que consiste en el justo equilibrio de la excita* biiidad y de lá operación estimulante, sin inclinarse á un lado ni á otro. Las potencias excitativas, que aumen- tando su fuerza predisponen al cuerpo pa- ra las enfermedades esténicas, ó que lle- gan á producir estas enfermedades, debe- rán llamarse potencias estimulantes; y da- remos el nombre de asténicas ó debilita- doras, á aquellas que, bien substrayendo estímulo, ó bien no ministrando-el necesa- rio, conducen á las enfermedades asténi- cas, y antes que á ellas á la predisposi- ción que las antecede. Por diátesis esténica entenderemos aquel estado del cuerpo en que, aumentada la excitación, se producen las enfermedades esténicas y la predisposi- ción á ellas; y por diátesis asténica el es- tado contrario en que, disminuida la exci- tación, se predispone el cuerpo páralos achaques hijos de la debilidad, o llega úl- timamente a implicarse en ellos. Una y otra diátesis forman un estado común en- tre la enfermedad y su predisposición# que no se distingue mas que en la magni- tud. Llamaremos lesiones excitantes a to- das aquellas cosas que sean capaces de con- ducir una y otra diátesis al grado de enfer- medad. smmCAPÍTULO VIL a )ifíóí r/ . 1 De los efectos de una y Causasfísicas de que el otra diátesis, y déla hombre no sea in-> misma salud perfecta, mortal. \n* Conversión de una dio- Las potencias esténicas ^ m ^ animan. Engaño de los síntomas. Las asténicas abaten La vida es un estad* las funciones. violento. IvL efecto común de las lesiones esténi- ca, afectando las acciones propias del (Tl6) cuerpo, es aumentarlas primeramente, y después disminuirlas en parte y en parte perturbarlas, pero' sin debilitar jamas, mientras no llegue á ser su fuerza ó su eperaciontan grande ó tan diuturna que induzca la debilidad indirecta. El de las asténicas, por el contrarío, es el de dismi- nuir perpetuamente las mismas acciones, aunque alguna vez presenten éstas una fal- sa apariencia de estar aumentadas. El cuerpo del que se halla atormentado de una grave pulmonía, se hace inhábil para @1 movimiento, no por debilidad, sí por un exceso de fuerza muy superior'ala que demanda la salud. Las mismas causas «ue han producido la pulmonía, han pro- ducido también todos sus síntomas, que «o son mas que partes de ella, y entre es- tos se cuenta la inhabilidad para el movi- miento. Las lesiones productivas de este terrible mal, en que se vé la diátesis- esté- nica, ó exceso de vigor en el grado mas ,(IJ7).........., .,r alto, todas han sedo estimulantes, y todas han sacado a, fe excitación de su nivel, consumiendo taita excitabilidad quanto estímulo se ha sobreañadido. Los reme- dios que curan la pulmonía, restablecen también los movimientos que durante elia estaban inhabilitados. Pero la pulmonía no se cura mas de con debilitantes poderosos: lucao la inhabilidad; para el movimiento, que es síntoma de ella, y cede á los mis- mos auxilios, tiene,el mismo carácter esté- nico exclusivo de tocia debilidad. El qspasmo v la convulsión, que sin fundamento legitimo se han reputado has- ta el día efectos del incremento de la po^ tencia nerviosa, nunca se curan mas de con los remedios roborantes enérgicos y prontos en su operación; remedios con que indistintamente se curan todas las de- bilidades: luego aquellas acciones aparen- temente aumentadas que vemos en los es- pasmos yo en las convulsiones, procede» (n8) únicamente de la debilidad, y son partes ó síntomas de una-enfermedad en que la excitación se ha disminuido, y con ella se fea disminuido también ^ljrigor. .rirvinij b Nunca habría,enfermedad en,el niqn- do, y sería eterna la vida-de los'hombres, si pudiera conservarse la excitación en aquel justo equilibrio en que consiste la salud perfecta.; Per o hay , dos obstáculos insuperables para poder, ni remotamente, esperar la exención de la muerte. Es cj.fi leal naturaleza la ^diátesis esténica, que con- sumiendo antes, del tiempo, regular la porción de excitabilidad que nos dispensó el Criador .desde el momento,que empe^ zamos á vivir,, nos acorta los plazos de la vida, y np§ conduce,tarde ó temprano á la muerte, á proporción de su magnitud, haciéndonos pasar las mas veces la moles- ta escala de las enfermedades. t. . También nos i lie va .al sepulcro la diá- tesis asténica, no ministrando aquella can- O*10) tídad de excitación que es necesaria para la salud, y rebaxando por consiguiente la vida, hasta él punto en que comienza el imperio de la muerte. Los auxilios mis- mos con que imaginamos prolongar nues- tra duración, nos conducen á nuestro ex- terminio; y lo hacen con tanta mas pron- titud, quanto mas enérgicos son para au- mentar en alguna época nuestro.:vigor. Si medrosos de esta celeridad corí que las mismas potencias conservadoras de la sa- lud acarrean su destrucción, nos empeña- mos en disminuir su infiuxo, y no permi- tir que gasten demasiado el caudal de n íestra excitabilidad, nosotros mismos abrimos otra ancha puerta á la muerte, apocando mas y mas la excitación, hasta llegar á destruirla enteramente. Estas dos puertas son incapaces de. cerrarse, por mas que apuremos todos los recursos del ta- lento y de la industria. El poco estimula- do ha demiorir por falta de estímulo, y 27 (i ao.) el muy estimulado ha de morir también por sobra de él. No hay mas socorro para esperar con fundamento una existencia menos corta, que aquella prudente media- nía que conserve el mayor tiempo posible la forzada llama* de nuestra chimenea, sin escasear el carbón, ni disminuir el soplo benigno que la sostiene. Son terribles las enfermedades, y ca- si inevitable un paradero funesto, quan- do por huir el peligro que amenaza por un lado, aplicamos á este todas nuestras fuerzas, y dexamos descubierto el otro. La muerte, ágil para apoderarse de su presa, se aprovecha de nuestros descui- dos , con mas certidumbre, que probabili- dad tenemos nosotros para prevenirlos. La transmutación de una diátesis en otra, es sumamente peligrosa. Rara vez se esca- pa de un fin trágico, y no hay cosa mas freqüente que esta destructiva transfor- mación. ¡Qué prudencia, y qué delicade- (iai) za exige el arte de curar! ¡Qué circuns- pección debe tener el médico! Y ¡ quan distante se halla' de poseerla, el que no medita muy de espacio, ni se aparta de la cabecera del enfermo, sin dexarle su receta en conseqüencía de un ligensimo informe! No se cura la diátesis esténica mas que con la aplicación de aquellas, mismas cosas que en un hombre sano producirían indefectiblemente la contraria. Sángrese copiosamente á un hombre robusto; pro- muévanse en él todas las otras evacuacio- nes humorales; no sé le permita exercicio alguno mental ni corporal; substráigase- le el alimento; y veamos si al cabo de quatro ó cinco días no está implicado ya en una enfermedad muy grave proceden- te de la debilidad. Si este mismo hombre hubiera estado con una gran pulmonía, el mismo tratamiento que lo debilitó, tanto en el estado de la salud, le hubiera pro- (122) porcionado el recobro de ésta, disminu- yendo su excitación aumentada. A este mismo hombre robusto dé- mosle crecidas dosis de quina, de éter, de alkali, de opio y de otros estimulan- tes: obliguémoslo á hacer exercicio; man- tengámoslo en una atmósfera caliente; y excitemos en su espíritu las pasiones mas impetuosas: dentro de muy poco tiempo tendrá una enfermedad muy grave, origi- nada de los mismos estímulos que le hu- bieran dado la salud en el caso que se hubiera visto atacado de un grande tabar- dillo ó de un executivo miserere. Los medicamentos y los auxilios con que se cura una diátesis, son las causas productivas de lá contraria; y es muy fá- cil que el médico inexperto, ignorante ó precipitado, se propase tanto en su aplica- ción, que cometa el enorme yerro de transformar una diátesis en otra. Se debe sangrar en las pleuresías y pulmonías ver- (T*3).-# daderas y. bien caracterizadas; i se eieben promover todas las evacuaciones que dis- minuyan ia distensión de los vasos diáfa- nos ó roxos; se debe substraer el alimen- to nutritivo, para evitar el que se repro- duzcan las lesiones oue acaban de extir- parse; se debe proporcionar un amcierne fresco, para disminuir el estímulo del ca- lor 9 pero, todo esto se ha de hacer con el fin único de restablecer la excitación al justo equilibrio, inseparable de la-salud. Si las evacuaciones de sangre y de los otros humores; si Ja substracción de ali- mento; si la administración de bebidas frescas &c. se han propasado de sus jus- tos límites, en vez de ^procurar la salod4 inducen otra enfermedad de carácter opuesto, incurable las mas veces, y las mas veces erecto de la ignorancia del bár- baro médico, que no supo llevar su nao en un tiempo borrascoso, ni vio los arreci- fes en que estaba próxima á estrelláis.% (i*4) Puede esta desgracia venir de inadverten- cia; y puede también, alguna vez, venir de un designio premeditado, que debería castigarse, como un asesinato el mas ale- voso. La hidropesía de pecho, es conse- qüencía freqüente del método mas debili- tante que lo justo en el tratamiento de las pulmonías: las anginas, las toses violen- tas, y las inflamaciones del pulmón, lo son asimismo de un método estimulante que salió fuera de sus límites en la cura- ción de la gota, de la diarrea, de las fie- bres, y de las otras enfermedades asténi- cas. De quanto hemos dicho hasta aquí, se infiere con la mayor evidencia, que la vida es un estado violento en la naturale- za; que todos los animales y todos los vegetales, caminan por sí mismos, en qualquier instante de tiempo, á su des- trucción; que la vida pende de unas po- tencias extranjeras y remotas del ser ("5) viviente, fuera de cuya potestad está en- teramente el moderar sus infiuxos, según su indigencia; y que el hecho solo de vivir, es una condición, que pone á todo viviente en la necesidad de morir. El Au- tor de la naturaleza se vale de ella mis- ma, y de las leyes que le impuso, para ha- cer efectivos sus decretos, y llevar á de- bido cumplimiento sus maldiciones: en el día que comieres, dixo á Adán, morirás indefectiblemente. Por que, en efecto, sin trabajar, sin ver correr el sudor por nues- tras frentes; usando, ó dexando de usar de las potencias excitativas necesarias pa- ra nuestra conservación, la muerte se ha de apoderar de todo viviente, y ha de ser tan señora del que piensa en ella, co- mo del que la tenga mas olvidada. ikJ (ii6) CAPÍTULO VIH. De la predisposición. Aun en el caso de con- Antecede necesariamen- tagios'y de venenos. te á las enfermedades Señales de las enfer- generales. medades generales. Quales no lo son. ingun viviente llega á caer en las en- fermedades comunes de que hemos habla- do, sin haberse desviado considerablemen- te de aquel punto de excitación en que consiste la salud. Pero tampoco se verifi- can estos desvíos mas de por ciertos gra- dos intermedios, que quanto van siendo mas lejanos del punto central, van aproxi- mándose mas á aquellos en que consisten las enfermedades de la una y de la otra forma, Es pues, la predisposición, aquel estado medio entre la salud perfecta y la enfermiza; y las potencias produdivas de ella son las mismas que producen las en- (.127) fermedades, con la diferencia única de en- gendrar á éstas quando obran por mas lar- go tiempo ó con mayor vehemencia; y a aquella, quando lo hacen en menos tiem- po ó con menor ímpetu. Para distinguir las causas productivas de las predisposicio- nes y de las enfermedades, de aquellas que son comunes á todos los estados de la vida, las llamaremos lesiones excitantes ó excitativas. Así, un extremado calor, ó un extremado frió; el alimento muy abun- dante, ó el muy escaso, &c, quando sean causas de Jas predisposiciones y de las en- fermedades, se llamarán lesiones excitan- tes; y conservarán el nombre de poten- cias excitativas, el mismo calor, y el mis- ■mo alimento, mientras no propasaren^los límites á que está circunscrito el vigor sa- ludable. Nada hay permanente en el hombre, y mucho menos quando se ha roto el equilibrio - de la salud. La predisposición 2§ ( 128) para las enfermedades es de duración ma- yor ó menor, según fuere mayor ó menor también la fuerza con que obraren las le- siones excitantes. Como estas no son mas que las mis- mas potencias excitativas, cuya operación estimulante ha propasado los linderos de la salud, ó no ha llegado á ellos; y como obran siempre las mismas sobre la misma excitabilidad; de qualquier modo que lo hagan, es coñseqüencia legítima, que de solo su infiuxo, mayor ó menor de lo jus- to, nace la predisposición para las enfer- medades y las enfermedades mismas: á la manera que nace la salud quando obran en debida proporción, y producen aquella excitación saludable de que hemos habla- do tantas veces. La naturaleza no camina á brincos, y sí por un orden gradual. Por grande que sea el fuego á que se exponga el amia, no hierve esta en el momento mismo que comienza á sentir su acción: se (129) calienta con mas ó menos brevedad; pero gradualmente llega al estado de hervor, y gradualmente se disipa convertida en va- pores. Lo mismo sucede con la excitación: no baxa ni sube improvisamente, sí solo por grados, mas ó menos acelerados, se- gún fuere la vehemencia de las causas que la exalten ó la depriman. Para llegar pues, á la línea de las enfermedades, es preciso que camine por las intermedias de la predisposición; á la manera que el agua se vá calentando mas y mas antes de her- vir, y enfriándose mas y mas antes de he- larse. Esta es una verdad incontestable en toda la naturaleza. Ninguno que esté per- fectamente sano, es atacado improvisa- mente de una enfermedad común. Pudiera alegársenos, que las enferme- dades contagiosas hacen una manifiesta ex- cepción á la generalidad de nuestra regla; pero solo la harán para aquellos que des- tituidos de toda lógiea y de todo espíritu (i3°\ de observación, no reflexionen debidamen- te sobre el verdadero esudo de las cosas. Que la materia contagiadora obre estimu- lan ]o, ó que obre debilitando , su opera- ción será idéntica siempre á la de las le- siones comunes: es decir,'que sea su ope- ración la que fuere, la causa próxima de las enfermedades que produxere ha de ser siempre la misma que de las otras lesiones excitativas: esto es, estimulante ó debili- tante. Y ¿habrá lógico que no conozca que á la identidad de la causa debe seguirse in- defectiblemente la identidad del efecto? Siguiendo pues, las enfermedades co- munes en su mayor ó menor gravedad la fuerza mayor ó' menor del contagio del mismo modo que la de las otras lesiones ordinarias, ni las enfermedades comunes producidas por las lesiones acostumbradas, ni las originadas en conseqüencía del con- tagio, tienen entre sí distinción de algan fundamento, sino que unas y otras sola- ('3.0 mente se diferencian en su respectiva mag- nitud. El único efecto de un vehemente contagio es el acelerar el tiempo de la pre- disposición, para que el ataque de la en- fermedad contagiosa venga con mayor ó con menor brevedad; alargar este plazo en una predisposición ligera; prolongarlo mas en la que sea mas benigna; y última- mente no producir enfermedad común al- guna, sise impide de propósito, ó espon- táneamente no coopera el nocivo iníiuxo de las lesiones comunes. Si la materia del contagio produxera un mismo efecto en todos los individuos que la reciben, todos correrían un riesgo igual; cosa que está desmentida por la his-, toria de todas las epidemias y de todas las pestes. Son muchísimos los que escapan de unas y otras; muchísimos los que reciben de ellas un perjuicio ligero; y son no po- cos los que tienen el suceso mas funesta La materia del contagio es una misma; (*30 uno mismo su modo ele obrar:¿ de que pende, pues, que entre los contagiados sean tan distintos los efeótos de una misma causa y de una misma operación? No pue- de darse otra respuesta satisfactoria á esta pregunta, que la diferencia de predisposi- ciones individuales en los que han sido atacados del contagio. El sarampión, las viruelas, el mal venéreo y la peste mis- ma, son enfermedades benignas en unos, graves en otros, y mortales en otros. A uno, que está perfectamente sano, se le inoculan las viruelas; y apenas produce la materia contagiosa la ligera incomodidad local del sitio inoculado; quando en el mal predispuesto, agregándose esta lesión á las ordinarias, produce las catástrofes mas tristes. La peste se cura con los mismos re- medios que qualquíera tabardillo muy grave; las viruelas, y el sarampión se tra- tan del mismo modo que los grandes catar- ros y las pulmonías; y estos métodos C13 3 ) bien dirigidos producen de ordinario cu- raciones muy felices, como lo acredita la experiencia de todos los países y de todos los siglos. La identidad de efecto arguye identidad de la causa; y la identidad de curaciones arguye también la identidad de las enfermedades. Luego la naturaleza del sarampión y de las viruelas es la mis- ma que la de un fuerte catarro ó la de una pulmonía, con ligeras variedades, in- capaces de distinguir específicamente á unas enfermedades de otras, como no se distingue el clavel blanco del rosado ó del amarillo. Igualmente el tabardillo muy grave y la peste son casi una misma cosa, y se curan de un propio modo; y lo mis- mo diremos de todos los otros contagios, comparados con las enfermedades ordina- rias. Si los venenos causan alguna enferme- dad á los que no estaban predispuestos pa- re ella, esta deberá ser una señal decisiva de que semejante enfermedad no era de las comunes, y sí puramente local: lo que se acaba de confirmar con él hecho de no curarse los envenenamientos con los auxi- lios que se curan las enfermedades comu- nes, ni mitigarse tampoco con ellos su ve- hemencia; pues esto acredita que su causa v sus lesiones excitantes son muy diversas de aquellas que producen las enfermeda- des comunes. La única curación de la ma- yor parte de los venenos es su pronta ex- pulsión, ó su pronta neutralización, si son capaces de admitirla. Si hay algunos cuya operación destructiva es irremediable por- que dilaceran algunos de los órganos ne- cesarios «para las acciones'del cuerpo, esos no pertenecen á este lugar, sí solo a aquel en que tratemos de las^ enfermedades pu- ramente locales, en donde' hablaremos acerca de los venenos y de su curación con toda la extensión que'puedan minis- trarnos nuestros escasos conocimientos. (^35) Siguiendo por ahora el plan que des- de el principio nos propusimos, celemos advertir á nuestros lectores, que en las le- siones comunes que predisponen para las enfermedades ,ó llegan á producirlas efec- tivamente, no tienen que observar otra co- sa que la magnitud de ellas, comparándo- las con la predisposición ó con la enfer- medad que han producido, ó unas y otras entre sí mismas, con el designio de apli- car los auxilios correspondientes contra la victoriosa causa ó causas que han puesto en peligro Ja salud. La doctrina de las predisposiciones es de una importancia incomparablemente mayor que lo que hasta ahora se ha juz- gado. El médico instruido en ella será el único que pueda combatir las enfermeda- des, comprehendiendo su causa producti- va, y distinguiendo las comunes de las lo- cales, que son achaques enteramente di- versos, y que es importantísimo distinguir 29 \íl^ Ijh 01 ' ( I3".) mlu míu bien para no cometer los errores mas cra- sos y mas funestos en su tratamiento. T v^ El ser las enfermedades comunes y sus predisposiciones un mismo estado, diverso únicamente en el grado, y el anteceder siempre la predisposición a las enfermeda- des comunes, y nunca á las locales, nos facilita un medio seguro para distinguir laSjUnas de las otras,, y no equivocarnos con la falsa apariencia de unos síntomas, ^ iaiaces* ,n(Yy ¡n ¿jiHíiiKrt ue ns n3o*ad¿.j>-' Siendo la afección,de alguna parte, qualquíera, el origen ninico de las enfer- medades locales, y subsistiendo, como de- ben subsistir, las diferencias entre ellas y las comunes, que hemos inculcado repeti- das veces, conocerán,,,¿Hpy bien nuestros lectores los sólidos fSffilImetitos con que descartamos por ahora toaos aquellos acha- ques que, por mas enmascarados que ven- gan, y por mas imitadores que parezcan de los comunes, no dependen mas que del VA37J estado particular de^&ígún sitio del cuer- po,, producido por estímulos lócales, ó por debilidad local, sin atacar la excitación getíeraL Las heridas, las fuertes compre- siones, las obstrucciones, los vicios orgá- nicos &c. nacen de causas muy diversas de las lesiones excitantes comunes; y por con- siguiente se distinguen en lo absoluto de las enfermedades que producen estas, tras- tornando la excitación general; y no se cu- ran, como ellas, con los auxilios que la restablecen en su totalidad, ni convienen con ellas mas de en una engañadora apa- riencia, cómo demostraremos en otra óca- sion. . - - ?0' < (13S) CAPÍTULO IX. Diagnóstico común. Modo de adquirir un Varieda{ (]e e^rerme- conocimiento módico dades por la varia- útil. cion de excitación. Origen de ciertas afee- Señales de eníermedad ciones locales inter- general. ñas. .asta la preseste se había juzgado que era por extremo difícil el distinguir las enfermedades unas de otras; y suponiendo este punto como esencial y de la mayor importancia en la Medicina, fixaban en el los médicos la piedra fundamental del edi- ficio misterioso de su, obscurísima ciencia* Empeñados en multiplicar caracteres sobre caracteres, y ofuscada su vista con el pol- vo de sus ruinosas opiniones, ellos mismos se espantaron del disforme coloso que ha- bían formado. Casi no había síntoma que no fuese una especie distinta de enferme- dad; y multiplicados, al infinito los géne- ros, dieron origen á las falsas complicacio- nes que hasta hoy suponen. Pero si se tiene presente lo que lleva- mos dicho, y si el convencimiento es tan grande como la claridad y exactitud con que hemos procurado demostrar unos prin- cipios tomados del fondo mismo de la na- turaleza, se verán eiesaparecer todas las di- ficultades T,y convertirse la ciencia diag- nóstica, en; la mas fácil de todas. No tiene el médico otra cosa que hacer, quando tenga-.que manejar una enfermedad co- mún, que^el reconocer la magnitud de la excitación, i y explorar si es mayor ó me- nor de lo justo; ó si en el segundo {caso, lo es directa ó indirectamente, para po- der calcular la vehemencia ó el peligro de los males en virtud de esta sencilla inda- gación. >¿0 eb- i ■ Eh único artículo que merece mucha consideración en la diagnosis, es el saber C-hO distinguir las enfermedades comunes de las locales, ó'de las puramente sintomáti- cas, que i freqüentemente se presentan con una falsa apariencia de las primeras, per- turbando algunas ó todas las funciones del ©uerpo. Pero aun esta misma dificultad se desvanecerá, si se tiene presente, que qual- tnaiera enfermedad común se conoce por •1. que examina las lesiones que la produ- jeron, la predisposición que la antecedió, y la índole de los auxilios ¡que mitigan su vehemencia; porque si las lesiones fueron de las;que obran sobre toda la excitabili- dad:,si levantaron ó deprimieron la exci- tacio» á proporción de su influxo excesivo • defectuoso; y si, los remedios con que se ha experimentado alivio son de aque- llos que obran sobre todo el sistema en general, se conocerá por estos indieiosque la enfermedad es un afecto común. Por el contrario, quando su primer origen ha si- do la ofensa de alguna parte, y de ella se nnoj ¿317.(1:1.4.1 ) CAPÍTULO XI. -, va -; ,r7 --m 7 ae ■■;.' (.a". r a:ci n de la sangre, sreguft ésta fuere mas ó niénos^abündanté', no podrá distinguirse dé"sí misma mas qhé^en seb rilas ócmenos poderosa. Lo¿ mismo decimos deMa del cjüilo y del calórico, y lo mismdMebe en- tenderse dé las otras potencias excitativas* Pero hémos^pi^a^piqaio todas J ellas obran estimulando; lüégo^ la ¡única dife-* réncia •que puedé^ haber» gn-su opeufcion es la de que estimulen más-ó menos, se- gún^ fe,> diversidadoide las eircunstanciasi. Los auxilios Tptáí^í^tim^la astenia ó de? bUffidQdo-sonó has ^estimulantes .* que oferan con mayor energiay y son \ capaces rcfe tli- bertar álac excitaciónjfdel abatimiento eñ que se h^ijibaj y Jos queobranepntra la esterna é exceso ^preternatural de las £uer- 8as vitales* son los,que^stiniulan nías de- bilmpwAv-ry ,/me jierxandp acui«rulap ex$t fefóM A BfP^on,.^,_su.4iBcienc.(a, restablecen la excitación á sus justos linu- ÍÉP*aoraioqoíq í>Jen bcío & obtotffo.v: ,■>■''- ¿^ Infiérese ?£jde ; esto, rque los^ auxilios jconjque clebe combatirse lafdiátesis estéV nica son las mismas potencias excitativas, bero* dirigidas^en^ tal panera que supera- ción estimulante sea mas remisa quería que corresponde al estado de la salud:dy aunque esta operación ,.por mas débil que sea^ nunca puede dexar de ser ^estimulan-? te,oporque nunca puede ser distinta de; sí misma, llamaremos M este caso á las ;so-? t i. bredichas, patenaasJ|deb^itante$,, para ex- plicarnos e©r&$ejndiíi»i£i^tf. Estas smis- inas potencias, excitando de un modo. ma$ vigoroso que el que^coáviene á la salud perfecta $ sontos auxilios con que se resine* día la diátesis asténica, y las enfermeda- des que la reconocen por su causa conti- nente;'y por la1 misma: razón que hemos ItóníadW debilitantes á las anteriores, á es- '(,T,S4) . tas llamaremos estimulantes en el discurso de la obra. ', ./.ja» aár . . "Necesita mucha discreción .efemédieo para acucar; estos >aukíiios en: dosis.y en tiempo oportuno. iNo deben llamarse mas que charlatanes-o ■ curan ceros los que no saben, (y son -muchos los que la ignoran) la .armoata que debe haber entre el cono- cimiento de las enfermedades y el de los remedios con que se .deben curar. San- gran y purgan a primera vista á unos; es- timulan demasiado en iguales circunstan- cias á otros; y en todos casos realizan la sentencia de Horacio: Dum vitam stulti vitia, in contraria currunt. El conocimiento de la mayor ó me- nor vehemencia de la diátesis, y el mayor ó menor interés de la afección parcial de- pendiente de ella, debe ser el que dirija al profesor que se encargue de socorrer á su próximo en su mayor peligro. ¡Médicos de rutina! con vosotros hablamos: respe- tad al fresero hmmmo, y acordaos de io que víarci~í d^cia utnira los maistiírlr.aelo- res., qmmdo hacéis desembaynar inopor- tuaameme la «.roe! lanceta, ó escribir eb formidable dccieio de la, r-urea: y ¡voso- tras'ios que sia necesidad reumas opio, caer, amoniaco &c! acordaos de estas pa- labras : • Hoc quod tu... . perdis, homo est. Deben aplicarse los remedio, con pro- porción a na magnitud de las enfermeda- des. Qualquier tendero de esquina conoce á ojo, quando'«pesa en sos balanzas, que no ha de echar arrobas'en la que necesite mayor-peso, quando elmivel le" significa que la diferencia no llega á onzas. Los in- discretos sangradores, son delinqüentes charlatanes, peste de la sociedad, y que deben ser conocidos de todos con mas ra- zón que los perros rabiosos, para que no destruyan antes de tiempo con el barberil remedio del amo de Gil Blas nuestra pre- caria e-xlstenciaa Lanvagñitfsd de lar' d'áte-t sis, y Ua ntiüdad del-asitio.afectado, son los^únicó&ifcdiQautes de;laicaiidad del re*^ medio qiteQlekeY euiplearse.. e ^oíbmirii 20b iXj La elección^ entre los re medios cono- cidos es propia del nírédico sabio no preo- cupado, y nunca puede serio de los mis- teriosos ignorantes curanderos. La circuns- pección es propia del buen juicio, como la ingenuidad lo es de lá1 !$<9mbria de bien. Desterremos misterios- y seamos ios mé- dicos bienhechores del génerd humano, ya qué mochos (de los qüeVmbs antecedieron y de los existentes'sorí sus azotes.rjP '&&15* La naturaleza de la enfermedad debe inspirar^entre todos los auxilios, la elec- ción del mas ^poderoso' para asegurar el' triunfo- A los grandes males corresponden grandes remedios, y otros menores a loS medíanos' males. Examínese' la conducta de jos hombres prudentes en lo político1 y en ' lo moral, y "veamosc siKse halla talón para adoptaran lo físico otras leyes con- trarias. qCon-prhfesorés nuestros! Algunos de vosotros aplicáis a ligeros males gran- des remedios, por loíque ya no dial i a as ^re- medios que aplicad á los males graves. Con eso os exponéis ata justa censura ^que' oq hacemos, instruyendo al pueblo de vue.s-r tra perniciosa preocupación. Acaso seremos víctima de vuestro zelo; pero nuestra íor- taleza narse qcmatovera por, vuestras, ma- lignas sindicaciones. El género humano, la posteridad ju^rfeara nuestro procederán. el empeño que hemos tomado por sus in- tereses, quando lonponíais vosotros en su destrucción. ^a3 ¿ > SrC~ gúir un íiiéroaTO donmrr&nerac opuesto.a vuestras falsieí &4gc^PíftíPy u vucs-tmsvfes- tríícti vas tráete aplicar. eu;cautidaü jye^diki^smp¿:o;af^r;£:. •medio/ Estomo le^salVeoiruiScdei que :cpn¿>^ ce la naturaleza tleimuaO y da energía vded áúiílior'* ~íX^j ff-o^.Eebco uh noneco-".., id .'"''-'ÍSPin^d^ praKietmpño-ffebe coníiará, lírj^o-^misd^caí^eñtl^ Jaíataipicüonude; aqa ítífei'a'efel- grávet^^i^^^^^^^^^o hí/éWrS^ísíá f a^^^axooussjrqs. acn^7 lO'a^r^Híada^ona en- fermedades de diátesis esténica, no están expuestos,alas de la forma contraria. .Cómo todas las, enfermedades comu- nes?,y todas las ¡predisposiciones quedes anteceden, fcno consisten mas de en es lar aumentada ó disminuida la excitación ni se f curan de otro modo que rebaxán- dola en el primer caso, y, levantándola en el segundo, hasta ponerla por uno ó ¡por otro lado^dentro de, los límites deta'sa-. lud; se iafiere, que tanto para remediara C(^3) las como para precaverlas, qiiandó'solo * amenazan, deben aplicarse sin intermi- sión los auxilios ^conducentes, que debe- rán ser los estimulantes ó los debilitantes;, según el caso i o exija. ' Siempre es perni- ciosa la inacción, sin que pueda calificarla de buena la conducta de los que sé jactan de fiar mucho en-fes tuerzas curadoras de la naturaleza.^ Estas son nada enBsí mis- mas; toda su energía les vrene'1 de las co- 4^ sas externas, que en?la escuela se1 llaman no naturales. -3120 eÍ3ofeib :)b a^boa,..,, No queremos decir con esto,°que iti- cesante rúente-se este -molestando al enfer- mo con los re;medios,]nirque7ise le haaa agotar en pocos dias'tóela una botica; sí solo, que se dirija en términos que 'no se interrumpa la acción salutífera'dé los au- xilios, hasta haber restablecido la excita- ción á su justo equilibrio/^ Se necesita av- re fresco para disminuir el r'estírriüio del calor1 ? Facilítensele las corr ientes de ese fluido, y no se'dexe dé la mano este so- corro hasta que el enfermo haya logrado la refrigeración que necesitaba. Si es pre- ciso disminuirle la cantidad de la sangre, no le demos'luego materiales con que la reponga. El que debe fortificarse, no de- be estar un instante abandonado á su debi- lidad. ¿ Estaba muy hambriento después de una larga inedia? Será muy necio el que se contente con £darle dos ó tres cu- '" charadas de caldo cada diez horas. Dige- ridas las primeras y no trabajando ade se- guida én digerir las segundas,'retrocederá al estado infeliz de que pensábamos sacar lo. Para la naturaleza'no hay dia ni mo- mento feriado: obra sin3 cesar, y el que quiera resistir su operación en las enfer- medades, debe sin cesar oponer potencias contrarias á las qué ella emplea para des- truir su obra, y hacer de esta nuevas aná- lisis y nuevas combinaciones. La vida es un estado violento; y es menester so&te- (*6$) nerla con esfuerzos violentos, hasta donde alcanzen nucstias fuerzas. En aquellas enfermedades que vienen acompañadas, ó que proceden de una ma- | teria morbífica, no debe el médico procu- rar otra cosa, que el dar tieniio para que la materia sobredicha llegue a expe- lerse; del cuerpo, disminuyendo ó au- mentando la excitación general, según lo pidan sus respectivas indicaciones, cea :. que la, materia morbífica obre como las ['. otras lesiones comunes, estimulando, ó de- ¡ bilitando;ó sea que solo preste el carácter distintivo.»de. la- enfermedad a que pertene- ce, agregando una afección local a la co- mún, en un caso, y en totro subsisten las mismas, reglas que hemos propuesto hasta aquí. • La experiencia de todas partes y de todos tiempos es una prueba incontrasta- ble de lo que atiabamos de decir. Siempre que se ha tratado bien una enfermedad (i66~) común, aunque sea de las eruptivas, tanto la erupción como la exülceracion, consi- guiente á ella, han cedido al mismo tra- tamiento bien dirigido; y una y otra se han exasperado quando el método ha sido diverso. Los afeaos locales originados de la diátesis común, no son mas que parte de la misma diátesis, y deben seguir con su todo la-propia ley. Las viruelas y el sa- rampión pueden servirnos de exemplo pa* ra ilustrar estos preceptos útilísimos en la práctica* Sydenham fué el primero que conoció la utilidad detmétodo-debilitante en las viruelas; pero este médico felicísi- mo y mes sabio que ios otros para tratar £sta enfermedad contagiosa, nos sirve, con sumo dolor nuestro, de prueba de lo li- mitados que son los alcances de los hom- bres. Sydenham escarmienta nuestro orgu- llo , sirviéndonos de exemplo para comba- tir á los muy presuntuosos en su práctica de rutina, quando se creen oráculos infali- (i6,7) bles, y no los, arredra- la,experiencia de, sú^Üesgriciásíf -Sydentiam ^ que trató tan > bien á los inficionados dé las viruelas, no ' tuvo igual suceso"en tratar á los atacados, del sarampión! "Al autor original de las; ideas que vamos amplificando,estaba re- servada la gloria£dés este Ofelia descubra miento. -. --o>, c.v-* v*?^-^*.*- ?¿-~.^ .... /jallos médicos -de alexipharmacos,,con quienes se*murió y cén quienes vivió el Hipócrates inglés, engrillaban su despeja- da rázón^ylo preocupaban,?] de empanera qué nVífeMÓ^ió las analogías naturales de |«|tó^^ la índole deb ^ataaali^^ , que todas las ^í^&5aá&^t»rml¿-Jre.co»oceQ mn mismo priñciproy exigen una misma cura* ; ciotfeY ¿habrá médieorque no conozca -q.ifie k>s sviiJtQtnris- catarrales son los. caracted^í- ^cós* del ^sarampión ? &rowm>,;ed; grande -»y desgraciado Brown, 'fué*'efeprimero "que .. :cinveriddo de áqueltos^aeiocinios qué no ■^L.lU-f: ^JIJ^ (iM0(r se fundan en hipótesi^ vanas, sujetó nada menos que á sus hijos, á los conservadores de su nombre, á la difícil prueba que no soportan las almas débiles. Trató Brown al sarampión en sus mis- mos hijos cómo su razón le inspiraba que debía tratar los catarros; y el éxito felia de sus curaciones lo sobrepuso á Syderi- hamy'quien apenas rompió las cadenas de la preocupación eh lasv viruelas, quedando ^ujeto á ellas respecto de las otras enfer- medades.' El método ■■ refrigerante surtió bien á Sydenham en las viruelas; y el mis- mo produxo iguales efectos á Browh en él sarampión, cómodos lo ha producido á nosotros en todos lós^ casos esténicos que se nos han presentado, ¡Ah médicos! La lógica os hace mas falta que la física para conocer las enfermedades y saber el méto- do curativo que les corresponde. La peste misma, quando se ha tratado fot una ma- so inteligente, ha depuesto su malignidad. ' (l69) Si queréis convéncelos de esto, leed las obras clásicas• y no viváis confiados en lo que os» ensenaron los maestros de- una práctica absurda. La angina gangrenosa, que no es mas que un tifo, aunque haya quienes dese- . ckan esta denominación, es una prueba demostrativa dé la ignorancia homicida con que tratan los médicos de. rutina las enfermedades de la garganta. Se parecen á los pilotos de costa, que quando se les nubla el horizonte no son capaces de acér- _tar con el puerto.. No hay inflamación de .garganta para la qual nq aprobten nuestros doctores Sahgredos él estuche de „ sus lancetas. Sangran . como acostumbran; ,y en la, angina gangrenosa aumentan con ;esto la gravedad del mal: todos los'sírr¿o- . .nías se exacerban, y viene la muerte á're- ,,xibir de .manos del mqd-ico , que es" su.'sa- .cerdpte,.la.Íiost:ia sacrificada en las aras ele ^sj^ necedad. . '(i7&) La angina gangrenosa tiene síntomas muy- equívocos con la*tocsilar ó inflama- toria, y el que rio sepa distinguirlas, hará un homicidio en vez de una curación. La gravedad de la primera y la de los otros tifos, solo puede medirse por la magnitud de la diátesis que la ha producido. El que diere estimulantes en la angina inflamato- ria, causará la muerte^ y la causará tam- bién el que procurare debilitar en la "gan- grenosa, ¿r . o't Tanto en ésta angina, como en los ofros^ tifos acompañados de algún ^sínto- ma local, y en Ja peste misma¡ las afec- ciones parciales son mas ó menos temibles, según fuere mayor ó menor la diátesis de que dependen; puesquanáoestá es ligeria, apenas merece atención el síntoma local; siendo esta una verdad tan llana y tan constante, que si no concurren con la ma- teria morbífica las demás lesiones comu- nes, no resulta de ordinario una rigorosa (X7Ó . . . enfermedad, como se ve en las viruelas "inoculadas-ó' naturales. Asimismo ningu- no, en 'semejantes casos, ha fiado la cura- ción de las enfermedades eruptivas .o acompañadas de materia morbírica sob- ornen te á la curación- tópica de las partes •" mas afectadas: observación que pone muy de manifiesto, que si alguna materia con- tagiosa, ó no contagiosa, llega á ser causa de la' enfermedad*co.raún que acompaña, ó á la que ministra algún síntoma caracíe- rísticó, su operación ofensiva bo se distin- gue'de la de las otras desiones comun-es. ■-?j?£ Cómo la transpiración ; saludable se 'disminuye en la ^predisposición para las enfermedades, y se suprime en ellas, se- gún hemos dicho y>expondremos mas ex- tensamente en otra parte ^resultando este fenómeno de haberse aumentado ó dismi- " nuido la excitación mas de lo justo, será una-de tas obligaciones del médico el po- ^i1 ner expedita aquella evacuación, para que qualquier materia nociva pueda con ma- yor certidumbre ser expelida del cuerpo. Mas esto no requiere el empleo dé un nuevo método, pues bastará el general es- tablecido para la corrección de la diátesis, que nunca se remedía con aquellos, socor- ros cuya energía es puramente local; sí solo con los que, afectando toda la excita- bilidad, pueden reponer el gradó idóneo de excitación- que demanda la salud. Esta conducta,, fundada en buenos principios, estaba .reservada"para el sabio escoses, fcuyas ideas, sublimes, vamos ex- ..pilcando. 'Los médicos de alexipharma- cos, querían promover y sostener la trans- piración, y expeler por su medio la mate- ria morbífica, valiéndose,para ello de los ' -rj .'■*}£■.■• '■ -■ ■ ■ a. ■'• '= ■• J*- - ■• -.'"r . remedios que llamaban calefacientes, y nosotros denominamos estimulantes. Pero este pensamiento fué tan desgraciado co- mo.debía serlo en las enfermedades este- nicas, como la pulmonía, el frenesí, la vT73) . , ciruela y el sarampión,' que sé exaspera- ban con un método tan contrario á su ver- dadera indicación. Porque, dependiendo en ellas la supresión de la transpiración del exceso de estímulo que causó la diáte- sis, el aumentar los estimulantes ó calefa- cientes , era aumentar la causa de la enfer- medad, y por consiguiente la enfermedad misma y todos sus'síntomas. Siendo pues, uno de elfos la franspiracion suprimida, debía suprimirse todavía mas con los mis- mos medios que se empleaban para pro- moverla. En las enfermedades esténicas se pone expedita la transpiración con los re- 'niedios debilitantes que corrigen toda la diátesis; ;r Vio muy bien estas, verdades el céle- bre Sydenham, y combatió con mucho vigor en este artículo contra los alexi- phármafjos. Pero ni él ni sus dicípulos de- xaron de propasarse al extremo opuesto; y no sabemos si con mayor perjuicio de (hI74) !a especie huaiapa:/- porque.tan pernicioso es el [i promover¿ la .transpiración' icón _rlos calefacientes en las enfermedades esténi- cas, como el empléatelos debilitantes en las asténicas con el,mismo, fin: y sabiendo,. como sabemos, ípqueclp$ . casos,, estépicos, son, respecto de los asténicos, como 3,res-- pecto de .97, no podemos menos que de- cir, que, por,,3 ..aci(er:tos,(fe.l^;7d¡^ípulos de aquel grande hombre,, tenemos que llo- rar 97 yerros. En las enfermedades asté- nicas no se puede, corregir síntoma algu- no mas de aumentando ia ¡excitación has- -ta sus .justos límites; 1¿ que es imposible conseguir con,el£f^t4tod.p,-4gb^^ftnje^ sien- do de esencia suya el disminuirla^ Luego, cmando la transpiración se ha suprimido en'conseqiienciavde la debilidad;, como su- cede en los hidrópicos, :diaiT;c4ticos, &c. se?;aumentará, esta, perniciosa, supresión «fem.pre que se aumente la debilidad^ xo- rno.es preciso que sucocva si.,, e^-tajles,casos, (775) se aplica el método debilitante. Conviene pueden eWos, restablecer la transpiración por medio de los estímulos, tanto corno con venia solicitar esto mismo, por camino opuesto, en los achaques de forma contra- ria. En otra ocasión trataremos mas am- pliamente esta materia, haciendo ver á nuestros lectores inteligentes lo mucho que han errado los hombres mas sabios que han escrito sobre ella de mas; de un siglo á esta parte. Sigamos ahora nuestra cura- ción general, ¿¡ - Quando uno qué ha pasado las épocas primeras de su vida con un trato regala- do, comienza á ser parco en su edad avan- zada, aunque parezca que conserva alguna abundancia de humores, y también algún vigor, no por eso se ha de juzgar luego, como lo hace el vulgo de los médicos, que semejante hombre está pletórico, ó que su vigor es excesivo; sí solo que por el contrario debe presumirse camina á la 34 (i?6) debilidad, ó que cesta implicado en ella, tanto mas directa, quanto si, acostumbra- do antes a las lesiones demasiado rohonm- tes,! de cuyo numero sonj los aomea¡.os muy nutritivos, se hubiere reducido des- pués á los que debilitan directamente. En tal caso, no debe este enfermo tratarse con el método.debilitante ó antiflogístico, porque con él se le aumentaría la debili- dad directa; ni tampoco se deberá emplear el muy estimulante,por el peligro docu- mentar la indirecta, que por lo regular es una causa'parciaLde: las enfermedades de los '¿"ancianos. Estos requieren ^ un > trata- miéntoi medio, que hs el que vulgarmente se llama tónico., f ivjnaüpDcsiorj , < m :i Ko es esto»decir que esténodel todo exentas las personas de edad provecta, que han comido y bebido bien en los tiempos anteriores decaer en las enfermedades es- ténicas, y que no se deben curaí^entonces disminuyéndoles aquel ¿vigor .^excedente. Sucederá ésto guando no hayan suprimido alguna' parte de los alimentos muy nutri- tivos, ó sea muy reciente la rebaxa que han hecho de ellos; lo que debe examinar con mucho cuidado el médico que se en- cargue de su curación. No pueden serpletóricos mas de aque- llos que tengan mucha sangre: no pueden tener mucha sangre mas de aquellos en quienes se elabore'en abundancia: no pue- de elaborarse esta grande cantidad quando no hay bastante^rna^erial de que se forme; ni este material, queo^es^el quilo, puede abundar en donde ano ^ sean vigorosas las fuerzas digestivas*;: ni ^pueden serlo estas mas de en conseqüencía del vigor unifor- me de todo el sistema: oreglas que deben tenerse muy presentes para saber los ca- sos en que es oportuna ó perjudicial la sangría. Nos creemos obligados á inculcar mucho estos principios; porque diaria- mente observamos el torpe abuso que por (i?n costumbre, por capricho, ó por preocupa- ciont,fise¿haCe del debilitarte mas podero- so , aun para tratar *a las personas decidi- damente débiles. Se ;derrama mas sangre én mi monasterio de religiosas histéricas muy mal nutridas, que en un quartel de soldados, sin poderse alegar otra razón, que la costumbre y el exemplo de nues- tros antepasados, que nos parece un sacri- legio rjónerttósá" examinar en el crisol del buen juicio, ¿d nomoo h no ?£*:>'■ ^q vm. X Si ningún médico puede negarnos que tas condiciones ^que acabarnos de^exponer son necesarias para la superabundante ela- boración ?de la sangre, ¿no deberán con- venir también ¿en que esto solo puedéoYe- rificarse en la'época, en los sugetos y en las circustannciás en que sea mas grande el vigor? Si efe que en su edad consistente, comiendo buenos manjares y bebiendo li- cores generosos, no fué pletórico, ¿ habrá razón para que quando la vejez ha debili- (*79), tado sus órganos digestivos; quando se ha substraido^una porción muy considerable de los alimentos, tenga mayor cantidad de sangre que quando sucedía todo lo contra- rio ? Tan absurdo sería el imaginarlo, co- mo creer que haría mayor número de va- ras de tela un texedor quando tuviera me- nos material para formarlas. La sanguifi- cacion es hija de la digestión, y esta lo es del vigor. Las personas inapetentes; las muy parcas en el comer; las tardas en di- gerir, nunca pueden ser pictóricas; y en ellas siempre será muy maluordenada la sangría^audJaique ad ínsq.2£ru;?< -ao'j Las mas délas mugeres, los mal nu- - tridos, los mal estimulados, los que tie- .nen muy endebles fes partes sólidas de su cuerpo, los muy acostumbrados á refres- . carse y humedecerse por bebidas, por la- -vativas,epor baños, órpor qualquíera otro .medio, todos estos, así por las lesiones antecedentes, como por el método cura- , , . (^oV: tivo vulgar, son victimas de la debilidad directa si no se procuran estimular gra- dualmente. La debilidad indirecta domina en las personas de edad avanzada, en las muy\ nutridas, y muy estimuladas; y esto tanto mas, quanto mas largo haya sido el tiem- po que se hayan estimulado: en las que anteriormente eran de habito obeso y ro- busto: en las que se hayan calentando ex- tremadamente con sudor, ó sin él, ó de qualquíera otro modo: y generalmente, en todas aquellas cuyo v%or primitivo se ha convertido en languidez, sea en fuerza délas lesiones ordinarias, ó por un méto- do curativo ínadequado. Estas prevenciones, deben gobernar en todo evento ai médico juicioso; por que arreglando conforme aellas su plan, será muy difícil que dexe de curar las en- fermedades que adundan todavía reparo, ó cuedexe de conocer las que son irreme- (ifO diables. A un niño no se ha de curar co- nio a un anciano: ni á un sobrio líoerato como al cochero bebedor. La corpulenta Ancírómaca era menos robusta Cjije su es- forzado marido;-las monjas so i_ fe¿.s débi- les que las fruteras; y unas y otras lo son mas cue los soldados; y entre los soldados mismos hay notable diierencia, compa- rando al hachero de Vallado lid ó ce To- luca, con el miliciano de México ó de Pueb'a. Importa mucho examinar las cir- cunstancias^ individuales, para saber él grado de vigor que debe tener cada suge- • , .3 O V C to. En un nl&o'que esta mamando no clá cuidado la impotencia para la generación.. como tampoco tememos en la boca del "' o¿m ■; - a viejo desdentado la salida de los colmillos. Cada edad, cada sexo y cada habituación d; vida tiene su respectivo.grado de exis- tencia cómoda, y es necesario conocer este grado para conservarlo ó mexorarlo. En las enfermedades esténicas de que puedea (i80a ser atacados todos los sexos y todas las eda- des, es preciso tener consideración á lo unp y á lo otro, para disminuir la excita- ción aumentada hasta reponerla en los lí- mites correspondientes á aquel individuo. Las asténicas ¡¡son mucho mas numerosas, y presentan en su tratamiento mayores di- ficultades á los que no examinan sü natu- raleza cotí la circunspección que hemos diy- cho." Quando se trate de* curar una debili- dad indirecta en qualquier "grado que se halle, sea la que fuere la magnitud del es- tímulo que la hubiere causado, no debe olvidar el médico \ qué su primer encargo es conservar lá porción de vida que ha quedado; y que siendo esta inseparable de la excitación, debe emplear sus conatos en sostenerla,'por lo menos en los términos que la encuentre, y ver si puede reducirla á su orden saludable por los medios que la misma naturaleza nos ha enseñado. He- (7?3) rr»os repetido muchas veces, que nunca ca- mina ella á saltos, sí solo 'por 'un orden constantemente gradual; y esta adverten- cia debe tenerse muy presente para aplicar los ¡auxilios oportunos y de un modo opor- tuno á qualquieira debilidad. La excitación en la debilidad indirec- ta es el resultado de las sumas desiguales del estímulo ó estímulos excedentes, y de la excitabilidad deficiente. Querer igualar instantáneamente estas sumas, sería una te* meridach Deben seguirse los pasos lentos de jü¿naturaleza, é imitarse su operación eficaz, aunque paulatina. El remedio que hubiere de emplearse vara curar el daño que hizo un estímulo excesivo, debe ser un estimiiiante de fuerza un poco inferior por su cantidad ó por su,naturaleza, al que produxo aquel achaque; porque empleado éste r rebaxa muy poco ia excitación exal- tad ísima, disminuida con su misma exal- tación, y se acumula en la balanza opue_- 3S (i84) ta una porción insensible de excitabilidad. El auxilio que siga á este primero, debe ser un poco menos estimulante que el que le antecedió; y por este orden deberán aplicárselos ulteriores, rebaxando siempre su fuerza hasta que desaparezca la enfer- medad. A proporción que el estímulo se va disminuyendo, se va acumulando la ex- citabilidad; y manejando el caso con el ti- no que las circunstancias demandan, se re- pondrá la excitación á sus justos límites, restaurada tanta excitabilidad quanto estí- mulo excedente se haya, substraído. Este método nos ha producido efectos maravi- llosos en la curación de los ebrios, que ca- si perpetuamente se desgraciaban antes de haber nosotros establecido el plan que aca- bamos de exponer. Quando la enfermedad que procede de la debilidad indirecta, se ha originado del exceso de un solo estímulo, la gradual dis- minución de éste, ó de otro equivalente, 0«$.) completará la curación; pero quando han sido muchos los que la han producido, de- ben ser también muchos los que se em- pleen para combatirla, guardando siempre el mismo orden que hemos propuesto, por- que la razón es la misma. En uno y en. otra caso dicta la prudencia que descendamos desde el exceso nocivo hasta la medianía saludable. Llegando á este punto, no habrá' inconveniente en tratar con un poco de in- dulgencia á los que una larga habituación ha hecho casi indispensable el uso de al- gunos estímulos, que no son en realidad naturales, sí solo fruto ordinario de los apetitos, y algunas veces de la necesidad. Así al que está acostumbrado á las hebidas fermentadas ó espirituosas, se le podrá per* mitir el uso de ellas en la convalescencia, como asimismo el de algunas salsas, esti- mulantes á los que sienten decaer el apeti- to por su falta. EL chite es de un uso muy general *mt re los mas de ios habitantes de las Americas: su total proscripción sería muy imprudente; y no lo sería menos la permisión ilimiiaea de. él. Todos los que padecen debilidad en el canal alimentario, necesitan auxilios estimulantes ; y solo quando se han tratado con ellos ios ooto- sos, han visto durar menos sus molestos paroxismos, ó retirarse del todo. El efecto nocivo de un estímalo, qual- quíera, debe combatirse primeramente con otro estímulo que fe sea seo tejante, y solo sé distinga de él en un grado muy remiso. El secundó debe asimismo diferenciarse solo en un poco menos dé magnitud res- pecto del primero, y así sucesivamente , hasta que por esta escala descendente, pero compuesta de gradas que se han de baxar una á una, lleguemos al nivel de la salud. Debe siempre comenzarse por los estímu- los mas violentos y mas difusibles ; por aquellos que desecha la constitución sana; y caminar á pasos sucesivos á los de indo- (i87) le roas blanda, hasta ponernos en los de operación mas diuturna y mas idóneos á la naturaleza, para pasar de ellos á los acostumbrados y naturales. Todo es armó- nico aquí; y como el músico necesita un cido x¿eosttimbrado á la dulce consonan- cia, así el médico requiere un talento eme perciba en las obras de-ia, naturaleza la. música que Pitagoras percibía, y que per- cibió el inspirado Profeta que nos r/iexó dicho:*' que todas las obras del Altísimo tenían su número, su peso, y su medida. Quatro cuerdas no mas tiene el biolin, y ningún traste: el que no sabe manejarlo, lastima el oído con sus broncos rechinidos y su falta de melodía; pero en las manes de Lútli lo encanta con su dulzura. To- quen este instrumento los músicos inteli- gentes, y no los vihuelistas del xarabe. Exerzan la Medicina los médicos sabios, y no los que nacieron sin vocación para ella: Diis iratis genioc¡iie maligno. C'i88y Suelen estos últimos, ignorando la suave armonía déla naturaleza, instituir curaciones debilitantes en las enfermeda- des que proceden deta debilidad indi- recta; y el mas sabio entre ellos piensa es- cudarse con el contraria contrariis curan- tur, que necesita mucha inteligencia para saberse aplicar. No hay disparate mas grande ni error mas pernicioso que preten- der cucar una debilidad con otra, y un grado de ella con otro grado de la de su género. A todas horas vemos sus yerros, aunque su espíritu caprichudo se esfuerzo á oculiar sus desaciertos alucinando á los incautos. Ninguno ha curado la gota, aun- que todos han hecho mil raciocinios sobre ella, despreciables para qualquíera hom- • bre sensato. La naturaleza no se gobierna por nuestra loca imaginación, sí solo por Sus leyes invariables, propias de la inrini-, ta sabiduría de su Autor. ¡O médicos ! Es- piadla; trabajad por sorprenderla en su laborío; imitad á Nemón analisando con un prisma el cuerpo de la luz: imitad a Priestley, encarcelando los gases: imiu-cL a Spailanzani, averiguando con sus tubos y sus esferas oradadas el gran misterio de la digestión, sobre la qual no habíais produ- cido vosotros mas que hipótesis y opinio- nes antojadizas. Todo lo que debilite de un modo di- recto, solo tiene lugar quando el estado de la salud se halla en la tendencia á la debilidad indirecta; porque entonces pue- den contribuir estos auxilios para restable- cer la excitación a su debido tono. El ba- ño frió, la parsimonia en los alimentos, la bebida puramente aquosa, ó de los coci- mientos de malvas, de altea, de flores dé saúco, &e,, solo convienen para la tenden- cia á la debilidad indirecta, y de ningún* njanera quando ya existe esta debilidad. Lo propio decimos de las sangrías y de las purgas. Solo en los casos esténicos tiene» C*9°) lugar, estos remedios, fi.. xwa excitación que se ha propasado e 5,. grados de los 40, es claro que ,no.-le faltan "mas de; 5 para llegar a fa astenia indirecta, y que. sólo puede. evitarse este peligro disminu} endo, en otra tanta cantidad los estimo ios que por.su vigor ó por su continuación pueden cansarlo. Los medicamentos debilitan t.s . sojotienen pues , lugar entre los 4bJ-iCS 70 prados, que es en donde se hallan las enfermedades de excitación auinehu.aa. Superados estos límites,.entra la debilidad. indirecta, que conduce rápidamente a a muerte, si no'se aplican con suma pronti- tud ios estimulantes mas poderosos en el orden que. hemos dicho. Todos los médi- cos han conocido siempre, está necesidad: Ios-mas sangradores han embaynado sus lancetas hastavéñ la pulmonía y la pleure- sía'.; quando -el Sumo abatimiento de las "id ' - r-, <*■■ * 1 fuerza?, el pulsó "pequeño, vacio y acemra- do^íos sudores pegajosos, &c., fes han in- íi9*y dicado la debilidad extremada dsl pacien- te. Ninguno íia t: emano en este, cas© admi- nisírar purgas ni baños trios, ni emplear las bebidas frescas. Todos han apelado á los que llaman cordiales; aunque muy ra- ros y muy pocas veces han sido los profe- sores felices ea su "elección, y mucho menos en su legítima administración. La debilidad directa iequiere un tra- tamiento díametralmente opuesto al que acabamos de exponer; porque consistien- do en una acumulación ele excitabilidad, proporcional á la falta de uno ó de mu- chos estímulos, no puede la excitación elevarse al grado de la salud sin la aplica- ción de estos, manejada con la circunspec- ción mas escrupulosa. Debe pues, comen- zarse por los mas pequeños; irse aumen- tando por grados casi imperceptibles; pero sucediendo los segundos antes que fenezca la acción de los primeros, y continuando en este aumento gradual hasta haberse ( !t)2.) consumido ;ror fin la viciosa superabun- dancia dé la excitabilidad, y rcsuvofecmo- se la safed. Q-anto mas grande sea la de- bilidad/ mas pequeño -deberá ser el cstí- hkU.vqne se aplique; ■ porepae,. como ne- mós; dtcdo^csíand ) muy acumulado, a ajael principio de la vida, qualquier estímulo que no sea tan remiso como debe ser, lo saturará, é inducirá la astenia indirecta. Conforme se va gastando la excitabilidad, Va sufriendo estímulos mayores; á la ma- nera que el carbón no admite mas que un soplo muy suave, quando solo tiene una u otra chispa que pretendemos animar, y los va admitiendo mayores quanto mas se ^ya penetrando del fuego. Q ; ■■Quando la debilidad directa ha resul- tado de la falta de un estímulo solamente, bastará para curarla la simple restitución de éste, con la lentitud gradual q ue dexa- mos prevenida; pero si el mal ha venido de la falta de muchos, deben emplearse- todos ellos con lá misma circunspección, hasta restablecer momio y en otro caso ja excitación' saludable.-As-bes, que, al que deeíalfece imieamcmte por haber tnaeo éxmíe-ío á un i rio excesivo, no debe or- denársete otra cosa que la gradual ívsuiu- cion del calórico que le ■faltaba; pero si su desiallebimiento proviene a un tiempo mismo ce esta causa, ele la sed y de¿,ia hambre,-nada se hará con solo calentarlo, sí" juntamente no se procura trie minis- trando poco á poco, el alimento y la be- bida, aumentando, como hemos ya dicho, por grados los estímulos deficientes, hasta llegar al término de la salud. Debe cuidarse mucho de no emplear en los casos' de una debilidad directa, há- llese en*, el grado que se hallare, aquellos medios que puedan debilitar directa o m- directamente; porque choca a la recta ra- zón querer apagar un incendio-aumentan- do'el fuego, ó vaciar un poco euiaandoie r-^s' '*m f ■?>ñ:t! o |^4l)vi..... , . v mas agua. Un debi 1 itante s\énipre*¡?ebílíta, ." •' C. 'i*?-' . r'oe < 1r,, • i . ■ v si se aplica a uno quéYaa esta- deMly no habrá, hombre tan estoildó que "no conozca f'kl ■ ■' -j 'n )" que le aumentará "su debilidad'.: ala mitnc- i mir m -. . ra que qualquíera echa de ver, que si ai que tiene por todo caudalnj ó 16 p, se le quitan 2 ó 3, es preciso que quede mas pobre, yque apenas le alcance su| peque- ño resto para subsistir algunos días, si no hay facilidad para surtirse de otro nuevo. Las sanarías, los vomitorios,' las £>ur- ■* *"^ d~* T-\- > •■ gas, los refrescos por baños*ó2Lpor bebi- das, el alimento vegetal/"(Stc.^ son pe mi- ciosísimos ,en todas las enfermedades que provienen de debilidad'" directa-fpor mas ' que nuestros doctores quieran1 sancionar- los con el peso'de su práctica y de su au- toridad. Esta debe fundarse en la razón, y aquella ser armónica y sensata. SÍ alguna vez.notan alivios en las enfermedades asté- nicas, después de hatíer empleado alguno ó algunos de sus debilitantes favoritos, de- 0*95) herí,saber nuestros tediores que, ó inme- diatamente, ó poco después, y no ratas ve- ;J ees, simultáneamente han echado mano de ■* los tónicos y fortificantes. El mismo Sy- denbam aaba un vomitorio por ia mana- ^. i i¿ , _-,.,,■ . ♦• na,jtv un.paregórico por la tarde. El dra eme nuestros médicos mandan una purga, hacen preparar también efenejor puchero: aconsejan de ordinario, que Retome una taza de caldo, ó una.copa de vino poco an- tes de executar la sangría. Si esto no es querer^ajustar lo quadrado con lo redon- do., preguntamos ¿ que será ? mp No nos aleguen pues, una' prácticm gque -nunca ha sido uniforme, y que por lé -mismo no puede asegurar á sus autores.* por inexactos que sean ^en sus raciocinios, de la causa verdadera á que pueden atri- buirse sus resultados quando ^han sido fe- lices. ,Médicos hemos visto, que sangraron a ver, y hoy ordenaron quina, éter, agua carbónica alcanforada, y otro^ remedios ('9<0 ...;...,., • ~ -semejantes. Si el enfermo sana, ¿ qué ra- A • zon será capaz de persuadir á nadie que se debe á las sangrías un restablecimiento que no se consiguió hasta después de haber planteado un método opuesto diametral- mente al primero ? ¿ Sara posible que soló en la Medicina sea inútil la lógica, que se ha reputado necesaria para el estudio de las otras ciencias ? f Las enfermedades que provienen de .debilidad directa.no pueden curarse mas que con remedios estimulantes, admiñis- tradosi v..dirigidos porta mano inteligente del profesor, que sabe observar bien y aplicar debidamente el fruto de sus"obser- vaciones. Estos están en mas aptitud para socorrerlas miserias del género humano en lo relativo á sus achaques, que los cpe nunca han sabido uua palabra de rviedíci- • na; que los presuntuosos que se vanaglo- ,.,.rían de saber muclio, sin embaído de que así en sus ideas teóricas, como en su exer- C.9?) ciclo vdínico; nos dan pruebas demostra- tívas de" su ¿.bsoluta íaltá de raciocinio y talento de observación. Aunque hemos dicho' que la curación estimulante es la única que conviene en las enfermedades de que vamos tratando, no damos por esto ensanchas á la temeri- dad de los ignorantes para que se atrevan á emplearla siri discreción. Es ya ocioso repetir que no debe abusarse de les estí- mulos en su elección, ni en su cantidad, ni en el tiempo de su administración; por que hay gravísimo riesgo de que un me- dico imprudente, queriendo evitar los es- collos de Scila, estrelle su barco en fes de daribdis. Una curación muy estimulante, administrada inoportunamente, conducirá á pasos rápidos a la debilidad indirefta, que hará mas peligrosa la situación del enfermo, abriendo la otra puerta de la muerte. Todos nuestros lectores convendrán a (i98) en la exactitud de las doctrinas que he- mos propuesto hasta aquí; y acabarán de convencerse de la diversa curación que re- quieren las enfermedades que vienen de un aumento de vigor, y lasque resultan de la falta de él, haciéndoles reflexionar sobre los distintos medios con que se cai- ma la sed, según el origen que tiene. La que reconoce por causa la debilidad, cre- ce con las bebidas trias, v aumenta todos los otros síntomas destruidores. Una bebi- da espirituosa la serena con prontitud; y 'por el contrario, quando viene de un au- mento preternatural de las fuerzas, se exa- cerba con este género de bebidas, y se mitiga, y aún se extingue con las que en ^i caso opuesto eran dañosas. Supuesto pues, que ¿mas mismas po- tencias son las productoras de todos los fe- nómenos de la vida, que quando obran de un modo proporcionado, producen la sa- lud; que son causa de las enfermedades, (io9) quando su operación es mayor ó menor de lo justo, y que la sabía y prudente aplica- ción de e^tas potencias mismas, es la que sirve de remedio contra todas las enferme- dades; debe tenerse por una regla inviola- ble en la práctica, el no convertir una diá- tesis en otra, por una imprudencia y ne- cedad digna de la execración de todos los hombres. EIN DEL PRIMER TOMO. tí X fc\k 00; .0 ^^^n-^e.nva ioia.'^ r 4í)fer-^Vr 7íO^JvK O/Jc-; »' .CvO^-Oa mal. •• n n /¿vó-. ñO o¿'rJDOt.''3 fe* >'!*■■■ <■• * • ■ i. * ... darciife oo¿ ■■- » - * Vr. ,^;vím'uek í^u]^ .«■ ' .a»asV:x fiqs aeVvi Wr> o .nao* oí /.i»iV,'*:akX'»fcV'i- 71. SOS -'.O ■ • ro. ' o ■4.í ■T^** ,-f. B&t7*.-■ m ^^B v 'v ■■■*< i e*<7¿ ■ liívi*