TESIS PRESENTADA Al AERADO EN LA OPOSICION AIA PLAZA I All A LA Cillll M QUIMICA AGRICOLA EN LA ESCUELA NACIONAL DE AGRICULTURA, MEXICO.—1878. IMPRENTA DE I. CUMPLIDO, REBELDES NUM. 2. APUNTES SOBRE EL AÑIL INDIGENA. no fuera un mandamiento sagrado el culti- vo de los campos, para radicar las tribus de pastores nómades, dando origen á la propiedad y tendiendo los primeros vínculos sociales que debieran producir la civilización de las razas; la agricultura debe importar mucho al filósofo hoy, que las industrias fabril y ma- nufacturera reclaman su concurso, sin el cual jamas po- drán adelantar un paso en el perfeccionamiento de los pueblos, que están llamadas á procurar. Entre los numerosos y mas útiles productos de la tierra, el añil ocupa un lugar proeminente haciéndose digno de la atención de los agricultores, no solo por- que representa un valor cuantioso en el cambio ex* tranjero, á pesar de las cosechas de Indias y de Gua- temala, sino porque esta preciosa materia colorante, aún no bien estudiada entre nosotros, corresponde los 4 afanes del cultivador inteligente y del hábil trapichero rindiendo cosechas mas abundantes y de mejores cua- lidades, presentando, por lo mismo, un amplio campo en el que la especulación mercantil y el interés cien- tífico man han adunados. Aún mas debe fijarse la atención del observador, si se hace notar que las indicaciones de les autores euro- peos al tratar de la extracción del añil, no están de acuerdo con las prácticas seguidas en México, y sin embargo, el añil nacional disputa al de la república vecina de Guatemala, el primer lugar en los mercados extranjeros. Sin embargo, los cosecheros indígenas, desnudos por lo común, de los conocimientos científi- cos indispensables, normando sus procedimientos de extracción, por circunstancias eventuales y muchas veces por erradas apreciaciones, se ven precisados á aventurar el resultado de sus trabajos, entregándolo al azar, y no siempre el éxito corona sus esperanzas Esta doble circunstancia que acompaña al añil, la de no coincidir el método de su extracción en el ex- tranjero con el que se practica en el país, y la de no estar este procedimiento bien estudiado, proporcionan- do á nuestros agricultores reglas marcadas y seguras que prometan un resultado favorable, me ha inclinado á presentar este ensayo á los señores catedráticos de la Escuela Nacional de Agricultura, prefiriéndolo á otro asunto, porque aunque no sea mas que una sim- ple reseña de lo que sobre el particular se verifica en el país, les dará ocasión para apreciar en su sabiduría, estos hechos y formular su opinión, que será acojida con interés, pues se trata de una materia importante, no solo bajo su aspecto científico, sino porque entraña 5 el porvenir de muchos distritos de Oaxaca que se de- dican desde tiempo inmemorial, al beneficio del añil. Debo limitarme a presentar el cultivo de la indigó- fera y la extracción de su parte colorante en sus rela- ciones con la química, es decir, el auxilio que esta ciencia puede prestar á los agricultores, á fin de obte- ner una cosecha lo mas abundante que se pueda, de la mejor calidad, en el menor espacio de tiempo posible, y al precio mas bajo que se pueda alcanzar; cuestiones todas que constituyen el objeto de la agricultura. Tratándose de una sustancia que se elabora en el seno de un vegetal, y como consecuencia de su vida, sin el concurso inmediato de la mano del hombre, y que viene á obtenerse después de la muerte de la plan- ta, hay que investigar lo que tiene lugar en esta misma planta durante su vida, y que escogitar el medio mas oportuno para verificar esa extracción; así, pues, la cuestión queda desde luego separada en estos dos pun- tos: prim ro, el cultivo: segundo, la separación de la materia colorante. El cultivo de los vegetales exige una larga serie de trabajos; pero no todos son del resorte del químico, tres son los que mas inmediatamente se hallan bajo su dominio y los que principalmente influyen en la cons- titución del vegetal y su desarrollo: primero, el estu- dio de los terrenos; segundo, el de las aguas de irri- gación, y tercero, la designación de la época oportuna para verificar el corte. Este último punto es, relativamente al añil, de suma importancia, sabido como está que este principio re- corre durante la vida de la indigo'fera, una série de trasformaciones; es preciso, por lo mismo, sorprender ese desenvolvimiento en el momento conveniente, ba- 6 jo el peligro de ver desaparecer aquel principio colo- rante, convertido en otra sustancia, producto necesa- rio de esa evolución que no acaba con la muerte del vegetal. ¿Qué especie de terreno conviene mejor al jiqnilite? La agronomía moderna ensena que no hay cultivo favorable posible, sin la presencia en las tierras de cierta cantidad de materia orgánica en descomposición y de algún fosfato alcalino d terroso (Dehérain). Es- tas sustancias son las que determinan la fertilidad, in- fluyendo mas poderosamente aún, en el desarrollo fe- liz de las leguminosas. Las últimas observaciones hechas sobre el ['articu- lar, confirman lo que acaba de decirse. La respira- ción, que es para todos los indi iduos del reino orgá- nico, la primera fuente de la vida, no tiene lugar en los vegetales sino en presencia de la clorofila; parece que este principio funciona como un aparato reductor del ácido carbónico, estando reconocido, que solo las partes verdes de una planta, absorben en la atmosfera el carbono indispensable para su vida. La clorofila es pues urgente, á la existencia de los vegetales, puesto que sin ella no puede tener lugar la respiración, y de consiguiente, no se asimila el carbo- no. Como consecuencia de esa verdad, podía asegu- rarse que la exhuberancia de una planta, la regulari- dad y perfección con que consuma el fenómeno de su respiración, que es su mas importante función, está en razón directa déla cantidad de clorofila que contie- ne, supuesta esta, en las condiciones convenientes y supuestas también, temperatura, luz y atmósfera fa- vorables. Esta idea se encuentra apoyada en la ob- servación práctica, siendo de notar en las plantas bien desarrolladas, ese color verde oscuro que indica la presencia de una abundante cantidad de clorofila, y por el contrario, observándose palidez ó tintas amari- llas en aquellas que se hallan enfermas ó están próxi- mas á perecer, ya porque no están bajo condiciones favorables á su vida, ya porque se encuentran en el término de esta; pero en ambos casos, porque en ausen- cia de la clorofila no se verifica la respiración, y en este caso, es natural la asfixia. En consecuencia; procurar la formación de la cloro- fila, es contribuir á la vida de las plantas, en su fuente. Desde luego se presenta al agricultor esta cuestión: ¿Cuáles circunstancias favorecen la formación de aquel principio? Ademas de aquellas que son comunes á la vida orgánica, prescindiendo de los agentes atmosfé- ricos de los que, alguno, como la luz, influye activa- mente en la constitución de esta sustancia, hay consi- deraciones especiales que atender y que se despren- den de la naturaleza misma del principio que nos ocu- pa. La clorofila es una sustancia compuesta de oxí- geno, hidrogeno, carbono y azote; por lo mismo, para obtener esta sustancia, es indispensable suministrar al misterioso laboratorio de las plantas, los dichos ele- mentos y en las mejores condiciones para su asimila- ción. La atmósfera, en cuyo seno se encuentran esos cua- tro principios espontáneamente, y la tierra que puede ser enriquecida con ellos, por la mano de la natura- leza d por los esfuerzos del hombre, son los dos surti- dores en que la planta puede beber con abundancia los elementos necesarios á la formación de la clorofila. Esto que parece muy natural y que por otra parte, es la opinión de respetables autores, no es sin embargo, 8 lo cierto; observaciones decisivas y muy recientes de los Sres, Boussingault, Lawes, Pugh y otros agróno- mos distinguidos, vienen á confirmar la opinión de M. de Saussure, que niega á las plantas la absorción del azote libre de la atmosfera y explica la presencia de aquel elemento en los vegetales, por la succión radi- cal de sustancias proteicas, sales amoniacales, orgánicas o minerales, que se forman en virtud de inexplicables reacciones entre el humus y las sustancias minerales del terreno, concurriendo en estas combinaciones, los elementos de la atmósfera. El humus, goza en efecto, de propiedades catalípti- cas análogas á las de la esponja de platina y aunque el azote no tuviera parte en su composición, no por esto dejarían de verificarse esas reacciones, cuyo in- mediato resultado, es proporcionar á las plantas los elementos de su constitución en buenas condiciones para ser absorbidos, fijando el azote libre de la atmos- fera así como el amoniaco y el ácido azdtico que des- cienden con el rocío 6 las lluvias, La tierra es pues, probablemente, la fuente princi- pal de la existencia de las plantas, allí es donde debe fijarse la atención para acumular en las proporciones debidas las sustancias que mantienen la vida vegeta- tiva y realizan su perfecto desarrollo. Reconocida la necesidad de ofrecer al vegetal cierta cantidad de azo- te y averiguado el importante papel que á ese fin de- sempeña el humus, puede formularse, como condición general de fertilidad, la presencia de los despojos or- gánicos, en circunstancias oportunas para su fermenta- ción, en los terrenos destinados al cultivo. La impor- tancia de esta condición se aumenta cuando se trata del cultivo de ciertas plantas, como las leguminosas que mas imperiosamente reclaman el concurse te para desarrollarse. Se ve que, hablando generalmente, la existencia del humus en los terrenos es necesaria, cualquiera que sea el cultivo á que se destinen, y que esta necesidad au- menta en aquellos que se consagran a la plantación de los leguminosos, vegetales que por el análisis han des- cubierto una fuerte cantidad de azote en su composi- ción; así pues, podemos declarar, que el jiquilite [in- digófera cirgentia] no se desarrollará convenientemen- te sino en un suelo enriquecido con materias orgáni- cas en descomposición, existiendo al mismo tiempo las demas condiciones generales á todos los cultivos. Pa- ra la plantación del jiquilite cuya bondad consiste en la cantidad y calidad del añil que produce, la existen- cia del humus en la tierra, como aparato productor de azote, es del mas alto interes, pues el añil que se forma á expensas de los jugos propios de la indigofe- ra no existiría si no encontrara en estos el azote ne- cesario á su composición. Probablemente el jiquilite no ha sido, hasta hoy, en nu stro país, motivo de estudio para nuestros agrá- nomos; pero la experiencia ha suplido la ignorancia de nuestros cosecheros, quienes profesan el principio de que la planta no prospera sino en los terrenos os- curos, coloración debida en grande parte á la sustan- cia orgánica. El jiquilite se siembra en los distritos de Juchitan y Tehuantepec del Estado de Oaxaca, en terrenos vír- genes o eu aquellos que se han dejado descansar, co- mo dicen los indígenas de aquellos puntos, cuatro ó seis años, y que una vegetación exhuberante, cual es la de esas regiones privilegiadas, ha abonado profusa- .i inmensos y ricos despojos. En una tierra el producto de la cosecha no reembolsa al ha- cendado los gastos del cultivo, por mas que estos se reduzcan a' desmonte 6 roza, a la siembra, que se ve- rifica al vuelo, á dos limpias de la yerba que detiene el crecimiento del jiquilite privándole del aire y de la luz necesarios, y á los dos cortes que ordinariamente se hacen. El abono orgánico está indicado en este ca- so; pero nunca se procura entre nosotros, siendo in- mensos los terrenos apropiados de que puede disponer el agricultor, al punto que, ni la yerba proveniente de la extracción del añil y que constituye un abono mag- nífico, se aprovecha para mejorar las tierras. El humus no determina por sí solo la formación de la clorofila; para originar este interesante cuerpo, con- curre tomando una parte muy activa, el fosfato de cal; sin esta sustancia que, en virtud de reacciones desco- nocidas, se encuentra acompañando siempre aquel principio, (1) como parte integrante de su composi- ción, cualquier cultivo se hace impracticable. La atención del químico se dirige con razón al aná- lisis de los terrenos, siendo la naturaleza de éstos el precedente que mejor sirve para asegurar el resulta- do adverso d favorable á los cosecheros. El éxito obtenido en las plantaciones de jiquilite que se hacen en el Estado de Oaxaca, no podría estar en contradicción con las observaciones repetidas de agrómonos extranjeros: esta razón nos hace deducir á posteriori que las selvas vírgenes en que se siembra el jiquilite no carecen de la cantidad de fosfatos nece- (1) Deherain, Curso de química agrícola, edición de este año. 11 sarios a la vida de la indigdfera ni de los demas ele- mentos que constituyen un terreno fértil. Los cosecheros del país se limitan, para la elección de sus terrenos, á las indicaciones que la experiencia les sugiere, sin cambiar en una circunstancia las an- tiguas practicas de sus mayores, no pueden presumir que el suelo se compone de sustancias diversas, cada una con su determinada acción sobre el desarrollo de las plantas, y por esto solamente observan el aspecto físico de las tierras fijándose particularmente en su in- clinación y en su posición topográfica relativamente á la dirección frecuente de los vientos. Prefieren ante todo el terreno que contiene abundante cantidad de materia orgánica en descomposición; siendo ademas arenoso, lo bastante pa1 a no adherirse á la esteva y for- mar terromotos que se agruman fuertemente. Cuando esto sucede, y á medida que el barro (arcilla) predo- mina, hay menos confianza en un resultado feliz, pues la planta no crece dos pies y perece en medio del fan- go que le roba el calor del sol consumido en la evapo- ración de las aguas, é impide el contacto del aire con las raíces y con el humus que debe proporcionarle los elementos de su desarrollo. En aquellas comarcas en donde la estación de las aguas se prolonga tanto y es tan abundante, el incon- veniente señalado que presentan las tierras muy arci- llosas es grave; por esto, aun en los terrenos ligeros, se busca cierta inclinación que no permita á las aguas conservarse estacionadas; y á fin de obtener su pron- ta evaporación, se procura que el terreno elegido se encuentre descubierto y expuesto por lo mismo á la acción de los vientos reinantes en el lugar. Elegido el terreno, se hace la primera labor que tie- 12 ne por objeto romper la capa superior de humus y mezclarla con las inferiores del suelo, aerear la tierra, procurar la oxidación de la materia orgánica y hacer- la mas apta para recibir la semilla que se tira poco después, cuando han caido las primeras lluvias. Ter- minada la siembra, el cosechero no se toma otro cui- dado que el de limpiar el jiquilite de las yerbas que le estorban, una 6 dos veces solamente, mientras que la planta adquiere suficiente desarrollo para impedir su nacimiento, y abandona á la naturaleza su plantío hasta la época del corte que se verifica de cinco }r me- dio á seis meses después, según la abundancia de las aguas y la temperatura de la atmosfera. Lo expuesto sirve para demostrar que la elección que se hace en nuestro país de los terrenos destinados á la plantación del añil, esta en perfecto acuerdo con las prescripciones científicas, y no podía ser de otro modo, cuando la experiencia, que sirve de prueba á la sabiduría, nos presenta en apoyo de aquella verdad, una larga sucesión de abundantes cosechas sin la in- terrupción de un solo año desgraciado. Esto no es ne- gar la utilidad que nos ofrece la ciencia, el mejora- miento todavía es posible, soloque, ni indicarse podría sin el p évio análisis de las tierras. Tampoco se apro- vecha el cultivador del jiquilite, de ios adelantos cien- tíficos, para el abono de los terrenos pobres, porque, como antes se dice, tiene á su disposición extensos ter- renos fértiles que puede hacer descansar algunos años. Conocida la naturaleza del suelo conveniente para plantar el jiquilite con probabilidad de feliz resultado, falta averiguar la parte que c >rresponde á las aguas de irrigacon. Se comprende que siendo muy diver- sa su composición química, pudiendo arrastrar en so- 13 lucion principios muy variados y determinar en el seno de las tierras distintas reacciones, modificándose su propiedad disolvente, preciso es inferir la importancia que presenta su estudio á los ojos del químico. Así es en efecto, el agua por sí sola puede fertilizar un suelo estéril llevándole los principios que le faltan, así como puede hacerlo infecundo arrastrando consi- go las sustancias que le abonan. Pero si este estudio presenta un carácter de interes general para el agri- cultor, tratándose del cultivo del jiquilite entre noso- tros, carece de inportancia. Esta planta no se riega por la mano del hombre, se siembra en los terrenos de temporal y de humedad y se abandona á la atmosfe- ra el cuidado de proporcionarle el agua necesaria para su vida y crecimiento; este riego, tal vez, el mas con- veniente al jiquilite por llevar consigo alguna cantidad de amoniaco y de acido nítrico formada por las descar- gas eléctricas que de ordinario determinan la caída de las aguas, desciende abundantemente en los pafses cá- lidos donde se cultiva la indigófera, bajo la forma de rocío, manteniendo la humedad del terreno y la loza- nía de las plantas sin producir el estancamiento que sobremanera le perjudica. Otro punto de grande trascendencia en el cultivo del jiquilite es la designación de la época del corte; sus consecuencias importan nada ménos que la cose- cha misma, pudiendo suceder, como ya se ha verifica- do, que un extenso plantío, segado fuera de tiempo, tío dé por todo producto, arriba de algunas libras de mal tintarron. (11 La propiedad eminentemente altera- ble del añil, su fácil trasformacion en principios que le (1) Añil de la peor clase. son completamente distintos, trasformacion que se en enentra perfectamente reconocida en las últimas ob- servaciones sobre la trasmigración de las sustancias proteicas, (1) explica satisfactoriamente el mal resul- tado que se obtiene cuando el corte es inoportuno y exi- ge de parte del agricultor una atención detenida. El análisis comparativo de las diversas partes de las plantas azotadas indica el trasporte que la sustan- cia proteica sufre en el curso de la vida del vegetal; primero circulando en su savia y fijándose en las ra- mas, pasando luego á las sumidades, de aquí á las flo- res, para acercarse mas á la semilla en donde fijan su asiento final. Si en esta marcha el principio se con- servara inalterable, no habría que temer puesto que no sale del vegetal; pero otra cosa sucede, la com- bustión se prepara en los órganos superiores y se pre- cipita en las flores, la sustancia cambia de aspecto y de composición, y se trasforma en un nuevo principio que va á depositar en el grano el elemento preciso pa- ra desarrollar un nuevo individuo. La teoría está indicando el corte, antes de la apari- ción de las flores, en el momento en que se preparan estos órganos de combustión y la sustancia inmediata no ha podido sufrir alteración alguna en su composi- ción; también entre nosotros se verifica el corte cuan- do apuntan en las axilas los peciolos y las mas veces este procedimiento recibe un éxito completo; sin em- bargo, no siempre se observa lo mismo, presentándose con alguna frecuencia el caso de una cosecha pobre en cantidad, no obstante que proviene de un jiquilite se- gado antes de su florescencia. Esta circunstancia hace (1) Obra citada. 15 vacilar mucho á los cosecheros; antes ele decidirse á cortar sus plantas, temiendo que desaparezca, por seis ú ocho dias de apresuramiento, el fruto de sus traba- jos, incapaces como son de apreciar todas las circuns- tancias que influyen en el desarrollo de los principios vegetales»; sin embargo, si alguna vez se deciden á cor- tar muchos dias antes déla florescencia y el resultado ha podido ser feliz, nunca se espera el desarrollo com- pleto de la flor porque esta demora haría casi impro- ductivo todo el trabajo anterior é inútil el de la ex- tracción. Al primer corte sigue el segundo y el tercero trein- ta ó cuarenta dias después, debiendo verificarse todos en las condiciones del primero. La planta se corta íntegra, á algunas pulgadas del suelo, y es condición de una buena cosecha, su trasporte violento á los es- tanques de fermentación, para aislar cuanto antes el principio colorante, impidiendo su alteración que es muy rápida en el seno de la planta muerta. Hasta aquí, la práctica empírica marcha conforme con las prevenciones de la ciencia, no es lo mismo con el método de extracción del añil. El que se ob- serva entre nosotros y el que aconsejan los autores extranjeros y se practica en la India, reposan en un mismo principio; pero difieren en mas de una circuns- tancia. Procurarémos explicar y concordar con la ciencia el procedimiento indígena. El mismo dia que se verifica el corte, y sin esperar á que la planta se oscurezca, lo que no tarda en suce- der, indicando una alteración de la materia colorante, se sumerge el jiquilite en un grande estanque con la 16 agua absolutamente precisa para cubrirlo, colocando encima grandes piedras que le impiden flotar. La fermentación comienza desde; luego subordinan- do su marcha a la temperatura; cuando esta es eleva- da, se termina, es decir, se interrumpe violentamente después de seis horas, por lo común. Los cosecheros del país no se explican lo que pasa en los obrages; pe- ro sí saben que la fermentación debe suspenderse lúe go que aparece en algunos puntos del estanque una espuma gris azulada con reflejos cobrizos. Inmediata- mente hacen correr a otro estanque el agua para so- meterla á la oxidación, Para darse una idea exacta de las reacciones que pueden tener lugar en esta fermentación seria indis- pensable conocer la composición exacta de la planta; yo no sé que este estudióse haya verificado; á falta de este dato interesante nos queda el análisis del añil verificado por M. de Chevreul que es el siguiente: Amoniaco. Materia verde. Goma. Resina roja. Alcohol. Carbonato de cal. Oxido rojo de fierro. Alumina, Sílice. Indigo puro. Debemos suponer que acompañan al índigo puro, en el vegetal: la goma, la materia verde, arrastrada 17 en la precipitación del añil, y las sustancias minerales que se señalan, exceptuando el carbonato de cal, cu- ya presencia en el añil extranjero se explica por la razón que luego indicaré. El amoniaco es sin duda producto de la fermentación á expensas de la albúmi- na de la planta y tal vez, por descomposición del añil; el alcohol proviene del azúcar de la misma planta, cu- ya existencia está reconocida, y la resina roja de la alteración del añil casi imposible de evitar en la fer- mentación. La materia colorante se halla en el jiquilite en tal estado que necesita de la acción del aire para revelar- se, por esto frotando entre las manos la hojas de la in- digófera no se observa coloración alguna sino pasados algunos instantes. A esta sustancia se le ha llamado índigo blanco, la misma que por su oxidación se con- vierte en índigo azul y en agua. Clc IIo AzO2 + 0 = C1C H5 Az02+ HO índigo blanco. índigo azul. Se ve que para la extracción del añil son necesa- rias dos operaciones; la primera que tiene por objeto separar de los tejidos de la planta el índigo blanco, y la segunda que consiste en la oxidación de aquel prin- cipio para convertirlo en la materia tintorial. Por la maceraeion del jiquilite, á una temperatura conveniente, se establece una fermentación, cuyo primer termino es la hinchazón de la planta; señal de que co- mienza la descomposición orgánica y de que se presen- tan los gases que siempre la acompañan. El agua, de amarillenta que al principio era, se tor- na en verde mas y mas oscuro, á medida que adelan- 18 tan los trabajos de la fermentación. Las células des- garradas del vegetal abandonan á esta agua el índigo que encierran así como el azúcar, la goma, la albúmi- na y sales. Entre semejantes principios, son fáciles de comprender las reacciones que pueden verificarse. En primer lugar, se nota desprendimiento de hidró- geno proto-carbonado; mas tarde, aparece el ácido carbónico, y casi al fin de la operación, se observan vapores amoniacales, el agua, cuya temperatura se ha elevado considerablemente, es menos viscosa, se ti- ñe de verde muy marcado y en algunos puntos, la es- puma que ha formado desde el principio de la fermen- tación, adquiere, como se dijo antes, reflejos cobrizos. A este punto, la planta ha abandonado ya todo el ín- digo que contenia y puede procederse á la segunda operación. Sin embargo, no parece conveniente esperar tauto, siendo muy probable que la formación del amoniaco se deba á la descomposición de una parte del índigo. Este resultado seria inevitable, prolongando el con- tacto del agua con el tegido de la planta que obra co- mo un fermento activo. Algunos cosecheros no espe- ran la coloración de la espuma y se guian mejor por el desprendimiento de los gases y por el sabor del agua, separando esta, cuando presenta cierta sensación á la lengua y la efervescencia lia terminado casi. Trasegada el agua á la segunda pila, se procede ;í la oxidación del índigo, por medio de la agitación; grandes palas de madera mantienen esta agua en con- tinuo movimiento, multiplicando y variando su super- ficie, á fin de procurar la fijación del oxígeno del aire. Desde los primeros movimientos, se inicia la combus- tión por el cambio de color que sufre el agua. Es im- 19 portante que esta combustión sea lo mas rápida posi- ble, á fin de adelantar á la fermentación que todavía continúa en esta pila y se hace notar por la tinta mo- rena que toma el agua; cuando esto ha sucedido, el ín- digo está completamente trasformado en nuevas sus- tancias y la cosecha perdida sin remedio. Si la ope- ración ha sido hábilmente conducida, la espuma no se presenta, el agua adquiere una tinta azul marcada, se opaca por la separación del añil, y por último, vuelve á tomar su trasparencia primitiva, quedando de un color amarillo claro. En este momento debe verifi- carse lo que los cosecheros llaman el cuajo y consiste en la precipitación artificial del añil que aun ha que- dado suspendido en el líquido. El procedimiento indígena y el oriental, que es el mismo aconsejado por los autores extranjeros, difie- ren mucho en este punto. En la India se usa el agua de cal para acelerar la precipitación, y por esto M. Chevreul ha encontrado este álcali en el añil. Entre nosotros jamas se ha empleado, á pesar de que lo ase- guran los libros: en su lugar se vierte sobre la masa de agua que contiene el añil, el jugo de un fruto que en el idioma de Juchitan se llama güilaveri, d en su defecto, el de otro fruto que debe su nombre al uso que de él se hace, pues se llama cuajilote (malvacea), palabra que sin duda se ha formado de estas dos: cua- ja-jiquilite. Ambos jugos son extremadamente muci- laginosos y no astringentes como se cree por los auto- res extranjeros; si así fueran, perjudicarían mucho las cosechas, pues el tanino, así como el azúcar, tiene la propiedad de tornar el índigo azul en blanco, que se conservaría disuelto en el agua sin oxidarse de nuevo. El uso de la cal, como precipitante, debe tener va- 20 ríos inconvenientes, no solo por las reacciones á que puede dar lugar en la pila, sino porque una grande parte de este a leal i se tija en el añil y da origen á sul- fatas cuando este cuerpo es tratado por el ácido sulfú- rico disminuyendo así su fuerza disolvente. Has- ta hoy no se ha explicado el papel que desempeñan los jugos mucilaginosos en el procedimiento indígena; pero es de creer (pie debe ser análogo al (pie tiene la albúmina animal en la defecación de los jarabes. Una larga experiencia está probando que cuando menos, el método indígena no presenta graves dificultades para su definitiva adopción. Todos los trabajos de la cosecha quedan concluidos con la separación de esta agua y la desecación al aire libre del precipitado, que es añil tal como se halla en el comercio. El procedimiento que antecede produce añil crudo, es preferible este otro que da el añil cocido, porque es mucho mas violento y produce una cosecha de mejor calidad; consiste simplemente en hacer hervir el pre- cipitado de las tinas con el agua que no ha podido se- pararse; la evaporación es mas violenta, la albúmina se coagula y el añil está menos expuesto á fermentar y á alterarse desecándose mas fácilmente. Toda esta série de operaciones, desde el corte del jiquilite hasta la desecación del añil, debe verificarse en el menor es- pacio de tiempo dable; un dia basta para llevarla á ca- bo, cualquiera demora produce pérdidas considerables pues las circunstancias en que por necesidad se colo- ca el añil, muy oportunas para su descomposición, y la fácil alteración de esta sustancia, las hacen casi inevi- tables á pesar de los esfuerzos f|e un cosechero inte-. Jigente, 21 Observando la corta diferencia que existe entre la composición de estos cuerpos C10 H6 Az 02-C16 H5 Az Ü2-C1G H5 Az O4 ijAina índigo blanco índigo azul se explica bien esa facilidad de alteración; observa- ción es esta que la práctica confirma todos los dias. El añilar debe ser perfectamente soluble en el ácido sulfúrico, ligero, suave al tacto, con reflejos mo- rados y presentar señales doradas cuando se le frota con un cuerpo terso y duro. Debiendo su propiedad calmante á la'indigotina, se comprende que cuanto ma- yor sea la proporción que encierre de esta sustancia, la cualidad del añil'será mas estimable. De todo lo anteriormente expuesto, puede dedu- cirse: 1? Que el cultivo del añil en el país, se halla en concordancia con las prescripciones de la ciencia so- bre el particular. 2? Que el procedimiento nacional de extracción, pa- rece preferible al que se practica en la India y reco- miendan los agricultores extranjeros. Antes de concluir este pequeño ensayo, que la pre- cipitación con que lia sido necesario formarlo, para darlo con oportunidad á la prensa, no me permite am- pliar como quisiera, debo recomendarlo, como humil- demente lo hago, á la benevolencia del jurado, y dar las gracias á los señores catedráticos de la Escuela Nacional de Agricultura, por su deferencia al acep- tar mi opcion á la plaza de adjunto á la cátedra de química de este colegio.